La puta y el ciudadano : la prostitución en Amsterdam en los siglos XVII y XVIII 9788432311826, 8432311820

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La puta y el ciudadano : la prostitución en Amsterdam en los siglos XVII y XVIII
 9788432311826, 8432311820

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Lotte van de Pol La puta y el ciu d a d an o Traducción de Cathy Ginard Féron

La puta y el ciudadano. La prostitución en Amsterdam en los siglos XVII y XVIII, transcurre en las oscuras calles de la tercera ciudad más Importante de Europa en aquel entonces. Es la historia de la precaria super­ vivencia de sus protagonistas; de la corrupción policial; de las protestas del clero calvinista; de inm igrantes per­ m anentem ente pobres y m arineros esporádicam ente ricos; de m ujeres que bregaban por sobrevivir sin los hombres, que m archaban a ultramar. En aquel mundo, la prostitución cum plía una Importante función.

Este estudio, basado en una amplia investigación tanto de archivos judiciales com o de escritos y cuadros de la época, no es solo un trabajo lúcido sobre la prostitución sino que explora su contexto: el concepto de honor vigente entonces, la actitud hacia las m ujeres y el sexo, el papel de la Iglesia, los principios que regían la vigi­ lancia policial y las condenas, y los debates en torno a la prostitución como «mal necesario». La autora, con indudable capacidad narrativa y con el debido rigor historiográfico, nos revela la cara oculta de la Edad de Oro holandesa.

Ilu s tr a c ió n d e c u b ie r ta :

Retrato de Hendrickje Stoffeis

d e R e m b ra n d t

H a r m e n s z o o n v a n R ijn (1 6 0 6 - 1 6 6 9 ), N a tio n a l G a lle ry , L o n d re s . E n 1 6 5 4 u n trib u n a l e c le s iá s tic o d e A m s te r d a m a c u s ó a H e n d ric k je S to tfe ls d e '■c o m e te r p u ta ís m o c o n e l p in to r R e m b ra n d t» . R e m b ra n d t la d e fe n d ió y a m b o s c o n v iv ie ro n h a s ta la m u e rte d e e lla e n 1 6 6 3 , v íó tim a d e la p e s te .

'LJLWDOL]DGRSRU3LUDWHD\'LIXQGH 6HDOLHQWDODUHSURGXFFLyQWRWDORSDUFLDOGHHVWDREUDVLQSHUPLVR 9LYDODSLUDWHUtDFRPRIRUPDGHUHVLVWHQFLDFRQWUDODSURSLHGDGSULYDGDGHODVLGHDV $QWLFRS\ULJKW

TWEEDE DEEE Frontispicio D'Openhertige juffrouw, of d'ontdekte geveinsdheid, vol. 2 (edición de Leiden 1699) [KB La Haya]

LA PUTA Y EL CIUDADANO La prostitución en Amsterdam en los siglos XVII y XVIII

por Lotte

van d e

P ol

Traducción de C a t h y G in a r d F é r o n

SIG LO

S IG LO

S ig lo X X I d e E s p a ñ a E d it o r e s , S .A . S ig lo X X I d e A r g e n tin a E d it o r e s

Esta obra ha sido editada con ayuda de la Foundation for the Production and Translation of Dutch Literature

Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier procedimiento (ya sea gráfico, electrónico, óptico, químico, mecánico, fotocopia, etc.) y el almacenamiento o transmisión de sus contenidos en soportes magnéticos, sonoros, visuales o de cualquier otro tipo sin permiso expreso del editor.

Primera edición, febrero de 2005 ©

S IG L O X X I D E ESPAÑA E D ITO R ES

Príncipe de Vergara, 78. 28006 Madrid © Lotte van de Pol, 2003 Título original: De burger en de hoer Prostilulie in Amsterdam © de la traducción, Cathy Ginard Féron, 2003 Diseño de la cubierta: Pedro Arjona Ilustración de cubierta: Portrait o f Hendriekje Stoffels, Rembrandt (el654-6) [The National Gallery, Londres] D E R E C H O S RESERVADOS C O N F O R M E A LA LEY

Impreso y hecho en España Printed and made in Spain ISBN: 84-323-1182-0 Depósito legal: M. 3.945-2005 Impresión: EF C A , S.A. Parque Industrial «Las Monjas» 28850 Torrejón de Ardoz (Madrid)

IN D ICE

M a pa d e A m sterdam P r e f a c io x i I n t r o d u c c ió n i

viii

La diferencia entre prostitución y putaísmo 4 Las fuentes 7 1.

« L a e s c u e l a su p e r io r d e p u t a ís m o e st á e n A m s t e r d a m ». P r o s t it u t a s , p r o s t íb u l o s y c a sa s d e b a il e 15

Tipos de prostitutas 17 Cortesanas y mantenidas 20 Mujeres y hombres en la organización 22 Los prostíbulos 25 Las casas de baile 28 Saneamiento urbano y alumbrado público 34 La política de las autoridades y la prostitución 36 La violencia en las casas de baile 40 La élite da la espalda a las casas de baile 42 2.

« L as p u t a s y l o s r u f ia n e s sie m pr e h a b l a n H o n o r , p r o s t it u c ió n y c iu d a d a n ía 45

d e su h o n o r ».

Criterios de honor 49 El honor femenino y el honor masculino 51 Honor y deshonor en el lenguaje 53 La usurpación del honor 54 El honor en los márgenes de la sociedad 56 Conflictos causados por la prostitución en los barrios 61 ¿Aceptación de la prostitución? 67 Las calles Jonkerstraat y Ridderstraat 69

Indice

VI

3.

« L a o r u c '.a e n l a c o l , e l p u s e n l a p ie r n a ». L a a c t it u d LA p r o s t it u c :k ')n , l a s p r o s t it u t a s y l a s m u je r e s 73

frente a

La aversión por las putas discretas 76 El papel de la Iglesia: de madre cuidadora a padre castigador 77 La sífilis 81 Las mujeres como putas natas 83 Het Amsterdamsch Hoerdom (el putaísmo de Amsterdam) y D ’Openhertige]uffrouw (La doncella franca) 87 Cambios en el transcurso del siglo XVIII 89 La mirada femenina 94 Los hombres como clientes 97 4. «E l m undo T r asfo ndo

n o p u e d e g o ber n a rse c o n la

B ib l ia

e n l a m a n o ».

d e l a p o l ít ic a d e p e r s e c u c ió n j u d i c ia l

La leg isla ció n

lo i

102

El aparato judicial y los procesos 103 La prisión preventiva 104 Los castigos 105 T>a Spinhuis como símbolo y como realidad 107 La política de persecución judicial en cifras 114 Las autoridades y la Iglesia reformada 115 La ley y la autoridad paterna 119 Algunas tendencias en la persecución judicial 123 Los fundamentos de la política en materia de prostitución 124 5. « ¡ D

ia n t r e s !

¡D e

a q u í h e d e s a c a r d i n e r o !».

l a p o l ít ic a d e p e r s e c u c ió n j u d i c ia l

El

la d o o scuro de

131

La mala fama de la policía 131 El interés económico 133 Los personajes de la policía 135 La policía y el pueblo llano 137 La composición y el adulterio 141 El caso de extorsión de 1739 144 El alguacil suplente Schravenwaard y el campesino de Frisia O cci­ dental 147 Beneficios y castigos 150 El caso del alguacil suplente François Spermondt 151

In d ic e

6.

«Dios

LOS CRÍA Y ELLOS SE J U N T A N » . LAS I'RO STITUTAS, SUS C LIENTES

Y EA N A V E G A C IÓ N

161

El perfil de las prostitutas 162 El trabajo, la procedencia y la emigración en perspectiva 164 El excedente de mujeres en Amsterdam 169 Los clientes 172 Las putas y los marineros de las Indias Orientales 175 La navegación 179 Las mujeres de los marineros 182 Los prostíbulos y los marineros 184 7.

« E x t r a ñ o s a r d id e s para s o b r e v iv ir POR s e x o y s e x o p o r d in e r o 189

s in d a r n'i g o l p e ».

La prostitución como empresa preindustrial 189 Contratos laborales en la prostitución 193 Las deudas 195 La captación de clientes 200 Las negociaciones 203 Dinero por sexo 205 Sexo por dinero 210 Las ganancias 215 Conclusión 219 F

uentes

Archivos 223 Bibliografía 225 Bibliografía secundaria 230 Referencias complementarias por capítulo 235 A

n exo

Monedas y dinero 239 Glosario 239

D

in e r o

©GO

® © (S)©o©

Mapa de Amsterdam 1760. [Historisch Topografische Atlas. Municipal Archive Amsterdam]

MAPA DE AMSTERDAM

I Ayuntamiento (en la actualidad Palacio Real), en cuyos sótanos se encarcelaba e interrogaba a las prostitutas. 2, Spmhouse: cárcel de mujeres, en aquel momento atracción turística. í , Compañía de las Indias Orientales, donde cada año se reclutaba a miles de hombres o se les daba el finiquito. t 4. El puerto, «bosque de mástiles», desde donde se accedía a la ciu­ dad. En 1889 se edificó la Estación Central en una isla artificial en el puerto. En la actualidad aún se accede a la ciudad desde ella. 5. Calle Zeedijk 6. La calle Gelderse Kade. Aquí y en Zeedijk se hallaban muchas de las más afamadas casas de baile. 7. Jonkerstraat. ¥ 8. Ridderstraat. En ambas calles a m enudo se enfrentaban los desha­ rrapados y bregaban por sobrevivir los bórdeles más pobres. 9. Kalverstraat, zona de prostitución callejera. 10. Barrio en el que habitaban los judíos pobres provenientes de Ale­ mania y Polonia. 11. Nieuwe Herengracht, donde residían los judíos portugueses más adinerados. 12. Plantage, zona verde que atraía a las prostitutas de la calle.

P r I'Fa c k :)

La investigación que constituye la base del presente libro ha sido posi­ ble gradas al apoyo financiero de la Organización Neerlandesa para la Investigación Científica, la Facultad de Ciencias de la H istoria y del Arte de la Universidad de Erasmo de Rotterdam , y el F ondo para el Fom ento de la Investigación sobre la Em ancipación, del M inisterio de Asuntos Sociales y Em pleo. Dicha investigación tuvo como resultado en 1996 la tesis, H et Amsterdams hoerdom. Prostitutie in de zeventiende en achttiende eeuw (Amsterdam, 1996). Para la redacción del pre­ sente libro recibí apoyo financiero del fondo H anneke van H olkfonds y del Instituto de Investigación para la H istoria y la C ultura de la U ni­ versidad de Utrecht. Y estoy muy agradecida por este apoyo. La historia de la m ujer ha sido para mí im portante a la hora de ele­ gir el tema de investigación y las cuestiones que orientarían mi b ú s­ queda en los archivos y las bibliotecas. M uchos temas de este libro fueron presentados y debatidos po r prim era vez en talleres y semina­ rios sobre la historia de la mujer, tanto dentro como fuera de los Países Bajos. Fue especialm ente im portante el grupo de trabajo sobre la his­ toria del D erecho penal, que durante años ha sido un puerto de refu­ gio para cualquiera que se ocupara de la criminalidad y de la historia del D erecho penal en los Países Bajos. En este grupo tuve la oportuni­ dad de presentar a m enudo partes de mi investigación, y de recibir com entarios expertos y m uchos consejos sobre la búsqueda en los archivos. H e m antenido conversaciones fructíferas con num erosas personas, y m uchas me han ayudado o me han facilitado datos de sus propias investigaciones: a todas ellas les estoy muy agradecida. Entre muchas otras, quiero dar las gracias a las siguientes personas: H ans Blom, Faram erz Dabhoiwala, Sjoerd Eaber, Willem Frijhoff, Eddy de Jongh, Rozemarijn H oekstra, Tirtsah Levie Bernfeld, Jenny M ateboer, Theo

X II

Prefacio

van der Meer, P ieter Spierenburg y Janneke Stelling. Asimismo, la amistad, el com prom iso y la ayuda de Rudolf D ekker y Olwen H ufton han tenido un significado muy especial para esta investigación, para este libro y para mí personalmente. Desde aquí quiero recordar tam ­ bién con gratitud la amistad y el apoyo que recibí de mi querida amiga y consejera Lène Dresen-Coenders, que falleció en enero de 2003. Por último quiero m anifestar mi amor y agradecimiento a mi esposo, Ed Elbers, y a nuestras hijas, Clara y Elisabeth Elbers, por el continuo apoyo, aliento y am or que me han concedido.

I N TR O D U C aÓ N

A prim eras horas de la m añana del 29 de enero de 1701, en un retrete público de H am burgo fue hallado el cadáver de una mujer, asesinada, desnuda y decapitada. La policía tardó poco en encontrar a los auto­ res del crimen; se trataba de un hom bre y de dos mujeres, que confe­ saron haberla m atado porque necesitaban la cabeza de una persona asesinada para preparar una poción mágica. Una de las mujeres, Anna Isabe Buncke, fue asimismo acusada de hacerse pasar durante años por hom bre e incluso de estar oficialmente casada con una mujer. Este era un delito grave, pero Buncke tenía algo que alegar en su defensa. Declaró que durante aquel tiem po había sido realmente un hom bre. Disfrazada de hom bre había ido a trabajar como tem porero a H olan­ da, donde, utilizando la brujería, las putas de Am sterdam le habían dado un cuerpo de hom bre. Kn una o ca sió n , lo s h o m b re s q u e vivían en su barrio y co n lo s q u e había ¡do a un p ro stíb u lo , le con taro n q u e las putas p o d ía n cortarle el m e m b ru m v irile a un h o m b re q u e les causara p rob lem as o q u e se negara a pagar. Si un h om b re no estab a satisfech o co n su p en e, n o ten ía m ás q u e acu d ir a las putas y ellas se encargarían d e darle u n o m ás grande.

H einrich — como se hacía llamar Anna en aquella época— siguió el consejo, y así obtuvo un pene que pegó a su cuerpo; después, tom ó un bocado con las putas y pasadas unas horas ya era capaz de m ante­ ner relaciones sexuales con ellas sin ningún problem a. P o r este «apaño» les había pagado un ducado. Esta historia nos traslada de golpe a un pasado en el que los alema­ nes pobres emigraban a la rica H olanda en busca de trabajo, un tiempo en el que las mujeres se disfrazaban de hom bre e incluso se casaban con otras mujeres, y en el que la gente creía en la magia y en la brujería.

Lotte van de Pol

Sin lugar a dudas, esta historia esconde un relato increíble. Quizás sus com patriotas persuadieran a «H einrich», para que fuera a uno de los prostíbulos de la zona portuaria de Am sterdam . Quizás explicaran entonces al asustado «m uchacho» que si no se com portaba como un verdadero hom bre, las mujeres le arrancarían su m iem bro; y si tenía m iedo de que su pene no fuera lo suficientem ente grande, seguro que las prostitutas podrían venderle otro. N o cabe duda de que a Anna Isabe Buncke le faltaba un tornillo, y que aquel «m uchacho» subnor­ mal era una víctima fácil para una brom a de este tipo. Pero tam bién la locura y la necedad se atienen a los mitos de su época, y la prostitución de A m sterdam tenía sin duda una dim ensión mítica para los contem ­ poráneos. La reputación de A m sterdam como ciudad de la prostitución se basaba tanto en el m ito como en la realidad. Los turistas hacían inva­ riablem ente una visita a una speelhuis (literalm ente casa de juego o de baile, q u e los co n tem p o rán eo s d enom inaban tam bién Spill-house, Spiel-house o Músico, y que a lo largo del presente libro traducim os com o «casa de baile»). Puertas afuera, las casas de baile eran estable­ cim ientos donde se tocaba música y donde se podía bailar, com er y beber, pero en realidad eran lugares donde las prostitutas recogían a sus clientes y los clientes a las prostitutas. Casi todos los turistas visita­ ban tam bién la Spinhuis — el correccional de m ujeres— d o n d e las putas condenadas a penas de prisión eran expuestas a las m iradas de los curiosos. Estas instituciones eran tan características de la ciudad com o los puertos, las instituciones benéficas o el prestigioso ayunta­ m iento recién construido en la plaza del Dam. La fama de Am sterdam como ciudad de la prostitución en los siglos XVll y XVIII quizás solo sea com parable a su reputación actual: hoy en día el Barrio Rojo es una de las principales atracciones turísticas y los escritores y cineastas eligen Am sterdam cuando necesitan incluir una Sodom a contem poránea en la tram a. Las casas de baile eran com o el barrio De Wallen — el barrio chino de A m sterdam — en el siglo XVIII. El escritor anónim o de la novela pornográfica ]ulie philosophe, ou le bon patrióte (París 1791) envía a su heroína, una prostituta, a una casa de baile de Am sterdam durante su «viaje educativo». N orm alm ente, la excusa para realizar una visita a una casa de baile era que todo el m undo lo hacía. «Todos los viajeros

Introducción

echan un vistazo a estos antros inm undos — escribe el francés Louis D csjobert en 1778— peces gordos, obispos y príncipes, e incluso la duquesa d e Chartres y la princesa de Lamballe han estado allí». Según afirma D esjobert, él mismo se encontró en una de estas casas al hijo ticl gobernador general de las Indias O rientales holandesas. Casanova volvió a encontrarse con un am or de su juventud convertida en regen­ ta de un prostíbulo; el Príncipe de Ligne estuvo a punto de perder la vida en una pelea, el Príncipe Eugenio de Saboya se llevó al cónsul Inglés para que le hiciera de guía: y todo eso sucedía en las casas de baile am sterdam esas. En Brieven van Ahraham Blankaart (Cartas de Abraham Blankaart, 1787-1789) una novela epistolar de las escritoras Betje W olff y Aagje D eken, el protagonista hace un recuento de las veces que ha acudido con sus socios comerciales venidos del extranje­ ro a las casas de baile, «sobre las cuales se tiene en el extranjero unas ideas en exceso ligeras y lisonjeras; y a donde todos quieren ir, sea cual Hc*a su condición o educación, provengan de Francia o de Noruega». Para los propios habitantes de A m sterdam , y en particular para las autoridades de la ciudad, esta reputación era motivo de vergüenza. Ya en 1478, un decreto, cuyo objetivo era regular el com ercio sexual en la ciudad, en u m era las quejas co n tra el negocio de la p ro stitu ció n , tem iendo que «si todo esto llegara a conocerse fuera de Am sterdam , la ciudad quedaría muy desacreditada y daría m ucho que hablar». En los siglos XVII y XVIII este tem or se cum plió realm ente, y la p ro stitu ­ ción era un tema del que nadie quería hablar en público. En aquel entonces, Am sterdam era la tercera ciudad de E uropa, después de Londres y París, que descollaban muy por encim a de las demás. En e l siglo XVII, la población de Am sterdam había experimenliulo un fuerte crecim iento debido a la inmigración, pasando de cerca de 54.000 a más de 200.000 habitantes. El núm ero de habitantes crei'ió aún más, hasta alcanzar los 240.000 en el siglo XVIII, pero después de 1770 volvió a decrecer, y a finales de siglo, Am sterdam contaba con 210.000 habitantes. A la sazón, Am sterdam había tenido que ceder ya el tercer lugar a Nápoles; sin em bargo, en lo que respecta a la riqueza, la ciudad del río Amstel se m antenía en la cima. La existencia de la prostitución no es de extrañar en una m etrópo­ lis com o Am sterdam ; no obstante, hay otros factores que fom entaron la dem anda y la oferta de prostitutas. P or un lado, Am sterdam atraía a

4

Lotte van de Pol

m uchos em igrantes y a num erosos turistas, era un cen tro p ara el com ercio y, sobre tocio, un puerto im portante, donde em barcaban y desem barcaban m uchos miles de m arineros quienes, por consiguien­ te, tenían los bolsillos llenos de dinero que gastar. P or otro lado, entre el pueblo llano había un gran excedente de mujeres, m uchas de ellas inm igrantes que tenían pocas probabilidades de encontrar marido. D esde el siglo XV, las prostitutas de A m sterdam han ejercido su oficio en el m ism o lugar, concretam ente en la ciudad vieja, junto al puerto. El centro de la ciudad nunca se desplazó y ha experim entado pocos cam bios a lo largo de los siglos. Siem pre fue en ese lugar por donde se en trab a a la ciudad, du ran te siglos en barco, y a p artir de finales del siglo XIX, en tren. P o r consiguiente, para quien llegara a A m sterdam , el b a rrio de p ro stitu ta s era — y es— siem pre fácil de encontrar. A unque en la larga historia de la ciudad, la legislación y las ideas sobre la prostitución han ido sufriendo cambios continuos, y a pesar de que se hayan puesto a prueba todo tipo de políticas guberna­ m entales — desde la regularización hasta la prohibición, desde la tole­ rancia hasta la persecución, desde el control hasta incluso, a partir del año 2000, la legalización— , en la práctica, la intervención gub ern a­ m ental ha sido casi siem pre m oderada. H o land a nunca ha sido un E stad o policial, y sobre to d o A m sterdam se ha d istinguido desde siem pre po r preferir la regulación bajo m ano y la tolerancia condicio­ nal, en lugar de la intervención directa con m ano dura. Ello ha dado a m enudo la im presión al m undo exterior de que «en Am sterdam todo es posible». Tam bién esta idea form a parte de la historia del mito que rodea la reputación de Am sterdam como centro de prostitución.

I,A DIFERENCIA ENTRE PROSTITUCION Y PUTAISMO

1 lablando llanam ente, la prostitución es sexo por dinero. La defini­ ción jurídica más antigua, procedente del Codex justinianus del Bajo Im perio Rom ano define a una prostituta (meretrix) como una mujer que ofrece servicios sexuales públicam ente (palam omnibus) por dine­ ro (pecunia accepta) y sin distinción (sine delectu). La definición de la palabra y — su em pleo— está vinculada a cada época y a cada cultura.

Introducción

5

Hn la H olanda del siglo xvm , encontram os alguna que otra vez el verbo «prostituir», casi siempre con el significado de corromper, pero el sustantivo «prostitución», con su significado m oderno, sólo empezó a ser de uso corriente en los Países Bajos en la segunda mitad del siglo XIX. Q uien consulte fuentes holandesas más antiguas en busca de prostitución y prostitutas, encontrará sobre todo las palabras hocrerij (putaísmo) y hoeren (putas), en todo tipo de composiciones y expresiones, como hoerhtm (casa de putas), straathoer (puta calleje­ ra), hoereren (literalmente putear, en el sentido de prostituirse), hoervnwaardin (regenta de casas de putas)*. En la Edad M oderna temprana no se hablaba tanto de «prostitu­ ción» sino de «putaísmo». El putaísmo comprendía todos los actos y comportamientos sexuales que tuvieran lugar fuera del lecho conyu­ gal, e incluso en el lecho conyugal si el sexo tenía un carácter desmesu­ rado o si tenía un objetivo diferente al de procrear. En este sentido, el putaísmo tenía que ver con el libertinaje y el sexo ilícito y no con el hecho de que se pagara por mantener relaciones sexuales; éstos eran clcinentos distintos. Ello se desprende por ejemplo de una sentencia como la de la prostituta Annetje Jans quien, en 1667, reconoció ante el tribunal que «era una puta y que con ello ganaba algo de dinero». Una puta no era lo mismo que una prostituta. Cuando Hendrickje Stoffels »(.Imite ante el consejo de Iglesias Protestantes de Amsterdam «que ha cometido putaísmo con Rembrandt, el pintor», confiesa que compar­ te su lecho sin estar casados; en este caso no hay prostitución. Las putas llevaban una «vida impúdica», una «vida impía», una «vida repulsiva» y una «vida disoluta»; las regentas de prostíbulos «»dministraban casas impúdicas» o «casas viles». Una casa de putas era asimismo una «casa de jaleo»; los prostíbulos son el escenario de riñas, alboroto, borracheras y libertinaje, en ellos se arma bulla; estas casas molestan a los vecinos y dan mala fama al barrio. * [N. de la T.]: Debido a las diferentes circunstancias históricas y culturales entre los piiíscs, las traducciones no siempre coinciden, pues el papel de la mujer en la vida públi­ ca en Holanda era diferente que en España. Por ejemplo, mientras en Holanda muchas lie las «casas de putas» eran regentadas por mujeres, en los textos españoles de la época encontramos las «casas de mancebía» que eran regentadas por «padres de la mance­ bía», mientras que el papel de la mujer en el negocio parece limitarse al de alcahueta.

Lotte van de Pol

Si en neerlandés una «hoer» o puta era una mujer moralmente mala, un pol era un hom bre m oralmente malo, podía ser un libertino, el amante de una puta o de una mujer casada, un putero, aunque también un proxeneta, un alcahuete, un chulo o «padre de mancebía». Existían nombres comparables como «plug» — el «rufián» castellano— , que además de chulo de putas significaba canalla, libertino y grosero. Seme­ jantes tipos pululaban por supuesto alrededor de las putas. En las casas de baile y en los prostíbulos de la peor calaña se hablaba la «lengua de los rufianes o ladrones» y la gente se entregaba a «bailes de rufianes». Sin embargo, hay que tener muy en cuenta que en todos estos casos se trata de palabras que expresan relaciones morales y no económicas. Esta terminología tan poco precisa en lo que respecta al libertinaje, al escándalo público y a la ausencia de orden y piedad es típica del siglo XVII. A partir de 1675 la palabra «puta» va adquiriendo cada vez más dos significados: el de mujer libertina y el de prostituta, un doble significado que sigue estando vinculado en nuestros tiempos al insulto «puta». En el siglo XVIII, las palabras adquieren una mayor precisión, son más unívocas y también más neutrales. Después de 1750, en los tribunales se sigue hablando de «puta» y «mujer de mala vida» o «de mal vivir», pero también se ponen de moda los términos «mujer de vida ligera», «mujer de vida alegre», junto a «mujer de placer» a la hora de referirse a las prostitutas. El cambio también se advierte en el modo en que las prostitutas describen sus propias actividades. En 1658, Anna Jans admite ante el tribunal «ejercer de puta en algunos mesones y tabernas, reconoce haber ganado dinero en diversas ocasiones con el concúbito». En 1727, Anna Ringels responde afirmativamente a la pregunta de «si admite que ha concebido un hijo sin estar casada y que por ello es una puta infame», confirm ando así una noción de puta que por aquel entonces ya empezaba a quedar en desuso. En 1782, Magdalena Beelthouwer confiesa que se gana la vida como «mujer ligera». Cuando los magistrados le preguntan qué entiende ella por mujer ligera, Magdale­ na contesta: «Alguien que ha de ganarse el sustento yaciendo con cualquiera, y que para ello sale de noche a la calle, a fin de tener oca­ sión de ejercer de puta». La terminología empezaba a cambiar, y el acento pasa de libertinaje (como conducta inmoral) a prostitución (como medio de sustento).

Introducción

7

Por supuesto, la prostitución no es únicam ente una cuestión de palabras y definiciones. D urante todo aquel periodo, la realidad del «putaísmo público» se hacía sentir de diversas maneras: como negocio en la ciudad, como sustento para las mujeres y como problema para las autoridades. Aunque durante mucho tiempo, los tribunales de justicia de Amsterdam utilizaron en los interrogatorios términos tan amplios como «putas» y «vida indecente», las condenas establecían una distin­ ción entre prostitución, adulterio y libertinaje. También en la biblio grafía jurídica se establecía esta distinción, sobre todo cuando se utilizaba como base el Derecho romano. El manual de consulta jurídi­ co, H et Rooms-Hollands-Regt (el Derecho romano holandés), dice que sólo han de ser castigadas con el destierro las «putas públicas, que com­ parten su cuerpo con cualquiera sin distinción, por sucio dinero».

LAS FUENTES

Si bien es cierto que la prostitución ha apelado siempre a la imagina­ ción del público en general, el negocio en sí se ha desarrollado siempre al margen de la sociedad. En aquella época, la mayoría de las mujeres que vivían de la prostitución eran incapaces de reflejar por escrito sus vivencias, por otra parte tampoco lo deseaban, pues su negocio era ile­ gal y sus clientes tenían m ucho interés en que todo sucediera con la mayor discreción posible. Por consiguiente, no disponemos de infor­ mación de «primera mano» y solemos ver la prostitución a través de los ojos de otros — escritores sensacionalistas, moralistas, clérigos o funcio­ narios de la policía— y leemos sobre las prostitutas en los escritos por­ nográficos, los textos jurídicos y los registros de las casas de acogida para mujeres descarriadas que querían enmendarse o muchachas a las que se apartaba de forma más o menos violenta de la prostitución. Por consiguiente, la historiografía de la prostitución trata sobre todo de la legislación y de las ideas. Si bien la imagen de la prostitución suele estar bien documentada, la realidad lo está bastante menos. Sin embargo, disponemos de un núm ero llamativamente elevado de fuentes sobre la prostitución en Am sterdam en los siglos XVII y XVIII, que reflejan tanto la imagen como la realidad. A partir de 1578,

Lotte van de Pol

cuando A m sterdam pasó del bando católico al protestante a raíz de la Sublevación contra los españoles, se prohibió rigurosam ente la prosti­ tución y ésta fue objeto de persecución judicial. La criminalización y el enjuiciam iento de la prostitución quedaron reflejados en los archi­ vos judiciales. Los procesos entablados por el tribunal de Am sterdam contra las prostitutas y las regentas de prostíbulos se registraban en los libros de confesiones de los presos, los libros en los que se anotaban las declaraciones (literalm ente «confesiones»). Los libros de confesio­ nes se m antuvieron hasta 1811, m om ento en que se cam bió de siste­ ma. Para empezar, se anotaba el nom bre, la edad, la profesión, el lugar de nacim iento, el delito, la posible reincidencia y la condena de todas las personas juzgadas, es decir, tam bién de las putas, y de las regentas y los regentes de prostíbulos. Esta inform ación constituye un buen punto de partida para hacerse una idea global de este grupo de perso­ nas, pero los demás datos y relatos que aparecen en las declaraciones, conform an adem ás una valiosa fuente de inform ación sobre la reali­ dad de la prostitución. Los libros de confesiones constituyen la principal fuente del p re ­ sente libro, se trata concretam ente de las «confesiones» de casi 9.000 pro stitu tas y regentas de prostíbulos que fueron som etidas a juicio en tre los años 1650 y 1750, lo cual representa una quinta p a rte de todos los delitos enjuiciados a lo largo de estos cien años. Asimismo, se ha recurrido a otros archivos, incluidos los archivos judiciales de La Haya, que se han utilizado a m odo de com paración. En el Anexo I se ofrece una relación de los mismos. A parte de los libros de confesiones, han llegado hasta nosotros decenas de informes y notas de las visitas que viajeros extranjeros rea­ lizaron a las casas de baile y al correccional de m ujeres (Spinhuis), recogidos en crónicas de viajes, diarios, m em orias y cartas, en los que queda reflejada la reputación de Am sterdam com o ciudad de la pros­ titución. E ste tip o de escritos contribuyó tam bién a fom entar esta im agen. Los diarios de viaje p ro p o rc io n an inform ación co ncreta sobre los precios, la decoración y los horarios, pero sobre todo nos dan una idea de cóm o evolucionaron la imagen y las ideas sobre la prostitución. En ellos se pueden seguir tam bién, entre líneas, las dis­ cusiones sobre la política gubernam ental en m ateria de prostitución que se silencian en los escritos holandeses de la época.

Introducción

En el propio país, Amsterdam también era considerada, por exce­ lencia, como la ciudad de las putas, y esto se nota sobre todo en el ter­ cer tipo de fuente: los relatos de ficción. Entre ellos se pueden incluir MÍmismo las artes pictóricas. En la pintura holandesa del siglo XVIl, llH escenas de prostíbulos eran muy populares. G randes artistas como jen Steen, Johannes Vermeer y Cferard van H onthorst, y m aestros m enores com o H en d rick Pot, pintaron cientos de «prostíbulos», «alcahuetas», «proposiciones indecentes» y «robos en un prostíbulo» (véase ilustración 11). Estos cuadros no están vinculados a un deter­ minado lugar, sin embargo, hubo dibujantes como Cornelis Troost y Thomas Rowlandson, así como muchos artistas anónimos, que inm or­ talizaron precisamente la prostitución de Amsterdam. En la literatura popular abundan las putas, las regentas de prostíbulos, los prostíbulos y las casas de baile de Amsterdam. Hay cientos de sainetes, obras en prosa, cancioneros, libelos y otros escritos que describen el com porta­ miento sexual indecente, el putaísmo y la prostitución; y la mayoría de ellos se desarrolla en Amsterdam. En las novelas picarescas, relatadas en prim era persona, el protagonista narra las vicisitudes de su vida, cómo consigue sobrevivir ayudado por su ingenio y confiando en la Dama Fortuna: la suerte; a m enudo se trata de aventuras sexuales en las que las putas y la prostitución de Amsterdam suelen desempeñar un papel importante. Ejemplo de estas novelas son De Amsterdamsche iJchtmis, o f Zoldaat van Fortuin («La libertina de Amsterdam, o solilado de la Fortuna») hacia 1731 y De Ongelukkige Levensbeschryving van een Amsterdammer, Zynde een heknopt verhaal zyner ongelukken («La desgraciada vida de un amsterdamés, o bien una narración con­ cisa de su infortunio») de 1775. También hay libros que tienen como único tema la prostitución. El más extenso de ellos es sin duda H et Amsterdamsch Hoerdom, behehende de listen en streeken, daar zich de Hoeren en Hoere-Waardinnen van dienen; benevens der zelver maniere van leeven, dwaaze bygelovigheden, en i n t algemeen alies 't geen by dese Juffers in gebruik is («El putaísmo de Amsterdam, que contiene los ardides y artificios a los que recurren las putas y las regentas de prostíbulos; así como su estilo de vida, sus necias supersticiones y en general todo lo que es usual entre estas dami­ selas» [véase ilustración 6]). El libro anónimo se publicó en Amsterdam en 1681, seguido inmediatamente por una edición francesa: Le putanis-

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m e d ’Am sterdam («El putaísm o de Am sterdam »), A lo largo de cien años se publicaron al menos diez ediciones holandesas: en 1681, 1684, 1687, después en 1700, 1756, hacia 1760,1765, 1775 y 1782. En 1694 se publicó una versión plagiada, que contenía ilustraciones copiadas y un texto m ucho más obsceno. En 1754 apareció una traducción alemana, Das Amsterdamer Htiren-Lehen («La vida de las putas de Amsterdam»). Dadas las num erosas ediciones, traducciones y referencias, es muy p ro ­ bable que hubiera en circulación muchos ejemplares de este libro. En H et Am sterdamsch Hoerdom, un hom bre procedente de R ot­ terdam — la eterna rival de A m sterdam — explica lo que oye decir a la gente sobre las casas de baile de Am sterdam, durante su viaje en b ar­ caza hacia esta ciudad. D espertada su curiosidad, una vez tram itados sus asuntos, decide asomarse por ahí. Para ello no necesita dar ni un solo paso. En sueños se le aparece el diablo que le guiará en un reco­ rrido por las casas de baile y los prostíbulos, desde las casas de baile más elegantes hasta las tabernas más miserables. Tanto el protagonista com o su guía, el dem onio, son invisibles, y por consiguiente pueden oírlo todo y entrar en todas partes (véase ilustración 3). El guía sabe la resp u e sta a to d a s las p reg u n ta s. E n ocasiones, las infam ias y los engaños de que son testigos son tan espantosos que incluso llegan a horrorizar al diablo. Al despertarse, el protagonista declara haberse curado definitivam ente de su deseo de ver el putaísm o de Amsterdam. Las descripciones son tan vivas y detalladas, que sugieren que el autor anónim o lo observó todo con sus propios ojos. El escritor está asom brosam ente bien enterado. Esboza correctam ente la política de enjuiciam iento de la época e incluso su trasfondo histórico. La organi­ zación y las transacciones económ icas que describe dentro de la pros­ titución corroboran lo que contaban las m ujeres ante el tribunal. Heí Amsterdamsch Hoerdom constituye p o r ello una buena fuente com ple­ m entaria de la historia de la prostitución en Am sterdam. El libro D ’Openhertige ]uffrouw, o f d'O ntdekte Geveinsdheid («La doncella franca o la hipocresía desenm ascarada», 1689 [segunda parte en 1699]) es la «autobiografía» de una elegante prostituta de A m ster­ dam. Se trata de una obra popular, escrita en tono irónico, que fue ree­ ditada en num erosas ocasiones y tam bién traducida. E ntre las obras del siglo XVIII se encuentran Den opkom st en val van een koffihuys nichtje («La ascensión y caída de una cam arera», 1727) de Jacob

[ntroclucción

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I

Oampo Weyerman; esta novela es asimismo la «autobiografía» de una mujer ligera que acaba ejerciendo de prostituta. O tro libro es Boereverhtal van geplukte Gys, aan sluuwe jaap, ivegens zyne Amsterdamsche 7iWÍi‘rpartij, o f samenspraak tusschen hun heiden, over de heedendaagschc speelhuizen, mehjes van plaizier en derzelver aanhang, door cenen Idefhehber der Dichtkunst in rym gehragt («Historia narrada por Gys, el campesino desplumado, al astuto Jaap, sobre sus excesos en Amstertlam o bien el coloquio entre ambos sobre las casas de baile, las muje­ res de placer y demás gentuza, puesto en rima por un amante de la |«x;sía», publicada en torno a 1750). En esta novela, el campesino Gys relata a su hermano Jaap, cómo las putas y regentas de prostíbulos le robaron su dinero y su salud. Por último. De Amsteldamsche SpeelhuiZfn («Las casas de baile de Amsterdam», 1793) ofrece una descripción (le la prostitución por medio del eficaz m étodo de un diálogo entre una persona curiosa e inocente y otra experimentada. Ante todo, la literatura constituye una fuente importante de ideas y actitudes, pero también nos habla de las historias y los tópicos de aque­ lla época. Sin embargo, los libros como H et Aimterdamsch Hoerdom también debían su éxito al hecho de que reflejaran la realidad. Por ello, hí se utilizan de forma crítica, los textos literarios pueden ilustrar, expli- ^ car, confirmar y complementar las fuentes de los archivos. También los «prostíbulos» y las «alcahuetas» de la pintura representan escenas que hacen referencia a la prostitución de su época. Todas las fuentes presentan posibilidades, pero también dificulta­ des. Los libros de confesiones muestran en esencia lo que la justicia definía, perseguía y por último registraba como «putaísmo». Incluso en los interrogatorios más extensos dependemos de las preguntas for­ muladas por el tribunal. Además está el problema de la representatividad: no todas las prostitutas eran arrestadas y segtiramente los libros de confesiones nos ofrecen sobre todo una imagen de las putas públi- * cas y pobres. Asimismo hay que poner en tela de juicio las historias que contaban las detenidas: salvo si eran ¡nocentes y podían demostrarlo, las acusadas tenían interés en dar una imagen lo más favorable posible, en tergiver­ sar los hechos y, en último extremo, en mentir. Y sin duda lo hicieron. Muchos alegatos eran meros pretextos y muchas historias contienen mentiras, pero esto no significa que las declaraciones carezcan de utili-

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dad. Las acusadas no se limitaban a contar al tribunal mentiras o verda­ des a secas, sino sobre todo «historias». Aunque no m intieran conscien­ tem ente, las acusadas debían de transform ar los sucesos sobre los cuales eran interrogadas por el tribunal hasta convertirlos en una histo­ ria que causara buena impresión a los jueces, pero que, al mismo tiem ­ po, tuvieran sentido para ellas. Estas historias habían de ser plausibles, es decir, debían encajar en su época y cultura, y tenían que ser creíbles en aquel contexto. Provienen de la realidad, aunque tam bién son fruto de las fantasías y los mitos colectivos de aquella época. La declaración de Anna Isabe Buncke, descrita al principio de la presente introduc­ ción, constituye un buen ejemplo de este tipo de historias. A m enudo, las crónicas de viajes nos dicen tanto sobre los viajeros com o sobre los holandeses. Las crónicas nos dan cuenta, p o r ejemplo, de que los franceses consideraban que la com ida holandesa era asque­ rosa y que las m ujeres vestían mal; por su parte, los alemanes observa­ ban q u e los holandeses se p reo c u p a b a n poco de su honor, y los ingleses se quejaban de que les estafasen. Los ingleses y los holandeses tenían m ucho en común y m ucho que ver unos con otros, pero sentían una profunda aversión m utua; a m enudo los ingleses consideraban a los holandeses com o com petidores y enemigos. Para los viajeros fran­ ceses con cierta erudición, la H olanda del siglo XVIII era un ejem plo a partir del cual los filósofos de la Ilustración m odelaron sus diseños de una sociedad mejor. Los alemanes, que estaban maravillados con todo lo que veían en la H o lan d a del siglo X V ll, se liberarán un siglo más tarde de su com plejo de inferioridad y juzgarán con dureza las defi­ ciencias morales que detectaban en el país vecino. Los extranjeros que llegaban a H olanda pocas veces conocían el idioma, hablaban poco con los holandeses y dependían de otros com ­ patriotas que estuvieran dispuestos a hacerles de guía. Se preparaban leyendo crónicas de viajes; casi todos llevaban una guía de viaje en el bolsillo. Las crónicas estaban influenciadas po r estas guías de viaje, y éstas, a su vez, se copiaban unas a otras. La consecuencia es no sólo que los viajeros visitaban siem pre los m ism os lugares, sino tam bién que reaccionaban de la misma m anera al verlos e incluso utilizaban las m is­ mas metáforas. De este m odo, repetían una y otra vez que Am sterdam era una ciudad «rica en habitantes» y «rica en embarcaciones», y que el puerto era un «bosque de mástiles».

In tro d L

De hecho, no existe una línea divisoria clara entre las fuentes literarlus y pictóricas «ficticias» y las fuentes «verídicas» de los archivos,

(luda tipo de fuente contiene prejuicios y estereotipos. Tanto los archi­ vos judiciales, la literatura popular, los diarios de viaje como las ilustra­ ciones han de tomarse en serio como fuente para la historia de la prostitución, aunque es esencial verlas en relación entre sí: las fuentes ho son únicamente de diferentes tipos, sino que también ofrecen inforOlHción desde distintas perspectivas. Cada una de ellas ofrece una ima­ gen diferente, a veces incluso contradictoria, de la prostitución. Por último, en sí mismas las fuentes forman parte de la historia. Los (liiirios de viaje no sólo dan fe de la reputación de la ciudad, sino que «ilcmás convirtieron la prostitución en su principal atracción. Los textos literarios, así como las ilustraciones, pertenecen a la realidad material y por tanto a la historia de la prostitución. Evidentemente, la prostitución ofrecía un valioso material — aunque fuera adaptado y tergiversado— pura escribir libros con los cuales se podía ganar dinero. Sobre todo la novela Het Amsterdamsch Hoerdom ejerció una gran Influencia sobre la realidad. Este libro impulsó a muchas personas procedentes de la élite a visitar las casas de baile; y gracias a la edición francesa, también acudieron extranjeros. A su vez, a través de sus des­ cripciones y cartas, estos turistas pusieron de moda la idea de que un recorrido por Amsterdam no era completo sin una visita a una casa de baile. Los libros incitaban a los clientes a visitar las casas de baile, por lo cual estas casas podían mantenerse; los libros crearon expectativas, que luego los dueños de las casas de baile se encargaron de satisfacer, l’or consiguiente, una parte de la realidad fue creada por la propia fic­ ción.

1. « L a 1-SCUELA SUPF.RIOR DR PUTAÍSMO RSTÁ RN A m STRRDAM». P r o s t it u t a s , p r o s t îr u i ,o s y c a s a s d r b a ii ,r

En los siglos XVII y XVIII, la metrópolis y la ciudad mercantil y portua­ ria de Amsterdam tenían una extensa red de prostitución. En Londres y París la cosa no era distinta y los contemporáneos se formulaban a menudo la pregunta de en cuál de ellas era más grave la prostitución. «París», solía ser la respuesta, pero los franceses, a quienes por lo visto molestaba la reputación de su ciudad, hacían lo posible por restarle importancia a este hecho. «Amsterdam es quizás la ciudad más liberti­ na del mundo, sólo París es peor», escribe el francés Jean François Regnard en 1681. «En una ciudad tan grande y tan densamente pobla­ da, donde circula tanto dinero debido al comercio, el libertinaje ha de ser por fuerza desmedido», observa un compatriota suyo casi un siglo más tarde, «aquí hay tantas mujeres de vida alegre como en Londres y París». ¿Qué envergadura tenía la prostitución en Amsterdam? Incluso en lo que se refiere a la prostitución actual, las cifras acerca de este grupo profesional que trabaja preferiblem ente en la clandestinidad son meras estimaciones. Esto sucedía aún en mayor medida en los prime­ ros tiempos de la Edad Moderna (1500-1800), cuando la burocracia y el registro de personas eran aún incipientes y cuando apenas se esta­ blecía distinción entre «prostitutas» y «putas», es decir, mujeres licen­ ciosas. Las estimaciones en este sentido son muy poco fiables. Los escritores sensacionalistas y los pornógrafos suelen mencionar cifras exageradamente altas; también los indignados predicadores protes­ tantes y los preocupados funcionarios de policía tenían sus razones para amplificar la magnitud de la prostitución. En el caso de Amsterdam no disponemos de datos, ni siquiera de estimaciones serias, sobre el periodo anterior a 1811. El primer regis­

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tro oficial de prostitutas no tuvo lugar hasta el siglo XIX, concretamen­ te entre los años 1811-1813, cuando los Países Bajos estaban anexio­ nados al Im perio francés. En el prim er recuento se registraron aproximadamente 500 mujeres, cifra que más tarde ascendió hasta 700. En 1816, había unas 800 prostitutas conocidas por la policía. Es posible que el número de prostitutas fuera entonces inferior al de los siglos XVII y xvill, pues corrían malos tiempos para la ciudad: la eco­ nomía, el comercio y la navegación se hallaban en una situación de estancamiento duradero, mientras que el número de habitantes había descendido hasta 180.000. En los libros de confesiones podemos encontrar un número con­ creto de prostitutas. P or ejemplo, en los tres años com prendidos entre 1696 y 1698, 450 mujeres comparecieron ante los tribunales bajo la acusación de ser prostitutas, y muchas de ellas fueron enjui­ ciadas en repetidas ocasiones. En realidad tuvieron que estar involu­ cradas más mujeres, teniendo en cuenta que no todo el m undo caía en manos de la policía y puesto que en aquellos años se dejaba en paz a las putas callejeras. En la misma época, fueron arrestados 110 organizadores: 91 m ujeres y 19 hom bres. La policía registró 98 prostíbulos y 18 casas de baile, sin embargo en 25 de los prostíbulos y 10 de las casas de baile, la policía se limitó a arrestar a las prostitu­ tas. Es posible que el número de prostitutas haya sido mayor durante algunos periodos, pero parece realista calcular que entre 1650-1800 hubo, por lo menos, entre 800 y 1.000 prostitutas, aunque quizás más, frente a una población de más de 200.000 habitantes. La histo­ riadora francesa Erica-Marie Benabou calculó que en el París de la segunda mitad del siglo XVIIl — cuando la ciudad contaba con 600.000 habitantes— trabajaban entre 10.000 y 15.000 prostitutas a jornada completa y a media jornada. En el primer registro realizado en 1810, se contaron 19.000 prostitutas. En Londres, no se efectuó ningún registro de las prostitutas, pero en 1758, el comisario de policía inglés, Saunders Welch, calculó que el número de «common prostitutes» en la ciudad era de 3.000, frente a una población de 675.000 habitantes. Visto así, Amsterdam y Londres tenían relativa­ mente la misma cantidad de prostitutas. Sin embargo, París se lleva­ ba la palma, algo que coincidía con la opinión general de la época.

«La escuela superior de putaísmo está en Amsterdam»

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Tipos de prostitutas En el libro Boereverhaal van geplukte Gys, aan sluuwe ]aap, wegens zyne Amsterdamsche zwier-party («Historia narrada por Gys, el cam­ pesino desplumado, al astuto Jaap, sobre sus excesos en Amsterdam»), se distinguen cuatro tipos de putas. Se trata de una clasificación simple y corriente: las mantenidas, las mujeres que viven en «casas de citas discretas», las que se jactan abiertamente de ser putas y las putas callejeras. El libro compara a las mujeres licenciosas con animales: caballos, gatos y gallinas: Con las putas pasa com o con los caballos: Están las yeguas pecheronas, y ésas en la calle son las busconas; los caballos que tiran de un coche, son las que bailan en las casas de noche; los caballos de carruajes y carrozas, son las gallinitas de las casas discretas; y los caballos de montar son las que mantenidas, fingen ser tan honestas com o las mujeres casadas.

1.a clasificación sigue la acostumbrada jerarquía en la que una prostituta tiene más categoría y pide más dinero a medida que atiende a menos clientes y es menos visible en público. Sin lugar a dudas, las propias prostitutas aceptaban esta clasificación por categorías, como atestiguan las protestas de las mujeres arrestadas de «que no se dejaba usar por cualquiera, aunque sí por un particular» o que no hacía la calle sino que «sólo la llaman de vez en cuando para hacer de puta en las casas de citas discretas», o que «era en efecto una puta, pero no una puta callejera». La que tenía pocos clientes o podía permitirse el lujo de rechazar clientes, tenía más categoría que una «puta de todos» o una «grandísima puta». Una clasificación de este tipo sugiere un mundo con unos límites más claros de los que tenía en realidad. Al igual que todos los que subsistían en la parte inferior de la sociedad preindustrial, una prosti­ tuta tenía que aprovechar cualquier oportunidad para ganar algo de dinero. La mayoría de los arrestos tenían que ver con prostitutas pro-

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fesionales que vivían en un prostíbulo o en una casa de baile. Si embargo, entre líneas leemos que también había mujeres que vivía independientemente o que aún residían en la casa paterna, y que c día trabajaban, pero de noche hacían de vez en cuando la calli acudían a las casas de baile o se dejaban recoger para ejercer la prost tución. En el siglo XVII, se solía llamar «nachtloopsters» (busconas noctu ñas) a las mujeres que eran arrestadas en la calle, es decir: mujeres qr se paseaban por las calles a una hora en que las mujeres decentes esti ban en casa. Sin embargo, no todas las «nachtloopsters» eran prostiti tas que hacían la calle. En el siglo XVII, sólo una quinta parte de 1í prostitutas eran arrestadas en la calle; después de 1710 pasó a ser ur tercera parte. Entonces se dio en llamar a las mujeres que hacían calle «putas de la calle» o «kruishoeren». Las kruishoeren se paseaba por la «kruisbaan», una zona de la ciudad donde se ejercía la prostiti ción callejera. Por ejemplo, desde el siglo xvill hasta el siglo XX, la Ka verstraat fue una kruisbaan. Las prostitutas callejeras se llevaban a m enudo a sus clientes casa. En Amsterdam había relativamente poca prostitución al aii libre, menos, por ejemplo, que en La Haya, ciudad en cuyo centi había un gran parque (el Bosque de La Haya o Haagse Bos) que con tituía una zona «natural» para la prostitución callejera. En la dens m ente edificada ciudad de Amsterdam, las mujeres que ejercían prostitución al aire libre tenían que resguardarse con sus clientes e callejones o en pórticos, donde corrían el riesgo de ser descubierta Durante e l siglo XVII, la fábrica de ataúdes junto al río Amstel se u1 lizó a m enudo para practicar el sexo nocturno, en el siglo XVIII, Plantage (Plantación) — unos jardines que acababan de instalar: dentro de las nuevas murallas de la ciudad y donde aún no se hab edificado— eran utilizados frecuentemente para ejercer la prostiti ción al aire libre. Pero por lo general, la prostitución en Amsterda tenía lugar dentro de las casas. Hay dos tipos de «putas callejeras» que, si bien compareciere ante los tribunales, no he incluido entre las prostitutas. Entre las pi meras se encuentran las mujeres para las cuales abordar a un homb era una forma encubierta de mendicidad, las alcoholizadas que hacú cualquier cosa por conseguir bebida, las mujeres mayores que esper

« I,a escuda superior de putaísm o está en A m sterdam »

ban de esta manera conseguir algo de dinero, las vagabundas demen­ tes que dormían en plena calle, debajo de un puente o en las «secretas públicas» (retretes) y de quienes los hombres podían abusar fácilmen­ te. De los pocos casos que aparecen en los libros de confesiones, es imposible tlcducir cuántas de estas infelices había en la ciudad; apare­ cieron sobre todo en el siglo xvill y su aumento constituye uno de los muchos indicios de la pauperización de los grupos más débiles de aquella época. La policía no las consideraba prostitutas, sino más bien personas non gratas a las que, de no ser acogidas por la familia, se pre­ fería expulsar de la ciudad. El segundo grupo está compuesto por mujeres que, con el pretex­ to del sexo, arrastraban a los hombres hasta un callejón oscuro o a una siniestra taberna para luego desvalijarles. Aunque en ocasiones mantenían relaciones sexuales con los hombres, la justicia no las con­ sideraba prostitutas sino ladronas, y uno de los trucos que tenían estas mujeres para robar a sus víctimas era hacerse pasar por puta. Contaban siempre con la ayuda de cómplices, a menudo hombres de la peor calaña. Solían formar parte del hampa, como demuestran sus largos historiales delictivos, sus relaciones y su parentesco con crimi­ nales tristemente famosos. Por lo general se les reconoce por sus apo­ dos como Mujer del Tajo, Susan la de los Dientes, Dirkje la Bizca, la Perra de Den Bosch o Leen la Perra Braca. Son los típicos apodos del hampa, que a veces hacen referencia a un aspecto repulsivo, y otras a las cicatrices en el rostro conseguidas en este entorno. En Het Amsterdamsch Hoerdom, escrita en primera persona, el protagonista se pregunta cómo «semejantes monstruos» pueden encontrar clientes, pero su guía, el demonio, sabe la respuesta; una mezcla de oscuridad, lujuria y embriaguez. Las víctimas de estas mujeres no solían acudir a la policía. Este tipo de «prostitución» salía a la luz sobre todo duran­ te los interrogatorios de grupos de ladrones, en que los acusados delataban a sus camaradas a fin de conseguir una reducción de sus condenas.

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( '.ortcsunas y mantenidas lól sedimento superior del mercado de la prostitución queda en grar medida al margen de los libros de confesiones. A fin de cuentas laí «entretenidas» y las «cortesanas» podían permanecer más fácilmente fuera de las manos de la policía que las prostitutas. En Amsterdam, las cortesanas y las queridas apenas podían mostrarse en la vida pública Esta era una diferencia por ejemplo con París, donde este tipo de mujeres podía hacer abiertamente una carrera profesional. Algunos viajeros franceses escriben acerca de la ausencia de estas mujeres en 1¡¡ vida pública. «En todo Amsterdam sólo hay una o dos mantenida; con carruaje y sirvientes», explicaba por ejemplo Guillaunie le Féburt en 1780, «y ni siquiera hacen alarde de ello. Otras son mantenidas dt forma modesta y le sirven de distracción a un mercader, pero lo hacer en secreto y uno sólo puede especular al respecto». En los Países Bajos, sólo La Haya parece haber tenido una tradiciór en este tipo exclusivo de prostitución. La composición de la élite dt esta ciudad era diferente a la de Amsterdam. La corte de los Orange las embajadas y legaciones, y la presencia de la aristocracia procedente de diferentes países junto con el aparato que ello traía consigo, signifi caba que en La Haya existía un mercado para las «cortesanas». En \ í literatura existen pocos datos sobre las actrices, un grupo que en Ingla térra y Francia constituía una reserva de queridas y mantenidas. A par tir de 1655, el teatro de Amsterdam empezó a admitir mujeres entre lo; actores, pero a pesar de la fama de inmoral que tenía la farándula, la; actrices del siglo XVII no parecen haber tenido una mala reputación. Er la segunda mitad del siglo XVIII, se mencionaba de un tirón a las «actri ces y mujeres de vida alegre» y a las «comediantas y putas». Sin embar go, es nuevamente un francés, Denis Diderot, quien dice que la; actrices holandesas eran decentes: al parecer veía, o quería ver, un con traste con las actrices parisinas. Pero, también en Amsterdam había mantenidas o «entretenidas» A parte de las «putas públicas», en los prostíbulos vivían a vece: «señoritas que eran mantenidas». Con regularidad, una mujer aban donaba un prostíbulo después de que un hombre, que estaba dispues to a mantenerla, hubiera pagado sus deudas. Luego podía ponerle unt

« L a escuela superior ele putaísm o está en A m sterdam »

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«habitación» dentro o fuera del prostíbulo. Por ejemplo, el amante de Giertje Gijers le «dedicaba» en 1749, 6 florines a la semana para el alquiler de una habitación, pero también la enviaba a un maestro «para que le enseñara modales» y para que aprendiera a escribir y a contar. Un ejemplo de una mantenida de este tipo es Maria de Somere, de diecinueve años. En 1658, fue detenida cuando arrestaron a la regenta del prostíbulo, Lijsbeth Pieters. Lijsbeth había ayudado (por cierto, sin que nadie se lo pidiera) a apagar un incendio en una casa y mien­ tras tanto había aprovechado la ocasión para robar joyas. La policía encontró a Maria en la cama con un joven y por ello se la llevaron. La chica contó que su padre era boticario en Gante, pero que medio año antes, el hijo de un mercader la había seducido en Amberes y «le había puesto una habitación». Después de pasar por La Haya, había ido a parar a Amsterdam con el hombre con quien en aquel momento yacía en la cama. Maria explicó que «no le había hecho promesas matrimoniales» y que tenía intención de «ponerle una habitación» en la ciudad. Las prostitutas procedentes del sur de los Países Bajos narraban a menudo historias parecidas. Así, una joven bruselense contó que, dos años antes, «un noble español había abusado de ella y la había mantenido» en Bruselas. A la sazón, ella residía en una casa de baile de Amsterdam. Según los relatos de las mujeres, el primer seductor solía ser un noble u otra persona importante. Las «gatitas o gallinitas de habitación en casas de citas discretas», que recibían a un número limitado de hombres en sus propias casas, son seguramente del mismo tipo que las 66 «ninfas que conozco», que pueden encontrarse en una lista manuscrita de origen poco claro, ela­ borada en torno a 1675. «Anna de Zelanda que vive junto al canal de Herengracht», «Antje la hija de la comadrona de la Reestraat» y «la señorita Groenhoven que vive al principio de Leidsegracht» serían las homólogas en la vida real de la ficticia D’Openhertige Juffrouw («La doncella franca», 1689), quien, en sus supuestas memorias, habla de la vida y los ardides de semejantes mujeres. Éstas también aparecen en los archivos notariales. Sin embargo, las «ninfas» dejaron relativamente pocos rastros en los libros de confesiones. Sólo se arrestaba a las que causaban alboro­ to público, como le sucedió en 1707 a Celitje Andries de Amsterdam.

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Celitje vivía encima de una sastrería, en una habitación donde recibía a su amante, un hombre casado. Una noche, éste se topó inesperada­ mente con otro cliente, tras lo cual montó en cólera y lanzó los trastos de Celitje escaleras abajo. Ella llamó a la guardia para que la protegie­ ra y acabó detenida.

M ujeres y hombres en la organización La organización de la prostitución en Amsterdam estaba en gran medida en manos de las mujeres. Menos de uno de cada cinco proce­ sos judiciales (es decir, el 17%) incoados contra prostíbulos tenía que ver con un hombre. Más de la mitad de las regentas de los prostíbulos vivían solas, mientras que los regentes tenían casi siempre una mujer a su lado que trataba con las prostitutas y administraba la caja. Cuando una pareja era condenada por regentar un prostíbulo, el hombre solía recibir la condena más leve. Muchos afirmaban ante el tribunal que no tenían nada que ver con el prostíbulo o incluso que no sabían nada al respecto «porque dejaba que su mujer mandara en casa». Ante los tribunales apenas comparecían chulos; y resulta significa­ tivo que ni siquiera existiera una palabra que los designara unívoca­ mente. Alguna que otra vez se enjuiciaba a un «protector de putas», un hom bre a quien las putas callejeras pagaban para que les echara una mano en caso de necesidad. Y en el siglo XVIII, algunas prostitutas tenían un hombre al que llamaban su «querido», con quien convivían y con quien compartían sus ganancias. Tanto en el hogar como en la empresa, los hombres y las mujeres tenían sus propias tareas y responsabilidades. Las mujeres se ocupa­ ban de la casa —como la limpieza, la comida y la ropa— y vigilaban al personal femenino. Los asuntos económicos del hogar y, por consi­ guiente, tam bién de los pequeños negocios fueron durante mucho tiempo cosa de mujeres. Por el contrario, el hombre se encargaba de los mozos y, de puertas afuera, era el cabeza de familia; representaba la autoridad. Para la regenta de una casa de putas era práctico tener a un hom ­ bre en casa — pues, por ejemplo, un hombre podía alquilar una casa con mayor facilidad que una m ujer— , pero las mujeres eran muy

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capaces de explotar por sí solas un prostíbulo. Una sirvienta robusta o un vecino al que se contrataba para que acudiera cuando se le llamara también podían poner de patitas en la calle a los clientes molestos. Por el contrario, las casas de baile eran regentadas a menudo por un matri­ monio. Estos establecimientos eran más grandes y más públicos que los prostíbulos. Exigían una mayor inversión financiera y en ellos cir­ culaban mayores cantidades de dinero. En los periodos en que las autoridades dejaban en paz la prostitución, las casas de baile florecían y crecían en tamaño; y a medida que aumentaban las ganancias, disminuian los titubeos de los hombres a la hora de implicarse en el negocio femenino de la prostitución. El trabajo masculino tenía mayor categoría que el trabajo femeni­ no. Así pues, una mujer podía realizar la tarea de un hombre, pero realizar la tarea de una mujer era indigno de un hombre. Lo mismo sucedía con regentar un prostíbulo. Era cosa de mujeres regentar una casa de putas; pero, los hombres que regentaban un prostíbulo parecían compensar este hecho exagerando un elemento «masculi­ no»: la violencia. Con regularidad, cuando se enjuiciaba a un matri­ monio que regentaba un prostíbulo, se condenaba a la mujer por llevar una casa de putas y al hombre por recurrir a la violencia. Se les acusaba, por ejemplo, de maltratar a clientes que no pagaban, de ame­ nazar a los vecinos a fin de impedirles que se quejaran ante las autori­ dades o de vengarse de los vecinos que los habían delatado. Sin embargo, en ocasiones, maltrataban también a sus propias mujeres: su esposa o concubina, las prostitutas o las sirvientas. En Hei Amsterdamsch Hoerdom aparece un hombre que regenta solo su negocio, pero se trata de un negocio donde no hay orden pues las «putas mandan demasiado». El patrón no tiene autoridad sobre las prostitutas porque se siente atraído por ellas y de este modo se deja manipular —al parecer una razón importante del porqué las mujeres tenían más autoridad sobre las mujeres que los hombres. Sin embar­ go, su técnica de venta es tan buena como la de una mujer—: En lo que concierne a su negocio, es tan hábil com o si una mujer fuera, y tanta es su elocuencia a la hora de vender vino a los clientes que da gozo oírlo.

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Es más: E se patrón elogia su mercancía com o si d e una mujer se tratara, y yo mismc habría dudado que era un hom bre si no h ubiese visto su barba, pues por k que respecta a su voz y a sus m odales, eran bastantes fem eninos.

De este modo, un hombre que desempeña las tareas de una regen ta es calificado de mujer, y encima de mujer fracasada. En el siglo XVlll, el papel de los hombres en la prostitución cam bió. Su participación en cuanto a número se mantuvo igual, pero si implicación real aumentó, A mediados del siglo XVII los regentes di prostíbulos eran a veces simples obreros de Amsterdam que parecíar estar poco implicados en el negocio de sus mujeres. Más adelante, er el mismo siglo muchos de los regentes eran marineros que colabora ban activamente en el negocio, a menudo permanecían durante ui tiempo en casa de sus novias (por lo general mayores) que regentabar un prostíbulo, pero acababan haciéndose de nuevo a la mar. En e siglo XVIII, entre los regentes había diferentes músicos, así come medicuchos especializados en enfermedades venéreas. Su implicaciór en el negocio fue en aumento y a menudo los hombres eran realmente quienes mandaban, sobre todo en los negocios más grandes en los que circulaba mucho dinero. Cada vez se oían menos excusas como que «no tiene nada que ver con los asuntos de su mujer», y además, y; nadie las creía: los hombres que regentaban los prostíbulos recibíar condenas cada vez más duras. Entre los organizadores también se encuentran las «alcahuetas» que no eran propietarias, pero mediaban entre las putas que querían cam biar de prostíbulo, las regentas que buscaban prostitutas y los cliente: que solicitaban servicios especiales. Este tipo de mujeres, que operabar entre bastidores, recibía una mención especial en la legislación y en h imaginación popular, y eran odiadas. Se decía que las alcahuetas abor daban a las muchachas honradas y a las mujeres casadas para seducirla: a aceptar las proposiciones de un determinado hombre; había asimis mo un tipo especial de alcahuetas llamadas hoerenbesteedsters (literal mente «colocadoras de putas») que «colocaban» o introducían i muchachas honradas en un prostíbulo haciéndoles creer que les daríar un empleo como sirv'ienta en una familia.

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En los libros de confesiones sólo aparece una pequeña cantidad de estas mujeres, que además apenas hacían honor a su siniestra reputa­ ción. Ante el tribunal, se presentaban como pobres mujeres para quie­ nes la mediación en las relaciones sexuales —por la que recibían unas cuantas monedas— era tan sólo una de las muchas maneras a las que recurrían para sobrevivir. Por ejemplo, en 1737, la fregona de cin­ cuenta y seis años, Bartha Pieters, declaró «hacer todo tipo de faenas, con tal de conseguir trabajo» y de vez en cuando se llevaba a casa muchachas a quienes buscaba empleo como sirvientas. Se le acusaba de «recomendarlas» en lugares donde «acaban por el mal camino». Bartha negó saber que aquellas chicas acabaran en un prostíbulo. Y eso era algo difícil de demostrar, dado que todos los implicados tenían interés en negarlo. Bartha Pieters pudo ser condenada gracias a que la madre de una muchacha colocada en un prostíbulo no se quedó de brazos cruzados y porque otra prostituta, a la cual Bartha también había «colocado», estuvo dispuesta a testificar. Bartha fue desterrada de la ciudad durante un periodo de seis años.

Los prostíbulos Amsterdam debía su fama como ciudad de la prostitución en primer lugar a las casas de baile, que constituían el tema del libro Het Amsterdamsch Hoerdom y sus imitaciones. Estas casas de baile eran lugares que los turistas visitaban y describían. Las casas de baile eran las que más apelaban a la imaginación, pero el núcleo del negocio era la casa de putas o prostíbulo. Una «casa de putas» era el término con el que se aludía a cualquier casa, cuarto o sótano que ofreciera una oportuni­ dad para mantener relaciones sexuales fuera del matrimonio. Normal­ mente se trataba de una vivienda en la cual vivían dos o tres prostitutas con una mujer que regentaba allí su negocio. Las casas más grandes solían contar con la presencia de un hombre y una sirvienta, y a veces había más prostitutas; asimismo, había casas más pequeñas, con una sola habitación o un sótano, donde en ocasiones sólo vivía una prostituta. Una casa de putas era la base desde la cual operaban las mujeres y a la cual volvían con los clientes que habían conseguido. La mayor parte de las putas arrestadas eran sacadas de una de estas

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casas, y la mayoría de las prostitutas acababan tarde o tem prano viviendo en una casa de este tipo. Aunque las casas de putas sufrieron variaciones, avatares y altiba­ jos, durante todo el periodo mantuvieron más o menos las mismas características. Para empezar eran pequeñas. Si servían a más clientes de los que podían atender las mujeres disponibles, se enviaba a una sirvienta en busca de prostitutas a otros lugares, a casas «discretas» pero sobre todo a otras casas de putas. Por lo menos una quinta parte de las prostitutas encontradas en estas casas era «haalhoeren» («putas recogidas» en otra casa), y que, por consiguiente, no vivían allí. Es la misma pauta que vemos en las empresas legales de aquella época. Por lo general, las empresas eran pequeñas y el número de empleados era reducido. El personal vivía a menudo con el patrono, y la parte más importante de sus ganancias eran los gastos de alojamiento y m anu­ tención. Sin embargo, la comida y la calefacción eran tan caras que un patrono sólo podía tener un reducido número de personas fijas a su servicio. En temporadas con mucho trabajo, contrataba a mano de obra temporal. Ea mayoría de los patronos en el negocio de la prostitución eran mujeres, y las mujeres tenían mayores dificultades para encontrar capi­ tal, crédito y vivienda que los hombres. Pero también la persecución judicial hacía que este negocio se mantuviera a pequeña escala. Los registros realizados por parte de la policía implicaban a m enudo mudanzas forzosas, multas y confiscación de la ropa que se había com­ prado para las prostitutas. El destierro y la pena de prisión de las prosti­ tutas reducía aún más la posibilidad de que éstas pudieran pagar sus deudas. Por ello, para evitar este tipo de riesgos, las «madamas» exito­ sas preferían regentar a veces varios prostíbulos pequeños en lugar de ampliar su negocio. Lina sirvienta vigilaba el negocio. Por ejemplo, en torno a 1693, un periodo en que la policía actuó con firmeza contra los prostíbulos, la alemana Grietje Gerrits regentaba tres casas de putas en dos callejones diferentes. La también alemana Catryn van Reesenbergh tenía un prostíbulo justo a las afueras de la ciudad y uno dentro de la ciudad. En tiempos en que la policía mostraba mayor tolerancia hacia la prostitución, había más espacio para los prostíbulos más grandes y más lujosos, como el de la «Señorita Helena Havelaar» en torno a 1760, en el que vivían entre cuatro y nueve prostitutas.

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Otra caractc'rística de una casa de putas es que las inquilinas cam­ biaban a menudo. En la primera mitad del siglo XVlll, las prostitutas permanecían por término medio entre tres y cuatro meses en una casa. Después se mudaban, iuera o no por iniciativa propia, a otro prostí bulo; algunas eran arrestadas, otras encontraban un hombre dispues­ to a mantenerlas, eran trasladadas a otro prostíbulo por mediación de una alcahueta o salían por pies. Por otra parte, el rápido cambio de mujeres es característico del negocio en sí; las chicas nuevas eran siem­ pre las más apreciadas por los clientes, un tema recurrente en el libro Het Amstcrdamsch Hoerdom. Con regularidad, las prostitutas regresa­ ban a un prostíbulo donde habían servido anteriormente, pasando no sólo de un prostíbulo a otro, sino también de una ciudad a otra. Existían circuitos de prostitución en los que se mantenían intensos contactos. Por ejemplo, la mayoría de las mujeres que, en el siglo XVin, fueron arrestadas en La Haya por ejercer la prostitución, vivieron en algún momento en Amsterdam. También las regentas de los prostíbulos cambiaban a menudo de dirección. Estas mudanzas eran con frecuencia involuntarias y esta­ ban provocadas por las protestas de los vecinos y la orden de «desalo­ jo» después de un registro policial, aunque también en este caso el «cambio» pudiera ser bueno para el negocio. Lo más estable parece haber sido la ubicación en sí. De este modo, en el arresto de cuatro «putas harapientas» que tuvo lugar en 1742, los vecinos declararon que el cuarto en el que vivían las mujeres, y al que llevaban a los clien­ tes que recogían en la calle, «era conocido desde siempre como un cuarto de putas en el barrio». Algunos edificios fueron —bajo distin­ tas formas y con diferentes nombres— casas «indecorosas» en el transcurso del tiempo. Este tipo de casas tenía por lo visto un propie­ tario que lo consentía y las personas dentro del circuito de la prostitu­ ción se iban pasando unas a otras estas direcciones. Es muy posible que la gente decente considerara que estas casas estaban «apestadas» y que por tanto las evitaran de un modo consciente.

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Las casas de baile Las casas de putas se convirtieron en la forma característica de la pros­ titución de Am sterdam, a partir 1578, cuando la prostitución fue prohibida y, debido a la persecución judicial, sólo podía sobrevivir a pequeña escala y de forma semiclandestina. Las casas de baile famosas se remontan tan sólo al último cuarto del siglo XVII. Su origen se halla en las casas de música (muziekhuizen), unos locales decentes donde se podía beber y escuchar música. La más famosa de ellas, Meniste Bruiloft («La boda menonita», un nombre irónico dado que los menonitas tenían prohibido beber y celebrar fiestas) contaba con una importante colección de instrumentos musicales, así como cajas de música, fuen­ tes y juegos de agua mecánicos. En la década de los años treinta y cua­ renta del siglo XVII, ésta era una gran atracción turística. Pero, este tipo de casas no sólo atraía a jóvenes que querían divertirse, sino tam­ bién a prostitutas en busca de clientes. La presencia de éstas atraía a su vez a los hom bres, y a continuación los propios taberneros se encargaban de proveer este tipo de mujeres. Finalmente, las casas de música decentes perdieron la batalla. 1lasta aquí la versión plausible descrita en Het Amsterdamsch Hoerdom. La combinación de música, baile y seducción no era nada nuevo. Bailar era una actividad muy popular, sobre todo entre las gentes más humildes, e incluso en los pueblos y aldeas existían escuelas y salas de baile. La Iglesia reformada era enemiga declarada del baile. En 1661, el predicador Petrus Wittewrongcl arremetió duramente contra los «bailes públicos, lascivos e indecentes», a los que se entregan hom ­ bres y mujeres «bailando y saltando al ritmo y según las reglas con ver­ gonzosa lascivia y libertinaje al son de los instrumentos musicales o del canto de frívolas canciones». Quienes se entregaban a ello eran sobre todo las «personas descreídas, los infames comediantes, los rufianes y puteros, y los casquivanos epicúreos con sus giros, cabriolas y saltos de cabra»; estos bailes eran «los fuelles que avivan el fuego del putaísmo». Y, como podemos observar en muchas ilustraciones, estos fuelles eran manejados por el diablo (véase ilustración de p. II). En 1629, las autoridades de Amsterdam, espoleadas por la Iglesia, prohibieron a las mujeres visitar las escuelas y salas de baile, porque

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los bailes mixtos «abrían una puerta a todo tipo de impudencias». No es probable que las autoridades hicieran cumplir a rajatabla esta prohibición. Las salas de baile eran, por excelencia, los lugares donde se reunían los jóvenes de las clases más bajas. El baile era importante para ellos, como se desprende de la descripción de un granuja en 1709: «Virolento, bajo de estatura, y excelente bailarín». Había sólo un pequeño paso del erotismo de la música y del baile al putaísmo, y en la década de los años cincuenta del siglo XVII, la policía sacaba a menudo «putas» de las salas de baile, tras lo cual se prohibía al dueño o a la dueña «regentar una casa de putas y una sala de baile». No está claro en qué medida se trataba de prostitución profesional. Con la aparición de las «casas de baile» desapareció la expresión «sala de baile», aunque este tipo de locales siguió existiendo en el segmento inferior del mercado, sobre todo en los barrios pobres. Así, en 1717, un joven pastelero de Amsterdam fue acuchillado de noche en la Haarlemmerstraat delante de la casa de baile Witte Arend (El águila blanca) durante una trifulca que se había iniciado en el local acerca del baile. Del Witte Arend nunca se sacaban prostitutas. En los barrios más po­ bres existían también los michelkitten, «establecimientos de baile» o tabernas, frecuentados por personajes del hampa, donde sólo se servía cerveza y aguardiente, la música corría a cargo de un único violinista, que tocaba a cambio de propinas hasta caer rendido. Una casa de baile—un término que por cierto sólo encontró acep­ tación a finales de siglo, mientras que los extranjeros en sus crónicas solían utilizar la palabra músico— era sala de baile, casa de música y prostíbulo todo en uno (véanse ilustraciones 3 y 4). La mayor atrac­ ción era la presencia de mujeres atractivas que —como de todos era sabido— eran prostitutas. Sin embargo, una casa de baile no se consi­ deraba un prostíbulo: allí no se veían actividades sexuales y los clien­ tes no tenían por qué tratar con las prostitutas. En un principio, la po­ licía apenas consideraba las casas de baile como prostíbulos: cuando efectuaba un registro, se llevaba a las prostitutas, pero solía dejar en paz a los empresarios. Por ello, visitar una casa de baile era aceptable, siempre y cuando uno se limitara a desempeñar el papel de especta­ dor. A las personas de las clases altas, estas visitas les brindaban una ocasión única para dar rienda suelta a su curiosidad sobre la ruda vida en los bajos fondos, comparable a las visitas que se hacían a los presos

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de los correccionales de hombres y de mujeres: la Rasphuis y la Sp¿nhuis, respectivamente. En realidad, la élite y los viajeros extranjeros acudían sobre todo a las casas de baile «de categoría» como Het H o f van Holland (La corte de 1lolanda) en Zeedijk. Allí podía contemplarse a mujeres vestidas de damiselas, que casi siem pre rondaban los veinte años y que a menudo encontraban en una de estas casas la primera dirección para prostituirse. El dueño tenía sumo interés en mantener fuera al pueblo llano, y por ello pagaba él mismo a sus músicos y les prohibía tocar las melodías de baile que eran populares entre las capas más bajas de la sociedad. Esta prohibición era suficiente, según Het Amsterdamsch lloerdom, para repeler a la «gentuza violenta, pues allí donde no le dejen bailar, la chusma no irá a gastarse su dinero». Precisamente en los años en torno a 1680 se producían a menudo peleas dentro y cerca de las casas de baile, siendo la causa del altercado la negativa a dejar entrar a determinadas personas en el establecimiento. Es como si en estos primeros años de las casas de baile, aún no estuvieran claras las relaciones y «el pueblo» no hubiera aceptado todavía que no era bien­ venido en todas partes. Los conocimientos de baile y de canto aumentaban considerable­ mente el atractivo y el valor de mercado de una prostituta. Constantijn Huygens, el secretario del estatúder Guillermo III, escribe en 1682 en su diario acerca de Madame la Touche, una elegante «madama» en cuya casa vivía una mujer italiana que era experta en las «artes lasci­ vas» del canto, el juego y el baile. Por otra parte, los clientes no se limi­ taban a bailar, sino que también cantaban a pleno pulmón. En las casas de baile más caras solía haber un conjunto musical compuesto de violín, clavicémbalo o tímpano y, casi siempre, un bajo. En los esta­ blecimientos frecuentados por marineros y otras personas de las clases bajas, se prefería los instrumentos que armaban mucho ruido y que por lo tanto podían cubrir el zapateo de los bailes que se practicaban allí. Algunos dueños tenían un órgano para tal fin, con gran disgusto de la ciudadanía, pues el lugar que correspondía a este instrumento era la iglesia. En el siglo xvni también se mencionan oboes, chirimías y trompetas, acompañados por un bajo. Las casas de baile con prostíbulo anejo daban mucho que hablar en el extranjero, pero su número era reducido; la mayoría de las fuen-

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tes hablan ele más de veinte o veinticinco casas, y esto se aplica para todo el periodo desde finales del siglo X V II hasta principios del X IX . Por ejemplo, en los libros de confesiones, entre 1696 y 1698 aparecen dieciocho casas de baile identificadas, todas ellas fáciles de encontrar para quien entrara en la ciudad desde el puerto: Heí H of van Holland (La Corte de Holanda), De Kijzende Zon (El Sol Naciente), De Bocht van Guiñee (El Golfo de Guinea), De Posthoorn (La corneta), Het Bootje o De Boot (El barquito o El barco), Het (Nieuwe) Haagse H of (La [nueva] corte de La Haya), Het H of van Danzig (La corte de Danzig) y Batavia en Zeedijk; De Zoete Inval (La buena recepción), De Hollandse Tuin (El jardín holandés) y Het Hamburger Convooi (El convoy de Hamburgo) en Geldersekade; además aparece la ya men­ cionada casa de baile De Meniste Bruiloft, así como Het Pakhuis (El almacén); De Spaanse Zee (El mar español); De Parnassusherg (La montaña del Parnaso); De Kroon (La corona). De Porseleinen Kelder (El sótano de porcelana) y Het H of van Engeland (La corte de Inglate­ rra). Los nombres de las casas de baile estaban escritos en un letrero o en la fachada. Algunos establecimientos desaparecían pronto; otros se mantenían en la cima durante años. En la casa de baile H of van Holland, frecuentemente mencionada en las crónicas de viaje, fueron arrestadas 163 personas entre 1689 y 1722, en De Posthoorn, 171 entre 1686 y 1720; en De PijzendeZMn, 179 entre 1685 y 1723. Esta lista no es completa. No todo puede encontrarse o identificarse en los libros de confesiones. Éste es el caso del Long-Cellar, que a partir de 1687 es mencionado por los viajeros ingleses. Quizás este estableci­ miento especial para ingleses («Allí, las mujeres solían ser encantadoras con los ingleses», escribe un visitante, y a otro inglés le dijeron que a las mujeres «les gustaban sobre todo sus compatriotas») fuera cosa de poca monta. William Mountague lo llama una «nasty common bawdyhüusc», una asquerosa y vulgar casa de putas. Los establecimientos cambiaban de nombre, y los dueños plagiaban el nombre de los rivales que tenían éxito. A veces, en una misma casa se ejercía durante mucho tiempo la prostitución, aunque cambiaba continuamente de nombre. Ejemplo de ello son dos edificios del Waterpoortsteeg, un pequeño callejón situado entre Zeedijk y Geldersekade. Dado que eran casas que hacían esquina no debía de resultar difícil encontrarlas, aunque no siempre está claro en qué esquina estaban exactamente. En 1677 ya se

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hablaba de una casa en la esquina del Waterpoortsteeg. En 1682 se dice que el edificio en la esquina con Geldersekade era una «famosa casa de putas», y de 1684 a 1699 estuvo establecido en él la casa de baile De Zoete Inval. Entre 1685 y 1731, en la esquina con Zeedijk se encontraba la notoria casa de ha.i\e DeRijzende Zon (El Sol Naciente), y hasta 1731, el mismo edificio aparece en los libros de confesiones como casa de baile De Fontein o Nieuwe Fontein (La fuente o Nueva fuente), y el cambio de nombre se debe seguramente a la colocación de un nuevo letrero. En el mismo local, aunque esta vez sin nombre, fueron arresta­ dos en 1743 una regenta y un regente con cuatro mujeres. Con el paso del tiempo fue denominado casa de putas, club nocturno, escuela de baile y casa de baile. Una persona decente podía entrar tranquilamente en una casa de baile, repiten muchos visitantes, porque «allí no sucede nada desho­ nesto» y «el resto se desarrolla en otro lugar». «No son sino lugares donde encontrarse para negociar y hacer citas, con el fin de concertar entrevistas reservadas», escribe Bernard de MandeviUe en su Fábula de las abejas, «y en estos trámites no se permite la menor manifesta­ ción de lujuria: este orden se observa tan estrictamente que, aparte de los modales groseros y el ruido de la concurrencia que las frecuenta, no se encontrará allí más indecencia y sí, generalmente, menos lascivia de la que entre nosotros pueda verse en un teatro» [La Fábula de las abejas I, p. 60] *. Ésta era la excusa habitual, pero no era toda la ver­ dad, como podía leerse en lle t Amsterdamscb Hoerdom: «Bien es cier­ to que en el comedor no se cometen las mayores indecencias; pero lo que sucede en otros lugares, lo saben muy bien quienes han encontra­ do la perdición en estos prostíbulos». Habitualmente, había ocasión de retirarse con las putas en la propia casa de baile, y también había prostitutas que vivían en ella. En 1769, Kaatje van Rhijn, una prostitu­ ta nacida en Haarlem, interrogada por el tribunal de La Haya descri­ bió del siguiente modo el establecim iento de Amsterdam donde anteriormente había sido sirvienta: «Una casa de baile, donde se hos­ pedaban mujeres al servicio de los hombres que acudían a ella». N. de la T: Las citas de la Fábula de las abejas de B, de MandeviUe corresponden a la edición de Fondo de Cultura Económica, México, 1982, traducción de J.Ferrater Mora.

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En las casas de baile famosas, las prostitutas tenían que ir bien ves­ tidas. A veces alquilaban sus vestimentas a la dueña de la casa de baile; a menudo se habían endeudado con la regenta del prostíbulo para conseguirlas. Esta no les quitaba el ojo de encima, y muchas prostitu­ tas sólo acudían a las casas de baile si era en compañía de la regenta o de su sirvienta. La que no tenía vestidos hermosos, debía limitarse a los establecimientos más modestos, como el Grote Wijnvat (Gran Barril de Vino), donde las prostitutas incluso tenían que pagar algu­ nos stuivers (monedas de 0,05 florines) para poder entrar. Ni siquiera las casas de baile más elegantes podían permitirse el lujo de vestir y alojar permanentemente a muchas prostitutas. Del mismo modo en que los prostíbulos dependían de las «putas recogi­ das», las casas de baile dependían de los prostíbulos y por lo tanto de las regentas. Así, en los alrededores de las casas de baile abundaban los prostíbulos: por las noches, las prostitutas salían de los sótanos y cuartos situados en pequeños callejones para dirigirse hacia las casas de baile en Zeedijk y Geldersekade. Llevaban puestos los vestidos que habían alquilado o comprado a las regentas de los prostíbulos. Así se comprende por qué los dueños de las casas de baile admitían a las regentas en sus establecimientos, cuando, a primera vista ello les cau­ saba muchas molestias y poco provecho. «Hoy en día —afirma el escritor de Het Amsterdamsch Hoerdom refiriéndose a las prostitutas— acuden entre quince y dieciséis por noche a las casas de baile», es más, «en una ocasión conté veintiuna en una casa». No obstante, nunca fueron arrestadas tantas: en las redadas que efectuaba en las casas grandes, la policía se llevaba como mucho a ocho u once mujeres, entre las cuales también había sirvientas y regentas (acompañantes). Bien es cierto que en medio del caos del registro podían escaparse muchas mujeres, pues muchas casas tenían una salida por la parte trasera o incluso se podía huir pasando por la casa de los vecinos. A veces, la policía encontraba a mujeres escondidas en baúles, debajo de camas armario o incluso en el canalón del tejado. Una vez que la redada había empezado, las demás casas llevaban ventaja: si una mujer conseguía escapar, avisa­ ba rápidamente —y por supuesto a cambio de dinero— a las demás casas. La fuerza policial no era lo suficientemente grande como para evitarlo.

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La fama de las casas de baile fue difundida a través de la literatura popular y las crónicas de viaje, y ello fomentó sin duda su florecimien­ to. «Quien por la noche, cuando ya ha oscurecido, se pasea por las callejuelas, puede ver las llamadas casas de música, donde quienquiera puede saciar todos sus sentidos a cambio de dinero», reza la primera mención de casas de baile en una crónica de viaje a cargo de dos alema­ nes que visitaron Amsterdam en 1683, dos años después de que se publicara la edición holandesa y francesa de Het Armterdamsch Hoerdom. La visita a una casa de baile no tardó en incluirse en el programa habitual de los turistas. Y de este modo, las casas pudieron seguir exis­ tiendo gracias a los visitantes, pues se trataba de clientes con los que se podía ganar dinero, aunque sólo bebieran una (carísima) botella de vino. La casa de baile exquisitamente decorada, con sus músicos y sus prostitutas elgantemente vestidas, aparte de un prostíbulo, era una representación teatral, escenificada para los curiosos visitantes y a costa de ellos. El hecho de que, entre los visitantes se hallaran también personas de categoría, tanto de los Países Bajos como del extranjero, seguramente protegió en cierta medida a estas casas contra una actuactón policial excesivamente dura. De este modo, no deja de ser irónico que los elementos sobre los cuales los comentadores de la élite mani­ festaban tanto su desaprobación — como la imitación de las clases altas, la lamentable posición de las prostitutas y la actuación cautelosa de las autoridades— se vieran fomentados y financiados por la curiosi­ dad y los escritos de estos mismos grupos.

Saneam iento urbano y alum brado público Según H et Amsterdamsch Hoerdom el mercado fue la causa de la apa­ rición de las casas de baile: los establecimientos que tenían putas atraían más clientes que los que no las tenían. Sin embargo, otro fac­ tor muy importante fue el nuevo ordenamiento del espacio urbano. A partir de mediados del siglo XVTI, la ciudad fue ampliada considera­ blemente, y esta ampliación se vio acompañada del saneamiento y de las mudanzas, que acabaron con la prostitución en diferentes zonas de la ciudad, por lo cual ésta tuvo que encontrar nuevos emplaza­ mientos.

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A menudo, el saneamiento de los barrios viejos tuvct como efecto secundario que se despejaran los barrios de prostitución. «¡Un cam­ bio afortunado! ¡Las casas de suciedad e impureza transformadas en una casa de oración!», esta fue la reacción del viajero inglés Mountague cuando se enteró de que en La Haya se había construido una igle­ sia nueva en el lugar donde antes había prostíbulos. Detrás del antiguo ayuntamiento de Amsterdam en la plaza del Dam había oscu­ ras tabernas y lupanares, pero éstos desaparecieron debido al incen­ dio de este edificio en 1652 y a la construcción del nuevo ayuntamiento en aquel mismo lugar. En el centro de la ciudad había caballerizas donde se practicaba mucha prostitución; éstas tuvieron que dejar sitio a la construcción de la Bolsa. Con la ampliación de la ciudad, las posadas situadas junto al río Amstel quedaron en medio de la edificación urbana y acabaron desapareciendo. Después de la cons­ trucción de los canales, la élite abandonó el viejo centro de la ciudad, dejando las calles como Warmoesstraat y Zeedijk a merced de la deca­ dencia y la degradación social. Sobre todo Zeedijk se convirtió en una calle de prostitución. Un factor todavía más importante fue la instalación del alumbrado público. Antiguamente, desde el atardecer hasta el amanecer, Amster­ dam era una ciudad oscura, en la cual la gente buscaba su camino con linternas en la mano y bajo el resplandor de las escasas velas de alguna fachada iluminada. En 1668 se decidió ejecutar el diseño d e ja n van der Heyden para el alumbrado urbano. En enero de 1670, en las calles de Amsterdam y a lo largo de los canales ya había instaladas 1,800 farolas equipadas con lámparas de aceite especialmente adaptadas; en los siguientes diez años se añadieron otras 600 farolas. La diferencia con la situación anterior era enorme, inlorma el historiógrafo amsterdamés Jan Wagenaar, y también otras ciudades de los Países Bajos y del extranjero siguieron el ejemplo de Amsterdam. Los extranjeros escribían con entusiasmo sobre este nuevo alumbrado. El alemán Jörg Franz Müller observa que (en agosto de 1669) se paseaba a menudo durante horas enteras de noche por la ciudad y podía ver de una farola a otra. El alumbrado tenía principalmente por objeto aumentar la seguridad, puesto que, dada la abundancia de canales, en la oscuridad la gente se caía al agua y se ahogaba. La ciudad no sólo se tornó más segura, sino que además, el alumbrado urbano dio un enorme impul-

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SO a la vida pública nocturna, y por consiguiente también a la prostitu­ ción. Por ello no es casualidad que las casas de baile se pusieran de moda en el transcurso de la década de los años setenta. A juzgar por las quejas y el número de arrestos, en aquella misma época también aumentó la prostitución callejera por la noche. Precisamente en los años posteriores a la instalación del alumbrado urbano se aumentó el número de serenos de 300 a 480, mientras que el número de distritos en los que se dividía la ciudad, pasó de dos a cuatro. No hay que tomarse al pie de la letra la descripción de los viajeros de «que uno se pasea por las calles como si fuera a plena luz del día» o bien hay que sustituir la última parte por «al resplandor de la luz de la luna». Además, en días de luna llena no se encendía el alumbrado. La luz que daban las nuevas farolas de aceite era seguramente favorable para las prostitutas: las iluminaba suficientem ente como para que pudieran mostrarse provocativas y les ofrecía suficiente sombra para ocultarse a fin de no ser vistas por la policía. A los posibles clientes les pasaba lo mismo: suficiente luz para salir a la calle, y suficiente oscuri­ dad para esconderse.

La política de las autoridades y la prostitución La política de las autoridades y la persecución judicial han sido siem­ pre sumamente importantes para la prostitución. En el transcurso de los años, el negocio se fue adaptando y buscó maneras para eludir a la policía. El destino de las casas de baile estaba vinculado a la persecu­ ción judicial en mayor medida que el de los prostíbulos. Precisamente debido al carácter público, el tamaño, la música y el baile, las casas de baile no podían convertirse en «casas de citas discretas». Además, las inversiones de capital las hacían más vulnerables a una intervención policial. Aunque ello cambiaba según el periodo, como señala la guía de viaje The Present State o f Holland (El actual estado de Holanda, 1740): La fortuna d e las casas de m úsica públicas es variable. A veces son am plia­ m ente toleradas; otras veces hay controladores que se encargan de que n o se com etan actos indecentes, y entonces ya no acude la buena gente, ex c ep to los

«I.,a escuda supei ior (.le putaísm o está eu A m srerdaui»

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extranjeros, que picados por la curiosidad, vienen a probar el ambiente. í lay otros periodos en los que las casas han de cerrar a causa de los grandes distur­ bios.

bin el ú ltim o cu a rto d el sig lo XVII se organ izaron redad as. E n sí, estas casas eran tolerad as, seg ú n al irma el h ict A in ste rd a im c h H ocrdoM . « p ero d e vez en cita n d o es p rec iso sacu d ir a esta g en te, p u e s d e lo contrario en p o c o s añ os A m sterdatn estaría tan llen a d e p utas y d e casas d e putas, q u e casi stipcrarían al n úm ero d e g en te h o n esta » . N o o b sta n te , estas redad as ap en as p erju d icab an a las casas d e b aile. En e sto s registros, la p o licía se llevab a so b re to d o a las p ro stitu ta s, q u e adem ás recibían castig o s leves. E sto aíectab a p o c o a lo s e x p lo ta d o r es d e las casas d e b aile y dejaba su ficie n tes p o sib ilid a d e s co m ercia les a lo s esta b lec im ie n to s gran d es y visibles. Eiste fue d e h e c h o un « p e r io d o d e flo recim ien to » para la p ro stitu ció n d e A m sterd am .

El verdadero golpe llegó a finales del siglo XVII cuando también se intentó alcanzar a los organizadores en su propia carne —imponién­ doles duras penas— y a su bolsillo a través de conliscaciones y multas. Estas confiscaciones significaron también el fin de los exuberantes atavíos. Ello, en combinación con una continua serie de registros, supuso el golpe de gracia para muchas casas de baile. U n ejem p lo lo co n stitu y e el o c a so d e D e Z o c tc ¡n v a l en el callejón W a te r p o o r tste e g , u b ic a d o en tr e las c a lles Z e ed ijk y G e ld e r s e k a d e . Des(.le 1684 d ecen a s d e m ujeres d e esta casa d e b aile habían sid o d e te ­ nidas, p ero nun ca así el d u e ñ o o d u eñ a, hasta el registro e fe c tu a d o el 2 8 d e febrero d e 1698, cu a n d o tam b ién lú e arrestada, juzgada y d e s te ­ rrada la propietaria, E ijsbeth P ieters C heverijns. M e d io añ o m ás tarde s ó lo q u ed a b a n tres m ujeres en esta ca sa , e n tr e e lla s una m ujer q u e salía a la calle «para anunciar a las p u tas», y la sirvienta, q u e d eclaró aten d er el n e g o c io « p o rq u e la jefa había sid o d esterrad a [ . . . ] , y p o r ­ q u e había q u e evitar q ue é ste se arruinara». El 4 d e a g o sto d e 1699, D e Z o í i c h w a l ap areció p o r últim a v ez en los lib ro s d e co n fe sio n e s. En aquella ocasión só lo h u b o d o s arrestadas, una d e las cu a les re co n o ció frecu entar las casas d e b aile « c u a n d o todavía estab an d e m od a». Las casas d e b a ile renacían una y otra vez. E n tre finales d e m arzo y m ed ia d o s d e m ayo d e 1701 se e m p r e n d ió una gran cam p añ a con tra la p ro stitu c ió n , y tam b ién en o c tu b r e se produjt) una nueva serie d e

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detenciones. No obstante, el 3 de diciembre, el Consejo de Iglesias Protestantes se quejó de «que las casas de putas y de baile, en Zeedijk y en otros lugares, vuelven a abrir sus puertas, para mayor disgusto y tristeza de la congregación». En otoño e invierno de 1703-1704 se persiguió duramente la prostitución, pero después de un periodo de calma en primavera, el 6 de junio el Consejo de Iglesias Protestantes volvió a quejarse de «que las casas de baile y de putas empiezan a ponerse de moda otra vez». Sin embargo, después de algunos años, esta política empezó a dar frutos. Muchas casas conocidas desapare­ cieron en aquella época; algunas de ellas, como íle t H of van Holland y De Bocht van Guiñee prolongaron su existencia durante algunos años. El duro ataque contra las casas de baile tuvo una influencia sobre los prostíbulos. Las regentas de los prostíbulos ya no permitían que sus chicas se quedaran en el umbral para llamar la atención de posi­ bles clientes, sino que las enviaban a hacer la calle. Por temor a los registros, algunas regentas dejaban de noche la casa al cuidado de una sirvienta, mientras ellas dormían en otro lugar; a veces, la regenta alquilaba un cuarto en el barrio donde alojaba a las prostitutas. Ante el tribunal era importante negar el negocio; se daba instrucciones, e incluso se amenazaba a las sirvientas y a las prostitutas para que así lo hicieran. De este modo, la regenta Lijsbeth van Santen y su marido, amenazaron de muerte a una chica si confesaba que la habían utiliza­ do como puta; supuestamente era una simple sirvienta. Lijsbeth solía incluso salir de noche con sus pupilas para hacer la calle: sólo pudie­ ron detenerla gracias al extenso testimonio de los vecinos. Las regentas y regentes de prostíbulos hacían lo imposible para negar que regentaban una casa de putas o incluso una casa de baile. Jacobus Klink era un notorio propietario de una casa de baile, pero también un músico talentoso, que, según sus propias palabras, toca­ ba con maestría al menos veinte instrumentos. Su especialidad era tocar el organillo junto al aposento donde los hombres se retiraban con las prostitutas. Durante un interrogatorio, en 1728, se empeñó en afirm ar que no le habían echado de una anterior casa ni por las molestias que causaba ni por regentar un prostíbulo, sino «porque el hombre que vivía en el piso superior era católico romano y no quería que él tocara salmos».

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A partir de 1710, aproximadamente, se introdujo un nuevo instru­ mento de gestión; los permisos de música. En el libro De ongelukkige levcnsheschryving, la gerente de una casa de baile explica el sistema. Cuenta que podían tocar libremente tres días a la semana pagando para ello un determinado importe. «Las otras noches no podemos tocar, so pena de pagar una multa de 25 florines al alguacil». En las «noches musicales» —a menudo las noches del sábado, domingo y lunes— estaba oficialmente prohibido que acudieran putas. En 1722 se realizó por última vez un registro en Het H o f van Holland situado en la calle Zeedijk. La regenta era por aquel enton­ ces Catrijn Christiaans. Aquella noche, en su casa tocaba un conjunto de violines y bajos; las prostitutas —cinco en el momento de efec­ tuarse el registro— llevaban hermosos vestidos que la regenta les había proporcionado. Catrijn tenía además una casa, en la curva de Zeedijk, en cuya fachada colgaba un letrero que rezaba; «Kopenhagen» (Copenhague, su lugar de nacimiento). Allí vivía con su marido y su hijo, además de algunas prostitutas, «para que las vengan a bus­ car cuando necesitan putas en Hel H of van Holland»-, esta vivienda también servía de refugio a las prostitutas de su casa de baile cuando había amenaza de registro. Catrijn negó regentar una casa de baile, pero había suficientes declaraciones de testigos en su contra y se le impuso un castigo muy duro. Unos meses más tarde, se desmanteló definitivamente De Fontein (la antigua casa de baile Rijzende Zon) en Zeedijk. La propietaria. Catrina Cahari, y el propietario, Willem de Vroe, afirmaron categóri­ camente que en la casa no vivían putas, y que allí sólo se tocaba música una vez a la semana. A veces los hombres bailaban, aunque sin perder ni el honor ni la compostura, con mujeres que ellos mismos habían traído consigo, «como suele ocurrir ios domingos, después de la misa y también los lunes». También en este caso, las declaraciones de los testigos demostraron lo contrario. Catrina era una regenta, quien, al igual que Catrijn tenía una segunda casa en el vecindario donde «aloja a algunas putas, que están allí al servicio de los hombres que van a bai­ lar a la casa que regenta en Zeedijk». En su casa también vivía la cria­ da que cuidaba de la casa de baile y en la habitación del último piso se alojaba un músico con su mujer. De puertas afuera, la casa era un estanco.

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D urante estos años, las autoridades consiguieron reprimir eficaz­ mente las casas de baile públicas. Los organizadores, amenazados con duras penas de cárcel y destierro y con la pérdida de su capital, retro­ cedieron unos cuantos pasos. Ya no se tocaba música todas las noches, había menos putas y pocas de ellas vivían en la casa. Las mujeres ya no podían permitirse el lujo de vestir por encima de sus posibilidades. Y con ello desapareció el glamour. Los riesgos aumentaban y había que buscar más tapaderas para el negocio real, como un estanco o una pas­ telería. Un efecto secundario importante fue que los turistas dejaron de visitar las casas de baile. Por lo menos, éstas apenas se mencictnaban ya en las crónicas de viaje. Y de este m odo desaparecití una importante fuente de ingresos. A partir de mediados del siglo XVIII, se aflojaron las medidas repre­ sivas contra la prostitución; incluso hubo años en los que no se incoa­ ron juicios. Las acciones que se em prendieron en aquella época — como en 1768, 1789 y 1793— iban dirigidas sobre todo a la prosti­ tución callejera. Eso sí, las autoridades intervenían en caso de distur­ bios y situaciones intolerables en las casas de baile y en los prostíbulos: a los organizadores les esperaban entonces multas muy elevadas. Sobre todo en el último cuarto del siglo XVIII, esto significa­ ba que se hacía la vista gorda a la prostitución, siempre y cuando no se m ostrara en público, y siem pre que en las casas de baile y en los prostíbulos no tuvieran lugar excesos. Esto implicaba por consiguien­ te que se podía invertir de nuevo en casas de baile, unas inversiones que además eran lucrativas. Los gerentes podían permitirse alojar y vestir a un gran número de mujeres a la vez; algunas casas de baile fue­ ron transformadas en lujosos salones de baile, cuyos grabados circula­ ban por la ciudad. Las multas cada vez más elevadas demuestran, ya por sí solas, que las ganancias aumentaban. Además, los turistas rea­ nudaron sus visitas.

ha violencia en las casas de baile En la primera mitad del siglo XVIII, la prostitución no sólo se retiró a los barrios bajos, sino que además se atrincheró allí y, con regulari­ dad, la policía se topaba con una resistencia violenta durante las

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detenciones de prostitutas. Así, una redada realizada un domingo por la noche a finales de agosto del año 1721 en las casas de baile situadas en Zeedijk y Geldersekade acabó en una batalla campal, en la cual tres alguaciles suplentes con sus esbirros tuvieron que hacer frente a un grupo de marineros que intentaban liberar a las mujeres apresa­ das. La policía tuvo que dar media vuelta, dejar a las mujeres de nuevo en la casa y vérselas primero con los marineros. La policía salió victoriosa, pero, entre tanto, varias de las mujeres habían huido. El motivo de la detención de Willem de Vroe y Catrina Cahari fue también una pelea nocturna. Una riña con un hombre a quien se le había negado la entrada en la casa desembocó en una pelea callejera y en la intervención de los guardias nocturnos, que querían llevarse a los hampones para encerrarlos durante la noche. Catrina ordenó enton­ ces a unos seis o siete hombres que atacaran a los guardias, «añadien­ do que estaba dispuesta a pagarles dos o tres ducados». En la lucha que se desencadenó a continuación, la propia Catrina consiguió arre­ batarle la porra a un guardia y «atizarle bajo los pies» con ella. Las casas de baile eran desde antiguo el escenario de peleas. Sin embargo, los barrios de prostitutas sólo empiezan a calificarse de peli­ grosos a partir del siglo XVIII. En 1764, el inglés James Boswell anota en su diario: D ecidí acudir a una casa de baile, pero no tenía guía. Por ello busqué com o un loco y recorrí una y otra vez las calles de Amsterdam, de las cuales se dice son harto peligrosas de noche. E m pecé a tener m iedo e incluso creía ver navajas belgas. Finalmente llegué a una casa de baile en la que entré sin más. Bailé un minué realmente picaro con una hermosa mujer enfundada en un traje de montar. Me había puesto la pipa en la boca y me comportaba com o un vulgar marinero. Estuve a punto de pelearme con uno de los músicos, pero me dijeron que debía ser cauteloso, lo cual hice por prudencia. Aun­ que dominaba bastante bien el neerlandés, no encontré a ninguna chica que despertara mi deseo. Me asqueaba aquella chusma, me fui a casa y dormí excelentemente.

Las famosas casas de baile, escribe el inglés Thomas Nugent unos años más tarde, son una especie de tascas o locales donde los chicos y chicas del populacho se reúnen dos o tres veces por semana para bai­ lar. Pero, advierte con énfasis:

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A quéllos que quieran satisfacer su curiosidad, habrán de procurar co m p o r­ tarse ed u cadam ente y sob re tod o no hacer p rop osiciones a una chica q ue esté acom pañada por otro hom bre; e llo p odría tener con secu en cia s peligrosas, pues los holandeses son muy violen tos cu ando pelean.

El escritor amsterdamés, Jacob Bicker Raye, anota el 11 de julio de 1768 en su diario que un antiguo estudiante de Leiden se había enzarza­ do en una pelea con cuatro marineros en una casa de baile situada junto al Nieuwmarkt, en la cual hirió de muerte a uno de ellos. Unos años más tarde, el célebre Príncipe de Ligne se vio involucrado en una pelea en una casa de baile de Amsterdam, durante la cual mató a un hombre y él mismo resultó herido de gravedad. Por temor a ser enjuiciado, huyó rápidamente de la ciudad. De nada le sirvieron entonces el hecho de que conociera el idioma, su posición social ni su nacimiento. Este asun­ to causó una gran conmoción y fue muy comentado entre los franceses.

lui élite da la espalda a las casas de baile A mediados del siglo XVliJ, una v'isita a una casa de baile de Amster­ dam volvía a formar parte del programa habitual. Het Ánislerdamsch Hocrdom, cuya última edición se había publicado en 1700, fue reedi­ tado cinco veces a partir de 1756, mientras que en 1754 se publicó una traducción al alemán. Por supuesto, este libro había dejado por com ­ pleto de ser útil como guía. Pero se publicaron nuevas descripciones del m undo de la prostitución, como el ya mencionado Boerevcrhaal. En Amsteldainsche speelhuizen («Las casas de baile de Amsterdam», 1793), en una conversación entre el experimentado Willem y su amigo Jacob, que ha estado fuera de Amsterdam durante años, se evidencia un nuevo cambio. Willem explica que han desaparecido muchas casas de baile pequeñas, pero en su lugar han aparecido algunos estableci­ mientos hermosos o renovados. Jacob recuerda que las mujeres vivían fuera de las casas de baile y acudían a ellas por las noches acompaña­ das por la regenta del prostíbulo o por una cuidadora, y desde allí se llevaban a los clientes a casa, pero esto había cambiado. Ahora todas las chicas eran internas, a veces había veinte o treinta. Y ya no se deja­ ba entrar a las regentas.

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De Amsteldamsche spcelhuizen sugiere un cambio ele casa de baile a prostíbulo, de pequeña empresa a gran empresa, tle regentas de prostíbulo a dueños de casas de baile. El texto indica asimismo las razones de este cambio. La prostitución en las casas de baile ya no funcionaba bien, según Willem, porque después de la bambolla de la casa de baile, para el cliente era un chasco salir afuera, seguido de una harapienta patrona, para luego trepar por la escalera hasta un cuartu­ cho donde tan sólo el olor de pobreza ya te quitaba el deseo. La tenen­ cia de pupilas internas en la casa de baile ofrecía tres ventajas al propietario: los clientes ya no tenían que enfrentarse a la dura reali­ dad, se anulaba el «comercio intermedio» de las regentas y por consi­ guiente aumentaban los beneficios y las regentas de los prostíbulos ya no afeaban con su presencia el interior. Seguramente este relato se basa en la realidad. Aún existen gra­ bados de la casa de baile de Pijl, uno de los establecimientos mencio­ nados, procedentes de aquella época (véase ilustración 4). En este periodo, la prostitución era tolerada, por lo cual salía a cuenta hacer fuertes inversiones de capital y se fundaron establecimientos gran­ des y lujosos regentados por hombres. liein de M of (Hein el ale­ mán), propietario de una casa de baile, recibió en 1790 una multa de 12.000 florines por conducta violenta y malos tratos. Se trataba de un castigo ejemplar para asustar a los ambientes de prostitución y convencer a otros propietarios de casas de baile que mantuvieran el orden en sus establecimientos. El hecho de que Hein de M of pudiera pagar aquel enorme importe demuestra que en efecto existía este tipo de establecimientos grandes. En 1681, el autor de Het Amsterdamsch Hoerdom se preocupaba de que las casas de baile fueran una tentación para los hijos de los ciudada­ nos honrados. De acuerdo con las noticias y descripciones, los clientes procedían de todas las clases sociales; era algo nuevo, algo codiciado y atractivo para todos. Un siglo más tarde, las casas de baile se habrán convertido en algo para el populacho, y las clases altas sólo acudirán a ellas por curiosidad. Los clientes que podían permitírselo, ya no querían enfrentarse a la dura realidad de las clases bajas. Esto coincide con la tendencia de un creciente distanciamiento entre el pueblo y la élite. D e b id o a esta ev o lu c ió n , las casas d e b a ile resu ltab an m en o s atrac­ tiv a s, y p o r e llo eran m e n o s p e lig r o sa s para m u c h a c h o s d e b u e n a

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familia. Abraham Blankaart, el personaje de una novela de las escrito­ ras Betje Wolff y Aagje Deken, considera que visitar una casa de baile no es pernicioso, porque a un joven inocente «nada puede hacerle rechazar más el libertinaje que visitar los lugares frecuentados por la escoria de los hom bres de mar, y gente de la misma calaña, para delei­ tarse. [...] ¡No podéis ni imaginaros cuán repugnante resulta para un hom bre honesto ver a una mujer desvergonzada, incluso en una casa de baile!» Y el médico C. Nieuwenhuis escribe en 1816: En las casas d e baile p úb licas [ ...] la indum entaria y los m odales son tan vu l­ gares y d esp recia b les, q u e lo s jóven es a q u ien es aún q u ed a una ch isp a de orgu llo, n o se sienten se d u cid o s p or ellos, sino antes esp an tad os, y só lo los lujuriosos q u e han caíd o m uy bajo, p ueden hallar aquí placer.

El atrincheramiento de la prostitución en los barrios bajos y la cre­ ciente separación entre las clases altas y las bajas en aquel periodo convirtió las casas de baile en un terreno desconocido para la gente de la élite; estas personas ignoraban las costum bres del pueblo llano y únicamente eran toleradas en estos ambientes por constituir una fuen­ te de ingresos. Esto explica la violencia y el temor a los que tanto hin­ capié se hace en los escritos de la segunda mitad del siglo XVIII, y de los que, un siglo antes, cuando surgieron las primeras casas de baile, no había ni rastro. Así, el siglo XIX supuso el fin de las casas de baile.

2. «L as putas y los rufianes siempre hablan de su honor ». H onor , prostitución y ciudadanía

En la Europa moderna temprana imperaba una «cultura de la vergüen­ za». En una cultura de la vergüenza, el honor —es decir, el buen nom­ bre de cara al mundo exterior, junto con los honores públicos— determinaba el valor de una persona. En Amsterdam, el honor y la reputación eran también sumamente importantes, y la diferencia entre «honesto» y «deshonesto» era esencial. Sólo las personas honestas podían convertirse en miembros de pleno derecho de la comunidad urbana. Las personas sin honor no podían desempeñar cargos públicos ni pertenecer a los gremios. Además, sólo se consideraba válido el testi­ monio de las personas honradas. El honor de las mujeres dependía en primer lugar de su reputación sexual. Las putas carecían, por defini­ ción, de honor y la prostitución era, por excelencia, un negocio desho­ nesto. Las expresiones que usualmente se utilizaban en los libros de confesiones para definir la prostitución y los prostíbulos eran «vida deshonesta» y «casa deshonesta». También la ciudadanía era sumamente importante. Dentro de la ciudad existía una gran diferencia entre los ciudadanos y los no ciuda­ danos. En Amsterdam, se consideraba ciudadano (burger) a quien hubiera nacido allí de padres ciudadanos, a quien comprara la ciuda­ danía, o, en el caso de los hombres, al que se casara con la hija de un ciudadano. Era preciso tener la ciudadanía para poder desempeñar cargos públicos, para pertenecer a los gremios y para ocupar un cargo de funcionario. Los ciudadanos tenían derecho a un trato privilegiado en caso de tener que recurrir a la beneficencia; en el «Orfanato del ciudadano» [Burgerweeshuis), los niños estaban mejor acogidos que en el «Orfanato del limosnero» (Aalmoezeniershuis), el hospicio desti­ nado a los hijos de «forasteros».

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El honor y la ciudadanía se solapaban. Se daba por sentado que un ciudadano era honesto, y si alguno era descubierto comportándose de modo deshonroso — como por ejemplo cometiendo adulterio, perju­ rio o abuso de su cargo— , corría el peligro de que le declararan «des honroso e infame» y le destituyeran de su cargo; incluso podía perder sus derechos de ciudadanía. La caridad y la beneficencia iban destina­ das únicam ente a los «pobres honrados». Y por consiguiente quien perdía su honor, se arriesgaba a perder también su sustento. En la sociedad urbana, la reputación y la ciudadanía marcaban la línea divisoria entre el ciudadano y el forastero; entre quien estaba establecido y quien no, y entre quienes se atenían a las normas y quie­ nes se situaban al margen de ellas. Sin em bargo, a finales del siglo XVI, A m sterdam era ya una ciudad dem asiado grande y com pleja como para establecer una simple división entre ciudadanos y no ciu­ dadanos. En aquella época, la enorm e afluencia de personas hizo sur­ gir una tercera categoría: la de los «residentes», que después de residir durante algunos años en la ciudad adquirían ciertos derechos, como el de recibir beneficencia. De este modo se establecía una divi­ sión entre «ciudadanos y residentes» por un lado y «forasteros» por otro. A lo largo de los siglos XVII y XVTII, aum entó la diferencia entre ricos y pobres, y se abrió aún más el abismo entre las clases sociales. El estrato superior de la ciudadanía, se convirtió en una élite rica, que en algunos casos adoptó un estilo de vida «aristocrático». En estos círcu­ los, la ciudadanía y el honor eran menos importantes: la distancia que los separaba del resto de la población era tan grande que los límites con el pueblo llano quedaban suficientemente claros de otra manera. Los derechos de ciudadanía y los códigos de honor eran sobre todo im portantes para los pequeños «burgueses», aquellas personas que tenían que luchar a diario con su entorno para determinar su posición social y que sentían continuamente la necesidad de vigilar los límites que los separaban de los «deshonrosos». P o r otra parte, los reform ados ocupaban un lugar privilegiado entre los ciudadanos. La Iglesia reformada no era la Iglesia oficial del Estado, pero ser miembro de la misma era un requisito necesario para desem peñar cargos públicos. En Amsterdam los «ciudadanos refor­ mados honrados» constituían el grupo dom inante desde el punto de

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vista cultural y político, aunque no cuantitativamente. En la ciudad había muchos otros grupos, como los inmigrantes de una determinada región, y, algo que a menudo iba ligado a ello, los miembros de otras comunidades religiosas, quienes —a excepción de los católicos— podían protesar abiertamente su religión. El ejemplo más claro lo constituyen los judíos. Amsterdam era uno de los pocos lugares de la República holande­ sa, incluso de toda Europa, donde los judíos podían establecerse libremente, profesar su fe y vivir donde quisieran. Sin embargo, que­ daban excluidos de ciertos gremios, y si bien podían comprar la ciu­ dadanía, no podían heredarla. A partir del siglo xvil se produjo una creciente afluencia de inmigrantes judíos en dos grupos diferentes: por un lado, los judíos sefarditas, a quienes casi siempre se denomina­ ba portugueses, aunque se trataba de refugiados procedentes de Por­ tugal y España, que eran relativamente prósperos, y por otro, los judíos alemanes, llamados popularmente smousen, que procedían de Alemania y Polonia, y que en su mayoría eran pobres. Los hombres judíos no podían casarse ni tener trato sexual con mujeres cristianas «aunque éstas tuvieren una vida deshonrosa», es decir, aunque fueran prostitutas. Tratar con judíos se consideraba algo deshonroso, como podían comprobar las criadas que habían ser­ vido en casas de familias judías y que luego no podían encontrar tra­ bajo entre «la buena gente». Por su parte, los judíos miraban a menudo con desprecio a los cristianos. Un ejemplo de los complica­ dos sentimientos que ello provocaba puede encontrarse en la historia que la prostituta Hendrina Salomons, una judía alemana, contó en 1740 al tribunal. En una ocasión la fueron a buscar para servir a un cliente judío, pero éste le preguntó enseguida si se acostaba con hom­ bres cristianos. Al oír su respuesta afirmativa, el cliente contestó «que no quería tener trato con una smousin (judía) que había tratado con cristianos, pero que sí estaba dispuesto a aceptar a una cristiana». Por lo visto, era aceptable que una cristiana hiciera algo tan impuro como prostituirse, pero una judía que se hubiera acostado con hom­ bres cristianos, se convertía en intocable. Hacia finales del siglo X V ll, el adjetivo hiirgerlijk (ciudadano o bur­ gués, es decir: habitante de un burgo) adquiere un significado general de «perteneciente a la clase media decente», en lugar de «en posesión

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del derecho de ciudadanía». Pero la noción y el orgullo de ser ciuda­ dano (Bürger) siguieron siendo fuertes, también —o precisamente— entre las personas de las capas inferiores de la sociedad. Por ejemplo, en 1680 cuanto fueron arrestados algunos grumetes que se habían enzarzado en una pelea con un francés en una barcaza, uno de ellos gritó indignado: «Soy un ciudadano y apelo a mi derecho de ciuda­ danía. No toleraré que se encarcele a un ciudadano por culpa de un francés». En 1700, Lijsbeth Meyer, una mujer de Amsterdam, se resis­ tió al arresto de su hermano e intentó con todas sus fuerzas liberarle de las manos del esbirro del alguacil, gritando «que su hermano era un hijo de ciudadanos, y que era indecente que se llevaran al hijo de un ciudadano, que además era marino». Sin embargo, dicho hermano, un astuto criminal que conocía bien el correccional y que había firmado para enrolarse en la flota de guerra, sin duda había perdido ya todos sus privilegios. El criterio de honor y de reputación se m antenía vigente con igual fuerza. Los residentes no se fiaban de los «forasteros». En 1749, el tribunal que juzgaba a la costurera Giertje Rijers, arrestada en Amsterdam bajo la acusación de cometer putaísmo con un mer cader de Leipzig, no aceptó su defensa de que el hom bre la había seducido con prom esas de m atrim onio, pues a fin de cuentas, ¿cómo podía ella «creer a alguien que le era desconocido y que enci­ ma era un forastero»? Hasta nueva orden, los forasteros no tenían honor, pues el honor se basaba en el hecho de que se conocía la reputación de alguien, así como los antecedentes y la reputación de su familia. Por consiguiente, era menester ser sumamente precavi­ dos con los forasteros. En aquella época, los acuerdos o contratos entre personas se hacían en gran m edida «de palabra». Los vaga­ bundos, forasteros y las personas de quienes no se sabía si eran de fiar constituían un riesgo para la seguridad. Además, debido al defi­ ciente registro de habitantes, resultaba difícil com probar la identi­ dad de una persona. De este modo, la importancia que se otorgaba a la reputación y el control social derivado de ella servían para prote­ gerse mutuamente.

«Las putas y los rufianes siem pre hablan de su honor»

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Criterios de honor El «honor» es un concepto universal, pero el contenido y el significa­ do exacto de «honor», «deshonesto» o «deshonroso» no siempre ha sido el mismo en cada periodo, cultura ni clase social. Sin embargo, hay algunas características recurrentes. Así, el mundo exterior es el que determina siempre el honor y el buen nombre de una persona; tanto la defensa del propio honor como el agravio al honor de otra persona tienen lugar preferiblemente en público. Asimismo, la con­ ducta sexual es sumamente importante en todos sitios, sobre todo para la mujer, cuyo buen nombre depende en gran medida de su repu­ tación de mujer casta y sexualmente fiel; en todas partes, la palabra «puta» es el insulto más utilizado contra las mujeres. Siempre se esta­ blece una distinción —a menudo grande-— entre el honor de los hom­ bres y el de las mujeres. Además, el honor se manifiesta muy concretamente en tributos o distinciones, como las bandas, las meda­ llas, la indumentaria y el derecho a ocupar un determinado lugar en las ceremonias. Tiene que ver asimismo con el cuerpo, y por consiguiente puede ser manifiesto. La cabeza es la sede del honor, mientras que la parte inferior del cuerpo, con sus correspondientes funciones, órganos y secreciones, es el lugar de la vergüenza y la ignominia. La ignominia se adhiere al cuerpo de una persona y a menudo se rehuye físicamente de los deshonrosos. En los Países Bajos, la palabra «sucio» tenía a menu­ do el significado de «deshonroso». Si se quería ofender a alguien, es decir: dañar su honor, se le comparaba con un animal, llamándole, por ejemplo, cerdo, que tiene fama de ser un animal sucio, o perro, un ani­ mal que da rienda suelta a sus deseos sexuales y copula en público. El honor dependía en gran medida de la conducta sexual. El liber­ tinaje y el adulterio eran deshonestos; las putas y las regentas y regen­ tes de prostíbulos eran, por definición, deshonrosos. Quien tuviera trato con ellos, se contaminaba, y a veces literalmente, pues una visita a una prostituta conllevaba el riesgo de contraer enfermedades vené­ reas, sobre todo la sífilis, que se llamaba a menudo la «enfermedad sucia». Las cajas de los gremios —el seguro mutuo de los artesanos— no cubrían las enfermedades venéreas contraídas a consecuencia del

30

L o tte van d e P o l

«ayuntamiento con mujeres deshonestas». También en los barcos las «enfermedades de Venus» quedaban excluidas de la asistencia médica gratuita. Fd honor estaba además estrechamente vinculado con la fiabilidad en asuntos pecuniarios. «Ladrón» era uno de los peores insultos; una acusación de robo se tomaba muy en serio. A menudo, el honor y el crédito iban cogidos de la mano: perder la reputación significaba con frecuencia perder la solvencia y por consiguiente, la persona que per­ diera su reputación quedaba excluida de las redes informales de prés­ tam o y fianza, e incluso podía perder el puesto de trabajo o los clientes, y por ello el sustento. La quiebra era la prueba de falta de fia­ bilidad financiera y se consideraba algo sumamente deshonroso. En la literatura popular, el que una mujer se prostituyera se comparaba a menudo con la quiebra de un hombre. No con poca frecuencia se con­ sideraba que quebrar era cosa de forasteros: pues al fin y al cabo, fracaso no era evidente que estas personas habían abandonado su lugar de nacimiento precisamente por haber perdido su honor? Y además ?tfué les podía importar a ellos su reputación en un entorno desconocido? También el hecho de tener antecedentes penales, y sobre todo haber estado «expuesto a la vergüenza pública» o haber estado ence­ rrado en prisión, eran motivo para perder el honor. En algunos casos, la deshonra pública constituía incluso el elem ento principal de la pena, en concreto cuando se era expuesto a la vergüenza publica, sobre un tablado y llevando un letrero o un símbolo en el que se indi­ caba el delito cometido. En La 1laya y en algunas otras ciudades se exponía a las prostitutas condenadas en una jaula de hierro, que se hacía girar tan rápido que las desgraciadas se mareaban y vomitaban, ensuciándose así en público. La condena de prisión tam bién era pública: en los correccionales se podía contemplar a los presos des­ pués de pagar una entrada de algunos stuivers. La pérdida del honor por tener antecedentes penales apenas podía repararse. Marie Taats, arrestada por tercera vez en 1716 en un prostí­ bulo, se defendió con el argumento «de que ha estado encarcelada en la Spinhuis (el correccional de mujeres) y que por ello la gente honra­ da ya no quiere admitirla como sirvienta y que no puede ganarse el sustento de otra forma». O tras prostitutas declaraban que habían

«1-as putas y los rufianes siem pre hablan ele su honor»

51

intentado servir como criadas, pero que habían vuelto a caer en la prostitución al descubrir sus patronos que habían estado en la cárcel y por ello las habían despedido. Esta era también una de las razones por las que se daba un nombre talso al tribunal. En 1731, la regenta de un prostíbulo, Reympje Theunis, se hizo llamar Jannetje jans, para «no tener que pasar la vergüenza de aparecer en el libro del alguacil», pues como reincidente corría el peligro de sufrir n entre la crisis y el pecado. Pero también eran conscientes de que habían de tener en cuenta las opiniones manifestadas, por ejemplo, en los sermones. Sin embargo, la relación entre la Iglesia y las autorida­ des era dificultosa y la pregunta de quién tenía mayor autoridad en determinadas cuestiones provocaba continuas fricciones y conflictos. En este conflicto de poderes, solían imponerse las autoridades. A menudo, éstas parecían amoldarse a los deseos de la Iglesia y promul-

1. El príncipe Eugenio de Saboya en el prostíbulo de Madame Thérèse en Prinsengracht, hacia 1720. Dibujo al pincel de Cornelis Troost (1696-1750) [Rijksprentenkabinet Amsterdam]. El famoso comandante realizó una visita relámpago a Amsterdam, donde, acompañado del cónsul inglés, visitò un famo­ so prostíbulo. El príncipe «encontró un gran placer contemplándolas [a las pros­ titutas] por delante y por detrás». Madame Thérèse era una de las «madamas» más conocidas de la época, pero nunca fue juzgada.

2. La Spinhuis en la esquina de Oudezijds Achterburgwal y Spinhuissteeg. Procedente de Historische beschryvingder stack Amsterdam (1663) deOlfert Dapper [propiedad de la autora]. Aquí no puede contemplarse el otro lado del callejón

3. Interior de una casa de juego. G rabado del H et Amsterdamsch Hoerdom 1681 [UB Amsterdam]. En primer plano se encuentra el protagonista invisible para los demás, junto con su guía el demonio, que se lo explica todo. Las casas de baile eran en un principio tabernas donde se tocaba música y se bailaba. Pronto se con­ virtieron en prostíbulos encubiertos, donde las prostitutas buscaban clientes y los hombres prostitutas. La prostituta se llevaba al hom bre a una estancia separada o a su propia casa.

4. Interior de la casa de baile de Fiji en el callejón Pijlsteeg, a finales del siglo XVlll. Procedente del fondo de E. Maaskamp, Amsterdam [propiedad de la auto­ ra]. De Piß era uno de los establecimientos que a finales del siglo XVIII se trans­ formaron en elegantes burdeles dirigidos a la élite.

5. Frontispicio de Spigel der alderschoonstc cortisanen (1630) de Crispin de Passe jr. [KB La Haya]. En la parte superior del mercado había prostíbulos donde el cliente podía elegir entre los retratos de prostitutas. Tuvo que ser bastante costo­ so encargar estos pequeños letreros.

6. Frontispicio de Le Putanhme d ’Amsterdam, 1681 [UB Amsterdam]. Aparte del título en francés, este frontispicio es idéntico al de la edición original en neerlan­ dés Hel Amsterdarrnch Hoerdom. Un diablo susurra ideas en el oído de una pros­ tituta, mientras que delante de ella otro demonio arrastra a dos jóvenes por el polvo. La prostituta y el demonio que está de pie junto a ella pisan con un pie el cuello de los hombres. Un tercer demonio está sentado satisfecho junto a una mujer que yace en la cama donde recibe una cura de mercurio contra la sífilis. El mensaje es claro: los hombres son las víctimas, la prostituta, detrás de quien se encuentra el diablo, es la parte activa.

7. La proposición, 1631. Cuadro de Judith Leyster (1609-1660) [Mauritshuis, La Haya]. judith Leyster es la única pintora que hizo una incursión en el género de los «bór­ deles». Aqtií refleja claramente el lado femenino. A diferencia de lo que sucede normalmente en este género, la mujer no es representada como una puta escota­ da y seductora, sino como una costurera sencilla y pudorosamente vestida. El dilema de la muchacha es palpable. El hombre no es una víctima sino la parte activa.

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.

8. La sala de trabajo de la Spitihuis. Procedente de Beschryvinge van Amsterdam (1665) de Tobías van Domselaer [UB Utrecht], Las presas trabajan sentadas en el ambiente tranquilo de una sala amplia y ordenada, mientras alguien lee en voz alta la Biblia. Esta es la imagen ideal de la Spinhuis.

9. La sala de trabajo de la Spinhuis, en la segunda mitad del siglo XVII, Dibujo de François Dancx, (?- c 1703) [Rijksprentenkabinet, Amsterdam], En la sala reple­ ta, la vigilante acaba de golpear a una presa con una chinela. Los visitantes se b u r­ lan de las mujeres. Dancx era pintor, pero desde 1654, también agente judicial. Por consiguiente es probable que pintara la escena a partir de la realidad.

10. Marinero y su querida bailando. Grabado en negro de Jacob Gole según Gornelis Dusart (1660-1704) [Den Kongelige Kobberstiksamling, Statens Museum for Kunst, ConpenhageJ. La leyenda «Dios los cría y ellos se juntan» recalca la relación entre los marineros que hacían la ruta de las Indias Orientales y las malas mujeres (las putas), una relación que también existía en realidad.

. E l hijo pródiao con las prostitutas. 1622. Cuadro de G erard van Honthorst (1592-

:x»,]aarboek Amstelodamum 33, 1936, pp. 155-170. Koodenhurg, Herm an, «Eer en oneer ten tijde van de Republiek: een tussenbalans», VolkskundigBulletin 22, 1996, pp. 129-148. Roper , Lyndal, The holy household. Women and morals in Reformation Augs­ burg, O xford, 1989.

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uentcs

255

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R efer en c ia s c o m pl em en t a r ia s po r c a pí tulo

Introducción La historia de Anna Isabe Buncke puede encontrarse en Lindemann (1995). Casanova en las casas de juego de Amsterdam en 1757 y 1758 en Casanova ( 1970) parte 5 capítulo 7 y parte 6 capítulo 1. Las aventuras del Príncipe de Ligne en Amsterdam en Príncipe de Ligne I (1927), pp. 67-70.

236

Fuentes

Capítulo 1 El título del capítulo procede del libro

Den desolaten hoedel der medicijne de­

ses tijdts (l(sll). Francés anónim o (1770) en Van Strien-Chardonneau (1992), p. 76. La «Lista de ninfas y casas de baile que se encuentran en Am sterdam », ha sido publicada en Van de Pol (1996), pp. 360-366. El cálculo del núm ero de prostitutas en Van de Pol (1996), pp. 100-101. El periodo inicial de las casas de baile en Wijnman (1928). Lista d e casas de baile en Van de P ol (1996), A nexo III. A lum brado urbano en M ulthauf (1985). D os viajeros alem anes en 1683 en Bientjes (1967), p. 176. Cam bios en el siglo X V III en Van d e P ol (1985) y (1996).

Capítulo 2 Ciudadanía en Wagenaar X I (1767), pp. 3-78. Fíonor en la Edad M oderna temprana, entre otros Blok (1980), Van de Pol (1992), Keunen y R oodenburg (ed.) (1992), R oodenburg (1996). Judíos en los Países Bajos en Blom et al. (ed.) (1995) y judíos y prostitución en Van de Pol (2000b). H onor y la rebelión de los notificadores de defunciones en Van de P ol (1999). Mujeres y honor en Koorn (1987), Cavallo y Cerutti (1990) C ohen (1992), Van de P ol (1996). «La lucha por el pantalón» y la jerarquía de los sexos en D ekker y Van de Pol (1989). El grabado del Juan el Lavandero se encuentra en Peeters (ed.)(1988), p. 72. Barrios de Amsterdam en Levie y Zantkuyl (1980).

Capítulo 3 «El carácter de una puta» en D e merkwaardigen levensgevallen (1730). El «grand tour» en Frank-van W estrienen (1983). La «culpa» de la sífilis en Foa (1990). «La puta a orillas del río IJ», citado en Peter A gnos, Peter, The queer Dutch­ man castaway on Ascension (Nueva York, 1993), p. 68. Texto del registro de Brujas (1484) en Geirnaert (1983), p. 260. Los decretos de Amsterdam pueden encontrarse en R echtsbronnen (1902) y Flandvesten (1748-1778). La carta de una madre a su hijo marinero en Braunius (1980).

Fuentes

237

Relación entre las mujeres y el demonio en Norris (1998), Hufton (1995) capí­ tulo 1. La «camarera» en Weyerman (1727 y 1994) y Van de Pol ( 1999b). La sexualidad en Van de Pol (1988), Hekma y Roodenburg (red) (1988) en la edición dedicada a la sexualidad de Documentatiehlad Werkgroep Achttiende Eeuw 17 (1985). Sobre Lodewijck van der Saan: Haks (1998). La imagen de las putas y los clientes en las artes plásticas en Van de P ol (1988a). La viajera alemana anónima en «Aus dem Reisetagebuche» (1884). El grabado de Urbano e Isabel está reproducido en Leuker (1992), ilustra­ ción 43.

Capítulo 4 Fuentes sobre la legislación en Rechtsbronnen (1902), H andvesten (17481778), y G root placaet-hoeck (1653-1683). La justicia y el D erecho penal en Amsterdam en Bontemantel II (1897), Wagenaar VIII (1765), Versteeg (1925), Faber (1983), Spierenburg(1984), Boomgaard (1992), Van de Pol (1996), pp. 357-359. Los correccionales en Wagenaar VIII (1765), Spierenburg (1991); Sellin (1944); Van de Pol (1997). La viajera alemana anónima en «Aus dem Reisetagebuche» (1884). Iglesia y Estado en Woltjer (1994). Canción de marineros en Te H ellevoetsluis daar Staat een huise en Davids (1980), pp. 98-100. Penas por inducir a las hijas y a las pupilas a la prostitución en Carpzovius (1752), capítulo 64.

Capítulo 5 Van Zuylen van Nijeveld en Dekker (1994). N oble ruso en Raptschinsky (1936). Los esbirros que regentan prostíbulos en Ter G ouw (1879-1893) V, pp. 290291 y VIL p. 394. Instrucciones para evitar el soborno de los funcionarios de la policía en Bon­ temantel (1897) T. I, p. 87 y T. II, pp. 80-83; Wagenaar XII (1768), p. 49; Handvesten I (1748), p. 572, Ordonnantie (1673). Caso de com posición de 1676 en Bontemantel (1897) I, p. 30, n. Prohibición de com poner el adulterio después del caso de Joan van Banchem

238

Fuentes

en Van den Bergh (1857) cifras de com p osición hasta 1750 Van de Po! (1996), p. 383 y después de 1750 Verhaar y Van den Brink (1989), p. 78. La élite gob ern an te y su relación con el p ueblo en Elias T. 1 (1903) y T. II (1905). La persecución judicial de los sodom itas en 1730 en Van der Meer (1995).

Capítulo 6 La proporción de sirvientas en Leiden se ha calculado a partir de Diederiks (1978), tabla 3.1. Los cálculos del exced en te d e mujeres en Amsterdam p u ed en en con trarse en Van d e P o l (1996) p p. 106-111 y Van de Pol (1994). M igración fem enina en Van de Pol (1994). Criminalidad én trelas mujeres en Van de P ol (1987). H einrich Benthem en Bient jes (1967) p. 223. C otilleos en la corte en Dekker (2000). N avegación y marineros en Lucassen (1977) y Bruijn (1976) y Bruijn (1977), D avids (1980),Van A lphen (1991),Van Gelder, (1997). El tum ulto ante la casa del almirante D e Ruyter en W agenaar V (1764), pp. 381-387 y D ekker (1982), p. 56. Rebelión de los notificadores de defunciones en Van d e P ol (1999). Marineros que buscan esposas en los correccionales: Jonas Hanway, Letters

written occasionally on the customs of foreign nations in regard to harlots, etc. (1761), citado en Bristow (1977), p. 23. La «C onversación entre un m arinero y un ciudadan o» se encuentra en el cancionero De oprechte Sandvoorder Speel-wagen (z.j.), citado en B öse (1985), pp. 29-30. Marineros noruegos en Sogner (1993).

Capítulo 7 Prostitución en Leiden en N oordam ( 1985). Los apodos M oeder Colijn, M em m e Met je. Mama Lafeber, G rootm a y Mama Engelbregt en Van de Pol (1999b). La diarios sensacionalistas de La Haya en Stokvis (1984). Sexo dentro del matrim onio en H aks (1982).

ANEXO

M o n e d a s y d in e r o La unidad de cálculo era el florín (100 céntim os), pero el florín no existía co m o m oneda. Las m on ed as corrientes eran el stuiver (5 cén tim o s), el chelín (6 stuivers ó 30 céntim os), y el d ucado, que tenía un valor de 3 flo ­ rines y 3 stuivers. El valor del dinero: 1 florín era el salario de un obrero, el salario sem a­ nal norm al ascendía a 6 florines, aunque en A m sterdam , d o n d e los su el­ dos eran más elevados, ascendía a 7 florines.

G losario

alcaide

director de una prisión.

alguacil

jete de policía y fiscal.

haljuw

h om ólogo del alguacil en algunas regiones d e los Países Bajos.

casa de baile

local en el que se podía bailar y alternar con prostitutas.

casa de putas

prostíbulo.

casa discreta

prostíbulo que no era reconocible com o tal d esde el exterior.

censura

castigo que aplicaba la Iglesia reformada a sus m iem bros exp u lsánd olos durante un tiem po de la com unidad eclesiástica.

chelín

m oneda de 30 céntim os de florín.

composición

acu erdo extrajudicial en que se evitaba enjuiciam iento pagando dinero a la policía.

un

240

Anexo

corresponsal

co n fid e n te d e la policía.

daalder

1,5 florines.

duhbeltje

m o n ed a d e 10 cén tim os d e florín.

ducado

m o n e d a q u e eq uivalía a 3 florines y 3

esbirro

em p lea d o a las órd en es d el alguacil o d el su b algu a­ cil, agen te d e policía.

haalhoer

«p rostituta recogid a» en un p ro stíb u lo para traba­ jar en otro.

maling

juicio popular.

prevención

casa d e d eten ció n , p u esto d e los serenos.

raspbuis

correccion al d e hom b res.

rijksdaalder

m o n ed a d e 2 ,5 0 florines.

sereno

guardia q u e patrullaba d e n o c h e y an un ciab a las horas, tam b ién llam ado «guardia d e m atracas».

speelhuis

casa d e baile.

spinhuis

correccion al d e m ujeres.

stuiver

m on ed a d e 5 céntim os.

vendedor de cédulas

reclutador d e m arineros.

viruela

sífilis (tam bién llam ada viruela españ ola).

zesthalf

m o n e d a q u e equivalía a 5 ,5 0

stuivers.

,

stuivers.

„.;í - /•

Lotte va n d e Pol tra b a ja en la U n ive rsid a d Libre d e B erlín y p e rte n e ce al R e se a rch Institute fo r H istory a n d C u ltu re de la U n ive rsid a d d e U trecht. H a re a liza d o n u m e ro so s e stu d io s so b re las m ujeres, la fa m ilia, la v id a c o tid ia n a , la c rim in a lid a d y la cu ltu ra en los P a íse s B a jo s en los sig lo s XV II y X V III. H a e scrito en co la b o ra ció n co n R u d o lf D e kke r

The Tradition of Female Travestism in Early Modern Europe (M a c m illa n , 1 9 8 9 ) tra d u c id o a v a rio s

la o b ra

id io m a s y q u e p ro n to p u b lic a rá S ig lo X X I en E s p a ñ a .

«Una obra enriquecedora y especialm ente significativa no solo para la historia de los Países Bajos sino tam bién para la historia de Europa. Es el prim er estudio que abor­ da el tem a de la prostitución en una ciudad europea en el transcurso de 150 años y que lo explora con eficacia sin considerarlo exclusivam ente com o un apartado de la historia de las m ujeres o del género, sino como parte de la historia social, económica, cultural y crim inal... Q uizá algún día contem os con un estudio igualm ente exhaustivo de la ciudad de Londres en la época de Molí Flanders.» Olwen Hufton, Merton College, Oxford University,

Tijdschrift voorSociale Geschiedenis

«Es un excelente trabajo basado en un sorprendente número de fuentes, condensado en un libro en el que cada capítulo, cada párrafo es ilustrativo e interesante... Un libro fascinante sobre la vida en los bajos fondos de la sociedad.» Annet Mooij,

NRC-HandeIsblad

«La historia de la riqueza de la Edad de Oro holandesa ha sido suficientemente narrada. Con la lectura de esta libro accedem os a las historias que transcurren en ios callejo­ nes, en la precariedad, y a los sueños de los pobres que migraban a Am sterdam y a la verdadera crudeza de sus vidas... Un estudio prácticam ente perfecto sobre la pros­ titución, y una historia ejem plar sobre la trastienda de la civilización.» Michael Zeem an,

SIGLO

ysa

DI

Volkstrant