La Transicion Del Feudalismo Al Capitalismo

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R O D N E Y H IL T O N , ed.

LA TRANSICIÓN DEL FEUDALISMO A L CAPITALISMO M A U R IC E DOBB, PAUL SWEEZY, KO H A C H IR O TA K A H A S H I RODNEY HILTON, CHRISTOPHER HILL, GEORGES LEFEBVRE G IU LIA N O FjLROCACCI, ERIC H O B S B A W M , JO HN MERRlVjGTON Traducción castellana de D O M ÉN EC BER G A D Á

ED ITORIAL CRÍTICA 6 r u p o editorial Grijalbo

BARCELONA

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edición: edición: edición: edición:

mayo de 1977 julio de 1978 marzo de 1980 octubre de 1982

Título original: THE TRANSITION FROM FEUDALISM TO CAPITALISM Cubierta: Alberto Corazón ® 1976: NLB, Ltd., Londres ® 1977 de la traducción castellana para España y América: Editorial Crítica, S. A., calle Pedro de la Creu, 58, Barcelona-34 ISBN: 8 4 -7 4 23 -0 17 -9 Depósito legal: B. 32.589 - 1982 Impreso en España 1982 —INELVA, S. A., Paseo de Carlos I, 142, Barcelona-13

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INTRODUCCIÓN Los E studios s o b r e e l d esa rro llo d e l ca pitalism o de Maurice Dobb fueron publicados en 1946. Karl Polanyi, a pesar de la dureza de su crítica, aparecida en el Jo u rn a l o f E co n o m ic H istory (1948), describe el trabajo de Dobb en los siguientes términos: «un erudito y original volumen sobre el declive del feudalismo, el mercantilismo, la revolución industrial y el siglo xix, el pe­ ríodo de entreguerras, es decir, sobre la historia toda del capita­ lismo occidental hasta llegar al Plan Marshall». Polanyi cree que Dobb retiene lo menos valioso del análisis de Marx (la teoría del valor-trabajo) en tanto que descarta lo que él, Polanyi, cree que fue la «penetración fundamental — de Marx— en la natura­ leza históricamente limitada de la organización de mercado». Desafortunadamente, la reseña de Polanyi no era suficientemente extensa como para desarrollar tan interesante crítica, aunque no por ello deje de adoptar una muy seria actitud frente a los pro­ blemas que suscita un análisis marxista del feudalismo como modo de producción (que el propio Marx, no acometió de una forma sis­ temática) y de la transición del feudalismo al capitalismo (punto sobre el que Marx tuvo necesidad de extenderse más, aunque no dijera lo suficiente). La larga reseña del libro que R. H. Tawney publicó en 1950 en la E co n o m ic H istory R e v i e w muestra muy escaso interés en los problemas teóricos que suscita un enfoque marxista. No obs­

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tante, fue de gran importancia que se publicara una reseña amplia y valorativa, aunque crítica, salida de la pluma de uno de los más destacados historiadores ingleses, que no sólo han dedicado toda su vida a investigar en las fuentes originales todo el período de la «transición» sino que reconoce d e ja c to la realidad del ca­ pitalismo como un orden social y económico diferenciado, y ello en una época en que abundan los historiadores, economistas y políticos que pretenden sostener su inexistencia histórica. Buena parte de las críticas de Tawney poseen un enorme interés prácti­ co para el historiador de los siglos xvi y xvn, y deben tomarse muy en serio. Sin embargo, aunque Tawney indicó en su reseña que «uno de los méritos del libro es haber combinado historia y teoría», no sacó a la palestra ninguno de los problemas teóri­ cos a los que Polanyi había aludido vagamente y que han sido objeto de debate por parte de estudiosos marxistas del texto de Dobb. A pesar de todo, Tawney, y presumiblemente el editor de la E co n o m ic H istory R ev iew , pensaron, como Polanyi, que un libro tan erudito y original sobre un tema de tal importancia jus­ tificaba plenamente que se le tomara en consideración, aun cuan­ do a veces fuera para tratarlo con severidad. Por desgracia, este interés no fue compartido por los editores de algunas otras publicaciones situadas muy cerca del núcleo de lo que podría denominarse el «establecimiento histórico» britá­ nico, que por aquel entonces se agrupaba en torno a la E co n o m ic H istorical R e v ie w . No apareció reseña alguna en la English H is­ torica l R e v i e w , supuesto santuario de la más alta erudición, ni en H istory, en cuyas páginas se ofrece el mensaje de esta alta erudición a los profesores de historia y otras gentes situadas fuera del círculo de los investigadores profesionales. Tampoco aparecie­ ron reseñas en las principales publicaciones de teoría económica, tales como el E co n o m ic Jou rn al o E conom ica. Las razones de esta generalizada negligencia del libro de Dobb son bastante obvias. A los historiadores académicos ingleses no les gusta el marxismo. En todo caso, la década subsiguiente al fin de la contienda mundial no era un momento demasiado propicio para establecer una discusión exenta de prejuicios sobre una ínter-

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pretación marxista del capitalismo. Desde luego, no se agota con esta constatación el análisis del problema, y cabría añadir por lo menos el recelo, no sólo ante la teoría y las conceptualizaciones abstractas, sino incluso frente a interpretaciones generalizadoras que albergan una elaboración teórica mínima, como pueda ser el caso de la interpretación toh ig * de la misma. Las preferencias de la tradición académica británica, al menos desde finales del si­ glo xrx, se inclinan hacia la erudición exacta y detallada que tiene como objetivo el almacenamiento1 de datos verificables. La prepa­ ración del historiador no estriba en su capacidad para discutir qué hipótesis pueden explicar los desarrollos históricos significativos, y mucho menos en intentar penetrar la esencia o «principio motor» de las formaciones socio-políticas. Por el contrario, se supone que reside en la facultad de eliminar todo elemento de subjetividad en el estudio de una secuencia de eventos acaecida durante xm corto período de tiempo, o en identificar las partes integrantes de la principal (usualmente la dominante) institución de una sociedad dada. Ello se consigue recurriendo siempre que sea posible a registros administrativos supuestamente «objetivos», al tiempo que a una evaluación crítica de las crónicas, narraciones o correspon­ dencias, que se estiman expuestas al riesgo de la parcialidad humana.1 * La interpretación whig de la historia, expresión usada con alguna fre­ cuencia en la historiografía anglosajona, recibe su nombre del relato de la historia constitucional de Inglaterra efectuado en el siglo xix por los histo­ riadores adscritos a la corriente liberal (whig), para quienes la libertad in­ glesa se habría ido ampliando poco a poco en el decurso del tiempo de forma siempre progresiva e irreversible. Ciertamente es muy escaso el nú­ cleo «teórico» de una visión whig de la historia, pues se limita a suscribir esta ascensión continuada de la libertad y a clasificar de forma maniquea y mecanicista a los individuos en dos grandes categorías: progresistas, que miran hacia delante, y reaccionarios, con las miras siempre puestas en el pasado. (Ñ. del £.) 1. Pueden hallarse interesantes evaluaciones sobre la naturaleza de los escritos históricos modernos en - Robin Blackburn, ed., Ideología y ciencias sociales, traducción de E. Ruiz Capillas, Grijalbo, Barcelona, 1977. Son de destacar los artículos de Gareth Stedman Jones, «History: The poverty of empiricism», y de E. J. Hobsbawm, «Karl Marx’s contribution to histo-

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Desde luego, este tipo de academicismo y erudición históri­ cas no es exclusivamente británico, sino europeo. Un buen ejem­ plo de ello nos lo da la escuela historio gráfica francesa anterior al período de los Annales, la época pre-Bloch, podríamos deno­ minarla. Por otro lado, sus logros han sido considerables, espe­ cialmente en el campo de medievalismo, que es el que aquí nos interesa de forma particular, y en modo alguno debemos subesti­ marlos. Como podrán apreciar los lectores del debate, lo que po­ larizó el interés de los participantes no fue precisamente la his­ toria del capitalismo ya consolidado, sino que centraron sus inter­ venciones en el estudio de las fuerzas que destruyeron la sociedad feudal. La mayor parte de los problemas de la transición están más vinculados con aspectos del mundo medieval que con los del moderno. En sus críticas a Dobb, Paul Sweezy se basa de forma casi total en las merecidamente famosas investigaciones de un historiador no marxista, Henri Pirenne. Desde luego, el trabajo de Pirenne no debe clasificarse entre el tipo de erudición aca­ démica estrecha de miras a la que antes nos hemos referido, si hien Pirenne es tan capaz como el primero de tratar las fuentes documentales con toda escrupulosidad y espíritu crítico. No obs­ tante, también es capaz de delinear amplias generalizaciones, y no hay duda alguna de que es este aspecto de sus investigaciones el que inclina a los marxistas a estudiarlo con toda seriedad. Giuliano Procacci, cuando evalúa los resultados del debate inicial, se­ ñala con mucho acierto cuán formidable es el respaldo de eru­ dición no marxista que despliega Sweezy contra Dobb al citar a Pirenne. Pero quizá Procacci haya sobreestimado en demasía la artillería del bando de Sweezy. Después de todo, dejando de lado -a Pirenne, ¿a quién cita Sweezy? Y sabemos en la actualidad que la interpretación de la historia económica europea medieval que nos ofrece Pirenne ha sido criticada con severidad por nu­ merosos historiadores, y desde luego no todos ellos marxistas. Su interpretación del declive del comercio en -el Mediterráneo y de riography». Jones sobreestima un poco el carácter revolucionario de la escue­ la de los Annales, que, si bien innovadora, en modo alguno es marxista.

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la desurbanización de Europa occidental ha sufrido muy rudos golpes. No existe un consenso generalizado sobre su idea de que la revitalización del comercio a larga distancia en el siglo xi fue­ ra la causa de la reactivación de la economía europea, ni tampoco sobre su opinión acerca de los orígenes sociales de los mercaderes urbanos del período de resurgimiento.2 Con todo, el enfoque general de Procacci está plenamente justificado. Los marxistas ingleses pueden haber tenido muy bue­ nas ideas, pero necesitan respaldarlas con investigaciones que pue­ dan competir con las de las escuelas establecidas de historiografía no marxista frente a las que polemizan. El libro de Dobb, como él mismo admite y reiteradamente han indicado sus reseñadores, es la obra de un economista mar­ xista que se ha familiarizado con la bibliografía histórica dispo­ nible en la época. Su oponente en esta controversia, Paul Sweezy, se halla en una situación parecida: un estudioso marxista del ca­ pitalismo contemporáneo se aventura en el terreno de la historia económica medieval tomando como báse trabajos de segunda mano debidos a historiadores no marxistas. E igual sucede, aunque en menor grado, con el más destacado de los otros participantes en el debate, pues aunque Takahashi es un investigador original en el campo del feudalismo japonés y de los problemas de la transi­ ción del feudalismo al capitalismo en el siglo xix, su conocimiento de este problema en la historia del área clásica de formación del capitalismo, Europa occidental, también se basa en trabajos de otros. La más reciente de las amplias contribuciones al debate, la de John Merrington, no se centra precisamente en la investiga­ ción de problemas de la historia económica feudal. Así pues, con la excepción de Hill y Hilton, cuyas contribuciones al debate son relativamente insignificantes, la discusión ha sido conducida por marxistas que han puesto el dedo en la llaga sobre ciertos proble­ mas fundamentales concernientes a los modos de producción feu­ 2. Véase la colección de ensayos editada por A. F. Havighurst, The Pirenne thesis, Boston, 1958, y el artículo de A. B. Hibbert, «The origins of the medieval town patriciate», Past and Present, n.° 3 (febrero 1953).

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dal y capitalista, pero que, a falta de apoyo en especialistas mar­ xistas (en todo caso, esto era por completo cierto en la década de los cincuenta, cuando se inició el debate), se han visto obliga­ dos a buscar buena parte del material de base en autoridades no marxistas auxiliares. Para todo aquel que se enfrente seriamente al concepto de «modo de producción» es esencial establecer cuáles son los com­ ponentes de los distintos modos. El historiador, cuyos objeti­ vos pueden no ser los mismos que los del sociólogo o el filó­ sofo,3 no puede, sin embargo, pararse aquí. Hay una ley del mo­ vimiento de las sociedades feudales (como de las otras), al tiempo que un conjunto particular de relaciones estructurales en su seno. Definir y elaborar la ley del movimiento y los cambios concretos que eventualmente generan las condiciones para la transición del feudalismo al capitalismo requiere un esfuerzo, no sólo de lógica, sino también de investigación. Exige la crítica y utilización de las investigaciones de los estudiosos burgueses, y también el em­ pleo de una metodología crítica a las fuentes documentales de la época. Y dicho método crítico es preciso que sea marxista, que tome como base una comprensión adecuada del concepto de modo de producción. Por otro lado, también debe tener en cuenta los métodos críticos desarrollados por los historiadores desde, al me­ nos, el siglo xvii. Los historiadores marxistas han .modificado de forma significa­ tiva nuestra comprensión de la revolución burguesa y del de­ sarrollo de la sociedad capitalista, desde el siglo xvii hasta nues­ tros días. Baste sólo con mencionar las investigaciones originales de historiadores marxistas ingleses de primera fila- como Christopher Hill, Eric Hobsbawm y Edward Thompson, para no hablar de Albert Soboul en Francia, Giuliano Procacci en Italia y mu­ chos otros historiadores del área capitalista. B. F. Porchnev,. A. D. Liublinskaya y J. V. Polisenski, bien conocidos en su país,

3. Tal como parece admitir Althusser. Cf. L. Althusser y E. Balibar Para leer El capital, traducción de Martha Harnecker, Siglo XXI, Méxi­ co, 1969, p. 19.

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son sólo una muestra de los historiadores que han trabajado sobre temas similares dentro de los países del campo socialista. Mucho más reducido es el número de trabajos marxistas sobre la sociedad feudal y sobre las precondiciones medievales para el desarrollo del capitalismo, aunque los escritos de E. A. Thompson sobre los.: primeros estadios de la sociedad germánica merecen ocupar un lugar destacado. Por otro lado, el núcleo central de las investigaciones marxistas sobre historia medieval queda confinado al campo de la historia agraria. Varias son las razones que pueden justificar esta limitación. Los jóvenes marxistas suelen tener una vinculación política con organizaciones socialistas o comunistas, lo que les inclina a estudiar el modo de producción capitalista bajo todas sus manifestaciones políticas, sociales y culturales. Por otra parte, este estudio no sólo se halla bajo la influencia directa de la teoría y la práctica de los fundadores del marxismo, Marx y Engels, sino que cuenta con la ayuda de un considerable núme­ ro de marxistas militantes que se hallan empeñados en una cons­ tante discusión teórica y práctica de los problemas suscitados por la historia marxista de la sociedad capitalista, así como por los que plantea la transición del capitalismo al socialismo. El estudio de la sociedad feudal presenta, pues, muy pocas ventajas para los historiadores más jóvenes, que suelen hallarse algo ais­ lados, tanto teórica como prácticamente. Cabe esperar que la reedición de este debate sobre la transición estimulará una nueva consideración de sus logros teóricos y la iniciación de nuevas in­ vestigaciones sobre los problemas que quedan aún sin resolver y que se plantean en las antiguas contribuciones y en la presente introducción.

Han pasado ya más de veinte años desde que se desató el debate en las páginas de S cien ce an d S ociety. Tanto los historia­ dores marxistas como los que no lo son han aportado una conside­ rable cantidad de investigaciones relevantes sobre muchos de los temas que se discutieron en aquel entonces. No pretendo en esta

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introducción presentar un laborioso memorándum historiográfico de tales investigaciones. Antes bien, lo que persigo, hasta donde sea capaz de hacerlo, es reexaminar algunos de los problemas suscitados en el debate original a la luz de estos trabajos poste­ riores, y de lo que sobre el tema haya podido meditar. Los pro­ blemas a que me estoy refiriendo son la definición de servidum­ bre, el origen de las ciudades, el desencadenamiento de la pro­ ducción simple de mercancías, los modelos alternativos sobre el surgimiento de la producción capitalista y el concepto de «prin­ cipio motor».

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Dentro de la discusión marxista el término «servidumbre» acostumbra a ser innecesariamente ambiguo, hecho que parece derivar de la investigación histórica no marxista. Takahashi está totalmente acertado cuando insiste en que la servidumbre es la forma de existencia que adopta el trabajo dentro del modo de producción feudal. Su esencia era la apropiación por parte del señor del trabajo excedente de la familia campesina, una vez cu­ biertas las necesidades que aseguraban su propia subsistencia y la reproducción económica del sistema. Este trabajo excedente pue­ de emplearse directamente sobre los dominios del señor o puede percibirse de manos de las familias de terrazgueros bajo la forma de renta en productos o en dinero. Dado que las familias campesinas poseen de hecho las tierras que les permiten producir para su subsistencia, la transferencia del excedente debe arrancarse por la fuerza. El campesino, a di­ ferencia del obrero asalariado, no precisa enajenar su fuerza de trabajo para vivir. Una vez aceptada esta definición amplia de ser­ vidumbre como transferencia forzosa del trabajo excedente, o de sus productos, queda claro que pueden existir diferentes formas jurídicas o institucionales de servidumbre sin que ante los ojos de la ley sean consideradas en muchos casos, quizás en la ma­ yoría, como necesariamente «serviles». Este hecho ha dado pie a

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innumerables confusiones entre los historiadores. Marc Bloch ha examinado las cédulas de emancipación de las villas situadas den­ tro de estados eclesiásticos del norte de Francia y ha observado que los campesinos que las recibían, la mayoría de los habitantes de tales villas, seguían sometidos a una serie de obligaciones, como por ejemplo el fo rm a r ia g e y la m a in m orte, que por lo general se consideran serviles. El número de familias de estas mismas villas explícitamente sometidas a servidumbre que consta en las actas del siglo ix es mucho menor que el de las que iban a alcanzar la emancipación en el siglo x i i i . Por consiguiente, Bloch concluye que entre los siglos i x y X i i i debió producirse un proceso de servilización. En cambio, el historiador belga L. Verriest ha demos­ trado que la proporción de familias designadas específicamente como «siervos» (serv í) no cambió durante este período. La ma­ yoría de los campesinos emancipados durante el siglo x i i i eran, desde un punto de vista jurídico, v ilein s libres, pero de hecho habían estado sometidos a obligaciones análogas a las que regían para los «verdaderos» siervos. Como veremos más adelante, aun­ que formalmente a Verriest le asiste la razón, la interpretación de Bloch es la que más se aproxima a la verdad.4 Durante el período inicial de la servidumbre europea, es de­ cir, durante el período en que fue apareciendo bajo su. forma clásica la aristocracia terrateniente feudal, fueron desarrollándose una enorme variedad de formas de subordinación campesina. En­ tre éstas, cabe reseñar el asentamiento de esclavos pertenecientes al dominio señorial sobre otras tierras, con o sin manumisión de obligaciones serviles, la subordinación de campesinos libres a ciertos convecinos más poderosos o amenazadores, la sumisión de hombres libres a la protección de un santo (por ejemplo, a la comunidad agrícola de un monasterio que, supuestamente, se ha­ llaba dedicada al culto del santo), etc. La nomenclatura con que se designaba a los campesinos subordinados variaba de un lugar 4. M. Bloch, Uhistoire rurale frangaise, París, 1968, y «Liberté et servitude personelles au Moyen-Áge», en Mélanges historiques, vol. I, París, 1963; L. Verriest, Institutions médiévales, Mons, 1946.

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a otro de acuerdo con la naturaleza de su subordinación, o in­ cluso, como ha sugerido R. Boutruche, en consonancia con la imaginación de los administradores de los señores. Como dirá Boutruche, este hecho lleva a muchos historiadores a similares fantasías de erudición, con lo que acaban olvidándose por com­ pleto de las características del campesinado como clase social.5 Entre los siglos ix y x i i i se produce un auténtico cambio de naturaleza entre la servidumbre europea, particularmente entre la servidumbre europea occidental. Creo que es interesante discutirlo aunque sea brevemente porque ejemplifica un importante punto de confusión en algunas de las controversias sobre el carácter del modo de producción feudal. Dicha confusión hace referencia al papel desempeñado durante este período por la renta en trabajo dentro de las relaciones sociales. Muy a menudo se ha conside­ rado que la renta en trabajo, la prestación directa de servicios, es la forma característica de subordinación servil del campesino al señor. En consecuencia, la mayor parte de los marxistas in­ gleses han considerado en su polémica sobre la transición — aun cuando reconozcan que la renta en trabajo no es la única forma de renta feudal— que la conmutación de prestaciones de servicios por rentas en dinero en la Inglaterra del siglo xiv tuvo un muy especial significado en dicho proceso. Esta afirmación aparece como consecuencia de cierta insularidad histórica en su prepa­ ración, por cuanto, tal como indica Dobb, la supervivencia en la Inglaterra del xiv de amplios estados en los que eran pie­ zas básicas grandes dominios señoriales cultivados bajo la moda­ lidad de la prestación de servicios fue excepcional. La historia general del feudalismo europeo muestra con bastante claridad que la renta en trabajo no constituyó un elemento esencial en las rela­ ciones de producción feudales, si bien en la organización del tra­ bajo forzado sobre los dominios señoriales es quizá donde se pone de manifiesto de un modo más claro el carácter coercitivo de las mismas.

5. R. Boutruche, Señorío y feudalismo, traducción de Margarita B. Pontieri, revisión técnica de Reyna Pastor de Togneri, Siglo XXI, Madrid, 1973, libro I, caps. II y III.

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Las primeras informaciones que poseemos acerca de estados organizados con el dominio como forma básica (la mayor parte eclesiásticos, pero también algunos reales) corresponden a descrip­ ciones del siglo ix. El becbo de centrar nuestra atención durante este período en el norte de Francia y en el valle del Rin muy bien puede deberse a una supervivencia accidental de las fuentes documentales. Esta forma de organización es anterior, sin lugar a dudas, al siglo ix, aunque sigue siendo motivo de discusión de­ terminar si tuvo una continuidad que arrancaba directamente del imperio romano. A finales del siglo x, si no antes, se había exten­ dido y tenía carta de naturaleza en Italia central y en Inglaterra. Todas las descripciones estatales enfatizan la importancia de las obligaciones de trabajo que tenían tanto los campesinos libres como los sometidos a condición servil. Por lo tanto, aunque hubiera rentas en especies y en dinero, la que aparece como predomi­ nante es la renta en trabajo. Es probable que, en esta época, di­ cha forma de usar el trabajo excedente fuera tan ineficaz como lo fue en Europa oriental a comienzos de la Edad Moderna.6 En todo caso, lo que parece fuera de toda duda es que cuando co­ mienzan a registrarse las descripciones a que nos hemos referido el sistema estaba empezando a desintegrarse. Fueron varios los rasgos de la economía y la sociedad europeas de los siglos x y xi que contribuyeron a modificar este modo de apropiación del trabajo excedente. Los capitulares y ordenaciones de las monarquías franca y otomana sugieren que existió una considerable resistencia por parte de los campesinos, tanto a la prestación de servicios como a la servilización legal. Aunque no debe sobreestimarse la gravedad de las invasiones escandinava y magiar, por fuerza debieron debilitar la desvencijada estructura de la hegemonía imperial carolingia. De hecho, no fue tanto que se debilitara (o parcelara) el poder estatal como que se viera con­ 6. W. Kula, Teoría económica del sistema feudal, prólogo de Reyna Pas­ tor de Togneri, Siglo XXI, Madrid, 1974. En- este texto se analizan los estados con una base servil en Polonia a comienzos de la era moderna y contiene numerosas indicaciones útiles para quienes estudien estados simi­ lares en Europa occidental durante la Edad Media. 2 . — HILTON

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finado a sus límites prácticos, dada la lentitud de las comunica­ ciones y el relativamente restringido radio de acción efectivo sobre el que podía ejercer la coacción militar. Probablemente hubo un considerable incremento demográfico, con la consiguiente subdivi­ sión de las posesiones agrícolas. El incremento de la población también pudo ser la causa que estimulara un aumento del número de familias de la clase militar feudal con concesión de benefi­ cios. Aunque no debe exagerarse en este punto, parece ser que el rendimiento agrícola mejora gracias a una serie de perfecciona­ mientos técnicos. Durante este período se produjo también un cambio digno de reseñar en el carácter de la clase feudal dominante. El poder jurisdiccional, que es el derecho a enjuiciar la población sometida y a extraer beneficio de las exacciones implícitas en la jurisdicción, fue delegado no sólo a los condes, sino también a los castellanos (señores de distritos controlados desde un castillo) e incluso a se­ ñores que sólo lo ejercían sobre una o dos villas. Los grandes estados, especialmente el monástico, mantuvieron hasta cierto punto su estructura, pero apareció una tendencia a la fragmenta­ ción de los dominios y a que éstos cayeran bajo el control de fun­ cionarios designados, quienes a su vez los entregaban en manos de terrazgueros (pea san t ten a n ts o ten a n t fa rm ers). Los poderes jurisdiccionales que ejercían en función de sus inmunidades tam­ bién comenzaron a descentralizarse como en el caso de los con­ dados. La prestación de servicios tendía a desaparecer como for­ ma privilegiada de la renta feudal. A partir del siglo xn, la aris­ tocracia terrateniente se apoderó del excedente agrícola no tanto bajo la forma de renta, en trabajo, productos o dinero calculada én base al tamaño de las tierras trabajadas por cada campesino, sino a través del tributo señorial (ta lla ge) y mediante los bene­ ficios de jurisdicción. Estos beneficios incluían no sólo las san­ ciones judiciales, sino los que pudieran extraerse de diferentes monopolios, tales como el derecho a obligar a los habitantes de su área de jurisdicción, libres o siervos, terrazgueros o no, a que molieran el grano en el molino del señor, cocieran en su horno o prensaran las uvas en sus lagares. Se exigía además la pres­

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tación de algunos servicios extraordinarios, más a título de va­ sallos que de terrazgueros, entre los que destacaban la construc­ ción de caminos y del castillo, y quizá incluso la obligación de segar parte de los prados del dominio y de cultivar su viñedo. La suma total de todas estas nuevas facetas de la renta feudal excedía considerablemente a los ingresos de tiempos precedentes, que provenían de la producción de los dominios y de las rentas por terrazgo. Si bien las cargas sufrían un constante aumento, se operó una desaparición del término «siervo», y a mediados del siglo xn quedaban muy pocos campesinos calificados de tales.7 Estas nuevas formas de exacción señorial permitieron a deter­ minadas capas de la comunidad campesina de varios países euro­ peos obtener una cierta manumisión durante los siglos x i i y x i i i , aunque bien es cierto que en muchos casos pagaron un duro precio por ella. No termina aquí la historia de la compleja evo­ lución de la renta feudal. Sin embargo, no llevaré más allá el problema, pues el propósito de esta discusión acerca de los cam­ bios dé carácter de la renta feudal acaecidos" entre los siglos IX y X l l i ha sido simplemente remarcar cuán variadas eran las for­ mas de extracción del excedente a los productores directos, y hasta qué punto existía una muy estrecha vinculación entre dichas for­ mas y la sobreestructura institucional. E l o r ig e n d e l a s c iu d a d e s 8

En este período tiene una importancia fundamental dentro de la historia de la renta feudal su probable conexión con el creci­ 7. Las ideas de los párrafos precedentes tienen su fundamento en una serie de monografías, pero parte de las pruebas a que se hace referencia proceden de R. Boutruche, Señorío y feudalismo, y G. Duby, Economía rural y vida campesina en el occidente medieval, traducción de Jaime Torras Elias, Ediciones Península, Barcelona, 19732. 8. Cf. el artículo de H. van Werweke, «The rise of the towns», con bibliografía, en Cambridge economic history of Europe, vol. III, Cam­ bridge, 1963.,El autor es discípulo de H. Pirenne.

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miento de las ciudades, ya fueran pequeños mercados o grandes centros urbanos, pues la revitalización urbana durante los si­ glos xi y x n coincide en el tiempo con el desarrollo de nuevas formas de servidumbre. La ampliación del excedente reportado por la producción agrícola, más bajo la forma de beneficios jurí­ dicos y monopolísticos que de renta provinente de las tierras tra­ bajadas en terrazgo, significa que, de hecho, los señores vieron aumentar constantemente sus ingresos en metálico. La división del trabajo entre ciudad y campo y el desarrollo de las ciuda­ des, no -como simples mercados donde puede venderse la pro­ ducción agrícola y obtener con ello más dinero con que satisfacer las exacciones señoriales, sino como centros de producción artesanal, pueden sin duda ex plicarse en términos generales como res­ puesta a una concentración más eficiente del excedente en manos de una aristocracia más diversificada (y desde el punto de vista de sus exigencias culturales, más sofisticada). Pero estos procesos deben d es crib ir se de forma bastante más precisa. No hay ninguna duda de que algunas ciudades pequeñas fueron fundadas por ini­ ciativa señorial con el único fin de habilitar centros de transacción adecuados que les permitieran aumentar sus beneficios a través de los tributos de mercado y de las pequeñas rentas. En otros lugares, los núcleos que impulsaron el desarrollo de la artesanía urbana y de mercados, tanto para productos locales como para las mercancías suntuarias procedentes del comercio a larga distan­ cia, fueron instalaciones eclesiásticas preexistentes (catedrales, co­ legiatas, monasterios) o las destinadas a las tropas del séquito de algún señor feudal de elevado rango, tal como un duque o un conde. La condición previa necesaria en todos los casos fue el incremento y disponibilidad de los ingresos señoriales. Al mismo tiempo, es muy probable que el incremento demográfico — artesa­ nos, pequeños comerciantes y proveedores de servicios en estas nuevas (o revitalizadas) ciudades— tuviera como origen el des­ moronamiento del viejo sistema dominical. Entre los factores que facilitaron el crecimiento demográfico pueden censarse la frag­ mentación de las propiedades rurales, y quizá un incremento de la costumbre de dividir el patrimonio y la creciente productividad

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agrícola resultante de la concentración de recursos técnicos sobre las propiedades pequeñas y medias en lugar de tenerlos distraídos en el dominio del señor. Max Weber 9 pone mucho énfasis en la autonomía política al­ canzada por las comunidades urbanas del feudalismo occidental en comparación con la de las ciudades de Asia. Ciertos historiado­ res no marxistas (especialmente en Francia) describen este mismo fenómeno cuando se refieren a las comunas como «señores co­ lectivos», situadas a su misma altura dentro de la jerarquía feu­ dal.10 Indudablemente, la independencia de las comunidades ur­ banas ha sido un componente muy importante para definir los rasgos específicos del feudalismo europeo, tan distinto de otros feudalismos. Sin embargo, nos equivocaríamos si se atribuyera a la independencia comunal el desarrollo del capital mercantil o el de la industrié artesanal de base urbana, tanto como si se lo ad­ judicáramos a la fragmentación de la soberanía (concepto ajeno a la historiografía marxista). Existió una considerable gradación en cuanto al alcance de la autonomía urbana frente al control feudal, y las ciudades que gozaron de una mayor independencia política no fueron necesariamente las más desarrolladas desde los puntos de vista social o económico; París, la ciudad más grande de la Europa medieval, constituye un ejemplo pertinente. Por otro lado, en modo alguno era necesaria la autonomía política de un municipio independiente p a ra que se produjera este tipo de monopolio urbano o artesanal al que Marx hace referencia cuan­ do nos indica que, desde un punto de vista económico, las ciudades explotaban al campo, mientras que políticamente este último (es decir, las clases feudales dominantes) ejercía una explotación sobre los núcleos urbanos. En muchos burgos ingleses, el-gremio mercantil controlaba por completo las condiciones comerciales del mercado sin que, al mismo tiempo, pudiera gozar de los más altos grados de privi­ legio urbano. Muchos son los problemas que plantea la división 9. The city, Londres, 1958. 10. Cf. C. Petit-Dutaillis, Les Communes francaises, París, 1947, vol. I, cap. III.

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del trabajo entre ciudad y campo, y aunque buena parte de ellos Kan sido espléndidamente tratados en los estudios de los mejores especialistas no marxistas en historia constitucional urbana, sería por completo erróneo suponer que los problemas de la comuni­ dad urbana en el seno de la sociedad feudal podrán resolverse en tales términos. Lo que se necesita es llevar a cabo un trabajo sobre el grado de especialización ocupacional en ciudades de diversos tamaños, funciones y estadios de desarrollo. Veamos algunos ejemplos. La presencia de aristocracia feudal en las ciudades italianas es un tópico ampliamente reseñado por los historiadores, al tiempo que suele afirmarse que los señores feudales del norte de Europa vi­ vían en su gran mayoría en el campo. Sin embargo, estas afirma­ ciones generales deben probarse con datos concretos, especialmen­ te en el caso de Inglaterra, donde toda ciudad de tamaño medio posee sus enclaves eclesiásticos, feudales o de la oficialidad real. Se reseña a menudo la presencia de individuos ocupados en la agricultura entre las poblaciones urbanas, pero raramente se ha medido o analizado dicha variable. Se posee un buen número de listas de gremios organizados dentro de la jurisdicción urbana, pero no existe una comparación sistemática, de ciudad a ciudad, de otras muy diversas ocupaciones, por lo general sin organizar colectivamente, así como tampoco una estimación del porqué y cómo de su separación funcional con respecto al hin terla n d agrí­ cola. En contra de lo que pudiera parecer a primera vista, el su­ puesto teatro donde se desarrolla la primera vía hacia el capita­ lismo no viene delimitado por el contraste entre la industria ur­ bana dominada por los gremios y la industria libre asentada en las áreas rurales. Las villas industriales de finales del siglo xiv establecidas en el este de Inglaterra, ¿deben'considerarse como medio urbano o rural? ¿Acaso el Manchester o el Birmingham medievales, de los que suele pensarse que tipifican el progreso de la industrialización rural, no eran calificados en su tiempo de burgos o vílla e m e r c a t o r ia e ? 11 11. En otras palabras, la línea diviso tía entre ciudad y campo no es la misma necesariamente que entre áreas urbanas reglamentadas o no.

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r t e sa n ía

No planteamos estas preguntas con ánimo de sugerir que quie­ nes han contribuido a la presente discusión se equivocan al afir­ mar que la diferenciación social desarrollada en el marco de la pequeña producción de mercancías industrial y agrícola sirve de fundamento al subsiguiente desarrollo del capitalismo. Sin em­ bargo, en este punto nuestros conocimientos muestran una seria insuficiencia. En Inglaterra, donde por suerte existe una enorme riqueza documental, tanto investigadores marxistas como otros que no lo son han estudiado con cierto éxito la historia del cam­ pesinado en la Baja Edad Media. Pero cuanto sabemos sobre este terreno contrasta profundamente con nuestra ignorancia acerca de la actividad artesanal, urbana o rural, organizada gremialmente (la mejor conocida) o no. Y muy a menudo esta ignorancia no es consecuencia directa de una carestía de datos, sino de la ausen­ cia de análisis teóricos acerca de la naturaleza de este tipo de actividad laboral y de su inserción dentro de las relaciones de producción en la sociedad feudal, predominantemente relaciones establecidas entre campesinos «serviles» y terratenientes domi­ nantes.12 No cabe duda de que en la sociedad prehistórica (de hecho preclasista) existió una primitiva división del trabajo, de forma que algunos miembros de la comunidad estaban especializados en el tejido, otros en trabajar el hierro, otros en la confección de cerámica o en la de diversos artefactos necesarios para la vida comunal. Los documentos arqueológicos prueban de forma conclu­ yente estos extremos, pero lo que no hacen es revelarnos en qué 12. Es muy significativo que los trabajos de George Unwin, especial­ mente Industrial organisation in the 16th and 17th centuries, Londres, 1908, nos ofrezcan uno de los mejores análisis teóricos en inglés de la producción artesanal. Recuérdese que Dobb, en sus Estudios-, utiliza una y otra vez la obra de Unwin como punto de referencia y apoyo. Cf. tam­ bién la obra del historiador polaco, B. Geremek, Le salarial dans l’artisanat parisién aux XIII-XVe siecles, París-La Haya, 1968.

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modo tales trabajadores se agenciaban sus medios de subsisten­ cia. ¿Hacíanlo a través de un intercambio de bienes manufactu­ rados por comestibles, bajo la forma de valores de uso, en el seno de la comunidad, o bien los artesanos trabajaban también como agricultores para proveerse la parte substancial, aunque quizá no todo lo que consumían, para su subsistencia? En la sociedad de clases feudal parece ser que subsistieron ambos tipos de situaciones. De un lado, encontramos artesanos especializados en las economías dominicales o domésticas de los magnates laicos y eclesiásticos. Por otro, artesanos urbanos, especialmente forja­ dores, que tienen también tierras en terrazgo pero cuyo trabajo excedente revierte como renta al señor bajo la forma de herra­ duras, reparación de arados, y otras faenas similares. Estos tipos de trabajo artesanal no implican producción sim­ ple de mercancías, pero cuando el artesano que trabaja para los grandes dominios bajo el control de monasterios o de potentados feudales comienza a producir no sólo para su señor, sino para otros que se agrupan alrededor de estos centros de poder y para campesinos que destinan cierta parte de su producción a la venta, nos situamos en los mismísimos comienzos de la producción sim­ ple de mercancías de base urbana. Las trazas de unos derechos feudales para beneficiarse del trabajo de los artesanos urbanos perduran hasta época muy tardía. Por ejemplo, en París, en el siglo xm , el rey nombraba maestros oficiales de los grandes gre­ mios a señores feudales, prerrogativa también adoptada por el obispo de Metz, pequeña ciudad catedralicia, que era a un mismo tiempo señor de la misma. Son estas reliquias institucionales las que arrojan luz sobre re­ laciones existentes en tiempos anteriores. Pero ya bastante antes de alcanzarse el siglo x i i i , el artesano industrial se separa general­ mente de los contextos rural y feudal para mostrarse como un industrial aparentemente autónomo dentro de las comunidades ur­ banas, y produce para todo aquel que tenga dinero para pagarle su trabajo. ¿Cuáles eran las características de estos talleres do­ mésticos? ¿Cómo deberemos caracterizar al operario que produce zapatos, cuchillos, piezas de arado, carros, paños y otras mercan­

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cías similares, para usar el término con que solemos designar a todos estos artefactos? Desde el punto de vista del trabajo in­ corporado a los productos del artesano y del hecho de que existe sin lugar a dudas un considerable intercambio de valores entre éste y el campesino, los ingresos del artesanado no pueden con­ templarse simplemente como una parte de la redistribución del excedente producido por la economía agrícola, mediatizada por la demanda de la aristocracia feudal, de forma similar a como se contempla el beneficio extraído de la enajenación que conforma el capital mercantil. Si bien es verdad que, como resultado del carácter monopolístico de una estructura gremial desarrollada, el intercambio entre campesinos y artesanos se presenta desigual, la relación entre unos y otros no puede decirse que sea en esencia de explotación. De hecho, en las ciudades mercantiles de pequeño tamaño,13 cuya po­ blación agregada constituía con toda probabilidad la mayor parte de la población urbana total de Europa, los señores feudales ejer­ cían su explotación por igual sobre campesinos y artesanos, es­ pumando buena parte del producto del trabajo excedente de estos últimos a través de las rentas satisfechas por casas y establos, de su monopolio de molinos y hornos y de peajes y tributos. Esta explotación se ejercía de un modo directo en el caso dé las ciuda­ des no emancipadas y no había desaparecido por completo en el de villas o comunas independientes, que solían pagar al conta­ do la conmutación de rentas y los derechos de peaje al tiempo que una elevada cantidad como tributo, y cuyo peso se hacía sentir mucho más sobre la economía de los artesanos que sobre la de las élites mercantiles dominantes. Estas sugerencias sobre la categorización del trabajo artesanal dentro del modo de producción feudal hacen referencia a los ta­ lleres artesanales sin ninguna diferenciación interna y a aquellas unidades de producción mínimamente diferenciadas entre sí. A par­ tir de los datos fiables con que contamos por ahora, puede afir13. Para una dara composición de lugar sobre cuál era el número, muy grande, de estos centros, M. W. Beresford y H. P. R. Finberg, English medieval boroughs: A handlist, Newton Abbot, 1973.

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marse que esta situación se da principalmente en aquellas peque­ ñas ciudades, de alrededor de los 500 habitantes, con mercado, cuya separación funcional con respecto al campo era total (en el sentido de que entre sü población era mínimo o nulo el número de elementos que trabajaban la tierra). En los centros urbanos de grandes dimensiones ya deja de tener sentido el supuesto de una equipartición del trabajo dentro de los talleres artesanales o la igualdad entre éstos. A medida que va ampliándose el mercado de productos artesanales, ya no nos enfrentamos exclusivamente con el proceso familiar, muy bien descrito por Dobb en sus Es­ tu d ios, según el cual el comerciante se interpone entre el artesa­ no y el comprador. El aprendiz (muy a menudo el hijo del maes­ tro artesano) deja de ser simplemente un individuo que se adies­ tra en el oficio para convertirse en un trabajador sometido a explotación que recibe lo estrictamente necesario para su subsis­ tencia. Además, comienza a producirse la contratación de jorna­ leros u oficiales —bien es verdad, en número no muy elevado, pues aún no lo permite la escala de la producción— , con lo que ya nos encontramos con otro elemento subordinado dentro del taller. En los primeros tiempos el jornalero no desempeña un rol estrictamente equivalente al del trabajador asalariado, en el sentido de que aquél no es una fuente directa de plusvalía para el empresario. En las ciudades textiles flamencas del siglo xm existe aún bastante confusión acerca de la forma en que el co­ merciante puesto a patrono domiciliario (p u tt e r - o u t ) paga al ar­ tesano por su trabajo. No se trata de un simple asalariado, pero tampoco puede decirse que cobre por su trabajo como si se tra­ tara de un artesano independiente. Sea como fuere, lo que nos interesa reseñar aquí es que se había fijado una tarifa, municipal por pieza de tejido, tanto para el maestro artesano, tanto para el jornalero u oficial —la cantidad para este último más peque­ ña, desde luego, pero no tan diferente de la del artesano como uno pudiera esperar— ,14 Encontramos este mismo tipo de situa-

14. G. Espinas, La draperie dans la Flandre frangaise au Moyen-Áge París, 1923, pp. 617-649; F. B. Bickley, ed., Little Red Book of Bristol, Bristol-Londres, 1900, vol. II, pp. 58-61.

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ción en ciertas ciudades inglesas y en una época tan tardía como el siglo xv. En otras palabras, aunque dentro del taller artesanal comenzó a consolidarse el proceso de diferenciación laboral, maes­ tro y oficial seguían siendo objetos comunes de la explotación ejercida por el capital mercantil. C a p it a l

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En contra de lo que sucede con el productor de bienes ma­ nufacturados, el capitalista mercantil medieval ba sido el objeto central de innumerables estudios basados en una considerable cantidad de pruebas documentales que han llegado hasta nosotros. Algunas de las más espectaculares fortunas fueron acumuladas por comerciantes de las ciudades italianas, quienes con sus acti­ vidades ilustran muy claramente el carácter por lo general no especializado de la clase mercantil europea considerada como un todo, ya fuera la que actuaba en el norte del continente o en las riberas del Mediterráneo, bien operara sólo dentro de los mer­ cados regionales o a amplia escala en el tráfico internacional de mercancías suntuarias. Los comerciantes italianos, entre los que ocupaban un lugar preeminente florentinos y venecianos, extraían la mayor parte de sus beneficios del tráfico de mercancías de elevado precio, tales como especias, joyas o sedas procedentes del Lejano y Medio Oriente, tejidos de lana de alta calidad fabrica­ dos en Flandes y el centro de Italia, u oro extraído en África occidental. Al mismo tiempo, también negociaban con dinero en metálico como banqueros del papado y algunos príncipes, espe­ cialmente en la financiación de guerras. Los grandes comerciantes de las ciudades flamencas organizaron y controlaron el aprovisio­ namiento de materias primas para la manufactura de telas y la venta de los productos acabados, sin alterar en lo más mínimo el carácter del proceso de producción. Entre los diversos productos sujetos a comercio internacional cabe destacar los vinos proce­ dentes de la lie de France, la Gascuña, la Borgoña y las márge­ nes del Rín; los granos, maderas y pieles del Báltico; la sal de la

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bahía de Bourgneuf; el alumbre del mar Negro; el glasto del sur de Francia; el pescado de Islandia; el hierro y el acero de Suecia, para no hablar de las mercancías clásicas dentro del comercio regional, tales como cereales y tejidos de tipo medio. La sofisti­ cación técnica de los métodos comerciales, su habilidad para concentrar fondos con que financiar con tasas de interés usura­ rias a gobiernos y aristócratas terratenientes con dificultades para disponer de dinero en efectivo, y el patronazgo cultural ejercido por estos capitalistas mercantiles medievales, han levantado un coro de admiraciones entre los historiadores de este grupo so­ cial.15 No obstante, ninguno de ellos ha logrado poner en entre­ dicho la estimación efectuada por Marx de su papel histórico, a saber, su carácter nulamente innovador al mantener el capital en la esfera estricta de la circulación y no invertirlo jamás en la producción industrial o agrícola. La denominada revolución co­ mercial no alteró ni un ápice el modo de producción feudal.16 15 . Se encontrará gran número de detalles e información bibliográfica en los volúmenes I y III de la Cambridge economic bistory of Europe, [Historia económica de Europa (de la universidad de Cambridge), dirigida por J. Clapham y E. Power, Revista de Derecho privado, Madrid, 1967, 3 vols. Los títulos respectivos de los volúmenes en cuestión son La vida agraria en la Edad Media (I) y Organización y política económica en la Edad Media (II).] (N. del t.) Es significativo el título de un reciente libro de texto publicado por -un experto en el tema, Robert S. López, The commercial revolution of the Middle Ages 950-1350, Englewood, 1971. En N. J. G. Pounds, An economic history of medieval E u ro p e Londres, 1974 —uno de los mejores libros de texto que se han publicado en los últimos tiempo—, se encontrará una amplia bibliografía puesta al día. 16. Creo que Marx modificó sus puntos de vista sobre el papel juga­ do por el capital mercantil durante la Edad Media en el lapso de tiempo que medió entre la redacción de los Grundrisse y la de los capítulos que abordan el tema en el volumen III de El capital, en el sentido de que en estos últimos pasó a considerar que fue menos positivo. Cf. Karl Marx, Grundrisse, vol. III, pp. 467-471. [Para las citaciones de los Grundrisse der Kritik der politischen Okonomie (Rohentwurg) se ha utilizado a lo largo de toda la obra Elementos fundamentales para la critica de la eco­ nomía política: Borrador 1857-1858, traducción de Pedro Scaron, edición a cargo de José Arico, Miguel Murmis y Pedro Scaron, Siglo XXI, Madrid, 1972-1976, 3 vols. En lo sucesivo se hará referencia a este texto marxiano

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Por tanto, debemos interrogarnos sobre qué entidad real pue­ de concederse a la idea de que la «economía monetaria» actuó como un disolvente de las relaciones feudales. Hemos visto antes que la renta feudal podía satisfacerse en dinero, trabajo o espe­ cies sin que se vieran afectadas para nada las relaciones estable­ cidas entre señores feudales y terrazgueros. Por otra parte, cier­ tos historiadores han sugerido que otras relaciones, como por ejemplo las existentes entre reyes y barones o entre éstos y sus vasallos, que hasta entonces solían basarse en servicios persona­ les, muy especialmente de tipo militar, se transformaron como re­ sultado de la substitución del nexo personal por el materializado en dinero efectivo. Como ejemplos de tal substitución pueden ci­ tarse la concesión de feudos constituidos por rentas monetarias percibidas a través de impuestos estatales en lugar de serlo en base al rendimiento extraído de las tierras, el pago en metálico de escuderías como substitución del servicio de armas en las hues­ tes reales, la jura de fidelidad a un señor a cambio del cobro de anualidades o la movilización de todo tipo de servicios mili­ tares pagados mediante salarios. Por desgracia para los valedores de la teoría que sustenta el papel del dinero como elemento di­ solvente, la escudería pagada aparece en época tan temprana como a comienzos del siglo xii y los feudos monetarios lo hacen no mucho después. La multiplicación de juras de fidelidad, la trai­ ción y la ambición personal desmedida siguen siendo tan frecuen­ tes en los días del denominado «feudalismo bastardo», cuando el sistema se asienta sobre la base de pagos y cobros en dinero, como lo había sido durante los siglos xi y xn, cuando el contrato feudal se basaba en la propiedad feudal de la tierra. Como pue­ de testificar todo aquel que haya estudiado la evolución de la aristocracia inglesa entre los siglos x i i i y xv, los grandes ingresos en metálico no transformaron en absoluto el comportamiento de la clase dominante en la sociedad feudal. En todo caso, fue pre­ cisamente el declive de los ingresos en efectivo de la aristocracia como Grundrisse a secas, y la paginación qne se indica corresponde siem­ pre, como es obvio, a la versión-castellana.] (N. del t.)

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feudal el primer síntoma del derrumbamiento del modo de pro­ ducción feudal, pues en última instancia dichos ingresos no eran más que una materialización del excedente enajenado de forma coactiva a los campesinos, y su disminución fue el signo mone­ tario de la decadencia del poder de la dominación aristocrática al viejo estilo. Como ha remarcado Marx, las propiedades disolventes del dinero sólo entran en acción cuando el proceso histórico de diso­ lución del modo feudal de producción ya está en marcha. En los G ru n d risse Marx remacha que el aspecto esencial de dicha disolución es la separación del trabajador de las condiciones obje­ tivas para su existencia: la tierra, los bienes del artesano e in­ cluso, sugiere Marx, la pérdida de su carácter de siervos de un señor.17 En Inglaterra, como en otras áreas de Europa occidental, la decadencia del poder de dominación aristocrática es un síntoma primordial de las etapas preliminares del proceso de disolución, al que Dobb y Takahashi han prestado especial atención en el curso del debate sobre la transición del feudalismo al capitalismo. Este punto ya lo había documentado, antes que Marx lo abordara, Ja­ mes Thorold Rogers, el pionero inglés en el campo de la historia económica.18 Investigaciones ulteriores han puesto de manifiesto que la aparición durante un corto período de tiempo de lo que Marx supuso era un predominio de la propiedad campesina libre era consecuencia directa de la lucha de clases entablada entre terratenientes y campesinos. Al emitir su tesis Marx estaba pen­ sando muy en especial en la evolución dentro de Inglaterra, caso para el que disponemos de buenas evidencias. Los transtornos 17. Debe recalcarse que, en contra de las sugerencias de algunos críti­ cos, Marx no presentó en modo alguno una simple descripción del proceso histórico real por el que los campesinos ingleses perdieron sus propiedades agrícolas y sus derechos comunales. Cf. El capital, vol. I, caps. XXIV y XXV; Grundrisse, vol. I, pp. 473-475. 18. Véanse los capítulos VIII y IX de sus Six centuries of work and luages, basado en material ya publicado en su History of agriculture and prices, Oxford, 1866. Marx utilizó este trabajo para escribir El capital, y tenía una opinión razonablemente buena del mismo aun cuando fuera la obra de un economista liberal.

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acaecidos a mediados del siglo xiv, con el declive demográfico resultante de la plaga de peste bubónica y el déficit financiero gubernamental derivado de las guerras con Francia, muy bien pudieron tener como resultado un robustecimiento de la servi­ dumbre. La escasez de mano de obra fortalecía la posición eco­ nómica de terrazgueros y trabajadores frente a terratenientes y empresarios, y uno de los caminos que pudo haber tomado la clase dominante para hacer frente a la situación era el de estre­ char los controles sobre movimientos de la población no libre, incrementar las rentas y multas jurisdiccionales y congelar los sa­ larios. Esta fue la política adoptada en las dos décadas inmediata­ mente posteriores a 1350, pero su fracaso fue rotundo. Por aquel entonces los campesinos ya poseían una amplia experiencia para resistir a los abusos señoriales. Las comunidades rurales, aunque divididas internamente en campesinos ricos y pobres, eran, tal como han puesto de manifiesto las rebeliones registradas en esta época, cuerpos sociales muy vigorosos para contender con ellos. Aunque los principales hitos reivindicativos — el levantamiento campesino francés de 1359 y la revuelta inglesa de 1381— aca­ barán siendo desbaratados, no pudo vencerse en toda la línea la resistencia local. El caso inglés es muy instructivo al respecto. Aunque sin modificar su carácter jurídico esencial, la tenencia de la tierra por parte de los villanos (o siervos) fue escriturada. En el marco de una atmósfera de autoafirmación campesina, se hizo muy difícil discernir entre tenencia escriturada (c o p y h o l d t e n u r e ) y tenencia libre, hasta tal punto que algunos miembros de la capa de grandes propietarios agrícolas se aprestaron a tomar tales te­ nencias escrituradas para redondear su fincas. Las rentas descendieron hasta tal punto y la capacidad de los terratenientes y del estado para controlar el movimiento de libe­ ración de campesinos y trabajadores devino tan escasa en la prác­ tica que, a finales del siglo xiv y durante buena parte del xv, desaparecieron virtualmente las restricciones feudales sobre la pro­ ducción simple de mercancías.19 No debemos esperar encontrar a 19.

Mi English peasantry in the later Middle Ages, Oxford, 1975, in-

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lo largo de este período ningún tipo de desarrollo crucial en la dirección de la producción capitalista. El pequeño propietario rural que empleaba mano de obra asalariada prosperó, qué duda cabe. Asimismo, apareció un movimiento de liberación de la produc­ ción artesanal desplazándose desde las viejas ciudades dominadas por los gremios hacia las villas rurales y las ciudades de pequeño tamaño, de carácter menos restrictivo, pero en modo alguno se produjo una diferenciación social drástica en el sentido de que una masa de trabajadores asalariados comenzara a vender su fuer­ za de trabajo a empresarios agrícolas o industriales. Fue éste un proceso muy prolongado en el tiempo y que no llegó a comple­ tarse en muchos casos ni incluso durante el siglo xvn. No obs­ tante, el hecho a retener es que, durante la parte del siglo XV en que la producción de mercancías se vio relativamente liberada de trabas, quedaron establecidas las condiciones previas necesarias para el ulterior desarrollo capitalista. Las relaciones de producción feudales no quedaron abolidas en modo alguno durante este período; siguieron plenamente vigentes las características esenciales de la clase feudal dominante y del estado feudal (en el sentido marxista del término). Los enormes ingresos de los principales aristócratas, como los duques de Lancaster y York (fundadores de dinastías reales de corta vida) o los condes de Warwick y Salisbuty, se basaron fundamentalmente en la exacción de rentas, aunque fueran incrementando sin cesar sus recursos en detrimento de los de la monarquía, con el fin de conseguir un patronazgo efectivo sobre sus séquitos y partidarios políticos. La maquinaria del estado, incluso después de su remode­ lación a comienzos del siglo xvi, fue en esencia la del regn u m medieval. La riqueza monetaria no se asentó sobre la posesión de propiedades rústicas sino en el comercio, controlado monopolísticamente por compañías como los Comerciantes Aventureros o el Emporio del Comercio. El aumento de riqueza no tuvo como origen la producción industrial, aunque la' principal exportación tenta discutir esta fase de producción simple de mercancías relativamente carente de trabas.

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de Inglaterra fueran los tejidos acabados o semielaborados, pues los beneficios revertían fundamentalmente en manos de los ven­ dedores, no de los productores. En otras palabras, por importan­ tes que fuesen los cambios que dieron rienda suelta a la pro­ ducción de mercancías agrícola e industrial, no se produjo la me­ nor transformación de las relaciones que conformaban la base del modo de producción feudal. El

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Todos los que contribuyeron al debate inicial, a excepción de Paul Sweezy (y cualesquiera que sean sus reservas sobre las formulaciones de Dobb), rechazan la idea de que el modo de producción feudal fuese estático y autoperpetuador, de que no generara las condiciones previas para su propia transformación, lo que le hubiera llevado a precisar del concurso de una fuerza externa para desestabilizar su equilibrio. Sweezy, siguiendo la tesis de Pirenne, ubica dicha fuerza externa en el capital mercantil acumulado en el área comercial mediterránea-medio-oriental, in­ yectado, si es que lo fue, dentro del estable sistema feudal a través de un conjunto de comerciantes de origen social descono­ cido. Puesto que, según Sweezy, el feudalismo fue un modo en que la producción estaba exclusivamente destinada al uso, en for­ ma alguna al intercambio, el progreso que experimentó la Europa occidental feudal a partir del siglo xi tuvo como causa factores externos al sistema. Sweezy no nos explica cuál fue la naturaleza de la formación social que generó la masa de capital mercantil a que venimos refiriéndonos, ni tampoco qué motivos deben con­ ducirnos a contemplarla como un sistema social diferenciado del que existía en la Europa no mediterránea. No obstante, y en respuesta a sus oponentes, Sweezy se muestra muy acertado al preguntar por el principio motor ubicado dentro del modo de producción feudal que impulsó la dinámica interna de su desarro­ llo y disolución. Señalé en mi breve comentario escrito en las postrimerías 3 . — HILTON

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del debate que la necesaria, aunque fluctuante, presión de la clase dominante para apropiarse del trabajo excedente de los campesi­ nos, del producto excedente, pudo haber sido la causa funda­ mental de los progresos técnicos y de las mejoras en la organiza­ ción feudal que hicieron posible la ampliación del excedente dis­ ponible. Y ésta fue la base que facilitó el crecimiento de la pro­ ducción simple de mercancías, de los ingresos señoriales en me­ tálico, del comercio internacional de bienes suntuarios y de la urbanización. Este aspecto de la cuestión ha sido desarrollado con toda brillantez por Georges Duby en su reciente libro sobre las primeras etapas del desarrollo de la economía medieval. Ya he indicado en otro lugar que, a pesar de todo, creo que sus expli­ caciones son unilaterales.20 Duby enfatiza la presión de los señores sobre los campesinos, pero no presta idéntica atención a los es­ fuerzos de estos últimos para quedarse con tanta parte como les fuera posible del excedente dado el equilibrio socio-político de fuerzas. Esta resistencia de los campesinos tuvo una importancia crucial en el desarrollo de las comunidades rurales, en la exten­ sión de la libertad en cuanto al status social y la propiedad de la tierra, en la emancipación de las economías agrícolas y arte­ sanales para cimentar el desarrollo de la producción de mercan­ cías y, finalmente, en la aparición de los empresarios capita­ listas. Como ya se ha dicho anteriormente, la historia de la econo­ mía agraria inglesa durante los siglos xiv y xv ilustra de forma clarificadora las consecuencias del éxito de la resistencia campesi­ na frente a las presiones señoriales para apoderarse del producto excedente. De hecho, debemos contemplar estos datos como la clave para emprender un giro radical en el estudio de la cues­ tión del «principio motor». Sea como fuere, en la mayor parte de países de Europa occidental, el largo período de exitosa y multiforme explotación del campesinado finalizó entre mediados 20. G. Duby, Guerreros y campesinos. Desarrollo inicial de la economía europea (500-1200), traducción de José Luis Martín, Siglo XXI, Madrid, 1976. Mi reseña a la edición francesa se publicó en la New Left Keview, n.° 83 (enero-febrero 1974).

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del siglo xiv y las postrimerías de dicha centuria. Los terrate­ nientes sólo podían recuperar su anterior situación de privilegio mediante la imposición, acompañada por el éxito, de nuevas for­ mas de servidumbre forzosa legalizada. En Europa occidental esto era política y socialmente imposible. Otro caso muy distinto era el de Europa oriental. Una proporción cada vez mayor del excedente disponible quedó retenido en el seno de la economía rural. Cuando la clase dominante hacía sentir sobre la pobla­ ción rural su duro yugo opresor de forma muy próxima, la si­ tuación era bastante diferente en esencia, aunque no siempre lo fuese desde el punto de vista formal. Nos enfrentamos entonces con los inicios del desarrollo, largo y desigual, de una nueva tría­ da: terrateniente-terrazguero capitalista-campesino asalariado. Con posterioridad al debate original, una serie de historiado­ res no marxistas han expuesto sus propios puntos de vista sobre el principio motor de la sociedad feudal. Los más convincentes y sugestivos son variantes sobre interpretaciones demográficas del desarrollo medieval. Una de ellas, a la que mejor debiera denomi­ narse teoría «ecológica» de la historia, ha sido defendida por M. M. Postan en varios trabajos.21 Aunque también señala la base agrícola de la economía feudal, concentra su análisis más en las relaciones del campesino con su medio ambiente que en las de aquél con su explotador directo, el terrateniente. Por tanto, pasan a convertirse en eventos de primera magnitud la presión ejercida por la escasez de recursos sobre una población campesina en aumento, la consiguiente fragmentación de las haciendas, el agota­ miento del suelo y el empobrecimiento de los pegujaleros (smallh o ld ers). Con todo, antes de que acabara estrangulándose a sí misma, esta economía agraria en expansión era dinámica y esta­ ba orientada hacia el mercado, dinamismo que puede detectarse de forma particular en ciertos sectores de los estratos sociales más elevados, como por ejemplo en la supuesta inclinación capi­ talista de los propietarios de dominios señoriales y en el carácter emprendedor e innovador de los capitalistas mercantiles de las 21.

Recapitulados en The medieval economy and society, Londres, 1972.

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grandes ciudades. Cuando se rompió el equilibrio, a finales del siglo x i i i y, de forma muy especial, después del declive demo­ gráfico de mediados del xiv, vino como resultado un relajamiento de la presión debida a la escasez de recursos, con lo que la eco­ nomía agrícola prosperó. Pero también, y a causa de esta pros­ peridad, se. hizo más autosuficiente, menos orientada hacia el mer­ cado. De ahí la contracción que sufren el comercio internacional y regional, de ahí que cuanto se alcanza el último cuarto del si­ glo xv, cuando la población comienza una vez más a crecer, la economía medieval tardía se halle en situación de estancamiento. Hay otro tipo de interpretación sobre el carácter del «princi­ pio motor» de alcance bastante más restringido que el que tan sumariamente acabamos de describir; su núcleo explicativo, la composición interna de las familias campesinas dentro de sus co­ munidades. Los historiadores de esta escuela examinan la consti­ tución familiar, las costumbres hereditarias, los problemas que plantea a las familias y comunidades aldeanas la absorción o ex­ clusión de los hijos más jóvenes, y la cuestión de las ocupaciones no agrícolas en las zonas rurales. Todos estos puntos son de gran importancia y ciertamente deben formar parte de toda in­ vestigación marxista seria que pretenda comprender el funciona­ miento del modo de producción feudal. Pero también es cierto que, ciñéndonos exclusivamente a este campo de estudio, podemos llegar a conclusiones bastante dudosas. Algunos de los defensores de esta escuela presentan la familia y la comunidad medievales como grupos sociales aislados y autorregulados abstrayéndolos de su mundo circundante, y en particular como si no se vieran afec­ tados por las presiones explotadoras de los señores, la iglesia y el estado. En la medida en que pueda reconocerse el concurso del mundo exterior, se hace más hincapié en sus componentes armó­ nicas que en las presiones que pueda ejercer. Se llega, pues, a una interpretación de la sociedad feudal como parte de un continuo de sociedades preindustriales «tradicionales» cuya principal ca­ racterística es la estabilidad, por no decir el estancamiento. Por tanto, este punto de vista rehabilita como explicación racional del orden social del Medioevo la teoría clerical sobre el mismo carac­

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terística de aquella época, insistiendo en la inmutabilidad y organicidad de las relaciones entre las diferentes entidades sociales, que cumplen con las funciones que les son propias (dominar, guerrear, rezar, comprar y vender, trabajar) a la mayor gloría de Dios. Cuando se contempla la cuestión a nivel de villa, la dife­ rencia entre familias pobres y ricas se explica en términos de las funciones de dominio que corresponden a las últimas y de las fun­ ciones de servidumbre a que deben entregarse las primeras. In­ cluso ha llegado a sugerirse que esta distinción se halla genética­ mente determinada.22 Pero las excrecencias irracionales que haya podido producir la investigación histórica no marxista de los aspectos demográ­ ficos de la economía medieval no deben llevarnos a rechazar sin más las contribuciones positivas aportadas por algunos elementos de esta escuela. Aunque las relaciones de parentesco no fueran tan importantes en la sociedad feudal como en la primitiva, tam­ bién desempeñaron en aquélla un papel vital en cuanto a la dis­ tribución de recursos en todos los estratos sociales. Debe reco­ nocerse esta realidad, pero al mismo tiempo reafirmar la prima­ cía indiscutible de las relaciones de explotación existentes entre los. señores y campesinos dentro del modo de producción feudal. Y lo mismo puede decirse con respecto a la interrelación que existe entre las poblaciones rurales y sus recursos alimenticios, la notable contribución de la escuela de Postan a nuestra compren­ sión de la economía medieval tardía. La investigación marxista no debe trabajar como un sistema herméticamente cerrado. No sólo debe asimilar toda contribución positiva de aquellos histo­ riadores que sigan métodos distintos, sino que puede y debe de­ mostrar que el concepto de modo de producción elaborado por Marx es la mejor herramienta de análisis a nuestra disposición 22. Los actuales trabajos de la escuela del padre J. A. Raftis, del Instituto Pontificio de Estudios Medievales, es un buen ejemplo de este enfoque. Cf., por ejemplo, E. B. Dewindt, Land and people in Holywell-cum-Needingworth, Toronto, 1972, y J. A. Raftis, WarboySj Toronto, 1975.

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para estudiar la dinámica, no sólo del capitalismo, sino también del feudalismo.

N o ta

s o b r e e l f e u d a l is m o

Desearíamos que las contribuciones recogidas en el presente vo­ lumen sobre el debate de la transición del feudalismo al capitalismo fueran de interés para alguien más que para los co gn oscen ti del mar­ xismo, Hablando en general, la terminología marxista es bastante co­ nocida. Pero quizá valga la pena aquí hacer hincapié en la palabra «feudalismo» que, por ahora, goza de bastantes significados diver­ gentes, tanto entre los historiadores marxistas como entre los que no lo son. Cuando Marx escribe sobre «feudalismo» lo hace usando el tér­ mino en un sentido que debe haber sido, al menos en cierto grado, familiar a sus contemporáneos. A saber, lo ' usa para describir un orden social global cuya principal característica es el dominio ejer­ cido por una aristocracia militar y terrateniente sobre el resto de la sociedad, en especial sobre los campesinos. Desde luego, Marx anali­ za esta dominación de acuerdo con su metodología, es decir, basando dicho análisis sobre la forma específica en que el trabajo del pro­ ductor directo pasa a convertirse en la fuente de ingresos de la clase dominante, una vez han sido satisfechas las necesidades de subsisten­ cia de aquél. Por analogía con su análisis totalizador del modo de producción capitalista, que era el objetivo central de Marx, solemos referirnos al modo de producción feudal, hablando de sus fuerzas productivas (los materiales básicos del proceso productivo) y de sus relaciones de producción (las relaciones que' existen entre sus dife­ rentes clases). En sentido marxista, la esencia del modo de produc­ ción feudal reside en la relación de explotación que se da entre los terratenientes y los campesinos a ellos subordinados, y a través de la cual aquéllos obtienen por coacción el producto excedente del tra­

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bajo de éstos una vez satisfechas sus necesidades de subsistencia, apropiación que adopta la forma de servicios o prestaciones de tra­ bajo directas y personales o de rentas en especies o en dinero. A esta relación se le suele denominar «servidumbre», término que, como ha podido constatarse, crea más de una dificultad. Como ya hemos dicho, los contemporáneos de Marx, aun cuando no estuvieran de acuerdo con este análisis de la esencia del feuda­ lismo, no debieron tener el menor problema para saber de qué se estaba hablando. Pero, desde entonces hasta la fecha, una serie de historiadores no marxistas han venido perfilando y matizando el sig­ nificado del término, con lo que ya no sirve para calificar un orden social tomado en su conjunto sino sólo ciertas relaciones específicas entre las clases medievales dominantes. En pocas palabras, estas re­ laciones son las establecidas eíjtre vasallos libres y sus señores sobre la base de la tenencia de tierras (feudos, o en latín feoda). Los vasa­ llos ocupaban y disfrutaban de los feudos a cambio de sus servicios militares en las huestes del señor, de prestarle su ayuda y consejo, y de atender a la administración de justicia dentro de sus dominios. Tomada en este sentido matizado, poco tiene que ver el feudalismo con las relaciones que pudieran existir entre señores y campesinos (por otra parte, el 90 por ciento de la población, como mínimo, du­ rante la Alta Edad Media) y, estrictamente hablando, su vigencia no perduró más allá de un par de siglos. Esta restringidísima interpre­ tación del término ha sido abandonada por buen número de historia­ dores no marxistas, siguiendo la postura de Marc Bloch, pero a pesar de todo sigue gozando de una influencia enorme, especialmente entre los círculos académicos ingleses. Sus miembros sostienen que la inter­ pretación adoptada por ellos posee un rigor del que carecen otras más latas, pero muy bien puede responderse a esta indicación dicien­ do que es un despilfarro aplicar tanto rigor al análisis de categorías con tan limitada significación.'

EL DEBATE SOBRE LA TRANSICIÓN

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CRÍTICA Vivimos en el período de transición del capitalismo al socia­ lismo, con lo que adquieren interés muy especial los estudios sobre las anteriores transiciones de un sistema social a otro. He aquí una razón, entre muchas otras, para que los E studios s o b r e el d esa rrollo d e l capitalism o de Maurice Dobb * sea un libro a la * Maurice 'Dobb, Studies in the development of capitalism, Routledge and Kegan Paul, Londres, 1946; International Publishers, Nueva York, 1946. Reimpresiones en 1963 y 1972. Se han publicado dos versiones en lengua castellana de esta famosa obra de Dobb: Maurice Dobb, Estudios sobre el desarrollo del capitalismo, traducción de Mario Díaz Godoy, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1969. Maurice Dobb, Estudios sobre el desarrollo del capitalismo, traducción de Luis Etcheverry, revisión técnicá de Reyna Pastor de Togneri, Si­ glo XXI, Madrid, 19768. La primera de estas ediciones viene acompañada de algunos de los ar­ tículos (los ocho primeros capítulos de la presente edición) en que se materializó la polémica desencadenada por el texto de Dobb. Dichos ar­ tículos fueron . publicados como libro independiente bajo el título The transition from feudalism to capitalism, del que también existe versión cas­ tellana (la edición cubana es ésta la que recoge): P. M. Sweezy, M. Dobb y otros, La transición del feudalismo cd capitalismo, traducción de Ramón Padilla, Editorial Ayuso, Madrid, 19755. De las dos versiones de los Estudios de Dobb, la más precisa y ceñida es la publicada en Siglo XXI. Sin embargo, y por lo que se refiere a las

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vez tan importante y oportuno. Aproximadamente una tercera parte del volumen está dedicada a estudiar la decadencia del feu­ dalismo y el advenimiento del capitalismo. En el presente ar­ tículo "quiero centrar mi atención exclusivamente en este aspecto del trabajo de Dobb.

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Dobb define el feudalismo como algo «virtualmente idéntico a lo que solemos llamar servidumbre, una obligación impuesta al productor, por la fuerza e independientemente de su propia voluntad, de satisfacer ciertas demandas económicas de un señor, demandas que pueden adoptar la forma de prestación de servicios o de obligación de pagar ciertas cantidades, ya sea en dinero, o en especies».1 De acuerdo con la definición precedente, Dobb uti­ liza a lo largo de toda la obra como términos prácticamente in­ tercambiables «feudalismo» y «servidumbre». Creo que esta definición es deficiente dado que no nos per­ mite identificar un sistem a de producción. Puede existir un c i e r to g r a d o de servidumbre en sistemas claramente no feudales. Es más, considerada como relación de producción dominante, la ser­ vidumbre ba venido asociada en diferentes épocas y regiones a muy diversas formas de organización económica. Así Engels, en una de sus últimas cartas a Marx, indicaba que «no hay duda alguna de que la servidumbre y la esclavitud no constituyen un fenómeno medieval-feudal específico, pues las encontramos en to­ dos, o en casi todos, los lugares en que los conquistadores obli­ gan a los antiguos moradores a que cultiven las tierras para relativamente abundantes referencias que nos remiten al texto de Dobb, en la presente edición no se han utilizado de forma literal ni una ni otra, aunque las discrepancias con respecto a ambas no sean en muchos casos más que estilísticas. De ahí que la paginación que acompaña a las citas de los Estudios —y bajo esta forma se citará de aquí en adelante el texto de Dobb— sea la correspondiente a la edición original inglesa. (N. del t.) 1. Estudios, p. 35.

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ellos».2 En- consecuencia, creo que tal como lo define Dobb, el concepto de feudalismo es demasiado general para ser inmediata­ mente aplicable al estudio de una determinada región en un pe­ ríodo concreto. O dicho de otra forma, Dobb no define en reali­ dad un sistema social, sino una familia de tales entidades, basadas todas ellas en la servidumbre. Cuando se abordan problemas his­ tóricos específicos es importante saber, no sólo que el tema que nos ocupa es el feudalismo, sino de qué tipo concreto de feuda­ lismo estamos hablando. Qué duda cabe, el interés de Dobb se centra en el feudalis­ mo europeo occidental, pues fue en esta zona del mundo donde nació y maduró el capitalismo. Por consiguiente, creo que hu­ biera debido indicar con toda claridad cuáles son las caracterís­ ticas que considera fundamentales en el feudalismo de Europa occidental para, a continuación, efectuar un análisis teórico de las leyes y tendencias seguidas por un sistema que posea tales características básicas. Intentaré demostrar en lo que sigue que Dobb lleva a cabo un cierto número de generalizaciones dudosas precisamente por no ajustarse a este procedimiento analítico. Por otro lado, creo que también es esta la causa que con frecuencia lleva a Dobb a aducir datos procedentes de diversas regiones y períodos en apoyo de argumentaciones que se aplican a Europa occidental, y que en realidad sólo pueden someterse a prueba en términos de la experiencia histórica acaecida en dicha zona. Desde luego, no se pretende con ello afirmar que Dobb no esté profundamente familiarizado con el feudalismo de Europa occidental.(En determinada parte de su obra,3 nos ofrece un con­ ciso esquema de las principales características de dicho feudalis­ mo: 1) «bajo nivel técnico, con instrumentos de producción sim­ ples y, por lo general, baratos, mientras que. el acto productivo tiene un carácter eminentemente individual, pues la división del trabajo ... se encuentra en una fase muy primitiva de desarrollo»; 2) «producción destinada á\ satisfacer las necesidades inmediatas 2. Marx-Engels, Correspondencia. 3. Estudios, pp. 36 y ss.

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del hogar o de la comunidad aldeana, y no las de un mercado más amplio»; 3) «cultivo del dominio: cultivo de las tierras del señor, efectuado-a menudo a gran escala, mediante la prestación obligatoria de servicios»; 4) «descentralización política»; 5) «usu­ fructo condicional de la tierra por parte de los señores sobre la base de algún tipo de tenencia por servicios»; y 6) «posesión por parte dél señor de funciones judiciales o cuasijudiciales sobre la población dependiente de él»>/Dobb califica de forma «clásica» de feudalismo a un sistema que goza de estas características, pero las posibilidades de confusión serían mucho menores si llamara explícitamente a esta forma feudalismo europeo occidental. El he­ cho de que «el modo de producción feudal no se circunscribiera a esta fórmula clásica» es, a lo que parece, la razón por la cual Dobb no analiza de forma más precisa su estructura y sus ten­ dencias. Sin embargo, creo que es fundamental llevar a cabo un análisis de este tipo si queremos evitar confusiones en nuestras tentativas de descubrir las causas de la caída del feudalismo en Europa occidental. L a TEORÍA DEL. FEUDALISMO EUROPEO OCCIDENTAL

\ Partiendo de la descripción de Dobb, podemos definir el feu­ dalismo de Europa occidental como un sistema económico en el que la servidumbre es la relación de producción predominante, y en el que ésta viene organizada en el marco de las posesiones del señor y gira en torno a ellas. Es importante señalar que tal defi­ nición no implica la existencia de una «economía natural» ni tampoco la ausencia de transacciones o cálculos monetarios. Lo que sí implica es que ía mayoría de los mercados sean locales y que el comercio a larga distancia, si bien no totalmente ausente, desempeñe un papel muy poco determinante en los objetivos y métodos de producción. En este sentido, el rasgo fundamental del feudalismo es que se trata de un sistema de p r o d u c c ió n para e l uso. Se conocen las necesidades de la comunidad, y la producción se planifica y organiza de forma que permita satisfacerlas. Este

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hecho tiene consecuencias extremadamente importantes./Como se­ ñala Marx en El capital, «es evidente que en aquellas sociedades económicas en que no predomina el va lor d e ca m b io , sino el va lor d e u so del producto, el trabajo excedente se halla circuns­ crito a un sector más o menos amplio de necesidades, sin que d e l ca rá cter m ism o d e la p r o d u c c ió n b r o t e un h a m b re insaciable d e trabajo e x c e d e n t e ».4 En otras palabras, no se da ninguna de las presiones que aparecen bajo el capitalismo para introducir per­ feccionamientos en los métodos de producción. Las técnicas y las formas de organización se asientan sobre rutinas muy bien esta­ blecidas y, como enseña el materialismo histórico, en estos casos existe una tendencia muy marcada a que toda la vida de la so­ ciedad se oriente hacia la costumbre y la tradición. Sin embargo, en modo alguno debe sacarse la conclusión de. que un sistema de este tipo es forzosamente estable o estático. La competición entre señores por tierras y vasallos, cuyo conjunto es la base sobre la que se fundamenta poder y prestigio, constituye un elemento de inestabilidad. Dicha competición es análoga a la que existe bajo el capitalismo por los beneficios, pero sus efectos son completamente distintos. En el primer caso genera un estado de guerra más o menos permanente, pero la inseguridad de vidas y haciendas resultante, lejos de revolucionar los métodos de pro­ ducción como sucede en el marco de la competición capitalista, se limita a acentuar la mutua dependencia entre señor y vasallo, con el consiguiente reforzamiento de las estructuras básicas de las relaciones feudales. La guerra feudal agita, empobrece y agota a la sociedad, pero no muestra tendencia alguna a transformarla. El crecimiento demográfico constituye un segundo elemento 4. El capital, vol. I, p. 181. [Las numerosas citas textuales de El capital que aparecen a lo largo de la polémica sobre la transición y en los ma­ teriales adicionales han sido tomadas de la versión castellana K. Marx, El capital, traducción de Wenceslao Roces, Fondo de Cultura Económica, Méxi­ co, 19742, y a ella corresponden las paginaciones ofrecidas. En cuanto a esta cita en concreto, el texto inglés que ofrece Sweezy no subraya las expresiones valor de cambio y valor de uso, que por el con­ trario sí se hallan subrayadas en la versión de W. Roces.] (N. del t.)

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inestabilizador. La estructura del feudo es tal que impone límites al número de productores que puede emplear y al número de consumidores que puede mantener, mientras que el conservadu­ rismo inherente al sistema refrena toda expansión global. Desde luego esto no significa que sea imposible el crecimiento, sino que éste tiende a situarse por debajo del crecimiento demográfico. Los hijos más jóvenes de los siervos se ven expulsados del contexto normal de la .sociedad feudal y pasan a constituir aquella pobla­ ción vagabunda — que vive de limosnas o del bandidaje y sumi­ nistra el material de base a los ejércitos mercenarios— tan ca­ racterística de la Edad Media. No obstante, aunque dicho exce­ dente de población contribuye a la inestabilidad e inseguridad, no ejerce la menor influencia creativa o revolucionaria sobre la sociedad feudal.5 . Así pues, podemos concluir que, pese a su inestabilidad e in­ seguridad crónicas, el feudalismo europeo occidental era un siste­ ma con una orientación muy marcada en favor del mantenimiento de determinados métodos y relaciones de producción. Creo que queda plenamente justificado afirmar de él lo que Marx indicaba respecto de la India de antes del período de la dominación bri­ tánica: «Los efectos de todas las guerras civiles, invasiones, re­ voluciones, conquistas, hambrunas ... no pasaron nunca de super­ ficiales».6 Creo que si Dobb no hubiera perdido de vista este carácter inherentemente conservador y reacio al cambio del feudalismo europeo occidental, se habría visto obligado a alterar la teoría que nos ofrece para explicar su desintegración y decadencia en las postrimerías de la Edad Media. 5. Tal vez pueda pensarse que la vigorosa colonización y la puesta en cultivo de nuevas tierras acaecidas durante los siglos xn y x n i refuta este argumento. Sin embargo, creo que no es así. El movimiento de colo­ nización parece haber sido un reflejo del crecimiento del comercio y de la producción de mercancías, no una manifestación del poder expansivo inter­ no de la sociedad feudal. Cf. Henri Pirenne, Historia económica y social de la Edad Media, traducción de Salvador Echavarría, Fondo de Cultura Económica, México, 197412, cap. III, sec. n. 6. Emile Bums, ed., A handbook of marxism, Londres, 1935, p. 182.

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o b b s o b r e l a d e c a d e n c ia d e l f e u d a l is m o

Dobb resume como sigue la explicación comúnmente aceptada de la decadencia del feudalismo: Con frecuencia se nos presenta el cuadro de una economía más o menos estable desintegrada por el impacto del comer­ cio, que actuó como una fuerza externa desarrollada al margen del sistema, al que terminó abatiendo. Se nos ofrece una inter­ pretación de la transición del viejo al nuevo orden que sitúa las secuencias causales dominantes en la esfera, del intercambio entre la economía feudal y el mundo exterior. La «economía natural» y la «economía de intercambio» son dos órdenes eco­ nómicos que no pueden mezclarse, y la presencia de esta últi­ ma, se nos dice, basta para que la primera comience a desin­ tegrarse.7 Dobb no niega en ningún momento la «prominente importancia» de este proceso: «Desde luego, es evidente que estaba relacionado con los señaladísimos cambios que tuvieron lugar a finales de la Edad Media».8 No obstante, considera inadecuada esta explica­ ción porque no examina suficientemente a fondo los efectos del comercio sobre el feudalismo. Si analizamos el problema de forma más ceñida, dice, nos percataremos de que, «de hecho, parece que hay tantas pruebas de que el crecimiento de la economía monetaria condujo p e r s e a una intensificación de la servidumbre como de que tal crecimiento fuera la causa de la decadencia feudal».9 Cita en apoyo de esta tesis un considerable número de datos históricosx entre los cuales el «caso más sobresaliente» es el «recrudecimiento del feudalismo en la Europa occidental a fi­ nales del siglo xv; esta “segunda servidumbre” de la que Federico Engels escribió: “un renacimiento del viejo sistema que vino acom7. E studiosp. 38. 8. Estudios, p. 38. 9. Estudios, p. 40. 4 . — HILTON

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panado del crecimiento de la producción para el mercado”».10 To­ mando como base dicbos datos, Dobb argumenta que, si el único factor activo en Europa occidental hubiera sido el auge del comer­ cio, el resultado tanto hubiera podido ser la intensificación .como la desintegración del feudalismo. Y de ahí se deduce que deben haber intervenido otros factores para que el resultado fuera el que en realidad se observa. ¿Cuáles fueron estos factores? Dobb cree que pueden encon­ trarse en el seno de la propia economía feudal. A dmite que las «pruebas no son ni demasiado abundantes ni concluyentes», pero opina que «de acuerdo con los datos disponibles, todo hace su­ poner que la ineficacia del feudalismo como sistema de produc­ ción junto con las crecientes necesidades de ingresos por parte de la clase dominante fueron la causa primordial de su decadencia; esta necesidad de ingresos adicionales provocó tal aumento de presión sobre el productor que llegó a tornarse insoportable».11 La consecuencia de este aumento de presión «condujo a la postre al agotamiento, y de hecho a la desaparición, de la fuerza de trabajo que alimentaba al sistema».12 t En otros términos, según la teoría de Dobb la causa esencial del derrumbamiento del feudalismo fue la sobreexplotación de la fuerza de trabajo. Los siervos abandonaron en masa lás tierras de los señores, y quienes permanecieron en ellas eran demasiado pocos y se hallaban excesivamente sobrecargados de trabajo como para que el sistema pudiera seguirse sustentando sobre las mismas bases que hasta entonces. Fueron estos acontecimientos, más que el crecimiento del comercio, los que forzaron a la clase feudal dominante a adoptar una serie de medidas — tales como la conmu­ tación de las prestaciones de servicios, confiar el cultivo de los dominios a terrazgueros, etc.— que, finalmente, llevarían a una drástica transformación de las relaciones de producción en el campo. 10. jEstudios, p. 39. 11. Estudios, p. 42.. 12. Estudios, p. 43.

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Para mantener en pie su teoría, Dobb debe demostrar que tanto la creciente necesidad de ingresos de la clase feudal domi­ nante como el abandono de la tierra por parte de los siervos pueden explicarse en términos de fuerzas que operan dentro del sistema feudal. Veamos cómo lo intenta. En primer lugar, y por lo que respecta a la necesidad de in­ gresos de los señores, Dobb cita una serie de factores para él inherentes al sistema feudal. El desprecio con que se miraba a los siervos, considerados ante todo como una fuente de ingresos.13 La tendencia a aumentar de volumen de la clase parasitaria, como resultado del crecimiento natural de las familias nobles, de la subinfeudación y del aumento de los séquitos señoriales, que «debían mantenerse. a costa del trabajo excedente de la pobla­ ción servil». La guerra y el bandidaje «incrementaban de forma notable los gastos de las casas feudales» y «esparcían el despil­ farro y la devastación por todas partes». Por último, «a medida que avanzaba la edad de la caballería, también lo hacían las extra­ vagancias de las clases nobles, que rivalizaban entre sí, con sus fastuosas fiestas y sus costosas exhibiciones, en el culto a la m a gn ificen tia » .14 Dos de estos factores — el desprecio a los intereses de los siervos y la guerra y el bandidaje— se manifiestan a lo largo de todo el período que nos ocupa, y si se intensifican con el decurso del tiempo es algo que merece una explicación, pues en modo alguno pueden admitirse como un simple y natural rasgo del feudalismo. Sin embargo, Dobb no intenta en absoluto expli­ car tales tendencias. Es más, incluso es bastante dudoso el espe­ cial significado que él atribuye a la sangría que representaron las cruzadas durante el período decisivo del desarrollo feudal. Des­ pués de todo, los cruzados combatieron en Oriente y, como es ló­ 13. Estudios, pp. 43 y ss. 14. Estudios, p. 45.

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gico, vivieron la mayor parte del tiempo fuera de sus tierras; hasta cierto punto, las cruzadas fueron expediciones de saqueo que traían consigo recompensas para organizadores y participantes, y en buena medida puede decirse que sustituían a la guerra feudal «normal» en este momento, antes que sumarse a ella. Así pues, creo que contemplados en su conjunto, estos dos factores poco soporte prestan a la teoría de Dobb. Algo distinto ocurre con los otros dos factores citados, el cre­ cimiento en volumen de la clase parasitaria y el aumento de la extravagancia en las casas nobles. Tenemos aquí pruebas de pri­ mera mano sobre la necesidad de aumento de los ingresos, pero que constituyan puntos de apoyo a la teoría de Dobb ya nos parece algo bastante más dudoso. El crecimiento en tamaño de la clase parasitaria era paralelo al de la población servil. Ade­ más, a lo largo de toda la Edad Media existe abundancia de tierras cultivables en espera de que se inicie su explotación. A pesar de su naturaleza en extremo conservadora, el sistema feudal tuvo una expansión lenta pero constante. Si tenemos en cuenta que la guerra cobraba la mayoría de sus víctimas entre las clases de rango superior (pues sólo a ellas les estaba permitido el uso de las armas), es lícito poner en duda que existiera un aumento r ela tiv o significante del volumen de las clases parasitarias. Mien­ tras no tengamos pruebas claras y objetivas en uno u otro sentido, no parece justificado atribuir un peso específico decisivo a este factor. Por otro lado, no hay motivo alguno para dudar de la realidad de una creciente extravagancia entre la clase feudal dominante. Aquí las pruebas son abundantes y todas ellas señalan en una misma dirección. Pero, esta creciente extravagancia, ¿es acaso un rasgo que puede ser explicado por la propia naturaleza del sistema feudal, o refleja algo que acaecía fuera de su seno? Creo que, en líneas generales, debemos suponer que se trata de esto último. Las modificaciones espontáneas en los gustos de los consumidores revisten una importancia mínima,15 incluso bajo un sistema tan di­ 15.

Así, por ejemplo, Schumpeter se siente justificado al suponer que

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námico como el capitalismo, y debemos suponer que, a fortiori, eso también fue cierto para una sociedad tan ligada a la tradi­ ción como la feudal. Además, cuando miramos bacia el exterior del sistema feudal encontramos una muy buena razón que justi­ fica el crecimiento de la extravagancia entre la clase feudal do­ minante: la rápida expansión del comercio a partir del siglo xi puso a su alcance una cantidad y una variedad cada vez creciente de bienes. Dobb reconoce la existencia de esta relación entre el comercio y las necesidades de la clase feudal dominante, pero creo que pasa por encima de ella con excesiva ligereza. Si le hubiera. asignado la importancia que merece, difícilmente habría podido mantener que la creciente extravagancia de la clase domi­ nante era debida a causas internas al sistema feudal. Pasemos revista ahora al problema del abandono de las tierras por parte de los siervos. Existen muy pocas dudas de que ésta fue una importante causa de la crisis de la economía feudal que caracterizó el siglo xiv. Dobb supone que tal abandono se debió al aumento de la opresión señorial (que, a su vez, tenía como causa la creciente necesidad de ingresos), y que por tanto puede expli­ carse como un proceso interno del sistema feudal. Pero, ¿consigue presentar esta suposición de forma convincente? 16 Creo que no. Los siervos no podían abandonar los feudos sin más ni más, por muy exigentes que se tornaran sus señores, a menos de tener algún lugar al que trasladarse. Bien es verdad, bajo el capitalismo «la iniciativa de los consumidores en cuanto a cambiar sus gustos ... es inapreciable, y que todo cambio en los gustos de los consumidores coincide con la acción del productor y es resultado de la misma», Business cycles, Nueva York, 1939, vol. I; p. 73. No hace falta decir que esta suposición está plenamente de acuerdo con la teoría marxista de la primacía de la producción sobre el consumo. 16. Debe remarcarse que se trata de una suposición, no de un hecho establecido. Rodney Hilton, estudioso de la historia económica medieval con el que Dobb dice en su «Prefacio» hallarse en deuda, manifiesta .en una reseña que «no hay pruebas estadísticas adecuadas de que se mar­ charan de sus tierras un número considerable de campesinos por los mo­ tivos que se indican [es decir, condiciones intolerables de opresión]», The Modern Quarterly, II (verano 1947), p. 268.

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como he indicado anteriormente, que la sociedad feudal tiende a generar un excedente de población vagabunda, pero ésta, consti­ tuida por la escoria de la sociedad, se nutre de aquellos que no tienen cobijo en las tierras del señor, y resulta poco realista su­ poner que un número considerable de siervos decidiera abandonar de forma deliberada sus hogares para integrarse en el peldaño más bajo de la escala social. Sin embargo, la totalidad del problema adquiere un aspecto completamente nuevo — al que Dobb sorprendentemente presta escasa atención— cuando recordamos que la fuga de los siervos fue simultánea al crecimiento de las ciudades, especialmente en los siglos- x i i y x i i i . No cabe duda que el rápido desarrollo de las ciudades — que ofrecían, como acostumbra a decirse, libertad de empleo y mejoramiento del statu s social— actuó como un importante imán para la población rural oprimida. Y los propios burgueses, al necesitar fuerza de trabajo adicional y más soldados para reforzar su potencia militar, hicieron todo lo posible para facilitar la huida de los siervos de la jurisdicción de sus señores. «A menudo», comentaba Marx en una de sus cartas a Engels, «resulta muy patética la forma en que los burgueses, a lo largo del siglo x i i , invitan a los campesinos a escapar hacia las ciuda­ des.» 17 En este contexto, se aprecia que el movimiento de aban­ dono de las tierras, que de otro modo resultaría incomprensible, es una consecuencia natural del auge de las ciudades. Sin duda alguna la opresión de la que Dobb habla fue un factor impor­ tante para predisponer a los siervos a huir de la tierra, pero por sí sola parece muy dudoso que hubiera producido una emigración de amplias proporciones.18 17. Correspondencia. 18. Como discutiré más adelante, la relativa ausencia de vida urbana en Europa oriental fue lo que dejó al campesinado a merced de los se­ ñores y produjo en aquella zona un recrudecimiento de la servidumbre durante el siglo xv. Recuérdese que Dobb cita esta «segunda servidumbre» en Europa oriental para oponerse a la idea de que el comercio tiende forzosamente a producir la desintegración de la economía feudal. Ahora estamos en condiciones de apreciar que, en realidad, el problema es mucho más complejo. En las proximidades de los centros comerciales, el efecto

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La teoría de Dobb sobre las causas internas de la decadencia del feudalismo todavía podría salvarse si se consiguiera demostrar que el crecimiento de las ciudades en este momento constituyó un proceso interno del sistema feudal. Pero si comprendo correc­ tamente la postura de Dobb, no es esto lo que mantiene. Dobb sostiene una posición ecléctica en lo que respecta al o r ig en de las ciudades medievales, pero reconoce que su c r e c i m ie n t o fue, por lo general, proporcional a su importancia como centros comercia­ les. Puesto que en modo alguno puede considerarse que el co­ mercio sea una forma de economía feudal, difícilmente puede Dobb argüir que el auge de la vida urbana fuera consecuencia de causas internas al sistema feudal. Resumamos esta crítica de la teoría de Dobb sobre la deca­ dencia del feudalismo: habiendo descuidado el análisis de las leyes y tendencias del feudalismo europeo occidental, toma erró­ neamente por tendencias inmanentes una cierta evolución histórica que, de hecho, sólo puede ser explicada acudiendo a causas exter­ nas al sistema. A

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m á s s o b r e l a t e o r ía d e l a d e c a d e n c ia d e l f e u d a l is m o

Aunque la teoría de Dobb sobre la decadencia del feudalismo me parece poco satisfactoria en varios de sus aspectos, creo que a pesar de todo constituye una importante contribución a la reso­ lución del problema. La mayor parte dé sus críticas concretas a las teorías tradicionales es acertada, y parece evidente que no podrá considerarse correcta ninguna que deje de lado los factores puestos de relieve por Dobb, en especial el aumento de la extra­ vagancia entre las clases dominantes y la huida de los siervos de Jas tierras. Por tanto, las notas y sugerencias que se exponen a

sobre la economía feudal es fuertemente desintegrador; cuando nos aleja­ mos de ellos, el efecto tiende a ser precisamente el contrario. Se trata' de una cuestión importante, y volveremos a ella en páginas posteriores.

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continuación deben mucho a Dobb, incluso cuando se apartan de sus puntos de vista. Creo que Dobb no se ha deshecho con éxito de la parte de teoría comúnmente aceptada, según la cual el desarrollo del comer­ cio fue la causa fundamental del declive del feudalismo. No obs­ tante, ha demostrado que el impacto del comercio sobre el sis­ tema feudal es más complejo de lo que habitualmente suele pen­ sarse. La idea de que el comercio equivale a «economía moneta­ ria» y que ésta es un disolvente natural de las relaciones feudales es demasiado simplista. Intentemos explorar más a fondo la rela­ ción del comercio con la economía feudal.19 Creo que el conflicto importante en esta vinculación se esta­ blece, no entre «economía natural» y «economía monetaria», sino entre producción para el uso y producción para el mercado. De­ beríamos intentar descubrir cuál es el proceso que permite al co­ mercio engendrar un sistem a de producción para el mercado, para delinear acto seguido la evolución del impacto del mismo sobre el preexistente sistema feudal de producción para el uso. Toda economía que no sea absolutamente primitiva requiere un cierto volumen comercial. Por tanto, los mercados locales de las aldeas y los buhoneros ambulantes de la Edad Media europea constituían más bien puntos de apoyo del orden feudal que ame­ nazas para éste: satisfacían necesidades esenciales sin alcanzar un volumen suficientemente grande como para que pudiera afectar 19. Ante todo, debe tenerse en cuenta que el problema del crecimien­ to del comercio durante la Edad Media es, en principio, distinto del pro­ blema de la decadencia del feudalismo. Dando por sentado que, por los motivos que fuese, hubo un incremento del comercio, era inevitable que el feudalismo se viera influido por ello de algún modo. No podemos debatir aquí, por falta de espacio, los motivos que causaron un incremento del comercio. Sólo quiero indicar que la teoría de Pirenne —que hace hincapié en la reapertura del Mediterráneo a la navegación desde y hacia los puertos occidentales a partir del siglo xi y la explotación por parte de los escandi­ navos, a partir del siglo x, de las rutas comerciales que unían el mar del Norte y el Báltico con el mar Negro, pasando por Rusia— me parece muy convincente. Pero, qué duda cabe, no es. preciso admitir la teoría de Pi­ renne para convenir en que el incremento del comercio constituyó un factor decisivo en la provocación del declive del feudalismo en Europa occidental.

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la estructura de las relaciones económicas. Cuando comenzó la expansión del comercio en el siglo x (o quizás incluso antes), lo hizo en la esfera del intercambio a larga distancia de bienes rela­ tivamente caros que pudieran absorber los elevadísimos gastos de transporte de la época, distinguiéndose del comercio netamente lo­ cal. Mientras esta expansión del comercio se mantuvo dentro de la forma que podría denominarse buhonería, sus efectos fueron, como era de esperar, reducidos. .Pero cuando superó dicha fase y comenzó a tener como resultado el establecimiento de centros co­ merciales y de transbordo de mercancías, quedó introducido un factor cualitativamente nuevo. A pesar de que dichos centros se basaran en el intercambio a larga distancia, se convirtieron inevi­ tablemente, por derecho propio, en generadores de producción de mercancías. Su aprovisionamiento debía proceder de las tierras circundantes, y sus artesanías, que incorporaban una forma de especialización y de división del trabajo mucho más elevada que cualquiera de las conocidas dentro de la economía feudal, no sólo abastecían a la población de las ciudades de los productos necesa­ rios, sino que también los suministraban a la población rural, que podía comprarlos con el dinero sacado de sus ventas en los mer­ cados de las ciudades. Al ir desarrollándose este proceso, las tran­ sacciones de los mercaderes a larga distancia, que constituían la semilla de la que surgieron los centros comerciales, perdieron su carácter privilegiado, y es probable que en la mayoría de los casos pasaran a ocupar un lugar secundario dentro de la economía de las •ciudades. Así pues, he aquí cómo el comercio a larga distancia pudo actuar a modo de fuerza engendradora de un s istem a de produc­ ción para el intercambio al lado del viejo sistema feudal de pro­ ducción para el uso.20 Una vez yuxtapuestos, estos dos sistemas 20. A este respecto, me parece importante que se reconozca que el contraste entre estas dos formas de economía no es en absoluto idéntico al contraste entre ciudad y campo. En la economía de intercambio se incluye tanto la producción rural para el mercado como la urbana. De ahí que la importancia relativa de las dos formas de economía nunca pueda medirse a través de un índice simple, tal como pueda serlo la proporción entre la población rural y la urbana.

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comenzaron a influirse uno a otro de forma natural. Vamos a exa­ minar algunas de las corrientes de influencia que llevan de una economía para el uso a una economía de intercambio. En primer lugar, y quizá sea el punto fundamental, al verse contras tada~~con'un sistema de especialización y división del tra­ bajo más racional, se ponía de manifiesto con toda claridad la ineficacia de la organización feudal de la producción, ineficacia probablemente no reconocida por nadie, o a la que, por lo menos, nadie prestó atención mientras no tuvo rival. Comprar bienes ma­ nufacturados podía resultar mucho más barato que hacérselos uno mismo, y esta presión por comprar generó una presión por ven­ der. Tomadas en su conjunto, tales presiones actuaron con gran fuerza para situar los dominios feudales dentro de la órbita de la economía de intercambio. Se pregunta Pirenne: «¿De qué ser­ vían ahora los telares domésticos (g i n e c e o s ) que, en la sede de cada “corte” importante, inmovilizaban a unas cuantas docenas de siervos para que fabricaran, mucho peor que los artesanos de la vecina villa, las telas o los implementos de labranza? Casi en todas partes se dejó que desaparecieran en el transcurso del si­ glo X II» . 21 En segundo lugar, la propia existencia del valor de intercam­ bio como hecho económico masivo tiende a transformar la actitud de los productores. Ya es posible buscar la riqueza, no bajo la ab­ surda forma de un montón de 'bienes perecederos, sino bajo la forma mucho más conveniente y móvil de dinero o de títulos que justifiquen su posesión. Dentro de una economía de inter­ cambio, la posesión de riqueza no tarda en convertirse en un fin en sí misma, y tal transformación psicológica afecta no sólo a los directamente implicados sino también (aunque, sin duda alguna, en menor grado) a todos quienes entran en contacto con ella. Por lo tanto, no sólo mercaderes y comerciantes, sino también los miembros de la vieja sociedad feudal, adquieren lo que hoy denominaríamos una actitud «de negociante» frente a los asun­ tos económicos. Puesto que los hombres de negocios s ie m p r e ne­ 21. Pirenne, op. cit., p. 65.

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cesitan mayores ingresos,, queda explicada en buena parte la cre­ ciente necesidad de ingresos por parte de la clase dominante, a la que, como bemos visto, tanta importancia concede Dobb para explicar la decadencia del feudalismo. En tercer lugar, y también factor importante en el presente contexto, tenemos la alambicación de los gustos entre buena parte de la clase feudal dominante. Veamos como describe Pirenne este proceso: En los lugares donde se difundía el comercio nacía el deseo de los objetos nuevos de consumo que introducía. Como sucede a menudo, la aristocracia quiso rodearse del lujo, o cuando me­ nos de las comodidades que convenían a su condición social. Se advierte inmediatamente, si se compara, por ejemplo, la vida de un caballero del siglo xi con la de uno del siglo x i i , hasta qué punto en el segundo de los períodos citados los gas­ tos exigidos por la alimentación, el vestido, el moblaje y, sobre todo, el armamento, aumentaron desde la primera de estas épo­ cas hasta la segunda.22 Probablemente tengamos aquí la clave de la creciente nece­ sidad de ingresos de la clase feudal dominante durante la Baja Edad Media. Por último, el auge de las ciudades, que eran los centros y las incubadoras de la economía de intercambio, abrió la perspecti­ va de una vida mejor y~mas líbre a "los siervos procedentes de la tierra. No hay la menor duda de que ésta fue la principal causa del abandono de las tierras, que Dobb considera, y con razón, uno de los factores decisivos de la decadencia del feudalismo. Por descontado, el auge de la economía de intercambio tuvo otros efectos sobre el antiguo orden, pero creo que los cuatro mencionados son suficientemente genéricos y poderosos como para garantizar la destrucción del sistem a de producción preexistente. La mayor eficacia de una producción más altamente especializada, el aumento de las ganancias que podía conseguirse al producir 2 2 .

Ibid.,

p p .

6 4 -6 5 .

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para el mercado en lugar de hacerlo para el uso inmediato, el mayor atractivo que presentaba la vida urbana para el trabajador, eran factores que convertían en mera cuestión de tiempo el hecho de que el nuevo sistema, una vez suficientemente fortalecido para andar por su propio pie, ganara la batalla. No obstante, el triunfo de la economía de intercambio no im­ plica necesariamente ni la abolición de la servidumbre ni la de las relaciones feudales en el trabajo de la tierra. La economía de in­ tercambio es compatible con la esclavitud, con la servidumbre, con el trabajo independiente por cuenta propia o con el trabajo asalariado. La historia abunda en ejemplos de producción para el mercado en los que intervienen todos los tipos, de mano de obra que acabamos de citar. Es indiscutible que Dobb tiene razón cuan­ do rechaza la teoría de que el auge del comercio trae aparejada como consecuencia inmediata la' desaparición de la servidumbre. Y si se identifica servidumbre con feudalismo, desde luego sigue siendo cierto ex d e fin it io n e para este último. El hecho de que el avance de la economía de intercambio se produjera codo a codo con el declive de la servidumbre es algo que demanda una expli­ cación. En modo alguno puede darse por descontado. Creo que al abordar el análisis de este problema podemos perfectamente prescindir del desigual carácter que tuvo el declive de la servidumbre en las diversas zonas de Europa occidental. Dobb puntualiza que, durante cierto tiempo, en algunas regiones de Europa occidental el auge del comercio vino acompañado más por una intensificación que por una relajación de los vínculos ser­ viles. Qué duda cabe, esto es cierto e importante, y Dobb consi­ gue poner en claro un buen número de aparentes paradojas, pero estos cambios parciales y temporales de la tendencia general no deben oscurecernos la visión de conjunto, que es la de determinar cómo el cultivo de los dominios por los siervos se vio gradual­ mente reemplazado por la agricultura en terrazgo, ya fuera utilizan­ do como fuerza de trabajo campesinos independientes o (en me­ dida mucho meñor) mano de obra asalariada. El problema real es­ triba en explicar esta tendencia básica. Me parece que de entre el complejo de causas en juego hay

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dos que destacan como decisivamente importantes. En primer lu­ gar, el auge de las ciudades, bastante generalizado en toda Europa occidental, hizo bastante más que ofrecer un puerto de refugio a los siervos que huían de las tierras de los señores; en realidad, también modificó la situación de quienes permanecieron en ellas. Es muy probable que sólo una proporción relativamente reducida del número total de siervos cogiera sus pertenencias y se trasla­ dara a las ciudades, pero fue un número suficiente como para hacer sentir en el campo, de una forma efectiva, la presión de los niveles de vida más elevados que se disfrutaban en las ciu­ dades. Del mismo modo que suben los salarios en una zona en que son bajos cuando los obreros tienen la posibilidad de trasla­ darse a otra en que sean superiores, se hizo necesario efectuar concesiones a los siervos cuando éstos tuvieron la oportunidad de trasladarse a las ciudades. Tales concesiones se efectuaron necesa­ riamente en el sentido de aumentar la libertad y de transformar las prestaciones feudales en rentas monetarias. En segundo lugar, aunque las tierras del feudo podían dedi­ carse a la producción para el mercado, y de hecho así ocurrió en muchos casos, tenían una estructura fundamentalmente ineficaz e inadecuada para tal fin. Las técnicas eran muy primitivas y la división del trabajo estaba en pañales. Desde un punto de vista ad­ ministrativo, el feudo era muy poco manejable. En particular, no existía una separación tajante entre la producción y el consumo, lo que hacía prácticamente imposible establecer el costo de los pro­ ductos obtenidos. Además, en los dominios feudales todo se regía por la costumbre y la tradición, que se aplicaban no sólo a los métodos de cultivo, sino también a la cantidad de trabajo inver­ tido y a su división entre trabajo necesario y trabajo excedente. El siervo tenía deberes, pero también tenía derechos. Esta masa de normas y reglas consuetudinarias constituía un serio obstácu­ lo a la explotación racional de los recursos humanos y materiales para la obtención de ganancias pecuniarias.23 Tarde o temprano se 23. A menudo Dobb parece pasar por encima de este aspecto del feu­ dalismo, dando por supuesto que sólo el villano podía salir ganando con

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hacía necesario encontrar nuevos tipos de relaciones de producción y nuevas formas de organización para satisfacer las necesidades de un nuevo orden económico. ¿Se ve refutado este razonamiento por la «segunda servidum­ bre» del siglo xvi, y aún otras posteriores que se dieron en Europa, a las que tanto énfasis concede Dobb? ¿Por qué en este caso concreto el crecimiento de las oportunidades para comerciar llevó a una dramática y duradera intensificación de los vínculos de servidumbre? Creo que la respuesta a estas preguntas debe buscarse en la geografía de la segunda servidumbre, en el hecho de que el fenó­ meno se acentuaba y endurecía cuanto más al este nos trasladára­ mos del centro de la nueva economía de intercambio.24 En su núcleo central, donde la vida urbana ha adquirido un mayor de­ sarrollo, el obrero agrícola tiene como alternativa abandonar la tierra, y esto le da, por decirlo así, una posición de fuerza para la abolición de la servidumbre. Tiende a olvidar que «la liberación de los campesinos constituye, en realidad, la liberación del propietario que, encon­ trándose en lo sucesivo frente a unos hombres libres y desligados de su tierra, puede disponer de ésta mediante simples contratos revocables cuya duración le permite adaptarlos fácilmente a los progresos de la renta que producen los terrenos», H. Pirenne, Historia de Europa desde las invasiones hasta el siglo XVI, traducción de Juan José Domenchina, Fondo de Cultura Económica, México, 19743, p. 393. 24. Pirenne nos ofrece una gráfica descripción sobre este punto: «Al oeste del Elba, se manifiesta apenas [el empeoramiento de la situación] por un recrudecimiento de las prestaciones y de todo género de'arbitrariedades. Al otro lado del río, en Brandenburgo, Prusia, Silesia, Austria, Bohemia y Hungría, fue llevada implacablemente hasta sus últimas consecuencias. Los descendientes de los colonos libres del siglo x i i i fueron despojados sistemá­ ticamente de sus tierras y reducidos a la condición de siervos de cuerpo (Leibeigene). La gran explotación devoró sus tenencias, rebajándolos a una condición servil tan próxima a la esclavitud que era posible vender la per­ sona del siervo independientemente de la tierra. Desde mediados del si­ glo xvi, toda la región al este del Elba y de los montes Sudetes se llena de RJttergüter explotados por Junkers, cuya falta de humanidad para con sus esclavos, blancos permite compararlos con los plantadores de las An­ tillas» (ibid., p. 394).

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negociar. Cuando la clase dominante vuelve sus ojos hacia la producción para el mercado con objeto de obtener beneficios pe­ cuniarios de la misma, se le hace necesario recurrir a nuevas for­ mas de explotación, más flexibles y relativamente progresistas. Por el contrario, la posición relativa del señor feudal y del obrero agrícola es muy distinta en la periferia de la economía de inter­ cambio. El trabajador no puede escaparse porque no tiene dónde ir. Está a merced del señor a todos los fines prácticos y, además, este último nunca sé ha visto condicionado por la civilizadora proximidad de la vida urbana. Cuando la expansión del comercio instila un ansia de ganancias en una clase dominante inmersa en tal situación, el resultado no es el desarrollo de nuevas formas de explotación, sino la intensificación de las viejas. En el si­ guiente pasaje, Marx (aunque no se ocupa concretamente del pro­ blema de la segunda servidumbre en Europa occidental) aborda de forma directa la raíz del problema: Tan pronto como los pueblos cuyo régimen de producción se venía desenvolviendo en las formas primitivas de la esclavi­ tud, prestaciones de vasallaje, etc., se ven atraídos hacia el mer­ cado mundial, en el que impera el régimen capitalista de pro­ ducción y donde se impone a todo el interés de dar salida a los productos para el extranjero, los tormentos bárbaros de la esclavitud, de la servidumbre de la gleba, etc., se ven acrecen­ tados por los tormentos civilizados del trabajo excedente.25

La teoría de Dobb sostiene que el declive del feudalismo europeo occidental se debió a la sobreexplotación de la fuerza de trabajo social por parte de la clase dominante. Si es correcto cuan­ to venimos razonando en este epígrafe, creo que sería más preciso afirmar que la decadencia del feudalismo europeo occidental se debió a la incapacidad de la clase dominante para mantener bajo su control a la fuerza de trabajo social, y por tanto, a su inca­ pacidad para sobreexplotarla.

2 5

El capital,

v o l.

I ,

p .

1 81 .

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¿Q

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en

Europa

o c c id e n t a l ?

Según la cronología de Dobb, que nadie puede poner en duda con argumentos mínimamente serios, el feudalismo europeo occi­ dental entró en un período de crisis aguda en el siglo xiv, y a partir de entonces se fue desintegrando, con mayor o menor ra­ pidez, en las diferentes regiones. Por el contrario, basta mediados del siglo xvi, y ello como muy pronto, no podemos hablar de los inicios del período capitalista. Se plantea, pues, la siguiente cuestión: «¿cómo vamos a caracterizar el sistema económico del período que media entre ese momento [el de la desintegración del feudalismo] y fines del siglo xvr, período que, según nuestra cronología, parece no haber sido ni feudal ni capitalista por lo que respecta a su modo de producción?».26 He aquí una cuestión importante, y debemos agradecerle a Dobb que la formule con tanta claridad. La respuesta de Dobb a su propia pregunta es titubeante.27 Cierto es que el modo de producción feudal «había alcanzado una avanzada etapa de desintegración», que «una burguesía mer­ cantil había ido aumentando su riqueza e influencia», que «puede verse un modo de producción independizado del feudalismo en el artesanado urbano y en la aparición de campesinos libres de buena o mediana posición», que «la mayoría de los pequeños te­ rrazgueros ... pagaban una renta en dinero» y que «casi todas las fincas estaban cultivadas por mano de obra asalariada». Pero Dobb muestra sus reservas hacia prácticamente todas estas indicaciones y termina diciendo que «las relaciones sociales entre los produc­ tores y sus señores y amos conservaron, en el campo, mucho de su carácter medieval; por lo menos gran parte del tegumento feu­ dal siguió vigente». En otras palabras, creo que la respuesta de Dobb es afirmar que, después de todo, el período que nos ocupa era feudal. 26. "Estudios, p. 19. 27. Estudios, pp. 19-21.

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Sin embargo, esta respuesta no resulta muy satisfactoria. Si el período debe contemplarse como feudal, debiera estar caracte­ rizado como mínimo, incluso desde el punto de vista de la muy amplia definición de Dobb, por la persistencia del predominio de la servidumbre en el Campo. Pero existe una autoridad de primer orden que sostiene la opinión de que fue precisamente en este período cuando la servidumbre declinó hasta alcanzar propor­ ciones relativamente reducidas en toda Europa occidental. Es­ cribe Marx: En Inglaterra, la servidumbre había desaparecido ya, de he­ cho, en los últimos años del siglo x iv. En esta época, y más todavía en el transcurso del siglo xv, la inmensa mayoría de la población se componía de campesinos libres, dueños de la tierra que trabajaban, cualquiera que fuese la etiqueta feudal bajo la que ocultasen su propiedad.28

Parece que Marx tuvo ciertas reservas acerca de la difusión que alcanzó este fenómeno en el continente, pero debió abando­ narlas antes de llegarle la muerte. A finales de 1882, tres meses antes de morir Marx, Engels escribió una monografía sobre la marca (Mark), el antiguo sistema alemán de posesión de la tierra. Envió el manuscrito a Marx con el siguiente comentario: «La cuestión de la desaparición casi total (Z u rü ck treten )• de la servi­ dumbre — de hecho o de derecho— en los siglos x i i i y xiv la con­ sidero como la más importante, porque anteriormente expresaste una opinión divergente al respecto».29 Dos días después contestaba Marx: «Te devuelvo el manuscrito: m u y b u e n o » Y Engels re­ plicaba: «Celebro que “hayamos llegado a un acuerdo”, como se dice en negocios, sobre la historia de la servidumbre».31 Estos pasajes demuestran que Marx y Engels habían llegado a la conclusión de que alcanzado el siglo xv las formas feudales se ha­ 28. 29. 30. p. 694. 31. 5

.—

El capital, vol. I, p. 610. Correspondencia. Briefwecbsel, edición del Marx-Engels-Lenin Institute, vol. IV, Correspondencia. HILTON

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bían quedado en gran medida sin contenido, y que la servidumbre había dejado de ser la relación de producción dominante en toda Europa occidental. Nada hay en las pruebas de Dobb que me convenza para que debamos retractarnos de este punto de vista. Dobb podría argüir que no está en desacuerdo, que reconoce la desaparición generalizada de la servidumbre, y que si caracteriza este período como esencialmente feudal es basándose en el hecho de que el campesino aún veía limitados sus movimientos y en muchos aspectos seguía dependiendo del señor. Creo que lo que dice32 podría interpretarse en este sentido, y Christopher Hill, que está en buena posición para conocer el significado del pensa­ miento de Dobb, apoya esta interpretación.- Según Hill: La definición de Dobb del feudalismo le permite aclarar cómo era la Inglaterra rural en los siglos x v y xvr. Rechaza la teoría que identifica el feudalismo con la prestación de servi­ cios y atribuye una importancia fundamental a la abolición de la servidumbre en Inglaterra. Dobb demuestra que los campe­ sinos que pagaban una renta monetaria (la inmensa mayoría de los que trabajaban el campo inglés en el siglo xvi) podían de­ pender de otras muchas formas del señor bajo cuya jurisdic­ ción vivían ... Las relaciones capitalistas ya tenían una cierta difusión en el marco agrícola de la Inglaterra del siglo xvi, pero en la mayor parte del país la relación dominante de explo­ tación seguía siendo la feudal ... Lo importante no es la forma legal de las relaciones entre el señor y el campesino, sino el contenido económico de dicha relación.33

Creo que prolongar el concepto de feudalismo de acuerdo con esta vía equivale a privarlo de su definibilidad intrínseca, esencial para que nos sea un concepto de utilidad científica. Si la marca de pureza del feudalismo la da el hecho de que los terrazgueros se vieran explotados por los señores y dependieran de ellos de «mu­ chas otras formas» que la económica, podríamos concluir, por ejem­ plo, que hoy en día siguen siendo feudales ciertas regiones de los 32. Estudios, pp. 65-66. 33. The Modern Quarterly, II (verano 1947), p. 269.

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Estados Unidos. Tal descripción quizá estuviera justificada para fi­ nes periodísticos, pero si partiendo de ahí concluimos que el siste­ ma económico bajo el que viven en la actualidad estas regiones de los Estados Unidos es idéntico en ciertos aspectos fundamentales al sistema económico que imperaba en Europa durante la Edad Me­ dia, estamos en camino de caer en una muy seria confusión. Creo que lo mismo puede decirse, aunque es evidente que en menor grado, de la suposición de una identidad fundamental entre el sis­ tema económico de la Inglaterra del siglo xvi y el de la Inglaterra del siglo xm . Y sin embargo, el llamar a ambos por un mismo nombre, e incluso el abstenerse de darles nombres distintos, invita inevitablemente a dar por admitida esta suposición. Así pues, ¿cómo caracterizaremos el período situado entre el fin del feudalismo y los comienzos del capitalismo? Creo que Dobb está en el buen camino cuando dice que «los doscientos y pico años que separan a Eduardo III de la reina Isabel tuvieron a no dudarlo un carácter de transición» y que es «verdad, e impor­ tantísimo para comprender de forma correcta dicha transición, que la desintegración del modo de producción feudal ya había alcan­ zado un avanzado estadio a n tes de que se desarrollara el capita­ lista, y que esta desintegración no estaba vinculada de forma directa con el crecimiento del. nuevo modo de producción en el seno del antiguo».34 Me parece una argumentación completamente correcta, y creo que si Dobb la hubiera completado habría llegado a una solución satisfactoria del problema. Solemos considerar la transición de un sistema social a otro como un proceso en el que ambos se enfrentan* directamente y dirimen en combate su supremacía. Desde luego, un proceso de esa índole no excluye la posibilidad de formas de transición, pero se considera que éstas son mezclas de elementos de los dos sistemas que luchan por la primacía. Por ejemplo, es evidente que la tran­ sición del capitalismo al socialismo está produciéndose de acuerdo con este esquema. Y qué duda cabe, el que así sea nos inclina a imaginar que las transiciones anteriores han debido ser similares. 3 4 .

Estudios,

p .

2 0.

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Sin embargo, éste es un grave error por lo que respecta a la transición del feudalismo al capitalismo. Como pone de relieve el anterior aserto de Dobb, el feudalismo europeo occidental ya estaba moribundo, por no decir muerto, antes de que naciera el capitalismo. De ahí se sigue que el período intermedio no fue una simple mezcla de feudalismo y capitalismo, pues los elemen­ tos predominantes no eran n i feudales ni capitalistas. No es este el lugar adecuado para entablar una discusión ter­ minológica detallada. Por tanto, me limitaré a llamar «producción precapitalista de mercancías» al sistema que prevalecía en Europa occidental durante los siglos xv y xvi, con lo cual pretendo signi­ ficar que el aumento de la producción de mercancías fue lo prime­ ro que minó al feudalismo para luego, algo d e s p u é s , una vez completada sustancialmente esta obra de destrucción, preparar el terreno al desarrollo del capitalismo.33 La transición del feudalis­ mo al capitalismo no es, pues, un proceso único e ininterrumpido — similar a la transición del capitalismo al socialismo— , sino que está constituido por dos fases muy bien diferenciadas, que pre­ 35. No es preciso especificar que el período es no-feudal o post-feudal puesto que la producción de mercancías y el feudalismo son conceptos mutuamente excluyentes. Por el contrario, el capitalismo es en sí mismo una forma de producción de mercancías, de ahí que se haga imprescin­ dible establecer de forma explícita el calificativo de «precapitalista». Tal vez pueda argüirse que el nombre más adecuado para el sistema sea el de «producción simple de mercancías», ya que es éste un concepto per­ fectamente establecido dentro de la teoría marxista. No obstante, creo que emplear dicho término en este sentido puede llevarnos a una innecesaria confusión. La producción simple de mercancías se define usualmente como un sistema de productores independientes que poseen sus propios medios de producción y satisfacen sus necesidades por medio de intercambios mu­ tuos. Hay buen número de razones que justifican la utilidad de esta cons­ trucción teórica; por ejemplo, nos permite presentar el problema del valor de cambio en su formulación más sencilla, y también nos ayuda a clari­ ficar la naturaleza de las clases y sus relaciones con los medios de pro­ ducción. Por el contrario, en la producción precapitalista de mercancías el más importante de los medios de producción, la tierra, se halla la mayor parte de las veces en manos de una clase de no productora, hecho que basta por sí sólo para distinguirla claramente del concepto usual de pro­ ducción simple de mercancías.

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sen tan problemas radicalmente distintos y que deben analizarse por separado. Podría considerarse que una caracterización como ésta de la transición del feudalismo al capitalismo entra en conflicto con el punto de vista marxista tradicional. Sin embargo, creo que no es así. Se limita a poner de manifiesto explícitamente ciertos pun­ tos que se hallan implícitos en dicho tipo de análisis. Escribió Marx: Aunque los primeros indicios de producción capitalista se presentan ya, esporádicamente, en algunas ciudades del Medi­ terráneo durante los siglos x iv y xv, la era capitalista sólo data, en realidad, del siglo xvi. A llí donde surge el capitalismo hace ya mucho tiempo que se ha abolido la servidumbre y que el punto de esplendor de la Edad Media, la existencia de ciuda­ des soberanas, ha declinado y palidecido.

Y dice en otra parte: La circulación de mercancías es el punto de arranque del capital. La producción de mercancías y su circulación desarro­ llada, o sea, el comercio, forman las premisas históricas en que surge el capital. La biografía moderna del capital comienza en el siglo xvi con el comercio y el mercado mundiales.36

A mi juicio, estas afirmaciones implican de forma inconfundi­ ble una idea de la transición del feudalismo al capitalismo tal como la que he sugerido.37 36. El capital, vol. I, p. 609 y p. 103. 37. Desde luego, he seleccionado estas citas de Marx por su concisión y claridad, pero es evidente que una serie de citas aisladas no basta para confirmar o refutar el punto en litigio. El lector que desee formarse su propia idea sobre el punto de vista de Marx acerca de la transición del feudalismo al capitalismo deberá estudiar con todo cuidado, por lo menos, las siguientes partes de El capital: vol. I, caps. XXIV y XXV; vol. III, caps. XX y XLVII. En ciertos aspectos, los manuscritos recién publicados que Marx escri­ bió durante el invierno de 1857-1858 mientras preparaba la Crítica de la

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Debemos precavernos contra la posibilidad de llevar demasia­ do lejos esta línea de razonamiento sobre la transición del feuda­ lismo al capitalismo. En particular, creo que sería ir demasiado lejos clasificar la producción precapitalista de mercancías como un sistema social su i g e n e r is en pie de igualdad con el feudalismo, el capitalismo y el socialismo. No había ninguna relación de produc­ ción verdaderamente dominante que impusiera su sello a todo el sistema. Quedaban todavía, abundantes vestigios de servidumbre y el trabajo asalariado vivía unos inicios vigorosos, pero las formas de relación laboral más extendidas desde un punto de vista esta­ dístico eran claramente inestables y no podían proporcionar las bases de un sistema social viable. Así ocurría especialmente con las relaciones entre los señores y los terrazgueros que pagaban una renta en dinero (según Christopher Hill, «la inmensa mayoría de los que trabajaban el campo inglés en el siglo xvi»). Marx analizó esta relación con mucho cuidado en un capítulo titulado «La géne­ sis de la renta capitalista del suelo», e insistió en que el único modo correcto de interpretarla era tomándola como una forma de transición: La transformación de la renta en productos en renta en dinero, que se opera primero de un modo esporádico y luego en un plano más o menos nacional, presupone un desarrollo ya bastante considerable del comercio, de la industria urbana y de la producción de mercancías en general y, por tanto, de la cir­ culación monetaria ... La renta en dinero como forma transfi­ gurada de la renta en productos y por oposición a ella es, sin embargo, la forma final y, al mismo tiempo, la forma de diso­ lución del tipo de renta del suelo que hemos venido exami­ economía política son aún más valiosos en cuanto a revelar sus ideas sobre el carácter de la transición del feudalismo al capitalismo. Cf. Grundrisse, especialmente la sección titulada «Formas que preceden a la producción capitalista», que se inicia en vol. I, p. 433. Sin embargo, para examinar de forma adecuada esta fuente habría que dedicarle la atención de un largo artículo, y aquí sólo puedo indicar que mi propia interpretación de Marx, que ya estaba plenamente formada antes de consultar los Grundrisse, quedó confirmada por este nuevo material.

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nando, o sea, la renta del suelo como forma normal de la plus­ valía y del trabajo sobrante que ha de rendirse al propietario de las condiciones de producción ... En su desarrollo ulterior la renta en dinero tiene que conducir ... bien a la transformación de la tierra en propiedad campesina libre, o bien a la forma propia del régimen capitalista de producción, a la renta abona­ da al terrateniente por el arrendatario capitalista.38

Por otra parte, no es éste el único tipo de relación inestable dentro de la economía precapitalista productora de mercancías. Dobb ha demostrado en un epígrafe muy revelador de su capítulo sobre el ascenso del proletariado «cuan inestable puede ser una economía de pequeños productores frente a los efectos desintegra­ dores de la producción para el mercado, especialmente para un mercado distante, a menos que disfrute de algunas ventajas espe­ ciales que le den fuerza o que se adopten medidas especiales para proteger a sus miembros más pobres y débiles».39 Así pues, creo que queda justificado concluir que en la me­ dida en que la producción precapitalista de mercancías no fue ni feudal ni capitalista, era un sistema escasamente viable por dere­ cho propio. Era lo bastante fuerte como para minar y desintegrar el feudalismo, pero al mismo tiempo demasiado débil para de­ sarrollar una estructura independiente propia. Su única contribu­ ción positiva fue preparar el terreno al victorioso avance del capitalismo en los siglos x v i i y x v i i i . A

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del

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En general, estoy en completo acuerdo con el análisis del surgimiento del capitalismo que lleva a cabo Dobb. Creo que su tratamiento del problema es excepcionalmente claro e iluminador, y me siento inclinado a calificar este punto como el más destacado 38. El capital, vol. III, cap. XLVII, pp. 738 y ss. 39. Estudios, p. 254.

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l-J-.UJJAJ.ISMU AL CAP ITA L ISM O

de todo el volumen. Pero encierra dos tesis, claramente considera­ das por el propio Dobb como importantes, que creo precisan un examen crítico. La primera se refiere al origen del capital indus­ trial en el sentido más amplio del término; la segunda, al proceso de acumulación originaria. Dobb cita el capítulo escrito por Marx sobre el «Capital co­ mercial» (vol. III, cap. XX) para apoyar la idea de que el capi­ tal industrial se desarrolla según dos vías principales. El siguiente pasaje contiene la clave del pensamiento de Dobb: Según la primera — «el camino realmente revolucionario»— , una sección de los propios productores acumuló capital y se dedicó al comercio, y con el tiempo comenzó a organizar la producción de forma capitalista, liberándose de las restricciones artesanales de los gremios. Conforme a la segunda, un sector de la clase comercial existente comenzó a apoderarse «directa­ mente de la producción», camino que influyó «históricamente como tránsito», pero llegó a convertirse con el tiempo en un obstáculo «al verdadero régimen capitalista de producción y desaparece al desarrollarse éste».40

Dobb hace hincapié de forma acusada en la primera de estas vías. Así escribe: Si bien el creciente interés hacia el control de la produc­ ción demostrado por sectores del capital mercantil —hacia el desarrollo de lo que podría calificarse como sistema delibera­ damente establecido de «explotación mediante el comercio»— allanaba el camino a este resultado final [a saber, someter la producción a un auténtico control capitalista], que puede ha­ berlo alcanzado en algunos casos contados, como señalara Marx, dicho estadio final parece haber ido asociado por lo general al surgimiento de entre las filas de los propios productores de un elemento capitalista, mitad fabricante, mitad comerciante, que empezó a subordinar y a organizar aquellos estratos de los que acababa de salir.41 40. Estudios, p. 123. Las citaciones internas proceden de El capital, vol. III, pp. 323 y ss. 41. Estudios, p. 128.

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Y más adelante dice: Los albores del siglo x v i i asistieron a los primeros pasos de un notable desplazamiento del centro de gravedad: el pre­ dominio cada vez mayor de una clase de comerciantes-patronos, surgida de entre las filas de los propios artesanos, de entre los pequeños propietarios (yeomen) de las grandes compañías. Este fue el proceso que Marx calificó de «camino realmente re­ volucionario » .42

Luego, tras analizar ampliamente el fracaso del desarrollo de la producción capitalista en ciertas áreas del continente, a pesar de sus prometedores comienzos, dice Dobb: Contemplada a la luz de un estudio comparativo del de­ sarrollo capitalista, la tesis de Marx de que en esta etapa la aparición de una clase de capitalistas industriales surgida de las filas de los propios productores es una condición necesaria para toda transformación revolucionaria de la producción co­ mienza a adquirir una importancia decisiva.43

No obstante, merece la pena señalar que Dobb admite que «los detalles de este proceso no están nada claros y que hay muy pocas pruebas directas sobre el mismo».44 De hecho, parece ser que hay tan pocas pruebas, siquiera de tipo indirecto, que un crítico se ha visto obligado a observar que «hubiera sido deseable encontrar más datos que comprobasen el punto de vista, derivado de Marx, de que la transformación de la producción realmente revolucionaria y el comienzo del control sobre ésta por parte del capital mercantil lo lograron hombres salidos de las filas de los antiguos artesanos».45 Sin embargo, creo que en este caso el verdadero problema no 42. 43. 44. 45. pp. 280

Estudios, p. 134. Estudios, p. 161. Estudios, p. 134. Pérez Zagorín, en Science and Society, XII (primavera 1948), y ss.

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es encontrar pruebas (por mi parte, no creo que existan del tipo necesario), sino interpretar correctamente el pensamiento de Marx. Reproduzcamos en su totalidad el pasaje en que Marx habla del «camino realmente revolucionario»: El tránsito del régimen feudal de producción se opera de un doble modo. El productor se convierte en comerciante y capi­ talista por oposición a la economía natural agrícola y al artesa­ nado gremialmente vinculado de la industria urbana de la Edad Media. Este es el camino realmente revolucionario. O bien el comerciante se apodera directamente de la producción.Y por mucho que este último camino influya históricamente como tránsito — como ocurre, por ejemplo, con el clothier inglés del siglo- x v i i , que coloca bajo su control a los tejedores, a pesar de ser independientes, les vende la lana y les compra, el paño— , no contribuye de por sí a revolucionar el antiguo régimen de producción, sino que, lejos de ello, lo conserva y lo mantiene como su premisa.46

Como puede apreciarse fácilmente, Marx no dice en ningún momento que surjan capitalistas de entre los artesanos. Desde luego, la expresión utilizada por Marx — «el productor se con­ vierte en comerciante y capitalista»— podría tener este significa-^ do, pero lo mismo podría querer decir que el productor, cuales­ quiera que sean sus antecedentes, inicia su carrera actuando simul­ táneamente como comerciante y patrono de trabajadores asalaria­ dos.Creo que todo el contexto tiende a indicar que esta última es la interpretación más razonable. A mi juicio, lo que contrasta Marx es el lanzamiento de auténticas empresas capitalistas y el lento desarrollo del trabajo domiciliario (p u ttin g-o u t s y s t e m ). No hay indicio alguno de que le preocupara de dónde surgía el nuevo tipo de productores. Además, cuando trata explícitamente este problema en el primer volumen de El capital, sus palabras son totalmente irreconciliables con la interpretación que nos ofrece Dobb del pasaje citado anteriormente. 4 6 .

El capital,

v o l.

I I I ,

p .

3 2 3 .

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La génesis del capitalista industrial [escribe Marx] no se de­ sarrolla de un modo lento y paulatino como la del arrendatario. Es indudable que ciertos pequeños maestros artesanos y, toda­ vía más, ciertos pequeños artesanos independientes, e incluso obreros asalariados, se convirtieron en pequeños capitalistas, y luego, poco a poco, mediante la explotación del trabajo asala­ riado en una escala cada vez mayor y la acumulación consi­ guiente, en capitalistas sans phrase ... Sin embargo, la lentitud de este método no respondía en modo alguno a las exigencias comerciales del nuevo mercado mundial, creado por los grandes descubrimientos de fines del siglo xv.47

Con estas observaciones se inicia el capítulo titulado «Géne­ sis del capital industrial». La mayor parte del resto del mismo está dedicada a describir los métodos de comercio y pillaje que permiten acumular grandes cantidades de capital con mucba me­ nor «lentitud». Y aunque Marx dice muy poco acerca de los métodos que canalizaron tal acumulación hacia la industria, se hace bastante difícil creer que asignara un papel importante en este proceso a los productores salidos del artesanado o de entre los trabajadores asalariados. Si interpretamos a Marx en el sentido de que el «camino real­ mente revolucionario» era que quienes dispusieran de capital lo invirtieran en la creación de auténticas empresas capitalistas sin pasar por las etapas intermedias del trabajo domiciliario, creo que nos será fácil encontrar datos en apoyo de este esquema. Nef ha demostrado de forma concluyente (claro que sin mencio­ nar para nada a Marx) que lo que él denomina primera revolu­ ción industrial inglesa (entre 1540 y 1640 aproximadamente) es­ tuvo precisamente caracterizada en gran parte por ese tipo de inversión en industrias tan «nuevas» como la minería, la metalur­ gia, las cervecerías, el refinado del azúcar y la producción de jabón, alumbre, cristal y sal.48 Y la prueba de que era un «camino realmente, revolucionario» nos la proporcionan los resultados de la 47. El capital, vol. I, p. 637. 48. J. U. Nef, Industry and government in Eranee and E ngland15401640, Filadelfia, 1940, especialmente los caps. I y III.

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primera revolución industrial inglesa: su supremacía económica sobre todas las naciones rivales y el hecho de que se diera allí la primera revolución política burguesa. Me centraré ahora en la segunda tesis de Dobb sobre el sur­ gimiento del capitalismo que creo'requiere un examen crítico. Mis comentarios aquí podrán ser más breves. Dobb interpreta el proceso de acumulación originaria como desarrollado en dos fases muy diferenciadas.49 En la primera, la burguesía en ascenso adquiere a precio de ganga (y en los casos más favorables de forma gratuita, como ocurrió con las tierras de la Iglesia bajo el reinado de Enrique VIII) ciertos bienes y títulos de riqueza. En esta fase no sólo pasa la riqueza a la bur­ guesía, sino que se concentra cada vez en menos manos. En la segunda, durante una etapa posterior, se produce la consolidación real del proceso. Dobb dice que tan importante como la primera fase del proceso de acumula­ ción fue la segunda, cuando se completó como tal, cuando los bienes procedentes de la acumulación originaria fueron vendidos (al menos en parte) y convertidos en dinero con objeto de ha­ cer posible una inversión d e jacto en la producción industrial. Se vendieron los bienes procedentes de la acumulación para adquirir (o producir por primera vez) maquinaria para la ela­ boración de algodón, edificios destinados a fábricas, fundicio­ nes de acero, materias primas y mano de obra.50 Que yo pueda apreciar, Dobb no da prueba alguna que corro­ bore la existencia de esta fase de consolidación real del proceso. Y no es sorprendente, porque , me parece igualmente claro que no hay motivos para suponer que tal fase haya existido en reali­ dad, o incluso que deba haberexistido.Tal como deja perfecta­ mente claro el propio Dobb,los bienescomprados y acumulados en pocas manos durante la fase de adquisición eran de diversos tipos, y entre ellos figuraban las tierras, los títulos de deudas y los 49. ■'Estudios, pp. 177 y ss. 50. Estudios, p. 183.

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metales preciosos; dicho en otros términos, tanto bienes líquidos como bienes inmuebles. También reconoce que durante este perío­ do fue cuando la burguesía creó un mecanismo bancario y credi­ ticio para convertir los bienes inmuebles (en especial la deuda pública) en bienes líquidos. Bajo tales circunstancias, no se com­ prende como la burguesía podía verse obligada a vender sus propiedades para obtener el capital necesario a fin de invertir en la industria. Por otro lado, ¿qué cla se podía comprar bienes a la burguesía para proporcionarle fondos líquidos? Por descontado, ello no implica que determinados individuos pertenecientes a la burguesía no pudieran vender, o vendieran, bienes a otros miem­ bros de su misma dase, o de otras clases, para adquirir fondos que invertir en la industria, pero no cabe la menor duda de que no existía otra clase a la que la burguesía en su co n ju n to pudiera vender bienes durante este período del desarrollo capitalista. De hecho, aparte de afirmar la importancia y la necesidad de la fase de consolidación, Dobb hace muy escaso uso de ella. Cuando llega el momento de analizar las condiciones previas ne­ cesarias para la inversión industrial, demuestra que el comple­ mento necesario a la adquisición de bienes por parte de la bur­ guesía no era su consolidación, sino la destrucción del antiguo sistema de producción y, especialmente, el desposeimiento de un número suficiente de trabajadores agrícolas como para formar una clase dispuesta a trabajar a cambio de un salario. Este análi­ sis es totalmente acertado, y no puedo por menos que lamentar que las reiteradas afirmaciones de E>obb acerca de la importancia de la fase de consolidación sirvan para desviar la atención de algu­ nos lectores de su excelente tratamiento de los problemas esencia­ les del período de acumulación originaria.

M a u r ic e D o bb

RESPUESTA El artículo de Paul Sweezy sobre la transición del feudalismo al capitalismo plantea.de forma clara y estimulante varios proble­ mas de primer orden cuya discusión no puede menos que bene­ ficiar tanto la comprensión del desarrollo bistórico como la del marxismo en cuanto método para estudiarlo- Permítaseme decir ante todo que, personalmente, celebro su aportación a tal debate por tratarse de un útilísimo estímulo a la prosecución de la re­ flexión y al estudio. Estoy de acuerdo con la mayor parte de sus puntualizaciones. En algunos de los aspectos en que disiente de mis. afirmaciones, creo que las diferencias son por lo general de matiz y de formulación. Sin embargo, en una o dos cuestiones aparecen diferencias más fundamentales sobre el método y el análisis, y en tales puntos creo que la interpretación errónea es la suya. En primer lugar, no veo demasiado claro si Sweezy rechaza mi definición de feudalismo o la considera meramente incompleta. Esta definición, como él dice, se basa en una virtual identificación del feudalismo con la servidumbre, suponiendo que al referirnos a esta última no estemos pensando únicamente en la prestación de s e r v ic io s obligatorios, sino también en la explotación del productor en virtud de una coacción político-jurídica directa.1 Si lo que 1.

Sweezy sugiere que esta ampliación del término es insatisfactoria por-

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quiere decir es que el feudalismo así definido abarca algo más amplio que la forma medieval de la economía europea e incluye una gran variedad de tipos que (en cualquier estudio sobre el feudalismo) merece un análisis más cuidadoso, estoy de acuerdo. Pero cuando se refiere a un « sistem a de producción» parece estar hablando de algo distinto a lo que acabamos de indicar, al tiempo que contrasta un sistem a de producción con un modo de produc­ ción, en el sentido que da Marx a este último término. No veo con excesiva claridad qué es lo que se supone que abarca un sis­ tema de producción. Sin embargo, del contexto se deduce qué el término está acuñado para englobar las relaciones entre el produc­ tor y su mercado. Incluso hay sugerencias de que estas relaciones de intercambio (en contraste con las relaciones de producción) constituyen para Sweezy el núcleo sobre el que centra su atención al interpretar el proceso histórico. (Por ejemplo, considera que «el rasgo fundamental del feudalismo» es «ser un sistem a d e p r o d u c ­ c ió n para e l u so » .) Si es así, creo que nos separa una diferencia fundamental. La definición que utilicé en mis E stu dios estaba formulada adrede en términos de las relaciones de producción características del feudalismo, esto es, de las relaciones existentes entre el productor directo y su señor. La relación coercitiva, consistente en la extrac­ ción directa del trabajo excedente de los productores por parte de la clase dpmkiante, estaba condicionada, como es lógico, por un cierto grado de desarrollo de las fuerzas productivas. Los métodos de producción eran relativamente primitivos y, al menos que pueden encontrarse elementos de coacción político-jurídica directa sobre el trabajo en épocas históricas muy separadas en el tiempo, e incluso en épocas prácticamente contemporáneas. Siempre que predominen este tipo de elementos, hay razón más que suficiente para clasificar una economía que los contemple como feudal, pero si se trata de factores meramente incidentales y subordinados, su presencia no tiene un carácter determinante. Es obvio que la existencia incidental de trabajo asalariado no basta para clasificar como capitalista una determinada sociedad. En la mayor parte de los ca­ sos «incongruentes» que se le ocurren a Sweezy, el trabajo obligatorio, forzado, es puramente incidental, atípico.

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en lo que concierne a la subsistencia de los propios productores, de un tipo que Marx calificaba como «régimen de pequeña pro­ ducción», en el que el productor posee sus medios de producción y constituye una unidad productiva individual. Creo que ésta es la característica fundamental, y cuando diferentes formas económi­ cas tienen en común este rasgo, el elemento común que compar­ ten tiene mucba más importancia que cualesquiera otros aspectos en que puedan diferir (por ejemplo, en las relaciones de la produc­ ción con el mercado).-. Qué duda cabe, tal relación de producción admite variaciones considerables según sea la forma que toma la extracción coactiva del producto excedente; por ejemplo, en pres­ taciones de trabajo personales o a través de la apropiación del tribu­ to, sea en productos sea en dinero.2 Pero la distinción entre estas dos variantes no corresponde, a la que existe entre el «feudalismo europeo occidental», al que piensa Sweezy que debiera haberme ceñido concentrando en él mi atención, y el feudalismo desarrolla­ do en Europa oriental (aunque en el feudalismo asiático parece ser que predominó la relación tributaria y que fue ésta la que le dio su rasgo distintivo). Qué duda cabe, las diferencias entre las condi­ ciones imperantes en Europa occidental y Europa oriental fueron importantes, pero también es cierto que hubo analogías muy remarcables por lo que respecta a la «forma en que se arrancó al 2. Véase el análisis'de Marx de la «La renta en trabajo, la renta en productos y la renta en dinero» dentro del volumen III de El capital. Creo que debe centrarse la atención de modo muy especial en el pasaje en el que al tratar de este tema dice: «La forma económica específica en que se arranca al productor directo el trabajo sobrante no retribuido deterrñina la relación de señorío y servidumbre tal como brota directamente de la producción, y repercute, a su vez, de un modo determinante sobre ella ... La relación directa existente entre los propietarios de las condicio­ nes de producción y los productores directos —relación cuya forma corres­ ponde siempre de un modo natural a una determinada fase de desarrollo del tipo dé trabajo y, por tanto, a su capacidad productiva social— es la que nos. revela el secreto más recóndito, la base oculta de toda la cons­ trucción social ... Lo cual no impide que la misma base económica —la misma en cuanto a sus condiciones fundamentales— pueda mostrar en su modo dé manifestarse infinitas variaciones y gradaciones» (El capital, vol. III, p. 733).

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productor directo el trabajo excedente no retribuido». Creo que el deseo de presentar el «feudalismo europeo occidental» como un g e n u s particular y darle sólo a él el título de «feudal» es un pro­ ducto de los análisis de los historiadores, burgueses y de su ten­ dencia a concentrarse sobre características y diferenciaciones jurí­ dicas. ' Por lo que hace referencia al «carácter conservador y resis­ tente al cambio del feudalismo europeo occidental», me muestro bastante escéptico respecto a la acusación de que se me ha pasado por alto la necesidad de intervención de alguna. fuerza externa a él para mudarlo. Cierto es 4ue Por contraste con la economía capitalista la sociedad feudal es extremadamente estable e inerte, pero esto no equivale a decir que el feudalismo no tuviera la menor tendencia al cambio. Afirmar lo contrario equivaldría a convertirlo en una excepción de la ley general marxista del de­ sarrollo, según la cual toda sociedad económica se ve impulsada por sus propias contradicciones internas. De hecho, el período feu­ dal fue testigo de considerables cambios en el campo de la técnica,3 y las últimas centurias del feudalismo fueron marcadamente dife­ rentes de las primeras. Además, no-parece que tengamos que buscar las formas más estables de feudalismo en Europa occi­ dental sino en la oriental, especialmente en las formas asiáticas de servidumbre tributaria. Por otro lado, cabe señalar que cuando Marx habla de un mecanismo «adecuadísimo para servir de base a estados sociales estacionarios, como lo comprobamos, por ejem­ plo, en Asia»,4 se está refiriendo a esa forma, ¿r muy específica­ mente a ella, en la que la apropiación del trabajo excedente se efectuaba a través de tributos en especies. Sweezy atempera su afirmación indicando que el sistema feudal no es forzosamente estático, aunque no por ello deja de sostener que los movimientos que se dan en su seno «no tienen tendencia a transformarlo». A pesar de tal matización, sigue en pie la im­ plicación de que bajo el feudalismo la lucha de clases no puede 3. Molly Gibbs, Feudal order, Londres, 1949, pp. 5-7, 92 y ss. 4. El capital, vol. III, p. 737. 6 . — HILTON

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desempeñar un papel revolucionario. Se me ocurre que quizá exista una confusión en la raíz de esta negativa a admitir la pre­ sencia de tendencias revolucionarias y transformadoras. Nadie ha sugerido que la lucha de clases de los campesinos contra los seño­ res lleve de forma sencilla y directa al nacimiento del capitalismo. Lo que hace en realidad es modificar la dependencia del modo de pequeña producción con respecto a la clase feudal dominante y, con el tiempo, liberar al pequeño productor de la explotación feudal. Más adelante, y a partir del modo de pequeña producción (en la medida en que garantiza la independencia de acción y de­ sarrolla en su propio seno la diferenciación social), nace el capi­ talismo. Este es un punto fundamental sobre el que volveremos más adelante. Mientras defiende su tesis de que un feudalismo internamente estable sólo podía ser desintegrado con el concurso de una fuerza externa5 — comercio y mercados— , Sweezy presenta mi propio punto de vista como si en él se sostuviera que el declive del feu­ dalismo es obra ex clu siva de fuerzas internas y que el incremento del comercio nada tuvo que ver en este proceso. Parece contem­ plar el problema como si se tratara de una cuestión, b ien de con­ flicto interno b ien de fuerzas externas. Creo que esta- es una forma harto simplista, incluso mecánica, de presentar los hechos. Pienso que se trata de una interacción de ambos tipos de facto­ res, aunque, bien es cierto, concedo una importancia primordial a las contradicciones internas, pues, a mi juicio, éstas operarían fuera cual fuese la situación (aunque de acuerdo con una escala cronológica distinta según el caso) y de hecho son las que deter­ minan la forma y la dirección concretas de los efectos ejercidos por las influencias externas. No niego en modo alguno que el crecimiento de las ciudades mercantiles y del comercio desempe­ ñaron un importante papel como aceleradores de la disgregación del viejo modo de producción. Lo que afirmo es que el comercio 5. Su indicación de que «ciertos desarrollos históricos, de hecho, sólo pueden explicarse acudiendo a causas externas al sistema» no nos permite dudar de que esa es su opinión.

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ejerció su influencia en la medida en que acentuó los conflictos internos del antiguo modo de producción. Por ejemplo, el creci­ miento del comercio (como he señalado en varios puntos de mis E studios) 6 aceleró el proceso de diferenciación social dentro del régimen de pequeña producción creando, por un lado, una clase kulak, y por otro, un semiproletariado. Además, tal como remarca Sweezy, las ciudades actuaban a modo de imanes sobre los siervos fugitivos. No me interesa demasiado discutir si tal huida de los siervos se debió más a la atracción de los imanes urbanos (y, de forma alternativa, en ciertos lugares de Europa, al atractivo de las tierras libres) o a la fuerza de repulsión de la explotación feu­ dal. Evidentemente, ambos factores jugaron su papel, en grados distintos según el momento y el lugar. Pero el efecto específico que tuvo dicha huida se debió al carácter concreto de las relacio­ nes entre el siervo y el explotador feudal.7 De ahí que no esté de acuerdo en que deba «demostrar que tanto la creciente necesidad de ingresos de la clase feudal domi­ nante como el abandono de la tierra por parte de los siervos pue­ den explicarse en términos de fuerzas que operan en el seno del sistema feudal», o que «el crecimiento de las ciudades constituyó un proceso interno del sistema feudal» (aunque hasta cierto punto creo que esto último es cierto y que, precisamente porque el feudalismo estaba muy lejos de ser una «economía natural» pura, alentaba a las ciudades para que satisfacieran sus necesidades de comercio a larga distancia). Al mismo tiempo, creo que Sweezy se equivoca al afirmar que existe forzosamente una correlación entre la desintegración feudal y «la cercanía a los centros comer­ ciales». En mis E studios aporto una serie de pruebas para refu­ tar esta idea simplista que han popularizado ciertos teóricos de la 6. Estudios, pp. 60-62 y 253 y ss. 7. Por cierto, coincido totalmente con la importante indicación seña­ lada por Swee2y de que quizá no fuera demasiado significativa la magni­ tud dé la huida hada las ciudades, pero la amenaza que podía represen­ tar (acompañada tal vez por un movimiento de dimensiones reducidas) quizá fuera suficiente para obligar a los señores a hacer concesiones, con lo que se debilitaba gravemente el feudalismo.

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«economía monetaria». Me limitaré aquí a señalar de nuevo dos ejemplos. En Inglaterra, donde más pronto desapareció la servi­ dumbre bajo la forma de prestaciones personales fue en las regio­ nes atrasadas del norte y el 'oeste, mientras que en el sudeste, zona más avanzada a causa de sus mercados urbanos y de su vinculación con las rutas comerciales, fue el lugar donde persistió por más tiempo. De modo análogo, en muchas partes de Europa oriental", la intensificación de la servidumbre durante los siglos xv y XVI vino asociada al incremento del comercio, y no hubo correlación entre la proximidad a los mercados y la desintegración feudal (como afirma Sweezy), sino entre aquélla y el reforzamiento de la servidumbre.8 Sweezy menciona estos hechos, pero ello no le impide sostener que las relaciones feudales sólo estaban consoli­ dadas a prueba de desintegración «en la periferia de la economía de intercambio»’. El hecho de que el «sistema de producción» sobre el que Sweezy concentra su atención tiene mucho más que ver con la. esfera del intercambio que con la de las relaciones de producción queda de manifiesto a través de una sorprendente omisión en su análisis. En parte alguna presta atención más que de forma inci­ dental a lo que yo considero un punto crucial, a saber, que la transición del apropiamiento coercitivo del trabajo excedente por parte de los terratenientes al empleo de mano de obra libremente contratada debe haber dependido de la existencia de mano de obra barata en el mercado de trabajo (esto es, de elementos prole­ tarios o semiproletarios). Creo que éste ha sido un factor mucho más importante que la proximidad a los mercados en cuanto a determinar la supervivencia o la disolución de las antiguas reláciones sociales. Por descontado, existió una interacción entre este último factor y el incremento del comercio; en particular, como ya he dicho antes, cabe reseñar el efecto del incremento comercial sobre el proceso de diferenciación social dentro del modo de pequeña producción. Pero, ¿cabe acaso la menor duda de que este factor desempeñó un papel decisivo en la determina­ 8 .

E studios p p .

3 8 -4 2 .

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ción de los efectos concretos que tuvo el comercio en cada lugar y en los diferentes momentos? Posiblemente Sweezy minusvalore este factor por considerar que su evidencia hace innecesario re­ marcarlo, o quizá lo haga pensando que el arriendo de tierras a cambio de una renta monetaria constituye la etapa inmediatamente posterior a la prestación de servicios. Esta ultima consideración nos obliga a plantearnos la siguiente pregunta: «¿Qué desplazó al feudalismo en Europa?». Estoy completamente de acuerdo con Sweezy en considerar que desde un punto de vista económico la sociedad europea occi­ dental entre comienzos del siglo x iv y finales del xvi era enorme­ mente compleja y se encontraba en una etapa de transición, en­ tendiendo por tal que las viejas formas estaban en proceso de rápida desintegración al tiempo que iban apareciendo otras nuevas. También coincido en considerar que durante este período el modo de pequeña producción estaba en vías de emanciparse de la explotación feudal, pero que todavía no estaba ligado (al menos de forma significativa) a las relaciones capitalistas de producción, que con el tiempo acabarían destruyéndolo. Además, creo que tiene una importancia vital reconocer este hecho si se quiere com­ prender de forma adecuada la transición del feudalismo al capita­ lismo. Pero Sweezy va más allá al mencionarlo como fase de transición en un sentido que excluye la posibilidad de que siguiera siendo feudal (incluso, ni como economía feudal en una avanzada fase de desintegración). Por mi parte, creo que tal postura sólo es comprensible si lo que se persigue es considerarlo como un modo de producción diferenciado su i g e n e r i s , que no es ni feudal ni capitalista. Pienso que se trata de un planteamiento insostenible, y Sweezy parece compartir esta opinión pues no lleva su tesis hasta este extremo-. Por tanto, estas dos centurias parecen quedar incómodamente suspendidas en el firmamento entre el cielo y la tierra, lo que quizá incline a clasificarlas como híbridos sin filia­ ción dentro del proceso del desarrollo histórico. Aunque este tipo de respuesta pudiera ser adecuado desde un punto de vista pura­ mente evolutivo del desarrollo histórico a través de fases o siste­ mas sucesivos, tengo que argüir que no encaja en una visión revo­

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lucionaria de dicho desarrollo — en una visión de la historia como sucesión de sistemas de clases, con la revolución social (en el sen­ tido de transferencia del poder de una clase a otra) como mecanis­ mo crucial de la transformación histórica. La pregunta clave que, al parecer, no se ha planteado Sweezy (o si lo ha hecho parece que ha eludido su respuesta) es la siguien­ te: ¿Qué clase era la dominante durante el período que nos ocu­ pa? Dado que, como reconoce el propio Swee2y, no existía toda­ vía una producción capitalista desarrollada, no puede haberse tra­ tado de una clase capitalista. Si se responde que era algo inter­ medio entre feudal y capitalista, bajo la forma de una burguesía que aún no había invertido su capital en el desarrollo de un modo de producción burgués, nos sumergimos indefectiblemente en el pantano pokrovskyano del «capitalismo mercantil». Si la clase dominante estaba formada por una burguesía mercantil, el estado debió haber sido algún tipo de estado burgués. Y si el estado ya era burgués, no sólo en el siglo xvi, sino incluso antes, a comien­ zos del xv, ¿cuál fue el resultado esencial de la guerra civil del siglo x v i i ? Según este punto de vista, no pudo haber sido la revo­ lución burguesa. Así pues, nos vemos enfrentados a la alternativa de aceptar una suposición como la expuesta hace ya algunos años en un debate sobre este mismo problema, la de que se trataba de ía lucha frente a una tentativa de co n íra T iev o lu ció n organizada por la Corona y la Corte para oponerse a un poder estatal burgués y a e x is te n te .9 Pero además, nos hallamos ante la alternativa de, o bien negar que haya existido algún momento histórico crucial calificable de revolución burguesa, o bien de buscar tal revolución burguesa en alguna época anterior a la era Tudor. He aquí un problema que ha ocupado una posición central en las discusiones entre los historiadores, marxistas ingleses durante los últimos años. Por otra parte, el problema más general de pre­ cisar la naturaleza de los estados absolutistas durante esta misma 9. P. F., en el curso de un debate sobre el folleto de Christopher Hill The English revolution 1640, comentario publicado en el Labour Monthly (1941).

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época también fue objeto de debate entre los historiadores sovié­ ticos justo antes de la guerra. Si rechazamos las opciones antes mencionadas, sólo nos queda la posibilidad de aceptar (y a mí me parece la suposición correcta) que la clase dominante seguía siendo feudal y que el estado seguía siendo el instrumento político de su dominio. Y si es así, dicha clase dominante debió depender para la obtención de sus ingresos de los métodos fe u d a le s super­ vivientes de explotación del modo de pequeña producción. Cierta­ mente, puesto que el comercio había pasado a ocupar un lugar predominante dentro de la economía, dicha clase dominante mos­ tró interés por él (igual que lo habían hecho muchos monasterios medievales en pleno apogeo del feudalismo), asociándose económi­ camente con ciertos sectores de la burguesía mercantil (en especial con los comerciantes dedicados a la exportación) y políticamente consigo misma (de ahí que emergieran de entre sus filas muchas de las figuras de la «nueva aristocracia Tudor»). Por consiguiente, esta forma de explotación feudal en disolución a lo largo del pe­ ríodo de poder estatal centralizado era muy distinta de la explota­ ción feudal de siglos precedentes, y no cabe la menor duda de que en muchos aspectos el «tegumento» feudal estaba sometido a un desgaste vertiginoso. Asimismo, también es cierto que la explota­ ción feudal del modo de pequeña producción adoptó sólo en casos excepcionales la forma clásica de la prestación de servicios perso­ nales, siendo predominante la recepción de rentas monetarias. Pero mientras la coerción política y las presiones del derecho consuetudinario señorial siguieron dominando las relaciones eco­ nómicas (como sucedió en zonas muy extensas de la campiña inglesa) y no existió un mercado libre para la tierra (al tiempo que libertad de movimientos para los trabajadores), no es lícito afirmar que la forma de explotación que nos ocupa se hubiera deshecho de sus rasgos feudales, aunque éstos se manifestaran de. modo degenerado y en proceso de rápida desintegración. A este respecto, creo conveniente recalcar que en el pasaje de Marx sobre la renta monetaria que cita Sweezy,10 la renta en 1 0 .

El capital,

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I I I ,

cap .

X L V II.

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dinero de la que habla Marx no es todavía la renta del suelo ca­ pitalista, donde el campesino, como arrendatario independiente, paga una renta contractual, sino que sigue siendo (por implicación manifiesta) una forma de renta feudal, incluso cuando se trata de una forma en disolución («la renta en dinero, como forma trans­ figurada de la renta en productos y por oposición a ella es, sin embargo, la form a final y, al mismo tiempo, la form a de diso­ lución del tipo de renta del suelo que hemos venido examinan­ do...»). Más arriba, en la misma sección, Marx dice que «la base de esta clase de renta ... sigue siendo la misma que la de la renta en productos, la cual constituye el punto de partida. El produc­ tor directo es, lo mismo que era antes, poseedor ... de la tierra, obligado a rendir coactivamente al terrateniente ... el trabajo remanente ... bajo forma del producto sobrante transformado en dinero».11 Intentaré ser breve en mi réplica a los dos puntos finales de la crítica de Sweezy. En cuanto al destacado papel que desempe­ ñaron los capitalistas incubados por el modo de pequeña produc­ ción en los albores del "capitalismo, creo que hay pruebas más que suficientes,12 sea cual sea la interpretación correcta del crucial pasaje de Marx sobre este problema (y sigo creyendo que la inter­ pretación correcta es la que se le suele dar). Algunas de tales prue­ bas se citan en el capítulo IV de mis Estudios. No hay duda alguna de que se trata de un asunto que merece investigarse más a fondo de lo que hasta ahora se ha hecho, pero por lo menos Tawney ya ha demostrado la importancia del ascenso de la pe­ queña y mediana burguesía de este período. Hay suficientes prue­ bas de que difícilmente puede sobreestimarse la importancia de la empresa kulak en las aldeas. Hay signos de que aparece en época muy temprana, contratando el trabajo del « cotter » más pobre que 11. El capital, vol. III, p. 738. [Los subrayados aparecen en la ver­ sión castellana, no así en la inglesa.] (N. del t.) 12. El pasaje de mi libro, que cita Sweezy, en el que indico que «hay muy pocas pruebas directas sobre el mismo» alude a «los detalles del pro­ ceso», no a la existencia misma de este tipo de capitalista ni al papel que desempeñó.

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él, y de que en el siglo xvi introduce nuevos y perfeccionados métodos, a una escala bastante grande, de cultivos en zonas cer­ cadas (e n c lo s u r e fa rm in g). Los historiadores de este período han puesto de manifiesto en fecha reciente que uno de los rasgos dis­ tintivos del desarrollo en la era Tudor fue la facilidad con que los pequeños propietarios kulak ascendieron en la escala social hasta convertirse en una pequeña nobleza mediante la compra de feudos y el ingreso en las filas de la hidalguía (sq u ir ea r ch y ). Como ha sugerido Kosminsky, es muy probable que ya tuvieran un papel descollante incluso en la revuelta campesina de 1381. Buena parte de su prosperidad (en cuanto a su capacidad patronal para ofrecer trabajo) la debieron al descenso de los salarios reales durante la inflación Tudor, y fue la pequeña nobleza y los kulaks en. ascenso quienes organizaron a gran escala la industria pañera no urbana. Evidentemente, constituyeron una fuerza impulsora de primordial importancia en la revolución burguesa del siglo xvn y, en particular, se convirtieron en el armazón del New Model Army creado por Cromwell. Por otro lado, el sol hecho de su existencia constituye, a mi modo de ver, una clave para com­ prender las posturas adoptadas por las diferentes clases en la revolución burguesá. En especial, para ver qué razones llevaron al capital mercantil, lejos de desempeñar siempre una función progresista, a aliarse muy a menudo con la reacción feudal. De modo análogo, en los gremios artesanales urbanos existían muchos empresarios de un tipo similar dedicados al comercio y a emplear a artesanos más pobres bajo el sistema de trabajo domiciliario. Ya he sugerido (y si no recuerdo mal la idea original procede de los trabajos de Unwin) que tales desarrollos son los responsables de los movimientos gremiales que se detectan a fina­ les del siglo xvi y comienzos del xvii, en particular del ascenso de las nuevas corporaciones de la era Estuardo. Hasta donde nos es dado vislumbrar, fueron gentes como los pañeros no urbanos quienes apoyaron con todas sus fuerzas la revolución inglesa, y no los ricos propietarios de cartas patentes, como los mencionados por Nef, muchos de los cuales eran adictos al rey porque depen­ dían del privilegio y éste derivaba de su influencia en la corte.

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No entiendo cómo se puede negar la importancia de esta línea de desarrollo al abordar la génesis de la primera fase del capitalismo/ el estadio previo a la revolución industrial.13 Incluso en plena revo­ lución industrial muchos de los nuevos empresarios eran indivi­ duos de poca importancia que habían comenzado como «comer­ ciantes-fabricantes» dentro del sistema de trabajo domiciliario. Cier­ to es que algunas industrias, como por ejemplo las del hierro o el cobre, que necesitaban la inversión de grandes capitales, se desarrollaron según un esquema muy diferente. Pero en todo caso fueron las condiciones tecnológicas las que determinaron si el pequeño capitalista salido de las filas de los productores podía o no convertirse en un pionero del nuevo modo de producción. Y hasta el advenimiento de los cambios técnicos asociados a la revolución industrial (a lgu n o s de ellos, cierto es, acaecidos ya un par de siglos antes), el pequeño capitalista pudo seguir desempe­ ñando un papel preeminente. En cuanto a la llamada «fase de consolidación real» del pro­ ceso de acumulación, debo reconocer que Sweezy ha puesto el dedo en la llaga. Sobre este punto yo tengo mis propias dudas y comprendía ya al redactar el texto que los datos aportados resul­ taban insuficientes. Pero el que dicha fase haya existido o no no afecta para nada a mi argumento principal, a saber, que la esencia del proceso de acumulación la constituye el d e s p o s e i m i e n to de 13. Sweezy cita el pasaje de Marx para recalcar que este proceso avan­ zaba con «lentitud» en comparación con las posibilidades totales de expan­ sión. Pero también se estaba desarrollando con «lentitud» el capitalismo (si se compara con su velocidad de desarrollo ulterio'r) durante «la in­ fancia de la producción capitalista» de la que está hablando Marx en este punto. Qué duda cabe, ésta fue la razón por la que no culminó tal trans­ formación hasta que la nueva burguesía se hubo hecho con el poder po­ lítico y (como dice Marx más adelante, en el mismo capítulo) y comenzó a valerse «del poder del estado ... para acelerar a pasos agigantados el pro­ ceso de transformación del régimen feudal de producción en el régimen capitalista y acortar los intervalos». Entonces, pero sólo entonces, pudo acelerarse la lentitud del ritmo del progreso anterior y sentar las bases para un rápido crecimiento de la revolución industrial. [Esta última cita marxiana corresponde a El capital, vol. I, cap. XXIV, pp. 638-639. Los subrayados aparecen en la versión castellana, no así en la inglesa.] (N. del t.)

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otros, y en modo alguno la mera adquisición de ciertos niveles particulares de riqueza por parte de los capitalistas. Sin embargo, esto no equivale a negar su plaza al enriquecimiento del burgués por caminos no directamente expropiatorios, en cuyo caso sigo creyendo que distinguir entre las «dos fases» mantiene cierta im­ portancia. Creo que se trata de un punto en el que sería útil llevar a cabo una investigación según el método marxista, y sigo pensando que la hipótesis de la «segunda fase» corresponde a algo real. Podemos convenir en que no es el caso de que la burguesía consolide de forma real unos "bienes, previamente acumulados, a expensas de una n u e v a clase. De hecho, no es necesario que pro­ ceda a ello c o m o cla se, puesto que una vez creado el proletariado el único «costo» que tiene para la burguesía (tomada en su con­ junto) la extensión de la producción capitalista es el de propor­ cionar a los obreros sus medios de subsistencia (en forma de salarios), hecho del que eran plenamente conscientes los economis­ tas clásicos. La posesión de tierras, de casas de campo, etc., no bastaba por sí sola para ayudarles a proporcionar dichos medios de subsistencia. Aun cuando hubieran podido vender sus propie­ dades a terceros, no habrían forzosamente aumentado con ello — si dejamos al margen el comercio exterior— los fondos de sub­ sistencia necesarios para la sociedad capitalista contemplada como un todo. Pero lo que puede decirse para una clase contemplada globalmente, quizá no sea cierto para una parte de ella, que (como sugiere Sweezy) quizá se encontrara en dificultades por carecer de suficientes fondos líquidos para conformar un capital indus­ trial sólido. Es pues muy posible que tenga perfecto sentido hablar de un estrato de la burguesía (imbuido del deseo de comprar fuerza de trabajo, es decir, de invertir en la producción) que vende tierras u obligaciones a otros estratos de la burguesía que todavía desean adquirir riquezas bajo tales formas. Desde luego puede muy bien ser que todas las inversiones necesarias para financiar la revolución industrial procedieran de la ren ta líquida de los nuevos capitanes de la industria de la época, los Darby, Dale, Wilkinson, Wedgwood y Radcliffe. En tal caso, no hay nada

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que añadir, y puede hacerse caso omiso de las formas de enri­ quecimiento burgués previo que hemos mencionado como facto­ res concurrentes en la financiación del crecimiento industrial. Sin embargo, a primera vista parece muy poco probable que así fuera. No tengo noticias de que se haya trabajado muy a fondo acerca de las fuentes de financiación de proyectos de obras públicas tales como los primeros canales y ferrocarriles en Inglaterra. Sabe­ mos que muchos de los nuevos empresarios se vieron en dificul­ tades a causa de la falta de capital, y que gran parte del que se utilizó en la expansión de la industria algodonera a principios del siglo xix procedía de comerciantes en productos textiles. El rápido y efímero crecimiento de los inestables «bancos rurales» a prin­ cipios del siglo xix, creados precisamente para llenar dicha laguna, es una prueba clara de que el sistema crediticio no estaba desa­ rrollado de forma adecuada para satisfacer las necesidades de una industria en desarrollo. Parece una hipótesis digna de investiga­ ción ver cómo en el siglo xvm se produjeron numerosas ventas de títulos y terrenos a personas como los «nababs» retirados de las Indias orientales por parte de individuos que, entonces o des­ pués, utilizaron estos ingresos para invertirlos en la industria y el comercio de la época, en pleno proceso de expansión. Fue a través de una de estas vías — en un proceso con dos fases— que la riqueza adquirida mediante el saqueo colonial fertilizó la revolu­ ción industrial. Aunque el volumen de bienes que cambiaron de manos no fuera considerable, creo que mi «segunda fase» no está totalmente injustificada. Quizá resulte significativa (si bien desde un enfoque algo diferente) como indicio de un período en que la burguesía, considerada como un todo, empezaba a preferir la inversión en medios de producción y en fuerza de trabajo que la posesión de objetos de valor, de títulos o de tierras. Aunque de hecho no se diera una venta a gran escala de estos últimos tipos de bienes, la transformación que apuntamos puede haber tenido una gran influencia sobre los precios de los mismos y sobre las actividades económicas y sociales.

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CONTRIBUCIÓN AL DEBATE Los E studios s o b r e e l d esa rro llo d e l ca pita lism o (Londres, 1946) de Maurice Dobb plantean numerosos problemas metodoló­ gicos de importancia. Entre ellos, un caso concreto de un problema por el que no podemos dejar de sentir un profundo interés: dilu­ cidar cómo una fase nueva y más desarrollada de la ciencia de la historia económica puede integrar en su propio sistema, al tiempo que utilizarlos, los resultados positivos obtenidos en cpocas pre­ cedentes por los historiadores económicos y sociales.'La crítica de los E studios llevada a cabo por el competente economista ame­ ricano P. M. Sweezy 1 y la réplica de Dobb 2 a la misma, al indi­ car con mayor claridad el carácter y ubicación de las cuestiones en disputa, proporcionan a los historiadores japoneses una opor­ tunidad (tras el aislamiento sufrido durante los años de la última contienda mundial) de evaluar el actual nivel teórico de la his­ toria económica en Europa y América. Dado que los E studios de Dobb se ciñen exclusivamente al desarrollo del capitalismo inglés, cabe señalar la insuficiente aten­ ción que presta a los trabajos franceses y alemanes sobre el tema, por otro lado en nada inferiores a los ingleses. Deben estudiarse estas fuentes, y no sólo para obtener un conocimiento más global 1. 2.

«Crítica», supra, pp. 43-77. «Respuesta», supra, pp. 78-92.

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de las estructuras capitalistas comparadas, sino para establecer con mayor precisión las leyes del desarrollo histórico. Limitaré aquí mis comentarios a Europa occidental, pues considero prema­ turo introducir en esta polémica datos históricos sobre la organiza­ ción feudal en el Japón y otros países asiáticos, así como hablar de la formación del capitalismo en ellos. Si participan críticamente en el debate los historiadores que comparten un mismo enfoque sobre los problemas relativos a los diferentes países, la contro­ versia Dobb-Sweezy podría sentar las bases para futuros progre­ sos colectivos en este campo de estudio.

1 Tanto los E studios de Dobb como la crítica de Sweezy se abren con definiciones conceptuales genéricas del feudalismo y el capitalismo, no como meras cuestiones de terminología, sino poi­ que llevan implícitos determinados métodos de análisis histórico. Puesto que Sweezy no nos ofrece una definición clara y explícita del feudalismo, no sabemos con exactitud cuáles considera que son sus raíces. Sin embargo, fuera cual fuese el caso, la transición del feudalismo al capitalismo se halla vinculada a un cambio en el modo de producción, y uno y otro deben ser determinadas fases de la estructura socioeconómica, categorías históricas. Una com­ prensión racional del feudalismo presupone una comprensión cien­ tífica del capitalismo como categoría histórica.3 Dobb, rechazando las concepciones tradicionales más extendidas entre los historia­ dores «burgueses», busca la esencia de la economía feudal en las relaciones entre los productores directos (artesanos y campesinos) y sus señores feudales. Este enfoque caracteriza el feudalismo como un modo de producción, es el punto central de la definición propuesta por Dobb y, en general, hace coincidir el feudalismo con el concepto de servidumbre. El feudalismo es «una obliga­ ción impuesta al productor, por la fuerza e independientemente de 3 .

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Contribución a la crítica de la economía política.

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su voluntad, de satisfacer ciertas demandas económicas de un señor, demandas que pueden adoptar la forma de prestación de servicios o de obligación de pagar ciertas cantidades, ya sea en dinero o en especies ... Esta fuerza coercitiva puede ser el poder militar del superior feudal, la costumbre respaldada en algún tipo de procedimiento jurídico o la fuerza de la ley».4 Esta descripción coincide en lo esencial con la que Marx ofrece en el volumen III de El capital dentro del capítulo dedicado a «La génesis de la renta capitalista del suelo».5 Este tipo de servidumbre feudal contrasta con el capitalismo en el sentido de que, bajo este úl­ timo, y para empezar, el trabajador ... ya no es un productor independiente, sino que está divorciado de sus medios de pro­ ducción y de la posibilidad de proveer a su propia subsisten­ cia, pero, en segundo lugar ... su relación con el propietario de los medios de producción que le emplea es puramente con­ tractual ... Ante la ley tiene libertad para escoger a su amo o para cambiar de amos; y no está sometido a obligación algu­ na, aparte de la que impone el contrato de servicios de con­ tribuir trabajo o pago a su amo.6

Sweezy critica a Dobb por identificar feudalismo y servidum­ bre, y cita al respecto una carta en la que Engels dice: «no Hay duda alguna de que la servidumbre y la esclavitud no constitu­ yen un fenómeno medieval-feudal específico, pues las encontra­ mos en todos, o en casi todos, los lugares en que los conquistado4. Dobb, Estudios, pp. 35 y ss. 5. O también: «En todas las formas anteriores [es decir, precapitalistas] el terrateniente, no el capitalista, aparece como la persona que se apropia de forma inmediata del trabajo excedente de los demás ... La renta surge como forma general del trabajo excedente, del trabajo no re­ tribuido. En este caso, la apropiación de dicho trabajo excedente no viene mediatizada por el intercambio, como en el marco capitalista, sino que se basa en el dominio coercitivo que una parte de la sociedad ejerce sobre otra, de ahí la esclavitud directa, la servidumbre, o una relación de de­ pendencia política» (K. Marx, Theorien über den Mehrwert, ed. Kautsky, Stuttgart, 1910, vol. III, cap. VI, p. 451). 6. Dobb, Estudios, p. 36.

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xes obligan a los antiguos moradores a que cultiven las tierras para ellos».7 Sweezy niega que la servidumbre constituya una categoría histórica específica,8 pero, por otro lado, no nos indica qué es lo que constituye la forma especial de existencia de la fuerza de trabajo propia del feudalismo como un modo de producción. He aquí mi opinión sobre este punto. Cuando consideramos que los modos de producción antiguo, feudal y burgués moderno constituyen las principales fases de la historia económica, lo pri­ mero que debemos tener siempre en cuenta es bajo qué forma social toma cuerpo la fuerza de trabajo, el factor básico y decisivo en todos y cada uno de los modos de producción. Ahora bien, no hay duda alguna de que las formas (tipos) de trabajo básicas son la esclavitud, la servidumbre y el trabajo libre asalariado, y tampoco la hay de que es erróneo divorciar la servidumbre del feudalismo como concepto general. La cuestión de la transición del feudalismo al capitalismo no se limita a la transformación for­ mal de las instituciones económicas y sociales. El problema básico debe residir en el cambio que sufre la forma social en la que se enmarca la fuerza de trabajo. Aunque la falta de libertad de los campesinos, como siervos, muestra, y es natural, variaciones y gradaciones diversas según la región o la fase de desarrollo económico feudal, en el marco del modo de producción feudal la forma característica de existencia que adopta la fuerza de trabajo es la servidumbre, o en palabras de Dobb, «la explotación del productor en virtud de una coacción político^'urídica directa».9 Tras haber divorciado la servidumbre del feudalismo y después de negligir la forma feudal característica que adopta la fuerza de trabajo, Sweezy tiene que buscar la esen­ cia del feudalismo en alguna otra parte¿ Según él, en la sociedad feudal «la mayoría de los mercados son locales y el comercio a larga distancia, si bien no totalmente ausente, desempeña un pa­ pel muy poco determinante en los objetivos y métodos de pro­ 7. Marx-Engels, Correspondencia, citado por Sweezy, supra, p. 45. 8. «Crítica», supra, pp. 44-47. 9. «Respuesta», supra, p. 78. Cf. Marx, El capital, vol. III, p. 732.

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ducción. En este sentido, el rasgo fundamental del feudalismo es que se trata de un sistema de p r o d u c c ió n para e l u so » .10 Sweezy no afirma que la economía "de mercado o de mercancías esté ausen­ te de la sociedad feudal, Lo, que dice es que «la producción de mer­ cancías y el feudalismo son conceptos mutuamente excluyentes».11 Pero resulta demasiado simple presentar la esencia del feudalismo como «un sistema de producción para el uso» contraponiéndolo al de «producción para el mercado». El valor de cambio (mercan­ cías) y el dinero (que no es lo mismo que el «capital») tienen una existencia, por decirlo de algún modo, «antediluviana»,12 y pueden existir y madurar dentro de muy variados tipos de estructuras sociales históricas. En las más antiguas de éstas, la mayor parte de los productos del trabajo se emplean en satisfacer las necesida­ des de los propios productores, no se convierten en mercancías. El valor de cambio no controla totalmente el proceso social de producción pero, aun con todo, existe un cierto volumen de pro* ducción y circulación de mercancías. Por tanto, la pregunta a res­ ponder ante una estructura social dada no es la de si en ella están presentes dinero y mercancías, sino la de cómo se producen tales mercancías, en qué modo se utiliza el dinero como medio de producción. Los productos de los antiguos latifundios romanos eran puestos en circulación como mercancías producidas por es­ clavos, mientras que los acumulados por los señores feudales en base a las prestaciones de trabajo o a las rentas en productos lo eran en calidad de mercancías producidas por siervos. También existen las mercancías simples producidas por campesinos o arte­ sanos autárquicos, las mercancías capitalistas producidas por tra­ bajadores asalariados, etc. Pero no se puede decir lo mismo del capital o del capitalismo como una categoría histórica. Incluso sobre bases feudales, los productos del trabajo podían tomar la forma de mercancías ya que los medios de producción estaban vinculados de forma inmediata con los productores directos.13 Por 10. «Crítica», supra, p. 47. 11. Supra, p. 68, nota 43. 12. El capital, vol. I, p. 118, y vol. III, p. 555. 13. El capital, vol. I, p. 292. 7 . ---- HILTON

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tanto, un «sistema de producción para el mercado» no nos per­ mite definir relaciones de producción históricamente específicas (y por tanto, tampoco las relaciones de clase). Sweezy yerra por completo cuando en el pasaje sobre la definición del feudalismo apenas presta atención a la renta feudal del suelo, encarnación sintética de la relación de antagonismo entre señores y campesinos, para asignar un papel preponderante a los conceptos de «sistema de producción para el uso» y «sistema de producción para el mercado», es decir, a las relaciones entre los productores y sus mercados, a las relaciones de intercambio y no a las de producción» Su posición parece adscrita a una especie de circuíacionismo. Por nuestra parte, preferiríamos partir de las siguientes tesis. La contradicción entre feudalismo y capitalismo no es. una con­ tradicción entre el «sistema de producción para el uso» y el «sis­ tema de producción para el mercado», sino entre el sistema de propiedad feudal de la tierra, al que se añade la servidumbre, y el sistema del capital industrial, que viene acompañado del trabajo asalariado. El primer término de cada una de estas parejas es un modo de explotación y de relaciones de propiedad, mientras que el segundo representa la forma en que se materializa la fuerza de trabajo y, por ende, el modo en que se reproduce socialmente. Esta dicotomía puede simplificarse como contradicción entre la: propiedad feudal de la tierra y el capital industrial.14 Puesto que 14. Cf. El capital, vol. I, p. 118. Y también el volumen II, p. 51: «El capital industrial es la única forma de existencia del capital en que es función de éste no sólo la apropiación de la plusvalía o del productoexcedente, sino también su creación. Este capital condiciona, por tanto, el' carácter capitalista de la producción; su existencia lleva implícita la con­ tradicción de clase entre capitalista y obreros asalariados. A medida que se va apoderando de la producción social, revoluciona la técnica y la orga­ nización social del proceso de trabajo, y con ellas, .el tipo histórico-económico de sociedad. Las otras modalidades de capital que aparecieron antes que éste en el seno de estados sociales de producción pretéritos o conde­ nados a morii, no sólo se subordinan a él y se modifican con arreglo a él en el mecanismo de sus funciones, sino que ya sólo se mueven sobre la base de aquél, y por tanto, viven y mueren, se mantienen y desapare­ cen con este sistema que les sirve de base».

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en el feudalismo los productores directos aparecen vinculados a sus medios de producción, y por tanto la fuerza de trabajo no puede tomar la forma de mercancía, la apropiación por parte de los señores feudales del trabajo excedente tiene lugar de forma directa a través de una coerción extraeconómica, sin que medien para nada las leyes económicas que rigen el intercambio de mer­ cancías. Por el contrario, dentro del capitalismo, no sólo se con­ vierten en mercancías los productos del trabajo, sino que también pasa a serlo la propia fuerza de trabajo. En esta fase del desarrollo desaparece el sistema de coerción y entra en juego la ley del valor en todas las facetas de la economía. Por tanto, los procesos fundamentales del paso del feudalismo al capitalismo son: la transformación de la forma social de existencia de la fuerza de trabajo, que consiste en privar a los productores directos de la posesión de los medios de producción, la transformación del modo social de reproducción de la fuerza de trabajo (que equivale a lo mismo) y la polarización de los productores directos, o fragmen­ tación del campesinado. El análisis de Dobb toma como puntos de arranque la propie­ dad feudal de la tierra y la servidumbre en sí mismas. Pero, por ejemplo, cuando analizamos el concepto de «capital» no podemos tomarlo en sí mismo como punto de partida. Como dice el cono­ cidísimo pasaje con que se abre El capital, «la riqueza de las so­ ciedades en que impera el régimen capitalista de producción se nos aparece como un inmenso arsenal de mercancías», y cada una de ellas parece ser la forma elemental de dicha riqueza. Así pues, del mismo modo que El capital comienza con el análisis de la mercancía para continuar mostrando el desarrollo de las catego­ rías mercancía —» dinero —> capital, el análisis de la propiedad feu­ dal de la tierra no puede restringirse obviamente a una mera narración histórica, sino que debe ocuparse de caracterizar la na­ turaleza de las leyes de la sociedad feudal. En otras palabras, par­ tiendo de las categorías más sencillas y más abstractas, y progre­ sando sistemáticamente, debemos llegar por último a la categoría más concreta y más compleja, la propiedad feudal de la tierra. Una vez aquí, si tomamos el camino lógico inverso, reaparecen las

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categorías iniciales, pero conteniendo ahora una gran riqueza de especificaciones y relaciones.15 ¿Cuál será la forma, célula o unidad fundamental de una sociedad basada en el modo feudal de pro­ ducción? ¿Qué categorías ocuparán el primer lugar en el análisis de la propiedad feudal de la tierra? Como hipótesis de trabajo, consideraremos unidad fundamental el manso (m ansus, m anse, masía, H u fe, v irga te o yarla n d ); a continuación, como paso inter­ medio, la aldea (co m m u n a u té rurale, G em eín d e, villa ge co m m u n i t y )\; en último término, la categoría más desarrollada de la propiedad feudal de la tierra, el dominio señorial o feudo (se ig n e u ríe, G ru n d h errsch a ft, m a n or o d e m e s n e ).16 15. Marx, A contrihution to the critique of political economy, Chica­ go, 1904, «Introduction», pp. 350 y ss. [Hay traducción castellana de Zur Kritik der politischen Ókonomie: Contribución a la crítica de la economía política, Alberto Corazón Editor, Madrid, 1970.] (N. del t.) 16. La Hufe (virgate) es la porción total de tierra que le corresponde a un' campesino (Lamprecht la denomina Werteinheit), compuesta por un Hof (un lote de tierra con una casa), una cierta parcela principal de tierra roturable (Flur) y una parte de la tierra comunal (Allmende). En térmi­ nos aproximados, «suficiente tierra como para dar sustento al campesino y su familia» (Waitz). Dicha tierra es el objeto natural mediante el que se sustenta el campesino (o mediante el que autorreproduce la fuerza de tra­ bajo). Su realización económica, que posee una forma genérica para toda Hufe, es la comunidad o las normas comunales colectivas: la Flurzwang o. contrainte communautaire (G. Lefebvre), las servitudes collectives (Marc Bloch), que vienen aparejadas con la Dreifelderwirtschaft y con el sistema de campos abiertos, Gemengelage o vaine páture collective. Las normas colectivas constituyen un aparato coercitivo que mediatiza el proceso la­ boral. Sin embargo, la inevitable expansión de la productividad derivada del ‘tipo de propiedad privada inherente en las Hufe llevaba, y no podía dejar de hacerlo, a que ciertos individuos ejercieran «dominio sobre hom­ bres y tierras» (Wittich). Las relaciones de dominación y dependencia que fueron apareciendo en el seno de este tipo de comunidad basado en las Hufe acabaron por establecer la propiedad privada de los señores feuda­ les, es decir, el feudo o' dominio señorial, la propiedad feudal de la tierra. Llegamos así a la secuencia de desarrollo categórico Hufe - » Gemein­ de —» Grundherrschaft. Inversamente, mientras iba apoderándose de la co­ munidad aldeana y de las Hufe este tipo de dominación ejercida por los señores feudales y penetraban en. ellas las normas de la propiedad domi­ nical de la tierra, las Hufe y las aldeas, tanto en cuanto objetos «natura-

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Desde luego, esta especie de desarrollo lógico de las categorías manso —» aldea —> dominio no constituye propiamente el proceso histórico. Sin embargo, es precisamente el estudio de la estructura lógica de la propiedad feudal, tomando como punto de partida su forma elemental, el que nos revelará la ley histórica de la ascen­ sión, el desarrollo y la decadencia de la sociedad feudal, algo que la ciencia histórica «burguesa» aún no ha conseguido, pero que se sugiere en el volumen I de El capital. Sobre esta base, se plantean de inmediato problemas metodológicos básicos en relación con el espléndido análisis de la sociedad que nos han ofrecido, como era lógico esperar, Sweezy y Dobb. 2

Sweezy ha intentado encontrar el rasgo fundamental del feules» como en lo que respecta a sus relaciones mutuas, modificaron su forma y relaciones históricas en el sentido de convertirse una y otras en específicamente feudales. Ahora, bajo el régimen de propiedad feudal de la tierra, la Hufe aparece como la posesión de un campesino (Besitz, te­ nencia) y las normas comunales consuetudinarias se convierten en instru­ mentos de dominación señorial, devienen en condiciones históricas sus­ ceptibles de permitir la realización de la renta feudal y asegurar la fuerza de trabajo. El campesino es vinculado a la tierra que trabaja (adscripción). Al mismo tiempo, el proceso de trabajo del campesino se convierte en el proceso de formación de la renta; el conjunto de ambos constituirá el proceso de producción feudal. Por lo general, la coerción (normas comunales y la exacción forzosa de prestaciones feudales por parte del señor) consti­ tuye el factor que mediatiza la reproducción feudal, del mismo modo que en la sociedad capitalista desempeña este papel el proceso de circulación del capital. Por tanto, el desmoronamiento de la sociedad feudal no es más que desaparición de este sistema coactivo. Por otro lado, dado que estas coacciones feudales operan en un marco de referencia en el que el produc­ tor directo se halla vinculado a los medios de producción, la disolución de aquéllas (requisito previo para que se dé la forma moderna de propiedad privada y la libertad de trabajo burguesa) crea las condiciones para que los productores directos se vean separados de los medios de producción (expropiación). Para más detalles, cf. mi Skimin kakumei no kozo [Estruc­ tura de la revolución burguesa], Tokio, 1950, pp. 77-85.

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dalismo en un «sistema de producción para el uso», y de ahí que deba explicar siguiendo el mismo camino su decadencia. Cierta­ mente no ignora la existencia del régimen feudal de producción en Europa oriental y en Asia, ¿por qué, pues, ha restringido su análisis de la cuestión a Europa occidental? ¿Acaso comparte con los historiadores del derecho burgueses la descripción del sistema feudal como L e h n s w e s e n ? Por ejemplo, J. Calmette defiende desde la primera página de su libro La s o c i é t é fé o d a le , publicado en la popular Collection Armand Colín,17 que el feudalismo es pecu­ liar de la Edad Media en Europa occidental, y niega la realidad de un feudalismo japonés. ¿O quizá el tratamiento dado por Sweezy a la cuestión estaba impulsado por el hecho de que el capitalismo moderno surgió y maduró en Europa occidental? Nos dice que «el feudalismo europeo occidental era un sistema con una orientación muy marcada en favor del mantenimiento de determi­ nados métodos y relaciones de producción», y alude a «este ca­ rácter inherentemente conservador y reacio al cambio del feuda­ lismo europeo occidental».18 Sin embargo, señalar que el feudalis­ mo era conservador con respecto a su opuesto categórico, el capi­ talismo moderno, equivale a decir muy poco. Comparado con el feudalismo de Europa oriental o de Asia, no parece que el feuda­ lismo europeo occidental sea demasiado conservador, antes al contrario. El factor decisivo que coartó el desarrollo autónomo de la sociedad capitalista moderna en Europa oriental y Asia fue precisamente la estabilidad de la estructura interna de la propiedad feudal de la tierra en esas zonas del globo. El hecho de que pueda decirse que el capitalismo moderno y la sociedad burguesa adoptaron su forma clásica en Europa occidental se nos muestra ante todo como un indicador de la fragilidad e inestabi­ lidad inherentes a la propiedad feudal de la tierra en dicha área. 17. París, 1932. Sin embargo, otros historiadores franceses, muy en especial Marc Bloch y Robert Boutruche, piensan lo contrario y están pro­ fundamente interesados por el feudalismo japonés. Ya Marx, en el capí­ tulo XXIV de El capital, habla de la «organización puramente feudal» del Japón. 18. «Crítica», supra, p. 49.

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Quizá lo que quiera decir Sweezy es que el feudalismo europeo occidental, por ser intrínsecamente conservador y reacio al cambio, no podía derrumbarse por causa de una fuerza interna al sistema, y que por eso su desmoronamiento se inició bajo el impulso de causas exteriores. Puesto que para Sweezy el feudalismo era un «sistema de producción para el uso», la fuerza que llegó desde el exterior para destruir este sistema fue la «producción para el mercado» («una economía de intercambio») o el «comercio». Aproximadamente la mitad de su crítica a Dobb está dedicada a discutir en detalle este punto. En los siglos xiv y xv la devastación de las aldeas, la dismi­ nución de la población rural y la consiguiente escasez de dinero entre los señores feudales eran fenómenos generalizados, y tanto en Inglaterra, como en Francia y Alemania dieron como resultado la cr is e d e s fo r t u n e s seig n eu ria les.19 La economía monetaria o de intercambio inició un avance a grandes zancadas durante la Baja Edad Media, llevando a la ruina a buena parte de la nobleza feudal, cuya base de sustentación era la economía «natural» tra­ dicional.20 La denominada emancipación medieval de los siervos estaba fundamentada primordialmente en la necesidad de dinero que tenían los señores, generalmente para invertirlo en la guerra o en incrementar su lujoso ritmo de vida.21 Según la hipótesis de Sweezy, la siempre creciente demanda de dinero por parte de la clase feudal dominante durante la «cri­ sis» del feudalismo se debió al incesante aumento de lujos y como­ didades entre la nobleza feudal, concepción similar a la que sos­ 19. Marc Bloch, Caracteres originaux de l’histoire rurale franqaise, Oslo, 1931, pp. 117-119 [De este texto hay en preparación una edición castellana: Los caracteres originales de la historia rural francesa, Crítica, Barcelona, 1977. (N. del #.)]; H. Maybaum, Die Entstehung der Gutswirtschaft im Mecklenburg, Stuttgart, 1926, pp. 109-113; y el reciente, y extraordinario, libro de R. Boutruche, La crise d’une société, París, 1947, vol. II. 20. Cf. por ejemplo, R. Boutruche, «Aux origines d’une crise nobiliaire», Annales d’Histoire Sociale, París, vol. I, n.° 3 (1939), pp. 272 y ss. 21. Marc Bloch, Rois et serfs, París, 1920, pp. 59 y ss., pp. 174 y ss., etc.; A. Dopsch, Naturalwirtscbaft und Geldwirtschaft in der Weltgeschichte, Viena, 1930, p. 178.

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tiene Sombart en su Luxus und Kapitalism us f 2 dentro del primer capítulo dedicado al H of. La exagerada explotación de. los cam­ pesinos por parte de sus señores, que Dobb califica como causa primordial del colapso del feudalismo, fue en realidad, según el plinto de vista de Sweezy, un efecto de la necesidad de dinero en efectivo que tenían las clases dominantes feudales. El subsiguiente abandono de las tierras por parte de los campesinos trajo como consecuencia el establecimiento de las ciudades, y con ellas la economía monetaria. Así pues, según Sweezy, Dobb «toma erró­ neamente por tendencias inmanentes una cierta evolución histórica [del feudalismo] que, de hecho, sólo puede ser explicada acu­ diendo a causas externas al sistema».23 La fuerza «externa» que produjo el derrumbamiento del feudalismo fue el «comercio, que en modo alguno puede ser considerado como una forma de eco­ nomía feudal»,24 especialmente el comercio a larga distancia, no el de mercados locales o interlocales.25 «Deberíamos intentar descubrir —-dice Sweezy— cuál es el proceso que permite al comercio; engendrar un sistem a de pro­ ducción para el mercado, para delinear acto seguido la evolución del impacto del mismo sobre el preexistente. sistema feudal de producción para el uso.»26 Así ve Sweezy «cómo el comercio a larga distancia pudo actuar a modo de fuerza engendradora de un sistem a de producción para el intercambio al lado del viejo sistema feudal de producción para el uso».27 Aunque Sweezy sabe 22. Werner Sombart, Lujo y capitalismo, traducción de Luis Isabal, Re­ vista de Occidente, Madrid, 1951, cap. I. 23. «Crítica», supra, p. 55. 24. Supra, p. 55. 25. Desde el punto de vista de la división social del'trabajo me gusta­ ría hacer hincapié en los intercambios locales o interlocales, es decir, en el mercado interior. En esta cuestión debemos tomar en consideración las valiosas sugerencias de R. Hilton en su Economic development of some Leicester estates in the 14th and 15th centuries. Dobb ha conseguido abarcar bajo una relación indivisible el auge del capital industrial y la formación del «mercado interior»; cf. Estudios, pp. 161 y ss. Sobre este punto, véase el método seguido en El capital, vol. I, cap. XXX. 26. «Crítica», supra, p. 55. 27. Supra, p. 55.

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muy bien que multitud de datos históricos demuestran que una «economía de intercambio es compatible con la esclavitud, con la servidumbre, con el trabajo independiente por cuenta propia o con el trabajo asalariado»,28 no aprecia en todo su valor uno de los puntos fuertes de la teoría de Dobb, a saber, el relativo a la reacción feudal, calificada por Engels de segunda servidumbre en Europa oriental. Sweezy, siguiendo a Pirenne, busca la explica­ ción en «la geografía de la segunda servidumbre, en el hecho de que el fenómeno se acentuaba y endurecía cuanto más al este nos trasladáramos del centro de la nueva economía de intercam­ bio».29 Sin embargo, Dobb, haciendo uso de varios estudios re­ cientes, señala que: En Inglaterra, donde más pronto desapareció la servidumbre bajo la forma de prestaciones personales fue en las regiones atrasadas del norte y el oeste, mientras que en el sudeste, zona más avanzada a causa de sus mercados urbanos y de su vincu­ lación con las rutas comerciales, fue el lugar donde persistió por más tiempo.'De modo análogo, en muchas partes de Europa oriental, la intensificación de la servidumbre durante los si­ glos x v y xvi vino asociada al incremento del comercio, y no hubo correlación entre la proximidad a'los mercados y la desin­ tegración feudal ... sino entre aquélla y el reforzamiento de la servidumbre.30

Por tanto, la causa esencial no es ni el comercio ni el mer­ cado propiamente dicho. La estructura del mercado viene condi­ 28. Supra, p. 60. 29. Supra, p. 61. 30. «Respuesta», supra, p. 84; Estudios, pp. 34-42, 51-59. Los capítu­ los XX y XXXVI del volumen III de El capital tienden a apoyar la tesis de Dobb. Por ejemplo, «en los- siglos xvi y xvu las grandes revoluciones producidas en el comercio con los descubrimientos geográficos y que imprimieron un rápido impulso al desarrollo del capital comercial, consti­ tuyen un factor fundamental en la obra de estimular el tránsito del régimen feudal de producción al régimen capitalista ... Sin embargo, el moderno régimen de producción, en su primer período, el período de la manufactura, sólo se desarrolló allí donde se habían gestado ya las condiciones propicias dentro de la Edad Media» (cap. XX, p. 321).

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cionada por la organización interna del sistema de producción. Kosminski ha formulado este extremo de forma aún más clara que Dobb. La «producción para el intercambio» en los grandes dominios feudales y en las tierras de la Iglesia situadas en el sur y el este de Inglaterra, que tenían la estructura del «dominio rseñorial clásico», provocó como respuesta obvia el crecimiento •de las prestaciones de servicios y la intensificación de la servidum­ bre, mientras que en el norte y el oeste del país, con sus domi­ nios seculares de tamaños pequeño y medio, la respuesta obvia provocada por la situación fue la aparición de las rentas mone­ tarias y el declive de la servidufnbre. De hecho, al ir progresando la economía de intercambio o monetaria, «el feudalismo se disol­ vió antes y con mayor facilidad en aquellas tierras [ n o estricta­ mente pertenecientes a los “dominios señoriales”] en las que menos éxito había tenido en su época de asentamiento», mientras •que en aquellos lugares (en los «dominios señoriales clásicos») donde había logrado establecer y mantener una dominación sobre la población servil no libre, el proceso de «adaptación del sistema -de prestación de servicios a las demandas cada vez crecientes del mercado» podía desembocar en una intensificación de la explota­ ción feudal del campesinado, y así fue en muchos casos. Por tanto, es precisamente la producción R itter g u t o G u tsw irtsck a ft para el mercado asentada en Alemania oriental (la más perfecta •encarnación de la «reacción feudal» descrita por Kosminski y Postan) la que tipifica la «segunda servidumbre» a que hacen referencia Dobb y Sweezy. El punto esencial es que «el desarrollo •del intercambio en la economía campesina, tanto si servía direc­ tamente al mercado local como a otros mercados más distantes por conducto de comerciantes intermediarios, llevó al desarrollo de la renta monetaria. Por otro lado, el desarrollo del inter­ cambio en la economía señorial llevó a un incremento de la pres­ tación de servicios directos».31 31. E. A. Kosminski, «Services and money rents in the 13th century», Economic History Review, Londres, vol. V (1935), pp. 42-45. De ahí que «el -auge de la economía monetaria no siempre haya constituido la gran fuerza -emancipadora que consideraban los economistas del siglo xix ... la expan-

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Sweezy tiene razón al considerar la «crisis» y la conclusión de la Edad Media como productos de la acción desintegradora del comercio sobre el sistema de producción para el uso. No obstan­ te, cae en el error cuando centra exageradamente su atención en el comercio, especialmente en la evolución del comercio a larga distancia, y le atribuye el colapso del feudalismo propiamente dicho. No cabe duda de que la acción desintegradora del comercio, al menos en Inglaterra —y también en general, como señala Dobb en su réplica a las críticas de Sweezy— ,32 aceleró el proceso de diferenciación entre los pequeños productores, tendiendo a crear, por un lado, una clase de pequeños propietarios kulak, y por otro, un semiproletariado local, dando como resultado final la desinte­ gración del feudalismo y el establecimiento del modo de produc­ ción capitalista. R. H. Tawney 323 ha puesto de manifiesto la pre­ sencia en la Inglaterra del siglo xvi de un proceso capitalista de­ sintegrador de este tipo: la tendencia hacia «la diferenciación tripartita en terratenientes, campesinos capitalistas y obreros agrí­ colas sin tierras propias», partición característica de la agricultura inglesa moderna. No obstante, tal división tiene su origen en la estructura preexistente de la sociedad feudal inglesa, y no hay razón alguna para atribuirle al comercio el papel motriz de la misma. Cuando se aborda este punto concreto, la réplica que Dobb da a Sweezy es inadecuada y conlleva concesiones del todo inne­ cesarias. Creo que debiera haber dejado claro de forma más con­ creta que también en Europa occidental la destrucción de la clase sión de los mercados y el crecimiento de la producción tanto pueden llevar a un incremento de la prestación de servicios como a su decadencia. Se explica pues la paradoja de que aumentara en Alemania oriental precisa­ mente ¿ruando la expansión de la producción de cereales para el mercado exterior se llevaba a cabo de forma más acusada, o de que también en Inglaterra sucediera lo mismo en el momento- y en aquellos lugares en que la ‘producción agrícola para el mercado había alcanzado el punto más alto de su desarrollo durante la Edad Media, a saber, en el siglo xm» (M. Pos­ tan, «The chronology of labour service», en Transactions of the Royal Historical Society, Londres, 4.a serie, vol. XX [1937], p. 186, pp. 192 y ss.). 32. «Respuesta», supra, p. 83; cf. Estudios, p. 60. 32a. Agrarian problem ín the sixteenth century, Londres, 1912.

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de los pequeños productores campesinos no siempre tuvo como resultado-la formación de producción capitalista, sino que también produjo determinada reacción feudal. Por ejemplo, en Francia la «crisis» tuvo como efecto la restauración del feudalismo y no su destrucción definitiva.33 La disolución de la clase de los pequeños productores, campesinos por causa del comercio en la Francia de esta época no llevó al establecimiento de un sistema capitalista de trabajo asalariado, sino que inició una propiedad usuraria de la tierra en la que, por u n . lado, encontramos a los la boureu rsfe r m ie r s y laboureurs-marchancLs, y por otro a los semisiervos.34 Estos últimos eran el prototipo de aquellos m é ta y e r s a los que, en sus T ra vels in t r a n c e , Arthur Young describe como víctimas de «un sistema miserable que perpetúa la pobreza»; pero en la época que nos ocupa no se hallaban aún ni en la categoría del proleta­ riado ni en la del m é ta y a g e , que señala la transición desde las prestaciones feudales a la renta capitalista.35 Tanto Sweezy como 33. En -esta crisis, «aunque los señores pueden haber variado con mu­ cha frecuencia, el marco de referencia de la jerarquía feudal es el mismo que en el siglo anterior» (Y. Bezard, La vie rurale dans le sud de la región parisienne, París, 1929, p. 54). «El régimen señorial no se vio afectado. O mejor dicho: no tardará en adquirir renovado vigor. No obstante, la pro­ piedad señorial ha cambiado de manos en gran medida» (Bloch, Caracteres orzginaux, op. cit., p. 129). .34. Raveau nos ofrece una vivida imagen que confirma este hecho en L’agriculture et les classes paysannes au XVIe siécle, París, 1929, pp. 249 y ss. En Poitou, el desarrollo de la economía monetaria de intercambio separó a los campesinos de la tierra, pero no les convirtió en proletarios. Una vez hubieron vendido sus posesiones, los nuevos propietarios no les expulsaron de ellas sino que les ofrecieron seguir cultivándolas bajo la modalidad de aparcería a medias (a demi-fruits). Los nuevos métayers sólo podían subsistir vendiendo la próxima cosecha por adelantado u obteniendo anticipos en grano o en dinero de las reservas de los nuevos propietarios. Las deudas que acababan de adquirir obligaban a los campesinos a hipo­ tecar también la cosecha siguiente, con lo que se veían atrapados en un círculo vicioso del que no podían escapar. «Estaban clavados a sus tierras; los comerciantes crearon un nuevo tipo de servidumbre a través de su capital» {ibid., p. 80, y también en pp. 82, 93, 121, 268-271). 35. Los contratos escritos de métayage del antiguo régimen imponen a los terrazgueros obligaciones personales, es decir feudales, de fidélité,

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Dobb se ocupan de la acción desintegradora del comercio sobre el feudalismo y de la «reacción feudal» sin ir más allá de la pro­ piedad feudal de la tierra con sus correlativas prestaciones de servicios, cuando también debieran tomar en consideración las rentas bajo la forma de productos. Estas últimas constituyen el problema más importante tanto en Francia como en el Japón.36 Sweezy no interpreta la destrucción de una estructura social dada como resultado de la evolución interna de sus fuerzas pro­ ductivas, sino que centra sus intentos en la búsqueda de una fuerza exterior. Pero, aun admitiendo que el desarrollo histórico tenga lugar por la acción de fuerzas externas, sigue sin resolver la cues­ tión de cómo surgen éstas y de cuál es su procedencia. En último término, estas fuerzas que se manifiestan como externas deben ser explicadas internamente en el marco del proceso histórico obéissance y soumission (J. Donat, Une communauté rurale a la fin de Vanden régime, París, 1926, p. 245). El mé'tayage dio origen al estable­ cimiento de «auténticos vínculos de dependencia personal entre el burgués y el campesino» (Bloch, Caracteres originaux, op. cit., p. 143). G. Lefebvre, la máxima autoridad en cuestiones agrarias y campesinas durante la época de la revolución francesa, señala que en el métayage del antiguo régimen pervivía una tradición aristocrática de relaciones de protection et obéis­ sance'—es decir, de subordinación feudal— entre el propietario de la tierra y el métayer (G. Lefebvre, Questions agraires au temps de la Terrear, París, 1932, p. 94). 36. Este punto es el más importante en el caso de Asia, donde pre­ dominan las rentas naturales (rentas en productos). La forma de prestación en especies, señala Marx, «es adecuadísima para servir de base a estados sociales estacionarios, como lo comprobamos por ejemplo en Asia ... El volumen de ésta [renta en especies] puede llegar incluso a poner en peli­ gro seriamente la producción de las condiciones de trabajo, de los propios medios de producción, a hacer imposible en mayor o menor medida el desarrollo de la producción y a reducir al productor directo al mínimo físico de medios de subsistencia. Así ocurre, en efecto, cuando esta forma es descubierta y explotada por una nación comercial conquistadora, como ha ocurrido, por ejemplo, en la India con los ingleses» (El capital, vol. III, p. 737). Véase «Hoken shakai kaitai e no taio ni tsuite» [Sobre la oposi­ ción a la destrucción del feudalismo], en mi Kindai shakai seiritsu shiron [Ensayo histórico sobre la formación de la sociedad moderna], Tokio, 1951, pp. 113 y ss.

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global. La dialéctica histórica no puede avanzar sin movimientos autopropulsados (las contradicciones de la estructura interna). Como es lógico, movimientos internos e influencias externas se interaccionan mutuamente. Dobb señala la enorme influencia que pueden ejercer las circunstancias externas; sin embargo, «las con­ tradicciones internas ... determinan la forma y la dirección con­ cretas de los efectos ejercidos por las influencias externas».37 La insistencia de Sweezy en que el colapso del feudalismo europeo occidental se debió sólo al impacto de causas externas — el comer­ cio y el mercado, especialmente el exterior— se desprende inde­ fectiblemente de su método de análisis histórico.38 3 Uno de los puntos más importantes que suscita el análisis de Dobb es su énfasis en el hecho de que el capitalismo surgió de un régimen de pequeña producción una vez éste hubo alcanzado su independencia y desarrollado la diferenciación dentro de su propio seno. La tesis de Dobb presenta la evolución histórica en dos fases. En la primera, el modo de pequeña producción se establece de forma gradual, solidificando como base de la sociedad feudal. En la segunda, esta producción a pequeña escala, como resultado del desarrollo de la productividad, escapa a las restric­ 37. «Respuesta», supra, p. 83. 38. La concepción histórica de la decadencia de una sociedad como autodesintegración y como resultado de esta especie de autodesarrollo interno se ve confirmada incluso por historiadores «burgueses». Por ejem­ plo, y con respecto al declive de la antigüedad clásica, Eduard Meyer puso de manifiesto que la decadencia del imperio romano no sobrevino a causa de las invasiones de tribus bárbaras llegadas del exterior, sino que tales invasiones sólo se produjeron cuando el imperio ya había comenzado a experimentar un desmoronamiento interno. Cf. E. Meyer, Kleine Schriften, Berlín, 19242, vol. I, pp. 145 y ss., 160. También, Max Weber, «Die sozialen Gründe des Untergangs der antiken Welt» (1896), en Gesammelte Aufsatze sur Soz. u. WG, Tubinga, 1924, pp. 290 y ss., 293-297. Cf. El capital, vol. III, pp. 320-321.

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ciones feudales, llega a su propia desintegración y, crea entonces las relaciones capitalistas.39 A) Sin embargo, el establecimiento en firme del modo de pequeña producción como base del feudalismo tiene lugar durante el proceso de disolución del sistema feudal «clásico» (la fase de la renta en trabajo de la propiedad feudal de la tierra), dentro del sistema de explotación directa del dominio señorial «clásico», a saber, el trabajo semanal forzoso de los siervos (prestación por semanas). Los modernos historiadores ofrecen una descripción ge­ neral del modo en que se produjo la emancipación de los siervos a lo largo de este proceso, que puede apreciarse en sus rasgos concretos en la conmutación de servicios acaecida en Inglaterra durante los siglos x iv y xv, donde se pasó por completo y de un modo directo de la renta en trabajo a la renta en dinero, con la subsiguiente desaparición de hecho de la servidumbre. Lo mismo ocurrió en el sudoeste de Alemania y especialmente en Francia, donde la primera fase de la abolición de la prestación de servicios consistió en el establecimiento de rentas fijas en productos que, de forma gradual, fueron convirtiéndose en rentas monetarias. A partir de los siglos xn y x i i i , tanto en Francia como en el sudoeste de Alemania los dominios señoriales (lo r d s ’ d e m e s n e lands, d o m a in e p r o c h e , Salland), que hasta entonces ' se venían cultivando mediante el trabajo forzoso de los siervos (s e r fs J f o r c é d labour, c o r v é e , F ro n d ien st), se entregaron en parcelas a los cam­ pesinos y a ellos se confió su cultivo. Los campesinos ya no se veían constreñidos a la prestación de servicios directos a su señor, sino que le entregaban una porción fija de.la cosecha a modo de prestación (ca m p i pars, cb am pa rt, terra ge, agrzer).40 Si bien este proceso era una concomitancia necesaria de una renta monetaria 39. El capital, vol. I, p. 270; ibid., vol. III, pp. 322-323. Véase «Shoki shihon shugi no keizai kozo» [Estructura económica de los comienzos del capitalismo], en mi Kindai shihon shugi no seiritsu [Formación del capi­ talismo moderno], Tokio, 1950, pp. 3 y ss. 40. M. Bloch, Caracteres originaux, op. cit., pp. .100 y ss.; Oliver Mar­ tin, Histoire de la prévóté d° vicomte de Paris, París, 1922, vol. I, pp. 420 y ss.

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parcialmente establecida, el núcleo fundamental de la renta feudal ya no eran las prestaciones de servicios, sino, como dicen los his­ toriadores, una «renta» (r e d e v a n c e , A bgabe). Este tipo de propie­ dad feudal de la tierra, surgido como resultado del desmorona­ miento del sistema señorial (m anoriál s y s t e m , W illik a tion ssystem ), constituyó la propiedad feudal de la tierra administrada por pe­ queños campesinos, lo que los historiadores alemanes califican de R e n te n g r u n d h e r r s ch a ft o r e in e G ru n d h errsch a ft,41 Esta transformación en la estructura de la propiedad feudal de la tierra, que acompañó al declive del sistema señorial, trajo consigo una modificación en las formas de renta — en Inglaterra pasó a renta monetaria, en Francia y Alemania a renta en pro­ ductos----pero no produjo el menor cambio fundamental en su naturaleza. En épocas anteriores los campesinos contribuían direc­ tamente a la riqueza del señor con su trabajo excedente, y ahora lo hacían bajo la forma de trabajo transformado, ya fuera en productos o en su equivalente en dinero. Este fue todo el cambio. En ambos casos la renta aparece como «forma normal» del tra­ bajo excedente, y en ninguno de ellos tiene el carácter de «bene­ ficio» realizado por los productores y pagado bajo la forma de renta capitalista. Si bien es cierto que de hecho se producen unos «beneficios», la renta constituye un «límite normal» a la for­ mación de los mismos. Los terratenientes feudales, en virtud de su dominio, hacen uso directo en ambos casos de una «coerción extraeconómica», sin que intervengan para nada las leyes del inter­ cambio de mercancías, para arrebatar el trabajo excedente a los productores campesinos {tenanciers, B esitzer), quienes de hecho ocupan la tierra, los medios de producción. Durante el período del sistema feudal clásico, el trabajo de los campesinos en los dominios del señor estaba organizado bajo la supervisión y es­ 41. Max Weber, Wirtschaftsgeschichte, Tubinga, 1923, p. 101; G. von B^low, Ges. der deutschen Landwirtschaft in Mitielalter, Jena, 1937, pp. 7376. Entre los estudios japoneses sobre historia medieval de Europa occi­ dental, véase Senroku Uehara, «Grundherrschaft en el-monasterio de Klosterhurg» (1920), incluido en su recopilación Doitsu chusei no shakai to keizai [Sociedad y economía en la Alemania medieval].

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tímulo directos de éste o de su representante- (viüious, bailiff, m aire, ser geni). Sin embargo, en los reine G rundherrschaft todo el proceso de producción agrícola se lleva a cabo sobre las par­ celas de los propios campesinos, con lo que dejan de estar sepa­ rados en el espacio y en el tiempo el trabajo que necesitan para su subsistencia y el trabajo excedente del que se apropia el señor. Los productores directos tenían libertad prácticamente total para organizar su tiempo de trabajo como quisieran. La emancipación de los campesinos en Francia y en el sudoeste alemán durante la Edad Media, es decir, su paso de la condición de siervos (Leibeigene ) a la de villanos libres {yeornen, Hórige, vilains francs), se dio a gran escala durante los siglos xm , xiv y xv. Así pues, el método de extracción de la renta cambió bajo formas muy diver­ sas desde las obligaciones personales y arbitrarias a ciertas rela­ ciones reales (dinglich ) entre cosas, y las relaciones feudales de exacción de pagos entre señores y campesinos pasaron a fijarse de forma contractual. Naturalmente, tales relaciones por contrato no eran como las de la sociedad burguesa moderna, donde los propietarios libres de mercancías se comprometen mutuamente como personalidades por completo independientes y jurídicamente situadas en un mismo plano, sino que tomaron la forma del dere­ cho consuetudinario (la propia renta en productos se llama a me­ nudo coutumes, G ew ohnheitsrecht , y los campesinos que la paga­ ban coutumiers). Se hace así posible hablar por primera vez de «agricultura a pequeña escala» y de oficios independientes, que juntos constituían «la base del modo de producción feudal».42 Del mismo modo que la renta en productos cede su lugar a la renta monetaria, estas pequeñas explotaciones agrícolas, el régi­ men de pequeña producción en la agricultura, se van haciendo cada vez más claramente independientes, al tiempo que se pro­ duce con rapidez y soltura siempre crecientes su autodesintegración. A medida que gana terreno el establecimiento de la renta 42. Cf. El capital, vol. I, p. 270, nota 21. -Cf. también mi «Iwayurii nodo kaiho ni tsuite» [Sobre la supuesta emancipación de los siervos], en Shigaku Zasshi (Zeitschrift für Geschichtswissenschaft), vol. LI, n.° 11-12 (1940); y mi Kindai shakai seiritsu shiron, pp. 36-51. 8 . ---- H IL T O N

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monetaria, no sólo las antiguas relaciones personales entre el señor y el campesino se transforman en otras más objetivas, impersona­ les, regidas por el dinero, sino que, como ocurre con la «renta tributaria» (r e n t o f assize) inglesa, la parte de trabajo excedente que se fija como renta monetaria se Hace relativamente pequeña a medida que aumenta la productividad del trabajo y, en conse­ cuencia, decrece el valor del dinero. Según este proceso, el trabajo excedente se constituye en lo que ha venido llamándose «beneficio embrionario», parte del cual revierte a los propios campesinos (productores directos), el que sobra de la cantidad estrictamente necesaria para su subsistencia, dinero que emplean en la adquisi­ ción de mercancías. El valor de la renta en dinero llegó a hacerse tan pequeño que, de hecho, se eximió a los campesinos de la obli­ gación de pagarla.43 Las tierras inicialmente arrendadas por los campesinos llega­ ron a convertirse en propiedades libres. Los campesinos que en épocas anteriores trabajaran los viejos terrazgos se fijaron a sí mismos el ritmo de redención de las rentas feudales, se liberaron de la normativa feudal sobre la propiedad de la tierra y acabaron por convertirse en dueños de la misma. La formación de este tipo de campesinado independiente y autosuficiente — cuyo represen­ tante históricamente típico es el y e o m e n inglés— fue el resultado del proceso de desintegración de la propiedad feudal de la tierra y estableció las condiciones sociales necesarias para el enraizamiento de la renta monetaria. Si contemplamos este proceso desde otro ángulo, podemos decir que una vez establecida y generalizada a escala nacional la renta monetaria, los campesinos (productores 43. «En ocasiones los arrendatarios libres se emanciparon de todo tipo de pagos y servicios ... la relación entre los arrendatarios libres y el feudo eran más una cuestión formal y de sentimiento que de fondo» (R. H. Tawney, Agrarian problem in the sixteenth century, pp. 29-31, 118). Hasta el siglo xvi sus relaciones con respecto a los señores eran furdamentalmente formales. Esta misma situación imperaba en varias partes de Francia. Por ejemplo, en Poitou, muchas actas de venta del siglo xvi finalizan indicando que «el vendedor no sabe decir bajo qué señor y bajo qué obligaciones están los lugares que son objeto de la presente venta» (Raveau, Uagriculture et les classes paysannes au XVIe siecle, pp. 70, 102 y ss., 264 y 288).

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directos), con el solo objeto de mantener y reproducir este estado de cosas, es más que probable que satisfacieran la mayor parte de sus necesidades inmediatas de subsistencia mediante las activida­ des de una economía natural (producción y consumo). Pero los campesinos siempre se veían obligados a transformar en mercan­ cías o en dinero parte de su fuerza de trabajo o de los productos del mismo, proporción que como mínimo equivalía a la que en otros tiempos pagaban qomo renta feudal. En otras palabras, los campesinos se encontraban en situación de productores de mer­ cancías sin otra posibilidad que ponerse siempre en contacto con el mercado,44 y su posición como productores de mercancías con­ dujo a la inevitable diferenciación social de tal condición, del modo de pequeña producción45 B) A partir de ahí se produjo un intervalo de dos siglos entre la transición de la prestación de servicios a las rentas mo­ netarias y la desaparición de la servidumbre, acaecidas en el siglo xiv, y el punto inicial de la era auténticamente capitalista, ya dentro del siglo xvi (en Inglaterra, los doscientos años que 44. Donde no se ha desarrollado una productividad social definida (es decir, contractual), o lo que es equivalente, cuando los campesinos no gozan de una posición social como productores de mercancías, la renta en dinero se impone y exige desde arriba, sin que pueda substituir por com­ pleto a la tradicional renta en especies. No sólo aparecen codo con codo ambas formas de renta, como ocurre por ejemplo en Francia durante el antiguo régimen, sino que la historia nos muestra muchos casos en que se operó un retorno a la renta en especies (la reaparición de la prestación de servicios en el Ostelbe germano o de la renta en especies en Francia). Cuando la renta en dinero fue impuesta a campesinos situados en. tales circunstancias, lo cierto es que, a pesar de su falta de madurez como pro­ ductores de mercancías en muchos aspectos, el cambio no coadyuvó a su emancipación sino a su empobrecimiento. 45. Agrarian problem in the sixteenth century, obra de Tawney ya citada, nos ofrece muchos ejemplos de esta desintegración de la clase campesina. El sistema de mansos (Hufenverfassung), el sistema estándard relativamente uniforme de tenencia campesina que se aprecia en la estruc­ tura de los feudos dél siglo x i i i , desaparece por esta época- de una forma definitiva. Se llega a un punto en que, como dice Tawney (op. cit., pp. 59 y ss.) «de hecho no tiene demasiado sentido seguir hablando de mansos y medios mansos».

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separan a Eduardo III de la reina Isabel). Veamos como Sweezy y Dobb se ocupan de dicho intervalo, cuyo reconocimiento, según este último, «tiene una importancia vital ... si se quiere com­ prender de forma adecuada la transición del feudalismo al capi­ talismo».46 Sweezy sostiene que la servidumbre se extinguió en el si­ glo xiv. Su apreciación es correcta, pues de hecho en este mo­ mento las prestaciones de servicios ya se habían visto substituidas por rentas monetarias. A pesar de que nos advierte que no'debe identificarse dicho cambio con el final del feudalismo, sigue tra­ tando ambos fenómenos como uno solo cuando se ocupa de los dos siglos que median entre el fin del feudalismo y los comienzos del capitalismo, y en esto se equivoca. Aunque los campesinos se habían visto liberados de la servidumbre directa (prestación de servicios), seguían soportando su condición servil a través de las rentas en dinero, expresión concreta en este momento de la pro­ piedad feudal de la tierra. Y aun siendo cada vez más pequeña la parte de trabajo excedente que les era arrebatado a través de las rentas monetarias, los campesinos no conseguían desprenderse de su servidumbre. La idea que tiene Sweezy de la renta mone­ taria como una forma esencialmente de transición entre las ren­ tas feudales y la renta capitalista se ajusta por completo a su metodología de trabajo. Como dice el pasaje de Marx menciona­ do por Dobb, las bases de la renta monetaria van desapareciendo, pero «sigue siendo la misma que la de la renta en productos [en Inglaterra, la prestación de servicios], la cual constituye el punto de partida».47 Es decir, los productores directos seguían siendo, como antes, los terrazgueros (Beszízer ), con la única diferencia de que ahora pagaban a los señores su trabajo excedente en forma de dinero, conforme a la coerción extraeconómica, o como dice Dobb, a «la coerción política y las presiones del derecho consue­ tudinario señorial» 48 En su forma «pura», la renta monetaria no 46.

«Respuesta», supra, p. 86.

47. El capital, vol. III, p. 738. Cf. «Respuesta», supra, p. 88. 48. Supra, pp. 86-87.

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es sino una variante de la renta en productos, y en esencia «ab­ sorbe» los beneficios de la misma forma «embrionaria» en que lo hace la renta en especies.49 De este marco económico surgieron tanto los campesinos que habían de liquidar en su totalidad la renta feudal como los capitalistas industriales dispuestos a eliminar los límites a los beneficios producidos por la industria, unos y otros aliados forzosamente en la revolución burguesa contra la aristocracia terrateniente y los comerciantes monopolistas. ¿Por qué, entonces, Dobb considera necesario afirmar que «la desintegración del régimen feudal de producción se encontra­ ba ya en una fase avanzada antes de que se hubiera desarrollado el modo capitalista de producción, y que tal desintegración no tuvo relación alguna con el crecimiento del nuevo modo de pro­ ducción en el seno del antiguo», y que, por tanto, este período «parece no haber sido ni feudal ni todavía capitalista en cuanto respecta a su modo de producción»? 50 Resulta extraño, especial­ mente si se tiene en cuenta que en su análisis apunta bastante más allá de la opinión generalmente aceptada, según la cual el establecimiento de la renta monetaria, y la consiguiente desapa­ rición de la servidumbre, habían generado la desaparición del feudalismo. La inmensa mayoría de los campesinos de la Ingla­ terra del siglo xvi pagaban rentas monetarias a sus señores. Los prósperos cultivadores libres ya no pagaban tributos feudales y habían ascendido a la categoría de productores libres independien­ tes (la «próspera clase media rural» de Tawney). Estos «peque­ ños propietarios rurales» (kulak y e o m e n fa r m er s) emplean a sus ve­ cinos más pobres, tanto en la agricultura como en la industria, aunque todavía en pequeña escala (los «capitalistas liliputienses» de Tawney). Puesto que Dobb conoce perfectamente todos estos hechos, lo que probablemente quiere decir es que, a pesar de que la clase de cultivadores independientes semicapitalistas fuera 49. «En cuanto la-ganancia surge de hecho junto al trabajo remanente como una parte esencial de él, la renta en dinero, al igual que la renta bajo sus formas anteriores, sigue siendo el límite normal de esta ganancia em­ brionaria» (El capital, vol. III, p. 739). 50. Estudios, pp. 19 y ss.

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creciendo durante este período, el trabajo en sí, considerado como un todo, no se bailaba aún bajo subordinación intrínseca al ca­ pital. Sin embargo, no es que el campesinado libre e independiente se desintegrase o polarizase una vez emancipado del modo de producción feudal. Desde una perspectiva histórica, la clase cam­ pesina ya se. había fragmentado hasta un cierto punto durante la época de la servidumbre. No todos los siervos se emanciparon bajo unas mismas condiciones económicas. En los distritos rura­ les de Inglaterra, el campesino accedió a la categoría de pro­ ductor de mercancías con bastante rapidez; por tanto, su propia emancipación se derivó también de la autodesintegración de la clase campesina. De ahí que Dobb se haya visto obligado a recti­ ficar su formulación en los E stu dios y decir que aquellos siglos fueron de «transición, entendiendo por tal que las viejas formas estaban en proceso de rápida desintegración al tiempo que iban apareciendo otras nuevas».51 Sweezy, por su parte, queda en extremo prisionero de la pri­ mitiva formulación dobbiana, «ni feudal ni todavía capitalista». Para Sweezy «la transición del feudalismo al capitalismo no es ... un proceso único e ininterrumpido ... sino que está constituido por dos fases muy bien diferenciadas, que presentan problemas radicalmente distintos y que deben analizarse por separado».52 Denomina «producción precapitalista de mercancías» al sistema que, «ni capitalista ni feudal», prevalecía en Europa occidental durante los siglos xv y xvi. Dicho sistema «fue lo primero que minó al feudalismo para luego, a lg o d e s p u é s , una vez comple­ tada substancialmente esta obra de destrucción, preparar el terre­ no al desarrollo del capitalismo».33 Sweezy rechaza aquí de forma deliberada el término «produc­ ción simple de mercancías», aunque señala que en el marco de la teoría del valor dicho término «permite presentar el problema 51. 52. 53.

«Respuesta», supra, pp. 85-86. «Crítica», supra, p. 69. Supra, p. 69.

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del valor de cambio en su formulación más sencilla». Cree que el término en cuestión es históricamente inapropiado, pues la producción simple de mercancías es «un sistema de productores independientes que poseen sus propios medios de producción y satisfacen sus necesidades por medio de intercambios mutuos», mientras que «en la producción precapitalista de mercancías el más importante de los medios de producción, la tierra, se halla la mayor parte de las veces, en manos de una clase no producto­ ra».54 Eñ la medida en que las tierras de los campesinos tenían que seguir soportando la carga de las rentas feudales, aunque fuera bajo la forma de rentas en dinero, el campesino no era propietario de la tierra en el sentido moderno de dicha expresión, y por tanto no es correcto calificarlo de productor independien­ te. No obstante, en la Inglaterra de esta época, un grupo privi­ legiado de propietarios libres y de terrazgueros consuetudinarios había pasado de la categoría de terrazgueros feudales a la de propietarios campesinos libres, independientes y autónomos. Un punto aún más fundamental es el método ahistórico que emplea Sweezy para introducir la noción de los modernos dere­ chos de propiedad, precisamente al ocuparse de la propiedad y de la tenencia feudales de la tierra. La propiedad feudal o seño­ rial de la tierra es, bajo nuestras premisas, una forma de domi­ nación que constituye la base del tipo de posesión señorial (do­ minio por la fuerza). La propiedad del señor era O b ereig en tu m , p r o p r ié té em in en te, y los campesinos eran J J n ter eig en tü m er o terrazgueros (B esitz er) de sus tierras; la propiedad del campesino {dom aine u tile) era su propiedad real. Así pues, a la vista de todo esto, son inaplicables los conceptos jurídicos de propiedad pri­ vada usuales en la sociedad burguesa moderna.50 Por el contra­ Supra, p. 68, nota 35. Esta es una crítica de la propriété paysanne muy común entre los historiadores. Para una fase anterior de la controversia, véase Minees, 54. 55.

Beitrag zur Ger-.hichte der National-güterverausserung im Laufe der franzósischen Revolution, Jena, 1892. Criticando a este autor, G. Lefebvre demues­ tra que los campesinos con una tenure héréditaire, aunque seguían someti­ dos a las prestaciones feudales, eran paysans propriétaires («Les recherches

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rio, lo que aquí tiene importancia es precisamente el contenido económico,56 es decir, el tipo de vinculación que existe entre los campesinos como productores directos y sus medios de produc­ ción (tierra, etc.); el capitalismo establece como premisa la sepa­ ración de los campesinos de la tierra. Esta es la clave del de^ sarrollo campesino-burgués del período que nos ocupa. La prospe­ ridad que genera el trabajo de este tipo de productores, subsi­ guiente a la desintegración del feudalismo pero anterior al mo­ mento en que se les priva de sus medios de producción, fue una V olk sreich tu m , y d e ja c to constituyó la base social de la monar­ quía absoluta.57 Sweezy cae en contradicción cuando dice que este período no es ni feudal ni capitalista, para lo que recurre a la-categoría transitoria de «producción precapitalista de mercancías», al tiem­ po . que niega la posibilidad de que los productores campesinos básicos puedan ser «productores independientes». Intenta superar dicha contradicción describiendo como forma de transición (de la renta feudal a la renta capitalista) la renta monetaria devengada por estos campesinos. Marx discierne tales formas de transición en el M eta riesy stem o P a rz ellen eigen tu m del k lein b a ü erlich er relatives á la répartition de la propriété et de l ’exploitation fonciéres, á la fin de l’ancien régime», Revue d’Histoire Moderne, n.° 14 (1928), pp. 103 y ss., 108 y ss.). Véanse, además, Raveau, Uagriculture et les classes paysannes au XVIs siécle, p. 126, y M. Bloch,Armalesd’HistoireÉconomique et S'ociale, vol. I (1929), p. 100, para pruebasadicionales deque loscampesi­ nos tenanciers féodaux eran véritables propriétaires. 56. «La propiedad privada del trabajador sobre sus medios de produc­ ción es la base de la pequeña industria, y ésta es una condición necesaria para el desarrollo de la producción social y de la libre individualidad del propio trabajador. Cierto es que este sistema de producción existe también bajo la esclavitud, bajo la servidumbre dé la gleba y en otros regímenes de anulación de la personalidad. Pero sólo .florece, sólo despliega todas sus energías, sólo conquista su forma clásica adecuada allí donde el trabajador es propietario libre de las condiciones de trabajo manejadas por él mismo» (El capital, vol. I, p. 647 [el subrayado aparece en la edición castellana, pero no así en la inglesa]). (N. del t.) 57. El capital, vol. I, p. 611.

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P á ch ter/* pero no dentro de la renta monetaria en sí. Quizá la postura de Sweezy sea considerar que, en esencia, el absolutismo; ya no era feudal. El capítulo IV de los E stu dios de Dobb y su «Respuesta» dan una réplica adecuada a este punto y a su vincu­ lación con la revolución burguesa. En cualquier caso, la intro­ ducción de la categoría de «producción precapitalista de mercan­ cías» no. sólo es innecesaria, sino que oscurece el hecho de que las sociedades feudal y capitalista moderna se hallan regidas por leyes históricas distintas. En la sociedad capitalista los medios de producción, como el capital, se hallan disociados del trabajo, y la ley característica del desarrollo es que la productividad evoluciona (ampliación de la composición orgánica del capital; formación de una tasa media de beneficios; tendencia a la disminución de la tasa de beneficios; crisis) como si fuera la productividad del ca­ pital. Por el contrario, en la sociedad feudal los medios de pro­ ducción están unidos al productor, y la productividad se desarro­ lla (derrumbamiento del sistema feudal y desarrollo de la agricul­ tura en pequeña escala; formación de las rentas monetarias; ten­ dencia a la disminución del montante de la renta; cr ise seig n eu *iale) como la productividad del propio productor directo; por tanto, la ley del desarrollo del feudalismo sólo puede desembocar en la liberación y la independencia de los propios campesinos. Además, me parece fuera de toda duda que el absolutismo no fue más que un sistema de concentración de fuerzas encaminado a contrarrestar la crisis a que se veía abocado el feudalismo a causa de su evolución inevitable.59 Creo que éstas son las «leyes y ten­ dencias», para emplear la expresión de Sweezy, de la sociedad feudal, leyes ya sugeridas por la metodología que utiliza Marx en el volumen III de El ca p ita l.60 .58. El capital, vol. III, cap. XLVII, sec. 5; vol. I, pp. 631-632. 59. Sobre la crisis estructural de la economía en el siglo xvui, véase el admirable análisis de C.-E. Labrousse, La crise de l’économie frangaise a la fin de Vancien régime et au debut de la révolution, París, 1944, espe­ cialmente las pp. v n - L x x v . 60. Véanse mis trabajos «Hoken shakai no kiso mujun» [Contradic­ ciones básicas de la sociedad feudal], (1949) y Sbimin kakumei no kozo [Estructura de la revolución burguesa], pp. 60-62.

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4 Llegamos por último a las relaciones entre la formación del capital industrial y la revolución «burguesa». El proceso económi­ co fundamental de la revolución burguesa fue la abolición de las relaciones de producción feudales a medida que iba consolidando su desarrollo el capital industrial. Ya hemos indicado que este es precisamente el contenido ló g i c o de la «transición del feudalismo al capitalismo», y que la primera condición para que pueda lle­ varse a cabo p o s t fe s tu m un análisis racional del carácter históri­ co del feudalismo es tomar la revolución burguesa como punto de partida. Por tanto, reviste la mayor importancia explicar el de­ sarrollo de las fuerzas productivas que hicieron posible histórica­ mente el movimiento burgués que abolió las tradicionales rela­ ciones de producción feudales y las formas sociales de existencia del capital industrial en esta época. Una de las más valiosas con­ tribuciones de Dobb a la ciencia histórica es haber buscado los orígenes de los capitalistas industriales no entre la h a u te bou rg e o is ie , sino en lo que estaba tomando cuerpo dentro de la clase de los pequeños productores de mercancías en su proceso para liberarse de la propiedad feudal de la tierra. En otras palabras, ha buscado su origen en algo que nacía de la propia economía interna del núcleo de los pequeños productores, asignando por tanto un valor primordial a los productores de mercancías a pe­ queña y media escala como agentes básicos de productividad en la primera, fase del capitalismo. Según Dobb, los representantes de las relaciones capitalistas de producción en esta época deben buscarse entre la clase campesina independiente y autónoma y los pequeños y medianos artesanos. En particular, los pequeños pro­ pietarios rurales (kulak y eo m a n fa rm ers) mejoraron gradualmente sus explotaciones y métodos de cultivo, al tiempo que se hicieron con la fuerza de trabajo de sus vecinos más desheredados, los co tte r s . Pero no fueron sólo ellos quienes siguieron ampliando la escala de sus operaciones productivas, dando inicio a la industria pañera del país (manufactura que posee el carácter de una pri­

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mera forma de producción capitalista), sino que también aparecen entre el artesanado urbano empresarios de este mismo tipo.61 «La New Model Army de Cromwell y los Independents, que fueron la auténtica fuerza impulsora de la revolución [burguesa inglesa], extrajeron la mayor parte de sus miembros de los centros manu­ factureros provinciales y ... de sectores de la hidalguía y de los pequeños y medios propietarios rurales.» Todos estos elementos fueron firmes pilares de la revolución inglesa; los comerciantes con carta y los monopolistas pertenecían en su mayor parte al partido monárquico; «el capital mercantil, lejos de desempeñar siempre una función progresista, se alió muy a menudo con la reacción feudal [el absolutismo]».62 Para retomar los puntos de 61. Estudios, pp. 125 y ss., 128 y ss., 134 y ss„ 142 y ss., 150 y ss., etc.; «Respuesta», supra, p. 88. 62. Estudios, p. 171; «Respuesta», supra, p. 88. La comprensión por parte de Dobb de que quienes llevaron a cabo la revolución burguesa, los auténticos vehículos del capital industrial (la producción capitalista) en aquella época, debían surgir de las filas de la ascendiente pequeña y media burguesía, y que nuestra .atención debe concentrarse en la oposición entre éstos y los capitalistas mercantiles y usurarios (haute bourgeoisie), ya la habían asumido cuarenta años antes G. Unwin, en su Industrial organization in ■the 16th and 17th centuries, y Max Weber, en Die Protestaniische Ethik und der Geist von Kapitalismus (1904-1905) [existe versión castella­ na: La ética protestante y, el espíritu del capitalismo, traducción de Luis Legaz Lacambra, Ediciones Península, Barcelona, 19753]- Sorprende que cuan­ do Dobb habla de «espíritu capitalista» {Estudios, pp. 5 y 9) pase por alto esta admirable penetración de Weber. Weber destaca claramente dos siste­ mas sociales en conflicto en este período heroico de la historia de Ingla­ terra. El «espíritu capitalista», que apareció bajo la forma de puritanismo, era el estilo de vida, la forma de conciencia más adecuada para la clase de los pequeños propietarios (yeomen) y de los industriales medios y pequeños de la época, y no la hallamos en la mentalidad regida por el «hambre de dinero» y la «codicia ante los beneficios» común a los comer­ ciantes capitalistas y usureros de todas las épocas y países. «Por lo general, en los umbrales de la Edad Moderna, los empresarios capitalistas del patriciado mercantil no eran los únicos, ni siquiera los principales, vehículos de la actitud que hemos clasificado de “espíritu capitalista”, postura que puede asignarse con mucha más razón a los sectores en ascenso de la clase media industrial» (M. Weber, Gesammelte Aufsatze zur Religionssoziologie, Tubinga, 1920, vol. I, pp. 49 y ss.; y cf. ibid., pp. 195 y ss.)

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vista de mi tesis, la revolución inglesa del siglo xvii, que des­ truyó la reacción feudal (el absolutismo), señala el primer paso hacia la subordinación del capital mercantil al capital industrial. Este planteamiento del problema y este tipo de análisis his­ tórico apareció en Japón, con independencia de los trabajos de Dobb, en una época anterior y a través de un enfoque más cons­ ciente, de la mano de las creadoras y originales teorías históricas de Hisao Otsuka.63 Por consiguiente, debo afirmar que las opinio­ nes de Dobb pueden tomarse como una confirmación del nivel metodológico de la historia económica en el Japón. Para Sweezy, quizás esto resulte menos convincente. En lugar de formular un análisis concreto de la génesis social y de las formas de existencia A este respecto, ni siquiera Tawney se ha apartado de la tesis que presenta Brentano en Die Anfánge des modernen Kapitalismus, Munich, 1916, según la cual el espíritu capitalista surgió al unísono con el comercio orientado hacia la ganancia. Por ejemplo, en Tawney, Religión and the rise of capitalism, Londres, 1926, p. 319, leemos que «el “espíritu capitalista” impregna Venecia y Florencia, la Alemania meridional y Flandes durante el siglo XV, por la simple razón de que estas zonas eran los mayores centros comercia­ les y financieros de la época, aunque todos fueran, al menos nominalmente, católicos». Pirenne, muy citado por Dobb y especialmente por Sweezy, y que sin duda es una de las mayores autoridades en el tema, publicó un esquema sobre «la evolución del capitalismo a lo largo de mil años de historia» titulado «The stages in the social history of capitalism», American Histórical Revieiv, vol. XIX (1914), pp. 494-515. Señala en él las transfor­ maciones del capitalismo, de los capitalistas, a través de los siglos: los capita­ listas modernos no derivan de los medievales, sino de su destrucción. No obstante, Pirenne considera que la producción de mercancías y la circula­ ción monetaria como tal constituyen la marca distintiva del capitalismo, con lo que para él el capitalismo feudal y el moderno «sólo son distintos cuantitativamente, no en cuanto a su cualidad, tienen una mera diferencia de intensidad, no de naturaleza» {ibid., p. 487). Además, para Pirenne el spiritus capitalisticus es la codicia de beneficios nacida en el siglo xi al mismo tiempo que el comercio. 63. Hisao Otsuka, Kindai Oshu keizai shi josetsu [Introducción a la historia económica de la Europa moderna], Tokio, 1944. El núcleo argumental de esta obra está formulado con toda claridad en un ensayo prece­ dente del mismo autor, «Noson no orimoto to toshi no orimoto» [Pañeros urbanos y rurales], en Shakai Keizai Shigaku fHistoria ecorlKmica y social] vol. VII, n.° 3-4 (1938).

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del capital industrial en aquella época, todo lo que hace Sweezy en relación al clásico pasaje del volumen III de El ca p ita l64 sobre las «dos vías» de transición del modo de producción feudal es exponer algunas observaciones críticas en pa ssa n t sobre las opi­ niones y datos documentales de Dobb. Ahora bien, este capítu­ lo XX (al igual que el XXXVI) es un capítulo «histórico» si­ tuado tras una serie de capítulos que tratan del 'capital mercantil y del capital a interés. Su análisis aborda la naturaleza o las leyes del capital mercantil o usurario primigenios, que sólo tuvieron existencia independiente, en el marco de una sociedad precapitalista, así como del proceso seguido por el capital mercantil a lo largo del desarrollo de la producción capitalista hasta quedar su­ bordinado al capital industrial. No se trata de un cambio mera­ mente formal o nominal que le permite al comerciante transfor­ marse en industrial. Por tanto, la tesis de las «dos vías» — 1) «el productor se convierte en comerciante y capitalista», «este es el -camino realmente revolucionario», y 2) «el comerciante comenzó a apoderarse directamente de la producción», el comerciante se hace industrial, «lo conserva [el antiguo modo de producción] y lo mantiene como su premisa», pero con el tiempo se convierte en «un obstáculo al verdadero régimen capitalista de producción y desaparece al desarrollarse éste»—65 debe siempre entenderse como un todo, tanto en el debate histórico como en el teórico. Algo antes dice el texto: «En las fases preliminares de la socie­ dad capitalista el comercio predomina sobre la industria; en la sociedad moderna ocurre al revés», planteándose acto seguido el problema de «la supeditación del capital comercial al capital in­ dustrial». Y tras el pasaje que estamos discutiendo aparecen las siguientes afirmaciones: «El productor es, a su vez, comerciante. El capital comercial tiene a su cargo ya exclusivamente el proceso de circulación ... Ahora el comercio se convierte en servidor de la producción industrial».66 64. El capital, vol. III, p. 393. 65. «Crítica», supra, pp. 71-73. 66.. El capital, vol. III, pp. 319, 322, 324 y 325.

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De acuerdo con el análisis de Sweezy,67 la segunda vía, de comerciante a fabricante o industrial, procede a través de la tor­ tuosa senda del «trabajo domiciliario», mientras que en la pri­ mera vía «el productor, cualesquiera que sean sus antecedentes [cabe presumir que hace referencia a sus antecedentes sociales], in icia su ca rrera actuando simultáneamente como comerciante y patrono de trabajadores asalariados», o «se convierte en un autén­ tico empresario capitalista sin pasar por las etapas intermedias del trabajo domiciliario». Esta interpretación se nos antoja bastante superficial. Sweezy contempla el problema como una mera com­ paración de formas de administración, al tiempo c[ue pierde de vista la característica social — la contradicción— de uno y otro camino. Sin ningún género de dudas, la referencia de Sweezy a la se­ gunda vía como equivalente al sistema de trabajo domiciliario es correcta. Un poco más adelante, en el mismo capítulo de El ca ­ p ital, se explica el tránsito de «comerciante a industrial (fabri­ cante)». El comerciante capitalista subordina a sí mismo a los pequeños productores (el artesano urbano y, en especial, el pro­ ductor rural), al tiempo que explota en beneficio propio el sis­ tema de trabajo domiciliario efectuando préstamos, a modo de anticipos, a los trabajadores. Pero, además, también se ejempli­ fica en este punto el tránsito de más gravosas sus exigencias, como supone Dobb, fue en parte porque su descendencia multi­ plicó el número de personas que debían vivir de sus ingresos; si los campesinos huyeron, fue en parte porque se iban haciendo de­ masiado numerosos como para poder hallar todos su sustento con las tierras asignadas. Desde este punto de vista, la postura de Sweezy me parece más admisible de lo que Dobb (aún sin negar el papel desempeñado por la revitalización del comercio) se in­ clina a reconocer. Si los señores se tornaron más exigentes, fue en buena parte porque el comercio urbano les ofrecía nuevos

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objetos con que mejorar su estilo de vida. Por su parte, los cam­ pesinos abandonan las tierras porque el desarrollo de las ciuda­ des les tienta con la oferta de refugio y de ocupación lucrativa. 2

Quiero ahora decir unas pocas palabras sobre la discusión de las «dos vías» hacia la producción capitalista. Un comerciante crea una manufactura, sea en sentido estricto del término (lo que nosotros llamamos una fábrica) o en sentido amplio, es decir, de acuerdo con el uso que los anglosajones dan al término p u ttin go u t sy stem . Se convierte entonces en industrial, pero como la pro­ ducción sigue subordinada al comercio la estructura económica,, en este sentido, permanece inalterada. Esta es la segunda vía. Por otro lado, si el artesano deja de producir para el consumolocal y comienza a hacerlo para abastecer a los mercados nacional o internacional, entonces el productor se convierte en comerciante. Esta es la primera vía, revolucionaria porque el comercio se ve subordinado a la producción. Estoy de acuerdo con este enfoque. El último de los modelos expuestos produce lo que yo calificaría sin reparos de una revo­ lución tecnológica, y creo que esto era precisamente lo que pen­ saba Marx al respecto. Pero si se define el capitalismo por la búsqueda de b e n e fic io s arrebatados al producto del trabajo asala­ riado, creo que el estudio de este desarrollo se vuelve muchísimo más complejo. En particular, la segunda vía puede llevar al capilismo con tanta facilidad como la primera, y me cuesta trabajoadmitir que Marx no se percatara de ello. Cuando un artesano evoluciona a lo largo de la primera vía hace algo más que subordinar el comercio a la producción. Para abastecer el mercado, en el más amplio sentido del término, debe hacerse con una mano de obra asalariada de la que extraer be­ neficios. Esto es precisamente lo que le convierte en capitalista. Pero si un comerciante instala una manufactura, está hacien­ do exactamente lo mismo, es decir, se convierte en un capitalista.

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Quizá pueda objetarse que diverge del artesano si la organiza bajo el sistema del trabajo domiciliario, pues el artesano domi­ ciliario sigue siendo un productor independiente y el comerciante debe convenir con él el precio de su producto, tal como hace con un consumidor, de forma que sus beneficios sólo los obtiene al revender las mercancías. La objeción sería válida si el artesano siguiera abasteciendo el mercado local y mantuviera una cierta libertad en la elección de sus propios clientes, situación que le permitiría no doblegarse necesariamente a la voluntad del co­ merciante. Pero es obvio que, antes o después, el sistema de tra­ bajo domiciliario tiende a excluir la hipótesis anterior, puesto que los encargos del comerciante, por su relativa amplitud y regulari­ dad, acaban por monopolizar la actividad del artesano. Más aún, cuando el comerciante proporciona trabajo y materias primas, no se limita a subordinar al artesano preexistente, sino que crea nue­ vos grupos de artesanos salidos de las masas ríñales, cuyo paro endémico las coloca a su merced. Tanto en un caso como en otro, el comerciante se transforma en capitalista, del tipo definido por Marx; y este desarrollo es el que explica la aparición de la lucha de clases urbana ¿n Italia y Flandes durante los siglos xiv y xv. Estas observaciones no contradicen la tesis de Dobb acerca de la oposición entre el comerciante y el productor convertido en capitalista, oposición que para él es uno de los rasgos caracterís­ ticos de la primera revolución inglesa. La comunidad mercantil y el estado se prestaban asistencia mutua, la primera como presta­ mista y proveedora de contratos públicos (especialmente para la armada), el último como distribuidor de privilegios, primas y mo­ nopolios. Además, los soberanos favorecían el comercio y las ma­ nufacturas tanto en razón de los intereses tributarios como para proteger las reservas monetarias del país. El mercantilismo y la explotación colonial, erigidos en sistemas, protegían al comercian­ te. Así pues, éste no tenía. razón alguna para subvertir la es­ tructura política y social, y era perfectamente previsible que to­ mara partido a favor del rey si la monarquía se hallaba amenazada. Por otro lado, la simbiosis entre el estado y los comerciantes era motivo de queja entre aquellos productores capitalistas primitivos

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que no disfrutaban de idénticas ventajas que sus privilegiados co­ legas, aquellos obligados a valerse tan sólo de sus propios re­ cursos. Sin embargo, no se puede negar que la colusión entre comer­ cio y estado promovió el desarrollo del capitalismo, aun cuando se crea que Sombart ha sobreestimado en extremo la cuestión. La manufactura nunca hubiera podido desarrollarse con tanta facili­ dad sin la protección estatal que la defendía de la competencia de otras economías más avanzadas. Los contratos públicos que re­ cibía le proporcionaron ventajas de todo orden al tiempo que ejer­ cieron una inmensa influencia sobre el desarrollo técnico, no pre­ visible por nadie en aquella época. Los pedidos para la producción de lujos cortesanos fueron mucho menos importantes que los suministros destinados a los servicios públicos, particularmente a las fuerzas armadas, pues estos últimos conllevaban una producción a gran escala. El artesanado no podía adaptarse a este último tipo de producción. No podía exigírsele la cantidad, regularidad, ra­ pidez y, por encima de todo, uniformidad de ejecución tan nece­ sarias a la fabricación de armamentos. Sólo el comerciante que creaba una industria propiamente dicha u organizaba un sistema de trabajo domiciliario podía satisfacer las necesidades del estado mediante la concentración y racionalización de la producción. Así fue como los comerciantes tomaron parte en la misión histórica del capitalismo, a saber, institucionalizando la producción a gran escala gracias a la racionalización y mecanización del proceso de trabajo, posibilitada por una concentración de las unidades pro­ ductivas. Creo que, en tales condiciones, podemos resumir la situación del modo siguiente. El comerciante crea la manufactura, y sus in­ tereses coinciden con los del estado y con los de los grandes terra­ tenientes que se dedican a concentrar las parcelas y a disminuir el número de terrazgueros para transformar la agricultura. Para­ lelamente, los campesinos que han amasado algunos ahorros y los artesanos que han tomado parte en la acumulación primitiva del capital también se dedican a renovar la agricultura o a establecer manufactorías. Puesto que el estado no se ocupa para nada de 1 2 . ----

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ellos, envidian al comerciante tanto como a la aristocracia, y de­ sean obtener influencia política para acabar con privilegios y mo­ nopolios, para hacerse con los pedidos estatales. Por tanto, es natural que en la primera revolución inglesa se pronunciaran a favor del Parlamento. La revolución francesa de 1789 tiene un aspecto muy similar. No obstante, debo añadir que el recurso al estado por parte de los comerciantes, que de forma tan rotunda condenaban los grupos mencionados, no fue una práctica ignorada por ellos mismos. Cuando los defensores de la libre empresa se hicieron con el poder, hicieron uso del recurso al estado con tanta eficacia como lo habían hecho en épocas anteriores los comercian­ tes privilegiados. 3 Terminaré con algunas observaciones metodológicas. La prin­ cipal tarea del sociólogo y el economista, ocupaciones en las que situó a. Dobb y Sweezy, es investigar economías y sociedades de la época actual, con lo que pueden establecer comparaciones entre las mismas y extraer de ellas una serie de conclusiones generales. Desde este punto de vista, parece natural que el método compa­ rativo les lleve a extender sus investigaciones a economías y socie­ dades del pasado. Pero al hacerlo así, deben convertirse en histo­ riadores. Una vez alcanzado este último estadio, Dobb y Sweezy han desarrollado sus hipótesis, no mediante la investigación sobre fuentes originales, sino recurriendo a materiales previamente exa­ minados por historiadores. Nada tengo que objetar a esto. Los propios historiadores recurren muy a menudo a este mismo expe­ diente. Sólo que Dobb y Sweezy no se detienen ahí. Una vez for­ mulada su hipótesis, la inteligencia teórica debe dejar de lado su ensimismamiento e interrogar de nuevo al mundo exterior para verificar si las pruebas la confirman o invalidan. Y creo que el debate provocado por el libro de Dobb ya ha alcanzado este punto. Me parece fútil, e incluso peligroso, conti­

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nuar el debate sobre términos abstractos. ¿Cómo ajustarnos a los principios del racionalismo experimental sin recurrir a la eru­ dición histórica y a sus reglas? El historiador deberá formular un plan de investigación y formular un cuestionario que indique en qué fuentes debe iniciarse la primera fase de la búsqueda. Dobb y Sweezy nos han prestado el servicio de formular los problemas. ¡Ahora corresponde a los historiadores resolverlos!

G iu l ia n o P r o c a c c i

PERSPECTIVA SOBRE EL DEBATE El problema más controvertido en la polémica suscitada entre Dobb y Sweezy hace referencia a la validez de las tesis de Pirenne sobre el papel jugado por el comercio, bajo sus diversas formas, en el desarrollo y declive de la sociedad feudal. Los puntos de vista del historiador belga sobre este punto son de sobra conoci­ dos. Para Pirenne, el flujo comercial que se había desarrollado en la cuenca mediterránea bajo el imperio romano se vio interrum­ pido en el siglo v n cuando los conquistadores árabes y el imperio franco, Mahoma y Carlomagno, dieron al traste con su tradicio­ nal unidad geográfica. La revitalización económica de Europa acaecida en el siglo xi se debió, según su opinión, a un nuevo resurgimiento del comercio internacional. El resurgir fue obra esencial de ciertos d ér a cin é s como Goderico de Fínchale, quienes estimularon por vez primera la reanudación del comercio y el intercambio en una sociedad todavía fragmentada en comparti­ mentos estancos con una actividad económica aislada. «Im Anfang — como dirá Hauser más tarde para referirse a los orígenes del capitalismo— war der Handel.» Parece obvio que si el comer­ cio tuvo una prioridad cronológica y causal en la génesis y desa­ rrollo de la sociedad feudal, concluyamos que fue él, y los dife­ rentes tipos de capital que creó, el principio motor del desarrollo de la sociedad que había alumbrado. Por consiguiente, el declive de la sociedad feudal y su aniquilamiento por la sociedad capita-

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lista deben, ser función directa de los destinos del comercio y del capital mercantil. Los argumentos que adopta Sweezy en su crítica al libro de Dobb son muy similares a las tesis de Pirenne. Pero para no distorsionar su pensamiento, dejemos que Sweezy tome la pala­ bra: «Así pues, he aquí cómo el comercio a larga distancia pudo actuar a modo de fuerza engendradora de un sistem a de produc­ ción para el intercambio al lado del viejo sistema feudal de pro­ ducción para el uso. Una vez yuxtapuestos, estos dos sistemas comenzaron a influirse uno a otro de forma natural».1 De acuerdo con Sweezy, «pese a su inestabilidad e inseguridad crónicas, el feudalismo europeo occidental era un sistema, con una orientación muy marcada en favor del mantenimiento de determinados méto­ dos' y relaciones de producción».2 Por tanto, el elemento desinte­ grador de este sistema estático tenía que ser exterior al mismo. Y fue precisamente el comercio, al promover el crecimiento de las ciudades, atraer a ellas a los siervos, y estimular el establecimiento de las primeras industrias, quien a la larga hizo imposible una «coexistencia» entre el feudalismo y un sistem a de producción para el intercambio. Así pues, el comercio acabó por liquidar de forma virtual el feudalismo en los países de Europa occidental. Sweezy es perfectamente consciente de que la producción capitalis­ ta, en tanto que forma mucho más desarrollada y compleja de pro­ ducción de mercancías, era algo muy distinto de la producción de mercancías que había venido desarrollándose durante la época feudal. En consecuencia, topa con una seria dificultad en su razo­ namiento. ¿Cuál es la definición correcta del período histórico que abarca aproximadamente los siglos xv y xvi, durante el cual el feudalismo había desaparecido, o estaba en trance de hacerlo, pero en el que aún no se detectaban elementos o signos auténticos del modo capitalista de producción? Sweezy elude esta dificultad postulando la existencia de una fase histórica diferenciada en la que «los elementos predominantes no eran ni feudales ni capita­ 1. «Crítica», supra, p. 57. 2. Supra, p. 49.

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listas»,3 y propone calificarla como de «producción precapitalista de mercancías». A este respecto, critica la opinión sustentada por Dobb de que este período seguía siendo feudal en sus .rasgos fun­ damentales. Desde un punto de vista puramente abstracto, las deficiencias lógicas del tratamiento que da Sweezy al problema son obvias. Si pretendemos interpretar el problema de la transición del feuda­ lismo al capitalismo a la luz del marxismo, como parece que quiere hacer el economista americano, no puede ignorar su misma esen­ cia, el método dialéctico. Afirmar que el feudalismo es una for­ mación histórica inmóvil, incapaz por sí misma de desarrollarse internamente, sólo sensible a las influencias recibidas desde el exterior, equivale precisamente a plantear la cuestión en términos, no de interacción dialéctica, sino de contingencia aleatoria. Con toda justicia Dobb indica en su «Respuesta»: «Afirmar lo contra­ rio [es decir, que el feudalismo no tiene la menor tendencia al cambio] equivaldría a convertirlo en una excepción de la ley general marxista del desarrollo, según la cual toda sociedad eco­ nómica se ve impulsada por sus propias contradicciones inter­ nas».4 Por consiguiente, postular un período intermedio y autó­ nomo situado entre el feudalismo y el capitalismo (aunque se quiera «etiquetarlo») equivale a abandonar todo análisis histó­ rico del proceso de la formación de lo nuevo a partir de lo viejo, o en términos de Marx, de describir los «dolores de parto» que acompañan el nacimiento de una nueva sociedad del seno de la precedente. Hilton y Takahashi han formulado una serie de con­ sideraciones metodológicas similares a las sustentadas por Dobb. Por otro lado, estos defectos lógicos implican defectos para­ lelos en el ámbito de la interpretación histórica. Podemos recor­ dar aquí el conjunto de objeciones de hecho presentadas en las sucesivas intervenciones críticas frente al artículo de Sweezy. Tanto Dobb como Hilton han reiterado que el desarrollo y el derrumbamiento del feudalismo se produjeron como resultado de 3. 4.

Supra, p. 67.

«Respuesta», supra, p. 81.

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la acción de elementos internos al propio sistema. Dobb hace especial hincapié en el hecho, ya abordado previamente en sus E stu d ios, de que en ciertas áreas periféricas a las grandes rutas comerciales, la desintegración de las relaciones sociales típicamen­ te feudales (por ejemplo, la servidumbre) se produjo bastante antes que en otros lugares situados sobre las mismas rutas. En Inglaterra, la servidumbre desapareció antes en las regiones atra­ sadas del norte y el oeste que en el sudeste del país, zona mucho más avanzada. La «segunda servidumbre» en Europa oriental coin­ cidió con un período de expansión comercial. Las anteriores cons­ tataciones no permiten, sin embargo, sostener —y Dobb subraya este punto— que el crecimiento del comercio y de la producción de mercancías no jugaran un papel considerable en la evolución de la sociedad feudal. Pero, para repetir un pasaje de Marx citado por Dobb en sus E studios, el comercio actuó como elemento su­ bordinado a la «solidez y articulación internas» del modo de pro­ ducción vigente. La contribución de Hilton a la polémica sobre la transición del feudalismo al capitalismo pretende precisamente describir dicha articulación. Para ello aborda algunos de los puntos tratados por Dobb en sus E stu d ios e intenta dilucidar el funcionamiento interno de la sociedad feudal. Para Hilton, la ley fundamental de esta sociedad es la tendencia de su clase explotadora a obtener un máximo de renta a expensas del trabajo de los productores di­ rectos; esta situación entra en conflicto con las necesidades del crecimiento social y provoca contradicciones entre los elementos de la propia clase explotadora. No podemos considerar aquí de forma pormenorizada el desarrollo ulterior del análisis de Hilton. No obstante, leyendo a Hilton o las partes del libro de Dobb que tratan esta cuestión, es difícil sustraerse a la impresión de que mientras ambos se muestran convincentes en su refutación de la tesis de Pirenne, asumida por Sweezy, según la cual el comer­ cio fue el p rin cip io m o to r (en expresión de Hilton) de la sociedad feudal, lo son mucho menos cuando abordan la reconstrucción histórica de la dialéctica interna del feudalismo, pues en sus argu­ mentaciones casi siempre dan sensación de adoptar una postura

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más defensiva y crítica que constructiva y positiva. Desde luego, las dificultades de interpretación en este campo son mucho mayo­ res a causa de la escasez de investigaciones disponibles. Sweezy pisa terreno relativamente sólido cuando señala que el propio Dobb ha admitido cuán difícil es probar que él principio motor del modo feudal de producción fue in ter n o al sistema. Creo que la dificultad apuntada se toma más evidente cuando se considera el modo en que se ha tratado el problema del origen de las ciudades medievales, punto central del debate. Precisamente en relación al mismo Sweezy comenta: La teoría de Dobb sobre las causas internas de la decaden­ cia del feudalismo todavía podría salvarse si se consiguiera de­ mostrar que el crecimiento de las ciudades en este momento constituyó un proceso interno del sistema feudal. Pero si com­ prendo correctamente la postura de Dobb, no es esto lo que mantiene. Dobb sostiene una posición ecléctica en lo que res­ pecta al origen de las ciudades medievales, pero reconoce que su crecimiento fue, por lo general, proporcional a su impor­ tancia como centros comerciales. Puesto que en modo alguno puede considerarse que el comercio sea una forma de economía feudal, difícilmente puede Dobb argüir que el auge de la vida urbana fuera consecuencia de causas internas al sistema feudal.5

Aunque, como ya hemos dicho, no puede aceptarse sin un examen muy cuidadoso el supuesto del economista americano acerca de la relación mutuamente exduyente entre comercio y feudalismo, sus observaciones sobre la vaguedad de Dobb al tratar el problema de los orígenes de las ciudades no carecen de valor. En efecto, en los E stu d ios s o b r e e l d esa rr o llo d e l ca p i­ ta lism o se limita a exponer diversas teorías sobre el problema y a adoptar los elementos más fiables de una u otra. Pero el problema del origen de las ciudades dentro del marco (o fuera de él) de la sociedad feudal no se ha encarado en parte alguna de la forma sistemática y consciente que se merece, de modo que el lector 5 .

«C rític a »,

supra.

p.

55.

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puede tener muy a menudo la sensación de que se enfrenta con dichas ciudades sin saber nada de sus antecedentes o génesis. Dobb no deja de considerar en su «Respuesta» las críticas de Sweezy al respecto. Sin embargo, creo que sus formulaciones ponen al descubierto un buen grado de incertidumbre. No está de acuerdo en que deba demostrar la tesis de que «el crecimiento de las ciudades constituyó un proceso interno del sistema feudal», pero añade entre paréntesis, «aunque hasta cierto punto creo que esto último es cierto y que, precisamente porque el feudalismo estaba muy lejos de ser una “economía natural” pura, alentaba a las ciudades para que satisfacieran sus necesidades de comercio a larga distancia».6 Quizá la falta de claridad con que se expresa Dobb refleje el hecho de que no ha prestado suficiente atención al problema. Evidentemente, si el problema de la relación entre ciudad y campo, así como la forma histórica de la relación entre producción y comercio, no se resuelve de forma orgánica, se hace muy difícil refutar la teoría de Pirenne de que el comercio ejerció una influencia externa corrosiva sobre la sociedad feudal y el problema con ella relacionado, el del «capitalismo» de las ciuda­ des medievales. Hasta que estos centros mercantiles urbanos no sean integrados en el seno de la sociedad feudal, mientras no sean considerados (en frase de Dobb) un resultado del desarrollo «in­ terno» de esta sociedad, la tentación de localizar el «principio motor» del feudalismo fuera de ella seguirá siendo demasiado poderoso, claro está siempre que haya alguna buena razón para ello. Con todo, en el trabajo de Dobb esta integración necesaria se da de forma mucho más implícita que explícita. Pero hay otras tendencias dentro de la investigación historiográfica que también trabajan en el marco del marxismo que han ido más lejos en sus análisis. Me refiero en particular a aquellos historiadores sovié­ ticos que contemplan las ciudades medievales y la producción de mercancías por ellas estimuladas como elementos integrantes del desarrollo histórico del propio modo feudal de producción. Este 6.

«Respuesta», supra, p. 83..

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problema ha sido recientemente discutido en la revista V oprosy Istorii. F. Ya. Polianski mantiene en un artículo que «la creación de la ciudad constituye una forma de expansión política y econó­ mica del régimen feudal»,7 al tiempo que sitúa esta afirmación en el contexto más amplio de que la producción de mercancías ejercía una actividad funcional con respecto al feudalismo, que era un elemento integrante del mismo y no algo externo y anta­ gónicamente opuesto a él.8 Es inmediato deducir que para Polians­ ki las manifestaciones de capitalismo precoz presentes en la indus­ tria de un pequeño número de ciudades medievales, particular­ mente en Italia y Flandes, no tuvieron más que un carácter «epi­ sódico».9 Si nos restringimos ahora a la historiografía anglosajona tam­ poco faltan indicios de que esta es la dirección en que se están moviendo los investigadores contemporáneos. En febrero de 1953, sólo un mes después de que apareciera el ensayo que acabamos de citar en los V oprosy I sto r ii, la revista inglesa P ast an d P r esen t publicaba un artículo de A. B. Hibbert sobre los orígenes de los patriciados urbanos medievales. En dicho artículo, Hibbert dis­ cute el análisis de Pirenne acerca del papel desempeñado por el comercio en la génesis y desarrollo del urbanismo medieval, carac­ terizado por el historiador belga como de «incompatibilidad natu­ ral entre un- estado feudal y un estado que permite el crecimiento del comercio y de la industria».10 Hibbert oponía a este punto de vista su propia convicción de que «tanto la teoría como los hechos sugieren que el primitivo comercio medieval, lejos de ser un elemento disolvente de la sociedad feudal, fue de hecho un producto natural de la misma, y que una vez alcanzado determi­ nado estadio de desarrollo, las clases feudales dominantes lo im­ 7. F. Ya. Polianski, «O Tovarnom Proizvodstve v Uslovyakn Feodalizma»: Voprosy Istorii, n° 1 (1953), pp. 52 y ss. 8. Ibid., p. 54. 9. Ibid., p. 55. 10. A. B. Hibbert, «The origins of the medieval town patriciate», Past and Present (febrero 1953), p. 16.

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pulsaron».11 La condición previa para el florecimiento de la acti­ vidad mercantil y la producción de mercancías fue el desarrollo del sector agrario de la economía. Desde luego, este último fue un factor «interno» al modo feudal de producción, al tiempo que «una premisa básica para todo desarrollo urbano».12 Hibbert documenta su tesis recordando que muchos de los centros urbanos medievales tuvieron orígenes «señoriales», tér­ mino que entrecomillo para matizar la cuestión, ya que ha sido el objeto de una polémica historiográfica local en Italia. Cita al respecto las ciudades de Génova, Milán, Lincoln, Bergen, Cambrid­ ge, Arras, ciertas ciudades polacas y la ciudad germana de Dinant, estudiada por Pirenne. Para confirmar sus opiniones, junto a determinadas monografías muy conocidas sobre municipios, Hib­ bert cita el estudio de Lestocquoy sobre ciudades italianas y fla­ mencas 13 y la ponencia presentada por Sapori al Congreso Inter­ nacional de Historia celebrado en 1950. Ambos trabajos vieron la luz una vez publicados los E stu d ios de Dobb, y por consi­ guiente ni él ni Sweezy los tenían a su disposición en el momento en que se entabló su debate. No obstante, vale la pena señalar que existen indicios de que las últimas investigaciones sobre el tema confirman los muy hipotéticos comentarios de Dobb sobre el origen de las ciudades medievales que aparecen en su réplica a Sweezy. A pesar de todo, aunque creo que la postura del historiador inglés sobre el papel del comercio y el capital mercantil en la sociedad feudal y sobre el carácter de las ciudades medievales es más correcta que la de su oponente, no por ello deja de ser en cierta medida una simple hipótesis de trabajo. La discusión entre Sweezy y Dobb tiene todo el sesgo de un duelo entre dos comba­ tientes desigualmente armados, pues mientras el primero puede aportar como soporte de su tesis una ingente masa de material 11. Ibid., p. 17. 12. Ibid., p. 17. 13. Ibid., p. 27. Cita a Lestocquoy, Aux origines de la bourgoisie: Les villes de Flandre et d’Italie sous le gouvernement des patriciens, París, 1953.

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muy bien estudiado, toda una corriente de investigaciones, el últi­ mo sólo puede confiar en un renovado y más profundo conoci­ miento del problema y en su esfuerzo para interpretar una serie de fuentes heterogéneas, la mayor parte de las cuales vienen suge­ ridas por los detentadores del punto de vista opuesto. La única forma de salirse del im p a sse es proporcionar idénticas armas a ambos contendientes, es decir, estimular la investigación en la vía encaminada a contrastar las diferentes hipótesis plausibles. En este punto están de acuerdo todas las partes contendientes. Hilton subraya la necesidad de adoptar tal camino con especial lucidez en un artículo publicado en el número de febrero de 1952 en P ast an d P resen t. Dice Hilton: «Los estudios de Pirenne sobre el crecimiento de las ciudades medievales y sus otras obras de alcan­ ce más general han ejercido una influencia considerable sobre la enseñanza y la investigación de la historia económica medieval, subrayando con especial énfasis que el crecimiento del comercio internacional desempeñó un papel clave en la transformación de la sociedad feudal. La mayor parte de los supuestos usuales sobre el capitalismo medieval toman como punto de partida sus traba­ jos, y las conclusiones que en ellos se exponen han sido apoyadas por una serie de estudios posteriores».14 Sin embargo, esta línea de pensamiento, fomentada por la potente personalidad de Piren­ ne, ha venido a mostrarse, según Hilton, del todo inadecuada a tenor de las modernas hipótesis sobre el papel del comercio y del capitalismo mercantil. Por tanto, concluye que debe reorien­ tarse la investigación histórica hacia otros sectores, entre los que menciona la historia agraria, la historia de la tecnología y la his­ toria de las conexiones entre la base económica y las estructuras político-jurídicas. El segundo gran problema planteado por Sweezy es si los siglos xv y xvi deben clasificarse como época feudal, capitalista, o, de acuerdo con su propia nomenclatura, como un «período de producción precapitalista de mercancías». En mi opinión, la ré­ plica que ofrecen Dobb y los marxistas ingleses en este punto es 14.

«Capitalismo. ¿Qué hay tras esta palabra?», infra, p. 203.

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mucho más substancial, pues están en condiciones de argumentar sobre una muy considerable herencia de investigaciones y debates. En 1940, con ocasión del tercer centenario de la revolución in­ glesa, la publicación del conocidísimo estudio de H ill15 dio lugar a numerosas controversias, que fueron resumidas posteriormente, en 1946-1947, con ocasión de la reimpresión de dicho trabajo. La revista L abour M o n th ly sirvió de foro en la polémica enta­ blada en 1940-1941, que entre otras muchas intervenciones incluía una importante aportación de Dobb.16 El problema que se dis­ cutía era el de la naturaleza de la revolución inglesa. ¿Fue una revolución burguesa qué desembocó en la instalación definitiva del modo de producción capitalista, cuyas condiciones previas ne­ cesarias ya existían por haber ido madurando a lo largo del siglo xvi, y aún antes? O, por el contrario, ¿fue un movimiento impulsado por una burguesía y a instalada en el poder para salir al paso de una reacción feudal-aristocrática? La mayor parte de los participantes en la polémica optaron por la primera de estas interpretaciones, que era la propuesta por Hill en su ensayo. Por su incitación a que se concretaran mucho más los términos del problema y a que se dejara de lado todo dogmatismo abstracto o rígido, la intervención de Dobb en el debate tuvo una singular importancia. Dobb señaló que, de acuerdo con los objetivos con­ cretos de la discusión, se hacía esencial establecer cuál era el modo de producción que prevalecía en Inglaterra en vísperas de 15. C. Hill, The Englisb revólution 1640. Three essays, Londres, 1949 2. El volumen contiene tres ensayos, eí primero de los cuales, debido a Hill, estudia el concepto de revolución en general, el segundo, obra de M. James, trata de las interpretaciones materiales de la época del proceso revolucio­ nario en Inglaterra, y el tercero, de E. Rickword, está dedicado a estudiar la figura de Milton. 16. Cf. la reseña sobre el ensayo de Hill debida a P. F., en Labour Monthly (octubre 1940), p. 558; la réplica de D. Garman y la contrarré­ plica de P. F., en ibid. (diciembre 1940), pp. 651 y ss.; las intervenciones de D. Torr y de M. Dobb, en ibid. (febrero 1941), pp. 88 y ss. El Grupo de Historia del Partido Comunista Inglés elaboró un resumen daro y ase­ quible de las discusiones en el artículo «State and revolution in Tudor and Stuart England», Communist Review (julio 1948), pp. 207 y ss.

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la revolución. El.término «capitalismo mercantil», usado por todos los participantes en el debate, presta especial.atención a la esfera del intercambio a expensas de la de la producción, y por consi­ guiente no es el adecuado para definir un modo de producción como tal. Dobb se inclinaba a resolver el problema clasificando como feudal la Inglaterra de los Tudor y los Estuardo, al tiempo que señalaba que en el seno de esta sociedad feudal los elemen­ tos que eventualmente caracterizarían la sociedad capitalista bur­ guesa se hallaban ya en avanzado estado de desarrollo. Posterior­ mente Dobb ha perfilado esta interpretación en sus E stu d ios, donde pone de -manifiesto el papel conservador jugado por las clases mercantiles en las diversas fases de la revolución inglesa.17 Así pues, es fácil comprender como la experiencia adquirida en esta polémica y las investigaciones que motivó han llevado a los historiadores marxistas ingleses a rechazar con mayor resolución las críticas de Sweezy sobre este extremo. De hecho, tanto Dobb como Hill tienen siempre presentes los anteriores debates sobre el asunto.' Dobb indica que está de acuerdo con Sweezy en ver la socie­ dad europea de los siglos x iv a xvi como una formación histórica compleja en estado de transición; las viejas formas económicas se descomponen y, paralelamente, emergen a la superficie otras nuevas. No obstante, este tipo de situación dinámica no consti­ tuye una fase histórica distinta y diferenciada, no constituye un modo de producción su i g en eris. El alcance de este enfoque es a lo, sumo constatar que las nuevas formas nacen de las anti­ guas. Un modo de producción implica relaciones de producción y éstas, a su vez, presuponen la existencia de clases que ocu­ pan diferentes posiciones sociales, siervos y señores feudales, tra­ bajadores «libres» y capitalistas. ¿Qué relaciones de producción y qué clases corresponden al particular modo de producción pos­ tulado por Sweezy, la «producción precapitalista de mercancías»? 17. Dobb, Estudios sobre el desarrollo del capitalismo, cap. IV. Sobre este punto de la teoría de Dobb, véanse las observaciones críticas de B. Trentin en su reseña al libro del estudioso inglés, publicada en Societa, n.° 3 (1952).

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Esta es la pregunta que tanto Dobb como Hill plantean al economista americano. «Si la clase dominante estaba formada por una burguesía mercantil — comenta Dobb— , el estado debió haber sido algún tipo de estado burgués.» Y continúa: «Y si el estado ya era burgués, no sólo en el siglo xvi, sino incluso antes, a comienzos del xv, ¿cuál fue el resultado esencial de la guerra civil del siglo xvn ?».18 Una vez rechazada, por contradecirse con los hechos, la hipótesis de que la revolución inglesa fue una forma de represión burguesa dirigida a frenar una contrarrevolución feu­ dal, «sólo nos queda la posibilidad de aceptar (y a mí me parece la suposición correcta) que la clase dominante seguía siendo feu­ dal y que el estado seguía siendo el instrumento político de su dominio».19 Por otro lado, carece de toda validez la idea posterior­ mente avanzada por Sweezy de que en los siglos xvx y xvn existía en Inglaterra un cierto equilibrio de fuerzas entre clases opues­ tas, que el poder estaba distribuido entre «varias» clases que se lo disputaban. En efecto, Hill prueba que tal hipótesis no sólo es más que dudosa desde un punto de vista teórico, sino que res­ pecto al siglo xvn carece de todo fundamento empírico. Así pues, los historiadores ingleses tienden a situar los límites del feudalis­ mo, entendido como un modo de producción, justo en las vís­ peras de las revoluciones burguesas, es decir, alcanzado el siglo xvii en el caso de Inglaterra y más tarde aún en el de la Europa continental. Es perfectamente sabido que la historiografía sovié­ tica también ha adoptado esta misma periodización.20 Qué duda cabe, una clasificación de este tipo corre el riesgo de mostrarse como algo sorprendente si se la aplica de forma abstracta y exclusiva. Pero de hecho, lo único que postula es que en un particular y determinado período histórico el modo de producción p red o m in a n te en toda una serie de países era el feudal, prevalencia que no excluye en modo alguno la posibilidad de que 18. «Respuesta», supra, p. 85. 19. Supra, p. 86. 20. Cf. el volumen Zur Variodisterung des Feudalismus.und Kapitalismus in der geschichtlichen Entwicklung der UdSSR. Diskussionbeitrage, Berlín, 1952.

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existieran «gérmenes» o «formas» (veremos más adelante la im­ portancia de estos términos) capitalistas dentro del viejo modo de producción. En este punto, los historiadores ingleses concuerdan, en mayor o menor grado, con Sweezy. Takahashi, quien en su intervención en el debate corrige algunos de los errores des­ lizados en las formulaciones de Dobb, también se adhiere al pre­ sente enfoque. Podemos, pues, concluir que los siglos x v-y xvi (e incluso siglos posteriores si consideramos países que no sean Inglaterra) no constituyen una fase histórica específica por dere­ cho propio, algo así como una «era» intermedia entre feudalismo y capitalismo, sino un período histórico caracterizado por la apari­ ción y desarrollo de formas capitalistas (por ejemplo, las primeras manufacturas) dentro del marco de un modo de producción feudal superviviente. El problema de los orígenes del capitalismo en el seno de la sociedad feudal plantea aspectos muy diversos. Los estudios que nos ocupan aquí contemplan, entre otros, el problema de la racio­ nalización de la agricultura (los cultivos en zonas cercadas, en Inglaterra), el problema de la formación del primer mercado de trabajo, una vez establecida la diferenciación social entre el cam­ pesinado, a partir de la población agrícola tradicional (la Poor Law de la Inglaterra isabelina), el problema de la modificación de las relaciones entre el campo y la ciudad. Pero el más, impor­ tante de todos los problemas es el que hace referencia a los oríge­ nes de las primeras manufacturas capitalistas, creadoras de nuevas relaciones de producción, las que se establecen entre el empresa­ rio capitalista y los trabajadores «libres» por él contratados. ¿Se desarrollaron las manufacturas sobre la base del sistema gremial preexistente en la industria medieval o bien surgieron ex n o v o ? ¿Fueron sus promotores las clases mercantiles vinculadas a la sociedad feudal, o bien lo fueron nuevos hombres y nuevas capas sociales? La discusión se ha planteado en estos términos. De for­ ma más precisa, la polémica se ha centrado en la dilucidación de cuál es la interpretación histórica correcta de un conocidísimo pasaje del volumen III de El ca p ita l, que reproducimos aquí por creer que facilitará el resto de la exposición.

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El transito del régimen feudal de producción se opera de un doble modo. El productor se convierte en comerciante y capitalista por oposición a la economía natural agrícola y al artesanado gremialmente vinculado de la industria urbana de la Edad Media. Este es el camino realmente revolucionario. O bien el comerciante se apodera directamente de la produc­ ción. Y por mucho que este último camino influya histórica­ mente como tránsito —como ocurre, por ejemplo, con el cloth ier inglés del siglo xvn, que coloca bajo su control a los tejedores, a pesar de ser independientes, les vende la lana y les compra el paño—, no contribuye de por sí a revolucionar el antiguo ré­ gimen de producción, sino que, lejos de ello, lo conserva y lo mantiene como su premisa.21 Las relaciones de producción capitalistas se establecen a través de estas «dos vías». En sus E stu d ios, Dobb intenta diferenciar históricamente ambos procesos. La primera vía, la de la trans­ formación del productor en capitalista, la sitúa en la formación durante los siglos xvi y xvii de unidades de producción industria­ les y agrícolas basadas en un sistema de trabajo asalariado. Este tipo de empresas fueron creadas por hombres directamente surgi­ dos de las filas de los productores (campesinos acomodados, arte­ sanos), que pronto pasaron a constituir el sector más avanzado de la burguesía. Eran ellos quienes mayores beneficios podían extraer de un derrumbamiento del modo de producción feudal, y la New Model Army de Cromwell se nutrió básicamente de tales elemen­ tos. En cuanto a la segunda vía, el paso de comerciante a capita­ lista, se produjo mediante un proceso histórico en el que las cla­ ses mercantiles desarrolladas en el seno de la sociedad feudal toma­ ron en sus manos el control y la dirección del proceso de produc­ ción industrial tal y como existía en dicha sociedad. Por tanto, mientras en el primer caso aparece una nueva rela­ ción entre el empresario y el trabajador «libre», en el segundo el comerciante-capitalista suele hallarse enfrentado a un productor que aún no se ha visto privado de sus medios de producción. 21. El capital, vol. III, p. 323. 13.

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En el primer caso, el productor-capitalista produce para el mer­ cado y está esencialmente interesado en aumentar la producción y disminuir sus costos, para lo que intenta emanciparse de toda sujeción al capital mercantil al tiempo que intenta subordinarlo al capital industrial. En el segundo caso, el comerciante-capita­ lista produce de acuerdo con los límites que le impone el volumen de sus negocios de transacción comercial, subordina su actividad productiva a sus intereses como comerciante, y por consiguiente el capital comercial sigue predominando sobre el industrial. En el primer caso, los beneficios del capitalismo se obtienen, de acuer­ do con el modo capitalista clásico, a partir del trabajo excedente de los productores «libres», mientras que en el segundo provie­ nen en buena parte de lo que Marx denominó «beneficios sobre la enajenación», comportamiento típico diel capital mercantil en el seno de la sociedad feudal, que se materializan a través de la diferencia entre los precios de compra y de venta en unas deter­ minadas condiciones de mercado. Así pues, en el primer caso el capitalista tiene un enorme y permanente interés en desmantelar las diversas trabas y privilegios gremiales que le plantea la socie­ dad feudal para poder ampliar su mercado, mientras que, por el contrario, en el segundo el comerciante capitalista centra su interés en el mantenimiento del sta tu s q u o social del que obtiene sus beneficios sobre la enajenación. Esta es la interpretación que da Dobb al pasaje citado de El capital. Según sus E stu dios, serían excelentes ejemplos de la primera vía las manufactorías textiles de Jolm Winchomb en Newbury y las de Thomas Blanke en Bristol. En el terreno de la minería y de la producción de sal las empresas de este tipo fueron mucho más abundantes. Cabe indicar, por último, que Dobb in­ cluye dentro de la primera vía la denominada «industria domés­ tica».22 En cuanto a la segunda vía, por citar un ejemplo muy familiar fuera de Inglaterra, tenemos las m a n u fa ctu res r o y a les francesas de la época de Colbert. Takahashi ha aducido este ejem­ plo en apoyo de las tesis de Dobb, quien en su obra ofrece datos 2 2 .

Estudios,

p p .

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y

ss.

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casi exclusivamente ingleses, citando al respecto los trabajos de Lefebvre, Labrousse y Tarlé. Fueron estos últimos estudios los que pusieron de manifiesto por vez primera que la forma de orga­ nización industrial con más grandes perspectivas de futuro no viene precisamente ejemplificada por las privilegiadas manufac­ turas; de Colbert, sino por otras empresas más pequeñas pero con un carácter más claramente capitalista (no la «industrie des villes» sino los «petits producteurs de campagne»). No obstante, Sweezy interpreta de otro modo el pasaje citado de El capital. En su opinión, «lo que contrasta Marx es el lanza­ miento de auténticas empresas capitalistas y el lento desarrollo del trabajo domiciliario».23 En otras palabras, la segunda vía es equivalente al sistema de trabajo domiciliario (p u ttin g -o u t sy s te m en Inglaterra, V erla gssystem en Alemania), en el que el comer­ ciante-empresario encarga las diferentes fases de la producción del bien a artesanos independientes. La primera vía, que es más ágil y, por esta razón, más revolucionaria, pasa por encima de esta fase intermedia y establece directamente un sistema de produc­ ción más racional, del tipo que estaba apareciendo — indica Ta­ kahashi— en las m a n u fa ctu res r éu n ies de Colbert. Parece ser que Sweezy no cree que estratos sociales distintos, productores por un lado y comerciantes por otro, provocan necesariamente las dos vías diferentes que nos ocupan, aunque admite que se trata de una interpretación plausible. Por el contrario, lo que parece sostener Sweezy es que tanto en una como en otra se hallan presentes el mismo tipo de individuos y de estratos sociales. En otras pala­ bras, mientras que para Dobb la diferencia entre la primera y la segunda vía reside esencialmente en el hecho de que se hallan promovidas por fuerzas sociales con distintos interés y políti­ cas, para Sweezy reside en la divergencia de formas que asume el proceso productivo (trabajo domiciliario frente a manufactura combinada). La valoración de Sweezy del papel desempeñado por las pequeñas empresas, los «petits producteurs de campagne», en los orígenes del capitalismo industrial es, por consiguiente, opues­ 23. «Crítica», supra, p. 74.

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ta a la de Dobb. Para Sweezy, el precedente directo de la indus­ tria capitalista propiamente dicha debe buscarse ante todo en las empresas más substancialmente industriales de acuerdo con el modelo de las manufactorías de Colbert, no en las del pequeño productor-capitalista. Takahashi ha contribuido de forma notable a clarificar este complejo problema. Cuando interviene en el debate entablado entre Dobb y Sweezy, presta especial atención al tema de las «dos vías». En particular, indica que tomado en su contexto el pasaje del volumen III de El ca p ita l no sólo se contenta con poner de manifiesto la existencia de las dos vías, sino que nos muestra su oposición y enfrentamiento. La primera vía está caracterizada por la subordinación deí capital comercial al industrial, del mercado a la producción; inversamente, la segunda se halla caracterizada por la persistente dependencia de la producción con respecto al mercado, de la industria al beneficio comercial. La primera vía lleva necesariamente a una ruptura definitiva con las relaciones de producción feudales; la segunda a una acomodación a las mis­ mas, en tanto que, para usar una frase de Marx, «no contribuye de por sí a revolucionar el antiguo régimen de producción, sino que, lejos de ello, lo conserva y lo mantiene como su premisa».24 El historiador japonés hace la oportuna observación de que nos estamos enfrentando con una caracterización h istó rica de dos fases distintas en los orígenes del capitalismo. Precisamente es en tanto que fases históricas distintas y opuestas que las dos vías no son, al contrario de lo que parece sugerir Sweezy, dos solu­ ciones separadas para un mismo problema. No responden a las mismas cuestiones porque pertenecen a problemas distintos, a in­ tereses y capas sociales diferentes. Las m a n u fa ctu res r éu n ies fue­ ron creadas por la h a u te b o u r g eo isie, vinculada e integrada en el orden feudal, y desaparecieron con él al producirse la Revolución francesa. De modo similar, los ch a ra ctered m a n u fa ctu rers del pe­ ríodo Estuardo se opusieron a la rebelión puritana, apoyada sin

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El capital,

v o l.

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embargo por pequeños productores capitalistas, tanto en el campo como en la ciudad. Desde este punto de vista, la oposición entre las dos vías y los dos modos de producción opuestos a ellas vinculados queda reflejada en la lucha política y de partidos: independientes frente a monárquicos en la Revolución inglesa; jacobinos frente a giron­ dinos en la revolución francesa. Con una perspectiva histórica am­ plia, Takahashi interpreta el predominio de una de las dos vías en un determinado país como una de las características de la estructura social del mismo en la era capitalista, y señala que la preeminencia de la 'primera vía en Francia e Inglaterra contribuye en gran medi­ da a explicar muchas de las diferencias entre la estructura social de estos países y la de aquellos en los que prevaleció la segunda vía, como por ejemplo Alemania y Japón. Situado a nivel de aná­ lisis histórico específico, no hay duda alguna de que el ensayo de Takahashi constituye una contribución notabilísima, incluso si se la compara con los E stu d ios de Dobb. Cabe reseñar en concreto la crítica que plantea el historiador japonés a la errónea adscrip­ ción del trabajo domiciliario a la primera vía, tesis sostenida por Dobb, y justifica su ubicación en la segunda. El sistema de trabajo domiciliario fue obra casi exclusiva de comerciantes que, por cuan­ to se limitaban a proporcionar materias primas a productores individuales y a garantizar la venta posterior de los productos ya elaborados, «sólo podían “controlar’’ la producción desde fue­ ra,- y para perpetuar su dominio como capitalistas mercantiles mantuvieron inmodificadas las condiciones de producción tradi­ cionales».25 Por tanto, no debe confundirse, como ha hecho Dobb, el sistema de trabajo domiciliario con la industria doméstica, com­ puesta por «pequeñas y medianas empresas independientes». Es interesante señalar que el debate entre Dobb y Sweezy sobre los orígenes de las manufacturas también ha tenido su con­ trapartida en la Unión Soviética. Entre 1948 y 1950, la revista V oprosy I sto r ii ha publicado un buen número de artículos sobre el carácter y naturaleza de las manufacturas rusas en la época 2 5 .

« C o n trib u c ió n

al

d e b a te »,

supra,

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de Pedro el Grande. El más reciente de tales artículos, debido a Borisov,26 desarrolla temas y argumentaciones similares a los de Takahashi. En abierta polémica con artículos y monografías precedentes, Borisov rechaza la idea de que las manufacturas rusas tuvieran un carácter capitalista en la época de Pedro el Grande. Contenían «gérmenes» capitalistas, pero no tenían una «forma» capitalista (k ap italistich esk ii uklad, de acuerdo con el término em­ pleado por Lenin en El d esa rro llo d e l ca p ita lism o en R u sia )* Bori­ sov distingue manufactura «comercial» (k aufm an nisch) de manu­ factura «capitalista». Como el historiador japonés, Borisov asigna una enorme importancia a las relaciones entre el capital mercantil y el industrial y entre la producción y el mercado para establecer el análisis histórico de las manufacturas. Concluiremos aquí nuestra ojeada a los principales textos y temas del debate sobre la transición del feudalismo al capitalismo. Puede ver el lector que tal debate abarca una complejidad en extremo variada de problemas y posturas. Se han discutido una serie de cuestiones particulares dentro del contexto del problema general, entre ellas, la cuestión del papel desempeñado por el comercio en el desarrollo y superación del modo de producción feudal, la cuestión del carácter de la revolución inglesa, el pro­ blema de las «dos vías» y de los orígenes de la manufactura ca­ pitalista. En este sentido, el debate proporciona un buen resumen de los enfoques históricos actuales sobre la cuestión. Tanto su interés como sus limitaciones se deben a que no se trata, de una mera re­ copilación empírica, antes bien nos enfrentamos con una serie de intentos de elaborar una reconstrucción a la luz de nuevas pers­ pectivas históricas. Como es fácil notar, el debate no puede por menos que ser heterogéneo en su carácter, pues las vinculaciones 26.' Compárese eí ensayo de Borisov, «Uber die Entstehung der For­ men der Kapitalistischen Ordnung in der Industrie», en el volumen Zur Periodisierung, con las perspectivas, sobre este tema que adopta en su último artículo. * Existe versión castellana: V. I. Lenin, El desarrollo del capitalismo en Rusia, traducción de José Laín Entralgo, Ariel, Barcelona, 1974. (N. del t.)

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entre fuentes e interpretación, material y técnica expositiva son necesariamente múltiples y desconectadas. De este hecho son perfectamente conscientes todos cuantos han participado en el de­ bate, y Hilton hace especial hincapié al respecto. Desde este ángulo, la discusión no es ciertamente una mera recopilación de conocimientos hasta ahora adquiridos. Por el contrario, consti­ tuye un conjunto de orientaciones para la investigación histórica encaminada a resolver determinados problemas concretos. Tales orientaciones han comenzado ya a dar sus frutos, especialmente en Inglaterra. Esperemos que el conocimiento y estudio de estos problemas püeda mostrarse igualmente fértil en las investigaciones históricas sobre nuestro país. Qué duda cabe, los problemas que plantea la historia de Italia son bastante diferentes de los de la historia de Inglaterra, o in­ cluso que los de Francia. Sin embargo, es evidente que muchos de los elementos que han salido a la luz en el curso de esta discusión sobre la transición del feudalismo al capitalismo pueden emplearse para cultivar ciertas áreas de investigación, y para plantear y dar respuestas a determinados problemas de nuestro propio pasado. Por ejemplo, es obvio que el papel desempeñado por el capital mercantil en el desarrollo y declive de la sociedad italiana medie­ val es un tema de enorme interés, histórico. Y lo mismo puede decirse del problema de los orígenes de la industria y la manu­ factura y del carácter en nuestro país de la industria doméstica. Quienes se hallen familiarizados con los C u ad ern os d e cá r cel de Gramscd sabrán que encierran numerosas reflexiones sobre los te­ mas dilucidados en el debate que nos ocupa. A cualquier lector pueden venirle a la memoria los comentarios de Gramsci sobre el carácter económico-corporativo de las Comunas o sobre la evo­ lución histórica de las relaciones entre ciudad y campo.

MATERIALES ADICIONALES

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CAPITALISMO. ¿QUÉ HAY TRAS ESTA PALABRA? La historia del capitalismo ha sido estudiada hasta no hace mucho, tanto por sus defensores como por sus críticos, sobre la base de que existía un acuerdo común razonable acerca de lo que unos y otros entendían por este término. «El tema del capitalismo *—ha escrito el profesor M. M. Pos­ tan— 1 debe el lugar que actualmente ocupa en las discusiones políticas y científicas a los trabajos de Marx y los marxianos.» Son muchos los historiadores que comparten esta idea en lo subs­ tancial. E. Lipson, en su E co n o m ic h isto r y o f E nglan d,2 adopta en general la definición de capitalismo acuñada por Marx, aña­ diendo que su rasgo esencial es la división de clases entre obreros carentes de toda propiedad y empresarios con capital propio, en contraste con la organización de la agricultura y la industria carac­ terística de la Edad Media, que se establecía sobre la base del pequeño productor propietario de sus propios medios de produc­ ción. En los últimos años, sin embargo, han aparecido una serie de definiciones del término mucho menos precisas, tanto desde un punto de vista implícito como explícito. Una definición caracterís­ 1. Economic History Review, n.° 4. Una completa discusión sobre los usos del término la encontraremos en M. Dobb, Estudios sobre el desarrollo del capitalismo, cap. I. 2. Economic history of England, passim, pero cf., por ejemplo, p. 468.

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tica de este tipo es la ofrecida por el profesor Pirenne, quien se­ ñala «que denominamos capitalismo a la tendencia a una cons­ tante acumulación de riqueza».3 Dos eminentes historiadores fran­ ceses hablan de capitalismo y capitalistas al escribir sobre la pro­ piedad de la tierra a gran escala durante la era carolingia.4 Y qué duda cabe, debe ser una definición del término mucho más laxa que la establecida por Marx la que lleva al profesor Armando Sapori, el historiador de la industria y el comercio italianos du­ rante la Edad Media, a hablar de «revolución capitalista» en los tiempos de Tomás de Aquino.5 La definición de Pirenne toma como marco de referencia las actividades de los mercaderes europeos durante los siglos x n y x i i i . Esta y otras definiciones del mismo estilo enfrentan tanto al profesor de historia como al estudioso con el embrollado fenó­ meno del «ascenso de las clases medias» {asociándolo, desde lue­ go, al crecimiento del comercio), que parece tener inicios muy tempranos, prolongarse durante mucho tiempo y constituir la explicación de muy diversos movimientos y sucesos históricos. Si bien .suele-afirmarse, que la clase media urbana de la Europa medieval comenzó su notable carrera en época tan temprana como el siglo x ,6 todo profesor de historia se enfrenta con el difícil pro­ blema de explicar por qué dicha clase no se convirtió en la fuerza social dominante hasta los siglos x v i i y x v n i . ¿Por qué tardó más de 700 años en alcanzar una posición preeminente si durante todo este lapso de tiempo «creció» de forma ininterrumpida? No todos los historiadores equiparan la expansión de una clase basada en el comercio dentro de una sociedad predominantemente agrícola con la expansión del capitalismo, pero lo cierto es que la mayoría, de ellos consideran que se trata de dos movimientos idén­ 3. Belgian democracy,p. 30. 4. L. Halphen, Études critiques sur Vhistoire de Charlemagne, p. 265. J. Calmette, Le Moyen Age, p. 135. 5. «II giusto prezzo nella dottrina di San Tomasso», Studi di Storia Economica Medioevale (1946), p. 191. 6. Cf. Abbé Lestocquoy, «The tenth century», Economic History Revieiv, XVII, n.° 1.

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ticos. Los especialistas procuran enfocar la cuestión con cuidado y ciertas reservas, pero lo normal es que quienes sienten la nece­ sidad de esquematizar en aras de objetivos didácticos no suelen matizar demasiado. Y lo cierto es que estos últimos encuentran buenas justificaciones para su postura en los trabajos de algunos de los más eminentes especialistas en comercio medieval. Por ejemplo, el profesor De Roover, uno de los hombres que ha con­ tribuido de forma más destacada a nuestro conocimiento de la banca medieval, habla de «la revolución comercial de finales del siglo x i i i » , que allanó el camino al «capitalismo mercantil, no reemplazado en buena parte de Europa por el capitalismo indus­ trial hasta mediados del siglo xix».7 La mayor parte de las aporta­ ciones históricas contemporáneas sobre la industria y el comercio medieval dan por sentado, por lo general de forma implícita, que el tema sometido a estudio es el «capitalismo». Investigaciones recientes han demostrado que la vieja genera­ ción de historiadores económicos que contemplaba la Edad Media como un período de «economía natural» estaba en el error. Dichos historiadores habían subestimado tanto la importancia cuantitativa de las mercancías producidas para el mercado como el volumen del comercio internacional y las repercusiones de este último sobre la actividad económica global. Los estudios de Pirenne sobre el crecimiento de las ciudades medievales y sus otras obras de alcance más general8 han ejercido una influencia considerable sobre la enseñanza y la investigación de la historia económica medieval, subrayando con especial énfasis que el crecimiento del comercio internacional desempeñó un papel clave en la transformación de la sociedad feudal. La mayor parte de los supuestos usuales sobre el capitalismo medieval toman como punto de partida sus traba­ jos, y las conclusiones que en ellos se exponen han sido apoyadas por una serie de estudios posteriores. Mencionaremos aquí sólo 7. Money, banking and credit in medieval Bruges, p. 11. 8. Las ciudades en la Edad Media, traducción de Francisco Calvo, Alianza Editorial, Madrid, 1972; Histoire de Belgique, Lamertin éditeur, Bruselas, 1929-325, 7 vols.; Historia económica y social de la Edad Media, FCE, México, 197312; Mahomet et Charlemagne, PUF, París, 1970.

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algunos que nos interesan de forma más directa. La línea más im­ portante es la dedicada a investigar el desarrollo del comercio y la industria en las regiones de la Europa medieval más avanzadas económicamente, Flandes e Italia. Las investigaciones de Espinas han puesto de manifiesto la enorme actividad industrial desplegada por los centros flamencos dedicados a la producción de telas, aportando una serie de datos adicionales que ilustran las observa­ ciones genéricas de Pirenne. Doren, Davidsohn, Sapori y otros han demostrado que la actividad industrial y comercial de las ciu­ dades toscanas era aún mucho más avanzada que la de las fla­ mencas.9 Dichos centros producían telas para un mercado interna­ cional- y adquirían las materias primas en lugares muy alejados de los centros de manufactura (importaban la lana de Inglaterra, España y otras partes). Las materias colorantes para teñir las telas se adquirían en una zona tan lejana como el mar Negro. Evi­ dentemente, los embarques de materias primas y de bienes manu­ facturados para la exportación hicieron necesaria la creación de un elaborado mecanismo comercial. Hacia finales del siglo xin, los grandes mercados feriales de Champagne constituían el máximo ex­ ponente de los numerosos emporios internacionales en los que los compradores procedentes del sur entablaban contacto directo con los vendedores del norte. En el siglo xiv, los comerciantes dedicados a la importación (básicamente italianos) establecieron agencias permanentes en los centros manufactureros y comercia­ les. Se crearon las letras de cambio para evitar el transporte de dinero metálico y eliminar las dificultades del intercambio mo­ netario. Esta situación permitió el desarrollo del crédito, facilitan­ do a un mismo tiempo la usura y las finanzas públicas interna­ cionales a pequeña y gran escala.10 9. G. Espinas, La vie urbaine de Douai au Moyen-Áge; Sire Jehan Boinebroke (Les origines du capitalisme); Histoire de la draperie de la Flandre franqaise; A. Doren, Florentiner Wollentuch-industrie; R. Davidshon, Gescbichte von Florenz, IV; A. Sapori, loe. cit. 10. Además de los trabajos de Sapori y de De Roover ya citados, véase R. Doehaerd, Les relations commerciáles entre Genes et VOutremont, vol. I, y Y. Renouard, Les bommes d’affaires italiens; Relations des papes d’Avignon et des compagnies commerciáles et bancaires.

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Las investigaciones que han puesto de manifiesto la importan­ cia del comercio internacional han venido acompañadas de estu­ dios sobre la vida agraria, que una vez más han obligado a corre­ gir la vieja idea impresionista de un mundo compuesto por eco­ nomías «naturales» estancas. La desintegración a partir del si­ glo xi de los grandes estados de la era carolingia, la subdivisión de los dominios feudales, la reducción del número de campesinos de condición plenamente servil y el crecimiento de la renta pagada en dinero frente a la satisfacción en trabajo o en especies han sido descritos en trabajos publicados en los últimos cincuenta años.11 A partir de ellos, los historiadores económicos han mos­ trado una tendencia casi generalizada a vincular todos estos ras­ gos con la expansión comercial de la época. En lo que atañe a los diversos aspectos del mercado agrícola, los estudios llevados a cabo han sido mucho menos detallados que en el caso de la indus­ tria o del comercio. Ello se explica porque los testimonios de una producción para el mercado son comparativamente escasos en el sector de la agricultura, excepción hedía de Inglaterra. La disgregación de los grandes dominios señoriales se produjo mucho más tarde en Inglaterra que en Francia o en Alemania occidental, y fue precisamente tal tipo de propiedades el que aportó una parte esencial al mercado cuando comenzó a presionar la demanda, es­ pecialmente a partir del siglo xm . En consecuencia, en Inglaterra se ha conservado registro de dicha producción agrícola para el mercado, no así en el continente. Existe abundancia de registros anuales sobre grandes haciendas y dominios que datan de alre­ dedor de mediados del siglo x i i i . No obstante, aunque se han escrito monografías muy valiosas sobre propiedades concretas, no se ha emprendido todavía de forma medianamente sistemática el estudio del alcance exacto de la producción agrícola para el mercado.12 Con todo, un historiador contemporáneo ha emitido 11. Por ejemplo, L. Deslisle, Études sur la condition de la classe agricole en Normandie au Moyen-Áge; H. Sée, Les classes rurales et le régime seigneurial en France au Moyen-Áge. 12. Aunque se limita a romper moldes, merece especial mención una

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la tesis de que los grandes dominios ingleses del siglo xn i cons­ tituyen un ejemplo de capitalismo agrícola.13 Hay, pues, no poca confusión sobre las formas primitivas de capitalismo. Por tanto, será bueno volver la vista atrás y ver qué calificaba Marx bajo este término. Marx utilizaba la palabra capi­ talismo para referirse a lo que describía como un «modo de pro­ ducción» de la riqueza material de la sociedad. Para Marx, tanto las instituciones políticas y sociales como las ideas y logros de toda sociedad derivaban, en último término, de su «modo de pro­ ducción». Para él, el núcleo del cambio de una sociedad feudal a otra capitalista se hallaba en la transición de una sociedad primordialmente agraria de pequeños productores, cuyas principales cla­ ses sociales eran los señores feudales y sus terrazgueros (vincu­ lados a los señores por medio de relaciones prácticamente servia les), a una sociedad productora de mercancías para ser intercam­ biadas en el mercado, cuyas clases sociales más importantes son los empresarios, propietarios del capital, y los obreros, sin otra propiedad que su trabajo. Los puntos de vista generales de Marx son suficientemente bien conocidos, y la mayor parte de los historiadores económicos se hallan familiarizados con los capítulos de El ca p ita l dedicados a describir su «acumulación primitiva» (vol. I, parte VIII). Sin embargo, para el medievalista tienen mucho más interés tres ca­ pítulos del volumen III,14 en los que resume sus tesis sobre la génesis del capitalismo, por cierto mucho peor conocidas que las que tratan de la acumulación. Su argumento central es que el comercio, sea en dinero o en bienes, no pudo transformar p o r sí m ism o la sociedad feudal, obra pionera en esta línea, la de N. S. B. Gras, The evolution of the English corn market. 13. R. R. Betts, «La sodété dans l’Europe central et dans l’Europe orientale», Révue d’Histoire Comparée (1948). 14. Cap. XX: «Algunas consideraciones históricas sobre el capital co­ mercial»; cap. XXXVI: «El interés en la Edad Media»; cap. XLVII: «Géne­ sis de la renta capitalista del suelo». Todo este volumen fue compilado por F. Engels a partir de las notas de Marx después de su muerte.

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aunque estuviera muy extendido y fuera fuente de acumulaciones de capital monetario. Las formas y velocidad de desintegración de la sociedad feudal «dependieron de su solidez y articulación interna» como «modo de producción». Las causas primordiales de su derrumbamiento fueron, más que el impacto del comercio sobre su estructura, las contradicciones internas de la propia sociedad feudal. Desde este punto de vista, la única forma de capital existente en el mundo antiguo y medieval fue el capital monetario acumu­ lado por comerciantes y usureros. El capitalista medieval típico fue el mercader que extraía sus beneficios del monopolio de traer a Europa mercancías desde áreas económicamente atrasadas y lejanas. Los beneficios tenían que salir del importe de artículos de poco volumen y precio elevado procedentes del este, tal es el caso de las especies, o de la especulación sobre el precio de mercancías de consumo cotidiano trasladadas desde el área de un mercado local a la de otro. Por otro lado, el beneficio usurario era un rasgo más propio de atraso que de avance económico, pues derivaba básicamente del creciente despilfarro de las clases propietarias de la tierra y de la permanente bancarrota de campesinos y pequeños artesanos. El capital usurario y mercantil sólo queda subordinado al industrial cuando el capital «se posesiona de la producción», y es a partir de ahí que adquiere pleno sentido hablar de «modo de producción» capitalista. La actitud de Marx ante el capital monetario medieval le lleva a mostrarse escéptico frente a la idea de que el crecimiento de la renta monetaria tuviera ningún tipo de vinculación directa con la desintegración de 'las relaciones feudales. Marx distingue la «renta feudal» de la renta capitalista del suelo con el mismo cui­ dado con que diferencia capital mercantil de capital industrial. La «renta feudal», pagada por el campesino al propietario de la tierra, mediante trabajo, productos o dinero, es análoga a la «plus­ valía» que extrae el capitalista del obrero asalariado. Bajo el capitalismo la renta del suelo no es la principal fuente de ingre­ sos de la clase dominante, sino un mero «beneficio extra» del que se apropia el propietario de la tierra a costa del trabajo del 14. --

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campesino capitalista en virtud del monopolio que aquél ejerce sobre una fuerza de la naturaleza, la tierra. Marx remarca el efecto corrosivo del dinero sobre la economía de la sociedad feudal, al tiempo que pone de manifiesto algunos de los efectos retrógrados de la acción del capital mercantil y usurario. En.el marco de la industria textil, la dominación ejercida por el capital de los comerciantes deterioró las condiciones de vida de los artesanos hasta hacerla en muchos aspectos peor que la de los obreros asalariados. La usura, especialmente en las zonas rurales, fue causante de crisis económicas sin alterar en lo más mínimo el carácter de la sociedad feudal. «El señor feudal empe­ ñado se hace aún más opresivo en razón de las presiones externas a las que está sometido.» No obstante, Marx contempla el creci­ miento' del capital mercantil como una de las condiciones previas al modo de producción capitalista. La más importante de estas pre-condiciones, especialmente en lo que atañe al desarrollo de la industria capitalista, fue la con­ centración de riqueza en forma de dinero. En la agricultura, el desarrollo de la renta monetaria contribuyó a la estratificación de la población rural y al crecimiento del campesinado capitalista. Cuando la renta monetaria desplazó a la renta en trabajo (la prestación de servicios), los campesinos pudieron dedicar todo su tiempo libre a los cultivos propios, y pronto los más ricos entre ellos acumularon excedentes. Por otro lado, los campesinos más desposeídos se vieron totalmente arruinados a causa de las conti­ nuadas demandas de rentas en dinero y por los efectos de la usura. Una vez la renta de la tierra tomó la forma de renta monetaria, fue posible asignar de inmediato un precio en dinero a las propiedades agrícolas. La compra y venta de tierras se exten­ dió cada vez más, y a medida que fue haciéndose más y más am­ plia, la subsiguiente desintegración de las posesiones tradicionales alumbró la diferenciación social del campesinado. La contrastación empírica de todo análisis de este tipo no se asienta en su mayor o menor poder de convicción, sino en com­ probar si ayuda a interpretar los hechos y a resolver algunos de los problemas que se le plantean al medievalista. Uno de los prin­

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cipales problemas es ver basta qué momento histórico persistieron estas viejas formas de estructura económica y organización social y hasta qué punto puede admitirse que siguieron siendo las do­ minantes. Las nuevas modificaciones sufridas por la vida agrícola en la Baja Edad Media dentro de Europa occidental nos son sufi­ cientemente conocidas. Los derechos jurídicos de los señores feudales sobre las personas de sus terrazgueros disminuyeron nota­ blemente, y la mayoría de éstos se liberaron de la obligación de prestar sus servicios en los dominios del señor; la renta en dinero pasó a ser predominante; el montante total de las rentas percibidas por los'señores decreció. En pocas palabras, el control de los seño­ res feudales sobre su campesinado se debilitó. Aunque por ahora ignoramos la relación precisa que haya podido existir entre estas modificaciones y el incremento de la producción para el mercado, vamos a considerar de forma sucinta hasta qué punto implicaban un cambio fundamental en el carácter de la sociedad feudal. Los grandes dominios tendían a desaparecer o a hacerse mucho meno­ res, pero de hecho nunca habían constituido más que una fracción de las tierras cultivadas, y las técnicas de trabajo empleadas en ellos nunca difirieron de forma substancial de las que los campe­ sinos aplicaban sobre sus propias parcelas. La producción agrícola a pequeña escala siguió manteniéndose como hasta entonces. Cier­ to es que, a partir del siglo xiv, un determinado número de cam­ pesinos ricos y de miembros de la pequeña nobleza, gentes con un cierto grado de elevación en la escala social, comenzó a esta­ blecer cultivos a gran escala, para lo que precisaron de la contra­ tación de trabajadores asalariados. Sin embargo, el volumen de este tipo de explotaciones nunca llegó a ser suficientemente deter­ minante como para modificar el viejo sistema social. Además, aun­ que pueda contemplarse como un factor de transición importante en el declive de la agricultura medieval el hecho de que las rela­ ciones entre los señores y sus terrazgueros se basaran en el pago de una renta en dinero, lo cierto es que en esta época siguieron perviviendo los principales rasgos del feudalismo. Los señores feu­ dales continuaron obteniendo rentas de los campesinos por medio

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de coacciones no económicas.15 Los campesinos tuvieron que en­ tregar a sus señores una parte de su excedente laboral bajo la presión de idénticas sanciones de tipo legal y militar que hasta entonces (además, el crecimiento de la máquina estatal la había hecho mucho más eficiente que en épocas pretéritas). El hecho de que el excedente de los campesinos tuviera que ser entregado ahora bajo la forma de dinero, en lugar de hacerlo en trabajo o en productos, no modificaba todavía las relaciones de clase. La producción a pequeña escala también era característica de la industria. Cuando a las actividades del artesanado disperso en las villas se unió el esfuerzo productivo de un amplio número de talleres concentradois en las ciudades y organizados en gremios, tuvo lugar un cambio de enorme importancia. Este fenómeno se enmarca en la expansión económica general acaecida en los siglos xii y xni. En determinados centros productores para la exporta­ ción/ especialmente los fabricantes de tejidos, grupos de comer­ ciantes acomodados tomaron en sus manos el control de las dos fases extremas del proceso productivo, el aprovisionamiento de materias primas y la comercialización de los productos ya elabo­ rados, destruyendo con ello la independencia del artesanado. No obstante, en modo alguno puede afirmarse que los grandes comer­ ciantes de Douai, Gante o Florencia revolucionaran la produc­ ción. A pesar de que se hubiera logrado cierta centralización en las fases preparatoria y final del proceso productivo, la mayor parte del trabajo de manufactura se llevaba a cabo en los talleres familiares del maestro artesano. Por otro, lado, aunque puede hablarse de una cierta concentración de fuerza de trabajo prole­ tario tanto en los centros textiles de Flandes como de Italia, lo usual es que nunca sobrepasaran los cuatro o cinco individuos por centro, que solían trabajar en los depósitos centrales de los mer­ 15. Para poder vivir no le queda otro -recurso al obrero que trabajar para el capitalista; la coacción es de tipo económico. El campesino feudal, en posesión de sus propios medios de producción, se ve compelido por la amenaza, mediata o inmediata, a entregar por la fuerza su renta al señor. Esta es la razón que priva al campesino medieval del disfrute de la liber­ tad personal.

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caderes. La mayor parte de mano de obra asalariada trabajaba en los talleres artesanales a las órdenes, y al lado, del maestro artesano.16 No cabe duda que en algunos aspectos los grandes comercian­ tes contribuyeron a retardar el desarrollo de la producción. Te­ nían miedo de que los artesanos controlaran por sí mismos la pro­ ducción destinada al mercado, y en consecuencia impedían toda confabulación entre ellos a lo largo del proceso productivo. Si los tejedores transferían directamente su producto a los bataneros y tintoreros, el comerciante corría el riesgo de que un elemento surgido del artesanado llegara a controlar el proceso de produc­ ción desde dentro. Al menos esto es lo que sucedió en Flandes en el siglo xiv. Cuando se quebró el poder político de la vieja casta patricia de los mercaderes de telas, los tejedores de ciudades como Gante intentaron poner en pie precipitadamente un elemento empresarial que se responsabilizara de la organización de la indus­ tria -—a fin de que no cayera en manos de administradores polí­ ticos— , de su promoción y de evitar la prevista decadencia de la pañería flamenca.17 De ahí que, en el norte de Europa y en Italia, los comerciantes que proporcionaban las materias primas insistie­ ran en la necesidad de que, después de acabada cada fase del proceso productivo, el producto debía reintegrarse a los depósi­ tos centrales para ser expedido más tarde al artesano encargado de la siguiente manipulación dentro de la cadena. Mientras el artesano estuvo subordinado de esta forma al comerciante, no fue posible establecer modificación alguna en los métodos de produc­ ción a pequeña escala tradicionales. Tanto en la agricultura como en la industria y las finanzas 16. Lo más similar a un proletariado organizado fue el grupo de Ios~- ciompi florentine (cardadores florentinos). Su debilidad quedó de mani­ fiesto en la revuelta de 1378 cuando su conquista del poder político, de corta vida, se derrumbó tan pronto se vieron marginados de los artesanos y pequeños comerciantes que se habían aliado con ellos. Señalemos de pasada que el hecho de que la gran burguesía pudiera aislarles con tanta facilidad es una muestra fehaciente de su inmadurez. 17. Cf. H. van Werweke, «Currency manipulations in the Middle Ages», Transactions of the Royal Historical Society, 4.a serie, XXXI.

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se dieron a un mismo tiempo cambios y permanencias. Las gran­ des concentraciones de capital mercantil y la elaboración de mecanismos de crédito e intercambio constituyen un nuevo rasgo de los siglos x i i i y xiv, que aparece cuando las exportaciones in­ dustriales europeas restablecen la balanza comercial entre las zonas oriental y occidental del continente.18 Los agentes humanos de este desarrollo fueron los grandes comerciantes, y muy en especial los banqueros italianos i No obstante, a pesar de su apa­ rente poderío como financieros internacionales, se adaptaron, como antes lo habían hecho sus predecesores de los siglos xi y x i i , a la estructura social existente. La gran diversidad de sus inte­ reses, bancarios, comerciales y de empréstito en todas y cada una de las operaciones les convirtió en un elemento en extremo adap­ table, tanto política como socialmente, a los círculos feudales do­ minantes. Las clases feudales dominantes constituían su principal mercado para la venta de mercancías sofisticadas y lujosas, y los receptores naturales de préstamos privados y estatales. Es necesario poner el acento en la pervivencia de los viejos métodos y relaciones de producción, pero no lo es menos hacerlo sobre ciertos grandes cambios que se produjeron en la Europa medieval entre los siglos xi y xv. Sin tales cambios, hubiera sido imposible el subsiguiente desarrollo económico y social. El punto central es que, a p esa r d e la expansión de_la-producción, "de la población y del comercio durante los siglos x i i i y xiv, persistie­ ron las principales características del viejo marco social y político, que no desaparecerán hasta los siglos xvn y xvm . Desde luego, las formas de gobierno y las relaciones sociales mudaron enorme­ mente durante la Edad Media, pero los estados europeos conti­ nuaron gobernados por y para aristocracias terratenientes repre­ sentadas por monarquías feudales. Los estados europeos no eran gobernados por ni para los comerciantes o industriales. He ahí la-razón de que se desencadenaran revoluciones burguesas antes de 18. Cf. Marc Bloch, «Le probléme de l’or au Moyén-Áge», Armales d’Histoire Économique et Sociale (1933); M. Lombard, «L’or musulmán du vn' au xic siécle», Armales, n.° 2 (1947); F. Braudel, «Monnaies et civilisations», Annales, n.° 1 (1946).

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que hubiera sido posible una expansión total del capitalismo. Hemos insistido en la pervivencia de las viejas estructuras en la industria y la agricultura para poner de manifiesto la existencia de bases económicas que permitían a las viejas clases mantener su dominio. Por tanto, una aceptación acrítica de la idea de que el capitalismo fue expandiéndose gradualmente a partir del siglo, x i i i puede conducir a una falsificación, tanto de la auténtica Historia del capitalismo, como de la época que le precedió. De la línea crítica esbozada más arriba se desprende la nece­ sidad de que cambien de dirección las investigaciones sobré los. orígenes del capitalismo, y ello no equivale en absoluto a minimi­ zar el inmenso valor de los trabajos que nos han ofrecido hasta el momento varios especialistas en la historia del comercio, la banca y la industria. El problema estriba en que toda una serie de cues­ tiones que los historiadores contemporáneos siguen sin compren­ der aún no han sido respondidas.19 Para promover la resolución de los problemas que plantea la cronología del capitalismo y la elucidación de sus características iniciales es necesario plantear un análisis de acuerdo con dos vías básicas. En primer lugar, se hace necesario establecer una crono­ logía de los métodos y relaciones de producción p red o m in a n tes y coordinarla con otra cronología mucho mejor conocida ya, la del crecimiento del comercio. En segundo lugar, deben estudiarse las interrelaciones de los aspectos económicos, sociales y políticos en la época que nos ocupa, en particular el significado y consecuen­ cias de las desigualdades detectadas en el desarrollo de estas diver­ sas facetas de la vida humana. 19. Es interesante señalar que Mme. Doehaerd, en su admirable traba­ jo anteriormente mencionado, considera una serie de fenómenos «qui constituent l’ossature de la vie. économique internationale et lócale de tous les temps». Éstos son «la question des produits qui font l’oojet au commerce... celle de leurs. centres dé provenance ou de production,. des places ou ils sont échangés, des centres d’exportation et d’importation, des voies et moyens de transport, .des agents d’échange, des méthodes d’échange, des moyens. monetaires et du credit» (p. 142). Es notable observar que los problemas concernientes a la producción no se insertan en los problemas de la vida económica.

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Probablemente obtendremos una apreciación más fidedigna de los últimos momentos de la sociedad feudal y los primeros de la capitalista si prestamos gran atención al estudio de las técnicas y relaciones de producción. Naturalmente, la expansión comercial durante la Edad Media debe examinarse vinculándola de forma muy estrecha con los cambios que se detecten en el modo de producción. Pero el estudio aislado de la historia del comercio nunca podrá decimos cómo y cuándo las relaciones feudales ca­ racterísticas dejaron su plaza a las típicamente capitalistas, cómo y cuándo la agricultura feudal y la industria artesanal dieron paso a amplias concentraciones de capital y de mano de obra asalariada, cómo y, cuándo el beneficio extraído a través de rentas cedió su sitio a los beneficios extraídos del valor asignado a los productos elaborados por el trabajador. Debe prestarse también gran atención a las condiciones polí­ ticas. La estructura política y los movimientos políticos surgen en último término de las relaciones sociales basadas en la produc­ ción, pero los cambios políticos y económicos no se producen con un paralelismo concordante, discordancia temporal que no obsta para que estén vinculados de foima integral. No es posible hablar de una s o c ie d a d capitalista cuando el poder político sigue estando en manos de una aristocracia feudal. Es un desatino hablar de sistema capitalista cuando la sobreestructura política y jurídica de la sociedad permanece aún prefigurada por condiciones económicas precapitalistas. El poder político, aun cuando esté en manos de una clase dominante cuyas bases económicas están destruyéndose, puede perfectamente retardar el desarrollo de nuevas formas eco­ nómicas y sociales. La historia de Inglaterra bajo las dinastías Tudor y Estuardo y la de Europa central y oriental durante el siglo xix ilustran perfectamente esta última afirmación. ¿Qué tipo de problemas solicitan la atención de la investi­ gación histórica? El crecimiento de la producción capitalista no puede medirse simplemente estimando el nivel de la producción de mercancías. También deben ser objeto de estudio el desarrollo técnico, el crecimiento del volumen de la producción total y las formas en que se aplica el trabajo a la producción. Estos proble­

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mas afectan tanto a la industria como a la agricultura. Cabe tener muy presente al estudiar los orígenes del capitalismo que nuestra atención no debe concentrarse de forma primordial sobre la indus­ tria. La historia de Inglaterra hasta la revolución de 1640 que­ daría sólo contada a medias si se ignorara el desarrollo capitalista en la agricultura. Lás cuestiones referentes a la técnica no deben ser considera­ das simplemente como problemas de evolución tecnológica, sino que se hace necesario contemplarlas bajo el prisma de sus efectos sociales y económicos. Uno de los principales obstáculos a la acu­ mulación e inversión de capital fue el pequeño tamaño de las unidades de producción agrícolas e industriales. Por consiguiente, uno de los problemas centrales que se le plantea al estudioso de los orígenes del capitalismo es descubrir el número, tamaño y mé­ todos de trabajo de las grandes haciendas regentadas durante los siglos xrv y xv por los elementos más prósperos de la sociedad rural, los campesinos acomodados y la pequeña nobleza. Todo^ lo que sabemos sobre tales unidades agrícolas es que eran consi­ derablemente mayores que el promedio de explotación tradicio­ nal durante el siglo xm , pues a menudo tenían una superficie cul­ tivable de más de 100 acres, y que tenían una composición hetero­ génea que incluía la posesión ancestral del hacendado, parte de las posesiones de otros campesinos que habían revertido a la pro­ piedad central y parte de los antiguos dominios antes arrendados, y que se precisaba contratar mano de obra para trabajarlas. Tam­ bién necesitamos aumentar nuestros conocimientos acerca de la cronología y alcance de la evolución de los terrenos dedicados a pastos para obtener una producción, de lana. Es bastante probable que a mediados del siglo xv se produjera en Inglaterra menos lana que a principios del xiv.20 Se ha hablado a menudo descuida­ damente de una Inglaterra «cubierta ... de pastizales que habían desplazado a los cultivos de cereales».21 20. Estimaciones de la producción de lana en el siglo xv, cf. E. Power, Medieval English wool trade, p. 37. 21. E. Lipson, History of the English woollen and worsted industries, 1921, p. 16.

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Los problemas sobre el tamaño de las haciendas y el tipo de cultivos plantean de inmediato la cuestión de la fuerza de trabajo agrícola a finales de.la Edad Media. Proporcionalmente, ¿aumen­ taba o disminuía el número de trabajadores asalariados en el campo a partir de mediados del siglo xiv? En un reciente artícu­ lo,22 el profesor Postan ha rebatido el punto de vista usual en esta cuestión, a saber que durante el período que nos ocupa la mano de obra asalariada fue creciendo en importancia. Partiendo de datos numéricos sobre auténticos asalariados que se incorpo­ raban al trabajo, deduce un descenso en las cifras de trabajadores asalariados si se las compara con otros sectores de la población. Según su opinión, los trabajadores sin tierras y los pegujaleros quizá tendieran a ocupar las tierras que habían dejado vacantes las víctimas de la G-ran Peste. ¿Pero quién trabajaba en las nota­ blemente ampliadas haciendas de las capas rurales más altas, los pequeños propietarios y la baja nobleza? Aunque las listas de arrendatarios y los registros de deslindes confirman que durante los siglos xiv y xv la clase de los pegujaleros había disminuido con respecto a otras capas agrícolas, este tipo de pruebas es total­ mente inservible para estimar el número de individuos sin la menor parcela de tierra que cultivar. La mejor prueba de que puede disponerse sobre este punto en Inglaterra, la declaración de renta por capitación (P o li Tax) en 1381, no aporta datos dig­ nos de confianza. Las primeras declaraciones reseñaban la ocupa­ ción de prácticamente todos los contribuyentes; pero se trata de listas sumamente incompletas, porque se produjo una evasión en masa ante la aparición de los tasadores de la propiedad a efectos fiscales.23 Pero los que se escondieron, y por tanto no quedaron cen­ sados, debieron ser primordialmente los que carecían de toda propiedad, no los que no podían ocultar o disimular sus casas y terrenos. Así pues, las declaraciones más. bien tienden a mini­ 22. «Some economic evidence o£ declíning population in the Later Middle Ages», Economic History Revieiv, 2.* serie, II, n.° 3. 23- Cf. C. Omán, The great revolt of 1381.

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mizar que a exagerar la proporción de trabajadores asalariados. Todas las examinadas hasta ahora muestran una proporción sor­ prendentemente elevada de trabajadores asalariados, pero es nece­ sario llevar a cabo una investigación mucho más profunda de estos documentos antes de avanzar ninguna conclusión sólida sobre los mismos.24 Una estimación del volumen de trabajadores asalariados en la Baja Edad Media nos da algo más que una indicación sobre el avance de las relaciones sociales capitalistas. Es además una prue­ ba indirecta del desarrollo de la producción para el mercado. Cuando los campesinos quedan privados por completo de tierras que cultivar, no sólo se convierten en trabajadores sino también en consumidores con ingresos exclusivamente procedentes de su salario (aunque no en su totalidad, la mayor parte cobrado en dinero) que necesitan adquirir en el mercado los bienes que antes tenían sin recurrir a él.25 El valor cuantitativo del mercado domés­ tico, en los primeros tiempos de la época que nos ocupa, es suma­ mente difícil de aquilatar porque el comercio internacional (sobre el cual tenemos pruebas mucho más positivas en forma de cifras de derechos arancelarios y de tributos por peaje) tiende a mode­ lar nuestras ideas sobre la producción para el mercado sin prestar demasiada consideración a la demanda interna.26 No obstante, de cara a estimar la significación de la producción de mercancías 24. Por ejemplo, entre 200 habitantes del condado de Leicester, el 28 por ciento de la población contribuyente eran trabajadores asalariados, excluyendo a los de las ciudades mercantiles y a los artesanos residentes en villas. Puede ser útil en este punto establecer una comparación con la Rusia del siglo xrx. EÍ aumento de los salarios se debió no sólo a la esca­ sez de trabajo sino al puro incremento del trabajo asalariado como tal en comparación con el trabajo asalariado incidental de los pequeños pro­ pietarios. Puesto que parte de su sustento era cubierto por sus pequeñas propiedades, podía congelarse su remuneración en dinero, mientras que en el caso de los trabajadores puramente asalariados no era posible hacerlo. 25. Cf. Marx, El capital, vol. I, cap. XXIV, p. 5; Lenin, Selected works, vol. I, pp. 223-225. 26. Compárese con las observaciones sobre .el siglo xv polaco de M. Malowist, IX e Congrés des Sciences Historiques, Bapports, p. 314.

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destinadas al mercado local con respecto al sistema productivo considerado como un todo, es aconsejable intentar una valoración proporcional entre los bienes producidos para uso directo y los producidos con destino al mercado. Deslindar qué parte de la producción agrícola total de diversos distritos era consumida direc­ tamente por el productor, qué parte iba a parar al mercado y qué parte se echaba a perder una vez satisfecha la renta, sería una excélente información adicional a cuanto ya conocemos por ahora de las variaciones regionales a lo largo de la historia de Ingla­ terra. Algunas de las anteriores consideraciones también se aplican a la industria, donde conocer el tamaño y naturaleza de las uni­ dades productivas posee una importancia primordial. El manteni­ miento de una organización de la producción sobre la base de la unidad familiar artesanal estorbó el desarrollo de las relaciones de producción capitalistas, pero limitarse a estimar este factor es a todas luces insuficiente. Una de las vías más fructíferas para abordar los problemas de las primeras etapas del capitalismo en la industria quizá sea comparar la historia de las manufacturas pañeras del Flandes y la Italia central medievales con las de la Inglaterra de los siglos xvi y x v i i .27 La concentración de capital y trabajo, la forma de organizar la obtención de materias primas y la de encarar la venta de los productos elaborados por parte de los capitalistas de las ciudades flamencas e italianas a finales del siglo x i i i y comienzos del xiv era tal que casi puede afirmarse que nos hallamos ante sociedades al filo del modo de produc­ ción capitalista. Sin embargo, el capitalismo moderno extrae su ím p e tu s inicial de la industria textil inglesa; en modo alguno des­ ciende por vía directa de los centros textiles medievales. Los primeros núcleos de capitalismo moderno se asientan en la indus­ tria doméstica rural, que ha huido de los centros urbanos tradi­ cionales. Sabemos, desde luego, que las restricciones gremiales fue una de las razones que motivó el' desplazamiento del centro de 27. Existe gran número de buenos trabajos de segunda mano para ambos siglos.

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gravedad de la ciudad al. campo, pero éste sólo es uno de entre muchos aspectos del problema. Uno de los principales atractivos, que presenta el estudio del fracaso del Flandes o la Italia medievales para desarrollar el modo de producción capitalista es que no sólo permite, sino exige, un tratamiento multiforme en extremo. El problema es insoluble si se enfoca sobre la base de una prospección delimitada a los factores técnicos y económicos, pues también son de suma im­ portancia los aspectos sociales y políticos. ¡Cuán diferentes fueron los Boinebrokes de Douai y los Bardi y los Acciaiuoli de Floren­ cia de los empresarios ingleses del siglo xvn! Estos primeros ca­ pitalistas no tenían intereses comerciales específicos, tenían rela­ ciones financieras muy estrechas con los elementos descollantes de la clase dominante feudal y se hallaban ensamblados hasta tal punto en la red de vinculaciones políticas y sociales del feudalismo europeo que no cabía esperar se produjera bajo su liderazgo nin­ guna ruptura hacia una nueva forma de sociedad. A comienzos del siglo xiv, en Flandes, se alinearon junto al rey de Francia y la nobleza feudal para hacer frente al artesanado urbano y a los campesinos. En Florencia, durante el siglo xiv, se anticipa a modo de espectro del futuro el modelo clásico de revolución burguesa en. sus aspectos menos heroicos. La burguesía se alia en este momento a la derrotada clase feudal, su enemiga natural, por temor a los trabajadores y artesanos, con lo que no hace más que destruir su propio futuro como clase.28 Para usar la expresión de Marx, la «solidez y articulación in­ ternas» de la sociedad feudal eran aún suficientemente fuertes, incluso durante este período de crisis política y económica, como para impedir el establecimiento del nuevo modo de producción. Pero dilucidar en qué modo y por qué es materia de futuras investigaciones. No basta con estudiar bajo el prisma- de sus facetas económi­ cas las unidades de producción, el capital y. el trabajo asalariado. 28. Cf. los dos primeros capítulos de F. Antal, Florentine painting and its social background, y N. Rodolico, I ctompi.

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Puesto que el hombre construye su propia historia, el historia­ dor está obligado a discernir qué papel jugaba la conciencia polí­ tica y social de las diferentes clases de cara a activar o retardar el te m p o del desarrollo capitalista. La conciencia sociopolítica de las diferentes clases en acción no es un mero reflejo directo de su actividad económica, de ahí que el historiador no pueda dejar a un lado los aspectos jurídicos, políticos-, artísticos y religiosos de una sociedad determinada. Ni el capitalismo ni el feudalismo pueden entenderse como simples fases de la historia económica. La sociedad y sus movimientos deben examinarse en su totalidad, pues de otro modo no nos es dado apreciar con justeza el signi­ ficado de las evoluciones accidentadas y de las contradicciones entre las bases económicas de una sociedad y sus ideas e institu­ ciones. Un fracaso en este sentido es fatal, no sólo para llegar a una comprensión del crecimiento y triunfo final del modo de producción capitalista, sino para captar la fuerza motriz predo­ minante de todo desarrollo humano.

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DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO De los varios estadios del desarrollo histórico de la humanidad censados por Marx en el prefacio a su C rítica d e la e co n o m ía p o lítica , los modos de producción «asiático, antiguo, feudal y bur­ gués moderno», tanto el feudal como el capitalista han sido acep­ tados sin serias objeciones mientras que la existencia o universali­ dad de los otros dos ha sido puesta muchas veces en entredicho o incluso negada. Pero, por otro lado, el problema de la transición del feuda­ lismo al capitalismo quizás ha planteado más discusiones entre los marxistas que ningún otro de los conectados con la periodización de la historia mundial. En la década de los cincuenta se esta­ blece la conocidísima polémica internacional sobre, este punto con la intervención de Paul Sweezy, Maurice Dobb, H. K. Takahashi, Christopher Hill y Rodney Hilton, complementada con aportacio­ nes posteriores de Georges Lefebvre, A. Soboul y Giuliano Procacci.1 En esta misma década se desencadena una vivísima, aunque en modo alguno concluyente, discusión en la URSS sobre la «ley fundamental del feudalismo», es decir, sobré el mecanismo que lleva n ecesa r ia m en te a la substitución del feudalismo por el capi­ talismo, de modo similar a como la tendencia histórica a la acu­ mulación de capital, de acuerdo con el análisis de Marx, sentencia 1.

Cf. supra.

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irrevocablemente al capitalismo a desaparecer.2 Hay otras varias discusiones interesantes sobre el tema, en particular •en los países -asiáticos, que desafortunadamente no conozco. El objeto que persiguen las presentes notas no es proponer nuevas respuestas a los problemas planteados por la transición del feudalismo al capitalismo, sino enmarcarla dentro de una discu­ sión más general sobre los diferentes estadios del desarrollo social' que recientemente ha vuelto a salir a la luz en las páginas de M arxism T oday. Quizá lo mejor sea avanzar algunas proposicio­ nes susceptibles de discusión. 1) La primera concierne a la universalidad del feudalismo. Tal como indica Joan Simón en M arxism T oda y (junio 1962) al compendiar el reciente debate sobre el tema organizado por esta publicación y el Grupo de Historia del Partido Comunista Britá­ nico, la dirección seguida por el pensamiento marxista en las últimas décadas tiende a ensanchar el ámbito del «feudalismo» a expensas de formaciones sociales calificadas en otro tiempo de comunales-primitivas, asiáticas, etc. En la práctica, esto significa que el «feudalismo», otrora convertido en una especie de legado residual, conoce actual­ mente un vasto proceso de expansión, y bajo esta etiqueta' se enmarca cuanto va desde las sociedades primitivas hasta el triunfo del capitalismo, que en algunos países se ha producido en el presente siglo, y se extiende desde China hasta África occidental, quizá incluso hasta México.3 Sin compartir necesariamente la idea de que sea por completo justificable esta visión amplia del «feudalismo», no por ello deja de ser cierto que se trata de una formación social sumamente ex­ tendida, y también lo es que la forma precisa que adopta varía -considerablemente de un país a otro. La forma más próxima a la 2. Que yo sepa esta discusión no ha sido vertida al inglés ni tampoco aparece reflejada en los recientes Fundamentáis of marxism-leninism, edita­ dos por O. Kuusinen. 3. Marxism Today (1962), p. 184.

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versión europea plenamente desarrollada es sin lugar a dudas la que se dio en el Japón — las similitudes son muy notables— , mientras que en otros países el paralelismo, es bastante menor, y en otros los elementos feudales son meros integrantes de una sociedad constituida notablemente distinta. 2) Bajo tales circunstancias, parece pues muy claro que es difícil admitir el supuesto de una tendencia u n iversa l del feuda­ lismo a transformarse en capitalismo. Lo cierto es que, de hecho, sólo sucedió tal en una región muy concreta del globo, en Europa occidental y parte del área mediterránea. Es admisible discutir sobre si en otras áreas concretas (por ejemplo, en Japón y en ciertas partes de la India) pudo haber llegado a completarse una evolución de este tipo, exclusivamente con él concurso de fuerzas sociales internas, en él supuesto de que su desarrollo histórico no se hubiera visto interrumpido por la intromisión de las potencias capitalistas e imperialistas occidentales. También puede discutirse hasta dónde han llegado en tales áreas las tendencias hacia el ca­ pitalismo. (En el caso del Japón quizá la. respuesta a la primera cuestión sea «sí» y la respuesta a la segunda sea «muy lejos», pero se trata de un tema sobre el que debería guardarse muy bien de opinar quien no sea un experto.) También puede argumentarse que la tendencia hacia tal tipo de desarrollo existía en todas par­ tes, aunque su marcha era normalmente tan lenta que la convertía en negligible. Por descontado, quienes no acepten el método marxista no admitirán que las fuerzas que generaron el desarrollo eco­ nómico en Europa también actuaban en cualquier otra parte, aun­ que no necesariamente con los mismos resultados dada la diferen­ cia de circunstancias históricas y sociales. Pero aquí no le estamos dando vueltas ál hecho de si la transición del feudalismo al capita­ lismo, contemplada a escala mundial, es un caso de desarrollo alta­ mente irregular. El capitalismo triunfó plenamente en una, y sólo una, parte del mundo, y esta región transformó después el resto del planeta. En consecuencia, lo primero que debemos explicar es qué razones específicas hicieron que dicha transición se produjera precisamente en la región europeo-mediterránea y no en otra parte. 15.



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3) Todo lo anterior no significa que deba resolverse el pro­ blema en términos estrictamente europeos. Por el contrario, es evidente que en diferentes momentos históricos las relaciones entre Europa y el resto del mundo fueron decisivas. Hablando de un modo general, durante la mayor parte de su historia Europa fue una región bárbara situada en el extremo occidental de una- zona de civilización que se extendía desde China, en el este, hasta el Oriente Medio y Próximo a través de todo el sur de Asia. (Japón también ocupa una posición marginal similar en la zona oriental de esta área, aunque se halla mucho más cerca de los centros de civilización.) Como ha puesto de manifiesto Gordon Childe, en los mismísimos comienzos de la historia europea, las vincula­ ciones económicas con el Próximo Oriente eran importantes, y esto siguió siendo cierto en los inicios de la historia feudal euro­ pea, cuando la nueva economía de los pueblos bárbaros (aunque potencialmente mucho más progresiva) se asentó sobre las ruinas del antiguo imperio greco-romano e hizo que los principales cen­ tros de la línea comercial que -unía el este con el oeste a través del Mediterráneo (Italia, valle del Rin) se convirtieran en etapas finales de trayecto. Las vinculaciones son aún más obvias en los primeros pasos del capitalismo europeo, cuando la conquista o explotación colonial de América, Asia y África — así como de ciertas partes de Europa oriental— posibilitó la acumulación pri­ maria de capital en el área donde acabó triunfando. 4) Dicha área comprende p a rtes de la Europa mediterránea, central y occidental. Gracias a la labor de arqueólogos e histo­ riadores, básicamente a partir de 1939, podemos establecer hoy en día las principales etapas de este desarrollo económico. A saber: A) Un período de recaída, inmediatamente posterior al hun­ dimiento del imperio romano occidental, seguido de una evolución gradual de una economía feudal, y quizá de una recesión durante el siglo x («La era de las tinieblas»). jB ) Un período de desarrollo económico muy rápido y gene­ ralizado, que se extiende desde alrededor del año 1000 de nuestra era hasta comienzos del siglo xiv (la «Alta Edad Media») y cons­ tituye el punto álgido del feudalismo. Éste período presenta un

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marcado crecimiento de la población, la agricultura, la produc­ ción de manufacturas y el comercio, una virtual revitalización de las ciudades,- una notabilísima explosión cultural y una sorpren­ dente expansión de la economía feudal de occidente bajo la forma de «cruzadas» contra los musulmanes, emigración, colonización y establecimiento de postas comerciales en diversos puntos del extranjero. ' „ C) Una gran «crisis feudal» durante los siglos xiv y xv, caracterizada por el colapso de la agricultura feudal a gran escala, la manufactura y el comercio internacional, así como por un declive demográfico, varias tentativas de revolución social y cri­ sis ideológicas. X>)> Un período de renovada expansión, que transcurre entre mediados del siglo xv y mediados del xvn, y en el que por pri­ mera vez se ponen de manifiesto signos de una ruptura importante en las bases y la sobreestructura de la sociedad feudal (la Refor­ ma, los elementos característicos de la revolución burguesa en los Países Bajos) y entre los comerciantes y conquistadores europeos dentro de América y el océano índico. Este es el período que Marx considera como comienzo de la era capitalista.4 E) Otro período- de crisis, ajuste de posiciones o retroceso, la «crisis del siglo xvil», que coincide con la primera ruptura frontal con el viejo modo, la revolución inglesa. Inmediatamente después, un período de expansión económica renovada y creciente­ mente generalizado, que culmina con F) El triunfo definitivo de la sociedad capitalista, que vir­ tualmente se produce de forma simultánea en el último cuarto del siglo xvrii a través de la revolución industrial, en.Gran Bretaña, y de las revoluciones americana y francesa. El desarrollo .económico de Europa oriental es algo distinto. Comparable en términos generales durante los períodos A y B, la conquista de amplias áreas europeas por pueblos asiáticos (mon­ goles, turcos) crea una ruptura, y durante, los períodos D y E ciertas partes de esta zona quedan subordinadas como semicolo4.

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nias en manos del área capitalista europea en desarrollo, con lo que se ven sometidas a un proceso de refeudalización. 5) Así pues, la transición del feudalismo al capitalismo es un proceso largo y en modo .alguno uniforme, que comprende como mínimo cinco o seis fases. La discusión de tal transición ha girado básicamente alrededor del carácter de los siglos situados entre los primeros signos indiscutibles de bancarrota feudal (pe­ ríodo C, la «crisis feudal» 5 del siglo xiv) y el triunfo definitivo del capitalismo a finales del siglo xvin.- Cada una de las fases censadas contiene firmes elementos de desarrollo capitalista. Por ejemplo, en el período B, el imponente auge de las manufacturas textiles italianas y flamencas, que sufrieron un colapso durante la crisis feudal. Por otro lado, nadie ha sostenido con un mínimo de seriedad que el feudalismo se prolongara más allá del siglo xvin o que el capitalismo se consolidara antes del siglo xvi. Pero no obstante, tampoco nadie puede poner en entredicho que duran­ te todo el período 1000-1800, o en su mayor parte, existió una evolución económica persistente que avanzaba según una misma dirección, aunque no en todas partes ni al unísono. Hubo áreas que después de ostentar la vanguardia del proceso sufrieron un marcado retroceso, como es el caso de Italia; otras que durante un cierto tiempo modificaron la dirección de su camino evolutivo, una vez más sin seguir ninguna uniformidad. Cada gran crisis vio cómo países antes «punteros» pasaban a la retaguardia y su plaza la ocupaban otros con mucho mayor grado de atraso en épocas pretéritas, pero potencialmente más progresivos; es el caso de Inglaterra. De lo que no cabe duda fundada es de que cada fase de este proceso aprox im aba la victoria del capitalismo, incluso aquellas que a primera vista se nos muestran como períodos de recesión económica. 5. La primera vez que se presta atención seriamente a esta crisis es en la década de los treinta. Las discusiones marxistas sobre este problema aparecen en M. Dobb, Estudios sobre el desarrollo del capitalismo; R. H. Hilton, en Armales E-S.C. (1951), pp. 23-50; F. Graus, La primera crisis del feudalismo■(en alemán y checo), 1953-1955; M. Malowist (en polaco), 1953 y 1954; y E. A. Kosminsky, «Feudal rent in England», Past and ~Prese-nt, n.° 7 (1955).

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6) Si dicho análisis es correcto, parece necesaria la existencia de una contradicción fundamental en esta particular forma de so­ ciedad que siempre avanza más allá en el camino que conduce a la victoria del capitalismo. Su naturaleza, la de esta contradicción, nunca ha sido aclarada de forma satisfactoria. Por otro lado, tam­ bién es indudable que las fuerzas que se oponían a tal desarrollo, aunque ineficaces, están lejos de ser negligibles. La transición del feudalismo al capitalismo no es un proceso simple en el que los elementos capitalistas inmersos dentro del feudalismo se for­ talecen hasta que tienen la potencia necesaria para romper en pedazos el caparazón feudal. Como hemos visto una y otra vez (en el siglo xiv y, probablemente, también en el xvn), una crisis feudal ta m b ién implica a las capas más avanzadas de la burguesía que se desarrollan en su seno, de ahí que se produzca un aparente retroceso. El progreso prosigue o se reanuda en otras partes, hasta entonces más atrasadas, como Inglaterra. Pero, desde luego, la característica más interesante de la crisis del siglo xiv no es sólo el derrumbamiento de la agricultura feudal a gran escala sobre los dominios señoriales, sino también el de la industria textil italiana y flamenca, con sus patrones capitalistas y mano de obra asalariada (proletarizada) y una organización que casi ha alcanzado las fronteras de la industrialización. Inglaterra avanza, pero Italia y Flandes, mucho más desarrolladas hasta entonces, nunca se recuperarán, con lo cual la producción industrial global disminuye. Naturalmente, durante un largo período en el que van creciendo las fuerzas del capitalismo, pero que una y otra vez fracasan en sus intentos por separarse del tegumento feudal, o que incluso se ven envueltas en sus crisis, se hace muy difícil, por no decir imposible, una descripción en términos estáticos. Esta dificultad queda muy bien reflejada en el carácter poco satisfac­ torio de la discusión marxista sobre el período situado entre la primera crisis general del feudalismo y la incuestionable, aunque muy posterior en el tiempo, victoria del capitalismo. 7) ¿Hasta qué punto este cuadro de una substitución gra­ dual del feudalismo por el capitalismo puede aplicarse a regiones situadas fuera del «corazón» del desarrollo capitalista? Sólo de

2 3 0

DEL FEUDALISM O AL

CA PIT A L ISM O

forma muy reducida. Debe admitirse que se observan ciertos sig­ nos de desarrollo. comparable bajo el impulso del mercado mun­ dial a partir del siglo xvi; quizás un buen ejemplo lo constituya el fomento de las manufacturas textiles en la India. Pero en cuanto concierne a la tendencia o p u esta , la de que las zonas que estuvieron en contacto con las potencias europeas y cayeron bajo su órbita de influencia se convirtieron en economías y colonias sometidas a occidente,, hay algo más que meras impresiones. De hecho, gran parte del continente americano vino a caer en eco­ nomías esclavistas al servicio de las necesidades del capitalismo europeo, y una muy amplia porción de África quedó hundida económicamente a causa del comercio de esclavos; amplias áreas de Europa oriental recayeron en economías neofeudales por razo­ nes muy similares. Incluso el leve y temporal estímulo que pudo proporcionar aquí y acullá el desarrollo de la agricultura. y la industria mercantil vinculadas al surgimiento del capitalismo eu­ ropeo, se vio frenado de inmediato por una deliberada desindus­ trialización de las colonias y semicolonias tan pronto fueron con­ sideradas como posibles competidoras frente a la producción de la metrópoli o incluso, como en el caso de la India, cuando se limi­ taron a intentar el abastecimiento de sú propio mercado en lugar de recurrir a importaciones procedentes de la Gran Bretaña. Por tanto, el efecto neto del ascenso del capitalismo europeo fue inten­ sificar un desarrollo desigual y dividir el mundo de forma cada vez más clara en dos sectores, el de los países «desarrollados» y el de los países «subdesarrollados», o en otros términos, los explo­ tadores y los explotados. El triunfo del capitalismo a finales del siglo x v i i i da la impronta de este desarrollo. Aunque no puede negarse que suministra las condiciones históricas para que se pro­ duzcan transformaciones econóirlcas a lo largo y ancho de todo el planeta, de hecho el capitalismo las hace más difíciles que antes en aquellos países que no pertenecen a su núcleo original de desa­ rrollo o a sus alrededores. Sólo la revolución soviética de 1917 proporciona los medios y el modelo para un auténtico crecimiento económico global a escala planetaria y para un desarrollo equili­ brado de todos los pueblos.

M a u r ic e D o b b

DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO Coincido casi plenamente en el interesante tratamiento que ha dado Eric Hobsbawm a una gama considerable de formas de feuda­ lismo) así como en su conclusión de que «la transición del feu­ dalismo al capitalismo es un proceso largo y en modo alguno uniforme».1 Creo que está en lo cierto al evocar con nitidez el problema de «que es difícil admitir el supuesto de una tendencia u n iversa l del feudalismo a transformarse en capitalismo»,2 sean cuales sean las vueltas que puedan dársele a la respuesta correcta. Y también creo de primordial importancia que subraye que el de­ sarrollo del capitalismo en los países más avanzados, como es el caso •de Gran Bretaña, sirvió para retardarlo en otras partes del globo, y ello no s ó lo en la época del imperialismo. El único- punto que deseo comentar es uno- que, aunque plan­ tea, no desarrolla, a saber, el de la naturaleza de la contradicción fundamental de la sociedad feudal y el papel que ésta desempeñó en la gestación de las relaciones de producción burguesas. El problema es bastante simple y, a buen seguro, resultará familiar a quienes hayan seguido la discusión sobre el tema desplegada a comienzos de la década de los cincuenta en S cien ce an d S o cie1. 2.

«Del feudalismo al capitalismo», supra, p. 228. Supra, p. 225.

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DEL FEUD ALISM O A L CA PIT A L ISM O

ty. Pero creo que se trata de un asunto crucial, y no creo nece­ sario justificarme por traerlo de imevo a la palestra. Si no lo tomamos como punto de partida, creo que difícilmente podremos meditar con claridad sobre las importantes cuestiones que plan­ tea la contribución de Hobsbawm.

El

CO N FLICTO

FUNDAMENTAL

Si nos preguntamos cuál fue el conflicto fundamental gene­ rado por un modo de producción feudal, creo que sólo hay una respuesta posible. El modo de producción bajo el feudalismo fue primordialmente el modo de la pequeña producción, producción a cargo de pequeños productores vinculados a la tierra y a sus instrumentos de trabajo. La relación social básica reposaba sobre la extracción del producto excedente de este modo de pequeña producción por parte de las clases sociales dominantes, una «explo­ tación-relación» que se apoyaba en diversos métodos de «coac­ ción extraeconómica». La forma concreta en que extraía el pro­ ducto excedente podía variar de acuerdo con los diferentes tipos de renta feudal censados por Marx en el volumen III de El ca p i­ tal (renta en trabajo, renta en productos o en especies, renta en dinero, a la que no nos queda otro remedio de clasificar como feudal aunque se tratara de una «forma disolvente» del sistema). «Es una necesidad de libertad — escribe Marx— la que puede llevar de una situación de servidumbre-, sometido coactivamente al trabajo, a un punto en que se establece una mera relación tributaria.» Mi conocimiento sobre las diferentes formas adopta­ das por el feudalismo en los distintos países del mundo es muy escaso, pero creo que no me equivoco al afirmar que tales dife­ rencias, de las que Eric Hobsbawm habla con erudición enciclo­ pédica, giran en buena parte alrededor de las variaciones existen­ tes sobre la fo rm a d e ex tra cción del producto excedente. En Euro­ pa occidental la renta en trabajo, bajo la forma de prestación de servicios en los dominios de un señor feudal, predomina al

M AURICE DOBB

233

menos durante algunos siglos 3 (también lo hace en Europa orien­ tal a partir de la «segunda servidumbre»). Pero si nos trasladamos más hacia el este, a Asia, la forma predominante parece haber sido la de exacción tributaria. «La forma económica específica en que se extrae el trabajo excedente de los .productores directos determina las relaciones entre dominadores y dominados.» De ahí se desprende inmediatamente que el conflicto funda­ mental debe haber sido el existente entre los productores direc­ tos y sus señores feudales, quienes á fuerza de jurisprudencia y au­ toridad feudal establecieron exacciones del tiempo de trabajo exce­ dente o de los productos del mismo. Cuando este conflicto pasó a convertirse en antagonismo abierto, tuvo como expresión las revueltas campesinas (individuales o colectivas, huyendo de la tierra u organizando acciones y mecanismos de presión ilegales) que, como ha puesto de manifiesto Rodney Hilton, se hicieron endémicas en Inglaterra durante los siglos xm y xiv.4 Esta fue la lucha de clases fundamental bajo el feudalismo, y n o ningún tipo de enfrentamiento directo entre los elementos de la burgue­ sía urbana (comerciantes) y los señores feudales. Desde luego no faltaron estos últimos, y buen ejemplo de los mismos nos lo dan los combates de las comunidades urbanas con objeto de obte­ ner autonomía política y el control de los mercados locales. Pero los comerciantes urbanos, en tanto que puros comerciantes e intermediarios, fueron por lo general parásitos dentro de la estructura feudal y tendían a establecer compromisos con la misma, e incluso en buen número de casos se convirtieron en au­ ténticos aliados de la aristocracia feudal. En todo caso, creo que su lucha fue secu n d a ria , al menos hasta una vez alcanzada una fase muy avanzada del proceso hacia el capitalismo. Si tengo razón en cuanto llevo expuesto hasta aquí, es en esta r ev u elta e n tr e lo s p eq u eñ o s p r o d u cto r e s donde debemos fijar 3. Ha sido un error muy difundido al interpretar y datar el feudalismo la identificación del declive de la renta eñ trabajo (por conmutación en renta en dinero) coñ el derrumbamiento del feudalismo propiamente dicho. 4. «Peasant movements in England before 1381», Economic History Review, 2.a serie, II, n.° 2 (1949).

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DEL FEUDALISM O A L CA PITA LISM O

nuestra atención para intentar explicar la disolución y colapso final de la explotación feudal. Y ello con mucho mayor énfasis que no -en vagos conceptos tales como «la ampliación del mercado» o -«el surgimiento de la economía monetaria». LA

GÉNESIS DEL CA PIT A L ISM O

¿Qué conexión hay entre la revuelta de los pequeños produc­ tores y la génesis del capitalismo? La revuelta campesina contra el feudalismo, aun cuando tenga éxito, no implica la aparición simultánea de relaciones de producción burguesas. En otras pala­ bras, el vínculo entre ambos fenómenos no es directo sino in di­ r e cto . Y, según creo, esta es la razón que explica por qué la diso­ lución del feudalismo y la transición hacia una nueva sociedad eran fenómenos destinados a prolongarse durante mucho tiempo y, en determinados momentos, incluso se veían sometidos a es­ tancación (como es el caso de Italia, mencionado por Eric Hobsbawm, y también el de los Países Bajos, donde, si bien bajo una forma embrionaria, las relaciones de producción burguesas flore­ cieron en época tan temprana como los siglos xin y xiv). Cierto es pues, y digno de remarcar, que en palabras de Hobsbawm, «la transición del feudalismo al capitalismo no es un proceso sim­ ple en el que los elementos capitalistas inmersos dentro del feu­ dalismo se fortalecen hasta que tienen la potencia necesaria para romper en pedazos el caparazón feudal».5 Por mi parte veo la conexión del modo siguiente. En la me­ dida en que los pequeños productores consiguen con éxito una ■emancipación parcial de la explotación feudal — quizás en una primera etapa fuera un simple alivio de la misma (transición de la renta en trabajo a la renta en dinero)— pueden retener para sí mismos cierta parte del producto excedente. Esto les da tanto los medios como el motivo para mejorar los cultivos y extenderlos a nuevas tierras, lo que incidentalmente sirve para exacerbar su 5.

Supra,

p.

229.

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MAURICE DOBB

antagonismo contra las restricciones feudales de forma cada vez más acusada. Este proceso también sienta las bases para que se produzca cierta a cu m u la ción d e ca p ita l d e n tr o d e l p r o p io m o d o d e p eq u eñ a p r o d u cc ió n , e inicia por tanto un proceso de d ife r e n ­ cia ció n d e cla ses d e n tr o d e la eco n o m ía d e lo s p e q u e ñ o s p r o d u c­ to res, el proceso famiHar, observado en multitud de datos y am­ pliamente diseminado a lo largo y ancho del mundo, hacia la formación, por un lado, de una capa elevada de cultivadores de la tierra acomodados (los kulaks de la tradición rusa), y, por otro, de una capa deprimida a la que pertenecen los campesinos em­ pobrecidos. Esta polarización social en el campo (que tiene su equi­ valente entre el artesanado urbano) prepara el camino a la pro­ ducción de acuerdo con relaciones de trabajo asalariado y, por consiguiente, con las relaciones de producción burguesas. Esta es la forma en que surge dentro de la vieja sociedad el embrión de relaciones de producción burguesas. Este proceso no madura de inmediato, se toma su tiempo: por ejemplo, en Ingla­ terra transcurren algunos siglos. Quiero recordar al respecto que, cuando Marx habla de la transición al capitalismo y del papel de­ sempeñado por el capital mercantil, señala la emergencia de capi­ talistas de entre las filas de los productores como de la «auténtica vía. revolucionaria» de transición. Cuando el desplazamiento hacia métodos de producción burgueses arranca «desde arriba», es muy probable que el proceso de transición se pare a medio camino, con lo que el proceso de producción, antes que verse suplantado, se conserva.6 El

d e sar r o llo

d e sig u a l

Cuando se expone el proceso de la forma resumida en que yo lo he-hecho, lo normal es que parezca abstracto y esquemático o, en el mejor de los casos, sumamente simplificado. Sin embar­ go, pienso que permite centrar directamente nuestra atención en 6.

El capital,

v o l.

I I I ,

cap.

X X ,

esp .

p p .

3 23 -3 25 .

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DEL FEUDALISM O AL CA PIT A LISM O

ciertos factores primordiales cuando intentamos buscar una expli­ cación al desarrollo desigual del proceso y a las diferencias que muestra a escala temporal, factores ambos puestos de relieve por Eric Hobsbawm. En primer lugar, del mismo modo que la ener­ gía de la rebelión campesina puede venir condicionada por la fo rm a que adopta la exacción feudal, el éxito de dicha revuelta puede depender de la disponibilidad de nuevas tierras y de la presencia de ciudades que actúen a modo de imanes y refugios para los campesinos, dando lugar a una escasez de trabajo en las posesiones feudales (ciertamente la escasez de trabajp subyace la crisis feudal de los siglos xiv y xv). Obviamente, la robustez po­ lítica y militar de los señores feudales determinará su habilidad para reprimir revueltas y reaprovisionar reservas de trabajo, siem­ pre que lo necesiten, a través de exacciones de nuevo cuño y me­ diante la reducción a la servidumbre de campesinos hasta enton­ ces libres (como sucedió en el movimiento de reacción en Europa oriental). Una vez más, la frecuencia de las guerras feudales puede ser un factor que avive conflictos y revueltas, dada la ne­ cesidad de aumentar ampliamente los ingresos de los señores y, por tanto, incrementar las exacciones sobre los productores a fin de hacerles frente. Es evidente que la presencia de mercados, como los que re­ presentan las ciudades y las rutas comerciales internacionales, son otras tantas oportunidades que avivan el aburguesamiento de las relaciones burguesas dentro del modo de pequeña producción. Aparece aquí en escena con bastante propiedad el 'factor-mercado, y las consideraciones que elabora Pirenne sobre el comercio me­ diterráneo, pero lo hace de forma muy concreta y específica como elemento estimulador de la producción de mercancías (es decir, producción para el mercado) dentro del m o d o d e p eq u eñ a p r o ­ d u cció n , y en consecuencia como estimulador del proceso de dife­ renciación social entre sus filas. También me parece posible que la disponibilidad de tierras, aunque en una primera etapa faci­ lite la revuelta de los productores, puede servir en una fase pos­ terior como elemento inhibidor del desarrollo de las relaciones burguesas, pues plantea un aumento de las, posibilidades de los

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campesinos empobrecidos .y/o desposeídos de emigrar a ellas (¿acaso los campesinos y «mendigos» ingleses del siglo xvi no acabaron a menudo como «colonos» en algún lugar del país en el que las parcelas de tierra eran mucho más fácilmente asequibles?). Por contraste, una proporción elevada de población que se trasladara a las zonas rurales tendería a aumentar la presión so­ bre los desposeídos y empobrecidos para que se procuraran un trabajo asalariado, con lo que el empresario capitalista p a rven ú iba a encontrarse con una mano de obra asalariada más abun­ dante (y barata). No está en mi ánimo sugerir que cuanto antecede es algo así como una lista exhaustiva de las explicaciones que pueden ayu­ darnos a encontrar respuestas para nuestros problemas. Me he limitado a mencionar, de forma indicativa, la cla se de explicacio­ nes a que parece apuntar el tipo de análisis propuesto. Pero, a menos de que tengamos un poco claro el esquema de c ó m o actuó el proceso de disolución feudal y de transición al capitalismo,, incluso bajo el supuesto de que el conocimiento o descubrimiento de nuevos hechos nos lleve a modificar o clarificar dicho esque­ ma, no creo que podamos llegar muy lejos proporcionando res­ puestas claras y satisfactorias al- tipo de problema que plantea la contribución de Eric Hobsbawm.

Jo h n

M e rrin g to n

CIUDAD Y CAMPO EN LA TRANSICIÓN AL CAPITALISMO El carácter central de la relación ciudad-campo en la transi­ ción al capitalismo en occidente, y más fundamentalmente la ecua­ ción a establecer entre urbanismo, capitalismo y progreso, ha sido formulada de forma explícita en las últimas contribuciones teóri­ cas al problema de los orígenes del capitalismo. Para los vale­ dores de una nueva y revolucionaria historia «conjetural» de la «sociedad civil» — Smith, Steuart, Ferguson, Millar— , los oríge­ nes del mercado y de la división del trabajo en el «estadio mer­ cantil» de la civilización deben buscarse en la disociación entre ciudad y campo. (Las tierras bajas-tierras altas de Escocia consti­ tuyen una prueba de primera mano.) La separación entre pro­ ducción y consumo causada por el paso de una vida rural a otra urbana socavó la autosuficiencia de la economía rural por inter­ vención de los modelos de consumo urbanos, «revolución» que destruyó el orden estático de la autoridad patriarcal basado en el dominio de los terratenientes, en el que «el consumo no es una recompensa sino un precio a la subordinación».1 Dicha revo­ lución se llevó a cabo prácticamente sin previsión o intención 1. A. Smith, Investigación sobre la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones, Fondo de Cultura Económica, 1958, traducción de Gabriel Franco, México, libro III, caps. 3-4; Steuart, An inquiry into the principies of political economy, 1154, vol. I, cap. 20.

JOHN

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alguna, meramente por la interacción de una serie de intereses particulares, como forma de satisfacer la «presunción infantil» de la nobleza rural o el deseo de obtener beneficios por parte de los comerciantes urbanos. En otras palabras, gracias a la libre acción del principio de intercambio («la propensión natural del hombre al trueque y al intercambio»), estableciendo una un id ad d e o r d e n su p erio r al margen del conflicto entre intereses contrapuestos en el seno del mercado. Así fue como vino afirmándose el papel pro­ gresivo del mercado, destruyendo los vínculos coercitivos rectores de las relaciones rurales, potenciando la independencia de los productores agrícolas de mercancías, y estableciendo un «gobierno ordenado» como substituto de la pugna mutuamente destructiva entre feudos territoriales. El propio principio de la división del trabajo entre productores especializados que aparece en el mer­ cado sirvió para incrementar la productividad al ser aplicado a la manufactura. En contraste con la opinión de los fisiócratas fran­ ceses, para quienes la renta fue la única forma de valor excedente, lo cierto es que el progreso de la productividad agrícola consti­ tuye una victoria del capital urbano sobre el rural,-mucho más atrasado: «Las ciudades, antes que el efecto, han sido la causa, del desarrollo rural, en calidad y amplitud».2 La ciudad es el principio dinámico del progreso. El campo, inerte y pasivo, requiere un estímulo externo, la «sacudida del mercado» ejercida por las ciudades como núcleos concentrados de transacciones de mercancías y capital. Este marco es el que pro­ porciona un poderoso apuntalamiento ideológico a la burguesía en ascenso, que contempla la victoria del capitalismo como una victoria de la civilización urbana y de los principios de la liber­ tad de mercado.3 Pero es evidente que, llegados a este punto, la subordinación del campo al «mercado» capitalista ya ha alcanzado un avanzado estadio de desarrollo; buena prueba de ello es la referencia de 2. Smith, I, p. 392 (ed. inglesa). . 3. E. Chill, ed., Power property and history, Introd.: «Barnave as a philosophical historian», pp. 1-74; D. Forbes, «Scientific whiggism: Adaxn Smith and John Millar», Cambridge Journal, vol. 7 (1953-1934), pp. 643-670.

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Smith a que la nobleza de las Highlands prescindió de sus séquitos por ser «bocas innecesarias». Este ejemplo de destrucción total de una economía rural y de remodelación demográfica pone de manifiesto el carácter extremadamente unilateral del progreso ur­ bano capitalista. Y para planteamos la resolución de este proble­ ma será bueno recordar con Roupnel que la «civilización occi­ dental es, estrictamente hablando, ru ra l; las ciudades sólo repre­ sentan un fenómeno ulterior, y su forma y fisonomía material conservan sus orígenes rústicos».4 Si tenemos presentes estos orígenes rurales, queda pues claro que el industrialismo capitalista provocó no sólo un desplaza­ miento masivo de los recursos naturales y humanos hacia las con­ centraciones urbanas, sino también una co n q u ista del campo hasta «ruralizarlo», de forma que a partir de entonces dejó de repre­ sentar como en épocas anteriores un medio exclusivamente agrí­ cola. El campo, que hasta este momento ha sido un centro de todo tipo de producción, un sector primario autónomo que incor­ pora la totalidad de la producción social, se torna «agricultura», una industria específica que produce alimentos y materias primas y que, á su vez, se especializa dentro de este sector según los tipos de cultivo, las zonas, etc. Desde luego, toda ciudad implica algún tipo de diferenciación entre ella y el campo circundante. La misma definición de ciudad implica necesariamente la extracción de alimentos y mano de obra procedente del campo. En conse­ cuencia, la economía agraria preexistente establece los límites his­ tóricos del desarrollo de cada ciudad concreta, hasta que llega el momento en que la urbanización capitalista rompe esta depen­ dencia malthusiana. «La ciudad sólo existe ... subordinando -a su propia forma de vida otra ... Para existir, tiene que dominar un imperio, por pequeño que sea.» 5 El triunfo de las ciudades en las formaciones precapitalistas siempre fue precario, fácilmente reversible. El crecimiento de las 4. G. Roupnel, Histoire de la campagne frangaise, París, 1952, citado en G. Friedmann, ed., Villes et campagnes, París, 1954. p. 3. 5. F. Braudel, Civilización material y capitalismo ( 1400-1800), traduc­ ción de Josefina Gómez Mendoza, Editorial Labor, Barcelona, 1974.

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ciudades disminuía su ritmo o incluso se detenía por completo según fuera el grado de control político sobre el campo y su ca­ pacidad para extraer de él el excedente agrícola y la mano de obra que conformaban su líquido vital. ¿Bajo qué condiciones el crecimiento urbano adquiere fuerza e impulso propios para romper su dependencia con respecto al campo en cuanto a sus necesida­ des de avituallamiento? ¿Cuándo y dónde debemos situar esta «revolución urbana» como aspecto clave de la transición al ca­ pitalismo? La moderna teoría de la urbanización nos ofrece una respues­ ta a estas cuestiones. Sin embargo, la tipología que agrupa las ciudades en «generativas» o «parasitarias» de acuerdo con su adaptación o inadaptación funcional al «crecimiento», adopta como paradigma el desarrollo, con lo que pasamos a «medir» los fra­ casos o deficiencias urbanas según criterios de valor derivados del capitalismo industrial. No puede ex p lica r ta les disparidades clasi­ ficándolas como unidades específicas inteligibles cápaces de pro­ porcionar las bases para una comparación global; por él contrario, lo que hace este tipo de análisis es ofrecer una proliferación de modelos descriptivos, de clasificaciones de subespecies, al tiempo que una multiplicación de factores ad in fin itu m . Asimismo, la categoría «preindustrial», a la que Sjoberg asimila las ciudades feudales, es demasiado inclusiva, pues no. permite captar la for­ ma. específica de la oposición campo-ciudad que genera el capi­ talismo occidental. La clasificación cuantitativa y ecológica (ta­ maño y distribución de los núcleos urbanos) que J. C. Russell aplica a las ciudades medievales europeas tan sólo puede ofrecer­ nos como resultados ín d ice s de urbanización, incapaces de dar una ex p lica ció n a los incontables casos de involución, regresión y alteración cualitativa, dentro de la Jerarquía establecida de acuerdo con el tamaño, que tanto abundan en la historia de las ciudades.6 La línea explicativa más fructífera nos retrotrae a Weber y 6. G. Sjoberg, The pre-zndustrial city, Glencoe, Illinois, 1960; J. C. Russell, Medieval regions and their cities, Newton Abbott, 1972. 16.



HILTON

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Pirenne, quienes sostienen que el carácter «generativo» peculiar de la ciudad europea medieval reside en su organización comu­ nal, corporativa, a modo de núcleo capitalista con capacidad para actuar como disolvente • de las relaciones sociales feudales. Así pues, «capitalismo y ciudades son básicamente una misma cosa en el mundo occidental» (Braudel); la autonomía corporativa y la relativa apertura de la estructura comunal de las ciudades europeas les permitieron «desarrollarse como mundos autónomos de acuer­ do con sus propias tendencias» (Weber). Según Pirenne, cuyos estudios sobre el comercio y las ciudades medievales han ejercido una enorme influencia, el cierre de las rutas comerciales del Me­ diterráneo entre los siglos vil y ix fue clave para el asentamiento de una economía agraria. «La economía de cambio fue substituida por una economía de consumo. Cada dominio ... constituyó desde ahora un pequeño mundo aparte. Vivió de sí mismo y sobre sí mismo en la inmovilidad tradicional de un régimen patriarcal ... en una economía doméstica sin mercados ... No vendieron porque no pudieron vender, y no podían vender porque les faltaban mer­ cados.» La reactivación del comercio a larga distancia que se opera a partir del siglo xi — el contraataque de la Cristiandad frente al Islam— reanimó ciudades y mercados (Italia, Flandes) destruyendo las «rígidas fronteras» del sistema señorial. «Como en la antigüedad, el campo volvió a orientarse hacia la ciudad.» Pero en esta ocasión la división del trabajo entre ciudad y campo transformó la estructura de este último. La ciudad multiplicó las necesidades del campesinado «al excitar sus deseos»; elevó su nivel de vida y trajo con ello el fin de la servidumbre, que «coin­ cidió con el aumento de importancia adquirido por el capital lí­ quido». El comercio urbano atrajo hacia la ciudad la producción agrícola, «modernizándola y haciéndola libre». Mientras la idea de libertad propia de los burgueses fue la de un orden privile­ giado, un monopolio de los ciudadanos, «[a] esta burguesía tan cerrada [le] estaba reservada la misión de difundir la libertad y la de convertirse, sin haberlo deseado, en la ocasión de la liberación gradual de las clases rurales ... No tuvo, sin embargo, la fuerza suficiente para detener una evolución de la que era la causa y a la

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que no podría suprimir si no era mediante su propia desaparición».7 Smith quizá haya abrigado ciertas dudas sobre la evolución tempo­ ral del proceso, pero su acuerdo con la substancia .del mismo es completo. Se plantea pues de inmediato, como en todas las teorías evo­ lutivas sobre «el ascenso del capitalismo», él problema de estu­ diar el largo período de gestación capitalista en las ciudades y el multisecular encumbramiento de la «clase media», una evolución interrumpida por falsas y espectaculares paradas, inversiones del camino y abandonos por parte del viejo orden antes de que aqué­ lla llegara a convertirse en la fuerza social dominante.8 Para Pirenne, esta fractura tan desordenada de la continuidad la resolvió la constante necesidad de llenar los huecos del stock capitalista con tal de mantener vivo su adaptable y agresivo espíritu de ries­ go e innovación.9 Pero nos enfrentamos ahora con una objeción de carácter más general. Mirar retrospectivamente en el decurso histórico el papel progresivo desempeñado por la burguesía urbana equivale a con­ siderar el mercado como la ú n ica fuerza dinámica, el principio que se esconde tras todo movimiento, todo cambio. El capitalis­ mo (.y sus núcleos urbanos) es la única formación social con ca­ pacidad de desarrollo, identificable con la mismísima historicidad. De ahí la necesidad de descubrir una fuente contingente, un «prin­ cipio motor» externo que pueda explicarnos su génesis: la aper­ tura de rutas comerciales, primero en el Mediterráneo y más tarde en el Atlántico, un desarrollo contingente y externo vis-a-vis las relaciones feudales dominantes en el campo, carentes intrínse­ 7. H. Pirenne, Las ciudades en la Edad Media, Madrid, 1972, pp. 32, 60, 140. El subrayado es mío. Max Weber, The City, Nueva York,. 1958, cap. 2: «La ciudad occidental». [Este texto concreto de M. Weber, se re­ coge en versión castellana en G. Germani, ed., Urbanización, desarrollo y modernización, traducción de Rosa Cusminsky de Cendrero, Editorial Paidos, Buenos Aires, 1976.] (N. del t.) 8. R. H. Hilton, «Capitalismo. ¿Qué hay tras esta palabra?», supra, p. 204.

9.

American Historical Keview. XIX, n.° 3 (abril 1914), pp. 494-495.

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camente de toda capacidad ulterior de desarrollo. El mercado ca­ pitalista mundial no sólo es la salida teleológica de la historia, sino también su punto de partida. El mercado y el principio de intercambio son los «motores» autogeneradores que se esconden tras to d o desarrollo, sea antiguo, feudal o capitalista;, su ausencia denota éxtasis. Hace ya mucho tiempo, Karl Polanyi llamó la atención sobre la falacia de la historiografía económica ortodoxa consistente en suponer que el mercado es el fin de to d a actividad económica y qué el mercado mundial es «un resultado natural de la expansión de los mercados».10 En época más reciente, este problema ha ocupado una posi­ ción central en el debate sobre la transición del feudalismo al capitalismo dentro de la historiografía marxista. De forma más con­ creta, surge en las críticas emitidas por Sweezy a los E studios s o b r e e l d es a r r o llo d e l ca p ita lism o y en los textos de la polémica mantenida entre 1950 y 1953 en la revista S cien ce an d S o ciety .11 Sweezy hace suya la tesis clásica de Pirenne, a saber, el impulso externo de los mercados urbanos basados en el comercio a larga distancia actuó como motor y elemento disolvente del modo de producción feudal. Dobb ya había criticado previamente en sus E stu d ios la disyunción entre una economía «natural» y otra de «intercambio», consideradas «como órdenes económicos inmisci­ bles», que presupone adoptar este punto de vista, al tiempo que rechazaba este modelo dualista como abstracción ahistórica del mercado, como esquema divorciado por completo de sus condi­ ciones concretas de realización. En otras palabras, rechazaba el modelo de Pirenne por considerarlo como una extrapolación a la 10. K. Polanyi, The great transformation, Boston, 1968, caps. 4-5. La primera edición data de 1944. 11. Cf. supra. Pueden encontrarse ulteriores discusiones relevantes so­ bre este tema en el coloquio organizado por el Centre d’Études et de Recherches Marxistes en 1968, con materiales previos aportados por C. Parain y P. Vilar, El feudalismo, traducción de María Lourdes Ortiz y Jesús Munárriz, Editorial Ayuso, Madrid, 19763; E. J. Hobsbawm, Precapitalist economic formations, Londres, 1964; y la reciente y original síntesis de Perry Anderson, Lineages of the absol'utist state, Londres, NLB, 1974, sobre las divergencias en la formación del estado absolutista.

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historia del supuesto fundamental que subyace la economía neoclá­ sica.12 Pero, al mismo tiempo, Dobb no niega el importante papel desempeñado por las ciudades y el mercado, como contradicciones «internas», en el derrumbamiento del feudalismo. Dobb integra la circulación de mercancías como «factor subordinado» que pro­ voca una más amplia especialización de la producción rural para el mercado, y un aceleramiento de la diferenciación socioeconó­ mica entre el campesinado y entre/frente al artesanado urbano, «factor subordinado» que desempeña un papel en la crisis y co­ lapso de la economía señorial. Tampoco niega Dobb la naturaleza capitalista de las ciudades en el seno del modo de producción feudal.13 Desde entonces, la tendencia de la investigación histórica ha sido situar las ciudades en el marco del modo de producción feudal, al tiempo que se justificaba la compatibilidad de aquéllas con el feudalismo europeo, el origen feudal de las ciudades y el papel esencial del capitalismo mercantil dentro del modo de pro­ ducción feudal.14 Tal enfoque coincide con la tendencia a rechazar el modelo dual de transición al capitalismo — mercados urbanos capitalistas frente a una «economía feudal de subsistencia», estática, en el campo— e intentar descubrir una serie de «leyes» dinámicas es­ pecíficas que gobiernen el desarrollo y la crisis del modo feudal de producción, leyes análogas a las que explican el proceso de acumulación capitalista. 12. Dobb, Estudios, pp. 27-28, 34, 38-39. 13. «Respuesta», supra, pp. 83-84. Véase también, supra, pp. 180-199, la excelente síntesis de Procacci sobre este debate. 14. F. Ya. Polianski, en Voprosy Istorii, n.° 1 (1953); A. B. Hibbert, «The origins of the medieval town patricíate», Past and Present, n.° 3 (fe­ brero 1953); C. Cahen «A propos de la discussion sur la féodalité», La Pensée, n.° 68 (julio-agosto 1956); G. Duby, Guerreros y campesinos, reseña­ do por Rodney Hilton en New Left Review, n.° 83 (enero-febrero 1974). Del otro lado, en apoyo de las posiciones de Pirenne, véase H. van Werwecke, «The rise of the towns», en Cambridge economic history of Europe, vol. III, cap. 1, donde se da casi una exclusiva preeminencia a las ciudades del noroeste de Europa «en las que el factor puramente económico era el más eficaz». [De la Cambridge economic history of Europe existe versión castellana. Cf. supra, nota 15, p. 28.] (N. del t.)

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No obstante, este camino plantea un importante problema. Dada la especificidad, de que gozan la ciudad y el capital mercan­ til d en tr o del modo de producción feudal, ¿cuáles fueron los factores determinantes de la «revolución urbana» en Europa occi­ dental que llevaron a la disolución de este modo y a una ulterior conquista del'campo por parte de la ciudad? ¿Cómo pueden las ciudades ser «interiores» y «exteriores» a un mismo tiempo? ¿Cuál es la forma específica que adopta en occidente la oposi­ ción campo-ciudad, situados u n o y otra d e n tr o y fr e n t e al feuda­ lismo? Si rechazamos la hipótesis dualista, y debemos hacerlo, tanto en lo que respecta a la historia del mercado como a la del capitalismo y la de las ciudades, se plantea forzosamente una dis­ continuidad radical que ya estableció Marx desde un punto de vis­ ta teórico. En su primer esbozo de la historia de la sociedad civil dentro de La id e o lo g ía alem ana, la división del trabajo entre ciu­ dad y campo, entre capital y propiedad rústica, constituye el motor central del desarrollo autónomo, materialista, de las contradiccio­ nes en una sociedad civil que camina hacia el establecimiento del mercado en una sociedad de clases. Esta postura contrasta con la de Hegel, para quien la polarización entre ciudades (la esfera de la corporación, de la organización finita) y campo (la «sede de la vida ética cimentada sobre la naturaleza y la familia») sólo es un momento — la «fase de división»— dentro de la mucho más elevada realización de la universalidad, la del estado».15 Marx, en un pasaje de El ca p ita l,16 vuelve sobre su análisis primitivo para definir ahora la separación entre ciudad y campo como «el fundamento de toda división del trabajo desarrollada, que se logra a través del intercambio de mercancías». El objetivo que persigue es mostrar que tal separación, como base sobre la que se fundamenta to d a división social del trabajo, se da en las más diversas formaciones sociales. Por ejemplo, en las comuni­ 15. Marx y Engels, La ideología alemana, traducción de Wenceslao Roces, Grijalbo, Barcelona, 1970; Hegel, Líneas fundamentales de la filo­ sofía del derecho, traducción de F. G. Vicent, Revista de Occidente, Ma­ drid, 1935. 16. Marx, El capital, vol. I, cap. XIV.

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dades indias, donde actúa con la «irresistible autoridad de una fuerza de la naturaleza». Esta división social se limita a sentar la existencia de las ciudades como tales, y en modo alguno puede confundírsela (como hace Smith) con la división del trabajo qué genera el m erca d o capitalista, y por consiguiente la ciudad ca p i­ talista, que implica el fraccionamiento de toda espedalización es­ tablecida en base a dependencias recíprocas y cristalizada por la tradición para dar una nueva ubicación a las piezas resultantes, ubicación que se fija de modo indirecto a través del movimiento de los precios del mercado. Tampoco puede equiparársela con la organización técnica de las operaciones específicas dentro del pro­ ceso de manufactura, pues en este caso «sólo es una mercancía el producto combinado resultante» y trae consigo «la autoridad directa del capitalista sobre hombres que son meras partes de un mecanismo que precisa de aquél». Por consiguiente, no puede existir una evolución lineal del «mercado» a partir de la división social del trabajo; no hay una evolución de la ciudad capitalista, ni de la correspondiente oposición/subordinación ciudad-campo, que arranque de la sociedad antigua o feudal hasta llegar a la capitalista. La dominación de la ciudad capitalista, lo mismo que la de la industria que tiene su ra ison d ’é t r e en el trabajo asala­ riado, es el producto de una ruptura histórica, el «pecado origi­ nal» del capital, su «acumulación originaria». Por otra parte, el desarrollo de la fábrica tampoco puede deducirse del de la so­ ciedad. Así pues, ¿cuáles son las discontinuidades o «etapas» de esta transición? Marx define la especificidad de la ciudad medieval occidental del modo siguiente: La historia antigua clásica es historia urbana, pero de ciuda­ des basadas sobre la propiedad de la tierra y la agricultura; la historia asiática es una especie de unidad indiferente de ciudad y campo (en este caso las ciudades verdaderamente grandes de­ ben ser consideradas meramente como campamento señorial, como una superfetación sobre la estructura propiamente econó­ mica); la Edad M^edia (época germánica) surge de la tierra como sede de la historia, historia cuyo desarrollo posterior se con­

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vierte luego en una contraposición entre ciudad y campo; la moderna es urbanización del campo, no, como entre los anti­ guos,, ruralización de la ciudad.17

Esta indicación sibilina, pues no es más que eso, del carácter dinámico .de la oposición entre ciudad y campo^ característica del modo de producción feudal debe ser complementada con el análi­ sis del capital mercantil que lleva a cabo Marx en el volumen III de El capital. Marx rechaza la historia evolutiva del capital basada en las categorías del intercambio burgués (la esfera del «libre co­ mercio vulgar»), pues éstas — la libre e igual concurrencia en el mercado— son meras formas fenoménicas de las relaciones socia­ les de producción expresadas a través de la lente distorsionadora de las relaciones existentes entre los productos del trabajo. La economía política burguesa transfiere la esfera de la circulación, de la que surge el capital mercantil — la «primera forma libre de capital»— y que es la base de la acumulación urbana medieval, «de su prehistoria al presente», con lo que pretende establecer «el derecho del capital a los frutos del trabajo ajeno ... a partir de las leyes simples y “justas” del intercambio de equivalen­ tes».18 El procedimiento debe ser «precisamente el inverso».19 Aunque el capital mercantil tiene efectos disolventes en el marco del modo de producción feudal, «considerado de por sí, es insuficiente para llevar a cabo y explicar la transición de un régimen de producción a otro». La ,mera existencia de producción de mercancías y de capital basado en la circulación no son motores suficientes para generar el proceso de disolución que desemboca en el modo de producción capitalista. «Si no, la antigua Roma, Bizancio, etc., hubieran concluido su historia con trabajo libre y capital», mientras que «de hecho esta disolución condujo al predo­ minio del campo sobre la ciudad». En otras palabras, donde la acción corrosiva del capital mercantil conduce «a que un nuevo 17. Marx,. Grundrisse, vol. I, p. 442. 18. I b i d yol. I, p. 466. 19. Marx, Contribution to the critique of political economy, Londres, 1971, pp. 213-214. [Cf. s-upra, nota 15, p. 100.]

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modo de producción desplace al antiguo, la sustitución no depende en modo alguno del comercio sino del carácter específico del viejo modo de producción».20 De hecho, el desarrollo autónomo del capital mercantil, basa­ do en la diferencia de precios que se da entre mercados y esferas de producción, sep a ra d o s unos de otras (comprar barato y vender caro), es «inversamente proporcional a la ausencia de sujeción de la producción al capital». Dicha ex teriorid a d del capital con res­ pecto a la producción es la condición-misma de su existencia, pues se sitúa como «intermediario» «entre extremos que .no controla y entre premisas no impuestas por él». El capital mercantil sólo puede redistribuir plusvalía partiendo de beneficios accidentales, de ahí su papel clave en la acumulación primitiva de capital. Pero en modo alguno puede ser una fuente de acumulación permanen­ te, autorreproductora. Aun cuando desempeña, junto con sus for­ mas «domésticas» de usura y especulación con la escasez, una fun­ ción p rep a ra to ria central, no puede jugar un papel endógeno de­ terminante en el proceso de transición. Tales consideraciones nos permiten definir de una forma más precisa la unidad/oposición de ciudades y «capitalismo» urbano dentro del modo de producción feudal. El «capital» y los «mer­ cados» en los que se basaba el crecimiento urbano feudal no eran en modo alguno los antecesores del mercado mundial capitalista. Es un error interpretar de forma unilateral, al margen del con­ texto feudal que determina su «exterioridad» e independencia con respecto al capital mercantil al tiempo que define sus límites, la «libertad» de las ciudades medievales. La autonomía de la ciu­ dad no fue la de «una isla no feudal» (Postan). Su libertad y de­ sarrollo como enclave social colectivo no se establecieron, como señala Weber en su formulación historicista, «de acuerdo con sus p rop ia s inclinaciones». Por el contrario, se asentó, a la vez que se vio limitada, por una total parcelación de la soberanía basada

20. Marx, El capital, vol. III, cap. XX, pp. 316 y ss.; Grundrisse, vol. I, p. 468.

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en la. co in cid en cia d e r ela cio n es p o lítica s y eco n ó m ica s d e su b o rd i­ n a ción / a p rop ia ción impuestas por el propio modo de producción feudal. El hecho que estimuló un desarrollo más pleno del capital mercantil en las ciudades medievales fue precisamente la existen­ cia de dicha autonomía urbana corporativa (a modo de «señor colectivo») en el marco de una estructura celular cimentada en una soberanía «graduada».. De ahí que el «capitalismo» urbano fuera, a un mismo tiempo, interior y exterior al modo de pro­ ducción feudal, o, para ser más precisos, que su interioridad fuera la co n d ició n de su exterioridad. Por tanto, el enfrentamiento en­ tre «interior» y «exterior» que se suscita en el debate entre Dobb y Sweezy, debe reinterpretarse a la luz de este enfoque que aca­ bamos de esbozar. La «oposición» de las ciudades feudales fue una oposición de esferas de soberanía económico-corporativas, y debe contemplarse como un elemento tan interno al feudalismo como pueda serlo el auge y declive de la economía señorial. Le­ jos de la inmovilidad, lejos de ser exclusivamente «rural», el feu­ dalismo fue el primer modo de producción en la historia que, gra­ cias a la auténtica ausencia de soberanía dentro del mismo, asignó un lugar estructuralmente autónomo a la producción urbana y al capital mercantil. La «exterioridad interna» que permitió el crecimiento inde­ pendiente del capital urbano, la conquista de rutas comercia­ les, etc., en Europa, contrasta de forma muy marcada con la «ciu­ dad oriental», vinculada de forma muy estrecha y permanente a la suerte del poder imperial y en la que prácticamente no se die­ ron fragmentaciones políticas excepto en los períodos de anarquía interna. En las «ciudades abiertas» chinas nadie era libre. Las murallas de la ciudad no son un símbolo de su autonomía jurídica frente a la zona rural circundante, como en el caso de Europa, sino una defensa externa de tipo militar-administrativo ante una elevadísima autoridad recaudadora de impuestos, que en la mor­ fología de la ciudad viene representada por la «ciudad interior», fortificada, separada del resto y reservada a los círculos oficiales de funcionarios públicos. La ciudad carece de autonomía social. Su estructura social, basada en clanes, linajes y sectas religiosas,

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es una extensión de la que priva en el campo.21 Resulta ilumina­ dor contrastar esta situación con el auge de comunidades de mer­ caderes independientes en el Japón, que se asientan junto a las ciudades amuralladas de la nobleza durante el descentralizado pe­ ríodo Ashikaga (1339-1573), o con el espectacular crecimiento del puerto libre comercial de Sakai, la «Venecia japonesa» para los misioneros jesuítas, que llegó a albergar a más de 50.000 ha­ bitantes.22 El crecimiento de la ciudad feudal estuvo muy estrechamente vinculado al desarrollo de la economía señorial. Ésta, lejos de ser un sistema estático de «producción para el uso» basado en la apropiación directa del trabajo excedente y de la renta de los campesinos, en condiciones en que los medios de producción es­ tán en manos de los productores directos y «la relación política entre dueño y siervo es, por consiguiente, una parte esencial de la relación económica de apropiación»,23 fue el auténtico motor que sostuvo el modo de producción feudal y sus crisis del si­ glo XIV. La resistencia de los campesinos a prestar sus servicios de trabajo en los dominios señoriales, la lucha para emplear el trabajo en el cultivo de las tierras familiares y para retener tanta parte como . fuera posible del producto del mismo, la constante expansión de la propiedad alodial y la batalla en pro de la eman­ cipación rural (las comunas, rurales. italianas y francesas) fueron batallas a duras penas «secundarias», movimientos de «protesta» sin incidencia sobre las relaciones sociales, por no decir imitaciones de las iniciativas urbanas. La transformación de la renta feudal que engendraron todos estos hechos (de renta pagada en trabajo 21. E. Balazs, Chínese civilization and hureaucracy, New Haven, 1964, cap. 6; M. Cartier, «Une tradition urbaine: Les villes dans la Chine antique et médiévale», Annales (julio-agosto 1970);/Weber, op. cit.; Braudel, op. cit., cap. 8. 22. J. W. Hall, «The castle town and Japan’s modern urbanízatión», en Hall y Jansen, eds., Studies in the institutional history of early modern Japan, Princeton, N. J., 1968, cap. 10, pp. 171-179. 23. ■ Marx, El capital, vol. III, cap. XLVII; Lenin, El desarrollo del capitalismo en Rusia, Ariel, Barcelona, 1974.

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a renta satisfecha en productos o en dinero) estimuló el creci­ miento de la producción independiente de mercancías y la dife­ renciación social entre el campesinado al fijar el trabajo excedente como una magnitud constante, aunque no puede afirmarse que tales movimientos alteraran por sí mismos la naturaleza básica de la renta feudal como apropiación del trabajo excedente no remu­ nerado por parte del señor. El propio Marx señaló las posibili­ dades dinámicas inherentes al modo de producción feudal no sólo en un sentido extensivo-territorial, sino en términos de la batalla entablada para distribuirse el producto excedente. Fue esta última la que determinó los límites de la economía asentada en los do­ minios señoriales y, por consiguiente, el desenlace de la crisis del siglo x iv (victoria de los señores de la tierra y apropiación del trabajo forzado en la «segunda servidumbre» dentro de Europa oriental; victoria de la producción de mercancías por parte del campesinado y aparición de una clase de pequeños propietarios rurales — y e o m e n o la b o u reu rs— en Europa occidental).24 Las re­ vueltas campesinas, que fueron en constante aumento a lo largo del siglo x iv al intensificarse la prestación de servicios en un con­ texto de escasez de trabajo, fueron «tan inseparables del régimen señorial como lo son las huelgas del modo de producción capita­ lista desarrollado» (Bloch). El persistente mito histórico de la pasi­ vidad del campesinado (a pesar de las evidencias contemporáneas que nos demuestran todo lo contrario) debe contrastarse con he­ chos tales como el indudable papel central que desempeñó en la crisis de la economía dominical, su supervivencia en la mayor parte de Europa y, por encima de todo, su victoria en Francia en 1789.25 Compite con este mito el del carácter revolucionario de la burguesía urbana. Pero como muy bien ha señalado Hilton, mien­ tras que la lucha en el campo es fundamental por cuanto con­ cierne a la generación misma del producto excedente, la que se 24. Marx, El capital, vol. III, cap. XLVII. 25. Para la mayoría de los temas, véase Rodney Hilton, Bond men made free, Londres, 1973, un trabajo de importancia decisiva.

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desarrolla en las comunidades urbanas sólo se centra en «la dis­ tribución del excedente una vez ya ha sido arrancado de las ma­ nos de sus productores directos».26 De forma similar, Porchnev, en un trabajo sobre las revueltas campesinas en Francia durante la crisis del siglo x vn que abrió nuevos caminos a la investigación histórica, nos muestra que tales levantamientos fueron el «motor» de la refeudalización de la burguesía urbana, que se alineó junto a la nobleza en defensa de un orden social basado en la extracción de rentas, dentro del marco de un nuevo «feudalismo estatal» ab­ solutista.27 Mientras la renta, bajo sus diversas formas, siguió siendo la forma fundamental de apropiarse del excedente y el capital se mantuvo al margen del proceso productivo, los intereses de la burguesía urbana co n v e r g ía n objetivamente con los de la explota­ ción del campo, y bajo este punto de vista debe contemplarse la ausencia de vocación revolucionaria de las ciudades y las cons­ tantes «entregas» de la burguesía al viejo orden, como si tuviera alguna cuenta pendiente con él, que ciñéndose al caso concreto de Alemania nos muestra Engels que siguieron idéntico proceso en 1525 que en 1848. En este contexto, la postura de la ciudad como «señor colec­ tivo» fue, y siguió siéndolo mientras estuvo apoyada por el esta­ do absolutista, la de un monopolio corporativo. «Las ciudades se tornaron unidades sociales y económicas características cuando, y precisamente a causa de ello, ciertas poblaciones se situaron al margen del contexto general mediante leyes que las protegían y privilegios que las convertían en centros mercantiles o de pro­ ducción, al tiempo que eran negados algunos o todos los derechos a la zona rural circundante.» El comercio quedó «estrictamente reservado para quienes se asociaran a la comunidad mercantil de

26. Hilton, «Warriors and peasants», New Left Review, n.° 83 (enerofebrero 1974), pp. 81-82. 27. B. Porchnev, Les soulevements populaires en Franee de 1625 a 1648, París, 1963.

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una ciudad dada».28 El sesgo liberal librecambista de Pirenne le inclina a contemplar este carácter monopolista restrictivo de las ciudades medievales como un obstáculo a la libre circulación, re­ presentada por el elemento «dinámico» del comercio a larga dis­ tancia. Pero, por el contrario, el exclusivismo manifestado por las ciudades medievales debe observarse precisamente como co n d ició n p r ev ia necesaria para el desarrollo del capital mercantil en este momento histórico. No debemos perder de vista este carácter feudal del «capitalismo» primigenio; la circulación basada sobre el libre intercambio de equivalentes es un proceso que sólo se da una vez alcanzado el total desarrollo del mercado capitalista. En época tan tardía como el siglo xvm , en la mayor.parte de Europa el mercado seguía restringido a un determinado tipo de mercancías, el trabajo se pagaba a menudo en especies y la comer­ cialización de los productos agrícolas era todavía muy parcial. La producción para el consumo propio, las ventas bajo la forma de trueque y el pago en especies reducían notablemente la esfera de las transacciones monetarias y, por tanto, del dominio del mer­ cado. Galiani estimaba en 1751 que el 50 por ciento de las tran­ sacciones que se efectuaban en Nápoles tenían lugar al margen del mercado: «los campesinos, que constituyen las tres cuartas partes de nuestra población, no pagan ni una décima parte de lo que consumen en efectivo».29 EL mercado era un privilegio restringido y su «captura» traía consigo la im p o sició n de un monopolio productivo y comercial fren­ te al campo circundante y frente a la intromisión de las ciudades ri­ vales. Mientras el mercado dependió de los desniveles de precios entre esferas de producción separadas en el marco de un modo productivo en el que los productores poseían en sus manos los medios de producción y subsistencia, el comercio tan sólo se asentó en los intersticios del sistema, monopolizando el abasteci­ miento de un conjunto limitado de bienes, y estuvo sometido a la 28. Véase el excelente panorama general de A. B. Hibbert, «The eco­ nomic policies of towns», en Cambridge economic bistory of Europe, vol. III, cap. 4. [Cf. supra, nota 15, p. 28.] 29. F. Braudel, op. cit., p 355 (ed inglesa). .

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tolerancia política. De hecho, fue «más una estructura tributaria que una estructura comercial».30 El comercio no pudo escapar en modo alguno de este marco de referencia monopolístico. Dependió del éxito que tuviera la ciudad en sus intentos para asegurarse una* posición- favorable como intermediario mediante el establecimiento de políticas co­ merciales a gran escala, concentrando y diversificando dentro del ámbito del mercado las transacciones de intercambio, imponiendo que éstas se efectuaran en el mayor grado posible dentro del mismo, impidiendo el acceso directo al mercado, por medio de «leyes de hospedaje» a los forasteros, etc. En el Mediterráneo, la economía urbana asentó sus fundamentos en el monopolio del abastecimiento de ciertas mercancías clave, defendiéndose frente a las ciudades rivales mediante embargos, alianzas, guerras o pira­ tería. Guerra, diplomacia y comercio se convirtieron en sinóni­ mos. (En este sentido, resulta elocuente la suerte corrida por Pisa, arruinada primero por Génova — en 1284 esta última ciudad construyó un malecón sobre la desembocadura del Árno y es­ tranguló el puerto al facilitar la sedimentación del cieno arrastra­ do por las aguas del río— y más tarde por Florencia.) Por otro lado, se trataba también de excluir a las zonas rurales del mo­ nopolio del intercambio y del monopolio gremial en la producción de manufacturas. En los centros textiles flamencos del siglo xm se impedía la producción de baja calidad fuera del recinto de la ciudad con expediciones punitivas destinadas a destruir telares y tinas para batanado-en las villas circundantes; he aquí un claro esfuerzo para crear un vacío industrial y privar al h in terla n d de materias primas y de la posibilidad de vender productos urbanos. En Escocia, los burgos reales se vieron cercados por sus propias libertades; dentro de sus límites, «sólo los burgueses podían ejercer cualquier tipo del comercio al por menor, incluso el de mercancías del país», monopolio que sólo se rompió, y aun de 30. A. B. Hibbert, loe. cit.', O. Lattimore, «The frontier in history», Relazioni del X Congresso di Scienze Storiche,. Florencia, 1955, pp. 124-125; I. Wallerstein, The modern tvorld system, Nueva York, 1974, pp. 20-21.

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forma parcial, a finales del siglo x v i i . En el caso de Flandes, se ha atribuido el fracaso de las ciudades textiles para desarrollarse bajo la forma de «ciudades-estado» a «la exclusiva preocupación de los burgueses por la ciudad y sus intereses urbanos», a su «tendencia a abastecerse fuera del país», lo que impidió el esta­ blecimiento de una unidad económica viable entre la ciudad y el campo».31 Como indica Polanyi, la ciudad «cubrió el mercado y lo preservó de su ulterior expansión». El crecimiento de la ciudad dependió de sus límites, de la salvaguardia de estos monopolios frente al campo, que les llevaron «a explotarlo [al campo] eco­ nómicamente a través de sus precios monopolistas, sus sistemas de impuestos, sus organizaciones gremiales, la usura y el fraude comercial directo».32 El crecimiento de suburbios carentes de todo privilegio (b a n -lieu ) permitió el cobijo de aquellos artesanos y productores más pobres fuera de las murallas, y por tanto de los privilegios, de la ciudad. Aun cuando dicho monopolio y las condiciones jurídicas que lo consienten hayan hecho de la ciudad una colectividad, un cuer­ po corporativo, anómala dentro de la articulación vertical caracte­ rística del poder feudal en el campo, no por ello deja de depender de este «marco feudal» para defender sus privilegios. En Ingla­ terra, donde en todo caso este carácter monopolista se dio de forma limitada, el marco en el que tuvo lugar el crecimiento de la ciudad fue «una sociedad dominada por señores eclesiásticos y laicos que, antes de relajar su dominio, si es que lo hicieron en algún momento, dieron su propio sello a buen número de ciudades y se apoderaron de una parte de los beneficios». Con todo, el autogobierno y los privilegios económicos constituyen los elementos clave del crecimiento urbano, como nos lo demuestra el hecho de que éste quedara paralizado en ciudades que no lo­ graron obtener para sí una serie de derechos fundamentales sobre, 31. A. B. Hibbert, op. cit.; T. C. Smout, A kistory of the Scottish people, Londres, 1972, p. 147; D. M. Nicholas, «Town and countryside: Social and economic tensions. in 14th century Flanders», Comparative St li­ dies in Society and History, X (julio 1968), pp. 458-485. 32.’ Marx, El capital, vol. III, cap. XLVII.

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por ejemplo, su grano o sus fábricas de tejidos (Warwick, St. Albans, Wells, Bury St. Edmundsj etc.).33 En Italia, donde la ciudad-estado hizo del núcleo urbano un señor total, la mayor parte del país estaba conformada por «ex­ tensos dominios feudales, dentro de cuyos intersticios las comunas luchaban denodadamente para mantener una efímera independen­ cia». El vasallaje siguió vigente en la mayor parte de la Italia rural, mientras que las ciudades dependían, tanto militarmente como en cuanto concierne a su abastecimiento, de los principales feudatarios locales. Por otro lado, el encumbramiento y control de dinastías de c o n d o ttie r i sobre las mismas ciudades eran más la norma que la excepción (los señores de la Romaña, los Estensi sobre Ferrara, los Visconti sobre Milán, etc.).34 De forma similar, los privilegios comerciales de las ciudades hanseáticas dependían, incluso en la fase cumbre de su poderío, de la protección que les dispensaba la orden de los caballeros teutónicos.35 Nada revela- mejor los límites de la economía urbana que su declive e involución en el seno de un mercado mundial en creci­ miento para dejar paso a la consolidación de una soberanía estatal a partir del siglo xvr. Este cambio coincide con una espectacular alza especulativa del capital mercantil, acumulado por medio del comercio colonial y los créditos fiscales. El declive de las corpo­ raciones urbanas del Mediterráneo, al que siguió su sumisión a las nuevas monarquías (descalabro de los co m m u n ero s, caída de Flo­ rencia, dominación de Italia por los Habsburgo) no fue un evento accidental (debido a los «descubrimientos atlánticos», en los que por otra parte el capital italiano participó de lleno; como ha de­ mostrado Braudel, en las etapas iniciales el Atlántico no fue más que una extensión comercial del Mediterráneo). Por el contrario, las causas más bien parecen haber sido las limitaciones objetivas 33. R. H. Hilton, A medieval society, Londres, 1969, p. 177. 34. D. Waley, The Italian city republics, Londres, 1966, pp. 110-123, 221-230. 35. M. Malowist, «The problem of the inequality of economic. development in Europe in the Later Middle Ages», Economic History Review, 2.a serie, XIX (1966), pp. 25-26. 17.

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del propio capital mercantil y su fracaso para desarrollar una base productiva adecuadamente amplia para promover la acumulación de capital. Cipolla señala que este fracaso, general si exceptua­ mos el noroeste de Europa, en ir m á s allá del exclusivismo re­ presentado por las estructuras gremiales y municipales y de la producción de bienes de alta calidad para un mercado escasa­ mente creciente, constituye el factor esencial del declive de la economía urbana en Italia. Los mismos «límites» que permitie­ ron la obtención de una autonomía total al capital mercantil dentro del modo de producción feudal se convirtieron ahora en cadenas que lastraban el ulterior desarrollo del capitalismo: «la situación se invirtió ... Las ciudades que habían contribuido en un primer momento al asentamiento de un nuevo sistema eco­ nómico progresivo se tornaban ahora un núcleo de. intereses que combatía contra el nuevo tipo de desarrollo».36 Este proceso vino acompañado por una involución interna hacia formas ren tista s de acumulación de riqueza, por el retorno a la tierra del capital urbano. Los títulos de deuda estatales (State b o n d s ) y los tributos arrendados (tax fa rm in g) (Casa di San Giorgio en Genova, los m o n ti en Florencia) transformaron la élite urbana en una aristocracia terrateniente o rentista que iba a fu­ sionarse con la propia nobleza absentista. La «refeudalización» de la ciudad causada por la transformación del capital mercantil en rentas no debe ser contemplada como la «defección» o «trai­ ción» de una burguesía hambrienta de mejorar su sta tu s social (que implica una contradicción de intereses de clase que pueden ser «traicionados»); y mucho menos, como pretende hacer Peter Burke en su reciente estudio sobre las élites de Venecia y Amsterdam, en términos de un «trastrueque en el estilo de vida» que llevaría de la actitud mental de un empresario a la de un rentista, esta última conectada de forma manifiesta con el con36. C. Cipolla, «The economic decline of Italy», 'Economic History Review, 2.a serie, V (1952); A. Pizzorno, «Three types of urban social structure and the development of industrial society», en G. Germani, ed., Urbanización, desarrollo y modernización, traducción de Rosa Cusminsky de Cendrero, Editorial Paidos, Buenos Aires, 1976:

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sumo. De acuerdo con este ultimo enfoque, nos circunscribiría­ mos meramente a una aceptación del veredicto contemporáneo de declive moral, con el correspondiente abandono elitista y subjeti­ vo de toda explicación histórica.37 Por el contrario, la situación debe contemplarse —como su­ cede en el caso de la decadencia española— como un producto de la naturaleza especulativa e incierta de la ya mencionada eclo­ sión del capital mercantil, de la que es un buen testimonio su cambio de dirección durante la crisis del siglo xvn, que favoreció el flujo de riqueza urbana hacia formas usurarias de renta y el arrendamiento de tributos. El resultado en que desembocó este «feudalismo rentista» —la fusión del capital mercantil con los grandes terratenientes feudales— fue, dentro dél estado absolu­ tista, la fiscalización de la renta sobre una base nacional (Porchnev), lo que acentuó la brecha entre campo y ciudad basada en un nexo crédito-débito absentista. Puesto que la transición a la renta monetaria significa un mero cambio en la fo rm a de ésta —y s e m a n tien e in a ltera d a en su s d em á s a s p e cto s — , la afluencia del capital urbano en la compra-venta de títulos, en el arrenda­ miento de las rentas señoriales, etc., no tiene por qué desem­ bocar en un terrazgo capitalista, según Marx el «camino directo» hacia la agricultura capitalista en Inglaterra. La comercialización urbana de la agricultura puede muy bien llevar a un reforza­ miento de una relación rentista externa bajo control urbano, de forma que lo que se produce es una mera cristalización sobre bases comerciales de las' obligaciones feudales, las rentas señoria­ les o los diezmos eclesiásticos, bases que no tienen interés al­ guno en destruir los receptores de toda esta gama de ingresos. En realidad, la comercialización de la agricultura solió venir acompañada de un movimiento de reacción por parte de la clase señorial. Las exacciones se hicieron cada vez más penosas y desen37. F. Braudel, El Mediterráneo en la época de Felipe II , traducción de Mario Monforte y Wenceslao Roces, Fondo de Cultura Económica, Méxi­ co, 1953, 2 vols.; P. Burke,. Ventee and Amsterdam, Londres, 1974, basa­ do sobre el modelo explícitamente antimarxista de la circulación de élites propuesto por Pareto.

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cadenaron una ola de levantamientos campesinos contra la explo­ tación fiscal y la de los terratenientes absentistas que alcanzó su clímax a mediados del siglo xvn. El estado absolutista era ante todo y por encima de todo una máquina para extraer rentas, en la que las ciudades tenían tanto interés como pudiera tenerlo la nobleza.38 La acción del capital urbano sobre la sociedad rural se ejerció básicamente a través del capital usurario, explotando la carestía de crédito en el campo (intensificada a causa de la transición hacia formas monetarias de renta y a las demandas fiscales), es­ peculando con la subida de precios y la escasez, hipotecando los tributos y servicios feudales. La usura «se alimentó» del viejo modo de producción sin alterarlo en lo más mínimo. Éste seguía dependiendo, lo mismo que el capital mercantil, de un mercado precapitalista y de la pequeña producción de mercancías, elemen­ tos gravados ahora con la apropiación fiscal. Los tributos arren­ dados y usurarios solían pasar de mano en mano (Duby). El do­ minio ejercido por el capital rentista (basado en rentas derivadas de la propiedad y rentas «instituidas», por ejemplo las formas usu rarias de renta) queda muy bien ilustrado por este tipo «inter­ medio» de arrendamientos — m ezzadria o aparcerías (sh a r ecr o p p in g )— muy difundido en Italia y el sur de Francia, en el que el capital urbano se reparte el producto con el campesino a modo de pago por sus respectivos gastos de inversión. Esta forma «de transi­ ción» en la que aparecen asociados capital mercantil y agrícola39 no es tal en un sentido históricamente dinámico, pues el desarrollo de la renta usuraria tiene lugar dentro, más que contra, la estructura feudal de sociedad rural. A pesar de un temprano desarrollo del arrendamiento capitalista en las zonas irrigadas de la cuenca del Po, las inversiones del capital urbano en la agricultura italiana ten­ dieron por lo general a refeudalizar las relaciones agrarias.40 La 38. R. Villari, La rivólta antispagnola a Napoli: Le origine 1585-1647, Bari, 1967, pp. 228 y ss. Véase también Porchnev y Anderson, op. cit y P. Goubert, El antiguo régimen, Siglo XXI, Madrid, 1971, cap. VI. 39. Marx, El capital, vol. III, cap. XLVII. 40. R. Zangheri y E. Sereni, en Agricoltura e sviluppo del capitalismo,

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transición urbana a un tipo de riqueza rentista raramente tuvo como causa un declive del «concepto de vida empresarial», pues dada la coyuntura de la época la inversión en títulos y rentas señoriales ofrecía mucha más seguridad a las retribuciones bajo la forma de beneficios. Las inversiones genovesas en trigo, aceite, seda y otros productos procedentes del sur de Italia producían beneficios del orden del 30 por ciento. La migración de la aristo­ cracia veneciana hacia térra je r m a no se debió al mero deseo de deleitarse con la arquitectura palladiana, sino que vino acompa­ ñada de una intensificación del sistema señorial de arrendamientos basada en la explotación comercial de los cultivos de maíz y cáñamo y de la cría de ganado en los terrenos anteriormente ocupados por aquélla.41 La paradoja de este feudalismo «capita­ lista», o para ser más precisos, «rentista», es que en la mayor parte de Europa la comercialización de la agricultura más que debilitar fortaleció las obligaciones del campesinado. En Europa oriental se produjo un declive similar de las ciu­ dades «libres» basadas en la producción artesanal. En este caso, dado que la autonomía de las ciudades se hallaba estrechamente cercada por la presión de una economía señorial y debilitada a causa de su mera función de intermediarias en el tránsito de bienes hacia los mercados occidentales, el crecimiento del mer­ cado mundial trajo como consecuencia la subordinación de la bur­ guesía urbana a una economía señorial de exportación basada en el trabajo c o r v é e . La supuesta antítesis entre feudalismo y co­ mercio que se deriva del modelo dualista en que ciudad y campo se contemplan como modos de producción diferenciados y sepa­ rados, y la correlación ecológico-espacial entre las ciudades y el «declive» del feudalismo que trae implícita dicha interpretación (dice Sweezy, «en las proximidades de los centros comerciales el efecto sobre la economía feudal es fuertemente desintegrador; Istituto Gramsci, Roma,. 1970, pp. 682-703; Marx, El capital, vol. III, cap. XXXVI. 41. P. Villani, Eeodalita, riforme e capitalismo agrario, Bari, 1968, pp. 116-125.

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cuando nos alejamos de ellos, tiende a ser el opuesto»), no nos permiten explicar la diversidad de formas adoptadas por este feudalismo de la agricultura comercial desde la Edad Media hacia adelante, y ello no sólo en el este de Europa. En Europa central (Bohemia, Sajonia, Austria), donde a partir de la guerra de los Treinta Años vino desarrollándose ventajosamente un mercado in­ terior, vemos aparecer una situación «intermedia». La respuesta a la escasez de trabajo en los dominios señoriales es, en algunos casos, el aumento de los salarios y, en otros, la intensificación de los servicios de c o r v é e , mientras que las ciudades libres se veían socavadas por la producción que salía de los «dominios ur­ banizados», mucho más barata ya que los estados feudales se ha­ llaban libres de los gravámenes impuestos por las regulaciones gremiales. Las ciudades libres, junto con los grandes estados de ellas dependientes, tendían a «seguir la misma ... política eco­ nómica que los magnates aristocráticos».42 En Francia, donde el predominio de la riqueza urbana ren­ tista se vio reforzado en el a n d e n r é g im e gracias a la confirma­ ción del privilegiado sta tu s de que habíá gozado hasta entonces la ciudad, se hizo cada vez más acusada la «externalidad» entre ciudad y campo. El rentista fue «alejándose más y más de la fuente de sus ingresos ... haciéndose cada vez más y más ajeno al campo, aquellos “desiertos”, menospreciados incluso después de la época de Moliere. Pertenecía a la ciudad, fuera la capital, fuera provincial, nacional o real ... Los intereses y la residencia del rentista y de quien satisfacía las rentas les situaban demasiado claramente en orillas opuestas».43 Este hecho nos explica la limi­ tada y episódica resistencia de las ciudades a la centralización real — participación urbana en la Ligue o en las Frondes— y que la concentración en las ciudades de la riqueza procedente de la tierra se viera enormemente acentuada por el absolutismo. El 42. J. V. Polisensky, The Thirty Years War , Londres, 1971, pp. 38, 40, 44-49; A. Klima, J. Macurek, «La question de la transition du féodalisme au capitalisme en Europe centrale», X I International Congress of Historical Sciences, Rapports, vol. 4, pp. 99-102. 43. P. Goubert, op. cit.

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pasmo de Arthur Young ante el contraste entre el campo bretón y la opulencia del puerto de Nantes — «no aparece por parte al­ guna una transición suave del bienestar a la holgura ... de la mendicidad al despilfarro»— da testimonio de una inconsistencia fundamental en las condiciones que rigieron la acumulación origi­ naria en Francia. La crisis del siglo xvn, esbozada por primera vez por Hobsbawm en su artículo de 1954, revela la fragilidad de este mercado mundial basado en la especulación del capital mercantil ,y el man­ tenimiento de las relaciones de producción feudales, tanto en el campo como en la ciudad. «El b o o m económico multiplica las actividades; la crisis las selecciona» (Vilar). El cambio de direc­ ción de este rápido crecimiento arrastró consigo las economías feudal y mercantilista que lo habían promovido hasta situarlas en un plano secundario, subordinado (España, Italia, y posterior­ mente Holanda), a causa de su débil base productiva: el mercado interior. Sólo en el caso de Gran Bretaña, una especulación ci­ mentada en el comercio colonial estableció las condiciones pre­ cisas para que se produjera un crecimiento y acumulación pro­ ductivos totalmente autónomos del mercado interno. Mientras la producción en sí misma se organice al margen del capital y no exista un mercado mundial global, integrado (ni tampoco pre­ cios medios o a largo plazo), mientras perdure la época en que, para citar a Braudel, la economía mundial era «vasta pero frá­ gil »,‘M el predominio del capital mercantil — sea en el terreno 44. F. Braudel, El Mediterráneo en la época de Felipe II, vol. I. Immanuel Wallerstein, dada su dependencia del modelo estático núcleoperiferia propuesto por A. G. Frank, parece verse obligado a sostener la continuidad de un «sistema de mercado» mundial plenamente capi­ talista a partir del siglo X V I, aunque señala muy»correctamente la. interde­ pendencia que existe entre los regímenes neofeudales promotores del dinero en efectivo y el proceso de proletarización/expropiación dentro de los países «nucleares» durante la fase de acumulación originaria. Asimismo rechaza la distinción, clave para el marxismo, entre capital industrial y mercantil (que precisamente permite comprender la periodización, las con­ tradicciones estructurales y las crisis a lo largo del proceso de avance de la acumulación originaria), y la califica de «terminología poco afortunada».

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del comercio o en el de la producción— queda limitado a su actuación como intermediario redistributivo entre productor y consumidor, dependiente de forma exclusiva de las disparidades que se diesen entre precio de coste y precio de venta. Recíprocamente, «la acumulación originaria de capital engen­ dra su propia destrucción» (Vilar). El advenimiento de un mer­ cado mundial por el ocaso del sistema basado en el desnivel pre­ cio de coste-precio de venta — es decir, la fijación de un sistema mundial de precios— coincidió con el advenimiento de las hila­ turas de algodón y con una explotación acrecentada de la economía doméstica. Esta respuesta p r o d u ctiv a que se da en el siglo x vin a la presión inflacionaria (la de la producción industrial capitalista) revolucionó la división de trabajo vigente hasta entonces así como la jerarquía de las ciudades, subordinando las ganancias comer­ ciales aleatorias a la disciplina de los precios de mercado y redu­ ciéndolas a meros ingresos del sector de distribución.45 El desequilibrio demográfico causado por esta frágil base pro­ ductiva y la inestabilidad que engendró se vieron compensadas por el crecimiento de grandes núcleos urbanos. La hipertrofia ini­ cial de ciudades como Nápoles y Constantinopla se convirtió en norma en la Europa del xvn. Dicho crecimiento desproporcionado de una serie de metrópolis se alimentó de la proletarización del excedente demográfico provinente del campo, del señuelo que su­ ponía la posibilidad de cobrar un sueldo durante todo el año y de la concentración en la capital de los ingresos de los rentistas y del estado con la consiguiente multiplicación de servicios. La elevada proporción - que suponen en este incremento demográfico de las ciudades los marginados, sirvientes, mujeres solteras o viu­ Cf. The modern world system, cap. II, y «The rise and decline of the capitalist -world system», Comparative Studies in Society and History, XVI (1974), pp. 387-415. 45. P. Vilar, La Catalogne dans VEspagne moderne, París, 1962, vol. III, especialmente pp. 9-12, 562-565 [existe versión catalana: P. Vilar, Cata­ lunya dins l’Espanya moderna, traducción de Eulalia Duran, Edicions 62, Barcelona, 1964-1968, 4 vols.]; y El feudalismo, pp. 53-69; Marx, El capi­ tal, vol. I, cap. XV.

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das, prostitutas, indigentes desarraigados y niños abandonados habla por sí sola. Los moralistas de la época lanzaron duras in­ vectivas contra esta concentración de rentas eminentemente im­ productivas y su secuela, el submundo del proletariado «sin tra­ bajo», siempre en aumento. Defoe, los Fielding y Cobbett denun­ ciaron el ostentoso despilfarro de riquezas londinense, su «frivo­ lidad» y «desenfreno», la corrupción del carácter nacional. Mercier recelaba de la ca n a ille sa n s n om , a la que atribuía todos los males de la revolución en París, convencido cómo estaba de que sólo se trasladaban a la capital los elementos más malsanos de la población rural. Para Rousseau era inconcebible que «no se lle­ gara a ver muy claro que Francia sería mucho más poderosa si se aniquilara París». Los gobiernos legislaron en vano con objeto de confinar a los desheredados, prevenir su movilidad y conte­ ner su crecimiento, pues veían en ellos un peligro para el orden social establecido. Pero, como señala Braudel, «después de todo> ¿acaso hubiera sido una muestra de inteligencia suprimir la vál­ vula de seguridad indispensable para la eclosión de este gran reino?».46 Según Sombart esta concentración de consumidores de rique­ za, la habilidad usualmente mostrada por estas capitales para vivir por encima de sus medios, aceleró el crecimiento del capita­ lismo. Wrigley ha señalado que en el caso de Londres, el «gran basurero» (con el 11 por ciento de la población nacional en 1750,. frente al 2 ’5 por ciento de París), el consumo de la capital ejer­ ció una enorme y generalizada influencia en la formación del mer­ cado nacional. Pero sería precipitado extender indiscriminadamente este argumento. Era enorme la diferencia entre Londres, como capital de un país con .un capitalismo agrario altamente desarro­ llado y centro de distribución del comercio mundial, con, por ejemplo, Nápoles o San Petersburgo. La seguridad del hinterlancL 46. Véase el excelente- estadio de este crecimiento metropolitano que lleva a cabo Braudel, Capitalismo y vida material, op. cit., cap. VTII. Cf. también Braudel, El mediterráneo, op. cit., vol. I; Raymond Williams, The country and the. city, Londres, 1975, cap. XIV; Richard Cobb, The pólice and the people, Oxford, 1970, pp. 266-267.

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abastecedor de Londres dependía de su control del mercado mun­ dial; la inquietud del consumidor no se centraba en el precio de los alimentos (como en el caso de París), sino en patrones de consumo más diversificados al tiempo que en los salarios. En Nápoles, donde el miedo al populacho hizo a las autoridades «no sólo liberales, sino también pródigas», los abastecimientos esta­ ban parcialmente subvencionados por un monopolio real. La re­ lación existente entre el precio del grano y el aceite y la popu­ laridad del r e lazzaroni borbónico era un índice político de este peligroso método de abastecimiento que drenaba los recursos de una vasta área del país. La inestabilidad demográfica de estas ciudades, mantenida por un flujo permanente de inmigrantes ru­ rales que compensaba la elevada mortalidad y el gran porcentaje de población aquejado de «epidemias», da testimonio de este desequilibrio básico. Steuart da fe de la formación de un mercado doméstico con centro en las metrópolis: «Cualquier insignificancia se convierte en dinero ... fuera de una boca superfina o inútil», mientras que lejos de la ciudad «hay un sinnúmero de cosas accesorias que no hay forma de transformarlas en dinero». Y añade: «Cuando lo que se quiere es vivir de ella, lo idóneo es tener una finca muy alejada de la ciudad; si no es esto lo que se desea, lo mejor es que esté cerca de la gran urbe».47 Pero esta influencia capita­ lista «generadora» del mercado urbano depende de una circuns­ tancia adicional, para usar los términos de Steuart, «de la separa­ ción entre la madre tierra y sus laboriosos hijos», que «naturalmen­ te» debe manifestarse de acuerdo con el grado de desarrollo de la industria y el comercio.48 El completo desarrollo del mercado ca­ pitalista requiere, como muy bien ha subrayado Dobb, la expro­ piación a los productores directos de sus medios de producción y subsistencia, es decir, de la tierra, «liberada» de las cadenas que la vinculan al terrateniente al convertir la agricultura en un 47. Steuart, An inquiry into the principies of political economy, vol. I, p. 55. 48. Ibid., cap. X.

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determinado tipo de empresa. La organización de la agricultura como una industria que produce valores intercambiables forma parte, y de un tipo muy •concreto, de la misma división del tra­ bajo que genera la industria basada en el trabajo libre asala­ riado. Esta cr ea ció n de las condiciones que permite ,la existencia de un mercado agrario-industrial basado en el intercambio de equi­ valentes nos muestra «qué desarrollo altamente diversificado de las fuerzas productivas del trabajo, qué división del mismo, qué diversas relaciones de los individuos en el marco de la produc­ ción, se requieren para que se produzca el trigo como mero valor de cambio y, por tanto, como elemento de pleno derecho dentro de la circulación; qué procesos económicos se requieren para hacer de un campesino francés un arrendatario inglés».49 Nada puede ilustrarnos mejor las limitaciones del concepto de «economía urbana» (Karl Bücher) y el dualismo económico entre ciudad y campo que tal concepto presupone que el hecho de que el capital comience a ejercer el control del proceso productivo fu er a de la ciudad; en palabras de Marx, «en el campo, en las villas carentes de gremios». Y ello no sólo es cierto para la indus­ tria basada en factorías que genera una jerarquía urbana completa­ mente nueva y situada fu er a de los límites del control municipal ejercido por las poblaciones ya establecidas (como es el caso de Manchester o Birmingham, qué por hallarse bajo jurisdicción seño­ rial no ponían impedimento alguno a la explotación del mercado de. trabajo), sino también para las industrias domésticas rurales («domiciliarias») del Medioevo, que escapaban al control gremial al tiempo que socavaban con sus mejores precios y salarios el mono­ polio urbano. Tal como han señalado Clark y Slack, «las trabas [a la industria] impuestas por los controles urbanos existentes fueron un factor mucho más importante que la creación de incen­ tivos por parte de la economía rural ... el crecimiento parece haber sido alentado por la ausencia de controles comunitarios rigurosos».30 49. Marx, Grundrisse, vol. III, p. 168, párrafo que cita R. Rosdolsky, Genesi e struttura del «Capitale» di Marx, Bari, 1971, p. 2-21. 50. P. Clark y P. Slack, eds., Crisis and order in English towns 1500-

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La migración rural de la industria corresponde a la primera forma histórica que adopta el control capitalista de la producción, es decir, la m an u factu ra . La manufactura amplió enormemente la productividad social del trabajo a través de la multiplicación de funciones pormenorizadas, subordinando zonas enteras del país y ramas de la producción al capitalista urbano. Sin embargo, la inclusión del trabajo en el seno del capital, siguió siendo externa y formal. La producción sólo se vio modificada por una sub­ división de las tareas; el proceso productivo propiamente dicho siguió por la misma senda que en los. modos de producción pre­ cedentes. Pero el advenimiento de la máquina, de la producción mecanizada, produce una alteración cualitativa de este marco de referencia; el capital se apodera de la substancia misma del pro­ ceso productivo, y reforma y diversifica dinámicamente todas las ramas de la producción mediante la transformación técnico-orga­ nizativa del proceso productivo. La supresión uno tras otro de todos los grilletes que coartaban la movilidad del trabajo y el divorcio de la agricultura de una serie de procesos secundarios (con las correspondientes revoluciones en el campo del transporte) abre el camino a un permanente y acelerado proceso de urbaniza­ ción basado en la «concentración de la fuerza motriz social en grandes ciudades» (Marx) y en la subordinación de la agricul­ tura, que pasa a convertirse en una mera rama de la industria. El dominio de la ciudad ya no vendrá por más tiempo impuesto desde el exterior. Ahora se reproduce como parte integrante del proceso--de acumulación, transformando la producción rural y asignándole una nueva ubicación espacial «desde dentro». Se defi­ ne de nueva planta la división territorial del trabajo, y se acen­ túan enormemente los desequilibrios regionales. La urbanización capitalista no elimina y supera el atraso rural, visto, como en el caso de Smith, como un legado de épocas pretéritas, sino que lo 1700, Londres, 1972, Introd., pp. 11, 33-34; M. J. Daunton, «Towns and economic growth in 18th century England», artículo presentado al coloquio que sobre el título genérico «Ciudades y crecimiento económico» organizó la revista Past and Present en julio de 1975.

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reproduce de tal forma que ahora el campo se ve subordinado sobre unas bases aún más agobiantes. La creación de un «ejército de reserva» de mano de obra barata y el éxodo rural difícilmente pueden contemplarse como un «progreso» desde el punto de vista rural. La tendencia de la reproducción capitalista desarrollada es revolucionar toda división del trabajo precedente (en contraste con lo que indicábamos en el caso de la m an u fa ctu ra ). Recompone la estructura de las fuerzas productivas mediante .una constante «alteración del trabajo, de la fluidez funcional y de la movilidad universal». Socava las relaciones preexistentes entre, el trabajador y su trabajo; el valor de uso de su trabajo contribuye a la subor­ dinación del trabajo no diferenciado al trabajo .fijo acumulado (capital constante), y arrastra el campo hacia la fábrica y a la fábrica hacia el campo en su desasosegada búsqueda de mano de obra fresca. Durante esta fase de nivelación y movilización del mercado de trabajo la «ciudad factoría» ya comienza a prefigurar la conurbación desparramada, la «megalópolis» del siglo xx, la absoluta n eg a ció n de la «ciudad» para sus críticos y planificadores humanistas. La capacidad del capital totalmente socializado para apropiarse del contenido de las primeras utopías basadas en el ideal de un medio ambiente equilibrado, para transformarlas en un «problema técnico al servicio de poderes establecidos neoconservadores», queda demostrada por la «ciudad jardín» ideal (es­ carnecida en 1898 por los fabianos al contemplarla como una mera construcción de castillos en el aire) y su realización práctica en la desu rb a n iz a ción p la n ifica d a d e la m e tr ó p o lis que ha preten­ dido en nuestro siglo diluir la ciudad en la «región urbana», esta­ blecer una planificación global del binomio campo-ciudad. («Ciu­ dad y campo — escribe Howard— deben casarse para que de su unión nazca una nueva vida, una nueva esperanza, una nueva civilización.») La movilidad de un capital social maduro presupone la existencia de una capacidad para reconstruir sobre nuevas ba­ ses, permanentemente revisadas, la división entre campo y ciudad. La oposición ciudad-campo se transforma en la oposición p r e c io s in d u stria les-p recio s a gríco la s. Y desde que la necesidad de contro­

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lar el coste de la reproducción de la fuerza de trabajo- — el precio del reformismo en nuestros días— choca, con los intereses de los productores agrícolas,, dicha oposición descansa más en la toma de medidas políticas globales que. en la mera determinación de los precios que aparecen en el mercado (subsidios, cuotas, fijación de precios).51 . Distingamos, pues, las dos principales rupturas o discontinui­ dades en esta historia, que no pueden juzgarse bajo el prisma de una concepción unidimensional de la «urbanización» como pro­ ceso correlacionado con el crecimiento económico, ni admitiendo la acción autónoma de una «economía urbana» que actuaría sobre el campo desde su exterior. La primera de dichas discontinuida­ des coincide con la ampliación del mercado al ámbito territorial del estado, con lo que las economías mercantiles urbanas del modo de producción feudal ven notablemente reducida su esfera de operatividad, y el crecimiento de las manufacturas e industrias rurales socava de forma acusada la producción gremial. La acumu­ lación originaria adopta en gran medida la forma de una capitali­ zación de las relaciones feudales, la actividad mercantil sigue mo­ viéndose en un marco exterior al sistema productivo y la acumu­ lación nacional se contempla en términos de «suma nula», a modo de agregación de la capacidad de producir renta con destino a ob­ jetivos fiscales y militares (así se computa en los cálculos de Petty, King y Vauban). El crecimiento de las ciudades, sean capitales de estado o no, es por lo general inestable dada la ausencia de una agricultura capitalista. El dominio ejercido por la ciudad es el del rentista, dependiente siempre de las condiciones políticas y milita­ res externas, y factores que dejan muy clara esta situación son su dependencia de un frágil sistema de abastecimientos y de la emi­ gración rural, incluso cuando logró mantener un nivel constante de población. La segunda ruptura, que se presenta de la mano de las ciudades industriales, extiende la reproducción del proleta­ 51. M. Bookchin, The limits of the city, Nueva York, 1974, cap. IV; Marx, El capital, vol. I, cap. XV. Recuérdese la oleada de protestas cam­ pesinas desatada en Europa en 1974.

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riado y la agricultura capitalista y señala el punto de partida hacia un crecimiento urbano a u tó n o m o , con lo que se superan los límites corporativos impuestos al desarrollo de la ciudad me­ diante el control del proceso productivo visto como un todo y su subordinación a los dictados de la ley del valor. Esta remodela­ ción transforma las primitivas ciudades corporativas dedicadas a la actividad mercantil y gremial en meros centros de distribución y en refugios de las clases pasivas adineradas. Evidentemente estas redefiniciones cualitativas no se obtienen contemplando las «ciudades» como protagonistas de la historia, sino asignando dicho papel al modo de producción dominante, que es el que determina las condiciones globales en que prosperan o no determinadas ciu­ dades. Las ciudades, a pesar de su papel de abanderados cu ltu ra ­ l e s , reflejan las condiciones de la acumulación rural a la que tanto contribuyeron. De forma similar, el despotismo de las modernas aglomeraciones metropolitanas, que tiene su base en el trabajo asalariado, «sólo quedará abolido con la abolición del modo de producción capitalista» (Engels). Debe quedar también muy claro que la transición al capita­ lismo urbano asentado sobre el mercado no se .produjo sin el concurso de crisis y resistencias masivas. La extensión de este mercado se caracterizó por un «tipo de crisis» (analizada por pri­ mera vez por Labrousse) engendrada por la quiebra del sector de abastecimiento alimenticio, crisis que provocó las más violentas polarizaciones entre ciudad y campo que recoge la historia mo­ derna. En Inglaterra, la respuesta local a la creciente intromisión del mercado metropolitano y de exportación tomó la forma de tumultos para proveerse de comestibles, un estimable movimiento popular en defensa de los mercados regulados localmente con el trasfondo de la concepción moral a favor de una economía de avituallamiento «justa». La defensa medieval de los intereses del consumidor urbano — sustentada por medidas tales como la pro­ mulgación de leyes destinadas a fijar, los precios, la garantización de la venta libre en el mercado local, la eliminación de interme­ diarios y la prohibición del acaparamiento— tomó nueva vida en los siglos x v i i y x v i i i bajo la forma de un movimiento de resis­

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tencia frente a los comisionados que abastecían de granos el mer­ cado de Londres.52 En Francia, donde la situación se agravaba a causa de com­ pleja fragmentación de los mercados controlados localmente, las malas y escasas vías de comunicación y las barreras fiscales («las exportaciones viajan a favor de la corriente del río, mientras que las importaciones deben remontarla» [Cobb]), la resistencia al libre comercio y la lucha encaminada a controlar la economía de avituallamiento fue mucho más dura y persistente. La precaria naturaleza de las áreas locales de abastecimiento y su dependencia casi general de un solo cultivo, situación que subyace la vacilante economía del a n clen r é g im e , fue peculiarmente propensa al colap­ so en épocas de carestía, y quedó desballestada por completo con las políticas a favor de un libre comercio de granos (como en la adoptada en 1775 por Turgot). La «crisis de subsistencia» revo­ lucionaria, combinada con el desmantelamiento de todos estos controles económicos mantenidos como reliquias del viejo orden, llevó rápidamente, en un contexto de guerra e inflación, a lo que Cobb ha descrito como una guerra de subsistencia entre ciudad y campo. La alianza que en 1789 establecen campesinado y bur­ guesía frente el enemigo común, el régimen señorial, abrió el camino al terrorismo económico urbano del segundo año (control de los precios, requisamiento y bandolerismo colectivo por parte del ejército revolucionario combinado con la descristianización y negativa al reclutamiento militar que manifestó la población urba­ na). La crisis, en la que cada área de avituallamiento local se en­ frentó con las demás, ciudades contra campo, ciudades contra ciudades, todas las ciudades unidas contra el imperialismo de París, reveló en toda su amplitud las dependencias a que estaba sometido el consumidor, tanto el del campo como el de la ciudad. La domi­ nación de la ciudad quedó reflejada con toda su fuerza por el desarraigo de grandes masas de consumidores rurales, que emigra­ 52. Cf. E. P. Thompson,- «The moral economy of the English Crowd in the 18th century», Past and Present, n.° 50 (febrero 1971), pp. 76-136, donde se traza una vivida y penetrante reconstrucción de estos movi­ mientos.

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ron a las concentraciones Urbanas en busca de provisiones con que alimentarse. El desmantelamiento del control de los precios, una vez derrotado en el tercer año el movimiento popular, propició la revancha del productor rural. Según el credo de los sa n s-cu lo tte debía «hacérsele sentir ,[al campo] todo el peso de un terror po­ pular dirigido por los ciudadanos», pero aquél decidió resistir con huelgas y rebeliones federalistas y contrarrevolucionarias que tu­ vieron como centro generador el oeste y el sur del país. Como en el caso de Rusia en los años posteriores a 1917 (comunismo de guerra), este colapso y el odio y la polarización por él generados permanecieron en la memoria popular por mucho tiempo. En el caso concreto de Francia, avivó el antirrepublicanismo campesino durante la tercera república.53 La abolición de la antítesis entre ciudad y campo es un obje­ tivo clásico del socialismo revolucionario que arranca de los días de la publicación de El m a n ifiesto co m u n ista . Al tener que enfren­ tarse con el atraso de instituciones y relaciones sociales rurales en buena parte de los países de Europa* así como con pervivencia del peso político de los «intereses terratenientes» como armazón sustentadora del estado, el problema de la alianza de clase, de «llevar la lucha de clases al campo» (Lenin), dio una relevancia inmediata y prioritaria a este objetivo. Frente a las creencias ro­ mánticas y populistas sustentadoras de una separación entre el mundo rural y el industrialismo, los socialdemócratas ensalzaron el desarrollo capitalista del campo y la eliminación de la pequeña propiedad, viendo en estos puntos las premisas necesarias para que se produjera la conjunción de las clases explotadas urbana y rural bajo el liderazgo del proletariado urbano. En otras pala­ bras, la perspectiva in m ed ia ta era fomentar el desarrollo del capi­ talismo para superar la separación de una estructura rural atra­ sada. ¿Qué eslogans concretos pódía emplear la socialdemocracia para constituirse en la vanguardia de la «revolución rural» y en53. Richard Cobb, Les .armées revolutionnaires\ y The pólice and the people, Oxford, 1970, 3.a parte, que contiene un brillante análisis de los antagonismos campo-ciudad y de la política de escasez durante la revolu­ ción francesa. 1 8 . ---- H ILTO N

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frentarse con éxito a las consignas de las organizaciones campe­ sinas rivales? La tendencia a atacar la parcelación de la tierra y las dudas tácticas que provocó esta postura muestran claramente las oscilaciones de la socialdemocracia alemana en el análisis de la cuestión de la tierra frente a la integración capitalista total defendida por los estados controlados por los reaccionarios aris­ tócratas prusianos. Por otra parte, la tendencia a contemplar el atraso rural como una supervivencia capitalista obsoleta, exterior y opuesta al desarrollo capitalista propiamente dicho, pasó por alto los numerosos casos en que dicho atraso era por completo ''función del proceso de acumulación total. La existencia de un «problema agrario» separado se considera­ ba como un legado del fracaso histórico de la burguesía para llevar a buen término su vocación democrático-revolucionario en el campo, tarea que asumía ahora el proletariado como abande­ rado del progreso urbano. Más allá de todas las oscilaciones y diferencias tácticas, la base sobre la que asientan los «desafíos políticos» de buen número de comunistas desde la década de los treinta hacia acá es su creencia de que la clase obrera tiene la capacidad, al tiempo que la tarea, de resolver o «mejorar» los lím ites e in su ficien cia s del desarrollo capitalista. Los regímenes fascistas son una prueba de la bancarrota histórica de la burgue­ sía, comprometida con la «casta burocrático-agraria» a través de su alianza con los intereses financieros y monopolistas, y, por tanto, incapaz de asegurar todo desarrollo o progreso ulterior. La concepción del fascismo como una alianza del capital fi­ nanciero con los elementos rentistas más atrasados de la sociedad (Dimitrov) ha permitido las correspondientes aperturas a la alianza con las fuerzas más progresistas del capitalismo (frentismo, las nuevas democracias). En los países del tercer mundo vemos la aparición de un dualismo similar cuando las burguesías «naciona­ les» se aprestan a adoptar una postura progresiva frente a los residuos de feudalismo rural. La hipóstasis de Sweezy de la diná­ mica del desarrollo capitalista corresponde a úna proyección evo­ lucionista al terreno del.marxismo de la necesidad de una completación unilateral del «estadio» capitalista, que requiere una

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extensión infinita del capitalismo como vehículo de progreso des­ tinado a remover todos los obstáculos precapitalistas para que, finalmente, el perfeccionamiento «racional» de esta evolución que­ de en manos del futuro socialismo. En realidad, la brecha entre el capital industrial productivo y la «aristocracia financiera» de base rentista la cerró Marx, y la evolución histórica real del capitalismo, en 1857. La crisis mundial de 1857 coincidió con el descubrimiento por parte de Marx del mecanismo de las crisis del capitalismo maduro como producto de la contradicción entre el dinero como mercancía y el dinero como capital. Esta crisis no fue provocada, no la provocó ningún fallo en el sector de abastecimiento sino la contradicción entre «banco e industria», entre dinero y capital contemplados como unidad contradictoria a escala internacional. En Francia, la solu­ ción «utopista» saintsimoniana a la separación entre capital y propiedad agraria, en la que la victoria cayó del lado del in d u stria l frente al ren tista , tuvo que esperar el advenimiento del colapso de 1848 y la amenaza de la clase obrera para que se consolidara la unión entre tierra y capital del lado del «partido del orden». El «socialismo bonapartista» (Marx) tomó la vía de un «gobierno de liquidez, de proudhonismo monetario y de cr e d it m o b ilier » para recomponer los ahorros e ingresos del rentista terrateniente en el marco de un desarrollo industrial, del mismo modo que el «crédito estatal» lasalliano no se convirtió en realidad empírica hasta que Bismarck tomó el poder. Así pues, y de acuerdo con estas experiencias, Marx se vio obligado a reelaborar sus primeras críticas a los esquemas crediticios planteados por los socialistas utópicos y expuestos en los G ru n d risse; abandonó su primitivo modelo manchesteriano del «parasitismo» del capital financiero, substituyéndolo por un análisis del dinero y del crédito como articulación in m a n en te de la socialización del capital y motor de sus crisis.54 *7

54. New York análisis de escritos de

Cf. Sergio Bologna, «Moneta e crisi: Marx corrispondente della Daily Tribune», Primo Maggio, n.° 1 (1973), un penetrante esta transición a un capital totalmente socializado según los Marx en la década 1850-1860. Una versión ampliada de este

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Concluyamos. La tendencia dualista a separar el progreso urba­ no del atraso rural, vista como una reliquia del pasado, debe ceder su plaza al hecho de que «urbanización» y «ruralización» son caras opuestas de un mismo proceso de la división capitalista del trabajo. No obstante, la concepción de las ciudades como agente histórico situado tras de todo cambio está profunda y perdurablemente enraizada desde un punto de vista cultural. Las raíces culturales de este supuesto han sido delineadas por Raymond Williams en su estudio sobre el contraste campo-ciudad dentro de la literatura inglesa, con el característico y. ambiguo cambio desde una idealización de la inocencia rural, la Arcadia perdida, a un desdén urbano por la «necedad rural».55 Williams tiene algunas recriminaciones que dirigir a los «socialistas metro­ politanos» que han dado crédito al mito de la pasividad rural y de la tendencia urbana a adoptar una postura progresiva desde el punto de vista capitalista. Este saludable recordatorio sobre las incursiones evolucionistas de la ideología urbana en el campo del pensamiento socialista sugiere la necesidad de un retorno crítico a Marx.

ensayo aparece en S. Bologna, P. Carpignano y A. Negri, Crisi e organizzazione operaia, Milán, 1974. 55. Raymond Williams, The country and the city, pp. 50-51.

N o t a b ib l io g r á f ic a

Los ensayos .que recoge el presente volumen fueron publicados inicialmente en las siguientes revistas: Paul Sweezy, «Crítica» y Maurice Dobb, «Respuesta», en S cie n ce an d S o ciety (primavera 1950); Kohachiro Takahashi, «Contribución al debate», en S cien ­ c e an d S o cie ty (otoño 1952); Maurice Dpbb, «Nuevo comenta­ rio», y Paul Sweezy, «Contrarréplica», en S cien ce an d S o ciety (primavera 1953); Rodney Hilton, «Comentario», y Christopher Hill, «Comentario», en S cien ce an d S o ciety (otoño 1953); Georges Lefebvre, «Algunas observaciones», en La P e n s é e (febrero 1956); Giuliano Procacci, «Perspectiva sobre el debate», en Societa , XI, 1955; Rodney Hilton, «Capitalismo. ¿Que hay tras esta palabra?», en P ast an d P r esen t (febrero 1952); Eric Hobs­ bawm, «Del feudalismo al capitalismo», en M arxism T oda y (agos­ to 1962); Maurice Dobb, «Del feudalismo al capitalismo», en M arxism T od a y (setiembre - 1962); John Merrington, «Ciudad y campo en la transición al capitalismo», en N ew Left R e v ie w , n.° 93 (setiembre-octubre 1975).

N

ota

b io g r á f ic a

Paul Sweezy es editor de la M on th ly R ev iew , Maurice Dobb fue fe llo w del Trinity College, en la universidad de Cambridge;

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DEL FEUDALISM O A L CAPITALISM O

Kohachiro Takahashi es profesor de historia en la universidad de Tokio; Rodney Hilton es profesor de historia en la universidad de Birmingham; Christopher Hill es m a ster del Balliol College y pro­ fesor de historia en la universidad de Oxford; Georges Lefebvre fue profesor de historia en la universidad de París; Giuliano Procacci es profesor de historia en la universidad de Florencia; Eric Hobsbawm es profesor de historia en el Birkbeck College de la universidad de Londres; John Merrington es le c tu r e r de historia en el politécnico de Middlesex.

ÍNDICE R

odney

H

Introducción

il t o n :

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7

El d e b a te s o b r e la tra n sición P a u l S w e e z y : C r í t i c a ................................................... M a u r i c e D o b b : R e s p u e s ta ............................. ....... . K o h a c h i r o T a k a h a s h i : Contribución al debate . M a u r i c e D o b b : Nuevo c o m e n ta rio ............................. 137 P a u l S w e e z y : Contrarréplica............................................ 142 R o d n e y H i l t o n : Comentario............................................153 C h r i s t o p h e r H i l l : C o m e n ta r io ............................. 166 G e o r g e s L e f e b v r e : Algunas observaciones . . . G i u l i a n o P r o c a c c i : Perspectiva sobre el debate . .

43 78 93

172 180

M ateriales a d icio n a les R

odney

H il t o n :

labra?

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.

Capitalismo. ¿Qué hay tras esta pa­ ..................................... ....... . .

E r i c H o b s b a w m : D e l fe u d a lis m o a l c a p ita lis m o . . M a u r i c e D o b b : D e l fe u d a lis m o a l c a p ita lis m o . . . J o h n M e r r i n g t o n : C iu d a d y c a m p o e n la tr a n s ic ió n

al capitalismo

.

.

203 223 231

............................................ 238

N ota b i b l i o g r á f i c a ................................................ ....... . 277 N ota b i o g r á f i c a .................................................................. 277