Las Filosofias De La Revolucion

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Silvana Carozzi

Las filosofías de la Revolución Mariano Moreno y los jacobinos rioplatenses en la prensa de Mayo

( 1810 - 1815)

Carozzi, Silvana Las filosofías de la revolución : Mariano Moreno y los jacobinos rioplatenses en la prensa de Mayo : 18 1 0 -1 8 1 5 . - la ed. - Buenos Aires : Prometeo Libros, 2011. 3 8 6 p. ; 21x15 cm. ISBN 9 7 8 -9 8 7 -5 7 4 -5 0 1 -8 1. Historia Argentina. Titulo. CDD 982

Cuidado de la edición: Magalí C. Álvarez Howlin Diseño, diagramación y edición técnica: José Espinosa y Gervasio Manuel Espinosa

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Hecho el depósito que marca la Ley 11.723 Prohibida su reproducción total o parcial Derechos reservados

ÍNDICE Agradecimientos........................................................................................................11 O CAPÍTULO I. Introducción................................................................................. í3 Los derechos: una advertencia filosófica...................................... ................,.2 1 La discontinuidad conceptual y la escena rioplatcnsc ......... ........................29 Las lecturas y los temas: algunas consideraciones sobre el abordaje ....3 6 La invención dc la opinión pública: un breve repaso.....................................43 Los actores revolucionarios y la construcción dc una opinión pública cn Buenos A ire s......... .............................................................................. 48 Modernidad, revolución y derechos: un nuevo pasaje por la filosofía......... 54 CAPÍTULO 11. La Gaceta o el “bajo continuo” dc 1810: la agenda dc Mariano Moreno . . ........ . — . ........................................................................... 63 El devenir dc los argumentos............................................................................... 86 Más principios, otros conceptos ........................................................................ 97 El celebre decreto y el acorde final................................................................ 148 La construcción dc un interlocutor metropolitano.................................. 154 El interlocutor polém ico................................................................................... 165 CAPITULO III. El Correo de Comercio de Manuel Belgrano: ¿la palabra dcl «cordero»?....................................................................................... 173 Cierta memoria, algunas pruebas................................................................... 176 Los deberes, las libertades y los derechos...................... •........................... 190 CAPÍTULO IV. La Gaceta dc los viernes o Bernardo dc Montcagudo durante la «fiebre m ental»...... ................................................ 195 El Montcagudo dc P azos................................................................................... 199 Un morenismo sin M oreno................................................................................210

CAPÍTULO V. El Mártir o Libre, con «la tea y el puñal»......................... 233 CAPÍTULO VI. El Grito del Sud y la segunda versión de los «raros tiempos de felicidad» ....................................... . ..................... .........................255 CAPÍTULO VIL La Gaceta Ministerial, las revisiones y el comienzo de la «expiación»................................................................................................303 CAPÍTULO VIII. La “biblioteca” de los morenistas y el discutido “momento Rousseau” ........................................................................................311 La controversia poco cordial............................... ...........................................320 La difusión hispanoamericana de Rousseau....................................... ........328 Moreno, Monteagudo y las ventajas teóricas..............................................344 CAPITULO IX. Conclusión: los libros de la revolución........................359 BIBLIOGRAFÍA ..............................................................: .................................. 371

A Guillermo, y a nuestras hijas juliana, Elina y Eloísa

Agradecimientos O Este libro contiene,.en forma incompleta, mi tesis doctoral, que fuera escrita a partir dc una investigación llevada a cabo en el marco institucio­ nal clci Consejo dc Investigaciones dc la Universidad dc Nacional Rosario, Argentina. Debo entonces a la universidad pública, dc la que provengo y a la que orgullosamente sigo perteneciendo, mi primer sincero reconoci­ miento. También quiero agradecer a quien fuera mi director Jorge Dotti por su provocadora inteligencia y su permanente disposición para consultas y conversaciones referidas al ámbito dc la filosofía política. A mi codircctor Patricc Vcrmercn por su interés por el siglo XIX y su vocación inclaudicable dc sostener las relaciones académicas franco argentinas. Para mi compañero en la vida, Guillermo Colussi, que con su amor y su confianza alienta diariamente mi trabajo, no alcanzarían nunca las palabras.

CAPÍTULO I Introducción La idea que, en nuestra preferencia, abre el espacio dc interrogación histórica y filosófica sobre el momento al que nos dedicamos y sc constituye en fundamento dcl análisis, es la qucTulio Halpcrín Donghi deja escrita cn el texto dc 1972. Refiriéndose al orden español dcl cualias colonias ameri­ canas formaban parte sustancial, cn la primera mitad dcl siglo xix, expresa: «puede decirse dc él, como de la unidad imperial romana que no murió dc su propia muerte, que fue asesinado».*1 Cómo este asesinato fue llevado a cabo y, más especialmente, cuál fue filosóficamente el mundo conceptual desde el que esc asesinato fue justificado por una parte dc sus protagonistas rioplatcnscs son las preguntas que inspiraron este libro. Nos ocupamos, más específicamente, dc la forma como el tema sc despliega en el Río dc la Plata, entre 1810 y IS IS , en las intervenciones periodísticas del grupo revolucionario denominado primero por sus adversarios (y luego por una parte de la historiografía) jacobino, cuando con este apelativo sc intentaba satanizar al liberalismo exaltado,2 Que el desmoronamiento del orden y la estructura dc la monarquía hispana, conocedora dc épocas dc expansión y esplendor arrastraría irre­ mediablemente al vínculo colonial con los territorios americanos, es una explicación que aun siendo la que reúne actualmente más consenso cn el ambiente historiográfico, no resultaba como perspectiva la más nítida para *A partir de aquí y en el resto del texto , las comillas francesas («») corresponden sólo a citas textuales de autores y fuentes; las comillas latinas (““) corresponden a todos los otros usos dcl cncomillado. Aclaramos también que cn el caso dc las transcripciones dc fuentes periodísticas del siglo xix el lenguaje ha sido adaptado a la grafía actual. ’ Tulio Halpcrín Donghi: Revolución y Guerra, M éxico, S. xx¡, 1 9 7 9 [ 1972], pág. 1 36. 2 Cf. Javier Fernández Sebastián y juan Francisco Fuentes (cds): cn “Introducción” a Diccionario político y social del siglo XIX español; Alianza; Madrid; 2 0 0 2 ; pág. 4 7

los actores dcl período, y no fue ia Independencia la salida que suscitara el mayor consenso luego de los sucesos de Mayo de 1810. De hecho, la idea primero tibia de autonomía y recién luego la de Independencia fueron cauces políticos que se abrieron al calor de la crisis y que a su vez fueron concretán­ dose a partir de la militancia pública de algunos intelectuales pertenecientes, cn un principio, a la élite porteña de los años diez.J El detonante de la crisis revolucionaria hispana (americana y penin­ sular), sabemos, es la invasión napoleónica a España y las consiguientes abdicaciones de Bayona cn 1808 (Fernando vn —el Deseado™ cn Carlos iv su padre, éste cn Napoleón y Napoleón cn su hermano José Bonapartc). Dentro de las más visitadas, la lectura que hace Francois Guerra4 de las revoluciones americanas termina integrándolas al modelo y el campo de la revolución liberal española. Si bien una interpretación de esc tipo resta novedad a los acontecimientos nuestros, y esto es discutible, no lo es que cn la imagen —aún entusiasta— que la élite revolucionaria criolla co m ­ parte, la revolución es producto de un detonante inesperado y exterio r,s y por eso se vive com o una “fatalidad”, un acontecim iento súbito que estalla m etcóricam cnte sobre pueblos tan mansos com o ignorantes cn cuestiones políticas, adormecidos por una “siesta colonial” de trescientos años. En una palabra, la revolución es vivida como prematura o por lo menos se admite que ha irrumpido antes de tiempo, si es que los tiempos propicios 3 Com o también ha dichoTulio Halpcrín Donghi, las élites intelectuales que se suceden cn el siglo xix argentino pueden ser comprendidas cn dos tipos: la que se autoconcibc com o vanguardia pedagógica y la que se siente intérprete. La prim era (la de los años diez) cree que enseña a las masas lo que las masas no saben, la segunda (la dcl treinta y siete) cree enseñar a las masas lo que las masas saben, pero no saben que saben ( Se­ minario de posgrado, Mar del Plata, Univ. Nac. M. P., 1 9 95). En un juego de palabras, creem os, Halpcrín sintetiza la diferencia entre la mentalidad dcl ilustrado rioplatense y la mentalidad historicista posterior de nuestros románticos. 4 Cf. Francois Xavier Guerra: Modernidad e Independencias. Ensayos sobre las revoluciones hispánicas, FC E, M éxico, 1993 [1992J. 5 Claramente lo expresa Manuel M oreno cuando, refiriéndose a los acontecimientos españoles posteriores a la invasión napoleónica dicc: «La América cn los primeros momentos se conservó cn quietud, esperando el resultado de esta escena trem enda, hasta qxic la repetición de estas agitaciones empezó a oírse cn su pacífico recinto como el eco de unafuerte voz dada a la distancia» (Manuel M oreno: Vida y memorias de Mariano Moreno, Eudcba, Buenos Ah'es, 1968 [18121,

p. 7 8 ; subrayado nuestro)

pudiesen determinarse a partir dc parámetros vinculados al consenso sobre los objetivos o el nivel dc la conciencia social, en general. Es evidente también que, aunque equiparables a la española en ciertos aspectos, las revoluciones hispanoamericanas seguirán la vía independentista y abandonarán luego —salvo alguna excepción—la salida monárquica, mientras España se interna en la senda dc la Restauración, tal vez también por ser los reinos dc A m érica, en su juventud civilizatoria, un campo más propicio dc experim entación dcl Estado m oderno. Fórmulas y modelos hospitalarios para encarar la revolución rioplatense que, siendo como la francesa una revolución contra el pasado6 (aquí colonial), deberá em ­ pero llevarse a cabo en pueblos que son percibidos por sus intelectuales como carentes dc una tradición local en condiciones dc reemplazarlo. Un problema que deben afrontar (en su imprecisión), cs efectivamente la ausencia dc una nacionalidad cultural y dc una constitución histórica que pueda evocarse contra la pertenencia al universo político híspano, traducidas éstas en la dispersión geográfica y la endeblez dc la unidad consuetudinaria. Porque, para empezar y como expresa Antonio Annino, un reino con derechos existe si tiene historia propia.7 Que un clima dc mayor descontento con el gobierno metropolitano se venía gestando en esta parte dc América, a partir dc las reformas borbónicas dc Carlos til a mediados dcl siglo x v iii , también cs cierto. Esto sin embargo no significa dc ningún modo que las reivindicaciones criollas no hubiesen podido ser solucionadas dentro dc la fórmula dc sujeción colonial.8 Pero, porque el 6 Un tipo dc actitud que se alza contra el pasado, reflejada perfectamente en la expresión dc Saint-Eticnnc en la polémica en la Asamblea Nacional en 1789, cuando dice : «la antigüedad de la ley prueba sólo que esa ley cs vieja (.. .J ellos citan la historia, pero la historia no cs nuestra clave» citado por Bronislaw Baczko : “The Social C ontract of thc Frcnch: Sieyes y Rousseau”, en The Journal of Modern History, Vol. 6 0 , The University of Chicago Press, Sep. 1 9 8 8 , p. 101. 7 Cf. Antonio Annino: Respuesta al com entario dc Hilda Sábato, en www.foroiberoideas, com, 2 0 de julio 2 0 0 6 . s La llamadas reformas borbónicas, esto cs, las medidas que implcmenta Carlos ii ¡ a fines dcl xvin (una de las cuales cs la creación del Virreinato dcl Río dc la Plata en 1776) son un conjunto de decisiones administrativas que tienen p or objeto reorganizar el vínculo económ ico y de gobierno de la M etrópoli con las colonias americanas, dirigidas funda­ mentalmente a la centralización dcl poder y la eliminación dc los cuerpos intermedios d éla antigua monarquía. Estas reformas del absolutismo fueron una ofensiva del Estado

gesto de subordinación sc tornaría incómodo para estos americanos, y por la inequidad que sc vuelve explícita en medio dc la crisis, la reivindicación dc la igualdad americana respecto dc los pueblos dc la Península será el motor dc la Independencia,9 Esta igualdad otorga color atura a la Revolución, cn medio dc una discusión alrededor dc la representación cn la Junta Central y cn las Cortes, cn la que, tras la recitada igualdad dc derechos entre los reinos peninsulares y los americanos, sc ha desembozado su negación . !0 Para los revolucionarios rioplatcnscs, dc lo que se tratará después es dcl hallazgo dc una forma dc soberanía que sustituya a la anterior monárquica colonial. Una tarca semejante involucraba cuestiones dc por sí nada sencillas, tales como decidir cuál debía ser el sujeto concreto dc imputación dc la soberanía, tras la fórmula relativamente abstracta dc la soberanía popular y luego conseguir un orden político que pudiese pensarse como sustcntablc, basado cn la trasmisión dcl ejercicio dc esa soberanía al grupo dc los más capaces, junto a la construcción dc los mecanismos dc limitación dcl poder, disponibles cn la tradición clásica de la república. Pero, además dcl sujeto dc imputación soberana —y tal vez antes— estará cn juego el hallazgo o la invención dcl sujeto dc imputación revolucionaria y la creciente sospecha dc que podría no tratarse dcl mismo sujeto. A este campo de pruebas político irán ingresando paulatinamente los valores dc la individualidad como para formular una cierta república mez­ clada, donde sc combinan la virtud clásica del ciudadano guerrero (ahora cristiano)11 y la seguridad dcl individuo moderno que se consagraba cn

moderno sobre sociedades que gozaban hasta allí dc una autonomía incluso mucho mayor que la dc la Península. Los Reinos dc indias empiezan así a ser considerados colonias, es decir territorios que existían esencialmente para la utilidad de la M etrópoli. y Para los rioplatcnscs, además, la experiencia dc las invasiones inglesas había sido altamente aleccionadora: habían depuesto un virrey, habían instalado otro y habían organizado milicias estables. lf>Sobre una relativa paridad cn el número de habitantes, son convocados nueve diputados dc América y Filipinas contra treinta y seis dc la Península para integrar la junta Central. Luego serían veintiocho diputados americanos contra más dc doscientos peninsulares los convocados a las Cortes. 11 Según Hannah A rcndt, la moral heroica clásica dcl ciudadano guerrero, cn su paso por el cristianismo, recibe algunas inflexiones que irían a perdurar, dc allí los valores dc la abnegación dcl individuo privado o el desinterés (tan presentes, por ejemplo, cn

]a Declaración de Derechos del Hombre. !2 Un proyecto de nación, al fin, que recupera dos tradiciones políticas cuya recepción es evidente: la iusnaturalísta republicana clásica y la más reciente iusnaturalista liberal, dcl nuevo contraetualismo individualista, aunque cn general se admita que, al fin, la ideología más influyente terminó siendo el liberalismo. Dichas tradicio­ nes no podrán no confrontar en el lenguaje y la mentalidad de los actores nuestros,13 ya que la ciudadanía republicana clásica -basada cn la metafísica aristotélica de la diferencia—54 si bien encerraba un componente igualitario, era pensada como el resultado final de una tarca de la virtud y cn modo alguno como un mero atributo cn la distribución universal de la igualdad. Los hombres terminaban siendo iguales cn la situación de ciudadanía, la cual siempre representaba un punto de llegada. En esc sentido, la nueva idea de la existencia de derechos universales anteriores a la convivencia cn la Ciudad no sólo disminuye la antigua importancia dcl acceso al mundo político visto como coronación de una existencia heroica, sino que hace tabla rasa con cierta jerarquía del mérito que había venido acompañando al ilustrado, sub la moral rousseauniana) y cn la búsqueda de la gloria com o gesto patriótico de renuncia a lo individual por lo colectivo (Cf. Sobre la Revolución, Madrid; Alianza, 1988 (1 9 6 3 ¡) Recordem os que el artículo 2 de ia Declaración de Derechos francesa, aprobada el 26 de agosto de 1789 e incorporada luego com o encabezamiento de la Constitución de 1791, consagra com o imprescriptibles los derechos de libertad, propiedad, seguridad y resistencia a la opresión (subrayado n uestro). n Entre los autores dispuestos a “revisar la revisión” de historiadores com o Qucntin Skinner y John Pocock referida al itinerario de la tradición republicana cn la primera modernidad, y específicamente para la situación hispanoamericana, véase José Antonio Aguilar Rivera; En pos de !a quimera. Reflexiones sobre el experimento constitucional atlántico, M éxico, FC E , 2 0 0 0 y J. A. Aguilar Rivera y Rafael Rojas (coords): El republicanismo en Hispanoamérica. Ensayos de Historia intelectual y política, M éxico, FCE, 2 0 0 2 . 14 Aunque nos detendrem os cn estos conceptos de un modo más exhaustivo en los siguientes capítulos, digamos que nuestra referencia alude a !a visión que Aristóteles expone más cabalmente cn el Libro í de su Política, donde e! destino final de los seres humanos resulta estar previsto desde un orden meta físico mayor, donde la libertad con­ siste cn la realización virtuosa de ese destino trascendente v donde los lugares sociales J O son lugares asignados “naturalmente”, cn su jerarquía y su diferencia . Fsta visión de la sociedad y dcl hombre com o animal político ( zoon poliükon) es la que permanecerá vigente, luego de su esplendor antiguo griego, durante todo el Medioevo y parle de la primera Modernidad.

especie “soldado”. El avance dcl individualismo era, además, un movimiento resistido por los círculos dc la cultura católica, dentro dcl ambiente que se abre en la Modernidad. El valor dcl individuo y lo que podría ser la defensa dc sus intereses aparece denunciado por su poder disolvente frente a los valores holísticos dcl tradicional bien común, y así se lee en la mayor parte dc la prensa que consultamos. Pero la recepción filosófica dcl concepto dc derechos en el sentido m oder­ no fue inevitable —y por que no alborozada— siendo que, pragmáticamente, estos derechos estarán dc allí en más disponibles para construir el espíritu dc la revolución. Utilizando la expresión preocupada dc un funcionario dc la Real Audiencia, se integra a la colección dc las ideas que prestan «utilidad fosfórica»,!S cs dccir, el lenguaje dc los derechos esconde el fuego entre las palabras, o, en fin, encierra potencia incendiaria, Dc que concretos derechos se trata, cuáles son las implicancias públicas dc su portación en relación con la condición ciudadana, quiénes son los encargados de declararlos y en nombre dc quién, son algunos dc los interrogantes obligatorios y los problemas a resolver, en la medida en que reconstruir sobre otra base el orden, es, a la postre, el gran desafío.16 Así, estos intelectuales rioplatcnscs impregnados todavía dc aristotelismo y republicanismo clásico (virtud, autonomía, gobierno mixto, zoon politikon) llevan de todos modos adelante su combate contra el Antiguo Régimen y anuncian el ingreso en los nuevos tiempos. Esc ideal dc la república clásica se hará individualista y liberal en la medida en que vaya consiguiendo visualizar el todo social como una asociación de individuos, y se hará democrático en la medida en que acepte en su plena dimensión la invención dc la igualdad política y el sufragio universal, en un futuro que tal vez no estuvo presente en la conciencia de los protagonistas como meta dc sus acciones; histórica­

15 La expresión se refiere al peligro que puede encerrar la prensa y figura en la respuesta del regente dc la real Audiencia Benito de la Mata Linares a la solicitud de Cabello y Mesa, fundador de £ / telégrafo mercantil, el periódico que comienza a circular en Buenos Aires en 1801 (citado por Haydée Friz/i dc Longoni en Las sociedades literarias y el periodismo, Asociación Interam cricana dc Escritores, BuenosAires, 1 9 4 7 , p. 30). 16 He tenido oportunidad dc extenderm e sobre estas cuestiones en “El búho y la alondra: perspectivas filosóficas sobre la modernidad política”, en Kev. Estudios Sociales n° 17, unl, Segundo Semestre 1999.

mente, el pasaje de la antigua república dc la virtud a la burguesa dcl interés no podía orientarse sobre ninguna puntillosa hoja dc ruta. La república clásica que los criollos habían aprendido dc las lecturas latinas estaba fundada cn una restringida comunidad dc individuos libres c iguales donde, dadas esas garantías básicas dc limitación del universo dc la ciudada­ nía, los lugares dc gobernantes y gobernados deberían ser intercambiables, a punto dc poder utilizarse el método dcl sorteo para la elección. Ante la ampliación filosófica dcl círculo dc los iguales, la mencionada intcrcambiabilidad pasa a ser motivo dc conflicto y los rioplatcnscs, por ejemplo, no estarán tan dispuestos a incluirla cn la agenda política; la estrategia dc la representación moderna será, también aquí, una coartada para preservar la ‘'natural” capacidad cn el manejo dcl poder por parte dc la clitc intelectual, dado que, si bien será posible aceptar que sc amplíe el círculo dc los elec­ tores, el dc los elegidos debería mantenerse controlado.17 LItilizarán así el lenguaje cívico dcl antiguo republicanismo sin afirmarse ya cn el objetivo dc la república clásica, pero todavía tampoco cn la plena Modernidad liberal; sólo sc tratará dc justificar filosóficamente eclécticos experimentos políticos de convivencia.18 En ese sentido y cn el lenguaje dc estos actores decimonónicos es indis­ pensable reparar, entonces, cn algunas peculiaridades semánticas, dado que son los conceptos políticos, mctafísicamentc, los más impregnados por la temporalidad.’9 Las oposición dc república y monarquía, interpretada como compuesta por un par de antónimos luego dc un cierto devenir conceptual, pudo ser traducida cn su forma tradicional como gobierno limitado - gobierno 17Valga recordar aquí que en Oceana, el republicano james Harrington aclara que «aun­ que todo hombre pueda ser capaz dc ser elector y tener su turno, no todos tendrán la capacidad dc ser elegidos» (citado por Bernard Manin cn Los principios del gobierno representativo, Alianza, Madrid, 1 9 9 7 , p. 91 ). 18 Dice Sarmiento refiriéndose a los actores del período que analizamos: «Todos ios hombres notables dc aquella época son com o el dios Térm ino dc los antiguos, con dos caras, una hacia el porvenir, otra hacia el pasado» ( Recuerdos de Provincia, Bs.As., Biblioteca de la Nación, 1 928, [18S0J p. 1 23) 19 Cf. Reinhart Koselleck: Futuro Pasado, Barcelona, Paidós, 1993 |1979j; también Picrre Rosanvallon: Por una historia conceptual de lo político, FC E, M éxico, 2 0 0 3 y Javier Fer­ nández Sebastián y Juan Francisco Fuentes (d irs.): “Introducción” a Diccionario político y social del siglo xix español, Madrid, Alianza, 2 0 0 2 .

absoluto, incluyendo dentro dc la especie república también a la forma dc monarquía que admite la limitación dc la ley,20 y que se llamó también m o­ narquía constitucional, monarquía parlamentaria o república monárquica, atendiendo al ejemplo británico (según Montesquieu, una monarquía «tem ­ plada por las leyes»). El concepto dc república puesto en esos términos en el debate resultaba, simbólicamente, un arma dc combate contra el poder dcl Antiguo Régimen, y cs gestado en pugna con el dc Imperio, en el sentido dcl Sacro Imperio Romano Germánico.21 Dc todos modos, y aun para referirse a un gobierno limitado y legítimo, el término república era manejado no sin cautela en la prensa hispana dc los años que nos ocupan, porque ia opinión anti francesa generada por la invasión napoleónica a la Península había hecho difícil el trámite con un concepto muy asociado desde 1789 a una revolución22 que lo traduce como negación igualitarista dc la monarquía, precisamente a partir dc que monarquía en su forma absoluta había comenzado a ser comprendida como sinónimo dc despotismo. En última instancia, cuando la referencia se impone muy clara­ mente, lo habitual en los actores cs expresarse estableciendo diferencias con los sucesos franceses, cuyo trance principal dc la decapitación dc un príncipe perteneciente a la misma casa reinante dc Fernando vn no podía ser visto con buenos ojos. Si para conseguir mayor visibilidad en nuestro campo insistiésemos en la historia conceptual, deberíamos recordar que la noción de república,23 luego 20 En este sentido creemos que puede señalarse alguna especificidad rioplatense dcl prim er quinquenio revolucionario, donde, a difcrcncia dc lo que proponen algunos autores (C f. Antonio Aguilar Rivera: En pos de la quim era..., ob .cit), no siempre la idea dc república excluye la fórmula monárquica, aunque sí la forma antigua dc la Monarquía hispana. 21 Cf. José A. Maravall: Estado m oderno y mentalidad social, siglos XV a XVII, 2T, Madrid, Revista dc Occidente, 1 9 7 2 . 22 Cf. Diccionario del siglo

X I X . ob.

cit. t p. 6 2 1 .

23 Sobre el tema cf:' Philip Pctit: Republicanismo. Una teoría sobre la libertad y el gobierno, Barcelona, Paidós, 1999 [ 1997J, Helena Béjar: El corazón de la república, Paidós, Barcelona, 2 0 0 0 ; María Julia Bertom eu et. al.: Republicanismo y democracia, Miño y Avila, Buenos Aires, 2 0 0 5 ; Félix Ovejero et al: Nuevas ideas republicanas, Paidós, BuenosA ires, 2 0 0 4 ; Quentin Skinner: Liberty btfore Liberalism, Cambridge University Press, Cambridge, 1 9 9 8 ; Losfundamentos del pensamiento político moderno, M éxico, FC E, 1993 [1 9 7 8 ]) ; John Pocock (El momento maquiaveliano).

de su utilización cn la filosofía política griega -Platón y Aristóteles, por ejemplo— había recibido su gran prueba empírica cn la república romana, un régimen político centrado cn el gobierno de la ley, como forma histórica de limitación dcl poder. Limitación dcl poder dcl gobernante, en su doble forma de imperio de la ley24 y control a través de un cuerpo deliberativo son entonces, históricamente, las claves de la antigua tradición republicana, tradición que, según dijimos, no necesariamente implicó una forma.de go­ bierno distinta de la monarquía, tal como venía demostrándolo la tradición inglesa desde 168 8 ,35 apreciada por el mundo dcl pensamiento continental, incluido Montesquicu. La división de poderes, cn esc marco, así como la anterior experiencia dcl gobierno mixto de la tradición antigua aristotélica (muchas veces sobrepuestas) pueden inscribirse cn el mismo criterio de li­ mitación dcl poder de la tradición republicana cn tanto implican contrapesos o mediaciones que significan una intervención al poder único dcl príncipe.26 La antigua forma de gobierno mixto cn las que cuerpos de diversa naturaleza controlan al poder real encontrarán cn la división de poderes su traducción moderna, e Inglaterra será el ejemplo empírico de la suma y combinación de ambos experimentos. La novedad francesa (resultado de una interpretación jacobina de Rousseau)27 tan temida com o inevitablemente difundida por el mundo 2( La ley podía ser tanto las leyes fundamentales cn su versión escrita com o las antiguas leyes consuetudinarias dcl reino (o constituciones históricas), agregadas a esa última forma de limitación dcl poder del príncipe que son, cn toda la historia dcl iusnaturalismo desde su origen griego, las leyes naturales. ÍS Recordem os de paso que el subtítulo dcl texto hobbcsiano Leviatán, es La materia, forma y poder de una república, eclesiástica y civil (subrayamos nosotros), siendo Hobbes, como proponen algunos trabajos de Skinncr y Pocock el gran adversario de la tradición republicana europea repuesta p or Maquiavelo, y siendo también el mejor opositor a cualquier forma de división y limitación de un poder, que él prefiere monárquico. 26 La llamada “división funcional” de poderes no cumple estrictam ente y cn el mismo sentido la misma función limitadora dcl poder que sí cumple la “división distributiva” de poderes, que cvoca al “gobierno m ixto” de Aristóteles y Polibio, cuyas virtudes son elogiadas por Montesquicu (C f. Cari Schmitt: La dictadura, Alianza, Madrid, 1999 [1928]). 27 Dicc Rousseau: «Llamo, por tanto, república a todo Estado regido por leyes, bajo Qualquicr forma de administración que lucre: pues, entonces, sólo el interés público gobierna y la cosa pública es una realidad: Todo gobierno legítimo es republicano». Y agrega a continuación en una nota: «Por esta palabra [repúblicaj no entiendo sola-

político clcl ochocientos agrega a la histórica idea republicana dcl gobierno limitado el componente democrático, que no significa otra cosa que colo­ car por sobre el gobierno (mencionado como «magistrado» o «ministro») la invención dcl poder de la voluntad general dc los ciudadanos (el soberano), esta vez cn carácter dc individuos universal mente libres c iguales; a ella y no al magistrado corresponde tanto la titularidad como el cjcrcicio dc la soberanía y constituye el lugar donde el poder sc origina, por la asociación y no por la suma dc las voluntades individuales.28 Incluidos estos elementos dc análisis, si regresamos la mirada al devenir histórico comprenderemos que a vcccs, cn Europa y cn Hispanoamérica, los mismos que impulsan medidas dc limitación dcl poder como reaseguro contra los exabruptos dcl que quiera convertirse cn déspota, y llaman a sus mente una aristocracia o una dem ocracia, sino, cn general, todo gobierno guiado por la voluntad general, que es la ley. Para ser legítimo es necesario que el gobierno no se confunda con el soberano sino que sea su ministro; entonces la monarquía misma es república» (Cf. Jcan Jaeques Rousseau; “Du Contrat Social ou Principes ílu droit politique”, cn Oeuvres completes, cds B. Gagnébin, M Raymond ct al; París, Gallimard [Plciadc] 19 5 9 -1 9 9 S , 5 vols. (Traducción española: El Contrato Social, ob. c it., Buenos Aires, Losada, tracl. Leticia Halpcrín Donghi, 199S; L. s¡, cap. vi, p. 8 3 .c n adelante las citas corresponderán a esta edición) Que la tradicional idea republicana sc “extralimita” aquí también es cierto ; el modelo dc Rousseau —y su reposición jacobina—sc aparta dc la tradición m oderadora dcl poder a la que pertenece junto con Montcsquicu cuando adjudica om nipotencia absoluta a la voluntad general. Si aceptamos que con Hobbes, cn el siglo XVIÍ, sc produce una cesura dentro dc la misma tradición iusnaturalista que lo incluye, cuya diferencia específica no está dada simplemente por el traslado dcl énfasis practico dc las leves a los derechos (dc la obligación a la atribución) sino más álgidamente por la ausencia final, luego dcl armado dcl Estado, dc cualquier referencia simbólica a algo com o la ley natura}, la emergencia dcl planteo republicano dc Rousseau no puede dejar dc aparecer com o aún más inquietante. Que la voluntad general sea siempre recta significa que aquí sc borra también el parámetro tradicional al cual debía remitirse toda norm a para garantizar su propia justicia, es decir, 1a idea dcl control ejercido por la ley natural ha retrocedido o sencillamente ha term inado desapareciendo; pero, y aún más allá dc Hobbes, Rous­ seau decide que la voluntad general puede incluso siempre revocar el mismo contrato social que la ha constituido. Además dc los párrafos dc El Contrato Soda! que citaremos más adelante al referirnos a esto, recordem os también que, com o hace notar Arcndt tratando dc cuestionar un verdadero espíritu republicano cn Rousseau, que él ha dicho «es absurdo que la voluntad sc encadene para el porvenir» (Cf. El Contrato..

11, cap.

i, p. 68)

ob. c it.,

posiciones, con razón, “republicanas”,29 no son necesariamente antimonár­ quicos como tampoco necesariamente democráticos en sus opiniones sobre el sistema político, en tanto creen que la sociedad participad va no debería perder sus “naturales” jerarquías, las que desde su ultima y moralizada reserva simbólica aparecen bajo la expresión «gente decente». Entre nuestros revolucionarios radicales, la propuesta política se inclina, al principio, hacia una aristocracia electiva, como la define Rousseau en el famoso Capítulo v dcl Libro mdc El Contrato,30 aunque, no siendo todavía claro el tipo dc gobierno por el que se optará, aquí la fórmula se aplique primero a la conformación misma dc ese poder legislativo que deberá establecer la ley fundamental, y no -co m o en Rousseau—sólo al ejecutivo o, «gobierno». 29 En la lectura dcl material dc la cpoca, resulta evidente que Maquiavelo no aparece en Hispanoamérica entre los más mencionados por quienes sostienen los valores del republicanismo, aunque si se lo aluda esporádicamente, a veces incluso repitiendo las fórmulas condenatorias que llegaron hasta hoy, v que provenían dc la censura hispana a un escritor considerado “impío y ateo”. ( Recuerda Aguilar Rivera que, en la línea dc los “instructores dc príncipes” el autor más leído en España era el estoico justus Lipsius y no Maquiavelo - En pos de la quimera... ob.cit, p .52- aunque habría que encarar un mayor seguimiento filosófico dc las coincidencias entre las posiciones dcl florentino y el flamenco, para comenzar, diferenciando las posiciones dcl mismo Maquiavelo entre El Principe y los Discursos) Cf. también, Donald Blcznick “Spanish Reaction to Machiavelli in thc Sixtccnth and Seventccnth Centurics”, en Journal o j che History of ideas 19, pp.542551 y José Antonio Maravall: “Maquiavelo y el maquiavelismo en España”, Estudios de Historia del pensamiento español, vol. 3, Madrid, Cultura Hispánica, 1975. i0 Dice Rousseau: «Hay, pues, tres clases dc aristocracia: natural, electiva y hereditaria: La primera no conviene sino a pueblos simples; la tercera cs el peor dc todos los gobier­ nos. La segunda cs la m ejor; cs la aristocracia propiamente dicha. Además dc la ventaja de la distinción dc los dos poderes, tiene también la dc elegir a sus miembros; pues, en el gobierno popular, todos los ciudadanos nacen magistrados, pero éste los limita a un número pequeño, y tan solo llegan a serlo por elección, medio por el cual la probidad, las luces, la experiencia y todas las demás razones dc preferencia y dc estimación pública son otras tantas nuevas garantías de que se estará acertadamente gobernado. Además, las asambleas se realizan más cóm odam ente, los asuntos se discuten m ejor y se despachan con más orden y diligencia; el crédito dcl Estado ante el extranjero lo sostienen mejor venerables senadores que una multitud desconocida y despreciada. En una palabra, el orden mejor y más natural cs que los más sabios gobiernen a la multitud, cuando se está seguro dc que lo hacen en provecho de ella y no en el propio» (El Contrato..., ob.cit, l. ni, Cap. v, p. 121)

Tras la idea genérica de soberanía popular, que se traduce fundamentalmente como auto gobierno americano, la discusión iría a trasladarse a la cuestión de las garantías de calidad, tanto dcl legislativo c o m o dcl ejecutivo. A los regímenes preferidos por los criollos la historiografía suele incluir­ los cn lo que menciona como liberalismo notabiiiar aunque, según sabemos,51 la misma expresión resulta cn sentido estricto una redundancia: el sistema representativo de gobierno fue de hccho elitista no sólo cn Hispanoamérica ya que, por detrás de que la voluntad general debía ser representada, la idea de base era que los representantes .no son iguales sino notables. En tierras dcl norte -c n El federalista- Madison había explicado que la fórmula de una república estaba encerrada en la delegación dcl gobierno cn un grupo selecto constituido por un pequeño número de ciudadanos elegidos por el resto. Iba de suyo que el gobierno era popular, porque la titularidad de la soberanía correspondía a la mayoría, pero tratándose dcl ejercicio, y más allá de la vo­ luntad electiva, era necesario cstablcccr ciertas restricciones, siendo obvio que los elegidos para conformar las instituciones dcl gobierno republicano no deberían ser iguales sino superiores cn talento, virtud, y hasta riqueza, aunque el sistema se autorregulara sin intervenciones exteriores o previas. Así pensado, el ingrediente indispensable pero cn principio no conflictivo comienza a ser la incorporación de la legitimidad democrática cuya evocación se hace más habitual.32 En lo que estaba dejando de ser el viejo Virreinato rioplatense, en los inicios de los años diez,? el argumento dem ocrático rousseauniano fue O invocado por los morenistas para legitimar desde la mayor igualdad y el mayor número el gesto de desobediencia a quienes, como el Consejo de Regencia hispano, se auto adjudicaban la sucesión real. Pero tratándose de organizar, luego, un gobierno autónomo, hasta las conciencias más dem ocratizantes, apelando todavía a la doctrina de Rousseau exhiben una recepción que, por sesgada, se neutraliza cn ciertas cuestiones clave, que sin embargo no son las que suele señalar cierta historiografía. En i! Cf. José Antonio Aguilar Rivera: En pos de la quimera. .. ob.cit. 5~ Así puede decir, cn 1 813, el presidente de la junta Electoral de la provincia de San Luis de Potosí: «Si nos hayamos (sic) congregados en verdadera junta aristocrática es en virtud de la democracia dcl Pueblo» (citado por Francois Xavier Guerra: “El soberano y su reino”, en Ciudadanía política j formación de las nociones, Hiklá Sábato coord ., FC E, M éxico, 2003 ¡1 9 9 9 ], p. 52 ).

el pensamiento de nuestros jacobinos, el pasaje dc la república clásica (m a q u ia v e lia n a

o rousseauniana) a la liberal moderna (montesquiana o

norteamericana) —lo que Aguiiar Rivera menciona como la transición dc la «república densa» a la «república cpidcrmica»™33 comenzará cumplirse cn el discurso dcl Montcagudo que decide separarse definitivamente dc Rousseau, aunque pudiese haber sido vislumbrada por el Secretario cn el año diez. La opción dc todos modos nunca fue percibida com o una alternativa dura o excluyem e, tal vez porque cn realidad la historia nos demostró que no lo era, también porque cn los tiempos dc la revolución rioplatcnsc ya la nueva república liberal había sido sometida a prueba empírica cn el norte de América y, por fin, porque nuestros actores criollos siempre fueron, ellos también, básicamente «multilingücs».34 En estas regiones nuestras cn las que, además, la tradición europea dc la teoría política intenta ser puesta por la clitc intelectual al scrvicio.dc obje­ tivos no siempre previstos por la misma teoría como son los anticoloniales, es evidente que las doctrinas que sc adoptan, sc rcformulan y retocan; los paradigmas que sc leen y sc pretende invocar sc modifican, cn tanto el contexto local funciona cn su conjunto como matriz dc traducción.3'’ Al On, la recepción dc autores y dc modelos abre cn el Río dc la Plata, con los morenistas, todo un campo reflexivo cn el que, tras un impulso innegable dc democratización social, las propuestas dc democratización política, sin ser rechazadas, resultan por lo menos más polémicas,36 convencidos como están dc que es necesario asegurar el paso por una etapa intensa dc pedagogía crnca. Por esa diferencia entre la perspectiva a través dc la que enfocan el mundo social y la que expresan cuando sc refieren a la forma dc gobierno es analíticamente eficaz distinguir, a nuestra vez, entre la democracia como una forma dc sociedad dc esa entonces relegada democracia como forma O

n Cf. Josc Antonio Aguiiar rivera: “Dos conceptos cíe república”, cn Rivera y Rojas (coords): El republicanismo en la tradición atlántica. . , , ob.cit, p S7. u Forrcst McDonald: “The Intcllcctual World of thc Foumiing Fathcrs”( Citado por j.A . Aguiiar Rivera cn Ibidem). is C f Carlos Altamirano y Beatriz Sarlo: Ensayos argentinos, Bs.As, CEAL, 1983. Años más tarde, esta postergación cn los mecanismos dc la plena participación ciudadana alcanzarán cn Albcrdi su expresión canónica: “república posible - república verdadera”.

política,37 para sacar conclusiones sobre un discurso público en el que esta última puede ser aristotélicamente criticada, mientras se lleva a cabo un inédito operativo dc expansión dcl igualitarismo social. La compatibilidad o el conflicto entre ambas tendencias cs un territorio dc problemas que no podrá no aparecer con el tiempo, pero cs explícito que nuestros actores dc los primeros años diez comienzan ya a reparar en que la ausencia dc una comunidad consuetudinaria dc la convivencia cs un serio escollo para la construcción dc cualquier régimen político, en tanto no se reconoce una constitución histórica consistente, anterior a la pretendida constitución polí­ tica y ese Estado que debería haber sido el resultado deberá ser el productor dc la sociedad civil.38 La democratización social cs una empresa indudable en esta prensa re­ volucionaria y la igualdad tiene como fundamento estentóreo el principio universal atributivo dc los derechos humanos (en esc tiempo, derechos del hombre), novedad estampada en las dos declaraciones históricas. La invención democratizante dc los derechos modernos, diseminada sobre sujetos indivi­ duales y colectivos (individuos o pueblos) en forma inestable, cs el argumento básico para alentar la revolución, convenciendo y tratando retóricamente dc persuadir a los potenciales lectores sobre la justicia de un gesto que cs primero apenas autonómico. Arrojados luego al vértigo revolucionario, habrá quienes comiencen a reclamar la Independencia, con argumentos que también encuentran fundamento en los derechos y en el impulso dc la libertad republicana entendida como derecho a la autodeterminación com ­ pleta. Algunos dc estos argumentos contra la Metrópoli, sabemos, deberán después ser revisados cuando reparen en que están siendo utilizados por los pueblos dcl interior contra el poder porteño.

47 C f Claude L cfort: “Los derechos dcl hombre y el Estado Benefactor”, en Vuelta 12, BuenosAires, Sudamericana, 1 987. En esc texto L cfort distingue las posiciones tradi­ cionales que entienden a la democracia, aristotélicam ente, com o forma dc gobierno, dc la que él mismo propone (con antecedentes en Guizot o Tocqucvillc), donde la democracia m oderna cs «una aventura histórica sin precedentes» que inaugura no un tipo de gobierno, sino una forma dc sociedad, que además él cree que ha venido para quedarse. (Cf. p. 4 0 ) iS Así lo expresará alguna vez Montcagudo cuando describe, a contracara, la situación dc las ex colonias del norte en la Gaceta Ministerial, según veremos más adelante.

En cuanto a la polémica sobre la división de poderes, sin una presencia fuerte en los primeros tiempos del debate político, cuando ella aparece lo hace montesquianamente y se refiere precisamente a la necesidad de la limi­ tación del poder. Por eso, Moreno, cn un famoso texto de la Gaceta dcl año diez alude a Licurgo (el legislador dcl credo rousseauniano), diciendo que fue quien encontró cn «la división de poderes el único freno para contener al magistrado en sus deberes».39 Valga la idea ya presente cn el ánimo del Secretario, aunque por la explicación y por el ejemplo que la acompañan (Inglaterra) sepamos que se está refiriendo a una experiencia de gobierno mixto. El lenguaje de la división de poderes, cn toda su verdadera dimensión, r e c ié n

va a instalarse cn el debate público luego de febrero de 1811, y con

motivo de la oposición rioplatense a las Cortes de Cádiz,40 siendo éste uno de los territorios americanos considerados insurgentes, por no aceptar la invitación a participar de dichas Cortes.

Los derechos: una advertencia filosófica Este libro intenta explorar, entonces, la escritura de los publicistas mo­ renistas, con espíritu filosófico y sobre una báse conceptual que proviene de la filosofía, con el propósito de aportar al campo del conocimiento general dcl tema. En relación con los derechos humanos y su atribución moderna de universalidad natural a la que aluden, por ejemplo, las famosas Declaraciones, debimos entonces recordar que la matriz común constatablc entre el iusnaturalismo clásico y el iusnaturalismo moderno —matriz cuya consecuencia empírica es la posibilidad de dudar de la autoridad dcl príncipe— suele a veces oscurecer una discontinuidad también constatable entre la primera y la segunda doctrina. Esta discontinuidad es un elemento dcl que deberíamos dar cuenta, si estamos de acuerdo cn que las discontinuidades cn la historia de la filosofía indican el momento de las transformaciones conceptuales. De todos modos, sabemos que lo que estamos intentando investigar sigue siendo el gesto puntual de legitimación de la acción revolucionaria por parte de los actores morenistas y no el motivo de la revolución como tal, un aconilJ Cf. Caceta extraordinaria dcl 6 de noviembre de 1 810, cn Gaceta de Buenos Aires, 1 8 1 0 -1 8 2 1 ; Reimpresión facsimilar dirigida por la Junta de Historia y Numismática Americana; BsAs, Compañía Sud-Americana de Billetes de Banco; 1911 (cn adelante las menciones corresponderán a esta fuente)T I, p. 575. 10 C f Marcela Te rnavasio: Gobernar ¡a revolución, Buenos Aires, S. xxi, 2 0 0 7 .

teámiento'*1 cuya estructura metafísica tampoco podría comprimirse cn un simple efecto dc recepción dc doctrinas filosóficas nuevas que actuaran como su causa. Justamente por ser la revolución lo que es, un acontecimiento, su temporalidad no resiste las estructuras naturalistas dc la causa y el efecto, y la legitimación filosófica debió ser apenas uno dc los espacios que, ex postJacto, se abrieron cn la historicidad discontinua dc su ocurrencia. La revolución inaugura así cn la conciencia dc los protagonistas, retrospectivamente, una nueva narración y una filosofía dc la historia también nueva. Pensadas entonces las lecturas y las evocaciones dc autores desde una in­ terpretación que las ubica en el lugar dc la legitimación (privada y pública) de la acción y aun como otra forma dc la acción misma y después dc confirmarlo cn las fuentes periodísticas que mencionamos, nos interesa especialmente el análisis filosófico dc la recepción moreniana dc jcan jaeques Rousseau, un nombre muy presente luego cn el quinquenio y una teoría muy discutida cn esta prensa. Ante esta evidencia, crccm os necesario traspasar los límites dc la por lo menos monótona resistencia historiográfica (siempre rediviva) a la dc sinceridad o a la justeza dc la inscripción rousseauniana dc ciertas ideas,42 inspiración intensamente declarada por algunos miembros dc nuestro grupo “jacobino”, y no sólo resultado dc la disponibilidad dc ciertos libros cn el circuito al que podían acceder, sino también por lo que hemos deno­ minado las ventajas teóricas que dicha teoría ofrecía, para validar un tipo dc desobediencia como la revolucionaria. Hemos tratado dc detectar con cierto cuidado algunos dc estos beneficios, reparando cn que, cn tren dc querer negar esa filiación, no serviría como prueba la confusión que aparece cn la 41 Macemos mención, dc esta forma, a una teoría dc la revolución com o la dc Hannah A rendt, incluida cn la metafísica dcl acontecim iento hcidcggeriana, también represen­ tada cn este m om ento por un filósofo com o Alain Badiou. 42 Sc trata dc la polémica que ocupara demasiado largo a la historiografía argentina, cn la que Halpcrín Donghi intervino cn 1961 in te n ta d o poner un cierre, (otorgándole a Rousseau el lugar que 1c corresponde cn la recepción por parte dc M oreno). El tema central —evocándolo cn aquel lenguaje- es el clásico de! “origen intelectual” dc la Revolución dc Mayo cuando implica además una toma dc posición controversia! sobre cuestiones tales com o la fuente conceptual dcl aludido contractualismo iusnaturalista, el papel de España y la cultura española, el impacto dc la Revolución Francesa, si Suárez y la Escolástica barroca, si Rousseau y la Ilustración, etc. Una controversia cuyos participantes, dice el autor, «han contribuido a hacer poco cordial, y aun poco civil». Tradición política española e ideología revolucionaria de Mayo, Buenos Aires, CEAL, 1985 [1961].p 16.

interpretación dcl concepto dc contrato social fundador dc la república, porque no cs exactamente esa figura la que evocan nuestros revolucionarios (cuando apelan a los derechos y llaman a romper el pacto dc sujeción colonial) sino la dcl primer remoto pacto que propone la teoría dc Rousseau, que debe ser quebrantado porque cs inicuo. Podríamos admitir sí que también sospecharon algunas desventajas políti­ cas en esa doctrina porque, junto con su potencia incendiaria para convocar a una guerra igualitarista por la soberanía frente a los españoles peninsulares, ella libera sus escondidas aporías a la hora dc la construcción dc un orden autónomo en sociedades como las nuestras.

La discontinuidad conceptual y la escena rioplatense Para aclarar un poco más la perspectiva y en relación con la primera cues­ tión -esto cs las ambigüedades que puede suscitar el lenguaje dc los derechos, cuando aparece— debemos recordar que la expresión derecho natural puede ser rastreada en la tradición dc la teoría política desde tiempos inmemoriales o, por lo menos, con anterioridad a Sócrates43 y su emergencia auspicia el ingreso teórico dc una distancia crítica entre el ciudadano y la autoridad, a favor del primero. La confianza en un marco ético normativo que podría estar señalando lo que debe ser, cs decir, lo justo por naturaleza (i.c. en términos generales o universales), permitiría abrir juicio sobre lo que es en el mandato del derecho positivo, en tanto esc deber ser está “naturalizado” o inscripto en el ser transempírico evocado como naturaleza. Dc allí que el aporte libertario histórico dc un invento filosófico dc este tipo sea la posibilidad dc confrontar la ley dc la autoridad política con un parámetro moral trascendente, que ninguna ley positiva debería, en última instancia, transgredir. Así, atravesando los tiempos, la aceptación dc esc ámbito dcl derecho denominado natural fue mostrando su eficacia simbólica desde la Antigüedad griega44 a las doctrinas políticas medievales dc variado signo, luego dc haber sido puesto en esta última agenda filosófica por el estoicismo. La teoría iusnaturalista cristiana, entonces, encuentra su expresión más completa en la 4! Sobre el tema cfr. Leo Strauss: “Sobre la ley natural”, en Persecución y Arte de escribir; Novatores, Valencia, 19 9 6 y Natural right and history, Londres, Chicago Press, 1992. 44 Reflexiones sobre el tem a dcl derecho natural, y la expresión dc lo que cs justo umversalmente podemos encontrar tanto en Platón (La República y Las Leyes) com o en Aristóteles (Retórica, Etica a Nicómaco y Política).

Summa Theologica ele Santo Tomás,45 donde debe además hacerse cargo de la diferencia de origen romano entre ius naturale y iusgentium (Derecho natural y Derecho de gentes), tema que era habitual cn los tratadistas de la época y que lo seguirá siendo hasta muy entrado el siglo xv¡ii. La ciencia que instruía sobre las normas a las que debían atenerse los hombres y los Estados llevó así el nombre de Derecho natural y de gentes, siendo éste último (derecho dé gentes) no otra cosa que el mismo derecho natural aplicado no a los hombres particulares sino a los sujetos colectivos, llámense sociedades o pueblos.46 La parquedad que suele mencionarse para describir, cn los textos dcl siglo xvm, la ausencia de una definición concreta de derecho natural, se vuelve compren­ sible si entendemos que precisamente, como cn la famosa figura borgeana de los camellos dcl Alcorán, por hallarse ese concepto semánticamente tandisponible cn el lenguaje filosófico político de la época, cualquier definición; resultaba supcrilua.47 Pero es evidente, que, como señala Chiaramontc, cn la: literatura rioplatense dcl siglo XIX la apelación constante al Derecho naturaly ■ de gentes deja de ser sólo un patrón de conducta teórico referido a las cues- : tiones de las relaciones y la guerra entre los Estados, para infiltrarse también cn la regulación de'las relaciones entre los mismos individuos. Ciertas confusiones sobre las herencias intelectuales que reciben nuestros actores decimonónicos podrían conseguir más claridad si repusiésemos tal vez cierta historia y recordásemos que tanto algunas vertientes dcl cristianismo reformado como el pensamiento jesuítico (Reforma y Contrarreforma) pueden ser analizados dentro dcl marco de lo que se llamaron las teorías iusnaturalistas antimonárquicas y monarcómanas, que entendían al poder dcl príncipe proviniendo de su titular, el pueblo (recipiente, a su vez, de Dios) y abrían potcncialmentc un espacio para albergar, cn última instancia, el derecho a la resistencia. Desaparecido Calvino a mediados dcl Siglo xvi y cn el mundo de las guerras de religión cuyo principal escenario era la Francia, no fueron escasos los grupos que cn Europa consagraron su pluma a justificar 45 Para Tomás dcAquino, 3a ley natural no es otra cosa que la «participación de la ley eterna en la criatura racional» ( Tratado de la Ley, México, Porrúa, 1975 [14771, Cap. l!, Art. 2, p. 11) 16 El que actualmente denominaríamos derecho internacional. Com o dicc Tomás: «el dcrccho de gentes es aquél que siguen todas las naciones» y también es natural cn la medida cn que lo dicta la razón natural ( Tratado de ¡a Justicia, ob. c it., p. 152). 17 Cf. J. C. Chiaramontc: Nación y Estado en Iberoamérica. El lenguaje político en tiempos de las independencias, Buenos Aires, Ed. Sudamericana, 2 0 0 4 , p. 136.

la r e s is t e n c ia y refutar la s teorías que in t e n t a b a n sostener la unidad nacional sobre el fundamento divino dc la monarquía.4S Los teóricos jesuítas a su vez, cn general no franceses, representaban el bastión anti regalista, cn tanto no a c e p ta b a n

menguar los derechos dcl Papa a intervenir cn los asuntos secula­

res. Que unos y otros -calvinistas dc un lado y jesuítas del o tro - propongan a la vez, para limitarlo, una teoría dc la legitimación dcl poder dcl rey que lo hace provenir cn forma ascendente dcl pueblo, es resultado sin embargo de preocupaciones políticas diferentes y no siempre conduce a similares salidas. Para los primeros, dc lo que sc trata es dc demostrar que la nove­ dad dc la monarquía absoluta constituye un avasallamiento dc los derechos dcl pueblo, evocados estos desde las prácticas dc convivencia medievales, porque dc lo que sc trata es dc precaverse dcl riesgo dc tener que obedecer a un rey católico. Para los segundos -jesuítas, es decir, católicos y papistas extrem os- la crisis religiosa, cn el torrente dc la Contrarreforma, sc zanja por el regreso a la defensa a ultranza dc la preeminencia dcl Papa sobre el rey, siguiendo las enseñanzas dc Tomás dc Aquino.49 La idea dc pacto, y dc ',s C f G corgc Sahinc: Historia de la teoría política, ob. c it., cap. xix (“Teorías monárquicas y antimonárquicas”) . 49 Como sabemos, Tomás dc Aquino dedica algún tram o dc su obra a justificar la des­ obediencia al mal gobernante. En Del Reino (parte dc los Opúsculos filosóficos) , Tomás comienza definiendo al tirano com o el pésimo gobernante, ya que si la monarquía es el mejor gobierno, siguiendo la tipología clásica aristotélica, su opuesto es el peor, aunque el régimen dc muchos sea el más proclive a convertirse cn tiranía. El tirano (un nombre que deriva dc una palabra que significa fuerza) es el que gobierna cn beneficio propio (un solo individuo) y no cn vistas al «bien común dc la multitud». El tirano tiene el poder dc matar, oprim e a los súbditos, impide sus bienes espirituales, y sospecha cn ellos dc toda excelencia, porque podría perjudicar su dominación. El primer consejo dc Tomás es tolerar al tirano, pensando que cualquier acción contra él podría desembocar cn un efecto. Recuerda también que matar al tirano es una conducta que no coincide con la doctrina apostólica ya que Pedro nos enseña a obedecer no sólo a los buenos señores sino a los injustos, pero deja abierta la posibilidad dc que, si la tiranía se hace insoportable, la misma multitud que lo instituyó podría destituirlo. Si, aún peor, no hubiese recurso humano posible contra el tirano, habrá que recu rrir a Dios, que ayuda cn los momentos dc tribulación y quitarse el pueblo cualquier posible culpa. (Tomás dc Aquino: Del Reino, ob. c it., pp. 63 y ss.) Que ia intervención dc Dios sc ponga cn acto a través de la figura temporal dcl Papa, es la interpretación sesgada y más habitual dc estos pasajes, ya que cn todo el texto Tomás seguirá aclarando que las cuestiones temporales, estando separadas dc las eternas, deben sin embargo subordinárseles y los

derecho natural, pese a las motivaciones históricas diversas, comienzan a ser entonces yacimientos semánticos disponibles para someter a vigilancia la autoridad real. Frente a estas coyunturas no cs dc extrañar que la política republicana en la cabeza (calvinista) dcl ginebrino Rousseau y la Escolástica barroca dc Francisco Suárez, en sus vaivenes, tuviesen, además dcl léxico; general iusnaturalista, otros puntos dc contacto. Pero, cuando a pesar dc su mentalidad claramente modernizante, Suárez y la tardo Escolástica española hablan dcl derecho natural con intención de limitar el poder dcl Estado y autorizar una teoría dc la resistencia, dicha re­ sistencia suele quedar (como queda en Tomás) limitada a una acción privada que la mayoría dc las vcccs cs sólo el permiso individual para no acatar una; orden, o abandonar definitivamente cf territorio dcl reino. 50 En el papismo jesuítico dc un autor duro como Juan dc Mariana también la previsión dc la: desobediencia, pudiendo llegar al límite dcl regicidio, no abre paso en modo; alguno a una teoría dc la revolución. t> Puede verse entonces que no hay nada en esta tradición dc pensamiento del derecho natural -e n cierto modo predispuesta a “vigilar a la autoridad1— que pudiese anunciar, empero, ni en Europa ni en la América colonizada, el pasaje al acto en la forma dc una rebelión organizada51 o una desobediencia al orden político que implique el impulso hacia la autodeterminación. Para que esto sucediera, para que dc los ámbitos no necesariamente tumultuo­ reyes temporales deben conducir hacia y obedecer a los mandatos dc los reyes religiosos para alcanzar la «fruición divina», porque «a quien com pete el cuidado dcl fin último, se deben subordinar aquellos a los que atañe el cuidado dc los fines anteriores y con su imperio ser dirigidos ( ...) dc aquí que en la lev dc Cristo los reyes deban estar sujetos a los sacerdotes» (Ibidem, p. 115). En el Tratado de la ley, parte integrante dc la A’i/mcj Teológica (la gran obra tom ista) el aquinatc había alertado sobre que las leyes pueden ser injustas, que esto sucede cuando se contraponen a las leyes divinas com o en las tiranías y que en ese caso no hay por qué obedecerlas, ya que cs necesario obedecer antes a Dios que a los hombres (Tomás de Aquino: Tratado de la ley, M éxico, Porrúa, 1975 j 1477), Cap. vn .A rt. 4 ,

p. 56)

50 Com o aclaraTulio Halperín, a pesar dc su modernidad, Suárez no cs un pensador que prepare el porvenir, sino que está plenamente domiciliado teóricam ente en su tiempo, el dcl surgimiento y consolidación dcl poder monárquico absoluto (Tulio Halpcrín Donghi: Tradición política..., ob. c it., p. 39) 51 Recordem os incluso la etimología dcl térm ino rebelión, com o re-bellum o volver a la guerra dc! estado pre social.

sos dcl Derecho N atu ral/ de Gentes pudiese pasarse a la conciencia dc unos d e re c h o s

naturales legitimadores dcl gesto material dc la desobediencia y

la acción revolucionarias, otros acontecimientos debieron transformarse cn mediaciones necesarias. Porque si a lo largo dc toda la tradición medieval y dc Antiguo Régimen el contenido implícito cn el derecho natural podía estar sintetizado unita­ riamente cn el ideal político dc un bien común a cuya satisfacción deberían encaminarse las decisiones dcl gobernante, cn tiempos posteriores a la R e­ forma, al multiplicarse las interpretaciones dcl orden dc lo trascendente, la unicidad implícita cn esc ideal dc ley y dc bien trastabilla y el tema sc torna polémico. La cultura política iusnaturalista dc la Escolástica había llegado a aceptar (hasta en ci “modernizante” Suárez)'” la afirmación dc que esa ley dc ]a naturaleza a la que la razón humana puede llegar, es absolutamente obli­ gatoria aunque no hubiera un Dios, o tal vez lo hubiera, pero no sc ocupase de las cosas humanas.53 Ahora bien, y dadas así las cosas, ¿cómo salvar esa regla dc la conducta que es la ley natural, por ejemplo, dc la controversia gnoscológica?, esto es: ¿cómo zanjar la guerra dc las versiones y la duda sobre las certezas dc cualquier evidencia racional?, también, ¿cómo rescatar la idea de derecho natural dc la crítica nominalista?S4Ya cn el siglo x v ii y cn función si Suele considerarse modernizante a la teoría dcl jesuíta Francisco Suárez por tratarse dc un pensador político que es figura dc paso (y continuidad) entre el nominalismo ockhamiano y las posturas dc Hobbes. Efectivamente Suárez sc ubica entre los filósofos que abandonan el intclcctualism o platónico presente por ejemplo cn el deísmo dcl siglo xvit hacia posiciones que comienzan a poner énfasis cn el papel de la voluntad y el consenso para la concreción dc la comunidad humana. s! C f.O tto Von G icrkc: Teorías políticas,.., ob. cit. El famoso etiamsi daremus (Etiamsi daremus Deum non esse)de 1 holandés G rocio, que de algún modo revoluciona la tradi­ ción iusnaturalista, tiene su antecedente cn Suárez y efectivamente ese significado, traducido: «aun admitiendo que Dios no existiese». Sc trata dc la ficción dc un ateísmo ontológico que trata de poner cn suspenso el hecho dc que la idea misma dc Dios (no su existencia) contiene la imposibilidad de la injusticia. En Grocio la expresión es la siguiente: «Y ciertam ente estas cosas que llevamos dichas [las leyes naturales], tendrían algún lugar, aunque concediésem os, lo que no sc puede haccr sin delito, que no hay Dios, o que no sc cuida dc las cosas humanas» (Hugo Grocio: Del derecho de la guerra y de la paz, ob. c it., T l, pp. 1 2 -1 3 ). 54 Los nominalistas (Ockham, Gcrson, ctc.) no están dispuestos a disminuir la omnipotencia divina, colocando a Dios por debajo de (lo que significaría, obedeciendo a) la Jex naturalis.

dcl desastre de los enfrentamientos a los que habían venido conduciendo estas diferencias cn la interpretación de lo justo —o de lo que manda la ley natural universal—55 la preocupación hobbesiana no encuentra otra salida que, sin trasponer dcl léxico iunaturalista, trasladar el énfasis al otro polo y subrayar como fundamento la universalidad más concreta de los derechos naturales, aunque para garantizar una paz esquiva deba aun sancionar el monopolio hcrmcnéutico cn un príncipe absoluto» o dios mortal. En ese traslado dcl énfasis de la lex al ius en el mismo campo dcl derecho natural (más allá de la cuestión dcl método elegido para el estudio de la moral) está encerrada la tan mentada inauguración hobbesiana de la modernidad política. Para tratar de evitar las confusiones a las que nos arroja este tema, es; dccir, para que estemos atentos a la discontinuidad, disimulada tras la apa­ rente coincidencia dcl vocabulario,56 entre el iusnaturalismo clásico (antiguo y medieval) y el iusnaturalismo moderno, algunos autores toman el atajo de hacer hincapié cn una distinción nominativa, llamando a la primera doctrina del Derecho natural y a la segunda de los derechos naturales, para aclarar luego que la transición desde la primera a la segunda doctrina es un paso interno cn el sistema dcl iusnaturalismo, rico cn consecuencias.57 A nosotros nos interesa aquí reparar cn la alteración semántica entre una fuente imperativa como la dcl derecho natural tradicional cuyo centro era la lex y el énfasis atributivo con que finalmente terminan presentándose los derechos naturales m oder­ ” Polémica herm enéutica sobre la ley natural que José Carlos Chiaramontc detecta y define bien cuando opina que se trata de un criterio cuya debilidad es evidente ( Marión y Estado en Iberoamérica, ob.cit, p. 136) 56 En idiomas com o el español (diferente dcl idioma inglés, por ejemplo, cn el que la teoría dcl derecho natural se suele denominar también natural law theory), la ambigüe­ dad resulta mayor, ya que la palabra derecho, se utiliza genéricamente tanto para un concepto que abarca el ámbito de los deberes u obligaciones, com o el de los derechos propiamente dichos o libertades. 57 N orb crto Bobbio: El tiempo de los derechos, Sistema, Madrid, 1 991. Aclara también que esos deberes dcl iusnaturalismo clásico, inscriptos cn la ley natural, si bien obli­ gaban a los seres humanos a cumplir un destino desigual naturalmente fijado, recaían fundamentalmente sobre el gobernante. Luego realiza Bobbio en este texto el análisis de los íYiodos históricos de rcsemantización paulatina dcl iunaturalismo, que term ina cn los “derechos” de la Modernidad, y sus dos famosas Declaraciones. (C f también Richard Tuck: Natural right theories.Their origin and development, Cambridge, Cambridge University Press! 998 [1979))

nos (como iu s ), sesgo transformador desde el que podrá ir perfilándose, con mayor materialidad, el derecho dc resistencia en su forma revolucionaria. P o rq u e , deberes

resumiendo, para la perspectiva clásica no hay en sí derechos sino

naturales,$8 en el sentido en que lo son, por ejemplo, los diez man­

damientos, el código moral por excelencia. Es, como diijimos, la primera M o d e r n id a d ,

en la figura dcThomas Hobbes la que produce ese cambio dc

énfasis:59 diluye la fuerza obligatoria que la naturaleza impone a los hombres com o

su ley (regla y medida), al tiempo que los iguala más concretamente

según unos universales derechos o demandas subjetivas originadas en la vo­ luntad, colocando las bases dc lo que luego serán los derechos universales dcl hombre o derechos humanos, individuales o subjetivos.60 El ser humano comenzará a ser reconocido como un ser racional, portador dc derechos, al que la sociedad 110 le ha sido dada naturalmente, sino que accede a ella por cuestiones dc conveniencia en sentido amplio y a partir dc esc gesto dc su v o lu n t a d

individual en que consiste el artificio dcl pacto

En el caso rioplatense, partimos dc la evidente ccntralidad que adquirió en la propaganda periodística dc los que fueran llamados los “jacobinos” dcl grupo radical el léxico moderno dc los derechos, un dato que siempre admite abordajes filosóficos, por tratarse dc un concepto, digamos así, inventado . por los filósofos. Vemos luego que, siendo cierto que un común diccionario iusnaturalista constituye el zócalo sobre el cual se construye el discurso público en los tiempos dc las independencias hispanoamericanas, cs prcci58 Para el tema dc los derechos fundamentales cf. también, el clásico libro dc Gcorg Jcllinck: La declaración de derechos del hombre y del ciudadano, dc 1 908; además, y entre otros, N orberto Bobbio: “Derechos dcl hom bre”, en Teoría general de la política, Madrid, Trotta, 2 0 0 3 [ 1999]; Andrés Rosler: Derecho natural y sociología, Buenos Aires, CHAL, 1993; Carlos Santiago Niño: Etica y derechos Humanos. Un ensayo de fundamentación, BuenosAires, Paidós, 1984; Ronald Dworkin: Los derechos en serio, Barcelona, Planeta Agastini, 1993 j 1977]; Celso Lafer: La reconstrucción de los derechos humanos. Un diálogo con el pensamiento de LlannahArendt, M éxico, FC E, 1994 [1991]; Mauricio Bcuchot: Filosofíay derechos humanos, México, S. xxi, 1 993. Com o recuerda Bobbio, Cicerón (figura canónica dcl pensamiento político europeo, y también rioplatense) define a la ley natural según sus notas: iubere et vetare (ordenar y prohibir). Cf. Norberto Bobbio: ibidem, p. 5 13. 55 Cf. Leo Strauss: Lafilosofía política de H o b b e s . ob. cit. 60 Más allá dc cjue, com o bien aclara también Strauss, Hobbes sea el que menos im por­ tancia práctica concede a los “derechos dc los hombres”, en este pasaje dc un orden objetivo a uno subjetivo que a la par está fundando (Ibidem, p. 10).

so poder discriminar las relaciones entre la idea iusnaturalista de sujeción entendida como el producto dc un pacto (el contractualismo político) y la insubordinación revolucionaria. Recién a partir dc allí podemos revisar ese derecho a la desobediencia al que los actores apelan, derecho que, no siendo idéntico a la simple y antigua retroversión dc la soberanía sobre su legítimo titular —el (o los) pueblos— podría ser activado toda vez que ios pactos no estuviesen siendo respetados por el príncipe suscribiente y luego dc com­ probado el no cumplimiento. Es decir, el gesto revolucionario implica no sólo la resistencia, o la negativa dc obediencia a un cierto gobernante sino fundamentalmente la positiva dc elegir otro, (traspasando también los límites dc la fórmula pasiva dc la ratihabición 61) y no necesariamente sc infiere de ningún pactismo tradicional, aquella teoría que a pesar dc la artiíícialidad que pudo haccr ingresar cn la visión dc las rclacioncs dc mando y obediencia, cn realidad fue pergeñada para asegurarla. Parafraseando ciertos conocidos planteos dc también muy conocidos autores, tratar dc pensar el aconteci­ miento revolucionario, cn su enorme dimensión simbólica e histórica, como una continuidad dcl horizonte provisto por el antiguo pactismo, significaría dejar dc lado la especificidad misma dc toda la ideología revolucionaria, ideología que extralimita el mero expediente dc esa retroversión dc la so­ beranía, que sí es posible reconocer como muy fuertemente prevista por ci pactismo anterior a los siglos xvn o xvm y que cn general conduce a alguna restauración dc lo que sc entiende como “originario”.

Las lecturas y los temas: algunas consideraciones sobre el abordaje Para ingresar en el análisis de estos textos dc la prensa rioplatcnsc dcl primer lustro revolucionario, es indispensable ejercer una vigilancia m e­ todológica que evite ciertos rictus, alguno bien descrito cn los trabajos dc Elias Pal ti. Nos referimos, en este caso, al habitual cn cierta tradición inves61 La ratihabición es la fórmula simple dc ratificación dc las autoridades consagradas, aquella contra la cual el Deán Funes, por ejemplo, sc rebela cuando dice cn 1 8 1 6 : «que no sc nos hable de ratificación de los pueblos; la fuerza cn el que manda y la hi­ pocresía en el que obedece, caminan por lo com ún a pasos paralelos» (G regorio Funes: “Bosquejo dc nuestra revolución” cn Ensayo de la historia civil del Paraguay, Buenos Aires y Tucumán, escrita por el doctor Don Gregorio Funes, deán de la Santa Catedral de Córdoba — 3 vols-TIIi, BsAs, p .500)

tígativa que consiste cn lo que él denomina el esquema modelo-desviación62 y

que co n sistiría, simplemente dicho, cn comparar las “hibridaciones” que

resultan

dcl proceso de la recepción nuestra con un modelo inspirador su­

puestamente puro, para terminar definiéndolas como refracciones locales. Tanto si tratásemos de evitar la infertilidad que percibimos cn los textos que utilizan como única metodología de análisis el esquema que acabamos de evocar, como si, a la inversa, intentásemos enfocar con espíritu nominalista sólo las formas concretas c históricas cn que van surgiendo los conceptos de la pluma de los mismos actores, no alcanzaríamos a hacer pie investigativo en la zona a la que aspiramos, porque, tratándose de lo que hemos venido presentando como preocupación temática, la cuestión es más compleja, y no correspondería olvidar una cierta especificidad cn el origen. Aquí debe ser desarmado, analíticamente y cn un sentido no meramente genealógico, un aparato conceptual que acompaña a la acción que nuestros actores intelectuales quieren llevar a cabo, viendo nosotros que son ellos mismos quienes declaran constantemente (a veces hasta con alarde) estar rcferenciándosc cn modelos teóricos que Icen cn ciertos libros de filosofía para validar sus propuestas locales. También son ellos los que suelen vivir la diferencia hispanoamericana como deficiencia o como insuficiencia, lo cual significa que visualizan a su propia sociedad como una sociedad degradada, c incluso suelen paulatinamente retroceder, o postergar el proyecto político ante el devenir de una realidad que creen va demostrando -una parvedad cada vez mayor.63 Si deseamos reponer dcl modo más cuidadoso la escena histórica y la voz de los propios actores, la referencia teórica y la voluntad filiatoria que proviene de los ríoplatenscs, sobre todo cuando es explícita, no puede no ocupar un lugar en una investigación como la nuestra, atenta al campo de análisis que ofrece la recepción filosófica.64 Tras esa voluntad filiatoria es posible deducir, cn ciertos casos, una imagen de la situación 6i Cf. Elias Pal ti: El tiempo de la política, Buenos Aires, S. xxi, 2 0 0 7 . 6i La narración más representativa de este itinerario intelectual es el texto de la célebre Memoria de Monteagudo de 1 8 2 3 .También, com o menciona Annino el desencanto final de Bolívar cuando siente que ha arado cn el m ar y piensa que en América lo mejor es emigrar (C f“El paradigma y la disputa. Notas para una genealogía de la cuestión liberal en México y A mérica Hispánica”,/urp/ /Joroiberoideas.com. 2 0 0 6 ) 64 Una teoría de ia recepción puede encontrarse, por ejemplo, cn la llamada Escuela de Constanza (Cf. Hans jauss: Estética de ¡a recepción, Madrid, A rcos, 1987, teoría que intentamos de algún m odo trasladar a la recepción de la filosofía cn este texto ).

local y una identificación dc los actores con las expectativas dc los autores dc los libros, para reconstruir más minuciosamente el proyecto político que aquellos quieren impulsar. Partimos así dc la hipótesis central dc que el gesto dc selección dc autores, y fuentes filosóficas no cs siempre azaroso o simple resultado dc la disponi­ bilidad material dc los libros, sino que ciertas doctrinas se eligen ex profeso, también a partir dc lo que denominamos sus ventajas teóricas. Dichas ventajas dependerán siempre dc la posibilidad dc una cierta identificación imaginaria dc horizontes dc nuestros actorcs con el filósofo en cuestión, inscripta a su vez en determinadas condiciones políticas o socioculturales y su representación. La teorías aportan entonces no sólo un recurso legitimador en la publicidad dc las ideas políticas, más ligada a la idea actual dc tzs¿>de autores y textos, sino también, inJoro interno, una matriz para la comprensión dc una realidad que se va tornando opaca, o sea significan tanto un recurso expresivo como un recurso comprensivo o cognitivo.6S El resultado de las destilaciones conceptuales entre lo sabido, lo escuchado y lo leído, en la mentalidad vernácula, acompañará, al fin, un verdadero campo dc experimento político revolucionario y luego constitucional que dc todos modos excede cualquier idea dc “desviación”, que implique liquidar demasiado rápidamente la relación dc los actorcs con alguna fuente filosófica. Además, y como bien aclara Aguilar Rivera,66 lo que suele adjudicarse a desviaciones locales dc ciertos modelos filosófico políticos supuestamente claros y bien establecidos debería reconocerse como tina zona dc ambigüedades y fallas dcl modelo mismo, reponiendo así, en el lugar que les corresponde dentro dc la historia política occidental, a los importantes experimentos políticos hispanoamericanos. M C f entre otros Cario Ginsburg: “Descripción y cita”, en El hilo y las huellas. Lo verda­ dero, lojalso, lofictiáo, Bs.A s., FC E , 2 0 1 0 [2 0 0 6 ], p. 19. Ginsburg se ocupa aquí dc los métodos dc la historia y repone la noción dc enárgeia, una palabra olvidada dcl griego que, aplicada a la historiografía, era considerada una garantía dc veracidad, y diferen­ ciaba la finalidad dc los historiadores dc la dc los poetas, que procuraban subyugar. A partir de la génesis scmic>tica de este térm ino, Ginsburg lieva a cabo una reflexión para nosotros muy rica, que distingue dc algún modo el recurso expresivo narrativo, del cognitivo , y sus mutuas, relaciones en el devenir dc la historiografía. Utilizamos algunas dc estas ideas —pidiendo las disculpas dei caso al autor, por las infidelidades y errores— para analizar los textos a los que nos dedicamos. 66 Cf. jóse Antonio Aguilar Rivera: En pos de la quimera. Reflexiones sobre el experimento constitucional atlántico, M éxico, FC E , 2 0 0 0 .

Abocados a un rclevamicnto dc la recepción dc autores y textos filo­ sóficos (lo que también suele llamarse, figuradamente, la “biblioteca”, cn el sentido dc las lecturas que sc deducen o sc comprueban a través dcl discurso dc los protagonistas), importante resulta señalar -apartándonos dc alguna versión canónica— que es evidente que, ante los ejemplos o las noticias dc los ejemplos históricos que iban llegando y sobrepuestas a los textos dc su formación cn el mundo cultural hispano colonial, es factible detectar otro tipo dc lecturas, no necesariamente nuevas pero sí “nove­ dosamente iluminadas” a partir dc los sentidos que comenzaron a circular en la crisis. Obviamente, la literatura dc ideas funcional a la conservación dcl vínculo colonial, correspondiente a la cultura oficial dcl período (la tradición política española), podía no haber sido para ellos también funcional a la ruptura y, si bien la segunda biblioteca (la ideología revolucionaria de Mayo) no conseguirá desalojar dc manera radical a la primera, habría por lo menos que reparar cn ciertos experimentos conceptuales, donde las huellas dc lecturas y autores pcrtcnccicntcs al mundo dc la Modernidad rebelde ~a veces voluntariamente exhibidas— sc .tornan indiscutibles en su evidencia.67 Pero los autores y los libros sc mencionan también (aunque no solamente) como recurso dc apelación a la autoridad68 y si bien ellos no sc constituyen cn la causa de las acciones rebeldes, son el yacimiento seleccionado por los actores, por diversos motivos, para justificar sus intenciones.69 La'rcvolución va imponiendo, entonces, una clave hermenéutica y dc traducción que finalmente sc resuelve cn el eclecticismo porque es evidente que, cn el vértigo dc los hechos y su inteligibilidad, los actores rioplatcnscs optan por mezclar “pedazos” dc lecturas antiguas y nuevas, en un ejercicio conceptual 67 La idea dc la “doble biblioteca”, sin ser nueva, pretende sí ingresar cn un diálogo historiográfico cn el que se intenta responder a autores com o Ricardo Levene, que sc inclinan demasiado cxcluycntcm cnte por la (p or otra parte innegable) formación hispano indiana dc Mariano Moreno. “ Es a esta forma de aparición autorizante dc los nombres dc los filósofos en los te x ­ tos a la que jorge Dotti denomina “figura conccptual” (C f. Las m as del texto, Bs.As.; Puntosur, 1990) 69 josc Andrés Gallego: “La pluralidad dc referencias políticas”, cn Revoluciones hispá­ nicas. Independencias americanasy liberalismo español (dir. Francois G uerra), Madrid, Ed. Complutense, 1 9 9 5 , p. 127.

que no consigue disipar una significativa inestabilidad semántica,70 y un tipo de producción textual que pudo calificarse de «veteada»71 Esto no quiere decir, simplemente, que los autores europeos sólo se "usen” públicamente a través de interpretaciones y traducciones oportunistas que encierran alguna lórma de la “traición”, sí, cn cambio y cn un mecanismo más complejo, que:; esa instancia ahora identificada como e l“uso” de las lecturas filosóficas no es otra cosa que otro momento dentro de un proceso activo de recepción, que no puede reducirse cn todos los casos a esc contacto fingido con autores y libros que se evocan fragmentariamente, con fines retórico persuasivos. Las teorías filosóficas son también un instrumento comprensivo de realidades y situaciones que pueden percibirse como inéditas, aunque cn la prensa dcl pri­ mer quinquenio la autorización pragmática72 resulte frecuente, y la evocación de los autores (no necesariamente conocidos directamente de sus fuentes) se lleve a cabo cn función de aplicaciones puntuales a veces distantes dcl espíritu dcl texto mismo, según nuestro canon contemporáneo. Esta descripción no nos permite, tampoco y cn general, aplicar a aquellas interpretaciones una evaluación que pueda provenir de una supuesta superioridad hermenéutica nuestra sobre libros y doctrinas, que carga con el error de desconocer una simétrica contextualización de las lecturas y versiones actuales de las filoso­ fías. Sí, cn cambio, nos permite analizar, por ejemplo, dentro de los actores dcl mismo momento revolucionario, actitudes y resultados más o menos sinceros cn las relaciones cognitivas con los filósofos y a la par retóricas con la opinión pública que se intenta ayudar a nacer, cn tanto esa diferencia de cuidado y de énfasis que cada uno ponga entre el momento propiamente comprensivo y el expresivo (exhortativo o persuasivo) de autores y teorías ayuda a distinguir la diversidad de los talantes intelectuales.73 70 Cf. Noem í Goldman (cd ): Lenguaje y revolución. Conceptos políticos clave en el Río de Ja Plata, 1 7 8 0 - 1 8 5 0 , Bs.A s., Prom eteo , 2 0 0 8 71 Cf. jorge Dotti: Las vetas___ob.cit. 12 Al hablar de "pragmática”no nos referim os sólo al empleo con creto que los hablantes hacen cn general de la lengua cn una determinada situación comunicativa, sino que hacemos hincapié cn su función retórico persuasiva, es decir, cn la capacidad de provocar reacciones cn el destinatario. 75 Lo que hoy suele incluirse dentro de lo que se comprende co m o l'uso” en referencia a la aplicación de autores y textos cn el discurso público (m om ento de la recepción cn el que Dotti también incluye la noción de “figura conceptuar’), permite detectar diferencias entre quienes apelan a autores que han adoptado para terminar de comprender ciertas situaciones

En síntesis, el campo de análisis es ci de la Revolución, en el modo en que ésta aparece en la conciencia dc los actorcs dcl llamado grupo jacobino, radical o morenista. Este grupo, un conjunto no demasiado numeroso dc actores aglutinados alrededor dc la política dc la acción concreta, representa en estos cinco años la ideología más radical dentro dcl mundo intelectual revolucio­ nario de Buenos Aires, identificada por una mayor intención igualitarista c independentista.74 Está conformado por Mariano Moreno -líder dcl “partido” y Sccrctario dc la Primera Junta Gubernativa- y, con distintos matices, por Manuel Bclgrano, Juan José Castclli (primo de Bclgrano), Domingo French, Antonio Luis Bcruti, Juan José Passo y José Bernardo de Montcagudo, entre otros; en el análisis dc estos primeros tramos dc la guerra anticolonial fueron visualizados precisamente como representantes dcl espíritu jacobino (un peyorativo en los años diez) por el grupo moderado opositor liderado por Cornclio Saavcdra, pero luego no sólo por esc grupo.75 v quienes demuestran una marcada despreocupación en las operaciones dc transcripción, traducción o dta, infidelidades no siempre atribuiblcs a meras cuestiones hermenéuticas y sí a cierta manipulación dcl auditorio potencial. El caso más flagrante, en estos papeles que analizamos, cs tal vez el dcl Deán Funes dcl que nos ocuparemos más adelante y que . representa al personaje en cierto sentido inverso a Moreno: sin entrar realmente convencido por el autor que menciona ni concretarse la gadamcriana “fusión de horizontes”, emplea el nombre dcl filósofo para autorizarse públicamente con fines persuasivos. 74 C f Nocmí Goldman: “Loí jacobinos en el Rio dc la Plata\ en AAW: Imagen y recepción dc la Revolución Francesa en Argentina, BuenosAires, c c i, 1990, p. 8. 75 Como dice Goldman, la imputación dc jacobino en el Rio dc la Plata dcl primer quinquenio revolucionario es denigratoria (Flistoria y lenguaje. Los discursos de la revo­ lución de Mayo, BuenosA ires, C E A L, 1 9 9 2 ). El mismo Manuel M oreno, hermano dc Mariano,expresa en 1 812: «Después dc la Revolución dc Francia ha sido muy frecuente atacar las empresas dc libertad, denigrándolas con el odioso carácter dcl jacobinismo, que tan justamente ha escarm entado el mundo, y el descrédito que estas máximas han merccido, ha continuado en ser empleado com o arma poderosa contra c! uso dc los derechos sagrados del pueblo [ ... ] No cs extrañ o, pues, que los enemigos dc la libertad se hayan empeñado en sacar jacobinos a los abogados distinguidos dc los derechos del Nuevo Mundo» ( Viday Memorias..., ob. c it., p. 136). El sentido dc este calificativo atribuido a los morenistas irá luego históricamente variando, dc acuerdo con la posición que cada autor tome frente al jacobinismo en general y en general al jacobinismo dc la Revolución Francesa. Variarán así las perspectivas, en un rango que va desde negar cualquier adjudi­ cación dc jacobinismo a las acciones del Secretario Moreno (Levcnc, por ejemplo, en su vasta producción, o Furlong) hasta confirmarlo, haciendo dc éste su m érito principal (por ejemplo José Ingenieros, en La evolución de las ideas argentinas, entre otros).

Tratándose dc las intervenciones dc los morenistas cn la prensa, nuestro análisis sc centra tanto cn periódicos sostenidos por algunos miembros del grupo, como cn artículos firmados o atribuidos a Manuel Belgrano, Mariano Moreno y Bernardo dc Montcagudo, por ser ellos quienes más intensamente hicieron girar su militancia alrededor dc la acción periodística, entre los años 1810 y 1815, el quinquenio dc su mayor actuación. En este discurso dc la prensa, Moreno parccc no dudar dc que existen derechos dcl hombre (o de­ rechos humanos)76 prepolíticos que han sido conculcados por la dominación colonial, que sc impone construir la autonomía y que el objetivo final dc la independencia legitima dc suyo las acciones encaminadas a su consecución, incluido el recurso a la violencia.77 Es claro,78 que más allá dc que podamos asimilar o no a este jacobinismo criollo con el francés, hay evidencias sufi­ cientes para suponer la coincidencia alrededor dc ciertos objetivos sociales democratizantes, aunque dichas convicciones no arrastren aquí consigo al régimen de gobierno que sc quiere instaurar. No sc trataba para ellos, cn fin, dcl descubrimiento dc un específico régimen político, sino dc una fuente dc legitimidad dcl poder politico, ella sí nueva;79 cn dirección a estas metas y desde estas convicciones, los morenistas utilizan la prensa como medio 76 Los derechos que cn su em ergencia y cn sus famosas dos declaraciones (americana y francesa) se conocieron com o derechos del hombre hoy se denominan derechos humante, a partir de la crítica femenina a la primitiva histórica denominación. Por ese motivo, aunque tal vez pueda considerarse un anacronismo, en algunos tram os dc esta tesis nos referim os a estos derechos utilizando la nomenclatura contem poránea junto a la histórica tradicional. Además, y dicho sea dc paso, esa denominación podría reponer una continuidad temática que la m era diferencia nominativa estaría, a nuestro ver, opacando, aunque no dispongamos aquí dcl espacio suficiente para una investigación más minuciosa sobre los efectos semánticos de la antigua denominación, en el Río dc la Plata, cn relación al tema femenino, a] que sólo aludiremos colatcralm ente. 77 Si historiadores com o el chileno Vicuña Mackena pueden decir dc M ontcagudo «lo encontramos siempre com o a los buitres donde quiera que hubiese olor a cadáver cn nuestra revolución» es porque Monteagudo, denominaciones aparte, no demuestra demasiados reparos en recu rrir por ejemplo al fusilamiento, cuando considera que los objetivos dc la revolución lo demandan (Vicuña Mackena: Ostracismo de ¡os Carrera, Santiago dc Chile, 1 8 6 0 .) 7S N ocm í Goldman: Historia y Lenguaje. Los discursos de la Revolución de Mayo, Buenos Aires, C EA L, 1992. 79 Cf.Tulio Halpcrín Donghi: Tradición política española

ob cit.

para la construcción de una opinión pública porteña todavía inexistente, cn la certeza de que dcl triunfo sobre esa opinión pública - y no sólo de la pólvora- depende el éxito de la revolución. Es cn esc sentido que el m ore­ nismo aparece como un partido unido principalmente por acuerdos sobre la acción revolucionaria concreta, y muy secundariamente cn su ideología c inspiraciones filosóficas, donde es posible descubrir diferencias destacables. En el grupo de publicistas que analizamos, las más notorias aparecen desde el inicio cn los argumentos públicos de Manuel Bclgrano pero con el correr dcl tiempo también se profundizan cn Monteagudo, que termina el lustro cn abierta polémica con los posicionamientos dcl morenismo de los iniciales años diez.

La invención de la opinión pública: un breve repaso En la Europa dcl anterior siglo xviu, la opinión pública ilustrada se había constituido como la reposición dcl poder moral crítico que el avance de la Modernidad había tratado de desalojar de la política, después de las guerras de religión. En la especial situación de la Inglaterra, cn el xvu, una filosofía políti­ ca había establecido los principios para detener la muerte violenta de los hombres, resultado abrumador de la guerra civil religiosa: eran las ideas dcThomas Hobbes, el implacable filósofo de Malmcsbury, dedicadas a la justificación dcl Estado absoluto. Hobbes cree que el hombre se comporta como un lobo para el hombre80 y que, sin el freno estatal, la destrucción sería inevitable porque las pasiones son indctcnibles. Sin abundar demasia­ do cn los detalles dcl sistema que el autor expone de manera minuciosa cn sus tres famosos textos políticos,81 queremos subrayar el hccho crucial de que Hobbes, persuadido por los acontecimientos ingleses, cree que el motivo fundamental de los enfrentamientos de los que ha sido lamentable testigo son las opiniones morales y religiosas de los hombres, esto es, ese capital interno de la conciencia privada que hace imposible los acuerdos y la definitiva paz. La solución hobbesiana82 es la separación entre cuestiones sl,Vaya aclarar que esto no signífica“com o un lobo para el lobo”, com o quiere interpretar una crítica conocida. S1 Cf. Tilomas Hobbes: Leviatán; De cive y Elementos de derecho natural y político. 82 Preparada por un siglo de reflexión, y confirmada por su recurrida aparición en los textos dcl florentino Maquiavelo.

morales y políticas, relegando las primeras al foro interno. Sobre esa d iv is o ­ ria de aguas —el expediente social por el que el Estado sc torna neutral y sc desliga dc los juicios morales dedicándose sólo al do ut des dc intercambiar con los súbditos obediencia por protección — está construido lo que sc co­ noce teóricamente como razón de Estado, el gran invento dc la monarquía moderna. Gracias a este mecanismo dc autonomización dcl Estado respectó dc la opinión y, a la par, dc independencia de la conciencia cn relación con las normas públicas, el Estado puede establecer, cn la tradición medieval dc los arcana imperii, una racionalidad dccisionista que no es menesterosa dc argumentación pública alguna. Si esta es la situación a mediados dcl xvn cuando la guerra entre el Parlamentó y la corona terminara cn la decapitación dc Carlos i, el espacio público —y lo que luego fuera la opinión pública cn la jerga ilustrada dcl xviu— iría a constituirse cuando la opinión moral fuese públicamente repuesta, para comenzar a ejercerse sobre las decisiones y usos dc la nobleza que estaba a cargo dcl Estado. La Ilustración comienza siendo esc mundo dc individuos y dc espacios dc circulación dc ideas donde las personas privadas haccn un uso público dc la razón para referirse primero a una nómina dc temas diversos que sc inicia con los literarios, pero que sc van tornando éticos y morales, para terminar, en Europa, cn una politización tal como para encarar el juicio al Estado. La historia intelectual suele señalar a Lockc como el precursor teórico del ámbito dc independencia relativa que luego adquiriera la potencia crí­ tica tan conocida cn vísperas de la Revolución de julio.83 Locke, el ingles dc moda en la Francia dcl xvui, el filósofo mencionado y conocido oblicuamente cn estas escasamente ilustradas tierras rioplatcnscs, había inventado, justa­ mente cn el Ensayo sobre el entendimiento humano (uno de los libros más leídos en el mundo intelectual europeo de la época) ,S4 una división de las leyes que otorgaba espacio a lo que él denomina law of opinion (o ley moral, o ley dc la reputación, o ley filosófica)85 que no es otra cosa que la ley establecida por los 83 Cf. Rcinhart Koselleck: Críticay crisis. . . , ob. c it.; y Jürgcn Habcrmas: Historiay Crítica de la opinión pública, Barcelona, Gili, 1997 (1 9 6 2 ). 84 El libro apareció cn Inglaterra en 1690 y cn 1 7 0 0 fue traducido al francés, lengua en la que ya había aparecido en 1688 un resumen dc 92 páginas, antes de su publicación en lengua inglesa. 85 Lockc llama también a esta ley «de la moda» o «de la censura».

particulares que aun careciendo dc la autoridad para hacer leyes civiles tienen la facultad dc decidir sobre la virtud o el vicio dc las conductas dc sus conciu­ dadanos, aplicándoles a estos los parámetros propios dcl país, la sociedad o la tribu a la que uno y otros pertenecen. Las leyes terminan entonces siendo de tres tipos: la ley divina (que decide sobre lo bueno y lo malo), la ley civil (sobre lo criminal o no criminal) y la tercera, la ley dc la opinión, que define lo virtuoso y lo vicioso.86 porque antes dc esto, lo que entre había hecho que Hobbes fuese un fi­ lósofo menos amigable que Locke para el mundo intelectual87 no era sólo su c o n v ic c ió n

acerca dc la innata maldad humana ( o los extremos materialistas

que le permiten adjudicarle a Dios la causa dcl mal en el mundo), sino tam­ bién que no confiase en el simple devenir dc la obra divina dc la naturaleza. Siendo la ley natural muy poco obligatoria ya que obliga sólo al interior dc la conciencia privada, no sería inhabitual que los individuos ganados por las pasiones —la competencia, la desconfianza, la vanagloria— terminasen des­ pedazándose. Caída la autoridad dc la Iglesia para asegurar la unión entre la esfera interna y la externa (inward thought y externall acts) la única solución para asegurar la paz era, según el filósofo dc Malmcsbury, el Estado en la figura dc un príncipe duro, hcrmcncuta supremo, es decir, un administrador público dc la verdad que impidiese la selvatización dc la Ciudad. Para evitar esa solución decisionista, Locke vuelve a reforzar el carácter vinculante dc la ley, creyendo que finalmente la controversia sobre la que se funda la opinión no puede conducir a otra cosa que a la ley divina88 ya que, no habiendo colocado Dios en el alma dc los hombres contenido alguno en s6 C f John Locke: Ensayo sobre el entendimiento humano, M éxico, F C E , 19 9 2 [1 6 9 0 ], pp. 3 4 0 y ss. 87 No nos olvidemos que Hobbes fue en su época perseguido por ateo y sus libros fueron prohibidos. Así cs com o, en el ámbito intelectual rioplatense las menciones al filósofo dc Malmcsbury son escasas y su doctrina no es vista con buenos ojos en la polémica pública. 88 Dice Locke: «Tal es el lenguaje de los filósofos gentiles, que bien supieron en qué consistían sus nociones de virtud y dc vicio; y aun cuando ( .. .] las virtudes y los vicios cambiasen en diferentes sociedades, sin em bargo, en cuanto a lo principal, se mantu­ vieron en su mayoría los mismos en todas partes. Porque [ .. .] no debe causar sorpresa que la estimación y el descrédito, la virtud y el vicio, correspondan en gran medida y por todas partes a la regla invariable del bien y dcl mal que ha sido establecida por la ley dc Dios» (Ensayo..., ob. cit., L. ü, Cap. xxvm, 11).

la forma de las ideas innatas cartesianas, lo ha munido sin embargo de una recta razón que no puede inducirlo a lo injusto o lo incorrecto. El gobierno puede ser un gobierno limitado cn sus atribuciones, porque el natural devenir de los asuntos humanos no abriga demasiados riesgos. La cuestión que debe reconocerse cn torno a Locke —y aun cn la coinci­ dencia de quienes lo señalan como el pionero de la opinión pública c inventor de la función social de las opiniones morales—es que esta ley de la opinión, cn la plenitud de su politicidad ccnsora, no aspira a la soberanía. Efectivamente, los construyen la ley de la opinión no pertenecen al grupo que construye la ley civil y, si bien es cierto que este gesto teórico lockcano anuncia el regreso público de aquella moral que había sido excluida dcl poder estatal, permanece todavía cn el ámbito de circulación de los clubes y las sociedades filosóficas dcl mundo de la Ilustración, sin pretensiones revolucionarias. En el continente, son los fisiócratas franceses (Quesnay, Dupont do Nemours, Mirabeau, Mercier de la Rivicrc, Baudcau, Scnac de Mcilhan, Le Trosnc) los que realizan cn cierto modo una síntesis entre el hobbesianismo y ciertas posiciones lockeanas, retomando c impulsando la idea de la necesidad de un ámbito de opinión pública ilustrada en el marco de un despotismo legal. Los fisiócratas —leídos y traducidos aquí, por ejemplo, por Manuel Bclgrano— conforman cn Francia una escuela de pensamiento que procede ideológicamente a través de un tipo de mezcla conceptual que no deja de ser funcional al absolutismo.89 Se trata de una escuela de economistas franceses que depositan toda su confianza cn las leyes de la naturaleza90 o, dicho con más precisión, en las leyes que los ilustrados suponen estar leyendo en los comportamientos de la naturaleza. El orden natural es así el único orden verdadero y por lo tanto es esa ley (la antigua physis) la que debe ocupar el lugar de la ley de la convivencia (nomos). Representantes de un mundo conceptual antiguo y cn cierto modo casi prcsocrático,91 los fisiócratas (un verdadero partido político y una moda Cf. Cari Schmitt; La Dictadura, Madrid, Alianza, 1999 [ 19 8 5 J; R. Koscllcck: Crítica y C r i s i s . ob. cit. yo El term ino “fisiocracia”, de origen griego, significa justamente gobierno de la naturaleza, cn el sentido de gobierno ejercido por la naturaleza. 91 En el mundo griego habían sido los sofistas quienes habían quebrado la antigua asimilación de physis y nomos planteando que la polis puede autonomizarsc en relación con la naturaleza, estableciendo sus propias normas de convivencia. Es posible pensar

en la Francia de la década dc 1 7 6 0 ) están dispuestos a establecer una C iu d a d

moderna, que impulse la agricultura y la explotación capitalista

de la tierra. Un “despotismo verdadero” (justo c inteligente) era para ¿líos la forma dc gobierno adecuada a los tiempos, donde la libertad y ja educación estuviesen sabiamente controladas. En ese m arco, la opi­ nión pública -c o m o opinión que todavía pertenece a los ilustrados- cs la encargada dc com prender las leyes dcl orden natural, y dc hacérsela saber al soberano, estableciendo una suerte dc doble autoridad (ratio y voluntas) que no supone todavía unidad legislativa. Estas funciones dc crítica racional (sobre lo verdadero) y dc censura moral (sobre lo justo) sólo van a aparecer complementándose cuando esta función social dc la opinión se torne opinión pública con aspiración soberana, en la obra dc Juan Jacoho Rousseau.92 Es con Rousseau cuando la opinión pública excede los meros límites dc Opinión sobre la política para tornarse propiamente opinión política. Más tarde —y habiendo hecho fuer­ temente pie en la estación rousseauniana- la idea dc la crítica encontrará el matiz que la hará célebre en la reflexión kantiana dcl año 1 7 8 4 .93 Así Rousseau, crítico dc la Ilustración en su versión francesa, resulta ser sin embargo quien da expresión filosófica a la idea dc que los juicios dc la opinión pública están investidos dc potestad soberana. Rousseau cs un filósofo contradictorio, y su lectura, siendo sencilla, alberga sorpresas, dc allí que sus usos e interpretaciones fueron siempre variados y hasta discre­ pantes; la lectura jacobina dcl rousseaunismo cs una, pero de ningún modo la única posible; como propone Darnton, además, cada época crea su propio Rousseau.94

que una buena parte de la filosofía griega posterior iniciada en la socrática, significa un esfuerzo racional dc reparación de esa fractura sofista. 92 Cf. R. Kosellcck: Crítica y crisis..,, ob. c it., p. 93 y ss. Immanuel Kant: “Qué cs la ilustración”, en Filosofía de la historia, M éxico, FC E, 1978 [1784]. El nombre dc Kant no circula en m odo alguno en el discurso revolucionario rioplatense, y recién cs constatablc una prim era recepción en Buenos Aires en 1837 (Cf. Jorge D otti: La letra gótica, BuenosAires, uba, 1 9 91). 91 Dice D arnton: «Ha habido el Rousseau robespierrista, el rom ántico, el totalitarista y el neurótico. Yo quisiera proponer el Rousseau antropólogo» (R obert D arnton: El coloquio de los lectores, M éxico, FC E, 2 0 0 3 , p. 20 7 )

Los actores revolucionarios y la construcción de una opinión pública en Buenos Aires En nuestro mundo rioplatcnsc el encadenamiento dc critica y crisis dcl célebre texto dc Rcinhart Koselleck aparccc, por decir así, invertido y no es posible aplicarle dc modo directo las fórmulas más tradicionales que co­ rresponden a la situación europea, sin que esto pueda significar una simple “desviación”. Por tratarse cn principio de una revolución dc Buenos Aires, no hay dudas dc que la principal tarca dc sus radicales protagonistas fue su propaganda y expansión, tanto cnla antigua capital dcl Virreinato como por los pueblos del interior. De allí la necesidad dc construcción dc un ámbito dc publicidad95 que funcione como un contrapodcr, una tribuna crítica o moral que, a la par que lleva a cabo una función pedagógica dc cara a la sociedad civil, abra al interior mismo dc la clitc la controversia política. Si para aquellas latitudes europeas Koselleck96 puede decir (cn un probable exceso tcleológico) «la crítica es el heraldo dc la crisis»,97 y con estas expresiones entendemos que la crisis dc legitimidad política que venía gestándose desde el siglo xvn -q u e corresponden también a los mecanismos dc fortalecim iento dc la monarquía absoluta™ va generando un espacio dc circulación dc un discurso crítico98 que abarca desde la prensa ilustrada a las reuniones dc las sociedades masónicas, es decir, sí fuese posible avistarlo así en la Europa central, deberíamos reconocer también que en estas sociedades distantes los mecanismos y los tiempos no son iguales.

95 Utilizamos esta expresión en el sentido dc la ÓJfentlichkeit habermasiana, tal com o es traducida por Dom enech cn Historia y crítica.,., ob. cit. % Cf. los comentarios y las refutaciones tanto dc Koselleck com o dc H abermas, cn relación a la categoría dc "burguesía” en R ogcr Chartier: Espacio público, crítica y desacralización en el siglo xnn. Los orígenes cu ¡tura!es de la Revolución Francesa, Barcelona, Gcdisa, 20 0 3 [ 1991 ]. Cf. también, muy especialmente, los com entarios sobre ios límites dc la noción habermasiana de espacio público realizados por F. X . Guerra e n ‘in trod u cción ” a Francois Xavier Guerra >Annick Lem périerc et al.: Los espacios públicos en Iberoamérica, F C E , M éxico 1 9 9 8 . y7 Rcinhart Koselleck: Crítica y crisis..

ob. c it., p. 335.

ys “Mercado dc juicios y dc obras”, en palabras dc Rogcr Chartier: Espacio público... ob.cit.

En lo que toca a España, la monarquía borbónica había sido impulsora de un cierto clima de modernización ilustrada que cn el ámbito admi­ n is t r a t iv o

dio com o resultado las famosas reform as de Carlos ni. Pero

el específico decreto de libertad de imprenta, el elemento liberador de ja opinión pública, es promulgado rccicn luego de las abdicaciones de F e rn a n d o

y Carlos iv, por las C ortes de Cádiz cn noviembre de 1810. En

en España la libertad de la prensa de hccho existe desde 1808,

s ín te s is ,

pero oficialmente desde 1810, aunque ni cn España ni cn América se pueda constatar realm ente cn esos años la presencia de lo que desde su invención europea se conoce Como opinión p ú b i c a un elemento social rriuy promovido y alabado por ejemplo por Jovcllanos —admirador dcl s is te m a com o

británico— cn las mismas páginas de la Caceta moreniana, tal

veremos más adelante.

Esas nociones y la historia que hemos repasado deberían servirnos de todos moclos para comprender mejor esta inversión de la secuencia cn crisisy crítica, siendo cn el segundo momento cuando se instala cn nuestros intelectuales rioplatcnscs, siempre dispuestos a recibir «lecciones de Modernidad»,100 la necesidad de construir un espacio para la opinión pública, espacio que, cn nuestras regiones y a diferencia de las europeas, tampoco ha estado anticipado por una esfera pública literaria, visible o ciandcstinizada tras lo que se llamó la república de las letras. Los criollos saben además que cn realidad, y cn orden a las preferencias de quienes intentan encender voluntades para llevar a cabo la revolución, la función crítica debe dirigirse contra la Corona hispana para impulsar la publicidad persuasiva sobre los beneficios de la recuperación de unos derechos naturales que han venido siendo avasallados por la injus­ ticia de la dominación. La propaganda revolucionaria de un grupo como el morenista, que ocupa en permanencia discontinua lugares de poder en el gobierno nuevo, a veces también se realiza a través de polémicas públicas con otros personajes de la intelectualidad porteña, sin perder por eso su retórica exhortativa y convocante sino encontrando tal vez cn esa escena agonística sus momentos más intensos y también más inteligentes.

Escuela de Historia, U N R , N °17, Rosario, 1 9 9 5 /9 6 . I0(i D icc Korn refiriéndose a Rousseau: «En toda la literatura revolucionaria se tropieza, por otra parte, con las huellas de esta influencia [... ] Rara vez, sin embargo, se pronuncia el nombre dcl 'ciudadano de G inebra', circunloqio que ya pasa por atrevido y se suele reemplazar con la simple referencia a un 'célebre escrito r'» (Alejandro Korn: Influencias filosóficas en la evolución nacional, Buenos Aires, Solar, 1 9 8 3 , [1 9 3 6 ], 107 Cf. La expresión pertenece a Beatriz Dávilo: Los derechos, las pasiones..., ob. c it., p. 13.

para comenzar, su periódico cs escasamente anterior al episodio revolu­ cionario; aparece en marzo dc 1810, y cs económicamente el fruto dc una iniciativa dcl mismo virrey Cisncros. Bclgrano había venido desempeñándose como Sccrctario dcl Real Consulado erigido en Buenos Aires en 1794. Dc las semejanzas y diferencias ideológico filosóficas dc aquel periódico con el espíritu más típico dcl arengador periodismo morenista, así también como dc las discrepancias con las propias declaraciones dc Bclgrano en su recapi­ tulación autobiográfica, nos ocuparemos especialmente. No sería dc todos modos material de análisis para nosotros si no hubiese sido su editor un hiicmbro dcl grupo morenista y si no hubiese circulado hasta abril dcl año siguiente, cs decir, todo el primer año dc la Revolución y todo el tiempo en que también circula la encendida Gaceta de BuenosAires dc Mariano Moreno, í s posible analizarlo así en contrapunto con la agenda y las posiciones que : exhibe Moreno en la Gaceta, para visualizar la diferencia filosófica en la que se coloca Bclgrano. Será parte dc nuestra conclusión que Bclgrano, un in­ negable compañero dc Moreno en la acción, no cs un completo compañero ideológico, por lo menos en lo que se refiere a lo que podría rcconoccrsc como la ‘"biblioteca” filosófica. El tercer tramo investigativo está dedicado a la prensa que conduce o en la que interviene Montcagudo, considerado en general como un intenso portavoz dcl morenismo. Para esa etapa dcl discurso morenista, y a diferencia dc otros casos, fue necesario incluir, además dcl periódico que estuvo más probadamente a cargo de Montcagudo, un segundo diario y los textos que publicara diseminados en la Gaceta en momentos diversos, comprendidos entre los años 1810 y 1813. Dc allí que, además dcl análisis dc las colec­ ciones completas dc el Mártir o libre y £1 Grito del Sud (el periódico dc la Sociedad Patriótica que Montcagudo dirige), hemos incluido tanto la serie dc los primeros artículos dc la Gaceta de los viernes (en el período que va dc diciembre dc 1811 a marzo de 1812), como la aparecida en la que fuera ya Gaceta Ministerial, entre 1812 y 1813. Este seguimiento fue ordenado temporalmente para facilitar la visibilidad dc lo que serían algunas de nuestras conclusiones. Las continuidades y las paulatinas rupturas de Montcagudo con las filiaciones doctrinarias rousseaunianas y la agenda de Moreno es un tema en el que hemos decidido hacer hincapié, por haber sido escasamente trabajado en la literatura histórica y filosófica. Hemos podido ver cóm o M ontcagudo, enfrentado a las aporías dcl

rousseaunismo junto a los contratiempos dcl devenir revolucionario, cambia definitivamente su inicial parecido ideológico con Moreno y el mundo francés, para acercarse más al británico y a la crítica burkeana dc la Revolución dcl ochenta y nueve. Completan este trabajo un capítulo dc síntesis dedicado especialmen­ te al tema dc la “biblioteca” dc los morenistas, siendo que los autores y las lecturas que declaran o simplemente revelan sin declarar, integran ellos también el mundo contcxtual dc interlocutores; a pesar dc estar el tema presente cn los capítulos precedentes, regresamos allí con especial interés, dado el sesgo que pretendemos para nuestras conclusiones, Mayor énfasis y bastante espacio hemos dedicado tanto a la recepción y la circulación material dc los libros dc Rousseau com o al análisis filo­ sófico dc las ventajas que pudo ofrecer esa doctrina, tan cnarbolada por cierto morenismo. En relación, por ejemplo, al contrato crcacionista dc Rousseau, el análisis dc esas ventajas estará acompañado con el dc sus aporías, las que hicieron cn cierto punto inviablc su uso, más allá dc los primeros tramos dc la convocatoria a la insurgcncia.

M odernidad, revolución y derechos: un nuevo pasaje por la filosofía Pensar la revolución y sus “orígenes intelectuales”, al estilo dcl conocí- : do trabajo de Mornet d c l9 3 3 108 es una empresa cuyos supuestos han sido; ya sometidos a crítica por una bibliografía abundante. Es que, aun si fuese: posible hablar de algo tan difuso como los orígenes de un acontecimiento;1 histórico largo, ¿tiene la revolución, acaso, orígenes intelectuales? Sostenerlo: implica seguir suscribiendo una perspectiva dc la dinámica dc la acción que ya ha sido filosófica e históriográfieamente cuestionada.109 D ehccho significa seguir creyendo que las acciones humanas (aquí políticas) son sólo resultado de una voluntad impulsada por ciertas ideas, que a su vez sc construyen a

108 Daniel M ornet: Los orígenes intelectuales de la Revolución Francesa, Buenos Aires, Paidós, 1 9 6 9 (1 9 3 3 1 . 109 Según R obcrt D arnton, el modelo M ornet funciona com o una “cafetera francesa”, es decir, las ideas bajan desde la clitc al público cn general, y sc convierten en causa necesaria dc la revolución (Cf. R obcrt Darnton: Los best sellers prohibidos en Francia antes de la revolución, M éxico, FCE, 2 0 0 8 , [19961, p -257)

artir de ciertos libros.110 Ampliar estos criterios de manera de abarcar el campo más complejo de la cultura cn general permite construir una escena je investigación en donde el acontecimiento revolucionario, excusado de la o b lig a ció n

de revelar sus causas históricas cn el terreno de las lecturas, pueda

p e r m it ir n o s

nada más reponer el mundo simbólico del grupo intelectual

R e v o lu c io n a rio

que nos ocupa y el gesto por el cual ellos mismos deciden

expresar su elección filosófica, puestos ya a explicar y propagandizar una r e v o lu c ió n

que, sin haberla programado o previsto, están protagonizando

concretamente. En esta literatura de ideas’11, la referencia filosófica aparece de todos modos mezclada con cierto elenco menor de evocaciones, habitual cn el u n iv e r s o satírico de los pasquines y los libelos. ■ Tratándose de la filosofía que circula cn el grupo rioplatense identificado cn su momento como jacobino es inevitable atender a la declarada filiación rousseauniana que mencionamos, y que encuentra cn Mariano Moreno su mayor expresión. Como bien señala Chartier, tal vez sea precisamente la decisión de Robcspierre de llevar a Rousseau al Panteón de los “grandes hombres de la patria” la que funda ex post la paternidad rousseauniana de la Revolución Francesa, sobre un padre ambiguo y ya muerto. Una vez produ­ cido este reconocimiento público cn París, es probable que cn estos lejanos dominios hispanos una nueva lectura de Rousseau se haya ido estimulando y podamos aplicarle a las referencias locales las técnicas analíticas de cualquier operación de recepción; de todos modos, para ampliar la escena, corresponde comenzar problematizando los motivos de esa elección, dado el autor dcl que se trata y la sociedad porteña ante la que se lo quiere presentar. Dedicarnos entonces a analizar los mecanismos de dicha recepción implicará, sin dudas, adjudicar un papel activo al gesto de lectura de estos actores que estudiamos, quienes participan claramente cn la construcción dcl sentido do los textos que dicen haber consultado buscando elementos para la comprensión dcl acontecimiento y para la propaganda de la acción revolucionaria. Utilizar el concepto de revolución tiene en nuestra investigación la huella que han dejado especialmente las lecturas de Hannah Arendt,112 y estamos 110 Cf. Rogcr Chartier: Espacio público.. . ob.cit. " 'L a expresión p erten ece a Carlos Altamirano: “Ideas para un program a de historia in­ telectual”, en Para un programa de historia intelectual y otros ensayos, Bs.As., SXXI, 2 0 0 5 . m Hannah Arendt: Sobre la Revolución, ob.cit. y La Condición Humana, Barcelona, Seix Barral, 1 9 7 4 ). D icc Arendt: «El concepto m oderno de revolución, unido inextrica-

en el convencimiento dc que, más que otras, la Revolución por la Inde­ pendencia dc lo que fuera el Virreinato dcl Río de la Plata exhibe en sus inicios un formato de acontecimiento, que nos permite comprenderla desde la perspectiva dcl modelo teórico arcndtiano.ilJ En coincidencia con esa descripción general, en la versión morenista dc nuestra revolución puede observarse con relativa nitidez que previo a los hechos no hubo preparativo ni conciencia dcl escenario que se configuraba, pero que, una vez embarcados los actorcs y aún sin adivinar si la empresa habría de ser coronada con el éxito o el fracaso, su novedad se les fue develando inexorable, a medida que unos inicios impulsados por los motivos dc la liberación fueron dando paso al pathos dc la libertad. Queda por preguntarnos, dc todos modos, si tras los indudables resultados en el campo dc la liberación, entendida como liberación respecto dc las ataduras con la Monarquía europea, el objetivo mayor dc la libertad —nave insignia dc cualquier travesía revolución ariapudo abrir aquí el espacio dc una esfera pública dialógica, sustcntablc, para la mayoría de los ciudadanos. Un segundo momento compatible con el modelo arcndtiano dc la revolución puede sospecharse en los artículos dc fines dc 1912 y en algunos dc 1913 pertenecientes a Montcagudo, (la voz que sobrevive dcl morenismo), quien torna más rotundas tanto su ad­ miración por el modelo norteamericano com o la adopción dc los criterios dc Edmund Burke, c incorpora una corrección a la interpretación francesa dc los derechos dcl hombre. En la teoría arcndtiana queda explícito que el espíritu dc lo que compren­ demos por Revolución —palahrajlcgada en la Modernidad a la política desde el léxico dc la astronomía— cs la dc ser una experiencia dc nuevo origen ligada precisamente a la idea dc libertad.Y en tanto vida significa mera super­ vivencia, la ccntralidad dc la libertad estará dada por la esperanza dc una vida digna, una libertad ligada a su vez inextricablemente a la igualdad114 ya que blcm cntc a la idea dc que el curso dc la historia comienza súbitamente dc nuevo, que una historia totalm ente nueva, ignota y no contada hasta entonces, está a punto de desplegarse, fue desconocido con anterioridad a las dos grandes revoluciones que se produjeron a finales dcl siglo xvm» (Sobre la ..., ob. c it., p. 2 9 .) 115 Com o sabemos, Arcndt completa empíricamente su modelo teórico en el ejemplo dc la Revolución N orteam ericana. ' 14 A rcndt brinda pistas para conclusiones dc este tipo cuando analiza la polis griega, en la que la idea dc isonomia liga la libertad y la igualdad, y agrega: seguramente, a la generación

a 1a que ellos mismos pertenecen, a la que está acusando. Un posible

rem edio

a esta trampa eterna dc la ignorancia es para Moreno la tribuna

pública dc la prensa donde los sabios comenzarán a tener voz. Recuerda sin embargo el triste padecimiento dc quienes han intentado asumir este papel dc pedagogos dc su tiempo y esboza una nómina: «Sócrates, Platón, D iágoras,

Anaxágoras, Virgilo, Galilco, Descartes». ¿Cuál es el criterio dc

^ selección

cn esta aparente nómina dc la enciclopedia china borgena?, ¿por

:!/qué Platón con Galilco, Diágoras y Virgilio?, ¿por qué el énfasis dc inclusión puesto sobre los excluidos dc la religión (Galilco,.Diágoras «el ateo»)?, ¿por qué, al fin, Moreno que suele esconder los nombres dc los autores a : los que está citando textualmente239 - c n «usurpaciones momentáneas»-240 ■hace alardes, aquí, dc erudición, mencionando autores que cn realidad no son los que lo inspiran más directamente?241 Valga este primer episodio para .i;2!s Gaceta, p. 57.

:

: m Excluido Rousseau —nom bre que M oreno a vcccs m en cion a- repite sin declarar - d autor por lo m enos a Raynal, Volney, Mably, Filangicri, y Helvecio tal com o hemos constatado, y sobre lo que volveremos.

. .

!

Referido a la inveterada costum bre dc M oreno dc no citar a los autores dc las frases que cita textualm ente (excep to a Rousseau, y muy esporádicamente) dice Groussac: : «No creo que ello deba atribuirse a deseos dc adornarse con lo ajeno, sino a instintiva y exacta noción del periodismo, que, siendo un m ero instrum ento dc vulgarización y propaganda, no consiente notas, pero tolera usurpaciones momentáneas y apropiaciones trashumantes, cn gracia del objeto práctico y la brevedad» (Paul Groussac: Crítica literaria, ob. cit., p. 2 5 4 , subrayado nuestro). ■ Hl Ibidem, p. 2 5 5 . Referido al artículo que estamos analizando, Groussac afirma también que «varias frases y hasta los nombres propios» proceden dc la Introducción dcl libro dc Filangicri La Scienza della Legislazione, «de donde probablemente tomaría también su conocido epígrafe». Efectivamente, c] tono y las propuestas del artículo de Moreno evocan inocultablemente la Introducción dcl texto dcl napolitano dc 1784. La nómina dc autores, aunque similar en tres nombres y parecida incluso en la aparente anarquía dc criterio, no es la misma; Filangicri, refiriéndose a las persecuciones dc que fueron víctimas los sabios en la historia menciona a Sócrates, Anaxágoras, Demetrius dc Falcra, Descartes, Bacon y G crb ert. La frase deTácito que M oreno reproduce cn el epígrafe

confirmar sospechas sobre un matiz de la escritura: la mención de nombres y autores es también, a veces, una mera “contraseña” identitaria a la que se apela sólo para construir, no sin hermetismo, un “domicilio doxológico” cn el mapa dcl debate porteño . Lo que sigue cn el artículo es una exhortación a la libertad de expresión sobre todo asunto que no se oponga «cn modo alguno a nuestra augusta reli­ gión,, [subrayamos] y a las determinaciones dcl Gobierno, siempre dignas de nuestro respeto». El pueblo será el árbitro imparcial para que sólo prospere la verdad, y la virtud resplandezca. En síntesis, Moreno no está muy lejos cn su opinión sobre la libertad de prensa de la que Belgrano expresará cn su periódico, poco tiempo después, en agosto. Ambos son ciudadanos dcl tríundo de la Ilustración y crecn que el espíritu debe progresar por encima de la materia, el lugar de la corrupción. Acompañando a la vileza de la materia, el error, la ignorancia, la tinicbla y el mal. Bclgrano habría de ampliar las excepciones a la libertad de prensa: a los temas religiosos y las críticas a la autoridad agregaría una prohibición de las obscenidades cn general (sátiras mordaces, o cualquier publicación opuesta a la decencia) pero también haría, a diferencia de Moreno, una men­ ción expresa de esa opinión pública cuya construcción es el objeto final de la demandada libertad. En ambos, y cn palabras de Nocmí Goldman,242 ía figura retórica de la minoridad y el rol tutorial de los publicistas es el núcleo alrededor dcl cual se articula el discurso. Tratándose de la crisis que se ha desatado, es curioso observar que hasta julio Moreno no menciona la palabra revolución en modo alguno. Aparece recién en un artículo dcl día 19 de ese mes, curiosamente utilizada cn sen­ tido inverso al luego canónico y moderno: la revolución —entendida como guerra civil—es lo que hay que evitar y esc es el sentido en que va a repetirse luego en varios artículos de su autoría. Se trata aquí de un comentario á una proclama publicada cn la corte del Brasil, cn la que el Marques de casa írujo (ministro extraordinario de la junta Central española) solicita que re­ grese Cisneros al gobierno porteño. El editor exaltado procede replicando: «¿que vela toca a ese hombre en este entierro?». Considera además que al del diario aparece en una nota al pie de esta misma Introducción. (Cf. Gaetano Filangicri: La ciencia de la legislación, Madrid, Imprenta Ibarra, 1 8 1 3 ). Sobre este tem a ver supra, nota 2. 2+2 N ocm í Goldman: “Libertad de im p ren ta.. ”, ob. cit.

m e n c io n a d o

marques sus conocimientos mercantiles «no le autorizan para

promover con escándalo una revolución en estas Provincias».343 En síntesis, cree que la erección dc una Junta gubernativa criolla ha venido en realidad a so fo c a r

la amenaza dc revolución que venían produciendo los desaciertos dcl

v ic a rio

dcl rey. La guerra civil (convulsión dc los pueblos) cs por ahora y, como

anunciamos antes, un sinónimo dc revolución, ambos a su vez sinónimos de muerte y disolución completa.244 Habrá que esperar un cierto tiempo para que el termino cambie el significado y se despoje dc esa negatividad. El día 11 dc ese mes dc octubre un artículo largo y encendido dc Moreno (“M an ifiesto

dc la Junta”) explica y justifica m u y duramente la ejecución dcl

grupo dc los conspiradores dc Córdoba, cuyo cabecilla era el ex virrey San­ tiago dc Linicrs. Aparecen allí por primera vez en un papel público -junto a los argumentos que explican por qué una guerra cs una guerra y no hay lugar para los traidores—las ambigüedades que el acontecimiento comienza suscitar en el espíritu mismo dc quienes son sus protagonistas. Porque, ¿cs esto uña rev olu ció n o

cs una acción encaminada justamente a evitarla, como se dijo

en julio? Digamos, ¿cómo explicar que esta desobediencia a la Península -y a quienes dicen sostener, en la ausencia física dcl rey, la soberanía monár­ quica- está siendo producida por los que han venido a detener el estallido social que la misma accfalía hubiera acarreado inevitablemente? Si recapitulamos en los artículos dcl diario, concluimos que, tal vez, en el transcurso dc los últimos meses algunas noticias podían haber sido el indicio ele la aceleración dc los tiempos. En setiembre habían aparecido las noticias dc la provincia dc Venezuela llegadas a Baltimore y reproducidas en la Philadclphia Gazette dcl 7 dc junio. El comentarista enfatiza el giro que significa, en Caracas, que los hijos de españoles, acostumbrados a una consigna histórica como la dc «Yo, el Rey, ordeno y mando», propongan ahora la republicana «Salus populi, suprema lex est».us El nuevo epígrafe en los papeles caraqueños 245 Gaceta, p. 18S. 244 En, por ejemplo, «no creem os que los demás pueblos reciban gustosos el funesto presente de la guerra civil y gen eral desolación a que se les convida» ( Ibidem, p. 184, el subrayado nuestro). 2+5 «La salud dcl pueblo cs la suprema ley», cs una famosa consigna latina que repiten, entre otros, Montesquieu y Pufendorf (Cf. Samuel Von Pufendorf: De ¡a obligación del hombre y del ciudadano según la ley natural, Univ. Nac. de Córdoba, Córdoba, 1980 (1 6 8 2 ],T i!,p . 2 3 3 ).

delata, más que una salida provisoria para sostener la vacancia monárquica temporaria, la emergencia de una comprensión de la política novedosa y desafiante. De hecho el texto continúa relatando los sucesos venezolanos encaminados hacía objetivos independentistas, un tipo de solución que aún no había sido mencionada cn el ámbito rioplatense.246 Convengamos cn que cn este artículo, reproducción del de Filadclfia, (así como los que lo siguen cn días sucesivos, referidos al mismo tema) asistimos a una nada sigilosa inauguración conceptual, porque si bien es cierto que reconocer al pueblo como único destinatario de la acción, política puede ser un principio que no va más allá de la memoria de la idea de bien común de 1a. antigua constitución aristotélica, insiste el anónimo publicista; norteamericano (con la probable suave presión de “la mano” de Moreno sobre los dichos) en Haccr notar a los lectores que aquí se está operando un cambio:'47 no se tratará ya de la simple soberanía pasiva por autorización’48 que invocan los teólogos escolásticos, sino que es indudable el comienzo de; otra comprensión de la libertad política y con ella de la autoinstitución sociab; Valga también destacar la voluntad dcl editor de publicar este artículo cn el periódico nuestro y anunciar que cn la Gaceta dcl día siguiente se agregarán; noticias sobre «los procedimientos dcl pueblo», más allá de que luego, a lahora de convocar a esc pueblo, los actores lo hagan apelando a las formas antiguas de agremiación de la sociedad de Antiguo Régimen. A continuación, cn el ejemplar dcl mismo día ÍO de setiembre aparece la proclama del gobierno de Caracas, el Manifiesto de la provincia de Vene­ zuela y el texto de la declaración de la Independencia, piezas textuales todas que relatan los hechos venezolanos por boca de los propios actores, que se; manifiestan en un léxico algo menos revolucionario que su comentador norteamericano, invocando siempre a Dios y los derechos soberanos por él 246 Gaceta, p. 368 y ss. 117 Com o nos recuerdan Fernández Sebastián y Fuentes, utilizando los dichos de un diputado liberal de las C ortes de Cádiz: «el orden de las palabras regularmente mani­ fiesta el que tienen las ideas en la cabeza o en el corazón» (“Introducción”, cn Diccionario político y social del siglo

XIX

español. . . , ob. c it., p. 4 0 ).

248 Manifiestan los miem bros de la junta suprema de Caracas su desacuerdo en: «con­ ceder a todos los habitantes de la Península el derecho de nom brar a sus representantes para las C ortes y reducir a los de América a los votos pasivos y degradantes de sus Cabildos». A esto agregan la mencionadísima inequidad entre el núm ero de diputados europeos y americanos ( Gaceta, p. 381).

concedidos a los pueblos.249 Los motivos que explican las acciones dc que han sido capaces son los mismos que sc aducen en los papeles dcl Río dc la plata:

la imposibilidad dcl reconocimiento dc la autoridad dcl Consejo de

R egencia

que ha v en id o a sustituir a la junta Central, el consiguiente riesgo

dc la anarquía como efecto dc la crisis dc accfalía y el eterno fantasma dc la secesión dc las provincias, cn los dominios hispanos. Han dejado sentado también los caraqueños su disconformidad con las inequidades dc la convo­ catoria

a las Cortes, entre los derechos dc los habitantes dc la Península y

el mero «voto pasivo y degradante» a que han sido relegados los españoles a m e ric a n o s . 2SÜ El

texto rememora el sentimiento dc humillación por la

calificación dcl gobierno metropolitano tras la idea dc salvaje, niño, y esclavo evocada

i;

para referirse al hombre dc estos pueblos americanos,

por la edición dcl 17 dc setiembre siguiente nos ha quedado claro que

;no sólo Moreno, sino cn general los actores políticos de la clitc porteña, ■por lo menos, se están preparando para continuar la guerra. Por ello, y con la protección dc Manuel Belgrano, sc anuncia que sc ha fundado cn Buenos Aires la Escuela dc Matemática, considerada esta ciencia como el instrumento indispensable para los saberes dcl ciudadano-soldado. La guerra («la más noble profesión», «esta ciencia una dc las más sublimes»)251 es la /coronación dcl amor a la patria y la Matemática es la ciencia que debe venir vcn su auxilio.252 En la reserva simbólica dcl republicanismo, la guerra y las virtudes heroicas que la acompañan acuden al establecimiento dc la nación cívica, sosteniendo las artes, conservando los bienes, apoyando a la religión y protegiendo «al Estado y alTrono». Su recompensa es la gloria. Los ejemplos históricos abundan y son citados por el director dc la Academia dc Matemática Felipe Sentcnach: Ciro el persa, los' guerreros griegos, los maccdonios, su rey Filipo y su hijo Alejandro, Publio Scipión, Julio César y todos los gene­ rales continuadores de esta virtuosa tradición antigua. Dc todos modos, no faltará al final dc la larga arenga la dedicatoria de las acciones al «augusto y d esg raciad o

Soberano Sr. D. Fernando vu», el monarca cautivo.

; w Gaceta, pp. 3 7 6 -3 7 7 ). 250Al excluir a las castas americanas, el núm ero dc clcctorcs sc reducía dc tal m odo que los enviados terminaban resultando, cn núm ero, muy inferiores a los diputados peninsu­ lares, aún siendo mayor el núm ero dc habitantes dc estas regiones dc la monarquía. Hl Gaceta., p. 3 98. o252 Ibidem, p. 3 96.

Desde el antiguo Derecho de Gentes, la guerra es el mayor entre los meca­ nismos dirigidos a ia ocupación y conservación dc la tierra, cjuc cs (entendida como «suelo») justamente el lugar dc origen del dcrccho2S3 por ser el lugar dc la materialización del domicilio. La guerra siempre vista como guerra exterior cs la condición dc posibilidad dc la existencia dcl Estado como unidad; la guerra interna o guerra civil cs en cambio la negación misma dc la existencia social. El espacio dc tierra que se habita cs la casa dc la paz y, para que así sea, es necesaria la guerra, el caos exterior que protege al cosmos dc la Ciudad propia. La guerra civil, entendida como la guerra que disgrega porque opone a los ciudadanos entre sí, por lo menos hasta la filosofía política dc los siglos xvn y xviii había sido pensada como la principal amenaza dc la vida social y cs Hobbes probablemente, testigo dc las guerras dc religión,354 quien coloca a la guerra civil en el “vientre del monstruo”: como en ella los hombres re­ tornan al estado dc naturaleza y se convierten en lobos, preservar la unidad dc la estatalidad cs sencillamente preservar la posibilidad dc la sobreviven­ cia. Dc todos modos, la solución hobbcsiana dc Leviatán no va ch el cauce del republicanismo neorromano, por ser su intención salir precisamente a confrontar con cL Diferencias aparte ~y aunque no sea este el momento dc abundar en esa polémica que algunos últimos trabajos han coincidido en destacar—digamos que unos y otros están convencidos dc la negatividad dc la guerra civil, sinónimo de disolución, de secesión y dc anarquía, Comc^ señala Reinhart Kosellcck, la revolución toma del campo semántico dc la guerra civil su contenido más propio cuando consigue presentarse opuesta ah concepto de despotismo,2SSy terminará reivindicada cuando resulte asimilada! a la lucha dc la libertad contra el despotismo. 2SJ C f Cari Schmitt: E¡ Nomos de la Tierra, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid* 1 9 7 9 [1 9 7 4 j. En la definición medieval dc Isidoro de Sevilla «el derecho de Gentes cs ocupación dc tierra, edificación y fortificación dc ciudades, guerra, cautiverio, servi­ dum bre, regreso del cautiverio, alianzas y tratados de paz, arm isticios, inviolabilidad de enviados y prohibiciones dc casamiento con personas dc raza foránea», (en ob. cit., P. 18).

;;

254Y, com o bien subraya Schmitt, testigo de esa zona «de injuria y libertad» que habían venido siendo, más allá dc las líneas de amistad dcl lus Publicum Europeum, las tierras dcl Nuevo Mundo. 2,5 Cf. Reinhart Kosellcck.: Crítica y crisis..

ob. c it., p. 2 88.

El Estado moderno termina desplazando a la guerra al exterior, cn la obra dcl suizo Emer de Vattcl, muy visitado cn el Río de la Plata a partir de los años veinte dcl X IX . Vattel crce que los hombres pueden vivir natu­ ralmente cn paz y justifica el desplazamiento de la guerra al exterior cn la relación entre los Estados, cn tanto sus relaciones permanecen sí en estado de naturaleza. Vattcl se ocupa especialmente de pensar cómo conseguir una paz sustcntablc entre las naciones, cn su obra El Derecho de Gentes o Principios de la Ley Natural,2S6 un texto muy leído, dedicado al derecho internacional, donde parte de la premisa de Hobbes (a pesar de lo que menciona como «sus máximas detestables» ) de que la ley natural se divide cn «ley natural dcl hombre» y «ley natural de los estados», y a esta última le corresponde ordinariamente el nombre de Derecho de Gentes.23' La decisión por la continuación de un tipo de guerra interior, es entonces el camino que prepara la maduración conceptual de una idea como la de r e v o lu c ió n ,

idea que, para justificarse, debía vincularse a la de reparación de

la injusticia. El concepto de revolución, tan poco rotunda su aparición cn el devenir de esta prensa rioplatense, debió cargar con el precipitado de acon­ tecimientos y tradiciones diversas antes de aclimatarse al espíritu moderno, proceso que no estuvo concluido ni siquiera cn los textos dcl libertario 256 Cf. Emer de Vattcl: El Derecho de Gentes o Principios de la iey natural aplicados a la conducta y a los negocios de las naciones y de los soberanos , Traducida a] español Manuel María Pascual de Hernández, individuo del Colegio de Abogados de esta co rte, Madrid, Imprenta León A m anta, 1 8 3 4 ( 175 8 1. Vattcl es un discípulo de FricdrichW oíff, es muy difundido cn España, y muy mencionado por Cadalso en su libro satírico Eruditos a la Violeta, de {7 7 2 . 257 Em er de Vattel; Ibidem, p .9. El libro de Vattel, luego de su aparición en francés en 1758, fue editado en inglés (1 7 5 9 ), alemán (1 7 6 0 ), italiano (1 7 8 3 ) y español (1 8 2 0 ). En la prensa que hemos trabajado no aparecen todavía huellas claras de esa recepción, aunque según los resultados de la investigación de josé Carlos Chiaramontc hay pruebas de la venta del libro en español en Buenos Aires en los años veinte y también habrá pruebas de su presencia en los debates constituyentes 1 8 2 4 -1 8 2 7 y en la discusión de la Junta de Representantes de Buenos Aires en enero de 1831. (Nacióny Estado en Ibero­ américa.. ob.cít, p. 1 27 ) C om o expresa Dym, una doctrina com o la deVattcj, empleada cn principio en América para las cuestiones referidas a los extranjeros, pudo llegar a perfilar cuestiones referidas en general a la nacionalidad y la ciudadanía cn virtud de las características de estas sociedades y la pluralidad de las procedencias (Cf. “¿Ciudadanos de cuál república?. ..” e n o b .cit)

Rousseau. En el caso del gincbrino, el termino revolución sigue conservando su lastre antiguo; cn su escritura la aparición dcl concepto no es habitual y a veces es netamente desaconsejado.258 Rousseau se refiere al momento dc la crisis final dc la mala convivencia y la posterior decisión dc suscribir contrato social republicano (es decir, el momento que toda una tradición dc lectura interpreta como el verdaderamente revolucionario) sólo como un tipo dc acontecimiento intelectual dc comprensión súbita, un incidente cognitivo cn el que los hombres, sin mediar aparentemente violencia alguna, luego dc reconocer la imposibilidad dc permanencia dcl «estado primitivo» deciden «encontrar una forma dc asociación que defienda con toda la fuerza común la persona y los bienes dc cada asociado», cn la famosa descripción dcl contrato.259 Resumiendo: cn la concreta colección dcl periódico que estamos ana­ lizando, y más allá dc su inspiración filosófica, es posible proponer que la: emergencia dc la idea dc revolución, remisa y tardía, demuestra ser objeto dc un relativamente lento proceso dc mutación semántica. Mientras ch sus primeras menciones aparece ligada al concepto dc guerra civil, con un sentido que no deja dc ser negativo (la revolución es lo que hay que evitar): en los últimos meses dcl año diez, y más probablemente, como dijimos; a partir de la llegada dc las noticias dc la instalación de lo que iba a ser la frágil primera república de Caracas —la que cn los dichos dc Bolívar estaría incluida en las «repúblicas aéreas»—es cuando el concepto dc revolución va descargando su negatividad. m El térm ino «revolución» aparece cn el Segundo Discurso, y siempre repone un lejano sentido de corrupción inevitable en el orden humano dc la historia. Así, sc refiere a «el progreso de la desigualdad cn esas diferentes revoluciones cn las que triunfa el dere­ cho dc propiedad, el m otivo principal dc la injusticia social». Para cualquier potencial aplicación rioplatcnsc no debería resultar indiferente que es Rousseau quien ha dicho: «los pueblos, una vez acostumbrados a señores, no están ya cn estado dc prescindir de ellos. Si intentan sacudir el yugo, sc alejan más de la libertad; ya que tom ando.por ésta una licencia desenfrenada que se le opone, sus revoluciones los entregan casi siempre a seductores que tan sólo vuelven más pesadas sus cadenas». (Cf. Jcan jaeques Rousseau: Discours sur ¡'origine et lesfondements de l'inegalité parmi les hommes, cn , Oeuvres, ob.cit. Traducción española Discurso sobre el origen y losfundamentos de ¡a desigualdad entre los hombres, Buenos Aires, Losada, 2 0 0 3 , pp. 3 5 7 y 2 5 5 . En adelante las citas correspon­ derán a esta edición). 2sy Cf. Rousseau: E) Contrato.. . , ob. c it., p. 54.

pero al fin, cs en aquel texto dcl 11 dc octubre que mencionamos —cuando se debe dar cuenta dc la ejecución dc los conspiradores dc Córdoba— que ¿I editor se hacc cargo dc esa indefinición conceptual. El artículo lleva por título simplemente “Manifiesto de la Junta”; tiene el tono inconfundible de M o ren o 260 n u e s tro pando

y está tal vez e n tr e los más intensos y preocupados e s c r ito s dc

Sccrctario editor.26' Como siempre, encara el tema puntual estam­

primero una proposición universal —racional y retórica—que dispara

un montaje persuasivo dc tipo silogístico, como asegurándose dc que el tema particular quede sometido a cualquier riesgo dc insignificancia. En este caso el tono cs además exhortativo.262 Una catarata dc argumentos tratarán luego de dar razonabilidad política a una decisión que Moreno sabe que puede d epararle

funestas consecuencias; explica entonces todas las dilaciones y las

innum erables

medidas que previamente se tomaron para tratar dc persuadir a

los insurgentes y evitar así «el fallo terrible»263 que nos «conmueve» «aflige», y

«constrista». Pero Moreno se ve en situación dc justificarlo, enfatizando la

au torid ad

dc la Junta porteña por sobre las provincias dcl Virreinato, visto

que cs ella la autora dc la decisión dc fusilamiento, Debe entonces repasar la historia dc la crisis, y, en una elave que no excede la dcl antiguo pactismo : (probablemente leído también en Pufendorf) explica que estando cautivo el monarca pero dc todos modos vivo, la situación que se hubo presentado no fue en modo alguno clara, a pesar dc la justicia dc la retroversión: los pueblos —dc quienes deriva el poder monárquico-, aunque dc todos modos y

por aquella cautividad rccibicscn autoridad para establecer un necesario

Jf>0 Esc tono moreniano dcl que Groussac dice que no cs oído sólo por los sordos. ’6! D icc G roussac:« .. .éste, no sólo pov su extraordinaria significación histórica, cuanto por su belleza literaria, su elocuencia refrenada y sombría —no sé que acento desesperado, perceptible bajo lo implacable dc la acusación y acaso lo imposible dc la justificación com pleta- m erecía ocupar el. prim er puesto en cualquier edición dcl escritor argentino; es, sin duda alguna, la producción capital dc Moreno y de la Revolución: muy superior, por el pensamiento y el estilo, a la tan celebrada Kepresentadón de los Hacendados, y la única que pueda parangonarse con las más altas arengas de la tribuna europea o am e­ ricana» (Paul Groussac: Crítica literaria, ob. c it., p. 2 3 9 ). 262 «¡Quien pudiera inspirar a los hombres el sentimiento dc la verdad y dc la m ode­ ración, o volver atrás el tiempo para prevenirlos a no precipitarse en los criminales proyectos, con que se atraen la venganza dc la justicia! Ellos no nos habrían puesto en los amargos conflictos que hemos sufrido» (Gaceta, p. 4 8 1 ). 263 Ibidem, p. 4 8 2 .

gobierno provisonal cjuc ahuyentase «la división y la anarquía», no podían reasumir íntegramente la soberanía. Formaron así cn la Península las juntas provinciales y finalmente la Junta Central, todas provisorias, cn cuanto provisoria se suponía la situación de prisión dcl Borhón. En el caso de Buenos Aires, la distancia, dicc el autor dcl artículo, hubo agravado la situación y, si bien la ciudad atendió expectante los sucesos europeos, no decidió medida alguna hasta que vio, tras los avances napoleó­ nicos, suprimirse la Junta Central. Entonces constituyó la Junta Provisional de Gobierno, «al modelo de las que habían formado todas las provincias de España». Quiere dejar claro Moreno que en el reconocimiento de la Junta Central como succsora de la soberanía monárquica no es posible vislumbrar ninguna impureza o falta de legitimidad de origen cn la Junta criolla, cn tanto sólo se actuó cn igualdad con los pueblos peninsulares y cn tanto, ade­ más, se puede constatar el «reconocimiento y la obcdicncia» de la voluntad pública.264 Agrega que obviamente no hay de por medio interés solapado o manifiesto cn conseguir independencia alguna, ya que se sigue reconociendo la dependencia dcl poder real265 y todos los caracteres de independencia o insurrección son irreconciliables con los principios que se sostienen, porque sólo se trata de investir los derechos políticos cn pie de igualdad con lo que han venido haciendo los compatriotas peninsulares. Sin compartir un ápice de estos principios y estas acciones hechas públicas por el gobierno porteño, los rebeldes cordobeses, dice, impulsaron la traición al «partido de la razón» o a los defensores de «los derechos naturales», imputándole a la Junta «el ignominioso carácter de insurgente y revolucionaria». Y allí la cuestión que anunciábamos: Moreno debe admitir que pudo no ser absurdo pensar, por parte de los que luego fueran fusilados cn Cabeza dcTigre, que esto implicaba una revolución porque, al fin y al cabo «toda mudanza de gobierno es una revolución». ¿Cómo saber que ésta no lo era? ¿Lo tiene el mismo Moreno completamente claro? Creemos que no demasiado, si comprobamos que párrafos más adelante, casi olvidándose de su enfático convencimiento cn relación con la propia definición de su causa, denuncia que los sediciosos cordobeses habían realizado todo tipo de acciones de «contra revolución» 264 Ibidem, p. 297. 265 «Un sistema sostenido, ligado escrupujosam entc por las pautas formadas para con ­ servar la dependencia de estos territorio a la obediencia de nuestros soberanos, es el más seguro intérprete de nuestros fieles sentimientos» ( Ibidem, p. 4 8 5 ).

lo que define como «nuestra causa».266 £1 conflicto con grupo cor­

contra

dobés dc Cabeza dc Tigre ha puesto sobre el tapete que, en definitiva, hay s e d ic io so s

Les

y hay revolucionarios, ¿quién es quién?

hubiese bastado a los insurgentes, dice Moreno, «moderación» —esto

cS tiempo dc examen dc las acciones dcl gobierno— para darse cuenta dc la legitimidad de la obra emprendida, reconociendo las demostraciones dc ja voluntad general que la Junta encarnaba cn este marco republicano. No consta todavía qué interpretan los criollos con este concepto o, lo que es lo mismo, quiénes integran esa voluntad general y cuál es su forma de impli­ cación cn la institución dc lo político. El concepto inconfundiblemente francés dc voluntad general, fue inmortali­ zado por Rousseau como concepto político, pero delata un origen teológico, y en esc sentido es utilizado cien años antes por Pascal. Entre la muerte de Pascal en 1662, y la aparición de Du contrat Social cn 1762 sc opera la secu­ larización obras

de esa idea, que reaparece esporádicamente, mientras tanto, en

como las dc Malebranche, Baylc, Montcsquicu y Didcrot, sin alcanzar

todavía el rango al que llegara en la obra dcl ginebrino y desde la cual iría ¿adquirir difusión política universal.267 Para Rousseau la voluntad general es, no la suma de las voluntades individuales, sino la persona moral que, co m o

sede de una soberanía que no admite representación, dicta la ley de

la Ciudad. La voluntad general moreniana (en el fondo más jovellanista que rousseauniana), aun en su indefinición, admite —y reclama—representantes: los encuentra plenamente en los intelectuales de la Junta de la cual Moreno es, en este momento, la voz cantante. Después de todo, incluso en la recep­ ción jacobina de Rousseau hecha por Robespierre en Francia el Comité de Salud pública pudo constituirse en voluntad general. Y Moreno escribe el más jacobino de sus textos públicos cuando explica que necesitó se acabe la clemencia con Liniers, el protagonista de la defensa 266« .. .se avanzaron con increíble osadía a realizar el plan concertado de antemano para este caso, de poner en arm a a todos los pueblos de este continente [ . . . j con el designio expreso de form ar una general contra revolución, que reintegrare a los depuestos, y a ellos los conservase cn su debido rango. Es oportuno observar que solo los mandones, empleados, y cierta clase de gentes bien conocidas, son los que han odiado nuestra causa» (Ibidem, p. 4 8 8 , subrayado nuestro). 267 Para este tema cf. Patrick Riley: The general will before Rousseau, Nueva Jersey, Princeton University Press, 1 9 8 6 (1 9 7 9 ].

en las invasiones inglesas; ahora cs la Patria la que no tiene tanto tiempo.2Lo dicc así: « .. .la Am érica presenta un terreno limpio y bien preparado, donde pro­ ducirá frutos prodigiosos la sana doctrina que siembren diestramente sus legisladores [.. d es justo que los pueblos esperen todo bueno de sus dignos representantes; pero también es conveniente que aprendan por sí mismos lo que es debido a sus intereses y derechos» (Gaceta. . . , ob. c i t., p. 5 5 5 ).

«felicidad pública»301 y que esté alerta respecto dcl riesgo mayor que nunca ha sido otro que el dc rccacr en el despotismo. También nuestro Secretario deja clara su desconfianza respecto dc sus mismos compatriotas: un criolj0 no cs mejor sólo por ser criollo y «el país no sería menos infeliz por ser hijos suyos los que lo gobernasen mal». Apela entonces a la sana vigilancia de la opinión pública sobre los hombres que tienen a su cargo la conducción dc la nación, sin conformarse con que éstos obren bien, sino asegurándose dc que nunca puedan obrar mal. La salud pública sólo puede aparecer, a futuro, como consecuencia de la observancia dc una sabia ley, que siempre será más perdurable que la contingencia dc la intervención dc cualquier gobernante sabio: en el dilema rey-ley Moreno opta, republicanamente, por la ley. Todo hace pensar que nuestro actor está también, ya a esta altura dc los tiempos, decidido a com pletar el gesto dc separación dc la M etrópoli,302 dc ruptura dc una relación que ya califica sin ambages dc «usufructuaria» y «degradante»; se ha abierto otro cauce al conflicto y no será ya más una respuesta unida dc todos los reinos y comarcas del imperio ante el francés invasor; se ofrece un camino nuevo para los hombres que durante trescientos años han permanecido en la «quieta molicie» de esa esclavi­ tud que, aun siendo pesada, apagaba el deseo dc rom per las cadenas. Y allí aparece la frase que Moreno utiliza com o consigna, y que atribuye a «un acérrim o republicano», expresión que, para empezar, suele inter­ pretarse com o un modo dc evocar la palabra dc Rousseau, cilando el mismo Rousseau ha reconocido en El Contrato Social que no es suya sino

En cambio Rousseau ha dicho: «La soberanía no puede ser representada, por la mis­ ma razón que no puede ser enajenada; consiste esencialmente en la voluntad general y ésta no puede ser representada: es ella misma o cs otra, no hay térm ino medio. Los diputados dcl pueblo no son ni pueden ser sus representantes; son tan sólo sus com i­ sarios; no pueden acordar nada definitivamente»; y agrega luego el famoso párrafo: «el pueblo inglés cree ser libre, se equivoca; no lo cs sino en la elección de los miembros dcl Parlamento: no bien éstos son elegidos, cs esclavo, no cs nada» (El Contrato..., ob. cit., p. 150). 502 « Es muy glorioso a los habitantes de la América verse inscriptos en e! rango dc las naciones y que no se describan sus posesiones com o factorías dc los españoles europeos; pero quizá no se presenta situación más crítica para los pueblos que el m om ento de su emancipación» (Gaceta, p. 5 5 7 ).

Capítulo II. ia Gaccta o c! "bajo coniimio’\!c I SI Orla agenda de Mariano Moreno

uc pertenece al padre dcl rey dc Polonia: «malo periculosam libertatem * . . 303 eptam servitium qu ietu m » .

pero más importante que el debate sobre la autoría dc la frase latina (que no insiste cn otra cosa que cn la necesidad dc liquidar una indignidad servil, afrontando los riesgos autonómicos) es reparar más cuidadosa­ mente cn el contexto dc escritura cn que ella aparece, dentro dcl libro dc Rousseau, que es el que seguramente nuestro criollo ha debido recorrer al momento dc escogerla. De todos modos, es obvio que no entraríamos cn esta consideración si el mismo Moreno no nos provocara, citando textualmente un párrafo dc un libro que seguramente ha leído bastante, aimquc parezca cjuc deconocc u omite la mención dc la verdadera autoría de la frase que trac a colación, autoría que había quedado clara cn la fuente misma. En este caso, además, sc trata dc un tramo de suma importancia C3i jDu Contrat, porque es el capítulo iv dcl Libro 111, que lleva por título “De ía democracia”, todo un toma. Al comenzar el Libro i;i justamente Rousseau confiesa al lector que carccc dcl arte dc ser claro para quien no quiera prestar la debida atención. Cuánta atención prestó Moreno a la lectura dcl libro dcl filósofo que tanto admira y cita seguirá siendo inextricable para nosotros, aunque podamos sí identificar cn el Moreno dc este artículo dc la Gaceta una lectura dc tipo pragmática, lo que significa que el texto está siendo recortado para ser aplicado a esta situación concreta. Moreno apela, cn principio, a una obra famosa como El

iíH En El Contrato Social, invertidos el sustantivo y el adjetivo «(¡uietum servitium». Su traducción es: «Es preferible una libertad peligrosa a una tranquila servidumbre», y es la frase que, en latín, Rousseau transcribe (cap. 4 ,

L ib ro T e r c e r o

de El Contrato.. . ,

ob, cit.) aclarando luego cn una nota que el autor no es el mismo. Esta cita ha dado lugar a cierta controversia historiográfica iniciada por Paul Groussac, que imputa (con razón) tanto a Pinero com o a Pelliza dc desconocimiento del texto rousseauniano, por haber repetido la opinión dc M oreno, que atribuye la frase a Rousseau. Montcagudo luego utiliza esa frase com o epígrafe a su Oración Inaugural pronunciada cn la apertura dc la Sociedad Patriótica dc Buenos Aires, el 1 3 dc enero de 1 8 1 2 , y la había utilizado también cn la nota dcl 6 dc octubre dc 1811 cn la que, estando él preso cnTucum án, pide a la junta gubernativa dc Bttcnos Aires sc decrete su liber tad. La adjudica a Lcpido («Arenga al pueblo rom ano») y la traduce así: «Yo prefiero una procelosa libertad a la esclavitud tranquila».

Contrato Social para dar fuerza retórica a sus argumentos a favor de la revolé ción, argumentos que no cn todos los casos, dijimos, Rousseau apoyaría.3 Cf. cap. vin, L ni: “Que todas las formas de gobierno no son adecuadas para todos los países”, en El Contrato, . . , ob. cit. lo? Qp Pjerre Rosanvallon: La consagración. .

ob. cit.

y el soberano, el ejecutivo y el legislativo, lo que sería algo así como «un gobierno sin gobierno») porque obligaría a aquellos que tienen que mirar sólo a lo general, a mirar hacia lo particular, llega al famoso y repetidísimo párrafo con el que termina el capítulo ¡v, habitualmente citado cn medio de interpretaciones, por lo menos, capciosas: «Si hubiera un pueblo de dioses se gobernaría democráticamente. Un gobierno tan perfecto no conviene a los hombres».305 Rousseau dicc esto no porque haya resignado la justicia de la soberanía ascendente, no porque haya claudicado su fc.cn la voluntad general, que según él es siempre recta o justa,309 sino porque cree también que la forma de gobierno donde todos son a la vez soberano y príncipe (sin división de los poderes) es desaconsejable por estar expuesta a constantes riegos, los riegos de esa «peligrosa libertad» de la cita en latín dcl palatino de Posnania que, cambiándole el sentido, transcribe. Moreno cn el periódico. Los hombres no son totalmente buenos, ya que si un pueblo se condujera siempre bien no tendría necesidad de ser gobernado, es decir, agustinianamente, para una Humanidad.de pecadores el Estado es un mal necesario. La mejor forma de gobierno de la república es, a su vez, la aristocracia electiva: los más sabios y probos son quienes gobiernan a la multitud, conforman el ejecutivo. ¿No es esto, cn este punto, lo que quiere Moreno y lo que desde el Correo de Comercio está pidiendo Bclgrano también?, cn cambio, ¿no. es incompatible: con el rousseaunismo la iniciativa de invitar a los representantes de los pueblos de las provincias a integrarse a un congreso constituyente, lo que significaría también una aristocracia electiva para el cuerpo legislativo? Efcctivamcn te, el gesto político de Moreno es aquí más jovcllanista y sieyesiano que rousseauniano stricto sensu; nuestro Secretario quiere que la soberanía (de los pueblos, del pueblo o de los individuos) sea delegada cn un cuerpo de ilustrados representantes. Llama la atención sí, por fin, en este artículo —uno de los más encen­ didos— el privilegio claro del recurso expresivo: un párrafo de El Contrato social es citado (muy probablemente aquí sí de m em oria), usando la frase y }í>!>J ,j. Rousseau: E¡ Contrato. . . , ob. c i t ., p. 120. 5íWNo está demás repetir aquí, con una buena parte de la crítica, que Rousseau deja también de ser un iusnaturalista cuando sostiene esto, si la voluntad general es siempre justa no hay dualismo ni confrontación correctiva con la ley natural; cn suma, o no hay ley natural o si la hay, es innecesaria.

la figura conceptual de Rousseau para autorizar públicamente al menos dos recu rsos

que precisamente en ese texto el ginebrino desautoriza: conformar

un cuerpo de representantes para dictar la ley y promover cierta salida a la in te m p e rie

de una “libertad peligrosa”.

El martes 6 de noviembre sigue el artículo de Moreno, en un editorial que está fechado el 2, donde continúa la manifestación de las preocupaciones por la próxima reunión dcl congreso constituyente. Los legisladores deben ser, leemos, los encargados de modelar la virtud, de rescatar dcl letargo a quienes se han acostumbrado a vegetar en la molicie, llamándolos a ser prota­ gonistas de su propia historia. La tarca cs reemplazar por una sana y vigorosa constitución a las perversas Leyes de Indias, en las que no se «explican esos

principios de razón que son la base de todo derecho».310 Denuncia la per­ versión de esas leyes —verdadero pacto inicuo~ y la anuencia que esas leyes otorgaban a toda clase de injusticias contra los indios tales como servicios personales, castigos y esclavitud, que intentaron paliarse en cierto modo con decretos parciales de otorgamiento de privilegios «que con declararlos hombres habrían gozado más extensamente». El democratizador social que cs Moreno muestra aquí una vez más, y en relación con el trato a los indios su posición igualitarista:3" la crítica a las Leyes de Indias cs el tópico donde ese espíritu alcanza su mayor voltaje.312 Para afirmarse, la revolución debe ampliar su base social y la cuestión de la democratización de las relaciones con los indígenas puede ser una clave; no olvidemos las peripecias por las que debió pasar Bolívar luego que fracasara ch Venezuela la primera república, cuando también necesitó adoptar medidas destinadas a terminar con la explotación de pardos y mestizos para sumarlos a la causa independentista. El tratamiento moreniano de la cuestión indígena cs un tema que ha sido muy tratado por lá historiografía.3'3 Su preocupación por la situación de explotación a que estaban sometidos aparece, dijimos ya, 3,0 Gaceta, p. 572. 511 Posición que sigue, en cierto m odo, la línea lascasiana, continuada en el siglo xvn por el jurista indiano Juan de Solórzano y Pcreyra, y por su muy frecuentado Victorián dcVillaba. m García, p. 5 7 3 ). 115Juan José Castelli, su com pañero de partido también sensible al problema dcl indio, cs quien proclama el fin de la servidumbre indígena el 25 de mayo de 1 8 1 1 , en las ruinas de Tiahuanaco.

cn su temprana Disertación jurídica sobre el servicio personal de los indios en gene­ ra l^ sobre el particular de yanaconas y mita rios,i]4 inspirada luego de una visita a Potosí cn 1802, y que defendiera como tesis doctoral cn Chuquisaca.515 Las características dcl ambiente altopcruano -fu erte presencia indígena y fuerte nivel de explotación de esa mano de obra316 cn las minas de plataconjugadas con ciertas lecturas de denuncia, han sido el caldo de cultivo de una conciencia filoindigcnista cn Moreno, cuyo fundamento argumenta! proviene sin dudas tanto dcl cristianismo como dcl naciente iushumanismo. Que Moreno opine sinceramente a favor de la igualdad dcl género humano y por lo tanto cn contra dcl trato injusto al que eran sometidos los indígenas, y cn contra de la esclavitud,317 son elementos ideológicos que actúan a favor de la mencionada censura a la que Moreno somete, cn su traducción privada, a la Constitución de Filadclfia, donde sc sigue aceptando la naturalidad de la institución de la esclavitud. Cuando los morenistas sc animen a proponer una política abolicionista para el Río de la Plata, estarán claros de que deberán enfrentar ellos también un problema económico (“cn última instancia”) en el círculo de los propietarios de esclavos, tema que Montcagudo encarará de lleno, dos años después. iu Cf. Mariano M oreno: Escritos (pról. y cd. crítica de Ricardo L cvcn c), Buenos Aires, 1956. JIS Dice allí: «Desde el descubrim iento empezó la malicia a perseguir a unos hombres que no tuvieron o tro delito que haber nacido cn unas tierras que la naturaleza enri­ queció con opulencia y que prefieren dejar sus pueblos que sujetarse a las opresiones y servicios de sus amos, jueces y curas. Sc ve continuamente sacarse violentamente a estos infelices de sus hogares y patrias, para venir a ser víctimas de una disimulada inmolación.» (Ibidem, tom o i, p. S) 316 Com o relata Manuel M oreno, uno de los elementos que aportaba a la explotación de los indígenas, en zonas peruanas, cn desmedro de la utilización de los esclavos africanos era una simple cuestión económ ica: los mitayos y encom enderos protegían a los negros de los riesgos y el desgaste de los trabajos más rudos porque, com o la tierra o las minas, habían pagado p or ellos y formaban parte de su propiedad; no sucedía lo mismo con los indígenas ( C f Manuel M oreno: Vida y Memorias d e ..., ob. c it.). 317 En ia “Representación de los Hacendados de 1 8 0 9 ”, M oreno ya había escrito: «Gime la Humanidad con la esclavitud de unos hombres que la naturaleza creó iguales a sus propios amos, fulmina sus rayos la filosofía contra un establecimiento que da por tierra con los derechos más sagrados» Jen Mariano M oreno: Escritos políticosy económicos (pról. N orberto P iñcro), Buenos Aires, cd. Ocesa, 1 9 6 1 , p. 1.07).

Volviendo al periódico, digamos que para este Moreno maduro, de no­ v ie m b re ,

las posesiones americanas de España no han sido ya simplemente

rcjnos y ni siquiera colonias, han sido evidentes “factorías” dado que el único interés de la Metrópoli es el lucro. Si hasta aquí, en clave rousseauniana, el pacto de sumisión con la Península había sido un pacto inicuo de carácter po­ lítico (la Metrópoli subordinó políticamente a América), el pacto inicuo que ahora

Moreno vislumbra tras la idea defactoría es el verdadero primer pacto

del rousseaunismo, porque es un convenio vil de subordinación económica. Y tras estar el ginebrino clandestinamente presente a lo largo del texto todo, cn la página siguiente Moreno le pone nombre a “la sombra”: «Pereció Es­ parta, dice Juan Jacobo Rosscau (sic); ¿qué estado podrá lisonjearse de que s u

constitución sea duradera?».318 La cita de Rousseau y la forma de la transcripción realizada aquí por nues­

tro revolucionario abre el espacio para ciertas inferencias-, que intentamos empero no queden cn el mero campo del análisis genealógico. La primera:

Moreno está citando el texto también probablemente de memoria, o tra­ duciendo sobre apuntes propios tomados de la edición francesa,319 si no, no omitiría como lo hace, la otra ciudad histórica también caída que Rousseau menciona cn esc párrafo: Roma. La frase cn español —si copiamos de El Contrato Social que el mismo Moreno hace publicar cn la Imprenta de Niños Expósitos— dice así: «Si Esparta y Roma han perecido, ¿qué estado podrá esperar el durar siempre?».320 Que la cita cn español del párrafo de la Caceta no sea idéntica a la versión editada cn la Imprenta de Niños Expósitos (la impresión de cuya primera parte debe haber aparecido entre principios de noviembre y principios de Í,:J La idea de la inevitable corrupción de las repúblicas no pertenece sólo a Rousseau, sino que viene de antiguo cn esa tradición, y es retomada incluso por Montesquicu. Contra esa idea (cn la elección rousseauniana de M oreno) reaccionarán luego el Deán Funes y Monteagudo, ya m uerto M oreno, tal com o señalaremos cn los capítulos siguientes. il!>Sobre cuál es la versión francesa que Moreno pudo consultar, las conclusiones nuestras no han podido ser definitivas. no J. j. Rosscau (sic): Del Contrato Social o principios del Derecho Político ; se ha reimpreso cn Buenos Ayrcs; en la Real Imprenta de Niños Expósitos, año de 1 810, Libro ll, cap. XI,

p. ] B.( Cf. Del Contrato Social o Principios del Derecho Político, Edición de 1810 reali­

zada por Mariano M oreno, Córdoba, Editorial Universidad de Córdoba, 1 9 9 8 , Nota preliminar de Diego Tatián)

diciembre de 1 8 1 0 ,321 y de la que nos ocuparemos luego) cs un dato

'

permitiría confirmar —junto a algunos críticos como Groussac, Furlo

:

Gandía y Lcvenc- que la edición porteña no cs una traducción de Moreno' traducción que, por otra parte, el Secretario nunca se adjudica.322 Es por.;j^ menos raro (cierto que no imposible) aceptar que Moreno aplique cánones de traducción diferentes entre lo que está transcribiendo en el periódica y lo que está preparando “-supuestamente al mismo tiempo— para publicar como segunda parte dcl libro, y que aparecería a principios dcl año siguiente Esta conclusión nuestra obviamente podría ser refutada si se logra demostrar que Moreno preparó la traducción de El Contrato Social que entregaría a la Imprenta con tanta anticipación como para haber olvidado su propia versión que tampoco la tiene a la vista, y que ahora aplica otros criterios. Siendo Jil La aprobación por parte dcl Cabildo de la impresión del texto de Rousseau, tund objeto de llevar a cabo una reform a escolar, tiene fecha 2 de noviembre de 1810. Un mes después, el impresor Juan Manuel Cano solicita se le abone la suma de «doscientos veinticinco pesos por doscientos libros de la primera parte dcl Contrato Social [sic| a nueve reales cada uno», lo que haría pensar que el trabajo ha sido concluido. La scgiüuja parte dcl libro aparecerá a principios de 1811, cuando M oreno ya no está en Bueno.; Aires. Su proyecto de emplear el texto de Rousseau en la reform a educativa es luc«o vetado por el Cabildo (el S de febrero de 1811) sacando la casi totalidad de los doscientos ejemplares de circulación y devolviéndolos al editor que debió destruirlos en una fogata. Cf. Adelina Persiva: Cincuenta obras notables de la Biblioteca Mayor (monografía, Córdoba, 1 9 7 7 ), citado por DiegoTatián en “Nota preliminar” a Del Contrato Social o Principios del Derecho Político, ob.cit [además de esta versión de El Contrato de 1 8 1 0 , hemos consultado la reedición de la Facultad de D erecho (uba) 2 0 0 3 con Estudio Preliminar de Eduardo Barbarosch, y la versión facsimilar incluida en La revolución de mayo a través de los impresos de la época (compilación de Augusto E. M allié),Tomo m, BuenosAires, 1 9 6 6 , pp. 3194 8 6 . La versión de uba 2 0 0 3 , aunque elogiable com o gesto editorial, presenta, a nuestro ver algunas insuficiencias: para empezar, no alude a la larga y nunca conclusa discusión sobre la autoría de Moreno de la traducción del texto , dando simplemente por sentado que él es el traductor, y desdiciendo de esc m odo al propio M oreno; para concluir, el erudito estudio previo del Dr. Barbarosch parece no recon ocer el lugar textual que 1c corresponde com o específico autor de una introducción a la por otra parte amputada versión rioplatense; al no reparar en ello no hace mención de los problemas que entraña esa edición de El Contrato, hecha en BuenosAires en 1 810, y se limita desarrollar una disertación sobre teoría política contem poránea, en general. m En la portada dice simplemente: «Se ha reim preso en Buenos Aires para instrucción de los jóvenes americanos».

' 1 romplicad°, no explicaría, de todos modos, la omisión dcl sustantivo : fama quc vcnimos mencionando. girada la cita desde una perspectiva más conceptual, recordemos .que arccc en el capítulo que lleva por título “ D e la muerte dcl cuerpo político”, ¿jjlí ci filósofo preve la enfermedad y la muerte dcl cuerpo político —en la jflctáfora organicista—, comparando al cerebro con el poder ejecutivo y al corazón con el legislativo: un hombre «imbécil», con su cerebro paralizado puede seguir viviendo; un hombre, cn cambio, al que sc le ha detenido el corazón muere inexorablemente. Es comprensible que Moreno aluda a esta parte del texto de Rousseau y a esta cita dcl Libro ni. Quiere exaltar la im­ portancia de la legislación, de la moderna constitución escrita, lo que debería constituir «las miras» o «la misión» a la que sc dedicarán los diputados. Sólo

que cn estas tierras, como dijimos, si queremos precavernos de la natural ■fragilidad de cualquier construcción política (miremos a Esparta o Roma)

esa tarca de la voluntad general debe ser delegada cn los mejores entre los ilustrados representantes. Aconseja entonces Moreno que sc establezca una saludable

división de poderes que contenga cn sus deberes a los magistrados,

siguiendo el ejemplo de la sabia Inglaterra;324 es claro, viendo que acaba de

evocar al espartano Licurgo, que la alusión apunta no tanto a la división funcional del poder, como la antigua idea aristotélica dcl gobierno mixto

(representación para la nobleza y representación para el pucblo)32S cn su recuperación republicana de controles (o pesos)y contrapesos. 52i Otro detalle m enor pero curioso es el modo libérrim o en que nuestro actor rioplatcnse realiza una transliteración dcl apellido «Rousseau», apellido que por otra parte, debía resultarle archi conocido. M oreno, gran sabedor además de la lengua francesa a juzgar por sus biógrafos, efectivamente translitera el apellido dcl filósofo ginebrino no solamente com o «Rossó» (cn “Apoteosis de Rossó”), transliteración que com o la de «Volter» por «Voltaire» sería entcndible a partir de criterios fonéticos, sino que aquí lo escribe «Rosscau» (com o figura cn la portada de la edición de El Contrato. . .). ¿Cree Moreno que el lecto r potencial de la Gaceta será más diestro para la pronunciación dcl diptongo de la segunda sílaba del apellido francés, que para la del primero? 524 Gaceta, p. 5 7 5 ). m Como sabemos, la división de poderes, que atiende al equilibrio constitucional, en­ tiende el poder cn sentido jurídico, el gobierno m ixto, en cambio, atiende al equilibrio social, y com prende al poder en sentido sociológico. Ambos pueden coincidir, com o cn el caso tradicional de Inglaterra. En M oreno, la consideración antagónica de «reyes» y «pueblos» hace suponer que sc trata dcl gobierno m ixto republicano.

La entrega de este día finaliza con un párrafo de intención cn el nuestro publicista, visiblemente encendido por la historia que le está locado vivir y presagiando alguna posible «convulsión imprevista», anuncia quc ^ sin sistema, planteará cn adelante una agenda de cuestiones urgentes para que los ciudadanos de Buenos Aires discurran y tomen posición. El martes 13 de noviembre continúa entonces el tratamiento del terna comenzando el texto con inocultable inspiración contractualista. Nos en­ contramos frente al Moreno final, que ha sido embargado ya por la

com­

pleta conciencia de la revolución -conciencia tardía—, y que está dispuesto a someter a juicio público úna narración de la historia de la crisis, producto de esa retro inteligibilidad surgida al calor de los acontecimientos, desde el

escenario del Río de la Plata: la revolución pone cn acto, también, una nueva historiografía y una nueva filosofía de la historia. Recuerda así a los lectores que estando acéfalo el reino, la disolución de la Junta Central, no sólo reintegró a los pueblos la autoridad que habían depositado cn el monarca, sino que retrogradó la situación social de caria individuo al estado anterior a cualquier pacto de sujeción. Aclara Cf. La Caceta, p. 5 30.

general. Cita para terminar (sin descubrir el nombre dcl autor, al que deno­

mina simplemente «un gran filósofo») el tan citado pasaje de Volney de Les Ruines que cumple allí la función conceptual de ofrecer un modelo, no a la relación de estos reinos americanos con ¡a Península sino a la forma de gobierno que conviene adoptar aquí, una forma que surge de la soberanía popular, para seguir luego la vía representativa.7S/Valga contrastar con el periódico de la Sociedad Patriótica, entonces, reconociendo que Moreno no está valiéndose

de la figura dcl gobierno por depósito para referirse a la relación de estas colonias con el «déspota» hispano (subordinación que pudo encontrar comprensión rousseauniana en el pacto inicuo) sino que le sirve para describir el modelo de relación con los representantes, en el gobierno de la revolucionaria Buenos Aires. A juzgar por lo dicho por Moreno, los americanos no han “depositado” ningún poder en el rey Borbón con el que no ha habido pacto alguno, sino

■que, en última instancia, son los pueblos dcl Río de la Plata los que deberían : sí depositarlo en su gobierno porteño. El giro que lleva a cabo El Grito en la utilización de este modelo com ­ prensivo de la obligación política es, precisamente, el regreso a esta figura

antigua dcl gobierno por depósito (no mencionado siempre así) o transferencia, aplicándola ahora a la relación de los súbditos americanos con el monarca híspano. Efectivamente, queriendo tal vez dejar clara una distancia con la doctrina de Rousseau por los motivos que venimos analizando, puede haberse supuesto que aquella matriz (no necesaria pero sí probablemente leída en Volney) es más hospitalaria, si lo que se pretende es tomar también posición sobre los hechos políticos que se desencadenaron a partir de las abdicaciones de Bayona, en el año ocho. Políticamente, Volney no ha inventado nada demasiado nuevo en Les Ruines, porque simplemente ha apelado a un modelo de pacto de sujeción conocido y antiguo, utilizado por una vasta literatura medieval y renacentista (también por Tomás de Aquino, por Juan de Mariana y por su contemporáneo Francisco Suárez), para explicar el tipo de relación entre el príncipe y los súbditos. Tanto Mariana como Suárez han sido seguramente leídos por Montcagudo en cuestiones de teoría política. Según este último, la comunidad transfiere m Recordem os que Volney ha dicho (y M oreno lo transcribe) « .. .acordáos que el poder que conferim os es nuestro, que os lo damos en depósito, no en propiedad o herencia» (Las ruinas de Palmira. .., ob. c i t., p. 6 3 ).

en forma ilimitada al príncipe todo el poder cjuc ha recibido a su vez de Dios; sucedido esto el monarca pasa a ser el vicario de Dios y la obediencia se transforma en obligatoria por la ley natural, obligación que únicamente cesa si la monarquía se convierte en una tiranía. Era aceptado, entonces, por las teorías políticas medievales que

todo

grupo humano era acreedor de un derecho originario que trasladaba al príncipe,788 idea que iba a culminar integrada a la teoría de la soberanía popular, aunque haya probablemente surgido del ánimo religioso y anti regalista de quienes no estaban dispuestos a conceder que Dios iluminase directamente ai príncipe por derecho divino, iluminación reservada al príncipe de la Iglesia romana. Aún así, que el pueblo fuese sujeto de derecho o de­ rechos naturales (lo que significa simplemente originarios)7S9 no anulaba en la visión medieval, la convicción del último origen divino de todo poder, ya que Dios simplemente utilizaba al pueblo como instrumento para sacralizar la monarquía790 y el Papa, como príncipe de la iglesia y representante de la unidad de la Humanidad, seguía siendo el supremo legislador también en los asuntos políticos, considerados de todos modos menos dignos. No cs exactamente de este modo como la idea de pactum subiectionis cs formulada por los racionalistas modernos y menos lo cs por el librepensa­ dor Volncy quien, formado en la cuna filosófica del enciclopedismo francés, además de aplicar la figura del antiguo pacto específicamente a la relación de los ciudadanos con la asamblea de representantes, agrega un final posible de retroversión de soberanía al pueblo, final al que la doctrina eclesiástica siempre había tratado de quitar factibilidad empírica, colocándola en un muy segundo plano teórico. Porque, y aunque pueda parecer una obviedad, debemos recordar también aquí que si bien no cs posible desconocer en la doctrina política medieval cierto equipaje conceptual que vemos luego uti­ lizado en las doctrinas modernas, aquéllas no estaban anticipando necesaria y ideológicamente (“prolépticamente”) lo que sabemos ahora que advendría en el futuro político. Lo que distingue a las doctrinas políticas modernas de todo lo anterior no es simplemente el aumento en los énfasis sino su novedosa 7SS Popuhis maior principe. 7S'; Los derechos naturales giraban específica mente alrededor de la libertad y la igual­ dad, siendo que la propiedad y la autoridad se suponían una consecuencia del pecado original. 790 Cf. OttoVon Gierke: Teorías políticas..., ob. cit.

redistribución, la forma como aquellos conceptos se combinan y la dinámica cn la que se inscriben , efectos todos de la creciente secularización. En tierras rioplatcnscs, por su parte, el paradigma de sujeción al que apela El Grito, que separa la titularidad de la soberanía de su ejercicio, apli­

cado a la situación local, si bien devuelve a la sujeción de estos reinos con la monarquía borbónica la legitimidad teórica que un apurado rousseaunismo

porteño quiso negarle con el fin de atraer sin mediaciones a los hombres a la revolución,791 también repone el derecho a repudiar la abdicación que term inó "regalando” el reino todo, repudio que podía desautorizar la expli­

cación rousscaimista. Sin lugar a dudas, es el impacto de la abdicación borbónica lo que termina de resquebrajar históricamente la confianza política cn la voluntad soberana del principo, para construir luego la forma española de acompañamiento de la crisis del antiguo poder monárquico cn Europa, traducida tanto cn la ■claudicación conceptual de la forma de comprensión señorial de la soberanía ; real, como cn el posterior traspaso de la imputación de esa soberanía, del monarca al pueblo, registrado cn el léxico como “reasunción”/ 92 De hecho, y aún aceptando la subordinación a 1a persona de Fernando de Borbón y a ninguna otra entidad, la cuestión de si estas tierras pertenecen al rey español al modo en que una propiedad pertenece a un propietario (el medieval dominium)7y3 o si le corresponde una figura de soberanía de tipo político (impcríum) es un permanente motivo de debate cn la prensa porteña de los años diez.794 791 Recordem os que para M oreno cn su etapa más radical, no había existido pacto alguno de sujeción entre el rey español y sus colonias, lo cual le permitía com prender esta situación con parámetros extraídos del rousseaunismo, (Cf. M oreno: “Sobre la misión del con greso.. ” en Gaceta..

ob. cit.)

7Trantándosc de este primer quinquenio, recordem os que a partir del 20 de noviembre de 1812 (después de la revolución de octubre en la que tanta intervención había tenido la Logia) y en algunos núm eros, hasta agosto de 1 8 1 3 , M ontcagudo publicará siete artículos en la Caceta Ministerial. de los que nos ocuparemos en otro capítulo. s+7 «Sois libres y vais a ser independientes» (/bidem, p. 2 34) ít4S «Este cs el único partido prudente que os resta. Lo demás sería renunciar a vuestra conservación y a vuestros más sacrosantos deberes» (Idem) 849 Ibidem, p. 232. s5° Cf. Marcela Tcrnavasio: Gobernar la revolución, ob. cit.

de los porteños sobre el interior del país. Por ejemplo, si desconociendo el principio de negotiorum gestor^' se podía desconocer la legitimidad do la Junta gaditana, el mismo principio se estaba poniendo cn disponibilidad para que las provincias dcl interior desconocieran al Cabildo porteño.852 Al rechazo de la ratihabición podía seguirle el de la secesión. El llamado a la Independencia -e l tema principal de la serie de las apa­ riciones de diciembre a principios de enero de El Grito—conforma, además, un

gran manifiesto de la revolución a favor de la república. De todos modos,

las intervenciones liberales y republicanas son cn general más moderadas, y es posible que la república que comienza a imaginar ya no sea la misma. La intención de separarse de la tradición filosófica francesa o evitar compli­ cidades ideológicas con la revolución dcl ochenta y nueve, aun presente no se sustituye ni con la tradición inglesa (excepto alguna esporádica mención dcl anglo americanoThomas Paine), ni con la más obvia tradición española, representada por el tan mentado y tan leído tardo escolástico Francisco Suárez, nunca mencionado aquí. En su lugar, aparecen fidelidades y evoca­ ciones de filósofos dcl Derecho natural y de gentes dcl xvn y xvm, holandeses o alemanes, como Hugo Grocio, Samuel Pufcndorf JuanTcófilo Hcinecke, tal como leemos cn el artículo de El Grito dcl día 29 de diciembre.853 Para no inspirar duda alguna cn relación a que su juventud pueda ser motivo de posiciones extremas, algún articulista dice estar formado cn el «sistema antiguo», lo cual significa otro intento de diferenciación respecto del tumultuoso mensaje dcl rousseaunismo jacobino ya que, como dice cn otro tramo, la libertad es un licor muy suave pero hay que bcbcrlo con medida.854 Efectivamente el problema de la gobernabilidad, presente ya cn la conciencia de los actores, resultaba recalentado por las noticias de los reveses que estaba sufriendo el proceso cn la admirada Venezuela, cuyos cataclismos naturales y políticos hacían tem er un mal destino para la revolución.855 851 Cf. supra, p. 1 0 6 , nota 197. s,‘ C f Elias Pal ti: El tiempo de ¡a p o l í t i c a . . ob. c it., p. 125. «Mis pocos años y el conocimiento de mí mismo me arrcdran:.pcro os prom eto com ­ patriotas daros las luces y conocimientos que pueda. Educado en el sistema anticuo sin más principios que el derechos natural que los de Hekncsio (sic)». (Ibidem, p. 2 52) SS4 Ibidem, p. 2 5 4 . s14

-í:

Mariano M oreno10’5 es un actor político a quien sólo una opinión algo desmesurada puede calificar como «el máximo pensador rousseauniano de la historia argentina».1 1)16 Moreno no era un filósofo,7 era un hombre de acción,v O utilizaba pragmáticamente “pedazos” y “mezclas” de filosofías comprender la situación y construir una política; su objetivo mayor era sumar voluntades a la causa revolucionaria. Para hacerlo toma a Rousseau5017 con quien tampoco tiene, en el fondo, demasiadas diferencias frente a la religión, porque Rous­ seau no es un ateo, más allá de lo que opinen los jesuítas; es un hombre de fe que incluso reconoce en ella un instrumento indispensable para la construcción de la conciencia ciudadana. Es también Rousseau, como Moreno, un crítico acervo del príncipe de Roma; el problema es que Moreno no está seguro de i que esto se pueda decir en el mundo hispano. Evidentemente, no es difícil pensar que uno de los conflictos de la conciencia “liberal” (en el sentido de su tiempo) de Moreno se le presenta en la controversia entre la religión que i profesa, la institución eclesiástica y las novedades políticas que están asaltando: su cabeza.1018 Por encima de todo, parece estar convencido de que, tras los 1014 Cf. Guillermo Furlong: obs.cit. Recordem os también que fue Halpcrín quien, ; refiriéndose a la relación Rousseau-Moreno opinara: « ...só lo un obstinado deseo de. no ver lo evidente puede negar esta filiación, por otra parte abiertamente declarada» Tul io Halpcrín Donghi: Tradición política . . . , ob. c it., p. 117. 1(115 Nos hemos dedicado ya, más largamente, al estudio de Bernardo de Montcagudo (Cf. La 'República Argentina y la democracia. El pensamiento de Bernardo de Montcagudo en la Revolución por la Independencia, tesis de Maestría, m im eo). 1016 Bolesiao LcAvin: Rousseau y la Independencia..., ob. cit. 10,7 En el “Prólogo” a la versión en español de El Contrato Social escribe: « .. .siendo mis conocimientos muy inferiores a mi celo, no he encontrado otro medio de satisfacer éste, que reim prim ir aquellos libros de política, que se han mirado siempre com o el catecismo de los pueblos libres, y que por su rareza en estos países, son acreedores a igual consideración que los pensamientos nuevos y originales». (“El Editor a los ha­ bitantes de esta Am érica”, Prólogo a la reedición de Del Contrato Social, Buenos Aires, 1S 10, en facsimilar Univ. Nac de Córdoba, ob. cit.) I0,s Que es un hombre tan religioso com o anticlerical, es una conclusión que surge de sus escritos: entre los editados por Dürnhófcr uno está dedicado totalmente a demostrar

falsos profetas, la Iglesia verdadera, los verdaderos y sinceros sacerdotes de la catolicidad depurada, aportaron y aportarán a la historia revolucionaria. Saldadas estas discusiones, volvamos a pensar la forma de la recepción de Rousseau, en Moreno: él mira el foco de las noticias llegadas de la Francia, y Francia dice haber mirado a Rousseau. Pero la diferencia que comienza a advertir10)9 no es menor: siente que en estas tierras, en las que es necesario primero construir una voluntad general culta para difundir el catecismo de la libertad, Rousseau resiste una interpretación revolucionaria pero proba­ blemente no se adapte a la posterior (o simultánea) tarca constructiva, dado que incluso algunas aponías de la propia teoría demuestran la dificultad de construir un Estado, desde cualquier escenario de “desierto”. Así algunos miembros de la élite intelectual radical portería de los pri­ meros años que han adherido sinceramente a una forma de Modernidad a la francesa comienzan a comprender que el filósofo de la revolución no puede proporcionarles recursos para reinstalar la obligación política y es difícil construir algo sustcntable sobre una teoría cuyo punto do partida es la ausencia de sustento,1030 Rousseau, que sí los acompañaría para sostener públicamente la opción por un ejecutivo m critocrático en la forma de una aristocracia electiva, no los ayudaría en cambio para pensar el gesto exclu­ yeme de un poder legislativo que funciona por representación, porque la voluntad general, que incluye a todos, no admite para él representación alguna. En esta instancia —también más por Monteagudo que por Moreno, entre estos dos lectores de Rousseau— la doctrina será especialmente uti­ lizada para justificar algunas figuras providenciales (el legislador sabio, el dictador), todas dentro del campo de la excepción,1021 consideradas herra­ mientas eficaces para enfrentar la crisis del mundo que está dejando de ser colonial. Luego el tucumano procederá a desembarazarse completamente de Rousseau y, echando mano a conceptos que seguramente también escuchó que la voz de la voluntad pública que ha hecho la Revolución Francesa es no otra cosa que «la voz de Dios». Cf. M. M oreno: “3 de agosto de 1 7 8 9 ”, en Eduardo Dürnhófer (com p .): Artículos. .., ob. cit. I0|,:> Com o diceTulio Halperín: « ...la diferencia se vive com o deficiencia», en Semina­ rio. .

ob. cit.

iü2íl Recordem os que, según dice El Contrato Social, la voluntad general es siempre justa, y puede siempre incluso revocar el mismo contrato social que la constituyó. I0"'Tales com o dictadores o legisladores sabios.

pero sin dudas leyó en otras fuentes, los utiliza para armar explicaciones y narraciones muy alejadas del rousseaunismo . Porque, aunque en términos generales es verdad que los hechos parecían adelantarse a las ideas, a la hora de enfrentarlos, todos eran conscientes de que convenía obrar con gran cautela, dado que con algunas ideas y con los lenguajes que las expresaban se podía otorgar un sentido a los acontecimientos, transformando ese gesto semántico en una forma política de la acción. Detrás de todo eso, tanto Moreno como Montcagudo son receptores de la idea de derechos humanos, tal como aparece en los textos de las declaración nes americana y francesa. Enervan al principio la escritura con los valores y preceptos de la tradición republicana,1022 esa que, luego de su eclipse hobbesiano, fuera en el xvw repuesta para la filosofía política del continente por Rousseau. Es decir, más allá de una opción definida por un régimen político, en tiempos de absoluta incertidumbre, Moreno y los morenistas impulsan una forma de convivencia construida moralmente sobre la igualdad social, el modelo de ciudadano virtuoso y una forma de Estado asentada sobre el gobierno de la ley. El Secretario, más que su sucesor, es un admirador de la Revolución de julio pero no puede dejar, a la par, de criticarla.*023 En cuanto al sistema representativo no hay mayor controversia, este les ofrece' una buena oportunidad para un experimento de “üustrocracia”; porque es lógico que los que vayan a ser elegidos integren una nómina limitada de hombres virtuosos, dispuestos a esa tarca que os el precio de la gloria o la consagración del interés individual al bien común. Por eso, si bien la voluntad general revolucionaria será convocada para romper el vínculo colonial, como momento de la liberación* la voluntad ge­ neral legislativa (el momento republicano de la libertad) debería depositarse en manos de los representantesen, si de lo que se trata es de preservar una decisión que debe provenir de las más selectas y cultivadas inspiraciones. Saben que la Revolución ha sido, en Buenos Aires, un acontecimiento tan inesperado como, en algún sentido, “calamitoso”. 1024 Arrojados en ella, 1022 Cf. entre otros trabajos Qucntin Skinncr: El nacimiento del Estado, ob. cit. K)B Debe admitir, junto a los m éritos, los desaciertos y debe recon ocer que la ruta revolucionaria francesa term inó en Bonaparte y en la aventura sobre España. 1024 Dice, por ejemplo: «así se vio que en e) nacimiento de la revolución no obraron

otros agentes que la inminencia del peligro, y el odio a una dominación extranjera». Gaceta..

ob. cit., 1° de noviembre de 18 1 0 , p. 341.

es indudable que se imponga un operativo de lectura (o rclectura) de una biblioteca que seguramente trasgredió los límites indiano españoles de su propia formación colonial.1025Así Rousseau les sirve a Moreno y a Montcagu­ do para dcslcgitimar ci orden anterior, tanto como la apelación a Jovellanos y Montesquicu (en la idea del contrapeso de los poderes) aporta elementos para imaginarse lo que a partir de allí debería construirse. Pero es Rousseau, es el pacto inicuo del Segundo Discurso, es la descripción del régimen colonial como despotismo, lo que les permite convocar al pueblo para la ruptura. Las insuficiencias prácticas de la filosofía de Rousseau a la hora de encarar la anunciada pars construens del sistema político, si bien no dejaron de caer bajo la sospecha de Moreno, en el discurso de su sucesor Montcagudo aparecen explícitas. En la inestable unidad del morenismo —y en la aun más difusa de los egresados de Chuquisaca— Moreno y Montcagudo son dos perfiles, dos talantes, similares pero no idénticos. Compartiendo tal vez el zócalo inte­ lectual que puede ofrecer unasimilar “biblioteca”, 1026 tas elecciones de doc­ trinarias y las adopciones filosóficas por diferentes motivos fueron variando, sumado al ingrediente más obvio de los cambios en el marco de la. guerra anticolonial en la que Montcagudo continúa involucrado,1027 bastante tiempo después de muerto Moreno.Tras esa evidencia constituida por las variaciones 1025 Quienes insisten, con razones, en la formación intelectual hispana de, por ejemplo, M oreno, deben em pero admitir, que una bibliografía difundida para conservar el orden de l a monarquía colonial hispana debió s er trasgredida cuando la intención pasó a ser la de destruir ese orden, im La referencia a la.biblioteca concreta de Montcagudo, que ya hemos mencionado páginas atrás, aparece com o “E xtracto del inventario de bienes” de 1 8 1 S, y corresponde a los libros incautados en su casa, luego de su destierro (Cf. “Apéndice” en Clemente Frcgciro: Don Bernardo de Afonteagudo...> ob. cit.). De todos modos, y más allá de un indicio endeble com o el que puede constituir este lote de libros, la formación de M on­ tcagudo (ala que simbólicamente denominamos también aquí “biblioteca”) transcurrió por lecturas latinas, españolas y francesas, muy similares a las del resto de su grupo, y sobre todo a las de M oreno, ambos además estudiantes en Chuquisaca más o menos por la misma época. M ontcagudo, masón, aún más anglofilo y, .como ya dijimos (a diferencia de M oreno), perfecto conocedor del idioma ingles, había aprendido más de Bentham y de Burke. I0’7 Com o ya hemos recordado, Montcagudo se inicia en la guerra revolucionaria en ] 8 0 9 , en el Alto Perú, baja a Buenos Aires a fines de) año once, entra en un impasse entre los años 1815 y 1 8 1 7 en que es desterrado y permanece la mayor parte del tiempo en

en la guerra de la Península con sus ex colonias, el contexto europeo y las referencias filosóficas de los revolucionarios, una parte de nuestro trabajo estuvo dedicado a mostrar que específicamente Monteagudo no necesitó ser testigo prolongado de las frustraciones en la gesta independentista, o de la atmósfera de la Restauración europea a partir de 1814, para marcar su diferencia con Moreno, planteando la necesidad de una “mano dura” y una crítica a los excesos del rousseaunismo. Así, en la escritura monteagudiana de los primeros años porteños la relación tensa que ha entablado con la pa­ ternidad filosófica de Rousseau —paternidad que ha aceptado al hacerse cargo públicamente en la Gaceta de la tradición morenista— va apareciendo ya en los discursos de principios de 1812 y, en El Grito del Sud, la polémica sobro los “delirios” del rousseaunismo no se hace esperar. El sucesor público de Moreno ha sido seducido sí por la retórica de un rousseaunismo que utiliza para plantear la legitimidad independentista pero, mirando las sociedades nuestras, está decidido a desarmar el rousseaunismo, y armar una propuesta política que cree mejor. En los artículos de Monteagudo publicados en la Gaceta Ministerial entre fines del año doce y principios del trece (artículos muy esporádicamente incorporados por la crítica historiográfica) se hace ya notorio un declive hacia un autoritarismo cxcluycntc,quc alcanzaría su punto máximo bastante tiempo después, durante la actuación fuera del territorio rioplatense, y que luego también justifica por él mismo en el año veintitrés, en la famosa y a nuestro ver transida Memoria. Monteagudo dice allí haber abandonado sus convicciones democráticas y es ya partidario de la restricción. Valga notar, como indicio de una cierta continuidad filosófica, que la figura de Burke a la que apela en la Memoria de 1823 es la misma que encontramos diez años antes, en los artículos de la Gaceta Ministerial. Tomando en cuenta la descripción de algunos autores que ya hemos tenido oportunidad de comentar1028 y confirmado un general lento pasaje de los argumentos de legitimación de la revolución, desde la primitiva apelación francesa de los derechos, a una crítica burkeana y la primacía de la utilidad, creemos que, entre 1810 y 1815, es Monteagudo la figura más represenEuropa, para v o lv e r a ser un actor de la guerra por la Independencia en diversos teatros latinoamericanos, hasta 1825 año en que es asesinado en el Perú. un*

Beatriz Dávilo: Los derechos, las pasiones, la utilidad. . . , ob. c ít., p. 14.

tativa: abandona el modelo francés (o el estoicismo jacobino) criticándolo expresamente con palabras de Burke y se interna en el norteamericano (o en un neo epicureismo británico).10'9 En pleno giro realista y acompañado por lecturas cjue provienen de la tradición británica, se refiere al individuo egoísta de las mayorías sociales, que no podrá despojarse de pasiones de las que la política debe saber aprovechar. La. versión hoiística jacobina hereda­ da de Moreno se transforma así en un archivo discursivo que Montcagudo conserva apenas en segundo plano para dirigirse a la elite ilustrada que suele reunirse en la Sociedad Patriótica do 1812, convocándola al desinterés pri­ vado y la ciudadanía de la virtud. El morenismo había podido, en Montcagudo, mantener su doble estandard y su doble fuente argumentativa por algún tiempo, criticando en entrelineas la inspiración rousseauniana del desaparecido editor de la Caceta del año diez, mientras trataba do conseguir consenso acerca de la necesidad de reconstruir la obligación política a partir de la erección de un gobierno fuerte, representado en el Mártir o Libre por la figura republicana del dic­ tador. Será en el trece cuando la crítica a los derechos humanos franceses consigan, en Montcagudo, definitiva expresión a través de esa reproducción textual de las Reflexiones de Edmund Burke, el crítico británico más acervo del rousseaunismo y de la Revolución Francesa en general.

i0>y c f , Anthony Pagdcn: La ilustración y ..., ob. cit.

CAPÍTULO IX Conclusión: los libros de la revolución Este libro se apoyó sobre dos decisiones iniciales, una epistemológica o referida al tipo de trabajo, la que lo define como hcrmenéutico; la otra decisión es metafísica y se refiere al objeto: entiende a la historia como un acontecimiento de la libertad.!03ü

. .:

El intento de lectura filosófica de los textos de los revolucionarios morenistas o jacobinos, en la prensa del primer quinquenio revolucionario, apunta a algunas tesis generales referidas a los actores y al grupo, y se completa con otras de menor alcance referidas a cada periódico en particular. La tesis central que da sentido y continuidad a los sucesivos trayectos es que, con altibajos, el soporte filosófico que sostiene el discurso de los morenistas, en los inicios de la revolución es la idea de los derechos, cuyo corazón semán­ tico está puesto en la pareja de libertad c igualdad; esa es la idea que pone en la agenda del debate público Mariano Moreno, en el año 1810. A partir, entonces, del periódico de Moreno, la escena investigativa se completa con el discurso que siguen escribiendo en la prensa los publicistas de esa élite, intelectual revolucionaria conocida como “jacobina” entre 1810 y 1815. Es evidente que, a través de las noticias francesas y norteamericanas, han sido impactados por el lenguaje del iusnaturalismo moderno, filosofía que si bien comparte con el iusnaturalismo antiguo y medieval un universo conceptual similar, representa una discontinuidad cargada de significaciones. Este m o­ delo iusfilosófíco traslada el énfasis de la ¡ex al ius, c “inventa” que existen derechos que son universales y naturales (en el sentido de originarios), o, dicho en una famosa fórmula arendtiana, que los seres humanos nacen todos |!)?(> Las expresiones pertenecen a Jorge Dotti , en Dossier sobre historia de ¡as ideas, Rcv. Estudios Sociales N ° 6 , U N L, 1994.

con derecho a tener derechos. Do allí los revolucionarios pueden deducir que es os derechos han estado siendo conculcados por la dominación colonial, y que la revolución es el recurso de reclamo, lo que implica aquí, primero y principal, la libertad de desobediencia al gobierno metropolitano, luego la autonomía y finalmente la autoinstitución social. La idea de derechos en la prensa, disemina, según la palabra preocupada de un funcionario de la Real Audiencia mencionado, una peligrosa “utilidad fosfórica”. Y es en el círculo de los revolucionarios morenistas donde la idea del hombre como la del sujeto titular de derechos naturales tuvo efectivamente el mayor impacto. Pero incluso, salvando la particularidad de las opiniones específicas dadas por la pertenencia a partidos o facciones, es decir, por encima de las diferentes propuestas de solución a la crisis revolucionaria en el mapa de la pugna, moderados y radicales, monárquicos y anti monárquicos, exhiben huellas obligadas del léxico de los derechos en el discurso público. Es de suponer que, formalmente, el nuevo diccionario pudo introducirse sin demasiados atoramicntos en una sociedad educada en el antiguo derecho natural y volcarse, en principio, en análogos moldes lingüísticos. Fue preciso, entonces, registrar los momentos y los modos en que, sobre una forma de comprensión de lo político habituada a un léxico tradicional que incluye la noción de derecho natural y la de pacto, van ingresando semánticas nuevas que superando la tradicional y natural cultura de la obediencia (aun­ que fuese la del “se obedece pero no se cumple”) comienzan a- diseñar una subjetividad política más afín con la libertad desobediente. El tópico de los derechos se instala en el horizonte simbólico de estas tierras, específicamente en la cultura política de los morenistas, abriendo simplemente un espacio general de debate que en adelante no admitirá ningún fácil retroceso. Aparecen así de manera oscilante adjudicados a los individuos y a los pueblos, sin que ninguna de las dos fórmulas indique de manera definitiva una mayor o menor Modernidad de esas concienciasen tránsito”, de sujetos que están aprendiendo a ser modernos por ser revolucionarios, y aunque no implique tampoco ningún tipo específico de régimen político como fórmula de llegada. Utilizarán el lenguaje cívico del antiguo republicanismo sin afir­ marse ya en el objetivo de la república clásico ni todavía en la plena Moder­ nidad liberal; sólo se tratará de justificar eclécticos experimentos políticos de convivencia, en ese itinerario que los conduce de la soberanía pasiva por autorización de los teólogos escolásticos, a la autoinstitución social.

La primera parte estuvo dedicada entonces a describir el momento del estallido revolucionario rioplatense tratando de demostrar sobre los dichos de los actores que, también aquí, se cumple lo que propone Hannah Arcndt: pensada mctafísicamcntc como resultado de la acción, la revolución (térm i­ no de origen astronómico) no es un acontecimiento que resulte de planes y preparativos previos1031. En cí Rio de la Plata acontece torrcncialmentc, luego de la llegada de las noticias de la invasión napoleónica a España, las abdicaciones de Bayona y la reacción desobediente de la propia Península al nuevo monarca francés jóse Bonaparte. La idea de revolución, en el sentido de un nuevo comienzo que termina reclamando una república, es decir, el pathos que tan minuciosamente describe Arcndt en su muy mencionado libro, no es consecuencia ni se infiere de ninguna teoría de la retroversión de la soberanía. Y este es un matiz que hemos intentado demostrar sobre las expresiones públicas de nuestros protagonistas rioplatenses. Para comprobar que en estas tierras, integradas al espacio geocultural que se identifica como “mundo atlántico”103’, la Revolución no se había tampoco avizorado ni es resultado de ningún plan claro previo a los años diez basta recorrer los papeles de algunos protagonistas del morenismo (el mismo Mo­ reno o Belgrano) y observar las características de un giro radical: entre 1808 y 1810 terminó comprimido todo el vértigo de una historia de la sociedad hispanoamericana que es a la postre una mutación en las conciencias. En el Virreinato rioplatense —un clima colonial que algún actor escasamente pos­ terior pudo describir como una “siesta”—los mismos letrados acostumbrados a vivir sin mayores sobresaltos al cobijo de la fe católica y de una monarquía demasiado lejana para ser rigurosa, descubren con la crisis de la vacado regis, súbitamente, una nueva forma de la convivencia cuya promesa podía estar encerrada en la filosofía. Más complicado iba a resultar en cambio el desafío

1031 «Así hemos vivido hasta que por un sacudimiento extraordinario que más ha sido quedado en disposición de renovar el pacto social, dictando a nuestro arbitrio las condiciones que sean con­ formes a nuestra existencia, conservación y prosperidad» (Gaceta; p. 140, el subrayado es nuestro). I£mCf. Bernard Baylin: The idea qfAtlantic History (working paper n ° 96-01, International seminary of History ofthe Atlantic World, Harvard University, 2001) en Beatriz Davilo: Los derechos, las pasiones, la utilidad..., oh. cit. obra de las circunstancias que de un plan meditado de ideas, hemos

ele la organización posterior de este pedazo de América en donde la nación terminó siendo un resultado demorado y arduo. Como la última historiografía ha demostrado, nuestra revolución ocu­ pa el lugar de un acontecimiento más: en el episodio de. caída de la unidad monárquica española del siglo X IX, y es el efecto de la exportación de una crisis metropolitana que luego la metrópoli no pudo por sí misma subsanar. Luego de estallar-y en el vértigo de su curso, la revolución va produciendo una conciencia que implica junto a la retro inteligibilidad del pasado y de la propia historia,.una experiencia de

n a ta lid a d

que. promete hacia el futuro

el ingreso a una .vida nueva donde toda injusticia podría ser desterrada. Es sobre el clima de los inicios revolucionarios, y sobre esos textos “veteados” que llevamos acabo un tipo de investigación quc;aspira a no quedar en meras operaciones genealógicas, e intenta cruzar la historia con la filosofía. Dichas operaciones estuvieron al servicio del estudio del depósito de conceptos políticos al que recurren estos actores, conceptos que por definición se caracterizan por su inocultable sometimiento a la temporalidad. ■ A partir de estas estrategias, se ha tratado de dem ostrar a su vez otras hipótesis generales, Para comenzar, que si bien, com o opina Rogcr Chartier los libros no hacen revoluciones, el patbos de la revolución sq construye al amparo de algunas teorías filosóficas escuchadas y leídas, las cuales son expuestas, en nuestro caso, en la prensa periódica de Buenos Aires, con el objetivo retórico de la persuasión. Estamos también en condiciones de sostener que en estos «conjugadores de tradiciones»1033 del grupo radical la apelación a ciertos autores filosóficos no es en todos los'casos fingida o trivial, y que la tan mentada idea de uso de las teorías no debería eximir a los investigadores de conocer a fondo las teorías que son mencionadas, ya que se trata de una apelación que en algunos actores suele no ser ignorante, y las teorías pueden ser elegidas en función de las ventajas teóricas que ofrecen,.com o suma combinada pero difercnciable de recursos de comprensión y de narración pública de la situación por la que se atraviesa, lo último si se considera que esa narración contiene los elementos persuasivos que la ocasión pública demanda.1034 l(Bi La expresión pertenece a Richard M orsc: El espejo de Próspero. Un estudio de la dialéctica del Nuevo Mundo, M éxico, S.

XXI,

1982, p. 121.

1054 Si aceptamos la fórmula jamsiana cjue apunta a la devaluación de la idea de “significado correcto” (obviamente dentro de un marco de estructuras relativamente estables) y

Entre las teorías más evocadas, y entre las más evidentes, hemos dedica­ do espacio mayor al rousseaunismo por ser la filosofía a la que recurren en esos primeros años los morenistas, y a la que son rcconducidos a partir del concepto iusnaturalista de derechos, en su versión francesa. El rousseaunismo, cuyo lectura subversiva había sido puesta en circulación por la Revolución del ochenta y nueve y aquí Moreno inscribe en la agenda pública, no es, por ejemplo en el, una lectura fingida ni puede ser el de Jean jaeques Rousseau un nombre utilizado fácilmente por Moreno de manera oportunista, habida cuenta cierta fama del ginchrino en el círculo de la cultura católica que im­ pone recortes en Ef Contrato Social reimpreso en Buenos Aires. En el capítulo anterior hemos intentado mostrar que la doctrina de Rousseau es utilizada en primera instancia por la mayor afinidad con la imagen que ellos consiguen de estos sucesos en estos mundos, y pese a las diferencias que ya vislumbran en el ano diez. Es dccir, en la conciencia de la ausencia de cualquier forma nacio­ nal medianamente consistente y previa, nuestros revolucionarios no pueden dedicarse sencillamente -com o habían hecho, con Locke, sus predecesores norteamericanos—a inventariar o a dar expresión pública a una cierta nómina de derechos que todos los hombres, por tradición, ya ejercen, sino que, a la francesa, se embarcan en un tipo de proyecto iusnaturalista de sociedad civil ex nihilo que asigna un papel constructivo fuerte a la política,1035 aunque que no parezca implicar en ellos claridad muy rotunda ni menos aún homogénea sobre los futuros cursos de acción. En una segunda instancia, y una vez fuera de la escena el líder Moreno, el rousseaunismo pasará a ser además terina de debate como recurso de demarcación del campo político (amigos y enemigos), en tanto discutir esa doctrina implica tomar posición frente a una forma de revolución (contra el pasado, o a la francesa), un tipo de reconocimiento de los derechos (el de la Declaración del ochenta y nueve), una forma de sociedad (igualitaria) una forma de régimen político (asamblcario o participativo), convenimos en que la obra se concreta en coautoría con el lector, debemos reconocer que esto se acentúa en los textos filosófico políticos, en cuyos contenidos predomina ci elemento pragmático. Podemos, ele todos modos, diferenciar actitudes entre los lectores contemporáneos a partir de discriminar el empico cognitivo del retórico expresivo, y la posible combinación de ambos. líns Cf. en Habcrmas (Teoríay Praxis, ob.cit) la distinción, retomada luego por la mayor parte de la bibliografía, entre la forma norteamericana y la forma francesa de la relación derechos naturales-revolución.

una controversia habitual en la historia del liberalismo (por decir así, entre el “particular concreto” y el “universal abstracto”) y una evaluación general de la historia (o de la relación de la Ilustración con el progreso humano). El abandono final del estoicismo sacrificial de Moreno por parte de Mon­ tcagudo, es efecto de la recvaluación del modelo político revolucionario francés; detrás pueden descifrarse también, filosóficamente, las aporías que una doctrina como la de Rousseau plantea, junto a las ventajas teóricas que en su momento había aportado. Así es como Montcagudo ya entre finales del año doce y mediados del trece se pronuncia en contra del modelo francés, en contra de Rousseau y a favor del ejemplo norteamericano, apelando a posiciones críticas como las del irlandés Edmund Burke. En expresiones conocidas y ya empleadas: en Montcagudo, y ya en el primer lustro, el pasaje de la república de la virtud (densa) a la república del interés (epidérmica), o la recapitulación, y el tránsito de las pasiones a la utilidad. El itinerario de lectura expuesto en este libro comenzó con la Gaceta del año diez que es el periódico de Moreno, su fundador y editor respon­ sable entre el famoso 7 de junio y el 8 de diciembre. Moreno encabeza la nómina por el lugar que le cabe como lider del grupo; es el que construye la ideología y establece la agenda. En este primer tramo de seis meses de prensa, y sobre la pluma del Secretario, hemos podido mostrar cómo, en una conciencia política formada en el republicanismo clásico aristotélico y el iusnaturalismo antiguo, va aclimatándose el léxico del moderno iushumanismo produciendo colisiones y mixturas del mayor interés analítico, en donde a veces, en palabras de Sicycs “la lengua ha sobrevivido a la cosa”. Moreno transita así desde una posición de circunscripta desobediencia al Consejo de Regencia metropolitano —y donde la erección de la junta de gobierno aparece como un expediente de conservación de los d ere­ chos de Fernando de Borbón (cautivo)— hacia posiciones francamente rupturistas y encendidas que comienzan a manifestarse a partir aproxi­ madamente del mes de octubre, cuando debe justificar públicamente el ajusticiamiento de los sublevados de Córdoba, entre los que se contaba nada menos que Santiago de Liniers, un héroe de la resistencia contra las invasiones inglesas , Es allí cuando el concepto mismo de revolución, que en los inicios del periódico aparece desde una metafísica del reposo y de la unión (aristotélica) com o aquello que se debe evitar porque implica la

disolución, se carga de un contenido positivo que es a la par históricamente urgente. El impulso auto instituyente que inicia aquí Moreno no estaba en potencia en ningún saber referido al pactismo antiguo del Derecho Natural y de Gentes, ni en ningún mero recurso a la retro versión. Es Moreno, hemos visto, el que primero menciona en la prensa a Rous­ seau, y su adhesión a la doctrina del ginebrino es tan importante como para reeditar en la única imprenta de Buenos Aires y con algunas amputaciones, el Contrato Social que circulaba por Europa. En este tram o, hemos querido plantear alguna diferencia con cierta historiografía que no acierta en la evaluación de la relación de Moreno con Rousseau. Debimos entonces insistir en una “ojeada retrospectiva” del devenir de aquella discusión historiográfica, que en su m omento representó solamente los excesos de una disciplina inmersa en un combate de identidades y consignas, combate de un fragor por otra parte habitual en la primera parte del siglo xx cuando de lo que se trataba era de fijar posición frente a hechos del siglo anterior para escoger antecedentes y confirmaciones políticas de posiciones del presente. Según nuestra perspectiva, el rousseaunismo como recurso teórico, 1c ofrece a Moreno importantes ventajas, entre ellas, es la mayor una fórmula de contrato social creacionista que ya había sido aludido por el jacobinismo francés, y que por exhibir la condición de ex nihilo no redama ningún ingre­ diente social previo a la mera voluntad de pacto. En el espacio de experiencia que Moreno percibe, en estas tierras, una vez rechazada la tradición española y los símbolos de la nación' de dos hemisferios, resulta muy complicado imaginar nación cultural vernácula o constitución histórica que puedan con­ vertirse en fundamento del futuro político. El “desierto” puede ser vivido entonces com o una oportunidad política para realizar las expectativas. El rousseaunismo le ofrece incluso una estructura comprensiva armada sobre la idea de doble pacto, el prim ero inicuo (aquí el pacto colonial) y un segundo ccuo (fundador de la república) y la legitimación de un traslado de la sede de la soberanía del ejecutivo al legislativo (el C on­ greso que está por convocarse) traducido en voluntad general. Además, y en medio de esto, le perm ite una misión salvífica a la élite intelectual, comprendida como tarca pedagógica de “despertamiento” de la conciencia de los derechos. La figura ejemplar de legislador que M oreno propone

y en la que ellos mismos se espejan también pudo haber encontrado en el rousseaunismo su referencia, así com o la visión conceptual de la re ­ pública com o gobierno moderado y templado por la ley, edificada sobre el idcologcma de la virtud y el modelo espartano del soldado. La diferencia primera de Moreno con Rousseau está puesta sobre el mecanismo de construcción del legislativo: mientras Rousseau se pronuncia a favor de la democracia directa, Moreno y los morenistas serán acérrimos partidarios del régimen representativo. Otra diferencia (menor en Moreno que en Montcagudo) es el concepto que a Rousseau le merecen las ciencias y las artes como responsables de la corrupción de la Humanidad, aunque, por fin, nada impide que Moreno sea el representante más sincero del rous­ seaunismo, en el grupo que él lidera. Hemos tratado de mostrar también que Moreno se perfila como un “de­ mócrata social” igualitarista, un indigenista y un crítico de la esclavitud, lo que no significa que se reconozca un demócrata político, en tanto entiende a la democracia (como Rousseau) según el canon clásico aristotélico, como una forma corrupta de gobierno en donde todos gobiernan, o todos ejercen el poder ejecutivo. La discusión que comienza a plantearse entonces es sobre la distancia entre la titularidad y el ejercicio do la soberanía, discusión que va a devorar luego casi todo el siglo X IX , a partir del debate sobre la moderna representación política. Las intervenciones de Moreno en la prensa terminan con la publicación del famoso decreto del 6 de diciembre o de “Supresión de honores”, un verdadero manifiesto por la igualdad social. Renunciará luego a la Junta de gobierno como resultado de las desavenencias con el presidente Saavedra a mediados de diciembre. Se embarcará hacia Gran Bretaña y morirá en el mar, en marzo de 1811. En total, cerca de ochocientas páginas en seis meses de circulación. En un muy segundo plano respecto de Moreno, y para construir cier­ tos contrastes que aporten al mayor conocimiento del célebre Secretario nos ocupamos de algunas series de artículos pertenecientes a Jovellanos o al Deán Gregorio Funes que el editor Moreno acepta publicar durante el mismo año diez.. El siguiente tramo está dedicado a ia lectura completa del Correo de Co­ mercio cuyo editor fue Manuel Belgrano, en la colección que va desde el 3 de

marzo de 1810 al 5 de abril de 1811 (aproximadamente un año). El caso de Manuel Bclgrano merece una atención diferente ya que, para comenzar, su periódico —el. Correo de Comercio— comienza a circular por Buenos Aires algún tiempo antes del acontecimiento revolucionario, y es económ i­ camente el fruto de una iniciativa del virrey Cisneros. Bclgrano había venido siendo Secretario del Real Consulado, erigido en Buenos Aires en 1 7 9 4 . De las semejanzas y diferencias ideológico filosóficas de aquel periódico con el espíritu más típico del arengador periodismo morenista, com o de las discrepancias con las propias declaraciones de Bclgrano en su recapitulación autobiográfica, nos ocupamos especialmente. No sería de todos modos material de análisis si no hubiese sido su editor, un miembro del grupo .y si no hubiese permanecido en circulación hasta abril del año siguiente, es decir, todo el prim er año de la Revolución, y junto a la encendida Gaceta de Buenos Aires. Fue posible analizarlo así en.contrapunto con la agenda y las.posiciones de Moreno que Bclgrano recoge sólo relativamente, y sin apelar a la lectura de Rousseau, ni a contrato artificial alguno, suscribiendo un modelo, liberal que desde el inicio recurre a otras fuentes. Aunque Bclgrano también impulsa filosóficamente las libertades, mani­ fiesta grandes coincidencias con la fisiocracia que aprendió en su formación europea, y coincide con el liberalismo de Adam Smith¿ autor que nombra con todas las letras ya en la primera aparición del 3 de marzo. A diferencia de Moreno o Montcagudo (ambos formados en la altopcruanaChuquisaca), Bclgrano utiliza el concepto de derechos de una manera, diríamos, siempre, poco moreniana, y sigue siendo más proclive a pensar la sociedad como un resultado natural de la agregación a partir de la familia, después delj i a t de la creación. Salta a la vista que en su pluma no parece haber indicios demasiado profundos del sentido atributivo de los derechos, es decir del ius frente a la Iex ya que menciona a las libertades en un sentido que termina incluyéndo­ las en el campo de la obligación. Las libertades que se mencionan, además, no pertenecen genuinamente al léxico republicano clásico; son “libertades negativas” referidas a la acción individual, que se imponen al fin como debe­ res, y de ningún modo podrían verse amenazadas por la ausencia de la plena autodeterminación política, o sea, podrían, creemos, satisfacerse aun en el marco de la dominación colonial.

Creemos finalmente que hay un Bclgrano, un camarada de la acción de Moreno, posible compañero hasta en las decisiones más drásticas o urgentes de la historia que les toca. Pondrá su espada y su conducta política al servi­ cio del morenismo, aunque algunas diferencias pudieran impedirle ser un verdadero compañero conceptual, y esto ponga en dudas la unidad filosófica del grupo. La conciencia intelectual del Bclgrano que aparece en el Correo no os oscilante, es homogénea, es pareja, y, con o sin disimulo, está siempre a una prudente distancia del mundo conceptual del jacobinismo local, en la misma etapa. El último tramo de la investigación está dedicado a el itinerario de es­ critura de Bernardo de Monteagudo, menos voluminoso en páginas que ios dos anteriores pero más sinuoso y prolongado en el tiempo, ya que abarca las intervenciones periodísticas iniciales de Monteagudo en la Gaceta de los viernes entre diciembre de 1811 y marzo de 1812, el Mártir o Libre entre marzo y mayo de 1812, El grito del Sud entre julio de 1812 y febrero de í 813 y por fin la Gaceta Ministerial entre noviembre de í 812 y agosto de 1813. Casi dos años de actuación. Tratamos de demostrar allí que Monteagudo (otro talante, otro perfil) aunque al ingresar al lugar que Moreno dejara vacante en el año once se hace cargo de la tea del morenismo para convertirse en su “espartanista” portavoz, luego y de a poco, resultado de los avalares de la guerra, de los dcscncucntros al interior de la élite, pero también seguramente de sus propias recepciones de las filosofías, va estableciendo diferencias con las inspiracio­ nes del Secretario “enterrado” en el mar. Las continuidades y las paulatinas rupturas de Monteagudo con las filiaciones doctrinarias rousseaunianas de Moreno (y por ende consigo mismo), es un tema en el que hemos decidido hacer hincapié, por estar escasamente trabajado en la literatura histórica y filosófica. Hemos podido ver cómo Monteagudo, enfrentado a las aporías del roussonismo y a los contratiempos del devenir revolucionario, abandona el diccionario estoico-jacobino, polemiza con Moreno y reniega definitiva­ mente de su primitivo parentesco ideológico, mucho antes del tan recurrido período del exilio europeo que la historiografía suele evocar. Advertido ya Monteagudo en í 812 de que el filósofo de la revolución y los derechos franceses puede no proporcionarles una clave para instalar la obligación política, y porque sospecha (y lo ve en Francia) que es difícil

construir algo sustcntablc sobre una teoría cuyo punto de partida es preci­ samente la ausencia de sustento, gira la mirada más intensamente hacia la revolución norteamericana y critica a su demasiado “fogoso” criollo ante­ cesor. Y, aunque buscando un fundamento en alguna constitución histórica recurra a un mítico pasado incaico, el “desierto” -la oportunidad política de M oreno- se le impone finalmente como un lastre difícil de salvar. Podemos incluso sospechar aún que algo del giro estaba anunciado en su periódico más ardiente, el Mártir o Libre de 1812, leido con atención. Pero más evidente, en El Grito del Sudyórgano de la masónica Sociedad patriótica que Montcagudo refunda, el debate en torno al rousseaunismo es intenso, y tras ocultamientos de firmas y autorías la doctrina comienza a transitar otro rumbo, cuando criticar la agenda del ginebrino implica principalmente corregir a Moreno y rcformular el rumbo de la revolución. En la siguiente Gaceta Ministerial es explícita la apelación por parte del último morenista del quinquenio a otra biblioteca, menos heroica, más atenta al interés y á las irremediables pasiones humanas, o, en fin, más dispuesta a aceptar que los vicios privados puedan producir virtudes públicas, como intuyó Mandevillc. A las lecturas en las que se nutren en general los actores, además de la rousseauniana, a los fundamentos políticos provenientes de doctrinas decla­ radas o sospechadas (Jovellanos,Volney, Mably, Raynal, Condillac, Pufcndorf, Grocio, Montesquieu, Helvecio, Cicerón, Suárez, Bcntham, Maquiavclo etc), a algunas ausencias llamativas que observamos en especial (Lockc), o no es­ pecialmente (Spinoza), a la forma como intentaron adaptar esos conceptos filosóficos a las necesidades argumentativas de la arena política en esos cinco años revolucionarios, a las vetas, en fin, que se pueden descubrir en esos apurados textos históricos, volvemos en el capítulo anterior a éste. Corresponde admitir que, en nuestro campo de análisis histórico, hemos debido encarar textos periodísticos no demasiado ricos filosóficamente; tex­ tos de hombres cuyo fuerte es la acción, y que cuando escriben lo hacen sólo ensayando otra de sus formas. Probablemente a pesar de eso, no siendo textos grandes, debemos aceptar que sí se tejen al calor de grandes fuegos. Que dichos fuegos cumplan rigurosamente con su doble función de ilu­ minar y de incendiar, pero fundamentalmente que lo segundo se produzca como una esperada consecuencia de lo primero, es decir, que la luz por ellos encendida sobre la existencia de los derechos encienda a su vez —”fos-

fóricamcnto”— la llama revolucionaria, es la clave que algunos de nuestros ilustrados encuentran, al inicio, en ningún sitio mejor defendida que en los textos de Rousseau, donde pueden leer, escandida, una verdadera “teoría del desorden”. El rousseaunismo, sobrepuesto y a veces ásperamente integrado a lecturas modernas y clásicas, conforma el marco filosófico desde donde Moreno explica los motivos revolucionarios. Luego será el puro desafío del orden y la necesaria reposición de otra obediencia (como lo ha entendido Monteagudo), lo que los llevará a echar mano de también otra biblioteca. .

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