La Salud como tarea espiritual

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Otros títulos publicados por ANSELM GRÜN en Narcea _ La mitad de la vida como tarea espiritual. La crisis de los 40-50 años. * - Evangelio y psicología profunda. _Nuestras propias sombras. Tentaciones, complejos y limitaciones. * - Si Aceptas perdonarte, perdonarás. * _ Buscar a Jesús en lo cotidiano. Ejercicios en la vida diaria. * _ Su amor sobre nosotros. Reflexiones orantes para todos los días. - La oración como encuentro. * _ Una espiritualidad desde abajo. El diálogo con Dios desde el fondo de la persona. * - Nuestro Dios cercano. *

* Libros editados en Argentina por AGAPE LIBROS.

Anselm Grün y Meinrad Dufner

LA SALUD COMO TAREA ESPIRITUAL Actitudes para encontrar un nuevo gusto por la vida

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narcea, s. a. de ediciones

UAGtru LIBROS

Buenos Aires 2008

Grün, Anselm La salud como tarea espiritual : actitudes para encontrar un nuevo gusto por la vida - la ed. la reimp. - Buenos Aires: Agape Libros, 2008. 120 p. ; 19x 14 cm. (Eusebeia; 10) Traducido por: Guillermo Gutiérrez ISBN 978-987-1204-27-4 l. Autoayuda. 1. Guillermo Gutiérrez, trad. CDD 158.1 Fecha de catalogación: 04/01/2008

© NARCEA, S.A. DE EDICIONES, 200 l. Av. Dr. Federico Rubio y Galí, 9. 28039 Madrid - España [email protected] www.narceaediciones.es Abtei

ISBN: 978-987-1204-27-4 Primera edición (3000 ejemplares): Marzo de 2006 Segunda edición (2000 ejemplares): Febrero de 2008 Queda rigurosamente prohibida sin la autorización escrita de los titulares del Copyrigt, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o' procedimiento, comprendidos la repl'ografia y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Distribuido en Argentina y Chile por: AGAPE LIBROS Av. San Martín 6863 (1419) Ciudad Autónoma de Buenos Aires República Argentina e-rnail: [email protected] http://www.agape-Iibros.com.ar Diseño y diagramación: Equipo editorial Agape Impreso en Argentina - Industria Argentina Queda hecho el depósito que establece la Ley 11.723.

Prólogo para la Edición en Español.. Prólogo

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Introducción LA ENFERMEDAD COMOSÍMBOLO La enfermedad como expresión de un estado anímico La enfermedad como oportunidad

n. Título

© VlER -TÜRME GmbH, D-97359 Münsterschwarzach Título original: Gesundheit als geistliche Aufgabe

Índice General

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DIETÉTICA,LACIENCIADELASALUD Aire y luz Comida y bebida Ejercicio y descanso Sueño y vigilia Secreciones y eliminaciones Pasiones, sentimientos y emociones

Al 45 47 50 53 56 61

RASGOSFUNDAMENTALES DEUNAESPIRITUALIDAD TERAPÉUTICA La falta de moderación Inestabilidad, depresión y murmuración Superoferta acústica y visual Terapéutica de la vida espiritual

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CRITERIOSPARAUNAESPIRITUALIDAD SANA Ser mistagógica y no moralizadora Liberadora y no asfixiante Creadora de unidad y no de división Encarnada y no aislante de la realidad Buscadora a Dios y no de sus consuelos Global y no excluyente Humilde y no orgullosa

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CoNCLUSIÓN

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Prólogo para la Edición en Español

Es para mí motivo de ~especial satisfacción saber que mis libros son traducidos y leídos también en España (país del que procedían mis antepasados) y América. Desde hace años intento exponer el rico contenido de la fe cristiana y de la tradición católica en un lenguaje inteligible para el hombre moderno y de una manera que le llegue al corazón. Los monjes antiguos supieron armonizar siempre los aspectos psicológicos con las experiencias espirituales. Para ellos tenía la fe siempre una función también terapéutica. Demostrar la dimensión curativa de lafe y de la práctica de la vida cristiana es precisamente el objetivo de mis investigaciones. Con ello pretendo ayudar a los hombres de hoya volver con renovado entusiasmo a beber en las fuentes de la Biblia y de la tradición de la Iglesia. Es el objetivo de mi propia búsqueda espiritual. Deseo que la profundización en lafe ayude a mis lectores a encontrar nuevo gusto por la vida. Anselm Grün, OSB 7

Prólogo

El P Meinrad DuJner y el Dr. Esteban Hagen, médico y psicoterapeuta de Würzburg, dirigieron en 1987 en la abadia de Münsterschwarzach un curso bajo el titulo «La salud como tarea espiritual». El curso alcanzó amplia resonancia. Abordaba evidentemente un tema que es expresión de una necesidad experimentada hoy en amplios sectores de la sociedad. Mucha gente tiene el presentimiento de que la salud es mucho más que una sustitución de piezas desgastadas por otras de recambio en el mecanismo del cuerpo, que la salud no se puede garantizar con la aplicación de unas recetas médicas o reparaciones técnicas porque la salud exige un estilo de vida sana y tiene además una dimensión religiosa. Supone, por tanto, una relación correcta del individuo consigo mismo, con los demás, con la creación y con su autor, Dios. Las conferencias e intervenciones de este curso son las que se recogen aquí. El interés por este tema nos ha ayudado a prestar mayor atención a las indicaciones del lenguaje del cuerpo, a identificarnos con sus sentimien9

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tos, a interpretar el sentido de las enfermedades y a proceder con mayor cautela y cuidado en el trato con nosotros mismos. Nos ha servido también para hacernos más sensibles, en el acompañamiento espiritual, a la interdependencia entre enfermedad y estilo de vida, salud y relaciones con Dios. Tenemos que agradecer su ayuda a todos los que con tanta franqueza nos abrieron la historia de sus vidas y con ello nos permitieron adivinar algo del misterio y fuerza curativa de Dios, manifestado en Jesucristo. Queremos agradecer especialmente al Dr. Hagen y a su esposa Mónica sus valiosas indicaciones hechas después de leer el manuscrito, que nos han hecho caer en la cuenta de muchas interdependencias. Confiamos que los principios que se exponen, conocidos hace tiempo en amplios círculos de la psicología, puedan servir de ayuda a muchos hombres y mujeres para avanzar por su camino espiritual con más sinceridad y mejor salud.

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Introducción

La medicina convencional ha tocado techo. Con gran lujo y aparato técnico combate las enfermedades a medida que van apareciendo pero, descubre al mismo tiempo que no por ello goza el hombre de mejor salud. La medicina científica ha conseguido poner freno eficaz al empuje de muchas enfermedades de tiempos pretéritos, especialmente de tipo infeccioso, pero hacen su aparición otras nuevas, indudablemente en dependencia y relacionadas con nuestro género de vida y nuestra comprensión de la medicina. Cualquier pensador responsable es hoy consciente de las limitaciones de nuestro sistema sanitario. La sociedad apenas puede seguir financiando la salud pública. Los políticos se esfuerzan por contener los costes sin ser capaces de llegar al verdadero núcleo del problema ni a situarse convenientemente frente al concepto de consumo en el ámbito de la salud. La idea de que se puede lograr un avance en la salud pública con mayor aparato técnico y mejor calidad de las medicinas parece ser en muchos casos una convicción inmutable. Es más cómodo culpar y hacer responsables a los médicos y 11

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científicos del estado de la sanidad pública que responsabilizarse cada uno y preocuparse de llevar un sano régimen de vida. Cada año se pierden en falsos remedios sumas fabulosas aportadas por la sociedad porque ese dinero se gasta en propaganda de un equivocado estilo de vida: mucha comida y poco ejercicio, abuso de la nicotina y del alcohol, de las tabletas y estupefacientes, excesivas exigencias de la vida en la ilusión de creer que la salud se consigue por medios técnicos y que, por lo tanto, todo el mundo tiene derecho a ella. Paralelamente a la medicina convencional se descubren y aplican otros métodos en el tratamiento de las enfermedades: psicoterapia, técnicas psicológicas, homeopatía, dietas de adelgazamiento, consumo de productos sintéticos, medicina integral, además de las múltiples ofertas de curación por procedimientos psíquicos. Algunos pioneros de la medicina globalizada recurren a viejos modelos empleados por los antiguos. Porque en general, nunca se limitó la medicina a curar enfermedades sin prestar atención al mismo tiempo a las indicaciones de llevar una vida sana. En la antigüedad el principal campo de la medicina era la dietética, ciencia de una vida sana. El arte de esta vida incluía elementos naturales como, por ejemplo, el recto uso de la luz y el aire, de la comida y la bebida, del ejercicio, del descanso, de la ordenación del sueño y la vigilia, de las secreciones, y también de los afectos, los sentimientos y pasiones del alma. En su estadio primitivo era la medicina también asunto religioso. Los médicos juraban fidelidad a Esculapio, dios de la salud. Para los médicos antiguos toda energía curativa procedía de Dios. El culto a los dioses y las rectas relaciones con el creador del mundo eran elementos integrantes de una vida sana.

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La Iglesia ha descuidado en exceso la salud corporal dejándola al cuidado y competencia de los médicos. La Iglesia se ha preocupado casi exclusivamente de la salud del alma en lugar de atender conjuntamente, como de una unidad, a la salud del alma y del cuerpo. La salud del alma se ha considerado como asunto exclusivamente espiritual. De ahí se ha derivado el olvido de los principios naturales como elementos de una vida sana. Es verdad que no siempre fue así. En los primeros tiempos de la Iglesia describió Clemente de Alejandría a Jesús como el verdadero pedagogo, el verdadero educador que enseña el arte de una vida sana. Las reglas de los monjes de los siglos IV a VI eran un intento de crear un marco vital en el que pudieran vivir gozando de salud de alma y cuerpo. La regla de san Benito se distingue en este punto por la discreción y suma prudencia con que deja libre un espacio conveniente a cada aspecto de la vida humana. Todo lo que la medicina antigua incluía en el concepto de régimen para una vida sana está recogido en la regla de san Benito. En esta tradición de la vida espiritual entendida como medio para mantener sanos el alma y el cuerpo destacan principalmente en la Edad Media Alberto Magno e Hildegarda de Bingen. Los dos utilizaron la dietética dentro del marco de sus enseñanzas religiosas. La dietética es considerada como una parte de la ascética-conjunto de principios normativos de la vida espiritual. Las reglas dietéticas de la vida se relacionan a su vez con las prácticas de la ascética encaminadas a introducir al individuo en un estado de mayor, libertad y mejor salud. Hoy debería asumir nuevamente la Iglesia el compromiso de vivir y anunciar la concepción unitaria del alma y del cuer-

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po, de la salud corporal y la vida espiritual. La Iglesia no puede dejar que la salud sea asunto exclusivo de la competencia de médicos y psicólogos. La fe tiene siempre en sí misma una dimensión terapéutica. Se ve muy claro en el Nuevo Testamento, donde Jesús cura a muchos enfermos y siempre remite a la virtud curativa de la fe. En este volumen nos ocupamos menos de la actividad curativa de la Iglesia que de una dietética cristiana, el arte cristiano de enseñar a vivir una vida sana, de la ocupación espiritual para fortalecer la salud de alma y cuerpo. No se pretende situar el cuerpo en lugar preferencial. Se trata de conocer sus impulsos y de interpretar seriamente el lenguaje de sus reacciones o trastornos, y también de prestar una especial atención interior al cuerpo como expresión exterior del alma. Los elementos componentes de la vida espiritual no se reducen ni agotan con el examen de conciencia; lo es también la observación de las reacciones del cuerpo que informan muchas veces sobre la verdadera situación interior con más sinceridad que la conciencia misma.

La Enfermedad como símbolo

La medicina psicosomática insiste cada vez más en la idea de que las alteraciones somáticas no se producen fortuitamente, así porque sí, ni son meros fenómenos exteriores, sino que reflejan en el exterior corporal fenómenos o situaciones interiores del sujeto sobre deseos y necesidades inconscientes, represiones, marginaciones. El cuerpo exterioriza muchas veces deseos reales que el alma desearía exteriorizar pero no se atreve a aceptarlos y los desplaza. Es por lo tanto muy importante estar atentos al lenguaje exterior del cuerpo para conocerse mej oro Existen cuatro fuentes de autoconocimiento humano: -los pensamientos y afectos, -los sueños como expresión en imágenes de un estado interior, -el cuerpo como expresión del alma y -el nivel de conducta, es decir, nuestro comportamiento, costumbres, estilo de vida ordinaria, trabajo y eventos de la vida.

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Sólo la mirada atenta a cuanto se produce en estas cuatro zonas permite llegar al conocimiento de la situación real. La sola reflexión no abarca todas las zonas. Existen además en nosotros ciertos mecanismos que ocultan a la percepción reflexiva lo doloroso e incómodo. El cuerpo es muchas veces un indicador más fiable que el análisis de los pensamientos. Muchas veces creemos estar libres de ambición y sin embargo hay algo en el cuerpo que grita lo contrario: el rubor o los sudores, manifiestan las tensiones y luchas internas por producir buena impresión y provocar buena acogida. • La enfermedad como expresión de un estado anímico

La enfermedad es un símbolo por el que se expresa el alma. El que es capaz de interpretar el lenguaje simbólico de la enfermedad recibe a través de él una información directa y buena para conocerse mejor. Puede comprender sus verdaderas necesidades y deseos, y puede ver hacia dónde los desplaza. El cuerpo está indicando al sujeto, por el lenguaje simbólico de la enfermedad, la situación real, en qué sectores vive en desacuerdo con sus pensamientos, sentimientos y representaciones de una vida plenamente realizada. La enfermedad suministra una importantísima información sobre el verdadero estado de la persona. Necesitamos ese mensaje informativo siempre que nos hacemos sordos a la voz de Dios que nos llega por la conciencia o por los sueños. Si vivimos al margen de nosotros mismos, si desplazamos los pensamientos que intentan aflorar para informamos de que lo que estamos haciendo no coincide ni responde a nuestros ideales de vida, estamos obligando a Dios a hablar más alto para que no

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tengamos más remedio que oírle. Entonces tiene que decirnos la verdad pura y dura sobre nuestro estado y sobre nuestra vida sirviéndose para ello del lenguaje simbólico de una enfermedad. La enfermedad podría convertirse, por lo tanto, en importante fuente de información para el autoconocimiento. Dios puede, por ejemplo, hablar por una tensión elevada para decir que estamos provocando nosotros mismos una elevada tensión interior sin caer en la cuenta de que con ello estamos añadiendo nuevos conflictos. La tensión corporal sería una señal de alarma dada por el cuerpo. Por ella quiere decir que debemos controlamos mejor, que nos debemos enfrentar con los conflictos internos y liberamos de las propias exigencias l. De la misma manera que los sueños nos descubren cosas imposibles de detectar por la reflexión racional, así también nos suministra el cuerpo.por medio de una enfermedad una valiosa información sobre nuestro estado. Teegen opina que no se debería considerar la enfermedad como un enemigo sino todo lo contrario, como un amigo y compañero que nos advierte de algo que nosotros hasta ahora no hemos sido capaces de constatar y comprender. Hay que preguntar a la enfermedad qué pretende decimos. La enfermedad es un trastorno somático que apunta a otros trastornos psíquicos en el interior.Teegen aconseja iniciar un diálogo libre con esos trastornos. ¿Qué mensaje traen los síntomas de la enfermedad? ¿Qué cosas hay en mí que no funcionan bien? ¿En qué me estoy perjudicando yo mismo? ¿A qué cosas no presto la debida atención, qué otras necesito y qué podría hacerme bien? Podemos dialogar con los síntomas de la enfermedad y I Cfr. Ganzen F. Teegen: Ganzheitliche Gesundheit. Der sanfte Umgang mit uns selbst.Hamburg, 1984. p. 256.

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preguntarles de qué quieren liberamos, qué peso vienen a quitamos de encima. Muchos de los síntomas tienen por finalidad modificar el medio y provocar determinadas reacciones. Un determinado síntoma puede ser un medio ideal de manipulación de otros o de prevención contra determinadas acciones en sí mismo, o para coaccionar a otros a que nos liberen de ellas. Ante una alteración orgánica podemos preguntarnos: ¿De qué quieres liberarme o qué puedo hacer con tu ayuda? ¿Para qué te necesito? El que dialoga de esta forma con eventuales trastornos puede recibir sorprendentes respuestas. Puede aprender,por ejemplo, que se pueden sacar indirectamente ventajas de una molestia corporal, que este trastorno puede reforzar la decisión de modificar las conductas de manera que por una parte ayuden positivamente al logro de los propios objetivos y por otra sean menos destructivas', Sin embargo, el diálogo con el propio cuerpo en casos de trastornos psicosomáticos no debería establecerse sólo a nivel racional, porque entonces se cedería fácilmente a la tentación de querer explicarlo todo y frecuentemente de manera egoísta. Mucho mejor es considerar con atención interior el cuerpo como órgano exterior del alma. Se puede, por ejemplo, aplicar la mano al lugar donde se sienten las molestias, hacer llegar hasta allí el aliento e intentar percibir sensacio2

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Ibid, p. 256.

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nes. Ayuda cerrar los ojos, quedarse quieto percibiendo el respirar y observar qué tipo de imágenes surgen dentro de nosotros. La enfermedad entonces nos pone en contacto Íntimo con nuestro cuerpo. Muchas veces aparecen enfermedades por falta de atención a los mensajes del cuerpo, por no haber vivido de él y con él sino al margen de él. La enfermedad que surge viene como un imperativo reclamando mayor atención a nosotros mismos y para afinar la percepción del cuerpo como expresión exterior del alma. Una enfermedad puede ayudar notablemente a descubrir nuestros puntos negativos, las propias sombras'. Muchas veces es una enfermedad expresión viva de nuestras carencias, nos descubre qué hemos excluido de nuestra vida. En la enfermedad lo excluido y lo anteriormente reprimido se hace presencia y voz para indicar qué elementos necesitan ser integrados en la vida consciente. Estos son aspectos reales de la enfermedad como medio de automedicación, porque se produciría una auténtica catástrofe espiritual en el caso de no integrar en la vida también las propias sombras. La enfermedad debe ser considerada, por lo tanto, también en su aspecto positivo por cuanto sugiere a veces la solución más favorable de un problema en un momento dado y ahorra al afectado lo peor en esas circunstancias'. Overbeck llama a la enfermedad «un éxito de adaptación a las excesivas exigencias temporales del exterior». Una enfermedad puede ayudar a detectar e integrar afectos hasta entonces desapercibidos. Las partes desintegradas de la per3 Cfr. A. Grün: Nuestras propias sombras. Tentaciones. Complejos. Limitaciones. Narcea, Madrid, 1999.3° ed. 4 G. Overbeck: Krankheit als Anpassung. Der soziopsychosomatische Zirkel. Frankfurt, 1984, p. 36.

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sonalidad pueden hacerse conscientes durante la enfermedad. Con la ampliación del campo de autopercepción puede una enfermedad ayudar a dar un importante paso adelante en el camino de la madurez. A veces es la enfermedad una reacción de autodefensa sin la cual nos sentiríamos psíquicamente desbordados. Los psicólogos actuales hablan de «la enfermedad de no poder ponerse enfermo», que a veces desemboca en un grave y repentino derrumbamiento, en la muerte por infarto en la flor de la edad después de largos años de salud sólo aparente. Por consiguiente, la posibilidad de caer enfermo puede convertirse en protección contra la autodestrucción psíquica y en regulador salvavidas. La enfermedad nos obliga a aceptar nuestras limitaciones y adaptar como norma de vida la medida exacta que nos hace bien y nos conserva sanos. Esta función positiva de la enfermedad sólo puede ser efectiva si se vive de manera reflexiva, con atención a la enfermedad y a la interpretación de su lenguaje. Frecuentemente basta atender a la descripción verbal para entender el mensaje de la enfermedad. Uno dice: «estoy hasta las narices» y quiere significar que se siente desbordado. Otro dice: «estoy acatarrado», y está aludiendo a reacciones alérgicas. Un tercero dice que «se ha contagiado» porque alguien se ha puesto a su lado cuando él deseaba estar solo. Otro dice que «se ha resfriado» y lo que está haciendo es describir la frialdad de los demás a la que es especialmente sensible. Se siente frío y se congela en la helada atmósfera del trato con los demás. Si yo caigo enfermo y presto atención al mensaje de la enfermedad llegaré a comprender mejor mi situación actual yeso me permitirá vivir una vida más auténtica.

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Las causas más frecuentes de la aparición de enfermedades son las inhibiciones agresivas, la inhibición del placer, de los deseos y las necesidades. El que no sabe controlar sus impulsos agresivos, sus deseos de placer y sus necesidades, cae necesariamente enfermo. Un falso ascetismo, ampliamente difundido entre los cristianos, es el responsable de estas inhibiciones. Ocurre cuando se veta el placer y la satisfacción de las necesidades. Una necesidad no atendida puede ~lamar por sus derechos de manera simulada durante la enfermedad. Una mujer, por ejemplo, que lleva una vida sacrificada a favor de su familia sin compensación de ternura, verá inconscientemente en la enfermedad un medio de reclamar lo que se le debe. En la enfermedad deberá ocuparse de ella su marido, y los hijos tendrán algo más que hacer que venir a ella con exigencias imponiendo sacrificios. Se sentirá considerada, atendida. De manera indirecta y velada ha hecho comprender a su familia la necesidad que tiene de ternura, de atenciones, de descanso. La enfermedad es la única salida que les queda a muchas personas para hacer comprender su necesidad de ternura y de clarificar situaciones. Hasta tales extremos puede ser útil una enfermedad. Cuando una mujer no logra de manera permanente adaptarse a los modos de su marido, no le queda otra salida que la resignación o la enfermedad como medio de hacerle ver que también ella tiene apetencias y deseos. Y éste obraría entonces muy acertadamente si supiera reaccionar positivamente ante esta expresión de la agresividad. La enfermedad de un miembro de la familia se convierte siempre en expresión del estado general de la familia entera.

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Es un espejo en el que deberían contemplarse los miembros sanos de la familia en lugar de limitarse a compadecer al enfermo y a ver en él el punto quebradizo de la familia. En las enfermedades psicosomáticas no se debe andar buscando la culpa en el enfermo tratando de averiguar qué clase de problemas le afectan o trastornan. La enfermedad debería más bien ser aceptada como una buena oportunidad para hacer un examen de conciencia. ¿En qué medida soy yo causa de esa enfermedad? ¿Ha sido mi conducta respecto a él la que le ha puesto en el trance de enfermar como única posibilidad de llamar la atención sobre sus íntimas necesidades personales que yo no he sabido advertir hasta ahora? ¿Debo preguntarme en serio por qué enferma la gente que me rodea? En una familia es frecuentemente la mujer la que enferma por no tener satisfechas sus necesidades. Pero también la enfermedad del marido tiene algo que decir sobre las relaciones con la compañera o sobre la situación de la familia. La enfermedad de uno puede convertirse en terapia del otro, porque le obliga a prestar atención a cosas que hasta ahora le habían pasado desapercibidas. La enfermedad de una mujer puede obligar a su marido a darle las muestras de cariño que no le permiten dar el enfrascamiento en los negocios, por ejemplo. Naturalmente, hay en la enfermedad una especie de abuso de poder que chantajea y tiraniza. El enfermo impone al otro las reglas del juego. Si yo, por ejemplo, reacciono ante cualquier discusión con dolores de cabeza o erupciones en la piel, estoy imponiendo mi opinión al otro. O cuando el padre no tolera discrepancias porque podría excitarse y tiene peligro de infarto, en esos casos la enfermedad pasa a ser chantaje y una verdadera tiranía. 22

Prestar atención a las voces de la enfermedad significaría reconciliarse con las propias sombras, con todo lo negativo que cada uno tiene en sí mismo, aceptar las limitaciones no aceptadas anteriormente y vivir con ellas de manera discreta. Comportarse en las necesidades y limitaciones de tal manera que también los demás las entiendan y acepten. Pero hay que advertir que en la enfermedad tienden las necesidades antes no aceptadas a convertirse en instrumento de poder, que actúa negativamente en el individuo y en los demás que le rodean. La enfermedad vendría a ser una llamada de urgencia a aceptar las propias sombras y a convivir con las propias necesidades. Es al mismo tiempo un reto para iniciar un nuevo estilo de convivencia en el cual cada uno deja al otro espacios abiertos para expresión de sus necesidades, apetencias y deseos. Decir que la enfermedad del otro tiene origen psíquico no sirve de nada. Al enfermo le suena a sentencia de muerte. Porque es decirle que es el único culpable de todo y que yo soy la víctima que debe ver en la enfermedad del otro una costosa oferta de convivencia. La enfermedad puede abrirme los ojos a la verdadera situación del otro. Y si voy por la vida permanentemente ciego, tiene Dios que enviarme enfermedades, las mías o las de mi consorte, para abrirme los ojos a la realidad. Otra manera de preguntar por el mensaje de la enfermedad consiste en sumergirse afectivamente en los trastornos que ocasiona para ponerse en contacto consigo mismo. No se trata de liberarse inmediatamente de la enfermedad, sino de comprenderla lo antes posible.

Podemos comprender el mensaje de los trastornos si nos relajamos, cerramos los ojos y después diri23

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gimos la consciencia hacia dentro y desde allí la orientamos hacia los trastornos corporales exteriores. Surgen percepciones e imágenes frecuentemente relacionadas con sentimientos, recuerdos, pensamientos. Con la aparición de imágenes interiores se harán presentes también importantes experiencias vitales mezcladas otra vez con sentimientos'. Así se propuso el siguiente ejercicio a hombres y mujeres afectados por diversas enfermedades de la piel: Cerrar los ojos, relajarse, percibir la propia piel, introducirse sensiblemente en ella y hablar en nombre de ella. A todos los participantes tenía su piel algo que decirles. La piel se comportaba como quien amonesta, previene, ayuda, y sus advertencias eran más o menos cariñosas. Un individuo de treinta años que viene sufriendo desde hace veinte, dolores de herpes en la garganta, cabeza y axilas, recibió de las lesiones de la piel este mensaje: Te advertimos que la manera de comportarte con tu cuerpo no es correcta. Te sobrecargas de trabajo, tu situación no es buena, debes acelerar lo más posible un cambio en esta situación, no te cierres a decisiones sobre nuevas posibilidades. Notamos que no te dejas dominar ni sujetar demasiado, que tienes tus intereses y se los haces notar a tus amigos. Al comienzo, todos los participantes encontraban ridícula esta toma de contacto consigo mismos. Pero al termi5

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Cfr. Teegen: Ob. cit., p. 72.

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nar la sesión quedaban profundamente impresionados por la intensidad de sus vivencias y continuaban el diálogo con la piel para conocerse mejor interiormente". Si nos sumergimos en las sensaciones de los síntomas no necesitamos más que fijamos bien en sus simbolismos. Muchas veces salta inmediatamente a la vista el secreto escondido detrás de la enfermedad. Una alergia, por ejemplo, puede ser en realidad una llamada de atención sobre un conato de protección contra una situación de nuestra vida sin que nos atrevamos a confesar conscientemente la resistencia que estamos ofreciendo ni saquemos las oportunas consecuencias. Puede naturalmente producirse una alergia al mismo tiempo. Pero incluso en esos casos es equivocado decir: «No hay nada que hacer; es cosa de herencia». Porque aunque la alergia no sea adquirida sino congénita, aun así debo ocuparme de ella. ¿Qué hago yo con la alergia o qué hace ella conmigo? ¿Cuál es su mensaje y en qué consisten sus exigencias? En el caso de una alergia, podría primero preguntarme por mis mecanismos interiores de defensa y luego debería observar las prescripciones y dietas que podrían hacer desaparecer la enfermedad. El solo hecho de someterse a la disciplina que esto supone es muy positivo para el alma. Porque entonces me ocupo de mí y reacciono contra la enfermedad de manera activa y práctica. No se trata de curación de la alergia. Puede verificarse que es para mí un permanente mensaje que me estimula a comportarrne más respetuosamente conmigomismo y con el medio, a deponer mis actitudes de defensa ya aceptar la situación como cosa de Dios. 6Ibid.

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AnselrnGrün La Salud coJ1].o tarea espiritual

Muchas enfermedades consideradas como psicosomáticas son resistentes a toda clase de terapia. No desaparecen los síntomas aunque en la terapia se hayan puesto al descubierto sus motivaciones anímicas y aunque se deje curso libre a las tendencias reprimidas. No debemos entonces pensar en fracasos ni en que el problema es demasiado grave. No se trata sólo de combatir los síntomas permaneciendo atentos únicamente a ellos, porque tal vez lo que precisamente pretenden enseñamos los síntomas es la manera de llevar una vida interior más rica. Los síntomas pueden durar hasta la muerte. Si vivimos con ellos y les prestamos la debida atención, pueden convertirse en valiosos elementos de maduración y equilibrio por el descubrimiento que hacen de las riquezas del alma. La terapia no siempre se orienta a la curación de los síntomas, pero siempre puede curar el alma. La enfermedad se convierte en camino hacia el interior del alma y permite ampliar las dimensiones de la vida. Puede convertirse también en acompañante permanente que a su debido tiempo nos hace las advertencias pertinentes sobre la vida. Si, por ejemplo, queremos curar a toda costa y por medio de conversaciones psicológicas una tos de origen psicógeno, nunca lo conseguiremos. Eso nos hará concentramos en la enfermedad y provocará la repetición insistente de la tos. Tenemos que empezar primero por aceptar la tos, por ponemos a la escucha de la voz de los síntomas y a la vez preguntamos contra qué se dirigen nuestras agresiones del inconsciente, en qué nos sentimos inhibidos y «contra quién» nos encantaría toser. Sería sumamente importante aceptar la tos como una señal que me recuerda el cautiverio interior en que vivo y me empuja insistentemente a escapar de él. Aquí

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no bastan la conversación y el análisis cerebral solo. Debemos dejar curso libre a las agresiones y al latente deseo de vida, de libertad y de independencia oculto en ellas. Entonces podríamos cometer algún género de locura, romper alguna lanza y en ese acto simbólico romper también todos los yugos impuestos por los demás sobre nuestros hombros. Los profetas de Israel hicieron muchos gestos simbólicos de este género no sólo para llamar la atención de otros sobre la presencia activa en general de Dios sino también para experimentar ellos mismos su acción liberadora. La enfermedad nos señala una tarea que debemos cumplir a base de mucho ejercicio. Sin embargo puede suceder que los síntomas no desaparezcan ni después de haber cumplido meticulosamente todo lo prescrito. ¿Qué hacer? No queda más remedio que aceptarlos. A fin de cuentas, toser no es una cosa demasiado grave. Pero aun así nos sentimos liberados. Quizá algún día desaparezca la tos pero si no sucede así, es posible vivir tosiendo. Y lo que nunca se debe hacer es valorar la situación interior por la eventualidad de que la tos haya desaparecido o no. Lo importante es dejarse recordar por ella que tenemos algo importante que cumplir: vivir ante los hombres la libertad recibida de Dios y disfiutar de los encantos de la vida. En el comportamiento frente a los síntomas de una enfermedad necesitamos siempre una pizca de buen humor, porque el humor nos libra de la tentación de la vana ilusión de querer liberamos de la enfermedad necesariamente y a cualquier precio, y de la peor ilusión de creer que para llevar una vida auténtica y plena es necesario gozar de perfecta salud. El amor nos hace más humanos.

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Una mujer que padecía asma y en esa enfermedad veía la concreción negativa de la opresión a que se veía sometida en su familia, puso manos a la obra y consiguió una extraordinaria libertad interior. Pero el asma reaparecía constantemente. Sería temerario deducir de ahí que no había tocado todavía le núcleo del problema. El asma que reaparece es una prueba de que siguen vivos en ella los complejos de opresión familiar y de carencia de libertad. Yo no me permito cuestionar los sentimientos internos de nadie ni considerarlos como sospechosos reflejos condicionados de autodefensa. Sería injusto con esa señora. Puede suceder que los mismo síntomas duren mucho, incluso hasta la muerte. En ese caso podría convertirse en fiel y útil acompañante con la misión de ir constantemente indicando en qué consiste la verdadera libertad. Si los ataques de asma tienen lugar durante la noche, pueden ser ocasión para que se levante a hacer algo que no está hecho, a poner en orden lo que está desordenado. El asma la ayudaría a cumplir mejor sus tareas de ama de casa. Podría ver en el ataque de asma una oportunidad ofrecida para levantarse a hacer oración y en ese gesto de persona orante presentarse a Dios con los brazos abiertos y caer en la cuenta de la amplitud de horizontes que Dios le abre y que nadie le podrá estrechar. Sería un medio de familiarizarse con el asma. Sería también una constante invitación de Dios a no utilizar la noche exclusivamente para dormir sino también para velar y orar. Sería provechoso para su alma y para su cuerpo. No hay por qué pensar que esa señora necesita inevitablemente verse libre del asma. ¿Por qué? Porque puede servirle para vivir un dinamismo más activo y para prestar mayor atención a las riquezas interiores ocultas en su alma. Es un 28

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signo por el que Dios pretende ayudarla a recordar que debe ponerse en sus manos y estimularla a hacerlo sintiéndose allí libre. Si acepta el asma con espíritu agradecido se verá conducida a la maduración humana y al enriquecimiento espiritual, cosas que tal vez nunca podría alcanzar sin la presencia de la enfermedad.

La enfermedad como oportunidad Basta una sencilla mirada al Nuevo Testamento para caer en la cuenta de que la enfermedad puede ser expresión exterior de un estado interior y al mismo tiempo lugar de cita en la que Dios querría manifestamos su gloria y tocamos con su gracia. Los relatos de curaciones en los evangelios sinópticos nos invitan a reconocemos descritos en cada enfermo y en cada enfermedad que se relata. El paralítico de que habla el evangelio de Marcos en el segundo capítulo es una imagen de nuestra parálisis interior; el leproso refleja la incapacidad que tenemos de aceptamos con todo 10 que tenemos y, como consecuencia, 10 no aceptado aflora a la piel y se manifiesta en forma de lepra. Las curaciones de Jesús se limitan siempre a enfermedades psicosomáticas y en ellas se puede ver un cuadro descriptivo de nuestra propia situación. Nuestro estado se corporal iza en los enfermos que aparecen en la Biblia. En el encuentro con Jesús podrían curarse todos nuestros comportamientos de enfermos descritos en los enfermos de la Biblia en diferentes clases de enfermedades: parálisis y bloqueos psíquicos, ceguera, petrificación, esclerosis, incapacidad de aceptamos, sordera, mudez, imágenes de falta de auténtica comunicación, todo lo anquilosado y curvo que existe en nosotros y también el miedo ante la vida. 29

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El evangelio de Juan nos sitúa en otra perspectiva que relativiza y cuestiona la actual comprensión de las enfermedades psicosomáticas. En el capítulo 9 habla Juan de la curación de un ciego de nacimiento. Los discípulos preguntan a Jesús si la causa de la ceguera es un pecado del ciego o de sus padres. Están seguros de que la ceguera es necesariamente efecto de un pecado. Su comprensión de la enfermedad coincide con la de la psicosomática. La única diferencia está en que hoy se desplaza la culpa del ámbito moral al psicológico. Hoy se piensa que las causas de la enfermedad son las represiones, o que se deben a complejos psíquicos, a equivocada educación o a desarrollo en un medio familiar enfermizo. Por muy fundado que pueda ser este punto de vista es sin embargo igualmente peligroso si pretende dar una explicación total y exclusiva ya que crea angustias de conciencia en el enfermo haciéndole creer que está enfermo porque tiene problemas psíquicos que no se atreve a confesar. Esa manera de hablar con el enfermo es gravemente injusta y puede causarle graves perjuicios. Jesús deshace toda inculpación moral o psicológica. Dice: «Ni él pecó ni sus padres. Está ciego para que se manifiesten en él las obras de Dios» (Jn 9, 3). La enfermedad puede tener otra finalidad además de llamamos la atención sobre problemas anímicos. Toda enfermedad, en efecto, puede convertirse en el lugar en que se manifiesta la acción de Dios y resplandece su gloria. Por lo tanto, no tenemos por qué andar escudriñándonos con angustia en cada enfermedad para intentar descubrir en qué hemos faltado o qué estamos reprimiendo. Este examen para detectar las causas psicológicas de la enfermedad puede verificarse como una actividad pro-

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fundamente inhumana. Porque entonces tendríamos que vivir en permanente estado de angustia por temor a que los demás pudieran enterarse en la enfermedad de nuestros problemas. No podríamos encubrir nada. Nuestros problemas íntimos y personales quedarían patentes a todo el mundo, quedaríamos expuestos durante nuestra enfermedad a las miradas ajenas, indefensos ante el intento de buscar una interpretación psicológica a nuestros males, desnudos ante la curiosidad de , psicólogos de afición y despojados de toda dignidad humana. La visión de Jesús sobre la enfermedad era mucho más humana y liberadora. La enfermedad puede ser la expresión exterior de un estado interior aunque no tiene por qué serlo necesariamente. Una enfermedad puede ser simplemente el lugar al que Dios nos cita para encontramos en la realidad de nuestro cuerpo y tocamos en el lugar de la enfermedad con su amorosa mano. ¿ Cómo pueden manifestarse las obras de Dios en nuestra enfermedad? En el pasaje del capítulo 9 de san Juan se manifiestan las obras de Dios en la curación de un ciego, es decir, en la desaparición de una enfermedad. Cualquier enfermedad me habla de mi limitación y caducidad humana. Gozar de buena salud no es cosa connatural, algo que deba darse por supuesto. La enfermedad me habla con lenguaje inequívoco de mi real situación ante Dios: dependo de él, necesito su ayuda. Dios puede curarme. La salud es un regalo suyo y nunca un merecimiento mío. La enfermedad me hace comprender que no tengo derecho a exigir la salud, que tener buena salud es don de Dios.

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La acción de Dios puede manifestarse en mí de dos maneras: o bien curándome o también haciéndome comprender la verdad de lo que soy. ¿Qué causas apagan mi vida, qué es lo que le da su valor, a dónde va a parar? En la enfermedad puedo experimentar en mi cuerpo que lo propio de mi vida no es la fortaleza, ni la salud, ni mis logros, ni la duración de mis días, sino la permeabilidad a Dios. No es cuestión de llegar a dar una explicación de todo en mi vida, de ser fuerte, de poder ayudar a otros. Se trata únicamente de ponerme con mi vida y con todo cuanto tengo en manos de Dios, de presentarme ante él para que su voluntad se cumpla en mí y disponga de mí para anunciar su palabra en el mundo por el tiempo que quiera. Es imprescindible hacerse trasparente a Dios, a su amor, a su misericordia, a su bondad y filantropía. Si la luz de Dios se difunde por el mundo, si brilla y calienta a través de mí, eso me basta. Nada importa si esa luz se difunde y brilla por mi enfermedad o salud, debilidad o fortafeza. Debe dejarse a voluntad de Dios la decisión sobre el tiempo y lugar que quiere iluminar con nuestra lámpara. Nuestra tarea consiste en limpiar bien de polvo la lámpara para que la luz de Dios irradie mejor a través de ella. Esa luz puede brillar también en un cuerpo enfermo, a veces quizá con mayor intensidad que en un cuerpo rebosante de salud. En la enfermedad aprendemos que la salud no es cosa nuestra ni depende de nuestras fuerzas; es cosa de Dios que quiere traspasamos de su luz y llenamos de su amor para hacerse sentir por nuestro medio a los demás que nos rodean. Sería un lamentable error pensar que la salud queda garantizada si se lleva un régimen sano de vida y una vida espiritual intensa. Es imprescindible contar con la enfermedad.

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Pertenece a la esencia del ser humano. Se trata naturalmente de una deficiencia, algo negativo que debería ser superado. Pero somos exactamente eso, seres humanos con lagunas y faltas como partes integrantes de nuestro ser. No asumir la enfermedad es como no resignarse a ser humano.

El que se propusiera esquivar toda enfermedad retiraría del hombre elfundamento de su ser. Si se pensara en la posibilidad de hacer desaparecer toda enfermedad desaparecería también con ello la posibilidad de comprender el sentido de la vida. En su enfermedad llega Job a dialogar con Dios y recibe al fin de su vida el doble de lo que se le había quitado. La enfermedad es una crisis en la que caemos para que nuestra vida pueda recibir un nuevo y mejor fundamento. La enfermedad nos zarandea y desmiembra para articularnos de nuevo, para hacernos totalmente hombres de Dios que se hacen trasparentes a su luz. De la crisis sale la luz. Los que se creen blindados contra toda posibilidad de crisis no son verdaderos hombres en el sentido del hombre creado por Dios' Enfermedad y salud son como dos caras complementarias de una misma verdad. Cristo vino a salvamos y a curarnos. El que sabe lo que es desgracia puede comprender mejor la salvación; el que ha estado enfermo está en condición 7

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F. Weinreb: Van Sinn der Krankheit. Weiler, 1979, p. 5 Y66.

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de apreciar mejor la salud. Sin embargo, al caer enfermos no debemos reaccionar enseguida con remordimientos de conciencia o sentimientos de culpabilidad. Al contrario, debemos aceptar en ese hecho nuestra naturaleza humana. Somos seres humanos dependientes también de Dios en nuestra salud, incapaces de lograrla por el propio esfuerzo. Por mucho que extrememos las normas de la higiene no lograremos nunca evitar toda enfermedad. Pero si consideramos la enfermedad como una crisis que pretende abrimos los ojos a la verdadera realidad, entonces la enfermedad se convierte en oportunidad de acercamiento a Dios. Nuestra ocupación consiste en intentar reflejar en una vida sana la salvación de Dios. Los preceptos del Decálogo son recetas para una vida sana. Y todas las normas ascéticas y dietéticas pretenden enseñar el arte de vivir así. Es asunto nuestro cumplir esas reglas y preocupamos de nuestra salud. Pero debemos asumir en cada momento la posibilidad de caer enfermos, el hecho de no ser invulnerables, la verdad de que la salud no es sólo el resultado feliz de nuestras preocupaciones sino también un don que no se puede lograr y sí malograr. A la esencia humana pertenece la humildad suficiente para saber aceptar nuestra limitación, nuestra condición pecadora, la dependencia en todo de la gracia y misericordia divina. La enfermedad obliga a definimos por nuestra relación a Dios y no por relación a nuestras fuerzas y posibilidades. ¿Cuáles son los elementos constituyentes del auténtico valor? La enfermedad nos pone frente a un dique contra el que se estrellan y acaban nuestras posibilidades. Más allá nada podemos. El valor del individuo lo constituye su filiación divina, el ser objeto del amor de Dios y morada suya. A medida 34

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que la morada de nuestro cuerpo se va desmoronando exteriormente amenazando ruina total nos debemos ir replegando hacia las habitaciones interiores del espíritu donde Dios mismo mora. El «castillo del alma» de Teresa de Á vila y la «celda interior» de Catalina de Siena, el espacio interior ocupado por Dios dentro de nosotros nunca puede ser destruido. El tiempo de la enfermedad debería ser tiempo de reflexión hacia dentro, hacia estos espacios interiores y definimos por relación a ellos. Hay personas que han vivido constantemente enfermas desde su nacimiento. La mera sugerencia de que su quebradizo estado de salud pudiera tener algo que ver con su psique sería una grosería mayúscula y cruel. Han venido al mundo sin posibilidad de elegirsu constitución fisica. En esa constitución somática tienen un constante quehacer espiritual. La enfermedad les obliga a prestar mayor atención a su cuerpo, les habla sin callarse y no les permite desentenderse de ella como desearían. Es para ellos como una frontera que pone estrecho límite a sus posibilidades. El que la padece se siente inevitablemente confrontado con su fragilidad humana. Puede resultar extremadamente duro para el enfermo porque equivale a hacerle sentirse excluido del club de los fuertes y le hace muy dificil considerarse como un valor y tener fe en sus posibilidades. Pero al mismo tiempo y por eso mismo le brinda la oportunidad de penetrar en la vida hasta llegar a su más hondo significado. La enfermedad vendría a ser la herida en la que Dios pone su mano, y esa herida sería a su vez puerta extraordinaria por la que hace su entrada la gracia como fuente de bendiciones para el enfermo y para otros. El corazón traspasado de Cristo es un símbolo. Su herida se convirtió en

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fuente de vida, de ella brotaron sangre yagua, símbolo de los sacramentos y del Espíritu de Dios que se derrama en todo el mundo. Jesús cura a los hombres con sus obras y mucho más con sus llagas. Las heridas de Cristo son una imagen elocuente que nos hace ver la necesidad de renunciar a la inútil lucha de pretender curar nuestras heridas a toda costa, a vernos libres de ellas, a obligarlas a cicatrizar. Las heridas pueden quedar abiertas. Lo importante es hacemos a la idea de que son la puerta extraordinaria de la gracia y punto de contacto del amor de Dios. Cuando se llega a entender así la enfermedad, ésta revitaliza al sujeto interiormente y le hace vigilante. Se convierte en permanente evocación de Dios. Así le sucedió a Jacob en aquella noche de encuentro y lucha con Dios. La más intensa experiencia de Dios en su vida terminó con el golpe de Dios en la cadera que le dejó cojo. (Gen 32, 23-33). La cadera lesionada quedó como recuerdo del encuentro nocturno en el que Dios le bendijo y nombró padre de los israelitas. Jacob herido se convierte en Israel, en contrincante de Dios, en fuente de bendiciones para la humanidad. Pero la enfermedad no pretende hacemos pensar sólo en Dios. Nos obliga también a pensar en la vida y entenderla tal como Dios la ha planificado. La enfermedad no es retirada de la vida exterior con refugio en la interior; es principalmente y sobre todo una invitación a vivir. Normalmente suelen hacer su aparición las enfermedades por las brechas de lo no vivido, por las agresiones inhibidas, por el placer no vivido y por las tendencias reprimidas. Cuando no se logra encontrar el camino apto de aislarse de los demás por medio de las agresiones, ni se logra el justo equilibrio entre cercanía y distancia, entonces el temor de las agresiones produce enfer-

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medad. O también, cuando no se encuentra la forma adecuada de vivenciar el placer se debe temer la aparición de una enfermedad como retención permanente del placer. La prevención del placer conduce a su sustitución por sucedáneos disimulados. La enfermedad es por lo tanto una llamada de Dios a aprender a encontrar el gusto por la vida. Ahora bien, a la vida pertenece una saludable moderación de las agresiones de tal manera que me deje un espacio de refugio seguro frente a los demás. Y pertenece también una cultura del eros que me permita disfrutar y experimentar el disfrute como una manera de hacerme trasparente a Dios. La enfermedad puede ser el medio de que se sirve Dios para abrirme más a él limitando la vitalidad hacia fuera y abriendo caminos hacia las riquezas de dentro. Puede hacerlo también dando valor para aumentar la vitalidad dentro del recto comportamiento frente a las agresiones, placeres y deseos. Ha habido santos que entendieron la enfermedad como una llamada de Dios a intensificar la vida en una doble dirección interior y exterior. El resultado fue por una parte una vida mística hacia dentro y una extraordinaria y más intensa vitalidad hacia fuera con extraordinarios logros. Tres ejemplos pueden demostrarlo: Hildegarda de Bingen pasó en su vida repetidas veces por fases de malísima salud a pesar de haber escrito libros muy apreciados sobre los medios para lograr una vida sana y de haber conocido por experiencia propia la interacción entre el cuerpo y el alma. En su enfermedad se, convirtió en profetisa de Alemania con una extraordinaria fuerza de irradiación. Sus predicaciones conmovían ciudades enteras que hacían penitencia. La mala salud en nada limitó ni disminuyó sus posibilidades antes al contra-

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rio, la capacitó para suscitar y desarrollar vida con sus predicaciones. Hizo surgir en ella además una exquisita sensibilidad ante la belleza de la vida, de la naturaleza y de la música. Por eso pudo escribir preciosos libros de ciencias naturales y componer deliciosas canciones, testimonio hasta hoy de un singular dinamismo. Bernardo de Claraval fue indudablemente el hombre más prestigioso de su tiempo. Muchos jóvenes quedaban fascinados por su personalidad y le seguían ingresando en su convento. Con sus predicaciones sacudió la modorra de los hombres y puso en movimiento a todo occidente. ¿De dónde procedía su dinamismo? Sus incomparables éxitos como abad, predicador ambulante, místico y consejero politico tenían su origen en su situación de enfermo permanente. Toda su vida fue enfermizo y débil. Es lo mismo que sobre si misma escribe Teresa de Á vila. Reformó el Carmelo en España a pesar de su estado de precaria salud, permaneció firme frente a la oposición de la iglesia institucional y fundó muchos conventos. A pesar de sus sufrimientos corporales en sus viajes, pudo escribir libros que figuran entre lo mejor de la literatura clásica española, y en su profundo contenido espiritual son maravillosos orientadores para todos los que desean entrar por los caminos de la mística. Al citar estos ejemplos no pretendemos otra cosa que prevenir contra el peligro de hacer precipitadas equiparaciones de la enfermedad con deficiencias psíquicas. Un hombre corporalmente enfermo puede gozar de excelente salud psíquica y llevar a cabo obras importantes. Lo contrario es igualmente válido una perfecta salud psíquica y espiritual no es garantía infalible de la salud del cuerpo. Sin embargo, hay que decir que todos somos en buena parte artífices y respon-

sables de nuestra salud. Una vida moderada la favorece. Cuando hace su aparición la enfermedad corporal debemos sinceramente preguntamos si hay también algo enfermo en el alma, si estamos haciendo algo perjudicial, en qué medida nos estamos desconectando de la vida por causa de la represión de nuestras agresiones, placeres y deseos. No cabe duda de que la enfermedad es una excelente oportunidad para conocerse mejor porque a través de ella descubrimos mejor los vacíos de la vida. Los síntomas de cada enfermedad son imágenes exteriores de un estado interior del alma, por eso de alguna manera necesitamos caer enfermos para adquirir un auténtico autoconocimiento. Porque no existe nadie tan sincero por naturaleza que se atreva a mirarse de frente en su totalidad. Con excesiva frecuencia somos víctimas de mecanismos interiores de represión. El cuerpo nos obliga a mirar de frente a las inhibiciones. Si lo hacemos así, quedarán bien al descubierto y en adelante ya no será posible pasarlas por alto. Es un buen logro digno de agradecer. De lo contrario nunca llegaremos a un perfecto conocimiento propio ni acertaremos con la medida exacta que es necesaria y aplicable a nuestra salud. Esta interpretación de la enfermedad sería igualmente importante dentro de las comunidades religiosas. Pero sucede que en la vida religiosa se suelen cerrar ojos y oídos al verdadero mensaje de la enfermedad, el mensaje que habla del estado real interior del paciente y sobre el estado de toda la comunidad reflejado en él. Suele reaccionarse exclusivamente desde el punto de vista médico desperdiciando la gran ocasión, ofrecida por la enfermedad, de enriquecer una espiritualidad beneficiosa para todos, y la de crear una atmósfera saludable para la convivencia comunitaria.

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Pero la interpretación psicosomática de la enfermedad no es ni puede ser exclusiva. Frecuentemente no nos queda más remedio que aceptar la enfermedad viendo en ella una señal de que nos habla de Dios y nos recuerda nuestra dependencia de Él. En ese caso actuará la enfermedad como impulso ascensional desde las profundidades interiores del propio ser hacia el espacio mismo en que habita Dios al que no tienen acceso las enfermedades psíquicas ni somáticas. Allí es todo salud y vida. Dios habita también en un cuerpo enfermo y en el alma aunque esté enferma. Este es el fundamento de nuestra dignidad y grandeza. La enfermedad ayuda a definimos por referencia a ese lugar en que Dios mora al mismo tiempo que amplía las dimensiones de nuestra condición humana. Entonces podemos entrar un poco en el misterio de la vida, es decir, en la realidad de nuestro continuo peregrinar hacia Dios y de que, si se va por buen camino, el grado de salud o enfermedad, o mismo que la duración de la vida, son cosas de poca importancia comparadas con la infinitud de Dios. Lo único grande, o verdaderamente importante, es saber que Dios nos ha llamado a cada uno por nuestro nombre y que estamos en camino hacia él para hallar en él, al fin, la satisfacción plena de todos nuestros deseos.

Dietética, la ciencia de la salud

La medicina griega entendió que su principal cometido era el de enseñar el arte de llevar un régimen de vida sano. Para los griegos era la salud corporal una condición natural y previa de la salud espiritual y mental. Compararon la ocupación del médico con la de un timonel que pilotea con mano segura la nave humana por los peligrosos mares de la vida. El médico enseña los principios que se deben observar si se quiere gozar de buena salud y además acompaña a lo largo de la vida en su función de timonel. Sólo cuando nos apartamos de sus normas se hará necesaria su intervención para aplicar su arte a la curación de las enfermedades. Pero curar es sólo función secundaria, excepcional, de la medicina. La fundación de la dietética, principios para una buena salud, se atribuye a Herodikós de Selymbria (s. v. a. C.) el cual pensaba que: La salud corporal es un fenómeno natural cuando se lleva un régimen de vida siguiendo las leyes de la naturaleza y la enferme-

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dad; por el contrario, cuando se procede contra ellas.

máxima benedictina del ora et labora, reza y trabaja 8».

Hipócrates desarrolló el concepto de dietética en su libro Normas de vida. El hombre debe respetar su cuerpo y el medio ambiente si quiere gozar de buena salud. Desde entonces fue la dietética el núcleo y centro de la medicina hasta la alta Edad Media. Pero no son sólo los médicos los que exigen un estilo de vida moderado y sobrio. Son también los teólogós y maestros de la vida espirituaL La escolástica habla mucho del ardo et regula, orden y normas a las cuales debe adaptar el hombre su conducta. Los dos principios eran clave en el estilo de vida medievaL La gran mística Hildegarda de Bingen escribió libros de terapéutica inspirándose en los principios de la dietética de los antiguos y realizó una interesante síntesis de los principios medicinales griegos con los de la Regla benedictina. Al comentar la Regla:

Pone Hildegarda especial énfasis en la prudencia como principio fundamental y rector en todo procedimiento de atención a la salud. La prudencia es para Benito la virtud principal en un abad, en su función de director espirituaL Los principios válidos para la vida espiritual lo son también, según Hildegarda, para la salud del alma y cuerpo. Por eso pide insistentemente a sus hermanas un uso bien combinado de la luz y el aire, de la comida y bebida, del trabajo y del ocio, del sueño y vigilia. Su dietética se inspira y apoya en los principios de su espiritualidad y de su mística. Para Hildegarda existe una estrecha vinculación entre vida espiritual y salud corporaL Por eso sus consejos son detallados y concretos. Por ejemplo: ~

Desarrolla Hildegarda unos principios medicinales haciendo la síntesis de la Regla de Benito, carta magna de la convivencia humana, y de las enseñanzas de Galeno, logrando unas conclusiones orientadoras de la conducta interior y exterior del hombre. Para lograr el objetivo de la buena salud ayuda mucho la comida, bebida, movimientos y descanso, habitáculo e indumentaria y, en general, una organización de la vida según la

No es bueno retirarse a dormir inmediatamente después de las comidas y antes de que las calidades del sabor, jugos y olores hayan llegado a su lugar correspondiente. Es mucho mejor tardar un buen rato en acostarse después de las comidas para evitar que el estado de sueño dirija el sabor, jugos y olor de los alimentos a órganos indebidos y se dispersen aquí y allá, a manera de polvo, en el sistema de vasos circulatorios".

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H. Schipperges: Hildegarda de Bingen. Frankfurt, p. 64 Ibid., p. 70.

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No seguimos a Hildegarda en sus principios teóricos sobre la funcionalidad del cuerpo humano. Pero sí podemos aprender de ella a relacionar la vida espiritual con un régimen sano de vida, a considerar en serio las interdependencias entre alma y cuerpo, y a seguir como norma el principio de la escolástica: «la gracia edifica sobre la naturaleza y la supone tgratia supponit naturam)».

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Según Galeno, la dietética abarca en sí los seis principios no naturales: 1.Aer (el aire y la luz), 2. Cibus et potus (la comida y la bebida), 3. Motus et quies (el ejercicio y el descanso), 4. Somnus et vigilia (sueño y vigilia), 5. Secreta et excreta (secreciones y eliminaciones), 6. Affectus animi (movimientos del alma, sentimientos, emociones). Vamos a estudiar brevemente estos aspectos teniendo siempre en cuenta su dimensión espiritual. Es muy importante en la vida espiritual prestar atención a los presupuestos naturales de la vida humana para no pecar por exceso, para poner con discreción cada cosa en su debido sitio según el consejo de Benito. Y a la inversa, jamás se debe permanecer girando dentro de un círculo en torno a la salud corporal porque hay que relacionarla e integrarla en la auténtica vida en su conjunto y plenitud, que es la vida con Dios.

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Aire y luz El primer principio se refiere al uso debido de la luz y el aire, es decir, al medio ambiente. Tiene mucha importancia el medio en que se vive. Los antiguos tenían instinto a la hora de elegir el emplazamiento de sus viviendas. Dependemos mucho del clima, paisaje y situación de nuestra vivienda para nuestra salud corporal y bienestar espiritual. Por eso da Benito tanta importancia a la estructura arquitectónica de los monasterios. A los hermanos de un lejano monasterio les enviaba los planos descriptivos de un edificio ideal. Una construcción que proteja la salud, adecuada relación entre edificio y paisaje, atención a los ángulos de incidencias de la luz ... no son detalles de pura cosmética sino algo muy importante para la salud. Naturalmente, se trata siempre de normas de valor relativo. Porque hay hombres que viven en el desierto o se enclaustran sin dar importancia a los condicionamientos de lugar y clima. Puede haber una llamada a renunciar a toda comodidad humana para vivir sólo de Dios. Pero los que no hemos sentido esa llamada tenemos que fijamos en el orden de la creación y organizar según él nuestra vida para consumirla en estado de buena salud. Nuestro espacio vital de cada día puede favorecer o perjudicar a la salud. Hay que tener en cuenta lo primero y evitar que la construcción se planifique o se sitúe en un lugar inadecuado o con materiales nocivos o bajo el influjo negativo de corrientes de agua o radiaciones. Pero también debe cuidarse y organizar la habitación en que se vive. Puede haber pedantes pruritos de novedad o modernidad, y puede haber desorden, exponente de falta de cultura. Todo eso es perju-

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dicial para la vida del espíritu. Sin embargo hay que reconocer que no se trataría de una espiritualidad de calidad si se la hiciera depender en exceso del orden de las cosas en el despacho. El orden en el aposento o en el despacho puede estimular el orden del alma. Cuadros relajantes y una disposición de las cosas con buen gusto favorecen los sentimientos del alma Es verdad que no podemos depender de lo exterior pero tampoco podemos olvidar que somos seres corpóreos que viven en parte por los ojos y deben ser tratados con consideración. Los antropósofos conceden suma importancia, a veces hasta exagerada a la cultura del saber instalarse y del saber vivir. Construyen sus edificios con determinados materiales y los decoran con determinados colores. Son un ejemplo en lo que se refiere a la importancia debida al espacio en que vivimos y nos movemos. Lo exterior influye en el interior para bien o para mal. Por eso y desde el punto de vista de la comprensión cristiana, es importante la valoración de estos elementos en lo que se merecen. Influye mucho el espacio en que se vive y el entorno acústico porque la música prolonga su efectividad más allá del mundo de los sentidos. Estamos constantemente bajo el influjo de los ruidos. Si expongo mis oídos a un constante ruido carraspeante terminaré por caer enfermo. Hay una clase de música que machaca algo dentro de mí hasta triturarlo. Lo mismo se puede decir de la TV. Es imposible estar largas horas ante la pantalla y permanecer asépticos. Quizá debamos preguntamos si son las imágenes de la TV o las de la Biblia las que nos acompañan durante el día y cuáles son las que pueden curamos.

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Comida Ybebida En la actualidad está ampliamente difundido una especie de instinto por procurarse una dieta sana. Es evidente que podemos comer hasta reventar perjudicando la salud o ahorrar muchas medicinas con una dieta sana. Muchas enfermedades están en función de esta alternativa. La moderación en la comida y el ayuno son prácticas ascéticas aconsejadas siempre. Benito escribió en su Regla un capítulo sobre la moderación en la comida y bebida. Habla evidentemente desde la profunda convicción de que el comportamiento ante la comida y bebida tiene su importancia para la vida del espíritu. La vida espiritual no se reduce a conceptos cerebrales desencarnados, incluye por el contrario, la materialidad del cuerpo y éste necesita alirÍlentos sanos y suministrados con moderación. Sin embargo, la lucha por la moderación en la comida resultaría infructuosa si no va acompañada de motivaciones espirituales. Si todo se reduce a darle vueltas para ver cómo se pueden perder unos kilos y pasar el invierno sin gripe, la dieta alimenticia así buscada puede degenerar en obsesión y convertirse en una pesadilla llena de crispaciones y vacía de resultados. No se puede nunca perder de vista la unidad de alma y cuerpo. El cuerpo es en sí mismo suficientemente importante como para que se respeten sus leyes y se le de un tratamiento digno en el suministro de bebida y alimento. No que se le deba tratar con remilgos ni que se le dé culto pero sí que se le ayude a hacerse trasparente al Espíritu de Dios. La manera de comer tiene repercusión sobre la salud y afecta a la vida espiritual. Para los antiguos era la moderación

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en la comida un ejercicio ascético dentro del marco más general de la lucha por la limpieza de corazón. La inmoderación en la comida y bebida activa la sexualidad, por eso se aconseja el ayuno como medio de control de los impulsos sexuales. En las manifestaciones extremas de la inmoderación se ve claro hasta qué punto la comida y bebida arruinan simultáneamente alma y cuerpo. El comportamiento moderado en la comida y bebida anda en la actualidad alterado en muchas personas. Unos tienen obsesión por comer, otros por adelgazar. Ambas conductas afectan a cuerpo y alma. La obsesión por la comida que degenera en dependencia de ella es una manera de evasión frente a los problemas. Uno busca en la comida una anestesia contra el enfado, decepción, soledad. Pero esta obsesión por la comida es de hecho una permanente fuga de la realidad y un permanente engaño de sí mismo. La psicoterapia intenta curar esta dependencia de la comida pero los buenos resultados se producen casi exclusivamente dentro del marco de una radical reorganización espiritual y mental. Cualquiera que padezca una dependencia necesita ponerse delante de su vida y de sus deseos dar paso a las tendencias reprimidas. Y como la dependencia es siempre fuga de Dios que me ha puesto en la realidad de este mundo, todo combate contra la dependencia incluye al mismo tiempo una reorganización de la vida espiritual. Necesito reconciliarme con Dios que me pide vivir en un mundo en el que no todos los deseos pueden ser satisfechos. Muchas de las dependencias son en realidad sucedáneo s de la madre, que me están empujando a buscar el bienestar dentro de mí y en Dios, a sentirme dentro de mí como en mi casa porque Dios, el misterio, habita también allí.

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No sólo la obsesión por la comida repercute en la vida espiritual sino también los modos de estar a la mesa. La manera de comer Ybeber está dando información precisa sobre el grado de madurez espiritual del sujeto. El que engulle en lugar de comer tenderá probablemente a hacer algo parecido con la creación y con Dios. Devorará igualmente libros sin capacidad para degustar su lectura. Es posible incluso que haya perdido toda capacidad de admirar. Los modales en el comer están diciendo algo de nuestras relaciones con el mundo porque nos comportamos ante Dios y ante el mundo como ante la comida. La vida espiritual de calidad tiene que tener capacidad de permanecer en silencio, de admirar, de adorar y de encontrar la paz en el silencio ante Dios. La manera de comer está indicando quién es capaz de hacerla así y quién no. Por algo considera Benito la comida como un santo encuentro. Los monjes no van al comedor para ingerir solamente los frutos de la naturaleza sino también y al mismo tiempo para nutrirse de la palabra que oyen mientras comen. De esta manera se convierte la materialidad de comer en evento racional y espiritual, en acogida y asimilación de los dones y palabras de Dios. Los modales en la mesa tienen repercusión en la totalidad del hombre con alma y cuerpo. Hoy se echa de menos una verdadera cultura de mesa. Lo que muchas veces se hace es engullir rápidamente y acallar el hambre con el mayor ahorro de tiempo posible (fast food). La bendición de la mesa debería ser una buena oración porque ayudaría a crear y asimilar una verdadera cultura de la mesa. La bendición de la mesa no es ciertamente una forma de oración perfecta y mucho menos si se repite rutinariamente como algo aprendido de memoria. Pero es 49

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igualmente cierto que ayuda a ver en los alimentos algo sagrado por el hecho de que nos permiten disfrutar de los dones de Dios. Ya las mismas formas de urbanidad y comportamiento correcto son positivas y saludables. Si se empieza a comer con avidez tan pronto como aparece algo sobre la mesa, la atención se centra en lo material y se desvirtúa el aspecto de la comida como convivencia para limitarse a un engorde silencioso. Si los autores ascéticos de la Edad Media dedicaron tratados a cosas aparentemente tan banales como las normas de urbanidad y del buen estar a-la mesa, quiere decir que lo hacían desde la profunda convicción de que el comportamiento exterior influye en el cuerpo y en el alma. Ejercicio y descanso En el tercer área de una vida sana se incluye la acertada combinación del ejercicio y el descanso, el trabajo y el ocio. Herodikós de Se1ymbria escribió una distribución del día bien detallada en la que se suceden alternativamente el trabajo y el ocio, el deporte y el descanso. ¿Objetivo? La salud. De él tomó Benito, para incluirlo en su Regla, el principio dietético de una razonable alternancia entre trabajo y ocio e hizo de él el principio fundamental de su espiritualidad: ora et labora, reza y trabaja. Este combinado de trabajo y oración -acción y contemplación- ha quedado como característica y distintivo de la vida benedictina. Benito piensa que los principios dietéticos son válidos y eficaces también para la vida espiritual, sin perder nunca de vista la dimensión terapéutica de la fe. La espiritualidad no se limita nunca al área de lo racional y

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espiritual; su objeto es siempre el hombre en su totalidad. Hildegarda escribe en su exposición de la Regla, que Benito clavó sabiamente el afilado listón del progreso ni demasiado alto ni demasiado bajo. «Supo dar en el centro exacto de la rueda». Él supo exponer acertadamente en su Regla un orden que permite a los débiles vjvir la misma vida y crecer con salud corporal y espiritual juntamente con los fuertes. Benito no se propuso nunca el objetivo de estimular a batir records de resultados espirituales. Su objetivo era abrir espacios a la acción salvadora de Cristo en un modelo de vida capaz de garantizar de igual manera la salud del alma y del cuerpo. El Dr. Vescovi 1 o ha demostrado que la distribución benedictina del día está completamente adaptada al biorritmo. Hay mucha gente que altera su propio biorritmo. Una distribución del día favorable a la salud produce también efectos terapéuticos y capacita fundamentalmente para mayores logros. Organizamos las horas de trabajo y de oración adaptándolas al ritmo natural y después no tenemos por qué hacemos excesiva violencia ante cosas o situaciones que no se adaptan a nuestra manera de ser. El que logra adaptarse por largo tiempo a una sana distribución del día podrá experimentar muy pronto que es beneficiosa para el cuerpo 10mismo que para el alma. El lema benedictino ora et labora significa finalmente que no es posible una vida espiritualmente sana sin un estilo de vida igualmente sano. Un estilo de vida sana se refiere a la adecuada distribución del tiempo y a la manera de hacer las cosas más importantes del día. Se refiere, por ejemplo, a la postun, corporal en el trabajo.

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G. Vescovi: Biorhythmus und Stindegebet (texto manuscrito).

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-¿Estamos en él crispados o con sensibilidad hacia el medio en el que estamos trabajando? -¿Qué clase de pensamientos y sentimientos nos acompañan durante el trabajo? -¿Les dejamos paso libre o los influenciamos consciente y positivamente? -¿Permanecemos en unión con Dios también durante el trabajo o tenemos el corazón en otra parte lejos de Él? -¿Estamos centrados sobre el momento presente o dispersos, derramados? El estilo de vida se relaciona a mayor distancia con los «rituales en los que hacemos la distribución del día». Hay rituales buenos y malos. Existe el ritual antihigiénico de levantarse por las mañanas con pereza y fastidio y desayunar a tragos y deprisa. Existe también el ritual higiénico de levantarse temprano según un plan previo, comenzar el día con una breve oración y encontrar después satisfacción y gusto en el trabajo que se realiza durante el día. En nuestro ritual personal nos encontramos con nuestra identidad y podemos sentimos sencillamente cómodos, como en casa. Una vida espiritualmente higiénica necesita un molde, un estilo de vida sano. De lo contrario queda peligrosamente expuesta a las decisiones improvisadas de la libertad y se siente constantemente desbordada. La vida espiritual necesita un molde dentro del cual pueda desarrollarse sin necesidad de acudir constantemente a decisiones improvisadas de la voluntad con las que muy frecuentemente se violenta uno a sí mismo y divaga después sin rumbo con angustias de conciencia. Una conciencia escrupulosa no es jamás buena consejera espiritual.

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Un estilo de vida sano permite que la vida espiritual se desarrolle con virtualidad curativa sobre el cuerpo y sobre el alma. por el contrario, una vida espiritual voluntarista pone en tensión nuestras fuerzas y con mucha facilidad nos pone enfermos por la simple razón de que casi siempre quedamos por debajo de nuestros propósitos por ser incapaces de soportar más tiempo la disgregación interior. Sueño y vigilia La cuarta regla de la dietética modera el tiempo dedicado al sueño y a la vigilia. Todo ser humano necesita disponer de un tiempo razonable para el sueño. Ese tiempo lo garantiza a sus monjes la Regla de Benito. El sueño y la vigilia fueron en el monacato un importante tema espiritual. El que duerme con exceso andará siempre medio amodorrado y es eso lo que él busca muchas veces. Incapaz de enfrentarse con la realidad huye de ella buscando refugio en el sueño. El que por el contrario duerme demasiado poco suele proceder en todo sin moderación. Tiene un elevado autoconcepto y exagera su importancia sin permitir que nadie le saque de ese error. Ciertamente, la norma de un tiempo razonable para el sueño varía de unas personas a otras. Cada uno debe analizarse para ver si exagera la necesidad de sueño o si por dormir poco se siente agotado. Aumenta constantemente el número de personas que padecen trastornos en el sueño y todos saben que la causa reside en problemas psíquicos en parte no resueltos y en parte reprimidos. Los trastornos en el sueño son una verdadera señal de alarma que nos previene de la necesidad de prestamos más atención y llegar hasta el

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fondo de las cosas. Podemos también, con Morton Kelsey, interpretar los trastornos en el sueño como una llamada de Dios a la que debemos responder como Samuel: «Habla, Señor, que tu siervo escucha'!». Entonces ya no giraremos en tomo a la idea fija del déficit de sueño, sino que viviremos los insomnios de manera positiva pudiendo hacer de ellos una oración o una actividad espiritual. La falta de sueño no impedirá al día siguiente el rendimiento en el trabajo. Eso sucede sólo cuando uno se convence previamente a sí mismo de que necesita dormir hasta saciarse si quiere rendir después en el trabajo. Es ésta una interpretación del sueño exclusivamente en términos de rendimiento laboral. Pero eso es desnaturalizar la función del sueño por no considerarlo como el lugar en que caemos en las manos de Dios y donde Él nos dirige frecuentemente su palabra. El sueño no consiste sólo en una recuperación de fuerzas en el cuerpo cansado. Eso mismo sucede igualmente en el alma que se mueve de otra manera durante el sueño. Se activa el inconsciente y se hace presente en los sueños. La realidad de los sueños lo es tanto como la realidad del consciente en el estado de vigilia. Si deseamos gozar de buena salud equilibrada necesitamos prestar mucha atención a la realidad de los sueños y escucharlos. En ellos comenta el inconsciente y hace inteligibles los acontecimientos del día y describe el estado del momento actual en el camino hacia la autorrealización. Es muy importante escuchar este comentario, porque nuestra visión consciente de las cosas suele ser muy parcial. En el sueño podemos dar una buena interpretación a

todo lo que ha sucedido durante el día y deducir en qué medida o aspectos debemos aplicárnoslo. En los sueños reconocemos también nuestra real situación. El inconsciente nos comunica por medio de imágenes la verdad de la situación en que nos hallamos en el momento actual, en qué tenemos razón o en qué estamos equivocados, cuál es también nuestra situación ante Dios, si estamos abiertos o cerrados a Él y qué nuevas medidas deberían adoptarse. La escucha atenta a la voz de Dios, que nos habla en sueños para orientamos por el camino espiritual, nos previene contra el gran riesgo de pasar al margen de nuestra propia realidad y de Dios mismo sin percatamos quizá de ello. En el sueño quedamos sumergidos en la auténtica realidad, asegura el pensador judío Weinreb". Allí quedamos unidos a la vida divina.habla Dios al corazón y nosotros nos movemos dentro del ámbito de su intimidad. Ésta es la razón por la que los monjes dan tanta importancia al silencio nocturno. El silencio de la noche trasmite al dormir y al soñar un espacio curativo y sagrado que la antigüedad había creado en el sueño del templo. La paz de la noche es beneficiosa para todos. En el silencio de la noche desciende la palabra divina y penetra en los oídos de nuestro interior. La liturgia de Navidad celebra este silencio y lo considera como el lugar en que bajó Cristo de los cielos para hacerse hombre. Weinreb cree que la actividad y todo lo que sucede durante el día no es más que el desarrollo y concreción de las percepciones trasmitidas por Dios durante el silencio nocturno. A lo largo del día vivimos muy poco de motivaciones racionales y de

IICfr. A. Grün: Traurne Münsterschwarzach, 1989.

1982.

auf

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geistlichen

Weg.

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F. Weinreb: Traurnleben, überlieferte Traurndeutung. Weiler,

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decisiones conscientes de la voluntad. Casi todo es un formulario o ritual en que se expresa la realidad vista y oída en el sueño. Por eso se debe un respetuoso silencio a la noche para permitir que Dios nos hable en ella al corazón. Las noches alborotadas cortan las raíces divinas del alma y no dejan percibir la voz de Dios que habla en el silencio. Secreciones y eliminaciones La quinta regla de la dietética trata de las secreciones y eliminaciones, tema aparentemente de menor importancia. Sin embargo, ya Groddeck, el fundador de la psicosomática, trata detalladamente el problema de la obstrucción, relacionada siempre con la estructura psíquica del ser humano. El que padece estreñimiento está reteniendo algo que debe ser eliminado. Groddeck lamenta que mucha gente tenga tiempo para comer y no lo tenga para vaciar. Muchos viven «como si la madre naturaleza les hubiera dotado de un tubo de hojalata en vez de intestinos» 13 • La preocupación por una vida sana incluye también la atención a las funciones orgánicas de evacuación. Hildegarda de Bingen no tiene reparo en hablar de estas funciones del organismo porque también ellas son un instrumento de ninguna manera despreciable de la existencia racional, porque contribuyen a una vida feliz. y compara el proceso digestivo con un lagar: las sobras se elirnman. Lo que resulta extraño e inútil se tira: como el sudor y las lágrimas, la saliva y el semen, las heces y la orina. Sucede como con los ra1)

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cimas de uvas en el lagar. El vino se recoge en tinajas, los residuos y las cáscaras se tiran. El tema de las secreciones introduce en el tema de la sexualidad. Frente a falsos eslóganes como «busca tu equilibrio en la sexualidad», y frente a falsas afirmaciones en el sentido de que sólo por la práctica sexual se puede lograr el equilibrio, es de suma importancia oír las enseñanzas de la dietética sobre la auténtica manera de tratar la sexualidad y de comportarse en esta área de la persona. En primer lugar hay que liberar la sexualidad del tabú que ha predominado en la tradición de la Iglesia, al menos de manera inconsciente. En el pansexualismo actual no cuenta el alma para nada y se tiende a valorar a una persona por sus éxitos en este campo. En la parte opuesta se sitúa la tendencia a demonizar la sexualidad. Una espiritualidad dietética debe seguir una vía intermedia de conciliación de ambas falsificaciones en una síntesis de interpretación auténtica. El que excluye la sexualidad del ámbito de lo espiritual se condena a vivir anquilosado y seco. El que pretende sublimarla con bonitas palabras piadosas queda dividido en desacuerdo intenor. Existen dos caminos de integración de la sexualidad en la vida espiritual. Uno es el camino del matrimonio que pasa por el placer de la unión sexual entendida como aspiración a la unión con Dios, «el completamente otro». Vivir la sexualidad no significa en modo alguno una búsqueda ansiosa del placer. Significa descubrir en el placer el camino hacia Dios y estimularse a seguir por Él mediante la experiencia sexual. El discípulo de Jung H. Jellouschek piensa que:

G. Groddeck: Krankheit als Symbol. Frankfurt, 1979, p. 144.

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El potencial de ansiedad en una relación erótica puede ser gratificación momentánea pero nunca satisfacción permanente, porque el ansia de Dios supera y excede cualquier satisfacción posible del amor humano. El amor intersexual no existe nunca como sucedáneo de la unión con Dios ni puede saciar el ansia de la unión con Dios inasequible ahora; tiene la función de mantener viva la esperanza y vigilancia en el camino hacia el infinito", No se trata en el matrimonio, por lo tanto, de una experiencia frívola de la sexualidad hasta agotar todas sus posibilidades, sino del placer de una unión que trasforma la sexualidad en ansiedad espiritual. En ese intento hay que dar vía libre a la sexualidad y en matrimonios de intensa vida religiosa debe ser incluso provocada. La energía sexual es siempre una energía vital. Si se la congela queda el hombre reducido a la mitad. Un cristiano no tiene motivo alguno para tener miedo a la sexualidad. Debe por el contrario elevar el placer y trasformarIo en vida, en vitalidad en el cuerpo y en satisfacción provisional e imperfecta del ansia de identificación con Dios. El célibe tiene otra manera de vivir la sexualidad. El celibato es integración de la sexualidad en el camino espiritual. Pero no se trata en modo alguno de una separación o represión sino de una trasformación de la sexualidad en eros. El eras es fertilizante de la vida espiritual. Cuando la corriente 14 H. Jellouschek: Manner und Frauenauf dem Weg zu neuen Beziehungsformen (Texto manuscrito).

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de energía erótica llega a conectar con Dios, automáticamente se hace más intensa la vida espiritual; en tomo al hombre de intensa vida en el Espíritu aparecen diversas formas de fertilidad espiritual. La trasformación de la sexualidad en eros es igualmente una condición en la mística cristiana. Lo erótico es necesario para dar el paso a la mística verdadera. Si en el estado de vida consagrada existen tan pocos místicos en la actualidad se debe al hecho de haber saltado por encima de todo eros y de toda energía erótica. En las vidas de los místicos encontramos ejemplos palmarios de trasformación del eros en experiencia amorosa de Dios, por ejemplo en Teresa de Á vila en su trato con Gracián, en Francisco con Clara, en Benito con Escolástica. El papa Gregorio desarrolla la esencia de la mistica partiendo precisamente de los caracteres del trato entre Benito y Escolástica. El célibe no debe nunca caer en la tentación de reprimir la sexualidad y el eras. Lo que debe hacer es preguntarse en qué dirección fluye su energía sexual, a quién ama y cómo se manifiesta exteriormente esta inclinación amorosa. En la manera de expresar mi amor a los demás se deja traslucir la vitalidad de mi vida espiritual. Jamás vio Teresa en el eros un elemento turbador de sus relaciones con Dios; fue por el contrario una energía revitalizadora. El amor a Gracián no la desvió en el camino hacia Dios sino, muy al contrario, la centró en el camino hacia una relación más íntima con Dios. El amor a Gracián penetró en su corazón sin desviar la dirección correcta del amor y la enseñó a amar a Dios de una manera más íntima. El problema del célibe es éste: ¿Cómo puedo trasformar la sexualidad en fuerza erótica al servicio de la vida espiritual? La respuesta no es someterIa a control espiritual ni en intentar dominarIa por voluntarismo y disciplina sino com59

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prenderla y sentirla en su totalidad descubriendo su finalidad. La verdadera pregunta por tanto es ésta: ¿Qué es lo que realmente busco o a qué se orienta mi sexualidad? Buscamos en ella mayor vitalidad, buscamos una entrega a la que nos abandonamos y en la que nos sentimos totalmente presentes, pletóricos de vida, en la verdad completa de nuestro ser. Las esperanzas vinculadas con la sexualidad están muy por encima de toda verificación real en esta vida, incluso en las personas casadas. En el placer de la experiencia sexual se comprende que una sexualidad vivida no es posible sin la complementariedad de otro y que la unión sexual en los casados tiene como último objetivo el de llevar a Dios, lo mismo que la renuncia al ejercicio de la sexualidad en los célibes. Los místicos se han apropiado con razón la terminología erótica y sexual como punto de referencia para orientarse a Dios y la ansiedad del sexo como expresión y símbolo de la profunda aspiración del alma a unirse con él. Nunca negaron los místicos la realidad sexual ni prescindieron de ella. Lo que hicieron fue considerarla en su finalidad de conjunto y orientar a la unión con Dios la apetencia existencial de unión oculta en la sexualidad. Supieron aceptar la situación incompleta de su ser con ordenación al complemento del sexo opuesto, lo vivieron con sentido de responsabilidad y se lo presentaron así a Dios sin caer nunca en la tentación de creer que Él les iba a dar los problemas sexuales ya resueltos. Sería demasiado simple. Pero cuando se leen los escritos de los autores místicos como Eckhart o Tauler, Hildegarda o Teresa, se tiene la sensación de que se está palpando una espiritualidad que deja traslucir vitalidad, humanismo, libertad, amplitud de miras, intimidad y ternura. No existen recetas baratas para lograr una espiritualidad de estas características. El camino 60

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de las personas casadas pasa por la trasformación de la sexualidad en dirección a Dios. Para los célibes pasa por la aceptación de las profundas heridas abiertas por el ansia de identificación con el otro, contenida en la sexualidad. Si el célibe deja a Dios tocarle la herida y le presenta su corazón roto, quedará trasformada la sexualidad en corriente erótica fecundante de su vida con una fertilidad difundida y perceptible en tomo a Él. Pasiones, sentimientos y emociones La última regla de la dietética se refiere a los affectus animi, a las pasiones, emociones y sentimientos del alma. El

arte de curar de los antiguos sabía ya que los pensamientos y sentimientos pueden producir enfermedades, y que no se puede dar cabida impunemente de manera constante a pensamientos y sentimientos negativos. Una buena salud incluye la debida atención y el adecuado comportamiento frente a los pensamientos y sentimientos. No se trata de soslayarlos ni reprimirlos, sino de prestarles la debida atención para prevenir contra los efectos nocivos para la salud producidos por los pensamientos negativos. Sobre esta clase de pensamientos escribió un libro especial, Antirrhetikon, Evagrio Póntico en el que explica cómo los sentimientos de autoconmiseración y los continuos lamentos paralizan la actividad de la persona y debilitan las fuerzas del cuerpo. Sobre el demonio de la ira afirma que corroe el alma. Es una forma de expresar metafóricamente el punto de vista del Dr. Carlos Simonton, especialista americano en el tratamiento del cáncer, quien afirma que los disgustos digeridos en silencio terminan por digerir

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las células del cuerpo en el sentido literal de la palabra. Cuando uno ya no reacciona activamente a sus enfados obliga en alguna manera a que reaccione el cuerpo y éste queda devorado en la reacción. Somos culpables de la falta de salud si no prestamos a los pensamientos y sentimientos la atención de-

bida". Lo que aquí se pretende no es sustituir los sentimientos negativos por otros positivos. Eso podría ser un lavado de higiene y nada más. Se trata, lo primero, de dar entrada franca y dejar curso libre al desarrollo de los sentimientos. Limitarse a reprimir los sentimientos negativos, como el odio y la rabia, equivale a dejarlos agazapados dentro del cuerpo. Mucho mejor es mirarlos de frente con audacia y vivirlos, siempre eso sí, en contemplación interior y con respeto a los otros. El que da paso a su indignación y la mira fijamente de frente para contemplarse en ella no será causa de alborotos. La exteriorizará de manera comprensible a los demás. Después de haber vivido los sentimientos de rabia avanzará por medio de ella hacia otros sentimientos que sin ella nunca hubiera descubierto, como la necesidad de intimidad y de cariño. El que no hace más que alborotar se limitará a repetir constantemente el mismo modelo de conducta sin progreso alguno interior. Puede vivir sus agresiones pero atento a sí mismo y a los demás. En la actualidad hay mucha gente enferma por no vivir de esta manera ni permitir a las agresiones manifestarse entre padres respecto a sus hijos y a la inversa, por miedo al aislamiento. La nueva generación de padres tiene menos que ver 15 C. Simonton: Wieder gesund werder. Eine Anleitung zur Aktivierung der Selbstheilungskrafte fiir Krebspatienten und ihre Angehórige, Hamburg, 1982.

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con el problema del aislamiento respecto a sus padres que a sUSpropiós hijos. En esa conducta late un alto ideal educativo que debería implantarse. Los antiguos monjes no aconsejan en sus escritos reprimir las pasiones sino dialogar con ellas o, como lo expresa poimen, «debemos aprender algo de las pasiones y enseñarles algo a ellas porque es ese un intercambio de enriquecimiento y experiencia». El paso libre a las agresiones es destructivo y obstaculiza el proceso de maduración; la represión pone enfermo. La solución pasa por una integración razonable. Sólo así puede aprovecharse el potencial de energía latente en las agresiones. En el odio a una persona se oculta siempre un impulso positivo: yo no me dejo hacer sombra por nadie, yo deseo vivir. Pero el momentáneo sentimiento de odio puede ayudanne a dar un paso adelante en el proceso de liberación del poder de los demás. El odio es un reto para fijar las debidas distancias. Los monjes han desarrollado diversos métodos de comportamiento frente a los pensamientos y sentimientos. Lo más notable en estos métodos es la sabia norma de mirarlos de frente y reaccionar de manera activa. Un comportamiento pasivo hace caer enfermo. No hay razón alguna para tener miedo a los sentimientos negativos porque tampoco somos responsables de su aparición. La responsabilidad reside exc1usivamente en la manera de reaccionar cuando aparecen. No es cuestión de contemplación psicológica y pasiva; se trata de una orientación de las pasiones a Dios. Si se logra orientar a Dios todo cuanto sucede o puede existir en nuestro mundo interior, pierde lo negativo toda su fuerza destructiva y se puede comprobar realmente que todo puede cooperar para el bien. Como lo expresa en símbolos Isaías, entonces 63

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glorificarán dentro de nosotros a Dios las fieras salvajes, los chacales y avestruces no caerán a traición sobre nosotros porque serán una fuerza vivificadora. (Cfr Is 43,20). La vida espiritual descrita por los monjes es una vida sana y favorable a la salud. Pero hay que estar atentos a no desviar el objetivo de la vida espiritual y servirse fraudulentamente de ella subordinándola al beneficio de la salud. Se trata ante todo de Dios, de hacer depender de Él toda la seguridad. Dios puede enviar enfermedades como expresión de la seguridad que da saberse en sus manos porque nunca debe considerarse la salud como criterio válido de la aceptación o rechazo de Dios. Salvación no es igual a salud, y así aparece en la vida de los santos. Pablo mismo sufrió una enfermedad humillante y molesta. Dios no le sacó de ella a pesar de sus insistentes peticiones. A las quejas de Pablo responde Cristo: «Te basta mi gracia, porque la gracia se hace más visible en la debilidad» (2 Cor 12,9). Dejemos a Dios la decisión sobre si nuestra alma sana debe vivir en un cuerpo también sano o enfermo. En la enfermedad se manifiesta con mayor evidencia la fuerza de Dios como pura gracia y no merecimiento humano. Todo es cuestión de permeabilidad a la gracia. Un cuerpo vigoroso puede reflejar bien la acción de Dios. Un cuerpo débil pone de manifiesto que la salvación es obra delEspiritu y no de la capacidad humana. El Espíritu de Dios puede servirse como instrumento suyo de herramientas que no coinciden con nuestros criterios y apreciaciones. Nada importan los hombres ni las opiniones humanas sobre los hombres, lo importante es la fuerza de Dios. El que se deja manejar como dócil instrumento en manos del Espíritu de Dios, se convertirá en autor

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de salvación lo mismo si está sano que enfermo. Y será salvación de otros como lo fue Pablo de manera insuperable. Pablo aceptó el aguijón en su carne no con amargura sino con amor, con dinamismo, autenticidad y credibilidad. No le bloqueó la enfermedad. Lo que hizo fue abrirle más a los hombres y a Dios. En la enfermedad experimentaba una paz profunda con Dios y en ella comprendió también el misterio de su vida: «El tesoro de Dios lo llevamos en vasijas de barro para que se vea que esa fuerza tan extraordinaria es de Dios y no viene de los hombres» (2 Cor 4,7). Al que entiende su vida como un don de Dios para servicio de los hombres le da igual prestar ese servicio con salud o enfermo. Lo único que cuenta es la gloria de Dios en todo.

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Rasgos fundamentales de una espiritualidad terapéutica

La tarea permanente de la vida espiritual consiste en quitar los defectos y dominar las pasiones e impulsos instintivos. Pero consiste también en llevar una vida natural y espiritualmente higiénica. Si entendemos la salud como ocupación espiritual tenemos que asumir las consecuencias que de este hecho se derivan para nuestra espiritualidad. En las líneas que siguen desearíamos fijamos sólo en algunos aspectos que nos parecen particularmente importantes. La vida espiritual no debe levantarse a expensas de nuestro cuerpo ni sobre sus escombros. El cuerpo es un compañero importante en nuestro camino espiritual. Tiene la función de ayudar a conocemos mejor con sólo prestar atención a las indicaciones que nos hace. Pero los exámenes de conciencia no deben limitarse a una exploración del ámbito de la inteligencia y de la voluntad. Deberían incluir también el área de lo corporal. Porque si en el examen de conciencia nos limitamos a escudriñar en qué cosas hemos faltado, estamos reduciendo las posibilidades de autoconocimiento al ámbito exclusivo de la moral, pero nunca llegaremos a los 67

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condicionamientos inconscientes que con frecuencia nos bloquean y obstaculizan la ejecución de nuestros deseos. Nunca nos topamos tampoco con las necesidades y deseos más profundos. En consecuencia no llegaremos a saber dónde estamos exactamente, cuál es nuestra situación real y en qué consiste en concreto nuestra falta o nuestra responsabilidad. Muchas veces no consiste la falta en una conducta equivocada sino en un posicionamiento radical que esquiva por principio lo molesto y por lo tanto no vive, de hecho, la realidad. Reducir el examen de conciencia a un meticuloso rendimiento de cuentas sobre las acciones buenas y malas lleva a un moralismo y crea conciencias escrupulosas. El examen de conciencia tendría mucho más sentido si, en lugar de hacer un recorrido por todo el día para detectar las faltas cometidas, sepusiera el sujeto en la presencia de Dios, intentara percibir su cuerpo y se preguntara: -¿Quién soy yo realmente ante mi Dios? -¿Cómo estoy ante él? Todo auténtico examen de conciencia es un encuentro con Dios. En ese encuentro descubro en qué he fallado. Por el mero hecho de concentrarme y escuchar la voz de mis sentimientos y de mi cuerpo llego a detectar con precisión qué obstáculo exacto me bloquea y qué culpa concreta me atenaza. En este encuentro siento cómo Dios me perdona y me acepta sin reservas. Éste sería un provechoso examen de conciencia que nos pondría otra vez plenamente en forma. Entra de lleno en la mentalidad de san Benito.

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El examen de conciencia, falsamente atribuido a san Ignacio, que analiza una por una todas las acciones y omisiones, tiende a convertirse en esquematismo, en anotación mecánica en el diario yeso nada tiene que ver con el espíritu de JesÚSy además vuelve loco al hombre moderno. Escuchar la voz del cuerpo quiere decir tomar en serio los elementos cognitivos de la psicosomática y preguntar a cada síntoma qué nos tiene que decir. Las preguntas deben referirse siempre a mí y nunca a los demás. Si, por ejemplo, padezco dolores de cabeza necesito preguntarme qué tipo de emociones no he tolerado, en qué he sido excesivamente exigente conmigo, qué cargas de problemas y responsabilidades he puesto sobre mis hombros. Los dolores de espalda pueden ser señal de emociones no vividas. Pero si pretendo convencer a todos los que padecen dolores de espalda de que sus dolores se deben a sentimientos reprimidos, cometería una falta de delicadeza y una grave injusticia. La información de las reacciones de mi cuerpo son una pregunta exclusivamente mía y para mí, Tengo que intentar percibir en la voz de mi cuerpo la voz de Dios que me habla de mi verdadero estado y me señala los pasos que debo dar en el camino espiritual. Puedo sentirme agradecido cuando mi cuerpo se convierte en tambor de resonancia de la voz de Dios que me previene contra caminos equivocados. El que no logra oír la voz de Dios en las expresiones de su cuerpo corre un grave peligro de pasar al borde de su propia realidad sin vivirla y extraviarse sin remedio. Después de un acontecimiento importante reaccionamos reflexivamente con pensamientos en los que comentamos lo sucedido y valoramos nuestras vivencias del evento. Tam-

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bién reacciona el inconsciente. Éste percibe otras realidades no percibidas por la razón y nos da su interpretación propia generalmente en sueños. Reacciona también el cuerpo. Sabemos muy bien cómo reacciona ante un peligro, a la vista de una buena comida preparada, etc. Las reacciones inconscientes del cuerpo son más complicadas porque se dejan observar preferentemente allí donde solemos reaccionar ante los acontecimientos de manera poco consciente. Si, por ejemplo, nos resistimos a aceptar que la situación en el trabajo es insoportable, o que un compañero me está lacerando constantemente pero no sabemos reaccionar oponiendo una adecuada resistencia o abandonando el puesto de trabajo, será el cuerpo el encargado de reaccionar. Enseguida hacen su aparición los dolores de estómago si no hay medio de protegerse contra el poder. Las cargas permanentes impuestas por los otros y contra las que nada podemos hacer atacan el hígado y nos fatigan hasta el agotamiento. El cansancio es el único recurso de defensa que nos queda. La simple toma de conciencia de la aparición de la enfermedad debería obligarnos a adoptar otros sistemas defensivos y más conscientes que eviten la enfermedad. No se necesita más que preguntar a los síntomas y ellos se encargarán de damos en imágenes la respuesta adecuada. Algunos sacerdotes jóvenes se acongojan por los mareos que les vienen en el altar. Puede deberse, naturalmente, a un estado de tensión interior o a presión sanguínea. Pero pueden preguntarse también si sienten además otra clase de mareos interiores, si su inconsciente les señala zonas de división en el trabajo que realizan por una parte y su autoestima por otra. Luego podrían seguir preguntando si queda algo por

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realizar en lo que podrían ver- satisfechos sus ideales sacerdotales. No deben tener miedo en hacerlo. Deben estar, por el contrario, muy agradecidos a la sinceridad de su cuerpo que les hace conocer la opinión que de ellos tiene su inconsciente. Sin embargo preguntar no es afirmar. Pero es la manera de llegar a una mayor sensibilización ante la situación propia. Debemos preguntar a los síntomas sin temor o tratar de identificamos con ellos en una percepción interior. Hay que ser sin embargo muy prudentes para no aventurar precipitadas conclusiones. Muchas veces resulta inútil hacer una clasificación pormenorizada de cada síntoma analizando cada uno de sus detalles. Caeríamos en el error de damos por satisfechos con la explicación y renunciaríamos a seguir investigando. La presión á la que nos estamos muchas veces sometiendo puede exteriorizar sus síntomas en forma de tensión alta. Si no se presta la debida atención aparecerá un estado de permanente nerviosismo. Una persona nerviosa está interiormente rota, no tiene paz, anda como ausente. Como no puede soportar su verdad huye de sí misma. Una persona convulsa muestra de igual manera que su vida espiritual no anda bien. Por eso se obstina en voluntarismos, incapaz de resignarse a aceptar sus propias sombras. Necesita excluir algo ante lo que siente miedo de que pudiera llegar a dominarla. Y sucede algo curioso: precisamente en ese deseo de ser el sujeto dueño de sí mismo queda sometido al dominio de sus propias sombras, a lo negativo dentro de él, lo cual le obliga a la contracción de todos sus músculos. Son sus sombras las que disponen de su cuerpo manteniéndolo en tensión. Una vida espiritualmente higiénica se da sólo cuando es capaz de

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mantener al cuerpo en tensión sana y positiva, en una forma tensa de bienestar y de equilibrio. Una persona sin detalles, incapaz de prestar atención a las voces de su cuerpo o, si las oye, malentenderlas como la voz del libertinaje, está demostrando una carencia absoluta de finura espiritual. La voz de Dios no le ha llegado y, si le ha llegado, no ha podido influir nada en él. Una vida espiritualmente higiénica exige como primer elemento un conocimiento objetivo de si mismo. Sólo se llega a un conocimiento objetivo prestando la debida atención también a las indicaciones del cuerpo. No se interprete esta afirmación como un intento de psicologización de la vida espiritual o de un reduccionismo psicológico. Lo único que se pretende es dar a las indicaciones del cuerpo la importancia que merecen. Naturalmente, existe el peligro de pretender psicologizar todos los síntomas de las enfermedades, como por hobby, husmeando y pretendiendo descubrir taras psíquicas en todo. No se trata de curiosidad psicológica en busca de elementos para hacer clasificaciones sino de una honesta escucha del mensaje que Dios quiere danne por medio de mi cuerpo. Sólo en la ordenación del cuerpo y del alma a Dios puede Dios inundar con su luz todas las zonas oscuras y anquilosadas del cuerpo y del alma y de esta manera curar al hombre en su totalidad. Las características de una espiritualidad concreta capaz de curar al hombre interiormente enfermo y desgarrado quedan bien de manifiesto en la Regla de san Benito. En la exposición de la dietética hemos demostrado ya en qué sentido puede esa espiritualidad servir de introducción a un régimen de vida sano. Ahora quisiéramos abordar algunos factores curativos y enfrentarlos a sus contrarios nocivos. 72

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La falta de moderación

Un factor ciertamente determinante en la actualidad es la inmoderación en todo. Como dice M. Dufner: «Nuestra época se caracteriza por el intento de acabar con los elementos destructivo s de la vida pero sucumbe a la seducción de un perfeccionismo que lleva de hecho a la muerte». Así caracteriza Romano Guardini nuestra época. La desmesura se manifiesta en el abuso de la energía con peligro para la creación; en el abuso en el consumo con la secuela de muchas enfermedades; en el exceso de trabajo con estrés; pero también en el afán inmoderado de perfección, de seguridad en todo, de absoluto abastecimiento, de garantía absoluta para la salud y realización plena de la vida. Los debates políticos sobre la reforma de los sistemas sanitarios y de las pensiones prueban suficientemente que hemos llegado ya a un limite. En la desmesura se siente el hombre desbordado, pierde el sentido de sus propias limitaciones y olvida la saludable moderación. Pierde además el sentido de la medida exacta y objetiva en la valoración de sí mismo. De ahí surge el mito del supennan, la figura siempre a punto, siempre aportadora de ideas, siempre en funcionamiento perfecto y adaptada a las exigencias del mundo profesional. Es el mito del hombre fuerte, inagotable, sin debilidades al menos aparentes; del tipo frío y cerebral, capaz de ver cómo pasa todo sin inmutarse por nada. Pero no se reflexiona ni se cae en la cuenta de que una persona así, no existe en ninguna parte y si se encontrara en alguna parte nunca podría ser amada. El funcionalismo es una cosa que se compra fraudulentamente con soborno ocultan-

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do los aspectos negativos y negando las debilidades. Muchas veces se recurre a psicofármacos para rechazar y devolver a su origen lo inaceptable. Pero esta solución sólo aparente se paga con el derrumbamiento de la persona, señal de que el hombre no puede excederse impunemente en sus posibilidades. A esta falta de mesura opone Benito la moderación, el don de discernimiento, la sabiduría de la norma justa que él denomina «madre de todas las virtudes». El abad debe disponerlo todo con moderación, según la exacta medida, sin exigir de nadie más de lo que razonablemente puede. Debe conocer a cada uno y acomodarse a él para ver hasta dónde llegan sus posibilidades en el trabajo y en las prácticas ascéticas. El abad no puede hacerse ilusiones pensando que en su monasterio todos son súper monjes; debe tener muy en cuenta que ha asumido la dirección y vigilancia de hombres llenos de flaquezas. Debe preocuparse de todos con amor, sin olvidar nunca que se ha hecho responsable de ellos. Debe discernir si el trabajo que encomienda tiene carácter divino o solamente humano y guardar en todo lajusta medida. (RB, 64, 127). Disponga todas las cosas con moderación de tal manera que los fuertes encuentren lo que buscan y los débiles no huyan. Piense siempre en Santiago que no impuso cargas agobiantes a su rebaño y adapte sus exigencias en la oración, trabajo y penitencias de manera que estimule a sus monjes y los tenga siempre ocupados pero sin desalentarlos ni afligirlos.

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La moderación o medida exacta de san Benito no es mediocridad o término medio sino el justo equilibrio, hoy tan necesario, capaz de curar las enfermedades psicosomáticas; desterrarlas o prevenirlas. La moderación se aplica ante todo al trabajo, a la comida, a la bebida y al sueño. Pero también se aplica a la vida espiritual. Benito sabe que también en ella pueden resultar perjudiciales los abusos, pues proceden del demonio. La inmoderación afecta principalmente a nuestro ideal de perfección. Pensamos que Jesús nos exige perfección, ante todo perfección moral. Es un error. A. Louf 1611a_ ma al ideal de perfección «ideal pagano» porque es un deseo de ser impecables, de pretender ser como Dios sin faltas ni flaquezas, es negarse a aceptar las flaquezas y limitaciones inherentes anuestra naturaleza humana. No debemos pretender ser perfectos sino completos. Debemos dejar que viva todo en nosotros y relacionarlo con Dios. Debemos «ser misericordiosos como nuestro Padre celestial es misericordioso» (Le 6, 36). Inestabilidad, depresión y murmuración Existe otro factor de riesgo relacionado con la inmoderación. Es la indisciplina e inestabilidad. Benito describe él mismo en su Regla a monjes que llevan una vida de vagabundos sin disciplina ni estabilidad. Son los que nunca se han sometido a una regla ... Temperamentos blandos como la cera. Viven 16 A. Louf: Demutund Gehorsam beider Monchsleben. Münsterschwarzach, 1976, p. 18.

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solos, dos o tres juntos sin pastores, encerrados en sus propios rediles pero no en el redil del Señor. Tienen por ley sus caprichos, por santos todas sus ocurrencias y deseos; tienen lo que no les gusta por ilícito ... Durante toda su vida andan cambiando de casa en casa, siempre inconstantes y volubles, esclavos de sus caprichos y del placer de la comida. (RB, 1,6-11 ). La indisciplina habitual termina por poner enfermo. El que no es capaz de someterse a un orden externo tampoco puede tener orden interior. El que no acepta en su vida más norma que la de sus gustos y caprichos queda interiormente desgarrado. Todo se descompone. Ya no hay grapas capaces de mantener unidos los trozos dispersos, no existe marco dentro del cual pueda desarrollarse nada. La inestabilidad toma en el cuerpo formas de un estado como de ausencia y derrumbamiento. A ella opone Benito una forma de vida saludable dentro del marco de la disciplina interior perceptible exteriormente en la manera de andar y en la debida compostura del cuerpo. La indisciplina suele ir acompañada de ignorancia y desprecio de la tradición. Se vive sin raíces pero sin raíces no puede crecer nada. Sentirse vinculado con una tradición es un elemento decisivo para encontrarse saludablemente con la propia identidad. Sin raíces se secan los árboles, los hombres se atrofian. El olvido de la tradición produce también confusión de criterios. Víctor Frankl diagnostica la enfermedad de nuestro tiempo como una gran neurosis del espíritu. «El típico paciente de hoy padece el profundo vacío del absurdo en la profunda sensación

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de que su vida carece de sentido»!'. A esos sentimientos opone la firmeza de la fe en Dios presente en medio de nosotros. Continua y firmemente, siempre, cada día, en todas partes' día y noche, debemos llevar ante los ojos la convicción de que Dios está entre nosotros y nos mira con ojos benévolos. Sólo en contacto permanente con Dios se puede vivir en verticalidad, en la verdad, con salud, en nuestra totalidad. En Dios y de Dios recibe su sentido nuestra vida porque es imposible vivir en solitario, sin relaciones, sin una finalidad. Vivimos siempre relacionados con alguien, constantemente ante los ojos de Dios, envueltos en su amorosa presencia, llamados continuamente por nuestro nombre, invitados por Él a vivir la plenitud de la vida. Dios viene en nuestra busca y pregunta: ¿Quién es el hombre enamorado de la vida y deseoso de ver días felices? Y si nos dejamos atraer por esta llamada podremos confiar en la promesa: «Mis ojos reposan sobre vosotros y mis oídos se inclinan a vuestras oraciones. Antes de invocarme os diré yo: aquí estoy» (RB, Prólogo). Si nos sentimos contemplados por Dios, invitados por Él a vivir, nunca podemos ceder al pesimismo de pensar que nuestra vida pueda ser un absurdo. En la experiencia profunda, consciente, de la vida ya no es necesario preguntarse por su sentido. La vida auténtica lleva el sentido en sí misma y el que la vive intensamente no necesita preguntarse para qué vive. La fe es el mejor antídoto contra el pesimismo existencial. De la crisis sobre el sentido de la vida emergen densas nubes de tristeza, de irritabilidad, de melancolía. Si la alegría es fuente de energía, la depresión es por el contrario uno de los más nocivos vampiros de la existencia humana. Los 17

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V. Frankl: Leiden am sinnlosen Leben. Freiburg, 1980. 77

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estados depresivos abundan, son cada vez más frecuentes y más graves. Tal vez se caracteriza la voz de los hombres de hoy por sus tonalidades de resignación y vacío. La tradición monástica es rica en experiencias de tristeza bajo dos formas características. Primero la forma del dolorismo, con depresión, con lamentos y lágrimas por no ver satisfechos los deseos ni poder tolerar ver desvanecidas las ilusiones. La segunda forma se manifiesta en conductas de apatía, de falta de gusto y de ilusión. Uno se siente totalmente roto, indiferente, sin ganas de nada. Los monjes hablan del «demonio del mediodía» de la apatía, enfermedad típica de la edad madura. Frente a esta forma de tristeza enfermiza (en griego Lype) conocen los monjes el dolor como operatividad purificadora y saludable (penthos). En el dolor vivo y aguanto lo que soy y como soy, con soledad y decepciones. Vivo el dolor en lugar de despejarlo. El dolor se exterioriza en lágrimas purificadoras y liberadoras que abren grandes espacios interiores a nuevos nacimientos. La tristeza en cambio, según dicen los monjes, es seca y estéril. La tristeza es lloriqueo sobre sí mismo. El dolor vivido da origen a una nueva calidad de vida llena de vitalidad. Vivir el dolor significa además relacionarlo con otros, comunicarlo con otros y esta relación actúa de forma terapéutica. Si me quedo a solas con mi dolor, tengo el peligro de estancarme en él. Benito habla en su Regla contra el lastre de la tristeza y apatía. Si un hermano anda triste hay que consolarle. «En la casa de Dios todo tiene que estar organizado de manera que nadie ande desconcertado y triste» (RB 31, 19). Lo que hay que consolar es la tristeza, no el dolor, porque es la tristeza la que hace caer en depresiones cada vez más profundas. Beni78

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to quiere hacer desaparecer todas las condiciones ambientales que favorecen la tristeza y crear en su lugar una atmósfera en la que todos puedan vivir y trabajar contentos. Si a pesar de todo hay algunos que murmuran y protestan, lo que están demostrando con ello es una actitud negativa duramente condenada por Benito. «Os amonesto encarecidamente que no murmuréis» (RB 40,9). Con la murmuración y protesta se sumerge uno en una atmósfera negativa en la que le resulta imposible reconciliarse con la realidad y aceptarla en paz. Se vive en permanente dependencia de ilusiones infantiles y todo lo que no coincide con esas quimeras es considerado como adverso y rechazable. La murmuración y descontento corroen el alma, la vacían de alegría. El sujeto se paraliza a sí mismo y se siente excluido de la vida que Dios nos da para vivirla. La murmuración pone enfermo. N o se ha encontrado antídoto eficaz contra el veneno de la murmuración, tristeza y descontento. Benito aconseja al administrador no permitir que nadie se vaya descontento y triste. Si no tiene otra cosa que dar, dé al menos una cariñosa palabra porque una buena palabra vale más que todo (RB 31,14). Por lo tanto, el administrador es el responsable de la creación de una atmósfera en la que todos puedan vivir con satisfacción y alegría. Pero los monjes deben colaborar en este intento con su actitud interior de aceptación agradecida de su estado de vida. Benito se da cuenta de que la vida de un monje no puede realizarse fuera de la alegría del Espíritu Santo (RB 49,6). Irradiar paz y alegría contagiosas son un importante criterio para nuestra espiritualidad porque ellas pueden trasformar desde dentro la atmósfera interior y exterior colectiva sin necesidad de recurso a motivaciones de índole moral.

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Superoferta acústica y visual Otro factor de riesgo en nuestro tiempo es el ruido y la acústica del medio vital no permite ya vivir en paz. Es imposible aislarse del ruido. En todas partes se nos cuelan las imágenes. Contra esta inundación de palabras y de imágenes propone Benito el silencio como remedio curativo. En el silencio puede el hombre hacer su propio descubrimiento, aislarse del alboroto de sus pensamientos y sumergirse en el lugar donde Dios habita, a donde no tienen acceso los problemas y preocupaciones de cada día. El hombre puede salir curado de ese lugar de silencio. Allí toca el núcleo mismo de su ser y contempla la imagen de lo que Dios quiere de él. Pero apenas iniciado nuestro silencio pueden hacer irrupción en la imaginación ruidosas palabras e imágenes turbadoras del silencio. Una manera de liberarse de ellas podría ser dar un salto por encima y caer en las profundidades silenciosas del alma donde no existen palabras ni imágenes, como aconsejan los místicos. Otro remedio consiste en contraponer palabras e imágenes saludables. En otra parte hemos escrito sobre la virtud curativa de las palabras de la Escritura, que el monje medita y rumía día y noche. Un eficaz remedio podría ser la meditación sobre imágenes bíblicas por su virtualidad. En la medicina holística se habla de imágenes corpóreas positivas y negativas. Si se ordena a un enfermo pintar un cuadro con su propio cuerpo suele hacerla con tonalidades oscuras y dibujar un cuerpo desgarrado. El cuadro viene a ser como un test proyectivo de la representación del propio cuerpo. A esa

superojerta acústica y visual. La contaminación

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representación negativa del cuerpo opone como antídoto consciente la meditación sobre cuadros corpóreos positivos. Se puede imaginar que en el cuerpo existe una fuente luminosa que traspasa con sus rayos de luz todas las partes enfermas. Son ejercicios de imaginación incluidos intencionadamente en la terapia, nos proporcionan un sentimiento positivo del cuerpo, actúan con efecto esclarecedor y terapéutico. Se aconseja, por ejemplo, relajarse y sumergirse en las imágenes interiores: Imagínense que al respirar, en cada exhalación despiden una nube gris ...todas sus preocupaciones, tensiones y angustias ...y cómo en cada inhalaciónse llenan de luz, calor y cariño". Ejercicios como éste pueden trasformar en positivo el estado general de la salud. Simonton propone esta clase de ejercicios imaginativos como terapia contra el cáncer. Hace la experiencia de imaginar que los glóbulos blancos devoran las células cancerígenas y las expulsan del cuerpo haciendo retroceder el cáncer. Muchas imágenes bíblicas son imágenes con poder curativo sobre el cuerpo porque nos hacen ver quiénes somos en realidad. Por ejemplo, el símbolo del templo de Dios. Si me imagino que mi cuerpo es un templo de Dios puedo sentir mi propio cuerpo de otra manera. Un templo es amplio, abierto, con amplitud de espacios en los que puedo encontrarrne con otros. Juan dice que por la encarnación entra Jesús en nues-

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Cfr. Teegen:ob. cit., p. 260. 81

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tra plaza del mercado. Allí se oyen los gritos de los negociantes, el ruido de nuestros pensamientos atentos únicamente al alza de nuestro mercado particular y a tener éxitos en el mercado público. El símbolo del mercado pone en tensión nuestro cuerpo. Tenemos que contraer los músculos para evitar que las palomas y novillos (los pensamientos que revolotean, los impulsos instintivos) se instalen allí y lo trastomen todo. El símbolo del templo, por el contrario, nos permite amplios espacios interiores, podemos respirar, gozar con la belleza y grandeza que hay dentro de nosotros. Todo se amplifica, ilumina y embellece. Un símbolo como éste puede tener efectos terapéuticos. Muchas escuelas de psicología trabajan con símbolos corpóreos como éstos. Lo que sucede es que muchas veces esos símbolos son de creación propia mientras que los símbolos bíblicos no lo son. En ellos esboza Dios nuestra imagen, la imagen en que se plasma nuestro ser, la imagen ideal capaz de purificamos de otras imágenes falsas superpuestas por otros o imágenes con las que el Super-yo ha descentrado y desfigurado nuestra esencia. Los símbolos bíblicos nos ponen frente a nuestra verdadera imagen. Si meditamos sobre ellos llegamos a comprender lo que somos. Todos los adhesivos extraños y nocivos se desprenderán y quedaremos curados. Quedarían aún muchos elementos terapéuticos de la espiritualidad benedictina. Hildegarda de Bingen demostró la necesidad de utilizar la virtud curativa de las hierbas del campo. Ella misma practicó cierto arte medicinal al que acude otra vez hoy la paramedicina o medicina blanda. En los jardines y farmacias de los conventos se practicó algo de esta medicina alternativa. Valdría bien la pena redescubrir los métodos cu-

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rativos de la tradición cristiana: Muchos de esos métodos se usan hoy en el ámbito de la antroposofía y de la medicina holística. En los hospitales cristianos, por el contrario, casi no se toleran más métodos curativos que los de la medicina científica, convencional. Redescubrir los métodos cristianos en el arte de curar como lo hizo Hildegarda de Bingen es hoy un imperativo de nuestro tiempo. Una espiritualidad abierta debería ser ciertamente una parte importante de la medicina alternativa de la tradición espiritual porque puede contribuir de manera imponderable a la curación del hombre en su totalidad. Terapéutica de la vida espiritual ~

No vamos a enumerar más que algunos elementos terapéuticos de la vida espiritual, que ya han sido desarrollados con más amplitud en otro lugar. En primer término hay que citar la liturgia con sus ritos curativos a través de los cuales se sumerge el hombre en su verdad y se sacude de este modo todo lo insano que se le ha ido adhiriendo en las actividades de cada día. El año litúrgico con sus fiestas es un psicodrama en el que el hombre se hace actor de su propia salvación 19. A lo largo de un año litúrgico van siendo progresivamente interpelados los principales aspectos del alma. Lo enfermo y lo sano, lo marginado y reprimido puede ser meditado y presentado a Dios para que lo sane con su palabra. Pero también se ponen ante nuestros ojos las grandes posibilidades de una encarnación bien lograda en la conmemoración de cada 19 Cfr. A. Grün y M. Reepen: Heilendes Kirchenjahr. Kirchenjahr als Psychodrama. Münsterschwarzach, 1986.

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una de las festividades. En cada una de esas fiestas pueden vibrar todas las cuerdas del alma y hacer resonar la divina melodía de la salvación. Los antiguos comprendieron muy bien la virtud terapéutica del canto de los salmos. El canto expulsa toda tristeza, hacer surgir sentimientos de paz y alegría en el corazón, cura toda insatisfacción interna. Los monjes cantan los salmos varias veces al día y en ese canto tienen una buena oportunidad de purificar y de iluminar el alma. ¿Cuál es, por termino medio, el número de personas que pueden cantar y dónde tienen el lugar adecuado para cultivar sus sentimientos y expresarlos de manera saludable? Ese lugar es la celebración de la liturgia y las melodías litúrgicas, especialmente el canto gregoriano, son música con virtud terapéutica en la que se iluminan y organizan las emociones del alma. La Biblia es en sí misma un libro terapéutico. Allí se habla de la vida tal como es. Es psicología narrativa. Nada se excluye. La Biblia infunde valor para enfrentarse con el miedo, las preocupaciones, las culpas y flaquezas. No disimula nada, no colorea ni falsifica nada. En ella se describen hombres enfermos, pecadores, que quedan curados en el encuentro con Dios y con su hijo Jesucristo y después de la curación descubren nuevas posibilidades para su vida. En las historias bíblicas podemos vemos descritos con todos los secretos de nuestro corazón, con nuestras heridas y traumas, con nuestros anhelos y deseos insatisfechos. Podemos contemplamos allí y orientarlo todo Dios. El ansiado fármaco para nuestro tiempo podría ser una espiritualidad globalizante que contemple la totalidad del hombre con alma y cuerpo, el consciente y el inconsciente, lo sano y lo enfermo. Una espiritua-

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lídad sana necesita incluir las dos dimensiones de lo psíquico y lo somático. Lo que no se puede hacer es pensar en el superman funcional y proponerlo como encamación y modelo perfecto de salud. Hay que pensar simplemente en la persona real, curada en sus raíces por Cristo y capacitada ya, por esa radical curación, para irradiar paz profunda hasta en sus debilidades humanas y enfermedades corporales. La gente necesita una medicina operante. Necesita además una espiritualidad higiénica. Muchos médicos lo saben muy bien. Los medicamentos y aparatos técnicos no bastan por sí solos para curar al hombre en sus raíces, como tampoco una psicoterapia excluyente de su dimensión espiritual. Para curar al individuo en su totalidad se necesita además una espiritualidad que contemple los anhelos y tendencias religiosas, sea capaz de sacar al sujeto del círculo de sí mismo para permitirle superarse y crecer en la unión con Dios. Pero este objetivo no lo logra cualquier clase de espiritualidad. Existen formas defectuosas de espiritualidad que predisponen para la neurosis. La devoción no es criterio suficiente por sí sola para garantizar la curación del individuo. Es necesaria una devoción consecuente con los módulos de la tradición cristiana, repetidamente descritos principalmente en la Iglesia primitiva, en el monacato y en la tradición mística. Y debe ser capaz de resistir el análisis de una investigación psicológica con olfato especialmente sensible para detectar si un sujeto tiene vitalidad y está maduro, si es libre y capaz de amar, si está en paz consigo y con el entorno, radiante de alegría contagiosa y fecunda.

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CRITERIOS

PARA UNA ESPIRITUALIDAD

SANA

Existen en la actualidad innumerables formas de espiritualidad tanto dentro de la Iglesia como fuera de ella. Muchas veces no basta fijarse en la materialidad de las palabras para saber o deducir si una determinada forma de religiosidad es garantía de salud o no. Antes de emitir un juicio de valor sobre la calidad de una espiritualidad hay que esperar a ver qué efectos produce en la psique de los individuos que la practican, en sus comportamientos mutuos, en su trabajo y en sus compromisos con el mundo. Partiendo de la tradición monástica desearíamos exponer algunos criterios que nos permitan diagnosticar cuando nos encontramos ante una auténtica religiosidad. Es precisamente en la pluralidad de ofertas espirituales donde estos criterios pueden servir mejor de indicadores que nos mantienen a prudente distancia de una espiritualidad inauténtica y nos acercan o inician en la verdadera. Para que una espiritualidad pueda ayudar al individuo a mantenerse sano y dinámico debería estar marcada por las siguientes características:

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Ser mistagógica y no moralizadora Una espiritualidad es mistagógica cuando «inicia» o introduce al individuo en el misterio de Dios y en el misterio de la persona. Desde el punto de vista histórico la espiritualidad fue siempre mistagógica. Su objeto era la introducción del hombre en la experiencia de Dios. Todas las prácticas ascéticas eran medios para remover los obstáculos que impedían o dificultaban ese encuentro con Dios. Las enseñanzas sobre los «ocho» pecados capitales en el monacato antiguo no deben entenderse como espiritualidad moralizadora sino mistagógica. Porque no se trataba en ella de una técnica para evitar faltas sino de orientaciones para facilitar un contacto más íntimo con Dios y un encuentro más real con la verdad de sí mismo. Nunca describen los monjes la meta del camino espiritual en términos de perfección moral sino utilizando conceptos de la psicología, en términos pureza de corazón (Casiano), de apatía (serenidad de espíritu, o amor puro en Evagrio Póntico ), ataraxia (ausencia de miedo en Atanasio ). Los ocho pecados son conductas psicológicas desordenadas que entorpecen el proceso de nuestra humanización, el encuentro abierto con Dios y no nos dejan estar libres para Él. La pureza de corazón significa libertad interior, una libertad en la que el hombre llega a ser él mismo, sin dejarse zarandear de acá para allá por sus pasiones y deseos, sin dejarse manipular por las expectativas e imposiciones de los hombres. La espiritualidad mistagógica es una autoexperiencia nueva y saludable vivida en el contacto y unión con Dios. La ascética es una ayuda, una introducción del hombre en la unión con Dios y, dentro de ésta, en la unidad consigo, con todos los demás y con toda la creación. 88

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La espiritualidad moralizadora tiene como principal objetivo evitar las faltas y pecados. Parte del ideal de perfección moral y está constantemente creando escrúpulos de conciencia. El más grave error en los dos últimos siglos ha sido la equiparación de fe y moral. En el primer milenio de existencia de la Iglesia no sucedió así. El objetivo de entonces era la experiencia espiritual y la unión con Dios. Pero cuando hacia el año 1700 se impuso en Francia la tendencia moralizadora de Jansenio sobre la corriente mística, se centró la atención espiritual en los pecados para evitarlos, especialmente los pecados sexuales. En todo se veía culpabilidad sexual, y se consumieron todas las energías en un angustioso esfuerzo por evitar las faltas morales. Eljansenismo secó la vida espiritual en Francia. Todo se contemplaba con estrechez de miras y angustias de conciencia, y aún hoy estamos sufriendo las tristes, funestas, consecuencias deljansenismo. Las miopes y angustiosas perspectivas de muchos autores ascéticos en los últimos doscientos años tienen su origen y explicación en los principios deljansenismo. La moral sexual, atribuida a la Iglesia, no procede de la tradición del primer milenio cristiano sino del jansenismo. El monacato primitivo habla positiva y valorativamente de la sexualidad y, lo que es más importante, la sexualidad no constituye el núcleo de la lucha ascética. La ira y el orgullo ocupan el lugar central, merecen más atención y son tratados por los autores con mayor detalle. La espiritualidad mistagógica tiene por objeto las experiencias de la vida espiritual, don incomparable de Dios. Cuanta más importancia se dé a la moralización tanto menor espacio queda para la vitalidad. Si los sacerdotes célibes, incluidos papas y obispos, consideran como principal ocupación suya

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la de cantar las excelencias de la moral sexual, especialmente en las mujeres, 10 que en realidad están haciendo es hablar mucho más de su situación psíquica, de sus sombras negativas y de su carencia de espiritualidad que de la motivación de sus exigencias morales. Es evidente que no existe vida espiritual sin vida moral. Pero la moral es una consecuencia de la vida en el Espíritu y no a la inversa. Los retos del movimiento .New Age, que provoca ansiosamente experiencias espirituales, nos obliga a dar un salto atrás por encima del jansenismo y conectar otra vez con la tradición cristiana para revitalizarla de nuevo. Los apóstoles de la moral suelen sentirse al mismo tiempo profetas enviados por Dios con la misión de gritar contra la inmoralidad de su época y de contener la marea de corrupción. Pero sus apasionados sermones sobre la depravación de la humanidad no sirven casi más que para poner en evidencia el desgarramiento de su propia alma hecha jirones y la amenaza de sus propias sombras que intentan disimular. «Tu lenguaje te traiciona», dijo la criada a Pedro. Si chillamos con emotivo s lamentos contra la inmoralidad del tiempo 10 que conseguimos es traicionar nuestra intimidad dejando al descubierto sus problemas e internas aspiraciones a eso mismo contra lo que con tanto énfasis se habla. Raras veces trasmiten los apóstoles del moralismo en sus predicaciones verdaderos impulsos terapéuticos y constructivos y esto por la sencilla razón de que, en su afán de moralizar, no hacen más que girar en tomo a sus propias sombras. Con mucha frecuencia arguye carencia de experiencias del mensaje liberador de Jesús. El que anuncia de manera creíble la vida en plenitud que Cristo nos ha traído es mejor instrumento en manos de Dios para que toque con su gracia los corazones

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moviéndolos a conversión y renovación, y los llenará más de esperanza que todos los intentos moralizadores. Liberadora y no asfixiante Una espiritualidad que pretenda inspirarse en el espíritu de Jesús tiene que tender necesariamente a introducir a los hombres en la libertad de los hijos de Dios. Trasmitirá algo de esa libertad que Dios nos da como don suyo a condición de encontrar en nosotros espacios interiores libres. Ese espacio interior en que Dios habita es inaccesible a los hombres y a sus requerimientos. Es allí donde Dios nos libera de la sumisión a este mundo y al dominio ejercido por los demás con sus expectativas X exigencias. Es cierto que esta libertad no puede manifestarse al exterior de manera amorfa, sin rasgos perceptibles; necesita un estilo propio en comportamientos sensibles a tono siempre con el espíritu del sermón del monte. La doctrina desarrollada en él por Jesús es la expresión de la experiencia de la libertad cristiana y sólo puede interpretarse rectamente desde este punto de vista. Si somos hijos de Dios ya no somos nacidos de los principios y tendencias de los hombres. Hemos quedado por tanto libres de toda coacción a la autoafirmación y somos libres para comportamos según el paradigma descrito por Jesús en el sermón del monte. Muchas veces quedan los hombres desalentados ante las exigencias del elevado ideal de perfección espiritual allí propuesto. Es sólo un ideal. El ser humano debe tender a él haciéndose cada vez mejor, más puro, hasta ser perfecto como el Padre celestial es perfecto. Pero esto es una utopía cruel para el corazón. Si deseamos ser fieles a

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este ideal necesitamos eliminar todo lo negativo y marginar todas las sombras, lo cual desgarra el corazón y lo pone en un estado de angustia y temor ante todo lo que puede ir apareciendo constantemente en el alma. Aunque las palabras tengan un timbre piadoso, el efecto que producen es todo lo contrario. No son palabras constructivas; son palabras demasiado exigentes, destructivas, generadoras con frecuencia de estados de neurosis. Se puede discutir si una espiritualidad enfermiza lleva a la neurosis o si, por el contrario, es el neurótico el que se identifica con una espiritualidad que confirma su neurosis y puede ser vivida bajo la máscara de religiosidad. Es muy importante saber desenmascarar una espiritualidad neurótica. En los párrafos siguientes, Juan Torello nos da en su descripción de la espiritualidad neurótica interesantes criterios para identificar sus síntomas. El neurótico confunde el ideal de perfección con la ausencia de faltas. El neurótico no ama un ideal fuera de sí y por encima del propio yo, que lleva a la integración de la personalidad y mantiene despierta la conciencia y el sentimiento de su debilidad e imperfección, y actúa al mismo tiempo como estimulante; el neurótico lo que ama es únicamente el ideal del propio yo idealizado engañándose a sí mismo al pensar que ama el verdadero ideal. En este engaño no es capaz de conseguir la paz y el equilibrio. Su religión es una religión de angustia y en ella no alcanza «el amor que excluye todo temor». Por eso se hace duro e intransigente con los demás a los que desea imponer el propio ideal sin estar él mismo en condiciones de poder presentárselo. Cumple con su deber, un deber con el que se ha identificado, (equivalente más o menos al Super-yo de Freud) pero no sabe graduar sus obli-

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gaciones y se dedica a cumplir preferentemente las obligaciones cuyo incumplimiento podría acarrearle mayores sufrimientos. Se aferra al deber para huir de la angustia. Salta por encima de los valores del espíritu y en el cumplimiento del deber busca exclusivamente su satisfacción personal. El motivo del deber es en él más fuerte que el motivo del bien. En su búsqueda de seguridad pone toda la confianza y fe en el cumplimiento del deber como refugio del narcisismo y del amorfo amor propio. El neurótico padece sentimientos de culpabilidad con independencia de haber cometido o no esas faltas, y se angustia por pequeñas faltas sin importancia mientras muchas veces es excesivamente indulgente con faltas verdaderamente graves. Cae con facilidad en estado de tristeza. Se siente con frecuencia indigno e incapaz de nada, incapaz de pensar que en cada uno de nosotros se esconde una buena dosis de bondad y que además «la gracia sola nos basta». Por todas estas razones anda siempre expuesto a graves tentaciones que él tiende a confundir fácilmente con pecados. A veces practica la penitencia pero más por las faltas de las que huye que por el bien que podría hacer: el mal le persigue y el bien apenas ejerce atractivo sobre él. Por eso muchas veces se considera y adopta posturas como de víctima sacrificada. El neurótico no sabe qué es la paciencia, nobleza de alma; no entiende por qué se debe esperar, por qué hay que aceptar las leyes del crecimiento lento o confiarse a la providencia, se pone frecuentemente intratable y este mal humor está adulando en el fondo su amor propio: «[Qué bueno soya pesar de todo, puesto que el sentirme no-bueno me produce tanta aflicción!» No entiende nada de generosidad, ni de audacia, ni de entrega sacrificada con olvido de sí. 93

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El neurótico confunde timidez con humildad, frigidez con castidad, sentimentalismo con devoción (definida por santo Tomás como decisión de la Voluntad), miedo con prudencia, necia bondad natural con práctica del bien, débil condescendencia con espíritu de comprensión, comodidad con pacifismo, inactividad con mansedumbre, mediocridad con moderación, miedo a lo grande con amor a lo pequeño, ambición de poder con celo, horror al heroísmo con amor a lo vulgar, superstición con fe, placer con pecado, etc. 20. Una espiritualidad neurótica prescinde de lo negativo en el individuo y se agarra exclusivamente a sus ideales, imposibles de conseguir. El hombre neurótico intenta compensar su complejo de inferioridad y agrandar su imagen identificándose con un ideal elevado. Pero lo negativo, las sombras, no se dejan marginar impunemente y se desquitan. Hacen sentir constantemente su presencia de dos maneras principalmente. Una forma puede ser la despiadada crítica contra todos los demás que, a sus ojos, no cumplen los mandamientos del Señor oponiendo, en gesto ostensible y pedantemente moralizador, la propia fidelidad en el cumplimiento exacto de esos mismos mandamientos. N o pocas veces la crítica llega a convertirse en demonización de los demás. Por consiguiente, si uno se canoniza condenando a los demás significa con ello que no ha aceptado las propias sombras. Le es entonces necesario buscar un chivo expiatorio sobre el que cargar los propios defectos, si bien lo que en realidad necesita es mantener a raya en sí mismo los defectos que con tanta dureza condena en los demás. 20 J. B. Torello: Neurose und Spiritualitat, en «Christ» 34 (1988) pp. 33-35.

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Otra manera de hacerse notar las sombras reprimidas es el continuo penduleo al que someten al sujeto haciéndole oscilar entre los estados de exaltación y depresión. En las horas altas se siente fascinado ante las maravillas del amor de Dios y vive en exaltación permanente. Pero como nadie es capaz de mantenerse en alta forma para siempre, sucede a continuación el estado contrario. Incapaz de armonizar su vacío de amor a Dios con la imagen que de Dios se ha formado, fácilmente se hunde en una profunda depresión. Entonces se tiene por malo, se acusa a sí mismo con reproches como si fuera el único culpable de todo lo que le pasa, como si todo se debiera a su falta de oración y a sus negligencias en el amor. Ahí se inicia el círculo de las autoinculpaciones que llevan a unasituación anímica parecida a la de Elías. Tras una resonante victoria sobre los sacerdotes de Baal, el héroe se derrumba y se desea la muerte porque no puede aguantar no ser mejor que sus padres (Cfr. 1 Re 19, 1 ss). Por poner excesivamente su mirada en sí y en su perfección en lugar de mirar más a la misericordia del Señor, llega un momento en que le es imposible perdonarse sus propias faltas. Ni siquiera el saberse perdonado por Dios le ayuda a salir de esa situación. Pero Dios es más misericordioso con nosotros que nosotros mismos. El neurótico es incapaz de amarse. La experiencia enseña que resulta a veces más fácil amar a los desconocidos. Resulta, por ejemplo, a veces más dificil amar al consorte cuya vida se comparte a diario. Y sobre todo es muy dificil amarse a sí mismo. Pero es precisamente ese amor el que haría mucho bien al neurótico. Su tragedia consiste en no poder amarse por pensar que solamente un ser perfecto es digno de ser amado. 95

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Benito enseña en su Regla cómo es posible llegar al amor de sí mismo. Hay que mirar mucho más a la misericordia de Dios que a las propias faltas. Después de enumerar una larga lista de herramientas espirituales con las que se puede trabajar y abrir el corazón a la gracia de Dios, señala al final el instrumento más imprescindible: «Nunca desconfiar de la misericordia de Dios» (RB 4). Pretende con ello enseñar en qué sentido debemos utilizar los métodos ascéticos, Si nos servimos de ellos para ser más perfectos, si nuestros esfuerzos se reducen a un continuo girar en tomo a nosotros y en tomo a nuestra perfección como centro, terminaremos finalmente por desanimamos y detestamos. El centro de nuestra ascética no somos nosotros sino Dios. No se trata de presentamos ante Él como buenos y santos. Se trata de orientar a Él y de manera permanente todos nuestros esfuerzos y fracasos, de llenamos de alegría por su misericordia. Nuestra ascética no debe aspirar a batir records deportivos espirituales haciendo consistir en ellos nuestros éxitos. El objetivo a que se debe aspirar es llegar a una unión más auténtica y profunda con Dios, a un amor que fija la mirada en su amor misericordioso en lugar de recrearse en la autocomplacencia narcisista de sí mismo. Muchas enfermedades tienen su origen en un permanente narcisismo. «Los narcisistas cometen el gravísimo error de pretender ser totalmente autárquicos, de aspirar a un control absoluto y a ser los primeros en todo». Esta tendencia produce resultados negativos y con frecuencia posibilidades de infarto. Mucha gente piadosa confunde la religiosidad con las cavilaciones narcisistas en tomo a su perfección. Sólo la mirada a la misericordia de Dios puede hacemos interiormente libres

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y orientamos hacia una forma de amor saludable. El ideal de perfección voluntarista, por el contrario, nos exigirá esfuerzos inútiles cuya consecuencia es el desaliento y la desesperación. Creadora de unidad y no de división Una espiritualidad higiénica tiende a relacionamos con todos los demás con sentimientos de hermanos y hermanas. El que se contempla sinceramente en el espejo del propio conocimiento se siente también profundamente solidario con todos los hombres, identificado con ellos en las limitaciones de la naturaleza humana y en los anhelos de liberación y curación de Dios: Sabe que fundamentalmente todos tenemos los mismos deseos y necesidades, la misma dignidad; que en todos se oculta un misterio incomprensible, una semilla divina, una dignidad intocable que nadie puede arrebatar. Cuando una espiritualidad clasifica a los hombres en creyentes y no creyentes, en ortodoxos y herejes, en piadosos y disolutos, en buenos y malos, está presentando todos los síntomas de una espiritualidad enfermiza, no sana. Si al terminar unas convivencias espirituales la mitad de los alumnos sale entusiasmada con Jesucristo mientras que la otra mitad no quiere saber más de Él y es tildada de incrédula por aquellos, significa que la fe allí trasmitida no es la fe de Jesucristo. Jesús no hizo nunca clasificaciones de este estilo. Hasta en los publicanos y pecadores descubrió un núcleo de bondad y suscitó en ellos deseos de fe. Tal como Benito la describe en su Regla, la fe tiene que provocar a los fuertes y estimular a los débiles. Por una parte no debe dejamos en paz y por otra

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no puede hacemos andar siempre con escrúpulos de conciencia. Contra lo que algunos sacerdotes piensan, una conciencia escrupulosa no es signo de devoción espiritual en un individuo piadoso; es más bien señal de que ese individuo anda demasiado ocupado con la perfección en lugar de mirar a Dios que le acepta y celebrar esa aceptación con alegría. La espiritualidad unitiva tiende siempre a crear comunidad. Nunca es cosa privada del individuo, siempre le abre e impulsa a vivir su espiritualidad en comunidad, en la Iglesia. La espiritualidad cristiana no puede trasmitir el verdadero espíritu de Jesús si no es en comunidad. Jesús envió a sus discípulos a predicar la misericordia de Dios de dos en dos.juntos. Se puede ser profeta en solitario para disparar la palabra de Dios a los hombres. Pero el mensajero que desea hacer creíble el mensaje de Jesús tiene que actuar en grupo porque sólo en grupo experimentamos mejor nuestra dependencia de Dios y la necesidad de su misericordia para vivir en comunidad verdaderamente humana. Por eso es imposible hablar de la misericordia de Dios en términos abstractos; es necesario experimentarla y vivirla en comunidad. Una espiritualidad que aísla al individuo preocupado únicamente de su santidad personal está en contradicción con el espíritu de Jesús. Para vivir una espiritualidad unitiva y no divisoria es de suma importancia preguntarse sobre el sentido de las relaciones interpersonales humanas. Una vida espiritualmente sana necesita relacionarse. Una vida ocupada exclusivamente en sus relaciones funcionales hace caer enfermo. En ese caso podría funcionar la vida espiritual pero no irradiar a los hombres la bondad y amor de Dios. Una vida espiritualmente sana y vigorosa necesita buenas relaciones humanas, cordia-

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les, distractivas, en las que se pueda dedicar a los demás el propio tiempo. Una amistad profunda y auténtica fertiliza la vida espiritual. Así lo ha entendido siempre la tradición monástica. Una amistad auténtica incluye necesariamente la equilibrada relación entre soledad y comunidad. No puede entenderse nunca como pegajosa dependencia de otro sino como unión en libertad. En algunas ocasiones puede la soledad ser positiva para ir a Dios, pero una soledad negativa es para muchos una continua fuente de enfermedades. Todos los grandes místicos han tenido profundas amistades humanas. Cuando una persona espiritual vive en completa soledad es al menos una provocación que invita a preguntarse si esa forma de devoción es buena o si se trata por el contrario de un aislamiento artificial para vivir en un mundo de piedad imaginaria. Existen ~en la actualidad muchas familias sin amistades . y este hecho preocupante es argumento de que tampoco las relaciones intrafamiliares son buenas. Una espiritualidad sana nos abre a la amistad humana y, por medio de ella, nos predispone para vivir la amistad con el hombre-Dios en Jesucristo que habitó en medio de nosotros.

Encarnada y no aislante de la realidad Para Benito es el trabajo un buen criterio para saber si la oración va bien. Una espiritualidad higiénica repercute también necesariamente en la vida diaria con capacitación para hacer las cosas bien superando las dificultades inevitables en el trabajo y en los contactos de la vida social. Si uno busca de manera permanente en su espiritualidad una sutil forma de huir de la vida diaria está dando con ello señales inequívocas

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de que su espiritualidad es enfermiza. Se reducirá a un permanente girar en tomo a sí, Todos los sentimientos y afectos de devoción que pueda experimentar son puras complacencias de sí mismo pero de ningún modo experiencias de Dios, siempre provocativas y exigentes. El comportamiento ante la realidad es un criterio determinante a la hora de hacer la valoración de una espiritualidad determinada, Si tenemos que andar cambiando constantemente de ocupación para evadirnos de la cruda realidad, es señal evidente de que la vida espiritual no funciona. Efectivamente, una vida espiritual en buen funcionamiento debe capacitar al sujeto para decir sí a las ocupaciones de la vida ordinaria que Dios nos señala. El control que la espiritualidad ejerce sobre las actividades de la vida ordinaria tiene su especial aplicación en la forma de trabajar, es decir, en saber si uno se encuentra en su trabajo dividido y distraído, desorganizado y sin concentración. Las imperfecciones en el trabajo suelen descubrir las imperfecciones del alma. Una conducta desorganizada y mecánica en el trabajo significa que todas nuestras energías son necesarias para atender al alma y no queda ninguna libre para dedicarla a la actividad exterior. Se trabaja entonces como el que conduce su vehículo con el freno de mano echado por miedo a la vida, en definitiva, por miedo a encontramos con Dios. Si uno se golpea repetidas veces en el dedo o se le cae el martillo sobre el pie, está demostrando en esa conducta un increíble desorden y división interior. Podría significar también una autosanción inconsciente. Lo exterior es siempre reflejo de lo interior. El nivel de conducta es siempre una importantísima fuente de información para conocerse y para analizar los efectos de la devoción. Cuando las personas pia-

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dosas andan dispersas y faltas de concentración en el trabajo, es evidente que su devoción carece de suficiente fuerza configurativa de la personalidad. Es como una detonación en el aire, sin eficacia, y sirve sólo de pretexto para escabullirse con buena conciencia de los compromisos y exigencias de la vida. Una espiritualidad encarnada hace notar su presencia en el mundo. Configura el mundo, actúa con virtud curativa sobre sus estructuras y políticamente es una bendición para los hombres en especial para los pobres y marginados. La opción por los pobres es un tema central en la teología de la liberación pero es mucho más un criterio decisorio sobre la autenticidad del cristianismo. Una espiritualidad que se limitara a consolar con la esperanza de otro mundo seria el opio del pueblo. En América Latina existen sectas cristianas apoyadas económicamente por el servicio secreto americano de la CIA que logran provocar grandes entusiasmos en la gente con canciones pero se niegan a cambiar las estructuras políticas y sociales con el argumento de que esas son las cruces de la vida que debemos llevar. Con la perversión de la religión pretende la CIA quebrar el poder de influjo de la Iglesia católica comprometida con los pobres. Se instrumentaliza así la religión para dar estabilidad a las estructuras políticas y económicas injustas. Pero el que pretende ser discípulo de Jesús tiene que estar muy en vela contra este tipo de manejos. El verdadero discípulo de Jesús se alía con los pobres e intenta, mediante el compromiso social y político, oponerse a las situaciones injustas. Con ese compromiso no debe naturalmente hacerse demasiadas ilusiones pensando que va a cambiar el mundo. Pero el mero hecho de creer en un obje-

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tivo intramundano en esta vida puede ayudarle a trabajar pacíficamente por la mejora de la situación social en el mundo sin la rabia infecunda de los violentos. Buscadora a Dios y no de sus consuelos Hay en la actualidad muchas corrientes de espiritualidad que aspiran a introducir a sus miembros en la experiencia de Dios. En esta expresión se incluyen todos nüestros anhelos. Nos metemos en un camino espiritual para tener vivas experiencias espirituales de Dios. Es un deseo legítimo y bueno. Pero tenemos siempre el peligro de quedamos pegados a las vivencias y sentimientos que llegan a convertirse en lo más importante y así desplazan a Dios de su lugar y obstaculizan su contemplación. Hay que tomar muy en serio las advertencias de los místicos cuando previenen y hablan del peligro de que los pensamientos y sentimientos ocupen el lugar debido a Dios. Si los pensamientos llegan a convertirse en lo más importante, nunca llegaremos al encuentro con Dios. Benito exige de sus monjes una búsqueda sincera de Dios, que todos le busquen en sus pensamientos, sentimientos, experiencias y vivencias al Dios que está por encima y es superior a todo reflejo suyo en las cosas creadas. La fe necesita experiencias. No basta exigir de los hombres una fe firme; es necesario también introducirlos en la experiencia de Dios y esto supone ser capaces de hablar a los sentimientos y dejar que éstos se expresen en el entusiasmo de las celebraciones litúrgicas. Pero no podemos quedamos en eso. Es necesario ascender por encima de los sentimientos hasta llegar a la realidad de Dios. No podemos que-

damos en los sentimientos ni medir por la intensidad de éstos la firmeza de nuestra fe. Se puede percibir y como palpar a Dios en los sentimientos pero si nuestra atención se detiene demasiado en ellos y en el interés por disfrutarlos, desaparece Dios y nos quedamos solos porque en los sentimientos hacemos una proyección de nuestros símbolos sobre Dios y con ellos velamos su realidad. Los símbolos de Dios sólo son útiles cuando se utilizan a manera de ventanas trasparentes. Cuando nos preguntamos qué utilidad nos trae o para qué sirve la liturgia o una meditación, estamos desplazando a Dios del objetivo final de nuestra búsqueda. H. Bremond piensa que el panhedonismo en busca del placer en todo, constituye un grave peligro contra la vida espiritual y su desarrollo" . Una espiritualidad cuyo objeto es la realidad del verdadero Dios y no én primer término los sentimientos es una espiritualidad desnuda. Ambrosio habla de la desnuda embriaguez del Espíritu (sobria ebrietas), que él opone al entusiasmo ciego. Los místicos hablan en imágenes de la criatura en la que nos quedamos apegados gustosamente. Piensan que si la imagen de una criatura logra instalarse en nuestra imaginación y nos resuelve las dificultades, será ella la que nazca y se desarrolle en nosotros pero no Dios. Sin embargo se trata precisamente de que sea Dios, y no los sentimientos, el que nos ponga en la realidad y nos saque de apuros. Es Dios el que quiere nacer en nosotros. Ese nacimiento llega a través de tribulaciones, crisis, noches oscuras de1 espíritu, sequedades en el desierto del corazón, y se realiza en el profundo silencio interior. El que busca positivas experiencias es posible que no pueda aceptar los ásperos caminos del desierto 21

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H. Bremond: Das wesentliche Gebet. Regensburg, 1936.

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porque en ellos no sentirá devoción. Pero en realidad lo que necesitamos es orar más, poner nuestra vida más confiadamente en manos de Dios. De hacerla así tendríamos más experiencias espirituales. No es posible llegar a Dios si no es por el camino de purificación por el desierto. Fuera de ello único que se logra es quedar en dependencia de nuestras proyecciones y sentimientos. A los corintios, ávidos de visiones, propone Pablo el camino real del amor. Las experiencias extáticas de Dios no son criterio de espiritualidad. El criterio es el camino del amor, un amor demostrado en el ejercicio de la vida ordinaria, aceptando el trabajo de cada día y viendo en él un lugar de encuentro con el Señor. La vida se valora en función del amor y no en función de las experiencias místicas. Ese amor modifica nuestros comportamientos con los demás hombres y nuestras relaciones con Dios en una forma de intimidad nueva. Los módulos morales no sirven para medir el amor; la medida del amor es la vitalidad. El amor quiere llenarme de vida, abrirme a la íntima comunicación con Dios en una intimidad en la que le ofrezco todo lo que soy y tengo, y le digo lo que a ningún otro me atrevo a decir. El lugar de esta intimidad con Dios puede ser la oración. Allí dejo que Dios se me acerque, me dejo encontrar por Él y en el diálogo le expongo mis más profundas aspiraciones y deseos, le hablo de mis más íntimos pensamientos y afectos de los que sentiría vergüenza hablar fuera de allí porque son muy personales, espontáneos e infantiles, En la medida en que me voy haciendo más confidencial iré percibiendo también a Dios más vivo dentro de mí. El bunker blindado que yo me había construido con mi disciplina ascética se resquebrajará; lo que importa ahora no es ya

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mi perfección sino únicamente Dios al que hago patente todo, ofrezco todo, y al que amorosamente me confio. Un amor que me abre a Dios me abre también a los demás, a la vida de cada día, y se manifiesta en un trato más amable y respetuoso por el que cada uno deja espacio abierto al otro para su realización y cada uno recuerda al otro su dignidad intocable. Un criterio para saber distinguir si buscamos a Dios mismo o sus experiencias sensibles es la disposición para el silencio. El que para sentir devoción necesita estar siempre ocupado, siempre con algo que hacer, necesita cantar y orar en voz alta, aleja de sí el silencio y con el silencio también a Dios. Porque coloca a Dios dentro de su oración y le prescribe cómo tiene que ser y comportarse. Pero siente miedo de presentarse tal como es ante Dios o dejarse cuestionar por Él~ Para un verdadero encuentro se hace necesaria la oración silenciosa como lugar en el que nos presentamos a Dios tal como somos y en su presencia dejamos que aflore a la superficie todo lo que existe oculto en el fondo del corazón: presentimientos de que algo no funciona, o de que disimulamos algo, o de que vivimos al margen de Dios y de nosotros mismos. Necesitamos el silencio como camino para la auténtica unión con Dios que nos sale al encuentro como persona, nos habla y mira con complacencia; el Dios que habita dentro de nosotros como su más íntimo y sólido fundamento. Por esta unión con Dios llega nuestro camino espiritual a su fm. En la unidad con Dios encontraremos nuestra unidad personal y la unidad con todos los demás seres de. la creación. Nada debe quedar excluido de ese camino hacia la unidad. Todo debe ser interpelado, provocado a relacionarse con Dios incluso lo negativo y las propias sombras. Al rela- ,

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cionar con Dios todo cuanto somos y tenemos despuntarán en todo los signos de una nueva vitalidad y el amor a Dios adquirirá dimensiones más profundas. Todo cantará las grandezas del Señor, «hasta los chacales y avestruces y todas las fieras del campo» (Is 43,20). También alabarán a Dios los instintos, lo salvaje que hay en nosotros, lo no domesticado. Ya no hay por qué temer a los chacales interiores que nos pueden atacar inesperadamente por la espalda. En una espiritualidad moralizadora se vive en permanente estado de miedo a esas fieras que pueden atacar inesperadamente. El que pone todo ante Dios se sentirá extraordinariamente libre, lleno de vitalidad interior, de paz y amplitud de horizontes, gustará algo ya en esta vida de lo que es la plenitud en Cristo. Global y no excluyente Una espiritualidad sana tiene que contemplar a la persona en la totalidad de su realidad, todo necesita ser tocado y trasformado por la gracia de la redención de Cristo. Todo, entendimiento y voluntad, corazón y sentimientos, espíritu y cuerpo, consciente e inconsciente, todo debe ser tema y ocupación de la vida espiritual. Mientras se avanza por el camino espiritual hay que estar siempre muy atentos a las indicaciones de la voz del cuerpo, muchas veces más sincero que nosotros mismos. Hay que prestar mucha atención a las alteraciones o trastornos psicosomáticos que aparecen en la práctica de la vida espiritual. Naturalmente, no se pueden identificar espiritualidad y salud corporal pero hay que aceptar como principio fundamental que el cuerpo es expresión del alma. Por lo tanto, hay que escuchar el mensaje que Dios nos envía

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por los fenómenos corporales como la enfermedad, los estados de tensión o nerviosismo, los trastornos en el ritmo del sueño, etc. Cuando se trata de personas piadosas las alteraciones psicosomáticas demuestran que las agresiones y la sexualidad son marginadas o reprimidas siguiendo una falsa comprensión del mensaje de Jesús y un ascetismo equivocado. Cualquier trastorno de esta clase se convierte en reto para intentar madurar en la libertad de Cristo (Ga15, 1 ). Los casos frecuentes de enfermedades en sacerdotes y personas consagradas o en miembros de movimientos religiosos son prueba de no haber llegado todavía al estado de libertad traído por Cristo y, por el contrario, de haber puesto límites y perjudicado la salud con una religiosidad mal entendida. Si en. un caso de enfermedad se siente afectado solo y unilateralmente el entendimiento, o la voluntad, o la sensibilidad, hay que pensar que se trata de un fenómeno negativo para el sujeto contemplado en su totalidad. La devoción debe confrontarse con la razón y ser capaz de resistir sus análisis, tiene que incluir también la voluntad y los sentimientos con su necesidad de expresarse en el lenguaje exterior del cuerpo. Hay que abordar de igual manera todas las energías anímicas yponerlas en contacto con Dios. El inconsciente debe abrirse a Dios analizando e interpretando el mensaje de los sueños. El hombre no adquiere su estado de salud total mientras no logre relacionar con Dios todo cuanto es y tiene. Cualquier fisura en el ámbito de lo humano es causa de enfermedad. Pero la verdadera causa tiene su origen en la fisura y no en el incumplimiento de los mandamientos. Culpa significa escisión, desdoblamiento. El hombre desea a veces ocultar algo a sus propios ojos y a los de Dios porque no se atreve a

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mirarlo de frente. Con ello se produce la escisión de una parte de la personalidad y el hombre marcha y vive escindido, roto, ya no está sano ni puede vivir integrado. La escisión le persigue y le bloquea. Y si se siente culpable le resulta imposible creer que Dios sea capaz de salvar y trasformar también las partes escindidas. Una espiritualidad global parte del principio de ser al mismo tiempo masculina y femenina. Lo masculino tiene su expresión en la disciplina ascética, en el esfuerzo de la voluntad, en la planificación y organización de la vIda espiritual y en el intento de llegar a controlar las faltas. La espiritualidad femenina deja que la vida crezca, no pretende impaciente hacerlo todo y deja espacio libre a la acción del Espíritu de Dios. En la espiritualidad femenina procede el sujeto con cautela sobre sí. En vez de arrancar violentamente todo lo negativo que brota en nosotros, deja crecer lo bueno y crea las condiciones necesarias para que se desarrolle y se haga más fuerte que lo malo. Ésta es la forma de espiritualidad enseñada por Jesús en su parábola cuando prohíbe arrancar la cizaña por miedo de arrancar también el trigo. «Dejen crecer a ambos hasta la cosecha» (Mt 13,30). La espiritualidad femenina se expresa bien en los relatos de curaciones en las que Jesús rodea a los enfermos de sentimientos maternales de ternura. Necesitamos este elemento femenino porque en nuestra vida espiritual combatimos con frecuencia contra nosotros mismos de manera dura y cruel. Nos irritamos contra nosotros porque somos incapaces de perdonamos nuestras faltas y flaquezas. Consideramos la ascética como algo masculino, como lucha dura contra nuestros vicios. Es un aspecto importante pero a veces lleva al

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rechazo de sí, a no ser capaz de aceptarse. Deberíamos dejar que se desarrolle en nosotros, al menos en las mismas proporciones, el aspecto femenino de la espiritualidad. También en la vida espiritual hay que ser compasivos con nosotros y lograr formas gratificantes de oración y meditación. Deberíamos tratamos con cariño y ternura maternales en la confianza de que lo bueno que hay en nosotros crecerá y se desarrollará más vigoroso que lo malo. La vida espiritual necesita ambas cosas: configuración y crecimiento, arriba y abajo, inhalación y exhalación, respeto e intervención, dureza de exigencias y ternura maternal. Humilde y no orgullosa Para Benito y los monjes antiguos constituye la humildad un criterio de discernimiento para saber si una determinada forma de espiritualidad es auténtica o no. Un individuo puede ayunar y rezar todo cuanto quiera si así lo necesita pero ante los hombres no le vale para nada. Cuando los antiguos monjes se visitaban, cada uno observaba si el otro era humilde y apacible o si, por el contrario, era susceptible y duro con los demás. En la humildad veían ellos un test de la autenticidad de su ascética. Hoy este concepto de humildad nos resulta dificil y complicado. Pero una parte de la dificultad desaparece si consideramos que humildad significa valor para aceptar la verdad, para aceptamos como somos con nuestros puntos fuertes y débiles. La palabra latina es humilitas, y tiene relación con la palabra humus, tierra. Quiere decir que estamos con los dos pies sobre la tierra, en contacto con ella, con la fecunda madre tierra. Y la palabra humus se relacio-

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na, a su vez, con la palabra humor. La humildad no es aceptación obstinada y terca de la verdad sino aceptación con humor. Parte de la autocomprensión y lleva a una paz profunda, a un amor misericordioso, a una alegría serena y al sentido del humor. Torello escribe sobre la humildad: La humildad cristiana auténtica, sencilla y pacífica, capaz de aceptar la propia verdad y los propios límites, es' la piedra de toque para discernir la verdadera espiritualidad de la falsa. San Juan Clímaco dijo: La humildad es lo único que no están dispuestos a imitar los demonios. Los verdaderos santos y hombres interiores sienten vergüenza ante los dones de Dios y sólo por obediencia aceptan escribirlos. Los santos en apariencia, por el contrario, escriben en tono grandilocuente sus memorias, diarios espirituales, oraciones y se lo hacen leer a todos.

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siempre por la experiencia de nuestras debilidades. Si en esa experiencia conseguimos entregamos y ofrecemos incondicionalmente a Dios, llegaremos a experimentar algo de la libertad de sus hijos. Debemos esforzamos y exigimos. Pero, a pesar de todo esfuerzo, llegaremos a comprender que no podemos garantizamos nada, que en virtud de nuestros propios recursos nunca llegaremos a ser buenos. La humilde aceptación de esta limitación e impotencia nos hace libres para Dios y su misericordia. Reconocemos que todo es gracia y que la gracia se manifiesta mejor en la debilidad. Esto sin embargo no significa resignación. Significa libertad y amplitud de horizontes, paz y alegria. Nos sentimos libres de toda aspiración violenta y nerviosa a la perfección propia. ~ Verdaderamente podemos ponemos en las manos amorosas de Dios y descansar cómodos en ellas para siempre. Hermann Hesse describe esta experiencia con las siguientes palabras: «El camino de la humanización termina inevitablemente en la desesperación, es decir, en la convicción de que no existe práctica de la virtud, ni obediencia perfecta, ni servicialidad suficiente; que la justicia es inasequible y el bien impracticable. Esta desesperación lleva o a la desaparición o a la aparición de un tercer reino del Espíritu, a la experiencia de un estado más allá de la moral y de la ley, a una nueva y superior clase de comportamiento irresponsable o, dicho brevemente, a la fe»22.

Esperamos que nuestros libros no se incluyan en las listas de los libros sobre santidad de apariencias. Pero hay un tratamiento de las experiencias espirituales marcado en todas sus muestras de devoción por una nota de un orgullo que produce verdadera pena. La humildad es silenciosa. No concede importancia ni a sí misma ni a las experiencias espirituales. Estas «existen» simplemente. La humildad no condena, deja crecer al otro. La humildad demuestra que un hombre se ha encontrado consigo mismo, que reconoce su debilidad y en ella ha llegado a comprender la verdad de la gracia de Dios. El camino hacia Dios pasa 22

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H. Hesse: Briefe. Erweiterte Ausgabe. Frankfurt, 1964, p. 389. III

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La espiritualidad auténtica es siempre creadora de paz profunda y de alegría serena. El Espíritu de Dios puede naturalmente hacer explosión alguna vez dentro de nosotros, pero eso no es más que un reclamo. A la larga, el Espíritu termina creando en nosotros una humildad serena. El que necesita estar voceando constantemente sus experiencias de Dios no cae en la cuenta del egocentrismo que en esta actitud se exterioriza. Las palabras del apóstol: «No podemos menos de contar lo que hemos visto y oído» (Hch 4,20), no deben ser mal interpretadas ni mal utilizadas para hacer que todos se enteren de nuestras presuntas experiencias espirituales. Debemos hablar de Dios, de todo lo que hemos visto y experimentado como acción suya, pero en ningún caso de nosotros mismos. La auténtica espiritualidad, según los monjes, se exterioriza en comportamientos humildes de apertura ytranquilidad, de paz y misericordia, que ganan más hombres para Dios sin tanto ruido y de manera más duradera que el clamoroso cacareo de las grandes experiencias místicas. Los criterios de una espiritualidad sana y verdadera los enumeró ya Pablo en la carta a los Corintios: «El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, tolerancia, agrado, generosidad, lealtad, sencillez, dominio de sí» (Ga15, 22). No hay más que añadir. Donde se dan estos frutos allí está activo el Espíritu de Dios. Pero donde hay estrechez, angustia, asperezas y condenas no puede estar activo el Espíritu de Dios sino nuestro espíritu, el mal espíritu que desearía hacerse pasar por espíritu de Dios. Existen en la actualidad lamentablemente corrientes de devoción tan enfermiza que hacen enfermar a sus adeptos con exigencias inmisericordes, que los atormentan constantemente

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con escrúpulos de conciencia y los dejan en un permanente estado de fragmentación interior. Con una espiritualidad sana es posible vivir bien y en paz, el trato con Dios nos salva y nos completa, nos cura y alegra, nos tranquiliza y da vida.

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Conclusión

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Cualquier espiritualidad que pretenda inspirarse en el espírit;I de Jesús tiene que contemplar la curación espiritual y material de la persona. Con esto no se alude sin embargo a ningún concepto o receta médica para la salud exterior. La autenticidad de nuestra espiritualidad no se manifiesta ni demuestra en la calidad de la salud corporal. No podemos sometemos al efecto de los resultados espirituales como si toda enfermedad fuera un argumento de carencia de vida interior. Sabemos que una vida espiritual vigorosa puede beneficiar a la salud corporal y anímica y conservamos en buena forma. Pero Dios puede también permitir una enfermedad para obligamos a tomar conciencia de nuestras limitaciones y como oportunidad de buscarle más intensamente a él y no sólo nuestra salud. La enfermedad es una cualidad de la naturaleza humana creada. Sería fatal pensar que una vida espiritual sana podría -debería-libramos de todo riesgo de enfermedad. Eso sería manifiesta soberbia. La humildad nos lleva a reconocer nuestra condición de seres creados con limitaciones humanas y que esas limitaciones pertenecen a nuestra naturaleza, nos 115

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hacen conscientes de que podemos caer una y otra vez enfermos para encontramos en la enfermedad con las propias sombras, con lo negativo, con nuestra realidad. Pero comprenderemos también que toda enfermedad puede convertirse en el lugar de encuentro con Dios luminoso y profundo. Si durante el tiempo de la enfermedad sabemos escuchar la voz de Dios y nos entregamos a Él, hemos encontrado la salvación en la enfermedad y ésta se convierte en fuente de bendiciones divinas para el enfermo y para los que le rodean. Es posible estar enfermo y sentir paz interior, alegría serena y afectos de agradecimiento a Dios que desea tocamos con su mano amorosa en el lugar de la herida. La salud personal es tarea espiritual de cada uno. Para gozar de buena salud no es suficiente someterse a tratamiento con dosis de medicamentos. Es necesario además vivir conforme a las exigencias del Espíritu. La vida espiritual interpela al hombre en su totalidad sin excluir nada, ni separar nada, ni pasar por alto nada. Sólo así puede salvarse y curarse todo. Pero también la enfermedad es en sí misma una tarea espiritual, porque es una llamada de Dios a reconocer el misterio de la vida que no consiste en encontrarse simplemente «en forma» sino en adquirir también conciencia plena de ser un producto de la creación de Dios y objeto de su amor, de que estamos en camino hacia Él para encontrarle en la muerte, sin velos de misterio, y caer definitivamente en sus brazos misericordiosos. Sanos o enfermos vivimos constantemente en la presencia del Señor. Nuestro valor como personas consiste en que Dios nos contempla y dirige su palabra, más aún, que pronuncia una Palabra para que resuene en el mundo por nosotros y en nosotros, una Palabra única

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que desea hacerse oír por otros como melodía cantada en nuestra vida. Nuestro valor humano reside en la habitación de Dios dentro de nosotros. Ese Dios que habita ya en nosotros nos espera en la morada que Jesús nos tiene preparada junto al Padre. Sanos o enfermos caminamos hacia Dios que puede herir y sanar, provocar con salud o enfermedad a experimentarle en cada situación existencial como la única verdadera salud y salvación.

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