La Universidad Sin Condicion

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L a U n iv e rs id a d sin c o n d ic ió n

Jacques Derrida traducción de Cristina de Peretti y Paco Vidarte

MINIMA

TROTTA

MINIMA

TROTTA

T ítu lo o rig in a l: L 'U n iv e rs ité sans c on dition © E d ito ria l F e rra z. 55. T e léfon o: Fax.E -m a il: h ttp ;

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o a q u ín

G alleg o

ISBN: 84 -8164-533-8 de pósito lega l: M -18035-2002

im p re s ió n MARFA. Impresión. S.L

Esta o b ra se b e neficia del apoyo del M in is te rio fra n c é s de A s u n to s E xte rio re s y del S ervicio C u ltu ra l de la E m ba ja da de Francia en España en el m a rc o del p ro g ra m a de P a rtic ip a c ió n en la P u blicació n (P.A.P. García Lorca)

En un primer m om ento, esta con feren cia'1' fue p ro ­ nunciada en inglés en la Universidad de Stanford (California) en el mes de abril de 1 9 9 8 , dentro de la serie de las P resid en tia l L ectu res. Se me invitó entonces a tratar, preferentem ente, sobre el arte y las humanidades en la universidad del mañana. El título inicial de ia conferencia fue por consiguiente: El porvenir de la profesión o La universidad sin condición (gracias a las «Humanidades», lo que p o ­ d ría te n e r lu gar mañana).

* A invitación del profesor Patricio Peñalver G óm e z, Jacq u es Derrida pronunció asimismo esta conferencia p osteriormente, en el mes de marzo de 2 0 0 1 , en la Facultad de Filosofía de M u rc ia (N. de los T .)

Esto será sin duda c o m o una profesión de fe: la p ro ­ fesión de fe de un profesor que haría c o m o si les pidiese a ustedes permiso para ser infiel o traidor a sus costumbres. Antes incluso de comenzar a internarme efecti­ vamente en un itinerario tortuoso, he aquí sin r o ­ deos y a grandes rasgos la tesis que les som eto a discusión. Esta se distribuirá en una serie de p ro p o ­ siciones. N o se tratará tanto de una tesis, en verdad, ni siquiera de una hipótesis, cuanto de un co m p ro ­ miso declarativo, de una llamada en form a de p ro ­ fesión de fe: fe en la universidad y, dentro de ella, fe en las Humanidades del mañana. El largo título propuesto significa, en prim er lu­ gar, que la universidad m oderna d e b e r ía s er sin c o n ­ d ic ió n . En ten d am os por «universidad m od erna» aquella cuyo m odelo europeo, tras una rica y c o m ­ pleja historia medieval, se ha tornado p redom in an­ te, es decir «clásico», desde hace dos siglos, en unos Estados de tipo democrático. D icha universidad ex i­ ge y se le debería recon ocer en principio, además de

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lo que se denomina la libertad académica, una liber­ tad in c o n d ic io n a l de cuestionam iento y de proposi­ ción, e incluso, más aún si cabe, el derecho de decir públicam ente todo lo que exigen una investigación, un saber y un pensamiento de la v erd a d . P o r enig­ m ática que permanezca, la referencia a la verdad parece ser lo bastante fundamental com o para en ­ contrarse, junto con la luz (L ux), en las insignias simbólicas de más de una universidad. La universidad h a c e p r o fe s ió n de la verdad. D e ­ clara, prom ete un com prom iso sin limite para con la verdad. Sin duda, el estatus y el d e v e n ir de la verdad, al igual que el valor de verdad, dan lugar a discusiones infinitas (verdad de adecuación o verdad de revela­ ción, verdad com o objeto de discursos teórico-constatativos o de acontecim ientos poético-perform ativos, etc.). Pero eso se discute justamente, de forma privilegiada, en la Universidad y en los departam en­ tos pertenecientes a las Humanidades. D ejem os por el m om en to en suspenso esas in ­ quietantes cuestiones. Subrayemos únicamente por anticipación que esa inmensa cuestión de la verdad y de la luz, la cuestión de las Luces —A u fklaru n g , E n lig h ten m en t, lllu m in is m o , Ilu stra ción , llu m in is m o — siempre ha estado vinculada con la del hombre. Im ­ plica un concepto de lo propio del hom bre, aquel que fundó a la vez el H um anism o y la idea histórica de las Humanidades. H oy en día, la declaración r e n o ­ vada y reelaborada de los «D erechos del hombre» ( 1 9 4 8 ) y la institución del concep to jurídico de «C ri­ m en contra la humanidad» ( 1 9 4 5 ) fo r m a n el h o ri­

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zonte de la mundialización y del derecho in tern acio ­ nal que, se supone, cuida de ella. (Conservo la pala­ bra «mundialización», en lugar de «g lo b a liz a t io n » o « G lo ba lisieru n g » , con el fin de m antener la referen ­ cia a un «mundo» {w orld, W elt, m u n d u s) que no es ni el globo, ni el c o s m o s , ni el universo). Sabem os que la red conceptual del hom bre, de lo propio del h o m ­ bre, del derecho del hom bre, del crimen contra la humanidad del hom bre, es la que organiza semejante mundialización. Esta mundialización quiere ser, por consiguien­ te, una humanización. Ahora bien, si el concepto del hom bre parece a la vez indispensable y siempre problem ático, e n to n ­ ces — éste será uno de los motivos de mi hipótesis o, si lo prefieren, una de mis tesis en form a de p r o fe ­ sión de fe— , no se puede discutir ni reelaborar di­ cho concepto, co m o tal y sin condición, sin presu­ posiciones, más que en el espacio de unas n u ev a s Humanidades. Intentaré precisar lo que entiendo por «nuevas» Humanidades. Pero, ya sean estas discusiones críti­ cas o deconstructivas, lo que concierne a la cuestión y a la historia de la verdad en su relación con la cuestión del hom bre, de lo propio del hom bre, del derecho del hom bre, del crimen contra la h u m ani­ dad, etc., todo ello debe en principio hallar su lugar de discusión in c o n d ic io n a l y sin presupuesto algu­ no, su espacio legítimo de trabajo y de reelabora­ ción, en la universidad y, dentro de ella, con espe­ cial relevancia, en las H u m a n id ad es. N o p ara encerrarse dentro de ellas sino, por el contrario,

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para encontrar ei mejor acceso a un nuevo espacio público transformado por unas nuevas técnicas de com unicación, de información, de archivación y de producción de saber. (Y una de las graves cuestio­ nes que se plantean aquí — pero de la que no me puedo ocupar ahora— entre la universidad y el afuera político-económ ico de su espacio público, es la del mercado de la edición y del papel que desem­ peña dentro de la archivación, evaluación y legiti­ m ación de los trabajos universitarios.) El horizonte de la verdad o de lo propio del hom bre no es, ciertamente, un límite muy determinable. Pero tampoco lo es el de la universidad y las Humanidades. Esta universidad sin condición no existe, d e h e ­ c h o , com o demasiado bien sabemos. Pero, en prin­ cipio y de acuerdo con su vocacion declarada, en virtud de su esencia profesada, ésta debería seguir siendo un último lugar de resistencia crítica — y más que crítica— frente a todos los poderes de apropia­ ción dogmáticos e injustos. Cuando digo «más que crítica», sobreentiendo «deconstructiva» (¿por qué no decirlo directamente y sin perder tiempo?). Apelo al derecho a la decons­ trucción com o derecho incondicional a plantear cuestiones críticas no sólo a la historia del concepto de hombre sino a la historia misma de la noción de crítica, a la forma y a la autoridad de la cuestión1, a 1. He abordado en otro lugar, en numerosos lugares, y sobre todo en D e l espíritu. H eid egger y la pregunta (trad. cast. de M . Arranz, PreT e x to s , Valencia, 1 9 8 9 , pp. 151 ss.), esa «cuestión» de la autoridad de la cuestión, esa referencia a un asentimiento pre-originario que, al no ser ni

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la forma interrogativa del pensamiento. Porque eso implica el derecho de hacerlo a firm a tiv a y p erfo rm a tiv a m e n te 1, es decir, produciendo acontecim ien­ tos, por ejemplo, escribiendo y dando lugar (lo cuai hasta ahora no dependía de las Humanidades clási­ cas o modernas) a obras singulares. Se trataría, debi­ do al acontecim iento de pensamiento que constitui­ rían semejantes obras, de hacer que algo le ocurriese, sin necesariamente traicionarlo, a ese concepto de verdad o de humanidad que conform a ios estatutos y la profesión de fe de toda universidad. Ese principio de resistencia incondicional es un derecho que la universidad misma debería a la vez reflejar, in v en tar y p la n te a r , lo haga o no a través de las facultades de D erecho o en las nuevas Humani­ dades capaces de trabajar sobre estas cuestiones de derecho — esto es, por qué no decirlo de nuevo sin rodeos, de unas Humanidades capaces de hacerse cargo de las tareas de deconstrucción, empezando por la de su historia y sus propios axiomas.

crédula, ni positiva, ni dogmática, sigue presupuesta en toda interro ga­ ción, por necesaria e incondicional que sea y, en primer lugar, en el origen mismo de lo filosófico. 2. Asocio provisionalmente la afirmación con la performatividad. El «sí» de la afirm ación no se reduce a la positividad de una posición. Pero se p a rece m u cho, en efecto, a un acto de lenguaje performativo. N o describe ni constata nada, com p ro m ete al contestar. Pero más adelante, al final del recorrid o, intentaré situar el punto en donde la p erfo rm a­ tividad es ella misma desbordada por la experiencia del acon tecim iento, p o r la e x p o s ició n incondicional a lo que viene y a quien viene. La performatividad se encuentra aún, lo mismo que el poder del lenguaje en general, del lado de esa soberanía que me gustaría distinguir, por difícil que parezca, de cierta incondicionalidad en general, de una incondicionalidad sin poder.

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Consecuencia de esta tesis: ai ser incondicional, semejante resistencia podría oponer la universidad a un gran número de poderes: a los poderes estatales (y, por consiguiente, a los poderes políticos del Es­ tado-nación así como a su fantasma de soberanía indivisible: por lo que la universidad sería de ante­ mano no sólo cosmopolítica, sino universal, exten­ diéndose de esa forma más allá de la ciudadanía mundial y del Estado-nación en general), a los p o­ deres económicos (a las concentraciones de capita­ les nacionales e internacionales), a los poderes m e­ diáticos, ideológicos, religiosos y culturales, etc., en suma, a todos los poderes que limitan la democracia por venir. La universidad debería, por lo tanto, ser tam­ bién el lugar en el que nada está a resguardo de ser cuestionado, ni siquiera la figura actual y determi­ nada de la democracia; ni siquiera tampoco la idea tradicional de crítica, como crítica teórica, ni siquie­ ra la autoridad de la forma «cuestión», del pensa­ m iento com o «cuestionamiento». Por eso, he habla­ do sin demora y sin tapujos de deconstrucción. He aquí lo que podríamos, por apelar a ella, lla­ mar la universidad sin condición: el derecho pri­ mordial a decirlo todo, aunque sea com o ficción y experim entación del saber, y el derecho a decirlo públicamente, a publicarlo. Esta referencia al e s p a ­ c io p ú b lic o seguirá siendo el vínculo de filiación de las nuevas Humanidades con la época de las Luces. Esto distingue a la institución universitaria de otras instituciones fundadas en el derecho o el deber de decirlo todo. Por ejemplo, la confesión religiosa. E

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incluso la «libre asociación» en la situación psicoanalítica. Pero asimismo es lo que vincula fundam en­ talmente a la universidad, y muy especialmente a las Humanidades, con lo que se denomina la literatura en el sentido europeo y moderno del término, como derecho a decirlo todo públicamente, incluso a guar­ dar un secreto, aunque sea en el modo de la ficción. Esta alusión a la confesión, tan cercana a la profe­ sión de fe, podría vincular lo que digo con el análi­ sis de lo que ocurre hoy en día en la escena mundial y que se parece a un proceso universal de confesión, de confidencia, de arrepentimiento, de expiación y de perdón solicitado. Se podrían citar miles de ejem­ plos día tras día. Pero, tanto si se trata de crímenes muy antiguos com o de crímenes recientes, de la es­ clavitud, de la S h o a h , del a p a r tb e id , o incluso de las violencias de la Inquisición (de la que el Papa anun­ ció hace poco que debería dar lugar a un examen de conciencia), uno se arrepiente siempre, explícita o implícitamente, de acuerdo con ese concepto jurídi­ co tan reciente de «crimen contra la humanidad». D ado que nos disponem os a articu lar c o n ­ juntam ente la Profesión, la Profesión de fe y la Confesión, recordemos de pasada y entre parénte­ sis — pues ello exigiría largos desarrollos— que la confesión de los pecados podía organizarse en el siglo xiv en función de las categorías sociales y p ro­ fesionales. La S u m m a A stesan a de 1 3 1 7 prescribe que, en la confesión, se interrogue al penitente se­ gún su estatus socio-profesional: «A los príncipes sobre la justicia, a los caballeros sobre la rapiña, a los comerciantes, los funcionarios, así com o a los

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artesanos y a los operarios, sobre el perjurio, el frau­ de, la mentira, el robo, etc., a los burgueses y, de forma general, a los habitantes de la ciudad sobre la usura y la deuda no amortizable, a los campesinos sobre la envidia y el robo, sobre todo en lo que concierne a los diezmos, etcétera»3. Hay que insistir más en ello: si dicha incondicionalidad constituye, en principio y d e ju r e , la fuer­ za invencible de la universidad, aquélla nunca ha sido, de hecho, efectiva. Debido a esa invencibili­ dad abstracta e hiperbólica, debido a su imposibi­ lidad misma, esta incondicionalidad muestra asimis­ mo una debilidad o una vulnerabilidad. Exhibe la impotencia de la universidad, la fragilidad de sus defensas frente a todos los poderes que la rigen, la sitian y tratan de apropiársela. Porque es ajena al poder, porque es heterogénea al principio de p o­ der, la universidad carece también de poder propio. Por eso, hablamos aquí de la u n iversid ad sin c o n ­ d ic ió n . Digo bien «la universidad», porque distingo aquí, stricto sen su , la universidad de todas las institucio­ nes de investigación que están al servicio de finali­ dades y de intereses económicos de todo tipo, sin que se les reconozca la independencia de principio de la universidad. Y digo «sin condición» tanto como «incondicional» para dar a entender la connotación del «sin poder» o del «sin defensa»: porque es abso-

3.

J. Le Goff, Un au tre M oyen A ge, Gallimard, Paris, 1 9 9 9 , p.

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iutamente independiente, ía universidad cambien et, una ciudadela expuesta. Se ofrece, permanece e x ­ puesta a ser tomada, con frecuencia se ve abocada a capitular sin condición. Allí donde acude, está dis­ puesta a rendirse. Porque no acepta que se le pon­ gan condiciones, está a veces obligada, exangüe, abs­ tracta, a rendirse también sin condición. Sí, se rinde, se vende a veces, se expone a ser simplemente ocupada, tomada, vendida, dispuesta a convertirse en la sucursal de consorcios y de firmas internacionales. Hoy en día, en Estados Unidos, y en el mundo entero, juega una baza política im por­ tante: ¿en qué medida la organización de la investi­ gación y de la enseñanza debe ser sustentada, es de­ cir, directa o indirectamente controlada, digamos con un eufemismo «patrocinada», con vistas a inte­ reses comerciales e industriales? Dentro de esta ló­ gica, com o sabemos, las Humanidades son con fre­ cuencia los rehenes de los departamentos de ciencia pura o aplicada que concentran las inversiones su­ puestamente rentables de capitales ajenos al mundo académico. Se plantea entonces una cuestión que no es sólo económ ica, jurídica, ética, política: ¿puede (y, si así es, ¿cómo?) la universidad afirmar una independen­ cia incondicional, reivindicar una especie de s o b e r a ­ n ía , una especie muy original, una especie excepcio­ nal de soberanía, sin correr nunca el riesgo de lo peor, a saber, de tener — debido a la abstracción imposible de esa soberana independencia— que ren­ dirse y capitular sin condición, que permitir que se la tome o se la venda a cualquier precio?

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En ella se precisa no sólo un principio de resis­ tencia sino una fuerza de resistencia — y de disiden­ cia— . La deconstrucción del concepto de soberanía incondicional es sin duda necesaria y está en m ar­ cha, pues ésta es la herencia de una teología apenas secularizada. En el caso más visible de la presunta soberanía de los Estados-naciones pero también en otras partes (porque se encuentra en su casa por doquier y se considera indispensable, en los concep­ tos de sujeto, de ciudadano, de libertad, de respon­ sabilidad, de pueblo, etc.), el valor de soberanía está hoy en plena descomposición. Pero hay que tener cuidado para que esta deconstrucción necesaria no com prom eta demasiado, no demasiado, la reivindi­ cación de independencia de la universidad, es decir, una determinada forma muy particular de soberanía que trataré de precisar más adelante. Esto es lo que está en juego en algunas decisiones y estrategias políticas. Esta baza permanece en el horizonte de las hipótesis o de las profesiones de fe que someto a la reflexión de ustedes. ¿Cómo deconstruir la historia (y, en primer lugar, la historia acadé­ mica) del principio de soberanía indivisible, al tiem­ po que se reivindica el derecho a decirlo todo — o a no decirlo todo— y a plantear todas las cuestiones deconstructivas que se imponen respecto del h om ­ bre, de la soberanía, del derecho mismo a decirlo todo, por consiguiente, de la literatura y de la demo­ cracia, de la mundialización en curso, de sus aspectos tecno-económ icos y confesionales, etcétera? N o es que yo pretenda decir que, en medio de la torm enta que amenaza hoy a la universidad y, den­

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tro de ella, a unas disciplinas más que a otras, esa fuerza de resistencia, esa libertad que uno se toma de decirlo todo en el espacio público tiene su lugar úni­ co y privilegiado en lo que se denominan las H um a­ nidades — concepto cuya definición convendrá afi­ nar, deconstruir y ajustar, más allá de una tradición que también hay que cultivar— . Pero ese principio de incondicionalidad se p r e s e n ta , en el origen y por excelencia, en las Humanidades, Tiene un lugar de p r e s e n ta c ió n , de manifestación, de salvaguarda ori­ ginario y privilegiado en las Humanidades. También tiene allí su espacio de discusión y de reelaboración. Esto pasa tanto por la literatura y las lenguas (es de­ cir, las ciencias así llamadas dei hombre y de la cultu­ ra) com o por las artes no discursivas, el derecho y la filosofía, por la crítica, por el cuestionamiento y, más allá de la filosofía crítica y dei cuestionamiento, por la deconstrucción — allí donde no se trata de nada menos que de re-pensar el concepto de hombre, la figura de la humanidad en general y, especialmente, la que presuponen lo que llamamos, en la universi­ dad, desde hace siglos, las Humanidades. Por lo m e­ nos desde este punto de vista, la deconstrucción (no me siento en absoluto incóm odo por decirlo e inclu­ so por reivindicarlo) tiene su lugar privilegiado den­ tro de la universidad y de las Humanidades como lugar de resistencia irredenta e incluso, analógica­ mente, com o una especie de principio de d e s o b e d ie n ­ cia c iv il, incluso de disidencia en nombre de una ley superior y de una justicia del pensamiento. Llamemos aquí p e n s a m ie n to a aquello que a ve­ ces rige — según una ley por encima de las leyes— a

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la ju sticia de esa resistencia o de esa disidencia. Es asimismo lo que pone en marcha o inspira a la de­ construcción c o m o justicia4. A esta ley, a este dere­ cho fundado en una justicia que lo sobrepasa, les deberíamos abrir un espacio sin límite autorizándo­ nos así a deconstruir todas las figuras determinadas que esa incondicionaiidad soberana ha podido adoprar a lo largo de la historia. Para ello, tendremos que ampliar y reelaborar el concepto de las Humanidades. En mi opinión, no se trata ya sólo del concepto conservador y humanista al que se suele a menudo asociar a las Humanidades y sus antiguos cánones —-que considero, no obstan­ te, deben ser protegidos a toda costa. Ese nuevo con ­ cepto de las Humanidades, sin dejar de permanecer fiel a su tradición, debería incluir el derecho, las teorías de la traducción así como lo que se denomi­ na, en la cultura anglosajona — una de cuyas form a­ ciones originales constituye— , la «th e o r y » (articula­ ción original de teoría literaria, de filosofía, de lingüística, de antropología, de psicoanálisis, etc.), pero también, por supuesto, en todos esos lugares, las prácticas deconstructivas. Y tendremos que dis­ tinguir con todo cuidado aquí entre, por una parte, el principio de libertad, de autonomía, de resisten­ cia, de desobediencia o de disidencia, principio que es coextensivo a todo el campo del saber académico 4. A justicia, que no M a rx (trad. cast. y a Fu erza d e ley

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falta de poder explicitar o justificar esta declaración sobre la es el derecho, me permito remitir aquí a E sp ectros de de J. M . Aiarcón y C. de Peretti. Tro tta, Madrid, *1 9 9 8 ) (trad. cast. de A. Barbera y P. Peñalver, Tecnos, Madrid,

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y, por otra parte, su lugar privilegiado de p r es en ta ­ c ió n , de reelaboración y de discusión temática que, para mí, sería más propio de las Humanidades, pero de unas Humanidades transformadas. ¿Por qué vin­ cular todo esto insistentemente no sólo con Ja cues­ tión de la literatura, de esa institución democrática que denominamos la literatura, o la ficción literaria, con cierto sim ulacro y cierto «como si», sino ta m ­ bién con la cuestión de la profesión y de su porve­ nir? Porque, a lo largo de una historia del tr a b a jo — que no es simplemente el oficio— , y luego del oficio — que no es siempre la profesión— , y después de la profesión — que no es siempre la de p ro fe ­ sor— , me gustaría vincular esta problemática de la universidad sin condición a un testimonio, a un compromiso, a una promesa, a un acto de fe, a una declaración de fe, a una profesión de fe. En la uni­ versidad, esta profesión de fe articula de forma ori­ ginal la fe con el saber y, especialmente, en ese lugar de presentación de sí mismo del principio de incondicionalidad que denominaremos las Humanidades. Asociar en cierto m odo la fe con el saber, la fe en el saber, es unir entre sí unos movimientos que denominaríamos performativos y unos movimien­ tos constatativos, descriptivos o teóricos. Una p ro­ fesión de fe, un compromiso, una promesa, una res­ ponsabilidad asumida, todo ello exige no unos discursos de saber sino unos discursos performati­ vos que producen el acontecimiento del que hablan. Habrá que preguntarse entonces lo que significa “profesar”. ¿Qué se hace cuando, performativamente, se profesa, pero asimismo cuando se ejerce una

profesión y, especialmente, la profesión de profe­ sor? M e fiaré pues, a menudo y largo rato, de la distinción ahora clásica de Austin entre s p eech a cts performativos y sp ee c h a cts constatativos. Esta dis­ tinción habrá sido un gran acontecimiento de este siglo — y habrá sido, en primer lugar, un aconteci­ miento académico— . Habrá tenido lugar en la uni­ versidad. En cierto modo, son las Humanidades las que lo han hecho advenir y las que han explorado sus recursos. Con unas consecuencias incalculables, esto ha ocurrido a las Humanidades y por las H u ­ manidades. Sin dejar de reconocer la potencia, la legitimidad y la necesidad de esta distinción entre c o n sta ta tiv o y p e r fo r m a t iv o , a menudo me ha ocu ­ rrido, llegado a un determinado punto, no ya po­ nerla en cuestión pero sí analizar sus presupuestos y complicarla5. Todavía hoy, pero esta vez desde otro punto de vista, terminaré, después de haber conta­ do mucho con esta pareja de conceptos, por indicar un lugar en donde fracasa — y ha de fracasar. Ese lugar será precisamente lo q u e o cu rre, aque­ llo a lo que llegamos y que nos ocurre, el aconteci­ miento, el lugar del tener-lugar — que se burla del performativo, del p o d e r performativo, tanto com o del constatativo— . Y eso puede ocurrir en y por las Humanidades. Ahora voy a comenzar, a la vez por el final y por el comienzo. Pues he comenzado por el final c o m o si fuese el comienzo. 5. Cf., sobre todo, «Firma acontecimiento c on texto», en M árgenes - d e la filosofía. Cátedra, Madrid, 1 9 8 8 , y L im ited In c., Galilée, Paris, 1990.

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I

C o m o si el fin del trabajo estuviese en el origen del mundo. Sí, «como si», digo bien «como si..,». Al mismo tiempo que una reflexión sobre la his­ toria del trabajo, lo que les propondré es sin duda una meditación sobre el «como», el «como tal», el «como si». Y, tal vez, sobre una política de lo virtual. N o una política virtual sino una política d e lo virtual en el ciberespacio o el cibermundo de la mundialización. Una de las mutaciones que afectan al lugar y a la naturaleza del trabajo universitario es hoy en día, com o bien sabemos, cierta virtualización deslocalizadora del espacio de comunicación, de discusión, de publicación, de archivación. N o es la virtualización la que es absolutamente nueva en su estructura. Desde el m om ento en que hay una huella, está en marcha alguna virtualización: éste es el abe de la deconstrucción. Lo inédito es, cuantita­ tivamente, la aceleración del ritmo, la amplitud y los poderes de capitalización de semejante virtuali­ dad espectralizadora. De ahí, la necesidad de repen-

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sar los conceptos de lo posible y de lo imposible. Esta nueva «etapa» técnica de la virtualización (informatización, n u m er iz a c ió n , m u n d ia liz a c ió n virtuaimente inmediata de la legibilidad, teletrabajo, etc.) desestabiiiza, todos tenemos experiencia de ello, el hábitat universitario. Trastorna su to p o lo ­ gía, inquieta todo lo que organiza sus lugares, a sa­ ber, tanto el territorio de sus campos y de sus fron­ teras disciplinares como sus lugares de discusión, su campo de batalla, su K a m p fp la tz , su b a t tle fie ld teó ­ rico, así com o la estructura comunitaria de su «cam­ pus». ¿Dónde se encuentran hoy el lugar com unita­ rio y el vínculo social de un «campus» en la época ciberespacial del ordenador, del teletrabajo y de la iv o rla ivide iv eb t ¿Dónde tiene su lu gar, en lo que M ark Poster llama la