La España de los siglos XIII al XV

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Francisco J. Fernández Conde

La España de los siglos XIII al XV Transformaciones del feudalismo tardío

NEREA

FRANCISCO JAVIER FERNANDEZ CONDE

La España de los siglos

x iii

al xv

Transformaciones del feudalismo tardío

Ilustración de portada: Im agen de Alfonso X el Sabio en el tum bo A de la catedral de Santiago de Com postela Ilustración de contraportada: Página de la Biblia de Alba (Biblioteca del Palacio de Liria. Madrid)

I a edición: 1995 2* edición revisada: 2004

© Francisco Javier Fernández C onde, 1995 © E ditorial N erea, 1995 San Bartolom é, n.° 2, 5a dcha. 20007 San Sebastián Tfno: 943 432 227 Fax: 943 433 379 nerea@ nerea.net www.nerea.net Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libro p u e d en reproducirse o transm itirse utilizando m edios electrónicos o m ecánicos, p o r fotocopia, grabación, inform a­ ción u o tro sistema sin perm iso p o r escrito del editor.

ISBN: 84r-86763-55-X Depósito legal: M-21.792-2004 Fotocom posición e im presión: Encuadernación: Ramos, S. A.

efca, s. a .

INDICE

Prólogo a la segunda e d ic ió n ..................................................................... ..... 11 In tro d u c c ió n .................................................................................................. ..... 21 PRIMERA PARTE Indicios de la crisis de la tardía Edad Media Capítulo 1: Indicios de la crisis del feudalism o peninsular en los um brales del siglo xrv.............................................................................. ..... 51 Feudalism o en expansión............................................................................. 31 Crisis de estructuras....................................................................................... 33 La periodización....................................................................................... ..... 34 Conflictividad social y problem as políticos.............................................. 35 Desajustes económ icos e intereses de c lase............................................. 37 M inorías regias y bandos nobiliarios......................................................... 38 Las herm andades y las C ortes................................................................ ..... 39 Desajustes estructurales........................................................................... ..... 41 Los problem as de la C orona arag o n esa.............................................. ..... 42 La expansión m editerránea de A ragón............................................... ..... 43 Escalada nobiliaria: La U nión A ragonesa........................................... ..... 43 Mayor estabilidad económica e institucional en los reinos orientales 45 Secuelas negativas de la vinculación progresiva de Navarra a Francia 47 Indicios de crisis en la iglesia p en in su la r............................................ ..... 48 Novedades y contradicciones en el campo de la cultura y en la m en­ talid ad ..................................................................................................... ..... 51

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SEGUNDA PARTE Crisis y transform aciones del feudalism o peninsular (s. xrv-xv) Capítulo 2: Fracturas dem ográficas........................................................... El fenóm eno de la crisis.......................................................................... Las explicaciones glo b ales...................................................................... Crisis dem ográfica.................................................................................... La Peste Negra y otras m o rtan d ad es.................................................... Tendencias dem ográficas........................................................................ Concom itantes de la crisis poblacional................................................

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Capítulo 3: Transform aciones socioeconóm icas................................... Crisis y transform ación de la nobleza................................................... La ren ta feudal........................................................................................... Situación del cam pesinado..................................................................... Los pequeños propietarios...................................................................... Crisis y transform aciones en el m undo urbano: econom ía y rela­ ciones sociales....................................................................................... Problem as m onetarios............................................................................. Transform aciones de la vida u rb a n a .................................................... Judíos y m udéjares.................................................................................... La conflictividad social............................................................................

75 75 83 86 90 92 104 109 113 117

Capítulo 4: Evolución de la adm inistración p o lítica............................. Crisis y transform aciones políticas......................................................... Centralización jurídíco-adm inistrativa.................................................

127 127 135

Capítulo 5: Crisis de la Iglesia peninsular. Novedades de la cultura y la m entalidad........................................................................................... La problem ática eclesiástica: decadencia y re fo rm a ........................ Las transform aciones de la cultura y la m entalidad colectiva........ La nueva m entalidad del hum anism o re n ace n tista.........................

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TERCERA PARTE Los Reyes Católicos C apítulo 6: Los Reyes Católicos. G ranada. A m érica.............................. U na sucesión difícil.................................................................................. Política n o b ilia ria..................................................................................... La gobernación de los estados. Administración e instituciones polí­ ticas..........................................................................................................

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La política económ ica............................................................................. ....181 La conquista de G ranada............................................................................183 Las Indias O ccidentales o A m érica...................................................... ....185 Bibliografía..................................................................................................... ....197

PROLOGO A LA SEGUNDA EDICION

La prim era edición de esta obra se realizó hace nueve años: en otras épo­ cas podría parecer u n período relativamente corto, sin entidad suficiente desde el punto de vista historiográfico para introducir cambios im portan­ tes en su contenido. Por lo general, en el tracto de dos lustros escasos la vigencia de u n a síntesis, de un ensayo histórico, de determ inadas inter­ pretaciones sobre acontecim ientos relevantes p o d ía m an ten erse fácil­ m ente. Cuando se consultan de form a continuada las diferentes edicio­ nes de obras del siglo pasado, que solemos considerar “clásicas”, puede com probarse fácilmente que esas ediciones suelen repetir los contenidos form alm ente, sin introducir cambios que los alteren de form a significa­ tiva. En la actualidad, el panoram a historiográfico ha cambiado sustancial­ m ente en cantidad y, sin duda alguna, en calidad. En la últim a década del siglo xx y los prim eros años de la presente centuria, por causas que no re­ sulta difícil descubrir y formular, la producción historiográfica h a dado un giro espectacular sobre cualquier período denom inado escolásticamente “edad”, si bien sem ejante “eclosión historiográfica” no resulta de igual va­ lor para todas las “edades” ni para todas las partes o subdivisiones de cada edad. En la Edad Media concretam ente, a nadie se le oculta que el des­ arrollo más llamativo tiene que ver, sobre todo, con los períodos que sole­ mos llam ar de transición: la prim era transición, desde la tarda Rom anidad hasta ese m undo de. aldeas plenam ente configurado ya (siglo xi) que sole­ mos llam ar alta Edad Media o, si se quiere, desde el “m odo de producción esclavista” al “m odo de producción feudal”; y la segunda transición, que supone la transform ación paulatina y progresiva del feudalismo hacia el M undo M oderno. Nos parece que sobre la prim era transición se han producido avances v erd ad eram en te cualitativos desde num erosos p untos d e vista. Es evi­

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dente que sabemos m ucho más de los procesos de transform ación social, de la evolución del poblam iento, de la em ergencia de u n pequeño grupo privilegiado que cogió el testigo del p o d e r de la últim a época del tardo Im perio y du rante las invasiones y estuvo en la base de la conform ación de los prim eros núcleos políticos organizados después de la invasión m u­ sulmana. Sobre el sur de la Península y en el este, es decir, en los dom i­ nios tradicionales del Islam tam bién h an avanzado m ucho los conoci­ m ientos históricos. Podem os trazar fácilm ente el m apa de la organización tribal en las distintas latitudes y conocer la evolución socio-política del ca­ lifato y de los distintos reinos de taifas. Y, además, u n a larga generación de investigadores, que ha sabido m anejar con acierto y m eticulosidad las fuentes cronísticas y docum entales, am pliando notablem ente sus regis­ tros y ha utilizado al mismo tiem po la toponim ia y los registros arqueoló­ gicos siem pre con mayor rigor, consiguió cam biar de form a notable el panoram a historiográfico sobre el Islam peninsular en general y sobre alAndalus en particular. La sabia com binación de los registros docum entales y cronísticos con los característicos de la arqueología: la extensiva y la “pura y d u ra” de las excavaciones de proyectos de investigación o sim plem ente de urgencia han abierto panoram as im pensables hace quince o veinte años, proyec­ tando m ucha luz sobre esos siglos de transición que se despachaban en unas pocas páginas llenas de dudas y d e interrogantes y se llam aban con razón los siglos oscuros del Medioevo. Estos avances cualitativos de la his­ toria medieval en España, correspondiente a dicho período, han servido tam bién para que se form ara y se consolidara una generación de jóvenes historiadores, poderosa, entusiasm ada, muy trabajadora, com prom etida verdaderam ente con el saber histórico y extraordinariam ente fecunda. Nos atreveríam os a decir —sin citar ningún nom bre p o r razones obvias— , que entre ellos se encuentra lo más granado y prom etedor de nuestro medievalismo. En ese grupo habría que situar tam bién a algunos extran­ jeros, en especial de la escuela francesa y anglogerm ánica, inexcusables ya en los elencos historiográficos relativos a los reinos cristianos y en la historia islámico-andalusí, dos áreas de estudio e investigación cada vez más afines y cercanas en m etodología y en resultados. La historiografía de los siglos centrales del M edioevo y de la época tardom edieval (siglos xm-xv) tam bién h a experim entado avances im por­ tantes, pero sus logros son diferentes. Podríam os decir que las noveda­ des tien en que ver, sobre todo, con distintos aspectos. Sin duda sabemos más sobre los distintos sujetos históricos de distintas dim ensiones: rei­ nos, territorios señoriales, instituciones, m undo cultural, m entalidades. En u n a palabra, tenem os m ayor inform ación en lo que concierne a las

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estructuras de las form aciones sociales, porque la proliferación de estu­ dios ha sido verdaderam ente notable desde el pu n to de vista del volu­ m en de publicaciones, pero quizá no hayamos avanzado dem asiado a la h o ra de p ro p o n e r y explicar las relaciones interestructurales de dichas form aciones, lo que a nuestro m odo de ver constituye el saber histórico p o r excelencia. Probablem ente se podría p o n er incluso un cierto reparo a toda esa m area historiográfica. M uchos autores, siguiendo más o m e­ nos conscientem ente el m odo de hacer historia de la escuela de Armales de su últim a época — la de la famosa “historia a retazos”— , se han prodi­ gado en estudios —en m uchas tesis doctorales— sobre aspectos concre­ tos y puntuales de un período histórico: sobre dom inios, especialm ente monásticos, episcopales y catedralicios; sobre determ inadas instituciones —a veces se tiene la sensación de que se está produciendo u n cierto revival de la conocida y otrora fecunda escuela institucionalista; pero sospe­ cham os que se h a preterido, de algún m odo, la historia com o ciencia del conocim iento de la evolución general de los-grupos sociales y de la so­ ciedad misma, aten diendo a los m ecanism os internos de sus correlacio­ nes, en las q u e lo económ ico y las relaciones d e p ro d u c c ió n siguen siendo el “é te r” o “arom a” que lo em papa todo. Casi nos atreveríam os a decir que sobre algún tipo de historia las m iradas de sospecha son cada vez más num erosas. El tracto histórico que com prende nuestro librito, las Sociedades feuda­ les, se encuadra cronológicam ente en esa últim a parte de la historiografía medieval: los siglos de crisis, que nosotros preferim os considerar siglos de profundas transform aciones del Feudalism o com o m odo de producción dom inante: unas transform aciones que están presentes en todas y cada una de las estructuras, sin olvidar las que podríam os considerar más superestructurales. La producción historiográfica de los diez últim os años ha sido tam­ bién im presionante, tanto, que en ocasiones la masa de títulos constituye ella misma un obstáculo no pequeño a la hora de conseguir la adecuada inform ación “extrafontes” para contextualizar correctam ente cualquier discurso histórico, p or más que los program as inform áticos hayan signifi­ cado, desde hace tiem po, u n a ayuda inestimable para este com etido. Una vez más habría que repetir el tópico que, p o r serlo, pertenece al catálogo de los axiomas indiscutibles: los árboles — los títulos— a veces no dejar ver el bosque: el panoram a histórico en su globalidad. Con todo, seríam os com pletam ente injustos si no reconociéram os que, desde la edición de nuestro libro el año 1995, no se habían publi­ cado obras de extraordinario valor. Sin que pretendam os esbozar un pa­ noram a com pleto de la historiografía últim a —se hicieron varias revisio­

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nes com pletas estos años— ’, sí querem os llam ar la atención sobre algu­ nos extrem os que nos parecen relevantes. En prim er lugar, tendríam os que p o n e r de relieve la proliferación de m anuales nuevos de Historia medieval de España o de medieval univer­ sal, en la que se integra con sentido el discurso y la inform ación sobre la historia peninsular. El últim o (Historia de España en la Edad Media, coord. V. Alvarez Palenzuela, Barcelona, 2002), que com ienza con el m undo visi­ godo y llega hasta los Reyes Católicos, fue redactado por u n a treintena de autores -—algunos repiten capítulo— , no siem pre de la misma ideología y con m entalidades históricas bastante diferentes, sin dejar de reconocer que algunos capítulos hechos p o r especialistas en la correspondiente ma­ teria son magníficos. Quizás esa variedad podría considerarse, en princi­ pio, com o un valor añadido, pero la estructura de la obra o, si se quiere, su plan general, resulta dem asiado parcializado, percibiéndose las inevita­ bles reiteraciones y la falta de un discurso integrador y coherente para todo el Medioevo peninsular. Los m anuales de la editorial “Síntesis” re­ presentan justam ente la opción opuesta. Cada uno de ellos ha sido redac­ tado p o r un solo autor con un plan bien definido y uniform e. Las preten­ siones, la am plitud y la coherencia de los tres últim os de Historia de la Edad Media de España, 3er. Milenio, aventajan notablem ente los prim eros volúm enes de la colección en extensión, en am plitud y en tam bién en profundidad. En realidad los más antiguos eran poco más que sencillas puestas al día de problem as históricos específicos o de grandes temas. Los tres m encionados más arriba (I. Alvarez Borge, La plena Edad Media. Siglos Xll-Xin, M adrid, 2003; E. G uinot Rodríguez, La baja Edad Media en los siglos xivy xv. Economía y sociedad, M adrid, 2003; J. M. Monsalvo A ntón, La baja Edad Media en los siglos XIV-XV: política y cultura, M adrid, 2000) tienen ya la entidad de auténticos m anuales d e historia para estudios universita­ rios e incluso para las oportunas consultas de especialistas, reflejando con claridad la personalidad histórica de sus autores, aún jóvenes pero con m ucho bagaje científico a sus espaldas. La proliferación de universidades en las distintas autonom ías ha constituido adem ás un estím ulo im por­ tante para la producción y publicación de obras de historia, elaboradas p o r las prim eras plantillas de profesores de cada área, departam ento o fa­ cultad. Es cierto que el sujeto de m uchos de esos trabajos pertenece a lo que podría llamarse “historia local”, estudios muy m eritorios y con rigor científico indudable, pero sin excesiva incidencia en el ám bito de los dis-

1 Gfr. e.c., La Historia Medieval en España. Un balance historiográfico (1968-1998). XXV Se­ m ana de Estudios Medievales. Estella-Lizarra, 14-18 de julio 1998, Pam plona, 1999.

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cursos históricos más generales. Sin em bargo, no es m enos cierto que al socaire de esta historia regional ha ido cristalizando en casi todas las lati­ tudes peninsulares, que en m uchas ocasiones reproducen con más o m e­ nos justeza los viejos marcos fronteros de los antiguos reinos medievales de la Península, u n a historiografía medieval m ucho más sólida y com­ pleta que en épocas pasadas. El año 1996 veía la luz La baja Edad Media peninsular. Siglos X III al XV, coordinada p o r j . Valdeón B aruque (vol. XII de la Historia de España de R. M enéndez Pidal). Sus autores, J. Valdeón B aruque y j. L. M artín Ro­ dríguez, con u n a larga historia de investigación y de docencia a cuestas y con m anuales usados por todos desde hace m uchos años, pudieron po­ ner al día la historiografía conocida y reproducir u n a síntesis espléndida del Medioevo peninsular. J. V aldeón se ocupa en la prim era parte de los procesos de repoblación vinculados a la problem ática dem ográfica y a los m odos de vida del m undo rural y urbano, siem pre desde la óptica castellana. J. L. M artín dedica la segunda parte de la obra a la C orona de Aragón y al reino de Navarra, sin olvidarse de Portugal, com o había he­ cho ya en p rim er m anual. En realidad, la historiografía reciente sobre los reinos de la C orona de Aragón ha sido muy fecunda y variada, con un a aten ció n p re fere n te p o r la tem ática de índole económ ico-social, com o p u ed e com probarse en cualquier elenco bibliográfico especiali­ zado, p o r lo dem ás, en perfecta consonancia con u n a tradición historiográfica muy antigua y brillante. Si hubiera que destacar algún capítulo concreto, no dudaríam os en subrayar el relativo a la expansión com er­ cial y m ercantil de los reinos de la C orona a lo largo del M editerráneo. E ntre las obras colectivas recientes, destacamos, a m odo de ejem plo, En las costas del Mediteiráneo occidental. Las ciudades de la Península Ibérica y del reino de Mallorca y el comercio mediteiráneo en la Edad Media, eds. D. Abufalia, B. Cari, Barcelona, 1996; y Valencia e Italia en el siglo xv. Rutas, merca­ dos y hombres de negocios en el espacio económico del Mediteiráneo occidental, Valencia, 1998: tam bién. C. C uadrada, La Mediteiránia, cruilla de mercaders (segles X III -xv), Barcelona, 2001. Para u n a visión general de los distintos reinos: J. A. Sesma Muñoz, La Corona de Aragón. Una introducción critica, Zaragoza, 2000 y E. Sarasa, La Corona de Aragón en la Edad Media, Zara­ goza, 2001. La historiografía más m o d ern a del m u n d o andalusí, que com bina p erfectam en te las fuentes docum entales y las arqueológicas, cuenta ya con u n dilatadísim o elenco de trabajos sobre poblam iento y sociedad, de los que es buena m uestra la revista periódica Arqueología y Territorio Medieval, que dirige V. Salvatierra y publica la Universidad de Jaén; la últim a obra de C. Trillo San José, Agua, tierra y hombres en al-Andalus. La dimensión agiícola del mundo nazarí, G ranada, 2004, constituye,

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seg u ram en te, u n b u en ejem plo de u n a p o derosa c o rrien te histórica, continuadora de trabajos de autores pioneros, entre los que cabría m en­ cio n ar la escuela francesa re p resen ta d a p o r P. G uichard, ju n ta m e n te con M. Barceló, M. Acién Almansa y A ntonio Malpica Coello, p o r citar sólo algunos de los más conocidos. U n buen grupo de medievalistas es­ pecializados en la historia de los dos grandes dom inios políticos de la Península tam bién se ha ocupado recientem ente de los problem as rela­ cionados con la frontera y especialm ente con la últim a etapa histórica del reino granadino: J. E. López de Coca, La fronter a entre los reinos de Se­ villa y Granada en el siglo xv (1390-1481), Cádiz, 1995; W . AA, Identidad y representación de la frontera en la España Medieval (siglos xi-xiv), ed. Casa de Velázquez, M adrid, 2001a. La Facultad de H istoria de la U niversidad del País Vasco h a publi­ cado tam bién du ran te estos últimos años u n a serie de misceláneas, dedi­ cadas a temas sociales y culturales relacionados con su propia tierra o de ám bito más general {La lucha de bandos en el País Vasco: de los parientes ma­ yores a la hidalguía universal. Guipúzcoa, de los bandos a la provincia (siglos xiv-xvi), ed. J. R. Díaz de D urana, 1998; Margi.nación y exclusión social en el País Vasco, eds. C. González Mínguez, I. Bazán Díaz, I. Reguera, 1999; El poder en Europa y América, tópicos y realidades, ed. E. García Fernández, 2001; Cultura de élites y cultura popular en Occidente (Edades media y moderna), ed. García Fernández, 1991; y Exclusión, racismo y xenofobia en Europa y Amé­ rica, ed. E. García Fernández, 2002). En realidad, la problem ática de los banderizos y de las elites de p o d er constituye tam bién otra línea de inves­ tigación muy presente en la historiografía vasca reciente: Lope de Salazar: banderizo y cronista, eds. J. R. Díaz de D urana, I. Reguera, P ortugalete, 2002; El triunfo de las élites urbanas guipuzcoanas; nuevos textos para el estudio del gobierno de las villas y de la Provincia (1412-1539), ed. W . AA, San Se­ bastián, 2002. La naturaleza y el ejercicio del poder, el regio y el señorial o feudal, han sido objeto, asimismo, de investigaciones recientes en los que se revi­ san estudios antiguos, ya clásicos, y se hacen planteam ientos novedosos 2 En el elenco de historiadores norteam ericanos contem poráneos que se ocuparon del m u n d o m edieval hispano, figuran algunas obras relacionadas con este p e ríodo tardom edieval y sobre la tem ática relativa a la Reconquista e n su p e ríodo final: T. Ruiz, “La historia me­ dieval de E spaña e n el m u n d o norteam ericano”, Medievalismo, 12, 2002, 299-312. Allí se re­ señan trabajos recentísim os d e autores muy conocidos ya e n nuestras bibliografías, com o los de R. I. Burns, relacionados sobre todo con Alfonso X; de O. R. Constable, de J. N. Hillgarth, de D. N irenberg, de G. F. O 'C allaghan, d e B. Reilly, y del mismo T. Ruiz (Spanish Society, 1400-1600, New York, 2001; y Froom Heaven to Earth: The Reordering of Caslilian Society in the Late Middle Ages, P rinceton University Press, 2004).

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sustentados en u n a docum entación medieval cada vez m ejor publicada y más copiosa. Los trabajos de A. Franco Silva (La fortuna y el poder. Estudios sobre las bases económicas de la aristocracia castellana (siglos xrv-xv), Cádiz, 1996; de M. C. G erbet (Las noblezas españolas en la Edad Media, siglos xi-xv, M adrid, 1997); de M. A. Ladero Q uesada (Los señores de Andalucía. Investi­ gaciones sobre nobles y señores en los siglos xrn al xv, Cádiz, 1998), o el noví­ simo de C. Estepa Diez (Las behetrías castellanas, 2 vols., Ju n ta de Castilla y León, 2003) constituyen sólo cuatro m uestras de un largo rosario de títu­ los que p odrían acom pañarlos con todo m erecim iento. Asimismo, las n u ­ merosas aportaciones de Ladero Q uesada sobre hacienda y fiscalidad son de sobra conocidas. Y tam poco conviene olvidar el gran núm ero de inves­ tigaciones que existen ya sobre señoríos relacionados con órdenes milita­ res, com o p o n en de relieve C. de Ayala M artínez y C. B arquero Goñi en un artículo recientem ente3. Por otra parte, las m onografías sobre reyes y reinas de los distintos do­ minios peninsulares a lo largo de la Edad Media form an ya u n a am plí­ sima colección, en la que pueden encontrarse trabajos biográficos de es­ tilo tradicional, al lado de espléndidas investigaciones e n las que los soberanos no son más que el producto y el símbolo, al mismo tiem po, del m undo socio-económico y jurídico-adm inistrativo en el que se inscriben sus respectivos reinados. La h isto ria d e la cultura, de la religiosidad y de las m entalidades cuenta tam bién con u n a n utrida representación de trabajos de últim a hora, realizados ya con el mismo rigor m etodológico de otros capítulos más habituales en el panoram a historiográfico. La obra m onum ental que coordinaba y prologaba J. A. García de C ortazar hace ju stam en te diez años: La época del gótico en la cultura española (c. 1220-1480), vol. XVI de la Historia de España de Ramón M enéndez Pidal, con casi mil páginas, en las que colaboran otros once autores con el propio García de Cortázar, es una síntesis sobre todos los aspectos de la cultura m aterial y espiritual del tardom edievo peninsular, organizados en dos partes diferenciadas por el simpático m arbete cortaciano: Primum vivere>Deinde philosophare. Recien­ tem ente, la Biblioteca de Autores Cristianos (B.A.C.) ha com enzado la publicación de una larga serie de m onografías sobre la historia general de cada diócesis, rem em orando la España Sagrada de H. Flórez, M. Risco y tantos otros autores venerables (Historia de las diócesis españolas). Las aportaciones de inform ación cuantitativa, aprovechando el m ejor conocí-

9 C. de Ayala M artínez, C. B arquero G oñi, “Historiografía hispánica y ó rdenes militares en la Edad M edia”, Medievalismo, 12, 2002, 101-161, con 642 entradas.

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m iento que se tiene ya de la mayoría de los archivos eclesiásticos y secula­ res, serán indudables. Pero el valor histórico de cada volum en resultará seguram ente desigual, dependiendo, com o es propio de este tipo de co­ lecciones, de la form ación histórico-científica de sus autores. La historia de las m ujeres y las investigaciones m edievales desde la perspectiva de la “historia de género” cuentan ya en la historiografía his­ p ana con trabajos notables y autoras de relieve. C. Segura G raiño y M. Mi­ lagros Rivera Carretas podrían m encionarse com o las destacadas entre otras m uchas autoras. El reciente libro sobre las beguinas (E. Botinas i M ontero, J. Cabaleiro M anzanedo, M. deis Angels D uran i Vinyeta, Les beguines, Abadía de M ontserrat, 2002), es un buen ejem plo de este apar­ tado, donde habría que m encionar asimismo num erosos artículos publi­ cados en las revistas Laya, Duoda o Arenal. Revista de las mujeres. Y para concluir este apresurado panoram a bibliográfico habría que reseñar la serie, casi infinita, de artículos incluidos en las num erosas Se­ manas de Estudios Medievales (la de Estella, podría ser un ejem plo signi­ ficativo), que revisan cada año temas m onográficos específicos, con una puesta al día muy com pleta del estado de la cuestión, que constituyen verdaderas aportaciones monográficas, p o r más que el estilo de esas reu­ niones no sea tanto el específico de las investigaciones de prim erísim a m ano sino el tratam iento propio de la alta divulgación. D espués de repasar despacio u n a panorám ica tan com pleja y fron­ dosa com o la esbozada en esta introducción, nos preguntábam os si resul­ taría o p o rtuna la segunda edición de Sociedades feudales II, sin la puesta al día de los distintos apartados y sin incorporar las inevitables novedades de la historiografía más reciente, m encionadas aquí a vuela plum a. En un principio pensábam os que esta tarea previa resultaba inexcusable, pero enseguida nos dimos cuenta de que si la llevábamos a cabo, escribiríam os otro volum en m ucho más am plio y seguram ente que bien distinto del ya existente. Nos pareció que era preferible dejarlo com o estaba, porque considerábam os que más que u n m anual al uso, con infinidad de datos, de inform ación, de capítulos, de precisiones cuantitativas, esta obrita era y es un intento de discurso muy personal sobre la baja Edad M edia his­ pana: a nuestro entender, breve, sencillo y claro, pero con la voluntad de­ cidida de ofrecer u n a síntesis única e integrada de toda la historia penin­ sular de los últim os dos siglos medievales; y con u n proyecto unitario, d ependiente de un esquem a teórico fundam ental: las transform aciones del Feudalismo tardío en todas sus estructuras y la inevitable interdepen­ dencia de cada u n a de ellas, sin olvidar el protagonism o sustancial de las transform aciones económicas. Creíam os que las aportaciones de los nu­ merosos libros nuevos que se han ido publicando en la últim a década nos

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ofrecerían más datos, muchas más ejemplificaciones sobre las realidades históricas esenciales de ese proceso evolutivo de 250 años, pero que, en últim a instancia, no alteraban nuestro diagnóstico particular. Por eso pre­ ferimos m an ten er la prim era edición sin m odificaciones de form a ni de contenido. Oviedo, ju n io de 2004.

INTRODUCCION

En la actualidad, poseem os u n a copiosa inform ación sobre los últimos siglos medievales, el xiv y el XV, que suelen aparecer habitualm ente, tanto en m onografías com o en obras de síntesis con la denom inación de tardo Medievo o baja Edad Media. La problem ática de carácter político, que ocupa en m uchas ocasiones un bu en espacio de esos trabajos, es presentada p o r no pocos autores como el verdadero hilo conductor de todo el proceso histórico general de dicho período. Efectivamente, nadie puede negar o dejar de percibir la enorm e com plejidad de las relaciones políticas entre los distintos rei­ nos hispanos o de éstos con el Islam, después de las extraordinarias em ­ presas reconquistadoras y repobladoras de la prim era parte del siglo xm. Y tam bién qu ed a fuera de toda duda el crecim iento de las im plicaciones políticas de cada reino peninsular al verse forzados a tom ar posiciones concretas en fenóm enos de alcance europeo o internacional tan intrinca­ dos y largos com o la guerra de los Cien Años o el Cisma de Occidente, p o r ejem plo. Y lo mismo p o d ría afirm arse, al com probar cóm o el des­ arrollo experim entado por la econom ía de cada reino a partir de los si­ glos centrales del Medievo, en la producción y en los intercam bios co­ m erciales, tien e u n a im p ro n ta nueva: la dim ensión in tern acio n al del espacio comercial, con dos rutas cada vez m ejor definidas y más alejadas de los núcleos peninsulares m ejor situados: la m editerránea y la atlántica. El apoyo y la cobertura de las autoridades respectivas a sus hom bres de negocios dictará u orientará, con frecuencia, la trayectoria de la política internacional de cada Corona. Dado el protagonism o evidente de los hechos políticos, m uchas obras históricas que analizan el período, las de síntesis especialm ente, se detie­

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nen en la descripción de todo el entram ado de relaciones que ellos supo­ nen, utilizando las series de eventos de esta índole com o m arco de refe­ rencia para situar los procesos económ icos y la dinám ica social, que ocu­ p an, al m en o s sobre el papel, u n seg u n d o plano. Los análisis d e tal cultura y de la religiosidad son, casi siem pre, secundarios y muy periféri­ cos, respondiendo, seguram ente, a u n a m entalidad, en la que dichos as­ pectos cum plen funciones epigónicas. A veces, se pueden encontrar descripciones sólidas y muy completas de las estructuras económicas, de las relaciones sociales, de los sistemas de organización político-administrativa, de la producción cultural y del m undo religioso del período. Pero, aun en estos casos, cada capítulo te­ m ático no aparece adecuadam ente articulado en todo el conjunto social. En otras palabras, no se suele enfatizar de form a expresa en la correla­ ción intrínseca de las distintas estructuras, ni se subraya con claridad en qué consiste realm ente la expresión fundam ental de la dinám ica social. En nuestro trabajo hem os pretendido presentar un tratam iento unita­ rio de este período medieval, bastante coherente y hom ogéneo en su di­ m ensión infraestructural, a pesar de su aparente com plejidad. Para ello nos situamos en una perspectiva concreta: la consideración de la Edad M edia — d en o m in ació n epocal que se re m o n ta a la época del hu m a­ nismo tardío— com o un m odo de producción predom inante: el feudal, que com porta un sistema de relaciones bien definido teóricam ente, en el que las fuerzas productivas y las relaciones de producción cum plen una función privilegiada y determ inante en la citada form ación social. Con todo, dedicam os un espacio notable del discurso a la organización polí­ tica, al papel específico ju g ad o p o r la iglesia peninsular en este feuda­ lismo tardom edieval y a la producción cultural que se lleva a cabo dentro de este sistema, sin que excluyamos las más que posibles influencias ex­ trínsecas al mismo. Al fin y al cabo, desde 1300 la historia de los reinos peninsulares está ya plenam ente vinculada a la historia europea. El verdadero hilo conductor de toda la exposición, a partir de la pers­ pectiva teórica elegida, se centra fundam entalm ente en el análisis de la evolución de los poderes socioeconómicos: aristocracia laica y eclesiástica y burguesía ciudadana, su explotación de las clases productoras y sus rela­ ciones con las formas de adm inistración política, sin olvidarnos de la par­ ticipación de los mismos en el m undo de la cultura. En otras palabras: hem os p retendido analizar la dinám ica profunda de los procesos econó­ mico-sociales, sin detenernos en amplias y prolijas descripciones de acon­ tecim ientos o series de acontecim ientos que pudieran oscurecer la natu­ raleza de esa dinám ica. Con todo, no quisim os dejar fuera de nuestra síntesis aquellos hechos, de cualquier índole que fueren, que pudieran

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resultar clarificadores para u n a com prensión cabal de la m encionada di­ nám ica social, p o rque constituyen m uchas veces la expresión más aca­ bada de la misma. La historia de la sociedad islámica, en concreto la del reino nazarí de Granada, ocupa, a todas luces, un lugar muy secundario en esta obra. Y ello depende, seguram ente, de la perspectiva teórica adoptada. En la ac­ tualidad, ya nadie pone en duda que las estructuras socioeconómicas del Islam no responden al m odo de producción feudal. Esta tesis negativa se ha im puesto de form a generalizada y nosotros participam os de ella. U na consideración de este tipo podría explicar el papel de com plem entariedad que cum ple el reino islámico de G ranada en nuestro análisis. Esta­ m os seguros de que su función histórica resultaría m ucho más im por­ tante si el trabajo hubiera sido elaborado desde la óptica andalusí. En cualquier caso, y gracias a los estudios que com ienzan a aparecer sobre el Islam peninsular, creem os que el tratam iento integrador de las dos for­ m aciones sociales resultará m ucho más fácil de realizar en un futuro pró­ ximo. * * *

Hem os querido dividir esta síntesis en tres partes bien diferenciadas: un bosquejo de los indicios de la crisis del feudalism o de los reinos cristianos en la prim era; en la segunda, el análisis y la valoración de las grandes coyunturas de crisis y recuperación de este m odo de producción en los siglos xiv y xv; para term inar con un breve capítulo conclusivo, la tercera parte, sobre el significado histórico del reinado de los Reyes Católicos en el um bral de la llam ada Epoca M oderna. En esa prim era parte, que tiene carácter introductorio, describimos los prim eros síntomas de desajuste estructural del feudalismos hispano, perceptible desde m ediados del siglo xiii, con una sincronía y unas carac­ terísticas muy similares a las presentadas por el feudalism o europeo. Los problem as del sistema en la Península tienen, com o era d e esperar, una im pronta peculiar. Con la conquista castellana de las vastísimas regiones de la Bética y la incorporación del reino de Murcia, que en Aragón tiene com o correlato propio y sincrónico la recuperación y repoblación de Va­ lencia y Baleares, finaliza de form a brusca el expansionism o espectacular de la clase hegem ónica peninsular. El «hambre de tierra», que los seño­ res feudales nun ca verán suficientem ente satisfecha, tiene que contar con el parón del dinam ismo reconquistador, que había servido, hasta enton­ ces, para au n ar esfuerzos e intereses en u n a em presa com ún, relegando a u n segundo plano los conflictos inevitables generados p o r las contradic­

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ciones de un sistema plenam ente afianzado ya en Castilla, Aragón y Nava­ rra y en el mismo reino de Portugal. Hasta entonces, la m onarquía, en las campañas reconquistadoras, ha­ bía sabido encauzar perfectam ente la bulim ia de tierra que caracteriza en todas partes a la clase nobiliaria medieval. Ahora, con un horizonte fron­ terizo delim itado en la práctica, las habituales guerras de conquista se convierten en guerras de frontera con evidentes connotaciones señoria­ les o feudales y en enfrentam ientos de grupos nobiliarios cuyo norte será siem pre idéntico: la afirmación del propio poder dom inical y jurisdiccio­ nal sobre bases m ateriales y hum anas cada vez más amplias. Los progra­ mas de centralización de la adm inistración política y de unificación nor­ mativa, contrarios, en principio, a los planes de reafirm ación nobiliaria, constituyen, asimismo, otro apartado largo de una crisis anunciada, cuya secuencia más d u ra y clam orosa ten d rá lugar en los siglos siguientes. La burguesía en fase de crecim iento cuantitativo y cualitativo actúa, frecuen­ tem ente, com o elem ento de reequilibrio social y sirve de referencia só­ lida, y m uchas veces de apoyo, para el p o d er político de la m onarquía. En cualquier caso, los valores de esos desajustes estructurales presentan di­ m ensiones y aspectos bien distintos en Castilla y Aragón. Navarra, sepa­ rada definitivam ente del escenario de la reconquista desde las Navas de Tolosa (1212), orientará su historia bajom edieval p o r caminos que la vin­ cularán, cada vez más, al m undo político ultrapirenaico. Los prim eros atisbos de crisis se dejan sentir tam bién en la organiza­ ción eclesiástica, cuyos responsables principales, quizá dem asiado ocupa­ dos en los negocios seculares de la R econquista y, en últim a instancia, plenam ente identificados con los m ecanism os señoriales o feudales, no habían sido capaces de plasm ar en realidades concretas el ambicioso plan de reform as prom ulgado p o r el papa Inocencio III en el Lateranense IV (1215). La m entalidad colectiva y la misma religiosidad, que la alim en­ taba y sustentaba, com ienzan a experim entar los prim eros síntom as de desajuste al tratar de incorporar en su propio universo tradicional, cuya base principal había sido y seguía siendo el cristianismo, un aluvión de sa­ beres de todo orden que entran en la Península de la m ano del Islam, el gran instrum ento aculturador de la p rim era síntesis europea de saberes y creencias. La segunda p arte de nuestro trabajo, la más larga y la cen tral del mismo, analiza detenidam ente la naturaleza de la crisis p o r excelencia del feudalism o peninsular, la tardom edieval, y trata de diseñar, al mismo tiem po, las distintas vías o formas de su recuperación. El térm ino «crisis» y el presupuesto teórico que define su cam po sem ántico no tienen por qué com prender, únicam ente, valores de índole catastrofista, como, de

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hecho, h a sido p resentado p o r algunos historiadores q u e ven en esta etapa «crítica» el aldabonazo prem onitorio del final del feudalismo. El vocablo expresa tam bién —y en nuestro caso de form a prevalente— las transform aciones y adaptaciones del m odo de producción feudal o seño­ rial, que salió, incluso, reforzado de esas crisis, si bien con nuevas formas de com portam iento, sobre todo de naturaleza económ ica. La «nobleza nueva» que va configurándose paulatinam ente con los Trastám ara, hasta adquirir su definitiva m odernidad fisonómica durante el reinado de los Reyes Católicos, entrará con bases sólidas en el m undo del Antiguo Régi­ m en y estará dotada ya de la instrum entación adecuada para perseverar sin graves quebrantos, en los distintos reinos peninsulares, hasta las pri­ meras revoluciones burguesas. Los cinco capítulos de este segundo apartado se corresponden con los respectivos análisis a los distintos niveles estructurales de la form ación so­ cial en su integridad, si bien hem os procurado acentuar —no sabemos hasta qué p u n to lo hem os conseguido— lo que tienen todos ellos de con­ vergencia y, en un últim o térm ino, de posibilidades explicativas de la au­ téntica dinám ica social, cuya naturaleza no puede ser otra que la económico-social. Para nosotros sigue siendo válido aquel aserto m arxiano de los Grundrisse: «(La econom ía) es una ilum inación general en la que se sum ergen todos los dem ás valores y que los modifica en su particulari­ dad. Es un éter particular que determ ina el peso específico de todas las formas de existencia que destacan en él». En el p rim ero de estos capítulos, el segundo del índice general, se trata la evolución y las tendencias dem ográficas, afectadas p o r diversas fracturas en las que actúa un carrusel de factores negativos, sin que resulte nada fácil ni obvio establecer su verdadera jerarquización causal. A veces, hechos presentados como resultados de la crisis dem ográfica, por ejem­ plo, se convierten, p or sí mismos, en elem entos que prolongan y agudizan dicha crisis, estableciéndose complejos procesos de retroalim entación que falsearían u n a explicación sencilla de causalidad m onolineal. En cualquier caso, durante la Edad Media las variables registradas en la evolución de­ mográfica tienen una im portancia muy notable a la hora de com prender los cambios producidos en toda la formación social, ya que el trabajo hu­ m ano constituye la pieza básica de la capacidad productiva. A co n tin u ació n , en el capítulo tercero del índice, se analizan con cierto d etenim iento las transform aciones experim entadas p o r las clases dom inantes: en prim er lugar la nobleza y después las oligarquías urba­ nas, cuyos ámbitos de influencia económ ica y de ejercicio del poder so­ cial no aparecen siem pre nítidam ente definidos. La exacción de las plus­ valías del trabajo cam pesino y de la producción de los. habitantes de las

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ciudades fueron las bases de la consolidación de estas clases hegemónicas. La grave crisis del xrv afectó, sin duda, los tradicionales niveles de la renta feudales y de los ingresos de los potentados de la ciudad, pero la ca­ pacidad de reacción y adaptación de am bos sectores sociales se produce con relativa rapidez, sobre todo en Castilla. La secuencia diacrónica de la sociedad aragonesa tiene u n a periodización particular. El crecim iento espectacular de la producción lanera, del com ercio y, en m en o r grado, de la industria textil, constituyen la clave principal —sin olvidar otras fuentes de ingresos— del enorm e poderío de los sectores privilegiados tardomedievales, capaces de ejercer una influencia de pri­ m er ord en en la historia de la época. Muchos linajes nobiliarios crean verdaderos «estados feudales» con m edios suficientes para plantar cara a los mismos titulares de la Corona. La form ación de partidos nobiliarios, de configuración muy variable según las distintas coyunturas y los intere­ ses que estuvieran en ju eg o , llega a producir situaciones extrem adam ente confusas y, en ocasiones, verdaderas guerras civiles. Las resistencias del cam pesinado y del «pueblo m enudo» en el «común» de las ciudades con­ tra esta escalada de la aristocracia y de la burguesía adquiere ahora di­ m ensiones nuevas, desem bocando, a veces, en revueltas sociales de mag­ nitudes extraordinarias. Los procesos de reorganización adm inistrativa y de unificación ju rí­ dica, que tratan de p o n e r en m archa varios soberanos de la época, se describen en el capítulo cuarto de nuestro trabajo. A unque la ejecución de tales proyectos políticos tengan, a prim era vista, la im pronta de anti­ nobiliarios y la burguesía aparezca com o el gozne alternativo para los so­ beranos, éstos, en realidad, se m ueven siem pre d en tro de las coordena­ das del sistema señorial o feudal. Los reyes nunca p reten d en debilitar a la nobleza hasta el pu n to de convertirla en un instrum ento inoperante del c u e rp o social. Lo que in te n ta b a n fo rm alm en te era re c u p e ra r las riendas del p o d er y del control político, reservando a la clase aristocrá­ tica un puesto específico en ese estado renovado. En efecto, varios pro­ gramas orientados en sem ejante dirección p o r los responsables del po­ d er m onárquico, contaron con el apoyo decisivo de poderosos linajes. Y, de hecho, en los períodos más críticos de la m onarquía, piénsese, por ejem plo, en el reinado de E nrique IV de Castilla (1454-1474), la nobleza nunca p reten d ió llevar hasta el extrem o sus aspiraciones de p o d er polí­ tico. Sabía que necesitaba u n soberano que articulara, al m enos ju ríd ica­ m ente, el entram ado sociopolítico. Bien es verdad que un soberano dé­ bil en cajab a m u ch o m ejo r con los in tere se s de los gru p o s d e p o d e r nobiliario. El com plejo de instituciones que conform an el sistema de la adminis­

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tración política regional y central en la últim a parte del siglo XV podría valorarse com o prueba fehaciente de la recuperación m onárquica, una vez superadas las crisis de la época anterior. En principio, parece co­ rrecto un diagnóstico de este tipo, pero no es m enos cierto que las rela­ ciones vertebradoras de ese com plejo sistema institucional tienen todavía m ucho de feudales. En su funcionam iento se echa aún de m enos la exis­ tencia de un ordenam iento legal, form ulado con rigor, que funcione ob­ jetivam ente y al m argen de las dependencias personales. Los dos últim os apartados de esta sección, los capítulos quinto y sexto del índice, se reservan para el estudio de las transform aciones experi­ m entadas en las instituciones eclesiásticas, en la religiosidad y la cultura, así com o en el m undo de las m entalidades. La crisis de los com portam ientos reglados p o r la disciplina canónica y p o r los valores de orden m oral que sufren las autoridades de la iglesia —sus pautas de actuación social y económ ica coinciden, en general, con las de las clases privilegiadas— influyó, lógicam ente, de form a negativa en los niveles religiosos y morales del pueblo, carente de guías espiritua­ les adecuados. Los proyectos de reform a, que com ienzan a diseñarse tí­ m idam ente en Castilla durante el reinado de Ju an 1 (1379-1390), para al­ canzar su «tempo» fuerte en la segunda parte del siglo xv, expresan, de algún m odo, la recuperación de la iglesia peninsular a fines del Medievo. La presencia cotidiana de la m uerte, convertida en huésped dram áti­ cam ente cercano y habitual de todos los grupos sociales, ju n tam en te con la aparición y consolidación de un m ovimiento de lenta y progresiva secu­ larización de criterios de com portam iento e incluso de creencias, propi­ ciado y alentado p o r el hum anism o renacentista de cuño italiano, que em pieza a hacerse perceptible desde comienzos del siglo xv, constituyen, seguram ente, las dos influencias más im portantes que experim entan la religiosidad, la cultura y la m entalidad de la época. En cualquier caso, el alcance de esa secularización de aliento hum anista será m ucho más m ati­ zado que el que se produce en otras partes de la Cristiandad. La últim a parte, la tercera, com pendiada en u n capítulo único, tiene un claro m archam o de recapitulación conclusiva. El la-rgo reinado de los Reyes Católicos es analizado tam bién desde las coordenadas básicas del feudalismo. A unque estos soberanos han sido presentados m uchas veces com o los forjadores de un estado m oderno de ám bito peninsular, en rea­ lidad nunca fueron capaces de crear u n a realidad política de esas caracte­ rísticas y ni siquiera circunscrita a los límites de la Península. Isabel y Fer­ n an d o , p o r su capacidad personal y sobre todo gracias al em pleo de colaboradores, de los que tuvieron buen cuidado de rodearse, supieron utilizar m ucho m ejor que sus antecesores los resortes que les ofrecía un

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sistema socioeconóm ico aún de naturaleza feudal, en el que las relacio­ nes de carácter personal seguían siendo fundam entales. En sus relaciones con la nobleza pusieron tam bién en práctica u n a política más tradicional que m oderna. No les im portaba m an ten er u n a clase aristocrática pode­ rosa económ icam ente, con tal de que les dejara las m anos libres para ma­ nejar con agilidad los resortes del p o d er político y de su adm inistración. Además, u n a nobleza despojada de su condición socioeconóm ica y débil hub iera resultado u n lastre pesado para sostener un estado poderoso y capaz de seguir em prendiendo planes de orientación expansionista en su política exterior. La gu erra final contra el Islam español, la conquista definitiva de Gra­ nada, sigue teniendo m uchos elem entos de feudalidad. Y la m ism a aven­ tura de las Indias occidentales, el descubrim iento y los com ienzos de la explotación am ericana, no hacen más que prolongar esa orientación ex­ pansionista de u n a larga historia de frontera, gracias a la cual los feuda­ les, grandes o pequeños, tenían num erosas ocasiones de prom oción per­ sonal. P ero , e n A m érica, los v erd ad ero s p ro tag o n istas ya n o son los mayores y más honrados linajes del reino ni los oligarcas urbanos relevan­ tes e influyentes. D escubrim iento y explotación tienen com o principales y más destacados actores a m iem bros de la segunda nobleza, a hidalgos y gentes sin fo rtu n a que pretendían ascender rápidam ente los peldaños de la jera rq u ía social, para equipararse a los grandes del reino. Se vuelve a repetir, con las debidas acom odaciones y ajustes, la vieja historia d e la re­ conquista. Y los esquemas de civilización, o, para ser más exactos, de do­ m inio que aquellos «aventureros» llevaban a Am érica, no p o d ía n ser otros que los im perantes en la sociedad feudal del tram o final del Me­ dievo castellano. * * *

PRIMERA PARTE

Indicios de la crisis de la tardía Edad Media

CAPITULO 1 Indicios de la crisis del feudalismo peninsular en los umbrales del siglo xiv

Feudalismo en expansión La gran construcción feudal en los reinos cristianos aparece ya plena­ m ente configurada a lo largo del siglo xm. Las conquistas espectaculares de Alfonso IX de León (1188-1229), de Fernando III (1217-1252) y de Jaim e I de Aragón (1213-1276) habían conseguido aunar, de form a só­ lida, las expectativas político-económ icas de la m o n arq u ía y de la n o ­ bleza, que podían disponer librem ente de grandes territorios ganados al Islam, para ser repoblados de acuerdo con los intereses particulares de la clase hegem ónica. La m onarquía y el aparato político de cada estado cuentan ya con ins­ trum entos adm inistrativos, de clara im pronta feudal, que les perm iten conjuntar intereses sectoriales y, sobre todo, dar salida a esa dinám ica ex­ pansiva, con frecuencia verdadera bulim ia de tierras, de los respectivos grupos nobiliarios o aristocráticos. Parece que esta clave interpretativa es fundam ental a la h o ra de tratar de com prender correctam ente las gran­ des em presas reconquistadoras, descritas de form a tan eufemística como grandilocuente p or la historiografía tradicional; o las otras «gestas» m u­ cho m enos heroicas de las guerras fronterizas entre los propios soberanos cristianos. Al ah o n d ar en las causas de los im presionantes movimientos recon­ quistadores de Castilla y Aragón, que llevaban aparejados los no m enos espectaculares procesos de repoblación, no puede form ularse una expli­ cación unilateral que resultaría, a todas luces, simplista. Los propios reyes cristianos tenían tam bién im periosos intereses para im pulsar y dirigir la m agna em presa contra el Islam de los reinos m eridionales. Al m ultiplicar

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de form a muy notable el espacio territorial de sus respectivos ám bitos de dom inio y actuación política, cada m onarca reafirm aba la idea de sobera­ nía sobre bases administrativas más sólidas y fortalecía, al m ism o tiem po, su preem inencia frente a los nobles más poderosos. Al fin y al cabo, no faltan teóricos que conciben el reino com o un señorío, el p rim ero de los señoríos que conform aban el estado feudal. Es, asimismo, indudable que la Iglesia, identificada con las funciones del soberano, se c u n d ab a sus grandes actuaciones, a la vez que ofrecía el soporte ideológico de las mis­ mas a partir de u n a teoría política de clara im pronta teocrática. Desde las Navas de Tolosa (1212) el viejo y ya tradicional concepto de cruzada pe­ ninsular, que había com enzado a abrirse cam ino en la segunda parte del siglo XI, ad q u iere u n en o rm e vigor, su p lan tan d o con to d a claridad el atractivo de las cruzadas ultram arinas. La abundancia de tierras, m uchas de ellas abandonadas p o r los m u­ sulmanes, propiciaba, asimismo, la prom oción y ascenso de la nobleza inferior, en especial de la caballería villana, consolidada com o un grupo social poderoso en los concejos y villas que habían ido su rgiendo a lo largo del proceso repoblador, especialm ente en las regiones d e frontera. La posición influyente de este grupo le perm itía el control de los m eca­ nismos políticos del concejo hasta convertirlo en un señorío colectivo, con virtualidades coercitivas para la exacción de las rentas del campesi­ nado y de los sectores artesanales. La existencia de este grupo elitista y m onopolizador d e los resortes del p o d er concejil es evidente en num erosas ciudades y villas d e CastillaLeón a m ediados del siglo xm. Y en m uchas com unidades u rb an as de otros reinos ocurría lo mismo. Con todo, la procedencia d e los integran­ tes de estos grupos distaba bastante de ser idéntica. Al lado de los caballe­ ros figuraban tam bién, form ando parte de esos grupos de po d er, m iem ­ bros de la aristocracia terraten ien te y representantes de las actividades m ercantiles ju n ta m e n te con artesanos de cierta solvencia económ ica. Esta heterogeneidad de los dirigentes de la política m unicipal será m u­ cho más acusada en las dos postreras centurias medievales. El afianzam iento del proceso de urbanización constituye o tra de las im prontas características de este período d e consolidación y expansión del feudalism o peninsular. El m apa u rb an o de los distintos reinos, y en especial de Castilla y Aragón, se increm enta de form a extraordinaria, gra­ cias a la incorporación de num erosas ciudades m usulm anas conquistadas y repobladas en el Sur y en el Levante español. Además, el en tram ad o de ciudades en los antiguos territorios cristianos se hace más tup id o con la creación de nuevos núcleos a lo largo del xm. Las «polas» asturianas o las «villas» vascas, que nacen en este siglo, son sólo algunos de los ejem plos

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más conocidos. Por otra parte, m uchas ciudades antiguas, situadas en centros neurálgicos privilegiados p o r anim adas rutas comerciales, experi­ m entan un im portante crecim iento, llegando a incorporar barrios perifé­ ricos d en tro del espacio más am plio delim itado ahora p o r las nuevas m u­ rallas. El caso de Burgos, p o r citar algún ejem plo, po d ría considerarse com o paradigm ático. Y no m enos elocuente la expansión de Vitoria en torno a 1300. En 1256 tiene que aum entar la extensión de su recinto m u­ rado p o r la parte oriental y com ienza a incorporar a su circunscripción rural o alfoz un am plio conjunto de aldeas a expensas de la Cofradía de Arriaga. El proceso no cesará hasta bien entrado el siglo siguiente. Pero sem ejante fenóm eno tam poco puede ser com prendido y expli­ cado más que d en tro del propio engranaje estructural de una sociedad, que ya ha alcanzado los niveles de la feudalización plena al igual que en otras latitudes europeas. Las mismas clases inferiores se vieron también favorecidas durante un período de casi tres siglos, marcado por el signo de la abundancia de tierra —elem ento fundamental de una formación feudal— y de la expansión/cre­ cim iento en todas o casi todas las dimensiones.

Crisis de estructuras Pero, en la últim a parte del siglo xm , después de la sublevación m udéjar de Murcia (1264) y muy claram ente ya a partir de 1270, com ienzan a per­ cibirse claros síntomas de desasosiego y de inquietud que afectaron a los diversos niveles del entram ado social. Esos desajustes estructurales consti­ tuyen, sin d u d a alguna, el preám bulo inequívoco de las grandes crisis y transform aciones que caracterizarán la evolución del feudalism o ibérico en las postreras centurias medievales, concretam ente d u ran te los siglos xrv y XV. Estos doscientos años resultarán catastróficos en m uchos aspec­ tos, pero, al mismo tiem po, significaron tam bién u n a coyuntura inevita­ ble de num erosos reajustes y transform aciones que sirvieron para asentar las bases firmes de una recuperación preñada de novedades. El esquem a teórico de este breve período, considerado com o um bral de la época de crisis y transform aciones: las últimas décadas del xm y las prim eras del siglo siguiente, no presenta una form a definida que pueda aplicarse m ecánicam ente a los distintos reinos peninsulares, asentados so­ bre secuencias históricas y territorios muy heterogéneos. En sus notas más generales coincide con el europeo —de u n a parte im portante de Eu­ ropa— en la misma época. Pero resultaría ilegítim o establecer una sin­ cronía y un paralelismo rigurosos entre la historia europea y la peninsular.

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El fenóm eno de la reconquista rápida y lenta —la repoblación— , así como el «frenazo» de ambos fenóm enos a finales del XIII, confieren a la historia de los reinos cristianos de España propiedades singulares. Con todo, no pa­ rece que pueda resultar desafortunado para describir la historia económica de dicho p erío d o aquel diagnóstico form ulado de m anera general por R. Sabatino López para los estados m editerráneos en torno a 1300: «Cualquiera que fueran los desengaños en vísperas de la Gran Peste, el m er­ cader de la Edad Media parecía destinado a u n éxito más brillante. Acababa de añadir la C hina a su patio trasero, el seguro a su cercado y distintas clases de molinos a su cobertizo de aperos. Llevaba anteojos, un a novedad p ara veri­ ficar sus libros de cuentas p o r partida doble y, sin duda, avalaba sin reticen­ cias u n nuevo rem ed io que algunos m édicos co m en zab an a rec eta rle, el “aguardiente”, es decir, los alcoholes destilados» (Sabatino López, 247).

Para este autor los indicios de la crisis que em pezaban a vislumbrarse en las postrim erías de la decim otercera centuria no eran fatales y habrían podido ser superados, si tres poderosos agentes de depresión, hasta en­ tonces latentes, no hubiesen em ergido sim ultáneam ente y con toda in­ tensidad: guerras prolongadas y devastadoras; epidem ias recurrentes que diezm aban la población en muy poco tiem po; e influencias climáticas de signo negativo que convertían la naturaleza en una realidad inhóspita y poco propicia para la recuperación económ ica y social.

La periodización Los límites cronológicos de este período de transición son, por su misma naturaleza, imprecisos. Si utilizamos referencias de la historia política, podríam os hacerlos coincidir, siem pre de form a aproxim ada, con los rei­ nados de los soberanos que fueron sucediendo a los protagonistas más destacados en la em presa de la R econquista del doscientos. En Castilla, los gobiernos de Alfonso X (1252-1284), Sancho IV (1284-1295), Fer­ nando IV (1295-1312) y la larga m inoría de Alfonso XI (1312-1325). En Aragón, los reinados de Pedro III (1276-1285), Alfonso III (1285-1291) y Jaim e II (1291-1327). Y en Navarra, la etapa final de la casa de Cham ­ pagne, desde Felipe IV el H erm oso (1284), hasta la renovación m onár­ quica de la casa de Evreux con Felipe III (1329). En conjunto, abarcaría las últimas décadas del siglo xiii y las prim eras del xrv.

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Conflictividad social y problemas políticos Los proyectos de integración política y social, que habían funcionado en cada estado peninsular a lo largo del siglo xin, coexistieron tam bién con la reafirm ación de los poderes particulares de señoríos y concejos que re­ p ro d u cen en sus «estados señoriales» las mismas tendencias adm inistrati­ vas, para conseguir mayores exacciones económicas. La territorialización y los m ecanismos centralizadores operaron, asimismo, en el interior de las circunscripciones señoriales. Sus titulares, cada señor o los grupos hegem ónicos de los concejos que actúan com o señores colectivos, ejercen en sus respectivos ámbitos las funciones públicas que, en teoría, pertene­ cían a los organismos e instituciones estatales. Estas contradicciones estructurales, derivadas de la misma naturaleza del sistema feudal, tenían que provocar, necesariam ente, enfrentam ien­ tos y conflictos entre los poderes aristocráticos y la m onarquía, coinci­ diendo, en perfecta sincronía, con el m om ento en el que los responsa­ b les d e la C o ro n a ya n o p o d ía n s e g u ir c a n a liz a n d o las an sias d e expansionism o territorial de los feudales a expensas de los antiguos do­ minios del Islam. La mayoría de los desajustes y reajustes fronterizos, pro­ ducidos en torno al 1300 — recuérdense, por ejem plo, los del reino de Murcia, en tre Aragón y Castilla, hasta la sentencia arbitral de Torrellas (1304)— deben ser interpretados a la luz de los intereses concretos de la clase dom inante p o r asegurar y organizar los límites de sus respectivas áreas de dom inio e influencia. De hecho, la conflictividad entre nobles y reyes, mal endém ico de la sociedad medieval, alcanza cotas im portantes en la últim a parte del siglo XIII, al sufrir la dinám ica reconquistadora de Aragón y Castilla un corte brusco y casi definitivo. Alfonso X, testigo y partícipe de los últim os éxitos de su padre, preten d e proseguir las empresas de reconquista en los pri­ m eros años de su reinado. D espués de las vacilaciones en el Algarbe (1252-1253) obtiene varios éxitos parciales en Andalucía, recuperando al­ gunas plazas q ue g arantizaran la seguridad de Sevilla. C onquista más tarde la plaza fuerte de Salé (1260), poniendo en práctica u n viejo pro­ yecto de su padre: asegurar el dom inio de Andalucía m ediante la presen­ cia político-m ilitar en Africa. La difícil tom a de Niebla (1262), en cuya defensa se utilizan p o r prim era vez cañones con pólvora, cierra la corta serie de éxitos iniciales. Dos años más tarde se produce la rebelión de los m udéjares de Andalucía y Murcia, muy peligrosa p o r su m agnitud y por la am enazadora presencia de los benim erines de Fez que apoyaban a los sublevados. Desde ese m om ento, los planes bélicos del rey Sabio tienen ya u n a clara im pronta defensiva.

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La política internacional del soberano castellano tam poco obtuvo éxi­ tos reseñables. Fracasa en el intento de im p o n er su autoridad feudal en Navarra, a la m uerte de Teobaldo I (1253), y en Gascuña, a cuyo dom inio aspiraba, porque había constituido la dote de su bisabuela Leonor; tam­ bién verá frustradas sus aspiraciones im periales, el conocido «fecho del Imperio», después de u n a larga cam paña de juegos y alianzas muy com­ plejas. Al m argen del mayor o m enor grado de los derechos legítimos de Alfonso X al solio im perial —era nieto, p o r vía m aterna, de Beatriz de Suabia— , lo que o p erab a v erd ad eram en te en el trasfondo de aquella com pleja tram a diplom ática eran los intereses económ icos de las poten­ cias m editerráneas. El candidato de Castilla contaba con el apoyo de la república de Pisa, representante de la causa del partido gibelino, frente a los güelfos, vale­ dores de la política de la Santa Sede, que tenían el respaldo de otra im­ portante potencia comercial: la república de Génova. La existencia de imperativos de la política económ ica m editerránea en aquel pleito de legitim idades es evidente. ¿Podría pensarse tam bién en factores de índole form alm ente social, inherentes a la propia historia castellana de la época? En otras palabras: cuando el rey Sabio desplegaba toda su capacidad diplom ática para conseguir sus objetivos ¿estaba bus­ cando un título más que afianzara su soberanía en Castilla fren te a la clase nobiliaria en vías de consolidación? Resulta difícil ofrecer u n a res­ puesta clara. En cualquier caso, no conviene p erd er de vista que en la se­ gunda parte del siglo xm la naturaleza y el ejercicio del poder im perial se com prendían ya desde las coordenadas del sistema feudal y que la época de los grandes em peradores de la Casa de H ohestaufen ya había pasado a la m uerte de Federico II (1212-1250). C uando se produce el desenlace del largo pleito de legitim idades con la renuncia de Alfonso X (1275), com ienzan a percibirse las graves secue­ las de aquella descabellada aventura, muy costosa económ icam ente para Castilla, que agudizarán los prim eros síntom as de una crisis de raíces pro­ fundas. D urante los últim os años del reinado de Alfonso X estalla u n a rebe­ lión en toda regla, la más im portante de las que habían com enzado a producirse, protagonizadas p o r la nobleza, desde el fracaso de los planes feudales del rey Sabio sobre Navarra. Esta últim a tenía com o trasfondo el problem a de la sucesión del soberano castellano, después de la m uerte del prim ogénito heredero, el infante don F ernando, luchando contra los b en im erin e s (1275) que h a b ía n d ese m b a rca d o en A lgeciras re sp o n ­ d ien d o a la llam ada del rey de G ranada. Según las disposiciones del nuevo derecho de Castilla el reino correspondía a los hijos del prim ogé­

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nito, los infantes de la Cerda. Pero la mayor parte de la nobleza —los L ara con el apoyo del rey de Francia militan en el bando de los infan­ tes— cierran filas en torno a Don Sancho, que había dem ostrado cum pli­ d am en te su capacidad para luchar contra el Islam y la posibilidad de ofrecerles el éxito en futuras cam pañas de expansión territorial a costa de los m usulmanes. Los rebeldes obtuvieron el triunfo sobre el rey legítim o que llegará a verse d estro n ad o en las Cortes de Valladolid (1282). Este episodio da paso al estallido de una peligrosa «guerra civil» de alcance internacional. Alfonso X dem anda auxilios de los benim erines africanos, m ientras que Sancho, aspirante a la Corona, trata de apoyarse en el rey nazarí de Gra­ nada. La m uerte del rey Sabio (1284) fue el escatocolo lam entable del gravísimo enfrentam iento feudal.

Desajustes económicos e intereses de clase El infante vencendor de la contienda había tenido de su parte el respaldo de algunos linajes poderosos y de varias ciudades influyentes en aquella guerra de m arcado cuño señorial. Es evidente que detrás de la aparente im pronta política del enfrentam iento entre nobleza y m onarquía opera­ ban otros factores de índole socioeconóm ica. Hacía tiem po que la clase hegem ónica venía oponiéndose a las m edidas administrativas de carácter centralizador ensayadas por el soberano para p o n er orden en la m altre­ cha hacienda castellana. En 1271 los nobles habían presentado al rey un alegato con u n a serie de quejas muy significativas: la protesta contra la su­ presión del Fuero Viejo de Castilla, que favorecía la situación privilegiada de los feudales, p o r el nuevo derecho de inspiración romanista; el rechazo a las reform as fiscales que exten d ían la obligación de la alcabala — el 10 p o r ciento sobre las rentas de m ercancías— a los hidalgos; y la clara oposición a las nuevas pueblas de León y Galicia, que propiciaban y esti­ m ulaban la fuga de vasallos hacia los nuevos núcleos urbanos. Se p o nía de relieve, una vez más, la presencia de los intereses de clase frente a las exigencias del bien com ún del reino, otra de las constantes del sistema feudal. Y era muy consciente de ello el rey Sabio cuando, pre­ cisam ente en 1275, form ulaba duras críticas a los m agnates por m edio de u n a conocida carta que dirigía a su hijo Fernando: «E estos ricos ornes no se m ovieron contra m í p o r razón d e fuero nin p o r tu erto que les yo tuviere fecho; ca fuero nunca ge lo tollí... mas la razón p o r­ que lo fecieron fue ésta: p o r q u ere r ten er siem pre los reyes aprem iados a le-

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v a r d e llo s lo suyo, p e n s á n d o le s b u s c a r c a r r e r a p o r d o los d e s h e re d a s e n e los d e s h o n r a s e n ...» (Crónica de los Reyes de. Castilla, I, 39 ).

El en frentam iento clam oroso de la nobleza castellana y del rey ter­ m inó con el triunfo de su candidato, Sancho IV (1284-1295). El nuevo so­ berano in tentará restañar las heridas de la «guerra civil» e im poner un nuevo orden in terno apoyándose en los concejos, recortando los privile­ gios de los m agnates que le habían aupado en los m om entos difíciles y prodigando u n a política de pactos exteriores con Francia, Portugal y Ara­ gón que le perm itieran relanzar la reconquista. La paz con Aragón, el tra­ dicional valedor de sus sobrinos y enem igos políticos, fue difícil de conse­ guir. En 1292 conquista Tarifa, verdadera llave del estrecho, con ayuda de los navios de Jaim e II de Aragón y de Granada.

Minorías regias y bandos nobiliarios La m uerte p rem atura de Sancho IV (1295) constituye el prólogo de dos reinados con características muy parecidas: el de Fernando IV y el de Al­ fonso XI. Los bandos o partidos nobiliarios aprovechan la debilidad de la m onarquía —Alfonso XI sube al trono cuando tenía un año de edad— para aum entar sus respectivas cotas de p o d er político y económ ico. En la prosecución de sus objetivos hegem ónicos no tenían ningún inconve­ niente a la h o ra de establecer alianzas o pactos con potencias enemigas com o Granada, M arruecos, y Aragón, sobre todo. La fidelidad de los con­ cejos era el único baluarte seguro para estos soberanos, pero el precio de la misma, las concesiones jurídico-económ icas, podía volverse, a la larga, contra la consistencia y los intentos de recuperación de la propia institu­ ción m onárquica. La reanudación de las em presas de reconquista cuando los reyes eran capaces de m anejar personalm ente las riendas del poder, al llegar a la mayoría de edad, se presentaba com o una salida adecuada a la com pleja situación de caos sociopolítico, creado por los intereses nobiliarios. Pero no conseguirán éxitos resonantes y duraderos p o r la «defección» sistemá­ tica de m uchos m agnates preocupados, únicam ente, p o r los intereses de clase o p o r su propio engrandecim iento. El panoram a que describe la Crónica de Alfonso XI en 1325 es desolador: «C uando el rey salió de la tuto­ ría halló el reino muy despoblado y m uchos lugares abandonados, por­ que ante la situación m uchos pobladores del reino abandonaban las he­ redades e iban a poblar lugares en Aragón y Portugal».

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Las hermandades y las Cortes Los cin cu en ta años, que venim os considerando com o el um bral de la gran crisis bajomedieval, constituyen tam bién lo que ha dado en llamarse la época de las herm andades concejiles. Estas hermandades o juntas ha­ bían com enzado a crearse en períodos anteriores para defender los inte­ reses económ icos o jurídicos de determ inados grupos sociales, am enaza­ dos, casi siem pre, p or el p o d er señorial que perturbaba el orden público con sus continuas «malfetrías». Pero, este tipo de instituciones proliferan durante las últim as décadas del siglo xm en los reinos castellano-leoneses, desplegando u n notable protagonism o desde finales del reinado de Alfonso X y en las prolonga­ das m inoridades que siguieron a la m uerte de Sancho IV (1295). Cuando los diversos grupos hegemónicos: alto clero, nobleza y representantes de las ciudades destronaron en Valladolid (1282) al rey Sabio para decan­ tarse a favor del infante Don Sancho, perseguían, sin duda, objetivos polí­ ticos y, en cierta m edida, revolucionarios, aunque en sus reivindicaciones tam bién operaban profundas motivaciones de otra índole: la protesta por los «muchos desafueros» que había com etido contra ellos el propio rey Alfonso X, así com o la defensa de «fueros», «privilegios», «costumbres» y «libertades». Con todo, los verdaderos protagonistas de este notable movimiento de herm andades en torno a 1500 fueron, indudablem ente, los concejos organizados en amplias y complejas asociaciones. Así, a la m uerte del rey Don Sancho (1295), para resolver la grave situación de crisis que plante­ aba la m inoridad de F ernando IV surgen la Hermandad de los Concejos del Reino de León y Galicia, la Hermandad de los Concejos de Castilla y la Herman­ dad de los Concejos de la Extremadura castellana y del Arzobispado de Toledo. En general, este im portante fenóm eno ha sido analizado com o un poderoso instrum ento jurídico-político destinado a defender los derechos y liberta­ des concejiles, en aquellos años de postración de la m onarquía, ya m en­ cionados, que propiciaban toda suerte de desmanes de los poderosos. Y parece que p o d ría decirse lo mismo de la Hermandad General, creada en las Cortes de Burgos de 1315, en plena m inoridad de Alfonso XI. D esde la óptica del sistema feudal no todo parece tan sencillo. En principio, las herm andades de estas décadas nacieron com o reacción a u n a política de unificación ju ríd ica y de centralización, patrocinada pol­ los propios soberanos: uno de los capítulos fundam entales del program a de afirm ación m onárquica que presidía el pensam iento político de la época, desde el reinado de Alfonso X. Pero, cuando los concejos lucha­ ban p o r sus libertades contra los desafueros regios, lo hacían, sobrema-

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ñera, para d efender los intereses del grupo oligárquico —la caballería o la aristocracia urbana— que habían conseguido convertir a la propia ins­ titución concejil en un señorío, con com portam ientos socioeconómicos típicam ente feudales. Los fines del «común», de la com unidad concejil, en cuanto tal, quedaban en un segundo plano y probablem ente, en la mayoría de los casos no eran ni considerados. Por eso conviene insistir en que el am plio y com plejo m ovim iento de herm andades lleva en su dinam ism o más genuino la im pronta de la feudalidad: la defensa de los intereses de clase de las oligarquías urbanas. C uando estos grupos acceden al p o d er político en las Cortes lo hacen, fundam entalm ente, para aum entar sus cotas de p o d er económ ico y social en los respectivos m unicipios o concejos a los que pertenecen, antepo­ niendo, sin vacilaciones, los beneficios de clase o de grupo a los generales del reino. Desde otra perspectiva tam bién se puede afirm ar que algunas de estas instituciones más específicas com o el Honrado Concejo de la Mesta (1273) o la Hermandad de la Marina (1296), que no tienen la misma orientación política que las anteriores, al perseguir finalidades económ icas esencial­ m ente sectoriales, se mueven, asimismo, d en tro del m arco feudal. De este m odo, se debe afirmar, sin reticencias, que el m ovimiento de las herm andades encaja perfectam ente en el sistema estructural del feu­ dalismo castellano que estaba ya consolidado p o r com pleto a finales del xiii, después de haber conseguido fragm entar política y socialm ente los proyectos de unificación centralizadora de los soberanos. Es verdad que dichas instituciones, las herm andades, pretendían superar los estrechos ámbitos de u n a form ación estatal muy com partim entada p o r los distintos poderes señoriales y particularism os jurisdiccionales existentes en cada reino, p ero ante todo estaban al servicio de los grupos hegem ónicos, es­ pecialm ente, de las oligarquías urbanas. Tiene razón J. M. M ínguez Fer­ nández, cuando afirm a que esta clase de institución «que em ana de ten­ dencias sociales progresistas, es desviada hacia objetivos de clase, de carácter conservador, por no decir reaccionario» («Las herm andades...», 567). Nada tiene de extraño que un m onarca com o Alfonso XI, obligado a legitim ar la Hermandad General en los m om entos difíciles de su m inori­ dad, no haya querido confirm ar los privilegios de la misma en las Cortes de Burgos de 1325, al obtener su m ayoría de edad y com enzar a desarro­ llar u na política m ucho más cesarista y centralizadora. Sobre las Cortes de estos años podría hacerse la misma consideración. Los representantes de las ciudades, sobre quienes recaía principalm ente el peso de la hacienda regia, fueron capaces de soportar num erosos im­

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puestos extraordinarios, a cambio de participar en la adm inistración del estado o de sus respectivas circunscripciones concejiles. De este m odo, las asambleas de Cortes, como instrum ento de reequilibrio sociopolítico, en ­ tran tam bién en el entram ado del sistema, feudalizado desde las bases hasta los niveles más elevados del ejercicio de la autoridad pública y sin espacios para vacíos de feudalización ni en lo social ni en lo institucional.

Desajustes estructurales Con todo, las graves inquietudes sociales de la historia castellana, en torno a 1300, estaban tam bién relacionadas con los profundos desajustes estructurales del propio sistema. La extraordinaria y rápida expansión del reino castellano-leonés no contaba con efectivos hum anos suficientes para organizar adecuadam ente la explotación de los territorios y reinos conquistados. El auge de la producción ganadera en peijuicio de la agri­ cultura tenía que influir, a corto o m edio plazo, en la disponibilidad de los productos básicos, provocando la dism inución de su producción y el alza de precios, con las consecuencias negativas que ello com portaba. La escasa capacidad del artesanado urbano, unida a la falta de competitividad, no podía satisfacer las necesidades nuevas de u n grupo aristocrático que com enzaba a experim entar el gusto por el lujo y el consum o, des­ pués de frecuentar las rutas del com ercio internacional o de conocer sus posibilidades al filo del año 1300. Ya Alfonso X, desde los prim eros años de su reinado (1252), ponía en m archa un im portante «paquete» de m edidas para reconducir la econo­ m ía castellana después del inevitable im pacto de la gran expansión reconquistadora de los cincuenta años anteriores. Con u n a parte im por­ tante de las mismas trataba de corregir el desequilibrio entre los precios y los salarios. Las Cortes preten d en reequilibrar esas dos realidades econó­ micas fijando las tasas de ambas. Tratan, entre otras cosas, de dism inuir los gastos suntuarios de los m agnates; deciden recortar la exportación de m aterias prim as necesarias para el desarrollo del artesanado autóctono; gravan, además, el tráfico de las m ercancías con im posiciones fiscales en­ caminadas a fren ar las ganancias de los m ercaderes más ricos y rebajan, asimismo, los intereses de los créditos, la mayoría en m anos de prestamis­ tas ju d ío s y con niveles muy altos. Y llegan, incluso, a determ inar el tipo de vestidos de cada grupo social — el famoso «ordenam iento de postu­ ras»— en un intento de frenar el consum o suntuario y consolidar, a la vez, la jerarquización social existente. En las Cortes de Jerez (1268) se prohí­ be, tam bién, que «ningún peón ande baldío... robando o pidiendo». El

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propio soberano se com prom ete a no alterar arbitrariam ente la m oneda co rrien te con devaluaciones repetidas, practicadas varias veces p o r él mismo com o salida fácil e inm ediata de crisis coyunturales, pero que a la larga generaban inflaciones y desórdenes más graves en los circuitos eco­ nómicos, y hacían imposible el equilibrio entre precios y salarios. Este extraordinario program a de reorganización económ ica general no produjo los resultados apetecidos. En las m encionadas Cortes de Je ­ rez, el soberano m anifestaba «que la gente se quejaba de la gran carestía que había en la tierra».

Los problemas de la Corona aragonesa La evolución histórica de la C orona de Aragón durante las últimas déca­ das del siglo xiii y a comienzos del xrv, en los um brales de la gran depre­ sión tardom edieval, presenta notables semejanzas con la de Castilla, aun­ que tenga tam bién im portantes aspectos singulares. Jaim e I, consolidado el dom inio de los catalano-aragoneses en Mallorca y Valencia, renunciará definitivamente a la política occitana de la Corona en el tratado de Corbeil (1258). En el fondo era una victoria de Luix IX, San Luis, sobre el aragonés. El rey francés prom etía olvidar supuestos dere­ chos políticos al de los Pirineos, basados en una vieja tradición que re­ m ontaba hasta los Carolingios. Y el conquistador cedía los suyos en la Provenza, reteniendo, únicam ente, M otpellier y el Rosellón. Desde en­ tonces, la presencia política de este reino peninsular en aquella zona fue insignificante. O tro tratado anterior, el de Almizra (1244), acordado por el Conquis­ tador y Alfonso de Castilla (Alfonso X), había fijado, asimismo, los límites de Castilla y Aragón en el sur de la Península, al establecer las fronteras entre Murcia y Valencia. Es verdad que du ran te cincuenta años estos lími­ tes sufrieron num erosas m odificaciones, vinculadas siem pre a la difícil coyuntura de los reyes castellanos, acuciados p o r la nobleza, pero, en cualquier caso, las grandes directrices del futuro expansionism o catalanoaragonés estaban definitivam ente establecidas. De hecho, F ernando IV de Castilla y Jaim e II de Aragón se com prom eten en Alcalá de H enares (1309) a proseguir y culm inar la guerra contra el Islam m eridional, re­ partiéndose las áreas de reconquista y de futuros dominios. Pero el fra­ caso del aragonés en Alm ería —Fernando IV tam poco puede ocupar Algeciras— constituye el hito definitivo del alejam iento de Aragón de estos escenarios expansionistas. La salida al Atlántico y al sur del M editerráneo sólo estaba abierta para Castilla. El dinam ism o de los feudales aragoneses

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y del patriciado de la C orona tendría que orientarse p o r otros derroteros, alejados ya de las regiones nucleares del reino, con todos los problem as que ello com portaba.

La expansión mediterránea de Aragón A lo largo de estos cincuenta años se consum a y se consolida la expansión m editerránea de la C onfederación aragonesa, que encuentra en Barce­ lona un gozne fundam ental, quedando relegada a un segundo plano la nobleza, en especial la nobleza del reino de Aragón. La C orona consigue enfrentarse, con ventaja, a la república de Génova, Pisa y al reino angevino de Nápoles apoyado p o r el Papado, utilizando a Sicilia, Malta y Cerd eñ a , d esp u é s de su co n q u ista — 1282, 1283 y 1 3 2 3 /2 4 , respectiva­ m ente— com o sólidas bases de apoyo en el M editerráneo Central, para extender su hegem onía al M agreb y al M editerráneo Oriental. El im perialism o político de Aragón, secuela lógica de la conquista co­ mercial, perseguía, sobre todo, objetivos económicos de índole comercial y favorecía, en prim er lugar, a la burguesía de las ciudades m editerráneas de la C orona. Nada tiene de extraño que los feudales, aprovechando la coyuntura difícil de la em presa militar, en la que ellos no constituían ya la pieza fundam ental, provocaran un enfrentam iento con el rey Pedro III (1276-1285), abriendo una crisis social no m enos grave que las castella­ nas, aunque de signo diferente y de distintas consecuencias.

Escalada nobiliaria: la Unión Aragonesa Jaim e I, a pesar de haber sabido canalizar adecuadam ente el expansio­ nismo de la nobleza, había tenido que afrontar, más de u n a vez, levanta­ m ientos de señores feudales, consiguiendo superarlos siem pre con éxito. Ahora, d u ran te el reinado de P edro III, la sublevación nobiliaria alcanza su pu n to culm inante, ya que la conquista de la isla de Sicilia colocaba al so b eran o arag o n és en u n a situación muy co m p ro m e tid a a pesar del triunfo político y m ilitar que ello suponía para la Corona. El papa Mar­ tín IV (1281-1285), francés convencido y amigo de la causa de los Anjou, excom ulga a Pedro III, libera a sus súbditos del vínculo de fidelidad, le desposee del reino, predica la cruzada contra Aragón y concede la Co­ ro n a aragonesa a uno de los hijos del rey de Francia, Felipe III, que no fuera el h ered ero del trono de los Capetos. El rey de Aragón, ante unas circunstancias tan adversas tiene que pac­

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tar con la nobleza para recibir ayuda económ ica y m ilitar frente a los franceses, m odificando así, de form a sustancial, la política antinobiliaria que había caracterizado la prim era parte d e su reinado. En las Cortes de Tarazona-Zaragoza (1283) los m agnates de Aragón, unidos en una poderosa herm andad — la Unión Aragonesa— exigen al so­ berano la confirm ación de todos los privilegios y libertades. Y el rey tiene que ceder, firm ando el conocido Privilegio General. Las concesiones he­ chas entonces p o r P edro III a los feudales tendían todas ellas a reforzar la autoridad de éstos sobre los vasallos y a potenciar su autonom ía frente a la Corona. «En resum en, era esencialm ente una confirm ación del dere­ cho antiguo, sin nuevas leyes de carácter renovador, salvo excepciones» (Sarasa, 46). En el program a reivindicativo de la U nión había tam bién peticiones de m arcada orientación particularista, p o r las que Aragón pre­ tendía recu p erar el terreno perdido en la C onfederación ante otras uni­ dades políticas. El derecho a nom brar Justicias en Ribagorza y Valencia, reconocido p o r el propio rey en 1285, constituye u n a prueba elocuente de esta reafirm ación del nacionalism o aragonés. Las C ortes celebradas estos años p o r P edro III en los tres reinos se mueven en la misma dirección, au n q u e las exigencias de la clase nobi­ liaria fu e ran m enos radicales. El so b eran o catalano-aragonés se verá obligado a hacer num erosas concesiones a las ciudades a cam bio de su colaboración en la em presa de «salvación nacional» frente a Francia. En las de B arcelona (1283), p o r ejem plo, el soberano se com prom ete a re u n ir an u alm en te la asam blea de las Cortes que habrían de ten er capa­ cidad legislativa con el rey. En ellas confirm a tam bién las libertades m u­ nicipales y de com ercio que favorecían, lógicam ente, a la burguesía ca­ talana. Z urita com p endiaba muy bien el proyecto «revolucionario» de las Cortes de Zaragoza que inspiraron las exigencias de otras reuniones polí­ ticas de aquellos años: «Pidieron ante todas las cosas, que se les confirm assen los fueros, privilegios, cartas de donaciones y cambios de los reynos de Aragón y Valencia, y de Ribagorga y T eruel; y que no hiziesse pesquisa contra persona alguna, sin requisi­ ción y pedim iento de parte, ni en caso alguno se inquiriesse p o r officio de juez, y se revocassen las pesquisas, que se hazían de officio; y que el Justicia de Aragón juzgasse todos los pleitos que viniessen a la Corte con consejo de los ricos hom bres, m esnaderos, cavalleros, infanzones y ciudadanos, y de los pro­ curadores de las villas, com o estava p o r fuero establecido, y se avía usado anti­ guam ente. Y que fuessen restituydos en la possesión de las cosas, de que avían sido despojados en tiem po del rey don Pedro, y del rey don Iaum e, de que se tenían p o r agraviados; y que en las guerras y hechos que tocavan en universal

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al reyno, se hallasen en el consejo del Rey los ricos hom bres...» (}. Zurita, Anales, III, XXXVIII).

En realidad, las concesiones de Pedro III a la nobleza y al patriciado urbano suponen el triunfo de los feudales, los principales beneficiarios, sobre la C orona y la cristalización de un estado feudal construido sobre el equilibrio entre m onarquía, nobleza y oligarquías urbanas. Con el Privile­ gio G eneral se consolida, asimismo, en la C orona aragonesa el pactismo com o filosofía política básica. En rigor, sería incorrecto in terp re tar el conflicto de la U nión Aragonesa com o una crisis, propiam ente dicha, de la institución m onárquica. H abría que hablar m ejor de u n desarrollo hi­ pertrófico de la clase hegem ónica, en especial de la nobleza, que preten­ día alcanzar las más altas cotas de p o d er político y de autonom ía, para ejercer a sus anchas el control sobre los grupos dependientes. Se trata, en últim a instancia, de una crisis típicam ente feudal, en la que ningún mag­ nate intentó nunca llegar a las últimas consecuencias: suplantar la fun­ ción del soberano. Alfonso III el Liberal (1285-1291) tratará de ganar el terreno perdido p o r su antecesor frente a la nobleza, pero acuciado por la falta de colabo­ ración para la conquista de M enorca y la am enaza de Francia acabará por firm ar tam bién el Privilegio General (1287). Jaim e II (1291-1327) sigue una política similar a la de su herm ano Al­ fonso III. Hábil negociador en política exterior, quiso respetar siem pre los fueros y costum bres de la nobleza, para tenerla propicia en su vasto program a de cam pañas militares, adm itiendo además concesiones o ce­ siones que, en la práctica, suponían nuevos recortes al p o d er regio. Du­ rante su reinado las Cortes se convierten en u n a institución con capaci­ dad legislativa y de gobierno.

Mayor estabilidad estructural en Aragón La C orona no experim entó, en la misma m edida, los desajustes económ i­ cos que habían com enzado a percibirse con inquietud en Castilla desde m ediados del xiii, como un fuerte aldabonazo prem onitorio de las graves crisis del trescientos. La C onfederación aragonesa tenía u n a extensión geográfica m ucho m enor que la de los reinos castellanos y no acusó los desequilibrios dem ográficos de éstos, después de la gran expansión re­ conquistadora de Jaim e I. Podía contar con un artesanado m ucho más activo que el castellano, y capaz de responder, al m enos en parte, a la de­ m anda de la clase aristocrática. Además, algunos barones, especialm ente

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