La mente recursiva

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Michael C. Corballis

L a m ente RECURSIVA

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Michael C. Corballis

L a m ente RECURSIVA Los orígenes del lenguaje humano, el pensamiento y la civilización

Traducción de Josep Sarret Grau

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BIBLIOTECA BURIDÁN

BIBLIOTECA BURIDÁN

está dirigida por Josep Sarret Grau

© 2011, Princeton University Press Título original: The Recursive Mind. The Origins o f Human Language, Thought, and Civilization Edición propiedad de Ediciones de Intervención Cultural/Biblioteca Buridán Diseño: Miguel R. Cabot ISBN: 978-84-942097-5-8 Depósito Legal: B-12773-2014 Imprime: Novagrafic Impresores, S.L. Impreso en España

Sumario Prefacio Capítulo 1

¿Qué es la recursión?

9 15

Primera parte. El lenguaje

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Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4

35 55

El lenguaje y la recursión ¿Tienen lenguaje los animales? Cómo evolucionó el lenguaje de la mano a la boca

75

Segunda parte. El viaje mental en el tiempo

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Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7

105 125 139

Reviviendo el pasado Acerca del tiempo La gramática del tiempo

Tercera parte. La teoría de la mente

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Capítulo 8 Capítulo 9

159 183

La lectura del pensamiento El lenguaje y la mente

Cuarta parte. La evolución humana

199

Capítulo 10 Capítulo 11 Capítulo 12 Capítulo 13

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Notas Referencias índice

La cuestión recurrente Devenir humanos Devenir modernos Pensamientos a modo de conclusión

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Prefacio

los humanos nos encanta pensar que tenemos capacidades que nos hacen no solo diferentes de las demás criaturas que pueblan el planeta, sino también superiores a ellas. ¿Qué otra especie, podríamos preguntamos, ha sido capaz de medir la velocidad de la luz, concebir cómo empezó el universo, inventar el ordenador portátil o pintar un retrato? Nuestra especie ha conseguido incluso escapar completamente del planeta, si bien solo fugazmente. Supongo que también podríamos pre­ guntarnos por qué a las demás especies tendría que preocuparles cual­ quiera de estas cosas. Deberíamos recelar de esta tendencia a creer que estamos en la cima de la jerarquía terrenal, ya que nos proporciona una justificación demasiado fácil de la brutalidad con que tratamos a otros ani­ males. Asumámoslo: nos los comemos, los matamos por deporte, nos bebe­ mos su leche, nos vestimos con su piel, cabalgamos a lomos de ellos, los ridiculizamos, los encerramos en parques zoológicos y los criamos de acuerdo con nuestras propias especificaciones. Pero sea como sea es innegable que nuestra especie ha dominado la tierra como ninguna otra. No solo sojuzgamos a otras criaturas en función de nuestras necesidades y caprichos, sino que también hemos moldeado el entorno físico de acuerdo con nuestras especificaciones, hasta el punto de que nuestro éxito puede acabar siendo nuestra perdición. A menos que

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aprendamos a utilizar mejor nuestra tan cacareada inteligencia, corremos el riesgo de sucumbir a la contaminación, al calentamiento global o a las armas de destrucción masiva -o, pensando de forma recursiva, a las armas para la destrucción masiva de las armas de destrucción masiva. Y sin em­ bargo, biológicamente somos casi indistinguibles de los otros grandes si­ mios, y compartimos con el chimpancé y el bonobo un antepasado común que vivió hace tan solo seis o siete millones de años, un simple parpadeo en términos evolutivos. En un claro contraste con el triunfalismo humano, los grandes simios se han visto recluidos a unos hábitats cada vez más pe­ queños, y también ellos están amenazados de extinción. Se han hecho muchas conjeturas sobre por qué nuestra especie es la que domina el planeta. Sin duda, la razón es mental más que física -son muchos los animales que pueden vencemos fácilmente en un combate fí­ sico. Descartes decía que solo los humanos pueden tener libre albedrío. Aristóteles sugirió que el hombre es el único animal político, y la historia sugiere que debería haber incluido a las mujeres. Thomas Willis pensó que solo los humanos pueden reír, y Martín Lutero sostuvo que es la posesión de propiedades lo que nos distingue. Benjamín Franklin atribuía la singu­ laridad humana a la capacidad de fabricar herramientas, y el filósofo griego Anaxágoras decía que era la mano lo que hacía de nosotros la es­ pecie más sabia. Más recientemente, Steven Mithen ha sugerido que la mú­ sica pudo haberlo originado todo. Hace unos años, en mi libro The Lopsided Ape [El mono asimétrico], sostenía que es la asimetría del cerebro humano lo que nos hacía ser como somos. Hay probablemente algo de verdad en por lo menos algunas de estas aserciones, pero como obervará el lector esta asimetría recibe muy poca atención en este libro. La característica que ha recibido más atención es el lenguaje. "En el principio", dice San Juan, "era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios" (San Juan 1:1). En el siglo XVII René Descartes sostenía que el lenguaje, como expresión que es del libre albedrío, estaba tan libre de ata­ duras que era imposible explicarlo según principios mecánicos, y que por tanto había que considerarlo como un regalo de Dios. Un siglo más tarde, otro filósofo francés, el abate Étienne Bonnot de Condillac, especuló sobre cómo podía haber evolucionado el lenguaje, pero como sacerdote que era, temeroso de ofender a la Iglesia, disfrazó su teoría presentándola como

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Prefacio

una fábula, como veremos en el capítulo 4. En 1866, la Sociedad Lingüística de París prohibió toda discusión sobre los orígenes del lenguaje. En el siglo XX el lingüista Noam Chomsky, que se considera cartesia­ no, sostuvo que el lenguaje no podía haber evolucionado por selección na­ tural. Su razonamiento no se basaba en ningún supuesto religioso, sino en un punto de vista sobre cómo funciona el lenguaje. Básicamente sostenía que el lenguaje externo -el lenguaje hablado o el de signos- tenía que ha­ ber surgido como un lenguaje interno -esencialmente como el 'lenguaje del pensamiento'- sin referencia directa con el mundo exterior, y por lo tanto, que no había estado sometido a las presiones de la adaptación al en­ torno. Chomsky sostenía, por tanto, que el lenguaje interno había surgido en virtud de un solo acontecimiento singular, tal vez una mutación for­ tuita, que había provocado un recableado del cerebro. Sostenía también que este acontecimiento tuvo lugar en un momento tardío en la historia de la evolución de nuestra especie, tal vez incluso dentro de los últimos 100.000 años. Esta explicación, aunque no deriva de ninguna doctrina re­ ligiosa, huele mucho a milagro. Chomsky es, de todos modos, uno de los héroes de este libro. Se dio muy pronto cuenta del carácter abierto del lenguaje y sugirió que la clave de esta apertura era la recursión. Aplicando una serie de principios de un modo recursivo podemos crear unidades expresivas, habladas o gestuales, de una variabilidad esencialmente infinita. Pero donde no sigo a Chomsky es en su punto de vista según el cual el propio pensamiento es fundamen­ talmente lingüístico. Yo sostengo en cambio que los modos de pensa­ miento que hicieron posible el lenguaje eran no lingüísticos, pero que sin embargo poseían las propiedades recursivas a las que el lenguaje se adap­ tó. Si Chomsky observa el pensamiento a través de la lente del lenguaje, yo prefiero observar el lenguaje a través de la lente del pensamiento. Este cambio de punto de vista constituye el principal estímulo para este libro, ya que no solo lleva a una mejor comprensión de cómo pensamos los hu­ manos, sino que también lleva a una perspectiva radicalmente diferente del propio lenguaje y de la forma en que este ha evolucionado. Me centro en dos modos de pensamiento que son recursivos y proba­ blemente característicamente humanos. Uno es el viaje temporal mental, la capacidad de evocar episodios del pasado en la mente y la de imaginar

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episodios futuros. Esta puede ser una operación recursiva en la medida en que los episodios imaginados pueden insertarse en la conciencia pre­ sente y también en otros episodios imaginados. El viaje mental temporal también puede combinarse con la ficción, en virtud de la cual imaginamos cosas que nunca han ocurrido o que no están necesariamente pensadas para que ocurran en el futuro. Las cosas imaginadas pueden tener toda la complejidad y variabilidad del propio lenguaje. De hecho, sugiero que el lenguaje surgió precisamente para vehicular esta complejidad, de modo que sea posible compartir nuestros recuerdos, planes y ficciones. El segundo aspecto del pensamiento es lo que se conoce como teoría de la mente: la capacidad de entender qué pasa en la mente de los demás. También esto es recursivo. Yo puedo saber no solo lo que tú estás pen­ sando, sino también saber que tú sabes lo que yo estoy pensando. Como veremos, la mayor parte del lenguaje, por lo menos en forma de conver­ sación, depende completamente de esta capacidad. Ninguna conversación es posible a menos que quienes participan en ella compartan un modo de pensar común. En realidad, la mayor parte de toda conversación se basa en supuestos implícitos. Si oigo a un estudiante saliendo de un aula y diciéndole a su acompañante 'Esto ha sido realmente guay', puedo dar por supuesto que está asumiendo, probablemente con razón, que su acompa­ ñante sabe exactamente de qué está hablando y qué significa 'guay'. Este es, pues, el tema de este libro, pero haremos también muchas in­ cursiones en otros temas y trataremos cuestiones cómo: ¿Tienen un len­ guaje los animales?, ¿Ha evolucionado el lenguaje humano a partir de gestos manuales?, ¿Comparten todos los lenguajes unos principios comu­ nes?, ¿Por qué es evolutivamente adaptativa la ficción? Partiendo del punto de vista según el cual el lenguaje y el pensamiento han evolucio­ nado gradualmente, esbozo cómo ha sido probablemente la evolución de estas características distintivas de los humanos durante los últimos 6 mi­ llones de años aproximadamente, y no, como querría Chomsky, durante los últimos 100.000 años. Y si el lector no entiende qué es la recursión, es­ pero que la lectura de este libro le permita formarse una idea mejor de lo que significa. Son muchas las personas que han inspirado mi pensamiento científico y filosófico y, por supuesto, muchas de ellas, probablemente la mayoría,

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Prefacio

estarán en desacuerdo con al menos algunas de mis conclusiones. Entre ellas, Donna Rose Addis, John Andreae, Michael Arbib, Giovanni Berlucchi, Brian Boyd, Noam Chomsky, Nicola Clayton, Erica Cosentino, Karen Emmorey, Nicholas Evans, Francesco Ferretti, Tecumseh Fitch, Maurizio Gentilucci, Russell Gray, Nicholas Humphrey, Jim Hurford, Steven Pinker, Giacomo Rizzolatti, Michael Studdert-Kennedy, Thomas Suddendorf, Endel Tulving y Faraneh Vargha-Khadem. Quiero dar las gracias especial­ mente a mi mujer, Barbara, por la paciencia que ha tenido aguantando que yo me pasara horas y horas sentado ante el ordenador; ella al menos tenía el golf. Mis hijos Tom y Paul -este último le dijo a un amigo que él me ha enseñado todo lo que sé- me han corregido a menudo en diversos puntos de psicología y filosofía. También estoy en deuda de gratitud con Eric Schwartz, Beth Clevenger, Richard Isomaki y Jeffrey Weiss, de Princeton University Press, y con mi agente Peter Tallack, por su valiosísima ayuda en el proceso de dar forma a este libro.

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¿Qué es la recursión?

n 1637 el filósofo francés René Descartes escribió la frase inmortal "Je pense, done je suis." Curiosamente, esto se traduce habitual­ mente al latín como Cogito, ergo sum, y al castellano como "Pienso, luego existo." Al hacer esta afirmación Descartes no estaba simplemente pensando, estaba pensando que pensaba, y eso le llevó a la conclusión de que existía. La naturaleza recursiva de la intuición de Descartes la traduce mejor la versión de ella que ofrece Ambrose Bierce en El diccionario del dia­ blo: Cogito cogito ergo cogito sum -"Pienso que pienso y por consiguiente pienso que existo." El propio Descartes, empero, era más propenso a dudar y amplió su dictamen del siguiente modo: "Je doute, done je pense, done je suis" -"Dudo, por lo tanto pienso, y por lo tanto existo." Concluyó de este modo que incluso en la duda tenía que haber alguien o algo que du­ dase, por lo que el hecho mismo de dudar probaba su existencia. Esto se­ guramente fue un alivio para sus amigos. En este libro examino el papel más general de la recursión en nuestras vidas mentales, y sostengo que es la característica fundamental que dis­ tingue a la mente humana de la de otros animales. La recursión es la base de nuestra capacidad no solo para reflexionar sobre nuestras propias men­ tes, sino también para estimular las mentes de otros. Es lo que nos permite viajar mentalmente en el tiempo, insertar la conciencia del pasado o del futuro en la conciencia presente. La recursión es también el ingrediente principal que distingue al lenguaje humano de todas las demás formas de comunicación animal. La recursión, sin embargo, es un concepto bastante escurridizo, que a menudo se utiliza de formas ligeramente distintas.1 Pero antes de sumer­

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gimos en algunas de sus complejidades, consideremos unos cuantos ejem­ plos más para hacemos una idea general. Para empezar, veamos una de­ finición de diccionario no muy seria: Recursión s. Véase recursión Un problema que plantea esta definición, por supuesto, es que implica un bucle infinito, en el que el lector podría quedarse atrapado y que le impe­ diría leer el resto de este libro. La siguiente variante sugiere una posible salida del bucle:

Figura 1. El pensador piensa que piensa que está pensando (dibujo del autor).

Recursión s. Si todavía no lo entiende, vea recursión. Esta versión cuenta con que si uno no lo entiende a la primera o a la se­ gunda vuelta, pueda escapar y seguir leyendo. Y si no lo entiende, pues... bien, lo siento. El novelista postmodemo John Barth concibió lo que probablemente es la historia más corta y también la más larga jamás escrita, titulada Frame-

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¿Qué es la recursión?

Tale [Cuento marco], que puede reproducirse del siguiente modo: escriba la frase É r a s e u n a v e z en uno de los lados de una hoja de papel, y u n a h i s ­ t o r ia q u e e m p e z a b a a s í en el otro lado. Luego tuerza uno de los extremos de la hoja y fíjelo al otro extremo formando una banda de Moebius. Le­ yendo el texto sobre la banda, la historia prosigue eternamente. Un ejemplo parecido es la parodia anónima de la primera frase de Paul Clifford, la novela tristemente célebre de Bulwer-Lytton: Era una noche oscura y tormentosa, y le dijimos al capitán: "¡Cuén­ tenos una historia!" Y esta es la historia que nos contó el capitán: "Era una noche oscura y tormentosa, y le dijimos al capitán: '¡Cuén­ tenos una historia!' Y esta es la historia que nos contó el capitán: 'Era una noche oscura y ..."

Otro ejemplo divertido es el de un concurso organizado por la revista The Spectator que pedía a sus lectores qué era lo que más les gustaría leer al abrir el períodico de la mañana. El ganador decía lo siguiente: Nuestro segundo concurso El primer premio del segundo concurso de este año ha sido conce­ dido al Sr. Arthur Robinson, cuya aportación ha sido claramente la mejor de las recibidas. Su elección de lo que le gustaría leer al abrir el periódico por la mañana llevaba por título "Nuestro segundo con­ curso", y decía lo siguiente: "El primer premio del segundo concurso de este año ha sido concedido al Sr. Arthur Robinson, cuya aporta­ ción ha sido claramente la mejor de las recibidas. Su elección de lo que le gustaría leer al abrir el periódico por la mañana llevaba por título 'Nuestro segundo concurso', pero debido a las restricciones del papel no podemos imprimirla en su totalidad."2

Con un enfoque diferente, la historia de John Barth titulada Autobiography: A Self-recorded Fiction es un relato recursivo en el que el narrador es apa­ rentemente la propia historia, que escribe sobre ella misma.3 Termina, recursivamente, a su propio modo:

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Absurdo, mascullaré al final, poniendo una palabra detrás de otra, desplegando a esas bribonas, locas o no, oídas o no; mis últimas pa­ labras serán mis últimas palabras.

Que yo sepa, ninguna historia ha intentado todavía escribir una historia sobre una historia que escribe su propia historia. Y luego está el problema recurrente de las pulgas, tal como lo expresa el matemático de la época victoriana Augustus de Morgan: Las pulgas grandes tienen sobre sus espaldas unas pulgas pequeñas que las van a picar, Y las pulgas pequeñas tienen unas pulgas aún más pequeñas, y así infinitamente. Y las pulgas grandes, a su vez, tienen unas pulgas aún más grandes, para continuar; mientra que éstas, a su vez, tienen otras más grandes, y más grandes aún, y así sucesivamente.

Esta idea de insertar entidades progresivamente más pequeñas en otras más grandes ad infinitum también puede dar origen a unos efectos visuales interesantes, como en los ejemplos mostrados en la figura 2. El uso de la recursión para crear secuencias infinitas también es ex­ plotado por las matemáticas. Una de dichas secuencias es el conjunto de los números naturales (enteros), que escribiremos como N. De este modo podemos generar todos los números naturales positivos mediante las de­ finiciones siguientes: 1 es un elemento de N Si n es un elemento de N, (n+1) es un elemento de N Esta segunda definición es recursiva, porque N aparece en la condición que tiene que ser satisfecha por N. El lector recordará seguramente, de sus días en la escuela, qué son los factoriales. Cuando yo era un colegial los encontraba puerilmente diverti­ dos por el hecho de que se escribían mediante signos de exclamación; así,

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Figura 2. Dos figuras con intersecciones recursivas de círculos (izquierda) y triángulos (de­ recha). El conjunto de círculos de Apolonio se conoce así por Apolonio de Pérgamo, un geómetra griego del siglo III aC que estudió el problema de cómo dibujar un círculo que sea tangente a otros tres círculos dados. Partiendo de tres círculos tangenciales entre sí, podemos continuar el proceso de construir círculos tangenciales a todos los tripletes ad infinitum. La figura resultante sirve de modelo matemático a la espuma (véase Mackenzie 2009 para más información) (El conjunto bidimensional de círculos de Apolonio con cuatro círculos iniciales, cortesía de Guillaume Jacquenot).

3 factorial o factorial de 3, escrito 3!, es 3 * 2 * 1, o sea, 6.5De modo parecido, podemos calcular otros factoriales: 5! = 5 * 4 *3 *2 * 1 = 120 8! = 8 *7 *6 *5 *4 *3 *2 *1 = 40.320 Obviamente, podemos seguir así indefinidamente, pero es posible definir todo el conjunto utilizando tan solo dos ecuaciones definitorias: 0! = 1 n\ = n * (n-1)! [donde n > 0] Esta segunda ecuación es recursiva en la medida en que un factorial se de­ fine en función de otro factorial. Necesitamos la primera ecuación para po­ nerlo todo en marcha.

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El siguiente ejemplo va de conejos, y se conoce como la sucesión de Fibonacci, definida por las tres ecuaciones siguientes: fibonacci (0) = 1 fibonacci (1) = 1 fibonacci (n) = fibonacci (w -1) + fibonacci (n-2) [donde n > 1] Si el lector me sigue, podrá desarrollar las ecuaciones sin ningún problema y obtendrá la serie 1 ,1 ,2 ,3 ,5 ,8 ,1 3 ... Lo que dice la definición, por tanto, es que cada elemento de la serie es la suma de los dos elementos anteriores. ¿Y qué tienen que ver en esto los conejos? Fibonacci (c.1170-1250) fue un matemático italiano que utilizó la sucesión para predecir el crecimiento de una población hipotética de conejos.6 Para ver un último ejemplo informal, viajaremos a Kyoto, Japón, donde en cierta ocasión vi un cartel en una verja escrito con caracteres Kanji. Pregunté lo que significaba y un guía me dijo, creo que correcta­ mente, que significaba 'Prohibido fijar carteles'. Hay una paradoja aquí en la medida en que el mensaje fijado en la verja era un cartel, con lo que con­ travenía su propia presencia. Tal vez se precisaba otro cartel que dijese: "Prohibido fijar 'Prohibido fijar carteles'". Pero por supuesto también esto sería una contravención del propio mensaje, con lo que habría que consi­ derar un tercer cartel que dijese: "Prohibido fijar 'Prohibido fijar 'Prohibido fijar carteles"". Y el proceso no acabaría nunca, por lo que, para empezar, hubiera sido más sensato permitir fijar carteles en la verja. En la práctica, sin embargo, limitaciones de tiempo, espacio o memoria impiden que una secuencia de estructura recursiva continúe eternamente.

Hacia una definición operativa Una de las características de la recursión, por tanto, es que puede tomar su propio output [salida] como el siguiente input [entrada], un bucle que puede ampliarse indefinidamente para crear secuencias o estructuras de una longitud o complejidad ilimitadas. En la práctica, por supuesto, no

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acabamos atrapados en bucles infinitos -la vida es demasiado breve para ello. A efectos de este libro, por consiguiente, nuestro interés no se centrará tanto en la generación de secuencias infinitas como en una definición que pueda aplicarse de un modo útil al pensamiento humano. Una definición que cumple este requisito es la que sugieren Steven Pinker y Ray Jackendoff, que definen la recursión como "un procedimiento que se invoca a sí mismo, o... un constituyente que contiene un constituyente del mismo tipo."7 La segunda parte de esta definición es importante, especialmente en el lenguaje, porque reconoce que las construcciones recursivas no tienen por qué implicar la inserción de los mismos constituyentes, como en el ejemplo de la verja de Kyoto, sino que pueden contener constituyentes del mismo tipo -un proceso que a veces se conoce como "incrustación autosemejante". Por ejemplo, a partir de unos sintagmas nominales pueden cons­ truirse otros sintagmas nominales de manera recursiva. Tecumseh Fitch pone el ejemplo de unos sintagmas nominales sencillos como el perro, el gato, el árbol, el lago, con los que es posible crear nuevos sintagmas nomi­ nales colocando una expresión como 'junto a' entre cualquier par de ellos: el perro junto al árbol, el gato junto al lago.8También es posible tener dos fra­ ses, como Jane ama a John y Jane pilota aviones, e incrustar una en otra (con las modificaciones apropiadas) y obtener Jane, que pilota aviones, anuí a John. Esto puede ampliarse recursivamente hasta cualquier nivel de compleji­ dad deseado. Por ejemplo, podemos ampliar el sintagma nominal: el perro junto al árbol junto al lago, o la frase sobre Jane y John: Jane, que pilota aviones, ama a John, que es proclive a dudar. La mayoría de lenguajes utilizan opera­ ciones recursivas de este tipo, aunque, como veremos en el próximo capí­ tulo, hay unos cuantos lenguajes que no funcionan de este modo. Aunque es frecuente ofrecer ilustraciones procedentes del lenguaje, el tema principal de este libro es que es en el pensamiento más que en el len­ guaje donde se origina la recursión. Como dicen Pinker y Jackendoff: "La única razón de que el lenguaje necesite ser recursivo es porque su función consiste en expresar pensamientos recursivos. Si no hubiera pensamientos recursivos, los medios de expresión no tendrían por qué ser recursivos."9 Cuando recordamos episodios del pasado, por ejemplo, lo que hacemos esencialmente es insertar secuencias de nuestra conciencia pasada en nues­

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tra conciencia presente, o cuando interactuamos con otras personas inser­ tamos lo que ellas están pensando en nuestros propios pensamientos. Ex­ ploraremos estos temas en los próximos capítulos.

Proceso y estructura Como sugiere la definición dual de Pinker y Jackendoff, la recursión puede entenderse como un proceso o como una estructura. La distinción puede ser importante. Un proceso recursivo puede llevar a una estructura que no tiene por qué ser ella misma recursiva. Supongamos, por ejemplo, que construimos una secuencia de notas musicales con una rutina incrustada formada por pares de notas formados por una nota aleatoriamente esco­ gida tocada por un piano y una nota aleatoriamente escogida tocada por un violín. El primer par se incrusta en otro par, y la secuencia de estas cua­ tro notas se incrusta luego en otro par. Este proceso puede continuarse in­ definidamente para crear una secuencia de notas. Pero, como ilustra la figura 3, la secuencia puede ser interpretada no como una estructura recursivamente incrustada, sino como una secuencia de notas de piano seguida por una secuencia igualmente larga de notas de violín. La no distinción entre incrustación recursiva y estructura recursiva ha llevado a cierta con­ fusión, especialmente por lo que respecta a algunas afirmaciones sobre la presencia de la recursión en especies no humanas.10 En su teoría más reciente sobre la naturaleza del lenguaje, conocida como el Programa Minimalista,11 Noam Chomsky sostiene que el pensa­ miento humano lo genera una operación Fusión aplicada recursivamente. Es decir, unas unidades se fusionan formando entidades mayores, y las entidades fusionadas pueden a su vez fusionarse formando entidades aún más grandes y así sucesivamente. Esta operación subyace a la estructura incrustada del lenguaje humano, aunque en el caso de la teoría de Choms­ ky se aplica estrictamente a lo que él denomina lenguaje-I, o sea, a los proce­ sos mentales que preceden al lenguaje-E, el lenguaje externo efectivamente hablado o expresado gestualmente. La fusión puede producir cadenas de elementos, ya sean palabras o elementos de pensamiento, y aunque puede aplicarse recursivamente para producir estructuras jerárquicas, dichas es­ tructuras pueden no ser evidentes en el resultado final. Por ejemplo, in-

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Figura 3. La secuencia de Ps y Vs puede crearse o bien anidando recursivamente pares PV en pares PV (izquierda) o bien disponiendo una secuencia de Ps seguida de una secuen­ cia de un número igual de Vs (derecha). La secuencia podría generarse como en el panel de la izquierda e interpretarse como en el panel de la derecha.

cluso las oraciones pueden considerarse simplemente como palabras fu­ sionadas en una secuencia no estructurada, como en las plegarias o las canciones rituales. También el lenguaje cotidiano puede incluir lugares comunes y eslóganes mentalmente indiferenciados, o secuencias muy au­ tomatizadas. Los políticos son especialmente propensos a utilizar este tipo de lenguaje. Como ya hemos dicho, los procesos y estructuras recursivos pueden extenderse en principio de forma ilimitada, aunque están limitados en la práctica. De todos modos, la recursión sí da origen al concepto de infinitud, él mismo posiblemente limitado por la imaginación humana. Al fin y al cabo, solamente los humanos han adquirido la habilidad de contar inde­ finidamente y la de entender la naturaleza de las series infinitas, mientras que otras especies pueden en el mejor de los casos meramente estimar can­ tidades con un nivel de precisión limitado a un número finito pequeño.12 Incluso en el caso del lenguaje, sabemos que una oración puede en princi­ pio extenderse indefinidamente, aunque no sea posible hacerlo en la prác­ tica. (Hay que decir, de todos modos, que el novelista Henry James lo ha intentado). Esta comprensión es de hecho un logro mental humano, y de­ pende de la capacidad humana del pensamiento recursivo. Pero no es uno de los temas centrales de este libro.

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El aspecto más atractivo de la recursión es precisamente el hecho de que en principio puede extenderse indefinidamente para crear pensamien­ tos (y oraciones) de cualquier nivel de complejidad que se requiera. La idea es de una elegante simplicidad y ha dado lugar a lo que Chomsky califica de 'infinitud discreta'13y a lo que Wilhelm Humboldt (1767-1835) definió como "el uso infinito de medios finitos." Y aunque la recursión tenga un límite práctico, podemos alcanzar de todos modos profundida­ des considerables de pensamiento recursivo, posiblemente no superadas por ninguna otra especie. En el ajedrez, por ejemplo, un jugador puede pensar recursivamente anticipando tres o cuatro movimientos, exami­ nando posibles jugadas y contrajugadas, pero el número de posibilida­ des pronto crece exponencialmente más allá de la capacidad de la mente humana. Es posible alcanzar niveles más profundos de recursión con ayuda de la escritura, o simplemente ampliando el tiempo disponible para el ensayo y la contemplación, o ampliando la capacidad de memoria con ayuda de medios artificiales. El desarrollo de una prueba matemática compleja, por ejemplo, puede requerir el uso de subteoremas dentro de otros subteoremas. Las obras de teatro o las novelas pueden implicar bucles recursivos que se van formando lentamente -en la obra de Shakespeare Noche de reyes, por ejemplo, María prevé que Sir Toby supondrá que Olivia juzgará a Malvolio absurdamente impertinente como para suponer que ella desee que él se considere a sí mismo como su pretendiente favorito.14Igual que en la ficción, también en la vida todos vivimos inmersos en una red de comple­ jas relaciones recursivas en la que para organizar una simple comida es posible que tengamos que prestar mucha atención a lo que piensa cada uno de los posibles comensales sobre lo que piensan los demás. Las estructuras resultantes de los procesos recursivos no tienen por qué revelar la naturaleza de dichos procesos, del mismo modo que una barra de pan no tiene por qué revelar el proceso de amasado que interviene en su elaboración, o que el sabor de una copa de vino no tiene que hacer lo propio respecto a la recogida y al pisado de las uvas. Sin embargo, a me­ nudo, la estructura de una oración o de una cadena de pensamientos pone de manifiesto la presencia de una incrustación recursiva -la interpretación de una oración puede requerir la comprensión de unas frases incrustadas

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dentro de otras frases independientemente de cómo se haya llevado a cabo realmente la incrustación, y una comprensión interna de una cadena de pensamientos puede requerir la segmentación de unos episodios dentro de otros episodios.

Lo que no es la recursión La recursión no es el único recurso para crear secuencias o estructuras de una longitud o tamaño potencialmente infinitos. Consideraré a continua­ ción varios ejemplos que no satisfacen los criterios exigidos por la recur­ sión.

La repetición La simple repetición puede producir secuencias de longitud potencial­ mente infinita, pero no puede catalogarse como una forma auténtica de recursión. Por ejemplo, la frase que abre la obra de A. A. Milne Winnie the Pooh dice: Llovía y llovía y llovía. Y podría haber seguido así indefinida­ mente -o al menos hasta que Piglet muriese ahogado-, pero la repetición simplemente transmite la información de que llovía mucho, lo que inco­ modaba mucho a Piglet. La frase no es recursiva, porque cada adición de y llovía no deriva de la anterior; se añade simplemente a criterio del autor. En todo caso, la repetición no distingue la actividad humana de la de los animales no humanos. El canto de los pájaros, por ejemplo, es impla­ cablemente repetitivo, pero cada tema repetido no adorna ni matiza al an­ terior. Como mucho, la repetición podría indicar apremio, o simplemente señalar una presencia continua, del mismo modo que uno toca una y otra vez con los nudillos una puerta con la esperanza de despertar a alguien que está al otro lado. La repetición es ubicua en la vida humana y animal, en actividades que van desde los repetitivos movimientos de las mandí­ bulas al masticar, hasta la naturaleza curiosamente repetitiva de la activi­ dad sexual. La araña, nada menos, es capaz de repetición, como en estos versos de Hojas de hierba de Walt Whitman:15

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Una araña paciente y silenciosa vi en el pequeño promontorio en que sola se hallaba; vi cómo, para explorar el vasto espacio vacío circundante, lanzaba filamentos, filamentos, filamentos de sí misma, siempre desenrollándolos, siempre incansablemente acelerándolos

También puede agregarse información de una forma no recursiva, como cuando el escritor de relatos breves Saki (H. H. Munro) escribe: "El ham­ bre, la fatiga y la desesperación habían entumecido su cerebro."16La agre­ gación de frases diferentes, igualmente, combina significado aditivamente, como cuando el historiador Peter Hennessy escribe: El modelo de un Primer Ministro moderno sería una especie de gro­ tesca amalgama: alguien con la dedicación al deber de un Peel, la energía física de un Gladstone, la imparcialidad de un Salisbury, las agallas de un Lloyd George, la brillante oratoria de un Churchill, el talento administrativo de un Atlee, el estilo de un'Macmillan, la ca­ pacidad de gestión de un Heath y el escaso número de horas que necesitaba dormir para descansar una Thatcher.17

La propia frase tiene elementos recursivos, pero la agregación de frases para describir a ese grotesco Primer Ministro compuesto no es recursiva en la medida en que cada una de ellas no convoca a la siguiente. Son, efec­ tivamente, elementos de una lista, insertados para añadir información. Es posible que las especies no humanas tengan una capacidad similar para acumular información, como cuando valoran a un depredador por su ta­ maño, su fiereza y lo afilados que están sus colmillos y sus garras.

La iteración Una variante levemente más sutil sobre la repetición y la agregación es la iteración, en la que también se repite un proceso, pero en este caso el input es una aplicación previa del proceso. En este sentido la iteración es como la recursión, y de hecho los matemáticos consideran que pertenece a la clase de las "funciones recursivas generales." A efectos del propósito ge­ neral de este libro, sin embargo, no podemos clasificarla como una autén­

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tica recursión porque cada output es descartado una vez utilizado en la si­ guiente aplicación. La definición de diccionario de la recursión que he dado antes en este mismo capítulo era realmente un ejemplo de iteración más que de recursión, porque en ella no se hace más que dar vueltas al bucle, sin añadido alguno de estructura. La iteración, por tanto, no lleva a una mayor complejidad.18 Los procedimientos iterativos se utilizan en computación matemática para obtener soluciones cada vez más exactas a un problema. La idea bá­ sica es empezar con una solución preliminar -tal vez una conjetura- y uti­ lizar el procedimiento para computar una nueva solución. Esta solución se utiliza luego como punto de partida para la siguiente computación, y la nueva solución es el punto de partida de la siguiente ronda. El ciclo se repite hasta que las soluciones se estabilizan de acuerdo con un criterio aceptable.19Los sistemas retroactivos operan de modo muy parecido, nor­ malmente como forma de mantener la homeostasis. Un termostato, por ejemplo, puede incluir un sistema para subir o bajar la temperatura, y el objetivo es alcanzar una temperatura determinada. La temperatura actual se introduce en el sistema, que la hace subir o bajar hasta alcanzar el nivel deseado. El cuerpo está lleno de sistemas retroactivos para mantener la ho­ meostasis de temperatura, hierro, energía, composición de la sangre, etc. El principal regulador es el hipotálamo, en el sistema límbico del cerebro. Tampoco estos sistemas distinguen a los humanos de otros animales. A veces, la distinción entre recursión e iteración puede ser una cues­ tión de interpretación. En el bucle infinito creado por la parodia de Paul Clifford, podría decirse que cada comienzo de la historia es iniciado por el anterior, que es luego olvidado. La parodia se aprecia mejor, no obstante, si la historia es vista como una especie de remolino cada vez más pro­ fundo, con cada segmento permaneciendo como parte del mismo. Me di­ cen que la historia funciona mejor si cada segmento se pronuncia con un acento diferente. Considérese también esta línea de un conocido verso infantil: Este es el perro que molestó al gato que mató al ratón que se comió el queso que había en la casa que Jack había construido.

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Para entender esta frase como realmente recursiva, hay que darse cuenta de que describe una situación como un todo complejo y que se refiere a los casos particulares de un perro, un gato, un ratón, un queso, una casa y un tipo llamado Jack. No se trata simplemente de la coordinación de un perro que molestó a un gato, un gato que mató a un ratón, etcétera. Pero un niño podría procesarlo de esta forma poco sistemática, como una suce­ sión de hechos no relacionados entre sí.

La recursión y la psicología evolutiva Al enfatizar la recursión como un concepto unificador, el enfoque adop­ tado en este libro contrasta con el adoptado por los psicólogos evolucio­ nistas, que sostienen que la mente tiene múltiples facetas. Los principios básicos de la psicología evolucionista los expusieron en 1992 Jerome Barkow, Leda Cosmides y John Tooby en el volumen colectivo The Adapted Mind, y fueron popularizados por Steven Pinker en su influyente libro Cómo funciona la mente, publicado en 1997.20 En él escribe Pinker que la mente humana "no es un órgano simple, sino un sistema de órganos en los que podemos pensar como un conjunto de facultades psicológicas o módulos mentales."21 Cuando examinan la conducta de los humanos ac­ tuales, el propósito de los psicólogos evolucionistas es descubrir procesos independientes como los módulos básicos y relacionarlos con las condi­ ciones existentes en el Pleistoceno, cuando los humanos eran básicamente cazadores-recolectores. Como dice Pinker, el objetivo es tallar la mente por sus junturas, por así decir, y 'retroanalizar' [reverse-engineer] sus compo­ nentes o módulos tal como eran en la época en que se formó la mente humana. De este modo, la mente es realmente una colección de mini­ mentes, cada una de ellas trabajando como una hormiguita en su problema específico, entre los cuales están el lenguaje y la teoría de la mente. Este modelo de la mente ha sido descrito como el 'modelo navaja suiza', con una hoja para cada propósito.22 El peligro de este enfoque es que resulta demasiado fácil postular mó­ dulos y explicar historias ad hoc ('just so stories') acerca de cómo evolu­ cionaron, con lo que se corre el riesgo de resucitar la ya abandonada

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'psicología de los instintos' de comienzos del siglo XX.23 La psicología de los instintos murió aplastada por el peso de los números -el autor de un texto ha contado 1.594 instintos atribuidos a animales y humanos24- y la psicología evolucionista puede también morir ahogada en un océano de módulos o de metáforas. Pinker sugiere que nos gustan las patatas fritas porque los alimentos ricos en grasas eran nutritivamente muy valiosos du­ rante el Pleistoceno pero lo suficientemente escasos como para que la obesidad no fuera un peligro; que nos gustan los paisajes arbolados porque los árboles nos proporcionaban sombra y protección de los carnívoros pe­ ligrosos en la sabana africana; que nos gustan las flores porque indicaban la presencia de frutos o tubérculos comestibles en la exuberante vegetación de la sabana; etcétera. "Hay módulos", escribe, "para objetos y para fuer­ zas, para seres animados, para mentes y para especies naturales como ani­ males, plantas y minerales."25 Esto no significa que este modelo de la navaja suiza carezca de mérito. Algunos de los módulos postulados nos ayudan a comprender mejor la condición humana y están razonablemente bien fundamentados. Por ejem­ plo, los primeros trabajos de Leda Cosmides aportaron pruebas bastante convincentes de la existencia de un 'módulo para la detección de trampo­ sos' -una habilidad instintiva para detectar a quienes se saltan las conven­ ciones sociales en beneficio propio.26 Un estudio reciente sugiere que los humanos poseen un 'sistema de atención por categorías' especialmente adaptado para centrarse en los animales;27 en él se cita a John Tooby, otro de los psicólogos evolucionistas, diciendo que "incluso unos animales tan poco inteligentes como las palomas [...] incorporan una gran cantidad de atención, y lo mismo puede decirse de unos animales como las tortugas, que parecen rocas."28 No pretendo negar en este libro que existen disposi­ ciones específicas que configuran nuestra vida mental y social; pretendo más bien sugerir que hay aspectos más profundos del pensamiento hu­ mano que están gobernados por unos principios semejantes y que la re­ cursión es uno de estos principios, probablemente el más importante de ellos. Para ser justos, no todos los psicólogos evolucionistas han insistido en que los módulos estén completamente encapsulados, desconectados de toda comunicación con los demás. Incluso Steven Pinker, por ejemplo, es­

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cribe: "[Los módulos] cumplen funciones especializadas gracias a sus es­ tructuras especializadas, pero no vienen necesariamente en paquetes encapsulados."29 Steven Mithen, que no puede considerarse en absoluto un psicólogo evolucionista de los más activos, sostiene que la mente humana desarrolló evolutivamente su carácter específico precisamente porque unos módulos previamente encapsulados empezaron a 'supurar' creando lo que él denomina 'fluidez cognitiva'.30Es como si los módulos hubiesen dejado de ocuparse de sus propios asuntos y hubiesen empezado a chis­ morrear. El enfoque que adopto en este libro no está totalmente reñido con este punto de vista, en la medida en que sostengo que puede haber un principio común subyacente a varias de nuestras habilidades caracte­ rísticas. Otros están empezando también a cuestionar el modelo de navaja suiza de la mente humana de un modo más contundente. David Premark, por ejemplo, adopta un enfoque similar al de este libro. Revisando las pruebas existentes de la discontinuidad entre humanos y otros animales, escribe: "Las competencias animales son básicamente adaptaciones limi­ tadas a un solo objetivo. Las competencias humanas son de ámbito más general y cumplen varios objetivos."31Esto invierte efectivamente el argu­ mento de la psicología evolucionista -la mente se ha vuelto menos y no más modular. Es posible que las tomas estén cambiando. En todo caso es poco probable que la recursión pueda considerarse como un módulo. Como veremos, la recursión parece ser un principio organizador en esferas muy diferentes de la actividad mental humana, desde el lenguaje a la memoria pasando por la lectura de la mente ajena. El pensamiento recursivo depende probablemente de otros atributos men­ tales. Uno de estos es la denominada memoria de trabajo, que retiene in­ formación en la conciencia. Para poder incrustar unos procesos en otros procesos es necesario recordar adonde se había llegado en el proceso an­ terior una vez completado el proceso incrustado. Por ejemplo, en una frase como Mi perro, que come plátanos, enferma a menudo, hay que retener la pri­ mera parte de la frase {Mi perro) y vincularla con la última (enferma a menu­ do). Dwight W. Read sostiene que los primates no humanos, incluso nuestros parientes más próximos, los chimpancés, tienen una memoria de trabajo demasiado limitada para este tipo de incrustación.32 La recursión

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también depende probablemente de un proceso ejecutivo que organiza qué es lo que se incrusta y dónde se incrusta, y es probable que esto de­ penda de los lóbulos frontales del cerebro. La capacidad de organizar y llevar a cabo operaciones recursivas puede por tanto depender de varios procesos. Aunque no comparto el punto de vista modular adoptado por los psi­ cólogos evolucionistas, estoy de acuerdo con ellos en proponer que una mente específicamente humana evolucionó durante el Pleistoceno, la época que se extiende desde hace unos 2,6 millones de años hasta hace unos 12.000 años. En los últimos capítulos de este libro se explica de qué modo se produjo esta evolución.

Plan del libro El libro se divide en cuatro partes. La primera parte se ocupa del lenguaje. Aunque la recursión no se li­ mita al lenguaje, se la invoca habitualmente para explicar por qué el len­ guaje humano difiere de otras formas de comunicación animal, una idea atribuida generalmente a Noam Chomsky. En el capítulo 2 se discute la naturaleza del lenguaje, poniendo un énfasis particular en el papel de la recursión. El capítulo 3 plantea la vieja cuestión de si otros animales po­ seen algo parecido al lenguaje humano. El capítulo 4 desarrolla la idea de que el lenguaje evolucionó a partir de la gesticulación manual -una idea que sugiere que existe una continuidad entre los humanos y otros prima­ tes mayor que la que supone que el lenguaje emergió a partir de vocali­ zaciones. La segunda parte se ocupa del viaje mental en el tiempo, la capacidad de evocar mentalmente hechos no presentes ni en el tiempo ni en el espa­ cio. El capítulo 5 empieza con la memoria y desarrolla la idea de que el re­ cuerdo de episodios concretos es una característica singular humana. El capítulo 6 amplía la noción de memoria episódica a la imaginación de acontecimientos futuros posibles, lo que lleva al concepto del yo como existente en el tiempo. Esto, a su vez, lleva a la idea, discutida en el capítulo 7, según la cual el propio lenguaje evolucionó para permitir a los humanos

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compartir sus recuerdos y proyectos y poder de este modo comunicar cosas que no estaban presentes en su entorno inmediato. Esto llevó tam­ bién a la ficción -la narración de historias que no tienen por qué estar ba­ sadas en hechos, pero que sin embargo afinan la capacidad humana de afrontar las exigencias episódicas de la vida social. La tercera parte se ocupa de otro aspecto recursivo del pensamiento humano, concretamente de la teoría de la mente, de la capacidad de en­ tender lo que otros están pensando o sintiendo. El capítulo 8 introduce la telepatía o lectura de la mente, no como fenómeno parapsicológico, sino como la capacidad natural de inferir las perspectivas mentales de otras personas. Esta capacidad es fundamental para la cohesión y la cooperación social. El capítulo 9 explica cómo la teoría de la mente también fue funda­ mental para la emergencia del lenguaje. La cuarta parte profundiza más concretamente en el tema de la evo­ lución de la mente recursiva. El capítulo 10 sitúa esta cuestión en el con­ texto del debate clásico entre discontinuidad cartesiana y continuidad darwiniana. El capítulo 11 examina algunos de los pasos mediante los cua­ les los homininos,33 tras separarse de la línea que llevaría a los modernos chimpancés y bonobos, empezaron a asumir atributos humanos. El capítu­ lo 12 considera el paso final al Homo sapiens moderno, único supervivien­ te de la especie de los homininos, una especie dominante, manipuladora, maquiavélica y capaz de sopesar su propia naturaleza y estatus entre todas las especies del planeta. Este es probablemente el triunfo definitivo de la mente recursiva. El capítulo 13 presenta el resumen final y las conclusiones.

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P rimera

parte

E l l e n g u a je El lenguaje ocupa un lugar de honor porque a menudo es considerado como la facultad que singulariza a los humanos, aunque en capítulos pos­ teriores consideraremos otros candidatos. Según el punto de vista chomskiano del lenguaje, además, la recursión es vista a menudo como su rasgo más característico. Pero como veremos en los tres próximos capítulos este punto de vista está experimentando cierta revisión y es incluso posible que algunos lenguajes no recurran a principios recursivos. Además, un escru­ tinio más directo de la comunicación animal sugiere una continuidad mayor de lo que un punto de vista estrictamente chomskiano o cartesiano podría implicar. La noción de continuidad se ve reforzada por el argu­ mento de que el lenguaje evolucionó a partir de la gesticulación más que a partir de vocalizaciones, como explico en el capítulo 3. Incluso así, el lenguaje sigue siendo muchísimo más complejo que cualquier forma de comunicación animal, y se ha dicho que comprender su evolución podría muy bien ser "el problema más difícil de la ciencia."1 El lenguaje no siempre puede recurrir a principios recursivos, pero uno de los temas principales de este libro es que no obstante depende de la natu­ raleza recursiva del pensamiento no lingüístico. Según este punto de vista, el lenguaje es un ingrediente central del pensamiento humano en su cali­ dad de adaptación a unos modos sociales de pensamiento que habían evo­ lucionado independientemente. Este tema se elabora en la segunda y tercera parte de este libro.

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2

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n 1871 Charles Darwin publicó El origen del hombre en relación con el sexo, donde tuvo el coraje de declarar que los humanos descien­ den de unos simios africanos. Solo dos años más tarde, Friedrich Max Müller, que ocupaba la cátedra de Filología en la Universidad de Ox­ ford, expresaba ofendido su desacuerdo:

E

Hay un problema que el Sr. Darwin no ha valorado suficientemente [y es que] entre el reino animal en su conjunto, por un lado, y el hom­ bre, incluso en su estado más bajo, por otro lado, se levanta una barrera que ningún animal ha podido cruzar, y esta barrera es el len­ guaje. [...] Aunque eliminemos el nombre de las diferencias especí­ ficas de nuestros diccionarios filosóficos, yo seguiría sosteniendo que nada merecería llevar el nombre de hombre a menos de que fuera capaz de hablar. [Un] elefante parlante o un orador elefantino no podrían ser llamados elefante. El profesor Schleicher, pese a ser un entusiasta admirador de Darwin, dijo en cierta ocasión jocosa­ mente, pero dando un sentido profundo a sus palabras: "Si un cerdo se dirigiese a mi diciéndome 'Soy un cerdo', dejaría ipso facto de ser un cerdo."1

Müller escribía desafiando la prohibición de discutir la evolución del len­ guaje impuesta en 1866 por la Sociedad Lingüística de París, y poco des­ pués por la Sociedad Filológica de Londres, pero la discusión sobre si la comunicación animal guardaba algún parecido con el habla seguramente continuó, si bien subrepticiamente. En 1919 Samuel Butler, el novelista, fi­

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lósofo y en un momento de su vida granjero en Nueva Zelanda, escribió: En su último artículo, el profesor Gamer dice que la cháchara de los monos no tiene ningún significado, pero que con ella los monos se comunican ideas unos a otros. Es una afirmación que me parece muy arriesgada. Con igual justicia los monos podrían concluir que en nuestros artículos de revista y en nuestras críticas literarias y artís­ ticas no estamos parloteando ociosamente sino comunicándonos ideas unos a otros.2

Pero la evidencia sugiere que esto es demasiado generoso con los monos y poco amable con los humanos, si bien no está muy alejado de la verdad si pensamos en los críticos literarios, incluso antes del postmodemismo. ¿Qué es, pues, lo que distingue al lenguaje humano de todas las demás formas de comunicación animal?

El lenguaje como recursión Como hemos adelantado en el capítulo 1, una respuesta común es la re­ cursión, que proporciona lo que Chomsky calificó en cierta ocasión de la generatividad del lenguaje.3 Mark Hauser, Noam Chomsky y Tecumseh Fitch, en un influyente artículo, describen la recursión como la 'caracterís­ tica mínima' que distingue al lenguaje humano de la comunicación ani­ mal.4 La capacidad de insertar estructuras dentro de estructuras de un modo recursivo ha dotado a nuestra especie de una capacidad ilimitada para crear oraciones que expresen un conjunto igualmente ilimitado de posibles significados. Por lo menos dentro de los límites de la propia me­ moria y capacidad de proceso, podemos combinar frases para construir oraciones tan largas y complejas como deseemos. La conocida historia in­ fantil La casa que Jack construyó nos proporciona una vez más un ejemplo ilustrativo: Esta es la casa que Jack construyó. Este es el queso que estaba en la casa que Jack construyó.

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Este es el ratón que se comió el queso que estaba en la casa que Jack construyó. Este es él gato que mató al ratón que se comió el queso que estaba en la casa que jack construyó.

Y así sucesivamente. Los niños entienden enseguida que la frase puede irse ampliando ad infinitum, o al menos hasta que uno se queda sin aliento. Las reglas recursivas de la gramática también permiten mover las frases de un lado a otro en vez de dejarlas fijas al comienzo o al final. El tipo más exigente de recursión es la denominada recursión de incrustación centrada, en la que se insertan las frases dentro de otras frases, en vez de ir hilva­ nándolas. Por ejemplo, si queremos poner énfasis en el queso del cuento, hemos de incrustar las frases del siguiente modo: El queso que se comió la rata que mató el gato estaba en la casa que construyó Jack.

Descomprimir una frase como esta puede requerir un momento o dos. Un exceso de concatenación como el de esta frase puede provocar confusión, probablemente porque la recursión de incrustación centrada requiere que pongamos marcadores allí donde se interrumpe cada frase para insertar otra. Esto exige un esfuerzo de memoria. De hecho, las frases con más de un nivel de incrustación centrada (la del ejemplo tiene tres) son muy raras y muchos las consideran incomprensibles.5 La naturaleza recursiva de la gramática puede expresarse de un modo más formal en las llamadas reglas de reescritura que especifican cómo se forman las oraciones gramaticales. Como ilustran los ejemplos de La casa que Jack construyó, es posible construir oraciones (S) a partir de frases (P), que luego se combinan de un modo recursivo. Tres tipos de frase son los sintagmas nominales (NP), los sintagmas verbales (VP) y las frases prepo­ sicionales (PP). En una visita que hice a una editorial en Hove, Inglaterra, fui recibido por el editor con la improbable oración Ribena is trickling dovm the chandeliers [Está cayendo ribena por las arañaa del techo].6 (Y era ver­ dad). Esta oración puede descomponerse en un sintagma nominal (ribena) y un sintagma verbal (is trickling dozvn the chandeliers). Pero el sintagma

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verbal, a su vez, es un compuesto formado por un verbo (is trickling) y una frase proposicional (dozvn the chandeliers), que a su vez está formada por una preposición (dowri) y un sintagma nominal (the chandeliers). La recursión es más aparente si estas relaciones se expresan como re­ glas de reescritura:7 1. S —» NP VP 2. NP —> artículo nombre PP 3. VP —> verbo PP 4. PP —> preposición NP Aquí vemos que los mismos sintagmas pueden aparecer en ambos lados de las reglas que los generan. Por ejemplo, un sintagma nominal (NP) in­ cluye una frase preposicional (PP) opcional, que a su vez incluye un sin­ tagma nominal (NP). En principio, pues, es posible recorrer cíclicamente las reglas 2,3 y 4. Si el editor del ejemplo no hubiese estado tan alarmado, podría haber dicho, por ejemplo, Ribena is trickling down the chandeliers onto the carpet beside my desk [Está cayendo ribena por las arañas del techo sobre la alfombra junto a mi escritorio]. Por cierto, en el piso de arriba de la edi­ torial había una guardería infantil. La estructura de la oración se muestra también esquemáticamente en la figura 4, que pone de manifiesto de un modo muy claro su carácter je­ rárquico. Una vez establecidas las estructuras lingüísticas podemos utilizar el lenguaje para referimos al lenguaje a otro nivel de recursión. Considere­ mos la siguiente oración: Esta oración es una oración.

Como probablemente recordaremos de nuestros días escolares, una ora­ ción necesita tener un verbo, y esta tiene el verbo es, o sea que es realmente una oración, y por lo tanto es una oración verdadera. Pero podemos coger esta oración e incrustarla en otra oración, así: "Esta oración es una oración" es una oración.

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S

VP

NP /

\

(art) nombre

/

verbo

\

PP

/ nombre \ Ribena is trickling down the chandeliers Figura 4. Estructura de la frase "Ribena is trickling down the chandeliers."

Resulta que esta oración también es verdadera. Y por supuesto, podemos continuar incrustando las oraciones así formadas en el formato X es una oración, ad infinitum. Las oraciones son las unidades básicas del lenguaje que nos permiten hacer proposiciones sobre el mundo, y las proposiciones, a su vez, son des­ cripciones de estados o de acciones que tienen lo que se denomina un valor de verdad, es decir, que son verdaderas o falsas. En consecuencia, las ora­ ciones que expresan proposiciones también son en general verdaderas o falsas, lo que da a los humanos el privilegio posiblemente único de poder mentir. Hay, sin embargo, unas cuantas proposiciones difíciles, de las que no puede decirse que sean verdaderas o falsas, como la enigmática Esta pro­ posición es falsa. No puede ser verdadera, porque si lo fuera sería falsa, y si fuera falsa sería verdadera, si se me entiende. Este tipo de proposiciones ha dado mucho que pensar a lógicos y filósofos, desde Eubúlides de Mileto, en el siglo IV aC, hasta Bertrand Russell y otros en el siglo XX, y es mejor que dejemos que sean ellos quienes den con el quid de la cuestión.

La visión chomskiana del lenguaje Las reglas de reescritura más arriba citadas son propias de un lenguaje

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particular, el inglés. Las reglas son diferentes en otros lenguajes, como el chino o el maorí. Noam Chomsky ha buscado reglas más profundas apli­ cables a todos los lenguajes. Estas reglas conforman la llamada gramática universal. En el capítulo anterior me he referido brevemente a la teoría más reciente, conocida como el Programa Minimalista,8 según el cual el len­ guaje, en su nivel más fundamental, puede reducirse a una sola operación, que Chomsky denomina Fusión ilimitada. Es 'ilimitada' en el sentido de que puede aplicarse recursivamente de modo que unas entidades fusio­ nadas pueden a su vez fusionarse hasta el nivel de complejidad deseado. Los ejemplos más arriba citados ilustran cómo las palabras pueden fusio­ narse formando frases, y las frases formando oraciones. Las frases también pueden fusionarse para formar frases más complejas. Ampliando el ejem­ plo utilizado por Tecumseh Fitch, y mencionado en el capítulo anterior, artículos como un, el, este, esta pueden combinarse con nombres como gato, perro, árbol, lago, etc., para crear sintagmas nominales como un perro, este perro, el lago, este árbol, etc. Estos sintagmas, a su vez, pueden combinarse con preposiciones como cerca, junto a, etc. para crear sintagmas nominales más complejos como cerca del árbol, el perro junto al lago, un gato cerca de este árbol, etc. Pero la operación Fusión solo es estrictamente válida para lo que Chomsky llama lenguaje-I, que es el lenguaje interno del pensamiento, y no tiene por qué aplicarse directamente al lenguaje-E, que es el lenguaje externo realmente hablado o expresado gestualmente. Para solapar el lenguaje-I con el lenguaje-E se precisan varios principios suplementarios. Por ejemplo, en el ejemplo dado en el capítulo 1, la fusión de Jane ama a John con Jane pilota aviones que da como resultado Jane, que pilota aviones, ama a John requiere reglas extras para introducir la palabra que y borrar una de las apariciones de la palabra Jane. El lenguaje-I se relaciona con diferentes lenguajes-E de maneras diferentes. La noción chomskiana de Fusión ili­ mitada, aplicada recursivamente, es por consiguiente una idealización in­ ferida del estudio de lenguajes externos, pero no directamente observable en sí misma. Dado que el lenguaje-I es supuestamente la base de todo lenguaje, Chomsky sostiene que no tiene por qué tener ninguna referencia externa, y por consiguiente no puede haber evolucionado por selección natural.

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Tiene que haber surgido, en cambio, en un solo paso, tal vez por una mu­ tación, y probablemente en algún momento dentro de los últimos 100.000 años. Escribe Chomsky: En un pequeño grupo del que somos los descendientes se produjo un recableado del cerebro en determinado individuo, llamémosle Prometeo, lo que dio como resultado la operación de la Fusión ilimi­ tada, aplicable a conceptos con unas propiedades intrincadas (y poco comprendidas) [...] El lenguaje de Prometeo le dotó de una serie in­ finita de expresiones estructuradas.9

La idea de que la base del lenguaje emergió en un solo paso y en un solo individuo es muy notable, y huele algo a milagro. Generalmente se acepta, sin embargo, que el lenguaje ha evolucionado recientemente, y solo en el Homo sapiens, y que probablemente fue incluso la principal característica definitoria de nuestra especie.10 La cuestión de cómo evolucionó el len­ guaje se considera más completamente en el capítulo 4. Aunque el lenguaje-I no es directamente observable, Chomsky se sin­ tió lo bastante seguro como para derivar sus principios de la observación de un solo lenguaje-E. Dicho con sus propias palabras: No he dudado en proponer un principio general de la estructura lin­ güística sobre la base de un solo lenguaje. La inferencia es legítima, suponiendo que los humanos no estén específicamente adaptados para aprender un lenguaje humano más que otro. [...] Asumiendo que la facultad genéticamente determinada del lenguaje es una pro­ piedad humana común, podemos concluir que un principio del len­ guaje es universal si nos vemos llevados a postular que es una 'precondición' para la adquisición de un solo lenguaje.11

El lenguaje-I es en esencia la base de la gramática universal -el conjunto de principios que se cree subyacen a todos los lenguajes.12 La gramática universal ha sido cada vez más atacada últimamente, en parte debido a la mera variedad de lenguajes y a la rapidez con que cambian.13Michael Tomasello, por ejemplo, ha declarado hace poco que "la gramática universal

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ha muerto." Pero desde una perspectiva chomskiana las críticas a la gra­ mática universal a menudo yerran su objetivo, ya que los lenguajes indi­ viduales están siempre un paso más allá de la propia gramática universal. Sin embargo, estas críticas ponen ciertamente en cuestión el punto de vista de que los principios universales del lenguaje pueden derivarse de un solo lenguaje. Además, la mera variedad de lenguajes humanos puede amena­ zar el punto de vista según el cual puede afirmarse que el lenguaje-I exista en nada parecido a la forma propuesta por Chomsky. Para ilustrarlo, vamos a considerar un ejemplo que parece tan alejado del inglés como es posible.

Los pirahá En calidad de jóvenes misioneros, Daniel L. Everett y su esposa fueron al Brasil en 1977 dispuestos a convertir al cristianismo a los miembros de una remota tribu brasileña conocida como los pirahá. Su objetivo era aprender el idioma de los pirahá hasta el punto de poder traducir la Biblia y pre­ sentarles las enseñanzas de Cristo. Era un idioma tan impenetrable para un extranjero que los anteriores misioneros que habían intentado apren­ derlo no lo habían conseguido, pero los Everett vivieron seis años entre los pirahá y Daniel Everett consiguió finalmente aprenderlo.14 Durante su estancia en Brasil, Everett empezó a tener dudas sobre re­ ligión y acabó convirtiéndose en un ateo. Sus dudas religiosas las provocó al parecer su descubrimiento de que los pirahá tenían muy poco sentido del tiempo y vivían esencialmente en el presente. No conocían la ficción ni los mitos de la creación y no tenían el menor sentido histórico, lo que sin duda eran unas barreras formidables que se oponían a su posible com­ prensión del cristianismo, y de hecho a la de cualquier religión. Los inte­ reses de Everett derivaron hacia la lingüística, y en el momento de escribir este libro es profesor en la State University de Normal, Illinois. Aunque el lenguaje de los pirahá le resultó al principio impenetrable, Everett pronto descubrió que en muchos aspectos era también bastante simple, al menos respecto a la gramática y al vocabulario, si bien era muy rico en morfología y prosodia.15No tiene palabras para los colores ni para

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los números, excepto aquellas que podrían aproximadamente traducirse como uno, dos y muchos. No hay otros tiempos verbales que la simple dis­ tinción entre presente y no presente, lo que refleja el hecho de que los pirahá parecen vivir exclusivamente en el presente, sin apenas comprender lo que significan el pasado o el futuro. Especialmente interesante, sin embargo, es la afirmación de Everett según la cual en el lenguaje pirahá no hay in­ crustación de frases, ni recursión. Los pirahá han seguido siendo monolingües pese a llevar más de doscientos años comerciando con los brasileños de lengua portuguesa y de otras lenguas nativas. Podríamos sentimos tentados a pensar que los pirahá padecen alguna especie de de­ fecto genético, pero esto es firmemente rechazado por Everett, que los co­ noce bien. Indudablemente, un niño nacido de padres pirahá pero criado en Bos­ ton no tendría ninguna dificultad especial para aprender el inglés bostoniano. Everett también destaca que los pirahá utilizan frases sin recurrir a la incrustación para decir cosas que en otros idiomas se expresarían con frases incrustadas. Es decir, tienen pensamientos que implican recursión, pero utilizan un lenguaje no recursivo para expresarlos. Por ejemplo, los pirahá no tienen verbos como say [decir], zvant [querer] o think [pensar], que en inglés se usan normalmente con cláusulas incrustadas, como en I said that John intends to leave [He dicho que John tiene intención de irse]. En pirahá, esto se expresaría con algo parecido a My saying John intend-leaves [Mi decir John querer marchar].16 Al describir la pobreza gramatical del lenguaje pirahá, Everett afirma categóricamente que no está poniendo en entredicho su inteligencia. "No estoy haciendo ninguna afirmación", escribe, "sobre las habilidades con­ ceptuales de los pirahá, sino sobre su forma de expresar lingüísticamente determinados conceptos, lo cual es muy diferente."17

Diversidad lingüística Las afirmaciones de Everett son lógicamente polémicas.18Sin embargo, es poco probable que el lenguaje de los pirahá sea especialmente poco común, y es muy posible que los lenguajes de otras culturas orales exhiban

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rasgos similares. El lenguaje iatmul de Nueva Guinea, por ejemplo, tam­ bién parece carecer de recursión.19Nicholas Evans pone otro ejemplo pro­ cedente del bininj gun-wok, el término con el que se describe a un grupo de dialectos hablados en la región australiana de Amhem Land. En este len­ guaje una frase como Ellos estaban mirando cómo luchábamos se expresa con el equivalente a Ellos estaban / ellos miraban / nosotros luchábamos-20 Los lingüistas son cada vez más conscientes de la diversidad y de la enorme cantidad de lenguajes que existen en las sociedades no occidenta­ les y preliterarias, hasta el punto de que la gramática universal puede estar tan en peligro de extinción como lo están los lenguajes que la amenazan.21 Por ejemplo, los aproximadamente diez millones de personas que viven en la isla de Nueva Guinea y en la periferia melanesia hablan unas 1.150 lenguas, lo que equivale a solo unos 10.000 hablantes por lengua. En Vanuatu, con una población total de 195.000 personas, se han identificado 105 lenguas diferentes, con un promedio de menos de 2.000 hablantes por idioma. Australia cuenta con un sinnúmero de lenguas nativas diferentes, y los habitantes de Amhem Land son muy multilingües, y con frecuencia, al llegar a la edad adulta hablan hasta seis lenguas distintas. Se calcula que 17 países poseen el 60 por ciento de todos los lenguajes de la Tierra, aunque constituyen solo el 27 por ciento de la población mundial y el 9 por ciento de la superficie terrestre.22Muchas de estas lenguas están desapareciendo, pero probablemente permiten hacerse una idea mejor de cómo era la na­ turaleza del lenguaje en el momento de su emergencia en las sociedades cazadoras-recolectoras de lo que lo hace, por ejemplo, el inglés que se habla en Boston. Nicholas Evans sugiere que la diversidad lingüística no la produce el aislamiento geográfico, dado que muchas lenguas coexisten en áreas en las que no hay barreras geográficas, y a menudo se da el caso de que en una misma casa se hablen varias lenguas diferentes. La variación lingüísti­ ca también parece tener otras causas que la simple deriva aleatoria. Evans sugiere que la lengua sirve como una especie de pasaporte que marca el derecho de pertenencia a una sociedad local particular. Cuando un grupo se escinde, las partes toman iniciativas deliberadas para diferenciarse lin­ güísticamente unas de otras. Por ejemplo, en el dialecto uisia del lenguaje buin que se habla en la isla de Bougainville, las convenciones de género

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han sido completamente invertidas respecto a las de los otros dialectos. Todas las palabras masculinas se han convertido en femeninas y todas las femeninas en masculinas. Esto parece claramente una iniciativa deliberada de distinguir a una subcomunidad particular de las demás.23 Incluso puede que las partes de la oración, los bloques de construcción de las teorías gramaticales, no sean tampoco universales. Nicholas Evans subraya que hay lenguajes sin preposiciones, adjetivos, artículos o adver­ bios, y ni siquiera hay consenso entre los lingüistas acerca de si todos los lenguajes distinguen siquiera los verbos de los sustantivos. Y aunque lo hagan, no siempre está claro qué palabras pertenecen a cada categoría. Evans cita los ejemplos de paternal aunt [tía por parte de padre], que se ex­ presa con un verbo en el lenguaje aborigen australiano ilgar; know [saber, conocer], que es un adjetivo en la lengua australiana kayardild; y love [amor], que es simplemente un sufijo en la lengua sudamericana tiriyo.24 En defensa de una gramática universal, los psicólogos Steven Pinker y Paul Bloom afirman que "ningún idioma utiliza afijos nominales para expresar tiempos verbales." Pero el lenguaje de los kayardild sí lo hace, pues marca el pasado añadiendo el sufijo -an a al verbo y el sufijo -na al sustantivo que es el objeto del verbo. Esta diversidad impone una restricción severa a todo intento de descubrir una gramática universal coherente. Michael Tomasello está de acuerdo en que "hay muy pocas construc­ ciones o marcadores gramaticales concretos, si es que hay alguno, que estén universalmente presentes en todos los lenguajes."26 Sugiere que las teorías lingüísticas se han visto indebidamente influidas por las caracte­ rísticas del lenguaje escrito, y su validez está limitada por tanto a una dimi­ nuta fracción de los lenguajes existentes. El alfabetismo emergió mucho después que el propio lenguaje, y aún dista mucho de ser universal. No tenemos, pues, que mostramos desdeñosos con los pirahá o con ninguna otra cultura que se base en la comunicación oral o gestual y que no tenga una tradición literaria. Como hemos dicho más arriba, incluso los hablan­ tes de lenguas occidentales raramente utilizan la incrustación centrada al hablar; el análisis de un corpus lingüístico puso de manifiesto que el 96 por ciento de las cláusulas that [de relativo], como en el ejemplo ilustrado en The house that Jack built [La casa que Jack construyó] se incrustaban al final y solo un 3 por ciento de ellas eran de incrustación centrada. El res-

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MicJincI C . Corballifi/ l n n irn tr m in s iv a

1;m1c 1 por ciento se colocaban al principio de la frase (como en el ejemplo Cut' ]nrk construyó In cnsn no está cu discusión).77 F,l lenguaje escrito es más tolerante con la incrustación centrada múltiple, tal vez porque las frases sip,iirn ante nosotros mientras tratamos de procesarlas. Es posible que la culpa de ello sea parcialmente de los antiguos griegos y romanos. Aristó­ teles estableció las reglas para la construcción de oraciones de acuerdo con la doctrina de los períodos; una oración periódica se definía como aquella que tiene al menos una incrustación centrada. Los eruditos latinos Cicerón (106-43 aC) y Tito Livio (64 aC-13 dC) desarrollaron la forma periódica y sus escritos se convirtieron en iconos estilísticos durante siglos; su influen­ cia se hace notar todavía en los lenguajes europeos actuales.28 Debe observarse que, al menos en principio, el enfoque de Chomsky se adapta bien hasta cierto punto con la diversidad de lenguajes-E -los lenguajes que realmente hablamos o con los que nos expresamos gestualmente. La relación entre el lenguaje-I universal y los lenguajes-E, escribe Chomsky, "puede llegar a ser muy intrincada, variada y sujeta a hechos históricos y culturales accidentales, como la conquista normanda, la jerga adolescente, etc."29La diversidad también puede surgir en la forma en que diferentes culturas adaptan el lenguaje-E a las limitaciones que impone el habla. Esto se conoce como linearización, dado que el lenguaje hablado al menos está limitado por el hecho de que las palabras se emiten estricta­ mente de forma secuencial, mientras que el lenguaje-I no está limitado por la linearización. La cuestión, por tanto, no es la de si el punto de vista chomskiano puede dar cuenta de la diversidad lingüística, sino la de si el grado de diversidad registrado por autores como Evans y Levinson puede haber surgido en un tiempo tan breve. Lo que parece más probable es que la propia gramática haya evolucionado gradualmente y no que haya sur­ gido como un acontecimiento singular en algún momento de los últimos 100.000 años. Algunos de los puntos de vista sobre cómo esto puede ha­ berse producido están contenidos en el concepto de gramaticalización.

La gramaticalización Si la gramática no depende de un conjunto innato y universal de princi­

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pios, ¿de qué depende? La gramaticalización es el punto de vista según el cual la gramática surgió por medio de un proceso gradual dirigido más por asuntos prácticos que por una predisposición biológica.30 Uno de los procesos implicados en la gramaticalización tiene que ver con el rol cambiante de las palabras que lleva a una expresión más econó­ mica y eficaz.31Por ejemplo, muchas de las palabras que utilizamos no tie­ nen un contenido real, sino que ejercen funciones puramente gramaticales. Se denominan "palabras funcionales', y son artículos como a y the, prepo­ siciones como at, on o about, y auxiliares como mil en They will come [Ellos vendrán]. Las palabras funcionales, sin embargo, casi con toda seguridad tienen su origen en palabras con contenido. Un ejemplo clásico es la pala­ bra have [tener], que pasó de ser un verbo que significaba to seize o to grasp [agarrar, coger; latín: capere], a uno que indicaba posesión (como en I have a pet porcupine [Tengo un puercoespín de mascota]; latín: habere), a un mar­ cador del pretérito perfecto (/have gone) y a un marcador de obligación (I have to go). De modo similar, la palabra zuill probablemente progresó desde ser un verbo (como en Do what you will [Haz lo que quieras]) a ser un mar­ cador del futuro (Thew will laugh [Ellos reirán]). Otro ejemplo es el de la palabra go [ir], que todavía lleva el significado de viajar o de trasladarse de un lugar a otro, pero en frases como We're going to have lunch [Vamos a comer] pierde contenido semántico y simple­ mente indica el futuro. La frase going to se ha comprimido en gonna, como en We're gonna have lunch o incluso l'm gonna go. Algunos de mis amigos estadounidenses hacen una compresión adicional cuando dicen Let's go eat [Vamos a comer] allí donde nosotros los neozelandeses, menos ham­ brientos, decimos Let's go and eat. Creo que Let's go go-go [¡Venga, vamos!] es el grito de guerra del himno de los White Sox, el equipo de béisbol de Chicago. Esto es lenguaje en movimiento. Ya veremos adonde llegará go con el tiempo. Hay otras formas en que la gramaticalización puede operar para hacer la comunicación a la vez más eficiente y menos propensa a causar errores. Una de ellas es la concatenación de frases. Por ejemplo, las frases He pushed the door [Él empujó la puerta] y The door opened [La puerta se abrió] pueden concatenarse para formar He pushed the door open [Abrió la puerta empu­ jándola]. Las frases My únele is generous with money [Mi tío es generoso con

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el dinero] y My únele helped my sister out [Mi tío ayudó a mi hermana] pue­ den concatenarse incrustando la primera en la segunda: My únele, who hel­ ped my sister out, is generous with money. También puede mejorarse la eficiencia descomponiendo los conceptos en sus partes componentes, que pueden luego recombinarse para formar nuevos conceptos. Un ejemplo interesante es el del lenguaje de los signos. En Nicaragua, las personas sordas vivían aisladas unas de otras hasta que el gobierno sandinista subió al poder en 1979 y creó las primeras escuelas para sordos. Desde entonces, los niños de esas escuelas inventaron su pro­ pio lenguaje de signos, que se ha consolidado en el sistema de signos que hoy se conoce como Lenguaje de Signos Nicaragüense (LSN). Con el tiempo, el LSN ha ido cambiando y ha pasado de ser un sistema de signos holísticos a tener un formato más combinatorio. Por ejemplo, a una gene­ ración de niños se les contó la historia de un gato que se tragaba una pelota y que luego bajaba rodando por una calle con pendiente "de una forma ondulante y bamboleante." Luego se pidió a los niños que expresaran con signos el movimiento del gato. Algunos indicaron el movimiento holísticamente, moviendo la mano hacia abajo formando una onda. Pero otros segmentaron el movimiento en dos signos, uno que representaba el movi­ miento hacia abajo y otro que representaba la ondulación, y esta versión aumentó cuando la primera cohorte de niños hubo pasado por todos los niveles de la escuela.32 Estos dos signos pudieron ser individualmente combinados con otros signos para crear nuevos significados. No es necesario apelar a una gramática universal para explicar cómo tiene lugar esta segmentación. Mediante simulaciones por ordenador se ha puesto de manifiesto que la transmisión cultural puede convertir un lenguaje que empieza con unidades holísticas en uno que combina secuen­ cias de formas para producir significados previamente expresados holísticamente.33

En el principio fue la palabra Según el lingüista Mark Aronoff, incluso las palabras pueden haber ad­ quirido estructura combinatoria con el tiempo. Generalmente se considera

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que las palabras constan de varias partes. A un determinado nivel están compuestas de fonemas, las unidades más pequeñas del habla o del lengua­ je de signos que cambian el significado. En inglés, las palabras cat [gato] y bat [murciélago] difieren solamente por el primer fonema, y esta diferencia corresponde a una diferencia de significado, pero estos mismos fonemas /c/ y /b/ se utilizan combinados entre sí o con otros fonemas para crear un sinnúmero de palabras. Los 'fonemas' del American Sign Language (anteriormente llamados queremas) se definen en términos de ubicación, configuración manual y movimiento, y también se combinan para formar diferentes palabras-signo.34 Al siguiente nivel de estructura, los propios fonemas se combinan para formar morfemas, que son las unidades de sig­ nificado más pequeñas. Palabras como jump [saltar] y cat son morfemas, y también lo son los sufijos de las palabras, que alteran su estatus gramatical, como la adición de -ed para señalar el pretérito, o la de -s para indicar el plural. Así, las palabras jumped [saltó] y cats [gatos] están formadas por dos morfemas. Otros morfemas cambian el significado de una palabra, co­ mo la adición del prefijo -un para invertir el significado, como en happy [feliz] y unhappy [infeliz]. Aronoff forma parte de un grupo de lingüistas que han documentado la emergencia del ABSL, el lenguaje de signos de Al-Sayyid, una comuni­ dad beduina de unos 3.500 individuos del desierto del Negev en Israel. Unas 150 de las personas que viven allí han heredado una enfermedad que causa una sordera profunda. Aunque los sordos son una minoría, el ABSL se usa ampliamente en la comunidad, junto con un dialecto del ára­ be. Es un lenguaje reciente, actualmente en su tercera generación de usua­ rios, y puede considerarse que aún está en mantillas. Aronoff ha señalado que el ABSL carece de fonemas y de morfemas. Cada palabra-signo es esencialmente un todo, no descomponible en partes.35 En este sentido, el ABSL parece desafiar lo que se conoce como duali­ dad de articulación o estructuración, el hecho de que el lenguaje implica com­ binaciones de elementos a dos niveles, el fonológico y el gramatical. El lingüista Charles F. Hockett incluyó la dualidad de articulación como uno de los 'rasgos de diseño' del lenguaje,36 de modo que su ausencia en el ABSL puede considerarse que significa que el ABSL no es un verdadero lenguaje. Pero el propio Hockett señaló que los rasgos de diseño no apa­

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recían todos a la vez, y que la dualidad de articulación era probablemente un rasgo tardío. Hay muy buenos motivos para creer que la dualidad de articulación fue la última propiedad en desarrollarse, porque resulta difícil en­ contrar algún motivo para que un sistema de comunicación tenga esta propiedad a menos que sea muy complejo. Si un sistema vocalauditivo llega a tener un número cada vez mayor de elementos sig­ nificativos distintos, dichos elementos tenderán inevitablemente a ser cada vez más parecidos entre sí en cuanto a sonido. Hay un lí­ mite práctico, para cualquier especie o cualquier máquina, en el nú­ mero de estímulos diferentes que puede discriminar, especialmente cuando las discriminaciones tienen que hacerse típicamente en unas condiciones ruidosas.37

El ABSL, por tanto, puede considerarse como un lenguaje en las primeras fases de desarrollo. Aronoff concluye que las palabras son los elementos primarios, y que no adquieren fonología o morfología hasta que se ven impelidas a hacerlo. Como dice apropiadamente el título de uno de sus artículos más recientes: "En el principio fue la palabra."38 Es muy posible que la morfología surja con la compresión de lo que eran palabras separadas y su consolidación en compuestos. Por ejemplo, la adición de -ed a un verbo para indicar el pretérito deriva probablemen­ te del verbo to do. Por consiguiente, hablando de un modo aproximado, frases como He laughed [Él rió] podrían haber derivado de algo parecdo a He laugh did.39 Esto corresponde a una máxima formulada por el lingüista funcionalista Talmy ("Tom") Givón según la cual "la morfología de hoy es la sintaxis de ayer."40 La historia que está empezando a emerger, por tanto, es que el lengua­ je no aparece completamente formado en diferentes culturas como un pro­ ducto de la gramática universal, sino que lo hace gradualmente como un producto de la cultura y de la experiencia acumulada, y del deseo de esta­ blecer una comunicación más eficiente. Es decir, se gramaticaliza solo; se adapta, de modo parecido a como mi sistema informático para archivar copias se ha ido ajustando, con carpetas dentro de carpetas que a su vez

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f I Ic n v iitijc 1/ la ri'< m .ion

engloban otras carpetas. A medida que mi colección de archivos crece, lo mismo hacen las carpetas de mi sistema.

Esto no significa que eJ lenguaje no tenga ningún componente gené­ tico -al fin y al cabo, es algo exclusivo de nuestra especie, como argumen­ taré en el próximo capítulo. Sigue siendo una cuestión no resuelta hasta qué punto el lenguaje depende de componentes innatos específicos al pro­ pio lenguaje, y hasta qué punto depende de aspectos más generales de la mente humana. Puede que no dependa tanto de lo que Steven Pinker, ha­ ciéndose eco de la noción chomskiana de gramática universal, califica de 'el instinto del lenguaje'41 como de lo que ha sido calificado como un 'ins­ tinto de la inventiva'42, junto con un impulso hacia una mayor eficiencia, que cubre otros muchos aspectos de nuestras vidas, como el arte, la música y las máquinas, por no mencionar los sistemas informáticos de almacena­ miento.

¿Qué hay, pues, de la recursión? Los lenguajes, por consiguiente, parecen haber evolucionado gradual­ mente, adaptándose a culturas particulares y experimentando modifica­ ciones progresivas. En el caso de los pirahá, por ejemplo, su falta de interés por el tiempo parece haber tenido una importancia fundamental. Escribe Everett: Los hechos aparentemente inconexos acerca del lenguaje pirahá -la­ gunas que son muy sorprendentes desde mi perspectiva de gramá­ tico- derivan en última instancia de una sola restricción cultural de los pirahá, a saber, la restricción de la comunicación a la experiencia in­ mediata de los interlocutores 43

Morten Christensen y Nick Chater, en un artículo muy influyente,44sugie­ ren que la mera diversidad de lenguajes, y la rapidez con que cambian, significa que fue el lenguaje el que se adaptó al cerebro y no el cerebro el que se adaptó al lenguaje. Esta adaptación, además, dependió segura­ mente de unas funciones mentales que no eran en sí mismas principal­

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mente lingüísticas, y que estaban fuertemente influidas por factores am­ bientales como la cultura y la geografía. La naturaleza de estos procesos mentales se explora en capítulos pos­ teriores de este libro. En particular, me centraré en el viaje mental en el tiempo y en la teoría de la mente como procesos no lingüísticos que impli­ can los procesos recursivos que configuraron cómo ha evolucionado el len­ guaje. Mientras que Chomsky contemplaba el pensamiento con la lente del lenguaje, yo (y otros) sugerimos que el lenguaje ha de ser contemplado con la lente del pensamiento. Esto puede tener un efecto liberador en nues­ tra comprensión del lenguaje y su evolución. Primero, podemos considerar que el lenguaje ha evolucionado gra­ dualmente, y no que ha surgido de repente en un individuo comparativa­ mente reciente de nuestro árbol genealógico llamado Prometeo. Podemos suponer también que el lenguaje se ha adaptado a las exigencias culturales y prácticas a las que tuvieron que enfrentarse nuestros antepasados duran­ te milenios, y no solo durante los últimos 100.000 años. Es posible, pues, que debamos librar a Prometeo de sus cadenas. Segundo, todos los principios universales subyacentes al lenguaje pueden ser considerados como principios del pensamiento humano, y no como principios exclusivos del lenguaje. Ni siquiera la recursión parece ser universal, y es posible que esté ausente en muchos lenguajes autócto­ nos. Es dudoso, por consiguiente, que sea realmente la 'característica mí­ nima' que distingue al lenguaje humano de la comunicación animal, como se ha sostenido recientemente.45El hecho de que muchos lenguajes huma­ nos, tal vez la mayoría de ellos, utilicen la recursión es, por supuesto, una buena prueba de que la mente humana es capaz de emplearla, aunque el lenguaje pueda generar varios significados diferentes sin ella. En socieda­ des orales como la de los pirahá, las combinaciones verbales y la repetición de frases pueden ser suficientes para generar todos los significados re­ queridos sin necesidad de recurrir a la incrustación de frases o a otros me­ canismos recursivos. Y como destacaba Everett, no cabe duda de que los pirahá son capaces de pensamiento recursivo. Es probablemente irónico que una capacidad humana de la que a menudo se dice que depende de la recursión pueda funcionar sin ella, al menos en el sentido de insertar frases dentro de otras frases -es muy

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posible que lenguajes como el de los pirahá sean recursivos en el sentido de que el lenguaje-I a ellos subyacente puede que dependa de una opera­ ción recursiva como la Fusión de Chomsky. Todavía es posible, además, que el lenguaje dependa de la naturaleza recursiva de la teoría de la mente, como sostengo en el capítulo 9. Podría ser que la recursión fuera mera­ mente parte de un kit de herramientas para construir un lenguaje y que no todos los lenguajes utilicen todas las herramientas del kit.46 Un kit de herramientas universal, sin embargo, no es exactamente lo mismo que una gramática universal. Lo que ilustra el uso de la recursión en el lenguaje es que la recursión es una propiedad de la mente humana que se emplea cuando se la necesita. Como veremos en capítulos posteriores, no es algo exclusivo del lenguaje. Dicho esto, sigue siendo muy probable que el propio lenguaje sí sea exclusivo de los humanos. Tenemos una tendencia compulsiva a hablar, o a desarrollar sistemas de signos si nos impiden hacerlo, y los niños parecen seguir unos pasos preprogramados cuando aprenden a hablar. La emer­ gencia del lenguaje en nuestra especie dependió probablemente de la evolución de sistemas intencionales de pensamiento y del carácter adaptativo que tiene el hecho de compartir con otros nuestros pensamientos. El imperativo comunicativo también provocó cambios anatómicos, como la reconfiguración del tracto vocal para permitir la emisión de una mayor variedad de sonidos, y probablemente cambios en la forma de respirar y en el control intencional. Estas cuestiones se discuten en capítulos posteriores. Nuestro tema más inmediato es si hay otros animales, además de los humanos, de los que pueda afirmarse que poseen algo parecido al lenguaje humano.

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El menor ruido le molestaba cuando estaba en el campo de golf. Había fallado golpes muy fáciles por culpa del alboroto que montaban las mariposas de los prados colindantes. P. G. Wodehouse, The Clicking ofCuthbert

abiéndome criado en una granja, sospecho que la cita anterior es una difamación injustificada de las delicadas mariposas, pero la vocalización es ubicua entre los animales, incluidos los insectos -y por supuesto, nosotros. Parecía por tanto natural suponer que el lenguaje humano había evolucionado a partir de las llamadas de los animales. Pero solo en la ficción hablan y mantienen conversaciones los ani­ males. La mayor parte de los ejemplos, desde Winnie the Pooh hasta los libros de Beatrix Potter, están escritos para los niños, pero mi ejemplo favorito se encuentra en un relato breve titulado Tobermory, escrito por Saki, que ya ha hecho una breve aparición en el capítulo anterior. Tobermory es un gato que ha aprendido a hablar, para consternación de los asistentes a una cena familiar. Esto es lo que le dice Tobermoy a una mujer que tiene la im­ prudencia de preguntarle si la considera inteligente.

H

"Me pone usted en una situación embarazosa", dijo Tobermory, cuyo tono y actitud no sugerían ni una brizna de embarazo. "Cuan­ do usted fue incluida en la lista de invitados, Sir Wilfred protestó alegando que usted era la mujer más tonta de todas las que conoce, y que hay una gran diferencia entre ser hospitalario y preocuparse por los débiles mentales. Lady Bremley replicó que su falta de inte­

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ligencia es precisamente la razón de que la hayan invitado, ya que usted es la única persona que se le ocurrió que podía ser lo bastante tonta como para comprarle su viejo coche."1

Para alivio de todos, Tobermory es asesinado poco después por un gato de la casa del párroco. Pero en muchos aspectos las vocalizaciones animales tienen poco en común con el habla humana. En su mayor parte, están genéticamente fija­ das y están bajo un control más emocional que voluntario. Se forman en el mesencéfalo, con un escaso o nulo input de la corteza cerebral, sede de las funciones mentales superiores. Por ejemplo, la estimulación eléctrica de una región del mesencéfalo llamada SGPA (sustancia gris periacueductal) provoca siseos, gruñidos, chillidos, aullidos y maullidos en los felinos; gritos, alaridos, ladridos, cacareos y gorjeos en las ardillas y en los monos; sonidos para la ecolocación en los murciélagos, y risa en los humanos. Estas vocalizaciones parecen estar organizadas de un modo descendente a partir de la sustancia gris periacueductal, en las profundidades más an­ tiguas del cerebro.2Así, la destrucción de la sustancia gris periacueductal hace que ratas, gatos, ardillas, monos y humanos se vuelvan mudos. La risa humana, por tanto, pertenece a la categoría de vocalizaciones no relacionadas con el habla, y es en consecuencia difícil producirla o su­ primirla voluntariamente. Robert Provine, en su libro La risa: una investi­ gación científica, explica que una escuela femenina de Tanzania tuvo que ser clausurada debido a una incontrolable epidemia de risa histérica.3Y a la inversa, hay que ser muy buen actor para reír de un modo convincente en ausencia del estado emocional, aunque mi padre, siendo irlandés, era capaz de reír a mandíbula batiente ante los chistes incomprensibles que le contaban sus amigos. Esto le produjo más de un embarazo cuando más tarde otro amigo le llamaba por teléfono para preguntarle dónde estaba la gracia del chiste y él tenía que confesar que no lo sabía. Incluso los gritos de los chimpancés, nuestros parientes vivos más cer­ canos, parecen ser en gran parte involuntarios. Jane Goodall, que ha vivido entre los chimpancés en el Parque Nacional de Gombe en Tanzania, cuenta el caso de un joven chimpancé que había descubierto un alijo de plátanos y naturalmente quería mantenerlo en secreto para disfrutarlo solo. Pero

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cuando los chimpancés encuentran comida, emiten una especie de resuello jadeante que atrae la atención de los otros miembros del grupo. El joven chimpancé era incapaz de suprimir aquel resuello emocionalmente instin­ tivo, pero hizo lo que pudo para amortiguarlo tapándose la boca con la mano. Y a la inversa, a los chimpancés les resulta difícil emitir un grito vo­ luntariamente. "La emisión de un sonido en ausencia del estado emocio­ nal apropiado", comenta Goodall, "parece ser una tarea casi imposible para un chimpancé."4 Sin embargo, esto puede ser un poco exagerado. Diferentes tipos de resuello han sido registrados en regiones diferentes de África, lo que sugie­ re un cierto grado de influencia cultural. Pero incluso en este caso puede que la variación no esté tanto en los propios sonidos como en su sin­ cronización.5Los resuellos de los chimpancés a menudo van acompañados del repiqueteo que producen los animales al golpear repetidamente manos o pies contra una superficie -incluido su propio pecho. Cada grupo tiene un ritmo característico, y las diferencias resultantes pueden servir como etiquetas identificadoras, permitiendo a los animales mantener contacto. El golpeteo del pecho, junto con las vocalizaciones y los movimientos ame­ nazadores, también están bien documentados en los gorilas de montaña.6 Es posible que estas vocalizaciones y repiqueteos repetitivos expliquen más los orígenes de los conciertos de rock que los del habla. Los chimpancés también modifican sus gritos de otros modos. Cuan­ do son atacados, los chimpancés chillan, y un estudio ha puesto de mani­ fiesto que sus chillidos tienen una estructura acústica diferente si cerca hay un chimpancé de rango superior al del agresor.7 En otro estudio, unos chimpancés cautivos tenían más probabilidades de producir dos de los sonidos que utilizan para llamar la atención -la 'pedorreta' y el 'gruñido prolongado'- cuando aparecía un humano con uno de sus alimentos fa­ voritos que cuando aparecía solamente el alimento o el humano.8Estas ob­ servaciones sugieren un grado limitado de control voluntario, aunque estas variaciones también pueden estar bajo un sutil control emocional. Es posible que sea un poco como la forma limitada en que nosotros podemos modificar nuestros sonidos emocionales, como la risa o el llanto, en fun­ ción de la audiencia, o en función del estatus de la persona con la que nos relacionamos en ese momento.

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En ciertos aspectos, los chimpancés y otros grandes simios, pese a ser nuestros parientes más próximos entre los primates, no son tal vez un buen modelo de primate para el control voluntario de la vocalización.9 Charles T. Snowdon se refiere algo desconcertado al "silencio de los monos":10los grandes simios, dice, simplemente no vocalizan mucho, al menos en com­ paración con otros primates, nosotros incluidos. Los primates del Ama­ zonas, en cambio, se unen al frenesí sonoro creado por ranas, aves y otras criaturas de la selva tropical, donde las vocalizaciones son presumible­ mente una señal para distinguir a unas especies de otras. Snowdon afirma ser capaz de situar a un grupo de titís pigmeos, los monos más pequeños del mundo, simplemente escuchando sus características y persistentes vocalizaciones. Los gorilas de montaña de Ruanda, por otro lado, son es­ pecialmente conspicuos por su silencio, al menos según Snowdon.11 Es posible que sean simplemente unos tipos fuertes y silenciosos, más dados a golpearse el pecho que a la elocuencia vocal. Y también hay que pensar que a veces es el Tarzán fuerte y silencioso, y no la estrella de rock, el que se lleva a la chica.12 También es posible que exista un mayor control voluntario de la vo­ calización en primates menos relacionados con los humanos que los grandes simios. Los macacos pueden aprender a incrementar el ritmo de vocalización para obtener recompensa en forma de comida o para evitar un castigo, pero esto es suprimido por la destrucción bilateral de una zona cortical conocida como el cíngulo anterior.13 En los monos ardilla, la des­ trucción de esta zona suprime espontáneamente la emisión de gritos a larga distancia, pero deja intacta la capacidad de los animales para respon­ der con llamadas de contacto a las llamadas de contacto proferidas por otros animales.14 En estos casos las propias llamadas son innatas, pero su producción parece estar sometida a un determinado control intencional, mediado por el cíngulo anterior. Los monos japoneses han aprendido a emitir una especie de gorgoritos para pedir algo, lo que sugiere un cierto grado de control voluntario. De un modo más provocativo, se afirma que también pueden modular estas emisiones vocales para recibir comida o herramientas, lo que sugiere que es posible que hayan podido someter parcialmente sus vocalizaciones al control del córtex motor.15 También se ha sugerido, sin embargo, que esta especie de gorgoritos eran totalmente

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involuntarios, resultado de la existencia de un vínculo inconsciente, bien documentado en los primates y también en los humanos, entre los movi­ mientos de las extremidades y la vocalización.16 El habla humana no solo es intencional sino que también requiere el aprendizaje de nuevas pautas sonoras. Aunque la mayoría de animales y muchas aves vocalizan, pocos son capaces de aprendizaje vocal. La razón de ello es un misterio. Erich D. Jarvis sugiere que ha habido selección nega­ tiva contra el aprendizaje vocal porque introduce variación y hace que las llamadas de los animales sean más perceptibles para los depredadores -igual que nosotros los humanos tendemos a percibir el sonido de una voz nueva. Jarvis sugiere que los animales que aprenden nuevas pautas son los que no tienen grandes depredadores, con los humanos en primer lugar de la lista. Aparte de los humanos, las oreas son los principales depreda­ dores del océano, y son animales que aprenden a vocalizar. Los elefantes adultos también aprenden a vocalizar, y no tienen depredadores naturales, aunque los leones, las hienas y los cocodrilos a veces matan y se comen a los elefantes jóvenes. De otro animal que aprende a vocalizar, el colibrí, se dice que no tiene miedo porque puede escapar fácilmente de los depre­ dadores levantando rápidamente el vuelo, y algunas aves como las coto­ rras y los cuervos pueden evitar a los depredadores gracias al uso que hacen de las conductas grupales.17Es posible preguntarse, sin embargo, por qué los felinos dominantes de la sabana africana, como el león (el rey de la selva) no aprenden a vocalizar. Quizás sí vocalizan y nadie se ha atre­ vido a acercarse lo suficiente para comprobarlo. O tal vez aprendieron a estar callados, y a no ser percibidos, cuando los humanos inventaron los métodos para matarlos (a ellos y a todos los demás animales). También se ha sugerido que las vocalizaciones programadas de forma innata no son imitables, y que por consiguiente son muy fiables.18 Si un animal avisa a otros '¡Que viene el lobo!', es importante que realmente haya un lobo cerca o de lo contrario sus congéneres no le creerán la próxi­ ma vez y es posible que sea presa entonces de ese voraz depredador. El habla humana, en cambio, tiene fama de ser muy poco fiable, como recuer­ da el poeta Robert Graves en su poema Beware Madam! Tenga cuidado, señora, del ingenioso diablo,

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del archi-intrigante que, disfrazado de poeta, rezuma maldad por su alegre lengua.

De todos modos, la idea de que la comunicación animal no es imitable, ha sido cuestionada,19y podemos al menos hacer una excepción con las aves, algunas de las cuales cantan para engañar a otras aves, o incluso a los hu­ manos, imitando su canto. Se dice que el ave lira de Australia es capaz de imitar el sonido de una lata de cerveza al abrirse, aunque si tenemos en cuenta que el vino está desplazando a la cerveza como bebida nacional de aquel país, es posible que pronto las aves lira aprendan a imitar el sonido que hace una botella al ser descorchada.20 Si los animales no conversan entre ellos, es posible preguntarse a qué viene tanto alboroto. Normalmente, tiene que ver con situaciones esencial­ mente instintivas o emotivas relativas al apareamiento, la agresión, la reivindicación territorial o el aviso sobre la presencia de depredadores. Uno de los ejemplos más estudiados es el de los monos vervet, que tienen gritos específicos para advertir de la presencia de una serpiente, un águila, un leopardo, un felino pequeño y un babuino, y cuando los monos oyen estos gritos actúan apropiadamente -corriendo a esconderse en la maleza, por ejemplo, en respuesta al grito que indica la presencia de un leopardo.21 Ni siquiera las aves que aprenden nuevas pautas de sonido parecen estar conversando o transmitiendo información nueva. Erich Jarvis sugiere que el aprendizaje vocal evolucionó en primera instancia no para transmitir significados, sino para defender el territorio22 y atraer a un compañero para aparearse. En los humanos, como en las aves canoras, el canto es una actividad que atrae parejas potenciales y permite a los individuos afir­ marse como iconos sexuales. Una de mis colegas viajó en cierta ocasión una distancia considerable para hacer cola para ser besada por Elvis.23Esto sugiere la interesante posibilidad de que el habla haya evolucionado a par­ tir del canto, una idea explorada por Steven Mithen en su libro del año 2005 The Singing Neanderthals.24 El aprendizaje vocal se emplea a menudo con una finalidad imitativa, como en el caso del pájaro lira. La imitación presumiblemente capacita al imitador a invadir el territorio de otra especie y aprovecharse de sus re­ cursos. Está comprobado que algunos animales son incluso capaces de imi­

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tar el habla humana. En su libro de 1997 The Symbolic Species [La especie simbólica], Terrence Deacon deja constancia del asombro que le produjo oír, mientras paseaba por el Acuario de Boston, una voz que decía: "¡Eh! ¡Lárgate de aquí!"25La voz era de Hoover, la legendaria foca parlante que, lamentablemente, murió en 1986. Recientemente se ha registrado que un elefante del South Korean Zoo llamado Kosik profirió diversas palabras y frases en coreano. El registro vocal de los elefantes es normalmente de­ masiado bajo para que puedan oírlo los humanos, pero Kosik encontró la forma de meterse la trompa en la boca y soplar, creando de este modo fre­ cuencias lo suficientemente altas como para producir unos sonidos recono­ cibles como habla.26 Pero la simple imitación no es lo mismo que el habla producida mediante el uso de reglas gramaticales. Se acerca más al blanco Alex, un loro gris africano que también ha muerto hace poco. La voz del loro Alex ha sido descrita como la grabación de un viejo gramófono.27No se limitaba a remedar voces, sino que era capaz de contestar preguntas sencillas sobre los colores o las formas de los objetos, o acerca del número de objetos, hasta seis. Se decía que tenía la capacidad de habla de un niño de dos años.28 Esto sí es progreso, pero del mismo modo que un niño de dos años todavía no ha desarrollado una forma de hablar auténticamente gramatical, tampoco Alex lo consiguió. Por lo que respecta a las aves, tengo que mencionar a otro loro gris africano llamado N'kisi, que apareció en un reportaje de la BBC el 26 de enero del 2004. N'kisi pertenece a Aimee Morgana (o Aimee pertenece a N'Kisi), y dicen que tiene un vocabulario de 950 palabras y que es capaz de generar expresiones nuevas. Al parecer tiene un sentido del humor ma­ licioso. En cierta ocasión, fue presentado a la Dra. Jane Goodall, famosa por haber estudiado a los chimpancés en libertad y por haber vivido entre ellos y haberse hecho amiga de ellos. Habiendo visto previamente una fo­ tografía de ella con unos chimpancés, N'kisi le preguntó: "Got a chimp?" [¿Tienes un chimpancé?]. Aparentemente tiene algunas nociones de gramática, y se dice que en cierta ocasión dijo 'flied' en vez de 'flew' -el tipo de error que suelen cometer los niños pequeños que ya han empezado a aprender las reglas de la morfología pero que todavía no conocen las ex­ cepciones. De un modo aún más espectacular, se dice que N'kisi tiene el don de la telepatía, y Aimee Morgana se ha asociado con el Dr. Rupert

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Sheldrake, cuya obra más reciente se titula Perros que saben que sus dueños están volviendo a casa, para demostrar ese poder. Dicen que N'kisi puede navegar telepáticamente por la conciencia de Aimee. No explico esto para sostener que los loros poseen la capacidad del lenguaje ni para convencer al lector de que existe la telepatía, al menos en el caso de loros y perros. La verdad es que este tipo de afirmaciones son muy frecuentes, pero casi siempre se ha podido demostrar que carecen de un fundamento sólido. Que yo sepa, las habilidades de N'kisi todavía no han sido sometidas a unas pruebas científicas rigurosas, ni publicadas en una revista científica de prestigio.29 De todos modos, tener ideas precon­ cebidas sobre este tema -igual que sobre cualquier otro tema- no es reco­ mendable, y puede tener la consecuencia de impedir la posibilidad de que aprendan a hacer surf nuestros loros y perros. Hemos de ser especialmente cuidadosos a la hora de sacar conclu­ siones acerca de las capacidades mentales de los animales no humanos, especialmente a la luz del famoso caso del caballo Clever Hans, que se dio a conocer en 1904. Según su adiestrador, Clever Hans podía contestar pre­ guntas complejas dando golpes en el suelo con la pezuña de una de sus patas delanteras, y representando cada letra del alfabeto con un número diferente de golpes. Al ser preguntado '¿Cuánto son dos quintos más un medio?' golpeó el suelo con la pezuña nueve veces, hizo una pausa y luego dio otros diez golpes, aparentemente indicando que la respuesta a la pre­ gunta era 'Nueve décimos'. Incluso un destacado psicólogo de la época, el profesor Stumpf de la Universidad de Berlín, estaba convencido de que Clever Hans era un genio, hasta que uno de sus estudiantes, Oskar Pfungst, demostró que en realidad el caballo reaccionaba a sutiles señales emitidas por su adiestrador. Aparentemente, este no se daba cuenta de que era él, y no Clever Hans, el que producía las respuestas. ¿Qué hay, pues, de nuestros parientes más cercanos, los chimpancés y los bonobos?30 Incluso a un nivel acústico, sin considerar el significado, los intercambios vocales entre chimpancés difieren notablemente de los intercambios que se dan en la conversación humana. Cuando las personas conversan, generalmente eligen palabras, y por lo tanto sonidos, diferentes de los que acaban de oír -la respuesta a una pregunta, por ejemplo, no es la misma que la propia pregunta, a menos que uno de los interlocutores

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sea un psicoanalista o un postmodemista. Los sonidos que los chimpan­ cés emiten durante sus intercambios vocales son similares a los que aca­ ban de oír.31 Sus intercambios en forma de eco probablemente tienen que ver simplemente con el deseo de mantener el contacto con otro chimpancé y no con el de explicarle lo que le dijo Bobo a Mimi la otra noche mientras cenaban. Los intentos de enseñar a hablar a nuestros primos simiescos han sido básicamente fallidos. El más conocido de ellos fue el del matrimonio Cathy y Keith Hayes, que criaron a un pequeño chimpancé llamado Viki en su hogar, junto con sus propios hijos, confiando en que Viki llegaría a hablar de un modo tan natural como ellos. Pero no lo hizo. Como mucho, Viki llegó a producir toscas aproximaciones a tres o cuatro palabras: mama, papa, cup [taza] y posiblemente up [arriba].32 Estos penosos esfuerzos eran susurrados más que vocalizados, lo que sugería que al menos parte del problema reside en el propio componente vocal. Pero incluso estos esfuer­ zos susurrados distaban mucho de la cháchara articulada, hecha sin es­ fuerzo y a menudo exasperante de un niño de tres años. Los chimpancés, por tanto, no encuentran claramente las palabras necesarias para expre­ sarse. Los loros son mucho mejores que los primates articulando algo mu­ cho más parecido al habla humana. Otro ejemplo clásico es el presentado por la pionera psicóloga rusa Nadesha Ladygina-Kohts, que llevó a cabo un minucioso estudio de un pequeño chimpancé llamado Joni comparando su desarrollo con el de su hijo Roodi.33 Joni no aprendió nada parecido al habla, pero le encantaba proferir sonidos, incluida la risa. También roncaba de un modo indistin­ guible del de un niño. Sus vocalizaciones, aunque distintas, eran en gran parte atribuibles a su estado emocional. Curiosamente, podía imitar los ladridos de un perro,34 pero no los sonidos del habla humana. LadyginaKohts llegó a estar tan ligada emocionalmente a Joni como a su propio hijo, y sus estudios del comportamiento de Joni fueron meticulosos y perspi­ caces, y sin embargo concluye su libro con un canto a la superioridad hu­ mana basada sobre todo en la exclusividad de nuestras habilidades lingüísticas. Tras constatar las 'igualdades' entre niños y chimpancés, es­ cribe:

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Pero en cuanto tomamos en consideración la expresión verbal del chimpancé hemos de cambiar inmediatamente estos signos de 'igual' que estábamos a punto de poner entre las capacidades inte­ lectuales de un niño de 4 años y su homólogo chimpancé, por el sig­ no ('>'), que no parece lo suficientemente expresivo, porque lo que en realidad queremos decir no es solo 'mayor que', sino 'mejor', 'cua­ litativamente superior', e incomparablemente, indescriptiblemente más perfecto.35

¿Nos entienden los animales? Aunque los animales no humanos tienen muy poca o ninguna habilidad para producir algo parecido al habla humana, pueden tener unas habili­ dades sorprendentes para entenderla. Uno de los ejemplos más notables no es el de un simio, sino el de un perro pastor.36 Su nombre es Rico, y es capaz de responder adecuadamente a peticiones habladas para que traiga diferentes objetos de otra habitación y ponerlos luego en un lugar deter­ minado o darlos a una persona concreta. En las pruebas experimentales a que fue sometido, le dieron 10 objetos aleatoriamente seleccionados entre 200 objetos que conocía, y eligió correctamente en 37 de cada 40 pruebas. Rico recoge el objeto designado de una habitación en la que no hay ninguna persona que pueda darle pistas acerca de la elección correcta, lo que descarta cualquier posible efecto 'Clever Hans'. Si le piden que traiga un objeto cuyo nombre no le resulta familiar, elige entre los objetos a se­ leccionar uno que sea nuevo. Cuatro semanas más tarde, demuestra que todavía conoce el nombre de este objeto, indicando lo que ha sido califi­ cado de 'aprendizaje por exclusión'. Esta capacidad de aplicar una etiqueta en un solo intento se conoce como 'mapeo rápido' y hasta ahora se creía que era algo exclusivo de los humanos.37 Las proezas de Rico no son nin­ guna sorpresa para las personas convencidas de que sus perros o gatos pueden entenderlos. La actuación de Rico es en cierto modo comparable a la de Kanzi, un bonobo criado por Sue Savahe-Rumbaugh. Kanzi no sabe hablar, pero como veremos ha adquirido una impresionante facilidad para comuni­

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carse utilizando gestos manuales. Lo interesante aquí es que esta habilidad para entender el lenguaje hablado supera de lejos su capacidad para pro­ ducirlo. Kanzi puede responder correctamente preguntas bastante largas. Cuando le preguntaron, por ejemplo: "¿Quieres poner unas uvas en la piscina?", salió inmediatamente del agua, cogió unas uvas y las tiró a la piscina. Yendo a visitar a su amigo Austin le dijeron: "Conseguirás unos cereales si le das a Austin tu máscara de monstruo para que juegue." Res­ pondió buscando su máscara y dándosela a Austin, y luego señalando los cereales que tenía Austin. Su habilidad para responder este tipo de pre­ guntas no es perfecta, sin embargo. En un estudio controlado le dieron una lista de 660 órdenes habladas no habituales, algunas de ellas de ocho pala­ bras de longitud, y respondió correctamente en el 72 por ciento de los ca­ sos. Kanzi tenía entonces nueve años y obtuvo unos resultados algo mejores que una niña de dos años y medio llamada Alia, que respondió correctamente en un 66 por ciento de los casos.38 Estos ejemplos sugieren que la comprensión del habla supera de lejos a su producción, una observación común en el caso de los niños que están aprendiendo a hablar.39 También sugieren la existencia de una sorpren­ dente habilidad para descomponer las frases en las palabras que las for­ man, una capacidad hasta entonces considerada exclusivamente humana. Aunque esto es algo que parece muy natural, no hay prácticamente nada en una señal acústica que nos diga dónde termina una palabra y empieza otra,40y es solo la experiencia con el lenguaje lo que nos permite realmente descomponer una frase de este modo.41¿Entiendenloquequierodecir? Nos damos cuenta de esto solo cuando escuchamos hablar un idioma que nos resulta completamente extraño, en el que todas las palabras parecen ir pe­ gadas formando un galimatías sin sentido. Cuando enseñamos a hablar a los niños les ayudamos a separar las palabras enfatizando exageradamente las pausas entre una y otra. Lo sorprendente, pues, no es solo que Rico y Kanzi sean capaces de contestar correctamente lo que les preguntan, sino que sean capaces de distinguir unas palabras de otras. Hay que suponer que no son únicos en su especie -presumiblemente, otros simios y ma­ míferos son capaces de la misma proeza, siempre que se den las condicio­ nes adecuadas para el aprendizaje. Por si acaso, no deje de hablar con su gato.

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Es poco probable, de todos modos, que la comprensión de que hacen gala Rico y Kanzi -esperemos que algún día lleguen a conocerse- satisfaga la definición de lo que se entiende comúnmente por 'comprensión lingüís­ tica'. La identificación de palabras clave puede ser suficiente para dar la respuesta correcta la mayor parte de las veces. Lo único que Rico necesita saber es el nombre del objeto y el del receptor (o recipiente) y lo demás cae por su propio peso. Aunque la frase "Conseguirás unos cereales si le das a Austin tu máscara de monstruo para que juegue" implica recursión (con­ cretamente al final de la frase), Kanzi probablemente no necesitó analizarla para entenderla. Lo único que necesitaba entender eran las palabras ce­ reales, Austin y máscara para hacerse una idea de lo que le estaban pi­ diendo.42 Las proezas de Rico y Kanzi, sin embargo, dependen claramente del sofisticado análisis de unas señales acústicas a un nivel muy superior al de los sonidos que son realmente capaces de producir. Aunque sus vocali­ zaciones parecen ser en gran parte fijas y estar sometidas a control emocio­ nal, los animales oyen sonidos muy diferentes en la naturaleza y necesitan discriminar entre ellos para poder actuar del modo apropiado en cada caso. Entre estas vocalizaciones se cuentan los sonidos que emiten otros animales, incluidos los depredadores humanos. En la jungla hay que afinar el oído.

¿Y qué hay de los signos? La mayor parte de animales no humanos son muy vocales, pero parecen incapaces de nada parecido al habla humana. El hecho de que al menos algunos animales sean capaces de entender el habla humana sugiere que cualquier déficit lingüístico que tengan tiene que estar relacionado con la producción de vocalizaciones intencionales aprendidas, y no necesaria­ mente con el propio lenguaje. Pero el lenguaje no tiene por qué ser vocal. Hoy se admite claramente que los lenguajes de signos de los sordos son auténticos lenguajes, con un poder expresivo igual al del habla, y en el si­ guiente capítulo sostengo que el lenguaje humano evolucionó a partir de gestos manuales, y no de vocalizaciones. En las sociedades alfabetizadas,

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la lectura y la escritura comprenden también una forma de lenguaje que puede implementarse sin sonidos.43 La intuición de que podía ser posible enseñar lenguaje visual a los simios procede de una observación hecha por el escritor y cronista Samuel Pepys. En 1661 vio una extraña criatura, probablemente un chimpancé o gorila,44 que había sido traído desde Guinea, y escribió que era "tan pare­ cido a un hombre en muchos aspectos [...] que me resulta imposible pen­ sar que sea un monstruo nacido de un humano y una hembra de babuino. Creo que entiende fácilmente muchas palabreas inglesas, y estoy conven­ cido de que sería posible enseñarle a hablar y a expresarse mediante sig­ nos." Se equivocaba en lo de hablar; como hemos visto, no hay ninguna prueba de que un primate no humano pueda producir algo parecido al habla humana. Pero Pepys pudo haber dado en el blanco con su sugerencia de que tal vez fuera posible enseñar a un simio a expresarse por signos. Los pri­ mates, incluidos los simios, tienen manos y un sistema de control manual bien adaptado para agarrar y manipular cosas, y mucho mejor adaptado para el aprendizaje y el control intencional de lo que lo está su sistema vo­ cal. Esto llevó a Alien y a Beatrix Gardner a desarrollar un sistema de sig­ nos, libremente basado en el Lenguaje Americano de Signos, en un intento de comunicarse con un joven chimpancé llamado Washoe. Tuvieron mu­ cho más éxito que los anteriores intentos de enseñar a hablar a un chim­ pancé. Washoe aprendió más de 100 gestos, por comparación con las solo tres o cuatro palabras que Viki había intentado articular. La primera 'pala­ bra'-signo que produjo Washoe fue more [más], y expresaba este concepto juntando sus dos manos frente al pecho. Utilizaba este signo en combi­ nación con otros para pedir que le dieran más plátanos o que le hicieran cosquillas.45 Más adelante, Francine Patterson enseñó a un gorila llamado Koko al menos 375 signos, y sostenía que Koko era capaz de utilizarlos de una forma inventiva, similar a como los utilizaría un humano, para mentir, jurar y manifestar su desdén por algo. Patterson incluso afirmaba haber medido el cociente intelectual de Koko, y lo situó entre 84 y 95. 46 Los resultados más impresionantes hasta ahora, sin embargo, son los obtenidos por Sue Savage-Rumbaugh con el bonobo Kanzi utilizando un enfoque basado más en la lectura que en el lenguaje de signos. Kanzi se

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comunica tocando las teclas de un teclado con 256 símbolos que denotan objetos y acciones, y los complementa con varios gestos manuales de su propia invención. Los símbolos, llamados lexigramas, han sido deliberada mente seleccionados para que no tengan ningún parecido físico con los objetos o acciones que representan. Kanzi también puede producir nuevas secuencias señalando combinaciones de lexigramas del teclado, aunque sean unas combinaciones un tanto pobres comparadas con la riqueza del lenguaje humano. Sus 'frases' son combinaciones de dos o tres palabras, como hide peanut [esconder cacahuete], chase you [perseguir tú], hot water there [agua caliente allí] o child-side food surprise [lugar-niño comida sor­ presa].47

Figura 5. Panbanisha, la hermana adoptiva de Kanzi, comunicándose con lexigramas. Fotografía de Malcolm Linton.

Ha habido un debate considerable, sin embargo, acerca de si Kanzi ha aprendido realmente un lenguaje, y el consenso general es que no, que estas simples combinaciones no constituyen una auténtica gramática recursiva. Steven Pinker comenta que los grandes simios, pese a sus proe­ zas lingüísticas, "simplemente no se enteran."48 Por supuesto, puede que esto refleje un desesperado deseo de aferrarse a la noción de una supuesta superioridad humana, pero de todos modos es evidente que a Kanzi le queda mucho camino por recorrer. En un congreso reciente sobre la evolu­

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ción del lenguaje celebrado en París, se sugirió que el propio Kanzi podría acudir al siguiente congreso, dos años más tarde, y dar una conferencia. Una meticulosa inspección de los ponentes de aquella conferencia me per­ suadió de que Kanzi no era ninguno de ellos.49 Aunque Kanzi es probablemente la estrella entre todos los animales no humanos por sus proezas lingüísticas, otros no le van mucho a la zaga. Entre estos se cuentan otros grandes simios (gorilas y orangutanes),50 del­ fines,51 leones marinos, y Alex, el loro gris africano.52 El lingüista Derek Bickerton acuñó el término 'protolenguaje' para referirse a la habilidad de formar o entender combinaciones simples de símbolos pero sin gramá­ tica.53 Se ha dicho que este es el nivel lingüístico alcanzado no solo por las especies más arriba mencionadas, sino también por los niños de dos años, los parlantes de las lenguas pidgin, las personas con una determinada le­ sión cerebral que les impide hablar con fluidez, y los adolescentes borra­ chos.54 En el niño, la gramática se desarrolla aproximadamente entre los dos y los cuatro años de edad. Esta fase es una parte de la infancia que probablemente sea exclusiva de los humanos y que es fundamental para el desarrollo de otros aspectos del pensamiento propios de los humanos -un punto que elaboramos en el capítulo 11. Bickerton ha propuesto que el protolenguaje es la plataforma sobre la que se construyó un lenguaje plenamente gramatical en el curso de la evolución, un punto de vista reite­ rado por Ray Jackendoff en un libro reciente que marca un hito.55 Otro punto de vista sobre el protolenguaje, al menos tal como se ma­ nifiesta en los animales no humanos, es que se trata simplemente de una forma de resolver problemas. Efectivamente, las proezas lingüísticas de Kanzi y otros simios parecen comparables en muchos sentidos a las acti­ vidades de los chimpancés para la resolución de problemas descritas en los famosos experimentos llevados a cabo por el psicólogo alemán Wolfgang Kóhler. Kóhler descubrió que, cuando les presentaba un problema a los chimpancés para que lo resolvieran, a menudo la solución parecía ocurrírseles de pronto, como por una súbita intuición, y muchas veces consis­ tía en la combinación de dos objetos, o de dos ideas, de una manera novedosa. Por ejemplo, Sultán, el más 'inteligente' de los chimpancés, tuvo en cierta ocasión la idea de recoger comida que estaba fuera de su alcance uniendo dos cañas de bambú para hacer un rastrillo lo suficientemente

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largo como para llegar a la comida.56Estos actos no parecen muy diferentes en principio de la combinación de gestos comunicativos, y muchas de las 'peticiones' generadas por los denominados simios lingüísticos también se producen con la finalidad de obtener comida.57 Más recientemente, Michael Tomasello ha demostrado la existencia de unas habilidades semejantes para la resolución de problemas en los chimpancés, y hace la interesante observación de que estos no parecen aprender imitando a otros chimpancés. Cuando había dos formas de al­ canzar el alimento, los chimpancés preferían encontrar su propio modo de hacerlo y no se veían influidos por el hecho de haber visto a otro chim­ pancé hacerlo de otro modo. En el caso de los niños, en cambio, es mucho más probable que copien lo que han visto.58 Esta falta aparente de habili­ dad imitativa en el chimpancé explica en parte por qué no han alcanzado las habilidades oratorias de un Churchill o por qué no son capaces de pi­ lotar un jumbo. Daniel Povinelli también ha explorado las habilidades de los chimpancés para resolver problemas mecánicos, y parece más impre­ sionado por su obtusa falta de comprensión del mundo físico que por sus éxitos ocasionales.59 En el oscilante mundo de la primatología, sin em­ bargo, parecen surgir ahora pruebas de que los chimpancés pueden no solo aprender diferentes formas de resolver problemas mecánicos, sino que también pueden transmitirlas a otros miembros del grupo, lo que su­ giere que existe una base rudimentaria para el establecimiento de una cul­ tura.60 Puede que sea la incómoda semejanza de los chimpancés con nuestra propia especie lo que hace que sus habilidades mentales sean una cuestión tan polémica. Un aspecto curioso del protolenguaje puesto de manifiesto por Kanzi y por los otros 'simios lingüísticos' es que hay pocas pruebas de que exista una forma de comunicación comparable entre los chimpancés que viven en libertad o en un ambiente naturalista. Lo que sí hacen es comunicarse gestualmente. Joanne Tanner y Richard Byrne han registrado hasta 30 ges­ tos diferentes hechos por los gorilas del zoo de San Francisco, en el que estos animales, primos hermanos de los fuertes y silenciosos gorilas de montaña que hemos conocido en el capítulo anterior, están encerrados en un gran marco de tipo naturalista. Estos gestos, sin embargo, están más cerca de la pantomima que del lenguaje, y son fácilmente comprendidos

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tanto por los otros gorilas como por los observadores humanos.61 Igual­ mente, Michael Tomasello y sus colegas identificaron 30 gestos hechos por unos chimpancés que podían moverse con relativa libertad por una amplia zona del zoo de Leipzig.62Estos gestos no agotan en absoluto el repertorio de estos animales, pero fueron escogidos porque fueron fácilmente obser­ vados y tabulados por los experimentadores. Estos gestos simiescos, aun­ que unitarios, tienen sin embargo un aspecto en cierto modo lingüístico en cuanto que están normalmente dirigidos a otro individuo, mientras que las llamadas animales tienden a dirigirse a la comunidad en general. Los gestos manuales de chimpancés y bonobos también difieren de sus movimientos faciales y vocalizaciones en el sentido de que están menos relacionados con contextos típicos como el juego, el acicalamiento o el sexo. También manifiestan una mayor variabilidad entre las dos espe­ cies y entre subgrupos dentro de cada especie.63Esto implica que los gestos manuales se utilizan de un modo más libre y flexible que las vocalizacio­ nes, lo que de nuevo sugiere que se despliegan intencionalmente, mientras que las vocalizaciones están en gran parte bajo control emocional -con el piloto automático, si se quiere. Michael Tomasello y sus colegas también han estudiado los gestos cor­ porales comunicativos hechos por los grandes simios que viven en liber­ tad, y han mostrado que estos gestos están sujetos a aprendizaje social y que son sensibles al estado atencional del receptor.64Ambas cosas son prerrequisitos necesarios para el lenguaje, aunque no son suficientes, como veremos en el capítulo 9. En estos estudios los gestos se definen como mo­ vimientos comunicativos de la cabeza, las extremidades o el cuerpo, exclu­ yendo las vocalizaciones. Algunos gestos, sin embargo, parecen diseñados para producir sonido, como batir palmas o golpearse el pecho. El gorila parece tener un repertorio mayor que el chimpancé o el bonobo, probable­ mente porque es el más terrestre de los tres y por tanto el que menos ocu­ pados tiene los brazos trepando y aferrándose a las ramas. Pero aunque los gestos de los simios sean claramente comunicativos e intencionales, y sujetos a aprendizaje, no tienen la generatividad combi­ natoria del lenguaje humano. No generan frases. Lo que les falta a estos gestos para convertirse en un lenguaje se explora más a fondo en el capí­ tulo 9.

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La recursión en las especies no humanas Hace más de 40 años, el famoso lingüista Noam Chomsky observó que el lenguaje humano "se basaba en un principio totalmente diferente" a todas las demás formas de comunicación animal.65Esta conclusión parece ahora mucho menos cierta que entonces, y el propio Chomsky parece haber sua­ vizado su punto de vista. En un influyente artículo escrito en colaboración con Mark Hauser y Tecumseh Fitch, se proponen dos definiciones de la facultad del lenguaje. Lafacultad del lenguaje en sentido amplio (FLB) incluye muchos aspectos compartidos por los humanos con otras especies, como los sistemas de entrada y salida y lo que ellos llaman el "sistema concep­ tual intencional" que implica la intención explícita de comunicarse con otros.66 Contenida en este sistema está la facultad del lenguaje en sentido es­ trecho (FLN), que es en efecto el lenguaje-I discutido en el capítulo ante­ rior.67 Como hemos visto allí, Chomsky sostenía que el lenguaje-I surgió en un solo paso durante una etapa tardía de la evolución humana, negán­ dolo de este modo claramente a los simios no humanos. Hauser, Chomsky y Fitch subrayan que "todos los enfoques [del len­ guaje] están de acuerdo en que una propiedad central de la FLN es la re­ cursión."68 En el más reciente Programa Minimalista de Chomsky, es la operación Fusión, que se aplica recursivamente, como vimos en el capítulo anterior. Desde que Hauser, Chomsky y Fitch identificaron la recursión como un componente fundamental, ha habido al menos una afirmación según la cual el análisis sintáctico recursivo pueden llevarlo a cabo no ya los simios, sino los estorninos.69Vale la pena examinar estas afirmaciones, dado que plantean un auténtico reto a nuestra supuesta singularidad. La afirmación se basaba en el análisis sintáctico de secuencias de in­ crustación centrada en las que pares de elementos son progresivamente incrustados en otros pares. Entre los elementos había trinos (R) y gorjeos (W), los sonidos naturales que emiten los estorninos, y cada par estaba for­ mado por un determinado trino y un determinado gorjeo. Había ocho ejemplos de cada, de modo que los pares se elegían aleatoriamente. Un ejemplo de una serie de incrustación centrada con tres niveles de incrus­ tación sería: RyRiR^R^W^WyW2 W^, de modo que R^W^ estaría incrusta­ do en R5 W7 y luego esta secuencia estaría incrustada en R-^^2 Y as* 72

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sucesivamente. Las secuencias de incrustación centrada eran comparadas con secuencias hechas de pares repetidos, como en R^WjR^A¡2 RgW^RgW^. Estas estructuras se muestran también en la figura 6. Tras un exhaustivo entrenamiento, los estorninos eran capaces de distinguir tanto las secuen­ cias de incrustación centrada como los pares repetidos de las secuencias que no cumplían estas condiciones.70 Dado que los ejemplos reales de tri­ nos y gorjeos se variaban aleatoriamente en cada prueba, podía deducirse que los estorninos no memorizaban secuencias concretas, sino que capta­ ban de algún modo las diferentes estructuras.

A

B

C

Figura 6. Secuencias de trinos (R) y gorjeos (W) presentadas a los estorninos. A = pares repetidos; B = pares incrustados, C = análisis alternativo que puede haber per­ mitido a los estorninos distinguir B sin recurrir a la incrustación recursiva.

¿Significa esto que los estorninos entendían que la secuencia incrus­ tada estaba hecha de una incrustación recursiva de pares dentro de otros pares? Por supuesto que no. Los estorninos podrían simplemente haber sido capaces de discernir que las llamadas secuencias incrustadas estaban formadas por una secuencia de trinos seguida por un número igual de gor­ jeos. Esto requiere la habilidad de estimar el número de trinos y de gorjeos de cada secuencia, contando al menos hasta cuatro, y la de juzgar si los dos números son el mismo. Esta estructura también se muestra en la fi­ gura 6. Para adoptar esta estrategia alternativa, necesitan tener la habili­ dad de contar, o al menos la de estimar cantidades -las aves no lo hacen nada mal71- y la de juzgar si dos cantidades son iguales. No es posible dar­ les un sobresaliente, sin embargo, porque su actuación, pese a ser mejor de lo esperable aleatoriamente, no fue perfecta.

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Lo más probable, pues, es que los estorninos descubrieran ingeniosa­ mente una solución sencilla al problema que les planteaban, una solución que no implicase entender la recursión.72 Pero no estaría de más que, si­ guiendo el ejemplo de Wolfgang Amadeus Mozart, prestásemos un poco más de atención al canto de los estorninos. Se dice que su Concierto para piano en sol mayor se basa en el canto de estas aves. Bromas aparte, los an­ teriores ejemplos ilustran que el concepto de recursión es escurridizo y puede llevamos a pensar que una secuencia construida mediante incrus­ tación recursiva puede descomponerse necesariamente del mismo modo. Si los estorninos fuesen verdaderamente capaces de analizar tres ni­ veles de incrustación centrada, sería muy embarazoso para los humanos, que tenemos dificultades para entender la recursión a este nivel de com­ plejidad. Podemos entender, por ejemplo, un nivel simple de incrustación centrada, como en John, whom Emily loves, adores Jane [John, a quien Emily ama, adora a Jane], y si fuera necesario podríamos añadir otro nivel, como en John, whom Emily, whom Tom loves, loves, adores Jane [John, a quien Emily, a quien Tom ama, ama, adora a Jane]. Pero traten de añadir otro nivel: John, whom Emily, whom Tom, whom Caroline loves, loves, loves, adores Jane. Esto no es un triángulo amoroso; es por lo menos un tetraedro. De momento, pues, podemos concluir sin temor a equivocamos que no hay pruebas de un análisis recursivo de secuencias en las especies no humanas, como sostenían Chomsky y otros. De todos modos, vimos en el capítulo anterior que es posible que algunos lenguajes humanos no impli­ quen recursión, aunque también esto depende de cómo definamos la re­ cursión. En capítulos posteriores, sin embargo, defenderé la tesis de que el lenguaje humano no sería posible de no ser por la naturaleza recursiva del pensamiento humano. Considero a continuación la cuestión más general de la evolución del lenguaje humano.

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¿Cómo evolucionó el lenguaje de la mano a la boca? Una lengua es una lengua y un pulmón es un pulmón. En un cuento ¿puedes gritar o cantar sin hacer un solo gesto? ¡Qué va! "Gesticulate", en el musical de 1953 Kismet

l edicto promulgado en 1866 por la Sociedad Lingüística de París prohibiendo toda discusión sobre la evolución del lenguaje parece haber tenido un efecto prolongado. La principal dificultad, al pa­ recer, era (y en cierto modo todavía es) la extendida creencia de que el len­ guaje es una facultad exclusivamente humana, de modo que no puede obtenerse ninguna prueba del estudio de animales no humanos. Esto sig­ nificaba que el lenguaje tuvo que haber surgido por evolución después de que los homininos se separasen del grupo de los grandes simios. En el siglo XIX al menos, poco podía deducirse del registro fósil, y las teorías sobre cómo podía haber evolucionado el lenguaje eran en gran parte es­ peculativas, y por supuesto muy polémicas. La propia idea de la evolución era polémica, por supuesto, y era vigorosamente atacada por la Iglesia. En el caso del lenguaje, el conflicto entre ciencia y religión se veía exacerbado por el punto de vista tradicional según el cual el lenguaje era un regalo que había hecho Dios a la humanidad. El punto de vista de Noam Chomsky sobre el lenguaje, resumido en el capítulo 2, también llevó a un punto de vista más bien milagroso sobre cómo había evolucionado el lenguaje. La base de todo lenguaje, según

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Chomsky, es el lenguaje-I, o sea, el lenguaje del pensamiento. Dado que el lenguaje-I no tiene referentes externos y tiene que ser anterior a la evolu­ ción de lenguajes-E -los lenguajes que realmente hablamos basados en las palabras o en los signos- no pudo haber surgido por selección natural. Tuvo que haber surgido, por tanto, como un hecho singular, en un solo individuo. En el capítulo 2 nos presentaron a este individuo como Prome­ teo. Chomsky también destaca que "hace aproximadamente unos 100.000 años no había lenguajes"1, lo que sugiere que Prometeo vivió después del surgimiento de nuestra especie, presumiblemente en África. El punto de vista según el cual el lenguaje emergió de novo en la espe­ cie Homo sapiens ha sido elaborado por otros, y se conoce a veces como la 'teoría del big-bang'. Dereck Bickerton ha escrito que "la aparición del ver­ dadero lenguaje, mediante la emergencia de la sintaxis, fue un hecho ca­ tastrófico que tuvo lugar en alguna de las primeras generaciones de la especie Homo sapiens sapiens. ' ' 2 La idea según la cual el lenguaje ha surgido recientemente se basa en parte en la de que el llamado comportamiento humano moderno, inferido del registro arqueológico y del que presumi­ blemente forma parte el lenguaje, ha surgido hace menos de 100.000 años, y probablemente hace menos de 50.000 años. Richard Klein, por ejemplo, escribe que "resulta al menos plausible relacionar el cambio básico habido en el comportamiento humano hace unos 50.000 años con una mutación fortuita que dio lugar a un cerebro totalmente moderno."3 Timothy Crow ha propuesto que una mutación genética originó la especiación del Homo sapiens junto con unos atributos tan exclusivamente humanos como el len­ guaje, la asimetría cerebral, la teoría de la mente y una vulnerabilidad a la psicosis.4 Fue realmente un buen 'big-bang'. Desde una perspectiva darwiniana, este punto de vista es muy poco convincente. Steven Pinker y Paul Bloom fueron probablemente los pri­ meros que cuestionaron la idea de que el lenguaje surgió como un hecho singular. El lenguaje, según ellos, es una facultad compleja, y "la única ex­ plicación satisfactoria del origen de una estructura biológica compleja es la teoría de la selección natural, el punto de vista según el cual el éxito reproductivo diferencial asociado a la variación heredable es la fuerza organizadora fundamental en la evolución de los organismos."5 Señalan también que la emergencia de una estructura compleja por selección na­

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tural es gradual: "La única forma de que pueda evolucionar un diseño complejo es mediante una secuencia de mutaciones con efectos peque­ ños."6 A priori, pues, parece harto improbable que el lenguaje sea el pro­ ducto de una única mutación ocurrida en algún solitario Prometeo. Como vimos en el capítulo anterior, se mantiene aún el consenso ge­ neral relativo a que el ingrediente fundamental que distingue a la mayoría de lenguajes humanos de otras formas de comunicación animal es la gra­ mática recursiva. Tampoco este ingrediente tiene por qué haber aparecido súbitamente y plenamente formado en nuestra propia especie, y efectiva­ mente, como vimos en el capítulo 2, puede que existan lenguajes como el de los pirahá que no utilicen la recursión. El concepto de gramaticaliza­ ción, también discutido en el capítulo 2, sugiere escenarios en los que la gramática se despliega gradualmente y no en un solo paso. En vez de su­ poner que todo sucedió dentro de los últimos 100.000 años, parece mucho más razonable suponer que el lenguaje gramatical evolucionó lentamente -y de forma variable- durante los seis o siete millones de años transcurri­ dos desde que los homininos se separaron de la línea de los chimpancés, aunque más abajo yo sugiero que han sido los dos últimos millones de años los más fundamentales en este proceso. En términos evolutivos, inclu­ so esto puede considerarse como una especie de big bang, pero da al teó­ rico algo más de margen para desarrollar un escenario evolutivo plausible. Pero naturalmente, al menos algunos de los otros ingredientes del lenguaje estaban sin duda presentes en nuestros antepasados primates, y para en­ tender cómo ha evolucionado el lenguaje necesitamos remontamos en el tiempo hasta estos antepasados, y luego avanzar hasta la evolución de los homininos y tratar de determinar qué fue lo que dio al lenguaje su poder de expresión sin límites. En el capítulo anterior he puesto de manifiesto que los equivalentes más cercanos al lenguaje en los primates no humanos se encuentran más en los sistemas gestuales que en las llamadas vocales. La actividad ma­ nual en los primates es intencional y sujeta a aprendizaje, mientras que las vocalizaciones parecen ser en gran parte involuntarias y fijas.7 En los in­ tentos de enseñar a hablar a los grandes simios, se ha tenido más éxito me­ diante los gestos y el uso de teclados que por medio de la vocalización, y los gestos corporales de los monos que viven en libertad están menos li­

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mitados por el contexto que sus vocalizaciones. Estas observaciones sugie­ ren que el lenguaje ha podido evolucionar a partir de gestos manuales.

Los orígenes gestuales del lenguaje La teoría de que el lenguaje evolucionó a partir de gestos manuales tiene una historia larga y accidentada. Uno de sus primeros defensores fue el fi­ lósofo francés del siglo XVIII Étienne Bonnot de Condillac. Condillac es­ taba interesado en saber cómo había evolucionado el lenguaje, pero como era sacerdote esto le situaba en terreno peligroso, dado que la doctrina teo­ lógica oficial era que el lenguaje había sido un regalo de Dios. Para poder expresar su propio punto de vista herético tuvo que presentarlo como una fábula.8Imaginó a dos niños abandonados, un niño y una niña, que no ha­ bían adquirido todavía el lenguaje y que vagaban por el desierto después del Diluvio Universal. Para comunicarse utilizaban gestos manuales. Si el niño quería algo que estaba fuera de su alcance, "no estaba confinado a proferir solamente gritos o sonidos; utilizaba otros medios para hacerse entender, moviendo la cabeza, los brazos y cualquier otra parte de su cuerpo." Estos movimientos eran comprendidos por su compañera, que de este modo podía ayudarle. Finalmente desarrollaron "un lenguaje que en su primera etapa consistía solo probablemente en una serie de contor­ siones y de violentas agitaciones, por lo que estaba proporcionado a la es­ casa capacidad de la joven pareja."9 La historia prosigue explicando cómo llegaron los sonidos articulados a estar asociados con los gestos, aunque "el órgano del habla era tan infle­ xible que apenas podía articular unos cuantos sonidos simples."10Pero fi­ nalmente la capacidad de vocalizar aumentó y "llegó a parecer tan práctica como el hecho de hablar mediante acciones; utilizaban ambos medios in­ distintamente, hasta que con el tiempo los sonidos articulados llegaron a ser tan fáciles que se volvieron absolutamente prevalentes."11 Superficialmente, al menos, esta historia no trata de la evolución del lenguaje, sino más bien de cómo dos niños perdidos desarrollan una for­ ma de comunicarse. Pero es probable que Condillac tratase realmente de explicar la historia de cómo podía haber evolucionado la facultad humana

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del lenguaje, y el caso es que se mostró notablemente clarividente. Desde entonces, la idea de que el lenguaje evolucionó a partir de ges­ tos manuales ha sido propuesta muchas veces, aunque no siempre ha sido bien recibida. El contemporáneo de Condillac, Jean-Jacques Rousseau, que obviamente no se dejó impresionar por las prohibiciones religiosas, re­ frendó más abiertamente la teoría gestual en un ensayo publicado en 1782. Charles Darwin apuntó al menos (como si dijéramos) esta misma idea: "No me cabe duda de que el lenguaje tiene su origen en la imitación y mo­ dificación de varios sonidos naturales y a las vocalizaciones características del hombre, ayudado de gestos y signos."12 En 1900, Wilhelm Wundt, el fundador del primer laboratorio de psicología experimental en Leipzig en 1879, escribió una obra en dos volúmenes sobre el habla, y sostuvo que un lenguaje de signos universal estaba en la base de todos los lenguajes.13Es­ cribía, sin embargo, bajo la falsa idea de que las comunidades de sordos utilizan el mismo sistema de signos y que los lenguajes de signos solo sir­ ven para la comunicación básica y no pueden comunicar ideas abstractas. Ahora sabemos que los lenguajes de signos varían mucho de comunidad en comunidad y que todos ellos pueden tener la misma sofisticación co­ municativa que el habla. El neurólogo británico MacDonald Critchley lamentó que su libro The Language of Gesture [El lenguaje del gesto] coincidiese con el estallido de la Segunda Guerra Mundial y fuese por tanto mayoritariamente ignorado, de modo que escribió un segundo libro titulado Silent language [El lenguaje silencioso] que se publicó en 1975. "El gesto", escribió, "está lleno de elo­ cuencia a los ojos del observador atento y sagaz que, poseyendo la clave de su interpretación, sabe lo que ha de observar y cómo hacerlo."14Critch­ ley se mostró ambivalente respecto a si creía que el lenguaje se había ori­ ginado en el gesto; en un momento dado se negó a aceptar que el lenguaje pudiese haber sido en un tiempo gestual y silencioso, y más tarde sostuvo que el gesto tenía que haber sido anterior al habla en la evolución humana. Probablemente la primera defensa integral de la teoría gestual de los orígenes del lenguaje en los tiempos modernos la hizo el antropólogo Gordon W. Hewes en un artículo publicado en 1973. Hewes estaba en parte motivado por el descubrimiento de que no era posible enseñar a hablar a los grandes simios pero que estos se desenvolvían bastante bien utilizando

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signos para comunicarse. La teoría gestual se vio reforzada por la obra de Ursula Bellugi y Edward S. Klima, que puso de manifiesto que el Lenguaje Americano de Signos (ASL) era un lenguaje completo, y que se veía afec­ tado por determinadas lesiones cerebrales del mismo modo que lo estaba el lenguaje hablado. Luego la teoría gestual pareció quedar en hibernación durante un tiempo. Yo la recogí en mi libro de 1991 The Lopsided Ape [El mono asimétrico], que poco después fue seguido por el libro de 1994 Gesture and the Nature ofLanguage [El gesto y la naturaleza del lenguaje], de William C. Stokoe, David F. Armstrong y Sherman E. Wilcox, que la enfo­ caron desde la perspectiva del lenguaje de signos. Después apareció el libro de Armstrong Original Signs [Señales originales] en 1999. Yo elaboré mis propios puntos de vista en mi libro del año 2002 From Hand to Mouth [De la mano a la boca] y un año antes William C. Stokoe había publicado Language in Hand [Lenguaje a mano], con el explícito subtítulo Por qué los signos fueron anteriores al habla.16 La teoría gestual recibió un fuerte impulso con el notable descubri­ miento en el cerebro de los primates de las llamadas neuronas espejo.

Las neuronas espejo El año 2000, el neurocientífico Vilayanur Ramachandran declaró que las neuronas espejo serían para la psicología lo que había sido el ADN para la biología17 -una observación que corre el peligro de ser citada tantas veces como se invoque a las propias neuronas espejo. Las neuronas espejo las descubrieron en el cerebro de los monos el científico italiano Giacomo Rizzolatti y sus colegas en la Universidad de Parma. La actividad de dichas neuronas se registró con unos electrones insertados en una parte del córtex frontal llamada área F5. Son un subgrupo de una clase de neuronas que se activan cuando el mono hace un movimiento intencional con la mano, como estirar el brazo para coger algo, por ejemplo un cacahuete. Ante la sorpresa inicial de Rizzolatti, algunas de estas neuronas también se dispa­ raban cuando el mono observaba a otro individuos (el propio investigador, por ejemplo) haciendo el mismo movimiento. Llamó a estas neuronas 'neuronas espejo' porque la percepción se ve reflejada en la acción. Tam-

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Córtex motor

Córtex motor

Figura 7. Localización del área de Broca y del córtex motor en el cerebro humano (iz­ quierda] y de las neuronas espejo y el córtex motor en el cerebro de un macaco (derecha). Copyright © 2010 W. Tecumseh Fitch. Reimpreso con permiso de Cambridge University Press.

bién han sido llamadas neuronas "monkey see, monkey do" [el mono hace lo que ve hacer]. La idea de que las neuronas espejo pueden haber sentado las bases para la eventual evolución del lenguaje la propusieron por vez primera Michael Arbib y Giacomo Rizzolatti.18 El núcleo de la idea dice así: Primero, el área F5 es homologa a una región del cerebro humano co­ nocida como el área de Broca, que desempeña un papel fundamental en el habla y el lenguaje. Más concretamente, el área de Broca puede dividirse en dos áreas, conocidas como áreas de Brodman 44 y 45, y el área 44 es considerada como el verdadero análogo del área F5. En los humanos, sa­ bemos ahora con certeza que el área 44 está implicada no solo en el habla, sino también en funciones motoras no relacionadas con el habla, como los movimientos complejos de la mano y la integración y el aprendizaje sensoriomotor.19Parece, pues, que en el curso de la evolución humana la vo­ calización tiene que haber sido incorporada al sistema, lo que explica que el lenguaje pueda ser vocal, como en el habla, o manual, como en el len­ guaje de signos.20 Segundo, actualmente creemos que las neuronas espejo forman parte de una red más amplia llamada el sistema espejo. En el mono dicho sistema

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incluye, además del área F5, áreas posteriores, como el sulco temporal su­ perior y el lóbulo parietal inferior.21 Este sistema se solapa en gran parte con las regiones correspondientes del cerebro humano que tienen que ver con las funciones más generales del lenguaje. Además del área de Broca, estas regiones incluyen otra área muy conocida, la de Wemicke, en la parte posterior del sulco temporal superior, aunque las áreas del lenguaje están probablemente distribuidas de un modo más amplio y no se limitan a estas dos áreas clásicas.22Este solapamiento ha llevado a la noción de que el len­ guaje surgió a partir del propio sistema espejo, una idea que ha desarro­ llado bastante detalladamente Michael Arbib.23 Tercero, Rizzolatti y sus colegas propusieron que el sistema espejo del mono es en esencia un sistema para entender acciones, es decir, el mono entiende las acciones de otros en términos de cómo realizaría él mismo tales acciones. Esta es la idea básica subyacente en lo que se ha denomi­ nado teoría motora de la percepción del habla, según la cual percibimos el habla no en función de los patrones acústicos que crea, sino en términos de cómo la articularíamos nosotros mismos. Esta teoría surgió del trabajo de Alvin Liberman y otros en los Laboratorios Haskins, en Estados Unidos, que bus­ caban los principios acústicos subyacentes a las unidades básicas de sonido que constituyen el habla en nuestra especie.24Por ejemplo, el sonido b que aparece en palabras como battle, bottle, bug, rabbit, Beelzebub oflibbertigibbet probablemente le suena igual a usted, pero las corrientes acústicas reales creadas por estas b suenan de forma muy distinta, hasta el punto de que no tienen prácticamente nada en común.25 Lo mismo puede decirse de otros sonidos del habla, especialmente de los sonidos oclusivos d, g, p, t y k; las señales acústicas varían mucho en función del contexto en el que están incrustadas. Liberman y sus colegas llegaron a la conclusión de que oímos cada sonido como el mismo en cada caso porque lo 'oímos' en tér­ minos de cómo lo producimos. Cuarto, vimos en el capítulo anterior que la vocalización en los pri­ mates parece ser en gran parte involuntaria y, en su mayor parte al menos, impermeable al aprendizaje. El sistema espejo, en contraste con el sistema de vocalización de los primates, tiene que ver con la acción intencional, y es claramente modificable por la experiencia. Por ejemplo, las neuronas espejo del cerebro del mono responden a los sonidos de ciertas acciones,

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como el que se hace al romper un trozo de papel o al cascar una nuez,26 y estas respuestas solo pueden haber sido aprendidas. Sin embargo, las neu­ ronas no eran activadas por los gritos de los monos, lo que sugiere que la propia vocalización no forma parte del sistema espejo en los monos. En nuestros antepasados, por tanto, el sistema espejo ya estaba preparado para procesar los sonidos causados por la actividad manual, pero no para el procesamiento de los sonidos vocales. Naturalmente, los primates no humanos no tienen un lenguaje como el nuestro, pero el sistema espejo proporciona una plataforma natural para la evolución del lenguaje. De hecho, el sistema espejo está actualmente bien documentado en los humanos, e implica características que son más lingüísticas que en el mono. En el mono, por ejemplo, las neuronas espejo responden a actos transitivos, como estirar el brazo para agarrar un objeto, pero no a actos intransitivos, en los que se imita un movimiento sin que intervenga ningún objeto.27 En los humanos, en cambio, el sistema espejo responde tanto a actos transitivos como intransitivos, y la incorporación de actos intransitivos habría preparado el camino a la comprensión de actos que son simbólicos y que no están relacionados con un objeto.28 De un modo más directo, sin embargo, las imágenes obtenidas por resonancia magnética funcional (fMRI) en humanos ponen de manifiesto que la región de las neuronas espejo en el córtex premotor se activa no solo cuando ob­ servan movimientos de pies, manos y boca, sino también cuando leen fra­ ses relativas a estos movimientos.29 En algún momento de su recorrido el sistema espejo empezó a interesarse por el lenguaje.

Un escenario evolutivo Supongamos, pues, que la comunicación intencional surgió a partir de la comprensión de la acción en nuestros antepasados primates. En el capítulo anterior vimos que varios simios habían aprendido gestos paralingüísticos, lo que sugería que la incorporación de la gestualidad intransitiva se había dado ya en nuestros antepasados simiescos. Estos gestos carecen de gra­ mática y no son por tanto un verdadero lenguaje, pero es razonable supo­ ner que una actividad similar fue la precursora del lenguaje en nuestros

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antepasados homininos que se separaron de la línea que llevaría a los chimpancés y a los bonobos hace unos seis o siete millones de años. A diferencia de nuestros parientes simiescos, los homininos eran bí­ pedos, lo que significa que tendrían libres las manos para un posterior desarrollo de la comunicación manual expresiva. El cuerpo y las manos pueden moverse en cuatro dimensiones (tres espaciales y una temporal), y pueden de este modo remedar la actividad del mundo externo. La mano también puede adoptar, al menos aproximadamente, la forma de objetos y animales, y los dedos pueden imitar el movimiento de brazos y piernas. Los movimientos de la mano también pueden imitar el movimiento de ob­ jetos por el espacio, y las expresiones faciales pueden transmitir parte de las emociones suscitadas por los hechos descritos. La mimesis persiste en la danza, el ballet y la mímica, y todos recurrimos a la mímica cuando tra­ tamos de comunicamos con alguien que habla un idioma diferente del nuestro. En cierta ocasión, en Rusia, conseguí pedir un abrebotellas imi­ tando la acción de abrir una botella de cerveza, ante la diversión de las personas presentes en el mostrador del hotel. Aunque predominantemente bípedos, los primeros homininos esta­ ban todavía parcialmente adaptados a la vida arbórea y eran algo torpes caminando. Esto se conoce como bipedalismo facultativo. Merlin Donald, en su libro de 1991 Los orígenes de la mente humana sugiere que lo que él de­ nominó 'cultura mimética' no evolucionó hasta la emergencia del Homo ergaster, hace aproximadamente dos millones de años. En Ergaster y miem­ bros posteriores del género Homo, además, el bipedalismo pasó de faculta­ tivo a obligatorio, adoptando un modo de andar de zancada libre. Además, y esto fue probablemente fundamental, el tamaño del cerebro empezó a aumentar espectacularmente con la emergencia del género Homo, lo que puede considerarse como prueba de la selección de una comunicación más compleja y probablemente del inicio de la gramática. Incluso en los humanos modernos, la imitación de la acción activa los circuitos cerebrales que normalmente se considera que están dedicados al lenguaje. En un experimento, por ejemplo, se registró la actividad cerebral de imas personas que miraban unos videoclips de alguien que efectuaba pantomimas de acciones como enhebrar una aguja, o lo que se denomina emblemas, como llevarse un dedo a los labios para indicar silencio. También

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se registró la actividad cerebral de los sujetos mientras describían oral­ mente estas acciones. Las tres acciones provocaron actividad en las áreas frontal y posterior del hemisferio izquierdo del cerebro -incluidas las áreas de Broca y de Wernicke- que han sido identificadas desde el siglo XIX como el núcleo del sistema lingüístico. Los autores del estudio con­ cluyeron que estas áreas tienen que ver no solo con el lenguaje, sino con la relación más general existente entre símbolos y significados, tanto si los símbolos son palabras como si son gestos, imágenes, sonidos u objetos.30 También sabemos ahora que el uso del lenguaje de signos en las per­ sonas con sordera profunda activa las mismas áreas del cerebro que son activadas por el habla,31y efectivamente los lenguajes de signos modernos son en parte dependientes de la mímica. Se ha calculado, por ejemplo, que en el Lenguaje Italiano de Signos, aproximadamente un 50 por ciento de los signos manuales y un 67 por ciento de las ubicaciones corporales de los signos proceden de representaciones icónicas en las que hay cierto grado de correspondencia espaciotemporal entre el signo y su significado.32 En el Lenguaje de Signos Americano, también, algunos signos son arbitrarios, pero otros muchos son icónicos. Por ejemplo, el signo borrar se parece a la acción de borrar una pizarra, y el signo tocar el piano a la acción de tocar efectivamente las teclas de un piano.33Pero naturalmente los signos no tie­ nen por qué ser diáfanamente icónicos, y el significado de muchos símbo­ los icónicos a menudo no puede ser adivinado por un observador ingenuo y ni siquiera por quienes usan un lenguaje de signos distinto.34Los signos también tienden a volverse menos icónicos y más arbitrarios con el tiempo, en aras de la velocidad, eficiencia y precisión gramatical. Este proceso re­ cibe el nombre de convencionalización. 35 El lingüista suizo Ferdinand de Saussure subrayó la 'arbitrariedad del signo' como una característica definitoria del lenguaje,36 y sobre esta base a veces supuso que los lenguajes de signos, con su fuerte énfasis en las representaciones icónicas, no son verdaderos lenguajes. Aunque la mayo­ ría de las palabras de los lenguajes hablados son efectivamente arbitrarias -las palabras cat [gato] y dog [perro] no se parecen en nada a estos simpá­ ticos animales ni a los sonidos que hacen- hay por supuesto palabras que son onomatopéyicas. Una de dichas palabras es zanzara, que es la evoca­ dora palabra italiana para decir 'mosquito', y Steven Pinker cita unas cuan-

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i)

Lenguaje de sign os americano

Lenguaje de sign os chino

Lenguaje de sign os danés

Figura 8. Signos que significan árbol en tres lenguajes de signos diferentes. Aunque los

tres son fundamentalmente irónicos, difieren notablemente. Las representaciones irónicas no son siempre transparentes para un observador no versado en el lenguaje en cuestión (dibujos del autor).

tas recién acuñadas en inglés: oink, tinkle, barf, conk, zvoofer y tweeter? 7 Tal vez podríamos añadir twitter. El habla también puede imitar propiedades visuales de forma sutil; por ejemplo, se ha demostrado que los parlantes tienden a elevar el tono de voz cuando describen un objeto que se mueve hacia arriba, y a rebajarlo cuando describen un movimiento descendente.38 La arbitrariedad de las palabras (o de los morfemas) no es tanto una pro­ piedad necesaria del lenguaje, sin embargo, como una cuestión de conve­ niencia y de las limitaciones impuestas por un determinado medio lingüístico en particular. El habla, por ejemplo, requiere que la información sea linealizada, me­ tida en una secuencia de sonidos que están necesariamente limitados en cuanto a su capacidad para capturar la naturaleza espacial y física de aque­ llo que representan. El lingüista Charles Hockett lo expresa de este modo: Cuando una representación de un fragmento cuatridimensional de vida tiene que comprimirse en el espacio unidimensional del habla, la mayor parte de la iconicidad se ve por fuerza excluida. En las pro­ yecciones unidimensionales, un elefante es indistinguible de una le­

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ñera. Inevitablemente, el habla es en gran parte arbitraria; si nosotros los hablantes estamos orgullosos de ello es porque después de estar 50.000 años más o menos hablando hemos aprendido a hacer de la necesidad virtud.39

Los lenguajes de signos no están tan limitados. Las manos y los brazos pueden imitar las formas de los objetos y acciones del mundo real, y hasta cierto punto las informaciones léxicas pueden procesarse en paralelo en vez de verse forzadas a someterse a una rígida secuencia temporal. Con las manos, es casi con certeza posible distinguir a un elefante de una leñera en términos puramente visuales. Incluso así, la convencionalización per­ mite simplificar y acelerar los signos, hasta el punto de que muchos de ellos pierden todo o casi todo su aspecto icónico. En el Lenguaje de Signos Americano, por ejemplo, el signo para hogar era una combinación del signo para comer, que es una mano cerrada tocando la boca, y del signo para dor­ mir, que es una mano plana apoyada en la mejilla. Ahora consiste en dos rápidos toques en la mejilla, ambos con la mano cerrada, de modo que los componente icónicos originales se han efectivamente perdido.40 Aunque el uso de signos para comunicarse se remonta a fecha tan temprana como el año 360 antes de Cristo,41los lenguajes de signos moder­ nos tienen poco pedigrí y han surgido independientemente en diferentes comunidades de sordos. Esto contamina de algún modo la comparación entre los lenguajes de signos y los lenguajes hablados, porque estos últimos han evolucionado, si bien con modificaciones y divergencias, durante de­ cenas de miles de años. Una excepción interesante es el Lenguaje Turco de Signos, que tiene una morfología muy esquematizada y una proporción excepcionalmente grande de signos arbitrarios no icónicos.42 El Lenguaje Turco de Signos tiene unos 500 años de edad. Los visitantes de la corte oto­ mana en el siglo XVI observaron que los sirvientes mudos, muchos de ellos además sordos, eran los favoritos de los cortesanos, probablemente porque no era posible sobornarlos para que contasen los secretos de la corte. Aque­ llos sirvientes desarrollaron un lenguaje de signos, que luego aprendieron también algunos de los cortesanos. En una fotografía publicada en 1917 se ve todavía a dos sirvientes utilizando el lenguaje de signos. No se sabe con certeza si el moderno Lenguaje Turco de Signos está relacionado con

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el de la corte otomana, pero si lo está sería una prueba a favor del punto de vista según el cual el paso del tiempo es el elemento crítico en la pérdida de representación icónica.43 El lenguaje, por tanto, puede haber evolucionado a partir de la mí­ mica, con la naturaleza arbitraria de algunas palabras o signos derivada de la tendencia a una mayor economía y debida a las limitaciones del medio a través del cual se expresan. La convencionalización, por supuesto, depende del poder del cerebro para formar asociaciones, dado que el com­ ponente icónico u onomatopéyico, que podría servir para indicar el signi­ ficado, se pierde. Sabemos, por los estudios realizados con Kenzi y los demás 'simios lingüísticos', que la habilidad para formar tales asociaciones no es exclusiva de los humanos, aunque la capacidad humana para hacerlo supera de lejos la de los simios. Kanzi ha aprendido unos cuantos cente­ nares de símbolos, pero el humano alfabetizado medio posee un vocabula­ rio de unas 50.000 palabras, la mayor parte de las cuales no son ni icónicas ni onomatopéyicas.44Es posible que esta sea la razón de que el cerebro hu­ mano sea tres veces mayor en proporción al tamaño corporal que en los grandes simios.45 Nosotros simplemente necesitamos un diccionario mucho más grande. Una vez establecida la convencionalización, no hay motivos para que el lenguaje quede restringido al dominio visual. Las palabras habladas serán tan efectivas como las señales utilizadas para expresarse. Pero esto naturalmente plantea la cuestión de por qué el lenguaje cambió, al menos en la mayor parte de humanos, para pasar del gesto manual al habla.

El cambio Este ha demostrado ser el tema más polémico de la teoría gestual. El lin­ güista Robbins Burling, por ejemplo, escribe: La teoría gestual tiene un fallo casi fatal. Su punto más débil ha sido siempre el cambio que habría sido necesario para pasar de un len­ guaje visual a uno audible.46

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En otro libro reciente, Peter E MacNeilage expresa preocupaciones simi­ lares,47pero yo sostengo que ese cambio fue probablemente un hecho sen­ cillo y natural. El primer paso desde el gesto manual al habla puede haber sido la in­ corporación de los gestos faciales. Incluso en el caso de los monos, los ges­ tos manuales y faciales están estrechamente relacionados desde el punto de vista neurofisiológico y comportamental.48 Algunas neuronas del área F5 se activan cuando el animal se mueve para agarrar un objeto con la mano o con la boca. Un área del cerebro del mono que es considerada ho­ mologa al área de Broca está implicada en el control de la musculatura orofacial -aunque no en la propia habla 49Es probable que estas relaciones neurales entre mano y boca estén más relacionadas con el hecho de comer que con la comunicación, tal vez con la preparación de la boca para sujetar un objeto una vez que la mano lo ha agarrado, y que más tarde se adapta­ sen para el lenguaje gestual y finalmente vocal. La conexión entre mano y boca es también demostrable en el compor­ tamiento humano. En un experimento, se pidió a un grupo de personas que abriesen la boca en el momento de coger objetos con las manos, y se comprobó que el tamaño de la obertura de la boca aumentaba en función del tamaño del objeto agarrado.50 E inversamente, cuando abrían las manos al coger objetos con la boca, el tamaño de la obertura de la mano aumentaba con el tamaño del objeto.50Los movimientos que se hacen para coger algo con la mano también afecta a la forma en que proferimos los sonidos. Si se pide a alguien que diga ba mientras agarra un objeto con la mano, o incluso mientras observa a otro haciéndolo, la propia sílaba se ve afectada por el tamaño del objeto agarrado. Cuanto mayor es el objeto, mayor es la obertura de la boca, con los consiguientes efectos en los for­ mantes o picos de intensidad del habla.51 Estos efectos también pueden observarse en los niños de un año.52 La relación existente entre mano y boca sugiere que los primeros ges­ tos comunicativos pueden haber comportado tanto gestos faciales como gestos de las manos. De hecho, la propia habla tiene un fuerte componente visual. Esto lo ilustra un efecto atribuido al psicólogo Harry McGurk,53 en el que la utilización de técnicas del doblaje para hacer decir a una boca fil­ mada cosas diferentes de las que está realmente diciendo altera lo que el

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oyente oye realmente; es decir, el espectador/oyente a menudo consigna haber oído lo que ha visto decir al parlante más que el propio sonido real­ mente oído, o a veces una mezcla de ambas cosas. Las personas sordas a menudo desarrollan una gran competencia leyendo los labios, e incluso en individuos con un oído normal las áreas cerebrales implicadas en la producción del habla se activan cuando observan movimientos labiales relacionados con el habla.54 Los ventrílocuos proyectan sus propias voces en la cara de un muñeco sincronizando los movimientos de la boca de este con los sonidos que ellos mismos emiten frunciendo la boca. Los lenguajes de signos de los sordos también dependen al menos tanto de los movimientos de la cara como de los de las manos. Las expresiones faciales y los movimientos de la cabeza pueden modificar el modo o la po­ laridad de una frase. Por ejemplo, en el Lenguaje Americano de Signos una pregunta se indica enarcando las cejas, y el hecho de mover la cabeza mien­ tras se pronuncia una frase con signos la hace pasar de afirmativa a nega­ tiva. Los movimientos de la boca son especialmente importantes, hasta el punto de que los lingüistas están empezando a identificar las reglas que go­ biernan la formación de signos con la boca.55Los gestos hechos con la boca también sirven para eliminar la ambigüedad de los gestos manuales, y como parte de gestos faciales más generales proporcionan el equivalente visual de la prosodia en el habla.56 Filmaciones de movimientos oculares muestran que los usuarios del Lenguaje Británico de Signos observan los ojos más a menudo que las manos u otras partes del cuerpo cuando miran cómo alguien les explica algo utilizando un lengua de signos.57 La primera parte del cambio, por tanto, fue probablemente una mayor implicación de la cara. La idea de que los movimientos de la cara desem­ peñaron un papel en la evolución del lenguaje la anticipó Friedrich Nietzsche en su libro de 1878 Humano, demasiado humano. El aforismo 216 de este libro dice así: Más antigua que el lenguaje es la imitación de los gestos, que se da involuntariamente incluso ahora, pese al retroceso general impuesto a la mímica y a la importancia que se otorga al control muscular. La imitación de los gestos es tan fuerte que no podemos observar una cara en movimiento sin la inervación de la nuestra (podemos obser­

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var que un bostezo imitado suscita un bostezo espontáneo en la per­ sona que lo observa). La imitación de un gesto remitía al imitador al sentimiento que se expresaba en el rostro o en el cuerpo de la per­ sona imitada. Es así como aprendimos a entendemos unos a otros y como un niño aprende aún a entender a su madre. En general, las sensaciones dolorosas se expresaban también probablemente me­ diante un gesto que a su vez causaba dolor (como mesarse los cabe­ llos, golpearse el pecho o contraer violentamente los músculos de la cara). Inversamente, los gestos de placer eran también placenteros y por consiguiente se prestaban bien a transmitir la comprensión (la risa, reacción al cosquilleo, que es una sensación placentera, sirvió a su vez para expresar otras sensaciones placenteras). En cuanto los hombres se entendieron unos a otros por medio de los gestos, pudo formarse un simbolismo de los gestos. Quiero decir que fue posible entenderse mediante un lenguaje que combi­ naba signos y sonidos, empezando con la producción simultánea del sonido y el gesto (que se unían simbólicamente mediante el tono), limitándose más tarde al sonido.

Este notable extracto anticipa igualmente el descubrimiento del sistema de las neuronas espejo. El acto final, pues, fue la incorporación de la vocalización. Parte del motivo de ello pudo haber sido que los gestos faciales implicasen cada vez más movimientos invisibles de la lengua, y que la activación de las cuerdas vocales simplemente permitiese a estos gestos invisibles hacerse accesibles. El habla podría describirse como una gesticulación facial medio reprimida, más el sonido. Con la incorporación del sonido vocal, el propio tracto vocal cambió, y el control de la lengua mejoró, posibilitando una diversidad mayor de sonidos. El propio sonido podía activarse o desactivarse para crear la distinción entre sonidos sonoros, como las consonantes /b/, /d/ y /g/, y sus equivalentes sordos /p/, /1/ y /k/. La propia habla puede considerarse como un hecho más gestual que acústico.58La teoría motora de la percepción del habla, descrita más arriba, se basa en la idea de que la percepción de los sonidos del habla depende de la conexión de estos sonidos con los gestos articulatorios que los pro­

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ducen. Esto ha llevado a lo que se conoce como fonología articulatoria,59 en la que el habla se entiende como los gestos producidos por seis órganos articulatorios: los labios, el velo del paladar, la laringe y el dorso, el cuerpo y la raíz de la lengua. En el contexto del habla entendida como gesto, por consiguiente, la incorporación de los gestos vocales al sistema espejo puede haber sido un paso relativamente pequeño para la humanidad. Pero ¿cómo llegó a darse efectivamente este paso?

FOXP2 La genética nos ofrece una posible pista. Aproximadamente la mitad de los miembros de tres generaciones de una familia inglesa conocida como la familia KE están afectados por un defecto del habla y del lenguaje. Este defecto se manifiesta en los primeros intentos de hablar de los niños afec­ tados y persisten en la edad adulta.60Se cree actualmente que este defecto se debe a una mutación puntual del gen FOXP2 [forkhead box P2] en el cro­ mosoma 7.61Para poder adquirir de un modo normal la facultad del habla se requieren dos copias funcionales de dicho gen. El gen FOXP2, por consiguiente, puede haber jugado un papel en la incorporación de la vocalización en el sistema espejo, haciendo posible de este modo el desarrollo del habla como un sistema intencional aprendible.62Como ya hemos visto, uno de los principales centros del cerebro para la producción del habla es el área de Broca, que también forma parte del sistema espejo. Normalmente, el área de Broca se activa cuando la gente genera palabras. Pero un estudio basado en la obtención de imágenes tomográficas del cerebro puso de manifiesto que los miembros de la familia KE afectados por la mutación, a diferencia de sus parientes no afectados, no mostraban activación en el área de Broca mientras generaban verbos silenciosamente.63Es posible que el gen FOXP2 desempeñe un rol en otras especies. En las aves canoras, la desactivación del gen FOXP2 afecta a la imitación del canto,64y la inserción en ratones de la mutación puntual del FOXP2 encontrada en la familia KE altera de manera crítica la plasticidad sináptica y el aprendizaje motor.65Por otro lado, la inserción de la variante humana normal del gen FOXP2 en ratones da lugar a unas variaciones ul­

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trasónicas cualitativamente diferentes.66Se desconoce si el gen FOXP2 de­ sempeña algún rol en los zorros.1 El gen FOXP2 se conserva mucho en los mamíferos, y en los humanos difiere solo en tres lugares respecto al del ratón. Sin embargo, sufrió dos mutaciones desde que la línea de los homininos y la de los chimpancés se separaron. Según una estimación teórica, la más reciente de estas mutacio­ nes tuvo lugar "no hace más de" 100.000 años,67 aunque el error asociado con esta estimación hace que no sea descabellado suponer que coincidió con la emergencia del Homo sapiens hace unos 170.000 años. Pero esta con­ clusión es aparentemente desmentida por evidencias recientes de que la mutación también está presente en el ADN de un fósil de Neandertal de 45.000 años de antigüedad,68 lo que sugiere que se remonta al menos 700.000 años atrás, hasta el ancestro común de humanos y neandertales.69 Pero esto es cuestionado a su vez por una datación filogenética más reciente del haplotipo en el que la época del ancestro común más reciente portador de la mutación en el FOXP2 se calculó en 42.000 años, con un 95% de seguridad de que ocurriese entre hace 38.000 y 45.000 años.70 In­ cluso teniendo en cuenta las distorsiones en los supuestos subyacentes a esta estimación, es mucho más consistente con la anterior estimación de base molecular que con la basada en el fósil neandertal. Es posible que el ADN del neandertal estuviese contaminado, o que hubiese un cierto grado de endogamia entre Neandertal y Homo sapiens, que coincidieron en Euro­ pa durante unos 20.000 años. Evidencias recientes sugieren que la microcefalina, un gen implicado en la regulación del tamaño cerebral, pudo haber entrado en acerbo genético humano por el cruce con los neanderta­ les,71 de modo que la posibilidad inversa de que el FOXP2 entrase en el extinto acerbo genético neandertal desde el Homo sapiens no está comple­ tamente descartada. Es posible que nos hayamos entendido con los nean­ dertales algo mejor de lo que generalmente se piensa.72 Es posible que el gen FOXP2 encierre el secreto de la emergencia del habla. También puede que sea una quimera, ya que sabemos que está im­ plicado en muchas áreas, no solo en el cerebro, sino también en el corazón, los pulmones y el intestino.73Además, el gen mutado en la familia KE no 1. Fox en inglés significa zorro. (N. del T.)

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es el mismo que el mutado en el último ancestro común de chimpancés y humanos. Incluso así, sigue atrayendo interés como probable pista sobre cómo evolucionó el habla.74

Cambios anatómicos Sea como sea, hay otras evidencias de que los toques finales que hicieron posible el habla autónoma no estaban completos en el neandertal. Un re­ quisito del habla articulada era el descenso de la laringe que ha creado el tracto vocal en ángulo recto que nos permite producir la amplia serie de vocales que caracterizan el habla. Philip Lieberman ha argumentado que esta modificación había sido incompleta incluso en los neandertales, una especie de Homo con un cerebro tan grande como el del Homo sapiens75 -al­ go mayor, de hecho, pero dejémoslo aquí. Compartimos un ancestro común con los neandertales desde hace 700.000 años, pero nos separamos de ellos hace 370.000 años antes de compartir territorio en Europa hace aproximadamente 50.000 años.76 Los neandertales se vieron llevados a la extinción hace unos 30.000 años, sugiriendo que los humanos les disuadi­ mos verbalmente de existir -una idea tal vez más aceptable que la de sim­ plemente haberlos masacrado. Los puntos de vista de Lieberman en este sentido son muy polémi­ cos.77En directa contradicción con él, Tattersall escribe que "un tracto vocal se había ya [...] desarrollado en los humanos más de medio millón de años antes del momento del que tenemos evidencias independientes de que nuestros antepasados utilizaban el lenguaje o hablaban."78 La emergencia del lenguaje, en opinión de Tattersall y de Chomsky, fue por tanto un acon­ tecimiento posterior, no relacionado con la capacidad de hablar. Lieberman ha recibido el apoyo de su hijo Daniel Lieberman, que ha puesto de mani­ fiesto que la estructura del cráneo experimentó cambios después de que nos separásemos de los neandertales. Uno de estos cambios fue el acortamiento del esfenoides, el hueso central de la base craneal desde el que la cara crece hacia adelante y que tiene como resultado una cara aplanada.79 Este apla­ namiento puede haber sido parte del cambio que creó el tracto vocal en ángulo recto, con componentes horizontales y verticales de la misma lon­

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gitud.80 Esta fue la modificación que nos permitió emitir la serie completa de sonidos vocales, desde la a hasta la u. Otra adaptación única del Homo sapiens es la globularidad neurocraneal, definida como la redondez de la bóveda craneal en los planos sagital, coronal y transversal,81 que proba­ blemente es la responsable del mayor tamaño relativo de los lóbulos tem­ poral y frontal respecto a otras partes del cerebro. Otros datos anatómicos sugieren que los requisitos anatómicos de un habla plenamente articulada probablemente no estuvieron completos hasta un momento tardío en la evolución de Homo. Por ejemplo, el canal hipoglosal es mucho mayor en los humanos que en los grandes simios, sugiriendo que el nervio hipogloso, que inerva la lengua, también es mucho mayor en los humanos, lo que probablemente refleja la importan­ cia que tienen en el habla los movimientos de la lengua. La evidencia sugiere que el tamaño del canal hipoglosal en los primeros australopitecinos, y tal vez en Homo habilis, estaba dentro de los márgenes de los gran­ des simios modernos, mientras que el tamaño del cráneo de los neandertales y de los primeros H. sapiens estaba dentro de los márgenes del humano moderno,82 aunque esto es motivo de disputa.83Otra pista es el descubrimiento de que la región torácica de la médula espinal es relati­ vamente mayor en los humanos que en los primates no humanos, proba­ blemente debido a que el hecho de respirar mientras hablamos comporta unos músculos extra en el tórax y el abdomen. La evidencia fósil indica que esta ampliación no estaba presente en los primeros homininos o si­ quiera en el Homo ergaster, que vivió hace 1,6 millones de años, pero sí en diversos fósiles de neandertal.84 Envalentonado por estas evidencias y sin duda alentado por el apoyo recibido de su hijo, Philip Lieberman ha hecho recientemente la afirmación radical de que "los requisitos anatómicos completos del habla aparecen por vez primera en el registro fósil del Paleolítico Superior (hace unos 50.000 años) y están ausentes tanto en los neandertales como en los pri­ meros humanos."85Esta provocadora afirmación sugiere que el habla arti­ culada emergió incluso después de la llegada del Homo sapiens hace unos 150.000 o 200.000 años. Si bien esta puede ser una conclusión extrema, el grueso de la evidencia sugiere que el habla autónoma emergió muy tarde en el repertorio humano. Tal vez la pregunta fundamental es si la capaci­

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dad de hablar es exclusiva de los humanos o si la compartimos con los neandertales. Retomaré esta cuestión en el capítulo 12.

La razón del cambio Se ha hecho cada vez más obvio que los lenguajes de signos de los sordos tienen toda la sofisticación lingüística de los lenguajes hablados. En la Gallaudet University, de Washington DC, la enseñanza se imparte exclusiva­ mente en el Lenguaje Americano de Signos e incluye todas las disciplinas académicas habituales, incluida la poesía. En determinados aspectos, los lenguajes de signos pueden representar una ventaja, dado que su mayor componente icónico puede aportar nuevas pistas semánticas. Dicho esto, por tanto, las ventajas del habla sobre el lenguaje manual son probablemente más prácticas que lingüísticas. Consideremos cuáles pueden ser estas ventajas.

Alcance espacial El sonido llega a zonas inaccesibles a la vista. Podemos hablar con una persona a la que no vemos mientras que el lenguaje de signos requiere el contacto visual. Esto tiene la importante ventaja de permitir la comuni­ cación de noche, especialmente en una época en que no existía la luz arti­ ficial, descontando tal vez la hoguera del campamento. Los san, una sociedad moderna de cazadores-recolectores, son famosos porque les gusta hablar hasta altas horas de la noche, a veces toda la noche, para resolver conflictos y compartir conocimientos.86 Mary Kingsley, la conocida explo­ radora británica de finales del siglo XIX, hizo la siguiente observación sobre las tribus que encontró en Africa: Los lenguajes africanos [no son lo suficientemente sofisticados] para permitir a un nativo expresar sus pensamientos con precisión. Algu­ nos de ellos dependen mucho del gesto. Cuando estuve con la tribu de los fans, a menudo me decían: "Nos acercaremos al fuego para ver lo que dicen", siempre que tenían que decidir algo de noche, y los habitantes de Femando Po, los bubis, son incapaces de conversar

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entre sí a menos de que haya luz suficiente para que puedan ver los gestos que acompañan a cualquier conversación.87

Si bien esto puede parecer condescendiente, es muy posible que algunas culturas utilicen más el gesto que otras,88debido a una necesidad más cul­ tural que biológica. El lenguaje vocal puede recorrer distancias mucho más largas que el lenguaje de signos, pero su alcance no es simplemente cuestión de distan­ cia. Es posible hablar con alguien que esté en la habitación de al lado, o incluso con alguien que esté con los ojos cerrados. Muchas de las preguntas inteligentes que se hacen al final de una conferencia las hace un miembro (normalmente entrado en años) de la audiencia que parecía estar dormido durante la conferencia. El lenguaje de signos requiere que el receptor esté realmente mirando al emisor, mientras que el habla entra por los oídos in­ dependientemente de la forma en que el oyente esté orientado o situado respecto al parlante. Hablamos de la línea de visión y del volumen del so­ nido -conceptos unidimensional y tridimensional, respectivamente. El habla funciona a distancias mucho mayores que el signo y puede llamar más fácilmente la atención. Es posible despertar al público de un auditorio gritando, pero no gesticulando silenciosamente, por muy frenéticamente que lo hagamos. El habla obtiene estas ventajas físicas con un coste muy bajo compa­ rado con el gesto. Muchos profesores de lenguajes de signos manifiestan necesitar masajes regulares para estar a la altura de las exigencias pura­ mente físicas de su profesión. En cambio, los costes fisiológicos del habla son tan escasos que casi son imposibles de medir.89 En términos de gasto de energía, el habla añade muy poca cosa a los costes derivados de la res­ piración, coste que de todos modos hemos de asumir para mantenemos en vida.

La diversidad y la fortaleza del lenguaje En el capítulo 2 he constatado que existe una enorme diversidad en los lenguajes del mundo, lo que posibilita que el lenguaje se convierta fá­ cilmente en un símbolo de la identidad cultural. Es posible que se haya ejercido una presión deliberada para establecer lenguajes que fuesen im­

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penetrables para las personas ajenas a un determinado grupo, reforzando de este modo la sensación de pertenencia y excluyendo a intrusos y a go­ rrones. La ausencia de componentes icónicos en los lenguajes basados en el sonido reduce su penetrabilidad, y la mera diversidad de los posibles sistemas basados en sonidos intensifica mucho el carácter de fortaleza que tiene el lenguaje. Aunque existen diversos lenguajes de signos, la diversi­ dad es casi ciertamente minúscula comparada con la que es posible en el despliegue de sonidos del habla, incluso teniendo en cuenta el hecho de que los lenguajes de signos existentes tienen un pedigrí mucho menor. La impenetrabilidad del habla la ilustra muy bien una anécdota de la Segunda Guerra Mundial. El resultado de la guerra en el Pacífico dependía en gran medida de la habilidad de cada bando para descifrar los códigos ideados por el otro. Al principio de la guerra los japoneses pudieron des­ cifrar fácilmente los códigos utilizados por los aliados, pero luego el ejér­ cito americano desarrolló un código que demostró ser esencialmente impenetrable. Consistía simplemente en utilizar indios navajo que se co­ municaban libremente en su propio idioma utilizando walkie-talkies. A los japoneses, el navajo les sonaba como una especie de 'extraño gorgoteo', apenas reconocible como un lenguaje.90 Nicholas Evans afirma que hay más de 1.500 posibles sonidos del habla, pero que ningún lenguaje utiliza más de un 10 por ciento de ellos en su inventario de fonemas. Como hemos visto, los fonemas no se corres­ ponden de una forma biunívoca con los sonidos reales, pero de todos modos, comparando el número de fonemas identificados en diferentes idiomas, es posible medir la cantidad de sonidos utilizados. El más parsi­ monioso o frugal de los lenguajes parece ser el hablado por las mujeres pi­ rahá, la pequeña tribu de cazadores-recolectores de la Amazonia brasileña que ya hemos encontrado en el capítulo 2. El lenguaje que hablan las mu­ jeres pirahá tiene solo siete consonantes y tres vocales.91Como si se tratara de compensar la falta de fluidez verbal de los varones, estos pueden elegir entre ocho consonantes y tres vocales; con 11 fonemas, empatan con los hawaianos en el segundo lugar en el ranking de los lenguajes más parsi­ moniosos.92 El maorí de Nueva Zelanda tiene solo 14 fonemas, pero los maoríes son famosos por su excelente oratoria. En la sociedad maorí, igual que en otras sociedades tradicionalmente orales, el habla implica poder y

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estatus; la estudiosa neozelandesa Anne Salmond escribe que, entre los maoríes, "la oratoria es el requisito principal para entrar en el juego del poder."93 El lenguaje fonológicamente más diverso es posible que sea el ¡Xó6, hablado por unas 4.000 personas en Botswana y Namibia, que tiene entre 84 y 159 consonantes.94El inglés le sigue a mucha distancia con unos 44 fonemas. Diferentes lenguajes, por tanto, pueden en principio utilizar inven­ tarios de sonidos totalmente distintos o muy distintos. Evans pone el ejemplo del lenguaje Gui de Botswana, que incluye un gran número de chasquidos impronunciables para quienes no hablan el idioma. Inversa­ mente, un colega japonés de Evans encontró que los Gui eran práctica­ mente incapaces de pronunciar su propio nombre, que es Mimmi, un nombre muy sencillo de pronunciar para los hablantes de un idioma oc­ cidental. Incluso dentro de los idiomas occidentales hay sonidos que los hablantes de otros idiomas no pueden pronunciar. Los japoneses tienen dificultades para distinguir los sonidos /- y r-, lo que les crea problemas para pronunciar palabras como parallel o el nombre del pueblo galés de una obra de Dylan Thomas, Llareggub. 95 Los hablantes ingleses tienen una dificultad comparable para distinguir los diferentes sonidos t- del hindi, y yo mismo nunca he sabido pronunciar bien el sonido francés r-. ¡Aaarrghhl Paradójicamente, ninguno de los sonidos utilizados en un idioma plantea ningún problema a los niños expuestos al mismo desde una edad temprana. No hay motivos para suponer que un niño nacido en una fami­ lia Gui pero criado desde el nacimiento en Nueva York no tendría ninguna dificultad para aprender el inglés neoyorquino, que a mí mismo me parece algo peculiar, y sin duda acabaría perdiendo la capacidad de aprender Gui. Por otro lado, Woody Alien podría haber aprendido fácilmente Gui si hu­ biese sido expuesto al mismo desde la infancia. Se ha dicho que los niños muy pequeños pueden discriminar entre muchos de los fonemas de los len­ guajes del mundo -si no entre todos-96aunque aproximadamente a los do­ ce meses de edad pueden discriminar solo los fonemas del idioma o idiomas a los que han sido expuestos. Los niños pequeños tienen potencial para traspasar la barrera lin­ güística erigida por diferentes grupos, pero en cuanto llegamos a adultos,

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el lenguaje nos vuelve a todos extranjeros.

Liberando las manos Charles Darwin escribió: "Podríamos haber utilizado nuestros dedos como instrumentos eficientes [de comunicación], pues una persona con práctica puede traducirle a un sordo todas y cada una de las palabras de una charla pronunciada rápidamente en una reunión pública; pero la pérdida de las manos así utilizadas habría sido un grave inconveniente."97 Darwin ex­ puso esta idea para explicar por qué desarrollamos el habla y no el lengua­ je de signos, pero su argumentación es igualmente válida como explicación del paso desde la gesticulación manual al habla. El cambio, por tanto, habría liberado a las manos para otras activi­ dades, como el transporte y la manufactura. También permite a una per­ sona hablar y utilizar herramientas al mismo tiempo. Puede considerarse, de hecho, como un ejemplo temprano de miniaturización por el que los gestos son comprimidos desde la parte superior del cuerpo hasta la boca. También hace posible el desarrollo de la pedagogía, al permitimos explicar acciones complejas al mismo tiempo que las demostramos, como en los programa de cocina que se emiten por televisión.98 La liberación de la mano y el uso paralelo del habla pueden haber llevado a unos avances im­ portantes en tecnología,99 y contribuyen a explicar por qué finalmente los humanos llegamos a predominar sobre otros homininos de cerebro grande, incluidos los neandertales, que se extinguieron hace unos 30.000 años. Re­ tomaré este tema con más detalle en el capítulo 12, pero baste decir aquí que nuestra recién descubierta libertad manual puede haber sido la prin­ cipal responsable de la evolución de lo que los antropólogos llaman 'mo­ dernidad', que nos ha hecho tan diferentes de todos nuestros parientes homininos.

Y todavía gesticulamos Por supuesto que el lenguaje visual también presenta ventajas respecto al lenguaje vocal. El lenguaje vocal les está negado a los sordomudos, y los lenguajes de signos constituyen un sustituto natural del mismo. El len­

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guaje visual todavía permite un elemento icónico, y muchas personas re­ curren al gesto, o al dibujo, cuando tratan de comunicarse con quienes ha­ blan un idioma diferente al suyo, o incluso cuando tratan de explicar conceptos espaciales, como una espiral. Determinados gestos manuales son asimismo necesarios incluso para la adquisición del habla; al aprender los nombres de objetos, por ejemplo, tiene que haber alguna forma de in­ dicar qué objeto lleva el nombre que tratamos de aprender. Incluso los adultos gesticulamos al hablar, y nuestros gestos pueden ser un comple­ mento importante al significado de lo que decimos.100La gente, por ejem­ plo, normalmente apunta con el dedo para indicar una dirección: Se fue por allí. El lenguaje no ha podido escapar totalmente de sus orígenes ma­ nuales. De hecho, el habla apenas existiría si no pudiéramos señalar, si no tuviéramos una forma de relacionar las palabras con el mundo físico. Como decía Ludwig Wittgenstein: "No es el color rojo el que ocupa el lugar de la palabra 'rojo', sino el gesto que señala hacia un objeto rojo."101 Y por supuesto, lo que la gente hace a menudo es tan elocuente como lo que dice. En la obra Enrique VIII de Shakespeare, Norfolk dice esto del cardenal Wolsey: Su cerebro parece haber recibido una extraña conmoción; se muerde los labios y se estremece; se detiene bruscamente, mira al suelo; después pone su dedo en la sien; de repente, comienza a marchar a grandes pasos; luego se detiene, golpeándose el pecho con fuerza, y en seguida vuelve los ojos hacia la luna. Le hemos visto adoptar las posturas más extrañas

En este capítulo hemos recorrido un largo camino desde Prometeo, el solitario pionero que de pronto se encontró en posesión del lenguaje. Aun así, hemos visto pruebas de cambios posteriores, tal vez limitados al Homo sapiens, que dieron lugar al poder del habla. Esto puede haber comportado incluso mutaciones, como las del gen FOXP2. Pero esto no significa natu­ ralmente que el lenguaje emergiera tarde. A lo largo de nuestro progreso desde la gesticulación manual al habla, falta todavía un ingrediente: la gra­

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mática. ¿Cómo y cuándo el lenguaje, tanto el hablado como el de signos, adquirió esta característica distintiva de la generatividad, el poder de crear un número potencialmente infinito de frases diferentes? Para poder res­ ponder esta pregunta, necesitamos antes hacer un paréntesis para exami­ nar otras dos capacidades recursivas posiblemente exclusivas de los humanos: la memoria episódica y el viaje mental en el tiempo. Encontra­ remos luego una posible fuente del lenguaje gramatical en la capacidad humana de trascender el tiempo.

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S egunda Parte

E l v ia je m en t a l en el t ie m p o

Los humanos podemos trasladamos mentalmente sin esfuerzo a otros lu­ gares y otras épocas. Recordamos acontecimientos concretos, imaginamos posibles acontecimientos futuros e incluso inventamos otros totalmente ficticios. Los psicólogos experimentales han estudiado este poder en el contexto de la memoria, pidiendo a los sujetos que imaginasen aconteci­ mientos previos de su vida, o proporcionándoles información y pidiéndo­ les luego que la recordasen. Pero más recientemente el foco se ha puesto en la imaginación de acontecimientos futuros, poniendo de manifiesto la existencia de una continuidad entre la llamada memoria episódica y lo que ha sido calificado de previsión episódica. En ambos casos hay un elemento constructivo -incluso la memoria de episodios concretos se desvía sustan­ cialmente de lo que actualmente ha sucedido. Debido a la naturaleza cons­ tructiva de la previsión episódica y de la memoria episódica, el viaje mental en el tiempo se confunde naturalmente con la ficción. El capítulo 5 empieza con la memoria, y especialmente con la llamada memoria episódica, que implica el revivir consciente de episodios del pa­ sado. En el capítulo 6 abro el foco para abordar la noción más general del viaje mental en el tiempo, que incluye la imaginación de posibles episodios futuros. En el capítulo 7 desarrollo el tema de la importancia crítica que

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tiene para el lenguaje este viaje mental en el tiempo. Efectivamente, uno de los denominados rasgos de diseño del lenguaje, tal y como lo especifica el lingüista americano Charles Hockett, es el desplazamiento -la capacidad de remitirse a acontecimientos separados del aquí y el ahora.1El lenguaje puede haber evolucionado, por tanto, básicamente para permitir a los hu­ manos compartir sus recuerdos, planes e historias, mejorando la cohesión social y creando una cultura común. Al mismo tiempo, los propios meca­ nismos que crean cohesión dentro de los grupos pueden provocar el anta­ gonismo entre ellos; como dijo en cierta ocasión el escritor norteamericano y activista en pro de los derechos humanos James Arthur Baldwin: "Las personas están atrapadas en la historia, y la historia está atrapada en las personas." Esta sección presagia un alejamiento del punto de vista convencional del lenguaje como una capacidad biológica independiente, y sugiere en cambio que el lenguaje está en una relación profunda con la cultura. La 'fortaleza del lenguaje' descrita en el capítulo 4 es una parte de la fortaleza cultural que hemos construido los humanos.

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Reviviendo el pasado

Me han pasado cosas terribles en la vida, y algunas de ellas incluso han tenido realmente lugar. Mark Twain

n Hidden Lives [Vidas ocultas], una biografía novelada de su fa­ milia, la escritora británica Margaret Foster se describe ella misma en tercera persona durante sus cinco primeros años de vida. Pero a partir de los cinco años cambia a la primera persona. Explica este cambio del siguiente modo:

E

Es en esta época, en 1943, a los cinco años, cuando empiezan mis verdaderos recuerdos. Verdaderos en el sentido de que no solo puedo recordar cosas que sucedieron realmente, sino que puedo re­ montarme mentalmente yo misma hasta ellos, estar de nuevo en la cocina en casa de mi tía Jean mirando por la ventana, empezando por la escalera exterior y los lavaderos, mientras a mis espaldas mi tía me pregunta qué pasa. [...] Esto es lo que yo llamo un recuerdo real, que no es lo mismo que 'recordar' que me llevan a la escuela de Ashley Street a demostrarles que ya sé leer. Aunque, debido a que después mi madre me lo contó tantas veces, a menudo dije que lo recordaba y llegué a autoconvencerme de que lo hacía.1

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Hasta este momento del libro describe la vida de una niña algo difícil lla­ mada Margaret como si fuera un miembro más de la familia, y a partir de este momento todo lo ve a través de los lentes de la experiencia personal. La transición de la biografía a la autobiografía, puede incluso presagiar la llegada del concepto del yo. Es el comienzo de la memoria como fenómeno recursivo, con la experiencia previa incrustada en la conciencia presente. Mi propia memoria consciente empieza a los cinco años; me veo cami­ nando con dificultad por un camino rural en dirección a mi primera escue­ la, acompañado por unos niños mayores de mi calle a los que mi madre había encomendado que se cuidaran de mí, pero que de hecho me marti­ rizaban porque llevaba gafas. Hay unos cuantos episodios anteriores que creo recordar, pero que pueden muy bien ser invenciones a partir de cosas que me han contado. A menudo pido a mis alumnos universitarios que me expliquen sus recuerdos más antiguos. Siempre hay alguien que pre­ tende tener recuerdos que se remontan a la primera infancia, e incluso al nacimiento, pero la mayor parte de los recuerdos son de cuando tenían cuatro y cinco años. Esta pauta la corroboran las investigaciones realizadas con adultos sobre los recuerdos anteriores a los ocho años de edad. Prác­ ticamente nadie tenía recuerdos de los tres primeros años de vida, y el nú­ mero de recuerdos iba aumentando progresivamente hasta el punto que todos los adultos tenían recuerdos de un período anterior a los ocho años.2 En la nomenclatura de la psicología cognitiva moderna, la distinción de Margaret Foster entre recuerdos reales y recuerdos inducidos está fuera de lugar. La expresión 'acordarse de' se utiliza normalmente para referirse al recuerdo de acontecimientos reales, localizados en el tiempo y en el es­ pacio. Esto se conoce también como memoria episódica. Implica la proyec­ ción consciente de uno hacia atrás en el tiempo, tal como hizo Margaret Forster. La expresión 'saber que' se refiere a otro tipo de memoria, también conocido como memoria semántica, que es el caudal de conocimientos que uno posee pero que no implica la sensación de un recuerdo consciente.3 Sé que París está en Francia pero no tengo ningún recuerdo consciente de cuándo lo aprendí. Por otro lado, puedo recordar vividamente estar en clase a los once años el día en que descubrí que (2n + 1), donde n es un nú­ mero entero, era la forma general de expresar un número impar. Mi recuer­ do está teñido de una sensación de triunfo, porque el profesor nos había

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pedido que generásemos esta expresión nosotros mismos, y yo fui el único de la clase que lo supo hacer.4 La memoria episódica puede combinarse con algunos aspectos de la memoria semántica para formar lo que se conoce como memoria autobio­ gráfica.5 Como el pasaje de Margaret Forster ilustra, a menudo resulta difí­ cil distinguir qué partes de la memoria autobiográfica se basan en episodios recordados y qué partes lo hacen en cosas sabidas. En el estudio citado más arriba, a los adultos se les pedía no solo que explicasen recuerdos, sino también que describiesen cosas que sabían que les habían sucedido a ellos, pero que en realidad no podían recordar. Conocer acontecimientos tempranos sin recordarlos depende en gran parte del folklore familiar -his­ torias, contadas a menudo muchas veces, de acontecimientos de la niñez, y a menudo enriquecidos por la imaginación hasta el punto de que uno tiene la sensación de estarlos re-experimentando. Sin embargo, el número de acontecimientos 'conocidos' disminuía regularmente desde el naci­ miento a los ocho años, mientras que los acontecimientos 'recordados' au­ mentaban desde los dos a los ocho años. Endel Tulving ha descrito el hecho de recordar como autonoético, como conocimiento del yo, en la medida en que uno proyecta su propio yo en el pasado para re-experimentar algún episodio anteriormente experimen­ tado.6Simplemente conocer algo, como por ejemplo el punto de ebullición del agua, es noético, y no implica ningún cambio de conciencia. La concien­ cia autonoética, por tanto, es recursiva, en la medida en que uno puede insertar experiencia personal previa en la conciencia presente. Esto es pa­ recido a la incrustación de frases dentro de otras frases. También en este caso son posibles niveles profundos de incrustación, como cuando re­ cuerdo que ayer recordé un acontecimiento ocurrido en algún momento anterior. Fragmentos de conciencia episódica pueden de este modo inser­ tarse unos en otros de un modo recursivo. Tomando café en una conferen­ cia recientemente, me recordaron que tomando café en una conferencia anterior salpiqué de café a un distinguido filósofo. Esto es un recuerdo del recuerdo de un acontecimiento. Sugeriré más adelante que este tipo de in­ crustación puede haber sentado las bases de la estructura recursiva del propio lenguaje.

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Amnesias Las imágenes funcionales del cerebro sugieren que puede haber mucho solapamiento en las áreas activadas cuando las personas recuperan recuer­ dos episódicos y semánticos, pero cada tipo de recuperación activa tam­ bién regiones únicas.7En casos de amnesia, que es la pérdida de memoria causada por un daño cerebral, es la memoria episódica la que normal­ mente soporta el grueso de la pérdida. La memoria semántica no se ve prácticamente afectada. Un caso muy conocido es el del músico Clive Wearing, cuyo problema ha sido explicado en diversos documentales de tele­ visión y en un libro escrito por su esposa Deborah.8 Wearing era un prestigioso experto en música antigua y había hecho carrera en la BBC cuando, a la edad de 46 años, contrajo un virus, el herpes simplex, que le destrozó el hipocampo, una estructura en el lóbulo temporal inferior que es fundamental para la memoria. La situación de Wearing la describe muy bien el título de un documental de la ITV del año 2005, El hombre con una memoria de siete segundos. Es decir, tiene memoria a corto plazo suficiente para contestar preguntas, e incluso para conversar, aunque olvida rápida­ mente los temas de los que ha hablado un momento antes.9 Recuerda al­ gunos aspectos de su vida de antes de contraer la enfermedad. Por ejemplo, reconoce a sus hijos pero no puede recordar sus nombres. Sin em­ bargo, su memoria semántica permanece intacta. Su vocabulario tampoco se ha visto muy afectado, y todavía sabe tocar el piano y cómo dirigir un coro. El caso más ampliamente estudiado de amnesia para los aconteci­ mientos es el de H. M., que fue operado de una epilepsia grave a los 27 años.10La operación destruyó la mayor parte de su hipocampo y de las re­ giones circundantes, y le dejó en el mismo estado que Clive Wearing. Re­ cordaba algunos de los episodios de su vida anteriores a la enfermedad, pero tenía pérdidas de memoria que se remontaban a la operación y re­ cordaba mejor episodios anteriores que posteriores. Esto llevó a la sugeren­ cia de que el hipocampo es el responsable de fijar los recuerdos y retenerlos de algún modo mientras tiene lugar la consolidación de los mismos en otro lugar del cerebro. La pérdida de la función hipocampal, por consi­ guiente, no solo impide que se formen nuevos recuerdos, sino que también 108

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destruye recuerdos antiguos que se conservan temporalmente allí antes de ser distribuidos por otras regiones. Esta operación de fijación puede lle­ var varios años, con una efectividad decreciente a medida que el hipocam­ po relaja su presión.11 Se ha debatido si la memoria semántica y la episódica son realmente diferentes. Podría suponerse, por ejemplo, que la memoria episódica es frágil simplemente porque se basa en acontecimientos simples, mientras que la memoria semántica se basa en una información que se repite y que puede estar presente en múltiples episodios. Endel Tulving ha llevado a cabo estudios meticulosos de un paciente en particular llamado K. C. y ha puesto de manifiesto que sus dificultades con la memoria episódica respecto a la memoria semántica no pueden atribuirse a la frecuencia con que se presenta la información registrada. K. C. puede recordar informa­ ción factual que es poco probable que haya podido ensayar repetidamen­ te, pero no puede recordar acontecimientos de varios días de duración, como el hecho de haber sido evacuado de su casa, junto con decenas de miles de personas, cuando un descarrilamiento cerca de su casa liberó sustancias químicas tóxicas. Esto sugiere que la memoria episódica puede fallar aunque es probable que haya sido repetidamente evocada. Tulving cita también experimentos controlados que han llegado a la misma con­ clusión.12 Tulving, de todos modos, sostiene que el almacenamiento de la memo­ ria episódica depende de recuerdos semánticos previos -uno difícilmente puede recordar haber estado en un restaurante sin saber previamente qué es un restaurante y qué se hace allí- pero que luego se relacionan con el yo de una manera subjetivamente sentida. Esto permite que la experiencia real del acontecimiento sea almacenada independientemente del sistema semántico.13Según este punto de vista, los recuerdos episódicos no pueden almacenarse en ausencia de la memoria semántica, razón por la cual pro­ bablemente los recuerdos episódicos de nuestra infancia no empiezan hasta que el sistema semántico está bien establecido, aproximadamente a los cuatro o cinco años. De todos modos, hay evidencias de que la memoria episódica y la semántica están más ampliamente disociadas. Las personas con demencia semántica, una enfermedad neurológica degenerativa que aqueja a algunas personas en la vejez, tienen una pérdida importante de

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memoria semántica, aunque sus recuerdos episódicos permanecen notable y sorprendentemente intactos.14

La memoria inconsciente Hay otro tipo de memoria que parece quedar intacta en casos de amnesia profunda. Esto lo puso de manifiesto el descubrimiento de que H. M. podía aprender nuevas habilidades, como la de dibujar especularmente, que consiste en dibujar o siluetear un objeto viendo este y la mano sola­ mente en el reflejo de un espejo. Esta es una tarea difícil, porque los movi­ mientos de la mano vistos en un espejo están invertidos respecto a los movimientos reales. H. M. mejoró con la práctica, igual que las personas con déficits de memoria, pero nunca recordó haberlo hecho antes. Mostró incluso una mejora consistente en tareas que requieren determinadas ope­ raciones mentales, como el aprendizaje de movimientos. Un ejemplo es el de la torre de Hanoi, una tarea en la que se amontonan unas anillas por orden de tamaño sobre una de tres estacas o varillas, con la anilla más grande en la parte de abajo. La tarea consiste en pasar todas las anillas a otra estaca, de una en una, utilizando las tres estacas, pero sin colocar nunca un anillo más grande sobre uno más pequeño. También en este caso H. M. mostró una mejora sistemática, aunque nunca llegó a recordar cons­ cientemente ver la solución del problema en intentos anteriores. La memoria inconsciente subyacente a estas habilidades se denomina memoria implícita, y es la que nos permite aprender algo sin que tengamos conciencia de que lo estamos haciendo. Presumiblemente es un tipo de memoria más primitiva en un sentido evolutivo que la memoria explícita, que está hecha de memoria semántica y de memoria episódica. La memo­ ria explícita se conoce a veces como memoria declarativa, porque es el tipo de memoria de la que podemos hablar. La memoria implícita no depende del hipocampo, por lo que la amnesia resultante de una lesión en el hipo­ campo no impide totalmente la adaptación a nuevos entornos o condicio­ nes, aunque dicha adaptación no entra en la conciencia. Yo no soy muy bueno escribiendo a máquina o con el ordenador y conscientemente no puedo decir muy bien dónde está cada tecla, excepto en lo tocante (sic) al

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hecho de que la U y la I están una al lado de otra, pero mis dedos encuen­ tran rápidamente el camino hacia la tecla apropiada. Esto es memoria im­ plícita. Debo añadir que solo utilizo dos dedos; los otros no saben nada. La memoria implícita se mide a veces mediante una técnica llamada priming [imprimación]. Por ejemplo, si se pide a alguien que recuerde una serie de palabras que se le muestran en un laboratorio de psicología expe­ rimental, su recuerdo de una palabra concreta puede mejorar si se la pre­ cede con otra palabra relacionada con ella. Por ejemplo, la palabra animal puede facilitar el recuerdo de la palabra pangolín. La imprimación es nota­ blemente resistente. En un estudio, por ejemplo, se utilizaron fragmentos de fotografías para imprimar el reconocimiento de fotografías u objetos completos. Cuando, 17 años más tarde, se mostró los mismos fragmentos a personas que habían participado en el experimento original, pudieron escribir el nombre del objeto asociado con cada fragmento con una preci­ sión mucho mayor que el grupo de control que no había visto previamente los fragmentos. Algunas de las personas implicadas no tenían recuerdos conscientes del experimento realizado 17 años antes, y estas personas ob­ tuvieron unos resultados ligeramente mejores que las que sí recordaban la ocasión anterior.15

La fragilidad de la memoria La memoria implícita, por tanto, es inconsciente y aparentemente invul­ nerable, mientras que nuestros recuerdos episódicos son frágiles, incluso en ausencia de lesión cerebral. Efectivamente, no somos ni mucho menos tan buenos recordando cosas como creemos ser. En otra época se creía que almacenábamos todo aquello de lo que somos conscientes en algún mo­ mento, y que el motivo de que olvidásemos tantas cosas tenía que ver con algún fallo en la recuperación de la memoria. Es decir, hay montones de cosas almacenadas en la memoria que no podemos encontrar. Es cierto que la recuperación es voluble -todos hemos tenido la experiencia de ser embarazosamente incapaces de recordar el nombre de alguien en el mo­ mento de presentarle a un grupo de amigos, solo para recordarlo más tarde, cuando ya no tenía importancia. La investigación más reciente su­

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giere que los fallos de memoria no se deben solo a los fallos de recupera­ ción, que por supuesto ocurren, sino que también refleja fallos en el pro­ ceso de almacenamiento.16 Por este motivo, una reunión de antiguos alumnos es una experiencia aleccionadora.17En una de dichas reuniones, mis antiguos compañeros de escuela comentaron un acontecimiento apa­ rentemente destacado que yo fui incapaz de recordar, pese a que supues­ tamente había estado presente en el momento en que ocurrió. La simetría se restableció cuando yo comenté algo que otros de mis compañeros pare­ cían haber olvidado. Y por supuesto, algunas de las cosas que se contaron estaban tan enriquecidas por la imaginación que de todos modos era im­ posible recordarlas. Algunos de mis antiguos compañeros de escuela, eso sí lo recuerdo bien, eran unos embusteros compulsivos. Sabemos ahora que nuestra memoria es como un colador; de hecho, es tal la longitud y la complejidad de nuestras vidas conscientes que pro­ bablemente solo retenemos una pequeña fracción de ellas. El escritor checo Milán Kundera lo expresa de este modo en su novela Ignorancia: El dato fundamental es la proporción entre la cantidad de tiempo que hay en la vida vivida y la cantidad de tiempo de esta vida que se almacena en la memoria. Nadie ha tratado nunca de calcular esta proporción, y de hecho no existe técnica alguna para hacerlo; pero sin demasiado temor a equivocarme, yo me atrevo a calcular que la memoria retiene apenas una millonésima, una cienmillonésima, en pocas palabreas, una fracción absolutamente infinitesimal de la vida vivida. También esto es una parte esencial de la naturaleza humana. Si alguien pudiera retener en su memoria todo lo que ha experimen­ tado, si pudiera en todo momento recuperar cualquier fragmento de su pasado, no tendría nada de humano: ni sus amores ni sus amis­ tades ni su capacidad de perdonar o su deseo de vengarse se pare­ cerían a los nuestros.18

Bueno, tal vez esto sea una exageración: una cienmillonésima de la vi­ da vivida equivaldría a unos quince minutos. Pero de todos modos, la ma­ yor parte de nuestras vidas conscientes pasan sin dejar rastro. Es posible, sin embargo, que la pobreza de nuestra memoria para los

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acontecimientos sea adaptativa, dado que recordar todo lo que nos sucede nos debilitaría, bloquearía nuestras mentes y las llenaría de cosas indeseadas, como restos de ropa vieja. Algunas personas, de hecho, parecen sufrir por el hecho de que su memoria es demasiado buena.

¿Es posible tener demasiada memoria? Los niños neozelandeses de mi generación fuimos criados con un producto llamado marmite, una especie de crema para untar en el pan que es el equi­ valente cultural de la manteca de cacahuete que se consume en Estados Unidos. En el tarro podía leerse el siguiente mensaje: "Untar demasiada marmite echa a perder el sabor." Para quienes no se han criado consu­ miendo este mejunje, su sabor es de todos modos repugnante, por delgada que sea la capa del mismo con que unten una rebanada de pan. La idea de que un exceso del producto que se publicita echa a perder su sabor no pa­ rece una estrategia de mercadotecnia muy eficiente, y seguramente por esto el mensaje ya no aparece. Puede que la memoria sea un poco como la marmite. Un exceso de ella puede echar a perder la mente. Hay efectivamente motivos para suponer que una buena memoria puede ser un problema. Las personas con un trastorno conocido como el síndrome del sabio pueden tener una memoria realmente prodigiosa, junto con graves deficiencias en otros aspectos de la inteligencia. El caso más ex­ traordinario descrito hasta ahora es el de Kim Peek, que sirvió de inspira­ ción al personaje interpretado por Dustin Hoffman en la película Rain Man. 19 Peek, conocido por sus amigos como 'Kimputer' [haciendo un juego de palabras con 'computer'], empezó a memorizar libros a los 18 meses de edad y a los cincuenta y pico había memorizado 9.000 libros. Era un enorme almacén de conocimiento en historia, deportes, cine, programas espaciales, literatura y Shakespeare, entre otras muchas cosas. Tenía unos conocimientos amplísimos de música clásica, y ya de adulto empezó in­ cluso a interpretarla. Igual que otras personas con el mismo síndrome, era un experto calculando a qué día de la semana corresponde una fecha cual­ quiera del calendario. Se sabe que esto depende de la posesión de una me­ moria masiva.

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Sin embargo, en un test de inteligencia estándar, Peek obtuvo una puntuación de 87 (sobre una media de 100). Había una gran variación, sin embargo, en las subescalas que determinan el resultado final, con unos re­ sultados excelentes en algunos apartados y unos resultados dentro de los límites del retraso mental en otros apartados. Su cerebro era anormal, mucho mayor de lo habitual, y no tenía cuerpo calloso, el haz de fibras nerviosas que conecta los dos hemisferios del cerebro. También carecía de otros dos haces de fibras que normalmente conectan la parte derecha e iz­ quierda del cerebro. Tenía un modo de andar exageradamente oblicuo, era incapaz de abrocharse los botones de la camisa y de hacer muchas de las tareas cotidianas. También tenía dificultades con las ideas abstractas. Lo que sugiere el perfil de Peek es que la posesión de una memoria grande y detallada constituye una desventaja para otras habilidades mentales, y que una memoria excesivamente singular puede afectar negativamente a la ca­ pacidad de relacionar ideas y formar abstracciones. Demasiados árboles no dejan ver el bosque. Otro ejemplo que viene al caso es el de Solomon Shereshevskii, más conocido como "S", cuya prodigiosa memoria la describe el prestigioso neuropsicólogo ruso Aleksandr Romanov en su libro de 1968 The Mind of a Mnemonist. Según Luria, la capacidad de memoria de S no tenía límites aparentes, y era capaz de recordar cosas triviales durante períodos extraor­ dinariamente largos de tiempo. Por ejemplo, podía recordar con precisión listas de palabras que Luri le había presentado 16 años antes. Su memoria era mayoritariamente visual, y cuando le proponían ítems verbales podía transformarlos mentalmente, bien disponiéndolos espacialmente, bien uti­ lizando el "método de los lugares7, con el que podía imaginarlos en ubica­ ciones familiares. La singularidad de su memoria era realmente un defecto, porque le impedía formar conceptos generales. Era incapaz de entender una novela, porque podía imaginarse las escenas descritas con todo detalle y detectaba multitud de contradicciones con otras escenas posteriores. S era también sinesteta -un trastorno o estado perceptivo en el que los inputs de una modalidad sensorial provocan sensaciones en otra- de modo que las palabras que oía iban para él acompañadas de sensaciones visuales, y un tono de 30 ciclos por segundo y 100 decibelios daba lugar a "una cinta de 12-15 cm de ancho del color de la plata vieja."20

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Otro caso que ha salido recientemente a la luz es el de una mujer co­ nocida en la literatura científica como A. J.21 No ha sido clasificada como paciente del síndrome del sabio, pero de todos modos tiene una memoria autobiográfica extraordinaria e intrusiva. Nació en 1965, pero asegura que si le das una fecha de cualquier día entre 1974 y el presente puede decirte qué día de la semana era, qué estaba haciendo ella ese día y si sucedió algo importante (como la explosión del transbordador espacial Challenger el 28 de enero de 1986). Llevó un diario personal desde los 10 a los 34 años, pero su memoria para los acontecimientos no depende evidentemente de releer a menudo su diario, cosa que apenas hace, ni tiene que consultar ningún calendario antes de disponerse a contestar preguntas sobre su vida. Dedica una excesiva cantidad de tiempo a recordar su pasado, y diversas pruebas a las que la han sometido han puesto de manifiesto que sus recuerdos son extraordinariamente precisos. Pero paradójicamente cuando los investiga­ dores grabaron una cinta de video de ella y se la mostraron un mes más tarde, apenas pudo recordar ningún detalle de lo grabado, lo que sugiere que su memoria autobiográfica es de hecho muy selectiva. Aunque parece recordar algo de cada fecha, la cantidad real de cosas recordadas puede que sea solo una fracción muy pequeña de lo que realmente ocurrió ese día. Afirma tener problemas memorizando fechas históricas, aprendiendo lenguas extranjeras o materias científicas, y sacar aprobados justitos en geometría. Su cociente general de inteligencia es de 93, un poco por debajo de la media, aunque en una de las pruebas estándar de memoria obtuvo una puntuación de 122. Pese a sus problemas académicos, ha conseguido licenciarse en ciencias sociales, obteniendo el título a los 23 años. La memoria, sea o no excepcional, requiere un espacio de almacena­ miento enorme. Como ya hemos dicho antes (por si el lector lo ha olvida­ do), un adulto alfabetizado medio conoce probablemente unas 50.000 palabras, lo que implica que conoce al menos unos 50.000 conceptos de objetos, acciones, propiedades, profesiones, emociones, etcétera.22 Los re­ cuerdos episódicos están hechos de combinaciones de conceptos familia­ res, como quién hizo qué a quién, dónde, cuándo y por qué. No tiene nada de sorprendente que, para poder dar cabida a todo esto, el cerebro humano sea muy grande, incluso para los estándares propios de los primates. En el cerebro humano hay unos diez mil millones de neuronas, cada una de

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las cuales está conectada a otras neuronas -de hecho, algunas neuronas tienen hasta 30.000 conexiones. Resulta difícil meterse en la cabeza tantos números, aunque de hecho están dentro de la cabeza. Dado que los recuer­ dos están almacenados probablemente en forma de interconexiones entre neuronas, podemos sentimos tentados a pensar que el cerebro tiene una capacidad infinita. Pero el cerebro tiene otras muchas cosas que hacer aparte de almacenar recuerdos. Sospecho, por tanto, que hay una especie de equilibrio dinámico entre diferentes tareas mentales, y la obsesión con algunas de estas tareas puede dificultar o impedir el desarrollo de otras. A veces, como en el caso de las personas con el síndrome del sabio, el mo­ tivo del desequilibrio puede ser patológico -un defecto del crecimiento o en las hormonas que hace que algunas facultades se desarrollen a expensas de otras. En otros casos, tal vez, puede que las obsesiones surjan en res­ puesta a acontecimientos vitales catastróficos. E indudablemente se da también la variación normal. Si no fuera así, la vida sería muy aburrida.

Falsos recuerdos Cuando era más joven podía recordar cualquier cosa, hubiese sucedido o no, pero ahora empiezan a fallarme las facultades y pronto solo podré recordar cosas que nunca han sucedido. Mark Twain

Aunque nuestros recuerdos del pasado pueden ser muy vividos, hasta el punto de que nos parece que podemos re-experimentarlos, puede muy bien ser que no se correspondan exactamente con la experiencia original. El recuerdo que tenemos de pasadas proezas está a menudo enriquecido o distorsionado, y a menudo es completamente falso -"recordamos" cosas que nunca han sucedido. Elizabeth Loftus, la pionera de la investigación en este campo, narra un falso recuerdo relativo a la muerte de su propia madre: Recuerdo un verano de hace mucho tiempo. Tenía catorce años. Mi madre, mi tía Pearl y yo estábamos de vacaciones y habíamos ido a

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visitar a mi tío Joe en Pensilvania. Una soleada mañana me desperté y mi madre estaba muerta; se había ahogado en la piscina.23

La escena la recuerda vividamente. Ve mentalmente unos pinos y percibe el olor de las piñas, nota el sabor del té helado en su paladar y ve a su madre en camisón flotando boca abajo en la piscina. Llora aterrorizada, empieza a chillar, ve llegar a los coches de la policía con las sirenas so­ nando y cómo se llevan el cuerpo de su madre en una camilla. Pero es un falso recuerdo. En realidad estaba dormida cuando el cuerpo de su madre fue descubierto, y no fue ella sino su tía Pearl la que lo encontró. Su re­ cuerdo es una construcción creada en parte a partir del conocimiento que tiene de lo que ocurrió y en parte de unos detalles adicionales aportados por su imaginación. Elizabeth Loftus estudió experimentalmente los falsos recuerdos dando a sus sujetos pequeñas historias construidas por miembros de la fa­ milia de estos sobre acontecimientos de su infancia. Y luego les preguntaba qué recuerdos tenían de estos acontecimientos. Una de las historias des­ cribía el hecho de haberse perdido en un centro comercial, pero era total­ mente falsa. Aproximadamente un 25 por ciento de los sujetos estudiados afirmaron recordar el caso, y algunos incluso proporcionaron detalles no incluidos en la historia narrada por el familiar. Este estudio se realizó en 1991 y ha sido repetido muchas veces con otros episodios falsos que fueron sin embargo "recordados', como haber viajado en un globo aerostático, ser atacado por un perro rabioso o estar a punto de ahogarse y ser salvado por un socorrista. Los falsos recuerdos se estudian también utilizando mé­ todos más prosaicos, como proporcionar a los sujetos listas de palabras para recordar omitiendo una palabra obvia; al pedirles que recordasen la lista, los participantes en el estudio insistían a menudo en que la palabra que faltaba les había sido realmente presentada. La lista, por ejemplo, in­ cluía palabras como cama, dormir, descansar, levantarse, etc., omitiendo la palabra soñar, y casi la mitad de participantes recordaban más tarde que la palabra soñar estaba también en la lista.24 Este experimento se ha con­ vertido en uno de los más habituales en la psicología experimental y se realiza de un modo regular en los laboratorios universitarios. Los falsos recuerdos ya fueron muy estudiados a finales del siglo XIX

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con el nombre de paramnesias.25 Un ejemplo especialmente horroroso es el descrito por el hipnoterapeuta Hippolyte Bemheim, que cuenta haber persuadido hipnóticamente a una de sus pacientes de haber visto por el ojo de una cerradura a un viejo violando a una niña, que forcejeaba y san­ graba y que era finalmente amordazada. Y concluía su sugestión del si­ guiente modo: "Cuando despiertes ya no pensarás más en ello. No te he contado nada; no es un sueño ni una visión que he inducido en ti durante tu sueño hipnótico; es algo que ha sucedido de verdad." Tres días más tarde Bemheim le pidió a un amigo y distinguido abogado que interrogase a la paciente como si fuese un juez de instrucción. La paciente recordó los hechos con todos los detalles que le habían sugerido mientras estaba hip­ notizada, e incluso cuando fue alentada a ponerlos en duda, mantuvo que su testimonio era verdadero "con una convicción inamovible."26Hoy, afor­ tunadamente, hay regulaciones éticas que prohíben un estudio de este tipo. Recientemente, la cuestión de los falsos recuerdos ha repuntado y ha adquirido una importancia especial. Durante los años ochenta y noventa del siglo XX muchos terapeutas adoptaron el punto de vista según el cual muchos problemas psicológicos en la edad adulta podían remontarse al hecho de haber sufrido abusos sexuales en la infancia. Debido a su natu­ raleza traumática, estos recuerdos eran a menudo reprimidos, y el objetivo principal de la terapia era recuperar estos recuerdos para que los pacientes pudieran luego hacer frente a las causas reales de sus problemas y resol­ verlos -presumiblemente con ayuda del terapeuta. La expresión más ex­ trema de este punto de vista fue un libro de Ellen Bass y Laura Davis titulado The Courage to Heal [El valor de curar], que se publicó por vez pri­ mera en 1988 y que desde entonces ha sido reeditado varias veces. Bass y Davis, pese a no tener una formación técnica en psicología o psiquiatría, fueron lo suficientemente audaces como para decir a sus lectores: Si no recordáis haber sufrido abusos, no estáis solas. Muchas mujeres no tienen recuerdos, y muchas no los han tenido nunca. Pero esto no significa que no hayan sufrido abusos.

En otra tristemente famosa cita del libro, Bass y Davis escriben: "Si piensas que sufriste abusos y tu vida muestra síntomas de haberlos su­

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frido, es que efectivamente los sufriste." Esta afirmación comete la falacia lógica de afirmar el consecuente. Es indudablemente cierto que el hecho de sufrir abusos en la infancia puede provocar más tarde síntomas de an­ gustia psicológica, pero esto no significa que la angustia psicológica sea necesariamente el resultado de haber sufrido abusos en la infancia. El ase­ sinato tiene como consecuencia la muerte, pero esto no significa que la muerte sea siempre consecuencia de un asesinato. Lamentablemente, la gran aceptación que tuvo el edicto de Bass y Davis llevó demasiado a me­ nudo a la práctica de una terapia agresiva diseñada para ayudar a perso­ nas con problemas psicológicos a recuperar el recuerdo del supuesto abuso que los había provocado.27Esto llevó a la recuperación de 'recuerdos' que no habían tenido lugar, del mismo modo que los sujetos del experimento de Loftus no se habían perdido nunca en un centro comercial. La cuestión de los recuerdos recuperados y de los falsos recuerdos se convirtió en un tema sumamente político durante los años 1990, y hubo muchos casos de hombres condenados a penas de cárcel acusados de abusos, pese a ser totalmente inocentes;28 uno de estos casos, ocurrido en mi propio país, se describe con detalle en un libro galardonado con un premio.29

Una perspectiva evolutiva A estas alturas ya es obvio que la memoria no es lo que parece. Dista mucho de ser un registro fiel de los acontecimientos del pasado, y también es algo complejo, hecho de diferentes sistemas. Es conveniente, pues, que consideremos la evolución de los sistemas de memoria y veamos cómo pueden haber contribuido a la adaptabilidad de los organismos. Sugeriré que hay una jerarquía en los sistemas de memoria y que cada uno de ellos tiene una contribución especial. Entenderé aquí por 'memoria' cualquier adaptación que implique algún cambio en el comportamiento animal que implique una mayor capacidad de adecuación a su entorno. Muchas adaptaciones conductuales son instintos, es decir 'memorias' en el sentido de que se refieren a cambios adaptativos que tuvieron lugar en generaciones anteriores y que se transmitieron genéticamente. El legado genético no es suficiente, sin embargo, y a menudo las conductas instinti­

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vas no se desarrollan a menos que las condiciones ambientales sean las adecuadas. Los instintos pueden ser muy complejos, e incluyen activida­ des como las migraciones estacionales de aves y animales, el acapara­ miento, la construcción de presas por los castores, etcétera. Estas son adaptaciones eficaces a acontecimientos estacionales predecibles, y son efi­ caces en la medida en que los cambios estacionales son efectivamente regu­ lares. Estos instintos pueden verse afectados por el cambio climático o por la acción de predadores de otras especies, especialmente humanos, con nuestra capacidad sin precedentes de causar estragos, no solo en la geogra­ fía del planeta, sino también en el propio cambio estacional. Naturalmente, los humanos también tenemos muchos instintos, como las emociones, el instinto sexual y aparentemente una predisposi­ ción al chismorreo. Steven Pinker ha sostenido que el propio lenguaje es un instinto;30dado un desarrollo normal, todos los humanos hablan o ges­ ticulan, algunos incluso demasiado. Pero una vez más esto también de­ pende del entorno, y un niño que crezca sin contacto humano no aprende a hablar, como lo ilustra el famoso caso de Genie, una niña que vivió ais­ lada hasta los 13 años y nunca aprendió a hablar correctamente.31 Natu­ ralmente, los lenguajes particulares que aprendemos también dependen del entorno lingüístico particular en el que crecemos; me temo que nunca podré aprender chino. El desarrollo del canto de las aves implica princi­ pios similares. Aunque sea fundamentalmente instintivo, el canto del pin­ zón requiere que los polluelos sean criados allí donde puedan oír cantar a otros pinzones. El aprendizaje constituye un modo más flexible de adaptación, ya que permite ajustarse a los acontecimientos o contingencias ambientales que tienen lugar en la vida de cada individuo. Una forma de aprendizaje es el condicionamiento clásico, que se hizo famoso con la demostración de Iván P. Paulov de que haciendo oír un timbre antes de darle comida a un ani­ mal, este aprende a salivar con solo oír el timbre.32De un modo más gene­ ral, el condicionamiento clásico puede servir para producir respuestas emocionales o anticipatorias apropiadas a aquellas situaciones, animales u objetos que representan una amenaza o una posibilidad de recompensa. El condicionamiento clásico depende de la provocación involuntaria de funciones corporales como la salivación o el rubor, o de respuestas emo­

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cionales como el miedo o la ira, que pasan a asociarse a acontecimientos que previamente eran neutros. Paulov llevó a cabo sus experimentos con perros. El más (tristemente) famoso estudio del condicionamiento clásico en humanos lo llevó a cabo el fundador del conductismo, John B. Watson. El sujeto33 fue un huérfano de solo nueve meses de edad conocido como el pequeño Albert.34 Watson determinó primero que el pequeño Albert no sintiese miedo de objetos como un ratón, un conejo, un mono, un perro o una máscara, pero sí del sonido creado al golpear fuertemente una barra de metal con un martillo. Presentándole el ratón y el sonido al mismo tiempo, Watson consiguió con­ dicionar al pequeño Albert para que sintiera miedo del ratón -y, por cierto, de cualquier otro objeto también. El pequeño Albert fue adoptado poco después de este desafortunado experimento, y Watson no tuvo la oportu­ nidad de reacondicionarlo a no tener miedo de los ratones y a los demás objetos. Uno no puede sino simpatizar con el pequeño Albert y con sus padres adoptivos, y al igual que en el estudio anterior de Bemheim, nin­ gún comité de ética autorizaría actualmente llevar a cabo un experimento como este. Otra forma de condicionamiento, conocida como condicionamiento operante, implica la formación de conductas que son emitidas más que provocadas y que, por consiguiente, pueden considerarse voluntarias más que involuntarias. Estas conductas pueden ser la de un ratón presionando una palanca, una paloma picoteando un disco o un humano jugando a una máquina tragaperras en un casino. En el condicionamiento operante tales conductas son progresivamente controladas, o condicionadas, a base de recompensas y castigos. También pueden someterse a lo que los psicólogos operantes denominan control del estímulo; si un estímulo o aconteci­ miento neutro es asociado con una recompensa o un castigo, también pue­ de provocar o "configurar' una determinada conducta. Un timbre, pues, puede no solo provocar salivación, sino servir como señal para entrar en el comedor. El conductista B. F. Skinner trató de explicar todo el comporta­ miento humano, incluido el lenguaje, mediante los principios del condi­ cionamiento operante,35lo que llevó al punto de vista más bien robótico de la sociedad y la conducta humanas que se describe en su novela utópica Walden dos.36

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Puede afirmarse que estas diferentes formas de condicionamiento caen dentro de la categoría de la memoria implícita. Como hemos visto, la memoria implícita puede incluir también el aprendizaje de habilidades e incluso de estrategias mentales para hacer frente a diversos retos me­ dioambientales. Los recuerdos implícitos los provoca el entorno inmediato y no implican para nada la conciencia o la volición. Naturalmente, uno puede recordar la experiencia de aprender a ir en bicicleta, pero este re­ cuerdo es distinto del propio aprendizaje. Muchos de mis propios recuer­ dos infantiles tienen que ver con bicicletas, incluido el de ser lanzado por mi padre en dirección a mi madre, que le daba la vuelta a la bicicleta y la lanzaba de nuevo hacia mi padre, con lo que yo pedaleaba de un modo algo tambaleante entre uno y otro. Todavía conservo una de las cicatrices que me hice más tarde en una caída, cuyo recuerdo conservo vividamente. Tenía nueve años y también recuerdo muy bien la risa del médico cuando le pregunté, mientras se disponía a coserme el profundo corte que me había hecho en la rodilla, si la herida sería fatal . 37 Estos son recuerdos epi­ sódicos, independientes del proceso de aprender (más o menos) a ir en bi­ cicleta. Comparada con la memoria implícita, la memoria explícita propor­ ciona más flexibilidad adaptativa, porque no depende de una evocación inmediata del entorno. Es decir, podemos traer conscientemente a la me­ moria en cualquier momento estos recuerdos, como cuando reflexionamos sobre lo que hicimos ayer o tratamos de recordar lugares o personas con­ cretas que conocemos. Esto no significa que el entorno no sea importante, ya que lo que sucede en el mundo que nos rodea nos trae constantemente recuerdos de otras cosas, lo mismo que preguntas como ¿Dónde diablos es­ tuviste la otra noche? Como hemos visto la memoria implícita incluye tanto la memoria se­ mántica como la episódica. Nuestros recuerdos semánticos constituyen un enorme depósito de hechos acerca del mundo, incluyendo conocimientos físicos del mismo y del entorno particular en que vivimos, de nuestros amigos y de cómo se comportan, e incluso de cómo funciona el lenguaje, con su vocabulario, algunas reglas gramaticales y de pragmática -las di­ ferentes formas en que podemos utilizar el lenguaje para conseguir obje­ tivos sociales. Pero el lenguaje es complejo, y la gramática en su mayor

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parte depende de unas reglas implícitas - los lingüistas ni siquiera las han formulado todas explícitamente. En general, la memoria semántica perte­ nece al ámbito de la educación, y está siendo continuamente actualizada y ampliada mediante los procesos de la ciencia y la invención tecnológica. La memoria episódica se encuentra en la cima de una pirámide evo­ lutiva y proporciona la puesta a punto final en nuestras vidas personales. Registrando acontecimientos concretos podemos reaccionar de un modo más preciso a los acontecimientos similares que se produzcan en el futuro y planear con detalle nuestras actividades futuras. También podemos pasar por el cedazo diferentes episodios de nuestras vidas y extraer infor­ mación relevante -tal vez de un modo análogo a la incrustación de frases dentro de oraciones y de oraciones dentro de un relato. Conociendo lo que salió mal en ocasiones anteriores podemos evitar una catástrofe similar en el futuro. Según este punto de vista, por consiguiente, la memoria episó­ dica no es tanto un registro permanente de acontecimientos pasados como una serie de secuencias -algo así como videos de YouTube-, a veces enri­ quecidas o distorsionadas, que nos proporcionan una reserva de situacio­ nes que podemos utilizar para construir futuros viables y detallados. Obviamente sería un despilfarro de espacio de almacenamiento registrar todos los acontecimientos que experimentamos, dado que nuestras vidas diarias están llenas de repeticiones. Los acontecimientos repetitivos pue­ den contribuir a la memoria semántica, las generalidades del mundo, pero la memoria episódica se ocupa de particularidades destacadas. Dicho esto, la investigación todavía no ha determinado claramente qué episodios es probable que sean recordados y cuáles no. La memoria episódica es algo voluble al respecto. Pero hay más cosas en juego que el examen del pasado. Como vere­ mos en el próximo capítulo, la memoria episódica puede también propor­ cionamos un sentido del tiempo, proyectándonos hacia el futuro o hacia el pasado.

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Acerca del tiempo "Es un tipo de memoria muy pobre, esa que solo funciona hacia atrás", observó la Reina. Lewis Carroll, Alicia a través del espejo

n aspecto importante de la memoria episódica es que sitúa los acontecimientos en el tiempo. Aunque a menudo no tenemos una idea muy precisa de cuándo sucedió aquello que recorda­ mos, normalmente tenemos al menos una idea aproximada, y esto es su­ ficiente para dar lugar a una comprensión general del propio tiempo. La memoria episódica nos permite viajar hacia atrás en el tiempo y revivir conscientemente experiencias pasadas. Thomas Suddendorf califica esto de viaje mental temporal y sugiere que esto, además de recordar aconteci­ mientos pasados, nos permite imaginar acontecimientos futuros.1 Esto también amplía las posibilidades recursivas; yo podría recordar, por ejem­ plo, que ayer hice planes para ir a la playa mañana. El verdadero signifi­ cado de la memoria episódica, por tanto, es que nos proporciona un vocabulario con el que construir acontecimientos futuros y de este modo ajustar mejor nuestras vidas. La selección natural no puede operar sobre la base de recuerdos pasados per se, sino solo a partir de aquello que con­ tribuye a la supervivencia en el presente y en el futuro. Esta es una idea que tiene un respaldo creciente. Lo que se ha califi­ cado de pensamiento episódico futuro, 2 o sea, la capacidad de imaginar acon-

U

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Acontecim iento pasado > control

Acontecim iento futuro > control

Figura 9. Escáneres fMRI de la activación cerebral provocada por el hecho de imaginar acontecim ientos pasados (a la izquierda) y acontecim ientos futuros (a la derecha). Las áreas activas son las de color claro. (Reimpreso, con perm iso de Elsevier, de Addisa et al. 2007.)

tecimientos futuros, surge en los niños hacia los tres o cuatro años .3 Los pacientes con amnesia son tan incapaces de contestar preguntas sencillas acerca de cosas pasadas como de decir qué podría suceder en el futuro .4 Clive Wearing, el músico amnésico del que hemos hablado en el capítulo anterior, se queja constantemente de no tener pasado y de estar atrapado en el presente. Tiene constantemente la sensación de que acaba de desper­ tarse. Su situación la refleja muy bien el título del libro escrito por su es­ posa, Forever Today [Siempre es hoy]. La amnesia relativa a acontecimientos concretos, por tanto, se debe al menos en parte a una pérdida de la con­ ciencia del tiempo. Los estudios del cerebro con técnicas de obtención de imagen por re­ sonancia magnética confirman que existe una estrecha conexión entre la memoria episódica y el hecho de imaginar el futuro. De hecho, la idea del viaje mental en el tiempo la anticipó en algunos de los primeros estudios sobre el flujo sanguíneo cerebral realizados por el fisiólogo sueco David Ingvar, que llegó a la conclusión de que la activación del córtex prefrontal es especialmente importante a la hora de proporcionar la conexión interna entre el pasado y el futuro. Escribe Ingvar: Sobre la base de experiencias anteriores, representadas en la memo-

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Acerca del tiempo

ria, el cerebro -la mente- está automáticamente ocupado con la ex­ ploración de acontecimientos futuros y según parece construyendo pautas de comportamiento hipotéticas alternativas para estar pre­ parado ante lo que pueda suceder.5

Utilizando técnicas más refinadas basadas en la resonancia magnética funcional (fMRI), Daniel L. Schacter y sus colegas de la Universidad de Harvard han puesto de manifiesto que partes del lóbulo temporal medial, así como del córtex prefrontal, se activan cuando las personas son induci­ das a recordar acontecimientos pasados o a imaginar acontecimientos fu­ turos. Schacter y sus colegas se refieren a esto calificándolo de red nuclear. 6 Pero por supuesto normalmente podemos distinguir los acontecimientos pasados de los acontecimientos futuros imaginados, y varios estudios han puesto de manifiesto en diversas áreas cerebrales una mayor activación en respuesta a acontecimientos futuros que a acontecimientos pasados, lo que probablemente indica que imaginar el futuro exige una construcción imaginativa más intensa.7Otros estudios, en cambio, han puesto de mani­ fiesto una mayor activación al recordar acontecimientos pasados que al imaginar acontecimientos futuros,8 de modo que la evidencia es incons­ ciente. Revivir el pasado también implica una construcción activa,9a veces en detrimento de la veracidad, y sospecho que algunas personas pueden incluso confundir en ocasiones acontecimientos futuros imaginados con acontecimientos que realmente han ocurrido. El propio cerebro no parece tener muy clara la diferencia.

¿Es el viaje mental temporal exclusivo de los humanos? Y dijo él: "¿Qué es el tiempo? ¡Es algo para perros y monos! ¡El hombre tiene la eternidad!" Robert Browning, El funeral de un gramático

Igual que el gramático de Browning, Suddendorf y yo sostenemos que el viaje mental temporal, incluida la memoria episódica, es exclusivamente

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humano.10La misma idea también la sugirió el psicólogo alemán Wolfgang Kóhler. Kóhler trabajaba en un complejo experimental financiado por la Academia Prusiana de las Ciencias y situado en las Islas Canarias dedi­ cado a la investigación de los primates, cuando estalló la Primera Guerra Mundial. Se quedó atrapado allí y decidió ocupar el tiempo estudiando el comportamiento de una colonia de nueve chimpancés que vivían en un gran recinto al aire libre. Su trabajo se ha hecho famoso porque mostró por vez primera que a veces los chimpancés resuelven problemas mecánicos utilizando la intuición y no simplemente recurriendo al método del ensayo y el error.11 Sin embargo, Kóhler llegó a la conclusión de que, pese a sus habilidades improvisando, los chimpancés apenas eran capaces de conce­ bir el pasado o el futuro. Los chimpancés son nuestros parientes no huma­ nos más cercanos, por lo que la observación de Kóhler sugiere que el viaje mental temporal surgió en algún momento de la evolución posterior a la separación entre la línea de los simios y la de los homininos. De todos modos la idea de que el viaje mental temporal es exclusiva­ mente humano ha sido cuestionada. El desafío más serio proviene no de los simios sino de las aves. Algunas aves hacen gala de una memoria pro­ digiosa para localizar los escondrijos en los que han ocultado alimento para consumirlo más tarde. La especie de los cascanueces de Clark (Nucifraga colombiana) parece ser una de las más prolíficas en este sentido, y suele almacenar semillas en miles de ubicaciones y recuperarlas posteriormente con una precisión muy elevada (aunque no totalmente perfecta).12Esto no significa necesariamente que recuerden realmente haber escondido las se­ millas -simplemente saben dónde están. Se ha sugerido que el argumento a favor de la memoria episódica se vería reforzado si las aves pudiesen mostrar tener cierta memoria de cuándo fueron ocultadas las semillas, lo que indicaría que poseen memoria temporal además de espacial. Una me­ moria que incluyese el conocimiento de qué [what] se ha almacenado, dónde [where] se ha almacenado y cuándo [when] se ha almacenado, deno­ minada memoria www, 13 sería considerada por algunos investigadores como prueba suficiente de la existencia de una memoria episódica y por consiguiente del viaje mental temporal, al menos hacia el pasado. El reto de demostrar que algunas aves poseen esta memoria www lo han asumido Nicola Clayton y sus colegas de la Universidad de Cam­

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Acerca del tiempo

bridge, utilizando como sujeto de estudio una especie de arrendajo (Garrulus glandarius). En una serie de ingeniosos experimentos, Clayton permitió a los arrendajos esconder comida en diferentes compartimentos de una cubeta para helados.14Les dio dos alimentos diferentes para ocultar, gusa­ nos y cacahuetes. Las aves prefieren los gusanos, y mostraron una prefe­ rencia a ir a los lugares en los que habían ocultado gusanos más que en los que habían ocultado cacahuetes, pero solo si hacía poco que los habían ocultado. Si había transcurrido demasiado tiempo y por tanto era probable que los gusanos se hubiesen descompuesto y ya no fuesen comestibles, iban a los escondrijos donde había cacahuetes. Esto sugiere que recordaban no sólo dónde habían ocultado un tipo determinado de alimento, sino tam­ bién cuándo lo habían hecho. Esto implica también que podrían estar via­ jando mentalmente en el tiempo hasta el momento del pasado en el que habían escondido la comida. Estas aves también roban comida de otras aves. Si una de ellas que había robado alguna vez comida de otra era observada mientras ocultaba su propia comida, más tarde, una vez sola, volvía a esconderla, presumi­ blemente para evitar que quien la observaba se la robase. Hay que ser un ladrón para conocer a otro ladrón. El hecho de re-esconder un alijo depen­ día de cuál era el ave que estaba observando. Clayton y sus colegas descu­ brieron que era más probable que se produjese si el observador predador era un ave dominante que si era un ave subordinada.15 Podríamos, pues, añadir otra w, la de who [quién]: las aves parecen saber qué [what] se es­ conde, dónde [wkere], cuándo [when] y quién [who] lo esconde. Su conducta también parece sugerir que pueden viajar mentalmente tanto hacia el pasa­ do como hacia el futuro, ya que puede considerarse que el hecho de re-es­ conder un alijo implica la anticipación de un futuro ladrón. Se ha dicho que el ratón de campo (Microtus pennsylvanicus) también puede recordar qué, dónde y cuándo. 16 En un estudio experimental, se per­ mitió primero a unos ratones de campo explorar dos jaulas, una que con­ tenía a una hembra embarazada a 24 horas del parto, y otra que contenía a una hembra que no estaba preñada ni amamantando a ninguna cría. Veinticuatro horas después, les dieron de nuevo acceso a las dos jaulas, que ahora estaban vacías y limpias, y pasaron más tiempo explorando la que había contenido a la hembra embarazada que la otra. Esto sugiere que

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habían recordado a la hembra embarazada y que habían comprendido que ahora estaría en la fase de celo postparto, un estado de gran receptividad. En otra ocasión exploraron primero una jaula que contenía una hembra en celo postparto y luego una que contenía una hembra que no estaba em­ barazada ni amamantando, ni en celo. Veinticuatro horas más tarde se les permitió explorar de nuevo las jaulas, ahora limpias y vacías, y no mos­ traron ninguna preferencia por la jaula que había contenido a la hembra en celo. Esto sugiere que se habían dado cuenta de que la hembra ya no estaría en un estado de mayor receptividad. Sin embargo, es tal vez demasiado pronto para concluir que estos ani­ males -arrendajos o ratones de campo- pueden viajar mentalmente en el tiempo de la misma forma que lo hacemos los humanos. La recuperación de gusanos o de frutos secos en función del tiempo que hace que han sido escondidos no implica que los arrendajos recuerden realmente el acto de esconder un alijo de comida como algo diferente de saber cuándo y dónde fue escondido el alijo. Yo sé que el capitán James Cook desembarcó en Nueva Zelanda en 1769, pero no lo recuerdo; de hecho, ni siquiera había nacido por aquel entonces, pese a lo que puedan pensar mis alumnos. Ni siquiera recuerdo que me lo hayan contado. En el caso de los arrendajos, una simple etiqueta temporal sujeta a la memoria, una especie de "fecha de caducidad', sería suficiente. De modo parecido, es posible que la com­ prensión por parte de los ratones de campo de cuándo una hembra puede estar receptiva se base en el conocimiento que tienen de los ciclos de ovu­ lación, con un marcador de tiempo variable adosado a la memoria. Es po­ sible hacer una distinción entre saber cuándo algo ha sucedido y saber cuánto tiempo hace que sucedió, y un estudio reciente pone de manifiesto que los ratones, al elegir dónde esconden la comida en un laberinto, se guían por lo segundo, no por lo primero.17Las ratas no viajan mentalmente en el tiempo, y tampoco hay buenos motivos para creer que lo hagan los arrendajos o los ratones de campo. ¿Cambian de escondrijo sus alijos los arrendajos cuando les está ob­ servando un posible ladrón porque de hecho prevén la posibilidad de un futuro robo? No necesariamente. Es posible que simplemente sea una con­ ducta que hayan aprendido mediante la asociación de un observador y la subsiguiente desaparición del alijo.

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Acerca del tiempo

Pero aquí nos encontramos en terreno poco firme, ya que los concep­ tos psicológicos son escurridizos, y a menudo resulta fácil explicar una serie de resultados de diferentes maneras hasta encontrar una que se ade­ cúe a las predilecciones teóricas de cada investigador. Aunque pueda de­ cirse que los arrendajos o los ratones de campo sean hasta cierto punto capaces de un cierto grado de viaje mental temporal, el contexto en el que esto opera es muy limitado. Los arrendajos son especialistas en esconder y recuperar alijos de comida, y su conducta en este contexto ha producido sutilezas que tal vez no son generalizables a otras actividades. Y todos los animales son especialistas en el acto del apareamiento. Y dudo que sean capaces de tenderse a rememorar el pasado o a pensar en el futuro como hacemos los humanos. Una teoría que permite hacer una prueba potencial de viaje mental temporal hacia el futuro es la llamada hipótesis de Bischof-Kóhler, según la cual solo los humanos pueden anticipar de un modo flexible sus propios estados mentales futuros de necesidad y actuar en el presente para satisfa­ cerlos.18Vamos al supermercado a comprar comida aunque en ese momen­ to no tengamos hambre, o asistimos a unos largos y a menudo aburridos cursos universitarios con la pretensión de hacer más adelante una carrera lucrativa. Ha habido varios intentos de refutar la hipótesis de que tales conductas son exclusivas de nuestra especie. En un estudio, por ejemplo, unos arrendajos a los que había dado la opción de dos alimentos diferentes para esconder, dejaron de esconder uno de ellos si estaba a su disposición más tarde, cuando tenían hambre.19Sin embargo, esta conducta podía estar basada en el aprendizaje y no en la anticipación de qué tipo de comida es­ taría disponible cuando les apretase el hambre20-no hay motivos para pen­ sar que los arrendajos sean capaces de viajar mentalmente en el tiempo hasta una futura ocasión en la que estarán hambrientos. En todos los casos descritos hasta ahora, procesos más simples que el viaje mental temporal pueden dar cuenta de los resultados de los experimentos. La fabricación de herramientas con una finalidad específica se cita a veces como evidencia a favor de la existencia del viaje mental temporal hacia el futuro. Me temo que, una vez más, hemos de dirigimos a las aves, ya que los cuervos de Nueva Caledonia (Corvus moneduloides) son capaces de fabricar herramientas con ramitas y trocitos de cable para resolver pro­

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blemas mecánicos, aunque los chimpancés fabrican herramientas de una complejidad al menos comparable.21 Naturalmente, muchos ejemplos de uso de herramientas pueden ser una simple cuestión de improvisación para resolver problemas inmediatos, más que una forma de planificar un futuro más distante. La prueba más convincente de pensamiento orientado hacia el futuro la tenemos en la habilidad que muestran los cuervos para dar forma a las hojas de los pandanus. Estas hojas tienen pinchos en uno de sus bordes y pueden por tanto insertarse en los orificios que contienen larvas, para pincharlas y extraerlas. Los cuervos dan forma a estas hojas, afilándolas de modo que puedan sujetar el extremo más ancho con el pico e insertar el más estrecho en los orificios donde se esconden las larvas. Dada la ubicuidad de estas herramientas, la estandarización de su diseño y las evidencias de una transmisión cultural de la técnica,22es muy impro­ bable que sean simplemente resultado de la improvisación. Estas herra­ mientas son planificadas. Los chimpancés también muestran mucha variación cultural, tanto en la forma en que utilizan determinadas herramientas como en otras de sus conductas.23Algunos grupos de chimpancés conservan efectivamente du­ rante años una especie de martillos y de yunques para cascar nueces, aun­ que esto no significa necesariamente que realmente se estén imaginando ellos mismos utilizando estas herramientas en el futuro.24 Recientemente, de todos modos, se ha dicho que los orangutanes y los bonobos al menos, guardan herramientas que no necesitan en el presente para utilizarlas hasta catorce horas más tarde, lo que puede ser un indicio de viaje mental en el tiempo,25 aunque no está del todo claro que los animales no estuvie­ ran simplemente respondiendo sobre la base de asociaciones pasadas y no imaginando activamente un acontecimiento futuro.26Se dice que el bonobo Kanzi es capaz de llevar a alguien a un lugar en el que sabe que podrá en­ contrar un objeto determinado, pero tampoco esto significa necesaria­ mente que recuerde el hecho de haber visitado ese lugar anteriormente. La distinción fundamental entre "saber que" y "recordar que" es realmente muy difícil de poner a prueba en las especies no humanas. En los humanos al menos, el viaje mental en el tiempo implica la re­ presentación consciente de episodios, pasados o futuros, lo que sugiere además la existencia de la recursión. Es decir, un episodio consciente está

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incrustado en la conciencia presente. Esto puede darse a niveles más pro­ fundos, como cuando recuerdo que ayer planeé un episodio, por ejemplo organizar una fiesta, para una fecha futura. Es posible que sea esta estruc­ tura recursivamente incrustada la que distingue nuestra propia conducta gobernada por el tiempo respecto de la conducta de otras especies.

El tiempo y la condición humana Podríamos conceder que otras especies poseen una capacidad limitada para recordar acontecimientos pasados, y tal vez incluso para imaginar acontecimientos futuros, pero esto palidece ante el extraordinario impacto que ha tenido el viaje mental temporal en la condición humana. La fabri­ cación de instrumentos de piedra data de hace unos dos millones de años en la historia de la evolución de los homininos, y probablemente refleja una comprensión emergente del concepto de tiempo. Los acontecimientos situados en el tiempo ejercen un peso enorme en nuestra vida consciente, ya sea cuando rememoramos algo, cuando lamentamos los errores come­ tidos en el pasado y confiamos en erradicarlos en el futuro, cuando plani­ ficamos organizar una fiesta o una boda, o cuando imaginamos cómo será la vida cuando nos jubilemos. Nos guían los relojes, los calendarios, los diarios, las citas, los aniversarios -y los impuestos. De hecho, nuestro con­ cepto del tiempo se extiende ahora hasta el origen mismo del universo, que se produjo, nos dicen, en un Big Bang que tuvo lugar en alguna parte hace 13.700 millones de años.27Esta afirmación, naturalmente, nos produce una gran ansiedad respecto a qué fue lo que sucedió antes de aquel mo­ mento. Todas las especies se rigen hasta cierto punto en función del tiempo, como los cambios estacionales o el ciclo diario del Sol, pero esto depende tanto de ritmos corporales como de signos externos, como la luz o la tem­ peratura ambiente. Los humanos hemos medido el tiempo de una forma deliberada para regir nuestros comportamientos intencionales. Lo medi­ mos en segundos, minutos, horas, días, semanas, meses, años, siglos, mile­ nios, épocas, eras, eones. Todos estos períodos de tiempo pueden entenderse recursivamente, en la medida en que cada uno de estos elementos de tiempo

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I MiSWT HAVE &££kf

I Wií-L BE A fiH fe I WOMT £ £ MoSoby vj'*-*- 8£ Figura 10. Descartes descubre que existe en el tiempo (dibujo del autor).

se incrusta en otro mayor -como las pulgas más pequeñas del poema de Augustus de Morgan en el dorso de otras más grandes. El tiempo también puede entenderse de forma cíclica y no lineal.28Segundos dentro de minu­ tos, minutos dentro de horas, horas dentro de días, días dentro de sema­ nas, semanas dentro de meses, meses dentro de años, y así sucesivamente, todos girando en un torbellino de ruedas dentro de otras ruedas. Unas eti­ quetas explícitas, como las horas del reloj, los días de la semana o los meses del año pueden ayudarnos a localizar acontecimientos concretos en el tiempo, independientemente de los ritmos corporales o de las fluctuacio­ nes estacionales. Como he sugerido en el capítulo 1, es tal vez mediante la iteración y no mediante la auténtica recursión como entendemos la naturaleza del tiempo. Del mismo modo que los mañanas se extienden indefinidamente hacia el futuro, los ayeres se extienden indefinidamente hacia el pasado. Esta noción generalizada del tiempo tiene sus costes, como una persistente sensación de culpabilidad derivada del recuerdo de determinadas indis­ creciones, o la ansiedad derivada de la anticipación de determinados acon­ tecimientos que podrían ser una repetición de otros anteriores nada agradables. Pero la consecuencia más fatídica del viaje mental temporal puede que sea la conciencia de que todos hemos de morir. Los versos del himno de Isaac Watts "Oh God our Help in Ages Past" [Oh, Dios, nuestra

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ayuda en tiempos pasados], basados en el Salmo 90, expresan una verdad que todos hemos de asumir: El tiempo, como un arroyo incesante, arrastra a todos sus hijos, que se desvanecen, olvidados, como lo hace el sueño al romper el alba.

La conciencia de la muerte, junto con la teoría de la mente, es por su­ puesto uno de los aspectos menos digeribles de la condición humana, sua­ vizado en cierto modo por la conciencia de que el tiempo continúa más allá de la muerte. Nuestras vidas, tal vez, pueden continuar en las de nues­ tros hijos. Una de las funciones de la religión es inculcar la noción de que la propia vida puede continuar después de la muerte, ya sea en forma de Cielo como de Infierno, Walhalla o Nirvana. Esta creencia en la vida eterna puede aportar consuelo mediante la promesa de una recompensa después de la muerte, matizando de algún modo la sombría perspectiva que repre­ senta la muerte. También puede utilizarse para manipular el comporta­ miento, como cuando se esgrime la amenaza del fuego del infierno y la condena eterna si no obedecemos ciertas reglas de conducta, o la promesa de una recompensa celestial si las obedecemos. Los actos de terrorismo suicida, como la destrucción de las Torres Gemelas en Nueva York el 11 de setiembre de 2001 o los pilotos kamikazes japoneses que daban la vida por su emperador durante la Segunda Guerra Mundial, podrían conside­ rarse como ejemplos extremos de esta manipulación, aunque también po­ dría argumentarse que todos los soldados que aceptan ir a la guerra están igualmente manipulados, y las celebraciones de una muerte gloriosa si­ guen mucho tiempo después de terminada la guerra. La oferta de una vi­ da después de la muerte, con las recompensas y castigos a ella asociados, es notablemente ingeniosa, pues no parece haber una forma de sentimos satisfechos o decepcionados -al menos si estas emociones se limitan a los vivos. Puede que esto explique el origen de la fe. La relación de la religión con el sentido del tiempo la confirman los pirahá, la pequeña comunidad del Amazonas que encontramos en el ca­ pítulo 2. Fue la falta de sentido del tiempo de los pirahá, y su consiguiente

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dificultad para entender el significado mismo de la religión, lo que llevó a Daniel Everett a renunciar a su carrera de misionero entre ellos y a con­ vertirse en ateo, y en profesor.29 A pesar de casos como el de los pirahá, podemos rastrear en parte la prehistoria del viaje mental temporal en las necrópolis. Tenemos algunas evidencias de que los neandertales enterraban a sus muertos, aunque puede que lo hicieran por motivos más prácticos que religiosos. Pero en algunos enterramientos humanos primitivos se añade un material simbó­ lico a la tumba, lo que sugiere que quienes enterraban a sus muertos tenían cierta noción de una vida espiritual que continuaba después de la muerte del cuerpo. Al menos según las pruebas hasta ahora reunidas, estos ente­ rramientos se limitan a los miembros de nuestra propia especie, el Homo sa­ piens.30 Probablemente el ejemplo más temprano es el de una necrópolis en la cueva de Qagfzeh en Israel, en la que se colocó la cabeza de un ciervo sobre un niño allí enterrado. Esta tumba tiene unos 100.000 años de antigüe­ dad y se la asocia con humanos primitivos anatómicamente modernos.31 La conciencia del tiempo no solo tiene aspectos negativos, por su­ puesto. A veces el conocimiento de que el tiempo pasará es un consuelo, como cuando, en la comedia de Shakespeare Noche de reyes, Viola, disfra­ zada de hombre, se encuentra en una situación imposible y se ve llevada a decir: Oh, Tiempo, tú debes desenredar todo esto, no yo, es un nudo harto prieto para que yo pueda desatarlo.

Y ha sido posiblemente la conciencia del tiempo lo que ha dado forma al destino humano. Conductas instintivas como la construcción de presas por parte de los castores o las migraciones de las aves son conductas orien­ tadas al futuro, pero de un modo limitado y rígido, al menos comparado con la forma extraordinaria con la que nosotros los humanos podemos pla­ near nuestro futuro, o erigir edificios, inventar medios de transporte, fa­ bricar electrodomésticos, manufacturar la ropa adecuada y preparar unos impresionantes CV que nos ayuden a consolidar nuestros planes de fu­ turo. Según el Ayurveda, la antigua ciencia india de la vida, "somos lo que

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comemos." De un modo mucho más obvio, somos los que recordamos y lo que planeamos. El viaje mental temporal, por tanto, nos proporciona el concepto de un yo consciente que se extiende en el tiempo. Las psicólogas Hazel Markus y Paula Nurius han escrito sobre los 'yoes posibles', deri­ vados de las representaciones del yo en el pasado y de las representaciones del yo en el futuro.32El precursor de la psicología científica William James expresó la misma idea cuando habló del 'yo social potencial' como algo diferente del 'yo inmediato presente' y del 'yo del pasado'.33 El concepto de diferentes yoes posibles proporciona la motivación fundamental que guía nuestros futuros empeños. Como dicen Markus y Nurius: "Ahora soy un psicólogo, pero podría ser el dueño de un restaurante, un corredor de maratones, un periodista o el padre de un niño discapacitado."34 La moti­ vación puede operar tanto positivamente como negativamente; puedo imaginarme a mí mismo como un triunfador, en el ámbito social, en un campo de rugby o en un laboratorio científico, pero también puedo verme como un fracasado.

El viaje mental en el tiempo y la ficción El concepto de viaje mental en el tiempo contribuye a explicar la fragilidad de la memoria episódica documentada en el capítulo anterior. La impor­ tancia de la memoria episódica, por tanto, no reside en el hecho de que nos proporcione un registro detallado del pasado, cosa que no hace espe­ cialmente bien, sino más bien en su rol de construir escenarios futuros. Como hemos visto, la propia memoria episódica es esencialmente una construcción; Ulric Neisser ha escrito recientemente: "Recordar no es como rebobinar una cinta o como contemplar un cuadro, es más bien como con­ tar una historia."35 Es un proceso mediante el cual establecemos nuestras propias identidades, a menudo a despecho de los hechos. Esto nos lleva directamente a la ficción. El mismo proceso constructivo que nos permite reconstruir el pasado y construir posibles futuros también nos permite inventar historias. Nosotros los humanos somos adictos a los relatos, a las novelas, a las leyendas, a las películas, a las obras de teatro, a los culebrones y a los chismorreos cotidianos. Lo que hace posibles todas

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estas cosas es el poder de la recursión. Y un elemento fundamental para ello es el lenguaje, el dispositivo que nos permite compartir nuestros re­ cuerdos, nuestros planes para el futuro y nuestros sueños. Profundizare­ mos en ello en el siguiente capítulo.

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ace poco le preguntaron a Jane Goodall, que conoce a los chim­ pancés mejor que nadie, en qué se distinguen estos de los hu­ manos. Y esto fue lo que contestó:

H

¿Qué es lo más obvio que hacen los humanos y ellos no? Los chim­

pancés pueden aprender el lenguaje de signos, pero en estado sal­ vaje, que sepamos, no son capaces de comunicarse acerca de cosas que no catán presentes. No pueden explicar lo que sucedió cien años atrás, excepto mostrando que tienen miedo en determinados luga­ res. No pueden obviamente hacer planes con cinco años de antela­ ción. Si pudiesen hacerlo, podrían comunicarse entre ellos y explicar qué es lo que los lleva a hacer estos alardes tan espectaculares. A mi modo de ver, lo que compartimos con ellos es esa sensación de asom­ bro y de temor reverencial. Cuando tuvimos estos sentimientos y desarrollamos por evolución la facultad de hablar acerca de ellos, pudimos empezar a crear las primeras religiones.1

Hasta ahora hay pocas pruebas convincentes de que algún animal aparte

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de los humanos sea capaz de viajar mentalmente en el tiempo -o si lo es, sus excursiones mentales al pasado o al futuro carecen de la extraordinaria flexibilidad y de la amplitud que caracterizan a nuestros propios viajes imaginativos. La escasa evidencia existente en este sentido proviene de comportamientos que son fundamentalmente instintivos, como el aparea­ miento o el acaparamiento y la ocultación de la comida, mientras que en los humanos el viaje mental temporal cubre todos los aspectos de nuestras complejas vidas. Pero hay un problema, y es que resulta relativamente fácil valorar el viaje mental temporal en los humanos gracias al lenguaje, pero hasta ahora no disponemos de ningún medio fácil para valorar qué importancia puede tener en animales no humanos. Como vimos en el capítulo anterior, un po­ sible criterio para la valoración de la memoria episódica, o del viaje mental al pasado, es el criterio www; es decir, puede afirmarse que un animal ha demostrado tener memoria episódica si su conducta muestra que es capaz de recordar qué [what], dónde [where] y cuándo [when]. Yo he argumentado que con esto no basta, ya que podemos conocer los qué, dónde y cuándo de determinados acontecimientos sin tener necesariamente que revivirlos en nuestra mente. Por lo que respecta a la mera particularidad de los epi­ sodios que recordamos, Steven Pinker se acerca probablemente más a la meta cuando añade imas cuantas w más: "who did what to whom, what is true ofwhat, where, when and why. " 2 [quién hizo qué a quién, qué es verdad de qué, dónde, cuándo y por qué]. Algo más intangible es la cualidad sub­ jetiva de la memoria episódica, la sensación de estar reviviendo mental­ mente el pasado. Hasta ahora no hemos descubierto ninguna forma de medir esta sensación en otras especies. El problema se complica aún más si incluimos el viaje mental hacia el futuro. Nuestras vidas mentales se ex­ tienden en el tiempo, mientras que las de los demás animales, que sepa­ mos, viven principalmente en el presente. La dificultad para demostrar que los animales no humanos tienen re­ cuerdos episódicos o son capaces de imaginar el futuro, por consiguiente, contrasta vivamente con la facilidad con que podemos sondear estas capa­ cidades en los humanos. Efectivamente, a menudo resulta difícil impedir que la gente hable de sus pasadas proezas, ya sea el último viaje que han hecho o los resultados obtenidos, hoyo por hoyo, en el último partido de

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golf que han jugado. De modo parecido, nuestros amigos están siempre dispuestos a revelar sus planes sobre alguna empresa futura que piensan montar o sobre una conquista romántica que están seguros de poder llevar a cabo. En la evolución de nuestra especie, pues, el lenguaje y el viaje men­ tal temporal parecen estar relacionados. El lenguaje pudo haber evolu­ cionado precisamente para que pudiéramos compartir nuestros viajes mentales en el tiempo, y la ausencia de lenguaje en otras especies puede que sea una prueba de la ausencia de viaje mental temporal. Pese a lo tedioso que resulta tener que escuchar con detalle qué hizo alguien el último fin de semana, el hecho de compartir con los demás nues­ tro pasado y nuestro futuro es ciertamente adaptativo. Incluso los jugado­ res de golf pueden sacar provecho de los alardes verbales de otros jugadores -los únicos a los que no les sirve de nada son los jugadores más torpes. Si la memoria episódica surgió en el curso de la evolución para per­ mitimos planear nuestro futuro y elegir entre diferentes alternativas, es obviamente beneficioso que podamos añadir las experiencias de otros a las propias. Los humanos parecemos tener un interés exagerado en la vida de los demás, ya sea mediante el chismorreo con nuestros amigos o con la lectura de la prensa sensacionalista. Para ser valiosos, además, los episo­ dios no tienen por qué basarse en hechos, y la mayoría de nosotros tam­ bién somos adictos a los culebrones televisivos, a las películas y a las novelas -incluso a las just-so stories o explicaciones imaginarias.3 Los na­ rradores más hábiles pueden crear episodios ficticios muy reveladores de la condición humana. La predilección universal por las historias de asesi­ natos o de misterio, por ejemplo, puede ayudamos a entender los capri­ chos, y probablemente los aspectos más arteros y retorcidos de la conducta humana. Volveremos sobre este punto más adelante. Cuando estudiaba un curso de postgrado en psicología en la McGill University de Montreal, tuve que matricularme obligatoriamente en un seminario impartido por el legendario Donald O. Hebb, el psicólogo más famoso de Canadá, que solía decimos que se aprende más sobre relaciones humanas leyendo no­ velas que asistiendo a clases de psicología.4 (Debo decir que yo no dejé de asistir a sus clases.) Yo creo que el lenguaje gramatical evolucionó fundamentalmente para permitimos compartir episodios, ampliando mucho de este modo el vo­

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cabulario de sucesos del mundo real para la construcción de futuros per­ sonales.5Esto proporciona un importante caudal de información acerca de cómo se comporta la gente. Dado que dicha información es compartida, también crea expectativas y plantillas culturales para la planificación del futuro. Por supuesto, el lenguaje también se utiliza para comunicar infor­ mación semántica, como yo mismo estoy intentando hacer en este libro, pero sugiero que el impulso inicial viene de la emergencia de la memoria episódica, del viaje mental temporal y de la conciencia del tiempo. Y si bien es posible que los recuerdos episódicos pueden requerir un funda­ mento de memoria semántica,6esta a su vez es sin duda configurada y am­ pliada mediante la acumulación de recuerdos episódicos. Varias de las propiedades fundamentales del lenguaje, por tanto, evo­ lucionaron a partir de la transmisión de acontecimientos, pasados, pre­ sentes, futuros o imaginarios, la mayor parte de los cuales situados en momentos distintos del presente, incluyendo un tiempo imaginario. Otros tiempos también implica otros lugares, ya que somos criaturas peripatéti­ cas que se mueven incesantemente por todo el planeta, y de vez en cuando fuera del planeta. El lenguaje está exquisitamente diseñado para comuni­ car "quién hizo qué a quién, qué es verdad de qué, dónde, cuándo y por qué", para citar de nuevo a Pinker, esta vez en el contexto que tenía inten­ ción de resaltar. ¿Cuáles son, pues, las propiedades del lenguaje que nos permiten hacer esto?

La representación simbólica El primer requisito es que necesitamos formas de referimos a objetos, ac­ ciones, cualidades, etc., que no están físicamente presentes y que por tanto no pueden ser señaladas con el dedo o ser objeto de atención compartida, como cuando dos personas contemplan la misma fotografía, o escuchan la misma pieza de música. Es decir, referirse a lo no físicamente presente requiere símbolos. Esto a su vez requiere una doble codificación. Primero necesitamos un conjunto de conceptos internamente almacenados, y des­ pués una lista de símbolos comunicables para referimos a ellos. No im­

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porta realmente cómo sean los símbolos, siempre que sean lo suficiente­ mente distintos unos de otros para evitar confusiones. En el capítulo 4 me he referido al punto de vista de Ferdinand de Saussure según el cual el lenguaje está por definición compuesto de signos que son arbitrarios, más que icónicos u onomatopéyicos. Sostenía yo allí, a di­ ferencia de Saussure, que el uso de símbolos arbitrarios deriva de preocu­ paciones prácticas más que de necesidades lingüísticas. Los lenguajes de signos permiten, respecto al habla, un mayor uso de símbolos cuya forma da una pista física de aquello a lo que se refieren, dado que dichos lengua­ jes operan en un medio visual, y que la mayor parte de las cosas de las que hablamos, ya sean objetos o acciones, pueden ser descritas visualmente más que acústicamente. Pero incluso en los lenguajes de signos los símbo­ los tienden a ser convencionalizados y a perder su aspecto gráfico. Y aun­ que una imagen puede valer más que mil palabras, las imágenes tardan demasiado tiempo en construirse para ser eficientes en la comunicación, especialmente dado lo limitado de nuestros recursos corporales. Las aso­ ciaciones que formamos entre símbolos y conceptos son también lo sufi­ cientemente ricas como para que los propios símbolos sean una especie de taquigrafía. Cuando queremos referimos a diferentes razas de perros, por ejemplo, bastan unas etiquetas para evocar las imágenes apropiadas; la mente, no el símbolo, es la que hace el trabajo. De este modo, palabras como 'galgo', 'sabueso' o 'pastor escocés' no tienen ninguna relación con esas variedades de perro, o siquiera entre sí, pero gracias a ellas podemos imaginamos qué aspecto tiene cada una, y si somos amantes de los perros, también podemos evocar sus otras características distintivas. En interés de la velocidad y la eficiencia, además, las palabras más frecuentes tienden a ser más cortas. Esto lo expresa la Ley de Zipf, que afirma que la longitud de una palabra es inversamente proporcional a la posición que ocupa en la lista de frecuencias. La razón de ello se deduce fácilmente del título del libro de Zipf, publicado en 1949, Human Behavior and the Principie ofLeast Effort [La conducta humana y el principio del mí­ nimo esfuerzo]. El lenguaje se calibra a sí mismo de modo que requiera el menor esfuerzo posible, y las palabras tienden a hacerse cada vez más cor­ tas a medida que se vuelven más comunes. De ahí que pasemos, por ejem­ plo, de 'televisión' a 'tele', y de 'universidad' a 'urti'.

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Naturalmente, con la tecnología moderna, las imágenes pueden efec­ tivamente sustituir a las palabras o a los signos, al menos en algunos con­ textos. Un vídeo de unas vacaciones en Europa puede ser incluso más efectivo que un relato verbal, pero no proporciona las posibilidades de interacción que ofrece una conversación. Una amenaza probablemente más seria proviene de la mensajería móvil, con sus métodos cada vez más rápidos y sintéticos para enviar y recibir imágenes digitales. El intercambio de mensajes de móvil restablece las ventajas de poder comunicarse a dis­ tancia con las manos, a expensas de la boca, y puede muy bien convertirse pronto en el principal medio de conversación. Así pues, si como sostenía­ mos en el capítulo 4 el lenguaje progresó de la mano a la boca, es posible que estemos asistiendo a una nueva inversión de esta tendencia. Como vimos en el capítulo 3 el uso de símbolos no es exclusivo de los humanos. Los grandes simios han aprendido a comunicarse utilizando gestos o símbolos visuales (construidos por humanos), y los chimpancés que viven en libertad emiten gritos y jadeos para señalar el descubrimiento de comida. Los cercopitecos utilizan diferentes gritos para advertir de la presencia de diferentes depredadores. Pero nosotros los humanos no tene­ mos rival en el número de símbolos que utilizamos. La dimensión tempo­ ral incrementa enormemente el ámbito mental, ya que la referencia a diferentes tiempos implica generalmente diferentes lugares, diferentes ac­ ciones, diferentes actores, etc. Steven Pinker calcula que el individuo alfa­ betizado medio almacena 50.000 conceptos,7y requiere el mismo número de palabras para referirse a ellos. Probablemente hay también diferencias cualitativas. Terrence Deacon se refiere a nosotros los humanos como Ta especie simbólica'8y puntualiza que los símbolos que utilizamos han sido arrancados de la simple asociación con sus referentes y se utilizan de un modo muy flexible en el pensamiento humano. De este modo las palabras pueden traer a la mente otras palabras y pueden utilizarse libremente en ausencia de aquello a lo que se refieren. Esto se debe en parte, una vez más, a la conciencia humana del tiempo y a nuestra habilidad para utilizar símbolos para evocar acontecimientos del pasado o acontecimientos ima­ ginarios futuros. Una clave sobre el origen de la referencia a entidades ausentes procede de un estudio en el que se compara a niños de doce meses con chimpan­

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cés.9Situados en unos ambientes diferentes pero comparables, los niños y los chimpancés observaron primero repetidamente cómo un humano adulto colocaba objetos deseables (juguetes en el caso de los niños, comida en el de los chimpancés) en una plataforma, y objetos no tan deseables (toallitas higiénicas en el caso de los niños, material para hacer un colchón en el de los chimpancés) en otra plataforma similar. Los participantes fue­ ron luego sondeados de dos formas diferentes. En una de ellas, el adulto sacaba el objeto deseado y lo colocaba debajo de la plataforma, de modo que el participante no pudiese verlo. La mayoría de niños y de chimpancés señalaron la plataforma en la que estaba oculto el objeto para inducir al adulto a dárselo. En otra las plataformas se dejaron vacías. La mayoría de los niños siguieron señalando la plataforma en la que había estado oculto el objeto deseado, pero no los chimpancés, pese a que evidentemente que­ rían obtener comida. Incluso a los doce meses de edad, los humanos puede que hayan empezado a dar muestras de referencia desplazada, es decir, a la capacidad de referirse a objetos que no están presentes, pero en cambio los chimpancés, nuestros parientes no humanos más cercanos, aparente­ mente no lo hacen.

Marcando el tiempo Los lenguajes también han creado por evolución formas de indicar el tiempo en el que un acontecimiento tiene lugar. En muchos lenguajes esto se consigue marcando los verbos en función del eje temporal. Esto puede ser más complejo que el mero hecho de indicar pasado, presente o futuro. También podemos distinguir los tiempos perfectos, para referimos a ac­ ciones que ya han sido completadas respecto al presente, de los imper­ fectos, que se refieren a acciones aún no completadas. Así I had been to town [yo había estado en la ciudad] es el pluscuamperfecto, distinguible del pasado imperfecto I ivas going to town [yo iba a la ciudad], y ambos pueden distinguirse del pretérito simple I went to town [yo fui a la ciudad]. El futuro perfecto funciona de modo parecido: I will go to town [Yo iré a la ciudad] es el futuro simple, I will have gone to town [yo habré ido a la ciu­ dad] es el futuro perfecto, y I will be going to town [yo estaré yendo a la

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ciudad] es el futuro imperfecto. También podemos utilizar diferentes mo­ dos, como el condicional, para indicar acontecimientos hipotéticos, o el subjuntivo, para indicar acontecimientos que son condicionales respecto a nuestros deseos o emociones, o a hechos que no se aplican al presente. En inglés se hace un uso muy amplio de los auxiliares, como las variantes de go y have para indicar el tiempo verbal, pero también se adjuntan mor­ femas (unidades de significado) a los propios verbos, como -ed para indi­ car el pasado e -ing para indicar las acciones en curso. Cualquiera que haya aprendido latín sabe que los verbos en ese idioma están llenos a re­ bosar de diferentes morfemas relacionados con el tiempo y sus incertezas. En algunos idiomas, sin embargo, los verbos no tienen inflexión tem­ poral y el tiempo se marca de otro modo. El chino, por ejemplo, no tiene inflexión temporal, pero el tiempo de un acontecimiento puede indicarse con adverbios, como tomorrow [mañana], y con lo que se conoce como mar­ cadores de aspecto, como la palabra before [antes] en una frase que podría traducirse aproximadamente como He break his leg before [Él rompe la pierna antes].10 En el inglés también pueden utilizarse adverbios como yesterday [ayer] y tomorrow [mañana] y otros marcadores para especificar el tiempo de un modo más concreto. Esto incluye las horas del día. El pri­ mer avión que chocó con las Torres Gemelas en Nueva York impactó a las 8:46 de la mañana del 11 de setiembre de 2001. En nuestras vidas, cada vez más frenéticas, el momento exacto en que se produce un acontecimiento, pasado, presente o futuro, tiene una gran importancia.11 Naturalmente, referirse a episodios en diferentes momentos del tiempo implica generalmente diferentes lugares -lo que hice ayer no tiene por qué haber tenido lugar en el mismo sitio en que estoy hoy ni en el que estaré mañana. En la medida en que la comunicación implica solamente el presente, el lugar puede comunicarse en gran parte señalando o simple­ mente compartiendo un espacio, pero la referencia a lugares en otros mo­ mentos requiere un vocabulario simbólico extenso. Por esto tenemos nombres para los países, estados, provincias, ciudades, pueblos, calles, casas y habitaciones. Hay también puntos de referencia como montañas, lagos, ríos, bosques, edificios concretos como museos, ayuntamientos, tea­ tros, etcétera. También se necesitan términos para ubicar lugares respecto a otros lugares, y eso incluye las cuatro direcciones básicas, norte, sur, este

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y oeste, y términos relativos como izquierda y derecha, cerca y lejos, arriba y abajo. La precisión se consigue midiendo distancias en millas, kilómetros, pulgadas, milímetros. O en años luz, que también incorporan el sentido del tiempo. El lenguaje no solo permite a las personas compartir episodios, tam­ bién puede transportarlas mentalmente a diferentes tiempos y lugares. Esto requiere establecer una distinción entre lo que se ha llamado tiempo de referencia o tiempo del relato, y tiempo del habla, el momento en que se está efectivamente hablando.12Ambos pueden diferir del tiempo presente si uno está recordando una historia contada en una ocasión anterior. Cada uno de estos tiempos, además, puede situar a oyente y narrador en diferen­ tes lugares. Uno puede recordar que ayer le contaron las aventuras de X en China un año antes, o los planes de Y para la boda de su hija. El com­ plejo conjunto de perspectivas mentales requiere múltiples incrustaciones recursivas, que se llevan a cabo con facilidad. Nuestras vidas están repletas de dispositivos que nos llevan a diferentes mundos en diferentes momen­ tos: libros, obras de teatro, películas, culebrones, etc. Dado que la comprensión del espacio es muy anterior al viaje mental temporal, probablemente no tiene nada de sorprendente que las expresio­ nes relativas al tiempo se hayan apoyado en gran medida en las expre­ siones relativas al espacio. El Lenguaje de Signos Americano (ASL) utiliza una línea temporal implícita que va desde la espalda al pecho, con el futu­ ro enfrente y el pasado detrás. Incluso en los lenguajes hablados se da nor­ malmente una dimensión espacial implícita subyacente en nuestra conciencia del tiempo. Igual que el ASL, el inglés se refiere al pasado como lo que está detrás y al futuro como lo que está delante, y la mayor parte de los pronombres espaciales (about, after, around, before, by, in, near,far, toward, with, etcétera) se refieren al tiempo tanto como al espacio. En el len­ guaje de los aymara, los habitantes de la cordillera andina, el tiempo fluye en sentido contrario, con el pasado delante y el futuro detrás; así, por ejem­ plo, una expresión como el año pasado se traduce como nayra mara (literal­ mente, el año que viene), y la expresión para díafuturo es quipüru, literalmente día atrás. 13 Los gestos que hacen los aymara para referirse a acontecimientos en el tiempo concuerdan con esto. En el chino el tiempo se representa verti­ calmente y fluye hacia abajo; así el mes arriba significa el pasado mes. 14

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La importancia del tiempo en la configuración del lenguaje se refleja estupendamente bien en la lengua de los pirahá, la tribu del Brasil ama­ zónico que ya encontramos en el capítulo 2. Su idioma carece casi comple­ tamente de flexiones y marcadores temporales. Los verbos se marcan meramente para indicar si una acción forma parte de la experiencia inme­ diata del hablante ('próxima') o no ("remota'), pero aparte de esto no hay flexión verbal. Hay unas cuantas palabras que indican tiempos diferentes, como las que pueden aproximadamente traducirse como otro día, ahora, ya, noche, marea baja, marea alta, luna llena, mediodía, crepúsculo y otras expresio­ nes parecidas.15La capacidad limitada para referirse a otros momentos del tiempo se ve reflejada en la experiencia real que tienen del tiempo. Como vimos en el capítulo 2, no tienen ficción ni mitos.16 Su sistema de paren­ tesco es uno de los más simples jamás registrados, y cuando mueren, los parientes son rápidamente olvidados. Everett no encontró a nadie que pu­ diera darle el nombre de sus tatarabuelos y a muy pocos que pudieran darle el de sus cuatro abuelos. Entre los acontecimientos que tienen un papel destacado en sus vidas está la llegada y la partida de embarcaciones en el río, a menudo cargadas de comerciantes. Estos acontecimientos pa­ recen existir en el presente, sin quedar registrados en la memoria. Escribe Everett: La excitación que produce a los pirahá la visión de una canoa do­ blando el recodo de un río es difícil de describir; para ellos es casi como viajar a otra dimensión. Es interesante, a la luz de la postulada restricción cultural sobre la gramática, que haya un término impor­ tante para cruzar la frontera entre la experiencia y la no experiencia.17

Benjamín Lee Whorf sostenía que ejemplos como este reflejaban la influen­ cia del lenguaje sobre el pensamiento, una idea que impresionó al lingüista Edward Sapir y que se conoce como la hipótesis Sapir-Whorf. Whorf es­ taba especialmente interesado en los lenguajes nativos americanos y obser­ vó que el lenguaje hopi "parece no contener palabras, formas gramaticales, construcciones o expresiones que se refieran directamente a lo que noso­ tros llamamos 'tiempo', o al pasado, presente y futuro."18 Resulta que Whorf se equivocaba en esto, pues el trabajo posterior de Ekkehart Malotki

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puso de manifiesto que los hopi tienen múltiples formas de hablar del tiempo, incluido el uso de flexiones verbales.19 De todos modos está más en consonancia con este capítulo suponer que el lenguaje refleja el pensa­ miento que no al revés. Es decir, los pirahá tienen limitaciones en su forma de hablar del tiempo porque viven básicamente en el presente.20 Como vimos en el capítulo 2, hay otras limitaciones en el lenguaje de los pirahá. No tiene números ni sistemas para contar, ni términos para los colores, y puede incluso decirse que no tiene verbos, en el sentido de verbo como categoría lingüística; los pirahá aprenden verbos de uno en uno como entidades individuales. Como vimos en el capítulo 4, los pirahá también se las arreglan con menos fonemas que cualquier otro grupo lin­ güístico. El ejemplo de los pirahá refuerza la idea de que el lenguaje gramatical es efectivamente una consecuencia de la conciencia del tiempo y de la ha­ bilidad para viajar mentalmente en el tiempo. Sin la carga del tiempo, puede que el lenguaje tenga la libertad para desarrollarse en otras direc­ ciones. Por ejemplo, Everett nota que los pirahá se comunican casi tanto hablando como cantando, silbando y tarareando, y poseen una prosodia muy rica, con una distinción quíntuple entre tipos silábicos. Y también pueden mentir y contar chistes, dos atributos indispensables de los huma­ nos. Tienen muchas más cosas interesantes que comunicarse que las aburridas incidencias de un partido de golf.

Generatividad La propiedad más característica del lenguaje es el hecho de ser generativo. Podemos tanto construir como entender frases que nunca hemos utilizado o escuchado antes. Un ejemplo clásico nos lo proporciona una anécdota protagonizada por el filósofo británico Alfred North Whitehead. En 1934, Whitehead coin­ cidió en una cena con el psicólogo B. F. Skinner, que trató de explicarle cómo el conductismo iba a cambiar radicalmente el campo de la psicología. Según Skinner, las oraciones eran secuencias aprendidas, formadas a partir de los principios del condicionamiento operante. Sintiéndose obligado a

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cuestionar este punto de vista, Whitehead formuló la siguiente frase: "Nin­ gún escorpión negro ha caído sobre esta mesa", y desafió a Skinner a expli­ car los principios conductistas que podían haberle llevado a decir aquello. No fue hasta la publicación de Verbal Behavior, 23 años después, que Skin­ ner intentó responderle.21 En un apéndice del libro Skinner sostuvo que Whitehead estaba expresando inconscientemente el temor a que el conductismo llegara realmente a imponerse, comparándolo con un escorpión negro que él no estaba dispuesto a permitir que empañase su filosofía. La explicación de Skinner es irónica, porque parece deber más al psicoanálisis que al conductismo, y porque los puntos de vista antifreudianos de Skin­ ner eran bien conocidos.22 Ahora sabemos, en gran parte gracias a los esfuerzos de Noam Choms­ ky, que el lenguaje no puede explicarse en términos de frases aprendidas.23 En realidad, se basa en reglas, como hemos explicado en el capítulo 2. Estas reglas combinan las palabras de un modo preciso que nos permite extraer­ les un significado. Como decía el filósofo alemán Gottlob Frege: La posibilidad de que entendamos frases que nunca hemos oído antes se basa evidentemente en esto, en que podemos construir el sentido de una frase a partir de las partes correspondientes a las pa­ labras que la forman 24

La estructura combinatoria de las frases, sugiero yo, deriva en gran parte de la estructura combinatoria de los episodios, y las palabras proporcionan el acceso a los componentes de estos. La mayor parte de los episodios de los que somos testigos, que recordamos o que construimos en nuestras mentes son combinaciones de lo que nos resulta familiar. De hecho son las combinaciones, más que los elementos individuales, lo que distingue a los episodios unos de otros. En la frase de Whitehead, la noción de un escor­ pión negro, la de caer y la de un¿> mesa tienen en sí mismos menos interés que la insólita combinación de un escorpión cayendo sobre la mesa a la que estaban sentados los dos intelectuales -y es muy posible que ambos se sintieran muy aliviados de que ese insólito episodio no estuviera ocu­ rriendo. La forma en que se disponen las palabras que describen tales epi­ sodios depende de las convenciones que constituyen la gramática. Una de

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estas convenciones tiene que ver con el orden en el que las palabras se co­ locan al ser proferidas o expresadas con gestos. Los episodios más básicos son los que tienen que ver con objetos o con acciones, por lo que las pri­ meras 'palabras' fueron probablemente sustantivos y verbos, una idea de­ fendida por el filólogo inglés del siglo XVIII John Home Tooke, que consideraba los nombres y los verbos como 'palabras necesarias.'25 El epi­ sodio prototípico de alguien haciendo algo a alguien o a algo, por lo tanto, requiere un sustantivo que haga de sujeto, un verbo que describa la acción, y otro sustantivo que sea el objeto de la acción. Cómo se ordenan estos ele­ mentos es simplemente una cuestión de convención. En inglés, la conven­ ción es colocarlos en este orden: sujeto verbo objeto (SVO). Para utilizar un ejemplo un tanto manido, la frase "Dog bites man" [Perro muerde a hom­ bre] significa algo muy diferente de "Man bites dog" [Hombre muerde a perro]; esta segunda frase es una noticia, la primera es simplemente un caso muy habitual de mala suerte personal, o tal vez un triunfo, desde el punto de vista del perro. Entre los lenguajes del mundo, el orden de pala­ bras más común es SOV, con el verbo al final. Los lenguajes SOV van desde el ainu al yukaghir. De hecho, en el conjunto de lenguajes del mundo se dan al parecer todas las combinaciones posibles, aunque me dicen que solo existen cuatro lenguajes OSV.26 Ya que solo podemos pronunciar las palabras de una en una, en el habla el orden de las palabras tiene una importancia fundamental. Algu­ nos lenguajes, sin embargo, marcan los roles que desempeñan las dife­ rentes palabras introduciendo cambios en ellas. En latín, por ejemplo, el sujeto y el objeto de una frase se señalan con diferentes inflexiones -cambios al final de la palabra- y las palabras pueden reordenarse sin que cambie su significado. Así, canis virum mordet significa Perro muerde a hombre, mientras que canem vir mordet significa Hombre muerde a perro, aunque lo más normal era colocar también el sujeto primero. El lenguaje aborigen australiano walpiri es un ejemplo más extremo de un lenguaje flexivo en el que el orden de las palabras no comporta prácticamente ninguna dife­ rencia. Estos lenguajes se conocen a veces como lenguajes desordenantes. El chino, en cambio, es un ejemplo de lenguaje aislante en el que las palabras no se declinan y en el que se crean diferentes significados añadiendo pa­ labras o alterando el orden de estas. El inglés está más cerca de ser un

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lenguaje desordenante que un lenguaje aislante. Comparados con el habla, los lenguajes de signos no están tan obli­ gados a presentar las palabras secuencialmente, ya que utilizan informa­ ción espacial además de información secuencial. Considérese una acción como una vaca saltando por encima de la Luna. Dado que tanto la vaca como el hecho de saltar y la Luna están presentes en la acción, necesitamos una convención en el habla que determine cómo ordenamos estos tres ele­ mentos; el inglés es un lenguaje SVO, y el orden normal es cow, jump, moom The cow jumped over the moon. En el lenguaje de signos, en cambio, uno puede remedar gestualmente la acción haciendo que una mano represente a la vaca y la otra a la Luna, y haciendo que la primera 'salte' por encima de la segunda. Pero incluso los lenguajes de signos necesitan convenciones relativas al orden de los elementos. A medida que evolucionan, los len­ guajes de signos tienden a la segmentación y a la linearización; como vimos en el capítulo 2, los niños que utilizaban el lenguaje de signos nica­ ragüense segmentaban el movimiento de una pelota con dos signos dife­ rentes y los hacían separadamente. La segmentación proporciona una estructura combinatoria más eficiente, que permite utilizar los mismos sig­ nos en diferentes combinaciones. Así, el hecho de expresar por signos la acción de una vaca saltando sobre la Luna tiende a segmentarse en tres signos diferentes: uno para 'vaca', otro para 'saltar' y otro para 'Luna', igual que pasa en el habla. En el Lenguaje de Signos Americano, el orden básico es SVO, mientras que el más reciente ABSL [Al-Sayyid Bedouin Sign Language] es un lenguaje SOV.27 Naturalmente, en los episodios hay más cosas que acciones simples y dolorosas como perros mordiendo a hombres, y también las hay, por tanto, en el lenguaje. Necesitamos dejar constancia de cosas como si fue precisa­ mente un perro en concreto el que ha mordido, o si era simplemente un perro hostil o tal vez hambriento que pasaba por allí. El artículo determi­ nado the [el], relacionado con el pronombre that [este] se utiliza para es­ pecificar un objeto o persona en particular, mientras que el artículo indeterminado a o an [un], relacionado con el pronombre one [uno], se refiere a un objeto o persona no especificado o particularizado. Es posible que necesitemos también registrar más detalles acerca del perro, o del hombre, o incluso tal vez la naturaleza o el lugar en el que se produce la

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mordida. Muchas de las operaciones de gramaticalización discutidas en el capítulo 2 se guían por consideraciones de este tipo. Por ejemplo, la in­ crustación de una o varias frases puede matizar a las personas o a los ob­ jetos implicados en un episodio, como por ejemplo en esta frase: El perro, que previamente había mordido a mi tía, mordió al cartero.

Érase una vez Los recuerdos episódicos, junto con las reglas combinatorias, nos permiten no solo crear y comunicar posibles episodios en el futuro, sino también episodios imaginarios. Como especie somos únicos contando historias. De hecho, la línea divisoria entre la memoria y la ficción es borrosa; cada his­ toria ficticia contiene elementos de memoria, y muchos recuerdos contie­ nen elementos de ficción. Las historias pueden estar situadas en el pasado, como en la ficción histórica, o en el futuro, como en los libros proféticos como 1984 de George Orwell (una fecha que hoy pertenece ya al pasado, gracias a Dios), o pueden estarlo en algún momento no especificado del tiempo. Por supuesto, las historias también llevan su propia marca de tiempo. Respecto a un determinado momento de la novela, hay un pasado y un futuro, aunque el autor tenga la potestad de moverse caprichosa­ mente hacia adelante y hacia atrás entre uno y otro. Las historias son adaptativas porque nos permiten ir más allá de la experiencia personal hasta lo que podríamos haber sido o lo que podría­ mos ser en el futuro. Proporcionan una forma de ensanchar y compartir experiencias para que podamos adaptamos mejor a los futuros posibles. Además, las historias tienden a institucionalizarse, garantizando que la información compartida se extiende a importantes secciones de la comu­ nidad, creando conformidad y cohesión social. Ejemplos de ello son las historias de la Biblia, el Corán, el Harry Potter de J. K. Rowling, o los cule­ brones populares de la televisión. Incluso la predilección casi universal por las historias de asesinatos puede que tenga una importancia adaptativa. Nos ponen sobre aviso respecto a acontecimientos que podrían suceder (y esperamos que no lo hagan) y de este modo nos proporcionan esce­ narios que podríamos seguir si lo hiciesen y ello hace que estemos mejor

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preparados para hacerles frente. Y en estas historias casi siempre atrapan al asesino.28 Esto significa que las historias de asesinato son cuentos con moraleja que sirven para inculcamos la conciencia de lo que está bien y de lo que está mal. Tienen también un lado oscuro, por supuesto. Al expo­ ner los errores que llevan al asesino a ser descubierto, las novelas de críme­ nes y misterio pueden contribuir a que los lectores aprendan la forma de quedar impunes si ellos mismos perpetran un asesinato.29 No todas las obras de ficción tratan de asesinatos. Las historias nos permiten entender de un modo más general qué pasa en la mente de los demás y comprender mejor las motivaciones de sus acciones. Esto es im­ portante para el entendimiento social porque nos ayuda a alcanzar objeti­ vos comunes. Pero la ficción también se extiende más allá de lo corriente, incluyendo personajes con unos poderes que van más allá de las capaci­ dades humanas. La Biblia es solo un ejemplo y es probable que histórica­ mente sea el más influyente de todos. Los cuentos infantiles, en particular, están llenos de animales que hablan, de hadas, magos y otros seres sobre­ naturales,30 como bien lo ilustra el extraordinario éxito de la serie Harry Potter. ¿Es adaptativo lo sobrenatural? Tal vez la ampliación de la imagi­ nación nos permite entender mejor el ámbito de lo posible. El biólogo evo­ lucionista David Sloan Wilson observa que "incluso algunas creencias enormemente ficticias pueden ser adaptativas en la medida en que esti­ mulan conductas que son adaptativas en el mundo real."31 Las historias sobre lo sobrenatural se metamorfosean de un modo na­ tural en religión. Brian Boyd subraya que la convicción religiosa deriva menos de las doctrinas que de las historias.32 Igual que otros textos reli­ giosos, la Biblia narra historias de hechos sobrenaturales como el naci­ miento de un niño del vientre de una virgen, un hombre caminando sobre las aguas o muertos que se levantan de la tumba. Como dice Boyd, la evo­ lución favorece la creencia en una falsedad si crea la motivación para una conducta más adaptativa que la creencia en una verdad.33 Una falsedad34 que seguramente es alentada por los relatos sobrenaturales es la noción de la vida después de la muerte; como hemos sugerido en el capítulo an­ terior, la creencia en la vida después de la muerte puede paliar el temor a la muerte y al subsiguiente olvido, y esta creencia se ve indudablemente reforzada si aparece en historias generalmente compartidas. En general,

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el carácter adaptativo de las historias sobrenaturales procede posiblemente del simple poder de difundirse ampliamente en una cultura, creando de este modo cohesión social. Como dice Boyd: "La renuencia a creer puede incluso considerarse como un desafío a la unidad del grupo, y por lo tanto como una traición."35

Más allá del tiempo El argumento principal de este capítulo es que el lenguaje gramatical evo­ lucionó para permitimos comunicamos acerca de acontecimientos que no tienen lugar aquí y ahora. Hablamos de episodios del pasado, de episodios imaginados o planeados para el futuro, o de episodios puramente imagi­ narios en forma de historias. Las historias pueden ir más allá de los episo­ dios individuales e implicar múltiples episodios que pueden ir adelante y atrás en el tiempo. Las singulares propiedades de la gramática, por tanto, pueden haberse originado en la singularidad del viaje mental temporal humano. Pero la estructura del propio lenguaje no es una cuestión de viaje men­ tal en el tiempo. Las palabras se almacenan en la memoria semántica, y solo raramente o pasajeramente en la memoria episódica. Yo tengo muy pocos recuerdos de las ocasiones en las que aprendí el significado de las más o menos 50.000 palabras que conozco, aunque puedo recordar haber buscado ocasionalmente en un diccionario el significado de palabras que no conocía o que habían escapado de mi memoria semántica. Las reglas gramaticales con las que coordinamos las palabras pueden considerarse como parte de la memoria implícita más que de la explícita, algo tan au­ tomático, posiblemente, como el saber pedalear. Efectivamente, tan auto­ máticas son las reglas gramaticales que los lingüistas todavía no han sido capaces de elaborarlas todas explícitamente. Así, aunque el lenguaje puede haber evolucionado, inicialmente al menos, para la comunicación de in­ formación episódica, es en sí mismo un sistema robusto incrustado en las criptas más seguras de la memoria semántica e implícita. Ha ocupado grandes áreas de nuestros sistemas de memoria y, en realidad, de nuestros cerebros.

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Y aunque el lenguaje puede haber tenido su inicio en la ventaja adaptativa de compartir nuestras experiencias episódicas, también hemos adaptado el lenguaje a otros muchos propósitos. Uno de dichos propósitos es la enseñanza. De hecho, este libro es un intento de explicar algunas de las cosas que yo creo que son ciertas respecto a la mente humana, y con­ tiene muy pocas de mis propias experiencias personales, aunque de vez en cuando me he permitido relatar algunas, pero no, espero, hasta el punto de aburrir al lector. El uso pedagógico del lenguaje puede haberse desarro­ llado en el marco de la emergencia de las técnicas de fabricación. En el ca­ pítulo 4 he sugerido que el lenguaje pasó de un modo predominantemente manual a uno predominantemente vocal en un momento relativamente tardío en la evolución de nuestra especie, dado que compartimos un an­ cestro común con el chimpancé que vivió hace seis o siete millones de años. En el capítulo 12 exploro la posibilidad de que este cambio no se completó hasta la emergencia del Homo sapiens, lo que puede explicar el surgimiento de la manufactura en nuestra propia especie. Así, la pedagogía empezó a comerle el terreno al uso que hacemos del lenguaje para contar historias, y ahora lo utilizamos para explicar cómo funcionan las cosas, o cómo coci­ nar, como en los populares programas de cocina que pasan en la televisión. De todos modos, seguimos chismorreando. En este capítulo he sugerido, en efecto, que la naturaleza recursiva del lenguaje evolucionó, al menos en parte, a partir de la naturaleza recursiva del viaje mental temporal. Las estructuras recursivas del lenguaje no tienen por qué coincidir directamente con la naturaleza recursiva de los episodios imaginados. Como vimos en el capítulo 2, los pirahá utilizan estructuras no recursivas para narrar episodios recursivos. Y a la inversa, una oración puede incluir una frase incrustada que no tenga nada que ver con el propio episodio, para proporcionar simplemente información contextual, como en el siguiente ejemplo: George, que tiene una predisposición a ser generoso, le dio la mayor parte de su dinero a su avariciosa hija. Pero el viaje mental temporal no es la única función recursiva que tiene relación con la evolución del lenguaje. En el capítulo siguiente trataré de otra propiedad recursiva de la mente humana que también desempeñó un papel importante en la evolución del lenguaje.

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T ercera

parte

T e o r ía d e l a m e n t e

Otro ingrediente del pensamiento humano es la capacidad de entender, o de inferir, lo que hay en la mente de otras personas. Esto también es recur­ sivo, pues yo podría no solo inferir lo que otro individuo está pensando, sino también inferir que él infiere lo que estoy pensando yo. Como sugiero en el capítulo 8, la lectura de la mente de otro no es el producto de un poder de percepción extrasensorial o de unas emanaciones psíquicas, sino un proceso mental dependiente de situaciones comunes, de una experien­ cia compartida y de la conciencia de que la mente de los demás es como la nuestra. Leer la mente es fundamental para la cooperación humana, pero también puede ser la base de nuestras prácticas más engañosas, como mentir, robar y estafar. Créanme. Como explico en el capítulo 9, el lenguaje depende de un modo crítico de la teoría de la mente. Es, efectivamente, uno de los mecanismos median­ te los cuales leemos la mente de los otros. A diferencia de los gritos de los animales, que consisten en unas señales relativamente fijas, el lenguaje es intrínsecamente ambiguo y el significado tiene que inferirse no solo de lo que una persona dice (o expresa con gestos), sino también acerca de lo que uno sabe de esta persona y de lo que tiene en común con ella. Una conver­

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sación es más una corriente compartida de pensamientos que una trans­ misión de información y a menudo puede llevarse a cabo con un uso mí­ nimo de palabras. Esta parte del libro continúa el tema de que el lenguaje no es tanto una facultad biológica independiente cuanto parte de una capacidad cognitiva más general -en este caso, la de compartir nuestros pensamien­ tos y emociones. La naturaleza social del lenguaje es una de las razones de que hasta ahora nadie haya conseguido tener una conversación con sen­ tido con un ordenador. Tal vez podríamos hacer una excepción con ELIZA, el famoso programa informático que simulaba la psicoterapia rogeriana, que funcionaba esencialmente utilizando frases hechas inspiradas por al­ gunas de las palabras clave utilizadas por el paciente. Bueno, es posible que algunas conversaciones sean realmente como estas, pero prefiero pen­ sar que también la psicoterapia ha evolucionado hacia algo con un poco más de sentido.

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Hay tres clases de intelectos: uno que comprende por sí mismo; otro que aprecia lo que otros comprenden; y un tercero que ni comprende por sí mismo ni por la demostración de otros; el primero es el más excelente, el segundo es bueno, y el tercero es inútil. N ic o lá s M a q u ia v elo , El príncipe

uchas personas creen que los pensamientos pueden transfe­ rirse de una persona a otra por medios extrasensoriales. Esto se conoce como telepatía. En 1882 se fundó en Londres la Society for Psychical Research para investigar la telepatía y otros fenómenos paranormales, como espíritus, trances, levitaciones, médiums y comuni­ cación con los muertos. Su primer presidente fue Henry Sidgwick, que después sería profesor de filosofía moral en el Trinity College de Cam­ bridge, y otros distinguidos miembros de la Sociedad fueron el físico ex­ perimental Lord Raleigh, el filósofo Arthur Balfour, que sería primer ministro de Inglaterra desde 1902 a 1905, y Sir Arthur Conan Doyle, autor de las historias protagonizadas por Sherlock Holmes. La Sociedad atrajo el interés de psicólogos famosos, como Sigmund Freud y Cari Jung, y el pionero de la psicología en América William James quedó tan impresio­ nado que poco después fundó la American Society for Psychical Research. Estas sociedades, y otras muchas dedicadas al estudio de lo paranormal, permanecen en activo hoy. En diversas universidades se crearon la­ boratorios para el estudio de los fenómenos paranormales, con la Univer­ sidad de Stanford abriendo el camino en 1911. Bajo la dirección del famoso

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psicólogo William McDougall, la Universidad de Duke montó un influ­ yente laboratorio en 1930, y la publicación en 1937 del libro de Joseph B. Rhine Nuevas fronteras de la mente llevó los descubrimientos del laboratorio a la atención del público en general. Rhine y McDougall acuñaron el tér­ mino 'parapsicología' para referirse a los fenómenos paranormales, y en 1937 apareció el primer número del Journal of Parapsychology, que todavía sigue publicándose. En 1983, el famoso escritor Arthur Koestler y su es­ posa Cynthia dejaron dicho en su testamento que se destinara parte de su fortuna a la creación de una cátedra de parapsicología en una universidad británica. La Universidad de Edimburgo aprovechó la oportunidad, y en 1984 se estableció allí la cátedra, cuyo primer titular fue Robert Morris. Morris murió en el año 2005, y en el momento de escribirse este libro el cargo sigue vacante, aunque la Unidad Parapsicológica Koestler sigue en activo. Como ilustra esta breve introducción, la parapsicología ha estado aso­ ciada con algunos individuos distinguidos y con algunas universidades de prestigio. La endeble naturaleza de las afirmaciones sobre la existencia de fenómenos paranormales también ha significado que muchos defrau­ dadores se han apresurado a sacar tajada del tema. Uri Geller, un actor bri­ tánico-israelí se hizo famoso durante la década de 1970 con sus apariciones en televisión en las que afirmaba poseer poderes paranormales. Se dio a conocer sobre todo gracias a sus proezas como doblador de cucharas, apa­ rentemente mediante el poder de su mente -un fenómeno que, de ser cierto, sería un ejemplo de psicoquinesis. Las demostraciones de Geller han sido fácilmente duplicadas, sin necesidad de apelar a la existencia de pode­ res paranormales, por varios magos profesionales, incluido James Randi, que escribió un libro titulado La magia de Uri Geller, que después sería co­ nocido como La verdad sobre Uri Geller. 1 Las proezas de Geller fueron tam­ bién desenmascaradas, sin dejar ni una sola cuchara por doblar, en Nueva Zelanda por dos psicólogos, David Mareks y Richard Kamman, que con­ siguieron repetir las demostraciones que había hecho Geller en la televi­ sión sin apelar tampoco a supuestos poderes paranormales. También ellos escribieron un libro desenmascarando el campo de los fenómenos paranormales y a Geller en particular, titulado La psicología de lo paranormal. 2 Estos libros son muy recomendables, pero por desgracia no tienen el

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mismo atractivo comercial que los libros que proclaman la existencia de lo paranormal. No está muy claro por qué hay tanta gente dispuesta a creer en el po­ der de la mente para trascender las leyes de la física. Probablemente la causa es el deseo de que sea cierto, porque de este modo podemos creer que seremos capaces de influir a la gente a distancia y de comunicamos con los seres queridos que ya no están con nosotros. Probablemente tam­ bién sea un subproducto del dualismo mente-cuerpo atribuido al filósofo francés del siglo XVII René Descartes, que sostenía que la mente humana no estaba gobernada solamente por leyes físicas. La mayoría de las reli­ giones dependen de la idea de un espíritu o dios que trasciende lo mera­ mente físico. Algunos devotos han tratado de dar respetabilidad científica a las fuerzas de lo paranormal inventando etiquetas; los parapsicólogos hablan de lo psi, que muchos científicos corrientes, tal vez algo anticuados, creen que son las siglas de 'pounds per square inch' [algo así como 'libras por metro cuadrado'], y una etiqueta algo más ambiciosa es la de resonancia mórfica, acuñada por Rupert Sheldrake. Sheldrake es el tipo del que habla­ mos en el capítulo 3 y que hace poco ha dicho que los perros pueden uti­ lizar la resonancia mórfica para saber que sus dueños están volviendo a casa sin previo aviso.3

Teoría de la mente Parte del motivo de que la creencia en los fenómenos paranormales persis­ ta es que las personas somos realmente muy buenas leyendo el pensamien­ to. Lo hacemos con unos medios totalmente naturalistas, sin necesidad de invocar poderes sobrenaturales o la existencia de canales no físicos de co­ municación. La capacidad de entender, o por lo menos conjeturar, qué está pasando en la mente de otros se conoce como teoría de la mente. Es una ca­ pacidad recursiva, en la medida en que implica la inserción de lo que uno cree que es el estado mental de otro en el propio. Consideremos, pues, al­ gunas de las formas naturalistas en que podemos hacer esto. La emoción es probablemente el estado mental más fácil de leer. Po­ demos fácilmente saber si otra persona es feliz, si está triste, enfadada o si

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sufre, gracias a sus expresiones faciales, posturas corporales y vocalizacio­ nes. En su libro La expresión de las emociones en el hombre y en los animales, Charles Darwin describió de un modo muy gráfico los signos exteriores de las emociones, y nuestra capacidad de leer las emociones de otros no está en absoluto confinada a nuestra propia especie. Darwin se mostró am­ biguo, sin embargo, respecto a si esta capacidad era aprendida o innata; como en otras ocasiones, lo mejor es citarlo en detalle: Como todos los movimientos expresivos tienen que haberse adqui­ rido gradualmente, volviéndose después instintivos, parece existir cierto grado de probabilidad a priori de que el reconocimiento de los mismos se haya vuelto igualmente instintivo. No es mucho más difí­ cil, por lo menos, creer esto que admitir que, cuando una hembra de cuadrúpedo da a luz por primera vez a un potrillo reconoce el grito de angustia de este, o que muchos animales reconocen instintiva­ mente y temen a sus enemigos, y de ninguna de estas dos afirma­ ciones puede dudarse razonablemente. Resulta en cambio sumamente difícil demostrar que nuestros hijos reconocen instintivamente cual­ quier expresión. Observé esto personalmente en mi primer hijo, cuando todavía no podía haber aprendido nada de su relación con otros niños, y quedé convencido de que entendía el significado de una sonrisa y experimentaba placer al verla y contestaba con otra a una edad demasiado temprana como para haberlo aprendido por experiencia. Cuando mi hijo tenía unos cuatro meses, hice en su pre­ sencia extraños ruidos y muecas tratando de parecer un salvaje, pero los ruidos, si no eran demasiado fuertes, y también las muecas, se los tomaba como bromas, y en ese momento yo lo atribuí a que ha­ bían ido precedidos o acompañados de una sonrisa. A los cinco meses parecía entender alguna expresión compasiva y mi tono de voz. Pocos días después de cumplir seis meses, su niñera simuló llo­ rar y la cara de mi hijo adoptó instantáneamente una expresión me­ lancólica; mi hijo no había visto llorar a ningún otro niño ni a ningún adulto, y dudo que a tan tierna edad pudiera reflexionar sobre el tema. Por consiguiente, creo que un sentimiento innato tiene que ha­ berle informado de que el fingido lloro de su niñera expresaba pena

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o dolor, y que, mediante el instinto de la compasión, le había provo­ cado pena a él mismo.4

Sea instintiva o aprendida, la capacidad humana de inferir los estados mentales de otros va mucho más allá de la detección de las emociones. Para poner otro ejemplo sencillo y aparentemente obvio, podemos enten­ der lo que otra persona puede ver. Este es otro ejemplo de recursión, ya que podemos incrustar la experiencia de esta persona en nuestra propia experiencia. No es en absoluto un hecho trivial, ya que requiere la rotación mental y la transformación de escenas visuales para que coincidan con lo que ve la otra persona, así como la construcción de escenas visuales que no son inmediatamente visibles. Por ejemplo, cuando estamos hablando con alguien cara a cara, sabemos que nuestro interlocutor puede ver lo que tenemos detrás y que nosotros no podemos ver. Alguien situado en un lugar diferente necesariamente ve el mundo desde un punto de vista dife­ rente, y entender el punto de vista de esta persona requiere un acto de ro­ tación y traslación mental. Para comprobar la presencia de esta capacidad en los niños, el psicó­ logo suizo Jean Piaget elaboró lo que se conoce como 'el test de las tres montañas', en el que los niños contemplaban tres montañas de juguete desde un lugar en concreto de la habitación. Luego les mostraban fotogra­ fías de la escena tomadas desde diferentes lugares y les pedían que seña­ lasen cuál de ellas correspondía a la escena vista desde un punto de vista en concreto. Piaget descubrió que, hasta los nueve o diez años, los niños eran incapaces de resolver el problema cuando la fotografía representaba la escena desde un punto de vista diferente del suyo.5 Esta tarea en parti­ cular, sin embargo, era al parecer más difícil de lo habitual, y se ha com­ probado que niños de solo tres o cuatro años son capaces de resolver un problema comparable en el que las montañas eran reemplazadas por ob­ jetos más familiares.6 Todavía más compleja es la capacidad de inferir lo que otras personas creen, a menudo sobre la base de la observación y el razonamiento. Esto lo ilustra muy bien el 'test de Sally y Anne', que es un test de la capacidad que tienen los niños para inferir falsas creencias. Se muestra al niño una escena en la que participan dos muñecas, una llamada Sally y otra llamada

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Anne. Sally tiene una cesta y Anne una caja. Sally pone una canica en su cesta y abandona la escena. Mientras Sally está fuera, Anne saca la canica de la cesta y la guarda en su caja. Cuando Sally regresa, le preguntan al niño dónde buscará Sally la canica. Niños de menos de cuatro años contestan normalmente que mirará si está en la caja, que es donde está realmente la canica. Los niños mayores de cuatro años entienden que Sally no ha visto cómo Anne cambiaba de sitio la canica y contestan correctamente que Sally la buscará en la cesta. Entienden que Sally tiene una creencia falsa. El test de Sally y Anne es un clásico en la psicología del desarrollo, pero es posible que sobreestime la edad a la que los niños desarrollan una teoría de la mente. El test requiere no solo que el niño recuerde una serie de hechos, sino también que entienda bien la pregunta que le hacen. Un estudio reciente sugiere que es posible que los niños entiendan falsas creencias a partir de los dos años. Unos niños de 25 meses de edad con­ templaron una filmación en la que un actor colocaba una pelota en una caja. Luego el actor miraba hacia otro lado y alguien sacaba la pelota de la caja. Cuando el actor regresaba, 17 de cada 20 niños miraban en la caja donde había estado la pelota, evidentemente esperando que el actor la bus­ case erróneamente allí. Aquellos niños parecían entender que el actor ten­ dría una falsa creencia.7 La teoría de la mente surgió por evolución debido a que nuestra vida social es muy compleja, y a que nos relacionamos tanto con personas como con objetos, o por lo menos lo hacíamos hasta que se inventaron los orde­ nadores. Sobrevivir en el Pleistoceno, cuando nuestros antepasados tenían que competir con unos carnívoros peligrosos en la sabana africana, re­ quería cooperación e inteligencia social. La importancia de la vida en el Pleistoceno para la formación de la mente humana la explicaremos de­ talladamente en el capítulo 11, pero baste decir que el éxito reproductivo en los humanos está más relacionado con el éxito social que con los atri­ butos físicos.8 Puede, sin embargo, que haya un lado oscuro en la inteligencia social, porque algunos individuos poco escrupulosos pueden aprovecharse de los esfuerzos cooperativos de otros sin echar una mano ellos mismos. Estos individuos se conocen como gorrones. Para contrarrestar su forma de ser la evolución ha producido formas de detectarlos. La psicología evolucio­

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nista postula la existencia en el cerebro de un 'módulo para la detección de tramposos' que nos permite detectar a estos impostores, aunque tam­ bién ellos han desarrollados técnicas sofisticadas para evitar ser detecta­ dos.9 Esta secuencia recursiva de detección de tramposos y detección de detección de tramposos ha sido calificada de 'carrera armamentista cognitiva', y probablemente fue identificada por vez primera por el evolucio­ nista británico Robert Trivers,10 y más tarde ampliada por los psicólogos evolucionados.11 La habilidad para aprovecharse de los demás mediante esta forma de pensamiento recursivo ha sido calificada de inteligencia ma­ quiavélica;12según esto, utilizamos estrategias sociales no solo para coope­ rar con nuestros congéneres, sino también para burlamos de ellos y para engañarlos. En el siglo XVI, en su famosa obra El príncipe, Nicolás Maquiavelo dio este sabio consejo: Es útil, por ejemplo, parecer compasivo, digno de confianza, inta­ chable, religioso -y serlo-, pero hay que estar al mismo tiempo men­ talmente preparado por si a uno le conviene no serlo y tiene que cambiar y ser lo contrario.

El filósofo Daniel Dennett se refiere a la lectura del pensamiento con la ex­ presión actitud intencional, que significa que tenemos tendencia a tratar a las personas dando por supuesto que tienen estados intencionales.13 La noción de estado intencional se utiliza aquí de un modo más bien genérico, y no solo como la intención de actuar de una forma determinada. Incluye otros estados subjetivos, como creencias, deseos, pensamientos, esperan­ zas, temores, etcétera. De acuerdo con la actitud intencional interactuamos con los demás en función de lo que pensamos que sucede en sus mentes y no tanto en función de sus atributos físicos, aunque también hay algo de esto, como puedo atestiguar personalmente desde los días en que practi­ caba el rugby. Cuando uno se topa con un extraño en una calle a oscuras, es posible que su comportamiento se guíe en parte por la actitud inten­ cional, basándose tal vez en la expresión facial del extraño, pero también en lo que podríamos denominar su actitud física, basándose en lo volumi­ noso que pueda ser el extraño. Desde el punto de vista de este libro, el aspecto importante de la teoría

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de la mente es su carácter recursivo. Esto puede verse en los diferentes ór­ denes de intencionalidad propuestos por Dennett. La intencionalidad de orden cero se refiere a las acciones o comportamientos que no implican un estado subjetivo, como en los actos reflejos o automáticos. La intenciona­ lidad de primer orden implica un solo término subjetivo, como en Alicia quiere que Fred se vaya. La intencionalidad de segundo orden implicaría dos de estos términos, como en Ted piensa que Alicia quiere que Fred se vaya. Es en este nivel donde empieza la teoría de la mente. Y prosigue en la inten­ cionalidad de tercer orden: Alicia cree que Fred piensa que ella quiere que él se vaya. La recursión se pone en marcha una vez que nos situamos más allá del primer orden de intencionalidad, y nuestra vida social está repleta de ejemplos como estos. Pero parece haber motivos para creer que normal­ mente nos perdemos en el quinto o sexto orden de intencionalidad,14po­ siblemente debido a una limitada capacidad de memoria de trabajo más que a un límite intrínseco en la propia recursión. Devanándonos los sesos podemos tal vez entender proposiciones como la siguiente: Ted sospecha que Alicia cree que él realmente sospecha que Fred piensa que ella quiere que él (Fred) se vaya. Esto es intencionalidad de quinto orden, como puede verse contando las palabras en negrita. Podríamos convertirla en intencionalidad de sexto orden añadiendo George imagina que... al comienzo. Según Robin Dunbar, es mediante la teoría de la mente que la gente puede haber llegado a conocer a Dios, como quien dice. La noción de un Dios bondadoso, que nos vigila, que castiga, que nos deja entrar en el cielo si somos adecuadamente virtuosos, depende de la suposición de que otros seres -en este caso, un ser supuestamente sobrenatural- puede tener pensa­ mientos y emociones como los humanos. De hecho, Dunbar sostiene que pueden ser necesarios varios órdenes de intencionalidad, puesto que la reli­ gión es una actividad social dependiente de unas creencias compartidas. Los bucles recursivos que se necesitan son algo así: Yo supongo que tú piensas que yo creo que hay dioses que tratan de influir en nuestro futuro porque conocen nuestros deseos. 15 Esto es intencionalidad de quinto orden. El propio Dunbar tiene que haber alcanzado la intencionalidad de sexto orden si supone todo esto, y si usted supone que él lo supone, entonces usted ha alcanzado la in­ tencionalidad de séptimo orden. Llámelo el 'séptimo cielo' si quiere. Si Dios depende de la teoría de la mente, tal vez puede decirse lo

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mismo del concepto del yo. Esto nos devuelve al párrafo inicial de este libro y al famoso silogismo de Descartes "Pienso, luego existo". Dado que Descartes estaba apelando a su propio pensamiento sobre el pensar, esto es intencionalidad de segundo orden. Por supuesto, también entendemos que el yo continúa a través del tiempo, lo que requiere la comprensión (re­ cursiva) de que nuestra conciencia también trasciende el presente.

Personas y cosas Unos cuantos individuos parecen carecer de la habilidad de leer el pen­ samiento, y Simón Baron-Cohen ha argumentado que esta carencia, a la que él se refiere como mindblindness o ceguera mental, es la base del tras­ torno conocido como autismo.17 Las personas con este trastorno pueden ser inteligentes en otros sentidos, pero son peculiarmente insensibles o indiferentes respecto a otras personas. Un caso notable es el de una mujer llamada Temple Grandin, que tiene un doctorado en ciencia agrícola y trabaja como profesora e investigadora en la Universidad Estatal de Co­ lorado. A todas luces inteligente, ha escrito varios libros, tres de los cuales describen su propio trastorno y la forma en que lo vive.18 Su problema lo describió también gráficamente Oliver Sacks en su libro Un antropólogo en Marte. 19 Grandin ha tenido que aprender penosamente cómo se com­ porta la gente en diferentes circunstancias para saber cómo actuar ella misma adecuadamente en las situaciones sociales. Un beneficio adicional derivado de esta estrategia es que su costumbre de hacer observaciones detalladas del comportamiento humano le ha proporcionado una útil vía de acceso al comportamiento de los animales, como pone de manifiesto su libro más reciente, titulado Animáis in Translation: Using the Mysteries ofAutism to Decode Animal Behavior. 20 Este libro inspiró un documental, emitido por la BBC el 8 de junio de 2006, titulado algo cruelmente "La mujer que piensa como una vaca". Pero, curiosamente, es sensible a la emo­ ción en los demás, y también ella misma es emocionalmente sensible. La naturaleza muy específica de su problema ha llevado a algunos psicólo­ gos evolucionistas a proponer que la teoría de la mente es un módulo in­ dependiente de otros aspectos de la mente humana.

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Este tipo de autismo compatible con una inteligencia notable, algo obvio en personas como Temple Grandin, se conoce como el síndrome de Asper­ ger. Las personas que sufren este trastorno a menudo pueden pasar pruebas de falsas creencias, como el test de Sally y Anne, pero aparentemente lo hacen mediante el razonamiento verbal y si reciben instrucciones explícitas acerca de la tarea en cuestión. Como he señalado antes, los niños normales parecen dar muestras instintivamente de comprender lo que es una falsa creencia mucho antes de poderlo explicar verbalmente. Las personas con el síndrome de Asperger no lo hacen, lo que da a entender que carecen de la comprensión espontánea de lo que significa una falsa creencia.21 Se ha sugerido que en el otro extremo del espectro del autismo se en­ cuentra la psicosis.22 Al menos algunos aspectos de la psicosis parecen reflejar un hipermentalismo. Entre los síntomas más floridos de la esqui­ zofrenia, por ejemplo, están las alucinaciones, las falsas ilusiones y la para­ noia. Es como si los esquizofrénicos leyeran demasiadas cosas en la mente de otros, hasta el punto de creer ser objeto de un complot para asesinarles o que sus propias mentes están controladas por un agente externo mal­ vado. El psiquiatra escocés R. D. Laing23 era especialmente hábil expre­ sando la mentalidad recursiva que puede hacer descarrilar las relaciones sociales y favorecer el desarrollo de la psicosis. Estos son tres fragmentos de uno de sus libros, que lleva el acertado título de Nudos: Jill: Me molesta que te moleste. Jack: No me molesta. Jill: Me molesta que no te moleste que me moleste que te moleste. Jack: Me molesta que te moleste que no me moleste que te moleste que me moleste, cuando no me molesta. Jill: Me haces sentir mal. Jack: Yo no te hago sentir mal. Jill: Me hace sentir mal que pienses que no me haces sentir mal. Jack: Perdóname. Jill: No. Jack: Nunca te perdonaré que no me perdones.

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Los extremos del autismo y la psicosis puede que se sitúen en un continuo que gobierna la conducta normal y la anormal. Algunos teóricos de la per­ sonalidad hablan de la personalidad esquizotípica, con una tendencia a la paranoia y al pensamiento mágico, pero no la clasifican entre los psicóticos. En el otro extremo del continuo, algunos individuos presentan ten­ dencias autistas, lo que puede incluir discapacidades lingüísticas concretas y comportamientos obsesivo-compulsivos. Piense en los friquis de la infor­ mática. (Quién sabe si usted mismo es uno de ellos, aunque supongo que si lo es, es posible que no lo sepa). El continuo también puede interpretarse como un continuo entre el mecanicismo y el mentalismo. Vivimos en un mundo complejo hecho de cosas y de personas, y la naturaleza parece ha­ bernos dotado de la suficiente flexibilidad para tratar con ambos. Como dice el biólogo evolucionista William D. Hamilton: "Hay personas-persona y personas-cosa."24 Las personas-cosa pueden tender a adoptar lo que he llamado actitud física, en la que las personas son consideradas más como trozos de carne ambulantes que como seres mentales. Tal vez los conductistas radicales y los jugadores de rugby tiendan a ver a las personas de esta forma. A la in­ versa, las personas-persona puede que tiendan a tratar a las cosas como si fuesen personas. A determinados objetos inanimados, como coches, barcos u ordenadores, se les atribuye a menudo propiedades humanas. A lo largo de la historia, y puede que también durante la prehistoria humana, se ha personificado a objetos inanimados, como estrellas y planetas, y se ha con­ ferido propiedades humanas a animales no humanos. Los animales per­ sonificados se sienten especialmente cómodos en los libros para niños, como vimos en el capítulo 3. Y luego tenemos a Dios, a quien ya hemos encontrado antes, y que parece ser una personificación sin sustrato mate­ rial, el triunfo definitivo, seguramente, de la teoría de la mente.

El sexo y el cerebro Hasta cierto punto al menos, el espectro autista-psicótico parece tener al­ guna incidencia en la diferencia entre hombres y mujeres. Simón BaronCohen ha descrito el autismo como una conducta masculina extrema, y los hombres en general parecen más interesados en las cosas que en las personas25-y de hecho tienden a tratar a las mujeres más como cosas que

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como personas. Pese a los esfuerzos de las feministas, los niños pequeños parecen preferir los coches y los aviones de juguete, mientras que las niñas se inclinan más por las muñecas y el estuche del maquillaje de sus madres. Los síntomas positivos de la esquizofrenia son más comunes en las mujeres que en los hombres, aunque los síntomas negativos y la esquizofrenia en general son algo más comunes entre los hombres. Las mujeres tienden a ser más religiosas que los hombres, como hemos visto. Esto puede conside­ rarse como una manifestación más bien compleja de la teoría de la mente. Los estudiantes de psicología, la ciencia de la mente, son predominante­ mente mujeres -al menos en los departamentos de psicología con los que yo estoy familiarizado, aunque en los viejos tiempos del conductismo ha­ bía bastantes más hombres en ellos. Los hombres se sienten más atraídos por las ciencias del mundo físico. La base biológica del espectro autista-psicótico puede que dependa más de los genes matemos y paternos que del sexo biológico de los hijos. La guerra de los sexos empieza en el útero con el fenómeno de la impronta [imprinting]. Los cromosomas vienen a pares, uno procedente de la madre y otro del padre, y la impronta significa que uno u otro pueden ser domi­ nantes. Los padres tienen diferentes intereses en el destino de su prole, y es­ to puede manifestarse en la relativa influencia de los genes matemos y paternos. En los mamíferos, la única contribución obligatoria del macho a su descendencia es el semen, y el padre confía principalmente en sus genes para influir en sus hijos y hacer que se comporten de una forma que re­ fuerce sus intereses biológicos. Los genes paternos deberían, por consi­ guiente, favorecer el comportamiento egoísta de los hijos, utilizando recursos de la madre e impidiéndole utilizarlos en hijos que podrían haber sido engendrados por otros padres. La madre, por otro lado, ha seguido invirtiendo en sus hijos tanto antes del nacimiento, en forma de nutrientes sacados de su propio cuerpo, como después, en forma de lactancia y de cuidados maternales. Los genes maternales, por consiguiente, deberían operar para conservar sus recursos favoreciendo la sociabilidad y la educabilidad26-niños bien educados que van a la escuela y hacen lo que se les dice. Los genes matemos se expresan sobre todo en la corteza cerebral, re­ presentando la teoría de la mente, el lenguaje y la competencia social,

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mientras que los genes paternos tienden a expresarse más en el sistema límbico, que se ocupa de los impulsos básicos consumidores de recursos, como la agresión, los apetitos y las emociones. El autismo, por tanto, puede considerarse como la expresión extrema de los genes paternos, y la esqui­ zofrenia como la expresión extrema de los genes matemos. Muchas de las características vinculadas a los espectros autista y psicótico son físicos, y pueden fácilmente entenderse en términos de la lucha por los recursos ma­ temos. El espectro autista se asocia con un desarrollo demasiado grande de la placenta, un mayor tamaño cerebral, niveles más elevados del factor del crecimiento, y el espectro psicótico con un escaso desarrollo de la pla­ centa, un tamaño cerebral menor y un crecimiento lento.27 El relativo dominio de los genes matemos y paternos no debe confun­ dirse con los efectos de los propios cromosomas sexuales. No todos los hombres son unos cachas agresivos que no leen libros ni comen quiche, ni todas las mujeres son intelectuales vegetarianas bien educadas que devo­ ran las novelas de Jane Austen. De todos modos, parece haber una corre­ lación entre impronta y sexo biológico, con una inclinación, en el caso de los hombres, hacia el extremo autista del espectro y, en el caso de las mu­ jeres, hacia el extremo esquizofrénico. Esto puede deberse a que el cromo­ soma X, junto con los cromosomas 2,3,5,7,9,10,15,16 y 17, es uno de los cromosomas sujetos a impronta diferencial,28 aunque presumiblemente solo en las mujeres, ya que los hombres reciben solamente una copia del cromosoma X de su madre. Dado el nombre de cromosomas implicados, es probable que los efectos de la impronta sean diversos y que no estén exclusivamente asociados con uno u otro sexo. La impronta puede haber desempeñado un papel importante en la evolución humana. Una posibilidad es que la evolución del cerebro huma­ no se viera impulsada por la progresiva influencia de los genes matemos que llevó a la expansión del neocórtex y a la emergencia de la cognición recursiva, incluidos el lenguaje y la teoría de la mente. Pero la persistente influencia de los genes paternos puede haber preservado el equilibrio ge­ neral entre personas-persona y personas-cosa, permitiendo al mismo tiempo un cierto grado de diferencia entre unas y otras. Simón BaronCohen ha sugerido que la dimensión también puede entenderse sobre un eje de empatizadores versus sistematizadores.29Las personas-persona tien­

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den a empatizar con los demás, adoptando la actitud intencional y la ca­ pacidad de identificarse con sus puntos de vista. Las personas-cosa pue­ den sobresalir en su capacidad de síntesis gracias a su obsesiva atención a los detalles y a su compulsiva propensión a la extracción de reglas.30 Aunque podría suponerse que el equilibrio entre genes matemos y paternos es la situación óptima, son probablemente las desviaciones del equilibrio genético las que aportan innovación y creatividad a nuestras vidas. El innovador psicólogo británico Henry Maudsley observó que la locura iba a menudo acompañada del genio creativo. Un ejemplo es el del ensayista inglés del siglo XVIII Charles Lamb, propenso a períodos de de­ mencia. Maudsley hizo el siguiente comentario: Su caso [el de Lamb] pone tal vez de manifiesto que la locura es com­ patible con una considerable genialidad y que no pocas veces coexis­ te con ella.31

Evidencias recientes sugieren que un polimorfismo particular en un gen del que se sabe que tiene relación con el riesgo de psicosis también está relacionado con la creatividad en personas de un elevado perfil inte­ lectual.32 La tendencia a la esquizofrenia o al trastorno bipolar puede ser un ele­ mento subyacente a la creatividad artística, como se manifiesta en el caso de músicos como Béla Bartók, Ludwig van Beethoven, Maurice Ravel o Peter Warlock, en pintores como Amedeo Clemente Modigliani, Maurice Utrillo o Vincent van Gogh, y en escritores como Jack Kerouac, D. H. Lawrence, Eugene O'Neill o Marcel Proust. El famoso matemático John Forbes Nash, protagonista central de la película Una mente maravillosa, es otro ejem­ plo. El difunto David Horrobin llegó a argumentar que las personas con es­ quizofrenia eran consideradas como los visionarios que daban forma al propio destino humano, y que solo con la Revolución Industrial, y un cam­ bio en las dietas, pasaron a ser considerados como enfermos mentales.33 La tendencia al autismo, especialmente el propio del síndrome de As­ perger, puede llevar a un tipo diferente de genialidad. Esto incluye a los llamados savants, unos individuos con una habilidad extraordinaria en algún campo limitado, como el cálculo, la música o incluso el lenguaje,

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pero por debajo de lo normal en otros sentidos. En el capítulo 5 encontra­ mos al savant y genio del cálculo Kim Peek. Es posible que el savantismo surja del hecho de concentrarse en una sola actividad a expensas de otras. Pero la tendencia al autismo también puede estar en la base de grandes logros en el campo de las matemáticas, las ciencias físicas y la ingeniería, combinada con una forma de pensar obsesiva. Un ejemplo prototípico de ello es Isaac Newton, y otro, el físico ganador del premio Nobel Paul Dirac, considerado por muchos como alguien a la altura de Albert Einstein, pero también descrito por su colega Niels Bohr como "un tipo raro."34Las per­ sonas-cosa pueden ser útiles al fin y al cabo, ya que nos ayudan a entender un mundo físico cada vez más complejo. Y no podemos negarles la capa­ cidad de pensar recursivamente. La recursión, por tanto, no es un coto exclusivo de la interacción social. Nuestro mundo mecánico es tan recursivamente complejo como el mundo social. Hay ruedas dentro de ruedas, motores dentro de motores, ordena­ dores dentro de ordenadores. Las ciudades son contenedores construidos con contenedores dentro de contenedores, bajando, diría yo, hasta el nivel de los bolsos de mano y de los bolsillos de nuestros trajes. Las rutinas re­ cursivas son un lugar común en la programación informática, y es la ma­ temática lo que nos da una idea más clara de lo que es la recursión. Pero es muy posible que la recursión sea un producto de una teoría de la mente desbocada y que haya sido posteriormente liberada en el mundo mecá­ nico. Exploro esta idea más detenidamente en el capítulo 12.

¿Tienen los animales una teoría de la mente? Como reconoce Darwin en el fragmento antes citado, no cabe duda de que otras especies pueden leer la emoción en otros -su vida a menudo depende de ello. En todos los animales en los que la reproducción depende de ali­ mentar, limpiar, calentar y proteger a sus crías, los padres son sensibles al estado emocional de los hijos, y actúan para mitigar su angustia y para colmar su hambre o su sed. Muchos animales también responden con sim­ patía a la angustia que perciben en otros. En un estudio, por ejemplo, los ratones que vieron sufrir a otros ratones intensificaron su propia reacción

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al dolor,35 y en otro estudio unos monos se negaron a tirar de una cadena para recibir comida si con ello provocaban que se aplicase una descarga eléctrica a otro mono.36 Frans de Waal documenta estos y otros ejemplos, y señala que los chimpancés, pero no los monos, a menudo consuelan a otros que se encuentran en apuros. Su cámara ha registrado cómo un chim­ pancé joven ponía su brazo alrededor del hombro de un adulto lloroso que acababa de ser derrotado en una pelea.37 Algo más problemáticos, sin embargo, son los aspectos más cognitivos de la teoría de la mente, como el hecho de saber qué ve o cree otro indivi­ duo. Lo natural es mirar primero a nuestros ancestros primates más cer­ canos, los chimpancés. La cuestión la plantearon por vez primera David Premack y Guy Woodruff en 1978 en un trabajo clásico que titularon "¿Tie­ nen los chimpancés una teoría de la mente?" Una de sus técnicas era mos­ trar vídeos de un humano debatiéndose con algún problema y luego presentarle a la chimpancé Sarah una serie de fotografías a elegir, una de las cuales representaba una solución al problema. Uno de esos vídeos mos­ traba a una mujer tratando de salir de una jaula cerrada, y una de las fotos mostraba una llave, mientras que las otras mostraban diversos objetos irre­ levantes para la tarea. Sarah hizo la elección adecuada al optar por la foto que mostraba la llave, aunque, como reconocieron Premack y Woodruff, esto no demostraba necesariamente que la chimpancé fuera consciente de lo que estaba sucediendo en la mente de la persona representada en el ví­ deo. Por ejemplo, podía haber elegido la llave simplemente porque le pa­ recía el objeto más fácilmente asociable con la jaula. Un investigador que ha recogido el guante lanzado por Premack y Woodruff es Daniel Povinelli, que ha ideado otros experimentos para de­ terminar si un chimpancé es capaz de entender lo que pasa en la mente de una persona.38Los resultados han sido en general negativos. Los chimpan­ cés se dirigen fácilmente a los humanos para pedirles comida, y esto pro­ porcionó al investigador la oportunidad de comprobar si al hacerlo se ven influidos por el hecho de que la persona pueda ver o no. Pero cuando los chimpancés podían optar entre dos individuos a los que pedir comida, uno de los cuales tenía los ojos vendados, los animales no elegían sistemá­ ticamente al que podía ver. Lo mismo sucedía cuando una de las personas tenía la cabeza metida en un cubo o cuando se tapaba los ojos con las

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manos. Solo cuando una de las personas estaba realmente mirando hacia otro lado, los chimpancés elegían al que les estaba mirando directamente a ellos. Los niños pequeños, por otra parte, entienden enseguida que tienen que abordar a la persona que puede verles y saben que esto tiene que ver con los ojos. El fallo del chimpancé para apreciar esto no surge porque no pueda observar los ojos de la persona, ya que pueden seguir fácilmente la dirección de la mirada de la persona que tienen delante. Los chimpancés pueden eventualmente elegir a la persona que puede verlos, pero su com­ portamiento se explica más fácilmente sobre la base del aprendizaje aso­ ciativo y no desde la comprensión de que los ojos sirven para ver. Otro experimento depende de la aparente comprensión que tienen los chimpancés de lo que significa señalar con el dedo. Si una persona se en­ cuentra frente a un chimpancé y señala con el dedo a una de dos cajas si­ tuadas a su derecha y a su izquierda, el chimpancé comprende bastante fácilmente que si quiere comida tiene que abrir la caja que está señalando la persona. Pero la elección no es necesariamente esta si la persona señala a una de las cajas desde cierta distancia, y es sistemáticamente invertida si la persona se encuentra cerca de la caja que no contiene la comida y seña­ la la otra caja. Parece que el chimpancé responde sobre la base de lo cerca que está la caja con la comida de la mano que la señala, y no en función de hacia dónde señala realmente la mano. Pero los chimpancés siguen efectivamente la mirada,39igual que hace­ mos los humanos, y esto sugiere que puede que tengan alguna compren­ sión de lo que están viendo los otros. Povinelli sostiene, sin embargo, que comportamientos como el de seguir la mirada tienen la misma base instin­ tiva en los humanos que en otros primates, pero que nosotros 'reinterpre­ tamos' estos comportamientos como más sofisticados de lo que realmente son.40 Por ejemplo, nosotros podemos seguir espontáneamente la mirada de alguien que parezca estar mirando algo en el cielo sin hacer un ejercicio intelectual (y presumiblemente consciente) del tipo: Este individuo parece estar viendo algo interesante allá arriba. El hecho de seguir la mirada puede simplemente ser una respuesta adaptativa que alerta a otros animales de un peligro o una recompensa, pero nosotros los humanos lo hemos intelectualizado, a menudo a posteriori. Recuérdese también que incluso los niños dirigen la mirada anticipadamente al lugar en el que un actor cree

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falsamente que se ha ocultado un objeto, mucho antes de poder intelectualizar la razón de su propio comportamiento. Otros experimentos sugieren, sin embargo, que el trabajo de Povinelli y sus colegas subestima la inteligencia social del chimpancé. Brian Haré y colaboradores han puesto de manifiesto que un chimpancé se acerca a la comida para cogerla cuando un chimpancé dominante no puede verla, y que se muestra reacio a hacerlo cuando puede ver que la comida está en un lugar visible para el chimpancé dominante.41 Los chimpancés también parecen capaces de pasar el equivalente del test de Sally y Anne al que nos hemos referido antes. Los chimpancés subordinados cogían comida oculta si un chimpancé dominante no estaba mirando en el momento en que se ocultó la comida, o si esta había sido trasladada a otro lugar mientras el chimpancé dominante no estaba mirando. Es decir, los chimpancés subor­ dinados parecen saber qué es lo que sabe el dominante. Los subordinados también cogían comida si un chimpancé dominante observaba mientras esta era ocultada pero luego era reemplazado por otro chimpancé do­ minante que no lo había visto, lo que sugiere que los subordinados eran capaces de seguir la pista de quién conocía qué. Los subordinados, sin em­ bargo, fallaban en otro test en el que un chimpancé dominante observaba cómo ocultaban comida en un lugar y no veía cómo la ocultaban también en otro; no elegían sistemáticamente la comida que el chimpancé domi­ nante no había visto cómo la ocultaban. Incluso en este caso, los chimpan­ cés estudiados en el experimento parecían tener cierto conocimiento de lo que sabían otros chimpancés. También se ha observado a chimpancés ocultando cosas de la vista de otros. En un estudio, unos chimpancés se disputaban el acceso a la comida con un experimentador humano, y eligieron acercarse a la comida siguien­ do una ruta oculta a la vista del experimentador.43 A veces esta ruta era muy larga. Brian Haré también ha mostrado que los perros, a diferencia de los chimpancés de Povinelli, pueden elegir fuentes de comida en fun­ ción del lugar hacia el que una persona u otro perro estén mirando o se­ ñalando. No está muy claro por qué los chimpancés de Haré y los perros parecen tener la suerte de poseer una teoría de la mente mientras que los chimpancés estudiados por Povinelli no parecen tenerla.45 Un problema que tienen estos estudios es que no tienen por qué im­

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plicar una actitud intencional.46Los animales podrían estar respondiendo simplemente sobre la base de unas pistas aprendidas, sin necesidad de que su acción se base en la comprensión de lo que está pasando en la mente de otro animal, de modo parecido a como las personas con el síndrome de Asperger pueden resolver problemas relacionados con la teoría de la mente sin tener un verdadero entendimiento de esta. Si uno es un chim­ pancé joven, la simple vista de un macho dominante en las inmediaciones puede actuar como una señal aprendida a no comportarse de determinada manera, del mismo modo que un niño humano puede esperar a que su madre se dé la vuelta antes de pegarle un bofetón a su hermana pequeña. Pero una cierta medida de intencionalidad puede introducirse si la her­ mana llora para que castiguen a su hermano aunque no le haya dado la bofetada. Para poder inferir la existencia de una verdadera teoría de la mente, por tanto, necesitamos tener alguna prueba de que un acto ha sido improvisado y que no se basa en un aprendizaje por ensayo y error. Ri­ chard Byrne, en su libro The Thinking Ape [El mono pensante] pone un ejemplo que puede valer: Un babuino joven, al tropezar con un babuino adulto que acaba de extraer una zanahoria para comérsela, suelta un grito. El grito alerta a la madre del babuino joven, que goza de un estatus superior al del babuino adulto. La madre acude a toda prisa, observa la escena con el adulto, la zanahoria y el joven aparentemente afligido, y persigue al adulto para ahuyentarlo. Mientras, el babuino joven se come la zanahoria.

Comportamientos como este parecen estar basados en una intención de engañar y se conocen con el nombre de engaño táctico. El engaño en ge­ neral está muy extendido en la naturaleza, ya sea en el camuflaje del ala de una mariposa o en la extraña habilidad que tiene el pájaro-lira austra­ liano para imitar el canto de otras especies y otros sonidos, incluido, como mencionamos en el capítulo 3, el sonido que hace una lata de cerveza al abrirse. El engaño táctico, sin embargo, es aquel que se basa en una apre­ ciación de lo que el animal engañado está efectivamente pensando o en lo que puede ver, es decir, implica una actitud intencional. La forma más

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obvia de engaño táctico en los humanos es el hecho de mentir, una cosa que nosotros hacemos con la esperanza de que nuestro interlocutor se crea lo que decimos, pero en el caso de los animales no verbales hemos de ver la evidencia en sus actos. Andrew Whiten y Richard Byme pidieron a una serie de investigadores que les explicasen anécdotas de su campo de estu­ dio en las que se diese el engaño táctico, y analizaron cuidadosamente aquellos casos en los que los animales podían haber aprendido su con­ ducta por el método del ensayo y el error.47 Concluyeron que solamente las cuatro especies de simios habían dado pruebas en alguna ocasión de haber engañado a otros animales sobre la base de lo que estos podían ver o saber. Incluso así, hubo relativamente pocos casos -de 253 observaciones, solo 18 satisfacían los criterios de Whiten y Byme-, doce entre los chim­ pancés comunes y otros seis entre bonobos, gorilas y orangutanes. Estos números son tal vez demasiado pequeños para demostrar convincente­ mente que los grandes simios son capaces de 'leer el pensamiento' de otros. Se sugiere a veces que hay una especie de intermedio entre la actitud física y la actitud intencional -una instancia biológica, por así decir. Así, los niños pequeños y los simios pueden atribuir a otros la persecución de objetivos y el movimiento autogenerado, sin ser capaces de atribuirles au­ ténticos estados intencionales, como creer, desear, ver o recordar.48Esto no parece implicar recursión; atribuir movimiento autogenerado a otra cria­ tura no implica que la otra criatura pueda también atribuir movimiento autogenerado. No parece haber motivos ahora mismo para suponer que los grandes simios puedan avanzar mucho más allá de este nivel de atri­ bución.49

¿Autoconciencia en otras especies? ¿Qué hay, pues, de la capacidad de conocer la propia mente? ¿Podría un chimpancé emular a Descartes e inferir su propia existencia? Una forma que se ha propuesto de responder a esta pregunta es el llamado test del espejo, en el que se hace una marca en el rostro del animal y luego se per­ mite al animal verse en un espejo. La cuestión es saber si el animal enten­

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derá que la marca está en su propio rostro y no el de un extraño que hay en el espejo. Es una práctica común anestesiar al animal antes de hacerle la marca, de modo que no sea consciente de lo que le han hecho. Los chim­ pancés que tienen experiencia previa con espejos se llevan la mano a la marca del rostro, mientras que los que no tienen experiencia con espejos reaccionan como si el chimpancé del espejo fuera otro, igual que los monos rhesus [macacos de la India] incluso después de años de experiencia.50 Según parece, los grandes simios pasan la prueba, aunque no de un modo sistemático, mientras que los simios menores y los monos no la pasan, y no hay evidencias de que un elefante o un delfín pudieran pasarla. Los niños pasan normalmente la prueba hacia los dos años de edad.51 Pero ni siquiera esta prueba implica nada más que la actitud física; es decir, el animal puede reconocerse a sí mismo como objeto físico sin nece­ sariamente entender que es un objeto que tiene deseos, creencias, emocio­ nes, etcétera. Incluso nosotros los humanos podemos utilizar espejos para reflejamos nosotros mismos como objetos más que como seres sentientes -una cara para afeitar o embellecer. El reflejo en el espejo, después de todo, no es alguien con el que uno pueda tener una conversación con sentido.

¿Dónde estamos? La cuestión de si los chimpancés y otras especies tienen una teoría de la mente sigue siendo muy polémica. Algunos autores siguen rechazando cualquier afirmación de que las especies no humanas la tengan, y de hecho siempre es posible explicar conductas animales aparentemente de tipo hu­ mano en términos de principios conductistas. Dereck C. Penn, Keith J. Holyoak y Daniel C. Povinelli, en un artículo titulado "El error de Darwin", concluyen lo siguiente: Nuestra más importante afirmación [...] es simplemente que fuese cual fuese el 'truco' responsable del advenimiento de la capacidad de los seres humanos para reinterpretar el mundo de una forma simbólico-relacional, este truco evolucionó solo en un linaje, el nuestro. Los animales no humanos no lo descubrieron, y todavía no lo han hecho.52

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Según este punto de vista, las actividades de animales no humanos que parecen implicar una cognición de tipo humano como la que representa la posesión de una teoría de la mente, son reinterpretadas en términos sim­ bólicos. Califican a su teoría de “'teoría de la reinterpretación relacional.'53 Sigue en pie, de todos modos, la cuestión de qué es lo que explica la discontinuidad. Pese a referirse al 'error de Darwin', Penn y sus colabora­ dores siguen utilizando el término 'evolucionó' en la cita anterior, aunque la referencia al 'truco' nos lleva algo más allá de Dios o de una mutación milagrosa. La apelación a la 'reinterpretación', además, no es nada parsi­ moniosa, lo que implica un paso innecesario entre lo que hacemos y cómo lo interpretamos. Cuando un chimpancé se oculta de los ojos escrutadores de un humano, no parece que haya ningún buen motivo para suponer que su comportamiento es muy diferente en principio del de un niño travieso que se oculta de un padre enfadado. Es un poco arrogante desestimar las conductas de tipo humano en los animales sobre la base de que los huma­ nos hemos reinterpretado de algún modo este comportamiento en nuestra propia especie para dejarlo fuera del alcance de lo meramente animal. Mi propia opinión provisional es que los chimpancés pueden efecti­ vamente tener cierta capacidad para discernir lo que otros individuos pue­ den sentir, ver y tal vez conocer. Esto es una recursión de primer orden, en el mejor de los casos. Lo que puede que les falte es la extensión a una recursión de orden superior: mi conocimiento de que otro individuo sabe que yo puedo ver, conocer o sentir, o incluso que el otro sabe que yo sé lo que él está pensando. Tanto si esto puede explicar el repertorio completo de las actividades característicamente humanas como si no puede hacerlo, lo que sí sugiere es que la diferencia es más de grado que de concepto -co­ mo ese pequeño paso que fue un gran salto para la humanidad. El desbocamiento de la teoría de la mente puede atribuirse a la inten­ sidad de la vida social que tenemos nosotros los humanos, ya sea en el nú­ cleo familiar, en la oficina, en la partida de caza o en la melé de un partido de rugby. En estos escenarios hemos de estar monitorizando constante­ mente nuestras acciones en función de cómo piensan, creen o sienten los demás. Las condiciones que llevaron a la evolución de un comportamiento social complejo se discuten más a fondo en el capítulo 11. Volvamos ahora al lenguaje, ya que también él, en su calidad de ele-

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mentó depredador, depende de la teoría de la mente y nos proporciona una mejor comprensión de la estructura recursiva de esta.

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El lenguaje político -y con algunos matices esto vale para todos los partidos políticos, desde los conservadores hasta los anarquistas- está pensado para hacer que las mentiras parezcan verdades y los asesinatos respetables, y para dar una apariencia de solidez a lo que solo es humo.

George Orwell, Politics and the English Language (1946)

n su novela 1984, Orwell hace un retrato muy desalentador de un futuro en el que la tecnología definitiva para el control del pensa­ miento es la neolengua, un lenguaje capaz de hacer imposibles todos los modos de pensamiento excepto aquellos que necesita el Ingsoc ['English socialism']. Hemos dejado penosamente atrás el año 1984, pero la vida política, al menos, sigue estando repleta de eufemismos concebidos para hacemos pensar de manera diferente. De este modo, daños colaterales es una forma de referirse al asesinato de personas inocentes durante la guerra; desfavorecido significa 'pobre'; especial significa 'minusválido', y li­ quidar significa 'asesinar'. En 1933, el conde Alfred Kozybski, un ingeniero, fundó el movimiento extremista Semántica General, que popularizaron Stuart Chase en un libro titulado Tyranny of Words [La tiranía de las pala­ bras] y Samuel Ichiye Hayakawa en el superventas Language in Thought and Action. Hayakawa fue más tarde presidente del San Francisco State College y obtuvo notoriedad por su celo en reprimir la protesta estudiantil. Según la Semántica General, la locura humana la produce el daño semán­ tico creado por la estructura del lenguaje. La relación entre el lenguaje y el pensamiento es uno de los temas más

E

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polémicos de la historia de la filosofía. Como vimos en el capítulo 2, el concepto de Chomsky del lenguaje-I -el lenguaje común subyacente a los lenguajes-E- es esencialmente el lenguaje del pensamiento. Esto está tam­ bién compendiado en la denominada hipótesis del lenguaje del pensa­ miento propuesta por el filósofo Jerry Fodor, que sostenía que prácticamente todos los conceptos subyacentes a las palabras son innatos.1Steven Pinker, basándose en el número de palabras que contiene un típico diccionario in­ glés,2se refiere a esto como la teoría según la cual "nacemos poseyendo unos 50.000 conceptos." Por supuesto, el número real de palabras que usa una persona depende del entorno lingüístico al que está expuesta, pero es como si nos hubieran suministrado ya todos los significados que vamos a necesitar y lo único que nos queda por hacer es descubrir las etiquetas ver­ bales correspondientes. Naturalmente resulta difícil creer que a una per­ sona que viviese durante el Renacimiento le suministrasen el significado de la palabra helicóptero, aunque tal vez podríamos hacer una excepción con Leonardo da Vinci, que realmente desarrolló la idea de dicho artilugio. La idea de la existencia de una fuerte conexión entre el lenguaje y el pensamiento implica que los animales no humanos son incapaces de pen­ sar como nosotros los humanos, una idea defendida por el psicólogo Clive Wynn en su libro del año 2004 ¿Piensan los animales? En cualquier caso, la idea de que los animales son tontos y mudos es una fuente de consuelo, porque nos ayuda a justificar el trato vergonzoso que les damos, como ya he dicho en el prefacio de este libro. No solo los tratamos mal, sino que también los usamos para insultamos entre nosotros, como cuando califi­ camos a alguien de 'animar, 'bestia', 'bruto', 'cerdo', 'burro', 'zorra', etc. Muchas de estas expresiones son injustas para el animal en cuestión. Considérese, por ejemplo, la frase pissed as a newt ['borracho como un tri­ tón', el equivalente inglés del castellano 'borracho como una cuba']; que yo sepa los tritones no son especialmente dados a empinar el codo.3 Tam­ bién hay por supuesto contrainfluencias, como la representada por el mo­ vimiento en pro de los derechos de los animales, que en su forma extrema busca invertir el sentido de la explotación, amenazando con dañar a las personas que explotan a los animales, con el objetivo, supongo, de resta­ blecer el equilibrio. Menos extremista es la legislación en pro del bienestar animal que trata de minimizar el daño gratuito que se les inflige. No deja

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de ser algo irónico que fuese en la Alemania nazi donde se prohibió por primera vez la caza del zorro con perros, en virtud de un decreto de Hermann Góring de 1934. En Gran Bretaña, la Ley sobre la Caza del año 2004 dice que "un cazador comete un delito si caza a un mamífero salvaje sir­ viéndose de un perro, a menos que él haya sido expresamente autorizado a hacerlo."4 Pensándolo solo un poco, sin embargo, llegaríamos a la convicción de que otros animales también piensan un poco. La relación amistosa entre un perro y un gato depende de unos comportamientos que no son mera­ mente reflejos. Los conductistas incluso daban por supuesto que las leyes que rigen la conducta humana podían entenderse haciendo experimentos con ratones y con palomas. Naturalmente, los conductistas preferían no hablar de conciencia o de eventos mentales, de modo que incluso la acti­ vidad humana era descrita en términos de conducta, no de pensamientos, aunque la idea de que existe una continuidad entre animales y humanos tenía una importancia primordial. Como decía John B. Watson, el fundador del conductismo: "El conductismo no reconoce la existencia de una línea divisoria entre los hombres y los animales."5 En el capítulo 3 expliqué que los estorninos eran capaces de resolver problemas analizando secuencias que sus experimentadores creían que precisaban del procesamiento recur­ sivo. Podríamos decir que, adoptando una estrategia más simple y tam­ bién más inteligente, los estorninos habían superado a sus cuidadores humemos. También en el capítulo 3 describí los experimentos clásicos de Wolfgang Kóhler sobre la intuición en los chimpancés. Tal vez el defensor más elocuente del reconocimiento de la conciencia y el pensamiento animal fue el difunto Donald R. Griffin, cuyo libro de 1976 The Question of Animal Awareness decía que la comunicación animal ofrecía "una posible vía de acceso a la mente animal." Griffin siguió escri­ biendo sobre este tema, y su libro más reciente, Animal Minds: Beyond Cognition to Consciousness (2001) se abre con la siguiente anécdota: Un chimpancé hambriento que camina por su bosque tropical nativo tropieza con una gran nuez de Panda oleosa tirada en el suelo bajo uno de los árboles de esta especie diseminados por el bosque. El chimpancé sabe que este tipo de nueces son muy difíciles de abrir

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con las manos y con los dientes, y si bien sabe utilizar un palo o una roca relativamente blanda para abrir las nueces, mucho más abun­ dantes, de la especie Coula edulis, las nueces de panda son tan duras que solo es posible abrirlas golpeándolas con una roca mucho más dura. En el bosque tropical hay muy pocas piedras, pero el chim­ pancé camina unos 80 metros y se dirige directamente a otro árbol bajo el cual unos días antes ha abierto una nuez de panda con un trozo grande de granito. Arrastra este trozo de granito hasta el lugar donde ha encontrado la nuez, la coloca de forma que se sostenga entre dos raíces y con unos cuantos golpes certeros consigue cascar la nuez.6

Pese a estas anécdotas, es difícil no estar de acuerdo con la afirmación de Clive Wynn según la cual los animales no piensan como nosotros los hu­ manos. Por supuesto, ellos hacen muchas cosas que nosotros no podemos hacer, como la ecolocación de los murciélagos y la navegación global de las aves migratorias, por no hablar de la burda imitación de vuelo de nues­ tros aviones comparado con el grácil vuelo de las aves. Muchas de las es­ pecies que esconden comida realizan auténticas proezas de memoria recordando miles de lugares diferentes. Un estudio muy reciente demues­ tra que los chimpancés se las arreglan muy bien recordando la ubicación de una serie de números que solo pueden ver brevemente; uno de los chimpancés obtuvo en esta tarea unos resultados mejores que los de un grupo de estudiantes universitarios.7 ¿Qué es, pues, lo que les falta? Las pruebas hasta ahora revisadas en este libro indican que los ani­ males no humanos, incluidos los chimpancés, son esencialmente incapaces de desarrollar una teoría de la mente, no pueden viajar mentalmente en el tiempo ni tienen lenguaje -o, en todo caso, que solo pueden hacer estas cosas esporádicamente y de una forma rudimentaria. En el capítulo 7 he sostenido que el lenguaje gramatical depende de la capacidad de viajar mentalmente en el tiempo, y también la ventaja adaptativa que tiene el hecho de poder compartir episodios. El ingrediente final esencial para la evolución del lenguaje puede que haya sido esa otra función recursiva dis­ cutida en el capítulo 8 -la teoría de la mente.

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El lenguaje y la teoría de la mente Hay un chiste muy conocido en el que un hombre de negocios se encuentra a un competidor en una estación de tren y le pregunta adonde va. El com­ petidor le dice que se dirige a Minsk y el hombre dice: "Me dices que vas a Minsk porque quieres que piense que en realidad vas a Pinsk. Pero re­ sulta que ya sé que vas a Minsk, así que ¿qué sentido tiene mentir?" Comentando esta conversación, Steven Pinker escribe: Si dos interlocutores, el que habla y el que escucha, tuviesen que tener en cuenta todas las proposiciones que están implícitas en su conversación, la profundidad de los estados mentales recursiva­ mente incrustados sería vertiginosa.8

Este es un ejemplo exagerado, pero en una conversación normal raramente decimos exactamente lo que queremos decir. De hecho, dependemos de una serie de supuestos compartidos acerca de lo que pasa por la mente de cada uno. Usted podría encontrarse con un colega en el trabajo un lunes por la mañana y decir: ¡Eh, vaya partidazo! Usted sabe que su colega vio el partido de rugby de la noche anterior y que disfrutó por su calidad y emoción. Sabe también que su colega se refiere a este partido y no a otro, y usted sabe que su colega sabe que usted lo sabe. Si está usted hablando con otro colega menos habitual, podría darle más información: ¿Viste el partido de rugby, ayer? Qué partidazo, ¿no? O si se trata de un colega extranjero que está de visita en Estados Unidos: El rugby, ¿sabe usted?, es nuestra pasión na­ cional. Anoche transmitieron un partido por la televisión y si tuvo usted ocasión de verlo, le diré que vio uno de los mejores partidos que se han jugado nunca. Ca­ libramos, por tanto, las observaciones que hacemos cuando conversamos de acuerdo con la teoría de la mente, es decir, con nuestras a menudo im­ plícitas suposiciones acerca de lo que nuestro interlocutor entiende y sabe. A veces, por supuesto, el lenguaje va dirigido a una audiencia más amplia, e incluso mientras escribo este párrafo tengo en cuenta las mentes de los posibles lectores a los que quiero llegar. Entre ellos, naturalmente, está usted. Supongo, para empezar, que usted entiende la lengua a la que se ha traducido mi libro y que su conocimiento general del mundo es si­

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milar al mío, de modo que espero que los diversos ejemplos que utilizo tengan un sentido para usted. De todos modos, trato de explicar mis ar­ gumentos mejor y con más detalle de lo que lo haría si me estuviera co­ municando con alguno de los colegas que trabajan en mi mismo campo -de todos modos estos colegas no me leerían, ya que me conocen muy bien a mí y las cosas que escribo. Del trabajo mental implícito en las cosas que decimos, ya sea en una conversación informal o cuando pronunciamos una conferencia, se ocupa una disciplina que lleva el nombre de lingüística cognitiva. Uno de sus más destacados practicantes, Gilíes Fauconnier, es­ cribe que "cuando iniciamos una actividad lingüística cualquiera, nos ba­ samos inconscientemente en un enorme caudal de recursos cognitivos y culturales, apelamos a modelos y marcos, establecemos múltiples cone­ xiones, coordinamos un gran caudal de información y procedemos a esta­ blecer multitud de relaciones, transferencias y elaboraciones creativas."9 El descubrimiento del papel esencial que desempeña la teoría de la mente en el lenguaje puede atribuirse en buena medida al filósofo Paul Grice, que decía que el verdadero lenguaje requiere que el que habla tenga la intención de cambiar las creencias que hay en la mente del que escucha mediante el reconocimiento de dicha intención. (¿Qué le parece esto, como ejemplo de oración recursiva?) Grice estaba mucho más interesado en el complejo razonamiento que tiene lugar al descifrar cuál es el significado de una frase determinada. Él mismo pone un ejemplo de lo que puede haber debajo de una proposición, P, en relación con determinada idea o pensamiento no formulado, Q: Él ha dicho que P; y si lo ha hecho es porque piensa que Q; sabe (y sabe que yo sé que él sabe) que yo me daré cuenta de la necesidad de suponer que Q; no ha hecho nada para impedir que yo piense que Q, o sea, que su intención es que yo crea, o al menos que esté dispuesto a pensar que Q.10

Desentrañar esta compleja maraña recursiva sería algo muy complejo y aparentemente en contradicción con la facilidad con que la gente suele conversar. Los diversos procesos e intenciones mentales implícitos en estas afirmaciones se denominan implicaturas, y la forma en que quienes hablan

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y quienes escuchan determinan las implicaturas es uno de los objetivos de la rama de estudio que lleva el nombre de pragmática. Dan Sperber y Deirdre Wilson han argumentado que las implicaturas dependen de un módulo especializado de la teoría de la mente, en el sentido propuesto por Jerry Fodor y brevemente expuesto en el capítulo 1. Se supone que dichos mó­ dulos son innatos y que operan automáticamente, de modo que podemos suponer que realizan operaciones de una complejidad similar a las que, por ejemplo, nos permiten mantener el equilibrio mientras andamos. In­ cluso así, simplemente declarar que una función depende de un módulo innato no nos dice cómo funciona realmente. Sperber y Wilson sugieren que hay submódulos que nos ayudan a cir­ cunscribir los significados alternativos y a reducir la demanda computacional. Por ejemplo, tenemos una sensibilidad incorporada para detectar qué es lo que los demás están mirando y esto puede establecer un foco común de atención. Una frase como Esto es muy extraño puede ser entonces rápidamente entendida como una referencia a aquello que es objeto de dicho foco. Más en general, Sperber y Wilson sugieren que estamos conti­ nuamente maximizando la relevancia de los inputs disponibles, tanto si pro­ ceden del mundo exterior como si proceden de la memoria, lo que puede incluir los recuerdos y los hábitos culturales de la persona con la que esta­ mos conversando. Esto limita inmediatamente las posibles interpretacio­ nes de aquello que decimos, y permite que una conversación proceda con un mínimo desenredo de las posibles implicaturas. Sperber y Wilson proporcionan una ilustración del modo como fun­ ciona esto: Supongamos que Peter y Mary están paseando por el parque inmer­ sos en una conversación; a su alrededor hay árboles, flores, pájaros y personas. De todos modos, cuando Peter ve que su amigo John está entre un grupo de personas que caminan hacia ellos, predice correctamente que Mary se dará cuenta de la presencia de John, recordará que se había ido a Australia tres meses antes, inferirá que debe de haber algún motivo que explique que haya regresado a Lon­ dres y concluirá que sería apropiado preguntárselo. Peter predice el hilo de las ideas de Mary tan fácilmente y de un modo tan familiar

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que no siempre es fácil darse cuenta de lo extraordinario que es ello desde un punto de vista cognitivo.11

La denominada teoría de la relevancia, desarrollada de un modo más com­ pleto en otra parte por Sperber y Wilson,12 sugiere que nuestras mentes están enfocadas en todo momento para sintonizar nuestros procesos men­ tales con aquello que es más relevante en cada caso, para de este modo re­ ducir la demanda lingüística. Cuando conversamos podemos permanecer impermeables a todo lo que no sea el tema del que estamos hablando y to­ talmente ajenos a lo que pasa a nuestro alrededor. Esto sirve para clarificar lo que en caso contrario serían afirmaciones llenas de ambigüedades. Cual­ quier suceso inesperado alteraría igualmente los procesos mentales com­ partidos de modo que los participantes en una conversación podrían alcanzar inmediatamente un entendimiento mutuo acerca del tema de con­ versación. El lenguaje, por consiguiente, es un encuentro entre mentes, y la conversación a menudo no hace sino sobrevolar la superficie de una co­ rriente de pensamiento compartida. Al menos durante una conversación, por tanto, el lenguaje requiere lo que Dennett denomina actitud intencional, en la que tratamos a los de­ más como seres mentales más que como entidades físicas. Hacemos cons­ tantemente suposiciones acerca de hasta qué punto la persona con la que hablamos está sintonizada con el hilo de nuestros pensamientos y ajusta­ mos lo que decimos en consecuencia. A veces, por supuesto, erramos com­ pletamente, como en algunas de mis clases en las que resulta obvio que mis alumnos no tienen ni idea de qué les estoy diciendo. Podemos insultar a un perro o a un coche que no quiere arrancar, e incluso podemos contar­ les algo. Un caso más extremo es el de la letra de este fragmento del mu­ sical de 1951 de Lemer y Loewe Paint your Wagón [La leyenda de la ciudad sin nombre]: I talk to the trees But they don't listen to me I talk to the stars But they never hear me The breeze hasn't time

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El lenguaje y la mente

To stop and hear what I say I talk to them all in vain.*

En varios sentidos, el lenguaje natural es un ejercicio minimalista13 que proporciona la información justa para dirigir unos hilos de pensamiento mutuos. Esto se refleja en dos de las famosas máximas de Grice:14 • Haz que tu contribución sea tan informativa como requieran los propósitos actuales del intercambio. • No hagas que tu contribución sea más informativa de lo que re­ quiera el intercambio.

El minimalismo es un recurso muy explotado en la obra del autor irlandés Samuel Beckett, como puede comprobarse en su poema What is the Word? [¿Cuál es la palabra?], que termina así: glimpse seem to glimpse need to seem to glimpse afaint afar away over there what folly for the need to seem to glimpse afaint afar away over there what what what is the word what is the word”

Hemos visto en el capítulo anterior que los autistas tienen déficits en la teoría de la mente. Si la teoría de la mente es fundamental para el normal funcionamiento del lenguaje, cabe esperar que también tengan dificultades con el lenguaje. Y las tienen.15Incluso Temple Grandin, la inteligente mujer

*. Hablo a los árboles pero no me escuchan / Hablo a las estrellas pero nunca me oyen / La brisa no tiene tiempo de pararse a escucharme/ Hablo a todos ellos en vano. **. Vislumbre - / parece que vislumbre - / necesito que parezca que vislumbre - / desvaído lejos fuera allí cuál - / absurda la necesidad de que parezca que vislumbre desvaído lejos fuera allí cuál - / cuál es la palabra - / cuál es la palabra.

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autista que conocimos en el capítulo anterior se debate con el lenguaje, pese a que ha escrito libros y a que da clases en una universidad. No em­ pezó a hablar hasta los tres años y medio y cuando lo hizo utilizaba las palabras básicamente para referirse a las cosas más que a las personas. En palabras de W. D. Hamilton, es un ejemplo paradigmático de personacosa más que de persona-persona. En la escuela se burlaban de ella por su forma mecánica de hablar y era incapaz de chismorrear o de parlotear. Tal vez no sea demasiado injusto decir que aprendió el lenguaje de modo pa­ recido a como un animal podría aprender un truco útil y no como una forma de compartir información.

La ironía y la metáfora Del mismo modo que los filósofos afirman que ninguna verdadera filosofía es posible sin la duda, nosotros podemos afirmar que ninguna vida auténticamente humana es posible sin ironía. Soren Kierkegaard, El concepto de ironía (1841)

La ironía proporciona un excelente ejemplo del papel que desempeña la teoría de la mente.16Se refiere a aquellas ocasiones en las que decimos pre­ cisamente lo contrario de lo que parece que decimos, dando por sentado que nuestro interlocutor entenderá lo que queremos decir. Imagine que, de regreso a casa, se queda atrapado en un embotellamiento de tráfico. "Magnífico", le dice a su pareja, "tendremos que ver el partido por la tele esta noche." Si usted es aficionado al deporte, esto es ironía. Se utiliza cuando hay una discrepancia entre lo que queremos o esperamos y la rea­ lidad, y aparece en expresiones como to be as clear as mud ['ser un galima­ tías'; literalmente: 'tan claro como el barro'], o Oh, great! ['¡Estupendo!'] cuando el mecánico nos dice que tendrá que quedarse otro día nuestro coche antes de tenerlo a punto. Cuando en mi país hay elecciones, parece producirse una epidemia en el uso de la expresión Yeah, right. 17 La ironía es también un recurso literario muy utilizado. Al comienzo de Orgullo y prejuicio Jane Austen está siendo irónica cuando dice: "Es una verdad universalmente reconocida que un soltero en posesión de una gran 192

El lenguaje y la mente

fortuna desea encontrar una esposa." En realidad está diciendo lo contra­ rio: son las mujeres, o mejor dicho sus madres, las que desean desespera­ damente encontrar un buen partido para sus hijas. Jonathan Swift también estaba siendo irónico cuando publicó Una modesta proposición para resolver el problema del hambre y la superpoblación en Irlanda comiendo niños. En El rescate de Jefe Rojo, el narrador O. Henry se refiere a una ciudad "tan plana como una crepe y que responde al nombre de Summit ['Cumbre'], por supuesto." Una forma algo rudimentaria de ironía es el sarcasmo, que se indica con un tono de voz socarrón. Dostoyevski lo calificaba de "el úl­ timo refugio de las personas modestas y sencillas cuando la privacidad de su alma se ve tosca e intrusivamente invadida."18 La ironía depende de la teoría de la mente, concretamente de la cer­ teza de que el que escucha entenderá la verdadera intención del que habla. Se usa habitualmente entre amigos que comparten actitudes y for­ mas de pensar; se ha incluso calculado que la ironía se utiliza en un 8 por ciento de los intercambios conversacionales entre amigos.19 La ironía puede volverse peligrosa si uno la usa fuera del círculo de sus amigos y conocidos -como neozelandés, a veces me he sentido incomprendido, normalmente debido a diferencias culturales. Estoy seguro de que los ja­ poneses o los italianos tendrán un sentido del humor propio y muy agudo, pero tengo la sensación de haber dejado en estos países un rastro de indignación. La ironía parece plantear dificultades especiales a los autistas. Szilvia Papp se refiere a un chico de 16 años aquejado de autismo pero por lo demás muy inteligente que se matriculó para hacer cinco exámenes GCSE en Gran Bretaña y se quedó muy preocupado cuando su padre le dijo en broma: "Si no apruebas, tendrás que intentarlo de nuevo."20 Estas dificul­ tades se dan también en otro tipo de afirmaciones no literales, como en el uso de metáforas. Papp comenta que si a un niño autista le dicen it's raining cats and dogs ['llueve a cántaros'; literalmente: 'están lloviendo gatos y pe­ rros'], el niño mirará hacia el cielo para ver de dónde salen estos animales. Francesca Happé señala que una discusión con un niño autista inteligente pone de manifiesto el amplio uso que hacemos de las metáforas en una conversación normal.21 Por ejemplo, si uno le dice a uno de estos niños give me a hand ['échame una mano'] puede encontrarse con una respuesta

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como "No puedo echártela porque necesito las dos manos y no puedo cor­ tarme una." Y si le dice que su hermana está crying her eyes out ['llorando a lágrima viva'; literalmente 'le han caído los ojos de tanto llorar'] puede que se ponga ansiosamente a gatear buscando dónde han ido a parar los ojos de su hermana. Debido a la ubicuidad de la metáfora en el lenguaje que utilizamos diariamente, los autistas tienen dificultades para entender un culebrón de la tele y prefieren leer listas de horarios de trenes que obras de ficción. La teoría de la mente también permite que los individuos normales utilicen el lenguaje de una forma imprecisa que hace que a los autistas les resulte difícil de entender. La mayoría de nosotros, si alguien nos pregunta "¿Te importa decirme la hora que es?", contestaremos normalmente di­ ciendo la hora que es, pero un autista tendrá tendencia a contestar de una forma más literal: "No, no me importa", sin más. O si le preguntamos a alguien: "¿Puedes alcanzar este libro?", seguramente esperaremos que lo alcance y que nos lo dé, pero un autista podría simplemente responder "Sí" o "No" y no hacer nada más. Esto me recuerda que en cierta ocasión cometí el error de preguntarle a un filósofo: "¿Está lloviendo o nevando fuera?" porque quería saber si tenía que coger un paraguas o un abrigo, y el filósofo se limitó a contestarme: "Sí." La teoría de la mente nos permite utilizar el lenguaje de un modo flexible precisamente porque compartimos unos pensamientos no expresados, que sirven para clarificar o ampliar el mensaje efectivamente expresado con palabras.22 Los déficits lingüísticos de los autistas se aplican básicamente a la pragmática -la adaptación del lenguaje a un contexto social o del mundo real. En otros sentidos, el lenguaje autista puede ser relativamente normal, especialmente en aquellos individuos con esa forma de autismo com­ patible con una inteligencia elevada que es el síndrome de Asperger. Los libros que ha escrito Temple Grandin son gramáticamente correctos y po­ nen de manifiesto que posee un vocabulario seguramente superior a lo normal. Sus déficits en el uso del lenguaje son básicamente sociales, aun­ que ha aprendido a compensarlos prestando una atención obstinada al comportamiento de la gente. Puede que haya incluso aspectos en el len­ guaje de las personas con el síndrome de Asperger en el que estas sean mejores que una persona normal, por ejemplo en el uso del lenguaje téc­

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El lenguaje y la mente

nico. Un estudio muestra que los niños autistas más inteligentes son me­ jores que los niños normales nombrando fotografías de objetos.23 Pero es la función social del lenguaje, su papel en la narración de historias o cuen­ tos, en el chismorreo y en la cohesión grupal la que fue probablemente fundamental en su evolución inicial. Los autistas parecen utilizar el len­ guaje básicamente para adquirir información más que para compartirla. La conciencia de que el auténtico lenguaje comporta una teoría de la mente y un compartir la información nos permite ahora observar con más detalle la comunicación gestual en los chimpancés y ver qué más se nece­ sita para transformar esto en un lenguaje.

Orígenes gestuales He dicho en el capítulo 4 que los orígenes del lenguaje se encuentran en los gestos manuales y que el comportamiento más paralingüístico en las especies no humanas es gestual. Pero no es todavía un lenguaje. La mayor parte de autores sostienen que el déficit es específico del lenguaje, es la falta de una gramática recursiva o de lo que ha sido llamado, con algo de torpeza, la facultad del lenguaje en sentido estrecho (FLN).24 En el capítulo 7 sugerí que esto podría a su vez derivar de la incapacidad por parte de las especies no humanas, incluidos los simios, de viajar mentalmente en el tiempo y de generar secuencias de eventos pasados o imaginados en el fu­ turo. Aquí considero también la posibilidad de que los simios sean también incapaces de la teoría recursiva de la mente implícita en el lenguaje hu­ mano conversacional. Para examinarlo, hemos de estudiar más detallada­ mente cómo se comunican gestualmente los simios. Según Michael Tomasello los simios hacen dos tipos de gestos.25 El primero está pensado para hacer que otro individuo haga algo. Estos ges­ tos son pequeños rituales, como golpear ligeramente a otro animal para iniciar un juego, o tocar a otro debajo de la boca para pedirle comida, o en la espalda para que le lleve a cuestas. El otro tipo de gesto está pensado para atraer la atención. Un chimpancé puede señalar con el dedo un plá­ tano u otro objeto que esté fuera de su alcance para atraer la atención de otro chimpancé confiando que este coja el plátano y se lo dé. Otros signos

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que pretenden llamar la atención son dar palmadas en el suelo, arrojar cosas o tocar insistentemente a otro chimpancé. Estos comportamientos sugieren que los chimpancés son al menos algo sensibles a lo que sucede en las mentes de otros o a lo que otros pue­ den hacer. Un chimpancé puede señalar un objeto que está fuera de su al­ cance a un humano para que este lo coja y se lo dé, pero solo si puede darse cuenta de que el humano le está prestando atención, lo que sugiere que ha de tener cierta conciencia del estado de atención del humano. Tomasello asegura que los chimpancés solo señalan para pedir algo a los humanos y que el hecho de que no se haya observado a ningún chimpancé en libertad señalando algo a otro chimpancé le ha llevado a la convicción de que los chimpancés no señalan en absoluto. Sugiere, sin embargo, que los chim­ pancés no le ven ninguna utilidad al hecho de señalar cosas a otro chimpancé porque saben que la cosa no funciona. Han aprendido que los humanos sí son cooperativos, por lo menos en entornos en los que se in­ vestiga su comportamiento, y que el hecho de señalar algo suele tener re­ compensa.26 Otro tipo de gestos entre chimpancés pueden surtir efecto, especialmente si ambos tienen algo que ganar, como en un juego. Al hacer gestos, por tanto, los chimpancés parecen ser conscientes del estado de atención de otros, ya sean humanos o simios, y también de sus intenciones. Y estos gestos los hacen de un modo flexible y con un propósito y no solo como respuestas provocadas por algo. Estas cualidades son prerrequisitos para el lenguaje. Tomasello incluso se refiere a ellas como "la fuente origi­ nal de la que han brotado la riqueza y las complejidades de la comunica­ ción y el lenguaje humanos."27 Pero no son suficientes. Michael Tomasello sugiere que el ingrediente que falta es el compartir. Los gestos de los chimpancés son esencialmente imperativos, concebidos para conferir una ventaja al gesticulador o darle una recompensa. Es decir, el chimpancé está pidiendo algo, más que hacer una afirmación. Diversos estudios sobre el uso de signos por parte de chimpancés28 y bonobos29 en sus interacciones con humanos han puesto de manifiesto que entre un 96 y un 98 por ciento de los signos que hacen son imperativos y que el 2-4 por ciento restante no tienen ninguna función aparente, excepto tal vez la de saludar o rascarse. En claro contraste con ello, el lenguaje humano incluye proposiciones declarativas además de im­

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perativas. Nosotros hablamos para compartir información, más que sim­ plemente para pedir algo que nos interesa.30 La función declarativa puede ser evidente incluso en niños de solo un año de edad, que a veces apuntan a objetos que un adulto ya está mirando, indicando la comprensión de que la atención al objeto es compartida. Tomasello da una serie de ejemplos en los que la intención es compartir más que recibir una gratificación. Un niño de 13 meses de edad observa cómo su padre adorna el árbol de Navidad. Su abuelo entra en la habitación y el niño señala el árbol como diciéndole: "¿Has visto el árbol? Es bonito, ¿no?"31A los 13 meses y medio, mientras su madre está buscando un imán de la nevera que ha caído, un niño señala una cesta de frutas bajo la que está el imán. Estos gestos constituyen la base del lenguaje en el sentido de que están pensados para compartir información. También demuestran que, tanto en el desarrollo como en la evolución, el lenguaje se origina en la gesticulación manual. Estoy sentado en un autobús. En el asiento de enfrente hay una mujer con un niño de 18 meses que no para de moverse. La mujer me dice que es la primera vez que el niño viaja en autobús y que está muy excitado. El niño capta mi mirada y empieza a señalar cosas, incluyendo coches y casas, el conductor del autobús, el botón que tocan los pasajeros que quieren bajar en la próxima parada. Mientras señala todas estas cosas no deja de mirarme. No quiere las cosas, quiere compartir conmigo el placer que le producen. No creo que los chimpancés señalen de este modo. Creo que los niños solo señalan de este modo cuando hay alguien cerca con quien com­ partir la información.32 El niño de entre un año y dos años y medio de edad todavía no ha desarrollado completamente una teoría de la mente, que se desarrolla pro­ gresivamente hasta los cuatro años. El hecho de señalar para compartir in­ formación, sin embargo, parece ser una fase temprana en la emergencia tanto del lenguaje como de la teoría de la mente.33Es notable que los niños humanos difieran ya de los chimpancés en el hecho de que este tipo de co­ municación parece estar presente en los niños de un año de edad, pero bri­ lla por su ausencia en los grandes simios. Esta obra proporciona nuevas pruebas de que el lenguaje se basa en una capacidad mental y que no es la capacidad mental la que depende del lenguaje. Los prerrequisitos mentales

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Fase de dos palabras

Emergencia de la comunicación

9

. 14 —

24

Meses Figura 11. Frecuencias de la comunicación gestual y vocal en niños de entre 9 y 24 meses, sacadas de la obra de Volterra et al. (2005). En la ontogenia, como he sugerido yo para la filogenia, los gesticuladores intencionales aparecen mucho antes que las vocalizaciones intencionales. (Reproducido con premiso del Taylor & Francis Group. Gráfico amable­ mente cedido por Virginia Volterra.)

para el lenguaje, además, empiezan a emerger mucho antes de que se desa­ rrolle el lenguaje. Pero la emergente teoría de la mente puede ser el acicate que permite que el lenguaje se desarrolle. Los chimpancés, junto con los bonobos, son nuestros parientes no hu­ manos vivos más próximos, y nos proporcionan la mejor estimación de cómo era la comunicación antes de la emergencia del verdadero lenguaje. Sobre la base de las evidencias actuales, por tanto, parece probable que el paso adicional que permitió a los humanos compartir sus pensamientos surgió durante la propia evolución hominina, después de la separación de los simios. Una vez más, parece que el ingrediente crítico fue la recursión, el pegamento que parece unir a la teoría de la mente, el viaje mental en el tiempo y el lenguaje. En el próximo capítulo, sitúo la recursión en el contexto del debate acerca de si existe una discontinuidad profunda entre los humanos y otros animales, o si la diferencia entre unos y otros es gradual y no absoluta.

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C uarta

parte

L a e v o l u c ió n h u m a n a

Tanto si la recursión es la clave para entender la mente humana como si no, sigue en pie la cuestión de cómo llegamos a ser como somos, a la vez tan dominantes sobre los otros simios por lo que respecta al comporta­ miento y sin embargo tan similares desde el punto de vista genético. En el capítulo 10 formulo el problema en términos del clásico debate entre la discontinuidad cartesiana y la continuidad darwiniana y luego considero algunos de los pasos que nos han hecho ser como somos. En el marco de la ciencia actual es difícil eludir la conclusión de que la mente humana evolucionó por selección natural, aunque como hemos visto, algunos au­ tores recientes, incluido Chomsky, siguen apelando a hechos que huelen a milagro: una mutación, tal vez, que habría creado de súbito la capacidad para el lenguaje gramatical. Esta es la llamada teoría del big-bang de la evolución del lenguaje a la que me he referido en el capítulo 4. Pero natu­ ralmente tenemos que dar cuenta de la distancia psicológica aparente­ mente enorme que nos separa de nuestros parientes más próximos, los chimpancés y los bonobos. En el capítulo 11 considero los posibles pasos que nos han llevado a ser humanos. El período más crítico fue probablemente el Pleistoceno, que va desde hace unos 2,6 millones de años hasta hace unos 12.000 años. Los

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psicólogos evolucionados han supuesto que esta fue la época durante la cual se formó la mente humana, en gran parte como consecuencia del paso desde una existencia arbórea a una existencia más terrestre como cazado­ res-recolectores. Pero, como explico, tuvimos suerte de resistir después de dar este paso, porque de las aproximadamente 20 especies de homininos hasta ahora identificadas gracias al registro fósil, solo queda una. Esta especie es el Homo sapiens, que apareció en África al final del Pleistoceno, en algún momento del pasado hace unos 200.000 años. Esta especie parece haber sido dotada con cualidades suficientes para garanti­ zar su supervivencia, y este es el tema del capítulo 12. Se ha dicho que fue el lenguaje lo que marcó la diferencia, puesto que gracias a él llevamos a la extinción a los neandertales, pero este punto de vista no está en conso­ nancia con los supuestos darwinianos de este libro. En el capítulo 12 su­ giero que no fue el propio lenguaje lo que marcó la diferencia. Pero siga leyendo.

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¡Qué obra maestra es el hombre! ¡Cuán noble por su razón! ¡Cuán infinito en facultades! En su forma y movimientos, ¡cuán expresivo y maravilloso! En sus acciones, ¡qué parecido a un ángel! En su inteligencia, ¡qué semejante a un Dios! ¡La maravilla del mundo! ¡El arquetipo de los seres! Shakespeare, Hamlet 11.2

A

sí hablaba Hamlet. La adm iración que despierta nuestra propia especie es ciertam ente una de sus características, aunque no todos los autores han sido tan efusivos com o Shakespeare.

Blaise Pascal, el m atem ático francés del siglo XVII, tenía una opinión algo más cínica. ¡Qué quimera es, pues, el hombre! ¡Qué novedad, qué monstruo, qué caos, qué sujeto de contradicciones, qué prodigio! ¡Juez de todas las cosas, débil gusano de la tierra, depositario de la verdad, cloaca de incertidumbre y de error, gloria y excrecencia del universo!1 Gloria o vergüenza, no podem os sino m aravillam os de los logros hum a­ nos, aunque es posible que nos lleven también a la extinción en un planeta hasta ahora benevolente. La variedad e inventiva del ingenio humano no conoce aparentemente límites, y va desde las chucherías hasta los jumbo, de las ham burguesas a H am let, de las lanzas a las sondas espaciales, de la combustión interna a Internet, de Beethoven a los Beatles - y a los teléfonos móviles.

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Todo esto contrasta claramente con las proezas de nuestros parien­ tes más cercanos, los simios africanos, que se ven confinados a unas re­ giones cada vez menores de África en unas condiciones que para los estándares humanos cabe calificar de absolutamente primitivas. Si de todos modos sobreviven, será probablemente debido solo a la bene­ volencia de los humanos, y esto obviamente no puede darse por garan­ tizado. Las selvas del África occidental son el último baluarte de los simios africanos, pero las talas mecanizadas de árboles significan que el número de simios (gorilas y chimpancés) se redujo a la mitad entre 1983 y 2002, y que no se vislumbra un final -un final para la defo­ restación, porque el de la línea de los chimpancés salvajes sí se vislumbra claramente. Para complicar aún más las cosas, las fiebres hemorrágicas causadas por el ébola siguen diezmando a la población chimpancé, y con el ascenso de la silvicultura, la caza de animales silvestres para con­ sumo ha pasado de ser una actividad de subsistencia a ser una empresa comercial.2 Y sin embargo, compartimos con los chimpancés un ante­ pasado común que se remonta solo a seis o siete millones de años atrás -un parpadeo a escala evolutiva- y su acervo genético es aproximadamen­ te -en un 98%- idéntico al nuestro. No tiene, pues, nada de extraño que nosotros los humanos nos haya­ mos sentido tentados a creer que poseemos una cualidad especial, posi­ blemente de naturaleza inmaterial, que nos permite elevamos por encima de nuestros primos primates y que nos sitúa más cerca de los ángeles que de los simios. Así es como lo expresa el Libro de los Salmos: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria? [.. .1 Le has hecho poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra. Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos; todo lo pusiste bajo sus pies: ovejas y bueyes, todo ello, y asimismo las bestias del cam­ po, las aves de los cielos y los peces del mar; todo cuanto pasa por los senderos del mar.

Efectivamente. Situados a medio camino entre el simio y el ángel pode­ mos entregamos a la autoglorificación por nuestra elevación sobre los animales, o a la autoflagelación por nuestra incapacidad de alcanzar la 202

La cuestión recurrente

santidad, un precario equilibrio explotado por las autoridades religio­ sas. En El paraíso perdido John Milton escribe: La mente crea su propio lugar, y en sí misma puede hacer un cielo del infierno, y un infierno del cielo.

Pero aunque el camino que lleva al cielo es un camino arduo, ¿estamos realmente justificados al suponer que nuestras mentes han conseguido trascender de algún modo las leyes físicas del universo?

El legado de Descartes La idea de que podríamos poseer una trascendencia espiritual ganó res­ petabilidad científica y religiosa con René Descartes, a veces considerado como el fundador de la filosofía moderna. Los juguetes mecánicos, muy populares en su época, le tenían intrigado, y ello le llevó a preguntarse si los animales podían ser considerados simplemente como máquinas cuyo comportamiento podía explicarse a partir de unos principios puramente mecánicos. Descartes sostenía que esto era fundamentalmente cierto en el caso de los animales, y también hasta cierto punto de los seres humanos, al menos respecto a las funciones corporales y al pensamiento reflexivo. Pero nosotros los humanos somos únicos, pensaba Descartes, por el hecho de que poseemos una flexibilidad de pensamiento y de acción que no puede reducirse a principios mecánicos. Esto era evidente sobre todo en el lenguaje, cuyo carácter ilimitado desafiaba cualquier intento de re­ ducirlo a unas leyes deterministas, y de un modo más general en la exis­ tencia del libre albedrío. Aparentemente nosotros podemos elegir una línea de acción independientemente de las fuerzas que nos rodean. Descartes sostenía que estas libertades tenían que haber surgido de alguna influencia no física que entraba en el cerebro por la glándula pineal, un órgano con­ venientemente situado más o menos en el centro del cerebro, de modo que las señales que le llegaban eran efectivamente distribuidas por todo el cere­ bro. Esta influencia podía atribuirse a Dios. Y dado que era compatible con el libre albedrío, también nos daba la oportunidad de pecar.

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La solución de compromiso de Descartes estableció lo que se conoce como dualismo mente-cuerpo, en el que la influencia no material que llamamos mente está separada de las influencias mecánicas que gobiernan al cuerpo, y de hecho también a buena parte del cerebro. Esta fue una jugada inteli­ gente por parte de Descartes, puesto que hacía posible tanto la persistencia de la religión como el desarrollo de la neurociencia. Cabe dudar, de todos modos, de si Descartes era totalmente objetivo en sus puntos de vista o si simplemente deseaba no ofender a la Iglesia. Ciertamente, eran muchos los que no estaban de acuerdo con él. Tal vez la más notable de ellos era la princesa Isabel del Palatinado, nieta del rey Jaime I de Inglaterra y sobrina de Carlos I, que cuestionó la idea de que la mente humana no funcionaba de acuerdo con leyes mecánicas. Isabel, calvinista devota pero tolerante, mantuvo una amistosa correspondencia con Descartes, pero no permitió que sus cartas fuesen publicadas entonces. Doscientos años más tarde, estas cartas fueron encontradas y se publicaron en 1879. Fuese lo que fuese lo que pensaba Isabel, sospecho que hoy en día la mayoría de la gente, incluso en las sociedades no tradicionales sin cono­ cimientos sobre el pensamiento filosófico occidental, estaría de acuerdo con Descartes. De algún modo no tenemos la sensación de ser meras máquinas. Podemos muy bien creer que los animales sí lo son, y esto pue­ de hacemos sentir más cómodos a la hora de sacrificar a los animales para comérnoslos o a la de explotarlos por su capacidad de trabajar o para di­ vertimos -aunque podemos trazar una línea roja ante algunas especies, como las de los animales domésticos, y puede que veamos en los enternecedores ojos del chimpancé la mirada de un alma gemela cercana. Frank Johnson, antiguo editor de la revista The Spectator, se quejaba de los 'científicos' que reducen a los seres humanos a meros robots, y declaraba con orgullo su creencia en un alma inmortal. "Los seres humanos -es­ cribió- encabezarán siempre la jerarquía terrenal."3 Johnson se hacía probablemente eco de la muy extendida renuencia a creer que la mente puede reducirse a una máquina, pese a los extraordi­ narios progresos de la neurociencia y a la ubicua presencia de estas imá­ genes en forma de pizza de la actividad del cerebro correspondiente a nuestros pensamientos y emociones. En febrero de 2004 la revista Reader's Digest publicó los resultados de una encuesta que ponía de manifiesto que

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ocho de cada diez australianos creían que algunas personas tienen poderes paranormales, y que siete de cada diez creían en la vida después de la muerte. Una mayoría de personas también creen que es posible comuni­ carse con los muertos y que los extraterrestres han visitado nuestro plane­ ta. Aquella misma semana, los americanos votaban que Australia era el país con la mejor imagen del planeta.4 Pero no tenemos por qué señalar a los australianos porque podrían compilarse estadísticas similares de otras muchas sociedades. Una en­ cuesta reciente pone de manifiesto que aproximadamente un 90 por ciento de los estadounidenses creen en Dios, un 70 por ciento en el cielo y en la vida después de la muerte, y un 58 por ciento en el infierno.5 De hecho, un prominente científico cognitivo de la Universidad de Yale, Paul Bloom, sostiene en su reciente libro Descartes' Baby que el propio dualismo es in­ nato.6 Dicho de otro modo, tenemos una predisposición natural a creer que mente y cuerpo son entidades distintas. Por supuesto, esto no signi­ fica que sean distintas, sino simplemente que hemos nacido con el instinto de creer que lo son. Si el dualismo está instalado en nuestros cerebros, no es nada extraño que nos cueste tanto aceptar una visión mecanicista de nosotros mismos. No deja de ser curioso, sin embargo, que el funciona­ miento mecánico del cerebro sea lo que nos hace creer que él no es me­ cánico. Tampoco debemos juzgar con demasiada severidad a la religión, ya que hay buenos motivos para creer que la creencia religiosa puede ser ella misma un producto de la selección natural -no directamente, tal vez, sino como una consecuencia de la selección para la supervivencia de los gru­ pos. Nosotros los humanos somos criaturas fundamentalmente sociales, y la religión nos proporcionó un mecanismo para garantizar la cohesión grupal. La religión plantea problemas a la teoría de la evolución, como veremos más abajo, y la ironía definitiva puede ser que la explicación de la religión se encuentre en la propia evolución.

La herejía de Darwin Aunque el dualismo de Descartes había tenido sus críticos, el desafío más 205

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serio al mismo vino de la teoría de la evolución por selección natural de Darwin, que no cree que existan diferencias fundamentales entre los huma­ nos y las demás especies. No tiene nada de sorprendente, pues, que las autoridades religiosas y educativas manifestaran un antagonismo que to­ davía persiste hoy, siglo y medio después de la publicación de Sobre el ori­ gen de las especies por medio de la selección natural. Se entiende que la teoría de la evolución haya sido calificada de "la peligrosa idea de Darwin."7El propio Darwin demoró la publicación de su libro porque sabía que sería muy polémico. Había sido advertido, de hecho, por el oprobio con que había sido recibida una publicación anterior anónima titulada Vestigios de la Historia Natural de la Creación, publicada en 1844 y que osaba sugerir que los humanos podían haber evolucionado a partir de unos primates sin intervención de la divinidad. Darwin decidió finalmente publicar su obra solo porque Alfred Russel Wallace había llegado de manera indepen­ diente a unas conclusiones muy similares a las suyas y podía habérsele adelantado haciendo públicas sus ideas antes que él. Aunque Darwin no concretó apenas nada sobre la evolución humana hasta la publicación en 1871 de su libro The Descent of Man, las implicaciones eran claras. Como conjeturó correctamente, nosotros descendemos de los simios africanos, y hoy sabemos con una certeza razonable que compartimos un ante­ pasado común con los chimpancés que vivió hace unos seis o siete millo­ nes de años. La teoría de la selección natural de Darwin es una de las intuiciones más perspicaces de la historia de la ciencia. El eminente biólogo Theodosius Dobzhansky escribió al respecto una frase que se ha vuelto famosa: "Nada en biología tiene sentido si no es a la luz de la evolución,"8 y la teoría darwiniana es casi universalmente aceptada entre los biólogos, aunque pueden llegar a ponerse muy quisquillosos acerca de algunos de sus detalles. De todos modos, sigue provocando controversia y oposición, especialmente en algunos lugares de Estados Unidos. A comienzos de 2004 se hizo público que el nuevo plan de estudios en ciencias y mate­ máticas propuesto por el Consejo Escolar del estado de Georgia no incluía la palabra 'evolución', para consternación de los científicos.9 Ha habido una presión persistente, especialmente en Estados Unidos, para intro­ ducir una alternativa a la teoría evolucionista darwiniana conocida como

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La cuestión recurrente

el 'diseño inteligente', que es una doctrina religiosa apenas algo dis­ frazada para parecer una teoría científica.10 El diseño inteligente se explica en un libro cada vez más influyente titulado Of Pandas and People, de Percival Davis y Dean Kenyon. En agosto de 2005 este libro, que entonces estaba en su quinta edición, había vendido más de 20.000 ejemplares.11 Davis and Kenyon escriben: "El diseño inte­ ligente significa que varias formas de vida empezaron súbitamente gracias a un agente inteligente, con sus rasgos característicos ya intactos -peces con aletas y escamas, aves con plumas, picos y alas, etc."12Un caso clásico es el del ojo, del que se afirma que es demasiado complejo para haber evolucionado de manera incremental por medio de la selección natural. En realidad el ojo no es un ejemplo destacado de diseño, ya que la retina está instalada al revés y la luz tiene que atravesar una red de fibras ner­ viosas antes de llegar a los conos y bastoncillos fotosensibles, y como con­ secuencia hay un 'punto ciego' en el que estas fibras se juntan para dejar el globo ocular en el nervio óptico. Le vienen a uno ganas de coger el ojo y volver a diseñarlo.13 Pero es, por supuesto, la evolución humana lo que más preocupa a los defensores del diseño inteligente. Vamos tan por delante respecto a los otros animales, argumentan, que no es posible que hayamos recorrido una distancia tan grande milímetro a milímetro mediante la selección de cam­ bios graduales que resultaron ser adaptativos. La teoría darwiniana es cari­ caturizada diciendo que en ella está implícita la idea de que la condición humana es el resultado de una variación aleatoria, tan plausible como la posibilidad de que, dándole a un mono una máquina de escribir, este fuese capaz de producir de forma casual las obras completas de Shakespeare. Naturalmente, la teoría de la selección natural depende de la variación aleatoria, pero la selección de aquellas variaciones que comportan una mayor aptitud biológica lleva a un progreso sistemático hacia formas más adaptativas. El truco es que la evolución es un proceso acumulativo que lleva gradual e inexorablemente hacia una mayor aptitud. Un producto final de este proceso fue el Shakespeare que escribió todas estas obras.14 El verdadero problema con el diseño inteligente, sin embargo, es que nece­ sita un diseñador inteligente y sus defensores no proporcionan informa­ ción alguna sobre dónde cabe buscarlo, o cómo pedirle que solucione este 207

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pequeño problema con el diseño del pjo. Meramente postular un diseñador inteligente omnisciente y todopoderoso es mala ciencia, ya que no explica nada y no parece que haya manera de refutarlo. No todas las religiones aceptan el diseño inteligente. En un artículo publicado el 18 de enero de 2005 en L'Osservatore Romano, el periódico ofi­ cial del Vaticano, Fiorenzo Facchini sostenía que el diseño inteligente per­ tenece a los reinos de la filosofía y de la religión, pero no al de la ciencia. Facchini escribe que "no es correcto, desde un punto de vista metodoló­ gico, apartarse del campo de la ciencia y pretender al mismo tiempo que se está haciendo ciencia." Durante muchos años el Vaticano ha tolerado la enseñanza de las teorías evolucionistas, y en 1950 una encíclica papal per­ mitió oficialmente a los católicos discutir la teoría de la evolución de Dar­ win. Por otro lado, el 20 de diciembre de 2005, el juez federal John Jones III ordenó a todas las escuelas de Dover, Pensilvania, eliminar las referen­ cias al diseño inteligente del currículo científico por considerar que no era una teoría científica. Parte de los motivos para oponerse a la teoría darwiniana es que pa­ rece desplazar a los humanos del pedestal de la superioridad. Pero no te­ nemos por qué mostrarnos displicentes. La sociedad humana ha sido testigo de unos logros extraordinarios, aunque la mayoría de los humanos no entiendan muy bien los milagros que les rodean. La mayor parte de nosotros estaríamos completamente indefensos si nos trasladasen a la sa­ bana africana de hace un millón de años. Sin cerillas, tendríamos proba­ blemente muchas dificultades para encender una hoguera para mantener a raya a los depredadores, y muchas más para construir un helicóptero que nos sacase de allí. No pasan probablemente de un puñado las personas que entienden realmente la teoría de la relatividad o la reciente demos­ tración del último teorema de Fermat. Alfred Russel Wallace, el rival de Darwin, estaba tan impresionado por la diferencia existente entre los sofis­ ticados europeos y los primitivos 'salvajes' que se vio impelido a invocar una intervención divina para explicarla; de hecho escribió que "la evolu­ ción natural solo pudo haber dotado al salvaje con un cerebro algo supe­ rior al de un mono."15 El propio Darwin se quedó consternado por estas palabras y le escribió a Wallace: "Espero que no haya asesinado del todo a su propio hijo, que también es el mío."16

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La cuestión recurrente

A diferencia de la teoría del diseño inteligente, la teoría de la evolución por selección natural es ciencia genuina en el sentido de que está abierta a la refutación, como el propio Darwin pudo comprobar. En la sexta edición de El origen de las especies, publicada en 1872, escribió: "Si pudiera demos­ trarse que existe un solo órgano complejo que no pueda haberse formado por numerosas, sucesivas y leves modificaciones, mi teoría se derrumbaría completamente. Pero no he podido encontrar ni un solo caso." Descartes había sugerido que la glándula pineal podía ser el órgano que explicase la singularidad humana, pero resultó ser una idea carente de fundamento, aunque algunos parapsicólogos todavía creen que esta glándula puede ser la responsable de la telepatía y de otros poderes extrasensoriales. El anato­ mista del siglo XIX Richard Owen sostenía que una estructura del cerebro conocida como el hipocampo menor era exclusiva de los humanos, pero el amigo de Darwin Thomas Henry Huxley lo refutó poniendo de mani­ fiesto que todos los simios poseen dicha estructura. El papel del hipo­ campo menor fue ridiculizado, aunque de una forma algo confusa, por Charles Kingsley en su libro, publicado en 1886, The Water Babies: Puede que piense que hay otras diferencias más importantes entre usted y un mono, como el hecho de que usted sea capaz de hablar, de construir máquinas, de distinguir el bien del mal, de rezar y de otras cosas de este tipo; pero esto es un puro capricho infantil, que­ rido. NO hay que fiarse de nada más que del gran test del hipopó­ tamo.

Pero ¿qué es exactamente el hipocampo menor? Los neurocientíficos están familiarizados con el hipocampo, una estructura del cerebro que de­ sempeña un importante papel en la memoria, y otros puede que lo identi­ fiquen con esa graciosa criatura ondulante, el caballito de mar, cuyos principios feministas han conseguido que sea el macho el que transporte a las crías antes de nacer. En el siglo XIX, el hipocampo menor fue identi­ ficado como un resalte en la base del cuerno posterior del ventrículo late­ ral, y se distinguió claramente del propio hipocampo, entonces llamado hipocampo mayor. La idea de Owen de que el hipocampo menor podía ser importante debe probablemente algo a Galeno, el famoso médico y 209

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anatomista del siglo II, que creía que las facultades de la mente residen no en la propia materia del cerebro, sino más bien en los ventrículos, unas ca­ vidades llenas de fluido. En cualquier caso, tras la discusión entre Owen y Huxley, el término 'hipocampo menor' desapareció y fue sustituido por su nombre original, 'calcar avis', que significa 'espuela de gallo'. Ahora se encuentra solo en los rincones más oscuros de los textos de anatomía, pero de todos modos no es probable que haga mucho por nosotros.17 Naturalmente, si descubriésemos un órgano complejo que existiese en los humanos y que no estuviese presente en otros simios, esto plantearía problemas a la teoría darwiniana. Dicho descubrimiento parece improba­ ble. Ya no cabe ninguna duda de que compartimos nuestro antepasado común más reciente con chimpancés y bonobos, y un antepasado algo anterior con otros grandes simios. Retrocediendo algo más en el tiempo compartimos ancestros, cada vez más remotos, con todos los monos, los mamíferos y en última instancia con todas las criaturas vivas. Efectiva­ mente, los análisis moleculares nos dicen que estamos más cerca del chim­ pancé que este del gorila, pese a las apariencias. Cualquier singularidad que podamos reclamar se ha producido no por medio de la mágica inser­ ción de un nuevo órgano, ni por intervención divina, sino más bien me­ diante una serie de pequeños retoques evolutivos. Esto comportó sin duda la modificación de las pautas de crecimiento y el truco práctico de utilizar órganos que han evolucionado con un propósito para conseguir otro pro­ pósito muy diferente. Del mismo modo que la nariz se modificó para con­ vertirse en la trompa del elefante, y las extremidades anteriores para convertirse en las alas de las aves, también la naturaleza cogió el cuerpo y el cerebro de un simio y los convirtió en los de un humano. Que sigue siendo un simio, en realidad, pero un simio con unas cuantas característi­ cas interesantes. Muchas de estas características tienen que ver con aquello que nos en­ canta llamar mente. Se dice a veces que solo los humanos tienen mente, o conciencia, pero esto es seguramente falso. Otros primates pueden clara­ mente pensar. Y también seguramente otros mamíferos, cetáceos y aves. Pero es probablemente cierto que nosotros los humanos hemos desa­ rrollado por evolución formas de pensar que son únicas, aunque derivan de estructuras mentales que ya estaban presentes en nuestros antepasados. 210

La cuestión recurrente

Nuestras mentes, además, no son los fantasmas del dualismo cartesiano. La neurociencia moderna es implacable mostrándonos que lo que nosotros pensamos como mente y conciencia se debe al funcionamiento del cerebro físico. Naturalmente, no sabemos cómo surge la propia conciencia, aunque se ha especulado mucho al respecto, de modo que la identidad de mente y cerebro cabe considerarla todavía como una hipótesis de trabajo. Desde un punto de vista científico, el único aspirante real a sede de la mente, o incluso del alma, es el cerebro. Así pues, ¿en qué difieren nuestras mentes -o nuestros cerebros- de los de otros animales?

¿Es la recursión la respuesta? En este libro sostengo que la recursión puede proporcionamos la clave para contestar esta pregunta. Podríamos decir que la recursión engloba otras varias propiedades de las que anteriormente se ha afirmado que eran exclusivas de los humanos, como el lenguaje, la memoria episódica, el viaje mental temporal y la teoría de la mente. También hace posible un cierto grado de continuidad, dado que cada una de estas propiedades tiene pre­ cursores identificables en especies no humanas. El lenguaje surgió sin duda a partir de la comunicación animal {pace Chomsky), tal vez más di­ rectamente de la comunicación gestual que de la comunicación vocal, como he sostenido en el capítulo 4. La memoria episódica y el viaje mental temporal podrían considerarse como refinamientos de capacidades memorísticas ya evidentes en otras especies. Y los simios hacen gala de poseer una teoría de la mente, al menos en germen. Se ha dicho que no fue el lenguaje per se el que dio origen al carácter distintivo de la mente humana, sino más bien la habilidad de pensar en símbolos. Este era el tema del libro de 1997 de Terrence Deacon La especie simbólica, y más recientemente del artículo firmado por Derek C. Penn, Keith J. Holyoak y Daniel J. Povinelli que hemos mencionado en el capítulo 8. El uso de símbolos abstractos caracteriza, por supuesto, el lenguaje hu­ mano, en especial el habla. En el capítulo 4, sin embargo, he dicho que el uso de símbolos abstractos en el lenguaje era más una cuestión de conve­ 211

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niencia que un componente característico de la mente humana. Es posible enseñar a chimpancés y bonobos a utilizar símbolos abstractos. El uso de símbolos ha sido explotado, obviamente, en matemáticas e ingeniería y ello ha llevado al desarrollo de la ciencia y de la manufactura compleja. Pero esto son logros de la civilización occidental y son generalmente ex­ traños a los pueblos indígenas. En su origen al menos, el lenguaje fue tal vez más una cuestión de personificación que de manipulación simbólica,18 y si evolucionó a partir de gestos manuales, y si en verdad puede persistir de esta forma, deberíamos fijamos en procesos que no implican símbolos abstractos como clave de la mente humana. Esta es la razón de que yo su­ giera la recursión como una posibilidad. Pero ¿es realmente la recursión la panacea capaz de convertir unos procesos preexistentes de una estereotipia estrecha en la creatividad que vemos en la literatura, el arte, la música o la danza, por no hablar del más opresivo dominio de las máquinas y los rascacielos? Hemos visto en los capítulos 8 y 9 que los grandes simios pueden tener una capacidad limi­ tada para leer las mentes de otros, tanto si esta capacidad se expresa en actos de engaño como en el hecho de señalar algo con una finalidad co­ municativa, e incluso que los arrendajos tienen aparentemente la habilidad de prepararse para un acontecimiento futuro. Necesitamos proceder a unos análisis más meticulosos antes de determinar si estos casos reflejan realmente una habilidad recursiva o si pueden explicarse de un modo más simple en términos de asociación. Una posibilidad, sugerida en los dos ca­ pítulos anteriores, es que puede percibirse un procesamiento recursivo en algunas conductas animales, pero que este procesamiento no va más allá de un simple nivel de incrustación. Los humanos tenemos la habilidad de compartir, de incrustar historias dentro de historias, de poner en práctica estrategias sociales tortuosas, de jugar al ajedrez o al póquer, incluso de hacer matemáticas o de escribir programas de ordenador que puedan in­ vocar recursivamente a otros programas; todo esto sugiere la existencia de una recursión galopante que va más allá de la intencionalidad de primer orden hasta, tal vez, la de quinto o sexto orden. Todo esto no tiene por qué comportar una discontinuidad profunda ni amenazar los principios darwinianos. Una analogía biológica apropiada podría ser la del vuelo. Los canguros saben saltar, los delfines pueden sal­ 212

La cuestión recurrente

tar fuera del agua; incluso los humanos somos capaces de poner uno o dos metros de distancia entre nosotros y el suelo, aunque hemos mejorado mucho en este sentido desde que sabemos construir máquinas voladoras, por poco elegantes que sean. Pero la evolución de las alas creó una pro­ funda discontinuidad a partir de una serie de cambios graduales experi­ mentados en unas extremidades inicialmente adaptadas al movimiento terrestre. Un pequeño salto para unos animales se convirtió en un salto gi­ gantesco para las aves.19 Desde Descartes a Chomsky, los argumentos a favor de una disconti­ nuidad entre nosotros los humanos no voladores y otras especies se han basado principalmente en la supuesta singularidad del lenguaje. Aunque el propio Chomsky no ha dicho nada del alma humana, es en otros senti­ dos un cartesiano confeso,20 y ha argumentado con fuerza que el lenguaje es algo exclusivamente humano, básicamente debido a sus propiedades recursivas. Vimos en el capítulo 2, sin embargo, que algunos lenguajes, como el de los pirahá, pueden no hacer uso de la recursión. La trascen­ dencia previa de la recursión puede que resida, por tanto, no en el propio lenguaje, sino en la naturaleza del pensamiento humano que guía al len­ guaje y que le proporciona buena parte de sus contenidos. He dicho en el capítulo 5 que el acto de revivir mentalmente acontecimientos pasados es un proceso recursivo, análogo al de invocar una subrutina dentro de una rutina de nivel superior. Podemos hacer esto más allá del nivel de la re­ cursión de primer orden cuando imaginamos, por ejemplo, que ayer ima­ ginamos lo que habíamos planeado hacer hoy. En el capítulo 6 he ampliado esta noción incluyendo en ella la imaginación de acontecimientos futuros o la construcción de historias, y en el capítulo 7 he argumentado que estas propiedades están implícitas en por lo menos algunas de las características del lenguaje. La maraña recursiva de las relaciones humanas también pro­ porciona material para el chismorreo, uno de nuestros pasatiempos favo­ ritos. La estructura recursiva de algunos lenguajes, por consiguiente, debe algo a la forma recursiva como construimos guiones episódicos. En el capítulo 8 he discutido otra función recursiva que es fundamen­ tal para la condición humana. La capacidad de saber qué están pensando los otros es recursiva en la medida en que los procesos mentales de los otros son incorporados en nuestro propio pensamiento y guían de algún

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modo nuestras interacciones sociales. Es posible tal vez inferir la presencia, en el comportamiento de otras especies, de una teoría de la mente rudi­ mentaria, pero en los seres humanos esta va más allá de una recursión de primer orden. El conocimiento de que no solo sabemos lo que otros están pensando, sino que también sabemos que ellos saben lo que estamos pen­ sando nosotros, es probable que esté en la base de una de las características humanas fundamentales, la capacidad de compartir. En el capítulo 9 he subrayado que el lenguaje no es más que una manifestación de esto. El lenguaje hace posible compartir el conocimiento. En los dos próximos capítulos trataré de situar estas funciones recur­ sivas en la propia evolución humana.

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11

Devenir humanos La vida humana es un espectáculo triste, indudablemente: feo, pesado y complejo. Gustave Flaubert

omos simios, aceptémoslo, y compartimos nuestro antepasado más reciente con bonobos y chimpancés. Los otros grandes simios son el gorila y el orangután. Emprendimos el camino hacia la hu­ manidad hace unos seis o siete millones de años, cuando los denominados homininos1 se separaron de la línea que lleva a los modernos bonobos y chimpancés. No fue una empresa totalmente exitosa, puesto que hemos identificado unas veinte especies de homininos en el registro fósil, y solo una especie de homininos sigue viva en el planeta -véase la figura 12. Esta especie es Homo sapiens. Tuvimos suerte. En este libro he argumentado que la mente del Homo sapiens posee una propiedad recursiva única entre las criaturas existentes que le proporciona el potencial creativo para realizar actividades tan diversas como recons­ truir episodios del pasado o imaginar episodios futuros, contar historias, crear música o arte y erigir edificios y construir máquinas complicadas. Puede que los otros grandes simios posean cierto grado de flexibilidad en la comunicación, especialmente mediante gestos manuales y corporales, pero sus comunicaciones no tienen ni un ápice de la generatividad del len­ guaje humano. No cuentan historias. Es muy discutible que tengan recuer-

S

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Devenir modernos

Sahelanthropus tchadensis

H. rudolfensis

Kenyanthropus platyops ggj

H. ergaster

A. anamensis



A. garhi

O A afarensis

Ardipithecus ramidus

H. erectus

A. heidelbergensis

H. habilis A. africanus

Neandertal

A. sediba

Orrorin tugensis

H. sapiens ■

P. robustus P. aethiopicus P. boisei

6

5

4

3

2

1

0

Millones de años antes del presente Figura 12. Especies identificadas surgidas desde la separación de la línea de los chimpan­ cés e identificadas como homininos bípedos. A = Australopithecus, P = Paranthropus, H = Homo.

dos episódicos o que sean capaces de hacer planes para el futuro. Sea como sea, no hay indicios de que los simios tengan realmente un sentido de sus vidas mentales pasadas o que sean capaces de construir futuros episódicos, como encontrarse con un amante después de una pelea e imaginar qué va a suceder. ¿Pueden los grandes simios entender lo que pasa en las mentes de otros? Seguramente pueden evaluar el estado emocional de otro individuo y posiblemente adoptar la perspectiva visual del mismo. Algunas eviden­ cias sugieren, como hemos visto en el capítulo 8, que puede que los chim­ pancés tengan cierta comprensión de lo que otro individuo sabe o cree, aunque este punto es muy polémico. No hay pruebas de que la compren­ sión de un mono vaya más allá de una recursión de primer orden, ¡como la comprensión de que un individuo que observa entienda que el indivi­ duo observado entienda esta comprensión! Naturalmente estas afirmacio­ nes están abiertas a revisión.

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Devenir humanos

Podemos suponer, por tanto, que las capacidades de los grandes si­ mios actuales no subestiman las capacidades de los antepasados comunes de todos los grandes simios, incluidos nosotros mismos. En todo caso los sobrevaloran, por cuanto los chimpancés también han evolucionado du­ rante los últimos seis o siete millones de años y no me imagino que una vez tuvieran, para luego perderlos, poderes como el lenguaje, la memoria o una teoría recursiva de la mente como las que hemos desarrollado los humanos en el curso de nuestra evolución. Se sigue de ello que estas ca­ pacidades tienen que haber surgido durante este período. En este capítulo y en el siguiente, por tanto, detallaré las etapas de la evolución hominina que pueden habernos llevado a la posesión de nuestras capacidades men­ tales características. Empecemos con lo que algunos consideran como la característica definitoria de los homininos: el bipedalismo.

Levantándonos por nuestra cuenta Cuando los primeros humanos se irguieron sobre sus extremidades posteriores, se bambolearon durante milenios y finalmente alcanzaron la postura erecta, tuvo que ser un día aciago, aunque hubo en ello un toque de grandeza. Gustav Eckstein, The Body Has a Head

Invirtiendo el lema de los cerdos en el libro de George Orwell Rebelión en la granja, "Dos patas malo, cuatro patas bueno," nosotros nos orgullecemos de distinguimos de los otros simios -y de los cerdos- en que caminamos pavoneándonos sobre dos patas. Los primeros homininos fueron al parecer bípedos facultativos, lo que significa que el bipedalismo era una forma opcional de locomoción, com­ patible con la habilidad para trepar por los árboles. El bipedalismo facul­ tativo contrasta con el bipedalismo obligatorio de los humanos modernos, que no tenemos una manera alternativa de desplazamos.2 El primer fósil provisionalmente identificado como un hominino, conocido como Sahelanthropus tchadensis, se descubrió en Chad, en África Central, y está fe­ chado en algún momento de hace entre seis y siete millones de años.3Esto 217

Michael C. Corballis/La mente recursiva

fue muy cerca del momento en que los chimpancés y los homininos se se­ pararon, estimado entre hace 6,3 y 7,7 millones de años mediante una téc­ nica conocida como la hibridación del ADN.4 Indicios tempranos del ascenso del cráneo sobre la columna vertebral apuntan a que esta criatura era capaz de caminar sobre dos patas. Otro fósil temprano, Orrorin tugenensis, fechado hace entre 5,2 y 5,8 millones de años,5es tal vez identificado con mayor seguridad como un bípedo facultativo, igual que el Ardipithecus ramidus, fechado hace entre 5,4 y 4,4 millones de años. Los homininos posteriores, incluidos los conocidos como australopitecinos, también eran bípedos, como ponen de manifiesto las famosas huellas de pisadas atribuibles al Australopithecus afarensis popularmente conocido como Lucy y fechado hace aproximadamente 3,5 millones de años.6 Los chimpancés, los bonobos y los algo más distantes gorilas caminan apoyándose en los nudillos, lo que significa que son básicamente cuadrú­ pedos que utilizan los antebrazos como piernas, apoyando los nudillos, más que las palmas de la mano, en el suelo. Dado que los chimpancés y los bonobos son nuestros parientes vivos más cercanos, generalmente se ha dado por supuesto que el ancestro que compartimos con ellos, y tam­ bién el ancestro anterior que compartimos con el gorila, caminaban apo­ yándose en los nudillos. Es decir, los primeros homininos progresaron desde la locomoción sobre los nudillos al bipedalismo. Esta idea ha sido recientemente cuestionada. Para entender cómo sur­ gieron las diferentes posturas de los grandes simios, hemos de volver a los árboles de los que venimos. El más arborícola de los grandes simios es el orangután, menos relacionado con nosotros que el chimpancé o el gorila. De todos modos su morfología corporal está más cerca de la de los huma­ nos que las del chimpancé o el gorila. En el dosel forestal de Indonesia y Malasia, los orangutanes adoptan normalmente una postura conocida como bipedalismo con ayuda manual y se yerguen y avanzan agarrándose a las ramas horizontales de los árboles, normalmente por encima de la cabe­ za. Se mantienen erguidos y trepan por las ramas de los árboles con las patas extendidas, a diferencia de chimpancés y gorilas, que se desplazan con las patas flexionadas. Es posible que chimpancés y gorilas se adapta­ sen a trepar por las ramas más verticalmente inclinadas, lo que implicaba flexionar las rodillas y agacharse más, lo que, a medida que el entorno fo­

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Devenir humanos

restal daba paso a un terreno más abierto, les llevaría finalmente a caminar apoyándose en los nudillos. Si este escenario es correcto, nuestra postura bípeda derivaría del bipedalismo con ayuda manual surgido hace unos 20 millones de años. El hecho de caminar apoyándose en los nudillos, y no el bipedalismo, fue la verdadera innovación.7 Es el Ardipithecus ramidus, de todos modos, el que nos ofrece una ima­ gen más clara del aspecto que debió de tener el antepasado común que compartimos con el chimpancé: véase la figura 13. Ardi, como se le conoce

Figura 13. Reconstrucciones de Ardipithecus ramidus (Science, 2009,326, p. 36), reimpresas con permiso del ilustrador, Jay Mattemes.

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Michael C. Corballis/ La mente recursiva

coloquialmente, nos ha proporcionado el esqueleto más completo que se conserva de un hominino primitivo. Aunque su estructura pélvica sugiere que era un bípedo facultativo, su pie estaba todavía adaptado para agarrar, con un dedo gordo oponible. Su mano estaba más próxima a la de los hu­ manos, y a la de los primeros primates, que a la del chimpancé o el gorila, que se habían adaptado al modo de caminar apoyándose en los nudillos. Igual que la mano humana, la de Ardi podía doblarse hacia atrás por la muñeca, de modo que podía caminar sobre las palmas de manos y pies sobre las ramas horizontales, mientras que el chimpancé y el gorila tienen las muñecas rígidas para apoyarse sobre los nudillos.8Como sugiere Owen Lovejoy, Ardi, o mejor dicho los miembros de su especie, "era bípedo desde hacía mucho tiempo"9. Esto refuerza la idea de que el chimpancé y el gorila, con su forma de andar apoyándose en los nudillos, constituyen una especie de vía secundaria en la progresión hacia el bipedalismo.10 Según parece, nosotros no evolucionamos a partir de una especie que ca­ minaba sobre los nudillos, sino que representamos el punto final de una transición gradual desde unos trepadores arborícolas a unos caminadores bípedos. El bipedalismo dejó de ser facultativo y se convirtió en obligatorio hace unos dos millones de años, y como veremos, fue a partir de este mo­ mento cuando empezó probablemente el camino hacia la humanidad. Es decir, nuestros antepasados conquistaron finalmente la capacidad de ca­ minar libremente, y tal vez de correr, en terreno abierto, perdiendo en buena medida la adaptación a trepar por los árboles y a desplazarse por el dosel forestal. Incluso así, no está nada claro por qué se mantuvo el bi­ pedalismo. Como forma de locomoción en campo abierto no ofrece mu­ chas ventajas. Incluso los chimpancés, apoyándose sobre los nudillos, pueden alcanzar velocidades de hasta 48 kilómetros por hora,11 mientras que un buen atleta solo puede correr a unos 30 kilómetros por hora. Otros animales cuadrúpedos, como caballos, perros, hienas o leones pueden fá­ cilmente superamos, si no damos por muertos. Podríamos incluso pregun­ tarnos por qué no optamos por saltar en vez de dar zancadas, emulando a un bípedo como el canguro, que también puede adelantamos. El bipedalismo tiene muchas desventajas. Provoca problemas en las cervicales y en la espalda, hemorroides y hernias, y hace que el parto sea

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Devenir humanos

excesivamente doloroso.12 La ciática puede atribuirse al hecho de que los nervios de la espina dorsal y los discos intervertebrales están demasiado juntos, otra consecuencia de la adaptación a la postura bípeda. Los niños humanos tardan mucho tiempo en aprender a andar, lo que los hace espe­ cialmente vulnerables a los depredadores a los que les gusta comer niños. Un trágico ejemplo es el del tristemente famoso dingo que devoró a Azariah, la hija de diez semanas de edad de Lindy Chamberlain en Uluru,13 en Australia central. Tener solo dos piernas para andar significa que nos quedamos especialmente indefensos si perdemos el uso de una de ellas -saltar sobre una pierna es muy poco eficiente comparado con la facili­ dad con que puede desplazarse todavía un perro con tres patas, por ejem­ plo.14 ¡Y después hablan de diseño inteligente! Da la impresión de que el modelo bípedo, como el Ford Edsel, se lanzó al mercado antes de que este estuviese preparado para asimilarlo. O tal vez antes de que él estuviese preparado para el mercado. Pero también ha debido tener ventajas adaptativas. Estas estarían se­ guramente relacionadas en gran parte con la liberación de manos y brazos para propósitos manipulativos, lo que probablemente llevaría eventual­ mente a la manufactura recursiva. Pero como veremos la manufactura sur­ gió muy tarde en la evolución hominina, y no puede explicar las presiones hacia el bipedalismo, que puede muy bien remontarse a un momento ante­ rior a nuestro ancestro común con los grandes simios, si el escenario an­ terior es correcto. La liberación de las manos, sin embargo, habría sido adaptativa para otros propósitos, como acicalarse, transportar cosas o luchar.

Lanzar Una posibilidad es que la postura erecta nos permitió lanzar cosas y de este modo desarrollar unas habilidades defensivas y cazadoras superiores. Charles Darwin sugería esto al escribir: "Mientras lanza una piedra o una lanza, un hombre puede permanecer firmemente sobre sus pies."15 En nuestras modernas vidas sedentarias podemos haber perdido en parte esta habilidad, aunque basta contemplar a unos cuantos jugadores profesiona­ les de baloncesto, de criquet o de fútbol americano para comprobar que por lo menos algunos de nosotros somos capaces de efectuar unos lanza­

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mientos prodigiosos. La habilidad para lanzar, con una precisión poten­ cialmente letal, estaba más extendida entre las sociedades de cazadoresrecolectores que en nuestras sociedades de urbanícolas sedentarios. El explorador del siglo XVIII J. W. Vogel escribió que los hotentotes de África sudoccidental "saben cómo lanzar piedras con una gran precisión [...] No es extraño que acierten a un blanco del tamaño de una moneda a cien pasos de distancia."16También se dice que los aborígenes australianos po­ dían lanzar piedras con la suficiente precisión y fuerza para abatir a un ualabí o a un pájaro en vuelo, arrancar frutos de un baobab o hacer caer polluelos de ave de sus nidos.17 En su libro The Throwing Madonna [La Virgen lanzadora], William H. Calvin sugiere que las mujeres eran las lanzadoras más expertas.18 Eran unas orgullosas amazonas que sujetaban a sus hijos con el brazo izquierdo para que pudieran acurrucarse contra su pecho y escuchar los latidos de su corazón, mientras con su brazo derecho lanzaban objetos a los depre­ dadores peligrosos. Esto habría favorecido la selección no solo de la postu­ ra bípeda, sino también de unos circuitos cerebrales capaces de programar el momento exacto para hacer un lanzamiento preciso. Dado que el brazo derecho está en gran parte controlado por el hemisferio izquierdo del ce­ rebro, es posible que esto preparase el terreno a la posterior evolución del habla, que también requiere una sincronización muy precisa y que en la mayoría de las personas está programada en el hemisferio izquierdo. Se podría objetar, supongo, que los hombres parecen mejores que las mujeres lanzando cosas, o por lo menos más propensos a dedicarse a empresas que requieren lanzamientos precisos, aunque esta impresión se disipa simple­ mente observando lanzar a un buen equipo de jugadoras de criquet. Eduard Kirschman, en su libro Das Zeitalter der YJerfer [La era de los lanzadores],19 restablece la dignidad masculina defendiendo que los lan­ zamientos precisos eran, efectivamente, una habilidad de los hombres, que la utilizaban tal vez para proteger a las madres que llevaban a sus hijos en brazos, y en parte para cazar. Cabe imaginar que la selección de los mejores lanzadores no fue solamente cuestión de supervivencia frente a las ame­ nazas, sino que la selección sexual puede haber desempeñado también un papel en ella. Fíjense, si no, en el espectáculo que ofrecen unos jóvenes ha­ ciendo gala de sus habilidades lanzadoras en toda clase de canchas y cam­

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Devenir humanos

pos de deporte, ya sea jugando al béisbol, al criquet, al rugby o al fútbol americano, lanzando el disco o la jabalina, o practicando una actividad co­ nocida como las Reglas Australianas.20 Entre los homininos primitivos, la postura erecta también habría liberado las manos para el transporte de objetos arrojadizos, por si uno se cruzaba inesperadamente con un depre­ dador. Ciertamente hay buenos motivos para suponer que la postura erecta habría incrementado mucho el apalancamiento necesario para lanzar algo con fuerza. Fijémonos en un pitcher de béisbol y comprobaremos que el movimiento de lanzar comienza realmente en pies y piernas, y sigue a tra­ vés de las caderas, el torso, los hombros, el brazo, el codo, las muñecas y los dedos.21 Esta acción que implica a todo el cuerpo potencia al máximo la energía cinética. Naturalmente, puede argüirse que las adaptaciones para lanzar no explican realmente el desplazamiento bípedo,22 pero Kirschmann también subraya que la flexibilidad de la muñeca requerida para lanzar algo con fuerza habría dificultado el uso de las manos en la loco­ moción. Mary Marzke puntualiza que si el bipedalismo era una adaptación para la locomoción, la evolución tendría que habernos proporcionado unas piernas mejor diseñadas para este propósito, como las de un avestruz, por ejemplo. En cambio, nuestras piernas son mucho más robustas, y la rodilla incluye un dispositivo de cierre que tiene muy poco que ver con la loco­ moción. Estas características pueden muy bien haber evolucionado para proporcionar una plataforma de lanzamiento más estable, no para la lo­ comoción per se, sino para lanzar y aporrear.23 La idea de que hemos evolucionado para lanzar también contribuye a explicar el misterio de la aparente perfección de la mano humana, des­ crita por Jacob Bronowski como "la vanguardia de la mente."24Completan el poder y la precisión de la habilidad para lanzar la sensibilidad de los dedos, el largo pulgar oponible y la gran extensión del área del córtex de­ dicada al control de la mano. La forma de la mano evolucionó de una ma­ nera consistente con el hecho de agarrar y arrojar rocas de un tamaño aproximado al de una pelota de béisbol o de criquet, sucedáneos de los misiles en la guerra de mentirijillas que son estos deportes. Nuestras manos también han evolucionado para proporcionar dos tipos de agarre: el agarre de precisión y el agarre de potencia, y Richard W. Young sugiere

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que estos dos tipos de agarre evolucionaron para lanzar y para aporrear, respectivamente.25 No solo vemos a hombres jóvenes lanzando cosas en canchas y campos de deporte, sino también agarrando bates y palos en de­ portes como el béisbol, el criquet, el hockey o el curling. En varios deportes en los que se usa una raqueta parecen combinarse las habilidades de lanzar y aporrear. Las comparaciones entre la mano del chimpancé y la de los primeros homininos sugieren una adaptación cada vez mayor de los homininos para lanzar cosas, aunque, como hemos visto, la mano del chimpancé puede ser una comparación engañosa, ya que probablemente se adaptó a la lo­ comoción apoyándose en los nudillos después de separarse del ancestro común con los humanos. No obstante, el esqueleto sorprendentemente completo de 3,3 millones de años de antigüedad de un Australopithecus afarensis recientemente encontrado en Dikika, Etiopía, tiene los dedos curva­ dos como los de un chimpancé, aparentemente adaptados para agarrarse a las ramas. La parte inferior del cuerpo de esta joven australopitecina está adaptada para la locomoción bípeda, pero la parte superior es en muchos aspectos todavía simiesca.26 No sabemos si lanzaba cosas. No es que la capacidad de lanzar empezase desde cero, ya que los pri­ mates actuales también pueden lanzar cosas, aunque no con la precisión y la potencia con que podemos hacerlo los humanos modernos. Los monos capuchinos de América Central y del Sur pueden lanzar piedras tanto a objetos en movimiento como estacionarios y tienen algo parecido tanto al agarre de precisión como al de potencia para lanzarlos. En un estudio que se hizo de su habilidad, demostraron tener bastante precisión lanzando piedras a un cubo que contenía mantequilla de cacahuete o almíbar, y la recompensa a la precisión del lanzamiento era la oportunidad que tenían de lamer la piedra después de lanzarla. Casi siempre lanzaban por encima del hombro y aproximadamente la mitad de las veces adoptando una pos­ tura erecta. Las hembras eran igual de precisas que los machos, aunque ambos eran menos competentes que los humanos que participaron en el estudio.27 Los chimpancés también arrojan objetos, por ejemplo ramas, como forma de autodefensa. Compórtense correctamente al visitar un zoo; co­ mo escribió Charles Darwin: "He comprobado reiteradamente que un

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chimpancé arrojará cualquier objeto que tenga a mano a cualquier persona que le falte al respeto."28 Tengan también cuidado si visitan el Cabo de Buena Esperanza, porque como también menciona Darwin, había un ba­ buino allí que no solo arrojaba proyectiles a la gente, sino que también pre­ paraba unas bolas hechas de barro para tenerlas a mano en todo momento. Ese babuino ya habrá muerto, con toda probabilidad, pero puede que haya dejado esta costumbre como legado a sus descendientes. Cuando se mos­ tró al bonobo Kanzi, nuestro invitado del capítulo 3, la forma de fabricar lascas de piedra, no adoptó el estilo utilizado por los homininos de hace dos millones de años de golpear una piedra con otra, sino que lanzaba las piedras contra una superficie dura para que las lascas se formasen al im­ pactar con ella.29 Estos grandes simios no lanzan con la precisión y la potencia de un jugador de béisbol o de criquet, pero su habilidad y su pro­ pensión a arrojar cosas sugieren que la posterior emergencia del lanza­ miento en los homininos tuvo una plataforma en la que apoyarse. Paul Bingham ha sostenido que una de las características que han re­ forzado la cohesión social en los humanos ha sido la capacidad de matar a distancia.30 Las sociedades humanas pueden, por tanto, librarse de los disidentes internos, o de las amenazas procedentes del exterior, con una amenaza de daño relativamente pequeña para el asesino. Sin embargo, los disidentes o la banda rival pueden a su vez recurrir a tácticas similares, y de este modo comienza una carrera armamentista que ha seguido hasta hoy. Esta carrera empezó, probablemente, con el lanzamiento de rocas, y siguió con las hachas, las lanzas, los boomerangs, los arcos y las flechas, las pistolas, los cohetes, las bombas y los misiles nucleares, por no men­ cionar los insultos. Estos son los hitos del progreso humano. La gente está siempre dispuesta a volver a lanzar cosas para expresar su agresividad, y así las multitudes airadas en los lugares problemáticos del mundo lanzan piedras, rocas o botellas a aquellos a quienes odian. El hecho de tirar pie­ dras parece incluso haberse infiltrado en el estáblishment literario. George Bemard Shaw expresó su desagrado por William Shakespeare del siguien­ te modo: Con la única excepción de Homero, no hay escritor eminente, ni si­ quiera Sir Walter Scott, a quien yo desprecie tan profundamente

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como a Shakespeare, cuando comparo mi mente con la suya. [...] Sería un auténtico alivio para mí poder enterrarlo en el suelo y arro­ jarle piedras.31

Tanto si fue el hecho de lanzar como si no lo que preservó el bipedalismo en una existencia cada vez más terrestre, sí es evidente al menos que el bi­ pedalismo libera a las manos para una acción intencional y potencialmente especializada. Nos permite utilizar las manos para algo más que simple­ mente para tirar cosas por todas partes. Además, nuestro legado de pri­ mates significa que nuestras manos y brazos están en buena medida bajo control intencional, y crean un nuevo potencial para operar en el mundo en vez de adaptarse pasivamente a él. Una vez liberados del deber loco­ motor, nuestras manos y brazos están también libres para moverse en el espacio cuatridimensional, lo que las convierte en sistemas señalizadores idóneos para crear y mandar mensajes. Shaw podría haber considerado la posibilidad de gesticular para expresar su desprecio -un gesto hecho con el dedo medio podría haber sido tan efectivo como lanzar piedras, suponiendo naturalmente que Shakespeare hubiera entendido su signifi­ cado. Efectivamente, podríamos estar tentados a suponer que el bipeda­ lismo fue impulsado por la emergencia del propio lenguaje, especialmente si el lenguaje evolucionó a partir de los gestos manuales, como he soste­ nido en el capítulo 4. Sin embargo, hay pocas cosas más en el registro fósil que sugieran que se produjo algún avance sustancial hacia la mente hu­ mana durante los primeros cuatro o cinco millones de años que siguieron a la separación de la línea de los grandes simios. Pese a la liberación de las manos, nuestros ancestros primitivos parecen haber sido algo lentos en fa­ bricar herramientas -algo que en su momento se consideró como una de las señas de identidad de la humanidad. Puede que utilizaran ramas o pie­ dras como instrumentos improvisados, tal como hacen los chimpancés mo­ dernos, pero hay muy pocas pruebas de una sistemática construcción de herramientas hasta mucho después de la separación de chimpancés y bonobos. Su bipedalismo, además, era todavía torpe e ineficiente. Conserva­ ban algunas características arbóreas, con unos brazos largos y unas piernas relativamente cortas, y sus cerebros eran más pequeños o no mayores que

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los de los modernos chimpancés. Solamente durante el Pleistoceno empe­ zamos a ver signos tangibles de cambio, y una marcha firme hacia la hu­ manidad.

El Pleistoceno Hacia el final del Plioceno, que se inició hace 5,3 millones de años, la tierra experimentó un enfriamiento global y después, durante el Pleistoceno, se sucedieron una serie de catastróficas edades de hielo. El Pleistoceno se fe­ chó en su momento hace 1,81 millones de años, pero según una votación más reciente se sitúa desde hace 2.588.000 años hasta hace 12.000 años.32 El Pleistoceno también marca un cambio desde un entorno en gran parte boscoso hasta una sabana más abierta, forzando nuevas adaptaciones hacia una existencia más terrestre que arbórea. La adaptación al Pleisto­ ceno dio origen a un nuevo género, llamado Homo, con características bas­ tante diferentes de las de los anteriores australopitecinos. Los primeros miembros del género fueron Homo habilis y Homo rudolfensis, aunque se ha sugerido que estas especies no llegaron realmente a alcanzar características humanas y que deberían clasificarse todavía como australopitecinos.33 Otro hominino, de nombre Australopithecus sediba, ha sido descubierto recientemente en Sudáfrica, fechado hace aproximada­ mente 1,9 millones de años y puede que haya sido una especie de transi­ ción entre Australopithecus y Homo.34 Homo ergaster, que surgió hace poco más de 1,8 millones de años, pertenece claramente al género, como tam­ bién la variante asiática Homo erectus. Otras variantes posteriores son Homo antecesor, Homo heidelbergensis, Homo neanderthalensis (neandertales),35 y fi­ nalmente el intrépido superviviente Homo sapiens. Las características que identifican a Homo como fugitivo del simio y creciente portador de atribu­ tos que nos gusta calificar de humanos, probablemente tiene mucho que ver con las condiciones y los peligros concretos del Pleistoceno. Una característica especialmente peligrosa de la sabana era la presen­ cia de grandes carnívoros, cuyo número alcanzó su punto máximo al co­ mienzo del Pleistoceno. Entre estos había al menos doce especies de tigres con dientes de sable y nueve especies de hiena.36Nuestros enclenques an­

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tepasados se habían podido refugiar anteriormente de estos peligrosos de­ predadores en áreas más boscosas y probablemente adentrándose en los cursos de agua, pero estas formas de protección eran relativamente escasas en la sabana. Los homininos no solo tenían que evitar ser cazados por estos asesinos profesionales fuertes, veloces y provistos de unos afilados colmi­ llos y garras, sino que también tenían que competir con ellos para obtener recursos alimenticios. Considérese, pues, lo difícil que era la situación de nuestros antepa­ sados, cada vez más obligados a competir en la sabana con unos felinos asesinos. Podríamos preguntamos por qué no evolucionamos para com­ petir directamente con estos peligrosos depredadores en su propio terreno, siendo más rápidos y fuertes y desarrollando una mayor habilidad para matar, como recomienda el rey en la obra de Shakespeare Enrique V: Imitad entonces la acción del tigre; poned en tensión vuestros ner­ vios, haced llamamiento a vuestra sangre, disimulad el noble carác­ ter bajo una máscara de furia y de rasgos crueles; así pues, dotad a vuestros ojos de una terrible mirada; que vigilen a través de las tro­ neras de la cabeza como cañones de bronce; que las cejas los domi­ nen tan tremendamente como una roca minada domina y aplasta a su corroída base socavada por el océano salvaje y devastador. Vamos, ¡enseñad los dientes y abrid de par en par las ventanas de vuestras narices! ¡Contened vuestro aliento y elevad vuestro espíritu a la mayor altura!

Pero nuestros antepasados estaban escasamente preadaptados para la competición física directa con los tigres. Procedentes de entornos arbola­ dos, los primeros homininos no estaban preparados para la fuerza excesiva o para la agresión. Tampoco lo estaban para la velocidad; de lo contrario, una estrategia alternativa podría haber sido el desarrollo evolutivo de formas más efi­ cientes de escapar de la predación, emulando no tanto la acción del tigre como la elegancia saltarina del antílope. El bipedalismo facultativo de los primeros australopitecinos dio paso al bipedalismo obligatorio, con una zancada más larga y imas extremidades mejor adaptadas para correr. Pero

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esto era apenas suficiente para escapar de un león hambriento, y parece más una especialización para la resistencia en la carrera, lo que tal vez les permitiría competir con otros carroñeros del Pleistoceno e incluso perse­ guir a determinadas presas mamíferas hasta el agotamiento de estas a causa del calor.37 Pero nuestros antepasados no estaban tampoco hechos para el vuelo, y sus peludos brazos y sus pesados cuerpos habrían reque­ rido profundas modificaciones antes de poder levantar el vuelo para es­ capar de un mastodonte. El vuelo, cuando finalmente surgió en nuestra especie, llegó mucho más tarde, en parte, me alegra constatarlo, gracias a los esfuerzos de un neozelandés.38 La solución parece haber sido basarse en la inteligencia social y en el desarrollo de la cooperación. Darwin lo decía así: La poca fuerza y la escasa velocidad del hombre, su necesidad de armas naturales, etc., están más que compensadas, primero, por sus capacidades intelectuales, gracias a las cuales pudo construir sus propias armas e instrumentos, etc., permaneciendo sin embargo en un estado bárbaro, y segundo, gracias a sus cualidades sociales, que le llevaron a dar y a recibir la ayuda de sus congéneres.39

Sara Blaffer Hrdy ha dicho que los lazos sociales surgieron primero en el contexto de la cría de los hijos.40 Subraya que los grandes simios detestan permitir que otros toquen a sus crías durante los primeros meses de vida, mientras que las madres humanas son más confiadas y permiten que otros cojan y alimenten a sus hijos. Esto es evidente no solo en las guarderías, sino también en las familias extensas propias de muchas culturas del mundo. Entre los maoríes de Nueva Zelanda, por ejemplo, la enseñanza y la socialización iniciales se basan en una gran unidad conocida como whanau, el clan familiar formado por hijos, padres, abuelos, primos, tíos, tías y a menudo otros parientes. El conocimiento del whanau es recursivo y se remonta a varias generaciones. El estrecho contacto entre los niños pequeños y otros individuos ade­ más de la madre no solo habría mejorado la supervivencia, sino que tam­ bién habría alentado el espíritu cooperativo que más tarde habría permitido a estos antepasados de los humanos confiar a otros sus propios hijos. Una

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espiral de confianza y cuidados mutuos se extendería, por consiguiente, a lo largo de las generaciones. La exposición de los niños a una variedad de personas también habría promovido la teoría de la mente y habría ense­ ñado a los niños a evaluar las intenciones de otros para saber en quién po­ dían confiar. Hrdy sostiene que estas características son anteriores a la expansión del cerebro, más abajo discutida, y puede incluso haber esta­ blecido las condiciones iniciales que favorecieron el incremento del tamaño cerebral, y la evolución de características como el aprendizaje social, la en­ señanza y el propio lenguaje. Los homininos, por consiguiente, se basaron en su herencia de prima­ tes de inteligencia y estructura social más que en atributos físicos como la fuerza o la velocidad.41Esto es lo que se ha calificado como tercera vía, con­ sistente en la evolución de lo que se ha llamado el 'nicho cognitivo,'42 un modo de vida basado en la cohesión social, la cooperación y la planificación eficiente. Se trataba de la supervivencia de los más listos. De todos modos es poco probable que la inteligencia humana pueda explicarse simplemente en función de la respuesta a desafíos ecológicos. Nuestros antepasados del Pleistoceno parecían haber superado las ame­ nazas planteadas por el inhóspito entorno, pero luego descubrieron una nueva amenaza: ellos mismos. Parafraseando un influyente trabajo ante­ rior de Nicholas K. Humphrey,43Richard D. Alexander escribe que "el ver­ dadero reto en el entorno humano a lo largo de la historia que afectó a la evolución del intelecto no fue el clima, la escasez de alimento, los parásitos o ni siquiera los depredadores. Fue más bien la necesidad de tratar conti­ nuamente con nuestros congéneres humanos en unas circunstancias so­ ciales cada vez más complejas e impredecibles a medida que el linaje humano iba evolucionando."44 Los humanos hemos demostrado ser tan expertos matándonos unos a otros como matando depredadores no huma­ nos; mucho más expertos, en realidad, si consideramos la extraordinaria gama de armas letales que hemos inventado. No obstante, la adaptación exitosa tiene que haber dependido tanto de la cooperación como de la com­ petición, llevando a lo que ha sido calificado de "selección social galo­ pante." Nuestras vidas dependen de un equilibrio sutil entre compartir y codiciar, o si se quiere, entre socialismo izquierdista e individualismo de­ rechista.

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Richard Wrangham ha sugerido que el secreto de la evolución hominina se inició en el uso controlado del fuego, que les proporcionó valor y protección frente a los depredadores hostiles. Hace aproximadamente dos millones de años, cree Wrangham, el Homo erectus empezó también a cocinar tubérculos, incrementando enormemente su digestibilidad y valor nutritivo. Estoy seguro de que el lector reconocerá que las patatas cocidas son mucho más agradables que las crudas. Otras especies pueden haberse visto en desventaja por carecer de herramientas para desenterrar tubérculos o por desconocer la manera de cocinarlos. Los alimentos co­ cidos son más blandos, lo que lleva a las bocas más pequeñas, a las man­ díbulas más débiles y al sistema digestivo más corto que distingue a Homo de los homininos primitivos y de otros simios. Cocinar también llevó a la división del trabajo entre los sexos: las mujeres recogían los tu­ bérculos y los cocinaban, mientras que los hombres cazaban. Al mismo tiempo, estos roles complementarios intensificaron los vínculos de pa­ reja, de modo que los hombres tenían asegurado algo para comer en caso de que la expedición de caza no consiguiese aportar algo de carne para acompañar a las verduras.45 ¿Es posible que los vínculos sociales evolucionasen en tomo a la ho­ guera del campamento, junto a una barbacoa de carne y verduras y con­ tando historias con gestos? Es un escenario atractivo, pero sigue siendo especulativo en ausencia de pruebas del uso del fuego en un momento temprano del Pleistoceno. La primera evidencia convincente tiene una an­ tigüedad de unos 800.000 años.46 Examinemos ahora algunas de las pruebas tangibles de que la marcha del simio al humano empezó realmente en el Pleistoceno. Empiezo con el órgano del que (y con el que) pensamos que proporciona los atributos sub­ yacentes a nuestro singularmente recursivo modo de conciencia.

El cerebro El hombre, gracias a su cerebro grande y selecto, ha ocupado la tierra, y las ratas, los ratones de campo, las chinches de la cama, ciertos gu­ sanos, lombrices, ácaros, garrapatas, piojos, pulgas, etcétera, han se­

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guido al hombre y puede decirse que, en cierto modo, han reconocido a este cerebro grande y selecto y han unido su destino al suyo. Gustav Eckstein, Everyday Miracle

Ya he sugerido en capítulos anteriores que funciones como la del lenguaje, con el enorme vocabulario de palabras y los conceptos subyacentes, y como la memoria episódica, con su depósito de episodios individuales, presentaba nuevas exigencias de almacenamiento neural, y puede haber sido la causa impulsora del espectacular incremento de tamaño cerebral que tuvo lugar durante el Pleistoceno. También la recursión tuvo que haber contribuido a presionar en esta dirección, ya que requiere una es­ tructura jerárquica, una memoria a corto plazo mejorada y programación secuencial. Pero antes de congratulamos por el tamaño de nuestra cabezota, ne­ cesitamos introducir una nota de humildad. Es posible que alguien haya pensado que nosotros los humanos tenemos el cerebro más grande de todo el reino animal, dado que nos consideramos a la cabeza de la jerarquía te­ rrestre por lo que respecta a inteligencia, pero la verdad es que hemos de reconocer que estamos por detrás del elefante y de la ballena, cuyo cerebro es más de cuatro veces mayor que el nuestro. El cerebro humano tiene aproximadamente el mismo tamaño que el de un delfín. Afortunadamente, el tamaño absoluto del cerebro no es muy revelador de la inteligencia de su propietario. Los animales grandes necesitan un cerebro grande simple­ mente para controlar un cuerpo grande y gestionar toda la información que le llega de la gran superficie del animal.47 Un índice más revelador, por tanto, puede ser la proporción del tamaño del cerebro respecto al ta­ maño del cuerpo. En este sentido salimos mejor parados que los elefantes y las ballenas, y también que nuestros primos simiescos. El peso de nuestro cerebro equi­ vale aproximadamente a un 2,1 por ciento de nuestro peso corporal, mien­ tras que los del chimpancé y el bonobo son de un 0,61 por ciento y de un 0,69 por ciento respectivamente. El del gorila está en un 0,64 por ciento y el del orangután en un 0,55 por ciento. Las cifras correspondientes al delfín mular (o nariz de botella), al elefante asiático y a la ballena asesina (orea) son del 0,94 por ciento, 0,15 por ciento y 0,094 por ciento respectivamente,

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por lo que tendríamos que ser capaces de superar intelectualmente a todas estas criaturas, ya que no podemos derrotarlas en un combate cuerpo a cuerpo. Lamentablemente, el ratón sale mejor parado que nosotros, con una cifra de un 3,2 por ciento, pero supongo que podemos derrotar en combate a esta pequeña criatura, si no podemos ser más listos que ella. Pero en las aves más pequeñas la proporción puede llegar a ser del 8 por ciento. Naturalmente, los cuerpos de estas aves son muy ligeros, lo que sin duda contribuye a disparar la cifra, pero parece que tienen la fea cos­ tumbre de contradecir todos los medios con los que tratamos de probar la superioridad humana.48 Otro problema es que, en igualdad de condiciones, los animales pe­ queños tienen un ratio tamaño cerebral/tamaño corporal mayor que el de los animales más grandes, por lo que el ratio en bruto puede que no sea un buen índice. Un enfoque más sofisticado es utilizar una técnica esta­ dística denominada regresión lineal para tratar de predecir el tamaño cere­ bral a partir del tamaño corporal. De este modo, Harry J. Jerison ideó un índice al que denominó cociente de encefalización (EQ) que contribuye a res­ tablecer una distancia conveniente entre los humanos y otras especies.49 Este cociente resulta ser 7,4416 en los humanos, seguido por un 5,305 en los delfines y un 2,4865 en los chimpancés.50 Los elefantes aportan un co­ ciente de 1,8717, y las ratas un mísero cociente de 0,4029. El ratón se ve fe­ lizmente reducido a un cociente de aproximadamente 0,5 por ciento, por lo que podemos dejar de preocupamos en este sentido. Este concepto del cociente de encefalización sirve también para quitamos de encima la preo­ cupación por el reto que parecían representar las aves, aunque la compa­ ración con ellas es difícil debido a que en su caso se utiliza una fórmula de regresión algo diferente. Menos mal que nuestros grandes cerebros nos han proporcionado formas sofisticadas de medir tamaños que demuestran que nuestros cerebros son los más grandes. Puede que en alguna parte haya criaturas que estén activamente buscando fórmulas que demuestren que ellas, después de todo, son las que van en cabeza. Algunos expertos insisten en que el mejor índice de la inteligencia es el tamaño del neocórtex y no el del cerebro en su conjunto. El neocórtex es la capa exterior del cerebro y la que ha surgido más recientemente en el curso de la evolución, y también alberga las funciones que nos gusta cali­

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ficar de intelectuales. Centrarse en el neocórtex tiene la ventaja de que así nos libramos definitivamente de las aves, ya que ellas no tienen neocórtex. Robin Dunbar sostiene que la inteligencia es estimulada por la interacción social, de modo que cuanto mayor es un grupo social, mayor es la necesi­ dad de un neocórtex ampliado, simplemente para poder hacer frente a las presiones sociales. Dunbar también puso de manifiesto que lo que él llama ratio neocortical, es decir, la proporción del tamaño del neocórtex con res­ pecto al resto del cerebro, aumenta en función del tamaño del grupo so­ cial.51Los humanos tenemos el ratio neocortical más grande (4,1), seguido de cerca por el del chimpancé (3,2). Los gorilas tienen un ratio de 2,65, los orangutanes de 2,99 y los gibones de 2,08. De acuerdo con la ecuación que relaciona el tamaño del grupo social con el ratio neocortical, los humanos tendríamos que pertenecer a grupos de unas 148 personas (persona más persona menos). Esto es razonablemente consistente con el tamaño esti­ mado de las primitivas aldeas neolíticas. Por supuesto, la ciudad moderna complica un poco las cosas, pero si usted calcula el número de personas con las que más o menos se relaciona, la cifra de 148 no parece tan alejada de la realidad. El registro fósil pone de manifiesto que el tamaño cerebral perma­ neció bastante estático en los homininos durante unos cuatro millones de años después de su separación de los simios. Australopithecus afarensis, por ejemplo, cuyo representante más famoso es conocido hoy en día con el nombre de Lucy,52 se remonta a unos 3,5 millones de años atrás, y tenía un tamaño cerebral de unos 433 cc, ligeramente superior al del chim­ pancé (unos 393 cc), pero menor que el del gorila (465 cc).53 Fue la emer­ gencia del género Homo lo que marcó el cambio. Homo habilis y Homo rudolfensis eran todavía torpemente bípedos pero el tamaño de sus cere­ bros estaba entre los 500 y los 750 cc, un pequeño incremento respecto al de los primeros homininos. Homo ergaster surgió hace algo más de 1,8 millones de años, y hace 1,2 millones de años podía alardear de tener un cerebro de unos 1.250 cc. Así, en un espacio de unos 750.000 años, el ta­ maño del cerebro se duplicó -algo bastante rápido en una escala tempo­ ral evolutiva. El tamaño del cerebro siguió creciendo a un ritmo más pausado. Pa­ rece haber alcanzado un tope, no con Homo sapiens, que surgió hace unos

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170.000 años, sino con los neandertales, cuyos restos fósiles se han encon­ trado básicamente en Europa occidental, y tan al este como Uzbekistán. Los análisis realizados del ADN de los neandertales sugieren que compar­ timos un antepasado común con ellos que vivió hace unos 700.000 años, y nuestras poblaciones ancestrales se separaron una de otra hace unos 370.000 años,54 por lo que el incremento del tamaño del cerebro puede haber seguido diferentes trayectorias. En algunos neandertales, la capaci­ dad cerebral parece haber sido tan alta como de 1.800 cc, con un promedio de unos 1.450 cc. El tamaño cerebral en nuestra propia especie, Homo sa­ piens, es algo inferior, con un promedio actual de unos 1.350 cc, pero así y todo unas tres veces mayor que el tamaño esperado de un simio igual de grande. Esto es algo sorprendente, ya que normalmente nos congratula­ mos por ser más inteligentes que los neandertales, a los que probablemente empujamos a la extinción hace alrededor de 30.000 años (como si esto fuese algo inteligente). No obstante, se cree que los neandertales tenían un cuer­ po mayor que el de los humanos actuales y cuando se calibra el tamaño cerebral respecto al corporal, los humanos podríamos estar ligeramente por delante. Como veremos más abajo, este incremento final de tamaño cerebral -la carrera hacia la cima, como si dijéramos- parece haber coinci­ dido con un avance en la invención tecnológica sobre la que había prevale­ cido anteriormente durante un millón y medio de años. Estamos empezando a aprender algunas cosas de los cambios genéti­ cos que nos dieron esas cabezas hinchadas. Un gen del que se conoce que es un regulador específico del tamaño cerebral es el ASPM, el gen asociado a la microcefalia de tipo huso anormal, y la evidencia sugiere la existencia de una fuerte selección positiva de este gen en el linaje que llevó al Homo sa­ piens.55 Efectivamente, hace unos 5.800 años parece haberse producido un barrido selectivo que sugiere que el cerebro humano todavía está experi­ mentando una rápida evolución.56Se sabe que otro gen conocido como microcefalina (MCPH6) regula también el tamaño cerebral, y una variante de este gen surgió en los humanos modernos hace, se calcula, unos 37.000 años.57 También se han identificado otros genes implicados en el control del tamaño cerebral que han experimentado unos índices acelerados de evolución de las proteínas en determinados puntos del linaje humano.58 Mis favoritos, de todos modos, son dos genes que parecen haber

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tenido como resultado un incremento del tamaño cerebral mediante una selección negativa, más que positiva, es decir, dos genes que habían estado activos y que luego fueron desactivados. Además, ambos parecen haber sido desactivados justo antes del momento en que se inició el incremento del cerebro en nuestro propio género, Homo, probablemente proporcio­ nando el impulso inicial que nos propulsó hacia la humanidad. Uno de ellos es un gen que codifica una enzima que produce un ácido que inhibe el crecimiento del cerebro. Este ácido brilla por su ausencia en los fósiles de Neandertal y en los humanos actuales, pero está presente en otros pri­ mates -aunque regulado a la baja en los chimpancés. Se ha calculado que el gen fue desactivado hace 2,8 millones de años.59 El otro gen codifica la cadena pesada de la miosina (MYH16) responsable de los fuertes músculos masticadores en la mayoría de primates, incluidos los chimpancés y los gorilas, así como en los primeros homininos. Se calcula que este gen fue desactivado hace 2,4 millones de años, y se ha especulado que la consigu­ iente contracción de los músculos de la mandíbula y de su base ósea es­ tructural eliminó otra de las limitaciones al crecimiento del cerebro.60Este cambio puede haber marcado una modificación de la dieta desde unos vegetales duros a una carne tierna, o puede que estuviese relacionado con el uso cada vez mayor de las manos respecto a las mandíbulas para proce­ sar el alimento.61 Las conclusiones acerca de los papeles desempeñados por estos dos últimos genes en la determinación del tamaño y la forma del cerebro humano son por supuesto especulativas, y muy polémicas,62pero resulta sin embargo interesante constatar que podemos deber en parte nuestra humanidad a la pérdida de información genética. Antes de su de­ sactivación, estos genes parecen haber formado parte de una conspiración celestial para evitar que unas criaturas terrestres se volvieran demasiado inteligentes. La idea según la cual nuestra humanidad puede haber de­ pendido en parte de la reducción de unos genes activos contradice la idea intuitiva de que la mente humana evolucionó gracias a la acumulación de nuevos genes, como el 'gen de la gramática' propuesto por Steven Pinker.63 Podría decirse que algunos genes son como los impuestos, que retrasan el desarrollo, y que cuanto antes nos libremos de ellos, mejor.64

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¿Es solo una cuestión de tamaño? Aunque la recursión puede haber dependido en parte del mero tamaño del cerebro disponible para computación, algunas áreas son sin duda más fundamentales que otras. Una de estas áreas es el córtex prefrontal, del que se sabe que está implicado en la planificación y también en el viaje mental temporal, como vimos en el capítulo 6. Se ha dicho, además, que el aumento del tamaño cerebral en los humanos es desproporcionada­ mente grande en los lóbulos prefrontales,65aunque esto es discutible.66Un estudio más detallado de los lóbulos frontales sugiere, sin embargo, que independientemente de su tamaño global, el córtex prefrontal puede muy bien haberse reorganizado en el cerebro humano respecto al del chim­ pancé. Un área del córtex prefrontal humano es realmente menor de lo es­ perado sobre la base del tamaño general del cerebro, pero esto es así a expensas de un incremento en el número de regiones especializadas en áreas adyacentes. El polo frontal del córtex prefrontal parece haber aumen­ tado especialmente en los humanos en relación con los simios, especial­ mente en el lado derecho del cerebro. Un artículo en el que se resumen estos descubrimientos concluye que estos desarrollos tienen que ver con la evolución de la "autoconciencia, la resolución de problemas sociales, la capacidad de recordar experiencias personales y la de proyectarse uno mismo en el futuro."67 Exactamente lo que se necesitaba.68 Otra diferencia fundamental entre los humanos y otros primates está en la forma en que el cerebro humano se desarrolla desde el nacimiento a la edad adulta. Los humanos somos al parecer únicos entre los primates, e incluso entre los homininos, por el hecho de pasar por cuatro etapas de desarrollo -primera infancia, niñez, preadolescencia y adolescencia. John L. Locke y Barry Bogin sugieren que cada una de estas etapas contribuye de modo diferente a la adquisición del lenguaje -véase la figura 14.69 Du­ rante la infancia, que va desde el nacimiento a los dos años y medio, los niños avanzan desde el balbuceo a la comprensión de que las palabras y los gestos tienen un significado. Este es más o menos el nivel alcanzado por el bonobo Kanzi, aunque como ya vimos en el capítulo 9 los niños de un año de edad señalan de una forma que sugiere que comparten infor­ mación, cosa que no hacen los chimpancés. 237

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Sin embargo, es la siguiente etapa, la de la niñez, la que parece espe­ cialmente crítica para la emergencia del lenguaje gramatical y la teoría de la mente. Según Locke y Bogin, la niñez dura hasta los siete años y es ca­ racterística de los humanos. Escriben: La infancia se define por varias características del desarrollo, por ejemplo: una desaceleración y estabilización del ritmo de cre­ cimiento; una dentición inmadura; una dependencia de los adultos para obtener comida; y características comportamentales como un control motor inmaduro. El valor evolutivo de la niñez reside en la libertad de la madre para suspender el cuidado de los hijos de tres años y poder así iniciar un nuevo embarazo. De este modo se mejora la capacidad reproductiva sin aumentar el riesgo de mortalidad para la madre, su hijo y otros niños, pues en las sociedades en las que se cría cooperativamente hay disponibles otras personas que pueden cuidar de los pequeños.70

La niñez parece ser el vínculo lingüístico que falta en los grandes simios y en los primeros homininos, y esto puede explicar el hecho de que, al menos hasta ahora, los grandes simios no hayan adquirido una gramática recur­ siva. Pero también es durante esta etapa de la niñez cuando surgen la teoría de la mente, la memoria episódica y la comprensión del futuro.71La niñez es seguramente el crisol de la mente recursiva. Durante la preadolescencia, desde los 7 a los 10 años aproximada­ mente, los niños empiezan a apreciar el uso más pragmático del lenguaje y a saber cómo utilizarlo para conseguir fines sociales. La etapa final es la adolescencia, que, según sugieren Locke y Bogin, es única de nuestra es­ pecie, y que representa el pleno florecimiento de la función pragmática y social en actividades como la narración de historias, el chismorreo y las estrategias sexuales. La adolescencia también tiene un efecto característico en el habla de los chicos, dado que el aumento de la testosterona incre­ menta la longitud y la masa de los pliegues vocales, y rebaja la frecuencia de vibración. Es el momento en que, como suele decirse, 'cambia la voz'. Para los chimpancés que tienen hijos es seguramente una suerte que esta etapa del desarrollo no se dé en su especie.

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Especies Figura 14. Etapas del desarrollo en los chimpancés y en varias especies de homininos. Nó­ tese que la niñez emerge solamente en el género Homo (según Locke y Bogin 2006).

Locke y Bogin se centran en el lenguaje, pero la forma organizada como se desarrolla el cerebro explica seguramente de un modo más gene­ ral la estructura recursiva de la mente humana. La incrustación recursiva implica una estructura jerárquica y comporta un metacontrol sobre qué se incrusta en qué y cuántas capas de incrustación se forman. El desarrollo temprano puede establecer las rutinas básicas que más tarde se organi­ zarán de un modo recursivo.

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Migraciones Aunque los miembros de nuestro género que eventualmente evolucio­ naron hacia el Homo sapiens permanecieron en África, hubo evidentemente migraciones tanto dentro como fuera de África. Las pautas migratorias pueden marcar un paso más hacia la humanidad. Estas migraciones no fueron acontecimientos estacionales repetidos, como en muchos animales, las aves por ejemplo, sino algo seguramente planificado que comportaba el transporte de recursos y la adaptación a nuevos entornos. En vez de via­ jar entre un lugar y otro en función de la estación, los homininos migrantes tendían a desplazarse a nuevos lugares y luego, en vez de regresar al punto de partida, se desplazaban a otro lugar.72 Restos del género Homo se han encontrado en Asia, donde la especie se conoce generalmente como Homo erectus. La especie casi equivalente a esta y conocida como Homo ergaster permaneció en África, pero el incre­ mento del tamaño cerebral en Asia parece haber sido más rápido que en África.73 Por lo tanto, el cerebro más grande y la zancada propia de Homo puede que estén asociados con su ansia por conocer mundo. Sin embargo, la idea según la cual Homo ergaster simplemente salió de África para con­ vertirse en erectus en Asia se ha visto complicada después del descubri­ miento de una variabilidad morfológica y geográfica tanto en África como en Asia. Hace 1,7 millones de años había más bien diferentes especies de Homo en áreas tan alejadas entre sí como el sur de África, el África ecuato­ rial del este, Rusia y Java, y los yacimientos de herramientas de piedra en­ contrados sugieren que había poblaciones de Homo en Israel, Pakistán y el norte de China. Esto indica que los homininos pueden haberse distribuido ampliamente por las praderas de Asia y África en fechas tan tempranas como hace tres o tres millones y medio de años, en un momento en que los desiertos sahariano y arábigo no existían como barreras migratorias, y que tal vez evolucionaron de forma independiente adquiriendo características tipo Homo.74Y sin embargo nuestra propia especie, Homo sapiens, fue al prin­ cipio más hogareña, emergiendo en África hace 170.000 años. Más tarde, sin embargo, fue Homo sapiens el que abandonó África para poblar -sobrepoblar, podríamos decir- el globo. Pero esta historia la con­ taremos en el próximo capítulo. 240

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Figura 15. Ubicación conocida o inferida del género Homo hace unos 1,7 millones de años. Los círculos representan radios de unos 1.500 kilómetros. Los círculos oscuros representan poblaciones conocidas y los círculos claros lugares en los que elaboraban herramientas de piedra (según Dennell y Roebroeks 2005).

Herramientas Otra propiedad que en su momento se creyó que podía distinguir a los humanos de otros primates es la fabricación de herramientas. Ahora sabe­ mos que los chimpancés elaboran herramientas sencillas. Por ejemplo, uti­ lizan palos preparados para cazar termitas en sus nidos,75 y construyen lanzas que introducen en los troncos huecos de los árboles para extraer gálagos y comérselos.76 Los chimpancés del Parque Nacional de Laongo, en Gabón, utilizan grupos de herramientas que comprenden hasta cinco tipos diferentes de palos y cortezas para extraer miel de las colmenas.77Al­ gunas de sus herramientas son compuestas; usan piedras o palos como martillos para cascar nueces sobre yunques de piedra o madera,78o espon­

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jas hechas comprimiendo varias capas de hojas en forma de masa ab­ sorbente, que usan para extraer agua de los agujeros en los troncos de los árboles.79 Estas actividades parecen implicar alguna combinación de ele­ mentos, pero todavía tienen muy poco de la complejidad recursiva de la manufactura humana. En una revisión de las pruebas a favor de la manu­ factura de herramientas, Benjamín B. Beck escribe: "Incuestionablemente, el hombre [sic] es el único animal que hasta la fecha ha sido observado uti­ lizando una herramienta para construir otra herramienta,"80 y yo no conozco ningún caso que contradiga esta afirmación. En resumen, nosotros los humanos -tanto los hombres como las mujeres, si no le importa a Beckmanufacturamos objetos recursivamente, y es en buena medida debido a nuestra comprensión recursiva de la manufactura que hemos contaminado la tierra con ciudades inmensas, por no mencionar el abrazo de la telaraña de Internet. De todos modos, los avances en la fabricación de herramientas fueron lentos. Hay pocas cosas que sugieran que los primeros homininos fuesen más hábiles fabricando o utilizando herramientas de lo que lo son los ac­ tuales chimpancés, pese a ser bípedos, y no fue realmente hasta la emer­ gencia del género Homo que la fabricación de herramientas se volvió más sofisticada. La innovación más temprana parece haber sido la de las herra­ mientas de piedra, con suficientes rasgos de diseño para sugerir una plani­ ficación y tal vez el comienzo del viaje temporal en el tiempo. Las primeras de estas herramientas son de hace 2,5 millones de años, y están provi­ sionalmente asociadas con H. rudolfensis.81 Estas herramientas, cuchillos y raederas muy toscos constituyen lo que se conoce como industria oldowense. Una industria algo más sofisticada, la industria acheulense, data de hace 1,6 millones de años en África,82 con hachas de mano y bifacies. En un momento dado se pensó que estas herramientas manufacturadas eran la marca distintiva de la humanidad, lo que nos distinguía de otras especies, pero la investigación más reciente ha sugerido que otras especies pueden construir herramientas de una complejidad similar. Como vimos en el capítulo 6, puede que los campeones sean los cuervos de Nueva Caledonia que manufacturan herramientas con hojas de pandano, que tienen la forma precisa para extraer larvas.83 Esta herramientas parecen estar al mismo nivel que las construidas por el Homo erectus.

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La industria acheulense permaneció bastante estática durante 1,5 millones de años, y parece haber persistido al menos en un yacimiento hu­ mano que data de hace solo 125.000 años.84 Sin embargo, en algunos yacimientos se produjo una aceleración de la innovación tecnológica desde hace aproximadamente 300.000 o 400.000 años, cuando la industria acheulense dio paso a la más versátil tecnología levalloisense. Empezaron a aparecer herramientas hechas con combinación de elementos, como hachas, cuchillos y rascadores con mangos o empuñaduras, y lanzas con puntas de piedra. John F. Hoffecker ve los orígenes de la recursión en estas herramientas combinatorias,85 que estaban asociadas con nuestros ante­ pasados, y también con los neandertales, que evolucionaron separadamente desde hace unos 700.000 años.86Un ejemplo temprano correspondiente a los neandertales es el descubrimiento en unas minas de carbón en Schoningen, Alemania, de unas sofisticadas lanzas de madera que datan de hace 400.000 años. Estaban asociadas con los restos fósiles de unos caballos,87y sugieren la existencia de una tecnología de caza avanzada.88Los homininos que vivían en este yacimiento eran neandertales (o predecesores suyos), no predecesores del Homo sapiens. Las herramientas, por supuesto, son importantes para la historia hu­ mana, pero no hay pruebas de que fuesen decisivas para la creación de la mente humana. Hay elementos recursivos evidentemente presentes en herramientas de hace aproximadamente medio millón de años, pero un mundo auténticamente manufacturado no surgió realmente hasta la apari­ ción del Homo sapiens y varía mucho entre diferentes culturas. Mi conjetura es que el pensamiento recursivo evolucionó probablemente en la inte­ racción y la comunicación social antes de que se hiciese evidente en las creaciones materiales de nuestros antepasados. La recursividad y generatividad de la tecnología y de artefactos tan modernos como las matemáti­ cas, los ordenadores, las máquinas, las ciudades, el arte y la música deben probablemente su origen a las complejidades de la interacción social y de la narración de historias, más que a la construcción de herramientas. Me extenderé más sobre la tecnología en el capítulo 12.

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Humanos al fin Se considera generalmente que la especie Homo sapiens que emergió hace unos 170.000 años era 'anatómicamente moderna' -humana al fin. Era una especie con un cerebro grande equipado con la inteligencia y la compren­ sión social de los humanos modernos. Si pudiéramos coger un niño de aquella época y educarlo en un hogar occidental moderno se adaptaría igual de bien que una persona nacida hoy a las exigencias de la vida moderna, y podría ser un corredor de bolsa, una bailarina, un profesor universitario o un vendedor de coches usados. El Pleistoceno había for­ mado gradualmente modos de pensamiento recursivos que hacían posible una teoría de la mente y un viaje mental temporal complejos, así como la transmisión de recuerdos, planes e historias para mejorar tanto a la socie­ dad como al individuo. Pero tal vez este escenario no es del todo correcto. La evolución hu­ mana iba a pasar por otra fase que iba a transformar la sociedad y a crear las enormes complejidades de la civilización. Es discutible si esto comportó un cambio biológico, pero fue suficiente para ver la extinción de esta otra especie de cerebro grande, los neandertales. En otras palabras, .Homo sa­ piens se había vuelto humano, pero aún no se había vuelto moderno, con todas las ventajas y los peligros que esto implica. Para explicarlo, necesitamos otro capítulo.

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12

Devenir modernos Una de las pocas cosas buenas que tienen los tiempos modernos es que si mueres de forma horrible en la televisión, tu muerte no habrá sido en vano. Nos habrás entretenido. Kurt Vonnegut, Coid Turkey (2004)

H

omo sapiens emergió en África hacia la mitad del período co­ nocido como la Edad de Piedra Media, que empezó hace apro­ ximadamente 300.000 años y que terminó hace 50.000. Puede que los primeros sapiens fuesen anatómicamente modernos, pero en tér­ minos de cultura y tecnología no eran probablemente muy distinguibles de otros miembros de cerebro grande del género Homo. Entre estos desta­ can los neandertales, que se extinguieron en Europa hace unos 30.000 años, aparentemente eclipsados por la llegada, unos 20.000 años antes, de nues­ tra propia y depredadora especie.1No sabemos, naturalmente, qué hubie­ ran podido llegar a hacer los neandertales de haber sobrevivido, pero el Homo sapiens alcanzó una sofisticación tecnológica y cultural aparente­ mente inigualada por nuestros desventurados primos hermanos neander­ tales. Para ver los orígenes de este florecimiento que nos gusta calificar de modernidad, hemos de dirigir la mirada a África, la cuna de nuestra es­ pecie. El conocimiento de los diferentes linajes de Homo sapiens se ha conse­ guido con estudios del ADN mitocondrial, una forma de ADN que pasa de generación en generación por línea femenina, es decir, de madres a

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hijas. A diferencia del ADN nuclear, el mitocondrial no está implicado en los procesos de recombinación que se dan en la reproducción eucariótica. Los cambios en el ADN mitocondrial se producen solo por mutación, lo que nos permite rastrear nuestra ascendencia por la línea femenina incon­ taminada, es decir, sin interferencias de la línea masculina. Los análisis del ADN mitocondrial han identificado cuatro linajes en África anteriores al éxodo de algunos miembros de la especie hace unos 60.000 años.2 Estos li­ najes, conocidos como haplogrupos, han sido imaginativamente etiquetados como LO, Ll, L2 y L3. Actualmente existen rutinas que nos permiten cal­ cular el tamaño de las poblaciones de diferentes linajes y seguirles la pista en el tiempo. Estos linajes, junto con otros dos, M y N, que se han encon­ trado fuera de África, parecen haberse ramificado tal como se muestra en la figura 16.

---------------------------------------------------------- LO _____

______________________________ L1 ____

_________________________ L2 ____

____________________ L3 ------------------------------------------ M ------------------------------ N

Figura 16. Ramificación de los primeros linajes (haplogrupos) de Homo sapiens (según Atkinson, Gray y Drummond 2009).

Se calcula que la población del primer linaje, LO, se expandió en un período comprendido entre hace 200.000 y 100.000 años. Este linaje incluía posiblemente el hipotético individuo conocido como 'la Eva mitocondriar, la madre de todos nosotros.3 Entre los descendientes actuales del linaje están los khoisán del sudoeste de África, hablantes de los lenguajes click que tan bien supo explotar la cantante Miriam Makeba. Los linajes LO y Ll existen en frecuencias superiores a los demás linajes entre los cazadores-

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8 0 ,0 0 0 -6 0 ,0 0 0 B.P.

Figura 17. Movimientos de linajes hum anos en África hace entre 80.000 y 60.000 años 2006b).

(según Mellare

recolectores actuales, que de este modo ofrecen una especie de ventana desde la que es posible observar la historia primitiva del Homo sapiens.

Memorias de África El linaje L3 tiene un interés especial, porque se expandió rápidamente en tamaño hace entre 60.000 y 80.000 años, y parece haber sido la plataforma de lanzamiento de la emigración desde África que acabaría poblando todo el globo. De los dos linajes no africanos que son los descendientes de L3, el linaje M se calcula que salió de África hace entre 53.000 y 69.000 años, y el linaje N entre 50.000 y 64.000 años.4

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¿Por qué L3 se expandió tan rápidamente y salió de África? Una su­ gerencia que se ha avanzado es que L3 obtuvo alguna ventaja cultural res­ pecto a los otros linajes, tal vez por medio de la invención de una tecnología superior, y que esto les dotó de los medios para poder emigrar con éxito. Paul Mellars sugiere que el éxodo africano fue precedido por varios avances en la fabricación de herramientas, incluidas las tecnologías de nuevos cuchillos de piedra, el uso de pieles de animales, los implementos con mango y diversos ornamentos.5 Algunas de las mejoras en la fabri­ cación de herramientas pueden atribuirse al uso del fuego para aumentar las propiedades del sílex para hacer lascas, que en la costa sur de África se conocía ya hace aproximadamente 72.000 años. El uso del fuego para coci­ nar, y tal vez para calentarse y para protegerse, se remonta probablemente a hace aproximadamente 800.000 años,7 pero su uso en el desarrollo tec­ nológico sugiere una mayor inventiva y una superior capacidad cognitiva. En unas excavaciones en la cueva de Biombos en la costa del Cabo en Sudáfrica, Christopher S. Henshilwood ha desenterrado unas barras de ocre con dibujos abstractos tallados, y collares de conchas usados como ornamentos personales.8 Estos y otros artefactos de la cueva de Biombos y otros yacimientos cercanos de Sudáfrica son en cierto modo parecidos a artefactos europeos muy posteriores, y es posible que representen tec­ nologías exportadas por L3.9 De eso no se sigue necesariamente que los miembros de L3 fuesen bio­ lógicamente más avanzados que sus primos hermanos africanos, y es po­ sible que el éxodo lo determinase el cambio climático más que una supe­ rioridad técnica de L3 sobre los demás haplogrupos que permanecieron en África. Durante la última edad de hielo, hubo una serie de rápidos cam­ bios climáticos conocidos como eventos de Heinrich. Uno de estos eventos, el H9, parece haber tenido lugar en la época en que se produjo el éxodo y se caracterizó por un descenso de la temperatura y una pérdida de vege­ tación, que hizo que grandes partes del norte, el este y el oeste de África fuesen inhóspitas para la ocupación humana. Pudo también haber ido acompañado por un descenso en el nivel de los océanos que creó un puen­ te de Tierra en el Levante. Así que abandonaron África, sin duda en busca de unos prados más verdes. El éxodo parece haberse producido por la costa del Mar Rojo, a través

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del puente de tierra y luego rodeando las costas meridionales de Asia y el sudeste de Asia, hasta llegar a Nueva Guinea y a Australia hace unos 45.000 años. Mellars constata similitudes en los artefactos a lo largo de la ruta hasta puntos tan lejanos como la India, pero observa que la tecnología parece haber declinado al este de la India, especialmente en Australia y Nueva Guinea. Esto podría atribuirse, sugiere, a la falta de materiales ade­ cuados, a la necesaria adaptación a un entorno más costero que requería unas tecnologías diferentes, y a una serie de fluctuaciones aleatorias (de­ riva cultural). Una semejanza notable, sin embargo, es la presencia de ocre rojo tanto en África como en los primeros restos humanos encontrados en Australia.11 El ocre lo utilizaban probablemente para pintarse el cuerpo con una finalidad ritual y tal vez para pintar otras superficies.12 Todavía no está del todo claro, sin embargo, de qué modo la disper­ sión llegó a Europa. Una posibilidad es que una dispersión independiente saliese de África subiendo por el valle del Nilo, pero Mellars sugiere que fue la única migración meridional la que finalmente se escindió, con un brazo dirigiéndose a Nueva Guinea y Australia, y otro yendo hacia el norte por Arabia o Irán para llegar a Europa y a Oriente Próximo hace 40.000 o 45.000 años.13 Se sugiere habitualmente que la racha relativamente súbita de manu­ factura y comportamiento simbólico de la Edad de Piedra media, y tal vez también el éxodo desde África, señalaron la emergencia del lenguaje. En el capítulo 2 vimos la idea de Chomsky según la cual el lenguaje apareció gracias a una mutación fortuita en un solo individuo, al que Chomsky llama Prometeo. Timothy Crow ha concedido a Prometeo el honor de ser el iniciador de nuestra especie, con todas las características que nos dis­ tinguen de los otros homininos.14 Como vimos en el capítulo 4, otros han sugerido que la mutación crítica que nos dio el lenguaje se produjo incluso más tarde, tal vez en fecha tan reciente como hace 50.000 años, y esto a su vez habría llevado al surgimiento de una tecnología sofisticada. John F. Hoffecker escribe: La habilidad tecnológica del humano moderno parece ser una parte integral de un paquete más amplio de comportamiento ('moder­ nidad comportamental') que se desarrolló en el contexto de la Edad

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de Piedra media africana hace más de 50.000 años. La tecnología hu­ mana moderna presenta muchas de las características, especialmente la creatividad y la complejidad estructural, del arte, la música, el or­ namento y otras formas de simbolismo (incluido por implicación el

lenguaje sintáctico), que son elementos de la modernidad comportamental. Los humanos modernos, al salir de Africa, se adaptaron rápidamente a tina serie más amplia de hábitats diseñados durante la Edad de Piedra media tardía africana o creados en respuesta a las condiciones locales.15

Pero ¿era eso reajmente lenguaje? En el capítulo 4 sostuve que el lenguaje evolucionó primero como un sistema de gestos manuales y que pasó gra­ dualmente mediante los gestos faciales al habla articulada. Según este punto de vista, el propio lenguaje habría evolucionado mucho antes de la emergencia del sapiens, un producto del Pleistoceno más que un producto específico de nuestra propia especie. Puede ser significativo que los lenguajes click estén asociados con los descendientes de LO y que sean residuos del lenguaje prevocal. Los sonidos click o chasquidos consonánticos se hacen enteramente en la boca, y algunos lenguajes tienen hasta 48 clicks.16Los clicks, por tanto, pueden haber proporcionado suficiente varie­ dad como para acarrear una forma de lenguaje anterior a la incorporación de la vocalización. Dos de los muchos grupos africanos actuales que hacen un uso extenso de los sonidos click son los hadzabe y los san, separados geográficamente unos 2.000 kilómetros, y la evidencia genética sugiere que el antepasado común más reciente de estos grupos es de hace unos 100.000 años.17 Mi conjetura es que los gestos y tal vez los clicks dieron lugar a un lenguaje más efectivo de sonidos en algún momento anterior al éxodo desde África. En realidad, algunos de los fonemas que utilizamos nosotros, los representados por letras como /k/, /p/ y /t/ no son sonoras y puede que sean vestigios de chasquidos consonánticos anteriores. La incorpo­ ración de la sonorización puede haber comportado una mutación del gen FOXP2, pero como he explicado en el capítulo 4 no sabemos con certeza cuándo se produjo exactamente la mutación más reciente, o si fue una mu­ tación realmente crítica para la evolución del habla. Alternativamente, el

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cambio al habla vocal puede haber sido una invención cultural adoptada debido a sus ventajas prácticas sobre las formas manuales de comuni­ cación.18 Y por supuesto, todavía gesticulamos cuando hablamos,19 y los niños aprenden fácilmente lenguajes de signos en los que se impide el habla. Pero no tenemos que mover los brazos de un lado a otro para comu­ nicamos eficazmente, como demuestran la existencia de la radio y la ubicuidad de los teléfonos móviles. La emergencia del habla, por consi­ guiente, puede haber liberado a las manos del uso obligatorio de gestos manuales para comunicarse. Tal vez esta recién descubierta libertad mejoró el transporte, de modo que la mano pudo utilizarse más fácilmente para acarrear pertenencias en las migraciones desde África, o en buscar regiones más acogedoras en África. Las manos también podrían haberse liberado para un uso y una manufactura de instrumentos más eficaces. Al mismo tiempo, el habla pudo haberse utilizado para explicar técnicas de fabricación, como ilustran por ejemplo los programas de cocina que dan por televisión. En resumen, mi sugerencia es que la emergencia de la mo­ dernidad y el florecimiento de la manufactura y de los otros aderezos de los humanos modernos, se originaron no con el lenguaje sino con la emer­ gencia del habla.20 El registro africano anterior al éxodo sugiere ciertamente los comien­ zos de la modernidad, aunque el desarrollo de la tecnología y de la com­ plejidad cultural parece relativamente escaso comparado con lo que iba a llegar con el Paleolítico Superior o la Edad de Piedra tardía, que normal­ mente se sitúa en el período comprendido entre hace 40.000 y hace 12.000 años.

El Paleolítico Superior Esta segunda oleada de innovación fue más pronunciada en Europa y en el oeste de Asia y empezó aproximadamente cuando el Homo sapiens llegó allí. El Paleolítico Superior representó 30.000 años de un cambio casi cons­ tante que culminó en un nivel de modernidad equivalente al de muchos pueblos indígenas actuales. Entre los avances tecnológicos destacan la

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elaboración de prendas de vestir, las embarcaciones, los refugios climatizados, los depósitos subterráneos refrigerados, el arco y las flechas. En una región del sudoeste de Alemania se han encontrado unas elegantes flautas de hueso y marfil de unos 40.000 años de antigüedad,21que dan a entender que ya se formaban grupos musicales por aquel entonces, si bien aún no organizaban conciertos de rock. Fibras de lino de hace 30.000 años han sido también encontradas en una cueva en Georgia, y fueron probable­ mente utilizadas para forrar la empuñadura de hachas y lanzas, y tal vez para hacer tela, y la presencia de pelo sugiere también que lo utilizaban como hilo para coser pieles de animales.22 Las personas que vivieron en este período mezclaron compuestos químicos, construyeron hornos para cocer cerámica y domesticaron a otras especies. Las herramientas de piedra datan de hace más de dos millones de años, pero permanecieron sin ape­ nas cambios hasta el Paleolítico Superior, cuando se desarrollaron hasta incluir herramientas de corte más sofisticadas, así como buriles e instru­ mentos para moler. También se fabricaron herramientas con otros mate­ riales, como hueso y marfil, por ejemplo agujas, punzones, taladros y anzuelos.23 La vanidad parece haberse desarrollado aún más durante el Paleo­ lítico Superior, pues la gente empezó a decorarse no solo con ocre, sino también con ristras de cuentas, tatuajes y otras formas de ornamentación personal. El arte se volvió más sofisticado, como demuestran las pinturas rupestres de animales encontradas en varias regiones de Europa, especial­ mente en Francia y España. La más espectacular es la cueva de Chauvet en el sudeste de Francia, con pinturas muy realistas de caballos, bisontes, ciervos, rinocerontes y leones de las cavernas. Las estatuillas de hace más de 30.000 años encontradas en Alemania representan la primera aparición de la escultura. La más antigua de las conocidas es una representación sexualmente explícita de una mujer, tallada hace 35.000 años y recientemente descubierta en una cueva en el sur de Alemania. Esta notable escultura muestra unos rasgos sexuales exagerados, como unos pechos enormes, una vulva grande y explícita y un vientre y unos muslos hinchados; la esta­ tuilla no tiene cabeza, y en su lugar hay un anillo grabado, lo que da a en­ tender que fue utilizada seguramente como colgante.24Esta es una prueba muy antigua, podríamos pensar con algo de cinismo, del cuerpo de la

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Figura 18. Estatuilla femenina hallada en la cueva de Hohle Fels, en el sudoeste de Ale­ mania. (Reimpreso con permiso de Macmillan Publishers Ltd: Nature, Conard 2009.)

mujer tratado como un objeto sexual, pero un hueso tallado en forma de falo erecto de aproximadamente la misma época, hallado en el sudoeste de Francia, restablece en cierto modo el equilibrio. Paul Mellars escribe que uno de sus estudiantes sugirió que este y otros objetos fálicos podrían haber sido juguetes femeninos.25 Pero el hecho más dramático del Paleolítico Superior fue la extinción de los neandertales, que vivían desde hacía tiempo en Europa y el oeste de Asia antes de que el Homo sapiens, en forma de humanos de Cromagnon, llegase hace unos 45.000 años. No sabemos si los cromagnon simplemente se adaptaron mejor a la ecología de la región o si exterminaron a los nean­ dertales de una forma más directa, aunque el historial humano de guerras y genocidios más bien sugiere lo peor. Es muy posible que los humanos acabasen con los neandertales de la misma forma en que acabaron con co­ munidades enteras de su propia especie, como los aborígenes de Tasmania. El genocidio ha sido una intensificación por desgracia muy frecuente del

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conflicto intertribal. Darwin incluso sugirió que este tipo de conflicto ha contribuido de forma notable a la evolución biológica: La selección natural derivada de la competencia entre tribus [...] habría sido suficiente, dadas las condiciones apropiadas, para elevar al hombre a su actual posición superior en la escala orgánica.27

¡Hum! Pero el Paleolítico superior no mejoró solo la capacidad de matar. Para algunos, fue el Paleolítico Superior, y no la Edad de Piedra media, la que marcó la transición a la modernidad, con sus aspectos tanto positivos como negativos. Los desarrollos ocurridos en esta época han sido considerados como una "revolución humana/28una auténtica discontinuidad en la evolu­ ción de la humanidad. El antropólogo Richard G. Klein, por ejemplo, opina que la disparidad entre los artefactos del Paleolítico Superior y anteriores desarrollos en África, como los de la cueva de Biombos más arriba descritos, son tantos que por fuerza tuvo que haberse producido alguna mutación genética.29 Solo en el Paleolítico Superior, opina Klein, emergimos como auténticos humanos modernos, tanto biológica como culturalmente. De nuevo, por tanto, estamos ante una apelación súbita y fortuita como clave de la singularidad humana -una segunda llegada de Prometeo, tal vez. Pero la aparente disparidad entre los desarrollos de la Edad de Piedra media y los del Paleolítico Superior probablemente dependieron más de la demografía que de un cambio genético. Un factor importante puede haber sido el incremento geográficamente local en los tamaños de las subpoblaciones, lo que habría intensificado la competición por los re­ cursos y habría impulsado una organización social más compleja. Hemos visto más arriba que el haplogrupo L3 experimentó una expansión desde hace 60.000 años a hace 80.000 años aproximadamente que incrementó la complejidad tecnológica y cultural y dio lugar a la emigración desde África. Las migraciones a nuevos territorios habrían incrementado por ellas mismas la presión a favor de la invención de nuevas tecnologías, in­ cluidas las necesarias para adaptarse a los cambios climáticos y en la dis­ posición de recursos. La migración puede producir en sí misma un rápido cambio en el tamaño de una población cuando los emigrantes se instalan

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Devenir modernos

en un mismo territorio e intensifican aún más la presión a favor de la inno­ vación cultural. Se ha calculado que la densidad de la población humana en Europa aumentó rápidamente desde la primera llegada de los Cromagnon, y hace aproximadamente 45.000 años habría alcanzado la misma densidad de población que la que tenía el África subsahariana hace aproxi­ madamente 100.000 años.30 No está del todo claro, sin embargo, por qué se produjo un vacío en el surgimiento de rasgos 'modernos' entre hace 70.000 años en África y su surgimiento hace 40.000 años en Europa. Tal vez las personas que estaban efectivamente emigrando tuvieron menos oportunidades para innovar o tal vez los artefactos que nos dejaron están más repartidos y son menos fáciles de encontrar. Y la despoblación pudo tener un efecto inverso, ha­ ciendo que la gente llevase unas vidas más sencillas y tal vez incluso más felices. La emigración de África, por consiguiente, podría haber reducido el tamaño de la población, tanto entre los que se quedaron en África como entre los grupos que se dispersaron por las costas del sudeste de Asia y por Nueva Guinea y Australia, y por el norte por Europa. Pero las pobla­ ciones pudieron haberse acumulado en diferentes puntos, lo que explicaría el surgimiento de nuevas tecnologías. Otro factor tiene que haber sido la catastrófica erupción del volcán Toba en Sumatra hace unos 70.000 años, que sumergió al mundo en lo que ha sido calificado de 'invierno volcánico' o de 'mini edad de hielo', que duró varios miles de años y que probable­ mente redujo la población humana del mundo a unas 10.000 personas.31 Hemos de confiar que el actual calentamiento global del planeta no pro­ duzca un efecto similar -y por supuesto otra erupción calamitosa podría tener lugar en cualquier momento.32 La condición humana, en cualquier caso, es de una extraordinaria variabilidad tanto en el espacio como en el tiempo y está más gobernada por la ecología que por la fisiología.

Más allá de la Edad de Piedra Durante la edad de piedra, los humanos eran cazadores-recolectores. Em­ pezando probablemente hace 13.000 años, al final de la última edad de

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Michael C. Corballis/La mente recursiva

hielo, la diversificación aumentó notablemente. La gente empezó a domes­ ticar animales y plantas silvestres. Una de las cunas de la domesticación fue el Creciente Fértil, así llamado por la fertilidad de su suelo y su forma de media luna. Corresponde básicamente a los actuales Irak, Siria, Líbano, Israel, Kuwait, Jordania, sudeste de Turquía y sudoeste de Irán. Otras áreas de la domesticación fueron China, Mesoamérica y lo que ahora es el sudes­ te de Estados Unidos, y cada una de estas regiones, a su vez, desarrolló diferentes tecnologías agrícolas e industriales. Otras áreas del mundo, como partes de África, Nueva Guinea y Australia siguieron con su existen­ cia de cazadores-recolectores. El libro de Jared Diamond Armas, gérmenes y acero atribuye las grandes diferencias entre pueblos a las exigencias de la historia y la geografía. La diversidad es probablemente exacerbada, sin embargo, por la ten­ dencia de los grupos, o las tribus, a crear activamente particularidades. La cohesión intragrupal se consigue en parte creando diferencias intergrupales que excluyan a outsiders y a gorrones. Los lenguajes, por ejemplo, evolucionan hasta el punto de ser mutuamente inaccesibles, y en el capí­ tulo 4 he sugerido que una de las funciones del lenguaje, especialmente en la forma del habla, es la de crear unas fortalezas sociales impenetrables. Los vínculos personales afectivos que se establecen dentro de estas forta­ lezas, y la separación de las fortalezas entre sí, crean aún más diversidad. Las personas de diferentes lugares del mundo también desarrollan diferen­ tes hábitos y habilidades. La cultura es tanto un mecanismo para intensi­ ficar la cohesión como un mecanismo para la divergencia intercultural mantenida mediante instituciones como la religión, el lenguaje y las cos­ tumbres, ya se basen estas en la caza y la recolección, en la agricultura, la industria o el comercio. O en el deporte. Uno de los retos de cambiar de un país a otro que comparta con él incluso una herencia cultural reciente es el de comprender y disfrutar de las obsesiones deportivas locales, ya sea el hockey sobre hielo en Canadá, el béisbol en Estados Unidos o las Reglas Australianas, que son una forma de fútbol, creo. Y no todas las na­ ciones, me dicen, comparten la obsesión de Nueva Zelanda por el rugby. La diversidad cultural es especialmente evidente en tecnología, que también proporciona unos magníficos ejemplos de la naturaleza recursiva del empeño humano, con unos inventos maravillosos que van desde la

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Devenir modernos

combustión interna a Internet, de los ferrocarriles a los cohetes, de los lásers a los ordenadores portátiles, de los monóculos a los iPods. El econo­ mista W. Brian Arthur subraya que la invención tecnológica consiste en ensamblajes y subensamblajes combinados de una forma recursiva. Esta es su descripción de un turborreactor: Un turborreactor tiene un ensamblaje principal que consiste en un sistema de entrada de aire, un sistema compresor (para comprimir el aire inducido para la combustión), un sistema de combustión (para suministrar un flujo de gas de alta energía a la turbina), un sis­ tema de turbina (para hacer funcionar al compresor y proporcionar fuerza reactiva) y una sección de escape. Cada uno de estos sistemas, a su vez, es controlado, alimentado y monitorizado por otros sub­ sistemas: el sistema compresor requiere un sistema para accionar un álabe (para ajustar los ángulos del álabe a la velocidad de circulación del aire), y un sistema de antisustentación para controlar las pérdi­ das de presión (la tendencia del aire comprimido a volver hacia atrás); el sistema de turbina requiere un sistema de refrigeración de las paletas, y un complicado conjunto de mortajas y precintos para prevenir las pérdidas de gas a alta presión.33

Y por supuesto, el turborreactor es solo una parte de un ensamblaje más complejo: el propio avión a reacción. Podríamos sentimos tentados a ver esta intrincada tecnología como el mayor logro de la mente recursiva, que crea un conjunto ilimitado de posibilidades mecánicas Es como si la mente se hubiese derramado sobre la tierra para controlarla. En su naturaleza recombinatoriamente recursiva, la tecnología es como el lenguaje, y de hecho, el propio lenguaje puede ser considerado como una solución tecnológica al problema de la comuni­ cación. Pero, a diferencia del lenguaje, la tecnología no es universal. Algu­ nas culturas explotan la tecnología hasta el punto de sofocar la vida en el planeta, y otras preservan tecnologías relativamente primitivas de la Edad de Piedra. Y lo que es más importante, la tecnología no es tanto el logro de una mente humana individual, sino el producto acumulativo de la cul­ tura durante muchas generaciones. El gran científico británico Sir Isaac

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Newton escribió: "Si he logrado ver más lejos que otros, ha sido porque he subido a hombros de gigantes."34 La mayoría de nosotros no tenemos ni idea de cómo construir un jumbo o un televisor. Estas cosas han surgido gracias a los avances de trinquete de la cultura.35 Nos hemos adaptado a ellas, pero esto no es probablemente más sofisticado que la forma en que los aborígenes australianos se adaptaron a las sutiles pistas que les per­ mitían localizar animales o encontrar e identificar plantas comestibles. La diversidad no excluye el reconocimiento mutuo de la humanidad subyacente. Daniel Everett, en el tiempo que pasó entre los pirahá en Bra­ sil, conoció una cultura tan remota de la propia como era posible encontrar. Su lenguaje, religión y modo de vida eran absolutamente diferentes de cualquier cosa que hubiese experimentado previamente en Estados Unidos, y sin embargo, finalmente aprendió su lenguaje, aunque no llegó a adoptar su religión. También entabló amistades duraderas. Jared Dia­ mond, que es americano, estableció unos vínculos similares con nativos de Nueva Guinea, donde trabajó durante un tiempo. El mismo explica la amistad que entabló con Yali, un político local. Aunque los colonialistas blancos de Nueva Guinea consideraban a los nativos como unos seres 'primitivos', a Diamond le resultaba evidente que eran al menos tan inte­ ligentes como los europeos, y en Yali en particular Diamond reconoció a un intelecto que él consideraba superior al suyo. Yali le hizo una pregunta a Diamond: "¿Por qué vosotros, los blancos, habéis desarrollado tanta carga y la habéis traído a Nueva Guinea, mientras que nosotros, las per­ sonas de raza negra, tenemos tan pocas cargas propias?"36 Las enormes diferencias existentes entre las personas de Nueva Gui­ nea y las de las sociedades modernas de Europa, América del Norte y Australasia no pueden sino reforzar mi creencia en que la esencia de la humanidad no está en las cosas que hacemos, sino en la forma en que pen­ samos. La comprensión recursiva que tenemos unos de otros, y nuestra habilidad recursiva para contar historias, ya sean ficticias o autobiográfi­ cas, es lo que realmente nos distingue de otras especies y lo que nos alinea con nuestros congéneres humanos, sea cual sea su raza o su cultura.

258

13

Pensamientos a modo de conclusión Era un día frío y luminoso del mes de abril, y los relojes marcaban las trece horas George Orwell, 1984

sí empezó Orwell su famosa novela. Trece es un número her­ mosamente armonioso. Es posible encajar doce esferas de igual tamaño alrededor de una esfera central, lo que da trece esferas en total, y ahora es el momento de volver a esta esfera central. Pero mi mente recursiva piensa saber lo que el lector está probablemente pen­ sando: el capítulo 13 del libro de Darwin The Descent of Man trata de las aves,1y la treceava carta del Tarot es la Muerte. Charles Darwin escribe:

A

La diferencia en cuanto a mente entre el hombre y los animales superiores, por grande que sea, es de grado y no absoluta. Hemos visto que los sentidos y las intuiciones, las distintas emociones y fa­ cultades, como el amor, la memoria, la atención, la curiosidad, la imitación, la razón, etc. de las que hace gala el hombre, pueden en­ contrarse de una forma incipiente, y a veces de una forma bastante desarrollada, en los animales inferiores.2

En este libro he tratado de argumentar que la recursión es la clave de esta diferencia por lo que respecta a la mente, y que es el elemento subya­ 259

Michael C. Corballis/ La mente recursiva

cente a características tan singularmente humanas como el lenguaje, la teoría de la mente y el viaje mental temporal. No es tanto una nueva fa­ cultad, sin embargo, cuanto una extensión de otras facultades ya exis­ tentes. Los animales se comunican, pero en el curso de la evolución humana se añadieron unos principios recursivos que nos permiten cons­ truir y entender un número ilimitado de posibles mensajes. Los animales pueden tener cierta conciencia del estado mental de otros animales, pero el principio recursivo amplía esto hasta el hecho de que uno puede saber lo que otros saben que uno sabe, lo cual hace posible una mayor empatia y cooperación. También introduce nuevas oportunidades para el engaño y la explotación, lo que lleva a la teoría de la mente a unos niveles más pro­ fundos de recursión y a la intriga maquiavélica. Los animales tienen memo­ ria, pero nuestros antepasados introdujeron un principio recursivo que les permitió insertar episodios del pasado en la conciencia presente y generar episodios futuros potenciales. La generación de episodios llevó también a la narración de historias y a la ficción. En este libro he sugerido que el prin­ cipio recursivo evolucionó en estas facetas de la vida social permitiendo a nuestros antepasados establecer vínculos afectivos y compartir información dentro de los grupos sociales, pero también haciéndoles competir y entre­ garse a una auténtica escalada de formas de conflicto entre grupos. He sostenido que fueron las condiciones especiales del Pleistoceno las que promovieron estas extensiones mentales de base recursiva. Nuestros predecesores primates se habían adaptado a unos entornos boscosos y a la relativa seguridad del dosel forestal. De hecho, todavía ostentamos al­ gunos de los atributos corporales de esta adaptación, como unos brazos largos y unas manos capaces de aferrar, y una articulación del hombro que nos permite girar agarrados de una barra horizontal -o de una rama. Y a los más acaudalados les resulta más agradable poder vivir en los frondosos barrios residenciales que en la jungla urbana. Los retos que la sabana abierta y peligrosa planteaba a una especie que se había adaptado a un en­ torno boscoso forzó a nuestros antepasados homininos a entrar en un 'nicho cognitivo' dependiente del apoyo mutuo y de la comunicación, y de la atención a la microestructura de la interacción y el comportamiento humano. Aunque la recursión fue fundamental para la evolución de la mente

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Pensamientos a modo de conclusión

humana, sostuve en el capítulo 1 que no es un 'módulo', el nombre dado a unas unidades concretas funcionales innatas, muchas de las cuales evolu­ cionaron, al parecer, durante el Pleistoceno. Tampoco dependió de una mutación específica o de un tipo especial de neurona, o de la súbita apari­ ción de una nueva estructura cerebral. Más bien, la recursión probable­ mente evolucionó mediante incrementos graduales en la memoria a corto plazo y en la capacidad para la organización jerárquica. Estas, a su vez, dependieron probablemente del tamaño del cerebro, que aumentó de un modo gradual, pero rápido, durante el Pleistoceno. Pero los cambios graduales pueden llevar a un salto súbito más sustancial, como cuando el agua hierve o un globo revienta. En matemáticas, estos cambios bruscos reciben el nombre de catástrofes,3por lo que seguramente podemos concluir que la emergencia de la mente humana fue ciertamente catastrófica. El salto a la recursión lo ilustra seguramente muy bien la capacidad humana para contar. Muchos animales son capaces de contar, al menos en el sentido de ser capaces de distinguir entre diferentes números de objetos, o de poner etiquetas a diferentes números de objetos. Como ya he dicho en el capítulo 3, el loro Alex, el difunto compañero de Irene Pepperberg, sabía contar hasta seis utilizando las etiquetas sonoras del 'uno' al 'seis' para enumerar diferentes objetos independientemente de sus identidades. Pero los humanos, al menos en las sociedades alfabetizadas, pueden contar hasta cualquier número utilizando los principios recursivos articulados en el capítulo 1. El hecho de añadir este principio produce lo que parece un salto desproporcionado hacia adelante y puede verse como una revelación. Una súbita comprensión, una experiencia tipo '¡Aha!', un fogonazo de ins­ piración, la visión fugaz de una posibilidad infinita: estos son los bloques de construcción de la mente humana. Y sin embargo derivan de unos cam­ bios increméntales. Se sugiere a veces que la tecnología es la clave de la evolución hu­ mana.4Por supuesto, las maravillas de la tecnología moderna parecen ser las marcas más características de la humanidad sobre el planeta. Ninguna otra especie ha transformado hasta tal punto el entorno físico, casi hasta la autodestrucción. La tecnología recursiva fue ciertamente fundamental en la evolución de la modernidad, y por supuesto de la postmodemidad, pero no es realmente un universal humano. Varía enormemente entre

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Michael C. Corballis/La mente recursiva

diferentes pueblos del planeta -algunas culturas han conservado en gran parte un estilo de vida de cazadores-recolectores, con unas tecnologías relativamente poco desarrolladas, pero son, de todos modos, perfecta­ mente modernos por lo que respecta al lenguaje y a la inteligencia social. Esto sugiere que la tecnología fue una aplicación relativamente tardía de principios recursivos, y no de tipo obligatorio. El lenguaje, en cambio, es un universal humano, y sospecho que la teoría de la mente y el viaje men­ tal temporal también lo son.5 He argumentado en este libro que la extensión de los principios re­ cursivos a la manufactura y a la tecnología fue en gran parte posible me­ diante los cambios ocurridos en la forma de comunicamos. El lenguaje evolucionó inicialmente para que fuera posible compartir información episódica y social, y al principio dependió de la mímica, porque se utiliza­ ban movimientos corporales para transmitir significado. Mediante la convencionalización, la comunicación devino menos mimética y más abs­ tracta. Con el tiempo se retiró hacia la cara y finalmente hacia la boca, cuando los miembros del género Homo conquistaron el control voluntario de la sonorización y el tracto vocal, y la capacidad recursiva de crear signi­ ficados infinitos mediante la combinación de sonidos articulados. Esto fue un ejercicio de miniaturización que liberó al resto del cuerpo, así como principios recursivos, para la manipulación del entorno físico. Fue esta liberación de recursos corporales, creo yo, lo que apuntaló el desarrollo de la tecnología, la aplicación acumulativa de principios recursivos a la construcción material. Aunque las combinaciones simples de elementos estaban establecidas mucho antes de la emergencia del Homo sapiens en forma de lanzas y hachas de mano multielemento, la tec­ nología auténticamente recursiva apareció mucho más tarde y fue mucho más evidente en unas sociedades que en otras. De este modo, la tecnología no fue la fuerza impulsora de la recursión, sino más bien un descubri­ miento tardío del poder de la recursión en la manufactura. Pero una vez introducidos los principios recursivos en la invención tecnológica, su poder fue inmenso. W. Brian Arthur calcula que las jerarquías en la tecno­ logía moderna pueden tener cinco o seis capas de profundidad6 -y en el capítulo 8 cité la opinión de Robin Dunbar según la cual una profundidad de unos cinco niveles es lo que se necesita para encontrar a Dios.7

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Pensamientos a modo de conclusión

El cambio de la mano a la boca fue tal vez el primero de una serie de cambios en el modo de comunicación que tuvo una influencia muy signi­ ficativa en los asuntos humanos. La posterior invención de la escritura mejoró enormemente el almacenamiento, la acumulación y el uso conjunto del conocimiento. Una biblioteca siempre contendrá mucha más informa­ ción de la que puede contener un cerebro humano. El lenguaje escrito tam­ bién llevó a las matemáticas, a formas de expresar relaciones complejas que a su vez llevaron a unos cálculos más avanzados, y a más tecnología. La invención del teléfono, la radio, la televisión e Internet son dispositivos comunicativos con un impacto obvio en la creación de una sociedad global. Google permite un acceso ilimitado al conocimiento con unos cuantos clics del ratón, hasta el punto de que las bibliotecas -y probablemente la propia mente humana- se ven amenazadas de redundancia. Las complejidades del mundo moderno no son por supuesto el pro­ ducto de unas mentes individuales. Son, más bien, unos productos acu­ mulativos de la cultura. La mayoría de nosotros no tiene la menor idea de cómo funciona realmente un turborreactor, un ordenador o simplemente una bombilla.8 Todos estamos encaramados a hombros de gigantes. La combinación de principios recursivos y cultura acumulativa es efectiva­ mente muy poderosa. Así, el mero chismorreo ha evolucionado hasta convertirse en una serie aparentemente ilimitada de culebrones, las herra­ mientas más sencillas se han convertido en tecnologías complejas, las viviendas sencillas se han convertido en grandes ciudades, el tamborileo rítmico en melodías, y el hecho de contar en matemáticas. El último teo­ rema de Fermat, basado en la conjetura que hizo este matemático en 1637 según la cual la ecuación xM+ yM= znno tiene solución entera para n > 2, no se demostró hasta 1995. Andrew Wiles tardó varios años en elaborar la demostración, que se basaba en varios desarrollos matemáticos anteriores, cada uno de los cuales era un auténtico laberinto de complejidad recursiva, y Wiles incluso necesitó un par de artículos para presentar la demostración completa.9 Y por supuesto, no todos construimos nuestras mentes de la misma forma. Las personas pueden ser mecánicos, poetas, músicos, contables, chamanes, abogados o autores lo suficientemente insensatos como para tratar de explicar la mente humana. En la terminología de William D.

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Hamilton,10 las personas-persona tienden hacia los aspectos más sociales del pensamiento recursivo, y las personas-cosa hacia los aspectos mecáni­ cos. Pero los principios recursivos, una vez desencadenados, crean unas posibilidades que trascienden las que una sola mente humana es capaz de contener. Se dice a veces que utilizamos solamente un 10 por ciento de nues­ tros cerebros, una idea rotundamente desacreditada por el difunto Barry L. Beyerstein.11 Y sin embargo también es cierto que son muchas las proezas intelectuales que podríamos realizar si nos aplicásemos mental­ mente a ello, como quien dice. Me sabe mal no saber tocar el piano o es­ quiar,12 aunque estoy seguro de que podría hacer ambas cosas si me hubiese propuesto hacerlas a una edad más temprana. Pero supongo que simplemente no hay tiempo suficiente, o falta la motivación, o tal vez la capacidad cerebral, para que cualquier individuo desarrolle más de una fracción de las posibilidades de que dispone desde que nace. En este sen­ tido, al menos, es más fácil entender a los humanos como generalistas que como paquetes de módulos especializados. Y si yo hubiese aprendido a esquiar, usted se habría ahorrado la lectura de este libro.

Coda El alma máter de nuestra comprensión del lenguaje humano en la última parte del siglo XX ha sido Noam Chomsky, que supo ver que la naturaleza recursiva del lenguaje lo distinguía de otras formas de la comunicación animal. Chomsky también comprendió que el lenguaje dependía del pen­ samiento recursivo, de lo que él llamó lenguaje-I. Pero, para Chomsky, el lenguaje-I sigue siendo algo misterioso y poco comprendido, y estaba tan profundamente enterrado en la mente, sin referencia al mundo exterior, que no era posible que hubiese evolucionado por selección natural. Sostenía, en cambio, que había surgido de golpe y que lo había hecho, además, en un miembro de nuestra propia especie, el Homo sapiens, proba­ blemente hace menos de 100.000 años. Con este libro confío haber convencido al lector de que sabemos muchas más cosas acerca de la naturaleza del pensamiento humano de las que están incorporadas en el concepto del lenguaje-I. En este libro me he

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Pensamientos a modo de conclusión

centrado básicamente en la imaginación humana -especialmente en forma de viaje mental en el tiempo- y en la teoría de la mente. Estos procesos utilizan principios recursivos y abren la mente humana a un número infi­ nito de posibilidades. No son procesos fundamentalmente lingüísticos, como supuso Chomsky que lo eran los del lenguaje-I; fue más bien el lenguaje el que se adaptó al pensamiento y no el que le dio forma. Final­ mente, y fundamentalmente, no hay motivos para suponer que la mente recursiva evolucionase en un solo y milagroso paso, ni que haya estado confinada a nuestra propia especie. Ha sido más bien la selección natural la que la ha configurado, probablemente durante los últimos dos millones de años.

265

Notas

C a p ít u l o 1

¿Qué es la recursión?

1.

Para una discusión útil de este tema, véase Fitch (2010b), que identifica tres significados diferentes de la palabra "recursión."

2.

Littlewood 1960,40.

3.

John Barth, Lost in the Funhouse (1969).

4.

Esto es en realidad una parodia de un poema anterior del escritor del siglo XVII Jonathan Swift: Como dicen los naturalistas, una pulga tiene pulgas más pequeñas que se alimentan de ella, y estas a su vez tienen otras aún más pequeñas que las muerden, y así ad infinitum. Pero hablando de pulgas, mi poema breve favorito es el de Ogden Nash, que pasa por ser el poema más breve jamás escrito: Adam Had 'em [Adán las tenía]

5.

Por si el lector no está muy al día, constato que utilizo el signo * en vez de x para significar 'multiplicado por.'

6.

Algunos lectores conocerán seguramente la serie de Fibonacci por haber leído la novela de Dan Brown El código Da Vinci, en la que los primeros ocho dígitos de la serie proporcionan el número de una importante cuenta bancaria.

267

Michael C. Corballis/ La mente recursiva

7.

Pinker y Jackendoff 2005,203.

8.

Fitch 2010a.

9.

Pinker y Jackendoff 2005,230.

10. Un ejemplo de ello es la afirmación según la cual los estorninos pueden ana­ lizar secuencias recursivas de sonidos (Gentner et al. 2006), lo que motivó un reportaje en el New York Times del 2 de mayo de 2006 titulado: "Los es­ torninos podrían arrojar luz sobre el origen del lenguaje." En realidad hay una explicación más sencilla de lo que son capaces de hacer los estorninos en este sentido. Lo discutimos más a fondo en el capítulo 3. 11. Chomsky 1995. 12. La especie más adelantada en este sentido es probablemente un loro gris africano, que es capaz de contar hasta seis (Pepperberg, 2000). Este tipo de conteo se conoce como subitización (Kaufman et al. 1949), por oposición al conteo iterativo/recursivo que nos permite contar indefinidamente. 13. Chomsky (1988,256) ha escrito que "el lenguaje humano tiene la propiedad sumamente extraordinaria y posiblemente única de la infinitud discreta." 14. Esto es una incrustación recursiva de estados mentales en la medida en que la anticipación de Sir Toby está incrustada en la previsión de María, y el jui­ cio de Olivia está incrustado en lo que Sir Toby anticipa, y así sucesiva­ mente. 15. Que, obviamente, puede encontrarse en la Red. 16. Saki, "The hounds of fate", 1936. 17. Hennessy 1995. 18. En algunos casos, los procesos iterativos pueden conseguir el mismo efecto que los recursivos. Antes he mostrado que la recursión podía utilizarse para generar series matemáticas infinitas, como la serie de los números naturales o la sucesión de Fibonacci, pero las mismas series pueden generarse iterati­ vamente. Para generar los números naturales, por ejemplo, podemos sim­ plemente programar una instrucción como la siguiente: Define function successor [while i > 0: print i +11 Al introducir el número 1, se imprime la cadena de enteros hasta que la im­ presora se queda sin papel o hasta que alguien amablemente la apaga. Igual-

268

Notas

mente, la sucesión de Fibonacci puede generarse del siguiente modo: Define function fibonacci [while i > 1: print {(í - 1) + (i -2)}] Estas definiciones no son ellas mismas recursivas en la medida en que la función no recurre a ella misma, pero pueden operar indefinidamente si cada output es reintroducido en la función como nuevo input. 19. Un ejemplo familiar a los psicólogos es el análisis factorial. El problema es estimar las denominadas comunalidades, que son los (desconocidos) ele­ mentos diagonales en una matriz de correlación. Se empieza conjeturando cuáles podrían ser las comunalidades, se computa una solución factor, a partir de la cual se computan nuevas comunalidades. Se repite luego el pro­ ceso hasta que las comunalidades se estabilizan. En cierta ocasión, como castigo por faltar al laboratorio, fui obligado a calcular una solución a mano. Tardé horas, pero eso fue antes de que hubiera ordenadores. 20. El enfoque debe mucho al libro de Jerry Fodor de 1983 The Modularity of Mind, aunque el propio Fodor, en respuesta al libro de Pinker Cómofunciona la mente, escribió otro titulado La mente nofunciona así. Una parte de su ob­ jeción parece ser lo que califica de "la hipótesis de la modularidad masiva", la idea de que la mente es absolutamente modular, y otra parte se debe a la incorporación de los módulos a un punto de vista darwiniano de la evolu­ ción mental. Utilizo el término 'psicología evolucionaría' [evolutionary psychology] para referirme al grupo de psicólogos que adoptó los principios básicos establecidos por Barkow, Cosmides y Tooby en 1992. Otros psicólo­ gos, como yo mismo, estamos interesados en la evolución, pero no compar­ timos necesariamente todos los principios ideológicos de dicho grupo. 21. Pinker 1997,27. 22. La evolución humana durante el Pleistoceno se discute más a fondo en el capítulo 11, aunque no específicamente desde la perspectiva de los psicólo­ gos evolucionistas. 23. Uno de los principales proponentes de esta idea fue William McDougall (1908). 24. Bemard 1924. 25. Pinker 1997,315. 26. Cosmides 1985. 269

Michael C. Corballis/La mente recursiva

27. New, Cosmides, y Tooby 2007. 28. Citado en Science, 318,25 (2007). 29. Pinker 1997,315. 30. Mithen 1996. 31. Premack 2007,13.866. 32. Read 2008. No está claro si esta limitación se debe a la simple ausencia de una capacidad o si los chimpancés carecen de la habilidad concreta para al­ macenar incrustaciones. 33. En todo el libro utilizo el término 'hominino' para referirme a los humanos y a las especies bípedas ya extinguidas de nuestros ancestros, pero sin in­ cluir a los chimpancés y a otros grandes simios. Esto concuerda con el uso más habitual (por ej., Wood & Collard 1999), aunque algunos autores con­ servan el término 'homínido' para los humanos y su ascendencia, y otros incluyen a los grandes simios entre los homininos.

P r i m e r a p a r te

Lenguaje

1. Christiansen & Kirby 2003,1. C a p ít u l o 2

El lenguaje y la recursión

1.

Müller 1873.

2.

Butler 1919, b95.

3.

Chomsky 1957.

4.

Hauser, Chomsky y Fitch 2002.

5.

Karlsson 2007. No he encontrado en su artículo ningún ejemplo de tres, o tan siquiera dos, niveles de incrustación centrada.

270

Notas

6.

La ribena es una bebida refrescante a base de grosella con una alta concen­ tración de vitamina C. Durante la Segunda Guerra Mundial se fomentó su consumo debido a que las fuentes existentes de vitamina C eran escasas.

7.

Una regla de reescritura puede interpretarse como: "sustituye la expresión de la izquierda por la expresión de la derecha." Me dicen que las reglas de reescritura son actualmente consideradas por los lingüistas como una forma anticuada de poner de manifiesto la estructura de una oración, pero aquí nos resultan útiles.

8.

Chomsky 1975. Véase un resumen en Chomsky 2010, que también incluye su punto de vista sobre la evolución del lenguaje.

9.

Chomsky 2010,59.

10. Crow 2010. Véase también la nota 4 del capítulo 4. 11. Noam Chomsky, citado en Piattelli-Palmarini 1980,48. 12. La terminología de Chomsky ha cambiado -podríamos incluso decir que ha evolucionado- con los años. En sus primeras obras contraponía la estruc­ tura superficial a la estructura profunda. La estructura profunda parece haber sido sustituida por la gramática universal, y más recientemente por el lenguaje-1. Huelga decir que tales cambios van acompañados de sutiles cambios de significado. 13. Christiansen y Chater 2008. 14. La vida entre los pirahá ha demostrado ser físicamente peligrosa y lingüís­ ticamente impenetrable para un occidental. Véase el libro de Everett Don't Sleep, There are Snakes [No te duermas, que hay serpientes, 2008]. 15. Everett 2005. 16. Everett 2005, 629. 17. Everett 2005,634. 18. Véase la crítica de Nevins, Pesetsky y Rodrigues (2007) y la respuesta de Everett (2007). La cuestión puede depender de la forma como se defina la recursión. Puede que el lenguaje pirahá no tenga recursión en el sentido de incrustación de frases, pero puede que la tenga en el sentido de la operación Fusión chomskiana. En el ejemplo de My saying John intend-leaves, los sin­ tagmas My saying y intend-leaves pueden ser considerados productos de una

271

Michael C. Corballis/La mente recursiva

fusión, que a su vez se fusionan luego en una expresión que no es propia­ mente una oración por cuanto no contiene ningún verbo. 19. Karlsson 2007. 20. Evans 2003, 633. 21. Véase especialmente Evans y Levinson 2009, y Evans 2009. 22. Estas cifras están sacadas de Evans 2009. 23. Pueden verse en acción estos mismos procesos en el inglés moderno, aun­ que sin duda están limitados por la influencia unificadora de los medios de comunicación -radio, televisión, periódicos, Internet. Los jóvenes buscan formas de expresarse que los distingan de sus mayores, las bandas desarro­ llan jergas especiales y los grupos raciales desarrollan formas de hablar que no pueden atribuirse exclusivamente al hecho de tener una lengua materna diferente. El inglés afroamericano, por ejemplo, no puede atribuirse a un lenguaje indígena africano. Las mujeres desarrollan formas de hablar que se diferencian de la entonación más bronca del habla de los varones. 24. Evans 2009,46. 25. Pinker y Bloom 1990, 715. 26. Tomasello 2003,5. 27. Karlsson 2007. 28. Blatt 1957. 29. Chomsky 2010, 60.30 30. El término 'gramaticalización' se usa a menudo para referirse a procesos que se dan en lenguajes que ya poseen una gramática. Esto implica un salto desde el protolenguaje al lenguaje, que en mi opinión contiene vestigios de la teoría del 'big-bang'. Un punto de vista alternativo, que prefiero, es que el lenguaje -y la gramática- surgieron gradualmente, de modo que el con­ cepto mismo de protolenguaje carece de fundamento. En lenguajes de sig­ nos como el LSN [Lenguaje de Signos Nicaragüense] y el ABSL [Al-Sayyid Bedouin Sign Language], asistimos efectivamente a la emergencia de nue­ vos lenguajes. Para un punto de vista alternativo, véase Arbib 2009. 31. Para una exposición más detallada, véase Hopper & Traugott 2003, y Heine & Kuteva 2007.

272

Notas

32. Senghas, Kita & Ózyürek 2004. 33. Véase Kirby & Hurford 2002. 34. Stokoe, Casterlione & Croneberg 1965. 35. Aronoff et al. 2008. 36. Hockett 1960. 37. Hockett 1960,90. 38. Aronoff 2007. Aronoff está orgulloso de autocalificarse de "antidescomposicionalista", en el sentido de que se opone al punto de vista según el cual las palabras pueden descomponerse en diversas partes. Las palabras pueden efectivamente descomponerse en partes, pero Aronoff sostiene que esta no es la forma en que la gente utiliza las palabras, o piensa en ellas. La cuestión es compleja y en cierto modo técnica, y remito al lector al artículo de Aronoff para una discusión más extensa. Curiosamente, Aronoff apela a la posición 'lexicalista' descrita por Chomsky (1970) como apoyodesu puntode vista. 39.

Naturalmente, la realidades algo más compleja que esto, ya que el inglés ha evolucionado de muchas maneras y ha tomado muchos elementos pres­ tados. El sufijo -ed, por ejemplo, deriva del protogermánico.

40.

Givón 1971,413.

41.

Pinker 1994.

42. Esta frase la acuñó Marler (1991) para explicar la adquisición del canto de las aves canoras, pero Locke y Bogin (2006) la usan para explicar la adqui­ sición humana del lenguaje. 43.

Everett 2005, 622.

44. Christiansen & Chater 2008. 45. Hauser, Chomsky y Fitch 2002. 46. Véase Jackendoff 2002,204.

C a pítu lo 3

¿Tienen lenguaje los animales? 1.

Saki 1936, 122; publicado originariamente en la colección The Chronicles of

273

Michael C. Corballis/ La mente recursiva

Clovis en 1911. 2.

Jürgens 2002.

3.

Provine 2000.

4.

Goodall 1986,125.

5.

Arcadi, Robert y Boesch 1998.

6.

Schaller 1963.

7.

Slolcombe y Zuberbühler 2007.

8.

Hopkins, Taglialatela y Leavens 2007.

9.

Se considera comúnmente que los chimpancés son un buen modelo para el ancestro común que compartimos con ellos. Como veremos en el capítulo 11, esta es una noción que ha ido cambiando. Los chimpancés han cambiado probablemente tanto como nosotros los humanos desde el momento en que nos separamos de ellos hace seis o siete millones de años.

10. Snowdon 2004,132. 11. Aunque, de manera confusa, se ha dicho que los gorilas poseen la vocaliza­ ción más compleja y frecuente entre los grandes simios (Harcourt y Stewart 2007). 12. Curiosamente, hay una novela escita por el escritor neozelandés Nigel Cox, ya fallecido, titulada Tarzán Presley, en la que Elvis es criado por unos gorilas en un parque de Wairarapa, en Nueva Zelanda, antes de trasladarse a los Estados Unidos y convertirse en un cantante y en una estrella del rock. Que yo sepa, no hay gorilas fuera de los zoos en Nueva Zelanda, aunque es po­ sible que uno o dos de ellos se hayan escapado y hayan invadido algún campo de rugby. 13. Aitken 1981; Sutton, Larson y Lindeman 1974. 14. Mac Lean y Newman 1988.

15. Hihara et al. 2003. 16. Roy y Arbib 2005. 17. Jarvis 2006. 18. Knight 1998.

274

Notas

19. Dawkins y Krebs 1978. 20. O quién sabe, ¡Dios nos ampare!, el sonido de un tapón de rosca al ser desen­ roscado, ya que los tapones de corcho parecen estar desapareciendo de las botellas de vino de Australia (y de Nueva Zelanda). Creo que, en general, eso no deja de ser un progreso, pues todavía no he oído a nadie quejándose de que el vino de una botella de rosca esté picado. 21. Cheney y Seyfarth 1990. 22. Esto parece un poco difícil de cuadrar con la idea de Jarvis según la cual las llamadas aprendidas tienen más probabilidades de atraer a los depredado­ res que las llamadas innatas. 23. En este casofue la estrella de rock la que se llevó a la chica. 24. Mithen 2005. Yo no estoy muy convencido. Con muy pocas excepciones, todas las personas saben hablar, pero son muy pocas las que saben cantar. 25. Deacon 1997,225. 26. Tocando su propia trompeta, por así decir; véase http://www.reuters.com/ news/ video/videoStory?videoId=1231. 27. Kenneally 2007. 28. Pepperberg 2000. 29. Esto puede parecer un poco injusto. Sheldrake y Morgana (2003) han pro­ porcionado una explicación más detallada en una revista llamada Journal of Scientific Exploration. El lector juzgará. 30. Los chimpancés y los bonobos comparten un antepasado común con los hu­ manos hasta hace seis o siete millones de años. Los chimpancés y los bono­ bos se dividen en especies separadas hace aproximadamente dos millones de años. 31. Arcadi (2000), que en su análisis posiblemente pasa por alto los intercambios vocales entre políticos. 32. Hayes 1952. 33. Ladygina-Kohts fue probablemente la auténtica pionera del estudio del len­ guaje en los chimpancés. Empezó su trabajo en Moscú en 1913 y lo prosiguió después de la Revolución Rusa, publicando su obra principal en ruso en 1935. La traducción inglesa no apareció hasta 2002. 275

Michael C. Corballis/ La mente recursiva

34. Esto parece contradecir la idea de que las vocalizaciones de los chimpancés no pueden ser aprendidas. Pero en realidad los chimpancés emiten una va­ riedad de sonidos parecidos a los ladridos de un perro, incluidas ciertas for­ mas de jadeo, de modo que Ladygina-Kohts pudo haber confundido el sonido natural de un chimpancé con una imitación. 35. Ladygina-Kohts 2002,380. 36. La a menudo asombrosa inteligencia de los perros puede estar relacionada con la larga historia de domesticación por los humanos. 37. Kaminsky, Cali & Fischer 2004. 38. Savage-Rumbaugh, Shanker & Taylor 1998. 39. Lo observo también en mí mismo cuando estoy en Italia o en Francia, donde mi nivel de comprensión no es muy malo, pero donde tengo que esforzarme mucho para encontrar las palabras para hacer mi propia contribución a una conversación. 40. Si uno repite la palabra rest sin hacer pausa entre repeticiones, acaba com­ probando que parece estar repitiendo la palabra stress. Puede incluso trans­ mutarse aún más y convertirse en repeticiones de la palabra ester. 41. Los niños, sin embargo, pueden aprender a segregar palabras a una edad muy temprana. Hacia los doce meses de edad pueden distinguir palabras funcionales (como a, the, that, etc.) de palabras con contenido (Shi, Werker & Cutler 2006). 42. Sería interesante insertar estas tres palabras en una frase sin sentido para comprobar cómo reaccionaría Kanzi. 43. Neidle et al. 2000. 44. En su novela The Thirteen-Gun Salute [Trece salvas de honor], Patrick O'Brian supone que se trataba de un orangután. 45. Gardner & Gardner 1969. 46. Patterson 1978. 47. Eso de 'lugar-niño' parece un tanto enigmático, pero de hecho es la expre­ sión local para indicar el lugar del laboratorio donde se estudia a los niños. 48. Pinker 1994,340.

276

Notas

49. Desde entonces Kanzi ha escrito un artículo junto con sus parientes Panbanisha y Nyota (Savage-Rumbaugh et al. 2007). El verdadero autor, sin em­ bargo, es Sue Savage-Rumbaugh. 50. Miles 1990. 51. Hermán, Richards & Wolz 1984. 52. Pepperberg 1990. 53. Bickerton 1995. 54. Premack 1988. 55. Jackendoff 2002. La idea implícita en la noción de protolenguaje es que el lenguaje surgió en un solo paso a partir de este punto, una idea consistente con la llamada teoría "big-bang" de la evolución del lenguaje. La evidencia relativa a la gramaticalización, discutida en el capítulo anterior, sugieren que el lenguaje gramatical evolucionó gradualmente. En mi opinión, esto proyecta dudas sobre la noción de protolenguaje. 56. Kóhler 1925. 57. Sostener que los gestos comunicativos son una forma de resolución de pro­ blemas no equivale a negarles un papel en la evolución del lenguaje. La re­ solución de problemas puede haber efectivamente plantado las semillas para la posterior emergencia de la sintaxis. 58. Tomasello 1999. 59. Povinelli 2001. 60. Whiten, Homer y De Waal 2005. 61. Tanner y Byme 1996. 62. Tomasello et al. 1997. 63. Pollick y De Waal 2007. 64. Por lo que respecta a los gorilas, véase Pika, Liebal y Tomasello 2003; para los chimpancés, Liebal, Cali y Tomasello 2004, y para los bonobos, Pika, Liebal y Tomasello 2005. Véase también Arbib, Liebal y Pika 2008 para una dis­ cusión de estas cuestiones, especialmente en relación con el origen del lenguaje. 65. Chomsky 1966,78.

277

Michael C. Corballis/ La mente recursiva

66. Hauser, Chomsky y Fitch 2002. 67. Esta terminología puede prestarse a confusión. A mi modo de ver, la FLN, el lenguaje-I y la gramática universal se refieren esencialmente a la misma cosa. La distinción entre la FLB y la FLN me parece una forma bastante torpe de decir que el lenguaje animal y el humano se solapan en algunos aspectos pero no en otros. 68. Hauser, Chomsky y Fitch 2002,1.571. 69. ¿Por qué los estorninos? Probablemente los autores de este estudio se ins­ piraron en Enrique IV donde Shakespeare hace decir a Hotspur: "Sí, tendré un estornino al que enseñaré a hablar y decir nada más que 'Mortimer', y se lo daré para seguir alimentando su cólera." 70. Gentner et al. 2006. Este artículo fue publicado en la prestigiosa revista Nature y pronto atrajo la atención de los medios de comunicación. El experi­ mento se basaba en un experimento anterior realizado por Fitch y Hauser (2004) en el que unos tamarinos habían demostrado no ser capaces de dis­ criminar secuencias incrustadas. Los autores no decían que la prueba tu­ viese nada que ver con la recursión como tal, sino que comparaban la habilidad de los animales para distinguir una gramática de estado finito (pares repetidos) de una gramática con estructura de frase (pares incrusta­ dos), pero parecen aceptar que la gramática con estructura de frase podía analizarse comparando series de elementos sucesivos. En mi opinión, esto banaliza de algún modo su estudio, aunque destacan un aspecto técnico. 71. Véase, por ejemplo, Thompson 1969. 72. He explicado esto de un modo más minucioso en Corballis 2007b. El artículo original sobre los tamarinos se publicó en Science, y el artículo posterior sobre los estorninos en Nature, pero ninguno de estos eminentes periódicos aceptaría un comentario crítico. Yo considero la técnica utilizada por los au­ tores como un virus científico a erradicar. La misma técnica ha sido utilizada por los investigadores que utilizan la obtención de imágenes del cerebro para buscar en qué punto del mismo se encuentra el centro regulador del análisis recursivo (Bahlmann, Gunter & Friederici 2006; Friederici et al. 2006), pero huelga decir que tales esfuerzos están destinados al fracaso, y el intrépido autor de este libro se ha apresurado a denunciarlo (Corballis 2007a).

278

Notas

C a p ít u l o 4

¿Cómo evolucionó el lenguaje de la mano a la boca?

1.

Chomsky 2010,58

2.

Bickerton 1995,69. Desde entonces ha modificado en cierto modo su punto de vista, argumentando que las raíces de la sintaxis pueden remontarse al origen del altruismo recíproco en los primates, pero al parecer sigue soste­ niendo que el leguaje en el género Homo fue esencialmente un protolenguaje, sin sintaxis, hasta la emergencia del Homo sapiens (Calvin y Bickerton 2000). Aún más recientemente, Bickerton (2010) esboza un escenario según el cual el lenguaje evolucionó más gradualmente durante el Pleistoceno.

3.

Klein 2008,271. La naturaleza y las implicaciones del registro arqueológico se discuten más a fondo en el capítulo 12.

4.

Crow (2010) llega incluso a situar la base genética de la especiación humana en un par de genes en particular, ProtocadherinllXY, situados en regiones homologas de los cromosomas X e Y. Según esto, Prometeo fue realmente un macho, dado que el hecho fundamental tuvo lugar en el cromosoma Y. Crow sugiere que este hecho ocurrió hace menos de 200.000 o 150.000 años, y que fue la base de la especiación humana.

5.

Pinker y Bloom 1990, 708.

6.

Pinker y Bloom 1990, 711.

7.

Plog (2002) muestra cómo la base neural de la vocalización en los humanos es diferente de la de los primates no humanos.

8.

Condillac 1971.

9.

Condillac 1971,172.

10. Condillac 1971,174. 11. Condillac 1971,175-6. 12. Darwin 1896,87; el subrayado es mío. 13. Wundt 1990. 14. Critchley 1975,221. 15. Klima y Bellugiu 1979; Poizner, Klima y Bellugi 1987. Todavía hay quien se 279

Michael C. Corballis/La mente recursiva

resiste a admitir que los lenguajes de signos sean verdaderos lenguajes. En una reciente conferencia en la que yo mismo presenté la teoría gestual un prominente lingüista me dijo que los lenguajes de signos eran pura panto­ mima. 16. Dos libros recientes continúan la moda. Uno es el de Armstrong y Wilcox publicado en 2007 The Gestural Origin of Language, y el otro, publicado el 2006, es el de Rizzolatti y Sinigaglia Mirrors in the Brain [Espejos en el cere­ bro], que se apoya en el descubrimiento de las neuronas espejo. 17. Ramachandran 2Ó00. 18. Arbib y Rizzolatti 1997; Rizzolatti y Arbib 1998. 19. Binkofski y Buccino 2004. 20. Como nota al margen, por así decir, vale la pena mencionar aquí que en los humanos el sistema está generalmente sesgado hacia la parte izquierda del cerebro. El lector puede ver algunas especulaciones al respecto en Corballis 2004a. 21. Rizzolatti, Fogassi y Gállese 2001. 22. Dick et al. 2001. 23. Arbib 2005; 2010. Grodzinsky (2006) ha exporesado reservas acerca del rol que tienen las neuronas espejo en el lenguaje. 24. Liberman et al. 1967. Debemos decir, sin embargo, que la teoría motora de la percepción del habla sigue siendo polémica a los 40 años de su introduc­ ción, lo mismo que el rol de las neuronas espejo -véase Hickok 2009 y Lotto, Hickok y Holt 2009. 25. La percepción de fonemas como sonidos invariantes pese a la variación acústica depende posiblemente de una región del sulco frontal inferior iz­ quierdo, un área no muy alejada del área de Broca (Myers et al. 2009). 26. Kóhler et al. 2002. 27. Rizzolatti y Sinigaglia 2006. 28. Fadiga et al. 1995. 29. Aziz-Zadeh et al. 2006. 30. Xua et al. 2009.

280

Notas

31. Pettito et al. 2000. 32. Pietrandrea 2002. 33. Emmorey 2002. Aunque algunos signos son icónicos, quienes los utilizan distinguen perfectamente el signo de la pantomima, y la afasia en el lenguaje de signos no afecta a la pantomima (véase, por ejemplo, Marshall et al. 2004). Los usuarios del lenguaje de signos no parecen distinguir que algunos sig­ nos son icónicos y otros no. 34. Pizzuto y Volterra 2000. 35. Burling 1999. 36. Saussure 1997. 37. Pinker 2007. 38. Shintel, Nusbaum y Okrent 2006. Shintel y Nusbaum 2007 también aportan pruebas de que la gente responde con mayor rapidez a una fotografía si la frase hablada que la describe concuerda con el movimiento descrito en la fo­ tografía. Relacionan mejor un objeto en movimiento, por ejemplo un caballo al galope, con la frase, si esta es pronunciada rápidamente, y un objeto es­ tacionario con ella si es pronunciada de un modo relativamente lento. 39. Hockett 1978, 274-275. 40. Frishberg 1975. 41. En el Cratilo de Platón, Sócrates pregunta: "Supongamos que no tenemos voz ni lengua y que queremos comunicamos entre nosotros. ¿Acaso, como los sordos y los mudos, no haríamos signos con las manos, la cabeza y el resto del cuerpo?" 42. Zeshan 2002. 43. Evans 2009. 44. Pinker 2007. 45. Wood & Collard 1999. 46. Burling 2005,123. 47. MacNeilage 2008. Es compatriota mío, pero estoy seguro de que puedo ha­ cerle recapacitar. 48. Rizzolatti et al. 1988. 281

Michael C. Corballis/ La mente recursiva

49. Petrides, Caddoret & Mackey 2005. 50. Gentilucci et al. 2001. Es aconsejable mantener la boca cerrada cuando uno trata de alcanzar un objeto grande como una piña. 51. Véase Gentilucci & Corballis 1996. 52. Bemardis et al. 2008. 53. McGurk & MacDonald 1976. En el momento de escribir este libro, y espero que todavía, es posible experimentar el efecto McGurk en http:/ /www. youtube.com/ watch?v=aFPtc8BVdJk. 54. Calvert & Campbell 2003; Watkins, Strafella & Paus 2003. 55. El volumen editado por Sutton-Spence y Boyes-Braem (2001) explica con detalle los sistemas utilizados en varios lenguajes europeos de signos. 56. Emmorey 2002. 57. Muir & Richardson 2005. 58. Studdert-Kennedy 1998. 59. Browman & Goldstein 1995. 60. Vargha-Khadem et al. 1995. 61. Fisher et al. 1998; Lai et al. 2001. 62. Corballis 2004a. 63. Liégeois et al. 2003. 64. Haesler et al. 2007. 65. Groszer et al. 2008. 66. Enard et al. 2009. La enorme congregación de autores sugiere que el efecto puede deberse a alteraciones en los circuitos que unen el córtex con los gan­ glios basales. Esto puede tener alguna relación con el modo en que la voca­ lización pasó a estar bajo el control cortical en los humanos. 67. Enard et al. 2002. 68. Ya difunto. 69. Krause et al. 2007. 70. Coop et al. 2008.

282

Notas

71. Evans et al. 2006. 72. Algunos de ellos, evidentemente, eran pelirrojos y de cutis claro (Culotta 2007). Podemos pensar de eso lo que queramos. Evidencias recientes pro­ cedentes de la secuenciación del genoma neandertal sugieren que ancestros de los no africanos probablemente se cruzaron con los neandertales, de modo que seguramente se produjo un intercambio limitado de ADN. (Green et al. 2010.) 73. Schroeder & Myers 2008. 74. Véase Fisher & Scharff 2009 para una reseña reciente. 75. P. Lieberman 1998; Lieberman, Crelin & Klatt 1972. 76. Noonan et al. 2006. 77. Véase, por ejemplo, Boé et al. (2002; 2007), que sostienen, contrariamente a Lieberman, que el aparato vocal de los neandertales les habría permitido efectivamente un habla articulada, aunque sus argumentos han sido cues­ tionados a su vez por De Boer & Fitch (2010). Boé et al. (2007) también su­ gieren que las posibles limitaciones a la articulación, tanto en niños humanos como en neandertales, pueden haber sido debidas a un control motor poco preciso de los articuladores más que a la forma del tracto vocal. 78. Tattersall 2002,167. Véase también la nota anterior. 79. D. E. Lieberman 1998. 80. Lieberman, McBratney & Krovitz 2002. 81. Dicho de otro modo, nuestras frentes son más bien protuberantes. 82. Kay, Cartmill & Barlow 1998. 83. DeGutta, Gilbert & Tumer 1999. 84. MacLamon & Hewitt 2004. 85. P. Lieberman 2007, 39. Robert McCarthy, de la Florida Atlantic University, ha simulado recientemente cómo habría sonado la sílaba /i/ articulada por un neandertal basándose en la forma del tracto vocal. Esta simulación puede encontrarse en http://anthropology.net/ 2008/04/16/reconstructyingneandertal-vocalizations/, y compararse con el sonido producido por un humano. Un observador ha descrito el intento neandertal como algo más parecido al sonido emitido por una oveja o una cabra que al emitido por un 283

Michael C. Corballis/La mente recursiva

humano. Pero véase Boé et al. 2002 para una opinión contraria. 86. Konner 1982. 87. Kingsley 1965,504. 88. Los elocuentes italianos, por ejemplo, gesticulan mucho más que nosotros, los introvertidos neozelandeses. 89. Russell, Cemy y Strathopoulos 1998. 90. Evans 2009. 91. Un sistema todavía más parsimonioso es el silbo gomero, un lenguaje sil­ bado utilizado por los pastores de La Gomera, en las Islas Canarias, que solo tiene dos vocales y cuatro consonantes. No es seguramente un ejemplo justo, porque se trata esencialmente de una versión reducida del castellano (Carreiras et al. 2005). 92. Everett 2005. 93. Salmond 1975,50. 94. Depende de cómo se lleve a cabo el análisis (Evans 2009). 95. Decirlo al revés probablemente les ayudaría. [La palabra llareggub leída al revés da buggerall, un término de argot americano, que podría traducirse como 'pelmazo' o 'gilipollas'. (N. del T.)] 96. La idea comúnmente expresada de que los niños pueden discriminar fone­ mas de todos los idiomas del mundo ("Teoría Universal") ha sido cuestio­ nada por Nittrouer (2001) y defendida por Aslin, Werker y Morgan (2002). 97. Darwin 1896, 89. 98. Nos referimos a los programas en los que se enseña a cocinar comida, y no otras cosas, aunque teniendo en cuenta el lenguaje explosivo que utilizan algunos de los chefs más populares, a veces lo pongo en duda. 99. Corballis 2002. 100. McNeill 1992; Goldin-Meadow McNeill 1999. 101. Wittgenstein 2005.

284

Notas

S e g u n d a p a r te

El viaje mental en el tiempo

1. Hockett 1960. C a p ít u l o 5

Reviviendo el pasado

1.

Forster 1995,133-134.

2.

Bruce, Dolan & Phillips-Grant 2000.

3.

La distinción entre memoria episódica y memoria semántica la desarrolló el psicólogo canadiense Endel Tulving (1893; 2002).

4.

Así es tal como lo recuerdo yo, por supuesto. Es posible que otros de la clase no lo recuerden igual.

5.

Véase, por ejemplo, Tulving et al. 1988.

6.

Tulving 2002.

7.

Burianova y Grady (2007) examinaron la activación cerebral, utilizando téc­ nicas de resonancia magnética funcional (fMRI), mientras los sujetos recu­ peraban recuerdos autobiográficos, episódicos y semánticos. Hubo mucho solapamiento, lo que sugería que eran procesos comunes, pero cada tipo de recuerdo provocaba también una activación única. La recuperación auto­ biográfica provocó una activación única en el lóbulo frontal medial, que está probablemente asociado con la representación del yo. La recuperación epi­ sódica únicamente activó el lóbulo frontal medial derecho, y la recuperación semántica el lóbulo temporal inferior derecho.

8.

Wearing 2005.

9.

La memoria a corto plazo, también conocida como memoria de trabajo, mantiene información en la conciencia durante unos segundos, y es distinta de los sistemas semántico y episódico que mantienen la memoria a largo plazo.

10. Este caso lo describieron por vez primera Scoville y Milner (1957). Para una descripción más reciente, véase Corkin 2002.

285

Michael C. Corballis/ La mente recursiva

11. Esta teoría la desarrollaron Larry Squire y sus colegas (Squire 1992), aunque también se han sugerido otros modelos de función hipocampal (por ej., Moscovitch et al. 2006). 12. Véase Tulving 2002. 13. Tulving 2001. 14. Hodges & Graham 2001. 15. Mitchell 2006. 16. Loftus & Loftus 1980. 17. Pero no necesariamente sobria. 18. Kundera 2002,122-123. 19. Treffert & Christensen 2006. 20. Luria 1968,22. 21. Parker, Cahill & McGaugh 2006. 22. Pinkewr 2007 basa esta estimación en el número de palabras que contiene un diccionario no abreviado. 23. Loftus & Ketcham 1994,39. 24. Roediger & McDermott 1995. 25. Burnham 1989. 26. Bemheim 1989,164-165. 27. En ediciones posteriores del libro (por ej., la de 1994), Bass y Davis matiza­ ban su afirmación, indicando que los síntomas de angustia no tenían por qué implicar abuso. La histeria sobre abusos sexuales ha remitido bastante desde los años 1990, aunque sigue habiendo sin duda muchos individuos inocentes cuyas vidas se echaron a perder debido a falsas acusaciones deri­ vadas de la falsa recuperación de supuestos recuerdos. 28. La cuestión acerca de si un recuerdo es falsoo verdadero es un clásico en una rama de la ciencia conocida comoteoría de la detección de señales. El recuerdo es a menudo una señal débil, y puede ser tan difícil saber si un re­ cuerdo es real o no como saber si un ruido oído en una casa lo ha hecho un intruso o no, o como saber si un dolor en el pecho es una señal de un inmi­

286

Notas

nente ataque cardíaco. Cuando una señal es débil son dos los errores que se pueden cometer: puede que no se detecte una señal que está realmente presente, o que se detecte falsamente una señal que en realidad no está pre­ sente. Si aplicamos esta teoría a la cuestión del recuerdo de un abuso sexual, podemos suponer que el abuso no tuvo lugar cuando en realidad sí lo hizo, o podemos suponer que sí tuvo lugar cuando en realidad no lo hizo. Ambos errores tienen un coste. El fallo en detectar un abuso realmente cometido puede llevar a su autor a seguir cometiendo abusos, y una falsa detección puede llevar al castigo de una persona inocente. Gran parte de la discusión política en tomo a este tema se reduce a la cuestión de cuál de estos dos errores es el más costoso. Muchas feministas parecen creer que es preferible que algún inocente vaya a la cárcel antes que permitir que haya abusadores que queden en libertad, mientras que el principio legal básico de que uno es inocente hasta que se demuestre lo contrario protege a las personas ino­ centes a expensas de no poder detectar a los abusadores. El veredicto puede decantarse hacia la primera opción debido al uso de terapias que llevan a la implantación de falsos recuerdos. 29. Hood 2001. 30. Pinker 1994. 31. La historia de Genie y de otros llamados niños salvajes se cuenta en Newton 2004. 32. Pavlov 1927. El tema del condicionamiento clásico es uno de los temas cen­ trales en la novela de Aldous Huxley Un mundo feliz. 33. En la terminología políticamente correcta de la moderna psicología experi­ mental, el término "participante" es preferible al término "sujeto". En este caso particular, el término "sujeto" parece mucho más apropiado. 34. Watson & Rayner 1920. 35. Skinner 1957. 36. Skinner 1962. El título deriva de la obra Walden de Henry David Thoreau. 37. Era una palabra que había aprendido poco antes y cuyo sonido me gustaba, aunque no sabía qué significaba realmente.

287

Michael C. Corballis/ La mente recursiva

C a p ít u l o 6

Acerca del tiempo

1.

Suddendorf & Corballis 1997; 2007.

2.

Atance & O'Neill 2005. Suddendorf (2010) también sugiere la expresión "previsión episódica".

3.

Véase también Busby, Grant & Suddendorf 2009.

4.

Atance & O'Neill 2005; Klein, Loftus & Kihlstrom 2002.

5.

Ingvar 1979,21.

6.

Schacter, Addis & Buckner 2007.

7.

Addis, Wong & Schacter 2007; Okuda et al. 2003; Szpunar, Watson & McDermott 2007.

8.

Botzung, Denkova & Manning 2008; D'Argembeau et al. 2008; Hassabis, Kumaran & Maguire 2007.

9.

La naturaleza constructiva de la memoria episódica la demostró clásica­ mente el psicólogo británico Sir Frederic C. Bartlett (1932).

10. Suddendorf & Corballis 1997; 2007. 11. Kóhler 1925. 12. Véase, por ejemplo, Kamil & Balda 1985. 13. Esta inspirada expresión la propusieron Suddendorf y Busby (2003). 14. Clayton, Bussey & Dickjnson 2003. 15. Daily, Emery & Clayton 2006. 16. Ferkin et al. 2008. 17. Roberts et al. 2008. 18. Bischoff 1978; Bischof-Kóhler 1985; Suddendorf & Corballis 1997. 19. Correia, Dickinson & Clayton 2007. 20. Véase Suddendorf, Corballis & Collier-Baker 2009 para una crítica de este punto y otros estudios que pretenden refutar la hipótesis de Bischof-Kóhler.

288

Notas

21. McGrew 2010. 22. Hunt & Gray 2003. 23. Este es el consenso de Whiten y ocho coautores (1999). Véase también Whiten, Homer & De Waal 2005. 24. Boesch & Boesch 1990 25. Mulcahy & Cali 2006. Pero, curiosamente, en estado salvaje, los bonobos, como los gorilas, muestran pocas evidencias de uso de herramientas. (McGrew 2010). 26. Para una crítica de este punto de vista véase Suddendorf 2006. 27. A la hora en punto. 28. Se ha sugerido que el concepto lineal del tiempo no surgió hasta finales de la Antigüedad, y que anteriormente el concepto que se tenía del tiempo era cíclico (Butterfield 1981). 29. Everett 2005. 30. Pettit 2002. 31. Andrews & Stringer 1993. 32. Markus & Nurius 1986. 33. James 1910. 34. Markus & Nurius 1986,954. 35. Neisser 2008,88.

C a p ít u l o 7

La gramática del tiempo

1.

De una conversación con Freddy Gray citada en el número del 10 de abril de 2010 de la revista The Spectator.

2.

Pinker 2003,27.

3.

Sí, ya lo sé, también este libro es una especie de just-so story [historia hipo­ tética]. 289

Michael C. Corballis/ La mente recursiva

4.

Hebb tenía un expediente universitario más bien mediocre, y su intención inicial era convertirse en novelista.

5.

Véase también Corballis & Suddendorf 2007.

6.

Tulving 2002.

7.

Pinker 2007. Como ya he dicho antes, esta estimación se basa en el número de palabras que contiene un diccionario estándar.

8.

Deacon 1997.

9.

Liszkowski et al. 2009.

10. Lin 2006. Los marcadores de aspecto se distinguen formalmente de la infle­ xión verbal y están relacionados con el flujo temporal más que con la ubica­ ción en el tiempo. En inglés, por ejemplo, las frases "I talk" [Yo hablo] y "I'm talking" [Yo estoy hablando] están ambas en presente, pero se distinguen por su aspecto, representando la primera una actividad habitual y la se­ gunda una actividad progresiva o continua. 11. Ya va siendo hora de que escriba este maldito libro. 12. Reichenbach 1947. 13. Núñez & Sweetser 2006. 14. Chen 2007. 15. Everett 2005. Hay que decir que el análisis de Everett es polémico, como re­ sulta evidente en los comentarios a su artículo, pero él y su familia son los únicos outsiders que conocen el lenguaje de los pirahá, y están bien prepa­ rados para pronunciarse sobre sus características, al menos respecto a quie­ nes no hablan este idioma. 16. En algunos sentidos Everett no es totalmente consistente. Por ejemplo, ob­ serva que los pirahá "temen a los malos espíritus" (2005,623). A los ojos de un occidental, los malos espíritus pueden verse como seres ficticios, aunque para los pirahá tal vez son vistos como una parte de la realidad cotidiana. Everett constata una vez más que "los pirahá repiten y enriquecen estas his­ torias" (633), pero lo importante es que son historias basadas en experiencias de primera mano y que no son ficticias. 17. Everett 2005,632. 18. Whorf 1956,57-58. 290

Notas

19. Maloki 1983. Puede muy bien ser que Everett también subestimase la con­ ciencia del tiempo de los pirahá. 20. Tienen la suerte de poder hacerlo. 21. Skinner 1957. 22. Westen 1997,530. De todos modos, Skinner estaba interesado en el psicoa­ nálisis e incluso quiso ser psicoanalizado, pero ¡fue rechazado! (Overskeid 2007). 23. Este fue el tema principal de la famosa reseña que hizo Chomsky en 1959 del libro de Skinner, publicado en 1957, Verbal Behavior. 24. Frege 1980,79. Para la mayor parte de lingüistas, sin embargo, las palabras son solo una etapa en la jerarquía que va desde los fonemas y los morfemas hasta las palabras. Pero como vimos en el capítulo 2, las palabras pueden ser los auténticos primitivos en un sentido evolutivo, con la fonología y la morfología emergiendo como resultado de la presión para crear distinciones (Aronoff 2007). 25. Home Toopke 1857. Los objetos son representados por nombres y las accio­ nes por verbos. Pero técnicamente la distinción objeto/acción no es idéntica a la distinción nombre /verbo. Muchos nombres (como amor o coherencia) no representan objetos, y muchos verbos (como enjoy [disfrutar] o wonder [pre­ guntarse]) no representan acciones. La idea según la cual las primeras pa­ labras fueron sustantivos y verbos se remonta a Platón. 26. Por si tiene intención de viajar próximamente, estos cuatro lenguajes son el warao de Venezuela, el nadéb de Brasil, el wik ngathana del nordeste de Australia y el tobati de Papúa Nueva Guinea. 27. Aronoff et al. 2008. 28. Una curiosa excepción es la última novela de C. P. Snow, A Coat of Varnish, publicada en 1979 y en la que no llega a saberse quién es el asesino. 29. También puede suceder al revés. La película de 1994 Criaturas celestiales, di­ rigida por Peter Jackson, se basa en una historia verdadera, la de dos esco­ lares neozelandesas que asesinaron a la madre de una de ellas. Fueron por supuesto atrapadas, y una de ellas es hoy una autora de novela negra inter­ nacionalmente conocida. 30. Tal vez tendríamos que incluir también a los quarks, leptones, bosones y a

291

Michael C. Corballis/La mente recursiva

las otras entidades postuladas por la moderna física teórica. 31. Wilson 2002,64. 32. Boyd 2009. 33. Seguramente hay límites en esto. La ciencia depende del descubrimiento de la verdad y confiamos en que es adaptativa. Este carácter adaptativo puede echarse a perder por la creencia en la falsedad. 34. O eso creo, Dios me ayude. 35. Boyd 2009,206.

C a p ít u l o 8

La lectura del pensamiento

1.

Randi 1982. La James Randi Educational Foundation se fundó en 1996 para proseguir el trabajo de Randi. Ofrece un importante premio en metálico a cualquiera que pueda demostrar que tiene poderes paranormales. A fecha de 10 de julio de 1007, el premio sigue vacante, y la cuantía del mismo as­ ciende ya a 1.000.000 de dólares. Véase www.randi.org.

2.

Marks & Kammann 1980.

3.

Sheldrake 1999. Una vez más, el intrépido David Marks ha vuelto al ataque, esta vez en la nueva edición del libro escrito en colaboración con Kamman (Marks 2000). Me pregunto si Sheldrake lo habrá visto venir.

4.

Darwin 1872,357. Es una cita un poco larga, lo reconozco, pero la imagen de Darwin haciendo muecas y tratando de parecer un salvaje era irresistible.

5.

Piaget 1928.

6.

Borke 1975. Yo diría, de todos modos, que las montañas tenían que ser ob­ jetos bastante familiares para un niño suizo.

7.

Southgate, Senju & Csibra 2007. Los autores incluyeron una fase de familiarización para asegurarse de que los niños mirasen el lugar en el que el actor buscaba la pelota cuando estaba realmente presente, así como otras variantes para descartar otras posibilidades, como la de que los niños mirasen simple­ mente en el lugar en el que había estado más recientemente la pelota.

292

Notas

8.

Supongo que viendo un desfile de moda uno podría poner en duda esta afirmación, pero el hecho es que las jóvenes mujeres que pasan por la pasa­ rela no parecen estar muy bien equipadas para la reproducción.

9.

Cosmides & Tooby 1992.

10. Trivers 1974. 11. Barkow, Cosmides & Tooby 1992. 12. Esta expresión la inspiró Franz B. M. de Waal, cuyo libro Chimpanzee Politics [La política de los chimpancés], publicado en 1982, destacaba que algunas de las estrategias sociales utilizadas por los chimpancés tenían un aspecto maquiavélico. Se ha escrito mucho sobre si los chimpancés y otros primates son realmente maquiavélicos y sobre si poseen lo que se ha calificado de una 'teoría de la mente' -la capacidad de adoptar el punto de vista mental de otros (por ej., Byme & Whiten 1990; Premack & Woodruff 1978; Tomase­ llo & Cali 1997; Whiten & Byme 1988). Sea cual sea el caso respecto a otros primates, parece que los humanos somos los mejores mintiendo, engañando y estafando, mientras mantenemos externamente una imagen de respetabi­ lidad. 13. Dennett 1983. 14. Cargile 1970. 15. Dunbar 2004,185. 16. Puede que la recursión de quinto orden sea necesaria para la creencia reli­ giosa, pero seguramente no es suficiente. Yo creo que soy capaz de mane­ jarme en este orden de recursión y no soy una persona religiosa. El caso es que no puedo responder por Robin Dunbar. 17. Barón Cohén 1995. 18. Grandin 1996; Grandin & Barron 2005; Grandin & Scariano 1986. Grandin sería clasificado ahora como un ejemplo del síndrome de Asperger, que es una forma de autismo con las funciones intelectuales elevadas. 19. Sacks 1995. 20. Grandin & Johnson 2005. 21. Senju et al. 2009. 22. Crespi & Badcock 2008. 293

Michael C. Corballis/La mente recursiva

23. Realmente más conocido por su implicación en el movimiento antipsiquiá­ trico. 24. Hamilton 2005,205. 25. Baron-Cohen 2002. 26. Véase Crespi & Badcock 2008 para un relato más detallado. 27. Véase Crespi & Badcock 2008, 248, para una lista más extensa. Estas aso­ ciaciones, sin embargo, no dejan de ser polémicas, ya que algunos psiquia­ tras consideran que la esquizofrenia y el autismo están relacionados, más que constituir polos opuestos de un continuo. Ambos muestran unas pau­ tas muy similares de activación cerebral (Pinkham et al. 2008). Una posi­ bilidad es que los síntomas negativos de la esquizofrenia unan al autismo, en uno de los extremos del espectro, con los síntomas positivos de la es­ quizofrenia en el otro extremo (Van Rijn, Swaab & Alemán 2008). Eviden­ cias recientes apuntan a influencias genéticas tanto en el autismo (en el número del 29 de mayo de 2009 de la revista Nature se publicaron nada menos que tres artículos sobre este tema) como en la esquizofrenia (por ej., Esslinger et al. 2009), sin indicios de que la impronta desempeñe algún papel en ello. Incluso teniendo en cuenta esto, Crespi y Badcock presentan un interesante escenario cuyas implicaciones van más allá del autismo y de la esquizofrenia. 28. Badcock & Crespi 2006. 29. Baron-Cohen 2009. 30. El lector se habrá dado cuenta de que la distinción entre personas-persona y personas-cosa es probablemente algo simplista. 31. Maudsley 1873,64. 32. Kéri 2009. El gen en cuestión es Neuregulin 1, y el genotipo particular es T/T. 33. Horrobin 2003. Véase Richmond 2003 para un punto de vista sobre DavidHorrobin. 34. Farmelo 2009. En Bristol, UK, la fama de Dirac se vio eclipsada por la de su compañero de escuela Archie Leach, más tarde conocido como Cary Grant. 35. Langford et al. 2006. 36. Wechkin, Masserman & Terris 1964.

294

Notas

37. De Waal 2008. 38. Véase Povinelli, Bering & Giambrone 2000 para un resumen del tema. 39. Tomasello, Haré & Agnetta 1999. 40. Povinelli & Bering 2002. 41. Haré et al. 2000. Los monos tití también eligen comida que un tití dominante que les observa no puede ver (Burkart & Heschl 2007). 42. Haré, Cali & Tomasello 2001. 43. Haré, Cali & Tomasello 2006. 44. Haré & Tomasello 1999. 45. La inteligencia de los perros ha sido motivo de cierto debate. La aparente habilidad de los perros domésticos para leer las intenciones humanas ha sido atribuida a la cría selectiva y es posible que sea mucho más limitada de lo que parece a primera vista. Se han criado razas de perros para que co­ laboren con las personas, pero no parece que colaboren con otros perros. Para una útil discusión sobre este debate, véase Morell 2009. 46. Para una crítica detallada de los estudios de Haré y de otros estudios que sostienen la existencia de una teoría de la mente en los córvidos, véase Penn, Holyoak & Povinelli 2008. 47. Whiten & Byme 1988. 48. Leslie 1994; Tomasello & Rakoczy 2003. 49. Leslie (1994) se ha referido a estos niveles de atribución como ToMM-1 (Theory of Mind Module 1), que implica la atribución de un propósito y un movimiento autogenerado, y como ToMM-2 (Theory of Mind Module-2), que implica una teoría de la mente completa. Hauser y Carey (1998) obser­ van que "el desempate intelectual entre humanos y no humanos depende probablemente del poder del ToMM-2". 50. Gallup 1998. 51. Véase Suddendorf & Collier-Baker 2009. 52. Penn, Holyoak & Povinelli 2008,129. 53. Sin duda pensando, como quien dice, en el predominio que tuvo en su mo­ mento la empresa que fabricaba los automóviles Rolls-Royce.

295

Michael C. Corballis/ La mente recursiva

C a p ít u l o 9

El lenguaje y la mente

1.

Fodor 1975.

2.

Pinker 2007,90.

3.

Para información del lector no inglés, el principal significado de la palabra pissed es la de "cabreado", pero también se usa para referirse a una persona ebria. Y por lo que respecta a los tritones, caso de que uno de ellos estuviese en estado de embriaguez, sus congéneres tendrían más motivos que noso­ tros para decir "ese está más borracho que un humano".

4.

El texto original dice textualmente: "A person commits an offence if he hunts a wild mamal with a dog, unless his hunting is exempt." Esta ley ha provocado una gran polémica respecto a cómo hay que interpretarla. Tal como está redactada parece permitir la caza si quien la practica es una ca­ zadora, no un cazador.

5.

Watson 1913,158.

6.

Griffin 2001,1.

7.

Inoue & Matsuzawa 2007. Los chimpancés aprendieron primero a reconocer los dígitos del 1 al 9 y a señalarlos en orden cuando estaban aleatoriamente dispuestos en una consola. En una prueba de memoria se seleccionaban al azar nueve dígitos y se colocaban aleatoriamente en la consola, de la que eran luego borrados y reemplazados por un espacio en blanco. Un chim­ pancé llamado Ayumu obtenía un 80 por ciento de aciertos cuando la dura­ ción de los dígitos se reducía a una mera fracción de segundo, resultado mucho mejor que el alcanzado por un grupo de estudiantes universitarios que también hicieron el test.

8.

Pinker 2007,23.

9.

Fauconnier 2003,5409.

10. Grice 1989, 30-31. Si usted no está acostumbrado a este tipo de argumen­ taciones filosóficas con Ps y Qs, esta podrían ser una interpretación: P = "Hola, John, qué sorpresa. ¿Cómo estás?" y Q = "Este es mi amigo John que seguramente acaba de regresar de Australia, donde había ido a visitar

296

Notas

a sus ancianos padres." 11. Sperber & Wilson 2002,15. 12. Sperber & Wilson 1986. 13. El término 'minimalismo' se utiliza más a menudo con respecto a una es­ cuela musical en la que la pieza se reduce a sus elementos básicos. 14. Grice 1975. 15. Los déficits lingüísticos pueden identificarse en niños de solo dos años y se ponen de manifiesto mediante una pobre imitación y comunicación gestual (Luyster et al. 2008). 16. La ironía puede estar culturalmente determinada, pese a la afirmación de Kierkegaard. Tom Suddendorf, que nació en Alemania, me dice que los ale­ manes no la necesitan, y que si la usaran, no la entenderían. Es posible que estuviera siendo irónico. 17. Tal vez el único ejemplo de una doble afirmación que puede traducirse como una negación. [Sí, sí.] 18. Dostoievski 2008. 19. Gibbs 2000. 20. Papp 2006. GCSE es el acrónimo de General Certifícate of Secondary Education, un título muy buscado por los muchachos de 12 a 14 años en Ingla­ terra, Gales e Irlanda del Norte (pero no en Escocia). Puede obtenerse en diferentes materias, pero solo una vez. 21. Happé 1995. 22. Como aficionado que soy a los crucigramas crípticos, a menudo necesito adoptar la mentalidad algo autista del compilador. Uno normalmente asume que las palabras tienen un significado claro, pero en los crucigramas a menudo tienen otro. No se deje engañar por la palabra flower, que puede ser sinónimo de river, ni por la palabra layer, que puede referirse a una ga­ llina ponedora.

23. Walenski et al. 2008 24. Hauser, Chomsky & Fitch 2002. 25. Tomasello 2008.

297

Michael C. Corballis/La mente recursiva

26. Cabe preguntarse, sin embargo, por qué saben señalar, ya que durante la mayor parte de su existencia evolutiva no han tenido oportunidad de rela­ cionarse con humanos. 27. Tomasello 2008,55. 28. Rivas 2005. 29. Greenfield & Savage-Rumbaugh 1990. 30. Yo estoy compartiendo esta información con usted, amigo lector, y no espero ninguna recompensa. Pero no estaría mal que considerase usted comprar el libro si todavía no lo ha hecho. 31. No se dice si se trata de un niño o de una niña, pero yo doy por supuesto que es una niña. Mi suposición se basa en el hecho de que yo tengo una nieta. Y esta es una información que me gustaría compartir con usted. Nota añadida en 2010: Ahora ya tengo tres nietas. 32. Pero ¿cómo lo sabía? 33. De Villiers (2009) proporciona una discusión útil sobre la emergencia con­ junta del lenguaje y la teoría de la mente, y de la interfaz entre ambos.

C a p í t u l o 10 La cuestión recurrente

1.

De Pensées 1670.

2.

Walsh et al. 2003.

3.

Johnson 2000.

4.

Australia es un gran bloque de tierra al oeste y algo más al norte que Nueva Zelanda.

5.

Sosis 2004.

6.

Bloom (2004) no es el único en sugerir que el dualismo es innato. Véanse también los libros de Shermer (Why People Believe Weird Things? 1997) y Hood (Why We Believe the Unbelievable 2009).

7.

Dennett 1995.

298

Notas

8.

Dobzhansky 1973,125.

9.

Véase el artículo "Shunning the E-word in Georgia" en Science, 303, 759 (2004).

10. Esto no significa que todas las religiones respalden esta idea. En un artículo publicado el 18 de enero de 2005 en L'Osservatore Romano, el periódico oficial del Vaticano, Fiorenzo Facchini sostenía que el diseño inteligente pertenece a los reinos de la filosofía y de la religión, pero no al de la ciencia. Facchini escribe que "no es correcto, desde un punto de vista metodológico, apartarse del campo de la ciencia y pretender al mismo tiempo que se está haciendo ciencia." Durante muchos años el Vaticano ha tolerado la enseñanza de las teorías evolucionistas, y en 1950 una encíclica papal permitió oficialmente a los católicos discutir la teoría de la evolución de Darwin. Por otro lado, el 20 de diciembre de 2005, el juez federal John Jones III ordenó a todas las es­ cuelas de Denver, Pensilvania, eliminar las referencias al diseño inteligente del currículo científico por considerar que no era una teoría científica. 11. Según la revista Time del 15 de agosto de 2005, p. 47. 12. Davis & Kenyon 2004,99-100. 13. Me dicen que el ojo del pulpo está mejor diseñado, con el nervio óptico lo­ calizado en la parte posterior de la retina. 14. No todo el mundo cree esto, pero pocos de los que no están de acuerdo están dispuestos a atribuir las obras a un mono. Los poemas tal vez, pero no las obras de teatro. 15. Citado por Darwin 1896,49 16. Citado en Marchant 1916,241. 17. Gross 1993. 18. Una palabra que lo dice todo. 19. Y para los insectos, por supuesto. O para decirlo de otro modo: se aprove­ charon de la idea para levantar el vuelo. 20. Chomsky 1966.

299

Michael C. Corballis/ La mente recursiva

C a p ít u l o 11

Devenir humanos

1.

Hasta hace poco se utilizaba el término homínido, pero los grandes simios fueron invitados a unirse al ciado de los homínidos cuando se descubrió lo cerca que estaba su composición genética de la nuestra. Véase también la nota 33 del capítulo 1.

2.

Es decir, si descontamos el desplazamiento con caballos, muías, carros, bi­ cicletas, motos, coches, trenes, barcos, aviones y cohetes espaciales. Ah, y nadando, supongo, pero ya me entienden.

3.

Brunet et al. 2002.

4.

Sibbley y Ahlquist 1984. Sin embargo, existen todavía algunas dudas y al­ gunas pruebas conflictivas acerca de la separación simio-hominino. Una teoría reciente, basada en el análisis de la diversidad de diferencias en el genoma, es que las líneas de los homininos y de los chimpancés se separaron hace unos siete millones de años, pero luego se hibridizaron, separándose de nuevo finalmente hace unos 6,3 millones de años (Patterson et al. 2006).

5.

Galik et al. 2004.

6.

Leakey 1979.

7.

Thorpe, Holder y Crompton 2007.

8.

Lovejoy et al. 2009.

9.

Citado en Gibbons 2009,39.

10. Estos desarrollos contribuyen a refutar la idea de que los chimpancés fraca­ saron de algún modo en su intento de avanzar junto con los humanos en su camino desde el ancestro común de ambos hace unos seis millones de años, y que por tanto son una especie de humanos fracasados. La evolución de los chimpancés simplemente siguió un camino diferente. 11. Teleki 1973. 12. El bipedalismo es un auténtico incordio. 13. Anteriormente conocido como Ayer's Rock. 14. En este punto estoy en deuda con la interesante discusión del capítulo 12

300

Notas

del libro de Michael Sims, publicado el año 2003, Adam's Navel [El ombligo de Adán]. 15. Darwin 1872,138. 16. Citado en Isaac 1992,58. 17. En el momento de escribir este libro, sin embargo, parece que los jugadores de criquet de Australia pueden perder de nuevo la "Ashes series" frente a Inglaterra. Nota añadida posteriormente: la perdieron. Nota añadida aún más tarde (2006/2007): la han vuelto a perder. Ahora (a finales de 2010) tiene toda la pinta de que volverán a perderla. 18. Calvin 1983. 19. Kirschmann 1999. 20. En este juego no parece que lancen realmente la pelota, sino que parecen golpearla como si la palma de la mano fuese una especie de pala. Pero el hecho es que patean mucho la pelota, y ello requiere, igual que en el rugby, una postura bípeda. Como neozelandés me siento tentado a pensar que la presión para golpear bien una pelota de rugby fue un factor importante en la evolución del bipedalismo, pero que yo sepa no hay pruebas de que hu­ biera campos de rugby hace seis millones de años, y en cualquier caso tuvi­ mos que esperar a que apareciesen los neandertales para poder organizar una buena melé. 21. Los lanzadores en criquet, por alguna oscura razón, no están autorizados a flexionar el codo, y lo compensan corriendo por la línea del campo, acumu­ lando de este modo energía cinética antes de soltar la pelota. 22. El lanzamiento en el criquet es de nuevo una excepción, ya que los buenos lanzadores cogen velocidad antes de lanzar la pelota. 23. Marzke 1996. 24. Bronowski 1974,115-6. Aristóteles atribuye al filósofo griego Anaxágoras el punto de vista de que es gracias a las manos que los humanos son los ani­ males más inteligentes. 25. Young 2003. 26. Alemseged et al. 2006. 27. Westergaard et al. 2000.

301

Michael C. Corballis/La mente recursiva

28. Darwin 1896, 82. 29. Toth et al 1993. 30. Bingham 1999. 31. Shaw 1948,195. 32. La votación a la que me refiero se celebró en mayo del 2009 en una reunión de la ICS (Comisión Internacional de Estratigrafía) -véase Kerr 2009. 33. Wood & Collard 1999. 34. Berger et al. 2010; Dirks et al. 2010. 35. Se han identificado otros miembros del género, pero depende un poco de dónde se traza la línea de demarcación. De momento, basta con este pe­ queño grupo de especies. 36. Foley 1984. 37. Bramble & Lieberman 2004. 38. Al parecer, Richard William Pearse, un granjero neozelandés, consiguió ele­ varse en una máquina más pesada que el aire el 31 de marzo de 1903, unos nueve meses antes que los hermanos Wright. Las pruebas de este primer vuelo, sin embargo, todavía están en el aire. 39. Darwin 40. Hrdy 2009. 41. Otra posibilidad habría sido el vuelo, pero esto era para los pájaros. 42. Tooby & De Vore 1987. Un punto de vista alternativo es que la tercera vía no llegó hasta que Tony Blair fue elegido primer ministro de Gran Bretaña. 43. Humphrey 1976. 44. Alexander 1990,4. 45. Wrangham 2009. 46. Goren-Inbar et al. 2004. 47. O eso dicen. Tal vez esto se aplica especialmente a los mamíferos, ya que los cocodrilos tienen un cerebro muy pequeño, y lo mismo puede decirse de los dinosaurios.

302

Notas

48. Son bípedos, vuelan, aprenden secuencias vocales complejas, construyen herramientas y, como vimos en el capítulo 6, se ha dicho que son capaces de viajar mentalmente en el tiempo. 49. Jerison 1973. La fórmula es: EQ = (peso del cerebro) / 0,12 x peso corporal 66). Es una fórmula calibrada de modo que el EQ medio de un mamífero sea de 1,0, y el exponente de 0,66 compensa la tendencia que tiene el tamaño cere­ bral a aumentar a un ritmo más lento que el peso corporal. 50. Cada coma decimal cuenta, al parecer. 51. Dunbar 1993. 52. Sus restos fueron descubiertos en 1976 por Donald Johanson y colaborado­ res en Etiopía, y el nombre que le pusieron lo inspiró la canción de los Bea­ tles "Lucy in the Sky with Diamonds". No sabemos si Lucy consumió alguna vez LSD. Véase Johanson & Edey 1981. 53. Estas cifras están sacadas de Martin 1992. 54. Noonan et al. 2006. 55. Evans et al. 2004. 56. Mekel-Bobrov et al. 2005. 57. Evans et al. 2006. 58. Véase Dorus et al. 2004. 59. Por si al lector le interesa, la enzima se llama ácido N-acetilneuramínico (Neu5Ac) hidroxilasa (CMAH). La mutación desactivadora de este gen ha tenido como resultado la ausencia en los humanos del ácido siálico N-glicolilneuramínico (Neu5Ge). Esto se describe en Chou et al. (2002). 60. Stedman et al. 2004. 61. Currie 2004. 62. Me duele constatar que actualmente existen dudas acerca del papel de MYH16 en el aumento del tamaño cerebral; véase McCollom et al. 2006. 63. Pinker 1994. 64. En realidad no creo que sea una buena idea eliminar los impuestos, ya que me han ayudado mucho en mi carrera académica. 65. Deacon 1997. 303

Michael C. Corballis/ La mente recursiva

66. Semendeferi, Damasio y Frank (1997) han puesto de manifiesto que el ratio de los lóbulos frontales respecto al resto del cerebro es constante en los si­ mios y en los humanos, mientras que Uylings (1990) sugiere que el ratio ha cambiado poco de los simios a los humanos. Deacon (1997,476) critica estos estudios, en parte sobre la base de que no miden el córtex prefrontal inde­ pendientemente de las áreas motora y premotora. Un estudio más reciente sugiere que el volumen de materia blanca en el córtex prefrontal es despro­ porcionadamente grande en los humanos respecto a otros primates, pero el de materia gris no lo es (Schoenemann, Sheeban y Glotzer 2005). Tal vez lo importante es la materia blanca. 67. Flinn, Geary y Ward 2005. 68. Según el diagnóstico de Darwin, claro. 69. Locke & Bogin 2006. 70. Locke & Bogin 2006,262. 71. Busby Grant & Suddendorf 2009. 72. Esto no significa que los humanos no emigren estacionalmente. Los cana­ dienses acaudalados emigran a Florida o a Hawái en invierno, y los neoze­ landeses se van a Queensland, Australia. 73. Antón 2002. Una deliciosa excepción es el hominino-hobbit conocido como la Dama de Flora -o de un modo más formal como Homofloresiensis- cuyo esqueleto fue descubierto en la isla de Flora en el sudeste de Asia (Brown et al. 2004). Parece tener solo unos 18.000 años de antigüedad, que es de lejos la fecha más reciente de un hominino no perteneciente a nuestra propia es­ pecie, Homo sapiens. Adulto, no sobrepasaba el metro de altura, con un vo­ lumen cerebral de tan solo 380 cc, un tamaño más bien pequeño comparado con el de un chimpancé moderno. Su cociente de encefalización estaba sin embargo dentro de unos márgenes (2,5-4,6) comparables con los del Homo erectus (entre 3,3 y 4,5). El consenso actual parece ser que la dama pertenecía realmente a la especie Homo erectus (Falk et al. 2005), pero que se había visto sometida a lo que se conoce como "enanismo insular", debido a un largo aislamiento y a la escasez de recursos. Como neozelandés me preocupa que pueda ocurrir algo parecido en nuestra propia isla y que ello afecte a nuestro equipo nacional de rugby; la verdad es que ya se han detectado hobbits en algunas zonas.

304

Notas

74. Dennell & Roebroeks 2005. 75. Bogart & Pruetz 2008. 76. Pruetz & Bertolani 2007. 77. Boesch, Head y Robbins 2009. Estas herramientas son: mazas, ampliadores, colectores, perforadores y torundas, y recuerdan algunos de los instrumen­ tos que utilizan modernamente los cirujanos. 78. Carvalho et al. 2009. 79. Sousa, Biro y Matsuzawa 2009. 80. Beck 1980,218. 81. Semaw et al. 1997. 82. Chazan et al. 2008. 83. Hunt 2000. Estas aves también dan forma a las ramas para usarlas como ganchos (Weir, Campbell y Kacelnik 2002). 84. Walter et al. 2000. 85. Hoffecker 2007. 86. Noonan et al. 2006. 87. Nadie parece haber sugerido que eran los caballos los que elaboraban las lanzas. 88. Thieme 1997.

C a p ít u l o 12

Devenir modernos

1.

Como decíamos en la nota 72 del capítulo 4, se ha hecho bastante evidente que el Homo sapiens se cruzó con los neandertales algún tiempo después de la migración desde África, pero antes de la separación de las poblaciones asiática y europea -hace entre 50.000 y 80.000 años. El flujo genético entre los neandertales y los H. sapiens no africanos se estima que es de entre un 1 y un 4 por ciento (Green et al. 2010).

305

Michael C. Corballis/ La mente recursiva

2.

Atkinson, Gray y Drummond 2009. Se han identificado otros cuatro haplotipos, pero son más raros.

3.

Cann, Stoneking y Wilson 1987. El hecho de que sea posible rastrear el ADN mitocondrial hasta una mujer concreta no significa que esta Eva Mitocon­ drial fuese la única mujer viva en su época.

4.

Atkinson, Gray y Drummond 2008.

5.

Mellars 2006a.

6.

Brown et al. 2009. Estos autores sugieren que el uso tecnológico del fuego en Pinnacle Point, en Sudáfrica, puede que se remonte hasta 164.000 años atrás.

7.

Goren-Inbar et al. 2004.

8.

Henshilwood et al. 2002.

9.

Mellars 2006b.

10. Carto et al. 2009. 11. Bowler et al. 2003. 12. Marean et al. 2007. 13. Mellars 2006a. 14. Crow 2010; véase la nota 10 del capítulo 4. 15. Hoffecker 2005,195; el subrayado es mío. 16. Crystal 1997.

17. Knight et al. 2003. 18. Yo sugería esto en mi libro del año 2002 De la mano a la boca, pero esto era antes de que tuviese conocimiento de la existencia del gen FOXP2. 19. Especialmente los italianos. 20. Corballis 2004b. 21. Conard, Malina & Münzel 2009. 22. Kvavadze et al. 2009. 23. Hoffecker 2005. 24. Conard 2009. 306

Notas

25. Mellars 2009,177. No dice cuál era el sexo del o la estudiante. 26. Mellars 2005. 27. Darwin 1896,64. 28. Mellars & Stringer 1989. 29. Klein 2008. Una vez más, por supuesto, es un candidato a esta mutación el gen FOXP2. Como vimos en el capítulo 4, una estimación reciente sitúa esta mutación en un momento más próximo a hace 50.000 años que a 100.000 años (Coop et al. 2008). De todos modos, esto sigue siendo discutible, espe­ cialmente después de la aparición de evidencias que apuntan que la muta­ ción pudo estar ya presente en el antepasado común de los humanos y los neandertales (Krause et al. 2007). 30. Powell, Shennan y Thomas 2009. La fecha estimada de hace 45.000 años co­ loca esta fecha en un momento muy temprano de la fecha estimada de la emigración hacia Europa, pero todavía hay incertidumbres en la datación de estos acontecimientos. 31. Ambrose 1998. 32. Las islas de Nueva Zelanda son calificadas a veces de "las islas tembloro­ sas", especialmente en Australia, y una erupción que se produjo en el lago Taupo el año 280 de nuestra era hizo que el cielo se tiñera de rojo en lugares tan lejanos como Rusia y China. Se dice que el volcán cuya primera erup­ ción, ocurrida hace unos 26.500 años, creó el lago Taupo, ha sufrido otras 28 erupciones y que podría estallar de nuevo en cualquier momento. 33. Arthur 2007,277. 34. Carta a Robert Hooke del 15 de febrero de 1676. 35. Aunque la variación cultural está actualmente bien documentada en los chimpancés, Whiten et al. (2009) sugiere que, a diferencia de la cultura hu­ mana, la de los chimpancés no es acumulativa. La naturaleza de trinquete de la cultura humana nos permite acumular los logros de generaciones an­ teriores. Este es probablemente otro ejemplo de recursión en el que el de­ sarrollo cultural pasado se incrusta en la cultura actual. 36. Diamond 1997,14. Por 'carga' podemos entender 'basura', cosas absoluta­ mente innecesarias.

307

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C a p ít u l o 13

Pensamientos a modo de conclusión

1.

El capítulo 13 lleva el título de "Caracteres sexuales secundarios de las aves." [N. del T.\ El autor hace un juego de palabras intraducibie cuando dice que el capítulo 13 del libro de Darwin "is for the birds"; en inglés, la expresión "for the birds" o "strictly for the birds" hace referencia a algo in­ significante, inútil, que no vale para nada.]

2.

Darwin 1896,126. Es interesante que este pasaje arranque con una referencia a los animales superiores y termine con otra a los inferiores.

3.

Amold 1992.

4.

Por ej., Ambrose 2001.

5.

Puede haber, sin embargo, variación cultural. Los pirahá, discutidos en los capítulos 6 y 7, parecen tener un lenguaje y una conciencia del tiempo rela­ tivamente reducidos, pero puede que lo compensen de otras formas. Es in­ cuestionable, además, que todos los humanos poseen una capacidad de expresión ilimitada, pero las culturas varían en la forma de explotar dicha capacidad.

6.

Arthur 2007.

7.

Dunbar 2004.

8.

Yo, personalmente, apenas sé cómo se enrosca una bombilla.

9.

Wiles 1995; Taylor & Wiles 1995. Quede en pie la remota posibilidad de que Fermat hubiese encontrado una prueba mucho más simple.

10. Hamilton 2005. 11. Beyerstein 1999. 12. Mi madre lo intentó. Me llevó a esquiar a los 16 años (mis 16 años, no los suyos), pero las condiciones eran algo precarias y tras esforzarme mucho para subir unos metros por la montaña, se me escapó uno de los esquís, que fue cayendo hasta llegar al punto en el que habíamos iniciado el ascenso. Supongo que si hubiera perseverado con el esquí restante podría haber in­ ventado el snowboard.

308

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ABSL (Lenguaje de Signos Al-Sayyid) 49,151 abuso sexual 117-8 actitud biológica 178 actitud intencional 164-5,190 ADN mitocondrial 245 adolescencia 238 ajedrez 23-4 Alexander, Richard D. 229 amnesia 107-9 animales, los: y el autismo 166-8; y el lenguaje 186; y el viaje mental en el tiempo 186; y la autoconciencia 1789; y la comprensión del habla hu­ mana 64-6; y la recursión 72-4, y la repetición 25; y la teoría de la mente 173-8,186. Véase también los nombres de las especies. Apolonio 19 aprendizaje vocal 58-9 araña 25 Arbib, Michael 80-2 Ardipithecus ramidus 217-8,220 área de Broca 80,81,92 área de Brodman 64, 80 área de Wemicke 82 Aristóteles 45 Armstrong, David F. Gesture and the Nature of Language (con Stokoe y Wilcox) 79 Aronoff, Mark 48-9

arrendajo 128-30 Arthur, W. Brian 256-7,262 ASL (Lenguaje de Signos Americano) 48, 67, 79,85, 87,147,151 Austen, Jane Orgullo y prejuicio 192 australopitecinos 217 Australopithecus afarensis 217,224,234 Australopithecus sediba 227 autismo 166,172,191,193 autoconciencia en los animales 178-9 aves, las: migratorias 186; y el engaño táctico 176-8; y el uso de herramien­ tas 131-2; y la enseñanza vocal 5861; y la memoria 186; y la memoria www 128-30; y la recursión 72, 74. Véase también nombres de especies aymara 147 Ayurveda 137 Baldwin, James Arthur 103 ballena 232 ballenas asesinas (oreas) 58 Barkow, Jerome The Adaptive Mind (con Cosmides y Tooby) 27 Baron-Cohen, Simón 166,169,171 Barth, John: Autobiography: A Selfrecorded Fiction 3; cuento-marco 16 Bass, Ellen The Courage to Heal (con Davis) 118 Beck, Benjamín B. 242

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Beckett, Samuel What is the word? 191 Bellugi, Ursula 79 Bemheim, Hippolyte 117 Beyerstein, Barry L. 263 bibliotecas 262 Bickerton, Derek 69,76 Bierce, Ambrose 33 Bingham, Paul 225 Bininj Gun-Wok 44 bipedalismo 83,217-27; aspectos nega­ tivos del 221; ayudado con las manos 218; facultativo vs obligato­ rio 217; y el lenguaje 227 Biombos Cave 248,253 Bloom, Paul 45,76; Descartes' Baby 204 Bogin, Barry 238 bonobos 215; como cuadrúpedos 2178; comprensión del habla humana 64-5; y el engaño táctico 178; y el gesto 70-2; y el habla 63-4; y el len­ guaje de signos 67-9; y el uso de sig­ nos 197; y el viaje mental en el tiempo 132 Botswana 98 Boyd, Brian 154 Bronowski, Jacob 223 Buin, dialecto uisia de 44 Bulwer-Lytton, Edward 16 Burling, Robbins 88 Butler, Samuel 35-6 Byme, Richard 70,178; The Thinking Ape 176

tiva del 25 capacidad mental y lenguaje 198 carrera armamentista 225 carrera armamentista cognitiva 164 caástrofes 260 caza del zorro 184 ceguera mental 166 cerebro humano, área de Broca 80,81, 92; área de Brodman 64,80; área de Wemicke 82; córtex motor 82; córtex prefrontal 236; desarrollo del 232-6; evolución del 171; hipo­ campo 107-8,110,208-9; hipocampo menor 208-9; módulo de deteccón de tramposos 155 ciática 221 Cicerón 45-6 Clayton, Nicola 128 Clever Hans 61 Clifford, Paul 16 cociente de encefalización (EQ) 233 colibrís 58-9 comunicación animal 33,35-6,51,5574 concatenación de frases 47 concepto de infinito 23 conceptos innatos 184 conciencia autonoética 107 conciencia humana de la muerte 134-6 condicionamiento: clásico 119-21; ope­ rante 121 Condillac, Abbé Étienne Bonnot de 77-

caballos 61 cadena pesada de la miosina (MYH16) 235 Calvin, William H. The Throwing Madonna 222 cambios anatómicos y origen del len­ guaje 94-6 caminar sobre los nudillos 217-20 canal hipoglosal 95 canto de las aves, naturaleza repeti­

conductismo 121,149,185 conexión mano-boca 89 conjunto de Apolonio 19 conocimiento humano de Dios 165-6 Consejo Escolar del Estado de Georgia y la evolución 206 contar 261; como una habilidad hu­ mana 23 convencionalización 85,87-8 córtex prefrontal 236

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índice

Cosmides, Leda 29; The Adaptive Mind (con Barkow y Tooby) 27 creatividad y psicosis 171-3 Creciente Fértil 256 creencia, inferencia de la 163-4 creencias falsas 163-4 Critchley, Macdonald The Language of Gesture 79 criterio www 139 críticos literarios antes del postmoder­ nismo 36 Crow, Timothy 76,249 cuervos 131-2 cueva de Chauvet 251 cueva de Hohle Fels 253 cueva de Qafzeh (Isreal) 136 cultura chimpancé 69-70 Chamberlain, Lindy 221 Chase, Stuart Tyranny ofWords 183 Chater, Nick 51 chimpancés 186,209,215,220; como cuadrúpedos 217-8; llamadas de los 56-7; mano de los 223-4; supervi­ vencia de los 202; y el engaño tác­ tico 178; y el gesto 70-2,195-8; y el habla 63-4; y el lenguaje de signos 67; y la imitación 69; y la referencia desplazada 145; y la representación simbólica 144; y la resolución de problemas 69-70; y la teoría de la mente 174-6,180; y las herramientas 132,240-2 Chomsky, Noam 22-3,36,51-2, 72,149, 183,213,249,263-4; visión del len­ guaje de 39-42,75; y la diversidad lingüística 46; y Prometeo 76 Christiansen, Morten 51 Darwin, Charles 78,99,173,221-2,224, 253, 259; El origen del hombre en rela­ ción con el sexo 35,205; La expresión de las emociones en el hombre y en los ani­ males 161-2; Sobre el origen de las espe­

cies por medio de la selección natural 205 Davis, Laura The Courage to Heal (con Bass) 118 de Morgan, Augustus 17 De Waal, Franz B. M. 173 Deacon, Terrence 144; La especie simbó­ lica 60,211 Dennett, Daniel 164-5,190 desarrollo de la forma periódica 45-6 Descartes, Rene 25, 234,160,203-5,208 desplazamiento: los niños humanos y el 145; uso del término 103 Diamond, Jared 258; Guns, Germs and Steel 256 Dirac, Paul 172-3 diseño inteligente 206-8 diversidad cultural 256 Dobzhansky, Theodosius 206 Donald, Merlin Origen de la mente hu­ mana 83 Dostoyevsky, Fiódor 192 dualidad de patrones y ABSL 49; y Hoc­ kett 49 dualismo innato 203-5 dualismo mente-cuerpo 203-5 Dunbar, Robin 165,233,262 ecolocación en murciélagos 186 Edad de Piedra media 245,249 elefantes 58,60,232 emoción 161-2; y autismo 166-8 empatizadores vs. sistematizadores 171 engaño táctico 176-8 erupción del Monte Toba 255 espectro autista-psicótico 169-73 esquizofrenia 168,170,172 estorninos 72-4, 73 Eubúlides de Mileto 39 Eva mitocondrial 246 Evans, Nicholas 43-5,98 Everett, Daniel L. 42-3,50-2,136,258 evolución darwiniana 205-11

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éxodo africano 248

Facchini, Fiorenzo 207 factoriales 18-20 fase infantil 239 Fauconnier, Gilíes 187 ficción: y el lenguaje 153-5; y el viaje mental en el tiempo 137-8 fiebres hemorrágicas del ébola 202 Fitch, Tecumseh 21,36,39, 72 FLB (Facultad del Lenguaje en sentido amplio) 72 FLN (Facultad del Lenguaje en sentido estricto) 72,194 fluidez cognitiva 30 fMRI (obtención de imágenes del cere­ bro por resonancia magnética fun­ cional) 82,126,126 Fodor, Jerry 184,188 fonemas 3el, diferenciación de 99; uti­ lizados en el lenguaje 98-9 formación de conceptos 47-8 Forster, Margaret 106; Hidden Lives 105 frases, concatenación de 30; incrusta­ ción de 38,43,47,52,107,153,156 Frege, Gottlob 149 fuego: uso controlado del 231 Fusión 22, 72 Fusión ilimitada 39-41,52 Galeno 209 Gardner, Alien y Beatrix 67 Geller, Uri 160 gen gramatical 236 generatividad y lenguaje 149-53 genes: ASPM (gen asociado a la microcefalia de tipo huso anormal) 235; FOXP2 91-4,101,249-50; MCPH6 (microcefalina) 235 gesto, como lenguaje 70; persistencia de 100-1; y el habla 88-91,96-100; y los orígenes del lenguaje 194-8. Véase también lenguaje de signos 342

Givón, Talmy (Tom) 50 glándula pineal 203,208 Goodall, Jane 56,61,139 Google 262 gorilas 57-8,202,215,220; como cua­ drúpedos 217-8; y el engaño táctico 178; y el lenguaje de signos 67 Góring, Hermann 184 Gorrones 164 gramática universal 39-42,44-6,50,52 gramática: reescribir las reglas de la 37 gramaticalización 46-8, 77 Grandin, Temple 166,191,194; Animáis in Translation 166-8 Graves, Robert Beware Madam! 59 Grice, Paul 187,191 Griffin, Donald R. Animal Minds: Beyond Cognition to Consciousness 185; The Question of Animal Awareness 186 gui (lenguaje) 98-9 habla: impenetrabilidad del 98; inten­ cionalidad del 58; origen del, y cambios anatómicos 94-6; partes del 45; y el aprendizaje vocal 58; y el gesto 88-91,96-100 Hamilton, William D. 169,191,263 haplogrupos 245; de Homo sapiens 246; LO245-6, 246,248,249; L1 245-6, 246,247; L2 245,246,247) L3 245-8, 246,247,253; M 246,246,247) N 246,246,247 Happé, Francesca 193 Haré, Brian 175-6 Hauser, Masrk 36, 72 Hayakawa, Samuel Ichiye Language in Thought and Action 183 Hayes, Cathy y Keith 63 Hebb, Donald 0 . 141 Hennessy, Peter 25 Henry O. (William Sydney Porter) El rescate de Jefe Rojo 192 Henshilwood, Christopher S. 248

índice

herramientas 251; manufactura de 240-3 Hewes, Gordon W. 79 hibridación del ADN 217 hiena 227 hipocampo 107-8,110,208-9 hipocampo menor 208-9 hipótesis de Bischof-Kóhler 131 hipótesis Sapir-Whorf 148 Hockett, Charles F. 49,85-7,103 Hoffecker, John F. 243,249 Holyoak, Keith J. 179-80,211 hominino 215; manos del 224. Véase también nombres de especies Homo erectus 217,231,239 Homo ergaster 83,227,239; y tamaño cerebral 234 Homo habilis 95,227; y tamaño cerebral 234 Homo heidelbergensis 227 Homo neandertalensis 227; y tamaño ce­ rebral 234 Homo rudolfensis 227; y herramientas 242; y tamaño cerebral 234 Homo sapiens 199-200,227; emergencia del 243-4; y migración 240; y recur­ sión 215; y tamaño del cerebro 234 Hoo antecesor 227 Horrobin, David 172 hotentotes 222 Hrdy, Sarah Blaffer 228-9 humanos de Cromagnon 252-5 Humboldt, Wilhelm 23 Humphrey, Nicholas K. 229 Huxley, Thomas Henry 208-9 iatmul 43 ilgar 45 implicaturas 188 imprimación 170-2 incrustación central 45, 72-4 incrustación recursiva 239 incrustación: autosimilar 21; de estruc­ turas 36; de eventos 147; de frases 38, 43,47,52,107,153,156; de la concien­

cia 132; de procesos 30-1; de tiempo 133; en el canto de las aves 72-4; en la música 22; recursiva 24,239; vs es­ tructura recursiva 21 industria acheulense 242-3 industria oldowense 242 infancia: como crisol de la mente re­ cursiva 238; y la emergencia del len­ guaje gramatical 238; y la teoría de la mente 238 inferencia y recursión 157 infinitud discreta 23 Ingvar, David 126 instinto del lenguaje 50 instintos 119 inteligencia maquiavélica 164 inteligencia social 164 ironía, y teoría de la mente 192-4 Isabel del Palatinado 203-4 Isla Bougainville 44 iteración: y el tiempo 134; y la recur­ sión 126-7 Jackendoff, Ray 21-2,69 James, Henry 23 James, William 137 Jarvis, Erich D. 58-60 Jerison, Harry J. 233 Johnson, Frank 204 Jones III, juez John 207 Journal of Parapsychology 160 Kamman, Richard Psychology nofthe Psychic (con Marks) 160 kayardild 45 Kingsley, Charles The Water Babies 208 Kingsley, Mary 96-7 Kirschmann, Eduard 188; Das Zeitalter der Werfer 222 Klein, Richard 76,253 Klima, Edward S. 79 Koestler, Arthur 160 Kóhler, Wolfgang 69,127,185 Kozybski, conde Alfred 183 343

Michael C. Corballis/ La mente recursiva

Kundera, Milán Ignorance 112 Ladygina-Kohts, Nadesha 63-4 Laing, R. D. Nudos 168-9 Lamb, Charles 172 lanzar 224-7 latín 150-1 lazos sociales 231 legislación sobre el bienestar animal 184 lenguaje británico de signos 90 lenguaje chino 146-7,151 lenguaje de signos nicaragüense (NSL) 47-8 lenguaje del pensamiento 183-4 lenguaje escrito, influencia del 45 lenguaje hopi 148 lenguaje italiano de signos 85 lenguaje natural como ejercicio mini­ malista 191 lenguaje navajo 98 lenguaje turco de signos 87 lenguaje: adaptado al cerebro 51; bipe­ dalismo y 227; comprensión del 646; diversidad del 43-6; emergencia del, en Homo sapiens 76; evolución del 39-42,46,51; exigencias del al­ macenamiento neural 232; no recur­ sivo 42-3; orígenes gestuales del 77-9; punto de vista de Chomsky sobre el 39-42; singularidad del 213; utilizado para enseñar 155-6; y ca­ pacidad mental 198; y el tiempo 145-9; y el viaje mental en el tiempo 140-1; y fortalezas sociales 256; y la ficción 153-5; y la generatividad 36, 149-53; y la mimesis 83-8; y las neu­ ronas espejo 80-2; y recursión 36-9; y teoría de la mente 186-8 lenguaje-E 22, 39-41,46,183; y la selec­ ción natural 75-6 lenguaje-I 22,39-42,72,183,264; correspondencia con el lenguaje-E 46; la selección natural 75-6 lenguajes aislantes 151 lenguajes click 249-50 344

lenguajes de signos 85; animales y 6572; como verdaderos lenguajes 66 lenguajes desordenantes 151 lenguajes SVO 151 leones 59 lexigramas 67 Ley de Zipf 143 Liberman, Alvin 82 Libro de los Salmos 202 Lieberman, Daniel 95 Lieberman, Philip 94-5 linaje L3, expansión y migración del 246-51 linearización 46 lingüística cognitiva 187 literalismo 193-4 Livio 45-6 Locke, John L. 238 Loftus, Elizabeth 116-8 loros 59-61,261 Lovejoy, Owen 218 Lucy 217,234 Luria, Aleksandr Romanov The Mind of a Mnemonist 114 macaco, cerebro del 81 MacNeilage, Peter F. 88 Makeba, Miriam 246 Malotki, Ekkehart 148 mano humana/hominina 224 manufactura recursiva 221 maoríes 98,229 Maquiavelo, Nicolás El príncipe 164 Markus, Hazel 137 Marzke, Mary 223 Maudsley, Henry 172 maximización de la relevancia 188-90 McDougall, William 159-60 McGurk, Harry 89 medición del tiempo 133-4 Melanesia 44 Mellars, Paul 248-9,252 memoria: autobiográfica 106; de tra­ bajo 30; declarativa 110; episódica

índice

106,108-9,115,121,125,128,137, 139-40,153,155,232; fragilidad de la 110-3; implícita 109-12,121; in­ consciente 109-10; recursiva 238; se­ mántica 106,108-9,121-3,155; www 128; y el tiempo 125 mente: humana y de otros animales 15; modelo de la navaja suiza 27-9 Mesoamérica 256 metáfora y teoría de la mente 192-4 migraciones 239-40,247 Milne, A. A. Winnie the Pooh 24-5,55 Milton, John Paraíso perdido 202 mimesis 83-5 minimalismo 191 Mithen, Steven 30; SingingNeanderthals 60 módulo para la detección de trampo­ sos 164 módulo teoría-de-la-mente 188 monos capuchinos 224 monos Rhesus y el test del espejo 179 monos tití 57 monos. Véase nombres de especies; pri­ mates morfemas 48-9 morfología 49-50 Morgana, Aimée 60-1 Morris, Robert 160 movimiento en pro de los derechos de los animales 184 Mozart, Wolfgang Amadeus Concierto para piano en sol mayor 74 Müller, Friedrich Max 35 murciélagos 186 Namibia 98 neandertales 92-4,243; extinción de los 252; y entierro de los muertos 136 Neissr, Ulric 137 neocórtex, tamaño del 233 neuronas espejo 80-2, 81 Newton, Sir Isaac 257 nicho cognitivo 229

Nietzsche, Friedrich Humano, demasi­ ado humano 90-1 niños: adaptabilidad de los 244; y el contacto con los demás 229; y el se­ ñalar 197-8; y la comunicación ges­ tual vs la vocal 198,238; y la conexión mano-boca 89; y la falsa creencia 164,168,175; y la función declarativa 197; y la referencia des­ plazada 144-5; y los fonemas 99 Nueva Guinea 43-4,258 números naturales 18 Nurius, Paula 137 ocre 248 ojo, el (como ejemplo de diseño) 206 operación Fusión 39-41 oración 38-9; periódica 45-6 orangután 215,218; y engaño táctico 178 orden de las palabras 150 órdenes de intencionalidad 165 ornamentación personal 251 Orrorin tugenensis 217 Orwell, George 1984 183 Owen, Richard 208-9 pájaro lira 60,176-8 palabras con contenido 46-7 palabras funcionales 46-7 palabras: almacenadas en la memoria semántica 155; estructura combinatorial de las 48-50; "necesarias" 150 Paleolítico Superior 251-5 Papp, Szilvia 193 Parque Nacional de Laongo 242 Pascal, Blaise 201 Patterson, Francine 67 Pavlov, Iván P. 119-21 Peek, Kim 113-4 Penn, Dereck C. 179-80,211 pensamiento 16 pensamiento episódico futuro 125 Pepperberg, Irene 261 345

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Pepys, Samuel 66-7 perros: comprensión del habla humana 64; experimentos de Pavlov 121; y la telepatía 61; y la teoría de la mente 176 personalidad esquizotípica 169 personas-cosa 191 personas-persona 191 personificación de objetos 169 Pfungst, Oskar 61 Piaget, Jean 163 Pinker, Steven 21-2,29-30,45,50, 69, 140,144,184,186; Cómofunciona la mente 27; el lenguaje como instinto 119; y el gen de la gramática 236; y la emergencia del lenguaje 76; y la onomatopeya 85 pirahá 42-3,50-2,136,258; y el tiempo 147-9 Pleistoceno 27,31,199; evolución du­ rante el 227-31 Plioceno, y enfriamiento global 227 Potter, Beatrix 55 Povinelli, Daniel 69,174-5,179-80,211 pragmática 188,194 Premack, David 30,173-4 primates: y el engaño táctico 178; y el lenguaje de signos 66-72 procedimientos iterativos en las mate­ máticas computacionales 26 programa ELIZA 157 Programa Minimalista 22,39, 72 proposición 38-9 protolenguaje 69-70 Provine, Robert Laughter: A Scientific Investigation 56 psi 161 psicología evolucionaría 164; y la re­ cursión 27-31; y la teoría de la mente 168 psicoquinesis 160 psicosis 168; y creatividad 171-3 pulgas, el problema recurrente de las 17 346

Ramachandran, Vilayanur 80 Randi, James The Truth About Geller 160 ratio neocortical 233 ratón de campo 128-30 Read, Dwight W. 30 recuerdos: falsos 116-8 recursión galopante 212 recursión: como característica mínima 36,51; como clave de la mente hu­ mana 211-3; como estructura 22,23; como proceso 22-3; definición de 15-6,21; e inferencia 157; el lenguaje como 36-9; incrustación centrada 36-7; naturaleza de la 15-26; origen de la 243; vs iteración 26-7; vs repe­ tición 24-6; y la psicología evolucio­ naría 27-31 red nuclear 126 reglas combinatorias 153 religión: y el diseño inteligente 207; y el tiempo 134-7; y la teoría de la evolución 204-5; y la teoría de la mente 165-6 repetición vs recursión 24-5 representación simbólica 141-5,212 representaciones icónicas en lenguajes de signos 85 resonancia mórfica 161 Rhine, Joseph B. New Frontiers ofthe Mind 159-60 risa humana 56 Rizzolatti, Giacomo 80-2 Rousseau, Jean-Jacques 78 Russell, Bertrand 39 Sacks, Oliver Un antropólogo en Marte 166 Sahelanthropus tchadensis 217 Saki (H. H. Munro) 25; Tobermory 55 Salmond, Anne 98 san, los, y el lenguaje click 250 Sapir, Edward 148 sarcasmo 192

índice

Saussure, Ferdinand de 85,143 Savage-Rumbaugh, Sue 64, 67 Schacter, Daniel L. 126 secuencias infinitas 18 selección natural 205-11 selección social galopante 231 Semántica General 183 señalar para compartir información 195-8 separación monos-homininos 75,92, 127,198,215-7,224,227,234 series de Fibonacci 20 Shakespeare, William: Enrique V 227-8; Enrique VIII101; Noche de Reyes 24, 136 Shaw, George Bemard 225 Sheldrake, Rupert 161; Dogs That Know When Their Owner Are Corning Home 61 Shereshevskii, Solomon 114 Sidgwick, Henry 159 síndrome de Asperger 168,172,194 síndrome del savant 113,115-6,172 sistema conceptual-intencional 72 sistema espejo 80-2,91-2 sistemas de memoria, evolución de los 118-23 sistemas retroactivos 26 Skinner, B. F. 149; Walden Dos 121 Snowdon, Charles T. 57-8 Sociedad Filológica de Londres 35 Sociedad Lingüística de París 35; y la evolución del lenguaje 75 Society for Psychical Research 159 Sperber, Dan 188-90 Stokoe, William C. El gesto y la natura­ leza del lenguaje (con Armstrong y Wilcox) 79 Stumpf, profesor 61 submódulos 188-90 Suddendorf, Thomas 125,127 Swift, Jonathan, Una modesta proposi­ ción 192

tamaño cerebral 232-3 Tanner, Joanne 70 Tattersall, Ian 94 tecnología levalloisiense 243 telepatía 61,159,208 teoría de la mente 157,161-6,213,238, 264; aspectos cognitivos de la 173; los animales y la 173-8; y el lenguaje 186-91; naturaleza recursiva de la 52; y la recursión 165; y la religión 165-6 teoría de la mente galopante 173,180 teoría de la reinterpretación relacional 179-80 teoría de la relevancia 188-90 teoría del big-bang en la evolución del lenguaje 76,199 teoría modular: de la mente humana 27-31; y submódulos 188-90 teoría motora de la percepción del habla 82 test de Anne y Sally 163,175 test de las tres montañas 163 test del espejo 178-9 The Spectator (revista) 16-7 tiempo de referencia 146 tiempo presente 146 tiempo: gramática del 139-56; y el len­ guaje 145-9; y la condición humana 132-7; y la recursión 133-4; y la reli­ gión 134-7 tigre de dientes de sable 227 tiriyo 45 Tomasello, Michael 42,45,69-70,195-7 Tooby, John 29; The Adaptive Mind (con Barkow y Cosmides) 27 Tooke, John Home 150 Torre de Hanoi 109 tradición alfabética 45 trastorno del espectro autista 193 triángulo de Sierpinski 19 Trivers, Robert 164 Tulving, Endel 107-9 uisia (dialecto) 44 347

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último teortema de Fermat 263 Unidad Koestler de Parapsicología de la Universidad de Edimburgo 160 uso de herramientas, el viaje mental en el tiempo 131-2 Vanuatu 44 Vestigios de la Historia Natural de la Creación 205 viaje mental en el tiempo 125-6,131, 236,264; animales y 127-32; prehis­ toria del 136; y ficción 137-8 vocalizaciones animales 55-6: como señal para distinguir a las especies 57; control voluntario de las 57-8; de carácter emocional 57 Vogel, J. W. 222 walpiri (lenguaje) 151 Wallace, Alfred Russel 205,208 Watson, John B. 121,185 Watts, David 134 Wearing, Clive 107,125 Wearing, Deborah 107

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Western Amhem Land 44-5 Whitehead, Alfred North 149 Whiten, Andrew 178 Whitman, Walt Hojas de hierba 25 Whorf, Benjamín Lee 148 Wilcox, Sherman E. Gesture and the Na­ ture of Language (con Armstrong y Stokoe) 79 Wiles, Andrew 263 Wilson, David Sloan 154,188-90 Wilson, Deirdre 188 Wittgenstein, Ludwig 100 Woodruff, Guy 174 Wrangham, Richard 231 Wundt, Wilhelm 78-9 Wynn, Clive 185; ¿Piensan los animales? 184 ¡xóo (lenguaje) 98-9 Young, Richard W. 223 Zipf, G. K. Human Behavior and the Principie of Least-Ejfort 143

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BIBLIOTECA BURIDÁN