La revolución cultural china
 8498920256, 9788498920253

Citation preview

o

.-.~-~.,., ~@ l:r@W@íl M~Q@[ru ~Míl~Ml:r@íl ~[füQ[ru~ ~ @@®lro~lk ~ @~(p@[r~(ill[fü@[r

'1/ (M]fles(}u®@U ~~[fü@@[fülfü@íl@

LA REVOLUCIÓN CULTURAL CHINA

MEMORIA CRÍTICA

RODERJCK MACFARQUHAR MICHAEL SCHOENHALS

LA REVOLUCION CULTURAL CHINA

Traducción castellana de Ander Permanyer y David Martínez-Robles

CRÍTICA

BARCELONA

Q¡edan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. Título original: Mao's Last Revolution, Harvard University Press, Cambridge y Londres Diseño de la colección: Compañía Diseño de la cubierta: Jaime Fernández Ilustración de la cubierta: Pintura procedente de un curso para operarios, campesinos y soldados del distrito de Rudong, provincia de Jiangsu, © People's Publishing House, Jiangsu, 1971 Realización: Atona, SL Fotocomposición: gama, si

© 2006 by the President and Fellows ofHarvard College © 2009, Crítica, S. L., Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona [email protected] www.ed-critica.es ISBN: 978-84-9892-025-3 Depósito legal: M. 28.990-2009 2009 - Impreso y encuadernado en España por Huertas Industrias Gráficas, S. A. (Madrid)

Esta obra está dedicada a todos los chinos cuyas obras y palabras sobre la revolución cultural nos han iluminado. Y a las jitturas generaciones de historiadores chinos, que serán capaces de investigar y escribir sobre esos hechos con mayor libertad.

Prefacio

Esta obra es elfruto de un largo período de gestación. Comencé a narrar la evolución de la revolución cultural de China (1966-197 6) al mismo tiempo que se estaba desarrollando para un gran número de periódicos, semanarios y revistas académicas, principalmente británicas, además de la cadena BBC de radio y televisión. En 1968 comencé a investigar los orígenes de esta convulsión política. Tres décadas más tarde publiqué el último volumen de lo que se convirtió en una trilogía sobre el tema. Mientras tanto, yo había pasado a engrosar el equipo de Harvard y, poco después de haber llegado allí, a mediados de los años ochenta, un distinguido historiador me pidió dar un curso sobre la revolución cultural en una sección del Programa Básico de la Universidad de Harvard llamado Estudio Histórico B. El principal cometido de esta sección es «aproximarse documentalmente hasta el detalle a algunos acontecimientos oprocesos históricos fundamentales ... lo suficientemente delimitados en el tiempo como para permitir un estudio pormenorizado de las fuentes primarias». Mi colega me explicó que la premisa era que la documentación primase y que todos los sentimientos se dejasen de lado, consiguiendo con ello mayor objetividad. Le repliqué que existían muy pocas fuentes primarias fiables, y que en China, e incluso entre algunos especialistas occidentales, los sentimientos sobre la tumultuosa década de la revolución cultural seguían latentes. No obstante, en aquella época me había convertido junto a ]ohn K Fairbank en coeditor de los dos últimos volúmenes de la Cambridge History ofChina, centrados en la República Popular de China, y había emprendi"do la tarea de escribir un capítulo que cubría buena parte de la revolu-

IO

La revolución cultural china

ción cultural, de 1nodo que decidí que alfin y al cabo sería capaz de dar esas clases. Sorprendentemente, el curso gozó de gran popularidad y tuve queponer a disposición de los estudiantes una compilación de documentos priniarios. Al prepararla, descubrí que la mayoría de materiales en inglés habían sido redactados en los míos setenta y principios de los ochenta, basados principalmente en las fuentes publicadas durante la revolución culturalpor Mao y su victoriosa coalición izquierdista. Pero porfin habían comenzado a aparecer destacados materiales en chino que, navegando entre la Escila de los radicales maoístas y la Caribdis de los supervivientes de la era de Deng Xiaoping, permitían una composición más equilibrada de los acontecimientos. Estos materialesfueron fundamentales para los participantes del congreso de 1987 organizado por el Centro de Investigación de Asia OrientalJ ohn K F airbank de la Universidad de Harvard, cuyos hallazgos fueron publicados en New Perspetives on the Cultural Revolution, editado por William A. ]oseph, Christine P. W Wong y David Zweig (Cambridge, Mass: Council ofEast Asian Studies, Harvard University, 1991). Pero la nueva documentación era de difícil acceso para la gran mayoría de estudiantes de licenciatura de mi curso, que no sabía chino. Entre 1991 y 1997, el sociólogo Andrew Walder (actualmente en Stanford), el antropólogo James L. Watson y yo mismo desarrollamos un proyecto sobre la revolución cultural gracias a una generosa ayuda de la Luce Foundation. Esto nos permitió traer al Fairbank Center a un número destacado de especialistas occidentales y chinos que habían sobrevivido a la revolución cultural. El proyecto incluyó un congreso sobre «Una retrospectiva de la revolución cultural» organizado enjulio de 1996 por Andrew Walder en la Universidad de Ciencia y Tecnología de Hong Kong. Entre los especialistas occidentales que se sumaron al proyecto en el Fairbank Center estaba Michael Schoenhals, cuyo trabajo previo sobre la política anterior a la revolución cultural mientras él era uno de nuestros becados posdoctorales nos había impresionado hondamente. Michael, que había estado estudiando en China durante el último año de la revolución cultural, combina excelentes conocimientos lingüísticos y un academicismo meticuloso con una habilidad natural para hallar oscuros pero fascinantes materiales en los mercadillos de la China urbana. Michael y yo conversamos sobre qué podíamos hacer con la cada vez más abundante documentación china. Decidimos que, escribiendo una his-

Prefacio

II

toria de la revolución cultural, realizaríamos una contribución enorme a la extensa comunidad de especialistas y estudiantes, así como al público más general. Este libro es el resultado de esa decisión. Michaelpreparó la primera versión de la mayoría de capítulos, que después fueron sometidos a un buen número de revisiones. Nuestras múltiples responsabilidades administrativas en Cambridge, Estocolmo -donde Michael organizó un congreso internacional sobre la revolución cultural-y Lund ralentizaron elproceso. Pero las muestras de un renovado interés académico por la revolución cultural en otras instituciones actuaron como estímulo; cada uno de nosotros dio una conferencia sobre el tema en un seminario de un año de duración de la University ofCalifarnia, San Diego. En la primavera de 2003, Michael y yo pudimos aprovecharnos del innovador programa del Seminario Exploratorio del Radcliffe Institute, presidido por Katherine Newman, entonces la Decana de Ciencias Sociales, y dirigido por Phyllis Strimling. Presentamos un borrador completo aunque no definitivo a Merle Goldman, Nancy Hearst, Dwight Perkins, Elisabeth Ferry, Lucian Pye, Anthony Saich, Stuart Schram, Ross Terrill y Andrew Walder, y esta obra es claramente deudora de sus ilustrados y clarividentes comentarios. Nancy Hearst, con los inigualables contactos que había construido como bibliotecaria del Fairbank Center y en sus cacerías anuales de obras en Pekín, me proveyó con los libros y las revistas más recientes; posteriormente, realizó el trabajo de un auténtico vigía al cztestionar el texto, darformato a las notas, recopilar la bibliografía y transformar el registro inglés a los usos americanos. Víctor Shih leyó extensamente los números más recientes de revistas de historia del Partido Comunista Chino y me proporcionó excelentes y útiles resúmenes de los artículos más relevantes. En mis vúitas a China, tuve la fortuna de entablar conversaciones con los pocos historiadores chinos que habían escrito sobre la revolución culturaly cuyas obras son mencionadas en nuestras notas, e incluso con uno o dos participantes insignes en los mismos acontecimientos. Cuando finalmente puse nuestro manuscrito en manos de Kathleen McDermott, editora de historia y ciencias sociales de Harvard University Press, se mostró complacida, escondiendo con mucho tacto cualquier sentimiento de sorpresa o alivio que ella hubiera podido albergar. Después de recibir una valoración positiva y diversas sugerencias de dos revisores anónimos -a los cuales estamos profundamente agradecidos-, ella puso en

12

La revolución cultural china

marcha la impresionante maquinaria de la Harvard University Press. Elisabeth Gilbert supervisó el proyecto con ca1·iizosa dedicación, Ann Hawthorne editó el manuscrito con una veloz y paciente eficacia, y los plazos se pudieron cumplir. Los índices estaban en las expertas y experimentadas manos de Anne Holmes. En nonibre de Michael y en el mío núsmo, extendemos nuestra más afectuosa gratitud a ellas y al resto de miembros del equipo de la Harvard University Press, a los cuales esperamos conocer tan pronto como el manuscrito se haya convertido en un libro en busca de lectores. Llegados a este punto, es el turno de Michael.. . ... quien, cuando Rod comenzó a investigar sobre los orígenes de la revolución cultural, estaba todavía en la escuela secundaria, soñando en convertirse algún día en el inconformista traductor de poesía Tang de la novela Dharma Bums de Jack Kerouac. Ocho años después, en lo que los altavoces de nuestro campus de Shanghai nos decían que era «la décima primavera de la Gran Revolución Cultural del Proletariado», me encontraba en la Universidad de Fudan, aprendiendo mientras observaba lo que era el estilo maoísta de la política de masas. Nada podía estar entonces más lejos de mis pensamientos que convertirme en coautor de una historia de la revolución cultural A lo largo de la década de 1980, dedicada a la investigación en Europa y Norteamérica, primero sobre el Gran Salto Adelante y luego sobre la retórica y la propaganda del Partido Comunista Chino, mis experiencias en Shanghai fueron sólo una reserva de historias más o menos extravagantes con las que en las fiestas conseguía superar a otros estudiantes de Estados Unidos que habían llegado a China sólo después de que el presidente hubiese muerto y desaparecido. Cuando Rod me invitó a unirme a él en la aventura en que se ha convertido este libro, me sentí muy emocionado, deleitándome con la idea de convertirme en compañero de pluma de alguien cuya trayectoria académica admiraba profundamente. Y después de tantos años, finalmente podía ser capaz de regresar a la revolución cultural «en tanto que historia». De lo que no era consciente es que, a causa de nuestro afán de peifección, no conseguiríamos cumplir con los plazos que nosotros mismos nos habíamos impuesto, ni con los acordados con la Harvard University Press. Pero si bien es cierto que este libro está totalmentefuera de calendario, también lo es que se ha enriquecido con la inclusión de mucha más documentación y que es mucho mejor, así lo esperamos, de lo que lo habría sido en caso de haber aparecido antes.

Prefacio

r3

Mis agradecimientos al Consejo de Investigación Sueco (VR) y a su predecesor, el Consejo de Investigación Sueco para las Humanidades y las .Ciencias Sociales (HSFR), por haberfinanciado generosamente mis investigaciones. Una palabra especial de agradecimiento a mis compañeros del Programa de Investigación de los Regímenes Comunistas del VR, una fuente de gran inspiración y de estímulo intelectual. Y una inmensa deuda de gratitud a los muchos chinos -participantes, víctimas, perpetradores, brillantes mentes analíticas, contadores, obvios fabuladores, pacientes familiares, amables extranjeros- que han compartido conmigo sus propias experiencias y perspectivas y de los cuales tanto he aprendido. Somos conscientes de que, por muchas lecturas y entrevistas que hayamos hecho, seguirá existiendo un torrente continuo de nuevos materiales, algunos de los cuales pueden poner en entredicho nuestras valoraciones. Incluso cuando todos los archivos queden abiertos, todavía existirán algunos misterios. Pero en aquel entonces, los historiadores chinos probablemente serán libres no sólo de narrar los acontecimientos de la revolución cultural -como algunos ya han hecho brillantemente- sino incluso de afirmar y debatir aquellos hechos todavía velados por la foja totalitarista de la línea política del partido.

Roderick MacFarquhar Michael Schoenhals

Introducción

Comenzarán por tomar el Estado y los caracteres de los hombres y, como de una tablilla, deberán borrar el dibujo y dejar la superficie limpia. Lo cual no es tarea fácil. Pero, sin importar la dificultad, en este proceder diferirán de todos los otros legisladores: no se decidirán a intervenir en el Estado o en los individuos, o a trazar leyes, hasta que no hayan recibido, o ellos mismos se hayan procurado, una superficie limpia ... ...cuando exista un hombre cuya ciudad obedezca a su voluntad, éste dará a luz el gobierno ideal sobre el cual el mundo es tan escéptico. Platón, La repziblica, libro VI 1

Los seiscientos millones de hombres que conforman el pueblo chino poseen dos características señaladas: en primer lugar, son pobres, y, en segundo, están en blanco. Puede parecer algo negativo, pero en realidad es algo bueno. La gente pobre desea cambiar, desea hacer cosas, desea la revolución. Una hoja de papel en blanco no tiene borrones, de modo que en ella se puede trazar el dibujo más bello y novedoso. Mao Zedong, 19582

r6

La revolución cultural china

La revolución cultural fue un momento único, la década más determinante de medio siglo de gobierno comunista en China. Para comprender el «porqué» de la China actual, es necesario entender el «qué» de la revolución cultural. Y para comprender qué ocurrió durante la revolución cultural, es necesario entender el modo en que se la puso en marcha. Esta introducción pretende explicar los orígenes de la «Gran Revolución Proletaria del Pueblo». El resto del libro da cuenta de lo que ocurrió durante esta terrible década, de 1966 a 1976. Antes de que la revolución cultural comenzase, en mayo de 1966, China era en todos los sentidos un estado comunista estándar, si bien más efectivo que la mayoría. El Partido Comunista Chino gobernaba sin oposición. Sus órdenes eran acatadas por todo el país. Su líder, Mao Zedong, el «presidente Mao», era objeto de una adoración que incluso Stalin habría envidiado. Sus diecinueve millones de miembros aseguraban que las directrices del presidente fuesen escuchadas y atendidas en todos los estratos de la sociedad. Y cuando esas directrices conducían a una hambruna generalizada y varias decenas de millones de muertos, como ocurrió con el Gran Salto Adelante y sus consecuencias (19 5 8-1961), los activistas aseguraban la unidad del país y permitían al Partido Comunista Chino capear el desastre. En 1966, la economía china se había recuperado lo suficiente como para planificar un tercer plan quinquenal de estilo soviético. Pero la revolución cultural acabó con los proyectos y las políticas diseñadas. Durante una década, el sistema político chino se entregó primero al caos y después quedó paralizado. Pasados dos años después de que en octubre de 1976 la revolución cultural hubiese llegado a su fin, el principal superviviente del cataclismo, el que fuera secretario general del Partido Comunista Chino, Deng Xiaoping, inició la era de las reformas de China. La grandiosidad del desafío al que él y sus compañeros se enfrentaron era apreciable desde cualquier lugar de Asia Oriental. Cuando en 1949 llegó al poder el Partido Comunista Chino, con la moral alta y con el propósito de transformar China económica y socialmente, Japón estaba sometido a la ocupación extranjera, todavía bajo la desmoralización de la derrota y el golpe de gracia nuclear. Taiwán era un territorio rural atrasado al que habían huido los remanentes derrotados del Par-

Introducción

tido Nacionalista (Kuomintang o KMT) y las tropas de Chiang Kaishek. En el término de un año, Corea del Sur iba a ser devastada por una invasión desde el norte y poco después las tropas chinas contribuirían a su destrucción. Y en los preludios de la revolución cultural, diecisiete años después, nada parecía haber cambiado en Asia Oriental. Sólo unos pocos analistas extranjeros habían percibido unos primeros signos de crecimiento en la economía japonesa. 3 Pero en el momento en que Deng volvió al poder, el milagro japonés se había reproducido en Corea del Sur y Taiwán. Los adormecidos entrepóts de Singapur y Hong Kong se habían convertido en florecientes centros industriales. Los desbocados tigres asiáticos habían demostrado que, con la única excepción de China, pertenecer a la vieja área cultural china no era una condena a la pobreza. Al tiempo que el corazón histórico de esa región, China propiamente dicha, permanecía maniatada, y en esta ocasión por propia voluntad, no como consecuencia de una invasión extranjera o de una guerra civil convencional. Para los líderes chinos, el mensaje era claro: debían embarcarse en una política de rápido crecimiento económico para compensar el tiempo perdido y conceder nueva legitimidad al gobierno del Partido Comunista Chino. Tuvieron que abandonar el pensamiento utópico maoísta para edificar el sólido y próspero país que ellos habían soñado cuando en la década de 1920 se unieron al naciente Partido Comunista Chino. De lo contrario, el propio partido no sería capaz de sobrevivir. De modo que «la práctica», no la ideología -no el marxismo-leninismo, ni el Pensamiento de Mao Zedong-, se convirtió en el «único criterio de verdad». Si algo funcionaba, se ponía en práctica. Tras esa decisión, el último cuarto de siglo de crecimiento económico de China, alimentado en parte por ingentes cantidades de inversión directa extranjera, ha sorprendido al mundo. A pesar de que algunos señalan debilidades muy significativas en la estructura económica y financiera de China, la mayoría de occidentales ve a la República Popular de China como una futura superpotencia global. Una vez se proclamó que ser rico era glorioso, los chinos han alcanzado la prosperidad. La propiedad privada fue finalmente aceptada y garantizada en la constitución. El nuevo orden fue definido por sus

r8

La revolución cultural china

progenitores como «socialismo de características chinas», y por los observadores occidentales como «leninismo de mercado» u otros neologismos. No se iban a tolerar amenazas evidentes a la supremacía del Partido Comunista Chino, como quedó demostrado en la brutal supresión del movimiento estudiantil de 1989 y del Falungong en 1999, junto con los arrestos habituales de disidentes políticos. Pero diversos cambios sociales concomitantes liberaron a los chinos de los más terribles horrores de los años 1950, 1960 y 1970. Los más sorprendidos son los especialistas en China que han seguido el desarrollo del Partido Comunista Chino durante décadas, en tanto que son quienes comprenden la auténtica dimensión de esas transformaciones. Una conclusión muy común reza: sin la revolución cultural, no habrían existido las reformas económicas. La revolución cultural fue un desastre tan enorme que provocó una revolución cultural aún más profunda, precisamente aquélla que Mao pretendía frustrar. Porque Mao fue realmente el responsable de la revolución cultural, como el Comité Central del Partido Comunista Chino admitió formalmente en su Resolución sobre la historia del Partido de 1981: La «revolución cultural», que duró desde mayo de 1966 hasta octubre de 1976, fue la responsable del más severo revés y de las mayores pérdidas sufridas por el Partido, el estado y el pueblo desde la fundación de la República Popular. Fue iniciada y dirigida por el camarada Mao Zedong. 4

¿Por qué el líder supremo de China decidió demoler aquello por lo que tanto había luchado?

LA EVOLUCIÓN DEL PENSAMIENTO DE MAO

Los orígenes de la revolución cultural exigen comprender las reacciones de Mao a un complejo entramado de procesos nacionales y extranjeros acaecidos a lo largo de la década que precedió a su inicio. 5 En sus grandes discursos, Mao a menudo comenzaba con una recapitulación global, ofreciendo a sus compañeros su valoración del progreso de

Introducción

la revolución en el mundo y situando la política y los problemas de China en ese contexto. En la década anterior a la revolución cultural, el creciente y acelerado alejamiento de Moscú y Pekín con respecto a cuáles debían ser las políticas internacionales del bloque comunista y las políticas internas más apropiadas para los países de ese bloque fue en ese contexto global determinante. Desde el punto de vista chino, esa ruptura se inició con los dos discursos que el primer secretario Nikita Khrushchev pronunció en el Vigésimo Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, en febrero de 195 6. 6 El primero de ellos, su informe oficial sobre el trabajo del Comité Central, sentó las bases de los subsiguientes desacuerdos sobre política del bloque; y el segundo, el notorio «discurso secreto», irritó de manera inmediata a los chinos. Sin haber recibido ningún aviso de su celebración, a la delegación del Partido Comunista Chino no se le permitió asistir a la sesión del 25 de febrero en que se pronunció el discurso secreto, siendo informada del mismo una vez ya había finalizado. 7 La irritación suscitada entre los chinos tuvo dos causas. En primer lugar, el ataque a Stalin y su «culto a la personalidad» tenía evidentes repercusiones en el culto a Mao, de modo que el aparato propagandístico del Partido Comunista Chino tuvo rápidamente que diferenciar el papel desempeñado por ambos dictadores. La otra causa del enojo chino fue el probable impacto que el discurso iba a tener en el movimiento comunista mundial. La repentina destrucción de la imagen del hombre que había sido para los comunistas de todo el mundo el líder incuestionable y modelo de todas las virtudes fue considerada en Pekín como el súmmum de la irresponsabilidad, interpretación que quedó ampliamente ratificada un año después con la revuelta húngara y la defección de miles de comunistas de los partidos del mundo occidental. En un fracasado intento de evitar esas consecuencias, el Partido Comunista Chino publicó un medido análisis de Stalin, describiéndole como un «destacado luchador del marxismo-leninismo», subrayando que sus logros superaban con creces sus errores, por muy graves que hubiesen sido. 8 Pero fueron las innovaciones ideológicas del informe público de Khrushchev las que abonaron el terreno para las posteriores polémicas entre el Partido Comunista Chino y el Partido Comunista Soviético. IQ1rushchev revisó la doctrina leninista en dos aspectos: procla-

20

La revolución cultural china

mó que la guerra entre el comunismo y el imperialismo no era irre1nediable1nen te inevitable; y vislumbró la posibilidad de transiciones pacíficas al socialismo, no sólo revolucionarias, que debían permitir el ascenso al poder de los comunistas. En aquel momento, el aparato de propaganda chino ratificó sus posicionamientos sobre la guerra y no se pronunció sobre la cuestión de la transición pacífica. Este posicionamiento estaba en línea con la adhesión china de aquel momento a la doctrina de la coexistencia pacífica, su apertura de conversaciones diplomáticas con Estados Unidos y su cultivo de relaciones amistosas con los gobiernos «nacionalistas burgueses» de Asia -cuyos líderes no se habrían sentido felices al oír que sus regímenes estaban maduros para la revolución-, sin olvidar la importancia de la reactivación nacional tras años de lucha de clases. 9 Pero el Partido Comunista Chino comenzó a hostigar al Partido Comunista de la Unión Soviética con este tipo de cuestiones después del giro a la izquierda en política interior y asuntos exteriores que Mao había llevado a cabo a mediados de 1957. Avanzado aquel año, en Moscú, durante la celebración del cuadragésimo aniversario de la revolución bolchevique, el lanzamiento del primer Sputnik soviético y la implícita superioridad de los misiles soviéticos envalentonó hasta tal punto a Mao que proclamó que el Viento del Este soplaba con más fuerza que el del Oeste. Discutió con los líderes soviéticos en contra de las aportaciones de Khrushchev sobre la guerra y la paz o sobre la transición pacífica, y consiguió insertar algunas añadiduras en la declaración conjunta hecha pública por los partidos comunistas dominantes entre los presentes, a pesar de que las perspectivas soviéticas prevalecieron. 10 En uno de sus discursos, Mao provocó un escalofrío entre los otros dirigentes comunistas cuando pareció contemplar con frialdad la posibilidad de una guerra en el Tercer Mundo en la cual podría perecer la mitad de la humanidad pero que dejaría al mismo tiempo paso al socialismo global.1 1 Desde la perspectiva soviética, Mao parecía cada vez más comprometido con provocar semejante conflagración al incitar un intercambio nuclear entre soviéticos y americanos. El 13 de julio de 1958, cuando el régimen iraquí pro occidental fue derrocado por un general izquierdista, se enviaron tropas americanas y británicas al Líbano y Jor-

Introducción

2I