Las quimeras de los cielos : Aspectos epistemológicos de la revolución copernicana 9788432305047, 8432305049

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Las quimeras de los cielos : Aspectos epistemológicos de la revolución copernicana
 9788432305047, 8432305049

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/ Alberto Elena Las quimeras de 105 cielos Aspectos epistemol6gicos de la revoluci6n. copernicana

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Este estudio no pretends ser una historia de la astronomia. sino bucear en ella con el objeto de determinar cuales fueron las distin as concepciones de las hipotesis astronornicas durante el Renacimiento cientffico y en que terrninos se planteo la polernica entre realistas e instrumentalistas. En este sentido, esta obra puede leerse como una revision crftica del ensayo clasico de Duhem en el que se propone reivindicar ei convencionalismo de Osiander y Bellarmino frente al ~f3alismo de Copernico, Kepler y Galileo, en el que Duhem ve un al\~ja.miento de 10que sequn el son las modernas concepciones episterroloqicas. Es en este terreno de la epistemologfa en el que delibera(damente se mueve el presente estudio, concediendo menor irnportancia a los aspectos puramente tecnicos. Alberto Elena (Madrid, 1958) es doctor en Filosoffa par la Universidad Autonorna de Madrid, donde ensena actualmente Historia de la Ciencia. Ha realizado trabajos de especializacion en Parfs y en Florencia, y ha publicado diversos artfculos en revistas especializadas, nacionales y extranjeras. '

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LAS QUIMERAS DE LOS CIEL

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Calle Plaza, 5. 28043 Madrid

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IJERECIIOS

Elena RESERV I\I)OS CON FOR ME 1\ 1.1\ LEY

Impreso y heche en Espana Printed and made in .SjJain Discno

de la cubicrta:

EI Cubri

ISBN: 84-323-0504-9 Deposito Compuesto

legal: M. 186-1985 en Fernandez

Ciudad,

S. L.

Impreso en Closas-Orcoyen, S. L. Poligono Paracuellos del J arama (Madrid)

Igarsa

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I

INDICE

INTRODUCCION

PRIMERA

PARTE

LA HERENCIA 1.

CLASICA Y MEDIEVAL

LA GENESIS lJE LA CONTROVERSIA

EN LA GRECIA CLASICA

1. La astronomia griega primitiva, 13.--11. 121 problema de Platon, 16.·--·III. Ptolomeo, 21.-IV. La bifurcacion de los carninos, 31. 2.

EL U,GAllO

ISLAMICO

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1. La transmision del saber clasico: la astronomia, 39.-11. La 'ilm al miqiit, 44.·-Ill. Ibn al-Haytam, 5l.-IV. La reaccion pcripatetica, 58. 3.

LA

RECUPERACION

MEDIEVAL...

...

DE

...

...

LA ...

TRADICION ...

...

...

...

ASTRONOMICA ...

...

EN

...

LA EUROPA

...

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...

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...

I. EI bagaje de 10s astronomos cristianos, 67.-II. (:Salvar Los [enomenos 0 saluar los principios?, 74.-Ill. El papel de la astrologia, 82. SEGUNDA PARTE LA CONCEPCION DE LAS HIPOTESIS RENACIMIENTO CIENTIFICO 1. LA CRISIS DE LA ASTRONOMIA

ASTRONOMICAS

RENACENTISTA

...

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EN EL ...

...

...

I. cUn paradigma en crisis?, 93.-II. EI desafio de Francesco Pattizi, 102.-III. EI fin de Ia astronomia homocentrica, 105. 2.

LA CONTRIBUCION

DE COPERNICO

...

...

...

...

...

...

...

...

...

...

...

I. Una opcion episternologica, 110.-11. Una opcion cosmologica, 114.-Ill. El significado de la revoluci6n copernicana, 124. 3.

LA

RECEPCION

WITTENBERG»

DEL ...

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COPERNICANISMO ...

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Y

LA

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«INTERPRETACION ...

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DE ...

I. EI pr61ogo de Osiander, 127.-11. La rcacci6n luterana, 13l.-II1. La interpretaci6n de Wittenberg, l37.-IV. Instrumentalismo y neoplatonismo, 145.-V. Tycho Brahe, 148.

1

Indice

INTRODUCCION

VIII

4.

KEPLER Y LA FISICA CELESTE .,

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156

1. Entre la teologia y la cosmologia, 156.-11. (Que es una hipotesis astron6mica?, 165.-1II. La fisica celeste, 176. 5.

LA INTERPRETACION

GALILEANA ....

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180

1. El triunfo del realismo: el caso de. ,Ciavius, 180.-II. La teoria . ficacico. galilcana de las mareas y 1a Just! KaClO1 del movimiento rerrestre, 183.-IlI. La ultima batalla, 191. 197 REFERENCIAS

BIBLlOGRAFICAS

1. Fuentes, 197.-II.

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Bibliografia adicional, 202. 228

INDlCE DE CONCEPTOS ." INDICE DE NOMBRES ...

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230

En cierto modo el trabajo que sigue podria leerse sin dificultad co un intento de revisar Ias tesis expuestas por Pierre Duhem en su phain6mena. Essai sur la notion de tbeo moso ensayo S6zein physique de Platen it Galilee (1908). A decir verdad, no podia se otra forma: cualquier analisis del problema del estatus de las hip6t astronornicas a 10 largo de la historia esta necesariamente abocad entablar un dialogo con el ffsico e historiador Irances, La elecci6n interlocutor viene, por consiguiente, impuesta de antemano. Aun en las paginas siguientes Duhem sera tratado con dureza, desde momenta es preciso reconocer la extra ordinaria .importancia de investigaciones y saludarle como uno de los grandes pioneros de joven disciplina que es la historia de la ciencia. Precisamente caracrer de precursor explica algunas de Ias limitaciones de sus tr jos; otras, sin embargo, responden a sus propios presupuestos m dologicos, historiograficos e incluso ideol6gicos. Son estas las que viene resaltar antes de iniciar Ia singladura. Para empezar, ha de tenerse en cuenta que este estudio -exact mente igual que el citado ensayo de Duhemno pretende en m alguno set una historia de la astronomia. Antes bien, se trata de bu en ella con objeto de determinar cuales fueron las distintas con ciones de las hipotesis astronomicas durante el Renacimiento cie fico y en que terminos se planted realmente Ia controversia que, se Duhem, opuso a instrumentalistas y realistas. Los ecos de dicha p mica resonaron unicamente en el ambito de la teoria planetaria y ahi que sea este el campo en el que se centraran todos Ios anal EI hecho de que «hasta hace muy poco los mas espectaculares ava en la historia de Ia astronornia se llevaran a cabo en la teoria pl taria» (Neugebauer, 1945, p. 23) Y de que Ia discusion sobre el sa los fen6menos subsista durante un buen numero de siglos, confund dose con el desarrollo de la propia disdplina (Mittelstrass, 1

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p. 141), no debe hacernos olvidar que el objetivo de esta investigacion no es en absoluto escribir una historia de la astronomia. Tampoco debed extrafiar, por 10 demas, que los aspectos epistemologicos merezcan una atencion mayor que las contribuciones tecnicas: ese es el territorio en el que vo1untariamente ha decidido ubicarse este ensayo. De acuerdo con Duhem, ya desde la antiguedad fueron dos las orientaciones epistemologicas gue acornpafiaron el guehacet de los astronomos: una de elIas, supuestamente apadrinada por Platen, concebiria la astronomia como una rama de las matematicas y aspiraria a describir los movimientos de los planetas en terminos exc1usivamente geometricos; el segundo planteamiento, avalado por Aristoteles, seria e1 de una astronomia fisica, cuyo objetivo consistiria en esbozar una descripcion realista del universo. Inicialmente, y a pesar de la enorme reputacion del Estagirita, fue aquel primer enfoque el hegemonico, gracias sobre todo a 10s trabajos del alejandrino Claudio Ptolomeo. Durante la Edad Media apenas sc habrian dado, segun Duhem, alteraciones sustanciales en este esquema: en tanto que algunos astronomos se cledicaron a «poner parches» al sistema ptolemaico y a depurar la episternologia subyacente al mismo, otros volvieron -desde presupuestos puramente especulativosalas combinaciones de esferas homocentricas que la tradicion aristotelica habia consagrado. Habria que esperar hasta Copernico para encontrar un planteamiento realista coherente, por mas que --a juicio del historiador frances-s- ello supusiera un retroceso frente alas posiciones instrumentalistas de 10s ptolemaicos. Duhem, furibundo convencionalista, daria la razon a Osiander y Bellarrnino, considerando que Copernico, Kepler y Galileo se encuentran mas lejos de las modernas concepciones episternologicas que aquellos otros. Su trabajo podria entenderse, pues, como una cruzada tendente a reparar 10 que el estimaba un error de apreciacion historica. NaturaImente, no cabe ocuparse de la concepcion de Ias hipotesis astronomicas en el Renacimiento cientifico sin previa mente cuestionar la validez de la caracterizacion duhemiana, sin preguntarnos por la exactitud de su interpretacion de Ia epistemologia subyacente al programa del salvar los [enomenos. De 10 contrario, aceptando acriticamente su planteamiento del problema (instrumentalismo versus realismo), el analisis de las controversias renacentistas est aria viciado desde el principio. Esa es la razon de que este trabajo seabra con una extensa reevaluacion del problema a 10 largo de la Antigiiedad y el Medioeyo. POl' 10 dernas, en la historia de Ia astronomia, las fronteras entre 10

I ntraducci6n

«antiguo» y 10 «moderno» resultan un tanto difusas (Neugeb 1941, p. 16) Y en modo alguno seria licito -como despues verem tornar a Copernico como punto de partida. Ineluso me atreve decir que, en cierto modo, la fortuna del analisis acometido segunda parte esta en funcion directa de Ios Iogros que pueda en la prirnera.

El gran error de Duhem ha sido recienternente puesto de r por Peter Machamer (1975, p . .346) con una claridad meridiana: tra 10 que aquel pensaba, la distincion astronomia matematica putacional)/astronomia fisica (cosmologia) no era una simple e sion del conflicto entre dos forrnas contrapuestas de considera teorias cientificas (instrumentalismo/realismo). En efecto, el p subtitulo del ensayo de Duhem evidencia alas claras que creia estudiando la configuracion histeSrica del concepto de teoria que de manera un tanto frivola identifica con Ia astronornia: donde hoy decimos teoria [isica, Ios pcnsadores griegos y musu nes, los cientificos de la Edad Media y el Renacimiento, decian nomia» (Duhem, 1908, pp. 1-2). Cuando el problema consistia samente en establecer la relacion entre la Iilosofia natural y In nornia rnaternatica, disciplinas difercntes y caracterizadas par propios patrones de racionalidad, Duhem precede como si esta d cion -ya presente en Arist6telesno 10 fuera tanto entre dos ques distintos del estudio de Ia naturaleza como entre dos ori ciones epistemologicas contrapuestas; aun sefialando la distinc Duhem presenta siempre Ia astronomia como una rama de Ia filo natural, como un exponente de Ia teorfa Iisica (Donahue, 1975 ginas 244-245). Y asi 10 que era sobre rodo una disputa gremial a concebirse como una discus ion epistemologica acerca de la natura de [as teorias cientlficas: aunque las normas que regian el trabaj los astronornos no eran las rnismas que las de la filosofia de la raleza aristotelica, no por ello ha de entenderse que se asistiera a y realistas (Loparic, 1980, p. polernica entre instrumentalistas Antes de proseguir es preciso, no obstante, atender siquiera b mente alas !ineas maestras de la fila sofia de la ciencia duherni La tesis que irnplicita 0, a veces, explicitamente alienta las pag phain6mena es la siguiente: «Puesto que las espec de Sozein ciones fisicas iinicamente pueden ser un obstaculo, el astronorno debera simplernente tratar de saluar los [enomenos. Esto plantea importantes cuestiones, a saber: el grado de compromiso de 10s a nomos con las explicaciones fisicas y eI papel de Ia ffsica en el desa

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110de la astronornia» (Aiton, 1981a, p. 75). La respuesta de Duhem es inequivoca: «Los Hsicos de nuestra epoca han calibrado con mayor cuidado que sus predecesores el valor exacto de las hipotesis empleadas en la astronomia y en la Hsica y han vis to como se disipaban por completo deterrninadas ilusiones que hasta hace poco pasaban por certezas. Hoy en dia result a obligado reconocer y declarar que la logica estaba de parte de Osiander, Bellarmino y Urbano VIII, y no asi de Kepler 0 Galileo; que aquellos habian comprendido el alcance exacto del me to do experimental y que, a este respecto, estos otros se habian equivocado» (1908, p. 136). El final de la obra es todavia mas explicito: «A pesar de Kepler y Galileo, en la actualiclad creernos --con Osiander y Bel1arrninoque las hipotesis fisicas no son sino artificios matematicos destinados a salvar los [enomenos» (1908, p. 140). Duhem ya habia denunciado en La tbeorie physique: son objet, sa structure (Paris, 1906) «esta confianza entusiastica y un tanto ingenua en el poder ilimitado del metodo fisico» (p. 59). A su modo de ver, «la fisica teorica [ ... ] no tiene la facultad de aprehender las propiedades reales de los cuerpos que subyacen alas apariencias observables; no puede, pues, sin trascender el ambito legitime de sus metodos, decidir si tales propiedades son cualitativas 0 cuantitativas [ ... ] La Hsica teorica no aprehende la realidad de las cosas, sino que se limita a representar los fenornenos sensibles por medio de signos 0 simbo[os» (1906, p. 170). Por consiguiente, el objetivo de la teoria fisica no es tanto explicar ii.e., revelar aquello que se oculta tras los fenomenos) como resumir y clasificar 16gicamente un conjunto de leyes experimentales (1906, p. 3). Su funcion es eminentemente representativa: «Una teoria Hsica no es una explicacion, sino un sistema de proposiciones matematicas deducidas de un pequefio mimero de prindpios, que tiene por objetivo representar tan simple, completa y exactamente como sea po sible un conjunto de leyes experimentales» ( 1906, P: 24)) Conforme a todo 10 dicho, y esto result a particularmente relevante de cara al estudio del problema que nos ocupa, «una teoria verdadera no es una teorfa que ofrezca una explicacion de las apariendas fisicas ajustada a 1a realidad; es una teoria que representa de forma satisfactoria un conjunto de 1eyes experimentales. Una teoria falsa no es un intento de explicacion fundado en suposiciones contrarias ala realidad, sino un conjunto de proposiciones que no se corresponden con las leyes experimentales. Para una teorta [isica, el acuerdo con la experiencia es el tlnico criterio de verdad» (1906, p. 26).

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l'nrtiendo de estos supuestos, en Sozein pbainomena «el o tivo de Duhem es poner de manifiesto: a) que su concepcion d [cori:! Iisica corresponde a una tradicion pergefiada en la antigiie ell d ,tmbito de 1a astronomia ; b) que las normas de la teoria H J t:!1 I sido siempre las mismas a 10 largo de la historia de la cien :11111 cuando hubo cientiiicos que interpretaron equivocadamente significado de sus teorias» (Fichant, 1969, p. 72). Por 10 que se ref al primer punta, parece preciso especificar que es 10 que cabe en y determinar si sus rasgos distintivos der por instrumentalismo los que estan presentes en los promotores del program a del salvar fen6menos. Siguiendo a Lakatos (1971, pp. 460-461), el instrumen lismo seria una version especitica del convencionalismo, que no reconoceria la posibilidad de que las teorias falsas puedan tener gran valor predictivo, sino que de hecho concebiria todas 1as teo cientificas como meros instrurnentos de prediccion, acerca de verdad 0 falsedad no tiene, pues, sentido preguntarse. Pero este antiguo, toda es, digarnoslo ya, el sentido del instrumentalismo que distingue en 1a astronomia una parte cierta (los principios, to dos de la Iisica) y otra hipotetica (las explicaciones particulates e marco de la teoria planetaria) (Clavelin, 1964, p. 150). En efecto siquiera 10s «instrumentalistas» mas radicales de la historia d astronomia -Prodo, Lefevre, Reymers, etc.- estan exentos de ocupaciones fisicas: «estes pensadores aducen argumentos fisicos favor de sus puntos de vista y tratan de demostrar que una inter tacion realista de ciertas teorfas conduce a resultados incompati con la observacion y con 1eyes fisicas altamente corroboradas» (F rabend, 1964, pp. 176-177). La base de todas sus divergencias e baba en una peculiar concepcion segiin la cual a cada esfera de la lidad le correspondia una clase distinta de conocimiento: asi, mien que la fisica debia preguntarse por las causas de Ios fenomenos, era competencia de la astronomia su adecuada descripcion y predic (Feyerabend, 1964, p. 184). Pero en ningiin caso se entendi6 el grama del salvar los fen6menos como una invitaci6n a buscar formula arbitraria para predecir los fenomenos celestes, independ temente de toda posible restriccion fisica (Feyerabend, 1975, p. antes bien, «la reconciliacion de los requisitos de la fisica con lo un modelo cinernatico satisfactorio se considero siempre un deseable» (Aiton, 1972, p. 10). El mismo Popper (1956, p. 199) a do ya que el famoso «problema de Plat6n» no era la expresion un credo instrumentalista, sino una mera definicion y delimitacion

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los rnargenes dentro de los cuales debia trabajar el astronorno profesional. Es en ese sentido -y sabre 1a base del analisis de los casos relevantesen el que me he permitido afirmar, con una parafrasis foucaultiana acaso no muy afortunada, que el instrumentalismo es una invencion reciente (Elena, 1982b, p. 186). Efectivamente, durante toda la Edad Media -y, par supuesto, en 1a Antigiiedad->- el conflicto no se daba tanto entre una posicion realista y un instrumentalismo genuino como entre dos opciones realistas diferentes 0, mas bien, entre dos exigencias de verdad distintas. Asi, mientras que unos exigen la interpretacion realista de todas las teorias, otros solo estipulan tal cosa para aquellas que se hayan elegido como base de la investigacion: en este caso, la teorfa-base debe de ser verdadera, mas no es necesario que las hipotesis de menor nivel de generalidad satistagan tal requisito (Feyerabend, 1981, p. 5). Cabria decir, en un lenguaje lakatosiano anacronico, pero quiza clarificador, que para 10s «instrumentalistas» de que nos habla Duhem solo son materia opinable las hiporesis que conform an el cintur6n protector de 1a teoria, identificables por 10 general con las distintas descripciones de los movimientos planetarios (siempre sometidas a un nacleo comiin, intocable e irrenunciable, que defina la otra gran parte de la astronomia teorica, su vertiente cosmologica: la teoria de la esfera). Ademas, y esto es algo que han subrayado 105 propios historiadores, la dicotornia duhemiana no es en verdad excluyente: «No tenemos par que plegarnos a la eleccion que nos ofrece Duhem entre realismo y ficcianalismo, conforme a la cual toda proposicion 0 hipotesis ha de ser la verdad ultima 0 bien una simple ficcion, Sin duda podemos aceptar una hipotesis como la mejor relacion de que disponemos en un momento dado, dispuestos a revisarla 0 rechazarla cuando los datos empiricos exijan su modificacion 0 cuando surja una hipotesis superior capaz de reemplazarla» (Rosen, 1939, p. 33). Dicho de otro modo, no es 10 rnismo abrazar una concepcion tentativa y probabilista del conocimiento cientifico que suscribir una epistemologia instrumentalista: tendremos ocasion de comprobar que, sin embargo, Duhem acostumbra a hermanar indebidamente el escepticismo con el ficcionalismo. Koyre (1961, pp. 84-85), convencido -como buen disdpulo de Meyersondel caracter realista de las teorias cientificas, se opuso a la interpretacion duhemiana precisamente sobre esta base: phain6mena se da una proyeccion ilegitima de patrones en Sozein modernos sobre 10s «positivistas» antiguos y medievales, puesto que no se encuentra en ellos la adopcion de un nuevo ideal cientifico, sino

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I ntroducci6n

tan solo 1a renuncia a 1a posibilidad de alcanzar la verdad. Aunqu generalizacion de Koyre no es valida en todos los casos, justo es nocer, sin embargo, que su critic a esta bien encaminada. Duhem estaba siri duda muy Iejos de esta famosa consigna Ian por N. R. Hanson (1973, p. 19): «Para comprender adecuadame el pasado, hemos de olvidar el presente [ ... ] jResistid 1a tenta de tratar los problemas antiguos como si exigiesen nuestras respue modern as l» Antes bien, el suyo es un ambicioso intento de bu una coartada histories para su peculiar Iilosoffa de la ciencia. N como el estaria dispuesto a suscribir el dictum lakatosiano: «La sofia de la ciencia sin Ia historia de 1a ciencia esta vacia; la histori Ia ciencia sin la filosofia de 1a ciencia esta ciega» (Lakatos, 1 p. 456). Lo que resulta mas discutible es su forma de entender simbiosis, adentrandose en el pcligroso terreno de las ejemplifica nes historicas de cualesquiera tesis filosoficas, Si bien es verdad la filosofia de 1a ciencia puede servir para sensibilizar al historia acerca de 10s presupuestos implicitos de Ios cientificos que es y para reformu1ar en categorias mas nitidas e1 a veces vago 0 ext 1enguaje empleado en el pasado pot los especialistas de las div disciplinas, no 10 es menos que el punta de partida debera ser sie 1a reconstruccion de los procesos reales en los mismos terminos en tuvieron lugar (Westman, 1972, p. 23.3). Y ahf es dondc la emp duhemiana deja bastante que desear: ya se ha insinuado que s forrnulacion de los viejos problemas, mas que aclarar, falsea la pleja realidad historica; veamos ahora como tal deformacion n puramente filologica 0 filosofica, sino que responde a unas dete nadas rnotivaciones ideologicas, La pregunta podria ser: (que se esconde tras Ia defensa a ultr de Bellarmino hen te a Galileo? Desde 1uego 110 solo un par ti p favor de una determinada concepcion episternologica. Al afirrnar la logica -y, por tanto, la razon->- estaba de parte de la Santa pbainomena sabia muy bien que terreno pis el autor de Sozein «Duhem no llego a esta extrafia posicion como historiador, sino propagandista: tan devoto catolico como notable fisico, queria de trar que la ciencia patrocinada por Ia anticlerical Tercera Repub habia sido promovida par la Iglesia» (Heilbron, 1975, p. 284). tivarnente, los conflict as academicos con 10s que tropezo a 10 larg su carrera, y que --segun eI-- le impidieron acceder a la catedr Paris, marcaron profundamente a Duhem (Paul, 1972, pp. 202-2 siempre dispuesto a demostrar 1a compatibilidad de la ciencia mod

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y la fe cristiana. En este sentido, «el positivismo y el formalismo de Duhem con respecto alas teorias fisicas son el reverse de su metafisica: se trata de fijar 10s limites y las condiciones del saber cientifico a fin de subordinarlo a otro saber» (Fichant, 1969, p. 74). Poner Iimites al conocimiento para hacer un sitio a la fe, la consigna kantiana del prologo a la segunda edicion de la Critica de la razon pura, es sin duda el objetivo de Duhem: el precio, no obstante, fue un tanto exceSIVO.

«Physique de croyant», un articulo de 1905, revelaba ya alas claras la naturaleza del proyecto duhemiano, al cual ciertamente no se le podia pedir una mayor explicitud: «Desde luego que creo con toda mi alma en las verdades que Dios nos ha revelado y en 10 que nos ensefia a traves de su Iglesia; nunea he ocultado mi fe y confio de corazon en que Aquel en quien la tengo me guardara de ruborizarrne. En ese sentido cabe decir que la fisica que hago es la flsica de un creyente» (1905, P . 414). Y, un poco mas adelante, afiade: «En muchas ocasiones la Iglesia Catolica ha contribuido poderosamente -y aun sigue haciendolo con energiaa mantener a la razon humana en el buen camino, incluso cuando esta 1'az611se esfuerza por descubrir verdades de caracter natural» (1905, p. 472). Su acercamiento a la historia de la ciencia estaba, pues, condicionado de antemano por esta tarea apologetica que se habia impuesto a SI mismo. Sus puntos de vista estan inmejorablemente reflejados en un documento que solo conocemos a traves de la biograHa que escribiera su hija Helene (H. P. Duhem, 1936, pp. 158-169): se trata de una carta enviada el 21 de mayo de 1911 al Padre Bulliot, respondiendo a una consulta de este acerea del proyecto de creacion de un Instituto Catolico de Filosofia en Paris. El interes de la misma, as! como el hecho de que sea practicamente desconocida, justificara la reprodueci6n de algunos fragmentos: Viviendo en medio de quienes profesan doctrinas contrarias alas nuestras, estoy inmejorablemente situado para conocer su plan de ataque contra nosotros y para ver donde es particularmente necesario reforzar nuestras defensas [R. P. Duhem, 1936, p. 159]. La tesis del antagonismo irreductible entre el espiritu cientHico y el espiritu cristiano es la mentira mas colosal y audaz con que jamas se haya intentado embaucar a los hombres [po 163]. Desde su nacimiento la ciencia griega estuvo completamente impregnada de teologfa, aunque se trataba de una teologia pagana. Esta teologia ense-

I ntroducci6n

iiaba que los cielos y los astros eran dioses y que no podian tener otro vimiento que el circular y uniforrne --que era el movimiento perfec a la vez que maldeda al impio que osara atribuir algun movimiento Tierra, morada sagrada de la divinidad. Si estas doctrinas teologica proporcionado a la ciencia natural algunos postulados provisionalm Miles, si han guiado sus primeros pasos, bien pronto fueron para la 10 que las andaderas para los nifios: estorbos. De no habet superado obstaculos, el espfritu humano jamas habria superado en fisica a A teles ni a Ptolomeo en astronomia. Ahora bien, ~quien ha roto esta dena.s? EI cristianismo. ~Quien ha sido la primera en beneficiarse libertad asf conseguida para lanzarse al descubrimiento de una ci nueva? La Escolastica. ~Quien ha sostenido, en pleno siglo XIV, qu cielos no eran en modo alguno movidos por inteligencias divinas 0 licas, sino en virtud de un impulso indestructible conferido por Dio el momenta de la Creacion, exactamente igual que se mueve la bola zada par un jugador? Un maestro en artes de Paris: Juan Buridan. ~Q en 1377, declare que el movirniento de la Tierra era mas simple y factorio para el espiritu que el movimicnto diurno del firmamcnto y q ha refutado todas las objeciones formuladas contra aquel movimie Otro maestro parisicnsc: Nicolas Orcsrne. (Qnien ha fundado la dina descubierto las leyes de la caida de 10s graves, sentado las bases de geologia? La Escolastica parisiense, en una epoca en la que la ortod catolica de la Sorbonne era proverbial en el mundo entero. ~Que p han jugado en la formacion de la ciencia moderna 105 tan alabados ritus libres del Renacimiento? En su supersticiosa y rutinaria admir por la antiguedad han ignorado y desdefiado todas las ideas fecunda la Escolastica del siglo XIV, retomando las doctrinas menos sostenibl la fisica platonica a peripatetica. ~En que consistio, en las postrim del siglo XVI y comienzos del XVII, ese gran movimiento intelectual alumbro las teorias que desde entonces admitimos? En una pura y si vuelta alas enseiianzas que en la Edad Media habia ofrecido la Escola de Pads, no siendo Copernico y Galileo mas que los continuadores y as! decir, los discipulos de Nicolas Oresme y Juan Buridan. Por 10 t si esta ciencia de la que estamos tan orgullosos ha podido ver la lu gracias a que la Iglesia Catolica ha sido su comadrona [pp. 165-

Estas son las razones de que me parezca oportuna la creacion de dos dras en este Institute: una, consagrada al analisis de IDS metodos lo por medio de los cuales progresan las diferentes ciencias, nos ense como es posible, sin contradiccion ni incoherencia, perseguir la adq cion de conocimientos practices y, al mismo tiempo, meditar sobr verdades religiosas; la otra, siguiendo el desarrollo de la ciencia hum a 10 largo de la historia, nos Ilevarfa a darnos cuenta de que en aqu tiempos en 105 que 10s hombres estaban ante todo preocupados p

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Reina de Dios y su justicia, Dios les regalaba par afiadidura las mas perfectas y fecundas ideas acerca de las cosas terrenas [p. 168]. El fundamento ultimo del continuismo duhemiano se deja tambien entrever en el mas largo de estos pasajes. La reivindicacion de la Edad Media no era sino una consecuencia mas de la cruzada que Duhem habia emprendido. Sus logros, innegables e impagables, no deberian sin embargo eclipsar las limitaciones y errores de esa misma empresa. Lo que aqui se ha intentado es subrayarlos y tratar de apuntar sus posibles causas, mas --como es obvio-- toda la tare a esta aiin par realizar y ese es, en cl marco concreto de la disputa acerca del estatus y el valor de las hipotesis astronomicas, el cometido de este trabajo, Consciente de las dificultades de reescribir la historia, quedaria mas que satisfecho si el lector acierta a replantear la cuesti6n en terminos distintos a los empleados por Duhem, que son claramente inadecuados. James Brodrick (1961, p. 365), en una hermosa confesion autobiografica, reflexionaba asi acerca del espejismo que para muchos supusiera Sozein ta phain6mena: «Hace treinta afios, el que escribe estas llneas acepto los puntos de vista que Duhem sostenia como historiador de la ciencia, pero 10 hizo dejandose llevar, equivocadamente, por la importancia de Duhem como autoridad cientifica en terrnodinamica. Treinta afios son mucho tiempo y casi necesariamente uno adquiere un poco de sabiduria a medida que sus cabellos se van volviendo grises.» Si todavia entonces, tras sentar las bases para un nuevo planteamiento del problema, subsiste un largo trecho por recorrer, no sere yo quien piense que el camino ya cubierto no tenia su importancia.

Sea cual fuere el punto al que se ha llegado, justo es reconocer que la travesia no fue nunca una empresa solitaria. La imposibilidad de mencionar a cuantos desinteresadamente me ayudaron a llevar a cabo este trabajo no ha de ser obice, sin embargo, para que retenga al menos media docena de nombres, pues en su caso la deuda contraida es literalmente impagable: por razones de cada cual conocidas, Javier Muguerza, Javier Ordonez, EIoy Rada, Carlos Ruiz del Castillo, Carlos Solis y, claro esta, Paloma Garbia tienen sobrados motivos para figurar aquicomo mis mas sefialados acreedores.

PRIMERA

LA HERENCIA

PARTE

CLASICA

Y MEDIEVAL

1. LA GENESIS DE LA CONTROVERSIA EN LA GRECIA CLASICA

De todas las ciencias naturales, la astronornia es 1a que prese 1a mas nutrida serie de descubrimientos. Hay un larguisimo mino entre la prirnera imagen del cielo y la vision general la que se abarcan hoy en dla 105 est adios pasados y futuros sistema del mundo. Para llegar a ella ha sido preciso observar astros durante gran mimero de siglos, reconocer tras sus a riencias los movimientos reales de la Tierra, remontarse alas yes del movimicnto planetaria y de estas al principio de la vedad universal, para redescender finalmente a la explicac completa y detallada de todos 10s fenomenos celestes a pa de tal principio, P.-S.

1.

\,

LAPLACE,

Exposici6n del sistema del mundo (17

LA ASTRONOMIA GRIEGA PRIMITIVA

E1 estudio de la astronomia griega primitiva (terrnino con el que referire a aquella etapa anterior a Plat6n y Eudoxo) tropieza de an mana con un problema cuya trascendencia es diHcilexagerar: ha la epoca de Aut6lico de Pitane (c. 300 a.C) son muy pocas las ob conservadas y, en consecuencia, el historiador s6lo dispone de fr mentos dispersos que requieren una interpretaci6n que en much casos resulta bastante arriesgada. Como muy bien han seiialado Gol tein y Bowen (1983, p. 331), «este estado de cosas ha dificulta extraordinariamente el estudio de la historia de la astronomia grieg ha introducido en el mismo una dosis considerable de reeonstrucci6 muchas veees altamente espeeulativa». Si a ello unimos la freeuen proyecci6n de los logros de la astronomia ptolemaica sobre estos e dios inicia1es, habremos de eonvenir que el panorama se compl todavia mas. En efeeto, autores como Gemino 0 Simplicio -a quie debemos buena parte de 1a informacion sobre la astronomia gri

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primitiva-s- han hecho un flaco servicio a los historiadores. Asi, par ejemplo, un famoso pasaje de la Introducci6n alas fen6menos de Gemino ha generado al rnito del temprano interes de los astronomos griegos por los problemas de la teoria planetaria: Toda la astronomia descansa ciertamente sobre la hip6tesis de que el Sol, la Luna y los cinco planetas se desplazan con una velocidad constante y con un movimiento circular en sentido contrario al del propio universo. Los pitagoricos, que fueron los primeros en ocuparse de esta clase de investigaciones, partieron de la suposici6n de que los movimientos del Sol, la Luna y los cinco planetas eran circulares y regulares. No admitieron en las cosas divinas y eternas desorden alguno que pudiera hacer que tan pronto se movieran mas deprisa como mas despacio, 0 incluso se detuvicran (10 que, en el caso de los cinco planetas, se Haman estaciones). Y, en efecto, ningun hombre bien nacido y de sanas costumbres podria admitir tal irregularidad en su desplazamiento: son las constricciones de la existencia las que causan en este mundo inferior la lentitud 0 la rapidez. Mas cuando se trata de los astros, cuya naturaleza es incorruptible, no cabe apelar a ninguna causa de rapidez 0 lentitud: ese es el motivo de que se haya forrnulado la pregunta de como es posible dar cuenta de los fenomenos par rncdio de movimientos circulares y regulares [I, 19-21; p. 10]. El textoes interesante, ademas, par su referencia a 1a configuracion del program a del salvar los fen6menos en terrninos muy similares al no menos celebre de Simplicia en su Comentario a los cuatro libros del «Sobre el cielo» de Arist6teles: Platen parte de la suposici6n de que los cuerpos celestes estan dotados de un movimiento circular, uniforme y siempre regular, y plantea entonces a los maternaticos el siguiente problema: (que movimientos circulares, uniformes y perfectamente regulares habria que adoptar como hipotesis para poder salvar los fcnomenos planetarios? [II, 12; p. 488]. De este modo, y sin entrar par ahara enla controvertida atribucion de este program a a principio heuristico (Mittelstrass, 1962, passim) a Platen, 10 cierto es que la mayor parte de los historiadores de la ciencia se dejaron engafiar por tales testimonios y pres en tar on la trayectoria de la astronomia griega como si de un perfecto continuo se tratara. La realidad es, sin embargo, bastante diferente y habra que convenir que el interes par la teoria planetaria no era en absoluto central durante la primera etapa de la misma.

La genesis de la controversia

en la Grecia clasica

Siguiendo a Goldstein y Bowen (1983, pp. 330-331) cabria tinguir dos grandes fases en el desarrollo de la astronornia griega, gozne estaria representado por Platen y Eudoxo. La primera de viene definida por la tentativa de confeccionar calendarios a p de observaciones astron6micas cada vez mas precisas. En estos p pegmata, probablemente inventados por Meton, no se encuentra sion alguna a los problemas caracterfsticos de la teoria planetar ni siquiera se ba:rajan mediciones exactas al pro ceder a deterrninar ortos y los ocasos. Faltaba, par 10 dernas, elmodelo esferico del verso que tanta fortuna habria de tener despues: su introduccion debida a Eudoxo ya en el siglo IV, revistiendo sin duda mayor cendencia su disefio del modele de las dos esferas (Ia de la Ti interior, y la de las estrellas fijas, exterior) que el del sistema de ras homocentricas asociado a aquel, Mientras que podemos suponer una doble fuente de in spira en Eudoxo, a saber, 1a ciencia de la rmisica y las especulaciones mologicas pitagoricas y platonicas (el orden cosmico revela un o moral analizable en ultima instancia con los rnetodos de la rmis resulta diffcil determinar si consideraba 0 no ffsicamentereal su delo 1. Sea como fuere, este fue recogido y estudiado por numero autorcs en los afios venideros: Menaecrno, Calipo, Polemarco, A lico, Arist6teles ... Al parecer fue Pole marco de Cizio, disdpulo dir de Eudoxo, el primero en tornar conciencia de la dificultad que el sistema de esferas hornocentricas representaban las variacio observadas en el brillo de los cuerpos celestes y, por tanto, en tamafios aparentes (Maula, 1974, p. 11), pero seria Autolico q llevara el conflicro hasta sus ultimas consecuencias y forzase el a dono de dicho modelo durante el siglo III a.e. (Goldstein, 1 p. 135) (Goldstein y Bowen, 1983, p. 339). El esquema de las esferas, par el contrario, siguio utilizandose sin excepcion. En el siglo II a.e., coincidiendo aproximadamente con la e de actividad de Hiparco se conocio en Grecia la astronomia bab nica, predominanternente cuantitativa y predictiva, libre de amb sos intereses teoricos y fuertemente condicionada por exigencias p ticas y astrologicas 2. Se abria asi una tercera fase de la astrono

1 Con todo, la argumentaci6nde Wright (1973) apunta a Ia idea de que E xo ensay6 una explicaci6nfisica del universo y no s610una mera descri

geometrica,

2 «EI proposito fundamental de 10s astronomos babil6nicos era desc relacionesperiodicas entre los distintos fenomenoscelestes de los que se o

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griega, caracterizada porIa revision de 10s sistemas planetarios disponibles -utilizando los amplios registros observacionales legados por los astronomos babilonicos->- y par una mayor insistencia en el valor de las predicciones exactas. Es tarnbien en ese momenta cuando la teoria planetaria adquiere el protagonismo que numerosos historiadores hacen extensivo a periodos mas antiguos, pese a 10 que ello entrafia de distorsion y aun falsificacion de las contribuciones de los astronomos griegos. Antes bien, yen contra de 10 que puedan dar a en tender testimonios tardios, «parece incluso que la nocion de la posibilidad de construir una ciencia exact a capaz de suministrar predicciones rigurosas surge a raiz de su toma de contacto con el material babilonico. No obstante, los griegos modificaron radicalmente el tratamiento de los calculos astronornicos al disefiar modelos geometricos que pudieran dar cuenta de los movimientos de los planetas, sustituyendo asi los esquemas aritrneticos de los babilonios» (Goldstein, 1969, p. 239). Este proceso -determinante, como veremos, de la configuracion histories del programa del salvar los fenomenoses el que se estudiara desde otro punto de vista en la seccion siguiente.

II.

EL «PROBLEMA DE PLATON»

La pregunta recogida por Simplicio en el texto citado un poco mas arriba ha venido conociendose historicamente como el problema de Platen, puesto que alli se atribuye a este su formula cion originaria, Recientes investigaciones han permitido llegar a la conclusion de que sin dud a este programa cinematico de explicacion de los fenornenos celestes en terminos de movimientos circulates y uniformes no se debe al propio Platen. Las divergencias surgen iinicamente a la hora de determinar a quien corresponde la paternidad real de la formula. Jiirgen Mittelstrass (1962, pp. 149 ss.; 1970, p. 250; 1979, p. 48) creyo ver en Eudoxo al autentico promotor del programa, convencido de que Simplicio habia sido engafiado por la informacion transban, en orden a predecirlos con tanta exactitud como fuera posible y conforme a las exigencias de la asrrologla adivinatoria y a la mejora del calendario babil6nico, que fue siempre lunar [ ... ] En la astronomia babil6nica -tal y como hasta la fecha se conoce- no hay indicio alguno de que se deseara construir un esquema totalizador, fundado en las maternaticas, que permitiera dar cuenta de todos los fen6menos astron6micos, investigar su naturaleza y sus causas, 0 alcanzar una vision global del universo como un todo» (Dicks, 1970, p. 169).

La genesis de la controversia

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mitida por Eudemo y Sosigenes. B. R. Goldstein (1980, p. 133) embargo, ha sido mas severo con el comentarista y le ha acusado remodelar la historia para mayor gloria de su maestro, Platen. De 10 que, en cualquier caso, no cabe duda es de que el progr del saluar los fen6menas se forrnulo bastante tiempo despues Platon y Eudoxo, cuando la teoria planetaria desempefiaba ya un p central en el seno de la astronomia griega. Todos 105 indicios apu hacia Posidonio (Krafft, 1973 b, pp. 64-65) (Aiton, 1981a, p. con quien la vieja exigencia de circularidad y uniformidad de los m mientos celestes pasa a entenderse como sozein ta pbainomena es la posicion episternologica que indebidamente atribuia Du (1908, pp. 3-4) a Platon). El hecho de que la formula no apar en documentos mas antiguos parece avalar esta suposicion; po dernas, Gemino -cuando habla por cuenta propia (par ejemplo la Introducci6n alas [enomenos, I, 21) y no ya citando a Posido (en el celebre pasaje recogido par Simplicio en su Comentaria cuatro primeros libros de fa «Fisica» de Aristoteles , al que mas t se had referencia)ernplea el terrnino sympbonein en lugar sozein, por 10 que efectivamente parece estar haciendose eco d opiniones de Posidonio (mas aun, citandole Iiteralmenre) en 10 rente a la conocida distincion entre las tareas del fisico y del a nomo. No conviene, sin embargo, adelantar acontecimientos: baste ahora con establecer que el desideratum de una explicacion de movimientos en terminos de circularidad y uniformidad -10 qu venido conociendose como el problema de Plat on- no es en abso equiparable al program a del saluar los [enomenos, de formula mas tardia y cuyos presupuestos son distintos de los que Duhem reconocer en el autor de la Republica. ~Cual ha sido, pues, el papel de Platon en toda esta histo ~Cual ha sido su influencia, si es que la ha habido, sobre 10s a nomos de generaciones posteriores? Koestler (1959, p. 59) lle decir en una ocasion: «Los escasos pasajes en los que parece dispu a abordar el tema son tan confusos, ambiguos 0 contradictories todos los esfuerzos de 10s especialistas por desentrafiar su sentido fracasado.» Ciertamente se trata de una exageracion: bien es ve que Platen es un tanto parco al respecto y que hay que bregar ca dificultad adicional de determinar cuando las opiniones de 10s i locutores que aparecen en sus dialogos son las suyas y cuando n son (Dicks, 1970, p. 93), mas con todo no deja de ser factible lectura coherente de tales pasajes. Y, frente a Goldstein (1980 I

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gina 135), que niega a Platen cualquier puesto de honor en el marco de la astronomia helenica, aqui se mantendra que, «sin ser especialista en ningiin campo, proporcion6 un estimulo intelectual a generaciones de cientificos e inaugur6 toda una nueva area de investigaci6n» (Sambursky, 1965, p. 5) 3. La definicion de la astronomia como la ciencia que se ocupa del movimiento de los astros y de sus velocidades relativas (Gorgias, 451c; p. 274) no parece especialment problematica. Son algunos de los pasajes de la Republica y las Leyes los que han suscitado la controversia y en los que se encierra la concepcion platonica de dicha disciplina, Recordemos, por ejemplo, la famosa discusion del Libro VII de la Republica, donde Platen afirma: Es tambien mediante problemas, igual que en geometria, estudiar la astronomia, sin preocuparnos por las cosas del mos participar de la verdadera astronornia, convirtiendo inteligcncia del alma, inutil sin esto, en una util posesion pp. 186-188].

como debemos cielo, si quereas! 1a natural [530-c; vol. II,

Este aparente desprecio por la observacion debe ser interpret ado den tro de su contexto: 10 que esta en juego en el citado pasaje es el papel de la astronomia en la educacion de 10s guardianes, siendo su objetivo lograr que estos remonten el mundo de la experiencia y lIeguen al mundo inteligible. Durante todo el Libro VII, Plat6n ha esgrimido como criterio para decidir la conveniencia 0 inconveniencia de las distintas disciplinas su capacidad para estimular el pensamiento abstracto. Precisamente sus palabras -en boca de Socratessiguen al reconocimiento de la utilidad de la astronomia para fines practices (agricultura, navegacion, etc.) (527d; vol. II, p. 172) Y a la afirmacion, acto seguido (528e-529a; vol. II, pp. 178-180) de que ese no es el iinico motivo para que resulte recomendable. Asf, pues, «el comentario de Socrates acerca del estudio de la astronomia por medio de problemas y prescindiendo de los cielos es una descomunal hiperbole tendente a dar una vivida impresion de 10 que constituia la clave del pensamiento platonico, a saber, la necesidad de poner el acento sobre el trasfondo maternatico de la astronomia» (Dicks, 1970, pagina 106). Al optar poria maternatizacion, Platen se opone al empi3 Par 10 demas, suscribirfa igualmente las palabras de Robert Palter (1970, p. 107): «En cualquier caso, 10 que aqui nos interesa no es tanto 10 que Platen quiso decir en realidad como su influencia sobre el pensamiento astronornico posterior.»

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rismo observacional de la astronomia de SlI tiernpo (529c; vol. p. 182), aun a sabiendas de que ello habra de multiplicar los esfu zos de cuantos ala misma se dedican (530c, vol. II, D. 188). Para Platen, el estado de la astronomia de la epoca resultaba es daloso (Leyes, 820e-821b; vol. II, pp. 110-112), y 10 era por un do motivo. En primer lugar, la acumulacion de un ingente caudal observaciones no habfa dado mas fruto que la elaboraci6n de p pegmata, a falta de cualquier ambicion te6rica que pudiese «dign can> dicha disciplina 4. Frente ala astronomia aparente de sus conte poraneos, Platen propugna una astronomia real que «explique» datos obsetvacionales disponibles en terminos de movimientos int gibles, esto es, circulares y uniformes 5. «Platen ciertamente creia esta astronomla ideal representaba una separacion del modo habit de hacer astronomla en su tiempo, aunque a1 abogar por la nu astronomia hable a veces como si creyera necesario no solo deslinda de la astronomia observacional, sino tambien echar esta a piq (Lloyd, 1968, p. 80). No hay que dejarse engaiiar por 1a vehemen de sus manifestaciones: si bien es verdad que en el Timeo (59d; p. afirma que el estudio del mundo sensible, del mundo del aconte y del devenir, es un agradable pasatiempo, ello no significa que ilegftimo 0 carezca de justificacion. Antes bien, y tal como Tim 68e deja ver, «la justificaci6n ultima del estudio del mundo de la nrraleza es de caracter etico» (Lloyd, 1970, p. 111) Y reside en busqueda de cuanto de divino y necesario subyace tras 10s fenorne sensibles y es posible aprehender directamente. De hecho, el mu del devenir es el rnejor de todos 10s posibles, puesto que esta he a imagen de su modelo inteligible (Timeo, 92c; p. 252, y 31a; p. 5 en consecuencia, su estudio servira para revelar las operaciones la raz6n en el mundo y demostrar la existencia de un agente ordenad del universo (una causa final, en suma) (Lloyd, 1968, pp. 81(Lloyd, 1970, p. 111) 6.

4 Como muy bien han escrito Toulmin y Goodfield (1961, p. 90), «en la e de Platen se sabia mucho mas acerca de los rnovimientos observables de los netas de 10 que cualquier teoria de la epoca hubiera logrado explicar. Induda mente, 10 que la astronomia necesitaba por entonces eta un fuerte impulso e aspecto teorico y no nuevas observaciones», 5 La distincion debe contemplarse a la luz de otras dOS oposiciones traz en la Republica: aquella entre Jo visible y 10 inteligible (509d; vol. II, p. 10 la que separa 10 opinable de 10 cognoscible (510b; vol. II, p. 108). 6 Duhem, aun errando al atribuir a Platen una concepcion «instrumentalis de la teorla fisica (en este casa, de las hipotesis astronornicas) vio, sin emba

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La reaccion platonica no apuntaba unicamente contra la astronomia puramente observacional de su tiempo, sino que -respondiendo a estas motivaciones eticas e ideologicas-> tenia adem as todo el aspecto de un ajuste de cuentas a los meteor6logos, nombre con el que segun Plutarco (Nicias, XXIII, 4; p. 177) eran conocidos en Atenas los cosmologos milesios. Asi, en el Fed6n (97b-98b, pp. 334-338) su autor no disimula su desilusi6n y aun disgusto por haber renunciado Anaxagoras a una explicacion teleologies 7, reproche que retoma en las Leyes (967a; vol. II, p. 560), donde, sin nombrarle, le echa en cara haber prescindido de Dios en su cosmologia. Un poco antes (Leyes, 886d-e, vol. II, p. 302) Platen habia pasado revista alas concepciones de los meteor6logos y les habia acusado de convertir a los astros -para el, seres divinosen tierra y piedras, no extrafiandole en absoluto que fueran acusados de ateismo 8; Todos estos cuerpos celestes que se ofrecen a sus ojos les han parecido llenos de piedras, de tierra y de otras materias inanimadas a las que ellos han atribuido las causas de la armonia del universe. He aqui las opiniones cstc punto con toda claridad: «Precisando en base a que movimientos reales se puedcn salvar los Icnomenos, Platen nos introduce en el conocimiento y el culto de las almas divinas que regulan dichos rnovimicntos reales» (1913-59, vol. II, p. 70). Aristoteles se hara eco de esta critica en tcrminos muy similares: «Anaxagoras se vale del Nafis como principio ordenador y apela al mismo cada vez que no sabe como dar cuenta de un resultado neccsario; pero, en todos Ios dernas casos, busca la causa de 10 que acontece en cualquier cosa distinta del Nous» (Meta/isic'a, I, 4, 985a, 18-22; vol. I, p. 28).

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que tanto odio y que tantas acusaciones de ateismo han suscitado [L 967c; vol. II, p. 562].

En otro pasaje de las Leyes (821e-882a; vol. II, pp. 112-114) ton hace referencia a una teoria de la que acaba de tener conocimie y que supone que los planetas no son en realidad errantes -com su nombre indica-, sino que recorren siempre un mismo camino cribiendo circulos perfectos 9. Mittelstrass (1970, p. 225) ha suge que dicha teoria no podia ser otra que la de Eudoxo, en la cual la huella de un orden admirable y la rnaterializacion de su ideal a nomico, «Convencionalmente 10s historiadores del pensamiento gr sinian a Eudoxo en una epoca posterior a Platon, mientras qu mayor parte de las tradiciones biograficas convienen en que Iu conternporaneos, disponiendo del tiempo y 1a ocasion para disc sus respectivos puntos de vista acerca de cuestiones cosmologic (Maula, 1974, pp. 3-4). En contra de la opinion de Goldstein (1 p. 134), que es uno de los que mejor ha estudiado este periodo la astronomia helenica, considero mas que plausible suponer qu ideal platonico de una astronomia teorica -en absoluto desarroll ?or su ~ron;otorno fue desconocido ni desoido por Eudoxo, rnauguro asr una nueva y mas fructifera etapa en la historia d disciplina.

Of

nuevo el blanco de las iras de Platon es Anaxagoras. Ciertamente, no se equivocaba: «Las hipotesis astronomicas de Anaxagoras estan completamente dominadas por un enfoque terrestre, sin distinguir entre los fenomcnos que acaecen alli en e1cielo y los de aqui en la tierra, y proponiendo una evaluacionpuramente fisica de 10s datos astronornicos y de sus posib1es causas» (Sambursky, 1954, pp. 23-24). En cl afio 467 a.c. se habia trasladado basta Egospotamospara estudiar un meteorito que acababa de caer y, a partir de ello, Ilego a la conclusion de que la constitucion de 10s astros debia de ser identica a la de 1aTierra y que cl Sol no era sino una masa de roca incandescente. Esta opinion fue la que Ie valio ser condenado por asebeia (terrnino traducib1epot impiedad) en el marco de una carnpafia orquestada por los enemigos de Pericles para desacreditarle promoviendo escandalosen torno a las personas mas allegadasa el: un decreto aprobado en 430 a.c. -gracias al teson del vate Diopites->, conforme al cual «debian de set denunciados quienes no creyeran en las cosas divinas 0 bien dieran explicaciones sobre 10s fenomenos celestes» fue el arma esgrimida por sus adversarios (Gil, 1961, pp, 58-61). 8

Dc

III.

PTOLOMEO

Los mecanismos de esferas homocentric as presentaban, como v antes, un grave inconveniente: desde antiguo se venian observa variaciones en el brillo de los planetas, las cuales -teniendo en c ta que la arraigada doctrina de la inmutabilidad de 105 cielos exc tajantemente la posibilidad de cualquier cambio realsolo po explicarse postulando una variaci6n en la distancia. Ahora bien, cosa resultaba de todo pun to imposible dentro del esquema de E xo, Calipo y Arist6teles, puesto que la distancia de los planetas centro del universo -la Tierrahabia de perrnanecer consta

9 En Epinomis (965a-c; p, 464) volvernosa encontrar cl mismo punto de que se repetira insistcntemcnte en Sabre la naturaleza de los dioses de Cic «Nada bay mas digno de admiracion que el curso de estos cinco astros inde mente denominados errantes» (II, 20; p. 172) (vease tambien II, 16; p~. 16 y II, 21; p. 176).

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El problema se obviaba sin dificultad en la teoria heliocentrica de Aristarco de Samos, al girar todos los planetas en torno al Sol y, consiguientemente, variar las distancias entre estes y la Tierra en cada uno de los puntos de sus respectivas trayectorias. Pero, sin embargo, el heliocentrismo entrafiaba nuevos y aiin mas serios problemas. Para ernpezar, y desde un punta de vista estrictamente ideologico, desplazar a la Tierra del corazon del uniuerso se interpretaba como un claro signo de irreverencia y ateismo: de hecho, el propio Aristarco fue ya objeto de tales acusaciones por parte de Cleantes (Plutarco, Sobre el rostra visible en la Luna, 923a; p. 54). Ademas, en el marco de un universo de dimensiones relativamente pequefias, como era el que entonces postulaban Ios astronomos 10, la meta rotacion diaria habria de bastar para que se apreciaran variaciones en las paralajes estelares, es decir, para que al observador terrestre le pareciera que habia sobrevenido algun cambio en la disposicion 0 configuracion de las estrellas fijas (cosa que en absoluto se observaba, puesto que en la inmensidad del universo, todavia insospechada, tal variacion no resultaba apreciable a simple vista). Por ultimo, el caracter especulativo de la teoria de Aristarco, ajena a to do tipo de calculos y predicciones numericas, contribuyo a su rapido olvido al no poder competir con 10s sofisticados modelos planetarios de sus contemporaneos ni siquiera desde el punto de vista de la exactitud y el exito predictivo. Es dificil precisar cuando se ofrecio una segunda y mas afortunada respuesta al problema de la variacion del brillo de los astros (a la par que al de las detenciones y retrogradaciones planetarias) --el modelo del epiciclo 11_, aunque en cualquier caso parece tratarse de una contribucion alejandrina. Ptolomeo atribuira la invencion de dicho modelo al gran matematico Apolonio de Perga (Almagesto, XII, 1; fol. 122r), pero «hoy en dia esta fuera de toda duda que tanto el modelo excentrico como el epiciclico se conocian mucho antes de Apolonio, si bien no nos es factible dar mayores precisiones acerca del desarrollo previo. Por el Almagesto sabemos que fue este el primero en demostrar su equivalencia exacta» (Goldstein, 1980, p. 135), la cual era ya conocida por Hiparco de Rodas, que fue el primero en emplear 10 En las Hipotesis sabre los planetas de Ptolomeo el radio del universo vendra a equivaler a unos 20 000 radios terrestres. 11 Esta funci6n del epiciclo seguira reconociendose aiin en el siglo XVII: «Por medio de 105 epiciclos se demuestra la raz6n mas evidente de la desigualdad de las distancias de los planet as a la Tierra, la cual est a igualmente al alcance de 10s ojos del vulgo» (Masrlin, Compendia de astronomla, p. 183).

La genesis de La controuersia

en la Grecia cldsica

con cierto detalle ambos recursos. La teoria epiciclica del movimie planetario descansaba sobre un principio bastante sencillo: todos planetas se representaban girando sobre un clrculo (llamado epic cuyo centro se movia a su vez en torno a otro punto que ven coincidir con la Tierra. Gracias a la combin acion de estos dos m mientos circulares, mas los inevitables reajustes, podian explic con bastante precision los fenornenos celestes (yen particular la gunda anomalia del movimiento planetario). Pero Hiparco 'con otro dispositivo capaz de dar cuenta satisfactoriamente de todos Ienomenos: se trataba de suponer que la Tierra no ocupaba el ce de las orbitas de los planetas, sino que estaba situada en un pu proximo a este. Ambos modelos eran perfectamente equivalentes d el punta de vista geometrico --e Hiparco tambien era consciente ello (Teon de Esmirna, Sabre la astronomia, XXVI; pp. 244 ss.)--, 10 que el astronomo era libre de preferir una explicacion en terrn de epiciclos 0 de excentricas, cuando no una combinacion de am dispositivos. Sera Ptolomeo quien sistematice todas estas sugeren dispersas, pues ni siquiera Hiparco habia sido capaz de ex traer t sus consecuencias y aplicar rigurosarnente dichos modelos: su Com sicion matemdtica (0 Almagesto, corrupcion del titulo original gr a resultas de sus diversas traducciones a1 arabe, pero can el cual daria inmortalizada la obra) contiene 1a teorfa planetaria mas sofis da de toda la Antigiiedad 12. A la hora de operar con uno u otro modelo, Ptolomeo recu al criterio de simplicidad, entendiendo por mas simple aquella h tesis que requiriese un rnenor rnirnero de suposiciones adicion (Almagesto, XIII, 2; fols. 130v-131 r) 13. Esa es la razon de que, al a dar el movirniento solar (Almagesto, III, 4; fols. 28 _29 pref recurrir a la excentrica y no al epiciclo, tad a vez que este presup dos movimientos distintos (por uno s6lo la otra). Ahara bien, criterio de simplicidad matematica, lejos de abonar la tesis del ins V

V

),

12 «Se pueden comprender perfectamente los Principia sin tener un exc conocimiento de 1a astronornia anterior, pero no se puede leer un solo cap de Copernico 0 Kepler sin un conocimiento profundo del Almagesto» (Ne bauer, 1951, pp. 3-4); de ahf que Ptolomeo sea tarnbien una pieza clave reconstrucci6n de la historia del problema que aqui se pretende abordar, s cual dificilrnente podria apreciarse el autentico significado de la revoluci6n c nicana en el plano epistemo16gico. 13 En rigor, la iinica restricci6n vendria dada por la necesidad de no co venir 10s datos observacionales.

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mentalismo de Ptolomeo -como quiere Duhern (1908, pp. 17-20; tiene un correlato fisico u ontologico 1913-59, vol. II, pp. 83-86)-, que se formula en las Hip6tesis sabre los planetas (II, 6; p. 118): «No hay nada en la naturaleza carente de sentido ni desprovisto de finaIidad.» Esto nos lleva, antes de pasar al analisis de esta obra capital, a preguntarnos por las concepciones epistemologicas que laten tras la impresionante estructura matematica del Almagesto y que sin duda deben tenerse muy presentes antes de pronunciarse acerca del supuesto instrumentalismo del gran astronomo alejandrino. Para Ptolomeo (Almagesto, 1,1; fol. lr), el conocimiento teorico tiene tres ramas: la fisica, las rnatematicas y 1a teologia. La certeza de 1as maternaticas es absoluta -y pot ello es la disciplina mas perfecta-, en tanto que la de 1a teologia es variable, ya que su objeto es imperceptible e inaptehensible. La Iisica, por su parte, tampoco puede aspirar a patangonatse con las matematicas: al igual que Platen, y oponiendose en este punto a Aristoteles, Ptolomeo no cree po sible un conocimiento verdadero y eterno de las cosas mutables y corruptibles. Puesto que, en rigor, s610 puede habet ciencia de 10 que subsiste identico a si mismo a 10 largo de toda la eternidad (Almagesto, I, 1; fol. 1'), Ptolomeo centrad su atencion en 10s perfectos e inmutables cuerpos celestes: ahi reside la gran diferencia entre la astronomia -que es una rama de 1as marematicas-s- y la Hsica (Almagesto, I, 1; fol. 1r) 14. Convencido, por 10 dernas, de que la autentica estructura del universo se oculta a nuestros sentidos y de que solo la razon nos puede perrnitir aprehenderla, concebira 1a tare a del astronomo teorico como 1a busqueda y formulacion de leyes invariables que expliquen los aparentemente caoticos fenornenos celestes y la ulterior demostracion de como estos pueden deducirse a partir de los mismos (Pedersen, 1974, pp. 33-34) 15. Ahora bien, Ptolomeo reconoce deterrninadas restricciones de caracter fisico que definen las condiciones de acepta14 En Aristoteles sc habian dado dos caracterizaciones aparentemente distintas de fa astronomia: mientras que en la Fisica (II, 2, 194a, 8-13) la habra presentado, junto a la optica y la musica, como mas fisica que matematica, en la Me· tafisica (XII, 8, 1073b, 4-5) dira de ella que es una de las ciencias maternaticas mas afin a la filosofia. Con todo, no es dificil advertir a 10 largo de toda su obra que «Aristoteles prefirio claramente una explicacion causal a una explicacion matematicax (Pedersen, 1978, p. 320). 15 No es cierto, pues, como quiere Izydora Dambska (1975, p. 33) siguiendo las huellas de Duhem, que Ptolomeo abrazase un ideal instrumentalista fuertemente tefiido de pesimismo: muy al contrario, su programa no estaria lejos del que Platen asumiera como astronomia real (Kerszberg, 1981, p. 320).

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La genesis de La controuersia

en La Grecia cldsica

bilidad de las hipotesis astronornicas y delimitan, en general, el bajo del astronomo. Paul Tannery (1893, p. 87) subrayo ya com lenguaje em ple ado por Ptolomeo en el prefacio al Almagesto «den una franca adhesion alas doctrinas de Aristoteles»; y, en efecto de la fisica aristotelica de donde recaba el alejandrino los princip fisicos que han de definir el sistema de coordenadas al que ha de a tarse toda hipotesis astronomies y que, por tanto, no cabe en m alguno transgredir: al margen de los conocidos axiomas de la ci laridad y la uniformidad de los movimientos planetarios 16, se e blece que la Tierra es esferica (1,4; fo1. 2") y esta ubicada, inrnovil, el centro del universo (I, 5; fol. Z"), que las estrellas fijas se emp1a en una esfera particular que circunda a todas las dernas y que hacia el Este (VII, 2; fol. 68 en torno al polo de Ia ecliptica (VII r fol. 69 ), que guardan siernpre Ia misma distancia entre sf (VII V ete. 17. Asi, pues, «no s610 no se da una separac fols. 6r-66 ), absoluta entre las dos clases de astronomia que Ptolomeo consid posibIes, sino que tal separacion ni siquiera se considera deseable: p Ptolorneo, como despues para otros muchos astronomos, el objet ultimo de la astronomia era construir un sistema que fuese a la cuantitativamente exacto, sencillo y verdadero desde el pun to de v fisico (0, al rnenos, fisicamente plausible)» (Palter, 1970, p. 117) cierto que los movimientos de los planetas se explican en el Almage desde una perspectiva estrictamente matematica, mas tampoco que olvidar que en las Hip6tcsis sobre los planetas estos modelos metricos se transforrnaran en mecanismos de esferas y se tratara justificar fisicamente cada una de las teorias de los planetas ind duales 18. V

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16 «N~estra tarca consiste en demostrar, tanto en el caso de los planetas c en el del Sol y la Luna, que todas sus aparentes irregularidades pueden explic por medio de movimientos circulates y uniforrnes, pucs son estos 10s que co ponden a la naturaleza de Ias cosas divinas, ajenas a toda disparidad 0 desord (Almagesto, IX, 2; fol. 89"). 17 Los postulados aristotelicos rcferidos a la Tierra se encuentran en S el cielo, II, 14, 296a-297a. Observese, par 10 demas, que 10s argumcntos ptole cas en favor de la inmovilidad de la Tierra se basan en la doctrina de los lug naturales, que la esfericidad de 10s cielos se demuestra apelando al eter, etc. hay, pues, por parte de Ptolorneo busqueda alguna de nuevos principios vengan a sumarse a los consagrados pot la autoridad de Aristoteles» (Moge 1973,p.274). 18 Recuerdcse que ni en el Almagesto ni en las Hip6tesis sobre los plan hay un autentico sistema planetaria, sino un conjunto de soluciones particul

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Pero habia otros aspectos en 105 que 1a astronomia ptolernaica era dificilmente conciliable con la fisica aristotelica. En particular, la misma nocion de epiciclo violaba las condiciones exigibles a los movimientos naturales, sin que, par otra parte, fuera posible admitir movimientos violentos en la perfecta region celestial. No es preciso insistir mucho mas para poder hacerse cargo de 1a situacion: dado el gran prestigio de que continuaba disfrutando el Filosofo, se imponia cada vez mas la necesidad de una reconciliacion entre 10s modelos geometricos ptolemaicos (cuyo exito predictivo no venia respa1dado por una hipotesis fisica satisfactoria desde el punto de vista aristotelico) y 105 mecanismos de esteras hornocentricas (fisicamente ortodoxos, pero muy desafortunados desde el punto de vista cornputacional). «El abismo entre el exito del metcdo descriptivo de los astronornos y el fracaso de sus esluerzos par explicar 1a diversidad de intrincados movimientos pot medio de una {mica hipotesis Iisica era mayor que nunca. El propio Ptolomeo, que no solo era un gran cientifico tecnico, sino que estaba dot ado tambien de un vigoroso instinto para cuanto se referia a su trasiondo filosofico, tenia una dolorosa conciencia de esta situacion tan insatisfactoria. Esporadicamente se pcrrnite intercalar un cornentario a este respecto y a veccs no acierta a disimular su desencanto por la falta de una teoria unitaria del sistema planetario» (Sambursky,1962, p. 140). Y asi, por ejemplo, en Almagesto, XIII, 2 se halla un importantisimo pasaje en el que reeonoce las limitaciones de 5U labor debido a la extraordinaria dificultad del estudio de los cielos, en los que el criterio usual de simplicidad parece a veces inaplicable y Ias hipotesis astronomicas resultan poco menos que inverosimiles. Fue sin duda esta insatisfaccion 10 que le indujo a escribir una nueva obra, las Hipotesis sabre los planetas, en la que aspiraba a ofrecer una descripcion realista del universo 0, mejor, a buscar un correlato [isico para sus modelos geometricos 19. La tarea que Ptolomeo se irnpuso a si misrno en esta obra tardia (acaso 1a ultima de cuantas escribiera) fue resuelta de un modo francamente ingenioso, reproduciendo todo el dispositivo de excentricas y epiciclos en el interior de esferas hornocentricas. As!, pues, Ptolo-

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para cada uno de los casas: «Puesto que no es posible dar cuenta de todos estos movimientos de manera conjunta, tal y como scrfa deseable, procederc a demostrar que el comportamiento de cada uno por separado queda perfectamente explicado por su propia hipotesis» (Hipotesis sabre los planetas, I, 1; p. 72). 19 Acerca de su reconocimiento de las dificultades para elaborar una teorfa planetaria sistematica, vease la nota anterior.

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La genesis de la controuersia

en la Grecia clasica

meo «no fue un mero astronomo matematico interesado iinicarne par la descripcion de 10s movimientos celestes, Se sintio tamb ob1igado, como astronorno, a dar cuenta de la estructura Hsica universo, combinando la tradicional concepcion de un universo c puesto ~or, esferas estrechamente ados adas con su propia teorfa 10s ~10v~mlentos planetarios. Le corresponde asf un nuevo Iugar la historia de 1a astronomia, evidenciando que Ia distincion habit mente trazada entre una escuela rnatematica y una escuela Hsica astronomos es rnenor de 10 que hemos venido creyendo» (Peders 1974, p. 395). La prueba de que 10s modelos de las Hipotesis sa los planetas no eran simples recursos didacticos, sino que aspira re~lmente a aprehender y representar 1a autentica constitucion u111v.erso,la tenemos en las erroneas condusiones acerca de las tanc;as de 10s planeta~ y de 1a esfera de las estrellas fijas a las l~e?o como consecuencia de su Iirme volun tad de pergefiar un cua ffsicamente aceptable (Hartner, 1973, p. 414) 20. No obstante, a de pro,ceder al analisis del texto es preciso hacer un poco de histo ~llly Hartner, en su articulo (1964), mostro su extrafieza po segut1c~~ con ql~enumerosos autores arabes ·-entre ellos, al-Qazw al-Battam y al-BnunT- atribuian a Ptolorneo una teoria muy pre para establecer el orden de 10s planetas a partir de la determinac de sus distancias. Al-Battani, en particular, basaba en ella todo el ?1tu1050 de sus Tablas sabeas 21 y al-Binini, pot su parte, mencion incluso el titulo arabe del tratado en el que supuestamente Ptolom habrfa formulado tal teoria (y que, desde luego, no podia ser el Alm

,20 Aunque ya Dreyer (1921, p. 246) mostrara que los modelos de las H tests sabre {as planetas no o?cdedan a una meta finalidad didactics, Damb (1975, p. 37) ha apelado recientementc a dicha tesis para insistir una vez en .el.,supuesto hiato entre la astronomla mat cnuuica y la astronomia /isica e antiguedad, En el polo opuesto, ha habido a quien el flamante «fisicalismo» esta obra lc ha hecho dcsvariar: asi, el astrofisico R. R. Newton (1979, pas ha !leg.ado a so~tene1' que Prolomeo era un fanatico religiose que creyo h descublerto, el srstema del mundo verdadero y, dcseando quedar inmortaliz ~omo el mas grande astronomo de la historia, no dudo siquiera en Ialsific mventar buena parte de sus observacioncs, A cuantos pudieran verse seduc por esta l11ter~retaci6n debiera bastarles la lectura de (Swerdlow y Hamil 1981) para decidirse a olvidarla, 2.1 El codice conservado en El Escorial, punto de partida de la edici6n ~alh~o, no tienc titulo. Aunque en Europa se conocio como De motu stellar pe .\~ellarum 0 De numerts stellarum, aqui se ha preferido dar credi fuentcs ~slam:cas (lbn J allikan, Abii-I-Fida', Haggi .J alifa. ,.) en 10 que se ref a su posible titulo original.

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gesto) 22. Este misterioso Kittib al-mansiirat, pues ese era elytulo, habia sido ya objeto de distintas polemicas y asi C. A. Nallino (1903, p. 289) 10 identified erroneamente con las Hipotiposis de ~roclo. Hartner (1964, pp. 279-280), por el contrario, llego a la conclusion de que el Kitdb al-mansiirdt no podia se~ o~r~ que las F-!i~6tesis :obre los planetas -conocidas en el mundo islarnico con distintos titulos-c-, obra a la que sin duda habria de faltarle alguna de sus partes: y ya no solo las tablas a las que se hacia referencia al final del texto (al parecer, definitivamente perdidas), sino tambien algun fragmento en el que se ofrecieran los valores numericos en los que se fundaba el principio de contigiiidad. El desafio estaba lanzado. Del texto original griego de las Hip6tesis ~obre planetas ta,n solo se conservaba el Libro I, en tanto que el Libro II solo se conocia a traves de las traducciones de la obra completa al arabe (finales del siglo IX) y al hebreo (comienzos del siglo XIV). ~a traduccion moderna de Ludwig Nix -completada, tras su fallecllnle1:to, por Buhl y Heegaardhabia tornado como base 10s ma.nuscntos de Leyden y, el British Museum, mas a la luz de los trabajos de Hartner comenzo a pensarse que era incompleta. Bernard Goldstein se intereso por ~~ problema y, examinando la version hebrea de Qalonymos, descubno la descripcion buscada al final del Libro I [y no del seglln~o, como habia predicho Hartner (1964, p. 280)]; ]a sorpre~a fue todav1~ mayor cuando se remitio alas manuscritos arabes manejados par NIX y encontra tambien en ellos la seccion que hasta entonces se cons1~eraba perdida y que inexplicable mente habian pasado po: alto sus edl~?re.s. La publicacion del fragmento perdido en (Goldstein, 1967) abno S.111 , 1 . 23 . duda nuevas perspectivas en el estudio de Ia astrono~Il1a pto e~alca En el Almagesto (IX, 1; fol. 891') Ptolomeo habia reconoCld? ~ue la ordenaci6n de los planetas era un tanto incierta, puesto que urucamente podria establecerse por recurso a sus paralajes y estas no se

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:!z «Esra teoria difiere de aquella en la que Ptolomeo basa~a sus d!culos de las distancias planetarias en el Kitab al-mansiirat, la cual ha ~1(!0 seguida tan~o por los astronornos antiguos como por 105 modern?s. S;,prmClpl? cs,que la distancia maxima de un planeta es igual a la dlstanc:a ml?lm: del m~edla~amcntc superior, de manera que entre ambas esferas no exista ningun espacio vacio» (AIBinini Libra de la India, LV; vol. II, p. 69). . ., . 23 Asi, por ejemplo, el desconocimiento del final del Libra I de las Hzpot~szs sabre los planetas habra inducido a error a M. Schramm (1963, paSSlt;z!, quten atribuyo a Ibn al-Hay tam el primer intento de ofrecer un fundamento fISlCO para los modelos cinematicos del Almagcsto, tarea que sin embargo ya habia abordado

el propio Ptolomeo.

La genesis de La controuersin

en la Grecia clasica

obsetvaban en ningiin caso; en ausencia de toda prueba, opto plegarse a la que el consideraba disposicion tradicional 24, ya q parecia correeto que el Sol dividiera a los planetas que present an distancia angular con respecto a el y los que no 10 hacen. Pero e Hip6tesis sabre los planetas, precisamente en el fragmento per [British Museum Ms. arab. 426 (Add. 7473), fols. 89a-90b; p. Ptolomeo precede a deterrninar el autentico orden mediante el m jo de las distancias reales 2\ apelando a un doble criterio: a) Ia r de las distancias relativas entre los distintos planetas y el centro Tierra (derivadas de los modelos geometricos) es igual a la razo las distancias verdaderas -maxima y minimade los planetas Tierra; b) la distancia maxima de un planeta coincide can la dista minima del inmediatamente superior (esto es, las esferas planeta se ajustan perfectamente unas can otras, sin dejar intersticios). nuevo constatarnos que el principio rector es el de la inexistencia espacios vacios 0 inutiles en la naturaleza:

De acuerdo con nuestra dcscripcion [del universo ] no hay espacio al entre las distancias maximas y las rninirnas [de Ias csferas contig [ ... ] Esta disposicion es sumamente plausible, puesto que no cabo c bir que exista en la naturaleza un espacio vacio, as! como tampoco provisto de sentido 0 imitil [fo1. 90b; p. 8].

Pew, no obstante, Ptolomeo tropezo con un serio problema: diferencia in salvable entre el radio de Venus y el del Sol 26. El rni

24 A decir verdad, la disposicion ptolemaica de los planetas (Luna, Merc Venus, Sol, Marte, Jupiter y Saturno) no era tan tradicional, pues se remo iinicamente a Hiparco, quien la prefirio a Ia adoptada por Platen, Eudoxo y toreles (Luna, Sol, Venus, Mercurio, Marte, Jupiter y Saturno). Z5 Ptolomeo no deja de insistir, sin embargo, en la dificultad de la la «Las distancias de los cinco planetas no son tan faciles de determinar com de las luminarias [ ... ] porquc no existe Ienomeno alguno que nos permita cisar con certeza su paralaje» (fol. 89a; p. 6). 26 En efecto, basta con observar el cuadro de las distancias planetarias (m das en radios terrestres) para advertirlo:

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se reconoci6 incapaz de explicar esta distancia de 81. ,ra.dios ter~estres entre Venus y el Sol, mas no por ello se le ocurrro llltroduc.1t ~~a esfera suplementaria (vada 0 llena de eter] ni abandonar su prlllcl~lo general. Antes bien, Ptolomeo prefiri6 sacri~icar 10s.datos observacionales, minimizando la importancia de las divergencies, con. tal de no renunciar a un principio filosofico como era el del plenismo, que -observeseresultaba totalmente injustificable desde el punto de vista de la astronomia matematica (Pedersen, 1974, p. 293). En el segundo libro de las Hipotesis sobre los planetas se describe el mecanismo de cada una de las esferas «de acuerdo con 10 q~e es propio de la naturaleza de los c~erpos de las esferas y necesa~lO conforme a los principios que convienen alas cosas eternamente mmutables» (II, 1; p. 111). Ptolomeo supone,. para em~eza~, q~; l~s planetas estan insertos dentro de discos 0 anillos concentnc~s ,sm que su movimiento encuentre resistencia alguna por parte de~ e~er que llena estos. Aunque Duhem (1913-59, vol. II, PP·. 88-89) l~slst~ en que este medic Huido es exactamente igual a la qninta esencia aristotelica 2H, hay que convenir can Franz Boll (1894, passzm) que en ,e~te punta la fuente de inspiracion de Ptolomeo debe buscarse en la fisica

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Distancia minima

Distancia maxima

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A la luz de cstos datos sc deduce que la distancia entre el ~ol y ~a Tier~a que sc habia apuntado en el Almagcsto (v, 15; fol. 51r-v) es la dlstancI~ media. 27 Aunque cl propio Ptolomeo no 10 haga en numerosas ocasiones, hay q~e distinguir ~con Neugebauer (1975, vol. II, p. 923 )-:;-.entre las esfe.ras ~lane~anas propiamente dkhas y los anillos 0 caparazoncs esfencos en cuyo mterior nenen lugar 10s movimicntos de los distintos astros. ., . 2B Recordemos que «el motivo fundamental d~ ~a postulacion de,l.a quinta sustancia, el eter, era suministrar un fundamento £iSlCOal supuesto basico de la inmutabilidad e incorruptibilidad de los fenomenos celestes, en contraste con el perpetuo cambio y fluctuacion d,e. 10s acontecin;ientos ,sublunares. De~tro del riguroso sistema din.imico aristotclico tal co:a ,s?lo pO~la lograrse, en virtud ,d.e la singularidad de las propiedades fisicas y crneticas at~lbUldas al eter,. cosa faCll desde el punto de vista fisico, pues bastaba con confenr a esta sustancia l~s cualidades de una materia inalterable, inmutable y sublime, de la cual carecran lo~ otros cuatro elementos incesantementc destruidos y regenerados. De hecho, ~ eter era la encarnacion del mas alto grado de perfeccion alcanzab1e por la materia y que unicamente podia darse en 1a region celeste» (Sambursky, 1962, p. 124).

La genesis de la controversia

en la Grecia clasica

estoica y en su concepcion del universo como un organismo anim y hornogeneo 29. En efecto , Ptolomeo, en clara oposicion a Aristot independiza el movimiento de cada planeta del de los dernas (no pues, transmision del conferido por un Primer Motor), de ma que es tan solo una fuerza Insita a cada uno de eUos la que les desempefiar su papel dentro del complejo mecanismo. La esfera rior no es 1a del firmamento, sino «la esfera rnotriz de las estr fijas» (II, 11; p. 123), a saber, una estera de eter de zrosor desc cido que comunica a estas su movimienro en torno al beje de la e t~ca: El Iuncionamiento de los anillos y esferas de cad a astro es similar, aunque su mirnero vade de un caso a otro (siendo Merc el planeta que requiere un mecanismo mas complejo). Al final obra Ptolomeo procede al recuento de las esteras utilizadas, a fi proclamar la superioridad de su sistema sobre los de todos sus pr cesores [pues la hipotesis pot medio de la cual da cuenta de todo Ienomenos le parece mas sencilla (II, 18; p. 143)J: conforme cornputo el mimero total de esferas requeridas se eleva a 41, aun en realidad debieran set 43, ya que asigna solo una al Sol (II, p. 141) en lugar de las tres que le corresponden. Sea como fuere, pesar de sus numerosas deficiencias, parece surnamente injusto afir que «el segundo libro de las Hip6tesis sabre los planetas constit un caso mas bien triste» (Neugebauer, 1975; vol. II, p. 922) 30. por el contrario, esta obra representa un estimable intento de esb un cuadro cosrnologico y fisico aceptable que pudiera, sin emba recoger las extraordinarias contribuciones del Almagesto; por 10 mas, su fortuna historica dernostrara que el estuerzo no era tan gra t? ni descabellado y que sus limitaciones en el plano tecnico les p cteron a muchos excusables en razon de las ventajas que desde el pu de vista filos6fico presentaba.

IV.

LA BIFURCACION

DE LOS CAMINOS

Hernos visto como a 10 largo de toda la antigiiedad se habia d entre 105 astr6nomos un claro in teres por la correspondencia fisica

29 El propio Duhem (1908, p. 19) subrayara el parentesco existente entre concepciones ptolemaicas y las del estoico Cleantes. 30 Para quienes desconozcan 10s prcsupuestos metodo16gicos de Neugeba (que sin duda subyacen bajo esta afirmacion), les resultara clarificadorn 1a ap gia que de una historiograffa positivista e hiper-especializada haee en su (1 pp. 31-32); tarnbien son significativos sus comentarios en (1968, p. 89).

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sus modelos cinematicos, cuando no un realismo a ~lttanza que ~~evo incluso al rechazo de estos. Asi, POt ejemplo, la creciente con:.ple)ldad del sistema de esferas homocentricas -escasamente aco~pana~a ~or una mejora en la capacidad de predicci6nno le pareclO a Aristoteles un alto precio a cambio de una imagen coherente del cosmos y satisfactoria desde el punto de vista fisico (Samb~rsky, 196.2, p. 134). Y no habia sido el el unico en esgrimir el cri ter~o de reah~a~, £rente a1 de la exactitud predictiva: el plat6ni~0 pe~dlida.s, q~~ VIVIOen ~J siglo I d.C., condeno rabiosamente la hipotesis heliostatica de Heraelides de Ponto par poner en movimiento cuerpos que par na~uraleza son inm6viles (Duhem, 1913-59, vol. II, p. 79); !e?n ~e Esmltn,a: ya en el siglo II, formu16 la exigencia de que las hipotesis matematlca.s de los astr6nomos se acomodasen a la naturaleza de las cosas~ el penpatetico Adrasto de Afrodisia y los estoicos ~stobeo y Aecio, entre otros fueron de la misma opinion ... El conflicto entre los ~ode~os cine~aticos consagtados pot el Almagesto y las mas fi~mes exigencias de la fisica aristotelica no paso desapercibido para nadie. ~nos, como Jenarco, se dejaton cautivar por el exito predictive y vo~vler~~ a subrayar 10 que parecia una difi~ul.t~d insalvable ~e 10s. dlSPOSltlVOSd~ esferas homocentric as : la variacron en el tama~~ (brillo) de .los p~a netas. Otros, como Sosigenes, intentaron reconciliar ~mbas onen~aclOnes, exactamente igual que hiciera Ptolomeo, es decir, re~rod:'Clendo 10s modelos ptolemaicos en el interior de esferas homocentricas. Lo que esta claro, sin embargo, es que la controversia acerca del estatus de las hipotesis astronornicas surgi6 iinicamente tras la toma de c.onciencia de, por un lado, la dificultad que desde un pu~t~ de VIsta filos6£ico suponia la equivalencia entre el modelo geometr~co de los epiciclos y el de las excentricas (pues s6lo uno de ellos pod.la s~r verdadero) (Aiton, 1981a, p. 80) y, por otro, de ,la. extraordinaria gravedad que -como resultado del deslum?r.a~:lte exito del Almagestocomenzaba a tener la ya vieja incompatibjlidad entre 10s afortUl~ado.s modelos geometricos y 10s ortodoxos sistemas de esferas homocentrique cas (Westman, 1972, p. 236). Es en este co~te.xto en el ~ue situar y analizar el famosisimo texto de Gemmo que S~mphclO nos ha transmitido a traves de su Comentario alas cuatro primeros lz~~o: de la «FZsica» de Arist6teles (II, 2; pp. 291-292), que me pernutire reproducit en su integridad:

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Alejandro de Afrodisia reproduce cuidadosamente un comentario que h~~e Gemino en su compendio de la Meteorologza de Posidonio. La observacion

La genesis de La controuersia

en La Grecia clasica

de Gemino, inspirada por Aristoteles, es la siguiente: «Es objeto de vestigacion fisica considerar la sustancia del cielo y las estrellas, la i sidad y la clase de estas, asf como su formacion y su destruccion; es puede incluso probar cuanto se refiere a sus dimensiones, su forma disposicion. La astronomfa, en cambio, no pretende hablar de nad esto, sino que demuestra cual es la disposicion de los cuerpos celeste virtud de consideraciones fundadas en el presupuesto de que el cie un autentico cosmos; ademas, nos habla de las forrnas, los tamafios distancias de 1a Tierra, el Sol y 1a Luna, as! como de los eclipses y las junciones de los astros y basta del tipo y magnitud de sus movimie Por consiguiente -y dado que esta vinculada a la investigacion de la tidad, el tamafio y la forma 0 configuracion-, ha de tener una na necesidad de la aritmetica y la geometrja. Es cierto que en muchos el astronomo y el fisico pueden querer demostrar 10 mismo -por ejem el gran tarnafio del Sol 0 la esfericidad de la Tierra-, pero ni siq entonces seguiran el mismo camino. El fisico fundara cada una de sus bas en consideraciones relativas a la esencia 0 la sustancia, alas fue a1 principio de que es mejor que las cosas scan como son 0 de que lle a ser y cambien; el astronorno demostrara los mismos hechos por rec alas propiedades de los rnimcros 0 magnitudes, 0 bien a Ia cantidad movimiento y al tiempo correspondiente. Ademas, el Hsico aprehen muchas veces la causa bus cando una fuerza creadora,' en tanto que e tronomo -que prueba los hechos en virtud de las condiciones extern no esta cuaJi.ficado para juzgar la causa cuando, pongamos por caso, af que la Tierra 0 10s astros tienen forma esferica. A veces ni siquiera d determinar Ia causa, como en aquellos casos en que se ocupa de los e ses; otras especula por medio de hipotesis y establece ciertos expedic cuya suposici6n le perrnitira salvar los fen6menos. (Por que, por ejem el Sol, la Luna y los planet as parecen moverse de manera irregu Podrfamos responder que su aparente irregularidad se salvaria con suponer que sus orbitas son circulos excentricos 0 que los astros de ben un epiciclo: ahara bien, para lograr la concordancia de nuestra te planetaria con esa explicacion de las causas serfa necesario ir mas a ver de cuanras formas distintas pueden producirse tales fenomenos. Y tenemos el caso de Heraclides de Ponto, que rnantiene la posibilidad salvar la aparente irregularidad con respecto al Sol aun en el caso de este permaneciera en reposo y la Tierra tuviera un cierto movimie No le incumbe al astronorno saber a que es a 10 que par naturalez conviene el estado de reposo ni que clase de cuerpos son aptos par movimiento, sino mas bien introducir hip6tesis en las que unos cue permanecen estacionarios mientras otros se mueven y proceder a d minar cuales son las hipotesis a las que se ajustan lo,~ fenomenos mente observados en los cielos. Pero debe remitirse a1 fisico en pas los primeros principios, a saber, que los rnovirnientos de Ios astros

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sencillos, uniformes y ordenados, procediendo de la mano de estes a demostrar la circularidad de los movimientos arrnonicos de todos los cuerpos semejantes, algunos siguiendo circulos paralelos y otros oblicuos.» Esta es la version que nos da Gemino --0 Posidonio a traves de Gemino-e- de la distincion entre fisica y astronomia, en la cual el cornentarista se ha inspirado en los puntos de vista de Aristoteles. Para ernpezar, y como ya se apunto al comienzo de la seccion segunda, hay que ver en este pasaje la opinion de Posidonio, y no la de Gemino (cosa que el prapio Simplicio sugiere, aunque la costumbre ~a la cual no escapa Duhem->- de citar el texto de manera incornpleta haya hecho que su observacion pasase a veces desapercibida). Dejando, sin embargo, este punto al margen es interesante observar que en el texto se estipula clara mente la necesidad de que el astronoma recabe de la fisica sus principios fundamentales, con 10 que se establece de hecho una subordinacion de la astronomia a esta otra disciplina. En ningun lugar se dice -como muy bien apunta G.E.R. Lloyd (1978, p. 214)- que sea licito cultivar una astronomia divorciada de la fisica; parece, por el contrario, que la presupone. Insistiendo en este punto, Goldstein (1980, p. 137) ha sido tajante: «El astronorno esta daramente subordinado al fisico y, por consiguiente, no cabe excusar a Ptolomeo, pongamos por caso, de adherirse al principio del movimiento uniforrne por el mero hecho de actuar como astronomo.» Los papeles no son sirnetricos y no es aventurado suponer que el sentido de culpabilidad que muestra el alejandrino en el pasaje del Almagesto (XIII, 2; fols. 130v_131r) citado mas arriba -por introducir complicadas hipotesis en sus descripciones geometricas-etuviera algo que vel' con la tacita violacion del principio de uniforrnidad que represento la introduccion del ecuante. Parece lejos, pues, esa dicotomia duhemiana entre una concepcion realista de las hipotesis cientificas, encarnada por la astronomia [isica, y una concepcion instrumentalista suscrita por los astr6nomos matemdticos. Antes bien, saluar los [enomenos significaba a veces algo mas que una meta provision de calculos que se correspondieran con los datos» (Lloyd, 1978, p. 221); dicho de otra forma, «salvar los [enomenos devino el prototipo de toda teoria cientifica que ofreciese una explicacion racional de una clase de fenomenos dentro de un marco conceptual precisox (Sarnbursky, 1965, p. 6). La distincion trazada en el texto de Gemino/Posidonio no es la distincion entre dos opciones epistemologicas contrapuestas, sino mas bien entre dos disciplinas diferentes, entre

La genesis de fa controversia

en la Grecia clasica

dos grernios cuyos intereses primordiales no coincidian. Asi, apunta Hanson (1973, p. 137), las especulaciones fisico-cosmojog constituian can frecuencia tareas colaterales y extraprofesionales aquellas personas que habian dedicado sus mejores esfuerzos astronornia computacional: los objetivos de la filosofia natural y tronomia tecnica estaban aun muy lejos de confluir (Goldstein, 1 p. 132). Antes de poner fin a este sornero repaso de la genesis de la troversia sobre el salvar los [enomenos es precis a analizar brevem el caso de uno de 10s mas conspicuos instrumentalistas de la Ant dad, si hemos de creer a Duhem: Prado. De acuerdo con el his dol' trances estariamos ante una clara radicalizacion de las conce nes epistemologicas habituales entre los astronornos griegos y un 10s planteamientos mas provocatives de cuantos hasta entonce conocian. Resumiendo los puntas de vista de Prado, Duhem (1 p. 20) sefiala: «Los hipoteticos rnovirnientos excentricos y epicic por medio de cuya composicion puede reproducirse el movimient los planetas, son puras abstracciones. Tales rnovimientos unicam subsisten en la mente del astronomo; no existen en 10s cielos. solo el rnovimiento complejo e incomponib1e decada astra es r En apoyo de su afirmacion cita un pasaje de las Hipotiposis d hip6tesis astronomicas (VII, 50-51; p. 236), siguiendo muy de la traduccion del abate Halma (pp. 150-151):

Los astronomos que han presupuesto la uniformidad de los movi tos de los cuerpos celestes ignoraban que la esencia de estos es, p contrario, la irregularidad.

Ahara bien, esta version result a un tanto deficiente y sin duda torsion a el autentico sentido del pasaje; Lloyd (1978, pp. 204propone 1a siguiente traduccion, mucho mas cercana, por cierto, de Manitius:

Quienes estrin versados en astronornia y han querido demostrar qu movimientos de los cuerpos celestes son regulares tcndieron, sin cuenta, a demostrar que su propia sustancia es irregular y llena de ficaciones.

De este modo, Proclo no estaria manteniendo la irregularidad d movimientos celestes -supuestamente ignorada par los astronom

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que trataron de someterlos a una regla-, sino que en realidad critica a los profesionales del gremio por contravenir al supuesto basico de la regularidad de los movimientos de los cuerpos celestes. La continuacion de dicho pasaje es altamente reveladora: Pues, (que debemos decit acerca de las excentricas y los epiciclos con 105 que siernpre estan atareados? (Que son meros constructos imaginaries o que existen realmente en sus esferas, alas cuales estan adosados? Si se dice que son s610 constructos imaginaries, imperceptiblemente habran pasado de ser objetos fisicos a ser conceptos maternaticos y se habran deducido las causas de movimientos fisicos a partir de cosas que no existen en la naturaleza [ ... ] No porque estos drculos giran conforme a nuestros pensamientos deberan en la realidad moverse irregularmente los astros que sabre ellos imaginamos [VII, 51-53; p. 236]. Lo mas sorprendente es que, acto seguido, Prado pase a criticar la otra alternativa -que dichos circulos se reproduzcan realmente en las esferas a las que estan adosados 10s astros-, puesto que tal cosa destruirla la contigiiidad de las esferas, suponiendo adernas quecada circulo se moviese en una direccion distinta, que sus distancias relativas variasen incesantemente, etc. (VII, 53-54; pp. 236-238). Hay que subrayar, con todo, que 10 que esta en juego «no es el estatus de las hipotesis astronomicas en general, sino unicamente el de los epiciclos y las excentricas» (Lloyd, 1978, p. 211). Proclo, como tantos otros astronomos antes y despues de el, se enfrenta con el dilema de una astronomia puramente cinernatica respaldada por el exito predictivo, pero insatisfactoria des de el punto de vista fisico: Platen, su maestro, no conternplo la hipotesis de las excentricas y los epiciclos, mas incluso as! es dificil negarle a esta sus meritos obvios. Esta tension explicaria las numerosas vacilaciones del pensador neoplatonico, que a veces parece mirar con buenos ojos tal hipotesis (Comentario al «Timeo» de Platon, III, p. 148; III, p. 65, etc.), mientras que en otras ocasiones llega a reconocer una cierta irregularidad en el movimiento de los planetas (Comentario al «Timeo» de Platen, III, p. 56; III, p. 67, etc.) 31. Pero la crftica fundamental alas excentricas y los epiciclos -la explicacion de movimientos reales (ffsicos) a partir de entidades Frente a pasajes de las Hipotiposis de Las bipotesis astron6micas como el (VII, 50-51; p. 236), (I, 7; p. 4) 0 el muy explicito (II, 17-18; p. 28), donde define el principio de circularidad y regularidad de 10smovimientos celestes como el arje de la astronornia. 31

citado

La genesis de La controversia

en La Grecia cldsica

abstractas inexistentes-no deja lugar a dudas: un autentico ins mentalista no veria en elio problema alguno. Las objeciones de do a excentricas y epicidos se fundan en planteamientos realista Sin embargo, es muy cierto que Prodo no comparte el optimis de su maestro por 10 que respecta a la capacidad humana de apreh der la esencia real del mundo fisico. Esa dolorosa conciencia n debe todo a .su ~iliacion neoplatonica, sino que -en el caso que ocupaderiva igualmente de 10s titanicos esfuerzos de 10s astro mos de la antigiiedad par alcanzar una mejor correspondencia con obse~vaciones, sin que hasta el memento se hubieran logradoacall las disputas promovidas par los disconformes (Sarnbursky, 1965, p Proclo sabe perfectamente que, aunque 10s modelos cinernaticos nos digan nada sabre la verdadera constitucion del universo, son e los que reportan mayores ventajas desde el pun to de vista pract El: su caso, y en el ambito de la astronomia, el escepticismo y el p mismo se resuelven a veces en un pragrnatismo desencantado. Co s~gIos despues dira Oresme, «del cielo tenemos una experiencia de siado escasa» (Ellibro del ciclo .y del mundo, II, 8, fol. 89d; p. 3 y Prado lle?a a !a conclusion de que en su estudio es necesario ad tar estrategias dderentes a las de las otras ciencias. Mejor dicho, que proceder justamente a la inversa:

En realidad, [Ios astronornos ] no deducen las conclusiones a partir sus hipotesis, como sucede en Ias dermis ciencias, sino que proceden reves y tratan de construir hipotesis que se ajusten nccesariamente a consecuencias que de ellas debcrian extraerse [Hipotiposis de las h tests planetarias, VII, 57; p. 238].

Esta suerte de retroduccion es, para Prodo, legitima a falta de via por la cual acceder al conocimiento de los cielos. No hay que Iundirla, sin embargo, con una mera opcion instrumentalista: sus viles son mucho mas complejos y las vacilaciones evidencian una sion insalvable entre aquello a 10 que aspira y 10 que realmente al alcance del hombre. Si Proclo se deja llevar en ocasiones por sideraciones pragmaticas, no cabe ducla de que es muy a su pesar , todo, su caso sigue abierto a la investigacion mas que ningiin o

32 No olvidemos, par 10 demas, que Prado no 5610 se aferra al ar;e d a~tronomla (vease la nota anterior), sino que considera incuestionable qu Tle.rra ocupe el centro del universo (Hipotiposis, II, 16; p. 28) (Comentari

«Timeo»,

III,

p. 137).

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2. EL LEGADO ISLAMICO

toda vez que sus titubeos y sus contradicciones dificultan extraordinariamente el estudio de su pensamiento. Por 10 demas, volverem~s a encontrar ese escepticismo de caracter pesimista -aunque sea halo otras formasen el Renacimiento, e incluso veremos como mas de uno apelara a Proclo como autoridad en la materia.

Es alas arabes a quienes la Europa moderna de be 105 prim rayos de luz que han disipado Ias tinieblas en los que du tantos siglos estuvo cnvuelta. Cloriosamcnrc nos han tran tido el deposito de conocimientos que hahian recibido d griegos, discipulos a su vez de los egipcios, Sin embargo, una deplorable fatalidad, las ciencias y las artes han dcsaparc en todos estos pueblos a medida que los iban difundicndo. de haec tiernpo, la barbaric del despotismo se cxticnck- pa hennosas rcgioncs que Iueron su cuna y los nombres de qu ahora sumidos antafio las hicicran farnosas permanecen

olvido. P.-S.

1.

LAPLACE,

Exposicion del sistema del mundo (1

LA TRANSMISION DEL SABER CLASICO:

LA ASTRONOMIA

Entre 10s pobladores de la Arabia preislamica el mayor prestigio s recala sabre cl augur a adivino (Ieabin) y sobre el poeta (fii'ir): p to, sin embargo, alcanz6 identico relieve la figura del medico (/ab fenomeno en el que sin duda ha de reconocerse una innegable h del influjo persa (Dunlop, 1971, p. 204). Efectivamente, desd siglo VI, Gundisapur, ciudad del suroeste de Persia, se habfa conv do en el gran foco de 1a actividad medica, beneficiandose de las das de refugiados que desde todos Ios confines a ella llegaban. E estes destacaban singularmente 10s nestorianos, grandes expertos medicina, que debieron abandoner su patria cuando --en el ana 48 el ernperador Zenon clausuro In Escuela de Atenas (a 10 que s el cierre de la Academia de Atenas par Justiniano en el uno 5 Consigo llevaron a Gundisapiir numerosos rnanuscritos griegos, como traducciones y comentarios siriacos, que inmecliatarnente fu traducidos al pablaui. Tal actividad alcanzaria su cenit durante

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reinado de Cosroes I (Aniisirwan), entre los afios 531 y 579, no decreciendo su vitalidad ni siquiera a raiz de la conquista de la ciudad por los arabes en 638. Antes bien, los soberanos omeyas recabaron de Gundisapur 10s mejores medicos y finalmente el califa al-Mansiir mand6 llamar a la corte bagdadi al famoso GurgIs ibn Gibril, con 10 que los contactos se institucionalizaron 1. La inicial hegemonia de los medicos cristianos -el propio Gurgis era nestorianocedio en el momento en que el arabe se impuso como lengua oficial en Cundisapiir y comenzaron a traducirse (en Bagdad, sobre todo) 10s tratados de medicina preservados en otras lenguas. AI parecer las primeras traducciones de textos cientificos al arabe se realizaron por iniciativa del principe omeya jalid ibn Yazid, conocido par el sobrenombre de «el sabio» (al-bakim). Resignado a no poder acceder al trona, jalid busc6 consuelo en el estudio de las ciencias y, deseando dedicarse a la alquimia, mando llamar a algunos filosofos griegos residentes en Egipto -buenos conocedores de la lengua arabepara que Ie tradujeran 10s mas importantes tratados de dicha disciplina. Aunque esporadicamente se llevaron a cabo algunas otras traducciones (obra, por ejemplo, del judio Masargawaih), 10 cierto es que la recuperaci6n masiva del saber clasico no se produjo hasta la instauracion del califato abasi. Fue precisamente al-Ma'rnun, septimo califa de esta dinastia (en el poder entre 809 y 833), el gran propulSOl' del renacimiento cientifico y cultural de los siglos IX y x. Quiere la leyenda que su interes par las ciencias se suscitara tras habersele aparecido en suefios Aristoteles y haberle in vita do a bus car el conocimiento. Sea como fuere, al-Ma'rmin comenz6 a comprar a precio de oro toda clase de manuscritos cientificos griegos, enviando incluso embajadas a Bizancio para negociar la adquisicion de algunos de ellos o exigiendo otros como botin de guerra. Al-Ma'rniin constituy6 asf la biblioteca de la celebre Bayt al-Hikma (Casa de la Sabiduria) de Bagdad, fundada probablemente por su padre, Hartin al-Rasid (Sayili, 1960, pp. 50-51), pero que el potencio al maximo. La Bayt al-Hilema era asimismo el centro de reunion del califa con los traductores que para el trabajaban y, en general, con cuantos cientificos desearan asistir a dichas sesiones. De este modo, el equipo coordinado por el pres-

1 La costumbre no era nueva, puesto que ya Mu'awiya -el primer califa omeya- conto con los servicios de un medico cristiano de Damasco, Ibn UliU; al-Haggag, gobernador de Iraq, tenia un medico griego; el medico del califa 'Umar ibn 'Abd al-'Aziz procedia de Alejandrfa.

El legado islamico

tigioso Hunayn ibn Ishaq puso pronto a disposicion de los estudio musulmanes buena parte de las contribuciones helenicas, hindiie persas al desarrollo del conocimiento cientifico. Todos los especialistas coinciden en afirrnar que la astronom islamica nacio en estrecha dependencia de fuentes hindiies 2. De hec el primer contacto parece remontarse a los iiltimos afios del reina del califa al-Mansur, en torno a 771-773, fechas en las cuales Ileg Bagdad una embajada hindu entre cuyos miernbros se encontraba competente astronomo que portaba consi.go algunos tratados en que se exponia el sistema planetario de Brahmagupta. Por invitaci del califa explico este alas sabios de la corte abasi y casi parale mente se procedio a traducir dichas obras, conociendose cn adcla con el nombre de Sindhind, que no era sino una corrupci6n del ginal sanscrito ". Al parecer, el primer tratado vertido al aralx; pu ser el Brrihmasphu/asiddanta (628) del gran maternatico Brahmagup aunque no hay que descartar que antes incluso 10 tuera el Mahasiddi ta, conocido en arabe como Al-Sinhind al-kabir (- que no fue Copernico el iinico astronomo ren centista al que le parecieron monstruosos los modelos ptolemaico Muy por el contrario, la contraposicion entre las «obras de la natur leza» y 10s «monstruos de las maternaticas» 10 era un Iugar cormin las obras dedicadas al tema durante el siglo XVI (Lerner, 1979, p. 6 El famoso diagnostico de Copernico ha de contemplarse, pues, com una de las multiples reacciones frente al indeseado divorcio de astronomia computacional y Ia astronomia fisica, que amenazaba c radicalizarse mas que nunca en un momenta en que el desafio esc tico agravaba el hasta entonces toler ado hiato. Pero quienes hablaro de crisis no pen saban en el paradigma ptolemaico, sino en la prop

10 La contraposicion se p1antea exactamente en estos terminos en Sabre incertidumbre y la vanidad de las ciencias y de las artes (Amberes, 1530) de C nelio Agrippa de Nettesheim, precisamente en el capitulo dedicado a 1a astro

mia: «Todas estas cosas no son obras ni de Dios ni de 1a naturaleza, sino mo truos de 10smatematicos» (xxx, £01.L Y).

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astronomia como disciplina cientifica: mas adelante se estudiara la relacion entre el escepticisrno humanista y la eclosion de un autentico instrumentalismo en el Renacimiento, de manera que par ahara basta con teparar en la complejidad del contexto en el que se mueve Copernico. Ni siquiera es po sible asociar las distintas opciones epistemologicas a tradiciones filosoficas concretas (Ravetz, 1965, p. 57), pues ya hemos vista como el platonico Patrizi lleva el realismo hasta sus ultimas consecuencias, par mas que este soliera ser patrimonio de los peripateticos. Y si algo nuevo cabe encontrar a este respecto en Copernico es su inquebrantable decision de refundir astronomia y cosmoIogia, de hacer de ellas una sola disciplina caracterizada por un iinico ideal explicativo. En eso el astronomo polaco supera claramente los planteamientos de los filosofos peripateticos, con cuyas exigencias fisicas sin duda comulgaba 11. Copernico jarnas hubiera po dido escribit las palabras con las que Fracastoro cierra sus Homocentricas: Al dar cuenta de los movimientos de los planetas hemos prescindido de la exactitud de los calculos, y nadie debera extrafiarse por ello. Efectivamente, nos ha parecido que tales cilculos no tenian cabida en nuestra obra, pues datos tan concretos tendnan que buscarse en las tablas, y de hecho las tablas actualmente utilizadas podrian acomodarse facilmente a nuestras homocentricas [III, 26; fol. 69v]. Antes bien, nos dira, «las matematicas se escriben para los maternaticos» tSobre las revoluciones de las esjeras celestes, Dedicatoria a Pablo III; p. 5) y, par consiguiente, todo intento de hacer astronomia descuidando los calculos estaria de antemano condenado al fracaso. El mismo reconoce en que medida este conflicto constituyo uno de sus principales estimulos: Habiendo reflexionado largamente acerca de esta incertidumbre de Ia tradici6n matematica a la hora de determinar los movimientos de las esferas del mundo, comenzo a enojarme el hecho de que los filosofos -que en otras ocasiones habfan estudiado minuciosamente los mas insignificantes detalles de este universo- carecieran de cualquier explicacion segura de los movimientos de la rnaquina del mundo, construida para nosotros por el mejor y masexacto de 10s artifices. Ese fue el motivo de que me tomara 11 «Sumoera su talento no solo en las cosas rnatematicas,sino tambien en las fisicas» (Starowolski,Cien autores polacos, p. 159): los primeros biografos de Copernico subrayaronya esta afortunada simbiosis.

La crisis de la astronomla

renacentista

1

la molestia de leer cuantos 1ibros de los filosofos pude conseguir, c objeto de averiguar si alguno de ellos habia mantenido alguna opini acerca de 105 movimientos de las esferas distinta de la que suponen qu nes ensefian rnatematicas en las escuelas. Y encontre [ ... ] [Sabre las reu luciones de las esferas celestes. Dedicatoria a Pablo III; p. 4].

Detengamonos aqui, puesto que las consecuencias de esta decision duda constituyen ya otra historia, una historia a la que habra q conceder toda la atencion que merece.

2. LA CONTRIBUCION

DE COPERNICO

La astronomia en su conjunto es el mas bello monumento del espiritu humane, el titulo mas noble de su inteligencia, Seducido por las ilusiones de los scntidos y de la vanidad, el hombre se ha considerado durante mucho tiempo como el centro del movimiento de los astros; su vano orgullo ha sido castigado por 10s temores que estes lc han inspirado. Numerosos siglos de trabajo han hecho cacr finalmente el velo que cubria al sistema dcl mundo y el hombre sc ha vista entonccs sobre un planeta casi imperceptible en media de la vasta extension del sistema solar, el cual a su vez no es sino un punto insensible en la inmcnsidad del espacio. Pero 10s sublimes resultados a 105 que este descubrirniento ha conducido S011 mas que suficicntcs para consolarlc pot la cxtrernada pcqucfiez y el tango que se asigna a la Tierra. P.-S. LAPLACE, Iixposicion del sistema del mundo (1796)

l.

UNA

or-cron

EPIST.EMOLOGICA

Durante sus aDOS en Padua -gran foco, como hemos visto, de las ensefianzas peripateticas de Ia epoca-e- Copernico tuvo sin dud a ocasion de seguir muy de cerca la vieja controversia acerca de «las dos astronomias» y bien cabe suponer que desde ese momenta cornenzara a buscar una forma de escapar a este conflicto y de sa1var 1a uniformidad de 10s rnovimientos celestes sin tenet que recurrir alas ineficaces esferas homocentricas, Ahi residira 1a gran diferencia con respecto a sus predecesores y aun conternporaneos: «para Copernico, la reconciliacion de 1a astronomia con la naturaleza no podia lograrse sin el concurso de construcciones geometricas dotadas de un estatuto ontologogico indeterminado, ni tampoco sin un minimo de hipotesis matematicas como pueda serlo el principio que establece que' el rnovimien to de los cuerpos es uniforme, circular y perpetuo, 0 bien com-

La contribuci6n de Copernico

1

puesto de movimientos circulares', dogma de 1a astronomia gri desde Platen y en nombre del cua1 Ptolomeo, que habia introduci el ecuante, es condenado por Copernico» (Lerner, 1979, pp. 58-5 En efecto, 1a reform a copernicana de 1a astronomia nace de 1avo1un de reconciliarla con ese viejo ideal de inteligibilidad -transgredido y de lograr que ofreciera una imag por el autor del Almagestoreal del universo (Solis, 1974, pp. 36-37). Tanto 10 uno como 10 o tropezaban de anternano con un serio obstacnlo: la admision del ecu te. Este era sin duda el responsab1e de la insatisfaccion estetica q experirnentaba Copernico ante la astronornia ptolernaica, admira desde otros muchos puntos de vista I. La busqueda de un siste arrnonico, si bien no era en absoluto una novedad 2, devenia ah una exigencia irrenunciable. Las motivaciones de 1a reform a coper cana son, pues, de 10 mas ortodoxas, de 10 mas conservadoras si quiere: se trataba de restaurar el autentico cosmos y no de aca con el 3. A estas alturas parece imitil insistir en el compromise copernica con una episternologia realists 4: el objetivo del astronomo es descri

1 En efecto, Copernico no s610 construy6 su magna obra a imitaci6n del delo del Almagesto, sino que -como ya apuntamos-s- confio plcnamcnte en parametres ptolcmaicos, sicndo muy pocas Ias obscrvaciones que eI mismo real «Por 10 que se refiere a los fen6mcnos propiamentc dichos, solia confiar en astr6nomos antiguos. Copcrnico acept6 por 10 general los valores ptolema para los difcrcntcs parametres y constantcs astronomicas, aunque, por cjcm prcfiriera el ana sidcral al tropical; a difcrencia de Tycho Brahe, no era un f tico de las observacioncs numcrosas y exactas, sino que sc contentaba con afi algo de su cosecha ala relaci6n ptolemaica» (Pedersen y Pihl, 1974, pp. 301-3 2 EI propio Ptolornco, cspccialmente en las Hip6tesis sobre IDs planetas habia servido ya de la idea de la armonia del universo, la cual habia acabado convcrtirse en un lugar cormin en la literatura astron6mica de todos los tiemp Copernico, sin embargo, lograra restaurarla en el marco de una nueva cosm si6n, salvando asi los clasicos principios rectores de la investigaci6n astronom (Rosen, 1975a; pp. 121-122). 3 La tesis del conservadurismo de Copernico fue avanzada por Herbert Bu field en su (1948, pp. 17-36) y -pese a haber irritado a algunos (Birkcnrn 196.5, passim)- ha sido aceptada por numerosos historiadores: Toulmin y Go field (1961, p. 204) Ilegaron a decir, con acicrto, que los resultados de la rev ci6n astron6mica hubieran sorprendido al propio Copernico. De todas form tiene raz6n Kuhn (1957, p. 241) al sefialar que «preguntarse si su obra es mente antigua 0 moderna equivale a preguntarse si la unica curva de un cam pertenece a la parte que Ie precede 0 a la que Ie sigue». 4 EI hecho de que a 10 largo de Sobre las reooluciones Copernico empl veces 1a expresion apparicntias salvare (0 apparientias consentire, apparien congruere, apparientias su/ficere, etc.) no debera confundir a nadie, pues

112

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la autentica constitucion del universo, por diiicil que ello pueda resultar a veces 5. Asi 10 vio, por ejemplo, Thomas Digges, mas de treinta afios antes de que Kepler denunciase la falsedad del prefacio de Sobre las revoluciones de las esjeras celestes: Por mas que ese haya sido el pretexto esgrimido por algunos para exculCopernico jarnas present6 los fundamentos de su parle fervorosamente, hip6tesis sobre el movimiento de la Tierra como meros principios matematicos, cs decir, putamcnte Iicticios y en modo alguno filosoficamente verdaderos. [Una perfecta descripci6n de las esjeras, fols. M VV; p. 79]. Incluso en la Breve descripcion de sus bipotesis acerca de [as movimientos celestes, obra de juventud que presenta algunas diferencias notables can respecto a su opus magnum (Elena, 1983a, pp. 12-13), Copernico trato de deslindar sus hipotesis de las gratuitas especulaciones pitagoricas: No se crea, pues, que -como los pitagoricos-e- he afirrnado a la Iigera el movimiento de 1a Tierra: en mi exposicion acerca de los drculos podra hallarse un argumcnto de peso a su favor. De hecho, 10s argumentos alas que recurren los fi16sofos naturales para deroostrar la inrnovilidad de la Tierra se basan por 10 cormin en las apariencias: son estos argumentos los prirneros en derrumbarse aqui, puesto que la propia inmovilidad de la Tierra se interpreta como una aparieneia [pp. 187-188]. De este modo Copernico sintio la necesidad de sentar las bases [isicas del movimiento de 1a Tierra en el Libro I de Sabre las revoluciones antes de dar entrada a los calculos, En efecto, las hipotesis copernicanas resultaban a todas luees falsas si se las interpretaba desde 1a perspectiva de la iinica teorla fisiea elaborada de la que se disponia, a saber, Ia aristotelica (Ia Tierra se disgregaria, Ias nubes se retrasatodos los astr6nomos del siglo XVI se sirvieron acriticamente de ella sin asumir su dimension instrumentalista (Rosen, 1939, p. 29; Machamer, 1975, p. 347): a deeir verdad, «Ia expresion apparientias salvare toma distinta fuerza semantics con cada nuevo uso por parte de cada nuevo hablante» (Hanson, 1973, p. 208). 5 Asl, en un problematico pasaje del Libro III de Sabre Las reuoluciones, ocupandose de la irregularidad aparente del movimiento del Sol, Copernico se confiesa incapaz de deeidir cual de los tres modelos que pueden dar cuenta del misrno es el verdadeto: «No es facil determinar cual de ellos es el que existe en el cielo» (III, 15; p. 155).

.- -----------

----------...........,......,...,,~

La contribuci6n

de Copernico

1

rian hacia Occidente, las piedras no caerian segun la vertical...) 6. P eso, y aunque fuera «un tanto involuntariamente, el copernicanism se habia comprometido can un punta de vista progresivo, pues pla teaba inevitable e improrrogablemente la necesidad de mejorar teoria ante las criticas clasicas contra el movimiento diurno» (Sol 1974, p. 41). Dicho de otra manera, este planteamiento realist a tu por fuerza que convertirse en un programa heuristico que Uevara a constitucion de una nueva fisica capaz de reemplazar a la aristotelica y, «por eonsiguiente, constituye no solo uno de los puntos de parti para 1a reforma de la astronomia -a pesar de su antieuado atavio sino tambien uno de los estimulos m excentricas y epiciclos-, poderosos para la introduccion de una nueva mecanica» (Pedersen Pihl, 1974, p. 319). Las consecuencias desbordarian sin lugar a dud las previsiones de Copernico, aunque fuera el quien primero abri6 brecha en 105 antiguos cuadros del universo e incluso en Ia tradicion configuraci6n del saber. Copernico, pues, defiende implfcitamente el derecbo del astron mo a pronunciarse sobre el mundo Iisico, 10 cual supone un imp tante cambio en el panorama intelectual y social de la epoca (We man, 1980, p. 111). La tradicional concepci6n epistemologica seg la cual a eada esfera de la realidad le correspondia una clase distin de saber cae ahora por tierra (Feyerabend, 1964, p. 184), proponie dose alternativamente una nueva forma de contemplar Ias relacion entre las maternaticas y la filosofia natural. Al reunir las eompetenci de fisicos y astronomos Copernico asestaba un duro golpe a la habitu division de las ciencas (Horsley, 1975, pp. 121-122; Blake, 19 pp. 47-48), atentado que no se le escap6 a Osiander ala hora de ha balance de la situaci6n:

No me cabe la menor duda de que, una vez divulgada la novedad d hipotesis de esta obra -a saber, que la Tierra se mueve y que el Sol maneee inmovil en el centro del universo-, algunos eruditos podran

6 «Desde la perspectiva de la fisica aristotelica, Copernico iinicamente s tuyo una imposibilidad fisica por otra mayor» (Funkenstein, 1975, p. 191). 7 «Si Copernico hubiera persistido en la tradicion escolastica y se hub limitado a formular sus hip6tesis como recursos computacionales utiles, pero que su verdad 0 falsedad estuvieta en juego, no habrfan aparecido los gra problemas de la dinamica y la mecanica celestes que surgieron como consecu del rnovimientoreal de la Tierra» (Grant, 1971, pp. 89-90); vease tarnbien (G

1962a, p. 215) .

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tirse vehernentemente of en didos y consideraran que no se deben conmover las disciplinas liberales, tan correctamente establecidas desde antafio [Prefacio al lector].

Segiin Westman (1980, pp. 107-108), en este pasaje se encuentra 1a clave para en tender cual era 1a autentica acusacion que se le hacia a Copernico: violar 1a division del conocimiento tradicional y unanimemente aceptada desde la Antiguedad. Ello nos permite retomar la idea de que en el problema que nos ocupa hay una doble vertiente, epistemologies y social, y que 10 que Duhem trato en muchos casos de presentar como un conflicto entre dos concepciones distintas de la investigacion cientifica no eran en realidad mas que los ecos de una disputa gremial, bajo la cual subyacia el intento de delimitar cabalmente los ambitos propios de disciplinas diferentes. Con Copernico asistimos, pues, a una reorganizacion del campo del saber, ya ensayada a 10 largo de 1a Edad Media par algunos francotiradores aislados, cuyas consecuencias -como hemos apuntadoresultaban a 1a sazon imprevisibles, Se habra de reparar, no obstante, en el hecho de que la reforma copernicana no estaba en modo alguno dirigida contra el probabilisrno nominalista --como algunos han sostenido 8_ y en que la pregunta por el grado de certeza de las conclusiones de la investigacion fisica solo se generalizara en el siglo XVII (Blake, 1960, p. 48): el astronomo polaco ---diga 10 que diga Duhemno se preocupa en absolute por la naturaleza de la teoria fisica, sino que aspira iinicamente a remodelar la tradicional division de Ias ciencias para poder ofrecer asi una verdadera descripcion del universo.

II.

UNA OPCroN

COSMOLOGICA

Asi, pues, «en Copernico asistimos a1 termino de una dicotornla exclusiva que habia domina do toda la historia de los estudios celestes anteriores a su epoca; la dicotomia entre la astronomia predictiva, asistematica, vacia y sin direccion y la cosrnologia confusa, inarticulada y ciega» (Hanson, 1973, p. 245). Sin duda Rheticus no traicionaba a su maestro cuando deda que «el baston del astronomo son las mate8 Por ejemplo, Grant (1962a, pp, 212-215) y Oberman (1975, p. 413). Una buena critica de esta pretension se encuentra en (McMullin, 1968, pp. 342-344).

La contribuci6n

de Copernico

1

maticas 0 1a geometria» (Primera exposici6n de los «Libras de Revoluciones», XIII, 44; p. 69), pero eso no quita para que tambi debamos ver en Copernico a un cosm6logo. Obviamente su punto partida fue el deseo de sa1vaguardar 1a uniforrnidad de 10s rnovimie tos celestes, Intimamente convencido de que las deficiencias de hipotesis disponibles se debian, en ultimo termino, a 1a violacion 10s principios basicos de 1a astronornia (Krafft, 1975, pp, 121-12 E1 objetivo era elaborar de una vez por todas una teoria planetar satisfactoria tanto desde el pun to de vista fisico como observaciona en este proyecto la hipotesis del movirniento terrestre no sera s una consecuencia. Los cielos, perfectos e inrnutables, deberian, buena logica, permanecer inmoviles, aunque ello suponga tener poner en movimiento a la Tierra (Sobre Las revoluciones, I, 8; p. 1 Pero, adernas, Copernico es consciente de que 1a unica opcion [i viable para salvar adecuadamente 10s Ienomenos consiste en supo -con Sosigenes 9_ que 10s cuerpos celestes giran alrededor de tintos centros, tal y como reza el primer postulado de la Breve ex sicion de sus hip6tesis acerca de Los movimientos celestes: No existe un centro unico de todos

105

circulos

0

esferas celestes [po 186

La pluralidad de centros no es mas que el primer paso para aca proclamando el heliostatisrno, que facilita una disposicion mas ra nab1e de 105 circulos puesto que en ella el ecuante no juega ya ning pape!. La alusion a 10s pitagoricos en 1a Dedicatoria a Pablo III (So las reuoluciones, pp. 3-6) ha hecho pensar a algunos que 1a refor copernicana nacio conscientemente como una restauracion del pita rismo (Africa, 1961, p. 403 y passim; Heninger, 1965, passim), no parece que tras dicha mencion se esconda otra cosa que una c tada, un intento de procurarse buenos «compafieros de viaje», mismo cabrla decir de 1a referencia a Hermes Trismegisto (I, 10; gina 20), mera licencia poetica vagamente emparentada con la lit

9 Copernico ni siquiera habria necesitado leer el Comentario al «Sobr cielo» de Simplicio, donde se exponen Jas ideas de Sosigenes, puesto que reaparecen en numerosos tratados medievales que alcanzaron una gran difu (los cornentarios de Ibn Rusd y Tomas de Aquino alas obras de Aristoteles, ejemplo) (Krafft, 1975, pp. 122-123). 10 Vease tambien Sobre las revoluciones (I, 8; p. 17).

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tura solar. tan en boga a 10 largo del siglo XVI 11. EI autentico precedente, Anstarco de Samos, tampoco juga un papel fundamental en Ia de~ision de Copernico, pues el suyo era un modelo puramente especuIativo y en absoluto elaborado, razon que desde el cornienzo habra hecho que resultara inaceptable para los astronomos tecnicos (al margen de otras dificultades de indole filos6fica e incluso teo1ogica) 12. Otros autores han sostenido que el gran estimulo ha de buscarse mas que en influencias teoricas, en la apremiante necesidad de reforn:~r el cale~dario civil y eclesiasrico (Ravetz, 1966, passim). La cuestlo~ se habia pla~tea~o ya en los Concilios de Constanza (1414) y Bastlea (1436), S1 bien 1a insatisfaccion era patente desde el sig!~ XIII 13: El calendario juliano, adopt ado por la Iglesia en el ConCIllOde Nicea (325), contemplaba -pese a su relativa exactitudun error de once minutes por afio, con 10 que el error era de un dia completo cada 128 aiios. La acumulacion de errores resultaba en el siglo XVI tan notable como escandalosa, sobre todo a causa de 10s problemas que entrafiaba la determinacion de Ia fecha de Pascua. Sixto IV ya habia proyectado llevar a cabo una reforma y de hecho encornendo a Regiomontano su ejecucion, con tan mala fortuna que este falleci6 al aiio siguiente. Fue Leon X quien --en el Concilio de Letran (15121517)teplantea nuevamente el problema, pidiendo a todos los principes cristianos, asf como alas universidades, que contribuyesen ~ subsanar las conocidas deficiencias del calendario vigente. Se formo incluso una cornision para la reforma del mismo presidida POt el obispo de Fossombrone, Pablo de Middleburg, quien -a traves de Bernhard .S,cul~eti,te~resentante de la Santa Sede en Ermland, la mayor de l~s diocesis prusranas-c. soliciro 1a : preten I 0 insrruClones e as hlpot . , l' esis astronornicas no pue d e comprenderse al margen d . , . 'e su vincu acion c 1 . escepncas que tan en boaa t . on as cornentes b es uvieron durante 1R '. d . octnna cusana de la do ta i . e enaClmlento. La C a tgnorancta puede reeonocerse a la base de sentaba en modo alguno el . did rrusmo aspecto que I' 1 per 1 0 la claridad inicial de su estrate ia 1~~ e slg? precedente, pues habfa uno de Ios p.rincipales campeones de I: C po Itl.ca y militar, El rey de Espana, con~ra Rlcheheu_ a punto de apoyar a 10so~tl.al1eforma,.estuvo --en su Iucha falt~ poco para firmar una alianza directa co ugonot:s, .nllentras que a Rorna Ie mama. SIO embargo, Ia Contrarteform n }os pnnclpes protestantes de AlelIada se hacia Ia poIitica laica de Ro~:ros:gu.la su marcha y, cuanto mas cmbro. taba el catolicismo Ia firmeza sagrada ~as fre~~.ente y resueltamente manifesLa obra de Copernico, pubIicada en la' e a lnt~ngl .lhdad del espiritu de Trento. tado sospechas, mas las cosas serfan muy ~~c:. te dicho ConciIio, no habia despernetsov, 1964, p. 97-98). s III as Clllcuenta afios despues» (Kouz.

i

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La recepcion del copernicanismo

un arraigado eseepticismo fidefsta que resaltaria el caracter conj ral, tentativo y meramente probable del conoeimiento humano 7. se trata, pues, de un escepticismo radical como el que cabe encon en Agrippa, sino de un escepticismo mitigado que a veces se al incluso can el empirisrno 8. «El escepticisrno que impregna este vimiento es el escepticismo cieeroniano: una cortes negativa a ace como definitive eualquier sistema, tanto en metafisica como en fil fla natural. Fruto del misrno es el gusto par la ciceronian a prese cion de las cuestiones teoricas con argumentos in utramque par -esto es, desde perspectivas opuestas-, as! como la suspension juicio mas aHa del reconocimiento de que una posible respuesta mas probable 0 plausible (verosimilior) que otras» (Jardine, 1 p. 146); es esta clase de escepticismo la que encontrarnos en Melan thon (Maurer, 1962, pp. 223-226). A 10 largo de sus obras Melanehthon insiste con frecuencia en limitaciones del conocimiento humano. Asi, en su Tratado sabr alma (Wittenberg, 1553) proclama: La naturaleza [XIII,

de las cosas no puede ser penetrada

co1. 137]

par la mente hum

9.

7 AI contrario de 10 que habia sucedido con la doctrina de la duplex ue que evoluciono paulatinamente en un sentido opuesto al que inicialmente tu y acabo convirtiendose en una simple coartada para sostener cualesquiera opuestas al dogma (Maier, 1955, pp. 43-44), el probabilismo termin6 por s mejor aIiado de la Iglesia: «Originalrnente, al menos en los siglos XII y XII concepciones probabilis tas tenian Ia clara fund6n de surninistrar nuevas opc a quienes no deseaban someterse al imperio del dogma proclamado sobre t Ios dominios de la fe y de Ia fiIosoHa. Sin embargo, a medida que transcurr tiernpo, este mismo enfoque probabilista se convirti6 en el puntaI y el so del fideismo» (Nelson, 1975, p. 44), tal y como evidencian las obras de P Charron, Jean-Pierre Camus, Francois La Mothe Ie Vayer, etc. POl' 10 derna caso de Bellarmino dernuestra que no era -como a menudo se supone- 1a quia eclesiastica la que se oponia al probabilismo; antes bien, este procu una via de escape al conflicto entre el dogma y deterrninados desarrollos ciencia, reservando para 1a Iglesia la ultima palabra en 10 referente a la inte tacion de Ios Libros de la Revelaci6n y de la Naturaleza (y, en consecuenc maxima autoridad para definir la verdad). 8 Esta simbiosis es inaugurada por Francisco Sanchez y alcanzara, con las cas modificaciones, a pensadores como Mersenne y Gassendi (Crombie, passim; Rochot, 1964, passim). 9 Una afirmacion analoga se encuentra en la carta a M_ Meierburger de 2 septiembre de 1549 (VII, co!. 473) y el mismo espiritu reaparece en su Intro ci6n a fa doctrina [isica (XIII, cols. 185-186).

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Pero siempre amortigua el impacto de estas afirmaciones apelando a tres criterios que nos permiten eludir el escepticismo radical y abrir alguna via para el conocimiento de 1a naturaleza: En la filosofia y en todas las dernas artes de las cuales la mente humana juzga por sf misrna, son tres los criterios de certeza: La experiencia universal, los principios -es decir, 10s conocimientos innatos- y e1 orden [de la argumentaci6n] [XIII, col. 647) 10. A la experiencia universal Ie reconoce Melanchthon la posibilidad de conocer, en condiciones normales y siempre por via sensorial, determinadas propiedades de las cosas; el conocimiento de los principios no es sino un eco del conocimienro primigenio perdido a raiz de la Caida, cuyos vestigios nos perrniten aprehender ciertos principios POt 1a sola luz de la raz6n (principios rnatematicos, por ejemplo), por ultimo, la comprensi6n del orden en el silogismo -como dice en otro hace posible que extendamos nuestro conolugar (XIII, co1. 150)cimiento mas alla del que inicialmente poseiamos. Pero Melanchthon jarnas sale del ambito de este escepticismo moderado, si no es en aquellos casos en los que la cuestion ha quedado bien establecida por las Escrituras (la in movilidad de la Tierra es una de estas}, en 105 cuales se inclina por Ia solucion mas conservadora (Jardine, 1979, pp. 148-149). Ahara bien, tal probabilismo constituye una tradicion muy distinta de Ia del instrumentalismo 0 ficcionalismo a la que Duhem (1908, pp. 105-107) trata de asociarle (Nelson, 1964, p. 269). Mejor dicho, es ese probabilismo de raigambre esceptica el que le lIeva a asumir posiciones aparentemente instrumentalistas y no una reflexion sobre el rnetodo de la astronomfa. De hecho, la propia fisica acabara considerandos- hipotetica a 10 largo del Renacimiento cientifico, sin que por ello quepa pensar que se extendiera a esta disciplina Ia formula saluar los fen6menos (Aiton, 1981a, pp. 75-76): una cosa es admitir el caracter tentativo y provisional del - era mas una operon pra matica que un autentico instrumentalisrno (Jardine, 1979, pp. 15 153).

III.

LA «INTERPRETACION

DE WITTENBERG»

Los historiadores han discutido en muchas ocasiones cual fue 1a ve dadera difusi6n de la obra magna de Copernico. Koestler (1961, p gina 49), pot ejemplo, minimize considerablemente. ~u impacto en l medios cultos de Europa: «A modo de comparacion, el manual Cristoph Clavius -el Tratado de la esferaconocio diecinucve irnpresiones en cincuenta aiios, por solo una el libro de Copernico Si menciono esta anecdota es porque evidencia cuanescasa fue la atra cion que desperto la teoria copernicana en el continente europe~ d rante mas de cincuenta aiios, es decir, durante las dos generacione siguientes.» Ahora bien, la extrapolaci6n no es en absoluto. ~ki pues Gingerich ha demostrado (197 3c). qu~ cada una de las ,edlcion de la obra de Copernico tuvo una amplia tirada, POl' 10 demas, la ~r pia naturaleza de Sabre las reuoluciones, un tratado de una consid rable complejidad matematica, invalida cualquier comparaci6n con. libro de texto elemental, como es el de Clavius, en 10 que a su dif sion se refiere. Y asf Gingerich (1973c, p. 56) forrnulo su sospech de que el rnimero de lectores que realmente comprendieron dicha ob en 10s aiios que siguieron a su aparici6n apenas rebasaria la docen Rheticus, Reinhold, Peucer, Stadius, Mastlin, Magini, Clavius, Keple Galileo Saville, Dee, Digges ... 11. Entre ellos se cuentan algunos 10s mas'destacados representantes de la interpretacion de Wittenberg

11 Naturalmente hubo mas «copernicanos» que 10s aqui mencionados, p en muchos casos -Recorde, Pontus de Tyard, Penel, etc.- el con~cimient~ Sabre las reuoluciones era un tanto superficial. Lo mismo puede dec:rse .de G dano Bruno, no por elio menos ardiente en su defensa del copernrcanrsmo: interes por el componente «cientifico» de este resulta bastante escaso (Gosse y Lerner, 1975, p. 226); «de hecho, Bruno ignora casi por completo la parte

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Ya Duhem (1908, p. 92) habia subrayado Ia homogeneidad de las opiniones de los astronomos de Wittenberg en relacion al problema del estatus de las hipotesis, emparentadas de una u otra forma con el conocido prologo de Osiander. E1 calificativo generico de interpretacion de Wittenberg se debe a Robert Westman (1975a, p. 166), quien 1a definia asi: «Empleare esta expresion para caracterizar un estilo 0 enfoque metodologico comun, un consenso acerca de como 'leer' la recienternente publicada Sobre las reuoluciones, que fue compartido por un grupo de jovenes astronornos de la Universidad de Wittenberg bajo la paternal tutela del famoso reformador protestante Philipp Melanchthon.» El drculo de sus discipulos fue bastante amplio y de el formaton parte Erasmus Reinhold, Kaspar Peucer, Hartmann Beyer, Johannes Richter (Praetorius), Theodoricus de Winsherm, Matthias Lauterwalt, Bartholomaeus Schonborn, Andreas Schadt, Kaspar Straub, Michael Neader, Joachim Haller, ete. 12. Todos ellos estaban de acuerdo en reconocer las importantes contribuciones de Copernico desde el punto de vista rnatematico, mas no podian asumir de igual forma sus planteamientos cosmologicos. Era la suya una actitud muy extendida en la epoca, fuera incluso de Wittenberg: «A finales del siglo XVI Copernico era enormemente respetado por su competencia como matematico, mas no por su teoria heliocentrica» (Gingerich, 1971b, p. 109). La primera biografia del astronomo polaco, una breve semblanza escrita par monsefior Bernardino Baldi en 1588, es perfectamente ilustrativa a este respecto. Bastara un solo pasaje de 1a misma para poner de relieve la coexistencia de un tone inmoderadarnente entusiasta con el rechazo explicito de sus opciones cosmo16gicas: Sigue Copernico en su obra sabre las revoluciones la falsa hip6tesis de Aristarco de Samos, maternatico de la antiguedad, conforme a la cual cl trictamente maternatica de Sabre las reuoluciones y, si bien es verdad que cita con profusion determinados pasajes del Li~ro I, pas~ por alto 10s mucho ma~ diffciles aspectos tecnicos de 10s restantes libros» (Vednnc, 1967, p. 220). Sera precisamente esta insistencia en las implicacionesf1~icasdel coper~icanismol~ que abrira las puertas para que quienes no eran astronomos profesionales pudieran tambien pronunciarse sobre la cuesti6n y entrar en la poiernic~:asi, por ejem.plo, pudieron 105profesores de filosofia oponerse a la nue~a doctr;na desde el aristotelismo mas ortodoxo, como sin duda Galileo tendna ocasion de cornprobarlo , (Pedersen y Pihl, 1974, p. 319). 12 El propio Rheticus fue discipulo de Melanchthon, aunque pronto se separo de la interpretacion de Wittenberg.

La reception

del copernicanismo

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cielo perrnanece en reposo y cs 1a Tierra 1a que se mueve alrededor d centro del Sol, que yaee inm6vil en media del universo. Se excusa, s embargo, pOl' haber procedido asf alegando que no cree que sea esta verdadera naturaleza de las casas, pero que Ie pared a que de este mo podia lograrse con una mayor comodidad cuanto se habia propucs [Vida de Copernico, pp. 21-22].

En Wittenberg valoraron tarnbien de forma muy positiva estas ve tajas practicas y no tuvieron inconvenicnte alguno en asimilar l totalmente de sus i nuevas tecnicas de calculo, despreocupandose plicaciones cosmologicas. En terminos kuhnianos aeaso cabria ~ec que la interpretacion de Wittenberc~ no recibio la teorfa copermcan como un nuevo paradigma, sino que fagocito los elementos facilmen aprovechables para el programa de ciencia normal en el que se vem trabajando (Westman, 1975a, p. 191). Pero, al permitir alas astr nomos familiarizarse can el contenido de Sabre las reuoluciones y difundir las nuevas ideas en virtud de sus ventajas practices, la inte pretacion de Wittenberg h120 de esta universidad «el primer puer de entrada de la teoria copernicana» (Westman, 1975c, p. 286). Erasmus Reinhold fue quiza la gran figura de todo este grup Profesor de ma tematicas y astronomia en la Universidad de Witte berg -de la que en 1549 llego a ser rector-, Reinhold es famo pot habet confeccionado las T ablas prusianas de los movimiento celestes (Tubinga, 1551), que llevaban tal titulo en honor de su patr cinador, el duque Alberto de Prusia. Mucho mejores que eualesquie otras disponibles, dichas tablas gozaron de una gran reputacion toda Europa y constituyeron la base de la reforrna gregoriana calendario, John Dee, en un tratado inedito acerca de este problem valoraba as! 1a contribucion de Reinhold:

En sus T ablas astronomicas prusianas el gran maternatico Erasmus Re hold ha logrado perfeccionar los rigurosos trabajos de Copernico, as! c? sus excelentes observaeiones de los movimientos celestes [Bodleian LIb ry, Ashmole MS 179, p. 38; cit. en Westman, 1977, p. 46].

Y Kepler, en el prefacio a sus Tablas rudoljinas, explicaba can cie detalle no solo 10s logros, sino tambien las motivaciones de Reinhol

Aunque esta obra [Sobre las revoluciones de las esjeras celestes] contie unas tablas que complementan las explicaciones de las demostraciones, hay nadie hoy en dia -que yo sepa- que las utilice en sus calculos.

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Copernico ] Ie sucedio

en unos pocos afios Erasmus Reinhold, hombre extraordinariamente versado en todas las disciplinas, pero muy especialmente dotado por naturaleza para las matematicas en virtud de su admirable perspicacia y su facilidad para penetrar en las cuestiones mas abstrusas. Reinhold acornetio la tarea de completar las tablas de Copernico, a la sazon ya faliecido. Las Ilamo T ablas prusianas, bien por ser prusiano Copernico, 0 bien por su meccnas, el duque de Prusia [ ... ] Las razones que le indujeron a emprender esta tarea se explici tan en la propia obra, si bien es verdad que Reinhold parece tratar de ocultarnos dos de elias. Todas las tablas deben ser canones manejables y faciles de utilizar; ast. Ios autores de las T ablas aljonsies y de otras muchas han coadyuvado a este Iacil manejo incluso con la estructura de sus Iibros, reuniendo las tablas numericas y anteponiendo alas mismas unas breves instrucciones. Pero en el caso de Copernico estas estaban dispuestas a 10 largo de toda la obra, en medio de las demostraciones, tal y como sucediera en el Almagesto de Ptolomeo, de forma que quienquiera que trate de usarlas se ve distraido por el texto y pierden as! su utilidad. En segundo lugar, Copernico insistia en hip6tesis «absurdas» que Reinhold creta que podrian ofender y asustar a los Iectores, por 10 que decidio que debia evitar toda mencion a tan extrafias suposiciones, as! como alas profusas y tediosas demostraciones, y publicar las tablas por separado en forma de manual, luego de haberlas corregido y haber revisado cuidadosamente 10s calculos, para de este modo poder representar con mayor exactitud las observaciones fundamentales sobre las que Copernico erigi6 su estructura [KOO, VI, 669-670]. Reinhold, en efecto, utilize cuantos elementos quiso de Sobre las reuoluctones, saludando a su autor en el prefacio de sus T ablas prusianas como a uno de los mas grandes astronomos de todos los tiempos: tal es el entusiasmo demostrado que algunos historiadores -como, por ejemplo, Berry (1898, pp. 125-127)-le tomaron por un resuelto copernicano. La realidad es, sin embargo, muy distinta y asi lo demostr6 Alexander Birkenmajer cuando en 1960 descubrio el hasta entonces perdido manuscrito de su Comentario al libro de las reuoluciones de Copernico (Berlln, MS Lat., f. 391). Aunque la mayor parte del mismo esta dedicada a una minuciosisima verificacion de los calculos de los Libros III, IV Y V de Sobre las reooluciones, Birkenmajer (1960, passim) creyo encontrar suficientes indicios no solo para afirrnar que Reinhold no era un copernicano, sino incluso para considerarle partidario de un sistema proto-ticonico del universo. Pero mientras que la primera de estas conclusiones es correcta, no ocurre 10 mismo con la segunda, fundada en una imaginativa interpretacion de tres oscuros

La recepcion del copernicanismo

1

pasajes: «Lo mas que podemos conduir a partir tanto de las obr publicadas como de este manuscrito es que Reinhold no atribuyo re lidad Hsica a ningiin sistema planetario concreto» (Gingerich, 1975 p. 366). Por 10 demas, nunca le vemos interesarse por cuestiones co mologicas; a este respecto es muy interesante el analisis de las anot ciones en su ejemplar de Sobre las reuoluciones, tan minuciosas q «es virtualmente imposible detectar un error en el texto publica do el cual no haya reparado Reinhold. El talante de sus anotaciones s giere que su interes primordial radicaba en 105 aspectos relativos a construccion de modelos, sobre todo en las combinaciones de circ los a las que recurrio Copernico para eliminar el ecuante ptolemaico considerando 1a disposicion heliocentric a como una mera hipotes matematica de interes secundario» (Gingerich, 1975b, p. 366). E es precisamente el denominador cornun de los trabajos que conforma 1a Hamada interpretacion de Wittenberg. El prefacio a su Comentario a la «Nueva teoria de los planetas de Peurbach (Wittenberg, 1542) proporciona algunas claves epist mologicas para en tender la actitud de Reinhold:

Tan variada es la diversidad de 105 movimientos y las apatiencias celes que los griegos les dieron el nombre de phainomena y los astr6nomos h tenido que proceder con suma diligencia en la busqueda de las causas apariencias tan diversas, consagrando a esta vigilias y esfuerzos extraord narios [ ... ] Con objeto de rnostrar las causas de los variados fenomen que se observan en los movimientos de los planetas los astronornos h acostumbrado a suponer 0 postular la excentricidad de los drculos de rentes 0 la multiplicidad de los circulos, A estos siete astros que exbib movirnientos tan diversos se les conoce con el nombre griego planeta que quiere decir «errantes», puesto que sus numerosos movimientos pa cen inciertos y vagos. Ahora bien, esta variedad 0 irregularidad de movimientos se ajusta tarnbien a una ley 0 perfodo [ ... ] EI gran mime de circulos celestes resultante debe atribuirse, pues, al oficio [del ast nomo] 0, mejor aun, alas limitaciones de nuestro intelecto. Pudiera o rrir que estas siete hermosas luminarias hubiesen sido dotadas pot la di nidad de una fuerza infinita que les permitiera, sin necesidad de tod estos drculos, observar su ley y guardar una armonia absoluta mas alia la variedad e irregularidad de sus movimientos. Pero nosotros, si no currimos a todos estos circulos, tropezariamos con enormes dificultad para aprehender de una manera raciona1 esta, por as! decir, armonia la irregularidad [foIs. 1v_2r).

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Duhem (1908, p. 84) quiere ver aqui un eco de las opiniones de ProcIo, pero -al margen de algunas innegables resonancias en el lenguaje empleado-es con Melanchthon y el escepticismo moderado suscrito por el movimiento humanists con los que hay que emparentar a Reinhold. Geocentrista convencido, como su maestro, el autor de las T ablas prusianas aspira a hacer encajar algunas de las tecnicas copernicanas dentro del cuadro tradicional del universo, pero en absoluto pone en tela de juicio esta cosmovisi6n. Simp1emente busca perpetuar la vieja distinci6n entre dos disciplinas distintas que tienen por objeto el estudio de 10s fen6menos celestes, permitiendose en todos aquellos puntos no establecidos por las Escrituras -y, por 10 tanto, pertenecientes a1 ambito de 10 probableuna serie de licencias calculisticas ciertamente ventajosas desde el punto de vista practice. Al no aceptar la reunificacion copernicana de cosmologia y astronornia, Reinhold no tiene ningun inconveniente en seguir operando como sus predecesores en el campo de la astronomia tecnica: de este modo, en el resbaladizo terreno acotado por una serie de condiciones restrictivas de caracter fisico-cosmologico, una especie de no man's land en la que todos parecen tener algo que decir, la proliferacion de hip6tesis alternativas es [icita y hasta saludable, puesto que carecemos de criterios de certeza y solo el exito predictivo puede servirnos de guia. «Parece ahora bastante claro que, desde el punto de vista metodol6gico, tanto los astronomos como los fil6sofos esgrimieron en el siglo XVI ideales realistas 13, si bien aquellos asumieron un compromiso pragmatico acerca de 10 que era po sible saber sabre la autentica naturaleza de los cielos. Su fuerza estribaba en los modelos maternaticos y en las predicciones que arrojaban; su dificultad, en la determinaci6n de que clase de realidad habfa que atribuir a tales mecanismos predictivos» (Westman, 1980, p. 471). La estrategia adoptada por Reinhold en la confeccion de sus tablas no constituyo en modo alguno una iniciativa aislada;entre los muchos que le imitaron destaca Christoph Femelius, profesor de rnatematicas en Erfurt, quien tambien aprovech6 10s resultados de Copernico para fundirlos can 10s ptolemaicos en sus T ablas sin6pticas para la determinaci6n de las verdaderas posiciones de los planetas, derivadas de las prusianas y dispuestas a la manera ptolemaica (Wittenberg, 1599). Hartmann Beyer, discipulo de Reinhold (mas conocido por el sobrenombre de Ariel Bicard), seguira a1 pie de 1a letra las directrices de su 13

Las excepciones,que ciertamente las hay, se consignaran mas adelante.

La recepcion

del copernicanisrno

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maestro en sus Nuevas cuestiones sabre el «Tratado de la esjera» d Sacrobosco (Paris. 1551), siendo el suyo un caso muy revelador acerc de 1a actitud adoptada por Duhem y de la correct a interpretacion d «instrumentalismo» de Wittenberg. Pues, en efecto, Beyer afirma

(Son reales estas esferas planetarias? En realidad, tales esferas no se da en el cielo, sino que se suponen unicamente como ayuda para quiene aprenden con objeto de poder dar as! cuenta de 10s movimientos de lo cuerpos celestes? [fo!. 7 O"] .

Duhem (1908, p. 88) tan solo aduce este pasaje en favor de su inter pretacion, viendo en Beyer a un ficcionalista perfectamente represen tativo de 10 que e1 considera 1a tonica general de las posiciones epi temologicas defendidas en 10s circulos luteranos europeos. Pero, mu cho antes, al comienzo de su obra, Beyer habia establecido que la astro nornia «es parte de la fisica» (f01. Y), aunque ciertamente 10 sea e su vertiente mas matematizada: la astronomia sigue, pues, alincandose entre las scientiae mediae (f01. Y) y como tal parece sujeta a deter minadas restricciones de caracter fisico. Es, sin embargo, en la obra de Kaspar Peucer donde mejor pued apreciarse el fuerte sentido pragmatico de la interpretacion de Witten berg. Peucer, yerno de Melanchthon y discipulo de Reinhold, dedic al landgrave de Hesse-Cassel 14 sus Hipotesis astronomtcas 0 teori de los planetas (Wittenberg, 1571) y, ala vez que ponderaba y ensa zaba 10s meritos de la nueva hipotesis copernicana, pedia formalmente que la ensefianza de esta fuera prohibida en las escuelas (fols. 5v_6 De nuevo Duhem (1908, pp. 90-92), basandose en una obra anterio -los Elementos de la doctrina de los circulos celestes (Wittenberg, 1551)- y pasando por alto 10s contraejemplos que e1 mismo aduc trata de presentar a Peucer como un instrumentalista ortodoxo. S definici6n de las hipotesis como artificios disefiados para dar cuent de 10s fenomenos celestes (Hip6tesis astronomicas, p. 8) podrla d pie para hacerlo si no fuera porque esta forma de expresarse en u 1ugar cormin en 1a literatura astronornica del siglo XVI, un t6pico qu hemos encontrado en el propio Copernico 15.

14 Wilhelm IV, Landgrave de Hesse-Cassel (1532-1592), fue un gran afic nado a la astronomia y el mismo realize entre 1561 y 1567 destacados trabaj en el Observatorio de Cassel en orden a confeccionarun nuevo catologo de est lias. 15 La prueba de que incluso en Wittenberg esta era una forma gencrica hablar la haliamos en un tratado inedito de Georg Horst, escrito hacia 1604, q

¥

144

Alberto

La recepci6n

Elena

Ciertamente hubo en Wittenberg un movimiento que, encabezado por Melanchthon y Reinhold, impuso una determinada concepcion del estatus y el valor de las hipotesis astronomicas, una nutrida corriente que alcanzaria incluso a otras universidades europeas 16 y que contribuy6 decisivamente a difundir la teorfa copernicana aun sin compartir sus presupuestos. No voy a negar que, en ultimo terrnino, la interpretacion de Wittenberg no se desarrollara a la sombra de las tesis expuestas por Osiander en su controvertido prologo a Sobre las reuoluciones, pero sf que estuviera animada por unas concepciones epistemologicas propiamente instrumentalistas. Se trataba mas bien

del copernicanismo

1

~e una afortunada simbiosis de escepticismo y pragmatismo que co tinuaba haciendo hincapie en el exito predictive y dejaba para l no-profesionales la consideracion de cualquier tipo de problema fi co-cosmo16gico. Gemma Frisius, e1 famoso astr6nomo holandes esc biendo en 1555 a Johannes Dantiscus, obispo de Kiilm, revelaba ala daras e1 alcance de esta actitud y la vena pragmatics cormin a tanto astronomos del siglo XVI:

No entro en discusi6n alguna acerea de las hipotesis que [Copernico emplea, ni cuales son, ni que grado de verdad les corresponde. Me impo ta poco que diga que la Tierra gira 0 que la declare inm6vil, siempre cuando tengamos un eonocimiento preciso de los movimientos de 10s tros y de sus perfodos y sean reductibles a calculos de la mayor exaetitu [eit. en Prowe, 1883-84, vol. I, 2, p. 284].

conocemos gracias a Duhem. Horst, realista decidido y en modo alguno emparentable con los puntos de vista de Melanchthon, Reinhold y sus discipulos, define no obstante las hipotesis astronomicas como «suposiciones por medio de las cuales [1os astronomos] salvan los distintos phainomena que se producen en el cielo y dan cuenta de eilos» (cit. en Duhem, 1908, p. 117). Prima facie no estamos muy lejos de, por cjemplo, Schreckenfuchs: «EI objetivo de la teoria planetaria no es otro que salvar los fenomenos de Ios planetas y poner fin a sus

Y eso que Frisius vela con rnuy buenos ojos la hipotesis trica ...

irrcgularidades» (Comentario a la «Nueva teoria de los planetas» de Peurbach, Basilea, 1556, p. 3). Todavia mas parecida es la definicion de Beyer: «La astra-

IV.

nomia es la ciencia que estudia y demuestra por medio de la geornetria y la aritrnctica los distintos movimientos, tamafiosy distancias de los cuerpos celestes, salvando todos los cambios e irregularidades de los planetarios y estelares» (Nuevas cuestiones, fol. y-V). Parece ocioso continuar cuando esta tan claro que no hay que conceder demasiadovalor alas declaracionesverbales... 16 Duhem (1908, pp. 92-96) sefiala, con razon en este caso, que la que hoy en dia llamamos interpretacion de Wittenberg estuvo ampliamente difundida por otras ciudades centroeuropeas, como los casos de Erasmus Oswald Schreckenfuchs -profesor en Tubinga y Friburgo (y no en Nurenberg, como quiere Duhem)- y de su discipulo Christian Wursteisen -profesor en Basilea- demuestran. [Pero, como hemos visto, que a Schreckenfuchsno le preocupe demasiado el problema de la correspondencia fisica de las hipotesis astron6micas(Duhem, 1908, p. 94),0 que a Wursteisen Ie parezca imposible asegurar si los circuIos supuestos por estas se dan realmente en los cielos (Duhem, 1908, p. 95), no tienen por que ser manifestaciones de una episternologiainstrumentalista.] Mucho mas sorprendente resulta el caso de Giovanni Antonio Magini, uno de los grandes rivales de Galileo, que optara tambien por esta solucion de compromiso. En efecto, fiel al geocentrismo,reproducira con escasaoriginalidad los mode1osde Peurbach en su Nueva teoria de los circulos celestes, acorde can las observaciones de Nicolas Copernico y calificara a las nuevas ideas copernicanas de «hip6tesis absurdas [ ... ], contrarias a toda verdad y a toda filosofia» (fol. b 4 dejando claro que el defiende la inmovilidad de la Tierra [«nosotros ciertamente suponemos 10 contrario» (fol. b 4V)]. Pero, puesto que dichas hipotesis concuerdan extraordinariamente con los fenornenos observados a pesar de su total inverosimilitud, Magini considera Iicito tenerlas en cuenta a Ia hora de elaborar una nueva «teoria de los planetas» (fols. a 3V y c 4V).

heliocen

INSTRUMENTALISMO Y NEOPLATONISMO

Creo licito afirmar -con Jardine (1979, pp. 150-151)- que, en rigo s610 hay dos astronomos renacentistas a los que quepa calificar c cierto fundamento de instrumentalistas: Giovanni Gioviano Pontan y Jacques Lefevre d'Etaples 17. En uno y otro caso las rnotivacione han de buscarse en su escepticismo radical y en la adhesion a ontolo gias dualistas que establecen un hiato insalvable entre el mundo fen rnenico y e1 mundo inteligible. Ambos son -digamoslo sin ambagesneoplatonicos en los que la influencia de Pro do se deja sentir dara mente. Sabre las cosas celestes (Napoles, 1512), de Pontano, es un tratad astrologico que s610 lIeg6 a publicarse p6stumamente, en el cual contiene sin embargo una ilustrativa discusi6n acerca del estatus las hip6tesis astron6micas. Para Pontano, excentricas y epiciclos so absurdos y iinicamente existen en las mentes de los astr6nomos:

17 No es posible entrar aqui, uno pot uno, en el analisis de todos los cas aducidos por Duhem, aunque algunos sean tan interesantes como el de Alessand Picc», Platon et Aristote la Renaissance, Paris, Librairie Philosophiqu J. Vrin, pp. 261-276.

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INDICE DE CONCEPTOS

Indice

de conceptos

Hipotesis astronornicas, 1-2, 4, 10, 14, 19-20, 25, 32-33, 36-37, 51, 60, 64,66,73-74, 77-78, 80, 91, 103-104, 110, 127-131, 134, 136, 138,140,144-145,147,150,154, 159, 164-175, 182-183, 185, 191195 His toria de la Ciencia, 1, 5, 7-8, 44 Homocentricas, esferas, 2, 15, 21, 26, 32, 52, 61, 74-77, 105-109, 148 Animismo, 31, 104, 146, 163, 187 Aristotelismo, 3, 9, 25-26, 32, 46, 57-66, 74-79, 86-89, 102-108, 110-113, 118, 129, 133-134, 138, 146, 181 Asrrologia, 15-16, 42-43, 45-46, 4851, 55, 67, 75, 8489, 102, 146 'Astronomfa fisica', 3, 27, 34, 75, 107, 110, 114, 136, 142, 166, 170, 173, 175, 178, 181, 194 'Astronomia matematica'. 3, 27, 30, 34,75, 107, 110, 114, 117, 136, 142, 166, 170, 173, 175, 178, 181, 194 Calendarios, 15-16, 19, 42, 73, 75, 116-117,129, 138, 179 Cometas, 152, 159, 181, 186 Contigiiidad, principio de, 28-29, 36, 61-62 Continuismo, 10 Convencionalismo, 2, 5 Cosmos, 15, 83, 111, 157, 163 Cristianismo, 8-9, 61, 66-71, 75, 8386, 103, 133

Elipticas, trayectorias, 95-101 Epiciclos, 22-23, 26, 32-33, 35-36, 52, 54-55, 59-65, 76, 78-80, 82, 93, 95, 100, 106, 113, 120, 123, 126, 129, 131, 145-148, 150, 182, 192, 194 Equivalencia observacional, principio de, 124-125, 171-173, 181182, 193-194 Escepticismo, 6, 37-38, 81, 107108, 130-131, 134-136, 142, 145, 169, 172, 181-182 Escolastica, 9, 63, 75, 118-119, 133 Eter, 30 Excentricas, 22-23, 26, 32-33, 3536, 52, 54, 59-65, 76, 78-79, 82, 93, 95, 106-107, 113, 120, 126, 129, 140, 145, 147, 150, 182, 192, 194 Ficcionalismo, 6, 136, 142, 191 de la Ciencia, 3, 7 Ffsica celeste, 82, 88, 147, 173, 176-178

Filosofia

Deferentes, 55, 94-95, 97-100, 140 Dinarnica, 9, 30, 112-113, 151, 163, 166, 183

154, 167-169 Gravedad, 13, 187

Ecliptica, 25, 152 Ecuantes, 34,52,55-56,94-95, 111, 115,120,126,140,149-150,157, 170

Heliocentrismo, 22, 32, 88, 115116, 124, 132-134, 140, 151-152, 161, 176, 181, 183, 189, 192

Geoheliocentrismo,

68, 140, 150-

'Llm al-miqat, 44, 49-51 Instrumentalismo, 1-6, 19, 23, 35, 37, 66, 74-75, 79, 1()8, 130-131, 134, 136-137, 143-148, 170, 181, 191 Interpretacion de Wittenberg, 127, 137-145, 149, 154, 166

Mareas, 180, 183, 187-191 Metodo experimental, 4 Movimiento

circular, 9, 14, 16-17,23,25,33, 36, 56, 60-66, 95, 110-111, 122, 141, 150, 157-158, 176, 193-194 uniforme, 9, 14, 16-17, 25, 3336, 55-56, 64-66, 78, 94-95, 110, 115, 141, 157, 161, 172, 193 de la Tierra, 9, 13, 33, 112, 115, 117-120, 125, 132-133, 136, 138, 145, 150-152, 179, 183, 185-192 Muwaqqit, 49-51 Observatorios, 58, 67

42-43, 45, 48, 55,

Paralaje, 22, 28-29 Pitagorismo, 14-15, 69, 103, 112, 115, 158 Platonismo, 9, 32, 36-37, 46, 59,

1_-

65-66, 103, 108, 145-148 190 Precesion de los equinoccio 61, 75 Prediccion, 5, 16, 22, 32, 5 75, 77, 94, 104-105, 117 142, 147, 159, 161, 173, 191, 194 Probabilismo, 6, 114, 118, 13 'Problema de Platen', 5, 14, Ptolemaismo, 2, 25-26, 43, 5 58, 62, 66, 73-80, 89, 9 105-107, 111, 124-126, 146 151, 153, 160-161, 183, 19 Quibla,

49-50

Realismo, 1-6, 26-27, 32, 3 60,74,77, 79, 82, 108, 11 126, 131, 142, 154, 175, 183, 191, 194 Renacimiento, 9, 45, 63, 88, Revolucion cientifica, 119-120 Revolucion copernicana, 23 111, 117-118, 124-126, 131 177

'Salvar los fcnomenos', 1-5, 1 17,34-35,75,103,105,111-112 118, 125, 136, 144, 173, 183, 194 Simplicidad, criterio de, 23, 2 82, 125-126, 151, 157, 162

Tablas astronomicas, 41-43, 4 52,56, 71-73, 108, 125, 13 142, 163-164 Teleologfa, 20 'T eoria de la esfera', 6 Teorfa planetaria, 1, 5, 14-1 25, 51, 56, 58, 115, 117, 161, 163 Vado, 28-29, 61-63, 79 Vortices, 151

INDICE

DE NOMBRES

Abbud, F., 120 'Abd al-Malik ibn Marwan, 48 'Abel al-Razzaq ibn al-Fuwati, 55 Abu 'AIi' ibn al-Haytam, 57 Abu Ga'far Yiisuf 59 n. Abii-l-Fida', 27 n. Abu-I-J:Iasan al HayhaqT, 58 n. Abu-l-Hasan al-Tamini, 41 n. Abu-l-Wafa, 50, 52 Abu Ma'sar, 42, 46, 84-89 Achillini, A., 79, 105 Adarnczewski, J., 130 Adrasto de Afrodisia, 32 Aecio,32 Agri mi, J., 86 Agrippa, II. c., 107 n., 135 Agus tin, san, 68-69, 83 n. Aiton, E. J., 4-5, 17, 32, 56, 78, 136, 152 n., 162-163, 175, 178, 187 Alberto de Prusia 139 Alberto Magno, 52 n., 77, 85-86 Alejandro de Afrodisia, 32 Alfonso X, 54, 95 n. Ambrosio, san, 69 Amico, G. B., 106, 123 Anatoli, J., 80 n. Anaxagoras, 20 y n. Apolonio de Perga, 22 Argolus, A., 169 Aristarco de Samos, 22, 116, 138, 150 Aristoteles, 2-3, 9, 14, 17,20 n., 21,

I ndice de nombres Blumenberg, H., 130 Bodin, J., 181 Boll, F., 30 Borro, G., 187 Bowen, A. c., 13, 15 Brahe, T., 94 n., 103 n., 111 n., 129, 148-155, 160, 163-164, 166·170, 172-174,181,183 Brahmagupta, 41 Brengger, G., 177 Brodrick, J., 10 Brown, H. 1., 191 n. Bruno, G., 103, 137 Buchanan, G., 181 Buenaventura, san, 75 AI-Bujari, 47 Bukowski, J., 123 Bulliot, padre, 8 Buridan, J., 9, 66, 79 n., 118, 120 n. Burmeister, K.-I-I., 174 n. Burtt, E. A., 125 n. Butterfield, E., 111 n., 125 n.

24-25,29 n., 31-34, 40, 57 n., 5961, 64-65, 68, 71, 73-74, 76 n., 77-78, 79 n., 86-87, 106, 115 n., 118,175 n., 177, 181 Armitage, A., 126 Arquimedes, 150 A?il aI-Din, 55 Aurifaber, J., 132 Aut6lico de Pitanc, 13, 15

Bacon, R., 67, 74n., 75, 189n. Baldi, B., 138 Baliani, 190 n. Barozzi, 181 Basilio, san, 69 Bath, A. de, 72 Batory, 1., 151 Al-Batriq, 46 Al-Battani, 27, 43, 50, 52 Bellarmino, R., 2, 4, 7, 135 n., 191193 Ben Gerson, 1., 80-82 Bernardo de V erdiin, 66, 76 Berry, A., 125, 140 Bcssarion, J., 73 Beyer, H., 138, 142-144 Birkcnmajer, A., 111 n., 140 Al-Biruni, 27, 28 n., 43-44, 50 y n., 53 Al-Bitriig], 60-61, 63 y n., 73-77, 79 y n., 106 Blake, R. M., 113-114

Calcidio, 68 Calipo, 15, 21, 107 Camus, J.-P., 13.5 n. Capella, M., 68, 150-151 Cardano, G., 187 Carmody, F. J., 60 Carra de Vaux, B., 57 y n. Cassman, 0., 188 Ccsalpino, A., 187-188 Ciceron, 21 n.,67, 70 Clavelin, M., 5,106, 184 n., 19111., 192 n., 193 Clavius, c., 137, 179-183 Cleantes, 22, 31 n. Copernico, N., 2-3, 9, 23 n., 93-95, 99, 101-102, 10511., 107-108, 110-134, 137-145, 148, 150-153, 155, 157, 159-161, 166 n., 171 y n., 177 n., 183, 191 n., 192 Cosroes I, 40

I

Crescini, A., 173 Crisciani, c., 86 Cristina de Lorena, 157 n. Crombie, A. c., 76 y n., 179, 181, 191 n. Crusius, M., 178 Czynski, J., 127

1

Charron, P., 135 n. Childrey, ]., 88 n. Chioniades, G., 68 n.

Dambska, 1., 24 n., 27 n. Dante, 71 Dantiscus, ]., 145 Dasypodius, K., 149 Dee, ]., 137, 139 Dercilidas, 32 Descartes, R., 151 n. Dicks, D. R., 16 n., 17-18 Digges, T., 112, 137 Dikjsterhuis, E. ]., 74 Diodati, E., 188 n. Diopites, 20 n. Dobrzycki, j., 124 Donahue, W. E., 3, 101 Drake, S., 188 Dreyer, J. 1. E., 27 n., 74, 152 n., 168 y n. Duhem, E. P., 8-9 Duhcm, P., 1-10, 17, 19 n., 24 30, 31 n., 32, 34-35, 44 n., n., 54,60,63 n., 66, 76-77, 7 80 n., 105, 114, 131, 136, 142-147,168 n., 179, 181, 1 Dunlop, D .. M., 39

Elena, A., 6, 93, 112, 117 n., 184 n. Erasrno de Rotterdam, 69 Erigena, E., 68

Indice de nombres

232 Estobeo,32 Euclides, 122 Eudemo,17 Eudoxo, 13, 15yn., 29 n., 107, 175 y n.

16-17, 21,

Fabricius, D., 162, 164 Fajr aI-Din al-Ajlati, 55 Fakhry, M., 46 Fao-mun-ji, 55 Al-Fargani, 43, 52, 72 Favaro, A., 193 AI-Fazari, 41 Federico II, 84 n., 85 n., 155 Feher, M., 184 n., 187 Fcmelius, Ch., 142 Feyerabend, P. K., 5-6, 113, 131 Fichant, M., 5, 8 Finocchiaro, M. A., 186 Fludd, 158 Foscarini, P. A., 192-193 Foss, A., 168 n. Fracastoro, G., 106-107 Frisius, G., 145 Funkenstein, A., 113 n., 119

Gabir ibn Aflah, 44 n. Gabrieli, F., 85 n. Galateo, A., 187 Galilei, G., 1-2,4, 7, 9, 137, 138 n., 144 n., 151 n., 157 n., 179, 183194 Galluzzi, P., 168 Garin, E., 88-89, 116 n. Gassendi, P., 135 n. Gauthier, L., 63 n. AI-Gazali, 47 Gedron, rey, 150 Gemino, 13-14, 17,32-34 Gengis Jan, 55 Gerardo de Cremona, 67, 72 y n. Gerardo de Feltre, 85

Geymonat, L., 191 Giese, T., 128 Gil, L., 20 n. Gilbert, 169, 187 Gillispie, C C, 158 Gingerich, 0., 94 y n., 130, 132, 137-138, 141, 148-149, 154 n., 160-161, 176 Giovanni da Palermo, 85 n. Glick, T. F., 59 Goldstein, B. R., 13, 15, 17,21-22, 28,34-35,43,63,66,80 n., 81 n. 82 Goodfield, J., 19 n., 111 n. Gosselin, E. A., 137 n. Grant, E., 74 y n., 113 n., 114 n., 119 n., 120 n. Grassi, 186 Gregorio XIII, 179 Gregory, T., 82-84, 88 Grigorian, A. T., 59 Grosseteste, R., 76 Guericke, O. von, 169 Guiducci, M., 186 Guillermo de Conches, 83, 87 Guillermo de Moerbecke, 77 Gurgis ibn Gibril, 40

Habas al-Basib, 43 Hafenreffer, M., 165 AI-Haggag ibn Yiisuf, 40 n., 42 Haggi Jalifa, 27 n. Halma, abate, 35 Haller, J., 138 Hamarneh, S. K., 44 n. Hamilton, N. T., 27 n. Hanson, N. R., 7, 35, 75, 112 n., 114, 124, 126 Hartner, W., 27-28, 48 y n., 57 n., 63, 74 n., 95 n., 96-97, 121 n., 123 Hanin al-Rasid, 40

Indice

de nombres

Haskins, C H., 72, 87 n. Havemann, M., 169 Heerbrand, J., 158 Heidelberger, M., 94 n. Heilbron, J. L., 7 Heinen, A., 53 y n. Heinrich de Langenstein, 73, 79, 80n. Heninger, S. K., 115 Heraclides de Ponto, 32-33,68,150 Hermann de Carintia, 86 n., 87 Hiparco de Rodas, 15, 22-23, 29 n., 107 Hisam II, 47 n. Hohenburg, H. von, 165, 167, 173, 176 Holton, G., 158 Y n. Hooykaas, R., 174-175 Horsky, Z., 103 n., 113 Horst, G., 143 n., 144 n. Hourani, G. F., 59 Hugonnard-Roche, H., 132 n. Hulagu, 55 Hunayn ibn Ishaq, 41-42 Hyman, A., 64, 66

Ibn Abi 'All al-Mansiir, 47 n. Ibn AHa!)' al-Magribi, 57 Ibn al-Haytam, 28 n., 51-59, 66, 74

Ibn al-Samh, 95 n. Ibn al-Sar,ir·,49 n., 58, 120, 121 n., 123, 124 n. Ibn Bagga, 59 y n., 64 Ibn Hazm, 102 Ibn jallikan, 27 n. Ibn Rusd, 59-61, 64n., 76-77, 115 n. Ibn Tibbon, S., 64 Ibn Uta], 40 n. Ibn Yiinus, 43, 49 n. Ignacio de Loyola, 179 Isidoro de Sevilla, 68

Ji:ilid ibn Yazid, 40 Al-jalili, 49 n., 51 Janin, L., 49 n. AI-Jaraki, 49 n. Jardine, N., 135-137, 145, 170 Al-jazin, 52 n., 89 n. jenarco, 32 Jessenius, J., 103 n. Johann de Gmunden, 73 Josue, 132-133, 157 Juan Crisostomo, san, 69 Juan de Jandun, 79 y n. Juan de Salisbury, 87 Juan de Sevilla, 86 n. Justiniano, 39 Justino, san, 69 Al-juwarizmi, 71

Kennedy, E. S., 41 n., 44, 56, 120, 123 n., 124 Kepler, J., 2, 4, 23 n., 96, 128-129, 137, 139, 154-178 y n., 191 n., 194 Kcrszberg, P., 24 n. Kibre, P., 54 Al-Kindi, 84 King, D. A., 50 Kleiner, S. A., 163, 178, 190 Koestler, A., 17, 137, 188 Kouznetsov, B., 134 n. Koyre, A., 6-7 Krafft, F., 17, 94 n., 115 y n. Kren, C, 80 n. Kuhn, T. S., 71, 88 n., 9 111n., 119, 131, 133yn., 152, 161 n. Kunitzsch, P., 72 K'uo shou-ching, 55

Lactancio, 69 Ladisias de Hungria, 73 Lagalla, 181

234 Lakatos, 1., 5, 7, 94 n., 125 La Mothe, F., 135 n. Lange de Engelholm, H., 167 Laplace, P.-S., 13, 39, 67, 93, 110, 127, 156,179 Laudan, L., 194 Lauterbach, A., 132, 138 Lefevre d'Etaples, ]., 5, 145-147 Lemay, R., 59 n., 86-87 Leon X, 116 Lerner, L. S., 137 n. Lerner, M.-P., 107, 111 Liddel, D., 174 n. Linz 161 List, M., 170 Livingston, J. W., 56 Longomontanus, Ch. S., 168·169 Loparic, Z., 3, 130·131, 181 Lorch, R., 44 n. Lovejoy, A., 71 Lutero, 132 Lydiat, T., 101 Lloyd, G. E. R., 19, 34·36 Macrobio, 68 P., 3, 112 n. Madkour, 1., 44 Magini, G. A., 99 y n., 105 n., 137, 144 n., 171 Mahrmid de Gazma, 50 n. Maier, A., 135 n. Maimonides, 52 n., 63·66, 75 Malvern, W. de, 71 Mammarelli, B., 103 n. Al-Ma'rnun, 40, 42, 46 Mangu,55 Al-Mansiir, 40-41, 45 Masa'llah, 46 Masargawaih, 40 Mastlin, M., 22 n., 117 n., 137, 155 n., 156, 158-161, 163, 165· 167, 172 n., 174 n. Macharme,

Indice de nombres

Indice de nombres

Matthew, T., 189 n. Maula, E., 15,21 Maurer, W., 135 Mauro de Salerno, 87 Maurolico, F., 181 Mazur, B., 123 McColley, G., 169 McMullin, E., 114 n., 186-187 Meierburger, M., 135 n. Melanchthon, P., 132·138, 142-144 Meliteniote, T., 68 n. Menaecmo, 15 Mersenne, M., 135 n. Moton, 15 Meyerson, 6 Milton, J., 147 Mirandola, P. della, 88 Mithobius, B., 133 Mittelstrass, ]., 1, 14, 16, 21, 75, 163, 178 Al-Mizzi', 49 n. Moesgaard, K., 149, 1.52n. Mogenet, ]., 25 n., 68 n. Mose da Palermo, 85 n. Mesch ibn Tibbon, 61 n. Mu'awiya, 40 n. Muayyad aI-Din al-'Urdi, Muhyi al-Dln al-Magribi, 55 Miiller, K., 132 Miiller, N., 156 Murad III, 67

Newton, R. R., 27 n. Nicolas de Cusa, 73 Nifo, A., 79 Nix, L., 28 Nizami 'Anidi, 46 n. Norlind, W., 132 North, ]. D., 88 n.

Oberman, H. A., 114 n., 130 Occam, 120 n. O'Leary, D. L., 41 Olsen, E., 152 n. Oresme, N., 9,37,118-120 Origanus, 169 Orsini, cardenal, 188 Osiander, A., 2, 4, 113, 127-131, 134, 138, 144, 145 n.

Pablo III, 108-09, 115, 130 Pablo de Middleburg, 116 Palter, R; 18 n., 25, 125 n. Patrizi, F., 102-105, 108, 163 Y n. Paul, H. W., 7 Peeker, j.c., 165 Pedersen, 0., 24 Y n., 27, 30, 46, 68, 72 n., 73-74, 85, 99, 111 n., 113, 126, 138 Pelacani, B., 87 Penel, 137 n. Pericles, 20 n. Pctrcius, ]., 128 Peucer, K., 137·138, 143, 149, 154 n. Peurbach, G., 73, 94, 96·97 99101, 105, 141, 144 n., 161 Piccolomini, A., 145 n. Pihl, Mo, 111 n., 113, 126, 138 n. Pines, S., 53, 58 n., 59 y n., 64 Pingree, D., 42 n., 52, 121 n. Platon, 1,2,5,13-21,24 y n., 29 n., 36,59,111,181 Plinio, 68

Naibod, V., 150 Nallino, C. A., 27 n., 28, 41 n., 45, 96, 102 Nashabi, II., 48 Nasr, S. H., 45 y n., 51 n. Na:wbajt al-Farisi, 46 Al-Nayrizi, 52 n. Neader, M., 138 Nelson, B., 135 n., 136 Neugebauer, 0., 1, 3, 23 n., 30 n., 31 y n., 41, 46 n., 123

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I

Plutarco, 20, 22 Polemarco de Cizio, 15 Pomponazzi, P., 105 Pontano, G. G., 145-146 Popper, K. R., 5 Posidonio, 17, 34 Price, D. J. S., 124·126 Proclo, 5, 28, 35-38, 65-66, 142, 145, 146 n., 174 Prowe, L., 128 n., 145 Ptolomeo c., 2, 9, 21·32, 34 44 n., 46, 52 y n., 54-56, 6 68 y n., 71-72, 7411., 75, 82 88, 94-95, 105, 107, 111, 124, 125 n., 140, 161, 183,

QaIonymus, 61 11. Al-Qazwini, 27 Qutb aI·Din al-Siriizi, 55, 5 95n.

Ramus, P., 154, 173-175 Rantzov, E., 167 Ravetz, J. R., 108, 116 Raymond,72 Recorde, R., 137 n. Regiomontano, ]., 73 y n., 94, 116 Reinhold, E., 99-101, 137·144, 164 n., 176 Reymers, No, 5, L51, 155 n., 170 Rheticus, G. j. 114, 127-132, 13811., 160, 174 y 11. Riccioli, G. B., 151, 153, 189 n Rico y Sinobas, M., 96 Richelieu, A. .J.. 134 n. Richter, ]., 138 Roberto de Chester, 72 Roberts, V. S., 120 y n. Rochot, B., 135 n. Rodolfo II, 167

Indice de nombres

Indice de nombres

2.36 Rose, L. E., 102 Rosen, E., 6, 94 y n., 111 n., 112 n., 116 n., 130, 152 n., 157, 160, 168, 194 Rosinska G., 123 103 n., 105, 155 n., 187 n. Rossi, Rothman, Ch., 151 Rougier, L., 68, 70 n., 71 Rozhanskaia, M. N., 59 Russell, J. L., 164 Rybka, E., 51, 177 n.

P.:

Sabra, A. 1., 45, 51, 54-57 Sacrobosco, J. de, 72 n., 143, 182 Sadr aI-Din, 55 Sa'id ibn Fathun al-Saraqusti, 47 n. Saliba, G., 57 Saltzer, W., 74 n. Salviati, 192, 194 n. Sambursky, S., 18, 20 n., 26, 30 n., 32,34,37 Samso, J., 41 n., 51, 52 n., 61, 96, 124 Sanchez, F., 135 n. Sarpi, P., 188 Sarton, G., 72 Saville, 137 Sawyer, F. W., 43 Sayili, A., 40, 43, 45, 46 n., 49, 52 n.,55 Scaliger, 163, 181, 187 Scott, M., 60, 61 n., 85 n. Sculteti, B., 116 Schadt, A., 138 Scheiner, Ch., 184 n., 186 Schmitt Ch. B., 103 n. Schofield, c, 101, 151 Schonborn, B., 138 Schramm, M., 38 n., 95 n. Schreckenfuchs, E. 0., 144 n. Sedziwoj z Czechta, 123 Seneca, 156 Severiano de Gabala, 69

Verdet, J.-P., 131 n. Vernet, J., 44 n., 46 n., 87, 125 n. Verulam, lord, 88 n. Vescovini, G. F., 84, 88 Veselovsky, 1. N., 122 Viete, F., 100

Sfondrato, P., 187 Shapere, D., 126 n. Shea, W. R., 190 Shehabi, N., 54 Simplicio, 13, 16-17,32,34, 115 n. Sixto IV, 73 n., 116 Socrates, 18 Solis, c., 111, 113, 151 Sosigenes, 17, 32, 115 n. Stadius, 137 Starowolski, S., 108 n. Steffler, J., 134 Straub, K., 138 Swerdlow, N., 27 n., 106, 123, 152 n.

Walter, B., 73 n. Wallace, W. A., 184 n. Wallis, 190 n. Wardeska, Z., 132 Wedel, T. 0., 86 Weisheipl, J. A., 74, 79 Welser, 184-185 Wensink, A. J., 49 Westman, R. S., 7, 32, 113-114, 116 n., 117 n., 120 n., 132 n., 134, 138-139, 142, 148, 151, 152 n., 155 y n., 158-159, 161,

Tabit ibn Qurra, 42, 52 n. Tannery, P., 25 Taq] aI-Din, 67 Taton, R., 164 Telesio, B., 187 Teen de Esmirna, 23, 32, 43, 68 n. Theodoricus de Winsherm, 138 Thierry de Chartres, 83, 87 Thoren, V. E., 154, 169 y n. Thorndyke, L., 54, 103 Tolosani, G. M., 128 Toll, c., 44 y n. Tomas de Aquino, santo, 66, 77-79, 115 n. Torres, B., 180 Toulmin, S., 19 n., 111 n. Trismegisto, H., 115 AI-Tusi Nasir aI-Din, 55-58, 94, 101, 'l21-i23, 124 n. Tyard, P. de, 137 n. 'Umar ibn 'Abd ai-'Aziz, 40 n. Urbano VIII, 4 Al-'Urdi, 57 Urso de Calabria, 87 Vedrine, H., 138 n.

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163, 166yn., 172, 174n., 179-180 Wilhelm IV, landgrave de He Cassel, 143 y n. Wilson, c., 165 Wittich, P., 149 Y n. Wojciech z Brudzewa, 123 Wright, L., 15 n. Wrightsman, B., 129-131 Wursteisen, Ch., 144 n. Wiirttenberg, F. von, 160 Yabya ibn Abi Mansur, 42 Ya'qiib ibn Tariq, 41 Yates, F. A., 116 n. Zahar, E., 94 n., 125 Zambelli, P., 85-86 AI-Zarqali, 61 n., 72, 95-97 Zenon, emperador, 39

Ciencia y tecnica HISTORIA DE lA FllOSOFIA SIGlO XXI

AIGRAIN,

P.,

yCHARDONNIER,

G.-Ef hombre de cienaa ell fa soaedad

contemporanea.

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3. Del mundo romano

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4. La filosofia medieval en Occidente.

Vol.

5. La filosofia en el Renacimiento.

Vol.

6. Racionalismo,

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8. La filosofia

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