La Fiesta

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La Fiesta

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GRAN.

¡E] fiesta!

¡La fiesta!/ Antonio Abascal Díaz Barreiro, Jaime Alfonso Sandoval, Antonio Malpica... [et al.) ; Gabriel Pacheco, Ma. Guadalupe Pacheco, Alma Rosa Pacheco - México : Ediciones SM, 2015. 72 p.; 21 x 14 cm.

ISBN: 978-607-24-1806-6 1. Cuentos mexicanos. 2. Literatura juvenil. 1. Abascal Díaz Barreiro, An-

tonio, aut. . Sandoval, Jaime Alfonso, aut. 1. Malpica, Antonio, aut. '.

Pacheco, Gabriel, ¡l. v. Pacheco, Alma Rosa 1, il. vi. t. Dewey 863 F54

¡La fiesta! (O de los textos: Antonio Abascal Díaz Barreiró. Jaime Alfonso Sandoval, Antonio Malpica, Gilberto Rendón, Alicia Madrazo, M. B. Brozon, Andrés Acosta, Raquel Castro, Martha Riva Palacio Obón, José Antonio Sánchez Cetina, Tamar Cohen (O ilustración de portada: Gabriel Pacheco (O de las ilustraciones interiores: Alma Rosa Pacheco Gerencia de Literatura Infantil y Juvenil: Ana María Echevarría Coordinación editorial: Olga Correa Inostroza Diseño y diagramación: Guaedalupe Pacheco Formación: Abraham Menes Producción: Salvador Pereira Primera edición, 2015

D.R. OS. M. de Ediciones, 5. A. de C. V. 2015

Magdalena 211, colonia del Valle, 03100, México, D. F. Tel.: (55) 1087 8400 Para conocer SM, su fondo editorial y sus servicios: www.ediciones-sm.com.mx

ISBN: 978-607-24-1806-6 Miembro de la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana Registro número 2830 Prohibida la reproducción total o parcial de este libro. Su tratamiento informático, o la transmisión por cualquier forma o por cualguier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

Impreso en México / Printed in Mexico

ANTONIO

DÍAZ

*

ANTONIO MALPICA MADRAZO

*

*

CASRO

RAQUEL

JOSÉ ANTONIO

Gd

JAIME *

ALFONSO

SANDOVAL

GILBERTO RENDÓN

M B. BROZON *

*

MARTHA

SÁNCHEZ CETINA

ANDRES

*

ALICIA ACOSTA

RIVA PALACIO *

TAMAR COHEN



*

*

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El Aguafiestas Amtonio Abascal Díaz Barreiro

N

amá usó todas sus tácticas de manipulación para inten-

tar convenceme de ir a la albercada de la prima Camila:

intento de sobomo, chantaje y violencia psicológica. Como nada funcionó, me arrastraron al auto entre ella y Papá. En cuanto me embutieron ahí, por instrucciones de Mama, él hundió el pie en el acelerador y no paró hasta llegar a la hesta. La prima Mamila (así le digo de cariño) es el centro del

Universo, la consentida de su papá, el tío Gúmer. El insiste en que le digamos Gumer para no tener que llamarlo Gu-

mersindo, algo catastrófico para su imagen. La leyenda de

tío Gúmer es su geste heroica: desde sus inicios como un humilde bolero hasta su ascenso a las cumbres de la riqueza. Tlo Gúmer es muy industrioso y publicó sus memorias él mismo. Tía Ana, su esposa es dócil y apacible, mientras no se violen los principios morales básicos: nada de tener amantes,

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ponerte aretes en la nariz ni salir con que te gustan los de tu mismo sexo. Rompe una de estas simples reglas y ella te romperá la cara, o peor aún, te la aplastará con su trasero, lanzándose sobre ti desde el tercer escalón con sus ciento cuarenta kilos. Mamá es hemana de tío Gúmer. Papá es su mano derecha en la empresa. lodo lo que tenemos se lo debemos a él: mis estudios, el viaje a Disney, las camionetas... Celebrar el cumpleaños de Mamila es lo menos que puedes hacer por quien te sacó del hoyo. Yo soy Rocko, el raro de la famiia. Hasta leo libros y todo. No se sabe qué me pasó. Todos juran que yo era un niño adorable hasta que cumplí doce años y me transformé en esto. Todo el camino hacia la maldita fiesta Mamá fue tallánconos la oreja acerca de cómo todos teníamos que cooperar para hacer de la fiesta de Mamila un acontecimiento inovidable. Papá dijo: —Solo trata de pasarlo bien y sé tú mismo. Mamá dijo: —Haz cualquier cosa, menos ser tú mismo. Al principio todo transcurió con nomalidad: los chicos se zambulleron en la alberca, y los adultos, en la cerveza. Pero la verdadera diversión empezó cuando tío Gúmer, como ya es tradición, aventó a Papá a la alberca. Cuando salió del agua chorreando, todos se carcajeaban menos él. Mame le lanzó oportunamente la mirada ocho, que significa “Se supone que esto debe ser divertido”. Entonces él acabó rierdo con todos. Yo miré en sus ojos y puedo decir que eran los más tristes que he visto en mi vida. Me largué de ahí y me ful a hundir al sillón del despacho de tío Gúmer. No sé de dónde me vino la idea de mandarle

a Mamá ese mensaje de texto: "Me largo. No me volverán a ver. Jamás me encontrarán vivo”. No sé por qué escribí eso. No pensaba ir a ningún lado, cortarme las venas ni nada de eso. Pero tampoco icalculé el impacto del mensaje. El alarido de Mamá me hizo saltar del asiento: —¡Rocko se va a mataaaaar! Y los mariachis callaron. Fui a asomame a la ventana, desde donde se ve la alberca. Era el caos. Mamá estaba histérica. Los niños pequeños lloraban. Se decretó el fin de la flesta y se armó un operativo de búsqueda. Todos se desperdigaron en distintas direcciones: unos irían a los establos;

otros, al campo de golf, y así.

A nadie se le ocurrió buscamme dentro de la casa, obvio. Pasó un rato. Fue en medio de ese delicioso silencio cuando el lamento de la Rinconera me caló los huesos. En la vieja mansión había una leyenda acerca de una mujer que habla sido asesinada ahí por su amante, y desde entonces su

alma lloraba por los rincones. Es una buena historia, siempre y cuando no tengas que vivirla en came propia. Aterrado, me hice bolita debajo del escritorio y enseguida se abrió la puerta del despacho. Los lastimeros gemidos de la Rinconera se oían cada vez más cerca. “Reza, Rocko, reza”, pensé, pero ni siquiera me pude acordar del padrenuestro. Una masa de came golpeó el escritorio y la mujer dijo: —No, Gúmer, nos pueden descubrir. Y, ¡TMap!, los pantalones del tío Gúmer cayeron a un lado de míi, dejando al descubierto el deprimente espectáculo de sus piemas peludas. Dijo: —Estamos solos. Todos están buscando al estúpido de Rocko. f Grabé con mi celular un fragmento de la escena antes de decidime a salir del escondite y provocarle a tío Gúmer su primer infarto. No quise asustarlo, pero era raro que me quedara a presenciar semejante espectáculo. Esas cosas lo trauman a uno de por vida. Ya en el hospital, tto Gúmer y yo arreglamos las cosas amigablemente. Yo le aseguré que jamás haría algo tan despreciable como subir el video a Youtube o mostrárselo a tía Ana. Por su parte, él declaró ante toda la familia que yo había sido un héroe: “"Me encontró tirado y llamó a la ambu“lancia. El muchacho me salvó la vida”. Ahora soy su sobrino predilecto y hasta me regaló una compu nueva. Quedé dis-= pensado de asistir a futuras fiestas de la prima Mamila. Papá recibiÓ un generoso aumento de sueldo. Nunca más ha sido arrojado a la alberca. Tío Gúmer es muy generoso. Estoy feliz de haber ido a la filesta porque, como dijo Mamá, contribuí a hacerla inolvidable. Aprendí a valorar ser parte de una familia, y lo importante que es apoyamos los unos a los otros en los momentos más importantes de la vida. m

Fiesta sorpresa Jaime Alfonso Sandoval

$ Oy TICO, tan horriblemente rico que estoy aburrido, como solo pueden estarlo los que tienen tanto dinero. A mis dieciocho años he comprado todo lo que quería. Menciona lo que quieras: motos, coches, avioneta... Check, check, check. Al acercarse mi próximo cumpleaños yo ya estaba aburrido. ¿Qué podía tener que no hubiera tenido antes? ¿Alquilar un antro y llenarlo cen mil “amigos”? ¿Una fiesta en un yate para ir a Mónaco? ¿Viaje exótico a Bora-Bora? ¿Tres coches deportivos? Done! “Avalón: organizamos lo imposible”, dice la tarjeta que me pasa mi tío. Sabe qu: voy a cumplir años, y el pobre ya no tiene idea de qué regalarme (bueno, no es pobre, es igual de

rico que yo, y mi único familiar).

—Es algo especial —me explica desde atrás de su inmenso escritorio—. Me lo recomendaron. Realizan cumpleaños extraordinarios. Ve y »lige lo que quieras. — ¿Un organizadorde fiestas? —digo casi ofendido.

—No, no. Es algo más... especial. —Mi tío baja la voz—. Lo que hacen es impresionante. Yo que tú me daría una vuelta. Decido ir porque, en el fondo, estoy aburido. Llamo al chofer y me lleva a la dirección que trae la tarjeta. Corresponde a un edificio genérico de oficinas genéricas a las afueras de la ciudad, nada sorprendente. Como tampoco lo

son la recepción ni la oficina con homibles muebles de con-

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glomerado donde me hacen esperar casi diez minutos. Estoy a punto de ime cuando entra un hombrecito calvo, vestido con un traje gris, perfectamente planchado. Irae una carpeta como de muestrario de alfombras. —Bienvenido a Avalón, joven. Disculpe la espera. Pero le garantizo que no me iré de aquí sin que encuentre lo que busca. -Revisa los datos que di en recepción—. Ah, cumpleaños... Maravilloso, diecinueve años. ¡Excelente época! Se es joven, pero también mayor de edad, y cuando... —Menos cháchara y al grano —atajo molesto—. ¿Qué ofrecen aquí? ¿Fiestas en el Kremlin? —No, eso sería ordinario. —Sonríe condescendiente—. En Avalón nuestros servicios son de más nivel y para quien pueda pagarlos. Será más fácil si le muestro un ejemplo. Permitame. —Busca en su carpeta—. Seguramente ha oído que los cumpleaños son como renacimientos. Pero ¿cuántas veces puede decir que lo sean? Con este paquete de celebración, seguro podrá hacerlo. Me da un folleto que dice: “Fiesta Lazaro”. —¿La flesta se hace en un hospital? —Veo las fotos algo desconcertado. —En el más caro —asegura el hombrecillo—. En pocas palabras, lo que haremos es matarlo... para después regresarlo a la vida. No se preocupe por los detalles. Irabajamos con especialistas. El cerebro humano puede permanecer

varios minutos sin flujo de sangre. Durante ese lapso usted experimentará una ECM, una Experiencia Cercana a la Muerte. Temo que muy cercana. Dicen que las imágenes que podrá ver, celestiales o aterradoras, son netamente ultraterrenas. Lo reviviremos, por supuesto, y al volver sentirá que la vida es el mejor regalo que pudo comprar. ¿Qué le parece? Me mira fijamente. No sé si espera que me escandahce pero me encojo de nombros. —Muy tétrico para una fiesta. -Deposito el folleto por encima de la mesa—. Además daría demasiadas vueltas para quedar en el mismo punto. —Lo entiendo, joven. ¡Tiene razón! —El hombrecillo retira discretamente el folleto de Fiesta Lázaro y busca en su carpeta—. Tengo otro paquete de celebración que le encantará. ES el servicio de descumpleaños, favorito de algunas estrellas de Hollywood. ¡No me pida nombres! Debo guardar el secreto. Me pasa otro folleto. No entiendo gran cosa. Se ven un montón de fórmulas. —Son secuencias genómicas —explica—. Irabajamos con los mejores genetistas del mundo. Básicamente haríamos un respaldo genético de su cuerpo como está ahora, y cada cumpleaños tendría que volver para reiniciar sus células. Podrá conservar sus nuevos recuerdos, claro, pero su organismo se mantendrá siempre en diecinueve años. Es un regalo escandalosamente caro, no lo voy a negar, pero una gran inversión a futuro. Cada año resta un año y queda igual. —Sería comprar vida etema —observo—. Pero si mi vida es aburrida, ¿para qué quiero que dure siempre? No tiene sentido. —Claro. Usted es un joven muy inteligente. —El hombrecillo retira rápidamente el folleto del servicio de descumpleaños y busca otra opción en su carpeta—. Aquí hay algo

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emocionante. ¿Ha oído que en nuestros cumpleaños somos los reyes? Me pasa otro folleto, “Fiesta Real”, impreso en papel dorado. f —Puede ser un verdadero rey en su próximo cumpleaños —dice como si me ofreciera un tiempo compartido—. Existe un pequeño país llamado Buyuri, en África Ecuatorial. Luego de distintas guerras civiles, terminó en bancarrota. Ahora pertenece a dos holdings intemacionales, y lo alquilan para eventos.

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— ¿Está sugiriendo comprar un país para mi cumpleaños? —Si lo desea, aunque por los costos de mantenimiento no conviene. Lo que sugiero es que alquile Buyuri por un día. Puedo organizar que sea proclamado rey oficial y durante ese lapso tendrá a 380 000 súbditos para gobernar como desee. Gobiemo absolutista, democrático o dictatorial. En realidad puede hacer lo que quiera con ellos: ese día le pertenecen. ¿Qué opina? Por primera vez me muestro ligeramente interesado, aunque al final confieso: — ¿Ser dueño de otros? Básicamente es lo que hago con mis criados todos los días. —Arrojo el folleto, ya estoy abumrido—. ¿Es lo mejor que puede ofrecerme? El hombrecillo me muestra más planes de cumpleaños: el “Fiesta Space”, que se realiza en la estratósfera; la “Celebración Cthulu”, que es dimensional; el “Fiesta Celebrity Vintage”, en el que se invitan estrellas muertas a través de médiums certificados. Rechazo todo, o por tonto, por antihigiénico o por cursi. Es admirable cómo el hombrecillo no pierde su entereza. | —Lo he subestimado, joven —dice al final—. Ya sé .0 que usted requiere: el servicio premium. La celebración racical.

E u En esta ocasión saca de un cajón un “Festa Sorpresa”, nada más. Antes de que —Seguro ha oído que los cumpleaños para hacer nuevos propósitos. Bien, pues

folleto que dice diga algo, explica: son el momento tenemos un ser-

vicio que le permite, de manera sorpresiva, comenzar una

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nueva vida, con otra identidad. — ¿Como agente secreto? —En el tono de mi voz se nota cierta burla. —Esto es más complejo —dice orgulloso—. Se trabaja con especialistas entrenados en un ejército de Medio Oriente. Más que hipnotistas, son inductistas. Le harán un lavado de cerebro para implantarle una nueva personalidad. Esa parte es tardada y compleja, pero la activación es tan sencilla como batir las palmas. De inmediato usted creerá que efectivamente es otra persona y olvidará incluso que está aburrido. ¡lendrá demasiadas cosas de que preocuparse! —Explíquese —ordeno con una chispa de interés—. Quiero ejemplos. —Por principio tendría que ser algo distinto a lo que es ahora. Imagínese despertar siendo no un joven rico, sino un modesto empleado, un jardinero, un lavador de coches. Y creer que la mansión en la que vive no es suya, sino que trabaja ahí por un salario mínimo. ¡La vida tendrá tantos retos de ahora en adelante! —Ese es el plan más ridículo de todos los que me ha presentado —resoplo. — ¿De verdad? Qué raro. Es el paquete que ya compro. Sonríe y lo miro con desconfianza. —Hace un año —dice el hombrecillo—. Vino justo aqu1 Espere, tengo el expediente. Saca una foto que fue tomada en esa misma oficina de feos muebles. Pero estoy con mi tío, me veo un poco más

joven, de diecisiete años. La imagen se ve tan real que siento un escalofrío. —Ese día comenzamos el tratamiento —asegura el hombrecillo—. No lo recuerda porque borramos el rastro de las visitas. También alteramos la próxima personalidad. Usted quería una identidad, en efecto, más de agente secreto, pero su tío optó por la modesta que acabo de describir. Dijo que así dejaría de gastar el dinero... para siempre. Le envió aquí para completar el tratamiento. Su tío me aseguró que no le llamarían la atención los otros paquetes. Lo conoce tan bien. No sé si me estoy sugestionando pero de pronto todo me parece familiar. Es como un raro déja vu. Me asusto tanto que me pongo de mal humor. —Si es una broma me parece absurda —exclamo—. ¡Y si es verdad los voy a denandar por amenazas, chantaje y tortura mental! No sabe con quién se metió. —Espere, joven, no se ponga así. Permítame dos palabras, solo dos... Me doy cuenta de que cometí un error al detenerme ese segundo. Estoy justo en la puerta cuando bate las palmas. ¡Clap! —jreliz cumpleaños! l

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La fiesta de Pedrito

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Gilberto Rendón Ortiz

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or si no lo sabías, a mí de chiquita los payasos me daban miedo. Cuando papá me llevaba a saludar al »ayaSO en un centro comercial, me ponía a llorar y ni el globo de regalo me contentaba. Mamá y papá siempre peleaban por eso. —La llevo para que se le quite el miedo —alegaba papá—. Los otros niños no soan asl. No sé por qué, pero aún ahora los payasos no me gustan. Cuando apareciste en la puerta, fue distinto. No venías disfrazado de payaso. Si no, te juro, no me habría fijado en lo lindo que eres. No habría sabido que eras un muchacho de mi edad, ni me habrías gustado tantito. — ¿Es aquí la flesta? —preguntaste. Yo me quedé de una pieza y tú pensaste que no te dejaría pasar. | “Ojalá fuera aquí la fiesta —pensé—. Ojalá vinieran a mi fiesta chicos como tú”

NAA

— ¿No es aquí la fiesta de Pedrito Romero? —St-—dije. — ¿Puedo pasar? —Dibujaste una sonrisa, divertido, comprendiendo, en parte, mi desconcierto. Mi hermano tiene cinco años y tú llegaste solo, con una mochila al hombro. —Me invitó la señora Graciela. Soy el payaso. —SÍ, pasa. —Reaccioné. La señora Graciela es mi mamá. Te quedaste mirando la sala y estiraste el cuello hacia el jardín. Ahora tú eras el desconcertado, porque estábamos solos, tú y yo, y los adomos de fiesta aún seguían guardados en las cajas. —Comienza a las siete —dije—. ¿No te avisaron? —Me dijeron que a las cinco. —SÍ, pero se cambió la hora. Mamá les habló hoy en la mahana. Además, ahorite son las cuatro cuarenta y cinco. —Llegué antes para cambiarme y pintarme. —Dejaste la mochila en el piso—. Fui a presentar un examen a la escuela y acabo de salir. Explicaste que prodablemente a tus hermanos les avisaron a tiempo, pero que tú saliste de casa muy temprano. Yo te miraba embobada y se me olvidaba que tenía que poner los adomos antes de que regresara la tía Mari con mis hermanos y llegaran los invitados. Entonces te ofreciste a ayudar y mientras inflábamos los globos y colocábamos los adomos pasé los mejores momentos que había pasado con un chico. Cuando se acercaba la hora, llamaste a un teléfono, inquieto porque tus hemanos no llegaban. Nadie respondió. A lo mejor ya venían en camino. Justo en ese momento sonó el timbre y empezaron a llegar los invitados. — ¿Dónde me puedo cambiar? —preguntaste—. Tintín y Tintinela no tardarán en llegar.

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Te conduje al cuarto de Pedrito y un momento después Saliste vestido de payaso. ¡Vaya! Eras un lindo payaso, no más lindo que antes, pero a fin de cuentas, te quedaba bien el pelo rojo con rulos y la larga y puntiaguda nariz. 'Lo que hace feos a los payasos es la pelota de ping-pong”, me dije; pero también pensé que los otros payasos eran feos porque

lo éran de por sí en la realidad.

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Luego te mezclaste entre los niños y empezaste a hacer algunos trucos y bromas. Dijiste que pronto estaríar: ahí los mejores payasos del mundo, Tintín y Tintinela. Y en efecto, un minuto después de tu anuncio llegó el pastel, y detrás del pastel, un payaso y una payasa. Todos aplaudimos de gusto. Los payasos entraron y yo me sentí decepcionada con su figura. No eran precisamente dos lindos payasos. Parecían dos viejos payasos pintados sin gracia. Saludaron confianzudos y empezaron a moverse muy orondos por toda la sala, para empezar con sus payasadas. Yo te miré y no sé por qué presentí que algo no andaba bien. le adelantaste a decir: —¡Esperen, amigos! Estos no son Tintín y Tintinela: son otros payasos y se han equivocado. Vienen a la fiesta de al lado. Se hizo un silencio, tal vez de una milésima de segundo, tal vez de un minuto entero. No lo sé porque cemprendí, antes que nadie, lo que pasaba y me espanté un poco. —Que alguien les indique la salida, por favor —añadiste con esa seguridad de quien ha estado en todas las fiestas. Y muchos estaban dispuestos a obedecerte, pero papá y mamá no te dejaron seguir. Se dirigieron al tío Simón con una simple seña y le indicaron que cargara contigo y te pusiera de patitas en la calle. —¡Déjalo! —gritaron los niños mientras el tío Simón te lle— vaba cargando.

Mútil petición. Tú mismo te dejaste llevar, pues todo se aclaró en tu mente. Hiciste una seña amistosa de despedida a los niños y estos se tranquilizaron. Tintín y Tintinela sierpre llegaban a las fiestas puntualmente. Su ausencia sigrtficaba que se había cancelado la invitación y que la familia Romero había contratado a otros payasos. Como tú saliste tan temprano de casa no te enteraste de nada. Yo seguía aturdida. Había reconocido a papá y a mamá vestidos de payasos. El tío te dejó en la banqueta de modo amable. Vi que los ojos te brillaban y que evadías miramne. —Mi mochila —pronunciaste y yo corrí por ella. En el camino le dije a la tía Mari que tú no sabías que eran mamá Y papá disfrazados, y que en cambio todos sabíamos que unos payasos estaban contratados. —Se canceló a tiempo, esta mañana —repuso la tía Mari—, porque tus papás tuvieron una mejor idea: actuar ellos dos. Dicen que algunos payasos asustan a los niños y los hacen llorar, y no quieren que Pedrito crezca con esos miedos tontos. Te entregué la mochila con una disculpa. Quería añadir algo más, pero no encontraba palabras que decir. Me quedé un rato esperando a ver si decías algo, pero, ya se sabe que los payasos son así, crueles, y no dijiste nada. Te acabaste de limpiar la pintura del rostro, te echaste la mochila al hembro y te fuiste caminando en silencio, sin mirar atrás. Pinche payaso. al

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Te

pasas

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O

Antonio Malpica

Te A

AaE M A

—Qué raro que nadie llegue. —SÍ, ¿verdad? — ¿Y si ponemos música? —Claro. — ¿Qué tienes? — ¿Como qué te gusta? —No sé. Lo que sea. El chiste es que suene algo. —Pero como qué te gusta. - — ¿Amf?? El metal. Pero pon lo que tú quieras. — ¿Rammstein? — —No tienes discos de Rammstein.

—Be pelos.

en

—le dije. —¿No quieres ponerle más bajito? Capaz que se enoja tu mamá. —No está mi mamá. Ni mi papá. No hay nadie. —¿En serio? — —En serio. —U sea que se va a poner buena la fiesta. —Ojalá. —Pero qué raro que no venga nadie todavía. ¿Qué horas son? —MNueve cuarenta y dos. —Pues sí está raro. ¿A qué hora citaste? —ÚUcho y media. Tú lo viste en el Face. —Pues sí. Y me acuerdo de que Rodrigo y Mario pusieron que sí venían. Y Bárbara y toda su bola. —Ahí está, mira: veinticuatro asistirán. — ¿Qué hay de tomar? —Chela. Coca. Y refresco de toronja. — ¿Puedo abrir una chela? —Que sean dos.

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—Salud. —Salud. — ¿Echo más papas al plato? —Bueno.

— ¿Y si les marco? Se me hace que algo les pasó. —No creo que les haya pasado nada. N

—Pues yo tampoco. Pero no está de más.

—No, espérate.

— ¿Por qué? —No han de tardar. — Ya se tardaron un chingo. Aguanta. —No, de veras. No les marques. —Qué onda. —Qué onda, en serio. —Puta. —Qué onda. —No hay tal fiesta. — ¿Qué? —No va a venir nadie más. —Pero... —Les cancelé a todos por inbox. Menos a ti. — ¿Por qué? —Uye. Míirame. le estoy hablando. — ¿Por qué? — le estoy haciendo una pregunta.



e

—A ver, siéntate. Explicame. —Me quiero morir. —Fue ida de... Carajo, qué oso. Olvidalo. —Ven, cálmate. ¿Adónde vas? —No sé para qué les hice caso. Si quieres echarte a correr, - no hay pedo.

'..—No es eso, es que...

—Cómo se me ocurrió. Qué pendejada. En serio perdón. —

—Uye, sal de ahí.

r 1

—No. De veras. Acábate tu chela y vete, porfa. - —Sal de ah(. —Que no. Puta, qué oso.

D . —No voy a poder verte de nuevo a la cara en la escuea. Qué pinche oso. AP —Me voy a cambiar de prepa.

»—¿Por qué chingados no tiembla cuando debe temblar”

— ¿Qué es eso? —¡Dije que qué es eso! —Sal.

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—Sal, te digo. —ÚUye, neta, no creo que tiemble. Mejor sal.

—Vaya...

*

— ¿De dónde sacaste ese disco? ¿A poco te gusta laylor Swift? —No. Ni a ti te gusta Rammstein, no te hagas. —Yo también averigué qué música te gusta. —Y Bárbara a todos. —Y aun así — Y aun así —le pasas. —No. Tú te

me contó que le habías cancelado. A ella y viniste, pinche Karla. vine, pinche Ramón. pasas.

—Entonces, ¿Rammstein o Taylor Swift? —Ninguno. Pongamos música de tus papás. Y a ver qué Sale. —A ver qué sale. l

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Aguafiestas

0o Alicia Madrazo

la

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cocina dejó de ser mi lugar favorito. Sophie decidió usurpar mi lugar desde que llegó a esta casa. Convrrtió la barra de la cocina en su centro de operaciones, y desde ahí, cada mañana, se dispone a componer el mundo acompañada de un café y unas rebanadas de pan tostado con mantequilla. Su llegada prometía transformar la dinámica familiar. Antes, en esta casa no se hablaba de otra cosa que no fuera la boda de Gus. Por esta misma razón, en los últimos meses he visto volar celulares, azotar puertas, gritar a papá y llorar a mamá. Todo comenzó cuando se decidió la fecha para pedi la mano de Karina. Desde entonces al día de hoy, mamá perdió la cabeza, pero antes perdió el sueño. Seguramente se le extravió entre tantos vestidos, zapatos, accesorios y peinados que noche tras noche repasaba en su cabeza para impresionar a sus futuros consuegros el día de La Pedida. Un evanto

lleno de obstáculos, por cierto. El primero fue sacar un serrucho y cortar la tensión provocada por el primer encuentro de dos familias que jamás se habían visto. Más tarde, a la hora de la cena no sé qué estuvo peor: si pelar los langostinos que venían encima de una montaña de espagueti o salvar el momento de angustia cuando ambos papás se pusieron a negociar el número de invitados al banquete. Como el papá de la novia paga la fiesta, este se puso difícil con el asunto de aumentar el número de invitados. El sueño de mamá siguió extraviado porque después de La Pedida, el reto fue más grande: escoger el atuendo soñado para interpretar el papel de su vida, el de mamá del novio. Seguramente como consecuencia de no haber logrado recuperar el sueño, lo siguiente fue que perdió la cabeza. Para ella fue todo un drama que Karina y su consuegra no la invitaran a la degustación del menú que escogieron para el banquete. Para colmo, escogieron pollo. Gus tuvo que intervenir, porque papá, de un tiempo para aca, ha desarrollado intolerancia a las aves de corral. Para rematar, la mamá de la novia decidió comprar el vestido que va a usar el día de la boda del mismo color que el suyo. En medio de este tomado emocional, mamá rescató en el Face a una amiga de su juventud. Ambas recorrían Europa de mochileras cuando se conocieron. Viajaron durante varios meses juntas y después jamás se volvieron a ver. Al recuperar esa entrañable etapa de su vida, en un arranque de entusiasmo, le pareció una idea excelente invitarla a la boda. Papá le dijo que era arriesgado invitar a casa a alguien que prácticamente ni conocía ni sabía nada de su vida. Mama lo tomó muy mal, y por supuesto estalló un pletitazo. Al final se salió con la suya y llegó Sophie.

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30

—Justo lo que necesito, una amiga que me contagie su libertad para disfrutar la vida —me dijo con un suspiro. Ahora cada mañana es lo mismo. Sophie, sentada frente a la barra de la cocina, me recibe con un buenos días sin levantar la vista del periódico, y de ahí suele arrancarse con un apasionado discurso del estilo: —Pego esto no puede seg. No me explico cómo no están todos ustedes en la calle pgotestando pog esta injusticia. Es el colmo. A nadie paguece impogtagle nada de lo que sucede en este país... La verdad es que prefiero su faceta de comentarista polítiCa, porque no recuerdo qué día, al ver que me preparaba un jugo, con ojos desorbitados me sentenció: —Lauga, espego que esas manzanas que estás usando sean oggánicas, pogque si no, han de estag llenas de pesticidas. Acabo de leeg un agtículo que dice que esas manzanas vegdes, si no son oggánicas, pgovocan cánceg. Otra ocasión sacaba leche de soya del refri para haceme un licuado, y me ordenó que ni se me ocurriera consumir productos de soya. —¿Acaso no sabes que toda la soya en el mundo ha sido modificada genéticamente pog las ggandes cogpogaciones que promueven los tgansgénicos? Y eso, Lauga, ni siquiega saben qué va a pgovocag. ¡Puede seg algo mucho peog que el cánceg! Esta pesadilla cotidiana ni siquiera se termina a la hora del desayuno. A toda hora tengo que escuchar que la comida le causa inflamación y malestar, que le salió eczema en la planta de los pies o que el agua de la ciudad tiene la culpa de que se le esté cayendo el pelo. Ya perdí la cuenta de los días que Sophie lleva en casa, pero el hecho es que estamos en la cuenta regresiva, y a1ora

resulta que la cereza en el pastel es que mamá me acaba de anunciar que la va a sentar junto a mí el día de la boda. Su argumento: —Sophie no conoce a nadie. —jEs lo único que me faltaba! ¡St la sientas junto a mí, no voy! ¡Que te quede claro que no pienso ir! —grité cuando me Esta vez, tranquila y sin perder los estribos, mamá se limitó a decir: | —Laura, eres una aguafiestas. l

ENEOOO

lo dijo, sin importar que me escuchara su amiga.

00

La redada M. B. Brogon

Crónica de una fiesta que acabó mal (y tien)

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E se viernes llegué del cine con la fime intención de escribir un capítulo más de mi tesis. Eran casi las diez de la noche y no había nadie en casa, ni información aguna del paradero de mis familiares. Probablemente tardarían en llegar y yo tendría unas horas de silencio para concentrarme y trabajar a gusto. Eso creí, ilusa. Entré en mi cuarto, y cuando me disponía a prender la computadora, las notas de una irrezonocible canción que parecía contemporánea llegaron a mis oídos a decibeles escandalosos. —¡Noo000! —grité a la soledad de mi hogar y me asomé por la ventana. Pero sí: los vecinos tenían fiesta de nuevo. Cerré la ventana. Me senté frente a la máquina y abrí el archivo para comprender de inmediato que cerrar la ventana haba sido ¡nútil. “"Una de dos —pensé—, o tengo muy buen oídc o mis vecinos están sordos.

Me asomé y les grité que le bajaran, pero mi voz no alcanZÓ a traspasar el volumen de la música. ¿Qué hacer? ¿Llamar a la patrulla? No, era demasiado temprano. ¿Arrojar agua y echarles a perder los atuendos o, con suerte, el equipo de sonido? No, tendría que pagarlo. ¿Imumpir con un bat y romperles las articulaciones a los bailadores? No, no tenía bat. Supe que esa noche no podría escribir el capítulo de mi tesis ni ninguna otra cosa. Me quedé viendo las letras en la pantalla tratando de cigerir mi disgusto. De pronto sorprendí a mi pie derecho cuando se movía al Titmo de la música que se filtraba por la herrería de mi ventana, junto con las risas y el desmadre. Viemes en la noche. "Qué diablos —pensé—. Si no puedes contra ellos, úneteles.” Tomé mis llaves y caminé los cinco metros que separan mi puerta de la de los vecinos. Estaba medio abierta. Me asomé con cierta timidez y me metí tratando de disimular mi estatus de colada. Pronto me di cuenta de que era innecesario; había muy poca luz, y la gran mayoría de los asistentes no estaban en condiciones de reconocer ni a su madre. Al final del patio visualicé lo que parecía ser el bar, al que me dirigt de inmediato sin que nadie reparara en mi presencia. Pedí una cuba y un mesero regañón me dijo que solo había cerveza, que era una flesta de chavos. —No sé por qué se pusieron tan borrachos —añadió mientras me destapaba una, señalando al frente con la mirada. —Yo vine a cuidar a mi primo. —Sentí la necesidad de iInventar.

Debo admitir que en el trayecto de mi puerta a la de los vecinos pensé en la posibilidad de un romance fugaz con algún muchacho de buen ver que se encontrara por ahí, pero con la primera miraca general comprendí que sería muy

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riesgoso. Podría contraer paperas o varicela: no creo que nubiera nadie ahí de arriba de diecisiete años. Me termino esta cerveza y me voy”, pensé. Reafimé mis intenciones un momento después, cuando empezaron a tocar las legendarias calmaditas”, gracias a las cuales, como se ponen a volumen más bajo, quizá podría concentrarmme para escribir. El volumen también me dio oportunidad de escuchar la barrida conversación de unos asistentes cercanos. —le diiltigo, guey —decía uno flaquito de mal cutis—, yo quiero ser empleado del ISSSTE, como mi tío. Mira, trabajas unos treinta años y ya cuando te retiras tienes una »ensionzota. ¿A poco no es un plan chido? Me volví hacia ellos. Esperaba una respuesta que el interlocutor no dio. Era un gordinflón que tenía los ojos fijos en un espacio lejano e indefinible y un ligero hipo. Supe que esa conversación no tenía futuro y me alejé de ahí. Me paré cerca de donde unas parejas aprovecnaban la oscuridad del lugar y la embriaguez del resto de los concurrentes para ensayar lo que, supuse, serían sus primeros fajes disfrazados de baile. Más allá, un grupo reducido jugaba botella. Detrás de mí, una chavita le decía a su amigo: —No es que seas feo ni antipático. O sea, déjame pensarlo, o sea, andar, andar, como que no me late, pero no eres tú, soy yo, en serlo. Me parecía que el pobre bateado estaba a punto de echarse a llorar cuando, repentinamente, todas las miradas se fueron concentrando poco a poco en un punto: la puerta de entrada. Miré hacia allá, donde una señora cuarentona, vestida con pants y una gorra, agitaba las manos furiosa mientras se ponía de puntitas para alcanzar a ver hacia adentro, cosa que algunos asistentes trataban de evitar sin mucho éxito. Un momento después, las miradas generales

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viajaron a un siguiente punto, que era el fallido interlocu-or del chico del grandioso plan de vida. —Chale —dijo alguien cerca de mí—, llegó la mamá del gordo a recogerlo y está pedísimo. Supe que era el momento de huir. Apuré el sobrante de mi cerveza y me dirigí a la puerta. Detrás de mí caminaban dos chicos que trataban de mantener al inconsciente go'do en posición vertical. La señora hizo cara de más furia y me miró como esperando una explicación. —¡Quiero hablar con la mamá de Juan Luis! —gritó al ver el estado deplorable de su hijo. Juan Luis es mi vecino. Creo que una sonrisa triunfante apareció en mis labios. La señora, desconcertada, parecía seguir esperando una respuesta proveniente de mi perscna. Pero no le dije nada, excepto cómper, y salí de allí. Entré a mi casa compadeciendo al gordo, a Juan Luis y al resto de los muchachos. Subí a mi cuarto y lo primero que hice fue abrir la ventana. Reinaba el silencio. al

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Silbatazos Andrés Acosta

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esde el principio fue una pésima idea. La verdad era que i siguiera quería celebrar. Las fiestas de cumpleaños siempre le parecieron un horror. Su mamá colocaba sillas de plástico pegadas a las paredes del patio, y en el centro, una mesa con serpentinas, confeti y globos. Eso sí, compraba una cantidad desbordante de papas y refrescos. Sus compañeros del salón llegaban escoltados por sus padres y eran abandonados en aquel patio-cárcel. Su mamá daba un silbatazo y así declaraba inaugurada la hiesta. ' El último cumpleaños había resultado el más desastroso. Al final le rogó a su mamá, casi de rodillas, que jamás de los jamases le organizara otra fiesta. Ella lo miró con cara de gran desilusión. Si ese era el costo de que su hijo madurase, mejor que se quedara como Peter Pan. Pero no, una madre como ella no podía actuar contra su propio hijo. Fue la burla en el salón durante varias semanas.

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Así pasaron dos años en los que la fecha quedó vacíe en el calendario. No se podía ni mencionar sin que él se pusiera como poseído. Ni hablar. Ah, pero al tercer año algo cambió. Unos días antes, él se acercó, dócil como cervatillo, a pedirle a mamá que organizara su fiesta de cumpleaños. Ella pensó entonces que madurar no necesariamente implicaba abandonar a la madre y aceptó sin dudarlo: ¡su hijo había regresado al buen camino! Ya que iban avanzadas las negociaciones con los vecinos para hacer uso del patio, con los de la lona —pues había que prever el mal tiempo— y con el pastelero de confianza, él asestó el golpe. —Es que no quiero que des el silbatazo inicial. —No te preocupes. Olvidemos el silbatazo. — Y otra cosa: quiero que nos dejes solos. Eso sí fue una cubetada de agua fría. Aun así no perdió la compostura, porque una buena madre nunca la dabía perder, solo le advirtió que nadie osara introducir bebidas alcohólicas, porque entonces ardería Troya. En el ambiente todavía flotaban viejas anécdotas, ya deslavadas, sobre sus anteriores fracasos cumpleañeros. Los días siguientes se dedicó a su labor de proselitismo. Después de un largo rollo, y para rematar, esgrimía su ama secreta: ¡no va a estar mi mamá! Lo difícil fue meterse en el círculo de las mujeres para acercarse a ella: a Daniela. Y es que nunca la dejaban sola. Las manos le sudaban, el ojo le brincaba... Era un compendio de tics. Caminó dentrc del círculo de las amigas de Daniela y le dijo que la invitaba a su fiesta. También a las otras. Todas estaban invitadas, por supuesto. Las risas no se hicieron esperar, y él salió disparado como en carrera de cien metros planos. Solo faltó que su mamá saliera a dar el silbatazo de salida. ¡No, qué horror! Daniel se refugió en la tiendita. Sí, era ridículo: se llamaba

Daniel y acababa de invitar a Daniela a su fiesta. Pero uno no escoge su nombre ni el de la chica que le gusta. Y llegó el día, porque todos los días han de llegar. Daniel lo recuerda bien. Estuvo a punto de levantarse con el pie izquierdo, pero cambió de pie para eludir la mala suerte y se enredó con la sábana. Por poco pierde los dientes frontales. "No pasa nada”, farfulló dando un brinco para meterse a la ducha. Ya bien bañado, con la cabellera reluciente salió al soleado patio. Era un día esplendoroso y su mamá inflaba globos con una bomba de pedal. En la cocina una montaña de emparedados aguardaba su tumo para ser sacada a escena en el momento preciso, antes de que namá-exiliada hiciera su acto de desaparición al cruzar la puerta. — ¿Estás seguro de que podrás con todo? —alcanzó a preguntar antes de que la hoja de metal oxidado la dejara fuera del temitorio de celebración. ¿Y qué puede hacer una mamá-exiliada de la fiesta de su hijo? ¿Ocultarse para espiar desde la azotea de enfrente? ¡No, ni pensarlo! Todavía no daba la vuelta a la esquina cuando OyóÓ los estallidos de los globos que Daniel pinchaba, inmisericorde, con una tachuela. Había que mejorar la escena. Sacó la mesita de centro del comedor, montó rápidamente el estéreo con sus grandes bocinas a los lados y se sentó a esperar mientras oía un poco de música para calmar los nervios. Dieron las seis de la tarde, ¡y nada! Tal vez los había citado demasiado temprano. Estaba a punto de apagar el estéreo y prender la tele cuando alguien golpeó la puerta. Sería porque ese fin de semana no había nada mejor que hacer o porque tenían ganas de burlarse de él, pero los compañeros empezaron a llegar. Cuando las amigas de Daniela cruzaron la puerta, Daniel soltó el emparedado que iba a morder. Una a una desfilaron frente a él, con sonrisas burlonas

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que no presagiaban nada bueno. El desfile acabó, pero faltaba ella. ¡Ella! Todavía fue a asomarse para ver si venía retrasada. — ¿Y Daniela? —¡Quién sabe! De pronto se regresó. Así, sin pensarlo, salió a la calle. Caminó en dirección a la casa de Daniela. No es que la hubiera espiado nunca, pero conocía a la perfección la fachada verde de su edificio y el botón medio chamuscado del timbre de su departamento. A punto de tocarlo, se quedó pasmado. ¿Qué le iba a decir? Mientras tanto, la fiesta que había abandonado conenzaba a animarse. Le subieron el volumen a la música y el baile se desató. Una misteriosa botella envuelta en papel de estraza circulaba de mano en mano, provocando carcajadas Y gran jaleo. No tardaron en llegar los refuerzos. —¡Aquí es la fiesta! ¡Vénganse todos! Daniel aprovechó que alguien salía del edificio para subir a tocar en el departamento de Daniela. Ella abrió la puerta, pálida y con cara de Qué haces aquí. Había regresado a casa porque se sentía mal del estómago y estaba viendo ura película. Sus papás llegarían tarde, y él se quedó con ella, como perro fiel, acompañándola hasta que se sintió mejor y se quedó dormida en el sillón. Ya de regreso, Daniel caminaba cabizbajo y meditabundo: ayudar a Daniela a volver el estómago no resultó la cita más romántica que pudo haber tenido con ella. Es más, ya no estaba tan seguro de que fuera la chica de sus sueños. Había inventado lo de la fiesta tan solo para poder invitarla, para tomarla de la mano y bailar juntos una de cacietito. Pero las cosas nunca salen como uno desea. Ni siguiera había estado en su propio cumpleaños. Al llegar a la esquina de su casa vio la patrulla que los vecinos habían llamado. Su mamá repartía emparedados a los policías, que, entre

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mordisco y mordisco, desalojaban el patio a silbatazo limplo, arreando como ganado a la concurrencia hacia la calle. Pasó uno de sus compañeros de salón, con el que siempre se había llevado mal (es más: ni siquiera se hablaban) y lo abrazó a él efusivamente: —jEsta ha sido la mejor fiesta de mi vida! ¡Gracias, muchas gracias, querido Daniel!

Haz lo que quieras

00 Raquel Castro

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a, ¿me das permiso de ir a una fiesta? P Ese jueves yo me sentía fatal: ya estaba harta de que mi papá siempre me bateara cuando le pedía permiso de ir a una fiesta. Obvio que a muchas iba a escondidas: le decía que iba a casa de alguna amiga o que iba a hacer una tarea de la escuela. Lo malo es que cuando de veras tenía de esas largas y complicadas tareas que se hacen en equipo (y que serlan menos largas y complicadas si no dejáramos todo para el día antes de la fecha de entrega, ya lo sé), ponía zara de no creeme. Y es que a mi papá le valía si mi credencial para votar y los cadeneros de los antros decían que tenía yo derecho de entrar a una fiesta. Con él siempre era lo mismo: —Bueno, pero regresas a las nueve. —¡Papá! ¡Si justo empieza a las nueve! —Ah, entonces no vas.

—Ándale, porfa. ¿Qué te cuesta?

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—Ya te dije que no. Si no me vas a obedecer, entonces haz lo que quieras. Y ahí acababa la discusión. Porque lo que yo quería era que mi papá me diera perniso de 1r a las fiestas sin tener que acabar de pleito (0 mentir claro). Quería convencerlo con razones. Por eso creí que lo de El Lado Oscuro de la Luna era ideal: 1.

Era una banda que me gustaba mucho y él lo sabía, porque cuando me llevaba a la escuela siempre la ponía en su coche. 2. Faltaba mucho tiempo, así que se lo podía pedir como - algo razonado, »ien planeado; no era un capricho de escuincla. 3. De veras me moría de ganas de ir.

Mi plan macabro era trabajar a mi papá por etapas: primero, hablar de El Lado Oscuro todo el tiempo, contarle cómo consegul el único disco que grabaron, ponerle mis canciones favoritas y exclamar, cada que se pudiera, lo emocionada que estaba ante “el rumor” de que volvieran a juntarse, porque la tecladista original, quez había estado años y años fuera de México, venía a pasar una temporada cortísima y querían aprovechar para el reencuentro (esta parte sí era un poco una mentira, o más bien, una licencia poética: sí había habido el rumor, pero ahora estaba confirmadísimo). Después de esa etapa, que yo llamaba “de sensibilización”, iba a contarle, como no queriendo la cosa, de lo buena onda y seguro que era el Multiforo: bien ubicado, limpio, con salidas de emergencia y elementos de seguridad (de acuer-

do, aquí hay varias licencias poéticas).

Y entonces, unas dos semanas antes de la tocada, ¡madres!, le pediría permiso. Todo ese tiempo, como eje

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transversal, portándome supemegabién, responsable y sen-

sata, la mejor de las hijas.

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Era un plan a prueba de bombas, según yo. Así que no supe qué responder cuando le solté mi choro camino a la escuela un lunes y me respondió: —Después hablamos. “Faltan dos semanotas”, pensé, y un después hablamos no es un no. En la noche, ya con calma, le digo otra vez. Pero en la noche me dijo otra vez Luego hablamos”, y lo mismo el martes. El miércoles, ya medio harto, fue cuando me dijo “Haz lo que quieras”, y mejor ya no le respondí: la operación Lado Oscuro estaba en peligro. El jueves llegué toda apachurrada a la escuela y le conté a lania, mi mejor amiga. —Aguanta las cames. Esto no se acaba hasta que Se acaba —me dijo ella. Pero la verdad es que las dos empezábamos a poremos nerviosas. Ella no quería ir sola, y yo por supuesto que por nada del mundo quería perdérmelo. —Dile una mentira, que tenemos un trabajo o algo así. —No me va a creer después de haberle dicho de la fiesta. Lo peor es que me daba vueltas y vueltas lo que me decía Fabricio, mi hermano menor, desde hacía años: —Ya rebélate. Nunca lo vas a convencer por las buenas la primera vez. Ya que vea que no te pasa nada, pues se va a hacer a la idea. Y a ver si te rebelas pronto, para que me lo dejes mansito y yo también pueda ir a fiestas. Entonces, el martes anterior a la tocada (que era el sábado) tuve un sueño: estaba en el Alicia, baile v baile con lania, y se nos acercaba una chava supergua3ísima y mega dark, toda sexy y segura de sí misma, casi que flotando. '¡Es ella!”, gritaba yo, señalándosela a lania, y de

la nada, Fabricio estaba junto a mí y decía: “¡Qué buena hesta!”. Desperté sabiendo que era una señal, aunque no sabía de qué. De todos modos le dije a lTania que avisara en su casa que el sábado se quedaba a dormir conmigo porque lbamos a ir a la tocada sí o sí. Ya no le dije nada a mi papá ni el jueves ni el viemes. Pero el sábado en la tarde, respiré profundo y.. —Papá, ¿te acuercas de la tocada de El Lado Oscuro de la Luna? Es hoy. ¿Sí me vas a dar permiso? —Después hablanos.

—Ya no hay después, papá. le digo que es hoy. Mi mamá y Fabricio nos miraban con los ojos bien abier-

tos, casi sin respirar.

—Si es después de las nueve, definitivamente no vas. —¡Qué mala onda! Te avisé con tiempo, te dije lo importante que es para mí ¡y me porté superbién! —Esa es tu obligación. Sentía como si tuviera una bola de alambre de púas atorada en la garganta. Las manos me sudaban. Era uno de esos nomentos de ahora o nunca. —Papá, porfa... —Si vas a seguir de necia, ¡haz lo que quieras! Mi corazón palpitaba como si estuviera en una clase de Zumba, y sentía los latidos en la panza. —Bueno, pues lo que quiero es ir a la fiesta. Me llevo el coche, porque vamos a salir tarde, y a Fabricio, para que sea copiloto. Regresamos como a las dos de la mañana. Hasta yo me sorprendí de lo calmadita que soné. Mi papá se quedó con la boca abierta y aproveché su desconcerto para escapame, arrastrando al menso de mi hermano, que también se había quedado como de piedra. Mientras brincotéabamos con la música grabada de antes de que empezara la banda, vi que la chava de mi sueño

andaba por el antro (perdón, el Multiforo) dando autogra-

fos. Entonces supe de dónde la había visto: si sigo a El Lado Oscuro en Facebook y les doy like a todas sus fotos, daaaah. f Ya me dejaría de hablar mi papá dos semanas. Ya me 20ndría nuevas reglas sobre salidas, llegadas y uso del cocte. Hoy yo seguiría bailoteando, feliz, en mi fiesta. l

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Festum fatuorum Martha Riva Palacio Obón

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onfiguro mi vestico para que module su brillo según la temperatura corporal y la intensidad de la luz. Un poco de labial. Ojalá que venga. Reviso de nuevo el mapa y le hago una seña a Lige y Raida para que continuemos. Nos escabullimos por uno de los túneles de mantenimiento del metro. En la oscuridad, mi vestido se ¡lumina como lintema y podemos avanzar sin problemas. A nuestro paso, las ratas huyen chillando. Llegamos al núcleo de la primera red del subterraneo. Nacie ha venido aquí desde la segunda revolución. Saco la contraseña y la paso por el cubo de plasma que está oculto en una grieta. Espero que funcione. Conseguir la clave de acceso nos dejó casi en la ruina. Se abre el portal y nos encontramos de golpe en medio de una marejada fluorescente. Toco mi audífono y me sincronizo con la lista de reprocucción. Mi cabeza se llena de trance. Lo busco entre la multitud pero no está por ninguna parte. ¿Y si no llega?

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Lige y Raida me llaman. Subimos corriendo por las rampas del taller abandonado. Al llegar a la cima, sacamos nuestras bombas y las estrellamos contra el techo. Diez mil puntos por volver la fiesta azul neón. Mis amigas se pierden entre la gente y él sigue sin aparecer. Finjo que no me importa estar sola. Me dejo llevar por el ritmo. Bailo en mi esquina. Son trescientos mil puntos si logras seguir el beat de aquí al amanecer. Hago estallar otra bomba de luz. La multitud alza las manos intentando alcanzar el chorro fosforescente que se precipita desde mi rampa. Soy la diosa del inframundo y volcaré toda la rabia del infierno sobre SÍ misma. Esta noche traigo de vuelta la primavera. Raida emerge en el centro de la pista. La música se intensifica y ella se deja caer de espaldas. Diez pares de brazos se apuran a detenerla. La alzan y ella nada sobre un océano de cabezas. Ser la reina de los no-vivos es difícil cuando tus mejores amigas son sirenas. Afortunadamente Lige decidió volverse chico. Si no, acabaría ganándome o:ra vez por miles de puntos. Pero quizás esta noche todavía tenga suerte. En la fiesta de los fatuos, el orden establecido se pone de cabeza y los que estamos abajo nos volvemos reyes. La piel de mi nuca se eriza y mi vestido se pone al rojo vivo. Teo. Lo descubro bailando con Mia en una ramrpa del segundo piso. ¿No que la odiaba? O al menos eso me dijo cuando nos enviaron a la misma unidad después de la primera revolución. Aumento el brillo de mi vestido. La fiesta se Vuelve escarlata. Cincuenta puntos. Él me mira da reojo pero sigue bailando como si nada. Cien puntos mencs, pero se abre una oportunidad. Mia va al baño y él se queda solo. Me llega un mensaje de Lige y Raida: "Si tú no vas, vamos nosotras”.

Bajo corriendo la rampa. Justo cuando voy a tocar el hombro de leo, aparece otra chica de su grupo y entre risas lo jala hacia el primer nivel. Intento seguirlos, pero me cierran el paso. Este juego del gato y el ratón se ha vuelto aburrido. Doy un toque a mi audífono y me salgo de la lista de reproducción. Trepo por una rampa del techo y llego a una bodega Vacía. Mi vestido resplandece como fuego fatuo. Me siento en una de las vigas que cayeron al piso durante los últimos bombardeos y espero a que todo temine.

—Son quinientos mil puntos menos por salirte de la fiesta. Volteo sorprendida. leo se sienta a mi lado. Abajo, todos siguen sincronizados con la lista de reproducción. No pueden oír lo que decimos. —Pensé que ya no querías hablar conmigo —digo después de un silencio que ha durado como tres mil ciclos. —Me mataron por tu culpa, ¿recuerdas? Recuerdo y mi vestido se oscurece. —¡Ya! Tampoco te apagues así. —Lo siento. —No dolió tanto. Me sonríe y todo cobra sentido. Las tres revoluciones. Vivir y morir por tantos ciclos. Renacer para llevar en el cuempo todas esas muertes que me han vuelto la reina del abismo. Todo eso para coincidir aquí. Lo demás es parte del Festum Fatuorum. Nos damos la mano reconciliándonos. Voy a soltarlo, pero él no me deja. Acerca su rostro al mío. Un milón de puntos por besarlo por primera vez. Las anteriores no cuentan. Solo desde la última revolución tenemos permiso de sentir cuando nos tocamos. Un relámpago recorre la 2structura metálica de la bodega. Cierro los ojos, los labios de Teo están a punto de rozar los míos. Saldo insuficiente. Ingrese un nuevo código para continuar el juego. Te quitas el casco y te das de topes. Otra vez olvidaste preguntarle cómo puedes encontrarlo de este lado. a

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Pájaros del ruido José Antonio Sánchez Cetina

-bra era el bajista de Komadrejas suicidas. Se dedicaba a eso. Claro, con el riesgo de que le metieran lumbre en la frente. De pantalla, y para completar las cuentas, criaba urbájaros. Dicen que un sobrino de Bob Dylan lo metió en ese negocio. No solo es legal sino que está auspiciado por el gobiemo, el sistema o como le digan ustedes. Sí, ya sé, la filesta. Pero si no les pongo en contexto van a poner en dos minutos cara de estar viendo una película ¡aponesa sin doblaje (porque hasta los letreros les han de costar trabajo). Oquéi, oquéi, ya. Suéltame, no puedo ir a ningún lado. Alcanzame un encendedor. ¿Alguien tendrá un dedo de tanarita? No estarán pensando que voy a estar aquí todas estas horas plenamente consciente. Nombres, de acuerco. K-bra Mistrante, creo que se apellida. No sé si se trate de un nombre falso. Yo lo conocí cuando hacía los pianos en Disco Revólver. ¿Les suena? Pues sí, de ahí salió K-bra, Beicon, Pero... Seguro los tienen bien identificados.

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Bueno, pues el tiempo que no estaba componiendo encerrado en el clóset o buscando fechas para tocar en algún sótano con las Komadrejas lo pasaba en la azotea del edificio donde vive, en Granada, Nueva Polanco, Polanco Tres mil punto cero o como quieras llamarle. Sí, muy cerca de la fiesta. Tenía en la azotea todo lo que cualquier urbajarero necesita, solo que en plan austero y heredado, según él, del propio Dylan, que a su vez el viejo Bob consiguió hace unos cincuenta años con los coreanos. Jaulas, bebederos, cajas, tubos de colores, jeringas por todas partes y qué sé yo, todo el jodido equipo. SÍ, la fiesta. Para allá voy. ¿Han visto de cerca algún pájaro de esos? Son unas cosas muy interesantes. Ya no los hacen grises color mugre como antes. Ahora tienen manguelas por todos lados y plumas con leds diminutos que pueden hacer patrones, secuencias, grecas y hasta la foto de la abela de este gorila. Anda, alcánzame otro encendedor. Este no prende. A veces K-bra parecía disfrutar más conectar los tubos y los sensores y filtros de esas aves que tomar su bajo y volarle la cabeza al mundo, y mira que no he visto a nade más tocar así de comprometido con el sonido. ¿Ruido? Ruido es un motor, la perorata de ustedes. Lo que hacía K-bre hasta esa flesta era una cosa sin nombre, sin etiqueta.

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Ahora que lo preguntas, he visto un montón de gente tocar últimamente. Ustedes tienen sus métodos; la resistencia, los suyos. lodo está en intemet, si sabes dónde buscar. Claro, los urbájaros eran una doble pantalla. A veces —o casi siempre— subestimo todo lo que pasa en esas cabecitas de ustedes, tan comprometidas con el sistema K-bra supo desde hace muchísimo tiempo que lo vigilaban. ¿Se acuerdan del guitarrista que enviaron a uno de los pimeros ensayos de Disco Revólver? El cuarto no dejó de apestar a

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a federal por semanas, decía K-bra. Desde esos tiempos andaba puesto fumando tana, pero consciente de todos sus movimientos.

No, nunca fue mi amigo. Ojalá lo hubiera sido. Bueno, pues comenzó a amarrar memorias con archivos basura en las patas de algunos pájaros. Ful a un par de esas reuniones. Ahí nadie tocaba, ni en vivo ni grabado. Estaban ahí K-bra, Beicon y Perro, junto con un montón de gente salida de quién sabe dónde, todos resistentes. Nos relamos a carcajadas de los drones que mandaban cada que K-bra liberaba un urbájaro. Lo mandaba lejos, lejísimos, a la sierra, para ver qué hacían ustedes y hasta dónde mandaban redadas. Luego todos bajábamos, y entonces sí había ruido. Perro metía la nariz en cada puerta de la alacena, Beicon preparaba algún alcohol en la estufa y K-bra le contaba a alguien la diferencia entre un gorón y una ninfa. Que yo sepa, Perro se dedicaba a pasear perros en el día. Ándale, en las Lomas o algún barrio de esos donde los peIT0S valen más que todos nosotros. Daba la vuelta con ellos mientras fumaba y meneaba la cola. Se entendían bien. Los llevaba a lugares dende podían jadear sin que el aire les reventara los pulmores y orinaban todos juntos cada celda, esquina y teléfono. Eeicon, quién sabe. Era un tipo raro que había heredado de su padre unas tres mil recetas distintas de whiskey, del tiempo de la prohibición de la producción casera. Había vendido unas doscientas a marcas conocidas y tocaba la batería con las Komadrejas. De no ser por eso, dirla yo que era un maldito fracasado con un montón de dinero. Sí, es bueno en los tambores. ¿A ustedes les gusta la música? ¡Cómo que no sea ridículo! SÍ, los dos líderes y su Doctrina de la virtud. ¿Ustedes se compran ese panfleto o se lo tienen que tragar todos los

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días junto con el cereal para poder restregárselo a todo el mundo? ¿Has escuchado a una banda en vivo? ¿Un cartucho grabado, siquiera? Sí, la prohibición. La prohibición, pero has estado en un trillón de redadas. ¿No te da curiosidad lo que está sonando antes de que le caigas a palos a quien está frente a las bocinas? Ní siquiera sé dónde estamos. Eso sí voy a reconocerles. Son muy silenciosos y uno no sabe si lo llevan volando o arrastrando. Ya sé que de plano no la voy a librar. Pero ya les dije que yo nunca puse un dedo en un instrumento. Ojalá supiera tocar la trompeta. ¿La han visto? Una especie de escopeta dorada con una boca grande, tres émbolos potentes y tubos retorciéndose hacia sí mismos. Záner Zakerson tocaba la trompeta. Claro que lo conocen, fueron ustedes quienes le metieron lumbre por las orejas. ¿Cuánto tilene? ¿Seis meses? El punto es que no vay a resistirme, porque me gusta la música, así, abiertamente y sin más tabú. A mí y a todos los que estábamos en esa fiesta, en ese concierto. Ese es el problema con ustedes y los lideres. ¿De dónde sacaron esa ¡dea? Alguien la repitió suficientes veces como para que no pueda uno pensar que es una tontería. Era mejor la otra prohibición. Más soportable, al menos. Uno puede durar unos buenos años sin fumar algo de tana, pero ¿sin oír nada? “El ruido como potenciador de todos los vicios. La máxima de los líderes, sí. ¿le has puesto a pensar en ella o solo te la escribieron en la servilleta? ¿Y qué me dices de los vicios ahora que ustedes imponen el silencio? De todos modos se sigue matando y muriendo y comprando y vendiendo cualcuier cosa en cualquier lugar. ¿Y quién les dijo que la música era un ruido? ¿Quién carajo inventó semejante mentira?

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El problema es que piensan que la música es ruido, y al mismo tiempo, droga. Yo conozco mucho de drogas, y mirándote el brazo puedo ver que tú también, pero la música está por encima de eso, y por debajo de la prohibición. Amiba de todo eso, la Fiesta. No te cabe en la cabeza lo que te estoy diciendo. Basta ver el minuto antes de que pase todo, cuando K-bra se cuelga ese bajo de doce cuerdas en el hompbro, cuando lo reconoce como si se tocara un tercer brazo, nuevo pero etemamente conocido. Ese microsegundo donde todos los urbájaros del mundo se quedan suspendidos y callados como tumbas voladoras en un sueño polvoriento, esperando el primer golpe de esa cuerda gruesa, poderosa, la nota que congela el aire mortífero de la calle y apaga el bullicio de los trillones de pingúinos parados en todas partes, espiando a todo el mundo, que atraviesa las ventanas púrpuras de todas las habitaciones que vigilan sin descanso. Ahora, aunque suene a un cochino lugar común, es demasiado tarde. ¿En verdad no oyen eso, detrás de los urbajaros? Contrario a lo que les hacen pensar, la Flesta apenas comienza. Esa nota, no todas las drogas del mundo condensadas en un cristal. Ningún sistema, ni máxima ni mínima, ningún binomio de líderes espiritualas y políticos fabricados en computadoras. Un sonido, no los anortiguadores que le instalaron al planeta cuando creían que se hundía. Esa nota de K-bra y a la vez de nadie, ese om del infnito Y ninguna otra cosa es la que sostiene todo. La Fiesta es, y no hay manera de detenerla, ni con aislantes ni cortándoles las manos a quienes tocan, porque el sonido primero y luego todas sus reverberaciones —que no acaban— son la Fiesta. Esa nota que creen que apagaron cayendo en la espalda de K-bra no hizootra cosa que encender el amplificador del mundo. Ese mumullo no son los urbájaros que se criaban en la azotea, sino los bubos calientes de la música que está por sonar. al

Planta pelícano Tamar Cohen

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partir de la próxima sesión las cosas van a cambiar —me explicó Andrés, mi psicólogo, un hombre de casi sesenta años, cara acolchonaday nariz de avestruz. Sus palabras sonaron idénticas a las del papá de José, el protagonista de Cambios, de Anthony Browne. Antes de llevarse a mamá al hospital para dar a luz a su hermanito, le avisa que las cosas van a cambiar, una frase que puede significar millones de cosas. Por eso José imagina que el sillón de la tele se convierte en gorila, que a la tetera le sale una cola de gato y que la rueda de la bicicleta es una manzana. Yo también empecé a Imaginar cosas: por ejemplo, que el psicólogo se convertía en Enrique lglesias y se ida desabrochando los botones de la camisa uno por uno. Sin embargo, las ojeras oscuras y marcadas de Andrés complicaron la imagen, así que mejor me concentré en ver una trompa de elefante debajo del sillón o las alas de un camello detrás del escritorio.

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Comenzaba a fastidiarme cuando él me explicó exactamente lo que significaba esa frase tan trillada de “Las cosas van a cambiar”. —En lugar de hablame de frente, te vas a acostar en el sillón con zapatos y te vas a dirigir a la ventana. Yo estaré sentado a tus espaldas. Perdón, no entiendo. ¿A quién le voy a hablar? ¿A la ventana? Eché una mirada disimulada hacia el pedazo ce cristal rodeado por un armazón de madera que sería mi nuevo confidente. No hubo conexión. Me sentí perdida. Le pagué los quinientos de la consulta y escapé como si tuviera examen de mate al día siguiente. La siguiente sesión llegué quince minutos tarde. Jn camión se había volcado en el Periférico y la ciudad era un - caos. Además, el parquímetro de la esquina no recibla mo- nedas y tuve que ir a buscar otro. Toqué el timbre, empujé la puerta blanca al tiempo que sonaba el chirrido y subí los escalones de dos en dos. Al abrir la puerta del consultorio, me saludó de mano y no hizo mención alguna del retraso. —Se volcó un camión en el periférico. —Mi voz scnó a la defensiva. Entonces me acomodé en el sillón, subí las piemas y le di la espalda. No recordaba si había dicho con zapatos o no. No traía calcetines, así que no sabía qué era peor: ¿mostrar la ampolla de mi dedo gordo del pie o subir los tenis y ensuciar de lodo la funda verde del sillón? ¿Ampolla o lodo? Hace poco Fabiola me enseñó una aplicación nueva que nventaron sus primos: la intención es ayudarte a tomar decisiones sobre cosas simples del día a día. Por ejemplo, ¿cenar fruta o molletes? ¿Oír Passenger o Reik? ¿Usar jeans o mallones? Estupidez y media. Si hubiera tenido tiempo habría pregun-

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tado eso de ampolla contra lodo. Pero Andrés adivinó mis dudas y enseguida me infornó que me dejara los zapatos

puestos. Victoria para el lodo.

Hablarle a la ventana fue más fácil de lo que imagine. Sobre todo porque descubrí que a un lado se encontraba una planta con las hojas verdes que llegaban hasta el techo. Las hojas tenían forma de pelícanos, aunque con el pico más delgado. Fue sencillo engañarlo: él creía que yo me dirigía a la vertana mientras que en realidad me entretenía con la planta pelícano. ¡Qué ingenuo! | El tiempo de las sesiones fue disminuyendo. ¿Cuánto tiempo puedes hablarle a un ser vivo que no contesta? Además, Andrés solo soltaba una frase cuando el silencio llenaba el cuarto y enseguida agregaba: nos vemos la próxima. Las sesiones duraban entre ocho y quince minutos, pelo en ocasiones se alargaban. Entonces los pacientes se le juntaban en la sala de espera. Solo había un sillón de dos plaZas y nos amontonábamos como palmitos en conserva. Me fastidiaba aguardar mi tumo: había un aparato antiguo que tocaba música clásica a un volumen dañino para los oídos. Sin embargo me fui acostumbrando a esa dinámica y me encariné con la planta pelicano hasta considerarla mi fiel

confidente.

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Al otro día de la filesta de Fabiola me explotaba la cabeza. Quería contarle todo a la planta pelícano. Desde el momento en que Johnny me tomó de la mano para bailar “ like it” hasta que salimos a tomar aire y me besó los labios bañado en sudor. “Me sentía como una jarra llena de cubos de hielo —le decía en la mente mientras manejaba el auto de mamá—. Tiritaba de frío a pesar de estar en pleno verano””

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