Las mujeres toman la palabra: escritura femenina del siglo XIX en Hispanoamérica
 9783964569967

Citation preview

Las mujeres toman la palabra Escritura femenina del siglo xix en Hispanoamérica Vol. I María Cristina Arambel Guiñazú Claire Emilie Martin

Las mujeres toman la palabra Escritura femenina del siglo xix en Hispanoamérica Yol. I

María Cristina Arambel Guiñazú Claire Emilie Martin

Iberoamericana • Vervuert • 2001

Die Deutsche Bibliothek - CIP - Cataloguing-in-Publication-Data A catalogue record for this publication is available from Die Deutsche Bibliothek

Reservados todos los derechos O Iberoamericana, Madrid 2001 Amor de Dios, 1 - E-28014 Madrid Tel.: +34 91 429 35 22 Fax: +34 91 429 53 97 [email protected] www.iberoamericanalibros.com © Vervuert, 2001 Wielandstrasse. 40 - D-60318 Frankfurt am Main Tel.:+49 69 597 46 17 Fax: 49 69 597 87 43 [email protected] www.vervuert.com ISBN 84-8489-009-0 (Voi. I) (Iberoamericana) ISBN 84-8489-008-2 (Obra completa) (Iberoamericana) ISBN 3-89354-133-0 (Vervuert) Depósito Legal: M. 35.697-2001 Cubierta: Diseño y Comunicación Visual Impreso en España por Imprenta Fareso, S. A. Este libro está impreso integramente en papel ecológico sin cloro

ÍNDICE GENERAL

AGRADECIMIENTOS

7

INTRODUCCIÓN

9

C A P Í T U L O I : D E LA ORALIDAD A LA ESCRITURA: EL SALÓN Y LA CARTA

I. II.

La vida de salón La correspondencia A. El amor y otras pasiones a. La condesa de Merlin b. Gertrudis Gómez de Avellaneda c. Manuela Sáenz d. Carmen Arriagada B. "Yo nací para ser hombre" a. Mariquita Sánchez

C A P Í T U L O I I : L A PRENSA FEMINISTA

I. II.

"El genio no tiene secso" Nueva época: una visión americanista Algunas ensayistas notables A. Juana Manso B. Clorinda Matto de Turner C. Mercedes Cabello de Carbonera

15

16 19 21 22 26 32 35 37 38 45

48 56 58 60 64 71

C A P Í T U L O I I I : E L RELATO DE VIAJE: AVENTURAS Y REENCUENTROS

77

I. II. III. IV.

79 87 91

La Havane de la condesa de Merlin La condesa de Merlin y Flora Tristán: peregrinaciones y paralelos Saber para ver y narrar: Eduarda Mansilla Por los caminos de la memoria: La tierra natal de Juana Manuela Gorriti

98

CAPÍTULO I V : L A AUTOBIOGRAFÍA

105

I. La condesa de Merlin y Mis doce primeros años II. Gertrudis Gómez de Avellaneda: la autora en busca de su personaje III. Juana Manuela Gorriti y Lo íntimo o el sujeto quebrado

107 112 119

CAPÍTULO V : E L CUENTO: DE LO REAL A LO FANTÁSTICO

131

I. La cuentística de Juana Manuela Gorriti A. Fenómenos parapsicológicos B. El sueño C. La memoria y el doble D. El relato de viaje E. Política de una estética II. Los Cuentos de Eduarda Mansilla

132 134 135 139 141 144 145

CAPÍTULO V I : L A NOVELA: IMAGINARIOS PARA UNA SOCIEDAD NUEVA

I. Las románticas A. Novelistas argentinas de mediados de siglo a. Juana Manso b. Rosa Guerra y Eduarda Mansilla c. El interior argentino según Mansilla II. Del romanticismo al realismo. Novelistas peruanas de fin de siglo A. Clorinda Matto de Turner B. Mercedes Cabello de Carbonera

155

156 160 160 165 171 179 180 185

DATOS BIOGRÁFICOS DE LAS AUTORAS ESTUDIADAS

197

Mercedes Cabello de Carbonera Juana Manuela Gorriti Rosa Guerra Eduarda Mansilla de García Juana Manso Clorinda Matto de Turner Condesa de Merlin Manuela Sáenz María Sánchez

197 197 199 199 199 200 201 202 203

BIBLIOGRAFÍA

205

AGRADECIMIENTOS

Debo mi reconocimiento a numerosos colegas y amigos que de diferentes maneras me alentaron y colaboraron en la escritura de estos dos volúmenes. Nombrarlos a todos sería imposible; por eso les agradezco aquí a todos. Quiero sin embargo mencionar a algunos que, de manera muy particular, dedicaron un esfuerzo especial a esta labor. Primeramente, a Claire Martin; a lo largo de varios años nos reunimos en distintos lugares del mundo para compartir informaciones y discutir puntos de vista no siempre acordes. Nuestras coincidencias de opinión fortalecieron el interés por las autoras que estudiamos; las divergencias nos ayudaron a entender mejor sus diferencias. Tantos intercambios dieron como resultado este libro y, sobre todo, consolidaron una fuerte amistad. Le agradezco a Lehman College, CUNY, haberme otorgado el "George N. Shuster Fellowship" y a la Universidad de la Ciudad de Nueva York la adjudicación del "PSC Cuny Award"; ambas becas me permitieron realizar investigaciones en las Bibliotecas Nacionales de Buenos Aires, Chile y Perú. Quiero también recordar aquí a Ana Diz y a Susana Haydu quienes leyeron el manuscrito con atención y sugirieron comentarios esclarecedores. Finalmente, debo mucho a mi familia por el gran apoyo que me dio durante estos años. Alberto, Verónica y Javier me acompañaron pacientemente y me alentaron a seguir hasta el final. Sin su ayuda, la tarea hubiera sido imposible. María Cristina Arambel

Guiñazú

Agradecer la ayuda y el apoyo de colegas y amigos es una tarea sumamente grata que en sí jalona el final de una trayectoria. Después de casi nueve años de trabajo, esperamos que los presentes textos ofrezcan a nuestros colegas una oportunidad de compartir con estudiantes de literatura latinoamerica-

8

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

na o de estudios sobre la m u j e r los escritos de aquellas mujeres que trataron de incorporar su propio imaginario al de las nuevas naciones. C o m o ellas, he descubierto que la riqueza m a y o r está en la p r o f u n d a amistad y el respecto intelectual que adquirí a t r a v é s de los a ñ o s de c o l a b o r a c i ó n con Cristina Arambel Guiñazú. N a d a más que por esto, el esfuerzo que significó este proyecto arrancado a las mil obligaciones de la profesión, ha sido de gran valor para mí c o m o académica y c o m o ser humano. Quisiera agradecer el entusiasmo y el apoyo de varios amigos y colegas. Entre ellos figuran Pat Cleary, Edith Dimo, Clorinda Donato, Rocío Ferreira, Shirley Mangini y Grínor Rojo. Mis viajes a Madrid, París, Santiago y Buenos Aires fueron resultado del apoyo de la institución en la cual trabajo, California State University, Long Beach. He recibido la siguiente ayuda: Scholarly and C r e a t i v e A w a r d s de 1991 hasta el presente; " S u m m e r S t i p e n d " (1999 y 2000); "Mini-Grant" (1991); College of Liberal Arts y S C A C Travel Awards (1991-2000). Sin este apoyo económico para llevar a cabo la investigación, la tarea hubiera sido imposible. A g r a d e z c o p r o f u n d a m e n t e el apoyo que C S U L B me ha dado a través de casi una década. Finalmente, mi m á s p r o f u n d o a g r a d e c i m i e n t o va para Kim Trimble, mi compañero y a m i g o durante estos últimos veinticinco años. Claire Emilie

Martin

INTRODUCCIÓN

Si bien los inicios de la escritura femenina en Hispanoamérica son lentos, titubeantes y, en algunos casos, estéticamente endebles, dan pautas del empeño con que las escritoras se forjan un camino que va desde la oralidad y la escritura privada al texto destinado a la publicación. La reevaluación de estas obras, en su mayoría desconocidas o mal conocidas, obedece a tres necesidades críticas: la afirmación de la existencia de una tradición femenina en las letras hispanoamericanas, una lectura sin prejuicios y una contextualización de esa lectura. Es de notar que estos textos, a pesar de su valor literario e historiográfico, han sufrido los efectos de una ceguera crítica que los ha relegado al olvido. Aunque algunas obras obtuvieron una recepción entusiasta, la mayoría fue acogida de manera ambigua, y hasta hostil. El silencio crítico no puede justificarse sino como resultado de prejuicios que han borrado la presencia de estas escritoras del canon literario del siglo pasado. N o intentamos aquí recuperar estas obras como meras curiosidades literarias, sino producir una relectura que les asigne un lugar propio dentro del contexto cultural decimonónico. El establecimiento de un consenso crítico masculino, regido por las instituciones -academias, periódicos, universidades- ha impuesto un canon frente al cual medir el valor del quehacer cultural y literario, fijando una lectura paradigmática. Los textos escritos por mujeres se desvían de "la norma" en razón de la marginalización social de sus autoras. Limitadas en el manejo de la lengua escrita por una educación mediocre, las escritoras del siglo xix han producido textos que, evaluados según esos parámetros, han sido desechados o ignorados. En este sentido, nuestro intento es articular una nueva lectura de estos textos que esté en consonancia con la malla ideológica de la Hispanoamérica decimonónica. Y al hacerlo, privilegiar una perspectiva crítica cercana, por ejemplo, a las teorías de Jane Tompkins sobre las novelas estadounidenses del siglo xix que despojan a los lectores de la seguridad evaluativa basada en criterios absolutos de "excelencia literaria".

10

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

El presente estudio no intenta adjudicarles valores estilísticos a obras que no los tienen. Sí se propone, sin embargo, demostrar que las escritoras que se inician en la práctica de la literatura lo hacen con el propósito conciente de expresar sus experiencias propias y de crear un espacio discursivo que, aunque no logre un consenso de opiniones, permita el intercambio de ideas. D e allí, que casi todos los escritos estudiados tematicen, entre otras preocupaciones, el derecho de las mujeres a escribir y publicar. Las autoras de este libro no pueden sustraerse al medio al que pertenecen. En tanto q u e l a t i n o a m e r i c a n a s en el a m b i e n t e a c a d é m i c o e s t a d o u n i d e n s e , nuestras lecturas unen las perspectivas críticas actuales con una f o r m a c i ó n educativa heredera de la que tuvieron las autoras estudiadas. Por esto, seguram e n t e d e s i l u s i o n a r e m o s a quienes busquen aquí la fidelidad a una e s c u e l a crítica. D e s c o n f i a m o s de la eficacia que puedan tener los instrumentos críticos originados en las metrópolis culturales de Occidente para estudiar la práctica literaria de Hispanoamérica. Otra advertencia aún: la adecuación de las teorías de nuestro fin de siglo a textos escritos, en su m a y o r parte, m á s de cien años atrás, nos impone la obligación de no ceder a la tentación de alterarlos, atribuyéndoles características expresivas y temáticas que no poseen. Todas las escritoras que e s t u d i a m o s lucharon contra los e s e n c i a l i s m o s con que el discurso h e g e m ó n i c o pretendía fijarlas; sin embargo, estaban todavía lejos de lograr la liberación escritural que deseaban. Somos concientes de la disyuntiva que se nos presenta: por un lado, debemos leer estas obras dentro del marco ideológico-literario al que pertenecen y, por otro, reconocemos que la reconstrucción fiel de los ambientes ideólogicos operantes en la é p o c a es tarea imposible. S o m o s deudoras, desde luego, de las críticas feministas, sobre todo, en su vertiente anglo-americana así c o m o de las perspectivas culturales de nuestro fin de siglo. C o m o ya lo anticipan los textos estudiados, esta i n f l u e n c i a se manifiesta de m o d o s plurales y móviles. Incorporamos así la noción de evolución y desarrollo, que nos permite la flexibilidad de entablar diálogos variados. Esperamos por lo tanto, mostrar en cuánto difieren entre sí autoras tales c o m o G e r t r u d i s G ó m e z de Avellaneda, Gorriti, Mansilla, para citar sólo a algunas. Cada una de ellas expresa una visión crítica de la sociedad c o n f o r m e a un ideario político, económico y estético particular. La pluralidad de puntos de vista es una de las características enraizadas en su producción. Los textos que e s t u d i a m o s anticipan algunas de las prácticas culturales del f e m i n i s m o actual, sobre todo, en la observación de las condiciones políticas, e c o n ó m i c a s y legales q u e i n f l u e n c i a n tanto las vidas de las escritoras c o m o su producción. Todas las narrativas estudiadas señalan la importancia que tienen en ellas las circunstancias en que fueron producidas. Las políticas

Introducción

11

sexuales/textuales, en la expresión de Toril Moi, tejen interacciones indispensables en la lectura de estos textos. ¿Cómo comprender los relatos de Juana Manuela Gorriti sin aludir a las repercusiones de la dictadura de Juan Manuel de Rosas? ¿Cómo entender la insistencia de Eduarda Mansilla en presentarse como integrante de la élite ilustrada sin recurrir a las extrañas asociaciones políticas de su familia? ¿Cómo explicar las preocupaciones de Mercedes Cabello de Carbonera sin evocar los cataclismos provocados por la guerra del Pacífico? Las preguntas podrían extenderse y multiplicarse en el caso de cada escritora. Román de la Campa se pregunta si la literatura y la crítica poscolonial junto al feminismo pueden desafiar los vacíos arraigados en las teorías posmodernas de la lectura (6). Creemos que las respuestas, tentativas, comenzaron a formularse mucho antes que la pregunta, en los textos de las escritoras del siglo xix. Las resistencias con que enfrentaron a las fuerzas dominantes representan un esfuerzo --no siempre triunfal- por quebrar los intentos hegemónicos. Cornejo Polar ha explicado que los conceptos de literatura nacional y de literatura hispanoamericana postulan una unidad teórica, formulada en base a modos de pensar europeos que, adoptada por las clases dominantes, se extiende a toda Hispanoamérica con el objeto de negar la existencia de una pluralidad cultural muy real. La inclusión de las mujeres dentro de los grupos marginados ayuda a comprender que todos ellos sufren males parecidos. El reconocimiento de esa situación de desventaja es un leitmotif que las escritoras analizan insistentemente en todas las modalidades literarias. Los textos manifiestan su interés y preocupación por participar en los debates de la época para cuestionar y modificar su papel subalterno. A lo largo del siglo, luchan por obtener sus derechos a la educación y a una mayor participación en las esferas políticas, laborales e intelectuales. La evolución de la prosa femenina, lejos de postular esencialismos determinantes, indica una adaptación progresiva a las posibilidades que se abren para las mujeres. Esa transformación es lógicamente inseparable de los cambios políticos y sociales que intervienen en la fundación y organización de las naciones. Desde las cartas personales en que figuran los gérmenes de los reclamos públicos más tardíos hasta las novelas de Mercedes Cabello de Carbonera, de fines de siglo, es posible seguir igualmente las etapas que marcan el dominio progresivo de la prosa por parte de las autoras. Resulta claro que el culto de la sensibilidad, propagado por Rousseau, junto a las ideas revolucionarias propiciadas por los movimientos de independencia favorecen el ingreso de las mujeres en las letras. Las primeras escritoras basan su autoridad en el axioma esencialista que afirma la superioridad sentimental de la mujer. Pero, simultánea y hasta paradójicamente, le agregan

12

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

la capacidad de pensar. Las escritoras modifican por lo tanto la concepción de femineidad formada por el patriarcado y la transforman en una categoría cambiante. La contradicción no es más que aparente; a partir de ella, estas feministas avant la lettre, exigirán cada vez mayores derechos. Nelly Richard ha definido algunos de los cruces entre el pronombre plural "nosotras" y los discursos de la cultura pública; aquí mencionamos los dos que nos interesan. Advierte primeramente que la definición genérica grupal se torna peligrosa por su potencialidad aislante. Luego se pregunta sobre las alternativas del discurso antipatriarcal: ¿se opone al discurso hegemónico desde el exterior?, ¿o lo subvierte desde el interior? (M/F, 20) Ambos momentos de autodefinición y desafío ya existen simultáneamente en las voces de las primeras articulistas que ensayan las diferentes modalidades de desafío. En el caso de aquellas, sin embargo, formular la subversión no puede hacerse a priori. Efectivamente, es el público lector el que regirá la elección. Para ser eficaces las ideas necesitan repercutir y diseminarse. Si en nuestros días, aquellas primeras discusiones parecen pacatas, hay que tener en cuenta que comienzan cuando aún el espacio del debate es todavía restringido. Una de las primeras tareas justamente consiste en conseguir la apertura de ese espacio público. Recalcamos aquí la evolución de la voz femenina en la prosa del siglo xix. Si bien no se trata de un proceso histórico lineal e ininterrumpido, sigue un movimiento de expansión creciente que, a partir de la carta personal lleva al cultivo de los otros géneros literarios. Dividimos los capítulos por género trazando aproximadamente su evolución. El capítulo uno explica el ingreso de las damas de la burguesía criolla en el dominio de lo público. En el espacio semiprivado de sus salones llevan a cabo el aprendizaje de las estrategias necesarias para el intercambio político y cultural. Asimismo, estudiamos allí los epistolarios personales -amorosos y políticos- en que han manifestado sus intereses y dilemas. El capítulo dos señala la importancia de los primeros periódicos feministas en las luchas por mejorar los planes de estudios para las mujeres y en la celebración cuando se expanden las oportunidades laborales. Dedicamos la segunda parte al análisis de algunas ensayistas célebres que arriesgaron su reputación con tesis arriesgadas en que postularon severas reformas sociales. El capítulo tres estudia el relato de viajes. En una época en que el viaje supone un aprendizaje formativo, las viajeras se presentan en sus textos como forjadoras de conocimientos. Estudiamos aquí algunos textos que varían enormemente entre sí tanto por los periplos que describen como por la actitud que adoptan las narradoras. Para cimentar su autoridad dentro del texto, construyen figuras autoriales que ponen enjuego su manejo de los códigos culturales así como perspectivas muy diversas. La condesa de Merlin se adjudica una voz que mezcla los registros de los discursos del colonizador

Introducción

13

y del colonizado; Eduarda Mansiila crea un juego de espejismos que le permite adoptar la voz de una parisina; Juana Manuela Gorriti cuenta una travesía espacio-temporal que contraría los relatos en boga. El capítulo cuatro analiza las primeras autobiografías seculares. Los textos de las tres autoras estudiadas, Merlin, Avellaneda y Gorriti coinciden en la elección del destierro como topos en el cual fundamentar la creación autorial. Ese estar "fuera de lugar" les permite asumir y revalorar la marginalización cultural que les impone la sociedad y así emitir juicios críticos "desde fuera", en una postura de lectoras "objetivas". Nuevamente, es necesario recalcar las divergencias de Gorriti que incorpora técnicas de la literatura fantástica. El capítulo cinco, dedicado al cuento, muestra las grandes diferencias en los imaginarios nacionales de dos argentinas: Gorriti y Mansiila. En formulaciones estéticas disímiles - e l cuento fantástico y el cuento infantil- y según idearios divergentes, los relatos delatan el liberalismo estético-político de la primera y el conservadurismo de la segunda. Finalmente, en el capítulo seis, analizamos las complejidades y variaciones permitidas por la novela, el género más extensamente cultivado. Trazamos allí la evolución de esa modalidad literaria que sigue las corrientes de la época, al tiempo que difiere de ellas con la introducción de perspectivas divergentes de las canónicas. Sin embargo, desde las primeras novelas históricas hasta las de carácter social de fin de siglo, notamos una simetría entre el d o m i n i o creciente de la escritura y el incremento en las luchas por ganar un espacio público cada vez mayor. Gómez de Avellaneda, Guerra, Manso, Mansiila, Cabello y Matto expanden las posibilidades del género - l a novela antiesclavista, la indigenista, la social- para abarcar modalidades críticas originales. Sus carreras de escritoras están jalonadas de combates contra los castigos que se les imponen: murmuraciones, censura, excomunión y destierro. Una última prevención. Por lo dicho hasta ahora, resulta obvia la desigualdad entre las diferentes partes del libro ya que algunos géneros, por ser más cultivados, resultan de mayor interés que otros. Además, si bien nos ocupamos sobre todo de las escritoras románticas también incluimos, por lo significativo de sus obras, a las iniciadoras del realismo peruano: Clorinda Matto y Mercedes Cabello de Carbonera, que consideramos como las últimas voces feministas del siglo. Sin su inclusión el panorama decimonónico quedaría severamente amputado.

CAPÍTULO I D E LA O R A L I D A D A LA E S C R I T U R A : E L S A L Ó N Y LA CARTA

El influjo de los conceptos filosóficos del "siglo de las luces" junto a los intereses políticos y económicos de la emergente burguesía criolla provocan el cuestionamiento de las ideas políticas, morales y religiosas reinantes durante la época colonial y causan la ruptura del régimen virreinal. La literatura que hasta entonces se ocupaba poco del quehacer social y político, se convierte, a partir de la segunda década del siglo xix, en un vehículo de transmisión y discusión de ideas. Si la inclusión de las cuestiones de la actualidad americana en la literatura constituye una novedad, otro cambio poco reconocido, pero de gran significación, es el ingreso de la mujer en la producción escritural. Esa época, imbuida de los ideales románticos, apasionada tanto de política como de sentimentalismo, le brinda a la mujer funciones nuevas con posibilidades hasta entonces desconocidas. Las escasas voces femeninas que anteriormente habían accedido a la letra impresa -casos realmente excepcionales- eran las de monjas más o menos letradas, que se habían convertido en escritoras bajo la vigilancia inquisitorial 1 . Estudios recientes documentan la existencia de cartas personales escritas, sobre todo, por algunas de las emigrantes españolas que vinieron a América acompañando a sus esposos o familiares y que mantuvieron una correspondencia esporádica con parientes en Europa 2 . En la época revolucionaria, las nuevas voces que intervienen en las discusiones públicas pertenecen a damas que, dedicadas a actividades mundanas, ejercen las libertades recientemente conquistadas. Tales cambios enri-

1

Para un estudio detallado de la escritura conventual, ver: Arenal, Electa, y Schlau,

Stacey, Untold Sisters, University of N e w Mexico Press, Albuquerque, 1989. 2

Ver los trabajos de Lucía Gálvez, Maritza Villavicencio y María Emma Mannarelli.

16

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

q u e c e n el p a n o r a m a intelectual del período y facilitan la iniciación d e las mujeres en la escritura. Este hecho altera el lugar tradicional de la m u j e r que con la práctica de la escritura pasa a ser sujeto creador. El género epistolar j u e g a un papel de gran importancia en el proceso que comienza puesto que constituye una de las primeras formas de autorrepresentación. En el contexto revolucionario que agita a la América hispana se observa una coincidencia de ideas y de costumbres en los diferentes centros urbanos. La sujeción a España produce los mismos resentimientos en los criollos y a sea de B u e n o s Aires, C a r a c a s , La H a b a n a , Lima, M é x i c o o S a n t i a g o e impulsa la reforma del sistema administrativo y la modernización de las antiguas instituciones. El ambiente propicia los debates y, si bien la m u j e r y sus derechos no constituyen una de las preocupaciones mayores, pronto las polémicas abarcan tanto su educación c o m o su función en las nuevas sociedades. Las escritoras comparten el liberalismo económico y la ideología burguesa de los letrados criollos. A pesar de esa convergencia, es de notar que las autoras expresan variaciones ideológicas significativas ya desde los primeros escritos. Sus manifestaciones - e n las cartas p r i v a d a s - ocupan un espacio cultural liminar indicador de los ajustes estratégicos puestos e n j u e g o . Concientes de la e s t a b i l i d a d p r e c a r i a de los d e r e c h o s r e c i e n t e m e n t e a d q u i r i d o s b u s c a n ampliarlos, tomando precauciones para no amenazar el nuevo orden. El difícil equilibrio entre posturas conflictivas produce a veces ambivalencias sin resolución.

I. La vida de salón A partir de la segunda década del siglo, la dama de la burguesía criolla es la organizadora de la vida social y, c o m o tal, la encargada de establecer los contactos entre políticos, negociantes e intelectuales. La costumbre de la tertulia, establecida en toda la América hispana, tiene casi el valor de una instit u c i ó n y r e g l a m e n t a las a c t i v i d a d e s sociales. Las f a m i l i a s criollas de m á s prestigio reunían en sus casas a familiares y a amigos de a m b o s sexos y de distintas generaciones. Alguno de los presentes tocaba el piano, c o m e n z a b a el baile y, m i e n t r a s se servía algún refrigerio, se recitaban versos y t r o z o s de c o m e d i a s . La m u j e r q u e lucía sus talentos de anfitriona y de d a m a galante había sido especialmente educada para esas funciones. N u m e r o s o s documentos escritos y pictóricos dan testimonio del ambiente y del desarrollo de estas reuniones. Resaltan por su interés, los relatos de los viajeros europeos que, influidos por las ideas románticas, buscan emociones y conocimientos en el exotismo de paisajes y de pueblos para ellos desconocidos. En sus observa-

Capítulo I: De la oralidad a la escritura

17

ciones comparan las instituciones políticas y sociales de sus respectivos países con los de la América del Sur 3 . Santiago Calzadilla, después de un viaje por los países del Pacífico, constata la coincidencia de costumbres entre las élites criollas: Es verdad que por la paridad de las razas y orígenes, quizá sea que hay en América los mismos usos, tipos y costumbres sociales, y aun familias que se reproducen en Chile y en Lima, con las mismas e idénticas costumbres y con la misma encantadora franqueza de las gentes que han nacido en la opulencia, y que por su educación, por su fortuna o por sus hábitos aristocráticos, llevan la voz en la alta sociedad.

La paridad de usos entre los criollos se mantiene después de la independencia con la adopción uniforme de costumbres provenientes de Francia e Inglaterra, los países modelo. El ceremonial rígido que caracterizaba a las tertulias durante la época colonial sufre entonces modificaciones y se alteran las actividades femeninas 4 . Las damas que organizan las tertulias se mantienen al día en cuanto a noticias y novedades y participan en el intercambio intelectual. Un viajero francés describe así una tertulia en los últimos años de la colonia: "Las señoras colocábanse en los sofás, en el estrado adosado a la muralla, y los hombres en las sillas del frente. Algunas veces, las j ó v e n e s venían a mezclarse con los hombres, pero las señoras no abandonaban j a m á s sus asientos" ( L a f o n d de Lurcy, 40). Los movimientos y rituales eran limitados por un espacio físico estrictamente regulado. Antonio José Pernety de visita en Montevideo en 1763 sugiere, sin embargo, una mayor flexibilidad: Las mujeres en sus casas tienen la misma libertad que en Francia. Ellas hacen sociedad de muy buen grado y no se hacen de rogar para cantar, bailar, tocar el harpa, la guitarra o el mandolino. Son mucho más complacientes que nuestras fran-

3

Algunos ejemplos son: Calzadilla, Santiago, Las beldades de mi tiempo, Ángel Estrada y Cía., Editores, Buenos Aires, 1944; Graham, María, Diario de mi residencia en Chile en 1822, Editorial Francisco Aguirre, Buenos Aires-Santiago, 1972; Lafond de Lurcy, Gabriel, Viaje a Chile, Editorial Universitaria, Santiago, 1970; y Robertson, J. P. y G. P., Cartas de Sud-América, Emecé Editores, Buenos Aires, 1950. 4 El ritual se prolonga hasta mediados del siglo xix. Flora Tristán ha dejado testimonio de la molestia que le causaba, durante su estadía en Arequipa, la casi obligación de recibir a las mujeres notables de la ciudad según un ceremonial rigurosamente establecido (Pérégrinations, pp. 280-81).

18

M C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

cesas. Cuando no bailan se mantienen sentadas en sus taburetes, colocados, como ya lo he dicho, sobre un estrado en el fondo de la sala de recibo (Busaniche 1,201). La importación de Europa de moblajes modernos, junto al ingreso de los primeros pianos, hacen desaparecer el estrado y alteran la música y los bailes. La interacción entre h o m b r e s y m u j e r e s aumenta y las j ó v e n e s ganan la espontaneidad y la holgura necesarias para intervenir en las conversaciones. La europeización de las costumbres muda el comportamiento de la mujer americana y, a partir de la independencia, su función de formadora de costumbres adquiere relevancia. En las sociedades urbanas las mujeres ingresan en el campo de las labores de caridad destinadas a la beneficencia pública. En Chile, son las encargadas de conseguir los elementos necesarios para auxiliar a los heridos en las batallas por la independencia y, en 1852, Antonia Salas de Errázuriz funda la Sociedad de Beneficencia de Señoras, destinada a colaborar en asilos, manicomios, hospicios y en la cárcel de mujeres. Una institución similar existe en Buenos Aires desde 1823. Fundada por el presidente Bernardino Rivadavia, su labor se interrumpe durante el período rosista para ser reestablecida en 1852. Tiene a su cargo la dirección e inspección de las escuelas de niñas, de la casa de expósitos, del hospital de mujeres y de todos los establecimientos públicos dedicados a la mujer. En México, también las damas organizan las Casas Cuna y otros organismos de beneficencia. Las integrantes de la burguesía ejercen influencia política desde las salas bien concurridas de sus casas donde se establece el contacto entre lo privado y lo público. La conversación, considerada un arte indispensable en la formación de la dama burguesa, ofrece la oportunidad de discutir y diseminar noticias que abarcan desde los avances científicos hasta la moda europea. Así recuerda a sus amigas un inglés instalado en Buenos Aires hacia 1817: Eran doña Ana Riglos, doña Melchora Sarratea y doña Mariquita de Thompson. Dirigía cada una un círculo, no diré político, pero sí puedo decir público. En casa de cada una de ellas oíase hablar de cuanto hacían los hombres de Estado, en el gobierno y fuera de él. Y en sus casas podía encontrarse a los más distinguidos de esos hombres. Allí eran discutidos con buen humor y aun filosóficamente los asuntos de Estado, [...] Allí estaban más al corriente de los on dit cotidianos que en el mismo Palacio de Gobierno y allí formulaban indirectamente sus propias opiniones y vistas, seguros de que éstas llegarían a destino (Robertson, 60). Tanta importancia tienen estas reuniones que la educación que reciben las jóvenes se adapta a las necesidades que requiere su organización. La educación, sinónimo de "buen tono" y de "buenos modales" se limita, salvo casos excepcionales, a nociones básicas de lectura y escritura, a algunos conceptos

Capítulo I: De la oralidad a la escritura

19

de religión, a conocimientos musicales y a la adopción de reglas y ritos considerados apropiados. En tales circunstancias una mujer inteligente e instruida debe disimular sus cualidades. Lafond de Lurcy describe con cautela a una joven chilena por la que siente gran atracción: Su educación había sido muy cuidada. Su padre [...] habíase esmerado en instruirla, haciéndola seguir los estudios de uno de sus hijos que destinaba al foro. Hablaba latín como un pequeño profesor y servía de tal a un hermano pequeño. Tales conocimientos no la habían hecho pedante: mostrábase siempre sencilla, dulce, modesta y servicial en exceso (64).

La aclaración sobre la pedantería es esencial en una época en que los intereses mundanos y los conocimientos avanzados que tuviera una mujer podían poner en peligro su reputación además de desmerecer sus cualidades de esposa y madre. Las tertulias, a pesar de ser inspiradas por las r e u n i o n e s en los l u j o s o s salones aristocráticos del viejo continente durante los siglos xvn y XVIII, poco tienen que ver con aquéllas. Las anfitrionas carecen de los hótels y de los fondos n e c e s a r i o s para hacer g r a n d e s e x h i b i c i o n e s de s u n t u o s i d a d . T a m p o c o gozan de las libertades de las "preciosas" descendientes de las directrices de las cours d'amour medievales, y que regían las artes del refinamiento imponiendo reglas y creando un lenguaje nuevo. Sin embargo, los salones de las h i s p a n o a m e r i c a n a s c i m e n t a n la t o m a de c o n c i e n c i a propia y de la f u n c i ó n que deben d e s e m p e ñ a r en las nuevas naciones. Esto no significa el comienzo de un desarrollo creciente e ininterrumpido. C i r c u n s t a n c i a s tanto políticas c o m o sociales e intelectuales modifican estas prácticas. Así, por ejemplo, en Buenos Aires ya a partir de 1860 disminuyen los salones regidos por las señoras burguesas y hacia 1880 han desaparecido casi por completo. Los clubes sociales y cafés donde se discuten todos los temas candentes de actualidad no admiten la asistencia de mujeres 5 .

II. La correspondencia Paralelamente a los contactos establecidos en el salón surge la necesidad de recurrir a la escritura, cuyas primeras manifestaciones son la esquela y la

5

Ver Sáenz Quesada, María, "Salones. El arma de las mujeres", en La Nación. Cultura, domingo 20 de septiembre de 1998, Buenos Aires, pp. 1-2.

20

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

carta. Los textos personales son muy pertinentes en el estudio del desarrollo de la escritura femenina. En ellos las mujeres revelan sus intereses individuales, familiares y políticos al tiempo que dan testimonio de las costumbres y de las opiniones de la mujer decimonónica. Resulta de interés la relación entre el salón y la carta como los espacios culturales femeninos por excelencia, ya que regulan y canalizan la palabra de la mujer. Si bien las correspondencias pueden pasar de mano en mano, por lo general, la circulación del mensaje se limita a un ir y venir entre remitente y destinatario. En tales circunstancias, la carta, al igual que el salón constituye un medio privado apto para la transmisión tanto de noticias públicas como de secretos íntimos. No resulta sorprendente que las autoras de epistolarios sean igualmente organizadoras de tertulias. Prolongación "natural" del arte de la conversación ejercitado en los salones, la carta favorece el desarrollo de una voz original. El paso de la palabra oral a la escrita introduce además, un cambio radical en la construcción del yo que se autorrepresenta según pautas estratégicas. Por otra parte, el acto de la escritura epistolar encierra en sí la promesa de una revelación de intimidad cuya privacidad es transgredida por el acto de la lectura. En cierta medida, el interés algo enfermizo que nos atrae a ellas radica en que participamos por la lectura en la transgresión de la privacidad asumida por el autor/la autora en el momento de la escritura. La carta deriva su carácter de género de la acogida que recibe en el salón; es allí donde adquiere su legitimidad literaria como ocurrió en Francia a partir del siglo XVII en torno a las "preciosas". En el transcurso del siglo xix, con la valoración del individualismo, las posibilidades del género se expanden para incluir "la franqueza" y "la espontaneidad" como convenciones que acentúan su proximidad a la conversación. En el caso de las cartas escritas por mujeres, esos valores, hasta entonces inéditos, desempeñan un papel decisivo en la construcción del sujeto femenino ya que las autoriza a expresar directamente la visión que tienen de sí y de su lugar en la sociedad. Las correspondencias aquí tratadas se diferencian de la literatura epistolar por cuanto carecen de intención literaria; sus autoras las escriben respondiendo a intereses del momento y de manera espontánea. Están ausentes en ellas las estrategias de la novela epistolar; se trata de documentos referidos a hechos cercanos al momento de la escritura que impulsan a las autoras a pronunciar juicios. No carecen, sin embargo, de antecedentes. Las cartas de Mme. de Sévigné, por ejemplo, escritas originariamente sin pretensiones literarias, habían logrado para el siglo xix constituirse en modelo de rigor. El género epistolar ocupa un lugar liminar entre lo literario y lo no literario: enraizado en la vida cotidiana tiene el potencial de ingresar en el terreno menos efímero de lo artístico.

Capítulo I: De la oralidad a la escritura

21

Las cartas aquí estudiadas presentan un elemento común: la presencia y despliegue de un yo que ejerce su poder sobre el interlocutor ausente. La ausencia del "otro" es remplazada por su reconstrucción imaginaria en la escritura; el tú deseado cuya voz se hace oír esporádicamente en las réplicas del yo, permanece siempre a cierta distancia como eco de sí mismo. El sujeto escritor ejerce también su poder en la autorrepresentación textual que conduce a la invención de un sujeto escrito. Debe tenerse en cuenta que dadas la naturaleza intimista del género y la lejanía temporal resulta imposible ofrecer una interpretación acabada de estas correspondencias. Como lo nota Mireille Bossis, el significado del intercambio epistolar es el producto de la colaboración entre los corresponsales. En el caso de nuestras autoras sólo se conservan fragmentos de sus cartas y muy pocas muestras de las respuestas que generaron. Dicho fragmentarismo resulta elocuente por cuanto es emblema de la representación de la mujer -recortada y desmembrada- dentro del canon literario. A pesar de la pérdida de la complicidad original entre remitente y destinatario, las cartas logran transmitir una visión femenina muy personal de la época y del ambiente.

A. El amor y otras pasiones La larga tradición de la carta de amor pone de manifiesto que las mujeres se han destacado notablemente en la práctica del género. Eloísa logra su fama en el siglo xit con las cartas que declaran su pasión ilícita por Abelardo. La intensidad del amor despechado que expresan Las cartas portuguesas (siglo xvn) invita a creer en la existencia real de la monja ficticia. Mlle. de Lespinasse, anfitriona de uno de los salones más influyentes del siglo xvm, adquiere notoriedad postuma con la publicación de cartas conmovedoras. En este período el yo cobra valor e interesa en tanto sujeto sentimental capaz de analizar la pasión y expresarla en todos sus matices 6 . Durante el siglo xix la carta de amor logra gran apogeo en la América hispana. Las autoras de los epistolarios amorosos crean a sus "personas" en función del juego de la seducción. Interpretan el papel de enamoradas y desde el comienzo contraponen sus fuerzas a un "otro" más o menos elusivo. El yo, sujeto amante, busca interesar al tú/usted, objeto amado y ausente con quien entabla un diálogo saturado de recursos que incitan a una respuesta. El desa-

6

La profusión de manuales que prescriben las reglas a seguir, indican el prestigio lite-

rario del género, durante los siglos x v m y xix.

22

M C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

rrollo de la correspondencia sigue la trayectoria de una historia de amor en cuya acción, de carácter novelesco, toma forma y se expande el erotismo del s u j e t o . Para e x p r e s a r l o , las a u t o r a s e m p l e a n las f i g u r a s i d e n t i f i c a d a s p o r R o l a n d Barthes, c o m o c a r a c t e r í s t i c a s del d i s c u r s o de a m o r : m e l a n c o l í a , angustias, dudas, locura, culpa, esperas, recuerdos, goces. Los dos epistolarios amorosos estudiados aquí en primer lugar pertenecen a María de la Merced de Santa Cruz, mejor conocida como la condesa de Merlin, y a Gertrudis G ó m e z de Avellaneda. A m b a s siguen las pautas mencionadas, pero, al m i s m o tiempo constituyen ejemplos atípicos del género por cuanto utilizan registros d e s c o n o c i d o s hasta entonces para la mujer. Estas escritoras, cubanas residentes en Europa, consiguen renombre en los círculos literarios de sus países adoptivos. Es de notar el contraste entre éstas y las hispanomericanas residentes en América, que viven una marginalización múltiple. Sin acceso directo al conocimiento, dependen casi exclusivamente de los esporádicos envíos de libros y de noticias de amigos en el extranjero. Esta situación explica el apremio por pertencer a las estructuras de poder que se advierte en sus cartas. Susan Kirkpatrick traza la evolución de las escritoras románticas que culmina en el logro de la concientización de su subjetividad. Emprenden en sus textos la lucha contra la reificación que se les i m p o n e en tanto o b j e t o s del d e s e o m a s c u l i n o - y a sea c o m o m u s a o "ángel del h o g a r " - . Según Kirkpatrick, logran el éxito por m e d i o de una vasta red de relaciones personales que anima y promueve la escritura y la publicación de sus obras. Hallan entre los círculos sociales f r a n c e s e s y españoles un público fiel, ávido del exotismo implícito en sus figuras de criollas cultas. El liberalismo romántico vigente en las clases altas e u r o p e a s b e n e f i c i a la eclosión de la escritura f e m e n i n a . Tanto la c o n d e s a de M e r l i n - e n F r a n c i a - c o m o A v e l l a n e d a - e n E s p a ñ a ejemplifican con su vida y su obra el proceso de apropiación de la actividad literaria y el triunfo parcial de las románticas en la esfera pública. A pesar de lo d i c h o hasta a h o r a hay que subrayar q u e a m b a s escritoras sobrepasan en los epistolarios las expectativas temáticas y retóricas señaladas. Entrelazados con el discurso amoroso despliegan otros intereses - e c o n ó micos, intelectuales, l e g a l e s - que les permiten alterar las relaciones de poder d e n t r o de la relación epistolar. En consecuencia, la ansiedad por m a n t e n e r este control desvía sus cartas de los registros normativos.

a. La condesa de Merlin La obra de María de la Merced Beltrán de Santa Cruz y Montalvo se inserta plenamente en la tradición intimista del diario, el epistolario, la autobiogra-

Capitulo I: De la oralidad a la

escritura

23

fia y las memorias. Nacida en La Habana en 1789 y casada con un general de Napoleón, se exila en París hacia 1812 donde comienza una febril vida social y literaria que dura hasta su muerte en 1852 7 . La Correspondencia íntima de la condesa resalta por la disolución de los límites entre ficcionalidad y realidad. Domingo Figarola-Caneda, biógrafo de Merlin, encuentra el epistolario que será publicado por su viuda, en Madrid, en 1928. Hacia 1836, la condesa conoce a Philaréte Chasles, traductor de obras inglesas y alemanas, bibliotecario de la Biblioteca Mazarine y catedrático de lenguas y literaturas germánicas en el Colegio de Francia. Las cartas que Merlin le dirige siguen la evolución de una relación amorosa que cubre una amplia gama de registros. Las primeras cartas no tienen fecha. Se puede concluir, como lo hace Salvador Bueno, que Figarola-Caneda las eliminó porque eran anteriores a la muerte del general Merlin, ocurrida en 1839. Esta relación, borrascosa por cierto, dura hasta 1846, año en que la condesa le escribe a Chasles, al comprobar su infidelidad: "Adiós. Nunca os perdonaré la pena que me causáis. ¿Qué os hice para que buscaseis con tanto ahinco haceros amar por mí? ¿No hubiese sido más humana vuestra enemistad?" (213). A pesar de que la condesa le pide la devolución de todas sus cartas, la correspondencia entre ellos no cesa y continúa en tono amistoso hasta 1849. A partir de ese momento el registro de la correspondencia cambia y a las figuras señaladas por Barthes, suceden otras, pertinentes a una retórica de la amistad. La importancia de Philaréte Chasles en la vida y en la obra de la condesa se manifiesta en las transformaciones que sufre a lo largo de la escritura. A medida que se desarrolla la relación epistolar, de la pluma de Merlin surgen las figuras del amante, del colaborador, del deudor, del agente publicitario, del financista y también la del traidor. A cada una de esas facetas corresponde un yo diferente. Merlin adapta su voz y la visión de sí misma a la situación que enfrenta: la imagen de la mujer seductora alterna y, a veces coincide con la de la prestamista, la desengañada y la acusadora. A pesar del fragmentarismo y de la discontinuidad que caracterizan a la epístola, surge en estas cartas un yo personal que evoluciona en su interacción con el otro. N o s interesa sobre todo notar cómo Merlin rompe el estereotipo femenino de dependencia e inferioridad. En tal sentido, debemos subrayar que es una antecesora de la mujer actual ya que se autorrepresenta como una escritora, dedicada a ganar-

7

La introducción de Salvador Bueno a la obra de la condesa de Merlin, Viaje a La

Habana (Editorial Arte y Literatura, La Habana, 1974) ofrece una bibliografía abundante sobre las publicaciones de Merlin y una biografía de la condesa.

24

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

se la vida con su trabajo y preocupada por sus finanzas. En la correspondencia deja bien establecida su autoridad y no hesita en afirmar sus ambiciones y logros. Sin lugar a dudas ha cumplido una trayectoria con la que ha alterado el condicionamiento de su historia. En el transcurso de su vida ha pasado de ser sujeto colonial a miembro destacado de una capital metropolitana; en el proceso, ha comprendido los mecanismos discursivos que articulan las diferencias del poder -político y genérico. La apropiación de esas estrategias en la escritura propia le permite ubicarse como sujeto central del discurso. La tensión que emana de esta correspondencia se debe en gran medida a la complejidad de las relaciones entre los amantes. Desde el principio, las cartas mantienen entrelazados el discurso amoroso, la rivalidad intelectual y los asuntos económicos. Cuando la relación se deteriora el discurso amoroso queda relegado a segundo plano, aunque nunca es desplazado por completo sino hasta después de la ruptura. Las recriminaciones intelectuales y económicas cobran entonces más importancia. Esta característica peculiar de la correspondencia convierte al lector en testigo de una extraña alianza en donde el arte, el amor y los negocios compiten en el espacio de la carta. El epistolario se divide en tres etapas de acuerdo al cariz de la relación personal y a los temas abordados. La primera veintena de cartas y esquelas breves recopiladas por Figarola-Caneda parecería haber sido escrita antes de 1841, pues allí alude directamente a su obra La Havane que no empezó hasta después del viaje a Cuba, entre abril y julio de 1840. En las cartas tenemos conocimiento de la gestación de aquella obra y de los planes de colaborar con Chasles en una edición alemana y en otra inglesa. En dos ocasiones se refiere a la obra como "nuestra" obra; adjetivo posesivo que indica más la generosidad ciega de Merlin que la dedicación de Chasles. A las preocupaciones literarias, añade expresiones de fogosidad y de entrega amorosas: "¿Cuándo llegará mañana? [...] Te he contemplado parte del día entregado a escritos y palabras solemnes y dolorosos... Ahora me doy cuenta de que no te he visto, por esta tristeza, por esta languidez de mi alma, que no puede vivir por completo si está lejos de ti" (24). Los intereses de la escritora profesional se combinan con las expresiones sentimentales; el equilibrio entre ambas retóricas da realce a un yo que nunca pierde el control de la relación con Chasles. A partir de 1840 las cartas aluden directamente a la situación económica engorrosa en que se encuentra Chasles. La condesa se ofrece a pagar la deuda y le da dos mil quinientos francos. Para no herir su sensibilidad le propone un trueque: "Ya me lo pagarás más tarde, o lo que más valdría, terminando de arreglar mi manuscrito enseguida porque tengo esperanza de poder ayudarte con el producto de la venta" (45). A pesar del generoso esfuerzo de su amante, Chasles pasa unas semanas en la cárcel. En varias oportunidades la cubana

Capitulo I: De la oralidad a la escritura

25

hace alusiones directas a préstamos, a empeños de joyas y a transacciones monetarias para pagar sus propias deudas o las de su amante. Hacia fines de 1841 la condesa escribe: "Sobre todo querido mío, números bien justos, porque eres demasiado ambiguo en tus términos: demasiado, una cifra enorme [...]. Dirás debes TANTO, he pagado CUANTO" (107). Las palabras claves han sido escritas en negrillas o con mayúsculas. Más tarde, en 1842, Merlin ante la seriedad de los problemas económicos de Chasles, le aconseja: "Podrás vivir muy bien con el resto de 10 ó 12.000 francos, si te ordenas un poco, y dando a tu mujer una suma fija, para evitar todo desorden y guardando lo demás para ti" (149). Durante la segunda etapa que va desde fines de 1841 hasta la ruptura en 1846, el discurso amoroso, sofocado entre las apremiantes gestiones editoriales, las recriminaciones y los enrollos financieros se acalla frente a las pequeneces cotidianas. Entre 1841 y 1843 el yo conflictivo de Merlin se revela por una tonalidad esquizofrénica: el discurso amoroso está en franca competencia con el económico. Dentro de la relación amorosa Merlin tiene el poder económico con lo que altera la estructura de poder tradicional dentro de la pareja. Es obvio que no respeta las reglas del "decorum" de la retórica epistolar amorosa y reconoce que amenaza destruir el equilibrio de la relación. Merlin reclama: "Ahora me arrepiento amargamente, por haber aceptado tu galante oferta de intervención en mis asuntos: la palabra dinero no hubiera debido jamás ser pronunciada entre dos seres liados por lazos como los que nos unen" (185). A partir de esa fecha las cartas tratan de las publicaciones de la condesa y la mejor manera de asegurar su fama y de lograr una buena reseña. Es aparente la degradación de la relación amorosa al notar la queja irónica: "Os agradezco vuestro buen recuerdo, pero no vuestras visitas, pues venís siempre cuando os halláis casi seguro de no encontrarme. Para un gran filósofo, tenéis muy poca memoria" (198). La correspondencia revela una condesa no vencida por el paso de los años, sino por el desengaño amoroso y la humillación de haber caído en el olvido de la sociedad parisina. Después de la ruptura, las cartas se prolongan hasta fines de 1849. Poco después, Merlin detalla la pérdida de su natural ardor, de sus ansias de vivir y muere en 1852 "de una larga y dolorosa enfermedad" como lo anuncia la Revue et Gazette Musicale de París. La Correspondencia íntima traza por el camino del amor la complejidad de su personalidad y su pasión por la palabra escrita. Si bien lo que distingue sobre todo a su correspondencia es el amplio espacio dedicado a la preocupación y conocimiento de los asuntos financieros, también trata otras pasiones e intereses. Así es que la escritura no sólo plasma recuerdos sino que constituye un medio de "ganarse la vida". Se trata aquí de una profesión que reporta

26

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

beneficios económicos, así como importantes satisfacciones intelectuales. En las líneas finales de la última carta a Chasles en la cual le pide varios libros prestados para su obra, Merlin dice: "No sabré deciros el interés que tengo en poder continuar este trabajo: no vivo desde que lo he suspendido" (224). Esta habanera de múltiples talentos epitomiza el singular advenimiento de la mujer en el dominio de lo público. El epistolario deja testimonio de las tensiones antagonizantes que polarizan su yo: el amor, la profesión y las finanzas sin que menoscaben su entereza. Aunque por ser una Correspondencia íntima la autora no tiene intención de publicarla y, por ende, no pretende erigirse en modelo, no deja de sorprender que en fecha tan temprana se autorrepresente como individuo independiente y en control de su vida. Marcaría por ello quizás una primera etapa en la toma de conciencia de la identidad femenina a varios niveles: intelectual, ecónomico y emocional.

b. Gertrudis Gómez de Avellaneda Las cartas de Gertrudis Gómez de Avellaneda a Ignacio Cepeda entre 1839 y 1850 relatan una historia de amor: al comienzo cauteloso sucede el desarrollo de la pasión creciente que conduce, más tarde, a una disminución paulatina y al fin de la relación. De las cincuenta y tres cartas de la correspondencia, la primera mitad pertenece al género amoroso; escritas en un período de poco más de un año, ponen enjuego las estrategias de la seducción. La tensión constante en la dinámica escritural es una de sus características; alternadamente, Avellaneda calla sus sentimientos, muestra agresividad, e incluye reproches y disculpas. Por medio de las manipulaciones de los cambios de voz, se autorrepresenta en pleno dominio de la situación. El estudio de la correspondencia presenta algunos obstáculos. A la falta de las cartas de Cepeda se añade que las existentes de Avellaneda han sufrido la censura del editor quien las alteró por consideración a los familiares de Cepeda. La mutilación del texto, si bien imposibilita su reconstrucción, resulta elocuente en cuanto al rechazo que provoca todavía en 1907, año de su publicación8.

8

Otra dificultad que se suma a las señaladas es la divergencia entre las varias ediciones en el orden y el número de las cartas. Se sigue aquí la segunda edición hecha en 1914 por Lorenzo Cruz de Fuentes cuya ordenación, si bien dudosa, ofrece la selección más completa. La Avellaneda. (Autobiografía y cartas), Imprenta Helénica, Madrid, 1914.

Capitulo 1: De la oralidad a la escritura

27

La historia de amor que relata el epistolario de Avellaneda manifiesta su originalidad desde el comienzo. El texto conocido como la "autobiografía" de la autora, a veces publicado en forma independiente, lo inicia y podría considerarse como su prólogo. Lo estudiamos en mayor detalle en el capítulo IV dedicado a la autobiografía. Dirigido a Cepeda, señala los acontecimientos y relaciones que Avellaneda considera pertinentes en la formación de su identidad. Empieza narrando la niñez y la adolescencia en Cuba y describe las costumbres de la cultura heredada, así como las rebeliones personales. Los episodios posteriores que relatan los primeros contactos con la sociedad española manifiestan la dificultad de adaptarse al nuevo medio. Avellaneda se sitúa así en el discurso epistolar amoroso de modo muy singular: con el texto autobiográfico afirma una identidad acabada que emite juicios y enuncia expectativas. La primera frase reconoce la especularidad entre el yo y el otro como estructura fundamental en la relación epistolar. El texto señala la ambigüedad de esa dinámica: "Es preciso ocuparme de V; se lo he ofrecido; y, pues, no puedo dormir esta noche, quiero escribir: de V. me ocupo al escribir de mí, pues sólo por V. consentiría en hacerlo" (39). La autora confirma lo que Mary Masón considera característica de la autobiografía femenina, es decir, la necesidad por parte del sujeto de relacionarse y definirse frente a un "otro" que le otorga sentido. Cepeda juega un papel fundamental en la motivación del texto ya que tiene el privilegio de ser su lector e intérprete exclusivo. Pero Avellaneda usa esa convención como estrategia para iniciar la seducción, modificando la aseveración de Masón. El "ocuparme de V." se vuelve mera treta retórica y pose de humildad para encubrir el deseo de la satisfacción propia. La manipulación de una pluralidad de máscaras a lo largo de la correspondencia manifiesta el fácil manejo de las técnicas literarias, y, sobre todo, su conocimiento de la condición plurivalente del lenguaje. Con sorprendente modernidad, la narradora no se fía de los sentidos unívocos. Barthes señala que en el discurso amoroso, el objeto amado por ser único y original es, a los ojos del sujeto, atópico, es decir que desborda las posibilidades del lenguaje, mientras que el sujeto, por el contrario, se siente clasificado y determinado (.Fragments, 44-45). Avellaneda conscientemente desborda los límites de esa polarización con el montaje de un yo multifacético. La autora se sitúa en el texto al final de una etapa de aprendizaje y adopta la máscara de la mujer de mundo. La narración que hace de su niñez y adolescencia culmina en el desengaño amoroso: H e encontrado hombres!, hombres, todos parecidos entre sí: ninguno ante el cual pudiera yo postrarme con respeto y decirle con entusiasmo: Tú serás mi Dios

28

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin sobre la tierra, tú el dueño absoluto de esta alma apasionada. Mis afecciones han sido por esta causa débiles y pasajeras: Yo buscaba un bien que no encontraba y que acaso no ecsiste sobre la tierra. Ahora ya no le busco, no le espero, no le deseo: por eso estoy más tranquila (49).

La enfática mención del desengaño, que será repetida a lo largo del texto, inicia de forma dramática la relación con Cepeda y establece el tono de las cartas posteriores 9 . Avellaneda se atribuye el don de mujer experimentada, conocedora de las trampas del amor. Si narrar su vida para Cepeda es un acto de amor que simboliza una entrega por medio del cuerpo escrito, el enunciado del texto contradice tal interpretación. A diferencia de las autoras que la preceden en la práctica del género, Avellaneda se presenta dispuesta al amor, pero previendo la posibilidad del fracaso. Su autorrepresentación es doble: mientras una faceta expresa el erotismo, la otra manifiesta su desconfianza frente a la posible insatisfacción. Ambas voces se ubican en momentos diferentes: la primera se halla al comienzo de una aventura, la segunda, manifiesta el resultado de experiencias acabadas; coinciden, sin embargo en la oración de cierre del texto autobiográfico y ponen en juego a un mismo tiempo, el deseo y el recelo: "Sí, creo comprender a V. y estimarlo: ¡si me engañase! ¡si fuese V. otro de lo que yo creo! [...] sería un desengaño más: ¡y qué importa uno a la que ha sufrido tantos!" (83). La escritora reconoce la posibilidad de que su interlocutor sea "otro" y toma una postura defensiva, sin por eso acallar la voz de la seducción. El texto pone en escena una consciencia femenina muy alerta a los mensajes que la sociedad le envía. En varias instancias, Avellaneda compara a su personaje adolescente con los de otras jóvenes y establece los signos que la separan del grupo y que sustentan su excepcionalidad. Nota por ejemplo que sus intereses intelectuales nada tienen en común con los de la mayoría de las jóvenes de su clase y, ante la presiones familiares que pretenden doblegarla a la norma, reafirma su talento y su derecho a demostrarlo. A las cualidades de su carácter agrega su cubanidad como otro rasgo diferenciador. Si en Cuba se distinguía por sus cualidades, en España añade su exotismo. Como bien lo ha señalado Susan Kirkpatrick, la autorrepresentación de Avellaneda se acerca al modelo literario creado por Mme. de Stael en su Corina o Italia. Kirkpatrick

9

Susan Kirkpatrick contrapone el yo de Avellaneda con el de otros románticos: "The self she represents for Cepeda is as passionate, as alienated from a corrupt and inadequate world as capable of imaginatively outstripping nature as the lyrical T of Espronceda or Larra, but with this difference: the object that can never measure up to desire and imagination is not woman but man" (135).

Capítulo 1: De la oralidad a la escritura

29

establece entre ellas una coincidencia de caracteres y de destino: la espontaneidad, la pasión y el genio de las heroínas entran pugna con las espectativas sociales y causan su fracaso en el amor. La carta-autobiografía de Avellaneda inicia la relación epistolar con un conflicto: por un lado es una declaración de amor pero, por otro, es un ejercicio de poder en el que rechaza la posición de vulnerabilidad que la mujer ocupa tradicionalmente. La misma actitud permea las cartas subsiguientes y altera la retórica amorosa al igual que en el caso de Merlin. La primera carta de julio de 1839 combina verso y prosa y sienta las bases de la relación. En ella construye la imagen de Cepeda a semejanza de la propia, descrita en el texto autobiográfico. Hermanados en la desilusión de la amistad, del amor y del mundo, Avellaneda concibe para ambos una relación de comprensión que, fundamentada en sentimientos dolorosos comunes, dará nacimiento al amor. Esa reciprocidad importa porque refleja la labor de construcción de los dos personajes; tanto la imagen propia como la del otro sufren distorsiones debidas a la interacción entre ambos: el yo quiere satisfacer y sorprender al otro; el otro, a su vez es creado en base a los deseos del yo. Ambos configuran construcciones imaginarias. El desarrollo de esos personajes necesita la creación de un espacio ficticio, espacio que se limita al de la circulación de las cartas y que es celosamente guardado porque privilegia la reclusión de esos dos seres que armonizan. Para preservar esa intimidad, Avellaneda adopta un seudónimo, "Doña Amadora de Almonte", que confirma su papel de enamorada y simultáneamente asegura el secreto de su identidad 10 . El empleo de ese nombre cesa cuando Avellaneda así lo ordena hacia el final de la relación amorosa. Hay que recordar que el uso de seudónimos no es nuevo para Avellaneda que es llamada "Tula" por familiares y amigos y que publica sus primeros poemas líricos con el nombre de "La Peregrina". A cada una de sus funciones corresponde un nombre que la designa. La maestría seductora de Avellaneda es evidente en la variedad de estrategias que emplea. A comienzos del epistolario, ante el recelo de Cepeda que le reprocha las expresiones sentimentales, la escritora lo tranquiliza:

10

Se puede considerar el uso de seudónimo en los epistolarios amorosos (presente no sólo en Avellaneda sino también en Carmen Amagada y en Juana Borrero) como un recurso conciente de distanciamiento narrativo. Juana Borrero (Cuba 1877-1896) ha dejado un nutrido epistolario escrito a Carlos Pío Urbach en el que emplea los seudónimos de Yvone y de Carlota.

30

M. C. Arambel Guiñazúy

C. E. Martin

¡Amable melancólico! ¡qué poco mundo tiene V.! Perdóname amigo esta frase, pero me hace gracia, tanta gracia ver en tu temor y adivinar tu corazón al través de ese velo con que piensas cubrirlo! Me temes, Cepeda, no lo niegues, temes que me posesione de tu corazón, temes los lazos de hierro, que pudieran ser consecuencia de tu amor por mí, y crees evitar algo acogiéndote a la sagrada sombra de la amistad (108). Habla la conocedora del amor que desde una postura de superioridad pretende guiar al no iniciado. Sabiendo que altera los roles, agrega: "Raro, original es el papel que hago contigo. Yo muger tranquilizándote a ti del miedo de amarme: ¡es cosa peregrina! Pero contigo no soy muger, no, soy toda espíritu, y ninguna regla es aplicable a este cariño esepcional, que me inspiras" (109). La simulación queda a la vista: a pesar de afirmar que "ninguna regla es aplicable" Avellaneda está dictándolas. La estrategia consiste en otorgar seguridad para luego reiniciar la labor seductora. Cuando por dos correos no recibe respuesta abre una serie de posibilidades: "¿estará V. enfermo? ¿contendría mi última carta alguna espresión, alguna frase, que le haya enfadado con su amiga? O acaso un olvido, una falta de interés en esta correspondencia le ha desidido a interrumpirla bruscamente [...]" (111). Inmediatamente después, cambia de registro y pasa a referir sólo noticias familiares y políticas. Los avances y retrocesos en la declaración del amor sugieren una cuidadosa dosificación para mantener vivo tanto el deseo propio como el ajeno. Las cartas (VIII a XIII), dedicadas a referir el amor en su etapa más apasionada, revelan un cambio en la caracterización de ambos personajes. Avellaneda, en un estado de agitación continuo, disloca la voz calma y segura de comienzos de la correspondencia y declara sentirse presa de una locura que la subyuga. Cepeda, entonces, figura como un ser superior: Eres el Angel de mi destino, y pienso muchas veces al verte, que te ha dado el mismo Dios el poder supremo de dispensarme los bienes y los males, que devo gozar y sufrir en este suelo. Te lo juro por ese Dios que adoro, y por tu honor y el mío; te juro que mortal ninguno ha tenido la influencia que tú sobre mi corazón. Tú eres mi amigo, mi hermano, mi confidente, y, como si tan dulces nombres aun no bastasen a mi corazón, él te da el de su Dios sobre la tierra (119). En otros m o m e n t o s las cartas entablan una lucha con el otro y entonces surgen, entremezcladas, explicaciones, reproches, disculpas y celos. La carta XII ofrece un buen ejemplo de la combinación de las diferentes posturas del sujeto. Se trata de una valoración del yo que tiene como punto de partida la autodefensa. Avellaneda acusa recibo de un reproche de Cepeda: "Me dice V. que no devo ser celosa, porque tengo demasiado talento, y que con celos me

Capítulo I: De la oralidad a la escritura

31

pongo al nivel de las mugeres vulgares" (127). La acusación de Cepeda constituye un desafío: para no caer en la categoría de mujer vulgar Avellaneda debería guardar sus sentimientos en silencio anulando así parte de su sensibilidad. La escritora en su respuesta rechaza esa condena y destruye la oposición falsa entre talento y celos formulada por Cepeda. Reafirmando su amor contraataca desde la postura de la mujer de mundo, conocedora del juego amoroso: Soy libre y lo eres tú; libres debemos ser ambos siempre, y el hombre que adquiere un derecho para humillar á una mujer, el hombre que abusa de su poder arranca á la mujer esa preciosa libertad: porque no es ya libre quien reconoce un dueño [...] hoy día sé, que el hombre que es amado con idolatría, con veneración, puede hacerse culpable de egoísmo y crueldad cuando se reviste con el derecho de superioridad (130).

En la autodefensa los papeles se han invertido y la humillación de ser equiparada a una mujer vulgar es remplazada por otra acusación: Cepeda está arrogándose una autoridad que no le corresponde; no puede controlar la palabra de Avellaneda y no debe emitir juicio sobre ella. Por otra parte, el conflicto interno entre talento y celos que pretendía implantar en la escritora ha sido sustituido por la oposición entre las personalidades de ambos: el conocimiento que ella tiene del amor contra la incompresión de él. La incapacidad de Cepeda se torna tema repetido: "Tú no me has conocido: tú no has comprendido mi amor" (130). Cierra la carta con la narración de un sueño que revela sus celos. Avellaneda escribe cuando la relación ha finalizado: "Ni el amor, ni la amistad son tales como los sueña una imaginación poética, y cual los apetece un ardiente corazón. Mucho tiempo había que yo lo sospechaba y entreveía esta triste verdad" (154-55). La autora como sujeto amoroso ha jugado el papel que su "imaginación poética" le dictaba. Sin embargo, su función no se ha limitado al rol de enamorada; lo prueba a partir de la carta del 29 de abril de 1840 con un cambio total de registro. Deja de hablar de amor para referirse a su trabajo de escritora. Aunque, de hecho, mientras tuvo lugar la relación, no ha dejado de producir: se ha ocupado de publicaciones de poesías y traducciones, ha terminado su novela Sab para la cual busca suscriptores y ha escrito Leoncio cuya puesta en escena la ocupa en la época de la ruptura con Cepeda. Es decir que en las cartas de amor, elige sólo una de sus máscaras empleando las figuras y el lenguaje del género. Añade un elemento nuevo: la concepción del amor como pasión igualitaria es fuente de emancipación para la mujer. El sujeto amoroso de Avellaneda se apoya en su pasión y valora el poder de su erotismo ampliando notablemente la gama retórica en uso.

32

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

c. Manuela Sáenz Debemos contraponer a la condesa de Merlin y a Gómez de Avellaneda que desarrollan su vida profesional en Europa con las hispanoamericanas que, desde sus países, cultivan el género epistolar. Sometidas al rigor vigilante de una sociedad que lentamente se atreve al cuestionamiento propio recurren a la escritura de tipo personal para dar rienda suelta a las emociones prohibidas. Entre ellas, merece destacarse por la intensidad de la pasión así como por el interés demostrado en el quehacer político, la correspondencia entre Manuela Sáenz y Simón Bolívar. Sáenz (1795-1856) se distingue en Quito y en Lima como una de las mujeres más activas en el ambiente social y político. Contra la voluntad de su padre y de su marido, es una entusiasta defensora de la independencia y su "diario" testimonia sus colaboraciones con la causa. Por ello, el general San Martín le otorga en Lima la "Orden de Caballeresa del Sol". Pero no sólo apoya las ideas de libertad para el continente sino que las pone en práctica en su propia vida. Casada con el Dr. James Thorne sacude las reglas sociales vigentes y escandaliza a los quiteños cuando, en 1822, se convierte en la amante del libertador. En sus cartas, la libertad individual se contunde con la continental, siendo ambas el anverso y el reverso de una misma pasión. Le escribe a Bolívar: Si hemos encontrado la felicidad hay que atesorarla. Según los auspicios de lo que Usted llama moral, ¿debo entonces seguir sacrificándome porque cometí el error de creer que amaré siempre a la persona con quien me casé? Usted mi señor lo pregona a cuatro vientos. "El mundo cambia, la Europa se transforma, América también [...] Nosotros estamos en América! Todas estas circunstancias cambian también (160-161)".

Las ansias de libertad de Sáenz son coartadas por una "moral" consagrada a preservar las apariencias. La América utópica que persigue en su discurso no tiene arraigo en la que vive; en ésta no se le permite ni seguir ni demostrar sus inclinaciones. Le comenta a su esposo sobre su situación irregular: "Yo sé muy bien que nada puede unirme a él bajo los auspicios de lo que usted llama honor. ¿Me cree usted menos honrada por ser él mi amante y no mi marido? ¡Ah! yo no vivo de las preocupaciones sociales, inventadas para atormentarse

" La mejor selección de este epistolario ha sido publicada por un equipo editorial bajo el título Patriota y amante de usted. Manuela Sáenz y el Libertador, Carlos Alvarez Sáa (Editorial Diana, México, 1993). De no ser señalada otra fuente, las citas restantes provienen de la misma edición.

Capítulo 1: De la oralidad a la escritura

33

mutuamente'" 2 . Sáenz demuestra seguridad en sí misma y no teme volcar en la página opiniones riesgosas. Con el mismo tono desafiante alega en contra del matrimonio cuando no se basa en el amor y cuenta sus intervenciones directas en la política. En esta correspondencia llaman la atención las referencias al cuerpo y a su erotismo. Sáenz proclama abiertamente su deseo en el que asienta su identidad. Así lo prueban varias cartas: "Usted es el amante ideal y, su recuerdo me atormenta durante todo el tiempo. Encuentro que satisfaciendo mis caprichos se inundan mis sentidos, pero no logro saciarme en cuanto a que es a usted a quien necesito; no hay nada que se compare con el ímpetu de mi amor" (157). "Por su amor seré su esclava si el término amerita, su querida, su amante; lo amo; lo adoro, pues es Usted el ser que me hizo despertar mis virtudes como mujer" (164). "Sigo siendo bella, provocativa, sensual y deliciosa. ¡Ah! mis encantos son suyos y cualquier sacrificio no sería nada, con tal de estar en la proximidad de Usted" (173). "Yo tengo ansiedad en las noches y no amanece, c o m o un suplicio voraz que corre y crece entre esta carne viva allí escondida" (236). El goce explícito de la sexualidad diferencia a esta correspondencia de las otras que ocultan el cuerpo bajo sugerencias veladas. Sáenz es una de las primeras mujeres que eludiendo fórmulas timoratas afirma la integridad de su yo. Hélène Cixous y Luce Irigaray han demostrado la importancia de la exploración del cuerpo en la escritura femenina. Sostienen ambas que sólo expresando sus deseos y placeres llenará la mujer un espacio escrito que le pertenezca, diferente del masculino dominante. Como objeto del discurso masculino, corolario de su apropiación como objeto sexual, el cuerpo de la mujer se ha visto adscrito a una serie de cualidades que hacen conocer las necesidades del hombre pero no las necesidades propias. Una escritura femenina que expresara libremente la riqueza y variedad del erotismo femenino lograría el descubrimiento de un cuerpo nuevo y de un lenguaje transformador del discurso y de las costumbres tradicionales. Es por eso que insistimos en reproducir las citas que preceden. Son un intento, aunque quizás no muy meditado, por celebrar el placer del cuerpo y construir sobre él una identidad propia. En base a esa identidad recientemente descubierta, Sáenz elabora su discurso antipatriarcal. Se subleva simultáneamente contra la autoridad de los hombres de su familia y contra el imperialismo español que sustenta el orden establecido. Las cartas que exceden las críticas sociales y la exigencia de

12

De una carta reproducida por Blanca Gaitán de París en La mujer en la vida del Libertador (Bogotá, 1980), p. 151.

34

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

reformas superan incluso los ideales de la independencia. Sáenz escribe desde su perspectiva de mujer y extiende la idea de libertad al fuero doméstico - e l derecho a separarse del m a r i d o - y al dominio público - l a mujer puede participar activamente en política. Su yo personal se constituye en un sujeto pleno de deseos de todo orden. Subvierte así no sólo a los idearios cristiano y colonial sino también al que moviliza a los luchadores de la independencia. N o llama la atención entonces que Bolívar trate de calmar sus entusiasmos y hasta le recomiende la convivencia con el marido. Hernán Vidal acertadamente comenta: "Puesto que en el ideario liberal se hace frecuente mención del amor cristiano, la figura femenina se hace encarnación de la espiritualidad amorosa, según atestiguan María ("la cautiva" de Echeverría), Amalia, la María de Isaacs, Cumandá y Cecilia Valdés, entre otras" (25). Resulta obvio ahora que los personajes mencionados responden a la concepción que los intelectuales de la época tienen de la mujer. Qué distinta de la visión que Sáenz tiene de sí misma. A lo largo de su epistolario sigue el dictado de la libertad y la expresa a varios niveles: personal, social y político. No se puede olvidar que las cartas tienen en alguna medida la pretensión de impactar a Bolívar con la expresión de una política que sobrepasa sus expectativas. Sin embargo, a pesar de las estrategias discursivas de sus cartas, Sáenz puso en práctica sus ideas tanto en lo personal como en lo público. En su vida también intentó romper barreras de todo tipo. Movida por el entusiasmo patriótico, en 1823 se incorporó al ejército libertador, participó en la batalla de Junín y se destacó en la batalla de Ayacucho. La valentía que desplegó en esta última instó al general Sucre a requerir para ella el grado de coronel de húsares que le fue otorgado. La actuación de Sáenz contrasta con el recato exigido a la mujer burguesa y provocó juicios severos. Sus actividades amenazaban sembrar ideas y comportamientos capaces de transformar las costumbres. A la muerte de Bolívar, Manuela Sáenz fue perseguida por los enemigos de ambos. En 1833 fue condenada primero a prisión y luego al destierro en Jamaica. Cuando en 1835 emprendió el regreso a Quito, se le prohibió la entrada por orden presidencial. Vivió hasta su muerte desterrada en Paita, Perú. Aun después la persecución continuó: su propiedad con todo lo que contenía fue condenada al fuego bajo el pretexto de la difteria. El arcón en el que guardaba celosamente documentos, papeles y cartas de Bolívar - e r a la encargada de su archivo personal- y otros, propios, fue rescatado por el general Antonio de la Guerra, un patriota admirador. Hay que mencionar que sus escritos también constituían un peligro y sufrieron la censura. Dentro de una notación hecha por quienes inventariaron sus papeles se lee: "I Diario de la Sáenz de su estadía en Paita-Perú, el cual se pondrá a buen recaudo por ser de sus apreciaciones suyas muy personales y de pensamiento

Capítulo I: De la oralidad a la escritura

35

poco y nada recomendables a la salud de la República" (XII). Ese ensañamiento persecutorio contra Sáenz mantuvo escondidos sus escritos hasta que Carlos Álvarez Sáa los dio a publicación en 1993.

d. Carmen Arriagada La correspondencia amorosa más importante, por el esmero de su prosa, es la de la chilena Carmen Arriagada (1807-1900) con el pintor alemán Mauricio Rugendas. Sensible y muy educada para una mujer de su tiempo, deja la capital para seguir a su marido, Eduardo Gutike, militar alemán retirado, a la provincia. Allí lucha por mantenerse al día de lo que ocurre en los ambientes políticos y artísticos. A su tertulia acuden los viajeros y los habitantes de renombre. En 1835, en Linares, conoce a Rugendas. La correspondencia, que cubre un largo período (1835-1851), da primacía a la expresión de un amor imposible. El discurso de Arriagada, no menos apasionado que los estudiados anteriormente, incluye comentarios políticos y filosóficos así como de crítica literaria. Las cartas de Arriagada se distinguen por la función vital que les otorga su autora; gracias a ellas alimenta una profunda necesidad de comunicación. En ocasión de la primera partida de Rugendas, escribe sobre el dolor de la soledad: La agradable costumbre que en ocho días había adquirido, de vivir con una persona llena de instrucción y talentos cual Ud. [...], ha sido reemplazada por la muy triste costumbre antigua de estar sola con mis pensamientos y mis pobres ideas. Mas, en éstas hay tanta confusión ahora, y la más poderosa de todas es la que yo podía aún volver a la sociedad! a esta idea ha sucedido el deseo, y a éste, la pena de desear lo que uno no puede alcanzar! Mucho me costará sujetarme a la necesidad, y someterme otra vez a mi interior método de vivir y pensar (23).

Las cartas reemplazan la falta del estímulo de la conversación inteligente y constituyen el placer de su vida. Rugendas, encargado del envío de libros, establece una conexión intelectual con Arriagada que aprueba, critica y discute las obras que lee. Vigilada y celada por el marido, escribe a escondidas con el temor permanente de que sus cartas sean descubiertas. La felicidad de la escritura se relaciona así con el peligro que emana del secreto compartido entre los amantes. La doble vida que lleva sólo le permite mostrarse tal cual es en la escritura: "Oh, si no fuera tu correspondencia, qué animaría mi vida? Mi vida que había perdido todo su encanto, que y o consideraba c o m o un desierto que recorrer, en que por mucho tiempo sólo el pesar y las desgracias harían sensación" (68).

36

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

Arriagada explica con elocuencia la dificultad de su situación. Notablemente al día de las conmociones político-sociales y de las ideas de la época - l e e a Balzac, Byron, Dumas, Hugo, Echeverría, Schiller, Walter Scott, ¡a Flora Tristán en 1839! entre o t r o s - vive en un ambiente que la fuerza a un comportamiento que siente anticuado y extraño. Como se verá también más adelante en el epistolario de María Sánchez, las cartas denuncian la estrechez del medio en que vive: "que me sacaría de aquí en donde estoy encerrada en unos límites tan estrechos? Quién la entiende a uno aquí? Quién simpatiza con uno? Nadie; si uno sale del m o d o de pensar rutinero la critican, si con algunas dotes más que al común de las mujeres (en la mente se entiende) me favoreció el cielo aquí se extinguen" (252). Esta "romántica" - a s í se autocalifica- escindida entre el deseo y la obligación carece de la osadía necesaria para satisfacer por completo al primero. No sólo "el qué dirán" tiene importancia; en su fuero interno, el cuerpo queda sublimado en favor de una concepción espiritual del amor. Las cartas desarrollan plenamente su pasión; constituyen el cuerpo en el que se manifiestan tanto el g o c e c o m o el dolor y la e n f e r m e d a d . Si en la realidad el a m o r no logra ser consumado, las cartas expresan toda la gama posible de sentimientos y sensaciones derivadas de la erótica del deseo. Se relacionan por ello con el antiguo amor cortés ya que a la satisfacción se oponen los obstáculos conocidos: el marido celoso y las costumbres sociales. El resultado de tales conflictos, sin embargo, no encuentra el gozo en la postergación permanente como se esperaba en la tradición medieval. Arriagada acusa el impacto en su cuerpo y éste constituye uno de sus grandes temas: se queja de sufrir ataques histéricos -letargos, convulsiones, dolores de c a b e z a - casi permanentemente. Muy conciente de la duplicidad obligada en que vive, analiza en detalle la quiebra de su ser en dos, el yo que sueña y el yo que vive: Ah! yo me he imaginado tantas veces las dichas del querer contigo, acá en mi abrasada mente te he tenido en mis amantes brazos, he saboreado tus dulces besos y contigo me he engolfado en todas las delicias del amor. El despertar de tan gratísima ilusión, qué amargo ha sido! qué miserable me he encontrado! los fuegos que tú enciendes en mí, no puede - n o - apagar otro; un solo mirar tuyo llevó a mi pecho el incendio del deseo, las caricias de otro hielan en mí hasta las sensaciones de la naturaleza, y nunca seré tuya! y nunca [...] Moro! (213).

A partir de 1840 la necesidad de esconder la pasión clandestina la obliga a falsificar su nombre en las cartas, y en ciertas instancias, a disimular la relación bajo la retórica de la amistad. De modo gradual los sentimientos se transforman en una relación que compara sinceramente al parentesco entre hermanos. En 1842 Rugendas regresa a Europa y la discontinuidad altera el ritmo

Capítulo I: De la oralidad

a la

escritura

37

de la correspondencia. La escritura cumple una función catártica que ofrece desahogo tanto a problemas de salud, dinero y amistades como a inquietudes culturales. En una de sus últimas cartas, fechada el 26 de octubre de 1850, resume su vida de este modo: "Mis sentimientos son más fuertes que mi razón; viví mientras soñé, hice un cielo de este sueño engañador, el despertar ha sido un infierno y un infierno que debe durar toda mi vida" (529).

B. "Yo nací para ser hombre" En la época de la independencia muchas mujeres cambian sus costumbres y cumplen en actividades consideradas entonces como riesgosas. Por primera vez participan en política y ofrecen colaboración y apoyo a maridos, hermanos y padres. Algunas historias sobreviven al olvido sólo fragmentariamente; es útil recordar algunas para ilustrar la existencia de aquéllas cuyas vidas se desarrollaron en un espacio intermedio entre lo público y lo privado. Perseguidas por movimientos opuestos a los ideales que defienden, optan por el exilio y desde allí escriben con profusión. Entre ellas figuran varias damas chilenas que organizan tertulias con el propósito de fomentar la soberanía nacional. Sobresalen Javiera Carrera, Ana María Cotapos, Mercedes Fuentecilla, Luisa Recabarren de Marín y Manuela Rozas 13 . La más interesante de todas ellas, Javiera Carrera (n. 1781), lleva una vida azarosa debido a sus incursiones en la política. Hermana de Juan José, de Luis y de José Miguel Carrera, activos militantes del bando independentista, colabora intensamente con José Miguel, quien en 1811 se convierte en el supremo mandatario chileno. Por problemas internos, él y sus hermanos son separados de sus cargos en 1813. Javiera Carrera deja a su esposo e hijos en Santiago y en 1814 sigue el camino del destierro a Mendoza y a Buenos Aires. Desde allí, como otras exiliadas, escribe cartas que testimonian su patriotismo y sufrimientos personales. Sin dejar de lado el gran cariño por los suyos ni la añoranza de la tierra natal, la correspondencia da pruebas de grandes preocupaciones por la administración de sus bienes, y la defensa de sus intereses. Las cartas de Carrera documentan los graves riesgos que enfrentan

13

Grez, Vicente, Las mujeres de la independencia,

Zamorano y Caperán, Santiago,

1945. Escrito en 1878, da una nómina más completa de las participantes y ofrece mayor detalle en cuanto a la colaboración que prestaron en la independencia del país. Para la historia completa de Ana María Cotapos, casada con Juan José Carrera, ver Graham, María, Diario de mi residencia

en Chile en 1822, Editorial Francisco de Aguirre, Buenos Aires-

Santiago, 1972. pp. 170-173.

38

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

las hispanoamericanas decididas a participar en modo activo en la violenta vida política de sus naciones. a.

Mariquita

Sánchez

María Sánchez, una de las argentinas más importantes de la época, nace en 1786 en el Buenos Aires virreinal y muere en 1868. Gracias a su epistolario, uno de los mejores conservados, es posible seguir las actividades y peripecias que vive en el exilio montevideano como una víctima más de la persecución rosista. Desde su salón, en el que se canta por primera vez el himno nacional, es testigo y partícipe de hechos históricos decisivos: las invasiones inglesas, las luchas por la independencia, la dictadura de Juan Manuel de Rosas y la reorganización nacional, en los que cumple un papel notable. Entre sus actividades, debe también recordarse su colaboración con el presidente Rivadavia en la fundación de la Sociedad de Beneficencia, primera institución destinada a proteger a la mujer y cuya administración dependía de las damas porteñas. En la juventud sobresale por su espíritu independiente, dispuesto a desafiar las costumbres locales. Prueba de ello es la carta que le envía en 1804 al Virrey Sobremonte pidiéndole autorización para contraer matrimonio con Martín Thompson contra la voluntad de su familia. Sánchez hace valer su palabra y sus derechos y consigue el reconocimiento de ellos. En la carta, la autora se rebela contra la costumbre de los matrimonios de conveniencia acordados por las familias sin la aprobación de la mujer (27). La anécdota ilustra bien el carácter de esta mujer que sigue sus propias convicciones. Teniendo como centro de operaciones el salón que organiza en Montevideo, Sánchez coordina una extensa red de comunicaciones que mantiene a exiliados y porteños al corriente de la situación en ambos márgenes del Río de la Plata. Aunque han sido comparadas con las de Mme. de Sévigné, las cartas de Sánchez difieren de aquéllas ya que refieren de modo directo su situación de exiliada. Las penurias económicas, las lamentaciones de abuela y de madre que no ve a los suyos, la administración de los bienes dejados en Buenos Aires y los comentarios sobre los acontecimientos políticos son los temas que la preocupan. Esa diversidad, en un género que depende de la "relación" social, favorece la representación de un sujeto complejo que muestra diferentes facetas según el interlocutor a quien se dirige. Sánchez mantiene en la correspondencia un tono conversacional que acorta la distancia entre lo vivido y lo narrado recreando la atmósfera de las tertulias. Sus cartas responden a la necesidad de reparar la ausencia de los seres queridos y tienen gran importancia en la vida de la exiliada que sigue con atención la llegada y salida de los barcos que regulan la transmisión de noticias.

Capítulo I: De la oralidad a la escritura

39

La voz política de Sánchez se hace sentir con mayor plenitud en el "diario" que escribe desde Montevideo para Esteban Echeverría, refugiado entonces en Buenos Aires. Las esquelas escritas entre abril de 1839 y marzo de 1840 trazan la crónica de las actividades y planes tanto de los emigrados como del gobierno de Montevideo. En su salón, órgano de recopilación y de difusión de noticias, Sánchez discierne lo verdadero de lo falso entre las conflictivas versiones que oye: "Es difícil escribir como historiador contemporáneo, pero más difícil aún escribir aquí que es imposible descubrir la verdad. Así mi diario no asegura como tal sino pocas cosas que puede garantizarlas pero lo demás, el tiempo lo caracterizará" (410). El diario se propone transmitir y analizar datos políticos. Sánchez asume el papel de la espía que descodifica y recodifica lo que la rodea 14 . Para llevar a cabo esas tareas de lectura e interpretación trata de mantener una postura imparcial desde la cual observa su "objeto de estudio" para así evaluar y censurar incluso a sus amigos unitarios. Entre la profusión de sujetos indefinidos que emplea para referirse a los rumores que corren por la capital uruguaya - s e habla, se dice, se asegura, se sabe, se espera, se anuncia-, surge la opinión crítica propia que calcula, con prolija cautela, la crisis en que vive. A pesar del tono familiar y del lenguaje llano y directo, las cartas no carecen de estrategias. Sánchez maneja bien los códigos sociales y sabe cómo presentarse ante sus interlocutores. En una carta a su hijo Juan Thompson, explica su comportamiento entre los emigrados: "Oigo a todos, no me peleo con nadie. Así, mi cabeza es un almacén como el de Losano, donde encuentras las cosas más originales"(42). Ese "almacén" en que se acumulan gran variedad de preocupaciones encuentra en la carta un medio de expresión que permite volcar apropiadamente su diversidad. Es de notar la insistencia con la que afirma su función de archivista de datos, en plena conciencia de que se trata de material histórico. En las cartas a su hijo Juan Thompson, r e f u g i a d o en la provincia de Corrientes, mezcla el cariño maternal con las inquietudes políticas. Sin embargo, predomina en ellas la voz pública de quien sabe que sus cartas circulan entre un grupo de amigos. Sánchez, que usa nombres en clave e iniciales para no comprometer la identidad de los personajes a los que alude, figura como modelo ejemplar de generosidad y de patriotismo: "Yo, como soy el Quijote con polleras y calzones, no pierdo nunca de vista esta máxima que

14

Silvia Delfino estudia tales estrategias en: "Mariquita Sánchez de Thompson: ¿una anécdota para la cultura argentina?", en Nuevo Texto Crítico, N.° 4, Año II, Segundo semestre de 1989, pp. 39-48.

40

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

haría yo escribir, como Rosas el muera unitarios. Yo haría escribir a tu prójimo como a ti mismo, y siempre por este camino sin deslizarme. N o te abatas, que yo tengo muchos proyectos para lo futuro en los que tienes la m a y o r parte" (44-45). La autora hace alarde de una postura altruista. Dedicada a servir el bien común, se erige como modelo de sus congéneres. La mujer debe ser la comunicadora social y sobre ella pesa la responsabilidad de establecer la reorganización nacional. Durante su estadía en Montevideo, Sánchez planea el restablecimiento de las escuelas para niñas que, a cargo de la antigua Sociedad de Beneficencia, han sido desmanteladas por Rosas. En otra carta a su hijo nota que reiniciará esa labor "tan esencial, porque es preciso empezar por las mujeres si se quiere civilizar un país, y más entre nosotros, que los hombres no son bastantes y que tienen las armas en la mano para destruirse constantemente" (38). El párrafo critica la situación presente y formula una visión de futuro en la que la mujer cumple una función primordial. A Sánchez le interesa la formación de una nueva generación que actúe más allá de los conflictos partidistas y que involucre la cooperación de la mujer. Haciéndose eco de una idea discutida y difundida en Europa desde fines del siglo xvn y que cobra gran vigencia a principios del siglo xix, propone que la mujer sea la encargada de la enseñanza y de la difusión de los valores morales. La educación a cargo de la madre era defendida por un gran número de intelectuales de diversas tendencias ideológicas 15 . En la visión de Sánchez, la función de la mujer se extiende fuera de la casa como educadora profesional integrada así al área laboral. Las cartas a su hija Florencia se diferencian de las anteriores en el empleo de un tono de mayor intimidad; en ellas, expresa los apuros económicos y las ideas sobre la familia y la relación entre los sexos. Establece un lazo de solidaridad que, basado en la experiencia de lo femenino, desborda la relación familiar. Repetidamente, se queja de la mala suerte de a m b a s con los hombres. Sánchez está separada de su segundo marido de quien no recibe ayuda, mientras que Florencia Lezica, viuda, con varios hijos, depende del socorro materno. Gracias a la franqueza con que Sánchez se dirige a su hija es posible documentar pensamientos íntimos que no expresa en otras correspondencias. Así,

1:1

Los siguientes textos, de tendencias diferentes coinciden sobre el papel de educado-

ra de la mujer: Mme. Rémusat, Essay on the Education Family Letter on Education. Aimé, The Education

of Women, y Guizot, Pauline,

Un texto de gran circulación en su época es el de Martin,

of Mothers

of Families

or the Civilization

of the Human Race by

Women. Originalmente publicado en 1834, fue más tarde traducido al inglés y al español.

Capítulo I: De la oralidad a la escritura

41

por ejemplo habla sobre la institución del matrimonio: "Para mí, la sola felicidad es amar y ser amada por su marido, pero ésta es una dicha rara. De no ser así, sola es lo m e j o r " (235). En varias ocasiones define al " h o m b r e de bien" como a aquel que ama, mantiene y protege a su esposa. Favorece, sin duda, el matrimonio burgués, cuyas reglas estrictas aseguraban a la mujer el goce de prestigio social a cambio de la sujeción económica al marido. Pero la experiencia propia le prueba que ese ideal es elusivo. Para sobrevivir recurre a la colaboración de su hija, que administra sus bienes en Buenos Aires: "¡Considera las tristes reflexiones que haré sobre mi suerte al verme a mi edad, sola y peor unida a un hombre que a tres mil leguas de distancia busca el modo de matarme ¡Mejor estás viuda, Florencia, y tiembla de volverte a casar!" (143). Sorprende, con todo, su aprobación de la ruptura legal del matrimonio. Estas opiniones figuran a partir de 1847 y señalan la modernidad de Sánchez, que está al tanto de los debates de la época. Coincide con Flora Tristán, que, en Francia, lucha desde finales de la década del treinta por la reinstauración del divorcio: "¡Qué desgracia, Florencia, y qué felices somos las dos! Quién diablos inventó el matrimonio indisoluble? No creo esto cosa de Dios. Es una barbaridad atarlo a uno a un martirio permanente" (228). La confianza entre madre e hija permite la expresión de puntos de vista desafiantes pero la narradora teme que sus cartas caigan en otras manos. Intenta controlar su diseminación cuando sospecha que empañarían en algún modo su prestigio. Refiriéndose a una de sus empleadas que ha tenido una relación extramatrimonial, escribe: "Mujer que tiene pasiones tiene mérito y, sea en la clase que sea, tiene corazón y es lo que yo aprecio. De las mujeres impecables, tiemblo; son perversas; pero no digas esto, hija, porque me tendrán por una bandolera" (230). Una vez más se ve la importancia del qué decir y a quién decírselo. Limitar la expresión propia y separar en este caso la opinión privada de la pública la preserva y resguarda. Por la correspondencia con personajes públicos, se nota que Sánchez está al tanto de los acontecimientos políticos sobre los que opina y en base a los cuales ofrece consejo. La correspondencia con Juan Bautista Alberdi pone de manifiesto una posición sorprendente, capaz de diferir con los victoriosos unitarios; así, en 1856 critica fuertemente a Sarmiento y a Héctor Varela. Con ironía reprueba los artículos en que aquéllos atacan a Urquiza: "Urquiza, el obstáculo a la grandeza y prosperidad, es preciso echarlo abajo, anularlo. Este es el objeto de estos señores. Hay voces que entran en moda. Ahora es los caudillos. Estoy aburrida de oír esta majadería. ¡Qué sería la Francia si no tuviera el caudillo Napoleón!" (350). Lo que más llama la atención es que Sánchez opta muy t e m p r a n a m e n t e por una postura conciliadora entre las polarizaciones políticas que dividen a unitarios y federales.

42

M. C. Arambel Guiñazúy

C. E. Martin

Hasta ahora hemos señalado la variedad de temas que Sánchez desarrolla a lo largo de su correspondencia. Sin embargo, hay una figura que repite: es la queja por la falta de un espacio propio. Poco después de su llegada a Montevideo, Sánchez le pide a su hija el envío de muebles y de otras comodidades para acondicionar un salón semejante al que tenía en Buenos Aires. Cifra de la pérdida de su lugar son los muebles, descritos en detalle y que, a pesar de los apremios económicos, prohibe vender. En Montevideo, bien establecida entre el grupo de emigrados - d i c e visitar 41 casas-, no logra arraigarse. Vacila durante un año entre viajar a Francia para reunirse con su hija Malena, o quedarse en Montevideo. Finalmente, en julio de 1846 se instala en Río de Janeiro. La excitación y alegría de ser bienvenida en un ambiente nuevo pronto desaparece: "Creo que volveré pronto de aquí. Lejos de todos, no puedo estar. Montevideo es para mí la mitad de mi tierra, y me quieren tanto allí. Así que de pronto te he de ver, porque, estando en Montevideo, iré a pasear como correo. Ya hablaremos" (138). De vuelta en Montevideo la situación no cambia: "Estoy como San Serapio, descuartizada. Me quisiera ir a ésa, estar aquí y en Europa"(158). Y dice en otra carta: "Deseo ocupar mi casa y morir en ella. Estoy cansada de rodar. Quisiera vivir para mí alguna vez" (260). El desarraigo tantas veces acusado constituye la constante de su narrativa y es su argumento y drama. Las cartas se escriben en torno a ese vacío que pretenden suplantar. Es posible interpretar la carencia del lugar propio de diferentes maneras. Una lectura ideológica tomaría al pie de la letra la figura del exilio, y explicaría su partida a instancias de la pérdida violenta del poder por parte de los unitarios. La explicación no da cuenta satisfactoria de la insistencia en dicha figura puesto que el lamento perdura aún cuando visita Buenos Aires. Desde allí le escribe a Juan Bautista Alberdi en 1849: "[...] y o ando vagando sin encontrarme bien en ninguna parte. Hago la experiencia de que, cuando uno es desgraciado, quisiera estar viajando siempre, ilusionándose con la idea de encontrar lo que uno ha perdido" (344). Incluso después de la caída de Rosas, y luego de regresar definitivamente al terruño y de retomar sus funciones, la angustia persiste, esta vez añorando una Europa que nunca ha visitado. Le escribe nuevamente a Alberdi en 1859: "¡Cuánto daría por irme a Europa! Más que nunca deseo alejarme de mi pobre patria, porque preveo una terrible y prolongada lucha" (353). Y al mismo, en otra carta de 1861: "¡ Ah, mi amigo qué cruel ha sido el destino conmigo! Tan europea y no poder ver esa Europa. Cada día me alejo más de ese centro porque he suspirado siempre" (356). El deseo y la falta del lugar propio marcan la correspondencia de Sánchez más allá del exilio para traducir la búsqueda de un espacio ideal, imposible de alcanzar.

Capítulo I: De la oralidad a la escritura

43

La carencia de espacio propio puesta así en evidencia se debe t a m b i é n , sin lugar a dudas, a una falla política de mayor alcance. El medio al q u e Sánchez pertenece le niega en razón de su sexo una participación activa y total que la integre al espacio en que vive. Mientras que los padres de la patria publican sus designios y propósitos, Sánchez, que colabora con ellos, d e b e limitar y disimular los suyos. En las cartas encuentra un vehículo de su resistencia al conformismo y a la pasividad que le impone el medio. La alegría que le produce la caída de Rosas le hace escribir: " ¡ C ó m o estarán los patriotas de mi país! ¡Si será verdad! C a d a m o m e n t o estoy llorando, no p u e d o hacer nada, a n d o de un l a d o a otro c o m o s o n s a , d e s e a n d o b u q u e s de esa t i e r r a de m i s lágrimas. Yo nací para ser hombre"(187). Y a Alberdi le confiesa su desprecio por las actividades tradicionales femeninas: Buscando cómo obligarme yo misma a encontrar algún lenitivo alguna distracción, me he reducido al piano y a otros trabajos mujeriles, para los que no tenía simpatías, pero como el despotismo está a la moda; me he despotizado yo misma bordando, haciendo sonseras como las colegialas. Y así vamos viviendo, unos ratos como idiotas, otros volando a las altas regiones del pensamiento (345).

Es obvio que el sentimiento de extranjería de Sánchez no hace referencia sólo a la situación política que la rodea o a sus deseos de conocer Europa. Se refiere sobre todo al espacio cultural en que vive, incluyendo en él, tanto "las altas regiones del pensamiento", léase el dominio masculino del partido político en el que milita, c o m o "los trabajos mujeriles". Su individualidad no se adapta sin restricciones ni críticas a las exigencias que la sociedad le impone. De allí, su d e f e n s a de la m u j e r a p a s i o n a d a y la m a n i f e s t a c i ó n del d e s e o de una mayor participación en la política. Sin embargo, las cartas c o n f i r m a n la impotencia del sujeto frente al medio, y opta por la autocensura. Sus contribuciones q u e d a n restringidas a los espacios s e m i p r i v a d o s del salón y de la carta. T o d a s las a u t o r a s a q u í e s t u d i a d a s , con la e x c e p c i ó n d e la a r i s t o c r á t i c a Condesa de Merlin, manifiestan su difícil adecuación al medio en que viven y todas afirman que se desvían de las normas que rigen sus comportamientos. Esa coincidencia en ciudades tan alejadas c o m o Buenos Aires, Quito, Talca, Sevilla o Madrid prueban una experiencia c o m ú n que adquiere valor social. Narrativas de la insatisfacción, las cartas cumplen una transgresión contra el orden, sea éste político, social o moral. La autorreflexión de las autoras en sus c o r r e s p o n d e n c i a s c o n d u c e i n v a r i a b l e m e n t e a su d e f i n i c i ó n f r e n t e a la sociedad y denuncia las limitaciones y la opresión que todas ellas viven. El erotismo j u n t o a la expresión del lirismo personal, favorecen el autocon o c i m i e n t o y la a f i r m a c i ó n del yo. De tal m a n e r a , la pasión sentimental es

44

M C. Arambel Guiñazúy

C. E. Martin

inseparable del anhelo de libertad. Este último impulsa al desafío que las escritoras aquí estudiadas hacen al orden familiar establecido. El pretendido carácter moral de la institución matrimonial queda expuesto en toda su doblez como una construcción falsa y limitante. Los conceptos de legitimidad e ilegitimidad son redefinidos según las creencias individuales y no según imposiciones sociales. Los casos de Sáenz, Arriagada y Sánchez revelan la falla del matrimonio como institución moral 16 . Roland Barthes afirma que en el origen de la carta hay siempre una pérdida que el sujeto intenta recuperar por medio de la escritura. Ese valor catártico y compensatorio permite la posibilidad de crear una ficción en la que se recrean (en ambos sentidos de la palabra: placer y creación) diciendo lo que no pueden ni deben decir en público. De haber sido publicados en vida, los epistolarios les hubieran acarreado el escándalo y hasta el ostracismo. En la escritura logran plasmar imágenes de las "personas" que quieren ser. La frase que escribe Manuela Sáenz en su diario de exiliada: "Escribo estas líneas para saberme viva, viva por dentro" bien podría extenderse a las demás autoras 17 . Si el yo reconocido como esencialmente romántico es aquél que se siente poseído por fuerzas dominantes que lo convierten en el hacedor de la historia, en su vertiente femenina, manifiesta resentimiento frente a la imposibilidad de tal realización.

16

Para una discusión sobre la moralidad del matrimonio, ver Fuchs, Eduard, Historia ilustrada de la moral sexual. Vol. 3. La época burguesa, Alianza Editorial, Madrid, 1996. 17 Álvarez Sáa, Carlos (ed.), Patriota y amante de usted Manuela Sáenz y el libertador, Editorial Diana, México, 1993, p. 74.

CAPÍTULO I I L A PRENSA FEMINISTA

La creación de numerosos periódicos feministas en la América hispana a partir de m e d i a d o s del siglo xix manifiesta la voluntad de las m u j e r e s de expresar sus anhelos y de expandir su campo de gravitación social. Aunque los salones y la práctica de la escritura epistolar continúan vigentes, los límites que demarcan el carácter semiprivado de ambos son definitivamente superados por la necesidad de iniciar el diálogo y la discusión públicos en torno a la situación de la mujer. Dirigidas en su mayoría por mujeres de letras de amplia actuación, dichas publicaciones constituyen tribunas públicas desde las cuales analizan su posición de marginalidad y proponen cambios conducentes a su revaloración en todos los ámbitos: familia, educación y trabajo. En sus páginas divulgan proyectos teóricos y modelos de conducta que siguen un programa de cuestionamiento y combate. Un movimiento cultural, para ser eficaz, debe diseminarse entre los miembros de diferentes grupos; ése es el propósito de todos los periódicos. De tal manera, reaccionan en contra de la prensa que hasta entonces se ocupa de la mujer hispanoamericana desde una perspectiva puramente masculina 1 . En este caso, las redactoras de los periódicos incitan a las lectoras a la acción colectiva. Las publicaciones, que incluyen obras de ficción por entregas así como artículos de actualidad y de moda, cumplen la finalidad doble de entretener al público y, sobre todo, de interesarlo en el debate de temas de actualidad.

1 Para más datos sobre la educación de la mujer criolla en la prensa a cargo de políticos y literatos, ver: Mendelson, Johanna S. R., "La prensa femenina: la opinión de las mujeres en los periódicos de la Colonia en la América española: 1790-1810", en Lavrín, Asunción, Las mujeres latinoamericanas. Perspectivas históricas, Fondo de Cultura Económica, México, 1985.

46

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

En contraposición con la prensa femininista, existe otra, femenina, que se dirige a las mujeres desde una postura paternalista y les aconseja sumisión al hombre y dedicación exclusiva al hogar 2 . Si la distinción entre femenino/ feminista resulta evidente a un nivel teórico, no ocurre lo mismo en la práctica ya que, a veces, ambas posturas coexisten en una publicación manteniendo un equilibrio difícil. Con el objeto de ilustrar las coincidencias entre tomas de posición de redactoras y autoras variadas, hacemos referencia a publicaciones de diferentes países y correspondientes a períodos diversos. Según Gayatri Chakravorty Spivak todo proyecto feminista consiste en deconstruir la oposición entre lo privado y lo público. Aquí nos interesa determinar cómo las redactoras y colaboradoras de los periódicos se sitúan a nivel del discurso frente al poder dominante y cómo proceden en tal tarea deconstructiva avant la lettre. Al decir "poder dominante" en el caso de las escritoras hispanoamericanas, aludimos no sólo al hombre europeo y al criollo sino también a la mujer europea, ya que, aquéllas, en tanto mujeres e hispanoamericanas, se hallan doblemente desplazadas hacia la periferia de los espacios culturales. Dejamos de lado los artículos que, escritos por mujeres, son publicados en la prensa de interés general 3 . Si bien los tonos empleados por las directoras de las revistas difieren, pronto se nota que todas ellas comparten programas similares. Como voces contestatarias que pretenden establecer una comunidad de intereses desde la cual obrar reformas, desafían la tradición en base a una idea ante la cual no cejan: la que proclama la igualdad entre la mujer y el hombre en el plano intelectual. Hacia mediados del siglo xix la educación de la mujer es inadecuada. Mientras que en Europa y Estados Unidos también se lucha por la instauración de planes de estudio eficaces para la mujer, en la América hispana la 2

En su mayoría dirigidos por hombres, a veces de ideas liberales, los periódicos feme-

ninos sólo pretenden crear un mercado de éxito comercial. El Correo de las damas, publicado en La Habana en 1811, es el primer periódico femenino en español. Para un estudio muy completo sobre ese tipo de prensa en España, ver: Jiménez Morell, Inmaculada, La prensa femenina

en España (Desde sus orígenes a 1868), Ediciones De la Torre, Madrid,

1992. Janet Greenberg compila una amplia bibliografía de periódicos de todas las tendencias en: "Toward a History o f Women Periodicals in Latin America: a Working Bibliography", en Women, Culture and Politics Culture in Latin America 3

in Latin America.

Seminar

on Feminism

and

(Bergman, Emilie, et al.).

Muchas autoras, por ejemplo colaboran en la Revista de Lima, El Correo del Perú, El

Nacional, El Perú Ilustrado.

Para el caso de Argentina, ver: "La colaboración femenina en

otros géneros periódicos", en: Auza, Néstor Tomás, Periodismo na. 1830-1930,

y feminismo

en la Argenti-

Emecé Editores, Buenos Aires, 1988, pp. 55-57. El autor también estudia la

prensa femenina en "Diversas expresiones del periodismo femenino", del mismo libro.

Capítulo II: La prensa

feminista

47

situación parece mucho más grave. Frances Calderón de la Barca, en el libro que relata su estadía en México entre 1839 y 1842, lo señala: Generally speaking then, the Mexican Señoras and Señoritas write, read, and play a little, sew, and take care o f their houses and children. When I say they read, I mean they k n o w h o w to read; w h e n I say they write, I do not mean that they can always spell; and w h e n I say they play, I do not assert that they have generally a k n o w l e d g e o f music. If w e compare their education with that o f girls in England, or in the United States, it is not a comparison, but a contrast (232).

La aseveración es confirmada por los viajeros a otras regiones del continente. De allí que el tema cobre tanta importancia en la prensa a cargo de las mujeres. Las publicaciones feministas aquí mencionadas emprenden una vigorosa lucha en pro de la educación femenina, su tema central. Para comprender la novedad del tema conviene hacer una revisión de las teorías principales de la época. Saint-Simon y Fourier, en sus utopías socialistas defienden la educación femenina y otros principios tan arriesgados como la igualdad total entre los sexos, el cuestionamiento del matrimonio y de la familia tradicionales y el derecho de la mujer al trabajo y a la libertad sexual. La difusión de estas ideas sembró, sin duda, el terror en prelados y funcionarios. Tales teorías circulaban por la América latina, vía periódicos y novelas. Aquellos utopistas fueron los primeros en reconocer que la implementación de la igualdad intelectual entre los sexos franquearía el paso a la mujer, que pasaría de la tutela permanente del padre y del marido a un estado de autonomía autosuficiente. En el polo teórico opuesto figuran las obras de la Condesa de Rémusat, Essai sur l'éducation desfemmes de 1824 y la de Mme. Pauline Guizot Lettres de famille sur l'éducation de 1852. A m b a s proclaman la necesidad de mejorar la educación de la m u j e r , pero la mantienen en un segundo lugar frente al hombre en la sociedad. Para la primera, la mujer, en tanto esposa y madre, debe estar capacitada para colaborar con su marido y formar a sus hijos ciudadanos; es decir, ella determina la moral pública, sustentada por la moral individual. Para la segunda, la mujer debe saber adaptarse a su marido, sin por ello renunciar a su carácter propio. Desaconseja, sin embargo, el desarrollo de algún talento especial que absorba en demasía su interés y su tiempo. La música, la pintura y los conocimientos de ciencias naturales - l a lectura de novelas no es r e c o m e n d a b l e - le servirán para mantener la felicidad hogareña. Esta corriente también circula en Hispanoamérica, como lo prueba un artículo sobre educación popular de Mariano Corderera, publicado en el Album cubano, y que será comentado más adelante.

48

M. C. Arambel Guiñazúy

C. E. Martin

I. "El genio no tiene secso" Francine Masiello ha notado acertadamente que por medio de los periódicos "la mujer se inserta en los debates relacionados con el estado y organiza toda una narrativa sobre la modernización del país" {La mujer y el espacio público, 7). En la iniciación de ese diálogo tienen importancia las primeras planas ya que de manera escueta apuntan un rumbo ideológico orientador. El logotipo de La Camelia, periódico fundado por Rosa Guerra en Buenos Aires en 1852, llama la atención y marca el carácter combativo de la revista 4 . En el centro figura la representante de la justicia: con los ojos vendados y sosteniendo la balanza en la mano derecha y la espada en la izquierda se yergue bajo la sentencia: "Libertad! No licencia; igualdad entre ambos secsos." En el primer artículo, de tono fuertemente irónico, resalta la falsa modestia de las redactoras que "piden disculpas" por entrometerse en la práctica de una actividad masculina, y anuncian en otro artículo, "Las mugeres," que harán valer sus derechos y defenderán su libertad. Aseguran igualmente que la libertad reclamada no pone en peligro ni las buenas costumbres ni la moral. El año de publicación es significativo por cuanto marca el fin de la dictadura de Juan Manuel de Rosas y el inicio de la apertura política, lo cual permite el establecimiento de clubes y otras agrupaciones hasta entonces prohibidos. La Camelia, que es una manifestación más de las nuevas posibilidades de asociación, será continuada por otro periódico, La educación, fundado en 1854 por la misma redactora 5 . Juana Manso, que ha dedicado su vida a la labor educativa en Argentina y, quien ha debido luchar contra la hostilidad del medio, explica su propósito en el primer número de su Album de señoritas (1854): [...] e m a n c i p a r l a s de las p r e o c u p a c i o n e s torpes y añejas que les prohibían hasta hoy hacer uso de su inteligencia, enagenando su libertad y hasta su conciencia, á autoridades arbitrarias, en o p o s i c i o n á la naturaleza m i s m a de las c o s a s , quiero, y he de probar que la inteligencia de la muger, lejos de ser un absurdo, ó un defecto, un crimen ó un desatino, es su mejor adorno, es la verdadera fuente de su virtud y de la f e l i c i d a d d o m é s t i c a porque D i o s n o es contradictorio en sus

4

Anterior a La Camelia, sale La Aljaba. "Dedicada al bello sexo Argentino". Dirigida

por Petrona Rosende de Sierra es la primera revista semanal hispanoamericana que, editada por una mujer, aboga por la educación de sus congéneres. Cubre un total de dieciséis números entre noviembre de 1830 y enero de 1831. 5

El ideario de Rosa Guerra disminuye en combatividad y acentúa los valores religio-

sos. Esos cambios son notables en Julia o la educación niñas que se asemeja a un manual de catecismo.

de 1863, texto de lecturas para

Capítulo II: La prensa

49

feminista

obras, y cuando formó el alma humana, no !e dio sexo - L a hizo igual en su escencia, y la adornó de facultades idénticas.

El argumento del origen divino había sido ya formulado por Sor Juana Inés de la Cruz en su defensa de los derechos de la mujer en el siglo xvu 6 . Sin embargo, en 1852, en medio del proceso de reorganización nacional, cobra renovado vigor. Manso, la más abiertamente combativa de las redactaras de esta época, supedita la trilogía -libertad, responsabilidad, m o r a l - a la educación, poderosa clave que provee a la mujer la posibilidad de mantenerse económicamente con su trabajo. La editora hace responsables de esa situación de dependencia a los hombres, que gozan de mayores privilegios en todos los órdenes: "[...] vosotros, ricos, por qué no la educáis ilustrada, en vez de criarla para el goce brutal? Y vosotros, pobres, por qué le cerráis torpemente la vereda de la industria y del trabajo, y la colocáis entre la alternativa de la prostitución ó la miseria?" (Núm 8: 59). Contra el discurso patriarcal que sólo considera el cuerpo de la m u j e r reduciéndolo a mero objeto de placer, Manso subraya la capacidad intelectual de la mujer como única fuente capaz de agenciarle la posibilidad de gobernarse a sí misma 7 . Gertrudis Gómez de Avellaneda presenta de modo muy diferente el periódico que funda en La Habana en 1860. Explica en su primera plana que el título, Album cubano de lo bueno y lo bello, se refiere por una parte a la verdad moral y, por otra, al valor estético de lo intelectual. Ambos manifiestan una armonía derivada de la autoridad divina. Añade luego:

6

Juana Manso había fundado anteriormente un periódico feminista en Río de Janeiro,

donde vivía exiliada y separada de su marido. El primer número de O Jornal das

Senhoras

había salido el 1 de enero de 1852. June E. Hahner explica que Manso promovía la emancipación de la mujer y su derecho a la educación y que acusaba al matrimonio como institución que mantenía a la mujer en estado de esclavitud. Utilizaba ya el mismo argumento que en Album de señoritas:

"Pero Dios dio a la mujer un alma y la hizo 'a semejanza del

hombre' y 'su compañera'. Las mujeres no eran inferiores a los hombres en inteligencia" ("La prensa feminista del siglo xix y los derechos de las mujeres en el Brasil", en Lavrín, Asunción, Las mujeres latinoamericanas.

Perspectivas

históricas,

Fondo de Cultura Eco-

nómica, México, 1985, p. 298). 7

Las preocupaciones de Juana Manso se extienden también al indígena y al esclavo. En

relación a ambos temas, ver respectivamente: "Las Misiones" en el Núm. 5 del 29 de enero de 1854 y su novela La familia

del Comendador,

publicada por entregas desde el primer

número de la revista e interrumpida con el cese de publicación a partir del Núm. 8 del 17 de febrero de 1854. La obra periodística de la autora continuará en Anales de la común en la República

Argentina,

Educación

revista que dirige desde 1862 hasta su muerte en 1875.

Publica allí teorías y planes sobre educación así como censos y estadísticas de escuelas.

50

M C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin En este concepto, el título que hemos puesto á nuestro Album, indica que dominará en él un pensamiento esencialmente religioso, toda vez que lo bueno y lo bello á que consagramos sus columnas; esto es, las obras del sentimiento moral que nos proponemos fomentar y enaltecer, y las obras del sentimiento artístico que pretendemos estimular y difundir, no son en resumen sino dos manifestaciones de una sola verdad: la aspiración del alma hacia Dios.

Avellaneda utiliza un tono moralizante y anuncia más un manual de meditaciones que un texto destinado a concientizar a las lectoras sobre las injusticias sociales. Pero si en la revista figuran numerosos artículos dedicados a virtudes de carácter religioso, también existen otros que promueven los derechos de la mujer. El álbum cubano combina las tendencias feminista y femenina, mencionadas a comienzos de este capítulo. En relación al tema de la educación, la revista de Avellaneda da cabida a diferentes corrientes. En el artículo ya citado de Antonio Corderera, el autor afirma que las conquistas logradas por la clase media desembocarán en mayores demandas de beneficios y en una insurrección en contra de las buenas costumbres. Como dique de contención a tales calamidades propone establecer límites en la educación femenina y someterla a la enseñanza religiosa ("Del carácter y trascendencia de la educación popular en las sociedades modernas", 292). Aplica las reglas a las mujeres de clase media, quienes no merecen una educación sofisticada. Para rendir justicia a las variadas perspectivas que ofrece Album cubano debemos notar también que en sus artículos sobre la mujer, Avellaneda argumenta en favor de su acceso a los institutos de enseñanza superior. Razona que si, por ejemplo, ésta no sobresale en las ciencias, ello se debe a que no es admitida en dichas escuelas especializadas. En la misma revista, otro artículo titulado "Educación de la mujer" y firmado por María y Verdejo y Durán adopta una tendencia intermedia favoreciendo la educación femenina en razón de que: [...] casi todos los vicios, pasiones y crímenes que afligen y degradan á la sociedad, dimanan del lamentable descuido en que está todavía la educación de la mujer, [á pesar de lo que se ha adelantado en ciertos ramos de la enseñanza] y del poco esmero que se pone en sofocar el gérmen del mal y fomentar las raices de la virtud en el corazon de la mas bella mitad de la especie humana (134).

La misma autora responsabiliza también a la educación religiosa que, por deficiente, fomenta ese estado lamentable: Para llevar á cabo tan alta y difícil misión, no basta, ni con mucho, que una mujer sea excesivamente buena, ó que rinda en el santuario de su corazon un edi-

Capítulo II: La prensa

feminista

51

ficante culto á la religión, ó que sea resignada y fuerte para sobrellevar los pesares y contratiempos de su vida, ó que haya adquirido una ilustración tan bien aprovechada c o m o prudente: no, porque estas cualidades aisladas, (aunque tenga cada una de por sí su valor) no pueden llenar sino una pequeña parte del corazon y el espíritu de la mujer [...] (136).

Las hijas del Anáhuac, establecido en México en 1887 por Laureana Wright de Kleinhans, señala así su propósito: "Sostener los intereses, los derechos y las prerrogativas sociales de nuestras compatriotas" (2). Explica luego que la revista ofrece un espacio en el que pueden colaborar todas las interesadas y en el que encontrarán conocimientos útiles. Se presenta pues como un "salón femenino" -aunque también participan hombres- en el que homenajea a las contemporáneas notables, cuyos grabados figuran en primera plana y cuyas biografías inician cada número. A lo largo de la publicación hasta fines de 1888, este semanario no deja de defender la libertad de la mujer en todos los órdenes 8 . Los periódicos aquí llamados femeninos también intervienen en la polémica. Representa esta vertiente el Panorama de las señoritas editado en México a partir de 1842 por Vicente G. Torres. El redactor caracteriza a la mujer como fundamentalmente sentimental y carente de gran raciocinio: La causa esencial que obliga al bello s e x o á la servidumbre, debe buscarse en la naturaleza de sus facultades intelectuales: en su imaginación mas ardiente, mas delicada que la nuestra, mas hábil para encontrar recursos momentáneos; pero pasiva, sin facultad creadora, poco fecunda de ideas y de esfera limitada (36).

A pesar de esta descripción tan poco promisora, favorece la educación femenina e incluye en su publicación capítulos de la obra de Mme. Josefina Bachellery, una defensora de la preparación profesional y vocacional de la mujer. Hay que insistir, sin embargo, en que el argumento de Torres difiere totalmente del utilizado por las mujeres. Lo impulsa la idea de que siendo fácilmente manipulables y corruptibles precisan guías para ejercer alguna influencia benéfica, aunque sea desde el interior de sus casas. La preocupación por la educación femenina en la América hispana no es sólo de interés para las mujeres. Muchos pensadores la promueven; entre los más conocidos están el peruano Mariano Amézaga, los chilenos Manuel Montt y Miguel Luis Amunátegui, quienes proponen planes de estudio y la

8 A partir del número 9 del 29 de enero de 1888, la revista cambia su nombre al de Violetas del Anáhuac.

52

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

creación de escuelas para niñas. El más influyente de todos, Domingo F. Sarmiento, sienta las bases de la educación en la Educación común de 1856 9 . La obra de Sarmiento, como muchas de las revistas en cuestión, basa el plan de educación femenina en el argumento fourierista que identifica tres estados de civilización diferentemente marcados de acuerdo con las relaciones entre los sexos. En el primero, de vida salvaje, la mujer es considerada por el hombre c o m o un miembro degenerado de la especie; en el segundo, de barbarie, la mujer es un instrumento de goce para el hombre; en el tercero, de vida civilizada, es su compañera. En este último, del que observa ejemplos en Europa y sobre todo en Estados Unidos, Sarmiento nota que la mujer puede encargarse de educar a las generaciones jóvenes de modo profesional; le otorga así un empleo con rendimiento económico 1 0 . Ante la disyuntiva de formulaciones tan opuestas, las redactoras de las revistas feministas recurren a la estrategia de tomar un camino intermedio que les permite promover una mayor amplitud de funciones para la mujer y, simultáneamente, garantizar la supervivencia de sus publicaciones. D e tal manera, dan curso a sus demandas de educación dulcificándolas en grados

9

La implementación de los planes de estudio para las niñas y jóvenes tomó buena parte del siglo. En Argentina, recién en 1875, bajo el impulso del ministro de Instrucción Pública, Onésimo Leguizamón, se promueve la fundación de escuelas normales para mujeres. Chile, en 1860, promulga la ley de instrucción primaria gratuita, incorporando en ella a las niñas. La ley de instrucción secundaria es de 1873 y la primera escuela para mujeres a este nivel es fundada en Copiapó en 1877. Para más detalles, ver: Pereira, Teresa, "La mujer en el siglo xix", en Tres ensayos sobre la mujer chilena, Editorial Universitaria, Santiago, 1978. En el Perú, si bien existen varios establecimientos públicos y privados, recién en 1866 se decreta obligatoria la instrucción primaria para ambos sexos. La educación media, preparatoria para la función pública, es accesible para los varones. Algunas escuelas privadas reciben mujeres. Para más detalles sobre la educación femenina en el Perú, ver: Villavicencio, Maritza, "La educación de la mujer en la república temprana", en Del silencio a la palabra. Mujeres peruanas en los siglos xixy xx, Ediciones Flora Tristán, Lima, 1992. También Isabelle Tauzin-Castellanos, "La educación femenina en el Perú del siglo xix", en Peruanistas contemporáneos, Ed. Kapsoli-Concytec, Lima, 1989. 10 Durante el siglo xix, gran número de mujeres ingresaron en el campo laboral como maestras. Geneviève Fraisse y Michelle Perrot escriben al respecto: "Women, whether in obedience or emancipation, learned to avail themselves of the power of maternity, sometimes as a refuge but also as a way of obtaining still other powers in the social realm. The image of the schoolteacher offering society her maternal qualities clearly reflects the transition from the 'mother as teacher' to the teacher as mother." "Orders and Liberties", en A History of Women, Georges Duby and Michelle Perrot (eds.), The Belknap Press of Harvard University, Cambridge, 1993, p. 4.

Capítulo II: La prensa

feminista

53

diversos con el ideario cristiano. Los derechos y las nuevas posibilidades deseados para la mujer se revisten de una religiosidad que confirma sus buenas intenciones y su utilidad social. Se trata de una postura que amalgama convincentemente diferentes programas y articula la imagen de la mujer educada y letrada con la de la mujer moral. Las revistas se apartan, sin embargo, del modelo puramente cristiano, ya que consideran a la educación como un medio que posibilita el trabajo profesional remunerado para la mujer. La clave que explica el método por el cual las redactoras coordinan elementos tan diversos es curiosamente formulada en las secciones dedicadas a la moda. Los artículos defienden la coquetería femenina como cualidad innata y necesaria para alentar la unión familiar y la procreación. El placer de gustar adquiere valor por sus funciones biológica, social y moral. En todo lo que atañe a las importaciones europeas, ya sean patrones de modas o ideas, las redactoras insisten siempre en su adecuación a la realidad local. Con una modernidad sorprendente, tratan de la moda en tanto que sistema de signos que expresa las costumbres de la sociedad. Del mismo modo, los artículos aconsejan adoptar una postura crítica con respecto a los modelos europeos, y adaptarlos al físico individual y a las particularidades regionales. Para hacerlos aptos a la expresión de la personalidad de las sudamericanas, las ensayistas sugieren una variedad de alteraciones del modelo. Resalta en todos los artículos un fuerte tono moralizante que sermonea contra las extravagancias, las exageraciones y los gastos excesivos proponiendo una sencillez elegante que salvaguarda la moral y la economía del hogar. Los artículos de moda reafirman la ideología que las revistas insertan con cautela en el terreno público de sus respectivas naciones. Es decir que la ideología derivada del modelo europeo incita a la emulación, pero también a la crítica. Ese proceso de acercamientos y rechazos perfila un modo de pensamiento original sobre el que las autoras insisten para asentar su diferencia. Es una estrategia destinada a definir la identidad hispanoamericana, y a mantener las diferencias regionales. Así se dirige a los hombres chilenos Leonor Urzúa, editora de La mujer, publicado en Curicó, en su artículo introductorio del primero de septiembre de 1897: "I no tema él que la mujer chilena siga el mismo rumbo que las de otros paises, en los cuales se habla como de cosa posible, de dictar leyes que permitan a la mujer tomar parte en el sufragio político; porque la mujer chilena ni quiere, ni aceptaría tales prerrogativas, en su concepto detestables." Pero luego extiende sus pretensiones: "Solo pide que se la conceda el derecho de compartir con el hombre los trabajos i desvelos, así como comparte las alegrías i descepciones. Quiere que, como posee el derecho de sentir, se le otorgue también el de obrar; pero en una reducida esfera de acción [...]" (Año I, Núm I: 1). La escritora se abre un espacio, "una

54

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

reducida esfera de acción" en el que inserta a la "mujer chilena" limitada por el espacio definido de la nación. La autora expresa el temor de ser juzgada como excesiva y demarca, defensivamente, un territorio en el que el texto pueda circular sin transgredir las normas sociales. La prevención de la chilena se repite de maneras diversas en las demás escritoras que también garantizan no ser como sus congéneres de otras latitudes, aquéllas que confunden libertad con licencia. Su "ser mujer" carece del elemento foráneo y amenazante, capaz de sacudir los cimientos sociales. La idea abstracta de "la mujer" se particulariza con la marca de la nacionalidad, apelando al origen común en que se fundamenta la hermandad entre ambos sexos. Las autoras establecen una estrategia política destinada a subrayar la interdependencia entre los sexos que las aleja de las mujeres europeas y las acerca a sus conciudadanos. Esa hermandad posibilita el reclamo por el "derecho de obrar". Las colaboradoras de las revistas se autodefinen en base a un complejo cruce de paradigmas ideológicos que demuestran que la entidad "mujer" no es reductible a una definición simple y, en consecuencia, escapa de los estereotipos inmutables. Las hispanoamericanas se ubican en un espacio cultural móvil, relacionado pero no idéntico al de las europeas y al de los hispanoamericanos. La corroboración de la marginalidad propia acentúa el carácter pretendidamente inofensivo de la escritura y de las demandas pregonadas. En ese desplazamiento que torna inseguros los límites conceptuales se basa la duplicidad de su tarea. Masiello explica: "defienden el derecho del otro a hablar su propia lengua; ironizan la voz del poder perteneciente al estado; proponen otros registros para entrar en diálogo con la oficialidad" (La mujer 10). Para insistir de otro modo sobre la misma idea, las colaboradoras de los periódicos recurren a los grandes ejemplos de la historia que, por sus actuaciones extraordinarias, se desvían del modelo único. Así, El álbum de la mujer, dirigido por la mexicana Concepción Gimeno de Flaquer (1883), publica artículos sobre figuras destacadas de la política, la religión y el arte. En sus columnas coexisten mujeres del pasado como Santa Teresa, Isabel la Católica, Juana de Arco, Margarita de Valois, Mme. de Sévigné, con otras contemporáneas como Sarah Bernhardt, Emilia Pardo Bazán y Fernán Caballero, entre muchas otras. En Album cubano también figura una "Galería de mujeres célebres" donde Avellaneda escribe una serie de biografías de personajes destacados del ámbito político, religioso y artístico. Ilustra con ellas los talentos variados que encarnan y, sobre todo, la posibilidad de lograr el triunfo a pesar de las tribulaciones injustas que han debido soportar. Da cabida allí a una gran variedad de mujeres; figuran la persa Simrou Beghum, la china Pan-Hoei-Pan, Safo, Semíramis, las españolas Santa Teresa e Isabel la Católi-

Capítulo II: La prensa feminista

55

ca y Catalina de Rusia, entre otras. Casi todas las revistas mencionadas revaloran el pasado y reiteran la existencia de una historia de la mujer que, por su riqueza, confirma una trayectoria irrefutable. Se insertan así en una larga tradición que comienza con Christine de Pisan y que se continúa en los debates feministas de las novelas sentimentales como en Cárcel de amor. En la literatura hispanoamericana, ese honor recae en Sor Juana Inés de la Cruz quien en su Respuesta a Sor Filotea utilizó el género de la biografía femenina para apoyar su incursión en el campo de la teología y el derecho a publicar. En su vertiente más conservadora, las ensayistas aceptan a la mujer como complemento del conciudadano y la valoran en tanto fuerza social. Al subrayar las características tradicionales femeninas, paciencia, bondad y dulzura, dan énfasis a lo que señalan como carencias en el hombre. Suplir esas faltas o fallas equivale a hacerse indispensables en el proceso de desarrollo social. El "ángel del hogar" es el único capaz de lograr las mejoras necesarias en la sociedad. Avellaneda exclama: "¡Oh! ella no es madre solamente en el sentido material de la palabra: la maternidad de su alma comprende al universo. La Providencia misma lo indicó así al hacer que naciera del seno virginal de María el divino representante del mundo regenerado" {Album cubano, 35). Pero si el ámbito de la mujer es el universo, salta a la vista que el argumento de educarse para ser madre sirve sólo como pretexto en la iniciación de una tarea sin fin. En otra vertiente más de avanzada, Rosa Guerra compila una lista de materias: filosofía, historia, ciencias exactas, derecho natural y civil, medicina aplicada a la m u j e r y otros temas accesorios, como elementos de una educación básica. Su programa se contrapone a la educación mediocre impartida en la época: "Nuestras jóvenes vejetan en el aprendisaje del piano, del dibujo y de otras fruslerías, que aunque son un adorno en la niñez, de nada le son útiles, cuando pasan á llenar la misión de madres y de esposas [...]" {La camelia, Núm 12: 1). Y concluye: "La diferencia que se haya entre el hombre civilizado y el salvage, es sin duda la misma que se nota, en la muger culta y civilizada con la que no lo és" (Núm 10: 1). Las redactoras coinciden en cuanto a las circunstancias adversas que las rodean. El hecho de que todas las revistas de mediados de siglo tengan corta vida es síntoma de que no consiguen un gran n ú m e r o de suscriptoras: La Camelia abarca un período de tres meses, el Album de señoritas publica ocho números y el Album cubano suspende su publicación después del doceavo anunciando una futura reaparición semanal que no ocurre nunca. La necesidad de asegurarse la supervivencia conquistando a las lectoras elusivas y probablemente temerosas explica el recurso estratégico de insistir en preservar la moral. El caso de Rosa Guerra ilustra esta necesidad publicitaria. En su segundo periódico La educación, utiliza un tono muy diferente al empleado

56

M. C. Arambel Guiñazúy

C. E. Martin

en La Camelia. La nueva revista limita su función a actividades educativas fundamentándolas en nociones netamente católicas". Las demandas de igualdad y justicia entre los sexos de la primera publicación desaparecen casi totalmente de la segunda dejando el lugar a una voz calma que, con discreción, aconseja sobre la instrucción primaria. El mayor éxito y longevidad de las publicaciones posteriores señalan que las redactoras logran adaptarse al público y, en el proceso, adaptarlo a ese tipo de lectura.

Nueva época: una visión americanista Los combates en la prensa feminista del siglo xix siguen la evolución en las demandas de reformas. La alborada del Plata fundada por Juana Manuela Gorriti en 1877, Búcaro americano establecida en Buenos Aires en 1896 por la peruana Clorinda Matto de Turner, y las ya nombradas revistas mexicanas El álbum de la mujer y Las hijas del Anáhuac prolongan y expanden las luchas de mediados de siglo con el objeto de facilitar el ingreso de las mujeres a las escuelas secundarias y a la universidad 12 . Si los periódicos anteriores, exceptuando los de Juana Manso, se dirigían a un público burgués, los de fin de siglo, bajo la influencia de los movimientos socialistas, tienen por meta la educación de las masas populares. Susana Zanetti nota que el Búcaro americano tiene "el claro deseo de incentivar aquéllas que brindan conocimientos organizados para conformar la cultura general de las lectoras, si bien no desplazan de modo definitivo a las notas sobre moda, urbanidad o a las recetas de cocina" (267). La aseveración puede extenderse a las otras revistas. Junto a los temas ya señalados de la maternidad, la familia y la beneficencia pública, figura ahora la defensa de la mujer obrera y, sobre todo, el reconocimiento de la profesional local. Todos estos modelos nuevos surgen de la comuni-

11 Siguen esa tónica: Aymé, M., "Fundamentos de fe puestos al alcance de toda clase de personas"; Girard, Padre Gregorio, "De la enseñanza regular de la lengua materna"; Guerra, Rosa, "Cartas sobre la educación". Aparecidos todos en La Educación, cuyo primer número sale en Buenos Aires el 24 de julio de 1852. 12 El primero de enero de 1880 Lola Larrosa ingresa como codirectora de La Alborada del Plata, iniciando así el segundo período de la revista. En el número 3, del 25 de enero de 1880, Lola Larrosa figura como única directora. A partir de febrero, la revista cambia de nombre y sale como Alborada Literaria del Plata. Además, la publicación parece interrumpirse entre 1878 y 1880. Estos datos demuestran la dificultad en mantener un tiraje regular.

Capítulo II: La prensa feminista

57

dad p r o p i a . B a s á n d o s e en las c o n d i c i o n e s g e n é r i c a s c o m u n e s f o r m a n u n a conciencia de grupo que quieren promover en las lectoras de diferentes regiones. Las hijas del Anáhuac ofrece sus páginas a todas las mujeres que quieran colaborar en ellas y desde su primer número se entusiasma ante la apertura de una nueva era en que, gracias al estudio, el trabajo honesto de la m u j e r se ha convertido en una posibilidad real. Una de las secciones homenajea a las cont e m p o r á n e a s con artículos celebratorios de los éxitos logrados en carreras c o m o medicina, cirugía dental, imprenta, así c o m o en otras actividades laborales (Núm 1:7). Asimismo, felicita a aquéllas que siendo maestras han eliminado las inseguridades del trabajo de la aguja. La revista no deja de notar, sin e m b a r g o , la d e s i g u a l d a d r e m u n e r a t i v a entre los sexos ( N ú m 1:17). A b o g a siempre por mejorar la situación de la mujer en el campo laboral y en el educativo. La n o v e d a d m a y o r que se nota en los p e r i ó d i c o s de los años setenta y ochenta es el e s f u e r z o de las redactoras por cruzar las fronteras nacionales sobre las que tanto insistían unos pocos años antes 13 . Sin dejar de acentuar su nacionalidad - q u e muchas veces figura en el título m i s m o de la p u b l i c a c i ó n buscan comunicarse con un público mayor a través del continente, haciendo resaltar los rasgos comunes de la América hispana. En efecto, casi todas ellas amplían su circulación obteniendo lectores en varias provincias e, incluso, en numerosos países. Quien más esfuerzo hace en este sentido es Juana Manuela Gorriti que en La alborada del Plata abre un espacio destinado a las colaboraciones de distintos países. Tituladas según la nación de origen c o m o "Colab o r a c i ó n p e r u a n a " , " C o l a b o r a c i ó n c h i l e n a " , " C o l a b o r a c i ó n c u b a n a " , etc. posibilitan un diálogo de carácter americanista. Gorriti transplanta la revista peruana La alborada y aclara en su prospecto: "Así, La alborada del Plata será un periódico internacional destinado á enlazar nuestra literatura á la de las otras r e p ú b l i c a s a m e r i c a n a s , y á p r o p a g a r sus r á p i d o s p r o g r e s o s . " E s e americanismo contrapone la producción hispanoamericana a la europea con la intención de demostrar las diferencias y de definir la identidad. Concluye el artículo citado: "En esta publicación se abre un ancho campo al desarrollo

13

N o hay que olvidar que muchas de las redactoras han viajado o han emigrado a

otros países, por lo que tienen conocimiento de primera mano sobre los diferentes círculos literarios. Gimeno de Flaquer, de origen español, vive en México y si bien su revista no responde a un espíritu americanista, sus numerosos artículos sobre la mujer española establecen un vínculo entre ésta y la mujer mexicana. Manso se instala en Brasil antes de regresar a Buenos Aires luego de la caída del régimen rosista; Gorriti vive sucesivamente en Bolivia, Perú y Argentina; Matto emigra del Perú a la Argentina.

58

M. C. Arambel Gaiñazú y C. E. Martin

de la literatura propia de estas regiones, cuyos mas clásicos representantes, con su valiosa colaboracion, ofrecida con galante espontaneidad, nos harán conocer dignamente en el mundo europeo, donde hasta ahora se nos hizo tan poca justicia" (Núm 1:1). El sentir de la unidad cultural impulsa el deseo de reemplazar la situación de marginalidad y dependencia de los países americanos por una relación igualitaria con Europa. Las hijas del Anáhuac formula una ideología similar en su prospecto: "México, nuestra querida patria, marcha como todos los pueblos americanos, á la vanguardia del adelanto intelectual y está llamado á ocupar el lugar que por su ilustración le corresponde en el proscenio de la cultura moderna [...]" (Núm 1:1). Laureana Wright lamenta la falta de protección pública para los escritores nacionales y considera que la prensa periódica es el único vehículo capaz de generar "la discusión originaria de la claridad y de la verdad". Un artículo anónimo de la revista, titulado "América", imagina todo el continente, incluyendo el Norte, convertido en "una formidable f a m i l i a " (Núm. 46:545-48). Las redactoras y colaboradoras de los periódicos aquí estudiados concuerdan en su apreciación de las lectoras a quienes juzgan en tanto que grupo con fuerza política y social. Ese público, fuente de opinión e información, es cultivado para que incida en el quehacer de la comunidad. En tal sentido, la práctica escritural es ella misma acto de enseñanza pública y esfuerzo de diseminación de los proyectos que propone. Las publicaciones demuestran paradójicamente que el genio sí tiene sexo o, más claramente, que el sexo informa y otorga identidad al genio. La escritura feminista de estos periódicos revela las diferencias genéricas que la preocupan y que delimitan su experiencia. Los periódicos logran así feminizar el espacio público. Como resultado de los avances logrados en los últimos años del siglo, la fundación de publicaciones se diversifica notablemente atendiendo a una amplia gama de intereses, desde los religiosos hasta los políticos.

II. Algunas ensayistas notables Muchas escritoras del siglo xix hallan en el ensayo la expresión literaria ideal para exponer sus observaciones críticas. Los ensayos presentados m u c h a s veces en conferencias ante asociaciones y academias de interés y filiación diversos, indican la voluntad, por parte de las intelectuales, de participar en las discusiones del día y de colaborar en la formación del pensamiento de sus naciones. Al hacerlo, toman posición frente a las ideologías europeas que las influyen y a las formulaciones de los políticos y pensadores

Capítulo II: La prensa

feminista

59

locales. Se apoyan, sobre todo, en la corriente filosófica de! positivismo siendo Herbert Spencer, el pensador más influyente. Siguiendo los preceptos de Michel de Montaigne sobre el ensayo, llevan a cabo el examen de un tema de interés público desde una perspectiva muy personal. Los ensayos revelan voces que, en situación de diálogo, discuten o contradicen abiertamente las propuestas de los discursos dominantes -gobierno, iglesia, autores consagrados- con desafíos y alternativas a menudo silenciados. La escritura se vuelve arma de combate y tiene en su origen una situación de actualidad a la que responde con una perspectiva crítica. La confrontación determina al yo autorial que se autodefine en el cruce de ideologías sobre la nación, las razas y el sexo. Las autoras forjan una identidad en base a sus tomas de posición y, a menudo, asumen un riesgo que compromete su reputación ante la opinión pública. La situación que ocupan las autoras en la sociedad, en razón de su sexo, exacerba la amalgama que existe en la época entre el ensayista y su personaje-narrador. Esa construcción de un personaje-autor traspasa los límites de la literatura, de modo que el personaje Sarmiento, por ejemplo, o el personaje Martí, son uno dentro y fuera de la escritura. Esta confusión era más fuerte a mediados del siglo xix, debido a la naturaleza múltiple del letrado en la sociedad y a la indefinición de los géneros en la escritura (Rotker, Ensayistas, 34).

En el caso de las letradas, que muchas veces asumen las perspectivas de los marginados, la confusión entre autor y persona atrae en más de un caso la reacción punitiva del poder sobre ellas. La palabra de la mujer en el siglo xix es controlada y su difusión se limita a círculos estrechos. Algunas escritoras salen triunfantes de las pruebas; otras, sufren pérdidas irremediables. Entre estas últimas cabe recordar a Juana Manso atacada severamente por inmiscuirse en cuestiones educativas y políticas. "Si el pulpito fue vedado durante siglos a la mujer, no es de extrañar la virulencia que provoca una maestra que pretende simultáneamente poseer un saber, capturar la atención, provocar el silencio de hombres y mujeres, sostener un fin económico (recaudar fondos) y tener una motivación política (hacerlo en nombre de Sarmiento)" (Zucotti, 104). La peruana Clorinda Matto de Turner también sufre el castigo público. La aparición de un artículo de Maximiano Coelho Netto en El Perú ilustrado, periódico que dirige en 1889, provoca la furia de la iglesia, que la acusa de difamación y la excomunica. Años más tarde, la publicación de artículos políticos da origen a una persecución que culmina con el exilio en Buenos Aires. Otro caso aún más trágico es el de la ecuatoriana María Dolores Veintemilla (1829-1854). La autora había desafiado al sistema legal y a la iglesia con un

60

M. C. Arambel

Guiñazú y C. E. Martin

artículo que criticaba la ejecución de un indígena condenado a muerte por parricidio. La polémica desatada en torno al artículo la empuja al suicidio.

A. Juana Manso Juana Manso (1820-1875), la directora del Álbum de señoritas, propone un programa general de educación. En 1852 ha caído el gobierno de Juan Manuel de Rosas y el país, con el triunfo liberal, se halla en plena reorganización. Según Manso, el momento histórico no sólo es propicio para organizar la educación pública sino que así lo exige si se han de crear las bases sobre las cuales sustentar todo plan de futuro. Sus ensayos postulan una variedad de modelos de ciudadanos que incluyen a la mujer, a las clases campesina y obrera y a todas las razas. El sujeto femenino es definido en términos nuevos que abarcan diferentes aspectos: físico, social y moral. El propósito de muchos de sus escritos consiste en corregir las costumbres y en expandir las funciones femeninas de esposa y madre por medio de la instrucción. En una carta a Sarmiento compara las nuevas oportunidades que tienen las mujeres en Francia, Inglaterra y los Estados Unidos con las de las argentinas y dice: "nosotros continuamos en la función anual del Colón y no concediendo a la mujer nuestra otro papel que el de la Reina del Baile, Diosa de Moda, Hurí del Paraíso, muñeca sahumada, pintada, empolvada, en adoración de su frágil belleza y su fugaz juventud" (De la Vega, 57). Los ataques de las damas no se hacen esperar y, cuando junto a Sarmiento, propicia la creación de escuelas mixtas, Manso recibe acusaciones tanto de la iglesia como de las madres de familia y de las damas de la Sociedad de Beneficencia. Es interesante observar en qué términos Manso formula sus propuestas educativas y cuáles son las áreas que elige como objeto de discusión. Releemos aquí tres de sus ensayos publicados en Álbum de señoritas que, referidos a ese tema se complementan entre sí. Inicia su artículo "Emancipación de la mujer" cotejando el estado de la emancipación femenina en Europa, en Estados Unidos y en América del Sur, donde la idea recién ha ingresado. Establece una comparación persuasiva que ubica el mejor modelo en la sociedad inglesa ya que sus leyes han abolido "el estado de la mas degradante y torpe esclavitud" en que se encontraba la mujer para protegerla abiertamente de los abusos físicos y morales. Constata que el hombre promulga las leyes y lo responsabiliza de mantener a la mujer en una situación de inferioridad jurídica y de enjuiciar con duplicidad su conducta: "lo que en ella clasifica crimen en él lo atribuye a debilidad humana" (8). La experiencia, nota Manso, ha demostrado que la constitución natural de la mujer no la hace ni más inepta ni más débil que el hombre. Siguen una serie de preguntas retóricas que cuestionan

Capítulo II: La prensa

feminista

61

la falta del desarrollo intelectual en la mujer y la valoración única de su función de "hembra" reproductora. Manso plantea la falsedad de la dicotomía entre la función biológica y la intelectual en la mujer argumentando en favor del segundo término. Las cualidades biológicas que considera innatas - l a perspicacia natural y el instinto materno- no son suficientes para hacer de la mujer una persona. Debe recibir una educación adecuada, sobre todo en una época republicana que exige una ciudadanía responsable. Eximir a la mujer de una participación activa - c o m o educadora y como trabajadora- va en detrimento de la nación. Como señala Fletcher: "A través de la toma de conciencia de las mujeres, ella intentaba modificar el orden público (la iglesia, la esclavitud) y el orden privado (la religión, el racismo, la familia)" (109). Para Manso el momento histórico es propicio para construir una nación argentina en que la mujer colabore a todo nivel. La atención de la ensayista argentina no se detiene en este aspecto general del problema. En efecto y, en esto difiere de otras escritoras de la época, pone énfasis en la situación de la mujer pobre cuyo destino depende de la asistencia pública. Si los periódicos de mediados de siglo se circunscriben al ámbito de la burguesía, Manso, por la amplitud social de su ideario, se acerca a los programas de Flora Tristán, la franco-peruana para quien la situación de los obreros constituye una preocupación central. Si se tienen en cuenta los debates feministas de fines de nuestro siglo - ¿ s e ocupa el feminismo sólo de las mujeres educadas, de las clases altas? (Heilbrun, "Non-autobiographies", 646 5 ) - no debe extrañar que las ideas socialistas de Manso le ganaran el desprecio o la indiferencia. Manso busca principios genéricos más amplios que integren a las mujeres de diferentes clases sociales. Manso extiende el proyecto educativo e incluye en él a las mujeres de las clases menos favorecidas y a los indios, representados todavía como salvajes y sanguinarios. Amplía las demandas de educación para la mujer de las clases más a c o m o d a d a s e incluye en su plan a la indigente pues es quien vive "sumida en el barbarismo ó la prostitución" (8). Se trata de crear una nación que ofrezca un espacio en el que los marginados tengan posibilidad de integrarse en tanto que ciudadanos útiles. El ensayo transmite una preocupación de orden económico ausente en los escritos de otras autoras de la época. Observa que la m u j e r sin recursos se asemeja al esclavo. Por ende, es quien más necesidad tiene de acceder a la educación. "Por qué cerrarles, las veredas de la ciencia, de las artes, de la industria, y así hasta la del trabajo, no dejándole otro pan que el de la miseria, ó el otro mil veces horrible de la infamia?" (8). El desarrollo del argumento establece una cadena de presupuestos que dependen unos de otros: la emancipación intelectual tiene como consecuencia la independencia económica y,

62

M. C. Arambel GuiñazúyC.

E. Martin

ésta a su vez, genera la emancipación moral. Si una sociedad progresista aspira la civilización y la moralidad debe legislar acertadamente e instituir los canales apropiados para promover el avance de todos sus miembros. Con sus artículos Manso participa en la obra de autoexamen que llevan a cabo otros pensadores tales como Sarmiento y Alberdi. Recién llegada del exilio, está convencida de que una nueva era de progreso se inicia y que la ausencia de un buen sistema educativo f u e la causa de las guerras civiles recientes en Argentina. Interpreta los problemas políticos como derivados de un defecto moral que, a su vez, es consecuencia de una educación deficiente. A su juicio, la fundación de escuelas laicas y gratuitas y la creación de programas adaptados a las necesidades del presente en previsión del futuro, es una emergencia nacional. "Educación popular", publicado en cuatro números consecutivos de su revista, expone claramente sus ideas al respecto. Tomando como punto de partida el bienestar público, propone instituir un sistema de educación general para niños y niñas que se ocupe de los aspectos físico y moral para prepararlos para la vida en sociedad. La responsabilidad de reglamentar esos programas, sean privados o públicos, recae sobre el gobierno, que debe imponer las mismas exigencias sobre ambos sexos. Nuevamente, la preocupación de Manso se centra en la situación de los niños cuyas familias carecen de recursos. Para ellos propone la fundación de casas de refugio en las cuales, lejos de la influencia de elementos incultos, podrían dedicarse al aprendizaje de materias de carácter práctico-productivo. La meta es que los sudamericanos adquieran una identidad basada en el conocimiento de sí y del ambiente en que viven. Interesada en "crear una nueva raza" dedicada al trabajo y al progreso común, preve con agudeza la existencia de las dictaduras como consecuencia del bajo nivel educativo de los pueblos: Que se levante un pueblo á la mayor altura de civilización aparente, de lujo y comodidades, si su educación no es sólida, vendrá un Luis Napoleon y pondrá el pié en la garganta de ese pueblo; que derrocará la garantías del derecho, que encadenará la libertad de imprenta, que proscribirá la virtud y la inteligencia c o m o crímenes de lesa nación, y vereis, en ese dia el cáncer descubierto que velaba el oropel! (27).

El ejemplo de Francia, en que nota la falta de uniformidad en la educación, la lleva a exigir la implantación de un sistema diferente del francés que se aplique de modo universal en todo el país, incluyendo las zonas rurales. A lo largo del ensayo se percibe una visión concreta del futuro, pronto negada por la narradora que se siente vencida por el medio. Comenta sobre la

Capítulo II: La prensa

feminista

63

posible compilación de una enciclopedia: "Si tan acerbos desengaños no me hirieren el corazón, yo daria principio á esa obra; pero para qué? Para quedar guardada en un rincón? Para imprimirla á mi costa, gastar una porción de dinero y quedar con la edición entera?" (42). Termina el ensayo con una expresión de impotencia: "He hecho todas las reflexiones que he creído más oportunas; mas, no puedo, porque mi voz no llega hasta el círculo privilegiado de aquellos que pueden-, nada soy, nada valgo, y solo votos inútiles es cuanto puede ofrecer" (50). Marginada por los detentores del poder, Manso se identifica con las clases destituidas y desea una revolución intelectual igualitaria. Las ¡deas democráticas de Manso incluyen a los indígenas, a quienes se identificaba con la barbarie y se hacía responsables de los males políticos y económicos. En el debate ideológico de la época, toma una posición intermedia que le permite conciliar las diferencias entre dos compatriotas. Por un lado, comparte con Sarmiento, con quien colabora, la fe en la educación y, por otra, apoya a Alberdi en su idea de que la educación copiada de modelos extranjeros nunca se adaptó a las necesidades de América (Gómez Martínez, 410). En " L a s misiones" propone un plan alternativo al del gobierno que, determinado a someter a las poblaciones indígenas, manda expediciones militares con órdenes de exterminio. Ofrece a los misioneros religiosos la tarea de educar a las poblaciones por medios pacíficos. Su tono irónico también acusa a aquéllos que llamándose cristianos han perdido las mejores cualidades de la humanidad: "Con todo, ved que no os pido que váyais á fanatizarlos, no á lanzar anatemas, y á pavorizarlos con el infierno. Habladles de caridad, de fé, de esperanza, de la misericordia divina; ceñid vuestras palabras al espíritu puro y luminoso de la doctrina del divino maestro" (38). La educación cristiana ha de ocuparse de moral pero no de rituales vacíos de significado. Teniendo en cuenta estos principios, los misioneros deben educar a los habitantes rurales de modo práctico para formar ciudadanos útiles a la nación: "Tal vez dentro de un año y medio empezarían á formarse las primeras aldeas de indios trabajadores aplicados á la labranza de las tierras; el producto de sus faenas vendría á aumentar el número de cereales. Podria crearse en la frontera un mercado para recibirlos: por egemplo, San Nicolás" (39). Manso imagina una sociedad utópica en la que todos sus integrantes vivan en armonía. Más aún, su plan demuestra que trata de evitar la copia servil de los modelos europeos. América, constituida por pueblos dispares, responde a culturas igualmente variadas que no impiden fundar una civilización nueva que los comprenda a todos. Repite incluso el "mea culpa" del padre las Casas y se incluye a sí misma en un "nosotros" que la responsabiliza en parte del genocidio de la raza indígena:

64

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin Esta patria es de ellos como nuestra. La conquista los esclavizó, los arrojó de sus lares, los despedazó, y nosotros después de la independencia no hemos hecho mas que continuar la obra que comenzó la conquista. Para atraerlos á nuestra amistad no hemos tenido otros arbitrios que, ó subyugarlos con el hierro mortífero, ó halagarles su vanidad con zarandajas, origen de la discordia entre ellos, ó licores perniciosos con que hemos de viciarlos (39).

Se debe también recordar los principios antiesclavistas de Manso, claramente expuestos en su novela La familia del Comendador. Reitera allí la necesidad imperiosa de implementar la igualdad de derechos de todas las razas. La educación y la apertura de oportunidades para todos deben sentar los fundamentos de una democracia verdaderamente igualitaria. Asume repetidamente una postura crítica que la ubica en la oposición.

B. Clorinda Matto de Turner Lima se destaca dentro del panorama de las letras femeninas hispanoamericanas de la segunda mitad del siglo como centro de una actividad sorprendente. Allí las intelectuales no sólo se reúnen en veladas y salones literarios sino que también aprovechan la posibilidad de publicar en numerosos periódicos. Entre ellas sobresalen Juana Rosa de Amézaga, cuyos ensayos de tono moralizante critican costumbres sociales y alegan en favor de la educación de la mujer. Teresa González de Fanning se destaca por sus artículos sobre la educación femenina. Por último, Carolina Freyre de Jaimes rescata la memoria de Flora Tristán con un estudio en el que critica sus expectativas sobre el Perú. Estas escritoras adoptan un ideario moderado que apoya las costumbres tradicionales al mismo tiempo que propone avances para la mujer. La prolífica Clorinda Matto, aunque cultiva todos los géneros literarios, se dedica particularmente al ensayo como lo demuestra su larga carrera periodística. A partir de 1871, bajo diferentes seudónimos, publica artículos en defensa del indio y a favor de la reivindicación de la mujer en El Heraldo, El Mercurio, El Ferrocarril y El Eco de los Andes. En 1876 funda El Recreo, revista literaria. En 1884, después de la muerte de su marido, se traslada a Arequipa donde es redactora de La Bolsa. En 1889, toma a su cargo la dirección de El Perú Ilustrado que había sido fundado dos años antes. En 1892 funda y dirige un periódico quincenal, Los Andes. Después de escribir en contra del gobernante del momento, Nicolás de Piérola, sufre nuevas persecuciones, esta vez, por razones políticas. Huye a Chile y se establece luego en Buenos Aires donde, además de dedicarse a la enseñanza, colabora en diversos periódicos y funda y dirige El Búcaro Americano en 1896.

Capitulo II: La prensa

feminista

65

La crítica siempre ha reconocido las preocupaciones de Matto en lo concerniente a la educación de la mujer, a la mejora del trato de los indígenas y a la necesidad de reformar las prácticas de la iglesia que colaboran en la explotación de ambos. Como su compatriota Mercedes Cabello de Carbonera pretende ejercer una influencia social correctora que infunda el buen ejemplo y la moral. "Luz entre sombras. Estudio fílosóñco-moral para las madres de familia" fue leído por la autora en su incorporación al Ateneo de Lima el 6 de enero de 1889 y publicado en su imprenta en 1893, en Leyendas y recortes. De entrada, la ensayista delimita el campo de su estudio sobre la mujer: no le interesan ni las beatas, ni la que "quiere hacerse varón," ni la mujer soltera y sin hijos. Adopta una actitud que podríamos calificar, para esas fechas tardías, de conservadora. Declara, incluso, su falta de interés por las teorías extranjeras sobre la mujer que, "en la práctica, nos alejan de la felicidad doméstica, tomando la excepción como regla general" (77). Se interesa por la madre de familia a quien le asigna la función de guardiana de la sociedad. Los males de carácter moral tales como la vanidad, la indiferencia y el egoísmo son las causas de la difícil situación que describe: "¿No es verdad, señores, que al presente nuestra pátria languidece como el cuerpo anémico, pobre de sangre y de fuerzas, porque le falta la fe; esto es el principio de vida social basado en una creencia que sea la fuente de toda esperanza y de futura recompensa?" (84). Retoma luego el argumento tradicional que fundamenta la organización social en la familiar y hace un llamamiento a las madres para que inicien el movimiento de reconstrucción moral y religiosa. La sensibilidad e imaginación femeninas son las únicas armas que pueden hacer frente al descreimiento y al materialismo reinantes a partir de la guerra del Pacífico. Contrasta los principios morales antiguos con las "teorías de LA NADA" del presente. Matto hace hincapié en la necesidad de unir teoría y práctica tanto en el dominio público, con las leyes, como en el doméstico, con la religión. Le resulta imposible fijar un límite definitivo entre las esferas de lo privado y lo público. La responsabilidad por la fundación de escuelas y por la creación de industrias y de lugares de trabajo recae tanto sobre los individuos como sobre las instituciones gubernativas. Aunar las fuerzas entre los diferentes sectores redundará en el bienestar público y, más tarde, en la felicidad individual. Hay que tener en cuenta el momento histórico en el que Matto da esta conferencia. Haciendas devastadas, explotaciones mineras interrumpidas, colegios cerrados son testimonios del estado lamentable del Perú en 1883, después de la guerra del Pacífico. Se inicia entonces un proceso de autoexamen en búsqueda tanto de las causas de esa situación como de los medios de iniciar la recuperación nacional.

66

M. C. Arambel Guiñazúy

C. E. Martin

Matto otorga a la mujer una gran responsabilidad en la labor de la regeneración moral. La deja, sin embargo, confinada al ámbito doméstico: ha de ser militante y denunciante en su casa, pero su labor no debe exceder esos límites. Con el empleo del vocabulario médico-cientificista introducido por el naturalismo en el que la "dolencia" y los "síntomas" claman por un "remedio", prescribe un programa severo para la mujer. El mismo ideario figura en sus novelas índole (1891) y Herencia (1895) que sermonean a los lectores limeños en cuanto a sus comportamientos sociales. Este componente dogmático se dirige a las mujeres casadas que viven en el medio urbano y que pertenecen a las clases acomodadas. Critica a ese grupo social tradicionalmente inactivo por estar sometido a costumbres inflexibles. Como otras escritoras de su generación, Matto reconoce allí el germen de un movimiento social progresista. Como señala Villavicencio (70), las intelectuales intentaban concientizar a las mujeres de su importancia en el movimiento transformativo de la nación. Ellas podrían con sus actitudes y comportamiento influir en los otros miembros de la sociedad. De allí que critiquen la superficialidad y la frivolidad de las mujeres de las clases altas. En su ensayo, Matto deja sentado que el modelo de la mujer parásita y frivola contra la cual las escritoras han luchado a lo largo del siglo ha dejado de existir. La reemplaza en su ideario por otra, nueva que, a partir del ambiente doméstico, divulga los valores y conocimientos que ha adquirido. La producción ensayística de Matto demuestra que la ideología expuesta sobre el tema de la mujer sobrepasa los límites y los propósitos señalados en el ensayo anterior. Entre sus numerosos estudios biográficos destacamos por ejemplo, el que escribe sobre "Francisca Zubiaga de Gamarra'"4. Dedicado a Juana Manuela Gorriti, narra la vida de una mujer excepcional para todas las épocas. Después de hacer el retrato físico de su compatriota y de dar los datos biográficos, describe su carácter con rasgos precisos: "manifestó una clara y expansiva inteligencia, asi como un carácter excesivamente valeroso, siendo de notarse que, en sus juegos infantiles, siempre prefería los de un niño, y que su voz gruesa, de acento limeño muy marcado, y sus modales varoniles iban en armonía con sus gustos é inclinaciones" (143). Es de notar la masculinización del personaje que explica, según Matto, sus actividades bélicas. De esta

14

Matto de Turner, Clorinda, Bocetos al lápiz de americanos

célebres, Imprenta Baci-

galupi, Lima, 1890, pp. 143-154. Este subgénero adquiere popularidad durante el centenario de la independencia para conmemorar los aportes de la mujer. Un ejemplo es el de Acosta de Samper, Soledad, La mujer en la sociedad

moderna, Garnier, Paris, 1985.

Capítulo II: La prensa

feminista

67

manera, justifica la actuación de Gamarra fuera del espacio doméstico. En lo que parece ser un caso generalizado entre las mujeres del diecinueve, relaciona las actividades de Gamarra con el modelo masculino. Se impone aquí el paralelo con la formación de la identidad femenina en la Inglaterra de la época, que Heilbrun describe en estos términos: "But what was clear about that 'identity' was that it turned on the woman's recognition of male ambition and talent imprisoned in a female body or a strong sense of female power and sexuality imprisoned in female destiny" (Heilbrun, Life/Lines, 65). Matto insiste en las características sexuales de Gamarra que acentúan su excepcionalidad: es una de "las que quieren hacerse varón" y, si bien nota algunas reservas, aprecia el patriotismo y el coraje de quien considera una heroína de la época. Añade luego que, no obstante su hermosura, la carrera que le esperaba era de mayor envergadura que la de ser "simple madre de familia, por mucho que para mí sea esta la misión más sublime de la mujer" (144). Casada con un coronel de la independencia, Agustín Gamarra, se destaca porque acompaña al esposo en las campañas militares y vive como un soldado más. En la del Alto Perú (1828) encabeza un batallón, y además contribuye en la capitulación del ejército boliviano. Matto resume las proezas militares de Gamarra: de regreso al Cuzco, se disfraza de hombre, entra en un cuartel sublevado y da fin al motín. En 1833, somete al General La Fuente, hostil a su marido. En 1834, sale al mando de tropas en contra de Orbegoso, un comandante popular y, junto a su marido, entra en la capital sin encontrar resistencia. Finalmente, en 1834, cuando atacan su casa, busca refugio disfrazándose de clérigo primero, de varón después y logra embarcarse hacia Valparaíso. Muere a los 32 años, el 5 de mayo de 1835. Los matices de la escritura de Matto en cuanto al tema de la mujer se observan también cuando escribe sobre las escritoras o sobre las obreras. A las primeras, "las obreras del pensamiento" dedica un largo ensayo, uno de los primeros en catalogar las obras y los nombres de autoras hispanoamericanas. Celebrando los resultados logrados por sus luchas, observa desde el presente el oscurantismo del pasado y traza a grandes rasgos una historia femenina favorecida sobre todo por dos fenómenos muy diferentes entre sí: el cristianismo y la revolución francesa. El vocabulario ampuloso y simbólico subraya la derrota de los privilegios del antiguo régimen y el nacimiento de una nueva era para la mujer: El último martillazo dado por los hombres de blusa rayada en los alcázares monárquicos, decidió el asunto, echando por tierra el carcomido edificio, y, de entre las ruinas del pasado oprobioso, aparece la figura de la mujer con los arreos

68

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

de la victoria, alta la frente, alumbrada por los resplandores de la inteligencia consciente; fuerte el brazo por el deber y la personería (253). Marianne, la figura simbólica de la república, se transforma en la visión de Matto, en la representante de todas las mujeres que, con el apoyo de hombres ilustrados, han logrado la libertad y el derecho a instruirse. El artículo repasa luego, país por país, una larga nómina de autoras hispanoamericanas que incluye a poetas, ensayistas y novelistas. Otra conferencia importante es la dedicada a las mujeres obreras, leída en Buenos Aires el 8 de diciembre de 1904, en la que aprovecha la nueva coyuntura político-social. Las escritoras que podríamos calificar como puramente románticas, si bien se interesaban por los temas sociales, escribían para un público culto y letrado que pertenecía a la burguesía. A comienzos del siglo xx, las mujeres han adquirido no sólo conciencia sexual sino también de clase. Así lo demuestra la fundación del Consejo Nacional de Mujeres donde Matto da su conferencia. El ensayo aborda temas relativos a la situación de las obreras y repite la vieja ideología romántica. Describe un panorama utópico en que las obreras trabajan con iguales obligaciones y derechos que los patrones. Declara su oposición al derecho de huelga -ése es el tema primordial de la conferencia- y afirma que la mujer obrera ocupa una posición particular que determina su modo de percibir e interpretar el mundo; "ella mira los asuntos de igualdad social desde otro punto diferente al hombre" ("La obrera y la mujer", 53). Al trabajo en la fábrica se suma la labor hogareña y es esa doble función, pública y doméstica, la que le da una visión alternativa, más completa. La maternidad le añade una segunda responsabilidad frente a los hijos. La obrera que dirige la economía hogareña comprende mejor que nadie la urgencia de las necesidades cotidianas. Matto insiste, paradójicamente, en un ideario que, lejos de mejorar la situación laboral de la obrera, expresa la ideología de quienes les imponen desde fuera un comportamiento que beneficia a clases sociales más altas. La obrera ha de ser en su familia la difusora de un mensaje "pacifista" que no cuestiona las condiciones de trabajo: "Cuidemos, pues, de la educación y dirección de la mujer obrera como del precioso antídoto que hemos de ofrecer al varón contra el veneno de las perturbaciones sociales, como gloriosa conquista de la civilización dentro de la industria" ("La obrera y la mujer", 57). Matto adopta una ideología conservadora indiferente a las necesidades de la clase trabajadora y al socialismo naciente que, fundado por Juan B. Justo en Argentina, combate a favor del derecho de huelga. Otra zona interesante en la que se destaca la labor de Matto es la concerniente al indígena y a su situación dentro de la sociedad moderna. Si bien la

Capitulo II: La prensa

69

feminista

autora ha desarrollado ampliamente el tema en su novela Aves sin nido (1889), por la cual recibió la excomunión, también lo aborda en el ensayo, esta vez desde un ángulo diferente. Bajo el mismo título de "Estudios históricos" Matto publica dos escritos: el primero, una conferencia presentada ante el Círculo Literario de Lima, en la que explica el origen de los "qquechuas" y la progresiva extensión geográfica de su lengua; el segundo, un estudio sobre el mismo tema, que dedica al Dr. Luis Cordero. Conocedora del quechua al que ha traducido partes de la Biblia, la autora cuenta también con un conocimiento directo de los problemas indígenas. En el primer artículo resume el desarrollo histórico de esa lengua por la cual expresa admiración: esa "sublime lengua de la armonía imitativa", "ese idioma cuya hermosura y flexibilidad nos hace ver las gotas de las lágrimas, cuando expresa la pena; nos muestra la risa, al pintar la alegría; nos hace escuchar el ruido del agua, señalando la cascada" (.Leyendas y recortes, 95). El quechua, cuyo aprendizaje se hizo obligatorio entre los pueblos indígenas de diferentes regiones, ha caído en desfavor en el momento de la escritura. Para Matto, que recuerda su niñez y juventud en las regiones andinas en las que perviven los restos de la antigua civilización, se trata de una pérdida grave. El idioma, para ella, es la lengua materna del Perú y merece ser recuperada del olvido en que muchos la dejan. El artículo inserta a Matto en una de las grandes discusiones del siglo, la que concierne a la fijación de una lengua y de una ortografía comunes para los hispanoamericanos. Mientras que algunos ven los numerosos vocablos de origen indígena y africano como una amenaza a la unión y a la pureza lingüística del español, otros, los consideran como un aporte enriquecedor. El tema tiene una importancia fundamental en el período de la organización de las nuevas naciones, como lo prueba la larga lista de polemistas, entre los que figuran fray Servando Teresa de Mier, Simón Rodríguez, Andrés Bello, Domingo F. Sarmiento, Rufino José Cuervo, Miguel Antonio Caro y tantos otros. Si bien las opiniones difieren, existe consenso en cuanto a la relación entre la tarea de fijar la lengua y de fundar la nación. Esta construcción imaginaria se beneficia del establecimiento de un sentido claro y regulador que permita leyes y proclamas que unifiquen e identifiquen a los ciudadanos 15 . Matto, que ha sido influida por las ideas de su compatriota Manuel González Prada con quien comparte el respeto por la tradición indígena, defiende

15

Para una discusión en detalle sobre el tema, ver: Rama, Carlos M., "La batalla del

idioma", en Historia de las relaciones

culturales

entre España y la América Latina.

XIX, Fondo de Cultura Económica, México, 1982, pp. 115-159.

Siglo

70

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

la existencia y el mantenimiento del quechua como lengua original, prehispánica, dadora de identidad y unidad. Si bien en ningún momento la escritora habla en contra del español, no observa inconvenientes en la coexistencia de ambas lenguas. Dice del quechua: "ese idioma que debiera ser el vínculo imperecedero de unión para la raza peruana, esa lengua que nos consolaría con su laconismo sentencioso, ama llaquichu, suyacuy [Aparta el dolor, y ¡espera!] del desconcierto y postración que siguieron á la conquista, después de la horripilante matanza de Cajamarca" (99). Es obvio que considera el quechua como el único medio de conservar la marca de la diferencia de la raza indígena dentro de la nación. Los indígenas poseen una cultura propia y la lengua es su archivo. Ángel Rama ha descrito la coexistencia de una vasta diversidad de lenguajes en América desde los tiempos coloniales. La "ciudad escrituraria", la de los escribientes cortesanos, estaba rodeada en primer término por un anillo urbano formado de una mezcla de castas y razas que dio más tarde origen al español americano; a ese círculo le seguía otro, más extenso e indefinido que "correspondía al uso de las lenguas indígenas o africanas que establecían el territorio enemigo. Si hubo demanda reiterada del rey de España [...] fue la de que se obligara a los indios a hablar español" (Rama, 54). Esa división lingüística y racial no desapareció con el advenimiento de las nuevas naciones independientes. Los letrados criollos no eliminaron esa separación jerarquizada. El ensayo de Matto la ubica en ese mapa dentro de un espacio liminar, "entre" culturas. Su movilidad lingüística hacia ambos lados la convierte en una traductora idónea capaz de adueñarse de la voz rural y autóctona que se resiste ante la imposición de un complejo sistema político, social y religioso foráneo. En el segundo de los artículos de "Estudios Históricos", Matto provee mayor claridad en cuanto a la importancia del quechua. Alega, en contra de quienes pretenden extinguir su uso, que el quechua constituye la base de los "elementos propios de raza, idioma, arquitectura, en fin todo diferente de los pueblos europeos" (102). Es la lengua pues, la poseedora de un tesoro de riquezas para los estudiosos de todas las ciencias, sobre todo, para los historiadores y para los viajeros científicos. Ilustra el argumento de que su aprendizaje es imperativo para quien quiera entender la historia de los países andinos, con ejemplos de los nombres de las comarcas, que en el idioma original, condensan "en una sola palabra toda una explicación importante con hermosura y claridad sorprendentes, lo cual queda ignorado por quien no conoce el idioma" (101). Frente a los nombres importados con que los conquistadores bautizaron ciudades - l o s de Santos y los de localidades europeas- que nada tienen que ver con la realidad americana, Matto erige los nombres quechuas que designan las propiedades características de la tierra misma. Así, el nom-

Capítulo II: La prensa

feminista

71

bre de la ciudad de Arequipa, ubicada en una zona de movimientos sísmicos, proviene del vocablo que designa al caracol marino que "remeda al rumor sordo de las olas del mar" (105). Para Matto, la literatura también sufre una gran pérdida puesto que ignora las íuentes precolombinas y las producciones en quechua. Escribe: "a conocer su idioma, escritores de la talla de Ricardo Palma y del galano autor de "Catalina Tupac Roca" cuantas minas de diamantes habrianse explotado sacándolos á lucir en las páginas de la literatura patria para deslumhrar con ellas al mundo civilizado sin pedir galas prestadas al idioma del conquistador" (108). "Las galas prestadas", por ajenas, no dan expresión satisfactoria a las creaciones locales que las exceden. En tal sentido, las Tradiciones cuzqueñas y las leyendas indígenas de Matto pueden ser leídas como divergentes de las de su amigo y maestro, el castizo Ricardo Palma por cuanto intentan recuperar fragmentos del pasado precolombino. El artículo concluye con la transcripción al español de un poema quechua con el que da pruebas de la maleabilidad de sus matices en la descripción y en la expresión de sentimientos. Si existen quienes "abogan por la extinción del qquecha" y pretenden reemplazarlo con el español, Matto prueba su equivocación. Los estudiosos de las ciencias y de las artes se beneficiarían con el aprendizaje del quechua. Matto insiste en el valor de la organización cultural autóctona que precede a la importada de Europa y que debe ser tomada en cuenta si se pretende fundar una nación democrática. Clorinda Matto intenta expandir el imaginario cultural peruano integrando en él la perspectiva del indígena, portadora de mitos y conocimientos ignorados por la lengua y la cultura oficiales. El reclamo por extender el dominio del quechua equivale a reconocer el carácter mestizo de la nación y a autorizar la voz de una gran parte de la población que es silenciada. Matto recuerda a sus lectores que la población del Perú no sólo está compuesta por los herederos de los españoles y que tampoco es monolingüe; como la mayoría de las regiones americanas participa de una identidad doble. Si los hacedores de la historia creen que con la imposición de una lengua oficial, única, evitan la quiebra lingüistico-cultural entre los diferentes países, Matto les hace notar que mutilan la realidad: "al proceder así trabajan, pues, en daño de la historia patria, desmoronando la base sobre la cual descansa el monumento americano" (101).

C. Mercedes Cabello de Carbonera Esta escritora peruana, dedicada como sus colegas a defender la educación femenina, nota, como aquéllas, que las pruebas que suelen darse de la inferioridad de la mujer se deben a la sociedad y no a la naturaleza. Asimismo

72

M C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

comparte con aquéllas la opinión que afirma la importancia de la función de la mujer en tanto guía moral en la evolución de la sociedad hacia el progreso 16 . Su "Estudio comparativo de la inteligencia y la belleza en la muger" contrapone ambas cualidades según la función que cumplen en la sociedad. El artículo concluye, lógicamente, en favor de la mujer inteligente y cultivada puesto que es quien contribuye de manera más positiva en la sociedad. Lo que más distingue a Cabello de sus colegas, sin embargo, son los ensayos que dedica al estudio de la función social de la literatura. Nacida en 1845, pertenece a la generación que vive la quiebra estético-filosófica entre el romanticismo por una parte y, el positivismo y el naturalismo por la otra. Según Cabello, el arte por el arte carece de sentido; ha de tener una aplicación concreta al medio de donde surge y ha de ejercer una influencia positiva sobre él. El ensayo "Importancia de la literatura", leído el 19 de julio de 1876 en la velada literaria de Juana Manuela Gorriti, afirma que la escritura de ficción tiene diferentes facetas que aluden a la religión, la moral y la política. Esas tres áreas, íntimamente relacionadas entre sí prolongan las preocupaciones del romanticismo social, cuyos máximos exponentes han sido Victor Hugo y George Sand. El ensayo asegura que las naciones americanas, aún en etapa de formación, se beneficiarían con el desarrollo de una literatura nacional que acrecentara su grado de civilización. Como ya lo habían señalado Sarmiento y Bello, la literatura debe responder a las necesidades nacionales. La literatura no sólo es la depositaría de lo bello y de los valores morales sino que también construye la memoria nacional pues alimenta la herencia cultural y la tradición. Por otra parte, las letras también poseen valor político puesto que se oponen a la fuerza militar que ocasiona las guerras y que sirve de base a los imperios dictatoriales y destructores. Pero lo que más aflige a la ensayista es el estado de la literatura contemporánea en su país. La moral y el progreso serán inalcanzables [...] mientras las letras permanezcan en esa triste y desconsoladora inacción, en que las vemos sumidas hoy; mientras los escritores, esos obreros del progreso, miren impasibles é indiferentes, absorvidos por un egoísmo temerario é injustificable, el desequilibrio que resulta en toda la sociedad, cuando el interés general no es el móvil de todos los que la componen (Publicado por Gorriti en Veladas literarias de Lima, 12).

16 Este ideario figura en su artículo "Influencia de la mujer en la civilización", en El Album, Números 12 y 14, Lima, agosto de 1874.

Capítulo II: La prensa feminista

73

La literatura tiene una misión didáctica que acomete contra dos de los poderes más importantes del momento: la burguesía adinerada y la iglesia (ataca a los clérigos corruptos). En tanto que voz de la conciencia social quiere reformar a la burguesía porque, en su afán de dominio, se arroga el derecho de implantar un sistema político viciado con el único objeto de beneficiarse a sí misma. Critica a la iglesia porque, apoyada en la primera, aprueba sus acciones e insta a la conservación de normas estrechas que exigen rituales carentes de significado. Aunque pertenece a la burguesía, Cabello se desplaza de su ámbito ideológico para ubicarse en otro que, cercano al socialismo, la pone en situación de riesgo. Coincide con la declaración de Arnold Hauser sobre la burguesía europea: Todo idealismo se vuelve para ella sospechoso; todo alejamiento del mundo le parece ridículo; se irrita contra toda intrasigencia y todo radicalismo, y persigue y suprime toda oposición al espíritu del juste milieu y al adusto disimulo de los antagonismos. Educa a sus satélites para que sean hipócritas, y se atrinchera más desesperadamente tras su ideología cuanto más peligrosos se vuelven los ataques del socialismo (Vol. 3: 15).

El ensayo que con mayor precisión expone sus ideas sobre la literatura es "La novela moderna", premiado con la Rosa de Oro en el certamen de la Academia literaria del Plata, en Argentina, en 189217. En pos de una novela adecuada a su tiempo, Cabello elabora una teoría en la que contrapone romanticismo y naturalismo. Discute si, en efecto, como se afirma comúnmente, debido al éxito de ventas, la novela realista ha triunfado sobre la novela sentimental. En su opinión, ambas adolecen de defectos. El romanticismo, que describe ambientes y situaciones ideales, se aleja de la sociedad en que vive el hombre. La novela naturalista, por otra parte, ignora los sentimientos; además, las escenas grotescas junto a la recurrencia de expresiones groseras le provocan rechazo intelectual. El escritor, según la ensayista, ha de preocuparse por mostrar el mundo real, y sus personajes "deben tener, no solamente las cualidades que derivan del ser moral, sino también, las debilidades y miserias que se refieren al hombre; a ese ser complejo compuesto de grandeza y miseria, de instintos y sentimientos, de cuerpo y alma" (10). Cabello aboga por personajes y situaciones complejas en los que resulte imposible el desenlace simple.

17

Publicado primeramente en El Perú ¡lustrado, el 17 de octubre de 1891. La edición aquí consultada es la de Augusto Tamayo Vargas en Ediciones Hora del Hombre, S. A., Lima, 1948.

74

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

La autora peruana critica las exageraciones del naturalismo que han llevado al jefe de escuela, Émile Zola, a presentar en La tierra "lo inverosímil o excepcional, resultándole que sus tipos, si bien son verdaderos, no pertenecen a lo natural y corriente, sino a lo singular y raro, cayendo por diversos caminos en los mismos pecados de los románticos" (24). Señala su preferencia por los tipos sociales representativos con el fin de mejorar o "sanear" la sociedad. En ese panorama que pretende ser fiel a la realidad, llama la atención el rechazo de Cabello ante la pintura de todo lo que se refiera a la sexualidad sobre todo si se piensa que el tema figura de manera importante en sus novelas. Una de las críticas que dirige a la obra de Zola da énfasis justamente a las descripciones detalladas de la quiebra de la moral burguesa. El novelista francés -afirma la peruana- ha errado el camino. Todos sus personajes, exagerados en sus vicios y defectos, se acercan a la "bestia humana", pero no al hombre. Y esta es la segunda regla de Cabello: la novela debe moralizar y dar ejemplos que eleven a la sociedad. Si la mujer es la encargada de la educación y la literatura es la responsable de corregir la moral, la unión de ambas actividades en la mujer de letras la responsabiliza ante la sociedad. Por último, declara su admiración por varios realistas españoles: Juan Valera, Fernán Caballero, Luis Coloma, pero, sus mayores alabanzas están reservadas a Balzac. Sus novelas presentan "tipos" que ejemplifican "la multiplicidad de las especies sociales" (39). Como bien lo percibe Cabello, el realismo del francés analiza a la sociedad de su época sin dejar por ello de prolongar las exageraciones apasionadas del romanticismo. La estética descrita se somete a una ideología. Su estudio prueba que comprende muy bien que las diferencias entre las escuelas derivan de convenciones establecidas por la necesidad que cada época tiene de diferenciarse de la precedente. Su postura, que ella llama alternativamente ecléctica o realista, consiste en tomar de cada corriente lo que considera más apropiado a sus fines: La novela del porvenir se formará sin duda con los principios morales del romanticismo, apropiándose los elementos sanos y útiles aportados por la nueva escuela naturalista, y llevando por único ideal la verdad pura, que dará vida a nuestro arte realista; esto es humanista, filosófico, analítico, democrático y progresista. De hoy más, el Arte, como la Ciencia, tiene horizontes ¡limitados e infinitos [...] (65).

Con esas palabras de optimismo acaba el ensayo dejando abierta, con los puntos suspensivos, una posibilidad de desarrollo sin límites. La postura de Cabello tiende a adaptar características de ambos movimientos en una estéti-

Capitulo II: La prensa

feminista

75

ca nueva que aplica a ia realidad peruana. En la creación de tal utopía futurista, la literatura tiene la f u n c i ó n de corregir las malas costumbres sociales indicando un ideal de perfección. Teniendo siempre como objetivo primordial la ambientación americana local, Cabello adapta las ideas de Herbert Spencer sobre la sociología a la novela moderna 18 . En el proceso, deja claramente sentados los principios que la guían. En este ensayo, como en otros, Cabello explícitamente reconoce la necesidad de adaptar las ideologías europeas a la realidad americana' 9 . La idea de moralizar justifica esa apropiación. En su plan de trabajo reconoce que la religión, la moral y la política constituyen una estructura tripartita que ha de figurar prominentemente en las obras de ficción. La ensayista ha llevado a cabo un examen de la literatura del siglo. La evolución histórica que observa demarca un corte temporal entre un "antes", correspondiente al romanticismo y un "después", correspondiente al naturalismo. Coincide con esa ruptura de carácter estético, otra, histórica y más brutal, la guerra del Pacífico. La escritora se ubica ideológicamente entre ambos períodos como una mediadora capaz de rescatar los ideales antiguos que parecen haber desaparecido para reintegrarlos en una construcción nueva, apta al presente. Los cambios han causado transformaciones profundas en la sociedad. La inseguridad económica, la injusticia social, el arribismo político y las relaciones de conveniencia se combinan en el armado de un aparato políticosocial únicamente interesado en mantener el poder propio. Estos son los males que Cabello señala en sus novelas y que busca eliminar para lograr el bienestar general. Consecuentemente, la escritora pone en práctica este dictamen en sus últimas novelas estudiadas en el capítulo VI de este volumen. El desarrollo de la prensa escrita por mujeres y para mujeres en el siglo xix marca la evolución de sus ideologías. A pesar de la amplia gama de planteos - d e s d e el católico más conservador hasta el socialista anticlerical- es posible notar que todas las escritoras hacen hincapié en los intereses de las

En otro artículo ("'La novela realista", publicado en El Perú Ilustrado, Año 3, Número 136,21-12-89, p. 1098) presenta argumentos similares que pueden ser resumidos así: "La literatura debe desempeñar la misión, no de manifestarle al hombre cuán grosera é imperfecta es la naturaleza humana, sino más bien, cuán grande, y perfecta puede llegar a ser." 19

Clorinda Matto coincide con Cabello de Carbonera en relación con este tema. En su

ensayo "Mezclilla" critica la importación inalterada de ideas y expresiones artísticas europeas. Según Matto: "En literatura respiramos una atmósfera saturada de ideas francesas. Las pocas novelas que existen en el país son narraciones de sociedades europeas donde para nada, (ni hay por qué), entran las costumbres nacionales" (Leyendas y Recortes,

163).

76

M C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

mujeres. Los prospectos, invariablemente, detallan un programa de reclamos. Por otra parte, mientras afirman ideales patrióticos buscan participar en el diálogo público. Finalmente, la labor de las ensayistas, sea desde publicaciones feministas como desde periódicos consagrados, crea una concientización de grupo entre las lectoras. De tal manera, los artículos periodísticos constituyen las primeras manifestaciones de la puesta en marcha de una literatura que expresa el mundo desde miras femeninas.

CAPÍTULO I I I E L RELATO DE VIAJE: AVENTURAS Y REENCUENTROS

Los relatos de viaje invitan a seguir a la escritora en una aventura que al comienzo parece inocente, clara en sus objetivos y tan lineal como el viaje mismo. Inevitablemente, el relato abandona la esfera del trayecto físico para enfrentar al lector con la odisea personal de la viajera. Como veremos en los estudios incluidos en este capítulo, la representación del yo se consolida en el acto de la escritura. Además, el relato de viaje del siglo xix testimonia la transformación de la narradora en personaje, a la vez que diseña una narrativa poblada de construcciones de "otredad". Otra característica de las narrativas de viaje es su naturaleza híbrida en la que se funde el relato de aventuras y la exposición de ideologías políticas y sociales con el fin de deleitar a un lector ávido de exotismos. Mary Louise Pratt, en Imperial Eyes, distingue al referirse a Hispanoamérica dos variedades narrativas que llama etnográfica y autoetnográfica, respectivamente. Ambos registros corresponden a dos tipos de sujetos que, en confrontación, se sitúan de modo divergente frente a los centros de poder. El texto etnográfico, escrito por viajeros europeos para lectores europeos, representa ambientes y habitantes que, por razones históricas o de distancia, son ignorados o poco conocidos. Pretende describir lo otro, lo diferente, lo exótico, desde una perspectiva superior y en vista a una posible dominación. El texto autoetnográfico, por su parte, aunque no es un relato de viaje, entabla en forma discursiva un diálogo con el texto etnográfico anterior y propone una respuesta; escrito por autores provenientes de sociedades colonizadas, tiene como finalidad interpretar la cultura autóctona para el público de la metrópoli; de allí que, en su ejecución, adopta medios y modos pertenecientes al colonizador. Las categorías mencionadas no dan cuenta de un tercer subgénero, posterior a la conquista y colonización de América: el de los textos escritos por los viajeros latinoamericanos que, después de la independencia, observan las

78

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

costumbres e instituciones europeas y norteamericanas con el objeto de adaptarlas a sus sociedades. La voz autorial en estos textos mantiene una postura crítica en relación con los centros que se propone estudiar. Por un lado acepta la visión eurocéntrica y demuestra una aceptación casi sumisa ante los logros que admira, y por otro, descarta lo que no aprueba. Paradigmáticas de este subgénero son las cartas escritas por Sarmiento entre 1845 y 1847 en ocasión de su viaje a Europa y a Estados Unidos y que fueron publicadas posteriormente bajo el título de Viaje (Primera entrega, 1849). A esta categoría, que llamaremos criolla, pertenecen muchos textos escritos por mujeres tales como Merlin, Tristán y Mansilla que, en viaje a las metrópolis, notan el impacto que las nuevas manifestaciones culturales tienen en ellas. Las autoras, en razón de su marginalidad doble -pertenecen a sociedades en situación de dependencia y ocupan un lugar subalterno dentro de la sociedad propia- recurren a estrategias narrativas que confieren autoridad y prestigio a sus relatos. Incluimos asimismo, el relato de viaje de Flora Tristán quien, a pesar de hacer el recorrido a la inversa de las autoras ya mencionadas, desde Europa hacia América, ofrece una perspectiva aún más compleja de la identidad propia, en tanto que francoperuana. Estas narrativas desafían la rigidez de las taxonomías arriba mencionadas en razón de la inclusión del elemento autobiográfico como eje narrativo. El relato de viaje, ampliamente cultivado en la América hispana durante el siglo xix, ofrece nuevas posibilidades a las voces femeninas que practican el género desde una perspectiva netamente personal. Aunque se notan entre sus textos grandes diferencias de tonos e intereses, todos ellos delatan la ansiedad de las narradoras por autorizar sus voces. Flora Tristán relata en Peregrinaciones de una paria (1838) su calamitoso viaje al Perú en 1833. La autora francesa se embarca en búsqueda de reconocimiento y aceptación en el seno de la familia paterna. El viaje se cumple pero el intento de reivindicar tanto su legitimidad como sus derechos a la fortuna familiar fracasa. Sin darse por vencida, transforma su viaje personal en una evaluación del Perú que combina la perspectiva etnográfica con el descubrimiento de sus convicciones. Armada de una firme voluntad, publica una visión sumamente crítica de la sociedad peruana, provocando la airada respuesta de sus compatriotas. La Condesa de Merlin, cubana de nacimiento, pero parisina por adopción, mezcla los registros etnográfico y autoetnográfico en su Viaje a La Habana (1841) y en los tres volúmenes de La Havane (1844). Eduarda Mansilla busca autorizar la mirada propia en Recuerdos de viaje (1880) y, al describir su estadía en los Estados Unidos, teje una red de interpretaciones entre los códigos que observa y los hispanoamericanos y europeos que ya conoce. Transplantada sucesivamente a Europa y a la Améri-

Capítulo III: El relato de viaje

79

ca del Norte, construye un yo textual simultáneamente criollo y cosmopolita que se maneja con familiaridad entre las diferentes culturas. Por último, a la diversidad de visiones de esos textos, hay que sumar otro, que aporta un nuevo registro. La tierra natal (1889) de Juana Manuela Gorriti da testimonio del viaje de la autora a Salta, su provincia de origen, de la que ha estado alejada por más de cincuenta años. La larga ausencia, interrumpida por una visita corta en 1842, tuvo un inicio violento en 1831 cuando su familia fue proscripta a Bolivia por razones políticas. Su relato, que elude las perspectivas señaladas, utiliza recursos propios de la ficción en un texto que confronta pasado y presente desde una perspectiva muy original 1 . Todas las obras estudiadas difieren en alguna medida de los relatos de viaje tradicionales. Con la excepción del texto de Tristán, todos ellos denotan la ansiedad autorial y la búsqueda de la identidad propia en el contexto de las emergentes naciones.

I. La Havane de la condesa de Merlin El texto de La Havane relata el desplazamiento de Merlin desde Europa a la América del Norte y de ahí hacia el sur y hacia Cuba, para rehacer el camino de regreso a Francia. El relato del viaje permite a su vez el desarrollo de una posición ideológica basada en la experiencia y articulada por medio de la comparación. La obra toda se funda en relaciones triangulares: Europa (Francia), América del Norte, Cuba (La Habana). Merlin aprovecha esta estructura narrativa para crear un movimiento de espejeo, un reflejarse triangular que desfigura o deforma lo observado en función de su ideología. Bajo el amable disfraz de una viajera inocente, observadora de la naturaleza humana y de las instituciones que la sirven, la condesa establece un sistema seudo-científico basado en la observación, la experimentación y la comparación del objeto de

1 Entre las viajeras que no hemos incluido en este estudio debemos señalar a Clorinda Matto de Turner y Soledad Acosta de Samper. La escritora peruana asume la actitud impersonal de quien recorre las ciudades europeas en busca de la confirmación y engrandecimiento de los conocimientos adquiridos. Su Viaje de recreo (1909) describe paisajes rurales y ciudades y cataloga museos, bibliotecas, monumentos y amistades. Soledad Acosta de Samper, en Un viaje a España (1893), recorre la península armada de un conocimiento profundo de la historia y de la cultura ibéricas. Con curiosidad y admiración nos acerca a la geografía, a las artes, a las leyendas y a las letras españolas a través del paisaje, de los monumentos y, sobre todo, de la gente que conoce. Con sus anfitriones y sus guías entabla un diálogo que relaciona el pasado con el presente. Su discurso la muestra ávida de conocer, comparar, apreciar y criticar lo que observa.

80

M. C. Arambel Guiñazúy

C. E. Martin

estudio. Sus comentarios abarcan el sistema político, las instituciones sociales, la moral, las artes y la historia. Europa es el espejo contra el cual los otros dos elementos del tríptico son calibrados. Estados Unidos, al contemplarse en aquél, sufre la más aberrante deformación. Cuba, por el contrario, afianza su singularidad y logra ser valorada. Merlin acusa a la metrópolis de no haber sabido distinguir la agudeza del ingenio insular y sus variados frutos; es ésta la misión que se encomienda a sí misma al poner en evidencia la "cubanidad" 2 . Viajera infatigable, Mercedes Merlin ocupa sus días no sólo en visitas turísticas sino que, convertida en periodista, indaga en las instituciones de la América del Norte. Esta especie de turismo "ideológico" la autoriza a una crítica despiadada del sistema republicano, de la dictadura de las masas, de la falta de justicia, de la ausencia o corrupción de los códigos morales y del pauperismo artístico. En un papel similar al de una primera dama en visita oficial, la condesa se presenta en los sitios más inesperados: la prisión del este de Filadelfia, una escuela de sordomudos en Nueva York, una escuela primaria, una casa de ciegos, otra para enfermos mentales (en la cual conoce a una sobrina de Jorge Washington), templos de diversas religiones, Chinatown, sesiones de la cámara de senadores y diputados. Ajena por completo al ocio, la condesa se entrevista con diplomáticos extranjeros, con personajes de la política local y con el octavo presidente de la nación, Martin Van Burén (1837-41): "este hijo de labradores podría pasar por un hijo de buena casa. En su efusión de cordialidad hospitalaria me apretó tanto la mano y tanto me sacudió la muñeca, que me costó trabajo contener una exclamación de dolor" (72). En la primera descripción de la ciudad de N u e v a York, Merlin va de decepción en decepción ante la intolerable tiranía de la igualdad social: Aquí el rico está siempre oprimido por el pobre y empujado por los celos de las masas [...]. En este país hay que marchar al paso de todo el mundo, vivir la vida de todo el mundo. En el teatro, de viaje, en la posada, en su propia casa, la esclavitud es general e inevitable; todos los actos de la vida son colectivos (44).

A pesar de los elogios a la instrucción primaria, las instituciones de caridad pública y al paisaje fuera de los centros urbanos, la lista de críticas se multiplica con cada carta. Siguen aquí algunos ejemplos. Sobre el materialismo: " C o m o usted ve el dinero es aquí el único móvil; se c o m p r a todo, el orden, la moral, la virtud, la religión" (47). Sobre la industrialización: "Las

2

Ver en particular el capítulo V del magnífico estudio sobre Mercedes Merlin de Andriana Méndez Rodenas, Gender and Nationalism in Colonial Cuba.

Capítulo III: El relato de viaje

81

máquinas a vapor soplando como monstruos marinos, vomitando torrentes de chispas y de humo llegan a todas partes con la rapidez del relámpago, surcando caminos y campiñas" (47). Sobre la justicia: "La ley parece creer más en los vicios que engendra el egoísmo que en la honradez natural del hombre" (46). Sobre la deshumanización del trabajador y el imperio de las máquinas: "Pero las máquinas y los hombres se van reemplazando a medida que se destruyen, mientras el formidable gigante depositario de un inmenso porvenir, avanza con sus botas de siete leguas" (48). Sobre la discriminación racial: "El negro aquí es una especie de apestado que el orgullo del blanco siempre tiene a distancia" (63-4). Sobre las bellas artes: "No se cultiva ni la música ni la pintura, ni siquiera las plantas", "No sé si existe en los E.U. un solo cuadro a no ser en el Panteón, donde hay algunos viejos que cuelgan de los muros", "Todo lo que es bello está prohibido en este país porque lo bello no es útil" (68). Sobre la inmigración, un conocido de la condesa se queja: "la libertad adorable para las personas honestas, llevada hasta sus últimas consecuencias ha dado acceso entre nosotros a los deshechos de otros países, baba venenosa que se infiltra en la sangre de la vieja raza inglesa" (75). La condesa da fin a una de sus cartas con una grotesca y deformante caricatura del país: Aquí estoy en un país en donde reina la democracia bajo el gobierno más popular del mundo [...]. ¿Qué es lo que he encontrado? La justicia corrompida, el derecho de elección, el santo poder del jurado ejercido por ladrones y asesinos, el pueblo dictando sus caprichos, detenciones, robos y estafas quedan impunes, la licencia en las conciencias y en las calles, el respeto intolerante por las formas exteriores de la religión y la desvergüenza en las creencias, en fin, el sacrificio de todos los individuos, de sus gustos, de sus hábitos a las exigencias de las masas (62) 3 .

Durante el viaje, sin embargo, Mercedes Merlin va cambiando: la perspectiva totalmente europeizante del comienzo alterna con las observaciones de la criolla. Este vaivén es útil para prestarle credibilidad a su retrato del sujeto colonial. La autoridad de su voz se basa en su presencia como testigo y, sobre todo, en su identidad criolla. Durante su corta estadía en Cuba, Merlin inicia y completa la transformación de sí misma de sujeto europeo (etnográfico) a sujeto criollo. Adopta una

3

Es de notar que estos mismos argumentos, estas nefastas impresiones del republicanismo son compartidas por un importante sector de la sociedad norteamericana de la época.

82

M. C. Arambel

Cuiñazuy

C. E.

Martin

posición lingüística, cultural, política y racial que le pertenece sólo marginalmente, y que representa al "ser criollo" que ella tanto desea afirmar como propio. La condesa, aristócrata cubana, pertenece a una familia adinerada que posee esclavos y tierras y, aunque defiende a las fuerzas anti-abolicionistas, admite que la esclavitud es inhumana. Es una titubeante apóloga imperial en busca de autonomía política y de justicia para la colonia. La ambivalencia de Merlin sugiere la validez de la noción del colonialismo como paradigma cambiante, constantemente renegociado para mantener la relativa estabilidad de su poder y su discurso. La Havane, es una obra prescriptiva cuyos parámetros ambiciosos Merlin destaca en la dedicatoria al Gobernador O ' D o n n e l l y a sus compatriotas: "Hasta ahora Europa, tan orgullosa de sus artes y de sus leyes, ha desconocido o ignorado demasiado a nuestra Reina de las Antillas, sus recursos, sus riquezas y el lugar que debe ocupar en la historia de la América meridional" (8). La condesa se proclama como mediadora que explica y traduce el sujeto colonial a sus lectores europeos y, al hacerlo, inscribe su yo en una relación de conflicto con la representación de la otredad. El relato, en su fragmentación, responde al discurso originado en lo que Mary Louise Pratt denomina "contact zones", o sea, el lugar de los encuentros coloniales (4) 4 . Ese espacio intermedio facilita el deslizamiento desde la perspectiva etnográfica a otra más sutil, cercana a la autoetnográfica creando una identidad irreductible. Al comienzo de la narrativa, Merlin vacila entre dos posiciones: la criolla y la europea. Como hija de la isla afirma: "me parece que al llegar a mi pais llego a mi casa. ¡Que derecho mas sagrado que el de vivir en la tierra natal!" (103). El resultado inesperado del proceso de aculturación realizado en el exilio europeo, le hace confesar que se siente como una extranjera: "se me oprime el corazon, hija mia, al pensar que vengo aqui como una extranjera" (102). Dramatiza esta pérdida (temporaria) de la identidad criolla conjurando imágenes que desafían la realidad. Merlin admite sin ambages que sus memorias vienen del corazón. La escritora se convierte en una "viajera-teórica", que por medio de la escritura se apropia de una autoridad que se le niega en Europa 5 . De esta mane-

4

Imperial

Eyes es un intento de enseñar " h o w travel narratives o f Europeans about

n o n - E u r o p e a n s g o about creating a ' d o m e s t i c s u b j e c t ' o f E u r o i m p e r i a l i s m ( b o r r o w i n g Gayatri Spivak's term)". La Havane

de Merlin debe de ser estudiada desde esta perspecti-

v a c o m o un e j e m p l o de "transculturación" ( F e r n a n d o Ortiz), c o m o un f e n ó m e n o de la z o n a de contacto para ser completamente entendido (Pratt, 6). 5

Al indagar en el s i g n i f i c a d o m e t a f ó r i c o y material de la escritura de viajes, A l i s o n

Blunt e x p l i c a que "[tjravel is b o u n d e d by points o f departure and destination, but in an

Capítulo

III: El relato de viaje

83

ra, en control total del relato, la autora puede cambiar de postura durante el acto doble de observar y de escribir sobre el sujeto colonial. Merlin controla su mirada y observa la isla a través del prisma cultural de un sujeto colonizador, el "individuo racional masculino" descrito por Van den Abbele. Esta perspectiva o punto de vista nos lleva nuevamente al término inventado por Pratt: la "anti-conquista" 6 . Tanto el concepto del individuo racional y masculino, como "el del hombre que ve" aplicados al texto de Merlin hacen resaltar una postura problemática y ambivalente que la narradora no puede sostener a lo largo del relato. En el momento mismo del cruce de identidades, la voz autobiográfica de la viajera eclipsa la objetividad aparente del "hombre que ve". Este tipo de narrativa mantiene una dimensión imprevisible que refleja la constante negociación que se lleva a cabo en todos los encuentros coloniales. Merlin encabalga cautelosamente las dos culturas; se presenta fragmentada, entre dos mundos, pero finalmente niega uno (Cuba) a favor del otro (Francia). Las excursiones o desplazamientos desde su ser europeo al criollo son breves y deliberadamente escenificadas, y sólo aparecen en situaciones que atestiguan su fervor y orgullo patrióticos. Su dualidad está cuidadosamente limitada por el uso retórico de "ellos" cuando se refiere a los criollos. La estrategia resulta en un distanciamento equívoco del yo autorial atrapado entre el objeto de la memoria autobiográfica y el sujeto imperial que teoriza en la narrativa. Como "viajera-teórica", Merlin lee las señales codificadas del sistema colonial, las interpreta y se asigna la tarea hermenéutica de hacer inteligible la isla a sus lectores. La condesa mantiene el control de la narrativa al dirigir cada carta a un lector/autoridad, designado por el interés y el conocimiento que posee sobre el tema analizado. La tarea de Merlin es explícita: está homogeneizando el sujeto colonial para servir diversos intereses privados, de clase, y "nacionales". La descripción de las relaciones raciales, de la vida en la ciudad y en el campo, de las costumbres de las habaneras, retratan a un sujeto colonial sin identidad precisa, dócil y conforme. Merlin lima las asperezas de la vida colonial para presentar un mundo hecho de superficies brillantes y coloridas como las memorias que ella ya había compartido con sus lectores, en Mes douze premières années.

arbitrary, retrospetive way defined by perceptions of "home" that can only arise with critical distance" (17). '' Pratt define el término c o m o "estrategias de la representación por las cuales los burg u e s e s europeos intentan asegurar su inocencia al tiempo que afianzan la hegemonía europea". "El principal protagonista de la anti-conquista es el 'hombre que v e ' " (7).

84

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

Su regreso a Cuba en mayo de 1840 en la fragata "Cristóbal Colón" ofrece un tentador paralelo con el viaje de "descubrimiento". Ella también pone su mirada en la costa del Caribe y "descubre" al mismo tiempo que sus lectores las radiantes montañas y la topografía exótica admiradas por Colón. Como aquél, Merlin le describe a una autoridad europea las riquezas que la tierra y su gente representan. Los dos colaboran en el proceso de la "invención" de América, la cual en el siglo xix, todavía es objeto del deseo europeo y reflejo de su miopía imperialista. En la Carta XIII titulada "Contemplación- Las cercanías de la patria-" Merlin saluda a la naturaleza: Estoy extasiada! Desde esta mañana respiro el aire tibio y amoroso de los trópicos, este aire de vida y entusiasmo, lleno de suaves y dulces voluptuosidades. El sol, las estrellas, la bóveda etérea, todo me parece grande, más diáfano, más espléndido. Las nubes no se pasean a lo lejos en el cielo, sino en el aire, cerca de nuestras cabezas, con todos los colores del arco iris; la atmósfera es tan clara, tan brillante que parece impregnada de un polvillo de oro (93).

En este pasaje y un poco más tarde ante la ciudad, Merlin adopta el tono elegiaco favorecido por los poetas románticos. Las desgarradoras imágenes de la partida de Gertrudis Gómez de Avellaneda y las odas de Heredia encuentran ecos en la exaltación poética inspirada en la naturaleza americana. Merlin cataloga las villas y los pueblos mientras navegan bordeando la costa. El uso del pronombre personal "nosotros" anuncia el proceso de recuperación y apropiación. Los pueblos que describe son los que están relacionados con su ilustre familia, Santa Cruz y Jaruco. Su hermano, declara Merlin, es "su Justicia mayor, lo que vale más, su mayor benefactor" (97). El afán de poseer y el paternalismo emergen de la escritura de Merlin al pisar la tierra que tanto admira y codicia. Forzada a convertirse otra vez en extranjera, tiene que admitir que los recuerdos no se ajustan a la realidad: "Ya nada tiene la misma proporción" (99), se lamenta, pero pronto se recupera para seguir catalogando el paisaje. La descripción de la costa y de la ciudad al anochecer está compuesta con emoción sincera y orgullo, pero casi sin reconocerla. Desde el primer momento en que vislumbra La Habana, Merlin se ve forzada a un juego de invención en el cual es preciso alinear las imágenes presentes con los recuerdos alentados por la imaginación durante su exilio. La imagen distorsionada de la isla y de sus habitantes provoca una violenta reacción crítica entre sus compatriotas (Méndez Rodenas, 187-190). Cautelosamente, Merlin recobra su identidad criolla al describir la ciudad como una dama acogedora:

Capitulo 111: El relato de viaje

85

[A]hí está, es ella, con sus balcones, sus toldos y sus terrazas [...]. Puertas y ventanas están abiertas todo el día y la mirada penetra en las intimidades de la vida doméstica, desde el patio, regado y cubierto de flores, hasta la cama de la niña, con cortinas de linón adornadas con lazos de color de rosa (100)7. Las imágenes recurrentes de apertura, de hospitalidad, de confianza absoluta exhibida por la gente de La Habana imitan el carácter abierto y público de la arquitectura de la ciudad. Merlin asegura a sus lectores que no existen secretos para los viajeros curiosos e interesados. Las puertas, ventanas, patios y balcones se abren al lector y, mientras que el velero que lleva a la hija pródiga se acerca, toda la ciudad se convierte en un alegre espectáculo de bienvenida: "Continuamos avanzando y ya los balcones se llenan de gente a nuestro paso; nos observan y nos saludan con vivas" (101). Las descripciones de La Habana de los científicos extranjeros contrastan violentamente con la visión sentimental de Merlin 8 . La condesa, recibida por un tío que no reconoce, inicia el proceso de reconstruir el presente con la ayuda de los recuerdos: "Más que reconocerlo lo adivino, y rio encuentro diferencia entre estas dos emociones. Se diría que en este instante mi corazón se convierte en mi vista, pues siento que mi memoria y mi vista se confunden en esta viva revelación" (103). El movimiento de reconstrucción de la identidad perdida que comienza con la vista, se prolonga en la memoria tamizada por los sentimientos. Este proceso de afirmar negando (Merlin ve pero no reconoce) le permite una flexibilidad útil

7

Merlin encontraría un alma gemela, en el siglo xx, en Alejo Carpentier y aprobaría su defensa de las angostas y mal dibujadas calles de La Habana en su obra La ciudad de las columnas (1970). 8 Las descripciones de Alexander von Humboldt difícilmente parecen describir la misma ciudad: "During my residence in South America few of the cities presented a more disgusting appearance than this Havana. One walked through the mud to the knees, and the many carriages ... made walking in the streets both vexatious and humiliating. The offensive odor of salted meat, or tasajo infected many of the houses, and even some of the ill-ventilated streets" (Pérez, 2). Robert Francis Jameson, unos años mas tarde (1821), describe con más detalle la ciudad: "On passing the Seagate you become sensible of one great source of disease, from the unsufferable stench of the stores of dried beef and fish which are imported for the sustenance of the blacks. A multitude of narrow streets open to your eye, each contributing to the congress of smells, by their want of sewers and paving" (Pérez, 5). Anthony Trollope, en 1860, exclama: "There is nothing attractive about the town of Havana; nothing whatever to my mind, if we except the harbour. The streets are narrow, dirty and foul" (Pérez, 15).

86

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

para fijar su postura ideológica. Merlin deja entrever su posición ambivalente cuando su propia familia la considera como una curiosidad afrancesada, sin conocimiento de las costumbres locales, y hasta ignorante del lenguaje regional y sus variaciones. Sin darse por vencida, Merlin conjura su criollismo y manipula con astucia sus alianzas de sangre con la sacarocracia cubana, su bien documentado horror de la esclavitud, y sus opiniones imperiales sobre Cuba. Decidida a legitimizar su autoridad, toma posesión de todos los objetos que ve: "Al m i s m o tiempo me parecía que todo lo que veía me pertenecía, que todas las personas que me encontraban eran amigos [...] todo me gustaba, las frutas, los negros que las llevaban sobre la cabeza para venderlas; las negras que se pavoneaban moviendo las caderas en la calle [...]" (104). Merlin impone su presencia en el mundo que ha recreado en su narrativa, pero es incapaz de sostener su identidad criolla. La perspectiva europea se interpone y la gana: "Las costumbres activas de Europa [...] me faltan completamente aquí y hay ocasiones en que siento como una especie de despecho en haber degenerado de mis antepasados los indios, porque el dolce/amiente no basta a mi dicha" (109). Mientras se distancia del sujeto de su narrativa, Merlin seguramente exagera al describir los hábitos de la población local: "Los habaneros comen poco a la vez, como los pájaros; se les encuentra a todas horas del día con una fruta o un dulce en la boca" (106) 9 . La memoria se afana en recobrar el pasado olvidado y, confundida, recupera un mundo al revés que provoca la hilaridad de la familia de Merlin: "[...] los mezclo y confundo a todos, tomando al hijo por el padre, al sobrino por el tío, y cien otras equivocaciones que excitan la hilaridad general y que me ponen en evidencia" (106). Las caras de la niñez desfilan frente a Merlin, quien ofrece el mismo tratamiento tanto a su familia como a los esclavos. La paridad otorgada a ambas razas y clases sociales obedece a un simple diseño de la narrativa. Merlin necesita la presencia del elemento negro como testigo y constatación de su pasado criollo. La muestra efusiva y genuina de emoción de los esclavos que la sirvieron en su infancia confirma lo que Merlin ha sido incapaz de mostrar a sus lectores: la evidencia irrefutable de su cubanidad. Paulatinamente, la imagen del esclavo se vuelve cada vez más problemática. Merlin los describe, ya como sonrientes y dóciles, ya como figuras infernales. La ciudad los ha domesticado convirtiéndolos en seres dóciles, abandonados a una satisfecha ociosidad. Entre las vividas imágenes que contrastan

'' Es este pasaje en particular que provoca los comentarios irónicos y airados de sus detractores en los periódicos de La Habana.

Capítulo III: El relato de viaje

87

luz y oscuridad, la evocación de los esclavos negros insinúa lo "exótico." La presencia de la población negra y mulata permea el aire con la "barbarie" de su música: "Más que melodías humanas se diría un concierto dado por los espíritus infernales en un día de cattivo umore" (102). La calma transparencia del aire es interrumpida, rajada por los bárbaros y caóticos sonidos de Africa en América10. Las inestables alianzas que Merlin ha creado en su relato de viaje apuntan a la naturaleza conflictiva de la relación (intrínsecamente criolla) entre colonizador y colonizado. La condesa de Merlin nos concede una mirada fugaz de la disonancia discursiva entre su ideología imperialista y su identidad isleña. Es quizás a causa de esta tensión nunca resuelta que La Havane triunfa como narrativa personal, como relato de viaje y como metáfora de los comienzos conflictivos del pensamiento independentista en las naciones americanas.

II. La condesa de Merlin y Flora Tristán: peregrinaciones y paralelos Peregrinaciones de una paria (1838) y l a Havane (1844) ilustran el papel crucial del relato de viaje durante el siglo diecinueve en el desarrollo de la narrativa femenina. Los paralelismos entre Merlin y Tristán son múltiples: las dos mujeres vivieron y publicaron en Francia; escribieron sobre Hispanoamérica después de una breve estadía en Cuba y en el Perú, respectivamente; las dos fueron repudiadas por sus compatriotas; viajaron a Hispanoamérica para obtener ganancias y restituciones; las dos regresaron a Francia sin ellas, y las dos se reinventaron después, por medio de la escritura; en los dos casos, el dinero y la posición social (legitimidad) son las fuerzas iniciales del viaje y determinan el tono de sus narrativas. Como sujetos románticos, el dolor y el sufrimiento constituyen las piezas fundamentales del yo narrador. Curiosamente, el relato de las dos escritoras comienza con temor, fatiga y pensamientos nefastos sobre el viaje que van a emprender. A pesar de que sus cuerpos las traicionan, recurren a su fuerza innata, a su sentido del deber; en otras palabras, a su naturaleza superior. Tristán no duerme: "durante tres noches

10

Como Alvar Núñez Cabeza de Vaca, Echeverría, Bello y todos aquellos que escri-

ben sobre la entrada en una "zona de contacto", los elementos indígenas, negros y mulatos son inicialmente percibidos a través del sonido y de las notas disonantes como una fuerza indómita que desentona en la armonía de la naturaleza.

88

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

no pude saborear una noche de sueño. Tenía el cuerpo quebrantado" (23). Merlin le escribe a su hija: "Desde hace tres días mi cuerpo exhausto se fatiga, cargado de lasitud, no ha podido reposar" (9). En el instante de la partida, la naturaleza refleja el tormento interno de las viajeras o parece burlarse de su tristeza. Tristán mira hacia las calles desde su carruaje y nota la falacia de la convención romántica que afirma la armonía entre el yo y el paisaje: "El soplo tibio de la brisa acariciaba mi rostro. Sentía una superabundancia de vida mientras que el dolor y la desesperación estaban en mi alma" (23). Merlin, desde el suyo, hace una observación opuesta: "Una ligera bruma cubría la atmósfera y daba a este sonriente espectáculo algo de vaguedad en sus formas, indefinido en sus tonalidades, majestuoso y triste, que armonizaba con mi melancolía. Parecía como si la vida de la naturaleza se identificara con la mía, se asociara a mis penas [...]" (11). El sujeto romántico, escindido, se percibe como centro de la narrativa y por ende, se asegura la autoridad dentro del texto. En Tristán, emerge y gana poco a poco la narración a medida que la escritora atraviesa una serie de adversidades. En Merlin, el sujeto romántico se halla bien delineado y firmemente en control desde el inicio. Este proyecto de reconstruir el yo dentro de una tradición romántica ya había sido iniciado en la primera obra autobiográfica de Merlin, Mis doce primeros años, y continuado, más tarde, en Memorias y recuerdos de la condesa de Merlin por ella misma. Su posición de escritora en el exilio tanto geográfico como lingüístico produce un doble distanciamento que es evidente en todas sus obras. Por otra parte, la noción de la "paria", tan explícitamente invocada por Flora Tristán está también en Merlin. Sin embargo, la cualidad metamòrfica del yo en ambos textos apunta hacia la naturaleza precaria de su autoridad discursiva. El doloroso abandono que Merlin sufre al nacer permanece oculto y rara vez sale a la superficie aunque se adivina en su abierto afán de "pertenecer". Tristán en su condición multiple de paria: pobre, ilegítima y separada de un marido violento, adopta un tono directo, combativo y sin remordimientos, mitigado por expresiones de sufrimiento y de autocompasión. Merlin adopta la doble identidad de criolla exótica y de aristócrata francesa. Tristán se presenta bajo disfraces diferentes: sucesivamente, señorita, mujer soltera con hija, y mujer separada con dos niños. El itinerario de sus respectivas narrativas culmina con el afianzamiento ideológico de las autoras. Las descripciones de la mujer habanera y de la limeña constituyen un estudio significativo de la construcción del objeto colonial femenino y la del objeto ex-colonial, respectivamente. Utilizamos el término ex-colonial para significar la posición de Tristán con respecto al objeto de sus observaciones; es decir, la limeña y los peruanos en general son percibidos como un pueblo aún bajo la influencia y el legado de siglos de ocupación colonial.

Capítulo III: El relato de viaje

89

Entre algunos de los rasgos físicos comunes a la limeña y a la habanera se destacan la blancura de la piel y los ojos oscuros como significantes de su europeidad aliada al exotismo del nuevo mundo. Tristán se propone rectificar los prejuicios europeos sobre la mujer peruana: N o tienen la piel curtida c o m o se cree en Europa. La mayoría son, al contrario, muy blancas. Las otras, según su diverso origen, son trigueñas, pero de una piel lisa y aterciopelada y de una tez de un rojo vivo, hermosos cabellos ondulados naturalmente, ojos negros de forma admirable, con un brillo y una expresión indefinible de espíritu, de orgullo y de languidez [...] Hablan con mucha facilidad y sus g e s t o s no son m e n o s expresivos que las palabras con que los acompañan (396).

La representación de la mujer en La Havane contiene elementos semejantes: [el] dulce y constante calor de la atmósfera, hacen que sus miembros conserven toda la frescura y flexibilidad primitiva e impriman una aterciopelada suavidad a su piel, a veces de un blanco pálido, pero bajo el cual se entreve un reflejo cálido y dorado c o m o si el sol la hubiese penetrado con sus rayos. Sus m o v i m i e n t o s están impregnados de una languidez voluptuosa, su andar lento y perezoso, su palabra dulce y cadenciosa, contrastan a veces con la vivacidad de su fisonomía y con las llamas de fuego que se escapan de sus ojos negros, grandes, de mirada inigualable (230).

Ambas escritoras construyen una imagen de la criolla constituida de características opuestas y complementarias: tiene piel blanca y suave, pero con matices dorados; labios rojos y ojos negros, suaves y cadenciosos movimientos, una fisonomía vivaz, un habla rítmica y una encantadora mirada, todas ellas cargadas de seducción. Los textos destacan la libertad y el poder ejercidos por las criollas que, en este sentido, superan a las europeas. La superioridad de las criollas en cuanto a su libertad, si bien esconde una lógica claramente fallida, responde a una estrategia discursiva que acentúa las diferencias y pone de relieve el exotismo americano. Tristán subraya el elemento de libertad desde el comienzo: "No hay ningún lugar sobre la tierra en donde lais mujeres sean más libres y ejerzan mayor imperio que en Lima" (393). Merlin dice: "Un hecho me ha parecido digno de hacer resaltar, es que en La Habana, como en todos los países donde hay esclavos, las mujeres ocupan un rango más alto que en otras partes" (232). En la composición de este retrato de la mujer, las dos escritoras cuentan con el código de la vestimenta femenina para ilustrar su libertad.

90

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

Tristán hace relucir la diferencia abismal que existe entre estas mujeres y las europeas como ella. En Lima, la tradicional saya y el manto, y la práctica aceptada de las "tapadas" les otorgan misterio y anonimato. El ocultamiento de la identidad facilita el ejercicio de una libertad basada en la decepción. Irónicamente, la vestimenta que restringe el movimiento y que esconde el cuerpo, acentúa la femineidad. Las limeñas han creado un código que les permite burlarse del control social. Merlin ofrece a sus lectores una controvertida representación de la habanera, con ligeros vestidos de lino, sin preocupaciones y con gran libertad de movimiento. Nuevamente, la superioridad de la habanera sobre sus hermanas europeas está cimentada en la astuta manipulación de los signos. La libertad de la mujer adopta formas contradictorias pero eficaces en cada contexto. Para las limeñas, esconder el cuerpo detrás de pliegues de tela les otorga movilidad y anonimato; para las habaneras, la escasez y ligereza de ropa no les resta inocencia, sino que todo lo contrario, las ponen a salvo de toda crítica, fijándolas en una eterna infancia. En los prefacios dedicados a los lectores europeos y a los criollos, las autoras incluyen una racionalización bien articulada de sus libros. Las dos autoras dedican sus obras como ofrendas humildes a sus compatriotas. Las Peregrinaciones de Tristán comienzan: "A los peruanos". He creído que de mi relato podría resaltar algún beneficio para vosotros. Por eso os lo dedico" (3). Tristán, anticipando las reacciones negativas, admite: Nadie hay quien desee más sinceramente que y o vuestra prosperidad actual y vuestros progresos en el porvenir. Ese voto de mi corazón domina mi pensamiento, y al ver que andáis errados y que no pensáis en armonizar vuestras costumbres con la organización política que habéis adoptado, he tenido el valor de decirlo, con riesgo de ofender vuestro orgullo nacional (3).

La condesa de Merlin declara en el prefacio algunas de las mismas preocupaciones y objetivos con referencia al destino de Cuba, aunque la postura y el tono ideológicos son claramente diferentes. Merlin, como ya se ha dicho, se identifica con los criollos y dirige su admonición a las autoridades españolas. La inscripción de las historias personales de Merlin y Tristán dentro de los discursos nacionales de Cuba y del Perú señalan un paso importante en la incursión de las escritoras del diecinueve en la arena política e ideológica. En medio de la inestabilidad de la primera mitad del siglo, entre los acalorados debates sobre la condición de los esclavos, sobre la posición de la mujer en las nuevas sociedades y la consolidación del imperialismo económico, ambas escritoras participan en el debate público. Los textos que emergen confrontan ideologías en pugna sobre la naturaleza y el destino de las naciones americanas.

Capítulo III: El relato de viaje

91

III. Saber para ver y narrar: Eduarda Mansilla El relato de viaje se relaciona con la autobiografía por la coincidencia de narrador y protagonista y por el enfoque personal al que obedece. Por consiguiente, la situación del yo resulta esencial en su escritura puesto que de ella dependen los modos de ver y de narrar el mundo. La relación entre el yo y el relato crea una correspondencia de reflejos mutuos que en ningún otro texto figura de manera tan explícita como en Recuerdos de viaje (1882) de Eduarda Mansilla. La narradora adopta un tono conversacional para entretener al lector. En tono familiar, dedica el texto a un médico amigo para que lo lea en sus recorridos por la ciudad mientras visita a sus pacientes. Tales detalles lo acercan a las narrativas de los escritores de la llamada generación del 80 quienes, desde una perspectiva netamente personal, estructuran sus textos a modo de conversaciones memoriosas. Recordemos que el relato de viaje es ampliamente cultivado por los miembros de esa generación". Sin embargo, si bien Mansilla tiene afinidades con ellos -pertenecería al mismo grupo, si se tuviera en cuenta la cronología de su vida- sus textos dejan entrever otros intereses y preocupaciones. Bajo el encubrimiento del tono conversacional que la acerca al amigo lector, la narradora hace referencia a un público mayor con quien quiere compartir sus experiencias en tierras lejanas. El relato adquiere así una dimensión pública y pone e n j u e g o estrategias narrativas que sobrepasan la finalidad señalada. Comienza con el cruce del Atlántico, desde el puerto de Le Havre rumbo a Nueva York y lo que parece al comienzo una serie de observaciones y consejos se transforma rápidamente en una narración dramática. El relato recrea la emoción y el suspenso de la travesía para introducir luego la importancia de quien ve y narra. Advirtiendo sobre el riesgo de chocar contra algún témpano, explica la necesidad de la luz y de la visibilidad para elegir la ruta correcta. A partir de ese aviso, la narradora se presenta a sí misma: "[E]n mi calidad de viajera, que escribe con la mira honrada de dar luz á los que no la tienen, creo de mi deber consignar en estas páginas, lo que he oido repetir á tantos famosos touristes" (12). (Subrayado nuestro) Poseedora de la luz, Mansilla se atribuye la función de lazarillo para quienes no tienen la facultad de ver, en este caso, los lectores. La metáfora concretiza su poder de iluminarlos a la vez que extiende el límite de sus experiencias. Mansilla afirma que

" Lucio V. Mansilla (De Adért a Suez), Lucio V. López (Recuerdos de viaje) y Eduardo Wilde {Viajes y observaciones y Por mares y por tierra) son sólo algunos de ellos.

92

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

el viajero "se vuelve todo ojos" (22) pero eso no lo capacita necesariamente para ser guía de los novatos. Para ver hay que estar preparado; es decir, hay que saber de antemano qué mirar y cómo mirarlo. La narradora otorga aquí validez a su relato y hace hincapié en la diferencia entre ver algo por primera vez y volver a mirarlo luego de conocerlo: La admiración, cuando va acompañada de sorpresa suele ser ménos atractiva, y, sobre todo, ménos razonada. Pocas cosas hay más susceptibles de crecer y educarse que la admirabilidad. El salvaje no se da cuenta de los edificios que ve por vez primera; los ve mal, los juzga con su criterio estrecho de salvaje. Para comprender lo bello, es forzoso tener en nosotros un ideal de belleza, y cuanto más elevado es éste, mayor es nuestro goce, por mucho que el reverso de la medalla, produzca en nosotros, cierta insaciabilidad estética, si la palabra es permitida, y nos incline un tanto al pesimismo (22).

La ineptitud del salvaje frente a las manifestaciones de una cultura que le es ajena se debe más a su falta de educación que a su calidad de "salvaje". En tal sentido, toda persona que ignora una cultura determinada puede ser calificada de bárbara en relación a ella. Bajo una concepción generalizadora -emplea un "nosotros" y un "nuestro" referidos a la élite culta, definidora del "ideal de belleza"- autoriza su mirada "educada" que recorre lugares conocidos tanto por la experiencia directa como por lecturas y referencias. Su relato de viaje no adquiere valor sólo porque cuenta experiencias nuevas en un espacio ignoto, sino porque también se fundamenta en un conocimiento libresco y comunitario. Para eliminar toda posibilidad de duda sobre su aptitud de viajera y relatora recurre a una estratagema inapelable cuando deja sentada su familiaridad con París, la ciudad luz, paradigma de los centros culturales de la época. Es desde esa perspectiva parisina que observa y describe las ciudades y costumbres norteamericanas. Mansilla escribe como hispanoamericana y se dirige a los lectores hispanoamericanos pero no lo hace desde una perspectiva local, sino a través de un prisma europeo. Se autorrepresenta incluso como afrancesada: "Nada hay más grato que volver á ver á Paris; creo, lo afirmo, la impresión que se recibe al ver la Capital de la Francia por vez primera, no es tan intensa ni tan completa, como la que se siente al volver á verla" (22). La referencia, que es muy cierta -vivió en París durante largos períodos de su vida-, le otorga la sabiduría de una "mujer de mundo," de una "habituée" de los círculos más sofisticados. Hasta el conde de París, entonces desterrado, le ruega que le cuente sobre su ciudad (93). La insistencia en dar crédito a su escritura delata, por otra parte, la necesidad de lograr reconocimiento; el nombre de la autora es, sin embargo, famo-

Capítulo III: El relato de viaje

93

so tanto en los círculos políticos como en los iiterarios. El viaje en cuestión ha tenido lugar en 1860, pero el texto es publicado en 1882 cuando su obra abarca ya dos novelas en español, Lucía Miranda y El médico de San Luis, ambas publicadas en 1860, una novela en francés, Pablo ou la vie dans les Pampas (1869), una obra de teatro, La marquesa de Altamira (1881) y numerosos artículos de modas y costumbres aparecidos en periódicos. La angustia por ser reconocida se debe quizás a que es hija de Agustina Rosas y sobrina de Juan Manuel de Rosas, el gobernador de la provincia de Buenos Aires cuya tiranía y crueldad han quedado proverbialmente impresas en la literatura ríoplatense. Como tal, la autora, a pesar de ser casada con un unitario de prestigio, sabe que su nombre figura en la lista negra de la historia. En tal contexto, establecer que su discurso no es el de una "salvaje" sino el de alguien altamente "civilizado" constituye una defensa frente a los ataques de Sarmiento, Echeverría, Mármol y otros, para quienes federalismo y barbarie eran sinónimos absolutos. Lo que podría interpretarse como rasgo de frivolidad en Mansilla, se torna afirmación de la identidad. Su escritura y, esto se confirma en sus novelas, critica y corrige la percepción de los hombres de la generación del 37. La narradora traza en el texto un complejo juego de miradas oblicuas que le permite seguir el itinerario de su recorrido por Estados Unidos y establecer relaciones con otras regiones que conoce. Como en el texto de Merlin, Europa, América del Sur y Estados Unidos forman un triángulo de relaciones. Escribe por ejemplo: "Las iglesias, no producen en Nueva York el mismo efecto que en las ciudades europeas, aún de menor importancia. Por lo general, son poco bellas [...]." Y más tarde: "En la América del Norte, como en la nuestra, el viajero no halla esos preciosos recuerdos históricos, revelados por los monumentos, por la fisonomía misma de las ciudades" (22). Las comparaciones amplían el radio de su mirada y le permiten establecer correspondencias y divergencias. Su función de intermediaria enfrenta dificultades, sin embargo. Una de ellas la constituye la traducción, parte fundamental del proceso de interpretación. Eduarda Mansilla señala que, a su llegada a Nueva York, queda asombrada porque a pesar de haber estudiado inglés, no comprende la lengua. Ejemplifica esas fallas con numerosos términos en el original que confieren al discurso una textura particular y hasta cierto sentido del humor por los cortes inesperados. Otra dificultad resulta de la heterogeneidad de objetos culturales que se presentan a la viajera. En Nueva York, casas, calles, tiendas, hoteles, comidas desfilan ante el lector, siempre acompañados de comentarios sobre las características que definen las costumbres norteamericanas. Le sigue Washington, ciudad

94

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

aún informe, cuya característica principal es la falta de atractivos; pasa luego a la descripción de la elegante Filadelfia para culminar con un paseo al Niágara. Dispersas en el texto, figuran descripciones de vestidos, salones, bailes, tertulias y visitas, manifestaciones todas de los círculos sociales más encumbrados. Viajar, leer y narrar, en este contexto, son actividades complementarias que revelan la exuberancia y el placer del lujo. Mansilla nota repetidamente que es miembro de la aristocracia y directriz del buen gusto. Pero la profusión de materiales dificulta su descodifícación: Yo confieso que en los Museos, como en las grandes Librerías, me siento tan empequeñecida, tan abrumada por la cantidad, que no acierto casi á discernir la calidad. Me ha sido siempre difícil leer en las Bibliotecas; aquel agrupamiento de libros, parece pesar sobre mi entendimiento y reducirlo á nada. Lo mismo me pasa con los cuadros; me parece que se dañan unos á otros; me producen confusión, sobre todo cuando por vez primera entro a un Museo (189).

La narradora incluye una autocrítica que incide sobre el texto puesto que previene sobre la perspectiva y la interpretación propias. Resumiendo, el texto es un juego de espejismos entre el yo que constantemente se define y el discurso autoritario de la "cultura establecida". El resultado es una narrativa desconcertante que confunde las expectativas del lector. En el registro de tan variado mosaico de objetos culturales Mansilla privilegia algunos temas. Uno de los más desarrollados, el de la mujer norteamericana, deja traslucir sus inquietudes políticas. Mansilla explica las libertades que tiene en el flirt, en la selección del marido y, por último, en la opción de recurrir al divorcio si el matrimonio fracasa. Juzga a las norteamericanas como elegantes y bien educadas, rasgos por los cuales ejercen gran influencia sobre la sociedad. Admira a las periodistas, que son las encargadas de los artículos literarios de los domingos, de las traducciones y de las notas sociales, y aprueba que se ganen la vida por medio del trabajo. Sin embargo, mitiga su entusiasmo: La mujer, en la Union Americana, es soberana absoluta; el hombre vive, trabaja y se eleva por ella y para ella. Es ahi que debe buscarse y estudiarse la influencia femenina y no en sueños de emancipación política. ¿Qué ganarían las Americanas con emanciparse? Más bien perderían, y bien lo saben. Las mujeres influyen en la cosa pública por medios que llamaré psicológicos é indirectos (114).

Es difícil comprender la interpretación que Mansilla ofrece sobre el papel de la mujer. Por un lado aprueba su independencia económica y defiende sus

Capitulo III: El relato de viaje

95

derechos a contribuir activamente en la sociedad pero, por otro, limita esas mismas posibilidades. Sin embargo, tal actitud lejos de ser exclusiva de esta escritora hace eco a las opiniones de otras tales como Rosa Guerra, Mercedes Cabello de Carbonera, la condesa de Merlin y Carolina Jaimes de Freire 12 . Todas ellas juzgan el grado de civilización de una sociedad según la educación que recibe la mujer y si bien defienden su participación en actividades públicas le añaden siempre restricciones. Es posible especular que Mansilla, como sus colegas, no quiere arriesgar las posibilidades que comienzan a ofrecérsele a la mujer y por eso tranquiliza a los lectores sobre la capacidad que tiene la mujer de combinar el quehacer intelectual con la actividad social y hasta con las labores domésticas. En tal sentido, la visión que da de ella misma en el texto persigue esa finalidad. Esposa de un diplomático con quien colabora en las funciones sociales, madre de dos hijos por quienes se esmera, puede aún dedicarse al estudio y a la escritura y mantener un papel de modelo. Ofrece otro ejemplo con una de sus amigas periodistas: En dónde no se encontraba á la aérea y alegre escritora tan alegre y j o c o s a ? Era curioso observarla. Parecía ocupada c o m o las demás muchachas en bailar y en flirtear.

Pero un s o l o detalle no se le escapaba, y al dia siguiente su crónica era

de seguro la más completa; y casi siempre, por más que esto parezca inverosímil, la más benévola (116).

La descripción de esta mujer que combina una profesión remunerada con todas las buenas cualidades "femeninas" demuestra que su labor no amenaza el orden vigente. La incómoda oscilación de Mansilla en su interpretación del papel de la mujer es estrategia hábil para defender su ingreso al espacio público de la escritura. Como muchas de las escritoras del diecinueve, la narradora llama la atención sobre el sometimiento de otros grupos de marginados. En sus novelas, estudiadas en el capítulo VI, intenta reparar las fallas de la justicia contra el gaucho y el indio sudamericanos. En Recuerdos de viaje ataca al "Yankee" por los malos tratos dados al indígena, y coincidiendo con las opiniones de su hermano, Lucio V. Mansilla, sobre el problema en las pampas argentinas, escribe: "Muerte, traición y rapiña, han sido las armas con las cuales los han combatido; promesas y engaños, hé ahí su política con los hijos del desierto [...] el fariseísmo político de los Sajones ha hecho su camino, y la gran nación va adelante con su go ahead, destruyendo, pillando, anexando" (54).

12

Estudiamos varios de los ensayos escritos por algunas de estas escritoras en el capí-

tulo II de este libro.

96

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

La seguridad de esas opiniones se vuelve vacilante cuando se trata de la población negra de los EE.UU. El año de la llegada de Mansilla al país (1860), marca los comienzos de la guerra de Secesión acerca de la cual ofrece ciertas explicaciones. Luego de señalar algunos antecedentes históricos plantea la contienda en términos de conflicto entre dos culturas opuestas: Representaba el Sud la aristocracia, que de otra suerte no puede llamarse, ese grupo de opulentos plantadores, dueños de aquel suelo. Vivían éstos en muelle ociosidad explotando exclusivamente el trabajo de sus esclavos, para el cultivo del algodón, del café y del azúcar, las primordiales riquezas de los estados esclavatistas. Esos soberbios dueños de la tierra, cuyos riquísimos ingenios contenían millares de negros, extendiéndose leguas y leguas en la comarca, representaban en la Union el lujo señorial, la elegancia de maneras hereditaria, y esa cultura del espíritu, que tan bien se hermana, con el ocio y las riquezas (62).

En base a su preferencia por la cultura europea, y a sus relaciones con la élite artística, Mansilla demuestra simpatía por la aristocracia sureña decadente, a quien considera el mejor exponente de los buenos modales, costumbres y educación europeos. Hace pública su ambivalencia y declara ya al final del libro: "me complazco en reconocerlo, confesando mi pecado; yo era sudista" (196). El pecado, en este caso, subraya las señas de identidad que la narradora ha dado de sí misma. Si la guerra de secesión señala una época de transición en que el predominio de la cultura europea es desafiado por el poder de la nueva cultura norteamericana, Mansilla, retiene su lugar a favor del legado europeo. El Norte de los EE.UU. con sus costumbres democráticas, desestabilizadoras para el orden tradicional representado por el Sur, da impulso a una pujanza industrial carente de refinamiento, según la narradora. Pero si Mansilla toma en el texto una postura contradictoria, también registra la gran complejidad del panorama que se le presenta. En tal sentido, hay que recordar los juicios que Sarmiento hace sobre los EE.UU en sus Viajes, en los que afirma, entusiasta, que éste ha de ser el modelo por excelencia para las sociedades hispanoamericanas. Su visión construye un país moderno, libre, en constante expansión; sin embargo, se cuida bien de mencionar los problemas raciales. Francine Masiello ha notado que las novelas de Mansilla deben leerse contra el trasfondo de la escritura de Sarmiento. La observación se aplica también a Recuerdos de viaje13. Al referirse a la guerra civil nortea-

13

Para un estudio que compara los relatos de viaje de Sarmiento y Mansilla, véase Urraca, Beatriz, '"Quien a Yankeeland se encamina...': The United States and NineteenthCentury Argentina Imagination", en Ciberletras, N.° 2, a ser publicado en enero 2000. http://www.lehman.cuny.edu/ciberletras.

Capítulo III: El relato de viaje

97

mericana, Mansilla señala un paralelo con la ocurrida en Argentina; en ambos países podría identificarse un partido más civilizado, más europeo que el otro. Sin embargo, Mansilla inscribe las oposiciones en un sistema pluralista que neutraliza los contrastes. Critica la esclavitud y reconoce que el "Norte, [...] [es] la parte sana, la parte viva de la Unión [...]" (64). La narración de Recuerdos establece una serie de diferenciaciones fundamentadas todas en el paso crucial que da la narradora al adoptar la perspectiva de una europea. A partir de allí ha señalado que la mujer puede tener voz y razón, que pertenecer a una familia rosista no la hace una bárbara, que si el Sur de los EE.UU. defendía un sistema racista y clasista también poseía cualidades positivas y que el Norte, aunque democrático y triunfador, todavía tenía mucho que aprender. En sus ambivalencias discursivas, Mansilla deja sentadas las diferencias que la separan de las voces prestigiosas de la época. Sus comentarios añaden reservas y matices a las posiciones políticas de aquéllos. Las clarificaciones de la narradora en cuanto a su función de guía, a comienzos del texto, adquieren ahora una nueva dimensión. Su saber, su ver y su narrar capacitan a esta viajera experimentada para indicar aquéllo que un lector inadvertido no ve. De tanto repetir las generalizaciones se termina por no ver lo diferente y significativo. Son esas quiebras de la uniformidad las que le interesan a Mansilla. Comenta sobre los estereotipos ridículos con que se suele ¡lustrar las diferentes nacionalidades tales como "la navaja en las ligas de las damas Españolas, el traje de colores varios de los Brasileros y el cigarro de las Hispano americanas": Curioso fuera el estudio de las preocupaciones é ideas falsas, que aún conservan las naciones unas de otras, en estos tiempos prácticos, en que Morse y Edison lo van acercando todo. De seguro, con el andar de la electricidad, la parte imaginativa de los individuos perderá un tanto su brillo; pero, lo que en éste se pierda, será en provecho de la verdad (113). Recuerdos de viaje pone en evidencia la gran complejidad de la labor de leer e interpretar, en este caso, una nación modelo. Si bien su objetivo no es desarrollar una tesis a favor o en contra de los EE.UU., toma notas fragmentarias sobre la pluralidad de situaciones que enfrenta. La máscara de la cultura etnográfica le ha permitido a la narradora exponer no sólo los problemas de los EE.UU. sino también las propias ideas contradictorias. Concluir el relato con lo que llama una confesión desconcierta si no se la considera como una enmienda más, esta vez dirigida al propio yo. Si bien todo el relato insiste sobre la premisa inicial: hay que saber para ver y narrar, la conclusión acepta el valor relativo del conocimiento que depende siempre de una visión subjetiva.

98

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

IV. Por los caminos de la memoria: La tierra natal de Juana Manuela Gorriti La tierra natal de Juana Manuela Gorriti da testimonio del viaje de la autora a Salta, su provincia de origen, de la cual ha estado alejada por más de cincuenta años. El relato de viaje cobra importancia dentro de la producción de Gorriti ya que intenta por medio de observaciones y recuerdos reapropiarse de una parte de su historia. Para ello, altera el género: al itinerario espacial le agrega una dimensión temporal muy significativa que intenta una inmersión en el pasado. En tanto que pionera de la literatura fantástica, integra recursos pertinentes a ese género. De tal manera, este texto de corte autobiográfico, adquiere una dimensión extraña que lo acerca a la obra de ficción. La narración plasma sobre la bien documentada geografía una aventura hecha de fragmentos de memoria, de episodios maravillosos y de relatos ficticios. Para referirse a su origen, el yo narrador debe adentrarse en sí mismo y seguir un recorrido jalonado de textos variados. Es de notar que La tierra natal no indica el punto de origen del viaje. Luego de una muy breve introducción en tercera persona, la narradora emplea el yo para presentarse en el tren, ya en marcha. La casa propia no figura como lugar de partida como ocurre comúnmente; el viaje, en vías de realización, carece de un lugar cero inicial que le sirva como referencia en el trazado del itinerario. Y es así porque Gorriti, que desde la partida al exilio ha perdido el sitio propio, tiene como meta encontrar ese lugar de origen. Para la narradora, que se refiere a sí misma como "la peregrina", la vida equivale a un viaje continuo entre Salta, La Paz, Arequipa, Lima y Buenos Aires, lugares en los que reside en diferentes períodos de su vida. El viaje que relata cubre pues una corta porción de ese periplo que lleva del nacimiento a la muerte; se trata sin embargo, de una porción fundamental que, por tener lugar en la vejez, es hasta cierto modo, una conclusión: Mientras las muchachas hundían curiosas miradas en el interior de los carruajes, y reían, platicando actualidades, con la alegría de la juventud, yo, silenciosa, la mente en las lejanías del pasado, volví á ver ese campo que medio siglo antes crucé, parte integrante de una numerosa familia, entre los restos de un ejército, huyendo de la muerte, ante las lanzas sin cuartel de un vencedor inexorable que nada respetaba, ni sexo, ni juventud, ni belleza. De toda esa multitud proscrita, yo solo, en la cabeza y el corazon la nieve de los años volvía al punto de partida. Los otros, esparcidos como hojas que arranca el viento, cayeron, y duermen bajo la tierra extranjera [...] (66).

Capítulo III: El relato de viaje

99

Como única sobreviviente de! grupo que la acompañó en su partida, Gorriti se propone la misión de reordenar y recomponer las "hojas" de los antepasados. Uno de los problemas abordados consiste en la movilidad del locus que busca; constituido por varias capas superpuestas de significantes, comprende la ciudad de Salta en el presente de la narración, la ciudad recordada, la historia de la región y los sueños personales. Se trata así de una construcción imaginaria que pretende establecer un lugar básico de referencia, un centro en torno al cual ubicar los desplazamientos posteriores. La fijación de tal punto imaginario en La tierra natal otorga sentido a la vida de Gorriti. El texto se enfrenta por lo tanto con una labor imposible: la recuperación de un tiempo, e incluso, de un espacio irremediablemente perimidos. Después de cincuenta años de ausencia la memoria titubea. ¿Cómo puede el texto rellenar tales vacíos? ¿Cómo asegurarse que aquella existencia recordada tuvo realmente lugar? La búsqueda del origen propio exige la inclusión de recursos de carácter fantástico. Provee un ejemplo la relación que entabla entre el ensueño y el pasado adjudicándole a este último un alto grado de incertidumbre. Pensando en la posibilidad del viaje a un lugar que por momentos parece más un sueño que una realidad, Gorriti transmite al lector la duda de su realización: "En el curso de aquel dia vi desfilar á lo lejos, rápidos como en sueños, sitios conocidos y poblados de recuerdos: Trancas, Candelaria, Obando, Arenal, Sauces, Rosario" (22). Sobre el arribo, agrega: "Sueño de la mente me parecía la cercana realidad de esta dicha, durante tantos años anhelada". Y a la vista de la ciudad, exclama: "¿Es cierto? ¿No sueño? ¿No deliro? preguntábame. Y, como al comenzar esta deseada peregrinación, estrechaba una contra otra mis manos y palpaba mi frente, no sin gran miedo de despertar" (31). A la incertidumbre onírica se añade la confusión causada por la mezcla de los vestigios del pasado y las nuevas construcciones que, irreconocibles, provocan un sentimiento de extranjería: Cuando sentí la casa en silencio y que todo dormía, me levanté, abrí la puerta que daba al salón y apoyada en la reja de una ventana, pasé las horas de la noche contemplando el cielo de Salta, resplandeciente de estrellas y aquella fracción de la ciudad, aquella larga calle que de sud á norte la atraviesa, familiar para mi, en otro tiempo, hoy desconocida, con sus casas renovadas y, á esa hora, silenciosas c o m o los mausoleos de un cementerio (40).

La imaginería fúnebre colabora en la creación de un ambiente fantasmagórico en que los límites entre las diferentes categorías -casas, mausoleos, ciudad, cementerio- pierden precisión. La narradora observa diferentes cua-

100

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

dros simultáneamente: los del presente, desplegados ante sus ojos, junto a los del pasado grabados en la memoria; al hacerlo, experimenta la rareza de sentirse doble, viéndose actuar en el mundo de su memoria: "Las escenas del largo pasado invadieron mi mente en prolongadas séries. Veíame en ellas parte integrante, actuando entre ese mundo de seres desaparecidos" (40). En narraciones anteriores, en las que ha intercalado relatos de ficción, tal como en "Gubi Amaya", Gorriti utiliza la misma técnica explicando en detalle sentimientos semejantes de extranjería y alienación. En este contexto la narradora juega el papel de una "médium" capaz de establecer la comunicación entre un mundo desaparecido y el presente. Esa "persona" que adopta para evocar el pasado le permite incorporarse en la ficción del relato; la narradora del presente coincide con el personaje del pasado y juntas rompen los límites temporales cuando recopilan relatos y fragmentos de historia. La narradora aclara aún más su posición al respecto cuando intercala una leyenda calchaquí con el propósito de dejar asentada su filosofía acerca del mundo. Se trata de la existencia de un pájaro luminoso que, desaparecido en 1830, ha vuelto a aparecer en 1884, sin que nadie sepa de dónde viene ni a dónde va. Al oír la noticia, Gorriti demuestra entusiasmo por la reaparición del pájaro lo cual hace que un interlocutor "sabiondo," de perspectiva cientificista, la juzgue de ignorante. Sin que el juicio la afecte, la narradora reafirma su fe en el animal fantástico. Esta suerte de ave fénix, cuya desaparición y reaparición, más de cincuenta años después, espejea la ausencia y retorno de Gorriti podría leerse como símbolo suyo. El episodio sirve para contrastar dos puntos de vista diferentes y dos lecturas interpretativas opuestas, dependientes de las concepciones que cada lector posea. El punto de vista del científico rechaza el desafio a las leyes de la naturaleza que la existencia del pájaro postula, mientras que la narradora acepta la existencia de los fenómenos sobrenaturales como parte integrante de la realidad. De tal manera, profesa la fe en lo que Tzvetan Todorov llamará "pan-determinismo", característica de la literatura fantástica que sostiene que toda partícula en el universo tiene su razón de ser y que no existen límites nítidos ni entre la materia y el espíritu ni entre lo físico y lo mental (119). La narradora construye, en base a la leyenda, una defensa de su libertad como relatora. Ubica al texto fuera del ámbito de las explicaciones puramente racionalistas, en una zona intermedia entre las categorías de lo creíble y de lo increíble. Gorriti, por otra parte, emplea la estructura del relato de viaje como lo ha hecho anteriormente en su ficción, por ejemplo, en la colección Peregrinaciones de una alma triste, para enmarcar en ella cuentos cortos. En el caso de La tierra natal entreteje leyendas locales con narraciones de romances fuera de lo común y con historias de mujeres frustradas, que fueron empujadas al

Capítulo III: El relato de viaje

101

convento por las convenciones de la época. A veces a cargo de narradores secundarios, testigos de lo que cuentan, estas historias aportan diversidad al relato. Lo más curioso, sin embargo, son las referencias a otras obras de Gorriti que figuran aquí en trazos rápidos. Así, por ejemplo, la referencia a Miraflores, lugar de su infancia que figura de modo prominente en "Gubi Amaya", o el caso del niño cautivo, salvado por un gaucho o, aun el de la esclava que, en fuga, cae atrapada bajo un carruaje pero logra salvar a su hijo. Todos estos episodios figuran con mayor amplitud en Peregrinaciones de una alma triste. Que estos cuentos melodramáticos tengan alguna base real o que pertenezcan al ámbito de la leyenda, tiene poca importancia. Lo que llama la atención es que el diálogo entablado entre La tierra natal y algunos de sus cuentos tiende a borrar la diferenciación entre ficción y realidad. ¿Es éste un relato autobiográfico? ¿Son los cuentos de Gorriti realmente ficticios? La respuesta no puede más que admitir el encabalgamiento de ambas categorías. Lo único cierto es que la variedad de registros empleada en La tierra natal hace de éste un texto extraño, difícil de catalogar. El viaje al pasado imposible ha sido transformado en un relato que compendia la historia regional, la autobiografía, la ficción y los elementos fantásticos. La búsqueda del origen también implica investigar la historia del nombre que le otorga identidad. Gorriti se complace en narrar pasajes de la independencia en la que sus antepasados, junto a Güemes, su gran amigo, jugaron papeles sobresalientes. También da un lugar especial a la historia de su abuelo preferido, Agustín Zuviría, inmigrante vizcaíno que hizo fortuna en América y que fundó la familia con una esposa salteña. En el establecimiento de su genealogía la autora hace hincapié en los detalles románticos, tanto en los resentimientos y malentendidos familiares como en las aventuras amorosas y en los momentos heroicos relacionados con la gesta americana. Si bien en esta recuperación del pasado personal demuestra gran respeto y admiración por los miembros de la familia paterna y por la autoridad que impone el apellido Gorriti, también admite que las divisiones partidistas arruinaron la región. De tal manera, hay un reconocimiento moderado de los errores cometidos por las generaciones pasadas, incluso por sus familiares: "Allá en sombrías lontananzas, aparecíanme las encarnizadas luchas de aquellos dos partidos fratricidas: Patria nueva y Patria vieja, que dividieron á los hijos de Salta, retardando tantas glorias y causando tantos desastres" (42). Al observar la amistad y el parentesco que en el presente unen a los descendientes de los antiguos enemigos, confiesa: Sus padres, en una santa concordia, habían olvidado aquel funesto pasado que ellos ignoraban, quizá, en tanto que yo, hasta esa hora lo recordaba con culpable

102

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

rencor [...]. Yo lo contemplaba con admiración, avergonzada de encontrarme tan inferior en el nivel moral; reconociendo con profunda pena que el caudal de bondad que de allí llevé conmigo, habíalo ido dejando, como su vellón los corderos, en las zarzas del camino [...] (44).

En la búsqueda del pasado perdido, la narradora llega a un autoexamen que le permite echar una mirada crítica sobre el período de las luchas civiles. El relato de viaje incursiona en el discurso histórico y la voz de la narradora, como en otros textos ("Güemes", "Carmen Puch", etc.), penetra en un territorio vedado a la mujer. El viaje sirve entonces como una "salida" para transgredir los límites que se le imponen. Desde comienzos del relato la narradora se inquieta por la dificultad de encontrar un público capaz de leer y comprender cabalmente su texto. Al principio del viaje lleva como para entretenerse un libro de publicación reciente, que no abre porque: [...] allí en el mismo wagón y cerca de mi, un grupo de literatos iban leyéndole y, frase á frase destrozándolo sin piedad. Ah! necesaria es la fruición inefable del escritor al dar á luz un libro, para que pueda sobreponerse al terror de entregar ese hijo de su corazon y de su pensamiento al diente chacálico de los Zoilos, esa temible jauría que ahora veia yo mascar el que tenían en las manos, con los refinamientos de una acerba animosidad (19-20).

La narradora, desde comienzos del relato se defiende de antemano del ataque futuro de los "Zoilos" "de diente chacálico" al tiempo que previene también contra los comentarios de aquéllos. En tal sentido, estos malos lectores recuerdan al "sabiondo" que rechazaba la existencia del ave fantástica. Estos, como aquél, llevan a cabo y con prolijidad una lectura cientificista que mutila el texto. Gorriti, en tanto que escritora, demuestra inquietud por la recepción que este texto extraño pueda tener. Y es que, si como lo ha indicado, el relato de viaje corresponde al relato de vida, Gorriti escribe para recordar pero también para ser recordada. El libro ajeno y cerrado de comienzos del relato es suplantado por el texto propio que quiere permanecer abierto frente al lector. Esas tierras de la memoria recorridas en el transcurso del viaje, una vez recogidas en el papel, se convierten en un nuevo itinerario para los ojos de los lectores; es su lectura la que justificará a la escritora. Por otra parte, la narración prolonga la memoria colectiva. La insistencia en la desaparición del pasado otorga valor a las memorias que lo recrean y suplantan. La estructura que ofrece el apoyo necesario para el cumplimiento de la remembranza se basa en el contrapunto constante entre el pasado lejano

Capítulo III: El relato de viaje

103

y el presente marcado por !os encuentros y quehaceres de banalidad cotidiana. Al hacer hincapié en las diferencias existentes entre ambos tiempos, la narradora autoriza el texto que pretende establecer la conexión entre ambos. Así, para aumentar el interés de los lectores locales, Gorriti amplía la experiencia personal recordando los nombres de muchas familias salteñas, existentes aún en el presente de la narración. Los nombrados se tornan testigos del relato certificando su autenticidad. La escritora presenta la elaboración del texto como resultado de un contrato entre ella y su público. Emblemática de esa relación es la pluma que recibe como regalo antes de su regreso y en la que se halla grabada la palabra "recuerdo." Explica Gorriti: "Con profundo enternecimiento recibí aquella ofrenda tan amable, tan fraternal; y prometí á mis favorecedores emplearla en loor de Salta. Hoy cumplo esta promesa" (81). Las relaciones entre lo privado y lo público forjan la tradición local y simultáneamente fundamentan la autoridad en que se asienta el yo. La tierra natal, publicada en 1888, altera las modalidades literarias en boga. En una época en que el relato de viaje es vehículo de ideas importadas de los centros de civilización, Gorriti lo aplica a un lugar remoto del interior de América. Asimismo, desafía el triunfo del realismo manteniendo vigente las características del romanticismo. Georges Van den Abbele argumenta que todo viaje supone un intercambio que resulta en ganancia o pérdida para el narrador. Este riesgo económico incluye capitales como la cultura, la salud, la libertad o el conocimiento propio. Gorriti, que ha ilustrado varias de estas ganancias en algunos de sus relatos de viaje ficticios hace, en La tierra natal, un balance que le permite cerrar favorablemente la revisión de una vida forzada a "la quiebra" por el exilio. La estructura acentúa el equilibrio entre las partes del relato. En la trayectoria de la ida, la narradora, con fingido desagrado, pone en boca de otro viajero viñetas cortas que resumen los hechos sangrientos ocurridos en esos lugares durante las guerras civiles. A ese resumen de violencias contrapone a la vuelta, recuerdos de momentos agradables que despiertan su nostalgia. La narradora logra el triunfo de la pacificación personal; se presenta a sí misma como cifra del país que debe restablecer la paz entre las facciones contrarias. Pero, hay otra ganancia más concreta aún. Refiriéndose al viaje a Salta, finaliza el texto: Así, las cortas horas que habíame sido dado cobijarme en su seno, cuán saludables fueron para el alma y para el cuerpo. Aquella, sintió adormecerse imborrables dolores; éste, desprenderse y caer, como una vestidura pesada, las dolencias que lo aquejaban; y al dejar aquella tierra bendita, algo traje conmigo de su beatífica atmósfera (III, 94).

104

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

La purificación física y moral conforman sin duda, un capital ganancial considerable. Pero el "algo" traído, el souvenir mencionado en la oración que concluye el texto hacen referencia a otro capital de mayor importancia. Se trata de las memorias renovadas, de los nuevos fragmentos que darán origen al texto. El triunfo final de la aventura es la creación del relato que acabamos de leer. El relato de viaje en una última metamorfosis narra su propia historia. Y es aquí cuando el texto de Gorriti adquiere todo su valor y se torna prueba de una experiencia fantástica. Al modo de la flor de Coleridge, el texto le confirma a la narradora la realización del viaje mientras que confronta al lector con un texto que se espejea a sí mismo. Si al llegar al final de la lectura esperábamos encontrar la prueba irrefutable del origen perdido, nos hallamos ante una decepción. Como la narradora y como el pájaro de la leyenda, el lector vive la experiencia de haberse embarcado en una aventura sin origen ni fin. Las obras que acabamos de estudiar revelan de inmediato que todas coinciden en dar testimonio de la amplificación de las funciones asumidas por la mujer. La imagen de la viajera representa a mujeres intelectuales y emancipadas que no se limitan al puro goce turístico sino que valoran sus experiencias narrándolas y publicándolas con el objeto de acrecentar la fama pública de la que ya gozan. Si el viaje es considerado un medio importante en la formación de la persona, las escritoras que los narran estimulan a los lectores para que confíen en sus guías y se abran camino hacia nuevas experiencias. Estas peregrinas escriben desde una posición de autoridad y conocimiento propios que les permite compartir con el lector un guifio irónico, un elogio sincero, una crítica directa. El viaje en sí enmarca la narrativa, pero sobre todo, les ofrece un sitio textual en donde ubicar episodios autobiográficos de gran valor emotivo como en los casos de Merlin, Tristán y Gorriti. De tal forma, las narradoras expanden las posibilidades del relato de viaje para incluir "la petite histoire" a las inquietudes culturales y políticas de la época. Sus obras reflejan madurez intelectual con un asomo de desafio a las normas. Desde una perspectiva personal, manifiestan de soslayo una fuerte voluntad de participación en el diseño y en la ejecución de la cultura hispanoamericana.

CAPÍTULO I V L A AUTOBIOGRAFÍA

A pesar de que el romanticismo favorece el desarrollo de la perspectiva individual y exalta la libertad del yo para expresarse y explicarse públicamente, son pocas las escritoras hispanoamericanas que cultivan el género autobiográfico. Frente a la larga nómina que encabeza Mi defensa (1843) de Sarmiento y a la que siguen títulos de autores fácilmente reconocibles, solamente encontramos tres autobiógrafas y, entre sus textos, sólo Mes douze premieres années de la condesa de Merlin corresponde al género. El texto de carácter autobiográfico de Gertrudis Gómez de Avellaneda se relaciona más con la carta personal que con el relato de vida escrito con miras a la publicación. Dirigido a Ignacio de Cepeda, narra su vida, a modo de presentación, desde una perspectiva intimista bien definida. El texto, sugerente y seductor, inicia una intensa relación amorosa cuya crónica y glosa la autora detalla en un nutrido epistolario, estudiado en el capítulo 1 de este libro. En cuanto a Lo íntimo de Juana Manuela Gorriti, el texto desafía su calificación de autobiografía puesto que, como se verá luego, obedece más a la colección de relatos dispares que a una narración continua y cronológica de su vida. La práctica escasa del género autobiográfico por parte de las escritoras hispanoamericanas del siglo xix se explica fácilmente por la ausencia de su prestigio en tanto que figuras públicas 1 . Las reglas del género requieren o 1

"[ ...J women's autobiographies rarely mirror the establishment history of their times. They emphazise to a much lesser extent the public aspects of their lives, the affairs of the world, or even their careers, and concentrate instead on their personal lives -domestic details, family difficulties, close friends, and especially people who influenced them'" (7). Jelinek, Estelle, "Introduction", en Women s Autobiography. Essays in Criticism, Ed. Estelle Jelinek, Indiana University Press, Bloomington, London, 1980. Carolyn Heilbrun coincide con esa opinion y explica: "Singularity in women was hardly to be boasted of. Even in the twentieth century, before the current women's movement, women had only

106

M. C. Arambel Guiñazúy

C. E. Martin

bien la celebración de los logros del yo narrador, o bien su testimonio directo sobre hechos históricos o períodos de innegable valor. En la época a la que nos referimos aquí, los textos se juzgan aún de acuerdo con las reglas y perspectivas de instituciones fundamentalmente masculinas. Es por eso que Domna Stanton le da otro nombre a las historias de vida escritas por mujeres: autogynography, que define como narrativa marcada por los conflictos entre lo privado y lo público, lo personal y lo profesional. Esa tensión textual transmite otra, repetidamente testimoniada por los textos femeninos, entre los roles convencionales y los anticonvencionales ("Autogynography", en The Female Autograph, 14). Otra causa que explica la escasez de autobiografías femeninas es la falta de una tradición secular. Los textos, muy personales, escapan el modelo monacal, dirigido simultáneamente a Dios, como confesión y, a los lectores como enseñanza. Las escritoras coinciden, en grados diferentes, en el recurso a lecturas que les facilitan la apropiación de modelos provenientes de la ficción. La textualización del yo conduce invariablemente a su ficcionalización y, en los casos estudiados, resultan notorios los personajes y metáforas elegidos para lograr la toma de posesión/posición en el texto2. La práctica del género autobiográfico tiene gran importancia en el estudio del desarrollo de la escritura femenina por cuanto permite, más que las otras modalidades escritúrales, la autorrepresentación del sujeto en una visión que abarca su vida. Heilbrun ha identificado acertadamente otra gran dificultad que enfrentan las escritoras: ¿cómo escribir la historia propia con un lenguaje que tradicionalmente ha constituido modelos masculinos? Como se verá, las autobiógrafas difieren notablemente en la búsqueda de una solución. Las identidades que construyen, poco convencionales, desafían no sólo las funciones asignadas a las mujeres en la sociedad sino, y sobre todo, los inveterados estilos literarios. Cada una de las escritoras responde a su manera desde

what Patricia Spacks has called 'selves in hiding'. Gusdorf s phrase for the curiosity of the male autobiographer, 'the wonder that he feels before the mistery of his own destiny', has become really possible for privileged w o m e n in the West only in the last fifteen years." "Non-autobiographies of'Privileged' Women: England and America", en Life/Lines. orizing Women's Autobiography,

The-

Bella Brodzki y Celeste Schenck (eds.), Ithaca and Lon-

don, 1988, p. 66. 2

Aunque Merlin y G ó m e z de Avellaneda aseguran la fidelidad de sus respectivos

relatos es obvio que la realización de los proyectos sigue intereses particulares que guían su diseño. Las autoras cumplen con la premisa que será definida mucho más tarde por Philippe Lejeune como "pacto autobiográfico" y que aseguraría la correspondencia entre lo narrado y el texto.

Capitulo IV: La

autobiografìa

107

un contexto hisíórico-geográfico particular con una modalidad narrativa desafiante. Su mérito radica en que inician una práctica que tiene el potencial de convertirse en modelo. En tal sentido, coincidimos con el juicio de Heilbrun: We can only retell and live by the stories w e have read, or chanted, or e x p e rienced electronically, or c o m e to us, like the murmurings o f our mothers, telling us w h a t c o n v e n t i o n s d e m a n d . W h a t e v e r their f o r m or m e d i u m , t h e s e s t o r i e s have formed us all; they are what w e must use to make n e w fictions, n e w narratives (Heilbrun, Writing a Woman's Life, 37).

I. La condesa de Merlin y Mis doce primeros años: o el contradiscurso de la subjetividad romántica Hacia 1831, María de la Merced Beltrán de Santa Cruz y Montalvo, Condesa de Merlin, decide escribir las memorias de su infancia, en francés, a las que llama Mes douze premières années3. En 1838 se traduce su obra al castellano; en el prólogo advierte al lector el carácter personal, íntimo y espontáneo de sus memorias: "No es novela lo que va a leerse; es un simple relato de los recuerdos de mi niñez, debido a la casualidad [...]. Muy lejos de mí la pretensión de ser autora. Pienso porque siento, y escribo lo que pienso. He aquí todo mi arte" (21). Merlin ejemplifica con su obra y su vida el proceso de apropiación de la actividad literaria y el parcial triunfo de las románticas en la esfera pública. La condesa halla entre los círculos sociales franceses y españoles un público fiel y ávido del exotismo implícito en esta criolla culta, discreta y poseedora de talentos musicales y literarios. La problemática inscripción de la subjetividad femenina en la literatura romántica y la consecuente tensión entre la esfera de lo privado (dominio exclusivo del "yo" y de lo familiar) y el acto público de escribir llevan a la condesa a crear una voz narrativa escindida y a ofrecer un contradiscurso que debe ser leído entre líneas. En Mis doce primeros años el estigma de usurpar la escritura y la autoridad que ésta conlleva se presenta de inmediato en el prólogo de la autora, el cual constituye una apología ante la transgresión que significa su autobiogra-

3

Citamos de la siguiente edición castellana basada en otra, publicada por la revista

Cuba y América

en 1903, bajo la dirección del Dr. Raimundo Cabrera: Habana, Imprenta

"El siglo xx", 1922. Todas las citas del texto pertenecen a esta edición.

108

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

fía. La antiintelectualidad con que Merlin enmascara su autoría transforma su texto en un intento de negación de la escritura misma para transformarla en ejercicio íntimo de la imaginación y la memoria: "Paseándome sola en el campo una tarde de verano, me sentí poco a poco transportada a lo pasado [...]. [M]i país, mi infancia vinieron naturalmente a presentarse a mi pensamiento. Era esto como un dulce sueño; quise prolongarle" (21). Sus memorias constituyen la expresión de una realidad situada en el pensamiento, prolongada como un sueño y vertida en el papel para el gozo propio y el de sus amistades. Con la negación del género novelístico, el cual implica una autoría y autoridad con conocimiento de la esfera pública y una apropiación del discurso masculino, la autora aplaca toda posible crítica. Las memorias (patrimonio de su mente) le otorgan el espacio donde inscribir su experiencia y afirmar, modesta y virtuosamente, su autoridad. Como autora, la condesa permanece silenciada a medias por la noción de la virtual "insignificancia" epistemológica de las autobiografías de mujeres. Sidonie Smith señala: "The autobiographies of vocationless women might be locally interesting, even delightful to read [...] but not culturally significant because the bios is not culturally significant and because the self-representation is not aesthetically significant by androcentric criteria" (8). En el ensayo biográfico sobre la Condesa de Merlin que precede su autobiografía en la edición cubana de 1922, esta actitud es ejemplificada en la evaluación de su obra por el crítico Francisco Calcagno: "Hay en casi todas sus obras más lirismo en la forma que verdad en el fondo [...] jamás profundiza, nunca dice grandes cosas, pero nunca cansa" (16). Es evidente en estas líneas la calidad ornamental y superfluamente grata que la autorrepresentación del "yo" adquiere a los ojos del crítico. Merlin nunca dice grandes cosas ni profundiza, según Calcagno, pues su posición de mujer la reduce a la experiencia de lo nimio, lo oculto y lo privado. Incapaz de penetrar el discurso oficial, la condesa ve reducida su autoridad al asfixiante círculo de la experiencia de los sentidos y los sentimientos; sin embargo, su época le concede el privilegio de ser testigo y partícipe de una literatura de la subjetividad que había creado para sus lectores un "mapa de la mente" en palabras de Harold Bloom. Susan Kirkpatrick admite: "As a 'man's companion' woman was necessarily granted a degree of inner life that Romanticism began to construct for writer, hero, and reader. Furthermore, the traditional association of women and emotion [...] was given more positive meaning by the Romantic cult of feeling" (60-61). La narración autobiográfica se justifica en términos de la amistad que lleva a la autora a complacer la curiosidad de su amiga Leonor: "Muchas veces has deseado, querida Leonor, que te haga una relación de mis primeros años" (22). Es de notar que Leonor, cuyo nombre aparece sólo dos veces a lo

Capítulo IV: La

autobiografía

109

largo de la narración, hace las veces del "Dear reader" de la novelística inglesa de la época. La escritura como cumplimiento de una promesa o f r e c e una suerte de protección de la virtud femenina ante la aceptada idea d e la época que, en la mujer, la escritura atenta contra su honor, su modestia y su pudor. Elizabeth Goldsmith, en su colección de ensayos sobre la literatura epistolar femenina Writing the Female Voice, señala los peligros inherentes a la escritura y publicación de estos textos considerados como "naturalmente femeninos": "But the new admiration for a "natural" feminine style clashed with oíd arguments about female virtue: to be virtuous was to be modest, self-effacing, above all not talked about, and most certainly not published" (vii). En el breve estudio biográfico dedicado a la condesa de Merlin, mencionado anteriormente, el crítico Calcagno concluye con una alabanza del carácter virtuoso de la escritora que, de no llevar fecha, lo haría contemporáneo a la obra de la Condesa: "He aquí un punto que debe notarse: fué bella, fué rica, fué ilustrada, fué escritora y sin embargo [...] fué virtuosa. Magnífico mentís que la razón quiso dar, por medio de una cubana, a cierta preocupación vulgar que honra poco a las mujeres ilustres" (17-8). La autobiografía de Merlin se presenta como una lectura de su " y o " en constante actitud defensiva ante la autoridad (familia y sociedad). La problemática de la autorrepresentación se hace evidente ante la circunstancia de ese " y o " marginado por su sexo. La narración titubea entre la razón (el orden patriarcal) y la imaginación (el dominio de los sentidos). Merlin se inscribe en la tradición romántica de la heroína/objeto y al mismo tiempo se reconstruye como sujeto protagonista, rebelde de su propia ficción. A través de la memoria, se adueña de su pasado, expone el discurso de la autoridad (padre/sociedad/convento) y da testimonio de su resistencia como individuo. La tensión que permea el texto debe ser analizada tomando como punto de partida una serie de oposiciones que originan ese contra-discurso. Desde el inicio de la narración, Merlin emplea la antítesis como técnica que cubre y descubre el sujeto y define a sus lectores; es decir, traza una línea divisoria entre aquellas almas nobles y sensibles y aquellas almas que pertenecen al mundo del ahora y del aquí. "La historia" -confiesa a su amiga Leon o r - "es sencilla, si la vida está en los acontecimientos; pero no carecerá de interés para aquellos seres cuya existencia se encuentra dentro de sí mismos, más que en lo exterior" (22). El interés de su relación reside en la reconstrucción del "yo" sólo discernible y apreciado por aquellas almas gemelas a quienes va dedicada. Los acontecimientos externos al desarrollo del "yo" sirven de escenario y quedan fuera de foco. Es éste un "Bildungsroman" de la sensibilidad y la experiencia, un despertar a los riesgos de su condición de mujer. Susan Rosowski en su artículo "The Novel of Awakening" (en: Abel, E., The

110

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

Voyage Im.) señala la diferencia entre la novela de aprendizaje del héroe masculino y la novela del "despertar" femenino: [thedirection o f awakening] is inward, toward greater self-knowledge that leads inturn to a revelation of the disparity between that self-knowledge and the nature cf the world. The protagonist's growth results typically not with 'an art of living', as for her male counterpart, but instead with a realization that for a womansuch an art of living is difficult or impossible: it is an awakening to limitations (49).

Este despertar está en la base de la narración de la autobiografía donde se aprovecha toda instancia para señalar oblicuamente las limitaciones de su sexo y de su clase. Estas limitaciones empiezan en la cuna. La breve genealogía con qus se inicia la narración establece sus orígenes nobles en una atmósfera de cuento de hadas que será interrumpida por la voz de una Merlin ya desengañada. Su padre (apuesto, heredero de grandes riquezas y noble apellido) se enamora de una niña que apenas ha cumplido los doce años (también hermosa, rica y noble); el rápido matrimonio y nacimiento de María de la Merced pone en movimiento el ritmo paradójico (o esquizofrénico) de la narración. La autora describe su llegada al mundo como un hecho de gran regocijo, pero también de sorpresa para sus padres. María de la Merced se transforma en la muñeca que su madre había abandonado para casarse. Ya desde la primera página reflexiona sobre la adversa suerte de nacer mujer y se hace eco de las inquietudes que sus padres (supuestamente) sintieron con su nacimiento: "algo más tarde, las preocupaciones del mundo los hubieran hecho desear un hijo y la experiencia de la vida los habría inquietado sobre la suerte de su hija" (23). Esta preocupación invocada en nombre de los padres no encuentra ninguna base o justificación en la relación que la autora nos hace de las acciones de sus padres. A los pocos días de su nacimiento el padre es llamado a Italia y el matrimonio decide partir por seis meses, dejándola al cuidado de su bisabuela. Nueve años más tarde el padre vuelve a Cuba para casarla en la isla o dejarla en el Convento de Santa Clara; pero ante la resistencia de María de la Merced, decide llevarla a España donde viven sus otros dos hijos. La única razón que se da ante la prolongada ausencia de los padres es la marcada preferencia de ambos por Europa. La ausencia de los padres obliga a una reconstrucción del núcleo familiar cuyo centro será la bisabuela: "el ángel de bondad". Este ser cumple plenamente con su destino de mujer, pues es fuente inagotable de amor; "Mamita" (es así como la llama María de la Merced) adquiere la apariencia física del ángel: "Mamita había sido de una rara belleza, y conservaba todavía la de su

Capítulo IV: La

autobiografia

111

edad; su pelo blanco, como la nieve, suspendido con gracia y atado en trenzas sobre la cabeza, dejaba enteramente descubierta una frente perfectamente delineada, y unos ojos azules de una dulzura angelical [...]. [S]iempre vestida de blanco y tan prolija en su tocador, que llegaba la noche sin notarse la más mínima alteración ni en su peinado, ni en los pliegues de su vestido" (24-25). La idealización del modelo materno en la bisabuela es evidente y contrasta agudamente con la descripción de un retrato de la madre: "ahí está sin ninguna alteración, y tal cual era entonces! Su expresión es siempre la de la felicidad [...] ¡pero ella [...] ya no existe! Marchitada por el dolor, segada antes de tiempo por su triste destino, ha desaparecido!... Ya nada queda de ella; y tantas perfecciones, tantas virtudes han dejado menos señales sobre la tierra que unos débiles colores sobre un pedazo de marfil!... (63). El retrato hace notar la gran distancia que separa a María de la Merced de la madre a quien intenta dar vida. Si bien el retrato ofrece la belleza y la expresión de felicidad del rostro materno, María de la Merced subvierte la imagen con un toque neobarroco que nos recuerda a Sor Juana Inés de la Cruz y su "engaño colorido". La feliz apariencia de la figura en el retrato es minada por la imagen nihilista que conjura; la vida de la madre queda reducida a unos trazos débiles sobre la blanca frialdad del marfil. El mundo de María de la Merced antes de la vuelta del padre es paradisíaco y matriarcal; es el mundo de los sentimientos puros y la belleza del espíritu. La autoridad proviene del interior, de los buenos sentimientos. Más tarde, alude a los peligros de una disposición benevolente en la mujer: "el exceso de benevolencia en una mujer es una de las disposiciones que hay más que temer para su felicidad" (26). La llegada del padre abre la narración hacia el exterior, cambia las reglas y acrecienta la experiencia del mundo en la joven. La vuelta del padre concluye el período idílico del matriarcado e introduce la ruptura: "El regocijo que tuve en conocer a mi padre, fue turbado por el pesar de dejar a Mamita" (28). María de la Merced experimenta por primera vez en la finca del padre la injusticia y crueldad de la esclavitud. Pronto adopta el discurso abolicionista bajo el emblema de la libertad individual. Una década antes de la publicación de la novela de Gertrudis Gómez de Avellaneda, Sab (1841), la autora adopta la voz del esclavo para encubrir su protesta ante la condición de la mujer: "Me acuerdo muy bien el horror que me inspiraba la esclavitud, y, cosa que parecerá increíble, como conocía yo a los ocho años, que no era natural la distancia inmensa que separa al amo de su esclavo; y que esta clase de dominio era violenta, forzada y monstruosa" (30). Merlin extiende esta visión a todos los seres al afirmar: "Siempre había mirado la opresión como la mayor de las desgracias" y "Tal vez se dirá que yo soy tan celosa de la independen-

112

M. C. Arambel Guiñazúy

C. E. Martin

cia de los demás, como de la mía propia" (30). Estas palabras adquieren cierta ironía a la luz de la ausencia de libertad y opresión que vivirá María de la Merced bajo las reglas de la autoridad paterna, y más tarde del convento. La sociedad en donde.se desenvuelve el padre se convierte en un dominio vedado a la experiencia de María de la Merced, no sólo por su circunstancia, sino sobretodo por su sensibilidad. Dentro del mundo ideal de la casa de Mamita la lectura y la virtud están unidas por el amor y la complicidad entre las mujeres que lo habitan. Instintivamente, María de la Merced rechaza la exterioridad exhuberante de la sociedad por la búsqueda del conocimiento mediante la lectura y la introspección: "Mi ardiente y precoz imaginación se lanzaba ya impetuosa al dominio de lo desconocido; me veía atormentada por el deseo de aprender" (39). Merlin establece claramente su deseo de ir a Europa a reunirse con su madre y mejorar su educación; sin embargo, la familia decide enclaustrarla en el convento de Santa Clara. Es allí, dentro de los muros conventuales, que María de la Merced forjará sus criticas más agudas sobre la condición de la mujer mediante su amistad con la misteriosa figura de Sor Inés. La trágica historia de Sor Inés es una extensa y explícita metáfora de la esclavitud de la mujer frente a la autoridad paterna que sirve de apéndice y glosa de la autobiografía. Para concluir, el discurso autobiográfico de la Condesa de Merlin se revela como el espacio donde es posible una reconstrucción del yo, el cual es ungido de una autoridad vedada fuera de la escritura. La autora nos ofrece una prueba de la encarnada lucha de las románticas por deshacerse del silencio y adueñarse de la escritura y así inscribir sus experiencias en la página. La narrativa autobiográfica de la Condesa de Merlin conlleva una ruptura con el pacto social al abrir al mundo, de par en par, las puertas de la casa y de la mente.

II. Gertrudis Gómez de Avellaneda: la autora en busca de su personaje Retomamos aquí lo dicho sobre el texto autobiográfico de Gómez de Avellaneda en la sección de cartas del capítulo I de este libro4. Allí, leíamos este texto como carta-prólogo del epistolario amoroso que Avellaneda mantuvo con Ignacio de Cepeda. Lo leemos aquí, en mayor detalle, como relato de vida. Este texto curioso, simultáneamente carta y autobiografía, combina las

4

Véanse pp. 26-31. Por ser de fácil acceso utilizamos aquí la siguiente edición: Poe-

sías y epistolario

de amor y de amistad

(Elena Catena, editora), Madrid, Castalia, 1989.

Capítulo IV: La autobiografia

113

técnicas de a m b o s géneros. A los datos g e n e a l ó g i c o s de la autora s u c e d e n , cronológicamente, el relato de la infancia y juventud en Cuba, el viaje a Europa y su instalación en España, con las aventuras sentimentales intercaladas. Por otra parte, Cepeda está presente a lo largo del relato. Las interpelaciones directas que Avellaneda le dirige, así c o m o las referencias a los encuentros y desencuentros que ocurren durante su escritura, lo integran c o m o corresponsal y testigo del relato. En consecuencia, la narración se duplica según una modalidad muy original: la historia del pasado, enmarcada en la del presente, q u e d a al servicio d e esta última. A u n q u e el texto a l u d e s o m e r a m e n t e a los sucesos contemporáneos de la escritura, es en este plano temporal y narrativo que ocurre la seducción. Avellaneda escribe el relato de vida con una finalidad doble: por un lado, cuenta su pasado pero con ese relato controla la relación sentimental que tiene lugar en el presente. Además, con la expresión del inconformismo afirma su voluntad en el texto a la vez que impone limitaciones a su a m i g o . I n v o l u c r a d o en el relato - y a u n q u e c o n t e s t e m á s t a r d e - , Cepeda está a la merced de un discurso que intenta dominarlo. El hecho de que el texto inicie una historia de amor, vivida y escrita, tiene una influencia f u n d a m e n t a l en la narrativa ya que Avellaneda busca a f i r m a r allí su autoridad y poder. "Power is the ability to take one's place in whatever discourse is essential to action and the right to have one's part matter" (Heilbrun, Writing, 18). Para t o m a r su lugar en el texto propio, Avellaneda, que carece de modelos, echa mano a técnicas que son propias de la novela. Varias estrategias intervienen con ese fin; entre ellas, hay que señalar la dosificación del texto que regula e incita la lectura. A cada interrupción - e l texto está escrito en varios días y a horas diferentes- sigue el anuncio de algún episodio o de a l g u n a explicación de interés en el desarrollo de la trama. Esas o r a c i o n e s abruptas: "Es tarde, Cepeda, continuaré luego"; "Adiós: necesito un m o m e n t o de descanso"; "Buenas noches: tengo una terrible j a q u e c a " confieren un cierto erotismo al texto. El corte se torna una promesa que despierta curiosidad y acucia el placer de la lectura. Avellaneda ejerce un control similar fuera del texto. Así es que pretende regular los encuentros con Cepeda: "En efecto, no encontré á usted y he sabido que no estuvo [...]. Veo que al m i s m o t i e m p o h e m o s tomado la m i s m a resolución. Sí, es preciso: es absolutamente preciso vernos menos frecuentemente. N o s haríamos de otro m o d o cada vez más insociables y raros. Por tanto, declaro á usted que y o por mi parte voy á huir á usted con esmero". Por otro lado, supone un control estricto del relato y de su posibilidad de recepción. La escritura del texto autobiográfico "por entregas" es emblema de la entrega del sujeto, pero de una entrega que éste controla con precisión. Una función similar cumple la intensidad creciente del drama, en torno a las desilusiones sentimentales que logran, por momentos, tonos de melodrama:

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin Esto encontré, cuando inocente, pura, confiada, buscaba amor, amistad, virtudes y placeres:¡inconstancia! ¡perfidia! ¡sórdido interés! ¡envidia! crimen, crimen y nada más. ¿Soy culpable, pues, de no amarle? ¿Puedo tener i l u s i o n e s ? [...] (160).

Y agrega unas líneas más abajo: ¡Cepeda!, ¡querido Cepeda! ¿Será cierto que usted siente c o m o y o cuán poco vale este mundo y sus corrompidos placeres?, ¿no será usted otra nueva decepción para mí?, ¿quién m e garantiza su sinceridad? [...] ¡Cepeda!, ¡Cepeda!, si usted no es el primero de los hombres, f o r z o s o es que sea usted el último [...] (160).

Con deliberación, Avellaneda desmonta las relaciones de poder que tradicionalmente confrontan al yo f e m e n i n o y al otro masculino. Exclamaciones, preguntas retóricas y gestos grandilocuentes siembran dudas, proclaman vacilaciones y demuestran el hábil m a n e j o del lenguaje por parte del yo escritor que sienta las reglas a seguir. En el texto, Avellaneda muy c o n c i e n t e m e n t e ejerce su poder de seducción. Para ello, crea un j u e g o artificioso cuya estrategia exige que tanto el otro c o m o el yo se desfiguren en personajes múltiples, imposibles de simplificar en una imagen. Así es c o m o el sujeto adopta actitudes cambiantes que, o bien ofrecen aperturas al otro, o bien eluden el deseo que en él p u e d e despertar. Es obvio que sus variaciones y vacilaciones responden al j u e g o de apariencias con el que Baudrillard define el poder de la seducción 5 . A lo largo del relato los e p i s o d i o s realzan la heroicidad de A v e l l a n e d a frente a un medio que le es hostil. Mal juzgada, ya sea por la familia o por la sociedad, se erige en la figura de una víctima cuya superioridad incomprendida la distingue por sus actos de coraje. El contraste entre su indocilidad y la rigidez de las normas del orden vigente la constituyen en una anti-heroína de novela. Las lecturas le enseñan a comportarse de manera diferente a las protagonistas que aparecen inmoladas en aras de amores imposibles. La trama ideal, raramente realizada, pondría en escena a la dama perfecta que, infundida de a m o r por un caballero igualmente perfecto, se entregaría pasivamente a

3

"Puissance inmanente de la séduction de tout ôter à sa vérité et de le faire rentrer dans le jeu, dans le jeu pur des apparences, et là de déjouer en un tournemain tous les sytèmes de sens et de pouvoir: faire tourner les apparences sur elles-mêmes, faire jouer le corps comme apparence, et non comme profondeur de désir [...]." Baudrillard, Jean, De la séduction, Editions Galilée, Paris, 1979, p. 20.

Capitulo IV: La

autobiografia

115

la felicidad conyugal y doméstica. Avellaneda, subvierte la imagen del goce estático y opone a ella la sabiduría que le da la experiencia. Su personaje corresponde a una concepción nueva de la mujer. En las sucesivas confrontaciones con los hombres de la familia - t í o s , abuelo y padrastro- Avellaneda discierne que en la política familiar confluyen el prestigio social junto con los beneficios económicos. El manejo de tal diversidad de intereses conforma la balanza de un poder que la relega a una posición marginal. Así, por rechazar al marido para ella elegido sufre el castigo de perder la herencia de su abuelo, mientras que por reclamar su dinero debe acudir a la Corte para protegerse de las maniobras del administrador, su padrastro. El aprendizaje a partir de las consecuencias nefastas que le depara la dependencia de los hombres explica la importancia de los episodios que refieren los amores. Historiar esas experiencias que terminan indefectiblemente en una ruptura ruidosa - p é r d i d a de herencia, traición de una amiga, acusaciones- equivale a desafiar el discurso patriarcal que la somete desde la niñez a reglas sociales estrictas. El erotismo, controlado en su sumisión al matrimonio obligado, es sólo recuperable en la idea del amor sin ataduras legales. Por eso, a las desafortunadas experiencias matrimoniales ajenas - d e la madre, de su prima A n g e l i t a - añade los noviazgos propios que sólo han terminado en desengaños. Las repetidas expresiones de horror provocadas por la institución matrimonial recuerdan los ataques de George Sand a la legalización de relaciones entre el hombre y la mujer que, otorgando todo el poder al primero, anulaba a la segunda hasta la imbecilidad 6 . Avellaneda recalca su decisión de no contraer matrimonio, decisión que toma libremente y que exhibe con placer a lo largo del texto. Resulta obvio que en ese gesto desafiante influye también la voluntad de mantener su independencia económica 7 . Los comentarios al respecto sirven de advertencia a Cepeda que, en cuanto lector, queda m o m e n t á n e a m e n t e reducido a la postura de receptor pasivo del mensaje. C o m o otras escritoras de epistolarios -Arriagada, Sáenz, Sánchez, estudiadas en el capítulo u n o - Avellaneda se sabe diferente y superior a la mayoría de las mujeres de su clase:

6

Recordemos de pasada que la oposición al matrimonio por temor de la pérdida de independencia y de bienes que ocasionaba en la mujer fue causa de que durante siglos muchas eligieran la vida del claustro. En Hispanoamérica, en el siglo xix, muchas escritoras cuestionan dicha institución. Mencionamos, entre las estudiadas en este libro: Manuela Sáenz, Mariquita Sánchez, Carmen Arriagada, la condesa de Merlin, Juana Manuela Gorriti. 7

Avellaneda contrajo matrimonio dos veces: en 1846 con Pedro Sabater y en 1855 con Domingo Verdugo.

116

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

¡Cuántas veces lloré en secreto lágrimas de hiél, y pedí a Dios me quitase la existencia! ¡Cuántas envidié la suerte de esas mujeres que no sienten ni piensan; que comen, duermen, vegetan, y á las cuales el mundo llama muchas veces mujeres sensatas! Abrumada por el instinto de mi superioridad, yo sospeché entonces lo que después he conocido muy bien: Que no he nacido para ser dichosa, y que mi vida sobre la tierra será corta y borrascosa (159).

La falta de adecuación al medio es el punto de partida de la construcción de un yo romántico, centro de una retórica de lucha en defensa de la mujer intelectual 8 . Por lo dicho hasta ahora salta a la vista que Avellaneda es una de las pioneras en comprender la situación de la mujer decimonónica. Sin conocer los términos "conciencia femenina", "conciencia de femineidad" y "conciencia feminista" (definidos en nuestro siglo por Nannerl O. Kehohane) nota sus diferencias en la práctica escritural. Reconoce la conciencia femenina que corresponde a la concientización de ser el objeto de las atenciones del otro, descarta por completo la conciencia de femineidad que adjudica una importancia plena a las funciones maternales y protectoras de la mujer, y pone en ejecución avant la lettre la conciencia feminista en sus reflexiones sobre las asimetrías de poder y de oportunidades que han marcado universalmente la suerte de las mujeres ("Forword"). A partir de la conocida apertura del texto, inicia un juego en el que ocupa alternativamente las posiciones de sujeto y de objeto: "Es preciso ocuparme de V; se lo he ofrecido; y, pues, no puedo dormir esta noche, quiero escribir: de V. me ocupo al escribir de mí, pues sólo por V. consentiría en hacerlo" (39). El poder de ese "Usted", causa y fin del acto escritural, queda

* Por otra parte, Avellaneda reconoce las diferencias contextúales que rigen el comportamiento de las mujeres de su clase en medios diferentes: La educación que se da en Cuba a las señoritas difiere tanto de la que se les da en Galicia, que una mujer, aún de clase media, creería degradarse en mi país ejercitándose en cosas que en Galicia miran las más encopetadas como una obligación de su sexo. Las parientas de mi padrastro decían, por tanto, que yo no era buena para nada, porque no sabía planchar, ni cocinar, ni calcetar; porque no lavaba los cristales, ni hacía las camas, ni barría mi cuarto. Según ellas, yo necesitaba veinte criadas y me daba el tono de una princesa (169). Aparte de inscribirla en la élite criolla, la cita toma en cuenta el sexo, la región y la clase social como coordenadas que determinan la función de la mujer. Sin embargo, sabe reconocer que frente al poder que ejercen los hombres, las mujeres llevan las de perder a ambos lados del océano.

Capítulo IV: La autobiografía

117

neutralizado por la voluntad propia que a él se dirige con displicencia: "se lo he ofrecido" y "no puedo dormir" y también con voluntad: "quiero escribir". A v e l l a n e d a , a sabiendas, construye un ambiente similar al de la f i c c i ó n . Así cuenta las preferencias por l o s j u e g o s literarios que compartía c o n sus amigas: [...] la lectura de novelas, poesías y comedias llegó á ser nuestra pasión dominante. Mamá nos reñía algunas veces de que siendo ya grandecitas, descuidásemos tanto nuestros adornos, y huyésemos de la sociedad como salvajes. Porque nuestro mayor placer era estar encerradas en el cuarto de los libros, leyendo nuestras novelas favoritas y llorando las desgracias de aquellos héroes imaginarios, a quienes tanto queríamos (145). La preferencia por "estar encerradas en el cuarto de los libros" en donde actualiza los dramas de la f i c c i ó n e x p l i c a la importancia del e s p a c i o que el texto quiere construir. La c o n v e r s a c i ó n entre autora y destinatario crea un e s p a c i o cerrado apto para la trama y el drama del amor. El texto c o n f i g u r a un "cuarto propio" en que los dos, Avellaneda y Cepeda, quedan traspuestos en p e r s o n a j e s de n o v e l a . H a c i a el final e s c r i b e : "Para r e s o l v e r m e á dar á usted este cuaderno es preciso que le e s t i m e á usted tanto, tanto, que n o le crea un h o m b r e sino un sér superior" 9 . La superioridad de C e p e d a lo e l e v a por sobre el c o m ú n de los mortales y lo iguala a la autora que j u z g a su valor. Simétricamente a los c a m b i o s de la figura de la narradora, Avellaneda j u e g a con la p o s i c i ó n del amante futuro: alternativamente juez, amigo, hermano en el destino, las variaciones se adaptan al relato. El texto establece c o n claridad el p r o c e s o de i n v e n c i ó n tanto del a m a d o c o m o de q u i e n a m a 1 0 . La

9 El relato no sólo fue entregado a Cepeda sino que éste lo conservó junto a las cartas de Avellaneda con la intención de darlas a publicación. Con ello desobedeció la voluntad de la escritora que le había pedido la quema inmediata del texto y nos legó la posibilidad de su lectura. En el transcurso del relato describe un proceso similar cuando cuenta su reacción ante el hombre que la familia le ha elegido por marido:

Como apenas le trataba y no le conocía casi nada, estaba á mi elección darle el carácter que más me acomodase. Por de contado me persuadí, que el suyo era noble, grande, generoso y sublime. Prodigóle mi fecunda imaginación ideales perfecciones, y vi en él reunidas todas las cualidades de los héroes de mis novelas favoritas. El valor de un Oroondates, el ingenio y la sensibilidad apasionada de un Saint-Preux, las gracias de un Lindor y las virtudes de un Grandisón. Me enamoré de este ser por completo, que veía yo en la persona de mi novio (146).

118

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

impostura resulta parte inherente a la dinámica de la seducción. Roland Barthes ha explicado que la atracción por el otro depende siempre de la especularidad de las i m á g e n e s m u t u a s , c r e a n d o s i m u l t á n e a m e n t e un e f e c t o de seducción y de intimidación ( " E n c o r é le C o r p s " , 653). N o sorprende pues, q u e A v e l l a n e d a c o n c i b a la i m a g e n p r o p i a c o m o r e f l e j o de la q u e C e p e d a construye y que, viceversa, imagine a C e p e d a según la visión que él m i s m o fabrica de sí. Estas construcciones imaginarias responden al proceso de ficcionalización y modifican la estructura de poder que el texto establece entre a m b o s p e r s o n a j e s . Las p o l a r i z a c i o n e s c o m u n e s entre s u j e t o / o b j e t o , a g e n cia/pasividad en las que la mujer tradicionalmente ocupa el segundo término quedan aquí alteradas por otras relaciones de complejidad mayor. El proceso que a c a b a m o s de detallar no impide el gesto retórico de sinceridad, propio del d i s c u r s o a u t o b i o g r á f i c o : " L a c o n f e s i ó n [...] no f u é n u n c a m á s sincera, más franca, que la que y o estoy dispuesta á hacer á usted" (141). La lectura demuestra, sin embargo, que el texto desborda la función puramente referencial y el lenguaje, pretendidamente confesional, queda a merced de la dinámica de la seducción. Son esos j u e g o s los que delatan a un yo profesional de la escritura. En el texto de Avellaneda el relato de vida se erige en m o n u m e n t o propio; d e s d e allí, la autora, en flagrante oposición con la domesticidad, declara la independencia de su voluntad y de sus pasiones e inicia una relación amorosa para la que dará las pautas a seguir. Para elaborar e f i c a z m e n t e un d i s c u r s o perturbador de las relaciones tradicionales de poder debe fundamentar dentro del texto un espacio autorial. Avellaneda lo hace en base a su origen. En tanto que mujer, extranjera y sujeto colonial, su identidad está s o b r e d e t e r m i n a d a por los signos de la marginalidad. Sin embargo, en la escritura del texto autobiográfico esos signos son transformados en valores positivos. La " o t r e d a d " con que la califica el discurso patriarcal colonizador se torna en un yo, sujeto múltiple. C o m o criolla, altamente educada y establecida en España, su mirada p e r s p i c a z t r a n s g r e d e las f r o n t e r a s q u e d e l i m i t a n el c o n o c i m i e n t o y su experiencia le a d j u d i c a el derecho de hablar y j u z g a r la situación de a m b o s lados del Atlántico. En tanto que m u j e r de dos m u n d o s su v o z no d u d a en evaluar y comparar su situación en ambas partes. El m a n e j o de la marginalidad tiene, c o m o se verá más tarde, un papel importante en la fundación de su voz autorial. D e b e m o s recordar que, en este texto en particular, las estrategias de resistencia ante el discurso patriarcal n o r m a t i v o tienen una repercusión privada. Dirigido a C e p e d a no hubiera tenido trascendencia pública sin su desobediencia a la orden de quemarlo y sin su expresa voluntad de publicarlo. Por lo tanto, la repercusión p o l é m i c a y política del texto q u e d ó diferida hasta m u c h o después de la muerte de Avellaneda.

Capítulo IV: La

autobiografia

119

III. Juana Manuela Gorriti y Lo íntimo o el sujeto quebrado Por lo general, autobiografía se entiende como el relato de una vida cuyas experiencias, ordenadas más o menos cronológicamente, tienden a explicar los méritos del sujeto escritor. En contraste con la definición de ese proyecto, Lo íntimo de Juana Manuela Gorriti se presenta como un texto caótico y angustioso. En él, la narradora cuenta instancias de su vida, pero eludiendo tanto el desarrollo progresivo de su carrera como la evolución de su vida. Gorriti, que por cierto nunca califica al texto como autobiográfico, procede de modo muy diferente de los autobiógrafos tradicionales. Una de las peculiaridades del relato es la ausencia de una historia continua y sin fisuras. El libro reúne textos escritos aproximadamente entre 1874 y 1892, la última entrada está fechada el 25 de octubre, pocos días antes de su muerte, ocurrida el 6 de noviembre. Si bien algunas entradas llevan el encabezamiento de una fecha precisa, la mayoría de ellas tienen fechas incompletas o carecen de notación temporal. El aparente orden cronólogico permite grandes saltos temporales y las partes del texto se hilvanan dificultosamente. Otra modalidad muy particular consiste en la yuxtaposición de estilos muy variados entre sí. Se trata más de una compilación de papeles sueltos -cartas, aforismos, cuentos, comentarios políticos y escuetos datos autobiog r á f i c o s - que de una narrativa bien compaginada. Correspondería pues al lector la tarea de coordinarlos ya que la narradora parece no haberlo logrado: "En fin quien está trazando a lápiz estas tristes reflexiones, las ha escrito al revés; y es forzoso rasgar las páginas que contienen, para colocarlas en su lugar" (164). Ignoramos si puso a efecto el método señalado de "rasgar las páginas" o no; pero la imagen no puede ser más exacta para representar el texto. Y agrega, ya cerca del final: A Lo íntimo le ha caído un aluvión de recuerdos, que es necesario consignar y que retardan algo su publicación. Limitóme a humildes relatos, sin pretender explicarme ni explicar las causas de los hechos que recuerdo. Qué podré decir yo en la noche de la vida, que no hayan dicho tantos y tantas que han desecado el corazón, el cerebro y el alma? (192). Los comentarios críticos sobre el texto propio integran la lectura que la narradora hace del mismo; esa inclusión de una perspectiva -externa al textodelata la atención prestada a la escritura y resulta extrañamente novedosa. Con ellos Gorriti pretende influir y guiar al lector señalando que las fallas no son tan accidentales como parecen. La comparación con la escritura de "tantos y

120

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

tantas" justifica la apreciación de su libro; "explicar las causas", obsesión del realismo entonces en boga, le parece una técnica mutilante. Las características estilísticas de Lo íntimo muestra la resistencia conciente de la autora ante los presupuestos genéricos y las corrientes de moda. En nuestra lectura preferimos atenernos a los cortes textuales ya que forman parte integrante del mismo. A partir de ellos iniciamos el acercamiento a una pluralidad de perspectivas. En razón de la disparidad de textos que constituyen Lo íntimo se diría que es precursor de la estética de las vanguardias del siglo xx. Si por momentos, los recuerdos e ideas parecen fluir espontáneamente con el correr de la pluma y así transmitir los sentimientos y pensamientos de la escritora, raramente sobrepasan el estado de borrador. El fragmentansmo escritural cobra importancia por cuanto impide la construcción narrativa de una identidad continua. Los vacíos e interrupciones construyen un yo textual cuyo rasgo distintivo es el mostrarse constituido de carencias, grietas y fallas. En efecto, el texto repasa muy rápidamente, a veces con alusiones veladas, las pérdidas dolorosas que han marcado la vida de Gorriti: al paraíso de la infancia siguen el exilio, la muerte de los padres, la muerte sucesiva de las hijas y finalmente el retomo al país cuando ya, envejecida, se siente extranjera en todas partes. La lista de las omisiones - l a instalación en el Perú, los amores, el divorcio- indica que se trata de episodios claves y difíciles que prefiere silenciar. Pero la desolación expresada está en lucha constante contra un yo que, a pesar suyo, se sobrepone irremediablemente. El sujeto creado por Gorriti muestra tanto las luchas internas como las fuerzas externas que lo dividen. El yo narrativo predice notablemente las formulaciones estético-cognocitivas de nuestro siglo al definirse en tanto que red de relaciones de lucha: consigo misma, con la familia, con las instituciones y con la historia patria. Si en La tierra natal, texto estudiado en el capítulo del relato de viaje, como en muchas otras narraciones, Gorriti se refiere a sí misma como figura fantasmagórica, sobreviviente de cataclismos históricos y personales, en Lo íntimo esa figura adquiere toda su fuerza evocadora. En tanto que remanente de un pasado perimido el yo escritural da la razón a Paul de Man, para quien la autobiografía es un tropo que relaciona el mundo de seres vivos con el de los muertos. Juana Manuela Gorriti se autorrepresenta textualmente en un tiempo y en un espacio intermediario entre ambos. Es la "médium", el vehículo de una comunicación de ultratumba. La prosopopeya, figura del encubrimiento y de la máscara, propicia la representación de lo desaparecido". De

" "Prosopopeia is the trope o f autobiography, by which one's name, as in the Milton poem, is made as intelligible and memorable as a face. Our topic deals with the giving and

Capítulo IV: La

autobiografía

121

allí, la asociación que de Man hace entre ella y el epitafio; este último sería el modelo del texto autobiográfico, es decir, el texto-máscara que recupera escrituralmente lo desaparecido. Gorriti se autorrepresenta en espacios cercanos a los monumentos funerarios: Subí para respirar el aire puro a la última azotea que domina la ciudad, el río y la inmensidad de la pampa. U n cierzo áspero y frío silbaba en ¡as almenadas c o m i z a s c o m o un lamento, que parecía remedar mi corazón [...]. D e repente mis ojos encontraron la siniestra fachada de la Recoleta [...] (99).

El punto privilegiado que todo narrador de autobiografía se adjudica, el presente glorioso desde donde observa la historia que lo precede y explica, es suplantado en Lo íntimo por la torre cuya vista concluye en el cementerio 12 . La ironía de la imagen contamina el texto completo que en lugar de hacer alarde de las labores cumplidas corrobora la cercanía de la desaparición. Hasta los recuerdos de la infancia adquieren un tono fúnebre. Al comienzo de Lo íntimo, Gorriti recuerda la vieja residencia familiar, destruida en el momento del relato, así como sus antiguos residentes, igualmente desaparecidos: A h ! y o también sombra viviente entre estas varias sombras, y o también v o y ahí con el recuerdo a reconstruir mi vida despedazada por tantos dolores y extraer del d e l i c i o s o o á s i s de la infancia, a l g u n o s rayos de luz, algunas flores, para alumbrar y perfumar mi camino. Ah! cuantas v e c e s huyendo del desolado presente, he tenido necesidad de refugiarme c o m o a mi único asilo en las sombras del pasado, y evocar las n o b l e s a c c i o n e s de los muertos, para olvidar la infamia de los v i v o s (84).

"Reconstruir mi vida despedazada", el andar de una "sombra viviente" postulan la calidad decisiva y final de este proyecto autobiográfico. Sin embargo, hacia el final del relato su misión permanece sin cumplirse: "Hoy quisiera compaginar algunos originales de Lo íntimo para darlos a copia [...]. Tengo que llenar muchos, muchísimos vacíos, entre ellos: no sé si lo podré

taking away o f faces, with face and deface, figure,

figuration and disfiguration." Man,

Paul de, "Autobiography as De-facement", en MLN, Vol. 94, N.° 5, December 1979, pp. 919-930. 12

La imagen de la torre cuya altura es superior a la del resto de la ciudad ha sido utili-

zada con frecuencia como emblema de la superioridad del escritor-poeta que, a modo de vigía y de visionario, percibe lo que otros no ven.

122

M. C. Arambel Guiñazüy C. E. Martin

hacer" (193). Las muertes evocadas y los vacíos textuales contrarían el proyecto de reconstrucción de la vida que permanece encubierto por largos silencios. Gorriti parece aceptar y reconocer las limitaciones del proyecto de recuperar su historia. El vaciamiento de la persona narrativa convertida en voz de ultratumba altera asimismo la percepción de su autoridad. Los libros de memorias adoptan por lo general una perspectiva cientificista o, al menos, cimentan su discurso en la función de testigo y participante de los hechos que registra el narrador 13 . Por el contrario, Gorriti asienta su autoridad en una superioridad derivada de contactos espirituales que escapan a la observación. Así responde ante el cuestionamiento de sus visitas a las tumbas de sus hijas: Qué dulce paz, qué consuelo encuentra mi alma al lado de esas tumbas que me llaman con la promesa de una próxima y eterna reunión. - ¿ A qué conduce el empeño de recorrer siempre esa vía dolorosa? A renovar tu pena. Ah! cuán poco comprenden los que viven la vida de la materia a los que viven con la del espíritu! Ay! no es para mí la vía dolorosa, el camino del cementerio donde reposan mis hijos, donde reposa mi madre, donde reposa mi hermana, sino las calles de la ciudad (119).

Ubicada en un espacio liminar entre la vida y la muerte utiliza un discurso igualmente liminar entre lo poético y lo historiográfico. Lo íntimo recurre tanto a los datos históricos como a los relatos novelados 14 . El discurso autorial se opone así al de los memorialistas y autobiógrafos que siempre juran veracidad referencial. La escritura de Gorriti, justamente porque carece de esas afirmaciones de rigor - m u y tranquilizadoras por cierto-, provoca inquietud en el lector. Aunque Gorriti pertenece a un período histórico que precede al de Freud, sus creencias en un más allá habitado de espíritus y sus numerosos escritos fantásticos la hacen una observadora de las imágenes psíquicas. Reconociendo la gran distancia que la separa del fundador del psicoanálisis podemos sin embargo notar la perspicacia intuitiva en relación con el texto que escribe. Pueden así aplicarse a la escritora las palabras de Michel de Certeau sobre el psicoanalista: "Freud observes that the dead are in fact begin-

13

Las crónicas de la conquista constituyen un claro ejemplo de las narrativas en primera persona cuya autoridad se fundamenta en el "'yo vi". 14 Ver, por ejemplo, la historia del General Daza (108-110) y la de Isabel Serrano (124-127).

Capítulo IV: La autobiografia

123

ning to speak. B u t they are not speaking through the médium o f the historianwizard [...] it is speaking [9a parle] in the work and in the silences o f the historian, but without his k n o w l e d g e [...]" (8). Gorriti, en tanto que m e m o r i a fantasmagórica, se construye a sí m i s m a c o m o un ga que habla en lugar de los desaparecidos. E s alrededor de esa construcción peculiar que centra el relato. En otro plano narrativo el sujeto se quiere cifra de la nación argentina. Halla un a p o y o sólido en una g e n e a l o g í a prestigiosa que la distingue c o m o m i e m b r o de una de las f a m i l i a s h a c e d o r a s de la patria. En v a r i o s relatos Gorriti basa su autoridad escritural en las glorias de sus antepasados independentistas y participantes de las guerras civiles. Durante los años en que escribe Lo íntimo tanto la vida política c o m o la vida social sufren grandes cambios. L a s olas inmigratorias dan una nueva c o n f i g u r a c i ó n a los países y la modernización - e l telégrafo, los ferrocarriles- alteran los modos de producción y el estilo de vida 1 5 . A d o l f o Prieto ancla en "el aluvión inmigratorio de fines de siglo" la importancia dada a la posición social en Las beldades de mi tiempo de Calzadilla y en Mis memorias de L u c i o V. Mansilla, ambos textos de carácter autobiográfico: [Calzadilla] [...] ironizó sobre las ventajas del puro progreso material y puso un nostalgioso acento en las costumbres del Buenos Aires antiguo. Mansilla, en cambio, enfatiza el mérito de la continuidad sanguínea y contrapone el núcleo de las familias originarias, con virtudes intrínsecas nunca bien delimitadas, al desborde inmigratorio del gringo (137). L a promesa de riquezas, recuerdo del mito del Dorado, atrae a los extranjeros que, convertidos en nuevos ricos, compiten en prestigio con los descendientes de las familias de alta alcurnia, de origen colonial. En esa lucha Gorriti, sin riquezas ni propiedades, pero con un legajo personal que la vincula con los guerreros de la independencia, reafirma los valores morales que atribuye a los antepasados y que piensa inexistentes en la

15

La narradora observa cambios parecidos en la capital peruana: "Parecíame, en pleno Lima, habitar un país extranjero, tantas eran las individualidades terminadas en inni, cini, wortt, eith, now, que poblaban las altas regiones sociales y ejercían en ellas poderosa influencia, al frente de valiosas empresas y especulaciones de alta importancia [...] todo era organizado y dirigido por estas notabilidades exóticas que habían venido a suplantar a los Zavala, Mendoza, Aliaga, Lapuente, Salazar, etc. del hispano cuño. "Francesco, el mercachifle", "El mundo de los recuerdos", en Narraciones, Ediciones Estrada, Buenos Aires, 1958.

124

M. C. Arambel Guiñazuy C. E. Martin

sociedad actual: "Qué delirio tan pecaminoso el de aquellos héroes, que iban a quemar muy contentos en las aras de una soñada patria, el porvenir de sus hijos! Así andan éstos, mendigando favor de los zánganos que ellos alimentaron con sus riquezas y su sangre" (111). "Buenos Aires está entregado a un lujo frenético; lujo que aumenta cada día y que está produciendo desastrosos efectos en frecuentes quiebras" (128). Desde los márgenes del poder y desde la postura de una casi extranjera -las cartas a los amigos dejados en el Perú, el país que le dio acogida así lo prueban- Gorriti observa y critica no sólo a los inmigrantes sino a todos aquéilos que sacaron provecho de los sacrificios ajenos. Su visión difiere así enormemente de la de los mencionados memorialistas a los que habría que agregar Miguel Cañé, Eduardo Wilde y otros cuyos relatos evocan en tono liviano las costumbres y las escenas cotidianas de un pasado olvidado. La perspectiva de Gorriti recuerda amargamente los episodios en que la protagonista y su familia experimentaron el exilio y la ingratitud de sus conciudadanos. Gorriti se presenta como imagen del retorno de un ideario caduco. No son las costumbres de la ciudad ni las conversaciones de salón las que quiere recobrar sino los ideales y principios morales que, piensa, caracterizaron una época. Se convierte a sí misma en la voz de la conciencia social y política. Altera el discurso histórico-autobiográfico con las moralizaciones que la sociedad reprime y no quiere oír. Si, como afirma Adolfo Prieto, el año de 1880 permite separar la cronología histórica en un antes y un después, Gorriti elige la primera etapa (Prieto, 162). La modestia de sus costumbres, que señala en el texto, la separan de los apasionados por acumular objetos de arte y bibelots. El prestigio, señala Gorriti, no deriva ni de méritos innatos ni de las riquezas sino del quehacer laborioso y de la lucha constantes, únicas pruebas del sacrificio en provecho de la nación. Por eso, el tema de la ingratitud tiene importancia: vive las necesidades económicas como una injusticia contra su persona y la pensión que el gobierno le da, por ser descendiente de los guerreros de la independencia, le llega más bien como una limosna. Las imágenes del fantasma y de la sombra tan repetidas en la autorrepresentación de la narradora cobran ahora una dimensión pública. Lamenta sobre Buenos Aires: Estamos en plenos combates eleccionarios, y aunque el revólver y el puñal están a la orden del día, no llegará la sangre al río, pero, el fraude, eso sí que se ha pegado no solo a dos, sino a cuatro manos. Así los dos partidos han ganado los votos; ambos triunfan y ambos se regocijan [...](140).

Y sobre el Perú:

Capitulo IV: La

125

autobiografía

A l é j o m e de este desventurado país, para el que y o no v e o remedio alguno en toda la e x t e n s i ó n de su horizonte político y social; porque está minado hasta lo más hondo de sus entrañas por la lepra incurable de la corrupción (122).

El recuerdo de un pasado revolucionario mítico, sin embargo, no pretende establecer una ligazón, un continuum ilusorio, como afirma Beatriz Urraca; todo lo contrario, señala las fallas de ese discurso 16 . El tremendo corte definitivo que nota en la ideología, la moral y las costumbres la impulsa a incorporar imágenes fantasmagóricas, leyendas y tradiciones como posibilidad de sutura discursiva. Esta técnica no es nueva para la escritora. El fragmentarismo como estrategia narrativa figura prominentemente en otros relatos tales como "Gubi Amaya" y "La tierra natal" donde crea el mismo efecto de ruptura. También en las ficciones, son las imágenes fantásticas las que posibilitan el paso narrativo hacia una visión ideal rememorativa. Las miradas hacia el pasado personal y nacional acentúan la percepción de una quiebra irrecuperable. R e t o m a n d o las palabras de de Certeau sobre Freud las adaptamos a Gorriti: "[...] he dared to take the side of antiquity and of popular superstition against the ostracism of the positive sciences" (Heterologies, 27). Gorriti asume una voz semejante y, como muchos poetas románticos, se detiene en las fuerzas que eluden el control científico. Redescubrir los orígenes no significa la vuelta a un paraíso perdido; pero sí un ataque contra las políticas del sigio que con sus guerras civiles han vedado definitivamente a todos la posibilidad de un paraíso. A la quiebra interna experimentada por el sujeto corresponde una ruptura mayor de repercusión nacional. La contraposición de la idealizada época de la independencia y de los desmoralizados tiempos posteriores espejea la oposición que, a un nivel personal, divide el yo entre el pasado de las tiernas memorias infantiles y el presente del que se siente desplazado, en razón de su vejez.

Acertadamente, Beatriz Urraca, hace notar el interés de Gorriti por el pasado y por contribuir al discurso de la historia. N o coincidimos, sin embargo, con su idea de la continuidad histórica que Gorriti afirma. "Yet dwelling on the moment of independence was one of Gorriti's strategies for constructing what she believed the nation needed most: historical continuity. She seemed to overlook the rupture inherent in independence or its disjunction from subsequent events, as if she were defending the glory of those days from being erased from the nation's memory" (158). "Juana Manuela Gorriti and the Persistence o f Memory", en Latin American

Research

Review, vol, 34, N.° 1, 1999, pp. 151-173.

Recordar el heroísmo de la independencia, de ninguna manera le hace olvidar las atrocidades de la guerra civil de la que fue víctima y de la que también responsabiliza a sus antepasados. Ver, por ejemplo, su relato de viaje La tierra

natal.

126

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

Entrelazado con los discursos mencionados figura otro que, hasta cierto punto, se opone a ellos. En él Gorriti asume la voz de la escritora profesional que comenta lecturas, autores y hasta los textos propios. Para ella, como para muchas otras autoras, la escritura ofrece un modo de compensar las pérdidas y sufrimientos que padece: Una v e z que se ha entrado en el camino de las letras, es necesario marchar, marchar siempre. Nada de reposo. Todo descanso parece una deserción. Además, nada consuela en las penas de la vida, c o m o este paréntesis que la pluma nos impone en medio del trabajo (104).

Enferma, pero siempre ocupada por tareas diversas, comenta: Y me levanto, y ando: ando de aquí para allá, preparando las clases; las doy, escribo, coso, hago preparar los trabajos que han de leerse en las veladas literarias que cada Miércoles se celebran en mi casa (105).

Y en otra ocasión: Aunque bastante achacosa y muy mucho cansada de la vida, estoy ocupándome de dos trabajos literarios: "Perfiles Contemporáneos" y "Salta". Siguiendo un consejo de D e Amicis, el literato italiano, escríbolos simultáneamente, descansando del uno en el otro. Y para que este descanso en la variedad sea mayor, lo tercio confeccionando un libro de [...] cocina! (143).

Las repetidas menciones del trabajo intelectual crean una imagen nueva de la mujer. En las novelas canónicas del siglo, si se la ve actuar, siempre es en cumplimiento de los deseos del hombre amado -pensemos en Soledad, Amalia o María, por ejemplo. Las cualidades, facultades y técnicas aprendidas benefician en un primer término a quienes las rodean, quedando los deseos propios postergados a un segundo término. Gorriti, heroína de Lo íntimo, se distingue por el ejercicio de una independencia total. La necesidad de trabajar responde a razones económicas pero también a la satisfacción de un placer personal. Con obvio deleite ostenta también ser la anfítriona y organizadora de uno de los salones literarios más importantes de Lima: "Asambleas inventadas por mí e imitadas en todas partes, sobre todo en Francia y España" (105). Gorriti se presenta como sujeto hacedor de cultura y generador de un/a modo/a de crítica literaria que altera la circulación de las ideas. Su influjo llega a una Europa que imagina en postura de receptora del modelo hispano-

Capítulo IV: La autobiografìa

127

americano. La escritora asume una función pública que ejerce con autoridad propia. Estas anotaciones, que parecen escritas de modo casual, subvierten el modelo femenino pregonado por el discurso falocéntrico. La nueva faceta desplegada afirma su importancia como modelo para las mujeres de las generaciones futuras y se sabe merecedora del homenaje público. Además, la fama le extiende una suerte de ciudadanía universal que la emparenta con la humanidad. Escribe, al recibo de un diploma del Ateneo de Lima: Tengo una carpeta llena de esos diplomas provenientes de mi patria, Perú, Uruguay y otros países. Vanidad de vanidades y todo vanidad! Sólo estoy envanecida de haber llegado al exacto, al profundo conocimiento de la humanidad, de sus grandezas, tan vacías, que más valen sus miserias (156).

En este registro profesional figura el interés de Gorriti por el derecho de la mujer a participar en el quehacer intelectual público. Expresa enojo ante la diferencia de tratamiento dada a los escritores en razón de su sexo y comparte con sus amigas consejos al mismo tiempo que las felicita y alienta por los trabajos que publican. Celebra a Juana Rosa Amézaga, a Rosa Mercedes Riglos, a Mercedes Cabello de Carbonera y a las participantes de las veladas literarias que se reúnen en su casa de Lima. Así aconseja a los editores de El Derecho de la mujer, publicación femenina dirigida por Mhor y Llanos: "Decid a las mujeres: -Ilustráos cual lo hacen los hombres; estudiad, adquirid los conocimientos necesarios para usar de nuestros derechos, que nadie os contesta; y que cuando los queráis tomar, estén en vuestra mano" (127). Y comentando un número de la publicación uruguaya El indiscreto que ha publicado un artículo de Ricardo Palma: "Pero, esos salvajes de la pampa ruda, por qué no invitaron a las literatas? Mercedes de Carbonera y la señora Lazo se me quejan de haber sido excluidas, y esto, no solo ha sido malo, sino pésimo y una descortesía lamentable [...]" (137). Pero Gorriti no se limita a defender y promover la escritura de sus amigas colegas sino que impulsa la comunicación entre ellas. Les pide que le escriban y que aumenten sus publicaciones en los periódicos. Reconoce la importancia de una organización de apoyo mutuo y se erige a sí misma como a su centro. Hacia el final de Lo íntimo les propone a Mercedes Cabello y a Clorinda Matto la escritura de una novela en colaboración: la primera comenzaría, la segunda continuaría y Gorriti escribiría el epílogo. El proyecto, nunca llevado a cabo, demuestra la voluntad de una intensa cooperación profesional, algo nunca visto anteriormente. Sin duda, muy conciente de los parámetros que separan en la época a la escritura de hombres y de mujeres quiere experimentar en un proyecto que presentaría una comunidad de intereses.

128

M. C. Arambel Guiñazúy

C. E. Martin

Lo íntimo, en razón del fragmentarismo, del yo quebrado y múltiple y de la tensión constante entre los diferentes estilos crea un espacio textual móvil que, si bien parece inacabado, resulta eficaz en la creación de un sujeto en permanente devenir. Las escritoras del siglo xix estaban presionadas para identificarse con un sujeto masculino pero debemos reconocer que Gorriti elude el problema con una escritura-diferente que rompe los moldes establecidos. El fluir del sujeto resiste su asimilación a los modelos confeccionados por la escritura masculina. Las máscaras elegidas, tanto la del fantasmamédium como la de la literata valoran la marginalidad en la que se insertan como sitios desde los cuales cuestionar los discursos canónicos. El proceso de la escritura autobiográfica demuestra que la problemática a la que intenta responder no deriva de la pregunta ¿quién soy yo? sino de otra, ¿cómo escribir el yo? No trata de develar un ser escondido sino de elaborar un estilo escrito que le otorgue una forma al sujeto. La elaboración del yo textual queda así relacionada con el sentido de identidad; crear un sujeto equivale a constituirlo según una compleja red de relaciones textuales. Si se tiene en cuenta que el sujeto normativo del género autobiográfico, configurado a partir del yo agustiniano de Las confesiones, es masculino, se comprende cuán ardua resulta la empresa para la mujer escritora. Las narrativas puestas en ejecución por Merlin, Gómez de Avellaneda y Gorriti están sujetas a numerosas fuerzas condicionantes; a los contextos históricos y culturales desde los cuales escriben, se añaden las ficciones que irremediablemente estructuran el yo y las obsesiones personales. Invención, memoria, olvidos y contextos forman una trama tupida cuyos hilos resulta imposible destejer. A pesar de la diversidad entre los textos estudiados, hay que notar en los tres la coincidencia en el esfuerzo por valorizar los márgenes desde donde escriben las autoras. Merlin inicia un largo proceso de reconstrucción del yo -continuado en volúmenes posteriores- para exorcizar, en cierta medida, los demonios del pasado: la autoridad dictatorial paterna y la ausencia de la madre. En su discurso, la marca de la femineidad no existe en la medida que no tiene casi incidencia política dentro del texto. Merlin se apropia del lenguaje del conocimiento institucionalizado sin identificarse totalmente con su ideología. Marca su diferencia dando precisión al espacio cultural en que se inscribe, espacio liminar, entre dos mundos: América y Europa. Allí, desde esa marginalidad, se constituye alternativamente en criolla y en europea intentando una traducción difícil entre los dos códigos. De tal modo, su yo encarna la compleja situación de la cultura femenina en la que pugnan corrientes contradictorias de resistencia y de aceptación del régimen dominante. Gertrudis Gómez de Avellaneda, en la carta que le dirige a Cepeda, opta por una modalidad personal e íntima con la cual desafía al sujeto tradicional.

Capítulo IV: La

autobiografia

129

Es ele notar que éste es el único texto en que la autora habla con cierto detalle sobre sí misma por lo que el proyecto autobiográfico debe aquí someterse a la finalidad erótica que lo guía. El yo es construido en base a una femineidad altamente marcada tanto por el deseo como por la sabiduría que tiene del deseo. El culto a la sensibilidad, tan idolatrado por los románticos, sufre un desplazamiento ya que queda adosado a un saber que lo regula. Pero, sobre todo, Avellaneda también crea un espacio intermedio, similar al de Merlin. Entre España y Cuba, entre metrópoli y colonia, es decir, entre el lenguaje hegemónico y el lenguaje de lo particular, ese espacio es apto para los movimientos de un sujeto exótico, difícil de categorizar para el lector europeo. La movilidad en ese espacio cultural le permite tanto criticar las costumbres de la isla como apreciar sus paisajes y el carácter de los isleños. A esto agrega su percepción y juicio de los europeos, lo que completa su postura textual privilegiada. En cuanto a Lo íntimo, Juana Manuela Gorriti demuestra por un lado la dificultad en articular un discurso público sobre su vida y, por otro, la necesidad de recurrir a formas anticanónicas para lograrlo. El yo construido por Gorriti aparece diversificado en una multiplicidad de mosaicos cuya característica principal es el fragmentarismo. Da a entender que la opresión de la escritora tiene lugar en varias dimensiones, en el panorama de la vida real y en las simbologías textuales. Dentro y fuera del texto lucha por ganar y mantener su autoridad de escritora. Gorriti cuestiona al sujeto tradicional masculino al nivel del discurso presentándose, como las autoras anteriores, en un ámbito liminar entre dos mundos correspondientes a concepciones más amplias: el que separa la vida de un más allá. Que estos ambientes pertenezcan al dominio de la simbología o de la fe de Gorriti, poco importa. En el texto le permiten situarse entre bordes imprecisos y agenciarse así la autoridad de la visionaria. El recurso a un espacio escritural que borra los límites definitorios les permite a las autoras sentar sus textos en un territorio que elude las clasificaciones nítidas. El yo se formula así según parámetros complejos en los que sexo, herencia, nacionalidad e ideologías se entrecruzan cuestionando el discurso hegemónico y patriarcal.

CAPÍTULO Y E L CUENTO: DE LO REAL A LO FANTÁSTICO

Con el advenimiento del romanticismo, el cuento hispanoamericano adopta diversas formas. Novela corta, cuento, meditación, cuadro de costumbres, leyenda y tradición forman parte de un género indeterminado 1 . Los críticos discuten aún los orígenes del cuento romántico; mencionan como a los primeros cultivadores del género a J. M. Heredia, José Victorino Lastarria y a Esteban Echeverría, adjuntándoseles más tarde, José Joaquín Vallejo, Guillermo Prieto, Ricardo Palma, y otros. Es probable que el cuento tenga sus raíces en los inicios de la literatura hispanoamericana, en aquellos relatos fantasiosos que, intercalados en la narración histórica de la crónica mayor, combinaban fragmentos de mitos europeos y tradiciones de sustrato indígena. Por otra parte, la vertiente femenina del género no ha sido muy estudiada. En este estudio destacamos a dos de ellas, Juana Manuela Gorriti (18181892) y Eduarda Mansilla (1838-1892), cuyas obras, muy diferentes entre sí, exploran nuevas formas capaces de expresar temas que consideran de importancia vital. El problema mayor que enfrentan ambas escritoras, como en los otros géneros, es el de la falta de una tradición escritural femenina local, sobre la cual sustentar su labor. Podemos leer la ansiedad de Gorriti en las fallas formales de algunos de sus cuentos; identificamos en los relatos de Mansilla, los modelos de la literatura europea para niños adaptados al medio americano. En tal sentido, cumplen una labor fundacional: Gorriti, con los relatos dirigidos al público adulto y, sobre todo a las mujeres; Mansilla, con los cuentos

1

El cuento hispanoamericano como género halla su definición en el siglo x x cuando

Horacio Quiroga, siguiendo los pasos de Edgar Alian Poe, prescribe sus reglas.

132

M. C. Arambel Guiñazúy

C. E. Martin

infantiles. A m b a s cultivan las vertientes m a r a v i l l o s a y fantástica en la creac i ó n de imaginerías propias 2 .

I. L a c u e n t í s t i c a d e J u a n a M a n u e l a G o r r i t i 3 Juana Manuela Gorriti figura dentro del panorama de las letras hispanoamericanas d e c i m o n ó n i c a s c o m o la quintaesencia del personaje romántico. En e f e c t o , su biografía cuenta una vida agitada tanto por las pasiones de la polític a c o m o por las s e n t i m e n t a l e s 4 . P u e d e d e c i r s e t a m b i é n q u e e s la p r i m e r a mujer del continente que o b t i e n e gran é x i t o en tanto que escritora p r o f e s i o nal, c o m o lo indican sus c o l a b o r a c i o n e s en l o s p e r i ó d i c o s de varios p a í s e s 5 . La obra de Juana M a n u e l a Gorriti abarca una abundante p r o d u c c i ó n que ha s i d o clasificada en l e y e n d a s incaicas, e p i s o d i o s de la independencia, c u e n t o s h i s t ó r i c o s o p o l í t i c o s y relatos de carácter autobiográfico. La p u b l i c a c i ó n de "La Q u e n a " en 1 8 4 2 (?, l o s datos n o s o n claros al respecto) inicia una labor

2

Entre otras autoras que desarrollaron el género cuentístico, cabe mencionar a Soledad Acosta de Samper (Colombia 1833-1913) y a Adela Zamudio (Bolivia 1854-1928). La escritora colombiana publica artículos periodísticos, un libro de viaje, cuentos, relatos, cartas, y traducciones durante un largo período que va desde 1864 a 1906. Varios de los relatos, cuentos y novelas fueron publicados en una compilación titulada Novelas y cuadros de la vida suramericana, Gante, 1869. Gustavo Otero Muñoz afirma que Acosta de Samper escribió 48 narraciones breves y 21 novelas. Entre ellas se destacan Dolores (Cuadros de la vida de una mujer) (1867) y Teresa la limeña (1868). Ver la Introducción de Montserrat Ordóftez a su libro, Soledad Acosta de Samper. Una nueva lectura, Fondo Cultural Cafetero, 1988. Los cuentos breves de Adela Zamudio, de corte realista, denuncian la parálisis de la burguesía criolla boliviana incapaz de llevar a cabo la reorganización del país. En una tónica similar a las de las novelistas Mercedes Cabello de Carbonera y Clorinda Matto de Turner, critica también a la jerarquía eclesiástica en tanto que cómplice de la burguesía. 3 En el caso de Gorriti es necesario que expliquemos porqué la hemos incluido en este capítulo, dedicado al cuento. La crítica le otorga indistintamente los títulos de "primera novelista" y de cuentista. Su producción que incluye la narración corta así como la colección de cuentos - a l modo del Decamerón- desafía los cánones genéricos. Por considerar que las llamadas novelas pertenecen más bien a esta última categoría, consideramos justificada su inclusión en este capítulo. 4 Para una detallada biografía literaria de la autora, ver Efrón, Analía, Juana Manuela Gorriti. Una biografía íntima, Buenos Aires, Sudamericana, 1998. 5 En vida de la autora, se publican las siguientes colecciones de relatos: Sueños y realidades (1865), Panoramas de la vida (1876) y El mundo de los recuerdos (1886).

Capítulo

133

V: El cuento

prolongada que perdura hasta 1892, año de la publicación postuma de carácter autobiográfico titulada Lo íntimo. Los rasgos comunes de los relatos - e l americanismo de los paisajes y de las costumbres, los misterios y las intrigas basados en amores no correspondidos, el gusto por los gestos grandiosos y los ambientes lúgubres- inscriben estos textos en el romanticismo hispanoamericano. Si bien en una producción tan extensa los relatos no merecen igual juicio de valor, muchos desarrollan argumentos novedosos y elaboran críticas agudas, razones por las cuales deben ser reconocidos como ejemplares en la producción del momento. Sobre todo, se debe insistir en su papel de iniciadora de la literatura fantástica en sus variantes sobrenatural y maravillosa. Sujetos al contexto histórico al que pertenecen, los cuentos aluden a las prácticas esotéricas en uso. A partir de mediados del siglo xix crece el interés por todo aquello que se califica de insólito y de extraño; son los años en que emergen diferentes escuelas psiquiátricas, el mesmerismo y el espiritismo. Apenas comienza a insinuarse la necesidad de deslindar los campos respectivos de la locura, el sueño magnético y los espíritus; integran todavía un mismo reino de fuerzas extrañas. En sus cuentos, Gorriti combina recursos fantásticos, supersticiones, magia, estados oníricos, síntomas cercanos a la locura y hechos para-científicos, que despiertan el interés de los lectores. Se trata de relatos que pertenecen a la categoría del cuento fantástico, en la clasificación de Todorov 6 . Escritos para ser publicados como folletines en periódicos, los relatos incluyen complejas tramas narrativas, que podrían ser independientes entre sí. En estos casos, el elemento fantástico constituye una parte mínima de la narración y tiene por objeto crear un sentimiento de extrañeza, postulador de inquietudes en el lector. La unión generada de esas categorías cobra tal intensidad que a veces origina la quiebra interna del personaje. Lo fantástico y lo real se cuestionan y exigen una percepción compleja. En otros casos, el elemento fantástico ocupa la parte central del relato y determina su desarrollo. Ya sea que se inserte en un contexto incaico remoto o en ambientes contemporáneos a la autora, tales recursos provocan en el lector cuestionamientos de alcance social y político. Los elementos fantásticos no se limitan pues a una actuación interna en el relato; la incertidumbre sirve como punto de partida a las posibles indagaciones del lector.

6

Todorov define lo fantástico como un suceso extraordinario que ocurre en un mundo

normal y siembra la incertidumbre en algún personaje y en el lector quienes dudan entre una explicación lógica o una sobrenatural (Introduction,

37).

134

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

A. Fenómenos parapsicológicos Gorriti puede ser considerada como una precursora de la tendencia ocultista y esotérica que más tarde desarrollan los modernistas, Rubén Darío y, sobre todo, Leopoldo Lugones en Las fuerzas extrañas. Estos recursos cumplen una función desestabilizadora; sirven como cortina de humo para introducir y esconder una crítica severa o un tema escabroso. La técnica doble de simulación y enunciación facilita decir lo indecible y revelar lo secreto. Constituye una estrategia de distanciamiento con respecto a los temas que pueden ser juzgados como atrevidos u ofensivos. De tal manera, amparan la reputación del autor, sobre todo tratándose de una mujer. En una época anterior a Freud, estos relatos se adelantan en la exploración de símbolos eróticos y de deseos reprimidos. Al alterar las leyes tanto de la naturaleza como de la sociedad, estos cuentos desafían los modelos escritúrales establecidos expandiendo notablemente la imaginería en uso. "Quien escucha su mal oye. Confidencia de una confidencia" (O.C., v. IV, 217-223) anuncia desde el título y a partir del primer párrafo que es el resultado de una indiscreción. En efecto, la narradora cede la palabra a un relator que le ha confesado un suceso vivido. Perseguido por cuestiones políticas, encuentra refugio en la casa de un amigo que lo alberga en el antiguo dormitorio de su abuelo. Descubre allí una puerta secreta por donde aquél pasaba al convento vecino para visitar a una monja, su amada. Desde el cuarto, el joven, que oye las quejas de una mujer que jura averiguar el paradero de su amante, abre en la puerta una disimulada mirilla para observar lo que allí ocurre. Esa noche espía a la bella vecina quien con gestos de ceremonia pone en estado hipnótico a un joven. La muchacha pasa el resto de la noche a oscuras mientras su espía desespera de amor por ella. El relator se interrumpe porque ha oído la llegada del tren y decide salir en busca de novedades políticas. La narradora concluye la historia. El relator cuenta la experiencia porque le resulta extraña e inexplicable; para la narradora que la escucha, como para los lectores, la incógnita es aún mayor puesto que queda inconclusa y abierta a toda clase de explicaciones que no reciben confirmación. El suceso presenta diferentes alternativas sin dar preferencia a ninguna: el creyente en los poderes sobrenaturales puede aceptarlo como un acto de magnetismo real; el agnóstico por su parte, busca otras explicaciones: o se trata de un sueño, o es una alucinación creada por la fatiga. El relator mismo se describe inquieto por la anticipación de los hechos dejando alguna duda sobre su estado nervioso: "Confieso que nunca la presencia del ser mas antipático me fué tan insoportable como la de mi amigo en aquella ocasion. Su plática tan interesante y animada, pues era un hombre de

Capítulo

V: El cuento

135

talento y de vastos conocimientos; parecíame pesada y monótona. Mi malestar creció cuando sentí que en el cuarto vecino se abria una puerta" (220). ¿A qué se debe tal inquietud? El texto plantea la incertidumbre sobre lo acontecido e impide la interpretación única. Lo que intensifica el efecto fantástico, sin embargo, es el modo en que se lo narra. En su comienzo, el relator se refiere a una "falta" cometida y a la necesidad de expiarla por medio de una "confesión esplícita y franca". La falta consiste en su acto de voyeurismo. Lo fantástico deriva, sobre todo, de la multiplicación de ese acto a diferentes niveles: en primer lugar refleja la acción de la hipnotizadora, curiosa del secreto de su amado; y en segundo lugar se prolonga en la curiosidad e indiscreción de la oidora-narradora que lo transmite. Hay una última vuelta de tuerca. Encabeza el relato una dedicatoria "A la señorita Cristina Bustamante", que en lugar de figurar a modo de hors-texte, es retomada explícitamente en la última oración del relato haciendo de "la señorita", aunque sea pasajeramente, un personaje. El relato desborda así sus límites e invade el mundo del lector haciéndolo cómplice del voyeurismo. El vértigo creado por esa serie de espejismos atrae hacia el mundo de la ficción y confronta al lector con su propia "falta", con el deseo de penetrar un secreto y de invadir el mundo del texto. Como Alicia para ingresar en el país de las maravillas, el lector vive la experiencia de atravesar el espejo y de prolongar la ficción. El cuento, cuyo emblema dentro del texto es la perforación en la puerta secreta, cumple con la función fantástica de poner enjuego la curiosidad y el placer eróticos por ver y conocer lo secreto y prohibido, deseo que permanece insatisfecho puesto que siempre es excedido por un remanente de incógnitas. El placer de la lectura, equivalente aquí al placer erótico, resulta de la penetración en un mundo velado por capas superpuestas que repiten el deseo: la joven que en persecución del amor perdido recurre a medios seudo-científicos, el abuelo que atraviesa la puerta para unirse con su amor prohibido y el voyeur que observa a través de la mirilla. Los recursos fantásticos hacen posible la inclusión de un tema arriesgado que pone al descubierto un deseo que rara vez ha figurado en la literatura femenina del continente.

B. El sueño En otros relatos el elemento fantástico se inscribe dentro de un marco histórico y suaviza las críticas que la voz narrativa dirige al régimen político y a las costumbres sociales. Los cuentos de Gorriti, calificados de históricos o políticos, hacen referencia a la dictadura de Juan Manuel de Rosas y se desarrollan en torno a heroínas cuyo comportamiento difiere del prescripto. Suje-

136

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

tas a conflictos internos en los que entran en pugna la libertad individual, las ataduras sentimentales y los deberes políticos, estas protagonistas luchan por encontrar una salida que satisfaga los deseos propios. "La novia del muerto" y "El lucero del manantial" insertan los recursos fantásticos en marcos más amplios identificables con hechos históricos. En el primer cuento, la heroína, Vital, es una joven tucumana que, enamorada de un oficial unitario, se rebela contra su padre, jefe montonero, y contra la iglesia. En el segundo, María, abandonada en estado de embarazo por su amante federal, contrae matrimonio con un unitario que voluntariamente asume la paternidad del niño ajeno. Años más tarde, por rebelarse contra Rosas, el marido es asesinado y el hijo, que busca venganza, termina ajusticiado por su padre biológico. Estas historias recargadas de elementos melodramáticos al gusto de la época dan relieve a protagonistas que, impulsadas por sus ideologías y deseos, desafían las costumbres y las instituciones que controlan su comportamiento. En ambos casos sin embargo, la rebelión no concluye con el logro de lo que buscan sino con castigos irrevocables: ambas caen en un estado de ensoñación fantasiosa, resultado de la locura. El fracaso acusa la falta de posibilidades que tiene la mujer en la sociedad de la época. Leídos en mayor detalle estos cuentos describen las consecuencias que la situación política del país tiene sobre el individuo, particularmente sobre la mujer. Nos limitamos aquí a comentar "La novia del muerto" (O.C., v. IV, 110119). El relato se inicia con la descripción casi idílica de la ciudad de Tucumán donde el ejército unitario está acuartelado. La pareja de amantes, Vital y Horacio Ravelo, se encuentran secretamente, encubiertos por la noche o en la seguridad de la iglesia. Uno de esos encuentros, en una misa, es interrumpido por el inicio de la batalla de La Ciudadela que termina con la derrota del ejército unitario. El sacerdote celebrante, que observa a Vital, admite en silencio su pasión por ella. Esa noche, Vital espera a Horacio en vano: Devorando las angustias de su alma, sofocando sus sollozos para interrogar al silencio de la noche, esperaba que algún ruido esterior viniese á alumbrar su corazon con una luz de esperanza.Sin embargo, los dolores de aquel eterno dia habian agotado sus fuerzas, su cuerpo comenzaba a desfallecer, y estraflas alucinaciones invadían su cerebro (118).

La ansiedad de Vital por Ravelo es satisfecha por una presencia misteriosa que la deja con la duda: "Habia velado? Habia soñado? Estraño misterio!" (118). Una prueba irrefutable sin embargo le asegura que su amado ha pasado la noche con ella: tiene en su dedo un anillo que le había entregado a Ravelo. Más tarde, cuando colabora en la tarea de dar sepultura a los unitarios muer-

Capítulo

V: El cuento

137

tos ia tarde anterior, el terror de la escena se torna desesperación porque allí encuentra el cadáver de su amado. Desde entonces, la demenciada Vital "se volvió un ser fantástico que se deslizaba entre los vivientes como un alma en pena" (119). El relato deja al lector en la incertidumbre. El anillo constituye una prueba indiscutible, pero, ¿de qué? Al pasar, se ha dejado saber que uno de los oficiales unitarios, momentos antes de ser ejecutado, le entregó un objeto al monje que le daba la absolución. ¿Es aquél que mientras celebraba misa codiciaba a Vital con estas palabras?: "Es esa fatal belleza que mis ojos contemplaron á pesar mió; la imájen que ha derramado un fuego impuro en mis beatíficos sueños; la Eva tentadora que sin saberlo ha venido á colocarse entre mi alma y Dios!" (116). La incertidumbre se mantiene porque el texto no identifica ni al monje ni al unitario. Sin embargo, una interpretación que eliminara lo inverosímil haría caer la sospecha sobre el cura cuya hipocresía ha quedado establecida; él habría consumado la violación de una joven confiada y confundida. Si bien la acusación no recae sobre la institución de la iglesia, es uno de sus ministros quien pone en peligro el modelo cristiano de la mujer. Sabido es que los sacerdotes ejercían gran influencia sobre el pensamiento y la conducta de la mujer, que figuraba de manera esencial en el proyecto civilizador católico 7 . Insinuar que el guía espiritual comete semejante atropello contra una de sus feligresas muestra la osadía de la narradora que inicia un discurso crítico del catolicismo hegemónico. El recurso fantástico modera sin embargo el juicio y abre otras posibilidades. Resulta obvio que el cuento absuelve de toda responsabilidad al personaje de Vital. De manera ejemplar, la joven desafía las reglas sociales y religiosas - s u novio es el enemigo de su padre y además ella mantiene una relación no consagrada por la iglesia- sin por ello perder su moral basada en la sinceridad de los sentimientos. La virtud de Vital no depende de los rituales religiosos sino de la fidelidad que demuestra a sus ideales. Las relaciones sexuales hallan autorización en el fuero interno, y la promesa genuina de amor entre Horacio y Vital las legitimizan. La heroína piensa incluso estar protegida por sus creencias religiosas; para salir a sus entrevistas nocturnas se cubre con el velo de la Virgen "santo talisman que me ha guardado hasta hoy santificando mi amor" (115). La devoción que Vital tiene por la Virgen -presente también en otras protagonistas de Gorriti- se funda en su invocación de mater doloroso. La representación femenina de la religión recibe así los honores de estas

7

Sobre el tema consultar: Giorgio, Michela de, "El modelo católico", en Historia

las mujeres (vol. 7), Madrid, Taurus, 1993, pp. 183-217.

de

138

M. C. Arambel Guiñazúy

C. E. Martin

mujeres que, aunque no siempre vírgenes ni libres de error, encuentran en ella una figura comprensiva y protectora. La protagonista, ubicada en la encrucijada de una serie de discursos -político, religioso y sentimental- entra en conflicto con cada uno de ellos. Como ya ha sido notado, las heroínas de los cuentos políticos de Gorriti arriesgan sus vidas con desafíos a los odios partidistas 8 . La conclusión de "La novia del muerto", similar a la de "El lucero del manantial" (O.C., v. IV, 165-198), ofrece una perspectiva romántica de la locura. La enfermedad abre para ambas protagonistas la oportunidad de realizar sus ilusiones fantasiosas. El triunfo del mal: la muerte, la violencia, sin olvidar a los federales, las empuja a una marginalización que, paradójicamente, las protege del control social. En la alienación encuentran un espacio libre en el cual desempeñar el papel de eternas enamoradas. Así concluye "La novia del muerto": "Ah! Quien sabe si ese misterio que los hombres llaman con tanto terror locura, no es muchas veces la visión anticipada de la eterna felicidad!" (119). La alienación de las protagonistas pone de relieve la falta de libertad de la mujer decimonónica. El contexto histórico en que Juana Manuela Gorriti vive y escribe juega un papel importante en el desarrollo de su cuentística. La autora ha sabido aprovechar la liberación del principio de autoridad que reina en la América hispana después de la independencia. En su estudio sobre la literatura fantástica europea, Jean Favre señala que el nacimiento del género requiere el dialogismo y la discontinuidad surgidos durante el siglo dieciocho. Las contradicciones entre libertad/igualdad, individuo/estado, fe individual/fe colectiva dan nacimiento a un individuo escindido. En la América hispana, las luchas internas posteriores a la independencia violentaron la vida de los hispanoamericanos de un modo similar. En el caso de Gorriti, incidieron profundamente en su vida e influyeron en su obra. Los textos de Gorriti formulan una versión que difiere de la historia. Ponen en relieve la "intrahistoria", los efectos de la política en el quehacer diario e íntimo, sobre todo, en las vidas de las mujeres. Las divisiones partidistas y la guerra civil, temas recurrentes en esta producción, constituyen los males que separan las familias, dislocan la comunidad y quiebran el sujeto. De tal modo, los ambientes domésticos y los públicos son interdependientes y, a los antagonismos políticos, de carácter nacional, corresponden las luchas internas de las protagonistas. La angustia personal refleja una mayor que aflige a la nación.

8

Sobre este tema ver: Masiello, Francine, Between Civilization

versity o f Nebraska Press, Lincoln, 1992.

and Barbarism.

Uni-

Capítulo V: El cuento

139

C. La memoria y el doble El tema del doble, tradicional en la literatura fantástica, es utilizado por Gorriti de manera que se integre con facilidad en el mundo del relato. En estos casos, lo fantástico se acerca a la realidad del lector y afecta su experiencia. Basados en hechos autobiográficos, los relatos ponen en escena a un yo narrador que se presenta como personaje y testigo. A esta clase pertenece "Gubi Amaya. Historia de un salteador" (O.C., v. IV, 54-79). La primera parte, "Una ojeada a la patria", combina fragmentos de recuerdos de un viaje a Salta con elementos de leyenda. La narradora introduce su duplicidad cuando, al inicio del viaje, esconde su identidad bajo ropas de hombre. Los recuerdos acrecientan luego el desdoblamiento del yo: "Mientras caminaba, como si hubiera en mí dos personas diferentes, la una, hija agreste de aquellas selvas, la otra viajera que de lejanos paises habia venido á contemplarlas" (72). "Sentía en el alma y en el cuerpo un extraño quebranto, cual si hubiese vivido dos existencias en aquella noche; y estiraba los rizos de mi cabellera para ver si habian encanecido" (91). Un contacto íntimo se establece entre ambas "personas" en el yo narrador: la anciana recuerda a la niña que fue mientras que, ésta, cobra sentido a partir de quien la rememora. La extrañeza de la experiencia provoca preguntas: ¿es verdaderamente un recuerdo? ¿o se trata de un sueño? Las escenas, reflejadas según el relato como en un "espejo mágico", la enfrentan con los misterios de la vida y provocan nuevos debates y argumentos: "Ah! ¡qué diferencia de aquel tiempo al presente! Qué diferencia entre la niña de cabellos rubios y mejillas sonrosadas, que charlando turbulentamente hizo ese cuadro y la viajera pálida, fatigada y enferma que ahora lo miraba silenciosa!" (72). El sujeto separado de su origen - l a experiencia del exilio figura en el origen del relato- experimenta la quiebra dentro de sí. Las miradas al pasado no consiguen reparar esa ruptura sino con imágenes fantásticas. La angustia halla satisfacción en el mundo imaginario. Un fenómeno comparable tiene lugar en "Juez y verdugo" (O.C., v. 1, 200256), quizás uno de los relatos más extraños de Gorriti. Introduce al comienzo, a "Rosaura" que, sabemos más tarde, no es una persona sino dos, Rosa y Aura. Ligadas por una amistad íntima, las dos jóvenes inventan ese juego de palabras equívoco con el que desafían la separación impuesta por los padres, enemistados por motivos políticos. Como las protagonistas de otros cuentos ya mencionados las jóvenes se rebelan contra el control paterno y se mantienen en contacto por cartas y entrevistas secretas en las que dan curso libre a una efusión sentimental intensa. La extrañeza del relato se debe a que, por momentos, sólo Aura, la escritora de las cartas, pareciera existir realmente. En el momento de partir de viaje, ella misma lo hace pensar: "alejábame tranquila, casi contenta;

140

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

porque esperaba, creia, que habias de seguirme; y abordo del vapor, tendia en torno furtivas miradas pensando que ibas encerrada en algún camarote. La imaginación de una joven es, como los libros de caballería, un mundo de prodigios, que no cuenta con los infinitos obstáculos que median entre la voluntad humana, y el objeto que se propone alcanzar" (I, 207). Sin embargo, a medida que el relato avanza, la duda es remplazada por la certeza de la existencia de Rosa. El lenguaje sentimental aquí empleado excede las convenciones literarias de la época en su expresión del amor entre amigas y entra en competencia con el amor que más tarde une a Aura con Enrique: "Ayer no habia otra imágen que la tuya en mi corazon, otro afecto que el que nos une. Hoy, ah! perdóname! hoy tu imágen palidece en la irradiación de otra imágen, y tu amor se ha fundido al fuego de otro amor!" (215). La relación amorosa entre las amigas, diferente a la matrimonial con la que coexiste temporariamente, prueba ser más duradera y sincera. Después de numerosas peripecias, Enrique, sospechoso de la infidelidad de Aura con otro hombre, la asesina. Quien permanece fiel a su memoria es Rosa, visitante regular de su tumba. La relación entre mujeres en los ambientes de salón figura con frecuencia en los cuentos de Gorriti y es descrita en términos que demuestran compañerismo y apoyo mutuo. En este relato adquiere una fuerza mayor y responde parcialmente a lo que Judith Walkowitz denomina "amistad romántica:" "A través de los enamoramientos escolares por una mujer mayor y de notoriedad pública, o por una compañera más experimentada, las niñas aprendían a canalizar el deseo erótico, negando el plano corporal y afirmando una 'causa más elevada'" {Historia de las mujeres, vol. 8:91). Siguiendo estas pautas, excepto en la edad, el amor entre Aura y Rosa elude la sexualidad al mismo tiempo que expresa el deseo recíproco. Desde los "turbulentos juegos", "los furtivos paseos" y los besos cambiados en la niñez hasta la construcción de un salón privado en el que a solas comparten rezos y charlas, el relato describe una pasión perdurable a pesar de los obstáculos. La figura del doble fundida en el nombre de Rosaura ilustra la conexión profunda entre ambas. Aura se lamenta: "me falta la mas querida mitad de mí misma" (211). La novedad del relato se hace patente por cuanto Gorriti ofrece la posibilidad de una vida diferente para la mujer de salón, posibilidad inédita hasta entonces en la literatura. Hay que insistir nuevamente en el efecto moderador de la incertidumbre creada por la figura del doble al comienzo del cuento y que pone en duda la existencia de Rosa. Las numerosas peripecias tejidas alrededor de Aura y de su relación con Enrique desvían la atención del lector más hacia la tragedia final que hacia la amistad romántica. Se ha visto cómo estos cuentos, en su vertiente fantástica, proclaman la necesidad de una mayor libertad en todos los órdenes. Aunque los críticos los han dejado a veces de lado por considerarlos excesivamente románticos -¡qué

Capítulo V: El cuento

141

otra cosa pudieran ser!- el sentimentalismo no deja de indicar rebelión y disconformidad frente a la sociedad. La retórica romántica, bajo la pluma de Gorriti, representa a un sujeto moderno, dividido, en lucha consigo mismo o con facciones que le son contrarias. Los puntos de vista que expresa, divergentes de los tradicionalmente reconocidos, dan prueba de su disensión, y subrayan la situación desventajosa de la mujer en la sociedad.

D. El relato de viaje Gorriti, ella misma viajera experimentada, enmarca en la estructura del viaje relatos políticos y sentimentales, similares a los ya estudiados, así como relatos de aventuras. "Peregrinaciones de una alma triste" (O.C., v. I, 75-193) de 1875 sigue el modelo tradicional de la colección de cuentos y, a la manera de las Mil y una noches, une al viaje imaginario el interés por temas americanistas. El cuento que enmarca la colección tiene como protagonista a una joven de veinte años que, afectada por una tisis en grado avanzado, desobedece a su médico y viaja por el mundo. En su itinerario, que cubre partes de Perú, Chile, Argentina, Paraguay y Brasil, encuentra personajes que le narran sus historias personales de carácter excepcional. El relato se inicia con la visita de Laura a una amiga que le pide el relato de su vida desde el momento en que huyó de Lima. La reaparición de los síntomas interrumpe las sesiones y Laura vuelve a partir en busca de salud y aventuras. La interrupción es sólo momentánea puesto que la necesidad de compartir sus experiencias la decide a enviarlas por escrito a la amiga que permanece en Lima. La destinataria de los relatos se torna a su vez escritora; ella edita y organiza el texto que leemos y escribe su primera parte. El texto indica que tanto la producción del relato como su transmisión dependen de la colaboración entre varias relatoras que establecen una genealogía femenina. Laura se identifica con Cheherazada y se podría especular sobre el guiño hecho a Flora Tristán, autora de Peregrinaciones de una paria. La creación de una tradición femenina tiene gran importancia por cuanto Gorriti, como una de las pioneras de la literatura secular en la región, sabe que ocupa un lugar precario en la tradición escritural. La autora, que comparte características con sus personajes - e s viajera y escritora como Laura, dirige una escuela y mantiene un salón como la amiga de Lima- reconoce su pertenencia a un grupo de escritoras que no sigue los derroteros establecidos. En cuanto a la protagonista, como a Cheherezada, la acción de contar le prolonga la vida primero, y la salva de la muerte después. Como a Tristán, el viaje y su relato posterior le hacen tomar conciencia de la identidad propia.

142

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

Desde el comienzo del relato la protagonista se separa de la mujer tradicional. A pesar de estar confinada en una cama se rebela y actúa independientemente de los consejos médicos y maternos. Desafía las costumbres y huye, sola, en busca de una cura que todo indica imposible. El tema de la enfermedad está íntimamente ligado al de la identidad puesto que sus estragos han dejado a Laura en un estado de disminución tal que la hacen irreconocible. Esta es la razón que la impulsa a partir: Como insinuar, siquiera, mi resolución, sin que la juzguen una insigne locura? [...]. Y sin embargo, me muero, y yo quiero vivir! [...]. Mis ojos están apagados, y quiero que, como dice el doctor, resplandezcan; que mis labios recobren su color y mi carne su frescura. Quiero volver á la salud y á la belleza; muy joven soy todavía para morir (78).

Restablecer el cuerpo constituye el primer paso en la recuperación del ser perdido. Pronto, el viaje produce los efectos esperados: Rompí el método del doctor, y comí, bebí, corrí, toqué el piano, canté y bailé: todo esto con el anhelo ardiente del cautivo que sale de una larga prisión. Parecíame que cada uno de estos ruidosos actos de la vida era una patente de salud; y olvidaba del todo la fiebre, la tos y los sudores, esos siniestros huéspedes de mi propio cuerpo (85).

Remplaza las órdenes del médico y los consejos maternos con las decisiones propias. Gracias a ello, reconquista el cuerpo de las fuerzas extrañas e invasoras que lo enajenaban del yo. La enfermedad tiene un valor metafórico en el texto. Susan Sontag ha explicado en su conocido ensayo sobre el tema que la tuberculosis ha sido relacionada en la literatura del siglo xix con un mal de tipo espiritual (Sontag, 18). En el caso de Laura, la enfermedad es consecuencia tanto de la pasión - u n amor imposible- como de la represión, ambas señaladas por Sontag como sus causas posibles en las obras de ficción. La reacción de Laura culmina en la fundación de una identidad triunfadora. A medida que recobra la salud y que su físico recupera su apariencia, Laura se descubre a sí misma y adquiere la capacidad de alterar sus rasgos y de crearse máscaras. Transformada en relatora, cuenta su vida de manera interesante y novelesca. Cada relato intercalado añade una faceta desconocida de su personalidad. La enferma irreconocible del comienzo es reemplazada por una multiplicidad de heroínas que ella misma fabrica para sí. El cambio constante de rutas y de máscaras la ayuda a escapar del control y del castigo impuestos

Capítulo V: El cuento

143

por el discurso dominante. En cada episodio actúa con decisión, coraje o abnegación llegando a una conclusión que, lejos de invitarla al reposo, la incita a iniciar una nueva aventura. La protagonista teme la quietud; asentarse de modo definitivo equilvaldría a someterse a una reifícación que repudia. Lo explica en la primera etapa de su viaje cuando unas tías viejas pretenden retenerla con charlas repletas de anticuallas: Por primera v e z en mi vida, vi venir el tédio, esa extraña dolencia, m e x c l a c o n f u s a de tristeza, enfado y desaliento; de hastío de sí propio y de los otros, dolencia mortal para las almas entusiastas. Mi salud comenzó a sentir la influencia de aquel estado moral y decaía visiblemente [...]. C o m o en Lima - H u y a m o s díjeme (127).

Mantener la sanidad, es decir la identidad propia, significa viajar, actuar y relatar sin cesar. El final abierto mantiene la ilusión de una renovación permanente: lo último que el lector sabe de Laura es que partirá a Europa para reunirse con un amante preso. La ampliación paulatina y constante del radio de acción de la protagonista indica su progresiva madurez en el dominio de las situaciones que enfrenta. Para Francine Masiello, que estudia la articulación de la identidad de los personajes de Gorriti en contraposición con la ideología política vigente, la trayectoria de la protagonista corresponde al proyecto de la autora y "se hace responsable de la fiesta social, ejerce un poder sobre la política de la novela y compite con el plan del Estado y sus programas paternalistas" (Masiello, "Disfraz", 68). Al comienzo de este capítulo se señaló que las ficciones gorritianas, a pesar de utilizar elementos maravillosos y fantásticos, denuncian injusticias muy reales. En el caso de "Peregrinaciones" esos elementos son reemplazados por la proliferación de episodios que, podría aducirse, resultan inverosímiles en el contexto decimonónico. Si bien las aventuras de Laura atañen al campo de la ficción y su autora construye un mundo imaginario, ideal para la protagonista, deben causar impacto, por su novedad, en el ambiente de la época. El viaje sugiere metafóricamente la huida de la rutina y la exploración de ambientes nuevos en los que Laura advierte, critica y corrige las fallas que ve. La ampliación del conocimiento combina la aventura de carácter ficticio con situaciones sociales, muy reales. Entre estas últimas hay que destacar el trato de los esclavos y de sus descendientes y el abuso de la mujer. La forma proteica del texto corresponde con la labor quijotesca de la protagonista que borra los límites entre ficción y realidad. Nunca satisfecha, la meta final de esta buscadora es la inalcanzable libertad de pensamiento.

144

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

Otra explicación, más general, aclara la función de la inverosimilitud en el relato. Nancy K. Miller tomando como guía tres textos tan diferentes como La Princése de Cléves, Corinne y The Mili on (he Floss deduce que el destino peculiar de las heroínas deriva de la necesidad de las autoras por reclamar su diferencia frente al discurso dominante ("Emphasis"). La inverosimilitud que se les suele recriminar constituye un medio de formular esa diferencia y se reafirma con el rechazo de las heroínas ante la posibilidad de un final feliz. Ese rechazo pone de manifiesto la rebelión ante la norma y la insatisfacción de las autoras ante la "realidad" del discurso tradicional. Adaptada a "Peregrinaciones" esta característica de la escritura femenina, sostendría el interés de Gorriti por inscribirse dentro de una genealogía femenina de relatoras. Es ahora necesario, sin embargo, hacer algunas salvedades referentes al final de la historia. En efecto, después de declarar que ha encontrado la paz que buscaba, la protagonista anuncia su partida a Hungría para reunirse con un condenado a cadena perpetua cuya muerte afirma con seguridad. A diferencia de lo señalado por Miller, la imposibilidad de encontrar la felicidad se plantea en este caso de manera general, previendo un destino común tanto para las mujeres como para los hombres. A la buscadora perpetua corresponde el condenado perpetuo. Ambos comparten la suerte de Sísifo. La inverosimilitud tiene una función doble y complementaria: por un lado, reafirma la originalidad de los relatos gorritianos frente a la tradición literaria y, por otro, pone en claro el pensamiento trágico de la autora en cuanto al destino ineludible de la humanidad.

E. Política de una estética Gorriti establece un lugar nuevo para las escritoras. Con la experiencia de la guerra civil, con hijos que mantener, sola y en el exilio, desarrolla una política de supervivencia que en sus textos constituye una estética. Merece citarse el consejo que le escribe a Cabello después de la publicación de Blanca Sol: "No me canso de predicarle que el mal no debe pintarse con lodo sino con nieblas. El lodo hiede, y ofende tanto al que lo maneja como a quien lo percibe. Además se crea enemigos, si incómodos para un hombre, mortales para una mujer. El honor de una escritora es doble: el honor de su conducta y el honor de su pluma" {Lo íntimo, 155). Gorriti, conciente de su rol público como escritora halla el modo de describir el mal "con nieblas." Como sus protagonistas que se cubren con velos o se disfrazan de hombre para moverse en los lugares públicos, sus cuentos se engalanan con la retórica romántica, los recursos fantásticos y la acumulación de peripecias inverosímiles. Bajo

Capítulo V: El cuento

145

las galas del ropaje, sin embargo, circulan mujeres de coraje -buenas y malas- que luchan.

II. Los Cuentos de Eduarda Mansilla Eduarda Mansilla de García inicia el prólogo a sus Cuentos, publicados en 1880, con un breve y enardecido homenaje a los maestros europeos de la cuentística infantil. Añade que el efecto producido por la lectura de estos clásicos sobre sus hijos causan en ella una suerte de envidia intelectual y afectiva. En ese momento Mansilla decide escribir para sus hijos. Este origen anécdotico de la gestación de la obra encierra en sí la promesa de un amanecer en las letras argentinas. Explica la autora: Debo confesarlo, aun cuando la pretensión parezca superior á mis fuerzas. Vivir en la memoria de los niños argentinos! Penetrar en el hogar por la puerta mágica de la fantasía y que las madres encuentren en mis cuentos con que reemplazar esos hoy olvidados, que en mi infancia contaba yo á mi anciana abuelita [...]. Feliz yo, si mis narraciones llegasen a popularizarse, reemplazando hasta cierto punto las ya olvidadas (Cuentos, vi).

La autora percibe la necesidad de desplazar el modelo extranjero, admirado pero no propio, para dar cabida a una literatura infantil nacional. El impacto de los cuentos europeos sobre las mentes inteligentes y curiosas de sus hijos despierta en ella una urgencia maternal y patriótica que la impulsa a inventar sus propios cuentos. La emoción que se reflejaba en los rostros infantiles, declara la autora, "halagaban dulcemente mi corazón de madre y lisonjeaban mi vanidad de artista" (vii). En los bordes de esta revelación, es posible entrever los esbozos de una conciencia naciente. Mansilla escribe estos cuentos para vivir en la memoria de los niños argentinos, para reemplazar lo "azul" y lo "rosado" de los cuentos franceses con la fantasía criolla9. La imperiosa exigencia de contribuir a la formación de la juventud la obliga a iniciar una cuentística de carácter nacional en la cual lo autóctono juega un papel primordial. En los cuentos infantiles, Mansilla se convierte en gestadora de ejemplos morales y patrióticos adaptados a cada sexo. Desde Sarmiento, Lastarria, Bilbao e inclusive Bello, la cuestión femenina, y por ende, las relaciones fami-

' Es esta una alusión a los cuentos rosados de la condesa de Ségur en el prólogo a los cuentos (vii).

146

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

liares, asumen un carácter político-patriótico indisoluble. Es útil introducir el término "romance familiar" para hacer inteligibles los cambios sociales que a m e n a z a b a n la estabilidad de las n u e v a s r e p ú b l i c a s . El t é r m i n o " r o m a n c e familiar," proveniente de Freud, ha sido utilizado con sagacidad iluminadora por la historiadora Lynn Hunt en su obra The Family Romance of the French Revolution: " B y family romance 1 m e a n the collective, unconscious images of the familial order that underlie revolutionary politics" (xiii) 10 . Al examinar las relaciones familiares, los papeles asignados a cada sexo y la turbulencia política que experimentan las nuevas repúblicas entre 1830 y 1880, es posible discernir una nueva manera de usar el imaginario colectivo y asociar la célula familiar a la organización política interna. Mansilla, heredera de a m b i g u a s ideologías, usa la experiencia f e m e n i n a en la esfera de lo doméstico para asumir, mediante la escritura, el papel asignado con vehemencia a la mujer por los filósofos ilustrados del siglo anterior: es decir, el de madre y educadora. A este papel, Mansilla adhiere el oficio de escritora con lo que extiende su función a la esfera de lo público. El acto íntim o y maternal de la lectura de cuentos infantiles le ofrece una justificación y mitiga su incursión en el área de la publicación comercial. C u m p l e así con los d e s i g n i o s de S a r m i e n t o , el Pater Familias. Los c u e n t o s infantiles son una prolongación natural de la facultad maternal y siguen de cerca las directivas de un plan e d u c a t i v o m o d e l a d o en otras tierras: Estados Unidos, Francia e Italia. Las letras forman parte de la base intelectual de la nueva nación. Sin embargo, el país carece de un canon que pueda llamar suyo y, en el febril proceso de la construcción nacional, la Argentina, c o m o república democrática, debe producir obras canónicas respetables en todos los géneros que han visto la imprenta en las naciones modelo. El encomio que recibe de Sarmiento está dirigido al acto público y patriótico de publicar un género útil y bello que es "nuestro" y que inicia una nueva senda en la evolución de la literatura nacional. Lily Sosa de Newton comenta el recibimiento laudatorio de los Cuentos por parte de Sarmiento: [los cuentos] " s o n p e t i t s chefs d'oeuvre de artística niñería [...]. N o s gusta y alienta ver ya libros c o m o estos cuentos [...], y enriquecer nuestra literatura con los cuentos de Eduarda Mansilla de García, nuestra única arpista que se haya resuelto a hacer oír los sonidos de su alma" ( N a r r a d o r a s argentinas, 93). Es de notar que S a r m i e n t o asigna c o m o fuente de estos cuentos el a l m a de la escritora. N o son frutos de la razón ni del intelecto, sino que parecen ser prolongacio-

10

Este c o n c e p t o ha sido utilizado también con éxito por críticos c o m o Doris S o m m e r

y Francine Masiello.

Capítulo

147

V: El cuento

nes afectivas de la mujer ángel, que hace brotar de su alma las notas del instrumento celestial (el arpa) para transformarlas en composición literaria infantil. La conexión entre alma y arte queda cimentada en el comentario. Los arpegios de Mansilla, nos advierte Sarmiento, son parte de su ser. La escritora se excusa y se distancia de la recepción de su texto anticipando una negativa con fingida humildad retórica. De cualquier manera, parece evidente la ambigüedad que acompaña tanto a la escritora como a su comentarista con respecto a la obra y a la actividad literaria, en particular. Ahora bien, el énfasis de Sarmiento en el posesivo "nuestra literatura" y "nuestra arpista" claramente subrayan la importancia que les asigna al desarrollo de las letras y a la participación de la mujer en la empresa nacional. Cuando Mansilla alaba las ediciones inglesas y las ilustraciones estadounidenses de cuentos infantiles alude al modelo admirado e imitado. Sin embargo, al escribir y publicar los cuentos, está en efecto desplazando estos modelos extranjeros y reemplazándolos con un género autóctono, clásico y moderno, al mismo tiempo. Sosa de Newton comenta sobre su publicación: "fue casi una audacia publicarlos pues la demanda se alimentaba de los tradicionales creadores en traducciones españolas. Se leía a la condesa de Ségur, Andersen, Lewis Carroll, Harriet Beecher Stowe" (Narradoras argentinas, 92). En Recuerdos de viaje, Mansilla ofrece claras indicaciones de la impronta que dejaron en ella las elegantes publicaciones de la casa editorial norteamericana Appleton en materia de lecturas infantiles (188). Siguiendo las huellas de Lafontaine y de Andersen, se excusa de antemano: "Si lo hice bien o mal, no me incumbe á mi decirlo; solo he intentado producir en español, lo que creo no existe aun original en ese idioma: es decir el género literario de Andersen" (v). Hay que hacer hincapié en la importancia adjudicada a la educación en el siglo xix en Hispanoamérica. El siglo de las luces, con su interés en la transmisión de conocimiento y su aceptación del niño como un ser social y constitutivo de la familia nuclear, es el siglo de los cuentos infantiles con un propósito doble, educativo y de entretenimiento' 1 . Rousseau trata de persuadir por medio de la emoción y los sentimientos sobre la importancia del niño como promesa del futuro. En su Emile (1762) descubre en la infancia la belleza y el

11

Barry, Florence V., A Century of Children 's Books, Methuen, London, 1922. En rea-

lidad no existieron libros exclusivamente para los niños hasta fines del siglo xvn. En el siglo XI y XII los monjes crearon el Elucidarium educadores compilaron la Gesta Romanorum,

o guía de los niños. En el siglo xiv, los

libros de "Moralidades" para que los padres

compartieran con los hijos. Contenían variantes de Las mil y una noches, y otras historias uilizadas por Chaucer, etc. En el siglo xvm, John Locke recomienda la lectura de las fábulas de Esopo c o m o los únicos libros provechosos para el niño.

148

M. C. Arambel Guiñazúy

C. E. Martin

centro de todas sus aspiraciones. La n i ñ e z c o n su potencialidad aún n o realizada se c o n v i e r t e e n una n u e v a fe. La familia se erige e n t o n c e s c o m o unidad central c u y a m i s i ó n e s la e d u c a c i ó n del n i ñ o (Barry, 85). L o s c u e n t o s m o r a l i z a d o r e s s o n e n parte la respuesta de los padres y tutores d i e c i o c h e s c o s a la i m p o s i b i l i d a d de convertirse en el infalible y p e r f e c t o padre o tutor r o u s s e a u n i a n o . El c u e n t o m o r a l i z a d o r s e c o n v i e r t e así e n u n tutor substituto q u e p u e d e ser u t i l i z a d o c o m p e t e n t e m e n t e por el p a d r e m á s inepto 1 2 . Mansilla, durante su larga estadía en Europa, c o n o c i ó m u y bien las raíces y la e v o l u c i ó n del g é n e r o que tanto placer causaba a sus hijos. A la i n f l u e n c i a de R o u s s e a u d e b e m o s añadir las de A r m a n d B e r q u i n y Maria E d g e w o r t h , m o d e l o s que f o r m a n el c a n o n de la literatura infantil a f i n e s del d i e c i o c h o y principios del d i e c i n u e v e 1 3 . En los c u e n t o s de M a n s i l l a , l o s p e r s o n a j e s casi s i e m p r e tienen una falla. En general, la m a l d a d y la c r u e l d a d s o n el d o b l e z latente de la realidad. El personaje l l e v a en sí la s i m i e n t e q u e p u e d e convertirse e n p e c a d o . H a y una complejidad atrayente para el adulto y para el n i ñ o de edad m á s a v a n z a d a en el dilema que se v a m o n t a n d o a través de la construcción dramática del c u e n to. A l presentar d e s d e el i n i c i o la falla o d e b i l i d a d del p e r s o n a j e , M a n s i l l a

12

Los cuentos moralizadores de Jean Marmontel, Cantes Moraux (1758), no fueron escritos para los niños, pero sus temas y las técnicas proveyeron material para los demás escritores de cuentos infantiles. 13 Los siguientes teóricos delatan cuánto debe Mansilla a la tradición europea. Armand Berquin, el amigo de los niños, en 1782 publicó cuentos que por medio del contraste moral ejemplifican el camino de la virtud natural. De Maria Edgeworth Mansilla aprendió los elementos técnicos de la cuentística infantil. Edgeworth trata de evitar el tedio del aparato teórico moral por medio de una construcción dramática que mantiene el suspenso y se resuelve con una sorpresa (Barry, 182). Los beneficios de una estructura narrativa pulida y de un lenguaje evocativo y a !a vez preciso han sido comprobados por estudiosos de la sicología y el desarrollo intelectual infantil. Eileen M. Burke en Literature for the Young Child nota que: "Long-lasting effects, seemingly peripheral and serendipitous, are legión. Not only snipets of language, but the tale itself remains with children as is evident in the child's retelling of the tale" (58). Los niños aprenden con los cuentos la estructura de la narración. Al repetir el cuento, el niño lo transforma y manipula los elementos de la historia utilizando la estructura aprendida. Pedagógicamente hablando es un ejercicio magnífico de aprendizaje y comprensión (58). Bruno Bettelheim en The Uses of Enchantment explica el por qué del caracter unidimensional de los personajes tradicionales. La dicotomía maniquea o polarización de estos personajes obliga a los niños a tomar decisiones sobre su propia vida al presentarse dos caminos posibles delineados cuidadosamente por el escritor (Burke, 183).

Capítulo V: El cuento

149

sugiere la ambigüedad innata en el ser humano constituido de pasiones contradictorias que deben ser dominadas por la razón: He tratado de familiarizar a mis jóvenes lectores, por medio de apólogos sencillos, con la idea delicada y profunda, que en la naturaleza todo vive, todo siente; y que el sufrimiento no cuenta solo por la cantidad sino por la calidad, mostrándoles que la virtud debe de ser amada porque es bella. Si mi fantasía me ha estraviado, voy en grata compañía (viii).

La colección incluye dos tipos de protagonistas: cuentos con animales y seres inanimados que participan junto con personajes humanos como en "La jaulita dorada", "Nika", "Chinbrú", "Bimbo", "Tiflor", "El alfiler de cabeza negra" y cuentos con sólo personajes humanos como en "La paloma blanca" y "Tío Antonio". Los tipos de personajes protagónicos están construidos de manera similar. En la mayoría de los cuentos el protagonista representa ciertas virtudes o vicios universales. La estructura maniquea enmarca el proceso de aprendizaje. El personaje debe pasar por varias pruebas que invariablemente revelan la crueldad del mundo y la importancia de saber distinguir entre la apariencia y la realidad. La experiencia es la maestra de los personajes y, si bien el aprendizaje es en instancias brutal y cruel, el objetivo es establecer claramente los parámetros de la virtud. Aunque hay padres, institutrices y personajes admirables, el protagonista insiste en experimentar su realidad y de esa manera llega a una revelación amarga y a una elección difícil pero justa y moral. La jaulita, el alfiler, la lauchita, el monito Chimbrú, todos ellos son personajes que confiados en su belleza física o en su valor, desdeñan lo que tienen y se manifiestan ansiosos de salir al mundo y dejar el tedio del lugar en donde se encuentran. En esta estructura dramática inicial se nota la huella del cuento popular que será clasificado por Vladimir Propp (49). La jaulita dorada es uno de los personajes protagónicos que, dotado de ciertas virtudes, también adolece de serias fallas: la vanidad, la ambición desmesurada y el descontento con su condición. El cuento se inicia siguiendo una de las premisas descritas por Propp: el personaje experimenta una carencia que lo obliga a dejar el hogar. La jaulita, hermosa pero inútil en el mostrador del almacén de la calle Victoria, sueña con irse con un dueño que la haga sentirse admirada y deseada. El día llega en que una dama y su hija la compran y allí se sella su triste destino. La ingratitud de la niña y de su familia pronto se evidencia cuando luego de la trágica muerte del canario cantor en la jaula, se la relega a un desván polvoriento y olvidado. Para mayor crueldad, la jaulita debe vivir con los despojos sangrientos del canario que no pudo defender del

150

M. C. Arambel Guiñazúy

C. E. Martin

gato. La jaulita deberá aprender una lección más. El jorobadito Camilo, su admirador pobre y desgarbado, la descubre y se la lleva afirmando: "En mi casa no hay gatos traidores, los pobres sabemos cuidar nuestros tesoros" (15). En "Nika", tres lauchitas protagonizan una historia familiar en la cual los desvelos de una madre por sus dos hijas no son suficientes para evitar la tragedia. Esta madre ejemplar que "suple con vigilante celo é incansable ternura la falta del padre" alienta a sus hijas "á la paciencia, á la laboriosidad y sobre todo a ese contentamiento intimo, que es el mas dulce gaje de los corazones sencillos" (18). Nika, la lauchita aventurera, picada de curiosidad y embelesada por la mujer que ha visto desde lejos, desafía una y otra vez la prohibición materna y sale de su escondite. Fascinada por un niño y devorada por "la sed de lo desconocido", Nika desdeña el afecto de su hermana y de su madre y se interna en ese recinto de encantos para caer en una trampa. Dichosa de estar en compañía del objeto de su deseo, el niño de rizos rubios, Nika no sospecha que ese ser superior la ahogará en una tina de baño sin el menor escrúpulo y con sonoras carcajadas. El desenlace grotesco del cuento se repite en cuatro de los seis relatos que forman parte de la colección. La muerte del protagonista o de un personaje-víctima establece explícitamente el carácter moralizante de los cuentos. En "Chimbrú", el monito del Gran Chaco, Mansilla otorga al protagonista la misma función que en los dos cuentos anteriores. El mono "no parecia contento de la suerte dichosa que le dispensara la madre naturaleza" y huye del home materno (36). Es capturado por un artista ambulante genovés, el Signor Gian Battista Regnano, que lo adiestra para bailar al son del organillo y lo maltrata con su látigo. Un niño causa su muerte al ofrecerle un durazno y desatar la furia del Signor Gian Battista. En este relato, Mansilla introduce varios elementos autóctonos: la geografía nacional con una naturaleza específica, la migración de la provincia a Buenos Aires, los tipos de inmigrantes, las clases sociales y la vida en los barrios. La cuentista añade breves alusiones a la sociedad argentina en pleno cambio con la inclusión de personajes tipos como la trabajadora y honesta vascuence y el italiano emprendedor aunque inescrupuloso. En "Chimbrú" se vislumbra una inquietud en lo que concierne a la inmigración y a los tipos humanos que pueblan el relato. La crueldad del organista italiano se contextualiza con la mala fortuna que lo ha seguido desde su país natal a pesar del deseo de medrar en el nuevo mundo. Es curioso notar que el genovés, si bien mata a su "gallina de los huevos de oro", no paga su crimen y recibe una fuerte suma por el cadáver del monito. La lección moralizadora se torna ambigua. En "Bimbo" un precioso perro, "King Charles", contrae sarna y sufre el abandono de su ama. A pesar de ello, el perro, ya recuperado, pero feo de

Capítulo V: El cuento

151

apariencia, vuelve a salvarle ia vida a su dueña que yace en cama consumida por la viruela. "Tiflor", el gallito, vive una vida idílica con sus seis gallinas hasta que aparece un gallo poderoso que lo desaloja. Las gallinas, deslumbradas por el nuevo jefe, olvidan a Tiflor. El cuento representa una versión "adulta" del cuento popular en el cual se introduce la idea del harén y del serrallo y, por consecuencia, la total sumisión de las gallinas "coquetas, parleras, odaliscas" al gallito Tiflor. Las pasiones fuertes como la venganza, el amor, los celos y los remordimientos forman el núcleo de este cuento que termina con la masacre de las gallinas y del gallo en las garras de un zorro astuto. La violencia de las pasiones humanas interpretadas por los animales responden al modelo de los fabliaux. En "La paloma blanca", Mansilla construye una estructura doble en que los mundos de dos primas corren paralelos pero en dirección opuesta. Elena, la machona, la Diana cazadora, es una morena vivaracha, fuerte e indomable: "Yo quisiera ser pájaro, para volar en libertad de dia y de noche" (109). Juanita, la jorobadita, es la imagen de la fragilidad y de la debilidad física: "rubia palidita de salud enfermiza [...]. Endeble, gibosa y mal desarrollada" (109) 14 . Juanita dice querer ser "estrella que parecen mirarnos, que están siempre en el cielo, fijas sin moverse" (111). Elena, "la petulante morenita fresca y rolliza, que mas parecía fruta que flor" se niega a ser estrella: "Yo creo que ser estrella debe ser cansado! Siempre inmóvil, siempre quieta" (111). Juanita vive en un mundo de muñecas que viste con primorosas prendas confeccionadas por ella misma. Elena vive en el exterior, en continuo movimiento en el jardín, mientras que Juanita la observa con pavor desde su lecho. La autora no disimula su preferencia por la enferma y asigna a Elena adjetivos cargados de negatividad: "Elena [...] tenia, siento decirlo [...] fama que creo merecida, de ser algo m a c h o n a [...]. [s]e divertía de preferencia, horror! e n j u g a r al trompo y aun al barrilete" (115). Elena, de continuo, es comparada con su prima inválida: "Si Hellen fuera como su primita, un modelo; insistió la institutriz" (116). Elena, se impacienta, " m a n o s e a t o r p e m e n t e " las m u ñ e c a s y finalmente destroza la preferida de su prima. La educación de la niña lleva en este caso ecos de las reglas de comportamiento tradicionales, en las que se insistía desde la ilustración. La "Emilia" de Mme. d ' E p i n a y obtiene sus conocimientos de la misma manera que el

14

Lucía Guerra Cunningham comenta sobre el ideal femenino de belleza decimonónico y el énfasis en la enfermedad: "'Por consiguiente, la enfermedad debe considerarse como un atributo que embellece el cuerpo sumiso y débil subordinado a la ley del padre y a la ley del esposo'' (35).

152

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

Emilio rousseauniano, es decir, de la experiencia de la naturaleza. Sin embargo, se la castiga por jugar con sus hermanos en actividades poco femeninas y esto la hace volver a sus muñecas con quienes va a dialogar 15 . Las muñecas cobran vida y se transforman en sus únicas interlocutoras. La muñeca es imagen del ideal femenino, pues callada y atenta parece escuchar y aceptar la "educación" que la pequeña Emilia le ofrece como escape de la prisión que su sexo le ha forjado. Para Juanita, la muñeca simboliza también el vuelo de la imaginación, la posibilidad de evadir la inmovilidad de su cuerpo. Elena irrumpe en ese mundo fantástico de Juanita sin comprender el orden ni las reglas de este delicado juego que ha diseñado la "jorobadita." Su ceguera causa el destrozo involuntario de la muñeca preferida. Con la cara desfigurada y desencajada, Paulita, la muñeca, ofrece una visión grotesca de la enferma, quien, enfrentada con la realidad de su condición, se deja morir: Paulita con la cara partida desde la frente hasta la boca, con los brillantes ojos desnivelados, fuera de la órbita, ofrecía la ilusión del sufrimiento real. La boca no tenia ya esa placidéz y corrección de la muñeca feliz; la fatal rajadura al dividir el labio, le imponía una mueca dolorosa, imprimiendo en aquel rostro bello, el sello de la destrucción (122).

Elena desencadena la tragedia, y la autora dirige hacia la niña, Ique ignora la enfermedad repentina de su prima, una severa acusación. La "jorobadita" muere unos días después a causa de su enfermedad; pero Elena, la gobernanta inglesa y la nodriza, "Mamá negra", guardan el secreto de la verdadera causa de su muerte. Este relato es todo un manual de la perfecta mujercita. El ejemplo a emular es el de la jorobadita, prisionera en su lecho y rodeada de muñecas que ella cree vivas. Juanita, que a lo largo del cuento es casi siempre identificada como la "jorobadita", es la antítesis de Elena que se mueve con frenesí, que no entiende de muñecas y quiere volar, cazar y disparar. Elena encarna el fantasma de la mujer moderna que debe ser corregida y reprimida antes que cause más daño. El sueño de Elena es uno de los aspectos más instructivos del cuento, pues con precisión pre-freudiana desarrolla una gama de alusiones al subconsciente femenino. El tío cazador que mima y trata a Elena como a un varón es visto con muy malos ojos por la institutriz. Elena, sugestionada

15

Mme. d'Epinay, amiga de Rousseau, publicó Conversations d'Emilie (Las conversaciones de Emilia) a pedido de éste en 1782. Mme. de Genlis publicó Adèle et Théodore el mismo año.

Capítulo V: El cuento

153

por los cuentos de aventuras, tiene una pesadilla digna de Lewis Carroll. En un espeso bosque el suelo cede y la niña se hunde hasta hacer pie en un lugar estéril donde hay varias cajas. El monstruo alado que la ha llevado a ese mundo de pesadillas abre una de las cajas donde se encuentra el cadáver de su prima Juanita. En cada caja yace una Juanita y Elena es obligada a disparar y matar una paloma blanca que representa a su inocente víctima. Al gemir el nombre de su prima, Elena vuelve de su fiebre a la realidad. Juanita deja a Elena todas sus muñecas antes de morir para " Q u e aprenda a quererlas. Y Elena aprendió, puedo asegurarlo" (138). La conversión de Elena se ha completado. "Tío Antonio" es el único "relato" (Mansilla se niega a llamarlo cuento) de la colección que aborda de lleno la política y los prejuicios raciales. Se refleja en este relato la ambigüedad de la autora sobre el papel del africano en la nueva sociedad republicana. Lo dota de cualidades positivas: una abnegación y un altruismo excesivos que lo alejan del resto de los mortales. La exageración de las virtudes del personaje lo resguardan de cualquier crítica y lo idealizan de tal modo que Mansilla puede continuar la narración sin tener que justificar el papel protagónico de Tío Antonio. El esclavo elige libremente servir al amo blanco durante toda su vida: "Había nacido el negro para ser siempre fiel y abnegado. Su vida fué una constante dedicación á aquellos á quienes pertenecía, por esa horrenda ley hecha por los fuertes, en menoscabo de los débiles" (172). Existe en los comentarios de Mansilla una resignación inquietante con respecto a la injusticia de la esclavitud. La esclavitud y el patriotismo se unen en una historia trágica y noble a la vez. El protagonista está imbuido de ciertos defectos inherentes a su raza, según la narradora: "El negro es naturalmente amigo de la ociosidad, su temperamento contemplativo, muelle, le incita a la inacción" (156). Poco a poco, Antonio se humaniza mediante el contacto con su amo Don Miguel, un porteño "Godo" leal a la corona española. El elemento nacionalista de inicios de la república se añade a la historia. El esclavo aprende a amar a la patria "ya sea por el contacto con algunos peones blancos, libres naturalmente. Ya por esa misteriosa corriente, que arrastra los hijos del suelo hacia la pendiente natural... Antonio era patriota y patriota entusiasta" (162). Siguiendo los dictados de la revolución francesa, el esclavo aprende un oficio útil, el de zapatero, que desempeña con "cierto primor". Luego de la ejecución de su a m o por traición a la patria y la confiscación de sus bienes, Antonio, mediante numerosos actos de generosidad mantiene a la familia y vende su libertad para que la viuda y sus hijos puedan regresar a España. Antonio seguirá sirviendo como esclavo en Mendoza a otra familia a la que también salvará de la penuria económica.

154

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

Los relatos estudiados en este capítulo hacen notar las grandes diferencias que separan a las dos autoras. Ubicadas ideológicamente en polos políticos opuestos, diseñan cuentísticas adecuadas a sus inquietudes. Mansilla, de tendencia federal, traza parámetros de una conducta individual y social sometida a una visión tradicionalista y conservadora de las costumbres vigentes. Así es que sus m o d e l o s a c e n t ú a n los valores de pasividad y c o n f o r m i s m o para la mujer y de servilismo útil para las clases trabajadoras. Gorriti, de t e n d e n c i a unitaria, e x p l o r a por m e d i o de los r e c u r s o s de la literatura fantástica y de la imaginería erótica un género nuevo que le permite desbordar las restricciones genéricas y políticas. A m b a s autoras coinciden, sin embargo, en el interés que manifiestan en el f u t u r o de la nación. Sus contribuciones literarias puestas al servicio del país aluden a sus posiciones de d a m a s asociadas a los centros de poder. Por otra parte, en tanto que escritoras, señalan nuevos r u m b o s profesionales para la mujer.

CAPÍTULO V I L A NOVELA: IMAGINARIOS PARA UNA SOCIEDAD NUEVA

El florecimiento de la novela hispanoamericana escrita por mujeres en el siglo xx sorprende por su variedad y riqueza cuando se la enmarca en la historia literaria de la región. En efecto, al revisar los textos canónicos dedicados a su estudio, esta práctica parecería surgir imprevistamente, sin una tradición local que la sustente. La crítica feminista de las dos últimas décadas ha llevado a cabo una importante labor de rescate en archivos y bibliotecas nacionales; de esa empresa reemergen novelas sentimentales, histórico-políticas y sociales que dan fuertes indicios de la importancia que las escritoras del siglo xix daban a su participación en los debates de sus respectivas naciones. Aún así existen períodos de silencio que hacen difícil establecer lazos entre las escritoras de los distintos países y las relaciones existentes entre su visión de la sociedad y las vidas concretas de sus lectoras. Aunque no existe un enlace histórico ininterrumpido entre aquellas novelas semi-olvidadas y las de nuestro siglo, su relectura descubre que ya se encuentran en las narrativas decimonónicas voces críticas que desafían el discurso patriarcal tradicional. Merecen, sin lugar a dudas, que se reivindique su valor en el contexto al que pertenecen, sobre todo, en cuanto a la fundación del sujeto femenino escrito y en cuanto a la expresión de una visión femenina hasta entonces inédita. Influyen, además, tanto en las ideas como en la estética, los gustos impuestos por el movimiento romántico que, preocupado por la miseria de las clases humildes y por el ejercicio de la libertad tanto en política como en arte, proyecta reformas en base a un socialismo humanitario y progresista. Las coincidencias que surgen en Europa entre teóricos como Saint-Simon y Fourier con gentes de letras como Victor Hugo y George Sand, por ejemplo, proveen modelos ideológicos que son alterados en su adaptación a la realidad ameri-

156

M. C. Arambel Guiñazúy

C. E. Martin

cana 1 . De tal manera, y a pesar de las grandes diferencias existentes entre ellas, las novelas decimonónicas están imbuidas de preocupaciones sociales y de planteamientos políticos que no son exclusividad de las novelistas. Por lo tanto, la literatura hispanoamericana surgida poco después de las guerras de la independencia ofrece en la diversidad de su conjunto un boceto de los grandes temas del siglo. Estas obras transcriben la discordia y la pugna entre las ideologías comprometidas en el acto patriótico de la fundación y ejecución del proyecto nacional. Es por ello que la narrativa de las escritoras que se estudian a continuación adquiere un intenso valor histórico y literario al ubicarse dentro del tejido discursivo de la época. Los autores de obras canónicas que modelaron la "americanidad" del continente (Heredia, Bello, Echeverría, Sarmiento, Mármol, Isaacs, entre otros) produjeron una escritura firmemente arraigada en una poética de la realidad y en una política del arte que respondía a las fuerzas internas y externas que engendraron el concepto de nación o de "comunidad imaginaria" 2 . Al estudiar estas construcciones ideológicas mediante el análisis textual de las obras de las escritoras decimonónicas, nos acercamos a una comprensión del panorama literario e histórico que admite, y hasta exige, una reevaluación de estos "textos fundacionales". Colocados de lleno en la compleja y rica historia literaria americana del siglo xix, los textos estudiados a continuación, responden a diversas necesidades históricas y personales 3 .

I. Las románticas Lo que diferencia genéricamente los textos de estas escritoras es la creación de personajes femeninos que, inmersos en situaciones sociales y políticas específicas, se ven afectados de un modo particular en razón de su sexo.

1

Por ideología entendemos un rico y profundo sistema de representación que ayuda

al individuo a transformarse en un ente social quien internaliza una imagen del mundo y se ubica en él. La ideología no ofrece simplemente un conjunto de ideas políticas definidas, sino que propone un armazón de suposiciones que definen los parámetros de la realidad y del yo. Kavanah, James H., "Ideology", en Critical

Terms for Literary Study, Frank Len-

tricchiay Thomas McLaughlin (eds.), p. 310. 2

El concepto de nación ha sido estudiado en detalle por Benedict Anderson en Imagi-

ned Communities, 3

tomo que refleja el renovado interés de la crítica sobre esta cuestión.

Lea Fletcher, Francine Masiello, Mary Louise Pratt y Doris Sommer, entre otros crí-

ticos, han estudiado el período romántico desde una perspectiva que incluye la condición de la mujer, la esclavitud y los derechos del indígena dentro de las nuevas democracias.

Capitulo

VI: La novela

157

Las experiencias que viven y sufren en sus páginas ponen de relieve por primera vez en nuestras letras el papel que juega la identidad genérica, el ser mujer, en el desarrollo de sus destinos. Nelly Richard, en un artículo que afirma la necesidad de elaborar una teoría feminista hispanoamericana, postula la existencia en el continente de un feminismo que sobrevalora la experiencia por sobre el discurso y desconfía de las abstracciones intelectuales receladas como masculinas ("Feminismo", 733-734). Richard admite luego la validez de la experiencia femenina contextualizada, es decir, "en situación", mediatizada por el discurso. No deja, sin embargo, de prevenir muy perspicazmente sobre el peligro de definir la "escritura femenina" según rasgos esencialistas que le impondrían una sujeción asfixiante y determinista. Debemos relativizar los juicios de Richard haciendo la salvedad que todo texto que refiere una "experiencia", parte de ciertos presupuestos teóricos aunque estos no se expongan de manera explícita. Con todo, y salvando las distancias que las separan, esta crítica francesa postmoderna encuentra confirmación en las románticas hispanoamericanas. Es así que las escritoras decimonónicas al cuestionar qué hace al sujeto femenino responden con una variedad de planteamientos que, si por momentos podrían parecer adheridas a un cierto esencialismo, siempre lo someten a particularidades regionales e históricas que las condicionan según "experiencias" de vida. En tal sentido, resulta muy elocuente que entre estas novelas no se halle ninguna que podamos clasificar como puramente sentimental, a la manera de Soledad (1847) de Bartolomé Mitre o de la obra maestra del género, María de Jorge Isaacs. Los textos aquí estudiados tejen redes complejas de significaciones en las que sexo, raza, posición social y situación política inciden en las nociones de individuo, nación y sociedad. Otra advertencia aún: podríamos detectar dentro de la novelística de casi todas las autoras estudiadas una evolución ideológica e incluso estética que indica elaboraciones en proceso constante. Tómese el caso de El tesoro de los Incas, leyenda indígena novelada de Juana Manuela Gorriti, donde la voz narrativa equipara el continente americano con su protagonista, una joven indígena. En ese contexto el "tesoro" se refiere tanto a la virginidad de Rosalía como al oro inca escondido en grutas profundas mientras que el español figura como el espoliador de ambos. El relato pone a la mujer indígena, objeto codiciado, en la situación desventajosa que tenía efectivamente dentro del sistema colonial. Esta mujer guiada por sus sentimientos entrega ambos tesoros y finalmente sufre la tortura y la muerte. Si el relato se estructura en base a las polarizaciones terminológicas: europeo-indígena, hombremujer, explotador-víctima, que fijan a la protagonista en posición de inferioridad, esa situación cambia drásticamente en relatos posteriores. En ellos,

158

M. C. Arambel Guiñazúy

C. E. Mirtin

las protagonistas no sólo luchan, con éxito variable, por modificar su salación sino que, de manera muy eficaz, operan en un espacio intermedio que confunde y borra el determinismo de las oposiciones. Gorriti, a medida que gana destreza en el arte de relatar, gana también fuerza en la resistencia 4 La complejidad de los códigos sexuales, políticos y geográficos se tace patente ya a partir de la publicación de la primera novela americana escrita por una mujer, Sab (1841) de la cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda. Por ser una de las autoras más ampliamente estudiadas por la crítica, nos referimos aquí a grandes trazos sólo a aquellas novelas que atañen directamertc a nuestro trabajo sin proceder a un análisis en profundidad 5 . Sab debe cortextualizarse en una red internacional de significaciones en la que los imaginarios europeos se entrecruzan con los americanos. Si los recuerdos nostálgicos de la isla juegan en ella un papel vital, éstos se organizan y adecúan para satisfacer las expectativas de exotismo de los lectores españoles a quienes se dirige. La prensa de la época reconoce en Sab los méritos que la definen como novela sentimental, es decir, la pasión y la descripción de una naturaleza que hace eco a los tormentos de los personajes. Su originalidad reside, sin embargo, en la crítica severa que hace de la sociedad cubana, particularmente en su argumentación en contra de la esclavitud y a favor de su abolición. La voz narrativa cede su autoridad al esclavo Sab, quien describe las condiciones inhumanas en que vive y los trabajos forzados que cumple. Como otros personajes románticos arquetípicos, "los olvidados" de la sociedad, el escavo sufre injusticias de todo orden a pesar de su superioridad moral. El d n m a sentimental - e l amor imposible entre el esclavo y su a m a - realza los abismos infranqueables que separan a las castas y demuestra el valor de Sab por sobre la mediocridad del señor. Si bien la institución de la esclavitud ya había sido atacada en Elperquillo Sarniento (primera entrega, 1816) y en Cecilia Valdés (primera pirte, 1839), Gómez de Avellaneda ofrece la primicia de relacionarla con la stua-

4

Si bien algunos escritos de Juana Manuela Gorriti pueden, en razón de su uridad,

definirse como novelas, estudiamos sus textos en el capítulo dedicado al cuento por considerar que la mayoría de su producción pertenece a ese género. 5

De la crítica dedicada a Gómez de Avellaneda queremos llamar la atención so>re el

excelente trabajo de Kirkpatrick, Susan, Las Románticas. in Spain,

1835-1850,

Women Writers and

Subjeitivity

University o f California Press, Berkeley, Los Á n g e l e s , Loidon,

1989. De caracter biográfico, las obras de Domingo Figarola Caneda y Emilia Bo>horn, Emilio Cotarelo y Mori y Hugh Harter ofrecen una sólida introducción. Otros estudies útiles son los de Carmen Bravo-Villasante, Mary Cruz, Janet Gold, Lucía Guerra,Beth Miller, Nina Scott, Jill Netchinsky, Stacy Schlau y Doris Sommer, entre otros muchcs.

Capítulo

Vi. La novela

159

ción de la mujer, sobre todo, con la de la mujer casada 6 . Sin embargo, esta alianza responde a una estrategia política que facilita la circulación -temporaria- de la novela. Como advierte Kirkpatrick, a pesar de que las autoridades españolas prohibieron la publicación de Sab en Cuba, se aceptaba más fácilmente exponer ideas antiabolicionistas que cuestionar las desigualdades de derechos entre el hombre y la mujer dentro de la institución matrimonial (Kirkpatrick, 158). Por otra parte, la falacia del esencialismo que anima la visión de la mujer bondadosa, caritativa y sensible se vuelve insostenible en cuanto se la ubica en el mundo. En esa sociedad real, variada y nunca estática, el destino de la mujer no depende de sus supuestas virtudes innatas sino de prácticas políticas. El esclavo y la mujer, a pesar de sus diferencias económicas y sociales, comparten intereses comunes porque ambos sufren opresión y carencia de representatividad pública. Pero lo más interesante de esta novela reside en sugerir que las diferencias entre las experiencias masculinas y las femeninas derivan en gran medida de la imposición de las leyes humanas y de las costumbres. La audacia de la idea marca un inicio avanzado en la teoría de la diferencia sexual; el desarrollo posterior que promete quedará lamentablemente trunco. La novela es prohibida en Cuba y la autora, en un acto de autocensura, la omite de la edición de sus Obras completas de 18657. El silenciamiento impuesto sobre Sab dificulta, sin dudas, su circulación y explica en parte la imposibilidad de una historia fluida en el desarrollo de la práctica escritural femenina. En su segunda novela, Dos mujeres (comienza a publicarla por suscripción en 1842), Avellaneda no abandona del todo el tema de la situación de la mujer en la sociedad. Profundiza en ella su función dentro del matrimonio. El ser esposa y madre, teóricamente, constituye su razón de ser y forma parte de su identidad; de su desempeño eficiente en el ambiente hogareño, proviene la satisfacción personal. En la novela, los dos personajes femeninos, que desmienten el ideal de la felicidad doméstica, demuestran la fragilidad de tales postulados 8 . De hecho, Avellaneda derrumba la construcción imaginaria que propone la felicidad hogareña en base al sacrificio de la mujer. A diferencia

6

Entre los antecedentes se debe también mencionar la publicación, aunque en inglés,

de la autobiografía de Juan Francisco Manzano en 1840. La versión completa en español aparece recién en 1937. El abolicionismo es uno de los temas candentes del momento. 7

La peligrosidad de Sab hace que cuando Aurelia Castillo de González, una de las

primeras críticas cubanas, escriba la autobiografía literaria de la autora, apenas le dedique a la novela un párrafo corto, basándose en comentarios ajenos. * Luisa, la esposa de Carlos, es víctima de la infidelidad de su marido que ama a Catalina y, ésta última, no puede ignorar los sentimientos que la impulsan hacia su amante. El

160

M. C. Arambel Guiñazúy

C. E. Martin

de las escritoras residentes en el continente americano, los planteamientos de Avellaneda, que ejerce su profesión en España, si bien revelan audacia, encuentran apoyo en la bien cimentada tradición de las letras femeninas europeas. Es por ello, que los textos de Gómez de Avellaneda, Stael, Sand y, en menor grado, los de Austen, Brontg y Eliot contribuyen a la formación de una conciencia literaria femenina.

A. Novelistas argentinas de mediados de siglo En Argentina, la caída del dictador Juan Manuel de Rosas en 1852 beneficia la publicación de novelas y de ensayos que, dedicados al análisis social y al desarrollo de las nuevas posibilidades políticas, constituyen el cuerpo del discurso oficial postrosista. La apertura facilita el ingreso de las primeras mujeres en el campo literario y con ello, la expresión de sus preocupaciones. Las obras de Juana Manso, Rosa Guerra, Juana Manuela Gorriti y Eduarda Mansilla, que comparten el interés por las situaciones desventajosas en que viven el indígena, el gaucho y la mujer, no logran el reconocimiento dentro de ese discurso oficial ya que, como señala Francine Masiello, estas voces femeninas cuestionan los modelos del día 9 . La comunidad de intereses entre las escritoras no halla sin embargo coincidencia en cuanto a las metodologías y a las soluciones que proponen. Mientras que las tres primeras mantienen alguna filiación con el pensamiento político unitario, entonces triunfante, Mansilla responde a un ideario más conservador y, en consecuencia, disidente tanto de las ficciones fundacionales como de los escritos de sus congéneres. a. Juana Manso Los misterios del Plata de Juana Manso, novela escrita probablemente entre 1844 y 1846, fue publicada como folletín, primero en Brasil (1850) en

triángulo amoroso choca contra las leyes que hacen del matrimonio un lazo indisoluble y los tres personajes viven en la infelicidad. Catalina, cuya viudez la ha liberado de un matrimonio odioso, queda en un estado de disponibilidad aparente; la pérdida del marido en esa sociedad la deja sin una misión que ancle su vida. Por otra parte, educada y con talento, sufre aún más la frustración de no hallar cómo realizar sus posibilidades. Finalmente, acosada por un ambiente que le cierra toda salida, opta por el suicidio. ' Ver Masiello, Francine, "Mntroduction", en Between Women, Nation and Literary Culture in Modern Argentina, Lincoln & London, 1992.

Civilization

and

Barbarism.

University of Nebraska Press,

Capítulo VI: La novela

161

el Jornal das Senhoras; en 1867, en el semanario El inválido argentino y, por último, en forma de libro en 1899. En Los misterios del Plata se hallan codificados los elementos primordiales del pensamiento de Manso que a lo largo de su obra van cobrando más envergadura y que engendran una creciente resistencia en los lectores10. Si bien la vehemencia con que la autora se lanza en una retórica antirosista resta a la obra cierto distanciamiento dramático y narrativo, es también preciso notar que el objetivo de Manso es educar y dialogar con su público no sólo sobre los avatares de la política nacional, sino también sobre los temas que le apasionan y le preocupan: la naturaleza americana, la condición de la mujer en la república, el acceso a la educación, la construcción de modelos nacionales, la situación del indígena, del gaucho, del inmigrante, y el nacionalismo frente a la imitación aduladora de Europa. Los misterios del Plata, Novela Histórica Original, se ha estudiado como un texto político, panfletario, estridente y lapidario. A pesar de estas percibidas deficiencias y "fracasos" programáticos, según sectores de la crítica, la novela no deja de tener una significación política importante. El romance familiar-histórico juega un papel central en la construcción narrativa de Los misterios del Plata, con su discurso y sus personajes esterotipados. Para esclarecer el valor de esta "historia familiar" recurrimos al estudio de Jane Tompkins, Sensational Designs, donde se hace una contralectura crítica de las novelas más populares del diecinueve en EE.UU." Advierte Tompkins que el texto popular que actúa como "copia" posee cualidades sociales y culturales de gran impacto sobre los lectores: I saw that the presence o f stereotyped characters, rather than constituting a defect in these novéis, was what allowed them tooperate as instruments o f cultural self-definition. Stereotypes are the instantly recognizable representatives o f overlapping racial, sexual, national, ethnic, economic, social, political and religious categories" (xvi).

El personaje tipo funciona como un estereotipo que responde en parte a una norma dentro de su cultura. Los misterios del Plata ofrece la posibilidad

1(1 Liliana Patricia Zuccotti, en su ensayo sobre la novela, "Los misterios del Plata, el fracaso de una escritura pública" hace un estudio de la ineficacia del texto como panfleto y como proyecto literario. " Tompkins argumenta en el último capítulo que la batalla a favor o en contra de un canon literario es en realidad la pugna entre dos facciones por el derecho "to be represented in the picture America draws of itself* (201).

162

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

de un diálogo que requiere un lenguaje común (en muchas instancias, la narradora se dirige directamente a sus lectores interrumpiendo la narración y utilizando las notas al pie de la página). Los personajes tipo actúan como vocablos dentro del sistema de comunicación representado por la novela y facilitan el diálogo entre el texto y los lectores. Este romance familiar se desarrolla en el marco escénico de una naturaleza sublime, en el sentido romántico del término, en donde lo natural es el topos de lo divino. De hecho, la descripción exaltada de la naturaleza con que se inicia la novela hace eco a las ideas expuestas por Juana Manso en el primer número de su periódico, Álbum de señoritas, de 1854: El elemento americano dominará exclusivamente los artículos literarios. Dejaremos la Europa y sus tradiciones seculares, y cuando viagemos, será para admirar la robusta naturaleza, los gérmenes inponderables de la riqueza de nuestro continente: y no perderemos nada. Allá el pensamiento del hombre y el polvo de mil generaciones! aquí el pensamiento de Dios, puro, grandioso y primitivo, que no es posible contemplar sin sentirse conmovido (1).

Aflora a la superficie de estas afirmaciones un programa ideológico romántico que, en contra de la imitación y seguimientos serviles del viejo mundo, afirma la supremacía americana en términos tajantes y decisivos. En Europa radica el intelecto humano, pero en América "Dios" está presente y se refleja en la forma pura y primitiva de la naturaleza americana. Manso alude a un proceso de creación renovado después del "descubrimiento" de América en el cual, la mano divina, parece todavía acariciar a su criatura. Esta cercanía de Dios sitúa a los americanos en un lugar envidiable con respecto al europeo, y garantiza la experiencia humana de lo sublime a través del elemento transformador de la naturaleza. Es decir, la inmensidad del paisaje americano, el ser romántico sufre una transformación. Al mismo tiempo, en Estados Unidos, Emerson y Thoreau en Nature y Waldo respectivamente, comparten con Manso el repudio (retórico) de su formación intelectual europea. Favorecen una visión del destino americano basada en la originalidad de la naturaleza. Louise H. Westling estudia este elemento constitutivo de la identidad americana en su magnífico libro, The Green Beast of the New World, y cita la paradoja (anunciada por Rodrick Nash) "Wilderness was the defining symbol of the national civilization" (40). Si bien la originalidad del continente radica en su naturaleza, ésta es también el mayor obstáculo en el deseado proceso de civilización. En la apertura de Los misterios del Plata, Manso se dirige al lector: Aquel que no ha atravesado las verdes y desiertas llanuras de Buenos Aires, que no ha aspirado el agreste perfume de las flores que en el verano esmaltan sus

Capítulo VI: La novela

163

campos, que no ha visto las secas y parduscas ramas de! cardo elevar sus vástagos espinosos en el invierno; no puede comprender toda la poesía que encierran los cuadros de la vida del campo, en el Sud de América (6).

El cuadro de costumbres ambienta al lector y sirve de introducción a los personajes de la pampa. La atmósfera romántica de los gauchos, mateando en silencio, se quiebra con la llegada del gaucho Miguel, enviado de Rosas. Es de notar la coincidencia entre la novela de Manso y la de Eduarda Mansilla, Pablo ou la vie dans les Pampas, en cuanto a la ambientación y la caracterización del gaucho en los personajes de Miguel y Pablo. En el Pablo de Eduarda Mansilla se nota el mismo tipo de procedimiento feminizante de la figura central del gaucho en tensión dramática con las fuerzas opositoras de la barbarie. En franca vena picaresca, Miguel, abandonado por "una madre criminal en la puerta de un hospicio", se convierte en el mejor de los gauchos: trabajador, silencioso, gran payador, domador, vaqueano, chasque, y finalmente, el sicario de Rosas. Las cualidades y atributos físicos de Miguel como gaucho no parecen congeniar con su fisonomía: Su estatura alta, su talle flexible y delicado, sus maneras suaves al paso [...]. Era demasiado blanco para un campesino; sus cabellos finos y rubios le caían sobre los hombros en rizos naturales; sus ojos grandes, azules, una extraña expresión de audacia y altivez; su nariz pequeña y cerrada indicaba un caracer disimulado; su boca pequeña y punzó estaba guarnecida de unos dientes blancos y pequeñitos. (11)

La feminización del cuerpo del gaucho es un fenómeno romántico. Desmasculinizar al criollo es civilizarlo, acercarlo al ideal del héroe romántico (y del unitario dentro de la realidad política de la Argentina). Los modelos románticos nacionales asociados al nuevo orden político decimonónico mantienen en Hispanoamérica como en Europa una jerarquía patriarcal velada bajo el manto de la libertad y la justicia. En Romanticism and Gender, Anne K. Mellor propone una bifurcación de géneros dentro del movimiento: un romanticismo masculino y otro femenino. Estas mismas observaciones son válidas para el estudio de la novela de Manso. Las causas de esta escisión radican en la insistente autoridad patriarcal que sella el proyecto romántico y que excluye "lo sublime", su concepto más importante, fuera de la esfera de lo femenino. En el nombre del padre, el movimiento romántico intenta solapadamente silenciar y anular la experiencia de lo femenino al circunscribirla nuevamente a la esfera de "lo bello", de lo instintivo, dulce y acogedor, y a la figura materna erotizada (90-91). La respuesta a esta

164

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

organización bipolar del ser romántico, nota Mellor, se produce con vigor en las novelistas románticas. A esta división ellas proponen un nuevo modelo familiar: la nueva familia basada en la igualdad y el respeto mutuo entre los cónyuges. Esta nueva unidad social refleja los valores y la justicia supuestamente defendidas y promovidas por las revoluciones francesa y americana. Siguiendo estas pautas, en Los misterios del Plata se oponen dos ideologías, dos representaciones de la patria enarboladas por la familia Avellaneda y la "familia" federal 12 . En el centro de esta oposición se sitúa el concepto de orden social y político constituido metonímicamente por el concepto de familia. Manso construye su novela a base de la tensión dramática y retórica entre las dos concepciones de autoridad familiar: la autoridad masculina y vertical del Pater Familias dictatorial representada por Rosas, y su opuesto, la autoridad feminizante, horizontal y democrática de la familia Avellaneda. El término "familia" aparece repetidamente en la novela: la familia Avellaneda, la familia Reinafé, la familia Maza, la familia Rojas. Al mismo tiempo, Manso subvierte el carácter ficticio de sus personajes y de la trama en sus notas al pie de la página que explican los nombres de los personajes históricos usados. El conjunto de nombres conocidos se convierte en la verdadera familia libre argentina, desmembrada por el tirano y "su familia", la mazorca. Manso dedica dos capítulos a la descripción de la casa de Rosas desde fuera y desde dentro. El caos y el desorden reinan en la calle del Restaurador: "Caballos a toda brida con sus ginetes, cruzan la calle a cada instante. Bandas de música militares entran y salen del patio de la casa; mugeres, de vestidos colorados. Negros, mulatos, pampas y mazorqueros, todo esto entra y sale en tropel" (102). En el capítulo "La casa de Rosas por dentro", Manso explica su teoría sobre el uso metonímico de la célula familiar para diagnosticar el pulso de la nación: [L]a barbarie, el salvajismo, el retroceso de toda idea de civilización están impregnados en la atmósfera de la casa Rosina; por eso no debemos buscar allí la armonía pacífica de la familia, la santa poesía del hogar doméstico, el todo que representa y caracteriza las gentes de vida laboriosa y tranquila, de conciencia pura y alma virtuosa [...]. Es verdad! el semblante es la máscara del ser moral; la palabra puede ser el resultado del cálculo y no del sentimiento, el intérprete de la mentira y no de la

12

La novela escrita en clave, presenta personajes históricos bajo nombres ficticios, como el de Avellaneda para representar a Valentín Alsina.

Capítulo Vi. La novela

165

verdad y el honor; pero es imposible nunca que el todo que representa y compone la familia, pueda engañar; es imposible que una familia de asesinos pueda nunca tener el aire de una familia de buenos y honrados individuos [...]. El mismo desorden que reina en las instituciones, reina en la sociedad, y después en el interior de la familia. Rosas es el amo del pueblo, por consiguiente es también el amo de la familia (104-105).

Este "desorden" en las instituciones, en la sociedad y en la familia permite que el ataque a la dictadura se asiente en la familia misma y se lleve a cabo por la mujer de Avellaneda, Adelaida. Ese mismo caos institucional y social que encarcela al padre, desencadena a la madre de su papel pasivo y la convierte en liberadora de su esposo y de los demás hombres que escapan de Rosas hacia Montevideo. Adelaida cuenta con la complicidad de otra familia, la de su morena nodriza Marica y su nieto Celedonio para iniciar lo que Manso denomina su "campaña libertadora" (211). Cobijada por Marica, Adelaida "se colocó un kepis de capitán, bigote postizo negro, botas granaderas, sable y una ancha capa que envolviéndola completamente disimulaba su cuerpo de mujer" (217). Bajo el ancho manto militar, Adelaida esconde a su hijo Alfonso. Las acciones heroicas de esta mujer no se limitan a los actos de valentía y desafío a la dictadura, sino también a la pasión retórica con que convence al Comandante Conclair. Este, al dirigirse a Avellaneda y Pueyrredón, exclama admirado: "mañana estarán ustedes libres en tierra extranjera y deberán la libertad a esta heroica mujer que ha sabido no sólo prepararles la evasión, sino, lo que es más difícil aún, ha sabido convencerme" (219). Para concluir entonces, Manso logra proponer una alternativa a la tiranía, basada en una nueva constitución familiar que intenta desplazar el modelo familiar mazorquero de Rosas.

b. Rosa Guerra y Eduardo Mansilla Rosa Guerra (7-1864) y Eduarda Mansilla (1838-1892), escritoras contemporáneas nacidas en Buenos Aires, coinciden en publicar en el mismo año de 1860 dos novelas que llevan el mismo título, Lucía Miranda. Tal concurrencia destaca el interés común por el personaje homónimo cuya participación en la conquista americana las autoras consideran pertinente en el contexto de su época. En textos muy diferentes entre sí -el de Mansilla sobresale por su mejor factura, mientras que el de Guerra expresa un mayor interés por la situación de la mujer- crean un personaje que pone a prueba los presupuestos patriarcales.

166

M. C. Arambel Guiñazúy

C. E. Martin

El discurso en ambas novelas no sólo desafía la tradicional retórica patriarcal con la fundación de un sujeto femenino escrito sino también con la propuesta de un programa de reformas que difiere de las reconocidas en la época. Nicolás Shumway ha explicado la importancia de los hombres de la generación del 37 (creadores de las que llama "ficciones regidoras") en el establecimiento de ideologías que influyen directamente en la práctica política13. Sarmiento, Echeverría, e incluso Alberdi en parte de su obra, atribuyen los problemas nacionales a tres factores: la tierra, la tradición española y la raza. Guerra y Mansilla tratan los mismos temas pero los consideran bajo perspectivas diferentes. En la crónica Anales del descubrimiento, población y conquista del Río de la Plata de Díaz de Guzmán, Luisa Miranda (la Lucía Miranda de las novelas), reconocida hoy como personaje ficticio, habría llegado al Río de la Plata en 1530 junto a su marido, Sebastián Hurtado, como integrante de la expedición que, al mando de Sebastián Gaboto, funda el fuerte de Sancti Spiritus. El cacique Mangoré, enamorado de Miranda, ataca el fuerte para secuestrar a la española pero muere en la lucha. Su hermano Ziripó, que le sucede, la toma cautiva y la hace su mujer. Los esposos Hurtado, que mantienen entrevistas secretas, son condenados a muerte: Lucía muere en la hoguera y Sebastián es asaeteado. El hecho de que Guerra y Mansilla coincidan en escoger este personaje de la crónica delata un interés fundado en algo más que la novedad de una historia que podría atraer a las lectoras del siglo xix. Por una parte, alejada en el tiempo, Lucía Miranda es un personaje que tiene la ventaja de escapar de las luchas partidistas entre federales y unitarios. De ahí que pueda considerarse que estas novelas narran la transición entre los textos antidictatoriales tales como Facundo (1845), Amalia, Los misterios del Plata (1846), El matadero y los de la generación del 80 que tienen intereses más amplios. Pero Lucía Miranda no sólo interesa como protagonista de una historia atractiva. Importa sobre todo porque es mujer. Confirman este interés las palabras que Rosa Guerra dirige a su protagonista: "Dos mujeres también de estas rejiones, sin tratarse, sin comunicarse sus ideas, herida en lo mas vivo su imajinacion por tus desgracias, toman tan tierno y doloroso argumento para basar cada una su novela, cuya lectura conmoverá los corazones menos sensibles" (14). El énfasis de Guerra sobre el hecho de que son dos mujeres quienes escriben las novelas hace pensar que ambas quieren insertar a la mujer en la historia de la

13

Shumway, Nicolas, The Invention of Argentina,

keley, 1991.

University of California Press, Ber-

Capítulo VI: La novela

167

conquista y colonización de América. En ficciones que modifican la historia oficial, forjan una figura mítica, femenina, de valor fundacional que sirve de modelo a las lectoras del siglo xix. Miranda, en tal sentido, es un personaje moderno que decide su suerte por voluntad propia; al ejercicio de esa independencia, responde un tipo literario diferente al entonces en boga. Guerra explica: "No tenía quince años, ni labios de coral, ni dientes de perlas, ni ojos color de cielo, ni cabellos de ángel, ni sus divinos ojos estaban siempre contemplando el firmamento, ni menos se alimentaba de suspiros y lágrimas" (19). Es obvio que la escritora busca una figura que muestre nuevas posibilidades. Sin embargo, la narración no logra emanciparse totalmente del modelo que aborrece y desemboca en un personaje ambiguo cuyas cualidades morales mantienen un alto grado de idealización. La dificultad de liberarse del viejo modelo prueba cuán arraigado está y cuán problemático resulta construir un imaginario nuevo. La narración de Mansilla presenta una protagonista bien delineada en base al examen de los sentimientos y de su expresión. Siguiendo las pautas románticas, el análisis de las pasiones cumple el doble propósito de proyectar la visión de Miranda sobre el mundo que la rodea y de afirmar en él su personalidad. La convención de observar el yo reflejado en la naturaleza como en un espejo es puesta al servicio de una mujer que en ese acto narcisista toma conciencia de la individualidad propia y afirma su yo. La narración de Mansilla generaliza la pasión de Miranda, dándole un valor genérico: [...] esa es la superioridad infinita, de la mujer sobre el hombre; la mujer no se engaña jamás, en cuestiones del corazón, que son las únicas de su vida, mientras que el hombre es ciego las más veces y necesita que la mujer le inicie, le conduzca, le lleve, le arrebate, a pesar suyo, a las tinieblas en que se halla sepultado su corazón, para darle en cambio, luz, vida, armonía, "amor" (69).

Pero esa cualidad tradicionalmente atribuida a la mujer ofrece en el texto una variación porque, lejos de reducirla a la contemplación pasiva, la mueve a la acción. Los sentimientos constituyen la fuerza motriz que impulsa a Lucía a sus tareas de educadora y catequista. Educada a la europea, se adapta a la rudeza del nuevo ambiente, trata con los indígenas y cumple el papel de conquistadora espiritual con igual heroísmo que el guerrero. Ocupa en la campaña un puesto diplomático clave: encargada de disminuir las distancias entre indios y españoles, entabla el diálogo entre los dos grupos y, en el proceso, reinterpreta la nueva cultura respetando sus diferencias. En consecuencia, la novela aprovecha el momento histórico del encuentro entre las dos razas para hacer una lectura histórica crítica ya que, precisamente, acusa lo que no tuvo lugar en la realidad. Lucía Miranda señala el origen de la falta de

168

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

comprensión entre las dos culturas y sugiere que una nueva sociedad en la que el hombre y la mujer, el blanco y el indígena vivieran en armonía, habría sido posible. No debemos exagerar, sin embargo, la labor subversiva del personaje ya que "ninguna de las dos escritoras actúa la ruptura que hubiera implicado darles voz a las verdaderas mujeres de la frontera", como indica Rotker {"Lucía

Miranda",

122).

La versión de Guerra coincide en muchos puntos con la de Mansilla; en ella describe las bondades naturales del indígena: "gente mansa, dócil, accesible a la amistad, y sensible al dulce placer de la vida" (17). En cuanto al jefe, goza con aprender las nuevas ideas: [Frecuentaba, con gran gusto la sociedad de los españoles, se extasiaba oyendo hablar a Lucía de España, de las costumbres de los europeos, de su religión y modo de vivir en sociedad con los demás hombres, abriendo el comercio con los otros pueblos por medio de la industria y el cambio de sus manufacturas. Aprendía su idioma, tomaba sus maneras, y como era joven, hermoso y amigo de instruirse, Lucia y Sebastian habian tomado a su cargo esa voluntaria tarea (21).

La responsabilidad de la tragedia, en esta novela, no recae en "el salvaje" sino en la pasión, en tanto que fuerza universal. El amor del cacique nace en el proceso de europeización, en la seducción que supone todo acto de aprendizaje. Miranda con su actuación no desafía abiertamente las leyes y coátumbres; sin embargo, encarna el modelo de la mujer educadora que, expandiendo la función privada de la enseñanza materna, cobra una función pública sin amenazar "la moral". Por otra parte, la novela presenta a la sociedad indígena en términos que connotan alguna inferioridad, pero evita ponerla en relación de dependencia con la europea. La narradora expresa dudas sobre la rectitud de la conquista; en una pequeña conclusión al final de la novela emite su juicio: "Es de presumir que si la causa de la humanidad hubiera entrado directamente en el proyecto de estas empresas, hubieran sido menos desgraciadas" (77). La educación no es concebida aquí como la imposición forzada de la lengua y de las costumbres sino como un proceso de conocimiento mutuo. La versión - u t ó p i c a - que Miranda da de la europeización respeta "al otro" indígena y expresa la necesidad de una mayor integración social. Leídas en estos términos, ambas novelas pierden su aparente inocencia y representan posturas de desafío político. La tesis civilización/barbarie expuesta por Sarmiento influye, sin lugar a dudas, en ambas versiones, pero queda postulada en términos más sutiles. Por otra parte, al convertir a Miranda en protagonista principal, las novelas moderan la oposición europeo/indígena. La cuestión del "otro" postulada

Capítulo VI: La novela

169

por Todorov, quien afirma que el europeo descubre la identidad propia al enfrentarse con el indígena, se complica. En ambas novelas pero, más claramente en la de Mansilla, resulta difícil determinar quién es el "otro" de Lucía Miranda ya que ésta se define como europea y como mujer. En tanto que participante en la empresa conquistadora podría oponerse al indígena, pero como mujer, toma también posición frente al europeo y se acerca a la mujer americana con la que comparte muchas características. Esta segunda alternativa disloca la otredad anterior en beneficio de un acercamiento entre mujeres, aunque éstas pertenezcan a culturas diversas. El texto de Mansilla relativiza aún más las relaciones entre los diferentes términos de este complejo mapa humano. Las diferencias también existen entre los indígenas: mientras el cacique Marangoré lucha por controlar la pasión que lo domina, su hermano Siripo trama con perversidad el ataque a los españoles y el secuestro de Lucía. Las cualidades de los españoles se restringen igualmente: Alejo Diez, miembro de la expedición, comete actos de infidelidad y traiciona a su prometida indígena. Las mujeres indígenas, Lirupé y Anté, a pesar de su fidelidad y de su inteligencia, sufren los desaires de sus hombres. La percepción de los individuos dentro de los grupos raciales y genéricos indica la imposibilidad de tomar en serio las cualidades esencialistas. La novela introduce variantes entre las mujeres europeas de diferente condición social con la inclusión de otro personaje femenino que contrasta con el de Miranda. La primera parte se centra en la vida de Nina de Barberini, señora de la nobleza napolitana del siglo xvi. En un ambiente que prefigura el que más tarde Rubén Darío haría famoso con su preciosismo poético, Barberini armoniza las bellezas naturales con el buen gusto artístico. El contraste entre ese refinamiento y la ruda naturaleza del continente americano realza las diferencias entre la mujer noble de un salón europeo y la mujer europea que vive en América. La novela nota así el abismo que separa las condiciones de vida de las lectoras americanas de las de los personajes femeninos de las novelas europeas. Los estilos de vida dependen en gran medida de las facilidades e impedimentos que proveen los ambientes respectivos: si Barberini puede ser patrona de las artes, Miranda, en América, debe lidiar con realidades que exigen otro comportamiento. Los personajes femeninos de Mansilla ilustran las complejas relaciones existentes entre mujer y sociedad. La escritora establece entre el individuo y su entorno un movimiento de vaivén permanente. La yuxtaposición de situaciones tan dispares en la novela cuestiona el valor del modelo europeo para América y, más importante aún, destruye la noción de una mujer ideal. Las tomas de posiciones políticas con respecto a la mujer y al indio en ambas novelas tienen importancia en el momento de su escritura; en el caso

170

M. C. Arambel Guiñazúy

C. E. Martin

de la mujer se debate su educación, en el del indio, su supervivencia. Sarmiento, propulsor de la educación femenina, desarrolla ampliamente el tema en su conocido trabajo Educación común de 1856. Las escritoras apoyan el plan sarmientino que aboga por el ingreso de las jóvenes a las escuelas normales en donde se forman las educadoras. Sarmiento argumenta que en la sociedad civilizada la mujer educada vive en paridad con el hombre. En ambas novelas la pareja Lucía-Sebastián forma un matrimonio cristiano en que reina el amor y la cooperación. Lucía, por su parte, constituye un modelo ejemplar sobre el cual fundar una tradición. En cuanto al indígena, las novelas se separan abiertamente de las posturas gubernamentales que organizan campañas militares de "limpieza" para garantizar el establecimiento definitivo de la civilización europea en el país 14 . En un plano más general, en la Argentina posterior a la caída de Rosas en la que todavía persiste el sectarismo político, las novelas construyen un ideario utópico en que las diferencias se esfuman bajo el principio de la igualdad. La novela histórica en el siglo xix se apoya en el período de la conquista y colonización con el objeto de avivar el sentimiento patriótico nacional. La literatura continental pretende afirmar la identidad propia al tiempo que cumple la revisión crítica de la historia. Así, la ficción se encarga de minar las construcciones monolíticas. Esa contralectura explica, en parte, la popularidad del género, incluso en nuestros días15.

14

Como apunta Susana Rotker: "Una de las explicaciones del resurgimiento de Lucía

Miranda en el siglo xix es la conveniencia del mito para el proyecto racial: reiterar, con el peso de la Historia, el salvajismo indígena c o m o amenaza al proyecto blanco, burgués y católico de expansión territorial, que culminará con la Campaña del Desierto de Roca y el exterminio del indio" ("Lucía Miranda", 15

120).

Entre quienes practican la novela histórica hay que recordar a la boliviana Lindaura

Anzoátegui de Campero ( 1 8 4 6 - 1 8 9 8 ) , autora de Huallparrimachi Ascencio

(1975), Don

Manuel

Padilla (1976) y El año 1815 (inédita). Es autora además, de un Diario (también

inédito) sobre un viaje a Europa y de otros relatos. El mérito de sus novelas reside en que rescata acciones y episodios de las campañas guerrilleras al mando del matrimonio de Juana Azurduy y Manuel Ascencio Padilla. En una vertiente contraria hay que mencionar la extensa labor literaria de Soledad Acosta de Samper (Colombia 1833-1913). Las novelas históricas de Samper, esencialmente didácticas pretenden difundir el ideario católico junto a una versión decorosa de la historia hispanoamericana. Así figuran Colón, el rey Juan I, Pero López de Ayala, entre otros. Las digresiones de la voz narrativa fragmentan el discurso novelesco e impiden una lectura crítica de la historia.

Capítulo VI: La novela

171

c. El interior argentino según Mansilla Las divisiones tratadas en Lucía Miranda se amplían en otra novela, El médico de San Luis (1860) 16 . Allí, Mansilla trata problemas actuales y desarrolla en detalle su ideología política. A la manera costumbrista, el protagonista, James Wilson, inmigrante inglés y protestante, narra en primera persona sus experiencias en la provincia de San Luis. Casado con una argentina, católica, forma una familia que une ambas tradiciones, la sajona y la criolla. El ejercicio de la medicina le otorga prestigio y autoriza sus comentarios y críticas de "hombre civilizado". Si bien Mansilla retoma la dicotomía civilización/barbarie, su propósito no consiste en criticar a los habitantes del campo sino, por el contrario, a aquéllos que, habiendo recibido una educación esmerada en Buenos Aires, no comprenden la situación de las provincias. La responsabilidad de acabar las luchas entre Buenos Aires y el interior de la república recae sobre los porteños quienes deben interiorizarse de las necesidades de los provincianos y adaptarse a ellas. La novela critica, sobre todo, la idea de apropiarse de planes y prácticas creados para las sociedades europeas y que no tienen relación con la situación americana: ¿Cómo es posible aplicar teorías gubernativas hechas para sociedades que han llegado al más alto grado de civilización, a pueblos que ni siquiera tienen idea de sus deberes? ¿Acaso tienen mayor importancia los derechos del ciudadano, que los deberes del hombre social y privado? [...] Júntense los hombres inteligentes y racionales, los hombres de corazón, en su ciudad, en su provincia, dedíquenle sus esfuerzos y sacrifiqúense por ella, ya se llame San Luis, Córdoba o Buenos Aires [...] nada de impaciencia y sobre todo nada de intolerancia soberbia y orgullosa; practiquen las virtudes que quieren enseñar al pueblo, educándolo, con el ejemplo, con la tolerancia (58).

Otro tema primordial es el de la educación. Como en lo relativo a la política, Wilson critica el proyecto de fundamentarla en modelos extranjeros. Mansilla promueve una educación adaptada a la situación de cada provincia. Si bien la moral cristiana debe fundamentar la educación de gauchos e indígenas para hacerlos buenos ciudadanos, su finalidad debe tener una aplicación práctica. Ya se trate del hombre o de la mujer, del indígena o del gaucho, la instrucción redunda en beneficio de la comunidad entera:

16 Mansilla, Eduarda, El médico de San Luis, Editorial Universitaria de Buenos Aires, Buenos Aires, 1962. Todas las citas corresponden a esta edición.

172

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

Llénanse la cabeza los muchachos de teorías inaplicables al país en que viven, persuádense al salir del colegio que están en Londres o París y que la máquina del edificio social no espera ya para funcionar sino el ligero impulso que ellos van a darle, y el error es tanto mayor, cuanto que los inconvenientes del europeo son aquí facilidades y viceversa; resultando confusión por la manía de querer aplicar un remedio opuesto al mal de que adolecen. Las niñas, a su turno, educadas para mufiecas, saben comprender que mamá y papá no hablan ni entienden el francés; pero no llegan a descubrir que su pobre madre es una honrada señora que se sacrifica por ellas, y por su piano y por su inglés y su francés, al grado de remendarse sus medias ella misma, para ir muy de mañana al mercado a comprar la comida, mientras las niñas duermen, tranquilas y confiadas, el sueño de la juventud (28).

La educación propuesta es la que Wilson imparte a sus hijas. Si bien las jóvenes hablan inglés, tocan el arpa y poseen una limitada biblioteca seleccionada por el padre, dedican su tiempo a las tareas domésticas encontrando en ellas satisfacción y felicidad. El narrador explica que la cultura libresca sin una aplicación válida conduce a la frustración. Tal es el caso de Amancio, personaje que ilustra en la novela la inaplicabilidad de las lecturas filosóficas a una vida sometida a los rigores de la pobreza. Entregado por entero a la lectura, sobre todo de Rousseau, pero sin grandes posibilidades en el medio provinciano, termina por perder el gusto del trabajo y sentirse desubicado en su medio. La mala educación explica la existencia de los caudillos locales y la atracción que ejercen sobre la población. Así es como el hijo de Wilson, que sólo ha aprendido a leer y a escribir, se convierte en seguidor de uno de ellos. El hecho prueba que el poder de seducción del caudillo no está determinado por una cuestión de razas sino por la falta de una función útil de los que resultan seducidos. El caudillo es un marginado que vive fuera de la civilización, pero la novela, como el Facundo, le reconoce dones de mando sobre los indios y sobre los gauchos. El indígena, que es presentado con simpatía, es considerado víctima e instrumento de los extranjeros. Mansilla relativiza aún más los términos cuando pone en boca de algunos personajes ingleses comentarios que contradicen la identificación de la ciudad europea con la civilidad y la educación. Según ellos, allí el individuo, influido por las masas, pierde su independencia y pone en peligro su virtud. Estos personajes habituados a la vida en los grandes centros culturales aprecian la provincia por su paz y tranquilidad. Por último, El médico de San Luis también polemiza en contra del sentimiento antiespañol. Hace una revaloración del aporte hispánico y destaca su religión humanitaria y tolerante. El espíritu de rebeldía respecto a España, que perdura en la época de la novela, provoca la reacción contraria de las

Capítulo

VI: La novela

173

nuevas generaciones. La ruptura generacional y cultural que ello acarrea provoca las críticas del narrador. El médico de San Luis alega a favor de la amalgama entre los diferentes grupos autóctonos sin que sea necesario avasallarlos ni por la fuerza ni por una educación diseñada para otros pueblos. En su última novela, escrita en francés, Pablo ou la vie dans les Pampas (1869), Mansilla se presenta como narradora y anuncia su interés doble: informar al europeo sobre la vida en el campo argentino e instruir al americano que desconoce o ignora lo suyo17. El tema central lo constituyen las luchas entre federales y unitarios que, según la autora, resultan de un "malentendido histórico prolongado." La novela se sitúa por la temática entre dos obras clásicas de la literatura argentina: Facundo (1845) y Martín Fierro (1872) corrigiendo el partidismo de la primera y asentando precedente para la segunda. La novela identifica el partido unitario como el defensor de la civilización (83) y no tarda en demostrar la arbitrariedad que rige su rama militar. La civilización de la ciudad se manifiesta en el campo por medio de la fuerza y del abuso de autoridad con el único objeto de engrosar el ejército por medio de la leva forzada. Pablo, el héroe, es un gaucho cuya familia unitaria ha perdido uno a uno todos los hombres en los enfrentamientos armados. El hecho de ser hijo único de madre viuda lo exime legalmente de servir en el ejército. Sin embargo, el salvoconducto es destruido por un comandante que lo recluta. Convertido en desertor, vuelve a su pueblo para encontrar la casa de su novia, de rica familia estanciera y federal, destruida por bandas indígenas y a su novia, muerta. Mansilla presenta la situación argentina bajo una perspectiva diferente a la reconocida. Si Facundo, El matadero y Amalia postulan a los federales como agentes del mal, mientras que los unitarios defienden la patria según ideales civilizadores, esta novela destruye tal polarización. El estanciero federal, cuyo apoyo cimentó el rosismo, figura como un hombre de poca educación dedicado a la administración de sus bienes; sin ambiciones de poder, no toma parte alguna en la brutalidad que caracterizó al régimen. Los unitarios, por su parte, una vez en el poder, abusan de su fuerza e intimidan y doblegan tanto a los federales como a los miembros de su propio partido. La brutalidad figura en la novela de Mansilla como atributo común de las fuerzas "civilizadas" y de los malones indios.

17

Mansilla, Eduarda M. de, Pablo ou la vie dans les Pampas, E. Lachaud, Paris, 1869.

N o hemos tenido acceso a la traducción de Lucio Mansilla, hermano de la autora, Pablo o la vida en las pampas, cesa original.

de 1870. Por eso utilizamos y traducimos, al citar, la versión fran-

174

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

La novela de Mansilla se lee como un mapa literario-ideológico que traza las vastas superficies pamperas, y al mismo tiempo, la ruta sinuosa hacia el proyecto de nación. La imagen cartográfica corresponde de manera precisa al designio de esta novela en particular, y también al de la obra total de Mansilla. Pablo está estructurada como un viaje por la pampa, por una tierra desolada y desconocida que refleja el potencial y la riqueza vital de la nueva nación. Mansilla actúa como guía y, en su papel de anfitriona turística, denuncia, explica, corrige y analiza el carácter del ser argentino, así como la geografía, la política y la sociedad nacionales. La escritora edifica discursivamente la nación que ha perdido su norte y que ha sucumbido ante las fuerzas de la barbarie. La narradora se adjudica el papel de cartógrafa y arquitecta del destino de la nación. Dos aspectos se destacan: la alegorización de los elementos políticos e ideológicos representados en la pampa, y el romance familiar interpretado por los tres personajes principales: Pablo, su madre Micaela y su amante, Dolores. La narración comienza con una descripción de la pampa que hace uso del lenguaje pictórico del paisajista. Mansilla utiliza el presente para dar un tono ahistórico, una impresión de tiempo suspendido, homogéneo y vacío dentro de la novela. La cadencia y el ritmo de la prosa le dan a la narración un sentido de inmutabilidad y de inmensidad comparables al paisaje de la pampa. Las oraciones caen como simples hechos comprobables en su sólida realidad. La narradora señala: "El cielo, de un azul profundo, no tiene la sombra»de una nube." "Es el mediodía [...]. El calor es agobiante, el silencio absoluto." "Una hierba corta y dura, a mitad reseca por el calor cubre el suelo." "El terrible pampero, compañero del invierno, está ausente" (6). La cualidad estática de estas imágenes corresponde a la visión que Mansilla tiene del país. Hay en el relato una mezcla de exotismo derivado de la flora y la fauna y una amenazante violencia que emana del paisaje hostil y de los seres que lo habitan. A no ser por el nopal, los cardos, el viento pampero y las vastas extensiones de tierra achatadas por el ardor del sol, existen pocas indicaciones de vida. Sin embargo, Mansilla advierte que este paisaje es un simple boceto, un incipiente principio en el caos que precede a la creación. La autora no sólo intenta tornar inteligible el paisaje desconocido para los lectores europeos, sino que está preparando el terreno para cimentar las bases de su discurso ideológico. La latente violencia del paisaje se halla detrás de las repetidas alusiones a la inmovilidad y el silencio: " ¿ a p a m p a parece dormir"; "todo está callado" (6-7). La desnudez del paisaje espejea la soledad. El sol se adueña de la pampa al mediodía, la inmensidad pelada de la tierra sugiere un escenario prehistóri-

Capítulo VI: La novela

175

co, hostil. La peligrosa potencialidad de la naturaleza o bien consume al débil, o bien le presta su energía elemental a quien esté preparado a batallar contra ella. La pasividad con que caracteriza al gaucho revela desde el principio la visión que la narradora tiene de él. Con técnica cinematográfica, la narradora nos lleva desde una visión panorámica de la pampa hacia un foco de atención preciso y lejano en el horizonte. Poco a poco, el punto toma la forma de dos bueyes que van tirando una carreta. Dentro de la caja de madera, hace su aparición la figura humana, inmóvil, en medio de su reposo, "lánguidamente" abandonado al sueño (10-11). En las descripciones del joven y esbelto Pablo, Mansilla produce una versión feminizada del gaucho: el chiripá "dibuja maravillosamente su talle fino y curvado [...]. Sus pies, pequeños y bien formados [...] están calzados con unas medias de piel ajustadas, que hacen valorizar sus tobillos finos y bien torneados" (11). Ya hemos señalado que los rasgos femeninos responden al ideal romántico; sin embargo, Mansilla ya ha advertido al lector sobre los peligros que enfrentan los débiles en la pampa. La actitud pasiva e indolente del gaucho se refleja también en el hecho de que el joven no guía la carreta sino que se deja llevar por los bueyes que siguen intuitivamente la huella del camino. Pablo tiene las riendas en la mano, imagen que combina el poder y la autoridad, pero las deja reposar en su palma abierta. ¿Libertad o falta de responsabilidad? La crítica implícita de Mansilla se basa en una postura ideológica que reduce al gaucho al estereotipo. La pampa ha producido un híbrido aún más problemático: el gaucho transformado por el colorido y excéntrico uniforme de la autoridad oficial. Mansilla critica duramente a los gobiernos que ignoran la ruda realidad de las pampas y la fuerza civilizadora de la educación. Al comparar los ideales de libertad y de democracia presentes en la sociedad francesa, lamenta el estado anti-democrático y la tiranía en que viven los argentinos, y en particular, el gaucho. La violencia es la ley. Para ilustrar este verismo presenta el incidente de "la papeleta". El oficial que recibe el documento que permite a Pablo evadir el servicio militar, destroza el papel sin leerlo. En ese acto el gobierno traiciona a su pueblo. Pablo ha perdido su libertad en el primer enfrentamiento con el gobierno. En la pampa la ley no es más que un papel rasgado. La naturaleza del gaucho está en continua tensión entre la ira y la indolencia; desprecia la educación, la ciudad, la explotación sistemática de la tierra y las fuerzas que le han arrancado su libertad. Pablo se queja amargamente: " M e hablan de la patria. ¿Qué tengo que ver yo con su patria, con su libertad? [...]. Yo también amo la libertad [...] mi libertad [...]. No, no creo más sus palabras falsas. Unitarios y federales, son todos lo mismo. Los odio c o m o ellos nos odian a nosotros los pobres gauchos" (110-111).

176

M C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

Pablo confronta al viejo sargento Benítez, que ha asimilado los ideales unitarios de nación y progreso sin llegar a comprenderlos: "Es necesario que ayud e m o s en la defensa de la patria... y la patria es aquí y m á s allá [...] un poco en todas partes [...]" (112). El gaucho, c o m o el campesino mexicano durante la revolución, no comparte ni la identidad ni la ideología de aquéllos que están en el poder. Mansilla señala la política fallida de los gobiernos con respecto al g a u c h o : "El h o m b r e nuevo cometió dos errores: el primero f u e despreciar a ese e l e m e n t o p r i m a r i o (el g a u c h o ) [...] que lo hacía vivir y a quien d e b e r í a haber considerado c o m o su fortaleza... El segundo error [...] fue querer imponer por la fuerza todo lo que no pudo obtener inmediatamente" (192). Al c o m p a r a r la barbarie de las p a m p a s a las h o r d a s de francos, g o d o s y hunos, la autora inserta a la nueva nación en un continuo histórico universal. Los habitantes de las p a m p a s son salvajes no a c a u s a de alguna d e f i c i e n c i a natural sino porque la nación se halla en su fase inicial. Mansilla señala que es éste un proyecto en sus albores y que puede ejecutarse rápidamente y a que o b e d e c e a los m o d e l o s d e m o c r á t i c o s e x p e r i m e n t a l e s de Estados U n i d o s y Francia. En este momento, la trama se quiebra con la inclusión de la esfera doméstica f e m e n i n a : D o l o r e s , Tía Rosa, la criada negra, y Micaela, la m a d r e de Pablo. Con la excepción de un par de episodios protagonizados por Pablo y el Gaucho malo, el resto de la narrativa se centra en las m u j e r e s de la novela. C o m o lo ha notado ya Masiello, Mansilla ha creado en el espacio novelístico una comunidad femenina a partir de la cual destila el proyecto nacional (45). E s o s p e r s o n a j e s r e f l e j a n una i d e o l o g í a dual. La j o v e n D o l o r e s y M i c a e l a representan las opciones ofrecidas a la mujer. Micaela, la madre, se d e s p o j a de su pasividad al unirse a las tropas que hormiguean por el desierto antes de llegar a la capital y descubrir que su hijo ya ha sido ajusticiado. Micaela aparece aquí y allá a través de la novela c o m o la madre enloquecida por la muerte del hijo. Sin embargo, su figura persiste en la m e m o r i a popular c o m o personaje legendario. Dolores, la j o v e n amante, representa la femineidad pasiva y hace el papel de víctima. Envuelta en un manto de silencio, Dolores, analfabeta y sumisa, es sacrificada a la barbarie en aras de la civilización. La vida en la p a m p a parece robar la energía vital de las mujeres sin papel definido en el desierto. Dolores proviene de una familia rica que la ha manten i d o en c o m p l e t a ignorancia; sin r u m b o fijo, v a g a b u n d e a por la finca; m á s que una presencia, es una sombra que se desliza. Nadie espera nada de ella, y ella nada da. La excepción es un único acto de autonegación y sacrificio que la llevará a la muerte. El abandono intelectual y la inactividad que permean la rutina de Dolores son duramente criticados por Mansilla, que se lamenta del destino de las m u j e r e s acomodadas en la pampa:

Capítulo VI: La novela

177

¿ C ó m o puede llegar a ese grado de fermentación interna, al cual toda alma está destinada para cumplir su misión humana? [...]. Apenémonos por esas pobres almas prisioneras [...] esas parias del pensamiento, excluidas del gozo intelectual y sujetas a las luchas descarnadas de las pasiones humanas. C o m o verdaderas desheredadas, cargan con todas las responsabilidades sin tener derecho al alivio. Bienaventurados los pobres de espítitu! (124-25).

La inminente separación, la proximidad de los amantes y el aire nocturno contribuyen inexorablemente al acoplamiento de los jóvenes, en un acto que Mansilla califica pudorosamente de "exceso de inocencia y emoción". Los excusa al señalar que ambos son producto de la naturaleza, moldeados por sus leyes e ignorantes de los límites que han transgredido. El acto amoroso es narrado con los recursos retóricos de la narrativa sentimental. Sin embargo, las implicaciones éticas, políticas y sociales de este apresurado acople, son esenciales para el desarrollo de la novela. La inactividad y el silencio constituyen el mundo de los enamorados. El gaucho circula por el ámbito novelesco en una especie de somnolencia perpetua. Tanto Pablo como Dolores están incapacitados para participar en el proyecto nacional defendido por la narradora. Reducidos a una ecuación puramente biológica, la pareja es incapaz de producción y de reproducción, ambas actividades indispensables para el plan de desarrollo y progreso auspiciados por el gobierno. Al comparar a los inmigrantes europeos que llegan a la Argentina con los amantes, Mansilla afirma que éstos están predeterminados al fracaso por su pasividad y su "exceso de emoción". El elemento europeo se distingue por su capacidad de "penetrar" la barbarie: "Quiera el cielo que pronto, gracias a la actividad laboriosa de los europeos que emigran a nuesta tierra, podamos ver desaparecer de nuestras queridas pampas los tristes vestigios de los tiempos pasados" (33). La incapacidad de los jóvenes de triunfar sobre la adversidad y de unir sus destinos para formar la nueva familia argentina, se vuelve traición al proyecto nacional y apunta a lo que Doris Sommer ha señalado sobre las correspondencias entre familia y estado. Comprueba esta crítica que la retórica de la pasión heterosexual funciona como una alegoría de los estados hegemónicos y viceversa (31). Con la muerte de los amantes, el proyecto de romance familiar fracasa. Mansilla complica aún más el relato al presentar a Micaela, la madre de Pablo. Con la vida de esta mujer y de su familia, cumple la promesa a sus lectores de explicar las divisiones políticas y el sistema judicial de Argentina. El paso de Micaela por este mundo en su papel de hija, esposa, madre, viuda, loca y finalmente leyenda, confiere a la narrativa un hilo conductor que ale-

178

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

goriza la evolución de la región desde un colonialismo semifeudal a un republicanismo endeble. Su historia ilustra la tragedia de la política argentina. El marido de Micaela, unitario obligado a partir al exilio, se despide de ella con estas palabras: "Adiós, hasta que seamos libres. Haz buenos patriotas de nuestros hijos" (84). Uno a uno, Micaela manda a sus hijos al exilio uruguayo y a la muerte. Pertenece a la aristocracia criolla, pero al casarse con Guevara, accede a otro tipo de alcurnia, aquélla perteneciente a una nueva sociedad basada en el honor, el patriotismo y los ideales ilustrados. En el acto matrimonial, se sella un contrato personal, político y social. Micaela, que representa la fuerza civilizadora, lucha para que su hijo menor, Pablo, lea y escriba aunque éste se resiste: "Sé leer las estrellas y también tu corazón" (96). Las dos mujeres, polos opuestos unidos por el amor de Pablo, simbolizan ideologías contrarias; una muere sin dejar huella, la otra enloquece, pero pervive en la leyenda. Mansilla presenta un programa novelesco que incluye la construcción nacional fundamentada en la participación de la mujer, en sus papeles de esposa y madre. Aunque fiel a los dioses de la civilización y el progreso, se desvía del modelo para ofrecer un análisis profundo de la política fratricida de la Argentina, una crítica violenta del poder y una defensa de la importancia crucial de la mujer en el destino de la joven nación. De lo dicho hasta ahora se deduce que las novelas de Mansilla ensayan una visión totalizadora de la historia y de la política argentinas. De gran eficacia es la utilización de diferentes puntos de vista en las narraciones: la relectura del pasado histórico en Lucia Miranda, los juicios del extranjero en El médico de San Luis y las explicaciones al público francés en Pablo, ou la vie dans les Pampas en la interpretación del pasado y del presente desde una perspectiva disidente. La autora despliega tipos autóctonos - e l gaucho, el indio, el inmigrante, la m u j e r de pueblo y la de c a m p o - y señala la incongruencia existente entre sus vidas y los programas y prácticas diseñados por políticos que no tienen contacto con su realidad. Las novelas problematizan la integración de los grupos marginados en la sociedad argentina. Para la narradora, es esencial reconocer las particularidades que otorgan identidad a los tipos americanos. Sólo bajo esas condiciones tendrá lugar un progreso gradual. Si, c o m o Nicolás Shumway afirma, los hombres de la generación del 37 siempre consideraron al país bajo la doble lente de España vs. Europa, campo vs. ciudad, razas oscuras vs. raza blanca, catolicismo vs. cristianismo ilustrado, hombre del litoral vs. hombre del interior, Mansilla se encarga de cuestionar la validez de tales divisiones. En sus obras, no hay oposición cuyos límites no confunda en función de una ideología de tolerancia e integración. Los datos biográficos de Mansilla explican su visión conciliadora. El romance

Capítulo VI: La novela

179

novelesco, cuya trama enlaza a seres pertenecientes a culturas dispares o a ideologías opuestas y que, tanto figura en su novelística, también forma parte de su vida. Doris Sommer ha interpretado tales enlaces como tropos que unen la pasión personal con el destino de la nación para crear un modelo de amalgama política. Pero en el caso de Mansilla, la ficción coincide con la realidad. Ya sea por motivos políticos o por razones autobiográficas, su novelística se inscribe en el espacio intermedio que separa a las ideologías en pugna; sus narraciones buscan una solución autóctona a los problemas del país y, por ello, adquieren una función contestataria en relación con los textos canónicos. Mansilla, Rosa Guerra y Juana Manso, preocupadas por la formación del ciudadano, defienden los derechos de la mujer y del indígena a recibir una educación comparable a la de los hombres de la clase dirigente18.

II. Del romanticismo al realismo. Novelistas peruanas de fin de siglo Lima sobresale dentro del panorama hispanoamericano de la segunda mitad del siglo xix como uno de los centros en que la mujer desarrolla más abiertamente sus aptitudes literarias. Allí las mujeres se reúnen en salones y veladas al tiempo que publican en numerosos periódicos. Abelardo M. Gamarra describe el salón de Juana M. Gorriti en el que se celebran las famosas "veladas": En los salones de !a novelista argentina, siempre que se trataba de hacer una manifestación de la naturaleza de que hablamos, se veían reunidos los Pardo, los A m é z a g a , los Palma, los Fuente, los Liona, Salaverry; y formaban el encanto de aquellas inolvidables reuniones, entre otras, las R i g l o s de Orbegoso, las Cabello de Carbonera, las García Robledo, Villarán de Plasencia, Lazo de Eléspuru y otras no m e n o s distinguidas por su talento y hermosura (5-6).

La larga nómina en que se mezclan los nombres de escritores prominentes de ambos sexos no da más que una vaga noción de la importancia de tales reuniones en el intercambio de ideas. Entre las mujeres, los nombres mejor conocidos son los de Clorinda Matto de Turner y de Mercedes Cabello de Carbonera, figuras descollantes en la práctica de una escritura de merecido

18

Aunque no son las únicas publicaciones que tratan estos temas, los siguientes perió-

dicos feministas (estudiados en el Capítulo II) ¡lustran las posturas mencionadas: Guerra, Rosa, La Camelia, Álbum de señoritas,

Buenos Aires, 11 de abril 1852-11 de octubre 1852; y Manso, Juana, Buenos Aires, 1 de enero 1854-17 de febrero de 1854.

180

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

valor ideológico. Ambas escritoras comparten una estrecha amistad así como un ideario similar que prueba su afinidad con los miembros del Círculo Literario encabezado por González Prada.

A. Clorinda Matto de Turner La novelística de Matto de Turner refleja una base ideológica asentada en los ideales positivistas de la nueva burguesía capitalista peruana 19 . La escritora exhibe una decidida postura iconoclasta frente a los guardianes de la religión y del papel de la mujer en la sociedad. No es difícil imaginar el efecto virulento que produjeron las novelas de Matto pues en ellas no se mitiga la crítica feroz de la hipocresía, de la falsedad, del abuso de poder y de la mezquindad poco cristiana de las clases privilegiadas. Del tríptico Aves sin nido (1889), índole (1891) y Herencia (1895) emana una voz narrativa que intenta, mediante el ejemplo, rectificar el curso de la nación en tanto que entidad moral, económica, social y religiosa. La grandeza descabellada del plan se justifica si tomamos en cuenta que Matto de Turner publica toda su novelística después de la derrota sufrida en la Guerra del Pacífico (1879). En consonancia con las preocupaciones nacionales, la narradora se hace eco del deseo de reconstruir el país, de llevar adelante un plan de "peruanismo" basado en el concepto de modernidad. Matto se ubica entonces en los márgenes de una sociedad colonial y en los difíciles albores de una conciencia nacional que se resiste en varios ámbitos a la inclusión y al cambio. De ahí que en su obra coexistan las Tradiciones Cuzqueñas aprobadas por Ricardo Palma y las novelas mencionadas donde se evidencia la impronta de González Prada y Émile Zola, entre otros. Como en la literatura realista-naturalista, las novelas de Matto tienen personajes femeninos inocentes y a veces defectuosos para corporeizar a la joven nación y a los males que la aquejan o los peligros a los cuales se enfrenta. La feminización de la nación y la superabundancia de personajes y protagonistas femeninos en las novelas de mitad de siglo apuntan a una imaginería sexuada que equipara lo femenino con lo civilizado y lo masculino con lo bárbaro (Denegrí, 36, 40). El énfasis naturista en las metáforas de la enfermedad física y moral del individuo, y por ende de la sociedad, se transparenta en González Prada cuando proclama que "el Perú es un organismo enfermo: donde

19

Para una biografía detallada de la autora, ver: Tauro, Alberto, Clorinda

Turner y la novela indigenista,

Matto

de

Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, 1976.

Capítulo

VI: La novela

181

se aplica el dedo brota pús" 20 . Matto concuerda con esta severa condena y describe la sordidez de las vidas en todas las esferas sociales, desde la clase aristocrática hasta la de las criadas y los pequeños comerciantes. La crítica más acerba se la dedica a la clase dirigente y privilegiada. Matto encuentra en estas taxonomías diagnósticas del cuerpo social una retórica seudo-científica que le permite abordar la sexualidad femenina de manera explícita. La auscultación simbólica del organismo enfermo del Perú le permite exponer por primera vez el deseo físico de la mujer y sus consecuencias. La índole y la herencia que dan título a las dos últimas novelas de Matto desempeñan un papel fundamental en el desarrollo de la ideología interna de cada texto. Ambas son resultado de un determinismo biológico/sicológico temperado por una instrucción esmerada, ilustrada y cristiana 21 . La figura de Lucía en Aves sin nido y en Herencia encarna a la mujer nueva, producto de la economía burguesa, de ciertos valores tradicionales asociados a un concepto amplio de la peruanidad, y de la concepción de la mujer ilustrada. Relacionado al modelo femenino "moderno" encontramos una galería de mujeres que exhiben las múltiples facetas del ámbito de lo femenino. La narradora explora en sus personajes las lastras de la herencia, de los prejuicios sociales, de las taras religiosas y ahonda en la psique y en la sexualidad femeninas. Radica aquí lo más innovador de la prosa de Matto; se debe insistir en la agudeza de una indagación que integra algunas de las esferas tradicionalmente silenciadas y que condicionan profundamente el "ser mujer", sobre todo, la psiquis y el cuerpo, incluyendo la sexualidad. Su última novela, Herencia, marca la evolución de la alegoría nacional representada por la familia Marín. Esta alegoría revela la complejidad de las relaciones entre los géneros y entre las clases sociales que se interponen al éxito del experimento nacional. Los esposos Marín, educados, virtuosos y honestos, constituyen la nueva familia peruana. Fernando Marín posee numerosas acciones de una compañía minera, en la que ejerce la función de gerente; pertenece por lo tanto a un nuevo orden económico moderno, distanciado de la oligarquía terrateniente y de su despiadada (necesaria para sus intereses económicos) explotación del indígena. La modernización, la industrializa-

20

Citado en Cornejo Polar, Antonio, Clorinda

Matto de Turner, Novelista.

Estudios

sobre Aves sin Nido, Indole y Herencia, Lluvia Editores, Lima, 1992. 21

Hay que tener en cuenta que índole es una respuesta de la autora a los ataques que

recibe debido a la publicación de Aves sin nido y a los artículos que se publican en El Perú Ilustrado,

entonces bajo su dirección. Francisco Carrillo la califica como "una de las obras

más anticlericales que hubiera aparecido en el Perú" (36).

182

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

ción, el c a p i t a l i s m o nacientes se yerguen c o m o a r m a s de esa b u r g u e s í a en contra de los valores "coloniales" de las sociedades serranas. La defensa del indígena, el acceso a la educación y la promoción de los derechos de la m u j e r están estrechamente vinculados a los intereses de esa clase y a la tesis de las novelas de Matto. Al estudiar Aves sin nido, Antonio Cornejo Polar c o m e n t a sobre este aspecto nuclear de la obra de la escritora peruana: " E n el ánimo de a m b o s p e r s o n a j e s [Margarita y Manuel] la plenitud del amor es también la plenitud de la educación civilizadora: no es casual entonces que para Manuel la "felicidad social" sea un derivado de la "felicidad familiar" (48). Es también de notar que Lucía no tiene hijos, pero sin embargo, ejemplifica el ideal m a t e r n a l . C o m e n t a Denegrí s o b r e esta a p a r e n t e c o n t r a d i c c i ó n : "el a c t o mismo de engendrar y dar a luz a un hijo no es de ninguna manera un prerequisito para acceder al estado maternal; sí lo es en cambio, la supuesta capacidad innata de las mujeres para desarrollar un vínculo afectivo vertical con el O t r o " (188). En cierta medida, Matto desmitifica y subvierte el l e n g u a j e simbólico que entorna a la mujer. La madre lo es, no a partir de una función biológica, sino de una función social y afectiva con el otro. La mujer es pura e inocente si el orden patriarcal no se lo impide. La mujer es espiritual y civilizada si no se deja llevar por su instinto sexual y su necesidad de sobrevivencia. El espacio íntimo de lo doméstico es violado por la lujuria de algunos de los personajes masculinos. En Herencia, al salir a la calle, las mujeres entran en el dominio público y, al m i s m o tiempo que son escudriñadas, toman posesión de él. El paseo de Lucía y Margarita por las tiendas de la ciudad representa un ingreso al ámbito masculino. En suma, Matto da cabida en su ficción a un concepto de m u j e r m u c h o más vasto, complejo y ambivalente. La retórica que acompaña esta nueva imagen de m u j e r manifiesta una amplia g a m a de registros lingüísticos. El vocabulario y la imaginería naturalista le permiten abordar el c a m p o de la sexualidad y de los vicios morales. Herencia se inicia con una dedicatoria al General Bolet Peraza, director de Tres Américas en N u e v a York. En ella, Matto proclama y celebra en términos desafiantes un nuevo concepto de modernidad: El paladar moderno ya no quiere la miel y las mistelas fraganciosas que gustaban nuestros mayores; opta por la pimienta, la mostaza, los bitters excitantes; y, de igual modo, los lectores del siglo, en su mayoría, no nos leen ya, si les damos el romance hecho con dulces suspiros de brisa y blancos rayos de luna; en cambio si hallan el correctivo condimentado con morfina, con ajenjo y con todos aquellos amargos repugnantes para las naturalezas perfectas, no solo nos leen: nos devoran (24). El lector no sólo acepta sino que exige un texto potente, sin diluir. Es d e esperar entonces, sugiere Matto, que el paciente (la sociedad peruana) acepte

Capitulo VI: La novela

183

un remedio comparable, amargo y eficaz. Más adelante, en la sección titulada "Rebautizo", Matto explica a los editores el cambio de título de "Cruz de Agata" a "Herencia": N o quiero que con mi libro escrito para señoras y hombres, sufra ninguna señorita el chasco de la devota que fue al templo llevando La Caridad Cristiana de Pérez Eserich. Pongan ustedes en los originales Herencia, que si con ello no alcanzo a decir mucho de lo que digo en el libro, por lo menos algo significará para mis lectores acostumbrados ya al terreno en que suelo labrar, y a la dureza de mi pluma (26-27).

Es notable la actitud desafiante de Matto con respecto a la dureza y severidad de su lenguaje y de los temas abordados en su obra. Al mismo tiempo, hay en ella una certidumbre irrevocable sobre la recepción del texto por parte de sus asiduos lectores. Es por ello que se arriesga a exponer de forma directa la sexualidad femenina y el doble estándard utilizado por la sociedad para juzgar a los dos sexos. Se despliega en la novela un catálogo de personajes femeninos representantes de taxonomías naturalistas. Matto adopta un tono comprensivo al abordar los vicios y defectos de sus personajes. El énfasis se localiza en el contexto social, económico y religioso en que operan aquéllos. No hay una condena sino una articulación teórico-práctica de las causas de tales carencias morales. Matto presenta a sus personajes femeninos siempre en contraposición a los masculinos. Es en la interacción de ambos que se encuentra la problemática. El orden patriarcal define y encuadra lo femenino. De esta manera, Matto de Turner logra su propósito final: la condena de la sociedad a partir de sus instituciones políticas y religiosas. En un extremo del espectro social aparecen José Aguilera y su esposa Doña Nieves. Nieves encarna la lujuria aunada a la arrogancia de su clase privilegiada. Esta dama, consumida por el "qué dirán" y las pretensiones de clase se casa "por asalto de honor" con un hombre que menosprecia. A lo largo de su matrimonio ha tenido amantes bajo las narices del marido. Su infidelidad se hace evidente cuando la hija, Camila, despierta al deseo sexual. Fernando Marín declara: "El ejemplo del hogar importa para mí toda la doctrina de moral social". Su interlocutor afirma: "Por eso las esposas y las madres libidinosas dejan a las hijas la herencia fatal" (114). Camila ha recibido la "herencia" de su madre y es fácilmente seducida por el apuesto inmigrante italiano. A Aquilino Merlo, sediento de fortuna y estatus social, y que representa la fuerza desnuda del instinto animal, se lo describe en términos que recuerdan a Zola: "Aquilino sentía que su deseo de bestia humana se agi-

184

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

taba c o n férrea tenacidad pensando en la bella Camila, probablemente virgen, fresca, nueva para el placer; llena, suave, mórbida para los sentidos" (51). Espíritu Cadenas, la sirvienta mulata, se presenta como un personaje complejo y r e b a s a d o por su circunstancia. A d o p t a diversas m á s c a r a s : sirvienta pobre y enferma, amante tierna, buena madre y celestina. Espíritu contradice su p r o p i o n o m b r e y d e v i e n e un ser sexual a c u c i a n t e que intimida hasta al s e d u c t o r A q u i l i n o (52). Al m i s m o t i e m p o , su apellido indica el lastre de la clase d e s p o s e í d a y de su raza encadenada al pasado colonial y a un sistema e c o n ó m i c o que explota su vulnerabilidad. La astucia y la sexualidad de Espíritu son las estrategias del pobre. La enfermedad que aqueja a la sirvienta y que al m i s m o tiempo le da un aire de erotismo decimonónico es la c o n d e n a que la s o c i e d a d p e r u a n a o t o r g a a la clase p o b r e . El c u e r p o e n f e r m o de la mulata es también el cuerpo e n f e r m o de la sociedad peruana. Inés de Robles, m u j e r de alta alcurnia y " b i e n " casada, rechaza el doble e s t á n d a r d : " ¿ E s t a m o s en los t i e m p o s en q u e los h o m b r e s eran h o n r a d o s ? Ellos, ¿qué e j e m p l o nos dan? ¿Qué estimulo ofrecen para aquello que impáv i d o s l l a m a n v i r t u d ? ¿ N o tienen una q u e r i d a en c a d a vuelta de e s q u i n a ? " Inés, atraída por la presencia de Fernando Marín, revela en forma explícita la química del deseo: "En su seno comenzó a circular el cosquilleo de la pasión, que nace en los remates del seno y se comunica por grados a toda la materia animal" (60). La descripción minuciosa del despertar del deseo sexual es reservada para las dos j ó v e n e s , Camila y Margarita, ambas d e p o s i t a d a s de una "herencia". En el baile, Margarita y Ernesto Casa-Alta se lanzan a un vals [...] en cuyos giros ellos encuentran el placer sensación y ellas primero vislumbran y después palpan la realidad de las monstruosidades humanas en el roce de los cuerpos que las trae los estremecimientos desconocidos a través de la imaginación; y después contactos extraños que turban la casta soledad de la virgen (66).

Herencia o f r e c e más de una docena de escenas similares donde el despertar sexual se presenta en f o r m a directa y con una imaginería erótica que de seguro debe haber chocado a los lectores poco familiarizados con la prosa de Matto de Turner 2 2 . La novelista peruana establece, a mediados de la obra, el contraste violento entre la definición del amor romántico de los esposos Marín y de Margari-

22

Las descripciones eróticas se pueden ver en las siguientes páginas de la edición consultada: 71, 72, 75,81,88, 102, 116-117, 152-153, 178-180.

Capítulo VI: La novela

185

ta, y la pasión animal de los demás personajes: "[P]orque has de saber, querida, que el amor no es la misma cosa que el instinto del macho y el calor de la hembra" (115). Sin negar el deseo sexual, Matto propone que el peligro radica en no saber elegir ni distinguir entre los dos. Los Marín, Margarita y Ernesto afirman la atracción sexual aliada a los sentimientos amorosos para construir el edificio primario de una sociedad sana: el matrimonio por amor; se niega el de conveniencia y el resultante de la lujuria. Con los dos jóvenes se inicia una nueva sociedad fondada en el amor correspondido y en la virtud. El Perú de Clorinda Matto de Turner sólo puede salvarse mediante el cumplimiento de pactos familiares en que se adjudique un lugar más amplio y justo para la mujer.

B. Mercedes Cabello de Carbonera Cabello de Carbonera se distingue dentro del panorama literario peruano de fines del siglo xix por una obra innovadora que abarca un registro doble de novelas por una parte, y de ensayos dedicados a la teoría literaria, por otra. Esos textos, leídos a la par, entablan un diálogo esclarecedor ya que los primeros despliegan ideologías y trazan coordenadas que sitúan a las segundas en el mapa de la literatura nacional y mundial. Los ensayos ofrecen, además, un cuerpo teórico que prescribe el modo de lectura apropiado para las novelas, acertadamente calificadas por Tamayo Vargas como "pedagogía novelada" (10). El contrapunto complementario entre ensayo y novela -algo nuevo en la escritura de mujeres- articula un discurso crítico-didáctico que se quiere modelo intelectual de su tiempo. La insistencia y prolijidad con que Cabello clarifica sus ideas en los ensayos hace pensar en una urgencia por explicarse y expresar los motivos y propósitos que mueven su ficción. Y es comprensible. Si bien Cabello comparte con otros escritores los intereses propios del fin de siglo, sus obras sufren una censura desproporcionadamente mayor que las de sus colegas masculinos. Los textos decimonónicos escritos por mujeres sufren una lectura crítica personalizada que recae directamente sobre las autoras, que quedan más expuestas a la censura que los escritores. Esa vulnerabilidad resulta aún más acuciante en el caso de esta peruana. Sus novelas, de fuerte carácter social, se vuelven contra ella: la reacción indignada de los lectores se torna acción en contra de la autora señalando su situación precaria. Recordemos que Cabello pertenece a la generación que vive la quiebra entre romanticismo y naturalismo: son románticas sus tres primeras novelas y sólo Blanca Sol (1888) y El conspirador (1892) puedan leerse como natura-

186

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

listas 23 . Las consecuencias (1889), reescritura de una novela anterior, participa de una estética doble y marca la transición entre ambas corrientes. Cabello, como muchos de sus contemporáneos influidos por el positivismo, rechaza la noción del arte por el arte para adjudicarle a la literatura la misión de fomentar la regeneración moral de la sociedad. Su ensayo de mayor envergadura, La novela moderna (1891) escrito posteriormente a las novelas, explica y resume la exigencia de adoptar y adaptar las pautas estéticas e ideológicas del realismo 24 . Deudoras tanto del romanticismo como del naturalismo, las novelas amalgaman la observación minuciosa con una expresión de sentimientos que las acerca, por momentos, al melodrama. Tales planteos separan a Cabello de la mayoría de las escritoras decimonónicas que responden al ideario romántico. La práctica innovadora de adosar textos teóricos a las novelas resulta también de la necesidad de defenderse y de justificar la audacia de su producción. Es además, la primera mujer que busca explícitamente en la escritura apropiarse de las teorías estéticas europeas para amoldarlas a la sociedad sudamericana. En La novela moderna, la autora aclara que la elección de una estética depende más de las necesidades de la sociedad que de un gusto personal: Pero es preciso no olvidar que la aparición o desaparición de una literatura no obedece, c o m o con muy e s c a s o criterio se dice, a la novedad caprichosa de una moda, sino que está subordinada a causas más graves y más profundas, unidas íntimamente al m o v i m i e n t o social y político, que a su v e z o b e d e c e a las ideas filosóficas que predominan en el mundo (60).

Cabello construye una teoría dentro de la cual categorías aparentemente separadas y diversas -artísticas, sociales, religiosas y políticas- se sostienen

23

Cabello publicó también Sacrificioy

Recompensa

(1886), Los amores de

(1887) y Eleodora (1887). Esta última sirve de modelo a Las consecuencias

Hortensia

(1889). Cabe-

llo ha dejado además, una rica producción de ensayos sobre la mujer y la política que fueron publicados en El Correo del Perú, El Recreo, El Semanario

del Pacífico, en la revista

Álbum y en numerosas publicaciones extranjeras. 24

El ensayo fue publicado primeramente en El Perú Ilustrado,

el 17 de octubre de

1891. La edición aquí consultada es la de Augusto Tamayo Vargas publicada por Ediciones Hora del Hombre, S.A. Lima, 1948. Ver la cita de la página 73 en el capítulo II de este libro. La autora ya había expuesto ideas semejantes en el ensayo "'Importancia de la literatura", leído el 19 de julio de 1876, en una velada literaria de Juana Manuela Gorriti. Para mayores detalles sobre la importancia de los artículos de Cabello, ver en este libro el capítulo dedicado al ensayo, pp. 71-76.

Capítulo

VI: La novela

187

entre sí formando un sistema. La literatura, en una relación de dependencia, está subordinada y sujeta a una serie de coordenadas directrices. En un primer término, sitúa la modalidad literaria dentro del cuadro nacional, donde sufre los efectos del quehacer en los otros ámbitos. En un segundo término, no puede sustraerla tampoco a las influencias de las corrientes más lejanas que predominan en el mundo. Paradójicamente, esas relaciones no fijan a la novela en un lugar de inferioridad; ecuánimamente, Cabello marca la interdependencia de todos los ámbitos. De tal manera, las causas más graves y más profundas contextualizan - d e n t r o de la situación del P e r ú - los presupuestos del realismo en tanto que corriente internacional. En sus novelas, Cabello monta una elaborada red de interacciones en la que nada ni nadie funciona con independencia absoluta. Historia, sociología y teorías fisiológicas entran en j u e g o en un discurso crítico que pretende retratar la cultura peruana y comprenderse a sí mismo. Las novelas borran la distinción clara que podría separarlas de la exposición de una tesis; de allí que Tamayo Vargas las califique de "ensayos novelados". En su obra de ficción, la autora recurre a las teorías científicas de la época -frenología, leyes de la herencia, psicología- iniciando el realismo peruano en la vía de la crítica social 2 5 . Su preocupación mayor tiene por base la crisis peruana del momento. Los desastres de la guerra del Pacífico (1879-1883) apuntan también a otra crisis interna, de carácter moral, que desarrolla en sus novelas. La amplitud de los cuadros que presenta hacen de Cabello una precursora del pensamiento postmoderno actual en su vertiente de critica cultural. Los límites estrictos que separaban literatura, historia, sociología y teoría se borran en beneficio de un plano imaginario en que las conexiones se ramifican. Las consecuencias - y éste es el título de una de sus n o v e l a s - siempre nefastas que describe no responden a una causa única sino a una pluralidad de condicionamientos debidos a la herencia, a la educación y a las costumbres sociales y políticas. En esas construcciones imaginarias, el individuo tampoco puede aislarse. El análisis caracterológico de los personajes recurre a la fe científica y las pautas de la frenología otorgan sentido a las apariencias físicas. Las argumentaciones así montadas pretenden explicar los comportamientos sobre los cua-

23

Ella misma explica: " Y puesto que se trata de un trabajo meditado y no de un cuen-

to inventado, precisa también estudiar el determinismo hereditario, arraigado y agrandado con la educación y el mal ejemplo: precisa estudiar el medio ambiente en que viven y se desarrollan aquellos vicios que debemos poner en relieve, con hechos basados en la observación y la experiencia." "'Un prólogo que se ha hecho necesario", en Blanca Sol, Imprenta y Librería del Universo, Lima, 1889, p. III.

188

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

les se articulan tanto la trama novelística como los hechos mismos de las historias. La descripción del marido de Blanca Sol, en la novela homónima, sirve, por ejemplo, para justificar sus acciones: D. Serafín tenía las vehemencias tímidas, si así puede decirse, del que con la conciencia de su escasa valía, quiere en desagravio, ejercer su derecho de maldecir de los que, con su ineludible superioridad, humillaban, su pobre personalidad. Y para no dejar incompleto el retrato físico del novio de Blanca, diré que su pelo también como sus ojos de color indefinible, ni negro ni castaño, enderezábase con indómita dureza dejando descubierta la estrecha frente y el achatado cráneo, signos frenológicos de escaso meollo (14).

Dentro del mapa social, el personaje no representa a un individuo sino a un tipo humano que cumple una función preestablecida. El militar, el clérigo y el letrado son otros de los tipos. El protagonista de El Conspirador cuando niño debe elegir uno de ellos. Distinguirse en cualquier carrera de las mencionadas, supone por añadidura el manejo diestro de la adulación y de la traición. Los comentarios, transferidos del personaje al grupo que representa, algo que la voz narrativa no se cansa de repetir, adquieren valor crítico. Don Serafín, en el caso señalado, modela el comportamiento de todos los políticos arribistas. Sin embargo, las razones cientificistas no imponen un determinismo inalterable al comportamiento humano. Cabello es una ferviente defensora de la educación y espera con sus novelas impartir lecciones correctoras. Otro factor que influye notablemente en las novelas atañe a las ideas feministas de la autora. Aunque la mujer en las novelas ocupa un espacio doméstico, éste funciona como el centro en que se entrecruzan todos los representantes de las instituciones públicas, sean políticas o religiosas. Como en los salones de la época de la independencia, el papel de la mujer tiene una importancia vital por cuanto es ella quien dirige las reuniones, controla opiniones y sugiere acciones a los responsables del poder. Cabello comparte con muchas escritoras de la época el interés en la educación femenina así como la opinión de que la mujer debe ser la guía del progreso moral. Si bien el tema figura en sus dos últimas novelas, en Blanca Sol, adquiere valor de tesis y se desarrolla en torno a dos personajes antinómicos que prueban la validez de la hipótesis. La protagonista, Blanca Sol, es el reverso de la heroína modelo. Educada para adorar el dinero, dedica su tiempo al culto de sí y a la satisfacción de goces egoístas. Sus elucubraciones ambiciosas le ganan las metas perseguidas: al matrimonio por conveniencia siguen el ascenso social, la figuración pública y el acceso inmerecido del marido a puestos políticos de envergadura. Su contrapartida está en Josefina,

Capítulo

VI: La novela

189

joven costurera que, aunque perteneciente a la antigua aristocracia, ha caído en la miseria. Los buenos sentimientos y otras cualidades -laboriosidad y sacrificio- hacen de ella la mujer regeneradora; bajo su influencia el hombre libertino e inescrupuloso se transforma en marido ejemplar y en miembro útil de la sociedad. A pesar de todo esto, la polarización aparente entre ambos personajes no elimina sus complejidades. Blanca Sol combina cualidades contradictorias que la hacen tanto víctima como victimaría. En los momentos cruciales actúa como agente de la ambición y del lucro y sus cualidades femeninas no la separan de los hombres más maquiavélicos. Sin embargo, es la fidelidad a su esposo la que es cuestionada por la sociedad, y esa acusación, falsa por cierto, causa su ostracismo. Las intervenciones de la narradora explican la falta de correspondencia entre virtudes públicas y privadas: "Preciso es confesarlo resueltamente, muchas virtudes sociales provienen de grandes imperfecciones del alma; así como muchas culpas nacen, de grandes cualidades del corazón" (70). Y agrega sobre la protagonista: No nos extrañe, pues, que Blanca, [...] tal vez sin darse ella misma cuenta de que procedía bien, fuera esposa fiel, no tanto por amor á su esposo, cuanto por falta de amor á otro hombre, no por virtud, sino por [...] ¿qué diré...? Preciso es confesarlo: el tipo de Blanca aunque real y verdadero, se escapa a toda definición (71).

En una caída progresiva la heroína pasa de señora mimada por la sociedad a ser una "cocotte" pobre y despreciada. La decadencia culmina en su recurso último a la prostitución como medio de supervivencia. Josefina, por su parte, comparada con Blanca Sol, carece de fuerza y vitalidad y queda como parte de un trasfondo deslucido. El trabajo honrado de la aguja la condenaría a una pobreza perpetua de no ser por el matrimonio conveniente. El modelo del bien no logra superar un segundo plano que le resta valor. Estas ambigüedades en la narración dejan hilos sueltos que eluden una síntesis acabada. Nunca sabremos el destino posterior de estas mujeres: ¿logra Blanca Sol venganza de la sociedad? ¿consigue recuperar sus bienes? ¿logra Josefina la dicha duradera? Estas aperturas invitan la especulación del lector que en pesquisas interminables fragua nuevas posibilidades de resolución. Resulta obvia la importancia otorgada al comportamiento sexual de la mujer. Si en su función pública es educadora social, en su actuación privada de esposa garantiza la moral. Explica Cabello en La novela moderna: "La ausencia de la castidad como signo de perversión, que trae por resultado la abyección de los sexos en la época viril, es síntoma característico de las civilizaciones condenadas a la muerte por inanición y degeneración de las

190

M C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

razas..." (24). Se debe aclarar que en las novelas esta generalización sólo se aplica a la mujer. En la fidelidad al marido, y no a la mujer, reside la moral social. Si bien las novelas hacen de la mujer una figura indispensable en el buen funcionamiento de la sociedad, Cabello obedece a las reglas de la moral burguesa que quiere demostrar su superioridad frente a la vieja aristocracia (Fuchs, 46). Hay que hacer hincapié en el hecho de que en las novelas, las mujeres que practican la prostitución, lo hacen debido a las acuciantes necesidades económicas. Así es que Ofelia en El conspirador y Blanca Sol en la novela homónima eligen la suerte de la pobre Naná por carecer de otro recurso. La educación mediocre y la falta de conocimientos prácticos les cierran la posibilidad de trabajar en la industria o el comercio. Los clientes de Blanca Sol serán los mismos hombres poderosos que la han despreciado y la han desplazado al margen de la sociedad. Vale la pena recordar aquí las reflexiones de Fuchs sobre la prostitución en Europa: "Las necesidades económicas, multiplicadas por diez en la época del gran capitalismo, y las complicaciones de tipo económico igualmente incrementadas en las que se ve enredada inextricablemente la existencia del individuo y de las grandes masas son las que hacen que el ejército de mujeres dispuestas a la prostitución haya aumentado como en un alud" (276). El juicio moral que recae sobre la mujer, si bien no es trasladado del todo sobre la sociedad, es al menos compartido con ella. Pero hay que notar sobre todo que Cabello, al romper filas con el romanticismo, también reniega del modelo de heroína romántica. Desmiente los atributos románticos de la femineidad que garantizaban de modo absoluto la superioridad moral de la mujer. Lucía Guerra Cunningham nota la compleja semantización del nombre de Blanca Sol: Blanca Sol, según la carga simbólica elaborada en la novela, representa en su connotación de sol, el ascenso y ocaso fulgurante de un astro, el lujo y afán de lucro obviamente conectado a la moneda nacional del Perú y [...] Blanca designa a la víctima inocente de los vicios de la sociedad burguesa peruana [...] dados los desvíos no-disyuntivos de la virtud, la inocencia adquiere la connotación de limpia de pecado, no obstante los significados convencionalizados del anti-modelo de la prostituta Blanca Sol es, así, un signo Oximorónico en el cual la confluencia simultánea de dos significados primarios pone en evidencia una tensión no resuelta (Revista de Crítica Latinoamericana, 41).

La protagonista escapa la categorización fácil: ni mater doloroso, ni totalmente culpable, a lo largo de la novela, evoluciona. Cabello retoma el tema de la decadencia moral en El conspirador pero se concentra ahora en la política peruana. La novela relata, en forma autobiográfica, la trayectoria ascendente de Jorge Bello, caudillo guerrero que, caído en

Capítulo VI: La novela

191

el desfavor público, es condenado a sufrir consecutivamente la prisión y el exilio. Como en la picaresca, por un último truco, se convierte en escritor y, a pesar de su arrepentimiento, el final abierto admite la posibilidad de otras fechorías. Jalonan su carrera batallas, conspiraciones, negociados y puestos políticos en los que practica todo tipo de abusos de poder. Las ideas de González Prada se detectan en la denuncia de la serie de corrupciones que conforman la actuación del protagonista: elecciones fraguadas, negociados, manipulación de resentimientos raciales, episodios todos realizados en favor propio y con total desprecio del bien público. A u n q u e no olvida los fines didácticos y particulariza la conducta del protagonista en episodios ejemplificadores, la novela también ofrece un panorama amplio de la situación política peruana. Entre los escándalos denunciados figura el Contrato Grace de 1898, por el cual el Perú cede la administración de los ferrocarriles a una empresa extranjera por un período de sesenta y seis años. El contrato es desenmascarado como una trampa encubridora del entreguismo y, sobre todo, del negociado del caudillo. La novela también diagrama la estructura de las dictaduras corruptas que tanto han plagado a las sociedades latinoamericanas hasta fines de nuestro propio siglo. Fanny Arango Ramos nota la vigencia que aún hoy tienen los comentarios críticos de la narradora: "¿No se trata de una lectura histórica abarcadora incluso del Perú contemporáneo? La crisis de las instituciones, la inoperancia de los sistemas de representación política, la insistencia en proyectos que centralizan y elitizan los procesos de toma de decisiones y el accionar terrorista continúan siendo los detonantes del actual conflicto civil" (314). Las observaciones de Arango Ramos subrayan la validez del análisis en las narraciones de Cabello, muchas veces mal juzgadas como "pedantescas" (García Calderón) o meramente como "discursos didácticos" (Tamayo Vargas). C o m o en las novelas de Balzac, el autor admirado, los personajes de Cabello pertenecen a la burguesía, la clase social a la que se hace responsable de los males peruanos. Instaladas en el poder y, gracias a las riquezas que han adquirido en las industrias guanera y salitrera, llevan un tren de vida licencioso, ocupadas en modas y fastos con los cuales estas burguesas buscan deslumhrarse a sí mismas. La religión y la política, sus dos armas más importantes, proveen a la novela dos ejes narrativos alrededor de los cuales se estructuran los vicios morales. En su estudio sobre la Europa del período, Arnold Hauser describe situaciones tan parecidas a las trazadas por las novelas de Cabello, que hasta podría decirse que las resume: "La caza del oro y de la ganancia destruye la vida de familia, aleja a la mujer del marido, a la hija del padre, al hermano del hermano, convierte el matrimonio en una comunidad de intereses, el amor en un negocio y ata las víctimas unas a otras con las

192

M. C. Arambel Guiñazúy

C. E. Martin

cadenas de la esclavitud" (56). En la narrativa de Cabello la clase alta limeña, émula de los gustos de la burguesía europea, recrea esas situaciones y permanece indiferente a las miserias del resto del país. El dinero, generador de una actividad frenética, desempeña un papel importante en las novelas aquí estudiadas: una economía inestable permite los negociados ilícitos y la acumulación rápida de fortunas que luego desaparecen con igual velocidad. La mayoría de las relaciones humanas se fundan en intereses económicos: el matrimonio no se diferencia de la prostitución y las asociaciones mercantiles se asientan sobre la virtual esclavitud de los obreros. La vida de los personajes consiste en series de apuestas en que las decisiones más significativas se dejan al azar. Cuando figura algún plan o meditación sobre el futuro, consiste en alguna maquinación nefasta que, destinada a eliminar enemigos, acaba en la autodestrucción. El repaso de las novelas hecho hasta aquí indica que la autora se erige en guardiana del orden y de la moral, función ampliamente fundamentada en las ideas que ha expresado en su labor ensayística. Si por un lado, para Cabello, la mujer es la encargada de la educación y por otro, la literatura tiene una función moralizante, ella, en tanto que mujer de letras, combina las facultades que la autorizan a desempeñar ese papel. A pesar de la insistencia con que se explica, sobre todo en La novela moderna, muchos lectores no supieron adecuar sus expectativas a la estética propuesta y, podríamos afirmar que la "leyeron mal". En el caso de Blanca Sol la autora reconoce la equivocación de un público que lee el libro como román á clef y que identifica, en la ficción, a personajes muy reales de la sociedad limeña. En la segunda edición, añade "Un prólogo que se ha hecho necesario" donde se defiende de sus críticos: "Ocultar lo imajinario bajo las apariencias de la vida real, es lo que constituye todo el arte de la novela moderna" (III). Luego, desarrollando la muy manida metáfora naturalista que alude a una sociedad "enferma" que precisa "curación", afirma que se debe a sus esfuerzos por amenizar: Es así como la novela moderna con su argumento sencillo y sin enredo alguno, con sus cuadros siempre naturales, tocando muchas veces hasta la trivialidad; pero que tienen por mira si no moralizar, cuando menos manifestar el mal, ha llegado á ser como esas medicinas que las aceptamos tan solo por tener la apariencia del manjar de nuestro gusto (VII).

El Conspirador sufre una suerte parecida; los lectores discuten si se trata del retrato fiel de Vivanco o de Piérola, políticos de la época, cuando en rigor, el protagonista es un personaje tipo representante del dictador hispanoamericano.

Capítulo VI: La novela

193

Aparte del escándalo de las comidillas sociales, las lecturas de las novelas de Cabello acarrean más equívocos. Lo que más choca a los lectores y, sobre todo, a las lectoras, es que las críticas sociales provengan de una mujer. Si las historias de la literatura le conceden a Cabello el mérito de ser la iniciadora de la novela realista en el Perú, olvidan señalar el tremendo impacto de esa innovación en la institución literaria. Las novelas de Cabello desafían la imposición tácita q u e d e m a r c a los t e m a s y los m o d o s de narrar según el s e x o de quien escribe. Las reacciones a tal desafío son explícitas y variadas. Entre los j u i c i o s p r o v o c a d o s por resentimientos m e z q u i n o s está el de Juan de A r o n a que, con vulgaridad que sólo caracteriza a quien lo dice, llama a la a u t o r a " M i e r d e c e s Caballo de C a b r ó n era". Pero también hay críticos c o m o Jesús Ceballos, quien, en el prólogo a la edición mexicana de 1898, hace notar lo excepcional del hecho que una m u j e r analice con tanta exactitud los problemas políticos. Los comentarios críticos se desplazan de la obra literaria para enjuiciar a la autora en tanto que mujer. Intentan medir su femineidad según los textos que produce. Así c o m o Cabello insistía en que una obra no p u e d e dejar de relacionarse con el medio en que ha sido producida, del m i s m o m o d o la experiencia le demostrará que una autora no puede sustraerse a su sociedad. Pero no sólo son los críticos quienes se distancian de Cabello. También ponen r e p a r o s las escritoras c o n t e m p o r á n e a s . La c o l o m b i a n a S o l e d a d A c o s t a de Samper, si bien admira la formación cultural de la colega peruana y su dominio de la prosa, la critica f u e r t e m e n t e por desviarse de la misión prescripta: [la] misión de la escritora hispanoamericana podría ser muy hermosa, saludable, brillantísima, si todas las que han recibido de Dios el don de escribir para el público se propusieran ante todo hacer conocer su país ya en la historia, ya en la naturaleza física, ya en las costumbres originales, tan diversas en las diferentes comarcas, y que abandonaran los senderos de la novela llamada social ó de estudios de las costumbres pervertidas, de intrigas -naturales si se quiere-, pero que no poseen el cuño original americano por excelencia ("Misión de la escritora en Hispanoamérica", en: La mujer en la sociedad moderna, 407). Y dirige su ataque luego a Blanca Sol en particular: La lógica condujo á la señora Cabello de Carbonero (sic) á aquella catástrofe final de su heroína que acabó por perder "su honor y su reputación"; pero su autora nos la pinta y no nos dice el por qué de aquella desgracia, y no nos lo dice porque ella misma no lo piensa así ("Misión de la escritora en Hispanoamérica", en: La mujer en la sociedad moderna, 408-409). I r ó n i c a m e n t e , S a m p e r repite los ataques q u e C a b e l l o f o r m u l a r a en La novela moderna al referirse a la crudeza de las descripciones de Zola, sobre todo, en lo relativo a la sexualidad.

194

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

La argentina Juana Manuela Gorriti, amiga de Cabello, después de leer Las consecuencias, prevee las batallas que la amenazan y comenta: Después de "Blanca Sol", yo le advertí que tuviera cuidado con las represalias. Un hombre puede decir cuánto le dicte la justicia: el chubasco que le devuelvan, caerá a sus piés sin herirlo. No así una mujer, a quien se puede herir de muerte con una palabra [...] aunque sea ésta una mentira {Lo íntimo, 170).

Las novelas así leídas han adquirido vida propia y se han alejado del programa tan insistentemente expuesto en los ensayos. Las dos escritoras citadas critican la novela desde perspectivas muy diferentes. Samper rechaza a la protagonista por todo lo que en ella contraria a la mujer ideal. Gorriti, que ya tiene en su haber una extensa carrera literaria, sabe muy bien cuánto ha de cuidarse una escritora de lo que escribe. Por eso su comentario lúcido da relieve a la concientización feminista que la mueve a prevenir a la amiga sobre los riesgos que corre. Blanca Sol es ofensiva, no por los temas que desarrolla sino por el modo en que lo hace. Gorriti, que ha creado en su ficción personajes femeninos rebeldes, independientes y, en más de una ocasión, críticos, reprueba la falta de cautela de Cabello. A pesar de las diferencias mencionadas entre las dos críticas, ambas coinciden en subrayar que quien escribe la novela es una mujer. Suenan la alerta - e insistimos en que lo hacen de manera muy diferente- porque Cabello ingresa deliberadamente en un terreno escritural prohibido. Tratar y explicar la decadencia sexual, económica y política sin una regeneración final no corresponde ni al ideario ni a la narrativa del romance triunfal del romanticismo. En defensa del espacio cultural recientemente ganado, las escritoras preservan "los valores" intachables que sustentan. Crean con ello -Gorriti, quizás sin proponérselo- una división del trabajo intelectual según el sexo de quien escribe: la modalidad romántica, léase sentimental, fantástica y subjetiva es adecuada a la mujer, mientras que la realista, léase critica, objetiva y científica corresponde al hombre. Ya bien entrado el siglo xx, en 1940, Tamayo Vargas, que le reconoce a Cabello gran valor dentro del plano cultural peruano, recupera aquella noción que desvaloriza la capacidad intelectual de la mujer cuando se refiere a su "masculinidad de temperamento" y a su "complejo varonil" (Perú en trance de novela, 16, 38). En ese contexto es fácil notar el desafío llevado a cabo por las novelas de Cabello. La escritora esgrime la pluma como un arma de múltiples filos atacando al poder político, religioso y militar, además de desafiar a la institución literaria en que participan hombres y mujeres. Si las libertades del romanti-

Capítulo

VI: La

novela

195

cismo habían abierto un nuevo campo a las escritoras de mediados de siglo, hacia finales de siglo, su estética se había convertido en una serie de preceptos rígidos reguladores del decir y del pensar femeninos. Cabello creía haber encontrado en la adaptación del realismo a la descripción de la sociedad limeña la fórmula adecuada de novelar, sin embargo, había subestimado las reacciones de los lectores. Sus novelas representan un esfuerzo por quebrar el aparato patriarcal productor de literatura. La escritora, por su parte continua sus "excesos" adosando a las novelas ensayos que, aún más descarnadamente, dan relieve a sus denuncias. En ambos estilos literarios explaya una voluntad subversiva única y una firmeza de convicciones hasta entonces inédita. La gran variedad de novelas aquí leídas ilustra una pluralidad de temas y de modos narrativos. A lo largo de la segunda década del siglo xix, las inquietudes evolucionan a la par de los cambios estéticos e ideológicos. Desde las primeras novelas sentimentales, de carácter netamente político, hasta las novelas realistas de fin de siglo se evidencia el compromiso de todas las autoras con sus respectivas sociedades. Hay en ellas una profunda conciencia de la posibilidad de influir y participar de forma significativa en el devenir histórico de sus países. Estas inquietudes desbordan el plano político para sacudir, con sus críticas, la placidez del orden social. Cada escritora tiene una posición particular relacionada con las instituciones y asociaciones que la influyen de manera especial. Así por ejemplo, poco tienen en común escritoras tales como Mansilla, Gorriti, Cabello y Manso. Cada una de ellas teje un discurso personal según las coordenadas de su experiencia y de su ideología. En diferente medida, las escritoras dan prueba de que si bien comparten preocupaciones sobre la situación de la mujer en la sociedad, esto no implica una total paridad ideológica en términos genéricos. La mujer ideal para Mansilla responde al ideario católico, mientras que los personajes de Clorinda Matto se articulan en torno a los problemas raciales y de clase de su sociedad. Las protagonistas de Gorriti combinan una espiritualidad libre de dogmas religiosos con una participación activa en diferentes esferas intelectuales. En Manso, el papel revolucionario de la mujer durante la dictadura prefigura el ideal republicano de un nuevo orden familiar. La pluralidad de posturas señaladas en la escritura femenina del siglo xix exige resistir juicios que les asignen un esencialismo genérico. Podríamos afirmar que la escritura secular femenina escapa a estas definiciones deterministas desde sus comienzos.

D A T O S BIOGRÁFICOS DE LAS AUTORAS ESTUDIADAS

Mercedes Cabello de Carbonera Nace en Monquegua, Perú, en 1845. Se sabe que a los veinte afios vive en Lima donde contrae matrimonio con Urbano Carbonera, médico de renombre. Participa activamente en las veladas literarias organizadas por Juana Manuela Gorriti, así como en las reuniones del Club literario y del Ateneo. Allí lee parte de su producción literaria. Influida por el positivismo y por las ideas reformistas de su compatriota Manuel González Prada, opina que la misión primordial de la literatura consiste en generar cambios radicales en las diferentes instituciones políticas y sociales del Perú. Su ensayo "La novela moderna" (1892) explica sus preferencias por el realismo porque favorece una literatura de corte crítico. Denuncia en sus novelas la mediocridad de la educación impartida a las jóvenes, el matrimonio de conveniencia, las prácticas religiosas sin fe, la hipocresía de muchos religiosos y la corrupción política. Sus novelas son: Los amores de Hortencia (1886), Sacrificio y recompensa (1886), Blanca Sol (1888), Las consecuencias (1889) y El conspirador (1892). Aparte del ensayo ya mencionado, cabe destacar: "La religión de la humanidad, carta al Señor Juan Enrique Lagarrigue" e "Influencia de las Bellas Artes en el progreso moral y material de los pueblos". Los ataques despiadados de sus críticas provocaron la reacción adversa de un público que no veía con buenos ojos que una mujer se atreviera a analizar lúcidamente los problemas del país. En 1893 Cabello.comienza a sufrir de una enfermedad mental que requiere su internación definitiva en 1900 en el manicomio del Cercado. Muere allí en 1909.

Juana Manuela Gorriti Nace en Salta, provincia argentina, en 1816, de una familia de prestigio y de tradición revolucionaria*. Su padre, José Ignacio Gorriti, es elegido gober* Hay ciertas discrepancias sobre esta fecha. Algunos biógrafos indican 1818 c o m o ario de su nacimiento.

198

M C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

nador de la provincia en la época de las luchas entre federales y unitarios que siguieron a la muerte del gobernador Güemes. En 1831, después de ser derrotado el bando unitario por Facundo Quiroga, "el tigre de los llanos", la familia debe emigrar a Bolivia. Allí, al poco tiempo de conocerlo, en 1833, contrae matrimonio con Isidoro Belzú, j e f e militar de una de las ramas del ejército boliviano. Durante unos años vive en diferentes ciudades: Tarija, Sucre, La Paz. Tiene dos hijas, E d e l m i r a y Mercedes. Las murmuraciones sobre su comportamiento - c o n s i d e r a d o l i c e n c i o s o - y las desaveniencias matrimoniales la obligan a separarse de su marido. Después de una corta estadía en Salta en 1841, se instala en el Perú donde comienza su vida profesional. Hacia 1848 se halla en Lima, donde funda una escuela para niñas y publica artículos y relatos en diferentes periódicos. Organiza uno de los salones más activos de la ciudad, donde recibe a los artistas y científicos de renombre del Perú y del extranjero. Reunirá a lo largo de los años a personajes tales como Ricardo Palma, Pastor Obligado, Numa P. Liona, Clorinda Matto, Carolina Freyre de Jaimes y Mercedes Cabello, entre muchos otros. Su estilo de vida poco convencional para la época -tiene dos hijos naturales, Julio y Clorinda, y trabaja para su sustento- hace que se la compare con George Sand. En 1865, bajo el título Sueños y realidades, publica la primera colección de cuentos. En 1876 sale la segunda, Panoramas de la vida. Escribe numerosos relatos de tipo histórico como "Vida militar y política del general don Dionisio Puch" y "Güemes. Recuerdos de la infancia". Isidoro Belzú, mientras tanto, ha accedido al poder: sucesivamente dictador (1848) y presidente (1850) de Bolivia, es asesinado por un rival político en 1865. Gorriti escribe una biografía elogiosa sobre él. Pero los sufrimientos no habían terminado aún para la escritora quien debió padecer la muerte sucesiva de tres de sus hijos. Ante tales circunstancias y siguiendo los usos de la época, no extraña que haya practicado temporariamente el espiritismo. Gorriti, que se autodenomina "la peregrina", es una experta viajera, cosa entonces poco común para una mujer sola. Recorre extensas zonas de Argentina, Bolivia y Chile. Esas experiencias personales sirven de marco a algunos de sus relatos: "Gubi Amaya. Historia de un salteador", La tierra natal, así como también a otros, totalmente ficticios: "Peregrinaciones de una alma triste". Hace estadías prolongadas en Argentina en 1874 y en 1877. Durante la guerra del Pacífico colabora con las fuerzas peruanas. Regresa luego a Buenos Aires en 1882. Hace un viaje más a Lima, en 1884 y otro, a Salta, en 1886. Publica ese año El mundo de los recuerdos y, en 1888 y 1889 respectivamente, Oasis en la vida y La tierra natal. Su obra c o m p r e n d e muchas publicaciones menores y se supone la existencia de otros textos, hoy perdidos. En 1892, año de su muerte, salen las Veladas literarias en Lima y Lo

íntimo.

Datos biográficos de las autoras

estudiadas

199

Rosa Guerra Existen pocos datos sobre su vida. No se sabe el año de su nacimiento, en Buenos Aires. Educadora, periodista y escritora, vivió siempre en la capital argentina. Como periodista, fundó La Camelia (1852) que, por estar exclusivamente a cargo de mujeres, causó escándalo en la sociedad porteña y tuvo una existencia efímera. El lema "Libertad! No licencia; igualdad entre ambos secsos" resume suscintamente su ideología. En 1854 fundó con mayor éxito, La Educación, periódico en el que defiende el derecho de la mujer a instruirse. Publica también dos novelas, Lucía Miranda y La Camelia, ambas de 1860. Escribe en 1863 Julia o la educación, manual didáctico y moralizante para niñas. Muere en 1864. Eduarda Mansilla de García Nace en Buenos Aires en 1838. Es hija de Lucio Mansilla, guerrero de la independencia y de Agustina Rosas, la hermana predilecta de Juan Manuel de Rosas, el gobernador de Buenos Aires, cuya fama, de crueldad proverbial ha quedado establecida en la literatura argentina. Después de un romance que ha sido comparado con el de Romeo y Julieta, contrae matrimonio con un diplomático unitario, Manuel García, con quien reside por muchos años en Europa. Sus relatos integran problemas políticos en ambientes argentinos rurales. En 1860 dio a conocer dos novelas, El médico de San Luis y Lucía Miranda bajo el nombre de su hijo Daniel García Mansilla. Por esos años escribe gran parte de su obra en París. Allí publicó, en francés, Pablo ou la vie dans les Pampas (1869) traducida al español (por su hermano Lucio), al inglés y al alemán. Después de una corta estadía en Estados Unidos, en 1860, escribe sus impresiones en Recuerdos de viaje, publicado tardíamente. Tuvo éxito con buen número de crónicas, biografías y artículos de moda que, escritos bajo el seudónimo de Alvar, aparecen en El Plata ilustrado (1871-1872) y en otros periódicos. Interesada en crear ficciones para niños en ambientes americanos, escribe un compendio de Cuentos. Después de la muerte de su marido regresa a Argentina, donde muere en 1892. Según algunos biógrafos, una novela, Marta y Doce cuentos fantásticos quedaron inéditos.

Juana Manso Nace en Buenos Aires, en 1820. A los 13 años emigra al Uruguay y, para poder vivir, hace traducciones del francés. A los 18 años ejerce como maes-

200

M. C. Arambel Guiñazúy

C. E. Martin

tra. En 1821 vuelve a Buenos Aires y luego parte al Brasil con su familia. Se casa con el músico Noronha y con él viaja a los Estados Unidos y a otros países. Vuelve a Argentina después de la caída de Rosas. Publica entonces una novela antiesclavista, La familia del Comendador (1854), y otra, política, en la que critica la dictadura, Los misterios del Plata. Colabora intensamente con Sarmiento en la implementación de un plan educativo inspirado en las ideas de Horace Mann. Defiende la idea democrática de una educación accesible a todos los integrantes de la sociedad. Es miembro del Consejo Nacional de Educación. Desde 1862 hasta su muerte dirige los Anales de educación común, revista que, fundada por Sarmiento, difunde lecciones modelo, cantos y poemas, así como estudios estadísticos y traducciones de artículos sobre educación, destinados a ser aplicados en las escuelas. En 1862 publica, para uso escolar, un Compendio de la historia de las Provincias Unidas del Río de la Plata desde su descubrimiento hasta su independencia el 9 de julio de 1816. La idea que comparte con Sarmiento sobre la necesidad de crear escuelas mixtas le atrae la hostilidad del clero y de las damas de la Sociedad de Beneficencia por lo que debe cerrar su escuela. Vive sus últimos años en gran pobreza. Muere en 1875.

Clorinda Matto de Turner Nace en Cuzco en 1852 donde pasa los años de juventud*. Se piensa que allí aprendió a hablar el quechua. Recibe una educación formal en una escuela local hasta 1868. En 1871 se casa con José Turner, médico y comerciante inglés, y se instala con él en Tinta. Publica ensayos literarios en El Heraldo, El Mercurio, El Ferrocarril y El Eco de los Andes bajo los seudónimos de Mary, Rosario, Betsabé y Adelfa. Sus tradiciones, inspiradas por las célebres de Ricardo Palma, difieren de ellas porque se desarrollan en los ambientes del Cuzco y son, muchas veces, de raíz indígena. Tuvieron mucho éxito y fueron reproducidas en periódicos de la época. La primera colección de Tradiciones cuzqueñas fue publicada en 1884. En 1876 funda el periódico El recreo del Cuzco. Se instala con su marido en Lima en 1877 y participa en las veladas literarias de Juana Manuela Gorriti, así como en otros círculos literarios. Vuelven a Tinta, en 1879, donde José Turner muere en 1881. Para hacer frente a una situación económica difícil, Matto toma a su cargo una empresa de molinos y envía sus productos a Bolivia. En 1883 se muda a Arequipa

* Algunos biógrafos dan 1854 como año de su nacimiento.

Datos biográficos de las autoras

estudiadas

201

donde dirige el diario La Bolsa. En 1886 regresa a Lima y allí expande sus actividades literarias. C o m o su amiga, Mercedes Cabello de Carbonera, es miembro del Círculo Literario donde comparte las ideas socialistas de González Prada. En 1889 es directora de El Perú ilustrado, periódico que publica la producción de los mejores escritores de la época. También escribe biografías que publica b a j o el título de Bocetos al lápiz de americanos célebres (1889). En el mismo género, escribe Leyendas y recortes (1893); figuran allí, Ana María Centeno, Francisca Zubiaga de Gamarra, el obispo Antonio de la Raya y Manuel Suárez, entre otros. En 1890, la aparición en El Perú ilustrado de un artículo irreverente sobre religión, de Henrique Maximiano Coelho Netto y, también el retrato que la autora hace de los sacerdotes en Aves sin nido (1889) causan su excomunión por el arzobispo de Lima. En las novelas Indole (1891) y Herencia (1895) critica severamente a la burguesía peruana. Aves sin nido, su novela mejor conocida, alega en favor del trato igualitario de los indígenas y responsabiliza tanto al gobierno como a la iglesia de la situación esclavizada en que viven. En cuanto a la política, tomó el partido de Andrés Cáceres en contra de Nicolás de Piérola. Cuando este último ganó el poder, Matto fue perseguida y su casa y propiedades fueron destruidas. Obligada a huir, se instala en Buenos Aires donde continúa su labor. Tradujo al quechua una Biblia y dio cursos en escuelas. En 1908 v i a j ó por Europa y publicó Viaje de recreo (1909). Muere en 1909.

Condesa de Merlin María de la Merced Beltrán Santa Cruz y Montalvo nace en La Habana en 1789 y muere en Francia en 1852. A pocas semanas de nacer sus padres parten a Madrid dejándola al cuidado de su bisabuela. Cuando contaba casi nueve años su padre vuelve a C u b a por cuestiones de negocios y la hace ingresar en el convento de Santa Clara, del cual escapa. Finalmente, en 1802, el padre la lleva a reunirse con la familia en Madrid. En 1809 contrae matrimonio con el general francés Antonio Cristóbal Merlin y se instalan en París. Entre 1830 y 1850, en su salón, la condesa recibe a las figuras políticas y artísticas más influyentes de la capital francesa. Ella misma es centro de la atención a causa de su voz exquisita y de sus múltiples actividades sociales y filantrópicas. Hacia 1831 escribe en francés las memorias de su infancia, Mes douze premières années, traducido al castellano en 1838. En 1832 publica Histoire de la soeur Inés, épisode de mes douze premières années, donde funde Mis doce primeros años y el episodio de Sor Inés. En 1836 edita los cuatro volú-

202

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

menes de Souvenirs et mémoires de Madame la Comtesse de Merlin, publiés par elle-même y, en 1838, Les loisirs d'une femme du monde. Hacia 1836, conoce a Philarète Chasles con quien mantiene una intensa relación amorosa testimoniada en Correspondencia íntima, que es publicada en 1928. Las dos últimas décadas de la condesa son de una febril actividad literaria, social, política y amorosa. En 1840, un año después de la muerte del general Merlin, viaja a Cuba, lo que da origen a La Havane, su obra más importante. Se publica en tres tomos, en 1844, y se traduce un poco más tarde, en España, con un prólogo de Gertrudis Gómez de Avellaneda, bajo el título Viaje a La Habana. En 1845 publica Les lionnes de Paris, bajo seudónimo, y Lola et Maria. En 1852, año de su muerte, sale en París su última obra, Le duc d'Athènes.

Manuela Sáenz Nace en Quito a fines de 1795, hija natural de Simón Sáenz, comerciante de origen español, y de Joaquina Aizpuru, de arraigada alcurnia quiteña. Huérfana de madre a los pocos días de nacer, queda al cuidado de su padre. Recibe una educación precaria, acorde al uso de la época. Ya adolescente, después de una aventura amorosa riesgosa -huye con su amante- contrae matrimonio con el hombre elegido por su familia: Jaime Thorne, médico inglés. La pareja se instala en Lima y allí participa Sáenz de las celebraciones al arribo triunfal del general San Martín. Por sus colaboraciones con la causa de la emancipación es galardonada por San Martín con el grado de Caballeresa del Sol. Se halla en Quito por cuestiones de herencia, en 1822, cuando el triunfo de Antonio de Sucre sobre las fuerzas realistas (batalla de Pichincha), posibilita la entrada del General Bolívar en la capital ecuatoriana. Allí, Sáenz y el libertador se conocen e inician una larga e intensa relación amorosa cuyo testimonio figura en las cartas que aún perviven. Sáenz se convierte en una ayudante hábil de Bolívar. Lo sigue primero a Lima; más tarde, a Pativilca. Se incorpora al ejército bajo el comando de Sucre y se destaca por su labor en el avituallamiento de las tropas y en el socorro de los heridos. La batalla de Ayacucho marca el triunfo de los patriotas. Aunque Bolívar se aleja de Sáenz en numerosas ocasiones y se relaciona sentimentalmente con otras mujeres, ella continúa fiel a la causa y al libertador. Pasa una temporada con él en Bolivia y otra, en Lima. Durante una partida de Bolívar, Sáenz intenta dominar la rebelión de una facción del ejército. Es primero encarcelada y luego deportada a Ecuador. Cuando Bolívar asume la presidencia de Colombia, Sáenz se instala en Bogotá. Las luchas internas por el poder ponen en peligro la vida de Bolívar. Es bien conocido el episodio, en 1828, en que Sáenz lo

Datos biográficos de las autoras

estudiadas

203

alerta sobre el proyecto de su asesinato y, a pesar de ser ignorada por él, lo ayuda en una arriesgada huida salvándole la vida. Las rebeliones se multiplican y Bolívar presenta su renuncia en 1830 y deja Bogotá. Sáenz, presionada por el gobierno a entregar los archivos de Bolívar que éste le encarga conservar, desobedece las órdenes. El gobierno la persigue y tanto la opinión pública como la prensa enjuician sus "escándalos". Acude en ayuda de Bolívar enfermo, pero llega demasiado tarde, cuando ya ha muerto. Santander, enemigo político de Bolívar, gana la presidencia en 1831 y ordena el destierro de Sáenz que se refugia en Jamaica. Cuando en 1835 intenta volver a Quito se le impide la entrada. Se instala en Paita, Perú, desde donde envía noticias de política al general Flores, su amigo, y a donde la visitan las figuras notables. Muere en 1856. Su casa fue incendiada; los documentos que celosamente había guardado durante tantos años de destierro, fueron rescatados por otro general amigo, Antonio de la Guerra.

M a r í a Sánchez Mejor conocida como Mariquita Sánchez de Thompson, o de Mendeville, puesto que después de enviudar se volvió a casar, es reconocida como la gran dama argentina de comienzos de siglo. Nace en Buenos Aires en 1786 de una familia de alta alcurnia burguesa. En 1805, enfrentando la oposición de sus padres, contrae matrimonio con Martín Thompson, un marino educado en Europa, gran defensor de las ideas independentistas. Mariquita, desde su salón, colabora con los planes del marido. Allí se canta por primera vez el Himno nacional argentino. Thompson, que es Capitán del puerto, pasa a ser agregado al Estado Mayor y es enviado a los Estados Unidos para consultar la emancipación. Muere en viaje de regreso, en 1817. Mariquita, viuda y madre de cinco hijos, confronta las dificultades y administra sus bienes. En 1819, se casa con Washington de Mendeville, un aristócrata francés que será el Cónsul de su país en Buenos Aires. Ella continúa las célebres tertulias en su casa y colabora con el presidente Bernardino Rivadavia en la organización de la Sociedad de Beneficencia, fundada en 1823. Le preocupa la educación de las niñas y la Sociedad tiene a su cargo la administración de varias escuelas. Hacia 1830 comienzan los conflictos entre dicha institución y Juan Manuel de Rosas, gobernador de la provincia de Buenos Aires. En 1835 Mendeville es reemplazado en su cargo y regresa a Francia. 1836 inicia, para Mariquita, varios períodos de destierro interrumpidos por estadías en Buenos Aires. Emigra a Montevideo y pasa un corto período en Río de Janeiro. Desde allí escribe sin cesar a sus hijos y amigos manteniéndolos al tanto de lo que

204

M C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

ocurre tanto en su vida personal como en los medios políticos de la capital uruguaya. Su epistolario testimonia sobre sus inquietudes privadas y políticas. Siempre atenta al quehacer público, observa sagazmente todos los acontecimientos como lo testimonia el Diario que escribe para Echeverría entre 1839 y 1840. Con la derrota del régimen rosista, vuelve definitivamente a Buenos Aires donde retoma sus tareas. Muere en 1868.

BIBLIOGRAFÍA

Fuentes primarias: Carmen: Cartas de una mujer apasionada, Oscar P I N O C H E T D E L A B A R R A (ed.). Imprenta Universitaria, Santiago de Chile, 1990. C A B E L L O D E C A R B O N E R A , Mercedes: Los amores de Hortensia, Lima, n.p., n.d. - Blanca Sol, segunda edición, Imprenta y Librería del Universo, Lima, 1889. - Las consecuencias. Torres Aguirre, Lima, 1889. - El conspirador. Novela político-social, E. Sequi y Co., Lima, 1892. - La educación. Periódico religioso, poético y literario, Imprenta de la nueva época, Buenos Ayres, 1852. La novela moderna, Augusto T A M A Y O V A R G A S (ed.), Ediciones Hora del Hombre, S.A., Lima, 1948. - "La novela realista'", en El Perú ¡lustrado, Año 3, Número 136, 21 de diciembre de 1889. FAVRET, Mary A.: Romantic Correspondence, Cambridge University Press, Cambridge, 1993. G Ó M E Z D E A V E L L A N E D A , Gertrudis: Álbum cubano de lo bueno y lo bello. Revista quincenal de moral, literatura, bellas artes y modas. Dedicada al bello sexo. Imprenta del Gobierno y Capitanía General por S.M., Habana, 1860. - Autobiografía y Cartas de la ilustre poetisa Gertrudis Gómez de Avellaneda, Lorenzo C R U Z D E F U E N T E S (ed. y comp.), Imprenta Helénica, Madrid, 1914. - Poesías y Epistolario de amor y de amistad, Elena C A T E N A (ed.), Castalia, Madrid, 1989. GORRITI, Juana Manuela: Lo íntimo, Fundación del Noroeste Coop. Ltd., Salta, 1991. - El mundo de los recuerdos, Félix Lajouane, Buenos Aires, 1886. - Narraciones, Ediciones Estrada, Buenos Aires, 1958. - Oasis en la vida, Félix Lajouane, Buenos Aires, 1888. - Obras completas (6 vols.), Alicia M A R T O R E L L (ed.), Fundación Banco del Noroeste, Salta, 1992-1999. - Panoramas de la vida (2 vols.), Casavalle, Buenos Aires, 1876. - Sueños y realidades (2 vols.), Biblioteca de la Nación, Buenos Aires, 1907. - El tesoro de los Incas, Instituto de literatura argentina, Buenos Aires, 1929. Veladas literarias de Lima, Imprenta Europea, Buenos Aires, 1892. G U E R R A , Rosa\ La Camelia, Buenos Aires, 11 de abril 1 8 5 2 - 1 1 de octubre 1 8 5 2 . - "Cartas sobre la educación", en La educación, Buenos Aires, 24 de julio de 1852. ARRIAGADA,

206

M. C. Arambel

Guiñazú y C. E. Martin

-

Julia o la educación. Libro de 'lecturapara niñas. Imprenta de "El Mercurio", Buenos Aires, 1863. Lucia Miranda, Imprenta de la Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, 1956. Las hijas del Anàhuac, Laureana WRIGHT DE KLEINHANS (directora), México, diciembre 1887-enero 1888. MANSILLA DE GARCÍA, Eduarda: Cuentos, Imprenta de la República, Buenos Aires, 1880. Lucía Miranda, Biblioteca La Tradición Argentina, Buenos Aires, 1860. La marquesa de Altamira, Buenos Aires, n.p., 1881. El médico de San Luis, Editorial Universitaria de Buenos Aires, Buenos Aires, 1962. Pablo ou la vie dans les Pampas. E. Lachaud, Paris, 1869. Recuerdos de viaje. Imprenta de Juan A. Alsina, Buenos Aires, 1882. MANSO DE NORONHA, Juana: "'Las Misiones", en Album de señoritas. Periódico de literatura, modas, bellas artes y teatros, N.° 5, Buenos Aires, 29 de enero, 1854, pp. 38-39. Album de señoritas. Periódico de literatura, modas, bellas artes y teatros, B u e n o s Aires. 1854. Anales de la Educación. 1862-1875. Los Misterios del Plata. Novela histórica original, Imprenta Los Mellizos, Buenos Aires. 1899. MATTO DE TURNER, Clorinda: Aves sin nido. Peisa, Lima, 1973. Bocetos a! lápiz de americanos célebres, Imprenta Bacigalupi, Lima, 1890. Boreales, miniaturas y porcelanas. Imprenta de Juan Alsina, Buenos Aires, 1902. Herencia. Matto Hermanos, Lima, 1895. Indole. Tipografía Bacigalupi, Lima, 1891. Leyendas y recortes, Matto Hermanos Editores, Lima, 1893. "La obrera y la m u j e r " , en Cuatro Conferencias sobre la América del Sur, Imprenta Juan Alsina, Buenos Aires, 1909. Tradiciones cuzqueñas completas, Peisa, Lima, 1976. Viaje de recreo. España, Francia, Inglaterra, Italia, Suiza y Alemania, F. SEMPERE y Cía. (eds.), Valencia, 1909. MERLIN, condesa de: Correspondencia íntima de la condesa de Merlin, Domingo FIGAROLA-CANEDA (ed.), Madrid-París, 1928. Mis doce primeros años, Imprenta del siglo xx, La Habana, 1922. Viaje a la Habana, Editorial Arte y Literatura, La Habana, 1974. PELLIZA DE SAGASTA, Josefina, y LARROSA, Lola (directoras): La Alborada del Plata, Buenos Aires. noviembre 1877-mayo 1880. SÁNCHEZ DE THOMPSON, Mariquita: Cartas de Mariquita Sánchez, Marta VII.ASECA (ed. y comp.). Peuser, Buenos Aires, 1952. WRIGHT DE KLEINHANS, Laureana (directora): Violetas del Anáhuac, México, enero 1888diciembre 1888.

Fuentes secundarias ABEL, Elizabeth; HIRSCH, Marianne; LANGLAND, Elizabeth, y ROSOWSKI, Susan: The Voyage Inn. Fictions of Female Development, University Press of New England, Hanover, 1983. ACOSTA DE SAMPER, Soledad: La mujer en la sociedad moderna, Editorial Garnier, Paris, 1985. Novelas y cuadros de la vida suramericana, Impr. de E. Van der H a e g h e n , Gante, 1869.

Bibliografia

207

Soledad (directora): La mujer, Bogotá, 1880. Joaquín: Adela Zamudio. Guerrillera del Parnaso, Editorial de los Amigos del libro, Cochabamba, Bolivia, 1980. La Alborada. Literatura, Artes, Educación, Teatros y Modas, Lima, 1874. El Album. Revista semanal para el bello sexo, Lima, 1874. El Album de la mujer, Concepción G I M E N O DE FI.AQUER (directora), México, 1883. La Aljaba. Dedicada al bello sexo Argentino, Petrona R O S E N D E DE S I E R R A (directora). Imprenta del Estado, Buenos Aires, 1830-1831. A L T M A N , Janer Gurkin: "The Letter Book as a Literary Institution 1 5 3 9 - 1 7 8 9 . Toward a Cultural History of Published Correspondences in France", en Yale French Studies, Men/Women of Letters, N.° 71, pp. 18-62. Á I . V A R E Z S Á A , Carlos: Manuela Sáenz. Figura cimera de la nacionalidad ecuatoriana. Centro para el desarrollo social, Quito, 1996. (Ed.), Patriota y amante de usted. Manuela Sáenz y el libertador, Editorial Diana, México, 1993. A N D E R S O N , Benedict: Imagined Communities, Verso, London, 1 9 8 3 . A N Z O A T E G U I DE C A M P E R O , Lindaura: Don Manuel Ascendo Padilla, Editorial Juventud, La Paz, 1976. - Huallparrimachi, Ediciones del Sol, La Paz, 1975. A R A N G O - R A M O S , Fanny: "'Mercedes Cabello de Carbonera, historia de una verdadera conspiración cultural", en Revista Hispánica Moderna, XLVII, Die 1994, N.° 2, pp. 306-324. AREA. Lelia: ""El periódico Album de señoritas (1854), una voz doméstica en la fundación de una nación", en Revista ¡beromérica, Vol. LXII, N.° 178-179, enero-junio, 1997, pp. 149-171. A R E N A L . Electa, y S C H L A U , Stacey: Untold Sisters, University of New Mexico Press, Albuquerque, 1989. A R M S T R O N G , Nancy: Desire and Domestic Fiction. A Political History of the Novel, Oxford University Press, New York, 1987. AUZA, Néstor Tomás: Periodismo y feminismo en la Argentina. 1830-1930, Emecé Editores, Buenos Aires, 1988. B A R B E R , Francis: Literature, Politics and Theory, Methuen, London, 1986. BARRY, Florence V.: A Century of Children's Books, Methuen, London, 1922. B A R T H E S , Roland: Fragments d'un discours amoureux, Editions du Seuil, Paris, 1 9 7 7 . - "'Encore le corps", Critiques, 38, août-septembre 1982, pp. 645-654. B A U D R I L L A R D , Jean: De la séduction, Editions Galilée, Paris, 1 9 7 9 . B E C C A C E C E , Hugo: "Salones. El arma de la mujeres. En Europa", en La Nación, Cultura, Buenos Aires, 20 de septiembre de 1998, pp. 1-2. B E L L O T A , Aracelis: "'Aurelia Vêlez. La independencia a ultranza", en Todo es historia, N.° 285 (Número especial): Los riesgos de ser mujer, Buenos Aires, marzo 1991. B E R G M A N N , Emilie, et al.: Women, Culture, and Politics in Latin America. Berkeley, University of California Press, 1990. B E R R Í A N , Brenda F.: Bibliography of Women Writers from the Caribbean. (1831-1986), Three Continent Press, Washington, D.C., 1989. BLUNT. Allison: Travel, Gender and Imperialism. Mary Kingsley and West Africa, The Guilford Press, New York, 1994. Bossis. Mireille: "Methodological Journeys Through Correspondences", en Yale French Studies, Men/Women of Letters, N.° 71, pp. 63-75. A C O S T A DE S A M P E R , A G U I R R E LAVAYEN,

208

M. C. Arambel Cuiñazú y C. E. Martin

Carmen: Una vida romántica, la Avellaneda, Ediciones Cultura Hispánica, Madrid, 1986. B R I T O , Eugenia, et al.: Escribir en los bordes, Editorial Cuarto Propio, Santiago, 1 9 9 0 . a B U R K E , Eileen M : Literature for the Young Child, 2. ed., Allyn and Bacon, Boston, 1990. B U S A N I C H E , José Luis: Estampas del pasado I, Hispamérica Ediciones, Buenos Aires, 1986. C A L D E R Ó N DE LA B A R C A , Frances: Life in Mexico, University of California Press, Berkeley, 1982. C A L Z A D I L L A , Santiago: Las beldades de mi tiempo, Ángel Estrada y Cía., Buenos Aires, 1944. C A R L S O N , Marifran: \Feminismo! The Woman's Movement in Argentina from its Beginnings to Eva Perón, Academy Chicago Publishers, Chicago, 1988. C A R R E R A , Javiera: "'Papeles de doña Javiera Carrera", en Revista chilena de Historia y Geografia, Tomo VI, Santiago, 1913, pp. 197-220. C A R R I L L O , Francisco: Clorinda Matto de Turnery su indigenismo literario, Ediciones de la Biblioteca Universitaria, Lima, 1967. C A S T E L L A N O S , Rosario: Mujer que sabe latín, Sepsentas, México, 1973. C A S T I L L O DE G O N Z Á L E Z , Aurelia: Biografía de Gertrudis Gómez de Avellaneda y juicio crítico de sus obras, Imprenta Soler, Habana, 1887. C A S T R O A R E N A S , Mario: La novela peruana y la evolución social, José Godard, Lima, 1967. C A T E L L I , Nora: El espacio autobiográfico, Editorial Lumen, Barcelona, 1991. C E R T E A U , Michel de: Heterologies. Discourse of the Other, University of Minnesota Press, Minneapolis, 1997. C H E R P A K , Evelyn: "La participación de las mujeres en el movimiento de independencia de la Gran Colombia", en Las mujeres latinoamericanas. Perspectivas históricas, Asunción LAVRÍN (compiladora), Fondo de Cultura Económica, México, 1985, pp. 253-270. "Clorinda Matto de Turner" (sin autor), en El Perú Ilustrado, Año I, N.° 22, 8 de julio de 1887, pp. 2-3 y 6. C O R N E J O P O L A R , Antonio: Clorinda Matto de Turner, Novelista. Estudios sobre Aves sin Nido, índole y Herencia, Lluvia Editores, Lima, 1992. - La novela peruana, Horizonte, Lima, 1977. - "Para una agenda problemática de la crítica literaria latinoamericana, diseño preliminar", en Sobre literatura y crítica latinoamericana, Ediciones de la Facultad de Humanidades y Educación, Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1982, pp. 33-41. C R I S C E N T I , Joseph T.: Sarmiento and His Argentina, Lynne Rienner Publisher, Boulder, 1993. D E G I O R G I O , Michela: "El modelo católico", en Historia de las mujeres, vol. 7, Taurus, Madrid, 1993, pp. 183-217. D E LA C A M P A . Román: Latin Americanism, University of Minnesota Press, Minneapolis, 1999. DE LA VEGA. María Mercedes: La maestra histórica, Talleres Gráficos Ferrari, Buenos Aires, 1937. D E L F I N O . Silvia: "Mariquita Sánchez de Thompson, ¿una anécdota para la cultura argentina?". en Nuevo Texto Crítico, N.° 4, Año II (Segundo Semestre de 1989), pp. 39-48. DE MAN, Paul: "Autobiography as De-facement", en Modem Language Notes, Vol. 94, N . ° 5 , december 1 9 7 9 , pp. 9 1 9 - 9 3 0 . D E N E G R Í , Francesca: El abanico y la cigarrera. La primera generación de mujeres ilustradas en el Perú, Flora Tristán, Lima, 1996. D Í A Z DE G U Z M Á N , Ruy: Anales del descubrimiento, población y conquista del Río de la Plata, Ediciones Comuneros, Asunción, 1980. BRAVO-VILLASANTE,

Bibliografia

209

Nora: "Historia literaria de una intimidad", en Mujeres y cultura en la Argentina del siglo XIX, Lea F L E T C H E R (comp.), Feminaria Editora. Buenos Aires, 1994. D O N O V A N . Josephine: "'Women and the rise of the Novel, A Feminist-Marxist Theory", en Signs, Spring, 1991, vol. 16, N.° 3, pp. 441-462. D U B Y . Georges, y P E R R O T , Michelle (eds.): A History of Women in the West. IV: Emerging Feminism from Revolution to World War, Harvard University Press, Cambridge, 1993. E F R Ó N , Analía: Juana Gorriti. Una biografìa íntima. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1998. E Y Z A G U I R R E , Jaime (ed.): "'Cartas de Rosario Puga". en Boletín de la Academia Chilena de la Historia, N.° 33, Santiago, 1945, pp. 39-55. EPINAY, Mme. d': Conversations d'Emilie, John Marshall and Co., London, 1787. FAVRE. Jean: Le miroir des sorcières. Essais sur la littérature fantastique. Librairie José Corti. Paris, 1992. FELL, Claude: Le roman romantique latino-américain et ses prolongements, Editions l'Harmattan, Paris, 1984. F L E T C H E R , Lea: '"Juana Manso, una voz en el desierto", en Mujeres y cultura en la Argentina del siglo XIX, Lea F L E T C H E R (comp.), Feminaria Editora, Buenos Aires, 1 9 9 4 . - Mujeres y cultura en la Argentina del siglo xtx, Feminaria Editora, Buenos Aires, 1994. F O L B R E , Nancy: "The Unproductive Housewife, her Evolution in the Ninteenth-Century Economic Thought", en Signs, vol. 16, N.° 3, Spring 1991, pp. 463-484. F O S T E R . David William: The Argentine Generation of 1888, The University of Missouri Press, Columbia, 1990. F O U R I E R , Charles: "Characteristics, intermeshing and phases of the social periods", en The theory of the Four Movements, Cambridge, Cambridge University Press, 1996. F O X - L O C K E R T , Lucía: "Contexto político, situación del indio y critica a la iglesia de Clorinda Matto de Turner", en Texto/Contexto en la literatura iberoamericana, Memoria del XIX Congreso del Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, XIX Congreso, Madrid, 1981. F R A N C O , Jean: Plotting Women. Gender and Representation in Mexico, Basil Blackwell, Oxford, 1985. F R E D E R I C K , Bonnie: "'In their own voice. The Women Writers of the Generation del 8 0 in Argentina", en Hispania, May 1991. F R E Y R E DE J A I M E S , Carolina: "'Flora Tristán. Apuntes sobre su vida y sus obras", El Correo del Perú, N.° XXX, Año V, 25 de julio de 1875, pp. 242-244. F U C H S , Eduard: Historia ilustrada de la moral sexual, vol. 3 , La época burguesa, Alianza Editorial, Madrid, 1996. G A I T Á N DE P A R Í S , Blanca: La mujer en la vida del libertador, Bogotá, 1 9 8 0 , n.p. G Á L V E Z , Lucía: Mujeres de la conquista, Planeta, Buenos Aires, 1 9 9 0 . GEEL, María Carolina: Siete escritoras chilenas, Santiago, 1953, pp. 65-83. G E N L I S , Mme. de: Adèle et Théodore ou lettres sur l'éducation, J. E . Dufour, Paris, 1 7 8 2 . G I L B E R T , Sandra M., y G U B A R , Susan: The Madwoman in the Attic. The Woman Writer in the Nineteenth-Century literary Imagination, Yale University Press, New Haven, 1984. G O L D B E R G M O S E S , Claire, y W A H L R A B I N E , Leslie: Feminism, Socialism and French Romanticism, Indiana University Press, Bloomington, 1993. G O L D S M I T H , Elizabeth: Writing the female Voice. Essays on Epistolary Literature, Northeastern University Press, Boston, 1989. DOMÍNGUEZ,

210

M. C. Arambel Guiñazúy

C. E. Martin

José Luis: "Pensamiento hispanoamericano del siglo xix'\ en Historia de la literatura hispanoamericana. Del neoclasicismo al Modernismo (Tomo II). Cátedra, Madrid, 1 9 8 7 , pp. 3 9 9 - 4 1 5 . G O N Z Á L E Z , Patricia Elena, y O R T E G A , Eliana: La sartén por el mango, Ediciones Huracán, Río Piedras, 1984. G O N Z Á L E Z P R A D A , Manuel: González Prada, Andrés H E N E S T R O S A (ed. y comp.), Ediciones de la Secretaria de Educación Pública, México, 1943. G O N Z Á L E Z S T E P H A N , Beatriz: La historiografía literaria del siglo xix, Casa de las Américas, La Habana, 1987. G R A H A M , Maria: Diario de mi residencia en Chile en 1822, Editorial Francisco Aguirre, Buenos Aires-Santiago, 1972. GREZ, Vicente: Las mujeres de la independencia, Zamorano y Caperán, Santiago, 1945. G U E R R A C U N N I N G H A M , Lucía: "Mercedes Cabello de Carbonera, Estética de la moral y los desvíos no-disyuntivos de la virtud", en Revista de Critica Latinoamericana, Año XIII, N.° 26, Segundo semestre de 1987, pp. 25-41. G U I Z O T , Mme.: Lettres de Familie sur ¡'Education, Didier Editeur, Paris. 1 8 5 2 . H A H N E R , June E.: "La prensa feminista del siglo X I X y los derechos de las mujeres en el Brasil", en Las mujeres latinoamericanas. Perspectivas históricas, Asunción LAVRÍN (compiladora), Fondo de Cultura Económica, México, 1985, pp. 293-328. H A L P E R Í N - D O N G H I , Tulio; Jaksic, Iván; KIRKPATRICK, Gwen, y M A S I E L L O , Francine (eds.): Sarmiento. Author of a Nation, University of California Press, Berkeley, 1994. H A U S E R , Arnold: "Naturalismo e impresionismo", Historia social de la literatura y de! arte (Vol. 3), Editorial Labor, Barcelona, 1983. H E I L B R U N , Carolyn: "Non-autobiographies o f ' P r i v i l e g e d ' Women, England and America", en Life/Lines. Theorizing Women's Autobiography, Bella B R O D Z K I y Celeste S C H E N C K (eds.), Cornell University Press, Ithaca and London, 1 9 8 8 , pp. 6 2 - 7 6 . - The History of French Children s Books. / 750-1900, from the Collection of J.-G. DESC H A M P S , Exhibit and Sale, The Bookshop for Boys and Girls, Boston, 1934. Writing a Woman s Life, Norton, New York, 1988. H O B S B A W M , E. J.: Nations and Nationalism since 1780, Cambridge University Press, Cambridge, 1990. HUNT, Lynn: The Family Romance of the French Revolution, University of California Press, Berkeley, 1991. I G L E S I A , Cristina (comp.): El ajuar de la patria. Ensayos críticos sobre Juana Manuela Gorriti, Feminaria Editora, Buenos Aires, 1993. J E L I N E K , Estelle (ed.): "Introduction", en Women's Autobiography. Essays in Criticism, Indiana University Press, Bloomington, London, 1980. J I M É N E Z M O R E L L , Inmaculada: La prensa femenina en España (Desde sus orígenes a 1868). Ediciones De la Torre. Madrid, 1992. J I T R I K , Noé: El 80y su mundo, J . Alvarez, Buenos Aires, 1 9 6 8 . "Juana Manuela Gorriti" (sin autor), en El Perú Ilustrado, Año 3, N.° 111, 22 de junio de 1889, p. 211. KATRA, William H.: "'Sarmiento en los Estados Unidos", en Viajes por Europa, Africa i América. 1845-1847, Javier F E R N Á N D E Z (ed.), Colección Archivos, España, 1 9 9 3 , pp. GÓMEZ-MARTÍNEZ,

853-911.

James H.: "Ideology", en Critical Terms for Literary Study, Frank L E N T R I C C H I A y Thomas M C L A U G H L I N (eds.), Second edition, University of Chicago Press, Chicago, 1995.

KAVANAH,

Bibliografia

211

KEOHANE. Nannerl O., et al.: Feminist Theory. A Critique of Ideology, Harvester Press, Brighton, Sussex, 1982. KERBER, Linda K.: Women of the Republic. Intellect and Ideology in Revolutionary America, W. W. Norton & Co., New York, 1986. KIRKPATRICK, Susan: Las Románticas. Women Writers and Subjectivity in Spain, 18351850. University of California Press, Berkeley, Los Angeles, London, 1989. LAFOND DE LURCY, Gabriel: Viaje a Chile, Editorial Universitaria, Santiago, 1970. L A P A L M A D E E M E R Y , Celia: "El trabajo de la mujer a través del Centenario", en Acción pública y privada en favor de la mujer y de! niño en la República argentina, Alfa y O m e g a Buenos Aires, 1910, pp. 183-204. LFJEUNE, Philippe: Le pacte autobiographique, Seuil, Paris, 1975. L U C E N A S A M O R A L , Manuel, et al.: Historia de Iberoamérica (Tomo I I I ) , Cátedra, Madrid, 1992. MANNARELLI, María Emma: Pecados públicos. La ilegitimidad en Lima, siglo xvn, Ediciones Flora Tristán, Lima, 1994. M A N Z A N O . Juan Francisco: Autobiografia, Ivan S C H U L M A N (ed.), Ediciones Guadarrama, Madrid. 1975. MARIÁTEGUI, José Carlos: Textos básicos, Fondo de Cultura Económica, México, 1995. MARMONTEL, Jean François: Contes Moraux. J. Merlin, Paris, 1765. M Á R Q U E Z T A P I A , Ricard: La Safo ecuatoriana. Dolores Veintemilla Carrion de Calindo, Casa de la Cultura ecuatoriana, Cuenca, 1968. MARTIN, Aimé: The Education of Mothers of Families or the Civilization of the Human Race by Women, 1834. MARTÍNEZ ALIER, Verena: Marriage, Class and Colour in Nineteenth-Century Cuba. A Study of Racial Attitudes and Sexual Values in a Slave Society, Second Edition, University of Michigan Press, Ann Arbor, 1989. MARTINO, Diane E. (ed.): Spanish American Women Writers. A Bio-Bibliographical Source Book. Greenwood Press, New York, 1990. MASIELL.O, Francine: Between Civilization and Barbarism. Women, Nation and Literary, Culture in Modern Argentina, University of Nebraska Press, Lincoln & London, 1992. - "Disfraz y delincuencia en la obra de Juana Manuela Gorriti", en El ajuar de la patria. Ensayos críticos sobre Juana Manuela Gorriti, Cristina I G L E S I A (comp.), Feminaria Editora, Buenos Aires, 1993. - "Introducción", La mujer y el espacio público. El periodismo femenino en la Argentina del siglo XIX, Feminaria Editora, Buenos Aires, 1994. MASON, Mary G.: "The Other Voice, Autobiographies of Women Writers", en Autobiography, Essays Theoretical and Critical, James O L N E Y (ed.), Princeton University Press, Princeton, 1980, pp. 207-235. M A T T A V I A L , Enrique: "'Papeles de doña Javiera Carrera", Revista de Historia y geografia (Tomo VI), Santiago, 1945, pp. 197-220. MELÉNDEZ, Concha: La novela indianista en Hispanoamérica, 1832-1889, Imprenta de la Librería. Madrid, 1934. MELLOR, Anne K. (ed.): Romanticism and Feminism, Indiana University Press, Bloomington, 1988. - Romanticism and Gender, Routledge, New York, 1993. MENDEI.SON, Johanna S. R.: "La prensa femenina, la opinion de las mujeres en los periódicos de la Colonia en laAménca española, 1790-1810", en Las mujeres latinoamericanas. Perspectivas históricas, Asunción L A V R I N (compiladora), Fondo de Cultura Económica, México, 1978, pp. 229-252.

212

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

Adriana: Gender and Nationalism in Colonial Cuba. The Travels of Santa Cruz y Montalvo, Condesa de Merlin, Vanderbilt University Press, Nashville, 1998. MERCADER, Martha: Juanamanuela, mucha mujer, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1980. MILLER, Nancy K.: "Emphasis Added: Plots and Plausibilities in Women's Fictions", PMLA, 96, 1981, pp. 36-48. MIRANDA, Marta Elba: Mujeres chilenas, Editorial Nascimento, Santiago, 1940. M O G O L L Ó N C O B O , Maria, y N A R V Á E Z YAR, Ximena: Manuela Sáenz. Presencia polémica en la historia, Corporación Editora Nacional, Quito, 1997. MOLLOY, Sylvia: At Face Value. Autobiographical Writing in Spanish America, Cambridge University Press, Cambridge, 1991. ORDÓÑEZ, Montserrat: Soledad Acosta de Samper. Una nueva lectura, Fondo Cultural Cafetero, 1988. PAGES LARRAYA, Antonio: Perduración romántica de las letras argentinas, Universidad Autonóma de México, México, 1963. PEARSON, Carol, y POPE, (Catherine: The Female Hero in American and British Literature, R. R. Bowker Co., New York, 1981. PELLICER, Jaime O.: "'Los Estados en Sarmiento", Domingo F. Sarmiento, Viajes por Europa, Africa i América. 1845-1847. Javier F E R N Á N D E Z (ed.), Colección Archivos, Madrid, 1993, pp. 913-953. PEREIRA, Teresa: "La mujer en el siglo xix", en Tres ensayos sobre la mujer chilena, Editorial Universitaria, Santiago, 1978, pp. 121-158. PÉREZ, Louis A., Jr.: Slaves, Sugar, and Colonial Society. Travel Accounts of Cuba, 18011899, Scholarly Resources Inc., Wilmington, 1992. P É R E Z R O S A L E S , Vicente: El Plata ¡lustrado. Semanario de Literatura, Artes, Modas y Ciencias, Gustavo KORDGIEN (directory ed.), Buenos Aires, octubre 1871-abril 1872. - Recuerdos del pasado, Imprenta de "La época", Santiago, 1882. PONNAU, Gwenhael: La folie dans la littérature fantastique, Editions du Centre National de la Recherche Scientifique, Paris, 1987. PRATT, Mary Louise: Imperial Eyes. Travel and Writing and Transculturation, Routlegde, London, 1992. PRIETO, Adolfo: La literatura autobiográfica argentina, Editorial Jorge Alvarez, Buenos Aires, 1966. PROPP, Vladimir: Las transformaciones del cuento maravilloso, Rodolfo A L O N S O (ed.), Buenos Aires, 1972. RAMA, Ángel: La ciudad letrada, Comisión uruguaya pro Fundación Internacional Ángel Rama, Montevideo, 1984. RAMA, Carlos M.: "La batalla del idioma", en Historia de las relaciones culturales entre España y la América Latina (Siglo xix), Fondo de Cultura Económica, México, 1982, pp. 115-159. RÉMUSAT, comtesse de: Essai sur /'Education des Femmes, Charpentier Editeur, Paris, 1842. Primera edición 1824. RICHARD, Nelly: "Feminismo, experiencia y representación", en Revista Iberoamericana, Vol. LXII, Núms. 176-177, julio-diciembre 1996, pp. 733-734. Masculino/Femenino. Prácticas de la diferencia y cultura democrática, Francisco Zegers Editor, Santiago, 1989. ROBERTSON, J. P.: Cartas de Sud-América, Emecé Editores S. A., Buenos Aires, 1950. ROBINSON, Jane: Wayward Women. A Guide to Women Travellers, Oxford University Press, Oxford, 1990.

MÉNDEZ RODENAS,

Bibliografia

213

RODRÍGUEZ-LUIS, Juiio: Hermenéutica y praxis del indigenismo. La novela indigenista de Clorinda Matto a José Maria Arguedas, Fondo de Cultura Econòmica, México, 1980. ROTKER, Susana (ed.): Ensayistas de nuestra América (Tomo II), Editorial Losada, Buenos Aires, 1994. - "Lucia Miranda, negación y violencia del origen", en Revista Iberomérica, Vol. LX1I, Núms. 178-179, enero-junio 1997, pp. 115-127. Ruiz, Elida: "Las escritoras", en Historia de la literatura argentina (Vol. 3). Las primeras décadas de! siglo, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1986, pp. 289-312. RUMAZO GONZÁLEZ, Alfonso: Manuela Sáenz la Libertadora del Libertador, Edime, Caracas, 1962. SÁENZ QUESADA, María: "Salones. El arma de las mujeres. En la Argentina", en La Nación, Cultura, Buenos Aires, 20 de septiembre de 1998, pp. 1-2. SARMIENTO, Domingo F.: "Educación común", en Obras completas (Tomo XII), Editorial Luz del Día, Buenos Aires, 1950. SCHULTZ DE MANTOVANI, Fryda: "La mujer en la Argentina (1810-1928)", en Historia argentina (Tomo V, Libro IX), Robert Levillier (dir.), Buenos Aires, 1968. - La mujer en la vida nacional, Galatea, Buenos Aires, 1960. La semana de las señoritas mejicanas, Imprenta de Juan Navarro, México, 1851. SERRANO DE TORNEL, Emilia (seud. Baronesa de Wilson): América y sus mujeres, Establecimiento F. Giró, Barcelona, 1890. SHUMWAY, Nicolas: The Invention of Argentina, University of California Press, Berkeley, 1991. - Sociedad de Beneficencia de la Capital. Breve reseña de sus trabajos desde abril 1823 hasta diciembre 1888, Imprenta San Martín, Buenos Aires, 1889. SMITH, Sidonie: A Poetic of Women 's Autobiography. Marginality and the Fictions of SelfRepresentation, Indiana University Press, Bloomington, 1987. SOMMER, Doris: Foundational Fictions.The National Romances of Latin America, University of California Press, Berkeley, 1991. SONTAG, Susan: lllness as Metaphor, Doubleday, New York, 1990. SOSA DE NEWTON, Lily: Diccionario Biográfico de Mujeres Argentinas, Plus Ultra, Buenos Aires, 1986. - Narradoras argentinas. (1852-1932), Plus Ultra, Buenos Aires, 1995. SPIVAK, Gayatri Chakravorty: "Explanation and Culture, Marginalia", en The Spivak Reader, Donna LANDRY y Gerald MAC LEAN (eds.), Routledge, New York & London, 1996. STANTON, Domna: The Female Autograph, New York Literary Forum, New York, 1984. TAMAYO VARGAS. Augusto: Apuntes para un estudio de la literatura peruana, Lima, 1947, n.p. - 150 artículos sobre el Perú, Universidad Nacional de San Marcos, Lima, 1966. - Guía para un estudio de Clorinda Matto, Colección Turismo, Lima, 1945. - Literatura peruana, Peisa, Lima, 1992. - Perú en trance de novela, Ediciones Baluarte, Lima, 1940. TAURO, Alberto: Clorinda Matto de Turner y la novela indigenista, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, 1976. TAUZIN-CASTELLANOS, Isabelle: "La educación femenina en el Perú del siglo xix", en Peruanistas Contemporáneos, Editorial Kapsoli-Concytec, Lima, 1989. - "Medicina y sociedad a fines del siglo xix, su representación en una novela peruana", en Peruanistas Contemporáneos, Editorial Kapsoli-Concytec, Lima, 1989. "Politique et hérédité dans El Conspirador de Mercedes Cabello de Carbonera (1892)", en Bulletin Hispanique, Tome 95, janvier-juin 1993, pp. 487-499.

214

M. C. Arambel Guiñazúy

C. E. Martin

Tzvetan: La conquête de l'Amérique. La question de l'autre, Editions du Seuil, Paris, 1982. - Introduction à la littérature fantastique, Editions du Seuil, Paris, 1970. T O M P K I N S , Jane: Sensational Designs. The Cultural Works of American Fiction 17901860, Oxford University Press, New York, 1985. T O R I L , Moi: Sexual/Textual Politics, Feminist Literary Theory, Routledge, London, 1 9 8 6 . T R A V I E S O , Clemente: Mujeres de la independencia. Talleres gráficos de México, México, 1964. T R I S T A N , Flora: "'Les couvens d'Arequipa", en Revue de Paris, Paris, novembre 1836, pp. 225-248. - "'Les femmes de Lima", en Revue de Paris, Paris, septembre 1836, pp. 209-216. - Lettres, Editions du Seuil, Paris, 1980. - Pérégrinations d'une paria, A. Bertrand, Paris, 1838. U R R A C A , Beatriz: "Juana Manuela Gorriti and the Persistence of Memor", en Latin American Research Review, Vol. 34, Number 1, 1999, pp. 151-173. " ' Q u i e n a Yankeeland se encamina...', The United States and Nineteenth-Century Argentina Imagination", en Ciberletras, N.° 2, http://www.lehman.cuny.edu/ciberletras. V A N D E N A B E E L E , Georges: Travel as Metaphor. From Montaigne to Rousseau, University of Minnesota Press, Minneapolis, 1992. V E R G A R A Q U I R Ó S , Sergio (comp.): Cartas de mujeres en Chile. 1630-1885, Editorial Andrés Bello, Santiago, 1987. V I D A L , Hernán: Literatura hispanoamericana e ideologia liberal, surgimiento y crisis, Ediciones Hispamérica, Buenos Aires, 1976. V I L L A V I C E N C I O , Maritza: Del silencio a la palabra. Mujeres peruanas en los siglos xixy XX, Ediciones Flora Tristán, Lima, 1992. V I Ñ A S , David: "La mirada a Europa, del viaje colonial al viaje estético", en Literatura argentina y realidad política, Jorge Á L V A R E Z (ed.), Buenos Aires, 1964, pp. 3-80. W A L K O W I T Z , Judith: "'Sexualidades peligrosas", en Historia de las mujeres, tomo 8. El siglo XIX. Actividades y reivindicaciones. Eds. Geneviève Fraisse y Michelle Perrot, Taurus, 1993, pp. 63-97. W A R H O L , Robyn R., y P R I C E H E R N D L , Diane: Feminisms. An Anthology of Literary Theory and Criticism, Rutgers University Press, New Brunswick, 1991. W E I N B E R G , Félix: "El salón literario de 1 8 3 7 " , Librería Hachette, Buenos Aires, 1 9 7 7 . - "Sarmiento, Alberdi, Varela, viajeros argentinos por Europa". Domingo F. S A R M I E N T O : Viajes por Europa, Africa i América. 1845-1847, Javier F E R N Á N D E Z (ed.), Colección Archivos, España, 1993, pp. 1005-1026. W E S T L I N G , Louise H . : The Green Beast of the New World. Landscape, Gender and American Fiction, The University of Georgia Press, Athens and London, 1996. W H I T A K E R , Arthur Preston: Latin America and the Enlightenment, Second Edition, Cornell University Press, Ithaca, 1961. Z A M U D I O , Adela: Noche de fiesta, Ediciones Isla, La Paz, Bolivia, 1 9 8 3 . Z A N E T T I , Susana E.: "Búcaro Americano, Clorinda Matto de Turner en la escena femenina porteña", en Mujeres y cultura en la Argentina del siglo xtx, Feminaria Editora, Buenos Aires, 1994. Z U C C O T T I , Liliana Patricia: "Gorriti, Manso, de las Veladas literarias a las conferencias de maestra", en Mujeres y cultura en la Argentina del siglo xix, Lea F L E T C H E R (comp.), Feminaria Editora, Buenos Aires, 1994. - "Los misterios del Plata, el fracaso de una escritura pública", Revista Interamericana de Bibliografia, Vol. XLV, N.° 3, 1995. TODOROV,

Las mujeres toman la palabra Escritura femenina del siglo xix en Hispanoamérica Vol. II ANTOLOGÍA María Cristina Arambel Guiñazú Claire Emilie Martin

Las mujeres toman la palabra Escritura femenina del siglo xix en Hispanoamérica Vol. II

ANTOLOGÍA María Cristina Arambel Guiñazú Claire Emilie Martin

Iberoamericana • Vervuert • 2001

Die Deutsche Bibliothek - CIP - Cataloguing-in-Publication-Data A catalogue record for this publication is available from Die Deutsche Bibliothek

Reservados todos los derechos © Iberoamericana, Madrid 2001 Amor de Dios, 1 - E-28014 Madrid Tel.:+34 91 429 35 22 Fax: +34 91 429 53 97 [email protected] www.iberoamericanalibros.com © Vervuert, 2001 Wielandstrasse. 40 - D-60318 Frankfurt am Main Tel.: +49 69 597 46 17 Fax: 49 69 597 87 43 [email protected] www.vervuert.com ISBN 84-8489-010-4 (Voi. II) (Iberoamericana) ISBN 84-8489-008-2 (Obra completa) (Iberoamericana) ISBN 3-89354-134-9 (Vervuert) Depósito Legal: M. 35.697-2001 Cubierta: Diseño y Comunicación Visual Impreso en España por Imprenta Fareso, S. A. Este libro está impreso íntegramente en papel ecológico sin cloro

Í N D I C E GENERAL

INTRODUCCIÓN

9

C A P Í T U L O I : L A EPÍSTOLA

11

C A P Í T U L O I I : E L ENSAYO

53

C A P Í T U L O I I I : E L RELATO DE VIAJE

71

C A P Í T U L O I V : L A AUTOBIOGRAFÍA

103

C A P Í T U L O V : E L CUENTO

145

C A P Í T U L O V I : L A NOVELA

165

INTRODUCCIÓN

Todos los que se han interesado en la escritura femenina del siglo xix en Hispanoamérica han debido afrontar la dificultad de hallar los textos; semiolvidados en las Bibliotecas de sus respectivos países o confinados a ediciones agotadas, su hallazgo ha requerido una búsqueda persistente. La presente antología facilita un primer encuentro que esperamos sirva como punto de partida a un interés creciente en su estudio. Acompaña al primer volumen de Las mujeres toman la palabra. Escritura femenina del siglo xix en Hispanoamérica, dedicado al estudio crítico. Por ello, en este volumen seguimos el ordenamiento de aquél e ilustramos las proposiciones allá avanzadas. La división en capítulos por géneros facilita comprender la evolución de la prosa femenina. Este desarrollo, relacionado indiscutiblemente con los hechos políticos, la apertura de la educación para la mujer y las costumbres sociales en vigencia, hace notar de continuo los grandes problemas que las escritoras, en su mayoría pertenecientes a clases sociales altas, debieron afrontar para lograr expandir el campo de sus actividades. El primer capítulo, dedicado a la epístola, incluye cartas de amor de la condesa de Merlin, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Manuela Sáenz y Carmen Amagada; otras, de temas políticos y familiares pertenecen a Mariquita Sánchez. El segundo, reúne ensayos sobre temas de actualidad en los que Juana Manso, Clorinda Matto de Turner y Mercedes Cabello de Carbonera combaten las políticas en boga ofreciendo, como contrapartida, opciones revolucionarias. En el tercer capítulo, las selecciones de los relatos de viaje de la condesa de Merlín, Eduarda Mansilla y Juana Manuela Gorriti muestran en cuánto varían tanto las preocupaciones como las modalidades literarias de las autoras. Sin lugar a dudas, expresan ideologías que varían según los contextos de que provienen y en que se mueven. Las selecciones de las primeras autobiografías seculares, en el capítulo IV, ilustran la necesidad de revalorar el yo autorial desde la posición de margina-

10

M. C. Arambel Guiñazúy

C. E. Martin

ción cultural en la que sus respectivas sociedades quieren colocar a las autoras. Incluimos allí selecciones de la condesa de Merlin, de Gómez de Avellaneda y de Juana Manuela Gorriti. Los cuentos de las argentinas Juana Manuela Gorriti y Eduarda Mansilla, en el capítulo V, ilustran los inicios de un género que será plenamente desarrollado en el siglo xx. Finalmente, el capítulo seis, dedicado a la novela, el género más extensamente practicado por las mujeres del siglo xix, incluye selecciones de las románticas Juana Manso, Eduarda Mansilla y de las iniciadoras del realismo peruano, Clorinda Matto de Turner y Mercedes Cabello de Carbonera. Desde perspectivas a veces divergentes comentan sobre la situación política y social de sus países. Esperamos que los textos elegidos les permitan a críticos, académicos y estudiantes establecer diálogos enriquecedores tendientes a mejorar el conocimiento de estas autoras poco estudiadas. Somos fieles a los textos y conservamos el estilo de las autoras aunque en muchos casos hemos modernizado la ortografía con el fin de facilitar la lectura.

CAPÍTULO I L A EPÍSTOLA

C O N D E S A DE M E R L I N

(La Habana 1789-París 1852)

La correspondencia amorosa de la condesa con Philaréte Chasles (1839?1849) sigue el desarrollo de una relación que combina el amor, la colaboración intelectual y los negocios. Sorprenden las irrupciones de una contabilidad meticulosa en el discurso sentimental. La autora confunde en el espacio de la carta la dimensión económica de su relación con Chasles (préstamos, encargos, pedidos de dinero) y su pasión amorosa. *

*

*

CORRESPONDENCIA ÍNTIMA

[...] ¿Sabéis, amigo, que empiezo a temer veros muy a menudo? El sol de vuestro talento me deslumhra hasta tal punto, que permanezco en las tinieblas cuando os alejáis; de modo que los ojos de mi alma, fatigados de ya no ver nada, se cierran, y luego, también ellos, a su vez, se convierten en tinieblas... He ahí un verdadero galimatías oriental, como hay pocos. Pero lo que es más claro, y siempre verídico, es que me gusta, por encima de todo, hablar con vos, porque os comprendo, porque me comprendéis y porque en eso reside la vida del espíritu. También ello tiene sus inconvenientes, y hasta sus peligros... Pero, ¿no son éstas las condiciones que presiden todas las cosas de nuestro paso por el mundo? Y después, a la buena de Dios, viento en popa, y ¡sálvese quien pueda! Y, a propósito, he vuelto a ir esta noche a ver el encantador Ballet, y no habéis venido... Al diablo vuestros sorbónicos doctores (¡que Dios me perdone si he prejuzgado!), y su bagaje científico. No sé por

12

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

qué os escribo tan locamente, pues no estoy nada alegre... Cada vez comprendo menos esta facultad de parecer distinto a lo que se es; este arma ofensiva y defensiva, que puede ser una virtud, o ¡un crimen!, que previene el peligro, y he ahí el puñal del asesino, a veces criminal y sublime otras, que esconde siempre bajo su antifaz lo más bello que existe en el universo: la verdad. Amigo mío ¡qué atento seríais viniendo a cenar conmigo, hoy lunes! Hallaríais en mi casa a una dama que mucho os ama, y cuento con este apoyo para decidiros. Me voy el viernes o el sábado; juzgad si sería dichosa viéndoos llegar antes de las seis... No espero más respuesta que vuestra agradable persona, a la cual nos permitiremos secuestrar parte de la velada. Adiós. Vuestra de corazón. - M . Hoy, jueves, a las dos de la mañana, medio dormida. [...]

¿1840? ¡Pobre amigo mío! Dios mío, ¡cuántas penas! Y me las ocultabas, a mí que te amo con toda el alma, a mí que no puedo ya vivir sino tu vida, feliz o miserable... ¿No has pensado nunca en el dolor que tu silencio debía causarme? Vierto lágrimas de dolor y de indignación, pensando en tus angustias, y quisiera dar mi sangre y mi vida para salvarte, no sólo porque te considero como cosa mía, sino porque es una vergüenza para este siglo rapaz y material ver a un hombre de tu mérito, luchando con la pobreza, sin que haya un alma que acuda para socorrerte. Pero, ten ánimo, amigo mío, la justicia se hace esperar a menudo, pero siempre llega. Esa deuda infernal era ya lo bastante, sin ver a tu hijo en peligro... Y, sin embargo, mi corazón me dice que no lo perderás. Quisiera que pudieses, en un momento de calma, decirme a cuánto se eleva el total de tu deuda, y a cuánto ascienden las deudas ejecutorias; es decir, aquellas que llevan consigo la pérdida de la libertad corporal. Tengo una idea sobre el particular. Añadirás el importe de lo que ya tienes en la Caja de consignaciones... Tengo un proyecto, te lo repito; pero escríbeme, te conjuro que lo hagas y no me abandones cuando tan desgraciado eres, porque me haces un mal atroz. Tengo entre las manos de mi notario dos mil quinientos francos. Te envío adjunta una carta-orden para que te entregue mil; si te hace falta todo, no tengas reparo, te dejo dueño de disponer de ello; no tienes más que decir una palabra; no me rechaces, querido mío. Ya me lo pagarás más tarde, o, lo que más valdría, terminando de arreglar mi manuscrito en seguida, porque tengo esperanza de poder ayudarte con el producto de la venta. Además, envíame seguidamente,

Capítulo I: La

epístola

13

en un paquetito, por la diligencia, el manuscrito inglés, que debe estar terminado... ¿Verdad que me lo enviarás? 1 Adiós, querido de mi corazón. Sufro horriblemente... Escríbeme diciéndome cómo va tu hijo... Escríbeme más a menudo, no me abandones así, todo vale más que eso... Te estrecho mil veces contra mi corazón. No tengas reparo por ese dinero, querido, es tuyo... no me lo rechaces, porque me harías sufrir... [...]

Badén, 17, sábado, doce noche (184I)2 Llegada el 20 o el 21 Contestada el 21, miércoles Respuesta llegada el 25 o el 26 Os quejáis de mi crueldad y sois mil veces más cruel para conmigo, diciéndome que teméis una desgracia, sin explicarme de qué naturaleza, entregándome así a las más vivas inquietudes. ¡Amigo cruel! ¿Por qué desconocerme de este modo? Pero mi única venganza fué confiada a mi carta de ayer. Sin embargo, al escribir la sincera expresión de mis buenos sentimientos, me creí firmemente que os enviaba un específico muy por encima de todas las drogas de vuestro médico. Ahora empiezo a dudar de mi poder, de mi inteligencia, puesto que me ha sido posible expresar mal mis sentimientos. En fin, mi fe se halla quebrantada, sobre todo lo que de mí proviene; vivo con la seguridad de amaros y de obrar bien, y sólo consigo descontentaros y haceros desgraciado. Lo que más me hace sufrir es que pretendáis relacionar otras contrariedades y otros sufrimientos, de los que ignoro las causas, con mi partida; de este modo me hacéis sufrir doblemente. Primero, por el temor de una desgracia que os amenaza y por vuestras tristes preocupaciones, y luego, porque aun sin aceptar la asociación de la que me acusáis, me parece vislumbrar vuestro enojo para conmigo. Os agradezco todos los méritos que os dignáis concederme, pero sé que no los poseo: no soy una mujer en toda la acepción del vocablo -fuerte nada más por arranques y a ratos, débil y ardiente siempre, humil-

1

Hace alusión al manuscrito de Memoirs

of Madame Malibran,

publicadas en 1840

por Colburn. 2

La condesa pasa algunos meses en la estación termal de Badén, Alemania. En otras

cartas, escribe Bade.

14

M. C. Arambel Guiñazúy

C. E. Martin

de cuando ama, soberbia cuando la hieren-, una m u j e r que no se divierte, que, desde que está en Bade, se ha alejado completa y voluntariamente del mundo, que siente hastío hacia todo lo que no es vos, y cuya alma está roída por el fastidio y por la tristeza. Si es esto ser la otra, si esto es orgullo, si esto es estar aburrida de vuestras cartas, pierdo mi brújula, seguramente, porque no soy doctor... ¡No lo dudéis! Vuestra última y vuestra penúltima carta, son bien duras, bien malas; es un feo crescendo, y si la que tengo ante mis ojos no terminara con la palabra "sufro", hubiera esperado la tercera antes de contestaros. ¡Os lo suplico! Cesad las reticencias, cuando de vuestra suerte se trata, y si tenéis motivos de penas, confiádmelos, y así os desahogaréis... Empiezo a temer que no vengáis a ver a Golbéry... ¡Qué felicidad si yo hubiese podido llevaros!... Pero hay goces sobre los que precisa arrojar un velo, por temor, no de ser deslumhrado, sino tal vez de morir. Adiós. Escribidme y hacedme saber lo más pronto posible si habéis recibido mi carta del 10. Estoy intranquila, y más tarde os diré por qué. Habéis debido recibirla el 13 o el 14. Creo que haya caído en manos infieles. Si las recibís con retraso, examinad detenidamente el sello, para ver si no ha sido abierta. Luego os he escrito el 16. Decidme siempre la fecha de las cartas que recibís. Habíais empezado a numerar vuestras cartas; continuad haciéndolo, y yo comenzaré por ésta 3 .

[...] Badén, 23 de julio de 1841 Llegada el 26, contestada el 26 Salida el 27 Contestación llegada el 20 Réplica el 3 de agosto No podré nunca deciros lo que sufro pensando en todas vuestras contrariedades. ¿Vos ese lugar? Pero quizá no se trate sino de un atraso del ministro. Meticuloso..., además os ponéis a mal, y, ¿con qué y por qué? Dios mío, Dios mío, me hacéis supersticiosa, y cuando ya tenía lo bastante con mis lamentaciones, venís añadiendo vos remordimientos. Si estuvieseis libre, es decir, si fueseis soltero, os ordenaría que vinieseis aquí, para descansar algunos días,

3

Estos temores, característicos de los epistolarios amorosos constituyen un recurso

narrativo que pretende guardar el secreto de la relación. Ver, por ejemplo, la carta de Carmen Arriagada de Gutike del 18 de febrero de 1837 que reproducimos más abajo.

Capítulo i: La

epístola

15

y esto quizá cambiara la suerte. Pero, pero... En fin, ¡ved lo que sea posible!,)', sobre todo, no cometáis ninguna locura... Sí, os amo, y no tengo más momentos soportables lejos de vos sino cuando os leo o mientras que os escribo. Mi corazón os llama muy bajito..., pero os llama. Vuestra tristeza se ha filtrado en mi alma, y apenas tengo fuerza para vivir. Pienso que las aguas cambian mi humor. Pero otras causas más graves y desastrosas me agitan. ¡ Ah, amigo mío! ¿Quién puede calcular cuántos dolores amargos, cuántas inmensas desolaciones puede soportar el corazón humano? No estoy en mis buenos días, como podéis ver; pero, ¿puedo yo ser feliz cuando vos sufrís? ¿Cuando estáis lejos de mí? ¿Ignoráis que soy ya el reflejo vuestro? Badén no está animado, salgo poco, he estado ayer por vez primera en la Conversación, y eso para hacer el bien a un pobre artista ciego: a pesar de mi ejemplo, su concierto le ha producido muy poco, pero acabo de hacer una colecta que le ha proporcionado el triple. El pobre desgraciado me adora... Es ciego por accidente...! Perder la vista después de haber visto! ¡Y, además, tener necesidad de trabajar para vivir, y no poderse dar a sí mismo el menor cuidado personal, sin ayuda... Es un gran infortunio, en verdad. Adiós, amigo mío. Escribidme. No vivo sino leyéndoos. ¡Si supierais lo que experimento, si pudiéseis penetrar en este caos de sentimientos diversos que chocan en mi alma! Creo que ello os haría ser justo conmigo y quererme más. Estoy más contenta de vuestra última carta: sois mejor para conmigo. Habéis debido recibir una mía el viernes 17, me parece, y la del domingo 19... Adiós... ¿Qué deciros?... ¡Qué cruel es el fin de una carta y cuántas cosas buenas se quisieran poner, que no se atreve una a decir, que tanto mal hacen cuando deben guardarse en el corazón! ¿Verdad, amigo mío?... ¿Por qué me habré marchado?... Adiós...

[...]

Bade, agosto, 2, 1841 Llegada el 5 Contestada el 6 Réplica el 9 Llegada el 10 Tenéis razón, amigo mío: no me he portado mal, pero hubiera podido hacer algo mejor, lo cual demuestra con toda evidencia, que el reflejo no vale tanto como la luz, lo cual, a decir verdad, me complace, ya que me ha gustado siempre poder probar, como dos y dos son cuatro, que las personas a las que yo amo valen mucho más que yo. Lo que es real es que he empezado a llevar

16

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

una vida desordenada, la vida de sociedad, que no prueba a mi régimen higiénico, de modo que no me queda tiempo para lo que más me gusta, porque lo empleo en lo que tan poco me place. En primer lugar, estoy en pie a las ocho, para beber vasos de agua y para pasearme, lo que está lleno de encantos para mí (no los vasos de agua sino los paseos). Esta región es encantadora, variada, se hallan perspectivas de gran belleza, enorme independencia, soledad, tanta como se desee, y, además, hay que añadir el mérito de lo nuevo para mí, cuyas... [palabra ilegible] nerviosas se estremecen de piacer al contacto del aire puro de la mañana... pero cuyo corazón, aislado y descontento, llama muy bajito a una felicidad que está demasiado lejos de mí. Regreso a las once, para almorzar y para vestirne. En cuanto termino, llegan las visitas, hasta las cuatro, hora a la que voy al baño, y tomo mis duchas. A las seis como, y a las ocho, o voy al baile o recibo a todo lo más brillante de Badén. He ahí mi vida exterior, en cuanto a la otra, ella os pertenece a todas las horas del día, por el corazón y por el pensamiento... Ayer noche, he dado un concierto... Girardin ha venido para sorprendemos, con sus dos compañeros de viaje. M. Amadeo Briffaut está aquí, y creo que debe escribir dos líneas acerca de lo que en Badén sucede, en Le Temps o en La Presse. Tuvimos ayer noche a las hijas del Príncipe Aug. de Prusia: ¡qué existencia más curiosa la del bueno del Príncipe! Figuraos que, siendo presunto heredero del trono, su familia no quiso que en su primera juventud se casase, temiendo que si tenía un hijo varón, la corona se alejaría de la línea directa, que era la del Principe menor. Más tarde, el Rey actual tuvo herederos, y entonces el Príncipe Aug. no debió tampoco casarse, para que sus bienes no saliesen tampoco de la línea directa. Por lo tanto, este pobre Príncipe se vengó, esposando una después de otra, tres o cuatro mujeres de la mano izquierda, que le han dado hijos a granel, y como el Rey se diera cuenta de lo exigente que había sido, le prometió reconocer a todos sus hijos y de recibirlos en la Corte, como siendo sus sobrinos y sobrinas. Y son precisamente estas sobrinas las que vinieron ayer. Son encantadoras y me han pedido mi retrato, que querían hacer ellas mismas; me adoran, y quieren a todo trance llevarme a Berlín. Los príncipes J. y N. también estaban en mi casa, pero como todo el mundo... Os lo repito, amigo mío: los muertos no resucitan. Cuando la estima se ha ido, en amor, es como el alma que abandona el cuerpo: no queda más que un cadáver... Haga lo que quiera J., no veo en él sino sus defectos. Adiós... Escribidme... Me hace feliz saber que ocupáis ya ese puesto... Pero ello no os conduce cerca de mí. Adiós... - M [...]

Capítulo I: La epístola

17 Bade, 1841 Media noche 1-2

Abandono el baile y todo lo que encierra de fútil, de brillante, de amable y de espiritual, para expresaros mi agradecimiento por vuestra carta del 30 (número 11). ¿Sabéis amigo mío, que no se podría, aunque se quisiera, dejaros de amar? Además, no sé lo que existe entre vos y yo, que parece unir de un modo tan constante nuestras dos naturalezas. ¿Cómo y por qué lo que yo pienso, lo que afecta y lo que creo no haberos dicho nunca, corre, como un fluido magnético e imperioso, los grandes caminos, para ir a derretirse en vuestro corazón y comunicarse a vuestro pensamiento? ¿O será, sencillamente, que la finura de vuestro talento adivina las impresiones de mi alma, por la inocente expresión de mis cartas? ¡Ah! No. Cualquiera que sea la admiración que hacia vuestra perspicacia pueda yo abrigar, no quisiera deber nada más que a ella esta suave simpatía. Prefiero, y con mucho, la primera versión iluminada por una delicadeza de observación exquisita. Lo que os convertiría en mi dueño, como podéis imaginar, de todas formas; pero no temo esa gran ventaja, porque amo, por encima de todo, que los que yo amo me conozcan, aun a riesgo de descubrir mi debilidad. Verdad es que poseo cierto instinto femenino, más bien que de amor propio, el cual me dice muy bajito que tengo en la masa más que ganar que perder... Sí, no estoy alegre, y, sin embargo, trato de aturdirme, cuando menos pongo en ello muy buena voluntad. Hay seres cuya existencia ha sido en dos seccionada, las flores para el exterior, y al interior las espinas, y yo soy de dicho número, lo cual hace que, a fuerza de heridas, la epidermis interior, en vez de endurecer, se ha hecho más sensible, y que mis impresiones se convierten de día en día más vivas y más profundas. Tengo penas, amigo mío, penas muy profundas, que quizá algún día os dé a conocer, y cuya influencia es tal, que pueden turbar mi porvenir, como ya envenenan mi presente. Pero esto no os concierne, amigo mío no os veo sino como un ángel de paz, que puede endulzar mi vida, y nunca turbarla... ¿Acaso me equivoco? Por ello cuento con vos, para amarme y para protegerme contra mí misma, cuando no sea razonable. Adiós, voy a acostarme, pensando en vos... Sobre este particular tendría muchas cosas que deciros... Pero, ¿cómo? ¡Oh, no! Sería preciso que os halláseis aquí para darme valor para que os las dijera... Adiós, amigo, ¡adiós!

[...]

18

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

París, sábado, a las siete de la mañana (1841) [...] Salgo de la cama para escribiros... El lecho me quema. He dormido poco, y en la vela como en el sueño, os he sentido siempre cerca de mí... [...] Lo veo por esa turbación secreta y ardiente, por esos sentimientos tumultuosos (que como los relámpagos durante una doble tempestad, se cruzan en mi alma); lo veo, os amo mucho más de lo que podéis pensar... Sí, porque temo, lloro, me arrepiento y me digo amargamente que en el fondo de la posesión, no hay más que una mujer, y que una mujer es como otra cualquiera y como otras mil mujeres; me echo a llorar y a lamentar Bade y vuestras cartas... No hay extravagancia que mi humildad y mi ternura no eleve como otros tantos fantasmas entre vos y yo; el temor de vuestra inconstancia los domina todos... Una de las crueles condiciones del amor, es que la enfermedad le hace vivir y que la salud lo mata. En todo caso, yo estoy hoy enferma; tengo calentura y creo que hubiera hecho mejor yéndome al campo sin pasar por París. La ausencia hubiera continuado calmando el delirio de mis sentidos, te hubiera amado siempre, tiernamente, sinceramente; pero no hubiera tenido miedo, y mi reino hubiera durado... Ahora, me he dejado destronar, y mi descanso, mi felicidad, mi vida, te pertenecen. Protege todo eso bajo tu sombra.

[...]

20 de octubre de 1843 Recibo solamente hoy, amigo mío, tu carta fechada el sábado 14, y aún cuando te escribo estas líneas velozmente, para rogarte no des mi aderezo de piedras a Lecointe por 450 francos. Pero, ¿es que no lees mis cartas? Te he dicho hace ya alrededor de quince días que me ofrecían nada más que 550 francos, pero que no quería vendérsela por ese precio, ya que apenas se atrevía a ofrecerme 700 francos algún tiempo antes, y que esa rebaja provenía, sin duda, de su visita a M. Fauconnier y su pasante, que creo son dos compadres. He ahí lo que yo te decía, y tú vas a dejársela en 450, porque otro, todavía más ladrón, ofrecía 400. Pero no quiero que se me engañe hasta ese punto, y no quiero desprenderme ni de la diadema ni de nada. Te ruego, pues, le digas que me ha sorprendido mucho que, después de haberme escrito la carta que incluyo a la presente, en la que me ofrece 550, que por mi respuesta rechazo, haya tenido la imprudencia de realizar el negocio por 450, sin tener en cuenta mis instrucciones. Recoge, te lo ruego, sin demora, mi diadema y

Capítulo I: La epístola

19

mis accesorios, y que ya no vuelva a tratarse de esto, a menos que me ofrezca los 700 francos del principio. En cuanto al tratante en caballos, dime si todavía no ha pagado, y avísale que voy a entregar este asunto a mi abogado. Contéstame en seguida si ha pagado o no, también te lo ruego, porque para mí es un suplicio todavía mayor que la mala suerte: son las cosas embarulladas y que nunca terminan. En cuanto a M. Girard, pagaré los 60 francos, que ya no se vuelva a hablar más de ello. Para el desdichado asunto Schoereder, ya no insisto por arreglarlo; te he enviado una carta para él, a ella me atengo. Envíasela y no te ocupes más de ella. No sé qué pastiche de armas, etcétera, había hecho Bertin. Tampoco lo quiero. Como cuento con deshacerme del coche más tarde, será más fácil venderlo sin armas; prohibe que las pongan, así como nuevos resortes; cuanto menos haya que gastar, mejor saldré del paso. Mediante estas saludables y bien decididas medidas (y espero que bien leídas) te libraré por el momento, mi bien amado, de toda zozobra por mis asuntos. Quisiera tan sólo que me enviaras mi cuenta lo antes posible, para saber a qué atenerme. Y ahora hablemos de ti, amigo mío. ¡Qué contenta estoy, sabiendo que te has desprendido de las persecuciones de esos miserables! Ponte a trabajar seriamente; emprende menos cosas y termina más. He ahí a lo que debes entregarte, y así te salvarás. Me hablas de Aubonne, y no me dices dónde está tu mujer, ni si estás más tranquilo. Pero estoy siempre muy triste, triste en el presente y triste pensando en el porvenir. Ya no trabajo; no tengo más que una sola idea, y me veo entregada a una repugnancia profunda de los hombres y de la vida. No hallo entre los hombres sino corazones de piedra y una personalidad repugnante, y en la otra, un conjunto de sensaciones dolorosas, a las que mi alma resiste con trabajo. Gracias por las Lionnes. Pero no haré nada: temo. Pero, ¿qué haces de mis cartas? Te he preguntado lo que había que contestar a Damer y si la dama a la que he hecho entregar mi manuscrito te ha contestado. Damer espera una respuesta en Londres. ¡Contéstame! Adiós, mi amor querido. No me olvides. Escríbeme con más puntualidad. Si juzgo tu cabeza por la marcha irregular de tus cartas, me creeré que estás un poco chiflado. Adiós. No te enfades, y recibe mi corazón en un buen beso.-M. Contéstame sin demora si el tratante en caballos ha pagado o no. Te ruego que anules el asunto Lecointe, y enséñale su carta, y que te enseñe él la mía, que rechaza positivamente. No quiero, ¿entiendes? Le daré (he aquí mi contestación) la diadema en 700 francos; en nada menos, como él había ofrecido, y la corona por 1.100 francos, como precio más bajo: quiero decir once mil francos. No pierdas el nombre de Lecointe. La carta que me ha escrito Lecointe no es de su puño y letra, pero se me figura que es inútil: conoce su contenido: me ofrece 550 y yo rechazo.

[...]

20

M. C. Arambel Guiñazúy

C. E. Martin

Metz, hoy, 30 de octubre de 1843 Mi bien amado: ¿Cuánto haces durar tu silencio, sabiéndome entregada a mortales inquietudes? Carmen es una amiga generosa, y a ella debo mucha calma. Me ha escrito; pero tú no me lo dices, si la has visto o si le has indicado lo que tiene que hacer para retirar la letra. Todavía no he podido conseguir de cuánto es exactamente. Me has dicho vagamente que hacían falta 7.000 francos, y, además, no sabía ni siquiera las señas de mi acreedor. En fin, a Dios gracias, tengo más calma; pero hubiera deseado unas líneas de ti. Te he escrito una porción de cosas que es necesario terminar: Primero, notas indispensables que has olvidado en mi tercer volumen; segundo, saber si fue enviada la carta a Madama Mouttet; tercero, mis cuentas y recibos, porque no quiero volver sin haber puesto en orden mis asuntos, y saber a qué atenerme. Me escribes tan poco y tan corto, que no sé lo que haces, cuáles son los trabajos que has concluido, cuándo regresarás a París, si tu mujer está contigo, etc. Te he causado bastantes trastornos. Te lo agradezco muchísimo, mi buen querido. Ya estoy más tranquila y espero que ya no tardaremos en volvemos a ver. Pero, te lo ruego una vez más, respóndeme categóricamente a mis tres preguntas y terminemos... No sé, en verdad, en qué piensas. Te amo; pero ten cuidado, me parece que el alejamiento comienza a serme nocivo... A pesar de ello, te beso...-M. CON TESTA ME.-MIS NOTAS Y MIS CUENTAS.-Y dame algunos datos acerca del pagaré Charre, ¡el bandido!

[...]

Hoy, 24 de noviembre de 1843 En verdad, amigo mío, empiezo a tener serios remordimientos, pensando en las penas que os he impuesto, y desearía que cuidáseis un poco menos mis intereses y un poco más mi corazón. Estamos a 24 y no he recibido más que tres cartas en todo el mes, o, mejor dicho, tres líneas, tan cortas eran. No os fatigaría con las mías si no fuese tan combatida por el temor de ser ingrata puesto que os dignáis ocuparos de mí de algún modo. Pero os confieso que me parece extraordinario vuestro silencio, y que sería de desear que hubiéseis hecho menos, o que hiciérais más, porque, después de todo, si la ligereza o la inestabilidad de sentimientos tiene su franqueza, se es responsable de sus acciones voluntarias y de las palabras dichas sin provocación, si no delante de un Tribunal humano, cuando menos, ante la probidad de su propio cora-

Capítulo I: La epistola

21

zón. Confieso también que vuestro modo de ser para conmigo me parece tan extraño desde hace algún tiempo, que creo es más digna de nosotros una explicación del motivo de este cambio; porque estos corazones y estas almas tan bien hechas para entenderse siempre, no se entienden ya casi nada, y, lo que aún es más, vos lo encontráis muy natural. Ya lo sabéis, mis sentimientos, sin exageración ni exaltación, son verdaderos y profundos; pero son tan abnegados, que su delicadeza es muy propicia a alarmarse, y me habéis mimado mucho para que podáis emplear conmigo esos medios adoptados por el código refinado (o cínico, si preferís) del mundo, que conduce suavemente hacia la ruptura de las uniones creadas para el placer y rotas por el capricho. Es posible que, por motivos que ignoro, no os interesen ya unas relaciones que antaño fueron felices: tened el valor de decírmelo. No ignoráis que las mujeres orgullosas son muy cómodas. Me parecería despertar de un bello sueño, y eso sería todo. Necesito saber lo que es de esa desgraciada obra, que vos llamásteis nuestra, y que se me figura ocupará en vuestro espíritu el mismo sitio que yo 4 . Es indispensable que se publique en seguida, en inglés, para que pueda yo publicarla en francés. La enviaría al diablo si sólo me hiciese falta a causa de mis intereses pecuniarios; pero estoy asediada por mis compatriotas, y por el premio de oportunidad, que ya se me escapa, por la publicación del nuevo diario de Cassagnac, que está redactado en muy mal sentido y... Pero, ¿para qué hablaros de estas cosas? Adiós, perdonadme si os he escrito tan extensamente. Creo que mi última era del 14 y que la habréis recibido.

[...] Hoy, lunes, 25, por la mañana Os agradezco vuestro buen recuerdo, pero no vuestras visitas, pues venís siempre cuando os halláis casi seguro de no encontrarme. Para un gran filósofo, tenéis muy poca memoria. ¿Queréis venir a cenar conmigo mañana martes? Pero con la condición, si queréis, que hablemos a solas de lo que me interesa, que me consagréis una hora larga, viniendo a las cuatro. ¿Lo haréis así? Pensad en que no saldré, nada más que para esperaros. Si, por casualidad, no podéis venir a la hora indicada, decídmelo hoy mismo y dadme a conocer vuestros día y hora. Gracias una vez más, pero me hace falta veros. Toda vuestra de corazón.-M.

4

Se refiere a la obra de la Condesa Habana.

22

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

Monsieur Philarete Chasles. Instituí. París. Con sumo gusto, amigo mío, cuento con vuestra promesa, y, desde hoy, considero vuestro sábado como si fuese mío. Vendréis a cenar temprano, condenaré mi puerta y leeremos y trabajaremos sin temor de los molestos. ¿Vendréis a cenar el jueves? Tengo prisa por continuar la lectura de vuestra Habana, la cual empezaba a interesarme vivamente. Pero no el jueves, pues ya sabéis que es el día del lasquenet. Por lo tanto, me traeréis el manuscrito el sábado próximo, a las seis. Eso no debe cambiar en nada vuestro amable proyecto del jueves. Toda vuestra, de corazón. Unas líneas de contestación.-M.

23

Capítulo I: La epístola

GERTRUDIS GÓMEZ DE AVELLANEDA

(Cuba 1814-España 1876)

Después de instalarse en España, esta cubana conoce en Sevilla al aristócrata Ignacio de Cepeda. Las cartas que se suceden por más de veinte años testimonian una relación prolongada; la expresión del amor apasionado caracteriza la primera época. Avellaneda es una maestra en el manejo de la retórica del amor y en el uso de máscaras discursivas seductoras. *

*

*

AUTOBIOGRAFÍA Y CARTAS CARTA 6

Señor D. Ignacio Cepeda: He recibido la amable de usted, mi caro amigo, con tanta mayor satisfacción cuanto que informada por Concha de que no estaba usted en Almonte, sino en otra parte, que designó su hermano, y de cuyo nombre no me acuerdo, temía hubiese padecido extravío mi carta. Varias veces mandé una criada al correo y siempre me dijo que no había carta, hasta que ayer, siéndome imposible salir yo, me valí de Concha, la cual fué ella misma al correo y me trajo al momento la suspirada de usted. Celebro que esté usted bueno, como en ella me dice, y menos melancólico que en ésta. Yo, por mi parte, quisiera poder decir otro tanto, pero por desgracia no es así. Mis dolores de estómago me han dado mucho que hacer, y mi melancolía se aumenta cada día. ¡Usted me pide que la venza...! Ciertamente, es grande el influjo que una súplica de usted ejerce en mi corazón; pero en este punto acaso no esté en mi poder el complacer la solicitud de su tierna amistad. Aparte de la ausencia de mi mejor, de mi único amigo, que es suficiente causa para melancolizarme, ¡tengo tantos otros motivos de tristeza! ¡La expectativa de una separación acaso próxima y larga de una madre que amo con ternura! ¡La indecisión en que batallo sin saber aún qué partido tomar ni qué suerte me espera! ¡La necesidad de independencia y el temor de la opinión, que me impide proporcionármela...! En fin, tantas y tantas cosas me agitan al presente (en que según las apariencias se aproxima el día de la crisis), que la amistad misma, la dulce y lisonjera amistad de mi Cepeda no será poderosa a darme tranquilidad. Pero, ¡basta! Hablemos de otra cosa. ¡Yo

24

M. C. Arambel Guiñazúy

C. E. Martin

quisiera que mis cartas fuesen tan risueñas! ¡ah! ya lo veo, ¡imposible! La amargura de mi corazón se mezcla en todas ellas. ¡Perdón! Mandaré mi traducción por el conducto que me indica, pero será luego que tenga tiempo para escribirla, pues el borrador está ininteligible y la única copia leíble que tenía, la he mandado á Cádiz por compromiso. Los señores redactores del nuevo periódico de literatura, que sale en dicha ciudad con el nombre de La Aureola, me han escrito una lisonjera carta rogándome cediese á su periódico algunas de mis composiciones, y, aunque quise negarme, me he visto forzada á complacerles por haber intervenido en el asunto un paisano mío á quien estimo, y que se ha empeñado de un modo, que no podía yo, sin desairarle, mantener mi negativa. Así, pues, he cedido á La Aureola mi traducción, poniendo la condición de que no se imprimiera firmada con mi nombre sino enteramente anónima. Ya enviaré á usted, tan pronto pueda, una copia, y de antemano reclamo su indulgencia. Preciso fuera que usted conociese el original para que formase un juicio exacto de la grandísima dificultad de la traducción. Lamartine, uno de los más grandes poetas de la moderna escuela y acaso el más dulce y fácil, tiene, sin embargo, algo de vago y metafísico en su poesía, y una manera de decir que es ciertamente intraducibie. Sus ideas en muchas composiciones son tan delicadas, que se marchitan, por decirlo así, bajo la pluma del traductor y sus giros son á veces tan atrevidos que intimidan. He procurado en La Fuente traducir con la exactitud posible, penetrándome de los pensamientos é ideas del autor, pero estoy muy lejos de la satisfacción de creer que he logrado imitar con mediano acierto su versificación fluida y armoniosa, y aquel colorido místico y melancólico que distingue sus composiciones. Respecto á mi novela, he sometido sus diez primeros capítulos á la censura de mi compatriota, ya mencionado, hombre instruido y de gusto, que felizmente se halla ahora en esta ciudad, y he tenido el gusto de que mereciese su aprobación 5 . El ha animado mi tímida pluma, asegurándome que la parte descriptiva está trazada con exactitud y variedad y que los caracteres están bien delineados y desenvueltos con vigor. Su bondad le ha hecho propasarse hasta dar al estilo elogios inmerecidos y juzgar de altamente interesante el plan de la novela. A pesar de mi amor propio he conocido el favor de este juicio, pero me ha animado, sin embargo, á continuar haciendo esfuerzos para merecerlo mejor. Ya ve usted, mi buen amigo, que le hablo de cosas que no son más que cosas: ya ve usted que evito un lenguaje, que usted llama de la imaginación y que yo diría del corazón: usted le juzga peligroso y le destierra de nuestras

5

Sab, novela sentimental y abolicionista que Avellaneda publica en 1841.

Capítulo I: La epístola

25

cartas. Yo suscribo á su formidable sentencia, pero ¿qué temes tú, amigo mío? ¿qué peligro quieres evitar? Acaso oyendo y empleando el idioma del corazón ¿temerás no poder impedirle adelantarse demasiado? ¿temerás sentir ó inspirar un sentimiento más vivo que el de la amistad...? Si es cierto, tranquilízate, yo te aseguro que no me amarás nunca sino como á tu hermana, y que en mi alma no hallarás jamás otros afectos que los que hoy día me envanezco de expresarte. Yo he meditado mucho en estos días sobre la naturaleza de nuestros sentimientos, y te lo juro, este examen me ha tranquilizado. Yo perdería mucho si tú dejases de ser mi amigo para ser mi amante. ¡Amantes!... ¡Cercan tantos á una mujer joven y de tal cual mérito! Pero, ¿dónde hallar un amigo como tú? ¡Amantes!... Mira, me empalagan ya; esa cáfila de aduladores que asedian nuestro sexo, me parecen poca cosa aún para divertirse una un rato con sus necios galanteos. ¡Ni puedo yo creer que me amen! Uno me obsequia porque soy una forastera que no conoce, cuya clase acaso j u z g a dudosa, cuyas costumbres ignora y acaso puedan ser fáciles, cuya conquista no le parecerá dudosa, y me obsequia creyendo que puedo ser su capricho, su juguete, su pasatiempo, su placer de algunos días. Otro me obsequia, porque hace profesión de obsequiante de cuantas mujeres bien parecidas se le presentan: sin ideas, sin cálculos, sin esperanzas, sólo por el prurito de galantear y hacer de elegante. Otro me obsequia, porque anda á la cuarta pregunta, como suele decirse, y oliendo donde guisan. Soy americana, y por ser americana supone que soy rica, lo cual basta para que forme sus cálculos de matrimonio. En fin, otro me hace el amor sólo por vanidad: porque se lisonjearía de ser mi novio, no porque yo le guste, sino porque cree darse importancia en la sociedad con la preferencia de una mujer que es celebrada, que dicen tiene algún talento. He aquí, querido Cepeda, los motivos que impulsan á la mayor parte de aquellos que me hacen la corte. Y estando yo en esta persuasión, ¿podré oirlos con otro objeto que el de burlarme de ellos? ¿ Y usted qué hallará en las mujeres que digan amarle? Una dice que le ama, y no ama más que su colocación. Desea un marido, un estado, que es la ambición de las mujeres vulgares, y lo busca en usted. Otra dice amarle, y sólo ama en usted á su pasatiempo, al que le regala el oído y la lisonjea en la sociedad; al que satisface su vanidad, y al que dejaría sin pesar por otro más galán, de más representación social, de más nombradía, etcétera, etc. Otra dice amarle, y sólo ama en usted sus propios placeres, y... ¡oh!, rubor causa decirlo, pero lo vemos cada día para vergüenza nuestra; vemos esta clase de mujeres que degradan la dignidad de su sexo, y son á mis ojos más despreciables que la escoria más vil de la tierra. ¡ Y tal es el amor en nuestra triste y corrompida sociedad! ¿Cómo podía él existir entre nosotros? ¡Oh! ¡No, jamás! Esos profanados nombres de amante

26

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

y querida déjalos á otros y á otras. Tú serás mi amigo, yo tu amiga de toda la vida, y no debes temer que sea degradado nunca el santo carácter de nuestros vínculos. ¿Temerás tú cuando yo no temo? Todo lo dicho te prueba que nada arriesgas en dejar hablar tu corazón. No interpretará la vanidad tus palabras, ni puede tu amiga confundir la expresión de tus sentimientos con la jerga insípida del galanteo, que llaman amor. En cuanto á mí, haré lo que quieras; no te expresaré mi cariño si esto te hace mal, pero ¡me cuesta tanto este esfuerzo! Cepeda, ya lo ve usted; mi pluma corre á pesar mío y dice más de lo que quiero decir. Yo debiera ofenderme en vez de halagar á usted, pero mi orgullo tan susceptible en otras no lo es en esta ocasión. No tema usted, vanidoso, no tema usted, que yo le crea enamorado si usa conmigo un lenguaje tierno. ¿Me cree usted una niña ó una vieja? No tema usted, repito, y para tranquilizarse enteramente, sepa usted que el día en que le creyese á usted enamorado de mí, ese día cesaría de amarle, y no le vería á usted más. Con que con esta seguridad su libertad no corre ningún riesgo conmigo, ni tiene usted necesidad de alarmarse de mi ternura, como si viese en ella un lazo de hierro pronto á aprisionarlo. ¡Amable melancólico! ¡Qué poco mundo tiene usted! Perdóname amigo esta frase, pero me hace gracia, tanta gracia ver tu temor y adivinar tu corazón al través de ese velo con que piensas cubrirlo! Me temes, Cepeda, no lo niegues, temes que me posesione yo de tu corazón, temes los lazos de hierro, que pudieran ser consecuencia de tu amor por mí, y crees evitar algo acogiéndote á la sagrada sombra de la amistad. ¡Oh!, eres un niño si tal crees. ¡Cuánto te engañas, querido, cuánto, si crees que la amistad señalaría límites que el corazón respetara! ¿Qué importa el nombre á los sentimientos? ¿Dejan de ser los mismos? Lo que debe tranquilizarte no es eso, sino el saber que no hallas en mí un enemigo de tu libertad, y que por mi propio interés cuidaré de no dar á tu corazón más vehementes afectos que los que hoy abrigue. Raro, original es el papel que hago contigo. Yo, mujer, tranquilizándote á ti del miedo de amarme. ¡Es cosa peregrina! Pero contigo no soy mujer, no; soy toda espíritu, y ninguna regla es aplicable á este cariño excepcional que me inspiras. Muy larga es esta carta; pero no imitaré yo á los que acaban las suyas jurando (nada menos que jurando) ser más corto en lo sucesivo. Esta es larga; pero aún lo será más la que escriba cuando no se me ordene no usar expresiones que conmuevan demasiado y hagan mucho daño. Nada nuevo ocurre en Sevilla: el primero del entrante comienzan las óperas: se hará dicho día El Juramento, de Mercadante. La Sra. Rossi, nuestra actual prima donna, dicen que es muy buena.

27

Capítulo I: La epístola

El Duque sigue bien, aunque las noches son ya algo frescas. La Alameda Vieja es la que debe estar muy sola, después que se ausentó mi amable misántropo. Yo sigo yendo al Duque, siempre que puedo; y luego iré á las óperas, y a todo lo que se presente. Lamartine comienza una composición suya con este verso: Et j'ai dit dans mon coeur: que faire de la vie? Y yo he dicho á mi corazón: ¿qué haré de la vida? ¡No hay más remedio! Hacer lo que hacen los demás y dejar correr el tiempo. Adiós, mi amado amigo; cuídese usted, diviértase, y vuelva pronto donde le llaman los votos más sinceros de una amistad tiernísima. Expresiones de Concha, y mil afectos de invariable Tula. Sevilla y agosto 28, 1839 P. D. Ruego á usted disimule la incoherencia de ésta, y su poca unidad y defecto de estilo. Veo dado que está rara; pero va según mi cabeza. ¡Tengo tanta confusión en ella! Y luego, mi humor hoy es malísimo.

CARTA 10 Señor D. Ignacio Cepeda. Hasta hoy sábado, que vino el correo general, no se me ha traído la carta de usted, querido Cepeda, y para que ésta no duerma hasta el miércoles en la estafeta, determino enviarla directamente á su casa de usted. Cuando anteanoche me dijo usted que mandase al correo porque me había usted escrito, se olvidó advertirme que la carta venía á mi nombre y no al adoptado en nuestra correspondencia. Así, aunque ayer mandé, no me la trajeron, porque la persona encargada buscó á Doña Amadora de Almonte y no á mi nombre. En fin, ya está en mis manos esta querida carta. ¡Una vez por semana...! ¡Solamente te veré una vez por semana...! Bien: yo suscribo, pues así lo deseas y lo exigen tus actuales ocupaciones. Una vez por semana te veré únicamente: pues señálame, por Dios, ese día feliz entre siete para separarle de los otros días de la larga y enojosa semana. Si no determinases ese día, ¿no comprendes tú la agitación que darías á todos los otros?

28

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

En cada uno de ellos creería ver al amanecer un día feliz, y después de muchas horas de agitación y expectativa pasaría el día, pasaría la noche, llevándose una esperanza á cada momento renovada y desvanecida, y sólo me dejaría el disgusto del desengaño. Dime, pues, para evitarme tan repetidos tormentos, qué día es ese que debo desear: ¿será el viernes? en ese caso comenzaremos por hoy; si no, será el sábado. ¿Qué te parece? Elige tú: si hoy, lo conoceré viéndote venir; si mañana, avísamelo para que yo no padezca esta noche esperándote. En las restantes semanas ya sabré el día de ella, que tendrá para mí luz y alegría. ¡Ya lo ve usted, me arrastra mi corazón, no sé usar con usted el lenguaje moderado, que usted desea y emplea; pero en todo lo demás soy dócil á su voz de usted, como lo es un niño á la de su madre! Ya ve usted que suscribo á no verle sino semanalmente. Pero, ¿no irá usted al Liceo?, ¿ni al baile? Para decidirle á usted ¿no será bastante que yo le asegure no habrá placer para mí en estas diversiones si usted no asiste? No debe usted tener en casa menos confianza que en la de Concha, y puede usted venir con capa, ó como mejor le parezca. Pero si absolutamente no puede usted tener esta confianza en casa, dígame usted dónde quiere que le vea; en casa de Concha ó donde usted designe, y no me sea imposible ir, allí me hallará usted. ¡Cepeda! ¡Cepeda! Debes gozarte y estar orgulloso, porque este poder absoluto que ejerces en mi voluntad debe envanecerte. ¿Quién eres? ¿qué poder es ese? ¿quién te lo ha dado?... Tú no eres un hombre, no, á mis ojos. Eres el Angel de mi destino, y pienso muchas veces al verte que te ha dado el mismo Dios el poder supremo de dispensarme los bienes y los males, que debo gozar y sufrir en este suelo. Te lo juro por ese Dios que adoro, y por tu honor y el mío; te juro que mortal ninguno ha tenido la influencia que tú sobre mi corazón. Tú eres mi amigo, mi hermano, mi confidente, y, como si tan dulces nombres aún no bastasen á mi corazon, él te da el de su Dios sobre la tierra. ¿No está ya en tu mano dispensarme un día de ventura entre siete? ¿Así pudieras también señalarme uno de tormento y desesperación y yo lo recibiría, sin que estuviese en mi mano evitarlo! Ese día, querido hermano mío, ese día sería aquel en que dejases de quererme; pero yo lo aceptaría de ti sin quejarme, como aceptamos de Dios infortunios inevitables con que nos agobia. No me haga usted caso; tuve jaqueca á media noche y creo que me ha dejado algo de calentura; ¿no es verdad? Mi cabeza no está en su ser natural. Adiós. Lo que es esta noche, si usted me ve, será en casa, porque C. ha quedado en venir, y no puedo yo ir á su casa sabiendo viene ella a la mía. Deseo leer a usted un himno patriótico, que acabo de componer, y otros versos á un jilguero.

Capítulo I: La

29

epístola

Adiós otra vez, mi dulce amigo: no conserves ésta, rásgala, te lo ruego. Es una carta de dislates, que sólo la desconfianza de que todas las que escriba hoy salgan lo mismo me hace mandar ésta. Hay días en que está uno no sé cómo: días en que el corazón se rompería, si no se desahogase. Yo tenía necesidad de decirte todo lo que te he dicho; ahora ya estoy más tranquila. No me censures, por Dios. [Está rubricada.]

CARTA 14 Perdone usted que le robe un momento á sus estudios con algunas líneas, acaso inoportunas. Ya se lo he dicho á usted otras veces, que no soy una de esas mujeres razonables que inspiran admiración al hombre que aman, por lo muy sensato de sus procederes. Yo soy incapaz de cierta prudencia; verbigracia: dejar de escribir á usted hoy. Mi corazón es como un niño, que no sufre contradicción, y aunque yo misma me llame, al tomar la pluma, inoportuna, antojadiza é indiscreta, no puedo resistir al deseo de contar á usted..., ¡qué cosas!... ¿Acaso un acontecimiento importante? ¿Una aventura singular? Nada de eso; lo que tengo que contar á usted es... ¡un sueño! No se burle usted ni me crea pueril. Por desgracia, ha formado usted un tan alto concepto de mí, que, para no desmentirlo, casi me veo precisada á ocultar lo que realmente siento. Un ejemplo: me dice usted que no debo ser celosa, porque tengo demasiado talento, y que con celos me pongo al nivel de las mujeres vulgares. De este modo, por no rebajar mi sublimidad á los ojos de usted, me siento impulsada á devorar en secreto mis tormentos. Ahora, del mismo modo, al ceder al deseo de contar á usted mi sueño, casi me avergüenzo, pensando que voy á parecerle á usted muy inferior á la sublime idea que de mí se ha formado. ¡Vea usted, pues, si es desgracia para una mujer que se tenga de ella un alto concepto! ¿Pero por qué lo ha de tener usted? ¿No le he dicho yo misma que no hallará en mí una de esas mujeres que yo admiro sin comprenderlas, de esas que son tan razonables, tan sensatas, tan superiores á las debilidades y caprichos del corazón, que ni sienten celos, ni sueñan cosas que les cause una viva impresión y que no pueden callar? Yo se lo he dicho á usted, que soy como Dios me ha hecho y no como yo quisiera ser, y no es culpa mía, si no me halla usted tan sublime como se ha figurado, porque se le antojó figurárselo. ¡Mi talento! ¡Ah, Cepeda!... ¿Crees tú que el talento sea un antídoto contra la sensibilidad? ¿Te parezco una mujer vulgar cuando me siento morir á la espantosa idea de que otra mujer, acaso indigna de una mirada tuya, reci-

30

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

ba tus caricias, tus expresiones de amor? ¿Me rebajo á tus ojos cuando recelo y tiemblo de ver profanado el objeto de mi culto y de mi idolatría? Los tibios no temen: ¡infelices de ellos!... Ha dicho un gran poeta; y los poetas, en punto á sentimiento, nunca se engañan. Yo nunca he sido celosa, nunca; pero era porque no amaba. Porque á ti, á ti estaba reservado hacerme conocer esta pasión única, que yo me engañé alguna vez creyendo sentir por otro, y á ti, que amo tanto, estaba reservado también hacerme celosa. Pero, ¿no comprendes tú mis celos?... ¿No sabes tú lo que eres á mis ojos? Rodeado estás para mí de una atmósfera de... ¿de qué diré? ¡de santidad! Sí, perdóneme Dios si esta palabra le ofende. Creo que eres sagrado; que nadie, sino yo, tiene el derecho de mirarte, de amarte, de decírtelo. Cuando una mujer ama como yo te amo, no ve un hombre en su amante; ¡no! Es un ángel, es un sér divino, en cuya frente cree descubrir un sello de santidad. ¡Oh! Desgracia al hombre que echa lodo sobre este sello sagrado, y que dice á su amada: "¡Yo no soy más que un hombre!" Yo tengo celos, sí; pero, antes que tú me lo dijeras, no se me ocurrió la idea de que por ellos me rebajase á tus ojos. ¡Cepeda! Una mujer vulgar no ama como yo, ni tiene celos como yo. Una mujer vulgar celaría en ti su novio, yo celo mi ídolo, mi Dios, que tiemblo ver profanado. Pero, aun cuando sea una debilidad de mi corazón este sentimiento, hágame él menos sublime, hágame más vulgar, yo no puedo vencerle. Yo seré sublime en amarte, y esto me basta. Porque yo te amo con un amor que tú mismo no comprendes; ¡yo lo he conocido! No lo comprendes, no. Este culto de mi corazón, esta pasión pura, inmensa, tu corazón no la ha entendido. Yo misma, yo temblaba el ¡legar á amar con todas las fuerzas de mi alma; como que conocía sus inmensas facultades, conocía mi natural tendencia al entusiasmo, y me figuraba en una gran pasión combates continuos, ambición insaciable del corazón, agitación, delirio, y un penoso esfuerzo de la razón contra el sentimiento. ¡Cuán feliz soy al ver que me engañaba! Yo te amo, te adoro; y, sin embargo -¡el cielo me es testigo!-, nunca he sentido mi alma tan llena y satisfecha. Si se exceptúa el disgusto de verte tan de tarde en tarde, y de cavilar en esos amores que tuviste, y acaso tienes aún; si se exceptúa eso, nada me agita, y soy feliz. Desde el momento en que me dijiste que me amabas, y yo te abrí mi corazón; desde aquel momento, que tanto había temido, cesaron todos mis sobresaltos, todas mis vacilaciones. Me sentí feliz, y lo soy cada día más. No, yo no deseo más; yo renuncio á toda otra felicidad. ¿Cuál

Capítulo i. La

epístola

31

es superior á la de amarte y ser amada de ti? ¿Me creerás, empero, si te digo que, con todo este amor, yo no deseo inspirarte eso que los hombres llaman pasión? No, yo quiero que me ames con extremo, con vehemencia, como yo te amo; pero no quiero que tu amor difiera del mío. Creo que me entenderás: una queja me has dado anoche, que me fué dolorosa. ¡Por Dios, no des motivo de que vuelvas tenerla! ¡Cepeda! Tú no me has conocido; tú no has comprendido mi amor. Yo quiero tu corazón, tu corazón sin compromisos de ninguna especie. Soy libre, y lo eres tú; libres debemos ser ambos siempre; y el hombre que adquiere un derecho para humillar á una mujer, el hombre que abusa de su poder, arranca á la mujer esa preciosa libertad; porque no es ya libre quien reconoce un dueño. Si el mundo fuese más puro, más santo; si volviésemos á la edad de inocencia en que este mundo viejo y corrompido era aún joven y puro, entonces yo no sé cuáles serían mis opiniones; pero hoy día sé que el hombre que es amado con idolatría, con veneración, puede hacerse culpable de egoísmo y crueldad cuando se reviste con el derecho de superioridad. ¿Y qué mayor superioridad que la de ser árbitro del destino de otro? Creo que me comprenderá usted, ¡Cepeda! Yo no estaría tranquila si no le dijese á usted que no me ha comprendido, y que yo sería despreciable á mis propios ojos si la pureza de mi corazón no justificase la demasiada franqueza que con usted me permito. ¡Dios Mío! Y usted ha creído... basta. ¡Mi sueño ahora! Atención. He soñado anoche que hoy, mientras yo estaba en el teatro, usted recibía una visita muy interesante. En el sueño, le veía yo a usted, lleno de remordimientos, decir, mientras pasaba muy agradablemente la noche: "¡Pobre T... ! ¡Y ella creerá que no voy al teatro por estudiar!..." Este sueño, como soy supersticiosa, me tiene embromada. Sin embargo, nada exijo para tranquilizarme. Sabe usted que no quiero las cosas sino libre y espontáneamente. Lo que se pide ya no es voluntario. Adiós. [Está rubricada.]

32

M. C. Arambel Guiñazúy

C. E. Martin

MANUELA SÁENZ

(Ecuador 1797-1856)

En las cartas de amor que Sáenz le dirige a Simón Bolívar sobresale la fuerza vital que anima sus ansias de pasión y de libertad. Sáenz deja a su marido por el libertador con quien colabora en la campaña independentista. Llega incluso a participar en algunas de las batallas. Comparado a otros epistolarios amorosos, éste llama la atención por la expresividad de las imágenes eróticas. *

*

*

CARTAS A SIMÓN

BOLÍVAR

Huamachuco, a 26 de mayo de 1824 General Simón Bolívar Señor mío: He de decirle a usted que mi paciencia en no ver su ánimo disponible hacia su amiga, que le es sincera, tiene un límite. Usted que tanto hablaba de corresponder gentilmente a los amigos, duda en escribirme una línea; esto me provoca una agonía fatal, pues no encuentro que satisfaga mis interrogantes acerca de usted o de su comportamiento austero, aunque diplomático. ¿He de preguntarle a usted mismo? No, porque ni siquiera piensa en mí, ni su respuesta es espontánea. Téngame un poco de amor, aunque sólo sea por lo de patriota. Manuela

Huamachuco, a 30 de mayo de 1824 General Simón Bolívar Muy Señor mío: Me pregunto a mí misma si vale la pena tanto esfuerzo en recuperarlo a usted de las garras de esa pervertida que lo tiene enloquecido últimamente 6 .

6 Manuela se refiere a la nueva amante de Bolívar, Manuela Madroño, de 18 años, a quien Bolívar conoció en Huaraz, cuando a su arribo fue coronado por aquélla. Ante tal situación y llevada de los celos, Manuela Sáenz pensará por primera vez en el suicidio.

Capítulo I: La

epístola

33

Diría usted que son ideas absurdas. He de contarle que sé los pormenores de muy buena fuente, y usted sabe que sólo me fío de la verdad. ¿Le incomoda mi actitud? Pues bien: tengo resuelto desaparecer de este mundo, sin el "permiso de su Señoría", ya que no me llegará a tiempo, debido a sus múltiples ocupaciones... Manuela

Huamachuco 16 de Junio 1824 A.S.E. el Libertador Simón Bolívar Mi querido Simón Mi amado: Las condiciones adversas que se presentan en el camino de la campaña que usted piensa realizar, no intimidan mi condición de mujer. Por el contrario, yo las reto, ¡Qué piensa usted de mí! Usted siempre me ha dicho que tengo más pantalones que cualquiera de sus oficiales ¿no? De corazón le digo: no tendrá usted más fiel compañera que yo y no saldrá de mis labios queja alguna que lo haga arrepentirse de la decisión de aceptarme. ¿Me lleva usted? Pues allá voy. Que no es condición temeraria ésta, sino de valor y de amor a la independencia (no se sienta usted celoso). Suya siempre Manuela

Lima, a mayo 3 de 1825 A.S.E. General Simón Bolívar Mi amor idolatrado: En la anterior comenté a usted de mi decisión de seguir amándole, aún a costa de cualquier impedimento o convencionalismos, que en mí no dan preocupación alguna por seguirlos. ¡Sé qué es lo que debo hacer y punto! N o hay que burlarse del destino (éste según usted es cruel, despiadado). No, yo creo que, por el contrario, nos ha hecho encontrar, nos dio la oportunidad de vernos e intercambiar opiniones de aquello que nos interesaba, de la causa patriota y, desde luego ... Si no sabemos aprovechar esto, después se vengará de nosotros y entonces no tendrá misericordia ni piedad. Usted que me tenía un poquito de amor ha permitido que la ilusión de usted se pierda, y yo veo todo con desesperanza. En todo lo que usted me escribe, deseo conocer algo de su pensamiento, como queriendo convencerme a mi manera y a mí misma, que usted tampoco está dispuesto a cortar

34

M. C. Arambel Guiñazúy

C. E. Martin

nuestra relación. Véalo por usted mismo: nada hay en el mundo que nos separe, que no sea nuestra propia voluntad. La mía es seguir a costa de mi reposo y mi felicidad. ¿Qué dice usted? Suya, Manuela

Lima, a 5 de mayo de 1825 A.S.E. General Simón Bolívar Muy señor mío: ¿Por qué se ha ido usted sin mí? ¿No ve que me ha hecho sufrir mucho? Dígame dónde está. Estoy muy triste, pero no puedo juzgarlo. Sé que al alejarse ha querido evitarme un gran dolor. Usted tiene un corazón de oro, eso lo sé. Sin embargo no quiero que se desobligue de mí. Yo que estoy enferma de ansiedad y loca por la ausencia de usted; únicamente puedo soportarlo todo a su lado; me sobra mucho ¡demasiado amor para dárselo! Lo único que me importa es su amor, sentirme segura en sus brazos. Ahora dirá usted que soy libidinosa por todo lo que voy a decir: que me bese toda, como me dejó enseñada, ¿no lo ve? ¿Cómo me las arreglaré sin la presencia de usted? Pregunto ¿por qué me ha dejado enamorada? ¡Con el alma en pedazos! Usted dice que el amor nos libera. Sí pero juntos. Eso fue comprobado por lo de Junín; de lo contrario me siento encarcelada en mi desasosiego7. No le pido que piense en mí, dígame que me ha amado a mí más que a ninguna otra. Perdóneme el fastidio de mi delirio, pero es que lo adoro; soy una mujer enamorada; tenga usted un poquito de compasión y consideración por mí. Sé que lo que voy a decir no le gustará pero sí: me muero de celos al pensar que podría usted estar con otra; pero yo sé que ninguna mujer sobre la faz de la tierra podría hacerle feliz como yo. ¿Orgullo? Piense usted que sí, ¡pero es la verdad más dichosa! Por su amor seré su esclava si el término amerita, su querida, su amante; lo amo, lo adoro, pues es usted el ser que me hizo despertar mis virtudes como mujer. Se lo debo todo, amén de que soy patriota. Suya, Manuela

7

Sáenz participó en la batalla de Junín (agosto de 1824) en la que los realistas fueron

derrotados.

Capítulo I: La

epístola

35 Lima, a 18 de mayo de 1825 General Simón Bolívar

Muy señor mío: Yo sólo sé que usted hace más difícil en cuanto se entretiene en homenajes muy justamente rendidos en honor a la Gloria de usted; cosa que en cierto modo me resarce de su ausencia y me alimenta en lo que en mí refleja su sombra de Gloria. Sí, porque sólo la sombra de usted, mi Glorioso Libertador, es la que me cubre en el absurdo de mi convivencia en este hogar que aborrezco con todo mi corazón. Mi mortificación va en el sentido de la ausencia de usted, aunque no me entristece todavía, pues guardo su imagen constante como aliciente de este desatinado matrimonio que lejos de enriquecerme me envilece, por el desagrado con el que atiendo las cosas de la casa como matrona. Contésteme usted aunque sea solo una línea, ¿sí? Déle vida a esta pobre mujer que amargada por las circunstancias desea solo estar a su lado y no apartada de usted. Suya, Manuela

Guayaquil, a 7 de febrero de 1827 General Simón Bolívar Muy señor mío: Pensé no escribir a usted este correo por lo de Colombia, créame que me apena mucho. Por mi intuición sé que Santander está detrás de todo esto y alentando a Páez. ¿Se fija usted? Cuide sus espaldas. Voy rumbo a Quito por haber sido expulsada junto con el cónsul Azuero y el general Heres desde Lima. En el viaje a Guayaquil, Córdova se mostró displicente para conmigo, aunque no necesito demostraciones de afabilidad, pero sí con usted y con todo lo que tenga que ver en su autoridad como Presidente de la República. En Lima apresaron al General Heres el 26 de enero pasado, junto con los otros jefes militares y en contra de la constitución Boliviana. Bustamante encabezó esta sublevación, negándome que vea a Heres. Acudí a un amigo suyo, cosa que resulta infamatoria por el temor de éste, de que lo descubrieran. Al día siguiente (el 27) me aparecí vestida con traje militar al cuartel de los insurrectos, y armada de pistolas, con el fin de amedentrar a éstos y librar a Heres.

36

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

Mi intento fracasó por falta de apoyo y táctica (qué bien que usted hubiera estado allí); fui apresada y mantenida por varios días, incomunicada totalmente, en el monasterio de las Carmelitas. Sin embargo, varias veces pude lograr escaparme hasta la sacristía y entrevistarme con las personas que le son fieles a su autoridad de usted. Pude repartir algunos pesos entre la tropa y lisonjearme con sus debilidades; pero puesta sobre aviso de que en veinticuatro horas debía embarcarme para Guayaquil o quedar definitivamente presa, opté por salir. Sé que usted se encuentra muy enfadado y no es para menos. Cuánto quisiera estar a su lado y reconfortarlo dándole ánimo. No se preocupe por mí; dése usted cuenta que sirvo hasta para armar escándalos a su favor. Usted cuídese. Si usted me invita voy presurosa en cuanto llegue ésta, Su amor que le ama con locura. Suya, Manuela

Bogotá, agosto 1 de 1828 General Simón Bolívar Señor mío: Le ruego por lo que más quiera en este mundo (que no soy yo), no asista a ese baile de disfraces; no porque usted se encuentre obligado en obedecerme, sino por su seguridad personal, que en mucho estimo; cosa que no hacen sus Generales, ni la guardia. Desista usted ¡Por Dios! de esa invitación, de la cual no se me ha hecho llegar participación, y por esto haré lo que tenga que hacer en procura de su desistimiento. Sabe que lo amo y estoy temerosa de algo malo 8 . Manuela

Sin fecha Mi Simón En mi Soledad y desesperación gimo por la ausencia de usted ¡No ve que es agonía! Dele un poquito de amor a su amor que lo venera. No se haga usted a ruegos, que usted no es de esa calaña. Yo oigo dentro de mí misma la voz de

8

Bolívar no hizo caso del aviso. Sáenz le salvó la vida al presentarse en la fiesta y

ayudarlo a escapar disfrazado.

Capítulo I: La

epístola

37

usted; ¿por qué se niega usted a verme? ¿No es suficiente lo que le digo o me cree usted loca? ¡Sí lo estoy, y perdida! Por su culpa de usted, ¿como no estarlo? Téngame compasión, sí, no se olvide de mí. Sabe que yo soy sólo suya. ¿Quiere que vaya? ¿Viene usted?

(Carta de Manuela a su esposo Jaime Thorne 1829) ¡No, no, no, no más hombre por Dios! ¿Por qué hacerme pasar por el dolor de decirle a usted mil veces que no? Señor: usted es excelente, es inimitable. Jamás diré otra cosa si no lo que es usted. Pero, mi amigo, dejar a usted por el General Bolívar, es algo; dejarle por otro marido, sin las cualidades de usted, sería nada... Y usted cree que yo, después de ser la predilecta de este General, por siete años y con la seguridad de poseer su corazón, prefiera ser la mujer del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo o de la Santísima Trinidad? Si algo siento es que no haya sido usted algo mejor, para haberlo dejado. Yo sé muy bien que nada puede unirme a él bajo auspicios de lo que usted llama honor. ¿Me cree usted menos honrada por ser él mi amante y no mi marido? ¡Ah! Yo no vivo de las preocupaciones sociales, inventadas para atormentarse mutuamente. Déjeme usted, mi querido inglés. Hagamos otra cosa: en el Cielo nos volveremos a casar, pero en la tierra no. ¿Cree usted mal este convenio? Entonces diría yo que era usted muy descontento. En la Patria Celestial pasaremos una vida angélica y todo espiritual. Como hombre, usted es pesado. Allá todo será a la inglesa, porque la vida monótona está reservada a su Nación. (En amores, digo, pues en lo demás quienes más hábiles para el comercio y la marina?). El amor, les acomoda sin placeres, la conversación sin gracia: el caminar despacio; el saludar con reverencia; el levantarse y sentarse con cuidado; la chanza sin risa. Estas son las formalidades divinas. Pero yo, que me río de mí misma, de usted y de estas seriedades inglesas, etcétera, ¡qué mal me iría en el cielo! Tan mal como si fuera a vivir en Inglaterra o en Constantinopla, pues, los ingleses me deben el concepto de tiranos con las mujeres, aunque no lo fue usted conmigo, pero sí más celoso que un portugués. Eso no lo quiero yo. ¿No tengo buen gusto? Basta de chanzas, formalmente y sin reírme, con la sinceridad, verdad y pureza de una inglesa, digo que no me juntaré más con usted [...]. Usted anglicano; y yo atea. Es el más fuerte impedimento religioso. El que yo estoy amando a otro, es mayor y más fuerte. ¿No ve usted con que formalidad pienso? Su invariable amiga. Manuela.

38

M. C. Arambel Guiñazúy

C. E. Martin

CARMEN ARRIAGADA DE GUTIKE

(Chile, 1807-1900)

Las cartas de amor de Arriagada al pintor alemán Juan Mauricio Rugendas expresan el aislamiento y la carencia intelectual sufridos por la autora en un ambiente provinciano asfixiante. Su matrimonio con Eduardo Gutike a los diecisiete años la obliga a someterse a una relación legal de conveniencia. El epistolario abarca un largo período (1835-51) y cubre una amplia gama de sentimientos. Lo más notable sea quizás la maestría que despliega en el uso de la retórica romántica para expresar las vivencias de su intimidad.

CARTAS Talca, 18 de febrero de 1837 Mi bien amado! Cuántos largos y penosos días desde que pude escribirte han pasado, sin poder procurar este único placer a mi alma afligida! Cuánto he deseado escribirte! Cuánta necesidad he tenido de confiarte mis pesares! Pero, imposible; no tengo un momento mío, se me vigila y ni tomar un libro puedo sin que no se vea qué libro es. Oh! mi tierno amigo! todo es dolor para tu infeliz amiga. El mismo día que, en Bilbao, recibí tu tierna carta, llegó allí G. en los mismos momentos que yo la leía; por una feliz casualidad pude ocultarla y sólo a ratos y llena de inquietud podía imponerme de las dulces expresiones de tu amor. Mauricio! tú me amas, sí; tú me amas y tu amor es el único encanto de mi vida; sin él, créeme, amigo, la vida es para mí un desierto y yo me abreviaría el camino; pero tú eres el punto donde se fijan mis lánguidas miradas, y si el destino nos veda para siempre volvernos a ver al menos me quedará el grato consuelo de que he tenido un amigo cuya alma generosa y sensible me amó con ternura. •Lo que me aflige en el alma es no poder escribirte con frecuencia, y quizás se pasarán meses sin que lo logre. O, mi R., no atribuyas a mí mi silencio, no lo creas falta de tu amiga; mi alma desea comunicarse con la tuya, mi corazón es el mismo; pero no puedo sin exponerme escribirte; aun puesta la carta en el correo, temo que pregunte, como es amigo del administrador, y la

Capítulo

I: La

epístola

39

saque. Está lleno de desconfianza, no pierde la ocasión de hacerme sentir sus sospechas, que van más allá de la realidad, así es que mi vida pasa lo más penosa posible. Ya ha influido sobre mi salud, pues de resultas de un disgusto que tuvimos en B. 9 en momentos en que yo no debía agitarme, me siento otra vez mal, tengo continuas fiebres y una tristeza y languidez muy incómoda. Ayer tomé un emético. Oye lo que dió origen a todo esto. Había yo copiado para ti aquellos bonitos versos del libro de D. 10 Je suis á toi y los tenía en mi escritorio, pero no más que una simple copia. Una noche, cuando te escribí con el propio" de D. los leyó y al momento infirió que eran para ti y de palabra en palabra, exigiendo que yo no te escribiese más de ningún modo, llegó hasta decirme las expresiones más degradantes, en fin, como persuadido de mi falta. Yo esta noche no hice más que responder con calma y lágrimas a sus insultos. Al otro día se pasó en una perfecta indiferencia, pero al siguiente, no sé por qué, se renovó la disputa y repitió sus insultos y te ofendió tanto y quiso que yo viviese en una completa esclavitud, diciéndome que éste era el único medio de vivir tranquilos, que yo dije "No, supuesto que ya tú me sospechas de un hecho semejante, si como lo dices, crees rotos los lazos que nos unían, si ves en mí una mujer en quien has perdido la confianza, yo no quiero que se me esclavice ni que se me sospeche con cada persona que me muestra atenciones; de consiguiente no quiero vivir más contigo, elige el convento que más te agrade y en el día llévame a él. "No, me dijo, no necesitas irte a un convento; quédate en el mundo, embárcate, vete en busca de tu R. y sigue tu vida". N o pude entonces contener mis lágrimas y le juré que no viviría más con él, pero que tampoco te buscaría a ti, mismo si estuvieses en el pueblo; que quería encerrarme en un convento en donde, aunque el mundo me acusaría, pasaría mis pocos días sin continuos disgustos. Cuando él me vió tan resuelta, me dijo con calma "No hay necesidad de esto; tú te quedarás donde gustes, yo realizaré mis negocios, te devolveré lo que existe de tu patrimonio 1 2 y me marcharé al Perú 1 3 ; desde allí trabajaré para reembolsarte lo que te faltase y viviremos cual si nunca nos hubiésemos conocido". Te confieso, mi amigo, que olvidé mis enojos y me enterneció la idea de verlo solo, lejos de la única persona que debía amarlo, me callé y permanecimos sin hablarnos por tres días, hasta la víspera de venirnos que, sin duda

9

Bilbao.

10

Drewtke.

11

Mozo.

12

La mayor parte había desaparecido por los malos negocios de Gutike.

13

Allí había estado en la Expedición Libertadora, con el general San Martín.

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

40

temiendo que de aquí yo pudiese realizar mi proyecto, vino a mí y abrazándom e m e dijo: " N o s separaremos; pero antes no podemos menos que confesar que nos a m a m o s un día y se m e rompe el corazón de pensar que así concluyen o n c e a ñ o s de unión; si te he o f e n d i d o p e r d ó n a m e " y sus l á g r i m a s m e inundaban el rostro. A h o r a tú, mi tierno a m i g o , mi g e n e r o s o R., d a d m e un c o n s e j o . Primero q u e r e n u n c i a r a tu c o r r e s p o n d e n c i a , a tu amor, estoy pronta a s a c r i f i c a r l o todo. Pero tú que has sabido sacrificar los goces del a m o r a tus principios, figúrate a tu amiga, a la que amas, encerrada en un convento, llevando sobre sí la execración pública, despreciada de los unos e inspirando c o m p a s i ó n a los otros. Compasión yo! Oh! que esta idea es cruel y humillante para tu altiva amiga. N o tengo paciencia para sufrirla y menos dura j u z g o la muerte más violenta. Pero ello es consecuencia de una separación cualquiera. A l m a de mi vida! Q u e r i d o mío, d a d m e un consejo, a nadie quiero creer sino a ti; tú m e dirás siempre lo mejor y yo lo ejecutaré con gusto. N o te a m o más que todo en el m u n d o y no me amas tú lo mismo? N o debo tener toda confianza en ti? Sí, y la tengo y te creeré c o m o el genio destinado a velar sobre mi suerte. Indio querido! no te aflijas por lo que te he escrito; el corazón de tu C. es y será siempre tuyo y con tal que la a m e s pasa con gusto las penas. Con cuánto placer contemplo tu retrato; al momento de llegar lo saludo, y Mauricio, mi Mauricio, le dije, te amo y te amaré siempre, este j u r a m e n t o lo recibe tu retrato, tus cabellos, los libros que fueron tuyos; en fin, todo. Estoy en inquietudes por la carta que te escribí la semana después que te fuiste, no sé si la has recibido, fué bajo cubierta de C.; yo no he recibido más que una tuya; estoy ansiosa de saber de ti. Es p r e c i s o m u c h a cautela p a r a e s c r i b i r n o s ; j u z g a q u é m a l e s traería el extravío de una carta o si llega G. a tomarla 1 4 . M e llegan tus cartas de B. tu esquela de a bordo. Bien mío! en todos m o m e n t o s te acuerdas de mí, cuánto te lo agradezco, qué feliz m e hace tu amor! Consérvamelo mi Indio; cuídate y trata de no afligirte. Dios mío, y mis cartas no las has recibido, qué será de ellas! Sueñas con tu China y ella tiene tu imagen continuamente en su imaginación; te nombra también en su corazón. Leo y releo las cartas de Jacobo, creo tenerte a mi lado y hallo tanta semej a n z a entre ti y aquel fogoso italiano que lo quiero de veras, pero qué diferencia de Teresa y tu China; esta idea me aflige. A u n q u e lo deseo no puedo escri-

14

Las prevenciones de Amagada recuerdan las señaladas por la condesa de Merlin.

Ver nota 3 en este capítulo. Ver también la carta de Arriagada del 25 de abril de 1837, p. 44.

Capítulo I: La

41

epístola

birte más; tengo mucha debilidad; resultas del emético de ayer y G. no tarda en volver, salió a caballo y llegará luego. Tú que expresas tu amor tan bien sientes no hacerlo mejor, y yo que estoy incapaz de expresar la más pequeña parte de lo que siento, qué te diré! Créeme si no estuviera tan llena mi alma de amor por ti no podría decirte una palabra, tal es el estado de mi cabeza. Adiós, te deseo toda felicidad en tus viajes y te repito que te ama, te adora Tu China Si me escribes por el correo que sea bajo el nombre de Santos Gutiérrez o Matías Zumarán. Qué nombres! Qué disimulo! Memorias a E. ¿Es cierta su quiebra?

[...]

Talca, abril 24 de 1837 Sor. Dn. J. Ceferino Lagos15 Santiago Franca Mi bien querido, mi dulce amigo. Hoy me había despertado gozosa, con la grata idea de que recibiría una tierna carta tuya, amigo mío, mas he visto acabarse el día y el correo aún no ha llegado, pasaré una noche entre el deseo y la inquietud, porque los mismos temores tengo ahora que para el correo pasado; quizás es su última carta, es su despedida. Hacen algunos días que me siento triste sin poderme explicar la causa, un vago temor, un presentimiento triste; en fin, uno de estos sentimientos indefinibles que a veces nos afligen; sin razón para temer algo funesto, me siento como si debiera acaecerme una desgracia. Quién sabe, el mal ataca siempre sin ser esperado, pero no, no, sin duda es mi imaginación, tú estás bueno, me conservas siempre tu cariño, no hay nada que temer. Tal vez es el influjo que una noche de Luna ejerce sobre mí. No puedo nunca mirar este astro melancólico sin que sienta una tristeza suave, muchas veces, pero algunas, como mezclada de desesperación; un deseo de gozar, una inquietud, una necesidad de tener cerca al objeto que llena por entero nuestro corazón. Sí, bien se le llama astro de los amantes, sabes, siempre he sido inclinada a lo Romanesco y el Sor. Gosselman me calificó de poeta en mis ideas.

15

Uno de los nombres que Carmen da a Rugendas cuando le escribe.

42

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

25 [abrilde 1837] Llegó el correo tan deseado de mi corazón. Cartas me dijo el portador de ellas; miré tu carta oficial y mandé luego por la otra más interesante, pero había yo olvidado si debía ser a S.G. o F.G. y mandé los dos nombres. Figúrate, si puedes, mi desconsuelo cuando la criada volvió diciéndome que no había, escribí luego M.Z. y éste fué el feliz que recibió tu muy cariñosa carta. Mil gracias, mi tierno M., por las dulces sensaciones que me has causado con ella. Cada una de tus cartas me hace desear más el merecer tu amor, este amor que tú sabes pintar tan bien, que sientes mejor aun y que me hace dichosa, dichosa cuando estoy lejos de ti, y lo estaré por muchos años? Sí, mi dulce amigo, sí, no hay distancia para dos almas que se entienden, para dos corazones que se aman. Lejos tú de mi vista, siempre te tendré presente y quedarás en mi corazón cual si nunca te hubieras separado; aquí estarás para inspirarme el bien e impedirme el mal, no temo ningún extravío, el deseo de ser digna de los sentimientos que me profesas me librará de todo, y mi amor por ti, que ya ha ennoblecido mi alma te conservará mi corazón. Ah! M. mío, si yo pudiese verte este invierno en Santiago! más nada de cierto puedo decirte, pues aún no ha vuelto G. y hasta que le hable no sé si será realizable mi proyecto. Pero, en ningún caso quiero que postergues tu viaje por mí, no; si tuvieses muchas cosas que hacer en este tiempo, si encontrases trabajos útiles en que ocuparte, entonces, sí, me sería más que grato que te quedases, pero atrasar tu viaje, perjudicar tus intereses y burlar la esperanza de tu amigo y compañero de viaje 1 6 , sólo por verme unos días, no lo puedo aprobar; piensa en que tus adelantos, en que tus glorias refluyen sobre tu China 1 7 , que ella prefiere tu interés al suyo propio, y esto te dará fuerzas para ejecutar tu proyecto, y partir, y alejarte de ella todavía más. Dura, durísima es esta idea, mi corazón sufre con ella mucho, pero es preciso, estamos en el tiempo de las pruebas; día vendrá en que recojamos el fruto del sacrificio que ahora hacemos, y crees tú que yo vaya a Santiago, si tú no estás allí? No por cierto; qué iría yo a buscar? Falsedad, indiferencia y desdén - n o - tú eres el objeto que yo buscaba, sin ti Santiago es una mansión sin atractivo, que sólo me recordaría desgracias.

16 17

El pintor alemán Robert Krause. Tanto Amagada como Sáenz (carta del 18 de mayo de 1825) dicen reflejar imagina-

riamente la fama de sus amantes.

Capítulo ¡: La

epístola

43

Oh! pero la dulce idea de pasearme apoyada en tu brazo por el Tajamar, que tanto me agrada; de contemplar contigo la magnífica vista de esas Cordilleras, visitar en tu compañía el Panteón y hacerte conocer la tumba de la que me echó al mundo para sufrir y amar; de comunicarte las ideas que me inspira este asilo de paz y de descanso! Amor, vanidad, ternura por mi madre, amistad, venganza, todos estos sentimientos a la vez me inducen a desear poder ir a Santiago. Pero faltando tú de allí nada de esto queda satisfecho, ¡ría, sí, al sepulcro de mi querida madre y lloraría sobre él su muerte y tu partida, le pediría que como ángel velase sobre ti y que si tú no debieras volver más, abriese su morada para recibirme. Pero para llorar, debo ir tan lejos? No, demasiado puedo aquí, aquí he aprendido a llorar. Oh! quiera el Cielo, mi R., que concluyas como esperas tus viajes y que vuelvas pronto a mi lado. G. me escribió hoy de Ch. 18 ; se hallaba allí por sus negocios, escribe muy cariñosamente y su amor se pinta en cada frase, y y o no puedo pagarle más que con la gratitud de que mi alma está llena; porque amor, bien sabe el Cielo, no está en mi mano. Sin embargo, vosotros dos os dividís mis afectos, y amar con amor invariable al uno, y cuidar y hacer agradable la vida del otro serán mis conatos siempre. Te quejarás tú de esto, mi generoso amigo? Creo que no. Siento mucho la desgracia que obligara a E. a tomar una resolución tan temeraria, pobre joven! 1 9 El modo que tú me indicas para nuestra correspondencia, es bueno, sin duda el que pasen por mano de R., sin que él sepa nada de la persona que debe recibir la carta es muy seguro, porque ciertamente el timbre de un país lejano haría caer en sospecha; así, pues, como la carta debe venir sellada Valparaíso, no hay riesgo ninguno. Por lo que respecta a los números, mejor me parece que desde tu primera carta ahora en Chile pongas al lado de la fecha el número, principiando por el 1, y así siguiendo el orden de ellos podré saber si alguna se extravía; yo haré lo mismo. Pero tenemos que hacer un grande sacrificio más, es preciso para nuestra seguridad; tú no debes escribirme sino una vez cada dos correos. Tú puedes figurarte que quizás hay una mutación en mis circunstancias y me mudo de aquí, entonces es mejor tener tiempo para avisártelo. Como quiera que sea, la privación es grande y para mí es doble pues yo podré quizás escribirte más a menudo, y tú recibirás más cartas mías. En fin, querido mío, Matías Zurriarán, Santos Gutiérrez y Feliciano García son los nombres con que me escribirás cuántas veces puedas, tomando todas las precauciones posibles 20 .

18

Chillán.

19

Espinosa, a irse al Perú.

20

El uso de seudónimos es una de las estrategias para proteger la identidad. El mismo

procedimiento es usado por Gómez de Avellaneda.

44

M. C. Arambel Guiñazúy

C. E. Martin

Cuánto te he agradecido las dos florcitas; mil veces las he besado! La violeta es mi flor querida, y necesito el pensamiento para consagrarte todos los míos. Quizás un día te podré devolver tus flores; porque ellas y tus cabellos que poseo los guardo como cosa sagrada. Mucho quisiera poder usar una sortija con tus cabellos, pero es imposible. Si voy algún día allá, veré donde Rossko un anillo que pueda contener pelo secretamente y entonces no me lo quitan ni después de muerta. Tú me hablas de paseos, sin duda F. te diría de los que hice al Arenal, allí fui tres veces, pero ya como se fué no he vuelto. No temas por los temblores; han sido, aquéllos de que me hablas, muy pequeños, y no vendrá tan luego uno que nos ponga en paz. Mi salud está mejor y no estoy flaca. Pero temo cada momento perder mis ojos, están tan débiles e inflamados y ahora, más a destiempo que nunca, me duelen mucho. Si te paseas, acuérdate de tu amiga M o r o Indio exigente; cuando me paseo o cuando estoy en casa, a ' t o d o s momentos me acuerdo de ti,

Tú eres la imagen que en mis sueños veo Tú eres el ángel tutelar que guardas Del genio adusto que mis pasos sigue

mi triste vida. Pero no sueño como deseo, contigo, mil otras cosas se ofrecen a mi imaginación. Yo quisiera soñar siempre contigo, porque se disfrutan en mi mente dormida, cosas que no lo osarían despierta. Adiós, mi dulce M., mi amor Indio querido, adiós. Me queda el consuelo de poder esperar otra carta tuya. Adiós, otra vez. Mil besos, mil abrazos de Tu China [...]

28 de agosto Tu tierna carta me ha llenado de júbilo, mi dulce M.; el desorden con que está escrita me prueba tu amor, Indio! Nunca leí una carta escrita con más agitación, y, sin embargo, estabas contento y feliz con mi carta! parece que estabas enamorado cuando la escribiste; sí, lo estarás! Dios mío, y de quién? de mí? Sí, China feliz. Pero, mira yo no quiero ver esa exaltación en ti, la exaltación es seguida siempre de la tibieza. Quiero que me ames, que me ames a mí solamente; pero dulce, suavemente, sin agitación, sin que este amor te cause mal alguno. Mira, si en este momento

Capítulo 1: La epístola

45

te tuviera aquí, a mi lado, te cerraría en mis brazos, reposaría mi cabeza en tu pecbo, esta cabeza que es tan fácil de exaltarse, que me ha hecho tanto mal, y te diría tuyo es mi corazón, tuyo; si te olvido por algunos momentos, si otra sociedad me agrada por algunos instantes, tú vuelves luego a mi imaginación; tú, el amigo de mi alma, noble, generoso, bello de amor y de prendas apreciables Ah! no temas que jamás deje de amarte; mientras tenga alma para sentir lo grande y lo sublime te amaré, y si algún día llegase a la bajeza de despreciarte, de, pero no jamás! la que tú amas no se envilecerá nunca, nunca afligirá tu corazón magnánimo. Si eres el ser que me has vuelto a mí misma; si conozco esa alma, cómo puedo jamás dejar de amarte? no, bien mío, no lo temas, en vano la astucia se disfrazará con el velo de la amistad, tu nombre saldrá de mis labios y destruirá la fascinación; habitualmente me siento debajo de tu retrato cerca del sofá, y en mis conversaciones de cuando en cuando fijo mi vista en él; él me sirve de guía, y lo que creo te podía desagradar dejo al momento. Tú sabes cuán dispuesta soy a la confianza, y cuanta necesidad tengo de la amistad. Había creído tener un amigo en A.G. 2 ', pero me engañé; sin embargo, su trato igual y agradable me pusiera segura y me gustaba, pero me he visto obligada a confiarle si no del todo nuestro amor, al menos la imposibilidad de ser más que mi amigo. Indio, no te pongas celoso, le estimo; siento no poder lograr en él un amigo, pero nunca te quitará verdaderamente ni una pequeña parte del corazón de tu C. y ganas tú tanto en la comparación; tú, tan generoso y noble en tu querer. Por Dios, Indio, no vayas a inquietarte; confieso no debiera habértelo contado, pero hay medio de tener reserva con el que posee nuestro corazón? Desconfiarás de mí? Oye, si yo desesperanzase de volverte a ver, si te pierdo de algún modo, me entregaré a mis deberes, me entregaré a las prácticas de nuestra religión, seré mejor esposa; pero, jamás, ninguno te reemplazará en mi alma, viviré como si esperase tu aprobación. Me crees? Oh, dime que sí, dímelo! Te muestras inquieto porque temes que yo dude de ti, no, mi dulce amor, no; tengo confianza en ti y nunca sospecharé a mi tierno amigo; aquello fué efecto de mi inquietud, temía se hubiese extraviado tu carta; temía todo, menos que me hubieses dejado de amar, no tienes motivos, te amo yo siempre, desprecio todo por ti, renuncio a la amistad, a un hábito agradable; págame tú con amor, ámame siempre. Querrías tú ser el postillón; me pides mi aprobación para esto. Mira, Indio, crees a tu amiga tan desposeída de amor propio, tú no quieres ver en mí sino mi costado bueno y te disimulas mis defectos. Mira, tengo una dosis más que

21

Agustín Gana.

46

M. C. Arambel Guiñazúy

C. E. Martin

regular de orgullo, y si yo quisiera descender hasta la última clase, si esto fuera preciso para que me quieras y para hacerte feliz, no permitiría, no sufriría que tú dejases de ser por un momento lo que eres; antes quisiera verte elevado como mereces, quisiera ver el mundo a tus pies, mira si soy ambiciosa y orgullosa. Sí, pero en ti, en lo que amo y para mí un modesto asilo donde pueda gozar del placer de saber tu gloria. Escribe a Santos Gutiérrez, pero no Don sino Doña. Veremos para el otro correo que nombre tomamos, porque éstos están ya muy repetidos. Muchas inquietudes me hace pasar este misterio, temo que descubran que es mía la criada, y me manden un día con el cartero la carta; también, por poca penetración que tenga una criada, sabe que es a escondidas que recibo o que me trae las cartas! Cuándo cesará esta necesidad de ocultaciones! Oh! que pudiésemos sin disimulo mostrar nuestro amor! Pero detestando toda mi vida el fingimiento, tengo precisión de fingir! Qué, te veré todavía! me lo dices seré tan feliz? Oh! sí, ven a estrecharme otra vez contra tu pecho, ven a darme el dulce placer que creía yo perdido quizás para siempre; pero cuida, sí, cuida que yo esté sola. Se va el correo, me lo avisan. Adiós, mi dulce amor, mi tierno amigo te amo siempre y adoro como a la divinidad que me preservas. Recibe este beso y mil otros del amor. de tu China

[...]

Talca, 16 de agosto de 1838 Mi bien querido, mi dulce, mi tierno amigo! Cuánto he deseado por el momento de poderme entretener libremente contigo y contestar tu querida, tu cariñosa carta! Ya he logrado este ansioso momento; ya tengo tu carta y me gozo en su preciosa lectura y quedan bien pagados los sustos y temores que me causó su adquisición. Cuánto sufrí antes de conseguirla! la primera vez que mandé por ella la había sacado el cartero y yo temblaba de que quizás habiendo conocido a la criada me la mandasen dejar a mi casa. Al fin la obtuve; con que júbilo la apreté a mi pecho, allí la guardé hasta encontrar un buen momento de poder leerla; no se presentó éste hasta el otro día. La leí y mi corazón palpitó de placer al ver que te soy tan querida, que me adoras casi; este mismo corazón tan afligido poco ha con la idea de nuestra separación, con las inquietudes por tu salud, saltaba de alegría al ver tu amor pintado en las expresiones de tu carta. Moro! merezco yo tanta ternura, amor tan fino? Pero yo me haré digna amán-

Capítulo I: La

epístola

47

dote con todas las facultades de mi alma. Oh! y yo te amo bien! y tú eres el solo amor mío! tu felicidad hará siempre la mía y no seré infeliz sino cuando dejes de amarme. No; tú no sabes cómo yo te amo, no sabes que a veces este amor es como idolatría, que casi te respeto como a un ser superior; eres tan bueno, tan... pero otras, eres bien tú que yo amo; siento el ardiente deseo de estrecharte a mi seno, de darte mil amorosos besos y de gozar contigo todas las dulzuras del amar! Cuán dulce me es el recuerdo de los momentos que pasé a tu lado, de tus cariños, de aquellos cariños que hacían estremecer todo mi ser con las deliciosas palpitaciones del amor! Oh! y como no he de amarte como a un mortal? Quieres que no me sienta infeliz, que no gima de tener que renunciar a todo? Joven aun no gozar del amor, si no sus penas! No digo, como tú me lo preguntas que mejor fuera no haberte amado; lejos de mí tan infeliz idea. Qué fuera mi existencia, entonces? miseria y pena! Mira, desde que pude pensar busqué siempre un corazón que supiese responder al mío; la necesidad de amar a un objeto digno y ser amado de él, me atormentaba desde luego; buscándolo, qué errores no he cometido, qué de engaños no he sufrido! mi existencia se consumía entre el dolor y el remordimiento de un extravío inútil, puesto que no había logrado encontrar lo que tanto deseaba. Cuando te hallé, por suerte, encontré en ti todo lo que había soñado de bueno, de generoso y de hermoso en el alma del que debía fijar la incertidumbre, y diré, la inconstancia de la mía. El mismo entusiasmo por lo bello y sublime; la misma fuerza para amar. Oh! Moro, tú eres bien el hombre que yo amaba sin poderlo encontrar! y me amaste por colmo de ventura, era la época más miserable de mi vida, mi alma estaba fascinada y vacía bajo un..., pero no seguiré la idea; sólo me hace sufrir. Que fácil te fué romper la venda que ofuscaba mi vista, por ti volví a elevar mi alma y me pareció al amarte que cumplía una obligación grata. Ay! cuando faltaba a la que yo y la religión y las leyes me habían impuesto! Conozco que soy culpable; pero mi destino es de no poder gozar paz ni tranquilidad en mi interior. Cumplámoslo. Como me ruegas para que crea en la inmortalidad del alma! te has creado una felicidad con esta idea que no comprendo, y no piensas que haciéndomela adoptar pierdes la que gozas aquí, que es, serme más querido que la vida. Te imaginas que no siento, que no oigo todo lo que nos grita interiormente que nuestra alma, dotada de inteligencia divina, ha de haber sido criada para otro fin que el de exterminarse con el mezquino cuerpo que la abriga y que Dios, en su bondad inmensa, tiene destinada una morada para ella donde recompensarle de los males que haya sufrido aquí? No me criaron con estas ideas? el verme de una especie tan superior a los otros seres que pueblan la tierra, no me habrá dicho mil veces que hay algo más que la forma de dife-

48

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

rente entre ellos y yo, y que este algo está criado para un fin más distinto a ú n ? Sí; mil veces las obras del Creador m e han hecho pensar, mil veces las inspiraciones que he sentido al contemplar una noche serena, o al ponerse el sol de un hermoso día, m e han demostrado que mi alma que se quiere elevar hasta c o m p r e n d e r los m i s t e r i o s de su hacedor, q u e c o n o c e la p e q u e ñ e z de este mundo, está f o r m a d a para sobrevivir, para gozar en un m u n d o mejor, dichas más dignas de ella! Y bien m e dirás, con t o d a s estas ideas c ó m o te atreves a n e g a r ? q u é te impide de humillarte, creer y esperar? Oye, pues. Mi interés, el interés de no aumentar mis penas con la idea de las penas que nos aguardan al otro lado del sepulcro. Mientras fui inocente y virtuosa, mientras que un amor criminal no hizo palpitar mi corazón y que no conocí al voraz remordimiento, m e entregaba plácida a la esperanza de una otra vida; tenía la dulce certeza de reunirme con los caros objetos de una afección legítima, adorada y veneraba a Dios sin querer descubrir sus arcanos. Ninguno de sus preceptos me parecía gravoso, ninguna de sus obras imperfecta. Apartándome de aquel feliz estado con f u e r z a m e apartase de esta creencia; no p o d í a echar la vista a lo f u t u r o sin estremecerme de horror, después de una vida de agitaciones, de sentimientos contrariados, quizás burlados, una eternidad de penas! Castigos atroces por el extravío de un momento; por una inclinación que nuestra razón no ha podido vencer ! M e era, pues, preciso reemplazar estos dioses por otros más a propósito a mi estado. Y cuánto m e costó! Cuántas veces mi corazón se oprimía de no poder consolarse de sus penas con la religión. Para conseguir mi nuevo plan o sistema, traté de persuadirme que nuestra alma no es la que anima nuestro cuerpo; que antes bien éste la sostiene! Sacaba razones de ver que no se muere nadie sin que preceda algún desorden en nuestro físico, que los años que abaten y aniquilan el cuerpo abaten y aniquilan también nuestras facultades mentales, que el alma de un tonto se puede llamar muerta pues que carece de estas preciosas facultades, que estas mismas están alteradas en un loco; luego, si están sujetas a enfermarse o desaparecer, d ó n d e está esta alma i m p a s i v a ? por qué no debe morir si s u f r e estos trastornos? O v a m o s a buscar el alma en otra cosa que el poder de sentir, pensar y obrar? De todo deducía una buena razón para apoyar mi nuevo m o d o de ver este importante asunto poco a poco ha ido echando raíces y ya n o pienso n u n c a si es j u s t o o no mi s i s t e m a . M e c o n v e n í a , he aquí lo q u e d e c i d e en t o d a s las c o s a s de esta vida. Este espíritu de c o n v e n i e n c i a se o b s e r v a por todo, m e n o s en el a m o r v e r d a d e r o , allí no hay c á l c u l o de interés p o r q u e muchas veces por él se entrega uno a una vida de penas e inquietudes. Tú crees en la inmortalidad, mi tierno amigo? tú crees c o m o yo en un Dios j u s t o ? y m e amas, y pretendes que yo te a m e sin inquietud? Y crees que el

Capítulo I: La epístola

49

genio que preside al mundo sonríe a nuestro amor? Amado mío, no ves que te contradices, sonreirá Dios al crimen? Separará su justicia allí en la mansión de felicidad, mi alma del alma a quien por su palabra me unieron en la tierra, para premiar con una eternidad de goces un amor que, si oímos la voz que nos clama inmortalidad, es criminal y rompe las leyes divinas y humanas? Sólo a un alma fuerte como la tuya es dada amigo, explicarse estas cosas. Yo, en todas, no veo sino aflicción y confusión. Sí, a ti te tendrá cuenta del sacrificio que haces respetando las leyes arbitrarias o los caprichos de la suerte que nos separan; yo no tengo ese mérito, tú lo sabes; en mi delirio amante todo lo sacrificaba. Pero basta de cosas que son demasiado elevadas; sólo te añadiré por chanza que no habrá distinción para el amor platónico, y que si éste no se ha combatido tendrá igual pena al otro que no se denomina, pero que en éste tu último viaje he sentido. Si pensase por un momento que te da pena mi modo de pensar creería como tú, esperaría... ser castigada, porque dejarte de amar es imposible. Tengo tu carta a la vista; la he guardado; cuantos temores me ha causado! La he guardado como el avaro su tesoro, temblando cada momento por él. Ahora la he leído muchas veces y he besado el lugar en donde estaban las señales de tu beso; te lo devuelvo este dulce beso tómalo, oh! que fuese en tus labios! Es bien cierto que no volveré a gustar tan delicioso placer? no más me estrecharás en tus brazos? no más sentiré aquella conmoción que tus caricias me hacían sentir? Me compadezco! es decirme, no más placeres para ti, pobre amante! Estos cuatro años pesan sobre mi triste corazón como un mundo. Que cambiada estaré! me habré separado de un amante y me volverá un amigo, porque, amor mío, ya para entonces no seré joven y tú no querrás por amante una casi vieja. Es tan ridículo! Para entonces volveré a creer ciegamente en la inmortalidad, mientras tanto déjame amarte de amor, adorarte, desearte y embriagarme con el recuerdo de tus cariños; oh! que los pudiese yo gozar! Será imposible que tú me escribas; volvamos a renunciar a este consuelo; quién sabe si él va a Santiago y entonces me escribes pero no tan corto, yo lo haré siempre que pueda.

[...] 10 de septiembre

[...] Las 11 de la noche. En medio del silencio de la avanzada noche, sola, mientras todo reposa alrededor de mí, vengo, amor mío, a seguir mi carta, a ocuparme con mi ado-

50

M. C. Arambel

Guiñazúy

C. E.

Martin

rado Moro. Pero no puedo, no tengo que decirte otra cosa que te amo con ternura, que tú haces mi felicidad, que si fuese exclusivamente tuya, si viviese solo para ti, me consideraría dichosa aun en medio del infortunio mayor. Ay! esta hora me recuerda otras más felices, en esta misma hora aquellas noches en que estábamos solos, nos entregamos a todo el fuego de nuestro cariño; sentada en tu rodilla, apoyada la frente sobre tu hombro y cerrándote fuertemente en mis brazos, recibía tus dulces besos oía de tu boca las protestas del más fino amor. Cuando tu mano erraba por mi cuerpo, cuando tu boca se posaba en mi seno, que tu mirar me c o m u n i c a b a su fuego, qué trémula estaba yo! cómo el placer me estremecía toda! Tú juzgabas que podía enfermarme; ah! y esos únicos goces que me permitía la suerte, cuánto bien m e hacían, cómo hubiera yo dado la existencia toda por su prolongación! Oh! El recuerdo en este instante agita mi ser, no el placer me estremece ahora, el pesar de haber perdido tan dulce bien me hace sufrir. Dónde estáis momentos de suprema dicha? Dónde el caro, el adorado objeto que me los hacía gozar? Lejos, lejos de mí, entregado a su tristeza. También llorando 22 la separación de su querida! y es ésta la suerte que el más constante amor nos reservaba? Te acuerdas, di, de aquellas dulces y amargas noches en que, después de mil caricias con que me abrasabas de deseos; con que yo, perdida la razón me entregaba a ti sin reserva, te volvías tú frío y reservado al fin, en que parecías gozarte en encender fuegos que querías apagar, que te ibas y yo quedaba entregada a los más crueles tormentos? y, sobre todo, de aquella primera, cuando perdida de amor fui a buscarte? Oh, cómo padecí aquella noche! creyéndome desdeñada. Tus palabras me martirizaban sin disminuir mi amor, veía que me hacías sufrir, que ya no te inspiraba; a mi entender, más que un cariño tierno, sí, pero frío y apagado, como el de un hermano; y con todo te adoraba en esos momentos como si me hubieras hecho feliz. Creí que otra te había poseído y que sólo por consecuencia a tus antiguas promesas me acariciabas; te cerraba entonces con violencia a mi pecho como para recobrar un perdido bien, como para decirte no, tú eres mío, nadie en el mundo tiene derecho sobre ti; mis caricias te sofocaban, callabas y estabas oprimido, yo también lo estaba y, humillada hasta lo íntimo del alma, hubiera sufrido la muerte más cruel con el mayor gusto. Pero c u a n d o me hablaste, cuando me diste por disculpa 2 3 el j u r a m e n t o hecho en la tumba de mi madre, cuando oí nombre tan sagrado en momentos

22

Varias líneas están aquí semiborradas por las lágrimas de Carmen, y algunas pala-

bras quedaron a medio escribir. 23

Gertrud Richert, biógrafa de Rugendas, dice en carta a Feliú Cruz (enero, 19, 1963):

""Rugendas era muy poco sensual, exigiendo más bien el cariño de una hermana que el de

Capítulo I: La

epístola

51

semejantes, el cielo se desplomó sobre mí; hubiera querido que la tierra se abriese y me tragase, hubiera huido lejos de ti, no pude, me arrodillé al borde de tu cama y mi llanto me sofocaba; me veías morir desesperada, quedaste mojado con mis amargas lágrimas; cruel! y no me consolaste, y yo lo conocía y te amaba más; te amaba como te amé siempre, como te amo ahora y como te amaré mientras exista, con pasión, con ternura, con delirio. Mas, por qué he trazado una tan dolorosa? Por qué te aflijo con un recuerdo amargo? Perdóname, vino la idea a la mente y la mano siguió su impulso; quizás fué mi objeto ya no lo sé, tal es en este momento mi dolor, el demostrarte la pena que siento estando sin ti, es mayor que la que te retrazo. Oh! mi Moro, si te amo tanto, si tu vista es mi verdadero placer, tu amor mi real existencia, qué te extraña si deliro estando ausente de ti, mi único bien? Oh! Dios mío! un mar de desgracias a tu lado me son preferibles a todas las fortunas sin él! Morito, te gusta el nombre de Carmela? Llámame así, llámame como más te agrade, con tal que me llames siempre tu querida, tu amada; denominada con cualquier nombre, seré por siempre tu amante apasionada. Mira, si j u z g a s tú que él debe llegar aquí antes o al m i s m o tiempo del correo, no me escribas - n o s e x p o n e m o s - sabes bien que no tengo criado seguro, antes más bien de todos desconfío; pero si el correo puede llegar con seguridad un día antes que él, pon el sobre a Santos Gutiérrez como antes. Me encargas que me divierta. No, no hay diversión para mí si tú no estás, y tengo el disgusto de que a ti no te agrada que yo concurra, si pudiese encontrar un motivo plausible para excusarme lo haría con gusto, pero si voy allí estará tu imagen conmigo, tu recuerdo hará que esté entretenida agradablemente; el pensar en ti es mi único reír; mi único consuelo y dicha es la persuasión de que me amas, de que me adoras. Con igual ternura te idolatra tu fiel amante. Recibe toda mi alma en este beso.

[...]

la amante." Luego enumera toda una serie de amores frustrados: en Augsburgo, en Francia, en Chile y, finalmente, en Munich, su postrer compromiso con María Sigl, que la muerte de él impidió se convirtiera en matrimonio.

CAPÍTULO I I E L ENSAYO

JUANA MANSO

(Argentina, 1819-1875)

El tema primordial en la ensayística de Juana Manso fue la educación pública. Desde 1862 dirigió los Anales de educación común, publicación que, fundada por Sarmiento aportó estudios, estadísticas y artículos específicos sobre la educación. Los textos elegidos reflejan su continua preocupación por la condición de la mujer, de los destituidos y del indígena.

ÁLBUM DE SEÑORITAS Periódico de Literatura, Modas, Bellas Artes y Teatros Prometí un prospecto al público, y falté a lo prometido: hubieron personas que me digeron: Los prospectos y las proclamas están desacreditados entre nosotros: reconocí la justicia de esta observación y juzgué que el mejor prospecto que podía dar era el primer número de mi periódico -Entre tanto habrá quien haya esperado por él, y yo ni aun he corregido los anuncios de los diarios - h e tenido pereza, he dicho- me perdonarán cuando sepan que un primer número me cuesta cinco veces más que un prospecto y que he preferido gastar más, con tal de dar una idea más clara de mi pensamiento, y una prueba más eficaz de mi buena voluntad. Todos mis esfuerzos serán consagrados á la ilustración de mis compatriotas, y tenderán á un único propósito -Emanciparlos de las preocupaciones torpes y añejas que les prohibían hasta hoy hacer uso de su inteligencia, enagenando su libertad y hasta su conciencia, á autoridades arbitrarias, en oposición á la naturaleza misma de las cosas, quiero, y he de probar que la inteli-

54

M. C. Arambel Guiñazúy

C. E. Martin

g e n c i a d e la muger lejos de ser un absurdo, ó un defecto, un crimen, ó un desatino, es su mejor adorno, es la verdadera fuente de su virtud y de la felicidad doméstica porque Dios no es contradictorio en sus obras, y cuando formó el alma humana, no le dió sexo-. La hizo igual en su esencia, y la adornó de facultades idénticas - S i la aplicación de unas y de otras facultades difiere, eso no abona para que la muger sea condenada, al embrutecimiento, en cuanto que el hombre es dueño de ilustrar y engrandecer su inteligencia; desproporción fatal que solo contribuye á la infelicidad de ambos y á alejar más y más nuestro porvenir. Y no se crea que la familia no es de un gran peso en la balanza de los pueblos, ni que la desmoralización y el atraso parcial de los individuos no influye en bien ó mal de la sociedad colectiva. Si soy tan feliz que consigo la protección de mis compatriotas desenvolveré un plan de estudios que creo a propósito para mi objeto. Conocimientos fáciles de adquirir que estuvieron hasta hoy en el recinto del misterio y en el dominio exclusivo de los hombres y que publicados en este periódico harán más por el desenvolvimiento de la inteligencia que millares de reflexiones y de palabras. Más adelante también, con un aumento de otros diez pesos mensuales podré obtener todos los meses figurines, moldes de vestidos, dibujos y músicas. Recibiré desde ahora con mucho placer todas las correspondencias que se dignen enviarme y que publicaré como lo exijan. El elemento americano dominará exclusivamente los artículos literarios. Dejaremos la Europa y sus tradiciones seculares, y cuando viagemos será para admirar la robusta naturaleza, los gérmenes imponderables de la riqueza de nuestro continente: y no perderemos nada. Allá el pensamiento del hombre y el polvo de mil generaciones! aquí el pensamiento de Dios, puro, grandioso y primitivo, que no es posible contemplar sin sentirse conmovido. Ahí tenéis pues, el primer número del Album de Señoritas -leedlo, juzgadlo y si merece vuestra aprobación se considerará feliz vuestra obsecuente compatriota.

EMANCIPACIÓN MORAL DE LA MUJER Cuando se toca una cuestión tan delicada como esta de que tratamos, preciso es hacerlo con suma circunspección, al paso que no debe desdeñarse todo aquello que tienda á dar vigor, fuerza moral y bases sólidas á las nuevas doctrinas. Nuevas son en la América del Sud: en cuanto á la Europa y Estados Unidos, la emancipación de la muger es un hecho consumado, al que hace bien

Capítulo II: El ensayo

55

pocos meses ha puesto el sello la legislación inglesa, premiando a b o g a d o s que revizasen las antiguas leyes (asaz inicuas, sea dicho de paso) y que presentasen otras nuevas, protectoras

de la muger. Con efecto, así ha sucedido,

y en A g o s t o de este año fué condenado á dos meses de prisión, un marido que había apaleado su muger, j u z g a n d o que se hallaba aun en aquellos dichosos tiempos en que era dueño de azotarla y hasta de ponerle una soga por el pescuezo y llevarla á vender al mercado. Con efecto, una gran nación como la Inglaterra, la más libre del mundo, que tiene en su seno millares de instituciones filantrópicas, y que ha hecho á la humanidad el relevante servicio de extirpar el comercio de la carne humana, suprimiendo el tráfico de la exclavatura, no podía abrigar en sí misma una monstruosidad semejante, como la de conservar á la muger en el estado de la más degradante y torpe esclavitud. El progreso humano, ese gigante locomotor que pasa por sobre las costumbres y las leyes de los pueblos, había ya abolido de hecho esas infames usanzas; pero no obstante, la ley escrita existía como un monumento deforme, vetusto y desproporcionado, en medio de los graciosos, limpios y elegantes edificios de la época. La Inglaterra, pues, arrancó esa página amarillenta é ininteligible del primer código de Rómulo, que no autorizaba es verdad á matar el cuerpo, pero que asesinaba el alma; y en la última hoja del libro de oro de sus sabias leyes, llamó la abogacía ilustrada, para escribir los artículos de la ley que protege la muger contra el despotismo brutal que la agoviaba; y revindicando su derecho natural y legítimo, rivalida por eso m i s m o , su capacidad intelectual, dando garantías á su dignidad individual y redimiéndola de la ignominia y de la opresión á que había sucumbido, en la lucha desigual del débil contra la fuerza bruta: lavó así la mancha que la deshonraba y que era una protesta elocuente y terrible contra la sabiduría del espíritu filosófico de sus otras instituciones tan gloriosas. La sociedad es el hombre: él solo ha escrito las leyes de los pueblos, sus códigos; por consiguiente, ha reservado toda la supremacía para sí; el círculo que traza en derredor de la muger es estrecho, inultrapasable, lo que en ella clasifica crimen en él lo atribuye á debilidad humana-, de manera que, aislada la muger en medio de su propia familia, de aquella de que Dios la hizo parte integrante, segregada de todas las cuestiones vitales de la humanidad por considerarse la fracción más débil, son con todo obligadas á ser ellas las fuertes y ellos en punto á tentaciones,

son la fragilidad

individualizada

en hom-

bre! En todos los inconvenientes á que resultan de su falsa posición; con un tutor perpetuo que á v e c e s es lleno de vicios y de estupidez, la muger tiene

56

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

con todo que bajar la cabeza sin murmurar, decirle á su pensamiento no pienses, á su corazón no sangres, á sus hojos no llores, y á sus labios reprimid las quejas! Por qué? sí, por qué ese largo martirio que empieza y acaba con la vida de la muger? Por qué se condena su inteligencia á la noche densa y perpetua de la ignorancia? Por qué se ahoga en su corazón desde los más tiernos años, la conciencia de su individualismo, de su dignidad como ser, que piensa, y siente? repitiéndole: no te perteneces á tí misma, eres cosa y no mugerl Por qué reducirla al estado, de la hembra cuya única misión es perpetuar la raza?... Por qué cerrarles las veredas de la ciencia, de las artes, de la industria, y así hasta la del trabajo, no dejándole otro pan que el de la miseria, ó el otro mil veces horrible de la infamia? Sin una emancipación perfecta de la aberración, y de la preocupación, jamás podrá la muger elevarse á la altura de su misión y de los deberes que ella le impone. A pesar de su perspicacia natural, caerá en el absurdo. Tomará unas cosas por las otras y nunca podrá, malogrados sus mejores deseos, imprimir el impulso preciso á la educación de sus hijos, porque ella no se conoce a sí misma, y no conociéndose á sí misma, tampoco puede conocer el corazón ageno, y si triunfando del barbarismo, su hermoso instinto de madre la guía, no sabe aplicar con acierto la fuerza de que dispone, porque sin el más ligero conocimiento de la verdadera enseñanza moral, cae en el absurdo ó en generalidades, banales, plantas parásitas, que crecen en el corazón del niño, que más tarde desarraiga la ilustración, ó que se hacen estacionarias en él y más de una vez están en oposición directa con el espíritu moral de la justicia de la razón. Las clases altas y abastadas, con más facilidad sacuden el dominio del error, su ilustración es fácil: mas, esa clase pobre, sumida en el barbarismo ó la prostitución, esa no se arrancará de ese estado sinó con mas trabajo y perseverancia. En este momento tan solemne para nuestra patria, en que la reacción del progreso y de la libertad es eminente, llamamos la atención de los encargados de la educación de la clase pobre. Mejoras no existen, edificar sobre los escombros del pasado es ocioso no llena las necesidades de lo presente y mucho menos las del porvenir. Volveremos sobre este asunto, no ya con reflecsiones y raciocinios solamente, sinó que mas tarde popularizaremos ciencias y conocimientos que yacían en el dominio del misterio y cuyo solo conocimiento realizará la

Capítulo II: El ensayo

57

emancipación moral de la muger en mi país, y que más tarde nada tendrá que envidiar a las americanas del norte. En cuanto á las clases pobres, indicaremos los medios que no solo j u z g a mos, pero de cuyo resultado respondemos, por ser la simple aplicación de lo que hemos visto en otra parte.

LAS M I S I O N E S Nos parece que ha llegado el m o m e n t o de formar en Buenos Aires uno de esos grandes centros de hospedage para los misioneros. A c a b a n de m a r c h a r t r o p a s para c o n t e n e r la invasión d e indios.... va á correr la s a n g r e de nuevo.... Será q u e no haya otros m e d i o s de p e r s u a s i ó n para esos desventurados, sino el sable y el plomo? N o sería posible conquistar todos esos corazones á Dios, esas inteligencias á la sociedad, y esos millares de brazos al t r a b a j o de nuestros incultos desiertos? Sí, creemos que pueda hacerse, y que esta expedición armada deber ser la última que parte contra los indios. El fanatismo ha muerto, no es posible resucitarlo; el espíritu verdadero del cristianismo resplandece sobre todas las quimeras, ambiciones, y c o m b i n a ciones humanas, el impulso está dado y no es posible retroceder. Padres de la Iglesia, que lleváis el n o m b r e de cristianos, cumplid el precepto del Evangelio.

"Id y predicad diciendo que se acercó el reino de los cielos. " [•••] "No poseáis oro ni plata, ni dinero en vuestras fajas. " "No alforja para el camino, ni dos túnicas, ni calzado, ni bastón; porque digno es el trabajador de su aliento. " Evangelio según San Mateo. Sí, reunios que no os faltará protección, y partid para la pampa. En vuestro tránsito e n c o n t r a r é i s cristianos que solo llevan este n o m b r e , cuya a l m a está seca y descreída, de cuyos ojos no acostumbra correr ni una sola lágrima de piedad, a esos también es necesario acudir. Con todo, ved que no os pido que vayáis á fanatizarlos, no á lanzar anatemas, y a pavorizarlos con el infierno. Habladles de caridad, de fé, de esperanza, de la misericordia divina; ceflid vuestras palabras al espíritu puro y luminoso de la doctrina del divino maestro.

58

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

De todos los materialismos, el de la religión es el más funesto, porque el hombre rudo que cree en las indulgencias y en la virtud de los escapularios, deja crecer en su corazón la planta venenosa del rencor y de la venganza; se cree protegido por los amuletos y no sabe que las prácticas exteriores son solo para engañar los ojos del mundo. El ojo de Dios vé los arcanos de la conciencia y allí no hay disfraz posible. Si la devoción es aparente, si el perdón está en los labios, si la fé es interesada, si la esperanza es egoísta, á los ojos del mundo seremos virtuosos, pero el reino de los cielos no será para nosotros. Por eso el misionero debe de penetrarse del carácter que reviste sobre la tierra y principiar la misión consigo mismo, si no tiene fuerzas con que arrostrar tanta abnegación, que desnude el zayal, y entregue la cruz á otro que pueda. Porque nadie es obligado á hacer aquello que su naturaleza no consiente; frágil y mezquina es la humanidad, no es pues un delito ser débil. Esperemos que en este mismo año de 54 saldrán de Buenos Aires los primeros apóstoles que vayan a visitar nuestras poblaciones de la campaña, y los habitantes de nuestras pampas. Tal vez dentro un año y medio empezarían á formarse las primeras aldeas de indios trabajadores aplicados á la labranza de las tierras; el producto de sus faenas vendría a aumentar el número de cereales. Podría crearse en la frontera un mercado para recibirlos: por ejemplo, San Nicolás. Los recursos de los conventos aumentados por una suscripción popular, serían suficientes al hospedaje de los misioneros. Así que estos, diseminados por entre las tribus de índole más suave, consiguiesen la catequización, sería el Gobierno quien debería facilitar los recursos de las colonias indígenas; hacer delinear sus aldeas, repartir los campos, y facilitar los instrumentos de labranza, y estos beneficios darían al Gobierno el derecho de imponer un impuesto que aumentaría sus rentas considerablemente. Así el país habría reportado dos beneficios. Civilizar esas tribus hoy errantes, entregadas al pillage, la embriaguez, y el vicio, objeto perpetuo de terror para nuestros hacendados, y que contribuirían con centenares de brazos á la prosperidad material y al aumento de rentas no sería de pequeña consideración. La experiencia nos ha demostrado que el indio tiene inteligencia, y cuando civilizado, hemos visto desenvolverse en ellos mil sentimientos nobles y generosos, mil tendencias que muestran que su corazón solo está pervertido por la ignorancia: tendamos, pues, la mano a esos desgraciados para sacarlos de la densa noche que los envuelve. Esta patria es de ellos como nuestra. La conquista los esclavizó, los arrojó de sus lares, los despedazó, y nosotros después de la independencia no hemos

Capítulo II: El ensayo

59

hecho más que continuar la obra que comenzó la conquista. Para atraerlos a nuestra amistad no hemos tenido otros arbitrios que, ó subyugarlos con el hierro mortífero, ó halagarles su vanidad con zarandajas, origen de discordia entre ellos, ó licores perniciosos con que hemos acabado de viciarlos. Buenos Aires empieza una era nueva; es necesario que todo elemento de progreso entre en el cuadro de su nueva marcha.

60

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

CLORINDA MATTO DE TURNER

(Perú 1852-Argentina 1909)

Matto de Turner se destaca por una larga labor periodística en la que sobresalen artículos polémicos en defensa del indígena y de la educación femenina. La conferencia aquí seleccionada, publicada en 1893 en Leyendas y recortes, argumenta de modo muy original la necesidad imprescindible de conservar el quechua como fuente del patrimonio histórico peruano.

ESTUDIOS HISTÓRICOS AL DOCTOR LUIS CORDERO qquechua-Su utilidad para los americanistas-Necesidad de su posesión para el historiador y para el viajero-Pérdidas de la Literatura americana por su limitación é ignorancia.

I Los que abogan por la extinción del qquechua lanzan una blasfemia contra la antigua civilización peruana y la moderna necesidad de conocerla, y esos no saben lo que dicen ó no conocen el idioma, y en tal caso se colocan al nivel del escritor de mala fe juzgando y fallando sin conocimiento de causa. Y al proceder así trabajan, pues, en daño de la historia patria, desmoronando la base sobre la cual descansa el monumento americano que al correr de los siglos está llamado á ser el libro de los estudios científicos del viejo mundo, ante el que se ostentará con elementos propios de raza, idioma, arquitectura, costumbres, literatura, en fin todo diferente de los pueblos europeos. En esta labor trascendental y de ilimitada importancia, trabajan como avanzados obreros los americanistas de convicción, leales á sus principios y de aspiraciones generosas; apareciendo en primera fila dos médicos peruanos que al propio tiempo de enriquecer la medicina con el contingente de sus luces dedican sus veladas al estudio del rico idioma incaico. Hablo de los doctores Leonardo Villar -cuzqueño- y Luis Carranza -ayacuchano ante quienes no intentaré señalar como sustraendo, á aquellos

Capítulo

II: El

61

ensayo

hijos desnaturalizados que desdiciendo de su raza apocan el grandioso habla que acató el Inca Rocca haciéndolo obligatorio, y sublimizó Espinoza Medrano. Entraré pues, en materia dejando constancia de que, por mi parte, no acepto la escritura Keshua introducida por el primero y acojida por el segundo de los ilustrados qquechuístas que he citado. Me atengo á qquechua, usada por Garcilazo y por la sociedad de "Arqueología y lingüística", y aunque esta es una cuestión de pura forma, puesto que en la pronunciación estamos todos acordes, daré la razón que á ello me induce. Keshua es un sustantivo que significa soga de paja; al verle escrito del mismo modo aplicado al nombre del idioma, resulta una confusión para distinguir cuándo es soga y cuándo idioma, cosa que para el lector neófito, que no esté iniciado en el secreto de la pronunciación, es una barrera insuperable; mientras que escribiendo qquechua, se obtiene la claridad y propiedad deseadas en un idioma perfecto. Ahora bien. Me concretaré en primer término á manifestar la necesidad del conocimiento del qquechua para el historiador americano, y la utilidad que de él reporta el viajero científico lo que será materia de un párrafo separado.

II Un nombre cualquiera, sea de ciudad, campo, río ó montaña, encierra un sumario de investigaciones para el historiador, porque el qquechua tiene la propiedad exclusiva de condensar en una sola palabra toda una explicación importante con hermosura y claridad sorprendentes, lo cual queda ignorado por quien no conoce el idioma. Voy á citar algo en apoyo de mi proposición. AREQUIPA, nombre de la ciudad edificada sobre terreno volcánico, propenso por consiguiente á frecuentes sacudimientos de tierra, pero cautivador por la feracidad de sus campos, fué llamada Ariqquepau por Maita Ccapac, IV Emperador, que mandó poblar el valle por tres mil familias entresacadas de las provincias inmediatas. El padre Blas Valera interpreta el nombre de Arequipa trompeta sonora: Prescott, Urrutia, Montesinos y otros historiadores ya si os está bien quedaos, ó simplemente por sí quédate. A la verdad que el padre Valera habrá deducido de qquepau, caracol marino 1 , que los peruanos usaban como trompeta, cuyo uso todavía subsiste en

1

Llamado también pututu.

62

M C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

muchos pueblos del interior - y de arí que en qquechua significa si y en aimará, según el doctor Villar, sonoro. La índole de los nombres con que los peruanos bautizaban los lugares es tal pues, que nunca dejaron de ir enlazados con alguna propiedad innata la topografía, producción, etc.; y por esto juzgo que el Inca Maita-Ccapac en su propensión comparativa, si se me permite decir, observó la naturaleza del valle que me ocupa en su paso por las provincias de Arurdy Callahua, limítrofes y atendiendo á las sacudidas de tierra acompañadas de ruidos subterráneos, encontró inmediatamente la semejanza con el qquepau que aplicado al oído remeda al rumor sordo de las olas del mar, y suena como trompeta cuando se le sopla, concluyendo por nombrar aquel valle Ariquepau deducción lógica que interesará no sólo al historiador sinó también al geólogo que investigue la época del volcán Misti. [•••]

Voy en pos de otro ejemplo. El historiador ignorante del idioma se concretará á citar el lugar nombrado Paraccay-pata no así el entendido, pues tomaría el fondo de la expresión y sabría que en ese lugar se cultiva maíz blanco porque el nombre significa la altura del maíz blanco. Siguiendo la orilla izquierda del río Urubamba se encuentra un sitio llamado Katachiray, nombre que es una especie de ¡alerta! lanzado al viajero para prevenirle que va á comenzar una región de precipicios y rocas cortadas á pico, lugar del cual se cuentan mil leyendas fantásticas que acallarían á las de las Alpujarras. Para no pecar por lo cansado de mis observaciones ante los profanos, y deseando batir palmas ante los entendidos, citaré como plenitud de prueba el importante trabajo del doctor Villar sobre "Uiracocha" y los estudios sobre "Etimología de los nombres de algunos lugares" del doctor Carranza, publicados primero en "El Comercio" y recojidos después en folletos. Con lo dicho creo haber aducido pruebas suficientes para deducir que no es posible escribir historia peruana que merezca el nombre de tal sin conocer el idioma.

III Réstame probar que la literatura americana ha sufrido por la ignorancia del qquechua, y para ello recordaré, que el Perú tan fecundo en escritores prosadores y poetas, cuenta con elementos de inspiración como pocas naciones en la tierra, y que á conocer su idioma, escritores de la talla de Ricardo Palma y del galano autor de "Catalina Tupac Roca" cuántas minas de diamantes habríanse explotado sacándolas á lucir en las páginas de la literatura

Capítulo II: El ensayo

63

patria para deslumhrar con ellas al mundo civilizado sin pedir galas prestadas al idioma del conquistador. ¡Qué de poemas como el de Ossian habrían cantado bajo el solio del Inca ó inspirándose á la fronda del árbol secular de Urubamba! ¡Qué de himnos y de elegías magníficas habrían rimado al son de la trompeta conquistadora del Monarca levantado en pesadas andas de metal maciso, ó á la pujanza de los guerreros que ejercitaban sus fuerzas sobre arenas de oro! Otros habrían escrito sobre las mismas piedras graníticas de esas fortalezas, que asombran el cerebro pensador, las tablas de la historia patria sellando página tras página con la fiel traducción de su idioma! Y los poetas del sentimiento, los escritores de costumbres; habrían pintado paisajes y rimado trobas distintas á las del cantor de Granada, pues, en ellas, no vibrarían las cuerdas de la guitarra punteada entre celages de luna melancólica, sino empapadas en el ¡ay! de la quena que llora las lágrimas del dolor como también enjuga el llanto con las notas del consuelo, del bálsamo y del amor bien pagado, ¿Porqué han ignorado su idioma? por qué no pueden cantar en la lengua de su madre pátria? Esto significa simplemente una pérdida para la literatura americana. Desventura nacional que deploramos unos pocos pero lamentamos con la sinceridad del alma.

[...]

64

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

MERCEDES CABELLO DE CARBONERA (Perú 1845-1909)

Influida por el positivismo, Cabello abraza el realismo y le adjudica a la literatura un rol corrector moralizante. Es la primera escritora en elaborar una teoría literaria que expone de modo sistemático en el ensayo que sigue.

*

*

*

LA N O V E L A M O D E R N A . E S T U D I O FILOSÓFICO Epoca de transición y de r e f o r m a radical es la presente para el arte de escribir novelas. Dos escuelas o p u e s t a s la una a la otra, han sostenido, y sostienen hoy todavía, larga y furiosa lucha: la una data desde 1827, la otra ha nacido a la caída del segundo imperio en Francia; la una lleva la enseña del romanticismo, la otra del naturalismo. En los albores del nacimiento de la primera, se presentan Víctor Hugo y Jorge Sand: la segunda, se dice continuadora de Balzac, discípula de Stendhal, y reconoce por maestro a Emilio Zola. En tanto los partidarios de la nueva escuela gritan alborozados con toda la fuerza de sus pulmones: -El naturalismo ha triunfado!..., los discípulos de la antigua escuela se obstinan en la defensa, y persisten en sus principios, llamando a su antagonista, escuela decadente, inmoral y pesimista, augurándole su próxima desaparición y definitivo término. Esta lucha f u é al principio sostenida con brío y a b u n d a n c i a de razonamientos; hoy, los combatientes aseméjanse a los soldados después de la batalla; se disparan algunos tiros: pero dispersos, sin unidad de acción, sin calor, y quizá también sin la p r o f u n d a convicción que presta fuerza irresistible al razonamiento, y vigor al estilo.

[...] El romanticismo con aquella superabundancia de vida y calor que le fueron propias, idealizó sus creaciones, hasta tocar en la exageración. Hijo de la fantasía de ricas y poderosas imaginaciones, creóse un m u n d o ideal y superior, desdeñando mirar el mundo real, aquél que el novelista debe estudiar; no como poeta que va en pos de lo bello o lo fantástico, sino como filósofo que busca la verdad; no para recreación y contentamiento de ociosos y soñadores,

65

Capítulo II: El ensayo

ni para crear tipos simpáticos adornados de cualidades extraordinarias, sino para copiar de allí sus modelos, sus personajes, los cuales, para ser humanos, deben tener, no solamente las cualidades que se derivan del ser moral, sino también, las debilidades y miserias que se refieren al hombre; a ese ser complejo compuesto de grandeza y miseria, de instintos y sentimientos, de cuerpo y alma. El naturalismo su antagonista, en odio a su antecesora, descompletó al hombre, eliminando de él, la parte más bella y noble, y no menos cierta del ser humano: el factor, o factores más poderosos en la vida; los que con mayor dominio influyen en el destino del individuo; esto es, el sentimiento y la pasión. Y así como el romanticismo se creó un mundo donde no se vislumbra la realidad de la vida humana: así el naturalismo, creóse un hombre donde no se vislumbra la realidad de los sentimientos y afectos que agitan al alma humana. El naturalismo, más que una escuela de principios, ha sido una reacción revolucionaria, y todas las reacciones son extremas; es decir, van más allá del punto donde debieron quedar.

[...] En literatura no deben haber reacciones violentas que lleven al escritor, de uno al otro extremo; sino simplemente transformaciones, que innoven la forma artística o el procedimiento estético; mas no la esencia misma del arte, cuando éste tiene, como la novela, por único fin estudiar al hombre. De este principio incuestionable, deduciremos una consecuencia, también irrefutable; y es la siguiente: toda escuela que tiende a cambiar la naturaleza moral del hombre, ya sea, como el romanticismo, idealizando sus cualidades y embelleciendo sus pasiones, hasta crear seres tan perfectos, como no existen en el mundo; o ya, degradándolo hasta desposeerlo de todos los sentimientos y pasiones, que son la parte más bella y más cierta de su ser, será una escuela viciosa e incompleta. En tanto el romanticismo ha dañado los corazones por exceso de ficción e idealismo, la escuela naturalista los ha dañado por carencia de ideales, por atrofia del sentimiento y supresión completa del ser moral.

[...]

III Los hombres y las mujeres, la colectividad toda que sirvió de modelo a los noveladores de 1830, eran social y fisiológicamente considerada en sus vicios y pasiones, en sus sentimientos y afectos, la misma exactamente a la de 1890.

66

M. C. Arambel Guiñazuy

C. E. Martin

¿Qué quiere decir pues, aquella diferencia tan radicalmente marcada, entre los tipos que nos presenta la escuela romántica, junto con los de la naturalista?... Quiere decir, que la una se ha levantado a demasiada altura para enseñarnos desde allá un hombre, que no es el que nosotros conocemos, y diariamente tratamos; un hombre que no vive con la vida prosaica y vulgar de nuestras poblaciones, con sus accidentes, unas veces grandiosos, novelescos y bellos; otros mezquinos, bajos, ruines: un hombre que no sostiene la lucha por la existencia, y que no puede decir, como el hombre del siglo xix: "que es muy trabajosa la vida; pero muy hermoso el estar vivo". Y cuando, los espíritus sentíanse más fatigados y casi asfixiados por haber respirado largo tiempo el aire artificial del culteranismo en el estilo y las ficciones en las ideas, apareció Zola, genio revolucionario de primer orden, con sus primeros libros; y entonces no sólo el vulgo sino también, los hombres pensadores batieron palmas, exclamando: - E s t a es la realidad!... este es el hombre!... ¡Y se equivocaron! No, ese no es el hombre. Zola nos ha defraudado los órganos más importantes del cuerpo humano; los que constituyen al hombre: esto es el corazón y el cerebro. Y luego hay más, esos seres así incompletos, podrían, con escasas excepciones, servir para los experimentos de un alienista o un hipnotizador. Son espíritus que adolecen de particularidades psicopáticas, propias de la degeneración mental; personajes fatalmente perturbados, descarriados y viciosos; ya sea por el atavismo de una generación de borrachos y prostitutas; ya por tener esa constitución neuropàtica e hipnotizable, que determina la irresponsabilidad de las faltas; ya por estar inoculados del virus, que los condena a un destino que fatalmente se les impone: o bien por estar infisionados de la célula morbosa, que decide de la conducta de toda una generación que frenológicamente obedece a un determinismo fatal e ineludible. No, ese no es el hombre. Zola mismo lo ha dicho; él describe a la bestia humana. El gran Cullierre en su obra, Las Fronteras de la Locura, estudiando la psicología mórbida en la literatura, y el famoso árbol genealógico de los Rougon-Macquart, que según Zola es "la historia natural y social de una familia bajo el segundo imperio", dice: Todos los personajes de esta monstruosa epopeya son desarreglados o viciosos; pero más bien viciosos que desarreglados; ladrones, adúlteros, incestuosos, alcohólicos, sexuales, sobre todo sexuales. Un olor acre de lujuria circula a través de la obra entera y sobre todo en las últimas narraciones, de tal modo que los mismos discípulos del maestro, han

67

Capítulo II: El ensayo

llevado la severidad hasta tratarlas de colecciones de escatología y de caprolalia, de la competencia de los médicos de la Salpetriére". Y conste que esta opinión, emitida por un miembro de la Sociedad Médico-psicológica de París; uno de los profesores de Ciencias experimentales a las que con tanto empeño se ha acogido Zola, es el más elocuente reproche dirigido al naturalismo. Y nosotros, apoyados en esta opinión debemos preguntar: - Y ¿el hombre sano de cuerpo y alma; sano por sí mismo y por todos sus antecesores: el hombre que ama, cree y espera; el que siente, piensa y lucha contra sus propias pasiones, dónde está en las novelas de Zola? Ese hombre, al cual la religión y la moral bien entendida, han levantado, más arriba de la bestia; pues que al frente de sus propias pasiones, de sus naturales instintos y egoístas tendencias, se ha trazado una conducta moral que le impone el sacrificio de sus más imperiosos deseos y poderosos instintos, en bien de sus semejantes; ese hombre, que no es el detritus social que Zola con toda la riqueza léxica y sintáxica de su poderoso genio, nos presenta, ni tampoco es el héroe quimérico y novelesco de Jorge Sand ¿a dónde lo buscaremos? Y nótese que al personificar en Zola toda la teoría naturalista, no es porque él solo cometa esas culpas, propias de la escuela que él ha creado: Huysmans, Lemoinnier, Richepin, Paul Bourget, López Bago, y otros muchos, siguen y aún exageran los principios de Zola.

[...]

IX Nos hallamos pues en el momento preciso, en la época decisiva y preciosa para sentar las bases sobre las cuales ha de cimentarse el edificio de la novela del porvenir. Nos hallamos entre dos escuelas, la una deficiente, caduca, defectuosa y ya vencida; la otra, joven, rodeada de inexplorados y nuevos horizontes, dócil a aceptar cualquier innovación y apta, por su misma juventud, para amoldarse a cualquier transformación o agregación; porque quizás los mismos partidarios de ella, y aun su maestro, no parecen estar completamente satisfechos ni plenamente holgados con sus principios y procedimientos toda vez que así suprimen la espontaneidad y amenguan la amenidad de las obras de arte. "Las obras terribles - d i c e Z o l a - que tienen la lealtad de hablar con franqueza, no agradan, antes al contrario disgustan y espantan; no permiten el desenfreno solitario de los delirios; el placer sensual que se realiza entregándose a los amores ideales".

68

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

Pues bien, si el espíritu filosófico de análisis y examen, que domina nuestro siglo, nos lleva a aceptar el método inductivo de la escuela naturalista, seamos eclécticos, y no aceptemos de ella sino aquello que sea adaptable al mejor conocimiento del hombre y las sociedades. No rechacemos por espíritu de oposición ni partidarismo de escuela, la tendencia experimental, que el naturalismo se propone; esa nueva modalidad del arte abre ancho campo al novelador, pues que, a más de estudiar sobre el cuerpo vivo el caprichoso curso de los sentimientos y pasiones, puede también crear situaciones que respondan a todos los movimientos del ánimo. No aceptemos el naturalismo zolaniano, virtualmente antagónico a nuestra manera de ser, social y fisiológicamente considerado. Descartémonos de la imposición que nos obliga a explicar el drama de la vida humana, tan sólo por el instinto ciego, o la desenfrenada concupiscencia, desatendiendo los más poderosos y activos resortes de la vida, cuales son el sentimiento y la pasión. Nada, ni un solo punto de similitud hay entre estas jóvenes sociedades de América y la escuela zolaniana, engendrada y nacida con la descomposición social de una época insólita y extraordinaria, simbolizada en la mosca de oro que según Zola, viene a ser la causa de todos los desastres de la guerra franco-prusiana y de los últimos luctuosos sucesos de la caída del imperio. Algunos novelistas ultranaturalistas, como Camilo Lemonnier, diz que antes de aquella época escribían novelas sentimentales, y éste sólo ha principiado a pintar la negrura del alma humana, desde un día que, después del desastre de Sedán, visitó el campo de batalla de ese lugar. Si Francia ha ganado gloria con su escuela naturalista, nosotros malamente nos esforzaremos en imitarla, haciéndonos sus copistas, sin cuidarnos de producir nuestro ideal propio, ya que no nuestra propia literatura; sin pensar que, mediante esta imitación, nos convertimos en falséanos o mendicantes, pretendiendo descubrir el secreto de vivir en lujosa mendicidad, ahitándonos de una literatura que sin corresponder a nuestros ideales, puede corrompernos hasta la médula de los huesos. El arte lo mismo que la literatura -dice Proudhon-, es la expresión de la sociedad, y a no existir para mejorarla, existe de cierto para perderla. Que el naturalismo sea sincrónico o contemporáneo de la Biblia como se ha pretendido probar, o procede de Diderot o Cervantes, no tratamos de inquirir sus abolengos, sólo sí demostrar la insuficiencia de ambas escuelas, y la necesidad de una más completa; de la que imite a Shakespeare, en el estudio pasional del corazón humano; a Molière en el conocimiento de las flaquezas del hombre; a Goethe en la naturalidad de los afectos tiernos y delicados [...].

69

Capítulo II: El ensayo

XV [•••]

Si hay en el hombre cuerpo y alma, corazón y cerebro, sentimientos e instintos, jamás ninguna escuela prevalecerá definitivamente si ella no abarca al hombre en toda su realidad, sin idealizarlo como el romanticismo ni desnaturalizarlo y degradarlo como el naturalismo. Los que comprendemos la altísima misión del arte, llevado al terreno de lo real, d e b e m o s resignarnos con la desaparición del romanticismo, en la esperanza de que su mejor savia ha de venir a fecundar, siguiendo la sucesión de las ideas, nuestro arte realista. [•••]

CAPÍTULO I I I E L RELATO DE VIAJE

CONDESA DE MERLIN

(Cuba 1789-Francia 1852)

A partir de 1840, varias versiones de la obra cumbre de Merlin aparecieron en la prensa francesa y española. La ambiciosa Havane, publicada en tres volúmenes en 1844 cubre una gran variedad de temas de actualidad, entre los cuales descuellan la situación de Cuba, la esclavitud, los tipos raciales y sociales y la inmigración. A lo largo de las cartas se revela el conflicto entre su ideología imperialista y su identidad isleña. La selección aquí presentada describe las costumbres de las habaneras desde un prisma europeo. *

*

*

LA HABANA CARTA XXV SUMARIO Las mujeres habaneras-Su constitución física-Lujo poético de la naturaleza-Sin corset-La butaca-La volante-Pasión por el baile-La orquesta-La música del país-Del ritmo-El Strauss habanero-Su traje-Las pobres-Casas a la luz del día-"Adiós, hasta cada momento"-"Esta casa es suya"-Pudor y desnudez-Elección de matrimonios-Las mujeres de los países esclavistas-La negrita-Belleza de Los niños-Lujo de los habaneros-La madre joven-Pepillo-La abuela.

72

M. C. Arambel Guiñazú y C. £

Martin

A George Sand Cuba, 1 de julio ¿A quién mejor podría comunicarle mis observaciones sobre las mujeres de mi país, su manera de vivir y de sentir que a usted, que comprende tan bien a nuestro sexo y cuya piuma elocuente tan a menudo ha interesado a las almas generosas por los sufrimientos de la mujer en las sociedades civilizadas? No espere usted relatos patéticos y ardientes, coloreados por los fuegos tropicales, ni trágicas historias en las cuales el interés reside en los celos furibundos y en el puñal ensangrentado. La habanera es casta, aunque de alma y naturaleza ardiente, ignora los refinamientos románticos de esa vida del corazón, de sus tormentos o imaginarias voluptuosidades, frutas maduras en invernaderos cálidos que no tienen ni p e r f u m e ni sabor, pasiones ficticias, plantas parásitas que resecan la joven savia en su primera floración. La habanera es por lo general de talla mediana y delgada, pero por delgadas que sean, sus formas están bien pronunciadas. Tiene las extremidades pequeñas y delicadas como las de un niño. Sus pies menudos y regordetes están calzados, o para decirlo mejor, envueltos en satín blanco, ya que sus zapatos apenas tienen suelas y no han pisado nunca el pavimento de la calle. El pie de una habanera no es un pie sino un lujo poético de la naturaleza. Su cuello bien plantado mueve dulcemente su cabeza voluptuosa. Su talle no ha sido nunca comprimido por un corset, y aunque naturalmente fino, está en armonía con las otras formas de su cuerpo, sin pedirle a la belleza una desproporción exagerada que el arte y la naturaleza rechazarían a la vez. La libertad que ella goza desde su infancia, el dulce y constante calor de la atmósfera, hacen que sus miembros conserven toda la frescura y flexibilidad primitiva e impriman una aterciopelada suavidad a su piel, a veces de un blanco pálido, pero bajo el cual se entreve un reflejo cálido y dorado como si el sol la hubiese penetrado con sus rayos. Sus movimientos están impregnados de una languidez voluptuosa, su andar lento y perezoso, su palabra dulce y cadenciosa, contrastan a veces con la vivacidad de su fisonomía y con las llamas de fuego que se escapan de sus ojos negros, grandes, de mirada inigualable. N o se expone j a m á s al sol sino cuando viaja. Sale únicamente al caer la noche y j a m á s a pie. Además del inconveniente del calor, el orgullo aristocrático le prohibe mezclarse al mundo de la calle. Laboriosa, desde por la mañana se la ve ocupada en trabajar con sus propias manos en las ropas destinadas a sus negros, o en la canastilla de su hijo. Pero cuando el ardor del sol pesa sobre la atmósfera toda ocupación le resulta imposible. Apenas camina, se pasa gran parte del día en el baño o comiendo frutas, el resto en mecerse en la "butaca". Hacia la caída de la tarde, la graciosa sílfide vestida de blanco, la cabeza

Capítulo III: El relato de viaje

73

adornada con flores naturales, se pone en movimiento, sube a la volante (coche descubierto del país) y va a los comercios; no se baja nunca, se hace llevar la tienda entera al estribo y luego va a tomar el fresco. Si se trata de pasear, de ir al campo; pasa tranquilamente de la butaca a la volante y afronta el más ardiente sol en traje blanco con la cabeza descubierta y sin sombrilla. Se diría un héroe en la brecha desafiando al cañón. Por un contraste fácil de explicar a las habaneras les gusta el baile con furor, se pasan las noches enteras moviendo los pies, agitadas, dando vueltas ¡ocas hasta que caen extenuadas. La contradanza habanera se baila más bien con el cuerpo que con los pies, es una mezcla del vals con pasos que se deslizan, balanceos de una blandura y voluptuosidad indefinible que se prolonga hasta el momento en que la fatiga de los bailadores viene en socorro de los músicos de la orquesta. Estos son muy cómicos por sus trajes rebuscados. La música de la contradanza habanera, como el m i s m o paso de la danza, expresa el carácter criollo, mezcla de languidez y de efusión. La frase de la cantilena, siempre sincopada, hace una pausa regularmente antes de terminar el ritmo y luego recomienza de un golpe, como si se hubiera retrasado en el compás y se apresurase a recuperarlo. Estos aires habaneros son en su mayoría en tono menor, como casi todas las melodías primitivas, y las inspiraciones de los compositores son obras del instinto más bien que del arte; se colman de armonías extrañas y Cándidas c u y o encanto es a la vez melancólico delirante. Es siempre el director de orquesta, el elegante negro "Plácido", el Strauss habanero, el que inventa las melodías de la danza. Tan original como sus composiciones es su vestimenta exactamente calcada en la del año 98 en Francia. Lleva una casaca que termina en cola de bacalao, los pantalones amarillos atados a las rodillas por unas cintas que caen hasta la mitad de la pierna. Está calzado con medias de seda adamascadas, zapatos de piel de ante con una roseta color de pensamiento y para completar el traje lleva chaleco y puños de encaje. Aquí las mujeres de clase alta, que comprenden las ventajas de su posición, conservan sus maneras, pero son sencillas y de carácter dulce; no tratan de convencer a nadie de su importancia con impertinencia y desdén. Hay algo adorable en su zalamería y en ese pudor de la grandeza que muestran con sus inferiores. Admiro la bondad angelical de mi tía para con los humildes, cuando veo entrar a la intimidad de sus habitaciones a pobres mujeres que aún antes de pedirle la limosna empiezan por sentarse sin que se las invite y ahí se quedan todo el tiempo que les parece sin que nada Ies haga sentir que están molestando. Una de las costumbres a la cual es difícil que se habitúen los europeos aquí es a que gente de afuera entre en las casas por todas partes. Las puertas

74

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

e s t á n a b i e r t a s , c o m e n z a n d o p o r la de la calle que no se cierra p a r a n a d i e . T i e n e usted a su alrededor cien negros para servirle y ni uno solo le evitará una molestia. Las mujeres reciben a todas horas; esta costumbre de vivir a la luz del día debido al clima, puede, al principio parecerle cansado a los habitantes del Norte, a c o s t u m b r a d o s a disfrutar del aislamiento y de la m e d i t a ción, pero puede ofrecer otras ventajas. Si se recibe a todas horas no nos preo c u p a m o s p o r los visitantes: este hábito nos hace tener a m i g o s y el a f e c t o reemplaza la rigidez de los cumplidos ceremoniosos. Las personas que usted acepta se convierten en miembros de la familia y comparten sus penas y sus placeres. En cuanto a las importunas, no nos inquietan; los hombres se van y las m u j e r e s siguen comiendo frutas y meciéndose, y si a veces están demasiado a c o m p a ñ a d a s al m e n o s nunca estarán solas. Vuestras mujeres en Francia son más dueñas de su tiempo y arreglan a su manera sus encuentros sociales, tienen sus días y horas marcadas para recibir y se arreglan para no ser importunadas, pero ese cuidado de su personalidad lo pagan con egoísmo. Una vez c u m p l i d a la estricta cortesía ven alejarse a los visitantes, a m e n u d o durante m e s e s , a v e c e s años, si no se reclama su presencia para fiestas y placeres. C o n f e s e m o s que a pesar de los i n c o n v e n i e n t e s de la cordialidad criolla es dulce para las mujeres, que por instinto necesitan apoyarse en el afecto, oírle decir a un a m i g o "Adiós, hasta cada m o m e n t o " . A la vez son adorables por sus m o d a l e s y su h o s p i t a l i d a d con los e x t r a n j e r o s . A la p r i m e r a visita los adoptan c o m o amigos de la casa, y cuando les dicen: "Esta casa es suya", no es una vana formalidad sino un ofrecimiento que les brota del corazón: usted puede estar segura de encontrar en su casa vuestro cubierto en la mesa todos los días, y en el campo, vuestra cama. N a d a iguala la gracia inocente, la palabra acariciadora de nuestras m u j e res y la a r m o n í a que existe entre la música de sus voces, el giro original de sus f r a s e s y sus g e s t o s tan a t r a y e n t e s . Sin e m b a r g o no hay i m p u d o r en su naturalidad, nada incorrecto en su alegría. La intimidad de la vida de familia podría ofrecer inconvenientes graves si la costumbre no alejara el peligro. Esta familiaridad corre pareja con su inocencia. La publicidad constante de la vida privada, la presencia continua de los negros en completa desnudez hasta la edad de ocho años, no destruyen en nuestras j ó v e n e s más que un sólo pudor: el de la vista, no ofenden la pureza de sus pensamientos-que conservan siempre. Sus imaginaciones no han sido heridas por lecturas depravadas o por las malas máximas. N o se exaltan nunca en falso, ni se adelantan a indagar los secretos de la naturaleza. Así, esta inocencia primitiva de las costumbres habaneras, sin peligros para temperamentos ardientes d e precoz desarrollo sería una fuente de escándalo y de desorden en un país d e E u r o p a para a l g u n a s m u j e r e s del N o r t e , pálidas, irritables y

Capitulo / / / : El relato de viaje

75

retrasadas, que se adelantan al amor por una cultura forzada y pierden la virginidad del corazón antes de conocer la pasión. Aquí una joven todavía niña se casa con el hombre que escoja, siempre y cuando sea pariente suyo. Una familia se une raramente a otra; la alta nobleza tan tolerante en el trato ordinario de la vida teme mucho la unión con familias de condición inferior, y aun a mezclar su sangre con la de extranjeros aunque ésta sea tan pura como la suya. Las uniones de niños de la misma familia criados juntos son casi siempre felices. El amor mutuo se confunde con un afecto tierno de una camaradería infantil parecida al amor fraternal que le sobrevive, no permite en ningún caso ni el olvido ni los males procederes. A pesar de los peligros que despierta una sangre ardiente, el abandono de la vida íntima y los hábitos sensuales de las mujeres, éstas son púdicas por un profundo instinto de honradez natural. Su educación sencilla, su piedad ardiente y exaltada, las llevan hacia todo lo que es el bien por amor más que por temor a Dios. Un hecho me ha parecido digno de hacer resaltar, es que en La Habana como en todos los países donde hay esclavos, las mujeres ocupan un rango más alto que en otras partes. Reina de un vasallaje atento, rodeada de consideración y amor, con mucha influencia en su hogar, rara vez le asalta un mal pensamiento. Como no se le ha consultado jamás para escoger su marido ni se ha tenido en cuenta su ambición, su vanidad o concupiscencia, el hombre con quien se casa es siempre más o menos de su misma edad y tiene sus mismos gustos. Ella lo quiere y no llega al lecho conyugal con el corazón revuelto y la imaginación dirigida hacia otros lazos y otros deseos. No está condenada a fingir siempre, el más horrible de los suplicios. Su vida es más modesta, sus goces tienen menos brillo que el de las mujeres de los países en los cuales la civilización es más refinada; pero no padece las torturas de la vanidad humillada, las angustias mortales de un corazón cansado por una búsqueda vana, gastado por sentimientos ficticios o pasajeros, herido por los celos y las penas. No ha sido castigada por su amante a causa del marido, ni por el marido a causa del amante. Juzgada severamente por la opinión y por sí misma, asqueada de todo, interiormente sola, no busca una compensación para su vida frustrada derramando sobre la vida de los demás la amargura de su corazón. En fin no ha tenido jamás la idea infernal de buscar una emoción en el dolor de otra persona quitándole sin amor el amante a una amiga. Apenas una niña empieza a balbucear se le regala una negrita que se convierte en su compañera de juegos, luego en su doncella y al cabo de algunos años obtiene la libertad. La nodriza es una especie de matrona que se liberta, si es esclava, en cuanto acaba de criar, pero que se queda en la casa, donde es muy considerada. El cariño de estas negras por los niños que han criado es

76

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

una especie de culto, una verdadera adoración. Absorta únicamente en estos sentimientos sus propios hijos le son casi indiferentes. No hay nada comparable a la belleza de los niños de La Habana. Son flores a la vez fuertes y exquisitas que se abren al calor de este cielo esplendoroso. Ni una cinta ni un lazo ha oprimido sus carnes delicadas. El vestido se reduce a una ligera camisa de linón que sólo les llega por debajo de la rodilla, muy escotada sobre el pecho, adornada de encajes y sin mangas, con lazos de cintas sobre los hombros y su pequeña cabeza desnuda así como todo el resto del cuerpo. Luego se les pone sobre una estera. Hay que ver entonces sus pequeños miembros en libertad, redondearse y endurecerse buscando sin ataduras desarrollar sus fuerzas y su vida, y esa piel elástica y viva irse fortaleciendo al contacto del aire, haciendo aparecer a cada movimiento, en cada gesto, pequeños pliegues con encantadores hoyuelos de una gracia arrebatadora. No, la Albane no ha imaginado nada más adorable. Este ligero traje de los niños es muy costoso. Cada pequeña camisa está bordada en seda de color y sólo se pone una vez. Se podría bordar en lana y sería mucho más sólida; pero justamente por este motivo no se hace. El lujo de las mujeres es muy rebuscado, no es lujo aparatoso pero sensual. Para ellas es un modo de ser y de vivir ya que sus trajes son de la mayor sencillez. Por la mañana una amplia bata o traje de linón, par la noche se visten también de linón pero con mangas cortas, corpiños escotados, y en sus cabezas bien peinadas llevan una flor natural colocada sin arte y sin aparato. Bajo esta sencillez se esconden raras delicadezas; su ropa interior es del batista más fino adornada con encajes, se la cambian varias veces al día. Los trajes de linón siempre bordados y adornados igualmente con encajes sólo se llevan nuevos y cuando se lavan se los dan a las negras. Una habanera sólo usa medias de seda, y nuevas, y al quitárselas las tira. Sus pequeños zapatos bien pronto los dejan abandonados, y como todo lo demás van para las negras, a las cuales no les falta originalidad en el vestir. Es muy divertido ver a estas negras atravesar cantando o fumando, estos salones inmensos, iluminados por la claridad del día. Con sus trajes de linón puestos sobre una camisa que no les llega más abajo de la rodilla, todo cayéndole sobre el pecho y la espalda, con sus zapatos de satín que llevan como pantuflas dejando fuera los talones y sus piernas negras como el ébano, se les tomaría por murciélagos de alas transparentes revoloteando en la claridad del día. Una habanera no usa nunca dos veces sus trajes de baile, aunque son de un gran lujo, enviados a gran costo desde París; pero una joven preferiría no ir al baile si tiene que presentarse por segunda vez con el mismo traje. En el teatro las mujeres están siempre de gran toilette y como en los bailes, lucen diamantes que poseen en gran número, montados en París. Sus sábanas, como

Capítulo III: El relato de viaje

77

todo el resto de sus ropas de casa, son de batista muy almidonadas, y mi sorpresa fue grande cuando por primera vez me presentaron una toalla de manos adornada con encaje y muy almidonada. Las camas son de hierro con bastidor y cubiertas con damasco. Mi tía tuvo la gentileza de regalarme por mi calidad de europea un pequeño colchón de damasco azul del espesor de una barra de lacre. Las almohadas son de un género parecido, cubiertas de linón, bordadas con entredoses y ancho encaje al borde y cerradas por lazos de cintas azules. Las cortinas de la cama también de linón, suspendidas y atadas por cintas iguales, las sábanas, son de batista muy fina; la de arriba, única sobrecama que se usa aquí, siempre adornada con encaje. ¡Piense el efecto lamentable que harían al lado de este lujo maravilloso mis camisas de sencilla tela de Holanda y mis pobres medias de hilo de Escocia! Pero lo que fue un verdadero escándalo para todos fueron mis desgraciados zapatos de cuero marroquí negro descubiertos en el fondo de mis baúles: -¡Jesús María! exclamaron, ¿qué es eso?... ¡Esos zapatos para tus pies en la Habana! ¡Oh!"- Me sentí verdaderamente mortificada ya que no comprendían que mi piel se hubiese endurecido en Europa hasta el punto de poder soportar el suplicio de esos zapatos. Y no obstante pensaba con amargura, ¡yo tengo tanta dificultad en caminar como las demás mujeres de Europa! La juventud extrema de las madres y el desarrollo precoz de la infancia, dañan mucho la primera educación. El niño desde un principio toma a su madre por camarada, y la despreocupación criolla las priva de la energía indispensable para regañarles y hacer valer sus derechos de madre. Ante la debilidad maternal, el niño se vuelve voluntarioso y dominante. El mal es menos grave cuando se trata de la educación de las hijas, quienes por la dulzura de sus caracteres tiernos y amoldables vuelcan su gran ternura sobre sus padres, pero la primera educación de los varones a menudo falla. Usted se daría cuenta si asistiera conmigo a una breve escena de la que he sido testigo hace dos días y que puede servir de ejemplo de la educación habanera. Era por la tarde; yo estaba con algunas jóvenes en el salón frente al puerto, cada una sentada, o mejor dicho, acostaba en una amplia butaca de cuero marroquí. El día era calurosísimo y sin embargo la brisa hacía golpear puertas y ventanas y jugaba con las blancas y ligeras telas de nuestras batas. Una inmensa bandeja llena de frutas colocada ante nosotras calmaba el ardor de nuestra sed. Más ávida que las demás me disponía a saborear esos tesoros de los que había estado privada durante tanto tiempo, cuando de repente en medio de mi loca alegría, mientras saludaba tiernamente a cada una de mis antiguas y queridas conocidas y les daba pruebas inequívocas de que las recordaba, veo entrar a un hombrecito que hubiese tomado por un enano a no ser por sus ojos de mirada ingenua y por la piel de su cara, fina como la de un

78

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

melocotón. Tendría poco más o menos unos doce años. Llevaba botas, traje a la francesa con pechera, un sombrero en la cabeza y una fusta en la mano... ¡Se diría que era el gato botas! -Mamá, dijo al entrar, mi choche está listo, voy a cenar con uno de mis amigos; adiós, hasta la noche. - P e r o Pepillo, dijo la madre con su voz lánguida y dulce. ¿Pepillo qué idea la de salir con este calor? - N o hace calor, mamá. -Pero yo no quiero que comas fuera, te has pasado el día de ayer con tus amigos. -También pasaré éste, mamá. -Pero sabes que tienes que ir al baile de esta noche; y tendrás que volver para vestirte y todo eso te cansará. - E s o no me cansará, mamá. A cada respuesta, se comía una fruta. - E n fin Pepillo, yo no quiero que salgas... ¿lo oyes? -Adiós, mamá. Y dando una vuelta desapareció. - ¡ Q u é muchacho! dijo la madre en un tono medio tierno y medio triste siguiéndolo con la vista. Y ya, no se dijo más. -Dime China, le pregunté a la madre, ¿es así como educan ustedes a vuestros hijos? -¿Y qué hacer? -Hacerlos obedecer. - ¿ Y cómo? -Con la voluntad. - ¿ Y si él no quiere hacer lo que se le dice? - S e le encierra. -¿Y si le da la alferecía? Estas madres tan débiles no titubean nunca cuando se trata de separarse de sus hijos para educarlos en Europa, y es con un valor heroico que los lanzan al mar en busca de nuevos conocimientos y de enseñanzas útiles para la vida. Es así la naturaleza de estas mujeres... pusilánimes en las pequeñas cosas, sublime en las grandes. Pobre madre, ¿no sabes que tu ternura ciega le impone a tu hijo una inmensa labor, que le obliga a ahogar un día los malos gérmenes que tu debilidad ha desarrollado en él, y que a menudo se vuelven incorregibles? ¿que tu culpable indulgencia le hace impetuoso, personal, cobarde ante el trabajo? ¿que el amor maternal verdadero no está en la voluntad que se doblega sino

Capítulo ¡H: El relato de viaje

79

en la fuerza que guía? ¿que la ternura filial se une al respeto y la bondad que inspira la confianza no es incompatible con la firmeza inexorable que impone lo que es justo? ¿que no hay nada frivolo e indiferente para la infancia? En fin, ¿que las primeras impresiones, como las raíces del árbol, desarrollan y alimentan con su savia las ramas y las hojas?... ¡Queridas compatriotas, perdonad estos consejos que nacen de la simpatía que os tiene vuestra hermana! No obstante y a pesar de los males resultados que produce la debilidad de las madres jóvenes, la ternura filial es más profunda aquí, más exaltada que en otras partes. Esta bondad inagotable del corazón maternal actúa fuertemente sobre las naturalezas ardientes predispuestas a vivir sólo por los lazos afectivos. Todas las dulzuras que esta existencia independiente, esta minuciosa ternura que rodea al niño se confunde con la imagen de la que es alma y amparo de todas las alegrías del corazón, de todas las emociones y de todos los agradecimientos. ¡Es conmovedor ver con qué respeto se rodea aquí a las madres de familia que llegan a una edad avanzada! Fuente potente de una posteridad numerosa, la abuela es el centro de todas las atenciones, de la veneración de todos. Las fiestas, los banquetes de bodas, tienen lugar en su casa. Se la ve presidir la gran mesa, sencillamente vestida, sus cabellos blancos que nunca ha tratado de esconder, recogidos en trenzas. Todos los halagos, todas las bromas son para ella o vienen de ella, y cuando llega el día en que ha de terminar esta vida patriarcal, se apaga dulcemente sin pena y sin remordimiento, tal como ha vivido. A la m u j e r del gran mundo en Europa hay que compadecerla cuando la edad le quita los encantos de la juventud, ya que es raro que sepa envejecer. Se necesita buen sentido y previsión, y quizás toda la vida que le ha precedido, para que llegue preparada a esa época solemne. Pero ¿qué se hará ella si todo su t i e m p o ha sido consagrado a las agitaciones de la vanidad y de la galantería, cuando después de haber dedicado su vida entera a los placeres ficticios se los ve arrebatar uno a uno por la juventud que la rodea? Entonces mira por primera vez a su alrededor, se da cuenta de que si no se ha tenido la costumbre de la abnegación y se ha vivido sólo para si misma, nadie se cree en el deber de dedicarse a ella. Alejada y llena de amargura trata de hacerse de amigos en la vida política, en la vida de las intrigas, y muere como ha vivido, corriendo en pos de la felicidad en medio de agitaciones estériles e impotentes.

80

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

EDUARDA MANSILLA

(Argentina, 1835-1892)

Nacida en una familia notable (es sobrina del dictador Juan Manuel de Rosas, gobernador de Buenos Aires) recibe una educación esmerada que incluye un sólido conocimiento del inglés y del francés. Vivió muchos años en París desde donde viajó a los Estados Unidos. Las selecciones siguientes provienen de su Relato de viaje, publicado en 1882, en el cual critica y compara las sociedades europeas (la francesa, sobre todo) con la nueva nación americana. Siguiendo los gustos de su generación, mezcla a las observaciones de carácter cotidiano los comentarios políticos personales.

RECUERDOS DE VIAJE C A P Í T U L O II

Si en vez de llegar á Nueva York de día claro, con aquel sol rajante, despiadado, atravesando en un mal coche de alquiler, la muy larga distancia, que media desde el muelle hasta la parte elegante de la ciudad, me hubieran desembarcado dormida y encerrada, como las princesas de las Mil y una noche, en misterioso palanquín, al despertar, de seguro habría exclamado: "Estoy en Londres!" Idéntica arquitectura, igual fisonomía en las calles, en las tiendas, en los transeúntes, que parecen todos apurados; y lo están en realidad. El cosmopolitismo hállase más acentuado en Nueva York; pero la raza sajona descuella allí sobre las demás é imprime á la metrópoli norteamericana, todo el carácter de una ciudad inglesa. Si se exceptúan los tobacconish, con sus colosales cigarros de madera chocolate ó sus indias de lo mismo, adornadas con el clásico tocado y la cintura de plumas rojas y azules, que tienen un sello puramente americano. La animación es portentosa, y cuando se entra á Broadway, la grande arteria de la suntuosa ciudad, aquel nombre de calle ancha, parece ridículo. Los ómnibus, los tramways, idénticos a los nuestros, los carros de tráfico, con sus inmensos paraguas-avisos, que libran al conductor de los rayos del sol y anuncian al viajero el mejor sitio para comprar, ya sea betún para las botas, ya sean joyas para ladies, obstruyen el paso y suspenden por algunos instantes el movimiento de aquella Babilonia andante.

Capítulo ¡II: El relato de viaje

81

En la época á que aludo, 1860, el ferro-carril aéreo, no existía; ha sido construido después de mi salida, y harto se necesitaba. Más de una vez he creído imposible salvar la distancia que separa a Union Square del embarcadero del ferro-carril de Pensilvania, á pesar de salir con sobrado tiempo del hotel, para tomar el tren de la mañana. Carros, tramways, ómnibus, carretas de todas formas y dimensiones, obstruyen la calle; y por más malhumor y agitación que se gaste, el vehículo que conduce al viajero apremiado por la hora, no puede salvar inconvenientes de fuerza mayor, como dice el municipal francés (sergent de ville) que fue. Muchas veces me ha sorprendido la flema inalterable, con la cual los Yankees, los hombres más ocupados del mundo, esperan, resisten y soportan esos escollos, inherentes á las grandes aglomeraciones de población. Momentáneamente, parecen no sentir siquiera la demora y contentarse con mirar su reloj, repitiendo: Plenty time (tiempo de sobra). Pero así que llegan al término de la jomada, no descuidan de seguro, medio alguno de remediar aquel inconveniente, para que no se repita y poder de esa suerte ganar el tiempo que es dinero. En nuestra raza, se produce el fenómeno contrario; en el momento crítico, la impaciencia toma proporciones vastas, el malhumor sube de punto, el viajero se queja, rezonga, vocifera, maldice y amenaza la Compañía si está en ferro-carril y la Municipalidad, si va en carruaje: pero llega y... olvida y nada se remedia: ahí está el mal. El policeman yankee, tan parecido al inglés, aunque menos grave, llamó mi atención desde ese primer momento y más tarde, no tuve un amigo más seguro, que aquel gordo, rubio, que hacía el servicio diurno en la esquina de Broadway y Union Square. Sin él, ¿qué señora, qué niñera con niños, se hubiera atrevido jamás á cruzar de una acera á otra, sin ser infaliblemente atropellada por los tramways ó los ómnibus? El policeman levanta la macanita corta y reluciente que lleva en la muñeca, pendiente de una correa, y como si ésta fuera una varilla mágica cesa el movimiento en la ruidosa avenida. Luego, con un ademán blando, que contrasta con su talla gigantesca, toma de la mano á la lady que debe proteger y poner en lugar seguro, en la opuesta vereda; y sin exagerada prisa, con un niño en cada brazo, dando la mano a la lady, cruza la calle. Thanks! (gracias) murmura la dama, sonríen los chiquitines y el policeman, sin aparentar oír ni ver; pero, oyendo y apreciando las gracias y la sonrisa infantil, agita de nuevo su vara milagrosa: un movimiento autoritario nada ridículo, sino quite the thing, y vuelven de nuevo á circular los ruidosos vehículos; en tanto él, grave, sereno y vigilante, continúa su pacífica tarea. Las iglesias, no producen en Nueva York el mismo efecto que en las ciudades europeas, aún de menor importancia. Por lo general, son poco bellas, modernísimas y con el sello de construcción de ayer, que les quita gran parte de su encanto, no sólo arqueológico, sino estético.

82

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

En la América del Norte, como en la nuestra, el viajero no halla esos preciosos recuerdos históricos, revelados por los monumentos, por la fisonomía misma de las ciudades. Todo es allí obra del presente, nuevo, novísimo y exento de ese encanto misterioso que el tiempo imprime á las piedras, á los edificios, á las cosas. La historia de ese país, como sus monumentos, es toda de ayer, de ahí la pobreza relativa que impresiona desagradablemente al viajero que llega de Europa, si bien comprende toda la riqueza y poderío que esa parte del Nuevo Mundo encierra. Halla mucho que le sorprende; pero poco que le seduzca. La nueva catedral que acaban de construir á su costo los católicos de Nueva York, es bella y lujosísima. Toda de mármol blanco, tallada con gran primor, recuerda un tanto la Santa Sofía de Constantinopla, atrae las miradas del viajero desde luego, lo deslumhra de lejos por su blancura nítida y su corte admirable. En general, los templos son góticos, de un gótico moderno, que sólo ha conservado de aquel orden arquitectónico, tan bello y adecuado al pensamiento religioso de la Edad Media, el corte agudo de sus torres y ese estrechamiento perfilado del conjunto, prescindiendo de adornos, molduras, y de ese mundo de estatuitas, gárgolas, rosetas, grifones y agujas, que son al orden gótico, lo que las hojas de acanto al corintio y la columna estriada al dórico. Las churches de Nueva York, de un gótico desnudo, sin galas, son escuálidas, frías, como el culto á que están dedicadas, y desde luego me fueron antipáticas. Quiero hacer una excepción, en favor de una, cubierta de graciosa yedra, colocada á la derecha en Broadway, al subir hacia Union Square; no recuerdo su nombre y no me importa. Esa iglesia gótica, que más bien parece la capilla de un cementerio, vista á la luz de la luna, evoca pensamientos de penetrante melancolía: es una protesta muda, en aquella ruidosa calle donde se agita y bulle el pueblo más vivaz de la tierra. En cambio, las casas que son en los barrios lujosos, por lo general, de piedra oscura, de corte sencillo y elegante, revelan desde el exterior el comfort del hogar (home) inglés, y aún algo de más grandioso y vasto. Edificadas, como las de Inglaterra, sobre una serie de gradas elevadas, con el basement subterráneo, son de tres y cuatro pisos. Cada uno de éstos, tiene un uso particular. En los bajos, la cocina, el laundry, (cuarto para lavar y planchar) y en algunas casas de gente modesta, el comedor. Los ricos tienen en el primer piso los salones lujosamente amueblados, el comedor, la biblioteca, todo esto rodeado por un hall ó corredor enlozado de mármol blanco ó enmaderado con mosaicos tan relucientes, como los de un salón parisiense en verano. Las casas son dobles, con habitaciones en ambos lados, con grandes ventanas sobre la calle, que se cierran de arriba abajo, corriendo los cristales; el nombre de este sistema es odioso, por eso lo callo.

83

Capítulo III: El relato de viaje

Los Americanos, como los Ingleses, gustan mucho de adornar sus casas con una ó dos ventanas más grandes que las ordinarias, á que llaman bow window. Son éstas unas aberturas que empiezan en el piso y suben hasta el techo; en vez de estar como todas las ventanas, ras con ras con la pared, avanzan hacia el exterior y forman una especie de cancel ó nicho, sobre la calle. El efecto es muy bonito en el interior, pues deja penetrar la luz desde arriba como en los studi de los pintores, y por fuera, rompe la monotonía de la línea recta. Las bow-window tienen siempre ricos cortinados de brocato en el invierno, cuando el calorífero que viene del basement y mantiene la temperatura noche y día a 71 grados Farenheit, hace olvidar el frío polar, que desoía las calles y congela lagos y ríos en la parte Norte y Oeste de la Unión. En el verano, blancos tules y leves muselinas velan la bow-window y la vuelven aún más misteriosa y atractiva. Flores en vistosos jarrones y lujosas macetas, mesitas con libros y chucherías, adornan aquel misterioso buen retiro de la americana flirtation, tan grata cuanto peligrosa. En el segundo piso están los aposentos con sus anchas camas matrimoniales, que la mujer norteamericana, ostenta siempre, en las noches de recepción, con sus dobles almohadones con fundas blancas, cubiertas de bordados y con la sábana lisa bien doblada sobre la colcha, invitando al reposo; sin que se le ocurra siquiera, fuera más elegante y más púdico, velar esos misterios de la alcoba, con una sobrecama de oscuro raso. En un ángulo del aposento vése indefectibilemente el lavatorio, adherido á la pared, con sus dos llaves para el agua fría y la caliente; delante de la ventana, la mesa de toilette, cuadrada, ancha, cómoda, y cubierta de muselina con viso azul ó rosado, adornada con frascos y pomos con tapas de plata ú oro; y esos numerosos cepillos para el cabello, que más que el peine usan como las Inglesas, las rubias Yankees. El gabinete de toilette, propiamente dicho, no existe allí. Está reemplazado por el cuarto de baño; pero en éste no hay sino la bañadera, tanto en las casas particulares, como en los hoteles. Al último piso, están relegados los sirvientes y los niños: costumbre inglesa.

[...] CAPÍTULO V

[...] En sus hábitos, en sus ideas, en sus preocupaciones, el Norte americano es el Inglés, pues de todas las razas que han concurrido á la creación de los Esta-

84

M. C. Arambel Guiñazúy

C. E. Martin

dos Unidos, la que hasta hoy le ha impreso más profundamente su sello, es la del Reino Unido. Entre nosotros, la fusión de las diversas razas europeas que á este suelo acuden, se ha efectuado más por completo: y el cosmopolitismo ha ido borrando las costumbres, los gustos, de la madre patria. Aún en el idioma, se nota en Estados Unidos la anarquía que entre nosotros impera con relación á la Lengua de la metrópoli. El inglés de los Yankees es nasal, y se halla en antagonismo de pronunciación con el de los Ingleses. El Norte americano aspira la h después de la w, mientras que el Inglés hace todo lo contrario. Son la c y la z pronunciadas por el Español y descuidadas por el Sudamericano. Igualmente en la u y en la r hay gran diferencia de pronunciación. Es curioso, ver que se repite el mismo fenómeno respecto de ciertos verbos y nombres que, trasplantados á las Américas, cambian totalmente de sentido; sin que sea posible darse cuenta del por qué de tal metamorfosis. Los Yankees pretenden hablar mejor que los Ingleses; nosotros no adelantamos tal proposición: prescindimos de la España, como si la Lengua fuera nuestra propiedad exclusiva. Muy rara es esta divergencia en la identidad. Daniel Webster, un Norte americano, escribe el mejor diccionario inglés que se conoce, y el Venezolano Bello, hace aclamar su gramática en España. Pero diccionarios y gramáticas no constituyen la Lengua. Los Americanos corrompen su idioma, lo prostituyen con mezclas de mucho alemán, algo de irlandés, un poco de francés y aún algunas frases pescadas en el español mexicanizado, como: let us vámunus, que quiere decir simplemente vámonos ó si nos fuéramos; hacer las cosas con gosto (gusto), palabra que sea dicho de paso, me han sostenido ser ellos quienes pronuncian, con la perfección debida. Nosotros tomamos al francés muchos giros y palabras y al italiano cuanto se nos ocurre. Cuál será en el porvenir el resultado de tales anarquías? Es de preverse una dislocación gramatical completa, que hará espeluznarse de horror á los puristas, ya cada día más escasos en el mundo. Pero como decía Voltaire: Quelqu 'un qui a plus d'esprit que moi c 'est tout le monde; y según vamos, la democracia por el número llegará quizá hasta imponer sus giros lingüísticos. No quiero terminar este capítulo, sin hacer observar una similitud notable, que encuentro entre el Sajón de Europa y el trasplantado al Nuevo Mundo. Dolorosa es la historia, que llamaré privada, de los Estados Unidos, en contacto con esas tribus salvajes, que poblaban los territorios de Nevada, Colorado, etc. Así que el Yankee tuvo una existencia política asegurada, no se contentó ya con comprar, como en otro tiempo, tierras á los indígenas, deci-

Capítulo III: El relato de viaje

85

dió destruir la raza por todos los medios á su alcance. Muerte, traición y rapiña, han sido las armas con las cuales los han combatido; promesas y engaños, hé ahí su política con los hijos del desierto. "Dos justicias", decía el Times de Londres, en su cuestión con el Brasil, "una para el fuerte, otra para el débil." Y sus descendientes han sido fieles á tal pensamiento, más cínico que evangélico: el fariseísmo político de los Sajones ha hecho su camino, y la gran nación va adelante con su go ahead, destruyendo, pillando, anexando. Existen en la Unión, no obstante, comisionados, delegados y toda especie de empleados, en el Ministerio del Interior (Indian Department) cuya única misión es enriquecerse, robando sin pudor la pitanza de los pocos indios que aún quedan, y con los cuales la Administración mantiene aparentemente buenas relaciones. El Gobierno lo sabe, lo tolera; diré más, lo aprueba; y cuando quiere protejer á algún goodfriend, le nombra delegado del Indian Department. Más de una vez he oído a algunos hijos de la Unión, de corazón generoso, deplorar tan terribles abusos; pero esas eran gotas de agua que iban á perderse en el vasto océano de la complicada máquina gubernamental de la gran nación. Los Sajones que se han mezclado empero, con la raza negra, hánse mantenido distantes de los Pieles Rojas, con una antipatía digna de preocupar á los antropologistas, y que debe indudablemente tener una seria razón fisiológica. Dicen algunos pensadores, que esta separación, esta antipatía congenial, es una de las causas del engrandecimiento de los Estados Unidos. Yo no sé hasta qué punto tengan razón. Cuando he visto caciques Rojos, sentados á la mesa del Presidente de los Estados Unidos, en esa actitud reservada y digna, acompañada de un mirar melancólico y profundo, tan penetrante, he sentido respeto y enternecimiento por los descendientes de los dueños de la tierra, que hoy ocupa la Unión, despojados, desdeñados, engañados por hombres que profesan una religión de igualdad y mansedumbre, y que, sin embargo, no practican el principal de sus preceptos: la fraternidad. No se me acuse de sentimentalismo, ó mejor dicho, écheseme en cara el sentir, no me será disgustoso.

[...]

C A P Í T U L O XII La mujer Americana practica la libertad individual como ninguna otra en el mundo, y parece poseer gran dosis de selfreliance (confianza en sí mismo).

86

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

En los hoteles hay siempre dos puertas, la grande, para los hombres y los recién llegados, y una más pequeña, llamada de las ladies y exclusiva para éstas. Creo haber dicho que un Norte americano, no bajará nunca una escalera ó cruzará un corredor con el sombrero puesto, delante de una señora; conocida ó desconocida. Esta galantería, se entiende hasta el punto de creer, que una dama no debe entrar ni salir por la misma puerta que los hombres, en sitios tan concurridos por toda clase de individuos, como los hoteles. Imagino, que, tal refinamiento de cortesía, habrá de parecer ó exageración ó lisonja de mi parte, á aquellos que tan injustamente representan al Americano del Norte, como el prototipo de la más acabada vulgaridad. Yo, por lo que á mi toca, los he hallado siempre muy corteses, suaves de maneras con las mujeres y los niños, y en extremo sensitivos en cuestiones de crítica social. En apoyo de lo que avanzo, citaré el siguiente episodio: Cuando Mrs. Trollope, después de haber viajado por la Unión, donde fue acogida con suma amabilidad y aún cierto entusiasmo, por sus dotes literarios, escribía de vuelta á Inglaterra: Los Yankees son groseros y se sientan con los pies más altos que la cabeza. En Los teatros, así que alguien se permitía estar ligeramente inclinado, no faltaba un chusco que gritaba: Trollope! Trollope! Y al punto el aludido, tenía buen cuidado de poner su cuerpo lo más vertical posible. Verdad es que en los reading rooms (gabinetes de lectura), en los bar rooms, los Yankees gustan mucho de esa actitud, que consiste en extender las piernas y levantarlas casi á la altura de la cabeza, postura cómoda para los hombres y que tiene, según lo he oído decir á un médico, cierta influencia favorable sobre el cerebro. Sea de ello lo que fuera, delante de ladies, nunca, jamás, un Yankee se permitirá esa libertad, puedo asegurarlo. Habrá, sin embargo, quien sostenga lo contrario, que ciertas preocupaciones hacen camino; pero tales cuentos, pertenecen al repertorio, más ó menos pintoresco, en que figuran, la navaja en las ligas de las damas Españolas, el traje de colores varios de los Brasileros y el cigarro de las Hispano americanas. En mis viajes, me han repetido sin cesar esta expresión: Fume Vd., señora; ya sabemos que es costumbre en su país. Al principio, este dicho me irritaba, lo confieso; pero luego llegó á causarme risa. Oh poder de la costumbre! Curioso fuera el estudio de las preocupaciones é ideas falsas, que aún conservan las naciones unas de otras, en estos tiempos prácticos, en que Morse y Edison lo van acercando todo. De seguro, con el andar de la electricidad, la parte imaginativa de los individuos perderá un tanto de su brillo; pero, lo que en este se pierda, será en provecho de la verdad. En algunas ocasiones he observado, no obstante lo ya dicho, gran desnivel aparente, entre la mujer Norte americana y los hombres.

87 Parecíame que esas muchachas tan bellas, tan engalanadas, tan elegantes, que encontraba en los ómnibus, en los vapores, no podían ser hijas ni mujeres de los individuos que las acompañaban, un tanto sencillotes en sus trajes y en sus maneras. Pero este fenómeno suele notarse en nuestro país; así, creo inútil estudiarlo detenidamente, por ahora. Sin embargo, no resisto á la tentación de decir, que la diferencia es más de superficie que de realidad. Debajo de la corteza un tanto rústica de esos padres de familia, de esos maridos, que pasan el día entero, ocupados en ganar el dinero para el hogar, down town (la parte comercial de la ciudad), hállase bondad y finura innatas. El Yankee es generoso como pocos; y sus mujeres, sus hijas, no tienen sino manifestar un deseo para que sea satisfecho. Verdaderas máquinas de trabajo, aquellos hombres, al parecer tan interesados, gastan cuanto ganan, para contentar á los suyos. Y esto, qué indica? Es acaso vulgaridad? Todo lo contrario. Que cuanto más refinado es el sentimiento que la mujer inspira al hombre, mayor es la dosis de elevación que el corazón de éste encierra. La mujer, en la Unión Americana, es soberana absoluta; el hombre vive, trabaja y se eleva por ella y para ella. Es ahí que debe buscarse y estudiarse la influencia femenina y no en sueños de emancipación política. Qué ganarían las Americanas con emanciparse? Más bien perderían, y bien lo saben. Las mujeres influyen en la cosa pública por medios que llamaré psicológicos é indirectos. En el periodismo, véseles ocupando de frente un puesto que nada de antifemenino tiene. Los periódicos en los Estados Unidos, el país más rico en publicaciones de ese género, cuentan con una falanje que representa para ellos el elemento ameno. Mujeres son las encargadas de los artículos de los Domingos, de esa literatura sencilla y sana, que debe servir de alimento intelectual a los habitantes de la Unión, en el día consagrado a la meditación. Son ellas también las que, por lo general, traducen del alemán, del italiano y aún del francés, los primeros capítulos de los nuevos libros, con que el periódico engalana sus columnas; ellas las que dan cuenta cabal y exacta de las fiestas, cuyos detalles finísimos y acabados llevan el sello del connaisseur. Reporters femeninos, son los que describen con amore el color de los trajes de las damas, su corte, sus bellezas, sus misterios, sus defectos; y á fe que lo hacen concienzuda y científicamente. Los Yankees desdeñan, y con razón, ese reportismo que tiene por tema encajes y sedas; hallan sin duda la tarea poco varonil. Es lástima que en los demás países no suceda otro tanto. En ello además, las mujeres tienen un medio honrado é intelectual para ganar su vida: y se emancipan así de la cruel servidumbre de la aguja, servidumbre terrible desde la invención de las máquinas de coser. Más tarde debía aparecer la mujer empleado, ya en el Correo ya en los Ministerios.

88

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

Una buena repórter gana en los Estados Unidos de doscientos cincuenta á trescientos duros mensuales. Merced al frac y á la corbata blanca, penetra el repórter masculino; la gasa ó la muselina abren las puertas de los salones de baile á las muchachas reporters; éstas, por lo general, son jóvenes de dieciocho á veinte años. He visto siempre acoger con gran simpatía, á esa pléyade intelectual en todas partes, y yo tuve gran amistad y aprecio por miss Snead, la primer repórter de la Unión. En dónde no se encontraba á la aérea y elegante escritora tan alegre y jocosa? Era curioso observarla. Parecía ocupada como las demás muchachas en bailar y en flirtear. Pero un sólo detalle no se le escapaba, y al día siguiente su crónica era de seguro la más completa; y casi siempre, por más que esto parezca inverosímil, la más benévola. Indudablemente, la tarea del reportismo concienzudo, ejerce una influencia benéfica en el espíritu de la mujer y ensancha las tendencias más ó menos estrechas de su carácter y las aleja forzosamente de la crítica envidiosa. No se crea por esto, sin embargo, que el reportismo femenino se compone puramente de miel y ambrosía. Oh! No! Y algunas veces he deplorado el mal gusto empleado para criticar, ya sea el atavío, ya el físico ó las maneras del desgraciado ó desgraciada, que en la gran falta incurría, de no caer en gracia á la autora de la crónica; pero, este mal no es especial á sexo alguno en ningún país. He leído cosas atroces referentes especialmente al Cuerpo Diplomático, de reporters barbudos ó con tez de rosa. Ese Corp, sin embargo, que es para los Americanos el prototipo de la elegancia y del buen tono, servía con frecuencia de blanco á tiros desapiadados; sin duda, á causa del gran ideal que evocaba, eran los reportes de ambos sexos más exigentes con él. El Sunday Gazette de Washington, solía traer críticas acerbas sobre la mezquindad de la manera de vivir de uno ú otro Representante de naciones de primer orden, entrando en detalles penosísimos, no sólo para la víctima, sino hasta para sus colegas favorecidos. En ninguna parte la prensa trata esas cuestiones diplomático-sociales con mayor desparpajo. Entre nosotros, tales abusos, dieran quizá margen á reclamaciones: en los Estados Unidos nadie puede evitarlos, ni mucho menos castigarlos.

[...] CAPÍTULO XV Las muchachas Norte americanas no tienen prisa por casarse. Prefieren hacerlo tarde, disfrutando, según dicen, de su libertad. No les falta razón; pues si son coquetas y flirt como nadie, cuando solteras, así que se casan, dejan de serlo, especialmente en la clase media. Las ricas, tienen los defectos inherentes al medio social en que viven, á esa necesidad de la mujer desocu-

Capítulo III: El relato de viaje

89

pada, de emplear sus ocios y de sacrificar á la diosa moda, inflexible minotauro que devora seres humanos, bajo todas las formas. Difícil tarea fuera, reducir á un cálculo estadístico la mayor ó menor cantidad de matrimonios felices, que existen en una ú otra parte del mundo. Háse dicho, con generalidad, que en Francia por la manera como las uniones se hacen, tiene forzosamente que ser mayor el número de los matrimonios mal combinados. Esto no deja de tener una base aparentemente sólida, pues se pone indudablemente de lado á priori, como inútil, el elemento amor; pero dada la inestabilidad de las cosas humanas, su fragilidad transitoria, bien puede creerse que, en esos que se llaman matrimonios de conveniencia, si se entienden por tal, no sólo las uniones que armonizan la fortuna, sino también las que consultan los hábitos, la educación y aún el temperamento de los cónyuges, acaso ese género de conveniencias resultara ser una base sólida y estable, para la consolidación de la familia futura. Desgraciadamente, tal no sucede, y el auris sacra fame, todo lo confunde y funde, de suerte que, la caza de dinero, suele excluir, ó excluye generalmente, el reparar en esa armonía de ideas, de gustos, de temperamentos, antes lo dije, que, á no dudarlo, debieran contribuir á asegurar la paz y la dulzura de la asociación ad vilam, que se llama matrimonio. Los Norte americanos tienen el recurso del divorcio, del cual no abusan, pero sí usan. Y o he conocido varias damas muy distinguidas, que, después de divorciadas de su primer marido, por causas que ignoro, habían contraído matrimonio con el Master tal, bajo cuyo nombre yo las conocí, sin desmerecer por eso en la sociedad. Pero, lo repito, usan, no abusan, de tal recurso. Se me dirá, en qué consiste tal moderación? Y o creo que consiste especialmente, en las tendencias de raza; aunque no de una manera absoluta, pues no es posible desconocer, que los Sajones tienen, mayor reserva y frialdad que los Latinos. Me equivoco quizá al considerar la cuestión divorcio bajo esa faz. Es muy posible. No tengo al respecto una opinión hecha. La familia, tal cual hoy existe, habrá de pasar, á mi sentir, por grandes modificaciones, que encaminen y dirijan el espíritu de los futuros legisladores, para cortar este moderno nudo gordiano. Las Norte americanas se casan por amor ó lo que por tal se entiende generalmente, es decir, que los padres no les imponen tal ó cual marido: ellas se lo procuran, lo escogen á su gusto. En cuanto si es siempre el dios ciego, el que á esas nupcias preside, y o me he permitido dudarlo en algunos casos. Sea lo que fuere, ellas disfrutan, y creo con alguna justicia, de la fama de buenas esposas. Desgraciadamente, una sociedad tan floreciente, tan rica, tan admirada, y aún tan envidiada, tiene, como todo lo humano, un lado muy flaco. La familia, que debía, al parecer, bajo tales auspicios, desarrollarse floreciente, con la

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

90

exhuberancia de la vegetación tropical, no alcanza nunca gran desarrollo, en los grandes centros civilizados de la Unión. [•••]

CAPÍTULO XX Boston, esa Atenas de la Unión Americana, despertaba muy especialmente mi interés. El írip á la Nueva Inglaterra, lo consideraba yo como una compensación debida á las no pocas decepciones y fatigas, por mí sufridas en el constante va y viene del viajero, que ve las más veces, cosas que no interesan y prescinde de aquello que mucho le gusta. Algo por ese estilo me había á mí pasado, por causas tan varias como complejas; y cuando mi paciencia se hallaba por de más puesta á prueba, repetía in petto para consolarme: "No importa iré á Boston," y cobraba ánimo. Desgraciadamente las noticias que de la patria llegaron, debían influenciar poderosamente nuestras decisiones. Aquellos que han viajado conocen el momento de leer la correspondencia, momento solemne, crítico, dulce y penoso á la vez: momento que abre las heridas ya casi cicatrizadas, que aviva los recuerdos apagados, borra por decirlo así, las imágenes presentes y nos trasporta por algunos instantes, á esa patria ausente, á la cual permanecemos adheridos por lazos invisibles, pero, existentes, que recuerdan la teoría de aquel filósofo idealista: "El niño separado del seno materno, está durante días y meses attaché á la madre, por un vínculo que no desaparece al cortarse el cordón umbilical; aquéllos que tienen vista superior á la nuestra, pueden verlo y lo han visto en forma de surco luminoso." El vínculo que á la tierra madre nos ata, es real, es sólido, á veces doloroso, y esas cartas nos lo recuerdan, nos lo revelan constantemente con la magia invisible de su espíritu y con la positividad prosaica que encierran. Alguien, que muy de cerca me tocaba, solía decir: "Nunca he recibido del Plata una sola carta, que alguna contrariedad no me trajera." La vida de nuestra sociedad, especialmente hace algunos años, era de trasformación incesante, y ya sabemos que la trasformación no se obtiene sin lucha, tanto en el orden moral como en el orden natural. El encuentro de Pavón, había cambiado en la patria la faz de los acontecimientos políticos: fue menester decir adiós á Yankeeland para volver al Viejo Mundo 1 .

1

El 17 de abril de 1861 tuvo lugar el enfrentamiento de Pavón entre los ejércitos de

Buenos Aires, al mando del general Mitre y de la Confederación, al mando del general Urquiza. Este último abandonó la batalla dando el triunfo a Buenos Aires.

Capítulo III: El relato de viaje

91

Con el andar de los tiempos, aquel adiós resultó ser tan sólo un hasta la vista. En un segundo tomo contaré mis impresiones de esa vuelta á la triunfante Unión Americana, donde surgían ya en el Oeste los grandes elementos de vida que debían darle nuevas fuentes de riqueza y poderío 2 . Allá en el Illinois crecía Chicago entre pantanos, ese Chicago, el asombro de los tiempos modernos, y al cual los antiguos habrían de seguro dado el nombre de nueva maravilla. Cuando nos embarcamos en el vapor City ofNew York, que debía perderse poco después sin que se supiera siquiera cómo, la Nación Americana se hallaba en plena crisis, y la Metrópoli inglesa parecía dispuesta á mostrar su simpatía por la causa del Sud. Más tarde, debía yo conocer íntimamente á los miembros de la Comisión Británica, que venía á tratar la famosa cuestión del Alabama; cuestión que tantos miles de libras esterlinas costó á la Inglaterra. Pero, quién puede leer en ese arcano que se llama el porvenir? Hasta los políticos como Lord Palmerston se equivocan. La Europa toda simpatizaba con la causa del Sud, y como los demás hombres, los políticos suelen creer en aquello que les es grato. En esos momentos, mi amigo Santiago Arcos, hombre de ideas liberales de alto vuelo, me escribía: Amiga mía: Vd. es sudista ahora porque es una niña y aún no ha vivido: espere á envejecer para comprender y apreciar á esos rústicos Yankees que tanto chocan su sentimiento artístico. La profecía se cumplió, me complazco en reconocerlo, confesando mi pecado; yo era sudista. Á pesar de los esclavos? se me dirá. Á pesar, respondo humildemente, que ese Sud, donde reinaba la esclavatura, era hasta entonces el monopolizador de la elegancia, del refinamiento, y de la cultura en la Unión; verdad, que el Norte reconocía y proclamaba á cada paso én sus aspiraciones sociales. Cayó vencido, aniquilado ese Sud tan simpático á pesar de sus errores; y sus mujeres más hermosas, más educadas, más opulentas, tuvieron que vivir del trabajo de sus manos. Algunas damas de la mejor sociedad, de Nueva Orleans, se vieron reducidas á ser hasta cocineras. Expiación horrenda! Lección cruel, que llegó a enternecer á esos mismos esclavos, libertados por las llamas y el hierro del vencedor! Con los ojos humedecidos por las lágrimas, me despedí de Nueva York. Allí quedaba uno de mis mejores amigos, ese buen Molinita, que no debía yo volver á ver jamás. La muerte rompió, ó mejor dicho, interrumpió una amistad tan estrecha, tan pura.

2

Hasta ahora, no parece que Mansilla haya cumplido la promesa.

92

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin JUANA MANUELA GORRITI

(Argentina, 1818-1892)

Forzado al exilio en 1831, el general Gorriti traslada su familia a Bolivia. Para Juana Manuela será el primero de los numerosos viajes que emprenderá entre Perú, Argentina y Bolivia. La tierra natal (1888) narra el viaje de la autora a Salta, su provincia natal, de la que ha estado ausente por más de cincuenta años. A las memorias personales se añaden anécdotas históricas y episodios fantásticos creando así uno de los relatos de viaje más curiosos. *

*

*

LA TIERRA NATAL

I Tantas veces habíase desvanecido la esperanza de volver a ver el amado país, que, confiando ya sólo en un milagro, volvíme hacia Aquella que la ciudad natal venera con tiemísimo culto, imploré su protección y le hice una promesa. Supiéronlo; y en Salta, como en Buenos Aires, sonrieron con el descreído escepticismo de la época. . Sin embargo, aquél que más burla hizo de mi voto, fue el bendecido instrumento, elegido para realizar el milagro... Nunca proscrito, al tornar de largo destierro, sintió el gozo que llevaba en el corazón la viagera que, un día diez y siete de Agosto, se embarcaba, camino de Salta, en el ferrocarril al Rosario. Aquel momento tan largo tiempo anhelado, parecíame un sueño; y estrechaba fuertemente, una contra otra, mis manos para persuadirme de estar despierta.

[...] III

La vista de Córdoba con su fisonomía graciosa y original, el aspecto heterogéneo de los pasageros y la belleza característica de los diversos paisages que atravesábamos, pudieron apenas borrar aquella obsesión. N o para matar el fastidio que yo no conozco, sino por hacer como los otros, llevaba un libro: una reciente publicación que ni siquiera abrí; porque

93

Capítulo III: El relato de viaje

allí en el mismo wagón y cerca de mí, un grupo de literatos iban leyéndole y, frase a frase destrozándolo sin piedad. Ah! necesaria es la fruición inefable del escritor al dar a luz un libro, para que pueda sobreponerse al terror de entregar ese hijo de su corazón y de su pensamiento, al diente chacálico de los Zoilos, esa temible jauría que ahora veía yo mascar el que tenían en las manos, con los refinamientos de una acerba animosidad. Mientras ellos se llenaban las fauces de hiél, entregados a aquella ingratísima tarea, yo, cerrado sobre mis rodillas el asesinado libro, divertíame escuchando las conversaciones que de un estremo al otro del wagón, se cruzaban entre los viageros; todas incoherentes como el personal que las producía. Había de todo: plática, parla y charla.

[...]

VIII Al día siguiente, por una hermosa alborada, tomamos la mensagería llevada por nueve muías y un conductor, camino de Salta. Eramos ocho pasageros, repartidos en la berlina y el coupé. Unica de mi sexo, y también a causa de mi edad, rodeábanme atenciones y cuidados. A mi lado sentábase un gauchi-político, hombre de cincuenta años, tinte cobrizo y barba y melenas estupendas. Apoderábase de toda conversación; y, elevada o banal, llevábala siempre al terreno del partidismo político. Los nombres de Miguel Juárez Celman y de Bernardo Irigoyen salían a cada momento de entre sus enmarañados bigotes; pero, ¡caso raro! sin saña ni pasión por ninguno de ellos, hablando de los sucesos políticos presentes y pasados y aún de las más terribles catástrofes originadas por ellos, con increíble serenidad, hasta con un ligero tinte de ironía, nota inseparable en todas sus frases 3 . Excepto él y yo, todos execraban de antemano el fragoso camino que nos aguardaba una legua adelante, enumerando uno a uno, los tajos, laderas y gruesos pedrones que iban a zarandearnos de lo lindo en las veintisiete leguas tendidas delante, hasta el Portezuelo. Yo no los escuchaba.

3

Juárez Celman, presidente de Argentina (1886-1890).

94

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

Habituada a los penosos viajes a lomo de caballo por los ásperos senderos que serpean sobre las abismos en los elevados picos de los Andes, todo camino y todo vehículo rodante parecíanme deliciosos. Extasiada ante el explendente paisage, olvidando que me escuchaban: -¡Héte ahí -exclamaba- purísimo cielo de otro tiempo! Pintorescos sibilantes; rientes serranías de Metán, coronadas de vuestro magestuoso Crestón; ¡bendito sea Dios, que me permite volver a veros! -¡Hum! -gruñó alguien en el fondo del coupé- no son pocos los magestuosos barquinazos que van a molernos los huesos a vista de esas rientes serranías y entre esos pintorercos sebilares... -Que vieron degollar y fusilar más unitarios y federales que pelos tengo yo en la cabeza -interrumpió el gauchí-político con su eterna irónica serenidad. Todos los ojos se fijaron en su profusa cabellera y la sonrisa se heló en nuestros labios. -Precisamente -continuó él, tendiendo la mano hacia la derecha del camin o - allí donde ustedes ven las ruinas de aquel rancho, fusilaron a dos valientes servidores de la patria: Pereda y Boedo. ¿Cuál era su crimen? Ser federales, defensores del mismo gobierno que hoy, los unitarios triunfantes, sostienen y aceptan! Habría de reír de esta imbécil inconsecuencia si no tuviera presente aquella escena que presencié niño, cuando Boedo, uno de los héroes de Ituzaingó 4 , en aquel tiempo joven bellísimo, y que, herido en esa batalla por una bala, que le llevó la mandíbula inferior reemplazada por un aparato de goma elástica oculto entre su larga y abundante barba, llegado al momento supremo, así, de una manera imprevista, sin previo juicio en un parage desierto y rodeado de enemigos, en un arranque de indignación: -¡Patria! -exclamó- ¿así dejas acabar al que empleó su vida en servirte y que por ti perdió en una hora cuanto hace dulce la vida: belleza, juventud, amor? Y así diciendo, arrancó el aparato que ocultaba la mutilación de su rostro, quedando con la lengua caída sobre el pecho, desfigurado, horrible. En ese momento sonó una descarga y él y su compañero cayeron, quedando luego sus cadáveres ensangrentados, solos, abandonados por sus victimarios en el lugar del suplicio. Nosotros escuchábamos aterrados el terrible relato que todos conocíamos; pero que en la boca de aquel hombre, de aquel testigo ocular de tan extraña serenidad, tenía algo de mas lúgubre todavía.

4

La batalla de Ituzaingó (1827) marcó el triunfo de los argentinos y uruguayos sobre

los brasileños en la campaña del Uruguay que buscaba independizarse de Brasil.

Capítulo III: El relato de viaje

95

- ¡ Q u é horror! - e x c l a m é en medio al silencio que la sangrienta historia produjo en la galera. - P u e s señora - d i j o el narrador- en aquel entonces, todo eso era nada más que hechos diarios. Poco después, muy poco después, aquél que ordenó esa doble ejecución, traicionado por uno de los suyos, cayó en manos de los federales y... qué casualidad! precisamente en este mismo parage que atravesamos, allí bajo ese quebracho que ahora se divisa caido, él y seis de sus compañeros fueron degollados en presencia de Oribe 5 , que se divertía con los refinamientos de crueldad empleados por el degollador, m a n d a d o venir expresamente para esto, de Chilcas, donde todavía se ve en pie el rancho en que vivía, y donde murió paralítico, secos los brazos desde las uñas hasta el hombro... -¡Calle usted por Dios, señor - d i j e a aquel bárbaro, que no llevaba miras de acabar su leyenda de horrores. - S e ñ o r a - r e p u s o él, con la misma siniestra c a l m a - eso es nada para lo que resta en la epopeya de veinte años a que pertenecen estos sucesos. ¿Ve Ud. bajo el monte, a los dos lados del camino, esa infinidad de cruces enmohecidas por el tiempo? Son otras tantas degollaciones y fusilamientos ejecutados por federales y unitarios, en masa y diariamente, en esas dos décadas que se han llevado más gente de entre nosostros, así, de tres en tres y de cuatro en cuatro, que todas las batallas de la IndependenciaNo detallaré mas, pues que a la señora le mortifica... Y de veras lo siento, porque cabalmente estamos pasando delante del sitio en que mataron a Felipe Santiago, el Decidor. Aquella cruz con guirnaldas de flores secas señala su sepultura. Señora, sería un delito no referir a ustedes quién fue Felipe Santiago y por qué lo llamaron el Decidor. - D í g a l o usted pues -concedí yo, inclinándome con resignación. -Felipe Santiago era un mulato; pero su color oscuro y lo retorcido de sus cabellos, nada importaba para que las mugeres se desvivieran por él a causa de su apostura, de la gracia con que hablaba, cantaba, payaba; y sobre todo, por la propiedad asombrosa con que remedaba a todo el mundo: al militar, al fraile, al tribuno, al predicador, a la beata, a la coqueta, a la ingenua, al elegante, al enamorado, a todos. Así, desde Salta hasta Tucumán, en los pueblos, en las Estancias, desde la Sala hasta el último rancho, donde Felipe Santiago se apeaba, todo se volvía fiesta.

5

Manuel Oribe, presidente de Uruguay entre 1835-1838. Apoyado por el dictador argentino J. M. de Rosas, sitió Montevideo entre 1842-1851.

96

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

Y era valiente, tanto c o m o gracioso: nadie se j u g a b a con él; pues, aunque nunca llevaba consigo arma alguna, era fuerte y tenía un puño de hierro que más de una vez empleó, no en querella propia, sino defendiendo al débil contra del fuerte. N o pertenecía a bandos políticos. Era partidario de los buenos. Sospechado de corresponderse con los unitarios, lo sorprendieron dormido y atado de pies y manos, entre cuatro soldados y un oficial, llevábanlo a Metán. Del B o r d o m a s allá, el caballo del prisionero se cansó; y c o m o rehusara éste seguir el camino en ancas, el oficial lo hizo lancear. Yo p a s a b a por ahí a esa hora llevado por los m í o s a Salta, a c a b a d a s las vacaciones del Colegio. Mis conductores se detuvieron y presencié el espectáculo... ¿Alguno de ustedes ha visto un lanceamiento? - A u n q u e no lo h u b i é r a m o s visto: basta, a m i g o - i n t e r r u m p i ó l o el j o v e n Centeno, mi a c o m p a ñ a n t e - . ¿No vé que está atormentando a la señora? - C i e r t o : olvidaba... Pero, si son cosas naturales en la guerra... en la guerra civil, sobre todo. Felizmente llegábamos al Río de Las Piedras, que m e pareció un paraíso, tras el río de sangre en que nos traía envueltos aquel lúgubre narrador.

[...]

XIV -¡Salta! - ¡ Q u é bella estaba! ¡Qué engrandecida! Sus calles doradas por el sol de medio día, extendíanse desde las vertientes del cerro hasta las lomas de Oeste; desde las dilatadas planicies del C a m p o de la Cruz, hasta las orillas del Arias. De sus blancas azoteas, de sus verdes huertos, mundos de recuerdos alzábanse c o m o bandadas de aves cantando y gimiendo... Hé aquí el puente de San Bernardo. Hé allí el convento de Belermitas, hoy monasterio de Capuchinas... ¡Carmela! ¡ G e n o v e v a ! ¡Qué la p a z de Dios h a y a d e s c e n d i d o a v u e s t r a s almas! Y apartando el pensamiento de estos dolorosos recuerdos; ¡Salta! ¡Salta! - e x c l a m a b a - Y mis ojos vagaban sobre aquella aglomeración de edificios d e s c o n o c i d o s que se asentaban en la área de otros que yo dejara y que ahora reclamaba la memoria.

97

Capítulo ¡II: El relato de viaje

Allá, por entre las arboledas donde antes se asentaba la feísima iglesia de la Viña, el santuario de la Candelaria, consagrado por las Señoras a esa piadosa advocación, eleva su cúpula afiligranada, donde el piadoso arquitecto Noe Ñaki, apuró lo esquisito de tu genio. El vetusto convento de San Francisco, casi piedra a piedra renovado, ostentaba dos torres de bella y severa arquitectura. Una cuadra más allá atravesabamos la plaza de armas, en otro tiempo sitio de revuelta, fusilamientos y fechorías revolucionarias; hoy, un ameno jardín, donde los azahares, los jazmines y las rosas, mezclando sus perfumes, embalsaman el aura y llevan al alma anhelos de paz, de concordia y de amor. ¿Y la vieja catedral donde llevábanme a orar en la infancia?... Ah!... héla ahí... ahora convertida en simple capilla episcopal; y no lejos, en el costado setentrional de la plaza, más bien, de aquel jardín delicioso, la nueva metropolitana asiéntase sobre el emplazamiento de la antigua Matriz, aquel templo testigo del grande Milagro. Más allá estaba nuestra casa!... hoy... de otro dueño; había sido echada abajo y el lugar que ocupaba hallábase vacío como, en la vida, el de sus antiguos moradores.

[...]

XVII Imposible dormir aquella noche. Las escenas del largo pasado invadieron mi mente en prolongadas series. Veíame en ellas parte integrante, actuando entre ese mundo de seres desaparecidos. Cuando sentí la casa en silencio y que todo en ella dormía, me levanté, abrí la puerta que daba al saión y apoyada en la reja de una ventana, pasé las horas de la noche contemplando el cielo de Salta, resplandeciente de estrellas y aquella fracción de la ciudad, aquella larga calle que de sud a norte la atraviesa, familiar para mí, en otro tiempo, hoy desconocida, con sus casas renovadas y, a esa hora, silenciosas como los mausoleos de un cementerio. ¿Qué había sido de las familias que las habitaron? Alicedo, Martinez, Lecer, Sánchez, Navarro?... ¿Y las beldades que solían asomarse a esos balcones? Luisa D., Eloisa N., Panchita D. Dolores T. ¡Muertas en la flor de la vida!¿Y la más bella de todas, aquélla incomparable Borja, la de los ojos divinos, la de dientes de nácar entre labios de coral y hechicero lunarcito negro en la blanquísima y sonrosada mejilla?

98

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

¡Ay!... ¡pluguiese al cielo que ella también, que ella, sobre todo, hubiese muerto! ¿Por qué? Hé de decirlo...

XVIII Una estrella errante, cruzando el espacio, me recordó aquel misterioso Farol, el Ninachiri de los antiguos habitantes calchaquíes, esa ave flamígera que, de tiempo inmemorial aparecía en las noches de conjunción. Nadie supo, jamás, de dónde venía ni a dónde iba a ocultarse. Veíase, solo, un foco luminoso bajo dos grandes alas negras que surcaban el aire en silencioso vuelo al través de la ciudad, perdiéndose entre la sombra. Desde 1830, el ave misteriosa desapareció: nadie vio más, al Farol, cuyo recuerdo pasó a las regiones de la leyenda. Pero hé aquí, que en Enero de 1884, una noche que el calendario señalaba de conjunción, los habitantes del Huaschage, estancia cercana al Rosario de la Frontera, vieron atravesar, volando sobre sus cabezas, un pájaro de grandes alas negras, que llevaba en el pecho un fanal de luz vivida y se perdió a lo lejos, irradiando en la fronda de los bosques, fantástico reflejo. - E l Farol! -exclamé, cuando me refirieron aquella aparición. - E s el carbunclo de la historia natural -argüyó un sabiondo, con acento magistral. - N a d a de eso quiero yo averiguar -repliqué-. Es el Farol, el centenario Ninachiri, que durante medio siglo ha incubado su nueva vida y renace de sus cenizas -afirmé, dejando al buen hombre escandalizado. - N a d a hay tan atrevido como la ignorancia -había dicho, cuando yo me hube alejado...

[...] [La narradora recuerda y describe a uno de los personajes de su niñez: Larguncha, la costurera.] ¿Qué sería ello? Un día lo consulté a la Larguncha. Era esta una joven costurera que venía dos veces por semana a repasar la ropa de la casa y a quien los niños hacíamos quedar días enteros ocupada en contarnos cuentos. Estos relatos eran pagados a peseta por oyente; y no nos quejábamos; porque nada tan sabroso y fantástico, desde el exordio hasta el epílogo, como los cuentos de la Larguncha.

99

Capítulo III: El relato de viaje

Era, además, la crónica de Salta: todo lo sabía; desde que pusieron la primera piedra de sus cimientos, hasta la hora presente: origen de las familias, su historia, con los sucesos más ocultos habidos en el seno de estas: todo. Este largo y profundo estudio social, debíalo Larguncha, no sólo a las propias observaciones, cosechadas en medio al ejercicio de su humilde labor, sino a las de su madre y su abuela como ella, y desde su juventud, costureras a domicilio. Sentada en medio al círculo infantil que, con la boca abierta la escuchaba; sobre las rodillas la costura, y los dedos y el aguja en vertiginoso movimiento, Larguncha nos refería las maravillosas leyendas de Blanca Flor; de la Sirena del Bermejo; de la subterránea Salamanca. Y descendiendo de lo fantástico a lo real narraba con largos comentarios salpicados de sal ática, la historia antigua de las familias de Salta; relatos, ora cómicos, ora sombríos, como por ejemplo, el cruel despotismo doméstico del acaudalado Costas que había hecho de su casa una cartuja, donde vestidas de sayal, guardaba a su esposa y a sus hijas en incomunicación y encierro absolutos; encierro e incomunicación que ellas rompían durante la siesta del ogro, escabulléndose por una puerta abierta secretamente entre la fronda, al fondo del huerto, que les daba paso a la casa de las señoras Pucheta, piadosas protectoras de aquellas escapadas. Allí las reclusas tenían un guardarropa, con los vestidos y galas mugeriles, que se apresuraban gozosas a echar sobre sus cuerpos ávidos de adornos, para ir a ver a sus parientes, aspirar el aire de las calles, visitar las tiendas, comprar dijes, charlar, reír, vivir de la vida de los demás, durante dos o tres horas, y volver a encerrarse en su purgatorio, como almas en pena, hasta que una apoplegía fulminante llevó, un día, a hoyo, a aquel tirano -concluyó Larguncha cortando con los dientes el hilo de su costura en la última puntada [...].

LII El tiempo que me era dado permanecer en Salta, llegaba a su fin. Forzoso era abandonar otra vez, y quizás para siempre la amada ciudad, tantos años ausente, y que ahora apenas había tenido tiempo de contemplar. Un soplo parecíanme los veinte días de peregrinaciones a través de sus calles, evocando las imágenes desvanecidas del pasado. Había llegado la noche, última que debía pasar bajo su estrellado cielo. Sentada bajo la fronda de los duraznos en el patio de la casa hospitalaria, meditaba en esas dolorosas imposiciones del destino, que obedecemos, arrastrados por esa fuerza misteriosa llamada fatalidad.

100

M. C. Arambel Guiñazúy

C. E. Martin

Distrájome de esos pensamientos la llegada de una Comisión que la juventud salteña enviaba para ofrecerme un obsequio. Era una bella pluma tallada en oro purísimo, y adornada con un rico brillante y este mote afectuoso: -Recuerdo. Verdadera obra de arte, semejaba un rayo de sol bajo la estrella de la tarde. Con profundo enternecimiento recibí aquella ofrenda tan amable, tan fraternal; y prometí a mis favorecedores emplearla en loor de Salta. Hoy cumplo esta promesa.

[...] LIV Con tanta pena como en otro tiempo, partiendo para el destierro, alejábame, ahora, de la querida ciudad, escenario de los días más rientes de mi vida. Algo del alma quedábase en sus calles, en sus casas, en sus jardines, en sus templos.Y cuando las colinas del Portezuelo la ocultaron, y que reuniéndonos en la Mensagería, Luis y los suyos se apartaron de mí, lloré amargamente, con grande escándalo de los paisanos míos que, entre muchos extranjeros, encontrábanse viajando conmigo. De los hijos de nuestras catorce provincias, sólo los saltefios son ingratos con su ciudad natal. Dentro de su recinto, la desprecian; fuera de él la denigran. Sin embargo, todo su mérito, que en muchos es grande, a ella lo deben; y - a u n q u e les p e s e - cada uno de ellos es tan suyo, que, dormido o muerto, quien lo mire, dirá: - E s un salteño. El llanto en una joven, es interesante, conmovedor. El llanto en una vieja, es una inconveniencia, casi una majadería. En este sentido, hallé razonable el escándalo de mis paisanos, y procuré serenarme. Lo conseguí, y el trayecto se me tornó agradabilísimo.

LV Mi paso días antes por aquellos lugares, f u e el de una sonámbula. Nada veía, nada oía, absorbida por una idea fija, llegar a Salta. De regreso, y cumplido este anhelo, reconocíales uno a uno, rememorando los nombres de sus antiguos habitantes y los sucesos en ellos acaecidos. - E s t e rancho sombreado de algarrobos debió ser el puesto de Río Blanco, donde acogieron al niñito rubio, salvado de las indios por el gaucho, que, huyendo de ser reclutado, fue muerto por la partida.

101

Capítulo III: El relato de viaje

Aquella hondonada de barrancas es el desfiladero de Carneaceda, donde pereció la pobre esclava aplastada por el cargamento de una de las carretas de una tropa donde se refugió, huyendo la tiranía de su amo; y al espirar arrojó a su hijo de pechos por la claraboya del carro, recomendándolo al capataz en un grito de agonía... -¡Señora! ¡Señora! -exclamó el espiritual Panchito Centeno-, se quejaba Ud. del tétrico gauchi-político, y está más lúgubre que él. - E s verdad! -respondí, riendo-. Pero ¿qué quieren V. V., señores?, este planeta -como diría Castelar- está lleno de injusticias y maldades. Vienen a la memoria y al labio; y nos imponen su relato. El tipo aquel tenía razón.

[...] LXVIII El silbato de la locomotora hizo oír su chillido estridente; el tren se detuvo. -Hemos llegado al Tala -dijo interrumpiéndose, el narrador, que nos saludó y bajó diciendo: -¡Gracias a Dios! ya estoy en mi tierra... ¡Ay!, ¡yo dejaba la rnía!¿Volvería a verla más? Probablemente, no. Sin embargo, dejábala, ahora, no cual en aquel tristísimo día de otro tiempo, desgarrada, llorosa, amenazada de muerte, sino explendente, radiosa, abierto su fecundo suelo a todas las vías del progreso humano; con una juventud brillante, engrandecida por el trabajo y la libertad, herencia santa, que nuestros padres, a precio de su sangre, la conquistaron en los campos de la gloria. Así, las cortas horas que habíame sido dado cobijarme en su seno, cuán saludables fueron para el alma y para el cuerpo. Aquella, sintió adormecerse imborrables dolores; éste, desprenderse y caer, como una vestidura pesada, las dolencias que lo aquejaban; y al dejar aquella tierra bendita, algo traje conmigo de su beatífica atmósfera.

CAPÍTULO I V L A AUTOBIOGRAFÍA

CONDESA DE MERLIN

(Cuba 1789-Francia 1852)

Merlin escribe el primero de sus textos autobiográficos a pedido de sus amigos parisinos. En él relata su infancia en la isla y sienta las bases de su identidad criolla. Surgen en la autobiografía temas como la esclavitud y el sistema colonial que la autora tratará con mayor amplitud en su obra La Havane. *

*

*

MIS DOCE PRIMEROS AÑOS

No es una novela lo que va a leerse; es un simple relato de los recuerdos de mi niñez, debido a la casualidad. Paseándome sola en el campo una tarde de verano, entregada a una dulce melancolía, me sentí poco a poco transportada a lo pasado; buscaba allí en el curso de mi vida, los momentos en que había creído vislumbrar la imagen de la felicidad, y mi país, mi infancia vinieron naturalmente a presentarse a mi pensamiento. Era esto como un dulce sueño; quise prolongarle. Al volver a casa tomé la pluma y tracé este ligero bosquejo de las primeras impresiones de mi vida. Dedicándole a mis amigos creo hacerles casi una confianza; no les pido en cambio más que un poco de simpatía. Muy lejos de mí la pretensión de ser autora. Pienso porque siento, y escribo lo que pienso. He aquí todo mi arte.

104

M. C. Arambel Guiñazúy C. £ Martin I

M u c h a s veces has d e s e a d o , querida Leonor, que te haga una relación de mis primeros años. Su historia es sencilla, si la vida está en los acontecimientos; pero no carecerá de interés para aquellos seres cuya existencia se encuentra dentro de sí m i s m o s , m á s que en lo exterior; en quienes la reflexión se ha convertido en hábito, y que poseyendo el germen de una gran fuerza moral se anticipan con frecuencia a la experiencia propia, y comprenden, por instinto, las pasiones y los sentimientos de otros. He nacido en la H a b a n a ; mi padre, descendiente de una de las primeras familias de la ciudad, se halló al salir de la infancia d u e ñ o de un caudal inmenso. Se e n a m o r ó y casó a los quince años de edad con mi madre, que entraba apenas en los doce, hermosa c o m o el día, y reuniendo todos los encantos naturales con que el cielo en su munificencia puede dotar a una mortal. Su primera hija los c o l m ó de alegría, y podría decir de sorpresa, especialmente a mi madre, que acababa de dejar las muñecas; así es que ningún pesar t u v o su rostro c u a n d o se les anunció mi sexo; algo m á s tarde, las p r e o c u p a c i o n e s del m u n d o los hubieran hecho desear un hijo, y la experiencia de la vida los habría inquietado sobre la suerte de su hija. Pocos días después de mi nacimiento recibió mi padre una carta de un tío suyo, establecido en Italia había largo tiempo, y que era el único pariente que le quedaba por parte de padre. Le rogaba en ella con m u c h a instancia que fuese a verle lo m á s p r o n t o , p u e s la e x t e n u a c i ó n de sus f u e r z a s le hacía presentir un fin c e r c a n o . Se resolvió la partida; m a s ¿ c ó m o se haría e m p r e n d e r un viaje tan largo, por mar, a una niña de tan tierna edad? Después de m u c h a perplejidad, lágrimas y sentimiento, se decidió, que y o quedaría confiada al cuidado de mi bisabuela materna; y que la ausencia de mis padres no pasaría de seis meses; pero la suerte había dispuesto otra cosa. Ellos partieron, y la felicidad, c o m pañera de la infancia, m e impidió calcular el t a m a ñ o de mi pérdida. Este prim e r suceso de mi vida tuvo una influencia grandísima en mi educación y en mi destino.

II Fui entregada en los brazos de mi bisabuela. O h ! c ó m o palpita mi corazón con sólo n o m b r a r aquel ángel d e b o n d a d ! J a m á s se ha p r e s e n t a d o la v e j e z bajo un aspecto tan halagüeño, tan dulce; era c o m o lo ideal de su edad. A una igualdad inalterable de carácter reunía la indulgencia y buen humor: después de haber colocado a once hijos y de haberles consolidado su caudal, se hallaba en posesión del amor y del respeto de todos los que la rodeaban. M e acuer-

Capítulo IV: La

autobiografía

105

do haber asistido en su casa a varias reuniones de familia en las que se contaban en línea recta, noventa y cinco personas: yo era el último anillo de la cadena. El cariño que profesaba a Mamita era superior a mi edad; en él encontraba el germen de todos los afectos de mi alma. El amor que le tenía era una especie de culto, y mi corazón apasionado daba pruebas, sin un conocimiento cierto, de un poder que más tarde podría llegar a ser funesto. Mamita había sido de una rara belleza, y conservaba todavía la de su edad; su pelo, blanco como la nieve, suspendido con gracia y atado en trenzas sobre la cabeza, dejaba enteramente descubierta una frente perfectamente delineada, y unos ojos azules de una dulzura angelical. Sus facciones finas y delicadas descubrían toda entera su alma por una expresión indecible de calma y benevolencia habitual; así como la blancura apenas coloreada de su tez, parecida a una gasa, cubría ligeramente unas delgadas venas azules, que le daban, aún en su edad, casi el atractivo de la juventud. Era de mediana estatura, no gruesa, y sumamente aseada; siempre vestida de blanco y tan prolija en su tocador, que llegaba la noche sin notarse la más mínima alteración ni en su peinado, ni en los pliegues de su vestido. Me miraba con una ternura tan viva, que sus hijos con frecuencia, y solamente por chanza, le daban algunas quejas sobre esto. - " Q u é quieren ustedes, les decía ella con agrado, el último grado de mi existencia le tocó en ella, dejádmele gozar!" Y ellos en encarecerle su ternura, y yo en aprovecharme de ella. He aquí cómo se han pasado los primeros años de mi vida. Rodeada siempre de amor y de los cuidados más tiernos, la ausencia de mis padres era, para todos los que se hallaban a mi lado, un nuevo motivo de interesarse por mí; toda la familia tenía derecho de consentirme, y nadie tenía el de tratarme con severidad. Ha resultado de esto, que habiendo nacido sensible y confiada, y no habiendo recibido en mi niñez más que impresiones análogas a estas inclinaciones, me había imaginado que el mundo estaba poblado de amigos, y que sólo habíamos nacido para amarnos y hacernos mutuamente felices. La experiencia ha rectificado después lo que había de exageración en estas ideas; pero siempre he conservado una cierta disposición para ir llena de confianza al encuentro de los corazones, que me parecían bien dispuestos hacia mí; creía hallar en ellos amigos de infancia, y cuando me he equivocado, lejos de resfriarse mi alma y replegarse en sí misma, le ha dado más entrada a los sentimientos de inclinación. En el día, el conocimiento del mundo me ha demostrado los inconvenientes anexos a este carácter y he deducido una triste verdad; ésta es, que el exceso de benevolencia en una mujer es una de las disposiciones que hay más que temer para su felicidad.

106

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

III Creo que a un mismo tiempo aprendí a leer y a hablar, a lo menos no lo conservo en la memoria; pero mi primera instrucción fue muy descuidada, por el temor de contrariarme, y como el gusto al trabajo sólo es el resultado de la razón o de la costumbre, me agradaba mucho más evitar una sujeción cuya utilidad desconocía, y prefería los juegos y las travesuras. De éstas no se escapaban ni mis preceptores, ni los compañeros de mi niñez; y me acuerdo de haber hecho volar por los aires el gorro de un viejo maestro que me enseñaba a escribir, que, no pudiendo conseguir el que yo formase los renglones, se le ocurrió enseñarme a ayudar a misa. Mis juegos se resentían de aquel espíritu de libertad, o, más bien, de dominación en que había sido criada. Siempre hacía yo, por derecho, el primer papel, y no le cedía sino a aquellos a quienes amaba más. Nadie podía valerse de la autoridad para traerme a la razón. Si cometía una falta no se empleaba conmigo otro medio que el de la persuasión, haciendo que obrasen los sentimientos del corazón, y creo que a éstos nunca me he resistido. ¿Qué ha resultado de aquí? que mi sensibilidad, puesta en acción desde temprano, tuvo un desarrollo precoz, y tomó un grado de exaltación, que ha conservado siempre. Tenía yo una tía, hermana de mi abuela, apenas de veinticinco años de edad, que vivía con Mamita. La quería tiernamente; ella fue la que me dió las primeras lecciones de gramática francesa, y a ella debo mi primera instrucción religiosa. Ella, en fin, me había llevado insensiblemente, con su dulzura y jovialidad, a mirar la ocupación como un placer.

IV En esa época (tenía yo cerca de ocho años y medio) regresó mi padre de Europa. Se le había nombrado inspector general de las tropas de la isla de Cuba; y aunque este cargo debiese fijar su residencia en la Habana, el gusto decidido de mi madre por la Europa, hizo que mi padre pidiese al rey permiso para limitar su inspección a frecuentes viajes. Mi madre se quedó en Madrid con mi hermana y mi hermano, nacidos en España. El regocijo que tuve en conocer a mi padre, fue turbado por el pesar de dejar a Mamita, y no se me pudo separar de ella sino prometiéndoseme el verla todos los días. Me establecí en casa de mi padre, no como una niña, sino lo mismo que lo hubiera sido mi madre. Todo estaba sometido a mis caprichos, todo cedía a mi voluntad. Tenía un carruaje a mis órdenes y era dueña

Capítulo IV: La

autobiografía

107

de salir cuando quisiese, acompañada solamente por una esclava que me había criado. Mi padre me amaba con una ternura extremada, y parecía querer indemnizarme de su pasada indiferencia, dispensándome con profusión todos los gustos que mi edad me permitía gozar... joven, vivo, alegre hasta tocar en aturdido, y sin entender nada de la dirección de una joven, no tenía otro objeto, en mi educación más que el de la dicha presente. Bueno y generoso con exceso, no podía ver ningún desdichado junto a sí. Era espléndido en todo, así en las funciones como en las limosnas, pero sin ostentación, y solamente a causa del poco aprecio que hacía del dinero: jamás apelé en vano a la generosidad de su corazón. Propietario de unas fincas valiosas, poseía un crecido número de esclavos. A estos desgraciados se les daba el mejor trato posible; pero el esclavo nunca sirve de buena fe; envilecido con el hecho solo de la esclavitud, arrastra su cadena tristemente, y mide con la vista la distancia que le separa del horizonte, en donde divisa su libertad. Los sentimientos generosos no brotan en su alma, porque mira los beneficios que emanan de ellos como nulos para él. De aquí se sigue un embrutecimiento, o una indiferencia por todo lo que le rodea, que le hace insensible, no solamente a las amonestaciones, sino también a los castigos corporales. Estos desventurados no tienen más que una idea fija: ésta es la de volver a su país; y a menudo se les encuentra ahorcados en sus bohíos, porque están persuadidos de que ese mundo mejor que nos está prometido fuera de éste, debe ser para ellos la patria habitada por sus familias. Era preciso, pues, a veces ahogar el grito de la humanidad, y someter los esclavos a unos castigos que me hubieran hecho muy odiosa la estación del campo, si yo no hubiese hallado una compensación a esta impresión penosa en el poco bien que el cariño de mi padre me permitía derramar sobre aquellos desgraciados. Me acuerdo muy bien del horror que me inspiraba la esclavitud, y, cosa que parecerá increíble, cómo conocía yo a los ocho años, que no era natural la distancia inmensa que separa al amo de su esclavo; y que esta clase de dominio era violenta, forzada y monstruosa. Estos sentimientos se desarrollaban con tanta más facilidad, cuanto que, por una consecuencia de mi educación, siempre había mirado la opresión como la mayor de las desgracias. Este cuadro de la esclavitud, presente siempre a mis ojos en mis primeros años, lejos de perjudicar a mi carácter, no ha desarrollado en mi corazón más que sentimientos elevados; tan cierto es que el exceso del mal puede ser origen del bien. La vista de aquellos seres infortunados, cuya existencia toda no era más que una cadena de actos de dependencia, ha producido en mí, por todo el resto de mi vida, una oposición invencible a forzar la voluntad de nadie, ni aun en las cosas de poca importancia. Constantemente he pensadp después que el libre uso de la voluntad era el primero de los bienes, y que la

108

M. C. Arambel Guiñazúy

C. E. Martin

opresión los empozoñaba todos. Tal vez se dirá que yo soy tan celosa de la independencia de los demás, como de la mía propia. Además, nunca he podido persuadirme que un ser puesto bajo mi dominio me tuviese apego: esta idea me hizo padecer mucho en mi primera juventud. Dotada de un alma amorosa, me valía de todos los medios posibles para lograr el afecto de las personas que me rodeaban, aspiraba a ser amada y tenía la convicción íntima de no poderlo ser. Me hallaba siempre mal con mis criados, porque pensaba que su posición era falsa respecto de mí. Posteriormente, ideas más exactas me hicieron adoptar un plan que calmó esta disposición. Hacerles beneficios sin contar con su reconocimiento; no exigirles muchos servicios pequeños, como otros amos, y que hacen tan dura su existencia, y perdonarles sus faltas, cuando éstas no fuesen ya demasiado graves, como la consecuencia de su condición, tal es el plan de conducta que me tracé. V Un día me despertaron los gritos de un negro a quien se castigaba: eran las cinco de la mañana; salto precipitadamente de mi cama y corro en busca de mi padre que aún dormía: entro en su cuarto, de puntillas y casi desnuda; me acerco sin hacer ruido a su cama y le beso en la frente... Mi padre se despierta y viéndome llorar: - " Q u é tienes? de dónde vienes? por qué lloras?", me dijo. - L e cuento lo que había interrumpido mi sueño y le suplico que envíe prontamente a librar a aquel negro del castigo. Se levanta mi padre, me arroja encima algunos vestidos y me conduce al paraje en que se hallaba el negro. Este, que aún estaba bajo las varas, había cesado de gritar y esperaba con ojo seco el término de su castigo. Mi cara llena de terror y mis ojos todavía llorosos, contrastaban con su aire de indiferencia y casi de insensibilidad. Supimos que había reincidido por quinta vez en la fuga; sin embargo, mi padre mandó al momento que le dejasen libre. Así es que mi disposición en la niñez me ponía en el caso de ejercer la caridad como un dulce hábito, y, aliviando la miseria de los que me rodeaban, sentía desarrollarse en mí aquella necesidad de hacer el bien, fuente de los goces más puros y más durables. Aprendí a ponerme siempre de parte del desgraciado, antes de saber si había merecido su suerte.

[...] VII Partimos para la ciudad, y durante algunos meses los bailes y otras diversiones se repitieron en casa de mi padre. El habanero, aunque bajo la influen-

Capítulo IV: La autobiografía

109

cia de un c l i m a abrasador, gusta de la d a n z a con pasión, y es un c o n t r a s t e d i g n o de n o t a r s e verle d e s p u é s de h a b e r p a s a d o t o d o el día b l a n d a m e n t e recostado en la butaca, con los ojos medio cerrados e inmóvil, con un negro j o v e n a su lado para abanicarle y hacerle cualquier servicio ligero, que exija algún m o v i m i e n t o ; es un contraste m u y singular, repito, verle salir de este estado de voluptuosa apatía, para entregarse con ardor al ejercicio a n i m a d o del baile. Este c o n t r a s t e se r e p r o d u c e en t o d a s sus d i s p o s i c i o n e s m o r a l e s : dulce hasta tocar en debilidad en todas las circunstancias comunes de la vida, violento e indomable cuando sus pasiones están en acción. Su exterior, principalmente el de las mujeres, lleva siempre el sello de estos dos caracteres tan diversos, y esta mezcla de viveza y de languidez les da un encanto irresistible. Parecería que el sol, penetrándolas con sus ardientes emanaciones, no ejerce su influencia sobre ellas, sino instantáneamente para animar su dejadez. Mi padre se complacía en llevarme a los bailes, pero yo prefería la sociedad de Mamita. Sentada a sus pies, apoyada en sus rodillas, escuchaba con un vivo interés algunos rasgos del Antiguo Testamento, o de la Historia Romana, y experimentaba un no sé qué, que me persuadía de que prefiriendo a Mamita al baile obraba bien. Mirándola sentía que la felicidad que ella tenía en verme era mía. VIII P o c o s m e s e s d e s p u é s se vió o b l i g a d o mi padre a m a r c h a r a M a d r i d . El cariño q u e me p r o f e s a b a le hacía desear llevarme al lado de mi m a d r e : allí hubiera e n c o n t r a d o y o t o d o s los m e d i o s de perfeccionar mi educación, que estaba bosquejada apenas. Mas él tenía el proyecto de casarme en América, y las ideas nuevas en que m e habría e m p a p a d o infaliblemente en Europa, en el seno de una vida más refinada, hubieran d a d o otra dirección diferente a mis gustos. Mi ardiente y precoz imaginación se lanzaba ya impetuosa al dominio de lo d e s c o n o c i d o ; m e veía a t o r m e n t a d a por el d e s e o de a p r e n d e r , y t o d o hacía pensar que las facultades activas de mi alma habían llegado a un punto en que necesitaban de un pronto desarrollo. El partido más prudente era, pues, calmar aquella disposición y d e j a r m e ignorar todo lo que podía; creándome nuevas necesidades, turbar aquella a r m o n í a precisa entre la educación y el p u e s t o social a q u e está una destinada. Mi padre lo c o n c i b i ó así, y t o m ó el partido que parecía aconsejar la prudencia; pero el fanatismo y la ignorancia frustraron los efectos de una determinación bien meditada. La madre de mi padre, buena, sencilla, virtuosa, a m a n d o a Dios con ardor y sometida en todo a su director espiritual, se imaginó que el m o d o más seguro de p o n e r m e a cubierto de todo peligro, era el de colocarme en un convento; porque, decía ella, la excesiva ternura de Mamita y la libertad con que se

110

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

me había criado hasta entonces, podían ser ya muy peligrosas. Mi padre vaciló en adoptar este medio por el temor de disgustarme; pero al fin se rindió y fue decidido que si yo no tenía repugnancia, pasaría en el convento de Santa Clara todo el tiempo que mi padre estuviese ausente. Mi abuela empeñada, por convicción y también por amor propio, en obligarme a consentir en esta medida, empleó cuantos medios eran del caso y acabó por lograrlo. Puse por condición, sin embargo, que la partida de mi padre no se verificaría hasta algunos días después de establecerme en el convento.

IX El día de mi entrada en el convento fue en verdad día de fiesta para las monjas. En una mansión donde el curso de la vida es tan poco variado, la llegada de una persona joven debía producir alguna sensación: las ancianas veían una prosélita en mí, las novicias una nueva compañera. Yo tenía en el convento dos tías, hermanas de mi abuela; la de más edad era la abadesa; la más joven se encargó de mí. Mi abuela me llevaba con frecuencia a visitar a las monjas en los últimos días que precedieron a mi entrada en el convento. Ellas se valieron de las atenciones más delicadas, y aun podría decirlo, de una especie de coquetería para seducirme: los halagos, las lisonjas, las bolsitas de olor, los bonitos escapularios, los buenos dulces, nada omitieron; pero todos aquellos extremos iban a frustrarse el último día, al ver las fatales rejas, y al oir el sonido discordante de los cerrojos. Ya era demasiado tarde; lo había prometido; con el corazón oprimido y los ojos llorosos, abracé a Mamita, y por primera vez, sentí el golpe de la desgracia y el yugo de la necesidad. Mi tristeza no se disipó en todo el día, a pesar de los cuidados de las buenas hermanas y del humor festivo de las novicias. Entre las personas que acudían solícitas a mi lado, reparé una religiosa joven, cuyo aire paciente y mirar melancólico llamaron mi atención e interesaron a mi alma. No sé qué relación secreta se estableció entre nosotras; pero me parece que no la veía por primera vez. Leyendo sus penas en sus ojos creía haberle comunicado las mías; ella me hablaba poco, pero sus palabras eran consoladoras y producían una dulce persuasión en mi alma. Impelida hacia ella por aquel encanto desconocido, abandoné enteramente a mis compañeras, y acercándome con confianza, le ofrecí el brazo proponiéndole dar un paseo por el jardín. Un movimiento de placer brilló como un relámpago en sus ojos; pero su expresión cambió súbitamente y sus mejillas, que hasta entonces habían conservado una palidez mortal, se colorearon un instante al aspecto de mi tía, que más pronta que el

Capítulo IV: La

autobiografia

111

pensamiento, colocándose con aire severo entre las dos, me tomó por el brazo y casi me arrastró para otro lado... "Hija mía, me dijo, procura no fijar tu afecto en el convento, antes que hayas recibido los consejos que mi amistad y mi experiencia pueden ofrecerte"... Este acto de tiranía, oculta bajo el velo de la ternura, decidió mi odio al convento y mi amistad a la joven monja. Por la tarde se reunieron todas las religiosas en una gran sala destinada al recreo para ensayar algunos cantos que debían ejecutarse al día siguiente, que era la fiesta de la patrona del convento. Se me propuso que me uniese con las demás; yo tenía voz y las acompañaba en el canto con facilidad. Los elogios que las religiosas me prodigaron, me sorprendieron, sin causarme gusto. Yo comencé a estar sobre aviso, porque el tono meloso que acompañaban a sus palabras, ocultaba mal el fin que ellas se proponían, y que mi instinto me hacía adivinar. -"Esta hermosa voz! qué bien empleada estará en las alabanzas del Señor! decía una. - E s digna de serle consagrada, añadía otra... ¿No es así, hija mía, que os quedaréis con nosotras?" Y yo les respondía con una sonrisa forzada, reconviniéndome interiormente por este sentimiento de ingratitud. A las nueve de la noche se tocó la campana de silencio. Al punto la mayor calma se siguió a los juegos y bulliciosos corrillos. Monjas y novicias, caminando ligeramente de puntillas, se dispersaron por los claustros. No conociendo las entradas y salidas del convento, permanecí un momento sola en la sala; pero mi tía no tardó en mandarme a su mulata con una linterna sorda para que me condujese. Baja de cuerpo, abultada de carnes, ojos redondos y vivos, la nariz chata, labios gruesos, pasa retorcida, color de cobre y pies enormes, tal era el exterior de Dominga. -"Señorita, me dijo con una voz gangosa, sígame usted." Atravesamos por muchos corredores, alumbrados solamente con lámparas medio apagadas, y por algunos rayos de la luna que penetraban por las vidrieras. El ruido acompasado y misterioso del andar de las religiosas, el rozamiento de sus anchos y pesados hábitos de lana, sus formas vagas, que se escapaban a mi vista en el momento de percibirlas, todo hería a mi imaginación y sumergía mi alma en la tristeza. El recuerdo de Mamita, de mi padre, de mi pasada felicidad, se representaba alternativamente en mi memoria, y siguiendo con tímido paso a mi guía y su linterna, tomé la firme resolución de salir del convento. El poder de la voluntad es inmenso, y cuando ésta ejerce su imperio absoluto, un vigor, un impulso hasta entonces ignorado, nos descubre el conocimiento de nuestras fuerzas, extendiendo el círculo de nuestras facultades. También decide muchas veces de nuestro destino. Lo he pensado a la edad de nueve años, como lo pienso en el día, pero entonces no podía saber en qué consistía esto; obraba por instinto.

112

M. C. Arambel Guiñazúy

C. E. Martin

Atravesamos por un largo corredor que terminaba en una escalera; al bajar nos hayamos frente del jardín. Mi guía tomó por otro corredor a la derecha creyendo que yo la seguía; pero me había quedado inmóvil en el último escalón, puesta la mano sobre la baranda, observando atentamente una figura, que se presentaba ante mis ojos. Vi a una religiosa, que reconocí en su ropaje blanco y en el velo negro que la cubría a medias. Estaba apoyada con descuido en una de las columnas que sostenían la galería, con los brazos pendientes y la cabeza caída, sobre el pecho. Hubiera creído que estaba entregada a una profunda meditación, si algunos sollozos ahogados no hubiesen herido mis oídos. Arrastrada por una dulce simpatía, di algunos pasos hacia ella: mi corazón la había conocido: era la madre Santa Inés. En aquel instante, asustada al oír que una persona se le acercaba, un ligero temblor agitó sus miembros: volvió a recobrarse, levantó la cabeza y la luna, que alumbró su rostro, me descubrió sus grandes ojos negros y sus mejillas pálidas, mojadas con lágrimas... -"Eres tú, niña mía?", me dijo con suave voz y un aire placentero, que contrastaba con la expresión dolorida de su cara. Sin contestarle tomé sus dos manos con las mías, apretándolas fuertemente: la abracé repetidas veces y recogiendo con prontitud del suelo su pañuelo, que se le había caído, enjugué sus mejillas y la abracé de nuevo... Manifesté tanto interés, y aun diría tanto amor en esta acción, que sus lágrimas volvieron a correr; pero ya no eran lágrimas de amargura, y veía que se le escapaban lentamente y sin pena. -"¡Cuánto bien me proporcionas, querida niña! Tus caricias son las primeras que han penetrado en mi alma, hace cuatro años. Alejada para siempre de los objetos de mi afecto, todo es dureza y frialdad en torno mío: padezco, lo ven y no me lo perdonan." - " A h ! Cuánto amo a usted-, le dije yo. ¡Tanto como la compadezco!... Quisiera poderla llevar a usted conmigo, cuando salga de aquí, pues no permaneceré más de dos días en el monasterio." Ella movió la cabeza en señal de no creerlo. - " Q u é , usted lo duda? -¿Conoces tú las intenciones de tu abuela? -Conozco las de mi padre, y él nunca se ha opuesto a mi voluntad: creía que yo estuviese bien aquí ínterin durase su ausencia; mañana le escribiré diciéndole que estoy disgustada, y vendrá a buscarme, inmediatamente, estoy cierta de ello. - T u padre te ama y desea tu felicidad, pero tu abuela cree alcanzarla haciéndote abrazar la vida religiosa, y no omitirá ningún medio para lograrlo. La conducta que todas las hermanas observan contigo me lo ha hecho conocer. Se piensa en irte preparando por grados para que tú misma lo solicites de tu padre a su regreso..." En aquel momento oí los pasos lentos de Dominga, y pregunté a la madre Santa Inés dónde podría verla. -"Mañana por la mañana, a la hora de coro... Adiós, silencio..." Me alejé de ella para que no la reconociese Dominga, quien me condujo a la habitación de mi tía, murmurando entre dientes, de lo que ella llamaba mi viveza.

Capítulo IV: La

113

autobiografía

GERTRUDIS G Ó M E Z DE AVELLANEDA

(Cuba 1814-España 1873)

Concebida c o m o "carta de p r e s e n t a c i ó n " ante Ignacio de Cepeda, este texto inicia el epistolario amoroso. La autora relata su infancia y juventud en Cuba y sus primeras experiencias después de su llegada a España, hacia 1837. La selección ilustra la variedad de relaciones familiares y amorosas por las cuales se define el yo narrador. *

*

*

AUTOBIOGRAFÍA

23 de julio a la una de la noche. Es preciso ocuparme de usted; se lo he ofrecido; y, pues, no puedo dormir esta noche, quiero escribir; de usted me ocupo al escribir de mí, pues sólo por usted consentiría en hacerlo. La confesión que la supersticiosa y tímida conciencia arranca á un alma arrepentida á los pies de un ministro del cielo, no fue nunca más sincera, más franca, que la que yo estoy dispuesta á hacer á usted. Después de leer este cuadernillo, me conocerá usted tan bien, ó acaso mejor que á sí mismo. Pero exijo dos cosas. Primera: que el fuego devore este papel inmediatamente que sea leído. Segunda: que nadie m á s que usted en el m u n d o tenga noticia de que ha existido. Usted sabe que he nacido en una ciudad del centro de la isla de Cuba, á la cual fue empleado mi papá el año de nueve y en la cual casó algún tiempo después con mi mamá, hija del país. N o siendo indispensables extensos detalles sobre mi nacimiento para la parte de mi historia, que pueda interesar a usted, no le enfadaré con inútiles pormenores, pero no suprimiré tampoco algunos que pueden contribuir á dar á usted más exacta idea de hechos posteriores. Cuando c o m e n c é á tener uso de razón, comprendí que había nacido en una posición social ventajosa: que mi familia materna ocupaba uno de los primeros rangos del país, que mi padre era un caballero y gozaba toda la estimación que merecía por sus talentos y virtudes, y todo aquel prestigio que en una ciudad naciente y pequeña gozan los empleados de cierta clase. Nadie

114

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

tuvo este prestigio en tal grado: ni sus antecesores, ni sus sucesores en el destino de comandante de los puertos, que ocupó en el centro de la isla; mi padre daba brillo á su empleo con sus talentos distinguidos, y había sabido proporcionarse las relaciones más honoríficas en Cuba y aun en España. Pronto cumplirán diez y seis afios de su muerte, mas estoy cierta, muy cierta, que aún vive su memoria en Puerto Príncipe, y que no se pronuncia su nombre sin elogios y bendiciones: á nadie hizo mal, y ejecutó todo el bien que pudo. En su vida pública y en su vida privada siempre fue el mismo: noble, intrépito, veraz, generoso é incorruptible. Sin embargo, mamá no fue dichosa con él; acaso porque no puede haber dicha en una unión forzosa, acaso porque siendo demasiado joven y mi papá más maduro, no pudieron tener simpatías. Mas siendo desgraciados, ambos fueron por lo menos irreprochables. Ella fue la más fiel y virtuosa de las esposas, y jamás pudo quejarse del menor ultraje á su dignidad de mujer y de madre. Disimúleme usted estos elogios: es un tributo que debo rendir á los autores de mis días, y tengo cierto orgullo cuando al recordar las virtudes, que hicieron tan estimado á mi padre, puedo decir: soy su hija. Aun no tenía nueve años cuando le perdí. De cinco hermanos que éramos, sólo quedábamos á su muerte dos: Manuel y yo; así que éramos tiernamente queridos, con alguna preferencia por parte de mamá hacia Manolito y por papá hacia mí. Acaso por esto, y por ser mayor que él cerca de tres años, mi dolor en la muerte de papá fue más vivo que el de mi hermano. Sin embargo, ¡cuán lejos estaba entonces de conocer toda la extensión de mi pérdida! Algunos años hacía que mi padre proyectaba volverse á España y establecerse en Sevilla; en los últimos meses de su vida esta idea fue en él más fija y dominante. Quejóse de no dejar sus huesos en la tierra nativa, y pronosticando á Cuba una suerte igual á la de otra isla vecina, presa de los negros, rogó á mamá se viniese á España con sus hijos. Ningún sacrificio de intereses, decía, es demasiado: nunca se comprará cara la ventaja de establecerte en España. Estos fueron sus últimos votos, y cuando más tarde los supe deseé realizarlos. Acaso éste ha sido el motivo de mi afición á estos países y del anhelo con que a veces he deseado abandonar mi patria para venir a este antiguo mundo. Quedó mamá joven aún, viuda, rica, hermosa (pues lo ha sido en alto grado), y es de suponer no le faltarían amantes, que aspirasen á su mano. Entre ellos Escalada, teniente coronel del regimiento que entonces guarnecía á Puerto Príncipe, joven también, no mal parecido, y atractivo por sus dulces modales y cultivado espíritu. Mamá le amó, y antes de los diez meses de haber quedado huérfanos, tuvimos un padrastro. Mi abuelo, mis tíos y toda la familia llevó muy á mal este matrimonio; pero mi mamá tuvo para esto una

Capítulo

IV: La

autobiografia

115

firmeza de carácter que no había manifestado antes, ni ha vuelto á tener después. Aunque tan niña, sentí herido de este golpe mi corazón; sin embargo, no eran consideraciones mezquinas de intereses las que me hicieron tan sensible á este casamiento: era el dolor de ver tan presto ocupado el lecho de mi padre y un presentimiento de las consecuencias de esta unión precipitada. Afortunadamente sólo un año estuvimos con mi padrastro, pues aunque una Real orden inicua y arbitraria nos obligaba á permanecer bajo su tutela, la suerte nos separó. Su regimiento fue mandado á otra ciudad, y mamá no se resolvió á dejar su país y sus intereses para seguirle. Ocho años duró esta separación; sólo dos ó tres meses cada año iba Escalada á Puerto Príncipe con licencia, y se portaba entonces muy bien con mamá y con nosotros. Por tanto, ¡éramos felices! Aunque tenía mamá otros hijos de sus segundas nupcias, su cariño para con nosotros era el mismo. A Manuel, sobre todo, siempre le ha querido con una especie de idolatría, y á mí lo bastante para no poder formar la menor queja. Dábaseme la más brillante educación que el país proporcionaba, era celebrada, mimada, complacida hasta en mis caprichos, y nada experimenté que se asemejase á los pesares en aquella aurora apacible de mi vida. Sin embargo, nunca fui alegre y atolondrada como lo son regularmente los niños. Mostré desde mis primeros años afición al estudio y una tendencia á la melancolía. No hallaba simpatías en las niñas de mi edad; tres solamente, vecinas mías, hijas de un emigrado de Santo Domingo, merecieron mi amistad. Eran tres lindas criaturas de un talento natural despejadísimo. La mayor de ellas tenía dos años más que yo, y la más chica dos años menos. Pero esta última era mi predilecta, porque me parecía, aunque más joven, más juiciosa y discreta que las otras. Las Carmonas (que este era su apellido) se conformaban fácilmente con mis gustos y los participaban. Nuestros juegos eran representar comedias, hacer cuentos, rivalizando á quien los hacía más bonitos, adivinar charadas y dibujar en competencia flores y pajaritos. Nunca nos mezclábamos en los bulliciosos juegos de las otras chicas con quienes nos reuníamos. Más tarde, la lectura de novelas, poesías y comedias llegó a ser nuestra pasión dominante. Mamá nos reñía algunas veces de que siendo ya grandecitas, descuidásemos tanto nuestros adornos, y huyésemos de la sociedad como salvajes. Porque nuestro mayor placer era estar encerradas en el cuarto de los libros, leyendo nuestras novelas favoritas y llorando las desgracias de aquellos héroes imaginarios, a quienes tanto queríamos. De este modo cumplí trece años. ¡Días felices, que pasaron para no tornar más!... -Cepeda, mañana continuaré escribiendo. Estoy fatigada y la pluma es malísima, ¿qué hará usted ahora? Dormir acaso, ¡ojalá!

116

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

25 por la mañana Hoy no le veré á usted verosímilmente, pues según su sistema, creo no irá á la ópera, á la cual iré yo. Creo, empero, que el motivo de no ir usted, no será hallarse malo, pues me molestaría infinito esta suposición, creyendo que mis impertinentes instancias de anoche para que fuese usted á Cristina, fuese la causa de ello. -Voy á continuar mi relación y procuraré abreviarla. Mi familia me trató casamiento con un caballero del país, pariente lejano de nosotros. Era un hombre de buen (aspecto) personal y se le reputaba el mejor partido del país. Cuando se me dijo que estaba destinada á ser su esposa, nada vi en este proyecto que no me fuese lisonjero. En aquella época comenzaba á presentarme en los bailes, paseos y tertulias, y se despertaba en mí la vanidad de mujer. Casarme con el soltero más rico de Puerto Príncipe, que muchas deseaban, tener una casa suntuosa, magníficos carruajes, ricos aderezos, etc., era una idea que me lisonjeaba. Por otra parte, yo no conocía el amor sino en las novelas que leía, y me persuadí desde luego que amaba locamente á mi futuro. Como apenas le trataba y no le conocía casi nada, estaba á mi elección darle el carácter que más me acomodase. Por de contado me persuadí, que el suyo era noble, grande, generoso y sublime. Prodigóle mi fecunda imaginación ideales perfecciones, y vi en él reunidas todas las cualidades de los héroes de mis novelas favoritas. El valor de un Oroondates, el ingenio y la sensibilidad apasionada de un Saint-Preux, las gracias de un Lindor y las virtudes de un Grandisón. Me enamoré de este sér completo, que veía yo en la persona de mi novio. Por desgracia, no fue de larga duración mi encantadora quimera; á pesar de mi preocupación, no dejé de conocer harto pronto, que aquel hombre no era grande y amable sino en mi imaginación; que su talento era muy limitado, su sensibilidad muy común, sus virtudes muy problemáticas. Comencé á entristecerme y a considerar mi matrimonio bajo un punto de vista menos lisonjero. En aquella época, mi futuro tuvo precisión de ir á la Habana, y su ausencia, que duró diez meses, me proporcionó la ventaja de poder olvidar mis compromisos. Como no veía á mi novio, ni casi se me hablaba de él, apenas, rara vez, me acordaba vagamente, que existía en el mundo. La amistad ocupaba entonces toda mi alma. Adquirí una nueva amiga en una prima, que, educada en un convento, comenzó entonces á presentarse en sociedad.

[...] 25 por la tarde Fue introducido en nuestra tertulia un joven que apenas conocía; una antigua enemistad, transmitida de padres á hijos, dividía las dos familias de Loy-

Capítulo ¡V: La

autobiografía

117

naz y Arteaga. El j o v e n pertenecía á la primera y m a m á á la segunda; por consiguiente, ninguna relación existió hasta entonces entre nosotros. Un primo mío había sido el primero que rompiera la valla, uniéndose en amistad con un Loynaz. Las familias, que en un principio llevaron muy á mal dicha amistad, por fin se desentendieron, y Loynaz, prevaliéndose de ella, solicitó visitarme. M a m á lo rehusó algún tiempo, pero tanto instó mi primo, tanto ridiculicé yo aquella enemistad rancia y pueril, que al fin cedió, y Loynaz tuvo entrada en casa. No tardó en granjearse la benevolencia de mamá y en ser el más deseado de la tertulia. Aunque muy joven, su talento era distinguido, su figura bellísima y sus modales atractivos. Mis compromisos y la enemistad de nuestras familias eran dos motivos poderosos para alejar de él toda esperanza respecto á mí; pero sin tomar el aire de un amante, él supo mostrarme una preferencia, que me lisonjeaba. Nuestras relaciones eran meramente amistosas, y toda la tertulia las consideraba así. En cuanto á mí, no me detenía en examinar la naturaleza de mis sentimientos: Leía con Loynaz poesías, cantaba dúos al piano con él, hacíamos traducciones, y no tenía yo tiempo para pensar en nada, sino en la dicha que era para mí la adquisición de un tal amigo. Por el verano nos fuimos al campo, á una posesión próxima á la ciudad, y llevé conmigo á Rosa Carmona, que, desde que mi prima tenía amante, había llegado á ser mi amiga predilecta. Loynaz, mis primos y muchos amigos de ambos sexos, iban á visitarnos con frecuencia. ¡Tuve días deliciosos! Sin embargo, entonces mismo se me ofrecieron motivos de inquietud y de penas. Yo estaba encantada con Loynaz, pero me hallaba muy lejos de creerle el hombre según mi corazón. Encontrábale más talento que sensibilidad, y en su carácter un fondo de ligereza que me disgustaba. Como amante, no llenaba él mis votos, mas le miraba c o m o amigo y me había aficionado infinito á su trato. Rosa me hizo entrar en aprensión. Empeñóse en persuadirme, que nuestra pretendida amistad no era más que un amor disfrazado, y por lo mismo peligroso. Recordábame sin cesar mis compromisos y hacía de mi novio elogios, que hasta entonces no le había y o oído. P o n d e r a n d o las ventajas de aquel matrimonio, me intimidaba al mismo tiempo con suponerlo inevitable, porque sólo con escándalo y afligiendo á mi familia, decía ella, podría yo romper un empeño tan serio y tan antiguo. A fuerza de decirme que yo amaba á Loynaz, llegó á persuadírmelo; pero como siempre conocía yo que no era él quien podía comprenderme y que no me inspiraba ni estimación, ni entusiasmo, aquel amor no me hacía dichosa cual yo deseaba, y en vez de orgullo que debe sentir un corazón que encuentra lo que busca, yo sentía aquella especie de humillación que nos causa la persuasión de habernos aficionado á un objeto que no nos merece.

M C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

118

Volvimos á la ciudad en el mes de Septiembre á asistir á las bodas de mi prima, que se casó entonces con el hombre que amaba. Sus amores y los de Lola Carmona habían comenzado al mismo tiempo, como ya he dicho, y al mismo tiempo casi se casaron ambas, aunque de un modo bien diferente. Mi prima vio aprobada su elección por toda la familia; Lola, contrariada por la suya, se casó depositada y se marchó inmediatamente á la Habana con su marido. Así me vi privada de una de mis amigas. Acompañé al campo á los recién casados, y cuando volví un mes después, encontréme una gran mudanza. Loynaz había sido despedido de casa, y, bajo el pretexto de que quería marcharse con su marido, mamá había fijado para dentro de tres meses mi matrimonio, que antes señalara para el cumplimiento de mis diez y ocho años. El novio a todo se prestaba: ni me amaba (según he creído siempre) ni me aborrecía. Deseaba establecerse con una niña de su familia, que tuviese inocencia y alguna hermosura. Mi abuelo había dicho que yo era la que buscaba, y que me daría además todo su quinto (que ciertamente no era despreciable), si me casaba con aquel hombre. Esto le había decidido á él y esto era lo que le movía. Al llegar yo y saber las novedades ocurridas, quedé anonadada, y sin saber a qué atribuirlas. Pero no tardé en saberlo todo y en sufrir el primero y más terrible de mis desengaños. Es tarde, Cepeda, continuaré luego.

[...]

26 por la mañana La despedida de Loynaz y la proximidad de mi casamiento fueron para mí dos golpes tan sensibles como inesperados: pero, ¡cuál quedé al saber la mano de la cual me habían sido asestados!... Rosa, mi amiga, mi confidente Rosa, había persuadido á mamá, que existía una correspondencia amorosa entre Loynaz y yo, que él me inducía á romper mis compromisos, y conociendo ella mejor que nadie la pureza de mis sentimientos y rectitud de mis intenciones, fue bastante vil para aparentar temores de que, arrastrada por la pasión que me suponía, diese algún paso imprudente e irremediable. ¡Logró completamente su objeto! ¡Cepeda!; ¡y sólo tenía quince años aquella mujer!; ¡qué habrá llegado á ser después! Yo no conocía ni el mundo, ni los hombres: era tan inocente é inexperta como en el día que nací; había creído que Rosa me amaba y que era incapaz su corazón de una perfidia. El conocimiento de aquella primera decepción fue para mí un golpe mortal, que cayó de lleno sobre mi alma.

Capítulo ¡V: La

autobiografia

119

Pero, ¡admire usted mi candor y sencillez! Rosa logró persuadirme, que sólo mi interés y la ternura de la amistad la habían decidido á aquel paso, y me juró, que sus intenciones eran las más puras y desinteresadas. ¡La creí, y la perdoné! Loynaz me escribió, y por primera vez dejó de designar con el nombre de amistad el sentimiento que yo le inspiraba. Refería cómo mamá le había prohibido continuar visitándome y se quejaba de un desaire que no había merecido. "No ignoro, me decía, los compromisos que respecto á usted ha contraído su familia, y usted sabe mejor que nadie con cuánta delicadeza los he respetado, pero, pues no se ha sabido apreciar mi conducta, no quiero por más tiempo violentarme: sepa usted que la amo y que á todo estoy dispuesto, si encuentro en usted iguales sentimientos". Me pareció que había en aquella carta más orgullo que pasión, pero me conmovió sin embargo. Tratando á aquel joven, nunca le hubiera amado, porque su frivolidad, tan visible, era un antídoto colocado felizmente junto á cualquiera dulce emoción que me inspiraba: pero cuando no le vi, cuando le creí desairado injustamente, ofendido y desgraciado por mi causa, mi afecto hacia él tomó una vehemencia, que acaso jamás hubiera tenido de otro modo. Sin embargo, tuve bastante prudencia para dominarme, y en mi contestación le decía, que estaba resuelta á sacrificarme por complacer á mi familia, casándome con un hombre que aborrecía. "No soy insensible á su afecto de usted (le decía al concluir), pero respetaré mis vínculos, y suplico á usted no vuelva á escribirme." No hizo caso de esta súplica: me escribió, dos veces más, cartas muy apasionadas, invitándome á romper un empeño que le hacía infeliz y á mí igualmente, pero no le contesté, y cesó de escribirme. A pesar de esta conducta tan prudente y de la resignación con que me prestaba á un enlace aborrecido, sufría mucho de parte de mi familia. Mamá era y es un ángel de bondad, pero el gran defecto suyo es un carácter tan débil, que la constituye juguete de las personas que la cercan. Mis tíos la inducían á tratarme con rigor y continuamente la disponían en mi contra, interpretando odiosamente mis más sencillas operaciones. ¿Y pensará usted que mis tíos deseaban mucho la realización de mi matrimonio? Nada de eso; aparentábanlo así, pero hubiesen dado cualquier cosa por impedir dicho enlace. En primer lugar les pesaban las mejoras, que mi abuelo se disponía á hacerme; en segundo, deseaban para su hija mi novio, y acaso al emplear tanto y tan inmerecido rigor conmigo, no tenían otro objeto sino precipitarme á una resolución atrevida, que secundase sus miras secretas: ¡harto lo lograron! Estaba ya en vísperas de mi matrimonio; casa, ajuar, dispensa, todo estaba preparado. Pero hubo un momento en que no me hallé con fuerzas para consumar el sacrificio, uno de aquellos momentos en que se obra sin pensar. Yo

120

M. C. Arambel Guiñazúy

C. E. Martin

dejé f u r t i v a m e n t e mi casa y m e refugié con mi abuelo, que estaba en una quinta próxima á la ciudad. Me arrojé desolada a sus pies, y le dije que me daría la muerte antes de casarme con el hombre que me destinaban. Aquel rompimiento fue ruidoso: toda mi familia se mostró altamente sorprendida é indignada de mi resolución: mis tíos, que en su interior se regocijaban, fueron los primeros en declararse contra mí: sólo en mi abuelo hallé bondad é indulgencia, aunque nadie sintió tanto como él la rotura de un casamiento, que él había formado: ¡yo sufría mucho! no ignoraba que la opinión pública me condenaba; ¡despreciar un partido tan ventajoso! ¡Tener el atrevimiento de romper un compromiso tan serio, tan adelantado, tan antiguo! ¡Dar un golpe mortal á mi familia! Esto pareció imperdonable: se dijo desde luego, que yo era una mala cabeza (mis tíos y mis primas fueron los primeros en decirlo), que mi talento me perdía, y que lo que entonces hacía, anunciaba lo que haría más tarde, y cuánto haría arrepentir á mamá de la educación novelesca que me había dado. Mi padrastro f u e entonces á Puerto-Príncipe y se apuró la medida de mis sufrimientos. Una especie de fatalidad, que me persigue, hace que siempre se tomen circunstancias y casualidades funestas para hacer parecer más graves mis ligerezas: digo ligerezas, aunque ciertamente no creo lo fuese la de romper un compromiso que mi corazón reprobaba. Circunstancias independientes de mí, enteramente independientes, originaron disgustos entre mi abuelo y mi padrastro. Estos llegaron á ser tales, que mi abuelo salió de casa, donde vivía cuando no estaba en el campo, y se fue á la de uno de mis tíos. El público, que sabía la rotura de mi casamiento y no los disgustos posteriores, que hubiera entre Escalada y mi abuelo, no dejó de declarar, que mi abuelo salía de casa altamente indignado conmigo. Mi tío y mis primas que siempre vieron con envidia y temor la predilección que mi abuelo tenía por m a m á y por mí, se aprovecharon de tenerlo en su casa para combatir dicha preferencia, haciéndole creer que era inmerecida. Pintóseme una loquilla novelera y caprichosa: dijeron que mamá me perdía con su excesiva indulgencia y la libertad que me dejaba de seguir mis extravagantes y peligrosas inclinaciones; en fin, no desperdiciaron ningún medio para prevenir en contra de mamá y de mí al pobre viejo paralítico, que sin vigor físico ni moral, era una cera á propósito para recibir todas las impresiones ¡Consiguieron su objeto mi abuelo murió tres meses después de mi rompimiento y apareció un testamento, que anulaba el que había hecho á favor de mamá y de mí, dejando su tercio y su quinto á mi tío Manuel, en cuya casa murió. Mi padrastro, para descargarse de la culpabilidad de ser causa de esta mudanza y de los perjuicios de mamá, pregonaba que por la incomodidad que le causara mi rompimiento, había mi abuelo dejado la casa y variado sus dis-

Capitulo IV: La

autobiografia

121

posiciones á favor de mi tío, echando sobre mí la culpa, que sólo él tenía. Mi tío y mis primas (que no me perdonaban el tener algún mérito, ni aún después que me habían robado el afecto de mi abuelo), decían que el golpe mortal que yo le había dado al pobre anciano, había precipitado su muerte: en fin, todo el mundo decía, que mi locura en romper el matrimonio había privado á mamá del tercio de mi abuelo y á mí misma de su quinto. Yo tenía un alma superior á intereses de esta especie, y ¡sábelo Dios!, en las lágrimas que vertí, una sola no fue arrancada por el pesar de perder aquella codiciada herencia. Pero mi corazón estaba desgarrado por las injusticias de que era objeto. Yo tenía el íntimo convencimiento de que mi abuelo no se fuera de casa por causa de mi rompimiento: sabía cuánta indulgencia y cariño había yo hallado en él después de aquella pretendida locura, que se decía haberle exaltado tanto: ningún remordimiento tenía de ser causa de su muerte, pero, no obstante, sentía que me agobiaba el dolor y el arrepentimiento. ¡Cuántas veces lloré en secreto lágrimas de hiél, y pedí á Dios me quitase la existencia! ¡Cuántas envidié la suerte de esas mujeres que no sienten ni piensan; que comen, duermen, vegetan, y á las cuales el mundo llama muchas veces mujeres sensatas! Abrumada por el instinto de mi superioridad, yo sospeché entonces lo que después he conocido muy bien: Que no he nacido para ser dichosa, y que mi vida sobre la tierra será corta y borrascosa. Faltaba una cosa para colmar la medida de mis pesares y la suerte no me la rehusó. Supe, sin poder dudarlo, que Rosa Carmona y Loynaz se amaban. Sólo erttonces comprendí los motivos de la anterior conducta de aquella falsa mujer, y el más profundo desprecio sucedió en mi corazón á una amistad indignamente burlada. Estas fueron, ¡oh Cepeda!, estas las primeras lecciones que me dió el mundo. Esto encontré, cuando inocente, pura, confiada, buscaba amor, amistad, virtudes y placeres: ¡inconstancia! ¡perfidia! ¡sórdido interés! ¡envidia! crimen, crimen y nada más. ¿Soy culpable, pues, de no amarle? ¿Puedo tener ilusiones?... Pero vivo como si las tuviera, porque el mundo, amigo mío, se venga cruelmente del desprecio que se le hace. Es preciso aparentar vida en la frente, aún cuando se lleve la muerte en el corazón. ¡Cepeda!, ¡querido Cepeda! ¿Será cierto que usted siente como yo cuán poco vale este mundo y sus corrompidos placeres?, ¿no será usted otra nueva decepción para mí?, ¿quién me garantiza su sinceridad?... ¡Cepeda!, ¡Cepeda!, si usted no es el primero de los hombres, forzoso es que sea usted el último, y... lo confieso, vacila mi juicio entre esos dos extremos. Sin embargo, ya ve usted que mi imprudencia me arrastra: Este cuaderno es una prueba de ello. Acaso me arrepentiré algún día de haberlo escrito. ¡Qué importa! Será un desengaño más, pero será el último.

[...]

122

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

Hoy 27por la tarde Al mismo tiempo que empezó á obsequiarme Méndez Vigo dirigíame otro algunas atenciones. Este otro me agradaba más de lo que yo deseaba. Sentíame inclinada á él por una fuerza extraña y caprichosa y me estremecía al pensar que aun podía amar: tanto más cuanto que, creyendo entonces que existía una enorme diferencia entre los caracteres é inclinaciones de aquel dicho sujeto y yo, previa en un nuevo amor un nuevo desengaño. Sin embargo, un instinto del corazón parecía advertirme que era llegado el momento en que debía expiar mis pasadas inconsecuencias, y sin saber por qué me sentía dominada. Sé cuánto más fuerte se hace una inclinación combatida y no quise combatir la mía, pero no quise tampoco entregarme á ella exclusivamente, porque temía se hiciese de este modo omnipotente. Era, pues, preciso oponer la vanidad al sentimiento y distraer con un pasatiempo el interés demasiado vivo que sentía. ¡Cepeda!, yo prescindo de todo para ser sincera: ¡por Dios!, no me juzgue usted con severidad. El hombre que me interesaba se desviaba de mí, y el que no me agradaba redoblada sus atenciones y asiduidades. El primero me causaba con su influencia en mi corazón serias inquietudes y me picaba con su indecisión; el segundo me lisonjeaba y me divertía con su amor de niño y me parecía bien poco peligroso. Hice lo que me pareció más conveniente á mi tranquilidad y lo que supuse de menos consecuencia. Admití los afectos del uno y procuré sofocar los que el otro me inspiraba ¡Ya esta dicho todo!, Ahora olvídelo usted. No disimularé que el candor de mi joven amante, su amor entusiasta y mil prendas apreciables, que descubría en él, llegaron á conmoverme. ¡Pobre niño! ¡Cuánto me ha amado! ¿Por qué este caprichoso corazón no supo corresponder dignamente?... ¡No lo sé! Me inspiraba un afecto sin ilusiones, sin calor: un afecto indefinible que algunas veces me parecía debía semejarse al que una madre siente por su hijo: no se ría usted de esta comparación. ¿En qué consistía que ese joven no me produjese otra clase de amor? yo no podré decirlo, porque no lo sé á fe mía. No es mal parecido, ni tonto, usted lo sabe, y aún puedo decir, que existen ciertos puntos de simpatía entre nuestro modo de sentir, pero él me amaba á mí como yo amaría, si encontrase un hombre según mis deseos. Pero él no era este hombre: en vano me esforzaba, y á fuerza de decirle que le amaba quería persuadírmelo á mí misma: en vano me reprochaba de caprichosa é ingrata interiormente: ¡en vano! Confesaré á usted lo que entonces no quería confesarme á mí misma: Al lado de aquel joven sentía momentos de insopor-

Capítulo IV: La

autobiografìa

123

table tedio, y sus expresiones más apasionadas hallaban frío mi corazón y me producían á veces un no sé qué de hastío. ¡Era esto un capricho inexplicable del corazón, porque yo le quería! ¡Sábelo Dios! Yo le quería, repito, pero no podré, sin desmentir mi íntimo convencimiento, decir que le amaba. No puedo explicar esta diferencia, pero la concibo perfectamente. Estaba él demasiado enamorado para limitar sus deseos á unas sencillas relaciones pasajeras sin duda. Quiso arrancarme la promesa de que sería su esposa y absolutamente la rehusé. Manifestóle mi repugnancia al matrimonio, y tampoco le oculté que mi amor no era de naturaleza tal, que me inspirase el deseo de ser suya. Llamóme mujer original, fría, sin corazón: ¡Cuántas lágrimas! ¡Cuántas reconvenciones! Yo hubiera roto con él, si la compasión no me hubiese inspirado esperar para hacerlo á que se pasase, como no dudaba sucedería, esa exaltación de amor, que entonces le poseía. Le vi padecer tanto, que me conmoví, y como se ofrece la luna á un chiquillo, que llora por ella, le ofrecí yo á él que sería suya algún día. Una bagatela le indispuso luego con mamá, y le trataba ésta con tal esquivez y aun desatención, que, ofendida yo, le prohibí por su propio decoro venir á casa en algunos días, para que se calmase mamá y hacerla yo entender lo desatenta que estaba con él por un motivo tan pueril. El pobre muchacho creyó ya que no volvería á verme, qué sé yo lo que pasó en aquella cabeza. Lo cierto es que hizo mil locuras irreparables. Después de algunos días de afán y mortal inquietud, que mis cartas, las más tiernas, no podían calmar, cometió la imprudencia de hablar á su padre y escribir á mi hermano diciendo el deseo y resolución que tenía de casarse conmigo; sin haber consultado antes mi voluntad, acaso porque dudaba de ella. Interrogada por mi familia, desde luego declaré seriamente que no pensaba en semejante matrimonio, y mi hermano se lo escribió así á Méndez Vigo. ¡Entonces fue Troya! No molestaré á usted con pormenores enfadosos. El pobre chico creo que se trastornó, pues, entre mil disparates que dijo é hizo, me escribió una carta (que conservo como casi todas las suyas) en la que me juraba se daría un pistoletazo si no me casaba con él antes de tres meses. Temí cualquier cosa de él, mucho más cuando supe (Bravo lo sabe también) que andaba llorando en los paseos y cafés como un loco: tuve, pues, á su situación todas las consideraciones que exigía; le escribí cartas llenas de ternura y le ofrecí que sería suya más tarde. Pero nada bastó: no sé qué espíritu maligno se había apoderado del pobre joven. Saben sus amigos hasta qué punto se extraviaba por momentos su razón.

124

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

La piedad tal vez me hubiera determinado á casarme con él (á pesar que menos que nunca me inspiraba aprecio ni confianza aquel carácter tan débil y aquella cabeza tan frágil), si el orgullo de mi nombre no me lo hubiera absolutamente prohibido. El padre de ese joven, que según tengo entendido es responsable á su hijo del dote considerable que le llevó su primera esposa (y que sin duda no deseaba desposesionarse de él, como tendría que hacerlo casándose su hijo), dijo que no aprobaba su matrimonio sino hasta dentro de tres años, pues aún era muy joven para contraer tan serio empeño. En consecuencia a esta manifestación rehusó venir á pedir mi mano, como parece quería su hijo; y éste le amenazó con que pediría al Jefe político la licencia; que él le rehusaba. Todo esto pasaba sin que yo supiese nada, ni remotamente lo sospechase. ¡Puede usted figurarse mi indignación á la primera noticia, que llegó á mis oídos! Se apuró mi sufrimiento y rompí enteramente con el imprudente joven, escribiendo al padre una carta en la cual le manifestaba, que jamás había tenido la intención de casarme con su hijo, ni con su aprobación ni sin ella. Por tanto, debía mirar como locuras del joven todos los pasos que hubiese dado con este objeto, y le aconsejaba y rogaba le mandase á viajar para distraerle. Pocas personas sabrán en Sevilla estos pormenores; pero muchas han sido sabedoras de la desesperación de Antonio y de los reproches que me dirigía en su exaltación. Así es, que por una fatalidad de mi estrella siempre me condenan las apariencias, se me juzga sin comprender mis motivos. ¡Yo sé que se me censura haber jugado con la sensibilidad de ese joven y se me tacha de inconstancia y coquetería! Ya usted conoce mi culpa. No he tenido otra, sino entablar (como hacen todas en Sevilla) unas relaciones, que suponía ligeras y sin consecuencias de ninguna especie: ¡esta es toda mi culpa y sabe Dios cuánto me he arrepentido de ella! Si después no pude resolverme á sacrificar mi libertad y mi delicadeza casándome con él sin la pública aprobación de su padre, ciertamente no merezco por ello censura, y sería muy despreciable á mis ojos si hubiera procedido de otro modo. La pasión no me haría faltar á mi decoro entrando á la fuerza en una familia: ¡cuánto menos la compasión! Marchóse por fin Antonio, y yo respiré: parecióme ver la luz después de una larga prisión o lanzar un peso enorme largo tiempo sostenido. Lo confieso: quedé cansada de amor: aquel amor delirante y frenético, que yo no había participado, me causaba fatiga. Por eso me fijé más que nunca en mi sistema de no amar nunca. He jurado no casarme nunca, no amar nunca; y aun me propongo ya abjurar también todo empeño, aun los más sencillos y pasajeros. Un mes después de la marcha de Méndez Vigo volvió usted de Almonte.

Capítulo IV: La

autobiografía

125

¡Está concluida mi historia!: pensé antes no haberla escrito sino en su ausencia de usted, porque quería tener con usted una correspondencia epistolar, pero luego varié de idea, porque no pienso ya que debemos entablar dicha correspondencia. Nada más me resta que decir, caro Cepeda; ahora recuerde usted mis condiciones. Este será reducido á cenizas tan luego sea leído, y nadie más que usted en el mundo sabrá que ha existido. Adiós: no sé cuando nos veremos y podré dar á usted este cuadernillo. Acaso con él voy á disminuir la estimación con que usted me favorece y á debilitar su amistad: ¡no importa! ¿Debo sentir el dar á usted armas para combatir una amistad, que acaso conviene á ambos deje de existir? Yo seré siempre amiga de usted aun cuando no exista amistad entre nosotros. Es decir, le estimaré á usted aun cuando cese de manifestárselo. Adiós, querido mío: sacuda usted esa melancolía, que me aflige. Créame usted: para ser dichoso modere la elevación de su alma y procure nivelar su existencia á la sociedad en que debe vivir. Cuando la injusticia y la ignorancia le desconozca y le aflija, entonces dígase usted á sí mismo: Existe un sér sobre la tierra que me comprende y me estima. Sí, creo comprender á usted y estimarlo: ¡si me engañase! ¡si fuese usted otro de lo que yo creo!... sería un desengaño más: ¡y qué importa uno á la que ha sufrido tantos! [Hay la rúbrica de la Avellaneda.] P.D. He leído ésta y casi siento tentaciones de quemarla. Prescindiendo de lo mal coordinada, mal escrita, etc., ¿debo dársela á usted? No lo sé: acaso no. Ciertamente no tengo de qué avergonzarme delante de Dios ni delante de los hombres. Mi alma y mi conducta han sido igualmente puras: pero tantas vacilaciones, tantas ligerezas, tanta inconstancia ¿no deben hacer concebir á aquel á quien se las confieso, un concepto muy desventajoso de mi corazón y mi carácter? ¿Debo tampoco descubrir los defectos de personas que me tocan de cerca como lo hago?... No ciertamente, Cepeda: no debo. Para resolverme á dar á usted este cuaderno es preciso que le estime á usted tanto, tanto, que no le crea un hombre sino un ser superior. No sé, pues, qué hacer; lo guardaré y seguiré, para darlo á quemarlo, el impulso de mi corazón cuando vea á usted por primera vez. [Hay la rúbrica de la Avellaneda.]

126

M C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin JUANA MANUELA GORRITI

(Argentina 1818-1892)

Lo íntimo, publicado el año de su muerte, es un texto caótico y angustioso. Carente de una historia continua, es más bien una compilación de papeles sueltos -que hilvanados- recrean una larga y ajetreada vida.

LO ÍNTIMO PRÓLOGO

¡Cuántos viejos, en estos últimos tiempos, han pasado delante de mí, camino a la eternidad, dejándome rezagada! Asombra verme salir de zambullones terribles, que diariamente matan a tanta gente joven, con una fortaleza que parecería milagrosa, si no tuviera causa natural la prolongada lactancia. Engolosinada con este primer alimento de la infancia, hasta la edad de siete años, merodeaba no sólo en los pechos de mi madre la leche que daba a mis hermanos menores, sino en los de mi hermana y de las criadas en perjuicio de los hijos que amamantaban. Pero, ¡Ah! como todo pecado tiene su castigo, este latrocinio fortificó mi cuerpo de manera que, heme aquí, escollo solitario en medio del mar de generaciones nuevas, cuyo paso tal vez estorbo a través del tiempo y del espacio. Huésped retardado en la jornada de la vida, avergüénzame todavía, en perjuicio de otro, un puesto en el hogar... Huyendo del intolerable YO, eliminé de mis libros y hasta de "El Mundo de los Recuerdos" muchos sucesos inseparablemente ligados al enfadoso pronombre, resuelta a pasarlos en silencio, por más que anhelara confiar a un oido amigo, gratas ó dolorosas memorias. "Lo íntimo" son observaciones y apreciaciones de la autora a través del tiempo, con el criterio de una larga y variada existencia, hoy próxima a concluirse. La Autora Julio de 1892 *

*

*

Capítulo IV: La

127

autobiografia

Orcones! Hogar paterno, montón informe de ruinas, habitado sólo por los chacales y las culebras, ¿qué ha quedado de tu antiguo esplendor? Tus muros yacen desmoronados, los pilares de tu galería se han hundido, cual si hubieran sido edificados sobre un abismo. Apenas si las raíces sinuosas de la higuera y el bronceado tronco de un naranjo, señalan el sitio de tus vergeles. A las ruidosas turbulencias de tus fiestas, han sucedido el silencio y la soledad. Tus avenidas están desiertas, y la yerba del olvido crece sobre tus umbrales abandonados. Un día la fatalidad penetró en tu alegre recinto, arrebató a tus huéspedes desprevenidos, los esparció a los cuatro vientos del Cielo. - ¿ Q u é fué de ellos? Unos cayeron agobiados de cansancio, los otros, marchan aún en las penosas sendas de la vida. Si un día los llamaras, algunos responderían con un gemido, por los más, hablaría sólo el silencio de la tumba. Es fama que sus almas, bajo el blanco sudario de los fantasmas, vagan en la noche, renovando entre los escombros el simulacro de la pasada existencia. Ah! Yo también sombra viviente entre estas varias sombras, yo también voy ahí con el recuerdo a reconstruir mi vida despedazada por tantos dolores y extraer del delicioso oasis de la infancia, algunos rayos de luz, algunas flores, para alumbrar y perfumar mi camino. Ah! Cuántas veces huyendo del desolado presente, he tenido necesidad de refugiarme como a mi único asilo en las sombras del pasado, y evocar las nobles acciones de los muertos, para olvidar la infamia de los vivos; asirme a la memoria de las virtudes de aquellos, para perdonar a la providencia los crímenes de éstos; colocar en la balanza la deslealtad, la perfidia, la cobardía y la impiedad con que los unos han escandalizado y entristecido mi juventud, y la lealtad, la fe, el heroísmo y la piedad con que los otros ungieron mi infancia, para poder decir: Dios es justo! *

*

*

La que esto escribe nació en la frontera de Tucumán y en el recinto de un campamento. Pasé los primeros años de mi infancia en la soledad de los campos, donde mi padre, coronel en el ejército patriota, había juzgado necesario relegar su familia, pues, las ciudades eran entonces, el teatro de la guerra. Crecí entre los rebaños, sin otra sociedad que los pastores y los soldados de mi padre. Era éste un guerrero piadoso y severo observador de la justicia y del deber, y, por consecuencia, sus compañeros de fatigas y de glorias, eran como él, justos, piadosos, valientes y leales. *

*

*

128

M. C. Arambel Guiñazúy

C. E. Martin

Si algo hubiera quedado de la casa paterna, de ese hogar destruido, yo lo conservaría cual estaba, sin tocar ni cambiar nada, como en mi alma se conservan las creencias de mis padres. *

*

*

El día que cumplí seis años fué para mí de duelo. Anunciáronme que era necesario abandonar mi vida agreste, libre como los vientos, y cambiar los inmensos horizontes en que la pasaba, por el estrecho recinto de un colegio dirigido por monjas! Qué iba a ser de mí, pobre gacela acostumbrada a vagar, saltando de las selvas a los prados? Qué iba a ser de mí entre aquellas figuras severas e impasibles cuyo principal conato sería ahogar mi querida turbulencia e imponerme su propia inmovilidad? Adiós! - d e c í a yo con el corazón desolado, a lo largo de las colinas, en las orillas del arroyo y en los campos esmaltados con millares de flores. - A d i ó s ! Sitios queridos que es preciso dejar! Adiós! Me llevan lejos, muy lejos! Pero mi alma vendrá siempre a llorar errante bajo las sombras de nuestros frondosos árboles. Adiós! mi lindo caballo! Quién te dará en adelante pan y azúcar en las palmas de las manos? [...] y tú, mi ligero avestruz, que llevándome sobre tus alas, corrías desafiando en velocidad a los vientos, abandona estos lugares donde en vano me buscarás y vuelve a reunirte a los tuyos en las llanuras de Valbuena [...]. Hicieron venir de Salta a mamá Dolores para que me llevara. Era ésta una hermana natural de mi abuelo; pero más lo parecía de Luis XIV, tal era su orgullo y la aristocrática arrogancia de su porte. Alta y seca persona de cincuenta años, de ojos pardos, abultados y saltones, de grande y corva nariz a la que se adhería, por medio de un profundo canalete que hendía su labio superior, una boca a la vez severa y desdeñosa, su rostro moreno bilioso, se coloreaba en frecuentes accesos de ira con tintes purpúreos que iluminaban sus duras facciones con un resplandor siniestro. Nunca vi mirada de desprecio parecida a la suya, y todo cuanto Homero dice de la cólera de Júpiter, era nada, comparado con la cólera de mamá Dolores. Ay de quien ella aborrecía! Pero, Ay también de aquel a quien amaba! Su cariño era una punta acerada que hería sin descanso, a toda hora, a todo propósito, a quien lo había inspirado podía con razón decir que se hallaba poseído del demonio; de un demonio para el cual no había exorcismo que valiese, mamá Dolores aborrecía y amaba hasta la muerte.

Capítulo IV: La

autobiografia

129

Decíase que había sido una de las jóvenes más lindas y amables de su tiempo; pero su natural acritud había borrado de tal manera en ella la benevolencia, esa base de toda gracia en la mujer, que no sólo me era imposible creer que había sido linda, sino que aún mucho tiempo de que hubiera sido joven. Esta terrible persona llegó por fin con majestuoso aparato. A su arribo fué investida de facultades extraordinarias sobre mí, el más indómito de los indómitos hijos de los bosques. Pero, ella estaba tan segura de sí misma, que no vió en su misión la menor dificultad; descansó tres días, y, al cuarto volvió a entrar en el coche llevándome en pos de sí como un pobre corderillo; hízome sentar a su lado, cerró despiadadamente la portezuela en los ojos llorosos de las criadas que se habían agrupado en torno mío y dió con tono áspero la orden de partir. El camino que llevábamos costeaba las colinas. Atravesaba los mistolares, vadeaba el río, esos sitios donde mi vida se había deslizado aérea, como el vuelo del ave; y mientras lloraba amargamente contemplando al través de una nube de lágrimas esos escenarios de mi felicidad pasada, mi compañera me decía con voz agria: - P o r qué llorar tanto, niña? Te llevan a algún presidio? Vas a algún colegio donde se hallan muy contentas cien otras como tú. Ya es tiempo de estudiar. Querías pasar la vida entre los guanacos? Nada más lógico que estas reflexiones; pero no es con lógica que se enjugan las lágrimas. Así lejos de consolarme, mamá Dolores exasperó mi dolor hasta convertirlo en un profundo aborrecimiento. Dediqueme desde entonces a hacerla rabiar y esto me sirvió de distracción. No perdía ocasión de contrariarla. Yo me sentaba sobre sus vestidos, que ella llevaba siempre muy almidonados, y los ajaba, ya me apoyaba contra el bolsillo del coche, donde guardaba ella los libros y quebraba sus anteojos; ya fingiéndome impelida por vaivenes del carruaje me arrojaba sobre ella a riesgo de romperme la cabeza contra su grande nariz. Un día que nos detuvimos para almorzar a la sombra de un bosquecillo, mamá Dolores, después de recomendarme que no me alejara de su lado, recostose sobre el césped y se quedó dormida. Por mucho deseo que yo tuviera de hacer una correría en aquellos sitios desconocidos, no me atreví a desobedecerla, porque su mal humor después del sueño era terrible. Quedeme allí, siguiendo con triste mirada la marcha de una larga hilera de hormigas que cargadas de botín entraban en su morada. De repente, mis ojos se fijaron con interés en la superficie del hormiguero. Cubríala una arcilla obscura mezclada de madera pulverizada, enteramente semejante al rapé que usaba mamá Dolores. Desvié mis ojos del hormiguero para volverlos hacia ésta. Dormía profundamente con su caja de tabaco al lado.

130

M. C. Arambel Cuiñazúy

C. E. Martin

La tentación era muy poderosa para que yo pudiera resistirla. Alcéme sobre las puntas de mis bordeguíes y llegando así hasta la almohada donde reposaba la terrífica cabeza, tomé con mano resuelta la caja, vacié el tabaco que contenía, llenéla rápidamente de la consabida tierra y la devolví al lado de su formidable dueña. No de allí a mucho, el bramido de una vaca despertó a mamá Dolores, que como acontece siempre, lejos de presentir mi criminal travesura, nunca estuvo tan amable y tan contenta de mí. Sonrióme con gracia, al encontrarme en el mismo sitio, y abriendo con gusto su caja de tabaco sorbió tranquilamente, con asombro mío, una gran dedada de la tierra del hormiguero. Su nariz adobada con rapé durante cuarenta afios se había vuelto poco susceptible en achaques de olfato y repitió una y otra vez sorbos de tierra hasta darme un remordimiento profundo que me hizo arrebatarle la caja de la mano y vaciarla por la portezuela del carruaje y confesar mi travesura. Acontecióme entonces, lo que todas las veces que me he abandonado a mi sentimiento generoso; mamá Dolores no creyó mi primera falta para dar todo su valor a la segunda; y ensañándose por mi crimen de lesa percepción nasal, me llenó de injurias, y estuvo tres días sin hablarme. Entre tanto llegamos a Salta. Los cuidados que mi compañera me prodigaba eran tan punzantes y fatigosos, que pedí con instancia entrar inmediatamente en el colegio para separarme de ella [...]. Pobre mamá Dolores! Cuántas veces después me he reprochado amargamente de haber retrocedido ante la corteza de hierro que encerraba tu alma noble y generosa!

Lima, Marzo 11 de 1876 Anteayer fué aniversario de la muerte de mi hija Clorinda, que todavía me parece no una realidad, sino una borrosa pesadilla. Cuando pienso en las penas que desde entonces han minado mi existencia, asómbrame hallarme viva aún, y me hago de ello un reproche. Quien tanto ha sufrido debe estar ya muerta! Sin embargo, nunca estuve colocada en un círculo de tan activa y violenta acción. Me levanto a las seis de la mañana, tan enferma, que me es preciso hacer un esfuerzo para dejar la cama, porque cuerpo y espíritu están mortalmente abatidos. Mas a medida que me engolfo en el trabajo, la vida vuelve, y me

Capítulo IV: La

autobiografía

131

siento fuerte para pensar, sufrir, luchar y vivir; pero no sin anhelar ardientemente el eterno reposo [...]. Cuando voy al cementerio, y siento la inquietud inmensa de ese recinto, qué envidia tengo a los muertos! Y no obstante, como acabo de decirlo, torrentes de vida se agitan en torno mío, y agitarse la mía con el poderoso galvanismo de la literatura. Mi casa es el centro de un círculo de escritores que se reúnen para discutir y juzgar, aprobar y rechazar todo cuanto en el día se produce en ciencias y letras. Mi tiempo está repartido entre la enseñanza y la composición. Quizás este prodigio de actividad me hace vivir [...]. La vida en lo material se ha reducido para mí a su menor expresión. Tengo dos túnicas negras y un manto. Con este guardarropa me basta para la calle y la casa. Y no hay que pensar que no ando elegante; mucho que lo estoy. Parezco una Sibila. Por lo que hace a comer, soy más cigarra que antes, cuando mi hija Mercedes se ocupaba de guardarme provisiones para la hora del hambre. Sólo que ahora, como está lejos de mí esa querida Providencia, me paso los días sin llevar un bocado a los labios, enteramente absorta en mis pensamientos, y sólo pienso en ello cuando los clamores de mi estómago me fuerzan a descender a la tierra.

Julio 29 A pesar de mi delicada salud, héme visto precisada a abrir las soirées literarias, porque había para ellas un grande entusiasmo, y me pedían que cumpliera el compromiso contraído con el público. Las he inaugurado con el más brillante éxito y las necesito como una sombra mezclada a ese gran foco de vida, de la chispeante vida del espíritu. Aquella noche las señoras Carbonera y Buendía leyeron dos disertaciones muy bellas, y los poetas García y Corpencho recitaron magníficos versos; yo recité las lindas composiciones de mi hija Mercedes; "Reminiscencia" y la traducción: "La caída de las hojas". Y todo esto, interpolado con canto y música ejecutada en el piano por una gran artista y varias señoritas aficionadas. Los trabajos leídos se guardan con la crónica de cada soirée para formar anales que se edicionarán al fin de año.

132

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

Septiembre 30 Amanezco cada mañana sin aliento por un desfallecimiento mortal. Pero reflexiono que las numerosas obligaciones que pesan sobre mí, me quitan el derecho de enfermar, y me gritan, como la voz divina al Judío Errante: Anda! Anda! Y me levanto, y ando: ando de aquí para allá, preparando las clases; las doy, escribo, coso, hago preparar los trabajos que han de leerse en las veladas literarias que cada Miércoles se celebran en casa. Asambleas inventadas por mí e imitadas en todas partes, sobre todo en Francia y España. Ellas son el único punto luminoso de mi sombría existencia. En efecto, como para compensar tantas amarguras esas horas son deliciosas. Los literatos y los artistas se dan cita para leer y ejecutar sus mejores producciones, que se aplauden o se discuten con una cordialidad desconocida hasta hoy en esa quisquillosa fracción de la sociedad.

30 de abril No tengo ánimo para escribir, abrumada por el nuevo terrible golpe con que a Diós le plugo volver a herirme: la pérdida de mi hija Mercedes [...]. Leyendo las poesías de Mercedes, llenas de melancolía, que parecen escritas con lágrimas, créesela una mujer triste y sombría. Pues era lo contrario: riente y como una niña, siempre tenía la sonrisa en los labios; en sociedad jamás translucía el dolor; pero, si se encerraba en su gabinete, si concentraba su pensamiento y se detenía a escribir o cantar, su pluma la empapaba en la amargura más infinita y su lira despedía ayes intensos y profundos [...]. Al abrir sus ojos a la luz, encontré en su hogar pesares y lágrimas; los cantos que la arrullaban en la cuna mezclábanse con sollozos, y el rostro que le sonreía estaba siempre triste. He ahí el origen de esa melancolía que no han sido parte a desterrar de su carácter, ni los halagos de la fortuna, ni la ternura acendrada, casi paternal, del mejor de los esposos [...].

Cuanto echo de menos a mi hijo! Este Lima que no amo tanto, paréceme un desierto sin él! A quién hablar desde el fondo del alma? Los demás para mí, son amistades puramente de salón, de escenario. Detrás de los bastidores no había sino nosotros dos.

Capítulo IV: La

133

autobiografìa

Así, miro en torno y me encuentro sola: sola de alma y de corazón. En fin, como dicen que no hay mal que dure cien años, ya vendrá Julio, si Dios quiere concederme este consuelo. *

*

*

Cuarenta y dos días sin visitar sus sepulcros! Cuánto extraño esa peregrinación querida y sagrada! Qué dulce paz, que consuelo encuentra mi alma al lado de esas tumbas que me llaman con la promesa de una próxima y eterna reunión! A qué conduce el empeño de recorrer esa vía dolorosa? A renovar tu pena. Ah! cuán poco comprenden los que viven la vida de la materia a los que viven con la del espítitu! Ay! No es para mí la vía dolorosa, el camino del cementerio donde reposan mis hijos, donde reposa mi madre, donde reposa mi hermana, sino las calles de la ciudad. Quién pudiera jamás atravesarlas! Nunca los seres amados y desvanecidos, nos parecen tan muertos, como a la vista de los lugares donde habitaron, donde los vimos agitarse en las manifestaciones de la vida.

[...] Es muy provechosa la aproximación de la muerte cuando se está plena de vida. Cuantas cosas se aprenden en esa callada comunicación con los que ya no pueden vernos sino de tan lejos! *

*

*

La vida es un vasto campo de dolores; desde la infancia hasta la vejez encontrárnoslos bajo cada uno de nuestros pasos, por todas partes, hasta en los sitios de nuestros mayores goces. Váis al teatro? - E n aquel palco estuve con mi hija al estreno de Catalina H. [...]. Dónde está ahora esa perla de belleza? En el mundo de los espíritus. En esa butaca sentábase Natalio J. [...] robado tan presto al cariño de su amigo, al amor de su novia, a la esperanza de su patria. Escucháis al paso un organillo callejero? La serenata de Schubert! [...]. Mercedes! Cuánto tiempo que tu dulce voz se apagó para siempre! [...]. *

*

*

134

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

Fui amiga de la monjita Serrano, que en el año 35, pasado casi todo en su diaria compañía, era aún una linda mujercita de 38 años, morenilla y de ojos y carácter limeños. De su boca sé toda la parte de su historia que ella contárame, y el resto lo he recogido de contemporáneos testigos de aquellos sucesos. Su hermano, el Dr. Mariano Serrano, uno de los fundadores de la independencia y compañero de Monteagudo en el movimiento del 9 de julio del año 9, fue secretario de gobierno en Salta en tiempo de la Administración de mi padre. Con este motivo nuestra amistad con la hermana fue íntima y cordial. La historia de Alvear me es también familiarmente conocida. Alvear fue amigo de mi padre, y todo cuánto á aquel concierne lo he oído referir a éste, en las pláticas del hogar, verdadero archivo de biografías. Así, envío hoy a Ricardo Palma un relato verdadero, aunque telegráfico, de cuanto a estos dos enamorados pueda importarle. *

*

*

Isabel Serrano era hija de un Oidor. A la edad de 16 años se enamoró de un joven de origen bajo. El Oidor, que destinaba su hija a un noble, hizo desterrar al pobre joven. El despecho hizo de Isabel una monja en el convento de las Ménicas. Isabel que había profesado sin vocación, llevaba allí la vida suntuosa de mundo. Vestía hábitos de seda, y entre las anchas mangas de su túnica, aparecían las blondas y las batistas de una camisa abotonada con brillantes. Su celda era un palacio en miniatura, donde se ostentaba el oro y la plata en vajillas y pebeteros. Tenía piano y vihuela y daba banquetes, conciertos y serenatas a la abadesa y a las monjas en su cumpleaños; agasajos con los que cerraba la boca a las más austeras; porque Isabel era una mujer de talento, que sabía manejar las flaquezas de aquel mundo enclaustrado. Tenía días señalados de locutorio en que sus numerosos amigos gozaban de amenas pláticas, riquísimos dulces y perfumes exquisitos en mistura, esencias, cazoletas y sahumerio. Un día, en una fiesta religiosa, la monja Serrano ocupaba su reclinatorio en el coro, entre la priora y la maestra de novicias, y entonaba el Te Deum encargado a ella en esa ocasión, a causa de su bellísima voz. La ceremonia era solemne y había asistencia de gobierno. Era el año 26, Bolivia acababa de fundarse, era Presidente el general Sucre y el Libertador mismo se encontraba en la ciudad. Isabel cantaba, caído sobre el rostro su denso velo negro. Su melodioso canto se elevaba al cielo; pero sus ojos y su espíritu vagaban entre la multitud que llenaba el templo.

Capítulo IV: La

135

autobiografia

De repente, de en medio del brillante grupo de militares que rodeaban al general Sucre, alzóse un hombre, que cruzando la nave, vino a sentarse en un escaño y fijó atrevidas miradas en el interior del coro. Isabel adivinó que a ella la buscaba, y levantando sigilosamente su velo, los ojos de aquel hombre y los suyos se cruzaron. Al anochecer de aquel día la monja penetrando furtivamente en el templo, fue a recoger detrás del cuadro que, en un altar al fondo de la nave, representaba a la Santa Fundadora, un papel que ocultó en su seno y fue a leerlo en su celda. -Te amo y quiero acercarme a ti -había escrito el desconocido, en una hoja de vitela arrancada a su cartera. Desconocido! No era él ya para la monja, a la hora que iba a buscar su misiva, pues la chismografía del convento le había hecho saber que era el General Alvear, Plenipotenciario argentino cerca del Libertador. Al siguiente día, oculta en una canastilla de perfumada mistura, Alvear recibía esta respuesta: Sobre las bóvedas del claustro suben y se extienden las ramas de untumbo, liana flexible y fuerte, capaz de soportar el peso de un cuerpo. Tiene su raiz en mi jardin. Alvear probó con éxito la fortaleza de la protectora enredadera y estuvo oculto en la celda de la monja [...]. De allí salió para marchar de regreso a la República Argentina, donde tomó el mando del ejército con que peleó y venció al siguiente año en Ituzaingó [...].

Alvear nació en Buenos Aires, estudió en España y regresó de alferez; tomó parte en el primer movimiento patriota, mandó al ejército que salió a los realistas en Montevideo, venció y destruyó a Artigas, presidió la primera Asamblea Constituyente, dictó la ley de libertad de esclavos. Desempeñó importantes misiones en Inglaterra y Estados Unidos y murió en Montevideo en 1854. Su esposa fue una española bella y distinguida: Carmen Quintanilla.

[...]. Cuando Isabel me refirió su historia, gustóme la delicadeza del militar y quise ver el cuadro confidente de la amorosa misiva. La monja me lo mostró desde el sitio mismo en que se encontraba al entonar el Te-Deum. Por más señas, que parecióme notar en el beatífico semblante de la Santa, una cierta sonrisita de picaresco recuerdo. Pobre Serranito! Había hecho de ese amor de breves días el culto de su vida. *

*

*

136

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

La mujer debe ser mujer en todos los actos de su vida. Y si en una joven ostentar alguna vez los atributos del sexo fuerte, es una gracia, en la edad madura es la más ridicula de las ridiculeses. *

*

*

La felicidad abruma como el dolor. *

*

*

La misericordia de Diós es inmensa; dudar de El, es dudar de su misericordia. *

*

*

La vida es corta; apenas si en su rápido curso tenemos tiempo para perfeccionar nuestra alma. *

*

*

El amor en la mujer trae consigo admiración; en el hombre ceguedad. Es que en ella, ese sentimiento penetra en el espíritu; en él, detiénese en la materia. *



*

23 de agosto Si el mundo administrativo anda mal por Lima, el mundo intelectual marcha a las mil maravillas. De esa ciudad me escriben a propósito de esto: -Malo! Malo! Malo! Y yo digo: -Bueno! Bueno! Bueno! Cuando la mente resplandece, por más paralítico que el enfermo se encuentre, sanará luego, sanará. Ah! en cuanto a la gente de aquí, solo piensa en ganar dinero. El abogado cierra su estudio, el periodista deja la mesa de redacción, el escritor tira la pluma, todo se abandona llegada la hora de la bolsa; y todos corren allí, a comprar oro, a vender oro; a comprar y vender tierras, concesiones de ferrocarriles, etc. Es una fiebre de especulación que cada día improvisa fortunas enormes. Hombres llegados aquí sin un céntimo, poseen hoy millones.

Capítulo IV: La

137

autobiografìa

Y en la medida de estas grandezas, está también el lujo en todo: en trenes de casa, en magníficos carruajes y en regios regalos a las celebridades artísticas que, atraídas por estos esplendores, nos llueven cada día. *

*

*

El desierto de la vejez hay para la mujer un oasis: la libertad de expresar su entusiasmo, su admiración y su afecto, autorizada por el dulce patronato maternal de esa era ingrata de la vida.

He escrito a Mercedes Cabello que siga mandando sus correspondencias a los periódicos europeos. Aconséjola no herir susceptibilidades, lisonjear, mentir en ese sentido; derramar miel por todas partes: ni una sola gota de hiél, que se torna para quien la vierte veneno mortal. Cuántas cosas bellas en su magnífico horror, tiene, el que escribe historia o crónica, que callar, por esa consideración de vital importancia. *

*

*

2 de febrero de 1889 He acabado "La tierra Natal", libro que ofrecí a los salteños, que comencé con entusiasmo y que he finalizado en medio del desaliento que de un tiempo a esta parte se ha apoderado de mí. Este desaliento me parece que tiene dos causas: vejez y enfermedad. *

*

*

25 de marzo Tengo en mi poder la novela de mi querida Mercedes Cabello: "Blanca Sol". Es indigna de la pluma de cualquier mujer, mucho más de una persona tan buena como ella. Es la exposición del mal sin que produzca ningún bien social. Al contrario, de este escándalo surgirán otros que dejen a mi amiga muy mal parada, sin que pueda quejarse, porque ella comenzó. Creo, y casi tengo la certeza, pues poseo en la mano un hilo conductor: pienso que una influencia mal intencionada ha empujado a este desaguisado la pluma candorosa de Mercedes [...]. Y por eso la he escrito un sermón.

138

M. C. Arambel Cuiñazú y C. E. Martin

Y a las protestas que en su carta, al enviarme el libro, hace de no haber querido retratar a nadie, dígole: -Bendita criatura!, quién va a desconocer la semejanza de esos dibujos? Ahí están el padre de las propinas; el marido bien retratado; la mujer con tanto encima; las viejas de marras; el enamorado con las deudas pagadas a condición de despejar el campo. Todos [...] y [...] horror! Ese epílogo, lúgubre predicción de abajamiento, miseria y desastre! Probablemente me tendrá a mal esta franqueza que ella provocó pidiéndome opinión sobre el libro. No me canso de predicarle que el mal no debe pintarse con lodo sino con nieblas. El lodo hiede y ofende tanto al que lo maneja como a quien lo percibe. Además se crea enemigos, si incómodos para un hombre, mortales para una mujer. El honor de una escritora es doble: el honor de su conducta y el honor de su pluma. *

*

*

La historia del Castillo de Miraflores es una de las mil espantosas consejas que a su respecto sabían las gentes de la comarca, y que yo, cuando aún lo habitábamos, antes de aquel soplo devastador de la guerra civil lo convirtiera en ruinas, he oído referir a las viejas en las noches de luna, bajo los árboles de las vecinas cabañas. Aquel castillo era una construcción jesuítica; una de esas fortalezas disfrazadas, con el humilde nombre de reducciones que la Orden de Loyola edificó en los últimos tiempos de su reinado. Después de su expulsión, el castillo con todas las riquezas que encerraba y la ancha extensión del terreno perteneciente a él, fue confiscado. Y mientras sus dueños eran esparcidos por los cuatro vientos, las partidas de registro llevaban a España el oro que ellos habían amontonado en esos baluartes de su poder. Sin embargo, un anciano contemporáneo de aquellos acontecimientos, que había pertenecido a la servidumbre de los jesuítas, cuando oía hablar de la confiscación, sonreía misteriosamente y mezclando los sueños de la decrepitud con alguna realidad que recordaba, refería una extraña historia. - L o s jesuítas de aquella congregación -decía é l - algunas horas antes de su expulsión, fueron avisados. Entonces celebraron un consejo secreto, como todos los actos de la vida de esos hombres y al salir de él, cerraron las puertas del recinto interior habitado solo por ellos; y cuando las abrieron y los criados entraron para servir la cena, encontraron uno de los patios inundado de

Capítulo IV: La

autobiografia

139

vino, y la bodega que antes contenía grandes cubas de este licor, completamente vacía. Nadie supo nunca lo que hicieron de aquellas cubas; pero -añadía el viejo sonriendo- nadie tampoco sino los padres, sabían decir en donde estaban situados los subterráneos del castillo. Así, ellos no han olvidado el camino y vienen con frecuencia a visitarlo. A medianoche, cuando los nuevos poseedores del castillo duermen con sus puertas cerradas, los padres, sus legítimos dueños, porque todo lo que ha vendido la Patria es robado, los padres, sus legítimos dueños, vienen de dos en dos como antes, atraviesan el cementerio silenciosamente, sin tocar ni aún con la orla de sus largas sotanas las margaritas y pasionarias que lo cubren; dan en la gran puerta de la iglesia tres golpes simbólicos, y a esta señal, el Reverendo Generalísimo de la Orden, que duerme hace dos siglos bajo su epitafio en el prebisterio, levanta lentamente la losa de mármol que lo cubre, va a abrir con ademán solemne la puerta de la iglesia, y cerrándola en seguida, el muerto y los vivos, descienden uno tras otro al sepulcro, donde permanecen hasta el amanecer. Pero antes que el lucero palidezca en el horizonte, vuelven a salir, siempre de dos en dos, y el muerto, después de cerrar la puerta, vuelve a su tumba. Cada vez que el anciano, acurrucado en la cocina y extendiendo sus trémulas manos sobre el fuego, contaba esta historia, la codicia se apoderaba de los criados, y a la mañana siguiente en todos los rincones del castillo resonaban fuertes golpes de pisón aplicados al suelo y a las paredes en busca de la que debía conducir a los subterráneos; es decir, a las cubas y al oro que las llenaba. Mi padre puso fin a todas esas investigaciones, prohibiéndolas severamente. Amaba el castillo, no sólo por sus tradiciones, sino por la pintoresca situación que ocupaba en la cima de una roca. El viejo veterano compró al Estado aquella posesión esperando descansar en ese delicioso retiro de las fatigas de la larga guerra de la independencia; pero Diós no lo quiso así [...]. El castillo yace allí en ruinas, la tierra en poder de un extraño, y mi padre, el viejo veterano, no tuvo un solo día de reposo hasta aquel en que descendió a descansar, eternamente, en la tumba bajo un cielo extranjero.

10 de mayo Al salir de mi enfermedad, he encontrado en mi cuarto sobre la mesa un mundo de libros enviados por sus autores y de lectura obligada. Entre éstos "Las consecuencias" de Mercedes Cabello.

140

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

Lo he hojeado. En él más que en "Blanca Sol" apalea al mundo entero. Y no así como se quiera sino con más valor aún que Zola: no se detiene en las bajas esferas; se sube a las etéreas, y la emprende a palos con los astros. Que levantamiento de faldas a las seftoronas de las sociedades piadosas! Qué azotainas a los clérigos! Después de "Blanca Sol", yo le advertí que tuviera cuidado con las represalias. Un hombre puede decir cuánto le dicte la justicia: el chubasco que le devuelvan, caerá a sus pies sin herirlo. No así una mujer, a quien se puede herir de muerte con una palabra [...] aunque sea esta una mentira. Creo que no le gustó mi advertencia, pues, nada me contestó. Desde entonces me he impuesto silencio. *

*

*

24 de mayo Los diarios y una carta de Clorinda Matto, me han anunciado que Ricardo Palma también ha sido visitado por el dolor supremo entre los dolores humanos; el dolor de perder un hijo. Diós dé a él, y sobre todo a mi Cristina, valor y resignación. Al menos aquel ángel no ha conocido la vida, sino por el corto lado de sus explendorosas alegrías. Llega: recíbelo un coro de Genios entonando en loor suyo armoniosos cantos; sus padres le hacen un nido en su pecho. Él les sonríe, pero echa de menos el Cielo, y a él se vuelve. Vuelva, en buenahora antes de conocer las penas de la vida [...]. *

*

*

Aquí nos encontramos en espantoso desastre financiero, que ha cambiado de un modo siniestro la faz floreciente que ayer ostentaba este país. Quiebra general. *

*

*

7 de julio Ahora sí, en verdad, comienzo a sentir llegar la muerte.

Capítulo IV: La autobiografía

141

No es que esto me atemorice ni me vuelva aprensiva: no. Sin miedo ni pasmo veo que, en efecto, esa hora se acerca. Tanto mejor, llega en tiempo en que la vida pesa como ropa mojada que es preciso cambiar. *

*

*

A "Lo íntimo" le ha caído un aluvión de recuerdos, que es necesario consignar y que retardarán algo su publicación. Limitóme a humildes relatos, sin pretender explicarme ni explicar las causas de los hechos que recuerdo. Qué podré decir yo en la noche de la vida, que no hayan dicho tantos y tantas que han desecado el corazón, el cerebro, y el alma? *

*

*

Agosto 3 Nunca como ahora he lamentado la pobreza en que la enorme reducción económica hecha a la pensión que el Congreso me decretó, me ha dejado, quién sabe por cuánto tiempo, y que me impide ofrecer lo que yo deseara, a la nueva construcción de "Rosales". Pero al menos, envióle por conducto de "El Diario" la única joya que poseo: la pluma de oro, para mí de valor inmenso con que la bondad de las damas argentinas me obsequió con una medalla de honor a mi regreso a la patria. *

*

*

Si no fuera este ñero dolor que me aqueja sin descanso, habría de charlas como una cotorra y referir muchas cosas de la sociedad. Pero cada día me encuentro peor, y el Ay! es mi aliento. Me están cayendo pedidos de todas partes para escribir en periódicos que deben salir el doce del entrante Octubre en las fiestas de Colón. Yo contesto: no, no, no [...]. Hoy quisiera compaginar algunos originales de "Lo íntimo" para darlos a la copia [...]. Tengo que llenar muchos, muchísimos vacíos, entre ellos: no sé si lo podré hacer. Tal es el estado de mi postración ... Al menos sirvan los avisos que os deje a señalaros el camino en el piélago de la vida. *

*

*

142

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

"El hombre propone y Diós dispone". Yo me voy a morir y no haré el desenlace de la novela que propuse escribir a Mercedes Cabello y a Clorinda Matto. Mi argumento para ella era la marcha de dos mujeres: la una por el camino del bien, la otra por el del mal. Ambas aman al mismo hombre que, a su vez, camina entre éstos, ya inclinándose hacia el uno, ya hacia el otro, hasta que triunfa el bien. Y ese es el desenlace. Su título sería "Los dos senderos". Nada tendría de naturalista, doctrina ya proscrita. Zola ha sido derrotado en toda la línea, así en el libro como en el teatro. El pobre, para hacer ver que es capaz del otro género, se fue a la otra alforja del ideal; y la reproducción de su "Ensueño" comprobó su fárrago de extravagancias. "Los dos senderos" sería una novela del alto género social. Mercedes la habría comenzado, Clorinda la hubiera impreso la marcha; yo habría tomado todos los hilos y reuniéndolos, habría dado fin con un epílogo [...]. Mas esto se acaba, pues quien está hablando con tanto aplomo de las cosas de la vida, se halla en ella con los pies en los umbrales, el noventa y dos va a ser el aerostático que me llevará a las regiones eternas. Lo creeréis? Estoy contenta. La vida se torna insípida. Vamos a buscar lo que hay en otros mundos. Según nuestro perfeccionamiento, habremos de habitar en mundos superiores o inferiores. Yo he procurado hacerme muy buena, sobre todo en mis últimos años, y aunque algunas veces se me destiñe, Diós en su misericordia hará la vista gorda a estos pecadillos, y me dirá: pasa, mujer, pasa. Y ha de permitir que vaya a morar en el resplandeciente Júpiter, o en Saturno, que dice está sufriendo, según Flammarión, no sé qué terribles incendios.

Octubre 25 Cuando nos hallamos enfermos, dulces son los afectuosos reclamos de los nuestros; sobre todo en estos días postreros de la vida, en que tanta sombra nos envuelve, y en los que todo en torno nuestro se vuelve tan triste.

Capítulo IV: La

143

autobiografia

[...] mis ojos se dirigen involuntariamente al ocaso para el que voy caminando. El corazón en esta época de la existencia, por decirlo así, está sombreado por una nube que avanza rápidamente sobre el cielo de la vida. Algunos días más y la luz se apagará para siempre [...]. -FIN-

CAPÍTULO V E L CUENTO

J U A N A M A N U E L A GORRITI

(Argentina 1818-1892)

La escritora salteña publicó su primera colección de cuentos en 1865, en dos volúmenes, bajo el título Sueños y realidades. Le cabe a Gorriti el mérito de ser la iniciadora del cuento fantástico en Hispanoamérica. En la selección que sigue crea una atmósfera cargada de misterio y erotismo por medio de un personaje-voyewr que relata su obsesión. *

*

*

"QUIEN E S C U C H A SU M A L OYE"

CONFIDENCIA DE UNA CONFIDENCIA (A la señorita Cristina Bustamante) Cuando hemos caído en una falta - m e dijo un día cierto a m i g o - , si la reparación es imposible, réstanos al menos, el medio de expiarla por una confesión explícita y franca. ¿Quiere usted ser mi confesor, amiga mía? - ¡ O h ! Sí - m e apresuré á responder. -¿Confesor con todas sus condiciones? - S í , exceptuando una. -¿Cuál? - E l secreto. ¡Oh! ¡mujeres! ¡mujeres! ¡no podéis callar ni aun á precio de vuestra vida! ¡mujeres que profesáis por la charla idólatra culto! ¡mujeres que... mujeres a quienes es preciso aceptar como sois! - A c u s ó m e pues - c o m e n z ó él, resignado ya á mi indiscreta restricción-, acúsome de una falta grave, enorme, y me arrepiento hasta donde puede arrepentirse un curioso por haber satisfecho esta devorante pasión.

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

146 I

Conspiraba yo en una época no muy lejana y denunciado por los agentes del gobierno, vime precisado á ocultarme. A s i l ó m e un amigo, por s u p u e s t o en el paraje más recóndito de su casa. Era un cuarto situado en el extremo del j a r d í n y cuya puerta desaparecía c o m p l e t a m e n t e b a j o los p á m p a n o s de una vid. Sus p a r e d e s t a p i z a d a s con d a m a s c o c a r m e s í , tenían el aspecto de u n a grande antigüedad. Ha servido de alcoba al abuelo de la casa, cuyo inmenso lecho d o r a d o , vacío por la m u e r t e , o c u p a b a yo... m a s ¡dé c u á n d i f e r e n t e manera! El anciano caballero dormía - p e n s a b a y o - , un sueño bienaventurado entre las d e n s a s c o r t i n a s de t e r c i o p e l o v e r d e a g i t a d a s a h o r a por el t e n a z insomnio que circulaba con mi sangre de conspirador y de algo más: de curioso. Juzgue usted. D e s d e mi primera n o c h e , en aquel cuarto, oía sin que m e f u e r a posible determinar donde, una voz, una suave y bella voz de mujer que hablaba mezc l á n d o s e á voces de h o m b r e s ; después de parecer sola, leía prosa y v e r s o s c o m o hubiera d e c l a m a d o Rachel, y cantaba c o m o Malibrán los trozos m á s sublimes del repertorio moderno: entre ellos una serenata de Schubert cuyas notas graves tenían una melodía celestial. Pasé varios días en investigaciones, escuchando entre las molduras doradas que ajustaban la tapicería, tentando las paredes y buscando por todas el sitio por donde me llegaba el eco de aquella voz. P a r e c i ó m e al fin que a c e r c á n d o m e a un g r a n d e armario c o l o c a d o en un ángulo, oía m á s clara y cercana la voz, y no m e preocupaba. M a s era aquel m u e b l e tan p e s a d o que j u z g u é inútil el intentar r e m o v e r l o y o solo; pero de ninguna manera renuncié á la idea de conocer lo que había detrás. Así, c u a n d o por la n o c h e , el v i e j o n e g r o e n c a r g a d o de s e r v i r m e en mi escondite, m e hubo traído el té, puse en su m a n o un doblón, y lo rogué m e ayudara á cambiar de sitio á aquel armario. Al escucharme, el negro abrió grandes ojos y palideció. - ¡ Ay! no señor - e x c l a m ó con voz s o r d a - ni por todo el oro de este mundo. La señora vieja está viva todavía; y si llegara á saber que por ahí ha pasado la infidelidad de su marido, era c a p a z de adivinar t a m b i é n q u e yo, ¡ay Jesús! que yo fui quien abrió esa puerta para que el amo, ¡pobre señor! entrara al monasterio.... ¡María S a n t í s i m a ! no, no, señor. A d e m á s , el a r m a r i o está incrustado en la pared, y es imposible moverlo. Costóme gran trabajo para calmar su espanto: y cuando le hube prometido un profundo secreto, m e refirió c ó m o la casa vecina hizo en otro tiempo parte de un c o n v e n t o de m o n j a s , d o n d e su a m o t u v o la temeridad de a m a r á una

Capítulo

V: El cuento

147

esposa del Señor, y cómo no contento con la enormidad de ese crimen había profanado la casa de Dios con el auxilio de su esclavo albafiil y carpintero, abriendo en la pared una puerta que correspondía al interior del armario. - A s í es, señor - c o n c l u y ó el n e g r o - , que desde que el a m o murió, este armario es mi pesadilla. Siempre temiendo que tire el diablo de la m a n t a , siempre temblando que una innovación de la casa descubra esta puerta y el nombre de su artífice, pues la señora sin duda me asara vivo. - N o temas, Juan - l e dije para tranquilizarlo-, ¿Quién se lo diría? Yo seré callado como la muerte; y cuando me haya ido de aquí; el secreto se habrá ido conmigo para siempre. - ¡ Ah, señor! - r e p u s o el negro, cediendo á pesar suyo al deseo de charlar-, ¡qué tiempos aquéllos! El amor del amo duró toda la vida entera de la monjita, que por otra parte no fué larga. La pobre tortolilla (así la llamaba el amo, y así llamaban entonces los galanes á su amada), la tortolilla cautiva a m a b a demasiado, y su amor no pudiendo respirar más la mefítica a t m ó s f e r a del claustro llevó su alma á otra región. El amo estuvo primero inconsolable; pero luego hizo lo que todos: olvidó á su tórtola y fué á casa de otras que amó pero en cuyos amores no intervino ya su esclavo. - J u a n - l e dije, interrumpiendo sus confidencias-, recuerda que debes ayudarme y marcharte en seguida. Entonces el antiguo Mercurio del seductor de m o n j a s , c o m o quien lo entendía bien, abrió el armario y quitando el tablero del fondo, dejó descubierta una puertecita cerrada por un postigo en el lado opuesto de la pared. El negro me mostró el resorte que la abría, y huyó de allí con terror. Al encontrarme solo y dueño de aquella misteriosa puerta, mi corazón latió con violencia no sé si de gozo ó de temor. Tenía ya en mi mano la extremidad del velo que tanto deseaba levantar. Pero, ¿cómo hacerlo? ¿con qué derecho iba yo á introducirme en la vida íntima de la persona que dormía confiada á dos pasos de mí? La mano en el resorte y el oído atento, dudé largo tiempo entre la curiosidad y la discreción. De repente oí en el cuarto vecino el roce de un vestido y la voz de siempre murmuró cerca de mí: - ¡ D o s meses sin noticia suya! El ingrato partió sin darme un adiós. ¿Dónde está ahora? En su helada indiferencia no ha creído necesario decirme el paraje donde mi amor podía ir á buscarlo; mas yo lo sabré. Esa ciencia cuyo poder niegan los hombres sin fe y él entre ellos, esa ciencia me lo dirá. ¡Sí, yo lo quiero! - a ñ a d i ó con enérgico acento. Cerróse una puerta, y todo quedó en silencio.

148

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

¿Cómo resistir á la invencible curiosidad que se apoderó de mí al oír la expresión de aquel amor singular revelado en esas misteriosas palabras? Nada pudo ya detenerme; todo cedió ante el deseo de tocar con las manos los secretos de esa extraña existencia. Con la frente apoyada en el postigo esperé un cuarto de hora. El mismo silencio: nada se movía allí. Entonces, arrojando lejos de mí todas las ideas que pudieran intimidarme, comprimí resueltamente el resorte que me había indicado el negro. El resorte, olvidado durante medio siglo, me asustó con agudo chillido; pero cediendo al mismo tiempo abrió un postiguillo angosto como la portezuela de un carruaje y yo, dando un paso, me encontré en la morada de mi vecina.

II La alcoba de una excéntrica La pálida luz de una lamparilla alimentada con espíritu de vino y puesta sobre un velador á la cabecera de un pequeño lecho adornado con cortinas blancas, alumbraba suavemente un cuarto cerrado y desierto. Al pie del lecho y sobre el mármol de una cómoda, había una pequeña biblioteca cuya nomenclatura, en la que figuraban los nombres de Andral, Huffeland, Raspail y otros autores, entre cráneos de estudio y grabados anatómicos, habría hecho creer que aquella habitación pertenecía á un hombre de la ciencia, si una simple mirada en torno, no persuadiera de lo contrario; y aquí sobra una canasta de labor una guirnalda á medio acabar, allí un velo pendiente de una columna del tocador, más allá una falda de gasa cargada de cintas y arrojada de prisa sobre un cojín; flores colocadas con amor en vasos de todas dimensiones, el suave perfume de los extractos ingleses, el azulado humo del zahumerio, exhalándose de un pebetero de arcilla, todo revelaba el sexo de su dueño. A la cabecera del lecho y al pie de un cuadro, que representaba al niño Dios, estaba el retrato de un bello joven, y estas imágenes de las dos edades en que tanto amor se prodiga al hombre, parecían presidir en aquella sencilla y pobre morada artística. Las paredes de aquel cuarto desaparecían completamente bajo sombríos tableros de maderas esculpidas; y el misterioso postiguillo era un medallón oblongo, de una corona de rosas en relieve. Hallábame pues en la antigua celda de la monja, era el santuario de sus amores, templo ahora de un amor no menos apasionado. Había en esta coincidencia motivo para que la fantasía

Capítulo V: El cuento

149

echara á volar en pos de las escenas pasadas ante los ojos inmóviles de las robustas cariátides y los mofletudos querubines de aquella vetusta escultura. Pero yo no tenía tiempo que perder. Pues que era criminal, no quería serlo á medias y había resuelto abrir un pasaje para que mis miradas pudieran penetrar á toda hora en la morada de mi excéntrica vecina. Fuime pues, á su canasta de labor, que, dicho sea de paso, estaba en un espantoso desorden. Dedos nerviosamente crispados habían enredado las madejas de seda, al arrancar más bien que cortar las hebras; y más de diez agujas que se revoloteaban entre blondas y cintas, me picaron los dedos al buscar las tijeras que encontré al fin, y con las que hice un agujero en el centro de una de las rosas esculpidas en el medallón. Era ya tiempo: pues apenas cerré la puerta y me encontré en mi cuato saliendo del armario, mi huésped entró á hacerme la compañía ordinaria de la noche.

[...] Apenas me vi solo, corrí a encerrarme en el armario y miré por el agujero hecho por la tijera. Todo se hallaba en el mismo estado; pero el cuarto no estaba ahora solo. En el centro y sentado en un sillón un hombre paseaba en torno una mirada de asombro. Nada más decía esa mirada. Nada tampoco la expresión de su grande boca de labios delgados y pálidos. Sólo su frente ancha y elevada habría preocupado mucho á un observador frenólogo. Abrióse de repente una pequeña puerta que cubría un tapiz encarnado, y en su fondo obscuro se dibujó la figura de una mujer. Era alta y esbelta. Cubierta de un largo peinador blanco, cuyos undosos pliegues sujetaba á medio lazo un cinturón azul, con sus negros cabellos arrojados en largos rizos sobre la espalda, con su paso rápido y su ademán ligero, habríasele creído el ser más feliz de la tierra, pero mirándola con más detención se conocía que había lágrimas tras de su sonrisa, y que "Le nuage au coeur laissait son front serein". Entrando en el cuarto, sus ojos posaron en los del hombre que allí se encontraba, una mirada grave, fija y profunda que lo hizo estremecer. Muy luego los ojos del joven, como fascinados por aquella mirada, permanecieron clavados en ella, mientras una extraña languidez los fue cerrando por grados hasta sombrear con el párpado la mejilla. Entonces aquella mujer, acercándose á él, con paso lento pero seguro, elevó tres veces sobre sus ojos cerrados la mano derecha, haciéndola descender otras tantas á lo largo del rostro y desviándola en seguida hacia el hombro para elevarla de nuevo. Después, alargando horizontalmente la izquierda á la altura de la región posterior del pecho, dijo con blando, pero imperioso acento:

150

M. C. Arambel Guiñazúy

C. E. Martin

-¡Samuel! - ¿ Q u é me quieres? -respondió el joven con voz oprimida. Ella alzó de nuevo y repetidas veces la mano sobre su pecho y él añadió entonces: - ¿ Q u é me quieres? Pronto estoy á obedecerte. - P u e s , bien - d i j o ella colocando sobre la frente de aquél el pulgar y el índice de su mano derecha-, penetra ahora en mi corazón y busca en él una imagen. El joven inclinó la cabeza sobre el pecho y pareció dormir profundamente. Después una convulsión violenta sacudió su cuerpo y sus labios murmuraron un nombre. Ella sonrió con tristeza enviando al retrato que tenía enfrente una tierna mirada. Luego, asiendo la mano del dormido: -¡Samuel! - d i j o - penetre tu vista el inmenso horizonte en esta dirección (su mano señaló el Norte) y busque á aquél cuyo nombre acabas de pronunciar. La cabeza del hombre dormido cayó otra vez sobre su pecho, su respiración se volvió por grados anhelante, fatigosa, y copioso sudor bañó sus sienes. La mujer, de pie y con los brazos cruzados seguía con una mirada tenaz é imperiosa las emociones que rápida y sucesivamente se pintaban sobre aquellos ojos cerrados. La hora, el lugar y los objetos que allí se presentaban, todo contribuía para dar á esa escena un carácter verdaderamente fantástico, y al contemplar aquel ser débil dominando con una influencia misteriosa al ser fuerte, al mirar á esa mujer envuelta en los largos pliegues de su flotante y vaporosa túnica, de pie y la mano extendida sobre la cabeza de ese hombre sometido al poder de su mirada, habríasele creído una maga celebrando los misterios de un culto desconocido. La misma convulsión, vino á interrumpir la inmovilidad del dormido. -Héle allí -exclamó, -¿Dónde? - L o s rayos plateados de la luna juegan con las olas del inmenso río que pasea su plácida corriente entre un bosque y una ciudad fantástica cual febril ensueño. A sus pies y sujeto por pesadas anclas, un navio suavemente mecido por blandas oleadas, envía hasta las frondas de la opuesta ribera los reflejos de una brillante iluminación. Sobra su ancha cubierta, adornada con banderas y perfumadas guirnaldas, cien hermosas mujeres, vestidas de blanco y coronadas de flores, se abandonan lánguidamente en los brazos de sus compañeros de placer á las ardientes emociones de la danza. ¡Oh! ¡cuán bellos son sus ojos! Diríase que han robado al sol de los trópicos su deslumbrante fulgor.

Capítulo V: El cuento

151

- P e r o él, él, ¿dónde está? - ¡ O h ¡ - r e p l i c ó el dormido con acento s u p l i c a n t e - déjame ver el cuadro mágico de esta danza sobre las aguas y bajo un cielo de fuego. ¡Cuán hermosas son!... ¡cuán hermosas!... He allí una que se aparta del encantado torbellino. Aléjase hacia la proa con su caballero é inclinándose sobre la borda tiende la mano para mostrarle la trémula imagen de las estrellas reflejada en el agua profunda. ¡Ah! - S a m u e l - d i j o ella interrumpiéndolo, porque una convulsión violenta contrajo de repente las facciones inmóviles del d o r m i d o - Samuel, ¿qué ves? - E s él, él, quien la acompaña. - ¿ Y porqué tiemblas? - ¡ O h ! - r e p u s o el dormido con sordo acento- no lo preguntes... tú no debes saberlo. - N o importa: ¡quiero que lo digas! ¡Dilo! Entonces él b a j ó la cabeza con pesarosa resignación, pero al hablar empleó una lengua extranjera, quizá para que sus palabras sonaran menos dolorosas al corazón de aquella á quien obedecía con tan visible pesar. Mientras hablaba, una nube obscureció la frente de aquella mujer. Sus ojos brillaron como relámpagos de una tempestad y sus labios murmuraron palabras confusas é inarticuladas. Pero serenándose de repente: - S a m u e l - d i j o - , lee en el corazón de ese hombre. El joven se reconcentró profundamente; habríase dicho que su espíritu había descendido á un abismo. Después sus labios vertieron lentamente como gotas de plomo estas palabras: - A m a á esa mujer. Pero una nueva convulsión ahogó sus palabras cual si lo hubiera herido el mismo golpe que acababa de asestar al alma de aquella mujer. Ella, sin embargo, permaneció inmóvil y silenciosa; ni un solo músculo de su rostro se contrajo; y sin la extrema palidez que cubrió su semblante, nada habría revelado el dolor en ese corazón de extraña fortaleza. Paseóse dos ó tres veces á lo largo del cuarto, acercóse al retrato, lo contempló largo tiempo con una mirada indefinible, y luego, cual si se arrancara un recuerdo querido, se llevó la mano á la frente, se echó hacia atrás los rizos de la cabellera, cubrió el retrato con un velo negro, y yendo á abrir una puerta enfrente de aquella por donde había entrado, volvióse al dormido tendiendo la mano y replegándola hacia sí, mientras él se levantaba y seguía la dirección que aquella mano le imprimía. Cuando hubo traspuesto el umbral, la puerta se cerró tras él, y oí la voz de aquella mujer que decía:

152

M C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

-¡Samuel despierta! Vila después sentarse al pie del lecho y ocultarse el rostro entre las manos. Nada tenía ya que ver ni averiguar allí; la lamparilla se había apagado, yo no veía á esa mujer, y permanecía aún pegado á aquel postigo que me separaba ella; el silencio reinaba en torno; no obstante, en mi cerebro zumbaba un ruido tumultuoso como el de las olas del mar en una borrasca. Eran los latidos de mi corazón, era una rabia inmensa, desesperada, que rugía en mi alma, era... eran los celos, era que yo amaba á esa mujer que amaba á otro con el amor ardiente que inspira un imposible; que la codiciaba para mí, en tanto que otro poseía su alma. -"Quien escucha su mal oye" -dije yo con el aire sentencioso de un confesor. La luz del día, penetrando en su cuarto, me la mostró en el mismo sitio. Ni ella ni yo habíamos cambiado de actitud... -Pero... ¿no oye usted? - d i j o mi penitente, interrumpiéndose de improviso-. ¿No oye usted? -¿Qué? - E l pito del tren. Hoy llega el vapor del Sud y debemos tener noticias interesantes de Arequipa. Dijo, y sin escuchar mis ruegos, mis gritos, protestas y la formal amenaza de negarle la absolución, el impío tomó su sombrero y en seguida la calle, embarcándose luego para Islay, de donde dirigiéndose á Arequipa se deslizó furtivamente en la plaza, batióse en las trincheras el siete de marzo, y librándose milagrosamente de la carlanca "libertadora", pasó á Chile, donde es fama que por no perder la costumbre tomó una parte activa en la revolución que poco después estalló en aquel país. Cuando la revolución fracasó, fuese á Europa, acompañó á Garibaldi en su expedición á Sicilia, siguiólo también y cayó con él en "Aspromonte", no muerto sino prisionero. Evadióse, y ahora anda extraviado como una aguja en esos mundos de Dios. ¡Incorregible conspirador! Guárdelo el cielo para que un día termine su confesión y podamos saber, bella Cristina, el fin de su culpable y bien castigado espionaje.

153

Capítulo V: El cuento

EDUARDA MANSILLA

(Argentina 1835-1892)

Mansilla decide escribir una colección de cuentos infantiles para "vivir en la memoria de los niños argentinos". El volumen publicado en 1880 contiene una variedad de relatos que siguen de cerca la tradición dieciochesca del cuento moralizador. La paloma blanca constituye un manual de la perfecta niña y de los peligros de la libertad. *

*

*

LA PALOMA BLANCA AROSENDA "Yo quisiera ser pájaro, para volar en libertad de día y de noche." Exclamaba con ojos chispeantes la morenita Elena, de mejillas sonrosadas y vellosas como durazno afelpado. "Yo nó" respondía su prima Juanita, rubia palidita de salud enfermiza, á quien desde su más temprana edad imprimió la suerte un sello de dolor, que velaba las frescas galas de su infancia. Endeble, gibosa y mal desarrollada, la pobre niña de once años, mostraba apenas seis ó siete, cuando se le veía encojida como un ovillito en su estrecha camita ó en el lijero carro al cual en brazos la transportaban todos los días serenos, para hacerle respirar el aire puro del jardín. Juanita no caminaba, sus piernecitas enjutas, escasas, no bastaban á soportar el volumen de su pesado busto, oprimido por una cruel excrecencia. La Jorobadita, tal era el nombre con que hasta sus parientes más cercanos, designaban á la dulce Juanita. Pero Dios que es grande siempre, por más que nuestra flaqueza no alcance ni á vislumbrar sus designios ni á sentir su justicia, dotó á la Jorobadita de tanto, tanto, cuanto pareció negar á su enfermo cuerpecito. Un óvalo más puro que el de la cara de Juanita no puede ni soñarse. Sus ojos azules, dos violetas húmedas, tienen una mirada que consuela sin cesar y parece decir á los que la miran: "No me tengáis lástima, soy dichosa!" Coronada por una aureola de crespos cabellos dorados, que se mantenían siempre cortos, ensortijándose más y más como para acariciar mejor aquella cabeza angelical, que recuerda los

154

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

querubines de Fra Angélico, Juanita la Jorobadita era bellísima! Y sin embargo aquel óvalo perfecto, aquellos cabellos de ángel, aquella tez de lirio, aquella boquita fina, como pálida rosa de la India, nada hubieran sido sin la luz interior que emanaba del alma candorosa de la Jorobadita y se transparentaba en su semblante. "Yo quisiera ser estrella decía Juanita; una de esas estrellas que parecen mirarnos, que están siempre en el cielo, fijas sin moverse, y que alcanzo á ver todas las noches desde mi cama." "Yo nó" respondía la petulante morenita fresca y rolliza, que más parecía fruta que flor. "Yo creo que ser estrella debe ser cansado! Siempre inmóvil, siempre quieta; eso está bueno para..." "Tí", iba á decir la primita; pero como tenía buen corazón, temerosa de herir á Juanita, condenada á una quietud forzosa, agregó encendida como flor de ceibo, "para las ... estrellas". Que los conocimientos astronómicos de Elena eran tan cortos como sus ñatitas picarescas. Juanita á pesar del terrible mal de que adolecía, el cual con harta frecuencia la atormentaba con dolores agudos y persistentes, trabajaba constantemente en vestir muñecas con un primor y un gusto sumos. Tenía seis grandes muñecas de diversos tamaños, y cada una de ellas poseía un ajuar tan completo, cuanto podía desearlo la más coqueta chiquilina. Era maravilla pasar revista á aquellas camisitas de batista trasparentes, impalpables, guarnecidas de aéreos encajes al crochet, que más bien parecían tejidos por las patitas finas de diligente araña, que por los dedos delicados de una niña enfermiza. Los vestidos, los sombreritos primorosos, despertaban la admiración entusiasta de cuantos los veían. No consintió nunca la Jorobadita, en que su dadivosa mamá le comprara una sola puntilla ó una guarnición. Con hilo de Cambray, con cordonet de seda de colores, mezclado ya con oro ya con plata, la habilísima Juanita se hacía en una tarde, con que adornar anchamente uno de esos chef d'oeuvre, que salían sin cesar de sus manecitas pálidas y flaquitas. "Debieras aprender á hacer flores" dijo un día una amiguita á la Jorobita; "te divertirías más". No, respondió ésta con encantadora modestia. "Querer imitar las flores es demasiada arrogancia! Yo no la tengo." Déjame con mis muñecas; gracias á mi trabajo puedo adornarlas, embellecerlas. Pero las flores; qué ganarían ellas por más que yo me afanara! "Sí; pero tus muñecas que son de yeso, de palo, de loza, de todo menos, de carne!" objetaba Elena esprit fort infantil. "Ni te lo agradecen, ni lo saben." "Como te engañas", repuso Juanita. "Yo creo, que sentir sienten; eso sí, no como yo, no como tú; y además se me figura que yo y tú no sentimos del mismo modo. Tú cuando saltas y corres, estás contenta. Desde aquí te veo

Capítulo V: El cuento

155

que pareces tan dichosa, recorriendo de carrera como de un volido la calle de rosales del jardín, que es tan larga. Y á mí, solo el verte me asusta, me hace estremecer de dolor". "Es por que tú no puedes, exclamó Elena." "No, no es por envidia" agregó la dulce Juanita con blandura, "es por que mis pobres piernas que no saben lo que es ni siquiera caminar, mal pueden gustar de correr". "Será"; dijo la inquieta Elena, que tenía, siento decirlo, entre sus amiguitas, fama que creo merecida, de ser algo machona. Fundábanse las malas lenguas infantiles, en que la morenita en vez de vestir galanas muñecas como ellas, se divertía de preferencia, horror! enjugar al trompo y aun al barrilete. "Además", continuó la Jorobadita con gravedad. "Yo sé que mis muñecas me agradecen y mucho todo el tiempo que les dedico. Fijate bien; cuando les acabo algo nuevo, y se los pongo, al momento quedan tan lindas, tan nuevas! Si eso no es agradecer; no sé que sea!" La escéptica replicó con acento irónico. "Sí, pero dales un pinchazo y verás si les sale sangre!" "Ay! exclamó Juanita "Como puedes decir eso." Nunca tendría tal crueldad. "Solo al pensarlo el corazón se me oprime." Y en la frente pálida de la enfermita brotaron trasparentes gotas de sudor. "Pues yo quiero hacer la prueba delante de tí, agregó Elena; con una muñeca, que por más que murmuren Matilde y Josefina dos habladoras: yo también tengo muñecas." "Sí, para atormentarlas"; dijo penetrando en la habitación una joven, cuyo aspecto tenía ese no sé que británico que sin poder definirse completamente no escapa nunca á nuestra percepción, cuando llegamos á encontrarnos con una persona de nacionalidad inglesa. "Sí, Miss James no solo es protectora de animales vivos, sino de muñecas y de juguetes viejos" agregó riendo Elena. "Figúrate que no me deja jugar á gusto." "Bless my sol" Exclamó la institutriz. "Es porque para Hellen, no cabe placer sin destrucción" y agregando, un "good morning, dear" imprimió un beso sobre la frente pálida de la enfermita. "Si Hellen fuera como su primita, un modelo"; insistió la institutriz. "No, Miss James" replicó alegremente Juanita. "Yo no soy modelo sinó de jorobadas". "Hush! exclamó la buena Miss, abrazando á la enfermita y murmurando para sí: "She is an ángel!" Juanita que no entendía el inglés, comprendió sin embargo por la acción y el tono, que esas palabras eran cariñosas; y con un tacto, que ella sólo poseía,

156

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

llamó á su lado á su prima que se mantenía á distancia algo empacadita. Elena sabía hablar el inglés, era celosa; tengo que reconocerlo, además ponía con frecuencia a prueba la paciencia de la tolerante institutriz, y ésta usaba aunque con medida del recurso infalible de los celos; ensalsando de continuo los muy relevantes méritos de la Jorobadita, en contraposición á los defectos de su discípula. No pasaba día sin que Miss James exclamara "¡Oh! ¡oh! Juanita nunca hubiera hecho tal cosa!" De mala gana se acercó la celosilla al canapé, dónde después de recibir dos tiernos besos de la afectuosa Jorobadita, tuvo quiso que no quiso, que hacer la paz con la excelente Miss James. El día había empezado mal para Elena. En primer lugar tocaba lección de gramática castellana, bah! venía en seguida el estudio del piano, cosa que ponía en ebullición la sangre de la inquieta morenita; y antes del lunch, aparecía el fastidioso maestro de baile, á quien Elena odiaba de muerte. "Que me dejen saltar y aun bailar á mis anchas, exclamaba la petulante Elena; pero ver la cara de ese viejo, me dá ganas para no bailar de volverme hasta [...] jorobada, como Juanita". Mal debía terminar un día que así empezaba! "Vámonos, que fatigas á tu prima, no puedes estarte quieta." Dijo Miss James á su turbulenta discípula, que cual oso enjaulado, se movía sin cesar de un lado á otro, sacando las sillas de su lugar, chocándolas unas con otras; y lo que era mucho peor aun, tocando, manoseando torpemente las preciosas galanas muñecas, encanto de la pobre Jorobadita. Elena era algo desmañada, machona; tomaba las muñecas con esa falta de delicadeza, de finura, que rara vez se halla en las chiquillas de suyo amorosas, delicadas; pero que suele observarse en aquellas que de continuo juegan con hermanos ó primos del sexo brusco. Y la excelente Inglesa comprendiendo cuánto sufría la inmóvil paciente niña con aquel sacrilegio, trató repetidas veces; pero en vano, de poner término á su martirio. Con hombruna torpeza, acabó al fin Elena por echar en tierra la muñeca más grande y más bella de la colección, que ostentaba sus galas primorosas en un armario, celosamente cerrado con vidrios y colocado frente al canapé; dónde la enfermita acariciaba amorosa con sus miradas á sus prendas queridas. Al oír el golpe seco que produjo la caída de la muñeca, el dolor se pintó en el semblante expresivo de la Jorobadita. Dolor mudo, reprimido, que aquella alma era tan valiente cuánto frágil el cuerpecito que la contenía. La Institutriz perdiendo la paciencia se puso de pie bruscamente, tomó por un brazo á su discípula y con un let us go imperioso, arrastró á la culpable Elena fuera de la habitación.

Capítulo V: El cuento

157

Cuando la nodriza de Juanita, la fiel tía Jacoba entró á cuidar de su niña idolatrada, ésta con voz temblorosa le dijo: "Mamá negra", su expresión habitual, "dame, á Paulita" así se llamaba la muñeca más grande, la favorita, la primera que había regalado á la enfermita su padrino, cuando cumplió ésta seis años. Tía Jacoba vio desde el primer momento, lo que sospecho vería también Miss James; y la buena ama sin atreverse ni á respirar, quedó como petrificada ó mejor dicho carbonizada. Sentía alguna fatiga esa tarde Juanita, sus ojos se cerraban pesados; pero aquel corazón generoso nada sospechaba. "Qué haces mamá negra? Qué estás dormida? Y Paulita? Dámela que la pobre Elena no toca las muñecas, sin arrugarlas". E incorporándose cuanto le era posible, la Jorobadita tendió ávida los brazos para recibir á su tesoro. Mamá negra vió ó mejor dicho adivinó aquel movimiento, y todas sus fibras maternas se estremecieron. Si Juanita veía la muñeca en ese estado, qué iba á suceder? Trató de ganar tiempo la buena nodriza; y haciendo un esfuerzo sobrehumano, contestó riendo. "No, no nenita mía, jugá con Anita; estas mimando siempre á Paulita"; y uniendo la acción al dicho, tomó otra muñeca del armario y la tendió de lejos á la enfermita. En las mejillas pálidas de la Jorobadita aparecieron repentinamente dos puntos rojos; sus ojos se dilataron y aquella boca siempre amable se contrajo lijeramente. "Mamá negra", repitió con tono autoritario la enfermita. "Dame á Paulita, no quiero á otra, sino á ella. Dámela pronto." "Es que [...] balbuceo la nodriza, Paulita está enferma [...]." Está rota! "exclamó con acento desgarrador la Jorobadita, y tendiendo las manecitas en actitud suplicante á su mamá negra agregó: "dámela rota, dámela por Dios; no importa." Obedeció la nodriza; y cerrando los ojos que el llanto oscurecía, entregó la muñeca á su dueña. Oh dolor! Paulita con la cara partida desde la frente hasta la boca, con los brillantes ojos desnivelados, fuera de la órbita, ofrecía la ilusión del sufrimiento real. La boca no tenía ya esa placidez y corrección de la muñeca feliz; la fatal rajadura al dividir el lábio, le imponía una mueca dolorosa, imprimiendo en aquel rostro bello, el sello de la destrucción. Con su primera mirada abrazó la desolada dueña estos detalles horribles; que el amor maternal se bosqueja, se ensaya en el corazón de las niñas con el amor á sus muñecas. Con silencioso dolor angustiado, estrechó la Jorobadita su muñeca amada, besando con piadosa ternura aquel cráneo dividido que los negros rizos ocultaban, pero que sus lábios tocaron.

158

M C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

La pobre negra parecía la imajen de la angustia. "Virgen santísima! Sefior de los milagros! repetía en voz baja, sácanos de este trance!" "No te aflijas mamá negra, murmuró débilmente Juanita. Es lo mismo. Es lo mis..." aquellos lábios descoloridos no pudieron decir más. La Jorobadita perdió el sentido; y sus brazos amorosos dejaron escapar la mutilada muñeca, de cuyas órbitas brotaron los ojos. La nodriza despavorida prorrumpió en gritos y lamentos, que atrajeron en breve á la madre. Entre tanto, la robusta prima mustia y mal engestada recorría la corta distancia que separaba las casas de las dos familias. Elena había causado mucha pena a la paciente Jorobadita, tan buena cuanto digna de lástima; lo sabía y diré más lo deploraba: aquella muñeca despedazada no se apartaba de su memoria. Y sin embargo mil ideas contradictorias, crueles, cruzaban en tropel y confusión por aquella cabeza de niña culpable. Nada hay que vuelva injusto y desapiadado un corazón bueno, como el remordimiento que se inicia ténue, incoloro aún, y va lentamente creciendo, tornando forma hasta apoderarse de todos los pensamientos. Entonces se siente palpablemente la lucha entre las dos corrientes del bien y del mal que nos dominan. El mal que aprueba y aplaude, pareciendo gozarse en el daño causado repite, qué importa! En tanto el bien acongojado, inquieto, se debate como ave prisionera en intrincada estrecha red, buscando en vano una salida, una escapatoria. Miss James que conocía perfectamente á su discípula y no alteraba nunca las primeras vislumbres de su conciencia de niña, callaba expresamente. Todo lo esperaba del tiempo, del trabajo íntimo, que se hacía sordamente en aquel corazón infantil. Cuando Elena llegó á su casa, encontró allí á un tío suyo gran cazador, que mucho mimaba á la sobrinita y repetía de continuo: "Si fueras muchacho te llevaría conmigo á cazar; ya verías que buenos ratos pasaríamos juntos." El encuentro distrajo momentáneamente el curso de los pensamientos de la niña. Pretendía Miss James que aquel tío hacía mucho daño á su sobrina, tratándola como si fuera un varón, y mimándola en demasía. Así es que para evitar desagrados con la familia, que conocía las opiniones de la buena Institutriz y no transijir sino á medias con aquello que la honrada Inglesa creía de su deber, no presenciar, por lo menos; luego que terminó la comida, Miss James pidió permiso para retirarse y con un "Good night Hellen" á su discípula se retiró á su cuarto. El cazador narró con brío más de una aventura de caza; y Elena que ya parecía sentir el olor de la pólvora, tal brillaban sus ojos, exclamó de repente:

Capitulo

V: El cuento

159

"Y porqué no puedo yo también aprender á cazar?" "No te faltaba ya más, respondió la mamá. Serías entonces completa y en vez de una Institutriz te tomaríamos un Institutor." Rieron los hermanos mayores de buena gana y Elena se contentó con lanzarles miradas terribles, mirándoles con dagas, como dicen los Ingleses. Alguien sujerió en burla en el círculo de familia, que para acostumbrarse á tirar, debía la machona ir al tiro de Paloma de Palermo, refiriéndo cuan fácil era cazar allí cuantas palomas volaban. "No, dijo el buen tío: ese es un ejercicio cobarde y estúpido. Elena y yo somos cazadores generosos, que preferimos correr tras la presa y aun luchar para conseguirla. Pero esas pobres palomas prisioneras que solo ven la luz para caer heridas por una mano tan inhábil como traidora, me causan lástima!! Verdad Elena, que preferirías cazar tigres ó leones á destrozar palomas indefensas, prisioneras?" Un entusiasta "Ya lo creo!!" Se escapó de los lábios de la joven cazadora, cuyas palabras despertaron grande hilaridad. "Mejor harías en irte á la cama"; observó una tía solterona, que vivía con los padres de Elena. "En vez de estar oyendo sonseras: mi hermano no sabe sino echar aceite en la hoguera de esta cabecita ardiente. Ven conmigo." Elena tuvo por fuerza que obedecer y sufrir las burlas de "Buenas noches mata-tigres" que le dirigían todos, con excepción del galante Nemrod, que besándola con repetición le dijo: "Adiós mi bella Diana cazadora; déjales decir, yo te llevaré conmigo á los bosques del Chaco y allí seremos felices solos." Agitada, descontenta, Elena se volvía de continuo de un lado á otro en su camita, sin poder conciliar el sueño. Como hacía calor, la ventana de su habitación, que daba á un patio, había quedado abierta y la luz de la lamparilla atraía las mariposillas nocturnas, que venían á revolotear imprudentes á su alrededor. Vacilaba de continuo la Iijera llama, combatida por el viento y más de una alita se tostaba. Elena seguía con ojos distraídos el va y viene de las mariposillas inquietas; cuando de repente penetró por la ventana una inmensa mariposa negra, que después de apagar de un volido la lamparilla, vino aleteando ruidosamente á posarse sobre la almohada de la aterrorizada niña. Un sudor frío bañó todo su cuerpo. Pero su espanto creció de punto, cuando aquel monstruo alado, que tal lo era, pronunció con cavernosa humana voz estas palabras terribles: "Sube sobre mis espaldas, muñeca de carne; voy á llevarte á ver la caza infernal." Sin poder ni vacilar siquiera, arrastrada por una fuerza invencible, se sentó Elena sobre las espaldas de la mariposa negra, que con gran asombro encontró resistentes como el lomo de un caballo, y de un volido se halló la pobre

160

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

machona fuera de su habitación. Al salvar la ventana, su lijera camisita de dormir se agarró en un clavito en dónde colgaban en otro tiempo la jaula de un canarito, que la olvidadiza había dejado morir de sed, y quedó allí flameando una larga tirita estrecha, ajitada por el viento de la noche, como blanco gallardete. Subía la mariposa más y más, como si hubiera de remontarse hasta las nubes con su carga, que de seguro le parecía ligera tan rápidamente ascendía. Con los ojos fijos en aquella tirita de camisa, sentía Elena una tristeza cada vez más grande, que casi superaba á su terror. Lejos quedaba ya la ventana con el blanco gallardete, lejos las altas torres de las iglesias, que la morenita reconoció á su pasar, lejos el luminoso reloj del Cabildo; Elena vió que eran las doce y media, y aquella hora avanzada heló la sangre en sus venas. "A dónde iremos?" repetía mentalmente la viajera; y sino hubiera sido por lo avanzado de la noche, por lo inconveniente del traje. Que diría Miss James? Schoking, en camisa! Y creo igualmente por lo estraño de la cabalgadura, Elena que no tenía más anhelo que montar á caballo y era valiente como una Amazona, habría encontrado aquel paseo no del todo disgustoso, que al fin de cuentas, nada tenía de tan horrendo como en el primer instante lo temió. La mariposa cansada sin duda de remontar más alto que los techos y las torres, empezó a bajar y bajar como globo escaso de gas. Y bajó tanto, que llegaron los pies desnudos de la intrépida amazona á tocar la yerba húmeda de rocío. Sin más esperar, afirmó su pisar la cabalgadora y miró con cierta confianza á su fantástica montura. Cual sería el asombro de Elena, al ver que la mariposa le tendía con una de sus alas negruzcas un objeto, que desde luego vio ser un fusil. Pero un fusil ó escopeta monísimo; de la diferencia no estaba segura la cazadora. La mariposa, siempre con una de sus barbas, hizo un gesto que bien interpretado debía significar "sigúeme". Caminaban por entre un espeso bosque muy tupido; pero eso no importaba, que á medida que llegaban á los árboles, éstos se apartaban, dejándoles el paso libre. Otro tanto sucedió con un arroyo caudaloso, salpicado de rugosas piedras, que así que los piés de Elena tocaran su márgen, cambió de curso yéndose mansamente y sin ruido con sus aguas y sus piedras á correr en otra dirección. Las flores mismas que á su paso hallaban, parecían volver á otro lado sus semblantes en el momento que Elena y su compañera avanzaban. "Si ésto sigue", pensaba Elena, hasta la tierra que piso va á huir bajo mis plantas. Oh terror el suelo cede; Elena no tiene tiempo sino para exclamar un "Mamá"! angustiado y siente que se hunde [...] se hunde. Llega por fin á tocar pie y en vez de la penumbra misteriosa en que antes cruzó bosques movedizos y arroyos fugitivos, se encuentra bañada por una luz plateada como la de

Capítulo V: El cuento

161

la luna, que deja percibir distintamente los objetos, en un descampado árido y triste dónde no crecen ni flores ni plantas. Sus ojos se fijan con ávida curiosidad en una hilera de misteriosas cajas enteramente cerradas y alineadas con monótona uniformidad. ¿Qué habrá en aquellas cajas? De cada una de ellas, que nada tienen de bonito, ni como forma ni como color, parte un alambre conductor, especie de hilo telegráfico que viene luego á rematar con gran asombro de la chiquilla en una de las barbas erizadas de la mariposa negra. "Mira bien." Dice el monstruo; y los ojos de Elena descubren en aquellas cajas cerradas... Espantoso! Un canapecito estrecho, dónde descansa un cuerpecito flaco, giboso, coronado por una cabecita rubia de ojos azules, que le es bien conocida. Tantas cajas, tantas jorobaditas. Parecía la mágica repetición de numerosos espejos reflejando la misma imájen; ó una serie de tarjetas fotográficas representando el mismo cliché. Pero no era eso todo; apesar de estar cerradas las misteriosas cajas, sabía Elena lo adivinaba, que aquellos obscuros retretes iban á abrirse por medio de aquellos hilos de hierro y que algo de muy terrible iba á suceder. Palpita con violencia el corazón atormentado de la machona y crece su espanto, cuando la mariposa negra con voz cavernosa, le dice "Mira! Mira"... Elena es toda ojos. Con una de sus aceradas barbas, tira el monstruo uno de los alambres, é instantáneamente cede sin ruido uno de los costados de la primera de las cajas, presentando su interior lóbrego el espectáculo conmovedor de una paloma blanca prisionera, que vé por fin abierta la puerta de su estrecha prisión. Con la luz penetra la esperanza; aletea débilmente el cautivo animalito, cuyos miembros entumidos obedecen mal á su ardiente deseo de libertad, pero á poco andar sale por fin dichoso de su cárcel volando ufano. Suena un tiro que despierta los ecos dormidos y al través de densa humareda, se ve oscilar á la paloma blanca que cae luego herida por mano segura. Siente Elena que aun puede crecer su horror. Sus cabellos se erizan de espanto. "A tí te toca" murmura una voz é irresistible fuerza guía los movimientos de la aterrorizada niña. Aun está cerrada la caja vecina á aquella en que se agitaba poco la paloma blanca, que yace inerte en el suelo con ancha placa rojiza sobre el Cándido pecho; pero Elena vé á la Jorobadita en su canapecito, como antes la vió en la otra caja, como la ve simultáneamente en las demás en todas y su pavor se acrecienta. "Que importa, dice para sí en angustioso terror la desdichada Elena, que luego parezca una paloma blanca lo que ahí veo, si es Juanita, mi pobre Jorobadita!"

162

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

Pero el destino implacable no le dá tiempo; el monstruo pronuncia un "7o you" imperioso- Ignora Elena porque hasta entonces, la mariposa negra no habló en inglés, y aquel To you que le manda dar muerte á la paloma blanca, es algo de horrendo de irresistible, que no le es dado sin embargo desobedecer: no hay remedio. Ya el alambre se agita en las barbas de la desapiadada mariposa, cede la puertecita misteriosa, la palomita blanca aletea débilmente, tiembla el brazo de Elena, que por vez primera va á descargar un arma. Sale la prisionera y á la voz de "fuego" parte el tiro y la segunda víctima cae desplomada. El exceso del espanto arrancó un lamentoso "Juanita" á la hábil cazadora, y ese grito plañidero tuvo el poder mágico de poner en fuga al mismo monstruo alado. Abrió los ojos Elena y lo primero que vieron sus miradas dichosas fué á Miss James, que con un triste "Yes dear" parecía querer explicar lo extraño de su presencia en tal caso. Pero qué tenía de inusitado la visita de la vigilante matinal Institutriz en el cuarto de su perezosa discípula á las ocho de la mañana? El sol amigo que entraba entonces por donde antes pasó la mariposa negra, reveló á Elena con sus rayos cariñosos, la verdad de lo ocurrido en aquella terrible noche. Había soñado! "Ay! que suerte dear Miss James todo era sueño." Exclamó Elena echándose en brazos de la buena Inglesa y agregando: "Dios mío! mi pobre Jorobadita no, no la he matado yo y [...]" "Calma respondió Miss James, dear Hellen, sólo Dios tiene ese poder" Explicando luego á su discípula, que la oía con creciente dolor, que en la noche habían venido de improviso en busca de su mamá, por haberse agravado la pobre Juanita. Ignoraba Miss James el sueño de Elena, y su pena fue grande, cuando la contrita niña mezclando la realidad con el sueño, exclamaba entre sollozos "Yo la maté, yo la maté". La Jorobadita no sobrevivió sinó algunos días al terrible choque causado por la muerte de su muñeca, como ella llamaba candorosamente á aquella triste catástrofe, cuando hablaba con su mamá negra, á quien pidió escondiese á Paulita donde estuviera muy cerca de ella y no pudieran verla rota y sin ojos. Nadie oyó una queja, un lamento á aquella criatura angelical, víctima Dios solo sabe de que leyes misteriosas é implacables. Los últimos momentos de la enfermita fueron llenos de dulzura; con los ojos fijos en la estrella refulgente que tanto amaba, dió el último suspiro y cosa estraña, dejó todas sus muñecas á [...] Elena para "Que aprenda á quererlas." Y Elena aprendió, puedo asegurarlo.

Capítulo V: El cuento

163

Para todos Juanita murió de su mal, salvo para la discreta mamá negra, que sin embargo guardó para siempre el secreto, perdonando pero no olvidando. En la tarde en que el cuerpecito contrahecho de la Jorobadita fué puesto en el diminuto ataúd, por las manos cariñosas de su mamá negra, preguntó alguien á la desolada nodriza. "Qué pone Ud. ahí tía Jacoba?" Era un envoltorio misterioso que la negra colocaba cuidadosamente á los piés de la muertita "Yo sé;" respondió sollozando mamá negra, y nadie se atrevió á preguntar más. Elena quiso ir á decir adiós á su primita; pero no se lo permitieron, sino cuando el ataúd estaba ya cerrado. La pobre machona con actitud dolorida y reverente besó con repetición aquel cajoncito cubierto de flores y pronunció un misterioso "Te lo prometo" que Miss James comprendió y apreció. Solo ella y la nodriza conocieron el terrible accidente, pero ambas fueron discretas. Elena rogó tanto y tanto, que al fin le concedieron la gracia de acompañar el cadáver de su prima hasta el cementerio; y como Miss James en su calidad de Inglesa, apoyase aquel piadoso deseo, ambas siguieron el acompañamiento. Al llegar al lugar donde iban á sepultar á la pobre Jorobadita, Elena, exclamó con voz vibrante. "No, no es posible que dejemos aquí sola a la pobre Jorobadita con tantos muertos" y volviendo inquietas miradas alrededor de aquel campo del descanso, se estrechó aterrorizada contra su Institutriz. Miss James reprochando suavemente á su discípula, el faltar así á la promesa de portarse bien quiso distraer su atención de la dolorosa ceremonia, haciéndola fijarse en un bello grupo de ángeles de mármol que remataba una de las vecinas tumbas. En efecto Elena separando sus miradas desoladas de la abierta fosa, que acababa de dar asilo al pequeño ataúd de su prima, fijó sus ojos en un árbol elevado que parecía custodiar como vigilante centinela aquellas tumbas. Oh sorpresa! oh gozo! Una paloma blanca se balancea sobre una de las ramas del ciprés; y la niña con voz alegre exclama: "Miss James, ya no me importa que pongan aquí á Juanita. Esa palomita es ella, la reconozco, en ese cajón no queda nada." La paloma blanca se voló y la Inglesa guardó silencio, respetando la sublime ilusión de Elena. ¡Maestras imitadla!

CAPÍTULO V I L A NOVELA

GERTRUDIS GÓMEZ DE AVELLANEDA

(Cuba 1814-España 1873)

Publicada en 1841, Sab es considerada como la primera novela antiesclavista escrita en español. Si bien la trama se basa.en los amores imposibles de los personajes, la ambientación en la Cuba del siglo xix permite la descripción de prácticas y costumbres, así como las funciones asignadas a la mujer. *

*

*

SAB PRIMERA PARTE CAPITULO I ¿Quién eres? ¿Cuál es tu patria? Lás influencias tiranas de mi estrella, me formaron monstruos de especies tan raras, que gozo de heroica estirpe allá en las dotes del alma siendo el desprecio del mundo. CAÑIZARES

Veinte años hace, poco más o menos, que al declinar una tarde del mes de junio un joven de hermosa presencia atravesaba a caballo los campos pintorescos que riega el Tínima, y dirigía a paso de corto su brioso alazán por la

166

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

senda conocida en el país por el nombre de camino de Cubitas, por conducir a las aldeas de este nombre, llamadas también tierras rojas. Hallábase el joven de quien hablamos a distancia de cuatro leguas de Cubitas, de donde al parecer venía; y a tres de la ciudad de Puerto Príncipe, capital de la provincia central de la isla de Cuba en aquella época, como al presente, pero que hacía entonces muy pocos años había dejado su humilde dictado de villa. Fuese efecto de poco conocimiento del camino que seguía, fuese por complacencia de contemplar determinadamente los paisajes que se ofrecían a su vista, el viajero acortaba cada vez más el paso de su caballo y le paraba a trechos como para examinar los sitios por donde pasaba. A la verdad, era harto probable que sus repetidas detenciones sólo tuvieran por objeto admirar más a su sabor los campos fértilísimos de aquel país privilegiado, y que debían tener mayor atractivo para él, si como lo indicaban su tez blanca y sonrosada, sus ojos azules y su cabello de oro, había venido al mundo en una región Norte. El sol terrible de la zona tórrida se acercaba a su ocaso, entre ondeantes nubes de púrpura y de plata, y sus últimos rayos ya tibios y pálidos, vestían de un colorido melancólico los campos vírgenes de aquella joven naturaleza, cuya vigorosa y lozana vegetación parecía acoger con regocijo la brisa apacible de la tarde, que comenzaba a agitar las copas frondosas de los árboles agostados por el calor del día. Bandadas de golondrinas se cruzaban en todas direcciones buscando su albergue nocturno, y el verde papagayo con sus franjas de oro y de grana, el cao 1 de un negro nítido y brillante, el carpintero real de férrea lengua y matizado plumaje, la alegre guacamaya 2 , el ligero tomeguín 3 , la tornasolada mariposa y otra infinidad de aves indígenas, posaban en las ramas del tamarindo y del mango 4 aromático, rizando sus variadas plumas como para recoger en ellas el soplo consolador del aura. El viajero después de haber atravesado sabanas inmensas donde la vista se pierde en los dos horizontes que forman el cielo y la tierra, y prados coronados de palmas y gigantescas ceibas 5 , tocaba por fin en un cercado, anuncio de propiedad. En efecto, divisábase a lo lejos la fachada blanca de una casa de

1

Cao, ave carnívora, de plumaje negro y pico torvo, muy semejante al cuervo, aun-

que más pequeña. Se domestica con facilidad, y su carne es dura y desagradable. Se conocen dos especies, llamadas cao montero y cao 2

Guacamaya,

pinatero.

forma antigua usada en Cuba y otras naciones de América por 'guaca-

mayo'. 3

Tomeguín, pajaro pequeño de pico corto cónico; plumaje de color verdoso por enci-

ma, ceniciento por el pecho y las patas, y con una gola amarilla. 4

Mango, árbol tropical, de origen indio, cuyo fruto es comestible.

5

Ceiba, árbol americano, de tronco grueso y gran altura y copa horizontal.

Capítulo

167

VI: La novela

campo, y al momento el joven dirigió su caballo hacia ella; pero lo detuvo repentinamente y apostándole a la vereda del camino pareció dispuesto a esperar a un paisano del campo, que se adelantaba a pie hacia aquel sitio, con mesurado paso, y cantando una canción del país cuya última estrofa pudo entender perfectamente el viajero. Una morena me mata tened de mí compasión, pues no la tiene la ingrata que adora mi corazón6. El campesino estaba ya a tres pasos del extranjero, y viéndolo en actitud de aguardarle detúvose frente a él y ambos se miraron un momento antes de hablar. Acaso la notable hermosura del extranjero causó cierta suspensión al campesino, el cual por su parte atrajo indudablemente las miradas de aquél. Era el recién llegado un joven de alta estatura y regulares proporciones, pero de una fisonomía particular. No parecía un criollo blanco, tampoco era negro ni podía creérsele descendiente de los primeros habitantes de las Antillas. Su rostro presentaba un compuesto singular en que se descubría el cruzamiento de dos razas diversas, y en que se amalgamaban, por decirlo así, los rasgos de la casta africana con los de la europea, sin ser no obstante un mulato perfecto. Era su color de un blanco amarillento con cierto fondo oscuro; su ancha frente se veía cubierta con mechones desiguales de un pelo negro y lustroso como las alas del cuervo; su nariz era aguileña pero sus labios gruesos y amoratados denotaban su procedencia africana, tenía la barba un poco prominente y triangular, los ojos negros, grandes, rasgados, bajo cejas horizontales, brillando en ellos el fuego de la primera juventud, no obstante que surcaban su rostro ligeras arrugas. El conjunto de estos rasgos formaba una fisonomía, una característica, una de aquellas fisonomías que fijan las miradas a primera vista y que jamás se olvidan cuando se han visto una vez. El traje de este hombre no se separaba en nada del que usan generalmente los labriegos en toda la provincia de Puerto Príncipe, que se reduce a un pan-

6

Sólo el que haya estado en la isla de Cuba y oído estas canciones en boca de la gente

del pueblo, puede formar idea del dejo inimitable y la gracia singular con que dan alma y atractivo a las ¡deas más triviales y al lenguaje menos escogido. ( N o t a de la autora.

En

adelante, las notas aclaratorias puestas por la Avellaneda a su novela serán indicadas con la abreviatura N. de la A.)

168

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

talón de cotín 7 de anchas rayas azules, y una camisa de hilo, también listada, ceñida a la cintura por una correa de la que pende ancho machete, y cubierta la cabeza con un sombrero de yarey 8 bastante alicaído: traje demasiado ligero, pero cómodo y casi necesario en un clima abrasador. El extranjero rompió el silencio y hablando en castellano con una pureza y facilidad que parecían desmentir su fisonomía septentrional, dijo al labriego: -Buen amigo, tendrá usted la bondad de decirme si la casa que desde aquí se divisa es la del ingenio 9 de Bellavista, perteneciente a don Carlos de B...? El campesino hizo una reverencia y contestó: -Sí, señor, todas las tierras que se ven allá abajo pertenecen al señor don Carlos. -Sin duda es usted vecino de ese caballero y podrá decirme si ha llegado ya a su ingenio con su familia. -Desde esta mañana están aquí los dueños, y puedo servir a usted de guía si quiere visitarlos. El extranjero manifestó con un movimiento de cabeza que aceptaba el ofrecimiento, y sin aguardar otra respuesta, el labriego se volvió en ademán de querer conducirle a la casa, ya vecina. Pero tal vez no deseaba llegar tan pronto el extranjero, pues haciendo andar muy despacio a su caballo volvió a entablar con su guía la conversación, mientras examinaba con miradas curiosas el sitio en que se encontraba. -¿Dice usted que pertenecen al señor de B... todas estas tierras? -Sí, señor. -Parecen muy feraces. - L o son, en efecto. -Esta finca debe producir mucho a su dueño. - Tiempos ha habido, según he llegado a entender, - d i j o el labriego deteniéndose para echar una ojeada hacia las tierras objeto de la conversación-, en que este ingenio daba a su dueño doce mil arrobas de azúcar cada año, porque entonces más de cien negros trabajaban en sus cañaverales; pero los

7

Colín, tela de algodón muy resistente. El yarey es un arbusto mediano, de la familia de los guanos, de cuyas hojas largas y lustrosas se hacen en el país tejidos bastantes finos para sombreros, cestos, etc. (N. de la A.). 9 Ingenio es el nombre que se da a la máquina que sirve para moler la caña, mas también se designan comúnmente con ese nombre las mismas fincas en que existen dichas máquinas (N. de la A.). 8

Capítulo VI: La novela

169

tiempos han variado y el propietario actual de Bellavista no tiene en él sino cincuenta negros, ni excede su zafra 10 de seis mil panes de azúcar. -Vida muy fatigosa deben de tener los esclavos en estas fincas -observó el extranjero-, y no me admira se disminuya considerablemente su número. - E s una vida terrible a la verdad -respondió el labrador arrojando a su interlecutor una mirada de simpatía: bajo este cielo de fuego el esclavo casi desnudo trabaja toda la mañana sin descanso, y a la hora terrible del mediodía, jadeando, abrumado bajo el peso de la leña y de la caña que conduce sobre sus espaldas, y abrasado por los rayos del sol que tuesta su cutis, llega el infeliz a gozar todos los placeres que tiene para él la vida: dos horas de sueño y una escasa ración, cuando la noche viene con sus brisas y sus sombras a consolar a la tierra abrasada, y toda la naturaleza descansa, el esclavo va a regar con su sudor y sus lágrimas el recinto donde la noche no tiene sombras, ni la brisa frescura, porque allí el fuego de la leña ha sustituido al fuego del sol, y el infeliz negro, girando sin cesar en torno de la máquina que arranca a la caña su dulce jugo, y de las calderas de metal en las que este jugo se convierte en miel a la acción del fuego, ve pasar horas tras horas, y el sol que torna le encuentra todavía allí... ¡Ah!, sí; es un cruel espectáculo la vista de la humanidad degradada, de hombres convertidos en brutos, que llevan en su frente la marca de la esclavitud y en su alma la desesperación del infierno. El labriego se detuvo de repente como si echase de ver que había hablado demasiado, y bajando los ojos, y dejando asomar a sus labios una sonrisa melancólica, añadió con prontitud: -Pero no es la muerte de los esclavos causa principal de la decadencia del ingenio de Bellavista: se han vendido muchos, como también tierras, y sin embargo, aún es una finca de bastante valor. Dichas estas palabras tornó a andar con dirección a la casa, pero detúvose a pocos pasos notando que el extranjero no le seguía, y al volverse hacia él, sorprendió una mirada fija en su rostro con notable expresión de sorpresa. En efecto, el aire de aquel labriego parecía revelar algo de grande y noble que llamaba la atención, y lo que acababa de oirle el extranjero, en un lenguaje y con una expresión que no correspondían a la clase que denotaba su traje pertenecer, acrecentó su admiración y curiosidad. Habíase aproximado el joven campesino al caballo de nuestro viajero con el semblante de un hombre que espera una pregunta que adivina se le va a dirigir, y no se engañaba, pues el extranjero no pudiendo reprimir su curiosidad le dijo:

10

Zafra, el producto total de la molida, que puede llamarse la cosecha de azúcar (N. de la A.).

170

M. C. Arambel Guiñazúy

C. E. Martin

-Presumo que tengo el gusto de estar hablando con algún distinguido propietario de estas cercanías. No ignoro que los criollos cuando están en sus haciendas de campo, gustan vestirse como simples labriegos, y sentiría ignorar por más tiempo el nombre del sujeto que con tanta cortesía se ha ofrecido a guiarme. Si no me engaño es usted amigo y vecino de don Carlos de B... El rostro de aquél a quien se dirigían estas palabras no mostró al oirías la menor extrañeza, pero fijó en el que hablaba una mirada penetrante; luego, como si la dulce y graciosa fisonomía del extranjero dejase satisfecha su mirada indigadora, respondió bajando los ojos: - N o soy propietario, señor forastero, y aunque sienta latir en mi pecho un corazón pronto siempre a sacrificarse por don Carlos, no puedo llamarme amigo suyo. Pertenezco -prosiguió con sonrisa amarga-, a aquella, raza desventurada sin derechos de hombres... soy mulato y esclavo. -¿Conque eres mulato? - d i j o el extranjero tomando, oída la declaración de su interlocutor, el tono de despreciativa familiaridad que se usa con los esclavos-, bien lo sospeché al principio; pero tienes un aire tan poco común en tu clase, que luego mudé de pensamiento. El esclavo continuaba sonriéndose; pero su sonrisa era cada vez más melancólica y en aquel momento tenía también algo de desdeñosa. - E s -dijo volviendo a fijar los ojos en el extranjero-, que a veces es libre y noble el alma, aunque el cuerpo sea esclavo y villano. Pero ya es de noche y voy a conducir a su merced" al ingenio ya próximo. La observación del mulato era exacta. El sol como arrancado violentamente del hermoso cielo de Cuba, había cesado de alumbrar aquel país que ama, aunque sus altares estén ya destruidos 12 , y la luna pálida y melancólica se acercaba lentamente a tomar posesión de sus dominios. El extranjero siguió a su guía sin interrumpir la conversación. -¿Conque eres esclavo de don Carlos? -Tengo el honor de ser su mayoral en este ingenio 13 . -¿Cómo te llamas? - M i nombre de bautismo es Bernabé, mi madre me llamó siempre Sab, y así me han llamado luego mis amos. -¿Tu madre era negra, o mulata como tú?

11

Los esclavos de la Isla de Cuba dan a los blancos el tratamiento de su merced (N. de la A.) 12 Alusión al culto pagano al sol. 13 Mayoral se llama al director o capataz que manda y preside el trabajo de los esclavos. Rarísima vez se confiere a otro esclavo semejante cargo; cuando acontece, lo reputa éste el mayor honor que puede dispensársele (N. de la A.).

Capítulo

VI: La novela

171

- M i madre vino al mundo en un país donde su color no era un signo de esclavitud: mi madre -repitió con cierto orgullo-, nació libre y princesa. Bien lo saben todos aquellos que fueron como ella conducidos aquí de la costa del Congo por los traficantes de carne humana. Pero princesa en su país fue vendida en éste como esclava. El caballero sonrió con disimulo al oír el título de princesa que Sab daba a su madre, pero como al parecer le interesase la conversación de aquel esclavo, quiso prolongarla. - T u padre sería blanco indudablemente. - ¡ M i padre!... yo no le he conocido jamás. Salía mi madre apenas de la infancia cuando fue vendida al señor don Félix de B..., padre de mi amo actual, y de otros cuatro hijos. Dos años gimió inconsolable la infeliz sin poder resignarse a la horrible mudanza de su suerte; pero un trastorno repentino se verificó en ella pasado este tiempo, y de nuevo cobró amor a la vida porque mi madre amó. Una pasión absoluta se encendió con toda su actividad en aquel corazón africano. A pesar de su color era mi madre hermosa, y sin duda tuvo correspondencia su pasión, pues salí al mundo por entonces. El nombre de mi padre fue un secreto que jamás quiso revelar. - T u suerte, Sab, será menos digna de lástima que la de los otros esclavos, pues el cargo que desempeñas en Bellavista, prueba la estimación y afecto que te dispensa tu amo. - S í , señor, jamás he sufrido el trato duro que se da generalmente a los negros, ni he sido condenado a largos y fatigosos trabajos. Tenía solamente tres años cuando murió mi protector don Luis, el más joven de los hijos del difunto don Félix de B..., pero dos horas antes de dejar este mundo aquel excelente joven tuvo una larga y secreta conferencia con su hermano don Carlos, y según se conoció después, me dejó recomendado a su bondad. Así hallé en mi amo actual el corazón bueno y piadoso del amable protector que había perdido. Casóse algún tiempo después con una mujer... un ángel! y me llevó consigo. Seis años tenía yo cuando mecía la cuna de la señorita Carlota, fruto primero de aquel feliz matrimonio. Más tarde fui el compañero de sus juegos y estudios, porque hija única por espacio de cinco años, su inocente corazón no medía la distancia que nos separaba y me concedía el cariño de un hermano. Con ella aprendí a leer y a escribir, porque nunca quiso recibir lección alguna sin que estuviese a su lado su pobre mulato Sab. Por ella cobré afición a la lectura, sus libros y aun los de su padre han estado siempre a mi disposición, han sido mi recreo en estos páramos, aunque también muchas veces han suscitado en mi alma ideas aflictivas y amargas cavilaciones. Interrumpíase el esclavo no pudiendo ocultar la profunda emoción que a pesar suyo revelaba su voz. Mas hízose al momento señor de sí mismo; pasó-

172

M. C. Arambel Guiñazúy

C. E. Martin

se la mano por la frente, sacudió ligeramente la cabeza, y añadió con más serenidad: - P o r mi propia elección fui algunos años calesero, luego quise dedicarme al campo, y hace dos que asisto en este ingenio. El extranjero sonreía con malicia desde que Sab habló de la conferencia secreta que tuviera el difunto don Luis con su hermano, y cuando el mulato cesó de hablar le dijo: - E s extraño que no seas libre, pues habiéndote querido tanto don Luis de B... parece natural te otorgase su padre la libertad, o te la diese posteriormente don Carlos. - ¡ M i libertad!... sin duda es cosa muy dulce la libertad..., pero yo nací esclavo: era esclavo desde el vientre de mi madre, y ya... -Estás acostumbrado a la esclavitud -interrumpió el extranjero, muy satisfecho con acabar de expresar el pensamiento que suponía en el mulato. No le contradijo éste; pero se sonrió con amargura, y añadió a media voz y como si se recrease con las palabras que profería lentamente: -Desde mi infancia fui escriturado a la señorita Carlota: soy esclavo suyo, y quiero vivir y morir en su servicio 14 . El extranjero picó un poco con la espuela a su caballo: Sab andaba delante apresurando el paso a proporción que caminaba más de prisa el hermoso alazán de raza normanda en que iba su interlocutor. - E s e afecto y buena ley te honran mucho, Sab, pero Carlota de B... va a casarse y acaso la dependencia de un amo no te será tan grata como la de tu señorita. El esclavo se paró de repente, y volvió sus ojos negros y penetrantes hacia el extranjero, que prosiguió, deteniendo también un momento su caballo: —Siendo un sirviente que goza la confianza de tus dueños, no ignorarás que Carlota tiene tratado su casamiento con Enrique Otway, hijo único de uno de los más ricos comerciantes de Puerto Príncipe. Siguióse a estas palabras un momento de silencio, durante el cual es indudable que se verificó en el alma del esclavo un incomprensible trastorno. Cubrióse su frente de arrugas verticales, lanzaron sus ojos un resplandor siniestro, como la luz del relámpago que brilla entre las nubes oscuras, y como si una idea repentina aclarase sus dudas, exclamó -después de un instante de reflexión:

14

Escriturado, de escriturar. Hacer constar con escritura pública y en forma legal un otorgamiento o un hecho.

173

Capítulo VI: La novela

¡Enrique Otway! ese nombre lo mismo que vuestra fisonomía indican un origen extranjero... Vos sois, pues, sin duda, el futuro esposo de la señorita deB...! 15 - N o te engañas, joven, yo soy en efecto Enrique Otway, futuro esposo de Carlota, y el mismo que procurará no sea un mal para tí su unión con tu señorita, lo mismo que ella, te prometo hacer menos dura tu triste condición de esclavo. Pero he aquí la taranquela: ya no necesito guía. Adiós, Sab, puedes continuar tu camino 16 . Enrique metió espuelas a su caballo, atravesando la taranquela partió a galope. El esclavo le siguió con la vista hasta que le vió llegar delante de la puerta de la casa blanca. Entonces clavó ojos en el cielo dio un profundo gemido, y se dejó caer sobre un ribazo.

[...]

CONCLUSIÓN

[...] Era la tarde del día 16 de junio de 18... Cumplían en este día cinco años de los acontecimientos con que termina el capítulo precedente, y notábase alguna agitación en lo interior del convento de las Ursulinas de Puerto Príncipe. Sin duda algo extraordinario producía esta agitación, extraña en la vida monótona y triste de las religiosas. Pero, ¿qué cosa nueva o extraña puede acontecer dentro de los muros de un convento? ¡La muerte! Este es el acontecimiento notable que forma época para las solitarias reclutas de un claustro: la muerte de alguna de ellas, la muerte que únicamente vuelve a abrir para la infeliz monja las puertas de hierro de aquel vasto sepulcro, que la arroja a otro sepulcro más estrecho. En el día de que hablamos era también la muerte la que motivaba el movimiento que se advertía en el convento. Sor Teresa estaba en las últimas horas de su vida, sucumbiendo a una consumación que padecía hacía tres años, y

15

El tratamiento de vos no ha sido abolido enteramente en Puerto Príncipe hasta hace muy pocos años. Usábase muy comúnmente en vez de usted y aún le empleaban algunas veces en sus conversaciones personas que se tuteaban. No tenía uso de inferior a superior y sólo lo permito a Sab por disculparse la exhaltación con que hablaba en ese momento que no daba a la reflexión (N. de la A.). 16 Taranquela son unos maderos gruesos colocados a cierta distancia, con travesaños para impedir la salida del ganado, etc. (N. de la A.).

174

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

todas las religiosas se consternaban a la proximidad de una muerte que ya tenía prevista. [•••]

Carlota, por el contrario, era desgraciada, y lo era tanto más cuanto que todos la creían feliz. Joven, rica, bella, esposa del hombre de su elección, del cual era querida, estimada generalmente, ¿cómo hubiera podido hacer comprender que envidiaba la suerte de una pobre monja? Obligada, pues, a callar delante de los hombres, sólo podía llorar libremente dentro de los muros del convento de las Ursulinas, en el seno de una religiosa que había alcanzado la felicidad del alma aprendiendo a sufrir el infortunio. Pero, ¿por qué lloraba Carlota? ¿Cuál era su dolor? No todos los hombres le comprenderían, porque muy pocos serían capaces de sentirle. Carlota era una pobre alma poética arrojada entre mil existencias positivas. Dotada de una i m a g i n a c i ó n fértil y activa, ignorante de la vida, en la edad en que la existencia no es más que sensaciones, se veía obligada a vivir de cálculo, de reflexión y de conveniencia. Aquella a t m ó s f e r a mercantil y especuladora, aquellos cuidados incesantes de los intereses materiales marchitaban las bellas ilusiones de su joven corazón. ¡Pobre y delicada flor!, tú habías nacido para embalsamar los j a r d i n e s bella, inútil y acariciada tímidamente por las auras del cielo. Mientras fue soltera, Carlota había gozado las ventajas de las riquezas sin c o n o c e r su precio: ignoraba el t r a b a j o que costaba el adquirirlas. Casada, aprendía cada día, a costa de mil pequeñas y prosaicas mortificaciones, cómo se llega a la opulencia. Sin embargo, de nada carecía Carlota; comodidades, recreaciones y aun lujo, todo lo tenía. Los dos ingleses sostenían su casa bajo un pie brillante. Pero aquellas bellas apariencias, y aun las ventajas reales de la vida, estaban fundadas y sostenidas por la incesante actividad, por la perenne especulación y por un fatigante desvelo. Carlota no podía desaprobar con justicia la conducta de su marido, ni debía quejarse de su suerte, pero a pesar suyo se sentía oprimida por todo lo que tenía de serio y material aquella vida del comercio. Mientras vivió su padre, hombre dulce, indolente como ella, y con el cual podía ser impunemente pueril, fantástica y apasionada, pudo estar también menos en contacto con su nuevo destino, y sólo tuvo que llorar por ver a su esposo más ocupado de su fortuna que de su amor, y por los frecuentes viajes que el interés de su comercio le obligaba a hacer, ya a la Habana, ya a los Estados Unidos de la América del Norte. Mas ella quedaba entonces al lado de su padre que la adoraba, y cuya debilitada salud exigía mil cuidados, que ocupaban su existencia. Pero don Carlos sólo sobrevivió dos años a su hijo, y su muerte, que privó a Carlota de un indulgente amigo y de un tierno consolador, fue acompañada

Capítulo

VI: La novela

175

de circunstancias que rasgaron de una vez el velo de sus ilusiones, y que envenenaron para siempre su vida. Durante las últimas semanas de la vida del pobre caballero, Jorge no se apartaba un instante de la cabecera de su lecho, velándole las noches en que Carlota descansaba. Agradecía ella esta asistencia con todo el calor de su corazón sensible y noble, incapaz de penetrar sus viles motivos; pero al descubrirlos, su indignación fue tanto más viva cuanto mayor había sido su confianza. Débil de carácter don Carlos, y más débil aún después de dos años de enfermedad, que habían enflaquecido a la vez su cuerpo y su espíritu, fue una blanda cera entre las manos de hierro del astuto y codicioso inglés, que logró hacerle dictar un testamento en el cual dejaba a Carlota todo el tercio y quinto de sus bienes. Ignoró Carlota esta injusticia hasta que, muerto su padre, se le enteró de sus últimas disposiciones, en las cuales vio la prueba inequívoca de la avaricia y bajeza de su suegro. Explicóse franca y enérgicamente con Enrique, declarando su resolución de no aprovecharse de aquel abuso cometido, devolviendo a sus hermanas, injustamente despojadas, aquellos bienes arrancados a la debilidad por la codicia. Carlota se había persuadido que su marido pensaría lo mismo que ella, pero Enrique encontró absurda la demanda de su mujer y la trató como fantasía de una niña que no conoce aún sus propios intereses. Aquel testamento era legal, y Enrique no concebía los escrúpulos delicados de Carlota, ni por qué le llamaba injusto y nulo. Todas las súplicas, las lágrimas, las protestaciones de Carlota sólo sirvieron para malquistarla con su suegro, sin que Enrique la escuchase jamás de otro modo que como a un niño caprichoso, que pide un imposible. La acariciaba, la prodigaba tiernamente palabras y concluía por reírse de su indignación. Carlota luchó inútilmente por espacio de muchos meses, después guardó silencio y pareció resignarse. Para ella todo había acabado. Vio a su marido tal cual era; comenzó a comprender la vida. Sus sueños se disiparon, su amor huyó con su felicidad. Entonces tocó la desnudez, toda la pequeñez de las realidades, comprendió lo erróneo de todos los entusiasmos, y su alma que tenía necesidad, sin embargo, de entusiasmos y de ilusiones, se halló sola en medio de aquellos dos hombres pegados a la tierra y alimentados de positivismo. Entonces fue desgraciada, entonces las secretas y largas conferencias con la religiosa Ursulina fueron más frecuentes. Su único placer era llorar en el seno de su amiga sus ilusiones perdidas y su libertad encadenada, y cuando no estaba con Teresa huía de la sociedad de su marido y de su suegro.

[...]

176

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

Teresa imprimió un beso en la frente de su amiga. Carlota la estrechó entre sus brazos.... pero, ¡ay!, ¡sólo abrazaba ya un cadáver! A la melancólica luz de las velas, que alumbraban la calavera y el crucifijo, Carlota de rodillas, pálida y trémula, leyó junto al cadáver de Teresa la carta de Sab. Luego..., ¿para qué decir lo que sintió luego? Esa carta, nosotros, los que referimos esta historia, la hemos visto; nosotros la conservamos fielmente en la memoria. Hela aquí: CARTA DE SAB A TERESA Teresa: la hora de mi descanso se acerca, mi tarea sobre la tierra va a terminar. Cuando dejo este mundo, en el que tanto he padecido y amado, solamente de vos quiero despedirme. He venido a morir cerca de mi madre y de mi hermano; pensé que su presencia -la presencia de estos dos seres que me han amado-, dulcificaría mi agonía; pero me engañaba. Dios guardaba aquí mi última prueba, mi postrer martirio. Ella duerme, la pobre anciana, y la muerte la rodea; ella duerme junto a dos moribundos: ¡sus dos hijos que van a abandonarla! Os lo confieso; al ver hace un momento su frente calva, surcada por los años y por los dolores, reposar fatigada sobre mi pecho, y cuando su voz, aquella voz que me ha dado el dulce nombre de hijo, me decía: "Sólo tú me quedas en el mundo", en aquel momento he deseado la vida y he llevado convulsivamente la mano sobre mi corazón, para arrancar de él el dolor que me mata. ¡Ah!, sí: la muerte era mi único deseo, mi única esperanza, y al sentir su mano fría apretar mi corazón, he gozado una alegría feroz y he levantado a Dios mi corazón para pedirle: "Yo reconozco tu misericordia." Pero al aspecto de esta anciana que duerme arrullada por el estertor de un moribundo junto al cadavérico cuerpo de su último nieto, y que aun durmiendo me tiende los brazos y me dice: "Sólo tú me quedas en el mundo", sufro un nuevo género de combate, una terrible lucha. Siento el deseo de vivir y la necesidad de morir. Sí, por ti quisiera vivir, pobre anciana, que te has compadecido del huérfano y que le has dicho; "Yo seré tu madre", por ti que no te has avergonzado de amar al siervo, y que le has dicho: "Levanta tu frente, hijo de la esclava, las cadenas que aprisionan las manos no deben oprimir el alma." Por ti quisiera vivir, para cerrar tus ojos y enterrar tu cadáver, y llorar sobre tu sepultura, y el abandono en que te dejo hace amarga para mí mi hora solemne y deseada. Y bien, ¡Dios mío!, yo acepto esta nueva prueba y agoto, sin hacer un gesto de repugnancia, la última gota de hiél que has arrojado en el cáliz amargo de mi vida.

Capítulo VI: La novela

177

Y o muero, Teresa, y quiero despedirme de v o s . ¿ N o os lo he dicho y a ? Creo que sí. Quiero despedirme de vos y daros gracias por vuestra amistad, y por haberm e enseñado la generosidad, la abnegación y el heroísmo. Teresa, v o s sois una mujer sublime; y o he querido imitaros; pero, ¿puede la paloma tomar el vuelo del águila? Vos os levantáis grande y fuerte, ennoblecida por los sacrificios, y y o c a i g o quebrantado. A s í , cuando precipita el huracán su carro de fuego sobre los campos, la ceiba se queda erguida, iluminada su cabeza vencedora por la aureola con que la ciñe su enemigo; mientras que el arbusto, que ha querido en vano defenderse como ella, sólo queda para atestiguar el golpe que le ha vencido. El sol sale y la ceiba le saluda diciéndole: " V e m e a q u í " , pero el arbusto sólo presenta sus hojas esparcidas y sus ramas destrozadas. Y sin embargo, v o s sois una débil mujer. ¿Cuál es esa fuerza que os sostiene y que y o pido en vano a mi corazón de hombre? ¿ E s la virtud quien os la da?... Y o he pensado mucho en esto; he invocado en mis noches de vigilia ese gran nombre: ¡la virtud! Pero ¿qué es la virtud?, ¿en qué consiste...? y o he deseado comprenderlo, pero en vano he preguntado la verdad a los hombres. M e acuerdo que cuando mi amo me enviaba a confesar mis culpas a los pies de un sacerdote, y o preguntaba al ministro de Dios qué haría para alcanzar la virtud. " L a virtud del esclavo - m e respondía-, es obedecer y callar, servir con humildad y resignación a sus legítimos dueños, y no juzgarlos nunca." Esta explicación no me satisfacía. ¡ Y qué!, pensaba y o , ¿la virtud puede ser relativa? ¿ L a virtud no es una m i s m a para todos los hombres? ¿ E l gran j e f e de esta gran f a m i l i a humana, habrá establecido diferentes leyes para los que nacen con la tez negra y la tez blanca? ¿ N o tienen todos las mismas necesidades, las mismas pasiones, los mismos defectos? ¿ P o r qué, pues, tendrán los unos el derecho de esclavizar y los otros la obligación de obedecer? Dios, c u y a mano suprema ha repartido sus bienes con equidad sobre todos los países del globo, que hace salir al sol para toda su gran f a m i l i a dispersa sobre la tierra, que ha escrito el gran d o g m a de la igualdad sobre la tumba, D i o s ¿ p o d r á sancionar los c ó d i g o s inicuos en los que el hombre funda sus derechos para comprar y vender al hombre; y sus intérpretes en la tierra dirán al esclavo: " T u deber es sufrir; la virtud del esclavo es olvidarse de que es hombre, renegar de los beneficios que Dios le dispensó, abdicar la dignidad con que le ha revestido, y besar la mano que le imprime el sello de la i n f a m i a ? " N o , los hombres mienten; la virtud no existe entre ellos. M u c h a s v e c e s , Teresa, he meditado, en la soledad de los campos y en el silencio de la noche, en esta gran palabra: ¡la virtud! Pero la virtud es para mí c o m o la providencia: una necesidad desconocida, un poder misterioso que concibo, pero que no conozco. Entre los hombres la he buscado en vano. He

178

M. C. Arambel Guiñazúy

C. E. Martin

visto siempre que el fuerte oprimía al débil, que el sabio engañaba al ignorante, y que el rico desprecíala al pobre. No he podido encontrar entre los hombres la gran armonía que Dios ha establecido en la naturaleza. Nunca he podido comprender estas cosas, Teresa, por más que se las he preguntado al sol, y a la luna, y a las estrellas, y a los vientos bramadores del huracán, y a las suaves brisas de la noche. Las densas nubes de mi ignorancia cubrían a pesar mío los destellos de mi inteligencia, y al preguntaros ahora si debéis a la virtud vuestra fortaleza, se me ocurre una nueva duda, y me pregunto a mí mismo si la virtud no es la fortaleza, y si la fortaleza no es el orgullo. Porque el orgullo es lo más bello, lo más grande que yo conozco, y la única fuente de donde he visto nacer las acciones nobles y brillantes de los hombres. Decídmelo, Teresa, esa grandeza y abnegación de vuestra alma ¿no es más que orgullo?... ¡Y bien!, ¿qué importa? Cualquiera que sea el nombre del sentimiento que dicta las nobles acciones, es preciso respetarlo. Pero, ¿de qué carezco que no puedo igualarme con vos? ¿Es la falta de orgullo?... ¿Es que ese gran sentimiento no puede existir en el alma del hombre que ha sido esclavo)?... Sin embargo, aunque esclavo yo he amado todo lo bello y lo grande, y he sentido que mi alma se elevaba sobre mi destino. ¡Oh! sí; yo he tenido un grande y hermoso orgullo; el esclavo ha dejado volar libre su pensamiento, y su pensamiento sabía más allá de las nubes en que se forma el rayo. ¿Cuál es, pues, la diferencia que existe entre vuestra organización moral y la mía? Yo os la diré, os diré lo que pienso. Es que en mí hay una facultad inmensa de amar; es que vos tenéis el valor de la resistencia y yo la energía de la actividad; es que a vos os sostiene la razón y a mí me devora el sentimiento. Vuestro corazón es del más puro oro, el mío es de fango. Había nacido con un tesoro de entusiasmos. Cuando en mis primeros años de juventud Carlota leía en alta voz, delante de mí, los romances, novelas e historias que más le agradaban, yo la escuchaba sin respirar, y una multitud de ideas se despertaban en mí, y un mundo nuevo se desenvolvía delante de mis ojos. Yo encontraba muy bello el destino de aquellos hombres que combatían y morían por su patria. Como un caballo belicoso que oye el sonido del clarín, me agitaba con un ardor salvaje a los grandes nombres de patria y libertad; mi corazón se dilataba, hinchábase mi nariz, mi mano buscaba maquinal y convulsivamente una espada, y la dulce voz de Carlota apenas bastaba para arrancarme de mi enajenamiento. A par de esta voz querida, yo creía escuchar músicas marciales, gritos de triunfos y cantos de victorias; y mi alma se lanzaba a aquellos hermosos destinos hasta que un súbito y desolante recuerdo venía a decirme al oido: Eres mulato y esclavo 17 . Entonces un

17

Desolante, desolador.

Capítulo VI: La novela

179

sombrío furor comprimía mi pecho y la sangre de mi corazón corría como veneno por mis venas hinchadas. ¡Cuántas veces las novelas que leía Carlota referían el insensato amor que un vasallo concebía por su soberana, o un hombre oscuro por alguna ilustre y orgullosa señora!... Entonces escuchaba yo con una violenta palpitación, y mis ojos devoraban el libro; pero, ¡ay!, aquel vasallo o aquel plebeyo eran libres, y sus rostros no tenían la señal de reprobación. La gloria les abría las puertas de la fortuna, y el valor y la ambición venían en auxilio del amor. Pero, ¿qué podía el esclavo a quien el destino no abría ninguna senda, a quien el mundo no concedía ningún derecho? Su color era el sello de una fatalidad eterna, una sentencia de muerte moral. Un día Carlota leyó un drama en el cual encontré por fin a una noble doncella que amaba a un africano, y me sentí transportado de placer y orgullo cuando oí a aquel hombre decir: "No es un baldón el nombre de africano, y el color de mi rostro no paraliza mi brazo." ¡Oh, sensible y desventurada doncella! ¡Cuánto te amaba yo! ¡Oh, Otelo! ¡Qué ardientes simpatías encontrabas en mi corazón! ¡Pero tú también eras libre! Tú saliste de la Libia ardiente y brillante como su sol; tú no te alimentaste jamás con el pan de la servidumbre, ni se dobló tu soberbia frente delante de un dueño. Tu amada no vio en tus manos triunfantes la señal de los hierros, y cuando le referías tus trabajos y hazañas, ningún recuerdo de humillación hizo palidecer tu semblante. ¡Teresa!, el amor se apoderó bien pronto exclusivamente de mi corazón; pero no le debilitó, no. Yo hubiera conquistado a Carlota a precio de mil heroísmos. Si el destino me hubiese abierto una senda cualquiera, me habría lanzado en ella..., la tribuna o el campo de batalla, la pluma o la espada, la acción o el pensamiento..., todo me era igual; para todo hallaba en mí la aptitud y la voluntad... ¡Sólo me faltaba el poder! Era mulato y esclavo. ¡Cuántas veces, como el paria, he soñado con las grandes ciudades ricas y populosas, con las ciudades cultas, con esos inmensos talleres de civilización en que el hombre de genio encuentra tantos destinos! Mi imaginación se remontaba en alas de fuego hacia el mundo de la inteligencia. "¡Quitadme estos hierros!", gritaba en mi delirio, "quitadme esta marca de infamia!, yo me elevaré sobre vosotros, hombres orgullosos; yo conquistaré para mi amada un nombre, un destino, un trono". No he conocido más cielo que el de Cuba; mis ojos no han visto las grandes ciudades con palacios de mármol ni he respirado el perfume de la gloria; pero acá en mi mente se desarrollaba, a la manera de un magnífico panorama, un mundo de opulencia y de grandeza, y en mis insomnios devorantes pasaban delante de mí coronas de laurel y mantos de púrpura. A veces veía a Carlota como una visión celeste, y la oía gritarme: "¡Levántate y marcha!" Y yo me levantaba, pero volvía a caer al eco terrible de una voz siniestra que me repetía "¡Eres mulato y esclavo!"

180

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

Pero todas estas visiones han ido desapareciendo, y una imagen única ha reinado en mi alma. Todos mis entusiasmos se han resumido en uno sólo: ¡el amor! Un amor inmenso que m e ha devorado. El amor es la más bella y pura de las pasiones del h o m b r e , y yo la he sentido en toda su omnipotencia. En esta hora suprema, en que víctima suya m e inmolo en el altar del dolor, paréc e m e q u e mi destino no ha sido innoble ni vulgar. Una gran pasión llena y ennoblece una existencia. El amor y el dolor elevan alma, y Dios se revela a los mártires de todo culto puro y noble. En este momento, Teresa, yo le veo grande en su misericordia y m e arrojo c o n f i a d o en su seno paternal. Los hombres le habían disfrazado a mis ojos; a h o r a y o le c o n o z c o , le veo, y le a d o r o . El a c e p t a el culto solitario de mí alma... El sabe cuánto he amado y padecido; esas blancas estrellas, que velan sobre la tierra y oyen en el silencio de la noche los gemidos del corazón, le han d i c h o mis l a m e n t o s y mis votos. ¡El los ha e s c u c h a d o ! Yo m u e r o sin haber m a n c i l l a d o mi vida, ¡yo m u e r o a b r a s a d o en el santo f u e g o del a m o r ! N o podré hacer valer delante de su trono eterno las virtudes de la paciencia y de la humildad, pero he poseído el valor, la franqueza y la sinceridad. Estas cualidades son b u e n a s para la f u e r z a y la libertad, y en el esclavo han sido inútiles a los otros y peligrosas para él, pero han sido involuntarias. Los hombres dirán que yo he sido infeliz por mi culpa; porque he soñado los bienes que no estaban en mi esfera, porque he querido mirar al sol, c o m o el águila, no siendo sino un pájaro de la noche, y tendrán razón delante de su tribunal, pero no en el de mi conciencia. Ella respondería: Si el pájaro de la noche no tiene ojos bastantes fuertes para soportar la luz del sol, tiene el instinto de su debilidad, y ningún impulso interior más fuerte que su voluntad, le ha lanzado a la región a que no nació destinado. ¿Es culpa mía si Dios m e ha dotado de un corazón y de un alma? ¿Si m e ha concedido el a m o r de lo bello, el anhelo de lo justo, la ambición de lo grande? Y si ha sido su voluntad que y o sufriese esta terrible lucha entre mi naturaleza y mi destino, si me dio los ojos y las alas del águila para encerrarme en el oscuro albergue de ave de la noche, ¿podrá pedirme cuenta de mis dolores?, ¿podrá decirme: " ¿ P o r qué no aniquilaste el a l m a que te di, ¿por qué no fuiste m á s fuerte que yo, y te hiciste otro y dejaste de ser lo que yo te hice?" Pero, si no es Dios, Teresa, son los hombres los que me han f o r m a d o este destino, si ellos han cortado las alas que Dios concedió a mi alma, si ellos han levantado un m u r o de errores y p r e o c u p a c i o n e s entre sí y el destino que la providencia m e había señalado, si ellos han hecho inútiles los dones de Dios si ellos m e han d i c h o : " ¿ E r e s f u e r t e ? , p u e s sé débil ¿ E r e s altivo?, p u e s sé h u m i l d e ¿Tienes sed de grandes virtudes?, pues devora tu impotencia en la humillación. ¿Tienes inmensas facultades de amar?, pues sofócalas, porque

Capítulo VI: La novela

181

no debes amar a ningún objeto bello y puro y digno de inspirarte amor. ¿Sientes la noble ambición de ser útil a tus semejantes y de emplear en el bien general y en tu gloria, las facultades que te oprimen?, pues dóblate bajo su peso y desconócelas, y resígnate a vivir inútil y despreciado, como la planta estéril o como el animal inmundo ... " Sí, son los hombres los que me han impuesto este horrible destino, ellos son los que deben temer al presentarse delante de Dios; porque tienen que dar una cuenta terrible, porque han contraído una responsabilidad inmensa. ¿Saben ellos lo que puedo haber sido?... ¿Por qué han inventado estos asesinatos morales aquellos que castigan con severas penas al que quita a otro hombre la vida? ¿Por qué entablecen grandezas y prerrogativas hereditarias? ¿Tienen ellos el poder de hacer hereditaria las virtudes y los talentos? ¡Por qué se rechazará al hombre que sale de la oscuridad, diciéndole: "¡Vuelve a la nada, hombre sin herencia, y consúmete en tu cieno, y si tienes las virtudes y los talentos que faltan a tus suefios, ahógalos, porque te son inútiles!" ¡Teresa!, qué multitud de pensamientos me oprime... La muerte que hiela ya mis manos, aún no ha llegado a mi cabeza ni a mi corazón. Sin embargo, mis ojos se ofuscan..., paréceme que pasan fantasmas delante de mí. ¿No ves? Es ella, es Carlota, con su anillo nupcial y su corona de virgen... ¡Pero la sigue una tropa escuálida y odiosa!... Son el desengaño, el tedio, el arrepentimiento... y más atrás ese monstruo de voz sepulcral y cabeza de hierro.., ¡lo irremediable! ¡Oh!, ¡las mujeres! ¡Pobres y ciegas víctimas! Como los esclavos, ellas arrastran pacientemente su cadena y bajan la cabeza bajo el yugo de las leyes humanas. Sin otra guía que su corazón ignorante y crédulo, eligen un dueño para toda la vida. El esclavo, al menos, puede cambiar de amo, puede esperar que, juntando oro, comprará algún día su libertad, pero la mujer, cuando levanta sus manos enflaquecidas y su frente ultrajada para pedir libertad, oye al monstruo de voz sepulcral que le grita: "En la tumba." ¿No oís una voz, Teresa? Es la de los fuertes que dice a los débiles: "Obediencia, humildad, resignación... esta es la virtud." ¡Oh!, yo te compadezco, Carlota, yo te compadezco aunque tú gozas y yo expiro, aunque tú te adormeces en los brazos del placer y yo en los de la muerte. Tu destino es triste, pobre ángel, pero no te vuelvas nunca contra Dios, ni equivoques con sus santas leyes, las leyes de los hombres. Dios no cierra jamás las puertas al arrepentimiento. Dios no acepta los votos imposibles. Dios es el Dios de los débiles como de los fuertes, jamás pide al hombre más de lo que le ha dado. ¡Oh, que suplicio!... No es la muerte, no son vulgares celos los que me martirizan; sino el pensamiento, el presentimiento del destino de Carlota... ¡Verla profanada, a ella! ¡a Carlota, flor de una aurora que aún no había sido tocada sino por las auras del cielo ... ! ¡Y el remedio imposible!... ¡Lo imposi-

182

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

ble! ¡Qué palabra de hierro!... ¡Y estas son las leyes de los hombres, y Dios calla... y Dios las sufre! ¡Oh!, adoremos sus juicios inescrutables... ¿Quién puede comprenderlos? ... ¡Pero no, no siempre callarás, Dios de todajusticia! N o siempre reinaréis en el mundo error, ignorancia y absurdas preocupaciones; vuestra decrepitud anuncia vuestra ruina. La palabra de salvación resonará por toda la extensión de la tierra, los viejos ídolos caerán de sus inmundos altares y el trono de la justicia se alzará brillante, sobre las ruinas de las viejas sociedades. Sí, una voz celestial me lo anuncia. En, vano lucharán los viejos elementos del mundo moral contra el principio regenerador; en vano habrá en la terrible lucha días de oscuridad y horas de desaliento... El día de la verdad amanecerá claro y brillante. Dios hizo esperar a su pueblo cuarenta años la tierra prometida, y los que dudaron de ella fueron castigados con no pisarla jamás; pero sus hijos la vieron. Sí, el sol de la justicia no está lejos. La tierra le espera para rejuvenecer a su luz; los hombres llevarán un sello divino, y el ángel de la poesía radiará sus rayos sobre el nuevo reinado de la inteligencia. ¡Teresa! ¡Teresa! La luz que ha brillado a mis ojos los ha cegado... no veo ya las letras que formo... las visiones han desaparecido... la voz divina ha callado... una oscuridad profunda me rodea... un silencio... ¡no!, lo interrumpe el estertor de un moribundo, y los gemidos que arranca la pesadilla de una vieja que duerme. ¡Quiero verlos por última vez!... ¡Pero yo no veo y a ! . . . quiero abrazaros... ¡Mis pies son de plomo!... ¡Oh!, ¡la muerte!, la muerte es una cosa fría y pesada como... ¿cómo qué?, ¿con qué puede compararse la muerte? ¡Carlota!... acaso ahora mismo... ; muera yo antes. ¡Dios mío!..., mi alma vuela hacia ti..., adiós, Teresa... la pluma cae de mi mano... ¡adiós!... Yo he amado, yo he vivido... ya no vivo... pero aún amo." Pocos días después de la muerte de la religiosa, Carlota, cuya delicada salud declinaba visiblemente, manifestó a su marido el deseo de probar si la mejoraban los aires de Cubitas, reputados generalmente por muy saludables. En efecto, a principios del mes siguiente dejó la ciudad, y acompañada únicamente de Belén y dos de sus más fieles esclavos, trasládose a Cubitas, donde fue recibida por todos aquellos honrados labriegos con manifestaciones del mayor regocijo.

[...] Desearíamos también dar noticias al lector de la hermosa y doliente Carlota, pero aunque hemos procurado indagar cuál es actualmente su suerte, no hemos podido saberlo. Verosímilmente su marido, cuyas riquezas se habían aumentado considerablemente en pocos años, muerto su padre, había creído conveniente establecerse en una ciudad marítima y de más consideración que

Capítulo

VI: La novela

183

Puerto Príncipe. Acaso Carlota, como lo había previsto Teresa, existirá actualmente en la populosa Londres. Pero cualquiera que sea su destino, y el país del mundo donde habite, ¿habrá podido olvidar la hija de los trópicos, al esclavo que descansa en una humilde sepultura bajo aquel hermoso cielo?

184

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

JUANA M A N S O

Escrita en 1846 esta novela política pertenece a la literatura ríoplatense producida con el fin de denunciar las prácticas de Juan Manuel de Rosas y de sus seguidores. Narra la persecusión de la familia Avellaneda, seudónimo que esconde la identidad de la familia de Don Valentín Alsina, gobernador de la provincia de Tucumán que fuera degollado en 1841 por las fuerzas gubernamentales. Elegimos aquí episodios en que se describen los "tipos" rosistas. *

*

*

LOS MISTERIOS DEL PLATA C A P Í T U L O II

EL GAUCHO MIGUEL Así se llamaba el personaje que á hora tan inusitada llegaba á la estancia con un mensaje tan importante. Miguel, era uno de esos seres infelices abandonados por una madre criminal en la puerta de un hospicio. La nodriza que le dieron era campesina, así él se crió en el campo y desde la edad de catorce años era gaucho. Prefería la libertad del desierto á cuanto pudieron ofrecerle de bienes y comodidades; su caballo tordillo era todo su tesoro, era el único que tenía, su guarda ropa lo llevaba consigo y no obstante, Miguel siempre andaba aseado, porque él mismo tenía cuidado cada dos días, de lavar su ropa en el arroyo que hallaba al paso. Ninguno de los arreos indispensables á la persona y al caballo del gaucho le faltaban y todo en el mejor estado posible. Como era bien comportado todas las puertas le estaban abiertas; después de eso, Miguel era tan silencioso, tan comedido que era generalmente querido por todos los estancieros. Su estatura alta, su talle flexible y delicado y sus maneras suaves al paso que tenían la natural tinte selvática debida á su estado y educación. Con todo, su aire era distinguido y su fisonomía triste al paso que regular no carecía de un cierto tinte poético. Era demasiado blanco para un campesino; sus cabellos finos y rubios le caían sobre los hombros en rizos naturales; sus ojos grandes, azules, una extraña expresión de audacia y altivez; su nariz, pequeña y cerrada indicaba un carácter disimulado, su boca pequeña y punzó estaba guarnecida de unos dientes blancos y pequeñitos, era la boca de un

Capítulo VI: La novela

185

niño; con todo, si abandonaba su natural seriedad, era sólo para marcar en ambos lados del rostro dos imperceptibles líneas de un desdén sin límites. Miguel, era uno de esos hombres que han nacido para ser un ángel ó un demonio! Su voz era un poco velada pero profunda en sus modulaciones, su palabra corta y mordaz, su marcha lenta y segura como de un hombre que no conoce el miedo. Su inteligencia natural lo elevaba sobre todos sus compañeros y como payador era considerado el mejor de los dos lados de la Provincia, Sud y Norte. Miguel, era el más afamado domador, y el vaqueano más seguro, porque desde Buenos Aires hasta el pie mismo de los Andes era fama que él conocía á ciegas y los mismos pampas del desierto al verlo cruzar en su tordillo las calladas llanuras de la Pampa se contentaban con saludarlo amigablemente desde sus toldos y ofrecerle un pedazo de yegua azada y á veces alguna linda jerga como presente de amistad; después de eso Miguel podía conversar con ellos porque sabía su lenguaje. Entre los diferentes estados que tomaba ó ejercía contaba también el de chasque; era reconocido por su discreción, prontitud y diligencia en desempeñar cualesquier misión, y por eso el ojo perspicaz del tirano había sabido escogerlo entre tantos otros gauchos que llevaban aquella vida errante é incierta. Miguel había rehusado todo empleo ó distinción, pero Rosas tan montaraz como él, conocía las guaridas del gaucho y lo mandaba llamar siempre que una comisión delicada se ofrecía, en que temiese escribir, porque entonces la palabra servía á sus fines, porque la palabra proferida, sólo deja tras sí el recuerdo de lo que fue, mientras el papel es un documento peligroso que mañana puede aparecer como un testimonio importuno: y el astuto déspota bien conocía sus intereses en esta ocasión, para no fiar á la pluma sus órdenes que después de ejecutadas debían tomar el carácter en su resultado de un exceso de adhesión por parte de sus partidarios. Miguel era pues el mensajero más seguro y discreto que se podía encontrar. A pesar de su natural inteligencia y buenas cualidades no podía juzgar hasta qué punto se envileció sirviendo los odiosos y sanguinarios fines del tirano, que él consideraba bueno y justo porque tenía sus maneras y su lenguaje, porque era el gobernador de la Provincia que Miguel creía legítimamente electo, y después de eso sin noción de ningún género, sobre el derecho de cada hombre, y sobre el verdadero sentido de la palabra "Libertad"; no creía obrar sino muy bien sirviendo al Dictador, á quien por otra parte estimaba personalmente, porque aunque rico y presidente, le daba la mano, lo hacía sentar en su presencia, tomaban mate juntos y conversaban largamente de

186

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

caballos, de yeguas, de trillas, de aperos, de potros y de todo aquello que pueda interesar la atención del gaucho y luego el gobernador siempre terminaba diciendo: - " A m i g o Miguel no deje de venir de vez en cuando á tomar un cimarrón". [.»]

CAPÍTULO IX LÁGRIMAS [La familia Avellaneda fue tomada prisionera cuando viajaba en barco de Montevideo a Corrientes] A cuatro leguas de la margen del Paraná en medio de una de esas selvas ó florestas que en el lenguaje de los campesinos llaman islas, vense aún esparcidas las ruinas parduzcas y desiertas de un monasterio, que según tradición del país era una fundación de los primeros Jesuítas que vinieron poco después del descubrimiento del Río de la Plata por Solís. Haría por lo menos dos siglos que la desierta capilla del monasterio era sólo habitada por las fatídicas lechuzas y que sus anchos y sonoros claustros estaban solos y pavorosos como las tumbas de los muertos. El tiempo sereno y agradable había sido sucedido por un aire tempestuoso y de lluvia; el cielo azul y brillante por las negras nubes de la tormenta, así como en la vida del hombre se truecan las horas de placer en llanto, las risas en dolores, las esperanzas brillantes, en amargas realidades. La noche había llegado oscura y amenazadora; un viento caliente del norte, soplaba con violencia agitando tumultuosamente las robustas copas de los anchos ombúes, las frentes elevadas de los álamos, las negras ramas del cipré; el trueno retumbaba en medio de la selva, relámpagos de fuego entreabrían las negras nubes que giraban en enormes grupos por el espacio. Los rugidos del jaguareté, los aullidos de los perros montaraces, los balidos de los tímidos corderos y una infinidad de ecos lúgubres ó pavorosos se mezclaban sólo a la voz profunda y magestuosa de la tormenta que se acercaba como la tremenda maldición de un Dios irritado. Sin embargo, en el monasterio abandonado sucedía un rumor inusitado; bajo su techo desierto, la vida, este negro fantasma cuyo límite de cada día es la eternidad: ostentaba sus escenas, y en corto cuadro era la copia fiel del mundo. Llantos, risas, opulencia, miseria, vicio, virtud, compasión, indiferencia, todos unían allí sus opuestos colores, todo se mezclaba en pequeño grupo

Capítulo

VI: La novela

187

para dar la idea exacta de los elementos de que se compone nuestra humana existencia sobre la tierra. En medio de la Iglesia levantada otrora como homenage de la Divinidad, ardía una grosera hoguera cuya amarillenta llama esparcía triste claridad en derredor; las nubes laterales yacían en profunda oscuridad esparcidas al pie de las columnas que las sustentaban, hombres de pie con la tercerola en la mano estaban silenciosos e inmóviles como las viejas estatuas de los despojados santos que aún permanecían en los nichos de sus altares. Casi en frente del altar mayor donde sólo había quedado una cruz colosal con el Cristo crucificado, sobre un poco de paja estaba recostado un hombre, pálido; cargado de cadenas, pero cuyo rostro sereno y noble solo revelaba su profunda compasión por los dolores de los dos seres que tenía á su lado: eran estos una mujer pálida y desgreñada cuyo rostro desfigurado, ojos llorosos y miradas vagas, revelaban una de esas desesperaciones que el corazón humano no es bastante á contener; y un niño arrodillado que comprimía sus sollozos, oraba con las manecitas cruzadas sobre el pecho, con aquel inocente fervor de la Cándida niñez! Era esta la familia Avellaneda! De cada lado del altar otros dos hombres armados guardaban el preso. Eran estos dos individuos, un viejo tostado y ennegrecido por el sol, cuyo rostro varonil y marcial revelaban el antiguo soldado. Su estatura más que mediana, sus miembros fornidos era el tipo de uno de esos hombres como ya no hay hoy; su rostro era largo y huesudo, su nariz aguileña, su boca bien cortada y franca, la frente alta y apenas coronada por algunas raras m e c h a s de cabellos más blancos que las nieves eternas que coronan la cima del Chimborazo; sus ojos grandes negros tenían una tristeza particular; parecía al mirar aquel hombre que era extraño a cuanto lo rodeaba y que su pensamiento siempre estaba en otros lugares ó remontados á otras épocas pasadas y lejanas. Era el viejo Simón. El otro era un joven de cabellos rubios, de ojos tristes azules, que en aquel momento eran más tristes todavía y que parecía concentrar todas sus facultades en oir las palabras graves que lentamente pronunciaba Avellaneda. Sus miradas iban de uno á otro de aquellos tres personajes y después las volvía hacia Simón, y los ojos del antiguo lancero encontrándose con los suyos, tenían tal aire de simpatía por él y por aquellos tres infortunados, que Miguel, pues era el mismo, sentía una especie de revolución extraña en sus ideas y manera de ser. El silencio de la capilla era profundo, la voz sonora de Avellaneda era la única que resonaba con las últimas palabras que profería para los suyos. Afue-

188

M. C. Arambel

Guiñazú y C. E. Martin

ra, los aullidos de las fieras del bosque, el silbido del viento entre los claustros como un gemido de muerte y el eco del trueno retumbando en la llanura vecina [...]. En el primer claustro ardían hogueras y el resto de la gente del Juez de Paz jugaba y bebía reventando de rato en rato una viva carcajada satánica y burlesca. Los sollozos del niño Adolfo, los ayes dolorosos de su madre, completaban este cuadro que no basta mi pluma inhábil á trazar con todos sus claros y oscuros. Adelaida! -decía el preso- serena tu corazón y vuelve los ojos a ese Dios de bondad que él te dará fuerzas con que sobrellevar este golpe: su mujer sacudió la cabeza con incredulidad. - E s la última noche que pasamos juntos -decía Avellaneda- y es necesario emplearla mejor que en llorar. Yo necesito que Uds. me presten atención y recojan mis últimas palabras, porque ellas y mi bendición de esposo y de padre es lo único que les puedo legar! - O h , tú no morirás -exclamó Adelaida dolorosamente- No! aparta de mi mente ese horrendo cuadro, yo imploraré, yo rogaré, me arrastraré á los pies de ese hombre. No! dijo Avellaneda -será todo inútil, mi muerte debe estar decretada, y Rosas no sabe qué cosa es la piedad. Deja que se cumpla mi destino; tú debes conservarte para nuestro hijo; no me lo dejes completamente desamparado sobre la tierra...! Él te recordará los días que hemos pasado juntos en el mundo, en él revivirá mi nombre y mi recuerdo! Y al decir esto besó á Adolfo en la frente. -Papá; déjame morir contigo como el hijo de aquel valiente capitán, que fusiló Rosas, en San Nicolás de los Arroyos junto con su padre! - d e c í a el niño 18 . - ¿ Q u é dices Adolfo? - N o , hijo mío; vive para consolar á tu madre y para vengar un día tu Patria, si es que ese tirano que hoy la despedaza no ha caído ya en holocausto de tanta sangre como ha derramado. - O h , papá! Cuánto odio á ese hombre! - N o odies el hombre, respondió el preso; detesta el tirano de tu Patria; no lo odies porque asesina á tu padre, al fin yo no soy más que un miserable grano de tierra; detesta en Rosas, el opresor de tus paisanos, el enemigo de la ley, del honor, de la virtud y cuanto noble y buena tendencia tiene el corazón del hombre; cuando llegues á serlo, no persigas á ninguno de su familia, porque ellos no tienen la culpa de sus crímenes. Adelaida -prosiguió dirigiéndo-

18

D. Manuel Belgrano, cuya familia está proscrita [...] y algunos fusilados (La autora).

Capítulo

VI: La novela

189

se á su mujer- que el ejemplo de tu marido que va á perecer en el cadalso, no te haga infundir egoísmo y dureza en nuestro hijo; críalo como hombre, enséñalo temprano á luchar contra la opresión, enséñalo á considerar en cada semejante un hermano. Adolfo dijo, volviéndose á este - m i r a que todos los hombres son hermanos; nunca niegues á tu semejante aquel amparo o servicio que exija de ti, sé generoso con todos, parte tu pan la mitad para ti y la otra para quien veas que lo necesite. Sigue la carrera de las leyes, pero no con el fin de enriquecerte; no defiendas sinó aquellos que en tu conciencia reconozcas justos y no llores dinero á los pobres sino aquel muy absolutamente preciso para no hacerte daño á ti mismo. Nunca seas Juez para no verte obligado á firmar la muerte de un hombre: eso es bárbaro y anti-humanitario. Nunca seas fiscal porque el papel de acusador es infame. La defensoría de menores y esclavos es la más bella colocación posible; aspira á ella y vé de obtenerla para ser verdaderamente el apoyo de los desvalidos [...]. Adolfo oía á su padre con una especie de veneración religiosa, en tanto la deseperación de Adelaida aumentaba gradualmente, al paso que más y más profundizaba la horrible pérdida que hacía en un esposo adorado y en un hombre de tantas virtudes, que defería tanto del común de los individuos. Desde que naciste, hijo mío -prosiguió el Doctor- me ocupé de escribir un tratado particular para tu educación moral, está entre mis papeles y ruego á tu madre que si puede salvar nuestro equipaje te enseñé a leerlo todos los días y te expliqué constantemente aquellos puntos que tú no entiendas, siguiendo las máximas que yo he trazado para ti, allí darás la mejor prueba de respeto y amor á mi memoria. Cuando un día quieran echarte en cara mis cadenas y el patíbulo que me espera, recuerda que tu padre te dice ahora, últimos instantes en que te ve, que muero víctima de un tirano feroz y sanguinario, mis crímenes son: mi amor al país donde he nacido, un nombre sin mancilla y un poco de inteligencia que Dios ha querido concederme [...]. En aquel momento un trueno espantoso retumbó y un relámpago hizo empalidecer la luz de la hoguera, iluminando la colosal figura del Dios-hombre crucificado. Los silenciosos sentinelas se santiguaron. La tormenta rompió enteramente en su furor. Avellaneda a pesar de sus cadenas, medio se sentó sobre la paja, su hijo y su mujer lo rodearon con sus brazos y los tres quedaron unidos como un solo individuo! Avellaneda continuó: -nunca me han parecido tan dulces vuestras caricias como en este momento! Será porque es la última vez que mis ojos os ven, que

190

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

oigo el eco de vuestra voz, que escucho las palpitaciones de vuestros corazones [...]. -Pobres! - d i j o - reuniendo aquellas dos cabezas queridas sobre su pecho! Yo soy el más feliz de los tres! Yo voy á morir [...]. Pero vosotros que siempre vais á echarme de menos [...]. Oh! quién podrá nunca colmar el vacío inmenso que vos dejás! -prorrumpió su m u j e r - Oh! Dios no es justo cuando consiente al crimen triunfar de la virtud y de la inocencia! Avellaneda no respondió, temiendo que su voz no traicionase las violentas emociones de su corazón. - A l fin era mortal, era joven aún, y dejaba tras sí, una existencia doméstica lo más feliz posible. Le costaba separarse y dejar abandonados sin consuelo aquellos dos seres tan amados! Desde el momento en que les dijera adiós en el cadalso siempre habrían de transcurrir algunos días, cuya soledad y amargura lo asustaban más que las bocas de los fusiles asentadas á su pecho. El silencio volvía á reinar absoluto, cuando entró el Juez de Paz con otros personajes que habían venido del pueblo del Baradero con el fin de hacer un sumario al inocente Avellaneda. El proscripto pensó que su última hora había llegado. C A P Í T U L O XI PROCESO DE UN UNITARIO...

[...] Cuando el Juez de Paz entró en la capilla con sus dignos acompañantes, mandó poner en pié á Avellaneda, sentáronse ellos en las gradas del altar, y para llevar a cabo la farsa principió el interrogatorio. Acerquen á ese salvaje unitario para aquí - d i j o el Juez. Dos guardias colocaron el preso en frente á sus torpes verdugos y continuaron á sostenerlo porque el peso de las cadenas con que lo habían cargado no le dejaba movimiento alguno, impidiéndole guardar un perfecto equilibrio en pié sin ayuda de los otros. De la manera como lo colocaron quedaba frente á frente con la imagen de Cristo y fijos los ojos en aquel símbolo de la redención y del martirio, esperó sereno e indiferente el principio de aquella indigna ficción de la justicia. Avellaneda cargado con los honrosos grillos de la tiranía, ante la figura de Dios-hombre crucificado, en tanto que sus sicarios volvían las espaldas al altar, parecía allí como el símbolo de la humanidad esclavizada demostrando toda la inutilidad del sacrificio y martirios del Cristo.

Capitulo Vi: La novela

191

- E s Vd. -preguntó el J u e z - el salvaje asqueroso unitario Valentín de Avellaneda. - S o y -contestó el proscripto- el Doctor Don Valentín de Avellaneda, abogado de profesión y amante de mi patria como debe serlo todo hombre de honor. - J u e z - D é j e s e Vd. de pataratas- Vd. es un salvaje unitario. -Felizmente -replicó el Doctor- ni Vd. ni los suyos saben lo que dicen; en cuanto á su amo de Vd., ese sabe perfectamente lo que hace y lo que dice, como sea conveniente á su sistema. - N o insulte Vd. al gobierno. - H a c e mucho t i e m p o que no hay gobierno en la República Argentina, sino un tirano atroz que la enluta y destroza. - Y no poder degollar ahora mismo este hombre! Murmuró el Juez; de ahí continuó en voz alta. - P o r qué ha venido Vd. al Paraná? - P o r q u e era el camino para Corrientes. -Mentira! Vd. venía á desembarcar con el fin de atentar á la tranquilidad del país y tal vez á la preciosa vida de S.E. el ilustre Restaurador de las leyes. - A c a b e Vd. si es su intención hacerme fusilar ahora mismo, lo prefiero yo á escuchar tantas infamias y desatinos de la boca de un hombre que se llama Juez de Paz!!! Título sagrado que está profanando el vil ejecutor de las venganzas de un déspota. - M o d é r e s e Vd.!!! - S i l e n c i o ! Ciervos del Tigre argentino! Silencio á la voz del libre y del patriota! Del hombre que lleva alta la frente y pura la conciencia, del hombre que marchará al suplicio más sereno que sus verdugos, más sereno que el monstruo que no podrá dejar de temblar azorado cuando sepa mi muerte!!! Adelaida y su hijo de rodillas con las manos tendidas hacia el proscripto parecían implorar que no acelerase su muerte. El Juez de Paz confundido con aquella palabra, rápida, vibrante y sonora, con aquella mirada noble y majestuosa que á su pesar le obligaba á bajar los ojos buscaba en su mente insultos y sandeces con que contrarrestar el lenguaje soberbio y soberano de Avellaneda. A los dos hombres de cada lado del altar, les temblaba la carabina en el hombro. A Simón le parecía oir sus héroes Moreno y Castelli a b o g a n d o por los derechos hollados del hombre. Miguel por la primera vez de su vida comprendía el inicuo papel que había representado por ignorancia de verdades que ahora como rayos herían su dormida inteligencia y la despertaban de un golpe.

192

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

Mientras que Avellaneda apenas pudiendo sostener sus hierros, con el rostro animado, el ojo brillante, la sonrisa del desprecio en los labios parecía burlarse de sus acusadores y gozar del imperio absoluto que su alta inteligencia y su virtud le daban sobre aquellos bárbaros. Señores - d i j o el J u e z - están Vds. oyendo la audacia, la terquedad de hereje, taimado y sucio unitario; él insulta las leyes de la patria en la persona del Ilustre Restaurador de las Leyes; qué más prueba de su contumacia? Señores no lo dudemos. Este vil, traidor y salvaje inmundo asqueroso unitario venía con el designio de asesinar á S.E. y revolucionar el país. Señores! Firmemos el acta de acusación y una felicitación á S. E. porque la Divina Providencia se ha dignado conservar sus preciosos días, salvándolo de las asechanzas de ese feroz y contumaz unitario. Una carcajada sarcàstica y feroz resonó en medio del silencio que hizo estremecer los circundantes y que perdiéndose entre las arcadas de la iglesia parecía repetirse en cada uno de sus ángulos. Todos miraron en torno de sí agobiados pero nadie sospechó que fuera ninguno de los que allí estaban. Si hubieran podido penetrar las espesas sombras que cubrían el coro, habrían podido distinguir el bulto de un hombre que llevaba en la cabeza una gorra de piel de oso y una cicatriz en el rostro que le hacía de una cara dos. Hombre satánico que se burlaba de Dios y del infierno, del bien y del mal. El juez de Paz continuó: - E s t e debe ser algún salvaje unitario escondido entre estas ruinas. Otra carcajada respondió á estas palabras. Los campesinos empezaron a temblar azorados creyendo que sería el ánima de algún fusilado que andaba errante por aquellos agrestes sitios y todos principiaron á rezarle un padre nuestro en voz baja con el fin de su descanso eterno. El Juez de Paz, á más de su superstición natural, temía ver su dignidad comprometida y temiendo si hacía otra alusión á los unitarios que otra nueva risada no lo comprometiera más y más, trató de que se firmaran los dos papeles, cuyo contenido era obra del mismo Rosas. Después de firmados, volvió á sentarse y habló así: Señores: nosotros podíamos hacer fusilar en el instante este monstruoso unitario. Un sollozo de A d o l f o interrumpió al Juez, al m i s m o tiempo, un rayo cayendo en algunos de los apartados aposentos del monasterio hizo estremecer el edificio hasta en sus cimientos. El horror de la tempestad, los rugidos de las fieras y el sitio en que se encontraban tenía sumamente atemorizados los gauchos.

193

Capítulo VI: La novela

Sólo tres de entre aquellos hombres eran insensibles á vanos temores. El viejo lancero, porque el había oído la voz de la tormenta entre los Andes, allí donde moles inmensas de nieve rodaban con estrépito al abismo y donde gruesas piedras volaban como simples granos de arena. Miguel, porque su alma era más elevada y animosa y porque en aquel momento se operaba en él una de aquellas revoluciones extrañas que mudan un individuo totalmente en otro. Y Julián, quien era de un natural salvaje y feroz y ardía de odio y de venganza contra la familia del proscripto, contra Miguel y hasta contra el viejo Simón, que nada había hecho sino sorprender su acción en el bosque. El juez continuó: Sin embargo, de los delitos de este asqueroso unitario que merecía la muerte ahora mismo creo que debemos entregarlo vivo en las manos de S.E. Apoyado!!! -contestaron las otras máquinas judiciarias. -Yo mismo en persona quiero ponerlo á la disposición del Ilustre Restaurador de las Leyes. -Estoy muy cansado de estar en pié -dijo el preso- acabe Vd. su farsa y dejéme descansando una vez que no muero ahora y que debo prepararme á probar todas las torturas que el tirano me imponga: bueno será contemplar mis fuerzas para que la división de los tormentos que me prepara. Le dure más tiempo. El Juez se levantó diciendo: -Acomoden este asqueroso unitario por ahí; múdense las guardias y téngase pronto para partir cuando yo lo ordene. Avellaneda volvió á ser acostado sobre la paja, puso su hijo á su lado en tanto que su mujer de rodillas ante el altar se preparaba á pasar orando el resto de la noche. Los centinelas fueron renovados y todo volvió á quedar en el más profundo silencio. CAPÍTULO XVII LA CASA DE ROSAS POR DENTRO Después de la descripción que acabamos de hacer, nuestros lectores no deben esperar que contraposición ninguna siga á lo que dejamos descripto. Es una verdad innegable que el individuo imprime su carácter á cuanto lo rodea; cada objeto que le pertenece, tiene en sí algo peculiar al dueño; el vestido, los muebles, la cosa más insignificante, se pueden considerar como otros tantos rasgos de la persona que se quiere estudiar.

194

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

Por eso, la barbarie, el salvajismo, el retroceso de toda idea de civilización están impregnados en la atmósfera de la casa Rosina; por eso no debemos buscar allí la armonía pacífica de la familia, la santa poesía del hogar doméstico, el todo que representa y caracteriza las gentes de vida laboriosa y tranquila, de conciencia pura y alma virtuosa... Es verdad! el semblante es la máscara del ser moral; la palabra puede ser el resultado del cálculo y no del sentimiento, el intérprete de la mentira y no de la verdad y el honor; pero es imposible nunca que el todo que representa y compone la familia pueda engañar; es imposible que una familia de asesinos pueda nunca tener el aire de una familia de buenos y honrados individuos. En cualquier clase de la sociedad, que coloquemos los dos tipos antípodas, el vicioso y el virtuoso, ellos tienen rasgos tan particulares y tan suyos que son inequivocables. Los individuos de la familia Rosas son varios; pero nosotros sólo conoceremos aquéllos que tengan relación con esta historia. El mismo desorden que reina en las instituciones reina en la sociedad, y después en el interior de la familia. La Federación tal cual como él la entiende, es decir, matar, robar, oprimir á sus semejantes, reina también en el interior de su casa, donde hace soplar á fuelle y chicotear á quien le desagrada, y á veces por un mero entretenimiento. En la sala de recibo se tienen generalmente las señoras de la casa; es aquel el lugar donde se reciben las continuas felicitaciones, se decreta la ruina de tal ó cual familia, la muerte de tal ó cual individuo... mas no apresuremos los acontecimientos! Conduciremos al lector á una de las escenas domésticas de la vida privada del tirano. Las cuatro de la mañana daba la campana del Cabildo; Rosas terminaba su comida; los que estaban en la mesa se levantaron y su hija Manuela bajó dándole las buenas noches, á los otros pisos de la casa. Rosas ocupa el mirador y generalmente se echa á reposar sobre un sofá porque el sueño, ha mucho tiempo que no viene á sus ojos. En el fondo de la sala están dos armarios que constituyen un archivo; á poca distancia su gran mesa de despacho, sillas esparcidas por el cuarto; en un rincón, un braserito con una caldera de agua hirviendo para el mate y cerca de ellas las preparaciones necesarias. Al entrar Rosas á su cuarto, iba seguido por dos grotescos personajes que tendremos ocasion de encontrarlos aun en el resto de esta historia. Rosas, es alto y grueso; su tez blanca, fina y rosada; la cabeza inteligente, las cejas finas, los ojos azules claros, de mirada escrudiñadora y feroz; la nariz larga y aguda; la boca sumida, con labios apenas perceptibles.

Capítulo

VI: La novela

195

Parece que aquel hombre no nació ni para sonreírse ni para permitir en sus semejantes el más breve destello de placer; es uno de aquellos individuos que ciertamente nacieron para aflixión del género humano; como si dijéramos la epidemia personificada. Su edad será de unos cincuenta y siete ó cincuenta y ocho años. Sus cabellos rubios y sedosos empiezan á encanecer, porque así como la desgracia, el crimen ejerce sobre los individuos su temible influencia! Los dos personajes que lo seguían, eran dos grandes mulatos, asquerosos y sucios, casi desnudos respondiendo á los nombres de Bigúan y el otro al de Mulato Gobernador! Estos dos infelices, medio idiotas, medio locos, son las víctimas de todos los caprichos y barbaridades de Rosas, son sus graciosos particulares; porque Rosas como los antiguos monarcas de la edad media tiene sus locos ó bufones con que divertirse. La única diferencia es que él se ríe no de las agudezas de éstos porque son dos locos insulsos, sinó de los tormentos que les hace sufrir, cuando está de mal humor. Al echarse sobre el sofá - d i j o - mientras llega la hora del mate voy á echar una sestiada; vamos mis mulatos, para poder dormir á mi gusto, hagan ahí una cuestión entre los dos y que sea fuerte. Al decir esto se acostó poniendo á su lado, un grueso chicote, y el inevitable fuelle. - Y sobre que ha de ser la cuestión? -preguntó Bigúan. -Sobre cual de vosotros dos, merece mejor ir en mi lugar al primer convite ó baile que se me dé. -Bravo! -dijeron ambos mulatos, dándole palmas. Rosas cerró los ojos sin perderlos de vista, y los dos antagonistas dieron principio, hablando ambos casi al mismo tiempo, cosa que infinito divertía á su amo. - D e b o ser yo naturalmente quien vaya en lugar de Juan Manuel - d i j o el m ulato-gobernador. - N o hay tal, Juan Manuel sabe bien lo que hace para mandarte á ti que eres un mulato más asqueroso que un unitario; yo que soy el inmortal Bigúan debo de ser el que vaya! - T ú eres un pedazo de borrico! - Y tú un carnero! -Yo soy el mulato-gobernador! - Y vo soy Bigúan, á quien soplan dos y tres veces por día, con el objeto de salvar, á la entrada de Corbalán y Victorica! 19

19

Esto es histórico y Rosas lo ejecutó por vez primera el año 1830, en un consejo de ministros. Esta nota así como las que siguen son de Juana Manso.

196

M C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

-También me soplan á mí! Y sobre todo yo fui quien en el coche de gobierno, fui al banquete dado por los guardias nacionales á Juan Manuel 20 mi aparcero! por más señas que me emborraché de lo lindo y vomité sobre la mesa! -Linda gracia! -Vean que político; che! cuidado! - É a loco! -Cállate tú borrachón! -Silencio canalla! Una larga serie de frases incoherentes siguió, entre tanto Rosas fingía dormir. Así que los locos comprendieron esto, haciéndose señales de inteligencia, los dos se callaron y fueron cada uno á echarse en un rincón porque caían de sueño y cansansio. Rosas los dejó cerrar los ojos y así que su respiración tranquila y sonora anunció ese sueño de quien descansa con placer de un trabajo forzado, Rosas se levantó despacio, tomó el fuelle y se acercó al mulato-gobernador; el infeliz despertado tan terriblemente, sufría su tormento en silencio con gesticulaciones indecibles y contorsiones espantosas, que hacían reír á Rosas con esa risa de tigre que no se puede describir; así que el mulato no podía aguantar más, lo dejó y tomando el chicote, empezó una fuerte tunda sobre Bigúan, que despertado de sobresalto quiso gritar, pero su amo le ordenó de reír en vez de llorar, porque esta contraposición lo divertía, al paso que el otro mulato había comenzado lo que en su lenguaje bárbaro, él llamaba una salva. Era este un momento de buen humor para Rosas! una de sus diversiones favoritas, y escenas del interior de su vida privada. Estaba ya harto de reír, cuando Corbalán se presentó, habló un momento con él, salió y volvió acompañado de un hombre bajito con una gorra de piel de oso, en la cabeza, la que se quitó respetuosamente al entrar, descubriendo su rostro, desfigurado por una enorme cicatriz. Rosas sentóse al pie de la mesa con aire severo, y el individuo quedó de pie y á corta distancia. Esto prueba que entre los malvados hay también su gerarquía y que Rosas no es un malvado ordinario.

[...]

20

Histórico. 1855.

197

Capítulo VI: La novela

CAPÍTULO XXII LA MAZHORCA Frente á un inmenso paredón, llamado el Juego de Pelota, en una casa de regular aspecto, pero sucia y mal conservada, se tenían en aquel tiempo las asambleas mazhorqueras. Eran poco más ó menos las siete de la noche cuando los miembros de aquella horrible sociedad principiaron á venir. Era esta reunión en una sala interior sumamente grande y capaz de contener los doscientos y tantos individuos que componían la sociedad. Una grande mesa, cubierta de un sucio mantel y cargado de botellas de bebidas, estaba en medio del cuarto, esperando por la orgía. En uno de los cuartos interiores ya estaban reunidas las dignas esposas o amantes de aquellos bandidos. En la cocina, porción de negros; se ocupaban de los asados y frituras que debían componer la cena de aquella noche. Los muebles eran pocos y en ruina, el resto de la casa estaba enteramente despojada. Los mazhorqueros en grupos diseminados por toda la casa, (cuya iluminación eran unas hediondas candilejas) -conversaban sobre la importante captura de Avellaneda, la habilidad, el talento y el patriotismo de Rosas; empezaban también á tirar indirectas odiosas sobre el Doctor Maza y su hijo, del que no podían sufrir, las maneras finas y verdaderamente superiores. Formábanse, mil proyectos de muerte y de venganza sobre el preso y sobre el resto de su familia. Por otra parte se discutían los asuntos de la guerra civil en Montevideo, se comunicaban las noticias favorables y el eterno refrán de odio, muerte venganza sobre todos los unitarios, se repetía en coro por todos. Nosotros no repetimos al lector palabra por palabra de estos horribles diálogos, para evitar las repeticiones de semejante bárbaro lenguaje. Poco tardó en llegar el triunvirato terrible de la Mazhorca -Salomón, Parras y Cuitiño. El primero de estos individuos era el presidente, y los otros dos, los más famosos asesinos del siglo xix. Corbalán los acompañaba esta noche, semejante siempre á la parca, en vez de guadaña traía la larga espada al lado, y la peluca constante en su movimiento de rotación alrededor de su cabeza, así como un planeta alrededor del sol, ocasionaba en aquel momento el eclipse del ojo izquierdo del edecán, por la justa posición del voluminoso jopo entre el rayo rimal y la luz, este accidente hacía como que el elástico del coronel se posara enteramente sobre su oreja derecha, de manera que sintién-

198

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

dose sordo de un oído y ciego de un ojo, Corbalán se proponía en cuanto concluyera las comisiones, ir á consultar un médico, atribuyendo á la fatiga de aquel día la pérdida de dos órganos tan importantes, la vista y el oído. Julián formaba el quinto personaje de la nueva comitiva. El dinero de Rosas, había servido á metamorfosearlo completamente; el vestido ordinario del gaucho estaba sustituido por un vestido completo, de paño pardo, único color que no estuviese proscripto 21 , un chaleco grana hacia resaltar su color cetrino, no tenía corbata porque en su vida se la había puesto, el sombrero con una anchísima divisa era de la misma forma, y unos zapatos negros de badana hacían menos mal á Julián que cualquier otro calzado con que hubiera reemplazado sus botas de potro. Salomón, el digno jefe de la Mazhorca, antes de esta época de sangre, ya se había hecho célebre en los fastos del Himeneo, por haber enterrado cuatro consortes; según aseguraba el vecindario éstas damas morían todas, en fuerza de los muchos palos, puntapiés y malos tratamientos del tierno esposo; conocimos este modelo de los esposos en su quinta mujer y tuvimos ocasión de presenciar el extremoso frenesí con que la arrastraba de los cabellos y le daba de bofetadas una tarde en que Salomón había tenido una larguísima entrevista con el dios Baco, de cuya secta es muestra, héroe y furioso partidista. Tuvo un hermano, á quien ahorcaron por asesino y ladrón. Ante de llegar á ser presidente de la Mazhorca, Salomón era, lo que llaman en el Río de la Plata, pulpero, que vertido al español quiere decir tabernero. Decimos vertido al español, no porque allá no se hable este idioma, sino porque la diferencia de costumbres ha introducido en el lenguaje multitud de palabras que no pertenecen á idioma alguno, particularmente en la manera de hablar del pueblo. Salomón es viejo y creemos que, descienda de la unión entre indígena y mulato. Tiene el color y el cabello de los pampas, la boca gruesa y la soberbia natural de los mestizos, reunida en una alma de demonio, y un espíritu mezquino y limitado; si el "pecado" pudiera tener cara y personificación se encontraría en Salomón. Parras es un mulato colosal, de pie descalso, porque ni la bota de potro le viene bien; era peón de matadero, borracho y cuchillero de los que llaman en Buenos Aires, "no me corte compadre"; antes que Rosas lo hiciera coronel.

21

En Buenos Aires están proscriptos el celeste, los colores que á éste se aproximan y el verde, como distintivos de opiniones políticas.

Capítulo

VI: La novela

199

De manera que Parras, no pudiendo á pesar de su deseo, calzar bota y pantalón, traía siempre el calzoncillo largo, el pie descalso, su chiripá colorado y una rica casaca militar, toda bordada con sus dos charreteras de oro; por sobre el collarín de terciopelo mordoré, asomaban los cuellos mugrientos de su camisa que por costumbre antigua se mudaba cada quince días. Una rica faja de seda ajustaba su corpulento talle, un puñal grande se sostenía atravesado en la faja, y un sable ordinario y sucio le pendía al lado derecho, porque Parras es zurdo. Su cara es feroz aunque afeitada, conservando sólo las motas escasas del bigote; su cabeza donde, jamás entra peine, lleva un rico elástico con un penacho blanco finísimo. Sucio, inmundo, grasiento y feroz, Parras es uno de los famosos héroes de lo que Rosas llama "La Federación". El coronel Parras tenía á su disposición una partida de cincuenta mazhorqueros, que hacían las veces del regimiento, que en su calidad de coronel debía mandar. Cuitiño, coronel de Rosas también era á más de eso "Juez de Paz" de una sección; antes de llegar á estos puestos creemos: que era oficial de zapatero ó lomillero. De los tres, el más instruido es Salomón, pues con el motivo de tener taberna, sabía escribir un poco; contaba tal cual bien por los dedos y en lugar de llamar los extrangeros "de gringos" carcamanes o bistéques los llamaba politicamente -godemis- lo que entre los suyos pasaba por un inglés correcto y por término fino. El y Cuitiño se calzaban, usaban corbata y en fin pasaban por hombres de mundo y sabían sentarse derechos; en cuanto á Parras, una vez sentado cruzaba una pierna sobre la otra á manera de un 4 y principiaba á escarbarse los dedos de los pies y á raspar el talón con el cuchillo y era esta manera que el orador mazhorquero obtenía sus mejores triunfos. Los miembros de la Mazhorca, gentes de la ínfima clase de la sociedad, ordinarios y chavacanos, tienen una gran semejanza entre sí; y nuestros lectores pueden imaginárselos todos poco más ó menos, como los tres jefes cuyo bosquejo hemos trazado á la lijera. Buscar algún rasgo característico ó distintivo entre esta gente, sería inútil; tal vez Julián, este gaucho fanático, era el único original cuyo carácter puede tener alguna leve diferencia con la masa de sus compañeros. Por lo demás uno ó único es su objeto, degollar, robar y cometer toda clase de latrocinios. En la época en que estamos aún, los desórdenes no habían llegado á su extremo, y la Mazhorca no era lo que llegó á ser después, como se verá al paso que los acontecimientos que nos ocupan se vayan desenvolviendo naturalmente.

200

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

A la entrada del presidente y su comitiva, los mazhorqueros se apresuraban todos a reunirse en la grande sala, la cena fue puesta en la mesa y los corchos de las botellas volaron. El presidente presento á Julián como un nuevo sectario de la "Sociedad Popular Restauradora", un aplauso lo saludó, el segundo brindis fue á su salud, porque el primero era siempre de Rosas, y la cena comenzó. Así que las cabezas empezaban á calentarse con los espíritus, Salomón se paró en su silla dijo: Señores orden! Orden! Orden! repitieron los mazhorqueros. ¡Señores! estoy encargado por el supremo jefe de la República, nuestro ilustre restaurador de las leyes! ¡Viva! gritaron todos. Silencio amigos! continuó Salomón, si empiezan a gritar se me interrumpe el hilo 22 . Como iba diciendo, el restaurador me encarga que acompañado por todos vosotros vaya mañana á la Alameda 23 á desembarcar al salvaje unitario Avellaneda, pues será paseado en triunfo por las calles, para que vea todo el mundo, que realmente venía á asesinar al gobierno!... El día de mañana después que su excelencia decida el destino de ese salvaje unitario, será consagrado á beber á la salud de S. E.; en seguida, armados de tijeras y navajas cortaremos, todas las barbas que encontremos, porque vosotros no sabéis que la patilla cerrada forma una U que quiere decir unitario!!! Es necesario hacer cesar el escándalo!!! ¡¡¡Abajo las barbas!!! -gritaron todos. Acabo señores! Estáis autorizados por S. E. para llevar un chicote en la mano con el fin de corregir los perversos y perversas unitarias que no lleven la divisa federal! Estáis autorizados a pegarles un moño celeste con brea en la cara! He dicho!!! Interminables aplausos y vivas siguieron! Esto visto y oído á medias por Corbalán, se retiró á dar cuenta de su comisión, lo más breve posible pues á más de la privación de uno de los dos órganos impedidos, sentía en ellos un calor extraordinario y quería ver al médico y curarse cuanto antes mejor. Una de esas orgías espantosas é interminables, siguió..., la moral nos aconseja correr sobre ella el velo del silencio!

[...] 22

Pedimos perdón a nuestros lectores de usar este lenguaje chavacano, pero no hace-

mos sinó copiar el original, llenando nuestro deber de escritores. 23

Así es llamada una porción de la orilla del río donde hay algunos árboles y asien-

tos; fue lugar m u y concurrido en otros años más felices para aquél pueblo; hoy ha sido teatro de mil crímenes y horrores.

200

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

A la entrada del presidente y su comitiva, los mazhorqueros se apresuraban todos a reunirse en la grande sala, la cena fue puesta en la mesa y los corchos de las botellas volaron. El presidente presento á Julián como un nuevo sectario de la "Sociedad Popular Restauradora", un aplauso lo saludó, el segundo brindis fue á su salud, porque el primero era siempre de Rosas, y la cena comenzó. Así que las cabezas empezaban á calentarse con los espíritus, Salomón se paró en su silla dijo: Señores orden! Orden! Orden! repitieron los mazhorqueros. ¡Señores! estoy encargado por el supremo jefe de la República, nuestro ilustre restaurador de las leyes! ¡Viva! gritaron todos. Silencio amigos! continuó Salomón, si empiezan a gritar se me interrumpe el hilo 22 . Como iba diciendo, el restaurador me encarga que acompañado por todos vosotros vaya mañana á la Alameda 23 á desembarcar al salvaje unitario Avellaneda, pues será paseado en triunfo por las calles, para que vea todo el mundo, que realmente venía á asesinar al gobierno!... El día de mañana después que su excelencia decida el destino de ese salvaje unitario, será consagrado á beber á la salud de S. E.; en seguida, armados de tijeras y navajas cortaremos, todas las barbas que encontremos, porque vosotros no sabéis que la patilla cerrada forma una U que quiere decir unitario!!! Es necesario hacer cesar el escándalo!!! ¡¡¡Abajo las barbas!!! -gritaron todos. Acabo señores! Estáis autorizados por S. E. para llevar un chicote en la mano con el fin de corregir los perversos y perversas unitarias que no lleven la divisa federal! Estáis autorizados a pegarles un moño celeste con brea en la cara! He dicho!!! Interminables aplausos y vivas siguieron! Esto visto y oído á medias por Corbalán, se retiró á dar cuenta de su comisión, lo más breve posible pues á más de la privación de uno de los dos órganos impedidos, sentía en ellos un calor extraordinario y quería ver al médico y curarse cuanto antes mejor. Una de esas orgías espantosas é interminables, siguió..., la moral nos aconseja correr sobre ella el velo del silencio!

[...] 22

Pedimos perdón a nuestros lectores de usar este lenguaje chavacano, pero no hace-

mos sinó copiar el original, llenando nuestro deber de escritores. 23

Así es llamada una porción de la orilla del río donde hay algunos árboles y asien-

tos; fue lugar m u y concurrido en otros años más felices para aquél pueblo; hoy ha sido teatro de mil crímenes y horrores.

202

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

Los sollozos sofocaban ¿ A d e l a i d a , y su hijo con aquella simpatía natural por su madre lloraba también. - Q u é h o m b r e s tan c r u e l e s ! - decía ella a h o g a d a en l á g r i m a s - f u s i l a r un inocente! - I n o c e n t e llama Vd. á un salvaje unitario - d i j o el Juez. - D é j e l a Vd. hablar - r e p l i c ó J i m e n o - á quien hace caso de Unitarios! N o ve Vd. que están locos!!! Los alaridos de la Mazorca y del populacho llegaban hasta á abordo. - O i g a Vd. - c o n t i n u ó J i m e n o - , oiga Vd. el eco del Pueblo q u e pide sin d u d a la cabeza del salvaje Unitario! A q u e l l o s gritos tan s i n i e s t r o s y horribles, p u s i e r o n en pié la d o l o r i d a m u j e r ; sus lágrimas se secaron, su rostro pálido, su mirada ardiente, su negra cabellera flotando al viento parecía la imagen viviente de la desesperación. - H o l á ! - d i j o J i m e n o - venga el preso, el pueblo lo pide!!! El j u e z de Paz llamó su gente y se dirigieron á la bodega. - N o ! aún no! gritaba Adelaida fuera de sí. J i m e n o la agarró por un brazo y la e m p u j ó de m a n e r a que casi va al río. A d o l f o f u r i o s o le agarró una m a n o y se la m o r d i ó con tanta f u e r z a que J i m e n o le dio un horrible puntapié, pero el m u c h a c h o lo sufrió en silencio y f u e á abrazar á su madre que había quedado contra el borde pálida e inmóvil. Los hombres que habían bajado a la bodega tornaron á subir con el preso. Al verlo su mujer y su hijo se echaron en sus brazos olvidados de su situación y entregados al placer que sentían de apretarlo á sus corazones. Avellaneda, á pesar de sus cadenas, los abrazaba también con delirio acaso por la última vez. A q u e l l a escena muda, de lágrimas y suspiros ahogados, solo á aquellos tigres no podía conmover. En cuanto á los marineros genoveses que estaban á bordo lloraban sin reserva ninguna. La Mazorca impaciente arrojó un horrible alarido y Avellaneda entregado hasta aquel instante á las caricias de los suyos ignoraba dónde estaba; pero al oir aquel b r a m i d o de fieras v o l v i ó el rostro y la ciudad de Buenos Aires se encontró ante sus ojos. Un rayo de gozo bañó el pálido semblante del proscripto y tendiendo los brazos cargados de cadenas hacia la tierra exclamó: ¡¡Patria! Patria mía!!! - V a m o s - g r i t ó J i m e n o - , B a s t a de c o m e d i a ! ea! - d i j o á los s o l d a d o s échenlo á la Ballenera! Los h o m b r e s obedecieron y arrancaron el Doctor de los queridos brazos que lo rodeaban. - B á r b a r o s ! - d e c í a A d e l a i d a - porque no m e quitáis primero la vida!...

Capítulo VI: La novela

203

- D e j a d m e mi papá, asesinos! -exclamaba Adolfo. En cuanto á Avellaneda, se conducía como hombre, sin arrojar un grito ó derramar una lágrima. - A d i ó s ! Adiós! - m u r m u r a b a entre sollozos su m u j e r - . Adiós para siempre!!! Y al proferir estas palabras cayó sin sentidos. El niño empezó a llorar con ese lamento f ú n e b r e de los niños cuando tienen realmente dolorido el corazón. A estos lloros se mezclaban los alaridos horrendos de la Mazorca. La ballenera se separó llevando el preso. En ella iba Jimeno, el Juez con su gente y Caccioto. Del otro lado de la borda se acercaba un bote, y dos hombres disfrazados de marineros ingleses subían á la balandra. Cuando Adelaida volvió en sí, su hermano Ramón y el coronel Rojas estaban á su lado.

204

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin EDUARDA MANSILLA DE GARCÍA

(Argentina 1834-1892)

Ambientada en la provincia de San Luis, en Argentina, narra la vida de la familia de un médico inglés allí establecido. La autora pone en boca de su protagonista sus ideas sobre la educación y sus opiniones políticas en cuanto a las divisiones partidistas que separan a federales de unitarios. *

*

*

EL MÉDICO DE SAN LUIS CAPÍTULO I

La famila de Wilson. -Semejanza de las niñas -Caracter de Jane Wilson. Siempre he pensado que el mayor o menor grado de felicidad que se alcanza en la vida, está en razón directa de nuestras aspiraciones. Así yo me fui siempre sobrio en mis deseos, me considero feliz porque he conseguido realizar aquello que desde mis primeros años, formó la base de mis más caras esperanzas. Cinco años después de mi llegada a América, sin más recursos que los buenos o malos estudios hechos en la Universidad de Edimburgo, tuve la suerte de casarme. Y si como a mi compañero Gifford, la fortuna no me ha prodigado sus más pingües favores, puedo asegurar que en el corazón de mi María he hallado una mina inagotable de bondad y dulzura. Han pasado ya veinticinco años desde el día en que su anciano padre me la entregó en la puerta de la casa que hoy habitamos; y un solo día no he dejado de bendecir el dichoso instante que me inspiró la idea de encaminarme a la provincia de San Luis. Sin embargo, algunos sinsabores he experimentado en el curso de mi vida. Mi primer hijo, desde la más tierna edad, fue delicado y enfermizo; sólo el cuidado de todos los momentos que la madre sabe prodigar al hijo enfermo han podido librar a mi Juan de una temprana muerte; no obstante los habitantes de estos alrededores aseguran que mi hijo no debe la vida sino al saber extraordinario y milagroso del médico inglés. ¡Pobres gentes, muchos fían en la omnipotencia de mi ciencia; así nada conmueve más mi corazón que escu-

Capitulo

VI: La novela

205

char los acentos tan sinceros con que a la cabecera del enfermo ponen la vida de aquél en mis manos, confiando en mí a quién creen un agente directo de la Providencia! Algún tiempo después mi buena María hízome padre de dos niñas gemelas, tan frescas y sonrosadas, cuanto su hermano había sido pálido y enfermizo. Sara y Lía a la edad de quince años podían compararse a la mañana de un bello día de primavera. El azul del cielo americano se refleja en sus ojos, y sus cabellos dorados y abundantes semejan las cargadas espigas de trigo que cosecho todos los años en mi pequeña hacienda. Tienen todo el tipo inglés. Se parecen mucho a mi madre; no obstante poseen ese misterioso encanto inherente a la mujer americana, que no ha sido explicado aún por ningún fisiólogo. Tan completa es su semejanza que en los primeros años, para distinguirlas, necesitábamos ponerles alguna señal. María no puede resistir a un movimiento muy marcado de vanidad desconocido hasta entonces a su alma, cuando los días de fiesta, al salir de misa, oye decir a los mendigos que están sentados a la puerta de la iglesia: Dios las guarde, las mellizos idénticas son tan bellas como buenas. Tales palabras producen alguna agitación, pues de vuelta a casa mi mujer se complace en repetírmelas y mi hermana Jane replica con marcado disgusto: "Hermana, la vanidad es pecado muy peligroso por sus consecuencias", y la madre se afana y asegura que no lo dijo por vanidad, y agrega que sus hijas son modestas y recatadas, lo cual da lugar a un ligero altercado, al que ponen fin las niñas, abrazando a la tía y pidiéndole consienta en acompañarnos a almorzar. La pobre Jane no tiene mal carácter, y, sin embargo, tal escena se repite frecuentemente: casi todos los domingos. Mi hermana es protestante; tiene diez años menos que yo, pero al verla, flaca y encorbada, apoyarse en su muleta para andar con mas facilidad, le darían cincuenta. Sólo nosotros que conocemos la bondad de su corazón, le hacemos justicia y disculpamos su mal humor. Desgraciada desde sus primeros años, y víctima del mal trato de una tía, que a la muerte de nuestra madre se encargó de su educación, Jane asegura que sólo el día que se embarcó para venir a reunirse conmigo a América durmió tranquila y sin zozobra. ¡Hay criaturas que nacen con mala estrella! Jane no ha sido nunca una belleza, pero un talle más esbelto y una manera de andar que recordase mejor el sesupatuit dea del poeta no era posible hallar.

[...]

206

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin C A P Í T U L O III

Mi casa - Modesta felicidad - El cabrero - Dios es nuestro padre, y su misericordia se revela de todos modos.

Sorprendido un compatriota que pasó por aquí de viaje para Mendoza, de que después de tantos años de permanencia en Sud América yo no deseara volverme a Europa, le invité a venir a mi casa rogándole aceptara nuestra hospitalidad durante el poco tiempo que debía quedarse en San Luis. Mi pequeña propiedad, situada fuera de la ciudad a unas pocas cuadras de la plaza, pertenecía a mi suegro, el cual a su muerte nos pidió encarecidamente no nos deshiciésemos nunca de ella. La casa de un solo piso y de adobe como lo son aquí todas por lo general, blanqueada por dentro y fuera, con tres ventanas que en vez de rejas ostentan verdes enredaderas cubiertas de hojas todo el año, tiene la ventaja de estar rodeada de árboles por todos lados, lo que nos procura el doble beneficio del fresco y de la sombra. Además en el patio, que es bastante grande, hay dos pies de parra que extienden sus nervudos brazos en rededor durante los meses del verano formando una lujosa techumbre, debajo de la cual se reúne la familia durante las horas del sol. Allí cosen y bordan las niñas incesantemente ocupadas de alguna tarea útil y provechosa, al lado de su madre, mientras Jane teje su eterna calceta. La conversación de las gemelas es siempre viva y animada, acompañada constantemente de los trinos del canario de copete negro, que está en su jaula de cañitas colgado de la parra, del cardenal y una calandria que parecen disputarse el placer de gorjear a cual más; mientras el loro de mi hermana, a una respetuosa distancia de su ventana, charla que se las pela, en tanto llega el momento de recibir su ración de pan mojado y una tajada de zapallo cocido. Las niñas charlan, ríen, hablan con sus pájaros, cantan, están siempre alegres y dan sus vistas de vez en cuando a la cocina, porque ya tía Marica está muy vieja, ha visto nacer a su madre, y suele si se descuidan quedarse dormida, mientras hierve su puchero y se guisan los pichones. ¡Oh, tía Marica está vieja, pero no olvida sus antiguos hábitos; tiene una pasión despótica que la domina y hace que sus manos estén más gruesas y callosas que la corteza de un queso; barre con furor, con amor, y sólo está en su elemento cuando empuña su colosal escoba, que maneja con maestra facilidad! El mes de mayo es el mes de sus encantos; las hojas secas que caen de la parra son un delicioso pretexto para que ella despliegue su celo y barra con más, más constancia que la que ponen las hojas en caer.

Capitulo

VI: La novela

207

Las niñas arreglan la sala, acomodan prolijamente nuestro cuarto de dormir, y corren con todos los modestos enseres del comedor, pero ¡ay de ellas si llegan a tocar una escoba! ¿quién se atreverá a usurpar los derechos de la barredora modelo? No faltaba más; sería capaz Ña Marica de quemar ese día sin piedad cuanto pusiese al fuego. Hasta la inflexible Jane, hubo de ceder: no hay remedio, no es posible oponerse. Cuántas veces hay todavía estrellas, aún está lejano el día y ya el ruido cadencioso y grave de su escoba me despierta, haciéndome recordar los misterios de la terrible balayeuse, que por tantos años puso en alarma a todos los habitantes de una comarca. Ya que se trata de mi casa, justo es que no olvide a uno de sus más importantes moradores, a tío Pedro, antiguo esclavo de mi suegro, admirable agricultor, tan tesonero para carpir como Ña Marica para barrer; es muy reservado, habla poco, y las más veces no responde sino por señas. Libre desde mucho tiempo, pues aquí gracias a Dios, no existe ya la horrible plaga de la esclavitud, conserva por sus amos el mismo repeto, la misma sumisión que en otros tiempos, por largos años negándose a admitir paga de ninguna especie; contento con vivir a nuestro lado, y ayudarnos de todos modos. Tío Pedro cuida los árboles, siembra la huerta, interviene en todas las faenas de la labranza, y aún le queda tiempo para ocuparse de mi caballo a quien profesa un cariño entrañable; con éste habla incesantemente, le canta en mozambique, le hace sus confidencias, le riñe y explica el porqué de los cuidados prolijos que le prodiga; y lo que hay aún mas extraño, baila y hace cabriolas delante del buen tordillo, como si pretendiera divertirlo. Ña Marica dice que tio Pedro es loco, y éste creo que fía más en la inteligencia de caballo que en los juicios de la ilustre barredora. Sin embargo, viven en santa paz y son para nosotros como amigos. Aquí tenemos que luchar con la falta de agua, y Dios sabe que mis árboles suelen estar de vez en cuando más sedientos de lo que estuvieran si de mí solo dependiera. Pero como el agua que riega nuestros campos es artificialmente traída del Chorrillo, los propietarios debemos conformarnos con tenerla sólo una vez por semana. Mi mujer y mis hijas festejan el día del riego con grande alegría, ocupándose exclusivamente en recorrer sus árboles favoritos, descubrir los renuevos de las plantas, visitar las almácigas, los injertos, y recortar las gajos secos de los rosales, que crecen en abundancia bajo la sombra de dos perales, creyendo percibir en pocas horas la benéfica influencia de agua, que corre mansa y cristalina al pie de los álamos, por la pequeña acequia, para derramarse en seguida por toda la hacienda. Mi huésped empezó por admirar la regularidad y elevación de mis álamos, tan frescos y frondosos, alineados, como soldados prusianos, creciendo

208

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

su admiración a medida que penetrábamos en el interior de la quinta formada de durazneros magníficos, perales de exquisita calidad, sauces y gigantescas higueras. Después de haber recorrido toda mi propiedad, que es de dos cuadras y media, en la cual además de los árboles y las plantas que nos prodigan flores olorosas, que tanto bien hacen al espíritu, tengo la hortaliza necesaria para la mesa, el trigo y el maíz que cosecho para el consumo de la familia y de todo aquél que llama a mi puerta, presenté el nuevo huésped a mi familia.

[...]

CAPÍTULO IV Educación de mis hijas; aspiraciones de la madre-La sociedad reposa en la familia: la felicidad pública depende de la felicidad privada.

Mi huésped estaba encantado y no se cansaba de alabar la hermosura y gracia de mis hijas, cuyo candor se retrataba tan claramente en sus rostros. No conociéndolas íntimamente, las mellizas parecían tener un carácter tan semejante como sus cuerpos. Pero Sara, la que nació último a quien llamábamos la mayor, era más reservada que su hermana, aunque ambas eran tan tiernas y sensibles que podía comparárselas a la mansa y pura corriente que se conmueve al más leve soplo de la brisa; las impresiones eran menos duraderas en la risueña Lía que en la reflexiva Sara. Por lo demás, igualmente sumisas y cariñosas con su madre y conmigo, eran la más preciosa joya de nuestra casa. Su educación, obra exclusivamente nuestra, distaba mucho de ser brillante: su madre habíales enseñado cuanto ella sabía, y no era ya poco para mí el que imitasen en todo a tan buen modelo; pero como los padres, y especialmente las madres, se desviven porque sus hijos sepan más de lo que ellos jamás supieron, ni sabrán, María no cesaba de pedirme, desde que las niñas empezaron a hablar, les enseñara el inglés y todo cuanto es costumbre que sepan las niñas bien educadas en Inglaterra. Yo, que respecto a la educación de la mujer americana tengo ideas muy diversas de las que generalmente se profesan aquí, le respondía siempre que lo poco que ella sabía había de ser mucho más provechoso a nuestras queridas hijas, que cuanto yo pudiese enseñarles. No que fuese mi intención descuidar absolutamente su educación, sino por creer que aquellos conocimientos generales de alto interés, que sobre

Capítulo

VI: La novela

209

ciertas materias debe por fuerza adquirir una señorita destinada a vivir en Grovesnor Square, siempre sería tiempo de enseñarlos a mis dos puntanistas, luego que supiesen cuidar de la casa, componerse su ropa, preparar el café con el esmero que su madre, y alabar de continuo al Dios bueno que no se cansa de prodigarnos sus favores. En la República Argentina la mujer es generalmente muy superior al hombre, con excepción de una o dos provincias. Las mujeres tienen la rapidez de comprensión notable y sobre todo una extraordinaria facilidad para asimilarse, si puede así decirse, todo lo bueno, todo lo nuevo que ven o escuchan. De aquí proviene la influencia singular de la mujer, en todas las ocasiones y circunstancias. Debiendo no obstante observarse que ésta, soberana y dueña absoluta, como esposa, como amante y como hija, pierde, por una aberración inconcebible, su poder y su influencia como madre. La madre europea es el apoyo, el resorte, el eje en que descansa la familia, la sociedad. Aquí, por el contrario, la madre representa el atraso, lo estacionario, lo antiguo, que es a lo que más horror tienen las americanas; y cuando más civilizados pretenden ser los hijos, que a su turno serán despotizados por sus mujeres y sus hijas, más en menos tienen a la vieja madre, que les habla de otros tiempos y de otras costumbres. Muchas veces me ha lastimado ver una raza inteligente y fuerte, encaminarse por un sendero extraviado, que ha de llevarles a la anarquía social más completa, y reflexionando porfundamente sobre un mal cada día creciente he comprendido que el único medio de remediarlo sería robustecer la autoridad maternal como punto de partida, inspirando a los hijos el respeto del pasado y haciendo que los padres no sacrifiquen sus más caras prerrogativas a un necio movimiento de vanidad. El espíritu de independencia que agitó estos pueblos y les inspiró la idea de emanciparse de la España, aún fermenta y es su mayor mal. El odio a la autoridad de un poder añejo e irracional, representado por los viejos de la tierra, pues el año 10 los patriotas podían conocerse, casi sin excepción, por el color de sus cabellos, les ha hecho lanzarse en el extremo opuesto. ¡Guerra a la España! ¡Guerra a esa autoridad y a toda autoridad! Así la lógica de sus aspiraciones llevó a estos pueblos a odiar todo lo viejo, todo lo pasado, sacrificando a sus mayores, a sus padres y a todo lo que no era joven y nuevo. Volvieron sus miradas a la Francia: la revolución con su cabeza laureada, sus pies de hierro y sus brazos sangrientos parecíales lo supremo de la perfección, y a imitación de aquellos sublimes locos trataron de levantar el nuevo edificio social sobre las ruinas de la antigua colonia. ¡Error sublime de candor y buena fe! Enseñar la fe por la duda, el fin sin el principio. Los hijos desdeñaron lo que sus padres habían aprendido, y a su turno fueron también desdeñados; y así de generación en generación va transmitiéndose un mal cada día más

210

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

apremiante. La educación que aquí dan a los hijos, y cuando digo aquí, hablo de toda la República, es semejante al atavío del guaso paraguayo: con sombrero para saludar, pero sin camisa para cubrir su desnudez. Llénanse la cabeza los muchachos de teorías inaplicables al país en que viven, persuádense al salir del colegio que están en Londres o París y que la máquina del edificio social no espera ya para funcionar sino el ligero impulso que ellos van a darle, y el error es tanto mayor, cuanto que los inconvenientes del europeo son aquí facilidades y viceversa; resultando confusión por la manía de querer aplicar un remedio opuesto al mal de que adolecen. Las niñas, a su turno, educadas para muñecas, saben comprender que mamá y papá no hablan ni entienden el francés; pero no llegan a descubrir que su pobre madre es una honrada señora que se sacrifica por ellas, y por su piano y por su inglés y su francés, al grado de remendarse sus medias ella misma, para ir muy de mañana al mercado a comprar la comida, mientras las niñas duermen, tranquilas y confiadas, el sueño de su juventud. En cuanto al padre no es poca dicha si da con una buena mujer, que le ayude a llevar con paciencia el placer de pasar el día y la noche trabajando incesantemente, en un mostrador o detrás de los tercios, para oír decir a sus queridas hijas, sentadas a la ventana, tan frescas y lozanas como repollos: Ese que pasa, ¡ah! ¡es un tonto! Un tendero, como quien dice una bestia inmunda, que no tiene derecho ni a ser mirada; y el pobre padre se avergüenza de su profesión, del trabajo con que ha ganado honradamente su pequeña fortuna, y sufre un extraño fenómeno: le parece que sus hijas tienen razón. ¿Y cómo? ¿acaso no han aprendido más que él? ¿acaso habrá gastado él su dinero para que sean lo que él fue? No, señor, tienen razón, ¡ay! ¡y qué hermosas son! ¡qué vivas! Es necesario redondear el negocio, vender la tienda. ¡Oh! No, ¡qué idea! Su hijo mayor podría... ¡Pero qué! Si es tan instruido, está estudiando para doctor, como quien dice para sabio; es rebajarlo, y quién sabe... con el tiempo, llegará a escribir un diario, será convencional y de ahí a ministro... ¡Oh! Es cosa hecha. ¡Pobre viejo! Calcula, hace cuentas y se equivoca por vez primera en su resta, porque las niñas son cada día más exigentes, y se alegran de que Papá no esté ya tras el mostrador, sino pronto siempre para llevarlas acá y allá, mientras Mamá cuida la casa, limpia, cose, y hace de comer las más veces... y todo, porque ellas sean felices y luzcan y quieran a su madre. ¡Miseria humana!, y sus hijas ni siquiera lo notan y les parece tan propio, tan en el orden de la naturaleza. La juventud es la felicidad. ¿Acaso podrá nadie negarles el derecho de ser felices que tienen siendo jóvenes y bonitas? ¿Qué importa que la madre muera de cansancio y el padre por haberse equivocado en sus cuentas? Ellas se casan, y entonces todo va bien; o no se casan, y el desengaño llega con su cortejo de miserias, tarde o temprano...

211

Capítulo VI: La novela

Gracias a Dios, tan triste cuadro no sirve sino para hacerme apreciar doblemente mi felicidad. Mis hijas, que están acostumbradas a mirar a su madre como a la imagen de cuanto hay de más noble y santo sobre la tierra, saben que en la vida la felicidad no se encuentra sino limitada, y que para ser dichosos basta la calma de una conciencia tranquila y la fe en nuestros deberes.

[...]

CAPÍTULO XI Llegada de Jorge Gifford. -Jane se muestra generosa. -Diferentes opiniones sobre un mismo punto. Las niñas se han puesto sus trajes de día de fiesta, y en compañía de su madre que ha estrenado un vestido nuevo nos esperan en la puerta de la sala. Qué hermosas estaban, y sobre todo qué idénticas. Gifford las saludó con una mezcla de admiración y de sorpresa que dio motivo a que yo le dijese: "Qué tal, amigo mío; ¿las encuentra usted muy semejantes, idénticas? Y hará usted la diferencia, ya se acostumbrará usted a distinguirlas." En ese momento María con un semblante muy alegre que contrastaba con sus palabras y daba a su fisonomía cierto reflejo de juventud que trajo días pasados a la memoria, dijo al recién llegado: "Mi hermana Jane está algo indispuesta, pero me ha prometido acompañarnos a tomar el té; discúlpela usted caballero", dirigéndome en seguida una mirada de inteligencia que alivió mi corazón de un enorme peso. Las niñas ofrecieron a Gifford mostrarle sus plantas, sus pájaros y sus libros; sí sus libros; ¡oh! No eran estos muy numerosos, pero no faltaba entre ellos ni Cooper, ni Milton, ni el Vicario de Wakefield, sin olvidar las obras de mi compatriota Walter Scott muy bien empastadas y colocadas con simetría alrededor de la mesa. "Mis hijas leen, gustan mucho de esa distracción - l e dije- y yo no me opongo a que su imaginación se alimente con las bellas ficciones de los grandes maestros; pienso que en la juventud es tan necesario dirigir y distraer la imaginación, cuanto es útil robustecer y adiestrar los miembros en la infancia. Gracias a Dios, por aquí no nos llegan fácilmente las novedades literarias, ventaja inaudita, pues de este modo leen y releen sus mismos libros, que buen cuidado he tenido de encargar yo mismo a Mendoza y a Chile." Así pude hablar con mi mujer, me dijo que Jane la había asombrado, pues desde el primer momento, y sin resistencia, luego que leyó la carta, había

212

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

dicho: "Perdono, porque también es desgraciado; venga su hijo, no caiga sobre él la falta del padre; el sacrificio está ya consumado. Dirás a mi hermano que esta noche deseo me presente al hijo de Carlos Gifford. Siento necesidad de estar sola, hermana; déjame leer mi Biblia, que no me llamen a comer. Hasta luego".

[...] [A la hora del té, también están presentes, Amancio y don Urbano, amigos de la familia] -Les aseguro a ustedes -agregó Gifford-, que me sería muy agradable vivir en San Luis; se respira por aquí cierto aire de tranquilidad y de bienestar envidiables; se me figura que todos deben ser tan dichosos. Es verdad que después de haber pasado casi toda mi vida en una pequeña ciudad de provincia, el ruido de las grandes capitales se me hace insoportable. Ustedes deben pensar como yo, ¿no es verdad? Don Urbano sonrió maliciosamente por no saber qué responder, y se volvió a Amancio diciéndole: -¿Y usted qué dice de las pequeñas ciudades, señor secretario? -Yo, caballero -repondió Amancio con acento amargo-, no conozco sino San Luis, no tengo opinión. -Gifford, sin apercibirse del mal efecto que sus palabras hacían, continuó: -¡Oh! Ustedes no pueden apreciar la felicidad de que disfrutan: en las grandes ciudades el hombre no es dueño ni de su pensamiento; cuántas veces se imagina uno escuchar puramente la voz de su razón, el eco de sus propios sentimientos, y no hace sino ceder al impulso general, al espíritu de la mayoría. ¡Oh! no hay peor tiranía que la tiranía de la opinión, y nada hay que más aleje al hombre de sí mismo que el culto de las preocupaciones. - S í -exclamó Amancio con vehemencia fijando en Gifford sus hermosos ojos llenos de inteligencia-, vivir de la vida común, sentirse arrastrado por el torrente luminoso de las ideas, aspirar con delicia esa atmósfera cargada de grandes pensamientos, vivir en una hora un siglo, poder comunicar nuestras más íntimas aspiraciones con sólo una mirada, ser comprendido por esa masa inteligente y fuerte que arrastra y que guía a los hombres de corazón! ¡oh! ¡eso es vivir! -Error, amigo, mío -replicó Gifford-, esa masa inteligente y fuerte se compone de hombres inteligentes, es verdad; pero débiles y egoístas, llenos de mezquinas envidias y torpes preocupaciones. De hombres que en vez de tendernos la mano para guiarnos en el laberinto de sus intrigas y amaños, apagarán el fuego de nuestra alma, el calor de nuestra inteligencia con el contacto de sus miserias y desencantos, y harán que dudéis de vuestro talento, y os parecerá que la luz huye de vuestro espíritu, y moriréis de sed al pie de la

Capítulo

VI: La novela

213

fuente. Créame usted, caballero, y esto se lo digo a usted con toda la verdad que me inspira el noble ardor de que le creo poseído; los pensamientos nacen, crecen y maduran en el retiro, en el silencio de las pequeñas ciudades; por más que por momentos se sienta uno desagradablemente sorprendido por alguno, porque muchos no nos comprendan. ¿Cree usted acaso que la inteligencia solamente es el punto de contacto, el eslabón que une a la gran cadena humana? ¿En dónde encontraremos quien aprecie mejor nuestra alma, los rasgos de nuestra inteligencia, que un corazón que no lata sino por nosotros, que nos consagre todos sus momentos, que no viva sino para nuestra dicha? -Ustedes perdonen -dijo en seguida volviéndose a las señoras-, haya tomado al libertad de expresarme con tanta franqueza; pero por más que mi memoria me recuerde que hace pocas horas que conozco a ustedes, mi corazón me dice que nuestra amistad es de más larga fecha y que durará siempre. Había tal acento de verdad en sus palabras, que María le respondió a pesar de su natural timidez: - N o se equivoca usted Jorge, somos sus verdaderos amigos. -Amancio, ¿se da usted por vencido? -dijo entonces don Urbano con una risita burlona. -Confieso -replicó aquél, que creo al señor más competente que un oscuro provinciano para decidir en tales cuestiones; pero a pesar de todo, la convicción no ha penetrado aún en mi corazón. Pareciéndome mostrar acritud en el tono con que fueron dichas estas palabras, y temeroso de que mi nuevo amigo mortifícase sin quererlo al pobre Amancio, tomé la palabra en estos términos: -Aunque hace muchos años que vivo tranquilo y feliz en esta ciudad, no por eso he olvidado completamente lo que era la vida en esas ciudades a que usted se refiere, y sin irnos muy lejos hablaré de Buenos Aires, en donde está resumido el mayor número de habitantes y de civilización de toda la República. Casi no hay una inteligencia aquí en las provincias, que no aspire como al supremo bien a engrosar las filas de los hombres inteligentes que allí figuran; los padres piensan, como en un deber, en mandar a sus hijos a educarse allí y aprender a ser hombres. ¿Se creerá acaso que sea con la idea de que vuelvan a sus provincias a ser felices, contribuyendo al bien general con el contingente de luces y talentos adquiridos? Ciertamente no es otro el móvil que decide a estos buenos padres a separarse de sus hijos a costa de grandes sacrificios las más de las veces; pero desgraciadamente rara vez recogen el fruto de sus afanes; porque sus hijos o se quedan a vivir en Buenos Aires, aporteñándose lo más que pueden y cobrando singular desapego a la tierra que les vio nacer, o vuelven a su provincia, con ideas inaplicables al grado de civilización de la

214

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

mayor parte de sus compatriotas y sin ei tino ni la prudencia necesarios para ir por grados mejorando y perfeccionando las costumbres y las ideas. Y creen que todos han de ver tan claramente como ellos los defectos, los males que les aquejan, y que infaliblemente habrán de recurrir a ellos como a un puerto de salvación acatando la superioriddad adquirida. ¿Pero qué sucede? La ignorancia, la sencillez de la gente inculta, desestima verdades que no entiende, y de aquí a odiar a los que empiezan por despreciar su ignorancia, atacándola per medios violentos, no hay sino un paso. Ábrese la lucha de estos dos poderes igualmente fuertes y tenaces, llámasele hoy de un modo y mañana de otro, no es siempre sino la lucha de la civilización contra la barbarie, o mejor dicho, de la barbarie contra la civilización. ¿Y qué remedio amigos míos a este mal, a un mal que, por más duro que sea decirlo, es causado más por la impaciencia de los civilizados que por la barbarie de los incultos? ¿Cómo es posible aplicar teorías gubernativas hechas para sociedades que han llegado al más alto grado de civilización, a pueblos que ni siquiera tienen idea de sus deberes? ¿Acaso tienen mayor importancia los derechos del ciudadano, que los deberes del hombre social y privado? ¿Cómo es posible que sin un sentimiento profundo y serio de la moral un individuo no abuse de sus pretendidos derechos? ¿Será lícito exigir de los demás aquello que nosotros no somos capaces de cumplir? Aún no es tiempo de embellecer ni pulir, apenas si los cimientos son suficientemente profundos para resistir el enorme peso del edificio social. Júntense los hombres inteligentes y racionales, los hombres de corazón, en su ciudad, en su provincia, dedíquenle sus esfuerzos y sacrifiqúense por ella, ya se llame San Luis, Córdoba o Buenos Aires. Entréguense con fe, con perseverancia y sobre todo nada de intolerancia soberbia y orgullosa; practiquen las virtudes que quieren enseñar al pueblo, educándolo, con el ejemplo, con la tolerancia. El desprecio por el que creemos inferior a nosotros es un arma de dos filos: tal hombre que sabe menos que yo, tiene un alma más grande, un corazón más generoso; en una palabra, y para resumir mi pensamiento, el mayor mal de que adolecen los argentinos, es la impaciencia, descontento general que mina esa sociedad que marcha a pasos de gigante sin el sentimiento de un deber que llenar. Pero basta ya de cosas serias; niñas, al arpa, ¡oh! Ya veréis, señor civilizado, lo que son mis puntanitas. -Papá -respondió Lía ruborizándose-, si empieza usted así, no me animaré nunca a cantar; el señor que habrá oído tan buenas cantoras... - L e aseguro a usted que... -respondió Gifford. -¡Oh! -interrumpió don Urbano-, en cuanto a eso no tiene usted nada que envidiar, señorita. - S í : pero mucho que aprender -replicó Lía sonriendo y corriendo de muy buena gana al arpa.

Capítulo

VI: La

215

novela

En seguida Sara nos cantó una balada inglesa a la soledad, contrastando su contralto grave y velado con la agilidad del canto de su hermana. Para definir el efecto que producían una y otra cristalina hermosura diré: que el canto de Lía asombraba como la manifestación de un ser casi sobrehumano. Pero la voz, el decir de Sara puramente humanos, alzaban al corazón conmoviendo sus más recónditas fibras. Cuando llegó el momento de separarse, Jorge tendió su mano a Amancio y con una cordialidad que pareció asombrada a éste le dijo: -Seamos amigos; cuento nos veamos con frecuencia. Don Urbano ofreció sus servicios y su amistad al simpático joven, en términos expresivos, y se retiró muy satisfecho de su arenga. Pocos momentos después conduje a Jorge al cuarto de mi hijo, deseándole una buena noche. [...]

C A P Í T U L O XVIII Historia de un desgraciado [Pascual le narra su vida al Dr. Wilson en la cárcel] - M i historia, señor - m e dijo-, es corta y triste. Me llamo Pascual Benítez y soy de los que anduvieron el año 39 con el General Paz; él me hizo sargento, y todos pueden decir si fue con justicia. Después de los barullos y cuando el ejército se acabó, yo me quedé por acá por consejos del mismo General, que me dijo: -Benítez, vos estás casado, sos hombre trabajador, quédate con tu mujer y no te metas en opiniones porque esto va mal. Así lo hice, señor. Me puse de peón de carretas y con lo que ganaba mantenía honradamente mi familia. Nadie se metía conmigo, y nadie tenía queja de mí. Así pasé mucho tiempo hasta que me cansé de esa vida que es pesada, y un día le dije al capataz: ajústeme mi cuenta, que yo ya no sigo. El capataz me respondió que era preciso que siguiese algún tiempo más, que me necesitaba mucho; y yo que no, y que no. Nos agarramos de palabras, el me trató de salvaje y me dijo que me había de delatar al Gobierno, y que mi General era un cobarde. Ya no supe lo que hice; se me nubló la vista, tenía una hachita en la mano, con que estaba apretando unos rayos, y le di con ella por la cabeza. El hombre cayó redondo: fue mi primer muerte. Los compañeros que nos miraban acudieron todos al muerto, menos un amigo mío, un tal Servín, que me dijo al oído: Lárgate, Pascual, que si te agarran te fusilan. Tomé el primer

216

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

caballo que encontré, y me corté para la Pampa, sin papeleta, sin nada, que todo se había quedado en la carreta. Desde entonces anduve peregrinando, tan pronto en un lugar como en otro, comiendo lo que encontraba, durmiendo donde me tomaba la noche y sin atreverme a llegar a los pueblos. Porque cuando uno ha muerto a un hombre se le figura que todos se lo conocen en la cara, y cualquier galope de caballo que oía, decía entre mí: es la gente que viene a prenderme, y me escondía en los matorrales con mucho miedo. Y eso que yo nunca se lo tuve a las balas, porque bastante habían pasado silbando sobre mi cabeza el día que me hicieron sargento. Pero ese es otro miedo. A veces, cuando estaba tendido en el suelo cerca del árbol que había escogido para hacer noche, me parecía que veía atrás de mí, como una figura toda llena de sangre, que me llamaba salvaje y que tan pronto estaba delante como colgada de la rama del árbol; entonces me tapaba la cabeza con mi poncho y hacía fuerza para llamar el sueño que no venía y me pasaba toda la noche en vela hasta que llegaba el día y era preciso esconderse de nuevo, y andar siempre con cien ojos. Otras veces, cuando iba galopando con la fresca de la noche, se plantaban en las orejas del caballo dos luces que me dejaban ciego, y yo cerraba los ojos hasta que se iban. ¡Qué vida señor!, muerto de hambre y siempre solo, acordándome de mi mujer y de mis hijos; a veces tenía gana de que me agarrasen; pero no encontraba sino campo y soledad. No sé cuánto tiempo anduve así pero debió ser mucho, porque el pelo y la barba me crecieron con asombro. Un día, por fin, encontré dos indios y aunque no podían entenderme, por señales les expliqué, como pude, que tenía hambre; al momento me llevaron a sus toldos y me dieron de comer. Con ellos viví mucho tiempo, hasta que las cosas cambiaron. Señor, los indios no son tan malos, no roban sino por hambre y nunca matan sin necesidad. Los que los hacen malos son los cristianos que se van entre ellos. Allí había algunos como yo, y desde el primer día me pusieron mala cara, buscándome pleito por todo. Supimos un día que debía pasar una tropa grande y la gente estaba muy ganosa por ir a buscar vicios. A mí eso de robar siempre me pareció cosa fea para un militar, y así fue que el día de la marcha me quedé atrás y me volví a los toldos. La empresa les salió bien, robaron cuanto quisieron y trajeron dos cautivas. ¡Qué le diré, señor, cuando vi que las cautivas eran mi mujer y mi hija Mariquita! Alegría y pesar todo fue uno; porque las cautivas son del que las toma, y el que las había apresado era un santiagueño muy malo que no tenía miedo a nada. Así que las vi llorando y tan tristes, les dije que era preciso que no se afligiesen, que ahí estaba yo. Ellas, las pobres, me habían creído muerto hacía mucho tiempo y se iban en esa tropa a Córdoba, a juntarse con una parienta. No hubo forma. El santiagueño no quiso aflojar las mujeres; de balde le

Capítulo VI: La novela

217

rogué, le ofrecí comprárselas dándole un maneador trenzado, dos caronas buenas y mi caballo que era superior. No me hizo caso y nos desafiamos. El hombre no era lerdo, paraba que era un gusto, con un poncho vichará que tenía en el brazo. Pero la buena causa estaba de mi parte, le metí el cuchillo hasta el mango en la barriga, y todos dijeron que había sido un lindo golpe. Es verdad que aquella muerte era diferente de la del capataz, porque era por cobrar lo que era mío; no le hace, siempre matar es pesado y hace que uno le tome como gusto a la sangre. Creo que vivimos con los indios como cinco años; mi hija se casó con el cacique, y mi mujer se murió de un pasmo. Así que me quedé solo, me vinieron ganas de volver a mi tierra. Allá tenía dos hijos que ya debían ser mozos, y como estábamos cerca de mis pagos me pareció cosa fácil, pensando que ya quién me había de cobrar la muerte del capataz, después de tanto tiempo. Ensillé mi pingo, y sin decir nada a nadie, me largué. El amor a la querencia es cosa fuerte, ni de Mariqita me despedí, de miedo que se lo dijese a su marido y me dijeran que no me fuese. Anduve dos días y dos noches hasta que empecé a conocer los lugares; todo lo mismito que el día que salí por última vez con la tropa. Qué gusto me dió ver los árboles conocidos, los ranchos más viejos; pero siempre en el mismo lugar, los animales bebiendo a donde mismo y todo como si fuese el día de ayer. Llegué a una casa, ya no vivían los mismos dueños; pero una moza muy bien hablada me dijo que habían sucedido muchas cosas, que habían mudado gobierno, que los otros ya no estaban, y que la gente andaba contenta. Por todo lo que me dijo la moza, se me figuró que debían ser los amigos de mi General los que mandaban entonces. Me despedí de ella, y muy alegre enderecé a la plaza, caminé mucho ese día, pocos conocidos encontré; pero supe que mi hijo menor había marchado hacía poco, con una gente. Aquí señor, mi cuento se hace pesado, porque ya no me sucedió nada particular hasta la llegada de mi hijo que lo trajeron preso, por desertor, con grillos. Aquí mismito se lo remacharon en esta cárcel. Empeños hice no sé cuántos para librarlo; a ese tuerto picaro le ofrecí que me fusilara en su lugar si quería; pobre muchacho, de veintidós años; nada valió, le pegaron cuatro tiros y yo me volví a los indios. En una entrada grande que hicimos, me agarraron, porque yo entonces vine con miras de hacerle una jugada al Juez; pero las cosas fueron mal, me pescaron y me tuvieron aquí un año y días, hasta que me escapé. El sargento se detuvo y viendo que no continuaba, le dije: -Pero falta el fin, acabe, que interesa. - E l fin, quien sabe cómo será, si será como el de mi hijo, porque la desgracia persigue al hombre: me junté de nuevo con los indios con la intención

218

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

de quedarme con ellos para siempre; pero vino por allá un demonio, hombre de empuje, uno a quien le llaman el Ñato, alborotó la indiada, y todos entramos en la jarana, y vuelta otra vez a las desgracias. [...] - L o s indios se apostaron en el cerro Aspero y allí se les reunió el Ñato con otros cristianos para ir a dar el ataque a Sucos, en donde había dos estancias hermosas. El tiro no fue malo pero al volvernos, una partida de auxiliares de los Andes nos cayó encima y aunque no alcanzó a quitarles el ganado, tomó algunos prisioneros, a causa de los caballos que estaban cansados. [...] La entrada del carcelero, que venía con el herrero a ponerle los grillos, interrumpió nuestra conversación. [...]

219

Capítulo VI: La novela

MERCEDES CABELLO DE CARBONERA

(Perú 1845-1909)

Esta novela critica las limitaciones asignadas a las funciones que tiene la mujer en la sociedad peruana de la época. Hace notar, sobre todo, la importancia de su influencia en la sociedad y la necesidad que tiene de educarse para acceder a trabajos de envergadura pública. *

*

*

BLANCA SOL

III Toda esta descarnada relación de las deudas de la casa era expresión fiel de la verdad. La madre de Blanca y dos tías solteronas con más campanillas que una procesión de pueblo; vivían en fastuoso lujo, sin contar con otra renta, que eJ producto de un pequeño fundo rústico, administrado por un hermano natural de la señora, que muy imprudentemente decía, que el tal fundo no le daba á su lujosa hermana ni para los alfileres. Y esta renta que no alcanzaba, según el decir de su administrador, ni para alfileres, debía llenar las exigencias de cuatro mujeres, que no juzgaban factible suprimir uno solo de sus gastos, cual si á mengua tuvieran ajustar su rumboso lujo á sus exiguas entradas, y los préstamos á interés crecido se sucedían uno tras otro, sin llegar jamás á cancelar sus deudas, que de más en más iban creciendo. Blanca era de las cuatro la más derrochadora y exigente. Cuando algún acreedor cansado de esperas y evasivas, llamaba á la madre, ante los Tribunales de Justicia; los empeños é influencias de sus amigos, cansaban al reclamante, que al fin érale forzoso conformarse con ofertas, las que Blanca apoyaba diciendo para sí: -Ya me casaré con algún hombre rico, que pague todas nuestras deudas. Paseos, saraos, banquetes, visitas, todo ese movimiento que forma la atmósfera en que viven y se agitan las personas de cierta posición social, sucedíanse en casa de Blanca; sin que ninguna de las cuatro mujeres que componían la familia, tuviera en cuenta, que para sostener esta falsa situación necesitaban dinero, mucho dinero. Pero ¡qué hacer! No era posible renunciar á esa vida, que no sólo cuadraba á sus gustos é inclinaciones, sino que también contribuía á realzar el lustre de su elevada posición social. Al fin llegó el novio con dinero, ó como Blanca decía, el dinero con novio.

220

M. C. Arambel GuiñazúyC.

£ Martin

D. Serafín Rubio, que acababa de heredar de su avaro padre un par de millones de soles, adquiridos á fuerza de trabajo y economía; fue la víctima elegida para pagar las deudas de Blanca Sol. No obstante, fuerza es que paladinamente digamos, que ni sus ambiciosas aspiraciones ni el positivismo de su calculadora inteligencia, fueron parte á acallar las fantasías femeniles de su alma de veinte años. Empapada en las aristocráticas tradiciones de su orgullosa familia, se daba á pensar y consideraba con profundo disgusto la oscura procedencia de la fortuna de su novio y la no ménos oscura procedencia de su nacimiento. El padre de D. Serafín fué un soldado colombiano del ejército libertador, traído al Perú por el gran Bolívar, en su campaña contra la dominación española. Casado en Lima con una mujer del pueblo, llegó á adquirir inmensa fortuna, debida á sus hábitos de economía, llevados hasta la avaricia. Como las alimañas, los avaros tienen pocos hijos: así, el señor Rubio padre, como buen avaro por no dar mucho, no dió vida á más de un hijo. Este fue D. Serafín. Este nombre algo raro, le vino de amorosa exclamación de su madre, un día que le vió dormido. - ¡ Ah! ¡que lindo es; si parece un serafín -había dicho la madre. -Pues se llamará Serafín, contestó el padre. - Y será un serafín rubio -observó la madre. He aquí como, un hombre feo de cara, rechoncho de cuerpo y con más condiciones para llamarse Picio, vino por casual combinación, á llamarse, Serafín Rubio. Entre las encopetadas abuelas de las amigas de Blanca, no faltaba alguna de esas que son como el archivo de un escribano, donde puede irse con avisores ojos á registrar la ¡legitimidad de ciertas aristocracias limeñas; y entre éstas, decíase que el señor Rubio padre, había allegado su inmensa fortuna, principiando por vender cintas y barajitas en una tendezuela de la calle de Judíos, en la cual él desempeñaba el triple papel de patrón, dependiente y criado. Este pasado, si bien podía enorgullecer á un hombre sensato, que viera en él, el trabajo honrado y la austera economía, que nuestras instituciones republicanas enaltecen: no halagaba la vanidad de Blanca, que sólo alcanzaba á encontrarle sabor plebeyo, muy distante de la rancia aristocracia de su elevado linaje. Pero ¡qué hacer! decía Blanca, no es posible conciliario todo, y se daba á pensar que, dinero y aristocracia eran difíciles de hermanar, en los difíciles tiempos que á la sazón corrían. Para colmo de infortunios, D. Serafín, era de poca simpática figura.

Capítulo

VI: La novela

221

Rechoncho de cuerpo, de hombros encaramados, como si quisieran sublevarse de verse condenados á llevar una cabeza, que si bien era grande en tamaño, era muy pequeña en su contenido. Ojos de color indefinible, lo que daba lugar á que Blanca pensara, que si los ojos son espejos del alma, la de D. Serafín debía ser alma incomprensible. Afirmábase más en esta persuación, al notar en él ciertas anomalías de carácter, que para ella, de poco observadora inteligencia, no pasaron, empero, desapercibidas y estas genialidades, ella se contentó con llamarlas "rarezas de D. Serafín". Y sondeando las profundidades del espíritu de su novio, decía como dice el marino después de haber sondeado el Océano: - ¡ N o hay cuidado! puedo aventurarme sin temor. D. Serafín tenía las vehemencias tímidas, si así puede decirse, del que con la conciencia de su escasa valía, quiere en desagravio, ejercer su derecho de maldecir de los que, con su ineludible superioridad, humillaban, su pobre personalidad. Y para no dejar incompleto el retrato físico del novio de Blanca, diré que su pelo también como sus ojos de color indefinible, ni negro ni castaño, enderezábase con indómita dureza, dejando descubierta la estrecha frente y el achatado cráneo, signos frenológicos de escaso meollo. Las patillas espesas, duras y ásperas, por haberlas sometido prematuramente á la navaja; cuando el temió ser como su padre, barbi-lampiño; formaban un marco alrededor de los carrillos, los que, un si es no es mofletudo, se ostentaban rozagantes con su color ligeramente encendido, lo que, sin disputa, denotaba la buena salud y el temperamento sanguíneo de D. Serafín. La nariz ni grande ni pequeña, eso sí un tantico carnosa y colorada, diríase por lo poco artístico de sus líneas, colocada allí tan sólo para desempeñar el sentido del olfato. Su voz tenía modulaciones atipladas, y algunas veces fuera de la gama de toda entonación natural: esto sólo cuando la cólera ú otra pasión violenta le acometía con inusitado ímpetu. Sus manos, aunque siempre mal cuidadas, eran finas, denotando, que si su sangre no era azul, su educación había corregido los defectos de su nacimiento. Pero de todas estas incorrecciones, ninguna disgustaba tanto á Blanca, como la pequeña estatura de D. Serafín. Ella era de la misma opinión de Arsene Houssaye, que dice, que al apoyarse una mujer en su amante debe poder él besarla en la frente, pero ¡oh desgracia! D. Serafín al lado de Blanca, apenas si alcanzaba á, besarla en la Punta de la nariz en sus horas de dulce fantasear, cuando dejaba correr su imaginación por los dorados horizontes de lo porvenir; Blanca miraba con cierta

222

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

amargura esos defectos, que por desgracia, no alcanzaban á desaparecer, ni en los momentos en que ella se sentía más deslumbradora por los resplandores del oro. Cuando hablaba de esto, ocultaba su disgusto, diciendo con chispeante gracia, que su novio era una letra de cambio mal escrita; pero con buena firma. Blanca a pesar de sus muchos defectos, sabía conquistarse simpatías por su caracter de ordinario alegre, muchas veces dulce compasivo; también era decidora, locuaz, expansiva, llena de chispa, por más que no siempre fuera la chispa del ingenio que alumbra sin quemar y corrige sin herir. Sus amigos, aun aquellos que eran blanco de sus sátiras, perdonábanle esa flagelación de sus palabras y conceptos, en gracia de su donairosa chispa y gracejo en el decir. Cuando sus cálculos, ni lo apremiante de sus deudas aun no la habían llevado hasta la temeraria resolución de hacer del misero D. Serafín, el objetivo de sus ambiciones de mujer á la moda, fué él la víctima hácia donde ella dirijió sus más hirientes y amargas sátiras. Decía que D. Serafín, era como los camarones: feo, chiquito, colorado, pero rico. No sabremos decir, si por haber oído ó por haber leído la "Fisiología del matrimonio" de Balzac, decía que D. Serafín pertenecería algún día, al número de los predestinados, que como los santos pintados, merecía llevar una aureola, la cual sin duda se la imaginaba que debía ser de algo tan feo, que no se atrevía á mencionar. Decía que los méritos de D. Serafín, debían valorizarse con relación á sus escudos y no á su persona. Más de una vez estas sátiras, llegaron oídos de su rendido y amoroso pretendiente; sin que él se atreviera á darles otra contestación, que la socarrona sonrisa del que dice: -Necesito soportarlo todo. Es que D. Serafín, si bien era lerdo de inteligencia y obtuso de ingenio, tenía-en cambio la lengua ligera, aguda, hiriente, como la de las víboras, y hubiera podido devolver estas sátiras, sino con la misma agudeza y gracejo, con mucha mayor cantidad de ponzoña. Pero él jamás se dió por aludido y soportó los dardos de las sátiras de Blanca, esperando herirla, á su vez, con los dardos de Cupido. D. Serafín poseía ese cálculo frío, esa mirada certera, y esa inexplicable sensatez del hombre de escasa imaginación y tranquilas pasiones, que casi siempre acierta, con mejor tino, que el hombre de verdadero talento. Y discurriendo cuerdamente pensó, que Cupido podía herir mejor con pesadas flechas de oro que con las flexibles y agudas flechas, que de antiguo ha usado.

Capítulo

VI: La novela

223

Después de tan sólido raciocinio, abrió sus arcas, y principió por pagar todas las deudas contraídas por Blanca por su madre y las dos tías. Decían las malas lenguas que también había pagado los diez mil soles que Blanca, fué en deber á su novio, pero los que conocían el caracter caballeroso del joven, dudaban de que él aceptara la devolución de dineros, que jamás ningún hombre delicado puede aceptar. Cuando llegaba el cumple-años de la madre, ó de alguna de las solteronas tías de Blanca D. Serafín se portaba á lo príncipe; y los ricos pendientes y los magníficos anillos de brillantes, ocultos en gigantezcos ramos de flores, eran los presentes con que él daba testimonio de su buena amistad. Las encopetadas solteronas, que se daban humos de ser delicadas como la sensativa y puras como azucenas, no dejaban de hacer sus melindres y andarse en repulgos para recibir tan valiosos regalos; pero parece que consultaron el asunto como caso de conciencia, con persona de respeto y autoridad. Y este sabio concejero díjoles que, puesto que las pretenciones del señor Rubio eran honradas y se encaminaban al santo matrimonio, sus regalos no podían empañar la excelsa y mirífica personalidad, de tan encumbradas señoras; que por ende, debían titularse ya tías del joven pretendiente. N o obstante de que este razonamiento llevaba trazas de ser un sofisma; las pudibundas tías de Blanca, aceptáronlo y tranquilizada su conciencia, no tuvieron ya reparos en recibir los valiosos obsequios de D. Serafín. De esta suerte, la especulación llevada hasta el más innoble tráfico, fué puesta en juego por la madre, las tías, y más aún, por la misma Blanca. Sin embargo, como el amor es ciego, D. Serafín, quedó encantado del desprendimiento y la generosidad de la hermosa Blanca el día que tuvo con ella el diálogo siguiente: - Y o - d e c í a ella- ambiciono encontrar por esposo un hombre que me ame apasionadamente, y que sea esclavo de mi voluntad. - N a d a más desea U? -preguntó D. Serafín, trémulo de emoción y de esperanza. - Y que más se puede desear? El dinero es metal vil, que brilla mucho en la calle; pero que en la casa oscurece el verdadero brillo del amor. D. Serafín, arrojó un suspiro más largo que el resuello de una ballena, diciéndose á si mismo: -¡cuánto me había equivocado respecto á la nobleza del alma de esta mujer! - Y si hallara U. un hombre que la amara apasionadamente, y fuera esclavo de su voluntad y á más pusiera á sus pies dos millones de soles? - ¡ O h yo no me casaría jamás con él! - N o se casaría U. con él -repitió D. Serafín tornándose mortalmente pálido.

224

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

-No, porque el mundo entero y él mismo, creerían que me había casado por interés, por amor al dinero y no al novio. -¡Quién puede creer eso conociendo su alma noble y generosa! -exclamó D. Serafín en el tono más sincero que le fué dado emplear. -¡Ahí el mundo es tan ruin y las mujeres somos siempre víctimas de sus juicios! -dijo Blanca con tristeza y fingiendo enternecerse hasta el llanto. Y esta tristeza y este enternecimiento, fueron suficientes para que D. Serafín, pusiera mayor empeño en convencerla de que ella estaba equivocada en sus juicios y exajerados temores, y esta vez D. Serafín estuvo elocuente, elocuentísimo, tanto que él quedó satisfecho de haber salvado las justas resistencias del noble carácter de la orgullosa joven, convenciéndola que, caso que ella se se casara con un hombre que poseyera dos millones nadie en el mundo, y él menos que otro alguno, podría suponer que el vil interés manchara el corazón de tan hermosa mujer. Quince días después Blanca, prometía su linda mano á su apasionado pretendiente, que, ébrio, loco de amor, jurábale, que sería toda la vida su más sumiso y amante esposo.

[...] VIH Un dia ocurrióle á Blanca meditar sobre que D. Serafín desempeñaba papel demasiado insignificante y azás oscuro, al lado de los altos personajes y eminentes magistrados con quienes diariamente rolaba, sintiendo reflejarse en ella, la pequenez de su esposo. - Y ¿por qué mi marido no ha de ser como cualquiera de ellos? -se dijo á sí misma, con esa en antojadiza voluntad, que ella acostumbraba imponer no sólo á las personas, sino también á los acontecimientos. Estaba cansada de oir llamarle señor Rubio, limpio y pelado, ni más ni menos que el primer quidam que se presentara, en tanto que á su lado se pavoneaban Ministros, Vocales, Generales... ¡Vaya! Qué desgracia vivir en República, que de otra suerte ella había de ser Condesa, Duquesa, ó algo mejor. Ser la esposa de D. Serafín, de un don nadie, que en sociedad valía tanto como el primero que llegaba á su casa!... ¿Qué importaban sus propios méritos y valimientos, si llegada cierta situación, era fuerza cederle el puesto de preferencia, á la esposa del Ministro, del Presidente, ó á otra que ocupara, rango más elevado en sociedad. Su orgullo, su vanidad de reina de los salones, sentíanse lastimados y ese día ella resolvió con enérgica resolución, que D. Serafín sería Ministro de... Aquí llegó el punto difícil de resolver, atendidas las aptitudes de su esposo.

Capítulo VI: La

novela

225

A pesar de sus extravagancias, sus fantasías y caprichos; Blanca poseía el criterio necesario paro valorizar los méritos y cualidades de su amoroso esposo y si como tal, le reconocía altas cualidades no se le ocultaba que éstas eran nulas, ocupando la curul ministerial. Pero ¿sería acaso D. Serafín el primer Ministro que brillara por ausencia intelectual y carencia de aptitudes políticas? ¡Bah! El sería Ministro y ya vería como se las había de componer. Una hora después Blanca, decíale al pacífico D. Serafín, con tono cariñoso muy pocas veces usado: -Mira Rubio, tengo un gran proyecto. -Cuál -preguntó él, algo alarmado, comprendiendo que los grandes proyectos de su esposa iban siempre dirigidos contra sus caudales. -Quiero que tú seas Ministro. -¿Ministro yo? -observó él asombrado y casi espantado por tal ocurrencia. - S í , tú, ¿y por qué nó? ¿Vales tú acaso menos que otros muchos que lo han sido? -Déjate de proyectos disparatados -dijo él desechando la idea de su esposa. -Pues te aseguro que no desistiré de mi proyecto y que tú serás Ministro muy pronto. -¿Te imaginas, acaso, poder mandar hacer Ministros con la misma facilidad con que mandas hacer vestidos donde tu modista? dijo D. Serafín riendo. - Y que dirás cuando seas Ministro por mi voluntad y mis influencias? -Cuentas tal vez con influencias para mí desconocidas? -preguntó él sin poder ocultar sus celosos temores. -¡Bah! ¿Cuándo hé querido yo algo y no lo he conseguido? -Desiste de tus descabellados proyectos, ellos no harían más que perjudicarme si se realizaran. - N o comprendo... observó Blanca. - S i , indudablemente, un Ministerio me absorvería tiempo y atenciones necesarias á mis intereses los que día á día van menoscabándose con espantosa rapidez. -Déjate de cálculos mezquinos: un Ministerio puede enriquecerte como á muchos otros. Y Blanca sin desistir un momento de su idea, prometióse á sí misma, que su esposo sería Ministro, ó cosa semejante con, ó sin su gusto. Pensando y meditando concluyó por dilucidar cuál Ministerio cuadraba mejor con las aptitudes y disposiciones de D. Serafín: Blanca no trepidó en decidirse por el de Justicia. Pero aquí se presentó otra dificultad casi insalva-

226

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

ble. Para que D. Serafín llegara á este puesto designado por ella; era necesario que cayera el actual Ministro, y no podía caer estando en buen predicamento con el jefe del Estado, sino por un cambio total de todo el Ministerio, quizá un conflicto entre los Ministros y las Cámaras que á la sazón funcionaban. Era preciso conmover las cumbres del poder y dar lugar á que surgieran dificultades, cuyo resultado fuera la renuncia de todo el Ministerio.... Un trastorno, un conflicto en la alta política... Pues todo esto sucedió, sin más causa sin más motor, que la voluntad y el querer de Blanca Sol. Un mes solamente hacía, desde el día que Blanca se propuso realizar el raro capricho de ser esposa de Ministro, cuando un día D. Serafín, muy lejos de esperar tal sorpresa, encontróse sin más ni más con su nombramiento entre las manos. ¿Cómo realizó su atrevido y valiente proyecto? Bien quisiera entrar en detalles, no fuera más que para poner en relieve, mejor que en otra ocasión, el carácter de la señora de Rubio; pero con gran pena desisto de este intento, en el temor de extraviarme en el intrincado dédalo de la política, de la que con cuidado y estudiosamente debo huir. Que la belleza, el amor, la amistad, desempeñaron su cometido, en esa danza macabra de las influencias políticas, lo comprenderán mejor que otros, los lectores peruanos. Como en la lejión de adoradores y esperanzados, que rodeaban á la señora de Rubio, habían diputados, senadores, ministros, jueces, periodistas, y todos estos poderosos fueron otros tantos elementos que ella muy astutamente puso enjuego para conseguir que á D. Serafín lo consideraran, insinuándolo como ministro posible primero, como ministro probable en seguida, y como ministro verdadero al fin, el juego de influencias y empeños fue maestramente desempeñado. En puridad de verdad, diré que el señor Rubio desempeñó el Ministerio, con plausible honradez, con juicio recto y hasta con innovaciones provechosas en el ramo de su gobierno, captándose la admiración, no sólo de sus amigos, sino aún, de los que, en el primer momento, miraron su nombramiento con indignación y desprecio, considerándole hechura de faldas, según el decir de las lenguaraces. D. Serafín, preciso es que conste, era todo un caballero, limpio de manchas y muy delicado en su proceder. En esta circunstancia, como en otras muchas de su vida, sus honradas intenciones, suplieron la escasez de su inteligencia. Desgraciadamente, las ambiciones de Blanca no se detuvieron aquí, y cuando vió qué D. Serafín desempeñó el Ministerio con el aplauso general de sus amigos, y hasta mereciendo que algunos periódicos le endilgaran califica-

Capítulo

VI: La novela

227

tivos tan honrosos como el de estadista, hombre público y, demás palabritas de cajón, con las que suelen adular los periódicos gobiernistas á sus cofrades, cuando vió todo esto, aspiró á algo más, y meditó en que D. Serafín bien podría llegar á ocupar puesto más alto. Vocal de la Corte Suprema ó Presidente de la República. - Y ¿por qué no? - s e decía á sí misma- Si tantos otros tan ineptos, como mi marido y además picaros, han llegado hasta la silla presidencial por qué él que es un caballero y muy honrado (y esta palabra la acentuaba como si esa fuera entre nosotros cualidad extraordinaria) no ha de llegar allá? Luego pensó que en el Perú, todas las anomalías son, en el terreno de la política, hechos ordinarios. Hasta es posible - d e c í a - que aquí se le dé la Presidencia de la República, en tiempo de guerra á un seminarista fanático y en tiempo de paz á un soldado valiente (Cualquiera diría que desde aquella época la señora de Rubio adivinaba lo que había de acontecemos). Pues si todas las anomalías han de realizarse en el Perú, ella pondría en práctica una que no sería de las mayores, y esta no, sería otra, que ver á D. Serafín, llevando la banda presidencial de la República. Y sus vanidosas ambiciones sentíanse hondamente halagadas con tan bella ilusión, y ya imaginábase verse entrando triunfalmente al vetusto palacio de Gobierno en compañía de D. Serafín, (al pensar en esta compañía, hacía ella un mohín de disgusto). Por aquella época no muy lejana á la nuestra, era más difícil que hoy, llegar al alto puesto que Blanca le designaba á su esposo. Para desempeñar la Vocalía de la Suprema, Blanca tenía en cuenta que el esposo era doctor en Leyes. El padre de D. Serafín obligólo á estudiar los códigos, asegurándole que allí se conocen los subterfugios y las tretas de que se valen los picaros y trampistas. Y mientras ella acariciaba locamente estos proyectos, la envidia de las mujeres, y la maledicencia de los hombres, formando á su alrededor como un círculo de hierro, iban estrechándola más y más. Anécdotas y chascarrillos sin fin, amenizaban las desocupadas horas de los que llegaron á conocer sus pretensiones de llevar á su esposo á la Presidencia de la República. D. Serafín el intachable Ministro, el cumplido caballero era el blanco de las sátiras de los maldicientes y desocupados. No salía mejor librado el honor de la señora de Rubio, en esta cruzada contra sus ambiciosas pretensiones. Los unos dábanle por amantes altos personajes de la escala política de aquella época, con cuyo apoyo contaba para realizar sus descabellados planes: otros decían que Alcides Lescanti, un joven

228

M. C. Arambel Guiñazúy

C. E. Martin

á la moda, conocido por ser del número de sus adoradores, era el dueño de tan codiciado tesoro. Así, pues, la maledicencia que se ensañaba contra la reputación de la señora de Rubio, era el resultado fatal é inexplicable, no de sus verdaderas faltas é infidelidades, sino más bien, de su despreocupación, y atrevida desenvoltura, para cuidarse del qué dirán: esa mano invisible de la opinión pública, que tantas veces hiere, y ciega estúpidamente. No faltaba quien buscara y hallara, saltantes y semejanzas entre sus hijos y sus supuestos amantes. Y por entonces ella tenía ya seis hijos! Uno por barba - d e c í a n - ¡Mentira! Los hijos de Blanca, por desgracia de ellos, eran extraordinariamente parecidos á D. Serafín, es decir, eran feos, trigueños y regordetes. ¿Sería esta la causa por qué, Blanca, era madre tan poco cariñosa para ellos?

[...]

XXX Asi que se vió en la calle, parecióle sentir que su dignidad de mujer y su orgullo de gran señora, habían sufrido enorme y espantable decrecimiento. Caminaba dando traspiés, cual si los transeúntes que la miraban, leyeran en su frente, que acababa de salir de casa de un hombre, y del hombre que amaba á otra mujer!... Al pasar por delante del templo de la Merced, le vino el deseo de orar: de elevar á Dios la plegaria más ferviente de su vida, la primera quizá que brotaba de su alma. Su situación la encontraba tan desgraciada, tan horrible, que sólo un milagro de la Virgen, podría salvarla. Blanca entró al templo y oró. ¿Qué le pedía á la Virgen? Que Alcides la amara; que su acreedor fuera mañana su amante, no encontraba otro recurso, ni contra su próxima miseria, ni contra su propio corazón. Le habló á Dios, y á la Madre de Dios, presentándoles su vida. Ella no era culpable: no se arrepentía de ninguna falta: ¿Acaso jamás le había sido infiel á su esposo? Su conciencia no la acusaba del crimen de adulterio. Verdad que acababa de salir de la casa del hombre que ella se proponía conquistar, no sólo como un medio de recuperar su fortuna sino más aún, como un medio de satisfacer una necesidad de su alma; pero Dios que veía su corazón la perdonaría.

Capítulo

229

VI: La novela

A qué otro recurso podía ella apelar en tan aflictiva situación: los hombres son tan interesados, tan egoístas, que no no había que esperar de Alcides concesión ninguna, sino era á cambio de grandes favores. ¡La miseria! Qué cosa tan espantosa, cuando se ha vivido en la holgura y el bienestar; cuando ya la costumbre arraigada, obliga á mirar como necesidades indispensables lo que otras miran como lujo excesivo. Cómo podría ella vivir sin coche ni criados, sin el confortable para ella y sus seis hijos: sus pobres hijos que ya veía en la miseria! Lloró tanto que sintió enrojecidos los ojos y horriblemente descompuesto el rostro, tanto que determinó permanecer allí más tiempo del que había pensado. Felizmente su esposo estaría en su escritorio y no se ocuparía de ella. Oyó que el reloj de la Iglesia daba la hora. ¡Las doce del día! Y ella había salido desde las nueve! Se asombró de que fuera tan tarde; no creía haber permanecido tanto tiempo en casa de Alcides. De seguro don Serafín la estaría esperando para almorzar. Iba ya á ponerse de pié, para partir, cuando le vino una feliz idea. Arrodillóse nuevamente y con el fervor más sincero dijo: -Virgen Santísima, si salvas mi fortuna te prometo vestir el hábito de los Dolores por el resto de mi vida; te prometo, con toda mi alma, renunciar al lujo y a todas las fiestas del mundo, y entregarme al cuidado de mis hijos, como la madre más amorosa, como tú lo fuiste con tu Hijo, mi Redentor: escucha Madre mía esta plegaria que desde el fondo de mi alma te dirige esta pecadora. Te prometo además, hacer todos los años el mes de María con tanto ó mayor lujo que el que hasta ahora te he dado. Y si mi destino es que Alcides me salve, que él sea mi... amante... Aquí la señora de Rubio se estremeció, hubiera querido recoger la palabra. - N o , mi amante no será, si tú me proteges...

[...]

XXXII Al fin llegó un día en que Blanca Sol, se vió sola desamparada, humillada, hundida en la miseria, y sin más recursos que sus propias fuerzas, ó mejor, su propia belleza y entonces profunda reacción operóse en su alma. Y con mirada fría, calculadora, dirigió su vista hacia el pasado y también hacia el porvenir. ¿Qué culpa tenía ella, si desde la infancia, desde el colegio enseñáronla á amar el dinero y á considerar el brillo del oro como el brillo más preciado de su posición social?...

230

M. C. Arambel Guiñazúy

C. E. Martin

¿Qué culpa tenía si, siendo una joven casi pobre, la habían educado creánd o l e necesidades que la vanidad aguijoneada de continuo por el estímulo, consideraba como necesidades ineludibles, á las que era forzoso sacrificar, afectos y sentimientos generosos? ¿Qué culpa tenía, si en vez de enseñarla, la moral religiosa que corrige el carácter y modera las pasiones, sólo la enseñaron la oración inconciente, el rezo automático y las prácticas externas de vanidosas, é impías manifestaciones? ¿Qué culpa tenía ella de haber aprendido en la escuela de la vida á mirar con menosprecio las virtudes domésticas, y con admiración y codicia las ostentaciones de la vanidad? ¡La sociedad! Qué consideraciones merecía una sociedad, que ayer no más, cuando ella se presentaba como una gran cortesana, rodeada de sus admiradores los que eran conceptuados por amantes de ella, la adulaba, la mimaba, la admiraba, dejándole comprender, cuánta indulgencia tiene ella, para las faltas que se cometen acompañadas del ruido que producen, los escudos de oro?

[...] Una lágrima humedeció sus hermosas pupilas, lágrima que ella se apresuró á enjugar con rabiosa indignación, como si á mengua tuviera llorar, como si el llanto fuera, en esa circunstancia, signo de debilidad y no signo de arrepentimiento. Su ceño se arrugó y su expresión sombría, manifestaba que por su alma pasaban pensamientos amargos y proyectos horribles. Llorar ¿para qué y por qué? Era acaso ella culpable? No sentía el dolor del arrepentimiento sólo sí, el coraje, la indignación de la víctima, que se considera castigada con bárbara crueldad é inmensa injusticia. Sentíase irresponsable de las faltas cometidas y fatalmente lanzada en la única senda, que le fué dable seguir. Recordaba á todas aquellas amigas suyas que como ella habían brillado en la misma sociedad, y conservaban siempre las consideraciones y homenajes que antes les tributaron. Y esas habían cometido faltas muy graves y muy verdaderas, y no como las suyas, supuestas y leves: leves, sí, puesto que ella jamás le fué infiel á don Serafín. ¿Por qué sucedía ésto? La señora de Rubio, no trepidaba en definir - e s a anomalía con esta amarga frase: - Y o he perdido mi fortuna y ellas la conservan todavía!!... Luego pensó, que á seguir en la vertiginosa caída, hacia donde la arrastraba la ruina irreparable de su fortuna, llegaría bien pronto hasta no encontrar más recurso que la mendicidad.

Capítulo VI: La novela

231

¡Vivir de limosna! ¡Qué horror! ¡Oh! nunca, jamás descendería hasta ese extremo! Preferible era ir por otra senda á... En este punto el pensamiento de Blanca, se detuvo sin atreverse á pronunciar ni aun mentalmente la palabra, que definía su porvenir, tal cual ella quería aceptarlo, y prorrumpió en una de esas carcarcajas estridentes, henchidas de indignación é impotente coraje. Y volvió á su mente la comparación de otro día. Ella pobre como Josefina, más que Josefina, la mísera costurera, que un día ella sacó de un entresuelo de la calle del Sauce... Y en la altivez de su carácter, juzgábase más degradada, muy más envilecida, recogiendo humildemente las limosnas que sus amigas quisieran darle, que buscando la riqueza por la senda en que ella se proponía buscarla. ¡Pues qué! ¿acaso había llegado á la edad en que la mujer, deja de ser un poder, una fuerza, una voluntad, que se impone como ella estaba acostumbrada á imponerse? No, aún estaba joven, aún estaba hermosa, y no llegaría jamás á humillarse ante aquellas á quien ella tanto humillara y otro tanto deslumhrara... Largas horas pasaba urdiendo y combinando planes, para el porvenir, para ese porvenir, por cuya prosperidad tantas copas apurara, no de hiél, sino de pisco, comprado de la pulpería, á veinte centavos la botella; y uno de sus proyectos era, reunir en una sola noche a todos sus antiguos amigos, á sus más apasionados adoradores, para decirles: -Aquí está Blanca Sol, la gran señora que tanto admirabais y codiciábais; aquí está, flagelada por todas las infamias del gran mundo y contaminada de todas las llagas sociales. No he salvado de mi naufragio más que mi belleza; yo os la doy¡ nó, es que necesito dinero. Y la vendo; la vendo al mejor postor... Y aquí sus ojos centellaban llenos de cruel despecho é indignación.

[...] Cuando en la noche los niños lloraban, diciendo que tenían hambre, no se había atrevido á pedirle dinero á la Señorita ¡ay! ella sabía que muchas veces no tenía ni un centavo, y entonces pedía el pan á la pulpería. Y á este tenor fueron las revelaciones de Faustina. -Mañana pagaremos todas nuestras deudas -contestóle Blanca. Y al día siguiente, pidió á un fondista peruano, le preparara una cena criolla, queriendo así dar su primer protesta, contra todo lo que llevara el sello de su nobleza, de su aristocrácia. Los licores quiso que fueran buenos y abundantes; las cuentas de la cena como del servicio de mesa, que fué preciso alquilar, serían pagados dos días más tarde. Y así la señora Rubio, con la expresión de profunda desesperación, con el pulso trémulo y mordiéndose los lábios, más como quien va á realizar crueles venganzas, que como quien va á llegar á un fin deseado; escribió varias car-

232

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

tas: la primera era para un viudo rico, un ex-ministro que le había rendido homenajes, furiosamente enamorado: otros muchos como éste fueron también llamados: los invitaba á su casa para una cena de íntima confianza. Blanca no dudaba un momento que sus invitados llegarían alegres y esperanzados. ¡Pues qué! Acaso los llamaba pidiéndoles auxilio; demandándoles amparo, y suplicando le tendieran la mano para levantarse de su caída!... Ella estaba bien segura que por el tenor de sus cartas, dejaba adivinar bien claro que ella no decía: -Ven, ayúdame á salvarme!- Sino al contrario: -Ven, acompañame á perderme... Y con su acostumbrada sonrisa decía: - N o s perderemos todos!... También hubieron mujeres invitadas: las vecinas del segundo piso: jóvenes y bonitas, que según informes recibidos eran "mujeres de vida alegre". ¿Se habrá vuelto loca Blanca Sol? - s e preguntaban unas á las otras mirando y remirando una esquelita de la señora de Rubio en la cual las invitaba á tomar "una tacita de té" en compañía de amigos íntimos. No, ella no había perdido el juicio: pero sí se preparaba á hacerle perder el juicio y la fortuna á muchos hombres. Blanca no se equivocó, todos sus invitados acudieron presurosos. Y ella los esperó vestida sencillamente con bata de casa, como si quisiera manifestarles que esa invitación no era más que el principio de otras muchas que diariamente daría ella en su casa. En la expresión de su semblante y en todo su porte, había algo insólito, algo extraordinario; era el descaro, la insolencia de la mujer que quiere expresar con sus acciones lo que no puede decir con el lenguaje hablado. Ya llegará el momento que lo diga todo, pensaba ella: y sus palabras fueron tomando el tinte subido que retrataba su pensamiento y sus designios. Y durante la cena ella dirijíase esta pregunta. ¿Qué pierdo esta noche? Y se contestaba á sí misma: ¡Nada; puesto que el honor y mi reputación los he perdido ya! Pero sino pierdo nada puedo ganar mucho, mucho... Mañana habrá dinero para pagar mis deudas!... Y después de la cena hubo grande algazara, loca alegría, cristales rotos, palabras equívocas y Blanca llegó hasta... ¡Silencio!... No se debe describir el mal sino en tanto que sirva de ejemplo para el bien.

233

Capítulo VI: La novela CLORINDA MATTO DE TURNER

(Cuzco 1852 - Buenos Aires 1909)

Las novelas Indole (1891) y más tarde Herencia (1895) constituyen un asalto frontal a los valores de la burguesía peruana y a la hipocresía de la iglesia. índole acomete una crítica brutal al mal sacerdocio, a la fe sin análisis, a la beatería conformista. La sotana encubre al mal y al vicio que casi acaban por destruir al matrimonio ideal.

ÍNDOLE (NOVELA PERUANA)

XXVI Reinaba silencio absoluto por todos los ámbitos del caserío de Palomares, hermoso con sus minaretes blancos y sus techos colorados de tejas. El aire saturado de los perfumes del trébol, las flores de las habas y el maíz en penachos rubios, brindaba á los pulmones una atmósfera, caliente al rigor del sol suspendido en un cielo trasparente donde ni la más lijera gasa en forma de nube, interceptaba uno solo de los rayos que abrasaban la tierra con el calor tropical, señalando la hora de las germinaciones en el seno de esa madre cuyos secretos posee el Autor de la Naturaleza, secretos que roba el naturalista para determinar cómo se hincha la semilla, se abre y brota un ojo imperceptible que rompiendo a su vez la capa terrestre, surje hasta convertirse en el frondoso pisonae coronado de bombones rojos ó en el oloroso saúco de albos plumajes. ¡Momentos solemnes! Acaso determinan también para el hombre la hora de las grandes efervescencias de la sangre, que le impelen á arrojarse en brazos del placer, exitados sus sentidos con ese efluvio de atmósfera tibia y olorosa. Cuando el cura Peñas vió á Eulalia, se puso de pie esforzándose por tranquilizar su propia sobreexitación y, estudiando una forma para no alarmarla, le ofreció una silleta y la dijo: - S í , Eulalita; y, como hemos de hablar largo, será bueno tomar asiento. -Gracias, tataíto. El señor Peñas arrastró otra silleta, y poniéndola cerca, bien cerca de la señora de López, continuó:

234

M. C. Arambel Guiñazú y C. E. Martin

- S i e n t o no tener una tablita á la mano para ponerla entre los dos, porque tú has de responderme con la franqueza que siempre te he pedido, como a tu padre. - Y a lo sé y ¿qué?... - Q u e hiciste mal en quedarte aquí tantos días; verdad que también te lo aconsejé; pero yo no creía que él regresase á Rosalina dejándote sola. - Y a usted ve cómo ha cambiado mi suerte, padre, y tan mala índole la mía que todavía le amo. - R e s p e t a r á s la sociedad, tus vínculos; en fin, hija, porque amor de amor vive y en faltando en un corazón muere en el otro; -peroró el cura, sintiendo herida su fibra celosa por la franca declaración de Eulalia; y con la suavidad con que la víbora engulle la rana caída en el momento sicológico, fue acercando su m a n o á la m a n o de ella, hasta tomarla completamente entre las suyas, y la fue acariciando con ternura de niño. - P o r qué no retiro la mano que es de Antonio? - p e n s ó la señora de López; pero una fuerza superior á toda reflexión, una especie de laxitud espiritual que dejaba sin acción la voluntad, la obligó a abandonar su diminuta diestra entre las manos suaves de quien solo manejaba objetos delicados como los lienzos de lino. - E s preciso que te diga, Eulalia, una vez por todas, que hace quince años que tú vives aquí en el corazón, fija, sola, adorada á cada minuto, reverenciada á cada hora! Compadéceme, no seas insensible. Nuestro secreto será tan profundo como el de las tumbas! Oh, Eulalia! Mi carácter me hace intocable por la lengua y la maledicencia humana; y en todo caso, sería... una debilidad..., no un crimen, no!... - E l adulterio! Exclamó Eulalia horrorizada sin poderse contener. - Q u é dices, hija? no! no! yo no te llevaré al adulterio que, bien mirado, es un accidente sin importancia en la vida humana; porque en las sociedades que viven con escasos ideales y con el sentido moral en huelga, el adulterio no preocupa á los mismos que son víctimas de él. Lo que preocupa en todo caso es el escándalo - d i j o el señor Peñas, midiendo maestramente la dosis de veneno que vertía sobre el cáliz de una existencia creada para el bien, porque su índole era buena. -Jesús, qué horrores está usted hablando, por Dios, padre mío!... Imposible! - a r g ü y ó ella en uno de los sacudimientos, que como la carne próxima á morir, daba su organización afectada. - T e haces la tonta! Vamos Eulalia, ni te enseño el adulterio ni te lo pido. No, lo que te exijo es simplemente compasión para un afecto inmenso, inconmensurable!. .. - d i j o el cura con arrebato pasional; y prevaleciendo la materia en aquel m o m e n t o , ebrio, ciego, nave sin timonel arrojada á la tempestad,

Capítulo

235

VI: La novela

tomó del brazo a Eulalia y sujetándola como con barras de fierro la atrajo hacia la derecha con ánimo resuelto; mas en esos momentos dieron golpes repetidos y menuditos en la puerta principal, dejándose oir la voz de Asunción que decía: -Doña Eulalita, doña Eulalita, salga, que vienen. Y el cura apenas tuvo tiempo para decir. -Hija de mi corazón! Mi honor está en tus labios! - y cayó devanecido en la cama que estaba á su derecha.

[...] XXVIII Las campanas del templo se desgañitaban, de risa, probablemente; la banda de música del cojo Pinelo resonaba en los aires con los acordes del Jamás mi pecho, tonada compuesta sabe Dios por quién pero de todos comprendida y aplaudida, hasta por su letra que es el juramento de amor más tierno; cientos de paquetes de cohetes chinos reventaban en el atrio del templo, casi formando una calle delineada por el humo, los papelitos rojos y la tronadera; cuando salió de la iglesia un grupo compacto y heterogéneo, presidido por un Coronel de pantalón grana, levita azul marino con presillas de finos hilados, sombrero de picos con pluma de General, y sable de caballería al cinto. Era el feliz Idelfonso, y á su lado, asida del brazo, iba una dama con faldellín de seda color tumbo, pañolón de vapor granate bordado de colores, peinado alto como una torre, sujeto con una peineta de carey de siete pulgadas, y flores de manos, un tanto descoloridas, en el remate. No era otra que Ziska, la afortunada esposa, que, de bracete con Foncito y llevando ya la bendición nupcial encima, no se cambiaba ni con la Sara Bernardt de los tiempos posteriores, después de morir en la Dama de las Camelias. Enseguida iban varias parejas notables, siendo las primeras don Antonio López y Doña Asunción, padrinos del matrimonio, don Valentín y Eulalia, el gobernador, Juez de paz y maestro de escuela del lugar, y un séquito de ochenta ó más personas, parientes y amigos de los novios. En la puerta de la casa del señor López reventaron media docena de camaretas, como formidables cañones de un blindado marítimo, salva con que se recibía á la pareja nueva; y todos entraron en la casa, que, convertida en una especie de romería de Navidad, ostentaba en el medio del patio un árbol cargado de rosquetes, cucharas, monedas, animales vivos y cuanto el afecto de los parientes y amigos colgó en sus ramas. - A j á ! Qué rico está el árbol de la boda, lo qués elegir buena amistad -dijo uno de los envidiosos.

236

M. C. Arambel Guiñazúy

C. E. Martin

-Pasen todos adentro, y que vaya una comisión por el señor cura! -exclamó don Antonio. -Cierto, padrino, aunque él ofreció venir luego que se desvistiera - d i j o Idelfonso. - A ver, Asunción, ¿qué tomará usted? -preguntó Eulalia. - L o que ustedes gusten, yo tomo todo. -Para Valentín una copita de puro antes -interrumpió don Antonio. -Sí, amigo, que estoy con el estómago respondón... -Aquí viene nuestro cura -dijeron varios desde la puerta de la sala. -Hurra a los novios!! Hurrááá! -gritaron otros en coro. - L a banda que toque el ataque de Huchumayo -pidió uno. -Sí, el ataque, porque Foncito ataca -contestaron algunos. -Chist! Eso de callao, que ahí está el cura con su gobernador -observaron otros. - Y la novia, que no vió, lo verá -dijo un mozón. -Lisura, y miren quien habla! El que no tiene coteja -murmuró una vieja. - M i cura con usted, que por la iglesia se entra al cielo -dijo uno brindando. -Con todos, yo soy de todos -repuso el párroco, y en seguida alcanzó una copa á Eulalia diciendo: -Creo que no me desairará esta copita la señora de la casa. -Asunción y la novia que nos acompañen -respondió ella recibiendo la copa. -Foncito, buena te la buscaste, zorro -decía uno abrazando al momentáneo Coronel. - E n la quebrada crecen las más gallardas flores, miren á la de Sulluni. - Y que la conozca su padre si resucita -decían en aparte dos mozos señalando a Ziska; y el copeo se hizo general, sin que nadie alegase razón alguna para excusarse de empinar el codo, tanto que, en un cuarto de hora, todos hablaban alto y porfiaban como unos ultramontanos. -Vaya, hijita, que hoy haremos las paces - d i j o el señor Peñas llegándose á Eulalia. -Verdad, tata, que me molesté de veras. -Pero me perdonas, me has perdonado? -Por qué no? el perdón es del que lo solicita. -Bueno: en prueba tomaremos un pisco grande. - Y si me mareo? -Estás en tu casa, y con irte á tu cama se acabó la historia. -Bueno, venga el pisco. -Señores, copa general por mis ahijados -dijo en esos momentos el señor López.

Capitulo VI: La novela

237

-Todos servidos, padrino. -Bravóóó -gritaron todos, chocáronse vasos y copas, y Ziska dijo á su novio. -Mirá, Coronel buen mozo, llevó, esta copita á la madrina. -Con permiso ó sin él voy un rato por adentro -dijo Eulalia dirigiéndose á Asunción. -Vamos juntas, doña Eulalia, que si usted desea descansar yo también clamo por aire fresco, y esto es menudear mucho la copa -contestó la señora Cienfuegos, y ambas se dirijieron al dormitorio. -Qué hace esa banda? A ver la palomita -pidió uno. -Para eso se les paga á éstos -dijo doña Mónica muda hasta entonces. Y el párroco, paseando la mirada con la pericia del militar que toma posiciones, se levantó disimuladamente y se introdujo al interior. -No, padrinoy! -Señor Valentín! -Beba el padrino primero ¿y si tiene veneno? -decían éstas y las otras, empeñadas en comprometer á López y Cienfuegos. Para la excursión del cura no hubo valla, y llegando donde estaban las dos señoras, las dijo: -Las pesqué, las pesqué como á dos palomitas. ¡Cómo descuidar yo á mis hijas! Y ambas sorprendidas dijeron á una voz: -Tátaü -No se asusten que no soy león. A ver, Asunta, no está propio que las dos vengan dejando la sala con gente. Desempeña á tu hermana mientras descansa. -Cierto que ni me había fijao -dijo doña Asunción saliendo inmediatamente; y cuando el señor Peñas quedó solo delante de Eulalia se lanzó sobre ella sin preámbulo, y la estrechó entre sus brazos repitiendo fuera de sí: -Mujer, mujer! Te pertenezco. -Deténgase ó grito. -Tú amas á Antonio? -Con toda mi alma. -Pues si no cedes, aquí está su perdición -dijo el cura presentándole el pliego signado con el número tres de lápiz rojo. Eulalia lo leyó temblando, y estaba próxima á desmayarse cuando don Isidoro le arrebató el papel y después, con la fuerza del milano que coje a la paloma, la sujetó en sus brazos y con sus labios candentes como el áscua, envolvió los purpurinos labios de la mártir en un beso que no tuvo fin, llevándosela hacia el canapé rojo. Pero ella sintió acudir en su auxilio una fuerza misteriosa como la impulsión de la índole de la persona nacida para el bien, y trocadas sus emociones en ira dió una sacudida titánica y arrojó al cura lejos

238

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

de sí, cayendo él de lleno sobre el canapé y rodando por el suelo su negro solideo; en momentos en que la figura simpática y noble de don Antonio López aparecía en el umbral de la alcoba, donde llegaban las voces de afuera que decían: -¡¡Viva, viva el novio que no vió\\ Y el señor López distinguió al través de una gasa negra la imagen de Eulalia, junto a la mal traída sotana del cura Peñas, donde esos labios de mujer, rojos como los guindos de Urubamba, eran una gota de sangre indeleble. El cura formó ante los ojos del infortunado señor López el oscuro del claro color de cielo que en su corazón dibujó la tímida niña que, en la noche de su desponsorio, estrechó él entre sus brazos con la pureza con que el rayo de luna circunda la corola de una rosa; noche inmemorial en que ambos se dijeron en la suprema exaltación del amor. ¡Eternamente solos! Nadie entre los dos!! Fin de la primera parte

[...] SEGUNDA PARTE I La alcoba estaba decorada con el primitivo gusto de los días felices del matrimonio de López, cuando entre ellos no se alzaba aún la fatídica figura del confesor solicitante, tipo del mal sacerdote que abraza la carrera por cálculo, sin haber sido llamado por aquellas excitaciones del espíritu que llevan al hombre ya sea al tabernáculo de las artes, ya á los altares de lo divino. Un enorme jarrón de amancáes perfumaba la pieza, y sobre el mármol del lavabo yacían esparcidas algunas horquillas de alambre negro y peinecillos de carey de dos dientes; y un pomo de vinagre Bully destapado, que mezclaba su olor fuerte á la suave fragancia de los amancáes. La luna azogada del enorme ropero de roble charolado reproducía, clara y silenciosa, la imagen de los personajes que, en medio de la gravedad de la situación, mal podían fijarse en la risible figura del señor Peñas, ni en el solideo tirado por el suelo y reproducido también por el espejo. Don Antonio quedó como petrificado por algunos segundos, procurando darse cuenta de lo que pasaba ante sus ojos. El cura Peñas se arrojó á los pies de Don Antonio, y puesto de rodillas le dijo: -Detenga su juicio, hermano..., ella está sin mancha; perdone..., calle..., calle y perdone...

Capítulo

VI: La novela

239

-Miserable! Esa es la actitud del mal sacerdote, esa es la misión del reptil que se arrastra humilde hasta verter el veneno en el cáliz de la dicha ajena -repuso el señor López, despertado del estupor, asiendo del cuello al cura Peñas con propósito de destrozarlo. - N o provoque un escándalo -argüyó lacónicamente el cura, poniéndose de pie, logrando deshacerse de la mano de su rival y en actitud de defensa. -Antonio, por Dios, Antonio, acepta por lo menos una explicación -suplicó Eulalia, empalmando las manos con los ojos preñados de lágrimas al través de las que todo lo veía turbio. -Señora, todo ha concluido entre usted y yo -respondió el señor López lanzando una mirada de desprecio á su mujer. -Sí, será como quieras; pero, escucha, por Dios!... - E l ridículo caerá sobre usted solo don Antonio. ¿Quién le creerá en la sociedad, lo que usted cuente de mí? Mi condición, mi estado me escudan y... la sociedad es mía... Por otra parte, yo puedo perderlo para siempre; yo estoy a! corriente de los secretos de... don Valentín -dijo el cura aceptando la situación resueltamente. Una oleada de sangre pasó por el rostro de don Antonio López, quedando en seguida pálido y sin acción. -Vea que la reconciliación es una necesidad, señor López -continuó el cura, seguro de llevar ventaja en las armas de defensa y de ataque. - E l escándalo sería peor que la muerte, Antonio; quítame la vida que te pertenece; pero... - E l honor valía más que la vida, señora -interrumpió don Antonio, á lo que don Isidoro dijo: -Sí, y es el honor de usted del que se trata. Esa señora está sin mancha, se lo juro, y usted quiere mancharla señalándola ante una sociedad que condena el adulterio en la mujer y no se fija en el del hombre. -Antonio, por Dios, yo te contaré todo. He sido confiada, pero no culpable; no habría cedido por nada del mundo, tú conoces mi índole -dijo Eulalia acercándose humildemente á don Antonio. -Necesito saber por qué vino este hombre hasta este lugar. - L o sabrá usted -repuso balbuciente el clérigo-, cuando vine, la señora estaba acompañada por doña Asunción que se retiró á poco; y al verla sola. Un acto impulsivo impremeditado, una oleada de hombre, un impulso bestial, me hizo aproximarme á la mujer que más respeto en la vida!! Y se inclinó para recoger del piso el solideo. - D o ñ a Eulalia, tataito - d i j o Asunción llegando y, sorprendida al encontrarse con don Antonio, agregó: Señor López, vamos por allá que todos echan de menos á ustedes.

240

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

- N o parece sino que todos se han echado á roncar por acá -dijo don Valentín entrando, seguido del gobernador y de Idelfonso con su traje de Coronel. Don Antonio, demudado y tembloroso como el león que deja escapar la presa, se dijo mentalmente. -Evitaré el escándalo, pero la venganza es mía - y levantando la voz agregó. -Vamos, y que esos novios no sufran por nuestra ausencia. -Padrino, quieren bailar una mozamalita -dijo el novio. Y salieron todos pasando á la sala, donde el señor López tomó el sombrero del cura y, alcanzándoselo, dijo en voz baja: -Iré á su casa á verlo. El cura Peñas salió sin despedirse; pero uno de los de la reunión, que lo vió cerca de la puerta de calle, corrió á detenerlo. - N o se vaya, señor, que no tardan en servir la merienda, no se vaya... -Sería cargo de conciencia, hijo, tengo que hacer dos bautismos, volveré más tarde -contestó él apurando el paso mientras que en la sala arreciaba el baile y jaleo, y uno de los parientes de Ziska, sin hacer mérito de la música, cantaba Ya salieron á bailar La rosa con el clavel; A deshojarse la rosa, y el clavel á recoger. II En el patio de la casa, junto al árbol de la boda, estaba preparada una grande mesa, angosta como un banco, pues en la cabecera difícilmente cabían los dos asientos juntos para los novios que se sentarían, según la costumbre, con sus padrinos al lado. Las fuentes de la merienda iban llegando en abundancia tal, que bastaban para una división de ejército. Doña Mónica y Manonga dirijían la maniobra gritando á los indios servidores: - P o r acá esa fuente de cuyes. - A la cabecera hay que poner las gallinas al horno y los patos rellenos. -Sí, que por allí estará el tata Fernando. -Cabales, los de abajo cualquier cosa comerán. A ver esas papas de huatia y los choclos sancochados. -Mira, Marcelino, sacá el corcho y poné el clavel en las botellas. -Jesús! Por lo mismo que una pone cuidao.

Capítulo

VI: La novela

241

-Sí, pues, que van a faltar frascos para el vino. Bien me decía mi comadre doña Simona. -Pero esa banda ¿por qué no toca? Así en silencio se aburrirán de esperar. -Mejor avisaremos de una vez -observó Marcelino. -Sí, bien dices; ínter toman el abre-ganas á la buena de los novios hay tiempo para servir el ají de huevos. -Qué lástima de mi señor cura ¡cómo lo han dejado ir! -Le apartaremos un platito; él regresará -aseguró Manonga. Notificados los de la sala salieron con sus parejas: don Antonio dió el brazo á Asunción, don Valentín tomó á Eulalia, Foncito á Ziska, y los demás escogieron pareja á su gusto. Don Antonio estaba muy demudado y triste. En vano se esforzaba por disimular que llevaba la muerte en el corazón. La idea del suicidio brotó nuevamente en su cerebro enfermo y casi no dirigía la mirada a Eulalia que, también con el corazón saturado de amargura y las lágrimas anudando su garganta, parecía una muerta vestida de gala. Don Antonio deseaba y temía á la vez explicarse con su mujer. Ansiaba que aquella reunión terminase temprano y luego se empeñaba en prolongarla. Consultaba su corazón para medir el odio que sentía por la mujer pérfida y desleal, y luego débil como un niño sentía crecer las pulsaciones que da el amor, y las últimas palabras de Eulalia, cuando dijo "yo te contaré todo", zumbaban en su oído como delirio producido por la fiebre. Eulalia, por fin, bebió de golpe medio vaso de vino con agua, y pareció estar tranquila y confiada. Se había reconcentrado un momento levantando su espíritu a Dios y pensando que El dijo que no hay culpa sin perdón. Mientras tanto, alrededor de esos dos corazones desgarrados por la mano que debía llevar solo bálsamos y consuelos á los hogares, todo era bullicio, alegría y placer. Las risas del festín sacudían el organismo adolorido como el estridente golpe del yunque junto al lecho del neurálgico. -Qué tal mi cura! Se fue sin decir allí queda la puchuela -dijo el gobernador, y aquellas palabras cayeron como plomo candente sobre el corazón de Antonio, y produjeron un frío temblor en la señora López. -Es preciso multarlo cuando vuelva, él sacará el zorrito del cuye -contestó otro. -Antonio, te noto muy disgustado ¿qué te pasa? -preguntó don Valentín á media voz. -Siento jaqueca, sí, tengo malestar, ya pasará -repuso éste fríamente mordiéndose los bigotes.

242

M. C. Arambel Guiñazúy C. E. Martin

-Jesús! Qué pálida se ha puesto usté doña Eulalita! Le ha dado el viento? -dijo Asunción levantándose de su asiento, acercándose á su amiga, y poniéndole la mano en el hombro, añadió en baja voz. - S e ha retirado el tatito, algo ha habido. Jesús! Si cuando encontré á don Antonio adentro ni sé qué corazonada me dió, porque estos masones son capaces de juzgar mal de un sacerdote. - N o hablemos de esto aquí, doña Asunción. Más tarde diré á usted lo que hay -repuso enfadada Eulalia, casi aturdida por el sonido del bombo y los platillos de la banda que sonaban muy cerca. Momentos después la medida estaba colmada. El corazón de Eulalia, repleto de lágrimas, se desbordó en corriente incontenible, cruzó los brazos sobre la mesa, inclinó la cabeza y los zollosos comenzaron á salir á borbotones, casi ahogándola. -Atiosl Tu madrina ha tomao sus copitas -dijo doña Mónica á ldelfonso. Y don Antonio, que estaba un tanto sereno, se levantó de su asiento, se llegó donde Eulalia y la dijo á media voz: -Señora, está usted indispuesta, déme el brazo para llevarla á su habitación. Ella no esperaba aquel acto de generosidad de parte de López. Levantó la cabeza, y fijando en él sus ojos anegados en lágrimas, expresó su gratitud en una de aquellas miradas que transparentan el alma y estrechan el corazón, pues sentía anudársele la palabra en la garganta. Tomó el brazo que le ofreció Antonio. Muda como la estatua del dolor su rostro decía á gritos la pena infinita; su brazo temblaba al contacto del brazo del que, acaso en breves momentos, iba á ser su juez inexorable. No se dijeron ni una palabra en el trayecto. Cuando llegaron á la alcoba, él, soltándola, dijo con aspereza: - N o llevéis las cosas al escándalo y al ridículo. Descansad en ese lecho que habéis deshonrado. Ella entonces, recobrando la entereza de la dignidad que se reacciona, lo tomó del brazo con ambas manos, y le dijo: -Antonio, ese hombre que, en su carácter, debía velar por la virtud es un infame, sí, lo sé, lo rechazaba, lo arrojé sobre el canapé como á un muñeco, cuando tú llegaste á acabar de salvarme, y en su merecida caída rodó al suelo hasta el solideo de su cabeza. Este detalle fué el más importante. López recordaba haber visto el solideo, al cura levantarse del canapé, y á Eulalia frente á frente. Antonio balbuceó: -Te perdonaría si hablases la verdad.

Capítulo VI: La novela

243

- T e lo juro por ti, por Dios, por lo más santo que tengo, por ti, por tu amor, por ti -repetía frenética Eulalia, soltando el brazo de Antonio y empalmando las manos en a d e m á n de súplica. Poco le faltaba para caer de rodillas. Su cuerpo la venció por fin, escondió el rostro entre las manos y cayó sobre el pecho del sefior López que comenzaba á sentir compasión. Era tal la sinceridad de la expresión en Eulalia que él se iba convenciendo de que llegaría á saber la verdad. - S i fuese culpable te lo confesaría, Antonio, segura de tu perdón. Sé que me amas todavía, porque te amo yo y mido tu corazón por el mío!... -Tranquilízate, descansa - d i j o por fin el sefior López invitándola á sentarse en el canapé, y allí escuchó la confesión minuciosa de Eulalia, que no olvidó ni el más p e q u e ñ o detalle, desde la mañana en que el cura don Isidoro Peñas entró en su casa cuando ella regaba los tiestos de violetas. - D e modo que el guante lo tiene él? - S í , Antonio, ni he pensado más en él desde aquel día. - Y el maldito pliego? - E s a fue su gran amenaza, sí, yo lo he visto, lo he repasado, y me lo arrebató en momentos de romperlo. - Q u e d o satisfecho de tus palabras. A costa de tan amarga lección, te persuadirás que los que van al sacerdocio sin las virtudes de la vocación y la educación necesaria, son los mercaderes del templo á quienes arrojó nuestro Señor con el látigo infamante; estos malos curas siembran en el confesionario la zizaña de la familia y la deshonra del hogar. A h ! . . . cuántos maridos!... Eulalia!... cuántos p a d r e s ! . . . cuántas m u j e r e s en quienes no prevalece la índole!... - r e p e t í a el señor López formulando á medias sus terribles pensamientos, y poniéndose de pié, nervioso y agitado. - A n t o n i o mío, te juro que no olvidaré jamás esta lección -prometió Eulalia, pálida como la flor del almendro, mientras que de afuera llegaba una oleada de m u r m u l l o y risotadas anunciando que el mundo, divirtiéndose, n o piensa en los corazones que sufren. - M a ñ a n a quedará todo arreglado, tranquilízate y calla - o r d e n ó don Antonio, saliendo t r a n s f o r m a d o de aquel m i s m o lugar de donde, en la mañana, salió como un idiota arrastrado por la gente que llegó. Ahora iba por sí solo en busca de los que reían. Era preciso beber y reír también.