La Perspectiva Sociologica Una Aproximacion A Los Fundamentos Del Analisis Social

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COLECCIÓN

SEMILLA

Y

SURCO

MARIANO F. ENGUITA

SERIE DE SOCIOLOGíA

En estas páginas se nos ofrece una reflexión, inusual por la combinación de profundidad argumental y claridad expositiva, sobre la naturaleza específica de la realidad social y los problemas clave del conocimiento sociológico. El libro comienza analizando el cómo y el porqué del surgimiento y desarrollo peculiar de la disciplina sociológica, para adentrarse enseguida en los problemas fundamentales que marcan los debates en su seno: de qué está hecha la trama social y cualés son, en su seno, las relaciones entre causalidad y finalidad, determinación y libertad, individuo y sociedad, armonía y conflicto, estabilidad y cambio, sujeto y objeto de conocimiento, explicación y comprensión, para terminar con un análisis del papel de los intereses y los valores en el proceso de investigación.

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a perspectivc sociológica Una aproximación a los fundamento del anál isis social

Diseño de cubierta: RGV

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A mis colegas y, sin embargo, amigos

Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece penas de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.

© MARIANo F. ENGUITA, 1998 © EDITORIAL TECNOS, S.A. 1998 Juan Ignacio Luca de Tena, 15 - 28027 Madrid ISBN: 84-309-3212-7 Depósito Legal: M. 31.155-1998

Printed in Spain. Impreso en España por Lerko POOt, S.A. P. o de la Castellana, 121. 28046 Madrid.

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ÍNDICE

Pág.

INTRODUCCIÓN

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l.

CAPITALISMO, SOCIALISMO Y SOCIOLOGíA

15

2.

CONCEPTO, OBJETO Y ÁMBITO

33

3.

CAUSALIDAD, FINALIDAD Y LIBERTAD

5.1

4.

INDIvIDUO, SOCIEDAD y REALIDAD

69

5.

ARMONÍA, CONTRADICCIÓN Y CONFLICTO

87

6.

SUJETO, OBJETO Y REFLEXIVIDAD

105

7.

NATURALEZA, SOCIEDAD Y MÉTODO

125

8.

PROBLEMAS, INTERESES Y VALORES

143 163

REFERENCIAS

[9]

INTRODUCCIÓN Este libro es una reflexión, hecha en la mitad del camino, sobre la disciplina a la que he dedicado mi vida profesional, la sociología. Aunque los rituales de la vida académica obligan a quien la elige a situarse muy pronto frente a los fundamentos de la ciencia que pretende cultivar, por supuesto en el consabido formato de concepto, objeto y método, lo cierto es que enfrentarse a éstos exige mayor madurez y, a la vez, menos urgencia que las que casi invariablemente caracterizan ese momento. Los primeros pasos en cualquier disciplina suelen tomar la forma de la socialización en el orden intelectual, pues el aprendizaje se compadece mal con la inseguridad y la duda, pero, una vez que se avanza en ella, es difícil evitar la sensación de que se va logrando dominar el cómo, pero cada vez están menos claros el qué y el porqué. Es posible, por supuesto, que ese orden no sea el orden dominante sino otro alternativo, al incorporarse a cuyas filas el aprendiz se encuentra o se ve a sí mismo en heroica oposición a lo establecido, pero no por ello deja de ser un orden en el que las piezas son siempre nítidas, poco numerosas y bien encajadas. Por suerte y por desgracia ese paisaje tan pulcro dura poco. Por desgracia ya que, al desvanecerse, nos sumerge en la desagradable sensación de que cada vez sabemos menos sobre aquello que queremos explicar y comprender, la sociedad; cada vez resulta más claro el hiato entre la realidad y la teoría, entre las preguntas y las respuestas, entre lo que se nos pide, lo que nos proponemos y lo que realmente podemos dar. Por suerte porque, en contrapartida, en ese hiato entre la realidad y la teoría es precisamente donde puede uno vislumbrar, de vez en cuando, los frutos del trabajo personal, el pequeño grano que, como reza el dicho, ciertamente no hace granero, pero ayuda al compañero. Para entonces es inevitable interrogarse a fondo sobre la relación entre la sociedad y la sociología, entre el objeto y el sujeto del conocimiento, etc., y no lo es menos la sensación de que, por un [11]

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lado, esos interrogantes habrían sido más útiles y oportunos antes, pero las respuestas, aun para ser provisionales e incompletas, necesitaban más tiempo. Las páginas que siguen contienen esta reflexión expuesta en forma sencilla. No pretendo con ellas, desde luego, sentar un hito, sino simplemente presentar un puñado de ideas en forma tan clara y sistemática como sea capaz de hacerlo. Espero, eso sí, que resulten útiles para aquellas personas que, tras una primera inmersión en la sociología, se preguntan sobre el sentido y la función de ésta. No son una introducción a la materia sino a algunos de los problemas -los que creo fundamentales- que rodean su ejercicio, de manera que pueden tomarse más como un comentario para personas interesadas, para los colegas presentes y futuros, que como una introducción para estudiantes forzosos o para curiosos ocasionales. El primer capítulo se ocupa del surgimiento histórico de la disciplina, su relación práctica con las grandes transformaciones de nuestro tiempo y su relación epistemológica con las otras ciencias sociales nacidas más o menos del mismo impulso material. El capítulo siguiente se cuida ya del evanescente concepto de la disciplina y, sobre todo, de su objeto a través de la discusión de lo que suele llamarse la unidad elemental del análisis y los respectivos méritos como candidatas de las relaciones, la acción y los hechos sociales, además de algún otro aspirante de menor talla; en él se trata también el ámbito de la disciplina a través de la discusión de su posición relativa junto a las otras ciencias sociales. El tercer capítulo se adentra en las relaciones entre esas unidades elementales o, lo que es lo mismo, en el problema de la causalidad y su inversa complementaria, la finalidad, que en la sociología adopta las formas de función y sentido; al hacerlo, nos vemos abocados a discutir el siempre irresuelto problema de la libertad. El cuarto capítulo aborda las relaciones entre individuo y sociedad y el estatuto real y epistemológico de cada uno de ellos y los procesos de ida y vuelta entre ambos, explorando de forma especial las pistas del trabajo y el lenguaje. El capítulo quinto se detiene en una cuestión que ha resultado particularmente polémica en el pensamiento sociológico: la viabilidad misma del orden social, los fundamentos del conflicto y la ~inámic~ ?el cambio. El sexto capítulo está dedicado a la pecullar relaclOn entre sujeto y objeto del saber que es propia y ca-

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INTRODUCCIÓN

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racterística de las ciencias sociales y, por tanto, de la sociología, con especial atención, por tanto, al problema de la reflexividad y a los sesgos producidos por la no consideración de cua~uiera de sus aspectos, lo que supone abordar también, en los ,té~nos más generales, el problema del método de investigación. En·· el séptimo capítulo se retoma el viejo debate de la aplicabilidad de, los métodos de las ciencias naturales a las ciencias sociales, con un recorrido por la Methodenstreit y la dicotomía entre explicación y comprensión, para desembocar en la crítica de la falsa disyuntiva entre técnicas cuantitativas y cualitativas. En el octavo y último se aborda la relación entre el sociólogo y el cambio social y el papel de los valores e intereses en ella.

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1. CAPITALISMO, SOCIALISMO Y SOCIOLOGÍA Aunque los sociólogos tienden a subrayar, cuando miran al presente de la disciplina, su presunta función de relativización, cuestionamiento y crítica del orden social, parece existir algo bastante cercano al consenso en tomo a su origen en el pensamiento conservador, y más exactamente en la reacción conservadora frente a la Ilustración, primero, y el marxismo, después. El que se dice su interrogante central, cómo es posible el orden social, el llamado «problema hobbesiano», ha sido formulado por y debe su nombre a uno de los más claros representantes del pensamiento conservador. Se ha señalado, por otra parte, el impacto de pensadores conservadores como Burke, Bonald y De Maistre sobre Spencer o Comte l , o el del medievalismo conservador en reacción contra la incipiente sociedad capitalista sobre Tocqueville, Le Play, Tonnies y Durkheirn2 . La idea básica es que la sociología es hija de la reacción romántica contra el iluminism0 3. Más común aún es la afIrmación de que su impulso definitivo, el del período clásico, surge de la reacción contra el marxismo: «La sociología nació como respuesta conservadora al socialismo»4. El argumento es fácil de sustanciar, pues las tres figuras oficiales de la «sociología clásica» elaboraron su obra en un constante debate con la de Marx. Durkheim, empeñado en argumentar la necesidad del orden y la estabilidad sociales y en llevar el movimiento obrero y el sociaIlsmo franceses al redil del reformismo moderado: «El deber del estadista ya no consiste en

1 Gouldner,

1970. Nisbet, 1966. 3Brunschwig, 1927; Nisbet, 1953, 1969; Giner, 1974, 1979. 4 Martindale, 1960: 529. 2

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impulsar violentamente a las sociedades hacia un ideal que le parece seductor, y su papel viene a ser el mismo del médico: previene la aparición de las enfermedades mediante una buena higiene, y cuando se han declarado procura curarlas»5. Weber, en polémica permanente con los temas centrales del marxismo y, muy en especial, con su concepción general del desarrollo histórico y del papel de las relaciones económicas en el mismo: «Es preciso rechazar con la mayor firmeza la llamada "concepción materialista de la historia" en cuanto "ideología" o como denominador común de explicaciones causales de la realidad histórica»6. «Quienquiera que haya trabajado con los conceptos marxistas conoce la eminente e inigualable importancia heurística de estos tipos ideales cuando se los utiliza para compararlos con la realidad, pero conoce igualmente su peligrosidad tan pronto se les confiere validez empírica o se les imagina como "tendencias" o "fuerzas activas" reales (lo que en verdad significa "metafísicas")>>? En cuanto a Pareto, situado en las antípodas políticas de Marx, nunca dudó, por su parte, haber refutado el sistema de éste con sus teorías del equilibrio social y de la circulación de las elites. Tanta aceptación ha logrado esta idea, la de la contraposición entre la sociología y el marxismo, que no han faltado quienes la recogieran entre los propios marxistas, incluso entre los mejor informados de éstos 8 . Pero ¿hasta qué punto es cierta? ¿En qué medida no se trata simplemente del resultado de un artificio clasificatorio? La oposición entre la primera producción sociológica y el pensamiento ilustrado tiene sentido si se contempla desde el conservadurismo de Le Play o Comte, y en menor medida de Spencer o Sumner, pero resulta mucho más dudosa desde la perspectiva de la obra de Saint-Simon, el fundador casi indiscutido. De hecho, parece más razonable plantear que, tras éste, se abren dos líneas distintas: la primera, a través de Enfantin y Bazard, hacia Marx; la segunda, por intermedio de Comte, hacia Durkheim; y si bien la primera generación de discípulos está claramente descompensada en favor del lado conservador, mucho

5 Durkheim, 1895: 115. 6Weber, 1904: 138. 'Weber, 1904: 179. 8 Zeitlin, 1968; Anderson, 1967; Gouldner, 1970.

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más relevante para la sociología posterior, la segunda se. reequilibra, cuando menos, o se desequilibra abiertamente en sentido contrario. Diversos autores, entre ellos alguno de los que han servidb de,?ase a la identificación de la sociología con la reacción romAntica: han apuntado la existencia, en realidad, y desde un principio, de dos cQ~ rrientes de la socil ~ogía: «del orden» y «del progreso»9, de las «le~ . yes naturales» y de lOS «derechos naturales»lO, etc. El citado planteamiento, por lo demás, ignora otros aspectos del desarrollo de la sociología. En primer lugar, la indiscutible existencia de un importante pensamiento social anterior, el cual, si bien puede ser fechado antes del acta de nacimiento oficial de la disciplina, no por ello resulta menos influyente sobre ésta y no es en modo alguno inevitablemente conservador. En él destacan figuras que ciertamente lo son, como Quételet, Tocqueville o Le Play, pero también otras que ni lo son ni dejan de serlo, como Montesquieu y Ferguson, o que no lo son en modo alguno, como Rousseau y Condorcet. Esto, claro está, por no remontarnos a los orígenes del proceso de independización del análisis de la realidad social, que nos llevarían hasta Ibn Jaldún o Vico. Después de todo, que Comte fuera el primero en utilizar el término «sociología» no le convierte en el primer sociólogo, de la misma manera que todos los esfuerzos de Hegel no fueron suficientes para hacer de sí el último filósofo. Conviene tener en cuenta, en particular, la economía política inglesa, la escuela histórica alemana y la Ilustración y el socialismo franceses. En segundo lugar, la no menos indiscutible existencia simultánea de una corriente de sociología empírica, o sociográfica, centrada en el estudio de algunos «problemas sociales», en particular la llamada «cuestión obrera». Es la formada por «encuestas» como las de Eden (1797), Ure (1835) o Booth (1901) en Inglaterra, las de Villermé (1842), Le Play (1855) y Simon (1867) en Francia o los de Von Stein (1848) en Alemania, pero también por los estudios de Engels (1845) sobre la clase obrera inglesa, de Durkheim (1897) sobre el suicidio o de Weber (1892) sobre los trabajadores agrarios ll . Aunque estos trabajos empíricos es-

Brunschwig, 1927. Bramson, 1961. II Engels, 1845; Durkheim, 1897; Weber, 1908.

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taban llamados a ser, por su misma naturaleza, perecederos (incluido el de Durkheim, a pesar del «método»), no por ello desempeñaron un papel menos relevante, en su momento, en la historia de la disciplina. La sociología posterior puede permitirse olvidarlos mientras se esfuerza por conservar, discutir y reelaborar las teorías más generales, pero sin caer por ello en el error de pensar que éstas nacieron directamente crecidas, armadas y de la cabeza, como Palas Atenea de Zeus. En relación con el segundo momento, el que sirve de escenario a la oposición entre la «sociología clásica» y el «marxismo», el planteamiento resulta también dudoso. No porque las teorías de Weber, Durkheim, Pareto y otras no sean alternativas al sistema teórico marxiano, sino porque esto, en sí, no significa mucho ni las convierte necesariamente en las piezas de un sistema ni en una constelación coherente de teorías menores (sólo Parsons lo ha creído decididamente así). La sociología comprehensiva, pluricausal y centrada en la acción de Weber puede contraponerse al materialismo histórico, pero no más que al funcionalismo y la hipóstasis durkheimianas. Pareto, desde luego, se opone radicalmente a la filosofía de la historia y la teoría económica de Marx, pero comparte con él cierto materialismo. Mas, sobre todo, ni son todos los que están ni están todos los que son. La inclusión de Pareto en la santísima trinidad de la generación clásica puede resultar perfectamente comprensible desde la perspectiva de la centralidad del equilibrio en el sistema parsoniano, pero carece de todo fundamento desde el punto de vista de su legado sociológico, tanto si se considera en sí mismo como si se rastrea su influencia sustantiva sobre teorías posteriores. Por otra parte, sería difícil enfrentar abiertamente a Marx con otros autores de la generación clásica, algunos tan influidos por él como Tonnies o Michels, o ni lejanos ni cercanos a sus ideas, como Veblen y Mead. Tal vez sea Nisbet quien más ha popularizado la idea de la oposición entre la sociología y la herencia ilustrada, extensible como oposición entre la sociología clásica y el marxismo. Así, las cinco ideas-clave (unit ideas) que localiza evocan fuertemente la nostalgia del pasado: la comunidad, la autoridad, el status, lo sagrado y la alienación. Pero, como el propio Nisbet reconoce, pueden concebirse y han sido concebidas como pares: comunidad-sociedad, autoridad-poder, status-clase, sagrado-secular,

alienación-progreso; y entonces, añadimos nosotros, deja de estar claro de qué lado del guión está en cada caso tanto lo deseable como lo deseado, y para optar habría que pasar de~los motivos generales a las teorías particulares. Es así, «cofilSidedldos como antítesis relacionadas, [como] constituyen la verdadera urdimbre de la tradición sociológica» 12. En cuanto a la oposición entre el marxismo y la sociología clásica, parece claro que tiene como condición previa la exclusión de aquél, una corriente de pensamiento, del seno de ésta, que cubriría a toda una generación del campo del conocimiento sociológico menos a los excluidos. Tal operación pudo resultarle enteramente necesaria a Parsons para construir un sistema teórico en tomo a la idea de equilibrio, al igual que tuvo que rebajar el perfil de Weber hasta convertirlo en durkheimiano -como ha apuntado insistentemente Collins- 13 , y para contemplar la «teoría general de la acción» como una síntesis del pensamiento anterior, pero tiene poca justificación en sí misma. Tan ostentoso y sonado divorcio oficial, curiosa pero comprensiblemente, parece haber satisfecho durante bastante tiempo a ambas partes. Primero, por cuanto que ambas corrientes de pensamiento, el marxismo y la sociología académica, se consideraban sistemas autosuficientes de por sí. El marxismo se veía a sí mismo como una visión completa y científica del mundo, capaz de deducir de sus postulados la solución (o la «crítica») de cualquier problema, y otro tanto el funcionalismo, autoconvencido de que era tanto la síntesis teórica del pasado (excepto del marxismo, claro está) como la sociología misma del presente y la única plataforma del futuro. Era cuando K. Davis, uno de los más destacados e inequívocos representantes de la corriente, afirmaba desde la presidencia de la American Sociological Association que el funcionalismo y la sociología académica habían llegado a ser lo mismo 14 , y R. K. Merton, uno de sus componentes más brillantes, parafraseaba a Whitehead en su llamamiento a olvidar a los fundadores de la disciplina 15 . O cuando K. Korsch, uno de los

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Nisbet, 1966: 19. 1975: 43. 14 Davis, 1959. 15 Merton, 1957: 15. 12

13 Collins,

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marxistas más heterodoxos y creativos del período de entreguerras, proclamaba que le parecía «más acertado entender [... ] la "sociología" como una oposición al socialismo moderno. Sólo sobre esta base es posible entender como fenómeno unitario las múltiples tendencias teóricas y prácticas que en estos cien años han dejado su poso en esta ciencia», la «ciencia burguesa de la sociedad»16, mientras proclamaba al marxismo como única y «auténtica ciencia social de nuestra época» 17. Con ello, por supuesto, se evitaban mutuamente y se ahorraban cualquier otro trabajo crítico que el de lanzar sus proyectiles contra estereotipos del adversario fáciles de derribar. muñecos de feria en vez de seres con vida propia. «Una teoría científica tiende a constituirse en sistema cerrado. es una formación paranoica» 18. Y mucho más si se trata de una teoría sociológica y si sus representantes se ven a sí mismos como los adalides de medio mundo, en lucha contra el otro medio. en el plano de la teoría. Segundo. resultaba satisfactorio porque ambas corrientes de pensamiento creían también haber adoptado la posición adecuada en relación a su objeto y entorno. El marxismo, al lanzarse a transformarlo. pasada ya la hora de interpretarlo, lo que le permitía acusar de apologética. (,burguesa», ideológica, etc., o, en el mejor de los casos. de contemplativa al resto de la sociología. La sociología académica, por su parte, al distanciarse de los motivos y las implicaciones políticas de sus análisis, lo que la llevaba a reprochar al marxismo el mezclar inadecuadamente ciencia y política. Todavía hoy lo expresan así dos sociólogos no marxistas: «Lo que es incompatible con nuestros criterios, como aquí los presentamos, es el concepto de la relación entre teoría y praxis que suscribe Marx y la gran mayoría de sus seguidores desde éh}19. Last but not least, ambas partes se evitaban así algunos problemas de otro orden en una época en que éstos eran algo más que estéticos, lógicos o ideológicos. No se olvide que la época de Stalin fue también la de Zhdánov, con sus correspondientes

Korsch, 1938: 19-20. Korsch, 1938: 24. 18 Ibáñez, 1985: 17. 19 Berger y Kellner, 1981: 82.

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..... equivalentes locales por doquier, y que cualquier flirteo con la «ideología burguesa)} podía convertir a un intelectual en un «pequeño burgués», «cabeza de chorlito», «pico de oro», «teformista}}, «agente de la burguesía}}, etc., con consecuencias¡indeseabIes de todo género. Del lado opuesto, la posguerra, que fue "la era de la gran expansión de la sociología académica, fue también ". la del macartismo y la Berufsverbot, la de la guerra fría y el anticomunismo feroz traducido en antimarxismo primario, el escenario en que las ciencias sociales pasaron a llamarse ciencias de la conducta, como explica Boulding, para que no fueran confundidas con el socialismo por algún congresista asilvestrad0 2o . Mejor que recortar a capricho la tarta sociológica, por otro lado no tan abundante, parece que sería contemplar ésta de manera unificada y dentro del conjunto más amplio de la ciencias sociales. Se ha dicho repetidamente que la sociología surge de la conciencia de la crisis de la sociedad tradicional, expresada, por ejemplo, como «el doble impacto de la revolución política e industrial capitalista})21. El conde Claude Henry de Rouvroy, a quien suele asociarse con el pistoletazo de salida de la disciplina, asigna a su «ciencia del hombre}), como primer objetivo, «la explicación de las causas de la crisis en que se encuentra inmersa la especie humana)}22. Con o sin esta declaración de intenciones, la afirmación es indiscutible en sentido lato, pero merece ser discutida en sentido estricto. Porque, al fin y al cabo, el argumento sobre la crisis de la sociedad tradicional es válido para todas las ciencias sociales, sin distinción. Hacer problema de algo requiere casi como condición previa relativizarlo, de manera que el conocimiento social, como conocimiento reflexivo y no puramente práctico e instrumental, difícilmente puede ocuparse de nada que no haya sido ya, en alguna medida, cuestionado por la experiencia: es el requisito de su posibilidad. Este cuestionamiento, por otra parte, reclama con urgencia la reflexión, pues la sociedad necesita siempre reconstruir su unidad coherente en términos teóricos tanto como prácticos: es el determinante de su necesidad.

Boulding, 1970: 53. Giner, 1974: 33. 22Saint-Simon, 1813: XI, 89.

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Puestos a particularizar, cabe decir que de la «revolución política» surgió fundamentalmente la ciencia política y, de la «revolución industrial», la economía política. Desde luego no pretendemos señalar compartimentos estancos, ni en la profunda transformación social que nos trae de la sociedad tradicional a la moderna ni entre las disciplinas que se ocupan de sus diversos aspectos, como ya habrá ocasión de argumentar in extenso más adelante; tal partición resulta particularmente extraña a la sociología23 . Pero no parece difícil admitir que el impacto de la revolución política tuvo su expresión en el pensamiento de autores como Burke, Locke, Rousseau, Paine, MilI y otros, y el de la revolución industrial en el de Petty, Smith, Ricardo, Malthus, Mill, Sismondi, Say, etc., antes, en mayor medida y de manera más clara que en el de Saint-Simon, Comte, Spencer, Durkheim, Weber o Pareto (si bien este último forma parte de la historia de la teoría económica con mejor título que de la sociológica), por citar completa la lista estelar de la sociología positivista y clásica (y con la ausencia de Marx, por cierto). Los primeros se ocuparon de estudiar los fundamentos del poder político en general, y en particular los de la democracia representativa; los segundos sentaron las bases para el desarrollo de la economía, especialmente si se entiende ésta en el sentido restrictivo de una «ciencia de los mercados»24. ¿Cuál es, entonces, el lugar de la sociología? Si atendemos tan sólo a la sistemática y la estructura interna de las ciencias sociales, la respuesta podría ser que la sociología se ocupa o pretende ocuparse de la totalidad de la esfera social, mientras que la ciencia política y la economía se centran en campos más especializados, ambas, y con un instrumental analítico también más especializado, al menos, la segunda. Pero, llegados a este punto, conviene salir del interior de las ciencias sociales y prestar atención a su entorno, pues, si bastara con lo anterior, todas las disciplinas deberían haberse desarrollado por igual en el viejo mundo, mas no fue así: la economía y la ciencia política se desarrollaron sobre todo en el Reino Unido, y la sociología en Francia y Alemania (e incluso el único de sus fundadores, el

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Solé, 1986: 17. 1975.

24 Buchanan,

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más discutido como tal, Marx, que se afincó en Inglaterra, era un alemán pasado por Francia y que, junto a la economía inglesa, reclamaba como fuentes de su teoría la filosofía alemana. y el socialismo francés). Lo primero tiene poco de sorp~endell.te, pues la transición del Estado absolutista al liberal y de la econo-.. mía feudal a la de mercado tuvo lugar en las islas antes, más rá- .. pidamente y con una amplitud mucho mayor que en el macizo continental. Lo segundo, en cambio, resulta más complejo, pues no vale apuntar simplemente que la sociología se ocupó de otros o de más aspectos del cambio social, o sea, del resto o de la totalidad, ya que ambas cosas eran también posibles en Inglaterra, y de hecho fue allí donde provocaron una primera profusión de informes sobre la pobreza, la condición de la clase obrera o la política social: piénsese, por ejemplo, en todo el debate sobre las leyes de pobres, o en los pamphlets invariablemente dedicados al tema por casi todos los pensadores sociales de la época: Bellers, Petty, Fielding, Hume, Malthus, Defoe, Bentham... Aunque los principales componentes de las transformaciones de los siglos XVUl Y XIX están en la economía y la política, o sea, en la reorganización de los recursos y del poder, sus consecuencias van mucho más allá, invadiendo el resto de «lo social»: las relaciones campo-ciudad, la vida familiar y el ciclo de vida, las formas de socialización, etc., pero esto sucedió en todas partes y, si acaso, antes y con más fuerza en Inglaterra que en el continente. El «capitalismo salvaje», el que arrojaba sin miramientos a la fábrica a mujeres y niños, destruía gremios, rompía familias, producía mendigos en masa, etc., ha sido llamado justificadamente, recuérdese, «manchesteriano». Pero lo que distingue al continente de las islas británicas es que, en éstas, la transición política y económica se llevó a cabo antes y con menores enfrentamientos sociales (no con menores costes, sino con menores conflictos abiertos o, al menos, más dispersos en el tiempo y en el espacio) y con menor rotación en los estratos superiores de la sociedad. En otras palabras, que las islas no vivieron una Revolución francesa, ni unos levantamientos de 1848, ni un siglo de pugnas entre republicanos y monárquicos, ni hubieron de lidiar hasta el siglo xx con una doctrina católica omnipresente. En el continente, en cambio, el conflicto estalló más tarde y de forma más concentrada, y cobró pronto la forma de una disputa entre concepciones abiertamente opuestas

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de la sociedad: legitimistas y liberales, burgueses y socialistas. La sociología parece surgir precisamente allí donde lo que ostensiblemente entra en juego no es la reforma de tal o cual aspecto de la sociedad, por importante que sea, sino del conjunto de ésta, y donde actores sociales colectivos e identificables con relativa facilidad, tales como la aristocracia, la burguesía y el proletariado, se alinean tras visiones distintas de ella. Por eso Saint-Simon es, a la vez, el «fundador» tanto de la sociología como del socialismo. Inglaterra sí fue, en cambio, cuna distintiva de otra rama de las ciencias sociales, notablemente más próxima a la sociología: la antropología social, que se despega ya en el siglo XIX de la antropología física con la obra de Morgan, Tylor y Frazer y se consolida a principios del xx con su propia generación clásica: Malinowski, Radcliffe-Brown, Boas, Kroeber y, en menor medida, Durlcheim y Lévy-Bruhl. Y es que la monarquía constitucional, la aristocracia aburguesada y la burguesía aristocratizada, que vivían en buena armonía en el interior en un orden social aceptado e hipostasiado ya como natural, no pudieron dejar de interrogarse sobre las sociedades coloniales25 . Este despertar social, o sociológico en sentido lato, es, pues, producto del contacto con otras formas sociales en tres frentes: el histórico, o temporal; el geográfico, o exterior; y el jerárquico, o interior. En el frente temporal, la sociedad vive convulsiones que le obligan a reflexionar sobre sí misma, sobre su pasado, su presente y su futuro, sobre las opciones defendidas por las fuerzas que se enfrentan en su seno; no hay ya, pues, un orden social que pueda presentarse como producto de la voluntad divina, de la naturaleza o de la razón, sino diversas opciones en conflicto. Pueden aplicarse las palabras de Marx y Engels respecto de la Antigüedad: «Tan pronto como laja/ta de verdad se reveló detrás de su mundo (es decir, tan pronto como este mundo se desintegró en sí mismo por colisiones prácticas [...]), los antiguos filósofos se esforzaron en descubrir el mundo de la verdad o la verdad de su mundo [...]. Ya su misma búsqueda era un síntoma de la decadencia interior de aquel mundo»26. En el frente exter-

no, el colonialismo puso al mundo occidental en contacto con una diversidad de culturas mucho mayor que la imaginaJ;!le a raíz de las viejas rutas comerciales, y el intento de absorberlas, hacia su espacio económico, en particular hacia sus formaS de Ilf