Lacan-Marx : una introducción al Seminario 17
 9789506492861, 9506492867

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DIEGO COPPO

LACAN-MARX Una introducción al Seminario 17

Coppo, Diego Lacan-Marx : Una introducción al Seminario 17 - 1° ed. - Buenos Aires Letra Viva, 2010. 235 p . ; 21 x 15 cm. ISBN 978-950-649-286-1 1. Psicoanálisis. I. Tftulo CDD 150.195 Edición al cuidado de L e a n d r o S a l g a d o

© 2010, Letra Viva, Librería y Editorial Av. Coronel Díaz 1837, (1425) C. A. de Buenos Aires, Argentina www.imagoagenda.com | [email protected]

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Primera edición: Mayo de 2010 Impreso en Argentina - Printed in Argentina Queda hecho el depósito que marca la Ley 11.723

ÍNDICE

A g r a d e c i m i e n t o s ............................................................................................... 7 A n t e c e d e n t e s ...................................................................................................... 9 P r e s e n t a c i ó n .......................................................................................................11 C l a s e I. L a c a n ( A l t h u s s e r / F o u c a u l t ) M a r x ...................................13 ¿ Q u é e s u n a u t o r ? ........................................................................................15 E l n o m b re d e a u t o r .................................................................................... 3 0 L o s a g e n te s d e lo s d isc u rso s y e l n o m b re d e a u t o r ................... 33 C l a s e II. L a c a n , M a r x y u n a a n a l o g í a ............................................... 37 L o s in s ta u r a d o r e s d e d i s c u r s o ..............................................................43 C l a s e l l l . L a l l e g a d a d e l a n o c ió n d e “ d i s c u r s o ” ................... 57 L a e s t r u c t u r a ................................................................................................. 5 8 L a f a l l a ..............................................................................................................60 L a c u a lid a d d e l p e n s a m ie n to : ¿ c a u s a o c a u s a d o ? ..................... 6 6 L a lle g a d a d e “e l d is c u r s o ” ......................................................................73 C l a s e IV. D e l a P l u s v a l ía a l P l u s d e G o c e ................................... 77 L a lle g a d a d e M a r x a l S e m in a r io d e L a c a n .................................81 T r a b a j o ..............................................................................................................8 4 I n tr o d u c c ió n d e l p l u s ............................................................................... 8 8

I■ < i il •vi i ion es del sujeto ca p ita lista ....................................89 i i rflUniK 1*1 al goce y, otra vez, I I mui .huí (L* una m ediación.....................................................97 m -ir V i Ina k n tra d a a l Sem inario t j .................................... 103 I ii Imii i,i de los discursos, en s í ...............................................113 l ni. lugares.................................................................................. 114 I iii elem entos........................................................................... 124 ('revio al objeto a: La hom ologíalacano-m arxiana..............127 i u n e es la plusvalía? y, fundamentalmente, i de dónde s u r g e ? ....................................................................129 ( i asii VI. E l objeto a ....................................................................135 Kl objeto a el 9 de enero...........................................................139 MI objeto a y los discursos.......................................................153 Kl sujeto tachado y el objeto a ................................................ 154 líl objeto a y las relaciones am orosas.................................... 155 Fragmento de un caso...............................................................156 C i .ase VII. E structura y d in á m ic a d el d is c u r s o ..................167 Estructura y discurso.................................................................169 D inám ica de la estructura....................................................... 183 C i .ase VIII. H istoria , Saber y B u r o c r a c ia ..............................189 Actualidad y s ín to m a ...............................................................189 Saber, Historia y D iscu rso s.................................................... 194 El cambio de o en el d iscu rso ................................................ 207 El burócrata al lugar d o m in a n te ............................................ 209 C lase IX. A plicación d e la teoría de los d is c u r s o s ........... 213 a) Aplicación y síntoma en el caso Catalina.......................... 214 b) Aplicación y síntoma en el caso Freud y la co caín a.. . .230

AGRADECIMIENTOS

Sin ninguna duda vaya mi agradecimiento especial al Dr. Abraham Leonardo Gak, quien atrevidamente me permitió reactualizar la puesta en contacto del psicoanálisis con un ámbito con el cual siempre ha mantenido relaciones controversiales: la escuela. Ya en aquello que cabe fuera de las instituciones a José Grandinetti y a Laura Fuks.

DC Febrero de 2010

A ntecedentes

El presente libro ha sido realizado sobre la base de un Semi­ nario dictado durante el año 2006 bajo el título original: “La es­ cuela y el vínculo social: el inconciente y las épocas” en la Escue­ la Superior de Comercio “Carlos Pellegrini” de la Universidad de Buenos Aires. Aquel título se debió a que en aquella circunstan­ cia se presuponía la asistencia de profesionales vinculados al ám­ bito educativo. La tarea transcurría en medio de dos pretensiones: una de divulgación del psicoanálisis y otra de permanente investi­ gación crítica del mismo. Durante los años 2004 y 2005, había dictado ya dos Semina­ rios cuyos títulos fueron: “El deseo, el lenguaje y las instituciones: aportes para la intervención en el conflicto en la escuela” Gunto a Flavia Valicenti) y “El síntoma, la angustia, la escuela” respec­ tivamente.

PRESENTACIÓN

En este trabajo se recorren las condiciones históricas que hi­ cieron posible el desarrollo de la teoría de los discursos en Lacan, fundamentalmente en su Seminario 17. Sobre ese desarrollo se rea­ liza luego una exposición -seguro que preliminar- de esa teoría, tanto en lo que hace a sus elementos componentes como a las re­ laciones dadas entre ellos, y por lo tanto a su estructura. Finalmente se realizan ciertas conjeturas sobre la corresponden­ cia de cada uno de los discursos establecidos en la teoría con las formaciones económico-históricas, tanto las precapitalistas como la actual, o sea, la capitalista. De este modo se intenta profundizar el aporte que Lacan ya ha realizado -aunque de modo intuitivo- al estudio de la cultura.

C l a se I

L acan (A l t h u s s e r / F o u c a u lt ) M arx

Vamos a comenzar recorriendo la Conferencia que diera Foucault el 22 de febrero de 1969 en la Sociedad Francesa de Fi­ losofía y que fue publicada bajo el título de “¿Qué es un autor?”1 ¿Qué tiene de relevante para nosotros esta Conferencia? Por lo menos dos puntos: el primero es que Lacan asistió a ese encuen­ tro. El segundo, y vinculado al primero, es que sobre la base de esa asistencia vamos a intentar determinar qué incidencia tuvo -si es que la tuvo- esta Conferencia en la instauración por parte de La­ can de la teoría de los discursos. Si uno toma en cuenta la fecha de inicio y desarrollo del Se­ minario 17 dedicado a fondo a la teoría de los discursos (diciem­ bre de 1969 a junio de 1970), podrá afirmar que al menos desde el punto de vista cronológico fue posible la incidencia que men­ cionamos más arriba. l.

La Conferencia fue publicada en el libro “Entre filosofía y literatura”, Volu­ men I, 1999, Ed. Paidós. Puede encontrarse una versión digital en ^^w.scribd. com/doc/3784831/Que-es-un-Autor-M-Foucault, aunque lamentablemen­ te no figuran en esta versión las preguntas formuladas por algunos asistentes: d'Ormesson, Goldman, De Gandillac, Ullmo y ¿quién?: Lacan.

Es el propio Lacan quien reconoce -en la sesión del 26 de fe­ brero del 69 de su Seminario Nro. 16- con su acción de referirse a su asistencia a la Conferencia de Foucault, el haber sido influen­ ciado. El dice: “me consideré a llí convocado”. No podemos perder de vista que en la Conferencia de Foucault hay dos grandes autores que son separados del conjunto de todos los otros autores. Me refiero a Freud y a Marx. Es mucho más co­ nocida la influencia del primero sobre Lacan. Pero no podemos dejar de señalar algo que en nuestro medio psicoanalítico goza de un no tratamiento: hablo de la incidencia de Marx en Lacan. En el transcurso del desarrollo de esta obra puntualizaré aspec­ tos teóricos compartidos mediante analogías entre la teoría marxista y la lacaniana. Pero en este punto no quiero dejar de señalar el hilo transferencial que en una de sus determinaciones -las per­ sonales y teóricas- llevó al máximo representante de la concien­ cia de la economía política -a través de su crítica- hasta la teoría de los discursos de Lacan. Ese hilo transferencial, además de habitado por Foucault -y probado en su Conferencia- tiene un antecendente cronológico en la relación entre Althusser y Lacan. La correspondencia entre ambos (publicada hace ya poco más de diez años en español) da prueba de ello, ya que tal intercambio epistolar se mantuvo entre los años 1963 y 19692. Es interesante señalar que el puntapié inicial de ese intercam­ bio fue dado por Lacan3, es decir no se trató de una respuesta a Althusser -si éste hubiese sido el iniciador del diálogo- sino de una demanda del psicoanalista al filósofo. Qué le respondió Althusser entre otras cosas en tan sólo cin­ co días: “(...)en el momento pues en que descubrí estar en condi­ ciones de dar al pensamiento de Marx (...) su forma teórica, en­ tonces me vi en el umbral de comprenderlo a usted". Otra vez, y con una retroacción de seis años respecto de aquella Conferencia 2. Althusser, Louis. “Escritos sobre psicoanálisis. Freud y Lacan”. Editorial Si­ glo X X I. Primera edición en francés: 1993. 3. El 21 de noviembre de 1963.

de Foucault, encontramos a Marx siendo señalado por aquellos a quienes Lacan se dirigía. Luego Marx permanecería presente entre ambos, inclusive de manera confesa por Lacan cuando el 12 de octubre de 1965 le es­ cribe a Althusser: “Estoy leyendo con deleite el volumen que us­ ted tuvo la bondad de envianne”; se estaba refiriendo nada más y nada menos que a una de las principales obras de Althusser: “La revolución teórica de Marx" ( Pour Marx"). Podría uno preguntar­ se: ¿tendrán éstas adulaciones el fin de congratular al semejante? No faltaría quien formulara esta pregunta depreciando así una po­ sible consideración de la relación Lacan-Marx. En ese caso acepta­ mos de buena gana la pregunta, pero respondemos que no es este el caso en tanto la explicación de uno de los principales conceptos inventados por el primero -me refiero al objeto “a”- fue presenta­ da con uno de los conceptos de los cuales Marx fue a su vez si bien no su inventor sí su gran expositor: la plusvalía. En este trabajo, mientras desarrollamos una introducción pero fundamentalmente un intento de prospección a la teoría lacaniana de los discursos, trataré de poner a prueba cuáles son los al­ cances de la referencia que hace Lacan a conceptos de la teoría marxista y en el caso de poder establecer los límites de ese alcan­ ce, intentar retomar desde allí, suponiendo que una buena ubica­ ción al respecto pondrá en el mismo camino la orientación de la resolución del síntoma del sujeto- a su vez quizás siempre sinto­ mática- con la de las catástrofes sociales que se encuentran en el curso del aumento de la tasa de explotación.

¿ Q u é es u n a u t o r ?

Iniciando el análisis de la Conferencia de Foucault cabe plan­ tearnos una primera posible diferenciación entre un a u t o r y la FUNCIÓN AUTOR.

Aquí es necesario hacer un señalamiento: lo que nunca apa­ rece a lo largo de la Conferencia es la expresión siguiente: “fun­ ción d e l autor”.

Las expresiones que aparecen de modo sistemático, es decir, en más de una ocasión son: “función autor”, “función «autor»” y “función-autor”. La ausencia de la expresión “función del autor” la interpreta­ mos como no tratándose en la Conferencia de la función que al­ guien puede cumplir en cierto aspecto, en este caso un autor. Las reiteradas formas en que aparecen los otros tres tipos de ex­ presiones nos dejan establecido claramente que se trata de un tipo particular de función. Es decir, ufunción autor”, “función «autor»” y “función-autor” nos están designando prácticamente al nombre propio de una función. Preguntémonos entonces: qué entendemos por la palabra “función”.

La función está más allá de una persona. Algo que está insta­ lado; estoy pensando en una escuela y la función directiva, por ejemplo. A veces el director no está presente en la escuela, porque por ejemplo se fue a hacer un trámite fuera del establecimiento. Por haber una organización previa, un cierto orden se da el caso de que alguien cumpla “la función de director". Las cosas conti­ núan funcionando a pesar de la ausencia de la persona del direc­ tor pero a razón de la presencia de la función de director.

A lu m n a :

Yo creo que es un punto de referencia. Yo me muevo de acuer­ do a la referencia que tengo. Si soy hija o soy madre, padre, o soy directora, o soy profesora. Yo tengo puntos de referencia y los de­ más me tienen a mí como punto de referencia.

A lu m n o :

C oppo:

Hasta ahora, por lo que han sugerido, se trataría de un conjunto de lugares que -como todo lugar- son pasibles de ser ocupado.

A lum na: C oppo:

Roles.

Habitualmente se dice que alguien cumple “el rol de ... ” o “la fun­ ción de...”.

Para Foucault fue un problema difícil de responder por medio de una definición de qué se trata cuando se habla de “autor”. Freud también se había percatado que en ocasiones el autor puede ser algo complejo, es decir, no una unidad simple sino una unidad estructurada. Leámoslo: ‘‘Y bien, señores; (...) No estoy tan enamorado de mi arte ex­ positivo que quiera hacer pasar por un especial atractivo cada uno de sus defectos estéticos. Y hasta creo que podría haberles presentado las cosas de otro modo, con más ventaja para uste­ des; por otra parte, estaba en mi propósito hacerlo. Pero uno no siempre puede llevar a la práctica sus propósitos razonables. A menudo en el material mismo h a y a l g o q u e l o m a n d a a u n o y LO HACE DESVIARSE DE sus PR IM EM S INTENCIONES. Ni siquie­ ra una tarea tan simple como ordenar un material bien conoci­ do SE PLIEGA DEL TODO AL CAPRICHO DEL AUTOR; se dispone a su antojo, y sólo con posterioridad puede uno preguntarse por qué tomó ese aspecto y no otro ”4 Por nuestra parte, podemos acompañar a Foucault en la esti­ pulación que él hace de este problema y ver a dónde lo (y nos) lle­ va. Parece en principio tratarse de un problema filosófico en tan­ to no está hablando de una definición o del significado que pueda dar de lo que es la palabra “autor” por el lado de su etimología, o por el lado del significado brindado por los diccionarios, sino que más bien, como es un planteo filosófico, trata de problematizar la definición que nos podría dar por ejemplo, y justamente, el dic­ cionario. Éste tiende a cerrarle la puerta a los problemas filosófi­ cos; más bien él nos da una respuesta operativa cuando necesita­ mos saber el significado de alguna palabra o inclusive en ocasio­ nes de alguna expresión. Al mismo tiempo que Foucault se preocupa por el problema fi­ losófico, también lo está en esta época por los problemas del len­ guaje. Justamente en el mismo año que dicta esta Conferencia, 4. 24a Conferencia de introducción al psicoanálisis (1916-17): “El usluiln ni‘ii rótico com ún”. Tomo ^ V I, Ed. Amorrortu. El destacado es mío.

1969, se publica en Francia su libro “La arqueología del saber”5. “La arqueología del saber” está compuesto por cinco capítulos, incluyendo la conclusión. El primero es la “Introducción” pero ya el segundo lleva por título: “Las regularidades discursivas”. Este a su vez contiene subitems: el subitem 1, “Las unidades del dis­ curso”. El 2, “Las formaciones discursivas”. El 3, “La formación de los objetos del discurso”. El 4, “La formación de las modalida­ des enunciativas”. Quiero decir que para Foucault, en esta época al menos, uno de los problemas que lo preocupaban, que lo inte­ rrogaban y que lo llevaban a escribir o a dictar conferencias era el del lenguaje. Un autor que desde el campo de la matemática y la lógica se ocupó puntualmente de la noción de “función” fue Gottlob Frege (1848-1925). Según algún comentarista la envergadura de la obra de Frege es de tal magnitud que aquellos sobre los que influ­ yó fueron personajes del tamaño intelectual de Russell, Carnap, Wittgenstein y Husserl. Frege es considerado el fundador de la ló­ gica moderna, es decir, que ha sido colocado a la altura nada más y nada menos que de Aristóteles en tanto éste último es conside­ rado fundador de la lógica clásica. Frege dictó una conferencia el 9 de enero de 1891 en la Socie­ dad de Medicina y Ciencias Naturales de Jena que luego dio lu­ gar al artículo que hoy conocemos bajo el nombre de “Función y concepto”6 Se dedica allí a analizar esa expresión matemática (la función), esa expresión algebraica en la que se afirma la existencia de un elemento que no se sabe cuál es y al que suele asignársele para su representación la letra “x”. Se trata simplemente, pero con todo lo que ello implica, de formalizar una expresión del lenguaje vul­ gar -llamado corrientemente “lenguaje ordinario” por la filosofía del lenguaje o también conocida bajo el adjetivo de “analítica”con una expresión de otro lenguaje, llamado usualmente “lengua­ 5. Hay edición en español: Siglo X X I Editores. 6. Esta conferencia se encuentra en “Estudios sobre semántica”, editorial Hipamérica.

je artificial”, como puede ser por ejemplo el de la matemática. Al elemento que se desconoce de esa expresión del lenguaje artificial pero que sin embargo se lo reconoce, se lo simboliza con otro ele­ mento que constituye un signo arbitrario: para el caso “x” Lo que simboliza ese elemento arbitrario es que en esa expresión mate­ mática, algo siempre puede ser reemplazado, aunque la operación que recaiga sobre ese algo siempre va a ser la que indica la otra parte de la función, parte que no posee la propiedad de ser sustituible. Frege dice: “Esta es la diferencia de principio que hay en­ tre las funciones y los números Nos encontramos frente a dos tipos posibles de expresiones: unas variables y otras no variables. Las primeras son las funcio­ nes, las segundas son los números. Ejemplo de la primera es “2x + 2”. Ejemplo de la segunda es “2”. Hay una indeterminación en el caso de la primer expresión, la cual cambia cualitativamente -pa­ sando a ser determinada- sólo en el caso de que reemplacemos a la “x” por un número. En cambio, en el caso de la segunda expre­ sión (“2”), ella se encuentra absolutamente determinada. Frege llama a la expresión que contiene un elemento descono­ cido (pero reconocido y reconocible) y a la vez reemplazable por un elemento arbitrario, capaz de ser a su vez nuevamente reem­ plazado por cualquier otro elemento: expresión no saturada. Es una expresión que tiene un lugar vacío. Y ese lugar vacío ... A lum na: Coppo:

Es lo que se llama una variable?

Si, una variable pero no es con ese nombre como lo llama Frege. A la “x” de la función y a todos los números que pueden eventual­ mente ocupar su lugar Frege los llama "argumento". En ese lugar preciso de la expresión se pueden poner a su vez distintas expre­ siones y, lógicamente, lo que resulta de la función es distinto se­ gún el argumento que se ubique allí.

¿Por qué realizamos en este punto una consideración de lo que Frege entiende por “función”? Lo hacemos porque la consi­ deración matemática del concepto de función nos permite resal­

tar la diferencia entre algo no variable (los números) y algo varia­ ble (la función). La relación entre “función” y “argumento” nos permite introdu­ cir la consideración de algo no variable (un discurso) en relación a la variabilidad que le entrega su agente determinado (el amo, la universidad, la histérica o el analista). Foucault captó la variabili­ dad que le entrega a un discurso o a un texto la relación que éste tiene con su autor; es por eso que le resultó necesario inventar la idea de “'función autor” o sus otras dos variantes que hemos se­ ñalado “función «autor»" o “'función-autor”. Lo que Foucault trata de hacer es interrogar al significado que nosotros podamos otorgar, desde el lenguaje corriente, a la pala­ bra “autor”, en el sentido de aquel que escribe algo o aquel que dice algo a través de un discurso. Más bien Foucault introduce la consideración del autor como aquello que cumple una cierta fun­ ción en un discurso. También y como consecuencia de distanciarse de la conside­ ración vulgar que nos entrega el lenguaje cotidiano, no necesa­ riamente la función autor es cubierta por una persona. Es más, tampoco por una persona sóla o sólo por una persona. Foucault da un ejemplo que es el de Bourbaki. Bourbaki es el autor de una serie de textos, sin embargo no es el nombre propio de una perso­ na, sino de un grupo de matemáticos franceses que se autonominó de esa manera y trabajan en función de ese nombre de autor. Lo mismo pasa con el libro, muy recomendable para mí por otra parte, de lógica “Introducción a la lógica” cuyo autor es L.T.F. Gamut y cuya edición en idioma original es de 1982’ Esta obra ha adquirido tal éxito en los ámbitos académicos que inclusive ha llegado a reemplazar en ellos a la clásica “Introducción a la lógica” de Irving Copi8 Tal vez para vuestra sorpresa, L.T.F. Gamut no es un señor o una señora como supongo que al menos a la mayoría de ustedes le ha parecido. “L.T.F. Gamut”, tal como lo 7. Hay edición en castellano: Editorial Eudeba, 2002. 8. Edición en idioma original: 1953. Edición en español: Editorial Eudeba, 1968.

ha denominado el director de la colección en que fuera publica­ do el libro -se trata de Eduardo Barrio-, es un “seudónimo co­ lectivo” en el que se encuentran incluidos los siguientes señores: Johan van Benthem, Dich de Jongh, Jeroen Groenendijk y, final­ mente, Henk Verkuyl. Desconozco los motivos que hicieron que este colectivo de personas reemplazara sus respectivos nombres propios por otro que finalmente seria para quienes desconocie­ ran los detalles de esta trama dificultoso no reconocer en Gamut al autor del libro. Hay otro ejemplo que va por el lado contrario. A raíz de los he­ chos ocurridos en el local bailable llamado Cromagnon el 30 de diciembre de 2004 la Secretaria de Educación del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, divulgó en los primeros días del mes de marzo de 2005 entre todos los directivos sobre todo de escuelas medias de la ciudad, un documento a través del cual daba indi­ caciones acerca de cómo tenían que tratar, eventualmente, a los chicos que habían estado en ese lugar aquella noche. Muy llama­ tivamente el texto no tenía el estatuto jurídico al que se ajustan los textos oficiales emitidos por alguno de los poderes de la Ciu­ dad, los cuales son las resoluciones o los decretos (ambos tenien­ do por único autor posible al Poder Ejecutivo) o las leyes (lo mis­ mo del Poder Legislativo). El documento en cuestión circuló ha­ cia las escuelas por la vía oficial del Gobierno, tanto es asi que en el ejemplar con el que nosotros contamos figura el sello oficial de la escuela que señala la recepción del texto. Pero he aquí lo que me interesa remarcar: el documento no tenía firma. Tenia mem­ brete, decía en la parte superior de la hoja, centrado: “Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires”. A lum no:

Era oficialmente estatal aunque ningún funcionario lo suscribió.

Coppo: ¿Qué pasó en este caso con el autor o con la función autor? El texto existe -aún hoy, en tanto ya no puede ser borrado-; conse­ cuentemente, alguien lo escribió. No es para dejar pasar que ob­ viamente hay muchos textos en diversos lugares que no tienen firma; de esta especie son, por ejemplo, las leyendas que sole-

mas encontrar en algunos billetes que circulan por nuestras ma­ nos. Sin embargo, estamos hablando de un texto que tiene un va­ lor indicativo desde las más altas esferas estatales hacia los fun­ cionarios que se encuentran en escalones inferiores. Es interesante ver en este caso qué sucedió con la función autor. Pero para ello tendremos que introducir la herramienta que nos permita cumplir nuestro objetivo que es entre otros clarificar qué entiende Foucault por (nombre de) autor y por función autor. Seamos sistemáticos y veamos las definiciones que encontra­ mos en la Conferencia sobre lo que es “el nombre de autor":

• • • • •

No es simplemente un elemento en un discurso. Desempeña en relación a los discursos cierto papel. Asegura una función clasificatoria. Permite reagrupar cierto número de textos, excluir algunos, oponerlos a otros. Relaciona a los textos entre ellos. Caracteriza a un cierto modo de ser del discurso, retirán­ dolo de lo que puede ser una palabra cotidiana, indiferen­ te, "una palabra que se va, que flota y pasa, una palabra que puede consumirse inmediatamente".

Busquemos ahora las definiciones de ‘función autor”: Es una propiedad que pueden tener o no tener los discursos. Es la característica del modo de existencia, de circulación y de funcionamiento de ciertos discursos en el interior de una sociedad. Siguiendo este conjunto de definiciones, vemos que tanto en el caso de Bourbaki (caso en el que el autor no coincide con el nom­ bre de autor) como en el caso del texto vinculado a los hechos de Cromañón (caso en el que no puede ubicarse al autor en cuanto persona, aunque sí en cuanto Estado) la función autor ha opera­ do en tanto ambos textos han tomado cierto estatuto que los ha

retirado de “una palabra que se va, que flota y pasa, una palabra que puede consumirse inmediatamente”. Foucault, además de hacer una problematización del tema del discurso y sus autores desde el punto de vista filosófico, también produce cierta consecuencia -en función de estos ejemplos que estuvimos viendo- evidente y eminentemente práctica. Hay docu­ mentos que circulan y que no están rubricados por nombres pro­ pios de personas. Así es que hemos reunido alguna evidencia de que puede pre­ sentarse entre los discursos y las personas un cierto movimiento, una cierta variabilidad a partir de los cuales se produce determi­ nados efectos. Podría uno interpretar que el hecho de que un documento no tenga firma o que un libro esté escrito por un conjunto de perso­ nas que se autonominen con determinado nombre, no afectaría en nada al contenido del discurso, a su significado. Pero también podríamos considerar que esos discursos, esos textos son capaces, por tener esta relación particular con sus autores, de ser objeto, de sufrir y producir efectos determinados, Foucault no es amigo de las formalizaciones, más bien lo es de la expresión en su forma corriente. No encontramos en sus tex­ tos lo que hace, por ejemplo, Aristóteles al determinar designar a cierto objeto con una letra. Foucault no tiene esa gimnasia. De todas formas lo que él dice se puede formalizar tanto como cual­ quier discurso. En función de lo que dije hasta ahora es oportuno plantear el siguiente esquema. Coloquemos sobre la barra a la obra, al texto, al libro, elemen­ tos todos que aparecen enumerados en la Conferencia. obra texto libro autor

Tanto sea una obra, un texto o un libro, los tres constituyen una forma expresiva objetivada por una evidencia sensible, ya que to­ dos tienen un soporte material, pero a cuyo autor, Foucault problematiza. Por eso formalizo la escisión de este modo: con una barra que divide un “arriba” de un “abajo”. Hay una división en­ tre el que escribe (ya vimos que no necesariamente se encuentra aquí a un individuo9) y su escrito. No sabemos de qué caracterís­ ticas es esta división. Alguien puede decir que en principio si al­ guien escribe, entre sí mismo y lo que escribe hay una distancia. Esto es evidente. Sin embargo, estamos hablando de la autoría. Esta división, esta escisión delimita también lo que Foucault dis­ tinguió en algún momento: por un lado un discurso; por el otro, sus condiciones de posibilidad. Discurso Condiciones de posibilidad Casi sin darnos cuenta, y en los propios términos de la obra de Foucault, hemos reemplazado las nociones de “obra”, “texto” y “li­ bro” por la de “discurso”. Pero si bien señalamos que este reempla­ zo es realizado al interior mismo de la obra de Foucault -lo que a veces se señala como “en sus propios términos”- tampoco pode­ mos desconocer que la noción de “discurso” toma un peso signifi­ cativo en la obra de Lacan, siendo a ese lugar al que nos estamos dejando llevar por el recorrido mismo de los conceptos. Respecto a las condiciones de posibilidad del discurso, ellas son de tal importancia que justamente, condicionan su propia existen­ cia, sus condiciones de aparición.

Ese condicionamiento se refiere a la posibilidad de at ribuirle un autor a un discurso.

A lu m n o :

Claro. Hay un problema que es la posibilidad de atribuirle la au­ toría de un determinado discurso a alguien. Pero las condiciones

Coppo:

9. Foucault usa la expresión “individuo” contraponiéndola a la de “sujeto”.

de aparición de ese discurso, ¿por qué reglas está determinada? Foucault lo dice así. Parecería ser que hay reglas que determinan la posibilidad de que un discurso aparezca o no. Fíjense hasta qué punto no sería voluntad del autor el hecho de que se produzca un discurso, sino de las condiciones materia­ les que en tanto tales deberían estar dadas. Podríamos pensar ésto en el orden del discurso10, en el conjunto de los discursos en que está metido ese sujeto, lo cual desde este ángulo no sería intras­ cendente respecto de las condiciones de posibilidad de aparición de cierta obra. El estar metido del sujeto podemos interpretarlo como el vínculo social, una de las definiciones que Lacan diera para definir al discurso. En última instancia alguien podría pensar que el sujeto se en­ cuentra sujetado de un modo absoluto, que está totalmente limita­ do en sus posibilidades de constituirse en autor de discurso, con­ dicionado por las circunstancias. Cabe preguntarnos en este caso de qué se trata entonces cuando pensamos en esas condiciones. Esas condiciones pueden ser establecidas por aquellos significan­ tes que representan al sujeto y en las posibilidades de que se esta­ blezca esa representación no encontramos otro mecanismo que el de la identificación. Continuemos retornando al razonamiento filosófico recordan­ do que al momento en que Foucault dicta su Conferencia, ya ha­ bía escrito “Las palabras y las cosas” título de la obra en el cual se hace presente uno de los problemás clásicos en el estudio del lenguaje. Pero él dice que en ese texto se había dedicado, más que 10.

"El orden del discurso" es el título del libro en el que fuera publicada la lec­ ción inaugural del trabajo que Foucault realizara desde 1970 en el College de France sucediendo a Jean Hippolite en el cargo de la cátedra de Histo­ ria de los sistemas de pensamiento. Puede leerse en la introducción de ese libro: través de un minucioso análisis de las variadas formas de acceso (o de las prohibiciones y tabúes) a la palabra, de la marginalidad de deter­ minados discursos (la locura, la delincuencia) o la controvertida voluntad de verdad de la cultura occidental, este opúsculo consigue poner de mani­ fiesto la inquietante fragilidad de categorías filosóficas aparentemente sa­ crosantas, como las de sujeto, conciencia e historia” Tusquets Editores.

al autor, a las masas verbales, tal como podría hacer, piensa, un lingüista recortando enunciados más o menos arbitrariamente, se­ leccionando grupos de discursos, agrupándolos, confrontándolos con otros, poniéndolos en relaciones diversas, etc. A esas masas verbales, Foucault las delimitaba fehacientemente. El habla ahí de algunas de ellas tales como ser las de la “historia natural” o las del “análisis de las riquezas”, o las de la “economía política". To­ dos discursos que hablaban sobre ciertos objetos; por ejemplo en el caso del segundo, sobre las riquezas. La economía política, so­ bre el valor, sobre el problema del valor de los productos o -des­ pués de Marx-, de las mercancías. Sin embargo, dice que ahora -en el momento de la Conferen­ cia- está dedicado a otro tema; que él trae hoy un problema que no sabe exactamente a qué lugar lo va a llevar; él tiene un proyecto; dice: '"es preciso evidentemente que justifique un poco más, ante ustedes, el tema que he propuesto que es ¿qué es un autor?” En la época de “Las palabras y las cosas” Foucault dice que te­ nía como objeto a las masas verbales o también lo que llama “ca­ pas discursivas”; se trataba de conjuntos de discursos aplicados o dirigidos a estudiar ciertas partes de la realidad. Dice: “... el problema para mí no era describir a Butfon o a Marx, ni restituir lo que habían dicho o querido decir: trataba simplemen­ te de encontrar las reglas según las cuales ellos habían forma­ do cierto número de conceptos o conjuntos teóricos que pueden encontrarse en sus textos” A esas reglas no se me ocurre a mí otra cosa que condensarlas en dos vertientes: las que proveen las condiciones materiales de la existencia junto a las que proveen las identificaciones con aque­ llos significantes que, como todos ellos, no representan otra cosa que a un sujeto. A esta segunda vertiente puedo llamarla la de la transferencia que, por ejemplo para el caso de Marx, es a esta al­ tura bastante fácil de reconstruir (Hegel, Proudhom, Feuerbach, Petty, Smith, Ricardo). Hilando más finamente sobre este último punto, cabe la siguiente pregunta: “Pero, la identificación, ¿no es

un proceso inconciente?”. Yo respondería: ¿Quién puede negar­ lo? Pero cómo saber de la identificación de un sujeto si no es por su obra o, ya realizando el reemplazo que hemos concretado más arriba, por su discurso. O sea, que ya de por sí no se trata, no se trataba aún en esa época, de una reproducción de la teoría de Marx o de quién sea, de una explicación como se puede dar en una clase en la que al­ guien quiere transmitir la teoría de cierto autor; sino que en este punto ya estaba haciendo Foucault cierta operación de trascen­ dencia respecto de lo que puede implicar la repetición de un dis­ curso teórico; más que de una repetición se trata aquí de una in­ novación teórica. Foucault dice que otro objetivo que se había propuesto en la época de “Las Palabras y Las Cosas” fue: buscar las condiciones de funcionamiento de prácticas discursivas. ¿Qué sería eso? Se­ ría justamente estudiar a los discursos sin los autores. Foucault anuncia que las consecuencias de todo este conjunto e.le ideas están en un texto que pronto va a aparecer, que, por lo que deduzco, se trata de “La arqueología del saber”. Dice: "trato a llí de dar estatuto a grandes unidades discursivas Es lo que cité anteriormente que figura como subítem 1 de alguno de los capítu­ los: unidades discursivas. ¿Qué podemos entender por dar “esta­ tuto” a unidades discursivas? Entiendo que “dar estatuto” signi­ fica localizar el momento, el instante en el que se articula al dis­ curso un autor. Insiste en que otra cuestión se plantea a partir de ahora: la del autor. “Esta noción de autor constituye el momento importante de la individualización en la historia de las ideas.” Dice: “Por ahora quisiera encarar solamente la relación del tex­ to con el autor”. Fíjense, esto se podría escribir al revés. Podría in­ terpretarse que el sujeto sea lo determinante y el texto sea lo de­ lcrminado, suponiendo que alguien es dueño de sus palabras. Conlhuía: “ .. quisiera encarar solamente la relación del texto con el autor, la forma en que su texto apunta hacia esa figura que le es exterior y anterior, al menos en apariencia”. Cuando dice “exterior”, considero que lo dice bajo la idea de que

el lenguaje le es exterior al sujeto y que éste se vincula con esa ex­ terioridad, de modo que lo que estaña rigiendo las relaciones entre el sujeto y el lenguaje sería una topología que considera al lenguaje como lo exterior al sujeto, cosa que es bastante difícil de mantener cuando por ejemplo se trata de interpretar el acto fallido desde el psicoanálisis. Porque ¿resiste la división topológica entre interior y exterior una supuesta explicación de cómo el hombre se vincula con el lenguaje? ¿Es el lenguaje un objeto externo con el que el su­ jeto se vincula tal como lo hace con otras cosas? Parecería ser que en la interpretación de las relaciones del sujeto con el lenguaje po­ dría considerarse otra relación topológica que la de la interioridadexterioridad, dado que si tenemos la cadena del discurso proferida por un individuo que habla, y si esa cadena es todo lo que la per­ sona dice, ¿cómo se entiende que irrumpa de repente algo que es inconsistente respecto de lo que venía diciendo (lo anterior) y de lo que continúa diciendo (lo posterior). En este caso la inconsistencia no se ajusta a la definición que en lógica se entiende por ella, es de­ cir, por contradicción. La inconsistencia en este caso tiene por ca­ racterística la irrupción de un elemento en el lugar de otro que era esperado, operación que constituye una metáfora que rompe even­ tualmente el carácter poético {con el ingrediente social que ella im­ plica) y se encuadra en una especie de metáfora privada. Lacan, en momentos avanzados de su obra, desarrollará esta insuficiencia de la interpretación reducida a lo interno y lo exter­ no para explicar las relaciones del sujeto con el lenguaje. Sobre el problema de la anterioridad (y por ende, de la poste­ rioridad): muchas veces los autores de libros científicos comienzan a hablar, sobre todo al inicio de los mismos, haciendo un resumen de cuál es el estado de conocimiento del problema que van a tra­ tar, citando a los autores que lo abordaron hasta ese momento. Por un lado, se hace un relevamiento de todo aquello que es anterior al texto que van a escribir, pero por otro lado su texto, su producto, su fin será medio para nuevos discursos; su texto será posterior al dis­ curso en el que el suyo se va a articular. En “Epistemología y Meto­ dología: Elementos para una teoría de la investigación científicaL1” 11.1993. Editorial Eudeba

de Juan Samara, se hace mención a la importancia que en el proce­ so de investigación tiene lo que comúnmente puede llamarse “fase exploratoria del campo a investigar’. Si bien el científico se esfuer­ za por hacer condente este trabajo exploratorio lográndolo en ma­ yor o menor medida, la operación del autor se produce más allá de la conciencia, empujada esa operación por las reglas que la condi­ cionan y que Foucault llamó condiciones de posibilidad. Muchas veces aquí, en el trabajo en la escuela, se han dado si­ tuaciones en las que estos problemas que estamos tratando se han hecho patentes. Ustedes saben que entre una de las actividades de los profesores figura la de realizar evaluaciones de sus alum­ nos; en algunas ocasiones esa pruebas consisten en que sus alum­ nos deben escribir. Ha sucedido que en circunstancia en las que debían figurar en esos escritos determinados contenidos apare­ cían otras cosas; cosas que inclusive en algún caso habían llega­ do a consistir en un insulto -no necesariamente dirigido al lector, en ese caso el profesor-. Sin desconsiderar lo urticante que puede producir en cualquier lector una expresión insultante, desde este planteo filosófico, po­ demos preguntarnos en qué lugar estará esa obra respecto de su autor ¿Se podría pensar que hay más de un autor'? Si se pudiese pensar que hay más de un autor, se nos abriría de ese modo una perspectiva diferente que si no pudiéramos pensar que hay, even­ tualmente, más de un autor. Fíjense qué interesante porque, a quienes trabajamos en escue­ las, desde el psicoanálisis, qué caminos posibles se nos abren fren­ te a un episodio como éste. Como necesitamos tener el discurso del sujeto no tenemos más alternativa que convocar al jóven su­ puesto a conversar a partir de lo cual se abre eventualmente un discurso que no sabemos de antemano a dónde remitirá, pero so­ bre el cual nos mantenemos alerta para localizar qué fue lo que allí se conmovió en la relación entre la obra y su autor. Muchas veces también en las intervenciones judiciales los jue­ ces le preguntan a los psiquiatras o a los psicólogos, cada vez más frecuentemente, su opinión sobre los movimientos que pueden darse entre la obra y su autor, entre una conducta y quien la ejecu­

ta, entre un hecho y quien es agente de ese hecho. Piensen que un hecho por supuesto puede ser un hecho de palabra. Por supuesto que los funcionarios judiciales no lo formulan de este modo pero puede intuirse que hay allí una pregunta de este tipo. Las autoridades de las escuelas, cuando convocan a los pro­ fesionales para que intervengan, también plantean preguntas de este tenor.

E l n o m bre de autor

Ya fue dicho que para Foucault puede ser que el autor desapa­ rezca. Puede ser que el autor esté sufriendo esta desaparición. Dice: “En primer lugar querría evocar en pocas palabras los problemas planteados por el uso del nombre de autor. ¿Qué es un nombre de autor? y ¿cómo funciona? Bien lejos de dar una solución. (otra vez la precaución de Foucault en esta Conferencia recordan­ do todo el tiempo que no va a dar una solución, que simplemente está explorando un terreno) “...indicaré solamente algunas de las dificultades que presenta”. ¿Qué es el n o m b r e d e a u t o r ? Dice que el nombre de autor es, efectivamente un n o m b r e p r o p i o , pero que el nombre propio, en sí, plantea sus mismos problemas. En la filosofía del lenguaje el nombre propio es un elemento bien problemático. Entre los distintos análisis (Frege, Mill, Wittgenstein, Church) Foucault se refiere a los de John Searle a quien menciona de manera explícita. Searle es un autor eminente de la filosofía del lenguaje, de la fi­ losofí a analítica. Es norteamericano pero buena parte de su carrera intelectual transcurrió en Inglaterra, específicamente en Oxford12. En su libro “Actos de habla” caracteriza al significado de los nom­ bres propios como uno de los “dos problemas tradicionales de la filosofía del lenguaje”13. Searle nos dice que en principio el nom­ 12. Para más datos sobre la biografía y la obra de John Searle ver ^^w.librosenred.com/Libros/ conversacionesconj ohnsearíe .aspx 13. Editorial Cátedra, página 161. El otro problema tradicional es el de las des­ cripciones definidas.

bre propio es aquello que utilizamos para representar al objeto14• Agrega luego que “'los nombres propios no tienen sentido, son mar­ cas no significativasEl nombre propio no describe al objeto en •absoluto (a diferencia de las descripciones definidas). Identificar a un objeto por medio de su nombre propio no conlleva para nada conocer algún hecho o aspecto del mismo. Searle destaca que el nombre propio trabaja respondiendo a “nuestra necesidad de se­ parar la función referencial de la función predicativa del lengua­ je”, Sin embargo, advierte y nos advierte que “nosotros no llega­ mos jamás a referirnos de manera completamente aislada de la p re d ic a c ió n .¿Por qué? Porque es absolutamente imposible que al querer identificar al objeto “Aristóteles” no nos veamos conmi­ nados a predicar al menos algo acerca de él, por ejemplo, que es quien escribió el Organón. En el caso de Aristóteles -y en el de cualquier individuo que haya muerto- ni siquiera contamos con la mudez indicativa que nos posibilita el dedo ostensivo. Coincidiendo en este punto Foucault con Searle, dice el prime­ ro: “No es posible hacer del nombre propio, evidentemente, una referencia pura y simple”. ¿Qué quiere decir? Que el nombre pro­ pio y el nombre de autor, igualmente (porque el nombre de autor es un nombre propio), no sólo tienen funciones indicadoras. El nombre propio no sólo tiene funciones indicadoras respec­ to del objeto al que señala casi ostensiblemente. Es más que una indicación, es más que el gesto de un dedo apuntando hacia al­ guien; en cierta medida, el nombre propio es el equivalente de una descripción. Una descripción, ¿en qué sentido? Frente a la pregunta “¿ Quién es Aristóteles?” nos vemos obligados a realizar aunque sea la más mínima descripción respondiendo, por ejemplo, “El que escribió el Organón” es una respuesta posible cuya acción indudablemen­ te es la de describir. ¿ Cómo se indica, cómo se señala a Aristóteles? Va de suyo que desde hace más de 2000 años no existe alguien capaz de señalar a Aristóteles pero sí se lo puede describir. Puedo decir que Aristó­ 14. Página 166.

teles, a través de una descripción, es el autor de tal libro. Son en­ tonces dos las funciones que el nombre propio tiene. La de indi­ car y la de describir. En este sentido el nombre propio y el nom­ bre de autor son idénticos, comparten las propiedades. Sin embargo, más adelante, Foucault señala las diferencias que existen entre el nombre propio y el nombre de autor; no las identi­ dades sino las diferencias. ¿Cuáles son esas diferencias? Dice, ílSi, por ejemplo, me doy cuenta de que Pierre Dupont no tiene los ojos azules.." (Pierre Dupont como nombre propio) .. o no nació en Pa­ rís o no es médico, etc, no es menos cierto que ese nombre Pierre Dupont, siempre continuará refiriéndose a la misma persona”. O sea, a Pierre Dupont, al nombre propio “Pierre Dupont” no le importa cómo yo lo veo o qué sé yo acerca de Pierre Dupont o qué juicio tengo hecho acerca de él; sino que lo que se va a mantener estable es la relación entre el nombre “Pierre Dupont” y la perso­ na a quien se refiere. Continúa “... el vinculo de designación no se modificará por ello”. Yo puedo tener un juicio equivocado acerca de los ojos de Pierre Dupont pero voy a seguir señalando con mi dedo a la misma persona cuando alguien me pregunte “¿Quién es Pierre Dupont?”. Ese es Pierre Dupont, solamente que me equivo­ qué cuando le vi los ojos. Hasta aquí el nombre propio. “Por el contrario, los problemas que plantea el nombre de au­ tor son mucho más complejos: si descubro que Shakespeare no nació en la casa que hoy se visita, he aquí una modificación que evidentemente, no va a alterar el funcionamiento del nom­ bre de autor. en tanto Shakespeare va a seguir siendo el autor de las obras que escribió; tal descubrimiento no afectaría en absoluto al nom­ bre de autor; .. pero si se demostrase que Shakespeare no escri­ bió los Sonetos que pasan por ser suyos, se produce un cambio de otro tipo”. O sea, aquí sí, este otro descubrimiento ya afecta al nombre de autor. Esta afectación sobre el nombre de autor no tocaría en nada al nombre propio en tanto éste continuaría manteniendo su rela-

i-ion de indicalción respecto a la persona de Shakespeare en tanto ir lerend a Ah1ora, frente a la pregunta “¿Saben quién es Shakes­ peare?”, debie?ra responder “El que hasta ahora se pensaba que 11;ibía escrito llos Sonetos”. Lo puedo seguir describiendo desde el punto de vist.a del nombre propio, pero se ha alterado su nom­ bre de autor. 1)e este mo>do aparece la diferencia que me permite distinguir qiii: el nombrt de autor y el nombre propio no son lo mismo. Si i m pudiéramos localizar al menos una diferencia entre el noml in • propio y e;l nombre de autor ambas nociones serían sinóni­ mas. ¿Qué utiJidad tendría contar con dos nociones para definir In i11ismo? Pof una cuestión económica las podría denominar de l.i misma, forma. Pero si encuentro la o las diferencias se me preM'nLa la obliga£ión, por la necesariedad lógica, de tener que estalil t■eer dos nociones distintas: una el nombre propio y otra el nomlni' de autor. 1;oucault da por concluida esta serie de ideas con la siguiente |trnposición : “& nombre de autor no es entonces exactamente un ii,)ifibre propio como los otros>>.

1,S A G E N T E S

D E L O S D IS C U R S O S Y E L N O M B R E D E A U T O R

Comencemos este apartado con las siguientes dos preguntas: 1. ¿Por qué colocar en continuidad a los términos de obra, texto y liJro (Foucault) con el de discurso (Lacan)? •> ¿Puede e,tablecerse alguna relación entre la noción foucaultiana de ['IOMBRE d e a u t o r y la lacaniana de d i s c u r s o ? A la primera pregunta respondo que esa continuidad queda esI,ib led da porqUr-es el propio Foucault el que tanto en esta Confen iieia como en c)tras obras de su autoría -tal como ya lo he menr iotiado—establc-ce a la noción de “discurso” como un elemenlt i de estudio.

A la segunda pregunta respondo que por supuesto que se pue­ de y al establecimiento de tal relación lo formulo de este modo: los cuatro agentes de los discursos lacanianos son sus nombres de autor (amo, universitario, histérica y psicoanalítico). De este modo estoy agregando elementos a lo que Foucault llama “la singulari­ dad paradojal del nombre de a u t o r Lo estoy haciendo dado que en este caso me encuentro postulando nombres de autores que no son nombres propios. Pero veamos cuáles son los caracteres que posee el nombre de autor; ellos son:





No es simplemente un elemento en un discurso. Desempeña en relación a los discursos cierto papel. Asegura una función clasificatoria. Permite reagrupar cierto número de textos, delimitarlos, ex­ cluir algunos, oponerlos a otros. Caracteriza a un cierto modo de ser del discurso. Prácticamente funda al discurso, en tanto diferente de la pa­ labra cotidiana, indiferente, que se va, que flota y pasa, una palabra que puede consumirse inmediatamente. Permanece siempre en el campo del signo o del símbolo, con prescindencia inclusive de que su punto de partida sea el interior del discurso y el de llegada el individuo real, a diferencia de lo que realiza el nombre propio enviando un señalamiento que cae sobre la persona real.

¿por qué en la teoría lacaniana de los discursos se establece la existencia de al menos más de un discurso? ¿por qué no se tra­ ta de sólo uno? Ahora podemos decir que no es uno porque exis­ te el nombre de autor y si éste no realizara su operación clasifica­ toria, no estaría garantizada la existencia de al menos más de un discurso; aunque sea la clasificación mínima de dos. Si postulamos que los discursos sólo son concebibles en tanto plurales (y no singular) se nos arma ya la posibilidad de una tipo­ logía de los discursos.

Respecto a reagrupar cierto número de textos, delimitarlos, ex­ cluir algunos y a esos a su vez, oponerlos a otros, tomemos como ejemplo la clásica oposición entre estructuralistas y existencialisLis. ¿cómo agrupamos a cada uno de los textos a los que a su vez podría considerárselos pertenecientes a cada una de estos conlimtos? Ese eventual agrupamiento dependería de los paráme1rns que estableciéramos para definir aquí también la operación de nombre de autor. Cuando decimos “caracterizar” (en este caso a un cierto modo de ser del discurso) podemos traducirlo también como “definir”. I )escribimos a un ente; por esa misma operación lo clasificamos v, a su vez, por esta última operación lo caracterizamos. Una gran clasificación que hace Foucault es que hay palabras que circulan, que son tales, que son palabras, pero que tienen to­ das estas características: ser cotidianas, indiferentes, que se van, qiic flotan y pasan. El discurso que no cuenta con el atributo de poseer nombre de .tutor se encuentra poblado de palabras que no llegan a tener un estatuto. Si del intercambio mantenido entre el lector y este texlo se produce tal operación que logra hacer que algunas palabras lleguen a ser críticas, creo que ese hecho habrá justificado la pu1dicación de esta obra. En cambio, si no llegan a lograr alcanzar ese estatuto y son sólo palabras que pasan, que flotan, todas estas palabras tal vez resulten haber sido difundidas en vano. A iiim n o : En la última página, antes de que empiecen las intervenciones de algunos asistentes a la Conferencia, Foucault, después de plan­ tear todos los argumentos a favor de su tesis sobre el autor criti­ cando la forma clásica en que se concibe lo qué es un autor, dice:

“En resumen se trata de sacarle al sujeto (o a su sustituto) su pa­ pel de fundamento originario, y de analizarlo..." al sujeto. .. como una función variable y compleja del discurso”. Creo que esta es la

idea central que él trata de sostener. Viene muy a cuento el texto de Perry Anderson "Estructura y suje­ to" donde plantea que la constante problemática que tratan los in­ telectuales con los que discuten los estructuralistas (sea con Sar-

tre, con Merleau-Ponty o con De Beauvoir), es la difícil y compli­ cadísima relación que hay entre el sujeto y la estructura. Lláme­ se estructura de lenguaje (Saussure de por medio), económica, o discursiva. Él plantea que esa cuestión es la que devana los sesos de ios pen­ sadores de mayor nivel en Europa en un determinado período de la historia. ¿Qué relación hay entre la estructura y el sujeto? No es de fácil dilucidación. Coppo:

La Conferencia está dada en un clima en que esto se está deba­ tiendo más o menos explícitamente. Foucault junto a los intelec­ tuales que asistieron a su Conferencia participan de ese debate. Hay una movilidad en esa relación entre el autor y el texto que pa­ recía, mirada a simple vista, bastante sencilla. La relación entre la persona y lo que dice.

C l a se

L a c a n , MARX

II

y u n a a n a l o g ía

En la clase anterior habíamos llegado a la diferenciación de los discursos en términos de aquellos que contaban con la fun­ ción autor y aquellos que no contaban con ella. Esa es una gran diferencia. Bien, aceptamos entonces que hay algunos discursos que tie­ nen este atributo y hay otros que no lo tienen. Foucault se pre­ gunta: ¿cómo se caracteriza en nuestra cultura un discurso por­ tador de la función autor? Establece cuatro caracteres con los que cuentan los discursos que tienen la función autor; no excluye que puedan ubicarse otros caracteres pero en principio son cuatro los que él describe. El primero de esos caracteres es el de la propiedad del discur­ so; de quién es el discurso. Foucault dice que en determinado mo­ mento histórico, al poder se le plantea la necesidad que se pue­ da identificar al propietario del discurso, es decir, saber quién es su dueño. Dice: “Los textos, loslibros, los discursos, comenzaron realmen­ te a tener autores..." “.. en la medida en que el autor podía ser cas­ tigado. y uno se pregunta ¿por qué debería castigarse al autor? La respuesta es: “... en la medida en que los discursos podían ser Iransgresivos”. O sea que en este punto, a diferencia del “No im­ porta quién habla” que Foucault tomó como referencia de Samuel

Beckett en el inicio de la Conferencia, acá sí importa quién habla. Parece que para cierto elemento de poder, porque quien pueda ha­ cer este movimiento parecería ser alguien que tiene cierto poder, resultó necesario por lo menos a partir de determinado momento, identificar al propietario de los discursos que, acá lo dice muy cla­ ro, fueran de algún modo transgresivos. Si el discurso no tuviese la cualidad de ser transgresivo pues entonces no se hubiese plantea­ do como necesidad ubicar al propietario. Entonces, primer carácter para identificar la función autor: l a PROPIEDAD DEL DISCURSO.

Otro carácter: “Hubo un tiempo en que esos textos que hoy llamaríamos litera­ rios (... ) eran recibidos, puestos en circulación, valorizados, sin que se planteara la cuestión de su autor; su anonimato no oca­ sionaba dificultades...” O sea, no se sabía de quién provenía la escritura de esos textos, quién o quiénes eran los autores. Continúa: “ .. su antigüedad, ver­ dadera o supuesta, era suficiente garantía para ellos. Por el contrario los textos que ahora llamaríamos científicos...’ hasta ahí habló de los discursos literarios, ahora va a hablar del discurso científico, “ ..que se aplicaban a la cosmología y al cielo, a la medicina y a las enfermedades, a las ciencias naturales o a la geografía, no eran recibidos en la Edad Media, y sólo llevaban un valor de ver­ dad si estaban marcados con el nombre de su autor”. Por ejem­ plo, “Hipócrates dijo, Plinio cuenta.. tal cosa. Sin embargo, “En el siglo XVII o en el XVIII seprodujo un quiasmo;..”. Se pro­ duce un viraje, una transformación: "... los discursos científicos comenzaron a ser recibidos por ellos mismos. en el anonimato de una verdad establecida siempre nuevamente demostrable; están garantizados por su pertenencia a un conjunto sistemático, y no por la referencia al individuo que los ha producido”.

Entonces, en el siglo XVII o XVIII la relación a la verdad no está dada por el autor como puede ser por ejemplo “Hipócrates” sino por en este caso “la medicina”. A uim no: 1 cw o:

Una comunidad.

Una comunidad. Dice “La función autor se borra, el nombre del inventor sólo sin/e a lo sumo para bautizar un teorema, una propo­ sición. .. ”, .. un conjunto de elementos, un síndrome patológico".

El nombre propio (de un individuo) que hasta ese quiasmo garan­ tizaba de alguna manera la verdad del discurso es a partir de ese momento suplantado. Parece haberse producido en ese preciso momento histórico iii iíi despersonalización, en el sentido de que ya no importa tanto l.i persona sino el campo al que pertenece un discurso cuya autoi i.i puede ser referida a una esfera más amplia y para nada cerni­ da al cuerpo de un individuo. Ahora la autoría parece haberse liIíihJo a un cuerpo o un campo de discurso, lo que suele entender­ ía- por: una disciplina (la medicina, la psiquiatría, etc.). lodo esto ocurre fundamentalmente en el discurso científico. No parece pasar lo mismo en el discurso literario. Vemos como Foucault va delineando t i p o s d e d i s c u r s o ; está el llln ario -por un lado- y el científico -por el otro-. No podemos iicmler con claridad -al menos en esta Conferencia- a los crite­ rios con los que va realizando esta separación de discursos, pero lo que sí está expresamente definido es que para él hay distintos ii pus de discurso.

Dejándome llevar por una especie de atrevimiento, hago un pa­ ralelo con lo que ocurrió, de manera progresiva, en el campo de las relaciones de producción. En determinado momento el arte­ sano ponía la firma en su obra, en su producto. Eso, a partir de la industrialización se pierde; se pierde el nombre del productor, del autor. Siguiendo con este paralelismo, el sistema capitalista-por las mismas características de su modo de producir-, va imponien­ do el borramiento de los nombres de los productores.

Aíumna:

C oppo:

Ese paralelismo que vos señalás coincide perfectamente con lo que señala Foucault en tanto él marca al Siglo XVI como el del naci­ miento del capitalismo; si bien entre los historiadores no existe una fecha exacta en la que coincidan para ubicar ese acontecimiento. Está claro que ese siglo es fundamental para situar el momento en el que se colocaron las bases para el desarrollo del modo de producción capitalista con su Revolución Industrial.

Una observación más respecto de este punto; es verdad que los artesanos quedan perdidos en tanto autores, en la producción de sus objetos; es verdad que los productos también dejan de ser produci­ dos de manera general por artesanos y son producidos por fábricas. Sin embargo -y continuando con el atrevimiento que recién men­ cionabas- todos esos objetos quedan señalados por marcas. Los ob­ jetos llegan al mercado a partir de la producción mercantil habien­ do las marcas reemplazado a los nombres propios que denotaban a la persona que los había producido, es decir, a sus autores. A partir de ese momento son las empresas, esa forma jurídica bajo la cual se generaliza la producción, las que dejan impresas en los objetos, los productos -más específicamente las mercancías-, las marcas.

Existen algunos casos en los que ese proceso puede compro­ barse bastante fácilmente. La marca de autos “Ford" tomó su nom­ bre del nombre propio de su fundador: Henry Ford. ¿La palabra “Ford" utilizada para la denominación de una marca no constitui­ ría una contrariedad con la idea que estamos manejando en cuan­ to al reemplazo de los nombres de los artesanos por las marcas de las fábricas?

A lu m n o :

Coppo:

No lo veo como una contrariedad. Más bien todo lo contrario. Pue­ de que el ejemplo de “Ford” sea un modelo de la transición que llevó de un lugar a otro el problema del autor. Hay otros casos con las mismas características; recordemos los pantalones “Levys", los automóviles “Ferrari” y otros tantos casos. Ahora bien, otro ejem­ plo que habla de un “borramiento” del nombre del productor en tanto autor: el surgimiento de la forma jurídica que las empresa adoptaron con las llamadas “sociedades anónimas".

Al segundo carácter con el que cuentan los discursos que tie­ nen la función autor lo llamaremos entonces el de la d e s p e r s o n a ­ l i z a c i ó n d e l n o m b r e d e a u t o r . Esa despersonalización no signifi­ ca que se haya borrado la necesidad de una referencia que dé cier­ ta fiabilidad al discurso, simplemente que ese lugar no necesaria­ mente estará ocupado ahora por un nombre propio. Comencemos con el tercer carácter que tiene la función autor. La función autor “... no se forma espontáneamente como la atribución de un dis­ curso a un individuo. Es el resultado de una operación comple­ ja que construye cierto ser de razón que se llama autor”. Este ser de razón es algo que se llama “autor” y que parece no ser algo espontáneo, sino un conjunto de operaciones que traba­ ja, opera, con los discursos. Se define por una serie de operaciones específicas y comple­ jas: la de partición de los discursos, la de separación, la de pues­ ta en relación de unos con otros. Continúa: “Todas esas operacio­ nes varían según las épocas y según los tipos del discurso” Otra vez vuelve a dar por sentado que no hay “un” discurso. Dice: “No se construye un ”autor filosófico" como se construye un “poeta”’’, parecería ser otro modo. “ ...y en el siglo XV III...’’ a través de la referencia histórica dice “ ..no se construía el autor de una obra novelesca tal como hoy se lo hace. Sin embargo, se puede encon­ trar a través del tiempo cierta invariante en las reglas de construc­ ción del autor". No he podido localizar claramente en el texto de la Conferencia cuáles son esas invariantes. No obstante, síha que­ dado claro que no se trata de una asignación espontánea. Como la atribución de un discurso a su productor no es espon­ tánea quiere decir entonces que en el tercer carácter de la función autor se incluye un agente que debe intervenir y realizar la asigna­ ción del atributo “autor” al discurso, por lo tanto ese agente pasa también a ser autor.

El cuarto caracter. Se los leo tal como él lo enuncia; la función autor no remite pura y sim plem ente a un in d ivid u o real...”. El sentido común diría que frente a la pregunta “¿Quién es el au­ tor?”, una respuesta esperable seria, por ejemplo: Juan. Bueno, acá dice que no, que no remite pura y simplemente a un individuo real. Continúa: “... e lla puede d ar lugar sim ultáneam ente a m u ­ chos egos...”, a muchos yoes podríamos decir nosotros o -aunque no sea una expresión utilizada habitualmente- yos. Puedo suponer que les ocurrió alguna vez, en ocasión de te­ ner que redactar un texto, que surja la pregunta sobre la elección de los pronombres personales a utilizar: ¿qué uso? ¿“yo” o “no­ sotros”? ¿En qué persona o individuo haré recaer la función del locutor? Es bastante frecuente que encontremos en un texto expresio­ nes del tipo “Nosotros pensam os...”. Cabría entonces la pregunta: ¿Cuántos son (los que escriben)? Siendo el caso de que el autor de ese texto sea una sola persona sucede que el “uno” se reempla­ za, toma la forma del “nosotros”. Inclusive existen obras donde aparecen intercambiados esos pronombres personales y de ese modo se hace difícil seguir a quién es el que habla. Lo mismo pasa, por ejemplo, con ciertos textos en los que habla el redactor directamente y otros textos en los que el redactor hace hablar al protagonista de la obra. Cada tanto el re­ dactor se mete en la obra y opina en su propio nombre. Particularmente este cuarto caracter es muy freudiano ya que si recordamos el título del texto “L a escisión del Yo en el m eca­ nism o de defensa ”, constataremos la descripción que allí se reali­ za, en tanto hay una partición de ese conjunto de representacio­ nes que constituyen el Yo; éste es tironeado por distintas in stan ­ cia s que lo complican, le sacan ese carácter de unicidad que lo haría hablar coherentemente, que lo conformarían en un locutor incapaz de perderse entre otros locutores. Entonces, para resumir este cuarto carácter, decimos que la función-autor “puede d ar lugar a m uchos egos, a m uchas p o si­ ciones-sujetos que diferentes clases de in d ivid uo s pueden llegar a o cu p a r”

L O S IN S T A U R A D O R E S D E D IS C U R S O

Todo este desarrollo que realiza Foucault en el que la perso­ na real del autor es suplantada por un intento de localización de la función-autor en lo que yo he llamado una despersonalización, desemboca, a lo largo del desarrollo de la Conferencia, en la ubi­ cación de ciertos autores que parecen sí haber tenido cierta enti­ dad, y al mismo tiempo influencia, sobre los discursos y habiendo hecho operaciones con ellos. Él los nombra primero, como auto­ res transdiscursivos y menciona a .. Homero, Aristóteles, o los Padres de la Iglesia.. ” Pero después, y nuevamente siguiendo con la importancia dada a la periodización histórica, dice que en el siglo XIX “... se vieron aparecer en Europa algunos autores bastante sin­ gulares y que no se podrían confundir ni con los grandes auto­ res literarios, ni con los autores de textos religiosos canónicos, ni con los fundadores de ciencias. Llamémosles de forma un poco arbitraria, fundadores de discursividad.’’. Se refiere expresamente a Marx y a Freud no como los únicos pero sí como .. los primeros y los más importantes En una continuidad transferencial, prácticamente un año des­ pués de esta Conferencia -el 11 de febrero de 1970- Lacan recor­ ta a Freud y a Marx del conjunto de todos los autores para desig­ narlos como aquellos dos a quienes si se intenta contradecirles .. siempre se puede patinar, se patina fácilmente y se acaba dicien­ do tonterías. Desbaratan el discurso de quienes pretenden meter­ se con ellos”1 Volvamos ahora a Foucault: “La particularidad de estos autores es que no sólo son los autores de sus obras. ’ (cosa que verdade­ ramente son), .. de sus libros”, sino que “... Han producido algo más: la posibilidad y la regla de formación de otros...’’ discursos. l.

Lacan, Jacques. Seminario 17 “El reverso del psicoanálisis”. Ed. Paidos; p á­ gina 75.

Dice Foucault: “Freud no es simplemente el autor de la Inter­ pretación de los sueños...” y Marx tampoco lo es, solamente del Manifiesto Comunista o de El Capital .. ellos establecieron una posibilidad indefinida de discurso Continuando con los atrevimientos a los que hoy hemos co­ menzado a darles lugar, voy a tomar en este punto la responsabi­ lidad de mi atrevimiento. Voy a presentarles la analogía que, entre Marx y Freud/Lacan viene ocupándome desde hace bastante tiempo. La analogía de la que les hablaré es la dada entre la relación entre el sujeto y la mercancía (Marx) con la relación entre el sujeto y el significante (Freud/Lacan). La presentación de esta analogía va a acercarnos de manera bastante directa a nuestro problema central que es el de los cuatro discursos lacanianos. Antes de tomar de a una a ambas relaciones (la del sujeto y la mecancía y la del sujeto y el significante) establezcamos qué en­ tendemos por analogía. Para ello me basaré en el artículo de Ge­ rardo Arenas “Apología de la analogía” publicado en El Calde­ ro de la Escuela (EOL) en octubre de 1999. Una analogía es un modo de pensamiento que tiene por objetivo el deslinde o despejamiento de una estructura a través de un proceso de formalización. La formalización tiene por objetivo separar el conjunto de elementos y sus relaciones de su estructura. Esa separación en­ tre la estructura y el conjunto de elementos será de suma utilidad epistemológica si la primera puede ser aplicada a otro conjunto. Se dirá entonces que entre esos dos conjuntos existe una identi­ dad de estructuras. Veamos entonces el primer conjunto, el conformado por el su­ jeto y el significante unidos entre ellos por la relación de represen­ tación (del segundo respecto del primero). Freud advirtió bastante tempranamente que el sujeto no podía hacerse representar unívocamente por una representación o por lo que luego Lacan llamó significante. Freud tuvo la gran capa­ cidad de notar que el sujeto no se podía hacer representar con o por una representación sin más, es decir, sin que intervenga otra representación que se encontrara en relación con la primera. De

aquí devino el nacimiento de las para ese entonces denomina­ das neuropsicosis de defensa. ¿Cuál fue el fundamento freudiano para conceptualizar la represión? Que había una representa­ ción, o algunas representaciones que eran inconciliables con las representaciones del Yo. El Yo es un conjunto de representacio­ nes. Me atrevo a decirlo: el Yo es un discurso; es un conjunto de representaciones que son consistentes entre ellas mismas. Cuan­ do digo que son consistentes entre sí lo hago en el estricto senti­ do lógico, esto es que no entran en contradicción entre ellas; nin­ guna. Bajo esta perspectiva el Yo conforma un sistema en el que rige una de las tres leyes básicas del pensamiento, me refiero al Principio de No Contradicción. Recordemos que este Principio es acompañado por el Principio de Identidad y por el Principio de Tercero Excluido. ¿Qué dice el de No Contradicción? Dice que ningún enuncia­ do puede ser verdadero y falso2• La lógica no asignaría exactitud al siguiente enunciado: “Llueve y no llueve”. El enunciado “Llue­ ve y no llueve” es inexacto en tanto se vulnera el Principio en el que nos estamos centrando. El hecho de que dentro de una mis­ ma expresión existan proposiciones como mínimo una verdadera y una falsa, hace que de manera global, entendida de forma uni­ taria, la expresión sea inexacta, pierde su posibilidad de ser con­ sistente, es decir, no contradictoria. En el caso del concepto de represión el problema es cuando hay una representación que es inconsistente con todas las demás o aunque más no sea con al menos una de todas esas, cuando una es entonces, lo que Freud llama: inconciliable. El hecho que exista una inconciliable es lo que nos marca que hay, además de aque­ lla con la cual el sujeto se vincula, otra. Esto es lo que ya dije que advirtió Freud. Este problema toma toda su relevancia en el tex­ to de Freud en el que compara las parálisis orgánicas con las no orgánicas. Lo que dice Freud ahí es que el cuerpo se paraliza en función de representaciones y que son representaciones determi­ 2. Copi, Irving. “Introducción a la lógica”. Ed. Eudeba; 1979; (Primera edición en inglés: 1953); pág. 321.

nadas. Su determinación deviene de su inconciliabilidad. Él dice que el lenguaje entrega una idea vulgar del cuerpo o de una par­ te del cuerpo, por ejemplo “brazo”, pero esa idea vulgar de “bra­ zo”, no responde a la anatomía del brazo en el cuerpo. Resulta­ do: hay una escisión. La propiedad de vulgaridad del lenguaje nos está diciendo que junto a él hay otro lenguaje; es decir, la escisión del Yo es de len­ guaje; pues entonces la escisión es directamente de lenguaje. Aquí y así arribamos a la escisión de discursos aunque aún no hemos determinado en lo más mínimo cuál será la cualidad o la caracte­ rística de cada lenguaje o de cada discurso. Pero que no tengamos determinado qué es lo distintivo de cada uno de ellos no quita la relevancia que tiene el hecho de que ya es imposible sostener al lenguaje como único o al discurso como único. Veamos ahora el segundo conjunto, el conformado por el su­ jeto y la mercancía, unidos entre ellos (al igual que el primer con­ junto) por la relación de representación (de la segundo respecto del primero). Sabemos que hasta Marx, la economía política tuvo un desa­ rrollo vinculado al nacimiento del mercantilismo, lo que se llamó la Escuela Mercantilista; esa escuela después derivó en lo que se conoce como la economía clásica cuyos representantes más des­ tacados fueron A. Smith y D. Ricardo. Ellos fueron aquellos auto­ res que Marx criticó -exponiéndolos- y pudo superar. Marx parte de esa superación de la economía clásica, sobre todo de Ricardo y de la crítica que le hiciera a éste respecto de la teoría del valor. Ricardo disponía ya de su teoría del valor; sabía lo que deter­ minaba el valor de los productos. Puede incluso decirse que des­ de Petty ya existía una teoría del valor. Ricardo había descubier­ to que las cosas valían por el tiempo que promedial y socialmen­ te había llevado el fabricarlas; lo que después se llamó el tiempo de trabajo socialmente necesario. No perdamos de vista el lugar común que ocupan en los dos conjuntos de nuestra analogía el significante y la mercancía. Ambos cumplen la función de representar al sujeto: el primero frente a otro significante; el segundo frente a otra mercancía en el mercado.

Partimos del axioma de que en abstracto una cosa -mercancíaque contiene trabajo, vale. Señalando que una cosa tiene valor nos encontramos en el nivel cualitativo del análisis; continuando, deci­ mos que tiene u n valor y con esto señalamos analíticamente que el valor que tiene puede especificarse cuantitativamente. Retroceda­ mos ahora un paso y preguntémonos: ¿Qué es el valor? Es el tra­ bajo, el valor de una cosa es el tiempo de trabajo que socialmen­ te implicó hacerla. La sustancia del valor es el trabajo. Además, el trabajo -aspecto cualitativo- es u n trabajo, una cantidad de trabajo coagulado en el valor de la mercancía -aspecto cuantitativo-. A lu m n o :

Que contenga trabajo ¿es lo que permite su circulación?

No. El trabajo que está metido en la cosa, no lo hace per se, ca­ paz de circular. En el análisis de la producción capitalista Marx di­ ferencia dos instancias: la de la producción y la de la circulación. Por ahora nos estamos manejando teóricamente dentro de la pri­ mera de ellas.

Coppo:

En tal sentido, yo puedo perfectamente en mi casa cocinar un plato de comida que de ningún modo esté en mi motivación su circulación. Es indudable que tal tarea de cocinar conllevará cier­ to trabajo que no está destinado al intercambio sino a mi propio consumo. Las cosas tienen valor, pero no necesariamente tienen que ser intercambiadas. La cuestión que me interesa señalar a los fines de completar mi analogía es la de l a r e l a c i ó n d e v a l o r que debe esta­ blecerse en el intercambio entre mercancías (en el mercado). Sucede que el valor de una cosa no puede ser expresado por ella misma. La razón es muy sencilla y es por lo que en la retórica se llama una tautología. Yo no puedo decir cuánto vale por ejem­ plo una valija, en términos de sí misma. Cuando compré esta vali­ ja, pregunté lo que suele preguntarse en esos casos: “¿Cuánto vale (esta valija)?”. Quiero destacar que por el mismo hecho de pregun­ tar cuánto vale una cosa determinada es que queda también de­ terminado que su valor sólo podrá ser expresado bajo la forma de

En el caso de lo que más tarde terminó siendo mi vali­ ja el vendedor vio condicionada la respuesta a mi pregunta en tér­ minos de tener que expresar el precio de la valija no en sus pro­ pios términos sino -para el caso- en términos de “pesos” -aspec­ to cualitativo-, más específica y completamente me dijo: “Vale 80 pesos”, es decir, anexó también el aspecto cuantitativo. otra c o sa .

La valija fue puesta en relación con un equivalente y precisamen­ te con el equivalente general: el dinero (para este caso, el signo monetario “pesos”). La valija fue igualada en uno de sus aspec­ tos (el del trabajo en general y el del trabajo en particular conteni­ do en ella) con el conjunto total de las mercancías y en tanto que fue igualada puede ser comparada. Recién ahora la podemos comparar, es decir, podemos preguntarnos “cuánto vale” la vali­ ja y también preguntarnos cuánto vale un tractor, cuánto vale una tiza o, finalmente cuánto vale cada uno de las mercancías que se encuentran disponibles en el mercado. Por el lado cualitativo de la mercancía accedemos a su lado cuantitativo. Por su igualación en cuanto mercancía con todas las que ella no es, accedemos a la posibilidad de conocer cuánto del total ella es, cuanto del total de trabajo social general abstracto la valija contiene.

A lu m n o :

Está muy bien, pero quería ser más primario en el análisis. No se apuren. Quiero ser bien elemental en esto porque sino luego no se entiende. Lo que quiero remarcar es que si yo le pregunto al vendedor “¿Cuánto vale esta valija?”, él puede contestarme co­ rrectamente desde el punto de vista lógico: “Lo que vale esta vali­ ja, es lo que vale esta valija”. Su respuesta es una tautología y por ello no se hace posible el intercambio en tanto si bien se respon­ de correctamente no se obtiene la información que haga posible el intercambio. Si el vendedor no (me) refiriese la valija a otra cosa que no sea la valija, no se la podría comprar, dado que sólo pue­ do hacerlo con otra entidad que no sea ella (la valija). En el caso de una economía plenamente desarrollada puede hacerlo con el dinero; pero aún en el caso de una economía menos desarrolla­ da, por ejemplo, una economía de trueque podría comprar la va­ lija con algún objeto de mi propiedad y respecto del cual yo me encontrase dispuesto a cederlo.

C oppo:

La valija - en tanto mercancía- tiene que tener relación con otra, con otro valor. A lu m n o : Coppo:

La mercancía tiene que estar “en relación a”.

Tiene que estar en relación a otra mercancía a tal punto que toda mercancía no sólo tiene que estar sino que está en relación a otra, de modo tal que el cambio por otra le sea posible.

Todo partió de mi señalamiento respecto del punto de intersec­ ción entre Foucault (22/2/69) y Lacan (11/2/70), cuando ambos coinciden en destacar a las figuras de Marx y de Freud en cuan­ to autores. La identidad de función de los dos últimos -que no es coincidencia- puntualizada por los dos primeros, está dada en la superación que ambos han alcanzado al poner aquello que ellos están estudiando, en relación con otra cosa. En el caso de Marx, estudiando el valor de la mercancía colo­ ca al valor de ésta en relación con el de otra mercancía, agregan­ do entonces un nuevo concepto: el de forma de valor. Marx: M -M ' En el caso de Freud, estudiando la representación coloca en re­ lación a ella otra representación. Freud: R ---- R* De esta analogía y agregando (según nos lo permite el concepto de identidad de estructura) un conjunto más a nuestro desarrollo, podemos armar lo que es el piso superior de la estructura que Lacan utilizó para formalizar uno de los discursos: el del Amo.

Ricardo no había puesto al valor en relación a ninguna otra cosa. El había sí determinado que la mercancía contenía trabajo y que su

expresión era el valor, pero a éste no lo había puesto en relación con el valor de ninguna otra mercancía; no había descubierto lo que sí descubrió Marx que fue l a f o r m a d e l v a l o r . Esto marca la supera­ ción de Marx respecto de Ricardo dado que el valor ya no será so­ lamente lo que se deriva del trabajo sino que además el valor será aquel componente que junto con su expresión, con su forma, es de­ cir, la relación toda hará posible la derivación que encadenadamente llevará de la mercancía al dinero y de éste al capital. Es por este hecho que el capital no es un objeto sino una relación. Vayamos entonces reteniendo cómo se identifican las estruc­ turas dadas por los conjuntos miembros de la analogía a lo que después va a ser el formato mínimo que plantea Lacan en la par­ te superior de la estructura de los cuatro discursos, parte que se encuentra compuesta por dos elementos puestos en relación. Re­ tomaremos esto cuando analicemos la clase del 13 de noviembre de 1968 correspondiente al Seminario 16. Leo de la Conferencia lo que me parece que es ordenador cuan­ do en la página 103, Foucault va concluyendo y dice: “Lamento mucho no haber podido aportar al debate que va a te­ ner lugar ahora ninguna proposición positiva: a lo sumo direc­ ciones para un trabajo posible, caminos de análisis. Semejante análisis, de ser desarrollado, quizás permitiría intro­ ducir a una tipología de los discursos. Me parece en efecto que tal tipología no podría hacerse solamente a partir de los carac­ teres gramaticales de los discursos, de sus estructuras formales, o incluso de sus objetos; sin duda existen propiedades o relacio­ nes propiamente discursivas (...) y es a ellas que es preciso diri­ girse para distinguir las grandes categorías de discurso". No está claro por lo menos para mí qué son las “Propiedades o relaciones propiamente discursivas”. Pero a “las propiedades pro­ piamente discursivas” o a “las relaciones propiamente discursi­ vas” las interpreto desde un análisis del lenguaje que no apunte exclusivamente al campo de las referencias, es decir, al campo de los objetos del mundo, entendiendo a la noción de “objeto” en su

sentido más pobre. Nuevamente retornamos a la idea de desper­ sonalización del discurso. Agrega: “Creo por otra parte que se podría encontrar a llí una introducción al análisis histórico de los discursos.... Y otra idea fundamental: los discursos se articulan con relaciones sociales. Que los discursos puedan ser objeto de un análisis histórico impli­ ca que ellos varían en el tiempo. Del mismo modo, el estudio his­ tórico de las relaciones sociales es el que ha demostrado también su variabilidad teniendo también Marx en este punto un lugar im­ portante con su obra “Formaciones económicas precapitalistas” Lacan, a lo largo del Seminario 17 es explícito en cuanto a la referencia a la historia y su incidencia respecto de los discursos. Por ejemplo, Lacan adjudica a “un hecho, determinado por razo­ nes históricas” que en la presentación de los cuatro discursos él haya comenzado por el discurso del amo. Más adelante introdu­ ciré mi interpretación respecto de este problema; cuando veamos concretamente las clases que he seleccionado de ese Seminario vamos a señalar las citas respectivas. Aparece luego la pregunta en la que directamente se pone en relación al sujeto con los discursos: “¿cómo, según qué condicio­ nes y bajo qué formas algo como un sujeto puede aparecer en el orden de los discursos?”. Acá retornamos al problema que ya he­ mos mencionado. Debajo de la barra hay un sujeto que pugna, po­ dríamos decir, por expresarse3• S, g Idealmente el sujeto podría expresarse con la palabra justa. Pero la experiencia analítica nos dice que si puede entenderse en algún sentido que la palabra de la histérica es justa sólo lo es no con la anatomía del cuerpo como referencia sino por un seg­ 3. La propiedad de expresión del significante es mencionada con todas las le­ tras por Lacan en el Seminario 5 “Las formaciones del inconciente”, sesión del 7 de mayo de 1958.

mento de lenguaje que toma el lugar de lo que para la medici­ na era la lesión. Decimos que la histérica se expresa con el cuerpo siempre y cuando establezcamos la suposición de que lo que le pasa en el cuerpo a la histérica es una expresión de algo. Freud hace esa su­ posición; no tiene por qué suponerse que la histérica expresa algo, ni tampoco que lo expresado lo es a través de su cuerpo. Freud hace esa suposición y por lo tanto hay un sujeto supuesto, hay un sujeto supuesto al que le suponemos un deseo. Ahora dice: si así fuera, si fuera efectivamente el caso de que haya un sujeto, la pre­ gunta sería: ¿qué lugar puede ocupar en cada tipo de discurso, este sujeto? ¿Qué funciones puede ejercer y obedeciendo a qué reglas? O sea, ya se va formateando nuestro lugar de llegada en la expo­ sición: la estructura de los discursos.

g Si bien tenemos la antesala del lugar teórico al que fuimos acer­ cándonos, aún no sabemos nada del funcionamiento de esta estruc­ tura. Nos hemos acercado a identificar a algunos de sus elemen­ tos componentes pero no hemos tratado todavía cómo se vincula el sujeto con las representaciones, con los significantes. Retoman­ do la analogía que les he presentado, sabemos desde Marx que la relación dada entre el sujeto y los objetos que produce, posee una naturaleza de carácter fetichista, es decir, que el objeto introduce al sujeto en un determina orden de discurso: el de la mercancía. Lo que le pasa al sujeto cuando produce los objetos exclusi­ vamente bajo el modo de producción capitalista es que si bien él conduce, dirige y hasta planifica el proceso de producción, lo hace sólo (y por eso) limitadamente en la esfera privada; más, cuando ese proceso de producción adquiere su carácter social -no priva­ do- al momento de darse el proceso de intercambio, se traspolan todas las funciones que he mencionado anteriormente: son los ob­ jetos producidos los que ahora conducen, dirigen el accionar del

sujeto. Las mercancías conducen al sujeto porque, en definitiva su accionar se encuentra determinado por el mercado, ya que ese es el lugar en el que ella puede eventualmente realizarse. O sea, el sujeto puede planificar en su taller y de hecho lo hace, pero lo que no puede planificar es la realización del valor de su producto, dependiendo ella de si luego la mercancía encuentra o no comprador; de ahí a la desesperación como uno de los desti­ nos posibles del sujeto sólo hay un paso y me atrevo a decir en lu­ gar de “desesperación”, “descomposición fantasmática”. Es verdad que se puede ser el propietario jurídico de determi­ nado bien pero qué sucede si ese bien no encuentra su realización en el intercambio; lo que ocurre en ese caso es que ese bien sólo puede serlo de consumo pero nunca podrá valorizarse a sí mismo, es decir, nunca podrá ser capital. Así como ocurre con el encuentro entre dos significantes, el de una mercancía con otra introduce siempre una tensión. Se intro­ duce una cierta conflictividad en el hecho de entrarse en contacto con lo otro en aquello que se suponía que no era relacional. Lo que hacen Marx y Freud en tanto instauradores del dis­ curso es señalar que hay una cierta conflictividad cuando estas cosas, insisto, que se suponían no relacionales, evidentemen­ te tienen con qué relacionarse y están relacionadas de una for­ ma inmanente, como sería por ejemplo el caso de las mercan­ cías o de los objetos que hasta que no llegan a conectarse con otros, no son mercancías. Fíjense hasta qué punto las transfor­ ma el hecho de entrar en contacto con otras; hasta el momento en que solamente son cosas producto del trabajo son solamente eso: cosas producto del trabajo; las puedo consumir como pro­ ductor. Pero el problema es que si quiero, o mejor dicho, si ne­ cesito, conseguir una cosa que no produzco, tengo que dirigir­ me necesariamente a otra persona que disponga de ella, de ese producto que esa persona produjo. Luego, ofrecerle que volun­ tariamente acepte intercambiar la de él por la mía. Eso introdu­ ce una tensión dado que no estoy seguro de que él va a querer lo que yo le ofrezco, ni tampoco él está seguro de que yo voy a querer pactar con él.

Aún, luego de manifestadas ambas voluntades de cambio, per­ manece la tensión en tanto resta determinar en qué cantidad de cada producto, o sea, en qué proporción se efectivizará eventual­ mente el cambio. Volvamos ahora a la Conferencia de Foucault y busquemos en el final la palabra de Lacan. En primer lugar saluda a Foucault reivindicando que este último regrese a lo que él había planteado ya en la década del ’50 con aquel luego famoso “retomo a Freud”. Según Foucault el “retorno a” es una necesidad también inmanen­ te de los discursos que fueron instaurados. Sobre la instauración de esos discursos Foucault dice que se produce un olvido sistemático. Hay una tendencia que actúa so­ bre esos discursos que los empuja hacia el olvido. Mi pregunta es: ¿porqué se produce este olvido? Porque hay representaciones que son inconciliables en y con el sistema del Yo. Sucede que las con­ diciones para la inconciabilidad no se mantienen estáticas sino que ellas van cambiando de acuerdo a diferentes momentos. Es por eso que los discursos tienen una relación con la historia. Cada discurso tiende a estabilizarse en ámbitos donde rija la consistencia lógica. Sin embargo, la aparición de discursos que conmueven esa con­ sistencia, trastocan las bases de los discursos planteados hasta ese momento, produciéndose el efecto de olvido que menciona Foucault, al que llama exactamente: “olvido esencial y constitutivo”. El “retorno a” es la operación inversa de “el olvido de” el “acto de instauración”. ¿Por qué aparece esa necesidad de retornar a ese punto en el que se produjo el olvido? O más bien, el hecho de “retornar a” po­ dría ser la otra cara, el reverso de la tendencia a olvidar; hay en el campo de los discursos una modificación tal que una vez que la instauración de ese discurso nuevo se produjo, ya no se la puede cancelar. A lo sumo se la puede olvidar, pero no se la puede can­ celar. Al modo en que Freud explicaba la dinámica del afecto, una vez aparecido no se lo puede hacer cesar, deja su huella. Foucault dice que hay que hacer una operación de levantamiento del olvido. Usa textualmente la palabra levantamiento y esa palabra también

es muy freudiana; hay que levantar el olvido, y por eso se encuen­ tra concatenado el retorno que plantea Lacan respecto de Freud. Algo de este tenor plantea el Dr. Pablo Levin, profesor de His­ toria del pensamiento económico en la Facultad de Ciencias Eco­ nómicas de la UBA en su libro “El Capital Tecnológico” -Primer Premio Nacional de Economía, 2004-, libro que refleja su tesis planteada hace ya más de 15 años. Esa tesis y el libro devenido de ella se encuadra de manera ex­ plícita en el retorno a Marx. Levin dice que el marxismo, con el estalinismo, cayó si bien no en el olvido si en la perversión de su tergiversación. Ese punto es coincidente con el del olvido y es por eso que Levin propone retornar en ese mismo punto a Marx. El stalinismo parece haber sido aquello que envió al olvido la instauración del discurso realizada por Marx. Levin plantea que debe ser retomada la vía abierta por Marx, y hacer la crítica del marxismo desde el marxismo. Es esa su pretensión. Lacan interviene en la Conferencia de Foucault dividiendo él mismo su locución en tres puntos. Uno, al que acabo de aludir, es el del “retorno a”. El segundo dice: “...quisiera hacerles observar que, estructuralismo o no,...” discusión en la que parece no querer entrar, continúa: “ ..me parece que en ninguna parte se trata en el campo vagamente determinado por esta etiqueta del estructuralismo, de la negación del sujeto. Se trata de la dependencia del sujeto, lo que es muy di­ ferente,. Es muy diferente decir que el sujeto ha desaparecido a decir que el sujeto depende de algo. Y agrega “...muy particularmen­ te en el nivel del retorno a Freud...” se trata .. de la dependencia del sujeto en relación con algo verdaderamente elemental, y que hemos intentado aislar bajo el término de “significante”. Aquí se reforzaría mi argumento a favor de la existencia de la analogía mencionada anteriormente., ya que la relación entre su­ jeto y significante como así también la del sujeto y la mercancía, no sólo es de representación -de los segundos respecto de los pri­ meros- sino también de dependencia - en el mismo sentido-. Lacan señala esta dependencia o esta subsunción del sujeto respecto al significante. Es por eso que luego en la fórmula del

discurso del Amo esta subsunción aparece formalizada de esta forma:

s, s

Se podría pensar que si el planteo lacaniano liga el sujeto al sig­ nificante y Foucault liga el sujeto al discurso, el primero puede per­ fectamente ser tomado por una reducción del segundo.

A lu m n o :

No me animaría por el momento a decir que uno es la reducción del otro porque para que lo sea debiera entenderse en términos que el significante es menos que el discurso. Pero es justamen­ te el hecho que estuve anteriormente, y retomo ahora, querien­ do destacar: ese hecho es que el significante solo, único, no tie­ ne ninguna justificación como concepto, en tanto no hay ninguno que pueda representarse por sí mismo o a sí mismo. Si todo sig­ nificante se define en relación a todos los demás, si no hay signi­ ficante que no esté numerado y es bajo esa forma que aparecen expresados en la formalización lacaniana de los discursos; no so­ lamente en la formalización en general sino en la formalización mí­ nima -es decir, en el materna-es equivalente hablar de significan­ te y de discurso, siempre y cuando definamos a este último como la expresión mínima de una cadena significante. En estos térmi­ nos no hay significante que no sea un discurso.

C oppo:

Finalmente Foucault dice respecto del sujeto que no es absolu­ to. Aclara que debe considerarse de qué sujeto se trata, si del suje­ to del discurso, del sujeto del deseo, del sujeto del proceso econó­ mico. Pero dice: esto me lleva a decir que el sujeto, hay algo que es y que lo que es, es que no es absoluto. Detengámonos aquí y comenzamos en la clase que viene con la sesión del 13 de noviembre de 1968 del Seminario 16 de Lacan.

C l a se

La

III

l l e g a d a d e l a n o c ió n d e

“d is c u r s o ”

Comenzamos con los comentarios sobre la sesión dictada por Lacan el 13 de noviembre de 1968 correspondiente al Semina­ rio 161• ¿por qué he seleccionado esta sesión? Simplemente porque en ella aparece la noción de “discurso”, constituyendo entonces otro elemento -sumado a la Conferencia de Foucault que ya hemos tra­ tado- que funciona como antecedente al Seminario 17, lugar don­ de se presenta de manera general la teoría lacaniana de los discur­ sos. Al destacar este dato se nos hará más comprensible cuál ha­ brá sido la motivación de Lacan para asistir a la Conferencia de Foucault luego publicada bajo el título “¿Qué es un autor?”. La­ can venía explícitamente dedicándose a la posibilidad de estable­ cer una tipología de discursos. Por otra parte, no podemos dejar de destacar la preocupación que había también por entonces sobre la noción de “discurso” en un autor que además de la influencia general que tenía sobre la intelectualidad francesa de la época, mantuvo una relación direc­ ta y comprobada con Lacan; me refiero a Louis Althusser. A esta 1. Tomaremos como referencia la traducción de A na María Gómez y Sergio Rocchietti, cuyo destino exclusivo fue de circulación interna en la Escuela Freudiana de Buenos Aires.

influencia (además mutua) ya me he referido en el clase I, pero el texto althusseriano “Tres notas sobre la teoría de los discursos’’ (1966), el cual tuvo por destino original formar parte de un traba­ jo colectivo cuyo título sería “Elementos de materialismo dialec­ to”, no puede pasársenos desapercibido en cuanto a la aparición en su propio título de la expresión “teoría de los discursos2 ¿Algún comentario general para quienes no están habituados a la lectura de la obra de Lacan? Si quieren insultar, pueden hacerlo. [Risas] Es verdaderamente un dato a esta altura aceptado de manera general que Lacan no se caracteriza por demostrar una preocu­ pación en provocar en el lector lo que se podría llamar un efecto de comprensión rápida. Tenemos problemas del escritor o, en este caso del orador y tam­ bién tenemos problemas de tipeo en las versiones de los textos de Lacan que circulan; finalmente los problemas propios de cualquier traducción. Trataremos de convivir con todos esos problemas.

L a EST RU C T U R A

Para tratar de ordenar la exposición de Lacan en nuestra lec­ tura de esta sesión, creo que hay en ella un primer tema. Se trata de ese conjunto de ideas y de autores, no muy bien definido o no muy estrictamente definido, siempre ambiguo, siempre abierto a la discusión acerca de qué es el estructuralismo. Yo situaría como primer tema de la sesión dictada por Lacan el 13 de noviembre la mención que él hace al estructuralismo. Hay un libro que se llama “¿ Qué es el estructuralismo ?” y que puede ser esclarecedor en este punto; es una entrevista a F. Whall. Whall fue el editor de Lacan en la editorial francesa Seuil y un muy 2. Sobre la pretensión de Althusser de conformar un trabajo colectivo, Alan Badiou, Etienme Balibar, Yves Duroux y Pierre Macherey fueron quienes re­ cibieron tal propuesta en primera instancia. Ver: “Escritos sobre psicoanáli­ sis. Freud y Lacan”; Ed. Siglo X X I; pág. 99.

activo participante de todo el movimiento intelectual parisino. Se los doy como una referencia. El libro tiene un título bastante cla­ ro en el sentido de lo que se dice “ir al grano”. ¿por qué nos puede resultar interesante participar de esta men­ ción al supuesto estructuralismo de Lacan, quien por otra parte nos dice no sentirse con él muy cómodo? Hay un lugar por el cual podemos pensar esta cuestión que apunta no tanto a las personas y a las escuelas sino a los conceptos: de qué se trata el estructura­ lismo en cuanto concepción, por otra parte, tan ampliamente re­ ceptiva para distintas áreas del saber como pueden ser la antro­ pología, la lingüística o el psicoanálisis. Hay una referencia que da Lacan: el estructuralismo es identi­ ficado a “lo serio”. ¿Por qué identificar el estructuralismo a “lo serio”, en términos de un psicoanalista? Para responder esta pregunta podemos tomar una referencia de otra parte de la obra de Lacan. El inconsciente tiene una en­ tidad no expuesta, al menos directamente, a los sentidos -por lo menos al de la vista, tampoco al del tacto-; en esos términos el inconciente es muy difícil de ubicar, dado que no existe en alguna parte, o por lo menos no está comprobado que exista en alguna parte anatómica del organismo. Sobre todo si a uno lo anda mi­ rando por ahí medio de reojo la ciencia; ya la mirada de la cien­ cia siempre a uno le exige ser al menos algo “serio” en sus plan­ teos. Entonces, ¿ por dónde encontrar la objetividad del incons­ ciente? Cuando digo la objetividad me refiero a aquellos elemen­ tos que lo hagan al inconsciente objeto de una descripción, e in­ clusive objeto de una explicación, tanto de su constitución como eventualmente de su funcionamiento. El estructuralismo, tomado como aquello que inició Sausurre, le aporta al psicoanálisis el concepto de significante. Este le da una base material sobre la cual es posible hablar del inconsciente. Eso no quiere decir que Freud no la hubiera tenido, dado que él había hablado de “representación” y, en ese sentido podemos to­ mar a la “representación” también como aquello que remitía a lo “serio” del inconsciente freudiano.

Como justamente según dice Lacan, hubo algo de ese descu­ brimiento freudiano que se fue degradando y degradando en los años ’50, me refiero a todo lo que fue la psicología del Yo, ahora, con este elemento nuevo que es el significante, tal vez se hace po­ sible volver a Freud de otra manera. El significante nos aportaría, en términos de estructura, los ele­ mentos del inconciente. Toda estructura, además, contiene las re­ laciones por las cuales vincula a sus elementos. O sea, en defini­ tiva, una estructura es un conjunto de elementos con relaciones. Lo mismo a lo que muchas veces se denomina “sistema”. Un sis­ tema es un conjunto de elementos que entre ellos tienen determi­ nadas relaciones.

L a falla

En algún lugar de esta clase que dicta Lacan, habla de “la fa­ lla”; más específicamente de “un proceso de la falla” en la estruc­ tura. Y ¿cómo es que se introduce en una estructura una falla? No va de suyo que porque sea estructura algo en ella falle; sino más bien, podría pensarse justamente, que en determinada estructu-. ra, en determinado sistema, no tiene por qué fallar algo. Sin em­ bargo “la falla” está mencionada en esta clase. La falla se encuen­ tra cuando Lacan habla de la castración, ya en la primer página. Cuando habla de la castración como un aporte del psicoanálisis dice: “...todo lo que aporta en ese campo el psicoanálisis a saber, que no existe unión del hombre y de la mujer sin que3„.”. Pres­ temos atención: no es que no existe la unión entre el hombre y la mujer sino que existe de manera condicionada y ese condicio­ namiento se encuentra señalado por este “sin que”; hay algo que falla para que LA u n i ó n del hombre y de la mujer se dé sin condi­ cionamientos. La unión del hombre y de la mujer es posible, pero sólo bajo una determinada condicionalidad. Cuando se dice que algo ocu­ 3. El subrayado es mío.

rre dada cierta condición, se está hablando de una falla, y se puede entender una estructura que esté mostrando su falla; justamente, la condición es lo que falla para que se desarrolle esa estructura. Lo que yo digo es que, si algo pasa, y no pasa de manera inme­ diata sino que sucede a condición de o mediado por otra cosa, es­ tamos hablando de que hay una falla. Para que pase eso, esa fa­ lla no tiene que faltar. Lacan da dos formas de esta unión condicionada del hombre y la mujer, dice: No existe unión del hombre y de la mujer s i n

q ue:

a) “ la castración no det^mine, a título de fantasma precisamen­ te, la realidad del partenaire en quien ella es imposible”. Y, no existe unión del hombre y de la mujer s i n

q ue:

b) “-la castración justamente- se juegue en esta suerte de rece­ lo que la plantea como verdad en el partenaire... ”

Está hablando de la idea de la complementación entre el hom­ bre y la mujer.

A lu m n o : C oppo:

Exactamente. Lacan dice: “unión” y más adelante habla de “ar­ monía”. “Unión" no es lo mismo que “complementariedad”. Algo que se complementa es algo que encastra perfectamente conformando una totalidad. Esta perfección es cuestionada por el fantasma, es decir, por una imagen que fantaseada dará lugar a creer que el otro sexo otorga la completud. Esta completud fracasará porque la castración está en juego.

A lu m n o :

C oppo:

Yo les voy a dar mi forma de representármelo, a ver si les ayuda. Hemos visto que hay dos argumentos para plantear esta no exis­ tencia de unión entre el hombre y la mujer s in o u e . El primero dice que la castración no determina, a título de fantasma precisamen­

te la realidad del partenaire. No existe unión del hombre y la mu­ jer, sin que pase esto. A lu m n o :

O sea, algo hay de unión.

Lo que quiere decir es que para toda unión debe darse previa­ mente cierta cosa.

A lu m n o : A lu m n o :

Claro, exacto. Parte de que puede darse la unión...

Claro, esa unión sólo puede darse por intermedio de un fantas­ ma. Para el nivel en el que nos encontramos del intento de in­ terpretación del texto no hace falta que avancemos demasiado en definir qué es un fantasma porque simplemente lo que nos está diciendo es que ..no existe unión del hombre y una mujer, sin que la castración no determine a título de fantasma, la reali­ dad del partenaire." Es decir, que a la realidad del partenaire -la realidad la entiendo en el sentido corriente, la que usamos ha­ bitualmente- no accedemos de forma inmediata; sólo lo hace­ mos con la mediación del fantasma, con lo cual uno advierte que esa unión es condicionada a la existencia de algo entre el suje­ to y la realidad. Me acordé de la Celestina, ese personaje que cumple esa función de unir al hombre y a la mujer pero que justamente está en el lu­ gar de la condición para que se produzca la unión. Si ella no está parecería que el hombre y la mujer no se pueden unir.

C o p p o:

Vamos al caso que yo he llamado el caso b), o, la otra forma con la que Lacan hace referencia a esta no existencia de unión del hombre y de la mujer s i n q u e . Dice: “... sin que ella, la castra­ ción, se juegue en esta suerte de recelo que la plantea como ver­ dad en el partenaire... ” O sea, que el partenaire es en el que somos capaces de adver­ tir la castración. “Verdad”, en cualquier contexto es una palabra muy fuerte. Al sujeto no le es indiferente la verdad o lo que es lo mismo, no le es indiferente el partenaire. Entonces, para que se una el hombre y la mujer, en el caso a)

eso puede pasar a condición de que el fantasma esté entremedio de ellos, y en el caso b) eso puede pasar a condición de que se plan­ tee la verdad no en el sujeto sino en el partenaire. Recordé algo que no pasa exactamente por el hombre y la mu­ jer. En la reunión anterior alguien me preguntó por qué el semi­ nario se llama “La escuela y el vínculo social:..:’ siendo que has­ ta el momento no hemos hecho la más mínima referencia a algu­ na cuestión vinculada a la escuela. Me pareció una pregunta ab­ solutamente acertada en tanto que así fueron los hechos hasta el momento. Trataré de remediar esa situación contándoles un pe­ queño episodio. Hace unos días una preceptora que trabaja aquí en la escuela me derivó un jóven de 16 años de quien me contó que tenía mu­ chos problemas con la persona con la que convive: su abuela. Se­ gún me dijo, había entre ellos agresiones verbales y físicas; de él hacia la abuela y de la abuela hacia él. La preceptora me cuenta que la abuela se encontraba muypreocupada y que le preguntó si ella podía hablar conmigo. La llamé por teléfono y a partir de mi invitación se acercó a conversar. Me contó una serie de cosas y después le dije que si su nieto estaba de acuerdo, yo quería hablar con él. Fue así que le propuse a Julián conversar, cosa que acep­ tó sin ninguna reticencia. Me dijo que para él había algo peligro­ so haciendo referencia a ciertas ideas de su abuela, las cuales ella le decía y le repetía asiduamente. Como verán, el planteo que estamos tratando en el inicio de la lectura de la clase del Seminario 16 del 13 de noviembre sobre el tema de la falla y de la estructura, puede llevar a pensar que la unión posible, aún con su condicionalidad, se trata exclusivamen­ te de la dada eventualmente entre el hombre y la mujer, en los tér­ minos del amor, del amor que corrientemente llamamos “de pare­ ja”. Mi pretensión es remarcar que no limito la unión a un hombre con una mujer. Aquí la palabra partenaire nos puede ayudar por­ que en su significado no se incluye exclusivamente para el hom­ bre la mujer y para la mujer el hombre; la más mínima observa­ ción de la vida contemporánea nos hace evidente que de lo que se trata es del otro con el que el sujeto se vincula, por supuesto que

con toda la diferenciación que introducen las nociones de “ima­ ginario” y “simbólico”. Entonces, siguiendo este modelo, me preguntaba en el caso de Julián cómo la castración puede hacérsele presente en las ideas de su abuela. Noten el siguiente detalle: ese algo peligroso no es para él la abuela sino ciertas ideas de ella. Le pregunté cuáles eran esas ideas. Encontrándose sus padres separados y no habiendo visto a su padre desde que Julián tenía cinco años -no recordando en ab­ soluto una convivencia efectiva entre él y su padre- la abuela le dice cada vez que se enoja: ‘Vos andá con tu padre, andá a ver a tu padre”. El problema es que Julián no sabe nada actualmente del padre y dentro de las cosas que no sabe se encuentra el lugar en el que podría eventualmente encontrarlo. Esa idea, o esas ideas de la abuela resultan para él -según me dijo- algo peligroso. Lo que quise ilustrar con este ejemplo es que hay algo de la ver­ dad de la castración, que al sujeto, su partenaire se la puede presentificar. Como les decía, el partenaire no se restringe exclusiva­ mente a la mujer para el hombre y al hombre para la mujer. Se trata de manera más general de lo que el título del Seminario 16 coloca como lo más relevante, es decir, el pasaje del otro al Otro. Si bien ha habido distintas traducciones en cuanto a colocar pri­ mero el otro (con minúscula) y después al Otro (con mayúscula) o viceversa, no cambia la cuestión de la imposibilidad que la cas­ tración no determine la realidad del partenaire (la abuela con sus ideas para Julián, en nuestro caso) como así también la imposibi­ lidad que la verdad se presente del lado del sujeto (como saber) y no del lado del Otro. Esto que les relaté es para tratar de advertir sobre el no encasillamiento en los personajes de los que Lacan ha­ bla de forma directa, en este caso del hombre y de la mujer. El vínculo social y la escuela es pertinente, justamente a partir de algo eminentemente clínico, a saber: cómo intervenir a partir de pensar que para este jóven, lo peligroso son ciertas ideas de su abuela, el lugar a donde eventualmente lo envían. Todos los pro­ blemas que se plantean a partir de aquí: si se lo deriva al chico a un tratamiento o no; si se lo sigue escuchando en la escuela. Vean todas las perspectivas que se abren en función del establecimiento

de una dirección posible de la cura planteada más o menos concientemente como estrategia terapéutica para este caso y cómo -a partir de esas estrategias- se ponen en juego distintos tipos de dis­ curso. Qué distintas orientaciones se le podría dar a esto que les relaté en función de la caracterización de los discursos, al menos a un acercamiento a una caracterización de los discursos que su­ pongamos estén en juego. Agrego un elemento más sobre lo que podemos considerar un pequeño fragmento de un caso: ¿qué salida le encontró este jóven al problema de la violencia existente entre él y su abuela? Me contó que últimamente habían disminuído las ocasiones en las que aparecían los insultos y los golpes entre ellos. Le pregunté a raíz ele qué creía él que se había dado ese cambio. Me dijo que se de­ bía a que en el mes de febrero -nuestras conversaciones transcu­ rrían a esa altura en el mes de abril-, él empezó a escribir lo que le pasaba cotidianamente y, a su vez, empezó a salir de su casa para andar en bicicleta. Le pregunté a dónde iba cuando andaba en bicicleta. - “Voy a Vicente Lopez, voy a Liniers”. Le pregun­ to: - “¿Dónde vivís?”. - “En el barrio de La Boca ”, responde. Le digo: - “bastante .. - “Sí, ando como dos horas para un lado, dos horas para el otro”. El andar en bicicleta y el comienzo de su escritura se dan al mismo tiempo: en el mes de febrero. Le pregunto por qué cree que se dan esas dos cosas en el mes de febrero. Dice que tiene muchos amigos en la escuela durante todo el año y que en el verano, pre­ cisamente en febrero, muchos de sus amigos se fueron de vacacio­ nes con sus familias. En aquel momento entonces, en aquel pre­ ciso momento Julián pasa a quedarse con su abuela todo el -sutiempo en el muy pequeño departamento en el que viven. La es­ critura y el andar en bicicleta parece haber sido una solución en­ contrada por Julián para la encrucijada que parece haberse cons­ tituido en ese mes de febrero. Me parece interesante comenzar a pensar por ejemplo este malerial con aquello que hemos visto hasta ahora acerca de los dis­ cursos. Quizá todavía no estemos en condiciones de hacerlo, pero :;í presentárselos como para que vean si nos puede resultar una

herramienta útil conocer la teoría de los discursos a los fines de la intervención terapéutica. En este caso puntual vayamos rete­ niendo qué sucede para que los discursos vayan estableciéndose con un carácter dominante. Para los discursos no todos los mo­ mentos son el mismo momento; la variación de estos últimos se corresponde con un giro, un cambio en la dominancia de un tipo de discurso respecto de otro. Como estoy dando a entender, la va­ riación de los discursos no la estoy planteando exclusivamente al interior del dispositivo analítico, aunque indudablemente este he­ cho siempre se encuentra dentro de la estrategia analítica. La va­ riación de los discursos puede darse con el establecimiento de de­ terminadas situaciones. El “encuentro” de Julián con su abuela en el mes de febrero, ha precipitado un giro en la situación dada en­ tre ellos hasta entonces. Julián, ha producido a su vez -escritura y caminata mediante- un giro, giro que por efecto tuvo un aminoramiento de la agresividad4•

La

C U A L ID A D D E L P E N S A M IE N T O : ¿ C A U S A O C A U S A D O ?

Intentemos ahora avanzar con la clase del 13 de noviembre. Lacan, sin dejar todavía el tema de la estructura y la falla, agrega otro tópico que es el del pensamiento, en el sentido de si este úl­ timo es de darse objetos a ser pensados, tal como hace el científi­ co en una investigación. El conocido libro Metodología de la investigación científica” (Ed. Eudeba) de Juan Samaja, explica que en cualquier investiga­ ción hay un principio metodológico que obliga en una primera etapa definir el objeto a investigar. El objetivo de esta definición es evitar una cierta herrancia, un cierto eclecticismo. Esta tarea 4. Para una problematización del lugar de las llamadas “viñetas clínicas” en el ámbito psicoanalítico, puede leerse el capítulo “Algunas consecuencias clíni­ cas de la diferencia lógica entre los sexos” en el libro “El notodo de Lacan. Consistencia lógica, consecuencias clínicas”, de Guy Le Gaufey. Ediciones literales; 2007.

puede llevar tal vez años pero lograrlo implicaría ya un éxito del plan de trabajo. Lo que plantea Lacan es, a partir del reconocimiento del in­ consciente, al pensamiento no dándose un objeto a través del sen­ tido, sino a lo que él tiene como causa en el “no-pensamiento”, en el “entre-pensamiento”, pasando entonces el pensamiento a ser objeto de una causa. Cambia la perspectiva, en el sentido de defi­ nir si el pensamiento es agente u objeto de la acción. Es algo bas­ tante fuerte lo que está planteando el psicoanálisis en este punto, porque no creo que sea sólo Lacan. Es al menos una innovación plantear que el pensamiento no es dueño de determinar o de se­ leccionar sus objetos, en el sentido voluntario. Porque en definiti­ va, aún pensando que el pensamiento es causado por alguna cau­ sa que lo lleva a desplegarse, no estaría descartado que haya una selección “voluntaria” de hacia dónde va el pensamiento; simple­ mente que esa selección es inconsciente. La propuesta de Samaja indica un esfuerzo en una selección consciente del objeto que, además, puede ser evaluada por otro científico. Puede ser evaluada, criticada, puesta a consideración de otros con parámetros que la propia ciencia le da. Lacan está hablando de otra cosa; él inclusive habla del s e r d e l p e n s a m i e n ­ t o , hay un planteo filosófico con efectos en un posible replanteo epistemológico. Él dice: “...mi pensamiento no es regulable, él es regulado.” Se podría agregar: mi pensamiento no es regulable por mí, por mi Yo, o por mi voluntad5, pero él es regulado desde al­ gún otro lugar. Desde muchísimo tiempo atrás fue planteado el problema de cómo se expresa el pensamiento. Esta es una pregunta tanto de la filosofía como de la psicología. Tal problema se centró predomi­ nantemente en el modo de expresar el pensamiento y, en lo posible, expresarlo correctamente. Lacan dice que no apunta a expresar el 5. La noción de “voluntad” en sus relaciones con la de “Yo” tiene un protago­ nismo, no clarificado aún en estudios posteriores -al menos hasta donde he podido relevar-, en la obra de Hegel “Filosofía del Derecho” (1820). Edito­ rial Claridad.

pensamiento sino a causarlo. Ahí hay una contradicción, tiene que ver tal vez con la traducción también, porque llevado hasta sus úl­ timas consecuencias, no sé hasta qué punto uno podría apuntar a causar su propio pensamiento si uno lo que está diciendo es que el pensamiento ya está causado. Pienso que ya sería bastante no opo­ nerse al motivo de causa del pensamiento. No oponerse demasia­ do, al menos no más allá de cierto límite para no entrar en un con­ flicto de tal envergadura con lo que no conozco de y en mí. Ni siquiera acá está planteado el inconsciente en análisis, con analista. Permanece aún un planteo filosófico en tanto se está ha­ blando del ser del pensamiento; es decir, está en juego una ontología. O sea, es mucho antes de la entrada a un consultorio ana­ lítico. El tema es entonces si se piensa el pensamiento como aquello que selecciona sus objetos o si el pensamiento está causado por algo en principio desconocido. No habla en el texto de algo des­ conocido, sí habla de lo inconsciente. Si tomamos al inconscien­ te como algo desconocido para la consciencia podemos hacer esa traducción. O sea, no me alejo demasiado de los propios términos del texto y creo que justifico por qué introduzco lo desconocido. El pensamiento causado por algo que desconozco. Dice luego que el ser del pensamiento es la causa de un pensa­ miento en tanto que fuera de sentido; se agrega un elemento nue­ vo que es el sentido -en al menos una de sus acepciones corrien­ tes, en la del significado-. El ser del pensamiento es la causa de un pensamiento en tanto que fuera de sentido. Uno podría decir: pero, si siempre entendimos al pensamiento como aquello no que está fuera de sentido sino como aquello que está dentro de sentido. A lum na: Corresponde a una lógica. Coppo: El ser del pensamiento es su causa en tanto que fuera de senti­ do, aunque esté fuera de sentido, lo cual no implica que esté fue­ ra de lógica. Puede estar fuera de sentido pero no necesariamen­ te fuera de lógica. Entendiendo la cuestión de esta manera se nos abre la vía a considerar todo aquello que esté fuera del sentido

corriente. Ustedes saben que el sentido es una especie de imán, que nos atrae, nos atrapa, en tanto que es muy difícil vincularse fuera del sentido. Voy ahora a introducir algo que no se encuentra en el texto pero que sin embargo sí está vinculado al texto: una definición lacaniana de discurso pero formulada en un tiempo posterior en la obra de Lacan que a la que nos estamos refiriendo; a la altura del “Se­ minario 20” dice que el discurso es un vínculo social. ¿Por qué? Porque es un vínculo entre los que hablan. Entonces, es parte de la cosa, entre los que hablan, que nos entendamos. Porque sino es lo que suele llamarse “una conversación de locos”. Aún en el mismo lenguaje, o usando la misma lengua, podría su­ ceder que en la comunicación entre las personas, haya cierta parte de esa comunicación que no encaje dentro del sentido. Volvamos ahora al texto de la clase del Seminario 16. La prác­ tica de la estructura que venimos considerando, rechaza toda pro­ moción de alguna infalibilidad. Si ustedes consultan la traducción del Seminario 16 realizada por Ana María Gómez y Sergio Rocchietti verán que habla de “iníabilidad”; al encontrarme con esta expresión y al no reconocer­ la en su significado me dirigí a la versión editada en CD que co­ menzó a circular desde hace algunos años y allí me encontré con otra palabra que si bien es parecida obviamente es distinta: “in­ falibilidad”. “Infabilidad” está fuera del sentido. Cuando encontré esta palabra no descarté que se tratara de uno de los neologismos de Lacan a los que nos acostumbró al introducir -sobre todo en sus clases- palabras que no son del sentido corriente. No descarté tampoco que se tratara de un error de tipeo en la versión de Gó­ mez y Rocchietti. Me quedé finalmente con esta última interprelación ya que el haber encontrado “infalibilidad”en la versión del CD me inclinó a ello. Dice entonces que: “la práctica de esta es­ tructura rechaza toda promoción de alguna infalibilidad”. O sea, que la práctica de la estructura, el movimiento de la estructura, el proceso que se da en la estructura “rechaza toda promoción de al­

guna infalibilidad”. La estructura contiene algo falible o -dicho lo mismo pero de modo opuesto- no infalible. Tenemos entonces a la falla nuevamente con nosotros dado que la práctica de esta es­ tructura rechaza la idea de infalibilidad. Ahora bien, ¿de que naturaleza es esa falla? ¿Es una falla que nos caotiza tanto las relaciones de la estructura que llega a inde­ pendizar a sus elementos y que de tal modo ya casi no nos deja hablar de estructura? Las relaciones en la estructura, hacen a su proceso, a su práctica, y es ahí donde se evidencia su rechazo a la infalibilidad. Por lo tanto, podemos decir que en la estructu­ ra -ya sea algún elemento o ya sea alguna relación entre al me­ nos dos elementos o ya sean ambas cosas a la vez- hay una falla. No descarto tampoco que la falla sea una falta en la estructura. Y otra vez, esa falta puede ser de un elemento o de una relación o de ambas cosas a la vez. La falla en la estructura es inclusive lo que nos abre la puerta para pensar la idea de cambio, de transformación en la estructu­ ra. Fíjense que si la estructura no tuviera falla o si no faltara algún elemento, estaríamos hablando de una “estructura estática”; se eli­ minaría de ese modo toda consideración dialéctica de la estructu­ ra. Sería muy difícil pensar la movilidad dentro de esa estructura, la posibilidad de un cambio. La idea de estructura estática se des­ liza suavemente hacia la de “sustancia” (“algo que no se mueve y permanece idéntico a sí mismo, independientemente de las cua­ lidades que lo afectan y de las relaciones que permite”)6. A lu m n o : C oppo:

Con “estructura”, ¿a qué se refiere?

Si leen con atención esta clase y si buscan en ella una definición de “estructura”, verán que Lacan no aclara en ningún momento qué es la estructura; es decir, no nos da una definición. Ajustándonos estrictamente a los términos que nos proporcionó hasta ahora el texto, tenemos que una estructura es un hombre y una mujer. Tiene los elementos mínimos: un hombre y una mujer. También esta explicitado cuál es eventualmente la relación entre

6. Esta definición fue extraída de Le Gaufey, Guy. Op. Cit. Pág.42.

esos elementos. ¿Cuál es esa relación? La unión; esa sería la rela­ ción, la relación de unión. Esa relación de unión no se da sin que aparezca algo que actúe como mediación -lo que aparece presen­ tado en el texto con lo que hemos designado como parte “a"-. Y ¿qué otra condición debe darse para que se cumpla la relación de unión? Que en esa estructura de dos hay un velamiento o un develamiento de la falla en el otro que surge con el carácter de lo in­ eluctable de la verdad -lo que aparece en el texto con lo que he­ mos designado como parte “b”-. Siguiendo este razonamiento su­ cede que si voy por la parte “a” me encuentro con una cosa y, si voy por la parte “b”, me encuentro con la misma cosa; es decir, en ambos casos me encuentro con la noción de castración. Podríamos decir mucho acerca de qué se entiende por estructura, pero me parece que dada la complejidad del texto, todas las co­ sas a las que remite, todos los autores a los que cita, y para evitar el eclecticismo, propongo que hasta lo que hemos leído tomemos como definición de estructura al conjunto conformado por los ele­ mentos “hombre” y “mujer”, vinculados ambos bajo la relación de unión, aunque esa unión se encuentre doblemente condicionada. El estructuralismo, al tomar en serio el saber -y no el conociiriento- como causa del pensamiento, conduce la orientación ha­ cia zonas en las que no prima necesariamente el sentido corriente o vulgar en el que necesariamente debemos instalarnos para inter­ cambiar en el marco del significado con los otros. Es por eso que Lacan hace mención a una “intención delirante” que habitualmenlc resulta del análisis con una perspectiva estructural. Lo que restringe la posibilidad del desarrollo de un delirio es la permanencia en el ámbito de la participación del sentido, que no por nada suele nombrárselo como “común’? Tomar del pensamiento su causa (su no-pensamiento, su en­ 7.

El adjetivo “com ún” (en “voluntad com ún”) es utilizado también por Hegel para indicar la coincidencia dada entre dos voluntades cuando en un mis­ mo momento se produce la negatividad de una como enajenación (cesión) de una cosa y la positividad de la otra como aceptación de esa cosa. Es la base de lo que en derecho se reconoce como “contrato”. “Filosofía del de­ recho”; pág. 94.

tre-sentido) es delirante respecto de lo que se pensó dominante­ mente desde el punto de vista filosófico en la modernidad. En la modernidad, a partir de Descartes sobre todo, se pensó y después se existió. Piensen hasta qué punto tenía fuerza el pensamiento en la existencia. Acá, estamos hablando desde el revés, de un pensamiento que es efecto de la existencia de un ser -del pensamiento-. Hay una in­ versión de los términos en función de sus determinaciones. Como cuando alguien dice ¿qué es más importante, esto o lo otro? Pa­ recería ser que acá inclusive a partir de y dentro aún del cam­ po filosófico hay un intento de invertir el orden de la determina­ ción; pero que sea a partir y dentro aún del campo filosófico no por esto se implica la permanencia de las consecuencias dentro de este campo; las consecuencias de que el pensamiento sea el efecto del ser donde este ser es su causa es que esa causa queda excluída del pensamiento. En el fondo lo que esta en juego es el orden de determinación o el carácter de dominante del pensamiento so­ bre su causa o de la causa (lo excluído, y por eso no-pensamien­ to) sobre el pensamiento. Este problema sería sólo filosófico si no tuviera su base de mos­ tración clínica; su basamento clínico constituye la justificación de la separación entre filosofía y psicoanálisis.

En la filosofía es la vieja lucha entre el esencialismo y el existencialismo, ya sea que la predominancia se destaque en el ser o en la existencia.

A lu m n o :

Cappo: Esa discusión, que puede darse exclusivamente en los propios términos filosóficos, acá, si bien tiene un impacto en esa discusión, está hecha en función de un abordaje clínico, es decir en función de la evidencia que nos brindan los lapsus, los accidentes de los actos fallidos, esos acontecimientos que son aquellos por los que el psicoanálisis comienza.

La

lleg ad a de

“el

d is c u r s o ”

La elección de la clase del 13 de noviembre de 1968 tuvo por objetivo situar algún antecedente de lo que considero fue el de­ sarrollo más exhaustivo de la teoría lacaniana de los discursos: el Seminario 17 “El reverso del psicoanálisis”. El punto límite entre las condiciones de un discurso y su des­ fallecimiento es lo que el psicoanalista puede mostrar. Así es qui­ zá uno de los modos por los que podemos intentar aprehender la siguiente expresión: “la esencia de la tarea p sico a n a lítica es un discurso sin palabra Comprobamos a esta altura que la noción de discurso comienza a ser una pieza estable en el período intelectual francés que trans­ curre tanto durante los Seminarios 16 y 17 de Lacan (1968/69) como en la Conferencia dictada por Foucault (1969), sin olvidar el antecedente al que ya he hecho referencia de Althusser con sus “Tres notas sobre la teoría de los discursos” (1966) Como recorrido de la Conferencia de Foucault nos había que­ dado la idea de tratar de subrayar y señalar la diferencia entre los (¡pos de discurso. Lo que nos aparece ahora diferenciado no son los distintos discursos sino que en alguno de ellos, el psicoanalítico específicamente (para que lo sea), en su esencia, debe ser sin pala­ bra. Fíjense que dice: “L a esencia de la teoría psico a n a lítica es un discurso sin palabra.” En principio eso es una fórmula que para los que ya han leído o leen a Lacan es conocida. En nuestro castellano sudamericano, al menos en la Argentina, suele popularmente usar­ se una frase hecha que versa “...sin palabras” cuando algo alcanza tal evidencia que se aproxima al límite de lo expresable. Los invito a que pensemos de qué se trata esta diferencia entre el discurso y la palabra. E l discurso es un vocablo muy propio del estudio del lengua­ je; la palabra también. En este sentido no podemos captar la di­ ferencia entre ellos. Ambos son términos que, con más o menos sentido común, con más o con menos pretensión científica, uno los reconoce en determinado territorio: el de los estudios que de diversas maneras se ocupan del lenguaje.

Pero ¿cuál es la diferencia entre el discurso y la palabra? Respecto de la noción de “palabra” es coincidente en más de un autor la observación de que casi no es explícito el contenido de este concepto en muchos estudios de lingüística8• No obstante, realizando cierto esfuerzo encontramos algunas definiciones: Es la serie coherente de sonidos asociada a un sentido (Beristáin). Es la unidad lingüística más pequeña que tenga una realidad en la cadena hablada y sea a la vez portadora de significación. (Ducrot-Todorov) Haciendo caso omiso de las diferencias existentes entre senti­ do y significación, vemos que de ambas definiciones surge una co­ incidencia: la palabra porta significado. Por otra parte, el discurso siempre aparece conceptualmente siendo una unidad que incluye a la/s palabra/a; podría decirse en­ tonces: un conjunto de palabras. Lo mismo le ocurre a la noción de discurso respecto de la de “enunciado” y de la de “oración”9 La idea que introduce Lacan sobre la existencia de un discur­ so que en esencia sea sin palabras ¿aleja a aquel de la necesidad de que se encuentre conectado al sentido? Sí y no. Sí, si la única vía de acceso al sentido fueran las palabras. No, si pudiera accederse al sentido por otro tipo de unidad que no sea la palabra. Me inclino por esta segunda respuesta. Los actos que tienen carácter perlocucionario descritos por la teoría de los actos de habla han demostrado ser portadores de sentido. Los significantes han resaltado la capacidad de producir cambios de vía radicales en la significación a través de la metáfo­ ra y la metonimia. 8. Beristáin, Helena. “Diccionario de retórica y poética”; Editorial Porrúa; pág. 376; (primer edición: 1985). También puede leerse en el “Diccionario enci­ clopédico de las ciencias del lenguaje” de O. Ducrot y T. Todorov: “La defi­ nición de la palabra (“palabra”), por lo demás, generalmente permanece im ­ plícita” ; Siglo ^ X I editores; pág. 235; (primer edición en francés: 1972). 9. Parret, H . Y Ducrot, O.: “Teorías lingüísticas y enunciación" (1995); pág 59. Oficina de Publicaciones del Ciclo Básico Com ún de la Universidad de Buenos Aires.

Intentemos profundizar en la idea de que puede haber discur­ sos que no sean con palabras. Supongamos que tenemos una estructura de dos elementos: los signos (+) y (-). Con ellos conformamos la siguiente cadena: + + + - - + + - + - + - - + -----...

Si observamos con atención la serie e intentamos extraer de ella una estructura de tres signos y que esa serie se repita, no lo­ gramos hacerlo. En cambio, observemos esta otra serie: -----+ + - + - + + - + -------- + -...

Cada vez que aparecen sucesivamente dos (-) luego aparece un (-) y cada vez que se dan sucesivamente dos (+) luego le si­ gue un (-). En este último caso obtenemos un discurso (significativo o con significación) aunque no está hecho con palabras. Entonces, podemos avanzar en el sentido de aceptar que no nos resulta tan inverosímil aceptar el hecho que haya un discurso sin palabras. Pienso que si llegáramos hasta ese punto por hoy, nos que­ daría abierto el tema como para la próxima vez poder avanzar. Se puede decir una cosa más tomando la idea de forma y con­ tenido. Parecería ser que hay al menos un discurso en el que pode­ mos prescindir del contenido y quedarnos con sus formas. No se­ ría de este modo en el resto de los tipos de discursos establecidos por Lacan (el del Amo, el Universitario y el de la histérica). En el libro de Gerardo Arenas “La lógica de la interpretación” que estuvimos trabajando el año pasado, allí se construía un có­ digo y se decía por ejemplo: después de tres (+) va un (-). Enton­ ces no importaba para nada lo que quería decir el (+), solamen­ te se trataba de que al modo de un autómata se respetara la regla sintáctica que decía que después de tres (+) debía proseguirse con un (-) y después de dos (-) con un (+); de ese modo se iba cons­ truyendo una cadena simbólica que no era otra cosa que un dis­

curso sin palabras. Simplemente, es muy difícil hacer el ejercicio porque nosotros estamos muy acostumbrados a manejarnos con los significados y con los contenidos de las palabras, A lu m n o : C oppo:

Pero cuando decís “tres más”, estas usando palabras ...

Es imposible obviar el contenido y vivir exclusivamente en un mundo de las formas. No se me ocurre qué experiencia del ámbi­ to humano puede encontrarse en la que se dé esa característica. Se pueden hacer los más grandes esfuerzos y la lógica es la dis­ ciplina que procura hacer ese forzamiento tremendo, que es el de vaciar de contenido, de significado a lo símbolos, a las formas; va­ ciar a los signos de sus significados y trabajar con ellos. El vacia­ miento de significado a los signos no impide en absoluto operar con ellos aplicándoles determinadas reglas. El objetivo de la lógi­ ca en cuanto al vaciamiento de ambigüedades dadas por el sig­ nificado se debe a la pretensión de eliminar esas ambigüedades que presenta el lenguaje llamado ordinario fundamentalmente en la vía del aspecto semántico, es decir, en la vía del significado.

C l a se IV

D e l a P lu sv a l ía al P lu s de G oce

La llegada de la crítica de la economía política y un pasaje irrealizado Habíamos llegado a plantear que la hipótesis de que existan discursos sin palabras es verosímil. Retomemos la lectura de la clase del 13 de noviembre de 1968 dictada por Lacan en su Se­ minario Nro. 16. Una de las frases de Lacan que más se repite entre sus comen­ taristas, es la que aparece en algún momento de la clase a la que nos estamos dedicando: “el significante es lo que representa a un sujeto para otro significante”. Esta expresión está concatenada con otra: “el significante no se representa así mismo”. De la reunión anterior nos quedó al final un corolario de todo lo que estuvimos tratando y ese corolario consistió en el recono­ cimiento del hecho de la existencia de discursos sin palabras. No sería un mal final para la clase de hoy si en ella arribamos tam­ bién a un corolario que nos acerque a comprender de qué se tra­ ta la idea “el significante representa a un sujeto para otro signifi­ cante”. Esa expresión está planteada después de hacer Lacan una referencia al tema del significante, a través del ejemplo que él in­ troduce con el pote. Se trata de un pote, con su vacío y un nom­ bre que refiere al contenido del pote; o sea que con esos elemen­ tos Lacan trata de decir algo acerca del significante.

¿Cómo interpretarlo? Un costado por donde abordar esta cues­ tión puede ser a través del conocido par contenido/forma. A pe­ sar de que Lacan no le da un lugar protagónico a la relación entre contenido y forma, resulta para mí muy útil considerar esa relación para todo lo que tenga que ver con otra relación: la dada entre el significado y el significante, respectivamente. A ese pote Lacan lo designa como siendo de “mostaza”. A mi entender, la utilización de este recurso es una manera de tratar de empezar a poner en el centro del análisis al significante y a la incidencia que tienen las palabras sobre las cosas. La ventaja que tiene la referencia al pote es que todo pote -por el hecho de serlo- tiene un contenido -al menos virtualmente-. En este caso su contenido podría ser “mos­ taza”, pero solamente su contenido podría ser “mostaza” en la me­ dida en que al pote se lo nombre como siendo “de mostaza”; si así no lo fuera sería de otra cosa. Para el caso extremo de que tal pote no se encontrase rotulado con algún nombre, tendríamos enton­ ces sólo un hueco, un vacío revestido por un límite. A lum na: Coppo:

Un envase.

Un envase. Fíjense que en un momento de la clase, y vinculado con uno de los puntos que tratamos en nuestra clase anterior, La­ can dice: “/a estructura del pote", dándole de este modo una parti­ cular entidad. Cuando en nuestras casas tomamos ya sea los po­ tes de mostaza o los de mayonesa, no hacemos todo este análisis. Pregunto entonces: “pero cómo, un pote ¿tiene una estructura?” Si la tuviera tendríamos que definirla y ...¿cuál sería?

En una reunión anterior nos preguntábamos por la estructu­ ra y dijimos que la estructura era en ese caso el hombre y la mu­ jer -como elementos- junto a la relación de unión que existía en­ tre ellos. Extendiendo nuestra idea parecería ser que hay una es­ tructura entre cualquier elemento del mundo (sea un pote o sea lo que sea) y el nombre que lo designa en tanto este último tiene una incidencia eminentemente práctica, en el sentido de que no se va a poner mayonesa dentro de un pote de mostaza, cosa que se puede hacer, pero hay un orden del mundo que hace que cuan­

do uno va al supermercado y quiere mostaza compra un pote ro­ tulado con la expresión “mostaza”. Lacan trata de mostrar la inci­ dencia del significante en tanto si bien ordenador del significado no es su designante; quiero señalar esta incidencia del significan­ te en el mundo como creador de las cosas del mundo.

Le da mayor importancia al pote, como continente, como sus­ ceptible de contener eternamente más que circunstancialmente.

A lum no: Coppo:

El vacío puede ser circunstancialmente ocupado por mostaza o por mayonesa o por algún otro contenido. En el párrafo siguien­ te: “El pote, lo llamé de mostaza para destacar que lejos de conte­ ner/a forzosamente, es, precisamente por estar vacío que él toma su valor de pote de mostaza.” Lo que quiso señalar, a mi parecer, es la e te rn id a d del pote y la c irc u n s ta n c ia l/d a d de la mostaza. Me parece importante este fragmento: “El hecho que sea en po­ tes que hayamos encontrado los manuscritos del Mar Muerto, está hecho para hacernos sentir que no es el significado lo que esta en el interior, es muy precisamente el significante y que es a él a lo que debemos atender cuando se trata de aquello que nos importa, a sa­ ber: fa relación del discurso y la palabra en la eficiencia analítica”. O sea, está diciendo claramente: presten atención no al significa­ do sino al significante pero podríamos agregar, no sólo al signifi­ cante en tanto nombre del pote sino al significante encontrándo­ se en el lugar del vacío, es decir, en el interior del pote.

A lum no:

Dentro del psicoanálisis la otra vertiente, la de prestarle toda la atención o la mayor atención al significado, nos hace perder la ob­ jetividad que justificaría la intervención analítica. Al intervenir so­ lamente sobre significados, no contamos con una base material sobre la que nos sea posible evaluar esa intervención, porque el significado siempre remite a otro significado; de ese modo la in­ tervención más bien queda, en el mejor de los casos, como una parte de una conversación filosófica -