Las Tramas Secretas De La Guerra Del Golfo

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1." edición: diciembre, 1990 La presente edición es propiedad de Ediciones B, S.A. Calle Rocafort, 104 - 08015 Barcelona (España) © Pepa Badell, Luis Ignacio López, Juan José Perona, Pablo Herrera, Adrián Mac Liman José Manuel Garayoa, Rogelio García Lupo, 1990 © Gráficos: Jordi Cátala, 1990 Fotos cubierta y contracubierta: J. Langevin-Sygma t

Printed in Spain ISBN: 84-406-1962-6 Depósito legal: B. 41.750-1990 Impreso en Talleres Gráficos «Dúplex, S.A.» Ciudad de Asunción, 26-D 08030 Barcelona Diseño cubierta: Angels Buxó

LAS TRAMAS SECRETAS DE LA

GUERRA DEL GOLFO

PEPA BADELL ROGELIO GARCIA LUPO PABLO HERRERA LUIS IGNACIO LOPEZ ADRIAN MAC LIMAN JUAN JOSE PERONA

man, un profundo conocedor de Oriente Medio, ha reconstruido la peculiar participación española en el conflicto. Este informe se completa con el análisis de las repercusiones económicas en España, elaborado por José Manuel Garayoa, redactor de economía de El Periódico de Catalunya. Juan José Perona ha descrito las repercusiones en la ecomomía mundial y los intereses financieros que asoman entre los clarines de guerra. Finalmente, el corresponsal de la revista Tiempo en América del Sur, Rogelio García Lupo, uno de los más prestigiosos periodistas de investigación a nivel mundial, ha desvelado desde las conexiones en el cono sur la trama internacional que hizo posible la construcción del amenazante arsenal de Sadam Husein. A través de su relato se descubren las insospechadas fuentes de aprovisionamiento del dictador irakí y los métodos empleados en el comercio de armas para proteger secretos y silenciar voces. Este trabajo se completa con un detallado juego de información gráfica y mapas históricos, militares y de situación que fueron elaborados minuciosamente por el especialista Jordi Cátala, miembro del equipo de grafistas de El Periódico de Catalunya. Este compendio no habría sido posible sin la colaboración de otras personas que facilitaron medios, información y horas de trabajo para reunir hasta el último minuto los datos de una situación altamente compleja. En esta línea los editores agradecen la colaboración de Montse Capdevila, Mercedes Hervás y José Levi, corresponsales de El Periódico de Catalunya; de la sección de Internacional y del departamento de documentación del mismo diario; y de Jaime Laciana, que procesó informáticamente gran parte de los datos consultados en este trabajo. Expresamos igualmente nuestro cordial reconocimiento a la ayuda prestada por Juan Carvajal, que hizo posible con su esfuerzo que este libro inmediato y urgente llegara lo antes posible a sus lectores. LOS EDITORES

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INTRODUCCIÓN No acabábamos de salir del alegre estupor que nos produjo la vertiginosa caída del muro de Berlín cuando una acción imprevista nos arranca de nuestros sueños de paz. Un dictador sanguinario y hermético de Oriente Medio irrumpe con sus tanques y nos desordena el paraíso. El mundo feliz que nos prometía el final de la guerra fría salta hecho pedazos en un pequeño y exótico emirato del golfo pérsico. La entrada de los soldados de Sadam Husein en Kuwait, el 2 de agosto, nos recuerda que la historia existe, que la guerra no ha terminado. En menos de una semana se movilizan gobiernos y fuerzas, y pronto vemos a sirios y egipcios, americanos y bengalíes, ingleses y saudíes en la conjunción de ejércitos más universal que se haya conocido desde la Segunda Guerra Mundial. En tres meses hemos entrado otra vez en la lógica de la guerra. A l cerrar estas páginas sólo queda responder a la pregunta de cuándo comienzan a hablar los grandes cañones. La historia no ha terminado, sólo uno más de sus ciclos. Ese remolino antiguo que es Oriente Medio sacude otra vez el mundo como lo ha hecho desde hace más de 5.000 años. En esa mágica y fértil media luna que va desde Egipto hasta Persia nacieron las grandes civilizaciones del pasado —sumerios, asirios, persas, hititas, acadios, egipcios, judíos, árabes, cristianos y turcos—, en un limo de culturas y luchas religiosas o étnicas que se libran aún en los mismos términos que en las épocas bíblicas. El mundo de la posguerra fría está ahora librando su primera gran batalla precisamente en este ojo del huracán donde parecen cruzarse desde siempre todas las fuerzas y todas las luchas. Cuando el 2 de agosto los tanques irakíes entran en Kuwait comienza el nuevo ciclo. La historia abre un nuevo escenario con los mismos personajes pero con un guión cambiado. Los viejos enemigos son ahora aliados. - 9 -

Moscú y Washington son los primeros en condenar a dúo la rapiña del ladrón de Bagdad. Hay judíos y árabes en un mismo bando; americanos y sirios combaten en la misma trinchera. Irán e Irak firman la paz. Bajo esta constelación confusa surgen alianzas impensables y ambiciones distintas. Se estrena el diseño confuso de lo que se ha dado en llamar el nuevo orden internacional. El conflicto del Pérsico ofrece desde el primer momento una perspectiva distinta del mundo y nos demuestra brutalmente el alcance de los cambios a que asistimos desde hace dos años. Sadam Husein fue el tirano mimado de soviéticos y franceses durante dos décadas y luego, en los años 80, socio favorecido por bancos europeos, aliado de Occidente y cliente privilegiado de fábricas alemanas y norteamericanas de armas químicas. Hoy es el Hitler de Oriente Medio y se pretenden olvidar las viejas facturas de amor que aún guardan los bancos suizos. También se intentó sepultar en 1940 los buenos negocios que a ciertas firmas americanas les proporcionó el dictador nazi antes de convertirse en el enemigo público número uno. Con Sadam Husein ha pasado algo similar. El dictador irakí, armado gracias a otras tramas, es ahora el enemigo en virtud de nuevas coyunturas. El régimen de Irak es en sí mismo una trama de terror, como lo fue el nazismo, pero la guerra contra el tirano y el invasor no es tan clara como parece. Hace más de un año que en varios centros, desde Jerusalén a Londres y desde Washington a Moscú, se apuntó en dirección a Bagdad, a quien sólo castigaban sin piedad los informes de Amnistía Internacional sobre asesinatos, crueldades y tortura. Hemos alimentado un monstruo, podrían decirse los estrategas de Washington, los fabricantes de armas franceses o los hombres de negocios de la City londinense. Sólo entonces comienzan a surgir las atrocidades y misterios del tirano de Bagdad: su arsenal, su gran cañón, sus ambiciones nucleares. En diciembre ya existe otra trama. Sadam Husein puede ser el enemigo oportuno para hacer saltar por los aires Oriente Medio y reconstruir sobre cadáveres, como siempre se hace en la historia, el nuevo mapa del nuevo orden. Los acontecimientos, especialmente los más ocultos, han revelado, desde antes del 2 de agosto, las estrategias increíbles que animan bajo cuerda la nueva guerra del Golfo Pérsico. En este conflicto global han asomado rivalidades más complejas que la simple división bipolar del mundo de la guerra fría. No puede hablarse hoy de una óptica común entre Israel y E E U U , cuando el presidente Bush estrecha su alianza con los árabes y propone nada menos que una especie de O T A N con su Bruselas en Arabia Saudí. Tampoco es tan clara la santa alianza occiden-10-

tal cuando París, angustiado por el descenso de sus ventas de armas en Oriente Medio, se refugia en su peculiar independencia y, en nombre de supuestos intereses europeos, alienta grietas que no siempre persiguen la paz. Tampoco es tan evidente que la eterna fidelidad británica a Estados Unidos favorezca siempre los intereses de Washington y no esconda otras intrigas en una zona donde el viejo imperio mueve aún importantes hilos. E l nuevo orden internacional tiene mucho de viejo. Las potencias parecen operar hoy como en la Primera Guerra y hasta las terroríficas armas químicas de Sadam nos evocan los horrores e intrigas de 1914. Incluso Bush se ve a sí mismo como un Teddy Roosevelt, el fogoso presidente norteamericano de aquellos años, enfrentándose a la codicia y las mentiras de los decadentes colonialistas europeos envueltos en el gran conflicto. Poderes, estrategias e intrigas se enredan en la actual guerra con un estilo similar al de entonces, aunque los intereses son distintos y operan otros protagonistas como el Mosad de Israel. Porque esta guerra se está librando en sus primeros meses en el viejo estilo de las batallas de Inteligencia de principios de siglo, con personajes de Eric Ambler: traficantes de armas, agentes dobles, espías de cama y asesinatos cruzados. Los primeros grandes muertos de esta guerra han sido ejecutados fuera del escenario central: el presidente del Parlamento egipcio en El Cairo, a manos de supuestos terroristas palestinos proirakíes; el jefe de los extremistas judíos, Meir Kahane, asesinado en Nueva York por un extraño egipcio. Nada es lo que parece en la guerra del Pérsico que se libra en todos los frentes mientras los tanques se miran unos a otros a través del desierto sin que sus cañones hablen. La diplomacia está en el centro de la guerra, pero no en las grandes declaraciones sino en la letra pequeña que firman en Damasco, James Baker y Hafez el Assad días antes que los sirios se traguen Beirut y Francia pierda su último peón en el Líbano. La clave de la guerra del Pérsico está precisamente en estos diseños ocultos en los que se está creando el real nuevo orden del futuro. La voluntad norteamericana y quizá soviética de buscar otros equilibrios, tal vez más pacíficos, tal vez más justos, aunque nada pueda asegurarlo, tiene por ello enemigos más sutiles en el campo de países que siempre han aparecido como aliados. Pero la diplomacia, la estrategia y la política son, después de todo, un juego tan frío y tan sucio como la guerra y no debe extrañar que algunos crímenes terroristas sean alentados a menudo por las propias víctimas. En este libro hemos encontrado algunas huellas, algunos senderos, que permiten componer el cuadro total de la trama. Algunos pasillos, sin embargo, no han podido ser recorridos a - 11 -

fondo y no es de extrañar que algunas puertas guarden aún misterios que helarían el alma al más templado. Otra verdad que ha desvelado la invasión de Kuwait, empujada por la codicia más directa, ha sido el ángulo económico de esta guerra iniciada el mismo día en que entraron en Kuwait a sangre y fuego las tropas y los tanques de Sadam. La trama del petróleo, donde es difícil precisar si la política está supeditada a la economía o viceversa, ha tenido oportunidad de ejercer otra vez sus artes ocultas. Son poco conocidas las poderosas redes de espionaje que tienen a su servicio las grandes compañías petroleras internacionales. Sus fuentes de información se mueven tanto en los gráficos de las bolsas como en los laberintos de la guerra sucia. Desde el momento en que Sadam declara la guerra a Kuwait —hábilmente empujado— las ganancias de las compañías petroleras se han disparado, para gozo de los especuladores y brokers que engordan como parásitos al calor de sus estrategias comerciales y políticas. El impacto de la guerra ha permitido desarrollar una urdimbre de intrigas industriales, comerciales y financieras que ha hecho palidecer a los responsables de muchas industrias francesas y a los gobiernos de Europa del Este que se asoman a la miseria que les ha provocado la subida del precio de petróleo. Estos elementos son también parte de la trama total de la guerra que comenzó el 2 de agosto, no sólo con los kuwaitíes muertos en el palacio Dasman, sino con las víctimas económicas de otras estrategias nacidas en despachos de nogal. La guerra del Golfo es por ello una guerra integral y mundial. Su desenlace no termina en Kuwait, ni siquiera en todo el Oriente Medio, amenazado con un cambio tan drástico que el futuro mapa puede ser irreconocible. Las fuerzas puestas en tensión, tanto militares como financieras, revelan que el conflicto y sus consecuencias serán tan determinantes como lo fuera la Segunda Guerra Mundial. Los intereses en juego son mundiales y no se limitan al petróleo o al conflicto árabe-israelí. Algunos análisis ya hablan de que el conflicto es en realidad la Tercera Guerra Mundial disfrazada de baja intensidad. La calidad de las armas usadas en la disuasión —proyectiles químicos y amenazas nucleares— lo justifican. Por ahora preferimos conservar el título de Guerra del Golfo, quizá con la esperanza de que los intereses del nuevo orden logren construir cuanto antes su equilibrio. Que la paz sea con todos.

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LIBRO I

2 DE AGOSTO DE 1990, 2 DE LA MADRUGADA

* Pepa Badell Serra, nacida en Barcelona en 1956, es periodista desde 1976. Durante estos años ha trabajado en el Diario de Barcelona, en el semanario El Món, en El Periódico de Catalunya y en Televisión Española (TVE), además de colaborar en revistas como Repórter, Bazar y Panorama, entre otras. Especializada en Política Internacional y en diseño de publicaciones, realizó un curso de posgrado como becaria en la Universidad von Humboldt de Berlín en 1980. También ha sido profesora de la Facultad de Ciencias de la Información, en la Universidad Autónoma de Barcelona, impartiendo cursos de Relaciones Internacionales y de Tecnología de la Información. Actualmente es directora de Quasar Editores. Luis Ignacio López, periodista nacido en Burgos en 1945. Autor de Chile, el largo camino al golpe, Barcelona (1974), Adiós Mr. Reagan y Chile, la derrota de las armas, han sido editados en esta misma colección. Enviado especial en diversos acontecimientos internacionales: cumbres E E U U URSS, el 28 Congreso del PCUS, el bombardeo norteamericano a Libia, las guerrillas de Camboya y Centroamérica, la guerra de las Malvinas, la reciente cumbre de la CSCE, el golpe de Estado de 1973 y la derrota de Pinochet en el referéndum de 1988 en Chile. Dedicado en los últimos años a investigaciones sobre el trasfondo de las relaciones políticas y económicas internacionales, adelantó en su libro Adiós Mr. Reagan, 1987, muchas de las claves que explican el nuevo orden mundial. En ese libro ya se daba la perspectiva de una nueva política americana en Oriente Medio y los actuales pactos con la URSS. Redactor jefe del departamento de Internacional de El Periódico de Catalunya, donde escribe una columna diaria de análisis, y colaborador de la Revista Española de Defensa.

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LA INVASIÓN El día, de la invasión La invasión de Kuwait comenzó a las 2 de la madrugada del día 2 de agosto. Cien mil hombres y unos 350 tanques cruzaron por dos puntos la frontera norte del emirato y avanzaron a velocidad forzada a través del frío aire nocturno del desierto. El núcleo central estaba formado por 30.000 efectivos de las entrenadas tropas de élite de la Guardia Republicana irakí, fogueados en ocho años de guerra con Irán, a los que se sumaron 70.000 regulares con alguna experiencia de combate. Las dos columnas, encuadradas en un total de 14 divisiones de infantería y una división blindada, avanzaron sin ningún obstáculo por la moderna autopista que los kuwaitíes construyeron desde la capital hasta la frontera kuwaití cuando Sadam luchaba contra Irán. Ya en los suburbios de Al Kuwait, la capital, las tropas se acercaron al corazón de la ciudad-estado por las autopistas de Jahrah y número 6. En unas tres horas, las dos columnas de infantes y carros de combate cubrieron los 60 kilómetros de silencio y arena que separan la frontera irakí de la opulenta y moderna Al Kuwait, capital del emirato. Por primera vez, desde la descolonización de Oriente Medio, un país árabe invadía a otro. A las 5.15 horas, los invasores ya tomaban posiciones en la capital, según el relato del periodista Víctor Malley, corresponsal del periódico británico The Financial Times y único testigo de la prensa occidental. Malley aterrizó justamente esa madrugada, a las 4.45 horas, en el aeropuerto de Kuwait; atravesó, según narra, las barrera de inmigración y la aduana con absoluta normalidad. Los «primeros ruidos de guerra» sólo los escuchó media hora más tarde cuando un taxista despreocupado le conducía al hotel Sheraton. El periodista omite en su relato el diálogo - 15 -

sostenido con el taxista cuando percibe las explosiones y vislumbra columnas de humo en el horizonte de las avenidas. Pronto aparecen los primeros uniformados y a menos de un kilómetro del hotel el vehículo es detenido por una barrera de soldados irakíes. Un coche que intentó huir fue tiroteado. El corresponsal británico fue sacado del taxi y conducido a una explanada en el centro de la capital donde se arracimaban ya más de mil personas. A esa hora, el mando militar invasor instalaba su cuartel general precisamente en el hotel Sheraton. Antes de las 5 de la madrugada, dos unidades adicionales de comandos irakíes transportadas en helicópteros y lanchas rápidas de fabricación francesa habían atacado por sorpresa instalaciones y puertos de la zona norte de Kuwait. En los yacimientos de Rumaíla, también al norte, eran capturados los primeros rehenes norteamericanos y británicos, la mayor parte técnicos empleados por las empresas petroleras. A l rededor de las 5, cuando despuntaba el alba y comenzaba a caldearse el aire, los destacamentos de infantería dirigidos por los oficiales de élite de la Guardia Republicana y apoyados por carros de combate neutralizaban con escasas bajas los cuarteles del exiguo ejército kuwaití en Al Jahrah, al oeste de la capital. Los 20.300 soldados nominales del emirato, dotados de 275 carros blindados, no lograron oponer una resistencia organizada a la formidable máquina bélica descargada con técnicas de blitzkrieg por el dictador irakí. En A l Jahrah, no obstante, se libraron los principales y breves combates contra los invasores, como lo atestiguaban aquella mañana del día 2 los restos calcinados de algunos blindados y vehículos irakíes. Otro foco de lucha, fuera de la ciudad, duró algunas horas en Mutla, 22 kilómetros al norte de Al Kuwait, donde algunos testigos extranjeros oyeron duelos de artillería y vieron el derribo de un helicóptero irakí con un cohete disparado desde un caza kuwaití, abatido a su vez por la artillería invasora. La resistencia más tenaz de las fuerzas kuwaitíes tuvo lugar en la costa norte, donde la artillería y las lanchas lanzamisiles lograron hundir e incendiar algunos lanchones de desembarco irakíes y pequeños buques escolta. Cuando a las 6 de la madrugada los 50 tanques que asaltaron el barrio cívico de Al Kuwait hacían retumbar el pavimento de las avenidas, el emirato ya estaba militarmente perdido. El paseo de los blindados irakíes por el desierto culminaría en un sprint final de los 50 carros de combate que enfilaron hacia el barrio costero de los rascacielos y palacios. Más o menos a esa hora, la aviación irakí había bombardeado instalaciones portuarias y, poco después, los alrededores del aeropuerto como medida disuasoria y con el fin de paralizar las respuestas. Entre las 6 y las 7, las calles del núcleo central de Al Kuwait se cu-16-

brieron de humo, a través del cual avanzaron los tanques y vehículos militares con banderas irakíes en manos de soldados sonrientes y victoriosos. En rápidos movimientos, los atacantes rodearon y ocuparon edificios claves: el Banco Nacional, el hotel Sheraton, el Ministerio de Información y las estaciones de radio y televisión, así como otras oficinas gubernamentales, el hotel Hilton. La embajada norteamericana y otras sedes diplomáticas fueron cercadas. Las tropas se desplegaron en las bocacalles en medio de un creciente caos, según narrara la fotógrafa Stephanie McGehee. Parte de la población kuwaití intentó huir hacia el aeropuerto, pero fue detenida y expulsada de sus automóviles, a los que la soldadesca arrancaba los teléfonos portátiles para evitar cualquier comunicación sobre el despliegue. La avanzada urbana de blindados rodeó vertiginosamente el palacio Dasman del emir jeque Jaber Al Ahmad Al Sabah, situado junto a la playa, en la punta del cabo donde se extiende una extraña capital de rascacielos y minaretes opulentos. La radio, recién capturada, comenzaba a emitir mensajes en nombre del fantasmal gobierno revolucionario kuwaití que nunca salió a la luz y proclamaba un toque de queda indefinido. Cadenas leales de radio y televisión, aún sin capturar, llamaban al mismo tiempo a luchar en defensa del emir y pedían ayuda al mundo árabe. Entretanto, un helicóptero evacuaba a toda prisa del palacio Dasman al emir hacia Arabia Saudí. Su hermano, el multimillonario jeque Fahd al Ahmad al Sabah, presidente del comité olímpico kuwaití, fue una de las pocas víctimas ilustres de la principal batalla registrada en la invasión. El duelo de artillería y ametralladoras en el palacio Dasman duró dos horas y en él murieron más de la mitad de las 200 víctimas censadas en las primeras horas de la invasión. Las bolsas de resistencia fueron escasas en algunos puntos de la capital, sin que pudieran constatarse órdenes centralizadas de las fuerzas armadas locales ni movimientos planificados de oposición a la poderosa máquina militar invasora. Pese a ello pudieron oírse diversas explosiones durante casi toda la mañana, mientras los helicópteros irakíes realizaban vuelos rasantes de amedrentamiento. Un puñado de carros blindados avanzó por las calles hacia el sureste para atacar y ocupar el selecto Club Salmya, situado en un saliente de la costa que cierra por el sur la playa que nace junto al palacio Dasman. Hacia el otro costado, al noroeste del barrio cívico, frente al puerto de Al Shuwaij, los irakíes encontraron alguna resistencia. Fue en el cuartel de Shuwaij, cerca de la sede del inútil Consejo de Cooperación del Golfo, el órgano creado por los emires del Pérsico durante la guerra Irán-Irak a fin de prevenir cualquier iniciativa agresora de esos -17-

dos contendientes, a los que miraban con igual desconfianza. Algunos camiones quemados y cuatro cadáveres de soldados irakíes mostraban los efectos de la resistencia dispersa de las fuerzas kuwaitíes, capaces sólo de improvisar algunas emboscadas urbanas y mantener hasta primeras horas de la tarde del día 2 las defensas de algunos cuarteles, que fueron neutralizados rápidamente por los invasores. La ocupación, incluidos aeropuerto, puertos y todos los puntos vitales de la ciudad-estado, fue completada en doce horas. La

ocupación provisional

El día 2, exactamente a las 8 de la mañana, Bagdad proclamaba oficialmente la ocupación «provisional» del emirato, solicitada, decía el comunicado del Consejo de Mando de la Revolución irakí, por un fantasmal gobierno provisional organizado a toda marcha con la concurrencia de nueve kuwaitíes y la dirección de un alto oficial de la Inteligencia militar irakí, según pudo saberse sólo algunos días después. El comunicado de Bagdad acusaba a la familia real kuwaití de «traidores y agentes del sionismo y otros intereses extranjeros» y prometía retirar las tropas «cuando el gobierno provisional nos lo pida». Pronto desaparecieron los kuwaitíes títeres sin conocerse siquiera sus nombres y el famoso gobierno provisional fue sustituido por una administración irakí. Con el inevitable cinismo que requería la ocasión, el Consejo de Mando de la Revolución rendía, con la retórica populista del partido Baas, «homenaje a las masas sinceras que han derribado al régimen traidor de Kuwait implicado en complots sionistas y extranjeros». El texto irakí incluía la primera mentira de los invasores: «Dejaremos a los kuwaitíes la libertad de decidir su suerte y las tropas irakíes se retirarán de aquí a algunos días o semanas, cuando la situación se haya estabilizado y el nuevo gobierno lo pida libremente.» Las emisoras aún leales al emir replicarían con un mensaje redactado en el palacio Dasman en los últimos minutos de combate: «Kuwait es el pueblo de Kuwait, representado por su emir jeque Jaber y el príncipe heredero jeque Saad. Dios los preserve de todo daño.» Técnicamente, la ocupación estaba concluida en la tarde del mismo día 2. El balance de muertos, según datos posteriores, oscilaba en forma imprecisa entre los 200 calculados eri los enfrentamientos del centro de la capital y unos 800 evaluados con alguna exageración por las autoridades kuwaitíes en el exilio. A la madrugada siguiente, viernes 3 y por tanto jornada de fiesta musulmana, el muecín llamaba a los fieles desde - 18 -

el minarete de la mezquita, mientras se formaban algunas colas en las gasolineras y en el supermercado del Centro del Sultán. Las comunicaciones internacionales funcionaron hasta aquella tarde y por la noche fueron desconectados todos los teléfonos que comenzaban con los dígitos 24, correspondientes a despachos gubernamentales y varias embajadas, entre ellas la británica y la norteamericana. La ciudad, salvo disparos muy esporádicos y algunas huellas humeantes del día anterior, estaba desierta y en calma. La retirada inexistente El viernes 3, el día después de la invasión, el presidente norteamericano, George Bush, alarmado por los datos recogidos por los satélites militares, advertía dura y directamente a Sadam Husein que estaba dispuesto a replicar con toda la fuerza si Arabia Saudi era invadida: «El statu quo es inaceptable y una expansión suplementaria serta aún más inaceptable.» Una invasión de Arabia Saudi, pondría en peligro «intereses vitales de los Estados Unidos». Mientras un tercer portaaviones, el Independence, se dirigía hacia el Golfo Pérsico, los países árabes, respaldados por la condena firmada inusitadamente por E E U U y la URSS, rompían su silencio del día anterior, y se sumaban con energía al unánime repudio mundial. La Liga Árabe y el hasta entonces mudo Consejo de Cooperación del Golfo «deploraban» y «condenaban» la «salvaje agresión» contra Kuwait y exigían la retirada inmediata de los invasores. Durante varias horas, el silencio fue hermético en Bagdad. Sadam Husein desapareció de las pantallas de televisión para dar paso al busto parlante que le serviría durante varios días de portavoz anónimo y bien compuesto bajo su retrato de Big Brother. En los cerrados círculos de la dictadura irakí hubo debates tensos durante toda una tarde en la que reinó la discreción, los reparos mudos y el temor. La respuesta irakí a la abierta amenaza de Washington y a la unánime condena internacional sólo fue emitida a medianoche, casi en la madrugada del sábado, en un comunicado del Consejo de Mando de la Revolución que anunciaba la existencia de un plan de retirada que comenzaría a aplicarse el siguiente domingo, día 5, siempre que «no exista ninguna amenaza contra Irak o el emirato». A pesar del tardío comunicado nocturno del Consejo de Mando de la Revolución sobre la inminente retirada en los próximos días, en realidad las tropas irakíes se desplegaban aquel viernes, día 3, a toda velocidad hacia la frontera con Arabia Saudí. Sus desplazamientos eran vi-19-

gilados celosamente por los satélites norteamericanos de la NSA, la ultrasecreta National Security Agency norteamericana que controla los datos procedentes de los sistemas de escucha y visualización electrónicos. Aquella tarde, los soldados irakíes se habían desplazado hacia el sur del emirato en varias columnas, tras haber asegurado el control de la capital. Una de ellas, apoyada por un fuego graneado de artillería, ocuparía a media mañana, en medio del humo y de algunos incendios, el importante puerto de Al Ahmadi, principal nudo de comunicaciones marítimas y petrolíferas de Kuwait. Otro grupo de ataque consolidaba entre tanto la ocupación del puerto de Al Shubaij, al oeste de la capital, donde ya habían operado el día anterior algunos comandos especiales que neutralizaron a la guarnición militar situada en ese suburbio. La progresión hacia el sur de otros destacamentos llegaba aquella mañana, según los datos que obraban en manos de la CIA y de la Inteligencia militar norteamericana, hasta puntos situados apenas a 7 u 8 kilómetros de la frontera saudí, dentro de la zona neutral que separa en un segmento los límites de ambos países. La amenaza de la invasión de Arabia Saudí provocó un tenso fin de semana en todo el mundo. Varias alas del Pentágono permanecieron con las luces encendidas las tres noches del viernes, sábado y domingo, mientras se veían los aparcamientos vecinos a todos los edificios vinculados con las agencias de seguridad repletos de automóviles pese a las vacaciones de verano. El Gobierno irakí, a través de mensajes televisados, de emisiones de Radio Bagdad y de escuetos despachos de la agencia INA, mantendría el sábado, día 4, la mascarada de la retirada. Las informaciones oficiales apuntaron aquel sábado que unidades de un «ejército popular kuwaití», integrado por «kuwaitíes, irakíes y nacionalistas árabes» reemplazaría a las unidades del ejército profesional irakí. La propaganda oficial se ufanaba de que 140.515 «voluntarios» se habían inscrito en una sola mañana en las oficinas militares de Bagdad. La retirada, insistía el busto parlante de la televisión irakí, comenzaría el domingo, como se había anunciado. Era la segunda gran mentira de la invasión. De hecho, el domingo 5, las fuerzas «retiradas» permanecían aún peligrosamente cerca de la frontera saudí y la alerta internacional seguía al rojo. La televisión de Bagdad, sin embargo, transmitía imágenes de un falso regreso de tropas irakíes, montado con viejas imágenes de la llegada de soldados y tanques a Basora en tiempos de la guerra con Irán y en maniobras realizadas semanas antes. El presidente Bush, en una nueva advertencia, acusaba al Gobierno irakí de «mentiroso», apoyándose en los datos alarmantes que le proporcionaban los satélites de ob-22-

servación. El régimen de Bagdad aguantó el tipo y la agencia INA avaló las imágenes de la televisión con la impertérrita aseveración de que «la retirada se cumple según el calendario establecido». Un viceprimer ministro, Tasa Rahin Ramadan, lo certificó personalmente ante las cámaras de televisión ratificando sin arrugar ni una ceja que Bagdad mantenía su promesa de que la ocupación de Kuwait duraría sólo «días o semanas». Fuentes israelíes no contrastadas atribuyeron confidencialmente esta mascarada de repliegue a las presiones que ejerció sobre el Gobierno irakí la embajada soviética, un inusitado correo mediador entre Washington y Bagdad desde el primer momento del estallido de la crisis. Lo cierto es que ya al mediodía del 2 de agosto, cuando Al Kuwait estaba bajo absoluto control, una primera unidad irakí de élite, integrada por 600 hombres y decenas de vehículos de artillería motorizada y blindados, se había acercado a gran velocidad a menos de un kilómetro de la frontera saudí en espera de instrucciones y de la eventual llegada de un cuerpo de ejército. Algunas tropas penetraron el viernes 3 en la zona neutral en forma de rombo instalada entre Arabia Saudí y Kuwait por un antiguo conflicto fronterizo, y se mantuvieron en el área durante el sábado 4. Entre la tarde del sábado y la mañana del domingo, las avanzadillas irakíes se replegaron lentamente a raíz de un mensaje cifrado enviado desde el estado mayor del Ejército en Bagdad. Las amenazas de Estados Unidos se habían concretado el sábado con el anuncio de enviar y poner en acción aviones F-l 17 Stealth y superbombarderos B-52-1 en caso de un ataque irakí a Arabia Saudí. A esas horas, los militares irakíes habían sido informados por sus colegas soviéticos destacados en Bagdad que Moscú no movería un dedo en auxilio de Sadam Husein si la invasión de Arabia Saudí desencadenaba un masivo ataque aéreo norteamericano. La invasión de Arabia Saudí fue paralizada. El primer error estratégico Tom Clancy, el popular novelista experto en cuestiones estratégicas, comentaría entonces, en un irónico y lúcido análisis, que fue en ese momento cuando Sadam Husein cometió un error decisivo que hará fracasar tarde o temprano su estrategia. Según la opinión «técnica» de Clancy, naturalmente nada sospechoso de simpatizar con el dictador irakí, Sadam vaciló y tuvo ese minuto de miedo que hace perder muchas veces las campañas de grandes militares. «Qué distinta sería su fuerza de negociación, razona Clancy, si el avance irakí hubiera atravesado por sorpresa la frontera saudí.» Parafraseando su razonamiento, el león de -23-

Bagdad se hubiera presentado como tal ante el mundo para decir sí, ahora hablemos, tengo bajo mi control más de la mitad de las reservas de petróleo del planeta y éstas corren serio peligro si ustedes deciden provocarme con algún gesto equivocado. La reacción internacional que desencadenó la invasión de Kuwait fue probablemente el factor que obligó a Sadam a sufrir ese minuto de vacilación que hizo fracasar su audaz estrategia. El viernes 3, Sadam pudo constatar que estaba absolutamente solo en esa batalla, salvo Yemen y Sudán, y que un posible y determinante aliado pasivo como la Unión Soviética había dado el increíble paso de firmar un comunicado conjunto, por primera vez en la historia, con Estados Unidos para condenarlo. La actividad fue frenética en la embajada soviética en Bagdad entre la mañana del día 2 de agosto y la tarde del sábado 4. Los pasos exactos del embajador soviético en Bagdad no han podido reconstruirse, aunque sí se sabe que pudo, por vías militares y políticas, hacer llegar al entorno del presidente irakí el mensaje inequívoco de que la URSS no apoyaría su aventura. El gobierno títere La dramática vacilación en torno a la invasión de Arabia Saudí tuvo su contrapartida paralela en el fracaso político que escondió la imposibilidad de formar desde el primer momento de la ocupación de Kuwait un gobierno fantoche que encubriera formalmente la agresión y, sobre todo, con capacidad jurídica reconocida de girar los apetitosos fondos kuwaitíes invertidos en el exterior. La aparición de una nueva administración se demoró más de 48 horas y sólo el sábado, día 4, pudo anunciarse la constitución nominal del llamado Gobierno provisional de Kuwait Libre. El nuevo primer ministro o administrador, responsable además de la defensa y de la seguridad interior, era naturalmente un irakí mal disfrazado de kuwaití, el coronel de Inteligencia Ala Husein Alí, de religión chií y según algunas fuentes sobrino político de Sadam Husein y emisario en el pasado en varias operaciones delicadas. Según los servicios israelíes, su verdadero nombre sería Ala Edin Husein Maki Hamach, y fue reclutado en el entorno directo del rais irakí cuando se destacó en misiones especiales durante la guerra con Irán. Algunos informes, también israelíes, señalaron que el coronel era yerno de Sadam. Husein Alí encabezó, con casi tres días de retraso, un gobierno de ocupación con otros ocho militares, de quienes sólo se conoció el nom-24-

bre y una también confusa nacionalidad kuwaití que no lograba esconder los orígenes irakíes. El grupo estaba formado por el teniente coronel Walid Saud Mohamed Abdallah, nombrado ministro de Exteriores; el capitán Fuad Husein Ahmed, Petróleo y Finanzas; capitán Fadel Haidar El Wafiki, Información y Comunicaciones; capitán Saad El Hadab, Salud y Vivienda; teniente coronel Husein el Chimari, Trabajo y Bienestar Social; capitán Nasser Mansur el Mandil, Educación; capitán Abdel Majid Hassa, Justicia y Asuntos Islámicos; capitán Yakub Mahmud, ministro del Plan, Comercio y Electricidad. La primera medida del gobierno fantasma, el mismo sábado, consistió en revestir la mascarada de la falsa retirada irakí con la referida formación del supuesto «ejército popular kuwaití» formado por palestinos, irakíes y árabes de otras nacionalidades. La población kuwaití, que comenzó ese sábado a perder el miedo y salir a la calle, pudo ver desfilar por las modernas avenidas de A l Kuwait a los voluntarios vestidos con uniformes de la milicia irakí, provistos de fusiles de asalto Kalachnnikov AK-47y en su mayoría calzados con sandalias. Los testimonios de refugiados llegados después a Jordania retrataban a estos nacionalistas como depredadores de tiendas, joyerías, automóviles. A su llegada a Kuwait fueron ellos quienes disuadieron con disparos de sus AK a las mujeres que comenzaban a organizar campañas de protestas callejeras contra la invasión. Hay testimonios directos sobre algunas mujeres muertas en la calle por estos voluntarios. A ellos debían sumarse los 140.515 «voluntarios» de Bagdad que anunciaba la agencia INA, mientras el hierático portavoz de Sadam Husein informaba que el líder había ordenado al Ejército formar 11 nuevas divisiones para encuadrar a reservistas y voluntarios. Misterio

político

El gobierno fantasma de los ocho desconocidos, de nacionalidad imprecisa y algunos de religión chií, fue dado a conocer el 4 de agosto. El retraso se debió al fracaso del plan irakí de reclutar a figuras de la oposición kuwaití que habían sufrido la represión de los emires al protestar en junio pasado contra las dudosas elecciones para el Consejo Nacional provisional montadas por el jeque Jaber. El emir, fuertemente criticado por los políticos procedentes de la emergente y rica clase media kuwaití, había disuelto cuatro años antes un Parlamento relativamente democrático donde crecía una corriente partidaria de instaurar una monarquía parlamentaria más parecida a los sistemas democráticos - 25 -

de Europa occidental. El portavoz de esta corriente, transformada tras la disolución del Parlamento en una abierta oposición, era en junio pasado Mohamed Kadiri, quien fue encarcelado con otros dirigentes del Movimiento Constitucional por reclamar la reinstauración de la Asamblea Nacional. La frustrada operación de maquillaje con la que Sadam intentó legitimar la invasión constituyó el primer chasco político de su estrategia y, lo que fue más grave, el primer desastre económico de la operación. El líder irakí había contado anteriormente con simpatías entre algunos sectores de la oposición kuwaití expulsados de la anterior Asamblea popular del emirato. Los nombres de algunos opositores, barajados calculadamente en los mentideros informativos de Bagdad el mismo día de la invasión, desaparecieron silenciosamente y algunos incluso misteriosamente. Fue el caso de Ahmed Saadun, expresidente de la Asamblea kuwaití y la única figura de importancia en la política del emirato que era valorada con respeto en los ambientes nacionalistas árabes. Saadun desapareció de Kuwait cuando el emir comenzó a encarcelar a los disidentes que intentaron boicotear sus presumiblemente amañadas elecciones. Algunos medios de prensa árabes lo situaron entonces en Bagdad, desde donde efectivamente llamó, en mayo, a desenmascarar el supuesto fraude electoral en marcha y a boicotear los comicios. Desde junio no se supo nunca más nada de su paradero y fuentes británicas aseguraron que había sido asesinado, sin precisar por quién. Ahmed Saadun es hoy una persona desaparecida sobre la cual se han tejido diversos rumores. El más frecuente en los países del Golfo es acusar a los servicios secretos israelíes de su presumible asesinato. Sin embargo, la desaparición de otros exdiputados de la oposición kuwaití también refugiados en Bagdad permite alentar otras hipótesis. Un extraño misterio se produjo en esa invasión preparada en forma tan minuciosa en el aspecto militar pero tan improvisada en el terreno político. La desaparición de Saadun pudo servir tanto para evitar que Sadam construyera un gobierno títere convincente como, al contrario, para impedir que las figuras más prestigiosas de la oposición kuwaití condenaran públicamente la invasión. El hecho fue que Bagdad no dispuso, como los soviéticos en la invasión de Afganistán de 1989, de un gobierno provisional que lo llamase en nombre de las masas kuwaitíes. «En vez de propiciar un golpe de estado antes de la invasión, Sadam ha escogido el camino erróneo», comentaría el embajador norteamericano ante la O N U , Thomas Pickering. Aunque no realizado, el argumento estaba concebido: esas masas debían pedir auxilio a Bagdad para defenderse de la «conspiración sionista y extranjera» -26-

alimentada por el régimen «corrupto» de un emir que «ha amasado fortunas colosales». Éstas eran las frases textuales de un comunicado que obró en manos de la agencia I N A durante varias horas, pero que no llegó nunca a distribuirse porque el gobierno provisional inicial jamás existió. Los nombres de los supuestos disidentes fueron emitidos una vez por la radio utilizada en las primeras horas por los invasores, pero se evaporaron al igual que sus dueños. Según el exiliado ministro kuwaití de Exteriores, jeque Nasser al Ahmed, los disidentes con que intentaba contar Sadam Husein para montar el gobierno títere fueron asesinados el mismo día de la invasión. Su fuente, aclara el ministro, son los servicios de información occidentales. De hecho, la oposición kuwaití, pese a su razonable irritación con el emir Jaber, aceptó más tarde, en octubre, participar en la Asamblea popular en el exilio que presidió el jeque en Yeda, Arabia Saudí, y en la que emitió generosas promesas de democracia. Resistencia Tras el miedo de los primeros días, surgieron en las calles de Al Kuwait algunos focos móviles de protestas y de resistencia, alimentados por emisiones de radio realizadas desde puntos secretos en nombre del príncipe heredero Saad y con proclamas poco realistas como «nuestro ejército patriótico lucha por contener la invasión». Algunos civiles intentarían el día 4 organizar campañas de resistencia en el barrio de Keifa. El domingo 5, una marcha de 150 mujeres desfilaron por la calles mientras aparecían en las paredes pancartas antiirakíes y efigies del emir Jaber orlado con los cuatro colores de la bandera kuwaití: negro, rojo, blanco y verde. Los rumores falsos circulaban como es frecuente en tales ocasiones, incluyendo inexistentes bombardeos a Bagdad e ilusos contraataques de ejércitos árabes que ni siquiera el Consejo de Cooperación del Golfo tuvo la intención de concebir. El día 6 se impone el toque de queda desde las 7 de la tarde a las 7 de la mañana. Al día siguiente, Sadam Husein desafía a la fuerte presión internacional con el anuncio de una anexión total e irreversible del emirato de Kuwait. Esa noche, del 8 al 9 de agosto, se escuchó por primera vez en la ciudad ocupada un clamor masivo de protesta. Los kuwaitíes treparon a sus tejados, balcones y azoteas y desde allí corearon en medio de la fría y clara noche la salmodia rítmica y en crescendo de Allah uk Aghar (Alá es grande), el grito sagrado de todas las causas en el Islam.

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La

anexión

Una semana después de la invasión, el jueves 9 de agosto, las tropas irakíes se desplegaban consolidando posiciones defensivas dentro de Kuwait, tanto en la capital como en los nudos estratégicos del emirato. La opción saudí estaba definitivamente desechada, al tiempo que la condena internacional se concretaba en decisiones económicas, diplomáticas y militares. Los factores que empujaron a Sadam a establecer estas líneas serán analizados más adelante y constituyen una de las tramas más fascinantes y complejas que han rodeado el conflicto. Los hechos desnudos sólo mostraron aquellos días que Sadam Husein no tenía intención alguna de retirarse de Kuwait. Una vez cometido el error estratégico que apunta Clancy, de no invadir Arabia Saudí, su agresión al emirato se convirtió en un objetivo en sí mismo. Paradójicamente, en el momento en que el dictador era mostrado como un feroz Hitler del Pérsico, en realidad estaba retrocediendo en su esquema inicial de agresión y expansión. Los informes que esos días elaboraron los servicios de Inteligencia israelíes y fuentes británicas mostraban indicios contrastados sobre planes irakíes más ambiciosos, que hubieron de constreñirse a la ocupación y virtual anexión de Kuwait. Las presiones soviéticas y los consejos desesperados del rey Husein de Jordania, como veremos más adelante, una víctima clave de todo el conflicto, sólo pudieron detener el avance de Sadam hacia Arabia Saudí, que irónicamente constituía su mejor baza futura. La anexión de Kuwait fue sin embargo un objetivo que desde un principio estuvo en los planes del alto mando irakí, como parte de un plan más amplio que explicaremos en otras páginas. Tras unas semanas de desafíos, chantaje de rehenes y clamor internacional contra Irak, Sadam Husein comenzó a destapar jurídicamente su intención de convertir la invasión en una anexión total e irreversible, como lo adelantara el breve comunicado del 8 de agosto. El decreto de anexión fue firmado por el dictador irakí el día 28 de agosto. En virtud de esta disposición, el emirato era dividido en dos zonas, creando con una de ellas, la más extensa pero de menor valor estratégico, la 19 provincia de la República de Irak, bautizada con el nombre de Sadam Husein. En esta nueva gobernación se incluía la ciudad, Al Kuwait, y las regiones de Kazima (norte), Jahrah (oeste) y Nida, nuevo nombre de la zona industrial y portuaria de Al Ahmadi, el estratégico suburbio sur de la capital. La segunda zona cubría la mayor parte del noreste del emirato, transformada en un nuevo distrito o región de la provincia irakí de Ba- 28 -

sora. Esta zona, doblemente anexionada, se transformó, en virtud del decreto, en la nueva región de Sadamía, homenaje muy propio al moderno conquistador del Golfo. Este territorio anexionado a Basora, como lo estuviera en los tiempos del imperio otomano, abarcaba la región de Al Mitla, importante fuente de agua, y el sector de Al Abdali, al norte del emirato y vecino a las instalaciones petrolíferas de Rumaíla. La partición incluía una proyección estratégica que no escapó entonces a los analistas militares y diplomáticos. Con una habilidad que ha demostrado que la megalomanía no va siempre acompañada con la estupidez, Sadam creó precavidamente una división de opciones para que un acoso o una derrota militar le dejara bazas para regatear en una negociación futura. La 19 provincia bien podría «perderse» tras un fracaso militar que no fuese realmente una derrota política. El segmento del norte, la región de Sadamía integrada a Basora, bien podría servir como moneda de cambio para salvar el honor del dictador irakí ante su nación y ante otros estados árabes hoy enemigos pero mañana posibles negociadores comprensivos y pragmáticos. La zona norte, Sadamía, incluye precisamente aquellos puntos que desencadenaron puntualmente la crisis entre Bagdad y los emires: las islas kuwaitíes Bubiyán y Warba, que taponan la salida al mar; zonas petroleras que bloquearían, según Sadam, la explotación adecuada en los yacimientos del sur de Irak; y el enclave acuífero de Al Mitla, cerca de Chat el Arab, la vía de agua que provocó la guerra de ocho años con Irán y que Sadam se apresuró a devolver a Teherán tras la invasión de Kuwait a fin de asegurarse una retaguardia tranquila en la frontera irano-irakí. La sadamización, derecho del conquistador en las viejas costumbres bárbaras de la historia, fue reflejada en el nombre de la región ya mencionada de Al Mitla, rebautizada Sadamía, y pozos y refinerías: Al Nida por Al Ahmadi; la refinería Mina Abdallah se convirtió en refinería Sadam. Con el transcurso de las semanas aparecieron retratos del dictador en las paredes de los modernos rascacielos de acero y cristal. En Irak, en Jordania y en los territorios palestinos ocupados por Israel, el nombre de Sadam Husein fue impuesto a nuevos recién nacidos, un reflejo involuntario de los mecanismos sociológicos que ha despertado el mensaje panárabe del dictador irakí entre las masas árabes más desfavorecidas. Los pasos técnicos de la anexión del emirato fueron desgranándose a lo largo de los dos primeros meses de la ocupación, al mismo ritmo que se desarrollaba el saqueo oficial y el más espontáneo de la soldadesca. El 7 de agosto se imponía la unión monetaria. El diñar kuwaití, una moneda admitida en los circuitos internacionales de cambio de divisas con una equivalencia de 3,43 dólares, era equiparado con el diñar -29-

irakí, moneda no convertible por no disponer del reconocimiento del índice de Derechos de Tiradas Especiales del FMI y valorada en el zoco de Bagdad a menos de 25 centavos de dólar.

El ladrón de Bagdad El golpe de mano sobre Kuwait fue llamado en su momento por algún columnista como el «robo del siglo», y su autor bautizado como el «ladrón de Bagdad» por el influyente vespertino francés Le Monde y el diario The Wall Street Journal, órgano de la élite financiera de Nueva York. Esa «pequeña fortaleza» —significado de la palabra Kuwait en árabe— representaba el primer banco del mundo, con cerca de 100.000 millones de dólares colocados en plazas financieras del exterior y una reserva para inversiones futuras estimada en unos 40.000 millones de dólares. El rápido bloqueo internacional y la congelación inmediata de los bienes kuwaitíes decretada por E E U U y los países europeos, incluyendo Suiza, paralizaron la mayor y más audaz acción de piratería que haya cometido un país en los tiempos modernos. Sólo en Nueva York, las finanzas kuwaitíes, inteligentemente estructuradas por el emir Jaber en un aparato estatal concebido como una potente gestora financiera en torno a un pequeño aparato estatal, controlaban de un 3 % a un 4 % de los bienes de las firmas instaladas en Wall Street. Sus inversiones en Europa, coordinadas por la sede en Londres de la Kuwait Investment Office (KIO), se incrustaban en los corazones de la industria y las finanzas: 25 % de la firma química alemana Hoescht; 17 % de Daimler-Benz; 15 % de la sociedad metalúrgica alemana Metalgesellschaft; 9 % de la British Petroleum; participación en la FIAT, en los bancos británicos Royal Bank of Scotland y Midland Bank, en las sociedades francesas Paribas y Suez; compra en España del grupo Ebro e inversiones en el consorcio papelero Torras; inversiones inmobiliarias en toda Europa y en Estados Unidos. Esta parte del botín, de la que se mencionan sólo algunos ejemplos, fue arrebatada de las manos de Sadam Husein con las rápidas medidas de congelación de fondos kuwaitíes decretadas en E E U U y Europa occidental. Este tesoro habría bastado para que Irak limpiara su deuda exterior de 70.000 millones de dólares, acumulada durante los ocho años de guerra con Irán, o equilibrara sus diez años de déficit, provocado tanto por las compras de armas como por las exigencias de importación de alimentos para una población de 17 millones de habitantes. Tanto la -30-

congelación de fondos como la carencia de un gobierno kuwaití títere, con un reconocimiento internacional mínimo, infligieron al «ladrón de Bagdad» un castigo tan terrible como la amputación de una mano, la pena fijada por el Corán a los culpables de robo. La otra mano disponible sólo pudo destinarse a la rapiña inmediata. Los invasores trabajaron durante varios días después de la ocupación en las bóvedas del National Bank of Kuwait para evitar, como sibilinamente amenazaban desde el exilio los familiares del emir, que una explosión provocase el hundimiento de las bodegas acorazadas en el subsuelo marítimo situado bajo el terraplén donde se levanta Al Kuwait. Sadam Husein, según los expertos, pudo en todo caso apoderarse de 2.300 millones de dólares depositados en divisas en el Banco Central de Kuwait y de 2,5 millones de onzas de oro, evaluadas aproximadamente en casi 1.000 millones de dólares. Esta cantidad convertía en inocuo un botín con el que el ladrón de Bagdad pensaba cubrir su endeudamiento de 70.000 millones de dólares. En realidad, el mismo día de la invasión, expertos económicos de Estados Unidos calculaban que Kuwait disponía de una reserva bastante mayor en su Banco Central, situándola entre divisas y oro en unos 70.000 a 100.000 millones de dólares. En las semanas siguientes, todas las fuentes occidentales coincidieron en rebajar el botín a los 3.200 millones calculados más arriba. Las cifras esconden un misterio difícil de dilucidar, ya que los datos del botín fueron pronto clasificados como material confidencial tanto por los poderes financieros como por las jefaturas militares occidentales, que los absorbieron como elementos de la estrategia informativa de la guerra. La cantidad, en todo caso, puede ser bastante superior a esos 3.200 millones, sumando las reservas de otros bancos, pero quizá menor a los primeros cálculos que minusvaloraban los depósitos en el exterior de un emirato que era considerado por su astuta gestión financiera como el verdadero banco del Pérsico. Al tesoro en metálico ha de sumarse el fruto del saqueo sistemático de compañías importadoras, almacenes y bodegas distribuidoras de productos de todo tipo, desde alimentos importados hasta artículos de lujo, que días después podían verse en las desiertas tiendas del centro de Bagdad, según relata Pablo Herrera. Esta morralla menor de carácter comercial tiene no obstante una importancia política no desdeñable en una dictadura basada en un hermético círculo de lealtades y distribución de prebendas. Todo el aparato comercial kuwaití ha sido sometido a un cuidadoso desmantelamiento y traslado, que ha facilitado la construcción de nuevas fortunas en el círculo íntimo de Sadam además de asegurar algunos canales de import-export con países proveedo- 31 -

res de alimentos como India, Bangladesh y Pakistán, y con Irán, cuyos circuitos de pequeño comercio no se cancelaron ni siquiera durante la guerra de los ocho años. Todos estos países, aunque formalmente obedientes con las disposiciones del embargo de la O N U , las han interpretado laxamente, dejando fuera de toda discusión las entregas de alimentos y medicinas. La segunda parte del botín es más concreta aunque quede sujeta a los efectos del embargo: es el petróleo. A los 3,3 millones de barriles diarios propios (un barril equivale a 158,98 litros), Irak ha podido teóricamente sumar 1,5 millones extraídos diariamente de Kuwait. Las reservas petroleras se han doblado, pasando de 100.000 a 200.000 millones de barriles, cantidad sólo superada por Arabia Saudí. Siempre en teoría, Sadam Husein ha pasado a controlar el 20 % de la producción de petróleo de los países de la OPEP. Su efecto práctico, en las condiciones del bloqueo, es no obstante relativo, aunque no se descarte operaciones cuidadosamente clandestinas, que tendrían que realizarse a través de Irán y que permitirían a Sadam convertir en botín efectivo su nuevo tesoro de crudo. Hasta ahora, Teherán lo ha desmentido rotundamente. La otra parte del tesoro capturado quedó en manos del Ejército y se tradujo en aviones, misiles y armamento sofisticado de fabricación americana, que pasó en bloque a las fuerzas invasoras. Aunque reducido, el pequeño ejército kuwaití proporcionó al invasor una apreciada caverna de tesoros tecnológicos. El más apreciado fue sin duda un gigantesco depósito con casi un millar de misiles Exocet. E l material incautado suma 42 aviones Mirage-1 de defensa aérea; 12 helicópteros Gazelle equipados con misiles HOT; 16 helicópteros de combate Puma, armados con Exocet, todos ellos de procedencia francesa. Deben añadirse 27 aviones de ataque americanos Skyhawk; 8 patrulleras lanzamisiles Lürssen, fabricadas en la RFA; 40 tanques franceses AMX con cañones de 155 mm; y 275 carros de combate de origen británico Vickers, Centurión y Cbieftain. El botín de artillería y misilística tampoco es desdeñable: una docena de lanzamisiles tierra-tierra FROG-7, de procedencia soviética; 200 plataformas de lanzamiento de misiles Vigilant, británicos; 40 morteros franceses Brandt, de 120 mm y 20 plataformas de lanzamiento de misiles HOT, también de fabricación francesa. Los soldados, por su parte, se ocuparon en forma concienzuda de asegurar su individual botín de guerra en los saqueos a casas particulares y negocios. El botín final de la invasión quedará en puntos suspensivos hasta el desenlace del conflicto. Si la anexión perdurase y fuera consolidada, algo improbable dados los aires de guerra que ya volvieron a soplar tras las elecciones norteamericanas del 6 de noviembre, Irak habría conquis-32-

tado 200 kilómetros de litoral para añadir a sus exiguos 29 kilómetros de costa bloqueada entre el estuario fangoso de Chat el Arab y la isla kuwaití de Bubiyán. A esta inversión inmobiliaria se agregarían las rentas producidas por los 1,5 millones de barriles diarios de Kuwait y, luego, un largo litigio para desbloquear cuentas en todas las capitales financieras del mundo. La guerra económica que motivó en último término la invasión se transformaría en una desgastante guerra jurídica que difícilmente podría ganar el ladrón de Bagdad.

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«CORREGIR LA HISTORIA COLONIAL» Viejos conflictos Como todos los grandes dictadores mesiánicos, Sadam Husein ha buscado en la Historia, así con mayúscula, las justificaciones de su rapiña y el argumento de su ambición. El ámbito se lo permite. Cuna de civilizaciones, la vieja Mesopotamia, centro del mundo antiguo, enciende sueños de grandeza. En una calle de Bagdad puede verse un cartel donde el rais da la mano a Nabucodònosor, el poderoso rey que humilló a los judíos y los condujo, como primeros rehenes de la antigüedad, a la opulenta Babilonia. Es la historia la que justifica su golpe de mano sobre Kuwait. ¿Acaso el emirato no formaba parte del califato de Bagdad en el esplendor de la dinastía abasida? ¿Acaso no estaba integrado en la provincia de Basora durante la larga dominación del imperio otomano? Lo que hemos hecho, diría en uno de sus primeros discursos tras la invasión del 2 de agosto, es «corregir una vergüenza de la historia colonial». Oriente Medio, esa ficción geográfica creada por un periodista norteamericano, es todo él fruto de una historia de intrigas y particiones coloniales. Ninguno de los actuales países obedece a reglas históricas incontestables. Cada uno de ellos, distribuidos según las conveniencias, negociaciones, cálculos e intrigas de los imperios coloniales francés y británico, fue fruto de los azares políticos provocados por la Primera Guerra Mundial con la derrota turca y la caída del imperio otomano. La repartición del territorio, a cuerda y compás, tuvo más en cuenta la utilidad de cada potencia colonial y las rivalidades de las tribus y los pueblos que las raíces históricas de las posibles naciones. Con Kuwait, sin embargo, el pretendido sucesor de Saladino, el califa guerrero que ex-35-

pulsó a los cristianos de Jerusalén, cometía un grave error. La historia, en el Irak de Sadam, puede ser amañada. Cuna de la civilización sumeria, 4.000 años a. de C, en el curso de su historia las tierras del actual Irak fueron sucesivamente sede de grandes culturas como la de Acad, Babilonia, Asiría o Caldea. El extremo oriental de la Fértil Media Luna, la tierra entre ríos, la Mesopotamia regada por el Tigris y el Eufrates, hoy centro del conflicto, fue siempre una tierra codiciada. Fue ocupada sucesivamente por hititas, griegos, persas, romanos o bizantinos que dejaron allí sus huellas. En el siglo vii, la conquista por los árabes cambió el destino de la zona. El enorme imperio que se extendía desde el norte de África hasta el norte de la India se unificó bajo el Islam, como religión, y el árabe, como idioma. Un libro, el Corán, unificó la lengua, la religión y las leyes en tan extensa zona. Un siglo después, con el cambio de dinastía, se inauguró el imperio abasida, al trasladarse el centro del poder desde Damasco a la nueva capital de este vasto imperio: Bagdad, la ciudad construida a orillas del Tigris, capital de la cultura, el arte, las ciencias y el saber. Desde tiempos de la dominación griega, el Mediterráneo no había vivido un florecimiento cultural y político de tal magnitud. El problema fue mantener unido un imperio que abarcaba tantas tierras. El desmembramiento comenzó con la separación de las provincias del norte de África y siguió con la independencia de toda la región del norte y el este de Persia. La invasión de las tribus bárbaras y la conquista de Gengis Khan en el siglo xiii acabó con los últimos restos del que fuera esplendoroso califato de Bagdad. Tras un tenebroso período de gran inestabilidad, la ocupación de los turcos otomanos en el siglo xvi permitió un respiro a los pueblos del área con la reorganización económica mediante la reconstrucción de los canales de riego y ampliación de las áreas de cultivo. La Península Arábiga, también bajo influencia otomana, conservó, sin embargo, cierta autonomía. El prestigio religioso de los descendientes de Mahoma permitió mantener un relativo poder en el área costera del mar Rojo, en los lugares santos de La Meca y Medina. En el centro de la Península Arábiga, con Riad como capital, la familia Saud se rebeló contra la dominación turca y creó el emirato de Nayd a finales del siglo xviii. Pero una revuelta palaciega apoyada por los turcos obligó al clan Saud a refugiarse temporalmente en Kuwait. Este pequeño emirato, Kuwait, también ha sido siempre algo especial en el curso de la historia. La «pequeña fortaleza» era famosa en la an- 36 -

tigüedad y hasta principios del presente siglo por sus pescadores de perlas, principal fuente de riqueza junto al activo comercio que ejercía desde hacía 2.000 años. Con la caída del califato de Bagdad y las invasiones bárbaras, los clanes beduinos de Kuwait se cohesionaron hasta llegar a ser verdaderamente independientes, aún bajo la dominación otomana. Tanto es así que en 1756 las tribus de Kuwait decidieron elegir su jeque para que les representase en las esporádicas negociaciones que tenían con los turcos, la potencia imperial. El jeque designado fue Abdul Rahim al Sabah, quien inauguró la dinastía reinante hasta nuestros días en Kuwait por medio del jeque Jaber al Ahmed al Sabah, hoy exiliado en Arabia Saudí a causa de la invasión irakí. El desmembramiento del Imperio otomano y los intereses coloniales derivados de la Primera Guerra Mundial cambiaron el panorama de toda la región. Las potencias coloniales fronterizas del Imperio otomano eran Gran Bretaña, que perseguía afianzar una ruta segura hacia las Indias, ocupar Egipto, Sudán y territorios en Somalia y Aden que le asegurasen la salida del mar Rojo hacia el océano índico; Francia, con gran influencia en el norte de África, control sobre el canal de Suez y un enclave vital en Yibuti, a la salida del mar Rojo; e Italia, cuya zona de influencia se extiende por territorio de Libia, Somalia, Eritrea y Abisinia. En 1914 estalla la Primera Guerra Mundial. Entre otros, hay que destacar aquí tres factores que influyeron en el inicio de la conflagración y que afectan específicamente al futuro de los países que hoy se hallan inmersos en la crisis del Golfo: la carrera de armamentos en que se enzarzaron las potencias de la época en el período anterior a la guerra; las diferencias coloniales a causa de las ambiciones colonialistas que enfrentaban a Alemania con Francia y a Alemania con Gran Bretaña, con quien disputaba además el dominio del mar; y la rivalidad económica por el pujante capitalismo que se desarrollaba en Gran Bretaña y Alemania, obligando a la búsqueda de nuevos mercados. En 1916 Francia y Gran Bretaña firman los Acuerdos Sykes-Picot, primero secretos y después validados por la Sociedad de Naciones, por los que se reparten la Turquía asiática. Mediante este pacto, Londres se asegura el control sobre Palestina e Irak y Francia sobre Siria y Líbano. Los acuerdos contradecían las promesas inglesas a los judíos que deseaban la formación de un Estado judío, y a los árabes que luchaban en diversos frentes junto a los ingleses a cambio de concesiones políticas y territoriales tras la caída del Imperio otomano.

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Promesas rotas El Tratado de Paz de Sévres, firmado en 1920 por los aliados vencedores y Turquía, consagra el fin del Imperio otomano. Ahora tocaba a franceses y británicos resolver sus compromisos. Londres había establecido alianzas con los jefes árabes para obtener su ayuda contra los turcos, pero ahora no podía cumplir sus promesas. Gran Bretaña había prometido al jerife de La Meca, Husein, emir de Hiyaz, que a cambio de su apoyo contra los turcos su reino se extendería después de la guerra desde la Península Arábiga hasta Jerusalén, incluida Palestina, Jordania e Irak, formando todo el conjunto la Gran Arabia con capital en La Meca. Pero Londres también había prometido a Saud, emir de Niyaz (Riad) que igualmente había luchado contra los turcos, que mantendría íntegros sus territorios dentro de la Península Arábiga. Entre tanto, Faisal, hijo del jerife Husein, se proclama emir de Siria en 1918 con el apoyo británico del coronel Thomas E. Lawrence, Lawrence de Arabia, que había combatido a su lado contra los turcos durante años. Pero los acuerdos Sykes-Picot tenían que cumplirse y Siria correspondía a los franceses que no habían hecho ningún tipo de promesa a los árabes y ocuparon sin más este territorio. Faisal tuvo que abandonar el protectorado francés de Siria, pero en compensación fue proclamado emir de Irak en 1921. El mismo año Abdallah Ibn Husein, hermano de Faisal y también hijo del jerife Husein fue designado emir de TransJordania. Aquí los ingleses también tenían que resolver un complicado problema. En 1917, la Declaración Balfour había aprobado la creación de un Estado judío en tierras de Palestina. Tres años después, en 1920, se establece el mandato británico sobre Palestina que queda separada de TransJordania, donde reina Husein Los problemas entre árabes y judíos, que emigran masivamente hacia tierras de Palestina, se agudizarán sin hallar ninguna solución hasta hoy. En 1921 Faisal reinaba en Irak, y Husein en TransJordania. De esta manera, los ingleses creyeron poder controlar a su padre, el jerife Husein, creyendo que no querría poner en peligro los reinos de sus hijos. Pero en 1924 el jerife de La Meca quiso sentar el principio de unificación de la Gran Arabia mediante su autoproclamación como califa, título histórico del imperio árabe unido. Saud, emir de Nejed, también en la Península Arábiga y asimismo defraudado de la actuación británica tras la Primera Guerra Mundial, consideró la autoproclamación de Husein como califa como un peligro -39-

para la integridad de su emirato. Y atacó. En 1932 los reinos de Nayd e Hiyaz y sus dependencias quedaron unificados en la actual Arabia Saudí. Tras la concesión de los mandatos de la Sociedad de Naciones a Francia y Gran Bretaña, las dos potencias negociaron el reparto del petróleo que ya brotaba en la zona. El fin último de protectorados como Irak fue decidido por el petróleo de los campos de Mosul, repartido en 1926 entre compañías británicas (52,5 %), norteamericanas (21,25 %) y francesas (21,25 %). S. C. Gulbenkian obtuvo un 5 % por ejercer las funciones de mediador. Arabia Saudí también concedió en los años 30 permiso a los norteamericanos para hacer prospecciones petrolíferas que resultaron todo un éxito para la Arab-American O i l Company (Aramco). Los ingleses controlaban el petróleo de Irán. En Kuwait, que había quedado como estado autónomo bajo protectorado británico, el petróleo empezó a fluir en 1938. Las prospecciones fueron realizadas por la Kuwait O i l Company, empresa formada por la BP británica y la Gulf norteamericana. El petróleo dejó a un lado la tradicional fuente de riqueza de Kuwait, la pesca de perlas, aunque permitió un mayor desarrollo del tradicional carácter comercial de los kuwaitíes. El periodo de entreguerras fue crucial para la construcción de los estados que hoy participan en el conflicto del Golfo Pérsico. Tras la Primera Guerra Mundial se mantiene la administración colonial, pese a la existencia de los emires, debida fundamentalmente a la implantación de las empresas petroleras. Irak vivió un período turbulento durante los sucesivos reinados de Faisal, bajo cuyo gobierno se proclamó la independencia en 1932, su hijo Ghazi (de 1933 a 1939), la regencia de Abdullah, hermano de Faisal (de 1939 hasta 1953) y de Faisal II, nieto del primer rey, que gobernó entre 1953 y 1958. Hasta 1955 Irak no dispuso de su plena soberanía independiente de la tutela británica. En ese año se firmó el Pacto de Bagdad por el que se constituía la C E N T O , Organización del Tratado Central, que agrupa a Gran Bretaña, Irán, Paquistán, Turquía e Irak. Este tratado militar auspiciado por E E U U aunque no sea miembro de la organización, formaba parte de la formación de bloques militares que siguió a la Primera Guerra Mundial como la O T A N , SEATO y A N Z U S . La adhesión a la C E N T O provocó graves convulsiones que culminaron con un golpe dirigido en 1958 por el general Abdul Karim Kassem que acabó con la monarquía prooccidental mediante la ejecución del rey Faisal y su familia. Como primera medida se revoca el Pacto de Bagdad y el tratado de unión con Jordania. -40-

Proclamada la república, una de las primeras tareas consistió en intentar negociar un tratado de unión con Siria, que fracasó. Irak se volcó hacia la URSS y China, se debilitó el poder de los terratenientes y de la todopoderosa compañía Irak Petroleum Company, aunque no fue nacionalizada hasta 1972. Desde 1958 hasta 1968 se sucedieron los golpes militares, inspirados algunos en las ideas del panarabismo, socialismo y laicismo del Baas. Éste se hizo con el control absoluto en 1968, mediante el golpe militar del general Ahmed Hasan al Bakr, a quien acompañaba, como segundo, el joven Sadam Husein, militante de la estructura clandestina del Baas desde los catorce años. A partir de esa fecha se ha edificado lo que hoy es Irak, una estructura en la que todo remite a Sadam Husein: el partido Baas, el Ejército, el Estado. George Orwell se habría inspirado más en el Irak de Sadam Husein que en la Rusia de Stalin si hubiera escrito ahora su célebre 1984. La pequeña fortaleza Kuwait vivió una existencia más pacífica y accedió a la plena independencia en 1961. Fue entonces cuando Bagdad hizo su primera reclamación del territorio del emirato. El general Kassem reclamó Kuwait como parte de su Estado, pero fracasó en su intento al no obtener el apoyo de la aún joven Liga Árabe. Esta organización fue fundada en El Cairo en 1954 y hoy en día agrupa a casi todos los estados árabes. En 1961 sus tropas sustituyeron a las británicas en suelo kuwaití evitando una conflagración con Irak. Kuwait se estructuró como una monarquía parlamentaria, a diferencia de otros reinos y emiratos de la zona. En 1974 se nacionalizó el petróleo, y los enormes recursos que éste ha generado se han canalizado desde los años 60 en inversiones en el extranjero. Kuwait tiene reservas de petróleo para un mínimo de 200 años. Pero en previsión de escaseces futuras, el Estado ya ha acumulado riquezas y rentas por valor de unos 100.000 millones de dólares, según la versión oficial, aunque la real podría doblar y más esa cantidad. En el momento de la invasión, el Estado kuwaití ingresaba tanto por la venta de petróleo como por las rentas de sus bienes e inversiones. A los kuwaitíes se les apoda los judíos del Golfo por su tradición comerciante. Aún no hace tantos años, Al Kuwait era una fortaleza que dominaba un puerto de pescadores cuya actividad fundamental consistía en pescar perlas. Hoy cada kuwaití tiene una renta superior a la de - 41 -

un italiano o británico. Es un país pequeño con unos dos millones de habitantes, de los cuales un 60 % son extranjeros. Y es que no hay mano de obra kuwaití y los extranjeros —palestinos, egipcios o asiáticos— son un importante motor social. La riqueza petrolífera de Kuwait es enorme, pero sus jeques no la han dilapidado como otros príncipes del Golfo. Austeros y buenos inversores han llegado, incluso, a crear un Fondo de Reservas para las Generaciones Futuras. Desde los años 70, Kuwait guarda siempre un 10 % de los beneficios por la venta de petróleo y lo ingresa en este fondo que no podrá ser tocado antes del año 2010. El gobierno dispone también de otro fondo, la Reserva General, del que se nutre para operar normalmente. Poco se sabe del montante de las riquezas del país y de la familia del jeque reinante, Jaber al Ahmed al Sabah. Las inversiones oficiales en el extranjero se realizan con una gran discreción y los gestores de estas riquezas piensan más en la rentabilidad económica que en la política. Este importante patrimonio económico es, sin duda, uno de los más sólidos y mejor gestionados del mundo. Hoy, las rentas de Kuwait son, por lo menos, equivalentes a sus ventas por petróleo. La gestión del patrimonio kuwaití se realiza mediante la Kuwait Investment Authority (KIA), un organismo que depende del Ministerio de Economía. La rama más conocida de la KIA es KIO, Kuwait Investment Office, que, con sede en Gran Bretaña, controla las inversiones en toda Europa. Entre éstas figuran el grupo Torras Hostench (73 %), Ebro, Cros, Explosivos Río Tinto en España; el grupo Hoescht (24,9 %), Daimler Benz (17 %) y Metallgesellschaft (15 %) en Alemania; la Fiat italiana; participación en los bancos Paribas y Suez, en las sociedades financieras Cerus y Parfinance y un importante patrimonio inmobiliario en Francia; Midland Bank (10,6, segundo accionista) y el grupo petrolero British Petroleum, BP (9,9 %) en Gran Bretaña. De este grupo llegó a poseer el 22 % de sus acciones pero, enterado el Gobierno británico, que montó en cólera, la K I O decidió vender parte de sus acciones. Una operación similar ocurrió en España con el Banco Central. A la cabeza de este estado está el jeque Jaber al Ahmed al Sabah, cuya dinastía rige los destinos de Kuwait desde hace más de dos siglos. Desde que Kuwait accedió a la independencia en 1961, tras un período como protectorado británico, hubo un Parlamento que fue disuelto en mayo de 1986 por «mal uso de la practica parlamentaria». Ante las protestas de una pequeña pero cualificada oposición, se eligió el 10 de junio de 1990 un Consejo Nacional que no tiene ningún poder ni capacidad de gestión. La mayoría de los miembros de la oposición, casi todos anti-42-

guos diputados, se opusieron a estas elecciones y algunos de ellos fueron detenidos. Por ello, el prestigio del jeque Jaber estaba un tanto desprestigiado en el momento de la invasión. También influyó el temor de Jaber al Ahmed al Sabah a sufrir un atentado, lo que le mantiene encerrado en su palacio desde 1985. Sin embargo, el jeque había sido un activo diplomático. Fue el primero de los seis monarcas del Golfo que se atrevió a establecer relaciones diplomáticas con la Unión Soviética e, incluso, a comprarle armamento, ante el horror de sus vecinos saudíes. También puso especial empeño en encarrilar Kuwait por el sendero de los no alineados y acusó a algunos de sus vecinos, léase Arabia Saudí, de demasiado dóciles a los dictados de Washington en muchas ocasiones. Pocos piensan que el jeque Jaber vuelva a gobernar Kuwait. A la impopularidad que cosechó durante los últimos años se suma la de su hombre de confianza y exministro de Exteriores, jeque Sabah. De solucionarse el actual conflicto, Jaber habrá pasado a la historia, quemado en el intento de devolver la soberanía a su pueblo. Su sucesor, que además goza de popularidad entre los kuwaitíes, es el jeque Sad, primo del emir Jaber. Los kuwaitíes ya piensan en él como sucesor tras la restauración de la familia A l Sabah a la cabeza de la pequeña fortaleza. Entre los que piensan en la restauración, está el grueso de la oposición, que se negó desde un principio a sumarse a la creación de un gobierno títere en Kuwait. Los movimientos de oposición, aunque no son muy importantes, ni muy estructurados, ni muy amplios, tienen su importancia. Se trata del Movimiento 25 de febrero (fecha de la fiesta nacional), bajo el que se agrupan aquellos que constituían la oposición antes de la invasión y denunciaron las elecciones del 10 de junio; Movimiento de la Resistencia Nacional Secreta, que agrupa fundamentalmente a exmilitares; el Movimiento de Resistencia Nacional Popular, el Movimiento Kuwaití para la Salvaguarda Nacional; y el movimiento Grito de Kuwait, que ha tenido amplia resonancia por la amplitud de su protesta en el interior del país ocupado. Sus miembros, noche tras noche, salen a las azoteas y por toda arma usan su voz gritando Allah Akbar (Alá es Grande) y Vergüenza a los invasores.

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EL B U N K E R DEL PODER Y SUS REDES La historia es una trampa Sadam no imaginó la trampa que se tendió a sí mismo con su aventurada alusión a la legitimidad histórica. Irak, después de todo, fue creado como Estado en una forma tan artificial como cualquier otro, incluso más que Kuwait, que reclamaba la tradición de la tribu que buscó refugio en sus costas en el siglo xviii. Los vecinos del dictador irakí, menos ruidosos pero tentados también por el cambio de mapas que ha sugerido el conflicto del Golfo, pensaron también tras la invasión de Kuwait que las «fronteras coloniales» eran injustas. En septiembre de 1990, un mes después de la invasión, dirigentes iraníes y turcos se sondearon con delicadeza oriental sobre el posible bocado que podría proporcionarles la derrota militar de su odioso vecino. Un experto consejero diplomático del presidente iraní A l i Akbar Rafsanjani había volado discretamente a Ankara poco después de la invasión de Kuwait, el 2 de agosto, para sostener una entrevista secreta con el presidente turco Turgut Ozal sobre las perspectivas a medio plazo de la situación creada con la aventura irakí. A principios de septiembre, anotaron fuentes confidenciales de gran solidez en Oriente Medio, el presidente Ozal debatió con su consejo más íntimo y con algunos altos oficiales de confianza las posibilidades de expansión que podrían proporcionar la derrota irakí por la fuerza multinacional puesta en pie de guerra por Estados Unidos. «Si hay un mejor espacio para nosotros en el mundo, debemos tomarlo», fueron según esas fuentes las palabras textuales del mandatario turco. El servicio de Inteligencia británico, que ha vuelto a reactivar sus redes de información en el Golfo con la reanudación de relaciones entre - 45 -

Londres y Teherán, dispuso igualmente de datos reveladores sobre los contactos irano-turcos para estudiar una futura repartición irakí. Estados Unidos, según esos datos, habría dado luz verde a esos planes durante las cuidadosas negociaciones que desarrolló entre agosto y septiembre el secretario de Estado, James Baker, en sucesivas entrevistas con el presidente Ozal en Ankara. Precisamente en septiembre y en octubre pudieron percibirse ciertas inflexiones políticas en la alianza anti-Irak debido al debate subterráneo que libraban las potencias implicadas sobre los posibles cambios en la geopolítica de la región. Las consultas turco-iraníes, llevadas en el más alto secreto, diseñaban ya algunas líneas claras del futuro que puede amenazar a Sadam Husein al final de su aventura militar en Kuwait. La composición étnica y religiosa de Irak constituye una peligrosa bomba geopolítica, en caso de que la derrota de Sadam agrave más aún los problemas económicos y las penurias de poblaciones que ya sufrieron el rigor de los ocho devastadores años de la guerra con Irán. Por el norte, Sadam Husein creó una bomba de ira que espera el momento de explotar. Son los kurdos, un antiguo y luchador pueblo sin estado que se reparte entre el sur de la URSS, parte de Turquía y el norte de Irán e Irak. La población kurda del norte irakí —unos 5 millones de los 19 millones de habitantes de todo Irak— recuerda con odio la brutal e inhumana campaña que libró el monstruoso dictador Sadam contra sus aldeas, despiadadamente bombardeadas con todo tipo de armas químicas hace dos años. Las organizaciones independentistas kurdas más influyentes ya se han movilizado al estallar el actual conflicto y desarrollan desde agosto una activa campaña de contactos políticos en la comunidad kurda del sur de Turquía y en Francia, donde cuentan con el respaldo político y financiero de algunos sectores presentes en el Gobierno Rocard. Los kurdos han luchado desde el final de la Primera Guerra Mundial en Irak y en Irán por su independencia y cuentan con el respaldo potencial de los 9 millones de kurdos que viven en Turquía y que preocupan también al Gobierno de Ankara. El presidente turco Ozal analizó con sus asesores el factor kurdo en las reuniones sostenidas en septiembre y en las consultas secretas que se desarrollan con Irán desde esas fechas. El Gobierno turco ha hecho saber a ciertos dirigentes kurdos que una rebelión contra Sadam tendría apoyo de Ankara, aunque bajo ciertas condiciones. Es significativo que en esos días, tras nuevas consultas con Washington, Ozal recabara la autorización del Parlamento turco para desplazar algunas divisiones del Ejército hacia la frontera con Irak. La región kurda y la propia frontera -46-

es una zona montañosa descartada por las fuerzas aliadas como un frente de ataque a los bastiones de Sadam. De acuerdo a los informes que han circulado en los ambientes de Inteligencia de Oriente Medio, el presidente Ozal y sus asesores civiles y militares han analizado dos variantes: 1) La creación de un estado kurdo, con capital en Mosul u otra ciudad del Kurdestán irakí. Esta opción es considerada contraria a los intereses turcos e incluso una amenaza a su propia integridad dado el efecto subversivo que podría ejercer entre los 9 millones de kurdos del Kurdestán turco. 2) La expansión de Turquía hacia el norte de Irak, desmembrando de Bagdad una región rica en petróleo y culturalmente ajena al mundo árabe. Fuentes de los servicios británicos estiman que Washington ha prometido, si no su respaldo, al menos su tolerancia, como forma de compensar las pérdidas sufridas por Turquía con el embargo contra Irak. Parte más delicada de esta estrategia son los necesarios acuerdos que Turquía ha de establecer con Irán en caso de que una eventual derrota de Sadam provoque el desmembramiento del actual territorio irakí. Al margen del factor kurdo, del que Irán tiene también algo que decir, el Gobierno de Teherán mira con interés la zona sur irakí, basándose en argumentos religiosos en vez de étnicos. La población del sur irakí es árabe, pero profesa la religión chií, la rama islámica que gobierna en el Estado persa. Esta población árabe de religión chií redondea los 9 millones de almas y mantiene una tensa relación con los 4 millones de suníes del centro de Irak que controlan actualmente el poder del Estado. Irán intentó durante la guerra de 1980-1988 sembrar semillas de subversión en la zona, pero tuvo escaso éxito debido al factor nacionalista y al panarabismo utilizados por la propaganda del régimen de Sadam. Los mullahs y ayatolas iraníes lograron no obstante crear algunas organizaciones activistas chiíes en los núcleos religiosos de Najaf y Kerbela, las ciudades santas del islamismo chií y centros de peregrinación de religiosos y seminaristas iraníes. El ayatola Jomeini vivió la mayor parte de su exilio en Najaf, entre 1964 y 1978, cuando fue expulsado por Sadam a requerimiento del amenazado Sha Pahlevi y también por temor al efecto subversivo de su prédica entre la mayoría chiíta de Irak. De esa región peligrosa para Sadam surgieron a principios de los años 80 grupos terroristas como Al Daawa, animados por los servicios secretos de los mullahs y con estrechos vínculos con la organiza-47-

ción chií libanesa Hezbollah, teledirigida también desde Teherán. Otro grupo político de mayor ambición ideológica, la Asamblea para la Revolución Islámica de Irak, permanece aún en reserva pese a las recientes negociaciones entre Sadam y el presidente iraní Rafsanjani. Esta organización está dirigida por un dirigente religioso de la zona, Muhamed Baker al Hakim, cuya familia, una de las más ilustres de la comunidad chií irakí, sufrió un represión asesina por parte de Sadam. Aunque Irán tiene escasas posibilidades de que el mundo árabe acepte la aparición de un Estado títere de los persas chiíes, los seguidores de Baker al Hakim cuentan con un terreno muy bien abonado para extender su influencia entre la mayoría chiíta del sur de Irak y encabezar una rebelión popular contra la dictadura sunita de Bagdad. Tal perspectiva necesitaría un desarrollo más extenso de las consultas en curso con Ankara y el indispensable apoyo sirio, más difícil de lograr. El presidente sirio Hafez el Assad, presuntamente al tanto de las consultas secretas entre Ankara y Teherán, advirtió a finales de octubre que «era peligroso destruir totalmente el poder de Sadam Husein —es decir, de Irak— si ello desestabilizaba la región en favor de la hegemonía israelí». Dadas las especiales relaciones que ha desarrollado este año Asad con Israel, cabe sospechar que el rais sirio pensaba en un peligro procedente de otros puntos cardinales.

El sultanato del crimen Adnan Husein, delfín del rais Sadam, presintió con clarividencia tardía cuál era su delito mientras subía al cadalso. En el momento preciso en que le era colocada la pesada cuerda en el cuello, descubrió la regla fatal que le había costado la vida: ser el segundo del jefe es algo tan peligroso como una condena de muerte en Irak; ser el segundo hace pensar que en algún momento se puede aspirar a ser el primero. Pocos minutos después Adnan Husein, jefe del recién nombrado Gobierno y relevante personalidad de la sección irakí del partido Baas, colgaba de la horca sin vida. En esos calurosos días de agosto de 1979, Sadam Husein, de 43 años y casi veinte de experiencia conspirativa, se libró por el mismo método de otros veinte importantes dirigentes irakíes cuya única falta consistía en que alguna vez en el futuro podían disentir o rivalizar con el gran rais. En realidad Sadam Husein ya era el hombre fuerte de Bagdad desde hacía diez años, pero en aquel verano se liberó sin pudor de varias prendas molestas: la primera, el presidente general Ahmed Hasan al Bakr, -48-

quien renunció por «razones de salud» al ejercicio de sus funciones como jefe de Estado y quedó relegado al muy honorífico trato de «Padre dirigente». La segunda fue la ejecución por vía expeditiva de un amplio grupo de dirigentes de la nación. E l rais quedaba solo en el ejercicio del poder absoluto. El sistema de Sadam Husein es muy escueto: él es el Estado; él es el Partido; él es el Poder. Todo aquel que ose, aunque sea remotamente, poner en peligro alguna de estas tres premisas es eliminado físicamente. La clave del poder es el asesinato. Esta cirugía traumática y drástica no es nueva en Irak, país pródigo en golpes militares, represiones sangrientas y cruentas guerras. Los herederos del imperio abasida conocen bien los mecanismos de la guerra y las sutilezas de la política. Pero Sadam es quien ha aplicado estas leyes ancestrales con mayor maestría. Partido, aparato de Estado y Ejército forman un sólido pilar que sustenta el poder del rais irakí. Los mecanismos de control para que no se rompa esta unidad monolítica son múltiples. Primero, el partido Baas; formalmente, su sección irakí, aunque sus nexos con las secciones de otros países se hundieron en el pasado, tras la drástica ruptura con la rama siria del Baas, explicada sólo por las respectivas ambiciones de sus jefes Assad y Sadam. Su estructura organizativa piramidal permite un estricto control de la sociedad desde la cumbre hasta la base. El Ejército sigue un esquema similar que ya es consustancial con la disciplina castrense, pero que está vertebrado en los mecanismos de control del partido que dirige con mano férrea su jefe máximo y único. Este poder personal está sustentado en una tercera y vital columna, estructurada por la más antigua y animal forma de fuerza que es el clan. En el caso de Sadam, tiene un nombre y es el clan de los Takritis, originarios de Takrit, su región natal y la de la mayor parte de sus colaboradores, casi todos emparentados con él. Estas personas de confianza controlan el aparato de Estado y ocupan puestos clave en los ámbitos de la política, las finanzas y las armas. Ellos son, bajo la tutela de acero del rais, el estado, el partido y el poder. - Como partido, Ejército y familia son los tres pilares de Sadam, sólo de estos tres sectores pueden provenir las principales amenazas. Hasta ahora, todo conato de disidencia o rebelión ha sido barrido, provenga del Baas, de la milicia, de su pueblo o de su propia familia. Si proviene de otra etnia, otra tribu, otro clan, son aplastados con menos misericordia, con gas nervioso o con Tarin, como lo fueran a finales de los años 80 los combatientes y civiles, mujeres, niños y ancianos de la resistencia kurda. Sadam no deja que se abra una brecha, mientras se incrementa por todo el territorio irakí un creciente culto a la personalidad del jefe que -49-

tiene, como Alá, 99 nombres. Sadam es «elpresidente combatiente», «el redentor», el «caballero de la nación árabe», el «héroe» por el que todos están dispuestos a verter su sangre, «el victorioso». En consonancia con estos calificativos, los edificios oficiales y las calles de Bagdad y otras ciudades se cubren con los retratos de Sadam a caballo, en traje de campaña y metralleta en mano, sonriendo tras unas oscuras gafas de sol, orando en actitud devota o en pose de estadista sonriendo al pueblo desde lo alto de la gigantesca valla publicitaria. También se ha elaborado una curiosa genealogía que ha llevado a este huérfano de un modesto campesino de Takrit a estar emparentado con el emperador guerrero Nabucodònosor, con el califa abasida Saladino y aun con el segundo profeta de los musulmanes chiítas, el mártir Husein, uno de los yernos de Mahoma y fundador de esta rama del Islam. No importa que Sadam proceda de una familia sunita. En Irak, la historia, como en la URSS de Stalin, puede ser cambiada y reescrita cada día.

El Estado es el partido, el partido es Sadam Señor de su universo, el Estado irakí es el partido Baas, y el Baas es Sadam. Aquellos que le conocen íntimamente y han sobrevivido a la experiencia se preguntan cómo Sadam Husein ha conseguido permanecer en la cima del poder más que ningún otro dirigente irakí de la época moderna. Por toda respuesta aducen que la fuerza de Sadam sólo proviene de su actitud brutal y de su astucia. No tiene amigos. Sólo agentes y enemigos. Mantiene y fomenta un intrincado sistema de servicios secretos que se espían los unos a los otros, dentro del partido, dentro del Ejército, dentro de la sociedad. Ésa es su fuerza y no la malgasta espiando, como suele ser lo habitual, sólo a los vecinos molestos o peligrosos. Por ello ha puesto a su servicio las más modernas tecnologías y sistemas y, probablemente, ningún detalle de importancia se le escapa. Sadam controla Irak desde la cúpula o desde los múltiples retratos con mirada de Gran Hermano que invaden las ciudades y aldeas de todo el país. Pero no hay que olvidar que los tres pilares del partido Baas (en árabe, Renacimiento) son panarabismo, socialismo y laicismo. Con el curso de los años el socialismo del Baas se ha ido diluyendo y dando lugar al pragmatismo del poder y sus negocios. Sadam fue en extremo hábil en los años 70 cuando tejió una fume alianza con la URSS, con algún barniz ideológico que se tradujo en un tratado de cooperación y amistad. Al mismo tiempo pactaba un fabuloso contrato comercial y de trato privilegiado con la capitalista Francia del derechista Jacques Chi-50-

rae. La retórica del socialismo igualitario y la plataforma hacia el moderno capitalismo se conjugaron en el mismo tablero. Los peones de Sadam avanzaron implacables en los dos frentes. Del laicismo del Baas irakí tampoco quedó mucho a medida que se prolongaba la guerra con Irán y que la marea islámica se propagaba por los pueblos árabes, incluyendo las jóvenes generaciones nacidas en los campos de refugiados palestinos. Sadam Husein, pragmático, no olvida la mayoría chiíta que habita Irak y decide, finalmente, hacer su personal peregrinaje a La Meca. El panarabismo, en cambio, le ha servido a Sadam para colmar sus aspiraciones expansionistas. Lo utilizó para iniciar la guerra de ocho años contra Irán por el estuario de Chat el Arab; lo ha utilizado para invadir Kuwait. En múltiples ocasiones recuerda la fragilidad de las fronteras de los países árabes de la región, trazadas según criterios de reparto colonial franco-británico tras la Primera Guerra Mundial. El panarabismo le sirve también a Sadam para acercarse a países como Mauritania, Sudán o Yibuti, donde los musulmanes desposeídos y huérfanos de petrodólares son más sensibles a los discursos en los que Sadam denuncia a los «potentados del Golfo que se enriquecen a costa de sus pueblos». Son los restos desvirtuados del que había sido el mensaje idealista del Baas, cuando reunía bajo su bandera la esperanza de la liberación y los ideales de desarrollo económico y social, de justicia y de reconquista de la dignidad maltratada por la herencia colonial y por la pujanza militar del Estado de Israel.

El fin de las tendencias El Baas se hizo realmente con el poder en Irak en 1968. Mediante un golpe militar, el general Ahmed Hasan al Bakr disolvió el Gobierno y, como medida profiláctica, depuró a toda la oficialidad no baasista del Ejército. Esta depuración incluyó a las cabezas visibles de tendencias baasistas no concordantes con la línea de Al Bakr y Sadam Husein. El 17 de julio de 1968 acabaron con el poder del general Abdul Rahman Aref y con las tendencias dentro del Baas. Complots fallidos, condenas a muerte y ejecuciones se suceden durante los primeros meses de poder absoluto del Baas. Al Bakr asumió la presidencia de la República y la dirección del Gobierno tras expulsar a Abdel Razzak Nayef. Contó con la ayuda de dos viceprimeros ministros: Hardan al Takriti, ocupando la cartera de Defensa, y Saleh Mahdi Ammache, con la cartera de Interior. Tiempo des-51

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pues estos dos dirigentes fueron apartados del Consejo de Mando de la Revolución y Hardan al Takriti murió asesinado en Kuwait. En aquellos años, detrás de Al Bakr ya estaba el joven Sadam Husein, quien desde su adolescencia había crecido en la admiración ciega del líder egipcio Gamal Abdel Nasser, bajo los ideales políticos del Baas y con las armas en la mano. Secretario general adjunto del Baas primero, y nombrado después vicepresidente del Consejo de Mando de la Revolución, en noviembre de 1969 Sadam Husein ya era el segundo en la línea de mando en Irak. Previamente, había barrido a unos cuantos opositores mediante un juicio sumarísimo que concluyó con catorce ejecutados. Diez de ellos eran de confesión judía. Estas ejecuciones se hicieron, a modo de ejemplo, en la plaza de la República de Bagdad ante una masa de centenares de miles de personas. El cristiano Tarek Aziz, hoy ministro de Exteriores de Sadam, y considerado algunas veces por algún despistado o interesado comentarista como moderado y dialogante, escribió años después las siguientes reflexiones sobre aquellos sucesos: «La revolución se había propuesto como meta extirpar todas las redes de espionaje sin piedad y se decidió ejecutar a los condenados en público. Sería un error pensar que los centenares de miles de personas que se desplazaron para ver los cuerpos suspendidos de la horca eran bárbaros o primitivos. Sería una injusticia y una falsa impresión. Este acontecimiento constituyó un monumento de confianza erigido por la revolución sobre la plaza más importante de Bagdad para demostrar a aquellas gentes que aquello que fue imposible en el pasado era ahora un hecho que podía hablar por sí mismo.» En julio de 1973 Sadam aplasta otro intento de oposición con 35 ejecuciones ejemplares. Entre los colgados, se encuentra el coronel Nazem Kazzar. Éste era el jefe de los servicios secretos e intentó derrocar al general Bakr mientras realizaba una visita oficial a Polonia. Sadam Husein, alertado, abortó la intentona, hizo retornar a Al Bakr y detuvo en su huida a Kazzar. Esta última conspiración consolidó al Baas de Sadam en el poder. La oposición interior en el partido ya era inexistente, aunque algunos lograron huir al exilio. A fin de dar una impresión de apertura y a la vez ampliar la caja de resonancia de su propio poder, Sadam impulsa en estos días de tensión e intriga la creación del Frente Nacional, que otorga al Baas irakí el apoyo del Partido Comunista, del Partido Democrático del Kurdistán y de otros grupos menores también kurdos. Con esta base de aparente apoyo popular, el Gobierno irakí nacionaliza la Irak Petroleum Company, decisión que seduce a los comunistas, y se trabaja sobre un estatuto de autonomía para los rebeldes kurdos. -52-

Esta alianza coyuntural no evitó las periódicas purgas de Sadam Husein, entonces número dos oficial en Irak. Maestro en la táctica del ataque y el repliegue ha ido trazando alianzas en la historia del Baas irakí que después ha roto sin pudor. Es como si, periódicamente, hiciera un vacío a su alrededor. Ha evitado que alguien se sienta seguro en su puesto. Sobre estas purgas periódicas uno de sus biógrafos dice de Sadam que «sabe cómo clavar un cuchillo en el corazón de un opositor y después invita al resto a cenar». La dureza de la guerra contra los kurdos en los años setenta obligó a Sadam a salvar in extremis el régimen mediante un pacto con Irán: los acuerdos de Argel de 1975 que reconocían las reivindicaciones iraníes en Chat el Arab, el estuario que nace de la unión del Tigris y el Eufrates y que da una salida ai Golfo a la ciudad irakí de Basora. A cambio Irán cesó toda ayuda a los peshmergas o luchadores kurdos que quedaron aniquilados. Tres años después, en 1978, fue el turno de los comunistas. En pocos meses se suceden las ejecuciones de miembros del partido Comunista irakí, entre ellos 38 oficiales del Ejército. Otro personaje «molesto» para Sadam, el general Abdul Razak al Nayif, sufrió un atentado mortal en julio de 1978 en su exilio en Londres. Éste fue el segundo y definitivo atentado que Abdul Razak sufrió en la capital británica desde que abandonó Irak. Razak, un independiente que había ocupado importantes puestos en el Ejército, fue un efímero primer ministro cuando el general Ahmed Hasan al Bakr se hizo con el poder en Bagdad ayudado por Sadam Husein. En sólo veinticuatro horas fue nombrado y depuesto. En su exilio londinense tres jóvenes irakíes asaltaron a tiros su domicilio de Bryanstons Square en 1972. Su mujer resultó gravemente herida pero Razak se salvó y decidió adquirir la nacionalidad jordana. Este gesto no le salvó la vida, y cuando, seis años después, en la mañana del 10 de julio de 1978, Razak se disponía tomar un taxi en los alrededores del hotel Intercontinental, en Hyde Park, un joven árabe le disparó a bocajarro. Razak murió horas después en el hospital de Westminster. Había callado un potente voz del exilio irakí.

Poder absoluto En Bagdad, había llegado para Sadam el momento de hacerse con el poder absoluto del Estado. En una rápida sucesión de movimientos, retiró en el verano de 1979 al presidente Ahmed Hasan al Bakr «por mo-53-

tivos de salud» aunque conservó el muy honorífico título de «Padre dirigente». Con este gesto se apartó del poder a un personaje clave, quizás el único capaz de moderar algunas de las impulsivas decisiones del joven dirigente Sadam Husein, ya convertido en presidente irakí de forma oficial. Su ascenso significó la ejecución del número dos del régimen, Adnan Husein al Hamdani, pariente del rais, viceprimer ministro y ministro de Planificación. Se le acusó, junto a otra veintena de dirigentes del Baas, de organizar un complot a las órdenes de Damasco. En esta purga, una de las más sangrientas de Sadam, murieron además del jefe del Gabinete varios de sus ministros. Casualmente, hacía pocos meses que había fracasado un intento gubernamental de tratado de unión con Siria, cuna del partido Baas. Hoy Damasco y Bagdad se disputan la legitimidad de la herencia baasista. Meses después les tocó el turno a varios altos responsables de la economía. En diciembre de 1979 fueron ahorcados tres presidentes de sociedades estatales y un empresario independiente por «haber pasado información secreta a empresas extranjeras». Ya en plena escalada verbal contra Irán también fue ejecutado un chiíta que, «instigado por la embajada iraní en Beirut», cometió en noviembre de 1979 un atentado en la ciudad santa de Kerbala en el que murieron cuatro personas, entre ellas un alto dirigente chiíta del Baas. Los ocho años de guerra con Irán que comenzaron con la denuncia del acuerdo de Argel han trasladado esta lucha por el poder a las filas del Ejército. Sin embargo, la sociedad y la vida irakí siguen dominadas por el Baas. Sus dirigentes ocupan los más altos cargos en la política, las milicias y las finanzas. También ocupan físicamente una zona de la capital próxima al palacio presidencial. Allí se ha erigido una auténtica ciudad prohibida, construida con ayuda de ingenieros y arquitectos soviéticos y de la que han sido expulsados sus antiguos residentes, incluidos los embajadores extranjeros. En esta ciudadela cerrada al público, al tránsito y supervigilada vive la directiva del país y del Baas. El cargo conlleva la asignación de una codiciada vivienda en este reducto aislado donde, sin embargo, cualquier sospecha de disidencia significa la muerte inmediata. El Baas no tiene sustituto ni opositor en este país que Sadam gobierna, como ha dicho un analista norteamericano, «con puño de hierro en guante de acero». Sólo Amnistía Internacional ha clamado fuerte y durante años contra el «carnicero de Bagdad»; es su más vivo opositor denunciando los centenares de ejecuciones que se suceden cada año en este Estado tomado por los servicios secretos, donde la tortura es algo -54-

habitual y donde constituye un crimen poseer una máquina de escribir sin permiso policial. Un oficial occidental dijo que en Irak «todos saben que nadie está a salvo». En estas condiciones, un movimiento político opositor al Baas resulta impensable. Sólo quizá con la guerra contra Irán, que ha curtido a duros oficiales, podría erigirse una tendencia nasserista que se opusiera al poder de facto. Quizá por ello, Sadam Husein ha iniciado una dura purga en el seno de sus milicias.

Las extrañas máquinas voladoras Sadam Husein, pese a su porte militar, fue rechazado cuanto intentó entrar en la Academia Militar de Bagdad. De este golpe, que ciertamente le afectó, sólo se recuperó en 1976 cuando Al Bakr le nombró teniente general. E l rais irakí ha dispuesto históricamente de dos cuerpos del Ejército absolutamente fieles: la guardia presidencial y la aviación. Algunos observadores creen que esta confianza ciega pudiera estar resquebrajándose. El resto de cuerpos militares vive bajo una estrecha vigilancia de unos servicios secretos que se superponen a los tradicionales del Ejército. Aquí también se aplica la máxima de que «nadie está seguro en su puesto». Los años de prolongada guerra contra Irán han generado muchos héroes entre el Ejército. También han generado descontento, aunque no expresado debido a la brutal represión. Las privaciones de los irakíes han tocado techo, y son los héroes de la guerra quienes mejor podrían, al menos en el plano teórico, recoger la antorcha de la disidencia. Con tantos años de gobierno e intriga a sus espaldas, Sadam ha optado una vez más por la adopción de medidas profilácticas. Desde el armisticio se suceden las purgas en el seno del Ejército. Ya han desaparecido muchos generales, héroes populares ensalzados durante años por el régimen, hoy víctimas de extraños accidentes. El general Adnan Jairallah, ministro de Defensa desde 1980 y emparentado con el presidente Sadam Husein, falleció el pasado año víctima de un extraño accidente de helicóptero. Dicen que el aparato, una máquina norteamericana pilotada por el propio ministro, cayó al desequilibrarse a causa de una tormenta de arena que le sorprendió en el Kurdistán en junio de 1989. Nadie osa poner en duda públicamente la versión oficial. Los observadores y fuentes de servicios especializados dicen simplemente que la muerte de Adnan Jairallah fue un asesinato. Jaira-55-

llah, cuñado del presidente y originario de Takrit, era un militar muy respetado en el seno del Ejército por su actuación durante la guerra contra Irán. Además, parece que había tomado partido por su hermana Sayida en el conflicto familiar generado cuando Sadam Husein la repudió. Otro militar, el general Taher el Rachid, comandante del VII Cuerpo, muy apreciado por sus hombres y convertido en un héroe popular por su valentía durante la guerra, murió al explotar su avión justo después de firmarse el armisticio con Teherán. El general Abdel Aziz Hadithi, comandante del V Cuerpo, falleció poco antes cuando su helicóptero chocó, según la versión oficial, debido al mal tiempo. Esta oleada de represión ha costado más vidas. La Newsletter Al Jadea al Tayar, una publicación confidencial árabe editada en Londres, asegura que 17 pilotos de la Fuera Aérea fueron ejecutados en abril. También fueron detenidos e interrogados numerosos familiares y conocidos. Entre los detenidos estarían los generales Husein Zahi, Husein Haddam, Saad Resim, Kanaan Jorshed y Ridha Hachim. Después de estas detenciones se constituyeron tribunales militares en Bagdad, Basora y Mosul para juzgar a centenares de oficiales que habrían «faltado a su deber» durante la guerra del Golfo. Esta mascarada terminó a mediados de mayo con la ejecución de 38 altos oficiales y medio centenar de subalternos. Según Amnistía Internacional, desde que terminó la guerra irano-irakí un centenar de héroes del conflicto han desaparecido o muerto en extrañas circunstancias en Irak. Ellos podían haber sido la antorcha de la revolución contra Sadam. Ahora es imposible.

Los últimos golpes Fuentes de inteligencia aseguran que, durante este año, Sadam Husein ha tenido que hacer frente, al menos, a dos conatos de rebelión. El primero, y parece que el que entrañó un mayor peligro, fue organizado por un grupo de oficiales del complejo militar de Al Chargat, próximo a Mosul. El objetivo del complot era atentar contra Sadam durante un desfile militar. Al parecer unos doscientos conjurados fueron detenidos y se ignora su suerte. Probablemente, torturas y muerte. A principios de julio, fuentes diplomáticas británicas aseguraron que se había arrestado a un grupo de unos cuarenta importantes oficiales superiores. Entre ellos estarían tres personajes clave: el popular general Maher Abdel Rachid, vencedor de la batalla de Fao contra Irán; el -56-

general Hamid Chaban, comandante de la aviación durante la guerra y el general Leith Mohamed, adjunto al director del servicio secreto del Ejército. A finales de agosto la prensa británica recogía la noticia de que, pocos días antes de la invasión de Kuwait, 120 oficiales irakíes habían sido ejecutados por negarse a combatir a «un país árabe hermano». También se supo que el 4 de agosto, 48 horas después de la invasión, doce oficiales superiores fueron ejecutados por pedir una audiencia a Sadam Husein, para prevenirle de los peligros que corría Irak tras la ocupación del emirato y, especialmente, de la amenaza de un ataque e invasión norteamericana. Los militares nacionalistas irakíes temen una acción militar demoledora contra su país que le impediría levantar cabeza en muchos años. No en vano, en círculos influyentes de Turquía e Irán se analizaba detalladamente en las últimas semanas cuál sería el destino de Irak en caso de que fuesen derrotados Sadam Husein y el poder del Baas. Turquía aspiraría a anexionarse el Kurdistán irakí, al norte. Irán querría bajo su dominio las tierras del sur y, sobre todo, los lugares santos de Nayaf y Kerbala, los más sagrados tras La Meca y Medina, cuna de grandes pensadores chiíes y lugar donde el ayatola Ruollah Jomeini vivió exiliado entre 1964 y 1978 hasta que Bagdad lo expulsó hacia París. Frente a esta situación, diversos testigos, que hablaron con militares irakíes en Kuwait durante los primeros días de la invasión, aseguran que algunos oficiales deseaban desertar a Arabia Saudí pero que, finalmente, el temor a la brutal represión que se ejercería sobre sus familias les hacía desistir de sus propósitos. A la luz de estos acontecimientos la invasión de Kuwait podría analizarse como una huida hacia adelante de Sadam Husein para contener a un ejército endurecido por ocho años de guerra y poseedor de sofisticado armamento. La lucha en las marismas de Chat el Arab ha proporcionado gloria pero no victoria a los militares. En esta situación sería fácil que éstos recogieran la antorcha del descontento popular provocado por las privaciones económicas, que agudizan además el deseo de libertad personal privada y pública. En los primeros días de noviembre comenzaron a percibirse las primeras señales de erosión interna en el régimen, y especialmente en el ejército irakí. Los servicios occidentales de Inteligencia filtraron esta vez a toda velocidad sus informaciones. El 8 de noviembre se conoce que Sadam Husein ha cesado a su jefe de Estado Mayor, el general N i zar Jazraji, por sus críticas a la invasión de Kuwait. El dictador no lo eliminó, dato significativo, sino que lo aisló en un lugar de «no trabajo». -57-

Su sustituto es el general Husein Rashid, considerado como un oficial altamente competente, que era el segundo del general Jazraji. El general Rashid condujo con éxito en 1988 un ataque irakí contra las fuerzas iraníes en la isla de Fao. Otro relevo, éste civil, importante fue el del ministro del Petróleo, Isam Chalabi, cesado el 28 de octubre y reemplazado por el general Husein Kamel, primo de Sadam. El cambio más explosivo vino días después, el 14 de noviembre, cuando fue fulminantemente depurado el gobernador instalado en Kuwait, A l i Hasan al Majid, también primo de Sadam, sustituido por un veterano del partido Baas, Aziz Saleh al Numan. Días antes desertaban a Turquía un capitán irakí, acompañado por 100 soldados y suboficiales y 30 civiles. Declaraciones de este oficial a la BBC de Londres señalaban que Sadam había ejecutado a seis generales y ciento veinte oficiales, desde la invasión de Kuwait, por oponerse a la operación y llamar la atención sobre la peligrosa respuesta que se podría provocar por parte de E E U U . Tales indicios, esperados con ansia por los servicios occidentales de Inteligencia, muestran las primeras grietas en el hermético edificio del poder de Sadam. Por ahora, él sigue siendo el Estado, tal vez el partido, pero ya no todo el Ejército.

El clan de los Takritis Sadam le debe mucho a su familia y a la gente de su pueblo. Deuda pagada con creces por los muchos beneficios que han obtenido del líder. El mis irakí nació en 1937 en Takrit, a unos 150 kilómetros de Bagdad. Takrit era una ciudad pobre, cuna de agitadores anticolonialistas y nacionalistas. Con los años las gentes de Takrit designadas por Sadam para ocupar puestos clave o de su más inmediato entorno se han multiplicado y la ciudad es uno de los pilares del partido Baas en Irak. La antaño villa provinciana es hoy una ciudad moderna, donde se alternan las ricas residencias y productivas granjas de los takritis que han prosperado amparados por el régimen. En algunos momentos el Baas y la cúpula del Estado irakí parecía una empresa familiar. Hasta tal punto que muchos altos funcionarios del régimen dejaron de utilizar el nombre de Al Takrit que les corresponde por su procedencia. Es una forma discreta de no llamar la atención ni despertar rumores sobre nepotismo. Sadam Husein al Takrit queda reducido al funcional Sadam Husein. Muchos más siguieron su ejemplo. -58-

E l clan de los takritis se ha implantado sobre todo en la seguridad, la defensa, los servicios secretos y la diplomacia. Muchas veces, un diplomático takriti tiene más influencia que el propio embajador. Los takritis, además, han sido los principales beneficiarios de la política de privatizaciones que el Gobierno lleva a cabo desde 1987. Los takritis han comprado a bajo precio acciones de las sociedades privatizadas para revenderlas después a precios exorbitantes. De este comercio se han beneficiado los miembros takritis de los clanes Tolfah (la línea materna de Sadam) y Majid (la línea paterna). Aunque parece que Sadam no practica directamente la corrupción, sí parece alentarla a su alrededor como buen dictador que conoce las fuentes y el equilibrio del poder. Cuatro familias takritis están bajo su punto de mira: Al Mayid (de la familia de su yerno Husein Kamal), Al Bakr, Al Tolfah y Al Sebah.

Señor 5% Personaje clave es Jairallab al Tolfah, padre adoptivo, tío materno y suegro de Sadam Husein. Ha amasado una importante fortuna, evaluada en unos 500 millones de dólares. Al suegro de Sadam se le conoce como «señor Jairallah controla además diecisiete sociedades y ha sido uno de los principales beneficiarios de la política de privatización que realiza el régimen irakí desde 1987. Sin embargo, hay un numeroso grupo de takritis que parece haber sido depurado o parcialmente sancionado durante los últimos años e incluso meses. Uno de ellos podría ser su suegro Jairallah. Aunque aún presidía la asociación de excombatientes, diversas fuentes señalan que le ha sido incautada su fortuna y se ha procesado por corrupción a los directores de sus empresas que están sometidas a investigación. Una de las explicaciones de este súbito cambio de fortuna entre los próximos a Jairallah estaría en las desavenencias conyugales entre Sadam y su esposa Sayida. Esta situación podría ser también el origen del escándalo que estalló en 1988, cuando Uday, hijo de Sadam y Sayida, tomó partido por su madre en el conflicto familiar y mató a un escolta del presidente. Tras purgar su culpa durante una temporada, parece que Uday vuelve a ser el presidente del Comité Olímpico de Irak e, incluso, ocupa el cargo de adjunto del director de los servicios de información del Interior. También está relacionada con este problema familiar la muerte del primo y cuñado de Sadam Husein, general Adnan Jairallah. Héroe de la guerra y ministro de Defensa desde 1980, Jairallah murió misteriosa-59-

mente en un accidente de helicóptero en junio de 1989 tras defender a su hermana. Quizá su muerte también tiene otra explicación: Jairallah murió por ser sospechoso de encabezar un movimiento de contestación del poder del rais. Sadam Husein tuvo que nombrar a un militar independiente, el general Abdel Jabbar Chanchal, como nuevo ministro de Defensa para mitigar las sospechas y reticencias del estamento armado. Otro takriti clave fue Barzan Ibrahim, quien dirigió los servicios secretos irakíes hasta 1985. Con Sadam Husein crearon el Mohabarat, red central de los servicios secretos, formado por 125.000 hombres bajo el principio de que cada irakí es un informante en potencia. La suerte de Adnan Barzan Ibrahim, hermanastro de Sadam, empezó a declinar tras la muerte de la madre de ambos en agosto de 1983. Relevado de sus funciones y apartado de la corte de Bagdad, Barzan dirigió una sublevación de takritis en enero de 1986. La aventura de dirigir a ese grupo de relegados por el poder le costó cara, pero no la vida. Barzan Ibrahim fue enviado al exilio dorado de Ginebra. Su misión fue un sarcasmo: representante irakí ante la comisión de Derechos Humanos de la O N U . También el paso del tiempo ha favorecido a este familiar y, según diversas fuentes, Barzan tuvo un destacado papel en la reciente negociación que ha llevado al restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Irak e Irán. Según otras informaciones, Barzan Ibrahim fue llamado a Bagdad el 15 de junio y, desde entonces, no se ha sabido nada de él aunque podría estar detenido. Fuentes occidentales creen que Barzan había difundido diversos rumores perjudiciales para el rais, como la ejecución de decenas de pilotos. También eran de sobra conocidas sus ideas prooccidentales y sus vínculos con Gran Bretaña. Con Adnan Barzan cayó otro militante histórico, Haithem al Bakr, hijo del expresidente Ahmed Hasan al Bakr. Este último murió sospechosamente envenenado en 1982, al mismo tiempo que se rumoreaba su posible retorno a la jefatura del Estado. Después de esta experiencia Sadam Husein parece que no ha querido dejar jamás a un todopoderoso familiar a cargo de los servicios de contraespionaje y ha optado por hacer rotar el cargo entre el clan de los takritis. Entre ellos están A l i Hasan Majid, posteriormente ministro de Administración Local, y Fadhil Barrak al Takrit. Barrak, primo de Sadam Husein cayó en desgracia hacia el 15 de mayo de 1990. Desde la presidencia se denunció un complot de los servicios secretos británicos alentado por el propio Barrak. Entie los detenidos figuraban diplomáticos irakíes destinados en Jordania y el que fuera adjunto de Barrak en los servicios secretos: Jalil Chaker, conocido en los medios policiales y de inteligencia por su predilección por la utilización del Thalium, ve-60-

neno de origen soviético detectado en numerosos cadáveres de opositores irakíes muertos en Occidente. Barrak se salvó in extremis de la acusación de corrupción y actualmente parece que ocupa el cargo de consejero del presidente para asuntos de contrainformación. Quien quedó fuera fue el jefe de la Guardia de Sadam, Haj Abid Hasan al Majid, primo hermano del rais y destituido en julio.

Los hombres del presidente Tras esta serie de depuraciones los takritis mejor situados junto a Sadam son: Wadbane Ibrahim Takrit, responsable de los servicios secretos en el exterior, y Sabawi Ibrahim Takrit, a cargo de los servicios secretos en el interior. Ambos son hermanastros de Sadam Husein. Especialmente importante y próximo al dictador es Sabawi, que dirige el Mohabarat en sus secciones de inteligencia militar y espionaje. Dentro de sus competencias está la de proteger a dirigentes y grupos terroristas, como los palestinos Abu Nidal y Abul Abbas —responsable, entre otros, del secuestro del buque Achille Lauro— radicados en Bagdad. Husein Kamal, yerno de Sadam, es otro de los miembros del restringido círculo de takritis que rodea al rais. Su cometido es hacer funcionar la máquina de la guerra desde su despacho de ministro de Industria Pesada e Industria Militar. Maneja un presupuesto billonario y se rumorea su nombre como nuevo ministro de Defensa. El general Husein Kamal y su hermano Sadam Kamal están casados con las dos hijas del líder irakí. Los otros hombres del presidente son Saadun Hamadi, viceprimer ministro para Asuntos Económicos y miembro del Consejo de Mando de la Revolución; Nizal Hamdun, exembajador en Washington y consejero especial sobre Estados Unidos; Izat Ibrahim, delegado de Sadam Husein en el Consejo de Mando de la Revolución y Taha Yasin Ramadan, primer ministro delegado. En esta alta y selecta cúpula de poder también se han oído, o más bien se suponen, voces disidentes. El 18 de septiembre de 1990 el Consejo de Mando de la Revolución hizo pública la renuncia de Saadun Chakir. Oficialmente se adujeron motivos de salud; extraoficialmente se supo que se trataba de diferencias con Sadam. En el restringido círculo de ocho miembros del Consejo de Mando de la Revolución, que concentra en sus manos los poderes fundamentales, no se había producido ninguna dimisión desde 1979. Sí había habido -61

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purgas, ejecuciones o accidentes sospechosos, pero ninguna renuncia fue voluntaria. Fuentes kurdas aseguran que Chakir ha sido ejecutado ateniéndose al procedimiento habitual del régimen. Otros informadores aseguran que los estrechos vínculos con el rais le han salvado la vida aunque se encuentra detenido. Chakir era un amigo de la infancia de Sadam Husein. Juntos compartieron muchas horas en las calles de Takrit y en la casa del padre adoptivo y futuro suegro del rais, Jairallah Tolfah. Además Sadam siempre estuvo en deuda con Chakir, que fue quien le ayudó a escapar de la prisión cuando fue encarcelado en los años sesenta. Años después, Chakir ayudó a su amigo a construir una red de inteligencia, con varios brazos en la que una rama espiaba a su vez a la otra. Saadun Chakir, ministro del Interior desde 1979 hasta 1987, renunció aparentemente por los fallos cometidos al no detectar a tiempo la preparación de una serie de atentados que asolaron la capital irakí. Aunque Chakir permaneció en el Consejo de Mando de la Revolución no volvió a ser nombrado para ningún cargo relacionado con los servicios secretos. La desaparición pública de Saadun Chakir es significativa: él fue un hombre del presidente. Al irse no arrastra consigo ningún grupo, puesto que no hay militantes ni disidentes detrás suyo. Pero el episodio es sintomático y hace intuir la existencia de oposición en el Interior. No es frecuente que en un momento de especial tensión y crisis externa hombres de tal calibre, que han gozado de tanta confianza, dejen solo al rais. Capítulo aparte merece el ministro de Exteriores Tareq Aziz. Cristiano nestoriano, es ministro de Exteriores desde 1983. Artífice de delicadas negociaciones, cumple el papel de «hombre liberal» del régimen de Bagdad. Con Tareq Aziz, Sadam Husein matiza un poco la fama sangrienta de su régimen y demuestra que, en Irak, no se discrimina a nadie puesto que se confía un puesto de tal importancia a un miembro de una minoría religiosa. Su presencia sirve para recordar que Michel Aflaq, fundador del Baas, también era cristiano, aunque de rito griego ortodoxo. Nacido en 1936 en una aldea cristiana de Mosul, conserva ciertas formas que le distinguen de sus colegas chiíes o suníes. Especialista en literatura inglesa, licenciado por la Universidad de Bagdad, Aziz tiene aires cosmopolitas y una vasta cultura que impresiona a sus interlocutores. Domina ampliamente todo tipo de temas relativos a la economía, la historia y las ciencias políticas. Es uno de los teóricos del Baas y un aliado incondicional de Sadam en la lucha por la conquista del poder y el triunfo de la causa baasista a cualquier precio, incluso el de la sangre. -62-

Tarek Aziz es miembro del Consejo de Mando de la Revolución, de la dirección regional del Baas y viceprimer ministro y ministro de Exteriores. Es uno de los cinco hombres que forman el círculo más reducido de asesores de Sadam. En 1980 un grupo de disidentes chiíes atentó contra Aziz durante un acto público en la Universidad de Bagdad. Era la respuesta a la sangrienta represión que se ejerció en esa época contra la comunidad chií. Como ideólogo del Baas ha justificado los métodos sangrientos sobre los que se ha erigido el régimen de Sadam y ha sido unos de sus pilares al ocupar primero la cartera del Ministerio de Información y actualmente la de Exteriores.

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LA G U E R R A DEL MILLÓN DE MUERTOS Desde el fondo de la historia El conflicto fronterizo entre Irán e Irak tiene su origen en rivalidades que se remontan a siglos de historia, herencia de las disputas entre los imperios persa y otomano. Este último ocupó las tierras bañadas por el Tigris y el Eufrates a comienzos del siglo xvi. Desde 1520 hasta 1914, persas y otomanos firmaron hasta dieciocho tratados sobre límites territoriales, siempre en detrimento del territorio irakí a medida que iba retrocediendo el Imperio otomano. En 1916 el Pacto Sykes-Picot establece el reparto de los dominios del Imperio otomano en Medio Oriente entre Gran Bretaña y Francia. Londres gobernará Mesopotamia, Palestina y TransJordania y Francia controlará Siria y Líbano. Irak, primero como protectorado británico y después como Estado independiente, conservó la soberanía sobre Chat el Arab, canal en el que confluyen los ríos Tigris y Eufrates y asegura a la ciudad de Basora una salida al Golfo Pérsico. El control irakí sobre esta vía, su única salida al mar, se ratificó en un nuevo convenio firmado en 1937. Este acto fue denunciado por el sha Rezah Pahlevi en 1969, un año después de que el partido Baas se hiciera con el poder absoluto en la República de Irak. La intención del sha era desestabilizar al vecino régimen socialista que ponía en peligro su futuro. El sha también proporcionó ayuda a los rebeldes kurdos del norte de Irak. Los ideales panarabistas, socialistas y laicos del Baas constituían un serio peligro para el régimen persa. El trabajo de desestabilización tuvo éxito y en 1975 Irak firmó en condiciones de inferioridad los Acuerdos de Argel. En este nuevo tratado se reconocieron las fronteras terrestres entre Irán e Irak fijadas en 1914 por los acuerdos Sykes-Picot. Se modificó el -65-

paso de la frontera por Chat el Arab, que quedó fijado en el centro del cauce profundo y así Irán obtuvo una salida propia al Golfo Pérsico necesaria para las refinerías de petróleo de Abadán. A cambio de estas concesiones Irán cesó de inmediato la ayuda a la guerrilla kurda, que fue derrotada rápidamente por el Gobierno irakí. Los Acuerdos de Argel fueron denunciados por Bagdad en un período de gran tensión con Irán. La triunfante revolución islámica de Teherán amenazaba con extenderse a otros países del Golfo y Bagdad intentó utilizar la misma táctica que el sha había aplicado en su contra unos años antes. En septiembre de 1980 Sadam Husein denuncia los Acuerdos de Argel y decide retornar a la línea fronteriza anterior a 1975. Ello significaba que Irak pretendía el control absoluto de Chat el Arab. Los tanques de Sadam cruzaron la frontera y ocuparon unas importantes franjas de territorio iraní en septiembre de 1980. Pero estas victorias iniciales pronto fueron contrarrestadas por oleadas de combatientes iraníes dispuestos al martirio que constituyeron una barrera sangrienta pero eficaz a los afanes de expansión irakíes. En los ocho años siguientes la guerra quedó empantanada en las marismas de Chat el Arab. Irak contó de inmediato con el apoyo de Arabia Saudí y Jordania, países árabes preocupados por la exportación de la revolución islámica pregonada por el ayatola Jomeini. La mayoría de países del Golfo acabó sumándose a esta alianza contra Irán, siempre con la intención de detener el avance ideológico del integrismo islámico. Francia, Estados Unidos, Italia y la R F A se encargaron de proporcionar gran cantidad de sofisticadas armas de todo tipo a Sadam Husein. En el otro bando, Siria y Libia se pusieron del lado de Teherán por considerar que así se debilitaban los intereses estadounidenses e israelíes en la zona. Las iniciativas diplomáticas de la O N U y de países árabes también quedaron estancadas debido a la exigencia de Teherán de que, previamente a la negociación, se declarase a Irak país agresor y se estipulase el pago de indemnizaciones. En estas condiciones la prolongación de una guerra de desgaste era inevitable. De las marismas se desplazó la lucha al Pérsico, con el bombardeo de petroleros a fin de provocar el colapso económico de Irán. Las grandes compañías dejaron de cargar petróleo en las terminales iraníes, pero buques de bandera de conveniencia hacían el peligroso trayecto y transportaban el crudo hasta la entrada del Pérsico, donde los buques de compañías occidentales lo cargaban ya sin peligro. Así Irak no consiguió tampoco el bloqueo económico. -66-

Bajo el pretexto de garantizar la seguridad de la navegación por el Golfo, E E U U incrementó sensiblemente la presencia de su fuerza marítima en la región. Buques kuwaitíes fueron puestos bajo bandera norteamericana para asegurar su protección. Irán respondió con el minado del estrecho de Ormuz y los ataques sorpresa de lanchas rápidas a los mercantes. Estas escaramuzas provocaron pocas muertes, si se compara con las batallas en otros frentes, pero significaron en la práctica la guerra abierta entre Irán y E E U U . En otra fase de la contienda Irak empezó a utilizar armas químicas contra Irán, impunemente pese a la condena internacional. Teherán respondió a la agresión bombardeando ciudades irakíes. Le siguió después el período denominado la guerra de las ciudades en que ambos contendientes bombardearon indiscriminadamente a la población civil de las ciudades que estaban al alcance de sus respectivos misiles. Todas estas acciones no lograron romper el equilibrio. La superioridad aérea de Irak chocaba siempre con el dominio terrestre y marítimo de Irán en la zona de combate. El Ejército más tecnificado, mucho mejor dotado y preparado de Bagdad no podía detener a las oleadas de guardianes de la revolución compuestas por voluntarios, muchas veces niños y viejos, que morían por los ideales de la revolución islámica. Se calcula que esta guerra ha provocado un millón de víctimas, dos tercios de las cuales pertenecían al Ejército iraní. Estalla el Irangate En 1986 estalla el escándalo Irangate o Irán-contras en EEUU. El presidente Ronald Reagan había consentido o alentado la realización de ciertas actividades ilegales y encubiertas en la Administración norteamericana, en el círculo de sus más próximos consejeros. La operación consistía básicamente en la venta a Irán —enemigo de E E U U y país sobre el que pesaba un embargo— de armas y repuestos militares a precios de mercado negro, utilizando intermediarios del mercado internacional de armamento. Los fondos así obtenidos, descontadas las comisiones, se destinaban a financiar a la contra nicaragüense, verdadera obsesión del presidente Ronald Reagan. Irán necesitaba de estas transacciones, aunque fuera a alto precio, ya que el armamento heredado tras el derrocamiento de sha Rezah Pahlevi era básicamente estadounidense. Las investigaciones del Irangate demostraron la falta de control de Reagan sobre algunos de sus altos funcionarios, entre ellos el director de la CIA William Casey, el consejero de Seguridad Nacional John -68-

Poindexter y el teniente coronel Oliver North. La credibilidad de E E U U ante sus aliados de Oriente Medio y, en especial, ante Arabia Saudí, quedó gravemente dañada por este episodio. En la primavera de 1988, tras varias victorias militares de Irak y el aumento de las tensiones en el interior de Irán, Teherán decidió aceptar la resolución 598 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que preveía un alto el fuego sin que Irak fuese previamente designado y castigado como país agresor. El 20 de agosto de 1988 entró en vigor el alto el fuego y cinco días después comenzaron en Ginebra las negociaciones entre Irán e Irak bajo los auspicios del secretario general de la O N U Javier Pérez de Cuéllar. El fin de la guerra con Teherán permitió a Sadam Husein iniciar una sangrienta ofensiva contra la guerrilla kurda. Bagdad empleó armas químicas contra la población civil y las fotografías de pueblos arrasados por los gases letales que no discriminan entre combatientes y la población civil dieron la vuelta al mundo. Sadam Husein reconoció la amplitud de la ofensiva militar contra los kurdos pero negó el empleo de armas químicas en la lucha. Pocos le creyeron, ya que comisiones internacionales independientes y de la O N U ya habían demostrado el empleo de armas químicas por Irak contra los combatientes iraníes. La ofensiva contra el pueblo kurdo provocó un éxodo masivo. Unos 100.000 kurdos se refugiaron en Turquía. La partida del Líbano Irak también recuperó posiciones en la arena diplomática tras la entrada en vigor del armisticio con Irán. El Líbano fue uno de sus frentes. Bagdad decidió armar al general cristiano Michel Aún para oponerse al creciente poder de Siria, uno de sus eternos rivales. Aún, que contaba con el apoyo velado de Francia en Occidente, se autoproclamó presidente al finalizar el mandato de Amin Gemayel sin que la comunidad libanesa lograra un acuerdo para nombrar nuevo presidente. Por oposición a Aún, gran parte de las fuerzas libanesas apoyadas por Siria otorgaron la presidencia al musulmán Salim Hoss. Más de un año de cruentas batallas han finalizado con la rendición del general cristiano tras el cerco militar sirio al palacio de Baabda. Aún, protegido por Francia, se refugia en su embajada mientras en la calle las milicias vencedoras desatan su venganza sobre sus partidarios. Los hospitales se llenaron de muertos cristianos con terribles marcas de tortura y ejecución sumaria. La oleada de venganza culmina con el brutal asesinato de la familia -69-

de Dani Chamun, uno de los clanes tradicionales libaneses. Al amparo de la protección siria, unos encapuchados asesinaron en su domicilio a Chamun, a su esposa y a sus dos pequeños hijos. Sólo quedó con vida una niña, casi un bebé. Frente a esta cruel matanza de partidarios de Aún, ocurrida en los últimos días de octubre, planea un pesado silencio. Coincide en el tiempo con la consolidación de la alianza antiirakí y la aproximación de E E U U a Siria. Los sucesos se encadenan en Oriente Medio y la invasión de Kuwait no puede considerarse como un hecho aislado. Las negociaciones y pactos que ha provocado pueden tener unas consecuencias previsibles que se concretarían en un amplio pacto entre E E U U y la URSS para zanjar globalmente los problemas de Oriente Medio: desde el peligroso ascenso político y militar de Sadam Husein, antes amigo y ahora enemigo a batir a toda costa, hasta la solución pactada al problema palestino y el destino del Líbano y de Israel. Desde el 2 de agosto, nada de lo que pase en Oriente Medio puede aislarse: ni el pacto que negocian sirios e israelíes sobre el Golán, ni la pax siria impuesta en Líbano, con aquiescencia de E E U U y quizás Israel, ni la matanza del 8 de octubre en la explanada de las mezquitas. La segunda guerra del Golfo es una guerra global, con un frente continuo entre Bagdad y Jerusalén, las arenas de Dahrán y Beirut, Ankara y Teherán.

La herencia de la guerra Sadam no se libraba aún de la herencia de su absurda, sangrienta, cara e inútil guerra de ocho años con Irán cuando emprende la aventura desesperada de invadir Kuwait para asaltar sus ricas arcas. El balance de Irak, dos años después de terminar la primera guerra del golfo, era duro. Aunque rico en petróleo, Irak ha hecho grandes inversiones en armamento. Tiene el Ejército mejor armado, en cantidad y calidad, de la zona. También es el Ejército más numeroso: un millón de soldados. De éstos, unos 300.000 forman el cuerpo central de la milicia, bien armados, entrenados y curtidos por la guerra. El resto, que no hay que desmerecer, es una fuerza de choque menos cualificada pero muy numerosa y capaz de oponerse al atacante. Durante ocho años Irak se ha endeudado a fuerza de comprar armamento y pertrechos para este Ejercito. Ha velado por que no pasase como con las armas del depuesto sha de Irán: muy sofisticadas, muy modernas, pero... sin piezas de repuesto. Los ayatolas que las heredaron tuvieron grandes dificultades para utilizarlas en la guerra irano-70-

irakí. Muchos aviones permanecieron en los hangares al no poder ser reparados y en el mercado negro de las armas se cotizaron alto los precios de las piezas de repuesto. Al final, el montante de la deuda supera los 70.000 millones de dólares. De éstos, aproximadamente, la mitad lo constituyen aportaciones de los países árabes que tomaron partido por Irak, como Kuwait o Arabia Saudí. En repetidas ocasiones, Sadam Husein ha dicho que esta deuda debe serle condonada ya que con la guerra contra Irán se atajó la extensión del islamismo integrista. Irak no ganó la guerra, pero sobre todo impidió que la ganara Irán. Ésta sería la tesis irakí para evitar pagar esa parte tan importante de la deuda. El resto ya es más difícil. No se trata directamente de petrodólares sino de préstamos de bancos occidentales o impagados de material. En estos casos se ha ido renegociando hasta el estallido del conflicto. Ello provoca una importante sangría en el Estado irakí, que ha de pagar enormes sumas en concepto de intereses. Es el ciclo infernal de la deuda en que está inmerso un país que tiene importantísimas reservas petrolíferas, y por ende, enormes riquezas naturales. Una parte importante de esta deuda corresponde a las compras de armamento que Irak hizo a Francia. Con este país, Bagdad edificó una relación especial. Fue su cabeza de puente en Europa desde que en los años 70 firmó los primeros acuerdos con el Gobierno derechista del presidente Valéry Giscard d'Estaign y con Jacques Chirac a la cabeza del Ejecutivo. Del total de la deuda, la mitad está en petrodólares, el resto en manos de acreedores occidentales. De estos 35.000 millones de dólares que Sadam Husein debe a Occidente, entre 4.000 y 5.000 constituyen la deuda francesa. Es una parte muy importante a la que se suma el bloqueo de pedidos provocado por el fin de la guerra y, desde mayo, por los impagados. Hubo una época en que las cadenas de ensamblaje de los misiles Exocet trabajaban exclusivamente para Irak. Así, durante años. Otras grandes empresas, como Dassault, entre otras, vivieron situaciones semejantes. Hoy eso se acabó para empresas grandes y pequeñas, que también han resultado perjudicadas como esos talleres que proporcionaron a las tropas irakíes uniformes, botas, cascos o armas de pequeño calibre. Acabada la guerra, viene la época de la reconstrucción. Se hacen ambiciosos planes para mitigar las heridas de la guerra y el descontento por un final sin victoria clara a pesar del millón de muertos. Pero los ambiciosos planes son difíciles de aplicar ante lo exiguo del presupuesto. Tampoco es fácil aumentar los ingresos accionando la palanca -71

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para producir más petróleo. Los precios son bajos y lo único que se consigue es mermar las reservas. Bagdad no ha querido seguir el rosario tradicional de los grandes deudores, es decir, negociar con el FMI o con el Club de París para reescalonar el pago de la deuda de forma satisfactoria para los acreedores y adoptar unas medidas económicas en Irak que garanticen la producción, la rentabilidad y, por tanto, el pago de la deuda. Pero apartarse del camino tiene sus consecuencias. Bagdad se encuentra ahora en bancarrota e incapaz de afrontar los pagos más inmediatos. Aunque desde 1988 los números han mejorado algo por el aumento de los ingresos de petróleo de 12.000 millones en 1988 a los 15.000 millones de 1989. Pero esto no significa una solución. Las importaciones civiles para este año se estiman en unos 11.000 millones de dólares. Las militares —pese al armisticio el Ejército sigue movilizado—, costarán unos 5.000 millones de dólares. A ello hay que sumar unos 3.000 millones en pago de intereses de la deuda y otros 1.000 millones que salen fuera en concepto de divisas que sacan los trabajadores extranjeros. El balance es, pues, negativo. Al no renegociar el monto total de la deuda, Bagdad ha intentado entenderse con cada uno de sus acreedores. En algunos casos ha llegado a acuerdos, como con la RFA, Turquía o Yugoslavia. En otros casos este tipo de negociación ha fracasado, sobre todo con los grandes acreedores, como Japón, que desde 1989 ya recomendó prudencia a sus industriales, E E U U , Italia y Francia. Estos problemas no amilanaron a Sadam Husein, empeñado desde el final de la guerra en compensar a su pueblo herido por ocho años de sangrienta conflagración con la construcción de un país moderno y autosuficiente en el plano industrial. Poco importaba que el total de ingresos por petróleo sólo bastaba para pagar las importaciones habituales, que son muchas. Sadam no pensaba en el pago de la deuda, sobre todo la de los petrodólares. «Olvidadas» las deudas, el Gobierno se embarcó en un ambicioso plan de recuperación que incluía trabajos de reconstrucción en la zona de Basora y Fao, la más castigada por la conflagración. También se planificaron grandes inversiones en otros sectores industriales, sector petroquímico, materias primas como fosfato y azufre, industria ligera como la del automóvil, la textil y la agroalimentaria, industria militar y agricultura. Con ello Sadam quería edificar el nuevo Irak. Un programa que podría costar unos 60.000 millones de dólares. Imposible pagarlos. El régimen de Bagdad no se inmutó, siguió adelante con su plan pese a las dificultades financieras. La crisis estalló con la persistente baja -72-

de los precios del petróleo que conducía irremediablemente a Irak a la bancarrota total. Fue la pasada primavera. A partir de entonces se multiplicaron desde Bagdad las declaraciones belicosas y las exigencias de un aumento de los precios del petróleo. A finales de julio, la OPEP acordó finalmente aumentar el precio del crudo, pero quizá ya fue demasiado tarde para Irak. Ahora los precios del petróleo han llegado a cotas impensables hace unos meses. Los países más ricos están preparados para afrontar la crisis, que ya no tiene las dimensiones del desastre de 1973. Pero para Irak da lo mismo. No puede mandar su petróleo a ninguna parte porque el bloqueo es eficaz en este sentido. Los oleoductos de Turquía y Arabia Saudí están cerrados y el puerto de Aqaba en Jordania estrechamente vigilado. Tanto da que Sadam Husein haya ofrecido petróleo regalado o a precio de saldo a aquellos que vayan a buscarlo, porque es imposible. Los países del Tercer Mundo no tienen barcos y, en cualquier caso, no disponen de medios para enfrentarse a la poderosa flota desplegada en el Pérsico. En estas condiciones el futuro del país es más que incierto, tanto si estalla la guerra como en el caso de que se halle una solución negociada. La bancarrota ya es un hecho, y en vísperas de la invasión de Kuwait E E U U le dio la puntilla a Sadam al negarle los últimos créditos que aún recibía. La agricultura es un tema sangrante para Irak. Las tierras bañadas por el Tigris y el Eufrates, el vergel más rico de la antigüedad, yacen hoy yermas a causa de la guerra y de los desastres ecológicos causados por una política agraria nefasta. Hasta la invasión de Kuwait los irakíes se alimentaban gracias a las compras realizadas a Turquía, Australia, Brasil y E E U U . Las cifras hablan por sí mismas: Irak produce apenas un 20 % de lo que necesita para alimentar a su población; debe importar el 75 % de los cereales que consume; gasta unos 2.000 millones de dólares en importar artículos agroalimentarios de primerísima necesidad como son cereales, alimentos para el ganado, lácteos. Irak era uno de los mayores productores de dátiles del mundo. En 1976 produjo casi un millón de toneladas. En 1987 esta cantidad se había reducido a un tercio: apenas 324.000 millones de toneladas. Irak era autosuficiente pero había dejado de ser un primer exportador mundial.

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Arriba, un palestino herido en la plaza amurallada de Al Aqsa, el 8 de octubre, durante la masacre de la explanada de las mezquitas en Jerusalén. Abajo, palestinos de los territorios ocupados rezan en las afueras de la ciudad vieja de Jerusalén, junto a la puerta de Los Leones. Su entrada a las mezquitas ha sido prohibida por las autoridades israelíes. 2 de noviembre.

Una voluntaria irakí levanta su fusil Kalashnikov en un desfile realizado en las calles de Bagdad.

Kimberly Cano, de Hudson, Florida: soldado del regimiento de Aviación de la 18 División Aerotransportada, en Arabia Saudí. 22 de septiembre.

Marinos españoles suben a la corbeta Diana, antes de que zarpe hacia el Golfo para relevar, con la Cristina, a la Descubierta y la Cazadora. 16 de octubre.

Un soldado embarcado en la fragata e s p a ñ o l a Santa María exhibe su equipo especial con máscara preventiva contra la guerra química. 4 de septiembre.

Arriba, el general Norman Scwarzhopf, comandante en jefe de las fuerzas conjuntas norteamericanas desplegadas en toda la zona del Pérsico. Foto del 31 de agosto durante un viaje de inspección. Abajo, dos soldados norteamericanos se afeitan en un improvisado tocador levantado en las arenas del desierto saudí. 5 de noviembre.

Arriba izquierda, el ministro soviético de Exteriores, Eduard Shevardnadze, vota su aprobación a la octava resolución contra Irak del Consejo de Seguridad de la O N U . 25 de septiembre. Derecha, Eduard Shevardnadze y el secretario de Estado norteamericano, James A. Baker III, en uno de sus varios encuentros durante la crisis. Abajo, el secretario de Defensa de E E U U Richard Cheney, hace un brindis con oporto junto a su colega portugués Fernando Nogueira. El objetivo era disponer de facilidades en las bases de Azores. 22 de septiembre.

Arriba izquierda, el emir de Kuwait, jeque Jaber al Ahmed al Sabah (con gafas oscuras), llega al Aeropuerto John F. Kennedy de Nueva York, el 25 de septiembre. Derecha, el emir Jaber al Ahmed al Sabah, muestra en su exilio de Yeda, Arabia Saudí, un regalo de la rica comunidad kuwaití refugiada en la ciudad saudí. 13 de octubre. Abajo, el ministro de Exteriores kuwaití en el exilio, jeque Sabah al Ahmed al Jaber al Sabah, expone la situación de su país invadido ante la Asamblea General de la O N U . 25 de septiembre.

Arriba, carro blindado de vigilancia en el desierto saudí. Su misión es controlar a los beduinos nómadas que atraviesan la zona. 2 de noviembre. Abajo, soldado francés junto a un helicóptero Gazelle, durante las maniobras realizadas el 9 de septiembre en los Emiratos Árabes Unidos.

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LA F O R T A L E Z A DE ORIENTE MEDIO El build up Desde el inicio de la guerra contra Irán el régimen de Sadam Husein ha edificado un potente Ejército que depende en gran medida de los contratos con la URSS, Francia y Brasil, aunque también se ha preocupado por la creación de una industria bélica irakí. Bagdad comprobó enseguida que la guerra contra Irán no iba a ser un paseo. La superioridad numérica y la fe ciega de los combatientes iraníes contrarrestaron rápidamente las primeras victorias de Irak. Sadam Husein comprendió que debía dotarse de armamento moderno para contrarrestar estos factores. De no hacerlo, estaba perdido. Pero Bagdad ya estaba preparado para esta eventualidad. Su especial relación con la Unión Soviética le permitía disponer de sus sofisticadas armas. Y una situación similar se producía con Francia. Esta especial relación con París comenzó en los años 70 con una primera visita del primer ministro francés, Jacques Chirac, a Bagdad. Sadam Husein encontró en París a alguien que le escuchara y atendiera sus necesidades. Su discurso fue escuchado en el Elíseo por el presidente Valéry Giscard d'Estaign y concluyó en la firma de acuerdos con Chirac en 1976. A partir de entonces se sucedieron los viajes entre Bagdad y París, ciudad que Sadam Husein visitó personalmente en 1975 antes de partir unos días de visita privada al sur de Francia acompañado por su esposa y por el matrimonio Chirac. Raymond Barre, que sustituyó al alcalde de París como primer ministro, también visitó Irak en 1977 y en 1979. El ministro de Exteriores, Claude Cheysson lo hizo dos años después. Tarek Aziz, viceprimer ministro y ministro de Exteriores también se desplazó a la capital francesa en 1985. - 75 -

Esta cantidad y calidad de los viajes da a entender el volumen de los compromisos. Irak había escogido a Francia como su cabeza de playa en Europa. Primero había pensado en España, por sus tradicionales lazos con el mundo árabe. Pero Madrid estaba más ocupado en 1974 en la sucesión de Franco que en participar en la edificación de una gran nación árabe en Irak. Y Francia en cambio sumaba las cualidades de potencia industrial y política, siendo uno de los pilares de la C E . Empresas como Dassault, L'Aérospatiale, Thomson, Electronique Serge Dassault, entre otras, y decenas de pequeñas y medianas empresas francesas han obtenido enormes beneficios del rearme irakí. Bagdad ha recibido aviones interceptores Mirage 3 y unos 100 Mirage F-l de Dassault, cerca de un millar de misiles antinavío Exocet (parte de ellos destinados a artillar los Mirage, y cuya eficacia quedó probada en el ataque a la fragata estadounidense Stark en el que murieron 37 marinos), 80 helicópteros tipo Gazelle, misiles tierra-aire Roland y misiles anticarro Hot y Milán, centenares de vehículos de transporte de personal tipo Panhardy radares tipo Tiger G de defensa contra ataques aéreos a baja altitud fabricados por Thomson-CSF. Se había negociado un acuerdo para equipar a la aviación irakí con Mirage-2000, lo que significaba un contrato para la fabricación de 50 aviones por un importe de 22.000 millones de francos. El impago de la deuda de casi 6.000 millones de dólares contraída con diversos proveedores franceses bloqueó esta compra y otras desde el 15 de mayo de 1990. Esta medida afecta fundamentalmente a los contratos en curso de negociación que ahora son investigados por la Comisión Interministerial de estudio para las exportaciones de material de guerra. En un reciente salón militar de Bagdad, los expertos se sorprendieron al ver el armamento de que disponía Irak, las piezas que fabricaba y las modificaciones que se habían realizado en algunos de los aparatos.

Mejorando las existencias Irak fabrica bajo licencia carros T-72 soviéticos y a la versión T-55 se le había cambiado el cañón de origen de 100 mm. por el 2A46 D-81TM de 125 mm., mucho más potente y pensado para artillar los T-72. Los delegados franceses observaron también sorprendidos que sus Mirage Fl habían sido cargador con misiles tierra-aire soviéticos. Los ingenieros irakíes lograron modificar el alcance de los misiles Scud, ahora llamados Al Husein (600 km. de alcance) y Al Abas (800 km.), aunque se desconoce la precisión de los mismos. -76-

Otras novedades en la investigación de armamentos de Irak y en la fabricación de prototipos incluían el desarrollo de un sistema propio de antimisil Fao-1, la presentación de dos bombas dirigidas por láser o por un sistema de vídeo y la gama completa de minas navales Sumer, que se activan por un sistema múltiple acústico y magnético. Ante tan sofisticado despliegue los expertos se preguntaron de qué forma Irak había avanzado tanto. Claro que desde hace diez años sus ingenieros han trabajado en muchas fábricas sofisticadas de Occidente y de países del Este, pero también fue importante la ayuda material directa proporcionada por sus proveedores. En el plano convencional el principal proveedor fue la Unión Soviética, que proporcionó a Irak su armamento más sofisticado. Moscú y Bagdad mantienen relaciones de privilegio desde la firma del tratado de cooperación y amistad de 1972. Por ello Sadam Husein dispone de un importante arsenal soviético. Por ejemplo 18 cazas Mig-29 Fulcrum, una treintena de aviones anticarro Su-25 Frogfoot, vehículos de transporte de infantería de combate BMP-2, baterías de misiles tierra-aire SA-8 y SA-14, misiles anticarro AT-4 y el cañón remolcado 2A36 de 152 mm. Irak también disponía de armamento soviético más antiguo, incluso en algunos casos demasiado antiguo, pero necesario para pertrechar a sus soldados reservistas. Entre este armamento había unos 500 aviones MIG-21 y MIG-23, así como J-7 de construcción china. La infantería contaba con unos 2.500 carros T-54 y T-55 y 1.500 carros T-59. En primera línea, estos carros eran reemplazados por los más modernos T-72, de los que disponía de unas 500 unidades, y por un millar de T-62. Irak disponía también de más de 8.000 vehículos de transporte de tropas, entre los qué destaca un millar de unidades del BMP-1 dotados de un cañón de 73 mm y de misiles anticarro Sagger y con blindaje reforzado por los propios irakíes, que sabían de su vulnerabilidad a los bazookas, tal como se comprobó en la guerra árabe-israelí de 1973 y en la guerra de Afganistán. Otro importante proveedor de armas de Irak era Brasil, con cuyos expertos trabajó sobre satélites militares y cohetes de artillería cuyas cabezas múltiples desarrolló Bagdad. También entregó vehículos ligeros blindados EE-9 Cascavel, EE-3 Jaraca y EE-11 Urutu. Austria vendió a Irak durante la guerra con Irán 200 cañones de largo alcance GHN-45. España también parece que contribuyó en la construcción de los chasis de los huevos obuses Majnoon de 155 mm. y Al Fao de 210 mm. El diseño de estas armas, según fuentes inglesas, corrió a cargo de Gerald Bull, inventor de supercañones que murió misteriosamente en Bruselas. - 78 -

En Italia, el último pedido quedó bloqueado por falta de pago de los anteriores; se trata de cuatro fragatas y cuatro corbetas que jamás fueron entregadas y permanecen en dique seco a la espera de nuevo comprador. Alemania vende mejor En el terreno de las armas químicas, el mayor proveedor ha sido la República Federal de Alemania. Existe probada constancia de que Irak ha utilizado gas Yperita contra el Ejército iraní y gases neurotóxicos contra los kurdos en la ofensiva de 1988. Su nombre proviene de los horrores que su uso causó cuando fue empleado por primera vez en la llanura de Ypres, Bélgica, en 1915, causando la muerte de 15.000 hombres en una sola jornada. Fuentes militares irakíes aseguran ahora que Bagdad dispone ya de armas químicas binarias. Estas armas altamente sofisticadas sólo estaban en poder de EEUU. Consisten en municiones compuestas por dos contenedores separados que sólo se activan al mezclarse tras la explosión. Ello los hace más seguros a la hora de ser transportados y manipulados. Los industriales británicos participaron en la construcción de las piezas que una vez ensambladas iban a constituir un enorme lanzador espacial, un supercañón ideado por la Space Research Corporation del norteamericano Gerard Bull. El 22 de marzo de 1990, este extraño personaje, genio de la artillería, apareció muerto en su apartamento de Bruselas con 15.000 dólares en sus bolsillos. Fuentes británicas han implicado a agentes israelíes en el suceso. El gran Berta, hoy Desde 1960, Bull había trabajado en supercañones para Canadá, EEUU y Suráfrica. A l parecer logró convencer a Irak para construir dos gigantescos cañones : Baby Babylon y Big Babylon. Oficialmente debían servir para lanzamiento de satélites. Pero ¿quién asegura que no se emplearían para lanzar misiles o gases tóxicos? Irak se embarcó en el proyecto de los supercañones en 1987, cuando más mal le iba la guerra con Irán. Cuando se hizo pública la detección del envío de piezas para el supercañón 44, las 52 piezas de que estaba compuesto ya habían llegado a Bagdad. Los irakíes pensaban instalar estas armas en bunkeres protegidos cerca de la frontera con Irán o apuntando a Israel. -79-

Big Babylon tenía un metro de diámetro y estaba compuesto por 26 secciones que sumaban un total de 260 metros capaz de lanzar un proyectil a 600 millas o un misil a 2.000 millas. Baby Babylon tenía un diámetro de 350 mm. y un largo de 30 metros con un alcance estimado en 200 millas. Este tipo de armamento, y más en estas dimensiones gigantescas, podría no ser muy preciso. Sin embargo, jugaría a su favor el hecho de que podría usarse en múltiples ocasiones, no como los misiles. Irak tiene hoy, sin duda alguna, el Ejército más numeroso y mejor armado del mundo árabe, y además está rodado y entrenado a causa de la guerra con Irán. También posee una potente industria militar ocupada principalmente en la elaboración de armas químicas y cohetes o misiles de medio alcance para lanzarlas. Pero además está en vías de obtener la bomba atómica. Efectivamente, el último capítulo de este build-up irakí lo constituye el deseo de Bagdad de poseer armas nucleares. Los contratos de los años 70 con Francia permitieron que Irak tuviera su propio reactor nuclear. Israel, sintiéndose amenazada por esta presencia, bombardeó en 1981 el reactor de Osirak en Tuwaita, muy cerca de Bagdad. Este revés no amilanó a la cúpula irakí, que prosiguió sus compras e investigaciones hasta hoy controladas por el Ministerio de Industria y de Industrias Militares que dirige Husein Kamal al Mayid, primo y yerno (está casado con una hija) de Sadam Husein. El Gobierno irakí ya ha anunciado en repetidas ocasiones que comprará todo aquello que no sea capaz de producir. En el capítulo de compras pocas veces se puede llegar hasta el final y saber a qué fin último está destinada la compra de determinada tecnología a Occidente. Aparentemente puede ser un uso no militar, pero en los centros de investigación y pruebas pocos conocen el destino de esta tecnología. ... E Israel mandó parar El 7 de junio de 1981 la aviación israelí destruyó el reactor nuclear de Osirak, en Tuwaita. Desde entonces Sadam aprendió la lección y ahora los centros de investigación y fábricas de armamento están repartidas por todo el país y dotados de sofisticados sistemas de detección de ataque aéreo. Israel destruyó el Osirak, pero se mantienen activos el francés Isis-2 y un reactor de investigación soviético. Fuentes de inteligencia británicas creen que en Tuwaita se intenta enriquecer uranio to weapons grade, por lo que se han comprado centrifugadoras, magnetos especiales y bombas de vacío. Otro centro de investigación nuclear estaría situado -80-

en el norte, en Mosul, y también en el noreste, en Arbil. De confirmarse el estado de las investigaciones, Irak podría poseer la bomba atómica en un plazo que oscilaría entre los cinco y los diez años. La CIA, en cambio, dice que el plazo de obtención de la bomba atómica irakí oscila entre los tres y cinco años. La construcción de misiles irakies forma parte del top secret Project 395. Gran parte de la producción se realiza en Kerbala, donde hay un centro de pruebas donde se habría experimentado con el último misil irakí, el Tammuz-1, con un alcance de 2.000 kilómetros. Fuentes occidentales aseguran que no existen pruebas de que Irak haya experimentado con tal cohete. En cambio sí que las hay del último misil israelí, destinado a competir con el Tammuz-1 en la zona. Se trata del Jericó-3, con un alcance de 1.500 kilómetros, que fue probado en el Mediterráneo en aguas internacionales frente a Libia, y que puede ir artillado con cabezas convencionales, químicas o nucleares. El problema de los cohetes y misiles irakíes estriba en que, si bien cumplen sus objetivos en cuanto al radio de acción, no los cumplen en materia de precisión. Ello se debería a que la Unión Soviética no ha proporcionado a Irak toda la tecnología necesaria para poder hacer armas que lleguen con precisión al punto deseado. Esta cuestión inhabilita en cierta forma parte del arsenal, ya que Bagdad no puede estar del todo seguro sobre el punto exacto de impacto. También éste podría ser el origen del fracaso del envío el pasado año del cohete Abed desde el centro de investigación de Al Anbar. El cohete salió a la atmósfera pero no pudo ser situado en órbita, dato que no ha podido ser confirmado. Aquí Israel le ha ganado la batalla a Irak, ya que una versión del Jericó denominada Shavil ha puesto recientemente en órbita el satélite israelí Ofeq-2. El combustible para los misiles irakíes se estaría produciendo al sur de Bagdad, en Al Hillah, donde el 17 de agosto de 1989, según aseguran diversas fuentes, se produjo una explosión que habría costado la vida al menos a 1.500 personas. Éste es el episodio que el periodista británico de origen iraní Farzad Bazoft, corresponsal free lance y probablemente agente independiente de algún servicio de Inteligencia, estaba investigando junto a la enfermera británica Daphne Parish cuando fue detenido. Bazoft se autoinculpó posteriormente de espionaje y fue ejecutado en marzo de 1990. La enfermera ha sido liberada en julio de 1990 gracias a activas gestiones diplomáticas que no lograron, sin embargo, salvar la vida a Bazoft, que murió ahorcado. La propia prensa londinense sugirió que Daphne Parish trabajaba para una rama del espionaje británico. - 81 -

Otros trabajos de ingeniería vinculados a la industria militar se realizan en Al Fajullah, al oeste de Bagdad. Mientras prosigue la fabricación de armas químicas, principalmente en Samarra, al norte de Bagdad y a orillas del Tigris. La factoría produce gas mostaza que causa quemaduras en la piel y puede matar a aquellos que inhalen una cantidad importante del mismo. Otro producto de esta tenebrosa factoría son los gases Tabun y Sarin —el «gas nervioso» utilizado, igual que el gas mostaza, durante la Primera Guerra Mundial—, que matan atacando el sistema nervioso central. Otras fábricas, en Badush, Akshat y Basora, producen gases químicos para uso tanto civil como militar. En el campo de las armas biológicas, nadie cree en realidad que los irakíes hayan producido ningún agente, pero existe un centro de investigación en Salman Pak, muy cerca de Bagdad, y algunos servicios de espionaje temen que pueda usarse algún elemento contra trabajadores de los yacimientos petrolíferos en caso de que Sadam decidiese atacar zonas de Arabia Saudí.

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LA SEGUNDA GUERRA DE S A D A M La trastienda de la invasión El jefe de las fuerzas norteamericanas desplegadas en el Golfo Pérsico, el voluminoso y sutil general Norman Schwarpkopf, ha sido categórico al señalar que el megalomaníaco Sadam Husein no es precisamente un estúpido. La lógica de la operación kuwaití muestra no obstante algunos fallos de coherencia político-militar como designio estratégico. La sospecha de que el dictador irakí barajaba un juego global más amplio, apuntada en los primeros días por algunos analistas norteamericanos, pudo comprobarse más tarde en los informes de inteligencia que comenzaron a filtrar cuidadosamente los servicios secretos israelíes y británicos. El apunte casi jocoso de Tom Clancy sobre la debilidad fatal de Sadam, cuando detuvo sus tropas en la frontera saudí, fue un verdadero bingo de intuición estratégica. Sadam Husein tuvo, en efecto, en sus manos un ambicioso plan para cambiar radicalmente el mapa político de toda la península arábiga y satisfacer así sus designios de nuevo Saladino y nuevo Nasser. Los servicios de Inteligencia israelíes, el militar Aman y el civil Mosad, pese a contar con una engrasada red de agentes perfectamente arabizados, han tenido desde agosto serias dificultades para penetrar el formidable escudo de seguridad levantado por Sadam y su entorno en Bagdad. No obstante, sus analistas pudieron reconstruir con datos de diversas fuentes la Gran Estrategia Árabe que orientó la iniciativa irakí de invadir Kuwait y la siguiente y frustrada fase de penetrar en Arabia Saudí y ocupar por la fuerza su franja petrolera de Al Hasa, en el eje Kuwait-Dahran. Los informes israelíes, recogidos por fuentes británicas y distribui- 83 -

dos discretamente en capitales de Oriente Medio, subrayan que Sadam Husein comenzó a articular su estrategia de expansión al término de la guerra con Irán, en 1988, sobre dos líneas de progresión. La primera fue construir una red de alianzas diplomáticas con países musulmanes africanos y con estados afines situados en las estratégicas riberas del mar Rojo: Yemen, Somalia, Sudán, Yibuti y los rebeldes eritreos. La segunda, detallada en otro capítulo, apuntó a multiplicar y reforzar tecnológicamente su arsenal. E l objetivo final de estas progresiones políticas y logísticas apuntaba no a Israel, sino a Arabia Saudí y a los ricos emiratos del Golfo, odiados por el mundo árabe pobre y llaves del poder y la riqueza de todo el Pérsico y de la Península Arábiga. Las relaciones especiales de Irak con Yemen y Sudán han quedado al descubierto en plena crisis, cuando los servicios de Inteligencia británicos hicieron públicos sus datos sobre la presencia de aviones irakíes en Yemen y, con más prudencia, la instalación en Sudán de proyectiles y armas químicas irakíes que amenazaban instalaciones militares egipcias. El alcance final de estos datos es aún mayor según informes israelíes y británicos filtrados en septiembre a los exclusivos boletines de información confidencial que circulan en los medios financieros europeos y de Oriente Medio. Fuentes norteamericanas y británicas se han hecho eco de algunas informaciones que señalaban que el día 2 de agosto, mientras las tropas de Sadam entraban en Kuwait, una escuadrilla de 15 aviones irakíes Mig-23, de fabricación soviética, volaba sobre el desierto saudí rumbo a la recientemente unificada República del Yemen. Otros informes de Inteligencia advertían ya en junio que Yemen —con un bien entrenado Ejército de 62.000 hombres y más de 1.000 carros de combate— estaba desplazando hacia el norte, en su frontera con Arabia Saudí, destacamentos del sur del país, unificado apenas un mes antes. Ya se sabe que Yemen, por casualidad miembro rotatorio del Consejo de Seguridad de la O N U al estallar la crisis, se abstuvo en la condena a Irak y en las sucesivas resoluciones de castigo por la invasión. El escenario concebido por los estrategas de Sadam, señalan los analistas israelíes, consistía en una operación combinada desde Irak, Yemen e incluso Jordania contra Arabia Saudí desde tres frentes, articulada como una maniobra de continuidad tras la invasión de Kuwait. Las mentiras de Sadam Sadam contaría con el factor sorpresa que utilizó el 2 de agosto, apenas pocas horas después de asegurar personalmente al presidente -84-

egipcio Hosni Mubarak que no atacaría al emirato. La progresión militar se realizaría en la frontera kuwaití-saudí, con al menos 100.000 soldados encuadrados en una o dos columnas de la Guardia Republicana, apoyadas por una división blindada de 300 tanques. Esta fuerza realizaría un rápido avance hacia Dahran, la ciudad petrolera que sirve ahora de capital de referencia para las tropas norteamericanas desplegadas en el norte de Arabia Saudí. El objetivo de ese avance sería ocupar la región de Al Hasa, entre Bahrein y Kuwait, rica en instalaciones petrolíferas y con una amplia salida al Golfo Pérsico. Las posibilidades técnicas de una respuesta eficaz por parte de Arabia Saudí eran escasas y, si operaba el factor sorpresa y la rapidez de movimientos, no daría tiempo para actuar en forma contundente a la Fuerza de Intervención Rápida que mantiene estacionada E E U U en la isla Diego García desde que fuera creada en 1979 por el presidente Jimmy Cárter. En el mismo instante, las fuerzas yemeníes desencadenarían un avance hacia las regiones del sur de Arabia Saudí —Azir, Najran y Jaizán— haciendo uso de su potencia blindada y con apoyo aéreo reforzado con los Mig irakíes. Durante muchos años el Ejército de la ahora fusionada República Popular del Yemen sostuvo una permanente guerra de guerrillas contra tribus de esas regiones fronterizas, armadas generosamente por Arabia Saudí para hostigar al régimen marxista que gobernaba Yemen del Norte. La eventual operación yemení suponía neutralizar las tribus rebeldes y establecer una ocupación que Arabia no estaría en condiciones de evitar debido al ataque irakí por el norte, más peligroso para los intereses vitales del reino saudí, que cuenta apenas con 65.000 soldados. Militarmente, la operación no ofrecía sin embargo garantías de rápida resolución debido a las dificultades de movilizar blindados en terreno montañoso y a la experiencia combatiente de las tribus del norte yemení. La prensa británica se hizo eco en forma oblicua de estos informes aunque sin precisar tales detalles. En todo caso, un alto oficial del MI-6 viajó abiertamente a Sanaa, Yemen, a fines de agosto. La repercusión más visible de su viaje fue un imprevisto giro a la moderación en las declaraciones públicas del Gobierno del Yemen y su adscripción, aunque tibia, a las condenas hechas por la O N U a la invasión de Kuwait. Yemen prometió entonces que acataría el embargo contra Irak. Días después se unía a la mayoría en otra resolución contra Irak del Consejo de Seguridad, dejando sola a Cuba, con el único voto de abstención. El tercer elemento del plan irakí supondría una acción militar por parte de Jordania, impulsada discretamente por el propio rey Husein. Desde la guerra Irán-Irak, el rey Husein, antes un buen aliado de E E U U - 85 -

y Occidente, estrechó vínculos de gran dependencia económica con Bagdad, convirtiéndose en el principal circuito de aprovisionamiento militar y alimentario de Irak. El uso del puerto de Aqaba proporcionó a Jordania sus más seguros ingresos en la década de los ochenta y alimentó una relación política que explica el embarazoso papel que ha debido cumplir el pequeño rey en la actual crisis. Aunque paralizado por la formidable disuasión que representa el Ejército de Israel, Jordania cuenta con unas fuerzas armadas no despreciables: 4 divisiones con un total de 140.000 soldados; 1.100 tanques; 600 piezas de artillería y 107 aviones de diversa cualificación. El plan acariciado por Sadam supondría utilizar esta potencia para crear un tercer frente de invasión en Arabia Saudí, mediante un ataque aéreo y la marcha forzada de las fuerzas jordanas hacia la región de Hiyaz, al sur de la cual están situadas las dos ciudades santas del Islam, Medina y La Meca. Fuentes del Ejército israelí confirmarían semanas después de la invasión que efectivamente habían sucedido algunas cosas extrañas en las guarniciones jordanas aquella madrugada del 2 de agosto. Sin ninguna explicación plausible —salvo el conocimiento de la operación irakí contra Kuwait— las bases aéreas jordanas estaban esa noche en estado de alerta máxima e incluso había sido habilitado para operar un centro aéreo, cifrado en la jerga militar como el H-4, que estaba fuera de funcionamiento desde hacía largo tiempo. Las tropas jordanas fueron las únicas fuerzas de los países árabes de la región que estaban en alerta esa madrugada. También son las únicas, si se descarta Yemen, que incluyen oficiales irakíes de enlace en sus estados mayores de aire y tierra. Es imposible saber ahora si Sadam Husein estuvo a punto de seducir para su Gran Estrategia Árabe al rey de Jordania. E l monarca hachemita, acosado en la frontera por la superioridad israelí y desde dentro por la creciente mayoría palestina que representa más del 60 % de la población jordana, se ha visto forzado a buscar en Bagdad su apoyo más seguro, aun a riesgo de enfriar, como le ha sucedido, sus antes privilegiadas relaciones con Estados Unidos y Arabia Saudí, de quien debía recibir este año, a título de ayuda económica y prácticamente a fondo perdido, una partida de cooperación de 200 millones de dólares. La marea integrista que reverbera en su reino, animada por la poderosa organización de los Hermanos Musulmanes y fertilizada por los jóvenes palestinos radicales e islamizados, ha producido también cambios en el estilo del rey hachemita casado con la occidentalizada y elegante reina Noor. El abuelo de Husein fue una figura legendaria en la moderna histo- 86 -

ría de la lucha nacional árabe y amigo de Lawrence de Arabia cuando se convirtió en el primer jeque árabe que se rebeló contra la ocupación turca con la conocida ayuda británica. El jerife Husein era el señor de La Meca y reinaba sobre las tribus beduinas de la hoy provincia saudí de Hiyaz, de la que fue expulsado en 1924 por las tropas de su rival, el rey Saud, fundador de Arabia Saudí. La nostalgia de la grandeza de su abuelo no abandona en todo caso al pequeño rey hachemita. No hace mucho desechaba el título de rey y reclamaba ante el Parlamento elegido el año pasado, con un gran porcentaje islámico, el título de jerife o guardián de su ilustre antecesor. En esa sesión y en otros contactos políticos, Husein de Jordania ha evocado igualmente la herencia que su familia porta históricamente como guardiana de los Santos Lugares del Islam. Tal actitud ha despertado más de alguna especulación entre los atentos observadores de Oriente Medio y más de uno ha querido ver en ella una explicación no económica de la especial relación que el monarca hachemita ha establecido con el temible león de Bagdad. El juego táctico y el factor tiempo Desde el momento en que Sadam Husein detuviera su agresión en la frontera sur del emirato kuwaití, sus perspectivas estratégicas cambiaron tan radicalmente de signo como sus líneas inmediatas de acción para defender la pequeña fortaleza invadida. Los planes expansionistas del dictador irakí, como podía leerse en un capítulo anterior, no podían desarrollarse desde la posición defensiva a que le obligó la rápida y enérgica reacción internacional en su contra. Las advertencias sobre tal respuesta y en especial sobre una réplica militar decidida por parte de E E U U , como ha sucedido, les costó la vida a varios altos oficiales del Ejército irakí muy pocos días antes de la invasión. La fortaleza kuwaití se había transformado en una trampa de la que, sin embargo, Sadam Husein intentó rápidamente extraer ventajas tácticas y argumentos de maniobra que ha sabido utilizar con indudable astucia en los tres primeros meses del conflicto. Su objetivo táctico principal ha sido ganar tiempo. Pudo en efecto ganar horas en la desvergonzada maniobra de la falsa retirada del 5 de agosto y preparar líneas de acción para subvertir el acoso internacional que se le venía encima. La primera genialidad política fue diseñar una similitud entre la situación de Kuwait y la de los territorios de Cisjordania y Gaza ocupa-87-

dos por Israel. La maniobra cubría al mismo tiempo varios objetivos políticos que podrían agrietar la alianza internacional suscitada en contra de Irak por la invasión. En primer lugar, concitaba un elemento cohesionador en ciertas masas árabes, que, según apuntaría el siempre cauto Henry Kissinger en una improvisada conferencia dada en Madrid en agosto, constituía un elemento que no debía despreciarse. El efecto pudo verse en la especial atracción carismática que ha comenzado a ejercer Sadam Husein en los radicalizados jóvenes palestinos de la Intifada. Incluso antes de los sangrientos hechos sucedidos el 8 de octubre en la explanada de las mezquitas de Jerusalén, la bandera irakí y el retrato de Sadam se han integrado en la imaginería de los campos palestinos. La efigie del aspirante a nuevo Nasser y los colores verde, blanco y negro han irrumpido en comunidades árabes de Beirut como nuevos signos de identificación litúrgica que también han hecho suyos los jordanos y la enorme población palestina exiliada en el reino hachemí. Muchos niños nacidos estos meses en los campamentos palestinos de Beirut y el sur del Líbano, de Jordania y de los territorios ocupados llevan el nombre de Sadam Husein. Aunque la comparación entre Kuwait y Cisjordania no incitara a divisiones en el seno de las Naciones Unidas, facilitó una argumentación bien recibida en algunos segmentos de la opinión europea y más aún en la intelectualidad y en las masas del mundo árabe desde el Magreb al Líbano. A caballo de esta estrategia, Sadam pudo articular después diversas ofertas de buscar una solución negociada en el marco de los países árabes. Aunque hasta mediados de noviembre no se vislumbraba una perspectiva en tal sentido, las propuestas lograron frenar la decisión siria de enviar más tropas a Arabia Saudí y provocó algunas vacilaciones en Qatar, un exasociado comercial de Irak, e incluso en el seno del Gobierno saudí. El tiempo, ese factor decisivo en la resolución de los conflictos, comenzó a jugar en favor de las batallas diplomáticas de Sadam, con este argumento que gota a gota terminó por erosionar en los últimos días de octubre la decisión resuelta de gobiernos como el sirio y el marroquí. La violencia desatada desde el 8 de octubre a raíz de la matanza junto a la mezquita de Ornar en Jerusalén dio fuerza a este leit motiv irracional, que ha agrietado seriamente la firmeza inicial del frente árabe en el seno de la alianza internacional contra Sadam. La segunda arma política de S¿.dam, también eficaz en el mundo árabe, ha sido explotar la ira latente de las masas pobres del Islam contra los opulentos jeques del Golfo. En el propio Kuwait, el invasor encontró un caldo de cultivo apropiado en más de un millón de parias sin - 88 -

nacionalidad que sobrevivían en el emirato como mano de obra barata encargada de los trabajos más despreciados no sólo por los jeques sino por la rica mesocracia que ha medrado al calor del petróleo y de la potente expansión financiera kuwaití. Gran parte de este contingente apatrida procede de Jordania, del sur de Irán, de Líbano y del norte de África, sumándose contingentes musulmanes de Pakistán y Bangladesh que no abandonaron el emirato. Aunque el número de trabajadores inmigrantes que ha salido de Kuwait es elevado, la mayor parte corresponde a egipcios que hubieron de huir debido a la ruptura ya personal entre Sadam y Mubarak a raíz de la invasión. Otros fueron trabajadores asiáticos que huyeron despavoridos tras sufrir vejaciones y abusos de los soldados irakíes. Más de medio millón han permanecido no obstante en Kuwait, a los que debe agregarse el importante contingente de 400.000 palestinos, la mayor parte profesionales, técnicos, comerciantes y trabajadores con algún grado de cualificación. El peso demográfico que representan esos datos en un pequeño país de menos de 2 millones de habitantes es considerable. El tiempo, otra vez, ha facilitado a Sadam la táctica de impulsar una política de repoblamiento con mayorías palestinas e incluso irakíes que podrían variar la composición demográfica del emirato si el conflicto y la ocupación se prolongase muchos meses. A primeros de septiembre muchos palestinos residentes en Jordania comenzaron a trasladarse desde los campamentos de refugiados hacia el emirato, contemplado como un tierra prometida transitoria. El plazo dependerá del desenlace de la situación, pero existe como un nuevo dato articulado en el tablero social y político de la zona.

Los contactos secretos con Israel Pero la estrategia más sorprendente de Sadam Husein fueron sin duda los contactos secretos que estableció con Israel pocas semanas después de la invasión de Kuwait. Mientras el dictador vociferaba en público sus amenazas de un ataque químico contra Tel Aviv, su emisario especial, el pequeño rey o jerife Husein de Jordania, hacía llegar a los israelíes un mensaje escrito del rais de Bagdad con la oferta expresa de un pacto mutuo de no agresión en caso de estallar la guerra en el Golfo. Los israelíes contestaron verbalmente, también a través del monarca hachemita, que no tenían ningún plan de ataque contra Irak, pero que sin duda arrasarían Bagdad si Sadam lanzaba misiles o raids aéreos contra Israel. -

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Antes de la invasión de Kuwait existieron otros contactos más directos entre Jerusalén y Bagdad, en los que participaron tres hombres de confianza de Sadam Husein. Ellos eran su ministro de Exteriores, Tareq Aziz; otro de sus lugartenientes, el exembajador en Washington, Nizar Hamdun, y el representante irakí en Egipto, Nabil Nizam el Takrit, miembro del clan privado que controla el entorno de Sadam. Según fuentes israelíes, los tres políticos irakíes mantuvieron encuentros secretos con altos funcionarios del Gobierno y de la Inteligencia israelíes que no fueron identificados por las fuentes consultadas. El interés de Israel era lograr un enlace permanente entre Bagdad y Jerusalén —una especie de teléfono rojo— fin de evitar que un error o un mal cálculo precipitara una guerra. Según las fuentes israelíes, Bagdad no contestó nunca a esta oferta. Los contactos fueron sin duda fluidos en los primeros meses de este año, incluyendo como mediadores y garantes, además del infaltable rey Husein, al presidente egipcio Hosni Mubarak y a un norteamericano, el exsecretario de Defensa del presidente Ford, Donald Rumsfeld, vinculado a diversos intereses en Oriente Medio. Entre los sucesivos mediadores entre Israel e Irak figuran personajes tan sorprendentes como la embajadora norteamericana en Bagdad, April Glaspie, cuya curiosa desinformación es narrada en el capítulo sobre el liderazgo de Bush. Glaspie, a quien le atribuyen formación especial en los servicios de Inteligencia del Departamento de Estado, sirvió efectivamente alguna vez de portadora de propuestas israelíes, llevadas desde Jerusalén por otro de los emisarios norteamericanos, el congresista de origen judío Norman Berman. El exministro de Defensa de Estados Unidos, Donald Rumsfeld, actualmente hombre de negocios en Oriente Medio, ha servido varias veces como intermediario entre Bagdad y Jerusalén, según fuentes israelíes. Además de la reciente reunión de emisarios de ambos países, Rumsfeld trasladó en los años ochenta, en plena guerra del Golfo, una invitación israelí a normalizar las relaciones con Irak. Israel había propuesto en 1983 a Bagdad establecer una ruta protegida para su petróleo, a través de Jordania, a cambio de negociar alguna venta de armas solicitada indirectamente por el régimen irakí. Aparentemente, ninguna de estas propuestas mutuas tuvieron resolución. Como se sabe, en 1986, Israel ya había escogido, por razones tanto conspirativas como económicas, facilitar ventas de armas a Irán, antes incluso de implicarse en los trapícheos más sucios del Irangate. En 1987, sin embargo, el Gobierno israelí había autorizado una reunión secreta en Washington del ministro israelí de Energía, Moshe Shahal, nacido en una familia judía de Bag-90-

dad, con el embajador Nizar Hamdun, hoy uno de los miembros del círculo íntimo de Sadam Husein. La reunión no llegó a celebrarse, según los israelíes, debido a una cancelación de la cita por parte del diplomático irakí. Antes de este encuentro frustrado, Shahal había sido invitado a Bagdad a través de una gestión personal del presidente egipcio Mubarak, quien estaba dispuesto a viajar a Bagdad con el ministro israelí. La mediación egipcia, dirigida a ensanchar el proceso de paz árabe-israelí, habría sido boicoteada por el propio Sadam.

Acciones defensivas La primera estrategia de Sadam fue la amenaza de la guerra total. El 20 de septiembre, todavía Sadam vociferaba que estaba dispuesto a luchar durante años y amenazaba con provocar un incendio global en Oriente Medio. En una entrevista con el exprimer ministro turco Bulent Evevit, dijo: «En realidad, ellos están hablando de terminar con nosotros en cuestión de horas. Pero quién dice que nosotros aceptaremos esa guerra tan rápida.» En otras intervenciones Sadam advertía que los pozos de petróleo y las aguas del golfo, fácilmente sembradas de minas incontrolables por las corrientes del Pérsico, podrían estallar en caso de una agresión americana. Las acciones defensivas del dictador irakí, entre agosto y noviembre, revelaron en realidad una notable intuición táctica, pero una evidente discontinuidad en su perspectiva estratégica. La búsqueda de contactos con Israel fue olvidada a las pocas semanas y sustituida por una permanente amenaza verbal con la única lógica de atraer demagógicamente a palestinos y jordanos. La secuencia de su estrategia puede resumirse en estos puntos. 1. Anexión de Kuwait. Una vez desechado el ataque a Arabia Saudí, consolida la anexión del emirato. Medidas administrativas de irakización como el cambio de moneda, de documentos de identidad y de matrículas de coches. Expulsión de kuwaitíes mediante medidas de coerción y despojo que los desalentaba a permanecer en sus hogares. Repoblamiento con voluntarios irakíes, palestinos y jordanos. Dada la poca población kuwaití —600.000 de los 1.800.000 habitantes—, intentó crear a toda velocidad una nueva situación demográfica. Las estimaciones señalan que a principios de noviembre Irak había logrado establecer cerca de medio millón de nuevos kuwaitíes, en su mayoría palestinos y emigrantes de Irak. -91

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2. El arma de los rehenes. Conocedor de su eficacia en las experiencias de los secuestros, Sadam concibió desde el primer momento la utilización de los retenidos extranjeros como escudo defensivo y como elemento de división y chantaje a los aliados. Su primer movimiento fue trasladar varios miles de extranjeros desde Kuwait a Irak y distribuirlos selectivamente en instalaciones y objetivos militares. Al mismo tiempo, desde la primera visita del presidente austríaco Kurt Waldheim, en agosto, comenzó a jugar un perverso juego del gato y el ratón, favoreciendo la libertad esporádica de rehenes de algunas nacionalidades. Los rehenes le permitieron a Sadam recibir a emisarios no oficiales de diversos países: España, Francia, Gran Bretaña, Japón, a quienes utilizó en algunos casos como arma de propaganda. Dos efectos fundamentales del arma de los rehenes fueron paralizar durante algún tiempo la eventualidad de un raid sorpresa —un bombardeo punitivo a instalaciones militares— y debilitar el compromiso de algunos gobiernos. 3. El desafío verbal. Durante los dos primeros meses, Sadam mantiene un lenguaje vibrante de amenazas y desafíos. Primero, contra E E U U , amenazando con volar los pozos petroleros y, luego, con fines más demagógicos ante el mundo árabe, contra Israel. Sus discursos amenazan con una guerra suicida y con emplear su arsenal químico, bacteriológico y destructivo contra todo lo que pille a su alcance en la zona. Sus bravatas incluyen una grave amenaza de destrucción ecológica y económica. 4. Los globos sondas de la negociación. Pasadas las provocaciones de agosto y la guerra de bravatas que lanza a un Bush progresivamente furioso durante septiembre, Sadam utiliza con una aparente generosidad el arma de los rehenes, mientras lanza globos sondas para prometer esquemas de negociación. Mediante interlocutores palestinos y jordanos, Sadam emite mensajes de apertura que luego desmiente sistemáticamente. Los tests le sirven para medir las reacciones de los aliados. Entre estos globos sonda, el más espectacular fue su sueño con Mahoma, el 18 de octubre, donde el profeta le aconsejaba retirarse de Kuwait. El sueño del profeta «Oh Sadam, tus misiles apuntan en mala dirección», le había dicho en sueño el profeta Mahoma al moderno Saladino de Bagdad. Con una luci-92-

dez táctica digna de academia de guerra, el profeta le dictó una receta onírica para romper la pesadilla en que el ambicioso rais se había metido. El sueño lo contó Sadam a sus ministros Taha Ramadan y Tareq Aziz en una supuesta reunión de crisis. Fue registrado al día siguiente en un folleto que pudo leer y reproducir el corresponsal del diario Al Ayyam, de Bahrein. Un rotativo irakí, Al Siassa, lo contó dos días después en Bagdad dando más detalles: «El profeta se presentó a míen sueños, vestido totalmente de blanco. Pude sentir su inquietud.» Esta jugada onírica fue sin duda el primer indicio objetivo de que era posible encontrar alguna inflexión por parte de Bagdad. Los agentes franceses más expertos en la cultura árabe atendieron con seriedad a la señal. Bajo la bruma de su sueño, Sadam sugería por primera vez que Kuwait podría ser negociable a cambio de un control de las islas que le cerraban el paso irakí a las aguas del Pérsico. Sadam Husein pronto comenzó a emitir señales más directas en declaraciones realizadas a revistas argelinas, a la televisión japonesa, a los emisarios que viajaban a Bagdad a rescatar rehenes o transmitir mensajes de mediación. Sadam concentró sus mensajes de velada apertura en tres direcciones: Francia, países árabes del norte de África y Moscú. La misión del consejero soviético Evgueni Primakov, finalizada el 28 de octubre, redondeó su esquema de ofertas de negociación en el recurso a un marco interárabe como el propuesto por Mijail Gorbachov y, con otro enfoque, el presidente francés Mitterrand. A pesar de su brutal y amenazante demagogia, los psicólogos de la CIA consideran que Sadam Husein ama el juego del poder y no el de la gloria: «Él no está interesado en arder sino en sobrevivir en el poder.» Esta opción puede llevar a Sadam a negociar in extremis la devolución del emirato a cambio de una salida que le permita salvar el honor. Sus intrincadas tácticas de sondas y de mensajes habían logrado en octubre calar en lugares sensibles como los emiratos del Golfo y la propia Arabia Saudí. Muchos dirigentes árabes comprendían con empatia cultural la necesidad de salvar el honor, concepto que incluso el acérrimo enemigo de Sadam, el presidente sirio Hafez el Assad, parecía dispuesto a comprender. Ya en septiembre, Bagdad perfilaba en sus sondas esquemas para negociar una retirada: la asociación de Irak y Kuwait; la garantía de los accesos al Golfo a través de las islas kuwaitíes de Bubiyan y Warba; un acuerdo sobre los derechos irakíes a los pozos de Rumaila. Con algunas variantes, este esquema se reproduce durante septiembre y octubre en una febril agenda de reuniones secretas en Europa, en los países árabes de la zona, en el Magreb. Túnez sirve de escenario para encuentros indi- 93 -

rectos entre el ministro irakí Tareq Aziz y el enviado francés Claude Cheysson, exministro de Exteriores, con la mediación de Yaser Arafat, mediador también, según dijeran en Bagdad, de la libertad de los rehenes españoles. Argelia es durante dos meses un buzón de mensajes entre Bagdad y París que finalmente dan fruto sin necesidad de que el Gobierno francés, al menos hasta inicios de noviembre, mostrase ninguna debilidad en su determinación de luchar contra Sadam. El esquema de negociación aceptado por Bagdad, a finales de septiembre, es el siguiente: 1. Retirada parcial de Kuwait. Eventualmente, de la zona atribuida a la 19 provincia, mientras Irak se reserva la zona norte, adscrita como región de Sadamia al Mitlaa a la provincia irakí de Basora, y el control de las islas de Bubiyan y Warba. Esto proporcionaría a Irak el control del rico campo petrolero de Rumaila y el acceso al Golfo. 2. Retirada de un 50 a 80 % de las tropas del territorio kuwaití. 3. Realización eventual de elecciones para escoger un nuevo gobierno en el territorio kuwaití que abandonaría Irak, aunque probablemente excluyendo de las listas de votantes a los kuwaitíes emigrados tras la invasión e incluyendo a los irakíes implantados. Aunque estas ofertas fueron cada vez más frecuentes, a medida que progresaba la escalada de hombres y pertrechos americanos en el desierto saudí, Sadam Husein había reforzado en la primera semana las defensas de Kuwait elevando a 265.000 las tropas desplegadas en el emirato. Las respuestas, tanto de E E U U como de los demás aliados, no dieron pie a ninguna brecha en la exigencia inicial votada en la O N U : retirada incondicional y total de Kuwait. En noviembre, cuando sonaban de nuevo los tambores de guerra, la salida negociada parecía improbable. Sin embargo, Sadam se reservaba hasta el último minuto cartas para lograr una división entre los aliados. Los amigos de Irak Cuando Sadam recibió en Bagdad al exprimer ministro turco Ecevit, convertido en periodista que i o entrevistaba para Milliyet, un periódico de considerable difusión, el dictador subrayó: «Irak no está solo» y «cuenta con más aliados en el Golfo». En la realidad, el único aliado serio que podría obtener Sadam era -94-

su exadversario Irán. Aunque según algunos analistas la situación podría conducir hacia una inevitable alianza Irak-Irán, la cautelosa apertura del presidente iraní Rafsanjani a Occidente hace dudar de ese cálculo. La impresión es que Rafsanjani, el hombre fuerte de Irán pese al liderazgo religioso de Alí Jamenei, el sucesor del ayatola Jomeini, supo aprovechar la situación irakí para obtener «5« mejor victoria» y apoyar modestos e interesados escapes al embargo. Irán restableció al poco tiempo relaciones con Gran Bretaña y ha mantenido abiertos canales de contacto con Estados Unidos a través de Siria y otros países. Ya se ha visto en otras páginas los problemas que ha tenido Sadam para hacer efectivas sus alianzas con Yemen y Sudán. En otros países árabes ha tropezado también con las fuertes presiones saudíes, que han disuadido a muchos movimientos integristas de mostrarse demasiado amigos del rais de Bagdad. Argelia ofrece un escenario ilustrativo. En septiembre, el exiliado líder de la revolución argelina, Ahmed Ben Bella, regresó en un barco especial fletado en Barcelona, tras 10 años de destierro y 16 de prisión. El primer presidente de Argelia independiente, héroe de la lucha de liberación contra los franceses, procedía de una generación de políticos laicos e izquierdistas. En 1990 Ben Bella regresó con un incendiario discurso integrista articulado en torno al apoyo combativo a «nuestro hermano árabe amenazado», Sadam Husein. Ben Bella calculaba galvanizar con su mensaje panárabe a los seguidores del emergente Frente Islámico de Salvación (FIS), verbalmente pro irakí, pero a la larga sujeto, como la mayoría de los movimientos integristas, a la bolsa millonaria de los saudíes. Sadam tropezó con el mismo problema en Túnez, pese al respaldo relativo que le ha prestado, en el terreno diplomático, el Gobierno del presidente Ben Ali. Palestinos y tunecinos —enfrentados a los egipcios por la sede de la Liga Árabe— han promovido un Comité de Apoyo a Irak, animado subrepticiamente por el Gobierno y abiertamente por grupos opositores representados por el escritor Hichen Jaiet. La principal organización islámica de Túnez, Enajda, no ha participado sin embargo en el comité. Este movimiento, como el FIS argelino, está financiado por las arcas saudíes. Los apoyos más concretos de que disfruta Sadam son crematísticos y técnicos. Su viceprimer ministro para Asuntos Económicos, Sadun Hamadi, ha viajado discretamente en varias ocasiones a Libia. En los bancos de Oriente Medio se da por cierto que la misión de Hamadi ha sido transferir a bancos libios los 3.000 millones de dólares capturados por Sadam en los bancos kuwaitíes. Pocos días antes de la invasión, Bagdad - 95 -

ya había depositado en bancos libios una cantidad similar, dato revelador sobre las previsiones de ataque que barajaba el dictador irakí. Ese dinero, sin peligro de ser congelado como ha sucedido en los bancos occidentales, podría utilizarse para importaciones básicas cuyo único punto de llegada podría ser Irán si el embargo se aplicase en forma estricta contra los alimentos.

La amenaza terrorista Más serias parecieron las palabras que le dijera a Ecevit el segundo de Sadam, Taha Yasin Ramadan: «Sabemos que podemos sufrir pérdidas muy onerosas. Pero al final será Estados Unidos el perdedor, pues nosotros podremos golpear sus intereses por todo el mundo.» La amenaza supone otra línea en las armas defensivas de Sadam: la propagación del terrorismo. El apoyo, quizá forzado pero real, de la O L P a Irak, ha despertado tales euforias en el mundo juvenil palestino que Sadam puede disponer de miles de eventuales mártires y héroes muyhaidines (combatientes) que consideran las bombas y el asesinato como una forma habitual y lógica de lucha en su campaña por la liberación del pueblo palestino. La perspectiva terrorista es uno de los puntos analizados cuidadosamente por los expertos norteamericanos y europeos en contraterrorismo e Inteligencia. La guerra terrorista es sin duda la perspectiva más preocupante de las posibles reacciones de Sadam. El dictador irakí tiene una larga experiencia y dispone de un eficaz servicio —el Muhabarad—, bien entrenado en acciones de terrorismo, sabotaje y operaciones encubiertas, a menudo por expertos profesionales del K G B soviético. Entre los aliados con que hoy cuenta Sadam está Jordania como el más inmediato y también como el que le puede ofrecer una salida más rápida de distracción en caso de un ataque aliado a Kuwait. El apoyo a Sadam ha logrado por primera vez en Jordania unir a comunistas, socialistas del Baas y fundamentalistas islámicos en un amplio frente antiamericano de indudable repercusión en vastos sectores del mundo árabe. Este potencial político, robustecido por la agitada e importante población palestina, no sólo proporciona un pasillo político a Sadam sino que amenaza seriamente al rey Husein, cuyo trono ha sido ya sentenciado por muchos analistas de la crisis. Una rebelión contra el pequeño monarca hachemita podría poner fin a su dilatada vida de superviviente entre las turbulentas y cambiantes aguas políticas de Oriente Medio. E l rey Husein, que fuera un asalariado de la CIA cuando Bush dirigía la agent ó

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cia de inteligencia americana, está hoy atrapado entre su deseo de convertirse en mediador y la fuerte presión de Irak y de su propio pueblo. Una desestabilización por sorpresa del rey hachemita podría provocar una movilización militar en Jordania, que sería recibida con los brazos abiertos por la mayoría de la población pero que provocaría de inmediato una reacción militar israelí. Husein ha tenido también entre su baraja de opciones políticas la demagogia contra Israel, sazonada con repetidas amenazas de emplear sus arsenales químicos contra el Estado judío. En Israel tales amenazas no sólo han hecho frotarse las manos al Gobierno de Shamir, irritado por el protagonismo dado por E E U U a los saudíes. Paradójicamente, Israel e Irak tienen como enemigos un interés objetivo en derivar la guerra en un mismo sentido, no compartido por E E U U ni por la URSS, aunque quizá sí por algún aliado europeo insatisfecho por su papel secundario en el drama. La usualmente rocambolesca política oculta de Oriente Medio no se extraña por esta alianza objetiva de enemigos que pueden perseguir el mismo objetivo al agredirse verbal o materialmente. Fuentes británicas certifican que Israel e Irak han mantenido contactos hasta muy poco antes de la invasión de Kuwait. El último tango en Bagdad Una de las estrategias de Sadam fue dirigirse a su viejo enemigo Irán, con el que mantuvo una sangrienta y absurda guerra —bendecida por todo Occidente generosamente—, para abrir una grieta en el implacable bloqueo. La larga frontera común y la cercanía de las aguas de Chat el Arab al terminal petrolero de Jarq ofrecerían la posibilidad de burlar el bloqueo a las ventas de petróleo a través de la reexportación desde Irán, con un considerable beneficio para los dos países. Después de todo los dos enemigos de antaño mantuvieron en la tempestuosa reunión de la OPEP en julio, días antes de la invasión, una postura común en defensa del precio más alto y en contra de los emires partidarios de mantener una alta producción a fin de conservar estancados los precios. Sadam Husein envió el 15 de agosto un mensaje escrito al presidente iraní Hashemi Rafsanjani prometiéndole satisfacer todas las exigencias pendientes desde la finalización de la guerra en 1988. «Todo lo que usted desea ha sido realizado», le decía con gran gentileza el dictador de Bagdad. El mensaje incluía: -97-

1. Devolución de la franja de Chat el Arab ocupada por Irak y reposición de los acuerdos firmados por ambos países en el tratado de Argel de 1975. El tratado entregaba a Irán el control de todo el estuario que funde las desembocaduras de los ríos Tigris y Eufrates y las comunica con el Golfo Pérsico. 2. Retirada inmediata de las tropas irakíes que permanecían estacionadas en algunas zonas fronterizas dentro de Irán. 3. Un intercambio inmediato de varios miles de prisioneros de guerra retenidos durante dos o más años y hasta ahora olvidados. El encargado de realizar la delicada misión de traducir en hechos tal oferta fue el activo y astuto Tareq Aziz, el brazo cristiano de Sadam y emisario de muchas de sus operaciones más sensibles en el exterior. Aziz viajó a Teherán el 10 de septiembre y firmó un verdadero tratado de paz con las condiciones propuestas por Sadam: Irak cedió su única conquista en la sangrienta guerra de ocho años que hizo zozobrar una economía floreciente y provocó más de 130.000 muertos en Irak y al menos medio millón en Irán. Tareq Aziz viajó a Teherán con el ministro del Petróleo Isam al Cjalabi, luego depuesto por Sadam, a fin de amarrar otros pactos más discretos como el intercambio de alimentos por petróleo irakí que podía ser reexportado desde Irán. Según fuentes británicas, Irak fracasó en esta negociación y hubo de aceptar nuevas exigencias iraníes, como la entrega de crudo a modo de reparación de guerra. Irán había exigido públicamente 300.000 millones de dólares como indemnización por los destrozos de la guerra. En sus entrevistas con Tareq Aziz, su colega iraní logró obtener 150.000 barriles de petróleo diarios, conducidos por convoys de camiones hasta Chat el Arab y desde ahí embarcados o trasladados hacia la península de Fao. Este petróleo irakí, valorado en casi 5 millones de dólares diarios, sería entregado en concepto de reparaciones de guerra, aunque el acuerdo dejaba suficiente amplitud para constituir una astuta violación del embargo. El acercamiento Irán-Irak ha sido suficientemente ambiguo como para no poder determinarse, al menos hasta noviembre, la existencia o no de un acuerdo comercial secreto para violar el embargo de la O N U . Las fuentes británicas de Inteligencia citadas arriba dan por hecho ese acuerdo aunque no constatan su aplicación en las semanas siguientes a su firma. La diplomacia dualista de Teherán —propia de la cultura persa más que del Islam— operó con una similar ambigüedad en el terreno político. Por una parte, el líder espiritual Alí Jamenei llamaba en septiembre -98

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a la Yijad, la guerra santa, contra Estados Unidos como condena de la presencia de extranjeros cerca de los Santos Lugares del Islam en Arabia Saudí. Los sesudos analistas norteamericanos de las columnas de opinión clamaban entonces: «Alianza Irán-Irak: están condenados a entenderse.» Por otra, el supuestamente moderado y pro occidental presidente del Parlamento, Hashemi Ratsanjani, aceptaba acatar el embargo decretado por la O N U y condenar la invasión de Kuwait con una declaración salomónica: «La mejor forma de que se retiren del Golfo las fuerzas de EEUU es que Irak saque las suyas de Kuwait» Washington intentó a través de su nuevo aliado en la zona, el líder sirio Hafez el Assad, evitar un entendimiento comercial que abriese una fuga en el cerco a Irak a través de Irán. Assad, cuyos acuerdos secretos con E E U U incluyeron aportaciones económicas y el permiso para que los F-111 de la USAF volaran sobre Siria en caso de un ataque a Bagdad y otras ciudades, asumió la misión con un éxito relativo. El viaje de Assad a Teherán terminó con la misma ambivalencia persa: respeto del embargo pero condena tanto a la invasión de Kuwait como a la presencia de fuerzas norteamericanas. Los servicios de Inteligencia norteamericanos dudaron hasta último momento sobre la decisión real adoptada por Teherán. Su propia experiencia en los vericuetos del Irangate —la operación de venta de armas por parte de E E U U a través de Israel y de traficantes saudíes— daba pie para sospechar la existencia de negocios secretos entre ambos vecinos. Los cálculos de la Inteligencia norteamericana señalan que Irak podría reexportar hasta medio millón de barriles diarios a través de Irán, una cantidad muy pequeña frente a su exportación habitual de 2,7 millones de barriles, pero suficiente para obtener 10 millones de dólares diarios (a 30 dólares el barril, menos una comisión de 10 dólares a Irán). La cifra naturalmente aumentaba en un 30 % al comenzar noviembre. Las vías para esta exportación antiembargo —nunca desechada en firme por EEUU— podría ser la vía marítima entre Chat el Arab y la isla de Jarq (en barcos iraníes); camiones desde Basora hacia Jorachán, en el sur iraní, o un pequeño oleoducto de escasos 40 kilómetros entre Basora y la ciudad iraní de Abadán, en la frontera. Las fuentes británicas aludidas más arriba han señalado que Irán firmó efectivamente un pacto secreto con Irak después de su magnífica victoria diplomática de recobrar Chat el Arab sin disparar un tiro y de hacer reconocer implícitamente a Irak su culpabilidad como agresor. El pago de reparaciones en petróleo suponía naturalmente aceptar esa premisa. Las ventajas obtenidas por Sadam en esta humillación táctica fueron asegurar la neutralidad iraní en el conflicto, liberar a 15 divisiones -99-

ocupadas en la frontera con Irán a fin de desplegarlas en las fronteras con Siria y Turquía, y dejar abierto el paso de alimentos a través de las zonas fronterizas de las montañas del norte. Los campesinos kurdos y loris realizaban ya en septiembre un activo comercio de carne de cordero. El tráfico de petróleo en el sur estaría también activo a finales de septiembre, según algunas fuentes, incluyendo el refinamiento de petróleo irakí en Abadán, a cambio de una fuerte comisión iraní.

Los mercados están vacíos En las calles de Bagdad, la falta de alimentos era ya visible en septiembre y dramática a finales de octubre. Cálculos realizados a mediados de septiembre señalaban que Irak disponía de arroz para tres meses; maíz, seis meses; azúcar, tres semanas; trigo, para dos o tres meses. Una clave importante en estos cálculos procedentes de la CIA eran los pertrechos militares: municiones y recambios. Los depósitos de Sadam almacenaban materiales para aproximadamente un año, pero, en caso de guerra, esta reserva no alcanzaba para más allá de dos meses. Sus reservas en divisas, considerando los cerca de 4.000 millones de dólares robados a Kuwait, eran estimadas entre 5.000 y 12.000 millones de dólares. Las pérdidas sufridas por el bloqueo petrolero desde la invasión de Kuwait fueron estimadas por la agencia de Inteligencia americana en 2.100 millones de dólares. Antes de la invasión, Irak obtuvo 15.000 millones de sus exportaciones, cuyo 97 % correspondía a ingresos petroleros. Sus importaciones, valoradas en 1989 en 17.000 millones de dólares, correspondieron a compras de armas y alimentos. Irak depende en un 100 % del exterior en sus suministros de carne, pollos y huevos y en cerca de un 90 % en las compras de grano y azúcar.

El juego de Sadam Los analistas de la Inteligencia militar y civil norteamericana vislumbran tres líneas de acción por parte de Sadam una vez que compruebe la inminencia de la guerra: 1. El cumplimiento de las amenazas de Sadam de volar los pozos petróleo. El temor de los expertos que analizan esta opción es que Sadam decidiese lanzar desde Kuwait y contra los yacimientos saude

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díes de Abqaiq y las instalaciones de Ras Tanura misiles provistos con armas biológicas. Estas armas podría provocar en sólo dos días enfermedades fatales como el ántrax o el botulismo. El director de la CIA, William Webster, ha admitido el peligro de una guerra biológica. Sus consecuencias, además de las pérdidas en vidas humanas, supondría paralizar los trabajos en los yacimientos e interrumpir la producción, lo que provocaría la desaparición de los mercados de crudo de 7 millones de barriles saudíes por día. El precio del petróleo podría alcanzar y aun sobrepasar los 100 dólares el barril. El efecto sería una recesión generalizada en las economías occidentales y una inflación que reproduciría la pesadillas de la stagflaction de 1973-1974. Los expertos más pesimistas afirman que «EEUU bombardea Bagdad y Sadam hace caer sus bombas en la Bolsa de Nueva York». 2. El ataque a Israel Algunas filtraciones de la Inteligencia norteamericana señalan que se han detectado traslados de misiles hacia la frontera occidental irakí que podrían alcanzar Israel en cinco minutos. Estas fuentes americanas temen que Irak pueda montar un lanzamiento de 50 a 60 misiles acompañado de un ataque aéreo combinado con un auto-ataque sobre Bagdad que permita a Sadam acusar a Israel y E E U U . El riesgo es más político que militar, señalan los analistas, ya que Israel podría barrer Bagdad. La acción provocaría en todo caso una grave ruptura en el seno de la alianza internacional y en el interior de los países árabes comprometidos con ella (Egipto y Siria). Tal perspectiva ha alentado en Israel la tentación de un ataque preventivo. 3. La tercera opción es la epidemia terrorista La inteligencia norteamericana ha dado la alerta sobre la actual construcción de una red terrorista desde Bagdad. «Hay movimiento de gente», señalan fuentes de Inteligencia citadas en la prensa estadounidense. Esta red podría operar no sólo en Oriente Medio, sino en Europa, Japón, E E U U e incluso la URSS. El temor más serio procede de que esta red terrorista podría emplear en vez de bombas armas biológicas, que Sadam ha acumulado estos últimos años gracias a la ayuda financiera occidental y a las ventas que le ha realizado la industria química alemana, en primer lugar, pero también la norteamericana y la de otros países. Los indicios son aún imprecisos. Abu Charif, un asesor de Arafat vinculado al aparato militar de la O L P , realizó una misteriosa visita a - 101 -

Bagdad a finales de septiembre, después de la cual realizó declaraciones amenazantes en diarios árabes sobre el peligro que corrían los pozos de petróleo e Israel si estallaba la guerra. Otro destacado terrorista palestino, Abdullah Abdel Labib, más conocido como el coronel Hawari, ha reaparecido en el staff político de Yaser Arafat, según información procedente del espionaje británico. El coronel Hawari comanda un grupo especial de sabotaje de los servicios de Inteligencia de Al Fatah y cuenta con un largo historial de actividades terroristas de sus células en Europa occidental, incluyendo atentados en Madrid y París entre 1985 y 1988. Según los israelíes, Hawari cuenta con unos 1.000 combatientes entrenados que podrían ponerse a disposición de una eventual estrategia terrorista de Sadam. El dictador irakí ya practicó estas técnicas de guerra sucia en la década de los setenta, utilizando las células palestinas que colocaron bombas en las sinagogas de París. El único freno es la promesa que hiciera Yaser Arafat de renunciar al terrorismo, antes de estallar la crisis del Golfo. Fuentes americanas certificaban a principios de octubre que habían sido detectados agentes sospechosos en instalaciones saudíes y norteamericanas en diversas partes del mundo. Días antes, el Gobierno de Arabia Saudí expulsaba un grupo de diplomáticos jordanos, yemeníes e irakíes alegando que realizaban labores de espionaje y pasaban información a Irak y a grupos terroristas sobre el despliegue de fuerzas extranjeras y otros datos útiles para acciones de sabotaje. Las valoraciones de Inteligencia sobre el propio Sadam son contradictorias. El recurso publicitario y exorcizador de compararlo con Hitler ha hecho concebir algunas fantasías sobre su megalomanía y su determinación de luchar hasta morir en un bunker mientras arde Bagdad. Otros retratos de Inteligencia subrayan en cambio que el dictador irakí, pese a su megalomanía, es un astuto animal político —comparable en tal sentido a otro dictador sanguinario como fue Pinochet— que sabrá buscarse vías de retirada para esperar mejores tiempos. Este segundo análisis parece ser el que operaría en las decisiones fundamentales que está tomando el Gobierno norteamericano. El principio de exigir la retirada total de Kuwait supone una estrategia que tiende a cerrar el camino al dictador. La vía escogida por Bush es impecable desde el punto de vista político-militar, desde el momento en que el objetivo central de la operación contra Sadam es destruir su capacidad militar y sus eventuales amenazas nucleares futuras, posibles dentro de tres a cinco años según la CIA. La retirada de Kuwait no asegura ese objetivo. A principios de octubre, cuando París intentaba, en palabras de - 102-

Frangois Mitterrand, «abrir un puerta antes de que el hombre [Sadam] camine al suicidio», el dictador irakí se encargaba de cerrarla. «Kuwaitpertenece a Irak y no lo abandonaremos aun cuando tengamos que luchar durante 1.000 años.» Sadam había tenido oportunidad de dirigir un mensaje televisado en directo a los norteamericanos, a quienes les fatigó durante 75 minutos con palabras que sonaron más a bravatas y mentiras que a persuasión. Su despliegue militar en el sur de Irak y en Kuwait se reforzó esos días hasta disponer de 430.000 soldados, estacionados tanto en el emirato como en territorio irakí, a una distancia de Arabia Saudí considerada apta para una ofensiva.

Un rescate perverso El único aplauso a los invasores provino la mañana del día 2 de agosto de los presos que vieron abrirse las puertas de la cárcel de Al Kuwait. Un grupo de ellos no sonrió. Eran 15 terroristas chiíes que buscaron en vano refugiarse en el fondo de las galerías. Estos 15 terroristas, más otros dos que ya habían cumplido su pena, procedían de un viejo núcleo de enemigos de Sadam: la organización chií Al Daawa, animada por Teherán y activa durante unos años en el sur mayoritariamente chií de Irak, donde intentaron sin éxito encender una rebelión contra el régimen suní de Bagdad. Fueron encarcelados por las autoridades kuwaitíes en 1983 por hacer explotar bombas en las embajadas norteamericana y francesa que causaron 6 muertos y 60 heridos. Este grupo especial, donde figuraba un cuñado del terrorista libanés Mugniyé, fundador del Partido de Dios (Hezbolá), fue trasladado con fuertes medidas de seguridad a Bagdad, como huéspedes especiales de los servicios de Información. La Yijad Islámica y otros grupos terroristas activos en Líbano habían reclamado más de una vez a los 15 prisioneros de Kuwait para ser utilizados como moneda de cambio de los rehenes norteamericanos, británicos y alemanes capturados en Líbano. Los 15 terroristas, organizados en un grupo llamado Al Daawa, estuvieron vinculados a los servicios secretos iraníes, con quienes intentaron crear una quinta columna chií antiSadam en Irak, antes de organizar en 1983 el atentado de Kuwait para castigar al emirato, temeroso entonces de la amenaza proveniente de Teherán, por la ayuda económica que prestaba a los gastos de guerra de Irak. Estos terroristas chiíes podían convertirse en manos de Sadam en otro elemento de presión al depender indirectamente de su suerte la vida de los cautivos en Líbano, - 103-

entre los que se cuenta desde 1985 el periodista americano Terry Anderson. Sus nombres estaban inscritos en el dossier que manejaron los ayudantes del ministro irakí Tareq Aziz cuando viajó a Teherán semanas después para pactar la neutralidad iraní en el nuevo conflicto del Pérsico. Teherán negoció con sus nombres, pero aún no ha podido determinarse si los liberados de la cárcel de Kuwait están ahora en Irán o bien murieron colgados en Bagdad horas después de su liberación.

El chantaje de los rehenes Este juego de liberados y rehenes, habitual en la cultura bélica de Oriente Medio desde los tiempos bíblicos, ilustra el monstruoso mecanismo defensivo que opuso desde el primer momento el dictador irakí a la presión internacional y a las directas amenazas militares de la gran alianza encabezada por Estados Unidos. La primera declaración de uno de los miembros del Gobierno títere, el teniente coronel Ualid Saud Mohamed Abdalá, que oficia como ministro de Exteriores del emirato cautivo, encerró una amenaza que ha marcado una línea clave del desarrollo del conflicto. Este peculiar jefe de diplomacia se dirigió oblicuamente a esos países que condenaban los días 2 y 3 de agosto la invasión y el peligro que se cernía sobre Arabia Saudí: «Deben recordar que ellos tienen intereses y residentes en Kuwait» El primer escudo defensivo de Sadam Husein fueron los cerca de 20.000 occidentales y soviéticos residentes en Kuwait e Irak, convertidos según el portavoz del Parlamento irakí fiel a Sadam en huéspedes de Bagdad: «Elpueblo de Irak ha decidido dar hospitalidad a los ciudadanos de esas naciones agresivas mientras Irak permanezca amenazado con una guerra» Los huéspedes capturados en Kuwait fueron trasladados a Bagdad y varios de ellos, especialmente británicos, norteamericanos y franceses, situados en instalaciones militares y centros estratégicos como rehenes y escudos humanos. En el momento de la invasión trabajaban y vivían en Kuwait 2.500 norteamericanos, 4.000 británicos, 270 franceses, 278 japoneses, 300 alemanes occidentales, 150 italianos, 69 australianos y 880 soviéticos, a quienes se les prohibió salir de Irak una vez que fueron trasladados. En Irak vivían 530 norteamericanos, 600 británicos, 7.830 soviéticos, 600 alemanes, 210 franceses, 340 italiano?, 230 japoneses y 58 australianos. Todos ellos se convirtieron en potenciales rehenes, salvo algunas mujeres y niños que fueron autorizados a salir con cuentagotas. Algunas siguieron las consignas transmitidas por la emisora británica BBC, que -

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utilizó sus ondas para organizar una caravana épica de mujeres y niños que atravesaron en camiones el desierto que separa Bagdad de Ammán, la capital jordana. El jefe del Foreign Office británico, Douglas Hurd, replicó desde el primer momento con un desafío que escondía una dramática advertencia: «Las amenazas a ciudadanos extranjeros no nos detendrán», en los esfuerzos por expulsar a Irak de Kuwait. En Washington, las respuestas fueron igualmente duras, pero Bush demoró varias semanas en utilizar una palabra maldita para los norteamericanos: rehenes (hostages). La experiencia norteamericana en rehenes no sólo había costado la carrera política a un presidente, Jimmy Cárter. Evocaba los dramáticos días de las cintas amarillas con que se contaron una a una las jornadas que estuvieron cautivos los 52 rehenes del imán Jomeini entre el 4 de noviembre de 1979 y el 20 de enero de 1981. La prensa norteamericana evitó la palabra rehenes hasta que fue pronunciada por el propio presidente Bush. Esta disciplina se tradujo también en la forma discreta con que fueron mencionados cada vez los prisioneros de Sadam, sin los despliegues de historias humanas dramatizadas utilizados en el último año de Cárter. Estados Unidos continúa sufriendo el chantaje de rehenes en Líbano, donde aún existen cautivos de grupos terroristas chiíes. El tratamiento dado en la prensa fue esta vez cuidadosamente sobrio, ayudando a que se abriera paso la terrible idea de que la forma más eficaz de tratar con un secuestrador es considerar como una baja al cautivo. Un sondeo realizado por el Wall Street Journal, en octubre, colaboró a crear un estado de opinión que parecía aceptar el dramático pero técnicamente necesario axioma. Un 46 % de los norteamericanos consultados aceptaba la idea de una acción militar enérgica contra Sadam aunque ello significase arriesgar la vida de los rehenes. Ya a principios de septiembre, el presidente Bush y su círculo calculaban que debía desecharse el problema del rescate de los rehenes como piedra angular de la acción política. La experiencia traumática de Cárter sigue viva en la Administración norteamericana. Bush, en palabras de uno de sus ayudantes, consideraba nítida la opción de que «no pueden sacrificarse los intereses de 250 millones de norteamericanos en espera de comprar la libertad de 2.500». Los militares norteamericanos calcularon desde el primer momento que en caso de tener que atacar objetivos militares dentro de Irak, los collatoral damages a los rehenes eran considerables. Bush, naturalmente, declaró en una intervención a toda la nación que, nunca querré el sacrifi- 105 -

ció de ninguna vida americana», pero, agregó, «mientras más hablemos y especulemos sobre esto, peor será la ayuda que prestaremos al problema». La perversidad de la situación llegó a su climax con la cínica aparición en televisión del propio Sadam Husein, vestido de civil, con una sonrisa supuestamente paternal compuesta bajo el tupido mostacho, en cordial diálogo con el joven rehén británico Stuart Lockwood, de 5 años de edad, que miraba serio hacia las cámaras con el cuerpo visiblemente tenso y asustado. El sonriente dictador le preguntaría por los corn flakes del desayuno y recitaría un maligno razonamiento que hizo vibrar de ira a los británicos que lo vieron aquella noche en los televisores de sus casas: «Stuart, estoy seguro, estará contento de que como parte de su vida haya jugado un papel en el mantenimiento de la paz.» Los extranjeros residentes en Kuwait —más del 60 % de la población de casi dos millones— sufrieron otros dramas: robos, violaciones, expulsiones forzadas. 150.000 trabajadores egipcios (más 800.000 residentes en Irak), 90.000 paquistaníes (más 45.000 en Irak), 70.000 bengalíes (más 40.000 en Irak) y 3.000 turcos (más 3.000 en Irak) fueron algunos de los inmigrantes desposeídos en su mayoría y obligados a buscar un dramático refugio en campos improvisados en Jordania. El caso más dramático fue el de los egipcios, castigados con saña por la dura actitud que mostrara Hosni Mubarak contra Husein, a quien consideraba como mentiroso. 55 días en Bagdad La presión a los extranjeros fue una espiral de provocaciones en aumento durante agosto y septiembre. La anexión del emirato y las reglas de irakización suponían dejar sin efecto el estatuto diplomático de las embajadas. Día a día se estableció un cerco diabólico mediante el corte del teléfono, el gas, la luz, el agua. Gran Bretaña, E E U U , Francia y otras sedes occidentales intentaron resistir esa guerra de nervios el máximo posible, como un episodio que imitaba en dimensiones reducidas la resistencia de las colonias extranjeras al cerco de los boxers en 55 días en Pekín. Las armas irakíes no eran directas. También Sadam había elegido o plagiado la idea de ahogar al enemigo, aunque la aplicara a la mezquina escala de unos pocos diplomáticos y funcionarios de embajada. El 14 de septiembre, soldados irakíes entran violentamente en la embajada francesa en Kuwait, produciéndose un calculado salto en el cerco a las sedes diplomáticos. Los servicios de Información franceses, con buenos dossiers y redes bastante efectivas en el mundo árabe, coligieron que la -

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agresión irakí a la embajada francesa en Kuwait fue un estudiado test para medir la reacción de París. Mitterrand anunció inmediatamente el envío de más tropas al Golfo. A la guerra de las embajadas sobreviene rápidamente el chantaje de los rehenes. Durante un descorazonador mes de octubre, mientras prosigue día a día el despliegue militar norteamericano, los gobiernos toleran a regañadientes las iniciativas de particulares y figuras políticas en receso como mediadores para rescatar a parte de los retenidos. Sadam permite iniciativas como la del expremier británico Edward Heath, el exjefe del Gobierno japonés Nakasone, la delegación española encabezada por el rector Villapalos y otras personalidades, como en noviembre el dirigente socialdemócrata alemán Willy Brandt. Estas misiones logran desbloquear la salida de rehenes, pero permiten al mismo tiempo dar a Sadam canales de emisión de sus mensajes de supuesta disposición a negociar. En algunos casos, el arma de propaganda fracasa estrepitosamente. En otros, sirve al menos para alimentar una opinión antibélica que objetivamente favorece los intereses del dictador. El 23 de octubre, el domesticado Parlamento irakí anuncia la decisión de poner en libertad a 262 franceses, que llegan al aeropuerto de Roissy en vísperas del encuentro en París de los presidentes Mitterrand y Gorbachov. Aunque Francia insiste una y otra vez en que no ha existido ninguna contrapartida para la liberación, las sospechas crecen en Washington, que presiona esa misma semana para una nueva resolución del Consejo de Seguridad, la décima, que condena las atrocidades cometidas por las fuerzas de ocupación en Kuwait. Días después, el 9 de noviembre, París opone una inesperada resistencia a los requerimientos del secretario de Estado norteamericano, James Baker, que va puliendo los últimos detalles para iniciar una acción militar. Sadam sabe utilizar el cuentagotas para someter a una guerra de nervios a familias que pueden movilizar y presionar dentro de los países agresores. E l compromiso de los gobiernos aliados de no negociar con Irak la suerte de los rehenes comienza a perder fuerza después de la situación francesa. Sadam liberaría esa misma semana, última de octubre, a 14 norteamericanos y a un grupo de británicos, además de italianos, búlgaros y residentes de otras nacionalidades. El núcleo central va cerrándose sobre norteamericanos, muchos de ellos desplegados en eventuales objetivos militares. Otro paquete clave son los soviéticos, no utilizados aparentemente como escudos humanos pero vigilados celosamente por parte de los 125.000 espías de la Muhabarad, los servicios de policía política e Inteligencia del dictador irakí. El 10 de noviembre, Estados Unidos preparaba un nuevo misil jurí-

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dico que podría determinar un desenlace. Una nueva resolución del Consejo de Seguridad podría autorizar una acción armada precisamente en nombre de los rehenes y condenando expresamente a Irak por emplear el chantaje de los escudos humanos. Esta diabólica arma, de secular tradición en las culturas de todo Oriente Medio, podía dar no obstante otra salida a Sadam, si éste cediese de golpe a todos los retenidos. E E U U , en todo caso, ya había considerado en sus cálculos militares el drama de los rehenes como daños colaterales que estaba dispuesto a contemplar. La libertad de los rehenes no impediría la aplicación de la fuerza para imponer la retirada de Kuwait.

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BARRILITO, BARRILITO, BARRILITO. DE PETRÓLEO" Papá ¿quién paga esta guerra? La cumbre árabe celebrada en Bagdad a finales de mayo de 1990 sirvió a Irak para advertir seriamente a sus vecinos y a la comunidad internacional de que el cese de las hostilidades con Irán no había puesto fin a más de ocho años de inestabilidad en el Golfo Pérsico. En aquella reunión, el Gobierno de Sadam Husein alertó sobre el precario estado de su país tras la conflagración armada irano-irakí y dejó entrever que no estaba dispuesto a seguir tolerando que la superproducción de petróleo (factor incisivo de presión a la baja de los precios) de algunos estados como Kuwait o los Emiratos Árabes Unidos continuara dañando su frágil y devastada economía. Bagdad denunció haber perdido, durante el primer trimestre de 1990, más de 10.000 millones de dólares. El plan tejido por los irakíes para intentar sanear su economía fue puesto sobre el tapete. El régimen de Sadam culpó directamente de sus desgracias al emirato de Kuwait, a las ricas monarquías del Golfo y a sus otros 12 colegas de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). De este modo, el pequeño país dirigido por la familia Al-Sabah recibió tres impactos simultáneos. Para sufragar las pérdidas, Bagdad pidió a Kuwait una compensación económica por la explotación del yacimiento petrolífero de Rumaíla —que Irak considera históricamente como propio—, al tiempo * El autor de este c a p í t u l o es Juan J o s é Perona. Periodista, nacido en Monteada y Reixac, Barcelona, en 1964. Colaborador de la sección de Internacional de El Periódico de Catalunya e investigador en la Facultad de Ciencias de la I n f o r m a c i ó n de la Universidad A u t ó n o m a de Barcelona desde 1988.

que le exigió la condonación de la deuda contraída tras la guerra con Irán. Paralelamente, Sadam instó a los estados del Consejo de Cooperación del Golfo (del que forman parte Arabia Saudí, Barhein, Omán, Qatar, Emiratos Árabes Unidos y el propio Kuwait) a que aprobaran un fondo para la reconstrucción de su país hermano y a que estudiaran la largamente reiterada reivindicación irakí de tener una salida directa al Pérsico para poder exportar sus 6.858.000 toneladas de producción de oro negro al mes. Finalmente, Irak solicitó a la OPEP una revisión al alza de los precios del crudo y de los topes de producción, cosa que se traduciría en un inmediato balón de oxígeno para su caótica economía. La magnitud de las exigencias irakíes hacían presagiar que el volcán del Golfo Pérsico podría volver a rugir en cualquier momento. Durante el mes de julio, y en respuesta al caso omiso que hicieron de sus peticiones, Bagdad decidió pasar a la acción. Sadam Husein agudizó la guerra verbal que venía manteniendo con las autoridades kuwaitíes al tiempo que desplegó parte de su Ejército en la frontera con el pequeño emirato. Estos hechos alertaron a la comunidad internacional, pero sobre todo a los países moderados de Oriente Medio, como Egipto o Arabia Saudí, que temían por las consecuencias del crecimiento de la tensión en la zona. El miércoles 25 de julio Irak impuso su ley en la reunión de la OPEP celebrada en Ginebra, en la que se decidió fijar el precio del barril de petróleo en 20 dólares (4 más de lo que costaba a principios de mes). No obstante, los irakíes no lograron su ansiado objetivo de que la subida alcanzara los 25 dólares. En las jornadas siguientes, la diplomacia regional buscó soluciones para poner fin a una tensión lejos de decrecer y cuyos efectos comenzaron a dejarse sentir en las economías de todo el mundo. La ciudad saudí de Yeda fue escogida para que el 31 de julio, tres días después de que fracasara el primer intento, Irak y Kuwait limaran sus peligrosas asperezas. Sin embargo, la intransigencia de los delegados de Sadam que asistieron al encuentro de Yeda fue un claro síntoma de que Bagdad ya tenía sobradamente decidida la invasión que llevaría a cabo en la madrugada del 2 de agosto. Ese día comenzó la ya conocida crisis del Golfo Pérsico, pero se inició también la era de los sobresaltos en los mercados internacionales de valores.

Pánico en la Bolsa La acción de Irak, esperada —EEUU había puesto días antes su flota permanente en el Golfo en estado de alerta— pero imprevista por su -

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acelerada puesta en práctica, produjo una reacción en cadena horas después de que la invasión de Kuwait se hiciera efectiva. Las bolsas de todo el mundo, desde Tokio a Nueva York, acusaron una importante bajada, mientras que el barril de brent se cotizó en Londres a 22 dólares (dos más que la víspera) y el oro, tradicional valor refugio en momentos de crisis junto a la moneda norteamericana, experimentó una subida de 5,50 dólares la onza respecto al día anterior. El 3 de agosto, el miedo siguió apoderándose de los mercados internacionales, a la vez que parecía inevitable una disparada tendencia al alza del precio del barril de crudo, que se situó ya en los 24 dólares (8 más que lo que costaba a mediados del mes de julio). De entrada, los indicadores económicos respondieron de forma lógica a la delicada situación que se vivía en Oriente Medio y a la incertidumbre que generaba el alto grado de tensión. Sin embargo, la OPEP ya se encargó el mismo día 3 de advertir que los acontecimientos del Golfo no tenían por qué afectar al suministro de petróleo, ya que en el supuesto de que Irak detuviese la producción del invadido emirato (5.925.000 toneladas al mes), al mercado sólo dejarían de entrar 1,5 millones de barriles diarios, cifra que podría ser fácilmente cubierta con el aumento de la producción en otros países. El 6 de agosto, el Consejo de Seguridad de la O N U aprobó la resolución 661 por la que se decretó el embargo económico internacional contra Irak y Kuwait. Este hecho desequilibró todavía más el convulso mercado del petróleo, ya que el 7 % de la demanda cotidiana mundial, es decir, algo más de 4 millones de barriles de crudo al día, no podía ser exportado porque se encontraba en manos del que ya muchos conocían como el carnicero de Bagdad. En cuanto a reservas, Sadam Husein disponía ahora de 195.000 millones de barriles, algunas menos que Arabia Saudí (225.000 millones), pero bastantes más que la URSS (58.000 millones) y que Estados Unidos (34.000 millones). Paralelamente, ese mismo día, el presidente de Irak tomó como rehenes a todos los extranjeros residentes en su país y en Kuwait. Las decisiones adoptadas en Nueva York y Bagdad desencadenaron otra vez un fuerte terremoto en todas las bolsas de valores. París descendió un 5,12 %, Tokio un 3,1 %, Londres un 3,2 % y Madrid experimentó el mayor bajón de su historia al perder 17 enteros. El fantasma de un nuevo choque petrolífero como los registrados en 1973 y 1979 planeó sobre la mente de los occidentales —EEUU importaba de Irak y Kuwait el 8 % del petróleo que consume, la C E E el 11 % y Japón el 12 %— y, en medio de la incertidumbre, el pesimismo ante una posible recesión y la especulación comenzaron a hacer mella. - 111 -

Los días siguientes transcurrieron a la espera de acontecimientos, mientras el despliegue de fuerzas militares en el Golfo en previsión de que Bagdad decidiera atacar a Arabia Saudí, los llamamientos a la Guerra Santa por parte de Sadam Husein, la retención de todos los extranjeros que se encontraban en Irak y Kuwait y los estrepitosos fracasos diplomáticos por encontrar una solución pacífica a la crisis y convencer a Sadam para que se retirara del emirato, eran los ejes que articulaban la evolución de un conflicto que prometía ser largo. Entretanto, el 15 de agosto el oro alcanzó los 412,5 dólares la onza (el día 1 costaba 373,25) y, el día 17, el barril de petróleo se situó en 27 dólares, frente a los 25,12 de la jornada anterior. La evolución de los precios y el comportamiento de las principales bolsas internacionales demostraban que los mercados se habían puesto a disposición de cualquier rumor alarmista, hasta el punto de que el martes 21 de agosto, tras difundirse la falsa noticia de que un avión norteamericano había sido abatido en el Golfo, las bolsas volvieron a sufrir una de las mayores caídas del mes. Muchas preguntas sin respuesta Pero ¿en realidad era posible la repetición de un nuevo shock petrolífero de envergadura después de que la evolución del conflicto durante los 20 primeros días alejara el peligro de una guerra al menos inminente? ¿Por qué no se estabilizaban los precios del crudo si el mercado seguía contando con el mismo suministro diario de barriles que antes de que estallara la crisis? (El aumento de la producción de algunos países había suplantado el vacío ocasionado por el embargo contra Irak.) ¿Por qué las superpotencias, más unidas que nunca, no disponían una acción militar rápida contra el agresor? ¿Qué intereses estaban detrás del nuevo ecosistema económico mundial que se había generado? ¿Qué razones objetivas coexistían para que los precios de los combustibles en Europa subieran a pasos agigantados si el suministro estaba garantizado y el dólar no había adquirido su tradicional condición de valor refugio? Encontrar una respuesta adecuada y convincente a cada una de las cuestiones aquí planteadas es una tarea extremadamente compleja. Sin embargo, existen ciertos indicadores coyunturales que no deben ser olvidados a la hora de intentar dilucidar las claves que determinaron el desarrollo de los acontecimientos en las semanas posteriores al estallido de la crisis del Golfo Pérsico. Todos los observadores coincidieron en señalar que no existía razón - 112-

alguna para que la situación en los mercados de valores evolucionara tal y como lo estaba haciendo, por lo que la hipótesis más barajada a partir de mediados de agosto era que el miedo inicial había dado paso a una especulación desorbitante. A los pocos días de que las tropas irakíes invadieran el emirato de Kuwait, las principales compañías petrolíferas, como las estadounidenses Exxon, Coastal, Fina o Shell, buscaron contactos comerciales con México, Ecuador y Venezuela con el fin de hacer frente al déficit de 600.000 barriles diarios como consecuencia del embargo decretado contra Irak. Superado este obstáculo, los stocks —en el caso de E E U U los mayores de su historia— podían conservarse intactos mientras los precios subían, por lo que, de momento, el negocio estaba asegurado. A finales de agosto, la Agencia Internacional de la Energía fue tajante al afirmar que 1990 no era 1979 y, ni mucho menos, 1973. El estado de los stocks (según el prestigioso semanario The Economist, equivalentes en Occidente a dos años ininterrumpidos de producción de Irak y Kuwait) y las capacidades de producción permitían superar una crisis como la que se estaba padeciendo, por prolongada que ésta fuese. Por otra parte, la situación que ahora se vivía era radicalmente opuesta a la de 1973, cuando el problema estuvo motivado por el embargo de crudo de la OPEP a Occidente. Además, al lado de estos importantes datos, confluían otros igualmente significativos: 1) A principios de la década de los 70, el 47 % de la energía consumida en E E U U procedía directamente del petróleo; en 1990 esa proporción había descendido hasta el 42 %. 2) La producción de un mismo bien necesitaba en 1990 el 28 % menos de la energía que necesitaba en 1973. 3) Los coches, aunque mucho más numerosos que entonces, consumían menos combustible. 4) En algunos países los programas nucleares habían reducido la dependencia energética del petróleo. Ni Bush ni «Gorby» pierden La verdad es que mantener la crisis por un tiempo prolongado no era, de entrada, perjudicial para ninguna de las dos superpotencias. La amenaza de una recesión económica tomaba cada día más cuerpo en Estados Unidos, donde en el mes de julio la inflación creció un 0,4 %, la tasa de paro pasó del 5,2 % en junio al 5,5 % en julio, los tipos de interés siguieron aumentando al igual que lo hicieron los escándalos financieros y, lo más importante, su moneda no mostró ningún signo de recuperación. Sin embargo, el despliegue militar en el Golfo, cuyos gastos - 113-

correrían finalmente a cargo de Arabia Saudí, era un respiro para la industria norteamericana de armamento, maltrecha tras el giro en las relaciones Este-Oeste y la superación de algunos conflictos regionales, pero que ahora podría convertirse de nuevo en un verdadero amortiguador de la esperada y temida recesión. A la Unión Soviética, que ya había anunciado su intención de transformar en profundidad sus estructuras económicas al amparo de la peresíroika, el comportamiento de los mercados le era altamente favorable. La URSS es el primer país productor de oro negro, con el 20,6 % del total mundial y el principal exportador de hidrocarburos. La espectacular subida del precio del crudo durante los meses de agosto y septiembre favorecería el aumento de esas exportaciones. N o obstante, en el supuesto de que las previsiones no se cumplieran y Moscú no viera crecidas sus exportaciones, los expertos norteamericanos estimaron que sólo el alza del petróleo y del oro provocaría unas ganancias de más de 7.000 millones de dólares anuales. Sin embargo, a los pocos días de estallar la crisis, saltó a la luz la noticia de que las ventas soviéticas de oro y diamantes habían aumentado considerablemente. Dos datos a tener en cuenta: casi tres meses después de iniciado el conflicto, el 31 de octubre de 1990, Michael Boskin, jefe de los consejeros económicos del presidente norteamericano, George Bush, se felicitó por el incremento del 1,8 % del Producto Nacional Bruto (PNB) estadounidense durante el tercer trimestre del año, que «ha venido a desmentir los pronósticos de recesión de las últimas semanas». En la URSS, las cosas tampoco fueron del todo mal. La deuda externa bruta del país, cifrada en algo más de 40.000 millones de dólares, quedó reducida en un 50 %. No obstante, el Ministerio de Comercio Exterior de la Unión Soviética cifró a finales de octubre en 1 billón de pesetas el coste que para Moscú había tenido la crisis y sobre todo la imposición del embargo. Antes de que Sadam Husein ocupara Kuwait, la URSS era el principal exportador de armas y de productos industriales hacia Irak. Pese a todo, la situación de impasse creada en los meses de septiembre y octubre no auguraba una recuperación firme para la economía norteamericana. Según un sondeo efectuado entre 52 importantes economistas privados de E E U U , el PNB sufriría un crecimiento negativo del 0,6 % en el cuarto trimestre de 1990 y del 0,1 % durante los primeros meses de 1991. La ya prácticamente inevitable guerra que se avecinaba en Oriente Medio y el consiguiente esfuerzo bélico en el que Washington se vería abocado, reactivaría aún más la industria armamentística estadounidense, algo saneada con la puesta en marcha de la operación Escudo del -

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desierto. La mayor actividad industrial podría provocar una importante recuperación del dólar y un mayor número de intercambios, por lo que la amenazante recesión podría ser contenida por algún tiempo. Pero en el mercado del petróleo, las consecuencias del encontronazo militar dependerían, ante todo, de la forma en que se desarrollase la intervención armada. Una acción rápida y brutal por parte de las fuerzas multinacionales desplegadas en la zona conllevaría la liberación de todos los pozos kuwaitíes y el consiguiente reequilibrio del mercado. Sin embargo, una victoria difícil causaría desgastes considerables. Es evidente que reconstruir un oleoducto o volver a poner en servicio una terminal bombardeada tras el cese de las hostilidades no sería cuestión de días sino de meses. Además, no hay que olvidar que a Estados Unidos le interesa importar crudos baratos y la superproducción de los países del Golfo es un factor incisivo de presión a la baja. Por eso, su mayor preocupación era asegurar la estabilidad en la zona e impedir que las garras de Sadam Husein se expandieran por otros países. La certeza de una victoria rápida es vital. No obstante, hoy por hoy es muy difícil predecir cuáles serían las verdaderas consecuencias de la guerra. El hundimiento de los precios del crudo en la década de los 80 hizo olvidar a los países industrializados las estrecheces de la crisis de 1973 y 1979, pero la crisis del Pérsico abrió de nuevo el debate sobre las posibilidades de las energías alternativas. Y es que no es para menos, ya que la aplicación de la energía solar y geotérmica y el gas natural, entre otras, podría llegar a cubrir el 28 % de las necesidades energéticas de E E U U en el año 2030, siempre y cuando el coste de su explotación fuera inferior al del petróleo. La especulación siempre gana Durante el mes de septiembre, los intentos de la Agencia Internacional de la Energía por frenar la especulación no tuvieron resultado alguno y el precio del petróleo siguió su línea ascendente, aunque con altibajos más marcados que los registrados en agosto. Las principales bolsas internacionales continuaron bailando al son de las ofertas y contraofertas que se generaban tanto en Bagdad como en Washington y en otras capitales importantes. El fracaso diplomático del secretario general de Naciones Unidas, Javier Pérez de Cuéllar, tras su entrevista con el ministro irakí de Exteriores, Tareq Aziz, a finales de agosto, sembró un auténtico pesimismo entre los inversores. La caída de las bolsas fue generalizada. Una semana - 115 -

y media más tarde, la cumbre Bush-Gorbachov celebrada en Helsinki el 9 de septiembre, que vino a reforzar la cooperación entre las dos superpotencias frente al agresor, reactivó las operaciones bursátiles. Pero las graves amenazas lanzadas por Sadam Husein en los días posteriores al encuentro soviético-norteamericano volvieron a desencadenar un fuerte seísmo en las cotizaciones y, sobre todo, una preocupante alza del precio del petróleo, que el 24 de septiembre superó la barrera más que psicológica de los 40 dólares el barril. La era de los sobresaltos alcanzó así su punto álgido. La promesa lanzada por el presidente de Estados Unidos a comienzos de octubre de que si Irak se retiraba de Kuwait se estudiaría una solución global para Oriente Medio apaciguó las turbulentas aguas de los mercados de valores, que a partir de entonces mostraron una cierta tendencia a la estabilización. No obstante, la incertidumbre siguió impidiendo la recuperación. Entretanto, a la espera de nuevos acontecimientos, y tras los leves indicios mostrados por Irak de encontrar una solución pacífica al conflicto con su predisposición al diálogo y la liberación de algunos rehenes, el precio del barril de petróleo se estabilizó en torno a los 32-35 dólares. A excepción de Irak y Kuwait, duramente castigados por el embargo, los países del Golfo Pérsico y la mayoría de los del Magreb eran, hasta noviembre de 1990, los que más se habían beneficiado de la crisis. Según datos de la OPEP difundidos el 30 de octubre, el incremento del precio del crudo había supuesto, desde el inicio de las hostilidades, un aumento del 43 % de los ingresos globales de Arabia Saudí, Barhein, Omán, Qatar y Emiratos Árabes Unidos, es decir, 60.000 millones de dólares más. De este modo, los 18.000 millones de dólares que las ricas monarquías del Golfo habían destinado para financiar la fuerza multinacional desplegada en la zona y para sufragar los gastos ocasionados por la aplicación del embargo comercial contra Irak en países como Egipto, Jordania y Turquía se convirtieron en un mal menor. A Irán, la situación también le fue sumamente favorable. Para Teherán, principal exportador de petróleo de la zona tras Arabia Saudí, la subida del precio del crudo y el aumento de la producción en más de un millón de barriles diarios para cubrir el déficit originado por el embargo decretado contra Irak y Kuwait, supusieron unos ingresos adicionales mensuales de casi 400.000 millones de pesetas. Libia, productora de 1,3 millones de barriles de crudo al día que exporta casi en su totalidad, fue el Estado magrebí que acumuló los mayores superávits en su balanza comercial. Desde el inicio de la crisis, el alza de precios del petróleo incrementó en más de 10 millones de dóla- 118 -

res los ingresos diarios del Gobierno de Trípoli. Una situación similar se produjo en Argelia, país que exporta 700.000 de los 800.000 barriles de crudo que produce al día. La subida del petróleo fue como un balón de oxígeno para una economía asfixiada por una deuda exterior mal negociada, ya que el 80 % de los 23.000 millones de dólares que debe los ha de pagar a corto plazo. Mientras que los efectos del conflicto apenas se dejaron sentir en Túnez —sus exportaciones sólo son de 55.000 barriles—, Mauritania, y sobre todo Marruecos, que importa la totalidad del petróleo que consume, fueron los grandes sacrificados del área.

La «guerra de los pobres» La guerra de los pobres contra los ricos, como la calificó el Gobierno de Bagdad, resultó particularmente dolorosa para Egipto, Jordania y Turquía, países que vieron seriamente dañadas sus economías tras la imposición del embargo comercial contra Irak. El petróleo representa el 22 % de las exportaciones egipcias y, a pesar de que sus ingresos se vieron incrementados por el alza de precios, la factura pagada por la crisis del Golfo fue muy alta. El presidente, Hosni Mubarak, se lamentó a mediados de octubre de que el Estado hubiera tenido unas pérdidas de más de 9.000 millones de dólares desde el 2 de agosto. La explicación era muy sencilla. Por una parte, El Cairo tuvo que hacer frente a un encarecimiento de los productos industriales, que representan el 70 % de sus importaciones. Por otra parte, los más de un millón de egipcios que trabajaban en Irak y Kuwait regresaron a su país y se convirtieron en una pesada carga para el Gobierno. Entretanto, la inestabilidad reinante en la zona provocó un fuerte descenso del turismo, importante fuente de ingresos que suponía para los egipcios más de 2.000 millones de dólares anuales. Además, y por si fuera poco, los pagos por utilizar el canal de Suez, que aportan unos beneficios de 1.400 millones de dólares al año, se vieron altamente reducidos, ya que el embargo impidió la normal circulación de buques comerciales. A cambio de su firme actitud contra Irak, Egipto logró la condonación de la deuda externa contraída con los países del Golfo Pérsico, calculada en más de 7.000 millones de dólares y el perdón de la deuda militar que tenía pendiente con E E U U , que ascendía a 6.800 millones de dólares. Ahora, el país está a la espera de recibir parte de los 1.500 millones de ecus (unos 2.000 millones de dólares) que, en concepto de ayuda, la CE aprobó el 2 de octubre para Egipto, Jordania y Turquía, - 119 -

las tres naciones más afectadas por el embargo de la O N U contra el régimen de Sadam Husein. Precisamente, en Jordania las pérdidas económicas se cifraban, a finales de octubre de 1990, en 3.000 millones de dólares (cerca de 300.000 millones de pesetas). Ammán vive de la ayuda árabe, sobre todo de la de Arabia Saudí, pero la ambigua posición del Gobierno jordano en esta crisis, que no acabó de condenar con firmeza la acción del dictador de Bagdad, provocó la ira de Riad, que decidió rebajar en un 20 % sus entregas de petróleo al reino hachemita. Este hecho se unió a los desastrosos efectos que en la economía jordana ya había provocado el embargo, ya que un cuarto de sus ventas se destinaban al desde el día 6 de agosto impenetrable mercado irakí. Por otra parte, antes de que estallara la crisis, Ammán importaba de Irak la mayor parte de su petróleo al módico precio de 16 dólares el barril. En septiembre, la factura ya se había duplicado. Al galopante deterioro de la economía hachemita contribuyeron también los más de 600.000 árabes y asiáticos que huyeron a Jordania tras la invasión de Kuwait. Para Turquía, el cierre del oleoducto que comunica Irak con Europa supuso unas pérdidas valoradas en 2.000 millones de dólares. Una situación similar se produjo en otro de los países del frente, Siria, donde, a pesar de que 17 millones de dólares suplementarios engrosaban a diario las arcas del Gobierno de Damasco, los ingresos que le proporcionaba Bagdad por dejar pasar sus oleoductos por su territorio se esfumaron de un plumazo. Cayó el muro, subió el crudo Al conjunto de los países excomunistas de Europa también le tocó sufrir los devastadores efectos de una crisis de la que, a priori, sólo se beneficiaron los grandes productores de petróleo. Las naciones del Este, empeñadas en la difícil tarea de transformar sus estructuras económicas, no tuvieron suerte. Entre agosto y octubre de 1990, Hungría, Checoslovaquia y Polonia totalizaron pérdidas superiores a los 7.000 millones de dólares. Irak contrajo una importante deuda con estos países, y lo más grave es que esa deuda debía ser saldada con petróleo. En Hungría, el conflicto del Golfo cayó como un jarro de agua helada. La inflación, prácticamente inexistente en los años del comunismo, era en octubre de 1990 del 27 % y las previsiones más optimistas indicaban que esa cifra se podría disparar hasta el 50 % en los primeros meses de 1991. A esta situación se unió el corte de las exportaciones húngaras hacia Irak, que en 1989 ascendieron a 26 millones de dólares. -

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Durante los últimos días de octubre, el Gobierno de Budapest, cuya deuda externa, que supera los 20.000 millones de dólares, es una de las más altas del mundo, tuvo que hacer frente a las violentas protestas de camioneros y taxistas, que se opusieron enérgicamente al anuncio de elevar el precio de los combustibles en un 65 % como vía posible para superar los negativos efectos del elevado coste del crudo. La deuda contraída por Irak con Polonia era, en el momento de estallar el conflicto del Golfo Pérsico, de 500 millones de dólares. Dos meses después de iniciarse las hostilidades en Oriente Medio, las autoridades aseguraron que la pérdida de contactos comerciales con Bagdad a consecuencia del embargo harían perder al país cerca de 3.000 millones de dólares más. Para la vecina Checoslovaquia, la situación tampoco resultó nada cómoda. Según estimaciones del Ministerio de Economía checoslovaco, el aumento del precio del crudo a más de 30 dólares el barril obligaría a que el Estado tuviera que pagar el equivalente al 75 % de sus exportaciones. Además, con el petróleo a ese precio, el país estaría condenado a perder el 90 % de sus reservas en divisas. En Bulgaria, donde las pérdidas por la crisis del Golfo alcanzaban en septiembre los 1.500 millones de dólares, la invasión del emirato de Kuwait provocó una importante subida de la gasolina, al tiempo que el encarecimiento del oro negro amenazó con absorber el 80 % de sus reservas en divisas. Por último, en Yugoslavia y Rumania, el embargo causó enormes problemas. De entrada, la suma que Bagdad debe a las autoridades de Bucarest supera los 1.700 millones de dólares. Las expectativas para 1991 son alarmantes para el conjunto de las nuevas democracias del este de Europa. El anuncio de la URSS, su principal abastecedor de petróleo y gas, de cobrar las facturas de oro negro en dólares o en divisas fuertes a partir del 1 de enero de ese año, unido al recorte de sus entregas (previsiblemente en un 30 %), ahogará seriamente las débiles economías de todos esos países, que se verán obligados a comprar parte del crudo a un precio mucho más caro que hasta ahora. A ennegrecer este oscuro panorama contribuirán también las pérdidas producidas por el tajante corte de las ventas de armas a Irak. En 1989, Checoslovaquia fue el sexto suministrador de armamento pesado a Bagdad. Ese mismo año, Polonia exportó a crédito al régimen de Sadam Husein productos bélicos por un valor de 100 millones de dólares. Paralelamente, también habrán desaparecido los ingresos provenientes de la importante contribución de algunos países al desarrollo de la industria petroquímica irakí. Antes del 2 de agosto, 3.000 ciudadanos polacos, 700 búlgaros y 350 checoslovacos residían y trabajaban con normalidad en Irak. - 121 -

En la mayoría de las naciones del África Negra, la crisis del Golfo Pérsico también repercutió negativamente, a pesar de que el encarecimiento de los precios del petróleo beneficiara a algunos países como Nigeria, Gabón, Congo o Camerún. La reactivación de las economías de estos estados favorecerá la disminución de la tensión política que caracterizó el primer semestre de 1990, al tiempo que con toda probabilidad se producirá un leve mejora de la difícil situación social. Por otra parte, el aumento de la cotización del oro incrementará las arcas del Gobierno de Sudáfrica, país del que se extrae el 38,5 % del total mundial.

Unos ganan,

otros pierden

En América Latina, el impacto del conflicto de Oriente Medio produjo grandes disparidades. Mientras Venezuela y México tuvieron suficientes razones para frotarse las manos tras la subida del precio del crudo, Brasil también las tuvo para acoger los acontecimientos con gran preocupación. El 30 de octubre, el ministro venezolano de Hacienda, Roberto Pocaterra, reconoció públicamente que su país recibiría en 1990 ingresos extraordinarios por valor de 2.594 millones de dólares como consecuencia del encarecimiento del precio del petróleo. De hecho, aunque el barril se estabilizara en 25 dólares, tanto México como Caracas tendrían asegurados 1.900 y 1.600 millones de dólares más, respectivamente, que antes del inicio de las hostilidades en el Golfo. Por otra parte, hay que tener en cuenta que México, productor independiente, es decir, que no pertenece a la OPEP y por tanto no está obligado a respetar las cuotas de exportación ni los topes de producción fijados por dicha organización, aumentó a mediados de agosto sus entregas a E E U U en 100.000 barriles más al día. Para Ecuador, el país que menos crudo produce de los 13 que conforman la OPEP, el aumento de los precios también ayudará a compensar los grandes déficits comerciales a que el Gobierno de Quito debía hacer frente desde comienzos de 1990. Lo mismo sucederá en Colombia, cuya economía podrá recuperarse de las graves consecuencias de la caída de las exportaciones de café en 1989. La crisis del Golfo Pérsico tampoco afectó de manera negativa a Perú y Bolivia. Ambos estados cuentan con yacimientos propios y las cantidades de crudo importadas son mínimas. Sin embargo, para Brasil, el crudo proveniente de Irak y Kuwait constituía un tercio de sus im- 122-

portaciones. El alza de los precios inflará la factura petrolífera en 2.000 millones de dólares anuales y la creciente inflación que se avecina contribuirá a poner en peligro las bases del programa de reajuste económico adoptado en marzo de 1990 por el presidente Fernando Collor. Al país que más inquietó la invasión irakí de Kuwait fue, sin duda alguna, a Japón, que importa el 91 % de sus necesidades energéticas. Sin embargo, afectado de lleno por la primera crisis petrolífera de 1973, el archipiélago parece estar ahora mucho más preparado para afrontar la nueva crisis. Sus centrales nucleares producen el 25 % de la electricidad que consumen los japoneses, las reservas de crudo son suficientes para 142 días, mientras que las importaciones de hidrocarburos no representan más que el 14 % del total frente al 40 % que representaban en 1980. Sin embargo, el 40 % del petróleo nipón proviene de la región del Golfo, por lo que en octubre el conflicto ya amenazaba con reducir los objetivos de crecimiento económico de un 5 % marcados por Tokio para 1990. Tampoco hay que olvidar la fragilidad de la Bolsa japonesa ni el miedo que se apodera de los inversores en situaciones de tensión internacional como las vividas a partir del 2 de agosto.

Todo sube por la Guerra del Golfo En Europa Occidental, los efectos de la tensión generada en el Pérsico se tradujeron en un inmediato incremento del precio de los combustibles. A medio plazo, es previsible que la crisis se deje sentir con fuerza en el sector industrial, donde, de continuar la actual situación, se producirán drásticos recortes de beneficios, con el consiguiente impacto negativo sobre el empleo. El único país al que benefició el comportamiento de los mercados tras el inicio de las hostilidades en Oriente Medio fue Noruega, que produce 1,7 millones de barriles de petróleo al día. El alza de precios permitió mejorar una balanza comercial ya de por sí positiva, pues las ventas de crudo e hidrocarburos representan un tercio del total de sus exportaciones. Para Gran Bretaña, que produce 1,8 millones de barriles diarios, el crudo no representa sin embargo más que el 6,4 % de sus exportaciones. A pesar de que el incremento de los precios le es favorable, el país debe hacer frente a una inflación extremadamente alta, del 9,8 %, y a una tasa de paro inquietante. En Francia, el impacto será menos importante que los de 1973 y 1979, ya que París ha sabido dotarse de una importante producción de energía nuclear que ha disminuido su dependencia del crudo. No obstante, y según todas las estimaciones, un barril a 25 dóla- 123 -

res comportaría una ralentización del crecimiento del 3,4 % al 3 y una inflación que podría pasar del 3 al 3,5 %. Alemania, al igual que Francia, produce la mitad de la energía que consume, pero su vulnerabilidad es bastante más acusada ya que el Gobierno de Bonn debe hacer frente a los costes de la unificación, que serán mucho más elevados de lo que en un primer momento se calculó. Los estados más perjudicados por la crisis del Golfo han sido Italia y España (país al que se dedica capítulo aparte), que tan sólo producen el 20 % de la energía que consumen, por lo que su dependencia exterior del petróleo es muy elevada. A estos impactos habrá que añadir los negativos efectos del embargo contra Irak, un verdadero revés para Francia, España y Alemania, tradicionales abastecedores de armas del régimen de Sadam Husein. El 8 de noviembre, un informe de la comisión de defensa de la Asamblea francesa daba la voz de alarma. Las exportaciones de armas no sólo habían descendido verticalmente en 1989, sino que durante el primer semestre de 1990, Francia no había firmado ningún contrato importante de exportación de armamento. En 1989, los suministros de armamento a Oriente Medio y el Magreb habían bajado de 20.550 millones de francos a sólo 5.550 millones. Los fabricantes norteamericanos, favorecidos por el dólar barato, comenzaban a conquistar el mercado. En medio del conflicto latía otra guerra.

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L A SANTA A L I A N Z A En la víspera... se pesca El frío y estirado secretario de Estado, James A. Baker III, se permitió esa tarde, el 1 de agosto, una sonrisa más alargada que sus habituales y medidos rictus labiales. Vestía un informal chubasquero de pescador y mostraba todo lo ufano que podía el pez truchiforme que colgaba de su mano derecha, atrapado en las frías aguas del lago Baikal. Su colega soviético, Eduard Shevardnadze, sostenía con igual aspecto deportivo otro ejemplar y había logrado componer una sonrisa más cálida ante los escasos fotógrafos y periodistas que cubrieron el encuentro informal de dos días celebrado en la ciudad siberiana de Irkutsk. El pretexto, la celebración de una nueva cumbre Bush-Gorbachov antes de finalizar 1990, no alentaba ni siquiera una nota de primera plana. Los ministros pescaban, sin embargo, en aguas profundas. Más de algún editor frunció el ceño esa tarde en una sala de redacción ante esa cita improvisada y deportiva de los jefes diplomáticos de las dos superpotencias militares del planeta. Pocos observadores relacionaron la crisis entre Irak y Kuwait con la cita de Siberia, pese a que en Washington, la portavoz del Departamento de Estado, Margaret Tutwiler, había confirmado el día anterior, 31 de julio, desplazamientos masivos de fuerzas en el sur de Irak. El 1 de agosto, en cambio, todo era normal: «No se ha detectado ningún movimiento», afirmó la portavoz mientras su jefe, Baker, pescaba en el lago Baikal. La Casa Blanca fue también ponderada y confiaba, según uno de sus portavoces menores, en que gracias a los esfuerzos de los vecinos árabes pudiera alcanzarse «algún tipo de arreglo amistoso». A esa misma hora, y después del show de los peces, Shevardnadze - 125 -

comentaba con James Baker III las últimas informaciones enviadas en un mensaje urgente y cifrado desde Moscú: el movimiento de tropas proseguía en el sur de Irak y la estación del K G B en Bagdad advertía que la invasión de Kuwait era sólo cuestión de horas. La respuesta de Baker sólo podrá conocerse en sus memorias. Los servicios de información occidentales, incluyendo el israelí, han insistido con sospechosa unanimidad en que la invasión les tomó por sorpresa. Es cierto que Sadam Husein extremó sus medidas de distracción al punto de invitar a un grupo de agregados militares occidentales a presenciar los «ejercicios rutinarios» que realizaban sus tropas cerca de Basora, apenas horas antes de la invasión. Sin embargo, resulta sorprendente la incompetencia que de pronto atacó a israelíes, franceses, norteamericanos y británicos, precisamente el día clave de la invasión. De acuerdo a las versiones en curso, ni los satélites de observación ni los puntos de escucha de que dispone la N S A norteamericana en Arabia Saudí y en buques desplegados en el Pérsico captaron vistas o comunicaciones radiotelefónicas pese a su capacidad de fotografiar a escala natural y de detectar todo tipo de mensajes. Extrañamente, aquel día 1 de agosto los espías quedaron ciegos y sordos. N i el Mosad ni la inteligencia militar israelí (Amam) se atrevieron a dar por segura la invasión, aunque disponían de algunos, no muchos, elementos que les inclinaban a considerarla inminente. Según fuentes de Jerusalén, el jefe del gobierno israelí, Yitzhak Shamir, recibió el primer report de su embajador en Washington, Moshe Arad, informado a su vez por altos funcionarios norteamericanos. Otras fuentes confidenciales, particularmente norteamericanas, sí apuntaron en cambio que James Baker III conocía perfectamente la situación y que éste era el motivo único de su excursión deportiva al lago Baikal. El dossier siberiano contenía, según esta perspectiva, un solo tema y un solo mapa: la Península Arábiga. Había llegado, dicen esas fuentes, la hora de la verdad para la zona más conflictiva del planeta. Baker III llevaba en su cartera los análisis de la información fotográfica recogida por la N S A el 28 de julio, donde se apreciaban claramente los preparativos de la invasión. William Webster, el exjuez que dirige la CIA, disponía también, el día 1, de una copia de esos documentos y de un juego preciso de fotografías tomadas por satélites que no cerraron los ojos la víspera de la invasión de Kuwait. En Washington, un portavoz de la CIA afirmaba la tarde del 2 de agosto, ante una comisión del Congreso, que la invasión los había cogido por sorpresa. La campaña de distracción había sido acordada en el círculo más íntimo, el inner circle del presidente Bush, con la aquiescencia de Webster -

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y por consejo del secretario James Baker, el ejecutor táctico de la operación, Los movimientos en aguas profundas no estaban improvisados. Mientras toda la atención pública asistía magnetizada al fin de la guerra fría y al nacimiento de un nuevo mapa en Europa, se desenroscaba como una serpiente una estrategia urdida en los nidos más ocultos de Washington desde los últimos meses de la Administración Reagan. Su finalidad era comprometer a la Unión Soviética en un nuevo esquema de equilibrio geopolítico en Oriente Medio que neutralizara la amenaza del terrorismo islámico y, punto más delicado, contuviera al mismo tiempo los excesos hegemónicos de Israel. Irak, con su sanguinario y belicoso tirano, su cañón gigante y su peligroso arsenal químico, proporcionaba la coyuntura adecuada. La información que el secretario de Estado James Baker III llevó a Siberia no procedía de los canales regulares de su departamento. La potencial agresividad irakí había sido cuidadosamente evaluada desde 1989 no sólo por los servicios norteamericanos, sino también y con otros objetivos por israelíes y británicos. Las vergüenzas del Irangate habían arrancado escamas en la piel de la comunidad norteamericana de Inteligencia. Las viejas paranoias de la infiltración no señalaban ahora a los rojos sino a los propios aliados y amigos. El caso del espía israelí Kollack era el ejemplo más a mano y no resultaba sorprendente que en los círculos sensibles más próximos al presidente Bush no figurase ningún judío. Sadam Husein era un blanco de inteligencia desde mediados de 1989, pero las intenciones reales de Washington frente al dictador irakí constituían un secreto con el grado más alto de clasificación. James Baker III operó con esas reglas en el dédalo de comunicaciones del Departamento de Estado. Su embajadora en Bagdad, April Glaspie, no estaba al tanto de las estrategias profundas que se articulaban en circuitos ajenos a la diplomacia regular. Días antes de la invasión había sostenido una absurda conversación tête-à-tête con Sadam Husein, que luego provocaría una polémica intrascendente que vino bien a las cortinas de humo que han rodeado toda la operación irakí. La señora Glaspie, una mujer sensible y eficiente, visitó el día 25 de julio al dictador irakí para transmitirle un mensaje sibilino urdido en la Casa Blanca, con la más que probable colaboración del propio James A. Baker III. Su contenido parecía calcado de un manual de diplomacia árabe: «El presidente Bush desea personalmente ampliar y profundizar las relaciones con Irak.» Otra frase, revelada por la propia embajadora, escondía un mensaje aún más envenenado: «No tenemos mucho que decir sobre las diferencias interárabes como sus diferencias fronterizas con Kuwait Todos confiamos en que usted resuelva esos problemas rápidamente.» El 1 de agosto, la -

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señora Glaspie salía de Bagdad para iniciar sus vacaciones, convencida, según diría después, de que Sadam Husein no tenía ninguna intención de invadir Kuwait. Su jefe, James A. Baker III, pescaba esa tarde en el lago Baikal. El pacto contra Bagdad La reunión de Irkutsk fue una cita histórica que los textos no registrarán nunca. Por primera vez los dos exrivales de la guerra fría analizaban desde una óptica común un marco de conflicto. Los planes agresivos de expansión de Sadam Husein proporcionaban el punto de partida para una revisión a fondo de los equilibrios geopolíticos en el complejo cuadrante donde se almacenan más de la mitad de las reservas petrolíferas del mundo. Washington había preparado y alentado con mano de artista las condiciones para «permitir» un conflicto que pusiera sobre el tablero y en un momento dramático todo el nudo estratégico de Oriente Medio. Hace 35 años, en el apogeo de la guerra fría, otro secretario de Estado, John Foster Dulles, había concebido una alianza regional centrada precisamente en Irak, el pacto de Bagdad, establecido en 1955 para «contener» la influencia soviética en Oriente Medio. Irak era entonces una monarquía decadente y prooccidental, surgida de los despojos del colonialismo francobritánico en la zona. Gran Bretaña formaba parte natural de esa alianza regional creada muy al estilo de guerreros de la guerra fría como los propios hermanos Dulles, gentlemen del entonces filobritánico establishment de la costa Este de Estados Unidos. El secretario de Estado y su hermano, creador y director de la CIA, fueron los artífices de un rosario de pequeñas otanes regionales como el Pacto de Bagdad y la Cento, o la Seato en Extremo Oriente, todas ellas de corta vida y escasa eficiencia. El Pacto de Bagdad saltó hecho pedazos con la crisis de Suez en 1956, cuando Gran Bretaña, Francia e Israel unieron sus fuerzas para atacar a Egipto y provocaron una reacción consensuada de Moscú y Washington para apagar una bomba con resabios coloniales que estuvo a punto de hacer estallar todo Oriente Medio. Dos años después caía la monarquía irakí y Bagdad desahuciaba el pacto para iniciar la andadura nacionalista que ha derivado hacia la dictadura de Sadam Husein. En 1990, otro secretario de Estado, esta vez un gentleman de Texas, marcado por el « nuevo pensamiento político» de la posguerra fría, urdía, ese 1 de agosto en Siberia, otro pacto, ahora contra Bagdad, para «conte- 128 -

ner» no ya el comunismo sino a los enemigos regionales que podía alterar el tablero a los reconciliados adversarios de 40 años de confrontación. Simbólicamente y en secreto se plasmaba a orillas del lago Baikal una nueva alianza con otros protagonistas, a fin de imponer el nuevo orden en el escurridizo laberinto de Oriente Medio. Concluida la guerra fría, Oriente Medio constituía el gran desafío de la era de la colaboración entre los dos Grandes. Es «la más prometedora joint venture en el terreno de la seguridad regional», escribía días después Strobe Talbott, probablemente el analista político de Washington con mejor acceso al propio presidente Bush. El fin de la guerra fría en Oriente Medio La línea básica del pacto secreto contra Bagdad analizado a orillas del Baikal fue cuidadosamente escamoteada a la prensa, cuya ausencia en Irkutsk fue una magistral obra de disuasión pacífica por parte de los organizadores del encuentro. Existen motivos razonables, políticos y tácticos para esconder la agenda analizada en la estepa siberiana. Un cambio de orientación en la política norteamericana en Oriente Medio toca por fuerza puntos excesivamente sensibles dado el cruce de conflictos que se produce en una zona que ha sido víctima desde 1945 de mil estrategias y conspiraciones diversas. Las líneas de acción de la nueva diplomacia norteamericana suponen una ruptura tajante no sólo con los viejos modelos de la guerra fría sino con alianzas privilegiadas como las que ha sostenido E E U U con Israel durante más de 30 años. La evolución de la crisis del Golfo en los tres meses sucesivos fueron desvelando las vigas maestras del edificio que comenzó a construirse en Irkutsk: acercamiento de E E U U y Siria; reanudación de relaciones entre Arabia Saudí y la URSS; implantación de la pax siria en Líbano; tanteos norteamericanos para estructurar una nueva alianza de seguridad en la zona apoyada en pilares árabes. Según la recomposición realizada por analistas políticos en Washington y extrapolada de fuentes diplomáticas europeas, el diseño de Irkutsk apuntaba las siguientes líneas de acción y enfoque estratégico: 1. Reconstrucción de las respectivas influencias de las dos superpotencias en el área de acuerdo a esquemas de colaboración y no de enfrentamiento. Énfasis en las relaciones económicas y comerciales y en acuerdos globales de seguridad regional. Normalización, dentro de este esquema, de las relaciones diplomáticas en- 129-

tre la URSS y los países de la zona encuadrados hasta ahora en el frente prooccidental. 2. Disolución política del frente de rechazo árabe vinculado en el pasado a la esfera soviética. Desarticulación de las redes terroristas en los países donde la URSS puede ejercer alguna influencia, como es el caso de Siria, abierta ahora a un nuevo sistema de relaciones con E E U U y con el mundo árabe moderado. 3. Disociación de los viejos frentes de alianzas establecidos en términos de esferas de influencia de los bloques o aproximaciones ideológicas vigentes en los años setenta y parte de los ochenta: moderados proocidentales y radicales prosoviéticos. Penetración y control de organismos regionales nuevos a fin de encuadrarlos en los esquemas de una estrategia global de cooperación. 4. Colaboración en la búsqueda de una solución al problema palestino que no ponga en peligro la seguridad de Israel. Potenciar los acuerdos de paz árabe-israelíes para desarrollar el proceso iniciado con el tratado entre Israel y Egipto. 5. Consolidación de un sistema de alianzas que garantice estabilidad política en los países con grandes recursos petrolíferos. Los puntos de vista de Moscú y de Washington difieren en este punto. E E U U patrocina una alianza militar al estilo de la O T A N , mientras la URSS se inclina por marcos más diplomáticos como la O N U u otros organismos supranacionales de carácter político. 6. Búsqueda de un nuevo equilibrio regional que impida amenazas como las del arsenal irakí o la hegemonía de Israel. 7. Normalización de las relaciones internacionales con Irán y neutralización del terrorismo islámico. Pacificación de áreas conflictivas como Líbano, asegurada mediante la nueva pax siria. 8. Revisión cautelosa de los mapas geopolíticos de la zona a fin de construir un nuevo equilibrio que apacigüe el conflicto árabeisraelí y eventualmente otras tensiones nacionales y/o étnicas de Oriente Medio y el área del Golfo. 9. Contención de las influencias comerciales y políticas de terceras potencias, concepto sumamente importante para los aliados europeos, especialmente Francia, que temen perder las ventajas de sus relaciones políticas y comerciales con el mundo árabe, hasta hace escasos meses su principal comprador de armas. 10. En relación a la crisis abierta por Irak, coordinar una política común y firme de contención y disuasión, apoyada en un consenso internacional y dispuesta a frenar tajantemente toda iniciativa de agresión de un estado regional. - 130-

Baker y Shevardnadze pasaron revista a estos aspectos en la cita de Irkutsk y analizaron una línea de actuación tanto en la crisis inminente como en el diseño a medio plazo de una política global y consensuada en todo Oriente Medio. En Irkutsk quedó establecido un calendario aproximado de normalización de relaciones con los socios y clientes del viejo bloque contrario, aunque permanecieron algunas líneas abiertas sin acuerdo, como la configuración de futuras alianzas regionales. Los canales diplomáticos se abrieron efectivamente entre agosto y octubre, con un ritmo sincronizado a la evolución de la crisis. Moscú estableció relaciones con Arabia Saudí y con otros países del Golfo, mientras se escenificaba la espectacular reconciliación entre Washington y el régimen terrorista sirio de Hafez el Assad. Un punto adicional, vinculado directamente con la situación, tocó aspectos económicos que acostumbran estar muy presentes en los últimos encuentros entre dirigentes soviéticos y estadounidenses. Shevardnadze pudo exponer el interés de la URSS en una aproximación distinta a las finanzas del petróleo, de las que ha estado escindida pese a ser el segundo productor del mundo. Las relaciones comerciales soviéticas con Oriente Medio se han desarrollado preferentemente en el comercio de armamentos con países como Irak, Siria y Libia y bajo los ambiguos signos de una correspondencia ideológica que no tiene lugar en el llamado nuevo orden mundial. Los aspectos económicos de los acuerdos de Irkutsk resultan más difíciles de calibrar. Como datos precisos, cabe señalar que el mismo día de la invasión, el 2 de agosto, la Unión Soviética vertió importantes cantidades de oro y diamantes en el mercado internacional aprovechando una súbita y breve subida de los precios. Las estimaciones hechas por la prensa económica internacional constatan que tales ventas no alteraron los mercados de metales preciosos y que permitieron a Moscú satisfacer las exigencias más urgentes de su deuda externa. El otro tema clave, del que no se disponen aún datos precisos, apunta a la normalización del comercio soviético del petróleo, cuyos primeros indicios han sido dramáticos para los países del desaparecido bloque socialista, hoy huérfanos de crudo subvencionado. Baker admitió en una posterior rueda de prensa que expuso a su colega soviético Shevardnadze el problema que suponía para Washington una crisis que ponía en peligro los importantes suministros de crudo que E E U U adquiere en Oriente Medio. No ha habido tiempo para documentar el posible desvío hacia E E U U de las exportaciones de petróleo soviético. En octubre, en todo caso, habían sido firmados protocolos para la venta a la URSS de elementos de tecnología avanzada aplicada a la extracción y refinamiento de petróleo por parte de firmas norteamericanas. - 131 -

El comunicado inusual El consenso de Irkutsk tuvo su primer efecto público al día siguiente, 2 de agosto, pocas horas después de que los tanques irakíes bombardeasen el palacio del emir de Kuwait. Baker realizaba ese día una exótica visita a la república de Mongolia exterior para bendecir el impulso de la perestroika en la tierra de Gengis Khan. La invasión le «sorprendió» en la lejana Ulan Bator y suspendió de inmediato su programa. Las órdenes de Washington fueron, según la versión corriente ofrecida a la prensa, regresar inmediatamente a casa ... vía Moscú. Shevardnadze le esperaba en el aeropuerto Vnukovo el viernes 3 de agosto. Ambos ministros se encerraron durante 90 minutos en una sala del aeropuerto moscovita antes de emitir el primer comunicado conjunto que hayan hecho nunca la Unión Soviética y Estados Unidos, salvo como aliados en la Segunda Guerra Mundial. «Hoy —decía la declaración—, los gobiernos de la Unión Soviética y Estados Unidos han dado el paso inusual de pedir en forma conjunta a la comunidad internacional que se una a nosotros suspendiendo toda entrega de armas a Irak» E l histórico documento, hito de la nueva era de la posguerra fría, condenaba sin ambages la «brutal» agresión irakí y exigía a Bagdad, en nombre de las dos superpotencias, «que retire sus tropas del territorio kuwaití». E l comunicado pedía asimismo a la comunidad internacional no sólo una condena sino «pasos concretos» contra Bagdad. «La soberanía y la integridad de Kuwait deben ser restauradas.» A l margen del texto, los dos ministros emitieron una advertencia directa al agresor irakí en caso de infligir algún daños a los residentes norteamericanos y soviéticos en Irak y Kuwait. «Las consecuencias serían muy, muy serias», corearon Eduard Shevardnadze y James A. Baker III. Con esta amenaza proclamaron ante el mundo la santa alianza del nuevo orden internacional.

Los dilemas del Kremlin «Sadam Husein camina hacia un punto muerto.» La traducción inglesa de las palabras de Mijail Gorbachov resonaron fatídicas en los micrófonos del intérprete y en las reproducciones inmediatas a través de las antenas de la BBC británica y la Voz de América. El «dead end» que vaticinaba el líder soviético, sentado codo a codo con el presidente Bush en la sala de conferencias de Helsinki, sonaba a muerte. «Si los pasos en marcha fracasan, estamos preparados para adoptar medidas adicionales.» La declaración conjunta de los líderes olía a pólvora en esa cumbre celebrada -

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de urgencia en Helsinki el 9 de septiembre, 38 días después de la invasión. Hacía escasos días que Gorbachov había mantenido una «franca», es decir brutal, conversación en Moscú con el ministro irakí de Exteriores, Tareq Aziz, miembro del hermético Consejo de Comando de la Revolución. El líder soviético le aclaró que la única vía para poner fin a la crisis era «la salida incondicional de Kuwait». Pese al consenso global, las presiones de Washington para implicar más activamente a Moscú en el despliegue multinacional contra Sadam tropezaban con dificultades. La «agenda secreta» de Irkutsk, como la llamó incluso la ponderada revista Time, reapareció en Helsinki. Por primera vez se destapó en la prensa más abierta la voluntad expresa del presidente Bush de reintroducir a la URSS como factor de equilibrio regional en Oriente Medio. El diseño global analizado en la reunión de los pescadores de Irkutsk, Baker y Shevardnadze, seguía vigente en sus líneas gruesas, aunque ya se insinuaban los desacuerdos tácticos. Ambos ministros actualizaron la agenda de Irkutsk mientras Bush pulsaba con Gorbachov las líneas generales de una alianza global que estableciese un nuevo esquema de seguridad en Oriente Medio. La admisión pública de esta voluntad de acuerdo suscitaba sin embargo discrepancias tanto en E E U U como en la URSS. Para algunos viejos derechistas norteamericanos, como Pat Buchanan y William Safire, hombres con antenas sensibles en los sótanos del establishment, resultaba inconcebible que E E U U invitara a Moscú a compartir responsabilidades de seguridad regional. E E U U , argumentaba Safire, luchó desde 1948 por arrojar a los soviets del Pérsico y, como dijera una vez Henry Kissinger, «sacar las manos soviéticas de Oriente Medio». ¿Por qué llamarlos ahora? Tanto en la derecha como en la izquierda norteamericanas, el desarrollo de la crisis del Golfo fue alentando corrientes críticas, neoaislacionistas, en las que coincidían liberales como el historiador Arthur Schlessinger, exasesor de Kennedy, y la troupe neoconservadora reaganita: Jeanne Kirkpatrick y el ideólogo Robert Novak, barridos por el pragmatismo moderado de la Administración Bush. Tampoco en el Kremlin abundaban los aplausos. Mijail Gorbachov sufría entonces el embate de los reformistas que querían acelerar los cambios económicos y derribar el para ellos tibio e inmovilista Gobierno de Nikolai Rijkov. La energía del líder soviético se repartía entre esa batalla pública y otra más discreta que procedía del estado mayor del Ejército Rojo y en la que el KGB jugaba delicadas barajas. Subrepticiamente, asomaban en Moscú las antiguas discrepancias entre occidentalistas y ortodoxos, versión rusa de los halcones y palomas - 133-

americanos. El sector halcón de los generales rojos había presionado públicamente en una sesión del Parlamento soviético para expresar su preocupación por tan formidable despliegue de tropas norteamericanas a menos de 1.000 kilómetros de la frontera de la URSS. El viceministro de Exteriores, Alexander Belogonov, hubo de salir al paso de los diputados ortodoxos que ponían el grito en el cielo y afirmar que el Kremlin estaba notificado pero que no aprobaba tal escalada militar: «No podemos estar muy contentos por la progresión del poder militar estadounidense en la zona.» En efecto, admitía a regañadientes el viceministro, «no tenemos garantías de que EEUU abandone Arabia Saudí cuando la crisis esté superada». Mijail Gorbachov ya acudió a Helsinki con un esquema ambivalente que subrayaba la conjunción de fines con Bush pero no la de métodos y tácticas. En su visión estratégica la mejor opción pasaba ciertamente por sellar la alianza global con E E U U y afianzar así el papel de las dos potencias como cogarantes de la seguridad mundial. Los más cercanos a Gorbachov afirman que la perspectiva de una joint-venture regional con Washington seduce como primera perspectiva al líder soviético. No obstante, las presiones de los halcones del Ejército Rojo le obligan a medir los compromisos que representaban para Moscú sus 30 años de relaciones privilegiadas con Irak. Gorbachov no podía disimular que entre los 5.000 soviéticos retenidos en Irak al menos 1.000 operaban como consejeros militares y de Inteligencia. Estos técnicos habían entrenado a los pilotos irakíes y a los oficiales de la artillería de misiles hasta hacía escasas semanas y poseían secretos militares de alto interés para E E U U . La alianza profunda desde el punto de vista global no podía ser exhibida con tanta crudeza ni ante los militares soviéticos ni quizás ante los altos oficiales norteamericanos que se quejaron de las «resoluciones asombrosamente tan poco específicas» de la cumbre de Helsinki. La postura soviética se vio desde entonces sometida a una suerte de esquizofrenia que hizo dudar en octubre de la eficacia de la santa alianza. El mago de la perestroika supo jugar otra vez al equilibrio. No cerró del todo las puertas a una participación militar —aunque bajo la bandera de la ONU— pero insistió en la necesidad de buscar soluciones árabes al conflicto. Por una parte, Moscú decidió no retirar sus «especialistas» militares de Bagdad, al menos «hasta que finalice su contrato». Por otra, se sumaba a las presiones más duras del embargo internacional contra Irak. En algún momento, a finales de septiembre, Gorbachov gira su eje estratégico y asume en apariencia posturas más ortodoxas y más al gusto -

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de las viejas líneas militares soviéticas. La propuesta de un arreglo global y de una conferencia internacional de paz para estudiar toda la problemática de Oriente Medio fue presentada en la Asamblea de la O N U con escasos días de diferencia por Mijail Gorbachov y por Frangois Mitterrand. En su viaje a París, el 28 y 29 de octubre, Gorbachov relanza la idea y proclama que «la guerra es inaceptable». Fuentes soviéticas prooccidentales señalan que la postura pública de Gorbachov no reflejó otra cosa que una maniobra de equilibrio interno y una audaz campaña de desinformación dedicada al propio Sadam Husein. El día 7 de noviembre, Gorbachov volvía a considerar no tan inaceptable la opción de la guerra. Para entonces, Bush ya había logrado atravesar la incómoda barrera de las elecciones del 6 de noviembre y recomponer con nuevos actos de determinación la lógica de la escalada. El juego de distracción de Gorbachov habría cumplido, según el análisis de esas fuentes no oficiales soviéticas, diversos objetivos diplomáticos y tácticos en ese periodo necesariamente confuso que precede a una ofensiva. Mientras proseguía el despliegue militar norteamericano en el desierto saudí, el escenario político registra entre octubre y noviembre los siguientes episodios y situaciones: 1. Cerca ya de cumplirse los tres meses del conflicto, Bush afronta una pequeña disensión interna, reflejada en un descenso leve de popularidad y alimentada en plena campaña electoral por sus rivales políticos. Las presiones del lobby israelí hacen uso del debate del presupuesto en el Congreso y de la eventual ilegalidad de una orden presidencial de ataque para intentar erosionar el sólido apoyo concitado por el presidente desde el inicio de la crisis. Bush viaja esos días a Honolulú; se fotografía nadando y se limita a mantener el tono de la denuncia contra Sadam con algunos picos de escalada verbal, comparándolo con Hitler o exigiendo un «Nuremberg» para condenar sus vejaciones contra los rehenes. 2. Gorbachov improvisa un viaje a España que culmina en París, desde donde proclama, junto a Mitterrand, la necesidad de una conferencia de paz y la búsqueda de soluciones políticas que eviten la «guerra inaceptable». 3. El enviado especial de Gorbachov a Bagdad y a la zona, Evgueni Primakov, miembro del consejo presidencial del Kremlin, traduce en mensajes contradictorios su entrevista con Sadam Husein, sin dar esperanzas concretas de encontrar una solución política negociada, aunque en un segundo comentario se refiere a imprecisos progresos. Sadam, diría después, está dispuesto a - 135 -

negociar en un marco árabe una retirada de Kuwait si tiene garantías de que no será atacado y derrocado por la fuerza. 4. La mayor parte de los generales soviéticos se manifiesta en contra de intervenir directamente en la fuerza multinacional en caso de conflicto, aunque acepta la colaboración de Inteligencia con Estados Unidos. 5. Gorbachov desecha la posibilidad de una organización regional de seguridad basada en la presencia militar norteamericana en Arabia Saudí y abre una negociación aún no resuelta con Washington para buscar una forma más equilibrada de cooperación defensiva en la zona. 6. La alusión al factor árabe fomenta algunas iniciativas de países del Magreb que tienen algún eco en París y que dejan en un ambiguo suspenso la opción militar desde finales de octubre hasta los primeros días de noviembre. 7. La diplomacia francesa alienta la imagen de un bloque pacifista franco-soviético frente al eje militarista anglo-norteamericano. Gorbachov permite por unos días esta proyección que diluye las apariencias de una acción bélica inmediata. Washington emite incluso algunas tenues expectativas sobre soluciones diplomáticas. Para algunos técnicos militares, esta progresión habría formado parte de una campaña clásica de adormecimiento del enemigo. El anuncio de Bush de comer el pavo del Día de Acción de Gracias con los soldados, el 22 de noviembre, sería la culminación de una maniobra de distracción en la que habría colaborado a su modo Mijail Gorbachov. El semanario francés L'Express insinúa, tímidamente y con cierto despecho por la pérdida de iniciativa gala, que los dos líderes simplemente se han repartido los clásicos papeles del policía malo y el policía bueno: el «mechantflic» Bush y el «gentilpoulet» Gorbachov. Mientras Gorbachov, flagrantemente bendecido con el Nobel de la Paz, reclama que «la guerra es inaceptable», Bush increpa al «Hitler árabe» y advierte desdeñoso que «el apaciguamiento sólo conduce a estimular nuevas agresiones». Otro análisis más contrastado apunta en una dirección opuesta. Los matices políticos observados esos días proyectaban en realidad la primera grieta no sólo de la santa alianza ruso-americana sino de la cohesión de la coalición mundial tan hábilmente armada por Bush la primera semana de agesto. Los puntos de fricción, como puede leerse en otros capítulos, provenían fundamentalmente de tres focos: Israel, París y el cambiante mundo árabe. Moscú habría aprovechado esas fisuras -

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para irrumpir con una estrategia propia que le garantizase un buen lugar «después» de la guerra. Para muchos analistas, ese periodo muerto en que pareció entrar la escalada del conflicto en octubre reflejaría las dificultades que los principales aliados enfrentaban para acordar el futuro mapa. Los intereses cruzados de Israel, Francia, la URSS, Gran Bretaña y E E U U , algunos visibles sólo en los hilos financieros articulados en torno al petróleo y al comercio de armas, harían más difícil que lo previsto un acuerdo internacional de pacificación de la zona. Este análisis subraya los matices y las diferencias de intereses entre Washington y Moscú ante la crisis. El acuerdo básico para un rediseño global de los equilibrios geoestratégicos en Oriente Medio no supondría evidentemente un consenso en cada uno de sus aspectos. Moscú no deseaba sacrificar sus canales de relación con Irak y con la O L P y se ofrecía en cambio como una potencia apta para articular la mediación futura que exigiría un cambio radical del mapa geopolítico de Oriente Medio. Obviamente, Washington no veía ningún resultado práctico en articular una conferencia mundial de paz como la sugerida con algún matiz distinto por Mitterrand y Gorbachov, con la evidente intención de diluir el protagonismo del liderazgo norteamericano. Bush confiaba más en atar cuidadosamente todos los nudos mediante pactos y obligaciones bilaterales y utilizar para los efectos del espejo mundial el cómodo e irrebatible recurso de las Naciones Unidas. En octubre, el juego ya no era tan simple. La misión muy especial de Evgueni Primakov Mientras Mijail Gorbachov contemplaba, el 28 de octubre, junto al príncipe Felipe, el presidente Pujol y alcalde Maragall, la maqueta del anillo olímpico de Barcelona, Eduard Shevardnadze tenía en sus manos el último mensaje enviado desde Bagdad por el emisario especial Evgueni Primakov. Gorbachov protagonizaba ese mediodía un entuerto de protocolo que irritaría las siempre delicadas relaciones entre Cataluña y Madrid. Shevardnadze no pudo comentar el telegrama antes del vuelo esa misma tarde hacia París y cometió un desliz que recogieron las agencias internacionales de prensa y que delataba el abierto pesimismo del ministro ante la misión de Primakov; «no hay motivo para ninguna esperanza», diría ante los periodistas españoles. Horas después, en París, el presidente Gorbachov decía lo contrario y se ufanaba de «algunos progresos».

Evgueni Primakov había sostenido una conversación de casi dos horas con Sadam Husein, como culminación de un intrincado periplo de un mes que comenzó también en Bagdad y que cubrió intermitentemente las principales capitales árabes. Sus entrevistas con los príncipes saudíes, el presidente sirio Assad, el rey jordano Husein y el líder palestino Yaser Arafat habían alentado una vidriosa iniciativa de mediación similar en algunos puntos a las propuestas que alentaran primero Libia, Jordania y la O L P y luego Argelia y Túnez. El paso de Primakov por Riad arrancó incluso algunas declaraciones alentadoras y sorprendentes del ministro saudí de Defensa, el príncipe Sultán, quien no descartó durante unas horas la posibilidad de una retirada negociada de las tropas irakíes del emirato invadido. La ceremonia de la confusión duró desde el 25 de octubre hasta el 6 de noviembre. La moderación del príncipe Sultán fue desmentida inmediatamente por el rey Fahd y luego por el propio ministro saudí. El pesimismo de Shevardnadze, transformado por el brujo Gorbachov con una maniobra pueril. Según Gorbachov, su emisario Primakov le habría enviado inmediatamente después un telegrama, a las 5 de la madrugada del lunes 29 de octubre, señalando que «la posición de Sadam Husein no es la misma y han aparecido nuevas reflexiones». Este abierto bluff diplomático, rechazado sin disimulo por sus huéspedes franceses, permitió al líder soviético ejecutar una singular puesta en escena pacifista en el corazón de Europa. Aunque Mitterrand se apresuraba a decir ante las candilejas del público que «no ha cambiado fundamentalmente nada desde el 2 de agosto», Gorbachov lanzó en París un inusitado llamamiento al «factor árabe», en términos suficientemente ambiguos para demostrar un entendimiento inexistente entre su postura y la del presidente Mitterrand. La jugada de fondo soviética apuntaba a objetivos más oblicuos. La propuesta de una «conferencia interárabe» daba un especial protagonismo a Arabia Saudí, en los mismos momentos en que Primakov comunicaba a los príncipes de Riad los resultados de su entrevista con Sadam. Gorbachov invitaba a que fuera Arabia Saudí la promotora de la iniciativa, asegurando el apoyo de Siria y de otros estados árabes a los que Moscú podía presionar de alguna forma. Los análisis más superficiales quisieron ver en la visita de Gorbachov a París un intento del líder soviético de consolidar un frente pacifista dentro de la alianza internacional contra Sadam. Francia, aunque celosa del protagonismo americano, evitó una trampa que arrinconaba sus propias redes en el mundo árabe en beneficio del principal aliado de Washington. La propuesta de Gorbachov afianzaba en realidad el pacto - 138 -

de las dos superpotencias al inclinar el eje del mundo árabe hacia Riad y profundizar así las relaciones recién establecidas entre Arabia Saudí y la URSS. Es muy probable que haya que esperar el desenlace de la guerra para medir los alcances de la misión especial del consejero de Gorbachov, un experto veterano en asuntos de Oriente Medio. En el terreno inmediato, Evgueni Primakov pudo pactar en Bagdad la situación de los más de 5.000 especialistas soviéticos y lograr la salida de algunas de sus esposas e hijos. Los residentes soviéticos, al revés que los occidentales, fueron trasladados de la primera línea del escudo humano en puntos estratégicos, donde quedaron los norteamericanos y británicos. Su salida, no obstante, no fue objeto de negociación. En Bagdad, el encuentro de Gorbachov y Mitterrand en París había alentado algunos delirios de mediación. En su particular lenguaje, Sadam Husein intentó condicionar una negociación a los esfuerzos franco-soviéticos, con la esperanza de que las conversaciones privadas que sostuvieron Mitterrand y Gorbachov en el palacio de Rambouillet alentaran una iniciativa capaz de romper la alianza internacional encabezada por Estados Unidos. Los matices de ese diálogo a puerta cerrada cerca de París han sido mantenidos en hermético secreto. El ministro irakí de Exteriores, Tareq Aziz, había multiplicado los guiños diplomáticos a la cumbre parisina adelantando que Bagdad juzgaría «muy positivas las declaraciones franco-soviéticas» e invitando a que ambos países «sigan en esa dirección». A la luz de los acontecimientos posteriores, la misión de Primakov fue un absoluto fracaso o bien, como estiman algunos analistas norteamericanos, sirvió para que Moscú sentase la primeras bases de un futuro circuito de relaciones en el mundo árabe. En esta óptica, el emisario de Gorbachov habría podido, bajo la cobertura de una misión de apaciguamiento, reconducir los hilos de sus averiadas relaciones con la OLP al tiempo que vertebraba un contacto aún flamante con los saudíes y con Egipto. En términos comerciales, las relaciones con Arabia Saudí ya se han traducido en algunos acuerdos relacionados con la tecnología del petróleo y están en estudio algunos dossiers de compras de armas por parte de Riad. En términos políticos, el balance es aún escaso. Si el juego ha consistido en la consabida pareja del policía bueno y el policía malo, la misión de Primakov fue de gran utilidad para adormecer durante un par de semanas al león de Bagdad. Los supuestos «progresos» y «nuevas reflexiones» que se sacara de la manga Mijail Gorbachov en París desaparecieron rápidamente de los espejos públicos que han refle- 139 -

jado los episodios externos de la guerra del golfo. El 7 de noviembre, Gorbachov volvía a ver la guerra como algo difícilmente inevitable. El día 8, James Baker III se reunía durante toda una tarde con Gorbachov y con Shevardnadze en la dacha o palacete empleado por el Kremlin para recibir a los huéspedes ilustres, exhibido por primera vez a los fotógrafos. Ese mismo día, Primakov daba a conocer más detalles de su misión en las páginas de Literaturnaya Gazeta, aferrándose desesperadamente a las efímeras posibilidades de un arreglo pacífico. Sadam Husein estaba dispuesto a negociar en el marco de un foro interárabe una retirada de Kuwait, pero temía, con absoluta clarividencia, de que el objetivo de E E U U no terminaba en su retirada sino en su caída. En la dacha de las afueras de Moscú, Baker III completaba otra misión empezada en Riad esa semana, con la firma de un acuerdo sobre el mando norteamericano de las fuerzas en caso de un ataque «fuera de Arabia Saudí». Tras las largas discusiones, de 13 horas, sobre «los formidables problemas de toda el área», Moscú aprobaba oficialmente el uso de la fuerza para expulsar a Irak de Kuwait. El único requisito, aceptado y ya tanteado por Washington, era hacerlo con la bendición del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. El proceso ya estaba en marcha.

«Hola, soy Bush» La primera decisión que adoptó el presidente George Bush el 2 de agosto, día de la invasión de Kuwait, fue no interrumpir el calendario de sus vacaciones estivales. Su primer arma fue el teléfono, desde Camp David, la Casa Blanca, el Pentágono o su retiro familiar y bucólico en Kennebunkport, entre los bosques y arrecifes del Maine. Durante seis días, el teléfono fue su compañero inseparable, incluso en los campos de golf donde se fotografió generosamente junto a caddies de traje y corbata con transmisores portátiles en vez de bolsa de palos. Teléfono y golf: el arma y el símbolo totémico. En los primeros días de la crisis, cuentan sus ayudantes, George Bush realizó sin descanso dos llamadas personales por hora a presidentes, reyes, primeros ministros y emires. Su voz atravesó el planeta en todas las direcciones, mientras se exhibía ante las cámaras en traje informal, con visera y camisa coloreada en medio de las praderas onduladas de un campo de golf. El golf ha sido la identificación de la guerra del golfo, como si la afinidad fonética sirviera para afianzar un símbolo que los analistas de la imagen han comparado con el tranquilizador habano que caracterizó a Winston Churchill en los momentos más dramáticos de la Segunda Guerra Mundial. - 140 -

George Bush, 65 años, pasará a la historia, entre otros apuntes, como el último presidente norteamericano que luchó en la Segunda Guerra Mundial. Hijo de una acomodada familia del establishment de Nueva Inglaterra, el joven George huyó subrepticiamente de su casa a los 17 años y se enroló en la Fuerza Aérea con nombre falso y la edad exagerada. En 1942 se convirtió en el piloto más joven de la USAFy fue destacado al frente del Pacífico. Sus acciones de guerra le valieron algunas condecoraciones que su familia sólo conoció cuando fue herido al caer su avión y enviado de regreso a Estados Unidos. Su epopeya apareció entonces en los magazines como la historia apasionante de un niño bien que los tenía bien puestos. Fue la primera y última ocasión en que George Bush fue tratado con la frivola pleitesía que la prensa rinde a sus personajes con carisma de venta. A partir de entonces, el empresario, político, embajador, director de la CIA y vicepresidente Bush escogió la discreción. Esa misma discreción marcó su elección casi administrativa de presidente de Estados Unidos, después de los brillos y las candilejas de la rutilante pareja de los Reagan. La Casa Blanca apagó sus luces de decorado y volvió a las sobrias tradiciones de los presidentes de antaño. George Bush se convirtió en el hombre tranquilo de la avenida Massachusetts, asaeteado por la prensa por su excesivo silencio o porque no parecía hacer nada mientras caían como un dominó las repúblicas populares del Este de Europa y Alemania corría con sus propios pies hacia una acelerada unificación. El hombre, sin embargo, se preparaba para su hora del destino. En su biografía existen hitos muy contrarios a la mediocridad: su determinación adolescente de enrolarse en la guerra, o su decisión, al término de sus estudios universitarios, de alejarse del millonario alero familiar de Nueva Inglaterra para levantar por su cuenta una fortuna como empresario petrolero en Texas, no son precisamente los pasos de un vacilante. Sus colaboradores íntimos señalan que Bush se ha preparado durante toda su vida para el desafío de una gran crisis. Su carrera política, a menudo en la sombra del Partido Republicano y luego en cargos delicados pero de escasa exhibición, le proporcionaron sin duda elementos para esa misión especial que incubaba en su intuición. Diez años atrás, cuando luchaba en desventaja para arrebatar la denominación de candidato presidencial a Ronald Reagan, señalaba incisivamente en un discurso a sus correligionarios del Partido Republicano: «Quiero un presidente al que no tengamos que entrenar.» El entrenamiento político de George Bush es incomparablemente más sofisticado que el de la mayoría de los últimos mandatarios nortea- 141 -

mericanos. Para un político que como él considera prioritaria «la defensa de la seguridad nacional», la dirección de la CIA constituye una escuela aventajada. Un mandatario ha de optar entre los muchos, interesados y contradictorios, dossiers estratégicos que le ofrecen sus consejeros de defensa, seguridad y política exterior. Su experiencia como representante de E E U U en China y su embajada en la O N U le proporcionaron un conocimiento diplomático y una agenda que pocos presidentes norteamericanos han tenido. Tampoco tuvo muchos antecesores en la Casa Blanca que hubieran palpado desde dentro la compleja red financiera del mundo del petróleo. Esta acumulación de experiencias, sumada a su ética episcopaliana de voluntarismo y laboriosidad, labraron discretamente un líder que esperaba su hora. Uno de sus asesores más cercanos confirmaba en confesiones intimistas a la revista Time que el presidente tenía conciencia de que durante muchos años venía preparándose para una gran crisis, un desafío global y multilateral comparable con la guerra en la que le tocó combatir. En el discurso ya citado de 1980, Bush delataba su palpito: «Tarde o temprano sucederá algo más grave que nuestros problemas domésticos y entonces seremos sólo nosotros [EEUU] quienes podamos hacer algo.» En 1980, Bush ya se sabía un presidenciable entrenado, aunque le faltaba todavía absorber las intimidades de la Casa Blanca durante sus ocho años de vicepresidente de Ronald Reagan. En 1988, Bush ya conocía algo más que los cacahuetes de Georgia de Jimmy Cárter o las luminarias de Hollywood de Ronald Reagan. Dieciocho meses después de asumir como el 43 presidente de Estados Unidos tropezaba con la crisis que había esperado. Su primera respuesta, propia de un estratega, la brindó como consejo privado a uno de sus ayudantes: frente al enemigo, le dice, «observa y aprende». Bush sabía que la hora de su destino había llegado: «Me temo que tendré que convertirme en un Teddy Roosevelt»

Líder en

acción

El enérgico arranque con que el presidente republicano afrontó la crisis desde las primeras horas del 2 de agosto arrancó un aplauso tan unánime como el apoyo popular que disfrutara en los años anteriores a la Primera Guerra Mundial el belicoso presidente Teddy Roosevelt. George Bush convirtió su retiro de vacaciones en el distanciado cuartel general de un hombre de acción. Desde este refugio móvil —un día en Camp David, al día siguiente en Maine y al otro en un despacho espe-

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cial del Pentágono—, George Bush asumió con rapidez puntual las decisiones de un líder que rompió en pocas horas su crisálida de aparente grisura y vacilación. En una semana, la popularidad del presidente Bush se disparó como una flecha: 50 %, 62 %, 75 %. Efectivamente, terminó agosto con un índice de respaldo popular comparable al de Teddy Roosevelt. A primeras horas de la mañana del 2 de agosto, su teléfono ya había conectado con Londres, con París, con Moscú, para asegurar el consenso del Consejo de Seguridad de la O N U esa misma tarde, y disparar el primer obús jurídico contra Sadam con la primera resolución condenatoria, la 660. Un gabinete especial de crisis fue compuesto bajo el mando indiscutible del presidente y, dato revelador de la nueva era, en conexión permanente con otro equipo similar organizado en Moscú. Las consultas de Bush a los consejeros militares y políticos y a los asesores de Seguridad e Inteligencia se convirtieron en sesiones de información y cotejamiento de datos. «La estrategia la asumió como tarea propia», apuntó uno de sus colaboradores que asistió a la vertiginosa metamorfosis del hombre tranquilo en un presidente «hiperkinético, incansable y minucioso en todos los detalles», según lo calificó un columnista de Time. «Lo tenía todo en su cabeza, sin usar memorándums ni dossiers», contó otro testigo del gabinete de crisis puesto en marcha del 2 de agosto. «Operó desde el primer momento en un estilo totalmente opuesto a Reagan. Sabía que la presión militar debía estar respaldada por la acción diplomática. Vio desde el principio que la escalada contra Sadam Husein debía ser mucho más que el Occidente rico contra un árabe pobre.» El primer desarrollo de acción se concretó en una llamada cada media hora durante los primeros días del agosto tórrido que caldeaba Washington. «Llama a Fahd; llama a Ozal; dile esto a éste y esto al otro.» Las órdenes brotaban en hilera de una cabeza que calculaba sin parar los hilos globales del conflicto. «Bush tenía las manos libres para maniobrar como ningún otro presidente las ha tenido desde 1945. La clave de su libertad de movimientos estaba en el nuevo entendimiento con los soviéticos.» Michael Kramer en Time y otros columnistas detallaron en la prensa norteamericana el fascinante y febril despliegue diplomático impulsado en una semana por este nuevo Bush que no abandonaba su despacho o su bunker familiar de Kennenbunkport, Maine. El presidente jugó sin vacilar todas las cartas y movilizó todos los peones y alfiles que pudo en varios tableros cruzados. No vaciló en llamar al presidente sirio Hafez el Assad, un enemigo técnico con quien librara como director de la CIA más de algún diabólico combate de espionaje y guerra sucia. Tocó mediante los intermediarios reclutados en - 143-

su larga agenda al régimen islámico de Teherán, que aún considera a Estados Unidos como el «Gran Satán». Persuadió a los turcos; presionó a los chinos con el chantaje aún vigente de las represalias diplomáticas y comerciales derivadas de la masacre de la plaza de Tiananmén; agrupó a los árabes más vacilantes y apretó sistemáticamente al reticente Japón, asustado por su dependencia petrolera del Golfo y específicamente del 12% que importaba desde Irak y Kuwait. «Incluso nosotros nos asombramos —diría uno de sus ayudantes que asistió a la dilatada conversación telefónica que el presidente sostuvo con el primer ministro japonés Toshiki Kaifu—. Persuadió a Kaifu a que se sumara al boicot petrolero contra Irak, un paso que iba en contra de los propios intereses de Japón.» Cuando el día 7 de agosto anuncia desde la residencia campestre de Camp David el envío de tropas a Arabia Saudí, Bush ya había soldado la mayor alianza diplomática registrada en la historia. El alero de las Naciones Unidas, arrinconada por Washington desde la época en que el propio Bush era embajador, fue rescatado con irónica maestría por un presidente a quien su rival electoral, el demócrata Dukakis, le reprochara en 1988 el escaso respeto que demostraba la Casa Blanca por la O N U . El máximo organismo internacional se convirtió en el gran paraguas jurídico de la primera guerra internacional declarada a Sadam Husein: el bloqueo económico, petrolero y comercial.

Cerco al enemigo Dadas las características de la economía irakí, dependiente en casi un 100 % de las importaciones, no sólo para mantener su máquina de guerra sino para alimentar a su población, el embargo resultaba un arma lenta pero letal. «Si no puedes atacar directamente a tu enemigo, ahógalo.» La estrategia de Bush aplicó esta máxima en los primeros días mientras preparaba los pasos para opciones alternativas más drásticas. El embargo dictado en la resolución 661 del Consejo de Seguridad de la O N U fue producto de una cadena de movimientos, antes y después del 6 de agosto, con los que Bush se aseguró personalmente la eficacia de la asfixia. Las llamadas al presidente turco, Ozal, se sucedieron aquella semana frenética. El corte del paso del petróleo irakí por el oleoducto que atraviesa el sur de Turquía suponía para Ankara millones de dólares por día. Ozal naturalmente pasó la factura y negoció con estilo de zoco el precio de una maniobra clave en la operación asfixia. En una delicada operación, Bush apuntó al otro dorso sensible de -

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Irak, la república islámica de Irán. Sadam Husein tuvo también la precaución de mirar hacia su antiguo enemigo y de protegerse la espalda con una rápida reconciliación encargada a su ministro cristiano de Exteriores, Tareq Aziz. El dictador irakí no vaciló en devolver a Teherán la zona de Chat el Arab, el único botín logrado en ocho años de sangrienta guerra, a fin de tranquilizar su retaguardia e intentar romper el bloqueo por el territorio de su viejo enemigo persa. Bush replicó con una magistral defensa siria. Su llamada personal al presidente Hafez el Assad fue encadenada a una visita del secretario de Estado, James Baker, a Damasco, y a un viaje clave del propio líder sirio a Teherán. El viejo adversario sirio se convertía así en emisario del «Gran Satán». Irán prometió respetar el embargo y apoyó formalmente las resoluciones de la O N U contra Bagdad. Esta operación triangular, inconcebible sin el apoyo expreso de Moscú, simboliza por sí sola las nuevas realidades geoestratégicas que ha acelerado el oportuno conflicto del Golfo. El acuerdo secreto con Siria La agenda pública de la visita de James Baker a Damasco puso énfasis sólo en la petición de enviar tropas para reforzar el sector árabe de la fuerza multinacional que se concentraba a toda velocidad en Dahrán y en la zona norte de Arabia Saudí. La agenda secreta del viaje de Baker tenía otro objetivo, finalmente logrado con un amplio éxito. Era la autorización expresa para sobrevolar territorio sirio en un eventual ataque aéreo contra Irak. James Baker viajó y amarró cuidadosos contactos con Damasco y Ankara a fin de garantizar un corredor aéreo disponible para lanzar desde las bases norteamericanas en Turquía un demoledor raid de los bombarderos F-111 A estacionados en la base de Incirlik desde el día siguiente a la invasión de Kuwait. El objetivo de ese ataque sería destruir los campos petrolíferos de Mosul y Kirkuk, en el norte de Irak, y la planta de enriquecimiento de uranio situada cerca de la ciudad de Mosul. El vuelo desde Siria permitirá asimismo lanzar ataques más precisos sobre la planta de armas químicas de Baija y contra la propia capital, Bagdad. El presidente Hafez el Assad aceptó este pacto secreto en septiembre, poco antes de viajar a Irán a cumplir una misión especialmente encomendada por Estados Unidos: unir a Teherán si no a la alianza contra Irak al menos al bloqueo. La escalada del bloqueo se desarrolló en varias fases y en diversos

frentes, no tan visibles dados los complejos entrecruzamientos del comercio internacional. El conflicto iniciado por Sadam tuvo desde sus orígenes un abierto carácter de guerra económica. El objetivo estratégico de las divisiones blindadas que cruzaron la autopista de Jahra la madrugada del 2 de agosto estaba en las bóvedas del National Bank of Kuwait. El objetivo político, en las curvas del precio del petróleo. La dialéctica pirata del «ladrón de Bagdad» se apoyaba en las premisas de su deuda externa y en las pérdidas de la factura de un crudo excesivamente barato a ojos de Bagdad. No era extraño en este marco que las primeras respuestas de sus oponentes llevaran impreso el marchamo de la guerra económica. Los primeros contraataques de la comunidad internacional no fueron misiles de crucero ni desplazamiento de aviones de combates. Los inmediatos disparos mortíferos contra Irak fueron pulsados por directores de bancos en Wall Street, la City londinense y los Campos Elíseos. La segunda andanada, 24 horas después, procedió de las discretas y elegantes oficinas financieras de Ginebra, Zurich, Tokio, Frankfurt, Milán y Bruselas. El 4 de agosto, la Comunidad Europea (CE), blanco también de las incisivas llamadas del presidente Bush, decretaba el embargo económico total contra Irak mientras enloquecían las bolsas en medio del frotar de manos de los especuladores. George Bush y todo el equipo diplomático encabezado por James Baker realizaron un minucioso y exhaustivo trabajo en Europa a fin de asegurar la respuesta enérgica y homogénea que pretendió y logró el presidente norteamericano. Flancos como Italia y Bélgica fueron abordados con una fuerte presión directa de la Casa Blanca y del Departamento de Estado e indirecta a través de emisarios más discretos pero igualmente eficaces. El objetivo era taponar filtros que podrían tentar a los fabricantes belgas de armamento o a entidades italianas como la Banca del Lavoro, de la que son consejeros Giovanni Agnelli y Henry Kissinger y uno de los principales avalistas financieros de Sadam Husein en sus millonarias compras de misiles y armas químicas. Bush contó con el respaldo decidido de Margaret Thatcher y del presidente Frangois Mitterrand para encuadrar firmemente a Europa occidental en las primeras acciones de la guerra económica. La decisión y rapidez del mandatario norteamericano borró de un plumazo la imagen del imperio en repliegue que habían asimilado los europeos desde los últimos meses del periodo Reagan. La discreción de Bush había acrecentado en sus 18 meses de presidencia tranquila el protagonismo espectacular de Helmut Kohl a la cabeza de la potente Alemania reunificada y del recién laureado Premio Nobel de la Paz Mijail Gorbachov. -

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Los datos concretos de la pujanza alemana y nipona ante un Estados Unidos con una balanza comercial deficitaria y con un peso cada vez más reducido en la economía mundial hacían olvidar que aún en repliegue la fortaleza de América se erguía otra vez como gran potencia frente al descalabro del bloque comunista y las penurias económicas de la URSS. Bush tenía razón hace diez años al subrayar que Estados Unidos «seremos los únicos que podremos afrontar un gran conflicto». Sadam Husein le brindaba la oportunidad de cumplir su propia profecía y de afirmar con un despliegue político y militar de ejemplar habilidad y eficacia que Estados Unidos había recuperado el liderazgo mundial que comenzó a perder después de la guerra de Corea.

Los designios de George Bush Sólo el entorno más íntimo del presidente norteamericano es capaz hoy de recordar uno de los propósitos que George Bush guardaba celosamente in pectore cuando asumió el mando de la Casa Blanca. Los veteranos de la comunidad de Inteligencia de "Washington, cuya red de amistades profesionales dispone de muchos accesos personales al mandatario que dirigiera la CIA, no lo han olvidado y algunos recuerdan chismes y conversaciones donde Bush se prometía como tarea prioritaria de su mandato terminar de una vez y drásticamente con la larga pesadilla terrorista de Oriente Medio y el Pérsico. Al asumir como presidente, el 20 de enero de 1989, Bush tenía muy frescos los datos sobre las decenas de víctimas civiles norteamericanas del terrorismo, de las bombas, de los secuestros y de la guerra sucia no declarada que se libra contra E E U U en todo Oriente Medio desde 1979. Las promesas cinematográficas que hiciera Reagan sobre la América que vuelve a ser grande no fueron capaces de evitar que el fantasma de los rehenes paralizara nuevamente la influencia de E E U U en Oriente Medio. Jimmy Cárter perdió la Casa Blanca debido al chantaje iraní con los 52 prisioneros de la embajada, diabólicamente utilizados desde el 4 de noviembre de 1979 hasta el mismo día 20 de enero de 1981, cuando el derrotado mandatario demócrata abandonó humillado y lloroso la presidencia. Ronald Reagan pudo evitar un trance público tan dramático, aunque E E U U sufrió durante su mandato derrotas más sangrientas y fracasos políticos de peor magnitud en toda la zona. Al término de la Administración Reagan, varios norteamericanos, entre una treintena de occidentales de diversas nacionalidades, permanecían en manos de los grupos terroristas libaneses teledirigidos por -

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Legionarios franceses se preparan en Nimes para ser enviados al Golfo, tras la agresión irakí a la embajada de Francia en Kuwait. 17 de septiembre.

Izquierda, momento de descanso de dos soldados de la Fuerza Aérea norteamericana en «algún lugar de Arabia Saudí». Las horas de ocio se alargan. 12 de septiembre. Derecha, un soldado saudí recita sus oraciones en Yanbú, junto a un helicóptero Gazelle de la fuerza expedicionaria francesa estacionada en Arabia Saudí. 23 de septiembre.

Una partida de helicópteros Apache norteamericanos llegan a una base aérea de Israel. La entrega de estos aparatos se hizo efectiva el 12 de septiembre.

Un niño kuwaití exhibe su versión particular de la «serpiente» Sadam Husein y expresa sus deseos.

El presidente del Consejo de la Revolución iraní Hashemi Rafsanjani, un pragmático, que ha buscado el equilibrio arrancando el máximo de concesiones a Bagdad.

Un irakí, dueño de un gimnasio de Ammán, Jordania, hace un corte de mangas al fotógrafo occidental. A su lado, un retrato de Sadam con vestimenta tradicional árabe. 10 de octubre.

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Arriba, el «pequeño rey» Husein de Jordania, durante una barbacoa en Bagdad. El monarca hachemita ha hecho difíciles equilibrios entre Irak y sus enemigos, Abajo, el «guerrero» Sadam Husein en uno de los tantos murales que decoran las calles de Bagdad. La imagen del dictador está sobrepuesta a un tapiz dedicado a las glorias de Saladino.

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fuera muchos hilos que juegan también en Oriente Medio, en beneficio de otras estrategias, comerciales o políticas. Los golpes terroristas de Hezbollah y Amal contra la CIA y otros servicios norteamericanos en los años ochenta le harían quizás apreciar más de una vez la débil implantación del espionaje de E E U U en un área muy bien cubierta en cambio por el Mosad, los servicios franceses y el MI-6 británico. También el oficio le revelaría entonces que no existía un solo nudo ni una sola concatenación en el telecontrol de acciones terroristas que bien podían vertebrarse en Teherán, Bagdad, Tel Aviv o incluso capitales europeas, con objetivos indescifrables para un político que utilizase esquemas tradicionales. Los especialistas de la organización Rand, la mayor academia de estudios sobre el terrorismo de E E U U , podrían certificarle que la «comunidad del terrorismo» podía obedecer al mismo tiempo a patrones contradictorios y enfrentados. El terrorismo, pensaría quizá, no puede destruirse sólo con un bombardeo ejemplar contra Libia, como el que ordenó en 1986 Reagan. Su marco último es la geoestrategia. La mejor espada de Dámocles es el golpe político decisivo en el punto preciso y con la perspectiva adecuada. Junto con James Baker III y un elegido grupo de expertos reclutados por el Departamento de Estado, Bush comenzó a estudiar discretamente alternativas de alianzas políticas en la zona al tiempo que tendía prudentes puentes hacia la O L P para preparar un eventual escenario de maniobras diplomáticas. La indisimulada irritación mostrada periódicamente por The New York Times contra el presidente, incluso en plena crisis del Golfo, explicaría la susceptibilidad de la influyente comunidad judía norteamericana, estrechamente vinculada con el diario neoyorquino. Según todos los indicios, Bush se incluía ya en 1989 entre un sector importante de dirigentes de la derecha moderada republicana que piensan que no siempre lo más favorable a Israel es lo más conveniente para los intereses de Estados Unidos. Un polémico viaje del senador Robert Dole, líder de la minoría republicana, en abril, tres meses antes del estallido de la crisis, provocó una auténtica urticaria política en Israel. El senador Dole, ideológicamente cercano a Bush aunque fuera su oponente más serio como precandidato en las primarias del G.O.P. (Greatand Old Party, republicano), se mostró extremadamente crítico con la política del Gobierno israelí de Yitzak Shamir, al que acusó de paralizar todas las iniciativas de un arreglo pacífico del problema palestino. A su regreso a Washington, propuso al Senado que se recortara la ayuda a Israel y que fuera derogada una anterior resolución senatorial que reconocía a Jerusalén como capital del Estado judío. - 149 -

Naturalmente, el senador fue blanco de ataques de diverso calibre tanto en la prensa norteamericana como en la israelí. El periódico liberal The Jerusalem Post, cercano al partido Laborista israelí, lo descalificó sibilinamente: «No es característico del senador ignorar o distorsionar hechos que interfieran en sus opiniones.» Un comentario laudatorio del diario egipcio Al Ahram alababa su «objetividad», pero le profetizaba con fatalismo musulmán un negro futuro político: «Si el lobby sionista [en Washington] no le fuerza a reconsiderar, lo destruirá como lo hizo con otros congresistas críticos de Israel», refiriéndose a William Fulbright y Charles Percy, congresistas «eliminados» efectivamente mediante insidiosas campañas de prensa que destaparan algunos incómodos trapitos sucios. Más de algún analista quiso ver en el casi provocativo viaje de Robert Dole un sutil test sugerido por el propio Bush para medir los estados de ánimo de la nación respecto a Israel y al problema palestino. Curiosamente, en julio, el mencionado Jerusalem Post llamaba la atención sobre la necesidad de que la Administración Bush asumiese un papel más activo en la prosecución del proceso de paz en Oriente Medio. Crítico del Gobierno Shamir, el diario filolaborista admitía el excesivo favoritismo de la presidencia Reagan hacia Israel y señalaba la urgencia de una mediación más creativa para romper el peligroso impasse de una situación que se envenenaba día a día con la desesperación palestina reflejada en la Intifada. La diplomacia discreta de la Administración Bush ya trabajaba entonces en acercamientos a la O L P y presionaba sobre Jordania. Desde finales de 1988, coincidiendo con el inicio de la Intifada palestina en Gaza y Cisjordania, Washington comenzó a tender puentes secretos hacia la Organización para la Liberación de Palestina, favoreciendo la aproximación de Yaser Arafat a un punto de mediación. Arafat, por primera vez en su larga historia de sobreviviente político, aceptaría públicamente la posibilidad de reconocer la existencia del Estado de Israel, a cambio naturalmente de un reconocimiento del derecho palestino a disponer de una entidad nacional. Antes de la invasión de Kuwait, este proceso, aunque lento y sigiloso, realizaba progresos que podían reflejarse en la reconciliación de Arafat con Egipto y en una cautelosa moderación diplomática de la O L P . Algunas fuentes de Washington sospechan incluso que el dramático fervor de la Intifada palestina, la guerra de las piedras, fue bien acogido por algunos estrategas de la Administración que veían en esa explosiva situación una buena herramienta para presionar a Israel. La diplomacia pública parecía estar absorbida por los acontecimientos europeos: la perestroika, las elecciones en el Este, la unificación ale- 150 -

mana. Observadores americanos y europeos se impacientaban ante el silencio de la Casa Blanca y clamaban por el vacío de liderazgo que proyectaba la aparentemente pasiva Administración republicana. Una frase de Bush —«mira y espera»— fue motivo de ácidos comentarios no sólo en la prensa de Washington sino en periódicos como el británico The Guardian y el alemán Die Zeit editado en Hamburgo. La impaciencia alteraba incluso a expertos del aparato estatal como Rozanne Ridgway, que fuera asesora del Departamento de Estado para asuntos europeos durante la Administración Reagan y que se lamentaba en junio último de que «ya no estamos creando nosotros nuestro propio mundo, sino que esperamos que otros lo hagan».

El imperio contraataca Según otros indicios, la Administración Bush no esperaba pasivamente que «otros lo hicieran». Para Bush, rodeado de un equipo asesor que rompía discretamente pero en forma radical con las orientaciones del Gobierno Reagan, era importante ganar tiempo en un aparente limbo de vacilación mientras se recomponían los datos para una estrategia global. El cambio de orientación era más urgente en el laberinto de Oriente Medio, escenario de la mayor parte de los fracasos políticos de E E U U desde la derrota de Vietnam. A finales de 1989, los servicios norteamericanos, al igual que los israelíes y los británicos, comenzaron a interesarse atentamente en la evolución que seguían las importaciones de Irak y a seguir los pasos de sus agentes en el exterior. Los extraños casos del Gran Cañón y del espía británico ahorcado en Bagdad fueron hitos de un trabajo realizado en colaboración por los servicios de espionaje de E E U U , Gran Bretaña e Israel. El dossier irakí comenzó a engrosarse en las distintas agencias de seguridad mientras crecía en algunos cerebros la idea de que era preciso un cambio total de estrategia frente a Irak. El papel jugado por Sadam Husein en la guerra con Irán había fomentado la opinión en Washington de que el dictador irakí podría ser considerado como uno de «nuestros hijos de puta», expresión de Fanklin Delano Roosevelt al hablar de tiranos como Somoza o Trujillo. Existen algunas evidencias de que esta apreciación no era compartida en todos los niveles de la Administración, aunque no hubiese cambios visibles en las relaciones diplomáticas con Bagdad. El desconocimiento real o aparente demostrado por la embajadora April Glaspie sobre el peligro de invasión fue una cortina de humo des- 151 -

mentida por la abundante información que poseía la agencia NSA sobre los movimientos de tropas en el sur de Irak. La embajadora Glaspie informó él mismo 25 de julio al Departamento de Estado sobre su entrevista con Sadam, y en el informe, recibido por Baker según consta en la firma, se desechaba demasiado alegremente la posibilidad de que el dictador irakí invadiese Kuwait. En otros círculos discurría una apreciación muy distinta. Es curioso que Sadam Husein argumentase en octubre que poseía documentos de la CIA que demostraban que E E U U había animado la invasión de Kuwait. Fuentes de Inteligencia afirman que hay algo de verdad en ello aunque duden naturalmente de la autenticidad de los papeles de la CIA que dice tener Sadam. La operación adormidera aplicada presuntamente contra Sadam para animarlo a actuar sin temer una reacción de Washington, explicaría las chocantes frases de la embajadora a Husein, cuando le asegura, el 25 de julio, percibidos ya ciertos movimientos de tropas, que «no tenemos nada que decir sobre sus diferencias fronterizas con Kuwait». John Kelly, subsecretario de Estado para asuntos de Oriente Medio, había defendido las buenas relaciones, el apaciguamiento con Sadam Husein hasta el mismo 31 de julio, en una reunión celebrada en una comisión de la Cámara de Representantes. Según el congresista Lee Hamilton, dos días antes de la invasión «daba la impresión de que EEUU no iría en defensa de Kuwait». Ningún alto funcionario ha intentado desmentir esa opinión, vertida en beneficio de la campaña electoral de noviembre. Bush atravesó esa campaña electoral con un olímpico desdén a la pequeña política y prefirió dejar las cosas en una cómoda confusión. La CIA, sin embargo, disponía en julio de un abundante material sobre el arsenal irakí y sobre los designios que barajaba el rais de Bagdad, bien documentados con ayuda de ciertos informes británicos e israelíes. Sadam Husein era objeto de Inteligencia desde mediados de 1989 y existían algunas instrucciones precisas, naturalmente no escritas, en la cúpula del Departamento de Estado respecto a no variar la conducta diplomática hacia Bagdad. James Baker III tuvo sus motivos para defender caballerosamente a la embajadora April Glaspie, una mujer entrenada y cerebral que de hecho había cumplido el papel que se le había pedido y otras misiones más delicadas. Baker fue hábilmente ambiguo en los aspectos técnicos pero suficientemente claro para despejar dudas sobre la honorabilidad profesional de su embajadora. April Glaspie no llegó nunca a los extremos del senador demócrata Howard Metzenbaum, quien en una visita a -

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Bagdad le declaró a Sadam Husein su admiración: «Estoy convencido de que usted es un hombre inteligente y fuerte que desea la paz.» Otros senadores, como el demócrata Alan Simpson, viajaron en los primeros meses de 1990 a Bagdad para dejarse seducir por la voluntad de paz y properidad del dictador irakí. Algunos lo hicieron en nombre de lobbies de inversión que presionaron en el Capitolio para facilitar la concesión de créditos en favor de Irak. Otros, aunque no pueda decirse cuáles, jugaron en favor de la operación adormidera animada desde el círculo más íntimo de la Administración Bush. En realidad, pese a los «halagos» de Metzenbaum a Sadam y a las vagas disquisiciones de John Kelly, E E U U no le concedió ningún crédito a Irak. Existen fundamentos para sospechar que el objetivo de esta política de tolerancia y puertas abiertas era convencer al león de Bagdad de que su zarpazo no tendría respuesta. Por un lado, el veterano senador Metzenbaum, un arisco anciano de origen judío, no ha demostrado nunca en su actuación política ser un hombre inclinado a ningún tipo de adulación. Su misión plantea preguntas a las que no es fácil dar respuestas. ¿Actuaba en contacto con el Departamento de Estado? ¿Cumplía alguna labor de mediación en favor de Israel? La última interrogación no es casual, puesto que la polémica embajadora April Glaspie protagonizó antes de la invasión de Kuwait una importante mediación entre Jerusalén y Bagdad. Las fuentes británicas e israelíes que confirman esa misión anotan igualmente el nombre de otro congresista norteamericano, Howard Berman, aparentemente también de origen judío. Glaspie y Berman habrían sido portadores ante Sadam Husein de un mensaje de las autoridades israelíes, presumiblemente del propio primer ministro Yitzak Shamir. La irrupción de Bush como líder en el peor ojo de huracán experimentado en la política global desde la guerra de Vietnam ha ordenado en otros esquemas la supuesta pasividad de la Administración durante su primer año y medio como presidente. El «mira y espera» fue transformado por el propio presidente en el «observa y aprende» que le espetó el 3 de agosto a uno de sus ayudantes. La claridad y precisión con que Bush articuló, personalmente, la estrategia global contra Sadam sugiere un encuadre más completo que una simple rapidez de reflejos y una habilidad en la atención táctica de los detalles. La rapidez de la reacción hace suponer que existían informes al día de las repercusiones de la invasión y probablemente las opciones estratégicas ya estaban elaboradas. Al estallar la crisis, Bush reunió en un momento todos los elementos claves que le permitieron evaluar el conjunto de las fuerzas geopolíticas de todo el planeta. A cada una de ellas le dio un valor táctico y opera-

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tivo en el seno de una concepción estratégica global. La invasión de Kuwait venía como anillo al dedo para aplicar esa respuesta global a las crisis de Oriente Medio que el presidente republicano ambicionaba desde el chasco chapucero del Irangate. George Bush demostró en tres días que la capacidad de liderazgo de Estados Unidos estaba intacta y recuperada más allá de toda disidencia.

Los elegidos George Bush mantuvo el carisma de la tensión hasta finales de octubre. Con la inminencia de las elecciones del 6 de noviembre para renovar parte del Congreso y elegir gobernadores de los estados, los problemas internos afloraron en el debate político y comenzaron a oírse voces contrarias a su manejo de la crisis. Fastidiado por la lucha del presupuesto en el Congreso, Bush mostró sus primeras señales de vacilación mientras el juego diplomático de la crisis se confundía en ofertas e iniciativas que parecían amenazar la unanimidad de la alianza internacional contra Sadam. El estilo de mando no había cambiado sin embargo. Bush mantenía su reducido estado mayor como gabinete permanente que se reunía cada mañana en la Situation Room. Éste es un equipo peculiar por su multiplicidad étnica, integrado apenas por cinco hombres: John Sununu, su jefe de gabinete; el secretario de Estado, James Baker; el exgeneral Brent Scowcroft, consejero de seguridad nacional; el secretario de Defensa, Richard Chenney, y el jefe del estado mayor interarmas, general Colin Powell. Los hombres clave de este grupo han sido John Sununu y James Baker. Sununu, nacido en Cuba y de origen greco-libanés, es una de las figuras más odiadas por los políticos de Washington, pero sin duda el arquitecto de la victoria electoral de Bush en 1988. El frío y calculador James Baker, un diplomático con los ojos puestos en la sucesión presidencial de 1996, ha sido un indispensable artífice y ejecutor de la estrategia diplomática urbi et orbi que ha constituido el gran triunfo de la Administración Bush durante la crisis. Con su frialdad de acero, es considerado como una de las antenas políticas más finas que existen actualmente en Washington. Pese a su cargo, es un defensor más decidido que los propios generales del Pentágono de la opción militar. Su argumentación, según sus ayudantes más cercanos, es que la forma más eficaz de vencer a Sadam Husein y de consolidar interiormente el prestigio del Gobierno es declarar la guerra. Sus intervenciones en las comisiones -

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del Congreso han subrayado siempre las víctimas de la invasión y las vejaciones cometidas por Sadam Husein. La mayor parte de los estrategas estadounidenses coinciden con su apreciación de que una simple retirada sin vencer a Sadam sería una catástrofe no sólo para Bush sino para el liderazgo norteamericano. Las protestas legalistas de sectores del Congreso, exigiendo la aplicación del Acta de Poderes de Guerra de 1973 —una disposición que han rechazado todos los presidentes—, obligaría a un debate antes de pasar a la acción. La War Power Act ha sido en realidad papel mojado en todas las intervenciones militares realizadas por E E U U desde entonces, incluyendo el envío de tropas al Líbano, las invasiones de Granada y Panamá y el bombardeo a Libia. Naturalmente, ni Bush ni ninguno de sus ayudantes tienen la menor intención de pasar por una disposición parlamentarista ajena al presidencialismo estadounidense. Los demás hombres del gabinete de crisis han mantenido un perfd discreto pese a las particularidades de algunos. Dick Chenney, el secretario de Defensa, se ha convertido en un infatigable ejecutor y coordinador de iniciativas en el exterior. El general negro Colin Powell, hijo de inmigrantes jamaicanos del Bronx, mantiene una discreción profesional que jamás rompe el protocolo pero ha impresionado por la capacidad profesional que le ha permitido llegar al puesto de máxima responsabilidad militar del Pentágono. Brent Scowcroft, finalmente, un militar intelectual procedente de la cantera de colaboradores de Kisinger, ha evitado también emitir opiniones. Scowcroft fue en los años de Reagan un activo ensayista, crítico y liberal, que apuntó interesantes líneas de estrategia política en un mundo cambiante. Es la aparente paloma del gabinete de crisis y un conocido defensor de la corresponsabilidad con la URSS de la seguridad regional en Oriente Medio. Una de las particularidades de este equipo es la ruptura ideológica que marcan con las corrientes «reaganautas» de la anterior Administración. El equipo de Bush, alimentado con la cantera más tradicional del partido Republicano, ha marginado de la Administración a toda la familia de neoconservadores y revolucionarios de la nueva derecha que rodeó la Casa Blanca en los aparatosos años de Reagan. Los «tanques pensantes» de la revolución conservadora, muchos con fuertes conexiones con la intelligentsia británica ultraliberal, han sido cuidadosamente alejados de los centros de decisiones y se han visto constreñidos a ser observadores y alguna vez tímidamente críticos. Esta situación ha facilitado la eficacia de las medidas de seguridad con que el Gobierno norteamericano ha rodeado la ejecución de sus estrategias. La experiencia de la CIA parece haber impreso un sello especial en el presidente discreto. - 155 -

Táctica y estrategia La estrategia inicial de Bush se apoyó en dos líneas de acción. La primera, ahogar al enemigo mediante el bloqueo económico global, concertado y vigilado con la misma precisión que una operación militar. La segunda, desarrollar un despliegue bélico de tal magnitud que demostrara a Sadam la determinación de destruirlo si la asfixia no era rápida y efectiva. La lógica final de esta doble acción conducía desde un principio a una única dialéctica coherente: la lógica de guerra, según la frase que utilizó el presidente francés Francois Mitterrand haciendo suyo el planteamiento básico diseñado por el líder norteamericano. En esta lógica de guerra, el embargo decretado por la O N U , con autorización expresa de emplear medios militares para hacerlo efectivo, se transformaba en una batalla por la paralización de la logística y del avituallamiento del enemigo. Un aspecto poco conocido del embargo fue el corte drástico que la Unión Soviética hizo el mismo día 2 de agosto a toda entrega, no sólo de armas, sino de repuestos para vehículos y accesorios de transporte vitales para mantener en funcionamiento una máquina militar como la irakí, basada en el desplazamiento de blindados, carros de combate y artillería motorizada. Estos y otros detalles, como las repercusiones técnicas del embargo francés, fueron derivaciones directas de la estrategia diplomática global del presidente Bush. A través de los hilos telefónicos, el comandante en jefe de las fuerzas de Estados Unidos y de hecho de toda la operación internacional, supo extraer de cada estado y gobierno un grado de compromiso que tejiera la red de una alianza mundial. «Emplea todas las armas, el chantaje, la negociación, el regateo, los pactos militares, las promesas, los compromisos económicos», anotaba anónimamente uno de sus colaboradores. Mientras en el interior crecía el apoyo público —el 75 % apoyaba el despliegue militar—, en el exterior se plegaban día a día nuevos países: una fragata, una dotación de hombres, un dragaminas, un par de aviones de transporte. En los casos más reacios, como Japón, dinero; en el de los ricos más pequeños, como Qatar, dinero y facilidades operativas; en los más exóticos, como Argentina, proveedor oculto del arsenal irakí, un millar de hombres y dos naves a cambio de expectativas de alivio financiero. Lo importante es demostrar a Sadam que está solo y, a la vez, amarrar todos los cabos para oponerle el bloque universal liderado por Estados Unidos. Esta lógica se afianza en agosto y septiembre, mientras el despliegue de la operación Escudo del desierto se transforma en una exhibición de capacidad logística nunca vista desde la Segunda Guerra. En - 156 -

un mes son trasladados 100.000 soldados desde Estados Unidos a Arabia Saudí. Al término del segundo mes son 200.000. La fuerza multinacional suma a principios de noviembre 300.000 efectivos y están en marcha otros 100.000 soldados americanos provistos de armamento pesado. La combinación política-estrategia-logística-finanzas orquesta los movimientos dirigidos con precisión de artista desde Washington. Al mismo tiempo que se trasladan miles de kilos diarios de suministros y pertrechos a Dahran, se establece la vigilancia implacable del embargo. Buques norteamericanos, franceses, británicos, canadienses y australianos, escoltados por barcos españoles, holandeses, belgas, italianos, detienen petroleros y mercantes en Ormuz, en el golfo de Aqaba, en el mar Arábigo. Al cumplirse dos meses del bloqueo ya han sido detenidos y revisados más de 2.500 cargueros irakíes y de otras nacionalidades. Las presiones políticas sobre los países díscolos se multiplican. Los servicios militares británicos advierten a Yemen que olvide sus sueños de alianza con Sadam. Arabia Saudí suspende su ayuda económica a Jordania, expulsa a sus diplomáticos y corta su comercio con el reino hachemita. Mubarak amenaza a Sudán con una respuesta militar inmediata si despliega armas ofensivas, de procedencia irakí, que apunten hacia Egipto. Siria promete más tropas al dispositivo multinacional que se refuerza en el desierto saudí. Estados Unidos presiona a la CE y a Japón para recabar fondos de ayuda a los países de la zona afectados por la crisis y exige a Tokio y a Bonn compartir la carga financiera de la costosa operación Escudo del desierto.

Suma y sigue El factor coste en la guerra económica fue registrado, valorado y reservado en uno de los archivos que el general Bush abría y cerraba en su cabeza mientras calculaba el juego global de la estrategia. Las facturas de países indispensables de la alianza —Turquía, Egipto, Arabia Saudí— han supuesto en los tres primeros meses del conflicto una compleja operación de logística financiera. A las pérdidas reclamadas por Turquía se ha sumado la gravosa merma sufrida por Egipto al desaparecer los ingresos enviados por el millón de trabajadores inmigrantes que trabajaban en Irak y Kuwait y que fueron expulsados y desposeídos por Sadam. E E U U aceptó finalmente, para compensar estas pérdidas y los costos de la movilización de 15.000 soldados egipcios a Arabia Saudí, condonar a El Cairo una deuda militar de 7.100 millones de dólares, -

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gesto que arrancó resoplidos de despecho y celos en Israel, que arrastra una deuda exterior de 4.600 millones, la mayor parte derivada de sus compras militares a E E U U . Para Bush el factor financiero fue un elemento más de su estrategia de comprometer a todo el mundo y de sumar todas las fuerzas posibles. A quien rechazaba, como Japón, la participación en la fuerza militar, Bush le ofrecía otra exigencia. El primer ministro japonés Toshiki Kaifu, presionado sin piedad por Bush, no sólo se arriesgó a reformar su Constitución para redactar una ley que permitiera el envío de 2.000 soldados no combatientes. Tokio, aunque asustado por el cierre de parte de sus fuentes de petróleo, se comprometió a proporcionar 1.000 y después 4.000 millones de dólares para ayudar a financiar la operación Escudo del desierto, cuyo coste está estimado en más de 1.400 millones de dólares mensuales. Alemania, cautelosa en sus ofertas de presencia en la zona, fue también requerida, junto con Arabia Saudí, Corea del Sur y los Emiratos Árabes Unidos, para completar una aportación de 10.000 millones de dólares destinados a compensar los perjuicios económicos causados por la crisis a Turquía, Jordania y Egipto. Alemania, con algunos cadáveres en el armario, tales como sus ventas de armas químicas a Irak y Libia, se comprometió finalmente a pagar 2.000 millones de dólares y facilitar algunas naves de transporte. El secretario Baker fue tan implacable como su jefe al exigir a los saudíes «no menos que 1.000 millones de dólares mensuales». A l archimillonario Gobierno kuwaití en el exilio, con depósitos de 100.000 millones de dólares, le requirieron una donación del 5 % de sus haberes —5.000 millones de dólares— para financiar el enorme gasto que suponía «luchar por la liberación de su emirato». El acuerdo estipulado en septiembre fue fijar una cuota de 12.000 millones de dólares anuales, entre Arabia Saudí, los kuwaitíes y los Emiratos, destinados, en partes iguales, a la ayuda a los países pobres de la zona afectados por la crisis y a la financiación del despliegue militar norteamericano. En dos meses, la operación Escudo del desierto había supuesto un gasto de 17.500 millones de dólares. Bush y sus ayudantes no olvidaron en ningún momento de la progresión del despliegue de tropas los factores financieros de la escalada ni la cohesión política de las fuerzas. Al mismo tiempo que se amarraban los detalles logísticos, James Baker y el secretario de Defensa, Dick Chenney, operaron como emisarios permanentes y volantes en las capitales de todos los estados implicados en la operación. Ambos ministros han viajado sin descanso entre El Cairo, Ammán, Damasco, Riad, Dahrán, Qatar, Abu Dabi, París, Madrid, Moscú, Roma, Londres, atando en - 158 -

cada punto los mil hilos de una operación fascinante de coordinación político-militar.

Servicios de los «servicios»

El ministro de Defensa norteamericano, Richard Chenney, realiza un curioso viaje a Moscú, acompañado por expertos de seguridad y asesores sin nombre. Públicamente da a conocer su intención de pedir a los soviéticos información clasificada de sus servicios de espionaje sobre instalaciones, armas y otros datos militares irakíes. Su visita fue anticipada por diversas contrainformaciones filtradas en la prensa británica y norteamericana sobre la supuesta decisión de la Unión Soviética de facilitar buques de transporte o incluso de enviar algunos destacamentos a la zona. El desmentido de Moscú sobre estos rumores, alguno avalado incluso por un ministro británico, fue parsimonioso, mientras el director del K G B se reunía con gran exhibición pública con el jefe del Pentágono. El mensaje a Sadam era directo. Moscú se reservaba la opción de no intervenir militarmente —salvo bajo la bandera de la O N U — pero hacía pública una aportación tan valiosa como una flotilla: sus preciosos dossiers sobre el Ejército y la distribución de las defensas irakíes. Con más de 5.000 asesores en Irak, 193 de ellos reconocidos como expertos militares, la URSS pudo proporcionar al secretario de Defensa detalles precisos de la calidad de los pilotos irakíes entrenados por los propios soviéticos, alcance de las armas vendidas por Moscú, cálculos sobre las reservas de municiones para la artillería de procedencia soviética comprada por Sadam, sin mencionar los informes puntuales derivados de la propia red soviética de satélites de observación. Otro dossier de utilidad perentoria debía ser entregado por el director del K G B , Viktor Kriuchkov, a los servicios de Inteligencia estadounidenses para una operación que fue voluntariamente filtrada a la prensa desde la Casa Blanca. La escueta filtración anotaba que el presidente Bush había instruido a la CIA sobre el estudio de variables para una posible desestabilización interior de Sadam Husein, operación puesta en marcha desde mediados de agosto y sometida desde entonces a un hermético silencio. El abierto anuncio de Chenney tuvo todas las características de un arma de amedrentamiento y disuasión a un dictador que conoce muy bien el lenguaje de los servicios y las armas de la guerra sucia. Un objetivo lateral era acostumbrar a la opinión pública a la opción de la operación encubierta que al fin y al cabo costaría menos baño de sangre que la alternativa final de la guerra. Un general retirado -

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soviético al que tuvieron acceso los autores de este libro sonreía maliciosamente ante esta opción. «Por qué tiene que ser la CIA y no la GPU.» La operación de desestabilización de Sadam no ofrecía sin embargo demasiadas opciones en los primeros tres meses de la crisis. Ya se explica en el capítulo sobre Irak las drásticas purgas asesinas realizadas en el Ejército por Sadam días antes y después de la invasión de Kuwait. Desde los primeros días de agosto, el dictador irakí desapareció literalmente de su única escena pública, la televisión, para refugiarse en permanente mudanza en la red de bunkers que ha levantado por todo Irak. Los anuncios públicos de supuestos planes de la CIA —probablemente de otros servicios de Inteligencia norteamericanos y quizá de otras nacionalidades— pudieron al parecer realimentar la paranoia del dictador de Bagdad, que extremó medidas de seguridad y según fuentes no contrastadas articuló otras purgas preventivas en el seno de su propio entorno político. El hecho es que en algunos informes confidenciales se futraron más detalles de las líneas de acción hacia una destabilización del régimen irakí. La frase «neutralización con daños al sujeto» ha aparecido en informes secretos con detalles más amplios de operaciones encubiertas posibles. El concepto equivale en la jerga de Inteligencia a eliminación y es sin duda una de las opciones barajadas por los servicios norteamericanos de Inteligencia militar y civil. Fuentes israelíes admiten no obstante que la penetración en la cúpula de Sadam es un trabajo de extrema dificultad en las actuales circunstancias. E l rais irakí ha reforzado sus medidas de seguridad y control sobre el ejército y la población civil haciendo prácticamente imposibles las operaciones de penetración por parte de agentes cualificados de información. La opción «neutralización con daños» no es descartable sin embargo en un grado más avanzado del conflicto y especialmente en el caso de que la crisis haya desembocado en un enfrentamiento militar abierto como parecía preverse a mediados de noviembre. El factor soviético comenzó a contemplarse con más interés en octubre, cuando el extraño viaje de Mijail Gorbachov a París (ver capítulo sobre la Santa Alianza) provocó serios desconciertos sobre la política —o políticas— que estaba aplicando Moscú ante la crisis. A finales de octubre, en otros escenarios menos visibles, la santa alianza ruso-americano estaba operando en un terreno delicado. Los intercambios de Inteligencia no se limitarían a facilitar la preciosa información disponible sobre Irak del K G B y la G P U (inteligencia militar soviética), sino a estudiar líneas de operaciones encubiertas de carácter político. Fuentes de la CIA admitían ya en septiembre las dificultades para penetrar el escudo - 160-

de la seguridad irakí. Éste sería un terreno ideal para medir el grado de colaboración de los soviéticos, cuyos contactos privilegiados con la oficialidad irakí les permitieron detectar en noviembre los primeros síntomas de malestar militar contra Sadam. El día 8 Sadam cesaba fulminantemente al jefe de su estado mayor, el teniente general Nijar Jazraji. Dos semanas antes, William Webster, director de la CIA y receptor de informes soviéticos ultrasecretos, vaticinaba que se detectaban los primeros síntomas de oposición en las fuerzas armadas irakíes.

El mundo frente a Sadam El estratega clave de la santa alianza contra Sadam fue George Bush. El 2 de agosto, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas condenaba en una reunión de urgencia y por 14 votos contra 0, con las únicas abstenciones de Yemen y Cuba, la invasión de Kuwait e instaba al agresor a retirar de inmediato sus tropas del emirato. La rápida unanimidad del Consejo de Seguridad fue lograda en gran medida gracias al activo despliegue telefónico que organizó desde primeras horas de la mañana el presidente norteamericano. Las reacciones inmediatas de Washington, París y Londres fueron pasos prácticos y efectivos: congelación ipso jacto de los fondos kuwaitíes e irakíes. A media mañana, el presidente Bush ya había conectado el teletipo rojo informatizado que enlaza Moscú y Washington y había concertado con Mijail Gorbachov el comunicado conjunto que leerían al día siguiente en el aeropuerto de Moscú Eduard Shevardnadze y James Baker III, ratificando la suspensión de los suministros de armas a Irak. A las condenas de Francia y Gran Bretaña se sumó la tarde del 2 de agosto, día de la invasión, la primera declaración reprobatoria de la Comunidad Europea (CE), donde anunciaba próximas medidas y sanciones económicas. El resto de la comunidad internacional mantuvo cierto letargo en espera del desarrollo de la situación. Algún político europeo cometió incluso el tropiezo de referirse a la crisis como «unproblema regional», mientras el mundo árabe se enclaustraba en una carrera discreta de consultas internas. Sólo Argelia, Marruecos y el Gobierno prosirio de Líbano expresaron su condena a la invasión, mientras Arabia Saudí y los emires del Consejo de Cooperación del Golfo mantenían un vergonzante y temeroso silencio sobre la ocupación militar de uno de sus miembros por un ejército extranjero. La declaración conjunta americano-soviética, más aún que la resolución unánime del Consejo de Seguridad, desencadena, el viernes 3 de - 161 -

agosto, una condena universal que une, con escasas excepciones, a toda la comunidad internacional. Al inusual comunicado conjunto de Washington y Moscú sigue una reacción continua de condenas, congelaciones de fondos y declaraciones de calibres diversos contra el país agresor. Gran Bretaña, Italia, Checoslovaquia y Polonia acuden al llamamiento americano-soviético y congelan sus ventas de armas a Bagdad. Francia, a quien Sadam le debe 5.000 millones de dólares por compras militares, adelanta que revisará su posición en la zona. Alemania, Japón, Italia y Bélgica congelan los fondos kuwaitíes. La CE llama a una cumbre de crisis. La Liga Árabe condena la invasión con los votos en contra de Yemen, Sudán, la O L P y, naturalmente, Irak. El Consejo de Cooperación del Golfo alza la voz para denostar la agresión, mientras Israel añade a su condena la observación de que es Irak el factor desestabilizador de la zona y no el conflicto árabe-palestino. En una enérgica intervención, el presidente Bush advierte a Sadam que un ataque a Arabia Saudí atenta contra intereses vitales de E E U U y tendría muy severas consecuencias. El 4 de agosto, la Comunidad Europea decreta el embargo militar y económico contra Irak mientras el tema se debate en los pasillos de la O N U en Nueva York. La cauta y neutral Suiza cierra también las cuentas kuwaitíes a los ocupantes del emirato, mientras Arabia Saudí, amenazada directamente por una eventual invasión irakí, pone en estado de alerta a sus fuerzas. El mundo árabe está convulsionado. Al día siguiente, domingo 5 de agosto, debían reunirse en Yeda el presidente Sadam Husein con el jeque kuwaití Jaber en presencia del rey Fahd y el rais egipcio Hosni Mubarak. El encuentro había sido acordado en vísperas de la invasión, el día 1 de agosto, tras el fracaso de la última negociación irako-kuwaití que protagonizaron el viceprimer ministro Saadún Hamadi y el príncipe heredero kuwaití Saad, jefe del Gobierno derrocado horas después. Sólo Sadam sabía entonces que la mini-cumbre de Yeda no se realizaría jamás. El domingo 5, Japón rompe relaciones con Irak. China, el último miembro permanente del Consejo de Seguridad que falta por sumarse al boicot internacional, anuncia la interrupción de sus ventas de armas al régimen de Bagdad. E l consenso es casi unánime. «No puedo recordar ningún momento de la historia en que hayamos tenido a todo el mundo tan fuertemente unido en contra de una acción como sucede ahora», comenta la primera ministra británica Margaret Thatcher. En los primeros días de la crisis, la presencia de buques de guerra soviéticos en la entrada del golfo arábigo, aunque en plan de observación, anima un ambiente que pronto la prensa internacional compara y decora con imágenes de la campaña contra Hit-

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ler a fines de los años treinta. Hitler-Sadam se convierte en un mensaje de alineación subliminal en el que cae hasta el presidente Bush. Día a día, durante todo el mes de agosto, el conflicto moviliza y genera nuevas energías diplomáticas, políticas y militares. Ya el 6 de agosto, la resolución 661 del Consejo de Seguridad imprime otra vuelta en la tuerca que va apretando al régimen irakí, estupefacto aún por la magnitud de la reacción internacional. La resolución 661 instaura un embargo comercial, financiero y militar contra Irak por 14 votos contra 0, con las mismas abstenciones de Yemen y Cuba, que condenan no obstante, dos días después, la pretensión irakí de anexionarse Kuwait. Barcos de guerra de Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y la Unión Soviética navegan hacia el golfo Pérsico, mientras el Consejo de la Alianza Atlántica celebra en Bruselas una sesión de emergencia. La guerra internacional contra Irak está declarada. Sólo en dos ocasiones anteriores, el Consejo de Seguridad había logrado tal unanimidad: una para sancionar en 1967 a Rhodesia, con un embargo comercial que castigó durante 13 años al Gobierno racista blanco de Ian Smith: la otra, en 1977, que prohibió la venta de armas a Suráfrica en protesta por el apartheid. Otras invasiones no habían provocado en realidad resoluciones tan drásticas: ni la de Pakistán por India ni la de Gambia por Senegal; menos aún la de Granada o Panamá por E E U U . Tampoco la invasión de Afganistán por la URSS ni la de Camboya por Vietnam pudo arrancar una resolución unánime del Consejo de Seguridad dentro de los ya inexistentes parámetros de la guerra fría y del enfrentamiento de las superpotencias a través de conflictos regionales. En el caso de Kuwait, la primera palabra mágica era petróleo. La segunda, más abstracta, pero igualmente determinante: el nuevo orden. Las resoluciones del embargo contra Irak se contemplan como vinculantes y obligatorias para todos los países de la O N U . En los medios diplomáticos se evocan los artículos 41 y 42 de la Carta de las Naciones Unidas que permiten un embargo contra un Estado agresor y «acciones de fuerza por aire, mar o tierra» para restaurar la seguridad y la paz. Estados Unidos evita de momento el acudir al comité militar de la O N U , un organismo empolvado, jurídicamente creado para dirigir eventuales acciones internacionales como las permitidas por los artículos 41 y 42. Bush juega al .liderazgo y le basta la O N U como alero jurídico. La URSS sugiere sibilinamente que en caso de enviar fuerzas el comité militar de la O N U ha de ser rescatado del armario. En octubre, el embajador norteamericano acepta la posibilidad de reanimarlo. El 7 de agosto, el Pentágono anuncia que desplegará una fuerza mi- 163 -

litar multinacional. Veinticuatro horas después se inicia la gigantesca operación Escudo del desierto, el mayor despliegue de tropas que se haya realizado nunca desde la Segunda Guerra Mundial. En Washington, el congresista Les Aspin, jefe de la importante comisión de Servicios Armados de la Cámara de Representantes, repite la frase que se ha puesto de moda entre los políticos y analistas de Washington: «Ha llegado la hora de trazar una raya en la arena.» Desde entonces la escalada jurídica de la O N U aumenta en cada una de las diez resoluciones adoptadas entre el 2 de agosto y el 2 de noviembre. A la octava semana de iniciada la crisis, una octava resolución aprueba el bloqueo aéreo, adelantado días antes por Francia y de valor más simbólico que real como factor eficaz de embargo dado el escaso tráfico aéreo de Irak. Eduard Shevardnadze habla esos días con la O N U en palabras tan duras que «podían haber sido escritas en la Casa Blanca», comenta un funcionario del Pentágono. El ministro soviético recuerda que «las Naciones Unidas tienen el poder de suprimir actos de agresión. Hay una amplia evidencia de que este derecho puede ser ejercido y deberá ejercerse si la ocupación ilegal de Kuwait continúa». Las firmes palabras del ministro soviético movilizan con más decisión a países árabes antes cercanos a la órbita soviética. E E U U estrecha entre tanto sus relaciones con Gran Bretaña e intenta mantener a Francia dentro de la lógica de guerra. París envía en efecto más fuerzas e intenta mantenerse en una primera línea de toda la operación. Progresivamente, sin embargo, van abriéndose grietas que son hábilmente explotadas desde Bagdad a fin de forzar una división entre los aliados. El 6 de noviembre, Bush atraviesa la barrera de las elecciones parciales al Congreso con una derrota mínima. William Safire recuerda una vieja regla del legendario comentarista de Washington Walter Lippman, para quien un presidente ganaba las elecciones al Congreso a mediados de su mandato cuando no perdía más de seis escaños. El partido de Bush perdió exactamente seis senadores. Más preocupaba a la Casa Blanca la disminución del apoyo a la acción militar en sondeos que revelaban que un 65 % de los encuestados recomendaban acciones diplomáticas, mientras sólo un 43 % respaldaban una ofensiva bélica contra Irak. El 7 de noviembre, el secretario de Estado, James Baker, completaba una gira clave que tocaba Riad, El Cairo, Ankara y Qatar, capital del emirato donde la flota norteamericana dispone de instalaciones. Baker amarraba en Ankara, Damasco y El Cairo los últimos detalles para una acción militar, culminando en Arabia Saudí una delicada operación política sobre la unidad de mando de la fuerza multinacional. Una rápida gira por Europa, pasando por Moscú, cerraba compromisos y tro-

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pezaba finalmente en París con la imprevista oposición francesa a iniciar el ataque. Durante esa semana, la diplomacia norteamericana, bajo la batuta de Baker y del propio presidente Bush, había pulsado uno a uno a todos los miembros del Consejo de Seguridad para recabar el voto que daría comienzo a la guerra. En el último minuto, París parecía el único rebelde.

El rapto de Europa

Dicen que aquella noche del sábado 10 de noviembre se cruzaron palabras de cuatro letras por la línea codificada que utilizó James Baker III cuando informó a Bush, desde la embajada de E E U U en París, su decepcionante encuentro con el presidente Mitterrand y el jefe de la diplomacia francesa Roland Dumas. El secretario de Estado completaba en París la gira definitiva que debía consagrar el inicio jurídico de la guerra. En una semana había consolidado el nuevo triángulo árabe formado por Siria, Egipto y Arabia Saudí; había sofocado las inoportunas apetencias territoriales de Turquía sobre el norte de Irak; había sellado en Moscú un capítulo más de la santa alianza ruso-americana. La orden de ataque estaba simbólicamente en el bolsillo. El día anterior, 9 de noviembre, la primera ministra británica Margaret Thatcher le había dado su personal impulso a Baker III puntualizándole que los aliados ya tenían «la autoridad legal» para actuar sin necesidad de otro mandato de la O N U . El mecanismo pactado en Moscú requería sólo una nueva resolución del Consejo de Seguridad decretando una acción militar contra Irak. Sería la decisión número 11 de la crisis, cifra que en la numerología del Tarot equivale a La Fuerza. Moscú daría el sí con ese aval. China estaba suficientemente presionada para asegurar su voto. Entre los cinco miembros permanentes, contando E E U U y la leal Gran Bretaña, sólo quedaba concretar el voto francés para iniciar la guerra. París dijo «non». James Baker III ya había constatado los arranques independentistas de Francia a lo largo de tres meses de contactos no siempre gentiles. No esperaba sin embargo una negativa tan directa en el último minuto, en nombre de «la libertad de decisión y actuación» que se reservaba «la France» por boca de su ministro Roland Dumas. La larga reunión sostenida aquella tarde en el Elíseo terminó sin respuesta. Francois Mitterrand se replegó al silencio y a la force tranquile constituida por los 14.000 soldados desplegados en Arabia Saudí y otros puntos del Golfo en el marco de la operación Daguet Esos hombres, la segunda fuerza oc- 165 -

cidental del frente aliado, no recibirían órdenes de un general norteamericano, aclaró a puerta cerrada a James Baker III el presidente Mitterrand. La primera gran crisis del frente aliado estaba abierta cuando los sismógrafos captaban nuevamente las vibraciones de guerra tras el letargo aparente registrado en octubre. Baker había oficializado días antes el envío de otros 100.000 soldados norteamericanos para completar el formidable dispositivo de la operación Escudo del desierto, con 210.000 efectivos ya desplegados. El delicado extremo del mando único había sido resuelto dos meses antes con Gran Bretaña, la tercera fuerza occidental en la zona, y esa misma semana con los anfitriones saudíes. Salvo las fuerzas árabes, que negociarían con Riad sus cadenas de mando, los demás destacamentos aliados no opondrían resistencia. La rebelión francesa, en pleno umbral de la guerra, además de irritar a Washington, reabría otras perspectivas que parecían superadas y selladas. Ya al inicio del conflicto, el globalismo francés había trazado estrategias coherentes con las líneas maestras de una política exterior que comenzó a tambalearse la misma noche en que se abría el muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989. Francois Mitterrand asumió e hizo suya en agosto la lógica de guerra al mismo compás que el presidente Bush, pero con otras intenciones. Francia desarrolló de inmediato una escalada militar combinada de fuerzas navales y destacamentos terrestres que asegurase una mayor presencia numérica entre los países europeos. Pero ese despliegue fue cuidadosamente realizado al margen de las disposiciones norteamericanas y en zonas donde sería imposible una acción coordinada de fuerzas con el principal aliado. La operación Daguet evolucionó con envíos progresivos y dispares de patrullas, brigadas, destacamentos calculados al milímetro para sobrepasar las cifras del contingente británico, pero sin ninguna conexión logística ni técnica con el mando anglo-americano establecido ya en septiembre. La lógica de guerra del presidente Mitterrand ha servido como una buena imagen de contrainformación para camuflar la dialéctica política que ha primado a la hora de enviar destacamentos de la Legión, helicópteros y blindados ligeros de escasa utilidad en una batalla contra los poderosos tanques soviéticos —y franceses— de la Guardia Republicana de Sadam Husein. Bajo la rápida determinación át París —y en particular de Mitterrand y Roland Dumas— de sumarse al embargo y de impulsar una enérgica acción internacional latían otros cálculos. Los estrategas diplomáticos del Estado francés miraban con preocupación los cambios ver-

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tiginosos que la unificación alemana y la caída del Este estaban produciendo en el equilibrio geopolítico europeo. A los analistas más lúcidos no se les escapaba que la nueva geometría europea estaba cambiando el eje París-Bonn por una futura secante Berlín-Moscú que echaría por los suelos la paciente estructura alentada por Francia desde la creación de la CEE. Al estallar la crisis del Golfo los analistas de la defensa y de la política exterior francesas habían tenido oportunidad de configurarse las delicadas perspectivas que estaba proyectando para Francia el creciente peso alemán y su irremediable camino hacia un acuerdo germano-soviético como el que se firmara precisamente el 9 de noviembre, horas antes de la visita a París de James Baker. La presencia fuerte y determinante de Francia era crucial por tanto para compensar la progresiva y peligrosa ausencia de París en las decisiones centrales del etéreo nuevo orden internacional publicitado por Bush. El cálculo francés tuvo en cuenta las siguiente premisas: 1. Francia debía asegurar una presencia inequívoca y firme en la alianza internacional contra su exaliado y socio Sadam Husein. 2. El Gobierno francés mantendría una postura enérgica en todos los foros internacionales — O N U , CE— sin renunciar a la exigencia consensuada por los aliados de una retirada incondicional de Kuwait por parte de Irak. 3. Francia pondría en marcha su propio despliegue militar —la operación Daguet— e intentaría forzar un mando conjunto francoamericano en el caso de las fuerzas aeroterrestres. 4. Francia exigiría una coordinación a nivel de la Unión de Europa Occidental (UEO) a efectos de los barcos enviados al Golfo para hacer cumplir el embargo decretado por la O N U . Su objetivo era transformar por primera vez en una organización operativa a la U E O , viejo invento francés para impulsar una estructura defensiva europea al margen de la O T A N y de la influencia de E E U U . 5. París utilizaría sus canales privilegiados en el mundo árabe, especialmente en los países del Magreb, para impulsar vías diplomáticas euro-árabes que fortaleciesen su posición negociadora en el conflicto. Públicamente rechazaría no obstante toda transacción sobre el tema de rehenes. Estos propósitos condicionaron desde agosto la conducta mantenida por Francia durante los tres primeros meses del conflicto. En todo momento, el presidente Mitterrand mantuvo un discurso de firmeza y - 167-

de advertencia sin grietas contra Sadam, mientras se desarrollaban en los pasillos diplomáticos otras línea de actuación. La diplomacia secreta sostenida por París entre agosto y noviembre fue intensa y variada. El exministro de Exteriores, Claude Cheysson, mantuvo una entrevista discreta con el ministro irakí de Exteriores, Tareq Aziz, en octubre, pocos días antes de que fueran autorizados a salir de Bagdad rehenes franceses. Los enérgicos desmentidos de Roland Dumas, el actual titular de Exteriores, no despejaron nunca la certeza de que Cheysson había comenzado su misión confidencial a mediados de agosto, en el encuentro que sostuvo en Túnez con el jefe de la OLP, Yaser Arafat. No fue éste el único contacto francés con la O L P ni la última misión especial en Túnez, donde coincidieron en septiembre un representante del Gabinete de Rocard con un viceprimer ministro irakí. Este tipo de contactos es frecuente incluso en una guerra abierta, como sucediera entre 1940 y 1945 entre emisarios aliados y nazis. En el caso de Francia, tales misiones fueron configurando las siempre desmentidas negociaciones sobre los rehenes, mecanismos que han empleado en los últimos años gobiernos socialistas y conservadores para rescatar, vía Damasco o Teherán, rehenes franceses cautivos de los chiíes prosirios de Amal o los proiranís de Hezbollah. Lo que es de dominio público es el apaciguamiento sutil que comenzó a mostrar la lógica de guerra de Francois Mitterrand tras la decisión del Parlamento irakí, el 23 de octubre, de poner en libertad a los invitados franceses, como «homenaje al pueblo francés». Los portavoces del Gobierno se ocuparon esos días en reafirmar sus condenas al «acto odioso de la toma de rehenes» y rechazar «cualquier negociación sobre este tema». El 28 de octubre, no obstante, la visita de Gorbachov a París, en una rápido y casi improvisado viaje, despertó sospechas sobre las rupturas que comenzaban a notarse en el frente aliado. Las conversaciones entre Mitterrand y Gorbachov han permanecido hasta la fecha ocultas, pero las valoraciones hechas posteriormente por fuentes norteamericanas apuntaban que la disidencia no procedía de Moscú, sino de los franceses, «que parecen más soviets que los soviets», según comentaría un alto funcionario del Departamento de Estado asesor de James Baker. El entorno de Baker no escondió, en vísperas del viaje del 10 de noviembre, la creciente desconfianza que estaba despertando en Washington la percibida diplomacia secreta de París. Los contactos directos e indirectos con Bagdad, a través de Túnez, Argelia, el rey Hassan y Yaser Arafat, eran demasiado coincidentes con las iniciativas árabes que - 168 -

florecían intermitentemente en el Magreb a fin de establecer alguna vía lateral y efectiva de salida al conflicto. Con el paso de las semanas, los objetivos franceses en la crisis fueron variando de perspectiva, especialmente después de lograrse la victoria política de rescate de los rehenes. El 10 de noviembre, el cuadro de situación presentaba graves dificultades para los intereses franceses: 1. Estados Unidos había neutralizado la opción de un mando europeo, a través de la U E O , al consolidar la aceptación británica la dirección militar norteamericana. 2. La diplomacia secreta francesa, aunque tolerada por sus aliados del sur de Europa, suscitaba algunas críticas en el seno de la C E , donde dirigentes italianos se quejaron de la falta de consecuencia de «algunos aliados europeos». 3. El alejamiento alemán de la crisis y sus pactos directos con Washington para proporcionar apoyo financiero y eventualmente barcos de transporte, hizo zozobrar la ambición francesa de dar un protagonismo y una dirección europea a la conducción de la crisis. La postura alemana selló asimismo la desaparición virtual del eje París-Bonn impulsado por Mitterrand en 1988 como base de una_estrategia defensiva europea. 4. Este fracaso constató para los analistas franceses el aislamiento político de París en los ejes del nuevo orden establecido sobre la alianza Washington-Moscú en el escenario global y el acuerdo germano-soviético en Europa. 5. Las dificultades crecientes del comercio francés en Medio Oriente —especialmente en los pedidos a la industria de armamentos— presionaron en el Elíseo para abrir políticas tangenciales en defensa de los intereses franceses. La fuerte deuda contraída por Irak con la industria militar francesa pesó también en una valoración distinta del protagonismo galo en caso de guerra. 6. En términos estrictamente geopolíticos, el revés sufrido en Líbano por el general cristiano Aún, protegido de París, significó un nuevo golpe a la menguada influencia francesa en un país virtualmente partido ahora entre las zonas de control israelí y el territorio directamente ocupado por los sirios. 7. La guerra con Irak por parte de una fuerza multinacional podría representar para Francia la evaporación definitiva de su influencia comercial y política en Oriente Medio. - 169-

Tal cuadro explica por sí solo las reticencias del ministro Roland Dumas, el 10 de noviembre, al precisar que París ni «nadie privilegia en estos momentos la opción militar». Ese mismo día, sin embargo, llegaban a Yanbú, el puerto de concentración de las fuerzas francesas en Arabia Saudí, en las orillas del mar Rojo, 550 soldados, 22 helicópteros de combate y 24 vehículos blindados. Baker, diplomacia obliga, aseguraba que «el consenso internacional en la crisis del Golfo sigue siendo sólido».

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EL T A B L E R O DE ORIENTE M E D I O La difícil unidad de los países árabes lograda con grandes esfuerzos durante los últimos años ha estallado en pedazos a causa de la invasión de Kuwait. Muchos temen la vuelta a los enfrentamientos de los años sesenta, en que las divisiones en el seno de la comunidad árabe tuvieron consecuencias desastrosas sobre todo para aquellos que necesitaban más de la solidaridad de sus hermanos ricos. La invasión de Kuwait ha provocado dos frentes en el seno de la Liga Árabe. En un campo se han alineado doce países árabes que condenan sin reservas la acción bélica de Irak y promueven diferentes acciones de castigo. Enfrente se sientan otros siete países árabes más la O L P que, si bien no han aprobado la invasión del emirato, tampoco han hecho de la retirada irakí una premisa indispensable para solucionar la crisis. Cada unos de estos países, además de la O L P , tiene diferentes motivos para haber adoptado esta postura, en el fondo tan poco solidaria con uno de los miembros de la Liga Árabe. Todos tienen una justificación distinta, lo que hace que este grupo sea poco homogéneo y no pueda calificarse de «frente de apoyo a Bagdad». Priman más bien intereses o compromisos particulares, más que la defensa de una línea estratégica o ideológica que pase forzosamente por la defensa del régimen de Bagdad. Jordania, la O L P y Yemen son los que se han alineado con mayor claridad junto a Irak. Sudán y Libia estarían en la segunda fila, seguidos de un tercer grupo francamente moderado compuesto por Mauritania, Túnez y Argelia.

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Las rentas de Jordania El caso de Jordania llama la atención puesto que el reino hachemita ha sido considerado durante años un firme aliado occidental, más bien proclive a firmar pactos con Washington o con países equivalentes. Al profundizar un poco más encontramos pronto motivos para que Husein se haya alineado con Bagdad. Desde hace tiempo Israel fomenta una política de repoblación de los territorios ocupados. Con el tiempo Cisjordania se vacía de palestinos y llegan más colonos judíos. Esta situación se agrava y acelera con la llegada de los judíos que emigran de la Unión Soviética y que son asentados en los territorios ocupados. Israel convierte así ese territorio usurpado en tierra de Israel que ya no podrá ser devuelta a Jordania y al mismo tiempo expulsa la mano de obra palestina, cuyos trabajos serán asumidos por los judíos soviéticos. En el terreno militar, Jordania busca en Irak al único ejército árabe capaz de enfrentarse con posibilidades a las entrenadas fuerzas israelíes. La creciente presión militar judía sobre Jordania ha hecho que el rey Husein busque un gendarme aliado que contenga a Jerusalén. Este objetivo ha sido plenamente conseguido, ya que dirigentes israelíes pregonan desde que comenzó la crisis que el peligro para Israel en la zona no hay que buscarlo entre los palestinos, sino en el régimen de Sadam Husein. Este papel de gendarme también le sirve a Jordania para controlar a Siria. Damasco no ha renunciado nunca a la Gran Siria que estaría formada por la propia Siria, Líbano, Jordania y Palestina. En realidad Ammán teme que toda esta crisis desemboque en un desmembramiento e, incluso, desaparición de su país, hoy agitado por sentimientos muy contradictorios. Evidentemente todas las fronteras de la zona son muy artificiales, trazadas según intereses coloniales y petroleros. Pero ahora son así e intentar cambiarlas podría suponer graves trastornos. Jordania, por ejemplo, podría quedar desmembrada. Una parte del país reclamado por Irak; otra por Siria y otra parte podría convertirse en una patria palestina que dejase satisfecho a medio mundo y calmase a los judíos norteamericanos, que verían así colmados sus anhelos y resuelto un problema que dura decenios. Israel aseguraría sus fronteras e intentaría asegurarse una convivencia con un estado palestino. No hay que olvidar que en Jordania la mayoría de la población es palestina. Pero la adhesión jordana a Bagdad en el presente conflicto tiene unas importantes raíces económicas. Jordania es la autopista de Irak. A través del puerto jordano de Aqaba se desarrolla gran parte de la activi-

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dad comercial de Irak. Las mercancías, tanto importaciones como exportaciones, cruzan por carretera en grandes convoyes de camiones que viajan desde Bagdad hasta el puerto de Aqaba en el mar Rojo. Este movimiento de transporte de suministros se acrecentó enormemente con la guerra irano-irakí. Jordania proporciona a Bagdad muchos productos agrícolas de las modernas explotaciones del valle del Jordán; también transporta todo tipo de productos manufacturados, incluidas armas, desde Aqaba, un puerto que trabaja mayoritariamente para Irak. Ello ha permitido a Ammán resolver durante mucho tiempo sus necesidades de crudo a un precio muy competitivo. Casi el 90 % del petróleo que se consume en Jordania provenía de Irak antes de la crisis. Esta cuestión ha generado una situación de clara dependencia económica de Jordania. El conflicto palestino Históricamente los palestinos han tenido necesidad de tener a su lado a una potencia militar árabe que pueda enfrentar o hacerse temer ante los israelíes y apoye la reivindicación de recuperación de los territorios ocupados por Israel. En estos momentos esa potencia es Irak, país que además comparte con la O L P un enemigo común: Siria. Damasco pactó en 1982 la salida de los combatientes palestinos y de Yasser Arafat del Líbano. Este acto tuvo dramáticas consecuencias para la población civil palestina, que fue masacrada pocos días después, a mediados de septiembre, en los campos de refugiados de Sabrá y Chatila. La directiva de la O L P se lanzó en brazos de Bagdad. Desde entonces los palestinos han apoyado casi incondicionalmente al rais irakí, incluso durante su contencioso bélico con Irán. Por oposición, Siria tomó partido activamente en favor de Teherán durante los ocho años que duró la guerra irano-irakí. Arafat ha encontrado apoyo entre algunos dirigentes árabes moderados para buscar una solución pacífica a su contencioso. Algunos, no todos. Israel ha negado esa salida y E E U U ha humillado con sus desplantes a los palestinos, además de poner en una situación falsa a Arafat, que ha defendido en vano soluciones negociadas, incluso haciendo importantes concesiones, frente a otros líderes palestinos que sólo creían en la vía de las armas. Esta debilidad se ha traducido en una mayor dependencia de Bagdad que, al final, hará pagar un alto precio a los palestinos, que se arriesgan a que algunos países árabes les nieguen la ayuda proporcionada hasta ahora. Al no condenar la invasión y defender sospechosos planes de solu-

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ción del conflicto, la O L P se ha creado antipatías en el seno de la comunidad árabe. En Omán, varias decenas de familias palestinas han sido expulsadas del país en un acto que sólo puede valorarse como directas presiones sobre la central palestina para que ésta matice su apoyo a Bagdad. En Arabia Saudí, la comunidad palestina residente ha enviado un mensaje al rey Fahd en el que condenan la invasión de Kuwait y solicitan la creación de una «brigada palestina para defender el suelo saudí». Las comunidad palestina en los países del Golfo se aproxima al millón de personas distribuidas mayoritariamente en Kuwait (400.000), Arabia Saudí (200.000), Emiratos Árabes Unidos (70.000) y Qatar (20.000).

Compañeros de armas El caso de Yemen es distinto. El nuevo Yemen surgido de la unificación, miembro de turno del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, se ha distinguido durante la crisis por su apoyo claro a Bagdad, expresado mediante significativas abstenciones en la votación de diversas resoluciones condenatorias de la acción bélica irakí. ¿Qué le debe Yemen a Bagdad? Durante la guerra irano-irakí Yemen se alineó incondicionalmente junto a Jordania y Egipto al lado de Bagdad en el marco del Consejo de Cooperación Árabe. Las tropas de Sanaa incluso participaron alguna vez al lado de las de Irak en batallas contra las fuerzas de Teherán. Los vínculos entre ambos ejércitos se han estrechado y oficiales irakíes ayudan a la construcción y formación del nuevo ejército del Yemen unificado. También han combatido a las últimas tribus yemenitas rebeldes que veladamente alienta el régimen saudí. Y es que Yemen, cuyo proceso de unificación es todavía muy reciente y frágil, ha decidido apoyarse en la fuerza de las armas de Irak por temor a su potente vecino, Arabia Saudí, con quien mantiene diferencias fronterizas.

Sudán Sudán ha apoyado a Irak, aunque moderadamente, en el presente conflicto por una razón de una claridad meridiana: «El enemigo de mi enemigo, es mi amigo.» Jartum, oponente histórico de Egipto, ha encontrado un adecuado contrapeso en la fuerza militar de Irak. Sudán no olvida que económicamente ha sido bastante abandonada por sus herma- 175 -

nos árabes mucho más ricos. La ayuda material y la intervención diplomática y militar de Bagdad para acabar con el conflicto del Chad y con los rebeldes sureños sudaneses ha permitido a Jartum pacificar sus fronteras. A finales de agosto se temió una participación activa en el conflicto por parte de Sudán. Los servicios de Inteligencia británicos advirtieron que Irak estaba proporcionando gas nervioso y artillería pesada de 155 mm, tipo G-5, de fabricación surafricana, a Sudán. Estas piezas provenían del agradecimiento de los surafricanos por el petróleo que les facilitó Irak durante la larga guerra con Irán. Su remisión a Jartum formaba parte de las ilusiones estratégicas de Sadam de propinarle a Egipto un enemigo por la espalda. Sadam Husein cultivó antes de la invasión de Kuwait la amistad del dictador militar sudanés, el general Ornar Hasan Al Bashir, y de su ministro de Defensa, el general Faisal Salij, un asiduo visitante de Bagdad. En julio último, una partida de modelos G-6, más sofisticados que las piezas surafricanas, fue desplegada en las instalaciones defensivas sudanesas, apuntando hacia El Cairo. El presidente Hosni Mubarak advirtió poco después con extrema dureza que bombardearía Jartum en caso de cualquier agresión. Tales advertencias y las presiones de Arabia Saudí han neutralizado el apoyo del general Bashir a Sadam. Libia Libia puede aducir también el mismo argumento que Sudán: «El enemigo de mi enemigo es mi amigo.» Trípoli no puede olvidar tan pronto la humillación de los bombardeos norteamericanos de Trípoli y Bengasi en 1986. Los años pasan y no se resuelven las secuelas de las escaramuzas en el golfo de Sirte y además se acrecienta la influencia norteamericana y occidental entre los países del Golfo. Muamar el Gadafi tiene bien presente la derrota sufrida en el Chad por el apoyo decisivo que prestaron unidades francesas a las fuerzas de Hissen Habré. Mauritania A cambio de una base experimental para lanzamiento de misiles, Irak ha proporcionado apoyo político y militar a Mauritania. Nuakchot también se lleva mal con sus vecinos y la ayuda irakí ha sido fundamental en el enfrentamiento que mantiene con Senegal desde abril de 1989. - 176 -

El apoyo irakí también contrarresta las veleidades marroquíes sobre Mauritania, país sobre el que mantiene ciertas reivindicaciones territoriales.

Túnez Jamás fueron muy estrechas las relaciones entre Irak y Túnez y fue una verdadera sorpresa la decisión tunecina de no participar el pasado 10 de agosto en la cumbre de El Cairo que debía discutir el envío de tropas árabes para combatir a Bagdad en caso de producirse una agresión contra suelo saudí. Tampoco es que Túnez haya prestado un apoyo ciego a Irak, pero esa actitud distante frente a iniciativas diplomáticas de firmeza contra Bagdad le sirve al régimen tunecino para lanzar varias advertencias a algunos países árabes. ¿Por qué? Porque Túnez sospecha que algunos países del Golfo apoyan secretamente al movimiento islamista An Nabda, única oposición que podría ser una alternativa de poder a corto plazo al actual régimen tunecino. Tampoco sentó muy bien a Túnez el apoyo prestado por algunos jeques al traslado de la sede de la Liga Árabe de Túnez a El Cairo. Egipto fue expulsado de la Liga Árabe tras la firma de los acuerdos de Camp David en 1978 y ahora acaba de ser readmitido en el seno de esta importante institución. El apoyo matizado a Irak también es consecuencia de la influencia que ejerce en Túnez la OLP, que tiene su sede en este país. Palestinos y Túnez suelen actuar de forma coordinada frente a ciertos problemas de orden internacional que afectan a intereses comunes.

Argelia Este país se enfrenta en la actualidad a un cúmulo de problemas: el ascenso del integrismo y la crisis económica son los principales. Argelia muestra su apoyo moderado a Irak porque suscribe sus gestiones ante la OPEP para hacer subir los precios del crudo y así mitigar las actuales dificultades económicas. El panarabismo, uno de los ideales que sustenta el F N L , partido aún mayoritario pese a la pujanza del Frente Islámico, empuja a las autoridades hacia Irak más que hacia las monarquías del Golfo que permiten una penetración de Occidente en la zona. El presidente Benjedid ha encontrado además una forma de comprometer a sus oponentes del Frente Islámico, que se debaten entre sus tradicio-

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nales fuentes de financiación, los países del Golfo y las masas de seguidores que en las últimas semanas se manifiestan a favor de Irak en las calles de Argel.

La ambigüedad de Teherán Irán ha aprovechado la debilidad de Irak para recuperar los territorios perdidos, hacer volver a casa a los prisioneros de guerra que retenía Bagdad y tener la tranquilidad de que ahora podrá dedicarse a reconstruir el país gracias a la paz con Irak y al aumento de ingresos proporcionado por el aumento del precio del crudo. La invasión de Kuwait ha reportado sin duda beneficios a Irán, pero este país tampoco se ha lanzado en brazos de Irak. Ocho años de guerra marcan. Teherán parece haber adoptado una actitud que simplemente le permite ganar tiempo. No se pone del lado de Irak pero tampoco lo condena. Bagdad, en cambio, ha hecho fuertes concesiones, incluida la retirada de los territorios conquistados a base de tanto esfuerzo y un millón de muertos, a condición de tener tranquila una frontera y poder desplazar más tropas hacia Arabia Saudí. Irak querría obtener mayores compromisos de Irán, ahora que se han normalizado sus relaciones. Bagdad necesita romper el embargo y querría hacerlo a través de Irán mediante la compra de productos y la utilización de territorio iraní como vía de abastecimiento. Sadam Husein desea además que Irán no aumente su producción de crudo para compensar el embargo que pesa sobre la producción de Irak y de Kuwait. También necesita el apoyo integrista a los llamamientos a la guerra santa de Sadam Husein, presuntamente escandalizado por la presencia de tropas extranjeras cerca de los lugares santos del Islam. Los ayatolas no tienen prisa y su actitud es la de ganar tiempo sin apoyar, aunque tampoco perjudican a Irak.

Los intereses comunes de Siria y EEUU Antagonistas hace aún muy poco tiempo, Damasco y Washington viven un proceso vertiginoso de acercamiento. El presidente de E E U U , George Bush, no tuvo reparos en llamar directamente a Hafez el Assad al estallar la crisis. Gesto impensable si se recuerda la retórica yanqui y las descalificaciones aún muy recientes del régimen sirio. Durante la entrevista entre el secretario de Estado James Baker y el - 178 -

presidente Hafez el Assad, diversas fuentes árabes aseguran que se trataron los siguientes temas de interés común: — La situación en Líbano. Aún es reciente la victoria de las tropas sirias sobre el rebelde cristiano Michel Aún. — Washington ha invertido la tendencia de contención de Irán por la de contención de Irak. — Siria y Egipto viven un proceso de acercamiento impensable hace poco tiempo. —EEUU reconoce en cierta forma el papel jugado por Damasco en la liberación de algunos rehenes occidentales en el Líbano. — La decisión siria de participar en la cumbre árabe de El Cairo del pasado 10 de agosto culminó con la oferta de enviar tropas a Arabia Saudí como parte del contingente de la fuerza multinacional. Israel Las peculiares relaciones de amor-odio entre Irak e Israel tuvieron su climax el 7 de junio de 1981, cuando una escuadrilla de cazas israelíes bombardeó por sorpresa las instalaciones nucleares Osirak, en las afueras de Bagdad. La operación Babilonia, una acción de defensa preventiva según la terminología militar israelí, mató un técnico francés y destruyó dos reactores nucleares que, como afirman los expertos de Tel Aviv, habrían permitido a Sadam desarrollar la bomba atómica en tres o cinco años. Irak ha sido el país jurídicamente más hostil a Israel desde 1948, cuando salió muy mal parado de la primera guerra árabe-israelí. El régimen de Sadam, conspirativo por esencia, ha mantenido su virulencia verbal contra Israel pero ha buscado, como puede leerse en otro capítulo, un esquema de relaciones encubiertas. Al estallar el conflicto del Golfo, el Gobierno de Yitzak Shamir observó la situación con absoluta tranquilidad. Durante agosto continuaron produciéndose algunos contactos secretos entre Jerusalén y Bagdad que explicaban la parsimonia israelí ante la invasión. Públicamente, los portavoces indirectos del Gobierno exponían axiomas muy nítidos: Sadam no nos atacará porque sabe que un solo proyectil suyo provocaría una respuesta atómica. La advertencia salió publicada repetidas veces en columnas de análisis de toda la prensa israelí, liberal y conservadora. El cambio de tono de Israel se produjo no por las bravatas de Sadam - 179-

sino por el fundado temor del Gobierno de Shamir ante el giro estratégico que imprimía el presidente Bush al enfoque de la política norteamericana en Oriente Medio. Al estallar la crisis del Golfo, Washington organizó una cadena de reuniones con el embajador israelí Moshe Arad. En la primera, el 2 de agosto, se le informó sobre la invasión de Kuwait. En las tres siguientes, señalan la mentideros diplomáticos de Washington, se le explicó cordial y razonadamente que era preferible un bajo perfil israelí en la conjunción de fuerzas multinacionales. Públicamente, los comentaristas israelíes aceptaban la lógica de asegurar ante todo un sólido frente árabe contra Sadam. En los círculos más profundos, el cálculo era distinto. Las relaciones entre Washington y Jerusalén se habían deteriorado progresivamente en los últimos dos años, en especial a raíz del molesto descubrimiento del espía Jonathan Pollard, un agente judeo-americano que extrajo para el Mosad jugosos dossiers top-secret de la DIA, la Defence Intelligence Agency, una de las redes más profesionalizadas y eficaces de la Inteligencia norteamericana. A principio de 1990, una reunión entre William Webster, el director de la CIA, y «X», el siempre director anónimo del Mosad, tuvo sus puntos agrios cuando el exjuez norteamericano le aclaró que ellos sospechaban que existían muchos agentes Pollard en los servicios estadounidenses. El anterior jefe del Mosad, cuyo nombre sí se conoce y ya está fuera de la censura militar israelí —Nahum Admoni—, estaba en la reunión y guardó silencio. Según todos los indicios, había sido el staff de Admoni el estratega de una inteligente penetración en los servicios más profundos de Estados Unidos, incluyendo la DIA y quizá la NSA, procesadora de los datos proporcionados por los satélites y los sistemas de espionaje electrónico que tiene desplegados el Pentágono por todo el planeta. En Washington, la postura frente a Israel había comenzado a cambiar en los últimos meses del Gobierno Reagan, que se caracterizó por privilegiar el apoyo a Jerusalén en términos políticos y económicos. En la Administración Reagan se habían enfrentado los lobbies pro israelíes y pro árabes, representado este último en el gabinete por Caspar Weinberger y George Shultz, ambos vinculados por razones de negocios a firmas financieras saudíes. La dialéctica antiterrorista de Reagan ayudó no obstante a inclinar en favor de Israel la proyección diplomática de su Gobierno, en especial tras la forzada retirada del Líbano, en enero de 1984, de las fuerzas de pacificación que fueron blanco de sangrientos atentados por parte de los grupos chiíes. A finales de 1987, sin embargo, tras el terremoto del Irangate y el peculiar golpe de estado palaciego que provocó, la política de Washington cambió radicalmente. Fue entonces -

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cuando comenzó en Gaza, en diciembre de 1987, la rebelión cívica palestina conocida como la Intifada. Algunos observadores no descartan que naciera con alguna discreta y no oficial ayuda norteamericana. El presidente Bush, como se detalla en otras páginas, tuvo desde el principio reparos en mantener una relación unilateral tan exclusiva con Israel por el peligro de enajenarse las delicadas y siempre maltrechas relaciones de E E U U con el mundo árabe. A los observadores israelíes no se les pasó por alto la ausencia de judíos en el entorno más íntimo del nuevo presidente americano, cuyo jefe de gabinete, John Sununu, es de ascendencia libanesa. Con una concepción políticamente más sofisticada que la de Reagan, el presidente Bush llegó a la Casa Blanca con la clara idea de que una solución global en Oriente Medio debía pasar por una revisión de alianzas y un equilibrio distinto en las relaciones con los países árabes. Quizás esta óptica explique el cuidadoso tanteo hecho a Bagdad durante 1989 y primeros meses de 1990. Israelíes y británicos vigilaron cuidadosamente esos pasos. Los primeros, para descifrar las intenciones geoestratégicas de Washington. Los segundos, para proteger sus abundantes intereses financieros en el Golfo, especialmente a través de Kuwait y Qatar. Una semana después de la invasión de Kuwait, los analistas israelíes comenzaron a ver con preocupación las proyecciones políticas del despliegue militar de la operación Escudo del desierto en Arabia Saudí. La crisis había permitido a Washington corregir en pocos días los nefastos errores diplomáticos de varios años. El perfil del nuevo sistema de relaciones proyectaba una red de contactos especiales que cubrían los tres principales países árabes de la zona: Egipto, Siria y Arabia Saudí. A mediados de septiembre, los analistas del Gobierno Shamir tenían motivos más concretos para alarmarse. La Casa Blanca había pasado al Congreso para su aprobación un acuerdo de ayuda militar a Arabia Saudí por valor de 22.000 millones de dólares, la cantidad más importante en ayuda militar nunca negociada con un país árabe. Ya tres años atrás, Israel había movilizado con eficacia el lobby judío del Capitolio para frenar la venta de un paquete importante de sofisticados aviones ¥-16 a Arabia Saudí, recomendada por el pro árabe exsecretario de Defensa Caspar Weinberger. Los 22.000 millones de dólares incluían naturalmente aviones sofisticados y sistemas avanzados de detección y ataque que desde el punto de vista de Israel alteraban su indiscutible hegemonía militar en la zona. Aunque la ayuda militar a los saudíes pudo rebajarse en el Congreso a 7.000 millones, el Gobierno israelí comprendió que Washington estaba - 181 -

apostando en plena crisis del Golfo por un ordenamiento geopolítico distinto. En esos mismos días, "Washington condonaba la importante deuda militar contraída por los egipcios, gesto que producía indisimulados celos en Israel. James Baker, entre tanto, sellaba en Damasco su pacto secreto con el presidente sirio Hafez el Assad. Las perspectivas de Israel fueron volviéndose más sombrías a medida que el presidente Bush multiplicaba con eficacia vertiginosa su nueva red de aliados árabes. La crisis, en realidad, había provocado algunas alteraciones en la diplomacia secreta que había llevado la Administración Bush en el mundo árabe durante 1989. Además del mencionado tanteo con Irak —en desmedro de la conexión Israel-Irán utilizada en las maquinaciones del Irangate—, los emisarios de Bush habían establecido en 1989 discretos contactos con Yaser Arafat y la dirección de la O L P . Esas maniobras habrían conseguido dos promesas formales del líder palestino. Una, su disposición pública a reconocer el Estado de Israel. Dos, punto trascendente, su anuncio formal, y rigurosamente respetado hasta noviembre último, de renunciar al uso del terrorismo en beneficio de las negociaciones políticas. La irritación de la Administración Bush contra la tenaz negativa del Gobierno Shamir a establecer canales de negociación ha sido pública en los últimos dos años. Pese a las críticas que ha suscitado también en el interior de Israel, Shamir, presionado además por los elementos extremistas de su inestable coalición de Gobierno, ha preferido mantener la estrategia irredenta de reprimir con dureza las piedras de la rebelión palestina de la Intifada y ha rechazado sin alternativa cualquier negociación con la O L P . Al mismo tiempo, su fanático y peligroso ministro de Vivienda, el general Ariel Sharon, impulsa la creación de asentamientos judíos en los territorios ocupados de Cisjordania y Gaza, agravando la crisis y estableciendo una lógica de violencia que pone en peligro la estrategia americana. A raíz de la invasión de Kuwait, algunos elementos cambian de posición en el tablero. El apoyo de Arafat y la O L P a Sadam destruye de un golpe las expectativas de desarrollar por esa línea una progresión de la paz iniciada con el tratado árabe-egipcio de 1982. La O L P , que ha roto con Siria en forma sangrienta desde las matanzas del Líbano, se aleja también en medio de intercambios de violencia verbal, del Egipto de Hosni Mubarak. La crisis ha empajado a Arafat al bando equivocado, según la óptica de Washington y de la mayor parte de la diplomacia europea. En el interior de los territorios ocupados, la vía pacífica que adop-

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tara Arafat en 1989 había creado también otras disidencias entre los adolescentes palestinos, radicalizados y desesperados, que abrazaban ahora el integrismo islámico que ha resurgido. Este cambio en el mapa interior palestino, aunque previsible en la marea religiosa que comenzó a surgir en los últimos tres años en los campos de Líbano y Jordania añade otro elemento a la inestable posición de Arafat en el terreno diplomático externo y en la política interna del mundo palestino. Pero el factor nuevo más relevante del cambio de tablero procede de Siria, cuyo pragmático presidente Assad ha sabido adaptarse a los nuevos aires. En una hábil adaptación de la perestroika a Oriente Medio, Assad cultivó desde 1989 una doble política de apertura a Occidente y de acercamiento a Israel. Al revés que Sadam, Assad asimiló con prudencia de viejo estratega los consejos que le diera Mijail Gorbachov en una carta enviada a Damasco a finales de 1987, sobre la falta de credibilidad de la fuerza militar en Oriente Medio. Israel supo también atender al pragmatismo sirio al punto de consagrar expresamente una alianza que ha tenido sus resultados más visibles en el conflicto del Golfo. Días antes de la invasión de Kuwait, el Gobierno Shamir filtró a círculos diplomáticos claves su disposición a devolver a Siria las alturas del Golán ocupadas durante la guerra de los Seis Días de 1973. Shamir abría con ello una dimensión nueva para continuar el proceso de paz iniciado en Camp David, en 1978, por Jimmy Cárter, Menahem Begin y el asesinado presidente egipcio Anuar el Sadat. La jugada de Shamir embestía en realidad contra los planes norteamericanos de privilegiar el flanco palestino-jordano en un nuevo proceso de paz. En las alturas del Golán no hay prácticamente población palestina y la moneda de cambio era naturalmente devolver el Golán y una alianza con Siria (bendecida además por Moscú) a cambio de consolidar la ocupación israelí sobre Cisjordania y Gaza. El intermediario entre Jerusalén y Damasco fue el presidente egipcio Hosni Mubarak. Los contactos se realizaron en julio último, apenas días antes de que Sadam ordenara sus tanques en Basora, movimiento detectado por las antenas de Aman, el servicio secreto militar de Israel. En este intercambio de mensajes entre Shamir y Assad, el rais sirio planteó como única exigencia delicada la realización de una conferencia internacional de paz con presencia palestina, punto al que el partido conservador Likud ha temido siempre por miedo a las interferencias soviética y europea. La garantía, no obstante, estaba en el odio que tanto Sadat como el presidente egipcio Mubarak profesan al equipo dirigente de Yaser Arafat. - 183 -

Shamir no pudo evitar sin embargo que el proyecto alcanzara rápidamente una dimensión extrarregional. No es fácil determinar si la mediación egipcia fue una treta perfectamente urdida desde Washington o bien si el ordenamiento de los acontecimientos se produjo a posteriori. Lo cierto es que a principios de agosto ya se sabía en los círculos diplomáticos informados que tanto el presidente Bush como el líder soviético Mijail Gorbachov estaban al tanto de los contactos sirio-israelíes y ambos lo bendecían. Los israelíes sospecharon entonces que se trataba de una jugada más de la nueva Yalta que los Dos Grandes pretendían imponer en todo Oriente Medio desde 1988, al finalizar la primera guerra del Golfo. Shamir y Assad asumieron en forma pragmática este cuadro. En los contactos sostenidos en agosto, al principio con la ayuda de un senador norteamericano, Arlen Specter, ambos dirigentes renunciaban algunos puntos, como la conferencia internacional y otros detalles, a fin de acelerar un acuerdo. El proceso sigue aún abierto en espera de otros movimientos inminentes como el restablecimiento pleno de relaciones entre Israel y la URSS, en cuya capital ya funciona un consulado general israelí, y los arreglos para una emigración masiva de judíos soviéticos.

La matanza de las mezquitas El 8 de octubre, una andanada de disparos cambió el marco de la guerra del Pérsico en la antigua explanada de las mezquitas en Jerusalén. Las veneradas piedras sagradas del Islam y del Muro judío de las Lamentaciones fueron profanadas con disparos de fusil, granadas lacrimógenas y piedras desesperadamente rabiosas. Las torretas de la mezquita de Ornar presentaban al mediodía de esa jornada fatídica las huellas sangrientas de las manos de algunas de las 18 víctimas palestinas abatidas por los disparos de la policía israelí. La masacre provocó espanto e indignación en todo el mundo. Las excusas israelíes y los manejos del Gobierno Shamir para culpar a los fieles musulmanes acrecentaron la ira, incluso en la Casa Blanca, donde se conocía perfectamente el origen de la monstruosa provocación. Estados Unidos no vaciló y, en una de las escasa ocasiones de toda su historia, votó sin vacilación contra Israel en la condena que emitió el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. El Gobierno de Shamir tenía a mano su chivo expiatorio, el jefe de la policía de la ciudad, el comisario Jacob Turner, figura odiada por la propia comunidad judía de Jerusalén y criticada por la mayor parte de la -

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prensa y los políticos de la Knesset. El servicio secreto interno, el Shabak, acusó igualmente al comisario Turner de provocar la terrible tragedia. Shamir encargó a un exjefe del Mosad, Zvi Zamir, una investigación sin efectos judiciales que responsabilizó parcialmente al policía pero descargó la culpa del origen de la masacre sobre los hombros árabes. La comunidad religiosa musulmana realizó su propia investigación y demostró con rigurosas encuestas que los disparos habían sido anteriores a la primera piedra que cayera sobre fieles judíos que oraban en el muro de las lamentaciones. Las informaciones más objetivas publicadas en la prensa europea apuntaron directamente a la tesis de la provocación israelí, como lo hiciera en Londres el Sunday Times en su edición del 14 de octubre. ¿Matanza o conspiración?, fue su significativo título. Naturalmente, no pudo aportar pruebas que abonaran las tesis que tienen en sus cabezas todos los observadores. Una conspiración así no deja huellas. Shamir se apresuró la noche del 8 de octubre a acusar al terrorismo palestino de haber provocado los incidentes, y la prensa fiel al Likud insinuaría al día siguiente que se trataba de un plan irako-palestino para crear un foco de tensión que dividiera a los aliados árabes de E E U U . E l reportaje del Sunday Times, realizado por periodistas británicos e israelíes, reproducía detalles que ponían en evidencia la provocación de los agentes del comisario Jacob Turner, un halcón mirado con recelo por los propios servicios de seguridad. El Sunday Times testifica que los más ancianos de los fieles musulmanes habían formado una sólida muralla humana para separar del tumulto a los jóvenes shebab, los combatientes palestinos de la Intifada. La policía, narra con detalles el reportaje, increpaba entretanto a los árabes para excitarlos. Fue entonces cuando comenzaron a llover las piedras sobre los fieles judíos que oraban a pocos metros. El objetivo de la provocación estaba logrado. Incluso la izquierda israelí, generalmente críptica ante los desmanes de la represión, hubo de callarse ante esa grave ofensa. Existen poca dudas de que la matanza de la mezquita de Ornar fue una monstruosa operación preparada en los sótanos del Gobierno de Yitzak Shamir, con la participación de Jacob Turner como mano ejecutora y cabeza de turco. A ojos de sus inspiradores, la conspiración apuntaba a objetivos estratégicos decisivos para el futuro de Israel. En esa hora trágica, sangrienta y perversa, los conspiradores querían cambiar el giro de la guerra y sobre todo la conjunción de fuerzas que se acumulaba en la Península Arábiga. El cálculo de estos despiadados halcones —estrategas -

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comparables con Sharon, el cerebro gris de la matanza de Sabrá y Chatila— era romper la unidad del frente árabe-norteamericano y quebrar la lógica diplomática que estaba animando Bush en Oriente Medio. La repulsa de Washington a la matanza, sin disimular la incredulidad ante las versiones dadas por el Gobierno Shamir, hizo fracasar parcialmente la conspiración. Las heridas en el mundo árabe se notarían semanas después en las vacilaciones de los saudíes que James Baker hubo de salvar con una maratón especial de conversaciones. A partir de ese momento, Israel —o más bien su Gobierno— cambió de actitud ante Irak y buscó una confrontación verbal abierta a la que Sadam se prestó gustosamente. Ambos enemigos apuntaban en realidad al mismo objetivo: dividir el frente árabe y expulsar, cada uno a su modo, a Estados Unidos de la zona. La maniobra estuvo a punto de triunfar. A principios de noviembre, Israel volvió a hablar del peligro de una agresión química por parte de Sadam. Ya había distribuido antes máscaras en forma discriminada, en perjuicio de los palestinos. Shamir sabía sin embargo lo improbable de un ataque de Bagdad con misiles imprecisos que podían caer en terreno palestino. Sadam recogió el mensaje implícito y benefició a Shamir con nuevas amenazas de lanzar sus arsenales químicos sobre Israel. Los técnicos militares sabían perfectamente que el blanco de Sadam estaba en otro punto.

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HOMBRE A HOMBRE, BALA A BALA Es la guerra

«El juego de la pelota ha cambiado totalmente», bramó el veterano general Robert M . Johnston al batallón de la 1. División de marines que se cuadraba en pleno sol ante el cuartel de mando construido en pleno desierto. Es el 10 de noviembre y por primera vez los jefes militares de la operación Escudo del desierto hablan de ataque. E l teniente general Johnston, jefe de los 35.000 marines desplegados en la Península Arábiga, es más explícito en sus declaraciones al pool de prensa autorizado por el staff militar. La misión ha cambiado: ahora se trata abiertamente de «implementar una adecuada opción militar ofensiva». Hasta ese día, los 210.000 soldados estacionados en varios puntos de Arabia Saudí y los navios de guerra sólo escuchaban de sus comandantes que su función era defender Arabia Saudí. Ese día, el general Johnston comunica que no habrá rotación de fuerzas y que la guerra puede ser bastante más dura que la de Vietnam. La pregunta «¿qué estamos haciendo aquí?», hecha pocos días antes por un soldado impaciente al secretario de Defensa Dick Chenney, ya tiene respuesta. La estrategia de guerra ha dado un giro radical la primera semana de noviembre. Mientras crecía la impaciencia entre las tropas sometidas al duro y aburrido trabajo de la aclimatación y las maniobras, el tablero diplomático e incluso el propio discurso del presidente Bush se mostraban equívocos, oscilantes entre opciones que remitían a la pregunta final de ¿guerra o paz? Atravesado el Rubicón de las elecciones del 6 de noviembre, el presidente Bush anuncia, el mismo sábado 10, que efectivamente se enviarán refuerzos al Golfo, pero no 100.000 hombres como insinuara el secretario de Defensa Dick Chenney, sino hasta 200.000, a

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que serían desplazados en gran parte desde las ya inútiles fuerzas destacadas —desde 1945— en Europa. Hasta finales de octubre las apuestas que se cruzaban sobre la fecha del Día D giraban alrededor del 15 de noviembre o del cambio de luna del día 17 de noviembre. El 10 de noviembre, cuando el Día D comienza a tomar forma técnica, el cálculo acalla el espíritu deportivo. Bush certifica que es hora de enviar una señal más clara a Sadam Husein sobre la determinación de hacer uso de la fuerza militar si no se retira de Kuwait. La escalada de la presión, con su multiplicación de hombres y el envío de 1.200 tanques pesados para sumarse a los 800 trasladados desde agosto, constituye algo más que un mensaje. La fecha se sitúa en las nuevas filtraciones entre la Navidad cristiana (25 de diciembre) y la fiesta musulmana del Ramadán que cae en marzo de 1991. El mes de enero se convierte en el favorito. Los argumentos no faltan a los analistas: las temperaturas más bajas en el desierto, el tiempo necesario para trasladar las nuevas tropas y aclimatarlas, los factores políticos. La guerra ya está presente en el frente de la información-desinformación. El dato incontestable es uno solo: el Escudo del desierto se ha transformado en espada. El 10 de noviembre las fuerzas norteamericanas desplegadas en la zona del Golfo Pérsico sumaban 210.000 efectivos, 180.000 de los cuales estaban estacionados en varios puntos de Arabia Saudí, en un anillo que se extendía desde la ciudad petrolífera de Dahran hasta cerca de la triple frontera jordano-saudí-irakí. Las principales concentraciones de fuerzas se agrupan en dos núcleos al sur de Kuwait y otro más potente bajo el límite con Irak, en una línea paralela al oleoducto que lleva el petróleo saudí desde el Pérsico hasta un terminal sirio, cruzando por Jordania. Más al sur se sitúan reservas estratégicas en torno a Riad, la capital saudí, y hacia el suroeste, en torno a la ciudad santa de La Meca y a Yeda, junto al mar Rojo. El dispositivo aliado cuenta con el refuerzo de unos 90.000 soldados de Arabia Saudí, Siria, Pakistán, Egipto, Marruecos, Bangladesh y hasta muyaidines islámicos de Afganistán, además de 14.000 franceses y 13.000 británicos en toda el área de conflicto (ver cuadro de fuerzas y mapas en apéndices). E E U U ha reunido la alianza más amplia de países conocida desde la Segunda Guerra Mundial y ha realizado con sus propias tropas el mayor traslado y despliegue desde el conflicto de Vietnam, donde la escalada alcanzó su punto máximo en 1968, con 541.000 hombres en el teatro de operaciones. A medida que toma forma el Día D, la operación del desierto va desvelando sus necesidades y exigencias. Frente a un total de 300.000 - 188 -

efectivos se han desplegado en Kuwait y en el sur de Irak 430.000 efectivos y unos 3.000 carros de combate de las fuerzas de Sadam. La conversión del escudo en espada requiere según los manuales no sólo igualar la fuerza enemiga en caso de una ofensiva sino alcanzar la ecuación mínima de 3 a 1 o de 6 a 1 en términos tácticos en un punto concreto de ataque. Pero la ecuación no es aritmética sino algebraica, pues los aliados cuentan con la aplastante superioridad aérea (271 cazas de superioridad aérea contra 75 irakíes, además de 26 superbombarderos B-52 norteamericanos) y con la inestimable información de Inteligencia procedente de satélites y de 64 aviones de reconocimiento, espionaje electrónico y misiones AWACS. A estos elementos se suman los misiles de las fuerzas navales desplegadas en el Pérsico, en el golfo de Omán y el mar Arábigo. La igualación terrestre es sin embargo indispensable de acuerdo a los escenarios que comienzan a barajar los estrategas del Pentágono. El cálculo militar se va revelando día a día, en términos previsibles, pero cuidadosamente enlazado por el presidente Bush y su inner circle con el ritmo de la evolución política. Muy poco a poco, Bush va introduciendo la idea subliminal de que es preciso no sólo expulsar de Kuwait al Hitler árabe, sino derrotarlo militarmente o, al menos, según los ritos del Corán, cortar las manos al ladrón de Bagdad. Pero cortar las manos a Sadam significa eliminar la potencial amenaza de sus armas y proyectiles químicos y el peligro futuro de un arsenal nuclear. Los antecedentes de Sadam en la guerra con Irán y en la brutal represión química a los kurdos demuestran que la bestia —como Hitler, insiste Bush— ha de ser no ahuyentada sino destruida. George Bush no se atreve aún el 10 de noviembre a expresar en forma inequívoca la estrategia de fondo que ha guiado su escalada en los terrenos diplomático, económico y militar. Al momento de confirmar que el despliegue supondrá elevar el dispositivo militar de 210.000 a 410.000 hombres, usa aún la ambigüedad política de señalar que se trata de convencer a Sadam de la decisión de ir a la guerra para evitarla. La lógica demuestra en cambio la apuesta final a la guerra. La escalada supone ese 10 de noviembre quemar las inseguras naves diplomáticas y dar un paso que sólo puede terminar en la derrota militar de Sadam o el hundimiento político del propio Bush. Tras la ambigüedad que aún expresa en noviembre se esconde sin embargo una escalada impecable en los pasos de la diplomacia profunda que practica esa semana decisiva su emisario James Baker III. El secretario de Estado, el mismo estratega de la lógica presidencial, ha amarrado - 189-

en los primeros días de noviembre todos los cabos sueltos de la arena diplomática para consolidar la plataforma política de ataque. Tras una reunión de 13 horas con Shevardnadze, ha arrancado de Moscú que la «guerra inaceptable» de Gorbachov en París, el 29 de octubre, fuera ahora en noviembre «quizás inevitable». En una semana, Baker ha logrado que los saudíes acepten el mando único norteamericano sobre las fuerzas aliadas en caso de ataque. La fórmula firmada con el rey Fahd —mando estadounidense fuera de Arabia Saudí— tranquiliza las conciencias de los fieles musulmanes y los nacionalismos saudíes. La jefatura militar saudí será la encargada de coordinar las fuerzas árabes y de otros países islámicos. Baker consolida en Bahrein los compromisos para la utilización de las instalaciones aéreas y de las facilidades portuarias. Amarra con el presidente egipcio Hosni Mubarak los detalles del mando militar y la disposición de sus 15.000 soldados —que pueden elevarse en diciembre a 25.000— en el escenario que comienza a organizarse al sur de la frontera irakí. En Ankara, persuade al presidente turco Turgut Ozal que desmienta los rumores ya públicos de sus contactos secretos con Irán para una eventual repartición de los despojos de un Irak vencido y fragmentado y confirma sus compromisos militares: uso de la base de Incirlik para lanzar desde allí los raids de los F - l 11 que atravesarían el norte de Siria para penetrar de flanco en Irak. Reitera las promesas de la O T A N de cumplir con los términos propios de la alianza en caso de una agresión irakí a un país miembro de la organización atlántica. Sólo Francia, por boca del ministro Roland Dumas, advierte que «ninguna opción militar ha sido estudiada». En términos diplomáticos, pese a la reticencia francesa y a sus exigencias de reservarse parte del mando militar, Baker ha dejado todo a punto para un ataque. Margaret Thatcher presiona para apresurar una decisión sin esperar otra resolución del Consejo de Seguridad que autorice expresamente la acción militar. Moscú no vetará en todo caso esa resolución, ni Pekín, tal como lo aclara el ministro Quian Chien después de jugar una última carta en su entrevista con Sadam Husein el 11 de noviembre. En sólo tres meses, Estados Unidos ha logrado la hazaña de desplazar a 210.000 hombres y 3.000 millones de kilos en equipo. Cientos de aviones, de tanques, de piezas de artillería han sido desplegados en las concentraciones del desierto. El objetivo de disuadir el ataque a Arabia Saudí ha sido logrado pero al precio de no poder renunciar a un marco estratégico más decisivo. Desde el momento en que James Baker pactaba con el rey Fahd, en agosto, el envío de tropas, E E U U firmaba un -

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pacto tácito comparable a una pequeña, instantánea, Otan regional que es hoy el vórtice del equilibrio global de seguridad. Esta línea de acción apunta irreversiblemente no sólo a la guerra para vencer a Sadam sino al establecimiento de una pax en Oriente Medio cuyo consenso ha sido el trabajo más arduo de Baker en sus reuniones con Gorbachov, Shevardnadze y el ministro de Defensa soviético Dimitri Yazov. Dick Chenney, el secretario de Defensa que ha desplegado su capacidad y experiencia política como exjefe del Gabinete de la Casa Blanca con el presidente Ford, ha sido el encargado de consolidar la potente herramienta construida en «algún lugar de Arabia Saudí», según las crónicas de los corresponsales de guerra sometidos a las reglas del Ejército. El otro hombre clave ha sido el general Colin Powell, negro de 52 años con una experiencia como asesor de seguridad y excombatiente de Vietnam. Estos dos hombres han coordinado sus innegables capacidades para poner en marcha una acción masiva y rápida que ha requerido una exhibición de precisión organizativa. Al estallar la crisis, las unidades de la 82 División Aerotransportada demoraron 24 horas en aterrizar en Arabia Saudí desde Carolina del Norte. En una semana, la 24 División de Infantería, provista de elementos más pesados, estaba en Dahrán. En tres meses, 180.000 hombres, 800 carros de combate, 15 naves de guerra en el Pérsico, 271 cazas, 250 helicópteros. Con la tercera fase del Escudo o ya espada del desierto, las fuerzas nortamericanas van a duplicarse y añadirán a su dispositivo total 3 portaviones (sumando 6 en el área de conflicto). La vieja aspiración de algunos fabricantes de estrategia, como Brzezinski, comienza a realizarse: retirar fuerzas de Europa y desplegarlas en el Pérsico y otras zonas calientes. Desde Alemania serán retiradas dos divisiones blindadas, la 1 y la 3; la 2. brigada de la 2. divisón, el 2.° regimiento de caballería blindada y el 2.° cuerpo de comandancia de apoyo. Desde Estados Unidos se transportarán la 1. división de infantería mecanizada estacionada en Kansas; la 2. fuerza expedicionaria de marines y la 5. brigada, que se unirán a los 50.000 hombres desplegados en el desierto y en buques de guerra. Dick Chenney da algunos detalles el 9 de noviembre y anuncia un llamamiento a reservistas. Bush se está convirtiendo, en efecto, en el Teddy Roosevelt que había previsto, aunque espera un momento más dramático, cercano ya al Día D, para la aparición total en escena. La Guardia Nacional ya ha sido movilizada a través de tres brigadas, dos de infantería mecanizada y la 155. brigada blindada. a

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Tierra-Aire Los análisis se han repetido en páginas de opinión y en revistas. En noviembre ya están superadas las primeras hipótesis. El paso de las semanas ha ido sepultando las especulaciones y las filtraciones calculadas por los expertos en guerra psicológica del Pentágono. En este frente la guerra ya ha comenzado a finales de septiembre y puede medirse la intencionalidad operativa en los rumores de fechas, en las falsas alarmas sanitarias que de vez en cuando emite Londres, en las inflexiones del propio discurso de Bush, incluso en el juego político de supuestos disidentes. Las líneas generales del despliegue permiten no obstante prever algunas líneas de acción. Irak ha tenido tiempo de construir defensas en la frontera kuwaití y en la propia con Arabia Saudí. El desierto está cruzado por grietas y fosos donde los irakíes han dispuesto en sucesivas filas dunas artificiales, minas antitanques sobre tambores de petróleo, campos minados, alambradas y carros de combate T-54 y T-55 enterrados en la arena. Las líneas defensivas, construidas gracias al tiempo que ha ido ganando Sadam Husein, prosiguen entre las ondas de arenas con filas de baterías de artillería antitanque y lanzamisiles de fabricación francesa y soviética. Una segunda filas de carros de combate, los más sofisticados T-60 y T-72, cierran el formidable dispositivo que se reproduce a lo largo de la frontera kuwaití-saudí e irako-saudí. Las opciones militares barajadas por el Pentágono han debido tener en cuenta no sólo esta barrera terrestre, sino la necesidad de neutralizar la peor amenaza de que dispone Sadam Husein: sus misiles y sus proyectiles con cabezas químicas que amenazan especialmente a los yacimiento petrolíferos saudíes y de otros países del golfo. La respuesta militar aliada a esa amenaza se apoya en su superioridad aérea. La USAF tiene a punto 26 cazas furtivos (invisibles al radar) F 117A Stealth en Turquía y otros tantos superbombarderos B-52 con capacidad estratégica que pueden despegar desde la isla Diego García en el índico. El dispositivo aéreo aliado, contando aviones franceses y británicos, compone una impresionante fuerza con capacidad de castigo: 271 cazas de superioridad aérea, 596 cazas multimisión; más los aviones de la Marina como los A-10 Thunderbolts, especialmente preparados para la lucha antitanque, y los helicópteros Apache de combate. Esta «aplastante supremacía aérea», según describe Fermín Gallego, corresponsal de Jane's Defence Weekly en El Periódico de Catalunya, permitiría a los aliados eliminar como primera medida la fuerza aérea irakí, destruyendo sus instalaciones, aviones y aeropuertos. El problema, se-

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ñala el analista, está en la necesidad de destruir al mismo tiempo su capacidad de ataque químico y de misiles para evitar agresiones a los pozos petroleros o a Israel. Esto exigiría al menos dos oleadas de ataques aéreos, lo que complica la estrategia basada únicamente en la aviación. El factor terrestre explicaría el enorme despliegue que está suponiendo la transformación del Escudo del desierto en una operación con aptitud ofensiva. Sus ventajas de visión nocturna no libran de la necesidad de ampliar el despliegue masivo de tanques a fin de preparar un escenario previsible a través de Kuwait. Dada la gran concentración de fuerzas y defensas irakíes cabe suponer un ataque de distracción en otros puntos de la frontera, quizás en el vértice de Jordania, al tiempo que entran en acción tropas de desembarco en las costas kuwaitíes. Los irakíes han previsto esta posibilidad con una fuerte línea de defensas y obstáculos costeros, pero han de hacer frente a una formidable superioridad naval y de comandos de las fuerzas aliadas. En esta forma de lucha pueden jugar un apreciable papel los destacamentos británicos y eventualmente los franceses, en caso de plegarse al mando norteamericano. Otras fuerzas aliadas, como saudíes, egipcios y sirios, están desplegadas en las zonas cercanas a la frontera y pueden ser empleadas en los primeros choques armados en territorio irakí. Otras fuerzas, como paquistaníes y bengalíes, cumplen en el sur de Arabia Saudí la tarea de prevenir una agresión yemení, a la que los servicios de Inteligencia británicos prestaron atención, para disuadir una alianza activa de Sanaa con Bagdad. El dispositivo aliado, centrado fundamentalmente en el cuerpo central norteamericano y numéricamente en los 65.000 soldados saudíes, se complementa con los dispositivos especializados de Gran Bretaña y de Francia. Aunque la fuerza francesa, encuadrada en la operación Daguet en Arabia Saudí, no ha aceptado, hasta el 15 de noviembre, coordinarse bajo mando norteamericano, constituye en número el segundo aliado occidental.

Operación Daguet «No podemos conformarnos con el envío de un puñado de paracaidistas a la península, mientras las fuerzas árabes pronto superarán los 50.000 soldados», dijo en septiembre un consejero del presidente Francois Mitterrand. Recibido el mensaje, pocos días después se anuncia la Operación Daguet de despliegue de fuerzas militares francesas en el Golfo Pérsico. Hasta entonces la presencia militar en el conflicto se limitaba a dos -

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operaciones cuya única misión consistía en hacer respetar el embargo que pesa sobre Irak. La Operación Artimon se desarrolla en el mar Rojo. Las fragatas Montcalm y Dupleix con seiscientos hombres a bordo controlan los mercantes que transitan por la zona, igual que otros muchos buques militares internacionales desplazados en este mismo lugar. La Operación Salamandre agrupa a 2.600 marinos repartidos en el portaaviones Clemenceau, el crucero antiaéreo Colbert y el buque de reavituallamiento Var. En tierra, en Yanbu, están estacionados 42 helicópteros de combate y una compañía de infantería. Francia cuenta con otras fuerzas en la región. En Yibuti tiene destacados permanentemente 4.000 hombres, repartidos en dos regimientos interarmas y 5 helicópteros de maniobra pertenecientes al Ejército de Tierra; diez Fl C, dos helicópteros, 2 C160 (uno de ellos para hacer el reavituallamiento), una estación Crotale y un radar Aladino, todos ellos asignados a la aviación; y finalmente, dos buques de transporte y un comando pertenecientes a la marina. Francia también cuenta con un pequeño grupo de 340 hombres en Abu Dabi que componen un escuadrón de reconocimiento, dos estaciones de control y una estación tierra-aire de muy corto alcance. La Operación Daguet es el plan militar más ambicioso realizado por Francia desde que terminó la guerra de Argelia. Afecta a unos 4.200 hombres que viajan a Yanbu, terminal petrolífera saudí sobre el mar Rojo, a unos 1.000 kilómetros de Bagdad. Francia se siente un poco defraudada por estar tan lejos del que podría ser el punto de confrontación, pero es consciente de que ha de seguir las normas impuestas en esta materia por Arabia Saudí. Los hombres del Clemenceau, mandados por el general de cuatro estrellas Michel Roquejeoffre, llevan 200 blindados ligeros AMX 10 o VAB, 800 vehículos ligeros, 30 aviones de combate (Mirage 2000, avión de reconocimiento, que tienen su base francesa, Mirage Fl CR, interceptores con base en Estrasburgo, y Jaguar de Toul). Los Fl CR son aviones deficientemente equipados para la guerra electrónica ya que carecen de medidas electromagnéticas integradas y son incapaces de detectar las baterías de misiles tierra-aire, por lo que son blanco fácil para los SA 7, SA 8 y SA 13 de fabricación soviética y los Roland franco-alemanes. Entre las fuerzas ofensivas de la Operación Daguet hay un regimiento blindado con carros AMX 10 equipados con cañones de 105 milímetros que destruyen todo tipo de aceros pero que plantean dificultades frente a los blindados soviéticos T 72 que Moscú le ha proporcionado a Irak. También se han desplegado un regimiento de infantería dotado de - 198 -

misiles anticarro Milán y una sección de artillería equipada con misiles antiaéreos Mistral E l Clemenceau ha transportado a la zona 42 helicópteros GazelleHot que se sumarán a los seis ya estacionados en Yanbu con su destacamento de 100 hombres. El Gobierno francés también se plantea la posibilidad de enviar el segundo portaviones francés, el Foch. En tres días llegaría al Mediterráneo oriental transportando 19 Eténdard y Super-Eténdard y otros 10 Crusader. Estos aviones no tendrían dificultades en atravesar el espacio aéreo de Turquía, país miembro de la O T A N , y alcanzar sus objetivos en Irak, que Francia sitúa en el norte del país, en el complejo militar-industrial de Mosul. Este objetivo explicaría el interés de París por estrechar relaciones con los dirigentes del exilio kurdo.

El oso del desierto El comandante en jefe de las fuerzas norteamericanas, el general Norman Schwarkopf, demostró, en medio de la campaña de distracción pacifista de finales de octubre, una sutileza diplomática mayor que la de muchos políticos. En el momento preciso en que París sugería que su operación Daguet no recibiría órdenes de actuar, el apodado oso del desierto, veterano de Vietnam y el alto oficial de más carisma en el Ejército de E E U U , exhibió una competente capacidad de reflexión política al realizar una apuesta coherente por la paz. No sólo era una maniobra. Algunos abuelos recordaban en E E U U que otro Norman Schwarkopf, su padre, les había deleitado en su juventud con las aventuras de los heroicos G - M A N que perseguían gángsters y malvados en una popular serie de radio. Norman Schwarkopf hijo no era exactamente un cazagansters, sino uno de los nuevos generales políticos que abundan en Washington. El experimentado general sabía entonces que la operación de ataque masivo contra Irak, pese a la supremacía aérea, puede costar al Ejército americano y a los aliados hasta unas 20.000 bajas. El arsenal químico y la ferocidad que puede alcanzar una batalla de tanques, combinada con el empleo de misiles y proyectiles cargados de gases neurotóxicos, puede demorar una eventual progresión hacia Bagdad varias semanas, sin contar incidencias que pueden entorpecer incluso los avances de la máquina bélica más sofisticada. A mediados de noviembre, los generales norteamericanos ya saben que la espada del desierto no será precisamente un paseo militar. Bush, prudente en sus ex-

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presiones públicas, se limita a preparar el camino mientras vigila por una parte a sus aliados y por otra los sondeos de opinión. El momento del desenlace suscita aún incógnitas. Para unos, es peligroso permitir a Sadam ganar más tiempo, mientras se erosiona el entusiasmo patriótico del primer momento. Para otros, la preparación minuciosa del ataque permitirá disminuir el número de bajas y daños. E l objetivo político está de todos modos fijado. Bush, dicen sus colaboradores, pensó desde el mismo 2 de agosto que la operación de fondo se llamaría espada.

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LIBRO II

EN EL GOLFO"

"' Pablo Herrera. Periodista, nacido en Barcelona en 1962. Durante los últimos meses ha sido el enviado especial de El Periódico de Catalunya en la zona de! conflicto, siguiendo la información desde Bagdad, Ammán, Qatar, Abu Dabi y El Cairo. Anteriormente trabajó en Radio Barcelona y en ci Diari de Barcelona.

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EL ESCENARIO Fue cuestión de unas pocas horas y no demasiado trabajo. La fastuosa autopista que une Bagdad con Kuwait, y que fue construida con capital e iniciativa del emirato como símbolo de amistad entre ambos países, sirvió, irónicamente, para que los tanques irakíes llevaran a cabo una de las invasiones menos complicadas y más rápidas que se recuerdan en la historia. Por expreso deseo personal de Sadam Husein, K u wait había sido tragado, había dejado de existir gracias a la vorágine del presidente irakí. Ahora, Kuwait ya no se parece en nada a lo que era la tarde del 1 de agosto, cuando, sin saberlo, muchas personas se despidieron para siempre de su trabajo, prácticamente todas las fábricas lanzaron sus últimas producciones, los cajeros automáticos funcionaron por última vez, y muchos semáforos cambiaron a rojo para siempre. El amanecer del día 2, diferente de los plácidos amaneceres que habían iluminado el pequeño país desde que en 1961 obtuviera su independencia de la corona británica, marcará sin duda su futuro. La invasión de Kuwait no fue una sorpresa para muchos. Diversos informes secretos en poder de los emires de Kuwait identificaban a Bagdad como principal amenaza potencial en la década de los 90, por lo que el Gobierno kuwaití se encontraba, desde el cese el fuego de la guerra Irán-Irak, hace dos años, redefiniendo su postura política y económica en la zona, intentando desesperadamente ganarse las simpatías del régimen de Bagdad. Los mayores esfuerzos estaban dirigidos a la construcción de una relación equilibrada con Irak. El liderazgo de Sadam, sin embargo, había decidido ya desde hacía mucho mejorar su acceso a las aguas del Golfo Pérsico, y Kuwait era el sitio de paso más a su alcance para lograr su objetivo. Los regímenes nacionalistas que han gobernado en Irak desde la re- 203 -

volución de 1958 han repetido hasta la saciedad que, históricamente, Kuwait forma parte de los territorios sobre los que Bagdad tiene derecho a gobernar. (Los iraníes, por su parte, apuntan que Irak forma parte de Persia.) El emirato consiguió su primer paso para lograr la independencia en 1899, cuando la corona británica concedió a Kuwait la autonomía. La independencia formal no llegó hasta 1961. Desde entonces y hasta el 2 de agosto, el petróleo hizo de Kuwait una especie de paraíso por el que Sadam siempre se ha sentido atraído. El temor latente al vecino del norte hizo posible que Kuwait se pusiera incondicionalmente del lado irakí durante la guerra con Irán, otorgando a Bagdad a fondo perdido más de 10.000 millones de dólares en concepto de ayuda. El puerto de Basora fue cerrado y Kuwait se convirtió en el principal punto de entrada de las importaciones irakíes. Durante ese período de ocho años, el Gobierno irakí desvió su atención hacia la guerra con Irán y moderó su política regional. Kuwait pudo vivir entonces una época de relativa tranquilidad. Pero los sobresaltos volvieron en cuanto se decretó el alto el fuego, y sus esfuerzos por llegar a acuerdos precisos sobre la delimitación de fronteras fracasaron sucesivamente. Kuwait comenzó a acercarse a Irán y ello acabó de encender a Sadam. Diversos barcos de guerra norteamericanos se encontraban en el Golfo Pérsico desde mediados de este mes de julio. Oficialmente, realizaban «maniobras rutinarias», pero sus tripulantes lo cuestionan, sobre todo cuando recuerdan que fueron sacados urgentemente de sus domicilios a mediados de verano y cuando ven que pueden pasar las Navidades en la zona. Algunos informes de que disponían los servicios de Inteligencia norteamericanos, apoyados por los del Mosad israelí, señalaban también como casi segura la invasión del emirato kuwaití a principios de agosto, y hasta se afirma que la embajadora norteamericana en Bagdad estaba al corriente de todo. El caso es que nadie pudo evitar la invasión, y mucho menos el escuálido Ejército kuwaití, formado por apenas 20.000 hombres. Las unidades del Ejército irakí que penetraron en Kuwait la madrugada del 2 de agosto tenían un conocimiento poco preciso del emplazamiento del palacio Dasman, en el que habitaba el emir Jaber al Sabah. Mientras un comando designado especialmente para ello se dedicaba a buscar el palacio presidencial para proceder a su asalto y posterior captura del emir, la deficiente información de que disponían las tropas invasoras le dieron al emir suficiente tiempo para huir, a las 5 de la mañana, conduciendo su propio vehículo en dirección a la embajada norteamericana. No existen datos fiables sobre la forma en que Al Sabah pudo haber - 204 -

escapado de Kuwait, pero exiliados kuwaitíes y personas que aún residen dentro del ocupado emirato aseguran que un helicóptero de la sede diplomática norteamericana rescató al emir de su segura ejecución y se lo llevó a Arabia Saudí, en donde ha instalado su Gobierno en el exilio. Cuando los irakíes entraron en el palacio Dasman, Jaber al Sabah había escapado ya. Fue quizás uno de los pocos contratiempos con los que se encontró Irak durante la invasión, ya que ello permitió organizarse al Gobierno en el exilio, autodenominado «único Gobierno legítimo» de Kuwait. Salvo el hermano del emir, que murió mientras intentaba defender el palacio, la totalidad de los restantes integrantes del Gobierno kuwaití pudieron salir del país por diversos medios. Documentación falsa en muchas ocasiones y huidas a través del desierto, en camello o en vehículos todo terreno, fueron las alternativas más comunes que tuvieron para salvar sus vidas. Se calcula que alrededor de 1.000 personas pudieron haber muerto como consecuencia de la entrada de las tropas irakíes en territorio kuwaití la madrugada del 2 de agosto. U n o de los primeros blancos de los soldados irakíes fueron los concesionarios de lujosos automóviles. Rolls-Royce, Lamborghini, Ferrari, Porsche, Cadillac, Mercedes y B M W desaparecieron a las pocas horas de los escaparates. El Gobierno y la policía se apoderaron de los más lujosos, poniendo el resto a la venta. Al irakí medio le había sido prácticamente imposible cambiar sus vehículos por otros nuevos en los últimos diez años. Dos meses después de la invasión de Kuwait, sin embargo, los ciudadanos de Bagdad comprobaron con regocijo que los precios de los automóviles de lujo importados descendían de forma espectacular, al tiempo que aumentaba considerablemente la oferta. Jamás se había visto circular en Irak vehículos tan lujosos como en los últimos tres meses. Las tiendas de electrodomésticos de Bagdad se llenaron igualmente de productos de lujo nunca vistos hasta entonces. Aparatos de aire acondicionado, vídeos y televisores, hornos microondas, neveras de fabricación norteamericana, ordenadores. Todo este material, procedente de los saqueos de los comercios de Kuwait, inundó en pocos días los almacenes de Bagdad. Pero con la misma rapidez con que llegó se comprobó lo difícil que resultaba adaptar todos estos bienes a la vida irakí, por la sencilla razón de que no se disponía de los técnicos apropiados para su instalación. En el caso de los productos informáticos, está claro que el hardware no puede funcionar sin software, y éste escasea o, en la mayoría de los casos, no se sabe aplicar correctamente. Otro de los blancos del saqueo organizado de Kuwait fueron los co- 205 -

mercios de alimentación. La desesperación por acabar, metralleta en mano y mediante el robo, con todo lo que tuviera algún vestigio de capitalismo, llevó a los soldados irakíes a arrasar indiscriminadamente todo cuanto encontraban a su paso. Gracias a ello, hoy los supermercados de Bagdad disponen de una oferta a sus clientes tan poco habitual que prácticamente nadie repara en ella. Exquisiteces tales como quesos franceses, caviar, chocolates suizos, finas carnes de ave, enlatados de lujo, o simplemente bebidas refrescantes, abarrotan las estanterías de los colmados de la capital irakí sin que hasta el momento hayan tenido gran aceptación por parte del público. De la misma forma, prestigiosas marcas de ropas y zapatos de importación europea dominan los escaparates de las tiendas del ramo, mientras en el zoco de Bagdad, camiones cargados hasta los topes dejan cada día enormes cajas de bobinas de tela destinadas a unos grandes almacenes kuwaitíes. Así, la invasión de Kuwait parece haber obedecido a una oculta fiebre consumista de bienes occidentales y del capital bien invertido, aunque Sadam Husein se empeña en airear lo contrario. Uno de los motivos que aparentemente llevó al presidente irakí a lanzar sus tropas contra el rico emirato fue el poder económico que Kuwait estaba alcanzando en el mundo y que podía hacer sombra a los ideales expansionistas irakíes. En un mensaje enviado a los kuwaitíes poco después de la invasión, Sadam Husein declaró algo así como la guerra a los gobernantes del vecino emirato: «Decid a vuestros dirigentes, los emires del petróleo, que los traidores que se venden a los extranjeros no tienen sitio en la tierra árabe después de haber humillado el honor y la, dignidad árabes.» Irak se ha encargado de marchitar la opulencia kuwaití. Los cajeros automáticos de las sucursales bancadas, uno de los símbolos inequívocos de la prosperidad y el desarrollo comercial y económico de un país, resultan totalmente inservibles hoy día en Kuwait. Pocos bancos árabes disponen de este servicio para sus clientes, sólo los Estados ricos del Golfo. Y aunque para muchos de nosotros nos resulte una herramienta cotidiana, para los soldados irakíes que invadieron Kuwait no dejaba de ser un símbolo capitalista. Eso de que una máquina vomite dinero supone una ofensa para el mundo árabe. La retirada del servicio de los cajeros automáticos obedece, sencillamente, a que los clientes de sucursales bancarias repartidas por todo el país han dejado de funcionar porque el dinero de los clientes ha sido llevado a Irak. Tan sólo unos pocos permanecen abiertos, eso sí. controlados por el Gobierno irakí, mientras el dinar kuwaití ha. perdido'nada menos que doce veces su valor, al ser equiparado al dinar irakí por decreto. Los kuwaitíes estiman que su país ha sido robado y llevado a la - 206 -

ruina de la que va a costar mucho salir. U n o de los comentarios jocosos que podían costar la vida a todo aquel que lo pronunciara cerca de algún miembro del Ejército de ocupación era la comparación de los soldados irakíes con los 40 ladrones de Alí Baba, quien por supuesto estaba encarnado por Sadam Husein. Al saqueo generalizado e indiscriminado que siguió a la invasión se sumó la devastación de todo edificio público que pudiera evocar al anterior régimen. Diversos testigos aseguran que los jóvenes soldados se dejaban llevar más por un gamberrismo propio de su edad (muchos de ellos apenas sobrepasaban los 20 años), descontrolado e incentivado por el hecho de tener un AK-47cargado en su poder, que por su acatamiento a las órdenes superiores. Mientras las tropas que entraron el 2 de agosto en K u wait estaban integradas por cuerpos bien entrenados y disciplinados, muchos de ellos recientes combatientes en la guerra con Irán, a los pocos días una fuerza de ocupación integrada por demasiado jóvenes o demasiado viejos voluntarios t o m ó el relevo. De la misma forma, los soldados irakíes se encargaban de registrar casa por casa, retirando de ellas cualquier símbolo (bandera o retrato del emir) de la dinastía Al Sabah, según afirman los kuwaitíes que han podido salir de su país después del 2 de agosto. Las ejecuciones de todo aquel que se saltara las nuevas normas impuestas desde Bagdad se pusieron de moda con el fin de aleccionar a la población sobre lo conveniente que era obedecer a los nuevos gobernantes. La compañía aérea nacional kuwaití, Kuwait Airways, perdió su identidad en pocas horas. Las 14 aeronaves que se encontraban en el momento de la invasión en el aeropuerto de Kuwait (entre ellas cinco Airbus A-310 y dos Boeing 767 de muy reciente adquisición), valoradas conjuntamente en algo más de 700 millones de dólares, fueron decomisadas por los irakíes. Los 14 aparatos fueron trasladados a Bagdad para ser transformados con los colores verdes de la Irakí Airways, especialmente los Airbus, que enamoraron a los irakíes. Pero se encontraron con el imprevisto de que carecían de pilotos debidamente adiestrados para pilotar el avión europeo. La urgencia por evacuar de Kuwait las aeronaves obligó a llamar desesperadamente a un grupo de pilotos jordanos para que los sacaran del apuro. A las pocas semanas, se podían ver ya en el aeropuerto internacional Sadam de Bagdad algunas aeronaves kuwaitíes pintadas con sus nuevos colores y otras en el mismo proceso. La desolación se apoderó de los empleados de la compañía. Sólo se salvaron de la quema ocho aparatos, los cuales se encontraban fuera de Kuwait en el momento de la invasión. Los ocho fueron concentrados en El Cairo, recibiendo autorización de la Organización de Aviación Civil -

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ruina de la que va a costar mucho salir. U n o de los comentarios jocosos que podían costar la vida a todo aquel que lo pronunciara cerca de algún miembro del Ejército de ocupación era la comparación de los soldados irakíes con los 40 ladrones de Alí Baba, quien por supuesto estaba encarnado por Sadam Husein. Al saqueo generalizado e indiscriminado que siguió a la invasión se sumó la devastación de todo edificio público que pudiera evocar al anterior régimen. Diversos testigos aseguran que los jóvenes soldados se dejaban llevar más por un gamberrismo propio de su edad (muchos de ellos apenas sobrepasaban los 20 años), descontrolado e incentivado por el hecho de tener un AK-4 7 cargado en su poder, que por su acatamiento a las órdenes superiores. Mientras las tropas que entraron el 2 de agosto en K u wait estaban integradas por cuerpos bien entrenados y disciplinados, muchos de ellos recientes combatientes en la guerra con Irán, a los pocos días una fuerza de ocupación integrada por demasiado jóvenes o demasiado viejos voluntarios t o m ó el relevo. De la misma forma, los soldados irakíes se encargaban de registrar casa por casa, retirando de ellas cualquier símbolo (bandera o retrato del emir) de la dinastía Al Sabah, según afirman los kuwaitíes que han podido salir de su país después del 2 de agosto. Las ejecuciones de todo aquel que se saltara las nuevas normas impuestas desde Bagdad se pusieron de moda con el fin de aleccionar a la población sobre lo conveniente que era obedecer a los nuevos gobernantes. La compañía aérea nacional kuwaití, Kuwait Airways, perdió su identidad en pocas horas. Las 14 aeronaves que se encontraban en el momento de la invasión en el aeropuerto de Kuwait (entre ellas cinco Airbus A-310 y dos Boeing 767 de muy reciente adquisición), valoradas conjuntamente en algo más de 700 millones de dólares, fueron decomisadas por los irakíes. Los 14 aparatos fueron trasladados a Bagdad para ser transformados con los colores verdes de la Irakí Airways, especialmente los Airbus, que enamoraron a los irakíes. Pero se encontraron con el imprevisto de que carecían de pilotos debidamente adiestrados para pilotar el avión europeo. La urgencia por evacuar de Kuwait las aeronaves obligó a llamar desesperadamente a un grupo de pilotos jordanos para que los sacaran del apuro. A las pocas semanas, se podían ver ya en el aeropuerto internacional Sadam de Bagdad algunas aeronaves kuwaitíes pintadas con sus nuevos colores y otras en el mismo proceso. La desolación se apoderó de los empleados de la compañía. Sólo se salvaron de la quema ocho aparatos, los cuales se encontraban fuera de Kuwait en el momento de la invasión. Los ocho fueron concentrados en El Cairo, recibiendo autorización de la Organización de Aviación Civil - 207 -

Internacional (IATA) para operar desde allí a diversos puntos del Golfo, Europa y Nueva York. Mientras el presidente norteamericano calificaba las atrocidades cometidas contra los habitantes de Kuwait como «crímenes contra la humanidad», Amnistía Internacional elaboró un informe en el que se hablaba de detenciones masivas y torturas sin razón aparente, así como la entrada en vigor de la pena capital para todo aquel que diera cobijo a ciudadanos occidentales. La mayor parte de los emigrantes que había en Kuwait emprendió un éxodo sin precedentes hacia sus países de origen, atemorizados por tanta crueldad, mientras los ciudadanos extranjeros fueron capturados por Irak y llevados como rehenes a Bagdad. Por su parte, los kuwaitíes que pudieron (unos 500.000 sobre una población de 800.000 autóctonos) aguantaron gracias a una implacable resistencia pasiva aprendida de la postura que adoptó el personal de las embajadas acreditadas en Kuwait cuando éstas recibieron el ultimátum de ser desalojadas. Cuando a finales de septiembre Bagdad impuso el horario irakí en Kuwait, muchos de sus ciudadanos se negaron a ello. Durante unas semanas se puso de moda entre los soldados irakíes preguntar la hora a cualquier transeúnte. Si éste respondía con la antigua hora kuwaití era inmediatamente detenido por considerársele «rebelde». Lo mismo ocurrió con los documentos de identidad, que casi nadie cambió por el irakí, y con las matriculas de los vehículos, que permanecieron siendo únicamente de Kuwait, en lugar de las únicas legales de «Irak-Provincia de Kuwait». Prácticamente nadie atendió la orden de Sadam Husein de volver a los puestos de trabajo y ningún joven en edad militar hizo caso del llamamiento del Ejército para enrolarse en las filas irakíes, siendo posteriormente incorporados por la fuerza. Aunque se han producido casos aislados de atentados contra soldados del Ejército irakí (un francotirador desde alguna azotea, o algún vehículo que atropella a un soldado), la resistencia pasiva y la desobediencia ha sido la actitud generalizada entre la población civil. Ello ha creado un estado de nervios entre los mandos del Ejército de ocupación, que no pueden seguir el ritmo de barbaridades cometidas inmediatamente después de su entrada en Kuwait. Mediante su política de devastación de Kuwait, Irak ha pretendido borrar del mapa cuantos vestigios puedan quedar del pequeño emirato. Sus habitantes aseguran que Sadam Husein quiere erradicar la nacionalidad kuwaití mediante la despoblación sistemática de su territorio y la destrucción indiscriminada de la propiedad. Por ello dictó medidas favorables para todos aquellos irakíes y palestinos que quieran estable- 208 -

cerse en Kuwait, a los que se les permite ocupar apartamentos vacíos y hacerse con los comercios abandonados. Tras haber forzado una situación que favorecía la huida en masa de cientos de miles de ciudadanos asiáticos y,egipcios residentes en K u wait, Irak abrió durante unos cuantos días la frontera entre Arabia Saudí y Kuwait. A través de ella cruzaron casi 150.000 presuntos kuwaitíes, porque todos llegaron indocumentados. El Ejército irakí se encargó de desposeer de sus documentos de identificación a todo aquel que emprendía rumbo al exilio. Era una forma más de borrar toda huella de identidad para, además de colonizar Kuwait con menos oposición popular, dificultar a los kuwaitíes la recomposición de sus vidas. Otro de los motivos que pudieron haber inducido a Husein a despojar de sus documentos de identidad a los que se marchaban de Kuwait es el de introducir en territorio enemigo a saboteadores y terroristas que cometieran actos contra los gobiernos árabes que se mostraron en contra de Irak para obligarles a cambiar sus posturas. Al menos eso es lo que teme aún hoy Arabia Saudí. Los que tuvieron más dificultad para salir fueron los hombres entre 17 y 35 años, a quienes se obligó a permanecer en Kuwait e incorporarse al Ejército. Los kuwaitíes ven poco probable que Sadam Husein se quede en el emirato. Un hecho que les hace mantener la esperanza de que tarde o temprano los irakíes se marcharán es que el Ejército de ocupación ha arrasado prácticamente con todo. Desde los semáforos y los postes de alumbrado público, pasando por las reservas de oro, los animales del zoológico, los equipos de los hospitales, aviones comerciales, equipos militares, el parque de atracciones, automóviles hasta la comida, todo se ha desvanecido. La visita que realizó a Kuwait a principios de septiembre el presidente Sadam Husein supuso un golpe a la moral kuwaití, pero todos confían de nuevo en el futuro. Irak, no obstante, tiene muy claro que Kuwait ha dejado de existir para siempre. («No hay más Kuwait», repiten una y otra vez las autoridades de Bagdad, «Kuwait es parte de Irak, es su 19. provincia».) Pero para trasladar estas frases a la realidad, Irak se está encontrando con múltiples dificultades. Una de ellas es que, por el principio de acción-reacción, el nacionalismo kuwaití ha crecido en pocas semanas con gran fuerza. Si la guerra de ocho años entre Irán e Irak sirvió para unir a los iranís contra la amenaza externa, dejando de lado sus diferencias, en Kuwait ha ocurrido los mismo, adquiriendo sus ciudadanos una conciencia nacional que hasta ahora no tenían. Gracias a ello, y como una ironía del destino, Kuwait podría convertirse en uno de los países que resulten más beneficiados, a medio plazo, por la presente crisis desatada a raíz de su invaa

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sión por tropas irakíes. La clave está en su casi segura futura democratización. El testimonio de un kuwaití exiliado en Dubai (Emiratos Árabes Unidos) era más que significativo: «Nunca jamás, desde que nací, he visto un día oscuro en mi vida. Todo me ha ido siempre sobre ruedas a mí y a mis amigos. Pero desde el 2 de agosto hemos adquirido conciencia de algo tan importante como es nuestro país y estamos dispuestos a pasar los malos ratos que haga falta para volver a levantarlo y sacarlo adelante.» Aunque no saben cuándo van a poder regresar a Kuwait, cómo, ni en qué condiciones se van a encontrar sus hogares, todos se muestran dispuestos a sacrificarse enormemente para recuperar todo lo perdido y empezar prácticamente desde cero. «Si lo conseguimos una vez, lo conseguiremos también ahora. Y será todavía mejor», aseguran. La brutal invasión que han sufrido los kuwaitíes ha dado al movimiento democratizador el empujón que necesitaba, algo en lo que todos han coincidido, como por arte de magia, desde el pasado 2 de agosto. Tampoco se duda de que una vez que concluya la crisis y Kuwait recupere su territorio, las potencias occidentales que han ayudado al emirato presionarán para que se produzca una reforma política en el país orientada hacia la democratización, en la que, cómo no, Estados U n i dos serviría de modelo. Incluso los más firmes defensores de la familia Al Sabah están también de acuerdo. Ello haría del liberado emirato el primer Estado democrático del Golfo, convirtiéndose en un factor crucial de estabilidad en Oriente Medio. En definitiva, un borrón y cuenta nueva que tiene el consenso generalizado. Las diferentes fuerzas políticas se han comprometido a dejar de lado sus diferencias en la lucha por el objetivo común: la construcción de una nueva sociedad basada en la democracia se da por segura, a pesar de las dificultades que entrañará acoplar un régimen democrático a las reacias instituciones islámicas y de la compleja coexistencia que se aventura. El jefe del Estado continuaría siendo un miembro de la familia Al Sabah, según establece la Constitución, pero se crearían los poderes de censura necesarios sobre el Gobierno así como varios comités especializados destinados a aconsejar al Gabinete, al tiempo que se reinstauraría el Parlamento disuelto en 1986. Las reformas democráticas de Kuwait han adquirido consistencia desde el exilio, pero el emirato es el Estado del Golfo con más tradición liberal. El pasado 9 de julio inauguró ya sus sesiones el Consejo Nacional, un órgano creado para debatir el futuro de la democracia en Kuwait en el que la tercera parte de los miembros fueron elegidos por sufragio en junio. Además, el emir Jaber al Sabah -210-

intentó, poco antes de la invasión, abrir el diálogo con las fuerzas opositoras. El punto más importante en el futuro kuwaití para sus ciudadanos, pues, es la instauración de un régimen democrático. Pero los dirigentes kuwaitíes en el exilio han comenzado ya a hacerse a la idea de que podrían perder algunos metros cuadrados de territorio, lo cual iría inevitablemente ligado a una retirada irakí. Cuando Irak se anexionó al emirato de Kuwait redibujó las líneas fronterizas de su provincia de Basora (incluyendo las islas de Warba y Bubiyan así como el campo de petróleo de Rumaíla) en previsión de una retirada. Los kuwaitíes se conformarían con dejar dichos territorios en manos irakíes a cambio de recuperar el resto de su país. El Gobierno legítimo de Kuwait sigue operando desde la ciudad veraniega saudí de Taif, a pocos kilómetros de La Meca. En una suite del hotel Sheraton de esta localidad, y bajo un fuerte dispositivo de seguridad, los 22 ministros del Gabinete de Al Sabah se reúnen una vez al día. El Gobierno de Arabia Saudí corre con los gastos y también proporciona todo tipo de material y facilidades. Desde Taif emite también la agencia de noticias oficial kuwaití en el exilio, que hace llegar a sus ciudadanos las últimas novedades sobre las reuniones ministeriales. La televisión y la radio juegan también un importante papel para mantener a la comunidad kuwaití dentro y fuera del emirato al tanto de los acontecimientos en torno a la crisis del Golfo. La radio clandestina se sintoniza con facilidad en el invadido emirato y su programación, basada en música pop y noticias, goza de una gran aceptación incluso entre los soldados irakíes, que se sienten muy atraídos por unos ritmos hasta ahora desconocidos para ellos. En cuanto a la televisión, ésta tiene más dificultades para emitir sin interferencias en el interior de Kuwait, pero sus cotas de audiencia son exhorbitantes entre la comunidad exiliada. Entrevistas con recién llegados de Kuwait y con miembros del Gobierno, y vídeos caseros que muestran la realidad actual del país, forman el grueso de la programación. En su carátula de entrada ondea una bandera kuwaití mientras una canción entona el himno nacional Soy kuwaití, sí, lo soy. La prensa escrita juega también un importante papel en la comunidad kuwaití exiliada. Tres diarios han trasladado sus sedes fuera de K u wait. Al-Anba a El Cairo, Al-Siyasa a Yeda y Al-Qabas a Londres. Los medios para obtener información interna de Kuwait se mantienen en secreto por motivos de seguridad, así como la procedencia y el camino que han seguido las fotos que cada día se publican sobre el país. Los equipos de redacción lo integran profesionales de los propios medios, - 211 -

algunos de ellos escapados y otros que ejercían como corresponsales en el extranjero. Los tres diarios se distribuyen gratuitamente entre la población exiliada y clandestinamente en el ocupado país. Traen noticias frescas sobre la situación interna de Kuwait y los esfuerzos democráticos y militares para solucionar la crisis, así como los últimos avances de la resistencia. Aunque los escapados de Kuwait aseguran que no se aprecia demasiado la existencia, y mucho menos los resultados, de un movimiento de resistencia, el Gobierno kuwaití subraya que ésta existe, pero niega dar más detalles sobre cuáles son sus progresos ni, por supuesto, el detalle de sus operaciones. El Gobierno añade que ha tomado medidas para proteger al movimiento interno de oposición a la ocupación irakí. Los medios de comunicación en el exilio sirven, además de para saciar la sed informativa de más de 300.000 kuwaitíes que se encuentran en Arabia Saudí y en otros países del Golfo (Bahrein, Emiratos Árabes Unidos y Qatar, así como en Egipto), para apaciguar los ánimos y calmar la impaciencia de los kuwaitíes, que quieren ver a su país liberado aunque ello signifique una acción militar. Mientras esperan la salida al conflicto y la vuelta a su país, los refugiados se dedican a vivir uno de los exilios más cómodos y lujosos de la historia. Su alto poder adquisitivo les ha permitido instalarse en hoteles de gran categoría o en apartamentos y comprarse nuevos vehículos. Además de los 533 dólares mensuales a que tiene derecho cualquier familia kuwaití exiliada, cada cabeza de familia recibe 320 dólares, correspondiendo a cada miembro de la unidad familiar 160 dólares y a cada hijo menor de 21 años 80 dólares. Por si fuera poco, cada vez que un kuwaití huye de las garras del Ejército irakí y se refugia en el exilio, es obsequiado con 1.333 dólares para que pueda hacer frente a sus primeros gastos. Pocos exiliados en la historia han tenido la oportunidad de disfrutar de una acogida y un trato tan favorables. Los kuwaitíes se lo han podido permitir gracias al capital surgido de las numerosas inversiones que tiene Kuwait repartidas por todo el mundo. Los casi 5.000 kuwaitíes que se encontraban de vacaciones en selectos lugares de Europa el 2 de agosto y que de la noche a la mañana descubrieran que su moneda nacional no valía nada y que sus tarjetas de crédito estaban anuladas, pudieron refugiarse en los países del Golfo gracias a la empresa KIO, que se hizo cargo de los billetes dt avión para todos ellos. El poder económico de Kuwait ha sido una de las excusas que ha llevado a Irak a invadir a su vecino del sur. Kuwait es el Estado árabe con mayor índice de inversiones en el extranjero. Una de las señales que -212-

caracterizan a los kuwaitíes es su política de mantener en secreto los detalles sobre sus operaciones financieras. A ú n así se calcula que antes de la invasión, las inversiones foráneas kuwaitíes rondaban los 300.000 millones de dólares, mientras sus inversiones nacionales representaban una pequeña proporción. A Kuwait y a los demás países del Golfo (Arabia Saudí, Bahrein, Emiratos Árabes Unidos, Omán y Qatar) se les acusa desde Bagdad de avaricia y de violar la ley coránica. El Islam lucha contra la usura y el monopolio de la riqueza («porque ésta sólo pertenece a Alá») e intenta reducirla a capitales medios o pequeños, exhortando a sus fieles a dar todo su excedente monetario a los pobres. Su propósito es el de reducir la «arbitraria dominación del capital» y por lo tanto cuestiona el hecho de que un país musulmán invierta su dinero en otro que no lo es, especificando que «los fondos que pertenecen a los musulmanes no pueden, bajo ningún concepto, ser invertidos fuera de la casa del Islam». De ello se desprende que primeramente deben ser empleados para potenciar las economías de los países que los originan y después la de «los países hermanos». Pero los kuwaitíes argumentan que durante los últimos 29 años Irak ha mantenido todo tipo de relaciones con Kuwait, especialmente las comerciales, sin parecer importarle demasiado las debilidades de Kuwait por la riqueza. Tampoco se explica por qué Irak aceptó tan gustosamente como lo hizo la ayuda económica que le prestó Kuwait durante su enfrentamiento armado con Irán. Los kuwaitíes se muestran cada vez más ansiosos de una solución militar.

El embargo Un palacio sin baños del presidente Sadam Husein y una autopista de seis carriles sin pintar que rodea a Bagdad son el vivo ejemplo de que el embargo económico ha ralentizado en gran medida la vida de Irak. Al palacio presidencial le resta tan sólo el mármol y los sanitarios de los baños para poder decir que está concluido. El barco que transportaba desde Italia el material fue interceptado poco antes de entrar en el mar Rojo a mediados de agosto y desviado hasta un puerto saudí, en donde permanece aún. Los obreros del palacio, la mayoría de nacionalidad portuguesa, permanecen en el país en calidad de rehenes («invitados», según el Gobierno) por no haber podido concluir su contrato por obra, aunque han recibido la promesa del presidente Sadam de que en cuanto lleguen los materiales y se acaben las obras del palacio, podrán volver a su Portugal natal. La autopista espera igualmente un barco procedente -213-

de Europa que transporta la pintura necesaria para delimitar los carriles sobre el asfalto y que es de fabricación austríaca. Por el momento, y pese al considerable aumento del tráfico rodado en Bagdad gracias a los numerosos vehículos procedentes de Kuwait, la monumental construcción debe permanecer cerrada. El embargo económico internacional contra Irak comenzó a causar los primeros estragos apenas un mes después de haberse empezado a aplicar, el 6 de agosto. Las proclamas de Bagdad hablaban de «resistencia hasta la muerte» del pueblo irakí, pero éste, por el contrario, se mostraba seriamente preocupado ante la posibilidad de que el país no fuera capaz de aguantarlo por mucho tiempo y de que las reservas de los particulares no puedan prolongarse mucho más allá de unos cuantos meses. En circunstancias normales, Irak estaba capacitado para resistir hasta dos meses, pero diversos estudios indicaron después que, con la rígida aplicación de las medidas de racionamiento actuales, el país puede aguantar de seis a ocho meses más, o incluso hasta un año entero, sin apenas resentirse. Antes de invadir Kuwait, Irak necesitaba importar el 85 % de los alimentos que consumía. Desde que se aplicaron las medidas de embargo, Irak dejó de ingresar además 90 millones de dólares diarios en concepto de venta de petróleo, que representaba el 95 % del intercambio comercial irakí con el resto del mundo. La idea del presidente Sadam Husein de transformar el país en una potencia industrial comenzó a alejarse en el tiempo a medida que el embargo empezó a causar daño. Las autoridades se empeñan en comparar ante la población la situación actual con la de la guerra contra Irán. Pero lo cierto es que durante los ocho años que duró dicho conflicto, Bagdad continuó recibiendo del exterior todo tipo de bienes, no sólo alimentarios sino también inversiones de capital, materias primas, piezas de recambio y personal cualificado. La economía irakí, en la que los efectos de los ocho años de guerra con Irán no habían desaparecido, ni mucho menos, el día 2 de agosto, está al borde de sufrir un colapso a medio plazo por culpa del embargo. No obstante, las reservas de oro y divisas para afrontar la crisis, calculadas en 6.000 millones de dólares antes del 2 de agosto, se elevaron ese mismo día en 3.000 millones, después de haberse apoderado de las reservas nacionales kuwaitíes. En cualquier caso, al Gobierno irakí no parece preocuparle demasiado el embargo económico internacional que pesa sobre su país, y aunque aparentemente hay de todo en las tiendas, éstas carecen de los productos de primera necesidad. El pueblo irakí está acostumbrado a sufrir estrecheces de este tipo pero ante la actual situación se muestra -214-

preocupado. Los ocho largos años de guerra con Irán y la reiterada advertencia gubernamental de que la población debe estar preparada para cualquier eventualidad, han logrado que las cosas se vean desde un punto de vista eminentemente práctico. Las autoridades repiten incansablemente que la comunidad internacional se dará cuenta pronto de que un embargo económico contra Irak tiene pocas posibilidades de éxito. El propio Sadam Husein hizo un llamamiento a la mujer irakí durante los primeros días del embargo para que administrara y organizara la vida económica familiar con meticulosidad y conciencia nacional. En su discurso, el líder irakí les hizo ver a las amas de casa que «es necesario que la cantidad de comida en la olla o sobre la mesa sea la justa para la nueva situación que nos disponemos a vivir». Sadam Husein apeló a la cordura para «no abarrotar la mesa con muchos tipos diferentes de alimentos», así como para «prohibir a los golosos que pidan más comida». El presidente irakí utilizó ante las amas de casa su argumento favorito y presuntamente infalible: «La tremenda riqueza y el futuro que esperamos después de la victoria depende de hacer triunfar esta política para que disfrutemos nosotros y las generaciones venideras, con la ayuda de Alá, de una vida digna y próspera.» Las autoridades irakíes insisten ante su población en que el país emergerá como la potencia más importante de Oriente Medio una vez superado el actual momento. Los esfuerzos por hacer borrar de la mente los penosos ocho años de guerra con Irán han encontrado fuerza en la invasión de Kuwait, ya que tras el 2 de agosto el Gobierno se ha encargado de hacer ver que aquello fue, aunque largo, de poca trascendencia y de escaso calibre al lado de la magnitud de la ocupación del vecino emirato y, sobre todo, de los grandes y excelentes resultados que pueden suponer para el país y su población. Sin embargo, la guerra con Irán logró cambiar ciertos hábitos que se han visto avivados por la invasión de agosto. Lo que aprendieron muy bien de aquellos años los irakíes fue a aprovisionarse con abundancia en previsión de bombardeos u otras calamidades. Transcurridos dos años del cese del fuego con Irán, las tiendas de comestibles habían comenzado a ver de nuevo llenos sus estantes y almacenes. En previsión de nuevos conflictos armados, dada la afición belicosa de su líder, muchos habitantes irakíes se han dedicado pacientemente durante estos dos años a llenar sus despensas, acelerando dichas medidas de precaución desde el comienzo de la crisis. Pero en general la compra diaria había vuelto a ser un aspecto más de la rutina para la población. Pocos días después de la invasión de Kuwait, Sadam Husein recomendó a la pobla-215-

ción no acumular víveres en los hogares. Sin embargo, casi simultáneamente comenzaron a escasear ciertos productos, principalmente el pan y el azúcar. Y es que la acción contra Kuwait no pudo haber llegado en peor momento para la economía familiar irakí. Hay escasez de muchos productos, pero los vendedores no pueden especular con los precios ya que cada mañana varios equipos de funcionarios del Gobierno se dedican a establecer los precios oficiales para cada artículo. El Gobierno impuso unas medidas de racionamiento el primero de septiembre según las cuales cada irakí únicamente tiene derecho a recibir mensualmente seis kilos de harina, un kilo y medio de arroz, un kilo de azúcar, un litro de té y medio litro de aceite para cocinar. Las medidas restrictivas afectan también a la higiene personal, limitándose a una pastilla de jabón y a medio kilo de jabón en polvo la ración por habitante. Al mismo tiempo, se lanzó una campaña para promover entre la población el cultivo de cualquier parcela de terreno, por pequeña que fuera. El programa tuvo gran aceptación y los cálculos del Ministerio de Información hablaban de que el 98 % de los campos aprovechables estaban ya cultivados a mediados de octubre. Una primera impresión puede llevar al visitante al equívoco de que Irak no se resiente del embargo. Pero la realidad es muy diferente. Las colas ante las panaderías, principalmente, y ante las tiendas propiedad del Estado, en las que los precios son mucho más asequibles, forman parte ya habitual de Bagdad, como si de la capital de un país con economía socialista se tratara. En las panaderías se comienza a congregar gente desde las primeras luces del amanecer con la excusa de comprar el pan caliente y recién hecho, aunque hasta pocas semanas atrás, ésta no era precisamente una costumbre irakí. Al lado de las panaderías, los comercios de productos lácteos, en cambio, registraban una nula afluencia de público, ya que las existencias de leche fueron las primeras en desaparecer, lo que contrasta con la proliferación de selectos productos procedentes de Kuwait. La amenaza del contrabando de alimentos y de la inflación son dos factores de los que el Gobierno no quiere ni oír hablar. Mientras, ya se ha comenzado a tener noticias de entrada de productos de contrabando a través de las fronteras entre Irak y Turquía, así como entre Irak e Irán; el propio Gobierno se encarga de que estas actividades reciban la oportuna protección para que los productos lleguen a sus puntos de destino. En cuanto a la inflación, se estima que ésta tardará al menos un año para manifestarse, y para entonces, asegura el Gobierno, hay ya previsto un plan. En Bagdad el ambiente es más bien pesimista. La posibilidad de una inminente guerra ha dejado a la gente sin incentivos. Muchos habitan-216-

tes han abandonado la ciudad y se han trasladado al campo por temor a un masivo bombardeo de la capital. De esta forma, aproximadamente un tercio de los pequeños comercios de la ciudad están cerrados. Una gran parte de ellos pertenecía también a ciudadanos egipcios, que han regresado a su país; el resto son sucursales de compañías extranjeras, que han cerrado sus oficinas en el país, o comercios dedicados a la venta o reparación de productos importados. C o m o al país no llegan estos tipos de materiales, las tiendas se han visto obligadas a cerrar. Entre esta confusa y viciada vida que se respira en Bagdad, todavía se ve a alguien practicando el footing por sus calles. Vestidos con ropas deportivas de marca, esta especie forma una imagen pintoresca de Bagdad que choca con la austera calle, llena de muros, retratos de Sadam Husein y militares y policías. No se trata de irakíes, evidentemente, nada habituados a estas costumbres presuntamente sanas de la sociedad occidental, sino de rehenes o, como dirían los irakíes, «invitados». Obsesionados por mantener ocupada su mente, más que por mantener la forma física, los rehenes con más disponibilidad de movimientos salen cada día de sus hoteles de reclusión para ejercitar la mente haciendo footing por las calles de Bagdad. No todas, porque algunas de ellas están sometidas a fuertes controles militares, sobre todo las próximas a los edificios oficiales, y muchas otras todavía están ruinosas a causa de los bombardeos sufridos durante la guerra con Irán. Los rehenes extranjeros se convirtieron en la principal arma de Sadam Husein para detener a las fuerzas extranjeras. En Irak existe la convicción de que, gracias a ello, Kuwait se mantiene bajo poder irakí. La hipocresía del régimen de Bagdad de calificar como «invitados» a los ciudadanos extranjeros encrespó aún más los ánimos de los países occidentales cuando a finales de agosto el presidente Husein hizo su primera aparición por televisión rodeado de unos cuantos rehenes británicos durante 45 minutos. El niño de cinco años Stuart Lockwood saltó a la fama después de su aparición ante las cámaras al lado de Sadam H u sein por expreso deseo de éste. C o n su habitual amplia sonrisa y voz pausada, el presidente irakí se dirigió al desconcertado Stuart y le preguntó que había desayunado ese día. La intención de Sadam Husein fue demostrar su supuesta gran humanidad al mundo, aunque provocó efectos contrarios. Dos días más tarde el propio Sadam Husein decidió liberar a los 80 ciudadanos austríacos retenidos en Irak y una semana más tarde dejaba marchar a las mujeres y los niños. Los ciudadanos británicos, norteamericanos y franceses fueron ubicados en puntos estratégicos, considerados eventuales blancos en caso de un ataque a Irak, como medida disua-217-

soria. El resto de la comunidad se distribuyó en hoteles específicos en Bagdad, sometido a una estricta vigilancia. De esta forma Irak se aseguraba aún más tiempo para estudiar una nueva estrategia frente a la amenaza de un ataque norteamericano. La totalidad de los españoles y franceses tuvieron la suerte de ser favorecidos por una medida de gracia de Sadam Husein y pudieron abandonar Irak a mediados de octubre, al igual que unos cuantos británicos y algunos de otras nacionalidades. El final fue muy feliz para todos ellos, pero la situación de los casi 5.000 extranjeros restantes es angustiosa. Mientras ven con espanto c ó m o el tiempo se agota, son conscientes también de que la paciencia de los que deciden si debe o no haber guerra también llega a su tiempo límite. La incomunicación de norteamericanos y británicos es total y viven en lamentables condiciones. Se tiene constancia de que muchos de ellos sufren malos tratos y que algunos comienzan a padecer trastornos psicológicos derivados de su situación. Los que quedan en los hoteles son los que disfrutan de una vida mejor, dentro de las especiales circunstancias. Salvo los británicos residentes en las plantas 10, 11 y 12 del hotel Al-Mansour Meliá, controlado por un implacable dispositivo de seguridad, es fácil acceder a los demás. Todos procuran pasar el tiempo de la mejor forma posible, ocupando la mente. Las actividades deportivas y la lectura ayudan día a día a pasar, lentamente, eso sí, las horas. El aburrimiento, por razones obvias, y el pesimismo flotan en el ambiente. Muchos de los rehenes prefieren no hacer declaraciones, otros piden el anonimato. En definitiva, todos coinciden en que la guerra está a punto de estallar y en que sus Gobiernos se han olvidado de ellos. Para los rehenes, la aireada «benevolencia» y «humanidad» de Sadam Husein en favor de los extranjeros ha olvidado un detalle. Sus «huéspedes» o «invitados» deben afrontar sus gastos de estancia en el país. «¿ Cuándo se ha visto que un invitado tenga que pagarse su hospedaje?», reclamaba indignado un alemán que vive en el hotel Al-Rasheed desde hace siete semanas y que aprovecha para lanzar todo tipo de ataques contra el cinismo del Gobierno irakí. Sus tarjetas de crédito carecen de validez en Irak. Unas porque han sido expedidas en bancos kuwaitíes, otras porque están oficialmente «embargadas» como medida recíproca contra el embargo internacional. Las representaciones diplomáticas respectivas se han comprometido a hacerse cargo de los gastos de sus ciudadanos bajo un contrato de que estos abonarán los gastos una vez solucionada la crisis. A finales de agosto, Sadam Husein dirigió una carta abierta a las familias de los extranjeros «acogidos» por Irak. En ella se dejaba claro que - 218 -

«muchos de nuestros niños y de los vuestros serán huérfanos. Muchas de nuestras mujeres y de las vuestras serán viudas. Y muchos de nuestros hombres y de los vuestros morirán en cuanto empiece la guerra». Durante dos meses y medio Jordania fue de gran ayuda a Sadam H u sein, ya que es el único país que no se adhirió formalmente al embargo económico internacional contra Irak, su principal acreedor comercial. El puerto jordano de Aqaba, a orillas del mar Rojo, registró una actividad normal hasta que la alianza naval internacional decidió extremar sus medidas de intercepción. A través de Aqaba, Irak recibía tradicionalmente la parte más importante de sus importaciones. Y durante unas cuantas semanas más después del 6 de agosto, la fecha del embargo, continuó haciéndolo. Los 1.200 kilómetros que separan Aqaba de Bagdad fueron un continuo ir y venir de camiones que transportaban mercancía de todo tipo con destino a Irak, mientras Jordania aseguraba que cumplía con las órdenes de las Naciones Unidas. No sería hasta finales de octubre que Jordania anunciaría definitivamente el respeto de las sanciones contra Irak, aunque continuó adquiriendo petróleo irakí. Para Jordania fue una dura decisión. Las medidas de embargo contra Irak le suponen una factura anual multimillonaria y han colocado al reino hachemita al borde de la bancarrota, obligándole al mismo tiempo a prestar un apoyo casi incondicional a Sadam Husein, lo que no agradó nada a los que hasta el 2 de agosto habían sido sus amigos. Gracias al embargo, el país sufre la peor crisis económica de su historia y el rey Husein se ve sometido a fuertes presiones internas que ponen en serio peligro incluso su continuidad a causa del debilitamiento económico. Más del 25 % de las exportaciones jordanas antes del conflicto iban destinadas a los mercados de Irak y Kuwait, mientras que el 90 % del petróleo necesario para su consumo salía de los pozos irakíes, a un precio excepcionalmente favorable (16,4 dólares por barril), y casi todo el resto procedía de Kuwait. Los estudios realizados a principios de año preveían en Jordania una pérdida en la balanza comercial de sólo 77 millones de dólares en 1990, gracias en parte a una considerable mejora en las operaciones durante el primer semestre. El Gobierno jordano había iniciado a principios de verano una campaña para potenciar su excelente ubicación geográfica entre los inversores internacionales. Su objetivo era convertirse en el nuevo punto clave en Oriente Medio, papel que no ostentaba nadie en la región desde que el Líbano entrara en una interminable guerra civil. Las previsiones señalaban que el valor de las exportaciones realizadas por el creciente sector industrial jordano llegarían a la cifra récord de 900 millones de dólares en 1990 y que el valor de las inversiones al- 219 -

canzaría los 500 millones de dólares. En las actuales circunstancias se calcula que el déficit comercial jordano sobrepasará los 1.000 millones de dólares en 1990 y llegará a las 4.000 en 1991. El Producto Nacional Bruto jordano, que en 1989 alcanzó los 3.712 millones de dólares, descendió más de la mitad tres meses después de la invasión irakí a Kuwait, mientras que la prometedora actividad turística quedó igualmente paralizada por completo. C o n una deuda exterior de 8.300 millones de dólares, se calcula que las reservas del Banco Central de Jordania apenas llegan a la ridicula cantidad de 77 millones de dólares. Atenazada por las presiones internacionales, Jordania o p t ó por comprar petróleo a Arabia Saudí desde primeros de septiembre, disminuyendo así su dependencia con respecto al embargado crudo de Irak y en un intento de ganarse las simpatías internacionales. Riad se comprometió entonces a suministrar a A m m á n 35.000 barriles diarios de petróleo. Pero dicho acuerdo nunca llegó a confortar a Jordania, ya que tenía que pagar el barril según los precios del mercado internacional (31 dólares), cuando Irak se lo vendía a algo menos de la mitad. El resto del petróleo que consumía Jordania, pues, continuó comprándose a Irak pese a las órdenes de embargo que existían sobre el país de Sadam Husein. Pero con motivo de la celebración en la capital jordana de una conferencia de países pro irakíes, Riad aprovechó para cortar dicho suministro a modo de castigo contra el Gobierno jordano, y para presionarle para que cesara su apoyo a Bagdad. Jordania volvió a quebrantar oficialmente la orden de embargo contra Irak, única fuente capaz de saciar sus necesidades petroleras, aunque el resto del mundo lo considerara territorio prohibido. Jordania aprovechó para lanzar sus primeras llamadas internacionales de socorro. El duro golpe para la economía del país que supuso dicha noticia abrió definitivamente las puertas de una crisis que algunos calificaron como de tendente al suicidio colectivo. La opinión pública empezó a ver en el petróleo al más peligroso factor para acabar de convertir la delicada situación económica del país en una crisis sin precedentes. Los cupones de racionamiento del azúcar, la leche y el trigo, que habían entrado en vigor el día 1 de septiembre coincidiendo con medidas similares impuestas en Irak, pasaron a ser una mera anécdota. El Gobierno jordano no lo anunció oficialmente, pero decidió aceptar el petróleo que Irak ofreció gratis a lo países del Tercer Mundo, como «ayuda humanitaria» por los elevados precios que regían en el mercado a causa de la crisis derivada de la invasión de Kuwait. Jordania anunció, eso sí, que mientras no encontrara una nueva fuente alternativa de suministro, seguiría adquiriendo crudo a Irak para abastecer sus necesidades. -220-

La estrategia del Gobierno jordano para hacer frente a esta situación apenas se limitó a tomar medidas para reducir el consumo de energía implantando el fin de semana de dos días e imponiendo restrictivos horarios comerciales, lo que no satisfizo prácticamente a nadie. El país aún tiene frescos en la memoria los disturbios populares de abril de 1989, provocados por el aumento en los precios de los artículos de primera necesidad. Es por ello que en esta ocasión el Gobierno intenta controlar a la población dándole la información lo más suavemente posible. Un estallido popular podría acabar con el sistema y hacer tambalear las estructuras de la actual monarquía. La opinión pública jordana, si bien apoya sin reservas al presidente irakí, cree que las repercusiones políticas en Jordania del embargo contra Irak serán peores que las económicas. Aunque parece difícil que ello pueda ocurrir a corto plazo, no faltan los que lo creen posible de aquí a pocos meses. Además de sus ingresos derivados de la actividad comercial y turística, Jordania está dejando de percibir los 800 millones de dólares anuales procedentes de los emigrantes jordanos repartidos por diversos países del Golfo. De ellos, casi la totalidad de los 125.000 que se encontraban en Kuwait han regresado al país, lo que llevó en pocas semanas a doblar el índice de paro, agravando aún más la situación. La ayuda procedente de los países del Golfo dejó de llegar también. Kuwait aportaba anualmente a Jordania 135 millones de dólares, mientras que de los otros Estados llegaban 450 millones y de Irak, 50 millones. C o m o medida de presión por su apoyo a Bagdad, los países más próximos a Estados Unidos en el conflicto cortaron sus envíos monetarios a Jordania, que no ha recibido ninguna clase de ayuda árabe desde el estallido de la crisis. Diversos organismos oficiales jordanos realizan reiteradamente desesperados llamamientos internacionales para el envío de ayuda económica a Jordania, haciendo hincapié en que la acogida de alrededor de 900.000 refugiados procedentes de Kuwait supuso un gran coste para el país. Durante más de dos meses, Jordania fue el único punto posible a través del cual casi un millón de extranjeros residentes en Kuwait podían escapar de la ocupación irakí, en uno de los éxodos sin duda más importantes y patéticos de la historia. Mientras el resto de países limítrofes con Irak cerró sus fronteras, Jordania mantuvo abierto el paso de Al Ruweyshid, a través del cual comenzaron a cruzar ciudadanos egipcios y asiáticos, principalmente, a razón de una media diaria de 25.000. Cada uno tenía una historia diferente que contar, como cada uno tenía un nombre y un apellido diferentes a los del resto. C o n unas pocas -221

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pertenencias a cuestas pero con mucha tristeza, los ciudadanos extranjeros residentes en el invadido Kuwait no dudaron en abandonar el preciado emirato en cuanto penetraron las tropas irakíes, dejando tras de sí varios años de esfuerzo, un hogar, dinero y unas cómodas posiciones sociales que difícilmente hubieran conseguido nunca en sus naciones de origen. Para casi todos ellos salir de Kuwait supuso una de las más grandes humillaciones de sus vidas. Cabizbajos y pensando en su incierto futuro, la cara modelo de un repatriado procedente de Kuwait reflejaba desolación. Dos millones de egipcios, paquistaníes, blangladeshíes, srilanqueses, filipinos, indios y tailandeses, atraídos por la sed de desarrollo de un país recién creado y cuyo prometedor futuro ligado al petróleo casi aseguraba el bienestar de todo aquel que inmigrara, desembarcaron a mediados de los años 70 en Kuwait, al igual que lo hicieron muchos otros en los demás países del Golfo con idénticas perspectivas: Bahrein, Qatar y los Emiratos Árabes Unidos. Estos inmigrantes abandonaron sus lugares de origen con la vista puesta en una segura prosperidad, que d u r ó pocos años. Concretamente hasta la madrugada del 2 de agosto de 1990, cuando los tanques y soldados irakíes se encargaron de convertir los dulces sueños de los emigrantes en una larga y amarga pesadilla de la que difícilmente volverán a despertar jamás. La invasión irakí no les dejó prácticamente otra opción que regresar a sus países, que habían dejado años atrás por no encontrar en ellos oportunidades de trabajo. La comunidad extranjera residente en K u wait era mucho más numerosa que la autóctona, que llegaba escasamente al 40 %. En pocos años alcanzaron aquello que fueron buscando cuando desembarcaron en Kuwait. El sistema de ayudas sociales kuwaití, aunque algo discriminatorio para todo aquel que no hubiera nacido en el país, contemplaba la educación gratuita hasta los 14 años, así como asistencia médica al más alto nivel sin costo alguno y envidiables pagas por jubilación o por accidentes laborales. Pero todo eso quedó atrás para siempre en unas pocas horas. M u y pocos, por no decir nadie, se imaginaban que acabarían su hasta entonces nada arriesgada aventura kuwaití subidos a la plataforma de un camión de carga, huyendo tan sólo con la ropa puesta y recorriendo, en esas pobres condiciones, 2.000 kilómetros para llegar hasta un campamento de situación aún peor. Los más afortunados dentro de lo que cabe fueron los ciudadanos egipcios, quienes pudieron utilizar sus vehículos para viajar de vuelta a su país. Los asiáticos difícilmente perdonarán al Ejército irakí las calamidades por las que han tenido que pasar. -

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El Gobierno jordano improvisó seis campamentos para acoger a los refugiados: Azraq I y II, Sweillah, Andalus, Aqaba y los pabellones de la Feria Internacional de Ammán. En un principio fue imposible dar cabida a las 25.000 personas que cada día cruzaban la frontera y que se quedaban en Jordania a la espera de que sus gobiernos enviaran aviones para repatriarlos, por lo que en vanas ocasiones se cerró el punto fronterizo. A ambos lados de Al-Ruweyshid miles y miles de refugiados esperaban cobijo mientras pasaban las noches a la intemperie. La ayuda internacional c o m e n z ó a llegar, lo que mejoró notablemente las condiciones de los campamentos, en los que sin embargo la superpoblación, la suciedad y la falta de agua continuaron siendo los problemas más acuciantes. Se produjeron varias muertes y algunos brotes epidémicos de cólera y tifus. Entre los repatriados que esperaban con aburrimiento pero pacientemente su vuelta a casa se produjeron asimismo numerosos casos de enfermedades que requerían tratamiento psiquiátrico. Muchos padres de familia, ante las negras perspectivas de un incierto futuro a su vuelta a casa y con el recuerdo de haber trabajado tanto y durante tantos años en vano, sin la posibilidad de llevarse ni siquiera una pequeña parte de sus ahorros, entraron en crisis nerviosas y trastornos psicológicos importantes. Pero mientras unos pugnaban por salir, otros iniciaban la marcha en sentido contrario. Los repatriados más particulares fueron los palestinos. Al igual que hizo prácticamente la totalidad de la colonia extranjera de Kuwait, una gran parte de los 400.000 palestinos allí residentes salieron del emirato en cuanto entraron las tropas irakíes. Sin embargo, a los pocos días el presidente irakí dictó unas órdenes según las cuales ningún extranjero que hubiera salido de Kuwait después del 2 de agosto, salvo los palestinos, podía volver al emirato. Sadam Husein invitó a la comunidad palestina a ayudar a Irak en la repoblación de K u wait y prometió todo tipo de facilidades para reiniciar la vida en el ocupado emirato. En estas circunstancias, casi todos los palestinos decidieron volver a Kuwait tras haberse tomado «unos días de vacaciones» en Jordania con sus familias. La importante comunidad palestina residente en Kuwait ocupaba antes de la invasión uno de los estratos sociales más cómodos. Médicos, abogados, economistas y arquitectos formaban el grueso de la misma, aunque se quejaban de ser discriminados por los kuwaitíes. Ni los temores ante la inminencia de una posible guerra centralizada en Kuwait, ni las más que seguras represalias que pudieran producirse en el futuro contra el movimiento palestino de parte de los demás países árabes, frenó su marcha en sentido contrario a la de egipcios y asiáticos. - 223 -

Ellos, sin embargo, seguían con la esperanza de volver a su tierra y aseguraban que no cambiaban la soñada recuperación de Palestina por el paraíso kuwaití. «Aunque fuera yendo en camello a través del desierto, todos volveríamos a nuestra tierra si la lográramos recuperar», manifestó un palestino en Jordania mientras emprendía el rumbo de nuevo hacia K u wait, agradeciendo, eso sí, el gesto Sadam Husein. El magnetismo de Sadam Husein ha sido capaz de captar a los árabes más desfavorecidos, aunque la invasión de Kuwait, en el fondo, nada tenga que ver con ellos y hasta el momento les haya traído muchos más perjuicios que beneficios. Los palestinos, los primeros candidatos a apoyar a Sadam, no fallaron a las previsiones del rais. A u n que, por principio, siempre se han mostrado opuestos a cualquier tipo de ocupación por la fuerza de territorios ajenos, en la crisis del Golfo no han dudado ni por un momento en estar al lado de Sadam Husein. La excusa del líder irakí de que gracias a la resolución de la crisis de K u wait se acabará, al mismo tiempo, con la ocupación israelí de los territorios palestinos, ha servido para que la incursión de Irak en Kuwait recibiera el apoyo incondicional palestino, no sólo de sus dirigentes sino, más aún, del propio pueblo. La obstinación de Sadam Husein por hacer de su invasión de K u wait un hecho estrechamente vinculado a la ocupación israelí de los territorios palestinos le sirvió para ganar muchos adeptos, sobre todo entre la comunidad palestina, que identificó al presidente irakí con el gran líder que necesitaba el mundo árabe para la resolución de sus problemas. El latente antiamericanismo surgido del apoyo que tradicionalmente ha prestado Estados Unidos a Israel y que perjudica a la causa palestina, jugó una baza crucial en este aspecto. Ante los ojos de su pueblo y de una parte no despreciable de la opinión pública de la región, Sadam Husein es el salvador de la nación árabe. Coincidiendo con el estallido de la crisis del Golfo, se produjo un rebrote nada casual de la violencia, que tardará mucho tiempo en apagarse. Se puede afirmar sin ningún temor a error que Jordania es el país en el que su población apoya con más convicción a Sadam Husein a pesar del gran daño que implica el embargo económico. Nunca antes se había visto un nivel de movilización popular tan grande; durante la crisis del Golfo Pérsico, la vida en Jordania se llenó de continuas manifestaciones en favor del presidente irakí, y envío de alimentos y medicinas para el «hermano pueblo irakí». E l fervor por Irak es casi mayor que el que se siente por la propia Jordania. En A m m á n , el rey Husein y el presidente Sadam comparten las fachadas de los edificios y las lunas traseras de los vehículos en forma de cartel a todo color, mientras las banderas palesti-224

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nas ondean en los balcones bajo una brisa cargada de odio hacia cualquier cosa que huela a Israel y Estados Unidos. Prácticamente todos los jóvenes habitantes de los campos palestinos ubicados en Jordania reciben instrucción militar dos veces al día en el Ejército Popular. Algunas de sus dotaciones se encuentran ya en Irak para luchar junto a Sadam. Entre el resto de la población jordana, alrededor de 100.000 jóvenes se han alistado también en este cuerpo en un ambiente de plena euforia, mientras el resto de la población civil recibe cursillos de preparación para defenderse y sobrevivir a los efectos de una guerra. En definitiva, todo el país se encuentra presto a luchar en favor de Irak. La causa principal que garantiza el respaldo jordano a su rey es la identificación con el problema palestino, que a su vez se equipara con la misión que lleva a cabo Sadam Husein en Kuwait. La simpatía por Sadam y los «hermanos palestinos» pudo más que las desastrosas consecuencias para Jordania de una crisis económica que dejará profunda huella en la historia del país. Esta simpatía se traslada cada noche a la televisión jordana, que emite películas con argumentos sobre la guerra de Vietnam o las drogas y la delicuencia de la sociedad norteamericana para aleccionar a la población sobre los males de Occidente. El hecho de que el rey Husein de Jordania se haya decantado por la línea pro Sadam le ha hecho ganar la total confianza de su gente, más del 60 % de los cuales es de origen palestino. La ola de antiamericanismo que cada vez es más notable en Jordania encuentra en él y en Sadam Husein a sus principales líderes. La situación económica y geográfica de Jordania colocaron al reino hachemita en una de las situaciones políticas más delicadas desde el inicio de la crisis del Golfo Pérsico, lo cual obligó al rey Husein a erigirse, por propio interés, como uno de los pacificadores más activos del conflicto. La posición geográfica de Jordania no concedía demasiadas opciones de alineamiento a su monarca, que se decantó casi de inmediato por el lado contrario a Washington y más próximo a los intereses del pueblo árabe en general y de los palestinos en particular. Las especulaciones se orientaron de inmediato hacia una posible desaparición del mapa de Jordania, sobre todo teniendo en cuenta su actual debilidad económica. U n o de los principales temores de la población jordana en esta crisis se basa en la posibilidad de que una hipotética guerra entre Irak e Israel haga de Jordania el escenario perfecto de una batalla que acabaría con una segura redistribución política de la zona. El estallido de la crisis hizo decantar definitivamente a Jordania del lado de Irak y, por tanto, totalmente opuesto a Estados Unidos, principal avalador del enemigo Israel. Dado el poco apoyo que obtuvo Sadam -225

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Husein entre el resto de países árabes, la credibilidad del monarca jordano comenzó a decaer, incluso entre sus compatriotas. Pero su tenacidad y su deber con el pueblo palestino le mantuvieron siempre en lo más alto. Durante los 38 años de su fructífero mandato, ha conseguido que incluso en las adversas situaciones por las que atraviesa el país su imagen quede prácticamente ilesa, aunque todo ello se le puede volver en contra en cuanto la crisis económica comience a causar sus primeros estragos serios. Pero no todos los árabes han mostrado su apoyo a Sadam y algunos le consideran responsable de la incómoda situación de Kuwait así como del indiscutible cambio que experimentará la región. No sólo entre los países del Golfo, que sienten terriblemente amenazada su seguridad y prosperidad por el numeroso Ejército irakí, sino incluso una parte no despreciable de la comunidad palestina ha evidenciado sus más que notables divergencias con motivo de la crisis del Golfo. La mayor parte de los palestinos que se vieron obligados a volver a Jordania tras la invasión de Kuwait opinan que el pueblo palestino saldrá perdiendo de cualquier forma una vez concluida la crisis, pues consideran que si Sadam Husein sale victorioso será el nuevo amo de la región, mientras que si pierde, los amos serán Estados Unidos e Israel. Los palestinos contrarios a Sadam creen que si el presidente irakí actúa con total honestidad y está realmente interesado en contribuir a la solución de la causa palestina, se equivoca en su proceder invadiendo otro país. Las mismas voces claman por un cambio de liderazgo en la O L P , ya que estiman que los actuales dirigentes de la organización tienen pocas probabilidades de éxito ante la opinión internacional si en su pasado existen precedentes de haber apoyado a Sadam, contra quien está el mundo occidental, factor básico para llegar a un acuerdo sobre la cuestión palestina. Ha sido el miedo a un ataque israelí que implique la pérdida definitiva de cualquier territorio palestino lo que ha obligado a los palestinos a alinearse con Bagdad. Para los países árabes que han mostrado su oposición a Irak, la O L P ha apostado equivocadamente por Sadam Husein, y como sanción le ha retirado las ayudas económicas que hasta ahora venía recibiendo. Cuando todo acabe se da por seguro que estos mismos países (Egipto y Arabia Saudí como los de más peso) castigarán a la O L P . Los palestinos, eso sí, tienen la esperanza y casi la convicción de que Estados Unidos, influenciado por su nueva alianza árabe con los Estados del Golfo, cambie ligeramente de parecer en torno a la cuestión palestino-israelí. Si de algo ha servido a Sadam Husein su invasión ha sido para darse -

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a conocer a fondo en el mundo árabe e incentivar las ya de por sí profundas divisiones existentes. El odio que Sadam Husein fomentó dentro de su país y entre sus seguidores de fuera hacia la familia Al Sabah, cuyo emir rige los destinos de Kuwait, se dirigió también hacia el resto de países del Golfo. La atractiva retórica popular del líder irakí de que millones de musulmanes pobres necesitan desesperadamente los miles de millones de dólares que los líderes de los países ricos del Golfo invierten fuera del mundo árabe, le sirvió para ganar adeptos en algunos países, sobre todo en aquellos con escasos recursos. Sin duda, ellos identificaron al presidente irakí con ese líder armado a que alude el Corán para que reparta entre los pobres y los débiles las ganancias obtenidas en la guerra. Es de esta forma como el conflicto se transformó en una cuestión de ricos y pobres. Por un lado las ricas potencias occidentales, que desplegaron una enorme fuerza militar para defender a sus aún más ricos amigos del Golfo. Por otra parte, los menos agraciados (Sudán, Yemen, L i bia, Mauritania, Jordania y los palestinos), que mostraron su apoyo a Sadam Husein más por oportunismo que por convicción o apoyo real a la empresa que pretendía el presidente irakí. Egipto fue otro de los grandes perdedores de la crisis por ser la nación cuya comunidad residente en Kuwait e Irak era la más numerosa, y uno de los que más se opuso a la acción de Sadam. Más de medio millón de egipcios llegaron en pocas semanas de vuelta a su país, haciendo subir exageradamente el índice de desempleo. Las primeras pérdidas en la economía egipcia se calculan en 2.500 millones de dólares en un momento en que Egipto pugnaba por recuperar su papel de país árabe de mayor importancia comercial. Al contrario que los asiáticos, los egipcios se marcharon con pocas ganas de volver dadas las amargas experiencias que les hicieron pasar los soldados irakíes. Durante la guerra con Irán, dos millones de egipcios trabajaron en Irak para suplir a los irakíes que en aquellos momentos se encontraban en el frente, jugando así un importante papel en el funcionamiento de la economía irakí. Cuando el conflicto concluyó, el trato hacia ellos fue discriminatorio e inhumano; muchos de ellos incluso fueron asesinados sin motivo aparente. Ello explica el odio generalizado hacia Sadam Husein entre los egipcios. Mientras tanto, en las calles de Bagdad cada día se cierran más comercios propiedad de ciudadanos egipcios que abandonan Irak a causa de los malos tratos de que siguen siendo objeto. El pueblo egipcio se siente engañado por el pueblo irakí, por los malos tratos y por el propio Sadam, quien aseguró personalmente a - 227 -

Mubarak el 25 de julio a través de una llamada telefónica que el presidente no tenía intención alguna de emplear la fuerza contra Kuwait y que sus intenciones eran totalmente pacíficas. En Egipto se conoce bien a Sadam Husein y se tiene la convicción de que todos los movimientos de apoyo al líder irakí que tienen lugar en el mundo árabe están falseados. Para el egipcio medio, las violaciones irakíes en territorio kuwaití exceden todos los límites tolerables y lo único que han conseguido es avivar una crisis económica de la que se parecía estar saliendo. Para los egipcios, Sadam Husein ha errado en su forma de proceder y en vez de lograr la unidad árabe con su invasión de Kuwait lo que ha fomentado es precisamente la desunión a través de la amenaza a los demás países del Golfo, de quien Egipto es un aliado incondicional. Para los egipcios el alineamiento de su presidente Mubarak con Estados Unidos está más que justificado si se tiene en cuenta que es el segundo país del mundo (después de Israel) que más ayudas recibe de Washington. Estas excelentes relaciones económicas con Estados U n i dos propiciaron que Egipto fuera el primer país árabe en enviar contingentes a la zona, apenas unos días después de iniciada la crisis. Diversos factores ayudaron a que Egipto se inclinara del lado norteamericano sin miramientos. Primero, su rivalidad con Irak por ostentar el liderato de la región. Segundo, la condonación por el presidente Bush de una multimillonaria deuda egipcia (7.100 millones de dólares) en concepto de gastos militares. Por último, la brutal y solapada expulsión precedida de malos tratos que sufrieron los 350.000 egipcios que trabajaban en Kuwait. Egipto tiene una considerable ventaja sobre los demás países de la región, surgidos todos del colonialismo británico. Su caso es particularmente diferente al ser una nación cuyo nacionalismo histórico está muy por encima del resto. Su fuerte sentimiento nacionalista le convierte a la vez en el país menos débil y vulnerable de la región. Por ello, no han faltado quienes se han mostrado opuestos a la alianza con Estados Unidos. Los egipcios convienen en la necesidad de esta alianza al menos mientras no se resuelva la crisis, pero prefieren reforzarla a través de los países del Golfo. Existe el presentimiento generalizado entre el pueblo egipcio de que, tras esta crisis, el país va a salir notablemente reforzado y en una condición excelente para convertirse de nuevo en uno de los líderes de la región. Todo ello lleva a pensar muy seriamente a los dirigentes egipcios en la conveniencia de no aceptar los planes norteamericanos para establecer un sistema de seguridad regional. Ya antes de la revolución de 1952, que llevó al poder al carismático y entusiasta del nacionalismo árabe Nasser, la opinión egipcia había desaconsejado cual- 228 -

quier tipo de alianzas con otros países, algo que todavía sigue vigente hoy día. Nadie duda de la capacidad de Egipto para salir adelante; pero la oposición a Mubarak acusa al presidente de haberse enfrascado en una misión de la que Estados Unidos querrá sacar su beneficio a largo plazo, sin haber exigido suficientes cosas a cambio, y existe la preocupación de que el inicio de la guerra y el deterioro de la economía acabe por hacer desaparecer el apoyo del que ahora disfruta Hosni Mubarak. La crisis ha servido para revelar la profunda división existente entre las diversas comunidades árabes y para evidenciar muchos aspectos de la vida de la región que hasta ahora permanecían en el olvido voluntario. U n o de esos aspectos es la cuestión palestina. La insistencia de Sadam Husein en buscar conjuntamente una solución a su anexión de Kuwait y a la ocupación de los territorios palestinos por Israel ha originado un curioso doble juego que delata estas divisiones árabes. Los kuwaitíes que viven exiliados y los egipcios que tuvieron que salir de Kuwait por la puerta falsa no perdonan la actitud de los palestinos. Para los primeros representa un acto de cobardía y una forma nada acertada de expresar su gratitud a un país que les ha dado cobijo, les ha honrado y gracias al cual se han podido procurar un alto grado de bienestar social, cultural y material. Para los egipcios es una muestra más del egoísmo que caracteriza a los palestinos y sus relaciones con los demás, aunque sean «hermanos árabes». La opinión generalizada entre la población de los países que han mostrado su oposición a Sadam Husein en el conflicto es de rechazo hacia los palestinos y responden con poco más que el silencio a cualquier alusión sobre la causa palestina. Tal es el caso de los países ricos del Golfo, en donde el apoyo a Estados Unidos llegó hasta el punto de verse en la necesidad de solicitar su ayuda sin rubor alguno. A pesar de tener que soportar las críticas del resto de la comunidad árabe por permitir la «violación» de las tierras santas por tropas extranjeras y «sionistas», y del cuestionamiento sobre la legitimidad de los régimenes conservadores y tradicionales, los cinco miembros del Consejo de Cooperación del Golfo (Arabia Saudí, Bahrein, Emiratos Árabes Unidos, O m á n y Qatar) prefirieron asegurarse su independencia e integridad territorial ante la amenaza irakí llamando a los norteamericanos. Curiosamente, los que ahora son aliados de Estados Unidos mantienen las más estrictas normas de conducta dictadas por el Islam, que son apoyadas sin reservas por la población, incluso por el sector secular y hasta por los más liberales. La modernización de todos estos países derivada de los beneficios del petróleo a principios de los años 70 no al-229-

tero el fondo de sus sociedades. Ni siquiera de sus sistemas políticos, basados aún en las estructuras tribales de las relaciones con sus dirigentes, sin elecciones ni ningún otro tipo de expresión democrática. Pero el apoyo popular a la presencia de tropas extranjeras ha sido masivo. En Arabia Saudí, el país con más fuerzas destacadas en su territorio, el rey Fahd vio aumentar su prestigio en pocos días y su carisma salió fortalecido después de invitar a Estados Unidos a defender el territorio de la amenaza irakí. Ni las acusaciones de otros países árabes de haber faltado a su deber como guardián de los lugares sagrados ha impedido que los saudíes adquieran conciencia de la situación. Para ellos, la crisis les ha permitido comprobar cuáles son sus amigos de verdad y alegan que las únicas violaciones de la ley islámica las realiza Irak, abusando repetidamente de la debilidad de sus vecinos o despreciando cualquier respeto a los derechos humanos. Los saudíes creen que la mejor forma para devolver la estabilidad a la región no es únicamente liberar Kuwait sino acabar con Sadam H u sein y todo el sistema represor que gobierna en Irak. Para ello opinan que la ayuda occidental es básica. Existe el sentimiento generalizado de que, aunque Sadam caiga, la sociedad árabe va a resultar seriamente dañada. La tradición beduina de discutir en privado las diferencias particulares entre los miembros de una misma familia era la constante en las relaciones entre los países árabes. Desde el 2 de agosto ha quedado claro que ello va a ser muy difícil de que se vuelva a cumplir. Los airados ataques verbales que ha provocado la invasión de Kuwait entre diversos líderes árabes han abierto una nueva era en las relaciones entre unos países que hasta no hace mucho se decían hermanos y que hoy se odian a muerte. El instinto de supervivencia de países como los Emiratos Árabes Unidos o Arabia Saudí encaja a la perfección con los deseos de las potencias occidentales de asegurarse el suministro de petróleo a precios razonables. Después de varias décadas de relaciones llevadas en el más absoluto silencio y discreción por temor a herir susceptibilidades en otros países árabes y a represalias, esta simbiosis se ha visto delatada con motivo de la amenaza irakí y de la consecuente invitación formulada por el rey Fahd a las tropas norteamericanas. La alianza entre Estados Unidos y los países ricos de la región, especialmente Arabia Saudí, ha sido recíproca durante mucho tiempo y ha estado tradicionalmente basada en la necesidad saudí de protección militar y en la sed norteamericana de petróleo. Los saudíes se encuentran a sí mismos rodeados de potenciales enemigos y prefieren despreciar ahora a sus otrora aliados árabes, con quie-230-

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nes en los últimos años han preferido guardar las formas y mantener unas relaciones amistosas. La dureza de Riad no ha respetado siquiera la inferioridad de Jordania, a quien se le han cortado los suministros de crudo; ni a la O L P , especialmente a su líder, Yasser Arafat, a quien se tiene por un interlocutor no válido para la crisis del Golfo. Pero el fuerte conservadurismo saudí puede con todo lo demás. Los habitantes del país que domina la Península Arábiga aceptan más con expectación que con resignación el hecho de que las tropas norteamericanas se instalen en su territorio. En Arabia Saudí se admira a la vez que se teme a la cultura occidental y sus dirigentes no esconden su preocupación por la posibilidad de que la presencia de 300.000 soldados extranjeros pueda alterar el normal desarrollo de la vida del país. A su llegada a Arabia Saudí, soldados y periodistas extranjeros eran obsequiados con un pequeño manual en cuya portada rezaba la siguiente frase: «Bienvenidos a Arabia. Necesitamos su ayuda para preservar nuestra cultura», y en cuyas páginas se daban consejos para no actuar de forma ofensiva a las costumbres y sobre cómo comportarse ante la rígida policía religiosa. Para los países del Golfo, la presencia de tropas extranjeras, principalmente norteamericanas, es el mayor reto que hayan podido aceptar jamás pese a que les hace sentirse ahora mismo los países más seguros del mundo. Se encuentran en la inesperada posición de defender sus arraigadas creencias islámicas, así como sus medievales sistemas de gobierno de las posibles influencias que pueda ejercer un régimen como el norteamericano, considerado peligrosamente moderno. Las especulaciones de que los países de la zona van a sufrir importantes transformaciones después de la crisis del Golfo no dejan de preocupar a intelectuales de los diversos países. Para la convivencia mientras se desarrolla el conflicto se tomaron las precauciones oportunas, intentando mantener lo más apartado posible a los soldados norteamericanos de la población civil. Ahora los esfuerzos van encaminados en Arabia Saudí a intentar que la presencia militar extranjera no se prolongue demasiado tiempo una vez que se haya resuelto el problema de Kuwait, ya que ello podría traer una desestabilización interna (como podría ocurrir también en Egipto y en los Emiratos Árabes Unidos) de consecuencias imprevisibles. Se estima que cuanto más se prolongue la presencia de tropas norteamericanas en suelo saudí, más aumentarán las críticas nacionalistas y más se incentivarán los odios y se deteriorarán unas relaciones que tampoco conviene descuidar demasiado. En el fondo, los habitantes de los ricos países del Golfo no dejan de -231

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estar recelosos ante la rapidez y el entusiasmo puesto por Occidente para la defensa del ocupado Kuwait y de sus territorios. Aunque existe una cierta reticencia a querer reconocerlo, todos admiten por lo bajo que el petróleo tiene la culpa de todo, y coinciden en que ello puede obligar a que en un futuro no muy lejano cambie la actitud política de Estados Unidos y el resto del mundo occidental hacia la cuestión palestina. Aunque, por el momento, el tema no preocupa en el Golfo prácticamente a nadie que no sea palestino. Todos piensan únicamente en salvar a Kuwait de las garras de Sadam Husein.

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EL PRIMER A C T O R C o n su invasión de Kuwait, Sadam Husein ha logrado erigirse entre los árabes más desfavorecidos como el gran salvador, el auténtico y único padre posible de la Gran Nación Árabe. «Nosotros, en Irak, somos capaces deponer el cuello bajo los pies de los árabes si ello beneficia la causa, pero nunca permitiremos que un solo dedo extranjero nos pisotee. Todos nuestros principios deben ir orientados hacia la causa árabe. Todos nuestros esfuerzos, nuestra sangre y nuestra riqueza son para los árabes e incluso para el resto de la humanidad si ésta nos necesita.» Estas palabras forman parte de un discurso habitual de Sadam Husein ante sus ciudadanos. La entrada de sus tropas en un país en el que «había que acabar» con la opulencia y la ostentación de unos cuantos jeques y repartir los beneficios entre todos los estados árabes y sus continuas proclamas y llamamientos a la guerra santa le sirvieron además para ganarse a los adeptos más ingenuos y a la vez más necesitados de un líder, aunque en el fondo todo esto no haya sido más que una excusa para justificar su acción. «Tenemos un peso político muy importante en el mundo y debemos actuar de acuerdo a ello en todo lo que hacemos», es el pensamiento del presidente irakí sobre el papel de los países árabes, a los que sueña ver unidos, desde sus primeros años de formación intelectual, gracias a su esfuerzo. Durante sus 11 años de mandato, Sadam Husein ha tenido ocasión para darse a conocer entre su pueblo y para forzarle a que le adore. Pero nunca antes había tenido la gran oportunidad de mostrarse tal como es ante sus semejantes árabes de otros países. Es difícil que a estas alturas el propio Sadam esté satisfecho de los resultados obtenidos, aunque en su mente todo cabe. También habría que pensar que no está nada satisfecho con lo que ha sido su vida, cargada de misterio, intriga, violencia, armas, juegos sucios y, por encima de todo, una imagen exte-

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rior nada consecuente con su forma de ser pero que al menos le sirve para guardar las formas de una manera algo más que decente. La biografía de Sadam Husein está llena de acontecimientos poco formales, violentos y llenos de rebeldía. Su tendencia a saltarse las normas establecidas se comenzó a manifestar en él con cierta precocidad. El primer acto de rebeldía en su vida se produjo cuando tenía apenas ocho años de edad. Todavía no había recibido formación escolar alguna y supuestamente debía convertirse en agricultor, como el resto de su familia. Un primo suyo, Adnan Jairallah, fue el único que escuchó sus deseos de aprender a leer y escribir y de ir a la escuela. Sadam decidió una noche irse con Adnan. Mientras todos dormían, el pequeño Sadam dejó su lecho y se dirigió a su Takrit natal. Allí fue bien recibido por otros parientes lejanos que, al escuchar sus deseos de estudiar, enseguida aplaudieron su decisión y le mostraron su apoyo. Después de un año de colegio, Sadam se trasladó a Bagdad, en donde completó su educación hasta el nivel de bachillerato. A los 20 años de edad, en 1957, Sadam Husein entró a formar parte del partido Baas. Su primo Adhan Jairallah se convirtió en ministro de Defensa cuando Sadam llegó al poder. Todavía bajo el dominio del Imperio británico sobre lo que hoy es Irak, antigua Mesopotamia, el aún príncipe Faisal, uno de los primeros árabes que soñó con la creación de un mundo árabe mucho más allá de cualquier frontera, describió al pueblo irakí de la siguiente forma: «No hay pueblo irakí sino masas inimaginables de seres humanos, exentos de cualquier idea patriótica, llenos de tradiciones religiosas y de disparates, sin ningún lazo común de unión, haciendo caso a la maldad, propensos a la anarquía y permanentemente listos para rebelarse contra cualquier gobernante.» Habría de pasar algún tiempo todavía hasta que Sadam Husein llegara al poder, pero desde que lo hizo, en 1978, se encargó de fomentar entre su población las lapidarias palabras del príncipe Faisal. El Estado que heredó Sadam era, ciertamente, como sigue siéndolo hoy día cada vez de forma más evidente, un explosivo cóctel en el que convergen fuerzas incompatibles entre sí. Entre 1638 y 1918 estuvo sometido al dominio otomano y hasta 1932 no obtuvo su total independencia de la colonia británica. Irak se formó como tal después de la Primera Guerra Mundial, como resultado de la unión de tres provincias (Mosul, Bagdad y Basora) muy diferenciadas. Este cóctel no ha impedido que Sadam Husein pretenda ser el nuevo Hitler del siglo XX, el Hitler árabe, el Führer de los años 90. Desde el estallido de la crisis del Golfo como consecuencia de la invasión de Kuwait por el Ejército irakí, se ha intentado comparar repetida-234-

mente a Sadam Husein con Adolf Hitler. La analogía no es válida si se tiene en cuenta que el líder irakí carece del poder económico y militar del que disponía el Fürher. En cualquier caso, no se puede negar que sus pretensiones tiene algo de hitlerianas. Ello no extraña sabiendo que entre las décadas de 1930 y 1940 llegaron a Irak nociones germanas sobre, por ejemplo, cómo diferenciar a una persona árabe de una no árabe para perpetuar la raza. El sueño de este Hitler árabe es conquistar la hegemonía sobre la importante región de Oriente Medio y así convertirse en el líder árabe del siglo xx, al tiempo que hace de su país una gran potencia a escala mundial. No contento con eso, y espoleado por su avaricia y sed de conquista, la madrugada del 2 de agosto de 1990, el Ejército irakí invadió el pequeño emirato de Kuwait, su más vulnerable mundo. Se dice que en tiempos de guerra es cuando Sadam Husein muestra con más energía su carácter y poder. Lo que está claro es que, al igual que el líder alemán, Sadam Husein es propenso a saltarse el protocolo siempre que le venga en gana. Pero una cosa muy diferente es saltarse el protocolo internacional, que provoca situaciones como la derivada de la invasión de Kuwait, y otras saltarse el protocolo personal, a lo cual cada vez es menos adicto. Tradicionalmente han constituido un buen elemento para su propaganda personal entre sus ciudadanos las salidas de Sadam de la regla. Siempre con una amplia sonrisa en la cara y extendiendo las manos como un hombre de paz, el líder irakí acostumbraba deshacerse de sus servicios de seguridad y pasearse por los barrios para hablar con la gente y conocer sus problemas. Cuentan que una mañana llamó a una puerta y pidió entrar a desayunar con la familia tras identificarse. Los anfitriones se sintieron azorados al no poder ofrecer al presidente más que algunos bollos del día anterior y un poco de mantequilla. «No importa, sólo quiero desayunar como lo hacen ustedes cada día», dijo Sadam. La familia expuso sus necesidades al presidente y al día siguiente un camión llevó provisiones para todo el barrio. Aunque el presidente no acabó con el verdadero problema de esta humilde gente, que a buen seguro hubiera preferido otra solución menos perecedera, la anécdota ocupó las primeras páginas de los diarios y la popularidad de Sadam se elevó como la espuma. Pero aquello sólo solía ocurrir en los primeros años de mandato. Poco a poco los servicios de seguridad y la guerra con Irán desaconsejaron al presidente seguir la misma táctica, si bien el principal de sus objetivos, la popularidad, se había cumplido. Sadam Husein tiene la convicción de que siendo como es, el único líder árabe que protege el mensaje de Mahoma y se encarga de llevarlo - 235 -

al pueblo, Alá le protegerá a él y a todo su pueblo y mirará por sus intereses. Eso es al menos lo que repite ante sus ciudadanos, aunque su vida no se caracterice precisamente por un fervor religioso exagerado. El partido Baas ha destacado siempre la importancia del laicismo, si bien reconoce que vive en una sociedad tremendamente religiosa. Aunque uno de sus estudiados argumentos principales en la conquista de K u wait es el religioso, sin duda para obtener mayor respaldo popular entre la mayoría suní de Irak, el presidente nunca ha mostrado especial interés por hacer del Islam su norte. Por si fuera poco, siempre ha sido reticente a otorgar demasiado poder a los musulmanes dentro de su equipo, por temor a una sublevación apoyada popularmente. El Islam, dividido en chiítas, suníes y varias sectas fundamentalistas más, es visto como una seria amenaza desde el palacio presidencial para la estabilidad del líder irakí. Empezando por el ministro de Asuntos Exteriores, Tareq A z i z , uno de los hombres de mayor confianza de Sadam y que es de religión católica, hasta los miembros del servicio doméstico personal del presidente, que son todos cristianos, muy pocas personas que tengan continuo contacto con él son musulmanas. A pesar de ello, Sadam Husein sabe que no puede pretender obtener no ya el apoyo árabe generalizado, sino ni siquiera el apoyo de su pueblo, si no utiliza el Islam. Los llamamientos realizados a través de la televisión por el presidente a todos los musulmanes del mundo desde la invasión de Kuwait, tenían como punto central la guerra santa y aludían a la violación de las ciudades sagradas de La Meca y Medina (en Arabia Saudí) por las tropas occidentales allí destacadas bajo el consentimiento del rey Fahd y enviadas a luchar en contra de Irak. No cabe duda, pues, de que Sadam se erigió repentinamente como defensor de los países pobres, no sólo árabes sino también del Tercer Mundo. Supo jugar esa baza para ganarse el apoyo de algunos, aunque consiguió un dudoso éxito incluso en su propio terreno. Es difícil dilucidar si los ciudadanos irakíes apoyan a su presidente tanto como aparentan, o si detrás de su adoración por el que se muestra como indiscutible héroe de la nación árabe se esconde el temor hacia el enorme dispositivo represor que dirige el propio Sadam Husein. La historia política irakí ha estado marcada por la violencia desde la independencia de 1932. Asesinatos, golpes de Estado y dimisiones han sido la constante durante todo este tiempo. Aunque las rivalidades y los odios derivados de la ambición por el poder continuaron, la violenta revolución nacionalista árabe y de tendencia izquierdista de 1958 marcó el inicio del Nuevo Irak, que acabó por la fuerza con las minorías de una vez para siempre. -236-

Los primeros en sufrir en sus propias carnes las exigencias del nuevo orden que iba a regir los violentos destinos del país fueron los miembros de la monarquía hachemita que gobernaba entonces. Una implacable matanza acabó con toda la familia, mientras el mutilado cadáver del entonces rey, Faisal II, era paseado por las calles de Bagdad. Pero ello fue sólo una caricatura de lo que esperaba al país 10 años más tarde hasta la actualidad, cuando el partido Baas (Renacimiento) comenzara a gobernar por decreto tras un golpe militar en julio de 1968 con la excusa de implantar una democracia. Ahmed Hassan Al Bakr se hizo con el poder, siendo su mano derecha Sadam Husein. El partido Baas, de ideología fundamentalmente panárabe y seglar, tiene diversas ramificaciones en todo el mundo árabe. La facción que gobierna en Irak está formada por suníes convertidos a la política, dicen algunos que de mediocre formación. La ideología del partido fue formulada por un cristiano, Michel Aflaq, pero coincide con el fundamentalismo islámico en la necesidad de establecer un orden árabe exento de fronteras artificiales y unido contra Occidente. Desde sus inicios, el tándem Bakr-Husein se t o p ó con numerosos oponentes. Las sospechas sobre posibles confabulaciones internas llevaron, primero a Al Bakr y después a Husein, a realizar masivas purgas y ejecuciones de ministros, sentando así temibles precedentes para todo aquel que osara levantar la voz en el futuro. La violencia de los gobernantes del partido, todos ellos pertenecientes a la minoría suní —sólo un 20 % de la población irakí— tiene su origen en su obsesión histórica por no ser discriminados con respecto a los kurdos y los chiítas. Él mismo participó en un intento de asesinato del que era entonces presidente de Irak, A d u l Karim Kassem. Una de las leyendas más heroicas que se cuentan de la vida de Sadam es que en aquella ocasión su misión no era la de disparar contra el presidente sino la de actuar de encubridor y ayudar a huir a los otros cuatro miembros de la banda. Pero cegado por la oportunidad que le habían ofrecido y el honor que para él suponía participar en el complot, Sadam Husein utilizó un arma que guardaba desde hacía años en su casa. Kassem no murió en el atentado, pero Sadam Husein fue herido en su pierna izquierda por los disparos de la guardia de seguridad del presidente. La historia de su huida a Siria (posteriormente el exilio continuaría en Egipto) con la pierna herida es la heroicidad de Sadam más pregonada y conocida ya por todos los irakíes. En la actualidad la pierna del presidente se resiente de aquella herida de bala, que t a r d ó demasiado tiempo en recibir atención médica. Aunque se esfuerza en disimularlo, Sadam Husein camina cada vez más cojo. -

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C o n el paso de los años, Sadam Husein se ha convertido en un experto de las ejecuciones y confesiones públicas. El culto a la personalidad del líder, el maestro, aquel que todo lo sabe y todo lo ve, que rige en el partido Baas, ha hecho justificable el rígido autoritarismo, la severa represión y, en definitiva, la maquinaria de terror que tiene atemorizada a la población. En Irak la situación es compleja. Miles de niños nacidos después del 2 de agosto han sido bautizados con el nombre de Sadam («el luchador que aguanta firme»). En los balcones de las casas ondean las banderas irakí y palestina. Los retratos de Sadam Husein vestido con los atuendos más insospechados adornan las calles, las plazas, los parques y los edificios públicos. La represión llega a todos los niveles. Nadie se atreve a enfrentarse con Sadam Husein. Irak evoca inevitablemente la novela 1984, de George Orwell, en la que el Gran Hermano controla a cada individuo. Como en la novela, los 18 millones de irakíes se encuentran sometidos a una fuerte presión fomentada desde arriba por el terror. Es como si Sadam Husein se hubiera inspirado en dicha novela para dirigir su país. En la capital irakí, como en todo Irak, Sadam Husein domina la vida cotidiana. El hecho de que cada uno de los ladrillos de la recientemente reconstruida Babilonia lleve grabadas en el margen inferior derecho las iniciales S.H. no deja de ser pura anécdota comparado con la proliferación de su imagen, vestido de todas las formas posibles, que domina el paisaje urbano de Bagdad así como las primeras páginas de todos los diarios y buena parte de los informativos televisivos. La totalidad de los retratos distribuidos en las calles de Bagdad ofrecen la imagen del «hombre de paz» y único líder capaz de llevar a Irak a ser la «luz brillante» de Oriente Medio. El Ejército de voluntarios está formado, oficialmente, por ocho millones de personas, desde los 15 años (oficialmente desde los 18) hasta los 70 (oficialmente hasta los 45). Cuando hablan, sólo es para destacar las excelencias de Sadam Husein y su régimen. Los dos hijos varones del presidente irakí pertenecen al cuerpo de voluntarios y sus opiniones reflejan la de sus compañeros: «Todo irakí debe ser entrenado y preparado» para la guerra. El Ejército popular irakí, en el que también tienen cabida las mujeres desde el mismo momento de su formación, tiene mucha más importancia para el país de la que inicialmente pueda pensarse, ya que está considerado como la fuerza de apoyo del Ejército oficial y desempeña las tareas domésticas en tiempos de guerra. El Ejército popular fue creado en 1970 por el partido Baas para mantener al país a salvo de los peligros que le amenazaban y para neutra- 238 -

lizar la habilidad de Israel para movilizar miles de civiles en pocas horas. El entrenamiento es muy rígido con el fin de mantener al cuerpo de voluntarios capacitado para defender el país en caso de que el Ejército profesional tenga que actuar fuera. En los últimos meses los voluntarios irakíes han recibido especial adiestramiento en el uso de armas químicas y en la forma de protegerse de sus efectos, además de los entrenamientos habituales, centrados en el manejo de todo tipo de artillería, tanques y baterías antiaéreas. La importancia del Ejército popular ha sido frecuentemente resaltada por el presidente Husein, quien les recuerda a sus integrantes repetidamente lo siguiente: «Todos nosotros somos hijos de una gran provincia llamada Irak, y cuando prestemos nuestros servicios debemos aceptar cualquier responsabilidad que se nos encomiende. También somos hijos de una provincia mucho más grande que Irak, la nación árabe. Cuando nuestro deber nacional nos llame, debemos acudir y responder en cualquier parte de esta nación.» El fervor por Sadam Husein entre los miembros de Ejército de voluntarios y la total identificación con sus palabras es absoluto. Aunque algo lleva inevitablemente a sospechar que todo esto no sólo es ficticio, sino incluso forzado: la fuerte presencia policial en las zonas urbanas y rurales de todo el país obliga a pensar que los voluntarios del Ejército popular no son tales. Si Irak fuera un país que pudiera destacar por su tradición democrática y liberal, uno no dudaría de la devoción que tiene la población hacia su líder. Pero la policía secreta, Mohabarat, invita a pensar todo lo contrario. La muestra más reciente del rígido control que Sadam Husein ostenta sobre todos las órdenes de la vida política de su país se produjo a finales del mes de octubre. La noticia que más alarma y sobresalto produjo entre la población irakí fue la del racionamiento de la gasolina para uso privado, un hecho que ni siquiera durante los ocho años de guerra con Irán tuvo lugar. El ministro del Petróleo irakí, Issam Abdul-Rahim Al-Chalabi, que dio a conocer la medida, reconoció simultáneamente que el embargo económico contra Irak estaba afectando la economía del país. Aunque Irak dispone sobradamente de todo el petróleo que necesita (es el segundo país con mayores reservas reconocidas del mundo), se encontró con que carecía de los productos químicos y aditivos necesarios para el proceso de refinamiento del crudo a causa del embargo. Al mismo tiempo se informó que el Ejército y los vehículos oficiales del Gobierno se verían exentos de dichas medidas restrictivas. Lo impopular de la medida, y el riesgo que implicaba para la posición de Sadam Husein, llevó al presidente a cortar el problema de raíz, reins-

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taurando la venta libre de combustibles y relevando de su cargo al ministro del Petróleo, el cual, sin duda, había actuado bajo mandato presidencial. Los expertos aseguran que, pese a todo, Sadam Husein deberá ceder ante la realidad y volverá a racionar la gasolina en breve. Anteriormente, eso sí, se habrá encargado de disfrazar la noticia para que ésta se presente como algo muy beneficioso para la población. Sadam Husein se obstina en repetir que él sólo busca la unidad árabe y que ésta no puede ser posible si los países están divididos. «Es como si el resto de los países árabes no reconociera el valor y la realidad de los cambios que implica la revolución irakí y la psicología del ciudadano irakí», afirmó en una ocasión, antes del 2 de agosto, el presidente Sadam. Para él, «es posible una alianza con Estados Unidos, pero siempre que este país deje de explotar nuestra región y cese en su apoyo al sionismo». Engañados bajo la premisa de que la invasión de Kuwait va a acabar con todas las privaciones sufridas hasta ahora y que supone la unión definitiva del mundo árabe, los irakíes confían en su presidente no sin pocas objeciones y sometidos a una fuerte presión. Durante sus once años de mandato, el incombustible espíritu bélico de Sadam ha dominado la vida del país, gracias a lo cual se ha podido reclutar por la fuerza a toda la población como incondicional en favor de su cruzada y hacer ver la conveniencia de la invasión de Kuwait. En estas circunstancias, parece difícil que Sadam vaya a encontrar oposición alguna en su país, aunque una de las esperanzas de Occidente es que el embargo económico contra Irak mine lo suficiente como para provocar un golpe interno que suponga el relevo del dictador. Los servicios de inteligencia norteamericanos detectaron a finales de octubre cierto malestar entre algunos miembros destacados del Ejército irakí y confían en que a la larga ello sirva para hacer caer a Sadam. Pero todo depende de cómo puedan ser controlados desde arriba los efectos de las sanciones económicas, que ya se han comenzado a notar en Irak. Está por ver si la población, espoleada por la escasez y el hambre, se levanta o no contra Sadam y si éste es capaz de reprimirla. Muchos irakíes muestran su contrariedad ante la invasión de Kuwait, pero no pueden alzar la voz. Están convencidos de que, a la larga, Sadam Husein acabará aceptando su error, aunque disfrazará su capitulación de forma que pueda seguir disfrutando del apoyo forzado de sus compatriotas y que le evite cualquier sobresalto a su máquina de poder. Nadie que se haya enfrentado hastr ahora a Sadam Husein y al partido Baas ha tenido la dicha de poder explicar sus experiencias. El aparato represor se ha encargado de eliminarlo, consiguiendo que el pueblo le apoye atemorizado. El código penal irakí contiene nada menos que -240-

50 cláusulas por las cuales una persona «merece» la horca. Las medidas de seguridad en torno al presidente son extremas: cambia su programa tres o cuatro veces al día y raramente habita dos veces seguidas en el mismo palacio. La oposición política a Sadam está muy fragmentada. Kurdos, integristas islámicos, comunistas y nacionalistas forman en el exilio sirio un peculiar mosaico que hace casi imposible pensar en una unión entre ellos, ni siquiera para lograr el objetivo c o m ú n de derrocar a Sadam. Aprovechando la crisis del Golfo, no obstante, su organización ha ganado consistencia, ante lo que para ellos es el seguro fin de Sadam Husein. El presidente irakí, por su parte, se ve a sí mismo ostentando el poder con seguridad y por unos cuantos años más y desprecia la amenazadora coalición formada en su contra. Es difícil predecir cuál será la reacción popular a un ataque extranjero contra Irak, pero las cosas no quedarán igual, a tenor de lo que se cuece y a pesar de la represión. Por ejemplo, se da por seguro que los kurdos acabarán levantándose para pedir cierta autonomía y hasta una nación propia. En el otro lado se encuentra la mayoría chiíta, que también podría plantear sus reivindicaciones apoyada sin duda por sus semejantes iraníes. Turquía podría presionar con sus demandas sobre la provincia de Mosul y hasta Siria podría considerar la opción de respaldar la instauración en Bagdad de una facción del partido Baas (que gobierna también en Damasco) que le fuera favorable. En cierta ocasión, Sadam Husein dijo lo siguiente ante un congreso del partido Baas: «Lucharé para ser una llama entre muchas, al margen de cuánto más pueda yo brillar, y una espada entre muchas, no la única.» En una entrevista, a principios de su mandato presidencial, Sadam Husein admitió soñar desde siempre con llegar a ser como los dos héroes más famosos de la historia de Irak: N a b u c o d ò n o s o r y Saladino. «Es un honor para cualquier ser humano aspirar a ello.» No es una casualidad de la historia que Takrit, la ciudad natal de Sadam Husein, haya pasado en pocos años de ser un centro artesanal y cuyos ingresos procedían de la agricultura a ser uno de los principales centros de fabricación de armas y una ciudad de importante actividad política. Todo invita a pensar, sin demasiados esfuerzos, que Sadam Husein busca desempeñar un papel fundamental en los problemas del mundo, lo que pasaría por convertir antes a Irak en una gran potencia. Sadam Husein parece estar dispuesto a conseguirlo, cualquiera que sea su precio.

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El presidente irakí Sadam Husein, con uniforme militar. Entre los 99 nombres de su culto personal figura el de «victorioso».

Arriba, soldados norteamericanos hacen cola para utilizar un teléfono público junto a una mujer saudí vestida con el rigor de las normas coránicas. El choque cultural provoca temores a los saudíes. 12 de octubre. Abajo, refugiados asiáticos procedentes de Kuwait, en un campamento jordano, en la tierra de nadie que se extiende junto a la frontera con Irak. 30 de septiembre.

Soldados británicos de la 7 Brigada Acorazada, conocidos como las Ratas del Desierto, toman té junto a un grupo de camellos. 26 de octubre.

Arriba, soldados norteamericanos hacen cola para utilizar un teléfono público junto a una mujer saudí vestida con el rigor de las normas coránicas. El choque cultural provoca temores a los saudíes. 12 de octubre. Abajo, refugiados asiáticos procedentes de Kuwait, en un campamento jordano, en la tierra de nadie que se extiende junto a la frontera con Irak. 30 de septiembre.

Soldados británicos de la 7 Brigada Acorazada, conocidos como las Ratas del Desierto, toman té junto a un grupo de camellos. 26 de octubre.

Soldados voluntarios del Ejército de los Emiratos Árabes Unidos oran a Alá en la cere monia de su graduación, en la hora de la oración, cerca de Abu Dabi. 2 de septiembre.

El presidente Bush ha hecho del teléfono su principal arma. Desde su refugio familiar en Maine, conectó ya en el primer momento con dirigentes de todo el mundo. 17 de agosto.

El presidente Georges Bush recibe en la oficina oval de la Casa Blanca, al ministro saudí de Exteriores, Saud al Feisal, el 9 de octubre.

Arriba, un refugiado indio procedente de Kuwait en un campo de refugiados de Jordania, cerca de Ruwaishad. 27 de septiembre. Abajo, un soldado norteamericano de la 41 batería artillera de Fort Benning, Georgia, se ajusta sus anteojos protectores en el desierto. 2 de septiembre.

Tropas libanesas prosirias escoltan a los familiares del derrotado general proirakí Michel Aún hacia el Aeropuerto de Beirut. 19 de octubre.

Arriba, un oficial de mantenimiento revisa los proyectiles de 16 pulgadas almacenados en «algún lugar de Arabia Saudí». 7 de septiembre. Abajo, el ministro de Defensa británico, Tom King, inspecciona una batería de 30 mm de la fragata Battleaxe durante su visita al Golfo el 29 de agosto.

LIBRO III

L A G U E R R A N O ESTÁ T A N LEJOS

'"' Adrián Mac Liman. 46 años, fue el primer corresponsal de El País en Estados Unidos. Ha trabajado en ANSA (Italia), AMEX (México) y Gráfica (EEUU). Colaborador de Informaciones y de la revista Cambio 16, miembro del primer equipo de redacción de Diario 16, fue corresponsal de guerra en Chipre (1974), testigo de la caída del sha de Irán (1978) y enviado especial de La Vanguardia durante la invasión de Líbano por las tropas israelíes (1982). Residió en Jerusalcn desde diciembre de 1987 hasta julio de 1989 como corresponsal del semanario El Independiente. En abril de 1990 se incorporó a la redacción de Interviú. Es autor del libro Crónicas palestinas editado en esta misma colección.

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DE LA AMISTAD TRADICIONAL A LA L E A L T A D T O T A L En Europa soplaban vientos de cambio. Pero allá lejos, en Oriente, se preparaba una nueva guerra. Una guerra fratricida, capaz de desembocar en una conflagración planetaria. Todo fue tan rápido, tan inesperado... Hacia mediados de 1989, una oleada de refugiados de Alemania oriental invadió las representaciones diplomáticas de la R E A en Varsovia, Praga y Budapest. En pocas semanas, el número de prófugos ascendió a varios millares. Las embajadas empezaron a expedir pasaportes, centenares, miles de pasaportes a los ciudadanos de la República Democrática, quienes, acogiéndose a la normativa que les garantizaba la concesión automática de la nacionalidad germana por parte de las autoridades de Bonn, se apresuraban a reclamar el estatuto de alemán de «pleno derecho». ¿Quién hubiese podido imaginar, en aquellos días de agosto de 1989, que la llamada «crisis de los refugiados» iba a precipitar la caída del muro de Berlín y el raudo desmantelamiento de los regímenes comunistas de Europa del Este? ¿Quién hubiese podido imaginar, durante las eufóricas jornadas de noviembre y diciembre de aquel año, que los cambios registrados en el Viejo Continente iban a repercutir de manera tan dramática e inmediata sobre el polvorín de Oriente Medio? En realidad, los políticos europeos pecaban por soberbia: hacía más de diez años que el exsecretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger, había lanzado la advertencia: «El conflicto Este-Oeste acabará convirtiéndose, tarde o temprano, en enfriamiento Norte-Sur.» Pero el embrionario diálogo entre países industrializados y naciones del Tercer Mundo, iniciado en la segunda mitad de la década de los 70, quedó en el tercer plano en la primavera de 1979, después de la caída del sha de Persia y el comienzo de la revolución islámica de Jomeini. - 245 -

Los preparativos de la primera confrontación Norte-Sur se remontan al mes de octubre de 1988. Tras el final de la guerra del Golfo, el presidente irakí, Sadam Husein, decidió la puesta en marcha de otro operativo, un proyecto ambicioso, que pretendía convertir el Oriente Medio, la región del petróleo, en la tercera potencia mundial. No se trataba de una opción inédita; su rival, el imán Jomeini, hubiese podido reclamar la autoría de esa opción. Porque, en definitiva, el hombre fuerte de Bagdad se había fijado la misma meta que el ayatola, partidario de la unificación del petróleo como arma contra los intereses de Occidente y de la solución del problema palestino mediante la destrucción total del Estado de Israel. Sadam Husein aprovechó la desaparición de los bloques, de los antagonismos ideológicos entre el Este y el Oeste, para llevar a cabo su propia guerra: su estrategia se basaba en un duelo entre árabes pobres y árabes ricos. ¿Enfrentamiento meramente económico o conflicto ideológico, que opone el concepto de «nacionalismo árabe» del partido Baas a las pragmáticas alianzas de los emires y los jeques con Occidente? H o y por hoy, la respuesta parece difícil. Lo cierto es que los primeros indicios de la maquinación de Sadam pasaron inadvertidos: en Europa soplaban vientos de cambio. Dos meses y medio después de la invasión de Kuwait, el presidente del Gobierno español, Felipe González, confesaba públicamente: «Lo de Sadam Husein nos ha aguado la fiesta.»

El broker de Marbella La presencia española en los países de Oriente Medio y del Golfo Pérsico se caracteriza, en la mayoría de los casos, por la «espontaneidad» de las relaciones comerciales, derivada de la falta de visión política de las autoridades de Madrid. Así pues, a finales de la década de los 70, España e Irán firmaron un acuerdo comercial que preconizaba un espectacular incremento de las importaciones de crudos. El petróleo iraní debía representar alrededor del 21 por ciento del total de los suministros. Pocos meses después de la firma del convenio, el sha fue derrocado por los seguidores de Jomeini. Y, ante el incumplimiento por parte de la recién proclamada República Islámica de los compromisos contraídos por el emperador, España tuvo que dirigirse a México y Arabia Saudí para paliar la escasez de petróleo.

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Noviembre de 1973. «Prego, signore, prego...» Los técnicos italianos se han apoderado de los salones del hotel Palace de Teherán. Es un lugar de paso; los recién llegados pernoctarán aquí antes de trasladarse a Abadán. Los que llevan más de seis meses fuera de sus hogares partirán dentro de unas horas rumbo a Italia. En pocos años, los italianos se han convertido, junto con los británicos y los norteamericanos, en la «mano de obra cualificada» de los gigantescos yacimientos petrolíferos de la región del Golfo. Los técnicos hablan de las múltiples ventajas fiscales y arancelarias de las que gozan los profesionales extranjeros. Sí, el sha es magnánimo: la economía de su país depende de la presencia de esos expatriados, emigrantes de lujo que trabajan seis meses al año y perciben sueldos astronómicos. De hecho, la mayoría de los ingenieros iraníes especializados en la explotación de los yacimientos de «oro negro» reside en el extranjero. «Los muchachos se van a estudiar fuera, descubren que la gente lleva una vida completamente distinta de la de aquí, que en Occidente hay más libertad. Luego vuelven y comparan. Luego... mis hijos viven en California, ¿sabe?», confiesa la enjoyada guía del Ministerio de Asuntos Exteriores. —¿De dónde es usted? —pregunta. —De España. —¿Dónde queda España? —En Europa. Entre Francia y Portugal. —¿En España se habla inglés? — N o , español. —¿Tienen mucho petróleo? — N o , nosotros no somos productores, sino importadores de crudos. —O sea, que viene de un país pobre. ¿Cómo es que tiene dinero para viajar? En la mesa de al lado se habla de exenciones. «Pues mire, con el sueldo de dos meses podrá comprarse un Alfa Romeo. Aquí son más baratos que en Italia. Además, el transporte es gratuito. Le entregarán el coche en Nápoles...»

A mediados de 1990, los intercambios comerciales con los países de Oriente Medio arrojaban un fuerte déficit para España. Ello se debe, sobre todo, al relativamente escaso conocimiento de los mercados, aunque también a la falta de competividad de las exportaciones. «Los españoles son muy impacientes; conocen la mentalidad de los latinoamericanos, que les resulta mucho más cercana, pero difícilmente se amoldan a la nuestra. -247-

Es una pena, pues la verdad es que nos parecemos mucho.» Esto afirman los hombres de negocios de Bagdad o Ammán. En los últimos veinte años, las relaciones entre España e Irak pasaron por varias etapas. En la década de los 70, los irakíes hicieron varios pedidos a los astilleros españoles. La recién creada empresa estatal de transporte marítimo, adscrita a la compañía nacional de petróleo, necesitaba un buen número de buques modernos. Varios países amigos se adjudicaron los contratos. Los irakíes, que se habían comprometido a facilitar la presencia de empresas españolas en su suelo, no dudaron en autorizar la construcción de complejos hoteleros. También se habló de la posibilidad de ampliar la cooperación al sector farmacéutico o de la petroquímica, buscando una compensación al excedente comercial de Bagdad, que se debía al incremento de los suministros de crudos. Pero las exportaciones apenas cubrían el 20 % del valor total de las importaciones de petróleo. La guerra entre Irán e Irak alteró el statu quo. Durante el conflicto, las exportaciones de armas españolas destinadas al régimen de Bagdad ascendieron a 25.000 millones de pesetas. Se cree que las fábricas de armamento ganaron alrededor de 75.000 millones con las ventas de material bélico a Irán.

Télex n.°...2 de marzo de 1981 R eferencia: juguetes Cliente interesado en la compra inmediata de 500 cochecitos con tubo desmontable. Especificaciones disponibles en nuestra oficina de la Costa del Sol Pago a treinta días tras la entrega de la mercancía. Esperamos respuesta rápida. Saludos. —¿Cochecitos? ¿Te dedicas a la venta de juguetes? —¡Qué va! M i r a , es muy fácil. En la jerga de los intermediarios, «cochecito» significa «jeep», «vehículo todo terreno» equivale a «carro de combate». Los «tubos» son «cañones». En este caso concreto, se trata de un pedido de jeeps con cañones de pequeño calibre. Son más rápidos que los tanques, más manejables. Es lo que se... lleva en esa guerra. El intermediario, un hombre de negocios sudafricano afincado en la Costa del Sol, envió el mensaje a todos sus «contactos» europeos en París, Amsterdam, Milán, Zurich, Copenhague. Tenía fama de estar bien relacionado con los potentados de Marbella. Las respuestas no tardaron en llegar. - 248 -

Durante la guerra del Golfo Pérsico, las empresas españolas suministraron directamente a Irak helicópteros militares, proyectiles de mortero y carros de combate que transitaron por Arabia Saudí. Jordania, otro de los intermediarios en los negocios «triangulares» de armas destinadas a la conflictiva región de Oriente Medio, compró aviones C A S A 101, 122 y CN 235 por un importe total de 180 millones de dólares. Pero hay más: el puerto de Aqaba, situado en el mar Rojo, fue utilizado para el tráfico ilegal de material bélico destinado a Irak. Entre las empresas españolas cuyo nombre figura en las listas elaboradas por distintos servicios occidentales de inteligencia militar se encuentran: Explosivos Río Tinto, Esperanza, Santa Bárbara, Gamesa y Expal. Los cargamentos de armas y municiones salen de Barcelona, Bilbao, Santander y Cádiz. Se trata de munición de artillería, granadas, proyectiles anticarro, piezas para blindados. En realidad, España ocupa un modesto octavo lugar en la lista de los suministradores de armamentos en la región del Mediterráneo y Oriente Medio, cuyos principales proveedores son: Estados Unidos, URSS, Francia, Inglaterra, Alemania Federal e Italia. A las grandes potencias industriales se suman competidores de segunda categoría: Checoslovaquia, Hungría, Rumania o la República Popular China, que vendió misiles de alcance intermedio a Irán, Irak, Siria y Arabia Saudí. También figuran en la relación de mercaderes de material bélico tres países de América Latina: Argentina, Brasil y Chile. En 1984, el régimen de Bagdad dedicó alrededor de 14.000 millones de dólares, es decir, la mitad del Producto Nacional Bruto, a la adquisición de armamento. Junto a los aviones M I G de fabricación soviética aparecen los Mirage franceses, los bombarderos y los carros de combate suministrados por la República Popular China, los tanques T-54 y T-72 fabricados en la URSS y vendidos a través de Polonia... Al finalizar la guerra del Golfo, Irak contaba con material bélico suministrado por 17 países. Las estadísticas oficiales no desglosan las ventas de armas a las autoridades irakíes. Pero el negocio de «juguetes» iniciado por el broker de Marbella va viento en popa. Entre 1980 y 1982, los emisarios de Bagdad y Teherán compiten para conquistar el mercado español. Los iraníes, más metódicos, tratan de aprovechar al máximo las estructuras heredadas de la época del sha, cuando los Boeing de las Fuerzas Aéreas Imperiales solían aterrizar tres o cuatro veces al mes en el aeropuerto de Madrid-Barajas para cargar los suministros de material bélico fabricado en la Península o proveniente de Estados Unidos. - 250 -

Los enviados de Jomeini cuentan con el apoyo de algunos hombres de negocios árabes afincados en España y con la complacencia de los círculos gubernamentales. Para los políticos de U C D , la revolución islámica es un mero «accidente histórico». La oficina del coordinador de suministros de guerra, instalada en Londres, designa a un representante en Madrid. Los iraníes no necesitan cartas de presentación: los contactos con las empresas están establecidos: las opciones políticas no alteran la buena marcha de los negocios. Durante el primer semestre de 1988, las autoridades suecas destapan el affaire Bofors, un sombrío escándalo de tráfico de armas destinadas a la India, Irán y otros países. Las investigaciones llevadas a cabo durante el «Irangate sueco» revelan la existencia de una amplia red internacional de intermediarios que facilitan las ventas de material bélico a los contendientes. En marzo de 1988, las aduanas suecas presentan un informe al Parlamento europeo, en el que se cita a dos empresas españolas, Unión Explosivos Río Tinto y Empresa Nacional Santa Bárbara, como implicadas en el tráfico de armas a Irán. También surge un tercer nombre, el de Commerce International Group, Spain, una sociedad anónima de San Pedro de Alcántara, Marbella, que ofrecía cañones L-60 y L-70 por el precio de 65.000 dólares. Las revelaciones ponen al descubierto la existencia en España de varias compañías especializadas en el comercio internacional de armas. Pese a los desmentidos oficiales, las ventas continúan. Pero los cargamentos de armas ya no salen de M a drid-Barajas: la plataforma para las exportaciones hacia Irán es el puerto de Barcelona. Junto a los intermediarios de diversas nacionalidades, allegados, en su gran mayoría, a los «huéspedes» de los palacetes de Marbella, se vislumbra la presencia —más discreta— de algunos representantes diplomáticos acreditados en Madrid. Agregados «culturales», comerciales y militares participan en el remunerativo negocio. Su actuación obedece a consideraciones de distinta índole: el concepto de «intereses nacionales» sirve a la vez de tapadera y común denominador. Así pues, las autoridades libias, que utilizan el comercio triangular para suministrar armas a Irán, aprovecharon las nebulosas de los falsos certificados de último destino para comprar, pese a las prohibiciones impuestas por los países europeos, fusiles antitanque producidos en España. Mientras que los emisarios de Teherán actúan a veces «por libre», estableciendo redes de agentes comisionistas, el régimen de Bagdad prefiere coordinar las compras de armamento a través de sus embajadas. Los diplomáticos no harán el molesto trabajo de prospección: es una labor completamente innecesaria. Sus contactos sirven para estructurar -251

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las relaciones con los brokers, las empresas del sector de defensa y los organismos oficiales. Los emisarios de Sadam Husein cuentan también con el apoyo de algunos hombres de negocios árabes afincados en España, con la simpatía de los príncipes saudíes y con el tácito consentimiento de Washington, que juega a fondo la baza irakí durante la guerra del Golfo. Desde el inicio del conflicto, los hombres de Bagdad establecen las reglas del juego. Los pedidos circulan durante varias semanas. Incumbe a los intermediarios contactar con las empresas de armamentos y presentar las ofertas. La negociación propiamente dicha pasa por varias etapas. La primera es de puro tanteo. En las conversiones preliminares participan los directivos de las empresas, el broker y un representante de la embajada irakí, que se limita a escuchar las explicaciones de los presentes. Durante la reunión se habla de la mercancía, los precios, los plazos de entrega, los permisos de exportación, el transporte, las modalidades de pago. El taciturno observador interviene al final de la conversación, ya sea para ofrecer garantías financieras o para pedir la celebración de otro encuentro, en presencia de «una personalidad» de su país. De hecho, las compras de material bélico dependen del Ministerio de Industria y Suministros de Guerra, que dirige Husein Kemal, el yerno del presidente Sadam. La «personalidad» suele hacer escala en Madrid cada seis semanas. Las conversaciones iniciadas en presencia del intermediario se reanudan a otros niveles. M u y cautos, los irakíes procuran restringir el número de participantes en los conciliábulos de última hora. Los contratos se firman en privado, casi sin testigos: es la condición sine qua non impuesta por la «personalidad», que, en algunos casos, tampoco está autorizada a acompañar al misterioso plenipotenciario que rubrica el contrato. Al entablar relaciones con los representantes de la industria de armamentos, los emisarios de Bagdad persiguen una doble meta: garantizar, por un lado, el envío de material sofisticado para el Ejército que combate en el estuario de Chat el Arab y elaborar una lista de empresas cuya tecnología puede emplearse para fines militares. A partir de 1983, los agentes irakíes, aconsejados por asesores suizos, franceses y británicos, empiezan a invertir millones de dólares en estas compañías. Las directrices proceden, en este caso concreto, del Ministerio de Industria y Suministros de Guerra. No hay que extrañarse, pues, de la facilidad con la que Irak logra burlar la vigilancia de los europeos y quebrantar el embargo aplicable a las exportaciones Je armas. A veces, el Gobierno irakí recurre incluso a falsos certificados de origen expedidos por empresas israelíes. En otras ocasiones, se dirige al Gobierno de Pretoria, que, a través - 252

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de su compañía nacional de armamentos, ARMSCOR, le facilita los contactos con fabricantes del Viejo Continente. Durante la guerra del Golfo, Sadam Husein compró a la ARMSCOR nada menos que 200 cañones de 155 milímetros diseñados por el canadiense Gerald Bull. Pero las armas no fueron suministradas por Sudáfrica, sino por la empresa nacional austríaca Voest-Alpine, que envió los cargamentos a Jordania, país que figuraba en los certificados de último destino expedidos por Pretoria. Mientras las «filtraciones» de algunos servicios secretos occidentales sacudían los cimientos de la neutral República austríaca, el estrafalario Gerald Bull fue asesinado en su apartamento de Bruselas. Los hechos se remontan al 22 de marzo de 1990. Bull fue abatido por varios disparos de pistola del calibre 7,65 milímetros. Sus asesinos no parecían ser gente necesitada. La policía belga encontró en los bolsillos de la víctima la cantidad de 15.000 dólares. Unas semanas más tarde, la prensa británica reveló la existencia de un «supercañón» irakí capaz de bombardear cualquier capital de Oriente Medio. Pero Bull había desaparecido. ¿Quién fue el padre del «supercañón»? Recuerda Santiago Perinat, experto en temas de defensa, que el ingeniero canadiense, especializado en los nuevos materiales de artillería y la fabricación de misiles, trabajó en los años 60 para la industria militar estadounidense, lo que le valió la concesión de la nacionalidad norteamericana. Después de la guerra israelo-árabe de 1968, las autoridades de Tel A v i v lo contrataron para mejorar la calidad de un cañón de 155 milímetros con un tubo de siete metros de longitud. Esa arma, que se convirtió en un auténtico éxito comercial, iba a procurarle varios disgustos. A c u sado de haber infringido el embargo decretado contra el régimen de Pretoria, Bull pasó cuatro meses en una cárcel norteamericana. Al término de esta peripecia, se trasladó a Bruselas, donde fundó su propia compañía, la Space Research Corporation, Québec, a través de la cual siguió asesorando a las industrias militares de Austria, China, España, Finlandia, Francia, Yugoslavia... Sin olvidar, claro está, a los países de Oriente Medio: Irán e Irak. La trayectoria profesional del ingeniero canadiense, considerado como una de las máximas autoridades en materia de balística y misiles, está estrechamente vinculada con el desarrollo de la industria española de armamentos. En efecto, a mediados de la década de los 80, Gerald Bull fundó en Madrid una empresa de diseño industrial que, en colaboración con S I T E X S A {Sistemas y Tecnologías, S. A.), perteneciente al grupo Explosivos Río Tinto, desarrolló varios cañones de 155 milímetros. Extrañamente, S I T E X S A se había asociado con la mayor fábrica - 253 -

de material bélico de la República Popular China. Los contactos preliminares, iniciados por Bull, llegaron a ser avalados por un instrumento oficial: el acuerdo de investigación y desarrollo de armamentos hispano-chino, firmado en 1986 por el propio Felipe González. Las armas ideadas por Bull fueron utilizadas durante la guerra del Golfo. En agosto de 1988, tras la entrada en vigor del alto el fuego negociado por las Naciones Unidas, Sadam Husein se dirigió, por interpósita persona, a la Space Research Corporation de Bruselas. Esta vez, no se trataba de pedir asesoramiento para la compra de misiles: los designios del dictador parecían igual de descabellados que algunos de los proyectos del ingeniero canadiense. Sadam quería un cañón, su cañón, un arma mortífera capaz de alcanzar cualquier ciudad de Oriente Medio. Los expertos en balística de la Space Research Corporation calcularon un radio de acción de 1.500 kilómetros. El proyectil, impulsado por cohetes, podría llevar cargas atómicas o bacteriológicas, causando la destrucción inmediata de los objetivos «enemigos»; Teherán, Tel A v i v o Riad. El proyecto estuvo a punto de materializarse. La Space Research Corporation encargó la fabricación de varios elementos del cañón a las acerías británicas. Oficialmente, se trataba de material para oleoductos, destinado al Ministerio de Industria de Bagdad. Sin embargo, las características de los tubos metálicos despertaron las sospechas de los ingenieros de la Walter Sommers de Birmingham. Los cilindros, aparentemente demasiado robustos para la construcción de oleoductos, contaban con un dispositivo hidráulico que debía permitirles girar horizontalmente. Unos meses más tarde, los británicos encontraron la clave del misterio, al descubrir que una empresa belga, asociada con la Space Research Center, fabricaba las municiones para el «supercañón». Gerald Bull murió antes de que estallara el escándalo. Los irakíes acusaron al Mosad israelí de haber asesinado a un científico amigo. Los acontecimientos iban a precipitarse: cinco meses después de la desaparición del ingeniero canadiense, los tanques T-54 y T-72 del ejército de Bagdad ocupaban Kuwait. Desde el 2 de agosto de 1990, las empresas españolas de armamentos funcionan a pleno rendimiento. Pero esta vez, el cliente no es Sadam Husein.

Los silencios del doctor Domínguez Noviembre de 1984. El avión de la Swissair con el emblema de la C r u z Roja Internacional aterrizó en el aeropuerto de Ginebra a última

hora de la mañana. Siguiendo las directrices de la torre de control, el piloto se alejó de las terminales de pasajeros, dirigiéndose hacia el final de la pista, donde esperaban, con los motores en marcha, las ambulancias del hospital cantonal. —Pero ¿qué diablos hacen aquí los periodistas? —preguntó el piloto al detectar la presencia de varias cámaras de televisión junto a la escalerilla del avión. —Déjelos subir a bordo —respondió la desconocida voz metálica de la torre—. Quieren entrevistar a los «huéspedes», ¿comprendido? —Por mi parte, no hay ningún inconveniente —repuso el piloto. —Por favor, señores, pueden subir. Pero sean breves; hay que trasladar a los heridos a la clínica. El mujaidín trata de sonreír. Su mirada es triste, vacua. —Quiere saber qué pasó, ¿verdad? Quiere que le cuente lo de las quemaduras. Todos me preguntan por mis quemaduras. Pues sí, sucedió durante el combate, allá en la frontera de Punjab. Los helicópteros empezaron a rociarnos con una especie de producto... Bueno, nosotros lo llamamos «lluvia amarilla». Es un líquido que quema, que mata a veces. Es... algo así como la peste. Dígame, ¿es cierto que los médicos de aquí nos van a curar? Lo que de verdad me importa es volver al frente. Los compañeros me esperan, ¿sabe? Pocos meses antes de la llegada a Europa de los guerrilleros afganos afectados por la «lluvia amarilla», los hospitales de París, Londres y Viena acogieron a varios militares y civiles iraníes, víctimas del llamado «gas mostaza» empleado por el Ejército de Bagdad. El gas mostaza o iperita es un abrasivo que tiene una acción prolongada. La sustancia, de olor muy parecido a la mostaza, se almacena en estado líquido. Al liberarse, cae en forma de lluvia amarilla muy fina. Los heridos leves tienen conjuntivitis o fotobia; las quemaduras graves pueden provocar ceguera. Las náuseas, vómitos, diarreas, ulceraciones o manchas negras en la piel y vesículas son otros de los síntomas provocados por la acción de la iperita. Durante los primeros meses de 1984, más de doscientos soldados de Jomeini fallecieron como consecuencia de la utilización de un misterioso gas venenoso por parte del Ejército enemigo. Se habló del gas mostaza, del tabún, del cianuro. Lo cierto es que tanto Irán como Irak emplearon armas químicas durante el conflicto del Golfo. U n o de los episodios más tristes de la guerra fue el bombardeo de la ciudad kurda de Halabshab, perpetrado por la aviación irakí hacia finales de marzo de 1988. En el ataque murieron más de cinco mil civiles. Todo empezó a mediados del mes de marzo, cuando las tropas ira- 255 -

níes, que controlaban gran parte del territorio del Kurdistán irakí, se aprestaban a ocupar Halabshab. Los aviones de Bagdad lanzaron varios proyectiles de gas mostaza contra los habitantes de la localidad. Los supervivientes se dirigían hacia la frontera con Irán cuando la aviación volvió a la carga, bombardeándolos nuevamente con el gas mostaza y otras sustancias tóxicas. Las imágenes de la masacre dieron la vuelta al mundo, confirmando, por si hacía falta, la triste realidad: la población civil se había convertido en cobayos de los militares de ambos bandos, que recurrieron a las armas químicas para eliminar indiscriminadamente al mayor número de «enemigos» posible. En septiembre de 1988, el periódico suizo Tribune de Genéve reveló que entre 1981 y 1987 la neutral Confederación Helvética suministró a Irak 470 toneladas de productos químicos destinados a la fabricación del gas mostaza. Durante el mismo período, Irán adquirió 151 toneladas de sustancias del mismo tipo. El importe global de la transacción ascendió a 450.000 dólares. Las exportaciones se suspendieron en junio de 1987, fecha en la cual numerosos productos destinados a la fabricación de la «bomba atómica» de los pobres quedaron incluidos en el registro internacional de sustancias tóxicas. Pero los suizos no fueron los únicos suministradores de «materia prima». En 1987, los investigadores del Instituto de Criminología de Colonia alertaron al Servicio de Información Federal de Bonn, señalando la posible implicación de empresas alemanas en la producción de armas químicas irakíes. Una denuncia presentada ante la fiscalía de Darmstadt alude concretamente a la compañía Water Engineering de Hamburgo, acusada de haber suministrado una línea de montaje para la fabricación de granadas y bombas de 122 milímetros. Para los investigadores de Colonia es obvio que las seis plantas químicas de fabricación alemana instaladas en el desierto pueden producir sustancias neurotóxicas. Las instalaciones, que se hallan cerca de Samarra, centro neurálgico de la industria bélica irakí, fueron edificadas para la fabricación de insecticidas. El 28 de septiembre de 1990, cuando las autoridades turcas retuvieron un barco polaco procedente de Amberes, cargado con más de ochenta mil kilos de cianuro de sodio y neofreno, fletado por una empresa germano-suiza, el escándalo adquirió una nueva dimensión. El Gobierno de la R F A , que negó durante años la existencia de las controvertidas instalaciones alemanas en la región de Oriente Medio, se vio obligado a adoptar una postura más cauta. Por si fuera poco, el profesor helvético Werner Richard comunicó a las autoridades de Bonn que, según informes fidedignos procedentes de Irak, las instalaciones alemanas servían - 256 -

para la fabricación del gas mostaza. De las seis plantas instaladas en las inmediaciones de Samarra, tres se adecúan para producir ácido prúsico, es decir, el Zyklon B empleado por los nazis en los campos de concentración y exterminio durante la Segunda Guerra Mundial.

Marzo de 1986. «Proyecto de informe presentado por los miembros de la comisión investigadora al Secretario General de las Naciones Unidas.» La verdad es que el borrador nada tenía que ver con los muy oficiales documentos de la Secretaría, que llevaban invariablemente el sello «CONFIDENCIAL - Distribución restringida». Cuando los tres expertos de la O N U regresaron a Europa, alguien se dedicó a «filtrar» la noticia: «Esta vez darán la cara. Les toca redactar el informe sobre las armas químicas. Sus conclusiones serán definitivas; algo así como una sentencia inapelable.» ¿Inapelable? Al periodista le cuesta explicar a su interlocutor que duda tanto de la eficacia de las Naciones Unidas como de la buena fe de los gobiernos. Pero no; no se trata de expertos gubernamentales; los miembros de la comisión son médicos militares, especialistas en lesiones causadas por la guerra atómica o bacteriológica. Su misión consiste en comprobar la presencia de armas químicas en el conflicto, en esclarecer incógnitas. Los primeros ataques con gases tóxicos se remontan a 1980. Desde el comienzo de la guerra, los oficiales del ejército de Teherán notifican la presencia en mayor o menor escala de agentes químicos durante las ofensivas enemigas. El Estado Mayor ordena un repliegue estratégico. Tres años más tarde, en 1983, la aviación irakí lanza los primeros bombardeos con armas químicas. Una lluvia de proyectiles con gas mostaza y tabún estalla en el frente, causando centenares de muertos y decenas de miles de heridos. Irán se dirige al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, pidiendo el envío de observadores. El foro internacional condena la actuación de Irak, pero los bombardeos continúan. La comisión investigadora enviada por el Secretario General de la O N U , realiza varias giras en la región. Un mutismo absoluto acompaña sus desplazamientos. Mientras tanto, los iraníes siguen juntando pruebas: películas, fotos, carcasas de proyectiles, historiales clínicos de los militares afectados por los gases tóxicos. El Gobierno de la República islámica recuerda en varias ocasiones que la utilización de armas químicas está prohibida por el Convenio de Ginebra de 1925. Pero las advertencias no frenan la ofensiva irakí. El 28 de junio de 1987, los aviones de Sadam H u sein bombardean la ciudad iraní de Sardasht. Los proyectiles con gas mostaza, cianuro y agentes microbianos provocan la muerte de 84 per- 257-

sonas; el número de los heridos es de 4.500. Las autoridades iraníes reiteran una acusación formulada a finales de 1983: las carcasas de las mortíferas bombas químicas están fabricadas en España por Explosivos Alaveses. El proyecto de informe por los miembros de la comisión investigadora de las Naciones Unidas no recoge este dato. Más aún, el documento alude de manera ambigua a las inscripciones «en español» sobre los proyectiles. Sin embargo, la transcripción de las palabras es coherente. Los blancos que figuran en el texto del borrador corresponden a dos apartados: el país de origen y la empresa productora.

Manuel Domínguez Carmona, coronel médico del ejército español, fue uno de los tres expertos designados por Javier Pérez de Cuéllar para la misión investigadora en el frente iraní. En marzo de 1986, participó en la redacción del informe destinado a la Secretaría de las Naciones Unidas. —¿Doctor Domínguez? —Dígame... —Soy... - S í , diga, diga... —¿Me podría explicar lo de los blancos? —¿Qué blancos? —Los blancos del informe para la Secretaría. —Mire, prefiero no hablar sobre ese tema. Los miembros de la misión se han comprometido a reservar sus conclusiones para la entrevista con el secretario general. —Pero el informe se ha publicado... —Bueno, es un borrador. El informe final se redactará en Nueva York. —¿Sabe cuál es la procedencia de las armas? —Esa pregunta la contestaré en Nueva York. O en Madrid. —¿Hay un pacto de silencio? —¿A usted qué le parece? La conversación tuvo lugar en los pasillos del ginebrino Palacio de las Naciones en marzo de 1986. * El coronel Domínguez, que tuvo el triste privilegio de reconocer a las víctimas de los bombardeos con armas químicas internadas en los hospitales de Teherán y Ahvaz, rompió el pacto de silencio unos días después. «Resultó penoso para todos nosotros —afirmaba en una carta— el número de víctimas por agentes químicos que vimos en Irán, y la naturaleza y el grado de sus lesiones, y en particular la muerte de un soldado lesionado, - 258 -

ocurrida en nuestra presencia. En consecuencia, nos preocupa mucho que, aunque nuestros informes de 1984 y 1985 confirmaron que se habían utilizado armas químicas contra las fuerzas iraníes, todavía se sigan produciendo ataques, pese a los llamamientos de las Naciones Unidas, y con mayor intensidad que anteriormente.» A su vez, Javier Pérez de Cuéllar escribía: «... El secretario general no puede dejar de tomar nota, con pesar, de que los especialistas han confirmado que las fuerzas irakíes h¡» utilizado armas químicas contra las fuerzas iraníes». Lo que no quiso revelar el coronel Domínguez Carmona fue el hecho de que los integrantes de la misión investigadora estaban al tanto de la procedencia de las carcasas halladas en Irán y que el informe, elaborado según las directrices de la Secretaría de las Naciones Unidas, iba a ser presentado al Gobierno del país involucrado en la venta de material bélico destinado al régimen de Bagdad. Durante el debate sobre «la posible venta de armas químicas a Irak», celebrado unos meses más tarde en el Parlamento español, el portavoz del C D S , José Ramón Caso, manifestó que «existe la evidencia deque carcasas fabricadas en España para bombas de napalm y gas mostaza han sido utilizadas por Irak en la guerra contra Irán». «España tiene doce productos químicos de uso militar, pero puedo garantizar que ninguno de ellos ha sido vendido al extranjero», declaró el ministro de Industria Luis Carlos Croissier, contestando a la interpelación del diputado del C D S . Pero el Gobierno se negó a entregar a las Cortes las actas de la Junta Reguladora del Comercio de Armas, escudándose en la Ley de Secretos Oficiales. Las autoridades guardan un total hermetismo en relación con el contenido de las gestiones llevadas a cabo por el secretario general de las Naciones Unidas, Javier Pérez de Cuéllar, ante los países implicados en la exportación de armas a Irak.

En abril de 1988, tres meses antes del final del conflicto entre Bagdad y Teherán, el semanario Interviu publicaba un artículo en el que se denunciaba la participación de la industria de armamentos española en la guerra del Golfo. El autor del reportaje afirma rotundamente que el gas mostaza empleado durante los bombardeos de varias ciudades iraníes fue fabricado en España. Todo empezó con la llegada a Madrid de nueve ciudadanos iraníes heridos durante el bombardeo de Sardasht, en junio de 1987. Dos de los internados murieron en el hospital militar Gómez Ulla. Fue entonces - 259-

bón de una larga lista de pedidos para los países árabes. De hecho, la transacción nunca llegó a materializarse: Fuhler y Peche-Koesters habían depositado su confianza en un agente clandestino del Servicio de Aduanas de Estados Unidos, infiltrado en el mundillo de los traficantes de armas de Florida. Tras su detención, ambos fueron acusados de haber infringido la normativa legal sobre control de las exportaciones de armas, delito que suele sancionarse con diez a quince años de reclusión. La rocambolesca historia del tándem Fuhler-Peche Koesters ilustra la lógica de este mundo paralelo. Claus Fuhler llegó a España hace dos años. Este médico alemán de 33 años, se instaló en Barcelona para cursar estudios de oftalmología. Sin embargo, pronto descubrió otra vocación. Empezó a importar vehículos de segunda mano de la R F A , ganó algo de dinero comercializando tela asfáltica en Marruecos y participó en el pase de pequeños alijos de hachís procedentes del país africano. Cuando estableció contacto con la Omega Export Group de Orlando, el alemán decidió no perder tiempo con negocios de poca monta y pidió de entrada listas de armamento. Según los investigadores, Fuhler disponía en Madrid de contactos relacionados con las embajadas árabes y latinoamericanas. Aparentemente, éstos habían negociado otros contratos de suministro de material bélico a través de las representaciones diplomáticas. Algunos llegaron a concretarse, ofreciendo visos de credibilidad a la red hispano-alemana. A comienzos de 1990, otro de los integrantes de la red, el alemán Walter Seefeld, que mantenía relaciones con los agregados militares de varias embajadas árabes en la capital española, localizó un nuevo negocio. Se trataba de vender a Irak una importante remesa de misiles TOW, así como aviones de combate Alpha Jet, capaces de transportar cohetes Stinger o Matra Magic. El aparato, construido por la empresa francesa Dassault y la alemana Dornier, sirve para misiones cortas y destaca por su rapidez. Fuhler intentó comprar la remesa de aviones Alpha a través de la Omega Export de Orlando, que le facilitó la documentación relativa al funcionamiento de los cazas y del programa de adiestramiento. Pero cuando el alemán se trasladó a Estados Unidos para cerrar el trato, se llevó la desagradable sorpresa de encontrarse ante los inspectores del servicio federal de Aduanas, quienes parecían estar al tanto de sus andanzas. Claus Fuhler y Juan Martín Peche Koesters fueron recluidos en la cárcel de Seminola, donde permanecieron a la espera del juicio. La poco habitual publicidad que acompañó la detención de los presuntos traficantes fue interpretada por algunos como una advertencia de Washington a las autoridades españolas: «No se olviden de la alianza, señores.» - 261

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Tres barcos en misión de paz «La alianza.» Éste fue, durante las primeras semanas de la crisis del Golfo Pérsico, el lema y estribillo de la clase política española, sorprendida por la ocupación relámpago y la rápida anexión del emirato de K u wait por el hombre fuerte de Bagdad. El 2 de agosto de 1990, fecha en que las tropas de Sadam Husein ocuparon el próspero principado, la España oficial estaba veraneando en distintos puntos de la geografía peninsular. A primera hora de la tarde, el presidente del Gobierno convocó una reunión de emergencia del Gabinete. Se trataba de definir unas pautas, de adecuar la política española a las directrices comunitarias. La declaración de «Los Doce» sobre la invasión de Kuwait, publicada en Roma aquella misma tarde, «condena enérgicamente el uso de la fuerza por un Estado miembro de las Naciones Unidas contra la integridad de otro Estado. Esto constituye —añade el texto oficial— una violación de la Carta de las Naciones Unidas y un medio inaceptable de resolver una controversia internacional» Los «Doce» apoyan plenamente la resolución adoptada por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que censura la actuación de Irak, y apelan a todos los gobiernos para que condenen esta acción y trabajen por el rápido restablecimiento de las condiciones que permitan la reanudación de las negociaciones de paz. Paralelamente, la CE exige la retirada inmediata de las tropas irakíes del territorio kuwaití. Pero el régimen de Bagdad hace caso omiso de la resolución de las Naciones Unidas y las advertencias comunitarias. Dos días después, el 4 de agosto, los miembros del Comité Político de la C E , reunidos en la capital italiana, decretan una serie de sanciones económicas contra Irak, que se resumen de la siguiente manera: 1. Embargo de las importaciones petrolíferas procedentes de Irak y Kuwait. 2. Congelación de haberes irakíes en el territorio de los países miembros. 3. Embargo sobre las ventas de armas y material militar a Irak. 4. Suspensión de la cooperación con Irak. 5. Suspensión de acuerdos de cooperación técnica y científica. 6. Suspensión de la aplicación a Irak del sistema de preferencias generalizadas. La reacción del Gobierno español se hizo pública noventa minutos después de finalizar la reunión de Roma. - 262 -

Un comunicado facilitado por la Oficina de Información Diplomática del Ministerio de Asuntos Exteriores señala que las autoridades habían decidido «como primera medida de respuesta ante la invasión de Kuwait por tropas irakíes, someter a autorización previa del Ministerio de Economía y Hacienda la transferencia al exterior de fondos o cualesquiera otros activos financieros que pretendan realizar personas físicas o jurídicas residentes en Kuwait o las sociedades españolas o extranjeras controladas por aquéllas. Este régimen cautelar, que se encuentra desarrollado en una orden ministerial, forma parte del conjunto de medidas que los países comunitarios han adoptado ante la invasión de Kuwait por Irak, y tiene como fin proteger los intereses de los legítimos titulares de las inversiones kuwaitíes en España y de los accionistas españoles que participan en sociedades controladas por dichos grupos, así como garantizar el desenvolvimiento de las actividades de éstas», señala el comunicado. «La medida pretende garantizar la protección de los bienes kuwaitíes en España —la mayor parte controlados por Kuwait Investment Office (KIO)— y evitar el despojo de estos patrimonios por parte del nuevo Gobierno títere del emirato invadido por Irak», escribe el rotativo madrileño El País, comentando la decisión del Gabinete. La K I O controla varias empresas del sector papelero, químico y alimentario, con activos globales valorados en 700.000 millones de pesetas. Entre las empresas más importantes pertenecientes a K I O figuran Ebro-Agrícolas, Ercros, Torras Papel, Prima Inmobiliaria, Seguros Amaya, etc. Las directrices gubernamentales afectan a un total de 60 compañías con titulares kuwaitíes y a 13 irakíes. «Se trata de preservar algo así como 25 mil puestos de trabajo», confiesa un alto cargo de la Administración en un encuentro informal con la prensa. También los irakíes concedían a España un trato privilegiado. Pocas semanas antes de la crisis del Golfo, las autoridades de Bagdad se comprometían a comprar productos españoles por la equivalencia del 30 % del valor global de las importaciones de crudos, que debían haber alcanzado la cifra de 80-82.000 millones de pesetas en 1990. El porcentaje destinado a la puesta en marcha de nuevos proyectos y al pago de la deuda exterior de Bagdad representaba un escaso 15 %. La incipiente cooperación quedaba limitada a la presencia en Irak de media docena de empresas españolas. La Focoex había planeado la construcción de una planta para la reducción de hierro, A T T España negociaba un contrato de telecomunicaciones, Técnicas Reunidas tenía intención de instalar una fábrica de fertilizantes, Centurión elaboró unos proyectos para la industria petroquímica. Sus actividades alcanzaban el techo de la cobertura comercial previsto por el protocolo bilate-

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ral firmado en 1988 y el acuerdo de cooperación rubricado el 8 de junio anterior en Madrid. Por otra parte, las inversiones irakíes en España ascendían a 1.900 millones de pesetas. Las primeras directrices oficiales no se limitan a la adopción de medidas de carácter meramente económico. El 8 de agosto, coincidiendo con la entrada en vigor de la orden relativa al control de las transacciones exteriores, el Gobierno publica un comunicado sobre la situación en el Golfo Pérsico. Siguiendo las decisiones de la Comunidad Europea, anuncia la adopción de las siguientes medidas: 1. Embargo de importaciones de petróleo de Kuwait e Irak, mediante la suspensión en la concesión de nuevas licencias y la anulación de las ya concedidas. Los buques españoles han suspendido asimismo cualquier operación de carga de crudo procedente de Irak y Kuwait. 2. Congelación total de activos irakíes y kuwaitíes en España. 3. Embargo de venta de armas y otros equipos militares a Irak, habiéndose cursado las instrucciones oportunas para la paralización de cualquier operación en curso. 4. Suspensión de toda cooperación científica y técnica con Irak, tanto la derivada de acuerdos bilaterales como la de carácter sectorial. Al mismo tiempo, el Gobierno rechaza la anexión de Kuwait por Irak, proclamada horas antes de la difusión del comunicado hecho público por la Moncloa. El 12 de agosto, Sadam Husein propone, en un mensaje leído por el locutor de la televisión estatal de Bagdad, un acuerdo de paz global, que incluye: — La retirada de Israel de los territorios árabes ocupados en 1967 y la supresión de la presencia militar siria en el Líbano. — La sustitución de las fuerzas norteamericanas y occidentales enviadas a Arabia Saudí y la región del Golfo Pérsico a partir del 7 de agosto por contingentes de soldados árabes. — El fin del bloqueo económico impuesto por la comunidad internacional contra Irak. Los ministros de Asuntos Exteriores y de Defensa de los nueve estados miembros de la Unión Europea Occidental, reunidos en París el -

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21 de agosto, descartan nuevamente cualquier tipo de diálogo con el dictador irakí, oficializando la presencia de una fuerza multinacional en el Golfo Pérsico. Durante la reunión, España anuncia el envío de tres buques de guerra al área del conflicto. Al firmar la directiva que regula la presencia de la fuerza naval en el Golfo, el ministro de Defensa trata de hacer hincapié en el hecho de que «los barcos españoles sólo harán uso de la fuerza en caso de legítima defensa». «No se olviden de la alianza, señores.» El 22 de agosto, el Gabinete presidido por el socialista Felipe González, formalizó el ingreso «de facto» de España en el sistema de defensa de Occidente. «Mensaje recibido.»

La España que amaneció aquel 2 de agosto de 1990 nada tenía que ver con el país aislacionista de la década de los 40, un país encerrado en sí mismo, que recordaba su «glorioso pasado imperial». N i con la España neutralista de los años 80, empeñada en decir «La OTAN, de entrada, NO», lema de las campañas electorales del P S O E . O quizá sí. La España del 2 de agosto era una amalgama de neutralismo, aislacionismo y atlantismo, una mezcolanza de corrientes políticas y de opciones estratégicas. No hay que extrañarse; hacía casi un siglo que la armada española no había participado en una operación internacional. Los últimos contingentes españoles que abandonaron la península tuvieron que librar batalla en el Rif. La España de los 90 parecía poco propensa a recordar la leyenda colonial. Pero el país que trataba de mirar hacia adelante estaba anclado en su pasado. Un pasado que se confundía con el presente, en el que viejos clichés e imágenes superpuestas alimentaban el desconcierto general. Esa nación mediterránea que durante décadas había sido cantera de mano de obra barata para las industrias de Europa central, acababa de pasar el codiciado umbral comunitario, que a su vez la convertía en el paraíso de los emigrantes económicos procedentes del norte de África y América Latina. La inmigración, fenómeno que sirve de catalizador de los conflictos sociales, reveló la existencia de un racismo latente, de inesperados y hasta cierto punto inexplicables brotes de xenofobia. La España de los 90 descubrió con asombro aquellos rasgos de mezquindad. Pero no se trataba de un fenómeno aislado. La xenofobia se había adueñado de Francia y Alemania, países que trataron de limitar la presencia de trabajadores extranjeros en su suelo. Paralelamente, los rápidos cambios registrados en el este europeo iban parejos con un inquietante resurgir de los nacionalismos. N o , decididamente, la Europa de 1990 no se parecía al Edén con el que soñaban los hombres del Sur, - 265 -

obligados a abandonar sus hogares para velar, desde lejos, por la supervivencia de sus familias. El malestar se acentuó aún más a mediados de junio, cuando el Frente Islámico de Salvación (FIS) ganó las elecciones locales argelinas. Esta vez, el «peligro» se vislumbraba, el contrincante se hallaba en la otra orilla del Mediterráneo, cerca de las costas, el deseado rival (hacía ya algún tiempo que los europeos no tenían enemigos) tenía nombre: el Islam. En pocos meses, los seguidores de Mahoma tomaron el relevo del hasta entonces aborrecido totalitarismo marxista de Europa del Este, desmantelado —junto con el muro de Berlín— por los artífices de la perestroika. El Islam, confusa amenaza que se avecinaba bajo la bandera verde del profeta, era el candidato ideal para desempeñar el papel de chivo expiatorio. El árabe, inmigrante pobre y humilde, procedente de las excolonias europeas, era un ser socialmente desvalorizado. A la falta de comunicación se le añadía otro factor: la confusión. El confusionismo fomentado por la frivolidad con la cual se mezclaron los conceptos: Islam, integrismo, árabe, musulmán. Durante las primeras semanas de «cruzada antiintegrista», no faltaron los autores de estudios y artículos dispuestos a tildar a Irán de «país árabe». Olvidaron que la India cuenta a su vez con una minoría musulmana que supera en cifras reales la población de muchos estados árabes y que la religión mayoritaria en la lejana Indonesia es el Islam. El Islam, factor conflictivo a lo largo de los siglos, contrincante de los cruzados que abandonaron sus feudos para reconquistar el reino de Jerusalén, obstáculo para la navegación en el Mare Nostrum, exponente de otra fe, de otra cultura, se convirtió en el adversario ideal de la sociedad europea, de una sociedad que tardó en comprender que el final de la guerra fría no suponía, forzosamente, el abandono total de los enfrentamientos ideológicos. O quizá, lo que más molestia causó en Europa fue el hecho de que el integrismo islámico rechazase los modelos occidentales de sociedad, buscando un refugio en sí mismo contra la mala aplicación por parte de los políticos árabes del discurso igualitarista del antiguo colonizador. Los hombres del Norte parecían incapaces de aceptar este desafío. Las consideraciones de índole filosófica se desvanecieron el 2 de agosto de 1990, cuando las tropas irakíes ocuparon Kuwait. La España del mes de agosto, la España que veraneaba, como todos los años, tratando de olvidar los problemas cotidianos, se encontró enfrentada, casi a desgana, con la triste realidad. Allá lejos, en el desierto de Arabia, un dictador acababa de ocupar un país vecino. No era la primera vez que un Estado violaba los confines de otra nación soberana. - 266 -

Sin embargo, ahora la problemática parecía completamente distinta. El inquilino de la Casa Blanca tardó pocas horas en reaccionar. El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas condenó sin tardar la agresión, la Comunidad Europea abandonó su habitual cautela para exigir la retirada inmediata de las fuerzas de Bagdad. La O T A N , alianza militar de Occidente, puso en marcha su dispositivo de alerta en el Mediterráneo oriental. En pocas horas, la ocupación del emirato era un hecho consumado. La España del mes de agosto permanecía en las playas. Los ministros se habían marchado de Madrid con sus fax... Las primeras declaraciones oficiales del Gobierno español contrastan con la postura de Estados Unidos. Tanto el presidente del Gobierno como el ministro de Asuntos Exteriores hablan de un «conflicto regional, cuya solución incumbe a los países árabes». Es la tesis desarrollada por algunos de los políticos de la otra cuenca del Mediterráneo, que encuentra mayor aceptación en las capitales de Europa meridional. Sin embargo, tanto Francia como Italia matizan sus declaraciones. En ambos casos, se trata de mantener el equilibrio entre la reacción tajante de Washington y el discurso conciliador de algunos estados miembros de la Liga Árabe, que procuran minimizar el alcance del problema. De todos modos, la posición norteamericana es muy clara: no se trata ni mucho menos de un conflicto local, sino de una amenaza directa para los intereses económicos de Occidente. En este caso concreto, los aliados deben aunar esfuerzos y actuar conjuntamente. Desde los primeros días de la crisis, el Gobierno español trata de identificar los factores que podrían afectar los intereses nacionales. La lista elaborada por los asesores de Felipe González incluye los siguientes puntos: — — — — — —

la marcha de la economía. el proceso de construcción comunitaria, las relaciones hispano-norteamericanas, los contactos con los estados del Magreb, el porvenir del mundo árabe en su conjunto, las incidencias de la crisis sobre el nuevo orden internacional.

A todos se les añade un sinnúmero de interrogantes, partiendo del supuesto de que la ocupación de Kuwait y su anexión podrían desembocar en un conflicto regional o generalizado o de que el factor tiempo podría llevar a la derrota militar o diplomática de Sadam Husein. La tarea de los analistas no se limita a simples conjeturas. Si bien a veces hay que encontrar una respuesta a preguntas como: ¿cuáles son las perspectivas de un conflicto prolongado? o ¿cuál sería la solución diplomática -

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ideal?, no cabe duda de que la complejidad del problema requiere moderación y prudencia. Al analizar la correlación entre el despliegue de fuerzas en Arabia Saudí y la estabilidad de los suministros y los precios del «oro negro», los politólogos descubren otro factor, perteneciente al mismo rompecabezas: la influencia de Sadam Husein en el mundo árabe y, por contraposición, las perspectivas de cohesión de las fuerzas contra Sadam. Se baraja también la opción diplomática, que algunos tienden a descartar durante las primeras semanas de la crisis. No obstante, se elabora un plan en varias etapas, que se resume de la siguiente manera: — liberación de todos los rehenes, — retirada de las tropas irakíes de Kuwait, — abandono del suelo saudí por las tropas occidentales, — despliegue de una fuerza multinacional de las Naciones Unidas en las fronteras entre Irak, Arabia Saudí y Kuwait, — restablecimiento de la soberanía y de las autoridades legítimas de Kuwait, — negociación de un acuerdo fronterizo entre ambos países, que garantizaría a los irakíes el libre acceso al mar, — inicio de negociaciones entre Estados Unidos, Europa e Israel sobre la solución del problema palestino, — elaboración de acuerdos de no proliferación de las armas nucleares y químicas en Oriente Medio y — levantamiento de las sanciones económicas aplicadas a Irak. ¿Los costes económicos? La mayoría de los expertos gubernamentales estima que la repercusión del conflicto en la tasa de crecimiento será mínima. Hay quien habla de un 1,9 por ciento del PIB. Pero de todos modos, resulta sumamente difícil elaborar proyecciones económicas a medio plazo. Hacia finales de octubre, economistas independientes se limitan a especular con las mismas cifras: una disminución del 1,9 por ciento de la tasa de crecimiento, un encarecimiento de la factura energética del orden de 800.000 millones de pesetas. No obstante, la mayoría de los analistas hace hincapié en los aspectos políticos de la crisis y sus repercusiones para el porvenir de las relaciones entre España y los países árabes. Se advierte claramente el riesgo de un deterioro de las relaciones entre el mundo árabe y el occidental, de la aparición de sentimientos antioccidentales en los países de Oriente Medio y el Magreb, de la acentuación de las divisiones entre los estados árabes, la desestabilización progresiva del norte de África. -

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Las tensiones políticas y religiosas podrían desembocar también en conflictos entre los países del Magreb, que se traducirían en amenazas para la estabilidad de los enclaves de Ceuta y Melilla. Estas previsiones se materializaron a finales del mes de septiembre, con la aparición en Melilla de octavillas antioccidentales. Después del titubeo inicial, el equipo de crisis capitaneado por Felipe González llegó a la conclusión de que no debía descartarse la opción de un arreglo diplomático basado en la aplicación de las resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Sólo faltaba saber cuáles iban a ser las repercusiones de este conflicto —primer enfrentamiento de la posguerra fría— sobre las relaciones con el aliado norteamericano. Desde el inicio de la crisis, España autorizó la utilización de las bases de Torrejón y de Rota para el transporte de las fuerzas norteamericanas a Arabia Saudí y la región del Golfo. En realidad, se trataba de la mera aplicación del espíritu y la letra de los acuerdos bilaterales de defensa. Desde el punto de vista político, el análisis hecho por los asesores de la Presidencia señalaban que «la división de las posturas europeas podrían desembocar en un deterioro de las relaciones con Washington». «No se olviden de la alianza, señores.»

N o , decididamente, la España que envió una fuerza naval a las turbias aguas del Golfo Pérsico nada tenía que ver con la otra España, que organizó manifestaciones de protesta a finales de agosto, cuando los buques zarparon de Cartagena y Rota. Las dos se complementaban, las dos se daban la espalda. El presidente del Gobierno reconoció, durante un acto académico celebrado a finales de octubre en la Universidad Carlos III de Madrid, que las encuestas sobre la evolución de la opinión pública acerca de la participación española en la crisis reflejaban una «sensible distancia entre la voluntad del Parlamento y el apoyo social con el que cuenta la política española». Los resultados de los sondeos corroboran la preocupación de Felipe González. Pocas horas antes de la intervención del presidente ante los estudiantes del Carlos III, la empresa Gallup publicaba los resultados de un estudio realizado en Estados Unidos y Europa por cuenta del Gobierno kuwaití en el exilio. Según el sondeo, el Reino Unido contaba con el mayor porcentaje —86 %— de partidarios de una acción armada contra Sadam Husein en el caso de que fracasaran las sanciones económicas impuestas por las Naciones Unidas. En España, sólo un 66 % de los encuestados avalaba la acción militar. Los españoles se colocaban en -

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el último lugar en la lista de los defensores de una respuesta armada. De todos modos, el presidente parecía haber olvidado un dato clave: en la primera semana del conflicto, sólo el 9,6 % de las personas entrevistadas por el semanario Tiempo se pronunció a favor de las medidas militares. La postura de los españoles contrastaba con la de los ciudadanos de otros países comunitarios. En Francia, el 75 % de los habitantes apoyaba las medidas adoptadas por François Mitterrand; el 60 % de los daneses era partidario de una respuesta militar en el Golfo; el 52 % de los portugueses era favorable a una intervención occidental contra Irak. La postura española, remanente del aislacionismo, descartaba la alternativa de defender los intereses nacionales más allá de las fronteras ibéricas. Se sumaron a los aislacionistas los defensores del antiamericanismo, los neutralistas y los detractores de la política oficial, quienes aprovecharon el titubeo de primera hora para criticar y ridiculizar las decisiones del Gobierno. «El debate en España se ha regido por otros parámetros» —escribe el profesor Joan B. Culla, catedrático de historia en la Universidad de Barcelona—. Quienes sostenían el carácter despótico, ilegítimo y sanguinario del régimen irakí, rechazaban los paralelismos entre el caso de Kuwait y los de Granada, Panamá o Palestina y constataban -sin celebrarlo- que sólo la asfixia económica apoyada en el despliegue de tropas podía hacer retroceder al agresor, se han hallado en franca minoría y han debido pechar con los sambenitos de "eurocentristas" "racistas", cruzados del "intervencionismo occidental", etc. Por el contrario, una oleada de posiciones cubriendo todos los matices de la justificación, la comprensión, la inhibición y la neutralidad hacia el aventurismo de Sadam Husein ha venido a confirmar que una vez más que Spain is different.» Sí, es cierto. La España que rechazó el envío de buques de guerra al Golfo Pérsico se regía por planteamientos totalmente distintos. En los medios de comunicación aparecían a diario sentencias como «si ser aislacionista significa negarse a ser carne de cañón, yo me considero aislacionista», «...no me importa que la gasolina suba», «en definitiva, se trata de intereses económicos ajenos». Los partidarios de la «amistad tradicional con los países árabes», los enemigos de la «decadencia europea», de la «comunidad de los mercaderes», se sumaron al coro de los críticos. «Ni el apresurado europeísmo oficial de los ochenta ni la desafortunada manera de entrar en la OTAN han logrado destruir esos prejuicios y convencer a los españoles de su plena comunidad de intereses con británicos, belgas o italianos», estima Culla. Es cierto; la clase política nieg*a la existencia del abismo que la separa de la opinión pública. La postura oficial se limita al rechazo. «Éstos -270-

no saben», «no pueden comprender». «Éstos» son los millones de españoles librados al desconcierto. «Éstos» quieren que se les explique, que se les den buenas razones para apoyar la actuación del ejecutivo. «Éstos» esperan algo más que el estribillo «hay que darle al moro». Cuando la diputada de Izquierda Unida Cristina Almeida y el rector de la Universidad Complutense de Madrid Gustavo Villapalos, anunciaron que se trasladarían a Bagdad para negociar con Sadam H u sein la liberación de los quince ciudadanos españoles retenidos en Irak desde el inicio del conflicto, el Gobierno acogió la noticia con una mezcla de incredulidad e irritación. Incredulidad ante el hipotético éxito de la misión patrocinada por la Asociación Pro Derechos Humanos, irritación ante la iniciativa de un restringido grupo de personas dispuestas a dialogar con el hombre fuerte de Bagdad. «Con Sadam no hay que negociar, con la misma doctrina que se aplica a los terroristas», llegó a afirmar el ministro de Asuntos Exteriores, Francisco Fernández Ordóñez, contestando, eso sí, a su colega holandés Hans van den Broek, quien se pronunció a favor del diálogo con Bagdad en el caso de que Sadam Husein aceptase alguna de las condiciones impuestas por los aliados occidentales. Por su parte, los medios de comunicación parecían más interesados en averiguar si «España había roto el pacto de no-negociación con Irak» que en respaldar la gestión de la delegación humanitaria. Por ende, la noticia de la liberación de los rehenes, que abrió la vía a otras gestiones de este tipo, llevadas a cabo por políticos europeos, no encontró el más mínimo eco favorable en el ejecutivo. La España oficial, baluarte de la alianza, no encontró palabras de agradecimiento. Todavía planeaba en el ambiente el mensaje del 2 de agosto: «No se olviden de la alianza, señores.»

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P A G A R RÁPIDO, T O D O Y T O D O S " Pasó como después de la guerra de Y o m - K i p u r en septiembre de 1973, o como cuando en 1978 la producción de petróleo comenzó a resentirse por la revolución iraní. En España, los sbocks de oferta, cuando éstos tienen alcance internacional, no acaban nunca de creerse. 2 de agosto del 90. ¡Qué lejos y qué cerca a un tiempo queda esta fecha para todos, llena de recuerdos de feliz consumo estival en que todo marchaba sobre ruedas! En aquellos meses, la economía española estaba sobrecalentada, con una tasa de inflación bailando alrededor del 7 %, y unas cuentas exteriores que, en los ministerios y en los departamentos de análisis, producían inquietud creciente. Pero eran vacaciones, tiempo de gozo y olvido. Lo mismo que en 1973. Aquel año, quién no lo recuerda, las cosas iban viento en popa. Los negocios marchaban. El tiempo parecía de bonanza. España vivía una época de vacas gordas. Y, sin embargo, ahí estaba la crisis, siempre con su imagen difusa, perdida en la lejanía, en las arenas de Oriente Medio. 1978: otra vez la volatilidad del mercado del petróleo se esconde, esta vez, tras los velos de las penitentes seguidoras del imán Jomeini. Se pensaba: estos vientos pasarán, se hundirán en los largos caminos que llevan a la civilización occidental. Pero ocurrió todo lo contrario. Los vientos malignos llegaron al * J o s é Manuel Garayoa. Nacido en Bilbao en 1948. Estudió periodismo en Barcelona, donde se ha especializado en información económica y financiera. Buen conocedor de los efectos de la renovación liberal en la economía mundial, es un atento observador de las consecuencias económicas de los acontecimientos políticos. Ha sido delegado de la revista Dinero en Barcelona y es hoy redactor calificado de economía y finanzas en El Periódico de Catalunya.

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mundo industrializado y, al final, a España. En 1973, primero, y en 1978, después. Y en ambos casos se llevaron empresas, millones de puestos de trabajo, expectativas... dejando, solamente, desolación y balances destrozados a su paso. Como decía Keynes, «lo peor del futuro es que siempre sucede lo que no resulta previsible». Todo eso recordaba Felipe González cuando en una visita a la capital de un país del frío, Suecia, le acercaron una cebolla de T V E . Entonces, a sabiendas de la tremenda incredulidad de sus gobernados, no dudó un instante en adoptar el papel de Casandra, coger el toro por los cuernos y anunciar en tono solemne: «La situación es seria y quiero prevenir a la sociedad española que la invasión de Kuwait por Irak puede tener unas repercusiones negativas para nuestra economía.» Y así empezó todo. Advertencias del gobernador del Banco de España, Mariano Rubio; discursos de Carlos Solchaga, entradas al trapo de la oposición y balonazos fuera («de todo esto la culpa la tiene el Gobierno») de los sindicatos. Las cifras son como hojas de afeitar, duras y cortantes, pero a la vez precisas, ineludibles. España es fuertemente dependiente de energías importadas. El petróleo en 1989 representó el 53 % del consumo de energía primaria, lo que está diez puntos por encima de la mayor parte de los países industrializados. ¿Mala previsión del Gobierno, que debería haber reducido la «ratio» petróleo/energía total después de los aldabonazos de 1973 y 1978? Seguramente, pero también es cierto que, en conjunto, el aprovisionamiento de recursos energéticos de España es extraordinariamente escaso. Tenemos carbón, pero caro. No tenemos gas natural, como en el Ruhr o en el norte de Italia o Francia. Tenemos una costosa energía hidráulica, herencia de épocas anteriores. Y no tenemos más. En 1973, nuestra dependencia del petróleo era del 69 %, ahora es del 53 %. No es suficiente pero tampoco es tiempo para mirar al cielo y esperar a que llueva más. ¿Qué quiere decir eso? Pues sencillamente que España debe tener claro que nuestra dependencia respecto al petróleo puede ser, incluso estructuralmente, más fuerte que la de nuestros vecinos, y que a esa constricción exterior hay que dar una respuesta positiva. El sesudo semanario británico Tbe Econonomist (1-7 septiembre 1990) hizo un análisis que dio la vueita al mundo. En él se decía que Italia y España, en Europa, y E E U U en su continente, eran los grandes perdedores de esta crisis. Quizá también Canadá. Lo cierto es que España, por la, industrialización acelerada acome-274-

tida en los últimos años (con tasas de inversión casi equivalentes a las japonesas), y como señalaba asimismo The Economist, es el único país de la O C D E que hoy consume más energía por unidad de producto que en 1973 (un 9 % más), y que nuestra ineficiencia energética es un 50 % superior a la de Francia, Alemania e incluso Italia. Por todo ello, la factura española es más elevada que la de algunos países con los que debemos competir. España consume al año unas 40 millones de toneladas de petróleo. En consecuencia, según José Luis Díaz Fernández, presidente de C A M P S A , una subida del precio de petróleo entre 10 y 12 dólares, que es el escenario que tenemos (el crudo estaba a 20 dólares cuando H u sein decidió apoderarse de Kuwait y hoy rondamos los 32 dólares), supondría un pago extra de unos 3.600 millones de dólares, que divididos por el número de habitantes, implicaría un coste adicional por habitante de 10.000 pesetas anuales. La cuestión está en cómo repartir esos costes. Gobierno, empresarios y sindicatos llevan años a la greña tratando de dilucidar cómo repartir cargas y beneficios y en ésas seguimos, sin saber a qué atenernos. Lo cual no es bueno para nadie. Pero lo cierto es que España hoy es más pobre que antes de la crisis y si no existe un acuerdo entre las partes mencionadas, los que más peligran son esos 1,8 millones de trabajadores temporales, que serán los primeros despedidos en cuanto las empresas vean las orejas al lobo. Todas las crisis petrolíferas representan incrementos de costes, mayor índice de inflación y menor crecimiento (una parte de la riqueza nacional hay que exportarla para pagar a los países productores de crudo). A causa del conflicto del Golfo, la inflación en España en 1990 superará en cerca de un punto la cifra prevista (5,7 %), y el año que viene representará 1,5 puntos. El crecimiento económico también se verá afectado: este año será de medio punto por debajo del 4 % inicialmente estimado y en 1991 será un punto por debajo de los cálculos iniciales del Ministerio de Economía. Eso puede ser asumible por la economía española siempre que los agentes sociales (trabajadores y empresarios) estén dispuestos a aceptar la situación. Porque, como ha explicado el profesor Enrique Fuentes Quintana, si no se acepta la pérdida real que supone para España la crisis del Golfo, y los salarios se incrementan de manera que no les afecte la inevitable inflación, en ese caso, los costes y los precios sufrirán un alza superior. Los beneficios disminuirán, y si los empresarios actúan del - 275 -

mismo modo, se puede provocar una espiral precios-salarios muy difícil de sobrellevar. Es por ello que la única fórmula existente es pagar rápido, pagar todo y pagar todos. Pagar rápido quiere decir estar dispuestos a no aplazar sine die, consumiéndose en discusiones inútiles la posibilidad de llegar a un acuerdo salarial. Pagar todo significa entender que no queda otro remedio que trasladar a precios las subidas que se produzcan en los mercados petrolíferos (mucho menos especulativos de lo que se cree), porque, en caso contrario, no se desincentivará el consumo de crudo. Y estaremos en un «vatio» de consumo de petróleo por unidad de producto siempre por encima de la de nuestros competidores. Y pagar todos exige a los españoles una superación de sus intereses de clase, de grupo, corporativos al final, que impiden soluciones justas, y sólo imponen la ley del más fuerte. José Ángel Sánchez Asiaín dijo recientemente en Barcelona una frase memorable: a los hombres la realidad no solamente se les presenta «siendo», sino también valiendo. Esta crisis no sólo debería ser un dato frío, frustrante, generador de recelos, sino también un elemento que requiera madurez y un nuevo modo de entender el mundo. Economía, mundo y sociedad encontrarían así el eslabón perdido.

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LIBRO IV

EL ARSENAL S U D A M E R I C A N O DE S A D A M HUSEIN*

* Rogelio García Lupo. Nacido en Buenos Aires en 1931, es uno de los periodistas más destacados de América Latina por sus 40 años de dedicación a investigaciones delicadas. Conocido en la comunidad de enviados especiales como «el hombre que sabe demasiado», es una fuente imprescindible de información sobre secretos de la política latinoamericana e internacional. Es autor de libros de investigación periodística (uno de ellos, Paraguay de Stroessner, publicado en esta colección), que han revelado detalles de diversos escándalos políticos y financieros de resonancia mundial. Es corresponsal en Buenos Aires desde 1982 de la revista Tiempo de Madrid.

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H U S E I N , E L M E J O R A L I A D O D E BRASIL El 11 de octubre de 1982, cuando salió de su casa para una excursión de pesca y desapareció, junto con su mujer y el patrón de una lancha de alquiler, el periodista brasileño Alexandre von Baumgarten ya había escrito la historia que Sadam Husein se encargó de completar en 1990. Baumgarten, conocido entre los periodistas brasileños como El Alemán, tenía entonces 52 años y había sido columnista de Folha de Sao Paulo. Estaba relacionado con los círculos de la extrema derecha política, protegidos por la dictadura militar que en 1964 asaltó el Gobierno de Brasil. Fue en ese pequeño universo donde la inteligencia militar recoge datos de la vida política, y los periodistas registran la temperatura de los cuarteles, donde Baumgarten terminó siendo reclutado por el Servicio Nacional de Inteligencia (SNI). En 1979 Baumgarten contaba con la confianza de los jefes del SNI, que aceptaron su propuesta de relanzar, con fondos secretos provistos por la Caja 2 —la oficina de recaudación y distribución de caudales a menudo procedentes de acciones clandestinas—, la revista O'Cruzeiro, uno de los semanarios más famosos de Brasil. Cuando apareció muerto, con tres balas en el cuerpo, en Praia de Grumari, Río de Janeiro, el Gobierno militar no logró ocultar que pertenecía a la llamada «comunidad informativa», el clearing de inteligencia donde los hombres del espionaje estatal intercambian las novedades. Su condición de «agente reservado» del Departamento General de Investigaciones Especiales de la Policía de Río de Janeiro, estaba registrada en una tarjeta de identidad que apareció entre sus papeles personales. La muerte de Baumgarten planteó de inmediato un enigma. Desaparecido el 11 de octubre, su cuerpo fue hallado en la playa diez días más -279-

tarde, pero el informe de los forenses afirmó que no llevaba más de tres días en el agua. Conclusión: Baumgarten había permanecido vivo en algún lugar por lo menos durante una semana. ¿Por qué? ¿En manos de quiénes? Un año después del crimen, un archivo personal con más de un kilo de documentos devolvió a Baumgarten y su misterioso asesinato a la notoriedad. E l dossier Baumgarten se hizo célebre en el Brasil de los años terminales de la dictadura militar y apasionó al público en los primeros tiempos de la transición a la democracia. Básicamente, relataba la evolución de la Editora von Baumgarten Industria e Comercio Ltda., la pequeña empresa que había registrado en Sao Paulo en septiembre de 1979 para reactivar la revista O'Cruzeiro. Un año más tarde, la editorial de «El Alemán» hacía agua, había perdido la regularidad semanal y sobrevivía apenas, con subsidios directos del SNI, a cambio de canalizar cursos de acción sobre la opinión pública destinados a demostrar las bondades de la dictadura. En retribución, el público abandonó a O'Cruzeiro . C o n una tirada de 57.000 ejemplares semanales, rápidamente la devolución alcanzó a 45.000 revistas, una catástrofe para el editor, que sucumbió por completo al sospechoso financiamiento de la central de inteligencia. En los meses anteriores a su desaparición, Baumgarten se había convertido rápidamente en un frente detrás del cual se ocultaban las operaciones financieras de los jerarcas de la inteligencia militar . Los documentos del dossier, recuperado un año más tarde, fueron una explosiva denuncia contra el SNI que su autor, aparentemente, intentó en vano poner en las manos del presidente de Brasil, general Joao Figueiredo, valiéndose de su amigo, el general Florim Coutinho. Allí escribió: «Mi silencio es importante ya que [...] estoy enterado de cosas que hicieron oficiales generales y oficiales superiores del ejército que dejan al Arma en situación ruin como institución y al SNI completamente desmoralizado, ya que este servicio viene siendo usado para la satisfacción personal de los intereses pecuniarios de algunos de sus directores.» E l general Coutinho no llevó al presidente el memorial de Baumgarten, y los amigos del periodista supusieron que en realidad, después de leerlo, lo entregó a quienes se encargarían de eliminarlo. Baumgarten reveló en 21 páginas mecanografiadas nerviosamente que el SNI había designado los corresponsales y los agentes comerciales de O'Cruzeiro en todo el país, quienes presionaron a las empresas privadas y a los directores de las compañías públicas para que anunciaran en la revista. En plena crisis, dos coroneles se presentaron en el despacho de Baumgarten y le exigieron que les traspasara la propiedad de la editorial. Como se negó, mencionaron «el serio riesgo físico» que iba a correr 1

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desde ese momento. El periodista, entonces, escribió una carta al ministro-jefe del SNI, general Octavio Aguiar de Medeiros, denunciando a los dos coroneles por su nombres, y asegurando que estaba convencido de su inminente «liquidación física». La carta, a la vista de los resultados, en lugar de protegerlo, precipitó la eliminación de Baumgarten, cuyo crimen siempre se interpretó como una sucia historia de dinero entre agentes de la inteligencia militar y sus colaboradores civiles. Sin embargo, Husein devolvió la historia a su verdadero eje. Porque junto con el dossier y sus denuncias de corrupción militar en la central de inteligencia de la dictadura, también apareció una novela, inconclusa, que Baumgarten alcanzó a redactar hasta la página 87. Esta novela, titulada Yellow-cake, narra una operación secreta de abastecimiento de uranio de Brasil a Irak, y algunos de sus protagonistas no están encubiertos por nombres de fantasía, sino identificados con los suyos propios. Entre otros, el general Octavio Aguiar de Medeiros. Yellow-cake es el nombre que los especialistas dan a la pasta amarilla que resulta de la purificación del uranio natural. En la novela, donde también aparecen con sus nombres el mayor ideólogo geopolítico de los militares brasileños, el general Golbery do Couto e Silva, y el presidente de Brasil, general Ernesto Geisel, el propio Baumgarten interviene como Coronel Neiva, un oficial que desea hacer bien las cosas y debe enfrentar la incomprensión y la venalidad del resto. Es el Coronel Neiva quien descubre el hilo que llevaría a desbaratar una conexión internacional entre Brasil, Irak, Estados Unidos y la URSS. Baumgarten escribió 87 páginas de su «ficción-verdad» y, como quedó inconclusa, se llevó a la tumba el final de la historia que, por otra parte, tampoco es aún hoy conocida íntegramente. El fragmento que va de la página 42 hasta la 55 no estaba entre sus papeles personales o alguien lo retiró. El Alemán no era un gran novelista, pero el Coronel Neiva, que apenas lo disimula en el texto, sin duda conocía la técnica del material estratégico que dio nombre al libro. En una parte, éste describe la operación con estas palabras: «El acondicionamiento del mineral se hacía en barriles, una vez que salía del laboratorio. Neiva supo que este tipo de uranio es el más indicado para ser enriquecido y, por lo tanto, quien lo estaba comprando ciertamente ya estaba preparado para producir bombas atómicas o, tal vez, ya las estaba produciendo.» Cuando el presidente Husein hizo estallar la crisis del Golfo, había sido alimentado durante diez años por una red de relaciones tortuosas con los militares de Brasil. -281

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Este contrato siniestro tuvo su base en ventas clandestinas de uranio concentrado, el yellow-cake, la materia prima utilizada en la fabricación de la bomba atómica y también la materia prima de la «novela-verdad» de Baumgarten. En su aspecto más visible, la conexión Brasil-Irak ayudó a Husein a montar el arsenal bélico con que amenazaría al resto del mundo años más tarde. Bajo la inspiración del ya desaparecido SNI y del Consejo de Seguridad Nacional, la Comisión Nacional de Energía Nuclear ( C N E M ) hizo por lo menos tres remesas secretas a Irak de uranio procesado en instalaciones brasileñas. Esos cargamentos formaban parte de una venta de 100 toneladas de mineral, que no llegó a ser cumplimentada en su totalidad. El Gobierno brasileño tenía pleno conocimiento de que la intención de Husein era utilizar el mineral para fabricar la bomba atómica. Los embarques se realizaron a inicios de la década pasada y estuvieron rodeados de una espesa nube de misterios. La operación incluyó la utilización de cuentas secretas en el Banco do Brasil en París, movidas por el SNI. Las primeras revelaciones sobre el abastecimiento clandestino de uranio brasileño fueron hechas en junio de 1981 por el diario The Guardian de Londres, y provocaron una intensa polémica en el Congreso, en la prensa y en el Gobierno brasileños. La información fue desmentida categóricamente. La denuncia británica reveló la existencia de una transacción concreta. Pero Brasil no sólo vendió a Irak uranio puro, conforme con lo publicado en esa época, sino que suministró también cargas de uranio concentrado, el codiciado yellow-cake. Especialistas brasileños también participaron en el esfuerzo de Irak para tener acceso a la tecnología del uranio. A principios de 1980 dos exfuncionarios de Nuclebras (Empresas Nucleares Brasileiras), abiertamente incitados por sus jefes, crearon la firma Minerart Tecnología Mineral Ltda. para proyectar la explotación de un yacimiento de uranio en Ogaden, Somalia. El principal financiador del proyecto era Irak. La misma Minerart fue contratada cinco años después por Irak para participar en la explotación de una reserva de uranio en la región de A b u Skhair, a 250 km al sur de Bagdad. También en 1985, tres funcionarios de Geological Survey, empresa estatal de Irak, permanecieron tres meses en Río de Janeiro esperando los exámenes finales de las muestras recogidas en A b u Skhair. Desde el trágico final de Baumgarten, la historia de la conexión recuerda un filme de aventuras. - 282 i

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Antes de que comenzaran los embarques clandestinos de uranio, un avión Bandeirante cedido por el Gobierno de Brasil a una empresa creada y costeada por la Caja 2 del SNI fue ametrallado por la aviación de Etiopía cuando realizaba trabajos de aerofotogrametría en el espacio aéreo de Somalia. La tripulación, sin embargo, sólo estaba compuesta por técnicos brasileños en busca ue uranio y minerales raros de Somalia, entonces en guerra con Etiopía. La empresa prestó servicios similares en Mauritania, Libia y, por supuesto, en Irak. «Había un fuerte interés del Gobierno brasileño para intensificar la exportación de servicios a Irak en el área nuclear», reconoció el ingeniero Francisco Barros Filho, presidente de Minerart y uno de los pioneros del proyecto en A b u Skhair . La conexión Brasil-Irak es un ejemplo dramático de la megalomanía de los gobiernos militares y sobran las apelaciones a la «seguridad nacional», al «Brasil Potencia» y a la «autonomía energética» entre sus fundamentos escritos. Las oficinas del SNI ayudaron a Husein a concretar su sueño militarista. Pero los militares brasileños también pretendían garantizar la provisión de petróleo a Brasil, reforzar la industria nacional de armas y, como punto final, aumentar el poder de fuego de las fuerzas armadas, siempre con vista a sus vecinos, en especial la Argentina. El acuerdo Brasil-Irak fue montado por el SNI bajo una visión estratégica, propia del maquiavélico general G o l bery Couto e Silva, muerto en 1987, después de haber diseñado el golpe de 1964 y también la transición democrática en 1985 . El objetivo final de los brasileños era formar una asociación militar con Irak, que después hiciera viable la fabricación de la bomba atómica también en Brasil. El SNI deseaba que Irak tuviese el control de una tecnología más avanzada que Brasil en algunas fases del proceso nuclear. De este modo, no se indisponía con Estados Unidos ni atemorizaba a los militares argentinos y tampoco se distanciaba del progreso tecnológico. La estrategia de la aproximación entre Brasil e Irak contemplaba otros frentes. U n o relacionó a grandes empresas brasileñas con la exportación de sus productos a Irak. Volkswagen, por ejemplo, llegó a exportar 150.000 autos del modelo Passat a Irak. Y la todopoderosa constructora Mendes Junior construyó una carretera de 550 km entre Bagdad y Kaime, en la frontera con Siria. En una década, el comercio brasileño con Irak acumuló exportaciones por 4.000 millones de dólares, permitiendo reducir la hemorragia de las compras brasileñas por 20.000 millones de dólares en pago de vitales importaciones de petróleo de Irak. El influyente grupo de empresas bélicas brasileñas, comandado por Engesa y Avibras Aeroespacial, amonto3

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nó ventas de equipos militares para el ejército de Husein por 3.000 millones de dólares, que fueron apenas contabilizadas por las estadísticas oficiales. Las ventas de productos no bélicos por Brasil fueron una consecuencia de la aproximación desencadenada por Brasilia después del primer gran salto del petróleo, en 1973, cuando el precio del barril se disparó desde 3 dólares hasta 10. Para aminorar el peso formidable de esa cuenta sobre su economía global, los brasileños intensificaron las relaciones económicas con Oriente Medio. La conexión con Bagdad, que acabaría llevando al peligroso contrato nuclear, nació en la primera crisis petrolera mundial, cuando Irak se comprometió a entregar las cantidades de petróleo estipuladas en los precedentes convenios con Brasil. Husein ofreció una demostración de buena voluntad en un momento sumamente difícil para Brasil, ya que la demanda internacional de petróleo era mucho mayor que la oferta y le sobraban clientes. C o m o contrapartida, el general Ernesto Geisel, entonces presidente de Petrobras, se negó a secundar un boicot contra Irak, orquestado por las mayores compañías productoras de petróleo en el mundo. El presidente de Brasil, general Emilio Garrastazu Medici, instaló una embajada en Bagdad, confirmando la intención brasileña de elevar el nivel diplomático de las relaciones con Irak. Durante la presidencia del general Geisel, la distancia entre Bagdad y Brasilia no hizo otra cosa que acortarse. En ese quinquenio se suscriben los primeros grandes contratos de exportación de productos brasileños. Pero, sin embargo, fue en el siguiente Gobierno, del general Joao Figueiredo, cuando la relación con Irak se impregnó con su rasgo militarista. Figueiredo envió a la embajada de Bagdad al ministro-jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, general Samuel Alves Correa. Al general Correa le sucedería, en 1983, otro general, Alacyr Frederico Werner. Detrás de la nueva estrategia estaba el ministro-jefe del SNI, general Octavio Aguiar de Medeiros, el mismo a quien Baumgarten había desenmascarado. Para Medeiros, Irak debía transformarse en el gran aliado de Brasil en Oriente Medio y su apuesta fue desarrollar un proyecto nuclear conjunto con ganancia para los dos regímenes militares. Programada en las oficinas del SNI, la convivencia entre los ejecutivos de las industrias bélicas y funcionarios de la Administración federal fue tan confusa que por momentos se volvió difícil distinguir dónde terminaba el interés público y dónde comenzaba la actividad privada. En Río de Janeiro los agentes del SNI mantenían interminables reu-

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