La gran estafa de la medicina nazi
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GRANDES TRAGEDIAS DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

Edición reservada a

LOS AMIGOS DE LA HISTORIA

Calle Valportillo Primera, n.º 81 Polígono Industrial. ALCOBENDAS (Madrid)

© Editions Ferni - Geneve, 1976 Círculo de Amigos de la Historia, S. A., Editores. Madrid, 1976

PHILIPPE AZIZ

LA GRAN ESTAFA . DE LA MEDICINA NAZI

CIRCULO DE AMIGOS DE LA HISTORIA

INTRODUCCION

L

os diversos organismos que, bajo la supervisión del partido nazi, dedicaron buena parte de sus actividades a la «investigación médica» no fueron

otra cosa, a la vista de los resultados últimos, que otro eslabón más en la relación inacabable de críme­ nes contra la humanidad. En principio, la intenciona­ lidad real de aquellos experimentos se dirigía hacia un objetivo «práctico». Tomemos, por ejemplo, todo lo relacionado con la cuestión de los gases letales. Heinrich Himmler, Reichsführer de la SS, estaba fundamentalmente preocupado por la eficacia que aquellos gases demostraran en las acciones de gue­ rra. Para llevar a cabo esta comprobación, Himmler no se recató en indicar a sus «Colaboradores

científicos» que utiliza ran exhaustivamente -hasta su desap a rición y exterminio- a los grupos étnicos o

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comunidades constantemente perseguidos por el te­ rror nazi. El desprecio hacia la vida humana fue la premisa desde la cual partieron aquellos aprendices de brujo que utilizaron todo el instrumental y adelan­ tos de la ciencia puestos a su servicio por el poten­ cial industrial e investigador de la Alemania de la época para despilfarrarlos en aberrantes experiencias de un matiz «aristocratista» cuya moral era inexis­ tente. La medicina nazi no implicó otro hecho que Ja puesta a punto del máximo potencial exterminador. Esta fue la consigna en lo que a los judíos, gitanos, alienados y demás elementos sospechosos de capa­ cidad para oponerse a la ideología nacionalsocialista se refería. La práctica de la eutanasia, entre otras, fue uno de Jos actos más evidentemente dirigidos a la extermi­ nación pura y simple de grupos de individuos que por sus enfermedades o, simplemente, su oposición abierta implicaban una denuncia de los métodos nacionalsocialistas. Las prácticas de esterilización fueron otro de los caballos de batalla de la «medicina nazi». Desenca­ denador de auténticas tragedias entre mujeres que debieron someterse a la fuerza a humillantes ofensas a su esencia humana, además de inenarrables sufri­ mientos provocados por el desprecio y el odio, y el descuido y Ja desconsideración más brutales en la forma de comportarse de aquellos pseudomédicos e investigadores que no parecian perseguir otra cosa que figurar de alguna manera en el escalafón de privilegios que el nazismo propiciaba. Esta, por cierto, es la cuestión fundamental; la pregunta real a la que cualquier investigación debe responder. ¿Cómo un hombre verdaderamente dedi­ cado a la profesión de salvar vidas puede utilizar fa

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vida de aquellos a quienes debe salvar para conse­ guir un hipotético avance de cualquier especialidad? ¿No es el respeto al individuo la función última de la profesión y la investigación médica? Tragedia sin paliativos para las víctimas; tragicomedia ridícula, obscena, grotesca en lo que a los responsables de tantas muertes se refiere, toda la cuestión de los procedimientos de los «investigadores» nazis huele fuertemente a masturbación mental, a absoluta falta de cualidades humanas. En el campo concreto de la medicina, el nacionalsocialismo no demostró en nin­ gún momento otra cosa que nulidad y efervescencia de la egolatría más brutal. En los procesos de Nuremberg, aquellos de los nazis comprometidos con los experimentos que hu­ bieron de enfrentarse a quienes les juzgaron, recu­ rrieron en no pocas ocasiones a la «respuesta tipo» que los fascismos han puesto en circulación y que es su marca de fábrica: «Nosotros cumplíamos órde­ nes». ¿Es ésta la ética de un hombre comprometido en una empresa de progreso para la humanidad? A lo largo y ancho de las páginas que siguen, el lector comprobará cómo Hitler y su camarilla de asesinos a sueldo -a sueldo de Hitler y del capita­ lismo alemán- provocó conscientemente el extermi­ nio de grandes masas humanas utilizando el pretexto de la medicina y la investigación farmacológica. No debe quedar duda acerca de aquella grave cuestión: la medicina nazi no fue tal cosa. No existió en ningún momento en ningún aspecto. Privilegios fue lo único que comportó. Tantos fueron los monigotes que se movieron al compás de los privilegios, de 1?.s pre­ bendas ofrecidas por la corrupción nazi, que algunos de los elementos esenciales del progreso humano -como la medicina y otras ciencias- fueron brutal­ mente vaciados de su sentido original para transfor-

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marse en una danza macabra en la que lo único que prevaleció fue la destrucción y el exterminio ciego, sin conciencia. El ejemplo que rotundo. Cualquier indefectiblemente, libertad, que con

el nacionalsocialismo implica es forma de totalitarismo se volverá, contra el ser humano; contra su ser un concepto perfectamente

concreto y definido, aún puede someterse a las cogitaciones de quien tenga un carácter contempla­ tivo e intelectualista. Pero la vida, las vísceras del individuo, nada tienen que ver con abstracciones y subjetivismos metafísicos; menos aún cuando la pér­ dida de esta vida va acompañada de sufrimientos brutales, como fue el caso de la soberbiamente -¿y humorísticamente?- llamada «medicina nazi». JUAN JOSE ABAD

PRIMERA PARTE

1 Heroica resistencia en los campos de concentración

V

erano de 1944. En adelante los combates se desa­ rrollan en las fronteras del territorio alemán.

Desde el 6 de junio los tanques americanos co­ mienzan a invadir, por el oeste, los territorios ocupa­ dos durante cuatro años por los alemanes. Los aliados están a las puertas de París. Desde el 22 de junio las ofensivas de verano del ejército rojo se suceden sin descanso y amenazan directamente las fronteras de Prusia oriental. Son bloqueadas cincuenta divisiones alemanas en la re­ gión que bordea el Báltico. Los tanques rusos pene­ tran en Finlandia hasta Viborg, reducen el grupo del ejército alemán del Centro y, traspasando sobre seiscientos kilómetros el frente del Este, llegan al

Vístula, frente a Va rsovia. Al mismo tiempo, el 20 de agosto, un ataque ruso

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en el sur somete a Rumanía y se apodera de las instalaciones petrolíferas de Ploesti. Los ejércitos alemanes son privados de este modo de su única fuente natural de petróleo bruto. El 26 de agosto Bulgaria se retira de la guerra. Los alemanes se apresuran a abandonar el país. Finlan­ dia, a su vez, se vuelve en septiembre contra las tropas de Hitler y les fuerza a evacuar su territorio. El torno se cierrra inexorablemente sobre el impe­ rio efímero del 111 Reich. Al final del mes de agosto los ejércitos alemanes del

oeste

han

perdido

quinientos

mil

hombres

-muertos o prisioneros- y la casi totalidad de sus tanques,

camiones

y

cañones.

La línea Sigfrido

carece de hombres y de artillería. «Ya no hay ejército de tierra y menos de aviación», dice el general Speidel, antiguo jefe de estado mayor de Rommel. El Führer encarga a Goebbels de organizar la última movilización general. Es la locura. Se llama a filas a muchachos de 15 a 18 años, y a los hombres de 50 a 60 años. Depurando de este modo los institutos, las universidades, los despachos, las gran­

jas, las fábricas, los nazis reúnen seiscientos mil nuevos combatientes, los Volks grenadiere (granade­ ros del pueblo).

La última carta de Himmler En

Berlín,

en

su

d e sp a c ho

de

la

P r inz­

Albrechtrasse, el Reichsführer Himmler piensa toda­ vía en la forma de aumentar su poder. Convertido en jefe del ejército del interior, se las arregla para poner en pie de guerra a veinticinco divisiones de Volksgre­ nadiere para la defensa del Oeste. No se olvida sin

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embargo de sus responsabilidades policiales y con­ centracionarias. Estas responsabilidades son denun­ ciadas casi todos los días con el máximo rigor por los órganos de prensa del mundo no hitleriano... Radio Moscú critica diariamente en sus editoriales. «Hein­ rich Himmler, el torturador más inmundo del régimen nazi, el que ha cometido los crímenes más atroces». En la radio americana el gran escritor alemán Tho­ mas Mann no cesa de denunciar, como un procura­ dor implacable, «las actuaciones criminales de la Gestapo, este instrumento de terror inventado por un loco s anguinario, Himmler». En cuanto a los ingleses y a los polacos refugiados en Londres, revelan cada dia un poco más los horrores perpetrados por la S.S. en los campos de concentración. Presintiendo la inminencia de la derrota, Himmler comienza a prepararse para el porvenir previsible en adelante. Sus enviados secretos son encargados de entrar en contacto con los representantes de la Cruz Roja internacional. El Reichsführer está dispuesto a negociar la vida de cientos de miles de rehenes encerrados en sus campos, contra su propia impuni­ dad. Es su última carta para escapar al castigo que se acerca. Pero se mantiene prudente. Hay testigos de­ masiado molestos que vale más reducir definitiva­ mente al silencio. Durante este mismo mes de agosto el comandante Hoss recibe de Berlín instrucciones muy precisas. Himmler le dicta el comportamiento que deberá adoptar:

«cuando el ejército rojo se aproxime al

campo, tendra que arrasarlo, destruir los documen­ tos, exterminar a los prisioneros e incinerar todos los cadáveres sin dejar huellas. No conservar más que las brigadas necesarias para realizar estos trabajos y

exterminarlas en cuanto se realice la liquidación del campo.»

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Al día siguiente llega a Cracovia una copia de esta orden en manos de los clandestinos del P.P.S. (par­ tido socialista polaco), en realidad de obediencia comunista por su jefe pri.ncipal.

La resistencia polaca en Auschwitz

Desde hace cerca de dos años, en efecto, a escon­ didas de las autoridades S.S.,

los detenidos de

Auschwitz han conseguido establecer contactos permanentes con la resistencia polaca. En agosto de 1942 el resistente comunista polaco Joseph Cyrankiewicz, antiguo secretario del partido socialista de Katowice, futuro secretario del comité central del partido socialista, comunista y primer ministro de «Polonia popular», de 1947 a 1970, es transferido de la prisión en la que está encerrado, desde hace más de un año, en el campo de Ausch­ witz. Allí encuentra a compañeros de lucha y funda con ellos un grupo de resistencia (llamado bloque antifascista) que agrupa a detenidos de nacionalida­ des diversas y prefigura fa coalición que él dirigirá en 1947 y que impondrá el poder comunista en Polonia.

Cyrankiewicz concibe la idea de transformar los contactos personales que algunos detenidos tienen con el exterior en una red organizada de informacio­ nes y de evasión. Algunos fugitivos que consiguen escapar del campo por medio de esta organización precaria van a engrosar a su vez las filas de los maquis de la resistencia, y continúan manteniendo contacto con los prisioneros. La cadena exterior está asumida enteramente por el P.P.S. Este colabora en esta época con el gobierno polaco en el exilio en Londres, que ha fundado, para sostener su acción, un comité de ayuda al campo.

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El grupo de resistencia que actúa en el interior del campo reúne a una mayoría de polacos. A pesar de las fricciones que oponen a comunistas y no comu­ nistas, los detenidos resistentes rebuscan informa­ ciones y los documentos que les es posible sustraer a la vigilancia de la administración alemana del campo. A

través

de complejos

itinerarios,

consiguen

transmitirlos a los resistentes del exterior instalados en Cracovia.

Contactos difíciles

Las dificultades de comunicación son inmensas. Situado a solamente sesenta kilómetros de Cracovia, el campo de Auschwitz forma parte de los territorios incorporados al Reich. La ciudad forma parte del gobierno general de Polonia. Los alemanes han interceptado esta pequeña distancia con una frontera artificial, pero muy vigilada, que contribuye a aislar y a esconder las actividades asesinas del enorme campo de concentración. El correo destinado a Cra­ covia debe ser dirigido en tres etapas. A la salida de Auschwitz, los documentos se cargan en balsas de transporte de carbón que navegan sobre el Vístula entre el Reich y el gobierno general. Confiados al cuidado de fornidos barqueros, llegan así hasta Riczow, última localidad antes de la fron­ tera. La línea de demarcación pasa a través de los espesos bosques que rodean a esta ciudad. Un enviado de Cracovia disfrazado de carnicero y pro­ visto de un salvoconducto falso, se mezcla con la muchedumbre de los obreros, penetra en el bosque y pasa secretamente la frontera. Llega a Chrzanow y transmite los papeles a un

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segundo enviado de Cracovia. Este, gracias a la complicidad de los ferroviarios, coge el puesto del ayudante del mecánico de una locomotora y trans­ porta los papeles al corazón de la ciudad de los reyes de Polonia. Allí las informaciones son cuidadosa­ mente transcritas y estudiadas y después transmiti­ das, según sea su contenido, a la prensa clandestina, al gobierno en el exilio o al comité de ayuda al campo. Este se encarga de proporcionar a los dete­ nidos el máximo de medicamentos, ropa o las herra­ mientas necesarias para las evasiones proyectadas.

Cantando el «Estandarte rojo» Obreros civiles, introducidos en el campo por la S.S. para

trabajos diversos,

sirven a menudo de

agentes de enlace. Estos hombres modestos y des­ conocidos arriesgan diariamente su vida para man­ tener un contacto precario con los condenados de Auschtwitz. Una mañana de julio de 1944, la S.S. procede por sorpresa a un control de las mochilas que llevan a la espalda los obreros, en el momento en que llegan para trabajar. Los soldados no descubren más que raciones de pan que sobrepasan la cantidad prevista para la jornada de los trabajadores. Infracción que parece anodina... La S.S. no lo duda. Han entendido que el pan sobrante está destinado a los famélicos prisioneros. Todo el grupo de los obreros es conde­ nado a muerte. Torturados hasta la agonía, se nega­ rán a denunciar a los dirigentes de la organización secreta con la cual están en contacto. Entran en la cámara de gas cantando el himno del P.P.S., el Estandarte rojo», y provocan la admiración ce

de los propios S.S.

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El agente «Hermanita»

Las informaciones que llegan al mundo exterior se refieren a los temas más diversos y, si no son siempre útiles estratégicamente, testimonian la voluntad de vivir de estos prisioneros de la muerte. Encierran artículos políticos, reportajes, comenta­ rios sobre la vida del campo, la llegada de los transportes de gases, los cambios en la administra­ ción S.S., las fricciones entre servicios concurrentes, las visitas de los altos dignatarios, etc... No interviene censura alguna en la transmisión de estos textos, que suponen la única luz en el túnel del horror diario: la seguridad para cada uno de hacer oír su voz desde el fondo del abismo. El grupo de la resistencia ha logrado la colabora­ ción eficaz de agentes que tienen acceso a los expedientes de la propia administración y le comuni­ can las órdenes más secretas de Berlín. Uno de estos intrépidos espías es una «hermanita», llamada María, miembro de la Cruz Roja alemana. Es ella la que en febrero de 1944, ha permitido la transmisión a Cracovia del ejemplar original del libro de contabilidad de las ejecuciones del campo. Con­ tiene la enumeración

exacta de las condenas a

muerte desde los orígenes de Auschwitz hasta octu­ bre de 1943. La hermana María transmite al mismo tiempo las copias de todas las órdenes que Berlín dirige secretamente al comandante del campo. Estas informaciones «ultrasecretas» llegan, des­ pués de largos y complejos recorridos, al gobierno polaco en el exilio en Londres, que las hace difundir por la B.B.C. La sorpresa y la preocupación de las autoridades alemanas, cuyas órdenes son expuestas públicamente, aumentan los sentimientos de insegu­ ridad de la S.S. de Auschwitz.

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Pánico entre la S.S.

El plan de liquidación secreta que Himmler ha hecho llegar a Htiss en este mes de agosto de 1944 tiene el mismo destino. Es telegrafiado en secreto a los dirigentes de la resistencia polaca en Varsovia. La insu rrección llega a su punto álgido en la capital, pero la radio consigue comunicar el mensaje a Londres. Desde el día siguiente ingleses y america­ nos reaccionan violenta y públicamente. Dirigen una declaración radiofónica en varias lenguas a Himmler y a sus subordinados. Los d irigentes nazis son advertidos de que sus nombres se conocen y de que tendrán que responder personalmente hasta de crí­ menes que todavía proyectan cometer. Este mensaje provoca un gran pánico entre la S.S. del campo. El comandante Htiss se ve obligado a responder inmediatamente por un comunicado oficial. Anuncia a los detenidos que no tienen nada que temer y que ninguno de ellos está amenazado ... ¡ M ientras el humo sale constantemente de las altas chimeneas de Birkenau! Pero el 111 Reich tiembla por su base y se resquebra­ ja. Auschwitz, en los confines del imperio nazi, está ahora al alcance de los cañones de la artillería rusa. La esperanza, junto con la incertidumbre, aumenta entre los prisioneros. El desaliento sigue a la euforia. ¿Cuántos vivirán la liberación? ¿Bombardear Auschwitz?

A lo largo de este agitado verano de 1 944, la Agencia judía, la gran organización de los judíos de Palestina, recibe informaciones detalladas sobre los exterminios en los campos de la muerte. Espantados

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por los horrores que no se atrevían a imaginar, los responsables de la Agencia someten inmediatamente a los aliados un plan de bombardeo de Auschwitz. Destruir los crematorios y las vías férreas que abaste­ cen el campo debería permitir la detención conside­ rable del ritmo forzado de las exterminaciones. El número de supervivientes aumentaría hasta la libera­ ción. ¿Por qué los aliados no han llevado a cabo esta acción sencilla y salvadora? Manvell y Frankel reve­ lan que el asunto se hizo público durante el proceso de Eichmann. «Sin embargo, dicen, en 1963 Churchill y Sir Arthur Harris, jefe del Bomber Command, declararon que no tenían noticia de esta petición. Sir Arthur Garrís añadió que si hubiera recibido la orden de bombardear Auschwitz, aunque el campo estu­ viera fuera de su sector, no hubiera podido ccconcebir una operación que se planteara con más interés... En aquella época, ignoraba, dice, la existencia de los campos de exterminio. Sin embargo, se ha compro­ bado que los Estados Unidos, al nivel de secretario de Estado de la Guerra, y la R.A.F., a un nivel no mencionado, se han negado ambos a continuar con este proyecto, en razón de las c•dificu\tades de orden técnico• y •de los riesgos de represalias que tal acción encerraría para los prisioneros». Según Her­ mann Landau, director general del Comité de Soco­ rro de Urgencia de los Estados Unidos, la respuesta de la R.A.F. contenía la frase siguiente: ••Nosotros nos ocupamos de problemas de estrategia, no de asuntos humanitarios ... Sin embargo, el gobierno polaco en el exilio había dirigido a sus agentes en Varsovia un memorándum fechado en 24 de agosto de 1943 del que se des­ prende que la R.A.F. había tenido intención de bom­ bardear Auschwitz, particularmente las fábricas de

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productos sintéticos. En cuanto a los americanos efectuaron expediciones aéreas sobre el campo en junio, septiembre y diciembre de 1944. Pero estas operaciones no se dirigían a destruir las instalaciones para la muerte. A fin de cuentas fueron los propios alemanes los que las destruyeron.»

,

2 La mañana en la que los crematorios dejaron de funcionar

E

1 1 7 de noviembre d e 1944, un amanecer gris y triste se levanta sobre Auschwitz. Un subofi­ cial S.S. entra precipitadamente en la habitación de Nyiszli. Con tono confidencial le anuncia que acaba de llegar una orden de Berlín con carácter de urgen­ cia. En adelante está prohibido matar a nadie en el campo, de la manera que sea. El mensaje ha llegado por radio y ha interrumpido inmediatamente las actividades de los crematorios. Nyiszli recibe la noticia con desconfianza. Le pa­ rece increíble, inesperado. ¿Se habrá equivocado Mengele? « ¡Será siempre así!», decla recientemente. Al final de la mañana la noticia se confirma. Nyiszli, situado detrás de la ventana de su laboratorio, vigila la «rampa judía». Un tren de cinco vagones frena rechinando ante las puertas del crematorio n.º 1.

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Quinientos deportados debilitados, enfermos, des­ cienden embrutecidos sobre el andén. La orden de transporte indica que el campo de reposo que se les ha prometido es en realidad una cámara de gas. Sin embargo, allí, ante la pesada puerta del crema­ torio, el convoy es detenido por la guardia S.S. Se inicia una acalorada discusión con los g uardianes que han acompañado al tren y que están provistos de órdenes precisas. El despacho político del campo niega el acceso al crematorio. Los prisioneros, igno­ rantes de lo que pasa, se d ispersan sobre el muelle pidiendo agua para refrescarse. La S.S. reúne bru­ talmente a esta muchedumbre, la dan media vuelta, y la dirigen, ordenadamente, hacia las barracas de Birkenau. Por primera vez en la historia del campo, los enfermos d uermen la tarde de su llegada, sobre los piojosos jergones de las barracas. Apenas pasada una hora, el silbido lejano de una locomotora anuncia la llegada de un nuevo convoy. Nyiszli se precipita exaltado. ¿Se repetirá realmente la escena? Una loca esperanza le invade. Son judíos de Eslovaquia, hombres, mujeres, niños, ancianos y adolescentes mezclados. Descienden en desorden sobre el muelle. No se da ninguna orden de alineamiento. Todos conservan su maleta en la mano. La S.S. ya no les fuerza brutal­ mente a abandonar sus provisiones en un rincón. No se perfila por ninguna parte la silueta de un médico seleccionador. Algunos minutos después, todo el mundo es con­ ducido hacia la derecha, al barrio C de Birkenau. Tranquilamente, las madres empujan los cochecitos de sus h ijos; los jóvenes sostienen la marcha dificul­ tosa de los ancianos. Esta mañana, las puertas del crematorio han permanecido completamente cerra­ das ante los convoyes de la m uerte.

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ESTAFA DE LA MEDICINA NAZI ¿Pero cuál será el destino del

Sonderkomando?

Este acontecimiento de buen augurio hace nacer una gran esperanza y una inmensa tranquilidad entre los prisioneros. Pero el corazón de Nyiszli está invadido por una angustia helada. Si la industria de la muerte se detiene, el Sonderkommando, testigo mo­ lesto del horror, deberá desaparecer fatalmente. Una nueva vida comienza en el K.Z. Ya no hay más muertes violentas. Es preciso esconder el pasado, el pasado sangriento. Habrá que demoler los cremato­ rios, llenar las fosas de las carnicerías y hacer desaparecer a cualquier testigo o protagonista de los horrores. Los miembros del Sonderkommando, conscientes de la situación, esperan de un instante a otro la irrupción de los S.S. que vendrán a exterminarlos. Al mediodía de esta jornada, Nyiszli se acerca al oficial S.S. que por la mañana le ha comunicado la buena noticia. Tímidamente, sin mostrarle su miedo, le pregunta: -Las órdenes que me ha comunicado han sido ejecutadas desde esta mañana. Pero ¿ conoce usted las instrucciones que conciernen al Sonderkomman­ do? -El Sonderkommando -responde el S.S.- será conducido dentro de algunos días a una fábrica para realizar trabajos forzados, de guerra subterránea, en alguna parte cerca de Breslau. Nyiszli se queda clavado. Conoce el verdadero sentido de estas palabras tranquilizadoras. La m uerte está ahora cercana. Este suboficial, del que se ha hecho amigo, no ha querido más que evitarle una mala noticia. El húngaro vive en el crematorio desde hace demasiado tiempo para ignorar lo que las bruscas ((mutaciones)) significan.

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17 de noviembre de 1944. Dos de la tatde. Las nubes se acumulan sobre las chimeneas de Birkenau. Los hombres del Sonderkommando. inactivos, están enclaustrados en sus habitaciones. Un pesado silen­ cio reina en la desierta sala de los hornos. Después una orden rompe esta angustiosa quietud: Al/e eintreten! Este grito familiar señala mañana y tarde las reuniones del Sonderkomman do para el control de los efectivos. Las puertas de las habitaciones se abren. Los hombres salen en silencio como si esperasen esta llamada desde la eternidad. Una lila tranquila y ordenada se dirige a lo largo del corredor y se desparrama lentamente en el patio. Ni sorpresa, ni protesta. El grupo se reúne ante los abetos que se pliegan bajo la nieve. Sus ojos no se detienen más que unos segundos sobre las siluetas inmóviles que les rodean, con la metralleta en la cadera. iA la izquierda! ¡izquierda! Entre dos lilas armadas, los hombres son dirigidos hacia el Krema n.º 2. Una última m i rada al cielo por encima de las alambradas y los m i radores. El grupo es empujado en silencio hacia la sala de las calderas. Pronto los Kommandos de los crematorios 2, 3 y 4 vienen a reunirse con él. Cuatrocientos cincuenta hombres se miran insisten­ temente, se preguntan, se hablan. Van a recorrer juntos la última etapa que les separa de una m uerte violenta. Cada uno se sienta donde puede, lo más cómodamente posible. De repente un hombre se levanta y toma la palabra con una voz fuerte y tranquila. Treinta años, delgado, con el pelo negro, con unas galas pequeñas de montura de acero, es el dayen, padre auxiliar de una pequeña comunidad judia de Polonia. Fue el encargado, durante meses, de quemar el desecho del «Canadá•, todos los objetos que pertenecieron a los judlos asesinados y

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que los S.S. juzgaban inútiles de conservar: alimentos descompuestos, documentos, diplomas, condecora­ ciones m ilitares, pasaportes, actas de matrimonio, libros de oraciones, objetos piadosos, biblias...

El discurso del ccDayen 11

Día y noche el fuego alimentado por el dayen ha consumido cientos de miles de fotografías de recién casados, de padres ancianos, de niños regordetes y de niñas. Las páginas de los libros de oración se han abierto una última vez en las anotaciones de tinta que recuerdan los aniversarios de parientes muertos. Estas páginas han dejado escapar a menudo las flores secas, recogidas sobre la tumba de los parien­ tes más amados, enterrados en todos los cementerios de Europa. El dayen ha sufrido mil m uertes reali­ zando esta espantosa tarea. ·Hermanos judlos, dice, una voluntad inson dable ha enviado a nuestro pueblo a la muerte; el destino nos ha reservado el deber más cruel: el de ayudar a su destrucción y ser testigo de su desaparición hasta las cenizas. Jamás se ha abierto el cielo para apagar con una borrasca las hogueras que consumían los cuerpos humanos. Debemos aceptar con la resigna­ ción de hijos de Israel que esto debe sucedemos una vez más de este modo. Es Dios quien lo ha ordenado. ¿Por qué? No nos corresponde a nosotros, débiles humanos, averiguarlo. »Semejante decisión se nos escapa No temáis la m uerte. ¿Qué valdría la vida si, por un extraño azar, consiguiéramos incluso conservarla? Volveríamos a nuestras ciudades y pueblos; moradas frías y sa­ queadas nos acogerían allí. En cada habitación, en cada rincón, el recuerdo de nuestros desaparecidos

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flotaría ante nuestros oj o s velados por las lágrimas. Sin familia, sin padres, andaríamos errantes sin en­ contrar lugar alguno de reposo y tranquilidad, como la sombra i nquieta y peregrinante de nuestro antiguo yo y de nuestro extinguido pasado.)•

M asacre del

Sonderkommando y destrucción de

los crematorios

El rostro del dayen se ha transfigurado. El chas­ quido seco de las cerillas de los que se d isponen a encender el último cigarrillo rompe únicamente el silencio. Las pesadas hojas de las puertas se abren. El Oberscharführer Steinberg irrumpe en la sala acompañado de dos guardianes, metralleta en mano: «Que salgan los médicos», grita con voz i mpaciente. Nyiszli se levanta en compañía de sus tres colabora­ dores. En el palio, el S.S. les pide que tachen ellos mismos sus n ú meros de la lista de los Sonderkom­ mandos. Se les ordena volver a sus habitaciones y permanecer allí arrestados. Al día siguiente por la mañana, cinco camiones con toldo penetran a g ran velocidad en el patio de los crematorios. Depositan en montones sangrientos los cuerpos carbonizados de los Sonderkommandos. Después del gas, la hoguera, la inyección en e l corazón, la bala e n l a nuca y l a granada de fósforo. acaba de ser utilizado un nuevo método de destruc­ ción: estos hombres transportados por la noche a un bosque vecino han sido asesinados con lanzallamas. Solamente Nyiszli y sus hombres d isfrutan todavía de una prórroga, concedida por el doctor Mengele. ¿Por cuánto tiempo? Unos días más tarde, el 26 de noviembre de 1944, el doctor Mengele llega de improviso a la habitación del

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húngaro. Sin nada que hacer, angustiado, este último deambula entre los muros fríos y mudos. El ruido de sus pasos resuena extrañamente .en medio del silen­ cio tan poco frecuente de los edificios abandonados. -Debe usted abandonar este lugar -dice Mengele a Nyiszli-. Por orden superior, el campo de Auschwitz deberá desaparecer completamente. Por el momento los crematorios 1 y 2 van a ser destruidos, el n.º 3 está ya fuera de servicio, pero el n.0 4 será conser­ vado para la incineración de los muertos del hospital. Ustedes cuatro vayan a instalarse a los edificios que continúan siendo util izados. Llevarán allí igualmente las instalaciones de la sala de disección, las piezas del museo y los archivos. Nyiszli asiente sin responder. Unas horas más tarde asiste a una de las escenas más emotivas de la historia de Auschwitz. En efecto, ese día un Kom­ mando de j udíos dinamita las instalaciones construi­ das por judíos y que han visto morir a tantos hermanos suyos. Uno tras otro los muros de ladrillo rojo se hunden con un estrépito de trueno, prefigura­ ción del hundim iento del 111 Reich. Nunca han traba­ jado los obreros con tanto ardor y esperanza. A partir de este día los S.S. se refugian cada vez más frecuentemente en el alcohol. Una tarde, el Obers­ charführer Mussfeld apenas se tiene sobre sus piernas. Con paso vacilante se aproxima a la mesa en la que cenan Nyiszli y sus tres compañeros. Se inclina y dice con la dicción titubeante de los alcohó­ licos: -Buenas noches muchachos... Pronto vais a re­ ventar todos... Pero después será nuestro turno. Porque se aproxima el final. Los rusos están a cuarenta kilómetros de Auschwitz.

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Se desvela la terrlble verdad

Mientras que en Auschwitz los S.S. se esfuerzan por hacer desaparecer los testigos y las huellas de sus crímenes, los aliados inundan Alemania de panfletos y de llamadas a la razón. «El pueblo alemán no debe ignorar más tiempo que sus jefes son los m ayores asesinos de todos los tiempos•, se lee en un panfleto ruso. (Lástima, Stalin, antes y después les hizo la competencia.) Las radios inglesas y americanas di­ funden sin parar revelaciones cada vez más precisas sobre el infierno organizado por el 111 Reich. El 14 de enero de 1 945, el gran escritor Thomas Mann, conciencia de la Alemania en el exilio, grita la verdad a sus conciudadanos: «Alemanes, no podréis reconciliaros con el mundo más que con una condición y, si no la cumplís, jamás comprenderéis lo que os va a ocurrir. Tenéis que tomar conciencia del perjuicio que una Alemania abocada a la brutalidad por una dictadura mons­ truosa ha causado al mundo. Debéis tomar concien­ cia del horror de los crímenes cometidos en nom bre vuestro, incluso si alguno de entre vosotros no tenía más que una idea vaga en la época ... Los que me escucháis, ¿qué sabéis de Mai'danek? Es un campo de exterminio cerca de Lublín en Polonia. No es un campo de concentración ordinario, sino una gigan­ tesca máquina de muerte. Allí hay un enorme edificio coronado por una chimenea de fábrica: es el mayor crematorio del mundo. Vuestros dirigentes habrían preferido sin duda destruirlo antes de la llegada de los rusos, pero está todavía en pie, levantado como un monumento erigido a la memoria del 111 Reich. Más de medio millón de europeos, hombres, mujeres y niños, han sido asfixiados en las cámaras de gas e incinerados a un ritmo de 1 .400 diarios. Noche y día

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la chimenea humeaba y la fábrica de muerte funcio­ naba a pleno rendimiento. « Las instituciones suizas para la salvaguarda de la humanidad están al corriente de todo esto. Sus delegados han visitado los campos de Auschwitz y de Birkenau. Han contemplado lo que ningún ser hu­ mano habría podido imaginar si no lo hubiera visto con sus propios ojos... Desde el 1 5 de abril de 1942 hasta el 1 5 de abril de 1944 estas dos fábricas de exterminio han destruido 1 .71 5.000 judlos. ¿Os pre­ guntáis de dónde saco estas cifras? Con el sentido del orden que caracteriza al pueblo alemán, vuestros compatriotas no han dejado de hacer trabajar a sus contables. Se ha encontrado este macabro fichero junto con centenas de millares de pasaportes, de papeles de identidad establecidos en 22 paises de Europa..... Llegan los rusos

Cuatro días más tarde, el 1 B de enero de 1945, el ruido de las baterías pesadas del ejército rojo hace temblar los pesados muros de los pabellones de Auschwitz. Crepitar de ametralladoras, detonaciones de cañones, resplandores que iluminan el horizonte: la línea de fuego está cercana. Durante la noche la S.S. ha abandonado precipitadamente el recinto de los crematorios. El frío glacial hiela los huesos descarnados de los prisioneros, reunidos desde hace horas en las barra­ cas. La S.S. no tiene ya n i el tiempo, ni medios necesarios para « liquidar» a esta muchedumbre mo­ lesta. Los rusos están a las puertas del campo. Hay

que evacuar sin demora. Los enfermos demasiado débiles para andar son encerrados en las barracas.

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Abandonados, sin cuidados, sin alimento, pocos de ellos tendrán fuerza para conservar un soplo de vida que les permita conocer el final del calvario. Los otros prisioneros van a ser arrojados a las carreteras atestadas por el éxodo en el que las poblaciones alemanas del Este conocerán también una suerte trágica. La temperatura desciende hasta 20 grados bajo cero. Desnudos bajo sus harapos, hambrientos, agotados, los prisioneros conocen el último estadio de la «selección•. El camino quedará sembrado de cadáveres, últimos mártires del apocalipsis. La •rampa judía• abandonada se recubre lenta­ mente de nieve. las hogueras del bosque de Birke­ nau se llenan de espesos copos. Las huellas de la masacre desaparecen lentamente bajo es espeso ta­ piz inmaculado.

Auschwltz abandonado

Altas llamas iluminan el cielo plomizo de Ausch­ witz. Los edificios de la Kommandantur arden y consumen los archivos en los que la muerte está cuidadosamente contabilizada. Ante la puerta del campo una muchedumbre sucia y aterida espera la orden de partida. La columna se pone en marcha. Las alamedas vacías son barridas por el viento glacial; las puertas mal cerradas gol­ pean contra las paredes de los bloques de ladrillo gris. Los piojos hormiguean todavía en los jergones abandonados. la plaza en la que la llamada intermi­ nable marcaba a diario el horror del infierno parecía inmensa, desierta por primera vez en este negro amanecer. El •Canadá• se levanta, intacto, al borde de las alambradas. Los tesoros acumulados permanecen

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como los únicos testigos irrisorios y trágicos de millones de vidas humanas asesinadas metódica­ mente en esta lúgubre llanura. El último médico S.S., el doctor Thilo, abandona el campo. Franquea el portalón. Arbeit machi trei ! La inscrip­ ción retiene una ú ltima vez su mirada desilusionada. El doctor Thilo cierra cuidadosamente las puertas de hierro y empuja brutalmente el interruptor central de electricidad. Las luces se apagan en el gran cementerio del judaísmo europeo. Los ojos de Thilo vagan lenta­ mente sobre las alambradas y las líneas confusas de las barracas que adquieren un relieve conmovedor en la penumbra. Se cierra el telón sobre la tumba anónima de m illones de inocentes... Pero el martirio de los prisioneros no ha terminado sin embargo. M ientras que el telón cae sobre Ausch­ witz, los prisioneros van a tener que enfrentarse a la última estación del calvario himmleriano: el éxodo a través de carreteras atascadas, ametralladas, invadi­ das por una oleada humana indescriptible.

La marcha de la muerte

«Marchamos sin descanso -cuenta Marc Klein-, seguidos por los resplandores del fuego de artillería, y constantemente sobrevolados por aviones rusos. Poco antes del alba atravesamos la pequeña ciudad de Plass, tranq uilamente dormida, con sus mag­ níficas fachadas del siglo XVIII: eran las primeras casas que veíamos desde hacía mucho tiempo. Es allí también donde adelantamos a columnas de mujeres procedentes de Birkenau, a las que se concedía

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algún descanso. Como la noche era muy clara, yo había observado, según las constelaciones, que ha­ bíamos cambiado varias veces de d i rección. La salida del sol, radiante, nos volvió a dar valor. Pero los desfallecim ientos fueron cada vez más numerosos, porque escalábamos una región de colinas con pen­ dientes bastante duras. Al llegar a lo alto de las colinas, se veía, delante y detrás de uno, la fila interminable de hombres vestidos a rayas, andando con paso desigual y cada vez más lento. En un poblado unas rr.ujeres nos ofrecieron leche. La pie­ dad humana, 'JUes, existía todavía. Después de unos minutos de parada, se inició la marcha a través de un paisaje ondulado y uniformemente nevado. No fue hasta el mediodía cuando, en una pequeña agrupa­ ción de granjas, pudimos por fin detenernos. tomar un frugal almuerzo y reposar algunas horas. Una granjera nos dio té caliente a pesar de las impreca­ ciones de un centinela S.S. Después me dormí en la nieve durante unas cuatro horas.') El éxodo mortal se inicia de nuevo a Ja caída de la noche. Los amigos se agrupan estrechamente para apoyarse. El descanso demasiado corto no ha sido suficieite para reponer las débiles fuerzas de los viajeros de la muerte. Los compañeros se relevan para no sucumbir al frío y al sueño. Se apoyan unos sobre otros y duermen andando, por turnos. «La segunda noche -eontinúa Marc Klein- fue mu­ cho más espantosa que la primera; ya no nos dába­ mos cuenta a qué velocidad andábamos. Debíamos avanzar muy despacio, seguíamos carreteras intermi­ nables, íbamos a lo largo de vías férreas por las que iban convoyes militares, camuflados de blanco, su­ biendo hacia el frente. Los resplandores debidos al fuego de la artillería se alejan cada vez más. "Los fuegos de artificio de los bombardeos aéreos

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sobre los centros urbanos vecinos formaban u n espectáculo grandioso. Los disparos sobre los que no podían proseguir fueron numerosos y, de repente, una verdadera batalla se inició en nuestra propia carretera: posteriormente supimos que grupos de patriotas polacos habían intentado, en vano, inter­ ceptar la carretera y liberarnos. Después de un duro enfrentamiento, la calma volvió de nuevo, y n uestra siniestra marcha se reanudó. Los disparos aislados se multiplicaban cada vez más. Cada detonación significaba la muerte de un camarada agotado." Marc Klein se deja ir y cae a su vez en el sueño, llevado por sus camaradas. Pero un disparo de fusil estalla a su lado y le despierta. Tarda algunos minutos en comprender que no es sino uno de sus compañeros quien ha sido abatido. Es preciso cami­ nar, caminar.

Las aluclnaclones

« Entonces sobrevinieron las alucinaciones que co­ nocen todos los que se han cansado en la nieve. Murmurábamos las cosas más incoherentes -conti­ núa- pero me acuerdo todavía, con gran claridad, de todas mis visiones y de las descripciones increlbles que me hacían mis compañeros más cercanos. Hacia la mañana descendíamos rápidamente una carretera en pendiente, interminable; toda la columna se pre­ cipitó, agotándose, y los d isparos se hicieron cada vez más numerosos. Tuve la sensación de formar parte de un rebaño de ganado, parecido a esos rebaños de corderos que enloquecen en la trashu­ mancia. Por fin, al amanecer, entramos en una pe­ queña ciudad, bordeada por gigantescas instalacio­ nes industriales: habíamos llegado a Loslau.....

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Desorden y caos

En adelante reinan el más absoluto desorden y caos. Los S.S., hasta entonces ejemplos implacables de la disciplina, ya no son más que hombres perse­ guidos, fugitivos en potencia, mezclados a la misera­ ble muchedumbre escapada de la muerte. El último episodio de Auschwitz sumerge a los verdugos y a las víctimas en la misma incertidumbre y en el mismo pánico. Ya no hay frontera tangible entre los deteni­ dos y los guardias. El clima de la derrota borra cualquier jerarquía. Sin embargo, en un último intento de energía, la S.S. obliga a los prisioneros a avanzar. «¿Pero, dónde ir --cuenta un deportado- vestido como para un lúgubre carnaval en un país caliente, entre una población hostil, sin conocer la lengua ni el país?» ¡Ay de los retrasados! Son abandonados a su destino. Hay que avanzar sea como sea. Georges Wellers ha abandonado Auschwitz al amanecer, entre los últimos supervivientes , con un pequeño grupo de médicos y enfermeras. Han cargado el material del hospital en trineos tirados por dos caballos. Se han encaminado por la carretera helada, han atravesado la pequeña ciudad desierta de Auschwitz, y final­ mente han cogido una larga, una interminable carre­ tera que serpentea fuera de toda aglomeración. Hacia las once de la noche -cuenta- nuestro grupo empezó a alcanzar y en seguida a adelantar a los atrasados. Su número aumentaba rápidamente. D e repente, se observaba u n a figura desconocida con los ojos huraños y la marcha vacilante de un borra­ cho. Andaba algunos instantes a nuestro lado, des­ pués se separaba y desaparecía en la noche. Pronto estas siluetas titubeantes se hicieron muy numeroce

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sas; después adelantamos a los hombres que sublan lentamente por la nieve a cuatro patas, como enor­ mes y fantásticos animales, y se hundían torpemente, la cabeza primero, para quedar inmóviles, después de haber sido sacudidos por algunos movimientos ri­ dículos y espantosos. Y la columna continuaba su marcha»

«¿Tendremos pronto un descanso?» En medio de la noche, un suboficial S.S. se apro­ xima al grupo de médicos que avanza con dificultad. Se dirige a Georges Wellers: Komm hier! (¡Ven aquí!) «Abandoné la fila y le seguí. Me llevó una veintena de pasos atrás y me enseñó a un pobre hombre vestido de rayas, tendido en medio de la carretera completamente vacía. Su pulso era débil e irregular, y se esforzaba por decir algo, pero no conseguía más que gruñir lenta y suavemente ... ¿Qué le ocurre? ¿Se puede hacer algo por él?,., preguntó el suboficial. Con mi mal alemán respondl que el hombre estaba ago­ tado y helado y que la única cosa que se podia hacer por él era ponerle en la cama y darle un ron caliente. ·Pero no puedo hacerlo.• •¡Yo tampoco! Además, si continúa usted la carretera, encontrará en ella cien­ tos de cadáveres en las mismas condiciones.» Aber ..

dar ist schreklich! (¡Pero es espantoso!)-. repetía mi alemán. El acaba de tomar en aquel mismo instante la guardia de nuestra columna y estaba visiblemente impresionado por las condiciones en que marchába­ mos. «¿Tendremos pronto un descanso?» ..¡Si, muy pronto!» Entonces cargué a mi desgraciado compa­ ñero sobre la espalda y continué la marcha. Durante un cuarto de hora anduve lentamente de este modo y

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no veía ante mí más que la carretera interminable, los campos cubiertos de nieve. Ni una luz en el horizon­ te. Durante este cuarto de hora pasé delante de unos veinte montones humanos extendidos sobre la carre­ tera. Finalmente, me detuve y deposité al compañero en el suelo. Era ya un cadáver.»

Constantemente nuevos agonizantes

Wellers, retrasado por su carga, se ha dejado distanciar por la columna. Aprieta el paso para alcanzar a sus amigos. Pero se choca constante­ mente con nuevos agonizantes. «De vez en cuando, me aproximaba a los que se movían todavía e intentaba levantarlos y convencer­ los para que anduvieran. Algunos daban algunos pasos y se hundían de nuevo. Y siempre ni una luz, ni una voz, nada más que el viento y la nieve. »Al cabo de una media hora de marcha rápida, alcancé a mis compañeros.» Contrariamente a Marc Klein y a otros muchos ccevacuados.. que han dado su testimonio, Wellers no oye después ningún disparo. Los centinelas no aba­ ten a los retrasados. Al menos d urante esta primera noche de marcha. La tarea era inútil: el frío y la nieve transformaban sin duda alguna a los hombres com­ pletamente agotados y medio desnudos en cadáveres helados. Al amanecer, la columna llega a un pueblo llamado Nikolai, en el que se descansa algunas horas, al abrigo de una granja llena de paja. La carretera que se toma después atraviesa una región más habitada. La vista de las casas, de las que escapa un delgado hilo de humo, evoca una loca esperanza en el corazón de los hombres. El suave

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calor de una chimenea, el consuelo de un tazón de sopa... « A cada instante, se veían siluetas .. a rayas.. dirigir­ se, siempre vacilando, o incluso a cuatro patas, hacia las casas, para hundirse en la nieve delante de las puertas. Entonces, muy a menudo, se abrían éstas y una mujer nos gritaba, exasperada, que la librasen de ese semicadáver que quería buscar asilo en su casa, y algunas intentaban, a fuerza de golpes, echar al moribundo, sin lograrlo.»

Ultima y fantástica hecatombe

A medida que el cerco se cierra sobre el territorio alemán, la incoherencia y el pánico se apoderan de las autoridades nazis. Himmler no ha tenido tiempo de realizar la empresa de exterminio de la que había sido encargado. La muchedumbre fantasmagórica de los deportados es una carga molesta que se arroja sobre las carreteras, esperando que la muerte la destruirá en su mayor parte. Las vías férreas están destruidas y las comunicaciones son difíciles. Las intervenciones humanitarias de los gobiernos neutra­ les y de la Cruz Roja aumentan la locura de los comandantes de los campos. Cada uno i ntenta dis­ culparse y desembarazarse de estos molestos testi­ gos, arrojando al azar, sobre las carreteras, sus hordas famélicas y casi desnudas. Sin destino, sin dirección, las columnas de los deportados andan errantes durante dias por la nieve y en el fria. El espectáculo de estos muertos vivientes ofrece a las poblaciones alemanas la ú ltima cara del infierno de la s.s.

Inmensos convoyes de deportados en vagones descubiertos, a una temperatura de 30 grados bajo

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cero, se dirigen hacia Buchenwald, Oranienburg, M authausen, Ravensbrück, Dachau, Bergen-Belsen. El efectivo de estos campos, ya a tope, llega a proporciones demenciales. Las epidemias provocan allí su última y más fantástica hecatombe: m illares de muertos cada día en Belsen ... Más tarde, a causa de la penetración de las tropas angloamericanas en el territorio alemán, estos cam­ pos serán evacuados a su vez. El mes de abril de 1945 ve de este modo un entrecruzamiento enloque­ cido de columnas de morib undos, una acumulación de semicadáveres en trenes que no saben dónde van. Fosas comunes jalonan las vías. Más tarde servirán para marcar el camino de estos forzados huraños a los que su última «Selección» envía de nuevo, masi­ vamente, a la muerte.

Reaparición de Hoss

HOss, confinado desde hace algunos meses en Berlín, en un despacho de la dirección general de los campos, no habrá asistido al naufragio convulsivo de su reino. Su sucesor, el Sturmbannführer Baer, es un mediocre. Ha vivido el final de Auschwitz sin reaccio­ nar. La disciplina S.S. ya no era tan rigurosa. Todo se relajaba. Los últimos sobresaltos de este i nfierno organizado se han producido en medio de la incohe­ rencia. El sálvese quien pueda se había convertido en el lema común de esclavos y verdugos. Baer no sentirá siquiera Ja necesidad de tener al corriente a Pohl, el hombre que reina en el universo concentra­ cionario. En medio del desorden generalizado, Pohl se ocupa, sin embargo, de la liquidación del imperio S.S. Reclama informes sobre el final de Auschwitz. Pero éstos no llegan. Baer permanece mudo.

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Entonces Pohl decide, en el último minuto, enviar al lugar al antiguo comandante, Hoss. Este recibe la orden y emprende el camino de Auschwitz. «Me encontré a Baer en Gross-Rosen, donde que­ ría organizar las llegadas -scribe Hoss--. Le pregunté dónde se encontraba su campo, pero él no sabia nada exactamente. El plan de evacuación primitivo había sido contrarrestado por el avance de los rusos en dirección al sur. Inmediatamente cogí de nuevo la carretera para intentar llegar a Auschwitz y para convencerme sobre el propio terreno de que se habia destruido allí, conforme a las órdenes, todo lo que habia de importante. Pero me vi obligado a dete­ nerme a orillas del Oder, cerca de Ratibor: la van­ guardia de los tanques rusos patrullaba ya al otro lado del río." Mientras HOss intenta llegar a Auschwitz, se cruza por la carretera con largas filas de deportados y de S.S. que huyen del campo. Está sorprendido por las condiciones atroces de esta retirada loca. Descripción por Hiiss del «Camino de la cruz•

.. Los espectáculos a los que he asistido después de la orden de evacuación me han afectado de tal modo que no los olvidaré nunca -escribe-. No había ninguna provisión para los deportados. Los Unterführer que dirigían estos convoyes de cadáveres vivientes igno­ raban en la mayor parte de los casos dónde tenian que dirigir sus pasos. Todo lo que sabían era que Gross-Rosen debía ser su última etapa, pero la forma cómo lo conseguirían seguía siendo un misterio para ellos. Era fácil seguir las huellas de este ((camino de la cruz• po rque c ada cien metros se chocaba uno con un detenido muerto de agotamiento o fusilado.•

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Hóss intenta desviar los convoyes para hacerlos pasar por el oeste. Hay que despejar a cualquier precio las carreteras del centro, demasiado entorpe­ cidas ya por el éxodo de las poblaciones civiles. Intenta igualmente, dice, prohibir las ejecuciones d e los rezagados. «Desde la primera noche -cuenta- he podido ver en la carretera, cerca de Leobschütz, todo un pelotón de detenidos fusilados; su sangre corría aún; acaba­ ban, pues, de ser abatidos; salía de mi coche a la vista de un cadáver cuando oí, en las cercanías, disparos de revólver; me puse a correr en esa dirección; llegué justo a tiempo para ver a un soldado detener su moto y disparar sobre un detenido que estaba apoyado en un árbol. Le interpelé violenta­ mente preguntándole por qué había abatido a este desgraciado del que no era responsable. Me respon­ dió con una risa insolente y me declaró que eso no era asunto mío. Saqué mi revólver y le maté a mi vez: era un Fe/dwebel (ayudante) de las fuerzas aéreas.» De vez en cuando, Hóss se encuentra igualmente a oficiales que vienen de Auschwitz en los más d iver­ sos vehículos. HOss detiene su huida y los coloca en los cruces para que reúnan las columnas de los prisioneros y los canalicen hacia el oeste.

Huida desesperada de alemanes, de Ingleses y de polacos ante los rusos

«Vi también convoyes que estaban instalados en vagones-plataformas destinados al transporte del carbón y detenidos en pleno viaje sobre una vía de garaje. Muchos hombres estaban m uertos de frío; no había ninguna provisión para ellos. Vi también gru­ pos de detenidos que avanzaban apaciblemente hacia

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el oeste, sin ninguna escolta: se habían liberado y los centinelas habían desaparecido. También encontré grupos de prisioneros ing leses a los que no acompa­ ñaba nadie: no querían caer en manos de los rusos. Soldados S.S. se habían subido a camiones que transportaban refugiados; funcionarios, encargados de la construcción o de la agricultura, ocupaban la carretera con convoyes enteros. Pero nadie sabía a dónde les llevaba esa carretera: conocían solamente el nombre de Gross-Rosen que se les había asignado como destino. El campo estaba cubierto de nieve, el frío era intenso. Las carreteras estaban embotelladas de columnas de la Wehrmacht y de convoyes de prisioneros; los accidentes de coche eran numerosos en la resbaladiza calzada.• Los refugiados polacos se unen a los deportados en esta huida desesperada ante los tanques rusos. Los cadáveres de hombres, mujeres y niños se mezclan, al borde de las carreteras, a los de los prisioneros. A la salida de un pueblo, Hbss observa a una mujer instalada sobre un tronco de árbol. Indife­ rente al caos, canta para acunar a su hijo. Pero el hijo está muerto y la mujer loca. En Gross-Rosen, la saturación llega al límite. Las cohortes de los supervivientes, que esperaban tener allí un poco de descanso, son inmediatamente dirigi­ das más lejos. Siempre más lejos, hacia el oeste ... E n camiones descubiertos, soldados S.S. muertos des­ cansan tranquilamente entre los cuerpos de los dete­ nidos. Los supervivientes, sentados sobre los cadáve­ res, indiferentes, mastican su trozo de pan. ((Hasta el último momento -concluye el comendante H6ss- he desplegado toda mi energia para poner un poco de orden en este caos. Pero esto no podía servir de nada. Habia llegado el momento de escapar nosotros mismos.»

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La úlllma entrevista H6ss-Himmler

Una mayor preocupación intranq uiliza el espíritu de Hoss: proteger a su familia. Se reúne con ella cerca de Ravensbrück. Después, siguiendo los pasos de Himmler, se repliega con ella al Schleswig­ Holstein. Es el éxodo en las carreteras embotelladas y bombardeadas, entre las barreras anticarros y las baterías pesadas. Allí es donde se entera de que el Führer ha muerto, abandonando a su pueblo en la catástrofe. Hóss consigue resguardar a su familia en casa de una vieja institutriz. Después, libre de esta preocupa­ ción, se presenta en Flensburg. Los últimos dignatarios S.S. se han agrupado aqui alrededor del Reichsführer. Hóss encuentra a sus viejos compañeros: Maurer, Glücks, G ebhart. Tiene una última entrevista con Himmler. El imperio triunfante de la S.S. se ha dislocado en el pánico. Ha llegado el día de despe­ dirse dignamente, sin lamentaciones. Han sido dio­ ses; ahora deben morir como hombres. Al final de la tarde, los últimos leales se han reunido en un pe­ queño salón. Se abre la puerta: el Reichsführer hace su entrada. Está radiante de buen humor. «Sin embargo, piensa H6ss, el mundo, ha desapa­ recido ... El comandante de Auschwitz está invadido por una extraña emoción. Ha sonado la hora del adiós. El sacrificio de su vida a los ideales grandiosos de la S.S. y del nacionalsocialismo va a encontrar en este instante su última j ustificación. HOss, en este momento decisivo, espera del jefe supremo de la Orden Negra una actitud de dignidad. Se prepara para el último y fraternal apretón de manos. Pero Himmler, en quién él ha puesto toda su

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confianza, y cuyas órdenes eran sagradas, no le ofrece a modo de despedida más que estas palabras: -Escóndanse entre la masa del ejército derrotado y camúflense bajo el uniforme de la Wehrmacht. El peso de la vergüenza y de la desesperación se abate entonces sobre el angustiado S.S. Los ojos del fiel servidor expresan todo el desprecio del mundo. Un seco saludo, un choque de talones sonoro y abandona la habitación sin una palabra. El mundo de Rudolf HOss acaba de hundirse. Su fe también.

Colgado en Auschwltz

Lleva a su viejo camarada Glücks, que está al borde de la m uerte, al hospital más próximo, presentándole bajo un falso nombre. Después desaparece y se funde en las filas de la marina. En calidad de contramaestre, se esconde en la escuela naval de la isla de Sylt. Pronto la escuela naval cierra sus puertas. HOss, antiguo agricultor, se ha visto enviado como obrero a una granja cerca de Flensbourg. Allí pasa dias tran­ quilos y laboriosos, visitando a su familia de vez en cuando. Pero los británicos están sobre las huellas del antiguo comandante de Auschwitz. El 1 1 de marzo de 1946, a las 23 horas, un destacamento de la gendarmería inglesa llega a las cercanias de la pequeña granja. Hoss se deja arrestar sin resistencia. El frasquito de veneno que lleva siempre sobre él se ha roto dos días antes. Interrogado por los ing leses, es conducido a Nu­ remberg. Es llamado como testigo de descargo en el proceso de Kaltennbrunner, último jefe de la Oficina

Central de la Seguridad del Reich (R.S.H.A.) El 20 de

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mayo de 1 946, Hoss es entregado solemnemente a las autoridades polacas. Conducido a Cracovia, es juzgado y condenado a muerte. Será colgado el 15 de abril de 1947 en Auschwitz, en el mismo teatro de la tragedia que él puso en escena.

La confesión de Hiiss

Durante los meses que preceden a su ejecución, en el secreto de la celda donde espera la muerte, Hoss medita sobre su destino y nos entrega sus pensa­ mientos, sus móviles y sus confidencias con una rabiosa sinceridad. No ha dejado nada en la sombra, desde su infancia hasta su ascenso en la jerarquía nazi. Hoss explica y comenta todos los episodios de su vida, exacto como un escriba pero encarnizado, en esta última hora, por librarse del halo de terror y de muerte que en adelante forma parte de su leyenda. «Me encuentro ahora al final de mi vida --escribe en sus memorias, Kommandant in Auschwitz-. ¿Cuál es mi juicio hoy sobre el 111 Reich? ¿ Sobre Himmler y sus S.S., sobre los campos de concentración y la policía de seguridad? ( ... ) Igual que en el pasado, perma­ nezco fiel a la filosofia del partido nacionalsocialista. Cuando se ha adoptado una idea d urante veinticinco años, cuando se ha entregado a ella cuerpo y alma, no se renuncia a ella porque los que debían realizar­ la, los d i rigentes del estado nacionalsocialista, han cometido errores y actos criminales que han levan­ tado contra ellos al mundo entero y hundido en la miseria, para decenas de años futuros, al pueblo alemán. Por mi parte no soy capaz de una renuncia semejante . .. Y HOss continúa aprobando s i n reserva l a ccmística del jefe• sobre la que Hitler ha fundado su poder.

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·Cada alemán debe someterse, sin condición y sin critica, a los dirigentes del Estado, considerados como los únicos capaces de comprender y de satis­ facer las verdaderas aspiraciones populares. •Todo ciudadano que no se someta a esta doctrina deberla ser eliminado de la vida pública. Es en este sentido y con este fin con los que Himmler ha creado y educado a sus S.S., los campos de concentración y la Dirección de la Seguridad del Reich ... »Mi amor apasionado por la patria y mi conciencia nacional me han conducido hacia el partido nacio­ nalsocialista y hacia la S.S. ·Considero la doctrina filosófica, la Weltans­ chauung (concepción del mundo), del nacionalsocia­ lismo como la única apropiada a la naturaleza del pueblo alemán. La S.S. era, en mi opinión, defensora activa de esta filosofia y esto la hacia capaz de llevar gradualmente al pueblo alemán entero a una vida conforme a su naturaleza (... ). Hoy, reconozco tam­ bién que el exterminio de los judíos constituía un error, un error total. Es esta aniquilación masiva la que ha traído sobre Alemania el odio del mundo entero. No ha sido de ninguna utilidad para la causa antisemita. Muy al contrario, ha permitido a la judería acercarse a su propósito final.))

•Yo también tenia un corazón

...

»

Después HOss intenta una justificación personal: «Ciertamente yo era duro y severo, a menudo dema­ siado duro y severo, como me doy cuenta hoy. ·Despechado por los desórdenes o las negligen­ cias, me he permitido, a veces, palabras malvadas de las que habría hecho mejor en abstenerme. ·Se han producido muchos hechos en Auschwitz

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-pretendidamente en nombre mio y bajo mis órde­ nes- de los que nunca he sabido nada: no los habría tolerado ni aprobado ( ... ). Que el gran público conti­ núe considerándome como una bestia feroz, un sádico cruel, como el asesino de millones de seres huma­ nos: las masas no podrlan hacerse otra idea del antiguo comandante de Auschwitz. No comprenderán jamás que yo también tenla un corazón . .. •

La hora del castigo

El hundimiento del 111 Reich arrastra en la misma calda caótica a los fieles servidores y a los oportunis­ tas del régimen. Primeros papeles o figurantes, los actores de la g randiosa y sangrienta tragedia conce­ bida por Hitler se encuentran solos, frente a ellos mismos, a la hora del fracaso. La muerte estará con frecuencia presente en la cita de la derrota. En el momento de la expiación se h unden con su empera­ dor; pero las últimas convulsiones no son siempre dignas de los triunfos pasados ... La tecnología, el pragmatismo, la eficacia, han sido puestas al servicio de la muerte y de la destrucción. La dimensión absoluta que los nazis han dado al racismo latente de la civilización occidental ha sacu­ dido las bases de ésta. Los tribunales aliados van a constituir una irrisoria tentativa por exorcizar este maleficio. La medicina nazi es una de las principales acusa­ das. Los médicos nazis han encubierto con su cien­ cia y su prestigio los millones de asesinatos cometi­ dos en nombre de la Raza. La corte militar americana reunida en Nuremberg para juzgar a los médicos S.S. pronunciará las nume­ rosas sentencias, por otra parte ilegales y a veces

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sorprendentes, q u e hemos dicho e n e l tomo prece­ dente de la presente serie. Pero muchos consiguen escapar a las persecucio­ nes. Algunos, es verdad, se hicieron justicia ellos mismos: pero los otros conseguirán reintegrarse en una vida social tranquila y serena ... Como es el caso, en los dos sentidos, de algunas de las celebridades de Auschwitz.

Wlrths: remordimientos y suicidio

Cuando el ruido de los primeros cañonazos del ejército rojo llega a las puertas de Auschwitz, los médicos están entre los primeros que escapan. Se anuncian los arreglos de cuentas. Más vale desapa­ recer y fundirse entre la masa que los tanques rusos empuja ante ellos. Sin remordimientos, el Dr. Wirths, el joven y brillante Standartarzt, abandona su puesto antes incluso de la evacuación del campo. Desde hace varios meses ya, la atmósfera de Auschwitz le parece irrespirable. No pudiendo disimular la absurda inutilidad de sus investigaciones, había abandonado sus anárquicas experiencias. Sus enfrentamientos con el despacho político de la Seguridad habían ensombrecido el último año. Ante la ideología nacio­ nalsocialista el Dr. Wirths se sentia cada vez más incómodo. El horror cotidiano de las selecciones, el espectáculo de los exterm inios se le habían hecho insoportables. A lo largo del verano de 1944 inter­ cepta, por casualidad, una masa de documentos secretos que algunos intentan hacer salir del campo. Amenaza a los culpables y les obliga a revelarle la existencia de la organización clandestina que fun­ ciona desde hace un año, a espaldas de la S.S. y de la Seguridad. Pero no los denuncia.

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Para contrariar a Grabner, su antiguo adversario de la Gestapo, y para granjearse testimonios favorables, ha g uardado silencio. Ha favorecido incluso hasta el final la transmisión del correo destinado a los resis­ tentes polacos. Su buena voluntad le ha llevado hasta a salvar de la horca a uno de los detenidos responsa­ bles de la red clandestina. S u huida discreta y rápida le autoriza a esperar una tranquila impunidad. Llega sin dificultades a la zona inglesa, situándose en un anonimato tranquilizante. Pero Wirths está atormentado por los escrúpulos. Sus experiencias criminales y sus múltiples activida­ des en Auschwitz no dejan ningún respiro a su conciencia atormentada. Durante el verano de 1945 se entrega a las autori­ dades militares británicas. Y, en septiembre, en la soledad de su celda, se suicida sin esperar a ser j uzgado. El Standartarzt de Auschwitz será el único médico que haya puesto fin a sus dias. Los colegas del doctor Wirths están lejos de asumir su responsabili­ dad con la misma dignidad. Los doctores de segunda

fila

El 20 de noviembre de 1 947 el doctor Thilo, ciru­ jano jefe de Auschwitz, y gran amigo del doctor Mengele, encuentra la muerte en Berlín en circuns­ tancias misteriosas. Thilo, este cirujano que, «para adquirir destreza,,, obligaba a todos los detenidos afectados de hernia a operarse, se ha enterrado como una rata d urante meses. «Después de sus operaciones -testimonia un depor­ tado- hacia una selección entre sus enfermos, decla-

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rando a la mayor parte de ellos no aptos para el trabajo y enviándolos a la cámara de gas. Ocurrió que médicos empleados en el hospital intentaron escon­ der a algunos enfermos. Este doctor les ha amena­ zado si lo volvlan a hacer. El mismo médico Thilo ha obligado igualmente a las mujeres a operarse de fibromas y de diferentes tumores ginecológicos, para practicar.» El doctor Thilo mostraba una extraña predilección por los abortos provocados al final del embarazo (al 6.0 ó 7.0 mes). Muy pocas mujeres escapaban de esto. Todo nacimiento, en verdad, valía en Auschwitz condena a muerte. En cuanto al doctor Rhode, joven, amable y educado, trataba con atención y compasión a sus colegas detenidos. Mostraba por otro lado una particular benevolencia hacia la doctora. Ella, Lingens-Reiner, su antigua condiscipula en los ban­ cos de la Universidad de Marburg. Pero si él confesaba su repugnancia a proceder a las selecciones, con ayuda del alcohol realizaba su deber sin debilidades. «Era un hombre de humor alegre, dotado de una gran conciencia profesional», decía uno de sus supe­ riores S.S. La derrota de los ejércitos alemanes le sorprendió en el campo de Natzwei ler-Struthof, en Alsacia, donde acababa de ser trasladado. Llevado ante la corte militar de Wuppertal, en compañia de los verdugos de Natweiler, fue conde­ nado a muerte en el mes de mayo de 1 946 por el asesinato de cuatro mujeres inglesas. Su ejecución tuvo lugar algunos dias más tarde. Paradójicamente, su actividad asesina en Auschwitz no ha sido nunca juzgada. En el oscuro cuadro que constituyen los médicos S.S. en actividad en los campos de concen­

tración, el doctor Fischer constituye una excepción. Médico jefe del campo de Monowitz, uno de los

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satélites de Auschwitz, fue siempre de una corrección perfecta hacia sus colegas detenidos. Algunos anti­ guos prisioneros no d udan en hablar i ncluso de su humanidad. Pero Fischer, tampoco él, no rehusó jamás participar en las selecciones. En enero de 1 945 evacúa Monowitz con sus dete­ nidos y desaparece en el desorden de la huida general. Su nombre es poco citado. Escapa así a las redadas justicieras de los aliados, en el primer pe­ riodo de la posguerra. Durante veinte años lleva una vida retirada, sin ser inquietado nunca por su oscuro pasado. El gran proceso de Auschwitz, abierto en 1965 en Francfort-sur-le-Main , le sorprende en plena tranqui­ lidad. Llevado ante los tribunales, es juzgado y condenado a muerte el 25 de marzo de 1 966. Poco después es ejecutado. Pero estos tres hombres -Thilo, Rhode, Fischer­ no son más que los elementos menores. ¿Cuál ha sido la suerte de los verdugos cuyos nombres quedarán cruelmente impresos para siem· pre en el martirologio de Auschwitz?

SEGU N DA PARTE

1 U n samaritano de la sabana

K

hartum. Abril de 1959. El pesado DC-6 de la Lufthansa se posa suavemente en el aeropuerto aplastado por el sol. Los pasajeros guiñan los ojos al bajar lentamente la pasarela. Después de la penum­ bra climatizada de la cabina. la canlcula que reina en la capital sudanesa les seca inmed iatamente la gar­ ganta. Entre ellos, un joven periodista enviado por la revista Christ und Welt (Cristo y el mundo). Durante un mes va a recorrer Africa y reunir los elementos para un artículo sobre la presencia y la actividad de los médicos europeos en esta región. En la frontera en que confluyen el Sudán, el Congo (futuro Zaire) y el Africa ecuatorial francesa, descubre el hospital de Li-Jubu. Allí vive un médico alemán , en compañía de su mujer. En la profundidad de la

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sabana africana se consagra en c uerpo y alma a su arte. Se presenta: doctor Horst Schumann. Pero este nombre no evoca ningún recuerdo en la memoria del joven reportero. El doctor Schumann es el único médico para u n distrito inmenso de ochenta m i l habitantes. E l periodista se sorprende p o r l a extrema entrega de ese hombre solitario y sereno. Trabaja sin descanso, al límite del agotamiento. Opera todos los días d urante cinco o siete horas sin parar. Pero sus funciones no se limitan al ejercicio de la medicina. El hospital se encuentra en inmediata proximidad con la frontera; en esta región aislada el doctor Schumann hace funciones de autoridad admin istrativa: sella los pasaportes, ejerce la comandancia de policía. Es una especie de alcalde de la maleza. ·El doctor Schumann no es seguramente un filóso­ fo -escribe el periodista-. Está simplemente al servi­ cio del gobierno sudanés ... Es un desconocido.» ¿De qué manera el samaritano de la selva virgen explica su presencia en este territorio olvidado por los hombres? Se presenta como un médico particu­ larmente interesado por las manifestaciones de la enfermedad del sueño. •Desde hace años, confia al periodista, mi curiosi­ dad cientlfíca se ha movilizado por esta plaga com­ pleja y misteriosa que azota al continente africano. Esta extraña enfermedad detiene la actividad econó­ mica de poblaciones enteras de indígenas y bloquea, por la misma razón, el desarrollo de la región. »Viniéndome a instalar aqul -dice el doctor Schu­ mann- he sacrificado sin reservas mi pasión por l a investigación. Aqul h e encontrado además l a sereni­ dad y la calma propicias para el equilibrio moral de cualquier ser humano. La calurosa acogida de los indígenas no me ha permitido jamás echar de menos la compañía de mis hermanos de raza.

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•Mi esposa ha demostrado un enorme valor acep­ tando compartir plenamente mi retirada laboriosa. Ella es mi más fiel colaboradora... Soy un hombre feliz.»

Reconocido por la fotografía del reportaje

Al final de la entrevista, el buen doctor acepta con prontitud dejarse fotografiar ante su rudime ntario hospital. Vestido con bata blanca, radiante, apacible, posa complacientemente con su mujer y sus enfer­ meros negros. U n as semanas más tarde, los lectores alemanes de Christ und Welt descubren la existencia del eremita de Li-Jubu. El articulo cae en manos de un antiguo deportado de Auschwitz, miembro del Comité Internacional de los Campos. La cara del hombre que figura en la foto provoca en él un verdadero choque. Una helada ola de recuerdos, guardados en lo más profundo de su interior, invade de repente su memoria. Le parece reconocer al especialista de la eutanasia, al castrador de Auschwitz, bajo los rasgos del mo­ desto doctor blanco. ¿ Es posible que el doctor Horst Schumann, buscado por millares de crimenes, sea tan ingenuo como para revelar su nombre a un periodista alemán? El antiguo deportado alerta inmediatamente a sus compañeros del Comité Internacional de los Campos. Inmediatamente se reúnen y deciden ponerse en contacto con el periodista. Este, oliendo un asunto sensacionalista, acude en seguida a la cita fijada por el Comité. Lleva con él otros negativos que no han sido publicados en el articulo. Los rasgos del médico aparecen en ellos todavía con más precisión. No se

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puede d udar. Todos están de acuerdo. Se trata realmente del tristemente célebre investigador: Horst Schumann. La justicia, lanzada en su búsqueda desde el proceso de Nuremberg, no había podido jamás en­ contrar su rastro. El mundo había conocido los crímenes del doctor Schumann a lo largo del proceso de los médicos en 1946. Un testigo había afirmado: .. El jefe de las experiencias de castración y de esterilización en Auschwitz era un tal doctor Schumann.• El gran proceso de la eutanasia organizado en Tübingen d urante el verano de 1 949 había revelado, entre otras cosas, que Schumann había sido el celoso director de los centros d e exterminación de Grafeneck y de Sonnenstein. Se demostró que, entre 1939 y 1 942, Schumann fue el responsable de veinte mil asesinatos perpetrados en nombre de la eutana­ sia. Pero el tribunal había debido constatar que él, "el portavoz de los médicos S.S. de G rafeneck, había desaparecido desde Auschwitzu.

Doble huida

Diez años después, el verdugo reaparece bajo la piel del .. buen doctor blanco• entregado a la causa de los negros ... ¿Qué fantástico giro puede explicar una metamorfosis semejante?, se preguntan sus víc­ timas, petrificadas. La odisea es ejemplar. Merece ser contada. Cuando la invencible Wehrmacht se funde final­ mente ante los tanques y los aviones aliados, el doctor Schumann huye sin dificultad de Ravens­ brück. Hasta el final ha llevado sin decaimiento sus

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sangrientas experiencias sobre las pequeñas zínga­ ras de 1 3 años. Las bombas aliadas le sacan de su delirio científico. Ha llegado la hora de escapar de la venganza de los hombres. Como todos los persona­ jes de alguna importancia del régimen nazi, ha recibido papeles falsos desde hace tiempo. Se presenta como un honorable médico que efec­ túa sustituciones en el frente, durante toda la dura­ ción de la guerra, y encuentra fácilmente un puesto de médico en las minas de Glabneck. Pasan los años, los problemas disminuyen. El furor de los j usticieros parece disiparse en el esfuerzo de la reconstrucción nacional. Vuelve la calma. Alema­ nia parece querer o lvidar los miasmas del nazismo. Schumann se deja llevar por una suave quietud. Su trabajo le interesa. Pronto el pasado no será más que un recuerdo lejano que se desvanece para siempre. El antiguo castrador de Auschwitz está muerto en la memoria de los hombres, para dejar lugar a un médico venerado por sus colegas y sus conciudada­ nos, que lleva una respetable vida de familia. A lo largo del verano de 1951 sus amigos le hablan de partidas de caza proyectadas para el otoño que se aproxima. Schumann es un entusiasta. Y hace mu­ chos años que no ha cogido un fusil. Es ta ocasión de ponerse a ello otra vez, en agradable compañía. En Alemania, para obtener un permiso de caza, hay que entregar un certificado de policía extendido por la ciudad en la que se ha nacido. Sin esperar, el doctor coge su pluma y envía su petición al despacho de policía de Halle-sur-la-Saale, la cuna de su familia, la ciudad donde ha hecho sus estudios, en Alemania del Este. Pero el nombre del que escribe alerta a la municipalidad que posee la lista de los criminales nazis buscados. Esta transmite el expediente a la j usticia de Alemania del Este.

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Unas semanas más tarde, no es certificado de buena conducta lo que es extendido para el doctor demasiado confiado, sino una orden de arresto de la justicia de Alemania Occidental, avisada por la Orien­ tal.

La dimensión de un sacerdocio

Sin embargo, una vez más, la suerte sonrfe a Horst Schumann. Ha sabido conservar antiguas relaciones del tiempo de su esplendor. Sus antiguos camaradas han logrado conservar sus posiciones claves en la administración. Prevenidos del arresto inminente de Schumann, se las arreglan para avisarle la víspera de la fecha prevista. La misma noche, el doctor reúne un poco de dinero y huye con un ligero equipaje. Pasa la frontera clandestinamente, llega al Oriente Medio, se embarca con destino a Japón. Llega a Yokohama a principios de 1 952. Pero el pals le ofrece pocas posibilidades de trabajo. El ruido y la agitación de Asia incomodan mucho a Schumann. Sabiendo que el Sudán tiene necesidad urgente de médicos competentes, sale inmediatamente para Africa. En Khartum se le propone la dirección del hospital de Li-Jubu. Acepta sin dudarlo. Esta retirada aislada le parece el refugio ideal. Pronto hace venir en secreto a su mujer, y comienza una nueva vida de trabajo y abnegación. Su expiación toma la dimen­ sión de un sacerdocio. La soledad y la reflexión han transformado a la bestia del «bloque 10 de Ausch­ witz en un servidor devoto de los pequeños negros del Sudán. ..

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et.Yo no me he equlvocado1>

El 1 6 de noviembre de 1 966 el doctor Schumann es entregado oficialmente a los representantes de Ale­ mania Federal. El antiguo médico S.S. está profun­ damente disminuido por su larga enfermedad y sus sucesivas pruebas. Un hombre desgastado sube penosamente al apa­ rato de la Lufthansa que va a llevarle a su país natal, en el que la justicia le espera. Durante el viaje, el doctor Schumann se relaja y charla libremente con los dos oficiales de la policía criminal que le acompañan. Se defiende de haber sido el amigo y el protegido de N'Krumah, el dictador de Ghana. No quiere deber más que a su único mérito de médico su posición privilegiada. Pero confiesa: .. cuando N'Krumah ha sido destronado, me he dicho: Ahora, ellos van a comprarte con su ayuda a los países subdesarrollados. i No me he equivocado! Ghana ha recibido in mediatamente cuarenta millo­ nes.» Pero la visita del periodista de Christ und Weft destruye esta bella armonía. La justicia debe seguir su curso. Al final de 1959 el gobierno de Khartum recibe una petición oficial de extradición concerniente al criminal de guerra ale­ mán Horst Schumann. El doctor, funcionario oficial de la policia de esta región fronteriza, abandona el país sin d ificultad. Atraviesa el continente africano con una identidad falsa y se refugia en Ghana. El médico de los negros es bienvenido en el reino del «Redentor" Kwane N'Krumah, cerca del cual se han refugiado otras celebridades del 111 Reich de mayor entidad, como la aviadora Hanna Reistch. El gobierno de Acera ofrece al doctor Schumann todas

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las facilidades para continuar ejerciendo su oficio. El dictador de Ghana le concede incluso importantes subsidios que le permiten fundar un hospital en Kete-Kratschi. De nuevo el doctor Schumann ejerce el control sanitario de una inmensa región. Pero esta vez dispone de un pequeño avión personal para visitar a sus enfermos. Prudentemente Schumann se pone a resguardo de toda nueva extradición adquiriendo la nacionalidad ghaniana. Sin embargo, en febrero de 1 966, esta nueva vida pacientemente construida se hunde una tercera vez con la caída. de N'Krumah. El golpe de estado de Acera lleva al poder a un gobierno progresista, poco inclinado a proteger a antiguos nazis. Y el gobierno alemán ha encontrado la pista del doctor Schumann. La incertidumbre de su porvenir se añade a violen­ tos ataques de una malaria crónica. Durante ocho meses, el doctor Schumann permanece inmovilizado. Ahora bien, las peticiones de extradición se suce­ den en el despacho del nuevo presidente. Van acom­ pañadas... de enormes préstamos en calidad de ayuda a paises subdesarrollados. El gobierno de Alemania Occidental pone el precio para asegurarse la persona del antiguo médico de Auschwitz.

2 cc Era terrible lo que hacíamos»

D

espués de quince años de tentativas desespera­ das para borrar sus crímenes y construirse una existencia sin pasado, el doctor Horst Schumann se encuentra en Alemania, esposado. Allí está su mujer. Cansada de su existencia de exiliada, vive en Alemania Federal desde noviembre de 1965, rodeada de sus hijos, que han llegado a una edad adulta. Schumann es llevado ante la corte de Francfort. Su presidente, el juez Manfred Schnitzer­ ling, ha reunido cuatro toneladas de documentos, 80 testigos y 34 declaraciones escritas. Pero esta avalancha de pruebas es inútil. El doctor Schumann reconoce sin dificultad su doble culpabili­ dad. En marzo de 1967 es citado al proceso de los médicos nazis Endruweit, U l ri ch y Bunke. Hace una descripción detallada del sistema que presidia los

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exterminios en los centros de eutanasia. Lo conoce perfectamente: él mismo abría los grifos del gas ... «La acusación de eutanasia es cierta -dice-. Yo era el responsable de Grafeneck. Yo he hecho tam­ bién esterilizaciones con rayos X, en Auschwitz ... Era terrible lo que hacíamos . . . .. En la casa central de Butzsbach, el doctor Schu­ mann, ciudadano de Ghana, ha esperado su juicio durante cuatro años. Finalmente sólo ha sido conde­ nado a prisión, en octubre de 1 970. Se han tenido en cuenta sus remordimientos y sus esfuerzos de rege­ neración.

Una suerte Inesperada

El proceso de Karl Clauberg no tuvo l ugar. Murió en una celda alemana el 9 de agosto de 1 957. ¿ Enfermedad, suicidio o asesinato? El misterio rodea los últimos momentos del profesor. Su megalomanía persistente prometía un proceso ruidoso. Ya los movimientos de opinión suscitados por su arresto removían turbios pasados. Sin embar­ go, todo destinaba al profesor a acabar sus días en una apacible impunidad ... En enero de 1945, cuando los tanques rusos llegan a Kbnigschütte, su feudo, Karl Clauberg se repliega hacia Ravensbrück. Allí, hasta los últimos días, continúa sus experiencias de esterilización. El mate­ rial escasea, el desorden se extiende por todas partes. ¡Qué i mporta! El profesor es infatigable. Incansa­ blemente, somete a los adolescentes zf ngaros a sus misteriosas inyecciones. Los aliados llegan pronto a las puertas de Ravens­ brück. Clauberg hace las maletas rápidamente y se

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refugia en el Schleswig-Holtein. Intenta reunirse con el último cuadro de dignatarios S.S. reunidos alrede­ dor de Himmler. Pero, muy pronto, el Reichsführer es detenido. Su suicidio hunde a Clauberg en la preo­ cupación y la soledad. Incapaz de organizar su fuga con eficacia y discre­ ción, se deja capturar por los rusos el 8 de junio de 1 945. Criminal de guerra reconocido, es conducido a la U.R.S.S. para ser juzgado allí. Deberá esperar tres años, antes de que un rápido proceso le condene a veinticinco años de prisión, lo cual era un mínimo en la Rusia staliniana. No pasará más que siete años en los campos de concentración soviéticos. Pero el aislamiento no hace sino reafirmarle más en el valor de sus teorías genéticas insensatas. Los pocos compatriotas que comparten su detención desconfían de su provocativa exaltación. La muerte de Stalin en 1 953 es una suerte inespe­ rada para Clauberg. Las relaciones con el Oeste se relajan. La masa de los prisioneros alemanes se vuelve molesta para los rusos. Al término de nu mero­ sas gestiones diplomáticas, el Kremlin decide repa­ triar a la mayor parte de los alema nes detenidos en Rusia, incluso los criminales de guerra. Por un azar misterioso, Karl Clauberg forma parte del primer convoy de repatriados. Abandona la U.R.S.S. el 1 1 de octubre de 1955 y llega a Alemania del Oeste. Su vuelta despierta poco interés. Solamente un periódico muniqués, el Süddeutsche Zeitung, envía a dos reporteros para entrevistarle en el campo de repatriación de Friedland. Clauberg acoge sin molestia a los reporteros y se extiende en interminables confidencias. Parece muy orgulloso de su pasada actividad.

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-Himmler -dice- ha consentido desde 1942 en favorecer mis investigaciones. Me ha permitido insta­ larme en Auschwitz, cerca de mi clínica de Kónigs­ hütte y del gran centro de reproducción, que yo he creado en Konigsdorf. •El propio Himmler ha designado cuatrocientas mujeres judías para que pudiera proceder a mis experiencias. »A lo largo de estos meses de trabajo intensivo, he podido poner a punto un método de esterilización enteramente nuevo. •Sería muy útil hoy, en determinados casos espe­ ciales... » -Profesor, usted acaba apenas de llegar a territo­ rio alemán. ¿Ha hecho ya proyectos para el futuro? -Bien -responde Clauberg- ¡yo soy ginecólogo! ¿Qué otra actividad podría proyectar?

Una sorprendente tarjeta de visita

El articulo del Süddeutscne Zeitung no provoca ninguna reacción entre los lectores. Es el único en mencionar la vuelta de Karl Clauberg, precisando que los prisioneros repatriados no son simples soldados capturados al final de las hostilidades, sino muchos criminales de guerra. Los otros periódicos alemanes se contentan con publicar la lista de los nombres sin otra precisión ... Los periódicos americanos son más charlatanes. El New York Times del martes 1 8 de octubre de 1955 titula •Nazi Camp Doctor back to Germany• (Un médico de los campos nazis ha vuelto a entrar en Alemania). El mismo día, el New York Post anuncia: •El médico que esterilizaba a las m ujeres, por cuenta de los nazis, está aún orgulloso de su trabajo.•

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El profesor Clauberg rechaza, en efecto, toda acep­ tación de culpabilidad. ¿Por qué tendría que escon­ derse vergonzosamente? Convencido de haber ac­ tuado conforme a su deber, está seguro de que ha hecho progresar la técnica médica. Ninguno de sus «sujetos» puede q uejarse de haber sufrido violencias por su parte, piensa. Lo que pasaba fuera de estas experiencias no le ha concernido jamás. «Nadie en Alemania puede reprocharme nada personalmente 11 , repite. Las primeras tarjetas de visita. que hace imprimir a su vuelta llevan todos estos titulos: •Doctor en Medicina Karl Clauberg. Profesor de Ginecología y Obstetricia de la antigua Universidad Alemana de Konisgberg. Director del antiguo Instituto de Investigaciones del Reich para la Biología. Direc­ tor del Complejo Ginecológico y de Ayuda a la Madre de Konigsdorf, llamado ·Ciudad de la Madre ... Mé­ dico jefe de la clínica ginecológica de Konigschütte ... El gabinete de trabajo que proyecta instalar debe ser un modelo en su género. Tendrá necesidad de una secretaria competente. Algunos días más tarde, los grandes diarios de la prensa oeste alemana publican el ofrecimiento de empleo del doctor Clau­ berg. Su gesto es un error fatal. Ha roto el pacto de discreción y de silencio que permite el olvido. Las denuncias afluyen a los locales del Ministerio de Justicia. El 21 de noviembre de 1955 una instancia oficial es presentada contra Clauberg. Seguro de sí mismo, el avisado se deja arrestar sin resistencia.

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Procedimiento exclusivamente alemán

La competencia de los tribunales aliados en Ale­ mania se ha extinguido por entonces. Los propios tribunales alemanes i nstruyen y juzgan los crímenes de guerra cometidos por sus emig rantes. El procedi­ miento y los cargos de acusación de los jueces militares americanos de Nuremberg, que hablan juz­ gado a otros médicos S.S., estaban basados en la ley n.º 10 del Consejo de Control aliado. Esta ley permitía sancionar jurídicamente el «alcance moral» de los actos de los acusados, en un espíritu de responsabi­ lidad colectiva. Los tribunales alemanes se han ne­ gado siempre a explicar este texto. No hacen una excepción para Clauberg. Este último no será juz­ gado en función del «alcance moral» de sus actos, sino en función de los únicos hechos que le son personalmente imputables. La acusación se refiere ú nicamente a la cantidad de muertos y de perjuicios corporales graves como consecuencia de las expe­ riencias de Clauberg. Se refiere a dos terrenos de actividad: Auschwitz y Ravensbrück. «Entre 1942 y 1 944, en Auschwitz, ciento treinta y cinco mujeres j udlas has recibido malos tratos de un modo premeditado. Su salud ha recibido un grave perjuicio en la intención de evitarlas procrear. Cuatro mujeres han muerto y q uince han sufrido lesiones extremadamente graves. »En enero de 1 945, en Ravensbrück, más de treinta y cinco zíngaras han tenido que sufrir humillaciones y graves perjuicios para su salud." El tribunal no se pronuncia sobre la finalidad confesada de esterilización de poblaciones enteras; no tiene cuenta del carácter deg radante de los tratamientos, ni de la ausencia total de precauciones. Ningún j uez se inclina sobre la atmósfera angustiosa

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del bloque 1 0 de Auschwitz, sobre el hambre, sobre la incomodidad, sobre el miedo, sobre las víctimas abandonadas sin cuidados, sobre las selecciones para la cámara de gas.

Carta abierta a los médicos de Alemania

La reacción de la prensa es violenta y casi unáni­ me. La aparente hipocresia del tribunal, la estrechez legal del procedimiento son severamente criticadas. El Rheinische Merkur (Mercurio renano) se sor­ prende de que Clauberg haya podido conservar su título de doctor en medicina después de haber transgredido tan imponentemente el código de los deberes del médico. La Cámara de los médicos, marginada de este modo, interviene y publica su respuesta en la revista Aerzliche Nitteilungen (Comunicaciones médicas). Declara que la asamblea de médicos no puede definirse sobre los actos de Clauberg antes de que el tribunal se haya pronunciado sobre el caso. No tiene derecho a intentar influenciar a la justicia y de atentar a los derechos de la defensa. Esta declaración levanta la indignación de las ligas de antiguos deportados. El Comité Internacional de Auschwitz se reúne en seguida en sesión extraordina­ ria, en Hamburgo. Durante tres días tienen lugar coloquios y grupos de reflexión. El 29 de octubre de 1956 el Comité se separa después de haber redac­ tado una carta abierta a los méd icos alemanes. Recuerda los ataques perpetrados por Clauberg a la ética médica universal y conjura a la medicina- ale­ mana para que se insolidarice de éstos públicamen­

te. La Cámara de los médicos de Alemania del Norte

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responde que Clauberg ha sido ya expulsado de la Sociedad de Ginecología. La Cámara Federal de los médicos se contenta con reproducir los argumentos elaborados en el curso de la polémica con el Rheinische Merkur. Ninguna de las instancias médicas oficiales res­ ponde firme y concretamente a las exhortaciones del Comité de Auschwitz. El grupo de los antiguos médicos detenidos en Auschwitz decide entonces intervenir. Al principio de 1 957 Cracovia, Poznan y Varsovia son el teatro de reuniones febriles. Karl Clauberg no debe conservar su titulo de médico. Debe expiar sus crímenes.

Llamada a los médicos detenidos en Auschwitz

Los médicos detenidos en Auschwitz lanzan una vibrante llamada a la opinión pública internacional. «Nosotros, médicos firmantes de diferentes países, fuimos prisioneros en el campo de concentración de Auschwitz, en la época de la tiranía nacionalsocia­ lista. Allí se nos empleó, al menos durante algún tiempo, como ccmédicos-prisioneros». » Nuestras propias observaciones nos han llevado a constatar que, en este campo, y tal como lo hemos sabido más tarde, en todos los demás campos de concentración hitlerianos, los médicos S.S. y los médicos alemanes que les estaban asimilados no han considerado que su trabajo esencial era el de ayudar a los enfermos y el de salvar vidas humanas, sino que, muy al contrario, su actividad esencial era la de designar seres humanos para la muerte. Esto, en la mayoría de los casos, al azar y sin ningún examen médico. Nuestra experiencia personal nos obliga a testimoniar que no se trataba en Auschwitz de casos

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aislados, sino que, muy al contrario, casi diariamente fueron «seleccionados» centenares de seres huma­ nos por los médicos S.S. »Tal actividad está en absoluta oposición con el deber jurado de todo médico. •Ahora bien, se sabe de tales médicos que, en su época, se pusieran al servicio del nacionalsocia­ lismo para destruir vidas humanas o para designarlas con vistas a su exterminación, pueden hoy ejercer de nuevo la profesión que ellos han profanado de manera tan terrible. Sabemos igualmente que una serie de médicos, entre los cuales algunos que conocemos de sobra, por haberlos visto trabajando en Auschwitz, no han sido llevados a los tribunales hasta el presente y no han respondido de sus actos. »Cada profesión se defiende contra los individuos que la han deshonrado. Estamos firmemente conven­ cidos de que la profesión médica, que, por su propia naturaleza, exige de sus miembros una moral profe­ sional particularmente intransigente, tiene el deber imperioso de utilizar todos los medios a su alcance para exigir que los individuos que, por sus actos, han destruido tan profundamente la confianza que se podía conceder al cuerpo médico, sean castigados. Si los medios legales de tal procedimiento no existen, es preciso remediar esta carencia. Tales médicos que, en Auschwitz o en otros campos de concentra­ ción hitlerianos, se han puesto al servicio del asesi­ nato masivo, han contravenido gravemente las leyes humanitarias fijadas en la declaración adoptada por la asamblea general de la Asociación Médica Mundial, reunida en Ginebra en septiembre de 1 948. »Somos poco numerosos los que hemos sobrevi­ vido a Auschwitz. Sin embargo, estamos firmemente convencidos de que esto no impedira que se nos oiga. Estamos seguros de que en primerísimo lugar la

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opinión pública y los médicos de Alemania nos ayudarán,» Una última celebridad

Durante las semanas que siguen a esta llamada, la Cámara Federal de los médicos alemanes guarda un orgulloso silencio, quizá porque la llamada viene de la Polonia comun ista y es sospechosa de participar también en una maniobra política. Después, las polémicas se envenenan; los ataques personales suceden a las tomas de posición teóricas. A princi· pios de abril la situación se vuelve explosiva. La Cámara de los médicos se decide a prohibir el ejercicio de la profesión al ex profesor Clauberg. Publica al mismo tiempo una puntualización desti­ nada a los médicos alemanes. Señala ((que ella se diferencia de una manera absoluta de algunos médi­ cos que, durante el 111 Reich, a petición del poder de entonces, se han prestado a crímenes contra la humanidad y a faltas contra la ética de la medicina.,_ Tras los barrotes de su prisión, Clauberg asiste ind iferente, pero secretamente halagado, a esta úl­ tima explosión de su celebridad. Muere brutalmente el 9 de agosto de 1957. El telón cae sobre el terror despierto por un momento.

3 M engele: la dimensión del mito

E

n cuanto al doctor Mengele, su suerte suscita las versiones más contradictorias y los rumores más locos. Ha acompañado a Bormann en la leyenda de los grandes fugitivos. En 197 4 nadie puede afirmar con exactitud si todavía está vivo. Sin embargo, su cabeza continúa estando puesta a precio por la suma de cien mil marcos. Bajo diversas identidades, su presencia ha sido señalada en todas las regiones del mundo. Pero ninguno de sus perseguidores le ha contemplado jamás de frente. Perseguido desde hace veinticinco años, escapa siempre en el último mo­ mento a las redadas más sabiamente organizadas. Franquea las fronteras como q uiere y aparece de nuevo en los lugares más inesperados. Fugitivo soli­ tario, su nombre figura en los anales de los criminales legendarios que escaparán a la justicia de los hombres.

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Pero ¿ta realidad está a la altura de la leyenda? ¿El doctor Mengele puede realmente aspirar a la supre­ macia en el horror? Un riguroso examen de la historia de Auschwitz prueba fácilmente que Joseph Mengele no fue más que un engranaje entre otros. La «selec­ ción• no fue jamás su dominio. Antes de él, después de él, e incluso en su compañía, sus colegas compar­ lian esta pesada responsabilidad. Sus experiencias han sorprendido a la imaginación. Fueron sin em­ bargo menos mortíferas que las de Schumann y de Clauberg. Pero su cinismo provocador, su refinamiento, su celo oportunista, han contribuido a marcar particu­ larmente los recuerdos de sus victimas. Y su destino de hombre perseguido, ta dimensión novelesca de su huida, alimentan ta imaginación de la opinión pública, siempre sedienta de sensaciones. De hecho, jamás, incluso fuera de Auschwitz, el doctor Mengele fue un personaje importante. Sus investigaciones, consideradas inofensivas y fantásti­ cas, no han llamado en ningún momento la atención de Himmler. Ambicioso y orgulloso, aficionado a crear un halo satánico alrededor de su persona, Mengele ha triunfado más allá de toda esperanza.

Una misteriosa odisea

Junio de 1944. Roma cae en manos de los aliados. El fantástico desembarco de Normandfa abre, al Oeste, un frente mortífero. Quince días más tarde laS tropas del ejército rojo lanzan una ofensiva en masa. El doctor Mengele es demasiado inteligente para no comprender que todo está perdido. No es de los que se recrean con falsas i lusiones. Prepara su huida cuidadosamente. Su influencia en la administración

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del campo es suficientemente grande para poder, en octubre de 1 944, hacer liberar a Wilma, su joven amante j udía. La envía a Varsovia a preparar el terreno. Le hace falta poco tiempo a Wilma para manejar sus relaciones con el hampa judia •colabo­ radora». Especialmente con su primo, Hil Tauber, el rey del mercado negro de la capital, y los miembros del servicio del orden •colaborador• del ghetto, del que su propio hermano ha formado parte. Obtiene sin dificultad papeles falsos para el doctor Mengele e incluso expedientes comprometedores sobre los ju­ dios colaboradores convertidos en personajes de la resistencia. En enero de 1945, poco antes de que Cracovia, distante de Auschwitz unos sesenta kilómetros, haya visto sus ruinas conquistadas por los tanques rusos, Mengele considera prudente abandonar Auschwitz. Al término de una misteriosa odisea en compañia de la judla Wilma, a través de Europa rodeada, llega ileso a su Baviera natal. Günsburg, feudo de Menge­ le, le ofrece un refugio confortable. Ha dejado a Wilma en Zurich, en Suiza, en un pequeño hotel del que la familia de su amante judla es la dueña. Inmediatamente se perderá la pista de Wilma.

Cinco años tranquilo e n su casa, después de la huida

La familia, los amigos de Mengele, le reciben como al soldado que ha cumplido su deber. Los que, por casualidad, están al corriente de su actividad en los campos se cuidan mucho de pedir detalles sobre este período. Protegido por el silencio cómplice de sus conciu­

dadanos, el doctor Mengele goza, durante cinco

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años, de una agradable existencia de dilettante. Viaja un poco y va a Munich a menudo, donde le llaman los recuerdos de su juventud de estudiante. Nadie le molesta. Pero, cada vez con más frecuencia, los testigos en los procesos de los criminales de guerra citan su nombre. Los americanos que controlan la zona de Günsburg habían ignorado completamente al perso­ naje hasta entonces . Comienzan a preocuparse de él. La narración de las actividades criminales de Men­ gele se extiende y se amplifica. Las lenguas se desatan. Sus antiguos colegas, su chófer S.S. revelan detalles cada vez más abrumadores. Mengele estima que ha llegado el momento de desaparecer. La organización de emigración de antiguos S.S. le confía a una red de evasión hacia Italia. A principios de 1951 un misterioso viajero atraviesa clandestina­ mente el puerto de Reschen, franquea la frontera italiana y llega a Merano. Ha comenzado la interminable huida de Joseph Mengele.

Médico en Argentina

Múltiples vueltas le llevan a España. De allí se embarca para América Latina y llega a Buenos Aires en 1952. provisto de un variado j uego de papeles falsos. Unos meses más tarde abre un gabinete médico en un barrio residencial. Mengele no tiene permiso de trabajo, pero esto no le preocupa dema­ siado: posee, en efecto, las mejores relaciones con la policía del dictador Perón, cuya carrera ha sido favorecida por el 111 Reich, y cuenta con numerosas amistades en la muy influyente colonia nazi. En 1 954, seguro de su retirada, envía una petición

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de divorcio a Fribourg-en-Brisgau, el último lugar en el que ha vivido con su mujer. Con esta ocasión intercambia una estrecha correspondencia con su abogado. Error fatal, como el de Clauberg: ésta permitirá en 1959 al justiciero judío, Simon Wiesenthal, encontrar la pista de Mengele. El célebre cazador de nazis se encarn izará desde entonces en su persecución, en cualquier parte donde se esconda. Durante dos años Mengele pasea su silueta ele­ gante por los círculos mundanos de Buenos Aires. Se ha casado en segundas nupcias con la mujer de su hermano mayor, muerto durante la guerra. La anima­ ción de la capital argentina le entusiasma. Los malos recuerdos se esfuman poco a poco. Pero el 1 6 de septiembre de 1955, el régimen de Perón se hunde. La desaparición de su potente protector inquieta a los nazis perpetuamente amena­ zados de extradición. Es el éxodo general al Para­ guay.

¡Vuelta a Gunzbürg en 1959!

Sin embargo, la situación se estabiliza en Argenti­ na. Mengele vuelve a instalarse allí: la atmósfera cosmopolita de Buenos Aires responde mejor a sus gustos que la calma campesina de Paraguay. Han pasado diez años desde la capitulación nazi. No ha sido lanzada aún ninguna persecución oficial contra el doctor Mengele. El porvenir parece, pues, tranquilizador. Es innecesario cargarse más tiempo de precauciones. Mengele toma la dirección de la sucursal argentina de la industria familiar de Gunz­ bürg, la fábrica de material ag rí co l a, con su propia identidad.

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Al principio de 1959, su padre muere brutalmente. Mengele no duda en volver a Gunzbürg rápidamente para asistir a las exequias. Bajo un ligero disfraz, sigue al cortejo fúnebre entre sus familiares. Nadie piensa en denunciarle. Pero la justicia no tiene la memoria corta. Desde hace algunos meses los ale­ manes han empezado la instrucción del proceso de Auschwitz. Pronto el nombre de Mengele es citado entre los principales acusados. El 5 de julio de 1959 el procurador de Fribourg-en­ Brisgau lanza una orden de arresto contra él. Inme­ diatamente se formula una petición de extradición. Pero los argentinos pretenden no conocer sus señas. Simon Wiesenthal se ocupa del asunto. Encarga a uno de sus informadores en Buenos Aires que des­ cubra la dirección exacta de Mengele. El 30 de diciembre de 1 959 este hombre avisa a la embajada alemana en Argentina que el doctor vive con su verdadero nombre en la calle Vertiz, n.º 968, Olivo F.C.N.G.M.B.

Rechazo educado de la extradición

El procurador de Friburgo es avisado también. E l expediente recorre rápidamente todos los meandros de la administración. En los primeros días de enero de 1960 es enviada a Buenos Aires una segunda petición de extradición. De nuevo la embajada se enfrenta a una gentil negativa: las actividades pasa­ das de Mengele son consideradas por los argentinos como propias de delito político. De todas formas la repugnancia de los paises latinoamericanos res­ pecto a la extradición es demasiado fuerte para ceder en esta ocasión. Hay tantos golpes de estado en esta mitad del continente que habría que ceder constan-

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temente a la extradición de centenares de refugiados politices ... Y Mengele ha tomado la delantera. Dispone tam­ bién de informadores muy enterados. Conocedor, des­ de el principio, de los procedimientos iniciados contra él, se ha ido de nuevo al Paraguay y ha adquir� do la nacionalidad el 27 de noviembre de 1959. Los falsos testimonios de los amigos alemanes bien aleccionados, el barón Alexandre von Eckstein y el hombre de negocios Werner Jung, le han permitido •demostrar• sin dificultades que residía en el pais desde hacia cinco años, condición normal para la obtención de la nacionalidad paraguaya. Provisto de este salvoconducto tranquilizante, Mengele vuelve inmediatamente a Buenos Aires y espera el curso de los acontecimientos. El gobierno argentino no da curso a la petición de extradición. Mengele puede esperar tranquilamente... Pero la pasividad de los argentinos lleva a los agentes israelitas, que han encontrado y detenido recientemente a Eichmann (mayo de 1 960), a ocu­ parse del asunto directamente. Estrechan su vigilan­ cia al rededor de la villa de Mengele y se preparan para secuestrarle a él también. El méd ico S.S. estima más prudente desaparecer una vez más.

¿Una espia israelita? Bariloche, una elegante estación de veraneo situada al borde de los grandes lagos de la Cordillera de los Andes. Un paisaje grandioso y salvaje donde los antiguos nazis afortunados poseen magníficas pro­ piedades. Mengele se ha instalado en casa de ami­ gos. La proximidad de la frontera chilena le parece sumamente tranqu ilizador.

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El más bello hotel de la ciudad posee una sala de fiestas refinada. A Mengele le gusta venir aquí a tomar una última copa y encontrar hermosas muje­ res. Una noche se encuentra frente a frente con una mujer aún joven y atractiva. Ella le mira insistente­ mente. Al cabo de algunos m inutos Mengele se encuentra extremadamente incómodo y abandona la sala precipitadamente. Unos dias más tarde el cuerpo de la joven es encontrado en el tondo de una grieta, con los miembros dislocados. ¿ Espfa israelita? ¿An­ tigua detenida de Auschwitz? Las versiones d ifieren, pero el crimen no ofrece ninguna duda.

Nueva huida

Mengele desaparece de nuevo en la naturaleza. Argentina se ha decidido a lanzar una orden de arresto contra él. La pista de Mengele se pierde entonces en la selva brasileña. Durante más de un año nadie oye hablar de él. Un dia de abril de 1961, un hombre envejecido viene a llamar a la puerta de Wiesenthal. Antiguo miembro del partido nazi, se ha apartado de él rápidamente y ha aportado una ayuda eficaz en la búsqueda de los criminales de guérra. «Tengo bue­ nas noticias -le die&-; sé dónde está Mengele•. Cuenta que Mengele ha sido visto en Egipto. El médico se dispone, añade el anciano, a ir a Creta o a una de las islitas vecinas. Un grupo de apoyo nazi, instalado en Egipto, organiza sus desplazamientos. Agentes israelitas, alertados rápidamente, se pre­ sentan en Creta. Avisado del peligro en el último momento, Mengele consigue escapar de sus perse­ guidores.

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Su escapada mediterránea le prueba que América del Sur le ofrece un refugio mucho más seguro. Desde 1962 está de vuelta en Paraguay. Sin embargo, su mujer se ha quedado en Europa porque su hijo, Karl Heinz, debe continuar sus estudios en Montreux. Frau Mengele se instala, pues, cerca de Zurich, en Kloten. Allí, Simon Wiesenthal, siempre al acecho, encuentra su pista sin dificultad. Encarga a un amigo de entrar en contacto con ella, bajo cualquier pretex­ to. El enviado descubre una casita anónima en la calle tranquila de un barrio residencial. Llama La puerta se abre con desconfianza. Una mujer anodina e insignificante ante él. Se presenta como un em­ pleado de la municipalidad y consigue entrar a visitar el interior de la casa. Nada denota una presencia masculina, ni siquiera momentánea... El visitante se retira satisfecho de su incursión. Algún tiempo después, Suiza invita discretamente a Frau Mengele a abandonar el territorio helvético. Irá a instalarse a Merano, en Italia. La presencia de nume­ rosos nazis le promete una agradable compañía. Vive alli para siempre.

¡Desde Paraguay a Miián, en 1963!

En esta misma época, Mengele inaugura una nueva existencia en Asunción, capital de Paraguay, refugio ideal de los nazis en huida; este pequeño país, sin grandes recursos, está dominado por los alemanes emigrados que constituyen una parte importante de la población. En 1 870, Paraguay, sangrado por una guerra de tres años contra Brasil, Argentina y Uru­ guay, no contaba más que 28.000 hombres para 200.000 mujeres. Abrió, pues, sus fronteras a los emigrantes europeos. Los alemanes afluyeron en

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gran cantidad. El presidente actual, Stroessner, des­ ciende directamente de estos emigrados: está muy orgulloso de ello y continúa muy impregnado de germanismo ... Su estado, al que gobierna como un dictador, se ha convertido en el bastión del nazismo en América Latina. La guardia presidencial está man­ dada por un antiguo Oberleutnant de la Wehrmacht. Desfila al paso de oca ... Pero, en julio de 1962, Paraguay recibe una peti­ ción de extradición a su nombre. •José• Mengele teme que su nacionalidad para­ guaya reciente no le proteja lo suficiente. Prefiere retirarse a una provincia apartada, en la frontera, al borde del alto Paraná. La colonia alemana hace allí la ley en inmensas propiedades protegidas como forta­ lezas. Alban Krug, granjero riquísimo, le acoge como amigo y le ofrece hospitalidad por un tiempo in­ definido. Mengele permanece allí dos años con el nombre de doctor Fritz Fischer. La víspera de Navidad de 1963 Karl-Heinz Mengele, pensionista en Montreux, anuncia a sus compañeros que se va algunos días a Italia. Va a encontrar a un pariente cercano que vive desde hace muchos años en América del Sur. En cuanto a Wiesenthal, adver­ tido demasiado tarde, descubre el hotel m ilanés al que ha ido el joven, se entera de que el doctor Gregor Gregory ha liquidado su nota la víspera. Wiesenthal reconoce sin dificultad una de las numerosas identi­ dades que utiliza Mengele.

Los Israelitas pasan a la acción

Agosto de 1966, Hohenau, una pequeña estación de veraneo apreciada por los paraguayos, recibe la

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visita de doce turistas extranjeros cuyo aspecto de conspiradores no pasa inadvertido. Esa noche, seis de ellos irrumpen brutalmente en el hall del hotel Tirol y reclaman al doctor Fritz Fischer. Suben co­ rriendo las escaleras, llegan al segundo piso y se precipitan a la puerta número 12, que hunden sin consideraciones. Pero es demasiado tarde. El viento hace temblar l igeramente la cortina ante la gran ventana abierta. El desorden man�iesta una huida precipitada. El doctor Mengele no ha tenido visiblemente más que el tiempo de ponerse un abrigo sobre su pijama antes de huir por los tejados. Sus perseguidores israelitas, supervivientes de Auschwitz, han perdido una vez más a su antiguo verdugo.

•No toquen a Mengele»

Unos meses más tarde, comienza en Francfort-sur­ le-Main el gran proceso de Auschwitz. Pero el acu­ sado más célebre está todavia en libertad. El go­ bierno alemán decide enviar a Paraguay una nueva petición de extradición contra Joseph Mengele. Hace resaltar la promesa de una entrega de diez millones de marcos para el desarrollo económico del país. El embajador de Alemania, Eckart Briest, se presenta en el palacio presidencial. Recibido solemnemente por el presidente Stroessner, le comunica la petición oficial de Bonn. Pero Stroessner le interrumpe sin esperar al final de su discurso. Rojo de cólera, golpea violentamente sobre su despacho. •Voy a cortar toda relación con Alemania si ustedes continúan moles­ tándome con estas historias•, grita, olvidando los préstamos enormes concedidos por la República Federal al estado paraguayo.

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Afectado en su integridad diplomática, el embaja­ dor se retira sin una palabra. Al dia siguiente los muros de la embajada de la República de Bonn están cubiertos de inscripciones amenazadoras: •;Embajada judía! ¡No toquen a Men­ gele! ¡lo ordenamos!" O también: « ¡Detengan la persecución ! • los protectores de Mengele prevén incluso medidas de represalias sin equívoco contra diez mil judíos ciudadanos paraguayos. Stroessner no se mueve. No puede permitirse el indisponer a estos nazis reconvertidos en industriales respetables, que aseguran un tercio de las exportaciones del país y alimentan las cajas del tesoro público.

los justicieros de •Mossadn

1 6 de abril de 1 972. Confortablemente instalado en un sillón del Hilton de Tel-Aviv, Moshe R. puntualiza sus palabras con largos silencios. Sus respuestas son evasivas. Es, me han dicho, uno de los más temidos agentes del Mossad, una de las ramas menos cono­ cidas de los servicios especiales israelitas. Creado desde 1 95 1 , bajo el impulso de David Ben Gurion, el Mossad se encarga de perseguir a los nazis en cualquier parte donde se encuentren. la captura de Adolf Eichmann es trabajo suyo. El Mossad está integrado por agentes voluntarios, eficaces, implaca­ bles. Entre ellos, Moshe R. Es alto, de rostro seco, Ja mirada dura; consagra su vida, desde hace veinte años, a la caza de los criminales de guerra. Sobre todo de Mengele. -En cuatro ocasiones -me dice- he estado a pun­ to de cogerle o de ejecutarle. la primera vez era en 1 954, en Alemania. Mengele estaba de paso en

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Stuttgart. Habíamos descubierto el hotel en el que se había hospedado, el número de su habitación y el piso. Eramos tres y uno de nosotros era Yoshka A., un joven judio húngaro. Toda su familia fue masa­ crada en Auschwitz. Era el único superviviente. Que­ ria apuñalar a Mengele y entregarse después. Des­ graciadamente el médico S.S. ha anulado su habita­ ción en el último momento para instalarse en otro hotel. Hemos esperado toda la noche en vano, en una habitación contigua a la que él debería haber ocupa­ do. »La última vez se remonta a

1 970. Hemos descu­

bierto la granja en la que se escondía Mengele, en la frontera del Paraguay. Infiltramos a dos de nuestros agentes en una pequeña compañía de «aviones-taxi"' que cubria todo el famoso «triángulo de seguridad» formado por Brasil, Argentina y Paraguay, allí donde los nazis se sienten en su casa, a resguardo de persecuciones y de extradiciones. Estos dos agentes eran excelentes tiradores. Nuestro proyecto era muy sencillo. Había que sobrevolar a baja altitud la granja de Mengele y abatirle con un fusil de mira telescópi­ ca. En dos ocasiones, el viejo Piper de nuestros agentes ha pasado justo por encima de la granja. Pero Mengele estaba invisible. Después de estos dos intentos, la compañia ha recibido la orden de no sobrevolar más la región. La orden fue aplicada al pie de la letra y nuestros dos agentes infiltrados han renunciado a su misión.» Le pregunto a Moshe si realmente Mengele era un criminal más terrorifico que los otros médicos S.S. que han hecho estragos, por centenas, en los cam­ pos de concentración para practicar experimentos humanos o para «seleccionar». ¿En qué se distinguía de los otros? ¿Cuál era el secreto de su leyenda? -De hecho -dice Moshe- no pienso personal-

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mente que Mengele haya cometido más crímenes que otros, como Ctauberg o Schumann. Su rango en la S.S. era más bien modesto. Se puede decir incluso que su carrera era un fracaso. •En realidad, es su huida lo que ha contribuido a su leyenda, el hecho de que haya sobrevivido. »Pero era necesario que todo el horror de la medicina nazi fuera personificado de alguna manera. Mengele ha j ugado este papel, y lo juega aún. Cuando le perseguimos, cuando le obligamos sin parar a cambiar de país, de ciudad, de residencia, perseguimos en él a todos los otros médicos S.S., todos los otros criminales nazis. •He aquí por qué continuaremos hasta el final persiguiendo a Mengele. Constituye, para nosotros, el Mal Absoluto.•

4 cc Estas medidas deben ser realmente ocultadas»

L

a carta no pasa desapercibida. La señora Bruch la hace leer inmediatamente a su marido, que toma la cosa muy en serio. ¡Ni hablar de dejar extenderse semejantes rumores sin intervenir! El juez Walter Bruch es muy conocido en los medios nazis. Es un militante de la primera guerra, un militante que ha hecho suyas todas las opiniones ideológicas y raciales del régimen. Unos años antes no dudaba en declarar: «El nacionalsocialismo ha reconocido que el judlo no es un ser humano. El judlo no es más que un agente de descomposición.» Pero la represión contra los judíos es una cosa; ¡atentar a los derechos del pueblo alemán es otra! Apoyado por su mujer y por algunos amigos, el juez Bruch decide escribir a Himmler. Está lo

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suficientemente relacionado con el Reichsführer para saber que será oído. El 7 de diciembre de 1940 le envía la carta de la señora von Loewis, acompañada de esta nota confidencial: «Querido camarada del partido Himmler: "Le dirijo la carta de una de mis más antiguas amigas, la señora van Loewis, que experimenta una preocupación moral que, si puedo expresarlo asl, llega hasta el cielo. Si no tuviera una confianza ilimitada en mi Reichsführer S.S. y la certeza de que no le ocurrirá nada a esta mujer, no le habrla enviado jamás esta carta. Si ella nos ha escrito de este modo, es solamente porque está desorientada en medio de su preocupación y es testigo de cosas que se hallan fuera de su alcance. Las entiende tan poco como yo. No he oído jamás hablar de ellas. Hay ciertamente cosas que un hombre puede soportar, pero que una mujer no debe conocer. Es por esto por lo que, si hoy debemos tomar ciertas medidas para combatir por la vida eterna de nuestro pueblo, éstas han de llevarse a cabo de forma que sean realmente ocultas. • ¡ Heil Hitler! »Sinceramente suyo, •Walter Bruch.•

•Una Imperdonable ligereza•

El secretario de Himmler, R udolf B rand!, transmite inmediatamente la carta. Himmler está furioso. Ha dicho siempre: la Acción T4 se está llevando a cabo sin ningún cuidado. Ciertamente él aprueba la eliminación de bocas inútiles. No se le puede acusar de haber demostrado una piedad o una caridad excesivas. Pero la puesta a

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punto de la acción como tal ha sido montada con una imperdonable ligereza. Himmler confía a Rudolf Brandt: -¡Hay que creer que intentan proporcionar armas a nuestros más indómitos enemigos! ¡Qué error también el de utilizar a hombres incapaces de estar callados! ¡Vaya a saber lo que la gente va a imagi­ narse y a contar por ahl! ¡Cuando se quiere guardar un secreto han de utilizarse los medios! El técnico de la muerte, que pronto dará toda la medida de su siniestro talento organizando la exter­ minación en los campos de concentración, decide pasar al contraataque. El 1 9 de diciembre d icta a su secretaria una carta dirigida al juez Bruch: «Querido camarada Bruch: •LO que pasa en el lugar en cuestión (le informo confidencialmente) está realizado por una comisión de médicos que actúa en virtud de la autorización del Führer. La selección es efectuada con tanta concien­ cia y justicia como es humanamente posible. No por individuos aislados, sino por una comisión de la que cada miembro toma la decisión aisladamente. La S.S. no aporta más que una ayuda con vehículos, camiones, etc. Son médicos expertos, conscientes de su responsabilidad, los que dan las órdenes. ·Si el asunto se ha hecho tan conocido como usted dice, es que la forma de proceder es defectuosa. Por supuesto, la señora von Loewis no será implicada en este asunto. En nuestro próximo encuentro le daré verbalmente información detallada. •Heil Hitler! »Suyo Heinrich Himmler.»

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Hlmmler Interviene

El Reichsführer no se conforma con apaciguar los espiritus. No se va a pasar el tiempo escribiendo cartas tranquilizadoras a sus camaradas del partido. Decide intervenir junto a los responsables y prodigar­ les los consejos que parecen necesitar. Himmler, en el fondo, no está descontento de asistir al fracaso de una acción elaborada y puesta en pie al margen de la S.S. Hace tiempo que el •fiei Heinrich» repite a su Führer que deberia apoyarse más en la S.S. Ella -y sólo ella- es capaz de guardar el secreto. Las charlas, las huidas, las indiscreciones no existen en la Orden Negra. Este mismo 19 de diciembre se permite Himmler dirigir algunos consejos a Viktor Brack: ·Mi querido Brack: »Me entero de que hay mucha agitación en las montañas de Wurtemberg a causa de la institución de Grafeneck. La población conoce los camiones grises de la S.S. y cree saber lo que pasa en el crematorio cuya chimenea lanza humo constantemente. Lo que sucede allí debe ser un secreto, y sin embargo, no lo es. De lo que se desprende que el público está en un estado de espiritu detestable y, en mi opinión, la única cosa a hacer es suspender la actividad de este establecimiento. Es posible que se deba proyectar un programa inteligente y razonable de divulgación in­ sistiendo precisamente en esta región con películas sobre las enfermedades mentales hereditarias. Há­ game saber cómo se ha resuelto este dificil problema. »Heil Hitler! »Suyo H. H.» ¡Una pelicuta de divulgación! Vaya, se dice Brack, ¡una excelente iniciativa que podrá apaciguar los

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temores de la población! Una película que les pro­ porcionará todas las justificaciones morales, médicas y humanitarias de las muertes por eutanasia, lamen­ tables, pero necesarias, ineludibles incluso. Brack se pone a trabajar inmediatamente. Llama a uno de los expertos de la central T 4, el doctor Helmut Ungerer, que escribe el guión. Brack utiliza todos los recursos del melodrama y titula su película: lch klagen (Yo acuso). Una mujer afectada por una enfermedad incurable, una esclerosis en placas, pide que la ayuden a morir. Su marido, médico, vive un doloroso conflicto entre la ética médica y su amor por su mujer. En una emocionante y patética escena final, le ahorra todo sufrimiento quitándole la vida. Pero pocas personas se dejan engañar con este fraude. Hay demasiada diferencia entre esta eutana­ sia novelesca y la exterminación brutal y arbitraria que se practica en los asilos. A pesar de sus pretensiones artísticas y de su habilidad técnica, la película es mal recibida. las sesiones de proyección son a veces turbulentas. Los espectadores comprenden fácilmente que esta histo­ ria de amor que acaba mal, que este marido médico que mata por amor intentan justificar los exterminios anónimos que continúa perpetrando la central T4, cuyos expertos, como Menecke o Hayde, disponen de la vida de los enfermos mentales sin siquiera recono­ cerles. Cuando la película de Brack comienza a ser difun­ dida, es ya demasiado tarde. las últimas tentativas del régimen para convencer a la opinión pública de lo bien fundado de la eutanasia no conocerán más éxito.

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El ministro de Justicia, acosado

En cada provincia, las cartas de protesta se acumu­ lan sobre los despachos de los magistrados locales. ¿No se va a llegar incluso a presentar una denuncia contra el Estado, como lo ha hecho Mgr. von Galen, el obispo de Münster? Fieles a la tradición jerárquica y según su costumbre de someterse, en los casos graves, a sus superiores, los magistrados comienzan por hostigar al Ministerio de Justicia. A partir de mediados de 1940, el ministro de Justicia, Gürtner, se convierte en el hombre más perseguido del 111 Reich. Los informes de psiquiatras, las cartas de protestas de familias, las peticiones de intervención, las cartas pastorales le son enviadas diariamente como si fuera el único responsable nacional de la Acción T4. Los jueces, impotentes y desbordados, le asaltan literal­ mente y comienzan a ocupar su antecámara. El ministro está desamparado. Porque Gürtner, ministro titular desde 1 934, compañero de carrera de H itler, el hombre por el que todo decreto, todo proyecto de ley deberían pasar, Gürtner, ¡en esta época todavia, ignora todo sobre el decreto firmado por Hitler en octubre de 1939! La Acción T4 se ha realizado a espaldas suyas; sin embargo, él es direc­ tamente responsable. El 8 de julio de 1940 Gürtner recibe una extensísima carta, una verdadera bomba si se tiene en cuenta que la magistratura alemana es uno de los medios más tradicionalmente disciplinados del Estado. Esta carta procede de Branderburg-sur-Havel. Ha sido redactada por Lothar Kreissig, juez de instruc­ ción de la provincia. Empezando en términos volun­ tariamente neutrales y administrativos, informa, con ayuda de pruebas, sobre las masacres eutanásicas que tienen lugar en Hartheim. Viene después una

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requisitoria no ya religiosa, como la de Mgr. von Galen, sino judicial. Los magistrados de la justicia no quieren arriesgarse más.

• un

acto de arrogancia extraordinaria»

•En tanto que juez del consejo de tutela, doy cuenta de los siguientes hechos: ,.. Hace unas dos semanas he sabido que se comen­ taba cómo numerosos enfermos mentales, pensionis­ tas de asilos, hablan sido desplazados por los S.S. al sur de Alemania y alli se les habia matado en un instituto. A lo largo de los dos ú ttimos meses he recibido varias quejas en las cuales tutores y enfer­ meras de los enfermos internados afirman haber sido informados por un instituto situado en Hartheim, en el Alto Danubio, de que sus pupilos han muerto alli ... •Parece claro -hay que temerlo- que esto va a continuar. No quisiera iniciar discusiones privadas. No hago más que informar. .. ·Sé que existen un gran número de seres que no tienen más que la apariencia exterior de algo huma­ no, bien desde su nacimiento, bien a consecuencia de alteraciones psiquicas adquiridas, y que llevan una existencia casi animal. .. •El problema que plantean tales vidas toca la cuestión más profunda de la existencia. Conduce inevitablemente al problema de Dios. Tal es también mi posición a este respecto y, pienso, la de numero­ sos juristas alemanes, posición que está determinada por mi fe cristiana. A partir de ahi, la destrucción de vidas, «sin valor de vida .. , es ya un difícil caso de conciencia. La vida es un secreto de Dios. Su sentido no puede comprenderse ni en la perspectiva del individuo, ni en su relación con la comunidad de un

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pueblo. Sólo es verdadero y susceptible de ayudar­ nos lo que Dios nos dice de esto. Por parte del hombre es un acto de rebelión y de arrogancia extraordinaria el permitirse acabar una vida humana porque, con su comprensión limitada, no puede captar todo su sentido. Del mismo modo que la existencia de tales vidas enfermas es un hecho que emana de Dios, ha habido siempre suficientes perso­ nas para amar y proteger a estos seres. En este amor encuentran su verdadera grandeza... ·Es erróneo j uzgar o considerar con desdén estas «Vidas sin valor de vida» ... Es preciso ciertamente tener en cuenta la concepción que sitúa el problema en el plano moral y jurídico, excluyendo las cuestio­ nes de creencia religiosa. Pero la defensa j urídica no existe. Hay que contentarse con argumentos de orden moral. .. ¿Qué es lo normal? ¿Quién es cura­ ble? ¿Qué puede ser establecido con certeza por un diagnóstico? ¿Qué es lo que, en la óptica de una carga inútil para la sociedad, es todavla soporta­ ble? ...

•La tiranía, lo arbitrarlo y la Ilegalidad•

•El que actualmente tiene l a desgracia de hacer hospitalizar a un pariente en un establecimiento psiquiátrico --continúa el juez Kreyssig- ignora total­ mente cuál será el destino final de este alejamiento... Sabe solamente que hay que contar con el hecho de que, un dia, recibirá de Hartheim la noticia de la muerte inesperada de este pariente y la solicitud para hacerse cargo del féretro. El estado de ánimo de los pensionistas debe ser todavia peor. Es imposible en particular prever qué consecuencias atroces tendrán estas presiones para los enfermos poco afectados,

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pero sensibilizados en el plano psiquico, nervioso o espiritual ( ... ) Lo que es capital y constituye una presión moral indescriptible no es la condena a muerte -puede sentirse al contrario como una libe­ ración-, sino la !irania, lo arbitrario y la ilegalidad. Hay que pensar en todo esto cuando uno intenta ponerse en el lugar de los prisioneros de los asilos y también de sus semejantes. El instituto de Hartheim cita en cada informe una muerte de causa natural y añade que toda la ciencia médica no ha logrado mantener al enfermo con vida. Pero cada uno sabe como yo que pronto la realidad cotidiana del asesi­ nato de enfermos mentales será tan conocida como la existencia de los campos de concentración. No puede ser de otra manera. ·Es justo lo que es útil al pueblo. En nombre de este temible principio, afirmado i ncesantemente por todos los guardianes de la legalidad en Alemania, sectores enteros de la vida social están desprovistos de sus derechos ... ·El Código Civil no dice en absoluto que sea necesario obtener el consentimiento del juez tutelar para que un enfermo mental pueda ser conducido a la muerte. Sin embargo, creo que el juez tutelar tiene indudablemente el deber juridico de abogar por la legalidad. Es lo que yo hago. ¿No es mi primera obligación pedir explicaciones y tomar consejo junto a la autoridad administrativa de la que dependo?• El ministro de Justicia, finalmente Informado

Esta larga carta del juez de Brandenburg-sur­ Havel, sus gestiones, las más tímidas pero igualmente importantes de otros magistrados alemanes, deciden a actuar por fin al ministro Gürtner.

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El 24 de julio de 1 940, pues, Gürtner, con el apoyo seguro de sus magistrados, se dirige a la Cancilleria del Reich y alli encuentra a Lammers, que l e confirma la masacre sistemática. Se entera por otra parte de que Hitler se ha negado a promulgar en forma de ley su decreto eutanásico. El 27 de julio Gürtner protesta, esta vez abiertamente. Escribe al ministro Lammers para decirle que el aparato jurídico alemán está condenado en breve plazo. «Como usted me había adelantado, el Führer se ha negado a promulgar una ley. Estoy convencido que de esto se desprende la necesidad de suspender inmediatamente el asesinato secreto de los retrasa­ dos mentales. El proceso actual ha sido extensa­ mente difundido a pesar de los esfuerzos de ca­ muflaje. Le suplico que se informe, con los documen­ tos aquí adjuntos, de los problemas embarazosos a lo que esto ha conducido. El número de estas peticiones aumentará aún. Es sumamente difícil po­ der dar respuestas oficiales, porque no se puede revelar ni la existencia ni el contenido del decreto del Führer, y no se puede afirmar ante nuestros subordi­ nados de la administración que la justicia del Reich ignora el asunto. Supongo que le es posible, q uerido colega Lammers, avisar de esto a los despachos competentes y le pido que me ponga al corriente urgentemente de los resultados de estas gestiones.• Poco después Gürtner se entrevista con Bouhler, responsable directo del programa de eutanasia. Este último le envía una fotocopia del famoso decreto de Hitler con la breve carta siguiente: «Basándome en la delegación de poder del Führer, tengo la entera responsabilidad de las medidas que aquí se detallan y he dado las instrucciones necesa­ rias a mis colaboradores ... Esta carta de Bouhler al ministro de J usticia servirá

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a la acusación durante el proceso de Nuremberg. Prueba de que la más alta instancia jurídica del Reich no ha sido puesta oficialmente al corriente de una acción que tiene ya en su haber varias decenas de millares de muertos, ¡sólo un año después de comen­ zar a aplicarse! Gürtner informa a los jueces y a los procuradores generales de las provincias desde el momento de la recepción de la fotocopia. La magistratura alemana comprende, pero un poco tarde, que en el Estado nacionalsocialista ya no se trata de promulgar una ley para decidir la vida y la muerte de los ciudadanos. El Führer puede tomar las más graves decisiones y guardar el secreto al respecto. Un solo hombre y sus allegados poseen el poder absoluto, discrecional en el pleno sentido de la palabra. Ni siquiera los cuerpos intermediarios del Estado tienen derecho a recibir información sobre las órdenes llegadas de Berlín. El nuevo ministro: silenciar las reacciones

Gürtner muere el 29 de enero de 1941 . Su sucesor, Schlegelberg, intenta obtener de Lammers una •me­ jora legal» que atenúe la parálisis creciente de l aparato judicial. Debo llamar su atención �scribe el 4 de marzo de 1941- sobre el hecho de que estos acontecimientos afectan al dominio de la admin istración judicial, aportando a nuestro trabajo vacilaciones que con­ viene considerar con aprensión. ( ... ) Ciertos jueces se han opuesto a las órdenes de transferir retrasados mentales a otras instituciones. Muy a menudo los tribunales no han sido avisados de las nuevas direc­ ciones o de la muerte de los pupilos retrasados mentales ( ... ) Surgen también dificultades para los ••

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procuradores cuando sus familias presentan quejas por asesinato o desaparición ( ... ) El misterio y la incertidumbre sobre las proporciones del programa parecen un buen terreno para rumores concernientes a la liquidación de enfermos sanos de espíritu e incluso de antiguos combatientes inválidos, de an­ cianos incapaces de trabajar y de ciertos opositores políticos ( ...) Por otro lado parece delicado iniciar me­ didas contra tales propósitos, ¡dado que hay que guar­ dar el secreto! Se oye a la gente atribuir estos muer­ tos a una acción médica deliberada y declarar incluso que los enfermos mentales sirven para experiencias militares, por ejemplo para los tests de gas tóxicos. Otros rumores revelan inquietud sobre la situación alimenticia de los enfermos y hablan de ¡eliminación por hambre de unos cien mil enfermos mentales!» Bouhler intenta tranquilizar al ministro en el c urso de varias entrevistas sucesivas. Viktor Brack, uno de los principales organizadores del programa eutanási­ co, le escribe en dos ocasiones, el 1 8 y el 22 de abril de 1941 , para demostrarle «la legalidad de esta acción realizada de acuerdo con el Führer». Schlegelberg no se opone personalmente a estas c.cmedidas necesarias .. , pero desea que las veleidades contestatarias de los magistrados de provincia pue­ dan silenciarse. La reunión nacional de los presiden· tes y procuradores nacionales que tiene lugar los días 22,23 y 24 de abril de 1941 va a satisfacer los deseos expresados por el nuevo ministro de Justicia. Los presidentes y procuradores generales de pro­ vincias, reunidos en Berlín, no están solos. Se les han unido los procuradores generales de la corte su­ prema y de las cortes de justicia popular. Algunos altos funcionarios del ministerio de Justicia están presentes. La élite de la magistratu ra alemana se halla, pues, reunida.

5 Los responsables de la eutanasia ante los altos magistrados

E

n la gran sala del Obersalzplatz, el barullo de las conversaciones disminuye poco a poco. En la tribuna, el ministro Schlegelberg va a pronun­ ciar el discurso de apertura de estas dos jornadas de trabajo. Brack y Heyde suben después a la tribuna. Heyde traza las grandes líneas históricas del programa «tan necesario a Alemania en guerra, tan justo, tan respe-­ tuoso con la dignidad del individuo». En cuanto a Brack, lee primero el decreto secreto del Führer que •da a la Acción T4 su carácter perfectamente legal•. Después indica que el gobierno no considera las medidas actuales más que como una etapa: más tarde, cuando haya acabado la guerra, se establecerá

una ley que definirá, de una forma rigurosa, la •ayuda final» del médico.

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Las intervenciones del min istro de Justicia, de Heyde y de Brack consiguen su propósito: los magis­ trados tienen en adelante la conciencia tranquila. Un decreto del Führer les garantiza la legalidad de la eutanasia. Una ley lo ratificará. La j usticia está a salvo. La Acción T4 puede continuarse en las formas actuales. Los magistrados abandonan Berlín. Por fin poseen los argumentos que les permitirán responder a sus recalcitrantes administrados.

Algunos valientes psiquiatras aislados

Después de las familias, las iglesias, los magistra­ dos, ¿quién podia en Alemania, en esta época, levantarse contra las masacres de los retrasados mentales, sino /os intelectuales y más concretamente los universitarios? ¡Lástima! Excepto algunos valientes aislados, la Universidad en su conjunto acepta sin protestar que la institución médica se haga cómplice de Ja matan­ za. Más aún: cerca de un tercio de los titulares de las cátedras de Psiquiatría participan en la selección y en la eliminación de los enfermos mentales. Entre las pocas voces de médicos psiquiatras que se han levantado abiertamente contra las autorida­ des está la del profesor Gottfried Ewald, titular de la cátedra de Neurología y de Psiquiatría de Gottingen. El 15 de agosto de 1940, en Berlín, el profesor Heyde preside una conferencia de propaganda sobre la eutanasia. La Acción T4 carece de experto�. Se intenta reclutar algunos nuevos. Ese día, ante el conjunto de sus colegas y ante los dirigentes de la central T4, el profesor Gottfried Ewald se atreve a decir:

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-Mis concepciones sobre la ética médica me enfrentan decididamente al programa sobre la euta­ nasia. No podría responder de este programa y menos aún participar en él. Por otro lado, mis conocimientos científicos me l levan a pensar que es un error decidir, ante la simple vista de un cuestiona­ rio, sobre la vida o la muerte de un enfermo. Un silencio aplastante sigue a esta intervención. Todos los rostros se vuelven entonces hacía el audaz profesor que acaba de expresar tan abiertamente su desacuerdo. Los más temerosos creen que la Ges­ tapo va a detener, sin más, al insolente. Pero Heyde se levanta y dice simplemente al profe­ sor Ewald: -Señor profesor, le agradezco que haya expuesto tan claramente las razones de su desacuerdo y le respeto. Pienso, sin embargo, que es mi deber pedirle que abandone esta asamblea y que guarde secreto sobre lo que ha oído. Con gran dignidad, el profesor Ewald abandona la sala. Pero, de vuelta a Gottingen, se niega a obedecer la ley del silencio, redacta una declaración escrita y la envía a Heyde, a Conti, al decano de la facultad de Medicina de Gottingen y al profesor Mathias Goring, director del Instituto de Psicoterapia de Berlín. Otros miembros de la Universidad, como los profe­ sores Bückner, Schneider, Bonhoetfer, Kleist, Beger y Klare, se opondrán a su vez públicamente al progra­ ma. El profesor Bürger Prinz toma la misma posición y se niega a que los enfermos de Hamburgo, donde él ejerce, sean transferidos. Ganará la partida. Ningún enfermo hamburgués será trasladado ni muerto.

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¿El final de una pesadilla?

En el verano de 1 94 1 , la oposición a la Acción T4 aumenta en violencia. Aunque los cuerpos constitui­ dos de la Medicina o de la Justicia, y a veces incluso las Iglesias oficiales, se hayan refugiado en el silen­ cio, la voz popular, por su parte, sostenida y animada por algunas personalidades intocables, como el obispo de Münster o el pastor von Bodelschwing, multiplica sus manifestaciones de hostilidad frente al programa de eutanasia. Jamás habrá conocido Ale­ mania y no conocerá de nuevo, bajo el régimen nacionalsocialista, un movimiento critico de tal am­ plitud. El hecho es tanto más destacable cuanto que la oposición política tradicional no ha tenido un papel decisivo en este movimiento.

El fin de la Acción T4

Para Hitler y los responsables de la Acción T4 ha llegado la hora de la decisión, ya que el apoyo popular permanece como algo fundamental para él. La guerra se hace difícil. Se ha abierto un segundo frente en el Este. Tiene necesidad de hombres que crean en el Estado alemán, que crean en Hitler, en su misión ... El 24 de agosto de 1941 da la orden a Karl Brand! de interrumpir la Acción T4. Según numerosos testimonios, en particular los de Brandt y de Brack, la decisión de H itler no es solamente consecuencia de la revuelta popular con­ tra el programa eutanásico. El Führer parece haber cedido a las múltiples presiones ejercidas por Him­ mler, el cual ve un inconveniente serio a la Acción T4:

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no ha sido totalmente confiada a la S.S., que no es, en cierto modo, más que una ayuda secundaria. En el fondo Himmler no está descontento de ver la activi­ dad de la central T4 criticada por el pueblo. El fin oficial de la Acción T4 puede ser considerado como un éxito del Reichsführer.

Hlmmler lanza la •Acción 14 F 13•

Un éxito que va a permitirle continuar, con una forma diferente, la masacre de los enfermos mentales y de los asociales. Esta masacre recibirá un nuevo nombre de código: 1 4 F 13. Los argumentos emplea­ dos por Himmler para hacer aceptar esta nueva operación son convincentes. Se resumen asf: durante casi dos años se han utilizado enfermeras, médicos, expertos para matar a un gran número de enfermos mentales, se han puesto a punto técnicas para la asfixia por gas, se ha instituido un circuito adminis­ trativo. Todo esto no debe perderse. No podemos arrojar a la calle a toda esa gente, después de lo que han hecho, y podemos aprovechar las lecciones sacadas de la destrucción de los retrasados mentales. El destacado tecnócrata que es Himmler conserva, pues, todos los •elementos positivos• de la Acción T4, es decir, su personal, su sistema de cuestionario y su técnica de asfixia por gas. Esta vez en los campos

La Acción 1 4 F 1 3 empieza a aplicarse desde noviembre de 1941 . Himmler aumenta la • competen­ cia exterminadora»: no se matará solamente a los enfermos mentales y a los asociales, sino también a

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los judíos, a los detenidos políticos y a todos los que

no son capaces de trabajar y entorpecen inútilmente los campos de concentración. Además es en estos campos donde tendrá l ugar la operación, estos cam­ pos que forman un universo cerrado, herméticamente aislado del mundo exterior. Así no habrá ni críticas, ni protestas, ni trastornos. Los campos de concentra­ ción no dejan filtrar ningún rumor. Primeramente Himmler recupera los mejores espe­ cialistas de la eutanasia y los reúne en el seno de una comisión. Entre ellos el doctor Fritz Mennecke, el joven director del asilo de Eichberg; Valentin Falt­ hauser, director del asilo bávaro de Kaufberen; el célebre H orst Schumann, director de G rafeneck, que se ilustrará más tarde como médico experimentador en Auschwitz. Muchos más aún. La acción 14 F 1 3 se desarrolla

La comisión visita los campos de Dachau, de Sachsenhausen, Buchenwald, Mauthausen, Ausch­ witz, Flossenburg, Gross-Rosen, Neuengamme y Nie­ derhagen. Los comandantes de estos campos son firmemente invitados por Himmler a facilitar la tarea de la comisión ccencargada de una misión a la cual, escribe el Reichsführer, yo concedo la mayor impor­ tancia». Una nota de servicio dictada por Glücks, inspector general de los campos de concentración, y fechada el 1 0 de diciembre de 1941 , es enviada a todos los comandantes y les proporciona explicacio­ nes prácticas sobre la Acción 1 4 F 13. Unos días más tarde Himmler envía a los coman­ dantes de los campos una orden c(destinada a facili­ tar el tratamiento de los detenidos seleccionados por la comisión». O rdena que se realice Ja asfixia por gas

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de los detenidos, no en el interior de sus campos o en Mauthausen, sino en dos centros «especializados»: Hartheim y Bernburg-sur-Saale. Según el Reichs­ führer, el transporte y la muerte por asfixia de estos detenidos evitará sembrar la duda en el espíritu de otros detenidos sobre la naturaleza del trabajo reali­ zado por la comisión. ¡Su ejecución en el lugar entraña riesgos de provocar alteraciones inútiles! Así los seleccionados del campo de Buchenwald son transferidos y exterminados en Bernburg-sur­ Saale que se encuentra a kilómetros de allí.

La Acción 14 F 1 3 debe respetar las necesidades de la industria

Durante casi siete meses, de noviembre de 1941 hasta abril de 1942, la comisión visita sin descanso los campos de concentración y envía cada semana a los enemigos del Reich, los enfermizos y los judíos, hacia los centros de exterminio de Hartheim o de Bernburg-sur-Saale. Numerosos enemigos del Rei­ chsführer o de Heydrich son también «selecciona­ dos» y enviados a una muerte anónima. Pero el celo de los expertos va a ser detenido muy pronto. El año 1 942 es un año relativamente favorable para Alemania. La Wehrmacht reina todavia en Euro­ pa. Pero la guerra en el Este no progresa. El primer invierno ruso ha sido una gran prueba para las tropas del 111 Reich y la industria bélica debe movilizar al máximo la mano de obra. ¡No es el momento de matar inútilmente a gente que puede prestar su ayuda al esfuerzo de la guerra! El conflicto entre el delirio exterminador de la S.S. y las necesidades de la industria ha comenzado. Los magnates saben ha­ cerse oír por el Führer.

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Ante los tét ricos cortes l levados a cabo por la comisión en los campos, la Cancilleria interviene y pide al Reichsführer que limite su acción a los enfermos mentales. Himmler obedece de mala gana y hace llegar a todos los comandantes de los campos de concentración, el 27 de abril de 1 942, una nota en estos términos. •El Reichsführer S.S. y jefe de la policía alemana decide que en adelante las comisiones médicas no podrán seleccionar más que a los detenidos enfer­ mos mentales para la Acción 1 4 F 13. •Todos los demás prisioneros incapaces de traba­ jar (tuberculosos, inválidos postrados) deben estar en principio exentos de este programa. Los detenidos inválidos deben ser utilizados para un trabajo apro­ piado, si es posible para hacer en la cama. •Esta orden del Reichsführer debe ser obedecida sin excepción en adelante. Las solicitudes de gaso­ lina cesarán, pues, por esta misma razón.» La comisión se pliega a la nueva orden de Himmler y la selección no conci'erne más que a los enfermos mentales. Continúa asi su trabajo hasta diciembre de 1 944, fecha en la cual las cámaras de gas de Hart­ heim y de Bernburg-sur-Saale serán destruidas. Otras dos acciones llevadas a cabo paralelamente a la Acción 1 4 F 13, que habían empezado con la guerra, van a continuar, sin embargo, hasta el último momento, es decir hasta los primeros días de 1 945. Dos acciones particularmente atroces: la muerte de los niños anormales y la «eutanasia salvaje"'.

•No todos los médicos S.S. fueron asesinos•

A lo largo de este relato sobre la eutanasia, hemos destacado la protesta de la Iglesia católica, de algu-

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nos pastores protestantes y de la población. Rara vez la de los propios médicos. Sin embargo, me ha hecho observar el doctor Hans Reinemann en el curso de una entrevista, en la que ha querido evocar especialmente ante mí la situación de los médicos bajo el 111 Reich, que la mayor parte de los médicos no eran partidarios de la eutanasia. •La mayoría de los que participaron alll -me dice el doctor Reinemann- fueron S.S., miembros del partido o en todo caso simpatizantes del régimen. ¿Cuál es su proporción en relación con el cuerpo médico alemán de la época? No puedo responder a esta pregunta. Después de la guerra, como usted sabe, ha habido numerosos procesos, protestas de colegios médicos alemanes contra ciertos procedimientos aliados. Este clima de desorden no ha permitido apenas hacer estadisticas y definir la proporción exacta de médicos S.S. Pero no olvide señalar esto en su obra: los médicos S.S. no fueron todos asesi­ nos. Están lejos de esto. Y no lo digo por simpatía. Ahora soy un anciano y he sido detenido dos veces por la Gestapo, encarcelado y suspendido de mis funciones de médico. Es, pues, un régimen por el que no siento ninguna debilidad. Pero hay que reconocer que algunos de estos médicos han realizado una labor admirable en el frente e incluso en el momento de los bombardeos aliados sobre las ciudades ale­ manas. Oigo estas cosas para evitar emitir juicios prematuros y sumarios.• Consultando los archivos de los procesos y los informes, se constata, en efecto, que numerosos médicos se han negado a participar en la eutanasia y sobre todo en el asesinato de los niños anormales, como el doctor Holzl por ejemplo, que se negó a ejercer en el asilo de Elgfing-Haar. Igual que el doctor Holzl, numerosos médicos aceptan la eutanasia en el

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plano filosófico e ideológico, pero la participación activa en la muerte de los retrasados mentales les produce horror. «Una cosa es aprobar con convencimiento las medidas del Estado, y otra aplicarlas hasta sus últimas consecuencias", constata el doctor Holzl. «He conocido a numerosos médicos S.S. -añade el doctor Hans Reinemann- que compartían plenamente los puntos de vista del Führer en este sentido. Tenlan la misma actitud ética que Karl Brand!. Pero no llegaban a aceptar ser los verdugos de estos retrasa­ dos mentales a los que, sin embargo, condenaban a muerte. Encontramos aquí un poco la diferencia que hay entre el verdugo y el juez. Dudaban en franquear este último paso. Numerosos médicos S.S. han per­ dido su grado y sus funciones a causa de estos escrúpulos. Escrúpulos muy peligrosos en esta épo­ ca. No se sustraía uno fácilmente a sus responsabili­ dades bajo el 111 Reich. Todos estos médicos cono­ clan perfectamente los peligros a los que se exponlan negándose a trabajar en los centros de exterminio. Decenas de médicos se han encontrado en el frente del Este, destinados en unidades que tenían las misiones más suicidas, como las que estaban encar­ gadas de luchar contra los partisanos rusos. Lo sabían y lo aceptaban. Tenga, puede usted consultar la obra del periodista americano Wallace Dessel , El pueblo alemán bajo Hitler. Este periodista. que vivió en Berlín durante mucho tiempo, ha evocado en su obra a los médicos que se han negado a ser cómpli­ ces directos de la masacre eutanásica. Cita a psiquia­ tras importantes como el profesor Kleist, el profesor Berger, el profesor Karl Bonhoeffer y muchos otros más.»

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ct L& eutanasia salvajen

•Contrariamente a la Acción T4, decidida por Hitler y realizada en el marco de d isposiciones bas­ tante precisas -eontinúa el doctor Reinemann-, con­ trariamente tam bién a la Acción 1 4 F 1 3, la •eutana­ sia salvaje» no parece ser la acción más abrumadora para los médicos que la han realizado. Se ha evocado esta historia con frecuencia, pero se han cometido a menudo contrasentidos históricos al respecto. En este asunto la responsabil idad de los médicos ha sido completa. En efecto, no habia ni decreto secreto del Führer, ni órdenes de Himmler; en resumen, no había ninguna coacción exterior. El Estado ha dejado a los médicos libres de tomar ellos mismos la deci­ sión de matar o de ahorrar la vida de los enfermos. En este caso, ¡el médico ha sido investido del temible poder de la vida y muerte sobre sus pacientes! Era la trampa más terrible tendida por el régimen nazi a los médicos alemanes.» En efecto, en numerosos asilos, diseminados por las provincias de Baviera, de Wurtemberg, en el distrito de Wiesbaden, tiene 1 ugar una «eutanasia salvaje• , al margen de toda estructura juridica. Los médicos la aplican en función de una simple circular enviada por el M inisterio del Interior a los directores de los asilos. Una circular que deja al médico libre de apreciar el estado de salud del enfermo y su produc­ tividad, libre de condenarle a muerte o de salvarle. «Habida cuenta de las circunstancias creadas por la guerra y del estado de salud de los pensionistas de los establecimientos -dice la circular-, no hay motivo ya para proporcionar los mismos cuidados sin tener en cuenta las posibilidades de trabajo productivo que los pensionistas representan y de asegurarles un tratamiento sin que ellos proporcionen un trabajo.•

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El castigo de los responsables La inmensa mayoría de los que participaron en esta masacre fueron juzgados por los aliados o por los tribunales alemanes. Brack y Brandt, los principales responsables, lo fueron en Nuremberg, en el curso del famoso proceso de los médicos, en 1 947. El principal superexperto de la central T4, el profesor Heyde, se suicidó el 13 de

febrero de 1964, poco antes de su proceso. El p rofe sor Nitsche, s u segundo, fue juzgado e n 1 946 por un tribunal sovié­ tico en Dresde y condenado a muerte. Su pena fue conmutada por cadena perpetua. El doctor Men­ necke fue condenado a muerte por un tribunal alemán, en Francfort-sur-le-Main. El doctor Pfannmüller fue primero

condenado a m uerte en Francfort-sur-le-Main. Después su pena fue conmutada. Juzgado de nuevo en 1 949 por el tribunal de Munich, recibió una condena de seis años de prisión. Según los jueces, •la exterminación de los enfermos no es un asesinato, sino un homicidio involuntario»

Varios expertos escaparon a la justicia suicidándo­ se: Stei n meyer, Müller, Car! Schneider. Seria pesado evocar todos los procesos de eutana­ sia que tu vieron lugar en las cuatro zonas de ocupa­ ción, ante los tribunales aliados o ante las j u risdicio­ nes alemanas. Pero es interesante anotar que la

gravedad de las penas (numerosas condenas a muerte entre 1945 y 1 950) disminuyó con el paso del tiempo. A partir de 1960 y hasta hoy (varios procesos están en trámites de instrucción), los médicos fueron condenados a penas de prisión cada vez más ligeras, o incluso absueltos.

TE RCERA PARTE

ccUna figura como la de Kurt Gerstein, juzgada a la luz de nuestros criterios habituales, no puede sino parecernos Inverosímil. Su inquietante habilidad para disimular bajo una máscara su vida cristiana intima, con el único fin de servir y de testimoniar, constituye un desafío a todo juicio. Es imposible hacer justicia a este hombre ... si se le aplican los criterios clásicos o si se intenta explicarlo por la politlca o la psicología.» Pastor Wehr (1950)

1 La extraordinaria aventura de Kurt Gerstein, espía de Dios en la S.S.

V

eintidós de febrero de 1 942. Un pálido sol de invierno brilla sobre los abetos del cemen­ terio de Sarrebrück. Un largo cortejo remonta lenta­ mente la avenida principal y se dirige hacia la división 22. Van a enterrar las cenizas de Berta Ebeling. La hija del viejo pastor Julius Ebeling ha muerto. Unos días antes, una carta admin istrativa lacónica ha anunciado la noticia a la familia. Berta Ebeling ha fallecido en la clínica de una pequeña ciudad de Hesse, en Hadamar. Ha muerto a su llegada. La carta del médico jefe de Hadamar es de una concisión implacable: •Debido a la grave enfermedad mental, la vida de l a difunta n o era más q u e sufrimientos. E s por esto por

lo que no tendrán que aceptar su muerte más que como una liberación.•)

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La familia Gerstein, unida a la familia Ebeling, asiste a la inhumación de las cenizas en el panteón de los Ebeling. Kurt, el «extraño» de la familia Gerstein, está aquí, también él. Su alta silueta desgarbada es reconocible entre todas. Se destaca del grupo y exclama, de repente, a la cara de su hermano Karl: -¿Sabe usted lo que han hecho con Berta? ¡Ha­ damar es un matadero! Los nazis están vaciando todos los asilos de Alemania: ¡exterminan a los enfermos en serie! Berta no ha muerto. ¡Ha sido asesinada! La voz tiembla por una i ndignación contenida demasiado tiempo. Hay que calmar a Kurt Gerstein, hacer que se calle. Tal escándalo es imposible. Atreverse a decir cosas parecidas ... Pero Kurt Gerstein no se calma. Irrespetuoso con las conveniencias y olvidándose del peligro, continúa con una voz aguda, inquietante incluso: -Yo sabré lo que pasa. He escogido la Waffen S.S. Por ahí es por donde llegaré a saber... Karl pone una mano sobre el hombro de su herma­ no: -Escucha, Kurt, te lo suplico ... Pero Kurt se ha ido ya. Se precipita hacia el pastor que le ha visto, aturdido, y le explica: -Es preciso que descubra la verdad. Hay que conocer las razones de esas muertes. ¡Hay que introducirse en el estado mayor S.S. y denunciar los crímenes al pueblo que no sabe nada! El anciano, asustado, le desaconseja formalmente que entre «en el campo de las potencias demonía­ cas•. ¿Cómo puede él, Kurt, i r donde están los que ponen en causa los principios sagrados de la reli­ gión? Kurt Gerstein no escucha. Su destino está más allá

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de las frases tranquilizadoras, de los consejos de prudencia, de las llamadas a la moderación. Al dia siguiente y en los días sucesivos comunica a su familia entera y a sus amigos la decisión. Poco a poco las puertas se cierran ante él. Algunos intentan persuadirle para que desista de esta loca empresa. La verdad que él quiere descubrir, todo el mundo la conoce aquí en Sarrebrück. Igual que se conoce ahora la verdadera cara del régimen. Pero hay que callarse, esperar. Es demasiado peligroso. Todos, la familia, los amigos, sienten el peligro. Un peligro mayor que el simple riesgo de perder la libertad. Un peligro mortal y no solamente físico. Kurt Gerstein, para estos oponentes silenciosos y prudentes, se arriesga a perder su alma. No se pone uno impunemente al servicio del Mal. Sin embargo esta trágica decisión no les sorprende apenas siendo un personaje tan marginal. Su sorprendente historia comienza unos veinte años antes. Madre lejana y soledad 1919. Siguiendo las músicas militares, el ejército francés desfila por las calles vacías de las ciudades sarras. Para numerosas familias es el éxodo. Se llevan todo, los muebles, los recuerdos, los niños. No se deja más que a los muertos. El juez de paz Ludwig Gerstein abandona Sarre­ brück con su fam ilia, expulsado por los franceses. El primogénito ha muerto como un soldado. La guerra está perdida. En la atmósfera pesada de las veladas familiares, el joven Kurt guarda silencio. El silencio de la derrota y de la desilusión es interrumpido de vez en cuando por el pad re:

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-Hemos perdido la guerra y nos hemos vuelto pobres. La madre se calla también. Rodeada de sus seis hijos, lleva en su cara todo el dolor de Alemania. Kurt respeta pero no ama apenas a esa madre lejana, de gestos graves y con la voz fatigada, que vela desde lo alto la buena marcha de l a casa. En esta familia protestante, honrada pero severa, el niño ha sufrido demasiado la soledad. Muy pronto Kurt ha sido confiado a una buena católica. La ternura de esta criada simple y entregada ha conso­ lado sus preocupaciones de niño y ha ocupado poco a poco el l ugar de la ternura maternal. Kurt disfruta en compañía de esta mujer de fe ingenua para la que Dios y el Estado componen el orden del mundo. Acunado por una católica, pero hijo y nieto de protestantes austeros, el joven optará, sin embargo, por la fe de sus padres. En la familia Gerstein se tiene sentido de la tradición.

Un escolar disipado

Niño piadoso, Kurt Gerstein no es, sin embargo, un buen alumno. El ceño de su padre se frunce a menudo a la vista del cuaderno de notas. «Le falta seriedad más que inteligencia. . dicen los maestros. El padre está furioso y el niño baja la cabeza bajo las reprimendas. ¿Va a manchar la reputación de la familia desde la escuela? Las preocupaciones de la postguerra hacen todavia más severo al juez de paz frente a las dificultades escolares de su hijo. Kurt une el poco trabajo a una disipación que va en aumento. Su profesor de griego en Neuruppin, donde se ha instalado la familia, se acordará de él: .

»,

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·Siempre tenia malas notas. Pero esto no le preo­ cupaba en absoluto. Al contrario, daba la impresión de que la opinión desfavorable que se tenía de él le divertía.» 1 920. Kurt tiene 1 5 años. Ha decidido no volver a hacer sus temas y versiones griegas. -Vendrá usted castigado esta tarde --anuncia el maestro, el señor Schlinke. Por la tarde el profesor llega al instituto. Hace mal tiempo y va a pie. Un coche de punto se detiene ante la puerta. El señor Schlinke levanta la vista. Kurt Gerstein, con g ran dignidad, desciende del coche y saluda con su sombrero al maestro que está pe­ trificado. ¡El alumno ha roto su hucha para alquilar este coche! Los estudios del joven Gerstein seguirán en adelan­ te, hasta el bachillerato, un curso caótico, con resul­ tados generalmente mediocres. 1 925. La clase repasa febrilmente los programas del bachillerato. Gerstein bromea mucho y trabaja poco. Sus camaradas se inq uietan por su suerte. Responde con una ocurrencia: -Tengo un libro que responde a todo. -¿Qué libro? -El arte de tender una trampa a mis enemigos.

Un estudiante dHerente a los demás 1 925. En Marburg, el escolar revoltoso se hace estudiante. En esta pequeña ciudad universitaria, colgada en las frondosas laderas del valle de Lahn, los estudiantes viven en sus casas. Marburg es una antigua y célebre universidad; los estudiantes que viven allí son numerosos alborotadores.

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Los círculos de estudiantes pululan. Se bebe cerveza, se hace esgrima con sable, se quiere restau­ rar Alemania. La burguesía acomodada y próspera escucha complaciente los discursos exaltados. Tam­ bién ella se pregunta por el porvenír de Alemania, que todavía está lejos del final de su larga crisis. Kurt Gerstein hace una aparición destacada en esta atmósfera estudiantil tan particular. Alto, demasiado alto, parece no encontrar nunca trajes a su medida. Un poco torpe, pero muy inquíeto, impresiona por su alta silueta y por su facilidad para establecer relacio­ nes. No se le ha visto más que dos veces y ya os habla como a un amigo. Os confía secretos, pide que se tos guardéis, después habla de otra cosa. Al día siguiente desaparece, para reaparecer una semana más tarde. Algunos le encuentran guapo, otros muy feo. Un personaje desconcertante, pero al que no le falta encanto. En Marburg, el joven Kurt ha elegido los estudios cientlficos. Pero hay tantas cosas que hacer, además, de los estudios, para un estudiante alemán de la época... Solicitado por varios círculos políticos, se adhiere primero al Teutonia, una corporación de estudiantes nacionalistas. El nombre es todo un programa. «Alemania ha sido apuñalada por la espalda. Los enemigos son una horda de rateros. Hay que preparar la revancha.• Kurt encuentra aqul los temas de los discursos paternos. Efectivamente, la familia Gerstein es mode­ rada. Apenas se cometen excesos en ella, en política igual que en otros terrenos. Pero los herederos Gersteín han sido siempre nacionalistas y religiosos. No se insulta a los enemi� gas de Alemania, se les detesta. No se odia a los judíos, pero se les tiene aparte.

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Las exageraciones verbales de los miembros de la Teutonia sorprenden un poco a este hijo de buena familia. Los prefiere a la derecha clásica y al centro, más respetables, menos propensos a la violencia insurrecciona!. Poco a poco, pues, Kurt se separa de sus amigos de la Teutonia, a los que reprende la ligereza, y se hace miembro de la Asociación de estudiantes cris­ tianos alemanes. Disfruta en compañía de estos jóvenes cuyos ideales están más de acuerdo con la moral cristiana. Pero pronto, para Kurt Gerstein, las l uchas politicas van a pasar a segundo plano. (•Voy a preocuparme de la salud de mi alma», repite con frecuencia a sus camaradas. Cada vez toma más conciencia de sus problemas personales. Desde su infancia le preocupa la idea del pecado. La adolescencia, vivida en un medio austero, agrava sus dificultades. La sexualidad se convierte en una perpetua fuente de angustia. «Desde los 18 años, veía en la sexualidad algo terrible, algo malo, un secreto sucio», dirá más tarde. En Marburg, en medio del ambiente estudiantil, en plena libertad, Gerstein tiene miedo. Intenta huir del Dios de su infancia, un Dios temible. Pero no lo logra.

U n joven cristiano en vísperas del nazismo 1928. Kurt Gerstein, bajo el efecto de sus preocu­ paciones religiosas, se enrola en el movimiento evangélico, después en los Círculos bíblicos (Bund Dautcher Bibelkreise). Es la época en la que los jóvenes, con la mochila a la espalda, surcan Alema­ nia. El amor por la naturaleza, las marchas fatigosas, el gusto por el esfuerzo físico, están de moda.

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Por la noche. alrededor de los fuegos del campo, se busca la vla de una renovación espiritual. Huérfa­ nos de una guerra perdida. inquietos por los sobre­ saltos de una república moribunda, los jóvenes de Bibelkreise esperan el milagro que no puede venir más que de Dios. Kurt Gerstein tiene 23 años. Pero su cara inquieta y melancólica le dan un aspecto mucho más adulto. Recibe el apodo de •Vati• (papá). El 1 1 de agosto de 1 932 doscientos setenta jóvenes de los Circulos biblicos hacen retiro en Zingst, al borde del Báltico. Es el cumpleaños de •Vati• . Por la tarde todos se precipitan y le rodean, g ritando su nombre. Kurt Gerstein, encantado. se divierte y juega a ser ldolo. Se le empuja, se le alza en hombros a la sombra de un baldaquino improvisado. Comienza una marcha triunfal a través del campo. La influencia de Kurt sobre los jóvenes es inmensa. Todo el mundo le conoce, le respeta y le quiere. Un halo de familiaridad, de admiración y de ternura rodea su silueta un poco lunática. Hereda una em­ presa de su madre en Düsseldorf. Rico, ¿va a vivir protegido de la miseria como un perezoso egoista? No, la fortuna se consume, se volatiliza poco a poco en regalos y en dones. Compra una granja en ruinas, la reconstruye, la prepara y hace de ella un albergue de juventud. Pero Kurft Gerstein no tiene nada de cristiano triste, de director de conciencia desagrada­ ble, ni explorador melancólico. Adora las farsas. Un dla, en 1 933, en Wuppertal, llega a un campo de jóvenes sin avisar. Nadie le conoce. Sólo el monitor le ha visto ya. Su alta silueta, su mirada escrutadora, inquieta a los niños, que lo toman por un emisario de la Gestapo. Es el pánico. Gerstein sigue el j uego. Participa en la comida, serio y reticente. Come de mala gana, frunce el ceño y hace preguntas atrevidas.

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-¿Qué se hace aquí realmente? ¿Qué signijica todo este trabajo sobre la Biblia? ¿Tiene un sentido hoy? Al principio reticentes y temerosos, los niños ha­ blan y defienden su fe. El valor y las convicciones pueden más que el temor a la policía. Kurt Gerstein se desenmascara finalmente saltando de risa. La Iglesia protestante se alia al nazismo

Pero el nacionalsocialismo no tarda en desconfiar de estos grupos de jóvenes a los que no controla. Muchos indicios confirman la oposición del na­ zismo a la fe. Gerstein lo había comprendido desde la llegada de Hitler al poder. Sin embargo esta convic­ ción no le impide inscribirse en el N.S.D.A.P. En efecto, el 1.0 de mayo de 1 933, con el carnet n.º 21361 74, Kurt Gerstein se convierte en miem bro del partido nacionalsocialista. Pero el joven Gerstein no es un nazi ortodoxo. Apenas un mes después de su inscripción en el partido, es perseguido por la Gesta­ po, por actividades cristianas contra el Estado. Buen cristiano, pero mal nacionalsocialista, intenta salvaguardar la autonomía de los movimientos de la juventud protestante. Una tarea muy difícil. Participa activamente en la campaña realizada por una asociación protestante cuyo slogan no ofrece dudas: ·El lugar de los jóvenes cristianos está en primera linea en el combate por la renovación del pueblo . . L o que quiere decir, a las claras, que estos cristia­ nos deben luchar contra el régimen que acaba de instaurarse en Alemania. Pero la inmensa mayoría de los protestantes alemanes no desaprueba el régimen y apoya sin dudar la acción del Führer. Los rigores de

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las autoridades nazis no se ejercen más que contra los que tienen una actividad militante contraria al orden establecido. Y estos militantes son poco nume­ rosos, muy ampliamente minoritarios. Kurt Gerstein no tarda en u nirse a esta ccminoría activa». Recorre Alemania, visita los centros de jóvenes, intenta con­ vencer a los dudosos y a los timidos. El peregrino infatigable empieza a levantar sospechas. Kurt Gers­ tein es consciente del peligro, escribe a uno de sus amigos: «En el fondo de nosotros mismos estamos inquie­ tos por la evolución en el seno de la Iglesia. Puede que seamos obligados a dejar a otros la Iglesia visible para que puedan hacer en ella su labor de masas. Debemos edificar por nosotros mismos la verdadera Iglesia, la Iglesia invisible.» Octubre de 1933. Kurt Gerstein entra en la S.A. Su elección definitiva no está hecha todavía. A pesar de sus temores y sus reticencias, cree todavía posible salvar una parte de la Iglesia. Noviembre de 1 933. Reunidos en el Sportspalast de Berlín, los cristianos alemanes declaran la guerra al Antiguo Testamento. Es la carta de una nueva reli­ gión en la que numerosas de sus tesis coinciden con las del nacionalsocialismo. La unión se hace bajo el signo de la cruz gamada. El 21 de diciembre de 1 933, Müller, •obispo del Reich•, anuncia la adhesión «espontánea» a los cristianos alemanes de ochocien­ tos mil miembros de las juventudes protestantes. Es el final de una ilusión.

Kurt Gerstein llama a los protestantes a la revuelta

Kurt Gerstein no es de esos a los que un fracaso, por grave que sea, puede desanimar. M ientras que la

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mayoría protestante se entrega al Führer atados de pies y manos, él no duda, ese mismo 21 de diciembre, en telegrafiar a Baldur von Schirach, jefe de las Juventudes Hitlerianas desde el mes de julio: ·El descuartizamiento de la obra de las Juventudes evangélicas significa de hecho la destrucción, la anulación del protestantismo alemán.» Esta primera manifestación oficial de su desa­ cuerdo es mal recibida. Se archiva el telegrama, pero su expeditor es, en adelante, más que sospechoso. El mismo dia telegrafía al «Obispo del Reich« Müller: •La Iglesia muere de la mano del obispo. Con vergüenza y tristeza para la representante de Cristo.» La nueva protesta no provoca más respuestas. Esta mística no tiene nada que ver con los asuntos del Estado. Las manifestaciones de apoyo a Hitler se multipli­ can. Orquestadas por la propaganda, las adhesiones a las filas de la Juventud Hitleriana se cuentan por millares. Gerstein contempla esparcirse las filas a su alrededor. Los niños llevan ya el uniforme y se preparan para convertirse en futuros soldados del Reich. Dios ha sido relegado a segundo plano. La inquietud alcanza a algunos dignatarios de la Iglesia protestante. El 25 de febrero de 1 934 el Führer acepta recibirles. Hitler se muestra poco conciliador. Los pastores reclaman con palabras veladas la dimisión del cc obispo del Reich.. Müller. Este, en efecto, es más nazi que protestante. Hitler se niega categóricamente. El nacionalsocia­ lismo descubre además su verdadera cara: es ateo y su único culto es el de la raza germánica. Las consecuencias no se hacen esperar. El 8 de febrero se disuelven los Círculos bíblicos. Gerstein pronuncia el discurso de despedida:

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«Hace meses que la Juventud Hitleriana nos ha

declarado la guerra, pero no nos ha vencido. Aban­ donamos la lucha porque la autoridad del Estado totalitario nos ha hecho saber que tenemos que incorporarnos... No escogemos Versalles, sino Scapa Flow.» La evocación de Scapa Flow, lugar del barrena­ miento de la marina alemana que, después de la Primera Guerra Mundial. se negó a entregar sus barcos, conforme al tratado de Versalles, es hábil. Pero no gusta demasiado en las altas instancias. ¿Se hará resistente Kurt Gerstein? ¿Se atreverá a negarse a obedecer la ley? Multiplica las reuniones y no deja de llamar a los cristianos para que tomen conciencia de los graves acontecimientos que tienen lugar en el Reich, de la inmensa desgracia que está golpeando a la Iglesia. Sus reuniones no pasan desapercibidas. Los informadores de la Gestapo le denuncian a las autoridades. Los Círculos bíblicos se reunen clandestinamente. El conferenciante Kurt Gerstein, habitante de Hagen, invita abiertamente a la rebelión. ¡Insta a los jóvenes a que abandonen las Juventudes H itlerianas e insulta al régimen y a su •(nuevo paganismo»! La Gestapo calla y espera su hora. No olvida jamás a un opositor y sabe, un día u otro, poner término a sus actuaciones. Kurt Gerstein está en cuarentena. No por mucho tiempo. Escándalo en el teatro

30 de enero de 1935. El teatro municipal de Hagen anuncia Wittekind, de Edmund Kiss. Se celebra el segundo aniversario de la llegada al poder de Hitler con la representación de esta tragedia pagana y

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racista. La d ramaturgia nacionalsocialista tiene tam­ bién su repertorio teatral. Toda la élite nazi local asiste al espectáculo. S.S., S.A., miembros del Frente de Trabajo, Juventudes Hitlerianas, se precipitan a los sillones de palco. Unos días antes, manifestantes católicos han ve­ nido a boicotear la representación. El Gau/eiter y sus adjuntos han prometido que no se repetirá más semejante escándalo. Antes de levantar el telón, el Gau/eiter adjunto explica a la sala: -La tragedia que va a ser representada nos ha sido especialmente recomendada por el señor minis­ tro de Propaganda, Josef Goebbels. La sala rompe en aplausos. La obra comienza. Los cristianos presentes no tardan en darse cuenta de que su religión es arrastrada por el fango. No se levanta ni un murmullo. Se esperan los aplausos del final que, evidentemente, serán frenéticos. Los diri­ gentes nazis locales se miran satisfechos. Han ga­ nado la partida. El orden reina y la ideología pasa. Un actor, seguro de su aceptación, lanza una perorata: -Pero primero, señor Alcuin, ¡expulsemos a los enemigos del alma alemana! No tenemos nada que hacer con un salvador que no sabe más que gemir en lugar de callarse como los héroes. Nosotros, alema­ nes, nosotros... En este instante mismo, se levanta un grito en la sala. El actor se detiene en la mitad de su discurso. Es el escándalo. Un hombre, de pie, gesticula y arenga a la sala enmudecida. Es Kurt Gerstein. -¡No dejaremos que insulten nuestra fe, pública­ mente, sin protestar! Paralizado un instante por lo repentino de esta actuación, el servicio del orden reacciona en seguida.

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Se precipita sobre este orador imprevisto. Gerstein es rodeado. a rrojado sobre el pasillo central y brutal­ mente golpeado. Con la cara ensangrentada, las ropas rasgadas, Kurt Gerstein es arrastrado fuera del teatro y arrojado sobre la acera. El espectáculo puede volver a empezar en medio de la «Calma y la tranquilidad». Transeúntes no informados piden al policia que está de guardia ante el teatro que preste socorro al herido. El policía se encoge de hombros: -No es asunto mío.

La Gestapo interviene

Seis meses después del escándalo, el 3 de junio de 1935, tres agentes de la Gestapo se presentan en el campo de juventud organizado por Gerstein. Es una investigación en regla. Ser miembro del Partido y de la S.A. (Gerstein sigue siéndolo) no es suficiente para encontrarse al abrigo de sospechas. Y, desde hace dos años, los informes sobre este curioso militante se acumulan en los despachos de la policla. Gerstein recibe a los tres policías, responde a sus preguntas de buen humor y encuentra incl uso el medio para bromear. Mientras que todo el mundo se inquieta y se ve ya en prisión, Gerstei n conserva la calma. Los tres gestapistas registran e interrogan. Finalmente, no encuentran nada y se marchan de vacío. «Vati•. , una vez más, ha ganado la partida. En el mes de noviembre de este mismo año Kurt Gerstein obtiene su diploma de ingeniero de minas. Su padre puede, por fin, esperar un porvenir estable

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para este hijo tan desconcertante y tan contradictorio que quiere conciliar desesperadamente sus opciones politices y su fe. El padre está tanto más satisfecho cuanto que asiste, el 30 de noviembre, a la pedida de su hijo. La futura señora Gerstein, Elfriede Bensch, es la hija de un pastor de Berlln, un hombre digno de estima y de respeto. Pero su titulación y su boda no impiden al joven el continuar sus actividades clan­ destinas. Continúa recorriendo Alemania en todos los sentidos, con la maleta llena de panfletos redactados por él. Sin embargo, 1935 marca un recrudecimiento de la represión. El régimen tolera cada vez menos a sus adversarios. Es el momento en el que, después de haber exterminado a la S.A. a lo largo de «la noche de los largos cuchillos•, la S.S. arroja en los campos de concentración a los enemigos del régimen. Indiferente, Gerstein evita todas las trampas. Su habilidad es sorprendente. Borra las pistas y acumula precauciones. Pero, sin embargo, va a dar su primer paso en falso con ocasión de una broma de gusto dudoso. En mayo de 1936, Gerstein, como ingeniero de minas, es encargado de organizar en Sarrebrück el primer congreso de los mineros alemanes. En la organización de tales congresos las normas indican que los miembros del partido ocupen priori­ tariamente compartimentos enteros cuando se des­ placen en tren. Gerstein envía numerosas invitacio­ nes a los miembros del partido, pero a la cartulina oficial añade dos cuartillas de invención suya: «Compartimento reservado a los viajeros acompaña­ dos de perros rabiosos.. y «Compartimento reservado a los viajeros afectados de enfermedades contagio­ sas». Algunos funcionarios del partido no encuentran graciosa la broma y envían a la Gestapo sus cuartillas

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subversivas. Cuatro meses más tarde, el 24 de sep­ tiembre de 1936, en Sarrebrück, los policlas llaman al domicilio del ingeniero de minas. Las presentaciones son breves y secas. -Gestapo. Los policias se alegran. Acaban de descubrir en el apartamento un millar de sobres dirigidos a funciona­ rios importantes y a m iembros de profesiones libera­ les. -¡Tiene usted una correspondencia importante, señor ingeniero! Importante y peligrosa. Los sobres contienen, en efecto, folletos prohibidos de la Iglesia confesional, la fracción del protestantismo hostil al régimen. Gerstein es detenido en el acto y pasa la noche en la prisión de Sarrebrück.

Ciudadano destronado

¿Qué hacer en una celda demasiado pequeña sino un balance de su vida y de su acción? Kurt Gerstein estima que el suyo es positivo. Está en paz con su conciencia. Ha realizado lo que consideraba que era su deber. Pero, para los jueces, por el contrario, es culpable. Lo sabe. Al día siguiente de la detención, su hermano Karl viene a visitarle a la cárcel. -Estoy perdido -le dice Kurt-. Di a mi prometida que le devuelvo su palabra, ¡que no me espere! En el clan Gerstein cunde el pánico. El juez de paz está furioso. -Este imbécil de Kurt se ha puesto en un aprieto, ¡y la familia con él! La Gestapo tiene la fea costumbre de sospechar de los allegados. Uno de los principios de la Gestapo es, en efecto,

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el no reconocer jamás la resistencia aislada de un individuo. Los hermanos, las hermanas, los padres e incluso los amigos, son siempre cóomplices (para ella). Sin embargo, para el juez Gerstein , está fuera de duda el dejar a su hijo pudrirse en la cárcel. Avisa a todos sus amigos, moviliza a todas sus relaciones. Por su parte, la prometida de Kurt, Elfriede Bensch, avisa a los miembros de la Iglesia confesional. Clan­ destina y perseguida, esta Iglesia dispone, no obstan­ te, de muchos aliados discretos y poderosos. Consti­ tuye uno de los componentes de esta oposición prudente y subterránea a la que el régimen no ha conseguido desmantelar totalmente. Hitler puede electrizar a las muchedumbres y en las fiestas del Reich movilizar a las masas. Pero, a la sombra de la cruz gamada, en voz baja y con medias palabras, los enemigos del nacionalsocialismo conti­ núan su acción. En cuanto a Kurt Gerstein, reducido a la inacción, contempla soñadoramente los muros de su celda y, en ocasiones, charla con el detenido que la comparte con él. El hombre es un comunista que ha traicio­ nado por evitar la prisión. En vano: la S.S. le ha detenido de todas formas. El 2 de octubre de 1 936, Kurt Gerstein se entera en la prisión de que ha sido expulsado del partido nazi. La pena es leve para el antinazi. Es pesada para el funcionario. Gerstein es expulsado de la administra­ ción. Hele aquí en paro. Y ninguna industria privada correrla el riesgo de contratar a un traidor al partido. El que da trabajo a un enemigo del régimen es inmediatamente juzgado cómplice de su crimen. Después de seis semanas de detención, las puertas de la cárcel se abren, sin embargo, para Gerstein. Las calles de Sarrebrück están tristes en noviembre. El cielo cubierto es el reflejo de la preocupación de

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Kurt. El porvenir es sombrío para el ciudadano destronado. Durante varios días, el prisionero libe­ rado multiplica las gestiones para encontrar trabajo. En vano. Ninguna empresa quiere contratar a un personaje tan «marcado ... Afortunadamente sus generosidades no han redu­ cido a cero su fortuna. Le queda con qué sobrevivir. Abandona Sarrebrück y se instala en Tübingen, en el Wurtemberg, donde inicia estudios de medicina. Pero esta nueva carrera no es más que un sueño, un sueño imposible. Gerstein sabe bien que un ex ingeniero de minas, expulsado del partido por traición, no podrá ser médico jamás. Su padre, preocupado por este .. 1oco•, le empuja a pedir su rehabilitación. Es la única oportunidad que le queda. Para esto le hará falta suplicar, mentir, protestar de su buena fe. Gerstein se niega a humi­ llarse y a traicionar sus convicciones. Se inscribe entonces en el Instituto de las Misiones Protestantes. Tiene 32 años. Durante varios meses, sus padres y todos sus amigos intentan hacerle desistir de su decisión que está, según su hermano Karl, «dictada por el orgullo más ciego». Acosado por todas partes, desamparado, Kurt Gerstein acepta por fin, de mala gana, pedir su rehabilitación.

Las mentiras de Kurt Gerstein

5 de enero de 1 937. Elfriede Bensch recibe una carta de su prometido: «Es hoy -escribe Kurt- cuando debería ser pre­ sentada mi carta de defensa al tribunal del partido. En este asunto, mi familia me fuerza casi a la mentira y debido a esto estoy de un humor muy sombrío.•

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E s su hermano Karl e l que h a redactado l a carta. Kurt no ha tenido el valor de hacerlo: •No puedo permitir que se me acuse de haber sido infiel al partido nasionalsocialista y de haberme situado al lado de los que intentan sabotear la obra del Führer. Me siento profundamente unido al movimiento y tengo la ar­ diente voluntad de servirle, así como a la obra de Adolf Hitler, con toda mi fuerza, con todos mis medios e incluso considerar la pena de exclusión como u n castigo justificado. Como todo buen alemán veo en ella una difamación. No la he merecido.• Estas mentiras eran necesarias. Oficialmente Kurt las ha hecho suyas. No puede decidirse a vivir siempre co1no un apestado. Espera con impaciencia la resolución del tribunal del partido que tiene su sede en Munich. Pero la administración nazi es lenta y es bueno que los que han cometido faltas vivan en la angustia. El cu lpable esperará esta respuesta durante dos largos años. Dos años de ociosidad y de incertidumbre. Mientras tanto, el 31 de agosto de 1 937, el pastor Dibelius, miembro clandestino de la oposición y animador de la Iglesia confesional, preside una ce­ remonia religiosa Es la boda de Kurt Gerstein y Elfriede Bensch. Los jóvenes casados se instalan e n Hagen. Kurt Gerstein , a pesar d e s u solic�ud de rehabilitación, no se ha rendido. Su exclusión del partido equivale a una prohibición oral sobre todo el territorio del Reich. Que no quede por eso: hablará en privado, y mucho, incluso demasiado. Relaciones con los resistentes

Siempre esperando su reintegración en el partido, Gerstein frecuenta los salones burgueses donde se

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critica al régimen y al Führer, a puerta cerrada, a espaldas de los criados, bebiendo vino francés. Gerstein aprecia poco esta resistencia disfrazada y la juzga con términos severos: «No se acaba con Hitler en frac y en chaleco.» ¿ Pero qué otra cosa hacer, cuando cada gesto, cada palabra entraña el riesgo de enviar a su autor a un campo de concentración? Y Gerstein entabla algunas relaciones con auténticos resistentes. Estos militan secretamente bajo la dirección de un antiguo dipu­ tado nacionalista, Reinhold Wulle. Un personaje sor­ prendente y de color subido. Tan violentamente anti­ comunista como los nazis, igualmente racista res­ pecto a los judíos y los no arios, ¡sitúa su actividad política clandestina bajo el signo de una vuelta a la monarquía! La Gestapo le vigila, pero le deja en l ibertad para tener más posibilidades de desmantelar su organiza­ ción. La policía secreta tiene, en efecto, una manía: ve por todas partes inmensas redes de subversión. Esta tregua dura poco. El 14 de julio de 1938, por orden de la Gestapo en Berlín, la policla se presenta en el domicilio de ocho personas sospechosas de estar en contacto con Wulle, y las detiene. Uno de ellos, Kurt Gerstein, franquea por segunda vez las puertas de una cárcel.

2 Gerstein en la prisión de Stuttgart

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erstein está e n carcelado en l a p ri s i ó n de Stuttgart. Esta vez e l asunto e s grave: está mezclado en un complot contra la seguridad del Estado, en el cual, además, no ha tenido participa­ ción alguna. Su único error es haber conocido a gente que si estaba implicada en él. Pero la justicia no parece dispuesta a hacer demasiadas diferencia­ ciones sutiles. El ministerio fiscal transmite el asunto al tribunal del pueblo en Berlin. Su informe es apabullante para los acusados. Se tiene consideración, sin embargo, con Gerstein. «Por lo que se refiere al acusado Gerstein -dice el tribunal-, la sospecha se l imita a una simple compli­ cidad. Los elementos constitutivos del crimen de alta traición con premeditación se han reunido para cada

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uno de los acusados. El comportamiento y la activi­ d ad de Wulle están precisados por las descripciones de Gerstein y de Mayer en cada uno de sus encuen­ tros, y en cada una de las entrevistas con Wulle, éste no dejaba de utilizar expresiones injuriosas de lo más vulgar, tanto respecto al Führer como contra otras personas del Gobierno ... En Berlín, sin embargo, se prevé, ¡oh sorpresa!, inculpar a Wulle en virtud del articulo 2 de la ley sobre la propagación de noticias falsas. El cargo de acusación se convierte en un simple delito correc­ cional. Es una de las pocas veces en las que el régimen manifiesta alguna clemencia con sus ene­ migos. Pero Gerstein se aburre esperando en la celda. Su segunda jornada en la cárcel le hunde en la desespe­ ración y le rompe toda la fuerza moral. Su mujer obtiene el derecho de visita. Le encuentra pálido y más delgado. No es más que la sombra de él mismo. Obsesionado por negras ideas. habla de acabar con una existencia fracasada. En el informe que escribirá en 1945, después de su captura por los aliados, habla de esta época como una de las más sombrías de su vida: (c Me he acordado de mi prisión de Büchsenstrasse en Stuttgart. Una mano inexperimentada habia gra­ bado en el metal de mi cama: •Reza. La madre de Dios ayuda... Esto ha sido un gran consuelo para mi en estos días penosos. Mi celda me parecía una iglesia pequeña. Saludo agradecido a este hermano desconocido que me ha enviado esta señal y esos ánimos en mi pena profunda. ¡Que Dios le recompen­ se! .. El policia de la Gestapo de Stuttgart que le interro­ ga, Ernest Zerrer. es un veterano de la república de Weimar. Protestante, conoce a Gerstein de nombre y

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se sorprende de verle acusado. Su propio hijo ha leído los textos de este joven e infatigable animador de los Círculos blbllcos: Por el honor y la pureza, La gran nostalgia, que Gerstein ha escrito hace algunos años. i Y además Gerstein es Diplomingenier, i Y estu­ diante de medicina! Los títulos universitarios impre­ sionan a este policía de otra época. Al final del interrogatorio, Zerrer, que ya no sabe qué hacer con este místico universitario, ¡le deja redactar el protocolo del interrogatorio! Gerstein dicta las preguntas y las respuestas. La señora Jost, la secretaria, las escribe a máquina. Los dos hombres firman. El acusado se acordará mucho tiempo de este policía. «El más bondadoso quizá del régimen nazi», dice. Unos dias más tarde el acusado se entera de que ha sido designado para ser transferido a un campo de concentración, en Welzheim. Finalmente va a conocer de una manera concreta la otra cara de este régimen al que ha intentado combatir desde hace tanto tiempo.

En el campo de concentración Kurt Gerstein traiciona a sus camaradas

Dos edilicios de piedra, rodeados por un muro. Algunos estrechos patios sombríos en los que el sol no penetra jamás. El campo de concentración de Welzheim está muy cerca de la ciudad. Es demasiado pequeño para ser un auténtico campo de concentra­ ción: es un campo de transición. En él se encierra a los rivales -una centena- mientras esperan para destinarles a otra parte. Un sabor antici pado del infierno.

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Kurt Gerstein conoce allí el hambre, las brutalida­ des, la soledad y la preocupación. Vive un mes la miseria de los detenidos, de los que no tienen ninguna posibilidad de ser liberados. Les ve ahorcar­ se. Por la noche, cuando se acuesta, cuando los g ritos de los guardianes se callan por fin, durante pocas horas, es la lucha contra los piojos. No hay una hora en la que no haya que enfrentarse a este tenaz enemigo. Durante la jornada, la única forma de evitar las novatadas o los golpes, es traicionado. La S.S. los tolera, a condición de que se la «informe». Gerstein, en este fondo de miseria, hace el apren­ dizaje de la cobardia, convertida en la única posibili­ dad de sobrevivir. Traiciona a algunos de sus compa­ ñeros por unas rodajas de pan adi ciona/es. Ni siquiera tiene el recurso de la religión: las prácticas religiosas están prohibidas en los campos. Al final del mes de agosto de 1 938 el detenido Kurt Gerstein es puesto en libertad, a falta de pruebas contra él en el asunto Wulle. Esta l iberación prema­ tura es debida en gran parte al policía Zerrer. Antes de abandonar el campo, Gerstein debe jurar el se­ creto absoluto sobre lo que ha visto y oido, so pena de volver allí definitivamente. Liberado, envejecido, se decide

Por segunda vez Kurt Gerstein está libre. Su familia y sus amigos tienen dificultad para reconocer/e. Tiene 33 años, pero está envejecido y cansado; su elevada silueta se inclina ya. La cara marcada, la mirada cansada, inquieta a los que se le aproximan. Su padre, que se obstina en hacerle reintegrarse al

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partido, escribe al tribunal. El juez se hace abogado. Intercede por su hijo enfermo que padece (