La historia política hoy: sus métodos y las ciencias sociales

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LA HISTORIA

POLÍTICA

HOY

Sus métodos y las Ciencias Sociales Editor César Augusto Ayala D iago

U niversidad N acion al de C olom bia Facultad de C iencias H u m an as D epartam ento de H istoria L in c a d e in v e stig a c ió n e n H isto r ia P o lític a y S o c ia l

I,a I listona Política Hoy

Sus métodos j las Ciencias Sociales Universidad Nacional de Colombia. Sede B ogotá, D.< Facultad de Ciencias I lumanas C iudad Universitaria, Bogotá, D .C ., (Colombia (Coordinación de Publicaciones l'.C.I I. Tels: 316 5149 - 3165000 Kxt. 16208 w w w .hum anas.unal edu co (Jarlos Miguel ( )rtíz Sarm iento

D ecan o f acultad de Ciencias Humanas O vidio D elgado Mahecha

V icedecan o A cadém ico I'acuitad de Ciencias Humanas Koch l-irtlc

D irecto r D epartam ento de Historia

E d i tor (Cesar A ugusto Ayala D tago

C oord in ación editorial N adeyda Suárcz Morales

D iseñ o y diagram ación: | ulián li. Hernández. (goth sim agenes@ yahoo.es)

Im agen carátula: Placa de huevos, Jcan Arp (tomado de I listoria del Arte Saivat Vol 27 pag. 45) ISBN : 9588063-17-5 Im preso en Colombia-Printed in (Colombia

Catalogación en la publicación Universidad Nacional de Colombia La historia política hoy sus métodos y las ciencias sociales / ed. César Augusto Ayala Diago — Bogotá . Universidad Nacional de Colombia, 2004 424 p. ISBN 9M-836J-17-5 1 Ciencias políticas 2. Historia política-Colombia I Ayala Diago, César Augusto, 1934-. ed II. Seminario La Historia Política H oy: sus métodos y las Ciencias Sociales (2002: Bogocá) III. Universidad Nacional de Colombia. Facultad de Ciencias Humanas. Departamento de Histona CDD-21 320 98M / H673h / 2004

Prólogo Citar Augusto Ay ata P arte I L a e m e rg e n c ia de n u evo s te m as en la h isto ria p o lítica

La Historia comparada: Retos y posibilidades para la historiografía colombiana Medójib Medina

Los estudios de comunicación y la historia política Fabio I

de la Roche

Los intelectuales y la historia política en Colombia Gilberto I mui^ i Cano P arte II R e g ió n e h isto ria p o lítica

La experiencia del grupo de investigaciones históricas sobre el Estado Nacional colombiano: Derroteros, concepto fundamental y temas seleccionados Armando Mar1ini~ Canuta

Contribución a un balance y perspectivas de la historia política regional en el suroccidente colombiano, desde la relación Historia-Ant ropología Oscar Atmano G.

La historia política a través de sus actores: Historias con sentido

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Adolfo León Atebortúa Cru~

P arte III H isto r ia P o lítica en C o lo m b ia

Lo social y lo político en Colombia (1958-2000)

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Mauricio Archila Neira

Lecturas sobre la iglesia católica como actor en la historia política colombiana

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José David Cortés Guerrero

Caricatura y caricaturistas en la historiografía política colombiana 264 Darío A h vedo Gamona P arte IV C ie n c ia p o lític a , P o lito lo g ía e H isto r ia P o lític a

Aportes al dialogo entre historia y ciencia política. Una contribución desde la experiencia investigativa en el CINEP

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Fernán Gon^á/e^.

El redescubrimiento de las relaciones internacionales para la historia política de Colombia

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Diana Marcela Rnjas

La prensa de oposición como recurso del historiador de la política: El caso de pedro escudriñez

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Alberto Rejarano P arte V P r o p o sic io n e s p a ra la n ueva H isto ria P o lítica

La interacción histórica entre política y cultura

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IngndJohanna Bolívar

Metáfora y conflicto armado en Colombia Fernando Estrada Gallego

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Prólogo

En mayo de 2002 se llevó a cabo en la sede de Bogotá de la Universidad Nacional el Seminario L a historia política hoy: su s m étodos y las cien cias sociales. El evento convocó a los estudiosos de la historia política colombiana a pensar sobre sus métodos, sus temas y su relación con las ciencias sociales. Vie­ jos y nuevos especialistas sociabilizaron sus experiencias investigativas. Se trató de un encuentro de curtidos y jóvenes historiadores, rodeados por una juventud sedienta de luces y orientaciones. La convocatoria llamó la atención sobre el olvi­ do de la historia política en la constitución de nuevos campos del conocimiento com o la ciencia política y la politología, las ciencias de la comunicación y la tecnología jurídica, que rem­ plazó la antigua carrera de Derecho. El seminario constituyó un interesante intercambio más que m terdisciplinario, transdisciplinario. Filósofos, lingüistas, an trop ólogos, com un icólogos, econom istas, so ciólo gos, politólogos, abogados, novelistas e historiadores mostraron las maneras transdisciplinarias como están abordando la his­ toria política. Quedan las estructuras propias de cada profe­ sión pero al abordar sus problemas el nuevo científico social colombiano está amparado indistintamente por paradigmas 5

nuevos. En los contenidos de las ponencias se hizo evidente que la interdisciplinariedad no consiste en trabajos de conjun­ to o de grupo sino en el modo como el investigador se apoya en los avances de las ciencias sociales distintas a la suya. Los asistentes al evento se percataron de la importancia de la historia para comprender el presente colombiano, y advirtie­ ron nuevas maneras de abordar nuestro complejo pasado desde las ciencias del lenguaje como la lingüística, la semiótica, la teoría de la comunicación y la ciencia política. U na historia política reconstruida con la colaboración de todas las especiali­ dades de las ciencias sociales permitirá avanzar y profundizar en la comprensión de la cultura política de los colombianos. De igual manera los asistentes señalaron la utilidad de la his­ toria y de los historiadores para iluminar la vida cotidiana de las sociedades. Se insistió en la necesidad de un historiador en uso del derecho ciudadano para expresar lo que piensa, reflexiona y siente sobre los problemas del mundo contem­ poráneo, de tal modo que pueda mantener un contacto di­ recto con los apremios inmediatos que a veces desde su gre­ mio no reciben opinión ninguna. Ponentes y asistentes reflexionaron sobre la situación de la memoria histórica del colombiano. La mayoría de los estudian­ tes de la universidad egresan de sus facultades sin un mínimo de conocimientos en historia de Colombia. De historia de C o­ lom bia nada saben al egresar los lingüistas, los literatos, los filósofos, los estudiantes de lenguas; incluso los abogados, los antropólogos, los politólogos y los sociólogos. Se ha llegado al absurdo, en Colom bia, de concebir una sociedad, una cultura, una filosofía y una lengua sin su dimensión histórica. Las cosas se agravan si tenemos en cuenta la manera cóm o la discipli­ 6

na de la historia que se impartía en la escuela se diluyó en el espectro de la totalidad de saberes sociales. H oy es apenas un referente, prácticamente ha desaparecido. U na escuela y una universidad sin la historia nacional en sus programas básicos explican, en parte, el porqué de un país sin identi­ dad, sin memoria y sin autoconciencia nacionales. En el evento participaron investigadores de la universidad del Valle; de la de Antioquia; Industrial de Santander; de CTNEP y de las diferentes sedes de la Universidad Nacional de C o lom ­ bia. El Seminario estuvo organizado por la Línea de Investiga­ ción en H istoria Política del Departamento de H istoria de la Universidad Nacional y por la División de Educación continua­ da de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad N a ­ cional de Colom bia, Sede Bogotá. Bajo el signo de la transdiciplinaridad fueron discutidos temas como los siguientes: historia política e historia comparada, his­ toria de los intelectuales en Colom bia, historia de las relacio­ nes internacionales, el uso de la metáfora por parte de los acto­ res del conflicto armado colombiano, nuevos enfoques para abordar la historia regional en el país y sus relaciones con la historia política, las relaciones entre comunicación y la historia política, entre otros. En los escritos encontramos un llamado a que los historiadores colombianos en formación no sólo renue­ ven los temas tradicionales de la historiografía nacional, sino a que los aborden desde una perspectiva más amplia que los lle­ ve al terreno de la comparación. Es esa la invitación que hace en su escrito el profesor Medófilo Medina, que critica a su vez la forma como se constituyó la historiografía colombiana en el marco de las historias nacionales, a diferencia de otras ciencias sociales más abiertas a la comparación. En esa misma direc­ ción, la investigadora del IEPRI Diana Rojas aborda la histu7

ria diplom ática, un campo poco trabajado en C olom bia, com o lo constata en su balance historiográfico. Rojas pro­ pone la consolidación de una línea de investigación sobre las relaciones internacionales de C olom bia que llene ese pro­ fundo vacío en la historiografía nacional. Es novísimo en Colom bia el estudio de nuestros intelectuales. El escrito de Gilberto Loaiza abre la brecha. Su ensayo intenta una tipología histórica sobre los intelectuales en Colom bia. Aborda al intelectual político del siglo X IX , al intelectual críti­ co entre 1870 y 1930; al intelectual ideólogo del mismo perío­ do, al intelectual comprometido en la época del Frente N acio­ nal hasta llegar al actual intelectual subordinado. Loaiza asesta una dura crítica a este último. “Llamo intelectual subordinado a aquel tipo de intelectual que le sirve al Estado, a las institu­ ciones, a grupos sociales y económicos dominantes, que se de­ dica a reproducir y administrar sus pautas de control, sus le­ mas, su m oral, su ideal de sociedad. Su dependencia es sim ple com o asalariado de una institución y se vuelva más com pleja cuando debe estar disponible para sus controles y censuras, cuando debe adecuarse a sus normas de escritura, a la legalidad que lo circunda y determina. La subordinación no solo se en­ tiende com o la dependencia pasiva, aceptada, ante los contro­ les que se le imponen; se vuelve activa cuando se autoconsidera miembro del cuerpo institucional y se siente impelido a ser dis­ tribuidor, administrador y guardián de su normatividad”. La investigación histórica colombiana está obligada a abordar de una manera distinta a la de los años setenta la historia regio­ nal. Urge la incorporación de nuevas metodologías y temáti­ cas. El seminario debatió al respecto y escuchó al profesor A r­ mando Martínez Garnica, animador de uno de los proyectos más audaces y polémicos sobre el Estado Nacional colombia­ 8

no a partir de la experiencia del Estado Soberano de Santander. El historiador Oscar Almario incorporó a la discusión su expe­ riencia investigativa en el sur-occidente colombiano. Almario reniega de las fronteras entre Historia y Antropología y se ma­ nifiesta a favor de una metodología de investigación común. Dice que mientras la historia política insiste en el paradigma de la construcción del Estado Nacional como el concepto funda­ mental, él propone un descentramiento a través del concepto de riniádüd, con el que pretende la visibilidad de otros actores sociales. Otra visión de lo regional está expresada en la investi­ gación de Adolfo Atehortúa, quien hace un recorrido por su experiencia como investigador de la violencia urbana en el Va­ lle del Cauca durante la segunda mitad del siglo X X . Para Atehortúa la historia oral ocupa un lugar destacado para la re­ construcción de los procesos históricos en la región. Habla de su relación con las gentes para lograr de ellas su testimonio y luego de las maneras de procesar la información. Establece la relación individuo-sociedad a través de las historias de vida. El profesor Fabio López convoca a historiadores de la política y a periodistas investigadores a abordar la historia de la comuni­ cación. Considera importante el estudio de los usos políticos que de diferentes aspectos de la comunicación han sido hechos por los aparatos de poder y por la generalidad de los movimien­ tos políticos y sociales de todo tipo; lo mismo que los efectos sociales que ha implicado la introducción de nuevas tecnolo­ gías en la comunicación y su impacto histórico. Llama la aten­ ción que un procedimiento de tal naturaleza iría en beneficio del ejercicio de un periodismo más profundo, lo que enriquece­ ría de paso aspectos de la historiografía política colombiana. El artículo del profesor Mauricio Archila reconsidera las rela­ ciones establecidas en Colom bia entre “lo social” y “lo políti­ 9

co”. Aborda las relaciones entre los movimientos sociales y el Estado de 1958 al año 2000. Advierte que si bien desde 1931 la legislación colombiana limitó la acción política de los sindica­ tos, a pesar de ser cooptados e instrumentalizados por los par­ tidos tradicionales, lograron generar dinámicas que los hicieron parte constitutiva de las maneras de hacer la política en el país. El profesor José David Cortés ofrece una crítica ala historio­ grafía que de manera tradicional ha abordado la historia de la iglesia católica colombiana. Esclarece los presupuestos teó­ ricos que han nutrido cada uno de los enfoques y recomien­ da no limitar su accionar político tan solo al entramado bipar­ tidista. C ortés invita a reconsiderar la historia de la iglesia católica colom biana com o parte de un cuerpo mayor, com o un sistem a cultural com plejo, que excede por entero los mar­ cos de la política convencional. D os de los ensayos invitan a renovar y complementar las fuen­ tes para abordar la historia política. D arío Acevedo incita a incorporar la caricatura a la explicación histórica. A través de un recorrido por algunos hitos de la historia de tal género en Colom bia, Acevedo nos ilustra sobre los contenidos imagina­ rios y partidistas que se pueden aprehender por medio del estu­ dio de este interesante documento histórico. De otro lado, el politólogo Alberto Bejarano, apoyándose en la prensa decimo­ nónica colombiana, aborda al periodista Pedro Escudriñe^ opo­ sitor de Rafael Núñez y Miguel Antonio Caro. La lectura de la prensa le sirve a Bejarano tanto para ilustrar una coyuntura histórica del país, com o para indagar sobre el proceso de construcción en Colom bia del espíritu público. La reconstrucción del itinerario intelectual y profesional de historiadores cuya obra ha sido influyente es pertinente. El 10

escrito de Fernán González aborda su historia personal como historiador que desde la ciencia política llega a la historia po­ lítica. Su artículo ilustra, además, sobre la participación del C IN E P en algunos de los proyectos más abarcantes de la historia política colombiana contemporánea, y da pistas para entender los dos núcleos centrales de su obra: las relaciones entre Iglesia católica, el Estado y la sociedad; y el de la rela­ ción entre los conflictos sociales y las violencias. La politóloga Ingrid Bolívar invita a repensar la política históri­ camente. En su artículo se critican dos “hábitos de pensamiento” que nutren a varias ciencias sociales: la aparente oposición y mutua exclusión entre política y cultura, y la definición de suje­ tos políticos en tanto entidades autónomas. Retom ando una advertencia de Marc Bloch, Ingrid Bolívar se pregunta ¿por qué la política debe ser vista como algo superficial?, lo cual la con­ duce a autores com o Norbert Elias, E.P. Thom pson y Peter Burke. La autora recuerda que el concepto de cultura surgió en el proceso de consolidación de los estados nacionales, en el que cada pueblo buscaba distinguirse de los demás. La sociolo­ gía decimonónica contrapuso así identidades prim arias y se­ cundarias, suponiendo que unas de ellas eran prescindibles y otras no. El artículo confronta estos supuestos y sugiere que no hay vínculo cultural que no sea construido sobre la base de estrategias de supervivencia y relaciones desiguales. Por últi­ mo, Ingrid Bolívar realiza un recuento de la forma com o han sido trabajadas estos categorías en la historiografía colonial de Colombia. El profesor Fernando Estrada realiza una aplicación de la teoría de los actos del habla al problema de la violencia en C olom ­ bia. Analiza el uso que de la m etáfora hacen los medios de com unicación en C olom bia cuando se trata del conflicto 11

arm ado. Estrada argumenta que la utilización de la metáfora por parte de medios constituye un “)uego de actos de ha­ bla” , enm arcado en dos opciones: la guerra como una for­ ma de argumentación y la argumentación com o una forma de gu erra. A sí ab o rd a el con flicto c o lo m b ian o desde entram ados conceptuales que arrojando nuevas luces sobre el análisis. La línea de investigación en historia política y social expresa especiales agradecimientos al equipo de trabajo que hizo posi­ ble la realización del evento. En particular al grupo liderado por Juan David Figueroa, Carlos Andrés Lagos y Jorge Alberto C ote entre tantos estudiantes involucrados en las actividades del evento. Extendemos nuestro reconocimiento a Atnalfi Serpa, la autora del afiche y plegable originales del seminario; a María Cristina N ieto de la División de Educación Continuada, nues­ tro soporte logístico y una voz de aliento permanente, lo mis­ m o que a la entrañable Nadia, entonces vinculada a esa uni­ dad. Extendem os nuestros agradecimientos a los amigos que contribuyeron en la edición y publicación del libro que ofrece­ mos hoy a los lectores. Manifestamos, por igual, reconocimien­ to a los colegas que participaron en el Seminario. Y por supues­ to muchas gracias al Departamento de Historia y a la Facultad de Ciencias Humanas, sin cuyo apoyo no hubieran sido posi­ bles seminario y libro. A NadeydaSuárez y Julián Hernández, de la Unidad de Publicaciones de la Facultad, que nos han brin­ dado especial ayuda en la diagramación y el diseño editorial. Queremos también agradecer a Juan Carlos Villamizar y a Rubén Darío Florez por su oportuna colaboración. César Augusto Ayala Diago Unea Je Investigación en Historia Políticay Social

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Parte I L a em ergencia de nuevos temas en la historia política

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L a Historia com parada: Retos y posibilidades para la historiografía colom bian a M e d ó filo M e d in a Departamento de hlistona Universidad Nacionalde Colombia

Las observaciones que quiero ofrecer buscan presentar de ma­ nera casi coloquial la reflexión que me dictan algunos de los pro­ blemas que me planteo hoy en mi condición de investigador y que tam bién se originan en las discusiones sobre asuntos curriculares en las que he tomado pane en la Universidad N a ­ cional. La exposición responderá a los siguientes enunciados: 1. La apertura de la historiografía colombiana: un propósito aplazado 2. La comparación en las Ciencias Sociales y en la Historia en particular 3. Exigencias y posibilidades de la comparación 4. Bases para una historia comparada de Colombia y Vene­ zuela

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a a p e r t u r a d e la h is t o r io g r a f ía c o l o m b ia n a

u n p r o p ó s it o

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apla za d o

En el país ha operado de manera inconsciente, pero efectiva, una ecuación como representación de un oficio intelectual: his­ toriador = historiador de Colombia. Curiosamente, la realiza­ 15

La H istoria com parada: R etos y posibilidades

ción de estudios de postgrado en el exterior no ha conmovido ese confinamiento en la medida en que las tesis de quienes los han llevado a cabo de manera casi exclusiva se inscriben en los temas nacionales. Por ejemplo, en Francia y en parte en la Gran Bretaña, un par de nombres de profesores prestigiosos se aso­ cia a decenas de tesis de estudiantes de diversos países de Am érica Latina que les llevan año tras año los títulos de sus trabajos en ejercicio de renovada ofrenda. ¿N o será posible — me pregunto con ligero sobresalto—, que algún día un estu­ diante colom biano sorprenda en la Universidad de París con un tem a com o la herejía albigense en el Languedoc y acceda con ello a la tutoría de un medicvalista francés? Pero... ¿Hasta cuándo habremos de resignarnos a que las nuevas generacio­ nes sigan repitiendo al respecto la experiencia de quienes cur­ samos los postgrados en el exterior hace treinta o cuarenta años? La pregunta algo retórica sólo es una precaución frente a quien me espete: de te fabula narratur! El colom bocentrism o ha traído aparejada una especialización viciosa: historiadores sobre un área particular de la Colonia, el siglo X IX o el X X . ¡N o nos percatamos siquiera de la contra­ dicción en los términos! H oy, en los comienzos del siglo X X I, el escenario de nuestra historiografía está configurado de ma­ nera predominante, por un parroquialismo alimentado por ex­ pertos. El anterior no es sin embargo un paisaje bucólico. El cuadro está cuarteado por inquietantes paradojas. Primera: mis colegas están al tanto de teorías y conceptos de la filosofía, las ciencias sociales, el psicoanálisis que agitan a la disciplina his­ tórica a nivel planetario. A la corriente de la docencia se llevan estos productos que también asoman en los pie de página de los artículos y los libros de historia. Segunda: En los diversos program as está representada aunque de manera muy desigual en comparación con la historia de Colom bia, la historia mun­ 16

Mcdófilu Medina

dial en cursos y seminarios. Quienes imparten esa docencia en este segundo campo forman parte orgánica de los departamen­ tos y carreras de H istoria. N o obstante, la historia que deja registro gráfico se restringe con pocas excepciones al ámbito geográfico de Colom bia y por lo general a segmentos cronoló­ gicos muy breves. Sería una grave distorsión adjudicar la responsabilidad de esos resultados a quienes trabajan en los diversos campos diferentes al de la historia de Colom bia. El esfuerzo de buena parte de ellos suscita mi respeto. Su conato es el de quien navega contra la corriente. Debe producirse un vuelco en la mentalidad y en la orientación institucional de los estudios para acceder a una etapa nueva del trabajo en Historia. N o reclamo precedencia alguna en el planteamiento de esta inquietud. Germán Colmenares destacó el fenómeno en su eva­ luación de los estudios históricos en Colom bia en informe ren­ dido a la M isión de Ciencia y Tecnología en 1990. Este histo­ riador paradigmático aludió entonces al “ ensimismamiento' de los historiadores. Para concluir este punto me referiré a una tentativa por superar la situación descrita. Es posible que se hayan dado otras, pero me detengo en la que conozco bien. A com ienzos de los años noventa del siglo pasado en el Departamento de Historia de la Universidad Nacional, Sede Bogotá, asumimos la iniciativa de crear el programa del Doctorado en Historia. El empeño no se agotaba en la aspiración burocrática de tener completo el ciclo de formación profesional de los historiadores. La finalidad ex­ plícita era la de articular un espacio intelectual, cultural e institucional para la investigación en las áreas de Historia mun­ dial y de Am érica y para la inserción crítica y autónom a de 17

La H istoria com parada: R eíos y posibilidades

nuestra historiografía en la historiografía mundial. En la pre­ sentación del proyecto se consignaba: “La creación de un doc­ torado en H istoria se justifica además por los esfuerzos em ­ prendidos para superar cierta insularidad de los estudios his­ tóricos mediante el uso más amplio y sistemático de la histo­ ria com parativa. A brir nuevas ventanas y derribar tabiques que constriñen la investigación constituyen hoy un propósito explícito al cual se asocia el programa de doctorado”.1Proba­ blemente no existe una única manera para conseguir tal obje­ tivo. La opción tomada fue la de la historia comparada asumi­ da en una doble dimensión: el lugar central en el diseño curricular lo ocupaban los cursos de H istoria Com parada. Al tiem po las tesis debían incluir de form a inequívoca la pers­ pectiva comparativa. Es temprano para hacer al respecto un balance definitivo. Aun­ que en la actualidad corre la tercera prom oción hasta ahora no ha sido aún aprobada la primera tesis.2Sin embargo, así sea de manera provisional, se pueden form ular algunas observa­ ciones. Mi ganada condición actual de observador externo me facilita el intento. D e las 23 tesis registradas para las tres pro­ mociones sólo ocho incorporaron una orientación com parati­ va, las 15 restantes respondieron a temáticas restringidas a Colom bia. Hasta ahora no se ha impartido un curso dedicado a la teoría en historia com parada o a la com paración en las ciencias sociales. La fuerza de la tradición ha impuesto lo suyo p or encim a de lo que fueron los más innovadores criterios ' Comisión de Doctorado. Programa de doctorado en Historia. Universidad Nacio­ nal de Colombia, Bogotá., Abril de 1995, p. 6. •’ U n mes después de realizado el Seminario que nos convocó tuvo lugar la sustentación de laprimera tesis del doctorado:. E l Condede Cuchicute.J uan Camilo Rodríguez Este trabajo sobre un tema colombiano no incluyó la dimensión comparativa.

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M tiiñfilo Medina

académicos y lo que además establece la letra de los acuerdos del Consejo Superior de la Universidad Nacional que crearon el Program a de D octorado. N o se me escapa que la situación no es exclusiva de H istoria creo que afecta al conjunto de las Ciencias Sociales. Así, en plena marcha de la globalización, en Colom bia nos afe­ rramos al culto protegido a los ídolos de la tribu. El discurso sobre la transdisciplinariedad con su promesa de ofrecer res­ puesta a todo, es apenas la coartada que oculta precariedades graves de nuestras ciencias sociales. Actualmente el país en lo que concierne al pensamiento econó­ mico y social presenta fracturas dramáticas de las que apenas si nos percatamos. Por una parte una capa tecnocrática que cifra sus intereses corporativos en el cumplimiento de un rol de intermediación acrítica frente a las transnacionales y los orga­ nismos financieros internacionales; por otra, una intelectualidad encerrada culturalmente en las fronteras nacionales y en tercer lugar los intelectuales mesiámcos que recitan un discurso atemporal y abstracto sobre “ciudadanía”, “gobernabilidad” , “sociedad civil” y afines. Q uizá haya campo para encarar de m odo más concreto los retos de un mundo frente al cual, y dentro de/cual, algo original tengamos que decir los intelectuales de un mundo periférico, habitado sin embargo por millones de personas que por fuerza ocupan una parte del globo, casa co­ mún de la raza humana. En ese camino coincidiríamos con sec­ tores crecientes que valoran de manera positiva las posibilida­ des que ha desencadenado la globalización y que no caben en los cauces estrechos de la obediencia política al “superpoder” o en los moldes de las recetas de apertura unilateral del sector externo y la prescripción de los ajustes.

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La Historia comparada: Retos y posibilidades

La

c o m p a r a c ió n e n l a s c ie n c ia s s o c ia l e s

Al abordar la comparación desde el punto de vista de la H isto­ ria, es preciso señalar que no ha sido esta disciplina el campo más favorable para el cultivo de la primera. De manera breve tocaré algunos aspectos del método comparado en la Sociolo­ gía y en la Antropología. En la sociología la comparación des­ empeñó un papel privilegiado en la concepción evolucionista de Com te y Spencer. En el contraste entre sociedades, regiones y paisajes culturales diversos, estos pensadores querían encon­ trar la clave del proceso de desarrollo de la humanidad. Las tipologías de Durkheim sobre las sociedades así com o sobre la división del trabajo se fundamentaron también en la aplicación de la comparación. M ax Weber elaboró su propia propuesta de comparación. El suyo no era el empeño de identificar el factor de validez uni­ versal para explicar el desarrollo. En sus investigaciones sobre las estructuras y el cambio, formuló la idea de dinámicas cen­ trales diferentes para sociedades distintas. A esa lógica respon­ dió su propuesta teórica, hoy notablemente descaecida, sobre el papel de la ética protestante en el desarrollo del capitalismo. Un vasto horizonte que cubre la historia humana le sirve de campo de aplicación a Michael Mann para la construcción em ­ pírico-teórica en que se advierte la huella de Weber en los cua­ tro modelos del poder social.1En diversas sociedades, civiliza­ ciones, imperios, estados, los tipos de relaciones: económicas, políticas, ideológicas, militares, configurados com o redes de interacción social, se intersectan de manera cambiante. Si tales redes están presentes en todos los casos, cada una de ellas tie­ ne una significación diferente en cada uno de ellos. Charles Tilly ’ Michael Mann. Las fuentes del Poder social. Tom os 1 y 2. Madrid, Alianza Universidad, 1991. 20

Mtdófilo Medina

alude a com paraciones enormes. En el caso de Mann resulta más adecuado hablar de comparaciones desmesuradas y no obstante, metodológicamente controladas. La Antropología com o disciplina se constituyó en la compara­ ción. El antropólogo dirige su mirada a etnias, culturas. La no­ ción del otro quizá sea una constante en la mentalidad del antropólogo. Antropólogos clásicos como Morgan y Tylor ela­ boraron modelos ambiciosos de comparación. En Annent Soáety el p rim ero traza el parangón entre las tribus indias de Norteamérica, los iroqueses, y los griegos del período arcaico. En ese ejercicio la antropología le abría el camino a aquello que desde perspectivas más convencionales se podría denom i­ nar com o la comparación entre incomparables. Ese contraste seguramente le produciría vértigo a Marc Bloch a quien men­ ciono porque fué el primero entre los historiadores en realizar una exposición sobre el uso del método comparativo por gen­ tes del oficio. Levi-Strauss elaboró su concepción de la comparación a partir de los modelos de la lingüística y la psicología. Edm und R. Leach señala: Aunque acaso sea necesario tener cierto conocimiento de la filo­ sofía existencialista para comprender la teoría de Lévi-Strauss, la idea que se repite en todas sus obras - que los sistemas culturales pueden compararse no sólo porque son sensiblemente pareci­ dos, sino porque representan las transformaciones lógicas de un común tema estructural - ha conferido una nueva dimensión fundamental al pensamiento antropológico contemporáneo.'1 4Edmund R. Leach. “Antropología: método comparativo”, en: Enciclopedia de las ciencias sociales. Bilbao, Asuvi, 1981.

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La H istoria com parada: R etos y posibilidades

La com paración en la antropología traza una parábola que va de una gran apertura, comparar lo incomparable, a una drástica restricción: existe una dimensión inmutable (estructuras, insti­ tuciones) que justamente es la que garantiza la com paración. Es el cam po en el que puede producirse un fecundo intercam­ bio con los historiadores más inclinados a ver lo individual e irrepetible de los procesos. La discusión entre Braudel y LéviStrauss constituye al respecto un antecedente memorable. Aque­ lla comunicación llevó al primero a la elaboración de su idea de la larga y la corta duración. La obra de M arx y Engels no se muestra susceptible de ser ro­ tulada bajo alguna de las denominaciones que identifican las ciencias sociales. Cuando se refirieron al tema de la clasifica­ ción de las ciencias tendieron a configurar a las ciencias socia­ les en un gran continente: la Historia. Los dos pensadores teó­ ricos revolucionarios pensaron siempre en términos relacióna­ les. La comparación buscaba ayudar a la com prensión de la naturaleza del cambio y al esclarecimiento de las transiciones. M arx form uló dos paradigmas historíeos nacidos de la compa­ ración: Inglaterra constituía el modelo para el estudio de la eco­ nomía. Allí el movimiento del capital había alcanzado sus más claros desarrollos. A su turno Francia representaba al país don­ de la burguesía había mostrado sus posibilidades políticas más revolucionarias. En Francia, solían repetir M arx y Engels, la revolución se desarrolló por una vía ascendente. Esa doble línea de comparación persistirá entre los marxistas. En E l imperialismo fase superior del capitalismo de Lém n, nos encontram os con una tipología de los países form ulada so­ bre la base del grado de dependencia financiera con respecto a las m etrópolis y la función de estas en el concierto interna­ cional. El m arxism o ruso continuó la elaboración y aplica22

MtJñ¡ih MrdiUii

ción del modelo de la revolución francesa y la comparación con la revolución proletaria. En tal dirección adelantaron indagaciones Lémn, Trotski y Bujarin. Lo reconozcan o no, pensadores contemporáneos han proyec­ tado esas dos líneas de la comparación. Inmanuel Wallerstein en su complejo sistema incluye un orden de clasificación: eco­ nomía mundo en Europa Occidental, una especie de economía mundo secundaria representada por Rusia, una arena externa: China. En la economía mundo se identifica el centro, la perife­ ria y la semipenferia. Cada una de estas líneas de clasificación, tanto las internas del sistema como las que se originan en el contrastes con las entidades externas, abren comparaciones de diverso rango y contenido. Por su parte, Charles Tilly vuelve sobre el tema siempre seduc­ tor para los comparativistas, el de las revoluciones. Tira de la cuerda e incluye en el fenómeno de manera, a mi juicio poco convincente, a los procesos que vivió Europa Oriental a fina­ les de los años ochenta del siglo X X . A estas alturas es preciso introducir unas consideraciones so­ bre la Historia, aquella de los historiadores profesionales, y la comparación. Al comienzo de la presente exposición me referí a la insularidad de la historiografía colombiana y a la dificultad de superar ese encerramiento expresado entre otras cosas en la dificultad para aclimatar los métodos comparativos. Si quere­ mos ser justos habría que señalar que el defecto tiende a ser válido para buena parte de la historiografía moderna en el mun­ do. Desde la segunda mitad del siglo X IX , al tiempo que se afian­ zaba la influencia del positivismo en las concepciones y prácti­ cas de los historiadores se hizo fuerte el reclamo por el recono­ cimiento del estatuto "científico” de la Historia. Simultánea­ 23

La H istoria comparada: Retos y posibilidades

mente se estableció un entrelazamiento que tomó la forma de matrimonio compulsivo entre la Historiay el Estado Nacional. E

x i g e n c i a s y p o s i b il i d a d e s d e la c o m p a r a c ió n

Reuniré en tres temas mis observaciones en este punto: 1. M etodológico a. La comparación en la investigación histórica privilegia la se­ lección de objetos en la larga y mediana duración. Es en ellas en las que resulta posible el estudio de procesos y dinámicas. Aquí se han presentado ejemplos descollantes. b. La com paración remite a un enfoque holístico bien sea que la investigación se oriente hacia el examen de la distribución de los fenómenos sociales en las diversas sociedades o tipos de sociedades o hacia el contraste de esas sociedades “totales” . Se trate de estudios de casos u orientados por variables, se impo­ ne el competente dom inio del contexto. De lo contrario se cae en el contraste caprichoso y esteril de observaciones aisladas. c. L a co m p a ra ció n dem anda un adecuado ap arato de form alización que haga explícitas las unidades sometidas al cotejo. Deben consignarse de manera explícita los parámetros en torno a los cuales se construyan las igualdades y diferencias y las com binaciones entre ellas. Igualmente debe establecerse con claridad el marco cronológico y los atributos de la compa­ ración. A l respecto es pertinente la anotación de Charles Tilly: “ En términos generales, los estudios comparativos de grandes estructuras y procesos amplios producen un mayor aporte inte­ lectual cuando los investigadores examinan un número relati­ vamente pequeño de cuestiones”.5 i Charles Tilly. Grandes estructuras, procesos amplios, comparaciones enormes. M adrid, Alianza Editorial, 1999, p. 99.

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Mcítijilo Medina

2. Im plicaciones ideológicas La comparación tiende a chocar con la noción del particularis­ mo de las historiografías nacionales. Ya atrás lo señalé: los his­ toriadores tendemos por desviación profesional a la exagera­ ción de la valoración del proceso nacional com o la senda única y exclusiva. Representantes de la historiografía alemana acunaron y difundie­ ron la idea o imagen del Sondenveg (camino peculiar) después de la Primera Guerra Mundial. Quizá era la contribución historiográfica a la exaltación del sentimiento naaonal ante la humillación inflingida por el Tratado de Versalles. N o tendría objeción si el sondenveg ex­ presara la forma diferenciada de construcción del Estado Nacio­ nal en Alemania en comparación con los demás países de Europa Occidental. El problema comienza con el recorrido del “camino peculiar” que en un segundo momento da lugar al “único camino posible” para Alemania con lo cual se neutraliza la posibilidad de una postura crítica interna en relación con un proceso concreto y que en un tercer momento implica "el mejor camino” con relación a otras experiencias históricas. En Colom bia la construcción del mito nacional ha tomado una form a paradójica. El particularismo parece extraer su inspira­ ción del mito del eterno retorno. Norbert Elias se refiere a dos tipos de utopías alimentadas por la imaginación colectiva: “Una utopía es una representación fantasiosa de la sociedad que con­ tiene unas propuestas de solución a una serie de problemas aún no resueltos. Puede tratarse de unas imágenes deseables tanto com o indeseables” .6 En esa visión, se destacan las utopías 6 Vera Weiler (comp.) Figuraciones en proceso, Bogotá, Universidad N acio­ nal de Colom bia/Universidad Industrial de Santander/Fundación Social, 1998, p.16.

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La H istoria com parada: Reí o í y posibilidades

exaltantes y las utopías pesadilla. Yo diría que el mito nacio­ nal colom biano se plasma en la utopía-pesadilla de la violen­ cia, de su inevitabilidad y persistencia. En este orden de in­ quietudes Daniel Pécaut anotó hace ya algunos años: “Fue preciso que viniera finalmente Gabriel García M árquez para ofrecer el gran mito de la historia colombiana: el estallido del espacio, la inmovilidad del tiempo, la condena a la repetición”.7 C on dureza la omnipresencia de la violencia no sólo golpea la cotidianidad de todos, sino que la pesadilla constituye la at­ mósfera ominosa de inteligibilidad de nuestro pasado. N o creo que en ningún otro país los intelectuales que trabajan en las ciencias sociales acepten con cierta m orbosa connivencia que se les denom ine con el horrible neologism o de violenlólogos. Q uizá el ejercicio de la historia comparada nos podría ayudar a acceder a la persuasión de que, com o dice Weber, aún en las situaciones más abyectas existe la posibilidad de proferir un Sin embargo. 3. Im plicacion es Políticas En este punto me limitaré a traer un ejemplo. La presentación más extendida sobre la historia de la idea y de la práctica de la Democracia. U na versión prestigiosa de ese sentido común es la que ofrece Robert Dahl en su libro L a democraciay sus crítico? mediante el siguiente recorrido: La idea nace en la CiudadesEstado en la Grecia antigua, se revitaliza en el encuentro con el Republicanismo de Roma, se amplia y transforma en el Esta­ do N ación en la era capitalista y se perpetúa en las sociedades de masas de Occidente. En otras palabras esa trayectoria es la línea que une a la Democracia directa o D em ocracia de los r Daniel Pécaut. Crónicas de dos décadas depolítica colombiana 1968-1988. Bogotá, Siglo X X I, 1989, p. 19. 8Robert Dahl. I a democraciay sus críticos. Barcelona, Paidós, 1991.

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Meddfilo Medina

antiguos con la representativa o democracia de los modernos. Pero cabe preguntarse: ¿N o será posible encontrar alguna variación que haya tenido lugar al margen de esa tendencia magistral? Y ¿en nuestros días, el modelo de democracia plebiscitaria: ¿po­ dría introducir correctivos a la democracia representativa? En mi auxilio acude un antropólogo, el ya citado Detienne, que cuenta lo siguiente y que en el peor de los casos puede tomarse como anécdota pedagógica: Un etnólogo francés que hace veinticinco años hizo un viaje a los montes Gamo para cartografiar las relaciones de paren­ tesco, descubrió en estas tierras lejanas un espacio muy orga­ nizado por las asambleas de grupo, de subgrupo, y las asam­ bleas generales de todos los grupos que trataban los asuntos más importantes. La sociedad de los Okolo, descrita por Marc Abeles, escogió la práctica deliberadora para debatir los “asuntos comunes” entre “ciudadanos”, es decir hom­ bres y muchachos púberes. Las asambleas plenarias, prepara­ das y convocadas por personajes ad hoc, se desarrollaban dentro de un círculo de piedras erigidas verticalmente, talla­ das en forma de asientos. La persona que pide la palabra a los presidentes avanza dentro del círculo para situarse frente a la asamblea. Hasta ahora, nada da a entender que los Okolo se inspiraran en el agora de Itaca y en sus altos asientos de piedra. En una sociedad africana que desconoce las jerar­ quías autoritarias y el poder real, la asamblea constituye el único lugar de la política. Está abierta a todo el mundo. Las mujeres, que antaño estaban autorizadas a tomar la palabra, aunque desde el límite de círculo masculino, actualmente son ciudadanas de pleno derecho porque han conquistado el mis­ mo derecho a la palabra que querían ejercer aprovechando el talante socialista de Addis Abeba. Una asamblea okolo se abre y se cierra; los dignatarios encargados del ritual, echan 27

La H isturia com parada: R etos y posibilidades

hierba fresca en la plaza, bendicen la asamblea y hacen votos para que sea fecunda. En las asambleas plenarias se tratan los asuntos “que afectan a todos los Okolo”. ¿A través de qué vías estos etíopes de la montaña, que antaño habían sido gue­ rreros, han descubierto estas formas igualitarias de debatir los asuntos comunes?.9 B

a s e s p a r a u n a c o m p a r a c ió n d e

C

o l o m b ia y

V

enezuela

En esta última parte me referiré a mi aún corta experiencia investigativa en historia comparada. Reuniré en tres puntos mis observaciones: Antecedentes del Proyecto, datos básicos y bos­ quejo de algunos atributos. 1. A ntecedentes Cuando se hizo clara la idea de que la propuesta académica de creación del Doctorado de Historia en la Universidad Nacional se vincularía a la prom oción de la historia comparada y dado que por entonces yo ejercía el cargo de director del Area Curricular de Historia me sentí bajo la presión moral de iniciar mi aprestamiento en la comparación. Me di a la tarea de prepa­ rar un curso sobre H istoria Comparada de C olom bia y Vene­ zuela. Acogiéndome a la autoridad de Bloch y a consideracio­ nes sobre costo de pasajes aéreos no me fui muy lejos. N o hay probablemente una unidad nacional más próxim a, vistas las cosas desde Bogotá, que Venezuela. Tiene la seducción adicio­ nal de que la contigüidad está aparejada con conflictos históri­ cos. En las celebraciones a uno y otro lado de la frontera se habla de la “república hermana”; pocas veces la retórica refleja una verdad con tanta precisión. Una frontera de 2119 kilóme9Marcel Detienne. Compararle incomparable. Alegato enfavor de una ciencia histórica comparada. Barcelona, Península, p.l 15.

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Medó/i/a Mtdma tros con una población de cerca de 7 millones de habitantes al lado y lado de la línea fronteriza son fuente inagotable tanto de posibilidades como de conflictos. A su vez, los pscicoanalistas nos hablan de las sordas tensiones entre los hijos de un padre común; y hace poco, nuestra colega Yolanda López publicó un libro cuyo título corresponde a una lacerante pregunta: ¿Por qué se maltrata al más íntimo?10 En la preparación de aquel curso tuve una estadía en Caracas. La Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Colom bia aportó una suma para la compra en ese país de la literatura indispensable. Un grupo de estudiantes de la primera promoción sufrió aquella asignatura. N o me disculpo por ello en la medida en que pienso que sobre todo a nivel del doctoral los estudiantes tienen responsabilidades en la formación de los profesores. De contera se trató de una promoción de personas en las cuales los años de adolescencia van siendo un recuerdo seguramente cálido pero ya distante. Más bien por una combinación de casualidad e interés político, hace poco tiempo realicé una investigación sobre el período re­ ciente de la historia venezolana. En ese trabajo se transparenta la incidencia de la comparación con Colombia. Este aspecto ha sido reflejado en las reseñas del libro publicadas en Venezuela. Este tipo de tratamiento no aparece en los libros que sobre el mismo período han escrito autores extranjeros no latinoamerica­ nos. Pero mi mayor interés está puesto en el proyecto de historia e historiografía comparadas de Colom bia y Venezuela que he­ mos elaborado con la historiadora venezolana Inés Quintero. Ella tiene la responsabilidad sobre la historiografía y a mí me co­ rresponde el componente histórico. Se trata del simulacro de 10Yolanda López. Por qué se maltrata a ! más íntima: unaperspectiva psicológica tii! maltrato infantil Bogotá. Universidad Nacional de Colombia, 2002.

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La H isteria comparada: R etos y posibilidades

una historia comparada, en que de los investigadores asociados aporta cada uno la visión sobre su propio país. 2. D ato s b ásico s del proyecto El marco cronológico comprende todo el periodo de las dos naciones com o entidades independientes: 1830 - 2000. Es pre­ ciso incorporar como antecedente indispensable el proceso de independencia de la Capitanía General de Venezuela y del Nue­ vo Reino de Granada. En la condición de los dos países es una investigación sobre la larga duración. Las unidades de com pa­ ración, com o es obvio, las constituyen la historia de los dos países y el proceso de elaboración del conocimiento histórico que se ha realizado en ellos. Los atributos de la comparación escogidos son ocho para la investigación histórica. Para la historiográfica son seis. 3. A lgunos atributos de la com paración En aras de la brevedad sólo me referiré a tres de ellos. 1. C audillism o, personalismo y partidos políticos en C o lom ­ bia y Venezuela. 2. El papel político de la Iglesia 3. La conform acion de las élites políticas. U n conocimiento superfi­ cial de la historia política de Venezuela permite advertir un juego notable del caudillismo. Unos cuantos nombres sir­ ven para periodizar la historia del siglo X IX y buena parte del X X : Jo sé A n to n io Páez 1830-1847, L o s herm anos M onagas 1847-1858, Juan Falcón, Antonio Guzm án Blan­ co 1870-1888, Joaquín Crespo, 1892-18999, Cipriano C as­ tro 1899-1908, Juan Vicente Góm ez 1908-1935. En C o lom ­ bia, los caudillos son pocos y con dos excepciones, de relati­ vo bajo perfil. Aquí el fenómeno más normal fue la suce­ sión de los partidos liberal y conservador. Q uizá una razón 30

McJó/i/o MtáiXii

constituya un com ienzo de explicación de las diferencias: el nivel de eliminación física de las élites criollas en Venezuela fue mayor que en la Nueva Granada. De las grandes familias mantuanas quedó muy poco. Entre nosotros los abolengos crio­ llos permanecieron casi intactos. Esas familias y una supérstite burorocracia colonial de provincia se entrelazaron y subordina­ ron a su arbitrio a los partidos. Estos en Venezuela también existieron pero se constituyeron más bien en apéndice del fe­ nómeno personalista. En Colombia los partidos perviven hasta hoy, al menos un partido dominante, el liberal. En Venezuela el sistema moderno de partidos surgió a finales de los años treinta del siglo X X y fue aparatosamente barrido en 1998 de la escena política por el liderazgo carismático de un nuevo caudillo: el Teniente Coronel H ugo Chávez. De esta breve narrativa se desprenden varias hipótesis que no abordaremos ahora. Iglesia y Política: U n par de datos dan idea de las diferencias, y señalan sendas para la investigación. En dos ocaciones a co­ mienzos de los años treinta del siglo X IX , en Venezuela Páez envió al exilio a varios obispos porque se negaron a jurar la Constitución. En 1834 el Congreso abolió el diezmo y le fijó un estipendio a cada sacerdote. En ese m ism o año un obispo anglicano inauguró un cementerio y un templo protestante en Caracas. N i de lejos eso podía ocurrir en la N ueva Granada. Así tempranamente se saldaron las cuentas entre las dos potes­ tades, al paso que en Colom bia la confrontación entre los par­ tidos cargaría con un componente de guerra religiosa que se mantendría viva hasta bien avanzado el siglo X X . Solo los regí­ menes adeco-copeyanos después de 1998 se preocuparon de otorgarle poder a la jerarquía con el fin de completar un tingla­ do oligárquico.

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La H istoria com parada: Retos y posibilidades

4. C onstitución de las élites políticas Las élites políticas en Venezuela se autoreconocieron como tales ya avanzado el siglo X X y lo hicieron sobre una renta pública, la del petróleo. Las élites colombianas vinieron desde la C olo­ nia y se constituyeron en las ramas privadas de la economía: las haciendas agrícolas y ganaderas, el comercio, el café y la indus­ tria. Las élites socioeconómicas se identifican con los círculos del poder político. Las élites políticas venezolanas tienen su origen social en unas capas medias hijas del desarrollo capita­ lista. En verdad, en Colom bia el término oligarquía no es pro­ ducto de los recursos polémicos del debate político sino que tiene una existencia objetiva. D e estas breves glosas al proyecto se puede advertir el poten­ cial que la comparación ofrece para el conocimiento de la pro­ pia historia y, por otro lado, que en la vecindad se encuentran apasionantes m otivos para el juego de hipótesis y el ensayo de construcción de teorías de alcance medio. Bienvenida la histo­ ria comparada.

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L os estudios de com unicación y la historia política F a b io L ó p e z de la R och e Instituto de Estudios en Comunicacióny Cultura/ IEPRI Universidad Nacionalde Colombia

Intentaré en este trabajo, en una primera parte, precisar de qué estamos hablando cuando nos referimos a comunicación. En un campo de estudios tan amplio y polisémico, con tan distin­ tas entradas teóricas, disciplinarias e interdisciplinarias, y con tan enorme amplitud de temas y problemas de investigación, es importante tener claro de entrada sobre qué estamos hablan­ do, para desde allí ver las articulaciones posibles con los temas de la historia política. U na segunda parte abordará algunos te­ mas específicos de encuentro entre la historia política y los es­ tudios de comunicación. Finalmente, presentaré unas breves conclusiones sobre la significación y las posibilidades de diálo­ go entre estas dos disciplinas. LO S T E M A S D E IN V E S T IG A C IÓ N D E LA C O M U N I­ C A C IÓ N : U N A P R E C IS IÓ N N E C E S A R IA H A C IA LA C O M P R E N S IÓ N D E LA S R E L A C IO N E S E N T R E C O ­ M U N IC A C IÓ N E H IS T O R IA P O LÍT IC A Un lugar central en el interés de los estudios de la comunica­ ción lo han detentado los medios masivos de comunicación. Una dimensión importante para su análisis está relacionada con su calidad de soportes tecnológicos de la comunicación. La 33

L o s estudios de com unicación y la h istoria política

imprenta, el daguerrotipo, la fotografía, la linotipia, la telegra­ fía en sus distintas modalidades históricas; la telefonía, la ra­ diodifusión, la televisión, el internet y las nuevas tecnologías de inform ación y comunicación, presentan cada una de ellas, po­ sibilidades distintas desde el punto de vista tecnológico, en cuanto a calidad de la transmisión o la representación, en cuan­ to a cobertura y tipo de comunicación propuesta. El teléfono, p or ejem p lo , a diferencia de m edios más notoriam ente masificantes, permite mantener relaciones de intercambio de información mucho más personalizadas en medio de la imper­ sonalidad y anonimato característicos de la moderna vida urba­ na y metropolitana. Pero las tecnologías de la comunicación no son entidades to­ dopoderosas que afecten los desarrollos sociales en forma unívoca. M ás bien ellas entran en complejas interrelaciones con distintas prácticas e instituciones sociales. En tal sentido, Raymond Williams ha insistido en que "las comunicaciones son siem pre una forma de relación social, y los sistemas de com u­ nicaciones deben considerarse siempre instituciones sociales".1 Tal consideración ha estimulado aproximaciones a la com uni­ cación que colocan el énfasis en las apropiaciones y los "usos sociales" de las tecnologías comunicativas, de los medios ma­ sivos y de sus distintos géneros o formatos. Se trataría de ver, por ejem plo, no solo que hace la televisión con la gente, sino qué hace la gente con la televisión. Qué hace con las noticias que recibe diariamente, con los planteamientos de los espacios de opinión, qué hace con los textos e historias de los dram ati­ zados, cóm o los integra a las prácticas cotidianas, a sus proce1Raymond Williams. "Tecnologías de la comunicación e instituciones sociales" en: Raym ond Williams (ed.) Historia de la Comunicación, Vol. 2: De la imprenta a nuestros días, Barcelona, Bosch Comunicación, 1992, p. 183.

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1iubjn ¡

d< ia Rsk/k

sos individuales o grupales de construcción de sentido.2 Los estudios de recepción y las investigaciones etnográficas de au­ diencias televisivas en Europa, Estados U nidos, Australia y América Latina, están mostrando a través de la aplicación al estudio de medios y géneros específicos, con categorías com o "lecturas preferenciales", "lecturas de com prom iso", "lecturas de oposición", "comunidades interpretativas", "repertorios interpretativos",3 las maneras específicas desde las cuales dis­ tintos grupos sociales se apropian de la información o de la ficción.4 La teoría de la recepción en el estudio de la historia política puede enriquecer una mirada crítica sobre el funciona­ m iento de los juegos de poder y en particular sobre las hegemonías político-comunicativas en distintas sociedades y épocas, y ayudar a leer críticamente los documentos emanados de fuentes con poder. En el estudio de la historia de la comunicación un lugar central le corresponde al mundo del periodismo (escrito, radial, cine­ matográfico, televisivo, electrónico), a sus lógicas y rutinas pro­ fesionales en la construcción mediática de la realidad, y a su papel en la configuración de las agendas temáticas para la dis­ 2Véase para la relación de las audiencias con los dramatizados y los procesos de apropiación social de estos bienes simbólicos, el texto de Jesús MartínBarbero y Sonia Muñoz (coord.). Tehvisióny melodrama, Bogotá, Tercer Mundo, 1992. 3Véase: David Morley. “Los marcos teóricos” (Introducción y Primera parte), en: David Morley. Audiencias yestudios culturales, Buenos Aires, Amorrortu, 1996. 4Sobre los procesos de recepción televisiva en América Latina puede consultarse Guillermo Orozeo (comp). “Hablan los televidentes. Estudios de recep­ ción en varios países”, en: Cuadernos de Comunicacióny Prácticas Sociales, N o. 4, Universidad Iberoamericana, México, 1992; y “Recepción televisiva. Tres aproximaciones y una razón para su estudio” . En: Cuadernos de comunicactónjprácticas sociales, No. 1, Universidad Iberoamericana, México, 1991.

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Los estudios de com unicación y la historia política

cusión ciudadana en distintas coyunturas histórico-politicas. El historiador trabaja muchas veces en la reconstrucción de las rea­ lidades del pasado sobre la base del estudio de los periódicos. Resulta que esos penodicos tienen estilos propios en sus proce­ sos de construcción de la noticia; funcionan con criterios mu­ chas veces muy particulares y sesgados en torno a qué es lo notidabk, qué es lo que debe merecer la atención de los informa­ dores y qué es lo que, desde su perspectiva, le interesa al público lector. Esos criterios de noticiabilidad a menudo han dejado de lado en épocas pasadas y dejan de lado hoy, en las prácticas in­ formativas, aspectos claves de la vida de la sociedad, en la medi­ da en que no se corresponden con sus lógicas espectaculares o dramáticas de determinación y escogencia de lo noticiable. Cada época histórica presenta un ecosistema particular en cuan­ to a la hegemonía y coexistencia de unos determinados medios masivos en la producción de la representación de lo social. Una mirada recordatoria de ciertas obras cinematográficas univer­ sales y nacionales nos confirmaría esta aseveración. "El ciuda­ dano Kane" de O rson Welles nos muestra un época histórica y una sociedad hegemonizada desde el punto de vista comunica­ tivo por la prensa de masas. "Días de radio" de W oody Alien y "C óndores no entierran todos los días" de Francisco Norden nos muestran las sociedades norteamericana y colombiana en épocas de fuerte presencia cultural y política del medio radial. Así com o es necesario mirar el funcionamiento del mundo del periodismo, es muy importante prestar atención a los géneros de los medios masivos, entendidos, de un lado, como estrategias de comunicabilidad, y del otro, como formas imprescindibles desde las cuales se produce la comunicación y la representación social en las sociedades modernas. Todo tipo histórico de sociedad y toda forma histórica de dominación y de resistencia contra ella, 36

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(le la Radie

se llevan a cabo dentro de sistemas comunicativos y de medios igualmente históricos y específicos en sus configuraciones tec­ nológicas, así como en los usos sociales de los medios y sus tec­ nologías. Y se llevan a cabo, también, en medio de un conjunto hegemónico de géneros mediáticos que, teniendo en nuestro caso muchas conexiones genéticas con la historia de la comunicación y del periodismo en Occidente, expresan al mismo tiempo parti­ cularidades de nuestra historia nacional, regional y local y de la creatividad e innovación allí desarrollada.5 Los estudios de la comunicación no se reducen solamente a los medios, sino que van mucho más allá de estos, a la considera­ ción de una serie de procesos que afectan y condicionan la co­ municación, relacionados con desarrollos históricos de la cul­ tura y de la educación. En esta dirección, uno de los procesos sociológicos claves para la reflexión sobre la historia de la co­ municación es la evolución de los procesos sociales de alfabe­ tización, los diferentes usos políticos y sociales que de ella se hicieron, la dom inación política y simbólica de las élites ilus­ tradas a través de su m onopolio o su acceso privilegiado a las posibilidades de uso competente de la letra, pero también los 5En el año de 1998, uno de los trabajos premiados por las Becas del Ministerio de Cultura en la primera convocatoria de trabajos de investigación sobre "Estudios Culturales” fue la propuesta del escritor Jorge García Usta de estudiar el diálogo establecido con la modernidad desde el periodismo costeño en la década de los 40 y la influencia que la poesía de Rojas Erazo y la narrativa de Alvaro CepedaSamudio y Gabriel García Márquez habrían jugado en el desarrollo de los géneros periodísticos. Varios trabajos espe­ cíficos sobre el desarrollo en Colombia de distintos géneros periodísticos (reportaje, ficción, entrevista, periodismo de guerra, periodismo científico, etc), as! como sobre sus cultivadores en la historia del periodismo nacio­ nal, han sido publicados en los cinco números aparecidos de la revista Foüo.ide laEspecialízación en Periodismo Investigativo de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad de Antioquia en Medellín.

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L os estudios de com unicación y la historia política

usos contra-hegemónicos, contestatarios o revolucionarios del saber letrado por pane de los sectores subalternos (grupos or­ ganizados de la clase obrera, artesanos, campesinos, etc.) o por representantes ilustrados de sus intereses. Si Habermas nos ha m ostrado en su texto ya clásico Historia j crítica de ¡a opinión públicJ’ la constitución a lo largo del siglo XVIII y comienzos del X IX de "públicos raciocinantes" ligados a espacios de so­ ciabilidad com o los clubes, los salones y sobre todo los cafés, donde el "uso público de la razón" era alimentado por la con­ versación política y por la lectura de la prensa periódica, otros estudios sobre públicos lectores populares nos han mostrado la constitución de otras formas plebeyas o populares de sociabili­ dad ligadas no sólo a otro tipo de lectura y otras form as de actividad política y social, sino también a otros códigos expre­ sivos y estéticos más cercanos al sentimiento, la pasión, al me­ lodrama, al carnaval o al humor irónico y transgresor. En ese enfoque de la alfabetización como una mediación cultu­ ral clave para la comprensión de los procesos comunicativos, una mirada política tendría que prestar atención a la expansión de la alfabetización y a la incorporación progresiva (o a las even­ tuales tendencias regresivas en distintos ciclos históricos) de públicos diferenciados a la lectura de prensa: militantes políti­ cos, mujeres, públicos lectores obreros, artesanos, campesinos. L o s estudios históricos de la comunicación se interesan tam ­ bién por las relaciones entre las narrativas construidas por los medios masivos, y los relatos y tradiciones de representación presentes en el arte, el teatro, la literatura, las tradiciones orales populares y las formas del entretenimiento y la diversión popu­ lar y popular-masiva. Si para el caso chileno Guillermo Sunkel 6Jürgen Habermas. Historiay critica de la opiniónpública, Barcelona, Gustavo Gilí, 1997.

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I’uhin I yipt^ de lu Roche

ha m ostrado cóm o las narrativas sensacionalistas de la prensa popular de masas chilena de la pri mera mitad del siglo X X , se apoyaban en viejas tradiciones narrativas propias de la lectura en voz alta de la lira popular en la plaza pública, el mercado o la estación del tren,7 para el caso cubano Consuelo Triviño ha observado, estudiando la obra de José M aría Vargas Vila, que el escritor colombiano era muy popular entre grupos de muje­ res tabacaleras de la isla, gracias también a la lectura en voz alta de sus novelas en las plantaciones y lugares de trabajo.8 Este tipo de tradiciones de lectura popular han sido recicladas e incorporadas a las propuestas narrativas y a las lógicas de producción de la moderna prensa popular de masas. T

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la h is t o r ia p o l ít ic a y l o s

E ST U D IO S D E LA C O M U N IC A C IÓ N Y D E L P E R IO D ISM O

De entrada quisiera decir que dentro de la disciplina histórica la apertura hacia el campo de estudios de comunicación puede abrir una veta importante para arrojar luces sobre los procesos de mo­ dernización y configuración de modernidad en Colombia y Améri­ ca Latina y para valorar el papel jugado por los medios de comuni­ cación y las nacientes industrias culturales en ese proceso.9 7Guillermo Sunkel. Ra^ónypasión en la prensapopular. Santiago, ILET, 1985. 8José M aría Vargas Vila. Diano Secreto. Selección, introducción y notas de Consuelo Treviño. Bogotá, El Ancora, 1989. ’ Pistas importantes para el estudio de esa interrelación se encuentran entre otros autores, en Jesús Martín-Barbero. De ¡as meáos a las meámones. México, Gustavo Gili, 1991; y José Joaquín Brunner. América Latina: cultura y modermájd. México, ConsejoNacional para la Cultura y las Artes/Grijalbo, 1992. De este último autor es también muy sugerente para pensar las relaciones medios-modernidad en América Latina su estudio "Cultura y crisis de hegemonías",en: José Joaquín Brunner y Carlos Catalán. Cinco estudios sobre culturay sociedad. Santiago de Chile. Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, 1985.

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L os estudios Je comunicación y la historia política

Para el campo de estudios de la comunicación la apertura hacia estudios históricos no sólo resulta conveniente sino imprescin­ dible para darle fondo y consistencia al mismo y para dotarlo de un sentido de memoria sobre los medios y sus manejos his­ tóricos, así como sobre la evolución del mundo del periodismo con sus competencias y falencias, aciertos y desaciertos. En este punto hay que anotar que necesitamos poner en diálogo los estudios de comunicación de masas, la sociología histórica de la comunicación masiva 0ohn B. Thom pson,10José Joaquín Brunner),11la sociología histórica y contemporánea de la profe­ sión periodística, los estudios de comunicación-cultura en Amé­ rica Latina (García-Canclini, Renato O rtiz, Martín-Barbero y otros),12con la historia cultural, social, política y económica. Un libro que ha estimulado en los últimos años las aproxima­ ciones entre historiadores y analistas de la comunicación ha sido Comunidades imaginadas de Benedict Anderson,13 desde su interés por la imprenta y la relación de la actividad impresora con el desarrollo de las lenguas vernáculas y los procesos de configuración de las naciones en la Europa moderna, como tam­ bién desde su llamado de atención sobre el papel jugado por la novela y el periódico de masas en la constitución de esas "co­ munidades imaginadas" de lo nacional. 10Véase especialmente John B. Thompson. Los mediay la modernidad. Barcelo­ na, Paidós, 2000 11 Véase por ejemplo: José Joaquín Brunner. América Latina. Culturay moderni­ dad. México, Grijalbo, 1992. (N. del E.). 12Véase por ejemplo: N éstor García Canclini. Culturas híbridas: estrategaspara entrary salir de Li modernidad. México, Grijalbo, 1990; Renato Ortiz. Artífices de una cultura mundiakrada. Bogotá, Siglo del hombre/Fundación Social, 1998, y: Jesús Martín Barbero, op. cit. (N. del E.). 15Benedict Anderson. Cnmunuiadesimaginadas. México, FCE, 1993.

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l 'ubiu ¡ xpt~ lie !j Roche

U n trabajo de relativamente reciente aparición en español, I jo s mediay la modernidad, de John B. T hom pson,14 constituye una sociología histórica de los medios de comunicación que intenta mostrar las interrelaciones entre el desarrollo y la apropiación social de los medios masivos, y los procesos de modernización y configuración de modernidad. El autor cuestiona el olvido de los medios de comunicación en las elaboraciones conceptuales de los clásicos de la teoría social -con la excepción del trabajo / lis toñay critica de la opinión pública de J urgen H aberm as-, y'lla­ ma la atención acerca de las ligazones históricas y estructurales entre la incorporación social de los medios masivos, los proce­ sos de modernización y la constitución de espacios y actitudes de modernidad. En América Latina, la articulación de la influencia social, cul­ tural y política de los medios de comunicación en los procesos de construcción de identidades nacionales entre los años de 1930 y 1960 ha sido estudiada por Jesús Martí n-Barbero en su libro De los medios a ¡as mediaciones, en el capítulo denominado "M odernidad y massmediación en América Latina", con rela­ ción a sus implicaciones para la cultura y para la política. M ire­ mos a continuación estas últimas. Un fenómeno político asociado a la especificidad de los proce­ sos de configuración de la modernidad política en América La­ tina cual es el populism o, en sus versiones clásicas com o el varguismo y el peronismo, ha sido abordado por Martí n-Barbe­ ro no solamente como fenómeno político sino también como fenómeno dotado de fuertes implicaciones cultural- identitarias y de dimensiones político-comunicativas insoslayables. La cons­ trucción de la relación carismática del líder populista; las re­ 14John B. Thom pson, op. át.

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Los estudios de com unicación y la h istoria política

presentaciones construidas desde los populismos sobre el pue­ blo y sobre lo popular; los sentidos y las representaciones cons­ truidas desde el pueblo y los sectores subalternos sobre el líder carismático y sobre el propio fenómeno populista; los manejos mediáticos y comunicativos de la propaganda populista, -que llegaron a ser comparados con los usos intensivos de la propa­ ganda por el fascismo-, las escenografías y los rituales peronistas recordados por Tom ás Eloy Martínez en su novela SantaEvihP o por la película argentina "Eva Perón"; la sensibilidad de los líderes populistas hacia la comunicación de masas y su inteli­ gencia del valor social y del carácter estratégico de los medios; la autonomía; los niveles de independencia o de participación subordinada y dependiente de las masas en medio de la movili­ zación populista, constituyen algunas de las relaciones entre populism o y comunicación que están demandando hoy día es­ tudios históricos particulares. Para el caso colombiano, esto supone el estudio no sólo de un fenómeno muy interesante, cual es la relación genética y el diá­ logo intercultural entre la experiencia rojista y el populism o peronista argentino, sino el rastreo de las vicisitudes de las he­ rencias comunicativas del rojismo traducidas en innovaciones dentro de la izquierda democrática y populista del M-19.16Me refiero al interés de esta organización por los medios de comu­ nicación, a la definición del M-19 por su líder Jaim e Bateman como un movimiento "de propaganda armada", a su nacimien­ to com o organización a través de una campaña publicitaria en prensa anunciando la pronta aparición de un supuesto produc15Tom ás Eloy Martínez. Santa Evita Bogotá, Planeta, 1995. 16Véase mi artículo: "A speaos culturales y comunicacionalesdel populismo rojista en Colombia (1953-1957) Nuevas aproximaciones al populismo en América Latina", en: Signoy Pensamiento, N o. 29, Vol. 15, Bogotá, Universidadjaveriana, 1996.

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I \ihto I /ipc~ de la Koí/h

to contra los parásitos, a su propensión a la espectacularidad y al impacto com unicativo desde su operatividad política, a su práctica en los años setenta de interceptar la señal de televisión a la hora de los discursos presidenciales para incorporar mensa­ jes políticos antigubernamentales, y a esa vocación comunicativa que le llevará, en la negociación de paz del 89 y del 90, a pactar con el gobierno Gaviria el acceso a la difusión de un noticiero de televisión y a desarrollar una de las más interesantes e innovadoras propuestas de noticierismo televisivo en la histo­ ria reciente de la televisión colombiana: el noticiero AM-PM. Las sugerencias y pistas de investigación aportadas por MartínBarbero sobre las interrelaciones entre medios masivos, indus­ trias culturales, culturas popular-masivas y construcción de iden­ tidades nacionales, han sido retomadas en trabajos que muestran el papel de los medios en la coyuntura histórica de la República Liberal de 1930 a 1946. Lo que pone el Estado (la política cultu­ ral de masas del liberalismo)17y lo que pone el Mercado,18satisfa­ ciendo demandas que la comunicación pública en virtud de su proyecto fuertemente ilustrador y letrado difícilmente puede pro­ veer. De un lado, la H JN y la Radiodifusora Nacional de Colom ­ bia. La radio y el cinematógrafo como vehículos de moderniza­ ción, culturización, civilización y movilización de la población. De otro, el papel de los medios comerciales en las dinámicas de modernización, secularización, masificación, urbanización y na­ cionalización de la población a través de la interpelación a los sentimientos y a la cotidianidad de la gente. 17Renán Silva. “Ondas nacionales. La política cultural de la RepúblicaLiberal y la Radiodifusora Nacional de Colom bia". En: Análisis Político. N o. 41. Bogotá. Septiembre-diciembre de 2000. 18 Nelson Castellanos. / letra amenazada. E lprnyeeto letrado de radiodifusión en Colombia 1929-1940. Tesis de Maestría en Comunicación, Bogotá, Univer­ sidad Javeriana, 2001.

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L os estudios de com unicación y la historia política

N o sobra anotar que están por estudiarse desde la historia de la com unicación los procesos de construcción de referentes de nacionalidad (sentimientos patrios, entre ellos) ligados a la ra­ diodifusión y a la narración deportiva de la "Vuelta a C o lom ­ bia" en bicicleta. Para el caso de Brasil han sido estudiados los procesos de construcción nacional-identitaria a través del fút­ bol, la samba y el carnaval, durante los años 30, y unas décadas después, las nuevas variaciones de esa articulación medios-in­ dustrias culturales-construcción de imaginarios de lo nacional, ligadas a los éxitos en el autom ovilism o mundial de Ayrton Senna, convertido en héroe nacional.19 Las industrias culturales no sólo aportaron temas y contenidos para la construcción de esas "comunidades imaginadas" de las distintas naciones, sino que proveyeron elementos valiosos para la constitución de una identidad cultural supranacional, lati­ noamericana. Citaremos a continuación m extenso en la medida en que se amerite, el análisis y el relato de la etnomusicóloga cubana Carmen María Sáenz, cuya reflexión y narración muestran cómo en los 30s, 40s, y 50s se configuraron desde la industria musical y la relación de la gente con esos bienes simbólicos ofrecidos para su identifica­ ción, representaciones y sentimientos de pertenencia latinoame­ ricana o fotimamencamdad, que renovaron y actualizaron un sen­ tido de comunidad histórica y cultural y de alguna manera opera­ ron com o una especie de dique frente a la penetración de in­ fluencias extranjeras homogeneizantes. Sáenz escribe así en la presentación del disco compacto "Exitos de Victrolas": wVéase Renato Ortiz. "El atraso en ei futuro: usos de lo popular para cons­ truir la nación moderna", en: Néstor García-Canclini (comp.). Culturay pospolitica. E t debatí sobre la modernidad enAmérica luitina. México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1995.

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De manera similar a lo que ocurre con otros géneros televisivos, el género de opinión carece hoy día en nuestro país, de una memoria sobre su propio proceso de nacimiento y desarrollo a lo largo de las distintas épocas y coyunturas de la historia colombiana de la segunda mitad del siglo X X . N o tenemos mayor conciencia de aquellos programas que hicieron época o que representaron avances importantes en la producción y representación de la opinión en formato televisivo. Tam poco tenemos un perfil de sus conductores, de los periodistas que los realizaron, de sus trayectorias y procedencias y de sus mé­ ritos personales y profesionales como constructores de opi­ nión pública a través del medio televisivo. Tal vez por carecer de esa memoria, los ciudadanos no sabemos si los espacios de opinión que hoy tenemos son mejores o peores que los de anteriores décadas o épocas en sus narrativas y formatos; en la profundidad y calidad del diálogo entre los participantes o en­ trevistados en ellos; o en los niveles de formación, informa­ ción e independencia de sus conductores. N o tenemos una memoria de los temas que nos permitimos o no nos permiti­ mos debatir a través de los espacios de opinión televisiva a lo largo de esa segunda mitad del siglo X X ; de las aperturas o bloqueos informativos y deliberativos presentes en las distin­ tas coyunturas vividas por el país en ese horizonte temporal. Poco sabemos sobre cóm o funcionaron las disposiciones y arreglos organizacionales con miras a producir estos espacios, cómo se organizaba el trabajo de investigación, quiénes pro­ ponían los temas para el debate público y con quiénes se con­ sultaba y se decidía sobre los asuntos de interés ciudadano. Resulta importante también rastrear en los distintos momen­ tos históricos del período abordado, los constreñimientos eco­ nómicos y políticos, las censuras y autocensuras, así como las exclusiones de aquellas voces que por distintas razones eran consideradas inconvenientes por quienes detentaban el con­ 51

L o s estudios de com unicación y la h istoria política

trol de los medios de comunicación. En la m isma medida resultaría muy importante prestar atención a las pugnas por la am pliación del espectro social, político y temático en la producción de los espacios de opinión televisiva, así com o a las luchas contra la censura y por la ampliación del campo de lo decible y de lo discutible. O tro s cam pos por explorar, conexos con el anterior, pero que presentan cada uno su propia especificidad, tienen que ver con la historia de las concepciones de la comunicación circulantes en la sociedad (la democracia o el autoritarism o tienen mucho que ver con las maneras com o distintos acto­ res y regímenes políticos conciben la comunicación); con la historia de la formación académica en periodism o y com u­ nicación, así com o con el desarrollo histórico de las políti­ cas públicas en comunicación.2* 3g Las investigaciones sobre el campo de estudios de la comunicación y la formulación de políticas de comunicación en América Latina arran­ can a menudo de la "mass communication research" norteamericana en los anos 40 y 50 y de su recepción latinoamericana en los 50, pero poco exploran las concepciones de la comunicación y las políticas comunicativas de la primera mitad del siglo X X . Por ejemplo, el uso por las élites políticas, de la radiodifusión y de la cinematografía como vehículos de modernización antes de la llegada del desarrollismo funcionalista de inspiración norteamericana, y mucho menos los mo­ delos de comunicación que alimentaron las experiencias de comunica­ ción pública en el siglo XIX. Las influencias, por ejemplo, de las con­ cepciones periodísticas de Pulitzer en la prensa colombiana o latinoa­ mericana de finales del siglo X IX o comienzos del X X . Véase, para una visión panorámica de la evolución de los paradigmas de comprensión de la comunicación en el siglo X X en América Latina, así como de las maneras como se la concibió con miras al desarrollo de políticas esta­ tales, privadas, comunitarias o ciudadanas de comunicación, el trabajo sintético de Carlos Catalán y Guillermo Sunkel. "Comunicación y política en América Latina". En: Historia Critica, No.7, Enero-junio 2001.

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Finalmente, quisiera anotar que con miras a dar cuenta de una serie de transformaciones contemporáneas que han afec­ tado el funcionamiento del mundo de la política, producidas sobre todo desde la década de los 80 hasta nuestros días, se requiere desarrollar una mirada que incorpore además de la crítica cultural, una mirada comunicativa de los procesos políticos y sociales, sin la cual sería muy difícil una com ­ prensión integral de la historia inmediata y reciente de nues­ tras sociedades. Algunos ejes de análisis que tendrían que tenerse en cuenta son: la fuerte presencia de los medios, de las industrias culturales y del consumo en la vida social; el surgimiento de nuevos regímenes de velocidad (influencia del zapping y del videoclip);29 el estallido de las identidades nacionales homogéneas y la reivindicación subcultural de múltiples historias y m emorias;30 la pérdida de la centralidad de la política en la vida social;31 la crisis de la mihtancia, de las viejas form as organizativas legadas por la modernidad, de las viejas form as de agruparse para el estudio crítico de la reali­ dad; la crisis de las formas de la movilización social y el des­ prestigio o pérdida relativa de sentido de las mismas; la apariwVéase: Renaud Alain. ’’Comprender la imagen hoy. Nuevas i mágenes, nuevo régimen de lo Visible, nuevo Imaginario", en: Virilio Baudrillard et al. I 'ideocu.huras defin de siglo. Madrid, Cátedra, 1990. También: Beatriz. Sarlo. Escenas de ¡a mdaposmodema. Intelectuales, artey mdiocultura en ¡a Argentina. Bue­ nos Aires, Ariel, 1994 (especialmente el Capítulo II: "El sueño insomne"). K Jesús Martín-Barbero. "Globalización y mukiculturalidad: notas para una agenda de investigación". En: Fabio López de la Roche (ed.). Ghbaú^aáón: tncertiilumbresyposibilidades. Bogotá. IEPRI/Tercer Mundo. 1999. 51 Norbert Lechner. "¿Porqué la política ya no es lo que fue?", en: Fon?. No. 29, Mayo de 1996. Rosana Reguillo. "El año dos mil, ética, política y estéticas: imaginarios, adscripciones y prácticas juveniles", en: Humberto Cubides, María Cristi­ na Laverde y Carlos Eduardo Val derrama (eds.). " Viviendo a toda". Jóvenes, territorios culturales y nuevas sensibilidades. Bogotá, D IUC/U niversidad Cen­ tral/Siglo del Hombre, 1998.

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L os estudios de com unicación y la historia política

ción de confluencias estético-políticas inéditas en la configu­ ración contem poránea de los valores, estilos y opciones políticas de las nuevas generaciones;32 el peso de la televisión y las posibilidades y riesgos de la videopolítica;33 el surgimien­ to de nuevas formas de espacio público ligadas a Internet y a la nueva esfera pública electrónica; y en general la influencia sobre la política de la globalización cultural y com unicativa.3'' D os

ID E A S A M ODO D E C O N C L U SIÓ N

H em os mostrado en las páginas precedentes un conjunto muy amplio de posibilidades de encuentro entre la historia política y el campo de estudios de comunicación, y de comunicación/cul­ tura en particular. La intención de este ensayo ha sido básica­ mente sugerir algunas líneas de trabajo hacia la conformación de un programa de investigación sobre historia social de la comuni­ cación y del periodismo, dentro del cual le corresponda un lugar importante a las interrelaciones entre la historia política, la so­ ciología histórica y política de la comunicación, y la historia eco­ nómica, social, cultural y política de la comunicación. U no de los retos que estas confluencias entre historia política y com unicación le plantean a la investigación en ciencias sociaJ3 Un conjunto importante de trabajos sobre el tema ha sido reunido por Héctor Schmucler y María Cristina Mata (coords). Políticay comunicación. ¿Ha)' un Jugarpura Japolítica en ¡a cultura mediática? Buenos Aires. Universi­ dad Nacional de Córdoba/Catálogos, Editora, 1992. Sobre algunas de las experiencias más relevantes de outsiikrs ligados en su promoción políticoelectoral a la videopolítica, véase: Oscar Landi. Devórame otra ve%. Buenos Aires, Planeta Espejo de la Argentina, 1992. 11Una visión de conjunto sobre la globalización cultural y comunicativa en la región puede verse en: Daniel Mato (comp). Estudios Latinoamericanos sobre Culturay Transformaciones Sociales en tiempos de Globa/i^ación, Caracas, CLACSO /UNESCO . 2001.

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les y en particular a la investigación histórica, es la del enri­ quecimiento y ampliación del conjunto de fuentes documen­ tales (escritas, orales, audiovisuales, digitales) necesarias para dar cuenta de la historia de la representación de la política y de la representación cultural de la sociedad. La m em oria cul­ tural y la memoria política de la sociedad deben abordarse desde una diversidad de herencias discursivas y narrativas asociadas al predom inio en distintos m om entos históricos de medios, géneros y formatos, y de procesos tecnoculturales a ellos ligados, históricamente determinados. Este diálogo entre la historia política y el campo de estudios de la comunicación y del periodismo puede contribuir no sólo a pensar y estimular el conocimiento de la diversidad de lengua­ jes y narrativas que han dado forma a nuestras diversas memo­ rias sociales. Puede prom over también un necesario diálogo estético-político intergeneracional, contribuir al diseño de una democracia intercultural y políticamente pluralista, así com o a la conformación de un periodismo con densidad histórica, po­ lítica y cultural, por ello mismo mejor dispuesto y preparado para orientar la com prensión y la paiticipación ciudadana en los procesos de reconstrucción democrática y pacífica de la nacionalidad.

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Los intelectuales y la historia política en C olom bia Gilberto Loaiza Cano Departamento de Historia Universidad del Valle Los que conocemos somos desconocidos paru nosotros

Friedrich Nietzsche

En un reciente artículo, el profesor H erbert Braun, quien ha contribuido con lujo de detalles a la historiografía política co­ lombiana del siglo X X , exponía esta pregunta com o centro de su reflexión: "¿Q ué pasó con los intelectuales en C olom bia?".1 Pregunta o reclamo, el artículo ilumina la ocasión. Algo ha ve­ nido pasando en Colom bia con la categoría del intelectual -no sólo en tiempos recientes- y hasta ahora no hemos sabido o no nos ha interesado aventurar respuestas. Tal vez el profesor Braun reproduzca, sin querer, nuestra frecuente dificultad para hacer deslindes entre políticos e intelectuales, pero lo importante es que nos permite pensar no sólo en la variante de las nostalgias y las añoranzas. Creo que pertenezco a una generación escépti­ ca, m uy desconfiada, que no tiene nada que añorar, porque no evoca mundos pasados mejores y que tampoco parece predis­ puesta a imaginar mundos posibles. N o se aferra a nombres propios para mirar hacia atrás ni hacia delante. Al menos yo siento que la relación con el pasado -y más exactamente con los intelectuales del pasado- hay que asumirla com o un trabajo de exhumación, de revisión, de examen en que basta con apren­ 1Herbert Braun. " jrnica

ternos” 17. Joseph León Helguera tampoco definió el térm ino Administración Mosquera, pero su trabajo indica que se trata de una delimitación tem poral de las instituciones políticas exis­ tentes entre 1845 y 1849, cuando el general Tom ás Cipriano de Mosquera y su gabinete determinaron los asuntos gubernamen­ tales. Recientemente, un grupo de estudiantes de la UIS realizó una investigación sobre la agenda de la Administración del 7 de triarlo, com o se llamó contemporáneamente al gobierno del pre­ sidente José Hilario López, ejercido entre el primero de abril de 1849 y el primero de abril de 1853, el cual puso especial interés en difundir la agenda de acciones que se situaron bajo la inspi­ ración del “espíritu liberal del siglo”, en su mayoría reformadoras de las instituciones existentes. Conocida entre los historiadores con el nom bre de “período de reformas liberales del medio si­ glo”, esta agenda del Poder Ejecutivo puede ser identificada, e incluso diferenciada de la agenda del Poder Legislativo de su tiempo. E l tem a de las guerras civiles El Código M ilitar expedido por el Congreso de los Estados U n i­ dos de C olom bia en 1881 definió la guerra ávil com o aquella que sostenían, en el seno de la Nación, “dos o más partidos que luchan por enseñorearse del poder supremo, y de los cuales cada uno se atribuye así solo el derecho de gobernar el país”.is Por oposición, la insurrección fue definida simplemente com o el le­ vantamiento armado del “pueblo” contra “el gobierno estable­ 17David Bushnell. E l régimen de Santander en la Gran Colombia. Bogotá, Tercer Mundo/Universidad Nacional, 1966, p. 13. 1! Código militar expedido por el Congreso de los Estados Unidos de Colombia de 1881.

Bogotá. Imprenta a cargo de T. Uribe Zapata. 1881, p. 209. Citado por Luis Javier Ortiz: L a guerra civil de 1876-1877 en bs Estados Unidos de Colombia. Informe final de i nvestigación. Medeliín, Banco de la República, 2002, p.75.

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L o s intelectuales y la historia política en C olom bia

cido, contra una de sus leyes o contra algún funcionario”,19que podía ser una simple resistencia armada o llegar a la calidad de revolución. Finalmente, la rebelión fue reducida a “ una insu­ rrección que estalla en una gran parte del país y que se convier­ te comúnmente en una guerra declarada contra el gobierno le­ gítim o con el objeto de que varias partes del país se sustrajeran a su autoridad y se dieran un gobierno propio”.22Se trata enton­ ces de un modo de la relación política de los hombres diversos, vinculado a la pretensión de algunos grupos interesados fervientemente en el ejercicio del poder supremo, que produce una significativa destrucción de vidas y bienes. La participa­ ción de los hombres, las mujeres y los niños en una guerra civil es m uy desigual, como el costo personal para cada uno de ellos, pero lo que importa destacar es que se trata de un tema singular de la historia de la política, es decir, del esencial estar las perso­ nas diversas, unas con otras, com partiendo el m ism o mundo histórico. Reducirla a la dimensión de “lo inhum ano” no tiene sentido alguno, pues nada es más característico de lo humano que los conflictos y las guerras en su relación de los unos con los otros. Recientemente, Luis Javier O rtiz ha entregado su in­ forme final de la investigación sobre la guerra civil de 1876­ 1877, originada en la pugna política por el dom inio sobre la educación de la Nación, disputada por la Iglesia Católica al E stado que en ese entonces se inspiraba en el ideario liberal.21 D o s obispos, Manuel Canuto Restrepo y C arlos Berm údez, encabezaron la oposición a la exclusión de la enseñanza reli­ giosa en las escuelas primarias y a la conducción de las escuelas normales por pedagogos alemanes. El ruido de las armas y las tragedias personales que produjo esta guerra no acallaron su *’ Código militar. Op. Cit. 20 Ibid, pp. 75-76. :iLuisJavierOrtiz, Op. Cit.

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Armando Mt4rtin c? Ctamicu

gran verdad, es decir, el m odo como se jugó en ella el tema del contenido de la educación de los nuevos ciudadanos, piedra de toque del equilibrio de poder de las dos potestades tradiciona­ les que se disputaban el poder público del Estado Nacional. L

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Aunque toda fuente (residuos, supervivencias, memoria e his­ toriografía) es útil para un historiador interesado en construir una representación sobre lo acontecido en el convivir político de los colombianos que ya fueron, conviene mencionar las fuen­ tes propias de la acción administrativa del Estado Nacional, es decir, aquellas que produce en tanto actor guiado por sus pro­ pias agendas. Desafortunadamente, se trata de las fuentes que m ayor desánimo pueden provocar en el historiador, dada su magnitud y estilo formal y rutinario: los diarios, gacetas y ana­ les oficiales de cada uno de los poderes públicos; los informes periódicos enviados a los secretarios de los despachos, los men­ sajes anuales pronunciados ante las legislaturas, las alocucio­ nes presidenciales dirigidas a la Nación, las actas y acuerdos de las cámaras provinciales y de los diversos consejos de gobier­ no, las instrucciones de los funcionarios, las codificaciones le­ gislativas y los miles de procesos judiciales. Aunque la “histo­ ria social” desprestigió el uso de estas fuentes, acusándolas de facilitar la construcción de una “historia oficial” ajena al “país real”, es preciso llenarse de paciencia para emprender las largas jornadas de lectura de los actos legales que form aron la rutina del ejercicio de los poderes estatales. C om o prem io a esta ab­ negación, pueden leerse con mucho provecho las colecciones de la correspondencia de los políticos y jefes de Estado, útiles para comprender las realidades más íntimas de la convivencia política. Obtenida esa contextuahzación de las acciones políti­ cas de élites, grupos de interés particular y personas, pueden 115

L os intelectuales y la historia política en C olom b ia

ser leídos con mayor provecho los periódicos políticos, los pan­ fletos y los opúsculos de los publicistas, asi com o los relatos costum bristas y las novelas de las élites ilustradas.

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Contribución a un balance y perspectivas de la historia política regional en el suroccidente colom biano, desde la relación historia-antropología Oscar Almario G. Escuela de Historia Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín

...la pretensión de los historiadores sociales es 1a de que la historia social es toda la historia, vista desde un punto de vista soáal. E s decir, se subraya una especificidad de lo social frente a lo económico, frente a lo político, y se supondría que la historia social se cuela entre los intersticios de lo económicoy de lo político

Germán Colmenares.' I

n t r o d u c c ió n

S i la H istoria Política ha muerto o está de vuelta es algo que debemos discutir ampliamente, pero esta discusión debe defi­ nir también lo que se designa por tal tipo de historia. Estable­ cer su naturaleza y componentes, para que en consonancia con ello se precisen razonablemente sus perspectivas, problemas, enfoques, métodos y fuentes. Un balance nacional de lo ocurrido con este campo de la histo­ riografía colom biana en las últimas décadas es parte de lo que debemos hacer y en esa dirección los balances regionales resul­ tan tanto ilustrativos como imprescindibles. Por otra parte, desde 1En: Fondo Cultural Cafetero (ed.). Aspectos Polémicos de la Historia Colombiana delSiglo X IX . Bogotá. Primera Mesa Redonda: Economía y Clases Socia­ les en el Siglo XIX , 1983, p. 135.

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C on tribu ción a un balance y perspectivas de la historia política regional

nuestra perspectiva analítica, que propende por la integración de los métodos históricos y etnohistóricos, este balance y pers­ pectivas se aborda con el criterio de que las relaciones entre Antropología e Historia son muy pertinentes para un proyecto de renovación temática y metodológica de la historia política, actualmente en la encrucijada de logros y limitaciones. El presente ensayo, toma el caso de la Historia Social y Política construida desde los años setenta por un nuevo proyecto historiográfico sobre el suroaidente colombiano,2com o excusa y punto de referencia para penetrar en estos problemas y tratar de hacer un aporte puntual a una discusión que apenas comienza. D icho proyecto, a partir del énfasis social y político, ha sido tanto prom isorio como contradictorio, por el enorme peso de varias tradiciones heredadas que actúan a manera de obstácu­ los epistemológicos en su desarrollo, como veremos. Desde este marco de referencia, la obra del historiador Germán Colm ena­ res (1938-1990) mostró una ruta que al final de su esfuerzo dejó a los estudios regionales en la antesala de una perspectiva etnohistórica y totalizante. Pero también nos anima la idea de que el llamado Surocádente colombiano constituye una región com ­ pleja, geoecológica y socioetnicamente vista, en la que conver­ ■'El uso del término suroccidenlecs fundamentalmente descriptivo en lo geo­ gráfico e histórico y alude al amplio espacio que correspondía ala jurisdic­ ción de la antigua Gobernación de Popayán durante el dominio colonial y al Estado Soberano del Cauca y Departamento del Cauca durante el federalismo y el centralismo en laRepúblicade Colombia, respectiva­ mente. En la Colonia, este espacio gravitó entre las audiencias de Quito y Santafé y, durante la República temprana, después del fracaso de la Gran Colom bia en 1830 osciló entre las órbitas de formación de los Estados Nacionales de Ecuador y Colombia. Actualmente, dicho espacio corres­ ponde, grvssomodo, a los Departamentos del Valle del Cauca, Cauca, Nanño, Caquetá y Putumayo.

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Ouur Almario C.

gen los sectores de poder con grupos negros, comunidades in­ dígenas y sectores subalternos. Ahora bien, mientras la historia política, con matices, insiste en el paradigma predominante de la construcción del Estado Nacional como el fundamental a utilizar por esa perspectiva, aquí se sugiere su descentramiento a través del concepto de la etnicidad, con el que pretendemos la visibilidad de otros actores sociales. Este ensayo utiliza materiales diversos provenientes de una amplia revisión bibliográfica sobre la región en estudio y sus aspectos espacial, económico, social y político, para un período de tiempo medio: las postrimerías del período colonial y el si­ glo X IX , es decir, aproximadamente entre 1750-1930. Lo que ha implicado varios años de trabajo en bibliotecas, hemerotecas y archivos de España, Colom bia y Ecuador. Esta labor se plas­ mó en una investigación para Colciencias, un balance acerca de la construcción de la categoría de negro y su uso por la histo­ riografía contemporánea del Occidente colombiano, un balan­ ce con perspectivas de la etnohistoria de la región surandina del país y una la labor de consulta y documentación para una tesis de D octorado en A ntropología Social en la Universidad de Sevilla,3 actualmente en fase de redacción. T om o estas revi­ siones bibliográficas como soporte y aprovecho de ellas los tra­ ' En su orden: Oscar Almario y Luis Javier Ortiz. Podery cultura en el Occidente colombiano durante elsiglo X IX . 2 volúmenes. Medellín, Informe de Inves­ tigación: Conciencias/Universidad Nacional, 1998; Oscar Almario G. y Orián Jiménez. Aproximaciones a l análisis histórico del negro en Colombia (Con especia!referencia a l Occidente y el Pacifico). Medellín, Um%’ersidad N acional 2002 (Inédito). Oscar Almario. Contribución a un balancey perspectivas de la etnohistoria de losAndes de!sur de Colombia) tas tierras bajas adyacentes, amazónica y pacifica. Medellín, Universidad Nacional, Febrero de 2002 (Inédito); del mismo autor: Territorio, etnicidady poder en el Pacifico sur colombiano, 1780­ 1930 (Historiay etnohistoria de ¡as relaciones interétnicas). Proyecto de tesis de

Doctorado. Universidad de Sevilla. 1999.

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C ontribu ción a un balance y perspectivas de la historia política regional

bajos que considero más pertinentes para los propósitos de este ensayo que, por lo dicho, no evalúa los estudios ni los proble­ mas tratados por la historia política contemporánea. El trabajo consta de las siguientes partes: inicialmente se exponen unos supuestos sobre las Historia Social como soporte de la Histo­ ria Política; después se presenta un panorama de los obstáculos epistemológicos y tradiciones heredadas que han limitado y retado el proyecto de una historia “total” en la región; posteriormente se indican las vicisitudes de lo social y lo político en la historia regio­ nal; se destaca también la importancia de los hallazgos de Colme­ nares para la historia regional; seguidamente se muestra cómo la Historia Política aspiró a construir un proyecto propio que contó con algunas perspectivas novedosas, logros y Limitaciones. Igual­ mente se evalúan con algún detalle distintas modalidades de aná­ lisis para abordar lo político y, por último, se sugiere un horizonte para una posible renovación temática de la historia política regio­ nal, que se concibe desde las relaciones Historia / Antropología. U

n o s s u p u e s t o s para c o m e n z a r

En los años setenta se configura la historia social regional, cuya vitalidad se mantendrá vigente por casi dos décadas. Sin em ­ bargo, la construcción de este proyecto intelectual debió en­ frentar y tratar de superar varios obstáculos y tradiciones aca­ démicas e ideológicas heredadas de la historiografía decimonó­ nica y de los paradigmas sociales prevalecientes en el siglo X X , cuya raíz común es el etnocentrismo. Fueron los progresos de la historia económico-social regional los que dieron pie a la Historia Política Regional, pero a dife­ rencia de la primera, que hizo énfasis en lo social com o una estrategia hacia la anhelada “historia total”, buena parte de los 120

O .u a r . 11m a n o C,

practicantes de la segunda se decidieron por un enfoque cir­ cunscrito a la dimensión política. Desde principios de los no­ venta, tanto los estudios histórico-sociales com o la H istoria Política del suroccidente, parecen haber entrado en una fase de estancamiento y falta de perspectivas. En efecto, mientras que en la década del ochenta la historia social regional pretendía darle una perspectiva multidimensional a sus problem as y anunciaba su potencial etnohistórico, una buena parte de los historiadores políticos parecían querer desmarcarse de dicho proyecto y anunciar otro. En 1990, la muerte del historiador Germán Colmenares, principal anima­ dor de la llamada Historia Social Regional, constituyó un golpe muy fuerte para los estudios históricos en general y para la his­ toria social y política regional en particular. Hacia el futuro, las acciones conducentes a la renovación de ambas perspectivas no sólo deben ser inseparables, sino que literalmente son interdependientes y en esa dirección, las rela­ ciones dinámicas entre la historia y la antropología se deben considerar como promisorias. O

bstá cu lo s

e p is t e m o l ó g ic o s y t r a d ic io n e s h e r e d a s

COM O R E T O S PARA U N A H IS T O R IA SO CIA L Y PO LÍTICA D E T IP O “ T O T A L IZ A N T E ”

C om o vemos, no obstante los avances de la historia social y política regional, que se condensan en Colmenares pero que lo trascienden, por lo menos tres grandes obstáculos epistemoló­ gicos, que remiten a otras tantas “tradiciones heredadas” ,4 se 4Sobre este concepto de “tradición heredada’’ o “concepción heredada” en el conocimiento social, véase Aurora González. Teorías delParentesco, Nuevas aproximaciones. Madrid, Eudema, 1994, p. 6.

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han levantado en el camino del proyecto de una historia “total” regional, retándolo y limitándolo. Razones de espacio nos im­ piden tratar este tema con el detalle que amerita. Sin embargo, aquí nos vam os referir a ellos de form a esquemática y en el siguiente orden: primero el continuo del imaginario colonialis­ ta y etnocéntrico propio del dominio hispánico y el nacionalis­ mo de Estado durante la construcción del proyecto republica­ no; después la tradición heredada del “gran reparto” que dife­ rencia entre sociedades primitivas e históricas y, finalmente, una idea de región contradictoria o a medio camino entre la geo-historia (tiempo largo e inmóvil) y su condición de espacio social e históricamente construido, competido por varios acto­ res sociales y por tanto dinámico y cambiante. 1. E l continuo del im aginario colonialista y etnocéntrico propio del dom inio hispánico y el nacionalism o de E sta d o durante la construcción del proyecto republicano. Aquí analizaremos ambos fenómenos considerándolos com o partes de un continuo ideológico y político. Uno de sus prime­ ros componentes, que se configura en la coyuntura de la Inde­ pendencia, es el espacial, porque fue precisamente con base en el principio del utipossidetisjure que el nuevo ordenamiento re­ publicano ratificó la unidad e indivisibilidad de la jurisdicción de la antigua Gobernación de Popayán, la continuidad del pa­ pel de su capital com o su “lugar central” y la inmutabilidad del orden social (esclavitud y servidumbre) y político (poder de las élites y centros patrimoniales) que debía permanecer inaltera­ ble, tal y como quedó plasmado en la Constitución de esta Pro­ vincia de 1814. De acuerdo con dicho cuerpo Constitucional, el orden social y político dependía del modelo de centroyperife­ ria, de la distinción jerárquica entre lo urbano y lo rural y de un sistema clasificatorio socioétnico que distinguía grupos blan122

Otear Almario .

indígena, justamente en la década en que se iniciaba la última de las oleadas de la lucha indígena en C olom bia.15 Por su parte, algunos antropólogos aportaron trabajos de cam­ po novedosos sobre los grupos negros de los valles interandinos del Patía y el Cauca y de la llanura aluvial del Pacífico, com o los de Friedemann, Whitten, Whitten y Fnedemann y Taussig.1'1 Sus observaciones etnográficas mostraron la vitalidad de estas sociedades negras, la versatilidad de sus prácticas productivas, los recursivos sistemas de parentesco y la peculiaridad de su identidad, al tiempo que destacaron la importancia de su tradi­ ción oral y su sentido de una historia propia, que se manifiestan en la dignidad, la resistencia, lo propio y el territorio. 15Una continuación y desarrollo de sus hallazgos se encuentra en los trabajos de: Sofía Botero. Tras elpensamiento y pasos de tos taitas guambíanos. Intentos de aproximación a su historia, siglos X l 'l, X \ 7/ y X H 1 I. Tesis de grado en Antropología. Bogotá. Universidad Nacional. 1984; María Teresa Findji. “Tras las huellas de los Paeces”. En: Francois Correa (ed.) Encrucijadas de Colombia Amerindia. Bogotá. IC A H N /C O L C U L T U R A . 1993; Doumer Damian. L a Dan^a del espacio, el tiempoy el poder en los Andes del sur de Colombia. Tesis de Maestría en Historia. Cali. Universidad del Valle. 1990; Joane Rappaport. Tierra Páe%. L a etnohistoria de la defensa territorial entre lospaeces de Tierradentro, Cauca. Baltimore. Universidad de Maryland. 1982; y: Luis Guillermo Vasco Uribe, Avelino Dagua Hurtado y Misael Aranda. "En el segundo día, la gente grande (Numisak) sembró la autoridad y las plantas y, con su jugo, bebió el sentido” . En: Francois Correa R. (ed.). Op. cit. !é Se citarán solo algunos trabajos: Nina S. de Friedemann. “Güelmabí: formas económicas y organización social" En: Revista colombiana de antropología. VolXIV. Bogotá. Instituto Colombiano de Antropología. 1969; Norman Whitten. Pioneros negros: ¡a cultura afro-latinoamericana del Ecuadory Colom­ bia. Quito. Centro cultural Afro-ecuatoriano. 19/2,1992; Michael Taussig. R ural Proletariani^ation: A Social and H istórica/ Enquiry into thi CorrmeraalizaUon of tht Southern Cauca Valle. Colombia. Tesis de doctorado

en Antropología. Universidad de Londres (Inédita). 1974.

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Mientras tanto, los historiadores se ocuparon en unos casos de estudios de corte general sobre la economía esclavista y en otros de perspectiva regional, com o la sociedad esclavista de la G o ­ bernación de Popayán y su frontera minera del Pacífico y para ambos efectos incorporaron nuevos enfoques y fuentes, como lo confirman los trabajos del lingüista español de Granda, de los colombianos Palacios, Colmenares y Tirado y de los norte­ americanos Marzahl y Sharp17. Para unos y otros esto implicó continuidades y cambios, en cuanto a los focos de interés de lo observado, la percepción de los sujetos sociales estudiados y respecto de las estrategias de análisis correspondientes. Así por ejemplo, el análisis de la institución de la esclavitud continuó, pero derivó de la cuestión del com ercio de esclavos hacia la historia económ ica y social de la esclavitud, de sus distritos mineros y sus transformaciones posteriores bajo condiciones republicanas. Llam a la atención que estos tres proyectos de investigación social, se hubieran desarrollado desde entonces com o proyec­ tos independientes, a pesar de que ya existían en el medio in­ ternacional aperturas hacia otro tipo de relaciones en estas dis­ ciplinas y particularmente la presencia de un nuevo método histórico desde el llamado tercer período o generación de Amales (1969-1989), conocido com o “historia de las m entalidades”, que estuvo muy marcado por la adopción de los métodos 17 En su orden: Jorge Palacios. L a traía de negros por Cartagena de Indias. Tunja. Universidad Pedagógica. 1973; Germán colmenares. HistoriaSoáaly Econó­ micaá Colombia. I .15)7-1719. Bogotá. Tercer Mundo. 1997; Peter Marzahl. "Cróeles and Government: the Cabildo of Popayán”. En: HispanicAmerican Histórica/Review. N o. 54.1974; William Sharp. “El negro en Colombia. Manumisión y posición social” . En: Ra^ónyfábula. N ° 8. Bogotá. 1968; Germán de Granda. “Onomástica y procedencia africana de esclavos negros en las minas del Sur de la Gobernación de Popayán (siglo XVIII)”. En: Revista Española de Antropología Americana. Vol. VI. Madrid. 1971.

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O i; ar Almario G.

etnográficos en el trabajo histórico y del cual se derivaría la perspectiva más reciente de la historia antropológica, propues­ ta desde 1989 por J. Le Goff, A. Burgiere y J-C Smicht. En 1987 se vivió un momento prom isorio respecto de estas separaciones disciplinarias, cuando Germán Colmenares -bajo la influencia de la antropología interpretativa de C. Geertz, la historia social inglesa y la historia antropológica de Anna/es, puestas en relación con la etnohistoria andina-, convocó y orien­ tó una Maestría en H istoria Andina, mediante un convenio en­ tre la Universidad del Valle y la FLACSO -Quito. Pero la muer­ te de Colmenares trae entre otras consecuencias el debilitamien­ to de este proceso. 3. U na idea de región contradictoria a m edio cam ino en­ tre la geo-historia (tiem po largo e inmóvil) y su condición de espacio social e históricam ente construido, com petido y por tanto dinám ico y cam biante. Superar las visiones esencialistas, instrumentalizadas y reduc­ cionistas de la historiografía decimonónica y revisionista en torno a la idea de región, implicó para la nueva historia social regional, el tener que dedicarle buena parte de sus esfuerzos al estudio de la configuración del espacio y a sus dinámicas de persistencia y cambio. En efecto, la configuración del espacio de la sociedad colonial y su posterior evolución en el contexto republicano, es un tema que ha ocupado la atención de los historiadores y otros analistas sociales de manera notable. U n primer balance sobre estos tra­ bajos parece indicar que en la actualidad se ha producido un desplazamiento conceptual, desde la inicial preocupación por la formación de las divisiones administrativas coloniales, hacia 133

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la interpretación del espacio como una dimensión del dominio y la explotación, pero también de las resistencias, identidades y mediaciones. Se constituyo por tanto, com o lugar de encuen­ tros, contactos y desencuentros, y por lo mismo, com petido, conflictivo y fluido, entre agentes sociales diferentes, que fue­ ron portadores de sus propios imaginarios y que contaban con la capacidad de dotarse de estrategias tanto de dominación como de som etim iento, ya de resistencia, adaptación o transacción, de acuerdo con las circunstancias. Las evidencias indican que el modelo de centro-periferia adop­ tado por el análisis histórico, en principio se corresponde con lo experim entado en esta parte del territorio de la actual C o ­ lom bia, pero no agota el análisis de las distintas experiencias. El centro es el resultado de una colonización interior (la funda­ ción de las villas de Pasto, Popayán, Caloto, Cali, Buga, Cartago, Anserm a, Santafé de Antioquia), asentada en los valles y a ltip la n o s an d in o s y de una eco n o m ía esen cialm en te hacendaria. Sin em bargo, estos asentamientos, que siguieron fundamentalmente el eje longitudinal del río Cauca, no eran continuos y por el contrario, configuraron un patrón de poblam iento disperso. Por su parte, laperiferia\¿. constituyen la región del Pacífico y las cordilleras, donde se localizaban las explotaciones mineras y los apartados territorios del C aqu etáy Am azonas al oriente.18El poblamiento disperso de los “ blancos” además se vio acosado por la resistencia indíge­ na y por núcleos de negros y mulatos cimarrones, palenqueros lgVéase: Germán Colmenares. Popayán: una sociedad esclavista. 1680-1800. Histo­ ria económicay socialde Colombia. Tom o II. Bogotá. La Carreta. 1979; Guido Barona. Lm maldición de Midas enuna región del mundo Colonial. Popayán 173018)0. Cali. Universidad del Valle. 1995; Zamira Díaz. Oro, Sociedady Econo­ mía. E l sistema Colonial en la Gobernación de Popayán. 15)3-1753. Bogotá. Banco de la República. 1994.

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O sc a r A lm a r io C ¡.

y arrochelados.19Del centro dependían las decisiones, el mando y la emisión de los símbolos culturales dominantes, mientras que la periferia se asume como una frontera económica, natural y simbólica.20 Colmenares propuso que en los estudios históricos se respetara 10 que denominó un “orden de magnitudes” confiable, que esté en correspondencia lógica con el período bajo estudio y que permita comprender las relaciones entre los hombres y los re­ cursos disponibles, entre el trabajo y sus beneficios, entre la estructura social y la del poder, entre otras.21 En la colonia, el espacio socialmente controlado era relativamente reducido en com paración con las delimitaciones político-administrativas formales. Respecto de esta situación, el siglo X IX va a introdu­ cir una serie de importantes modificaciones, al tiempo que se va a am pliar el espacio social, com o consecuencia del creci­ miento demográfico, una mayor movilidad social y una diversi­ ficación de las actividades productivas.22 Germán Colmenares expuso una tesis que futuros trabajos su­ yos y los de varios de sus colegas y discípulos fueron amplian­ do hasta convertirla en los hechos en una “línea de investiga­ Francisco Zuluaga. "Cimarronismo en t! S ur-occidente”. En: Pablo Leyva (ed.). Colombia Pacifico. Volumen 2. Bogotá. Biopacífico/FEN. 1993; del mismo autor y A mparo Bermúdez. La protesta social en el suroccidente colombiano: .nrgí>X I 7//. Cali. Universidad de! Valle. 1997; Zamira Díaz. O p.C it. ’c Luis Valdivia Rojas. Buenaventura un desarrollofrustrado. Evolución económicay socialdelpuerto. Cali. Universidad del Valle. 1994. •''Germán Colmenares. “Capítulo I: La formación de la economía colonial (1500-1740)”. En: José Antonio Ocampo (ed.) Historia Económica de Co­ lombia. Bogotá. Fedesarrollo/Siglo XXI. 1987. 11 Germán Colmenares. “El tránsito a sociedades campesinas de dos socieda­ des esclavistas en la NuevaGranada. Cartagena y Popayán, 1780-1850”. En: Rcasto Huellas. N ° 29. Barranquilla. Universidad del Norte. 1990.

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ción ” , com o se dice hoy, la cual se estructura en torno a los procesos de poblam iento y el cambio socio-espacial. La men­ cionada tesis de C olm enares plantea que: “[...] la tarea más inm ediata para el estudio de la form ación nacional en el pe­ ríodo de transición (1870 - 1930) podría consistir en indagar qué form as tom ó la incorporación de nuevos espacios y de nuevas masas humanas y de qué manera transform aron los viejos recintos coloniales”.23Aunque esta propuesta de inves­ tigación presenta m uy diversas posibilidades de aplicación, los prim eros avances al respecto tuvieron a la región del Valle del C auca com o su principal referente24. En efecto, en esta región se configuró una situación peculiar: la persistencia de la propiedad m onopólica de la tierra y el control de la mano de obra por parte de una élite de poder, convivieron durante el período de “transición” con una creciente sociedad campe­ sina y heteróclita que escapaba a su control. Desde finales del siglo XV III y a lo largo del X IX , fueron evidentes las dificul­ tades para que se mantuvieran con éxito las estrategias de dom inación de los sectores privilegiados, en parte por la cri­ sis y agotam iento mismo del sistema hacendario-esclavista, que se acentuó por las guerras de independencia prim ero y después por las guerras civiles durante la segunda mitad del Germán Colmenares. L a nacióny la historia regionalen lospaíses andinos, 1870­ 1930. Washington, Smithsonian Institution. 1982. (Mimeo). ’4 Zamira Díaz. “Guerra y economía en las haciendas. Popayán 1780-1830.” En: Soaeiady Economía en el Valle del Cauca. Tom o 2. Bogotá. Universidad del Valle/Banco Popular. 1983; Germán Colmenares. Cali: Terratenientes, Aíinerosy Comerciantes. Siglo XV111. En: Sociedad y Economía en el Valle de! Cauca. T om o I. Bogotá. Banco Popular/Universidad del Valle. 1983; Richard Hyland. Elcndítoy la economía 1851-18X0. En: Universidad del V alie (ed.) Sociedady Economía en el Valle del Cauca. T orno 4. Bogotá. Popu­ lar. 1983; José Escorcia. Desarrollopolítico,socialy económico 1800 - 1854. En: Ibid. T om o 3; José María Rojas. Empresariosy tecnología en laformación del sector azucarero en Colombia 1860-1980. En: Ibid. T om o 5.

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ih car Almario C

siglo, que trajeron com o consecuencia el fraccionamiento de las grandes propiedades y obligaron a la aristocracia terrate­ niente a buscar alternativas diferentes, sobre todo com ercia­ les, para sortear la situación. Sin embargo, com o lo planteó Colmenares en otro artículo ya clásico, la dificultad mayor para los sectores dominantes provi­ no del “ proceso sui-gtneris” que m od ificó el m o d elo de poblamiento hispánico y aceleró la diversificación social en los antiguos recintos coloniales.25Poblamiento nuevos y socieda­ des campesinas, más o menos libres, prosperaron entonces en distmtos sitios y lugares; en el sur del valle geográfico (hoy nor­ te del D ep artam en to del C auca y lugar de uno de los poblarruentos negros más característicos); a lo largo del río Cauca y en las riberas de sus afluentes; en las tierras bajas e inundables; en los intersticios de las haciendas y en sus bosques densos; en la banda oriental del río (“otra banda”) y en la occidental. Las dos dinámicas de signo contrario, la decadencia de las ha­ ciendas y el proceso de poblamiento descrito, le otorgan unas características particulares al cambio social en la región, pues­ to que, com o sostiene Colmenares, “[...] decadencia económ i­ ca no significa cam bio social. Es decir, los propietarios se em­ pobrecen pero siguen teniendo el prim ado social porque son propietarios, aún si sus tierras están inactivas”;26agregando que esos mismos propietarios, en lo fundamental, se van a transfor­ mar a comienzos del siglo X X en empresarios agroindustriales.27 25Germán Colmenares. «Castas, patrones de poblamiento y conflictos sociales en las provincias del Cauca, 1810-1830». En: Germán Colmenares, Zamira Díaz de Zuluaga, José Escorciay Francisco Zuluaga (eds.) L a Independen­ cia. Ensayos de historia social. Bogotá. Colcultura. 1986, pp. 137-180. -hGermán Colmenares. Op. Cit. 21 Ibid. p. 159,

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En la m ism a vena del análisis socio-espacial, el historiador G uido Barona ha desarrollado una línea de investigación sobre la form ación y evolución del espacio en la Gobernación de Popayán, cuyos alcances se pueden extender al Gran Cauca decimonónico. Barona definió la estructura geopolítica regio­ nal como de “archipiélago”,28 para denotar la discontinuidad de su espacio y su fragmentación en los ámbitos locales de poder de las ciudades. Por eso, este investigador analiza con deteni­ miento las relaciones entre el espacio y la economía regional29 y explica estas fragmentaciones regionales a la luz de dos argu­ mentos centrales, de un lado, por el papel que desempeñaron las economías y sociedades locales, a las que considera como sus definidoras fundamentales y del otro, por la forma en que se articulaba la Gobernación con la “economía m undo” colo­ nial, que obviamente se situaba por fuera de su frontera y espa­ cio geopolítico.30 En este últim o trabajo, Barona plantea que a pesar de lo vasto del territorio de la Gobernación de Popayán, la mayor pane de sus procesos históricos se desenvolvieron en territorios mucho más discretos: el piedemonte sur-oriental de la cordillera cen­ tral, hasta las márgenes del Caquetá (las tierras de los andaquíes); la región de Túquerres y Pasto; los valles interandinos del Patía y el Cauca; el flanco occidental de la cordillera Central situada entre “los dos ríos” (Cauca y Magdalena) y; por la costa del 28 Guido Barona. Una sociedad defrontera en el sigla X l/III. Elarchipiélago regional. Lingüistica, ecobgia, selvas tropicales. Villa de Leiva. IC A H N /IC F E S /C C L A / Universidad de los Andrés. 1989. 21 G uido Barona. La maldición de Midas en una región delmundo Colonial. Popayán 1730-1830. Cali. Universidad del Valle. 1995. 30 G uido Barona. “ El espacio geopolítico de la antigua Gobernación de Popayán”. En: Heradio Bonilla y Amado A. Guerrero Rincón (eds.) Los pueblos campesinos de las A mineas. Etnicidad, cultura e historia en el siglo X IX . Bucaramanga, UIS. 1996, pp. 115-135.

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O u u r A lm a r iv (§ .

Pacífico, el Chocó, Buenaventura, el Raposo, Iscuandé y Bar­ bacoas.’ 1“En este orden de ideas, según Barona, es posible es­ tablecer la existencia de siete grandes conjuntos territoriales, cada uno de ellos con su correspondiente cabecera administra­ tiva y de poder local, que configuraron en el siglo XVIII, la geografía política de la esclavitud y la sujeción” .32 Estos siete centros locales son: Cartago, que abastecía principalmente a la frontera minera del Chocó; Cali, Buga y C aloto, en el valle interandino del Cauca, de economías de haciendas esclavistas, las dos primeras con intereses en el distrito minero del Raposo y la última con sus propios centros mineros; Popayán con sus entornos de haciendas y comunidades indígenas e intereses en los distritos mineros del Pacífico; el Valle del Patía, donde co­ existían las haciendas ganaderas con la cultura palenquera de los negros y, por último el altiplano de Túquerres y Pasto, que contenía villas de blancos y mestizos con pueblos y parcialida­ des indígenas. Su hipótesis global plantea, que la economía regional se explica como “una resultante y no un punto de partida, de economías subregionales, algunas de las cuales estuvieron integradas en­ tre sí, y con otras de naturaleza casi autárquica que com prom e­ tieron a muy reducidos núcleos de población” .33Al no ser “un todo hom ogéneo” su economía regional, la imagen que resulta de la G obernación de Popayán es la de un m osaico, la de un archipiélago de conjuntos productivos relativamente integra­ dos, actuando en medio de amplios espacios “vacíos", que tu­ vieron escaso peso en el conjunto de la economía de la G ober­ nación y el virreinato. 51 Ibid, p. 115. 32Ibid, p. 118. MGuido Barona, La maldición dt Midas. Op. C it.pp. 23-24.

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De acuerdo con esta argumentación, la geografía económica y política de la Gobernación estuvo entonces multideterminada por los siguientes aspectos: condicionantes propios de la “eco­ nom ía m undo” , los intereses locales y regionales, las caracte­ rísticas ecológicas de los territorios y la riqueza en metales pre­ ciosos contenidas en ellos.'4 La situación estructural descrita, parece haber cristalizado pun­ tualmente en el Pacífico, en una suerte de “equilibrio inesta­ ble” entre dominadores y dominados, a través de un complejo proceso y diversas modalidades para que los esclavizados alcanzaran “de manera individual y regulada” la condición de “libres”. Esto es lo que Barona analiza com o el funcionamien­ to del sistema esclavista “en una situación de frontera” .3’ En el suroccidente de la actual Colom bia, los cambios espacia­ les entre lo tradicional y lo moderno revistieron unas caracte­ rísticas muy particulares. Entre otras razones, al quedar expues­ tos a una doble influencia por la formación simultánea y dife­ renciada de los espacios nacionales de Ecuador y C olom bia, cuyas respectivas dinámicas afectaron especialmente el extre­ mo suroccidental del país.36 En efecto, M. T. Findji37 argumenta que en el caso colombiano, el antiguo eje comercial colonial se mantuvo vigente durante la República y que perduró hasta finales del siglo X IX , cuando se 14 Ibid. p. 24. 15 Ibid. p. 15. 36 V éase por ejemplo: Jean Paul Deler. Ecuador. D el Espado al Estado Nacional. Quito. Banco Central del Ecuador. 1987. 37María Teresa Findji. “Proceso de diferenciación nacional en Colombia y Ecua­ dor durante el siglo X IX". En: Revista Hirtoriaj Espado. N o.6-7.1980, pp. 100-109.

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( h¿ jr Almario G.

produjo su ruptura. Recordemos que dicho eje (que terminaba en Cartagena y era apuntalado por Santafé de Bogotá), vincula­ ba a Q uito con las regiones mineras de la Nueva Granada (has­ ta Santafé de Antioquia) y que a través suyo se intercambiaban los productos textiles de los obrajes de la sierra ecuatoriana por el oro beneficiado en las comarcas mineras de C olom bia. Se­ gún la autora, hasta finales del siglo XVIII, la Gobernación de Popayán logró mantener, a manera de punto de articulación, un equilibrio entre el tradicional eje andino y el eje marítimo de El Callao-Guayaquil y Panamá. Es decir, que no obstante los cam­ bios políticos que implica la República, el antiguo eje com er­ cial persistió. Pero a partir de la segunda mitad del siglo X IX se empieza a anunciar en el Cauca Grande la tendencia hacia el nuevo eje Cali-Buenaventura (en el Océano Pacífico), que al con­ solidarse en las primeras décadas del siglo X X , contribuirá a dislocar el antiguo ordenamiento espacial y a producir la frag­ mentación regional del Gran Cauca. Consiguientemente, el Ecuador, dislocado en parte de Pasto, Popayán y Barbacoas, pero sin renunciar a su secular influencia sobre el sur de C o ­ lombia, prestará más atención al eje interno Quito-Guayaquil, que quedó unido por vía férrea. Con lo cual se consolidó el núcleo de su espacio nacional, que se amplió entonces hacia los territorios periféricos de la costa Pacífica, que de inmediato empezaron a atraer población andina, al tiempo que se produ­ cía un crecimiento endógeno de su población. Ecuador realizó con éxito, en los años veinte del siglo X X , el proyecto vial de comunicar por tren a Ibarra con el puerto de San Lorenzo, en la provincia de Esmeraldas, en el Pacífico. Mientras que C olom ­ bia, en el misino período, apenas pudo llevar el ferrocarril des­ de Tum aco a El D iviso, desde donde partía una tortuosa línea carreteable hasta Pasto y esta ciudad siguió al margen de una conexión con el resto del país; situación que apenas se vino a resolver con la apresurada construcción de las carreteras 141

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Popayán-Pasto y Pasto-Mocoa, en medio del conflicto colomboperuano de 1930-32. C om o consecuencia del quiebre del eje longitudinal andino y del surgimiento del nuevo eje del Ferro­ carril del Pacífico, las Provincias del Sur con epicentro en Pas­ to, m ostraron una inclinación preponderante a depender del Ecuador y a girar en torno a sus mercados. Lo que aumentó las tensiones en la frontera sur del país e hizo necesarios múltiples tratados internacionales entre ambos países. O tros estudios muestran cómo estos antecedentes estructura­ les en la configuración espacial de la antigua G obernación de Popayán, posteriormente incidieron en los procesos de diferencia­ ción socialy espacialen la transición hacia el espacio republicano. En efecto, Valencia y Zuluaga,38después de sintetizar los acon­ tecimientos de los primeros años de la Independencia en el Valle del C au ca, concluyen que tres aspectos fundam entales interactuaron para dar lugar a la diferenciación socio-cultural y política en las provincias de la antigua Gobernación de Popayán y, en el futuro, Gran Cauca. Esos tres aspectos hacen referen­ cia a las dimensiones espacial, ideológica y de la identidad. En cuanto al primer aspecto, los autores afirman que el Valle del Cauca “sería visto com o una región bien diferenciada de aque­ lla localizada al sur del río Ovejas; sin importar que continuara supeditada a Popayán en términos administrativos”. D e lo an­ terior se puede inferir, entonces, una diferenciación espacial y social en tres grandes subregiones en el Cauca decimonónico: El “Valle del Cauca” (desde los distritos mineros de Marmato y Supíaen el norte hasta el río Ovejas), el “Cauca” propiamente dicho (desde el río Ovejas hasta el río Mayo) y las Provincias del Sur, Nariño y Putumayo (desde el río M ayo hasta la provin­ cia del Carchi en el Ecuador). N ótese el peso que se le asigna 38Alonso Valencia y Francisco Zuluaga. Historia Kigiona!¡Se! Valle delCauca. Cali. Universidad del Valle. 1992.

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On-ur Almario C.

en este ordenam iento espacial al antecedente de la relación centro-periferia, en el que el Pacífico se presenta sin una iden­ tidad propia y, por tanto, obligado a ser pensado siempre desde el centro. Un problem a de enfoque del que todavía adolece el trabajo de los historiadores. Su consecuencia más importante es que los recientes e importantes hallazgos de la historia social y de la etnografía no se han podido utilizar para la historia po­ lítica y ésta prácticamente no existe desde esta región. Las investigaciones de Alonso Valencia son las más ambiciosas en cuanto al objetivo de mantener una mirada global sobre el amplio espacio heredado por las élites caucanas durante la Re­ pública temprana. En esa dirección, este investigador estudió el tema de las relaciones entre el poblamiento y la modificación de las fronteras. El tema, no obstante su relevancia, en realidad había sido olvidado por la historiografía regional, lo que por otra parte confirma el precario estado de los estudios de histo­ ria demográfica. El autor parte de un argumento central: “Los bajos niveles poblacionales y lo extenso del territorio eviden­ cian que el Cauca no tenía población suficiente para ocupar los inmensos baldíos que lo conformaban” .” Ante todo, los de la frontera norte que lindaba con Antioquia y que ya desde la se­ gunda mitad del siglo X IX empezaron a ser ocupados por las avanzadas de los colonizadores mestizos-blancos provenientes de dicha región y competidora del Gran Cauca. En contraste, las otras tres zonas fronterizas del Cauca estudiadas por V alen­ cia - la inexplorada región de vertiente que daba al A m azonas, la de los “ baldíos” de la amplia frontera del Pacífico asociada a las explotaciones mineras y las tierras de los resguardos indíge­ nas, que eran de propiedad comunitaria -, presentaban, en me­ dio de diferencias notables, la característica com ún de ser, al 39 Alonso Valencia. “La ampliación de fronteras en el Estado Soberano del Cauca”. En: Kigwn. No. 0.1993, p. 1.

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tiempo, fronteras económicas y culturales, por el hecho de es­ tar ocupadas por grupos étnicos com o los indígenas y los ne­ gros, que no se correspondían con el ideal de mestizaje procla­ m ado por la República. Pero el autor descuida el tratamiento de estos aspectos. H

is t o r ia s o c ia l e

c o l o m b ia n o

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h is t o r ia p o l ít ic a e n

e l s u r o c c id e n t e

u n a s r e l a c io n e s n o t a n e x p l íc it a s

U n o de los animadores de la historia social y política en esta región, al evaluar hace unos años el estado de estos estudios concretamente en el Valle del Cauca, pudo constatar que el siglo X IX era esencialmente desconocido por la historiografía regional y que los trabajos de los historiadores evidenciaban sus preferencias por el período de la Independencia.40 El inves­ tigador se interrogó entonces por las posibles causas de esta evidencia historiográfica, muy notable para una región que desde su integración a la N ueva Granada en 1830, deviene en clave para entender las dinámicas de diferenciación social y política dentro del antiguo espacio de la Gobernación de Popayán en la C olonia y com o Gran Cauca bajo la República, por sus signifi­ cativos procesos de modernización.41 Valencia reconoce que: “N o es fácil encontrar una respuesta a esto”/ 2 se refiere a la abundancia de fuentes com o una dificul­ tad adicional para los historiadores del siglo X IX y finalmente 40Alonso Valencia. “La historia política en le Valle del Cauca”. En: Repon. No .2. 1994, pp. 123-131. 41Teraa del que, siguiendo pistas de Colmenares, Vélez y otros investigadores, me ocupé en una tesis de maestría, que se convirtió después en libro. Véase: Oscar Almario. L¿¡ configuración moderna del X'alle delCauca, Colombia, 1850 - 1940. Cali. Cecan Editores. 1994. 42Valencia Op. Cit. p. 125.

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O fijr Almario (i.

ofrece una pista sustancial al respecto, que aunque no desarro­ lló en su breve ensayo, de todas formas está llena de implícitos útiles para la discusión en curso. Es cierto que, y en ello concuerdo en primera instancia con Valencia, los fenómenos de formación del estado nacional, las tensiones nación-región y las peculiaridades locales durante el siglo X IX , no pueden ser tratadas sin un marco analítico de referencia adecuado. N o obs­ tante, de inm ediato se plantea otro problem a de orden metodológico, acerca de cuál es el modelo a utilizar y las razo­ nes de su validez. Según Valencia: “La política no fue más el intento de unas élites pueblerinas por controlar el poder en unas ciudades aisladas, sino los esfuerzos por constituirse en clases sociales que tuvieran capacidad de hacer respetar sus tradicio­ nales espacios de dominación política, económica y social” ."13 Es evidente que las ideas implícitas que están a la base de su análisis son las de la formación del estado nacional, tom ado com o el gran protagonista o sujeto del período, la consiguiente formación de nuevas clases sociales y la aparición de la moder­ nidad política com o partes sustanciales del proceso de moder­ nización en general. Todos estos fenomenos se inscriben den­ tro de un paradigma de análisis y narrativa historiográfica co­ nocidos y que han predominado durante décadas bajo la in­ fluencia de cierto marxismo, el positivismo y el funcionalismo y cuya sustancia es secuencial, institucional y modernizante. La discusión busca resaltar las evidentes limitaciones de este modelo para comprender, explicar e incluir la presencia de otras dinámicas sociales y políticas, tanto diferentes y paralelas com o com plementarias a la modernización, tales com o la vitalidad de las identidades primordiales de negros, indígenas y mesti­ zos, la persistencia de fronteras étnicas y zonas y regiones de 43 Ib id . p . 126.

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C on tribu ción a un balance y perspectivas de la h istoria política regional

contacto m uy activas, los procesos de etnogénesis de varios de estos grupos que fueron simultáneos al nacionalismo de esta­ do, entre otras. En suma, de lo que se trata es de interrogarse, con base en un modelo más flexible, por la form a en que se presentó en esta región histórica la interacción de la “com uni­ dad imaginada” (formación de estado y nacionalismo) y las “co­ munidades reales” (étnicas, sociales y culturales), en un espa­ cio geoecológico y social tan complejo com o el caucano. En su balance bibliográfico sobre la historiografía contemporá­ nea que analiza el occidente colombiano del siglo X IX , Almario y O rtiz,Macogieron las indicaciones del geógrafo H. Capel (1981) y del historiador E. Florescano,45que consideran el trabajo de las disciplinas sociales como expresión de comunidades académicas nacionales e internacionales, pero sin olvidar que ellas también se relacionan con los proyectos ideológicos y políticos universa­ les y los de sus respectivos países. En suma, que toda visión del pasado se acompaña siempre, implícita o explícitamente, tanto de una idea acerca del presente como de un proyecto de futuro. En esa perspectiva, concluyeron que en el proceso de la cons­ trucción analítica de la región histórica que se configuró en torno a Popayán, se pueden identificar tres grandes períodos: el de los antecedentes, el de la transiáón y el de la consoltdaáón. El prim ero o de los antecedentes, se corresponde con las elabora­ ciones de políticos, geógrafos e historiadores decimonónicos y expresa el nacionalismo de Estado como ideología en construc­ ción, que tom ó el imaginario etnocéntrico heredado de la colo­ nia y lo proyectó en el paradigma de la modernización; en este contexto, se puede decir que el proyecto nacional subsume a lo étnico y el individuo-ciudadano a las colectividades primordia44 Almario y Ortiz. Poderj cultura. Op. Cit. 45 Enrique Florescano. E l nuevopasado mexicano. México. Cal y Arena. 1991.

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o ,*ttir .Abitarlo

Ies y que, com o parte de esta operación, en la práctica lo políti­ co en el pasado colonial no existe com o tal, o a lo sumo como dominación externa e interna y com o unas cuantas formas de resistencia más o menos monumentales en el caso de los mesti­ zos (revolución de los com uneros, revueltas antifiscales) y si acaso unas cuantas rebeliones y resistencias de esclavos y le­ vantamientos de pueblos indios. D e acuerdo con ello, la histo­ ria “com ienza” con la Independencia, la cual fue “realizada” por los criollos ilustrados. El período de transición, que se puede situar entre finales del siglo X IX y las primeras décadas del X X , lo representan los historiadores revisionistas que, entre otros temas, se preocupa­ ron por la integración nacional y la consiguiente tensión entre la nación y las regiones (Gustavo Arboleda, Demetrio García y José Rafael Sañudo), desde la cual registraron la participación de los sectores subalternos y étnicos de forma limitada y muy contrastada, aunque siempre dentro del paradigma nacionalis­ ta y modernizante. En este período encontram os también a varios investigadores extranjeros que aportaron las primeras reflexiones en estricto sentido académicas sobre esta macroregión y sus grupos sociales (R.C. West, K. R om oli, J. Jijón y Caamaño, entre otros) y elementos etnohistóricos sobre el Pa­ cífico, lo andino y lo amazónico, que sintetizan la diversidad geohistórica del suroccidente colombiano. Sin olvidar tampoco a toda una pléyade de historiadores aficionados que, desde las “ monografías” locales y regionales, promovieron las identida­ des “intermedias” (municipios y departamentos) del naciona­ lismo de Estado y contribuyeron a reducir lo étnico e identitario a simples cuadros de costumbres y a curiosidades folclóricas. De conjunto, este período se caracteriza por los marcados es­ fuerzos integracionistas y asimilaciomstas por parte del pro­ yecto nacional sobre los sectores subordinados. 147

C ontribu ción a un balance y perspectivas de la historia politica regional

Finalm ente, tenemos el período de la consolidación, que desde los setenta y hasta la fecha se asocia con la institucionalización de las disciplinas sociales en las universidades del suroccidente (del Valle, del Cauca y de Nariño, principalmente) y específica­ mente para la historia con las investigaciones de Germán C ol­ menares y su influencia, asunto del cual nos ocuparemos espe­ cialmente. Las consecuencias epistemológicas de estos antecedentes en relación con el tema de la historia social y política del surocci­ dente colombiano son muy complejas. Pero de manera genéri­ ca se puede afirmar que la historia económica y social de los años setenta, con aciertos y limitaciones, sentó las bases para que se iniciara un tratamiento sistemático del tema político como desarrollo de sus hallazgos. Por otra parte, entre finales de los sesenta y durante los setenta, la etnohistoria, la antropología y la historia social, sin obedecer a un proyecto común, configu­ ran los temas, problemas, conceptos y estrategias básicas para el estudio del sur-occidente colombiano, cuyos desarrollos ven­ drían en las décadas siguientes. Los

H A LLA Z G O S D E C O L M E N A R E S Y E L PASO D E LA H IST O R IA

SO C IA L A LA H IST O R IA PO LÍTIC A

La hipótesis de trabajo de esta parte del ensayo plantea que la construcción y uso de varios conceptos, categorías y modelos de análisis por Colmenares y otros historiadores, tales com o región histórica, sociedad esclavista de Popayán, complejo mina-hacien­ da, espado y patrones de poblamiento, centroy periferia, entre otros, constituyen los soportes fundamentales y las ideas de fuerza en que se sustenta la historia social y posteriormente la historia política regional.

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O war /almario

Los diferentes problemas abordados por Colmenares para anali­ zar el suroccidente colombiano, se pueden agrupar en tres gran­ des temas: primero, la construcción del dominio colonial (econo­ mía y sociedad) y el espacio de la Gobernación de Popayán; des­ pués, el cambio social de la Colonia a la República y el tránsito de una sociedad esclavista a una sociedad campesina y heteróclita en el Gran Cauca y, finalmente, la crisis de la mentalidad señorial de las elites dominantes, que se esforzaron por adaptarse al dis­ curso republicano y de la modernidad, al tiempo que propugna­ ban por preservar las antiguas estructuras sociales pero en fun­ ción de las nuevas relaciones sociales, culturales y de poder. Con base en la revisión de sus trabajos se puede concluir que Colmenares dejó planteadas cuatro grandes hipótesis de traba­ jo para el estudio del siglo X IX , en las que se complementan muy claramente las dimensiones social, política y cultural. La primera sostiene que las actividades económicas que estaban relativamente integradas en el siglo XVIU y que le dieron cohe­ sión al dilatado espacio de la Gobernación, se desintegraron en el X IX , con lo cual se perdió también la racionalidad económi­ ca que les daba sentido. N o obstante, a lo largo del X IX la región histórica logró sobrevivir en medio de agudas fracturas políticas, sociales y culturales y con un gran costo social (las guerras civiles nacionales y las “propias” del Gran Cauca), pero que con el tiempo y finalmente estas tensiones se acentuarían hasta conducir a la fragmentación del Gran Cauca a principios del siglo X X . La segunda hipótesis propone que dislocado todo ese conjunto productivo, se fisuró también su com plem ento político, consistente en un sistema de privilegios institucionales y sociales, cuyo ám bito por excelencia era el centro urbano. Esto condujo a la irrupción de nuevos centros de poder repu­ blicanos que rivalizaron con los viejos centros de carácter pa­ trimonial. La tercera hipótesis sustenta que a lo largo del siglo 149

C ontribución a un balance y perspectivas de la historia política regional

X IX se produjo una ruralización de la vida social y un desarro­ llo de formas alternas de subordinación social y, especialmen­ te, del campesinado, es decir, que se operó un cam bio de la sociedad esclavista a una sociedad más heteróclita y móvil, sin que las élites aristocráticas perdieran el primado social. Una cuarta hipótesis, menos evidente si se quiere, pero también deducible de sus estudios, plantearía que en medio de la frag­ mentación del modelo colonial de explotación y dominio y de los intentos de recomposición de una nueva unidad en el siglo X IX bajo la mstitucionalidad republicana, se produjo también la formación de identidades étnico-culturales, de grupos ne­ gros, indígenas y de mestizos pobres más o menos autónomos que tuvieron soportes territoriales particulares, como lo confir­ man los más recientes trabajos de investigación sobre distintas areas y zonas del Gran Cauca. C on sus estudios sobre el suroccidente colombiano, Colm ena­ res se encontraba en el camino de una síntesis histórica de pers­ pectiva totalizante, como lo destaca el historiador Francisco Zuluaga.46 En efecto, Zuluaga muestra que en las investigacio­ nes de Colm enares sobre la economía y sociedad esclavista de la Gobernación de Popayán se articulan tres hallazgos sustanti­ vos: en primer lugar, el funcionamiento del circuito mina-ha­ cienda en la economía regional del Valle del Cauca y la prepon­ derancia de la hacienda en esta región;47 segundo, haber perci­ bido la existencia de una sociedad marginal de parcelas y pe­ queñas propiedades asistidas por “ blancos pobres, negros y Véase: Guido Barona y Francisco Zuluaga (eds.). Memorias. 1er. Seminario Internacional de Blnohistoria del norte de! Ecuadory sur de Colombia. Cal i. Un iversidaddel Valle/Universidad del Cauca. 1995. ,7La primera edición del libro de Germán Colmenares Cali: Terratenientesy Comerciantes en elSiglo XVW , fue editada por la Universidad del valle y salió a la luz en 1975. Luego vinieron otras dos, en 1980 y 1983.

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Oscar Almario C.

pardos libres” , que se filtraba por “los intersticios de las ha­ ciendas” y que durante el siglo XEX dará lugar a un poblamiento de carácter popular desconocido hasta ese momento por la his­ toria;48tercero, plantear la crítica de la historiografía decimonó­ nica y entenderla com o una “contracultura” que impedía cap­ tar la presencia de los actores sociales subordinados en la his­ toria nacional.49 Por todo ello, Zuluaga subraya las potenciali­ dades etnohistóricas del enfoque de Colmenares: “Bien pudie­ ra decirse que, hallados estos grupos marginales en la sociedad del Valle del Cauca de fines del siglo XVIII y principios del X IX , y evidenciado que el análisis histórico había velado o es­ camoteado la existencia y la participación de ellos en el proce­ so histórico, en el momento de su muerte Germán Colmenares se encontraba muy cerca de la posibilidad de estudiar estos gru­ pos desde su cultura y en clara oposición a la visión de la contracultura que había puesto en evidencia” .50 Pero la muerte de Colmenares dejó este proceso trunco y el mismo derivó ha­ cia otros caminos que han venido trasegando sus colegas, dis­ cípulos y nuevos investigadores51. A

v a n c e s y l im it a c io n e s d e ia

h is t o r ia p o l ít ic a r e g io n a l

En la región caucana la historia social y económica plantea una relación muy peculiar con la historia política, cuyos complejos elementos constituyen otro campo de trabajo a desarrollar, pero Al respecto dice Daniel Pécaut: “Ciertamente la represión interviene, pero lo propio de Colombia es que los actores sociales se constituyen siempre, en alguna medida, en un horizonte de pruebas de fuerza [...] las clases do­ minantes saben que la fuerza es un componente de las relaciones sociales. La izquierda también” . Vease su libro: Crónica de dos décadas de política colombiana. 1968-1988. Bogotá. Siglo X X I. 1989, p. 23. 44 Un ejemplo entre muchos lo ofrece la dirigente campesina Eleonora Casta­ ño: «hay mucha debdidad por todo el golpe que hemos tenido, por la situación de desplazamiento de la gente del campo, de las amenazas[...] eso ha limitado el trabajo de las organizaciones en muchas regiones». Entrevista, Bogotá, mayo de 2000. 47 Daniel Pécaut. Op. Cit. pp.34-35, ideas que reasume en Guerra contra la sociedad. Bogotá. Espasa Hoy. 2001. Por ejemplo pp. 50-52. 48 En un ensayo nuestro concluíamos: “Nada resume mejor la paradoja nacio­ nal de orden y violencia que este contraste entre una lucha social que busca fortalecer pacíficamente a la sociedad civil y la ausencia de salidas institucionales acompañada de prácticas violentas que la colocan al borde de su desaparición” . En: “Tendencias recientes de los movimientos socia­ les” . Reproducido en: Francisco Leal (ed.). En busca de ¡a estabilidadperdida. Bogotá. Tercer Mundo. 1995, p. 299.

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Lo social y lo político en Colombia (1958-2000)

sino también ante los intereses que se les oponen y que quieren utilizarlos en su favor. Esto, desgraciadamente, no fue lo que ocurrió en los años estudiados, aunque justo es reconocerlo, a partir del desmonte del Frente Nacional y sobre todo desde los años ochenta, hubo atisbos de esta mutua autonomía. A pesar de las circunstancias fortuitas que soportaron los actores socia­ les, lograron construir organizaciones con precaria autonomía com o pudo ser el caso de la F U N universitaria, de la Anuc mientras duró la Línea Sincelejo, de la Onic, la Coordinadora de M ovimientos Cívicos y de las centrales Cut y Cgtd. O tro aspecto que complementa lo que hemos llamado el relati­ vo abandono de la sociedad civil por parte de las elites dom i­ nantes se refiere al debilitamiento, y práctica desaparición, de la función de mediación que históricamente se reclamaba de los partidos tradicionales. Así lo denunció Jorge Gaitán Duran cuando apenas iniciaba el Frente Nacional: Las mediaciones políticas son los partidos y la prensa. Los par­ tidos representan la posibilidad de que las ideas, las tesis, el resultado de denodadas investigaciones, se integren en la exis­ tencia de las masas urbanas y rurales [...] Pero el hecho de que puedan cumplir esta función, no significa que la cumplan fatal­ mente. Lo logran hacer cuando van en el sentido de la historia, cuando interrogan y responden a los cambios profundos de la estructura económica, cuando tienen la suficiente inteligencia política para comprender los encadenamientos del desarrollo nacional y determinar en consecuencia una línea de acción a largo plazo, cuando tienen cuadros capaces, en fin, cuando son partidos modernos y no vagas entidades sentimentales o agen­ cias de puestos políticos.49 49Jorge Gaitán Duran. “La revolución invisible”. En: Obra Literaria. Bogotá. Colcultura. 1975, p. 343.

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Mauricio A rá ila Netra

El acuerdo bipartidista despolitizó a los partidos para reafir­ marlos com o redes clientelistas que no necesitaban m ovilizar al pueblo ni mediar por sus intereses. N i siquiera asumieron la representación de los poderosos gremios que term inaron interactuando con el Estado directamente. Recientemente, in­ cluso estos han sido reemplazados por las pocas cabezas de los conglomerados económicos. De la función mediadora de la so­ ciedad política no queda nada, pues la corrupción y el inmovilismo acabó con lo poco que se había insinuado en los inicios del Frente Nacional. A este desolador panoram a se le agrega el cam bio de papel de la Iglesia católica y su ambivalente postura ante la política. C on la inauguración del Frente Nacional la Iglesia jerárquica abandonó su m ilitancia más o menos explícita en las toldas conservadoras para asum ir, sin mucha presencia pública, las banderas bipartidistas. En ese sentido dejó de ser un factor de incitación a la violencia sectaria, pero se m arginó del debate sobre las nuevas formas de violencia que en parte heredaban la que había contribuido a crear. Hacia el final de los ochenta, la jerarquía volvió sus ojos a la crisis de derechos hum anos y, en form a cada vez más decidida, ha participado en em presas hum anitarias y en pro de la paz.50 Sin em bargo, cuando em ­ prende estas labores lo hace desde una perspectiva moral que sospecha de la política y privilegia la acción social en la que se mueve con solvencia. E sta actitud, que tam bién fue com ­ partida por las C om unidades Eclesiales de Base (CEB) y los curas “rebeldes” de Golconda y SA L, termina reproduciendo la ya señalada diferencia entre las dos esferas, debilitando los x Fernán González. “La iglesia jerárquica; un actor ausente”. En: Francisco Leal y León Zamosc (tá s ). A lfilo de!caos. Bogotá. Tercer Mundo. 1990, y: “La iglesia católica en la coyuntura de los noventa". En: Francisco Leal (ed.). Op.Cit.

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L o social y lo p olítico en C olom b ia (1958-2000)

de por sí frágiles canales de mediación entre sociedad civil y Estado.51 Pero si por las derechas llovía, por el lado de las izquierdas no escampaba. Aunque nommalmente su lucha se justificaba en de­ mandas sociales, en la práctica éstas eran subordinadas a la línea política o militar, según fuese el tipo de organización. Teóricamen­ te, el marxismo otorgaba la primacía a la constitución de clases en la esfera social, y en ese sentido lo político venía después. Esa era la teoría, pero la izquierda, con su lógica vanguardista, desconfió de los actores sociales de carne y hueso y por ello trató de orientar­ los introduciendo su aporte “consciente”. Así, sin proponérselo explícitamente, ratificó la separación tradicional entre las dos esfe­ ras y privilegió su particular concepción política. Más allá de los problemas para desplegar su acción, la izquierda no medió entre la sociedad y el Estado. El tipo de política de autoexclusión que prac­ ticó no le permitió ser el instrumento requerido para recoger las demandas sociales inmediatas y llevarlas al terreno público. Su lectura de los conflictos sociales como lucha de clases se hizo a través del prisma guerrerista -sobre la base de enemistades radicales aun con los “otros” cercanos-, práctica que no coincidía con el ejer­ cicio cotidiano de muchos actores sociales y de los mismos militan­ tes de la izquierda, que algunos autores han designado “social”.52 51Idea esbozada por Luis Alberto Restrepo, “Movimientos sociales, la demo­ cracia y el socialismo” . En: Análisis Político. No. 5, septiembre-diciembre. 1988. Para la historia de Golconda véase: Javier Restrepo. La revolución de las sotanas. Bogotá. Planeta. 1995. 5Í Com o dice Jorge Castañeda, “La izquierda social solía desconfiar de la iz­ quierda política: condena razón. Era frecuente que afirmara su autonomía con vigor y obstinación, mientras la izquierda política se esforzaba por conquistar, influir o ahondar en los movimientos populares y utilizarlos en beneficio propio” . Véase: l a utopía desarmada. Intrigas, dilemasy promesas de la i^guierda enAmérica Latina. Bogotá. Tercer Mundo. 1994. p. 417.

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M u vriao A nh ita N ttra

Aunque, sin duda, contribuyó a educar dirigentes populares y a darles una proyección más amplia a las dem andas de los m ovim ientos sociales, la izquierda sentía que estos debían estar som etidos a su línea política, cuando no eran sim ples canteras de recursos y militantes. De ahí que haya instrum entalizado las organizaciones sociales, com o tam bién lo había hecho la derecha. La resultante fue que en contraste con cierta autonom ía ante el Estado y los partidos tradicio­ nales, con la izquierda los movimientos sociales tuvieron una gran heteronomía.” Ante este vacío de mediación de izquierdas y derechas algu­ nos m ovim ientos sociales incursionaron directam ente en la política. T al vez donde se presentó con más claridad la polé­ mica por la fluidez de lo social y lo político fue en el seno de la U T C . En sus orígenes, y por oposición a la form a de ac­ ción de la C T C , la flamante central, inspirada en la doctrina social de la Iglesia y en consonancia con la legislación labo­ ral, se declaró independiente y apolítica. “ P or eso en sus E statutos y Plataform a de Lucha dejó expresa prohibición a sus dirigentes de participar en actividades de tipo políticopartidista” .54 C uando más, estaban autorizados a desarrollar la educación política y a hacer intervenciones ante grandes temas, com o la dem ocracia, pero sin inm iscuirse en trajines electorales.55 C om o ya vimos, Tulio Cuevas rompió con esa tradición y des­ de su ascenso a la presidencia de la central planteó la necesidad de involucrarse en la política “para tener mayor injerencia en la 53 Leopoldo Muñera. Rupturasy continuidades. Op. Cit. 197. MJustiniano Espinosa. Los sindicatosy la política. Bogotá. Justicia. 1958, p. 18. 55Ibid. p p . 8 y 9 .

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organización total del Estado” .56 En este paso Cuevas fue se­ cundado por la C T C , que a fines de los anos sesenta solicitó, sin éxito, la modificación de la legislación laboral para poder participar en política.57 Lo curioso es que Cuevas argumentaba que había que llegar al parlamento para dejar de ser idiotas úti­ les: “las organizaciones sindicales son utilizadas por los parti­ dos políticos com o instrumentos electorales [...] Ya no sere­ m os más votos cautivos sino votos libres” .S8 Aunque la U T C propuso crear un partido obrero, que en parte se encarnaría en el M ospol, term inó adhiriendo a Belisario Betancur e inscri­ biendo listas en el bipartidismo.59Para fines del decenio de los •6 Por una democracia ¡ocia/. Bogotá. Revista Colom biana. 1970, p. 29. Según Antonio Díaz, en el Congreso de Bucaramanga “donde fue elegido Tulio, se hizo una reforma estatutaria que quitó parte de los estatutos en los cuales se prohibía que los dirigentes fueran ala vez sindicales y políticos”. Entrevista con Antonio Díaz, Bogotá, febrero de 2000. Muy pronto la U T C propuso lanzar listas de trabajadores para las elecciones, con el fin de fortalecer la lucha obrera. Véase: E/Tiempo. 17 de diciembre de 1964, p. 31. 57E i Tiempo. 13 de septiembre de 1969, p. 29. La acción parlamentaria de los dirigentes sindicales fue evaluada en 1966 por el órgano de la C TC. Véase: Liberación Obrera. N o. 11, p. 3. Para 1968 se habló de los candidatos obre­ ros José Raquel Mercado, Eugenio Colorado y Alvaro Ramirez. E/Tiempo. 26 de enero de 1969, p. 22. N o hay que olvidar que por esa época Lleras Restrepo llamó al dirigente sindical Antonio Díaz a colaborarle como ministro de Comunicaciones. 51Tulio Cuevas. Op. Cit. pp. 70 y 72. 59Cuevas decía en 1969: “La vida moderna, las necesidades de los tiempos, deman­ dan que asumamos laactitud de organizamos políticamente como partido”, Op. Cit. p. 70. En una entrevista a la revista Fiash señalaba que dicho partido debía ser laborista de avanzada, pues los partidos actuales eran obsoletos e inoperantes, 3 de marzo de 1969, p. 9. Un mes después retrocedió hada posicio­ nes bipartidistas aduciendo que “los obreros [...] no vamos a constituimos en partido; pero vamos a propiciar la formación de un gran movimiento político al cual podamos prestar o retirar apoyo”, Op. Cit. p. 84. Este paso se concretó en la adhesión de Cuevas y de la U T C a Betancur, que se mantuvo aun después de las reñidas elecciones de 1970.E/Taw^» 21 de abril de 1970, p. 12.

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M axriao Archita Neiru

setenta Cuevas volvió a hablar en términos vagos de un parti­ do obrero o socialdemócrata.60 A pesar de los avances de esta nueva actitud por parte de algunos actores sociales, sus experim entos de participación electoral no fueron por lo común exitosos, al menos cuando intentaron hacerlo con autonomía del bipartidismo. Así ocu­ rrió con el M ospol en los años sesenta.61 L os cam pesinos de Manatí vivieron en pequeño las frustraciones de la política: en 1962 se lanzaron con candidatos propios y consiguieron únicamente representación en el concejo local. D os años des­ pués lograron un diputado departamental pero casi inm edia­ tamente se distanciaron de él.62 Algo sim ilar sucedió a finales de los años sesenta con el diri­ gente del magisterio Adalberto Carvajal, aunque su movimien­ 60En vísperas del X V Congreso de la U T C , efectuado en Medellín en 1980, el dirigente sindical anunció la creación “de un partido obrero por fuera de los tradicionales, en oposición a los empresarios y al régimen político que los sostiene. [Será] una verdadera alternativa de poder de corte socialdemócrata”, E l Tiempo, 2 de diciembre de 1980, p. 2 B. Días después se retractó y dijo que no tenía intención de crear nuevos partidos políticos, E l Tiempo, 12 de diciembre de 1980, p. 15 E. A pesar de estos vaivenes, el papel de Cuevas en la U T C fue fundamenta] para modificar la estructura sindical y anticipar lo que sería la C U T . Ya en 1970, por ejemplo, había postulado la necesidad de reemplazar el sindicalismo de empresa por uno gremial o de industria, Flash. 1-15 de diciembre de 1970, pp. 20-30. 61 Según Tulio Cuevas “Mospol en unas elecciones fracasó totalmente. La verdad es que la gente no quería un nuevo partido, era idea de algunos dirigentes”. Eentrevista con Alvaro Delgado, Bogotá, julio de 1991. An­ tonio Díaz acotó que la idea del Mospol no fue tanto de Tulio Cuevas como de Luis Alfonso Calderón, “un aguerrido dirigente de las petroleras [...] él era el que más teníala idea y, claro, Tulio lo secundó mucho en eso”. Entrevista, Bogotá, marzo de 2000. 6: Revista Tierra. No. 40. Abril-junio de 1967, pp. 37 y 50.

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to eligió algunos diputados departamentales y concejales.63 En 1978, la participación electoral de los vendedores ambulantes y de la dirección de la Anuc-Sincelejo en el marco del F U P fue igualmente precaria. Mejor librados salieron algunos movimien­ tos cívico-regionales de los años ochenta, precisamente porque no tenían mayores pretensiones fuera de su comarca. Sin em ­ bargo, por razones que iban desde la “guerra sucia” contra ellos hasta la falta de preparación o incluso la adopción de formas clientelistas de ejercer la política, perdieron sus caudales elec­ torales.64 O tra fue la experiencia de los indígenas. A pesar de conformar­ se gremialmente en los años setenta, el movim iento indígena adelantaba demandas con claro sabor político, aunque no par­ ticipaba en elecciones. La oportunidad apareció con la reforma política de mediados de los ochenta.65 C uando la O nic final­ mente decidió lanzarse a la Asamblea Constituyente era cons­ ciente de las dificultades que ese paso implicaba: “hemos acep­ tado este reto, pues los indígenas no hemos participado nunca en este tipo de elecciones [...] Es un reto porque la m ayoría de los adultos en las comunidades no están cedulados, y de los cedulados la mayoría vive lejos de los posibles centros de vota­ 6’ Carvajal le había coqueteado a la Democracia Cristiana pero terminó lanzán­ dose en forma independiente. Entrevista con Abel Rodríguez, Bogotá, marzo de 2000. 64 Miguel García Sánchez. “Elección popular de alcaldes y terceras fuerzas. El sistema de partidos en el ámbito municipal, 1988-1997”. En: A nálisis Político. No. 41. Septiembre-diciembre. 2000. 65 De acuerdo con Pablo Tatay, un asesor del movimiento indígena, “empezó a surgir una propuesta de ir conformando un movimiento que de pronto participara en elecciones, pero no era lo prioritario. Lo prioritario era que el indígena no se quedara solo, no quedara aislado [...] se pensó siempre en que lo político debía estar muy unido a lo social” . Entrevista, Bogotá, julio de 2000.

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M au rt.io A r;h ila fu tirá

ción” 66 Aunque se lanzaron divididos en varias listas, lograron una presencia significativa en la Constituyente. A partir de allí han continuado participando en elecciones, logrando algunos cupos por circunscripción especial o sin ella, pero no han au­ mentado su peso porcentual. El fantasma de la división y el hecho de contar con un electorado más fuerte en las ciudades que en sus regiones de origen hacen frágil este proceso, que ha sido el más exitoso de los actores sociales considerados.67 Los afro-descendientes, a pesar de ser más num erosos que los indígenas, han encontrado mayores escollos en su figuración política, entre otras cosas porque no todos se asumen con tal identidad. O tros grupos sociales como las feministas y los ambientalistas trataron de aprovechar la “oportunidad políti­ ca” que abrió la Constituyente, pero no lograron elegir a un representante de esos movimientos, aunque lograron ciertos avances legales por medio del cabildeo y de alianzas con algu­ nos elegidos. A juicio de un activista cívico de ese m om ento, no solamente estuvo ausente una lista unitaria de los diversos actores sociales, sino que fueron ignorados por fuerzas de iz­ quierda como la A D -M 19 y la misma U P.68 Experiencias más recientes como la presencia de dirigentes sin­ dicales en el parlamento debe ser evaluada con cuidado. A ve­ ces logran una curul por apoyo de partidos políticos, como ocurría 64 UndiuiIndigna. N o. 97. Noviembre de 1990, p. 2. 67Eduardo Pizarro. “¿Hacia un sistema multipartidista? Las terceras fuerzas en Colom bia hoy” . En: Análisis Político. N o. 31. Mayo-agosto de 1997. 61Entrevista con Edgar Montenegro, Bogotá, junio de 2000. Como integrante de la Coordinadora de Movimientos Cívicos, presenció en forma directa los intentos por construir una lista unitaria para la Constituyente. Ante el rechazo déla propuesta por los grupos de izquierda y por movimientos como los indígenas y los afrocolombianos, se lanzaron en alianza conlos ambientalistas, sin lograr elegir ningún delegado.

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desde los tiempos de Cuevas y Mercado, claro que ahora con signo de izquierda. En otras ocasiones conforman una fuerza política paralela al sindicalismo, que puede oscilar en el juego bipartidista.69 La actual experiencia del Frente Social y del posterior Polo Demo­ crático está muy fresca para emitir juicios, pero sin duda expresa una proyección política de actores sociales muy similar a lo sucedi­ do con el PT brasilero -aunque en menores proporciones-. La fluidez de lo social y lo político no se reduce, por supuesto, a la participación electoral de los movimientos sociales. Hay otras for­ mas de hacer presencia en los escenarios públicos que tienen que ver con la lógica misma de la acción social colectiva en el país. N os referimos a la puesta en escena de sus demandas, bien por medio del cabildeo y la negociación, bien por el recurso a la protesta. En la investigación adelantada sobreestás últimas entre 1958 y 2000 resaltan dos elementos: si bien el mayor peso cuantitativo reposa en demandas con sabor más material -tierra y vivienda, salarios y empleo, costo de vida y servicios públicos domiciliarios y socia­ les-, a partir de los ochenta se nota una creciente figuración de reivindicaciones más políticas -violaciones de leyes o pactos, de­ rechos humanos, rechazo a autoridades y a políticas oficiales, y solidaridad-. La historia reciente del país, especialmente por el desborde de las violencias desde fines de los ochenta, explica en parte este aparente cambio en el repertorio de demandas. En los últimos años, inclusive, se han visto protestas de gran cubrimiento nacional contra Planes de Desarrollo gubernamentales como las ocurridas en los inicios de la actual administración. Hay, además, un matiz importante que introdujo la Constitución del 91 con su famosa fórmula de Estado Social de Derecho: en form a creciente las demandas sociales se postulan en forma de 69 Miguel Eduardo Cárdenas, “Elecciones, invierno de .golondrinas”. En: A l­ ternativa (2a época). No. 18. Abril de 1998, p. 18.

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MüUn.w Arvhild IKeiru

derechos.70Aunque esto ya se insinuaba desde los años ochenta, marca la trayectoria de la acción social colectiva en el pasado decenio. Lo anterior se liga con un elemento que atraviesa a casi todos los movimientos sociales contemporáneos en el país: la exigencia de inclusión en una sociedad ahora definida en forma plural. N o es extraño encontrar que las más disimiles protestas converjan en la demanda de ampliación de ciudadanía. Desde los indígenas y pobladores urbanos, hasta los raspachines y colo­ nos cocaleros, pasando por los sindicatos y las feministas, los colombianos y colombianas formulan sus demandas como dere­ chos y exigen ser reconocidos como ciudadanos(as).71 Sin lugar a dudas, estas son expresiones de una (re)politización de lo social que no necesariamente pasan por lo electoral y que, más bien, tratan de balancear la democracia representativa con la participativa. Así se rompe la separación de las dos esferas y se permite a los actores pasar de una a otra con relativo éxito.72 C

o n c l u s io n e s

C om o se percibe por este sucinto recuento, entre 1958 y 2000 ha existido en Colombia una fluidez entre lo social y lo político, Véanse las ponencias de Rodrigo Uprimny y María T eresa Uribe en el semi­ nario “Debate ala Constitución” llevado a acabo a los diez años, que fue publicado en Bogotá por Usa y la Universidad Nacional en 2002. 71Natalia Paredes. “Ante la evidencia de las necesidades ¿Qué hacer con los dere­ chos?”. En: Controversia. No. 175. Diciembre de 1999, pp. 149-171. El caso de raspachinesy cocaleres ha sido abordado recientemente porMaría Clemencia Ramírez. Entre el estadoy la guerrilla: identidady ciudadanía en elmovimiento de los campesinos cocalerosde!Putumayo. Bogotá. ICAHN/Colciencias. 2002. 72Ese fenómeno había sido observado para América Latina, especialmente en los países que hacían la transición a la democracia por los años ochenta. David Slater, “Social Movements and the Recasting of the Politics” en el libro editado por el mismo autor, New SocialMovements tn Latín America. Amsterdam. Cedía. 1985.

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L o social y lo político en Colombia (1958-2000)

a pesar de los intentos de derechas e izquierdas de separarlos. Es evidente que ambas dimensiones se moldean m utuam en­ te, sin que ninguna preconstituya a la otra. Pero teórica e his­ tóricam ente no han sido iguales. Adem ás de anclarse en la clásica separación entre Estado y sociedad civil, lo social ha rem itido a lo inm ediato y fragmentado, mientras la política puede ser entendida en dos sentidos: com o el arte de negociar esos intereses particulares en escenarios más amplios, o com o práctica hegemónica en busca de poder.75 En el primer senti­ do hablaríam os más que de la política partidista, de un esce­ nario público de encuentro y negociación de diversos intere­ ses particulares. A esto lo podríam os llam ar lo político. En el segundo sentido designamos, no propiam ente una concertación de distintos intereses, sino una im posición en aras de la búsqueda de poder o de la defensa del adquirido, es decir la actividad política. Algunos autores tematizan esta distinción como la diferencia entre el ser y el deber ser de la política.74 Norbert Lechner distingue entre la práctica institucional de unos pocos y la acción amplia de la “comunidad de ciudadanos” .75 Para otros finalmente, lo político sería el intento de pacificar el antagonismo inherente en 73 El subcomandante Marcos tematiza bien las limitaciones de las prácticas hegemonistas, tanto de quienes usufructúan el poder como de los que se le oponen: “no se puede reconstruir el mundo, m la sociedad, ni recons­ truir los estados nacionales ahora destruidos, sobre una disputa que con­ siste en quién va a imponer su hegemonía en la sociedad” Entrevista para C.ambw. N o. 405.2001, p. 28. 7* Pablo Rodenas. “ Definición de la política” . En: Filosofía política, ra^ón e historia. Suplementos Anthropos, N o. 28. [s.f.], pp. 71-80. 7! Norbert Lechner. Op. Cit. intentaentenderel malestar actual con la política a partir délos cambios en su elemento referencia] de fondo, que designa como lo político: “...si ignoramos‘lo político* amputamos a la política y reducimos el fenómeno político a sus formas más visibles” , p. 39.

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Mjunan Anhilu Netrj

toda sociedad.76 La presencia de los movimientos sociales en la política tendría que ver con el primer sentido que con el segun­ do. De hecho, más bien sufren este último porque les cercena su autonomía. La especificidad de la función de los políticos y su profesionalización les otorga autonomía, lo que no ocurre con los movimientos sociales, que son instrumentalizados por dere­ chas e izquierdas, como se ha visto en estas páginas. En ese sen­ tido suscribimos las reflexiones de un entrevistado: “En C olom ­ bia lo que parece haber no es una crisis política sino de la políti­ ca. Es esa incapacidad de las formaciones políticas para recoger lo social. Así el conflicto social se queda por fuera de la política formal”.77 Lo que se obtuvo en la segunda mitad del siglo X X que no fue poco, com o hemos visto- se dio a pesar de esa ideo­ logía de subordinación de los actores sociales a la política oficial o revolucionaria, que refuerza la separación de las dos esferas y las priva de vasos comunicantes. Los movim ientos sociales replantearon esta separación y pro­ vocaron la fluidez entre una y otra, así sus incursiones en la política electoral no hayan resultado exitosas. Más sólido pare­ ce el proceso reciente de incorporar demandas cada vez más amplias, e inscribirlas en el marco de los derechos y de la lucha por una ciudadanía incluyente. C on todo, en condiciones de precaria autonomía ante el Estado, los actores políticos y espe­ cialmente ante los actores armados, y de desinstitucionalización n David Slater, “Terrenos de poder/movimientos de resistencia”. En: Reiista Foro. N o. 32. Septiembre de 1997, p. 59. El autor sigue los postulados posmarxistas de Chamal Mouffe, quien designa lo político como ese en­ frentamiento propio de toda sociedad. En cualquier caso los dos autores no están lejanos de la conceptualización que hizo Karl Schmitt de lo polí­ tico sobre la base del antagonismo entre amigo y enemigo. Véase: E l concepto de lopolítico. Madrid. Alianza. 1961, pp. 56 y ss. 77 Entrevista con Luis Sandoval, Bogotá, abril de 2000.

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L o social y lo p o lític o en C o lo m b ia (1958*2000)

de su acción, los movimientos sociales lograron romper el ais­ lamiento y dar pasos hacia una repolitización de su acción.78 Pero esto no basta para contrarrestar las mutuas debilidades entre Estado y sociedad civil.79El camino por recorrer es toda­ vía largo y, a pesar de la apariencia de estar retrocediendo, hay que perseverar en la senda sobre lo ya andado, que no es desechable com o lo describió esta ponencia.

78Claus Offe ha insistido en que la desinstitucionalización, además de la inex­ periencia de los movimientos sociales europeos, explican su precaria ac­ ción política. Véase: “New -Social Movements: Challanging the Boundaries of Institutional Politics” . En: Soda! Research. N o. 4. Vol. 52. Invierno de 1985, pp. 458 y ss. Esa falta de institucionalización hace que, a los ojos de Antonio García Santesm ases, los movimientos sociales en general tengan dificultad para negociar. Véase: “Nuevas categorías de entendimiento de la política”. En: Suplemento Antbropos, Op. Cit. p. 97. La violencia parece ser el rasgo distintivo del caso colombiano. 79A esa conclusión llega precisamente el ya citado estudio de la Fundación Social. Op. Cit. p. 135.

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Lecturas sobre la iglesia católica com o actor en la historia política colom bian a José David Cortés Guerrero Departamento de Historia Universidad Nacionallie Colombia

Este texto pretende mostrar cóm o ha sido vista la institución eclesiástica, desde diversas perspectivas históricas, com o par­ tícipe de la historia política colombiana. En esas múltiples mi­ radas se detallarán los intereses reinantes y las formas que han prevalecido para acercarse a su estudio. L

as l e c t u r a s*

Cuando nos referimos a la iglesia católica y su participación en la política colom biana estamos haciendo alusión a la institución eclesiástica, entendida ésta com o la responsable del apostolado y la misión, encargada de administrar lo sagrado, encabezada por el Pontífice, pasando por el colegio de obispos, los presbíteros y las autoridades de las comunidades religiosas, los cuales con­ forman la Jerarquía eclesiástica. Por su parte, Iglesia católica, o sim ­ plemente Iglesia, se refiere a la comunidad de creyentes católi­ cos, pero también incluye a la Institución eclesiástica con su Jerarquía, mientras que Laicado, o laico, hace alusión a los adherentes al credo católico que no hacen parte de la Institu­ 1Estas denominadas lecturas no se presentan como una sucesión de estadios excluyentes y determinantes, como camisas de fuerzas fijas con integran­ tes sin posibilidad de movilidad.

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Lecturas sobre la iglesia católica com o actor en la historia política colom biana

ción eclesiástica ni de su Jerarquía.2De tal forma que apuntare­ mos en este texto a las formas como ha sido estudiada la parti­ cipación de la institución en la historia política colombiana. En las múltiples lecturas existentes sobre la participación de la institución eclesiástica en la historia política colombiana pode­ m os destacar las siguientes: la institucional, entendida com o la que es elaborada por integrantes de ella, y que constituye, en resumidas palabras, la historia clerical y clericalizada. Una se­ gunda visión está ligada con la anterior, pero sus integrantes no hacen parte de la institución. La tercera, puede ser llamada, aunque con cierta cautela, como liberal, en el sentido que estu­ dia a la institución eclesiástica com o un factor conservador y conservatizante de la sociedad colombiana. Y , por último, nos dedicaremos a la tendencia que busca estudiar el papel desem­ peñado por la institución desde una perspectiva más compleja y contextualizada. Veámoslo con más detalles: I La visión clerical y clericalizada se caracteriza por estar ela­ borada por integrantes de la institución eclesiástica y ser es­ crita sobre la m ism a institución. En esencia, muestra la for­ ma com o la institución eclesiástica y sus integrantes se han preocupado por infundir, difundir, defender y consolidar el •’ Para mayor especificidad y correcto empleo de estos términos véase: Manuel Teruel Gregorio. Vocabulario básico de la historia de la Iglesia. Barcelona. Críti­ ca. 1993; Pedro Rodríguez S. Diccionario de las religiones. Madrid. Alianza Editorial. 1994, y: Ana María Bidegain. “La plural idad religiosa en Colom­ bia” . En: A A. VV. Artey cultura democrática. Bogotá. Instituto para el desarrollo de la democracia Luis Carlos Galán. 1994.

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¡a t é \) ji ic i (.artes Ctuerrcro

catolicism o en el país, m ostrando en ello los obstáculos pre­ sentes y la form a com o han sido superados. Es una historia apologética y m artirológica. La mayoría de las veces, sus es­ critos justifican y defienden la estrecha relación entre ella y el Estado. En esa medida, coyunturas álgidas en esas relacio­ nes, com o las que se presentaron a mediados del siglo X IX , ya sea por las reform as liberales de mitad de siglo: la expul­ sión de los jesuítas en 1850, la elección de curas por los cabil­ dos, el m atrim onio civil, la supresión de diezm os y la separa­ ción Iglesia-Estado, entre otras; o las presentadas bajo el ím ­ petu mosquerista: nuevamente la expulsión de los jesuitas, la desamortización, la tuición de cultos; y luego por el radicalis­ mo del O lim po en proyectos com o la reform a educativa de 1870; y en m enor medida, lo expresado en la prim era adm i­ nistración de López Pumarejo, la llamada Revolución en M ar­ cha, así com o el intento de reforma del Concordato, desperta­ ron el interés de los historiadores institucionales. Las actitu­ des asum idas están justificadas por el proyecto rom anista y en asuntos específicos, por la necesidad de defenderse ante los embates de los considerados enemigos, no sólo de ese pro­ yecto sino del catolicism o como un todo. Pero también resaltan los momentos para la apología. Estos pueden ubicarse en el papel desempeñado por los m isioneros en la Conquista y la Colonia, en las hagiografías sublim es, en la participación del clero en la em ancipación del proceso independentista, y en la consolidación de la identidad religio­ sa católica del pueblo colom biano, lo que le perm itió a la ins­ titución denotar su papel protagónico en la historia del país y participar abiertamente en procesos como la Regeneración, e incluso determ inar la participación política de los laicos tal com o lo hacía el prim ado de C olom bia con el que debía ser candidato oficial del conservatism o a la elección presiden­ 237

Lecturas sobre la iglesia católica com o actor en la historia política colom biana

cial. A unque esos momentos electorales se mostrasen comple­ jos para la misma institución, notando no sólo confrontaciones con actores externos sino también fisuras internas, estas, no obs­ tante, no eran vistas como tales para evitar mostrar visiones dife­ rentes a la de la posición supuestamente única que debía existir en su interior.3 II

A la par de la posición anterior, las élites colom bianas, tan propensas a participar en los debates que se suscitaban,4 se vieron motivadas a manifestarse en cuanto al papel que debía cum plir la institución eclesiástica en la vida política colom ­ biana. Los textos significativos obedecían, igual que en la vi­ sión anterior, a las confrontaciones en las cuales la institu­ ción se o la inmiscuían. De tal form a que obedecían a la defensa y contragolpe que podían hacer en las coyunturas com o las de mitad del siglo X IX o en La Violencia, por ejem­ plo. Por ello podem os afirmar que esta visión buscaba, o bus­ ca aún, defender el accionar de la institución en la consolida­ ción de una sociedad católica, y de paso, justificar sus posi­ ciones políticas. Son textos significativos: L a Historia Ec/esiás5J osé Restrepo Posada. L a Iglesia en dos momentos difíciles de la Historia patria. Bogotá. N elly. 1971. Aquí alude al ataque que sufrió, por parte délos caristas o nacionalistas, la iglesia tunjanaen diciembre de 1897, día de elecciones presidenciales que determinaron el triunfo de la pareja Sanclemente-Marroquín. Parte del dero boyacense apoyaba al conservador histórico Rafael Reyes. El otro momento es la elección presidencial de 1930; Véase: Jesús María Fernández y Rafael Granados. La obradvili^adora de la Iglesia en Colombia. Bogotá. Voluntad. 1936. 4Recientemente han aparecido algunos textos que muestran cómo las élites colombianas participaban, como requisito en ellas, en las discusiones que sobre diversos temas se presentaban. Por ejemplo, Fréderic Martínez. E l nacionalismo cosmopolita. Bogotá. Banco de la República/TFE A . 2001.

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Jad Daitd Curié\ Guerrero

(¿cay Civil de la Nuera Granada, de Jo sé Manuel G ro o t,5 L a Iglesiay E l Estado en Colombia de Juan Pablo R estrepo.6 III Los historiadores Jesús María Álvarez y María Teresa U ribe, aunque no han sido los únicos, indicaron en la década de 1980 que las reformas de mitad de siglo X IX indujeron la manera com o se perfilaría una tendencia liberal en la historia de C o ­ lombia. Para ellos, los liberales decimonónicos, imbuidos por su espíritu reformista, incidieron en que a partir de mediados del siglo X IX , más o menos, pudiera comenzarse a hablar de una historia republicana, en la medida en que buscaban desco­ nectarse y abolir el pasado colonial aún presente en las institu­ ciones.7Desde el punto de vista de los autores, los reformistas s El texto de Groot no fue único en América Latina y obedecía a la necesidad de construir una historia nacional, desde las élites, claro está. En Brasil está la obra de Candido Mendes de Almeida. Dereito civil eclesiástico brasi/etro. 4 vols. Rio de Janeiro. 1860-1873; en Chile: C. Silva Cotazos. Historia eclesiás­ tica de Chile. Santiago. 1825 y José Eyzaguirre, Historia eclesiástica,politicay literana de Chite. Valparaíso. 1850; en México la obra de Mariano Cuevas. Historia ¿enera!de la iglesia en México. México. 1921-1928. 6 En el prólogo a la edición del Banco Popular, el historiador Fernán González, S. J. describió el contexto en el cual la obra fue producida: “El ataque liberal a la Iglesiay el movimiento de la unidad italiana, que implicaba la desapa­ rición de los Estados pontificios, trajo consigo como reacción la acentua­ ción de la dimensión jerárquica y papal de la Iglesia. La idea papalista se fortalece frente al ocaso del poder temporal de los papas [...] la vinculación al papado como centro de unidad aparece como la garantía de libertad de las Iglesias locales". Véase Juan Pablo Restrepo. L a Iglesiay elEstado en Colombia. Vol. 1. Bogotá. Banco Popular. 1987, p .U . 7“Los análisis históricos de los procesos económico - políticos en el siglo X IX tienen un punto común de corte: llegan hasta la Independencia y reapare­ cen en el Medio Siglo (1850), dejando en la mayor oscuridad treinta años de la vida del país que son cruciales para entender el sentido, la dirección y

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Lecturas sobre la iglesia católica com o actor en la historia política colom biana

dieron pie para que cien años después, en medio del fragor re­ volucionario, del despertar del estudio de los movimientos so­ ciales, en medio de años de agitación contra las dominaciones y las hegemonías, los historiadores, que se estaban formando profesionalmente, determinaran que la iglesia católica, com o institución, había jugado un papel importante en el proceso de conservadurización que vivió el país desde finales del siglo X IX .8 Estos historiadores, si bien abrieron los caminos que después nosotros recorremos, según creo, sesgaron sus posiciones y re­ dujeron, en la mayoría de los casos, a la institución, política­ mente hablando, a su participación partidista, y en el peor de los casos, a lo estrictamente electoral o electorero;9 A relacioel carácter de las reformas de mitad del siglo y los fenómenos que acompa­ ñaron la gestación de un Estado propio y distinto así como la formación de un espacio centralizado y unitario para el ejercicio del poder. El abandono, por decir lo menos, de un período histórico tan importante, no sólo para la justa apreciación de lo que fue la centuria decimonónica sino también para entender en su real dimensión procesos del presente, se debe en parte a la conservación acrítica de una tradición h istoriográfica que hunde sus raíces en los primeros analistas de los sucesos socioeconómicos colombianos, para quienes la República empieza en el Medio Siglo, pues consideraban que es una coyuntura cuando el pasado colonial queda enterrado y se inician las verdadera; transformaciones políticas, económicas y sociales sobre las cuales se regirá el país hasta el final del siglo”. Véase: María TeresaUribe y Jesús María Al varez. Poderesy regiones:problemas en ¡a constitución de la nación colombia­ na, 1810-1850. Medellín. Universidad de Antioquia. 1987, pp. 11-12. * Como Gonzalo Sánchez, pienso que la historiografía nacional ha descuidado abordar el análisis délas resistencias al cambio, de las instituciones, de las fuerzas de conservación, entre ellas la Iglesia y de los partidos políticos. Véase: Gonzalo Sánchez. “Die2 paradojas y encrucijadas déla investiga­ ción histórica en Colombia”. En: Historia critica. N o.8. Julio-diciembre de 1993, p.78.

’ Olga Yaneth Acuña, “influencia del clero en las campañas electorales. Boy acá 1930 - 1950”. En: Memorias X I Congreso colombiano de Historia. Disco Com ­ pacto. Bogotá. Universidad Nacional/Kimera. 2001. Lacondusión de este

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Joti i)and C.nrfés Guerrera

nes cercanas con el partido conservador y a la agitación parti­ dista en m om entos álgidos de la historia colom biana.10 Esto puede deberse, para no ser “injusto” con ellos, a la lectura que se ha hecho de ciertas fuentes, conducentes a en focar unidireccionalmente la participación de la institución en un cam po reducido de la política: las elecciones. Esta tendencia ha sido la que más fuerte ha atacado, o por lo menos criticado, a la institución eclesiástica por sus actuacio­ nes determinantes en la historia del país. Sin embargo, sus obras denotan desconocimiento no sólo de la organización de ella sino tam bién de su propia historia y cóm o ésta encaja en los procesos históricos más amplios. III.l C om o las lecturas que estamos planteando no son rígidas, po­ dem os afirmar que en el proceso de valorar y posicionar el es­ trabajo es la siguiente, simple de por sí: “ La tradición ultraconservador de la iglesia buscó descalificar con argumentos teológicos al partido liberal, mediante la utilización permanente de la palabra desde el pulpito, suma­ do al carácter de mandato que para los campesinos representaba este sec­ tor, a través del discurso la administración clerical y civil como instrumen­ tos de convicción y persuasión que mantenía la atención de la población especulaban y daban orientación de acuerdo con su inclinación, esta era la principal función del caudillo y gamonal; función muy bien cumplida por estos dos entes gubernamentales. La iglesia era eje del poder local domi­ naba territorial e ideológicamente a la población y la acomodaba a sus propios criterios, debido al tradicionalismo cultural y político de la pobla­ ción boyacen.se que lo identificaba con caciques, siendo los curas los prin­ cipales motivadores de mítines, persecuciones y lideres de movilizaciones a nombre de Cristo para salvar las almas del pecado”. Ibid. p.8. 10Gustavo Mesa. “El clero y la violencia en Antioquia, 1949 a 1953” . En: M emoriasXI Congreso. Op. Cit.

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Lecturas sobre la iglesia católica co m o actor en la h istoria política colom biana

tudio de la institución eclesiástica destacan dos autores: En primer lugar, Christopher Abel," quien de una manera detalla­ da pretendió mostrar la relación que tuvo la iglesia en el desa­ rrollo político partidista colombiano. Aunque su texto está cla­ ramente marcado por la cronología de la historia política del país, se observa el afán de estudiar las confrontaciones inter­ nas entre integrantes de la institución eclesiástica determina­ das por sus intereses particulares en relación con los poderes políticos regionales. A pesar de ello, la obra se desvanece desde su relación política-iglesia-partidos, cuando en el capítulo sép­ tim o, al aludir a los asuntos económ icos descarta a la institu­ ción eclesiástica, com o si ella -en su conjunto o en sus partesno tuviese nada que decir al respecto y com o si ella estuviese reducida únicamente a lo político partidista y no pudiese des­ envolverse también en lo político económico. O tro autor que es im portante resaltar es Fernán G onzález. G racias a sus textos hemos podido determ inar la existencia de múltiples actores y relaciones en la participación de la ins­ titución eclesiástica en la historia colom biana, siendo clave su aporte para desentrañar postulados, aunque tácitos, de las tres lecturas anteriores, en las que se muestran esquemas muy rígidos que impiden detallar fisuras, disensos, confrontacio­ nes, heterodoxias, particularidades, y que también nos perm i­ tió com enzar a entender la iglesia católica, y en ella la institu­ ción, com o un todo universalista y universal. En las obras de este autor se nota una evolución que perm ite denotar, com o lo señala en una de sus últimas com pilaciones, la existencia de dos grandes poderes enfrentados en un espacio donde la religión, la religiosidad y la directriz institucional de la iglesia, 11 Christopher Abel. Política, Iglesiay Partirlos en Colombia. Bogotá. FA ES/U niversidad Nacional. 1987.

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)o u D y ss. 21 Ibid. p. 22.

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Insrtd Jaban na balitar

ra popular, Burke deja ver la permanente definición de roles e incluso las acciones de resistencia frente al poder político. Aun­ que el m ism o autor reconoce que su trabajo no “es lo suficien­ temente político y que se podría haber dicho mucho mas sobre el papel del E stado” ,29 logra mostrar las diferentes creencias e intereses que están en la base de los conflictos suscitados por la fiestas, carnavales y otras prácticas propias de la cultura po­ pular. Cuando Burke trabaja las constantes asociaciones que sectores patricios, tanto com o plebeyos hacían entre fiesta y revuelta recuerda los planteamientos de Thom pson. En oca­ siones, o más específicamente, en sociedades y tiem pos deter­ minados, la actividad política no tiene por qué restringirse al espacio de lo institucional y administrativo. La fiesta popular puede funcionar como el espacio para la revuelta política, para la subversión del orden. Sin embargo, las categorías con las que usualmente trabajam os vuelven a poner una trampa. ¿C óm o reconocer tales fiestas y bazares com o eventos políticos si la subversión del orden no da paso a un nuevo “balance de po­ der”? ¿C óm o hacer de las fiestas un evento político si no se renuevan las autoridades y si después de un tiem po, todo que­ da igual? Estas preguntas lo único que revelan es la fortaleza de una concepción fundacional de la política. U na concepción según la cual para que un evento pueda destacarse, pueda reci­ bir el mote de “evento político” necesita tener implicaciones administrativas, necesita redundar en la redefimción de com ­ petencias. Es com o si para aceptar que algo es propio del mun­ do político y no una mera actividad social se le exigiera un ca­ rácter renovador, un espíritu inédito. E sto es, no cabe duda, parte del tufillo voluntarista que la política moderna hereda de la revolución francesa y de la ilustración. Pero, en contra de nuestros propios deseos y anhelos, el mundo político no con29Ibid.

p.

23.

3 77

La interacción histórica entre política y cultura

trapone dominantes y dominados. Tampoco se trata de un mun­ do carente de conflictos. En el mundo político siempre somos el enemigo de otro, incluso sin saberlo. Pero, también podemos ser un ambiguo aliado. En su libro sobre los Reyes Taumaturgos, Bloch señalaba que: “mediante la institución monárquica, las sociedades antiguas satisfacían un cierto número de necesidades eternas perfecta­ mente concretas y de esencia absolutamente humana, que las sociedades actuales sienten de modo parecido y que siempre procuran satisfacerlas, generalmente, por otros medios”.30¿Has­ ta qué punto, la política moderna con su encerramiento en el estado y su tendencia a desconocer lo ilegal com o espacio polí­ tico, no ha transformado, tal y com o lo hizo E l capital según com enta Thom pson, la naturaleza y los deseos humanos? En otras palabras, ¿qué es lo que puede ser político en las nuevas condiciones del antagonismo? A

p u n t e s so br e

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la c o n s t it u c ió n

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p o l ít ic o s

LA H IST O R IO G R A FÍA C O LO N IA L

El objetivo de esta última sección es retomar algunas de las consideraciones conceptuales anteriores para problematizar unos trabajos de historiadores colombianos dedicados a la colonia. C o m o se verá en lo que sigue, el estudio de sociedades pasadas constituye una importante oportunidad para revisar “las servi­ dum bres” de las categorías con que operam os en la com pren­ sión de los fenómenos sociales, así com o nuestros deseos y te­ mores frente a los mismos. En la historiografía colombiana so­ bre el m ovim iento de los comuneros, uno de los puntos más discutidos, según John Phelan, ha sido el de la interacción en30Marc Bloch. Op. Cit. p.27.

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¡nfpd Johunnü bolítttr

tre los distintos grupos sociales. En clara contradicción con aquellas versiones que caracterizan el movimiento de los co­ muneros como un movimiento de independencia y autonomía, Phelan insiste en el carácter “tradicional” del m ovim iento.31 Además, la caracterización del movimiento com unero com o algo plural en el que los distintos sectores “patricios y plebe­ yos” de la sociedad regional peleaban por sus utopías, recuerda los estudios de Thom pson sobre las transformaciones de las costumbres y las revueltas en la Inglaterra del siglo XVIII. En efecto, los revolucionarios comuneros estaban interesados en el reestablecimiento de las condiciones de interacción de los distintos actores y especialmente de las autoridades locales con la corona y los funcionarios centrales. Los líderes del m ovi­ miento no discutían la autoridad real, pero sí los procedimien­ tos que algunos funcionarios centrales estaban usando en su relación con las autoridades locales. Frente a las versiones historiográficas que hablan de la traición de los patricios al pue­ blo en el movimiento comunero, Phelan destaca la confluencia de objetivos entre patricios y plebeyos y la m ayor experiencia política de los prim eros.32Sólo si se reconoce este carácter aco­ tado del conflicto de los comuneros, que nunca discutieron la autoridad del Rey, puede entenderse la caracterización que hace Phelan del movimiento com o la primera coalición multiétnica que tiene lugar en la América Española.33 En la medida en que los distintos actores que participaron del movimiento estaban interesados en el reestablecimiento de las condiciones de interacción entre la corona y las autoridades 51John Phelan. Elpuebloy el Rey.La revolución comunera en Colombia, 1781. Carlos Valencia. Bogotá. 1980. Vcásc especialmente la II parte. 32Ibid. p.187. 33 Ibid. p.122.

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La interacción histórica entre política y cultura

locales fue posible la vinculación de varios grupos. Phelan carac­ teriza la utopía que los patricios o criollos, los plebeyos, los indí­ genas e incluso los negros perseguían con la movilización comu­ nera. Para los objetivos de este documento interesa destacar que el reestablecimiento de las pautas relaciónales entre autoridades locales y funcionarios centrales resultaba favorable a los indíge­ nas por cuanto reducía la importancia que la corona estaba dan­ do a la disolución de los resguardos. En una importante discu­ sión con aquellas perspectivas historiográficas románticas que se lamentan por la poca autonomía o independencia de la movi­ lización indígena, Phelan muestra que los indígenas lograron ne­ gociar con los criollos y mestizos un acuerdo que resultaba favo­ rable a sus intereses. El autor insiste en que los indios de la N ue­ va Granada “no podían aspirar nunca a dirigir un movimiento de protesta; a lo más que podían aspirar era a que sus reclamos se incorporaran a los de una coalición amplia dirigida por las élites criollas y sus aliados subordinados, los mestizos”.34 La participa­ ción de los indígenas en la revolución de los comuneros no fue tanto una participación manipulada o tutelada com o querrían algunas perspectivas historiográficas, sino la participación de un sector social no muy unificado, pero si muy afectado con la ex­ tinción de las tierras comunales. De ahí que Phelan se queje de que: “la mayoría de los historia­ dores ha pasado por alto el significado de estas frases: Q ue los indios [...] sean devueltos a sus tierras de inmemorial posesión y que todos los resguardos que de presente posean les queden no sólo el uso sino en cabal propiedad para poder usar de ellos com o tales dueños' ”.15 Desde la perspectiva de nuestro autor los indígenas apoyaban la movilización, tratando de defender los resguardos. Su participación, aunque marginal y periférica, MIbid. p.123. 35Ibid. p.123.

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Injerid ]ohanna Hu/imr

dio lugar a la ambigüedad política de la formulación anterior. Por una parte se reconoce que los indígenas son dueños de los territorios, pero como dueños van a recibir títulos y por esa vía pueden com prar y vender. En este punto se revela con toda fuerza la ambigüedad de la política que no tiene por qué traducirse en eventos fundacionales y revolucionarios, así como la problemática constitución de actores sociales. Los indígenas intervienen en condiciones de marginalidad en una movilización en la que, sin embargo, es mejor estar que no estar. De la conexión y supeditación a los intereses de los patricios criollos depende la posible negociación sobre sus tie­ rras comunales. Pero la negociación se hace y se tiene que ha­ cer en condiciones desiguales. La política ni en ese entonces ni ahora implica escoger entre lo bueno y lo malo, sino entre lo malo y lo menos malo. Pero además y eso sí, a diferencia de lo que se expresa hoy formalmente, la política en el mundo colo­ nial se hace entre desiguales. Phelan establece que con las capitulaciones de Zipaquira casi todo el mundo obtuvo un beneficio: “ricos y pobres; patricios y plebeyos, blancos, indios y negros libres. Solo quedaron por fuera los esclavos negros” .36 Desde la perspectiva de nuestro autor los indios también ganaron. Su análisis del movimiento délos comuneros, recuerda que el estudio histórico déla polí­ tica no puede hacerse desde los reclamos que hoy le hacemos a la actividad política. Así, Phelan insiste en que “las desigualda­ des intrínsecas y los privilegios hereditarios eran la manera como Dios había hecho al mundo -así lo pensaban hombres y muje­ res en 1781-”37 y solo desde ahí se entiende que hayan ganado algo los grupos indígenas. La historiadora Marta Herrera com­ 36 Ibid. p.209. 37 Ibid. p.209.

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L a in te r a c c ió n h is tó r ic a e n tr e p o lít ic a

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c u ltu r a

parte esta apreciación, pues señala que el tem or a las reaccio­ nes de los indios después de la revolución comunera permitió que algunas comunidades retornaran a sus pueblos y que la m ayoría de las parroquias recuperaran su carácter de pueblos de indios.58 En este punto, los planteamientos de Phelan recuerdan las te­ sis de Marta Herrera y de Diana Bonnett.59Todos comparten la idea de que el vínculo con la tierra, la tributación, el control del espacio y la participación del culto religioso son mecanismos que convierten a los grupos indígenas en sujetos políticos. Pre­ cisamente en esa dirección se orientan los planteamientos de los autores sobre el significado de “vivir agregado” y de vi­ vir a “son de cam pana” . Estos elementos determinantes de lo que significa la política en el mundo colonial sirven com o su­ puestos de la interacción entre los distintos actores. Lo que está en juego en la política de reducción de resguardos es tam­ bién una form a de reordenar la población para someterla al control político. De todas maneras, este trabajo ha concedido preeminencia a los elementos de interacción entre los actores, más que a los supuestos con que la corona española pretendía regular la vida social de los indígenas y blancos. Es claro que la política tiene lugar “entre los hom bres”, en los lugares en que ellos están juntos y concentrados. Sin embargo, los indígenas estaban peleando por una forma específica de vi­ vir juntos que no necesariamente se ajustaba al reordenamiento pensado por la corona. De ahí que pueda señalarse que en los 38 M arta Herrera. Poder Local, poblamientoy ordenamiento territorial tn la Nueva Granada -siglo X17I1-. Bogotá. Archivo General de la Nación. 1996, p. 107. ” Diana Bonnett. Tierray comunidad Un dilema irresuelto. E l caso del altiplano cundibqyacense (V \minato de la Nueva Granada 1750-1810). Tesis de Doctora­ do. Colegio de México. Junio 2001, p.80 y ss.

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Ingnd Juhunna lio/u ur

estudios de Phelan y de Herrera, la pregunta por la interacción política y la constitución de sujetos políticos desborda los for­ malismos administrativos y el tono emancipador para acercar­ se más a las prácticas y relaciones que constituyen los sujetos. Ser sujeto político no equivale a ser autónomo o independiente sino a poder poner en marcha ciertas estrategias de cara a unos intereses más o menos determinados, pero también participar en una negociación política desigual. Este planteamiento se desprende de la lectura del trabajo de Herrera en el que la autora muestra —aunque no desarrolla ampliamente el argumento— que los indígenas que tienen más posibilidades de negociar políticamente son aquellos que están más controlados e inscritos en la jerarquización colonial. Aque­ llos para los cuales la Corona ha previsto un tipo específico de control administrativo y de funcionarios. Por el contrario, los indígenas que no están controlados, que se presentan como los más “resistentes” a los esfuerzos políticos de la corona, son los que quedan en mayor medida supeditados a las autoridades lo­ cales y a los intermediarios regionales.40 C

o n s id e r a c ió n

F

in a l

La articulación de los distintos trabajos históricos, aún cuando se trate de hacer en torno a un tema específico plantea grandes dificultades. Este texto ha puesto a dialogar trabajos que desde problemas diferentes plantean retos similares sobre el estudio histórico de la política y sobre la comprensión de la interacción política en distintos períodos. El recorrido por los planteamientos de Burke y Thom pson permite hacer importantes preguntas a Marta Herrera. Ordenamiento espacialy controlpolítico en las llanuras caribesy los andes centrales de!siglo X l/T lI en la Nueva Granada. Tesis doctoral de geogra­ fía. Universidad de Syracuse. 1999.

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L a in te r a c c ió n h is tó r ic a e n tre p o lític a

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c u ltu r a

la construcción de la historia política colombiana. Por ejem­ plo, y para retomar los apuntes de la sección anterior sobre la historiografía colonial, es necesario estudiar cóm o los distin­ tos autores colom bianos han estudiado el papel de las autori­ dades políticas y lo que podría llamarse la “eficacia sim bóli­ ca” de los cargos políticos. O tro problem a que aparece cada vez con m ayor claridad es el de la diversidad de actores que intervienen en la vida política, los diferentes “círculos de liderazgo” en térm inos de Phelan y sus relaciones conflicti­ vas con los funcionarios reales. Sería interesante, por ejem­ plo, articular las distinciones de Phelan sobre “los círculos de liderazgo” en la experiencia de los com uneros con la caracte­ rización que hace Marta Herrera de las dinámicas de la políti­ ca local, sus actores y conflictos. El cam po político esta cru­ zado por varios conflictos, pero nunca enfrenta solam ente a unos dom inados con sus dominadores. Ahora bien, el recorrido por las dos secciones iniciales permite recalcar una cuestión específica de la interacción entre cultura y política en la historiografía colonial. Se trata de la ausencia del problem a de la interacción política de los indígenas en los distintos balances historiográficos sobre la historia colonial. Los indios son victim izados o glorificados pero no son objeto de estudio com o actores políticos, como actores con unas estrate­ gias e intereses que los vinculan y hacen depender de otros actores. Esto aún cuando se reconoce su “valor cultural”. D e nuevo, com o si lo cultural estuviera por fuera de “lo político”. El problem a de la interacción política de los indígenas no apa­ rece ni en los balances ni en otros textos interesados explícita­ mente por la política. Así por ejemplo en el artículo de Cari Langebaek titulado “La élite no siempre piensa lo mismo. Indí­ genas, Estado, Arqueología y Etnohistoria en Colom bia (Siglos 384

lajgrid Jabanttu liol/t a r

X V I a inicios del X X ) ”,41 Ia discusión sobre la forma en que la historia y la antropología han asumido el estudio de lo indígena desconoce la política com o actividad de los propios indígenas. Langebaek reconoce que “el levantamiento de los com uneros en 1781 [...] Incluyó elementos de reivindicación para indíge­ nas, mestizos y criollos pobres”, y además señala que “la com ­ posición étnica de la Nueva granada no hacía necesario, como en México, movilizar grandes masas indígenas para derrotar a los españoles”.42 El mismo autor se ocupa de estudiar las posi­ ciones ambiguas de los criollos con respecto a la población in­ dígena, pero nunca aclara qué pasa en este sentido con los grupos indígenas. Tal ausencia se podría explicar porque el in­ terés del artículo es m ostrar que “la élite no siempre piensa lo m ism o” . Pero precisamente por eso, se echa de menos en el artículo de Langabaek y sobre todo en la referencia a los com u­ neros, una discusión sobre cómo y por qué ciertas élites locales consideraron importante el apoyo de los indígenas, que además tenían su propio interés. Además, claro está, de reconocer que no siempre la intervención de los indígenas en política es por la movilización que requieren los otros grupos sociales. Aún si el interés de Langabaek es por las élites, no puede res­ tringir el mundo de la política a esos círculos. La lectura del libro de Phelan le hubiera permitido caracterizar con m ayor profundidad el movimiento de los comuneros y entender que si la élite no siempre piensa lo mismo, también eso sucede por la interacción desigual con los grupos indígenas. En estas condi­ ciones la pregunta inicial del presente documento se torna aún más importante ¿C óm o estudiar históricamente la política? 41 Cari Langabaek. “La élite no siempre piensa lo mismo. Indígenas, Estado, Arqueología y Etnohistoria en Colombia (Siglos XVI a inicios del X X )”. En: Ketnsla Colombiana di Antropología. Volumen X X L 1994, p. 130. 42 Ibid.

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M etáfora y conflicto arm ado en C o lo m b ia1 Fernando Estrada Gallego Escueta de Economía Universidad Industrialde Santander ¿N o to deberíamos analizar (elpoder) primeramente en términos de fuerza, conflictoy guerra? Uno puede entonces confrontar la hipótesis original... con una segunda hipótesis a efectos de que elpoder es ¡a guerra, una guerra sostenida por otros medios.

Michel Foucault2 Más preciosa aún es la tradición que trabaja en contra de... ese mal uso del lenguaje que consiste en los usos de argumentosy la propaganda. Esta es la tradiáóny la disciplina de hablary pensar con claridad: es la tradición critica —la tradición de la ra^ón.

Karl Popper1 J

uego

d e a c t o s d e la a r g u m e n t a c ió n

En esta ponencia analizaremos el papel paradójico de los medios de comunicación en las situaciones de conflicto político y la gue­ rra en Colombia. Voy a sustentar que el uso de la violencia y el uso de la argumentación política pertenecen teóricamente a un juego de “ actos com unicativos” estructurados mediante una red dicotómica de relaciones metonímicas y metafóricas. Q ue entre tanto las relaciones metafóricas conceptualizan la argumentación com o análoga de la guerra, las relaciones metonímicas extienden analíticamente la argumentación como continuación de la misma. ' Esta ponencia corresponde al capítulo 5 del nuevo libro del profesor Estrada: Los nombres de Leinatán. Discursos de taguerra en Colombia, Bucaramanga, 2003, inédito (N.del E.). Foucault. Estrategias de Poder. Barcelona. Paidos Básica. 2000, p. 90. 3 Kart Popper. L a soriedad abierta y sus enemigos. Buenos Aires. Paidós. 1984, p. 135.

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La metáfora permite identificar los aspectos bélicos de la argu­ mentación con un doble alcance: intelectual, a través de la crí­ tica, y emocional, a través de la propaganda (Véase la cita de Popper). Pero esta funcionalidad, no estando relacionada es­ trictamente con la violencia física conserva un parentesco fi­ gurativo. En otra dirección, la metonimia conceptualiza la fun­ ción argumentativa como un todo con el juego de poder. A m ­ bas com o tal, la metáfora y la metonimia, operan com o una extensión de la guerra en otro sentido (Véase la cita de Foucault) o en sustituías de la violencia. Esta red conceptual m etoním ica/m etafórica form a com o un continuum que juega un rol constitutivo en el manejo del con­ flicto y explica cóm o estos dos tipos de actos com unicativos —diálogo y negociación política— refuerzan o reducen su im ­ pacto. Es el entrecruzamiento de estas dos formas de com uni­ cación y su red conceptual lo que nos permitiría entender cómo los medios de comunicación pueden bajo diferentes circuns­ tancias cumplir un papel relativamente central en las negocia­ ciones de un conflicto político o en la extensión del mismo. Nuestro enfoque también sugiere que es posible encontrar un camino intermedio entre el pesimismo de Foucault (La argu­ mentación es una guerra en forma encubierta) y el optim ism o algo ingenuo de Popper (la argumentación racional, aunque parezca beligerante, trasciende la guerra). Esta posibilidad des­ cansa en el hecho que, a pesar de sus raíces conceptuales co­ munes, en cuanto hacen parte de la retórica del conflicto, la red metonímica / metafórica que vincula la argumentación y la vio­ lencia no es ineluctable. En cuanto dicha red, pese a su poder, ocupa una fase meramente contingente en la evolución de nues­ tro aparato cognitivo, emotivo y lingüístico. Esta red concep­ tual puede ser reemplazada en el futuro por cualquier otra que 387

M etáfora y conflicto ir m id o en co lo m b ii

esté constituida por metáforas y metonimias “más pacíficas” . Un lenguaje menos agresivo en política. Este ejercicio puede allanar el camino para superar una serie de impasses generados durante los procesos de un conflicto. La res­ ponsabilidad de los intelectuales tanto com o la de los medios de comunicación es criticar las limitaciones y peligros de la red conceptual existente y contribuir a su depuración, creando y prom oviendo otras alternativas diferentes a la confrontación directa. La revisión analítica de los términos empleados en los diversos tipos de conflicto político, el trabajo sobre el lenguaje que emplean los actores directos del mismo y la puesta en esce­ na de otros métodos y técnicas de estudio de las retóricas di­ vulgadas en los medios de opinión, puede coadyuvar a la com ­ prensión del problema y sus soluciones parciales. La

g u e r r a c o m o a r g u m e n t a c ió n

En su libro: Metaphors WeLive By* Lakoff y Jonson, muestran cóm o el lenguaje ordinario está influenciado por lo que deno­ minan: “conceptos metafóricos” .5 Bajo estos conceptos se es4 Chicago. Chicago University Press. 1980. Traducido al castellano como: Metá­ foras de Lj vida cotidiana. Barcelona. Cátedra. 1991. 5Este libro dio origen a unaserie de estudios sobre la estructura metafórica del lenguaje y del pensamiento, incluyendo diversas aplicaciones a dominios específicos. Véase por ejemplo: George Lakoff. Frame Semantic Control of the CoordínateStructure Constrcant. Chicago. Chicago Linguistic Society. 1985; “There-Construcctions”. En: G. Lakoff. Women, Fin, and Dangrous Tbings. Chicago. University of Chicago Press. 1987; G. Lakoff y Turner .More Than Cool Reason: A FieJd Cuide to Poetic Metaphor. Chicago y Londres. University of Chicago Press. 1989; G. LakoffyM arcJohnson. TbeBodyin theMind. Chicago. University of Chicago Press. 1999; Marcelo Dascal. “Movement metaphors: Linkingtheory and therapeuticpractice”. En: M, Stamenov (ed.). Curren!adveancesinSemantics Theory. Amsterdam. John

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¡e mando \: tirada Galle#)

tructuran racimos de metáforas que delimitan un dom inio de­ terminado (el tema) por lo que se refiere a otro dom inio (el foro). Estos conceptos son tan citados en la cotidianidad que escasamente som os conscientes de las metáforas que contie­ nen al usarlos frecuentemente de manera literal. Considérese la metáfora que subyace a la afirmación: “El tiempo es dinero” . Detrás de ella encontramos un número ilimitado de expresio­ nes tales como: “Y o no tengo tiempo que perder” , “el pinchazo de la rueda me costó una hora”, “Debemos ahorrar tiem po”, etc.6 Los conceptos metafóricos son sistemáticos, estructura­ les y modélicos; ellos proveen y regulan la organización de nues­ tro pensamiento y discurso sobre una amplia gama de fenóme­ nos derivados de nuestra experiencia y la idea que nos hacemos de la realidad. El primer ejemplo que destacan Lakoff y Johnson sobre conceptualización metafórica es el de: una discusión es unaguerra. El tema (argumentar o debatir) se conceptualiza en lo que respec­ ta a predicados aplicables principalmente al foro (la guerra). Esta metáfora se revela en frases como: “tus afirmaciones son indefendibles” “atacó los puntos débiles de mi argum ento” , “sus críticas dieron justo en el blanco” , “ destruí su argum ento”, “si usas esa estrategia te aniquilara etc.7 La argumentación y la guerra tienen una estructura (parcialmente) isomórfica que incorpora las presuposiciones de los participantes, sus estrategias, aconBenjamins. 1992; Marc Johnson. Phitosophicatperspectives on Metaphor. Minneapolis. Universiry of Minnesota Press. 1987; R. W. Gibbs “Speaking and Thinking wíth metonymy”. En: Panther and Radden (eds.). Metonymy ttt Language andTbought. Amsterdam y Philadelphia. Benjamins. 1999; José María González. Metáforas de!poder. Madrid. Alianza Editorial. 1999, pp. 11-250; Gilíes Facounmer. MentalSpaces. Aspects of Meaning Construirtion in NaturalLanguage. Cambridge (Mass). M IT Press. 1999. 6 Véase: G. Lakoff y M. Johnson. Metaphors WeLiveBy. O p. C it.p . 8. 7 Ibid. p. 4.

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M etáfora y c o n flicto a rm a d o en C olom bia

tecimientos lineales, causalidad, intención, propósito. Este isomorfism o permite proyectar los componentes de la guerra ha­ cia aspectos comunes de la argumentación a la vez que se pien­ sa y se dialoga con la terminología del conflicto. Los participantes se conciben a sí mismos, como adversarios que defienden posiciones, imagman estrategias, realizan ataques, con­ traataques, maniobras, y otros movimientos, con el fin de conse­ guir la victoria; se describe la argumentación en distintas fases de su desarrollo: fases principales y fases subalternas (batallas, es­ caramuzas, tregua, cese al fuego); se dan sucesiones causales legaliformes (Los resultados de atacar las defensas del enemigo, los contraataques, las retiradas), etc.8Lo fructífero de este con­ cepto metafórico se hace evidente al poder extender la lista de casos a distintos contextos. Las palabras usadas por el contendor en una disputa se vuelven sus armas, sus argumentos los ata­ ques, sus movimientos en la polémica pueden poseer distinta fuerza; anticipándose a las objeciones del antagonista se puede disponer de una mayor inteligencia sobre sus tácticas, si acumula evidencia a su favor se obtienen ventajas que pueden aprove­ charse cuando llegue la ocasión apropiada. Pero concebir la guerra como argumentación no ha sido tan sólo asunto del lenguaje ordinario. En el siglo XVII el científi­ co Robert Boyle se refería al debate intelectual com o una “gue­ rra espiritual” en la que los polemistas preparaban sus armas em pleando para ello cualquier tipo de argucia. U n buen contendor de las nuevas ciencias naturales se destacaba por contar con argumentos que aniquilaran a la “vieja serpiente” . Recordem os a Immanuel Kant en el siglo XVIII describiendo el debate contra la metafísica tradicional como “un campo de 1 Ibid. pp. 80 y 81.

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I erMundo letrad a Cialítfo

batalla” en el cual los “dogm áticos” libraban “guerras intesti­ nas”, o el asalto irregular de los “nómadas escépticos” contra el “imperio despótico” de la metafísica. Durante el siglo X IX el filósofo Schopenhauer comparó la dialéctica -el arte de la dis­ puta- con el arte de rodear al enemigo, con una lucha: La controversia y la discusión sobre un asunto teórico, pueden ser sin lugar a dudas, algo muy fructífero para las dos partes implicadas en ella, ya que sirve para rectificar o confirmar los pensamientos de ambas y también motiva que surjan otros nue­ vos. Es un roce o colisión de dos cabezas que frecuentemente produce chispas, pero también se asemeja al choque de dos cuerpos en el que el más débil lleva la peor parte mientras que el más fuerte sale ileso y lo anuncia con sones de victoria.9

Es importante anotar que el uso de un concepto metafórico ape­ nas si puede circunscribirse a su dominio original. La metáfora puede afectar áreas adyacentes. Por ejemplo, el concepto metafó­ rico de la mente como un recipiente exige que consideremos el pen­ samiento como un proceso que tiene lugar dentro de la mente, y la comunicación como la transmisión de ideas de un recipiente a otro a través de unos canales apropiados. Se sabe que esta metá­ fora preserva su significado original en algunos modelos pedagó­ gicos así como en contados estilos de concebir la educación. En el caso de la guerra como argumentación se perciben las teo­ rías de los antagonistas como fortalezas, como estructuras forti­ ficadas de defensa. Estas teorías comprenden “un centro” (Los principios esenciales de la teoría cuya refutación significaría su muerte) y una “periferia” (con baluartes que pueden abandonar­ se sin que sufra daño el núcleo). Fue el caso de algunos 9 Arthur Schopenhauer. Dialéctica Eristica. Madrid. Ed. Trotta. 1991, p. 101.

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M etáfora y conflicto arm ado en Colombia

newtomanos cuando confrontaban fenómenos como las mareas con las leyes de la mecánica. El presupuesto de lo anterior, claro, es que los contendores en un debate deben distinguir entre aque­ llo que resulta esencial de aquello que es secundario, lo mismo para vale para los conflictos propios de la política, los candidatos deben poder definir sus “fortalezas y debilidades” en el debate a fin de implementar estrategias y objetivos tácticos de mediano y largo alcance, lo que por supuesto no es un asunto trivial. Un c a s o

d e a p lic a c ió n

Desde estos detalles brevemente analizados ilustremos con un caso de opinión el poder de la metáfora en la representación de una fase del conflicto armado en Colombia, intentando adver­ tir el impacto que esta lleva consigo y el arrastre de consecuen­ cias prácticas que se derivan para el estudio del rol de los me­ dios de comunicación en la guerra. La colum na de opinión, objeto de este estudio, fue escrita por A lfredo Rangel, analista regular del conflicto armado colom ­ biano, ex asesor de segundad nacional, economista y politólogo. El titulo de su reflexión: Persecución en caliente10es ya de entrada una invitación a leer su propuesta en clave. El argumento cen­ tral gira en torno a los efectos que debería tener el incidente del aeropirata A rnobio R am os para que el Gobierno le envíe un mensaje claro a la guerrilla sobre qué es lo que no está dispues­ to a seguir tolerando. En los contenidos básicos Rangel afirma que: “Si las partes han acordado negociaren medio de la confrontación hay que se­ guir dialogando como si no existiera la confrontación, y conti­ 10E t Tiempo. Septiembre 29 de septiembre de 2000. pp. 1-11.

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I (mundo l:\h aJd Gallego

nuar la confrontación como si no existiera diálogo” 11. En la ló­ gica de la guerrilla opera una metodología que ni el gobierno ni la sociedad deben perder de vista: “Las Farc son herederas di­ rectas de una tradición marxista leninista ortodoxa, cuyo prin­ cipio básico es que el poder nace del fusil... y que la violencia es Ia partera de la historia. Su táctica política y de negociación sigue la m áxima de Lenin: “H ay que enterrarla, bayoneta hasta donde encuentre resistencia” . Y agrega Rangel: “Su lenguaje es el de la fuerza. Es el lenguaje que practican, que entienden y que res­ petan... en realidad, confían más en quien les habla el lenguaje de la fuerza y del poder, que en quienes le sermonea con ideales abstractos” . A l Gobierno sólo le queda hacer una advertencia clara: “En adelante habrá persecución en caliente de las fuerzas militares sobre los guerrilleros que busquen refugio en la zona del despeje después de atacar a la población o la Fuerza Públi­ ca” . Se aplica por analogía al caso colom biano una estrategia de N ixón durante la guerra fría: “ Conceder una ^anahonaen form a de zona de distensión para realizar los diálogos, acom ­ pañada del garrote disuasivo necesario para castigar con efica­ cia el abuso que de ella se haga para otros fines”. En realidad lo que decimos aquí vale para interpretar genérica­ mente el enfoque del conflicto que habitualmente proponen algunos formadores de opinión en Colom bia. Sin la com pren­ sión simbólica, figurada, metafórica y metonímica, resulta ex­ tremadamente difícil comprender los aspectos centrales de este modelo de análisis: “negociación” , “lenguajes”, “garrote”, “ za­ nahoria” , “persecución en caliente”, “Em pantanam iento del diálogo”, etcétera. Cada uno de estos térm inos conform a vo­ cabulario indispensable para entender los matices finos en la representación del conflicto. 11Las cursivas son mías.

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M etáfora y conflicto arm ado en Colombia

Véase con mayor detalle cóm o se constituye en la propuesta de análisis la función metafórica. Para ilustrarlo tom em os la ex­ presión: persecución en caliente. Aquí se refiere la mezcla de dos esferas significativas que tienen su lugar de interpretación del conflicto sólo bajo la condición de comprender cada una de ellas por separado, pero a la vez requieren su comprensión en un cam po significativo común. Por fuera de las condiciones específicas que prevalecen en el conflicto será casi imposible entender el alcance de esta expresión. Persecución en caliente, puede significar en este contexto varias cosas: • Se trata primariamente de una cuestión relativa al pensamien­ to y la acción que se adelantan en un conflicto armado, sólo de manera derivada las palabras se usan aquí en forma figurada. • La expresión está basada en una semejanza constituida sobre acuerdos convencionales: se persigue a un enemigo que busca refugios estratégicos. En caliente indica una situación generada por la dinám ica del conflicto entre las partes, se trata de una relación de m odo (ante ataques y asaltos por fuera de un área determinada), de tiempo (se actúa en forma inmediata), de in­ tensidad (golpear fuerte al contendor) •• En este caso la relación de semejanza es creada por la misma metáfora. El uso de la expresión contribuye a limitar económi­ camente la explicación de estrategias y tácticas, con ella se con­ densa una lección pragmática para atacar al enemigo: N o se le deben otorgar concesiones ni de tiempo ni de espacio que le permitan moverse en otra dirección a la prevista. • La función principal de la metáfora es proporcionar una com­ prensión parcial de un tipo de experiencia en términos de otro tipo de experiencia. En este caso implica aceptar semejanzas aisladas previas, por ejemplo, asumir que la acción de perseguir 394

IcrnunJo L vtrjd j Gatkjp

requiere com o menos dos personas, que perseguir es semejante a coger, alcanzar, cazar; que caliente guarda relación con tempe­ ratura, que contrasta con frío, que puede referir estados de áni­ mo: “Se calentaron los ánim os”, “estoy que ardo” etcétera. A estos aspectos de la función metafórica podem os agregar otros, pero con lo referido nos basta para resumir parcialmente las implicaciones que tiene este análisis de lenguaje en la com ­ prensión del conflicto armado. Las metáforas generan una red de implicaciones. H ay enemigos que representan una amenaza contra la segundad, esta amena­ za exige replantear los objetivos, reorganizar prioridades, esta­ blecer una cadena de acciones, trazar nuevas estrategias, im po­ ner unas tácticas apropiadas, y así sucesivamente. La metáfora: persecución en caliente, destaca ciertas relaciones y oculta otras. N o se trata sólo de una manera de ver la realidad: constituye en este caso una licencia para llevar a cabo acciones con conse­ cuencias que pueden resultar predecibles. La aceptación real de la metáfora proporciona las bases para ciertas inferencias, las describe el colum nista Rangel: en adelante habrá persecu­ ción de la Fuerzas Militares sobre los guerrilleros que busquen refugio en la zona de despeje después de atacar a la población y a la Fuerza Pública. Y agrega: “Si el Estado logra hacer esto con efectividad y contundencia, las Farc serán disuadidas de realizar más abusos, pues ello les significará altos costos” . Es importante destacar cóm o se van entrelazando también otras metáforas, como en este caso: la metáfora de costo-beneficio.1: La cuestión sobresaliente tiene que ver con los resultados de ac­ ción derivados de la metáfora, cóm o se ponen en circulación IJ Fernando Estrada G . “Metáforas del poder” . En: E l Estado y la Fuerza. Bucaramanga. 1999,pp. 219-269.

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Metáfora y conflicto arm ado en Colombia

“verdades” a través de los medios de comunicación, cómo se apren­ den y se enseñan, cómo logran efectos persuasivos sobre la gente. La prensa, la radio, la televisión y el Internet conforman los vehí­ culos mediante los cuales los lenguajes adquieren validez. La

a r g u m e n t a c ió n c o m o g u e r r a

Sin embargo, la relación metafórica entre la argumentación y el conflicto político pese a sus ventajas metodológicas parece in­ suficiente para dar cuenta cualitativa de un tipo de relación más estrecha entre ambos dominios. Considérese como ejemplo, la guerra psicológica y la propagan­ da en un conflicto. En la primera se usan eufemismos, expre­ siones de doble sentido, ironías, frases duras, acusaciones men­ tirosas, y todo como parte integral de una estrategia de debili­ tamiento del enemigo. Con tales estratagemas lo que se preten­ de es minar la moral del contrincante a la vez que aumentan la fuerza moral del atacante. Se procura ganar la voluntad de la opinión pública (Al “M ono Jojoy ” una caricatura le representa como Hitler, D ' Artagnan compara las imágenes del cautiverio de los soldados y policías retenidos por las Farc, con prisione­ ros en un cam po de concentración). En estos casos, los senti­ mientos que se despiertan tergiversan el uso original de las pa­ labras. A l menos en parte, aquí parecen coincidir el tema y el foro de la metáfora. De hecho, en la propaganda no se da lugar al debate, lo que importa es afectar subliminalmente al oyente. Apreciem os que en ambos casos no se trata tan sólo de una relación específicamente metafórica. Un debate no es sólo estructural mente semejante a la guerra, sino que puede llevar a la misma si los resultados de la negocia­ ción se estancan, si las partes en conflicto insisten en hace notar 396

1c man da UstruJu

CialUyo

sus diferencias, si radicalizan en la mesa sus temas en desacuer­ do. Recordemos que en los comienzos de la modernidad los de­ bates religiosos giraban en torno a dogmas centrales de los dis­ tintos credos. En la historia de todas las religiones, herejía, quiso decir desviación de aquello que se percibía como normal u orto­ doxo, lo que dio pie a la persecución por parte del establecimien­ to. La situación inminentemente grave del conflicto en el Medio Oriente entre palestinos e israelíes proviene de fundadas ene­ mistades de cada una de las partes, odios reprimidos por muchos años; tal y como están las cosas, ni la presencia de negociadores internacionales, ni la mediación de los Estados Unidos, logra despejar las inquietudes de violencia que se pueden seguir des­ atando en Jerusalén y las demás ciudades de Israel. Allí en ese lugar, la negociación, el debate y la guerra, están mucho más próximos que una relación metafórica distante. La perspectiva metafórica o la analogía de la argumentación com o extensión de la guerra se ha relacionado también con la concepción de juegos de competencia, de tal manera que se sustituyen los efectos reales de la misma. En los juegos de gue­ rra el simulacro encubre las crueldades de la misma. Esto tiene que ver con la idea de que jugar es un tipo de “actividad educa­ tiva” que como el ejercicio, nos prepara para la vida real. Hay contados ejemplos trasferidos del mundo animal que se susten­ tan en ambos enfoques, sobre todo aquellos que relacionan el juego con la agresión del contrincante.13 En muchas culturas, de hecho, el debate se ha estipulado como una clase de juego con reglas específicas. Antiguamente en la 1:1Para una aplicación corregida de la teoría de los juegos a] caso del conflicto colombiano, véase: María del Pilar Castillo y Boris Salazar. “Jugando a la violencia en Colombia: el dilema de pagar o no pagar”. En: Cuadernos de Economía. Vol. XV, Num. 25.1996, pp. 185-197.

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Metáfora y conflicto arm ado en Colombia

India se tenían tres tipos de debate con reglas precisas de orien­ tación -la discusión, la disputa y la polémica-; en la Grecia Antigua, los retóricos alardeaban de poder enseñar a cualquie­ ra cóm o ganar todo tipo de contienda; en la Medioevo Tardió el arte de disputar jugaba un papel central en la enseñanza; en las cam pañas electorales de los Estados Unidos o en las cam­ pañas para elegir Alcaldes y Gobernadores en Colom bia, los canales de televisión colocan especial interés en programar de­ bates. Esta form a de comunicación pública representa históri­ camente un mecanismo de intercambios arguméntales privile­ giado para dirim ir los conflictos y apreciar las diferencias. A nalicem os el caso de la disputado medieval. Esta práctica estuvo integrada a la esfera educativa. A un estudiante se le asignaba un tema, no necesariamente dentro de su especiali­ dad, que tenía que defender contra las objeciones que po­ drían hacerle otros estudiantes o profesores. La dinámica so­ bre los puntos a tratar así como el tiempo para cada subtema estaban severamente restringidos. Una mesa de jueces deter­ m inaba si el estudiante pasaba la prueba superando las obje­ ciones. A lgunas disputadonescr&n tomadas com o “ejercicios” preliminares que preparaban al estudiante para la prueba real. La prueba real, la disputado definitiva, facultaba al estudiante para ejercer su carrera profesional. Por el contrario, si el estu­ diante fracasaba en una disputado, aplazaba los beneficios ob­ tenidos del grado. Lo que parece resultar semejante al juego en el caso de la disputado, no es sólo la existencia de reglas estrictas, sino el hecho de que las conductas involucradas no se toman definiti­ vamente “en serio” . Así como el niño aprende a jugar en los videojuegos en autopistas de alta velocidad sin considerarse Juan Pablo M ontoya, aunque se lo tome muy en serio, un estu398

I i r rundo ¡airada (,allcvu

diante en la disputado se preparaba para defender tesis en las que en verdad no creía. Lo mismo puede suceder con los estu­ diantes en una academia militar cuando por medio de “juegos de guerra” se les exige comportarse simulando un conflicto real. Pese a ello, al darse atención más precisa al estado mental del jugador, por lo que respecta a las consecuencias de su acción, es fácil ver cóm o tales juegos llegan subliminalmente a condi­ cionar comportamientos que no diferencian entre el mundo real y el juego: en la actualidad perder una disputado puede signifi­ car perder un trabajo, una reputación, la carrera, etcétera. Y mucho más: el sofista del Filoctetes (diálogo de Platón) sufrió una pena moral al haber perdido una argumentación (probable­ mente se suicidó). En la India, los filósofos / teólogos que ga­ naban una argumentación tenían derecho a llevarse consigo los discípulos del contrincante. El debate entonces puede encausar las acciones polém icas de tal manera que derrote las pretensiones de grupos sociales enteros o las aspiraciones de individuos particulares, juega un papel prim ordial a la hora de iniciar un conflicto. En este sen­ tido el debate no es sólo análogo a una lucha cuerpo a cuerpo, sino que realmente es una confrontación con las característi­ cas de una guerra. Se puede ilustrar lo anterior con metáforas que describen el ám bito académico: “L o mató la refutación de sus tesis”, “ Publica o perece” , “La teoría es una to rtu ra” , “L o m ataron los nervios para defender su tesis”. Si alguien refuta la teoría o los argum entos de otra persona -en los que esta ha invertido su vida entera- de hecho está realm ente hi­ riendo no sólo la teoría sino al científico que está detrás de ella, que la ha defendido. Si a través de la argum entación, la exposición pública o algo sim ilar se procura el descrédito de otra persona, esta queda en efecto golpeada, herida m oral­ mente, pierde seguridad en sí, en su habilidad para continuar 399

M etáfora y c o a flic t o a rm a d o en C olom b ia

creando, y en casos extremos, el desprestigio los separa de sus amigos, de su familia.14 El

esla bó n

m e t o n ím ic o

L o que demuestra lo anterior es que los argumentos empleados en la guerra pueden ser expresados de una manera más directa que la metáfora, una manera que nos lleva a la relación metommica entre la palabra y la acción en el conflicto. La metáfora establece un vínculo entre varios dominios de cosas en virtud a la seme­ janza, no se requiere una relación directa entre ellas; algo distin­ to sucede con la metonimia que depende de una relación más íntima entre los fenómenos. Cuando Manuel Marulanda le re­ cuerda al gobierno el “ robo de las gallinas y los marranos” no se refiere únicamente a los animales de campo, sino a la guerra que inició el Estado colombiano contra los campesinos hace 40 años y que dio origen a la conformación de las Farc (Fuerzas armadas revolucionarias de Colombia). La expresión “gallinas y marra­ nos” se usa en este caso metonímicamente a cambio de la guerra y el robo contra el campesinado debido a la relación que tiene el campesino con la crianza de los cerdos y las gallinas. Se puede ver entonces que cualquier relación directa entre las cosas puede resultar suficiente para la metonimia. En la guerra como en la vida cotidiana hacemos uso frecuente de tales relaciones.15 14 En respuesta a la crisis de un paradigma científico, los defensores del mismo, suelen translucir dolorosamente su experiencia personal, así Thomas Kuhn describe por ejemplo la reacción de W. Pauli en los meses anteriores al momento en que el documento de Heisenberg sobre la mecánica matricial señalara el camino hacia una nuevateoría cuántica: “Por el momento la física se encuentra otra vez terriblemente confusa. De cualquier modo, es demasiado difícil para mí y desearía haber sido actor de cine o algo pareci­ do y no haber oído hablar nunca de la física” . Véase: Thomas Kuhn. La estructura de las revoluciones científicas. México. FC E. 1982. p. 138. 15 Véase: Lakoff y Johnson. Metaphors ¡ve hve by, Op. Cit. pp. 38-39.

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t emando k tirada Galltpo

Considérese las siguientes frases metonímicas que conectan el argumento con la guerra: “Previendo la sangre que se iba a de­ rramar no le quedo otra que ceder”, “En Jerusalén de nuevo el pequeño D avid se enfrenta a G oliat”, “Aquí en C olom bia lo que impone respeto es el fusil” (Mono Jojoy), “Se requiere ma­ nejar la zanahoria con el garrote”, “Venezuela tiene un Vietnam en sus narices” (El presidente Chávez refiriéndose a los presuntos efectos del Plan Colom bia). En cada una de estas expresiones encontramos una relación de causa-efecto entre la guerra y los argumentos, y viceversa, una relación entre los ar­ gumentos y la guerra. El significado de cada término depende implícitamente de cóm o se organiza la secuencia de los fenó­ menos que se describen, de tal manera que la guerra precede al argumento o, por el contrario, el argumento es causa preceden­ te de la guerra.16 Normalmente una guerra no estalla repentinamente. Antes de la guerra están las exigencias de cada bando del conflicto, la justificación negociada de sus demandas, el alegato sobre los acuerdos traicionados, los impasses que se originan por acciones militares y la constante amenaza con romper los pactos des­ atando una escalada militar. La guerra puede interrumpirse por el pacto de una tregua durante las negociaciones o por el inter­ cambio de demandas y contra demandas que puedan dirimirse. El cese al fuego puede significar detener las acciones de cho­ que y confrontación militar sin suspensión de otras modalida­ des del conflicto com o el secuestro, el boleteo y el chantaje, o 1