La década perdida: Escritos de un tiempo de crisis (2008-2018)
 9788416982561, 8416982562

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Sumario
A modo de prólogo, Manfred Nolte
La década perdida (2008-2018)
El principio del final
Crisis, o sea, ciclos
1. Las hipotecas subprime y el estallido de la crisis
1.a) Las hipotecas subprime
1.b) El estallido de la crisis
2. La deficiente construcción europea y el espejismo de la moneda única
3. La recesión de 2008-2013: el mercado inmobiliario español
3.a) ¿Qué pasó en julio de 2012?
3.b) Las primeras reformas
4. 2013. El comienzo de la recuperación
4.a) Los vientos de cola o los tres regalos al Gobierno de Rajoy
5. El cuadro macro de la economía española al cierre de 2017
6. 2018 y más: un futuro incierto
Referencias
Selección de artículos
1. El estallido de la crisis
2. La crisis se extiende
3. 2012. España en quiebra
4. 2013. En el fondo de la crisis
5. 2014. El inicio de la recuperación
6. 2015. Los primeros progresos
7. 2016. Consolidando la recuperación
8. 2017. A toda vela
9. 2018. Un futuro incierto
10. Miscelánea

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Manfred Nolte

La década perdida Escritos de un tiempo de crisis (2008-2018)

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Manfred Nolte (Bilbao, 1944), Doctor en Ciencias Económicas, profesor en Deusto Business School, profesor en «Política, Filosofía y Economía» en la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas, y profesor en Deustobide (Escuela de Ciudadanía), cursos todos ellos impartidos en la Universidad de Deusto, Campus de Bilbao. Miembro del Consejo de Gobierno y de su Comisión Permanente en la Universidad de Deusto. Colaborador del Instituto de Derechos Humanos de la misma Universidad. Colaborador de Alboan, ONG de desarrollo de la Compañía de Jesús y de Cristianisme i Justicia, Centro de estudios de los Jesuitas de Catalunya dedicado a la reflexión social y teológica. Autor de diversos artículos científicos y libros sobre temas relacionados preferentemente con la promoción del desarrollo. Tertuliano, articulista económico, bloguero y defensor del libre mercado, a pesar de sus importantes carencias e imperfecciones.

La década perdida Escritos de un tiempo de crisis (2008-2018)

© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

Instituto de Derechos Humanos

La década perdida Escritos de un tiempo de crisis (2008-2018) Manfred Nolte

2018 Universidad de Deusto Bilbao © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

Serie Economía, vol. 62

Imagen de portada: Todadaho Sid Hill, Jefe de la Nación Onondaga, da la bienvenida en la ceremonia inaugural del Foro Permanente de las Naciones Unidas sobre Asuntos Indígenas, 2012. Photo Credit: UN/Devra Berkowitz

©  Universidad Alberto Hurtado

©  Publicaciones de la Universidad de Deusto Apartado 1 - 48080 Bilbao e-mail: [email protected] ISBN: 978-84-16982-56-1

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Sumario

A modo de prólogo, Manfred Nolte. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9 La década perdida (2008-2018) El principio del final. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13 Crisis, o sea, ciclos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 16 1. Las hipotecas subprime y el estallido de la crisis. . . . . . . . . . . . . . . . . . . 18 1.a) Las hipotecas subprime. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 18 1.b) El estallido de la crisis. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23 2. La deficiente construcción europea y el espejismo de la moneda única. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25 3. La recesión de 2008-2013: el mercado inmobiliario español. . . . . . . 30 3.a) ¿Qué pasó en julio de 2012?. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33 3.b) Las primeras reformas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 36 4. 2013. El comienzo de la recuperación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 40 4.a) Los vientos de cola o los tres regalos al Gobierno de Rajoy. . . . . . . 42 5. El cuadro macro de la economía española al cierre de 2017 . . . . . . . 45 6. 2018 y más: un futuro incierto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55 Referencias. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63 Selección de artículos  1. El estallido de la crisis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67  2. La crisis se extiende. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97 © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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SUMARIO

 3. 2012. España en quiebra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 115  4. 2013. En el fondo de la crisis. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 179  5. 2014. El inicio de la recuperación. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 249  6. 2015. Los primeros progresos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 333  7. 2016. Consolidando la recuperación. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 391  8. 2017. A toda vela. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 489  9. 2018. Un futuro incierto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 539 10. Miscelánea . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 563

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A modo de prólogo

La década perdida: escritos de un tiempo de crisis (2008-2018) es lo que su título dice: un intento por presentar de dos maneras estrechamente relacionadas las razones que han hecho de la década que ya discurre a nuestras espaldas, una década perdida desde el punto de vista económico. Un periodo dilapidado en esa feria del infortunio en que periódicamente se convierten los mercados. Diez años en los que las aspiraciones de ciudadanos y gobernantes chocaban día a día con la insolencia insoportable de unas realidades adversas —paro, deuda, déficit— cuya superación era incierta en la manera y en el plazo. En el planeta Tierra, en Europa, en España y en Euskadi. Decimos de dos maneras porque, aunque relacionadas, las páginas que siguen responden a una metodología doble y diferenciada. El libro no es en su mayor número de páginas sino una selección de artículos de prensa publicados semana a semana en la prensa local, conviviendo con las incertidumbres y esperanzas de un sucesivo e interminable momento de diez años. Se miraba con desconcierto lo que sucedía en la casa propia hasta el punto de tener que llamar a la puerta de la ajena, cuando en junio de 2012 los inversores internacionales nos habían dado la espalda y el Tesoro Público carecía de recursos para atender los vencimientos de la deuda soberana. En ese momento España contenía el aliento en el filo de la bancarrota. Recordará el lector que los moradores de aquella otra casa a la que hubo que recurrir vestían de negro y el país entero palidecía con el precedente de Grecia, Irlanda o Portugal. En este sentido se encuentra en los artículos una narrativa anticipada, un vaticinio probable, donde la incertidumbre prima necesariamente sobre la realidad. Las columnas © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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de un periódico habrán acertado o no, tanto en sus veredictos del presente que juzgaban, como en sus juicios y propuestas acerca del futuro inmediato que sugerían. Pero, al mismo tiempo, desde la distancia y con la experiencia que el momento presente aporta, tras la relativa superación de la gran crisis padecida, el autor se ha aventurado a posteriori, esto es a toro pasado, a indagar no solo en las causas de la ruina y desolación causadas por la recesión sino también en la conveniencia y oportunidad de las terapias y reformas acometidas para sortear los estragos producidos a lo largo de diez años. Con mimbres viejos se trenza un cesto nuevo y las especulaciones e hipótesis de entonces, ceden paso a las conclusiones formales y a los juicios de hoy. El ensayo preliminar aprovecha los lentes del presente para relatar lo que sucedió en el pasado, cómo caímos y cómo nos levantamos y las herramientas propias y ajenas que utilizamos en dicho cometido. Los artículos que vienen a continuación, por su parte, pueden consultarse en el orden que se desee y no precisan de una lectura sucesiva. Presentan solamente el testimonio, semana tras semana, durante diez años, de hacer partícipe al público lector del incierto latido del momento con sus particulares vacilaciones y esperanzas. Ambas partes forman una unidad didáctica, como lo son en la vida la intuición de lo venidero y la experiencia de lo pasado. Las dos se repartirán proporcionalmente su parte de acierto y de yerro y juntas querrán formar la verdad intuida y la verdad probada, ya que, si queremos creer al gran filósofo idealista Georg Wilhelm Hegel, «la verdad es la totalidad». En Bilbao, Universidad de Deusto, Mayo de 2018. Manfred Nolte

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La década perdida (2008-2018)

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EL PRINCIPIO DEL FINAL 2018 ha marcado para la economía española el principio del final de la gran crisis financiera global surgida en 20081. «Principio del final», una aseveración con visos de prudencia, precisa, no obstante, de algunas importantes matizaciones. Es cierto, o al menos así lo anticipan las proyecciones estadísticas, que el presente ejercicio de 2018, parte de un PIB equivalente al valor de 2008, la magnitud de 1,116 billones de euros. Por primera vez desde la quiebra de Lehman Brothers, que simbolizó el estallido del sistema financiero occidental, el valor de la producción final española y con ella la de la correspondiente producción per cápita se han recuperado en 20172 y los ejercicios se considerarán equivalentes en términos de bienes y servicios finales producidos. Pero esta constatación no autoriza, al menos de forma rotunda, a afirmar que los estragos de la recesión se hayan rehecho de forma definitiva. La España de 2018 es estructuralmente distinta de la España de 1  El 9 de agosto de 2007 marcó el décimo aniversario de la crisis financiera global, cuando BNP (Banque Nationale de Paris) anunció que se había perdido el valor de buena parte de los fondos de inversión gestionados por sus expertos, conteniendo préstamos hipotecarios de la máxima seguridad. A partir de esa fecha el mundo ha experimentado uno de los más largos periodos de recesión desde la década que comenzó con el martes negro de Wall Street de 1929 y terminó con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, años más tarde. 2  La tasa anual del PIB español se sitúa en el 3,1% para el ejercicio 2017. Cf. INE, nota de Prensa 30/01/18. También INE, SGACPE (Área de precios); tematicas.org; BANCO MUNDIAL: PIB y deflactores del PIB; Leandro Prados De La Escosura (2017): Contabilidad nacional histórica de España 1850-2017, Fundación Rafael del Pino.

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la década del boom inmobiliario que precedió a la gran crisis, una década que alguien ha calificado de dorada o aun prodigiosa. No es un secreto para nadie, sino todo lo contrario, que junto a una creciente desigualdad, la lacra del paro se ha instalado en nuestra economía hasta el punto de poder afirmar que conviven en nuestro entorno dos colectivos paralelos, difícilmente asimilables. La Contabilidad Nacional cerró 2017 con un valor monetario para la producción de la economía española de 1,163 billones de euros, con un avance nominal superior al 4% (3,1% de crecimiento real), encadenando cuatro ejercicios de crecimiento real, tres de ellos por encima del 3%.  Con esta serie alcista, el Producto Interior Bruto de España superará la cota marcada en 2008 y se habrá absorbido toda la pérdida productiva acumulada en los años de la recesión. Casi puede decirse que, superada la crisis real, visualizamos dos Españas diferentes: la España trabajadora que crece a una velocidad cercana a lo espectacular3 y la España de los parados, en particular de los parados estructurales o de larga duración, que cargan con un dudoso porvenir laboral sobre sus espaldas. No puede, en consecuencia, sostenerse que la crisis sea cosa pasada sino que el tratamiento de sus efectos y secuelas debe abordarse tal vez incluso con fármacos y terapias en unos casos desconocidos y otras veces muy onerosas para el resto de la sociedad. De ello deberán ocuparse los gobernantes del país si tienen luces para atisbar soluciones y valor para implementarlas. De ninguna manera se trata de tarea fácil. Como es lógico, las páginas que siguen no pueden detenerse en la descripción de un mero hito estadístico. Se asume desde la sugerencia del título el reto de aclarar en la medida que autorice la brevedad de una introducción, los orígenes de una contienda que ahora celebra parcialmente su armisticio y qué circunstancias contribuyeron a superar la fase descendente del ciclo y conducirlas a la recuperación actual. Ese es, y no otro, el modesto objetivo de las líneas que siguen. Se trata de recordar cuáles fueron las causas del estallido de Wall Street en 2008 y cómo aquel aciago suceso se extendió como un reguero de pólvora a lo largo y ancho del planeta. Cómo todas las economías, sin excepción, las desarrolladas, las emergentes y también las más desfavorecidas o en vías de desarrollo sufrieron el azote del cólera financiero estadounidense. Cómo llegó también a la piel del 3  Así lo considera el Informe del FMI: «Declaración Final de la Misión de la consulta del Artículo IV de 2016», de 13 de diciembre de 2016 y la declaración del mismo organismo de julio de 2017. Cf.: Spain: «IMF Staff Concluding Statement of the 2017 Article IV Mission July 18, 2017».

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toro cortando en seco la inercia de una de las décadas de mayor euforia económica desde que hay datos estadísticos fehacientes en nuestro país. Evocaremos, igualmente, las consecuencias de nuestro colapso inmobiliario dando paso con posterioridad a una anémica recuperación, que como ya se ha dicho, hoy cede el paso a un ritmo de crecimiento notable. Las páginas introductorias que siguen resumen taquigráficamente, por lo tanto, la gran crisis 2008-2018, sus orígenes, causas y consecuencias en nuestra economía. También las circunstancias y variables que alentaron la recuperación. Para finalizar, se hará hincapié en los retos pendientes a los que se enfrenta la economía española y el recordatorio de que los estragos pasados deben servir para evitar episodios similares en el futuro. Gráfico 1 Evolución PIB real de la economía española

Fuente:  Caixabank Research (en miles de millones de euros).

La crisis catalana abierta en la segunda mitad del 2017 ha supuesto un doloroso contratiempo en la senda de la consolidación de nuestra economía y sus efectos y consecuencias a medio plazo resultan en este momento difíciles de evaluar. Ha coincidido la fallida Declaración Unilateral de Independencia (DUI) y sucesos posteriores con la nominación del Nobel de Economía 2017 en la persona del Profesor Richard Thaler. Nombramiento oportuno, ya que el estadounidense nos recuerda en su obra, sumándose al criterio de los que ya en su tiempo fueron precurso© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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res de la idea, los daños económicos que puede acarrear la imprevisible irracionalidad de la conducta humana.4 CRISIS, O SEA, CICLOS La vida, en la gran mayoría de sus manifestaciones no es lineal o cartesiana sino dialéctica y cíclica. También la sucesión de los hechos económicos lo es y desde los albores de la humanidad, en las sociedades organizadas, la actividad productiva ha estado acompañada por estadios de bonanza alternados con otros de zozobra y depresión5. Mientras que las épocas de auge se juzgan equivocadamente de obvias y naturales, las de depresión con sus siempre penosas consecuencias reciben el nombre de «crisis». Consecuencias negativas traducidas en malestar social, menor renta y más desempleo. Al ser las crisis periódicas y recurrentes, el principal sistema que las sufre, el capitalismo de libre mercado, se asume que contiene el gen esencial que las desencadena. De ahí que se sostenga que las crisis son endémicas o consustanciales al capitalismo de libre mercado. Las economías capitalistas han seguido a lo largo de la historia una tendencia al crecimiento de su producto agregado. A nivel mundial, el incremento de la productividad derivado de la progresiva utilización de capital por trabajador, la mayor cualificación de la mano de obra y la incorporación masiva de los ciudadanos al trabajo por cuenta ajena han permitido el crecimiento de la producción global y también por habitante. Pero esta tendencia al incremento del producto no se ha evidenciado como uniforme sino que, por el contrario ha estado plagada de crisis y recesiones económicas.6 Que las crisis sean cíclicas no quiere decir que surjan con periodicidad matemática. La profundidad, duración y perjuicios producidos en cada crisis son singulares aunque haya determinados elementos comunes en su aparición relativamente reducidos en número. Así lo creen los profesores Reinhart y Rogoff (2009), analistas de referencia en materia de ciclos económicos. No es la menor ni menos frecuente de las razones la falta de memoria histórica que hace que los

4  John Maynard Keynes con la acuñación del término animal spirits que luego popularizarían George A. Akerlof y Robert J. Shiller. 5  Las fases del ciclo son las siguientes: caída o recesión; slump o depresión; recuperación o reactivación; y finalmente auge o boom. 6  Hasta prácticamente el siglo xix las crisis eran de subsistencia como consecuencia de malas cosechas, climatología adversa, hambrunas y plagas generalizadas. La crisis de 1348, por ejemplo, con la gran peste negra, redujo la población europea a una tercera parte.

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agentes económicos, públicos y privados, tropiecen reiteradamente en la misma piedra de su propia incompetencia7. Una manifestación evidente de ofuscación se halló en la creencia de que el dominio de las políticas anticí­cli­cas y la experiencia de crisis anteriores conducirían a la extinción o al menos al aplanamiento de la curva del ciclo económico. Ben Bernake, el todopoderoso presidente de la FED8 americana así lo expresó públicamente meses antes del estallido de Wall Street. Por desgracia, la crisis descalificó estas previsiones de infundado optimismo. Al margen de las de subsistencia previas al siglo xx, las crisis pueden interpretarse según el enunciado clásico de un exceso de oferta o producción sobre la demanda corriente, implicando un exceso de capacidad del sistema productivo9. Keynes pone el acento en un déficit de demanda agregada y el marxismo ofrece la dialéctica de contradicción interna del capitalismo como razón fundamental10. En otros casos proceden de colapsos del sistema financiero (Minsky y Escuela Austriaca11), pero en última instancia también remiten al componente de superproducción de la economía real. Las crisis financieras, como la desatada en 2007, suelen ser las más violentas y pertinaces de todas12. 7  Esta vez es distinto: ocho siglos de necedad financiera (2011) es justamente el título de una de las obras centrales de Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff. 8  FED, Banco Central de Estados Unidos. Como se recoge en The Man who knew de Sebastian Mallaby. Bloombsbury (2016). 9  En el enfoque clásico el progreso de la economía viene dado por el equilibrio entre oferta y demanda ex-ante, jugando los stocks como variable amortiguadora. Cuando la demanda se retrae, o se produce un exceso de producción, esta se recorta, se despide mano de obra o se cierran empresas con el consiguiente paro y reasignación de agentes operantes en el mercado. 10  Para Carlos Marx la tasa decreciente de ganancias conduce secularmente al descenso de la inversión y a la activación de la crisis. Todo ello obedece a una ley interna del capitalismo que implica inevitablemente su destrucción. 11  La primera crisis financiera global del siglo  xxi, conocida por todos como «crisis subprime», ha llevado a la profesión económica a recuperar dos teorías que, a primera vista, parecen ajustarse al curso de los acontecimientos vividos en los años más recientes: la «hipótesis de la inestabilidad financiera» de Hyman Minsky y la teoría austriaca del ciclo económico (Ludwig von Mises y Friedrich A. von Hayek), también denominada teoría del ciclo monetario endógeno. Minsky defiende la «hipótesis de la inestabilidad financiera». En períodos de expansión los tipos de interés son bajos y hay liquidez abundante, de modo que las empresas se endeudan en exceso. El ciclo alcista anima también a los bancos a prestar en la idea de que recuperarán sin problemas su dinero. Al producirse un impacto exógeno, el corte de las facilidades crediticias colapsa la economía y abre la puerta de la recesión. Algo equivalente se defiende bajo los postulados de la escuela austriaca. 12  Según la duración reciben distintos nombres, tales como Ciclo de Kitchin, Ciclo de Juglar, Oscilación de Kuznets y los de muy largo plazo (45-60 años) que se denominan Ondas Kondratiev.

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Metodológicamente, la gravedad de una crisis se mide por el indicador del Producto Nacional, al valorar cuánto retrocede este en porcentaje sobre el último tramo de valor positivo y cuál es su profundidad agregada.13 A ello hay que añadir su plazo de recuperación, el periodo de corrección de los niveles de paro y también la incidencia en la desigualdad, aunque estos últimos, generalmente, son indicadores menos utilizados, sin ser por ello en modo alguno menos significativos. No es la presente la única crisis padecida por la economía española. Quizás tampoco la más virulenta14, ni posiblemente la última. Nuestro objetivo, no obstante, ya ha quedado acotado. LA GRAN CRISIS DE LA ECONOMÍA ESPAÑOLA (20082018): tres son las razones básicas causantes de la gran crisis de la economía española: las consecuencias de la venta de hipotecas subprime en Estados Unidos, la deficiente construcción de la Eurozona y la fragilidad del inmobiliario en España. 1.  LAS HIPOTECAS SUBPRIME Y EL ESTALLIDO DE LA CRISIS 1.a)  Las hipotecas subprime Comencemos señalando que la gran crisis global tiene unos culpables inequívocos: los intermediarios financieros americanos, más en particular los Bancos de Inversión operantes en la mítica calle de Wall Street. A través de sus maquinaciones fraudulentas en el mercado bancario con los tristemente famosos préstamos subprime y algunos productos derivados. Vayamos unos años atrás. La crisis de 2008 tiene sus raíces indirectas en los años 90 del pasado milenio con el estallido de la burbuja tecnológica en 2000, consecuencia de una espiral especulativa en torno a los valores vinculados a Internet. Como reacción a esta crisis, los tres Bancos Centrales más importantes del mundo actuaron de forma concertada inyectando liquidez a raudales y bajando drásticamente el precio oficial del dinero. Los tipos de interés cercanos a cero tuvieron un poderoso efecto en la inversión y en el consumo, reactivando no solo 13  El Producto Interior Bruto o PIB constituye un dato clave para cualquier economía, y aunque está sujeto a críticas muchas veces razonables, permite sintetizar objetiva y numéricamente la actividad productiva final de un país, a la que se correlaciona con el Estado del Bienestar de sus ciudadanos. En el presente boceto, se adoptará al PIB como el principal referente de la evolución del ciclo, de tal manera que este quedará constituido por los periodos de expansión y de contracción referenciados a su tendencia natural o potencial a medio y largo plazo. 14  Ver artículo del autor en El Correo de fecha 7.2.14. titulado «La crisis española de 1931».

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la demanda global, sino su subyacente más importante: la confianza de los consumidores y las expectativas de inversores y empresarios. Tipos de interés reales negativos propiciaron un endeudamiento que era parcialmente amortizado por la inflación. La reactivación económica alentaba la actividad del sector financiero que no solamente rebajaba el nivel de exigencia crediticia sino que lo estimulaba. La proliferación del crédito se mantuvo durante años, en un marco de escasa vigilancia y regulación. El boom inmobiliario desataba el optimismo. Como justificaba algún famoso, «nadie dejaba de bailar mientras la música sonaba».15 Los sistemas financieros eran, desde el punto de vista macroprudecial «procíclicos»16. Es en este contexto en el que se incuba una historia de avaricia y descontrol, donde los poderosos bancos de inversión americanos centran su actividad en la desintermediación, lo que se ha dado en llamar el modelo «originar para vender». El sistema acababa de descubrir el instrumento de la titulización, exacerbándolo hasta sus últimas consecuencias. La titulización no es otra cosa que la transformación de unos activos —bienes o derechos— reflejados en el balance de una entidad en valores de renta fija susceptibles de ser colocados en el mercado a los inversionistas que los demanden. Estos títulos producen liquidez para su cedente mediante un vehículo especial —«Vehículo de Objetivo Especial»— conocido como «fondo de titulización». Ante este panorama, los Bancos de Inversión, con el aval de unos entes híbridos como FANNIE MAE17 y FREDDIE MAC18 se lanzaron a una actividad frenética de concesión de préstamos hipotecarios. Comienza así la actividad crediticia subprime (hipotecas basura)19 a beneficiarios que alguien ha tipificado jocosamente como «Ninjas»20. Al inicio de la crisis las dos Agencias semipúblicas citadas tenían en cartera o garantizaban el 50% de las hipotecas estadounidenses con un saldo de 4,9 billones de dólares. 15  Sobre base 100 en 1987 el «benchmark» de revalorización del mercado inmobiliario pasó a 92 en 1996, y 171 a finales de 2005. Cf. Feely, Katherine (2008). 16  Ver por ejemplo Sacasa, N. (2008). Algunas voces del FMI desmienten no obstante tal prociclicidad. Ver a tal efecto Caruana, J. y Narain, A. (2008). 17  Creado en 1938. 18  Creado en 1970. 19  Aunque coloquialmente se les llame hipotecas basura, y a los bonos que los tienen como subyacente se les aplique el mismo calificativo, técnicamente subprime proviene de la clasificación estándar que otorgan las agencias de rating y que en este caso es inferior a BBB. 20 «No Income, no job, no assets», que ha popularizado el ex profesor del IESE Leopoldo Abadía. Sujetos con escasa o nula capacidad de repago.

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El siguiente paso consistió en empaquetar estos activos y transferirlos a un SPV21 (Vehículo de Propósito Especial). El SPV emitirá bonos (MBS)22 con la garantía de los paquetes de préstamos recibidos y entregará el producto de los bonos al Banco cedente previo cobro de una comisión. Los bonos son distribuidos en los mercados internacionales, con unas rentabilidades acordes a su valor y rating. Esta conducta se generalizó con posterioridad a través de los ABCP23, que contienen muchos de las características de los bonos de titulización aunque generalmente son de vencimiento más corto. Con la repetida cesión de activos y las múltiples ventas para transferir el riesgo llegó un momento en que se hizo imposible dilucidar el nivel de riesgo real de cada uno de los títulos. En este sentido las agencias de calificación fueron incapaces de cumplir su tarea, constituyéndose en cooperadores necesarios de un desastre financiero en ciernes. No son las subprime el único factor determinante del estallido financiero de Wall Street. Aunque la mayoría de las estructuras financieras tenían como activo subyacente el pago de las hipotecas estadounidenses, el mercado que más creció en los últimos años (hasta los 62 billones de dólares, cuatro veces el valor de todos los títulos cotizados en la Bolsa de Nueva York), fue el de las permutas financieras para asegurar los riesgos de impagos («Credit Default Swaps» o CDS), lo que permitió que nuevos actores, como las compañías de seguros, entraran en el mercado de derivados, destacando entre ellas la aseguradora AIG24. De hecho, mientras no se produjeron impagos, los CDS se convirtieron en un excelente negocio. En pocos años los CDS se tornaron el instrumento financiero de moda, sin saber que, como sucede con toda práctica llevada al extremo, se estaba alimentando al monstruo. Su primera víctima fue precisamente AIG. Warren Buffet calificó atinadamente a los CDS como «armas de destrucción masiva» por un doble motivo. De una parte su ausencia de regu-

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Special Purpose Vehicle «Mortgage Backed Securities», Obligaciones con Garantía Hipotecaria. 23  «Asset-backed commercial paper» (ABCP) son una forma de pagarés a corto plazo que llevan como garantía colateral otros activos financieros del tipo similar al descrito y que está pensada para financiar programas a corto plazo. Este tipo de pagarés se tituliza igualmente a través de Vehículos especiales (SPV o «Conduits»), similares a los de la titulización hipotecaria. En multitud de ocasiones las Entidades financieras estaban financiando con este papel a corto, programas de inversión a largo, con el consiguiente riesgo de interés. Cuando el mercado rehúsa la compra de este tipo de títulos las entidades se ven obligadas a liquidar sus inversiones de contrapartidas a largo plazo con pérdidas cuantiosas. 24  American International Group. Un CDS es un contrato por el que el emisor del título (asegurador) garantiza al adquiriente el buen fin del subyacente negociado, a cambio de una prima. 22 

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lación al contratarse fuera de mercados organizados («over the counter») sin seguimiento de los supervisores y con ausencia de un mecanismo claro de determinación del precio. De otra, la generalización de su uso sin una adecuada contrapartida de subyacentes, que colocaban a los emisores de CDS en ventaja sobre otros intermediarios financieros que no los incluían en su catálogo de productos, verificándose tiempo después que las reservas estadísticas creadas para cubrir estos riesgos fueron nulas o despreciables. En el momento de ser nacionalizada, AIG tenía una cartera de 440  millar­dos de CDS a la que era absolutamente incapaz de hacer frente, estando en situación de quiebra técnica. La razón era doble: de una parte AIG había disparado la comercialización de coberturas sin la adecuada creación de contrapartidas y de reservas estadísticas y al mismo tiempo, a diferencia de los Bancos de Inversión, se había situado exclusivamente del lado vendedor. Resultaba muy interesante percibir un conjunto de primas anuales por la cobertura de, pongamos por ejemplo, riesgo L­ehman Brothers, siempre que se estuviese absolutamente convencido de que Lehman Brothers era indestructible, lo que evitaba la creación de reservas técnicas. Pero lo que resultaba más novedoso era el desconocimiento de la naturaleza sistémica que afectaba al nuevo tipo de siniestros. Iniciada la primera tanda de siniestros, esta produce reacciones de contagio masivo, los prestamistas restringen el crédito, los aseguradores dejan de hacer honor a la contrapartida y el mercado se colapsa. El Foro de Estabilidad Financiera25, en su informe de abril de 2008, resumió los principales elementos del modelo que condujo a la crisis. Igualmente, el Fondo Monetario Internacional, el Instituto de Finanzas Internacionales26 y otros importantes prescriptores internacionales aportaron elementos de convergencia en el diagnóstico27. 25 

Foro de Estabilidad Financiera (Financial Stability Forum) (2008). Institute of International Finance (2008). 27  — El marco general macroeconómico es laxo y está inspirado por una notable liberalización financiera. Las condiciones macroeconómicas benignas producen la complacencia entre un gran número de participantes del mercado lo que conduce a una erosión de las buenas prácticas en importantes segmentos de mercado financieros. En un rango de segmento de mercado de crédito, el volumen de negocio creció mucho más rápidamente que las correspondientes inversiones para el soporte de infraestructura y control de documentación. — Existencia de un mercado inmobiliario exuberante (burbuja inmobiliaria), con revalorizaciones constantes. — Ausencia de un adecuado control de las autoridades. Los hechos demuestran que algunos reguladores confiaban en exceso en la habilidad de las instituciones financieras para gestionar el riesgo y autorregularse. Por otra parte se han evidenciado lagunas de regulación. Mientras que los Bancos Comerciales estaban sujetos a la permisiva supervisión de la FED, los Bancos de Inversión y los «Hedge Funds» son competencia del la SEC («Securities Exchange Commission»), cuyo rigor supervisor se mostró aún más endeble, por no decir inexistente. 26 

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En la medida en que los propietarios de las viviendas subprime (hipotecas basura) comenzaron a impagar sus hipotecas, los préstamos dejaron de ser solventes, los cupones de los bonos no se atienden y en último término el principal del bono colocado en los mercados se deprecia hasta carecer de valor alguno. Los Bancos se ven obligados a vender parte de sus títulos, inmersos en una desconfianza mutua creciente. La falta de liquidez del mercado interbancario deprime aún más los precios generando nuevas pérdidas, además de dejar sin crédito al sector productivo. Se inicia así el ciclo del desapalancamiento, o reducción masiva de activos, cuya inercia perdura hasta nuestros días. El estallido de la burbuja inmobiliaria y la globalización producen la pandemia y el pánico generalizado. A partir de ahí la crisis financiera, a través del llamado Credit Crunch que restringe el crédito y lo hace más caro, se convierte en una crisis de la economía real, ya que hasta las más simples operaciones comerciales pueden verse amenazadas por falta de financiación. Pero lo que es más importante de todo, al menos en términos cualitativos, los consumidores y las empresas del mundo entero pierden la confianza. El temor a una depresión desata la preocupación en relación con el ahorro, el crédito, y a la postre con el puesto de trabajo. Como resultado de ello, el consumo privado se colapsa, la inversión se hunde y el desempleo, el identificador último y cruento de una crisis capitalista, crece vertiginosamente.

— Tipos de interés reales muy bajos y en ocasiones negativos. El problema surgirá en 2004 cuando los tipos situados al 1% se elevan hasta el 5,25% a mediados del 2006. — Apalancamiento (endeudamiento) generalizado de las instituciones financieras no comerciales. — Conducta ambigua y confusa de las Agencias de rating o calificación en relación a la calidad de los activos. El principio de compartimentalización de las emisiones que otorga diferentes rentabilidades a diversos niveles crediticios, no preserva la bondad de la emisión en un momento determinado. — Sobreendeudamiento de familias y empresas en relación a sus rentas presentes jugando con el efecto riqueza (Inmobiliaria y Bolsa). — Innovación financiera. Gigantesca masa de derivados financieros instalados y distribuidos en Vehículos especiales, con activos subyacentes basados en el pago de las hipotecas estadounidenses en un espectacular proceso de titulización. — Consagración del modelo «originar para distribuir». Eliminación del riesgo desde el balance bancario hacia los mercados. La globalización de los mercados disemina los bonos a lo largo y ancho del globo. — Ambigua influencia de los elementos macroprudenciales, sobre todo de Basilea II y las de la «International Accounting Standard» en la aplicación del «fair value» a los que se acusa de prociclicidad, esto es de agudizar la recesión en tiempo de recesión o multiplicar la expansión en tiempo de bonanza.

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1.b)  El estallido de la crisis Los prestatarios subprime ya estaban incumpliendo sus pagos, y emisiones completas empezaban a declarase insolventes siguiendo la estela de una crisis clásica de superproducción inmobiliaria. En un plazo reducidísimo de tiempo, el apetito de bonos subprime se desplomaba a niveles de subsistencia, y el recelo común pensando que lo que uno tenía en su casa, muy probablemente existiese también en casa ajena, desataba la crisis generalizada de confianza. Los Bancos dejan de prestarse fondos mutuamente en el interbancario, e indirectamente cortan el flujo de liquidez a la economía real. Se iniciaba así un episodio cíclico sin precedentes. El sistema financiero estaba al borde del colapso por un doble motivo: su ausencia de liquidez y su creciente insolvencia. Los primeros episodios, de carácter esporádico, ponen a prueba al supervisor, inconsciente aún de la auténtica dimensión del problema. En marzo de 2008 la FED estadounidense avala 29 millardos de activos de Bear Sterns, condición previa para que JP Morgan evite su quiebra y adquiera su ficha bancaria. A partir de este momento se produce una sucesión de hechos en cascada. En julio de 2008 se inicia el plan de rescate de Freddie Mac y Fannie Mae, entidades que se nacionalizarán el 7 de septiembre de 2008. El epicentro de los sucesos se localiza el 15 de septiembre cuando la FED americana adopta la controvertida decisión de abandonar a su suerte a Lehman Brothers28, cuyos despojos son adquiridos en el concurso de liquidación de la quiebra por Barclays y Nomura. Al día siguiente la FED nacionaliza una de las mayores aseguradoras americanas, AIG, inyectando en su capital 85 millardos de dólares. Goldman Sachs y Morgan Stanley se tornan Bancos Comerciales para acceder a las ayudas oficiales y rehacer sus fuentes de liquidez, desapareciendo así circunstancialmente del panorama estadounidense, los elitistas Bancos de Inversión. Estas y otras medidas se entrelazan con las que se adoptan en el resto del mundo, incluido Europa, Japón y Brasil que salen en apoyo de sus sistemas financieros. Santander adquiere Bradford y Bingley recién nacionalizado por las autoridades británicas. Con distintos matices, Gordon Brown en el Reino Unido tampoco duda en irrumpir en el capital de los Bancos ingleses afectados por la crisis subprime. El 10 de octubre de 2008, en un histórico «viernes negro», se produce el desplome 28  El 15 de septiembre de 2008 quebró Lehman Brothers con un pasivo de 619.000 millones de dólares. Este evento dejó atónitos a los mercados financieros globales. La palabra confianza desapareció del sector bancario e inmediatamente de la economía. Cada Banco trataba afanosamente de proteger sus activos y su liquidez a base de reducir su actividad crediticia y su inversión. El efecto multiplicador de esta conducta fue extraordinario.

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de las Bolsas mundiales que cotizan una caída cercana al 50% sobre sus precios máximos 18 meses atrás29. Ante la magnitud del seísmo financiero, el presidente George Bush anuncia una cumbre en Washington para el 15 de noviembre del mismo año, a la que serán invitados los Jefes de Estado y de Gobierno del G20, organismo que estará llamado a jugar un papel destacado en la superación de la gran crisis30. Por si la zozobra fuese poca y la fe en la supervisión no se hallase suficientemente debilitada, a mediados de diciembre estalla el escándalo Madoff, una gigantesca estafa piramidal bajo el arquetipo financiero Ponzzi, del orden de los 50 millardos de dólares que evidencia aún más las extraordinarias carencias de supervisión del sistema americano. La primera gran reacción de política de ayudas tendrá lugar a principios de febrero del 2009, cuando el Senado americano aprueba el nuevo plan de relanzamiento y estímulo fiscal (TARP) presentado por Obama por un valor de 800 millardos de euros. Prosigue la polémica acerca de la valoración de los activos tóxicos, prerrequisito para su potencial aislamiento, sin un criterio definido, aunque cobra algún relieve la tesis de la creación de un Banco malo al que se segregarían los activos tóxicos. El secretario de estado americano Tim Gardner estudia y finalmente promueve un nuevo plan en esa misma línea. Bank of América y Citigroup se hallan en una crisis profunda. En el segundo de los casos, el Tesoro americano toma la decisión a finales de febrero de 2009 de convertir su paquete de acciones preferentes por 25  millardos de dólares en acciones ordinarias lo que representa una participación pública del 35% de su capital. Peor es la situación que presenta en el Reino Unido el Royal Bank of Scotland, donde el Tesoro británico, por las mismas fechas, aumenta su presencia en el accionariado del 70 al 90% de la entidad, convirtiéndose en el dueño de la misma, además de conceder garantías a terceros por importe de 325 millardos de libras. Se aviva así el debate sobre la nacionalización de los sectores insolventes de la Banca (Bancos Zombie) con el ánimo de restablecer la normalidad en los mercados financieros. Francia, Alemania, Países Bajos, Bélgica y otros países europeos acuden en rescate de sus principales Bancos heridos por los activos tóxicos USA. En términos de PIB los países más ayudados entre 2008 y 2015 fueron Grecia, Irlanda y Chipre (20-25% S/PIB); Portugal y Eslovenia (9%); España, Bélgica y Luxemburgo, entre un 5 y un 6%; Dinamarca,

29  El selectivo español se deja un 9,14% y cotiza por debajo de los 9.000 puntos en la peor semana de su historia. 30  Y España como país invitado.

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Reino Unido, Austria y Países Bajos, entre el 3 y el 4%; Alemania (2,1%); Francia (1,1%); e Italia (0,7%), respectivamente. En medidas de saneamiento de activos dañados destacan las participaciones de Bélgica (5,3%), España (3,1%) y Alemania (2,6%), respectivamente31. Podemos ya adelantar que la crisis global no ha respetado a ningún bloque de países y que en 2008 el PIB mundial contabilizó un registro negativo en su conjunto, un hecho insólito desde que se cuenta con memoria estadística fiable. En estas circunstancias la crisis se acerca a España, que alardea de tener el mejor sistema financiero del mundo, debido a carecer en sus libros de activos tóxicos americanos y de poseer el famoso colchón de las provisiones anticíclicas sin percatarse de la próxima explosión de la burbuja inmobiliaria, consecuencia del estrangulamiento crediticio al que se somete al sector inmobiliario. El sector de la construcción, fuertemente endeudado y con unas obras en curso que deben pararse en seco, acometerá una reducción drástica de plantillas que obligará en pocos meses al éxodo masivo de los emigrantes y a la creación de un ejército de parados que acabará situando la tasa de desempleo en el país en el 26%, un triste récord en las estadísticas laborales mundiales que se extiende, con insuficiente recuperación, hasta nuestros días. 2. LA DEFICIENTE CONSTRUCCIÓN EUROPEA Y EL ESPEJISMO DE LA MONEDA ÚNICA En un mundo globalizado, muy especialmente en el sector de las finanzas, la crisis se propaga como un incendio devastador. Los Bancos europeos sufren en sus balances el deterioro del valor de sus activos subprime que deben aprovisionar, no siempre con suficiente capital. De ahí la intervención del Estado en un buen número de entidades financieras e incluso la nacionalización de algunas de ellas. Pero adicionalmente, el recelo recíproco que se instala en el sector provoca un recorte de líneas de tesorería que hace desaparecer de forma repentina el mercado interbancario. Sin solvencia en algunos casos y sin liquidez en otros, los Bancos restringen todas las operaciones de nuevo crédito a su clientela, atenazando de esta manera el normal desenvolvimiento de la economía real. La crisis europea es una realidad y en 2008 se produce un retroceso generalizado del PIB en la Unión Europea y con mayor rigor si cabe en la Zona Euro, como queda reflejado en el gráfico n.º 2. 31 

Cf. Banco de España (2017): Informe sobre la crisis financiera 2008-2014.

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De todo ello existe una profusa información que nos ahorra su repetición en estas páginas. Pero es que, adicionalmente, la crisis europea hunde sus raíces en un defecto de la construcción del euro, tan importante como inadvertido en su lanzamiento inicial. Cabe pensar cómo hubieran reaccionado muchos de los socios fundadores de la moneda única y aquellos que con posterioridad se adhirieron a ella de haber tenido en aquel momento la experiencia histórica de la que disponemos nosotros en la actualidad. Gráfico 2 Evolución del PIB en la UE

Fuente:  Bloomberg.

Para glosar este aspecto nos fijaremos en la evolución de los tipos de interés a 10 años de los bonos gubernamentales en el periodo que discurre desde la adopción de la moneda única hasta la debacle de Lehman Brothers. La adopción por los 1132 de la moneda única europea el 1 de enero de 1999, reemplazando a la antigua Unidad Monetaria Europea33 obedecía no solo a criterios de consolidación democrática sino a la profundiza32  El euro fue adoptado en 1999 por Alemania, Austria, Bélgica, España, Finlandia, Francia, Irlanda, Italia, Luxemburgo, Países Bajos y Portugal. El 1 de enero de 2001 se incorporó Grecia. Y posteriormente la lista se ampliaría a Chipre, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania y Malta. España fue uno de los 11 primeros países en adoptar el euro como unidad de cuenta propia, e introdujo finalmente billetes y monedas en 2002, sustituyendo a la peseta. 33  ECU: European Currency Unit.

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ción en el mercado único y a la eliminación del riesgo de cambio y los costes asociados con la conversión de la moneda. Pero además la entrada en el selecto club del euro otorgaba a sus miembros el valor entendido de la solidaridad y la armonización económica y financiera, de tal modo que con independencia de su origen y características estructurales el nuevo signo monetario europeo nacía con la asunción de la igualdad de todos sus partícipes: una sociedad en la que todos los socios eran de una única clase. El gráfico 3 revela la evolución de los tipos de interés del bono a 10 años34 en los países integrantes de la moneda europea. Como puede observarse, con independencia de los valores «fundamentales» de los países partícipes, el fenómeno de la constitución del nuevo colectivo de la Eurozona armoniza de forma sorprendente los tipos de interés de todos los bonos gubernamentales de los distintos países, equiparando en consecuencia la percepción de solvencia de todos ellos a efectos del inversor internacional. Gráfico 3 Evolución del tipo de interés a 10 años en la Eurozona

Fuente:  Thomas Reuters Datastream. 34  El tipo del bono a 10 años es un excelente indicador de la valoración internacional del país que lo emite en los mercados de títulos soberanos. Se complementa con el rating otorgado por las agencias de calificación. Posteriormente ha surgido la consideración de la prima de riesgo que muestra la diferencial de tipos de los distintos títulos en relación al «Bund» alemán que goza de la condición de referente o «benchmark».

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Pero con el advenimiento de la crisis y el colapso de la economía financiera y real de la Eurozona, los analistas internacionales comienzan a discriminar a los países por sus fundamentales, esto es por el valor intrínseco de salud económica, basado en una serie de indicadores de solvencia tradicionales, tarea que habían abandonado a lo largo de 10 años. Los diagnósticos son meridianos: mientras los países centrales habían mantenido una trayectoria de navegación razonable, los llamados países periféricos35 se habían entregado a una orgía crediticia con grave deterioro de sus cuentas exteriores, un ahorro interior insuficiente y una productividad en caída abierta como consecuencia del aumento incontrolado de sus costes laborales. Este es el escenario que aboca a los sucesivos rescates de los países menos competitivos de Europa una vez que los mercados internacionales se niegan a seguir financiando los niveles de sus deudas insostenibles.36 ¿Por qué hemos señalado que, junto a la relajación de los principios básicos de la disciplina financiera, los países recusados por los mercados también han sido paralelamente víctimas de los fallos de concepción del proyecto del euro? Fundamentalmente por el consenso adoptado con el advenimiento de la crisis de que la Eurozona era un «Área Monetaria óptima» en el sentido mundeliano37 del término. Lo cual ha resultado ser una gran falsedad38. Para familiarizarnos con el concepto, en principio una área monetaria óptima no es otra cosa que una demarcación que agrupa a una suma de regiones en la que se espera la maximización de la eficiencia económica debido al hecho de compartir una única divisa. El modelo planteado por Robert Mundell en 1961 se basa en una serie de requisitos según los cuales una Unión Monetaria —una demarcación con moneda única— tendría garantías de funcionar con éxito. La 35  Que llegan a agruparse bajo el acrónimo «PIIGS» que corresponde a las iniciales de los países considerados periféricos, pero cuyo significado en inglés resulta insultante. 36  El primer rescate de la UE se concedió a Grecia el 2 de mayo de 2010 y el segundo el 9 de marzo de 2012. El importe de los dos rescates asciende a 240.000 millones de euros (110.000 y 130.000). Expiró a finales de 2014 y su renovación en 2015 no se produjo sin graves tensiones políticas y sociales. El 28 de noviembre de 2010, el Eurogrupo concedió a Irlanda asistencia financiera por un valor de 85.000 millones de euros que ha vencido exitosamente el 15 de diciembre de 2013. El 16 de mayo de 2011 fue aprobado el recate a Portugal por 78.000 millones de euros que expira entre serias dudas de su repago en mayo de 2014. El 16 de marzo de 2013, los ministros de economía y finanzas de la zona del euro acordaban el rescate de Chipre por 10.000 millones de euros. Se ha establecido un paquete de medidas hasta 2018. 37 Cf. Mundell, R. (1961). El economista canadiense fue nombrado Premio Nobel de Economía en 1999. 38  Bogdan, G.L. (2004) ha explicado: «La teoría de Mundell se ha mostrado irrelevante, debido a sus supuestos irreales.» También puede verse RICCI, Luca Antonio (2008).

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primera y decisiva es la movilidad laboral a través de la Unión sin ningún tipo de restricción o traba. Lo que era ya una de las libertades clásicas de un mercado común se exhibe también como exigencia para equilibrar las crisis regionales dentro de la Unión. La ausencia de visados o limitaciones se daban por hecho. Pero ¿qué decir de aspectos como la mera capacidad física para el viaje, o la disposición para superar barreras culturales y sobre todo idiomáticas? Un segundo factor de éxito lo constituiría la movilidad de capitales y la flexibilidad de precios y salarios en la zona. De tal modo que, en función de la leyes del mercado, capitales, productos y asignación de precios se realizarían según las necesidades de cada región, compensándose con la movilidad laboral descrita. Pero ya se ha dicho que la flexibilidad laboral es una falacia por mucho que la crisis haya propiciado un éxodo de los países afectados hacia otras zonas más prósperas y con mayor demanda de recursos productivos.39 Un tercer supuesto descansa en la existencia de esquemas de demanda/oferta similares y la consiguiente respuesta similar a shocks coyunturales entre regiones. Según este enunciado los ciclos de las regiones deben ser sincrónicos. Las expansiones de unos serán acompañadas por expansiones de los pares lo mismo que sucederá en épocas de recesión. De esta manera, las políticas monetarias practicadas por el Banco Central Europeo —por citar un ejemplo— promoverán la contención para todos o el estímulo para todos según la situación económica por la que atraviese la Zona. Pero la evidencia ha mostrado, con el advenimiento de la crisis, que los países registran ciclos dispares, y el Banco Central no puede de forma simultánea compensar la recesión de unos países miembros mientras observa la reticencia de los de aquellos otros que no se ven afectados por la crisis, como ha sido el caso, con la divisoria europea de periferia/centro, países deudores/países acreedores. La simetría ha brillado por su ausencia, agudizada por la falta de mecanismos de transferencia fiscal, derivadas de la inexistencia de un Tesoro único europeo, que redistribuya los fondos hacia las regiones desfavorecidas por las dos características antes señaladas. Para mayor contrariedad, los pactos de estabilidad y crecimiento estipulan la prohibición de transferencias fiscales entre países miembros si bien los fondos de rescate europeos debieron acudir al salvamento de los países afectados por la deuda soberana, ya citados con anterioridad. 39  En España supone el retorno masivo de los emigrantes a sus países de origen y una población estimada en los 400.000 efectivos de nacionales que salen de España fundamentalmente a los países centrales de la Unión Europea.

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Resumiendo lo dicho, una área monetaria sin Tesoro único ni autoridad fiscal tuvo que conducir de forma obvia no solo a crisis soberanas, sino también a perpetuar sus consecuencias en forma de la fragmentación de los mercados financieros incluso después de adoptarse las terapias correctoras. Sin recurso individual de los países miembros a actuar sobre el tipo de cambio o los tipos de interés y sin acceso a un Banco Central prestamista de última instancia, como ha sido el caso de otros países desarrollados —Estados Unidos, Reino Unido, Canadá o Japón— Europa ha cargado con todas las desventajas comparativas derivadas de estos hechos. Las regiones que se endeudan en exceso en un área monetaria pagan primas que reflejan el riesgo de impago o de salida del sistema, como ha quedado patente en la crisis global que estamos glosando. Incontinencia propia pero también fallos de concepto del marco de la Eurozona se conjugan para llevar a su economía a una crisis sin precedentes. España, que iba en el mismo barco, pero en peor camarote, sufre de lleno los azotes del temporal e incluso ha tenido que ser rescatado —al menos parcialmente— ante el eminente peligro de zozobra de su economía. 3. LA RECESIÓN DE 2008-2013: EL MERCADO INMOBILIARIO ESPAÑOL La crisis financiera europea se convierte en una crisis de la economía real y del sector bancario. En un mundo altamente interconectado como el de las finanzas, España pone en evidencia la debilidad de sus estructuras productivas y muy en particular su modelo de generación de valor añadido centrado en la construcción pública pero sobre todo privada, en especial de viviendas residenciales para particulares. La economía española venía discurriendo al amparo de una liquidez ilimitada de procedencia europea por una senda de deterioro creciente de la productividad y la competitividad. La corrupción y la alta dependencia del petróleo son otros de los problemas que se agregan para contribuir al agravamiento de la crisis en nuestro país. La drástica reducción del crédito motivada por el cierre generalizado de líneas interbancarias y la aparición paulatina en los balances bancarios de créditos dudosos activan y aceleran una penuria financiera en las empresas que las obliga a recortes de personal y en muchos casos a su liquidación y cierre. El estrangulamiento financiero sufrido por las grandes empresas de la construcción conduce a un elemento crítico en la interpretación de la crisis española, el estallido de la burbuja inmobiliaria que llevará los precios del sector a una espectacular caída en el lustro siguiente. A partir de ahí los acontecimientos se acumulan con la © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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aparición de la crisis bancaria en 2012 a la que se une en el mismo año la crisis de deuda soberana. El desempleo se dispara40, lo que se traduce en el surgimiento de movimientos sociales que cuestionan el sistema vigente afectando no solamente a la esfera económica sino extendiéndose más allá a los ámbitos sociales e institucionales hasta finales de 2013, en que se pone fin a la recesión. Resultaría imposible reseñar en este espacio limitado la evolución pormenorizada de la crisis española. Bastará en consecuencia unas meras pinceladas que sirvan de recordatorio a conclusiones difundidas reiteradamente por los distintos medios de comunicación. Comenzaremos señalando que el derrumbe del mercado inmobiliario en España era cuestión de tiempo, aunque la crisis de liquidez adelantó los acontecimientos. Gráfico 4 Número de parados y tasa de paro

Fuente:  INE y Ministerio de Empleo.

España, llegó a construir cerca de 900.000 viviendas en 2006 lo que suponía superar la cifra de las que construían Francia, Alemania y Gran Bretaña conjuntamente, culminando una escalada de la construc40  En noviembre de 2007, la EPA del tercer trimestre alcanzaba el 8,01%. Se trataba de la tasa de paro más baja de la democracia, dado que el cuarto trimestre de 1978, con la aprobación de la Constitución había sido el último en el que la tasa de paro bajó del 8%.

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ción de marcado carácter especulativo41. Entre 1998 y 2007 los precios de la vivienda en España crecieron un 180% en medio de una euforia colectiva nacida de la falta de suelo edificable, y amparada en la codicia y negligencia del sector bancario, la irresponsabilidad de los supervisores, las desgravaciones vigentes para la inversión en vivienda, y el gregarismo de los ciudadanos que bailaban al son de la música festiva del momento. Bastó el recorte crediticio promovido por el sistema bancario para que el gigante con pies de barro se desplomase en cuestión de meses si no de semanas42. Paralelamente el endeudamiento de los españoles se había triplicado en menos de 10 años, pasando del 34% de la renta disponible en 1986 al 52% en 1995 y alcanzar el 105% en 2005.43 El gráfico ilustra a las claras de lo que supone en España el pinchazo de la burbuja inmobiliaria.44 Gráfico 5 Evolución de Viviendas Iniciadas

Fuente:  Ministerio de Fomento de España. 41  España tenía un parque de 23.700.600 viviendas a finales del año 2005, según el Banco de España, sobre un total de 15,39 millones de hogares españoles. Estas cifras indican un promedio de 1,54 viviendas por hogar español, la tasa más alta del mundo. Según la misma fuente, el 85% de las viviendas en España son de propiedad, y solo un 15% se disfrutan en régimen de alquiler. Cf. Banco de España (2017): Informe sobre la crisis financiera 2007-2014. 42  Según el Banco de España, entre 1976 y 2003 los precios se multiplicaron por 16. Entre 1997 y 2006 el precio había aumentado un 100% en términos reales y un 150% en términos monetarios. El precio máximo se alcanzó en 2007. En 2015 cotizarían en su suelo habiendo perdido entre un 40 y un 60% de su valor. En los solares la pérdida era aún mayor. Cf. Banco de España (2017): Informe sobre la crisis financiera 2007-2014. 43  La reserva de viviendas entre nuevas y usadas se estima en torno a 1,2 millones. 44  El precio de la vivienda acumula de promedio una caída del 30% en términos nominales y del 38% en términos reales. De forma general el Banco de España ha redactado un documentado informe sobre la crisis española. Cf. Banco de España (2017): Informe sobre la crisis financiera 2008-2014.

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La crisis inmobiliaria arrastra consigo al sector financiero. Bien es verdad que nuestras entidades carecían de activos tóxicos y que el regulador había obligado a constituir las famosas provisiones anticíclicas más allá de las aparentes necesidades dictadas por la bonanza del mercado. Pero las pérdidas directas y las provisiones que la Banca financiadora del inmobiliario se ve obligada a constituir laminan sus balances, destruyen su solvencia y las obligan a una imposible recomposición del capital que aboca en el acorralamiento del sistema financiero no sin antes verse obligado el Estado a través de su órgano interventor FROB45 a abrir un proceso de fusiones y absorciones que culmina con la nacionalización de entidades quebradas y la desaparición de un subsector bicentenario como el de las Cajas de Ahorro, inexcusable para interpretar la historia de España en su lucha contra la exclusión social. El número de oficinas cerradas y de empleados despedidos representa uno de los ajustes más dramáticos en los anales de la economía española: entre 2008 y 2013 el número de oficinas se redujo en un 26,5% por un 21,8% el del número de empleados. 3.a)  ¿Que pasó en junio de 2012? Con la crisis inmobiliaria el paro se recrudece46 y con la crisis financiera la expansión del crédito toca a su fin de forma abrupta e indiscriminada47. Es sabido que el deterioro de las cuentas públicas, producto de una política beligerante del Estado en el epicentro de la crisis, conduce a una crisis fiscal que es tanto como decir una crisis del Estado o crisis soberana. Los gastos presupuestarios se disparan como consecuencia de las políticas de protección social mientras los ingresos presupuestarios caen en torno a un 6% del PIB y la deuda pública, de importante componente exterior se dispara48. Los analis-

45  FROB, Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria. Una entidad de derecho público a la que se le encomendó la gestión de los procesos de reestructuración y resolución de las entidades de crédito españolas con problemas. 46  Con una tasa de paro del 26% y más de 6 millones de desocupados. 47  El crédito se ha reducido desde máximos del 172% del PIB hasta el 142% actual (reducción de 422 mil millones de euros en términos brutos, 490 mil millones de euros, netos de provisiones). 48  El déficit llegó hasta el 11,2% del PIB en 2009 cuando dos años antes España había registrado un ligero superávit. Un endeudamiento galopante pasa en 5 años del 33% a cerca del 100% del PIB. En 2013 el gasto en intereses (coste deuda) supuso 35.000 MM€ equivalentes al 3,4% del PIB. Para advertir de la gravedad de estas cifras basta compararlas con algunas dotaciones presupuestarias del mismo ejercicio, como los 46.000 MM€ del presupuesto de educación o los 61.000 MM€ de la sanidad española.

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tas internacionales dudan de la capacidad de repago de España y cierran el grifo de la financiación del Estado. Los ratings internacionales reflejan la situación y el riesgo de la deuda española se sitúa cerca de la categoría de bono basura. Gráfico 6 Evolución del saldo fiscal (millones de euros)

Fuente:  INE y Ministerio de Economía y Competitividad.

El tipo del bono a 10 años había traspasado la frontera psicológica del 7% y la prima de riesgo alcanzaba máximos históricos. En junio de 2012 España está al borde de la quiebra exterior y el ministro De Guindos debe apelar a Bruselas al trascender en mayo del mismo año el escándalo Bankia que pone en jaque la ya muy mermadas posibilidades de financiación exterior española. El Estado nacionaliza Bankia y el MEDE49 europeo otorga a España un préstamo de 100.000 millones de euros en condiciones preferenciales50. La entrada de la Troika en nuestro país —con la firma del «memorando de entendimiento» que recoge 32 condiciones del rescate bancario— si bien de forma parcial y relativamente prudente, propicia las necesarias reformas estructurales de nuestra economía: bancaria, laboral, de las pensiones y otros mecanismos de 49 

Mecanismo Europeo de Estabilidad. 100.000 MM euros en condiciones preferenciales (42.000 dispuestos MM, 12 años, 0,10%). En febrero de 2018 el Tesoro español había prepagado al MEDE 15.300 millones de euros en cinco adelantos consecutivos, el último en febrero de 2018 de 5.000 millones de euros. El saldo pendiente, a abril de 2018, es de 26.700 millones de euros. 50 

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oferta como la de unidad de mercado, reformas de las administración pública y tributaria, etc. En este contexto, obligado por el compromiso contraído con la Troika, el gobierno español crea la SAREB o Banco malo.51 La atinada política de apoyo financiero y mediático de Mario Draghi no exenta de fortuna supone en este contexto un balón de oxígeno para la economía nacional en momentos de gran tensión interna, circunstancia sobre la que volveremos a insistir. Gráfico 7 Récord de deuda pública

Fuente:  Banco de España.

51  SAREB, o la Sociedad de Gestión de Activos procedentes de la Reestructuración Bancaria es una entidad privada creada en noviembre de 2012 para ayudar al saneamiento del sector financiero español, y en concreto de las entidades que arrastraban problemas debido a su excesiva exposición al sector inmobiliario. Fue constituida como consecuencia del acuerdo que el Estado español firma con Bruselas en julio de 2012 para la recapitalización de la Banca por un importe de 42.000 millones de euros. El acuerdo establece la creación de un «banco malo» al que traspasar los activos inmobiliarios de las entidades en dificultades, con el objetivo de reducir los riesgos de las mismas y liquidar de forma ordenada los activos problemáticos. La gestora recibió casi 200.000 activos por valor de 51.000 millones de euros. El 55% del capital de SAREB es privado, mientras que el 45% está en manos del Fondo de Reestructuración Bancaria (FROB). SAREB ha registrado pérdidas sucesivas y al día de hoy continúa en su proceso de venta de activos dañados.

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3.b)  Las primeras reformas A nivel internacional y a partir de la Cumbre de Londres en abril de 2009, el G20 impulsó la reconfiguración de los sistemas regulatorios y macroprudenciales. El Consejo de Estabilidad Financiera, el FMI y el Banco de Pagos Internacionales han ido tejiendo el marco y las herramientas del moderno marco macroprudencial que se extiende hasta nuestos días. En lo que afetca a España, el memorando de entendimiento firmado entre España y la Troika continúa y consolida las reformas empezadas meses atrás. Una de las más radicales es la reforma bancaria con la recapitalización y privatización de una buena parte del subsector de las Cajas de Ahorro, seriamente afectado por la crisis inmobiliaria y justo es decirlo por los graves defectos de gestión padecidos en ellas.52 El coste total de la reforma financiera se viene estimando en el entorno de los 65.000 millones de euros. Solo una parte modesta de dicha cifra podrá ser recuperada. El Gobierno de Zapatero había abordado un número de reformas entre las que destaca la reforma laboral.53 A ellas siguen las de los populares, que en su conjunto afectan no solo al sector financiero aludido sino sobre todo a la consolidación fiscal de las cuentas presupuestarias y en particular a la reforma —en segunda instancia— del mercado laboral. La reforma laboral de 2012 introduce la descentralización y modernización de la negociación colectiva dando prioridad a los acuerdos de empresa y eliminando la extensión indefinida de los convenios54. Las consecuen52  Que han llevado a la imputación de más de 150 directivos y consejeros de las antiguas Cajas. La reforma del sistema financiero aborda los tres problemas básicos de la financiación corporativa: la recuperación de la financiación de proyectos viables, la independencia de las empresas de crédito bancario y la reducción del coste diferencial de financiación de las pymes españolas. La reforma se aborda en 3 etapas: entre 2009 y 2013; entre 2013 y 2014; y finalmente entre 2015 y 2017. En la primera etapa se introduce el FROB 1 y el FROB 2 para el saneamiento de las Cajas, recapitalización y en su caso participación dentro del marco del Acuerdo de entendimiento firmado con el MEDE para el rescate español. La fase 2 aborda la normativa de conversión de Cajas en Fundaciones y la reforma sucesiva de los regímenes de insolvencia. De 2015 a la actualidad se emiten una serie de normas de resolución bancaria, de protección de los consumidores y del nuevo régimen de coperativas. 53  Destacan las medidas para reducir la dualidad y temporalidad del mercado de trabajo, para favorecer la flexibilidad interna en las empresas y para reducir la jornada laboral como instrumento de ajuste temporal del empleo. Las medidas para favorecer el empleo de los jóvenes y de las personas desempleadas (subsidios). La mejora de la intermediación laboral y sobre la actuación de las empresas de trabajo temporal.
También aquellas destinadas a fomentar la igualdad entre hombre y mujer en el trabajo. 54  Otros contenidos de las reformas son los siguientes: posibilidad de exclusión de los sistemas de negociación colectiva; ajuste salarial a criterios económicos, técnicos, organizativos o de producción; movilidad funcional entre ocupados; reducción de los costes de despido y simplificación de sus razones.

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cias más inmediatas se tradujeron en una mayor flexibilidad que a su vez trajo como consecuencia la reducción de los costes laborales, facilitando el ajuste del mercado de trabajo y rompiendo la inercia perversa de destrucción de puestos de trabajo del periodo que va desde 2009 a 2011. En efecto. El 12 de febrero de 2012 entró en vigor el Real Decreto-ley de medidas urgentes para la reforma del mercado laboral. La norma venía espoleada por la enorme sangría de empleos registrada en España entre 2007 y 2011, en el epicentro de la gran crisis global, con un incremento del paro de 3,8 millones de personas. Desde la fecha de la entrada en vigor del Decreto hasta el tercer trimestre de 2013, suelo de la crisis sufrida, el paro aumentaría en 700.000 personas adicionales. Evidentemente, la eficacia de la reforma laboral habrá dependido de la calidad de sus resultados y de qué hubiera sucedido sin su implantación. Para conocerlo acudiremos al juicio de terceros autorizados. Todos los organismos internacionales que, por distintas razones, tutelan la economía española (OCDE, FMI, BCE, o Comisión Europea) la han conceptuado como una de las más efectivas de las reformas estructurales acometidas en los últimos cuatro años y no han escatimado elogios sobre la misma. Pero son los estudios independientes descriptivos o econométricos los que han consensuado la efectividad de la decisión tomada. Sucesivas investigaciones del Banco de España55 (2013), FEDEA, Funcas (2012 y 2016) y Ministerio de Empleo y Seguridad Social (2013)56, BBVA (201357), OCDE (2014)58, Dolado (2012)59, Felgueroso60 y García Pérez y Osuna (2015 y

55  Banco de España (2013), «La Reforma Laboral de 2012: un primer análisis de algunos de sus efectos», Boletín Económico, septiembre. 56  FUNCAS (2012): «Crisis y reformas de la economía española». Papeles de economía española, n.º 133 y Fernández Kranz, Daniel (2016): «El umbral de crecimiento para la creación de empleo en España: ¿qué sabemos y qué nos dicen los datos más recientes?» Cuadernos de Información Económica. «Crecimiento, creación de empleo y deuda» (julio-agosto) 2016; n.º 253, julio de 2016. MINISTERIO DE EMPLEO Y SEGURIDAD SOCIAL (2013): «La reforma laboral de 2012», XXV Jornadas de estudio sobre Negociación Colectiva. REF. 13-2.326. Serie Relaciones Laborales, n.º 103. FEDEA (2015): Reforma laboral de 2012. ¿Qué sabemos sobre sus efectos y qué queda por hacer? (García Pérez, Ignacio y Jansen, Marcel). También: FEDEA (2016): El efecto de la reforma laboral de 2012 sobre la dualidad y el empleo. (García Pérez, Ignacio). 57  BBVA Resarch (2013), Situación España, Segundo Trimestre 2013, BBVA Research, Madrid. 58  OCDE (2014), The 2012 Labour Market Reform in Spain: A Preliminary Assessment, OECD Publishing. 59  Dolado, J.J. (2012), «The Pros and Cons of the Latest Labour Market Reform in Spain», Spanish Labour Law and Employment Relations Journal, Vol. 1, No. 1-2: 22-30. 60  Felgueroso, F. y Jansen, M. (2016): «Mientras discutimos sobre la derogación de la reforma laboral. Nada es Gratis».

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2016)61 han resumido, siempre con cautelas, que una reforma anticipada habría evitado la destrucción de empleos en años previos a su puesta en marcha y todas ellas reconocen, al menos parcialmente, su operatividad, sin ocultar por ello importantes tareas pendientes, fundamentalmente en el ámbito de la dualidad de contratos con protecciones diferentes. La principal crítica lanzada a la reforma laboral es ser la causante del presunto incremento de la precarización del mercado laboral español. Para desmentir esta falsedad hay que recurrir a las cifras. La tasa de temporalidad media entre 1998 y 2011 fue del 31%, y en pleno auge de la burbuja inmobiliaria —primavera de 2006— llegó a alcanzar el 34,6%. A día de hoy, en cambio, se sitúa en el 26,2%. Aunque esta reducción es debida a que la crisis ha destruido, sobre todo, el trabajo temporal, no es correcto imputar a la reforma unas causalidades inexistentes. La gran crisis global arrastró a España hasta bien entrado 2013 a una tasa de desempleo del 26,1%. La recesión se cebó casi exclusivamente en las pymes expulsando del mercado a 250.000 pequeñas empresas, produciendo en las supervivientes un número de despidos apreciables. Es sabido, asimismo, que el ajuste laboral de la economía española se ha producido fundamentalmente por cantidad y no por precio. Como consecuencia de la flexibilidad externa (cantidad de puestos de trabajo perdidos) y de la posterior flexibilidad interna (mantenimiento salarial de los empleados estables) España ha registrado en términos brutos una reducción de los costes laborales cercana al 18%, lo que ha impulsado —según esquemas fundados en la teoría económica clásica— la nueva contratación de personal, la acometida de nuevos productos y mercados y en definitiva la salida paulatina de la crisis. Las reformas acometidas y en particular el brutal paro derivado del desplome de la construcción e industria, tienen su contrapartida en una notable disminución de los costes laborales unitarios en relación a la media de la Eurozona, del orden de 13 puntos porcentuales entre 2008 y 2013 lo que permite a nuestra economía recuperar la competitividad perdida durante el periodo comprendido entre 1999 y 200862. 61  García Pérez, J.I. (2016). «El efecto de la Reforma Laboral de 2012 sobre la dualidad y el empleo: cambios en la contratación y el despido por tipo de contrato». FEDEA Policy Papers no. 2016-06, Madrid. Y García Pérez, J.I. (U. Pablo de Olavide & FEDEA) Marcel Jansen (Universidad Autónoma de Madrid & FEDEA). Fedea Policy Papers - 2015/04. «Reforma laboral de 2012: ¿Qué sabemos sobre sus efectos y qué queda por hacer?». 62  Equiparable a la de Alemania entre 1995 y 2005. En 2012 se acometen también reformas de las administraciones públicas con nuevos sistemas de liquidez para Regiones y Administraciones locales. Asimismo, en diciembre de 2013 se aprueba la reforma del sistema de pensiones con dos factores correctores: un factor de sostenibilidad que vincula pensiones a la situación financiera del sistema y una reforma de la edad estatutaria de jubilación que en 2027 será de 67 años con una contribución mínima de 38 años y 6 meses.

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Gráfico 8 Unit Labour costs (Index 100 = 2010)

Fuente:  OCDE, Statistcs.

La recuperación se va reflejando paulatinamente tanto en las cuentas públicas como en las cuentas exteriores. De un déficit por cuenta corriente de 105.000 millones de euros (10% PIB) en 2007, la economía española pasa a registrar un superávit de 7.000  millones de euros (0,7% PIB) en 2013. Por otra parte, el superávit comercial de bienes y servicios es de 28.000 millones de euros lo que representa en 2013 el 2,8% del PIB. España transita ya en esos momentos por una senda de recuperación, tras tres trimestres consecutivos de registros positivos del PIB. Gráfico 9 Balanza por cuenta corriente a 2013

Fuente:  Caixabank y Banco de España.

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El déficit presupuestario se contrae esperanzadoramente hasta niveles del 6,62% del PIB en 2013 desde el 11,1 alcanzado en 2009, apenas unas décimas por encima del calendario comprometido con Bruselas según el Procedimiento de déficit excesivo. Y lo que es más importante, a finales de 2013, el déficit primario, excluyendo el pago de intereses se sitúa en algo menos del 2% del PIB. La crisis del 2009 había supuesto una disminución de los ingresos fiscales del 6% del PIB y un porcentaje equivalente de aumento del gasto, sufragado con deuda pública, orientado básicamente a políticas anticíclicas de bienestar social. A medida que se acerca el tercer trimestre de 2013 las exportaciones siguen siendo el principal dinamizador de la economía, pero también la demanda interna comienza a contribuir con una aportación positiva a la creación de riqueza. El sector financiero se encuentra mejor capitalizado y el sector inmobiliario va tocando fondo tanto en la caída de sus precios como en la atonía del numero de operaciones registradas. El crédito bancario ofrece igualmente tímidos signos de reactivación. Fitch y Moody’s suben un escalón la calificación de la deuda pública. Asimismo, el tipo del bono a 10 años está en mínimos a niveles de 2005 habiendo perforado el umbral simbólico del 3% y el «Indicador de sentimiento económico» cotiza en máximos desde 2007. Por último hay que reseñar que desde septiembre de 2013 se va produciendo un tímido crecimiento mensual en los afiliados a la Seguridad Social (+62.383 afiliados en los últimos 12 meses) y en febrero de 2014, se registraba ya creación de empleo neto, primer crecimiento interanual positivo desde mayo de 2008: +0,38%. La recesión —como concepto técnico— que había atenazado a la economía española durante trece trimestres consecutivos tocaba a su fin. 4.  2013: EL COMIENZO DE LA RECUPERACIÓN El tercer trimestre de 2013 marca el fin de la recesión técnica y a partir de dicha fecha y hasta el día de hoy la economía española solo ha registrado crecimientos positivos. Diecisiete trimestres seguidos de crecimiento positivo de la producción y del empleo. La cadencia de elementos negativos cede el paso a un círculo virtuoso. A partir de ese momento, el círculo virtuoso comienza a trazarse con la secuencia tradicional de elementos que acompañan habitualmente las salidas de la crisis: mejoría sustancial de las cuentas exteriores, estabilización de la confianza internacional, atracción de las inversiones extranjeras y despegue de la deprimida demanda interna, atenazada por la crisis. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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El cambio de fase del ciclo desde uno descendente o de crisis a otro ascendente o de recuperación nos recuerda las claves más habituales que las economías reflejan para el referido cambio de tendencia. Gráfico 10 La crisis española (2008-2013)

Fuente:  INE.

La mejora de las cuentas exteriores con su positivo efecto sobre la demanda agregada nace habitualmente con una devaluación monetaria. El problema surge cuando España al no tener acceso directo a la modificación del tipo de cambio tiene que acudir a una devaluación interna. Así, entre 2010 y 2012 la economía española realizó el mayor ajuste de competitividad en Europa vía devaluación interna o de costes laborales. La reducción de los costes laborales del entorno del 18% en el periodo, equiparable a la registrada por Alemania entre 1995 y 2005 volvía a situar a España en pie de competitividad. Ello y la mayor flexibilidad laboral en la mano de obra en activo supusieron el inicio de la recuperación del empleo, un fuerte aumento de la exportación y de ahí, a través del equilibrio de las cuentas exteriores y una nueva imagen de credibilidad se dio entrada a la inversión extranjera y posterior reacción de la demanda interna, fundamentalmente del consumo. La Ley de Okun trasladaría los crecimientos del PIB al mercado laboral. Los economistas clásicos habrían presentado el modelo español como ejemplo del ajuste automático del ciclo vía precios. Con la caída de precios de los recursos humanos registrados en la crisis el país recobra su competitividad desde un nivel inferior. La tesis del automatismo «clásico» tiene en el caso español un ejemplo aproximado. Porque la recuperación no © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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hubiera sido posible sin el acompañamiento de las reformas estructurales y los llamados «vientos de cola» que representaron auténticos regalos en el marco de la recuperación. La recuperación de las economías de la Zona Euro también juegan un papel determinante —con o sin devaluación interna— y ello propicia un espectacular aumento de las exportaciones, inicio de una recuperación anhelada. La llegada del inicio de la recuperación era momento oportuno para hacer inventario de los destrozos del naufragio, y para concentrar los esfuerzos en aquellas medidas conducentes a su reparación. Junto al PIB que acumulaba una pérdida aproximada del 7% las variables más afectadas eran las referentes al déficit público, a la deuda soberana y sobre todo a la tasa de desempleo. El déficit público aunque en la senda de la corrección seguía siendo el más alto de la UE y como consecuencia de la continua apelación al endeudamiento público había situado a nuestro país en una situación sumamente delicada de cara a los inversores internacionales. Hay que recordar que antes de la entrada en el euro la deuda pública española representaba apenas el 35% del PIB para comprender el descrédito que suponía el haber llegado a niveles de endeudamiento parejos al 100% del PIB. La evolución de la deuda y el déficit público eran preocupantes según el Boletín Estadístico del Banco de España63. En 2009 el déficit público español ascendía a 118.194 millones de euros equivalentes al 11% del PIB. A finales de 2014, la deuda pública superaba el 100% del PIB, exactamente el 100,4%. 4.a) Los vientos de cola o los tres regalos al Gobierno de Rajoy La economía española había sido seriamente afectada por el cierre hermético de la liquidez producido en los mercados interbancarios en España. La crisis aboca a una bolsa de desempleados sin precedentes. Paulatinamente, con unos costes laborales sensiblemente más competitivos, los emprendedores podían ahora abordar proyectos que meses atrás no eran rentables. Pero el arranque de la recuperación española está ligado a tres vientos de cola, unos factores exógenos y circunstanciales que han hecho más fácil el espinoso camino de la recuperación. Se trata de la debilidad relativa del euro como divisa internacional, del bajo coste de la energía y de las acciones de los Bancos Centrales, en particular del Banco Central Europeo, en alivio de los tipos de interés y de la liquidez del sistema. 63 

Banco de España (2017): Boletín Estadístico, diciembre de 2017.

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Gráfico 11 $USAxEuro

Fuente:  Norbolsa.

Es sabido que una moneda nacional abaratada o devaluada fomenta las exportaciones y encarece las importaciones de ese país en cuestión.64 La realidad es que la marcha de la cotización del euro ha estado desde finales de 2013 en niveles muy competitivos para aquellos exportadores que facturasen en dólares de los Estados Unidos. La evolución de la Balanza comercial y también de la posición neta exterior han venido muy de la mano de la depreciación relativa del euro en relación a la divisa americana, añadiendo muchas décimas al crecimiento del PIB y en consecuencia a la recuperación del empleo. Ha sido el primer viento de cola que ha empujado la maltrecha nave de la economía española. El segundo viento de cola se refiere a la decidida acción del Banco Central Europeo a partir de su decisión originada en 2012 para introducir tipos de interés nulos o negativos en el sistema de corto plazo y tipos a largo muy bajos con los programas masivos de liquidez denominados de «Relajación cualitativa». Es evidente que los tipos nulos o negativos son un gravamen a los ahorradores particulares o institucionales en España y en el resto del mundo. También para el sistema bancario. Pero son un auténtico maná para los deudores, el primero de los cuales es el Tesoro Público con su descomunal deuda de algo más del billón de euros. 64  Un euro caro, que valga por ejemplo 1,4 $ es menos favorable para el exportador español que un euro más barato, por ejemplo a 1 $. O si se quiere, calculando el tipo inverso, 1 $ que valga 1 euro es más caro que 1 $ que valga 0,71 euro.

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Cuando en junio de 2012 la economía española rozó el impago exterior y la Zona Euro se tambaleaba, Mario Draghi juró65 que los tipos de la deuda española iban a bajar desde el 7,75% a niveles «razonables». Y lo cumplió. Gráfico 12 Primas de riesgo de la deuda soberana española e italiana a 10 años (p.b.)

Fuente:  Caixabank y Banco de España.

El 1 de septiembre de 2016 cotizó por debajo del 1%. A día de hoy la rentabilidad de los bonos a corto plazo es negativa y a cinco años es solo del 0,14%. Un precio que roza la utopía. Baste señalar que el precio medio de la cartera de la deuda pública total española es del 3%. Puede calcularse sobre un billón de deuda lo que supone la subida de un punto porcentual de interés: 10.000 millones de euros por cada punto. Este ahorro de gasto exógeno que se registra en los presupuestos generales del Estado no es fruto de la buena gestión política. Es un mero regalo de la providencia en forma de Banco Central Europeo que en breve plazo está llamado a desaparecer. Pasemos al tercer viento de cola. En junio de 2014 el barril de petróleo Brent cotizaba a 115 dólares. Desde entonces, la tendencia ha sido a la baja, con un desplome hasta mínimos de 31 dólares/barril a principios de 2016. Diversas circunstancias y el posterior acuerdo de la OPEP junto a otros países exportadores situó el precio por encima de los 55 dólares, ampliamente desbordado durante los primeros meses de 2018. Lo que traducido en cheque-regalo resulta que en España se habrán ahorrado —de forma absolutamente gratuita— en65  El famoso «whatever it takes» pronunciado en una alocución a empresarios en Londres (julio de 2012)

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tre 2015 y 2016 unos 43.000 millones de euros en gas y petróleo, un 4% del PIB en dos años, un fuerte empujón para nuestra balanza comercial de tal modo que España es ya acreedora neta financiera respecto del resto del mundo. Es el tercer viento de cola que en el momento actual ha amainado un tanto pero sigue siendo favorable en relación a los máximos históricos. Gráfico 13 Barril de Brent, en dólares

Fuente:  Bloomberg.

La suma de vientos de cola y las consiguientes reformas estructurales se unieron para iniciar un periodo de crecimiento de la economía española que se extiende hasta nuestros días. 5. EL CUADRO MACRO DE LA ECONOMÍA ESPAÑOLA AL CIERRE DE 2017 Por tercer año consecutivo, la economía española ha logrado en 2017 un crecimiento superior al 3%66, al mismo tiempo que ha reducido sus 66  –1,7% en 2013, +1,4% en 2014, +3,4% en 2015, +3,3% en 2016 y +3,1% en 2017. La previsión para 2018 se sitúa entre el 2,% y el 2,9%. 2017 ha sorprendido por su dinamismo mayor de lo esperado en la inversión y en el turismo, de un mayor crecimiento en la economía mundial y de una menor elasticidad de las importaciones en relación a los aumentos de Renta. El consumo creció un 2%, la financiación bruta de capital en un 5,0% y las exportaciones en un 5,2%. El índice compuesto de la construcción creció un 8,9%. Fuente: Ministerio de Economía, Industria y Competitividad (2018): Spain, Weekly Economic Bulletin, 26-1-18. .

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desequilibrios externos. Este resultado no se había producido en ninguna de las anteriores fases de recuperación para las cuales existen datos. La salida de la crisis va acompañada, en consecuencia, de los ingredientes de un optimismo moderado, optimismo que se extiende previsiblemente a los dos próximos ejercicios, hasta finales de 201967. Alegría que se amplía, con diferente sesgo, a la recaudación y al empleo: PIB e Impuestos han registrado los mismos valores anteriores a la crisis. Pero en ambos casos se ha realizado con 1,5 millones de empleos menos. El dato es agridulce. De una parte marca una mayor productividad de la economía española —produce y recauda lo mismo con millón y medio menos de trabajadores— pero pone el dedo en la llaga de una de nuestras enfermedades crónicas: el paro de naturaleza no cíclica. Luego volveremos sobre ello. El gráfico 14 muestra el grado de recuperación en 2017 de algunas de las principales variables macroeconómicas. Gráfico 14 PIB y componentes de la demanda per cápita, 2007 = 100

Fuente:  BBVA Research sobre datos del INE.

67  El consenso de mercado se sitúa en el 2,5% para 2018 y el 2,13% para 2019. Cf: Ministerio de Economía, Industria y Competitividad (2018): Spanish Economy Report. 2017. BBVA Research eleva sus previsiones de PIB al 2,9% (2018) y al 2,5% (2019). Fuente: BBVA Research. Situación España 2T2018. Abril 2018.

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A finales de 2017, España ejerce de tractor de los grandes países de la Unión Europea, que a su vez llevan 17 trimestres consecutivos creciendo y su PIB es ya un 3% superior al de 2008, guarismo obviamente superior al nuestro. La inversión ha recuperado en el área de la Unión los niveles precrisis y el empleo ha registrado su mejor dato en ocho años.  A su vez, los índices de PMI68 buenos predictores del crecimiento, se orientan al alza, debido sin duda, al menos en parte al tirón de la economía europea. En diciembre de 2017, el índice de sentimiento empresarial del sector manufacturero alcanzó los 55,8 puntos, mientras que el PMI de servicios registró los 54,6 puntos.69 En 2011, 24 países de la Unión estaban sometidos al procedimiento de déficit excesivo, de los que sólo quedan tres: Reino Unido, España y Francia. Atrás queda julio de 2015, y las interminables negociaciones con Grecia a riesgo de que esta abandonase el club europeo. Atrás queda igualmente la crisis de refugiados que dejó muy tocado el área de libre circulación de personas. Brexit es una paulatina realidad y el Reino Unido ha empezado a desengancharse, tras consensuar con la UE algunos elementos básicos de la primera fase. Hemos perdido afortunadamente la memoria de los incontables bancos que fueron rescatados en prácticamente todos los países de la zona. Apenas recordamos que durante meses no estuvo descartado que la extrema derecha pudiera gobernar en Francia u Holanda y en menor medida en otros países. Y así, un sinfín de sucesos adversos con cuya incertidumbre ha habido que convivir y cuyos efectos negativos ha sido necesario superar. En dicho contexto la economía española a finales de 2017 se consolida aunque el ritmo de avance del PIB descendió ligeramente en la segunda parte del año y continuará previsiblemente en dicha tendencia a lo largo de 2018. Como consecuencia de la agregación trimestral de 2017, el PIB español a precios corrientes se sitúa en 1.163.666 millones de euros, lo que supone una variación en términos nominales del 4% y en términos de volumen del 3,1% respecto del año 2016, según el INE. No obstante el conjunto de variables tanto endógenas como exógenas dibujan un cuadro favorable para la economía española en igual contexto de sólido crecimiento mundial70 aunque estén presentes determinados riesgos e incertidumbres derivados fundamentalmente del

68 

PMI (Índice de Compras empresarial) o índice de sentimiento empresarial. encima de los 50 puntos representa un escenario muy positivo, lo que posiciona a la economía española en perspectiva optimista para 2018. 70  El Banco Mundial estimó en sus últimas previsiones económicas que 2018 será el primer año, desde la crisis financiera, en el que la economía mundial funcionará cerca de su plena capacidad productiva. 69  Por

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fallido intento secesionista en Cataluña. La cumbre de Davos de 2018 ratifica el buen momento atribuido al crecimiento mundial. Unas 120 economías, alrededor de las tres cuartas partes del PIB mundial, han crecido sustantivamente en 2017, hasta el punto de constituirse en el crecimiento global sincronizado más amplio desde 2010.71 A ello han contribuido el crecimiento del consumo (2,5% a/a) y la inversión (5,6% a/a) que sostienen desde la demanda privada un sólido crecimiento positivo, acompañada de un dinamismo aceptable del consumo público (2,4% a/a). Por el contrario, el ahorro de los hogares cayó al 5,7% de los ingresos, el nivel más bajo desde el inicio de la crisis. La construcción es el sector más dinámico, tanto en nuevas viviendas como en rehabilitación. El número de afiliados en la construcción se incrementa a tasas anuales de cerca del 6%. La industria también se está acelerando y genera empleo a tasas elevadas, tan necesarias para cerrar el bucle del paro en nuestro país. El saldo exterior de bienes y servicios muestra una notable mejoría. A diciembre de 2017 las exportaciones sumaban 396,7 millones de euros frente a los 365,7 millones de las importaciones, con un déficit de 31.000 millones de euros, si bien la tasa de crecimiento de aquellas se fijaba en el 5,2% anual frente al 4,4% de estas últimas. Valores positivos marcaban igualmente la balanza por cuenta corriente, la balanza de capitales, la balanza básica y la posición total frente al resto del mundo. El saldo por cuenta corriente se situó en 2017 en 19.800 millones de euros, un gran nivel aunque ligeramente inferior al de 2016. A pesar de la recuperación del PIB, el consumo de las familias sigue 4,8 puntos por debajo de los niveles de 2008. Los avances se resumen en un PIB igual pero con 1,7 millones de consumidores con empleo menos, la mayor desigualdad, el endeudamiento menor y una recuperación del PIB que se apoya más en las exportaciones, que se consumen por el resto del mundo y no en España. Al hacer inventario de la década, el turismo ha tomado el relevo de la construcción como uno de los grandes motores de la economía. En 2007 España recibía 59 millones de visitantes por los 82 con los que cerró 2017. De hecho el sector representa ya más del 11% del PIB. España encadena su quinto año consecutivo con récord de turistas. Los 82 millones de visitantes de 2017 se gastaron un total de 87.000 millones, un 12,2% de aumento con respecto a 2016. Reino Unido fue el país con mayor gasto turístico, el 20,1% del total, seguido por Alemania (14,1%) y Francia (8,1% del total). 71 

IMF (2018): World Economic Outlook Update.

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Empleo Una de las realidades más positivas de la recuperación del ciclo en la economía española es a su vez, la recuperación del empleo perdido. Entre 2012 y 2017 se introdujeron sucesivas reformas del mercado de trabajo, la primera en 2012, la segunda en 2013, y la tercera en 2017. Desde el cuarto trimestre de 2013 se han recuperado 1,6 millones de puestos de trabajo. El paro registrado, que en 2013 se situó en 4,85 millones, es de 3,41 millones a diciembre de 2017, para una población activa de 22,8 millones. La ocupación ha superado por primera vez en los últimos ocho años los 19 millones de personas, a solo 1,6 millones del máximo marcado en 2008 y dos millones largos por encima de sus mínimos de inicios de 2014. La cifra total de desempleados (EPA) se sitúa en 3.731.700. En los últimos doce meses el paro ha disminuido en 589.100 personas. La tasa de paro EPA se sitúa en el 16,38% de la población activa. Los afiliados a la Seguridad Social que en 2013 habían caído a 16,3 millones se han convertido en 18,5 millones a diciembre de 2017. La tasa de paro, según criterio EPA era a finales de 2017 del 16,38% con una tasa de desocupación del 16,38% desde un máximo del 26,94% en 2013. En números de parados: 3,73 millones. Gráfico 15 Afiliación a la Seguridad Social

Fuente:  INE.

La precariedad laboral en términos de empleo temporal y los bajos salarios son las dos principales críticas que se vuelcan sobre las espectaculares cifras citadas. Sin entrar en un análisis más detallado, hay que señalar sin embargo que si bien es cierto que nuestra tasa de temporali© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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dad es más elevada que la de las economías avanzadas (14,4% en la UE en 2016) es menor en la actualidad (26,8 en 2017) que antes de la crisis (34% en 2006)72. No obstante, existen indicios de fraude en la temporalidad, que de corregirse aumentarían la tasa de indefinidos. Gráfico 16 Tasa de paro

Fuente:   INE (paro EPA).

Inflación y competitividad La inflación se moderó en 2017, cerrando en el 1,1% (1,6% en diciembre de 2016), al corregirse el escalón de las mayores subidas de los carburantes del año anterior. También contribuyeron a esta moderación los bienes industriales y los servicios, mientras que los alimentos actuaron en sentido opuesto. El diferencial con la UEM fue negativo (–0,2 puntos vs 0,3 un año antes) y la subyacente registró el mejor cierre desde 2014 (0,8%). La tendencia alcista del petróleo y el impacto de la sequía sobre los alimentos han deteriorado las expectativas de inflación. Si bien ambos registros son similares, 1,5% para la Eurozona y el 1,7% para España, los últimos meses han supuesto una pérdida de competitividad por el referido factor de diferencial de inflación.73 72 Fuente: INE. 34,3% en el 2.º trimestre de 2006 vs. 26,8 en el 2.º trimestre de 2013. También: Banco de España (2018): La recuperación de la economía española (en relación al ratio de temporalidad). 73  El consenso de mercado sitúa el IPC en el 1,6% en 2018 y en el 1,7% en 2019. Cf: En la rúbrica de competitividad debe considerarse la Ley de Mercado Único que pretende superar las distintas normativas de las comunidades autónomas, un obstáculo sin sentido a los libres flujos de bienes y servicios.

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Además del análisis de la competitividad solamente por vía diferencial inflacionista, el Índice de Coste Laboral Armonizado (ICLA)74, sitúa a la economía española en una posición ventajosa.75 Con base 2010  =  100 el índice relativo de costes laborales unitarios frente a la OCDE se situaba por debajo de 90 significando ganancias de competitividad con su incidencia positiva en la actividad exportadora y en la actividad industrial. Gráfico 17

Fuente:  OECD Economic Outlook, Volume 2017 Issue 2.

Presupuesto público y saldo fiscal En 2017 se produce otro hito significativo para la normalización económica. La Agencia Tributaria ha recuperado los niveles de recaudación alcanzados inmediatamente antes de la crisis. Dicho de otra manera, si en 2007 los ingresos tributarios centrales totales ascendieron a 200.676  millones de euros, en 2017 se han alcanzado los 200.963  millones. Es decir, un incremento modesto, apenas 287 millones de euros, pero significativo, porque se trata de la mayor recaudación obtenida nunca por el Estado en términos corrientes.

74  75 

Que mide el coste laboral por hora trabajada. Ministerio de Economía, Industria y Competitividad (2018): Spanish Economy Report. 2017.

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Gráfico 18 Necesidad de financiación de las Administraciones públicas

Fuente:  Caixabank Research y Ministerio de Economía y Competitividad.

Los datos de ejecución presupuestaria de las Administraciones públicas han conducido a fin de año al logro del objetivo de déficit pactado con Bruselas del 3,1% del PIB (3,07%). En particular, el déficit de la administración central se situó en el 1,1% del PIB lo que supone una mejora de casi un punto porcentual en relación al registro de 2016. Ello anticipa la buena noticia de que en 2018 España abandonará el reducido grupo de países sometidos a la vigilancia del procedimiento de déficit excesivo y cumplirá con la regla de oro fiscal del pacto de estabilidad y crecimiento de la Unión Europea. En 2012 el déficit público gubernamental era del –10,47% del PIB del periodo. El ajuste ha sido extraordinario y el esfuerzo realizado por la sociedad española impagable. No obstante conviene recordar que a lo largo de la crisis no ha habido recortes sociales como suele escuchase con frecuencia. Los recortes han tenido lugar en otras partidas presupuestarias, como puede leerse en la serie del gasto presupuestario total de las tres administraciones públicas entre 2007 y 2017. Sanidad, educación y protección social registran incrementos entre ambas fechas, en particular, como es comprensible los incrementos en la ultima rubrica de protección social.76 76  El fuerte aumento de la recaudación de origen cíclico permitirá que la política fiscal de reducción del déficit sea neutra y se deba exclusivamente a la variación cíclica hasta alcanzar los porcentajes de déficit del 2,3% en 2018 y del 1,7% en 2019. Cf. BBVA Research (2018): Infografia_Situacion-Espana_1T18-v4-1

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Gráfico 19 Distribución funcional del gasto público agregado

Fuente:  Ministerio de Hacienda y Función Pública. Presupuesto generales del Estado 2018 (2018).

Endeudamiento A diciembre de 2017, la deuda pública española sumaba 1.144.298 millones de euros, equivalentes al 98,3% del PIB, aunque el objetivo era del 98,1%. En 2007, en la antesala de la crisis, dicho porcentaje se cifraba en el 35,6% del PIB. De este punto hablaremos en el cierre de este comentario. Mientras haya déficit fiscal la deuda pública sigue engrosándose. La deuda pública se incrementó en 37.424 millones en 2017 lo que supone un 3,4% más que en el ejercicio anterior. La deuda seguirá aumentando en 2018 aunque en términos del PIB puede flexionar dado el aumento que está experimentando esta última variable. Por el contrario, la deuda del sector privado sigue reduciéndose. En el cuarto trimestre de 2017 la deuda de los hogares y de las sociedades no financieras siguió su tendencia descendente hasta situarse en el 60% y en el 76,8% del PIB respectivamente. Estos niveles pueden equiparse a los de la Eurozona y muestran la buena tendencia del desapalancamiento deseado del sector privado.

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Gráfico 20 Endudamiento privado

Fuente:  Banco de España, Pablo Hernández de Cos. 2018.

Crédito La evolución del crédito también ofreció en 2017 signos halagüeños. No nos referimos al stock de crédito global que ha registrado un notable desapalancamiento en el sector privado desde mediados de la crisis, como ha quedado señalado. La deuda en este sector se ha reducido en 49 puntos porcentuales de PIB, desde el máximo alcanzado a mediados de 2010 hasta 2016. El nuevo crédito bancario en relación a igual mes del periodo anterior evoluciona favorablemente. Al cierre de ejercicio, el nuevo crédito hipotecario a las familias creció un 17% anual y el nuevo crédito al consumo al 18,5%. En la compra de vivienda, sin embargo, la amortización de deuda suma más que los nuevos créditos. Más atrás quedan los registros de pymes con un aumento del 9% y de las grandes empresas (0,5%), que empiezan a recuperarse. Por otra parte, la tasa de morosidad bancaria sigue su senda de desace­le­ra­ción hasta situarse en diciembre de 2017 en el 8,1%, equivalente a 125.000 millones de activos dudosos. El dato avala el esfuerzo de la Banca para sanear sus balances dentro de la importante reforma acometida en el sector. La cita de elementos coyunturales de signo positivo podría resultar interminable. Como colofón a este apartado es obligado reportar la subida de un escalón en el rating soberano por parte de la agencia de cali© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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ficación Fitch77. De esta manera se recupera la nota A, perdida en 2012, en plena cresta de la recesión, y todo apunta a que la subida será acompañada en breve por el resto de agencias de rating. Ello resume la creciente confianza internacional en la economía española y el aval a corto plazo de los inversionistas interesados en adquirir riesgo España 78. Acorde con este suceso, la prima de riesgo española vuelve a cotizar por debajo de los cien puntos básicos.79 6.  2018 Y MÁS: UN FUTURO INCIERTO Según todos los pronósticos, los de las casas de estudio privadas así como las de los organismos públicos nacionales e internacionales, 2018 continuará en la sólida senda expansionista de los tres años anteriores. No nos detendremos en pormenorizar el cuadro macroeconómico de los próximos años, sino que dedicaremos un último capítulo a detallar los puntos débiles de la economía española en los meses venideros. De su evolución favorable o adversa dependerá que en verdad, la crisis económica sea un amargo capítulo de la historia económica del pasado o que, alternativamente, siente las bases de una consolidación social inestable y potencialmente peligrosa. Tal vez baste señalar de forma genérica que la continuidad de las políticas de oferta y de las refor­mas estructurales es una opción no negociable, y que el Gobierno no debería caer en la complacencia desaprovechando el vigoroso despegue que acomete en estos momentos la economía española. De todas ellas la reforma política de la mejora y consolidación del conocimiento en su más amplio sentido constituye un pilar fundamental. Conocimiento en todos los estadios de la enseñanza básica, superior y universitaria. Conocimiento actualizado en la nueva clave de la formación continua y conocimiento inducido a través de un vigoroso empujón a la inversión en I+D+i en la que España mantiene una posición poco ventajosa en el concierto de los países desarrollados. Pero muy en particular el cierre de estas rápidas pinceladas de lo que hemos titulado como una década perdida reclama una llamada de atención a tres problemas candentes, a saber: el problema de las pensiones públicas, el del desempleo estructural y el de la deuda pública. Nin77  A principios de enero de 2018. El 23 de marzo Standard & Poor's lo subió a A– con perspectiva positiva, y el 13 de abril de este año Moody's lo ha elevado de Baa2 a Baa1. 78  En julio de 2017, Fitch confirmó la nota «BBB+», nivel que mantenía desde 2014, por la incertidumbre sobre Cataluña y el escaso apoyo parlamentario del Gobierno. 79  68,7 puntos básicos en febrero de 2018.

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guno es más importante que el otro y los tres revisten una importancia crítica.80 Pensiones Como es de dominio público, las pensiones en España registran en este momento un déficit insoportable (17.209 millones de euros en 2017) que incluso ha esquilmado la llamada «hucha de las pensiones», el fondo que sucesivos superávits presupuestarios del pasado fueron acumulado para atender contingencias futuras. La práctica extinción del fondo y el déficit estructural corriente han conducido a una decisión heroica tan solo unos meses atrás: la paga extraordinaria de fines de año de 2017 y el adelanto de 2018 se ha financiado mediante la apelación al Estado, lo que equivale a decir que la prestación navideña de los jubilados y las dotaciones de 2018 se han realizado mediante la emisión de deuda pública. Este asombroso suceso no ha despertado la atención que sin duda merece y no ha hecho sino añadir una dificultad adicional a los ya sobrados problemas que se debaten en el foro de los pactos de Toledo, sin que se vislumbre avance sustantivo en la formulación de propuestas realistas y consensuadas. Al día de hoy, el sistema de reparto aplicado a las pensiones en España es inviable y aunque a corto plazo sus necesidades serán sin duda atendidas desde los presupuestos generales del Estado, no se distinguen medidas concretas para su reflotamiento y estabilización. En este contexto nacen propuestas que sugieran la vuelta —si bien parcial y progresiva— a sistemas de capitalización dentro de una estrategia múltiple para hallar un nuevo equilibrio razonable de los actuales pensionistas, y también de los pensionistas del futuro. Las voces no solo surgen de entre nuestros especialistas sino que comienzan a tener cuerpo en las normativas de otros países, dentro y fuera de la Unión Europea. 80  El entorno vendrá influido por otros elementos complementarios. De una parte se retirarán los impulsos monetarios y se normalizará la política monetaria (viento de cola), de modo que habrá que ver si la economía puede seguir creciendo en un escenario de tipos más altos. En segundo lugar será un año en el que China tendrá que resolver la encrucijada de su creciente nivel de endeudamiento, aspecto que preocupa a los analistas económicos. Finalmente los precios del petróleo pueden volver a subir con lo que se atenuará otro de los llamados «vientos de cola». En abril de 2018 David Lipton, primer subdirector gerente del FMI, ha instado a las autoridades españolas a llevar a cabo más ajustes fiscales y dotar de una mayor flexibilidad al mercado laboral. El tema se agrava con las maniobras proteccionistas del presidente Trump.

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Simplificando su contenido, el nuevo diseño podría apoyarse en tres pilares que constituyen con funciones distintas y complementarias el posible futuro edificio de unas pensiones sostenibles. El primero consiste en la traslación gradual y paralela de las contribuciones de los actuales trabajadores activos a una especie de plan de capitalización privado. Se dice «una especie» porque lo es únicamente a efectos teóricos y contables, de tal modo que aunque sus contribuciones se vuelquen en el fondo común (de reparto) se anoten separadamente en una cuenta individual denominada cuenta «nocional». Llegado el momento de la jubilación, y con cargo a la caja única, se asignaría actuarialmente una cuota personalizada al beneficiario, que constituiría su pensión personal vitalicia. El segundo pilar descansa en la apelación a la previsión social complementaria o privada. Naturalmente la construcción de esta segunda columna está afectada por dos consideraciones significativas. Una, que no todo el mundo podrá permitírsela en función de las rentas y capacidad de ahorro disponibles. La segunda, que esta propuesta debería ir acompañada de algunos apoyos públicos que la hagan fiable en primer término y rentable en segundo. Como sucede en alguna normativa del entorno europeo, los capitales invertidos podrían estar garantizados por el Estado. Paralelamente estos planes deberían de gozar de una fiscalidad atractiva de la que carecen en la actualidad. Fondos y EPSV suponen simplemente un diferimiento fiscal pero carecen de estímulo alguno que los haga especialmente atractivos. El tercer pilar reside obviamente en el brazo protector del Estado que deberá garantizar unos umbrales de pensiones mínimas, y en base a ellos otorgar los complementos necesarios. Antes con impuestos que con endeudamiento. La derogación de las reformas de 2011 y 2013, que pretenden algunas formaciones políticas no haría sino ahondar la insostenibilidad del sistema. Muchas otras incongruencias —destaca la descabellada contributividad del modelo— tendrán que ser abordadas igualmente de forma urgente. Pero todo indica, como se desprende del ejemplo de países de nuestro entorno, que las pensiones del futuro descansarán en los tres pilares descritos. Deuda pública La deuda soberana española rebasa a finales de 2017 el billón de euros y se sitúa en el 98% de nuestro PIB. Se trata de una deuda pública relativamente bien gestionada —es justo reconocerlo— ya que la vida me© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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dia se sitúa en los 7,13 años y el coste medio en el 2,55% anual. Más aún, durante meses continuados hemos asistido al insólito espectáculo de poder financiar los vencimientos inferiores a tres años, a tipos negativos.81 Gráfico 21 Coef and life of debt: longer tenors at historically low rates

Fuente:  Tesoro público (2017): funding Programme for 2018 & Economic Policy.

¿Por qué entonces preocuparse? ¿Por qué hacer caso de las repetidas advertencias de los organismos supervisores si el riesgo soberano español goza de un predicamento relativamente alto entre los inversores nacionales y extranjeros? Por tres razones que se olvidan con pasmosa facilidad y que señalan los límites de la sostenibilidad de la deuda pública española. La primera es que el exorbitante importe de nuestra deuda pública provoca un pago de intereses anuales del orden de los 32.000 millones de euros, cercano al presupuesto de educación (48.000 MM) y casi una cuarta parte de los pagos anuales por pensiones (144.834 MM). Reducir el coste del servicio de la deuda permitiría reforzar, en consecuencia, la asignación a otras rúbricas presupuestarias de gran importancia. La segunda pasa por reconocer que los intereses que España paga ahora mismo por su deuda son sencillamente irreales y no responden a ningún precio de mercado. Sin llegar al extremo de 2012 en que el mercado exigía para el bono público español un tipo del 7,5%, un tipo «natural» que podríamos situar a modo de ejemplo en el 4%, supondría una elevación drástica de la partida presupuestaria de servicio de la deuda, en perjuicio de otras partidas. La razón de este espejismo se llama Mario Draghi que tiene artificialmente intervenido el mercado hasta que se canse de hacerlo. ¿Qué pasará entonces? 81  Tesoro Público (2017): Funding Programme for 2018 & Economic Policy. El servicio de la deuda pública ha ascendido en 2017 a 32.171 millones de euros.

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La tercera razón reside en la credibilidad internacional. En la medida en que vuelva a repetirse el grave escenario de 2012, los mercados simplemente no se creerán que España pueda devolver su deuda, pudiendo cerrarle el grifo de nuevas financiaciones como sucedió en aquella ocasión. Escuchemos al FMI y mejor aún a nuestro más elemental sentido común. Es necesario contener primero, y reducir después nuestra desmesurara deuda total. Para ello se precisa criterio, disciplina y también un vigoroso crecimiento económico que facilite la amortización. El crecimiento es la doble llave de la reducción del endeudamiento y de la creación de empleo. Debemos aprovechar el rebufo irrepetible de los vientos de cola que nos empujan, para proseguir en la línea de reforma de las estructuras productivas y consolidar la recuperación de los estragos de esta crisis, contenida pero aún no superada. A diciembre de 2017 AIReF realiza una extrapolación halagüeña. A­IReF proyecta una disminución gradual de la ratio de deuda, donde se retrasaría la consecución del valor de referencia del 60% del PIB —del pacto europeo de estabilidad monetaria— para el conjunto de las AAPP, por lo menos, hasta 2035. El principal factor determinante de la dinámica decreciente en el medio plazo sigue siendo la corrección del déficit estructural y la generación de superávits primarios82 Gráfico 22 Dinámica de la deuda y determinantes. Escenario neutral (% PIB)

Fuente:  INE, IGAE, Banco de España y estimaciones AIReF. 82  AIReF, Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal. Nota de prensa 26/12/17. Observatorio de Deuda Pública del tercer trimestre 2017 y actualización del DataLab. No obstante, la AIReF señala en abril de 2018 que la reducción de la ratio de deuda sobre PIB en 2017 ha sido baja teniendo en cuenta la positiva evolución macroeconómica del país. Cf.: A­IReF (2018): Observatorio de la deuda del 4.º trimestre de 2017. Nota de prensa 6/4/2018.

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Empleo El paro frena nuestra producción potencial, representa una perniciosa infrautilización de recursos y mide la gente que quiere trabajar de forma remunerada sin lograrlo. No todas las causas por las que una persona activa se halla involuntariamente ociosa son iguales. El paro posee varias caras y aunque ninguna es risueña, una es especialmente repulsiva. La Ley de Okun nos enseña que cuando crece la actividad económica también mejora el empleo y a la inversa, cuando la coyuntura es adversa y el PIB se adentra en terreno negativo, el empleo se destruye proporcionalmente a la amplitud de dicha caída. En ambos casos, actividad económica y empleo están sujetos a una relación cíclica o coyuntural, de modo que los desempleos registrados en una fase de recesión tienen un carácter cíclico. Es igualmente cíclica la recuperación del empleo en época de expansión económica. Desde el primer trimestre de 2013 hasta hoy se han rescatado aproximadamente 2,5 millones de empleos, que en principio tienen el carácter de cíclicos o coyunturales. El verdadero problema surge al afrontar el llamado «paro estructural» y con él la capacidad de la economía española para recuperar un nivel de ocupación decente, adecuado con nuestra pertenencia a Europa y a la reputación de España como país desarrollado. Los 6,2 millones de parados de 2013 (tasa de paro del 26,94%) se han reducido hasta 3,7 millones (tasa de paro del 16,38%) a diciembre de 2017. Pero lejos quedan aún los registros del segundo trimestre de 2007 con 1,7 millones de parados y una tasa del 7,93%83. La pregunta crítica es: cuáles son las causas de un mercado de trabajo tan ineficiente84 y si puede seguir reduciéndose el nivel del desempleo ac83  Según BBVA Research son varios los problemas estructurales que afectan al mercado de trabajo en España. Comenzando por el tipo de desempleo estructural del 15,5% como promedio, y siguiendo por la volatilidad cíclica del paro, la alta tasa de parados de alta duración, el ajuste del paro siempre por vía de puestos de trabajo y no de ajustes de salarios ni del número de horas trabajadas (a diferencia de Alemania), alta tasa de trabajo temporal, brecha salarial manifiesta, ausencia de mini-jobs y trabajo a tiempo parcial, alto paro juvenil, diversidad de desempleos regionales y manifiesto problema de baja o nulo crecimiento de la productividad laboral y de la productividad total de los factores. Cf. BBVA Resarch (2017): The Spanish Labor Market: Reform Achievements and Challenges. 84  Otras causas de un mercado laboral ineficiente y poco inclusivo son las siguientes: un sistema de negociación colectiva ineficiente (sin vincular salarios y productividad de la empresa); estructuras salariales rígidas indexadas a la inflación; dualidad entre trabajadores fijos y temporales; estructura fiscal poco favorable al empleador; desajuste entre puestos vacantes y capacidades disponibles en el mercado; políticas laborales inadecuadas o ineficientes; otras ineficiencias en la economía (regulaciones, competencia en los mercados de productos; tamaño de las empresas; instituciones). Fuente: BBVA Resarch (2017): The Spanish Labor Market: Reform Achievements and Challenges.

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tual. Si atendemos al Gobierno de la nación, las previsiones enviadas a Bruselas en el Plan de Estabilidad 2017-2020, contemplan una rebaja de la tasa de paro hasta el 11,2% al final de dicho periodo, una caída de 16 puntos en el nivel de desempleo en relación al peor momento de la crisis, en 2013, aunque lejos de los mínimos de 2007. No obstante, estos objetivos chocan de lleno con algunos estudios publicados recientemente, en particular con uno de la Comisión Europea que cifra nuestro paro estructural en el entorno del 16% de nuestra población activa, apenas unos millares de recorte adicional sobre nuestro desempleo actual. El desempleo estructural es independiente de la evolución del ciclo y representa un desajuste insalvable a corto plazo entre la oferta disponible de los trabajadores en paro y los requerimientos que los cambios tecnológicos y otros imponen a la demanda del empleador para incrementar su producción. Entre estos figura la falta de cualificación de la mano de obra ociosa e igualmente del insuficiente atractivo ofrecido por el marco laboral, fiscal o social que desalienta la nueva contratación. Gráfico 23 Tasa de paro y tasa de paro estructural, según la Comisión Europea

Fuente:  CaixaBank Research, a partir de datos de la Comisión Europea.

El desempleo estructural se identifica en la literatura económica con una tasa que no provoque aceleración de salarios o inflación (NAWRU, o NAIRU en sus acrónimos ingleses, respectivamente) en © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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condiciones de equilibrio de mercado. También se identifica con una tasa «natural» de desempleo85. Conviene en este contexto señalar que el promedio histórico de la tasa de paro EPA entre 1979 y 2016 se sitúa en el 16,4%. Así las cosas, la tasa de paro estructural de la economía española en la actualidad podría estar próxima al 14%-16%86. ¿Existe alguna vía de escape al dilema planteado? A corto plazo, la tasa de desempleo podría descender por debajo de la tasa estructural en un escenario de repunte inflacionista o si algunos sectores de reducido valor añadido se viesen agraciados con una nueva aceleración. En particular el autoempleo y crecimientos significativos en el PIB turístico o de la construcción alentarían una rebaja del paro estructural. Alternativamente, la contratación pública abre una espita a la creación de empleos por criterios no estrictamente sujetos a las reglas del mercado87. A medio plazo, sin embargo, otros factores habrán de jugar un rol más importante. Más allá de la flexibilización del mercado de trabajo o de su acompañamiento con beneficios fiscales, sociales o monetarios, el principal pasaporte hacia la plena ocupación se halla en una revolución cultural en el más amplio de los sentidos que multiplique las habilidades y la competitividad de los trabajadores, adelgace la oferta productiva del país y consiga, por el tirón de una demanda adicional, promover la contratación de nuevos trabajadores88. 85  Caixabank Research (2017): El paro estructural en España. Informe mensual. 26 de abril de 2017. De acuerdo con la Comisión Europea, la tasa de paro no aceleradora de los salarios de la economía española se situaba en el 18,4% de la población activa a cierre de 2015, frente a una tasa de paro observada del 22,1%. Sus estimaciones para 2016 y 2017 sitúan la tasa de paro estructural en el 17,4% y 17,2%, respectivamente, muy próximas del 18,6% con el que se cerró 2016. Por su parte, la OCDE, en uno de los últimos documentos publicados, situaba la tasa de paro estructural de la economía española en el periodo más reciente en el 15,7%. Cf.: Comisión Europea (2017): European Economic Forecast. Winter 2017. OCDE (2016): Economic Outlook n.º 100. Noviembre 2016. Sin embargo, El Banco de España, con sus proyecciones macroeconómicas para la economía española (2018-2020) sitúa la tasa de paro en el 11% al final de 2020. Cf.: Banco de España: Proyecciones macroeconómicas. Marzo 2018. 86  R omero, María y F uentes, Daniel (2017). «Tasa de paro estructural en la economía española: estimaciones, consecuencias y recomendaciones». Cuadernos de Información Económica. Modelos de negocio y desafíos de la Banca europea (marzo-abril); n.º 257, marzo de 2017. 87  BBVA Research sitúa el crecimiento del empleo (EPA) en el 2,5% (2018) y el 2,0 (2019), con una creación de 402.000 y 315.000 nuevos puestos de trabajo respectivamente. Con ello las tasas de paro serían del 15,3% a finales de 2018 y el 14% a finales de 2019. Cf. BBVA Research (2018): Infografia_Situacion-Espana_1T18-v4-1. 88  El Consejo de Ministros ha dado luz verde recientemente a un conjunto de medidas para impulsar las políticas activas de empleo a través de la Estrategia de Activación para el Empleo 2017-2020, con la que se renueva la anterior estrategia (2014-2016).

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Con esto damos por finalizado el breve resumen de la grave crisis padecida en España, aquella que ha convertido —sin exageraciones literarias— la década de 2008 a 2018 en una década perdida. REFERENCIAS AIReF, Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (2017): nota de prensa 26/12/17. Observatorio de Deuda Pública del tercer trimestre 2017 y actualización del DataLab. Banco de España (2013): «La Reforma Laboral de 2012: un primer análisis de algunos de sus efectos, Boletín Económico, septiembre. Banco de España (2017): Boletín Estadístico, diciembre de 2017. Banco de España (2017): Informe sobre la crisis financiera 2008-2014. Banco de España (2018): La recuperación de la economía española. BBVA Research (2014): Situación global y España, febrero de 2014. BBVA Resarch (2017): The Spanish Labor Market: Reform Achievements and C­hallenges. BBVA Resarch (2018): Infografia_Situacion-España_1T18-v4-1 BBVA Resarch (2018): Situación España 2T 2018, Abril 2018. Bogdan G.L., Van (2004): «The failure of Optimum Currency Areas Analysis». The Quarterly Journal of Austrian Economics, Vol. 7, No. 2 (Summer 2004), pp. 29-42. Burns, A.F. y Mitchell, W.C. (1946): Measuring Business Cycles. Published by National Bureau of Economic Research in New York. Caruana, J. y Narain, A. (2008): «Una Banca más solvente». IMF. Finanzas y Desarrollo. Junio de 2008. Dolado, J.J. (2012): «The Pros and Cons of the Latest Labour Market Reform in Spain», Spanish Labour Law and Employment Relations Journal, Vol. 1, No. 1-2: 22-30. Feely, K. (2008): Causes and Consequences of the Wall Street Crisis. Center of Concern. Washington D.C. Felgueroso, F. y Jansen, M. (2016): Mientras discutimos sobre la derogación de la reforma laboral. Nada es Gratis. 29.1.2016. Financial Stability Forum (2008): Report of the Financial Stability Forum on Enhancing Market and Institutional Resilience. Abril de 2008. Funcas (2012): «Crisis y reformas de la economía española». Papeles de Economía Española, n.º 133. García Pérez, J.I. (2016): «El efecto de la Reforma Laboral de 2012 sobre la dualidad y el empleo: cambios en la contratación y el despido por tipo de contrato». FEDEA Policy Papers no. 2016-06, Madrid. García Pérez, J.I. (U. Pablo de Olavide & FEDEA) (2015): Marcel Jansen (U. Autónoma de Madrid & FEDEA). Fedea Policy Papers — 2015/04. «Reforma laboral de 2012: ¿Qué sabemos sobre sus efectos y qué queda por hacer?» García Pérez, J.I. y Jansen, M. (2015): «Un balance de los efectos de la reforma laboral de 2012». Cuadernos de información económica, n.º 246. International Monetary Fund (2018): World Economic Outlook Update. International Monetary Fund (2012): World Economic Outlook 2012. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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Selección de artículos

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La vida en rosa. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Difícil papeleta. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ¡Europa, Europa!. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Diga «sí», señora Merkel. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Finanzas contra finanzas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La nueva normalidad. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Crisis y recaída. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ¿Por qué nadie predijo la crisis? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Lecciones de la crisis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Un billón con fronteras. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Bancos, sí; zombis, no. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ¿Acoso o huida? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Capitalismo 3.0. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Otro G20 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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La vida en rosa El Producto Nacional Bruto (PNB) es la medida de los bienes y servicios finales generados por una economía en un periodo dado. Equivale al valor añadido agregado por todos los estadios de la producción. Dividido por el número de habitantes arroja el producto per cápita. Coincidiendo con el aniversario de la quiebra de Lehman Brothers, Nicolas Sarkozy, que meses atrás había preconizado baldíamente la refun­da­ción de Bretton Woods, propuso el derrocamiento del legendario índice. «La religión del número —denuncia— es una forma de no hablar nunca de las desigualdades», para continuar convocando a los líderes mundiales a una «revolución» en la forma de estimar el progreso. Segundas intenciones aparte, hay que conceder al mandatario galo el beneficio de la coherencia. No en vano, a comienzos de 2008 había auspiciado una «Comisión para la medición del desarrollo humano y del progreso social» copresidida por dos pesos pesados de la economía social, nada menos que los nobel Joseph Stiglitz y Amartya Sen, cuyos trabajos se hallan en curso. La profesión económica lleva lustros preguntándose por la efectividad de un registro que surgió en Estados Unidos para evaluar el éxito de las acciones emprendidas para paliar la gran recesión del 29. Nadie le confirió entonces el carácter de medidor del bienestar. Como baremo económico, el PNB cuenta con determinados atributos que garantizan su supervivencia. Está exento de juicios de valor, lo que permite una interpretación inequívoca de su significado aunque este sea parcial o incompleto. En su asimetría se revelan otras de sus bondades. Al desplomarse su valor e incurrir la economía en recesión, el malestar traducido a desempleo y pobreza activa una alerta tan dramática como insustituible. En los países más desasistidos, incrementos del indicador se asocian muy favorablemente a la cobertura de necesidades perentorias. En estas propiedades descansa su validez relativa. Por su lado, las críticas son tan antiguas como el propio concepto. A fin de cuentas se trata de una medición de transacciones monetarias, lo que revela sus tres principales deficiencias. La primera que presta poca o ninguna atención a aspectos de distribución y a elementos de la actividad humana para los que no exista mercado ni, en consecuencia, precios relativos. La segunda, que mide flujos productivos y que, por ello, ignora el impacto en las masas de riqueza, en los recursos naturales y en el medio ambiente. Finalmente, se abstrae de temas tan heterogéneos como la problemática de género o el grado de dispersión y distribución de las rentas. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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El PNB no distingue entre actividades provechosas o nefastas para el desempeño económico. La reconstrucción de una gran catástrofe, el tráfico de armas o el trazado de un viaducto de flagrante impacto ambiental se añaden asépticamente a su cálculo. Los atascos de una hora punta aumentan el consumo de gasolina y por tanto el producto global. Pero es a costa de un modelo regresivo que no hace sentirse a los conductores más felices ni más ricos. Son muchas las reacciones a estas notables carencias. La más emblemática la creación por Naciones Unidas en 1990 del Índice de Desarrollo Humano (IDH) que combina el uso del PNB en términos de paridad de poder adquisitivo con determinados itinerarios de salud, longevidad y ratios básicos de educación. Aunque es una de las pocas que se compila regularmente, tampoco esta guía sintetiza la totalidad de la información del desempeño económico. En 1992, la «Cumbre de la Tierra» introdujo indicadores determinantes para el seguimiento de la sostenibilidad. Una incursión orwelliana nos acerca a la «Felicidad Nacional Bruta» (FNB). El término se acuñó en 1972 por el rey de Bután quien, desde niveles de indigencia, se comprometió a reconstruir una economía bajo estándares budistas. Actualmente, un plan quinquenal vigila a través de 72 indicadores el nivel de felicidad de los 700.000 súbditos que componen la nación. Bután, con éxito incierto, hace el número 132 de 182 en el IDH. En resumidas cuentas, malamente se conseguirá reemplazar al PNB, el viejo índice testigo del rescate mundial tras la gran depresión, aunque su complemento constituya algo más que un deseo elogiable para erigirse en una prioridad que discurra en paralelo al uso de la contabilidad nacional. Pero no nos hagamos trampas al solitario. Arrinconado el utilitarismo y los postulados neoclásicos de la «economía del bienestar», la felicidad es inmensurable, no admite comparaciones y resulta intransferible. Edith Piaf la enjauló nostálgicamente en «La vida en rosa». Fausto, con dudosos retornos, entregó su alma a cambio de ella, pero como noción abstracta seguirá resistiéndose, frágil e insobornable, a la medición de las ciencias sociales. (8 de noviembre de 2009)

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Difícil papeleta La dramática situación que atraviesan los países periféricos europeos —España incluida— se viene atribuyendo a que, desde la entrada en el euro, y a la estela de unos tipos bajos, créditos permisivos y liquidez abundante, estos han vivido «muy por encima de sus posibilidades», burlando frívolamente la pautas de moderación que otros han observado disciplinadamente. De ahí que ahora deban purgarla, hasta situarse en lugar y ritmo acorde a sus posibilidades reales. ¿Es aplicable a España esta interpretación descalificadora, que empuja al país no solo al pozo de la crisis sino al descrédito internacional? La respuesta es sí y no. La tormenta de la Eurozona se desata con la crisis subprime americana de 2007. Inicialmente, España, en particular su sistema financiero, gozó de la enorme fortuna de no verse alcanzada por las explosiones de activos tóxicos exportados por Wall Street. Hasta ese momento el grado de cumplimiento de los Pactos de Maastricht por parte de España fue sencillamente modélico. Pero entretanto, en los sótanos de la Eurozona, su naturaleza contradictoria iba intensificando las disparidades, dividiendo al área en países periféricos y países centrales. La competitividad es un término relativo de ránking o clasificación, sin llegar a ser un juego de suma cero. En todo caso, los primeros iban perdiendo posiciones en relación a los segundos, al tiempo que permanecían confinados a una rígida disciplina monetaria y fiscal. Como resultado, entre otros, de eficiencias diferentes, los países del núcleo central registran superávits sustanciosos por cuenta corriente, réplica de los déficits acumulados por los de la periferia. A su vez, los déficits por cuenta corriente se financian con flujos de capitales del resto del mundo, bien del sector privado, bien del público. Debido al corsé impuesto por el «Pacto de Estabilidad y Crecimiento» sobre los Estados, los déficits por cuenta corriente se han financiado sobre todo con deuda suscrita por el sector privado. Significa esto que, con un endeudamiento público moderado, España llegó a acumular una cuantiosa deuda privada —el 57% del total—, que financió entre otros el boom inmobiliario. La suma de la deuda bruta total, privada más pública, asciende a 1,7 billones de euros, el 164% del PIB, la sexta en el ránking mundial. Este desequilibrio externo constituye una grave vulnerabilidad en escenarios internacionales de pérdida de confianza. Pero, hay que subrayarlo, la actuación del sector © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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público, la única reglada por el Tratado de la UE, se sitúa confortablemente en la media de la Eurozona. La distinción entre ambos tipos de deuda no es trivial. Mientras que las instituciones privadas se inscriben en una dinámica mercantil acotada, la deuda pública representa pasivos exigibles de gran incidencia sistémica, al computarse como «riesgo cero» y representar el núcleo de los balances del sistema bancario mundial. Los criterios de déficit presupuestario y ratio de deuda estatal postulados en el Pacto de Estabilidad han sido cumplidos por España religiosamente hasta el inicio de la crisis. Es a partir de 2008, cuando el déficit progresa desde el –5% hasta el –11,2% en 2009. Y lo hace secundando las consignas del G20 de Washington y de Londres, activando estabilizadores automáticos y adoptando políticas de gasto compensatorio. ¿Es esto despilfarro? Más aún, de la cifra récord de déficit del –11,2%, la mitad responde a la brutal caída de los ingresos fiscales, consecuencia del descenso de actividad y aumento del paro. Nuevamente: ¿obedece este hecho a algún tipo de picaresca o frivolidad? Sin el estallido de la burbuja inmobiliaria, que dejaba definitivamente al descubierto el profundo desequilibrio de nuestro modelo productivo y a la posterior secuencia de crisis bancaria, crediticia, real y de deuda soberana, la economía española seguiría figurando en el cuadro de honor de la UE. Las medidas de austeridad adoptadas en Toronto, remachadas en la cumbre del pasado día 9, no han hecho sino agregar paro y conflicto a la situación que padecemos. Si, como se prevé, la austeridad se acompaña de una mayor liberalización, la distribución de la renta proseguirá su desplazamiento a costa del trabajo en favor del capital. El pecado de la economía española no proviene solo de los déficits acumulados por cuenta corriente. Afecta, sobre todo, al modelo productivo, educativo, de I+D+i, demográfico y consuetudinario que evidencia notorios retrasos o debilidades en comparación con los socios centrales de la Eurozo­na. Por ello mismo, a corto plazo, son muy escasas las medidas a nuestro alcance para salir de la crisis. Acometer una «devaluación fiscal», a sabiendas de que la competitividad no se logra reduciendo solo los salarios reales. Y sanear de una vez el sistema financiero, condición indispensable para restablecer el flujo del crédito, actualmente colapsado. El señor Rajoy tiene ante sí una papeleta muy difícil. (19 de diciembre de 2011) © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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¡Europa, Europa! No había lugar para sorpresas ni tiempo para dilaciones. En apenas 12  horas, los jefes de Estado y de Gobierno de la Zona Euro han suscrito una «Declaración» a la que se espera se adhieran el resto de países de la UE con la destacada excepción del Reino Unido. Una Declaración que reproduce fielmente el guion de la carta que la canciller alemana y el presidente francés dirigían de víspera a Herman Van Rompuy, recogiendo las medidas esbozadas por ambos en la reunión de Estrasburgo. Un dictado «merkeliano», o en todo caso del núcleo duro de la Eurozo­na, que persigue desencallar el crónico inmovilismo comunitario, apuntando a una «Unión de estabilidad presupuestaria» más uniforme y coligada, aunque jurídicamente se haya hecho al margen del Tratado constitutivo. A corto plazo las medidas se orientan a incrementar los recursos financieros para plantar cara a la crisis soberana, para lo que los Estados miembros pondrán a disposición del FMI 200 millardos de euros. El actual Fondo de rescate se accionará de forma inmediata adelantándose a julio de 2012 la entrada en funcionamiento del MEDE, Mecanismo Europeo de Estabilidad, que cuenta con unos recursos de 500  millardos de euros. Los gestionará el BCE. Uno de los acuerdos más destacados es el retorno a la doctrina tradicional de no implicación del sector privado en las posibles contingencias del riesgo soberano, cuya inobservancia ha sido la causa principal del contagio de la crisis de la deuda. Sin polemizar aquí sobre la situación de privilegio que ostenta el sector financiero debido a su incidencia sistémica, la medida reconstruye uno de los pilares de la economía tradicional. Durante decenios las entidades de crédito han comprado deuda soberana bajo el atributo de activo de «riesgo cero», sobre el que aquellas trenzaban la gestión de sus balances, sin consumo alguno de recursos de capital dada la bondad categórica del producto. Esta realidad ha invitado al sistema financiero a responder permanentemente a las necesidades de los Tesoros nacionales estableciéndose de esta manera un maridaje virtuoso entre sector público y entidades financieras privadas. La decisión adoptada el 27 de octubre por la UE para que el sector financiero asumiese una quita «voluntaria» sobre sus posiciones en deuda soberana griega fue el detonador del contagio a Italia y España y finalmente de una convulsión financiera que ha precipitado la celebración de la cumbre del 9 de diciembre. A la vista del restablecimiento del criterio tradicional acordado en ella, la Autoridad Bancaria europea hará bien en revocar la exigencia impuesta a la Banca para que ajuste © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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contra el capital determinadas minusvalías latentes en sus posiciones de deuda pública. Las medidas de medio y largo plazo se centran en un nuevo pacto presupuestario, una nueva —«áurea»— regla fiscal por la que los países miembros traspondrán a sus Constituciones unas normas rígidas sobre déficits estructurales (0,5% del PIB) con mecanismos de corrección y penalización automáticos, bajo la supervisión del Consejo y de la Comisión Europeos. Asimismo, la Declaración avanza en el firme propósito de la coordinación de otras políticas económicas y se espera una propuesta concluyente para marzo próximo. Tal vez se explique en este contexto la decisión del Reino Unido, de ahondar en su trayectoria unilateral. A cambio de no ejercer su derecho de veto, el primer ministro Cameron exigió blindar la «City» londinense frente a cualquier regulación financiera comunitaria, en especial la relativa a una tasa sobre las transacciones financieras. El Reino Unido nunca ha sido ejemplo de profesar un fervor europeísta. Tal vez por ello el resto de países haya juzgado un fracaso menor la abstención británica, y en consecuencia ha habilitado, ante la falta de unanimidad, el vehículo legal de un «acuerdo internacional» —paralelo al Tratado— que deberá firmarse como muy tarde en marzo. Lo grave de todo este asunto es que ahondar en políticas de rigor, de marcado carácter procíclico, tiene un efecto deflacionario de la demanda interna que solamente contribuirá a agravar la crisis y crear una «economía de shock», en expresión de Naomi Klein, que se alzará contra el sentimiento europeo y tal vez concluya con escenarios de violencia y desesperación. Para los países periféricos, el origen del problema yace, añadidamente, en los desequilibrios de cuenta corriente y en la falta de competitividad, cuya corrección apunta a otras políticas compensatorias. Uno está tentado a leer entre líneas y adivinar detrás de la importante batería de medidas adoptadas por el BCE el pasado día 8, que reduce tipos y elimina los riesgos de refinanciación de la Banca para 2012, el comienzo de una intervención más enérgica en el mercado de bonos. Esto sí marcaría el fin del principio. ¿Qué veredicto dictará Standard & Poor’s? ¿Y los mercados? Mañana y el jueves hay subastas de deuda española. (12 de diciembre de 2011)

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Diga «sí», señora Merkel Para atizar la perplejidad ajena no hay como enrocarse en negativas categóricas, con independencia de la bondad de aquello que se debate. La liga de los inmovilistas pertinaces ante la emergencia europea tiene un cabecilla destacado: Angela Merkel. ¿Se trata de una nueva «R­ealpolitik» a lo Otto Von Bismarck, como algunos auguran, para instalar una Europa alemana? ¿O pura pedagogía esperpéntica, la del bombero que comparece impasible ante la casa pasto de las llamas, con el ánimo de enseñar a los niños a no volver a jugar con cerillas? Bien es verdad que las cosas se han complicado hasta el infinito, y que una relajación en el «maratón» actual de la disciplina presupuestaria puede llevar a que los mercados redoblen su repudio a Europa, buscando forrajes favorables en otras praderas, las americanas o canadienses, como ya es el caso. Pero la unión fiscal ya está oficialmente en la agenda europea y habrá que convenir que esta huida hacia la calidad no es consecuencia solo de los abultados déficits de la Eurozona y de los desorbitados costes de su refinanciación, sino también y sobre todo, de la ausencia de una voluntad solidaria y europeísta que salve al Viejo Continente de una deriva incontenida. Hablar de reformas estructurales, de equilibrios presupuestarios o de saneamiento del sistema financiero, los indiscutidos deberes de Europa, nos sitúa en el medio plazo. Pero, ¿qué hace falta para remontar ese otro déficit político y convencer a quienes poseen los resortes del Viejo Continente, de que en la UVI en la que están ingresados muchos periféricos y en la que guardan cola los centrales hace falta una medicina de choque que los estabilice y simplemente evite su colapso y defunción? «Vivimos días críticos», ha reconocido Olli Rehn. Hubo un tiempo, tras la cumbre del G20 de Toronto en junio de 2010, en que se impuso la teoría de una «austeridad virtuosa» y los líderes de la Eurozona firmaron recortes escalofriantes del gasto público, convencidos de que con la recuperación de la confianza de los mercados, el gasto privado pilotaría la nueva prosperidad. Al día de hoy pocos creen en esa doctrina. No, hasta que se resuelvan los desequilibrios de balanza de pagos y de competitividad entre el corazón y la periferia de la Eurozona, lo que invariablemente vuelve a remitirnos al medio o largo plazo. La política de dictados impuesta por el eje franco-alemán y en última instancia por Merkel, ha diseñado un plan sin escape alguno. «No» a alternativas de rebajar los síntomas de una fiebre agresiva en forma de paro creciente, PIB raquíticos y costes de financiación suicidas fuera de fundamentales. Para la líder teutona la crisis de la © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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Eurozo­na es una historia de inmoralidad, la de un puñado de infractores que han trasgredido la pautas de la virtud que otros han mantenido con gran disciplina. Desmanes de una periferia pícara y perezosa. La propuesta anunciada en Estrasburgo no admite otra interpretación: «Los países que no cumplan con el Pacto de Estabilidad deben ser castigados; los que lo contravengan, penalizados. Necesitamos asegurarnos de que esto no volverá a suceder», según la máxima dignataria germana. La salida de la crisis, se señala, no puede ser otra que abordar la senda de la consolidación de las finanzas y recuperar la competitividad malgastada, incrementando la productividad con una reducción de los salarios y otras conquistas sociales. La canciller se opone a todo o casi todo, desde las variantes de eurobonos propuestas en el «libro verde» de la Comisión Europea («no negociable»), hasta la actuación beligerante del Banco Central como prestamista de última instancia de los gobiernos, pasando por una política de redistribución de la demanda en que los acreedores gasten más y los deudores gasten menos. Si los salarios de los países pobres están obligados a bajar, los de los países ricos deberán subir para activar su capacidad de compra. Pero todo lo que no es «inherentemente inmoral» es inflacionista, y la moneda trucada siempre sale cara. La próxima cumbre del Consejo Europeo, el 9 de diciembre, será testigo de un ejercicio dialéctico entre los Periféricos que tratarán de arrancar a Merkel un salvavidas para sus economías y el blindaje intelectual de esta doctora en Físicas por la Universidad de Leipzig que no tiene otro ideario que la perpetuación del «establishment» de la austeridad sin reparar que bajo su sombra, cada vez menos alargada, se abre el abismo. Finalmente, las cosas que ya están muy mal, tendrán que alcanzar registros agónicos para que surja una reacción mundial concertada y se sienten las bases de su restauración. Como ha diagnosticado el filósofo José Antonio Marina, «nada cambia hasta que deviene insoportable». (4 de diciembre de 2011)

Finanzas contra finanzas En el best-seller mundial titulado Espíritus animales, su autor, el nobel George Akerlof destaca a la confianza como uno de los espíritus primarios que promueven la actividad económica y sin la cual cualquier tentativa de reanimación del cuerpo social está condenada al fracaso. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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Pues bien, el emplazamiento actual del sistema financiero no goza del imprescindible clima de credibilidad que permita favorecer una salida estable de la recesión. Tres argumentos sustentan este enunciado. De una parte, la cifra de entidades de crédito que sigue confrontándose a urgentes reestructuraciones cuando no a procedimientos de quiebra y liquidación: bancos de todas las tallas, en un goteo que parece no tener término, fruto en gran medida del aumento de una morosidad inducida por el derrumbe de la economía real. Por otra, la penosa evidencia del valor razonable de un gran número de activos bancarios, lejano al que aparece en sus libros y que está obligando a los supervisores a su segregación, en ocasiones en un «banco malo» con apoyo o titularidad pública. Finalmente la tímida o inexistente expansión del crédito: no fluyen los fondos porque las entidades prosiguen su senda de desapalancamiento, en un marco generalizado de cautela y suspicacia tanto respecto de las empresas —Dubai World es el último exponente— como de sus colegas de profesión. Los operadores financieros captan los depósitos de las economías domésticas y las redistribuyen en forma de créditos al mercado para financiar los proyectos de las empresas. El depositante traslada custodia y riesgo al banquero, quien las asume a cambio de una remuneración adecuada. Por esta triple razón de tutela, canalización dineraria e in­ terme­dia­ción del riesgo, los mercados financieros son indispensables para la economía de mercado. Pero esta conclusión de carácter general admite un amplio repertorio de posibilidades en la manera en la que el mercado rinde este servicio. Los atributos de unos bazares financieros descentralizados sujetos a cánones autorregulatorios han mostrado sobradamente a través de las gravísimas consecuencias de la crisis no jugar adecuadamente el papel neutral y equilibrante de la intermediación. ¿Qué rasgos deben acompañar a una reforma regulatoria que propicien el desarrollo de un sistema financiero más seguro y estable? Parecería comprensible —aunque desaconsejable— una reacción contundente, una respuesta de efecto bumerán que atenazase la musculatura del gigante financiero, impidiéndole nuevos movimientos de futuro. Ello podría ir acompañado de la correspondiente sanción pecuniaria, sea por culpabilidad o mera responsabilidad: «el que desestabiliza paga». Cada vez se escucha con mayor determinación al coro de voces que promueve esta segunda opción de la mano de una «tasa sobre las transacciones financieras», creando así un vasto fondo de estabilización para cuyo destino se ofrecen por el momento variados postulados, muchos de ellos contradictorios. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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Aparcando la irónica paradoja implícita en el hecho de que los equipos de expertos que aconsejan a reguladores y supervisores son aquellos mismos que han conducido al mercado a la debacle, las propuestas de reforma se adivinan entre dos extremos: uno que asfixie al sistema con sus excesos normativos abortando cualquier proceso de innovación y otro cuyos contornos sean tan tímidos y tardíos que dejen el marco inalterado una vez que la economía haya vuelto a su senda de crecimiento. Las apocadas y embrionarias propuestas de reforma delineadas por el Consejo de Estabilidad Financiera se dirigen fundamentalmente a reforzar los requerimientos de capital de las entidades, articulando nuevos métodos que estimulen la diligencia del sistema de supervisión. Ello conjugado con la reforma de las prácticas de compensación, el aumento de la transparencia, los topes para el apalancamiento y el freno de la autonomía y el riesgo moral del que gozan pasmosamente las entidades «demasiado grandes para quebrar». Finalmente se alude al refuerzo de la coordinación internacional, con ascendiente adecuado para la resolución de conflictos. Todas ellas resultan coherentes con la superación de yerros pasados. Pero, sobre todas las cosas, y en ausencia de grandes manifestaciones de compunción, la reforma debería fortalecer un parámetro que agregue a la garantía sistémica una rotunda cobertura moral: la minuciosa segmentación de los productos bancarios en función de su valor social, favoreciendo aquellos cuyo valor sea alto y penalizando hasta su exclusión aquellos de dudoso o nulo valor para la economía real, los de una viscosa ingeniería financiera, que solo ha resultado de provecho para un sector significativo de la propia industria bancaria. Se respira desconfianza dentro y en torno al sistema financiero porque frente al peligro de sobrerreacción, más bien, y lamentablemente, se observan escasos signos de progreso hacia una eficiente y armonizada iniciativa regulatoria, edificada responsablemente sobre un paisaje de equívocos de los que se pretende abjurar. (6 de diciembre de 2009)

La nueva normalidad Advertía Carl Jung, el insigne psiquiatra y ensayista suizo que «abordamos de forma desprevenida las sucesivas etapas de la vida. Más aún: pensamos que las verdades que nos han servido hasta el momento seguirán sirviéndonos siempre. Pero lo que era verdadero por la mañana, por la tarde se habrá convertido en mentira». © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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Y es que en cada hombre se halla un epígono que sigue las huellas de otro, o de una escuela o estilo de una generación anterior. Aunque los ciclos sean benignos, el espejismo dominante evita reconocer la limitada efectividad de una respuesta que aboga por hacer más de lo mismo para hacer frente a las mutaciones de la coyuntura. Al resetear el modelo, lo que tenemos delante es invariablemente diferente de lo previo. El conductismo económico detalla las razones por las cuales las personas y las instituciones se tornan rehenes de una inercia activa. Tiene que ver con aspectos tales como marcos mentales inapropiados y un sobredimensionamiento innato de lo que constituye en cada agente económico su «zona de confort». Esta zona repele la novedad y con ella el cambio, por el riesgo que implícitamente acarrea. Solo se añora el business as usual: lo de siempre. El mundo encara en la actualidad un complejo proceso de recuperación económica. La gran crisis fue un producto larvado muchos años atrás en los acusados desequilibrios globales que crearon la base de un marco de liquidez sin coto para los países centrales. A partir de ahí el triste mérito recae en el sector bancario, con unos registros insólitos en el apalancamiento de sus balances, en un escenario de distribución frenética de productos ponzoñosos mal entendidos por sus compradores, con marcos prudenciales insuficientes, negligentemente supervisados por las autoridades de tutela y calificados a su libre arbitrio por el perenne e inaudito monopolio de las agencias de rating. El «frenazo en seco» producido hace dos años en la actividad financiera fulminó el crédito y de rechazo a la economía real, con las secuelas que hoy padecemos de bajo o nulo crecimiento, alto desempleo, y un cuestionamiento del Estado del bienestar que amenaza seriamente a las redes protectoras sociales. La novedad reside en que el médico se contagia y los Bancos Centrales corren el peligro de verse afectados por la toxicidad de la operativa en la que intervienen. Los inversores abjuran del riesgo público y los Estados entran en barrena fiscal. Estas fragilidades se muestran también a nivel de gobernanza. La clave mancomunada del éxito del rescate, fijada en Londres 2009, registra una senda de claros retrocesos. A aquella cerrada respuesta global están sucediendo crecientes fricciones proteccionistas como la guerra de las divisas o debates simplistas entre políticas de estímulo o frugalidad. Las expectativas precisan de un cambio para evaluar el potencial del paradigma en transición. La clase política parece no advertir que el de© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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clive que atravesamos es fundamentalmente diferente de las recesiones de décadas anteriores. No consiste en otro giro del ciclo de negocios sino en una reestructuración del orden económico. La nueva normalidad, que convivirá durante años con niveles de crecimiento modestos, y altas tasas de desempleo, anticipa alguno de sus rasgos. Por ejemplo, un rol creciente del Estado con reestructuraciones regulatorias problemáticas y ello no solamente, aunque sí de forma incisiva, en el sector financiero, lo que combinado al desapalancamiento progresivo y a la mayor exigencia en la asunción del riesgo de este último, alentará un retorno al viejo estilo de una mayor capitalización de las empresas. Tal vez, con liderazgo suficiente, se acometa de una vez por todas la transformación radical de las estructuras bancarias reconduciéndolas al solo objetivo de explotar productos de probada utilidad social. Descartado el consumo como motor del crecimiento mundial, asistiremos a una economía desacoplada donde la riqueza y la producción migrarán hacia el hemisferio emergente. Acogerá, con recursos más escasos, una sociedad crecientemente longeva. Y se enfrentará al coste de la reversión del cambio climático no exento de prolongados sacrificios. El nuevo paradigma muda las tendencias de la etapa anterior: de la globalización, la desregulación y el apalancamiento al desapalancamiento, la desglobalización y la re-regulación. Los historiadores del futuro narrarán con admiración cómo se gestionó de forma concertada la enérgica recuperación financiera de la gran crisis del milenio, que evitó el colapso del sistema. Pero probablemente sean mucho menos generosos al evaluar la miopía mostrada por los gobernantes frente a los cambios mentales requeridos para asumir y consolidar la nueva normalidad económica. Habiendo ganado la guerra —consignarán—, las sociedades industriales estuvieron a punto de perder la paz. (24 de octubre de 2010)

Crisis y recaída Al término de la primera victoria militar británica sobre Alemania en la Segunda Guerra Mundial, en El Alamein (Egipto), Winston Churchill alertó severamente contra el optimismo excesivo. «Esto no es el final —advirtió—, ni siquiera el principio del fin. Tal vez, si acaso, el fin del principio». © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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Desde un preceptivo contexto de prudencia sorprende la aseveración de las grandes instituciones multilaterales (FMI, BM, OCDE) que aventuran el final de la crisis 2008-2010 sugiriendo que el mundo se encamina decididamente hacia la recuperación. No es ese el diagnóstico que delata el rostro del enfermo. Una ansiedad general e incontenida es la reacción más visible ante la perspectiva de una larga etapa de crecimientos muy moderados, la impasibilidad o impotencia estructural ante el terrorífico problema del paro e incluso la réplica de una «década perdida» al estilo japonés. Algunos síntomas aislados apuntan a dolencias aún más preocupantes como la deflación que puede albergarse bajo la oleada de austeridad presupuestaria que se ha desbordado recientemente sobre la UE. Como reacción a unas circunstancias patéticas, se observa una tendencia general en los particulares por demorar el consumo y ahorrar, y en todos los deudores, sean economías domésticas o empresas, por desapa­lan­car posiciones y hacer frente a las cuantiosas deudas contraídas en la fase de expansión. Ello contribuye a contener los precios y aun reducirlos, creando una espiral de menor demanda y producción aumentando el valor real de las deudas, agravando aún más la recesión. Una inflación a la baja incrementa los tipos de interés reales agudizando las posiciones deudoras. Colapsos sectoriales de enorme trascendencia patrimonial como el de la propiedad inmobiliaria o los activos bursátiles descubren a los agentes económicos las traicioneras ventajas de un marco deflacionista. Bajo una tónica de aversión al riesgo, se generaliza un sentimiento «bajista», a la espera de oportunidades futuras a precios más favorables. En Estados Unidos de América, el «Libro Beige» se muestra cauteloso. Caen la confianza del consumidor, las ventas minoristas y la transmisión de viviendas. El índice de precios al consumo se redujo en junio por tercer mes consecutivo. Crece el PIB del segundo trimestre un 2,1% aunque por debajo del consenso del 2,5-3%. Desafortunadamente también crecen los inventarios y el número de préstamos fallidos. Un reciente informe demuestra que la economía americana no recuperará los empleos perdidos en la crisis hasta 2014. La tasa de paro no registrará los valores pre-recesión hasta 2021. Eric Rosenberg, alude al «enorme exceso de capacidad de la economía USA que puede conducir a la desinflación». Para el presidente Bernake, «los riesgos del crecimiento están ponderados a la baja», lo que en el lenguaje de la FED descuenta importantes incertidumbres inmediatas. En Europa las cosas no lucen mejor. La inflación se sitúa en el 0,7% (a/a). Sin posibilidad de devaluar sus monedas, las economías euro© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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peas, con un reducido número de excepciones, no tendrán otra opción que rebajar salarios y otros beneficios sociales o inmolarse en la sima de su creciente paro. Los recortes salariales, junto a la austeridad presupuestaria, ejercerán una presión bajista sobre los precios. Las empresas trabajan muy por debajo de su capacidad y el desempleo se halla a niveles del 10%, mientras algunos países periféricos como España duplican dicha tasa. Según datos de Eurostat, extrapolando la trayectoria de crecimiento del PIB en la época precrisis y comparándola a los niveles actuales de producción, 2010 contabiliza un gap de casi 10 puntos porcentuales en relación a 2007. Esta diferencia entre producto efectivo y potencial —estrechamente correlacionada a los niveles de paro— tardará años en enjugarse, siempre bajo escenarios de crecimientos positivos. La previsión de crecimiento para la Eurozona es del 0,9% para 2010 y del 0,7% para el año próximo. Lamentablemente, estos sombríos decorados concuerdan con el veredicto de la historia. Michael Boskin ha concluido de sus investigaciones del pasado reciente que, en Occidente, las recaídas se erigen más en la regla que en la excepción. El inicio de los 80 es un claro ejemplo de recuperaciones estables que abocan súbitamente en recesión. Estados Unidos, Alemania, Reino Unido, Japón e Italia registraron trayectorias alternantes de dos escalones (double-dip). La recesión USA de 2001 también contabilizó un retroceso puntual. Japón padeció tres recesiones en la «década perdida» que se inició en 1990. Aunque no estamos abocados ciegamente a la catástrofe, la experiencia advierte de que una nueva recaída no sería una excepción, antes de abordar la senda definitiva del crecimiento sostenible. Para entonces habrán cambiado muchas cosas en el sistema. Pero ese es tema para otra ocasión. (1 de agosto de 2010)

¿Por qué nadie predijo la crisis? En el curso de una reciente visita de Isabel de Inglaterra a la London School of Economics, la soberana aprovechó para hacer ante la repu­ta­da institución académica londinense la pregunta del millón: «¿por qué nadie predijo la crisis?» La Academia británica recogió el guante dialéctico y ha respondido a la reina mediante una carta fechada el 26 de julio (http://­media.ft.com/cms/3e3b6ca8-7a08-11deb86f-­00144feabdc0.pdf). © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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En realidad, comienza el escrito, mucha gente previó la crisis. Ahí están los exhortos recurrentes del Banco de Pagos Internacionales de Basilea, señalando que los mercados no reflejaban adecuadamente los riesgos inherentes. De hecho Basilea II, con sus pros y contras, se aplicaba de una forma extremadamente desigual en la geografía financiera del planeta. Los desequilibrios entre bloques también eran notorios. El desarrollo espectacular de los países emergentes financió el consumo occidental sin límite a través de las esclusas de sus balanzas por cuenta corriente. Los bajos retornos de las inversiones financieras y la liquidez sin límite empujaban a nuevos escenarios de riesgo. Lo que nadie previó adecuadamente, reconoce la misiva, fue la forma exacta en que tendría lugar, su temporalidad y la ferocidad de su desarrollo. Frente a las advertencias de los menos, la mayoría se mostraba convencida de que los bancos sabían lo que se hacían. Se pensaba que los magos de las finanzas habían desarrollado nuevos y más inteligentes métodos para gestionar el riesgo, a través de instrumentos que los eliminaban de forma virtual. Nadie podía pensar que su juicio fuera erróneo, o que la incompetencia desbordase la interpretación de los acontecimientos de forma simultánea a la que la avaricia anestesiaba cualquier alarma acerca de escenarios adversos. La economía se había encaramado al tablado del bienestar. Su tendencia era alcista, las familias disfrutaban de un alto nivel de ocupación, las empresas se financiaban a costes razonables, los gobiernos se beneficiaban de ingresos crecientes que sufragaban los requerimientos del electorado de forma relativamente satisfactoria. El marco psicológico alejaba cualquier posibilidad de siniestro. En todo caso la inercia apuntaba hacia regulaciones más laxas, mayor imperio del mercado, fe inquebrantable en que, en su caso, como aconteció con el estallido de la burbuja tecnológica, el sistema era capaz de regenerarse en un plazo récord, compensando con creces los frenazos y derrapes transitorios implícitos a todo proceso de aceleración. Todo el mundo desempeñaba su trabajo adecuadamente y de acuerdo con los estándares del éxito convencional. ¿Dónde estaba el problema? Según concluye la academia británica, «el fracaso en anticipar la temporalidad, alcance y severidad de la crisis, aunque sujeto a muchas causas, se debe principalmente al fracaso de la imaginación colectiva de mucha gente brillante, para interpretar el riesgo del sistema como una totalidad». Las conclusiones extraídas del debate de los 33 ilustres firmantes del documento, orillando el argumento de autoridad, constituyen cuando menos un ejemplo de eufemismo, una largueza y benevolencia extrema en su interpretación. Achacar la devastadora crisis actual al «fracaso de la imaginación colectiva de mucha gente brillante» equi© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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valdría a justificar las execrables tropelías de los campos de exterminio nazis como un mero desliz en la orientación del fenómeno étnico por parte de los gestores del Reich. Hay un sustrato aprovechable en la opinión de los expertos británicos: que el sistema se comportó de forma tendenciosamente gregaria, con una codicia tan desmesurada como encubierta y que las profesiones económicas a nivel académico, gubernamental y de los medios de comunicación sucumbieron a su propia arrogancia y estrechez de miras. Pero más que «al fracaso de la imaginación colectiva» hay que atribuir el crack presente al fracaso de una acción colectiva anticuada y obsoleta, donde nadie encaraba un incentivo particular para proteger los recursos globales. A esto se le denomina un fallo de mercado y de su forma de gobernabilidad. Dicho de una forma llana: la economía necesita estar mejor gobernada. Cuánto mejor, abre un debate sobre el sistema que dista mucho de estar maduro. Pero no parece aventurado sugerir que deberá inspirarse en fuentes de mayor coherencia moral y acudir previsiblemente a enfoques multidisciplinarios, las Ciencias Políticas, la Psicología, la Antropología. Proclamar que la presente crisis es el resultado del fracaso de la imaginación colectiva es un modo pulcro de evitar culpar a alguien en particular. Pero si algo ha revelado la plaga de la recesión que vivimos es que sus culpables han quedado claramente identificados. Previsiblemente, la reina de Inglaterra habrá optado por la sana práctica de compulsar la respuesta recibida con otras de distinto origen y condición. (9 de agosto de 2009)

Lecciones de la crisis Al rebufo de la reciente subida del tipo de descuento de la Reserva Federal, que prologa el vacilante final de «la mayor crisis financiera de todos los tiempos», en frase de Alan Greenspan, los académicos se afanan en hacer inventario del desastre y fabricar con los restos del naufragio las nuevas tablas de la ley económica. En particular, tres pilares de la política económica practicada durante las últimas décadas, las de «la gran moderación», ofrecen sus caras alternativas en una didáctica renovadora. La primera se refiere al nivel deseable de la inflación. La segunda concierne al déficit fiscal. La última apunta a la política regulatoria. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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Comencemos con la primera. Mantener una tasa de inflación baja y estable constituye el mandato primordial de los bancos centrales. Y ello como resultado del juicio de valor —«la divina coincidencia»— de que dicha política procura niveles cercanos al PIB potencial, el máximo producto posible en ausencia de rigideces nominales en el mercado. Para ello, las autoridades monetarias intervienen los tipos de interés a corto plazo a su discreción. Congruentemente, cuando la crisis golpea en 2008 y provoca el colapso de la demanda agregada, los Bancos Centrales redujeron sus tipos directores hasta umbrales cercanos a cero. Tal vez, de haber podido, los hubieran bajado más. Estimaciones basadas en la llamada «regla de Taylor» —que determina las variaciones deseables de los tipos de interés en respuesta a las desviaciones de los objetivos de inflación y PIB— sugieren que, en Estados Unidos, debieran haberse situado entre 3 y 5 puntos porcentuales por debajo de cero, algo evidentemente inasumible. Una inflación promedio más elevada acompañada de tipos de interés más altos hubiera permitido un mayor recorte de estos, moderando la caída de producción y empleo, y amortiguando el brutal deterioro de las posiciones fiscales. Una nutrida representación de respetados economistas avala esta tesis. Incluso el investigador-jefe del FMI, Olivier Blanchard, ha prestado su voz al selecto coro compuesto por Kenneth Rogoff, Greg Mankiw, Scott Sumner, Paul Krugman, Brad DeLong y otros. Todos ellos sostienen que una inflación más alta hubiera supuesto una red protectora para una economía en caída libre. No se ignoran los problemas asociados a la inflación. La estabilidad de precios tiene rango de conquista histórica. La inflación es un impuesto distorsionante y a menudo regresivo y asimétrico. Y evidentemente, una vez descontrolada, acarrea efectos devastadores a la sociedad. Pero lo que los expertos sugieren es que la política monetaria almacena resortes anticíclicos más poderosos en un escenario de inflación controlada, a niveles, por ejemplo, del 5% anual, en lugar de los objetivos actuales que se sitúan en un entorno sensiblemente inferior. Sobre todo cuando uno compara las lastimosas alternativas en términos de déficits públicos que ha sido necesario acometer. Con todo, sería interesante conocer la reacción de Bernanke y no digamos de Trichet a esta provocativa proposición. La segunda lección enlaza con el párrafo anterior. La crisis nos ha enseñado que es vital restituir a la política fiscal todos sus pertrechos estabilizantes y preventivos. El futuro aboga por presupuestos públicos marcadamente beligerantes, de modo que las épocas de bonanza pro© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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curen los necesarios colchones presupuestarios que hagan de su utilización neutralizante en épocas de crisis prolongadas una medicina eficaz, sin incurrir en los gravísimos déficits que los países están en este momento obligados a enjugar. La tercera y última enseñanza alude a la regulación de las finanzas. Durante las dos últimas décadas la normativa financiera se orientó exclusivamente a controlar la solidez de las instituciones individuales, mediante requerimientos de capitalización, ignorando sus implicaciones macroeconómicas y sistémicas. El regulador obviamente no advirtió la falacia del planteamiento. El riesgo financiero del sistema supera la agregación de los riegos de las instituciones individualmente consideradas. Buscando su interés y solvencia particulares, los intermediarios financieros pueden socavar colectivamente el sistema. Este es el salto cualitativo que separa la regulación microprudencial de la macroprudencial. A plena luz del día, un apalancamiento desmesurado y una retahíla de productos bancarios explosivos, consignados «fuera de balance», han sorteado impune y masivamente las endebles trincheras microprudenciales. Un inadecuado perímetro de coordinación política propició después el contagio pandémico. Una crisis global requiere una respuesta global que evite el arbitraje regulatorio. Son necesarias hondas reformas en la arquitectura financiera internacional, que por el momento solo son borradores timoratos, o, como en Estados Unidos, topan con extenuantes procesos parlamentarios. Además, deben desmantelarse los productos bancarios de escaso o nulo valor social en la línea preconizada por Volcker. Y en cuanto al «riesgo moral», no queremos bancos «demasiado grandes para quebrar» sino, simplemente, «demasiado aburridos para quebrar». (28 de febrero de 2010)

Un billón con fronteras A solo 10 días de la cumbre del G20 en Londres, superadas la euforia y la resaca de la fiesta, hay cosas que van quedando claras. Una de ellas, el confinamiento sine die del proyecto Bretton Woods II que atrajo durante unas semanas la máxima atención mundial, y su inmediato relevo por un nuevo paquete de ayudas, esta vez aparentemente cohesionadas y corporativas. Se consagran por su parte, aunque no insistiremos en ello, el refuerzo de la supervisión y regulación, el tímido cerco a © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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los paraísos fiscales, y las llamadas a resistir la tentación del proteccionismo. Son puntos que, evidentemente, no podían faltar. Desde la perspectiva de la comunicación, la cumbre lo ha hecho bien: el primer párrafo de la Declaración preludia con la cifra de 1,1  billo­nes de dólares una nueva etapa en busca de la economía perdida. Pero tras los titulares, la lectura de los documentos oficiales provoca más preguntas que respuestas en áreas que están implorando otro alcance de índole cualitativa. Por ejemplo, los líderes políticos no han acordado medidas sustanciales para combatir la desigualdad y la falta de sostenibilidad del sistema o para transformar la gobernanza global como se sugirió en la convocatoria de Washington. Londres ha sido el foro de los privilegiados, reunidos para discutir su agenda, en su propio lenguaje, a puerta cerrada, sin un solo representante de los países más desasistidos. El paquete de 1,1 billones se añade a los planes fiscales de Occidente que suponen ya cinco billones de dólares, y resulta más que conveniente. Nada que oponer. Desgraciadamente acabamos de conocer que los activos tóxicos del sistema bancario podrían sumar cuatro billones. A través de la red global eso supone más crisis y más dolor para todos. El protagonismo del Fondo Monetario Internacional como canalizador preferente de la operación puede haber invitado a la idea de que la mayoría de los fondos tiene un destino beligerante a favor de los países del Sur. No es así. De la totalidad del paquete, 50 millardos, esto es, menos del 5% se destinará a los 61 países más pobres del mundo. El comunicado no aclara cómo llega a esa cantidad. Adicionalmente seis millardos de dólares, en un plazo de tres años, procederán de la venta de oro del FMI. De la asignación de derechos especiales de giro se obtendrán 19 millardos. El texto oficial refiere asimismo que los préstamos concesionales del FMI se duplicarán de los 20 millardos actuales hasta 40. Esta línea se aplica cuando un país está abocado a la quiebra. No hay detalles de plazos y condicionalidad, elementos críticos para el éxito de las medidas. Frente a esta realidad, el Sur registra en 2009 vencimientos de deuda cercanos al billón de dólares, mientras claudican otros cauces de su financiación, anteriormente pujantes, como la inversión extranjera o las remesas de la emigración. En consecuencia, el diagnóstico del paquete se resume en un importante esfuerzo financiero general, con la asignación de una cifra respetable para los países más pobres, probablemente mayor que la que se esperaba pero infinitamente menor que la que necesitan. Las facilidades revisten la forma de garantías y préstamos y no de donaciones o líneas concesionales. Los préstamos, es sabido, hay que devolverlos y pagar intereses por ellos. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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El gran ganador de la cita londinense además del propio G20 ha sido el FMI, un organismo agonizante, que ha revivido con dosis masivas de fondos y por tanto de influencia. Y ello sin precisarse un ápice las imprescindibles reformas de su modo de gobierno. El gran perdedor es Naciones Unidas. Es el foro de todas las naciones, pero su referencia en el G20 ha sido hasta ahora marginal o inexistente. Esta no es una crisis en el sistema, sino del sistema. Pero ya ha quedado patente que no se reinventará Bretton Woods. Tal vez haya modos alternativos a un modelo vigente sesgado y de retornos asimétricos. Hemos construido una economía que excluye a la mitad del planeta, cuando hasta el propio comunicado del G20 invoca el mantra de la crisis global que requiere una solución global. El concepto distancia ha muerto y la globalización ya no es una abstracción filosófica sobre la que quepa discutir. La esencia de la globalización tiene que ser la cooperación reforzada. Y ello hasta por puro interés propio. La primera tarea del G20 y del mundo occidental debería ser traer a las economías periféricas y a sus gentes hasta el centro. (12 de abril de 2009)

Bancos, sí; zombis, no Los sistemas bancarios de Estados Unidos, Reino Unido y de otras latitudes geográficas están próximos a la insolvencia, auspiciando una situación similar a la de Japón en los años 90 o incluso a la norteamericana del gran crash. Solamente en la primera economía del mundo las predicciones de pérdidas de 1 billón de dólares atribuidas al sector en 2008 se han quedado cortas. Las realmente dotadas han traspasado dicho umbral y el Fondo Monetario Internacional aventura que la cifra se duplicará hasta los 2 billones. Pero el episodio subprime puede ser solamente una parte del problema. Si escuchamos a Nouriel Roubini, 7 billones de activos adicionales —préstamos comerciales con garantía real, posiciones aplazadas derivadas de tarjetas de crédito, bonos de alto rendimiento y otros— corren el riesgo de perder gran parte de su valor. Para poner en referencia estas cifras bastará señalar que el PNB americano en 2008 sumó 14,3 billones de dólares. La crisis de liquidez ha sido suplantada por otra mucho más preocupante de solvencia, en la que nos encontramos, y que ha desatado un sentimiento generalizado de desconfianza, atenazando las relaciones intrasectoriales. Los bancos no se fían unos de otros y, de rechazo, estrangulan a la economía real, por la incapacidad psicológica —so­ © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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brereac­ción— y material para conceder préstamos, cautivos de un obligado proceso de desapalancamiento. El inapelable testimonio de las Bolsas castigando insistentemente al sector es un claro indicador de cómo los mercados y la economía en general evalúan esta dramática situación de indefinición e inmovilismo. Las gigantescas terapias de choque, aplicadas hasta el momento para el rescate de las entidades financieras, se han mostrado insuficientes en los resultados y altamente contestadas en un importante sector de los medios políticos y de la academia. Además hieren la sensibilidad de la ciudadanía. Baste citar, a modo de ejemplo, los apoyos multimillonarios que están recibiendo Bank of America, Citigroup y RBS, cuyo alcance final se desconoce. Después de todo, la flagrante constatación de que los beneficios sean para el sector y quienes los dirigen, mientras que las pérdidas reviertan en la generalidad de los contribuyentes, sin un límite o un marco concreto y preestablecido, es difícilmente defendible. Nadie pone en duda que, a pesar de que el ideario capitalista neoliberal haya debido inmolarse en el empeño, la intervención de los Estados en la crisis ha sido y es inexcusable. Cualquiera que sea su coste, es infinitamente menor que el que se derivaría de la inhibición de las instancias públicas y del colapso total de los mercados. Las medidas de choque para extinguir un incendio devastador son condición necesaria, previa a la reconsideración de las claves sistémicas que eviten en el futuro este tipo de catástrofes. Pero al igual que en cualquier proyecto de inversión, no alcanzar el «punto muerto» invalida y hace estériles todas las sumas y esfuerzos comprometidos. Y la crisis de confianza no da su brazo a torcer, está aún muy lejos de su punto de inflexión. Días atrás lo propuso un contrito Alan Greenspan, al que se unió el nobel Krugman liderando un coro de voces de máxima autoridad. Los responsables monetarios deben actuar de forma inmediata. Someter al sistema a una evaluación por pruebas de stress testing puede aportar importantes datos de siniestralidad potencial. De mayor relevancia aún se erige la medida de forzar la clasificación de sus activos dudosos con estrictos criterios de valoración sin dar pie a ningún tipo de ingeniería contable. A renglón seguido, aquellas entidades que presentaran un nítido desequilibrio patrimonial deberían ser intervenidas, esto es, nacionalizadas, para proceder a su saneamiento. El ejemplo sueco de 1992, aunque de muy inferior dimensión, puede ser un referente. Los bancos solventes continuarían en el mercado. Los zombis, insolventes e incapaces de otorgar nuevos préstamos, serían apartados hasta una nueva y viable encarnación. La actividad se reanudaría en un escenario depurado y creíble. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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Con posterioridad, cortada la sangría y restablecida la confianza, las entidades intervenidas con cargo al erario público y en consecuencia al bolsillo de los ciudadanos, podrían, cuando así convenga, en el número, modo y plazo que sea menester, retornar al libre mercado, permitiendo a aquellos que han sufragado la intervención recuperar, en su caso, vía ingresos públicos sus contribuciones fiscales. Solo así se podrá iniciar la normalización de la economía real y acometer las medidas de medio plazo, sistémicas y de gobernanza, que reclama vehementemente la colectividad. (1 de marzo de 2009)

¿Acoso o huida? El repudio sufrido por la deuda pública española en los mercados internacionales, medido por el margen de interés respecto del bund alemán y por el coste de los seguros de impago, ha acrecentado el temor a un rescate comunitario de proporciones y consecuencias imprevisibles. La mayor caída diaria, desde la introducción del euro, en el precio de los bonos a diez años se producía a principios de semana, disparando su prima de riesgo a máximos históricos, alcanzando los 311  puntos básicos, por 360 los seguros de impago. En tales circunstancias la tozuda versión oficial alude a un ataque especulativo sobre nuestra economía, inmerecido en todo caso —nosotros no somos Grecia ni Irlanda—, recordando la consistencia de nuestros «fundamentales» y el tonelaje subyacente a nuestro tejido productivo, el correspondiente a la décima potencia industrial del planeta, el buen ritmo desarrollado por el programa de austeridad en marcha, la incipiente recuperación de los ingresos fiscales, la presión ejercida sobre el subsector de cajas para su consolidación definitiva y las acciones en curso para la reforma laboral, de las pensiones y otras. La magnitud del incendio aumentó con el anuncio de la llamada «opción Abu Dabi» —que finalmente se hará «caso por caso»— y que implicará a los inversores privados en el eventual rescate de las economías del área euro a partir de 2013 y con las inesperadas declaraciones del comisario Almunia primero y de la Comisión Europea después, augurando esta última el fracaso en la reducción del agujero presupuestario español al 6% en 2011. Pero el desconcierto reinante debe reconducirse a realidades llanas. Los héroes de nuestro estamento político luchan contra fantasmas, improvisando discursos tan vagos como inútiles. La tesis de la conspira© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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ción especulativa, como tratamos de mostrar, se sostiene con dificultad. Repasemos hechos objetivos. Primero: si bien es cierto que España aprueba el examen de la deuda total en porcentaje del PIB, superando incluso a Alemania, y su déficit no resulta descabellado, encabeza las listas de paro de la UE. Adicionalmente necesita refinanciar, solamente en 2011, 252.000 millones de deuda exterior —134.000 el Tesoro, y el resto entre la Banca española y las empresas del IBEX— más el monto del déficit del ejercicio. Segundo: ¿cuáles son las pérdidas de bancos y cajas derivadas del estallido de la burbuja inmobiliaria? El conjunto de crédito a promotores, constructoras y compradores roza el billón de euros, cifra similar a la del PIB español. Fuentes solventes apuntan a una posición dudosa del orden de 180.000 millones de euros, nueve veces el beneficio estimado para 2010 del conjunto de entidades financieras. No menos del 25% de dicha cifra se reputa irrecuperable lo que remite a 46.000 millones en capital adicional para afrontar las pérdidas del sector. Tercero: España ha ido acumulando un déficit de competitividad cuyo origen se encuentra en un aumento diferencial de precios y costes respecto de nuestros socios de la UE y que en ausencia de ajustes en el tipo de cambio nominal —quemamos las naves al adoptar el euro— supone una sobrevaloración de nuestro tipo de cambio real. Ello lastra seriamente nuestra capacidad de crecimiento. Todo ello habilita comprensiblemente un escenario de desconfianza. Los inversores dudan de la solvencia de España y en consecuencia optan por no adquirir su deuda soberana. Paralelamente, anteriores compradores deciden venderla antes de que sea demasiado tarde o protegerse comprando cobertura. Hasta aquí resulta incuestionable que los mercados no atacan a la deuda española ni a su economía. Antes bien huyen de ella por causas tan objetivas como evidentes. Tampoco se advierte especulación alguna, sino la legítima protección de los intereses propios. Otra cosa es que, desde aguas cenagosas, surjan invariablemente las ratas de cloaca —honorables firmas financieras de reputación internacional— adoptando posiciones cortas sobre el país, comprando cobertura sin subyacente de la deuda soberana y vendiendo futuros de esos mismos bonos, en una apuesta —no sin alto riesgo— por un beneficio fugaz. Es aquí donde el BCE debe actuar de cortafuegos —como parece será el caso— adoptando drásticas medidas contraespeculativas. Acciones «menos convencionales» —como la monetización de la deuda— unidas al refuerzo de las líneas de liquidez, ya utilizadas por la FED de © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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forma generalizada y que Trichet debe emular. De esta manera se reforzará el euro, se relajarán los tipos de los bonos, y finalmente se estabilizarán los mercados. Un tímido debut hacia la futura gobernanza europea. Pero ello no debe volvernos ciegos para con nuestros gravísimos problemas, cuya resolución pasa lamentablemente por una devaluación interna del país, un ajuste presupuestario flanqueado de importantes reformas económicas, que deberán ejecutarse atendiendo a estrictos principios de justicia y de solidaridad. (5 de diciembre de 2010)

Capitalismo 3.0 Pocos postulados científicos han resultado tan provocativos como el atribuido a Charles Darwin en relación a «la supervivencia del más apto», acuñado en realidad por su coetáneo Herbert Spencer, y que el autor de El origen de las especies prefirió sustituir por el de la «selección natural». Las revolucionarias teorías del naturalista inglés se aprovecharon como forma de justificación de diferencias sociales y raciales, sobre todo del maltusianismo imperante en la época. El término «darwinismo» fue apropiado como fundamento del progreso libre del mercado, del capitalismo radical, y aún del colonialismo y el neoimperialismo. En cualquier caso, el homo sapiens evolutivo no reniega ideológicamente de una ficción anterior, la del homo economicus que maximiza su utilidad tratando de obtener los mayores beneficios posibles con el menor esfuerzo. En palabras de Adam Smith, «al perseguir su propio interés frecuentemente fomentará el de la sociedad mucho más eficazmente que si de hecho intentase fomentarlo», como parte integrante de un sistema —el liberal— donde una mano invisible guía al mercado asignando de forma óptima los bienes de la economía, compensando los desequilibrios y predeterminando aquellas instituciones que hacen innecesaria, o incluso nociva, la presencia del Estado. El primer capitalismo versión 1.0, traducción en lo económico del ideario liberal que considera al individuo la unidad última y fundamental del orden social, ha acarreado ingentes dosis de progreso a la humanidad, crecimiento sin precedentes en Europa y el norte del continente americano, con una reducción meteórica de la tasa de desempleo, el nacimiento del Estado del bienestar, el advenimiento de Asia como una región de crecimientos espectaculares, la expansión de amplias zo© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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nas de Latinoamérica, la transformación de China y otras muchas bondades más. Pero simultáneamente las bolsas de pobreza del planeta se acrecientan arrastrando al desamparo a millones de seres humanos, sin esperanza de supervivencia. Más aún, en contra de sus más íntimos postulados, el capitalismo liberal se revuelve contra sus propias criaturas desatando cíclicamente devastadores procesos de involución, sometiendo también a los países del Norte a una infame dinámica de paro y retroceso en los niveles de renta y bienestar. Karl Marx, que reconoció el inevitable avance del capitalismo como parte de las leyes ciegas de la evolución en el materialismo histórico, estaría obligado a criticarlo y posteriormente a combatirlo por el carácter endémico de las crisis en su sistema de producción. Desde sus raíces morales, los clásicos, Marx entre ellos, denunciaron los estragos económicos y morales, consustanciales a la exaltación sin límites de la doctrina absolutista del laissez-faire. Con la gran crisis del 29, Keynes instaura una nueva versión, el Capitalismo 2.0. La Teoría General no contempla que el capitalismo se bata en retirada y Keynes trata de refundarlo y hacerlo más eficiente en un plano de economía mixta, con un papel estelar asignado a la política fiscal, en el marco de una determinada intervención estatal. Como ha dicho Paul Krugman, «Keynes vino a salvar el capitalismo, no a hundirlo». Al término de la Segunda Guerra Mundial se inicia una era de 25 años de hegemonía del pensamiento keynesiano. El posterior agotamiento de las políticas de corte intervencionista llevaron a una resurrección del pensamiento liberal, el neo-liberalismo, que encuentra en el «Consenso de Washington» su máxima representatividad. Tras la caída del muro de Berlín y la desaparición del comunismo, muchos de sus seguidores se mudan de la vieja religión de Marx a la renovada mística de los mercados libres. Pero apenas ha sido un centelleo, un fugaz instante en el mapa de la evolución darwiniana, alrededor de 80 años en los que Occidente ha padecido sus crisis cíclicas y recurrentes y el Sur no ha sido capaz de librarse de sus hambrunas y del desamparo secular. Se ha alzado el telón y tenemos en escena una nueva depresión, la más grave crisis de superproducción, financiera y real desde los años del gran desastre de Wall Street en 1929, quizás la más severa de todos los tiempos modernos, desde la revolución industrial. Los gobiernos de todo el planeta se afanan en aplicar medidas monetarias, de rescate y de estímulo fiscal, para tratar de sofocar el colosal incendio. Aún no lo han conseguido y siguen consumiéndose hectáreas de tejido social. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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A medio plazo surge el gran interrogante de la nueva gobernanza. La cuestión no es saber si el neoliberalismo está vivo o muerto, sino averiguar qué o quién lo va a reemplazar. Se trata de reinventar el capitalismo y editar su versión 3.0. (22 de febrero de 2009)

Otro G20 Los diplomáticos más refinados del planeta se reunirán el próximo día 2 de abril en Londres para seguir trazando la salida de la crisis. Una reunión meteórica que apenas servirá para revisar la redacción del comunicado oficial, de cuyo contenido no cabe esperar notables sorpresas. La prensa de estos días nos bombardea con información diversa sobre el evento y la web oficial reseña sus principales hitos adelantando algunas conclusiones. Es notorio que europeos y yanquis andan a la greña por uno o dos puntos adicionales del PIB dedicados al estímulo fiscal y por la oportunidad del Pacto de Estabilidad en una recesión del calibre de la actual. Como ha dicho Krugman, «vivimos tiempos muy especiales en que la virtud puede ser vicio y la prudencia locura», aunque desgraciadamente no exista la máquina milagrosa para discernir entre esos extremos. Los chinos abogan por una nueva moneda de reserva que diversifique su temeraria exposición al dólar y quien más quien menos ve inevitable el continuar volcando fondos en el Sistema. Aquí entraría el FMI, con propuestas ambiciosas para multiplicar sus recursos, sin olvidar sus graves carencias de gobernanza. Con celeridad, claro está, hay que poner más orden en los estándares contables y reforzar el marco prudencial bancario y el de las agencias de calificación. Un recuento superficial censa casi una decena de instituciones de postín trabajando en este frente. Lo de un superregulador con competencias globales ya es harina de otro costal. Para salvar los sistemas financieros convulsos hay un esfuerzo común, aunque con matices en las fórmulas. En la cumbre convergerán diagnósticos, fijándose posiciones consensuadas. Pero cuanto antecede descansa en un supuesto falaz: que en el debate están todos los que tienen que estar. Aunque aparentemente sumar resulte siempre loable, hay circunstancias críticas en las que el «quién» adquiere tanta relevancia como el «qué» o el «cómo». El encuentro de Londres suscita, en este sentido, un interrogante acerca de su representación y, por tanto, de su legitimidad. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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En efecto, ya la cumbre del 15 de noviembre en Washington, clarificó la interpretación occidental de la cooperación. En aquella circunstancia, el G20 pisoteó literalmente el guion a Naciones Unidas apenas quince días antes de la celebración de la cumbre de Doha. El descomunal desaire convirtió a Doha 2008 en una reunión descafeinada e inadvertida. Pero fiel a la resolución 63/239 y a las previsiones de la propia «Declaración de Doha», el presidente de la Asamblea ya ha fijado fecha para la «Conferencia de alto nivel sobre la crisis financiera y económica mundial y sus efectos sobre el desarrollo». El G20 debería ser sustituido por un «Consejo Económico Global», según plantea el grupo de expertos de la Asamblea, constituido bajo la dirección del nobel Joseph Stiglitz. El «Consejo» sería un órgano de Naciones Unidas y fijaría la hoja de ruta de la reforma económica y financiera mundial. La propuesta se oficializará la próxima semana coincidiendo con la cita londinense. La adscripción del debate a un marco democrático e inclusivo como Naciones Unidas presta legitimidad a un problema que afecta a la totalidad de pueblos y personas. El G20 ampliado supone un cierto avance en relación a otros clubes más excluyentes de la sigla G, ya que acumula el 85% del producto mundial, pero no deja de ser el espejo de los países ricos que siguen dominando la agenda, y una certera selección de emergentes. Es una lástima que los dos países invitados, España y Holanda, aumenten impasiblemente el peso del norte en el foro, en detrimento del sur. Falta de visión y una magnífica oportunidad perdida. En cualquier caso, el G20 no es una institución internacional y sus acuerdos no son vinculantes. Entretanto los más desfavorecidos siguen sin tener voz ni representación en la solución de una crisis que no han originado. Se trata del millardo maldito (bottom billion), mil millones de personas que según un reciente informe del Banco Mundial pueden verse anegados por una ola de desolación, que aboque en estallidos sociales y políticos sin precedentes. El presidente Obama ha urgido a los líderes mundiales a «emprender una acción audaz, comprehensiva y coordinada», poniendo su confianza en que la cumbre de Londres «galvanice la acción colectiva». Pero la acción colectiva está sometida al interés nacional, como está siendo patente, porque los políticos diseñan sus acciones para complacer las voluntades domésticas y no para superar los desajustes de la economía global. En esa dinámica siempre pierde el más desvalido. (29 de marzo de 2009) © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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Siete por ciento. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El gran bazooka. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Esta vez no es diferente. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Cuatro años después. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . EE.UU.: fin del monopolio financiero. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . «James Stewart ha muerto». . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Cajas de ahorro: epílogo y fin . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Carta a los Reyes Magos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Siete por ciento La subasta de obligaciones del Tesoro español a 10 años por valor de 3.562 millones de euros del jueves, 17 de noviembre de 2011, se cerró a un tipo del 6,975% y un marginal superior al 7. La prima de riesgo alcanzó los 499 puntos básicos. Un triste récord y un durísimo vapuleo de los mercados —quizá no el último— que reclama alguna reacción. La economía española se encuentra inmersa en un convulso proceso de reajustes fiscales, financieros y estructurales, y lo último que necesita es pagar el recargo de una abultada factura comunitaria que solo obedece a la apatía, inoperancia y falta de voluntad política de las instituciones de la Eurozona y de su implacable tutor, Alemania. Aunque España pueda sobrevivir meses pagando estos costes claramente alejados de los marcados por sus fundamentales, el impacto de la sobreprima se estima en más de un punto del PIB corriente, cifra sangrante en una coyuntura donde los lindes del crecimiento o la recesión se marcan en décimas. Para comprender por qué se ha llegado a esta patética situación, es necesario cuestionar la aparente irracionalidad del mercado. En efecto, Estados Unidos y Reino Unido presentan cifras de deuda en porcentaje del PIB y déficits fiscales notablemente superiores a los de España. Sin embargo, el coste de la financiación de la deuda para los primeros se cifra en el 2,12 y el 2,02%, respectivamente, frente al 7% del 10 años nacional. Japón está mucho más endeudado que Italia, y se financia siete veces más barato. La razón de este aparente sinsentido es muy simple. Estados Unidos, Japón o el Reino Unido pueden, llegado el caso, monetizar su deuda apelando a un Banco Central que se erigirá en comprador de último recurso de sus emisiones, lo cual es interpretado por los mercados de una forma determinante. Esta política de mercado abierto no solo reducirá las «tires» de su deuda exterior sino que inyectará liquidez en la economía, aumentando la oferta monetaria y aunque conduzca a un incremento de los precios, estos rebajarán a su vez el importe en términos reales de la deuda pendiente. El BCE, creado a imagen y semejanza del Deutsche Bundesbank, responde a unos objetivos y funciones restrictivas, ya que entendiendo del control del nivel de precios, emisión de papel moneda, tráfico de divisas, la gestión de las reservas del eurosistema y la promoción de sistemas eficientes de pagos, renuncia a acciones más drásticas de rango anticíclico. Los prescriptores germanos se han alineado con los economistas clásicos y los monetaristas imponiendo una reglas que escapen al influjo de © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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los políticos, con el fin de mantener a raya la inflación en umbrales no superiores al 2%. Merkel y su gobierno huyen de la condición de prestamista de última instancia del BCE como el diablo de la cruz. Según ellos, las raíces de la crisis europea se hunden en los distintos gobiernos nacionales, y abaratarles la financiación, aparte de ser ilegal, solo contribuiría a reducir la presión sobre las imprescindibles reformas. El portillo que conduce a la unidad de paliativos en la Zona Euro, es que, dado que el tratado y su reglamento fundacional no alertan al respecto, el BCE puede adquirir bonos gubernamentales en el mercado secundario, aunque ello suponga esquivar inteligentemente el espíritu de la norma. Así lo está haciendo aunque de forma equívoca y pusilánime. El banco tendría que recordar el artículo 105.1 del Tratado de la UE cuando establece que «sin perjuicio del objetivo de la estabilidad de precios, el BCE apoyará las políticas económicas generales de la Comunidad de cara a contribuir a los objetivos expuestos en el artículo 2» que son «un alto nivel de empleo y crecimiento, congruente con la ausencia de inflación». Al no hacerlo se convierte en un factor crítico de desestabilización, parte del problema en lugar de la solución. A la demonización de la política anticíclica del BCE que lidera Alemania, debe contraponerse una monetización masiva e incondicional. No solo los costes del ajuste se ven reducidos, lo que acelera el calendario de su implantación sino que transmite a los inversores una seña insustituible de viabilidad. Estos prefieren prestar al 4% con un panorama normalizado que a tipos ilusorios que anticipan economías en bancarrota. Naturalmente que la acción decisiva del banco emisor es solo parte de la terapia de choque. Los países tendrán que hacer sus deberes y, sobre todo, deberá proveerse el marco político y jurídico para hacer de la unión monetaria una plataforma de estabilidad. Una gobernanza europea eficiente. Pero hasta el momento, visto lo visto, solo cabe criticar abiertamente a Alemania por su «desastrosa gestión de la crisis». Son palabras textuales del presidente del Eurogrupo, Jean-Claude Juncker. (21 de noviembre de 2011)

El gran bazooka Es claro que en la enfermedad global que padecemos, el tumor más preocupante está localizado en Europa. El premier británico David Cameron, que en esto del europeismo juega a ganador y a colocado —sí al mercado único, pero no a la moneda común— se ha subido al estrado y © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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ha lanzado una arenga tirando de símiles castrenses acerca del rescate y reparación de la economía del Viejo Continente: hay que sacar los ba­ zoo­kas —«bazucas» según la Academia de la Lengua— y darle a todo lo que se mueva. Además hay que hacerlo ya y en megadosis. A discreción. De otra manera el euro tiene sus días contados. El del señor  Cameron converge con otros programas como el sugerido por la administración Obama, y más recientemente por Durao Barro­so o por un elenco de notables encabezados por el filántropo-especulador George Soros. Básicamente todos ellos coinciden en abordar en clave de máxima urgencia la resolución definitiva del problema griego, la ampliación y/o apalancamiento del Fondo Europeo de Estabilidad, la perenne recapitalización bancaria, la búsqueda de medidas para promover el crecimiento económico y con mayor o menor énfasis, según las versiones, el fortalecimiento de la gestión económica —lo que ahora se denomina «gobernanza»— de la Eurozona. La gravedad de la situación es tal que estas llamadas de emergencia concitan la aprobación unánime de una ciudadanía perpleja, que comulga con Goethe en aquello de «¡no basta saber o tener intenciones: hay que hacerlo!», como acaba de recordarnos Jean Claude Trichet, en su mensaje de despedida. Pero no todo lo que se esconde tras las arengas es discurso positivo y aún puede faltar en ellas el énfasis suficiente sobre los verdaderos caminos de resolución de la crisis. Vayamos con esas dos proposiciones. Los mercados, la deuda de los gobiernos y la salud del sistema bancario forman en las economías avanzadas un maridaje inextricable y no siempre fácil. Los Estados se financian en cantidades espectaculares dentro y fuera de sus fronteras y las entidades de crédito adquieren sus títulos representativos, como «activo sin riesgo», un requisito que el sistema requiere para funcionar con seguridad, liquidez y eficiencia. Cuando, como es el caso de Grecia, esta alianza se descompone y destruye, es necesario preservar con nitidez el orden de los factores. Es la quiebra de un Estado —Grecia— lo que amenaza a la Banca y no al revés, y, en su consecuencia, la política económica debe volcar sus efectivos en gestionar aquella con urgencia. La decisión apunta en la dirección adecuada ahora que la Banca alemana ha aceptado condonar el 50% de la deuda helénica. Tal vez no sea suficiente, pero es el único camino posible. A partir de ahí, la ambigua propuesta de la Autoridad Monetaria Europea para recapitalizar a la Banca, de carácter marcadamente procí­ cli­co, debe ser minuciosamente analizada. Una aplicación indiscriminada de los umbrales de Basilea III, con supuestos de impagos sobera© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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nos parciales en otras economías de la Eurozona, entre ellas España, elevando el capital primario desde el 5% exigido en junio al 7 o incluso al 9%, aunque solo sea un ejercicio de simulación, sienta un precedente altamente peligroso, por la señal perversa de autoinculpación que se pasa a los mercados. La respuesta obvia es que los supervisores deben vigilar, caso a caso, la incidencia que la quita griega tenga en cada entidad financiera y actuar en consecuencia, pero la honorabilidad de principio del resto de deuda soberana debe ser preservada. Respecto al apalancamiento del Fondo Europeo de Estabilidad, existe un amplio ramillete de propuestas, aunque la opción que va cobrando más verosimilitud es la del aseguramiento parcial de las nuevas emisiones públicas, al objeto de blindarlas (firewall) del contagio griego. Hoy mismo Bruselas dictará sus conclusiones. Se tratará, sin duda, de un aspecto trascendental. No obstante, cualquiera que sea la alternativa elegida, su éxito dependerá en gran medida de la futura actuación del BCE, financiador posible del Fondo y un actor clave para impedir que los problemas de liquidez se conviertan en otros más graves de solvencia para los bancos de la Eurozona. Sin embargo, el auténtico nudo gordiano —segundo enunciado— de la refundación de Europa se sitúa en la esfera política. Sin duda los mercados navegan en una corriente de confusión acerca de lo que es o no es operativo a nivel de la UE. Una Unión con una estructura política complicada en materia de toma de decisiones, que contrasta con la capilaridad y banalización de las actividades bancarias en un mercado único sin restricciones de productos ni fronteras geográficas. Aunque los bazookas sean muy disuasorios, la batalla de Europa se librará en la explanada de su gobernanza redefinida, en un marco de nueva responsabilidad fiscal amparado en el compromiso solidario de todos los Estados partícipes. (23 de octubre de 2011)

Esta vez no es diferente Los últimos informes del FMI no vienen sino a enconar con datos irritantes la herida abierta por el desencanto de un crecimiento anémico y a advertir del fantasma de una nueva recesión, de la que creíamos haber coronado sus repechos más exigentes. El nuevo rumbo fijado por el G20 en Toronto, donde los «austeros», defensores de una consolidación fiscal rigurosa, ganaron claramente la mano a los partidarios de las políticas de estímulo, derivó no © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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solo en un drástico viraje de la política económica mundial sino que marcó el inicio del resquebrajamiento del consenso entre las grandes potencias. Antes de que la regeneración económica pudiera afianzarse, los mercados han sufrido un nuevo y grave contratiempo en forma de crisis fiscal traducida en un vehemente rechazo a determinados activos soberanos, cimentado en los altísimos déficits fiscales incurridos por sus emisores. Agosto de 2011 se recordará en los anales de los mercados financieros por su volatilidad psicótica. A pesar de los acuerdos de finales de julio de la Eurozona, las Bolsas se desplomaron y las primas de riesgo de los países periféricos, entre ellos España, volvieron a registrar guarismos de infarto. La política de mercado abierto, iniciada por Trichet, plantando cara a la ofensiva especulativa y adquiriendo títulos de los países más castigados, ha rebajado la tensión desde sus máximos, aunque quizá solo de manera interina. Christine Lagarde advierte ahora de que es necesario usar el freno con mesura, evitando maniobras agresivas. No es razonable, con todo, sorprenderse ante estos episodios calamitosos ni pensar que nos enfrentamos a fenómenos que carecen de antecedentes. Carmen M. Reinhart y Kenneth S. Rogoff presentan en su obra Esta vez es diferente —elevada al rango de best seller— un análisis panorámico de las crisis económicas desde los impagos soberanos de Inglaterra en el siglo xiv o las trece quiebras españolas del xvi, pasando por los fallidos del siglo xx en Asia, África y Latinoamérica hasta la gran crisis actual surgida del fenómeno estadounidense de las «hipotecas basura». El estudio contempla cinco «variedades» de depresiones, según aboquen en impagos externos, impagos domésticos, fracasos bancarios, colapsos de la divisa o inflaciones galopantes, respectivamente. Recesiones y crisis han sido innumerables a lo largo de la historia. La profesión económica —destacan los investigadores americanos— manifiesta una desafortunada querencia a recordar solamente las experiencias recientes, pero un evento que puede resultar notorio y excepcional en un intervalo de unas pocas décadas puede convertirse en trivial o recurrente en un contexto más amplio. Los episodios dramáticos se hallan espaciados en el tiempo creando la ilusión de que «esta vez es diferente» tanto entre políticos e inversores como entre analistas o académicos. Los autores llegan a concluir que la reciente crisis financiera subprime en modo alguno es única, sino clónica de otras anteriores. Reinhart y Rogoff recuerdan que las recesiones financieras derivadas de burbujas crediticias se dilatan en el tiempo. Mientras que las crisis de superproducción o reales rara vez exceden algunos meses, aque© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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llas llevan consigo una caída de los precios inmobiliarios cercana al 40% con un periodo de recuperación de alrededor de cuatro años. Las Bolsas de valores sufren recortes de más del 50% con una duración de tres años y medio, el paro asciende al 7% con un plazo de restablecimiento de un lustro y los PIB se recortan alrededor del 10% a lo largo de dos años. Este tipo de perturbación obedece al siguiente protocolo: crédito fácil y liquidez ilimitada, burbuja inmobiliaria y/o bursátil, pinchazo y dilución, rescate con fondos públicos, desequilibrio presupuestario, descontrol del volumen de deuda, crisis soberana de solvencia y, finalmente, impago (default). Según los autores, el retorno a la normalidad puede llevar años, y —lo que es crítico— no sigue una secuencia lineal y continua sino quebrada y cíclica, con recaídas. La incapacidad de diseñar una gobernanza común, por encima de los intereses nacionales, para hacer frente a los acuciantes problemas de fondo, a los europeos en particular, está en la base del colapso bursátil de agosto pasado, por citar un capítulo más de la larga crónica de sucesos de la crisis. Pero no es ese el objeto de estas líneas. Nuestro tema central es el síndrome del «esta vez es diferente». Existía la convicción de que, gracias a unas políticas económicas mejor informadas y unos hábitos de préstamo más selectivos, tanto los países deudores como los acreedores habían aprendido de sus errores. Por ejemplo, naciones como Grecia —pueden agregar otras que les vengan a la mente— habrían pensado que nunca incurrirían en impago, debido a que «esta vez es diferente, porque estamos en la Unión Europea». (25 de septiembre de 2011)

Cuatro años después El rotativo New York Times acostumbra a publicar a diario una cita célebre, o simplemente noticiable, que incumba a la vida cotidiana. En su edición del miércoles 7, recoge de boca de Raquel Haifley, madre de dos niños, domiciliada en Lansing, Michigan, la siguiente confesión: «Estamos bastante bien, hasta que algo se ponga muy mal». La frase resulta, desde su ingenuidad, manifiestamente alarmante. Las cosas pueden torcerse de tal manera, que la zozobra presente podría resultar asumible, si no va a más. Tal es, me parece, el sentimiento de la profesión económica en la hora actual. El mundo desarrollado contiene el aliento, tratando de recuperar los mandos de una máquina de la que pierde gradualmente el © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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control. A cuatro años del estallido de la crisis subprime y a tres de la quiebra de Lehman Brothers, los pilotos de cabina advierten atónitos que vuelven a recorrer los mismos lugares que se creían olvidados a perpetuidad. De nuevo en el punto de partida. Solo que con un espectáculo descorazonador de espacios atestados por víctimas del paro, un efecto riqueza reducido al 50% de su valor inicial, y lo que puede resultar aún más crítico, con los dispensarios intelectuales vacíos de recetas y los arsenales de acción política huérfanos de munición. El oro, desmonetizado en agosto de 1971 por Richard Nixon, se ofrece a casi 2.000 dólares por unos ridículos 31 gramos que pesa la onza troy, y los bonos refugio en Alemania y EE.UU. producen rendimientos reales negativos. El mundo busca afanosamente cobijo en medio de una tormenta enfurecida, que lo arrastra al borde de una nueva crisis financiera, de otra recesión global. Con tantas malas noticias con las que nos despertamos cada día es difícil encarar un diagnóstico clarificador. Pero está fuera de duda cuáles son los principales problemas que atenazan a la economía occidental. En primer lugar, los gobiernos han tomado a préstamo más de lo que pueden pagar para albergar un nivel de vida, desigualmente disfrutado, que desborda los límites de la prudencia. Para enmendarlo, los feroces recortes impuestos al gasto amenazan de quiebra a más de un país. Los dirigentes se autoinmolan con medidas como el techo impuesto al endeudamiento americano o suscriben acuerdos como los de julio de 2011 que los líderes europeos no se atreven luego a implementar. Detrás del inmovilismo se atisba la necesidad de unos Estados fuertes, pero también de desmantelar burocracias y que no bastará solo con mejorar la eficiencia. Las futuras cargas del bienestar requerirán ser más y mejor compartidas. El segundo problema afecta a la industria financiera, que anticipa la probable falencia de aquellos activos soberanos que habían constituido hasta la fecha el armazón básico de su solvencia. Resulta imperioso crear mecanismos de futura resolución bancaria, «automáticos», alimentados por un «impuesto eficiente», por ejemplo, por una tasa simbólica sobre las transacciones financieras. En tercer lugar, un crecimiento esclerótico. No nos engañemos. La mitad del déficit público sobre PIB no resulta de un gasto excesivo sino que procede de una caída de los ingresos tributarios. El keynesianismo que se ensayó como solución a la crisis probó ciertamente sus virtudes, aunque gozó de escaso efecto multiplicador. Insuficiente primero y criticado después desde las tribunas de la austeridad, ha ido cediendo © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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posiciones hasta asfixiar a un buen número de países en su senda de recom­po­si­ción fiscal. Con un crecimiento negativo del 5%, Grecia, por citar un ejemplo, será incapaz de alcanzar equilibrios presupuestarios primarios. A lo anterior deberíamos agregar la nula confianza que alberga el sector privado en la coyuntura inmediata. Las empresas no invierten y los bancos no prestan a los clientes pero tampoco se prestan entre sí. Christine Lagarde ha alertado de posible excesos de frenada. Continencia sí, pero sin estrangular la economía. Heroico equilibrio que la ausencia de una gobernanza global hace poco menos que imposible. El G20 lo intentó en Washington 2008 antes de mostrar su rostro más proteccionista y regresivo en Toronto 2010. Es en esta línea de un gobierno vinculante, sobre todo en Europa, donde se abre una puerta de esperanza. Pero no en breve. Detrás del estruendo causado por las demoliciones ideológicas, se advierte el silencio expectante citado por Anatole Kaletsky en su obra Capitalismo 4.0. Un movimiento pendular del bienestar del planeta que los países ricos nunca querrán ceder y que los emergentes reclaman para sí, hartos de ser los banqueros de aquellos exhibiendo las credenciales de un modelo manufacturero, no «financializado», de alta productividad. No se trata de dar pábulo a una narrativa apocalíptica, pero los retos que afrontamos no se resolverán a corto plazo porque son de naturaleza estructural. Occidente cierra un ciclo y asumir e interpretar el nuevo puede costar años o quizá lustros. (11 de septiembre de 2011)

EE.UU.: fin del monopolio financiero Hubo un tiempo ordenado y bucólico en que los billetes de banco podían ser convertidos en oro, en una cantidad fija y preestablecida. El billete era «fiduciario» porque atesoraba una promesa inviolable. El banco emisor garantizaba que tras el papel se hallaba una reserva cierta de metal precioso. El sistema, denominado «patrón oro», poseía determinados atributos estabilizantes. Los países con balanzas de pagos deficitarias se veían obligados a entregar oro en la cantidad equivalente al déficit contraído, lo que provocaba una restricción de la oferta monetaria doméstica seguida de una caída de los precios relativos, lo que, a su vez, de forma natural, conducía en el tiempo al aumento de las exportaciones, la re© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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ducción de las importaciones y a la recuperación de las masas de oro originalmente perdidas. Pese a sus innegables ventajas el sistema supeditaba las políticas de empleo y la actividad productiva al supremo valor del equilibrio exterior. La expansión del comercio, la primera contienda mundial y especialmente el advenimiento de la gran crisis de 1929 se encargaron de dinamitarlo. Con algunos antecedentes situados entre las dos guerras mundiales, la conferencia de Bretton Woods enterró el sistema, implantando el denominado «Patrón cambios oro» que revestía profundas novedades en relación a su predecesor. En este caso los distintos países fijaban el cambio de su moneda contra un dólar que el Tesoro americano debía redimir en metal amarillo, a razón de 35$ la onza. La política beligerante del general De Gaulle que se dedicó sin remilgos a deshacerse de sus haberes en divisa yanqui reclamando la entrega de los correspondientes lingotes, y los persistentes déficits americanos derivados entre otras razones de la guerra en Vietnam empujaron en 1971 a Nixon a romper el trato, dándose por finalizada la etapa inaugurando un sistema de tipos de cambio flotantes. Una vez arrinconadas las responsabilidades de conversión del sistema anterior, las últimas cuatro décadas han sido testigos del poderío norteamericano que ha unido a la solidez de su sistema productivo el monopolio del dólar como moneda vehicular internacional. Tres características han definido el statu quo financiero mundial. En primer lugar, Estados Unidos ha sido durante todos estos años la ventanilla financiera planetaria donde todos los países, ricos o pobres, desarrollados o emergentes, han depositado sus reservas exteriores, lo que ha supuesto una fuente de financiación privilegiada para acometer el gasto congruente a su condición de primera potencia mundial. He aquí la auténtica paradoja sistémica. El resto del mundo, con un protagonismo destacado de los países del sur, ha actuado de financiador mancomunado del país más poderoso de la Tierra. Paralelamente, la Reserva Federal —libre de compromisos de convertibilidad— ha podido emitir en todo momento cuanta moneda ha juzgado adecuada para la lubricación de su sistema productivo. Su actuación durante el crash bursátil de 1987 fue determinante, como lo ha sido en la crisis de 2007 mediante los masivos programas de liquidez denominados «QE1» y «QE2». Finalmente, y como consecuencia de lo anterior, el gigante americano ha vivido muy por encima de sus posibilidades incurriendo paulatinamente en un déficit fiscal desmesurado. Por primera vez en la historia, el sistema ha tenido a bien recordarle que se halla sobreendeudado. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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Standard & Poor’s lo ha pregonado rebajando su calificación un nivel. China le ha propinado el primer correctivo dialéctico, echándole en cara su incontinencia y anunciándole que «suena la alarma sobre un sistema de divisas internacionales dominado por el dólar». El asombro se ha adueñado de la comunidad financiera mundial. Desde el punto de vista de los fundamentales, la probabilidad de un impago americano es nula. No solo porque la Reserva Federal puede monetizar su deuda a su antojo: a lo largo de la semana, con unos mercados bursátiles colapsados, inversores frenéticos buscaban refugio precisamente en los bonos del Tesoro americano. El tipo a 10 años sigue estando por debajo del 2,5%. Lo destacado es la pérdida no de crédito sino de credibilidad. «América no es, ciertamente, el país estable y fiable que fue una vez», en voz del nobel Krugman. Lo crítico es que «riesgo cero» y «Tesoro americano» eran hasta hace bien poco expresiones intercambiables, y que el vigente sistema definía su AAA como una constante y no una variable. Ahora, el absoluto se vuelve relativo. Al patrón dólar le faltan centímetros, o aliento o liderazgo. Entretanto las instituciones titubean, los gobiernos no aportan soluciones —los gobiernos son hoy el problema— y solo cuenta el despiadado veredicto de los mercados. No se trata de sucumbir a una narrativa apocalíptica. Pero es que, como expresó en cierta ocasión el ex  campeón de los pesos pesados Mike Tyson: «Todos tenemos un plan hasta que nos noquean». (14 de agosto de 2011)

«James Stewart ha muerto» Jimmy Stewart is dead, la versión inglesa del encabezamiento de este artículo, es el título original de una reciente publicación (Wyley, 2010) de Laurence Kottlikoff, un anónimo catedrático de Economía de la Universidad de Boston que ha escalado niveles de popularidad debido a sus controvertidas tesis acerca de los requisitos de un sector financiero sostenible. El título alude al papel de un banquero bueno, protagonizado por James Stewart en el filme ¡Qué bello es vivir!, una cinta irrepetible llena de fuerza, un clásico del cine dirigido por la mano maestra de Frank Capra. James Stewart ha muerto y con él su personaje de celuloide, artífice de una forma honrada y modesta de hacer banca, que se reputa román© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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tica e inusual. Pero se cita como emotivo recuerdo de un ejemplo que, definitivamente, fue mejor. Para Kottlikoff, las amargas consecuencias de la crisis de origen bancario que padecemos hacen detestable el actual diseño del sector, y por ello brinda su propia solución de futuro. La alternativa se llama «banca restringida». La «banca restringida» contiene dos ingredientes fundamentales: en primer lugar, la creación de un único regulador-calificador de naturaleza pública que detenta la exclusiva tanto de la fijación de las calificaciones crediticias —ratings—, como de la regulación y supervisión del sector financiero en su acepción más amplia. Podría llamarse «Autoridad financiera central». En segundo lugar, la conversión de todas las instituciones: bancos, cajas, hedge-funds, sociedades de capital riesgo, sociedades de valores y todo tipo de entidades parabancarias en una única categoría genérica de «fondos de inversión», clasificados y diferenciados con posterioridad según su objeto y la naturaleza de su cartera. La moraleja económica de la propuesta es muy simple. Si deseamos que los mercados financieros funcionen, deben desterrarse determinadas prácticas bancarias especulativas y restringir su objeto social a dos funciones cardinales: la mediación en el sistema de pagos y la interconexión entre prestamistas y prestatarios. Descendamos al detalle. La liquidez disponible en caja por las entidades financieras, en porcentaje de los depósitos a la vista, no será la cifra irrisoria que prescriben las normativas actuales, por lo general en torno al 2%. En el nuevo escenario pasaría a ser del 100%. Para asegurar la conexión de los mercados de ahorradores e inversores, las entidades crediticias empaquetarán activos de índole variada dentro de diversos fondos de inversión, comercializándolos entre sus depositantes. Conociendo en cada instante la calificación otorgada por la «Autoridad Financiera Central», estos suscribirán participaciones en fondos de liquidez, de préstamos a pymes o grandes empresas, de operaciones hipotecarias, graduados por plazo y riesgo, de rendimiento fijo o variable, con o sin ventanas de liquidez. El referente es Fidelity, Pimco, Dexia o cualquier otra marca respetada, distribuidora de fondos de inversión. El modelo no es Bearn Stearns. No es Lehman Brothers. Naturalmente, el banco cobrará religiosamente comisiones por su tarea de intermediación. Y ello no significará que no pueda abordar operaciones arriesgadas, y especular donde lo juzgue conveniente, pero siempre por el monto de sus propios fondos, del dinero de su propie© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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dad, sin comprometer el de sus depositantes. Pudiera el banco quebrar, pero los fondos, con sus patrimonios respectivos, preservarían su autonomía, sin sufrir el contagio de su gestor depositario. Con la adopción de una «banca restringida» las crisis financieras resultarían virtualmente imposibles. No solo por la plataforma de riesgo, cuya eliminación ha sido relatada. También por la plataforma de liquidez. La oferta monetaria sería controlada por los Bancos Centrales que venderían o comprarían títulos del Tesoro, una vez que los bancos quedaran inhabilitados para aumentar o reducir el saldo de sus depósitos a través del multiplicador del crédito. Y lo que es igualmente relevante: la necesidad de capitalización de las entidades —el becerro de oro de las reformas en curso— pasaría a un discreto segundo lugar. Los bancos de inversión, por su parte, se dedicarían a la consultoría, aconsejando a sus clientes en materia de fusiones, adquisiciones, IPO, OPA y demás sopas de letras, y las firmas de brokerage de valores mediarían la compraventa de títulos a cambio de un corretaje. Ninguno de ellos podría invertir en las compañías de sus clientes. Los hedge funds contribuirían a aquello para lo que fueron creados: la cobertura y limitación de los riesgos incurridos. Al igual que las aseguradoras. Las empresas de rating privadas deberían reconvertirse. El modelo de Kotlikoff, tan utópico como deseable, aliviaría alguna parte de la esquizofrenia mercantil de nuestra sociedad: un arquetipo desencajado que proclama su fe absoluta en el librecambio y el interés privado, pero que es incapaz de sobrevivir sin subsidios, garantías, coberturas de bienestar y de todo tipo de acciones de protección públicas, que nunca tildará de intrusas. (13 de marzo de 2011)

Cajas de ahorro: epílogo y fin El miércoles de esta misma semana la vicepresidenta económica Elena Salgado ha adelantado las últimas directrices para el saneamiento del sector financiero. Básicamente, consisten en la observancia de un ratio de core capital (capital y reservas sobre activos en riesgo) del 8%, el umbral normativo más alto del mundo, y que será aún mayor —el 10%— para el caso de aquellas entidades que no coticen, o no tengan presencia en su capital de al menos el 20% de inversores privados, y que además tengan una proporción de vencimientos pendientes de financiación mayorista superior al 20%. Estos supuestos alcanzan en plena línea de flotación a las Cajas de Ahorro. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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Para adaptarse a estas exigencias, las cajas deberán procurarse inversores institucionales en el período inaplazable que media hasta el próximo mes de septiembre o bien dar entrada al Fondo de reestructuración bancaria ordenada (FROB) quien inyectaría capital en ellas previa su transformación en bancos, tomando las riendas de su gestión. En estas circunstancias, un número indeterminado de cajas resultarían nacionalizadas interinamente durante un máximo de cinco años, para, una vez saneadas, ser vendidas al postor de turno, bien un banco nacional o internacional, tal vez recientemente rescatado con los fondos de los contribuyentes, o uno de esos fondos especialmente adiestrados para hacer el agosto en los outlets y bazares de las rebajas. La ciclotimia normativa sobreviene cuando la industria cajera acaba de satisfacer los requisitos estipulados en el Real Decreto-ley 11/2010, de julio pasado. Laboriosos procesos de negociación culminados en fórmulas de integración (SIP), fusiones o absorciones han adelgazado el mapa de las cajas haciéndolo más versátil y competitivo. A la desorientación provocada por esta brusca maniobra regulatoria de frenado y marcha atrás, seguirá una etapa de discriminación del escenario de juego (playing field) donde el sector financiero español en general y las Cajas de Ahorro en particular competirán en notoria inferioridad de condiciones con sus homónimos europeos, que atraviesan por análogos problemas, pero que disponen hasta 2019 para capitalizarse según los requerimientos postulados por Basilea III. Pero es que, además, la iniciativa acarrea algunos males mayores para la economía española en su conjunto, con independencia de rubricar la eutanasia gradual de la profesión. A pesar de que las cajas están provisionadas conforme a lo preceptuado por el supervisor, y algunas de ellas superan con holgura las exigencias de los nuevos requerimientos, el mensaje lanzado por el Gobierno podría confundir gravemente a la ciudadanía, que puede atisbar tras la catarata de normas poco menos que la quiebra generalizada del sector. A contrarreloj, las entidades de ahorro se verán obligadas a desapalancar posiciones comenzando con su cartera de participaciones industriales, siendo igualmente inevitable una nueva contracción del crédito, que hará más penosa aún la ya precaria financiación de particulares y muy especialmente de las pymes. Irreparable resultará la desaparición a medio plazo, del dividendo social de las cajas. ¿Se ha pensado por un instante quién repondrá los 3.000 millones de euros anuales de obra benéfica, un pay-out del 30% de los beneficios netos del sector? ¿Y qué iniciativa reemplazará sus fines fundacionales coadyuvando al desarrollo de la iniciativas regionales, © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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evitando la exclusión de los más frágiles y necesitados, fomentando la competencia financiera y el ahorro popular? A medio o aún a corto plazo, la transformación o eventual absorción del 50% del sistema, aumentará la concentración del sector financiero justamente en un momento en que los reguladores de todo el planeta cuestionan la trayectoria de la entidades «demasiado grandes para quebrar». No se trata de ignorar los graves problemas del colectivo. Pero es evidente que las cajas son el chivo expiatorio, los rehenes canjeados en la operación de rescate de la credibilidad exterior del país. Mucho nos tememos que esta locura terapéutica —sin haber ahondado en otras alternativas—, acallando transitoriamente el recelo de los inversores internacionales, ahonde la desmoralización y el complejo de inferioridad de nuestros responsables políticos, una vez vuelvan a ser jueces imparciales de sus actos, y sepan lo que han impulsado a transformarse hasta su disolución. Suponiendo que fuera vital la inmolación ejemplarizante del colectivo de las Cajas de Ahorro, hágase, pero para que la sedación de los mercados exteriores sea aún más gratificante y duradera, elévese el requisito de core capital hasta el 15 o el 20%. O mejor aún, al 25. Ello obligaría al desembarco del FROB en la totalidad de cajas y así, este gobierno y aquellas formaciones que lo han apoyado sin fisuras, incluido el Banco de España, ganarían por goleada el partido de su reputación internacional. El Guiness les acreditaría el récord planetario de todas las exigencias regulatorias. Los historiadores del futuro tal vez les recuerden como los promotores del mayor escamoteo financiero de la democracia: el desprecio a una brillan­tí­si­ma ejecutoria social de dos centurias y un claro insulto a la inteligencia. Seguidamente podrían sugerir a Angela Merkel que hiciese lo propio con las sparkassen alemanas. (13 de febrero de 2011)

Carta a los Reyes Magos Queridos Reyes Magos: Desde la manifestación de aquella estrella atípica que motivó la primera cabalgata de la historia han transcurrido un par de millares de años. Vaya, que estaréis más que habituados a los sobresaltos de coyunturas cambiantes, y a las sucesivas alternancias de alegrías y desazones que estas acarrean. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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Fieles a vuestra fantástica misión cada año en estas fechas, os coláis inadvertidos en los aposentos de los habitantes más diminutos de la Tierra, satisfaciendo en la medida de lo posible sus infantiles encargos, redactados desde el mundo sin límites de la inocencia. En esa ensoñación reside la primera dádiva inadvertida, puesto que lo más hermoso del deseo humano reside en el tiempo y modo en que este se proyecta, cuando uno diseña la pasarela que unirá sueño con realidad. Como ciudadanos adultos comprendemos que no somos sujetos de vuestra competencia, pero nos permitiréis, con todo, que sigamos vuestra invisible estela y os narremos la consternación que existe a nuestro alrededor. Tal vez sin volver el rostro queráis dejar caer algún mágico algoritmo, alguna receta o aviso que leeríamos ávidamente sabiendo de vuestros buenos sentimientos. Resulta, majestades, que en algo más de tres años hemos pasado de ser héroes de un milagro económico a actores de una burda farsa de corral de comedia. De envidiados a objeto de mofa. De alumnos aventajados a titulares de la última fila de la clase, la de los torpes y permanentemente aleccionados, los de dudosa reconducción. Nos descolocó en un principio que los pirómanos convictos (aunque no confesos) de la gran Banca americana, de donde partieron todos estos males mayúsculos que azotan el planeta en general y a nosotros en particular, se fueran absolutamente de rositas. Rescatados y bendecidos. Hoy, tres años después, los sonrosados muchachotes de Wall Street vuelven a descorchar botellas de champán para festejar escandalosas gratificaciones millonarias. Más tarde nuestro sistema financiero, la avanzadilla de Europa con su bandera singular de provisiones anticíclicas, empezó a tambalearse fruto del crack inmobiliario. Hoy acumula en sus carteras millardos de euros de activos adjudicados en pago de deudas, de cuya digestión nadie es capaz de aventurar plazo ni resultado alguno. Y como consecuencia de todo ello, la recesión, el paro, el gigantesco endeudamiento público y con él el descrédito internacional y el dedo inquisitorial de la comunidad inversora, la amenaza del bochorno secular: el impago y el rescate. En dos años el país se ha empobrecido alrededor del 4% y aunque las estimaciones oficiales de crecimiento para 2011 se cifran en un tímido 1,3%, los hombres del FMI creen que se quedará en el 0,7% y los más pesimistas de Fitch lo rebajan al 0,5%. En cualquiera de los casos la tasa de paro puede rebasar el 20%, un nivel que, adicionalmente, amenaza con durar bastante más de lo esperado. Las medidas de austeridad acordadas con los socios de la Eurozona para reducir el déficit público hasta un 6% del PIB pueden ser técnica© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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mente adecuadas pero arrastrarán a miles de familias al desamparo y a la pobreza. De monarca a monarca: el de aquí ya ha certificado más de cuatro millones y medio de personas sin empleo, con una tasa de paro juvenil del 42% que duplica la media de la Unión Europea. En el comercio, 30.000 establecimientos cerrados con 90.000 empleos perdidos. El coste medio por trabajador y mes cayendo, debido a la congelación relativa de los salarios y el sector público que ha asumido el torniquete a sus emolumentos sin pestañear. Altezas: ahí está una encuesta de Cáritas que no se refiere al África subsahariana ni a otras bolsas de indigencia flagrante del hemisferio sur, pero que comparte con ellas el bochorno de las cifras. En España unos 9 millones de personas están afectadas de pobreza «moderada» con 6.000 euros/año de ingresos (un 19,6% del total), de los cuales, los severos (un 3,1%) sobreviven con menos de 3.000 euros anuales. Aquí es donde os necesitaríamos. ¿Hay remedio para superar este calvario? No queremos el oro de Melchor que, tal y como se cotiza en los mercados internacionales, descuenta el estallido de otra burbuja sistémica. Ni incienso, más idóneo para perfumar a las Merkel, Sarkozys u otros líderes de lo que ahora se llaman los «emergentes dinámicos». Tal vez lágrimas de mirra para adormecer nuestra rabia y apuntalar nuestra paciencia, haciéndonos esperar que pronto otro futuro será un presente mejor. Y aprender también, en lo que nos toca, la lección de la experiencia, que, como ya adelantó Oscar Wilde, no es sino el nombre que damos a la lista de los errores cometidos. (3 de enero de 2011)

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Una asfixia tolerable . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2013: en la estela de Mario Monti . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Un rescate bancario agridulce. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El falso conflicto entre estímulo y austeridad. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La década perdida. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . España: navegando por aguas turbulentas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El confuso liderazgo de Alemania . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La constructiva tardanza del señor Rajoy. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La marca España. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La tentación de la señora Merkel. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El nudo gordiano de Europa. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Obstáculos y progresos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Se inicia la tregua. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Mario Draghi: el peso de la evidencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Elogio de la contraespeculación. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El rescate de la Banca española. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Ratings y mercados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Draghi: decepcionante, pero meridiano. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Una propuesta para la Eurozona. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Esto es una guerra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Las medidas de Rajoy. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Los hombres de negro. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Las dos Europas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Esperando a Godot . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Derechos entre paréntesis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Austeridad a secas: una virtud letal. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Los deberes de Europa. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Rescatar la generación perdida. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Las naciones de la riqueza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La revolución de la oferta. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La cumbre del empleo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Los deberes del Gobierno. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Una asfixia tolerable La economía española se aproxima al fin de año sin poder abandonar la UCI del «Hospital tutelar de Periféricos» pero de aquí a un tiempo el enfermo ha experimentado una ligera mejoría hasta consentirse que no siga entubado. Aunque su estado sigue siendo grave, los médicos se muestran algo más esperanzados con su evolución. Su jadeo, todavía evidente, se diagnostica como de grado tolerable. De las dos gravísimas afecciones que obligaron a su internamiento de urgencia, la primera y más rebelde al tratamiento, el paro registrado, no parece aún haber sido estabilizada. Es en la segunda dolencia, el plante general de los mercados internacionales a seguir financiando la deuda pública española, donde el paciente ha conseguido superar un estado que se calificaba de crítico. Repasemos. La prima de riesgo mide la confianza de los inversores en nuestra economía. Una prima elevada no solo lastra el gasto presupuestario que recae sobre las espaldas del contribuyente. Su aceptación por encima de un determinado nivel «psicológico» dispara el temor de los gestores internacionales, que acabarán cerrando definitivamente la espita del crédito, conduciendo al país al default («impago») o a la humillación y secuelas de un rescate a la griega. El pasado 24 de julio el Tesoro español pagó por su bono a 10 años el 7,63% y la prima de riesgo se situó en 649 puntos básicos. A partir de entonces, la Banca española ha sido la compradora única de las nuevas emisiones del Reino. Más aún, bancos y fondos extranjeros han deshecho masivamente sus posiciones en España reduciendo su cuota en el stock de deuda desde un 51% a menos del 35%, arrastrando a la balanza de capitales del país por sucesivos déficits mensuales, sembrando el pánico ante una posible estampida de depósitos, la intervención pública y finalmente el racionamiento de saldos, el temido «corralito», el regreso a las cavernas financieras y el coma o quiebra del país. Desde el pasado 24 de julio todo esto pudo ocurrir. Hoy, seis meses después, con el TIR a 10 años en el 5,24%, una prima de 385 p.b., la balanza de capitales en positivo y Bruselas insinuando que tal vez no sea necesario el rescate, la situación financiera exterior de la economía española debe su mejoría a la confluencia de al menos tres elementos, más que oportunos, providenciales. El primero se refiere a la solicitud de una facilidad crediticia europea de condicionalidad limitada que el ejecutivo español tuvo que activar en junio tras la puntilla asestada al maltrecho sistema financiero español con la quiebra de Bankia. Durante estos meses, Madrid ha negociado con la Troika una reconversión estructural de gran calado para © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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el 20% inviable del sistema, que ha culminado estos días con la recepción de 52.000 millones de euros, cifra similar a la estimada por Roland Berger y Oliver Wyman, decisiva para taponar la hemorragia del sector y, lo que es más importante, para restablecer en buena medida su credibilidad internacional. El segundo, y trascendental, reside en el manifiesto lanzado por Mario Draghi a primeros de agosto por el que el BCE adoptaría cuantas medidas monetarias no convencionales fuesen necesarias para reparar la transmisión de la política monetaria e impedir la fragmentación del mercado único financiero europeo. Con el lanzamiento en septiembre del programa de compra condicionada de bonos (OMT), el nuevo guardián del euro ha hecho más por la economía española que toda la burocracia comunitaria y los halcones del euro sumados. Nunca una acción de tan reducido coste, como la emprendida por el italiano, ha cosechado unos resultados tan espectaculares, aunque carezcamos aún de la necesaria perspectiva histórica. Pero sin duda el elemento singular que más incidirá en la mejoría del paciente español —es una apuesta calculada— lo constituye el acuerdo adoptado por el Consejo Europeo de 13 de diciembre al aproximar los países de la Eurozona a una Unión Bancaria (Mecanismo supervisor unificado). Con ello se otorga al Banco Central Europeo la supervisión directa de los bancos de la Eurozona, a partir de enero de 2014. Aunque de forma sectorial y por tanto parcial, esta medida, por sí sola, otorga credibilidad a la idea de una Europa solidaria y mutualizante de la que España no puede sino cosechar sustanciosos dividendos. Se dice de Rajoy que abusa de actuar «a la gallega», sobre todo en el tema del rescate, pero a la postre no queda muy claro si detrás de ese juicio se esconde una condena o un aplauso. Al fin y al cabo, citando sus propias palabras, si Bruselas decide a paso de tortuga no parece lo más prudente dejarse llevar por las presiones o la precipitación. Con niveles del TIR a 10 años sobre el 5% y mejorando, lo prudente es esperar a ver qué pasa. (21 de diciembre de 2012)

2013: en la estela de Mario Monti Para la economía española, 2012 representará el año de la recaída de la crisis, pero sobre todo aquel que pudo suponer el cierre total de los mercados financieros exteriores y en consecuencia la quiebra, la rendición a Bruselas y un rescate en condiciones incalculables. Nadie © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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previó un endurecimiento tan profundo de los mercados financieros internacionales ni una recesión semejante. Analistas de solvencia anticiparon crecimientos del PIB en 2012 del orden del +1% aunque luego fueran cautamente rebajados. Para algunos las amenazas más directas pueden haberse desvanecido, aunque el camino por recorrer sea aún inhóspi­to y pedregoso. Existe la posibilidad —solamente una posibilidad— de que la economía española toque fondo en el primer semestre de 2013 y a partir de ahí comience muy lentamente a remontar posiciones, si bien los organismos internacionales predicen para el ejercicio un ligero aumento del desempleo, con un PIB estacionario en torno al –1,4%. Al cierre de 2012 ciertos indicadores muestran su cara amable en forma de avances en la productividad, reducción de los costes laborales, y mejora de la competitividad exportadora, aunque todo ello se deba a la feroz destrucción de puestos de trabajo que rebaja las masas de costes salariales por vía de cantidad más que de precio. También cae drásticamente el beneficio empresarial. Consumo, inversión y gasto público, que absorben la parte de león en la demanda agregada, conocen retrocesos y no es muy probable que recuperen a corto plazo el terreno perdido. Por otro lado, las reformas estructurales tienen un efecto inicial anticíclico, esto es contraproducente, aunque sean inexcusables porque adelgazar la oferta competitiva de hoy es engordar la capacidad de producción del mañana. Una de las más radicales y necesarias, la del sector financiero, ha dado un paso de gigante en la dirección correc­ta, en un ambiente de recelo y crispación popular peligrosa —léase desahucios o preferentes— pero también en un entorno de morosidad preocupante, con una tasa récord del 11,2%. En 2013 se prevé la misma caída del crédito al sector privado del 5% que en 2012, pero tal vez los pronósticos pequen de pesimistas en este punto si el banco malo hace sus deberes y si surge una demanda suficientemente solvente. Otras reformas previstas, la de las administraciones públicas, las pensiones, o la del sector energético contienen efectos secundarios inmediatos de menor calado. En cuanto a las variables exteriores, la balanza por cuenta corriente progresa favorablemente espoleada por el tirón de las exportaciones y sobre todo por el magnífico recorrido del turismo. La balanza de capitales se ha dado la vuelta y la inversión exterior vuelve a apostar por nuestro país. Por último, nuestras cuentas fiscales se debaten a vida o muerte entre la fidelidad al administrado, más necesitado que en ningún otro momento de la democracia de esquemas sólidos de protección social y la doble pleitesía a Bruselas y a los mercados, para garantizar el flujo ra© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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zonable de nuestra financiación exterior. No es probable que el déficit presupuestario alcance el voluntarioso objetivo del 6,3% del PIB aunque tal vez tampoco sobrepase el 7%. Los últimos datos desvelan desviaciones en las recaudaciones impositivas conjuntas de las administraciones públicas central y periféricas, en la Seguridad Social y en las prestaciones por desempleo. Pero de todo esto también cabe extraer una conclusión reconfortante. Según las estimaciones de BBVA Research, de no haberse emprendido el agresivo abanico de medidas fiscales recientes, el déficit en 2012 se hubiera situado en cifras cercanas al 11,5%. Si finalmente se alcanzase el objetivo del 7%, la reducción del déficit en un solo año habrá sido del 4,5%. Esto significa que las políticas de austeridad funcionan y estimulan la confianza de los mercados y, lo que es igualmente importante, consolidan el pacto con Europa, con más Europa, algo con lo que cerraremos nuestro comentario. No hay alternativa. Resultará alentador que Bruselas nos conceda la segunda prórroga en el ritmo de consolidación presupuestaria. Pero la recuperación de las cifras macroeconómicas de 2008 previstas para nuestra economía en 2018, solo tendrá lugar si de una u otra manera se producen sucesivos hitos de mutualización, empezando por separar deuda bancaria y deuda soberana, una vez constituido el mercado único bancario europeo. Algo de esto sabe ese inimitable estratega llamado Mario Monti que con el voto de calidad de Angela Merkel, se hará nuevamente con las riendas del ejecutivo italiano tras las elecciones de febrero. «Su­perma­ rio» lo tiene claro. En su nueva «Agenda» que circula por las redes sociales se lee: «Italia debe batirse por una Europa más comunitaria y menos intergubernativa, más unida y no a varias velocidades, más democrática y menos distante de los ciudadanos». No podemos estar más identificados con ese deseo. Cultivemos la alianza con Monti. (28 de diciembre de 2012)

Un rescate bancario agridulce Más allá de la lluvia de millones, Bruselas ha tocado una pieza clave en la compleja maquinaria bancaria española al promover la venta del Banco de Valencia a CaixaBank por el precio simbólico de un euro. El paquete completo de ayudas a las cuatro entidades intervenidas suma 37.000 millones de euros, aunque los anticipos del FROB y el cómputo © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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residual que la Comisión realiza a efectos de «Ayudas de Estado» sitúe dicha cifra en casi el doble, esto es, en 67.000 millones de euros. La resolución del Banco de Valencia se verá secundada con probabilidad cercana a la certeza por la imposición de que Catalunya Banc y NCG —viables tras las inyecciones públicas— sean adjudicadas al mejor postor de forma inmediata. En teoría, Bruselas concedía un plazo hasta 2017 para la venta de estas dos entidades, pero Almunia ha desplegado un celo inesperado al subrayar el falseamiento latente de las reglas de la competencia presionando a Madrid para que cambien de dueño cuanto antes. Bankia, por el contrario, no tiene plazo de enajenación dada su condición de entidad sistémica y se sitúa a cierta distancia de las consideraciones que siguen. La primera evidencia del rescate es que reviste la forma de un préstamo al Estado español a través de su órgano ejecutor FROB. Si, como dicen, el tipo será inferior al 1% y el plazo no menor de 15 años, bueno y santo. El crochet a la mandíbula se ha producido cuando la enajenación fulgurante del Banco de Valencia —y las que sigan—, consolidan como pérdidas irreversibles las ayudas prestadas y las que están en curso. Dicho de forma alta y clara, el rescate de las entidades nacionalizadas se produce con fondos públicos, o traducida a su acepción más sangrante, con fondos del contribuyente. Un total de 31.000 millones de euros para las tres entidades del grupo exceptuando a Bankia, que, a su vez, acumulará 36.000 bajo un régimen diferencial. Es cierto que los intereses aplicados son más que competitivos y que gravarán el déficit público con un importe moderado, pero la llamada «línea de crédito comunitaria» va directamente a la vena de la deuda pública soberana, que como ya ha avanzado la OCDE se situará al término de 2013 en el 100% del PIB español. Abandonen toda esperanza quienes, pensando en otros esquemas de gestión —los que se pretenden ensayar en Bankia—, acariciaban la idea tantas veces perjurada por De Guindos y su predecesora, Elena Salgado, de que el rescate de la Banca y/o el banco malo no iban a suponer carga alguna para el ciudadano. Un segundo considerando es que si la historia de la gobernación mundial se ha regido casi siempre por la doctrina del mal menor, debe interpretarse también como el menor de los males el infringido al erario público con la consolidación de las pérdidas descritas. A decir verdad, otros muchos países han figurado en este escenario financiero global con medidas similares a las que narramos. En un contexto internacional nuestra actuación, incluida la figura del Banco malo, ha sido desafortunada y tardía pero no más lacerante que en otras latitudes. Las ayudas al sistema financiero habían supuesto en España el 2% del PIB y se situarán tras el rescate en el 6,7% del producto interior. En © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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Irlanda han supuesto, no obstante, cerca del 30%. Otros países han superado el fiasco doméstico: el 14,1% en Holanda, parecidos registros a los nuestros en Bélgica y el Reino Unido, y el 12,2% en Alemania, un país que enmascara bajo su poderío económico un sistema financiero aún sin depurar, sobre todo en lo que atañe al sector de las cajas de carácter público y capitalización ridícula. Debe apuntarse igualmente que el grupo 1 de entidades intervenidas y ahora reflotadas habrá afectado tan «solo» —discúlpese el adverbio— al 20% del total de activos del sistema. El tercer renglón se refiere a una batalla absurda si se contempla desde la óptica de las evidencias actuales. ¿A qué tanto empeño en quebrar el principio de financiación directa al Estado y promover la posibilidad de que el MEDE, el mecanismo de rescate europeo financiase directamente a la Banca sin pasar por las instancias públicas y no teniendo que computar en la rúbrica de deuda soberana? El Consejo de junio de la UE admitió esta posibilidad sujeta a la implantación previa de una autoridad bancaria europea. Pero siempre pensando en una financiación reembolsable y reversible. ¿Alguien pensó de verdad alguna vez que el MEDE iba a sufragar los agujeros del sistema financiero español? Sin comentarios. Un recelo final. La feroz condicionalidad aplicada a las entidades rescatadas ¿no agudizará la restricción del crédito y en su consecuencia el paro y la recesión? Confiemos en que no. (30 de noviembre de 2012)

El falso conflicto entre estímulo y austeridad Esta crisis, cuyos culpables aún no se han desenmascarado suficientemente, computa ya su quinto de año de estragos sobre las finanzas, el crecimiento y muy particularmente sobre el empleo. El paro en Europa registra tasas del 11,6% de media pero con sangrantes disparidades: en España y Grecia afecta a uno de cada cuatro ciudadanos. A la exigible reacción para superar la crisis le acompaña un encendido debate: ¿No están las políticas de austeridad y las reformas estructurales yugulando el crecimiento y conduciendo a la economía a un desfiladero que finalmente aboca a un abismo? En términos de política económica, el conflicto es solo secuencial. Veamos. Cuando los líderes del G20 se reunieron en marzo de 2009 en Londres para atajar el pánico en los mercados financieros mundiales, apos© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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taron por masivas medidas de estímulo. La consigna consistía en activar el gasto público: pura política anticíclica. Lamentablemente, con los albores de la crisis soberana en la reunión de Toronto en 2010 surgen vehementemente las tesis de la consolidación fiscal, lideradas por la canciller Merkel. Los instrumentos de recorte presupuestario tienen carácter procíclico. A partir de ese momento la crisis de la deuda exterior en los mercados periféricos, el recrudecimiento del paro, los rescates y la recaída de la producción sumen a Europa en el desconcierto y España alcanza cotas desalentadoras en gran parte de sus indicadores económicos. Pero estos efectos demoledores no son, primariamente, efecto de las políticas de austeridad y de oferta sino de unas dicotomías o círculos viciosos —tildados también de «espiral infernal»— de orden económico y también político. Solo nos fijaremos en los primeros. En efecto, la espiral diabólica relaciona la deuda soberana con unos bancos profundamente tocados por la crisis y un crecimiento económico anémico. Cuando el sistema financiero se desmorona y comienza el proceso de un desapalancamiento inevitable, el crédito se colapsa, el crecimiento cede y aflora la crisis soberana: los gestores internacionales evitan el riesgo periférico. Ese ha sido notoriamente el caso de España. La espiral acentúa el colapso de la financiación bancaria exterior, que multiplica el credit crunch o destrucción del crédito. Nueva caída de la producción, mayor desconfianza extranjera y nuevo ataque a los precios de la financiación exterior, amenazando con abortar el acceso a los mercados internacionales. Una cadena maldita de reacciones que es preciso atajar. Porque una vez cerrada la espita de la financiación exterior, el país está abocado a la quiebra y a solicitar un rescate en el que no habrá capacidad alguna de negociación. Debe, en su consecuencia, reconocerse que la consolidación fiscal necesaria para corregir los balances públicos no va de austeridad frente a crecimiento, sino de rescatar la credibilidad soberana, la confianza de los mercados extranjeros en la deuda española, lo que apuntalará a su vez la financiación del sector privado, en particular el bancario que, tras los procesos en curso de desapalancamiento y recapitalización, construirán la base del crecimiento. Debe resaltarse que en los últimos tres años se ha quebrado uno de los axiomas del sistema financiero, al pasar la deuda soberana de ser un «activo sin riesgo» a convertirse en un activo de escrutinio minucioso y en su caso desechable. De ahí que no quepa hoy por hoy exigir un estímulo fiscal beligerante y que la consolidación fiscal resulte esencial. No obstante lo cual procede agregar a estas proposiciones un grado de temporalidad. Como ya viene asumiéndose, la consolidación fiscal © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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no es una prueba de velocidad sino un maratón, y debe desarrollarse a un ritmo que no sea tan rápido como para asfixiar el crecimiento ni tan lento como para espantar a los inversores internacionales. España ya ha obtenido una moratoria y se apresta posiblemente a una segunda que deberá concederse sin titubeos por Bruselas con el aval de los sobresalientes méritos acumulados: en 2012 entre 4,5 y 5,2 puntos de reducción en el déficit fiscal. Una pincelada sobre las políticas de reforma estructural. Es sabido que la demanda define la producción de hoy, pero es la oferta la que configura la capacidad del mañana. De ahí que las políticas de oferta sean igualmente esenciales en la coyuntura actual, para crear las oportunidades de inversión que puedan relanzar nuestro menguado empleo. Agregaríamos finalmente las reformas regulatorias, principalmente las que afectan al crítico sector bancario, a punto de ser rematadas con la segregación de activos al Banco malo, Sareb. De lo que cabe concluir que estímulo y austeridad no constituyen una disyuntiva conveniente a los intereses actuales del país, que convergen en evitar el colapso financiero y combinar inteligentemente la gestión de la demanda, de los cambios estructurales de oferta y de las reformas regulatorias que sienten las bases próximas de una recuperación ansiada. (22 de noviembre de 2012)

La década perdida Que España discurre por el enfangado cauce de una década perdida, por doloroso que resulte, no debe constituir una sorpresa para nadie. Transcurrido ya un lustro desde el primer zarpazo de la recesión, el indicador estándar que mide la capacidad propulsora del país (PIB) se sitúa en 96 tomando 100 como base de 2007. Como ya es sabido, 2013 registrará un crecimiento negativo de punto y medio porcentual. Aunque 2014 augure tímidos avances, los organismos internacionales, en especial el FMI (World Economic Outlook), sitúan la recuperación de las cifras de 2007 en 2017 o más allá. Una década estéril y baldía. La suerte de otros países avanzados es diversa. Singapur, Taiwán, Hong  Kong, Suiza o Canadá se equilibraron en 2010, y Eslovaquia, Malta, Austria, Alemania, Bélgica, Noruega, Suecia, Estados Unidos, Nueva Zelanda y Francia lo hicieron en 2011. La República Checa, Finlandia y Japón lo lograrán este año mientras que Luxemburgo, Holanda, o Reino Unido lo conseguirían el próximo ejercicio y en 2014 © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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empatarían —siempre según las previsiones institucionales— Islandia, Dinamarca y Estonia. El pelotón de cola estaría formado por Irlanda, España, Eslovenia, Portugal e Italia que recuperarían en 2017 los niveles de PIB alcanzados una década atrás. De Grecia nadie aventura nada. Sin otro ánimo que el de puntualizar el cuadro macroeconómico, las estimaciones citadas toman como referencia el PIB, el indicador generalmente aceptado de generación de recursos y de bienestar en una economía. Pero la correlación entre recuperación de PIB y recuperación de empleo distará de ser simétrica. Según algunos analistas, si el PIB se recupera para 2018, es previsible que los dos millones y medio de empleos perdidos no lo harán antes de 2022 o 2023. Frente a este balance fatalista solo cabe esperar que el tirón de la demanda exterior, unido a una recuperación de nuestra competitividad —los signos en esta dirección son alentadores— desmientan felizmente este pronóstico. La reacción más espontánea a estos registros deriva en una crítica frontal a las políticas de austeridad. Nadie se puede negar en la actualidad a estampar su firma en una declaración popular que reivindique ante la Unión Europea, el BCE o el FMI una tregua a las políticas de austeridad, un «Stop al desahucio de los países periféricos». Pero el quid de la cuestión se traslada a ese macropropietario sin rostro que se llama «mercado» y que es el último juez de nuestra financiación y por tanto de nuestra viabilidad independiente previa a la quiebra. Por eso, lamentablemente, no puede levantarse el pie del freno de la consolidación fiscal. En el contexto de esto último, tal vez no esté de más celebrar el anuncio realizado el miércoles por la Comisión Europea eximiendo a España de ajustes adicionales este año y el siguiente —otra cosa es el 2014— dado que, en su opinión, ya se han adoptado medidas de calado suficiente para consolidar las cuentas públicas «en línea con el esfuerzo requerido en las recomendaciones del Consejo», una declaración de principios que el Gobierno puede interpretar como un espaldarazo a las políticas de recorte y estructurales acometidas durante su mandato. Y es que ha pasado desapercibido, que aunque finalmente no se logre el objetivo de rebajar el déficit público hasta el 6,4% pactado con Bruselas, el sacrificio realizado durante el presente ejercicio ha sido descomunal, en un porcentaje inédito entre los procesos de consolidación de las economías avanzadas. Según las estimaciones de BBVA Research, de no haberse emprendido el agresivo abanico de medidas fiscales recientes, el déficit en 2012 se hubiera situado en cifras cercanas al 11,5%, excluyendo las ayudas que se reputan puntuales a la Banca, debido a la acción negativa conjunta del mayor servicio de la deuda, el decrecimiento económico y el © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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aumento de beneficiarios de la Seguridad Social. Si finalmente se alcanzase el objetivo del 7%, la reducción del déficit en un solo año habrá sido del 4,5%, y del 5,2% de mantenerse el porcentaje negociado con Bruselas. Este recorte, de signo estructural, apunta a que las políticas de austeridad funcionan, son creíbles y abren la puerta a la persuasión de los mercados y lo que es igualmente importante, consolidan el pacto con Europa, con más Europa, algo que ya se ha señalado desde estas líneas como el principal camino de escape a la crisis que nos azota. Otra cosa es que el proceso, debido a la esclerosis de la demanda interna y a una competitividad maltrecha sea lento y socialmente resulte extraordinariamente costoso. En estas circunstancias basta a cada día su malicia y cada cual debe erigirse en parte de la solución creativa no ahondando un problema que amenaza con superarnos. En un escenario bélico la suma férrea de voluntades se presenta como imprescindible. (16 de noviembre de 2012)

España: navegando por aguas turbulentas El reciente informe de la Comisión Europea titulado: «Previsiones económicas europeas: otoño 2012» pone en su sitio tanto las fantasías de los responsables políticos como los anhelos de una ciudadanía harta de una crisis pertinaz de cuya autoría se declara ajena e inocente. En la Comunidad Europea, el sentimiento económico languidece. Tras el estancamiento del primer trimestre se anticipa una contracción del 0,3% del PIB para el conjunto de la Unión, en 2012. El paro se situará en el 12% aunque las diferencias entre países son gigantescas. Las previsiones de 2013 no son mucho más alentadoras: crecimiento del 0,1% en la EZ y niveles de paro similares a los del año en curso. Eso sí, la inflación no rebasará el 2%, lo suficiente para apaciguar las alarmas de los países centrales, en particular la alterada sensibilidad alemana. Tal vez en 2014 todo cambie a mejor, pero si es así, lo hará de forma moderada y nada garantiza una tendencia sostenida. En este esclerótico contexto europeo, la economía española apenas gana terreno cuando no lo pierde. La cuarta potencia industrial de la Eurozo­na es pasto de un shock asimétrico que le impide recobrar la senda de la convergencia con sus homónimos de la EZ. El paro del ejercicio rebasará el umbral del 25% y la recesión se cobrará un 1,5% del PIB, porcentaje que se repetirá en 2013. En la primera de las rúbricas, España ocupa la humillante posición de farolillo rojo de la UE. El aná© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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lisis de la Comisión Europea concluye que el desempleo aumentará en 2013 hasta el 26,6% y solo comenzará a bajar en 2014, con una cifra del 26,1%, igualmente escandalosa. El paro es la herida más enconada de nuestra famélica economía. Pero siendo ello así, tan penosos como los de la desocupación, resultan los guarismos de déficit y endeudamiento exterior, ya que el colapso de los mercados de financiación privada catapultaría a España a un rescate sin precedentes, algo radicalmente distinto del diletante flirteo mantenido actualmente con Bruselas al objeto de obtener la coartada reclamada por Draghi para activar su artillería financiera en los mercados secundarios de deuda. Aunque las necesidades del ejercicio estén cubiertas, en 2013 los vencimientos se estiman en 120.000 millones de euros. Si se cumplen los pronósticos, el Gobierno no podrá respetar el acuerdo de reducción presupuestaria, ni después de haber visto relajado a un ejercicio más su calendario. La Comisión estima para España un déficit del 8% este año (el 7% sin el ajuste puntual por la recapitalización bancaria) frente al 6,3% previsto, del 6% en 2013, frente al 4,5% previsto, y un repunte hasta el 6,4% en 2014, patéticamente lejos del 3% planificado. Y es que la consolidación fiscal apenas ha avanzado en los primeros ocho meses de 2012. Los recortes en marcha en los distintos capítulos del gasto público, se ven compensados por caídas significativas de los ingresos, un servicio de la deuda creciente y unas transferencias sociales inaplazables. En 2013 se prevé una reducción adicional del déficit público en función de la batería de medidas adoptadas en el paquete fiscal de julio de 2012, los presupuestos presentados al Parlamento en septiembre y los esfuerzos de ajuste regional y local anunciados en el plan presupuestario de agosto cuantificados en una suma neta de 10.000 millones de euros, un 1% del PIB corriente. Sin embargo, en 2014, el vencimiento de algunas de las medidas introducidas en 2012, compensará los ingresos supletorios derivados de una tímida reactivación para situarse muy lejos de los objetivos fijados en el calendario pactado con Bruselas. En relación a este punto el comisario Rehn ha advertido en tono conciliador que el programa del ajuste fiscal en 2014, considerará «no solo los objetivos nominales sino especialmente el esfuerzo estructural». Pero nuevamente las cifras tampoco permiten alegrías. El saldo estructural mejorará del –6% de PIB en 2012 hasta el –4% en 2013, pero volverá a deteriorarse en 2014 hasta un –5% del PIB. Aun asumiendo un imprevisto margen de mejora, el impasible veredicto de los números señala que las diferencias entre los objetivos planificados y los baremos conseguidos seguirán penalizando el saldo de la deuda soberana, lo que a su vez incrementará la ya insoportable fac© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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tura del servicio de la misma. La deuda gubernamental pasará del 69,3% del PIB en 2011, a más del 97% en 2014. La conclusión es inequívoca: no hay recuperación a corto plazo. La de largo plazo depende de si los amos de Europa querrán asumir gradualmente la mutualización de nuestros pasivos en un gran proyecto federal o equivalente. No por nada, sino porque cada vez cobra más peso la convicción de que o nos salvamos todos o nos hundimos juntos. (9 de noviembre de 2012)

El confuso liderazgo de Alemania Hace unos meses, Sebastian Dullien y Ulrike Gurot rescataron en un sugerente ensayo el término «ordoliberalismo» para explicar el indiscutible dominio que de la mano de esta doctrina ejerce la locomotora alemana en los modos de interpretar y combatir el enojoso asunto de la crisis en Europa. Guste o no, las cosas se hacen y van a seguir haciéndose a su manera, muy por encima de simples conveniencias o meras complacencias intelectuales. A Berlín no le importa ser la voz hegemónica del Viejo Continente, ya que cree a pies juntillas que es su responsabilidad histórica avalada por una recurrente pauta de éxitos económicos. Las banderas de la disciplina, el equilibrio fiscal y la temperancia están llamadas a ondear en el edificio de una construcción estable de la Unión Europea. La plataforma moralizante de la austeridad queda fuera de toda posible negociación debido a su valor estabilizador, por ser la antecámara de todas las eficacias. El ordoliberalismo surge en 1930 en la Universidad de Friburgo dando origen a la escuela del mismo nombre de la mano de economistas como Walter Eucken, y Leonhard Miksch a los que se uniría L­udwig Erhard, canciller federal entre 1963 y 1966 y padre del milagro económico alemán. Constituye una rama del pensamiento neoclásico con una fuerte influencia de las «expectativas racionales» de los mercados, a medio camino del socialismo duro de la planificación central y aquel otro laissez-faire carente de rostro humano. Paulatinamente ha ido derivando hacia el concepto de «economía social de mercado» (soziale Marktwitschaft) rescatando valores sociales anclados en la ética y el bien común —disciplina, ahorro, emprendimiento— junto a la defensa de las libertades individuales, en un Estado social tutelar que impida monopolios y posiciones dominantes distor© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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sionadoras del libre mercado, aunque nunca se confunda con el ideario keynesiano. En palabras de sus fundadores, «el orden del mercado representa al orden ético». Aplicado al fiasco europeo, todo adquiere una desagradable naturalidad. En su particular enfoque para rescatar el euro, aún siendo el primer contribuyente en todos los programas, Alemania bloquea sistemáticamente cualquier solución constructiva que se proponga, por ser contraria a sus santos principios o simplemente por albergar la sospecha de serlo. La Unión Bancaria —que tanto conviene a España— podría ser ilegal, y en todo caso se retrasa. En ello están los leguleyos de la Comisión Europea, pendientes de un informe supersecreto. El programa de liquidez ilimitada (LTRO) abordado por Draghi en dos ocasiones hasta inyectar un billón de euros en las arcas de los bancos periféricos también cuenta con importantes interrogantes. Lo mismo que la pretendida intervención en el mercado secundario de bonos del BCE (OMT), por mucho que su presidente lo haya condicionado a la firma previa de un memorando y al cumplimiento de un rosario de medidas adicionales de austeridad. El antiguo jefe del Banco de Italia ha tenido que personarse ante los parlamentarios alemanes para jurarles que las cosas no son lo que aparentan, que lo primero es la estabilidad, la condicionalidad y la independencia del organismo. Jens Weidmann, el presidente del Buba, no le cree. Por supuesto, aunque así se haya acordado por el Consejo Europeo el 28 de junio, junto a Holanda y Finlandia, Berlín se desmarca de la posibilidad de que el Fondo de rescate permanente (MEDE) pueda recapitalizar directamente a los sistemas bancarios español e irlandés. Las nuevas ayudas que se presten a países en necesidad deberán someterse al filtro del Parlamento alemán, siempre con el visto bueno del tribunal de Karlsruhe que ha fijado el límite de desembolsos del país en 190.000 millones de euros. Incluso el recién constituido fondo de rescate (MEDE) podría ser ilícito, aunque en este caso responda a una iniciativa del parlamentario irlandés Prigle ante la Corte Europea de Justicia, que Alemania no ve con malos ojos. Y sobre todas las cosas, como ya ha dejado claro el ministro Schäuble, cualquier incursión en el mar minado de la construcción europea —«más Europa»— estará sujeto al veredicto del Constitucional y en su caso del Tratado de Lisboa. Encuestas recientes muestran que la opinión pública alemana rechaza —77%— la idea de una mayor integración, con un 51% de ciudadanos que preferirían abandonar la Eurozona. En general un 70% está harto de la crisis y el mismo porcentaje rechaza unos «Estados Unidos © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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de Europa», una propuesta arriesgada en la voz disidente de su ministro de exteriores Guido Westerwelle. La moraleja de la historia, sin embargo, es que, mientras a Alemania la crisis le financie gratuitamente sus emisiones soberanas, y sus reservas exteriores están a reventar, a España la medicina ordoliberal le está sentando bastante mal. (27 de octubre de 2012)

La constructiva tardanza del señor Rajoy Siempre se ha dicho que la prisa es mala consejera. Que se lo pregunten, si no, a Grecia primero y a Irlanda y Portugal después, que se sentaron ante el tapete comunitario con unas cartas infames, pactando los términos de un dictado incondicional o «Préstamo con programa de ajuste macro» (MEDE Art.16) que los ha arrastrado a un callejón sin aparente salida. Por eso hay que apoyar al Gobierno de la nación cuando reitera la ausencia de urgencia en torno a la decisión del rescate, máxime cuando en la jornada del jueves el Tesoro ha colocado varias emisiones con rentabilidades similares a las de enero de este año. La defensa táctica se ha venido produciendo en un entorno de expectación y en muchos casos de presiones indisimuladas, algo que sienta muy mal al máximo dignatario español. Agencias de noticias, rotativos globales, y organismos como el FMI se han alternado en sus críticas al aparente inmovilismo de Rajoy, augurando que cuanto más tarde peor. Por opinar, lo han hecho hasta los gestores de grandes compañías españolas, a lo que el político español ha replicado invariablemente que «lo que un presidente no puede hacer de ninguna manera es actuar bajo presión». Vaya por delante que el oasis puntual en el que estamos instalados nunca hubiera sido posible sin el audaz pronunciamiento de Mario Draghi en julio pasado, al afirmar que tomaría «todas las medidas necesarias» para preservar la estabilidad financiera de la Eurozona. Afirmación que quedó remachada con aquella otra en la que prometía intervenir en el mercado secundario de bonos hasta tres años, siempre que el país emisor suscribiese un memorando con el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE). La inminencia del rescate ha hecho lo demás. La prima ha pasado del récord histórico de 649 p.b. (24.7), a los 374 p.b. al cierre de mercados del viernes. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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Pero, ¿qué hay detrás de la aparente indolencia de Rajoy? ¿Es cierto, como reitera, que necesita disipar varias e importantes interrogantes que afectan a los términos del acuerdo antes de estampar en él una firma que tendría el carácter de irreversible? La respuesta no ofrece dudas si se profundiza un tanto en los siempre ambiguos procedimientos comunitarios. Expondremos algunas consideraciones que se convierten en otras tantas incógnitas, en las que España se la juega. Juzgue el lector de su importancia. 1. En primer lugar, Rajoy exige que se produzca una unidad de acto entre petición de rescate y concesión del mismo. Mientras España se desliza, como ha señalado Herrero de Miñón hacia un vacío constitucional, priorizando los mandatos de Bruselas sobre la operatividad democrática de nuestro país —«síndrome de Vichy»—, observamos que países como Finlandia o Alemania requieren la confirmación de sus parlamentos para dar validez a los acuerdos, exigiendo en ocasiones contragarantías puntuales a los mismos. 2. De las múltiples modalidades de ayuda financiera recogidas por el MEDE, Rajoy quiere la prevista en su artículo 14, «Asistencia financiera precautoria», una línea de crédito condicionada. Esta llamada asistencia «virtual» daría cumplimiento al requisito solicitado por Dragui para sacar sus bazookas al mercado y estabilizar los bonos al entorno de los 150/200pb. de prima, congruentes con los fundamentales de la economía española como ha señalado el último informe de estabilidad financiera del FMI. Los artículos 17 y 19 prevén la compra de títulos por parte del MEDE en los mercados primario y secundario del país solicitante, pero siempre según el líder español, la actuación del BCE la haría innecesaria. 3. Con el apoyo, entre otros, de Monti y Hollande, España sostiene que el nuevo memorando no debiera contener medidas adicionales de condicionalidad. Deberían explicitarse las consecuencias del incumplimiento del déficit presupuestario para 2012 (6,3%) ya que previsiblemente se deslice hasta el 7%. 4. El ejecutivo de Madrid precisa conocer el objetivo fijado por el BCE para la deuda pública externa secundaria una vez suscrito el rescate. ¿Por qué importe, en qué plazo y a qué tipo máximo? 5. La renuncia al carácter de créditos preferentes del MEDE es más teoría que real y debe asegurarse que no desaliente o incluso invalide la operatividad de los mercados privados. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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6. Si, finalmente, fuese necesario disponer de la línea de crédito, deben conocerse minuciosamente sus condiciones, ya que por analogía con el FMI, los tipos de interés están concebidos para minimizar «el riesgo moral», lo que implica un nivel superior al tipo medio histórico aplicado por los mercados en condiciones normales. De lo anterior se deduce que es importante jugarse con astucia y rigor las bazas de las que podamos disponer. Una vez pedido el rescate, España habrá disparado todas las balas, y el último tiro no debería salir por la culata. La tardanza aparenta ser constructiva. (19 de octubre de 2012)

La marca España La «marca España», esto es, la imagen promocionada por el Ejecutivo en el exterior para ganar adeptos e infundir confianza, registra un doloroso protagonismo. A diario, las principales cabeceras informativas mundiales recogen la noticia de tal o cual suceso, estadística, desaire o amenaza que se cierne sobre nuestra geografía. Actualidad contrita y no siempre objetiva ni amable con los esfuerzos realizados por el país, pero eso forma parte de una creciente tendencia sensacionalista, que traslada al acusado la carga de la defensa. Como cuando el New York Times publica 15 imágenes reflejando con un sesgo maligno la marginación y el gueto de una sociedad pseudo-tercermundista bajo el título «En España, austeridad y hambre». Como referencia de fracaso algunas sentencias bordean el insulto. En su momento fue Sarkozy en plena campaña presidencial. Ahora el titular llega de la mano del ex  gobernador de Massachusetts Mitt Romney en su confrontación televisiva con Obama. Pasados quince minutos de debate y sin venir a cuento, el candidato republicano a la Casa Blanca señalaba que «España dedica el 42% de sus impuestos a gasto ministerial. También nosotros gastamos el 42%, pero no quiero seguir el camino de España». Un ejemplo sin valor económico ya que nuestro gasto público, como porcentaje del PIB, es el segundo más bajo de la Unión Europea y en todo caso constituye una alusión sorprendente. Las instituciones públicas y privadas que, junto al Gobierno, promueven con escaso éxito una «marca España» más positiva, recuerdan que detrás de la imagen hay una economía a la que se está financiando © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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a unos intereses punitivos que no se corresponden «de ninguna manera» con sus fundamentales. Lo ha remachado Rajoy sobre declaraciones anteriores en el mismo sentido de Mario Draghi y de Christine Lagarde, y es «algo que todo el mundo sabe». Por cierto, ambos se cuentan del bando de los amigos ya que ambos ha aplaudido los esfuerzos de España. El progreso realizado por Madrid «es notable si se contemplan las medidas adoptadas en un breve plazo de tiempo», en opinión del primero, citando la consolidación fiscal, las reformas estructurales y el rescate del sector bancario. En una entrevista concedida a la cadena CBS, la directora gerente del FMI ha afirmado, por su parte, que el ejecutivo de Mariano Rajoy «está tomando algunas medidas fiscales para reducir el déficit» que son «duras, pero valientes», por lo que tienen que ser apoyadas. Lo cierto es que los últimos indicadores disponibles son insoportables. El PIB se contrajo un 0,4% en el segundo semestre y en términos interanuales decrece un 1,3%. El paro registrado subió en septiembre respecto a agosto en 79.645 personas, y situó el total de desempleados en 4.705.279. La Seguridad Social pierde 86.000 afiliados el mes. El número de desahucios alcanzó en el segundo trimestre de 2012 una cifra récord, 526 diarios. El descenso del crédito en el año es del 5%, la morosidad de empresas y familias se sitúa en el 10%. Para colmar el vaso, el gobernador del Banco de España considera «ciertamente optimista» la previsión del Gobierno que apunta a que la economía española se contraerá un 0,5% en 2013, y sitúa el retroceso en el 1,5% con un impacto previsible sobre el déficit de tres décimas del PIB. El monto de la deuda pública se estima en un 90,5% del PIB al cierre del ejercicio y, como epílogo, el descontento ciudadano amenaza la estabilidad democrática. Frente a este escenario desalentador justo es citar los signos esperanzadores. Mario Draghi apunta al tímido retorno a los mercados de capitales de bancos y empresas privadas, así como a la recapitalización bancaria que ha alcanzado no solo al sector español sino a toda Europa. Pero son las exportaciones las que arrojan las cifras más espectaculares, pasando de representar alrededor de un 18% de nuestro PIB en la pasada década a un 22% en la primera mitad de este año. Los servicios, por su parte, han aumentado un punto del 8% al 9% actual. En conjunto, el sector exterior ha ganado, en los últimos años, unos cinco puntos de participación en el PIB. En los siete primeros meses de 2012, las exportaciones crecieron al 3,7%, la tasa de cobertura aumentó el 3,7% y el déficit disminuyó un 20,9%. La gran incógnita reside en saber si las reformas estructurales emprendidas pagarán los dividendos prometidos y si las políticas de con© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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solidación fiscal dejarán paso, antes que después, a un crecimiento económico, prerrequisito de cualquier solución estable. Hay que desearlo y, por supuesto, esperarlo. (5 de octubre de 2012)

La tentación de la señora Merkel Decía John Kenneth Galbraith que la permanente emancipación de las creencias constituye la clave de toda reforma, de la que, a su vez, dependen todas las demás. Atinada consideración que nos lleva a volcar el statu quo entre los bloques europeos, el de los pérfidos deficitarios y los virtuosos acreedores, un matrimonio ya muy mal avenido que airea constantemente las fatigas y miserias de su convivencia conyugal. Hartazgo de tanta austeridad en unos y cansancio en otros de arriesgar su propio bienes­tar en beneficio de países que no supieron cumplir con sus obligaciones. La creencia dominante en esta plataforma mental es que, tras el ineludible abandono de la Zona Euro por parte de Grecia, el efecto contagio puede arrastrar a otros periféricos incluidos España y tal vez Italia, lo que implicaría el desmoronamiento de la Zona Euro y una catástrofe sin precedentes descrita ya en varios informes y cifrada en porcentajes situados en los dos dígitos del PIB comunitario, con años de padecimiento en el via crucis de la recuperación. Emanciparse de esta creencia dominante, como aconseja Galbraith, pasa —en consecuencia— por situarse en las antípodas del vigente equilibrio de fuerzas. Ahora se trataría de que fuese Alemania quien abandonase de una vez por todas la Zona Euro, acuñase de nuevo el marco alemán, y permitiese al resto de la Unión Europea y de la Eurozona reconciliarse con el euro. La aparición de autorizadas tesis en la línea que acaba de exponerse hace augurar que la canciller alemana estará analizado los pros y los contras de la alternativa. ¿Podría la señora Merkel caer en la tentación de liberar a sus ciudadanos de las crecientes zozobras que el apoyo a la periferia le acarrea —alentadas recientemente por las dudosas posiciones de Hans Werner Sinn— y abandonar unilateralmente la Zona Euro? La tesis de la secesión germana viene analizada —entre otras— por dos destacadas figuras del mundo económico, el multimillonario y especulador George Soros y el afamado columnista británico Martin Wolf. Ambos coinciden en que estamos ante una posibilidad improbable, pero real y en cierto modo creciente de una espantada de la principal economía del Viejo Continente. A ellos se une una editorial de © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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The Economist, encabezada por una fotografía de la canciller en actitud pensativa sosteniendo en las manos un informe en cuya portada se lee con nitidez el título: «Cómo destruir el euro». Después de todo para los alemanes no hay muchas razones para quedarse excepto el temor a que las perniciosas consecuencias del divorcio sobrepasen en exceso a los beneficios de abordar una nueva vida en libertad. The Economist valora las primeras en 500.000 millones de euros, el 20% de su PIB. Sentimentalmente, han tenido que asumir que el Banco Central Europeo no es la reencarnación del «Buba», el Banco Central alemán, el garante de la estabilidad de los precios, y no hay nada que un alemán deteste más que la inflación. Su presidente, Jens Weidemann, una vez fracasado su pulso ultraortodoxo con la canciller, se ha erigido en el portavoz del euroescepticismo. Alemania aporta o garantiza la parte de león (cerca del 30%) en el fondo de rescate europeo —aunque sujeto a límites parlamentarios— y en todos los programas de rescate suscritos hasta ahora con la periferia. Aunque registra unas astronómicas posiciones superavitarias tanto en la balanza por cuenta corriente como en la de capitales, su renta personal disponible ha crecido muy poco desde 1998. Lo mismo puede decirse de su consumo interno. Entre 1999 y 2011 su productividad horaria ha crecido menos que la americana o la inglesa, con salarios reales congelados, una estricta disciplina fiscal y unos tipos de interés reales relativamente altos que han atenazado la demanda interna. Si la cura de los males de la Eurozona debe pasar ahora por una mayor inflación y las transferencias a sus socios del sur no tienen limite aparente, las fronteras del rechazo total parecen estar cada vez más cercanas. George Soros es más expeditivo. «Procede persuadir a Alemania para que elija entre ser un mecenas benevolente o abandonar el euro». Esta última opción salvaría la Eurozona, a consecuencia de una depreciación del euro frente al nuevo Deutsche Mark, a cuya estela los deudores ganarían competitividad y Alemania incurriría en unas pérdidas que, a buen seguro, serían dosificadas hasta restablecer niveles dignos de producción y empleo que no se atisban tras la actual confrontación de la Eurozona. Este último escenario viene acompañado de tantos interrogantes, que sería preferible un destello de visión política en la señora  Merkel —o sea, una decidida provisión de mecenazgo y mutualización de la deuda periférica— que sucumbir a una tentación de consecuencias tal vez irreparables. (28 de septiembre de 2012) © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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El nudo gordiano de Europa El nudo gordiano que estrangula al euro se compone de sucesivos bucles sin solución de continuidad: primero la hidra de múltiples cabezas, crisis de deuda soberana, crisis bancaria y crisis macroeconómica. Lo particularmente dañino del caso es que las crisis se refuerzan y alimentan mutuamente produciendo finalmente una ausencia de confianza que cuestiona abiertamente la misma existencia de la unión monetaria. A ello se une la cainita catalogación de superavitarios y deficitarios, austeros y vividores, eficientes y ramplones, en resumen: centrales y periféricos en dos comunidades donde los recelos mutuos aparecen enquistados. La desafección de los ciudadanos hacia los políticos e instituciones comunitarias les lleva a abordar soluciones individuales arbitrando planes de contingencia que, en conjunto, agudizan las desigualdades entre países. Las naciones más ricas registran una afluencia masiva de fondos y se financian gratis. Las más vulnerables pagan tipos de usura, contemplan impasibles el saqueo legal de sus balanzas de capitales y se vuelven (drogo)dependientes de la liquidez del BCE y del Target 2, el sistema de compensación de los bancos europeos. La mitificación de las reglas fiscales y el empeoramiento de las condiciones económicas en toda Europa reabren diariamente el debate entre disciplina y crecimiento, dos objetivos tan deseables como contradictorios, provocando una oleada de críticas en relación al timing o calendario de implementación. Unamos a ello las contradicciones de un área monetaria ineficiente, mal concebida en sus orígenes, ajena al área óptima preconizada por Robert Mundell, y tendremos todos los elementos para construir un rascacielos político tan estético como ruinoso. Sin atribuciones sobre el tipo de cambio o los tipos de interés, sin el recurso a un prestamista de última instancia, solo la inercia mantiene en pie una construcción habitada por inquilinos insolidarios. El divorcio entre la sociedad civil —Academia y think tanks incluidos— y la oficialidad comunitaria —que no es otra que la oficialidad alemana y la de sus halcones— es patente. Frente al empecinamiento del poder teutón —austeridad a ultranza— se alzan voces e iniciativas prometedoras. Segar el nudo de las contradicciones, reinventar Europa: he ahí el dilema. Bruegel propone un programa de acción comunitaria basado en priorizar la vigilancia y acompañamiento en los países periféricos (acción de tutela y preventiva), más que insistir en la amenaza sancionadora de déficits excesivos. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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Un elenco de expertos, el ICEC, destaca la imposibilidad de construir mecanismos de largo plazo en tanto se mantenga el saldo (legacy overhang) de los desequilibrios en deuda externa, competitividad e inade­cua­ción de capital en las instituciones financieras. Es responsabilidad de todas las naciones, deudoras y acreedoras, que contribuyeron al deficiente diseño europeo, participar en la solución previa de aquellos problemas. En ausencia de un esfuerzo colectivo la Zona Euro se desintegrará rápidamente. El informe del Consejo alemán de expertos insiste en tender un puente entre la estabilización a corto plazo y la gobernanza a largo en forma de un Pacto de Redención Europea basado en tres pilares: un Fondo de Redención, para mutualizar parte de la deuda de la Zona Euro; el Pacto Fiscal, o compromiso de techos al endeudamiento; y la introducción de un mecanismo de resolución de crisis, con medidas para la posible participación del sector privado en las crisis futuras. En un ensayo publicado en el New York Times el multimillonario y filántropo George Soros apunta a los acreedores ricos de la Eurozo­na, en particular a Alemania, para que secunden las responsabilidades financieras de los estados deudores. «Procede persuadir a Alemania para que elija entre ser un mecenas benevolente o abandonar el euro», escribe Soros. Esta última opción, utópica y escandalosa, salvaría la Eurozo­na, a consecuencia de una deprecación del euro, a cuya estela los deudores ganarían competitividad y los acreedores incurrirían en pérdidas, alcanzando un nuevo nivel de equilibrio. El Club de Berlín, un grupo de 11 ministros de Asuntos Exteriores liderado por el alemán Westerwelle, lanza la propuesta de «más Europa» con el horizonte del federalismo, otorgando más poderes al Parlamento y nombrando un presidente de la Comisión por sufragio universal. En la misma línea se mueve Durao Barroso cuando en el reciente «Discurso sobre el estado de la Unión» hace un llamamiento «a la creación de una Federación de Estados nación». Este menú se une a la última propuesta de Van Rompuy, de plantear en la cumbre de octubre un presupuesto central para la Eurozona y la emisión «limitada» de deuda conjunta. Si se sabe leer, el recurrente eslogan «más Europa» solo es compatible con mayores registros de mutualización por los acreedores de los pasivos de los periféricos deudores, quienes a su vez deberán asumir una determinada pérdida de su soberanía. Pero ni unos ni otros parecen estar dispuestos a aceptarlo. (22 de septiembre de 2012) © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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Obstáculos y progresos Basta a cada día su afán y en esta semana de siete largos días se han sentido suspiros de alivio donde hubieran podido oírse clamores de desolación. El último y no menos importante, que estaba en nuestras propias manos, al conocer la senda de déficit de las comunidades autónomas en el primer semestre y que auguran, si se mantiene el ritmo, el objetivo comprometido del 1,5% de sus PIB. Los dos restantes dependían de terceros y convertían nuestra suerte en más aleatoria e impotente. El martes los letrados del Constitucional de Karlsruhe apreciaron que el futuro mecanismo de estabilidad monetaria, el fondo permanente de rescate (MEDE), se atenía a la legalidad germana despejándose el camino para su aplicación tanto al salvamento de los gobiernos como a la recapitalización de bancos en crisis. Además las votaciones para formar el parlamento holandés han arrojado un resultado proeuropeista, ahuyentando el fantasma de un cisma en el propio nido de los halcones europeos. Si unimos esto a la ya conocida decisión del Banco Central Europeo de lanzar un programa de «Transacciones monetarias directas», la consecuencia inmediata ha sido la reducción de los tipos de interés de los bonos italianos y españoles. Europa, en general, y el señor Rajoy, en particular, pueden soñar con un paréntesis en esta crisis empecinada y devastadora. Lo que parecía una secuencia sin solución de continuidad, la inmediata petición española al Eurogrupo de un programa de rescate, sin perder su trascendencia, abre el paso a algunos matices importantes. El menor de los cuales no es quizá el de que el presidente del Gobierno pueda apurar sus opciones, ganando tiempo, auscultando minuciosamente todas y cada una de las condiciones que pretendan agregarse al conjunto de recortes y cambios estructurales acometidos y en curso en el país. Solicitar el rescate a la Eurozona no implica automáticamente la compra de títulos por parte del MEDE en el mercado primario, o del BCE en el secundario, ya que se desconoce incluso el umbral de intervención. Pero con intervención o sin ella, con unos mercados sometidos al peso de la evidencia —el bazuca comunitario— los beneficios de la reducción de los tipos quedan garantizados. Los costes, por el contrario, son de orden político al ingresar en el club de las economías estigmatizadas por su incompetencia en encarar y resolver sus propios conflictos económicos. Dar cobijo en casa propia a la Troika implica una pérdida de dignidad soberana, además de atizar las críticas internas con el consiguiente debilitamiento del soporte político. Es posible que la paz se extienda por un plazo de tiempo, semanas o tal vez meses, pero las probabilidades parecen decantarse por un esce© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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nario más negativo. Si los mercados retomasen la senda de tipos altos y España tuviese que reaccionar de forma improvisada, solicitando de urgencia el rescate tras haber permanecido ocioso todo ese tiempo, los costes del arranque serían posiblemente mayores y más ácidos los reproches y violenta la contestación política y ciudadana. Paralelamente, otro elemento debe llamar nuestra atención. La caída en los tipos de la deuda ha venido acompañada por una recuperación apreciable en las cotizaciones bancarias, lo que sugiere que la correlación entre riesgos soberanos y solvencia bancaria sigue latente, y que es necesario acometer nuevas y decisivas acciones para su segregación y generar financiación a precios dictados básicamente por los fundamentales de los países que representan. De ahí la excelente noticia adicional —aunque su implementación puede ser conflictiva y aplazada en el tiempo— de la creación de un supervisor único bancario de la Eurozona, lanzada el miércoles pasado por Durao Barroso en su discurso al Parlamento europeo sobre el estado de la Unión. Su objetivo básico no es otro que romper la ya denominada «espiral diabólica» entre la deuda soberana y la financiera, a través de una Unión Bancaria liderada por el Banco Central Europeo. Junto a otros resultados de las diversas acciones de austeridad y estructurales emprendidas, la introducción de un supervisor bancario único, siguiendo las exigencias de Alemania, facultaría la contabilización del próximo rescate bancario de 100.000 millones de euros como crédito directo del MEDE a las instituciones financieras, sin tener el carácter de deuda pública. Tal decisión acarrearía el traslado del buen fin de dicha línea bancaria desde el Estado español —esto es, el contribuyente español— al erario europeo que soporta y financia el mecanismo permanente de rescate. Un salto cuántico cuyas consecuencias parecen no haber sido suficientemente valoradas. Rajoy reclama más Europa. Y lo hace adecuadamente, ya que en la mutualización parcial, gradual y sucesiva de la deuda, tanto pública como privada, yace —entre otros complejos asuntos— el resorte del crecimiento y creación de empleo de la economía española. (14 de septiembre de 2012)

Se inicia la tregua La espectacular reacción de los mercados, con alzas generalizadas en las Bolsas y en las cotizaciones de los soberanos, no responde exclusivamente al nítido mensaje de Mario Draghi de que el BCE interven© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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drá en los mercados secundarios de deuda del Estado, sino a la comprobación de que las expectativas abiertas por el italiano —un genuino game changer— han sido cumplidas en sus propios términos. En un audaz ejercicio de independencia, pese a las durísimas críticas de Jens W­eidmann, el guardián del Bundesbank, ha llevado a término no solo lo que era una petición clamorosa de la Comunidad periférica, sino igualmente el remate de la palabra dada: hacer «cuanto fuera necesario» para preservar la estabilidad de la Eurozona. El italiano no se ha desviado un ápice del guion previsto lo que otorga a sus palabras un caudal de crédito similar al de las acciones que propugna: carácter ilimitado a cambio de una condicionalidad estricta y efectiva. Con el nuevo programa de «Transacciones monetarias directas» (TMD) que viene a relevar a la antigua línea (SMP) de compras limitada y dubitativa, el BCE defiende ajustarse estrictamente al mandato que le es estatutario: el mantenimiento de la integridad de la política monetaria, dentro del horizonte de los 3 años. El BCE ha incluido en su propuesta elementos nuevos como la renuncia a la prelación en caso de morosidad o fallido, lo que sitúa a todos los tenedores de bonos al mismo nivel (pari passu). De no ser así la deuda del país en cuestión hubiera quedado estigmatizada para los compradores privados. Amplía el panel de colaterales posibles para acudir a sus ventanas de liquidez, suprimiendo el rating mínimo para las emisiones de carácter soberano o que lleven su garantía. En el no tan hipotético caso de que la deuda pública española se degrade a la categoría de bono basura, seguiría siendo elegible como colateral ante el BCE, lo que refuerza la posición de la Banca española que podrá monetizar las compras de deuda que realice al Tesoro al tiempo que representa un oportuno capote para compensar en la Banca la perdida de liquidez derivada de la deslocalización de sus depósitos que podría dispararse en cualquier momento. La nota técnica del Banco Central incluye dos componentes más: la esterilización de la liquidez inyectada para evitar un posible repunte de la inflación de la EZ, y una transparencia ejemplar: las operaciones directas y sus valores de mercado se publicarán semanalmente y mensualmente la duración media de las tenencias y la distribución por países. Con ello vamos al meollo que da título al artículo: la entrada en vigor del programa no tiene fecha. La tendrá cuando los países aspirantes a beneficiarios del mismo —o sea, España— pidan oficialmente la ayuda al Eurogrupo. Y ello, como ya se ha dicho, bajo una «condicionalidad estricta y eficaz», bien sea en forma de programa completo de ajuste macroeconómico, a la griega, irlandesa o portuguesa, o de un «Pro© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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grama preventivo» (línea de crédito con condicionalidad reforzada) «siempre que incluyan la posibilidad de compras del Fondo de Rescate europeo en el mercado primario». Se incluye asimismo la participación del FMI en el diseño y seguimiento del plan. Con la nueva figura, Madrid compra tiempo, aunque a Rajoy no le queda ninguna opción de evitar el rescate. Es más, aguardar a la celebración de las autonómicas gallegas —hipótesis con la que se especula— puede ser un desafío innecesario y contraproducente para unos mercados que ya lo tienen asumido. Algunas dudas importantes rodean la medida. Además de desconocer cuándo pedirá ayuda el Gobierno de España, no sabemos qué entiende el BCE por «condiciones estrictas y efectivas», ni a qué nivel debe estar la prima de riesgo para activar la intervención del Eurosistema al haberse desechado el sistema de caps o límites objetivos. Y tampoco, y esto es particularmente importante, si la nueva facilidad europea cerrará a España definitivamente el acceso a los circuitos de financiación privada, como ha ocurrido con los periféricos intervenidos. Finalmente no debe olvidarse que el valiosísimo programa del BCE no resolverá los profundos problemas estructurales del euro, ni tampoco los de la economía española que sobrevive con respiración asistida. Rebaja el coste de nuestra financiación y concede margen a las reformas, pero no es la panacea. Las acertadas medidas de Draghi deberían complementarse con una política más expansiva de las economías centrales de la EZ, dejando que una razonable inflación diferencial en dichos países ajuste los desequilibrios competitivos de la Eurozona. Y finalmente, y sobre todo, urge avanzar en la institucionalización política de los 17 como paso previo a una mutualización efectiva. La pelota, ahora, está en el tejado de la Moncloa. (7 de septiembre de 2012)

Mario Draghi: el peso de la evidencia En ocasiones, los economistas atinan en sus vaticinios. En un soberbio ejercicio de clarividencia, el 28 de agosto de 1997, el Nobel de Economía Milton Friedman expresaba en un artículo titulado «El euro: ¿unión monetaria para la división política?» su pronóstico sobre la construcción de la moneda única europea. Tres años antes de su implantación, el astro de la Universidad de Chicago avanzaba que una moneda común resulta ser una excelente decisión bajo determinadas circunstancias, o un acuerdo deplorable en otras dependiendo de los © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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mecanismos de ajuste disponibles para absorber los shocks económicos generados en los países afectados. En opinión de Friedman, el mercado común europeo ejemplificaba una situación desfavorable y el proyecto del euro exacerbaría las tensiones políticas convirtiendo los shocks divergentes —en ausencia del instrumento de la devaluación— en divisiones políticas. El visionario diagnóstico del monetarista americano es ahora moneda de uso común. Ni la señora Merkel ignora que la actual crisis europea hunde sus raíces en un fallido diseño institucional. La Unión Económica y Monetaria (UEM), adoptada por Europa en los 90, contemplaba, aunque fuera de modo incompleto, una vertiente monetaria anclada en una moneda única y el Banco Central Europeo. Por el contrario, ningún atisbo de unión económica: ni Tesoro comunitario, ni Unión Bancaria, ni gobernanza institucional participativa, ni tampoco coordinación veraz de las políticas económicas de las naciones participantes. La bonanza que acompañó a la década del lanzamiento del euro relajó las conciencias de los gobernantes, pero con la llegada de la gran crisis en 2007, la ausencia de herramientas comunitarias para combatirla con eficacia ha desatado severas reacciones en los mercados que se prolongan hasta el día de hoy. A estos mismos elementos estructurales de la construcción europea acaba de referirse Mario Draghi en un audaz y esclarecedor escrito publicado días atrás en el semanario alemán Die Zeit. Según el presidente del BCE, los males que azotan a Europa no surgen del euro como moneda, sino por no haber alcanzado los objetivos razonables de gobernanza que se le atribuían de forma implícita: «las monedas dependen en última instancia de las instituciones que las soportan». Pero como han probado los últimos acontecimientos, Europa no está suficientemente equipada. «Los retos de mantener una política monetaria única con unas políticas fiscal, económica y financiera laxas se han desbordado con la crisis». Draghi propone de forma gradual una nueva arquitectura que beneficie a «todos los países», bajo el principio básico de que «no es ni legítimo ni sostenible que un país adopte políticas nacionales que perjudiquen económicamente a los demás». Debe resultar igualmente comprensible, subraya Draghi, que cumplir el mandato del BCE requiera en ocasiones rebasar las políticas monetarias convencionales: «Cuando los mercados están fragmentados o influidos por miedos irracionales… debemos corregir dichos bloqueos. Ello puede requerir en ocasiones medidas excepcionales». El texto aparecido en Die Zeit es el penúltimo aviso a todo tipo de navegantes —valquiria teutónica incluida— tanto acerca de la independencia del BCE como de su determinación de replicar a la gran ame© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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naza pendiente sobre dos pesos pesados de la Eurozona como son Italia y España. Los sobreprecios de financiación aplicados por los mercados a dichos países contienen ingredientes —prima de convertibilidad y fragmentación ineficiente— que distorsionan gravemente sus fundamentales, impidiendo además la transmisión fluida de la política monetaria. Frankfurt no quiere ya permanecer impasible ante estos hechos. El 6 de septiembre es la fecha marcada por el banquero italiano para la presentación de su plan. Lo que anticipaba ser un camino no lo ha sido tanto si acertamos a sumar aritméticamente los pesos de sus apoyos y de sus detractores. En particular desde que Angela Merkel ha mirado a otro lado y Jörg Asmussen, su representante en el comité ejecutivo del BCE, ha filtrado que la nueva herramienta está mejor diseñada que el anterior sistema de compras, SMP, hoy paralizado. El 12 de septiembre el Tribunal Constitucional de Alemania fallará sobre las demandas presentadas en relación al nuevo fondo de rescate (MEDE), aunque no es previsible un bloqueo de la propuesta. La importancia reside en el hecho de que Draghi ha insistido una y otra vez en que solo intervendría en el mercado de bonos si un país ha pedido previamente ayuda similar al fondo de rescate. El punto oscuro corresponde al presidente del Banco Central alemán, Jens Weidman que, haciendo buena a la propia Merkel, amenaza con su dimisión, como en su día lo hicieron otros dos banqueros alemanes, Axel Weber y Jürgen Stark, tras equiparar la situación de los periféricos beneficiarios de la intervención al de los enfermos drogodependientes. Un pragmático Draghi está sorprendiendo a propios y extraños. Los mercados repudian los dogmas —los de los halcones europeos— y con su versatilidad el italiano se está haciendo respetar. (31 de agosto de 2012)

Elogio de la contraespeculación Las manifestaciones de Mario Draghi del 26 de julio pasado, por las que su institución haría «todo lo necesario» para preservar el euro, con el insólito alegato final, «créanme: será suficiente», han abierto un tiempo de cambio profundo en la interpretación de la función financiera del Banco Central Europeo, aunque aún cuente con resistencias apreciables en el grupo formado por Alemania y sus «halcones». En el comunicado del 2 de agosto, el guardián del euro reconocía por primera vez de forma oficial «la severa disfuncionalidad en la for© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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mación del precio de los mercados de bonos de la Eurozona»: primas excepcionalmente altas en los precios de los bonos soberanos de algunos países y una fragmentación financiera que impiden el normal funcionamiento de la política monetaria. «Las primas de riesgo relacionadas con el temor a la reversibilidad del euro son inasumibles y deben de ser encaradas de un modo drástico». La promulgación de este audaz mensaje se ha visto reforzado y desmentido sucesivamente por un número de filtraciones, informes, rumores y opiniones relativas a España —Medley, Barclays, Standard y otros— en cuyo trasfondo se dibujan cada vez más nítidos los planes para una gran intervención del BCE en el mercado de bonos soberanos españoles que están tomando forma, a la espera de que Madrid dé el visto bueno al programa correspondiente. El rotativo alemán Der S­piegel informaba que el organismo emisor trabajaba en el establecimiento de umbrales de tipos de interés que una vez franqueados detonarían su intervención. Como resultado directo e indiscutible de lo anterior la prima de riesgo española se aleja del récord histórico del 24 de julio (649 pb.). En el apogeo de las filtraciones citadas, entre el 13 y el 18 de agosto se deslizó desde los 550 a los 458 pb., terreno del que lo alejan estos últimos días determinados titubeos sobre la fecha del rescate. La intervención pública contraespeculativa, de la cual nuestra prima de riesgo se ha beneficiado a nivel de expectativa, es, en su consecuencia, eficaz, legítima y deseable. Que es eficaz queda probado con la mera lectura de los guarismos marcados por los tipos registrados en el mercado secundario por nuestra deuda pública. Pero para no quebrarse, la política contraespeculativa debe contar con unos requisitos irrenunciables: indefinida en el tiempo, ilimitada en su cuantía y transparente en los parámetros de su ámbito de aplicación. No estará de más recordar la actuación de George Soros en septiembre de 1992 cuando el Banco de Inglaterra, con unas menguadas reservas, insistía en mantener el valor de la esterlina, pagando por ella un precio artificialmente alto. Soros vendió al Tesoro británico 10.000 millones de libras esterlinas a cambio de marcos alemanes a un tipo irreal imposible de mantener. Con la amenaza de nuevos ataques, Londres decretó la flotación de la libra que se depreció inmediatamente un 15%. Es evidente que la capacidad de compra de títulos denominados en euros de que dispone el BCE es ilimitada y disuasoria. No en vano posee el atributo esencial de la creación de dinero. La legitimidad de la intervención contraespeculativa reviste varias facetas. Las hay de orden sustantivo, operacional y estadístico. Hay ar© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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gumentos sustantivos para una intervención desde el momento que ha quedado patente la existencia de una aberración en los precios debida a la prima de convertibilidad, o de redenominación monetaria. Lo ha proclamado Draghi y surgen estudios que estiman la distorsión. Goldman y Nomura cifran el rendimiento del bono italiano a 2 años en 200 pb. sobre el alemán, mientras que el 2 años español podría registrar un diferencial de 300 pb. a igual plazo. A 5 años las diferenciales serían proporcionalmente más altas para Italia que para España. Kemal Dervis establece una reducción de tipos de al menos 200 pb. por debajo de los promedios de julio. Los operacionales surgen del principio de equidad: si la conducta privada especulativa está autorizada, también lo estará su contrapartida, la contraespeculativa de origen público. El argumento estadístico se refiere a la profusa utilización de la intervención pública por parte de los organismos centrales de los distintos países en diversos frentes de interés económico. Ejemplos notables los constituyen los Bancos Centrales de Estados Unidos, Japón, Reino Unido o Canadá, entre otros. En un informe de julio pasado del Peterson Institute, Joseph E. Gagnon analiza las políticas intervencionistas públicas de al menos 20 países, incluidos Suiza, Japón y China. La deseabilidad es una consecuencia directa de los dos atributos anteriores. Es inevitable que España solicite asistencia financiera en las próximas semanas. A los tipos actuales, los cerca de 80.000 millones de euros que el Tesoro debe captar hasta final de año representan una carga insostenible. Pero si se mantienen todas las premisas anteriores, el nuevo coste será más que razonable. (24 de agosto de 2012)

El rescate de la Banca española La página web del ministerio de Economía y Competitividad recoge la versión en castellano del «Memorando de entendimiento sobre condiciones de política sectorial financiera» (MdE), aprobado por el Eurogru­po el 20 de julio pasado que se instrumentará a través del Fondo europeo de rescate transitorio (FEEF) o definitivo (MEDE), de forma sucesiva. Su actualidad está asegurada durante los próximos 16 meses, plazo previsto para el calendario de reestructuración del sector bancario español, que finaliza en diciembre de 2013. El hecho de que el próximo Consejo de Ministros haya de acometer algunas de las 32 condiciones «urgentes» dictadas en el MdE —entre © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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ellas el diseño de un «Banco malo»— invita a reflexionar de nuevo sobre un tópico que sin duda desatará reacciones encontradas. No en vano el memorando representa un auténtico hito en el dispar camino de nuestra democracia y llega con vocación de corregir la desatinada gestión de la crisis bancaria, cuya responsabilidad corresponde mancomunadamente a los máximos gestores de las entidades, a un Banco de España permisivo y pusilánime y a la miopía de los sucesivos gobiernos de la nación. Se asume, además, el acuerdo con el paso cambiado, cruzando España la divisoria de los periféricos «buenos» para situarse en el de los «malos», atributos que Italia parece encarar en sentido contrario. Tras el episodio letal llamado «Bankia», el convenio ratifica la cruda evidencia de que el pulmón financiero de la economía española se encuentra próximo al colapso y de que el contagio de balances público y privado, —el bucle diabólico entre Banca y deuda soberana—, junto a la creciente sequía de las fuentes de financiación de ambos, solo encuentran en la asistencia exterior, en el marco de la Eurozona, la solución a sus graves problemas. La impresión capital, tras la lectura del documento que articula el rescate bancario español atañe a la sensibilidad jurídica del lector aunque se utilicen lentes de economista. A glosarlo dedicaremos las líneas que siguen. La Academia de la Lengua nos recuerda que un memorando es «cosa que debe recordarse», una «comunicación, por lo común no firmada, en que se recapitulan hechos y razones para que se tengan presentes en un asunto grave» y ciertamente el contenido del texto hace honor a la definición. Y es que por vía de vehículos jurídicos «blandos» y basados aparentemente en el lenguaje del acuerdo y de la persuasión, se está produciendo en los países periféricos intervenidos, donde —con matices— se inscribe España, una ladina superación del principio de representación y legitimidad democrática. Para ser un memorando sorprende por su precisión conceptual que deja poco o nulo margen a la interpretación. Es claro que a diferencia de los «reglamentos», de efecto directo e inmediato, o de las «directivas» que precisan de una trasposición a la normativa nacional, los pactos o «condiciones» que albergan aquel tipo de instrumentos contractuales se remiten desde Bruselas al legislador nacional. Es cierto que será el Gobierno ordinario de España quien en cumplimiento, por ejemplo, del epígrafe 23 del MdE deberá preparar para finales de noviembre de 2012, «normas que aclaren la función de las Cajas de Ahorro en su calidad de accionistas de entidades de crédito, para, en último término reducir su participación en las mismas hasta un nivel no mayoritario». Lo que en términos del sentido común © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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constituye un infame expolio, podrá revestirse de normalidad jurídica si, salvadas las alegaciones correspondientes, finalmente se expropiase a determinadas cajas de trayectoria intachable de su legítima titularidad en marcas de notoria solvencia como es el caso de Kutxabank, patrimonio de las tres Cajas de Ahorro vascas. Todo ello, aun en el caso de la catalogación de los bancos en cuestión como pertenecientes a los no conflictivos, grupo 0 o 3 de la clasificación. De esta manera, bajo la lógica secular de que «quien paga manda», y ante el imperativo de la salvaguarda de bienes mayores entre los que se sitúa la continuidad en el área Euro, los Estados harán cesiones históricas a Bruselas impensables en otro tiempo y lugar, eso sí, a cambio de financiación subsidiada y preferente. No es el único dictado. Por citar alguno más señalaremos la creación de un «banco malo» para segregar los activos tóxicos, la imposición al sector de duras exigencias de capital, los planes de reestructuración y/o liquidación de las entidades nacionalizadas o el reparto del coste de la reestructuración entre los propietarios de participaciones preferentes o deuda subordinada. Recordemos que el saldo vivo de estos instrumentos, comercializados como productos de ahorro a inversores minoristas, suma 67.000 millones de euros. Asistimos, probablemente, al comienzo de un nuevo modelo de «gobernanza», que busca —a su modo— sin la certeza de la evidencia, recoger los restos del naufragio institucional europeo, de cuyas limitaciones y carencias no duda ni la mismísima señora Merkel. (17 de agosto de 2012)

Ratings y mercados Las agencias de calificación o de rating, justas acreedoras de las más ácidas críticas por su imperdonable conducta en la crisis subprime, y, en consecuencia, de atributos manifiestamente mejorables, cumplen con una importantísima función económica. No solo alertan al inversor individual de la calidad del riesgo asumido sino que procuran los automatismos de defensa en el caso de las instituciones de inversión colectiva, fondos de inversión, de pensiones u otros, fieles al folleto de emisión en el que el ahorrador ha identificado su estrategia concreta de riesgo. De ahí que las recalificaciones de este restringido club de evaluadores económicos revistan siempre una singular trascendencia. La nota que otorgan las agencias de calificación es crítica para la financiación de los países o empresas, ya que a peor nota mayor coste. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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Los países punteros, los que sacan las mejores notas de la clase, se financian tan barato que incluso lo hacen con tipos de interés negativos a la hora de las colocaciones de su deuda, sobre todo en los plazos más cortos. No obstante lo cual, los mercados se toman la justicia por su mano sin dejarse seducir en ocasiones por el determinismo de la calificación. Hace aproximadamente un año que Standard & Poors degradó la deuda de Estados Unidos desde AAA a AA+, un notch o escalón en la escala de máxima excelencia. La decisión fue un auténtico obús en la santabárbara del sistema financiero mundial. Con la rebaja crediticia se había devaluado el mismísimo patrón del crédito internacional. La deuda americana constituía en aquel entonces el benchmark o referencia mundial del resto de deudas soberanas que computaban frente a aquella en forma de prima de riesgo, el diferencial de solvencia que se les atribuía. Lo mismo ocurre en la actualidad con el bund alemán. En aquella ocasión los expertos vaticinaron una autentica convulsión para los mercados, una crisis a la europea a cuyo final podría incluso producirse el impago oficial estadounidense. La realidad es que el rendimiento de los bonos yanquis desde aquella fecha ha seguido una senda decreciente —un aumento del valor de mercado de los títulos— recortando en un punto porcentual el rendimiento previo a la degradación. Dicho de otra manera: la rebaja de rating de Standard & Poors ha tenido en los mercados de deuda americana un efecto nulo, o aún positivo. La razón de este fenómeno aparentemente contradictorio es muy simple. Estados Unidos no puede sufrir una crisis de financiación ya que tiene los resortes suficientes a través de la vía impositiva y de la emisión de bonos para garantizar su aprovisionamiento de liquidez fiscal. A ello cabe agregar toda una batería de operaciones «no convencionales» que garantizan a esta financiación determinista un coste privilegiadamente bajo. Estados Unidos refuerza su posición de insolvencia al ser la moneda hegemónica de reserva, ya que dos tercios de las posiciones mundiales en divisas están cifradas en dólares. El Tesoro cuenta con el apoyo incondicional y reglado de los «creadores de mercado» que, por ley, participan en todas las subastas de deuda estadounidense, asegurando las emisiones en el mercado primario y manteniendo operaciones y precios del secundario. Si fuera necesario, la Reserva Federal realizaría operaciones de mercado abierto comprando y vendiendo deuda a los plazos que se considerasen oportunos para estabilizar la curva de tipos de interés a la conveniencia gubernamental. Cerrando estas reflexiones conviene recordar que el ratio de deuda pública de Es© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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tados Unidos es del 102,94% de su PIB y que registra un déficit presupuestario del 8,6%. Algo similar ocurre en el Reino Unido o en Japón. El primero acaba de cerrar un déficit del 12% que se reducirá al 8,3% en 2012 y su ratio de deuda es del 82,5%. En el caso de Japón los ratios son del 10% y del 229% respectivamente. Pues resulta que el imperio del sol naciente goza de un excelente rating de AA— y que el Reino Unido mantiene contra viento y marea la máxima calificación de AAA. Que en esta feria de las calificaciones España mantenga a duras penas el escalón anterior a «bono basura», o sea BBB+, obedece a muchas y complejas razones. Pero una de ellas, crucial, es la ausencia de posiciones de defensa monetaria como las citadas en los tres países anteriores. Si la economía española gozase como Japón, Reino Unido o los Estados Unidos de América de la discrecionalidad en la política de tipos de interés, tipos de cambio y emisión incondicional junto a las operaciones gubernamentales de mercado abierto (compraventa de bonos), su rating sería sensiblemente superior y el coste de su financiación marcadamente más bajo. Pero Europa, al margen de los graves pecados autóctonos, nos ha jugado una pésima pasada. (10 de agosto de 2012)

Draghi: decepcionante, pero meridiano A las puertas del infierno, el autor de La divina comedia colocó aquella famosa leyenda: «Abandonad la esperanza los que entráis aquí». La alerta del Dante Alighieri nos confronta a Frankfurt y recuerda algo que advertíamos la semana pasada, que la euforia era un estado de ánimo altamente peligroso a la hora de interpretar las palabras del BCE. Entonces, el inmutable Draghi prometía acciones «hasta donde fuera necesario», para preservar la viabilidad de la moneda comunitaria. Puede parecer que aquellas palabras se las haya llevado el viento y que el capo del Banco Central o no ha sabido, o no ha podido llevar a la práctica sus buenas intenciones. Al menos no de forma inmediata como reclamaban los mercados. Pero hay que conceder a Draghi el beneficio de la duda en su voluntad conciliadora, una vez patente que el lobby de los halcones europeos ha activado todas sus influencias para mantener las cosas en los casilleros mentales de los que, según ellos, nadie debiera haberse atrevido a apartar: ninguna acción de rescate auto© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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mática, ninguna sin condiciones. O dicho en alemán: solidaridad después de responsabilidad. De modo y manera que no es que Mario Draghi se haya desdicho de sus declaraciones de la última semana sino que —tras un delicado ejercicio de funambulismo político— las ha elevado a un hemisferio superior esculpiéndolas en granito para que no se desvanezcan. En la rueda de prensa el italiano ya reconocía que «es claro y notorio que el señor Weidman y el Bundesbank tienen sus reservas acerca de los programas de compra de bonos». A pesar de lo cual traza una hoja de ruta meridiana. Para comenzar, el comunicado diagnostica y oficializa un elemento clave del funcionamiento del euro, a saber, «la severa disfuncionalidad en la formación del precio de los mercados de bonos de la Eurozona». Primas excepcionalmente altas en los precios de los bonos soberanos de algunos países y la fragmentación financiera impiden el normal funcionamiento de la política monetaria. «Las primas de riesgo relacionadas con el temor a la reversibilidad del euro son inasumibles y deben de ser encaradas de un modo drástico». Este es el trasfondo del imperativo del euro: «El euro es irreversible». Seguidamente, y en orden a crear las condiciones para la desaparición de las primas abusivas, Draghi insta a los políticos europeos a cumplir «con gran determinación» los programas en curso de consolidación fiscal, reformas estructurales y creación institucional europea. Dado que esa triple implementación no es alcanzable en el corto plazo y que los mercados financieros solo se ajustan al ritmo de evidencias claras y visibles, los gobiernos deben estar preparados para activar el EFSF/ESM (los fondos de rescate transitorio y definitivo, respectivamente) si las circunstancias excepcionales y los riesgos para la estabilidad financiera así lo requiriesen, por supuesto, «con una condicionalidad estricta y efectiva, en línea con la normativa vigente». A continuación viene la actuación del organismo emisor. Realizado el recurso a los mecanismos de estabilidad, el BCE, fiel a su mandato de mantener la estabilidad de los precios, podrá adoptar acciones directas de mercado abierto (compraventa de bonos) «en tamaño adecuado para alcanzar aquel objetivo». Adicionalmente, el BCE «considerará la adopción de cuantas medidas monetarias no convencionales sean necesarias para reparar la transmisión de la política monetaria». El banco agrega que a lo largo de las próximas semanas diseñará las referidas medidas políticas. Fondo de Rescate y Banco Central se dividirían las responsabilidades: mientras el primero actuaría de forma sistemática sobre las emisiones en los mercados primarios, el segundo intervendría en los secundarios, en espe© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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cial sobre los tramos cortos de la curva, algo que los operadores ya han interpretado certeramente llevando los tipos de letras y bonos de vencimiento cortos a precios de rebaja de verano. Una vez aquí los costes de refinanciación de países como España o Italia se reducirían dramáticamente. Todo ello y siempre que el Fondo disponga de liquidez suficiente por los medios que se determinen, una vez descartada categóricamente su conversión en banco y la elegibilidad de sus activos («contrapartida válida») para su descuento en el BCE. Lo malo, muy malo, es que España ya no puede esperar y con tipos al 7% para el bono a 10 años está al borde del impago. En su descanso veraniego en Galicia, Rajoy tendrá que deshojar la margarita. Quiere ver cuáles son los nuevos instrumentos y condiciones del BCE antes de entregar en Bruselas la segunda solicitud para una ayuda que, como la primera a la Banca, tampoco parece confundirse con un rescate total. Parece ineludible. Ahora hay que confiar en que los términos sean favorables. (4 de agosto de 2012)

Una propuesta para la Eurozona Europa entera está en el umbral de la catástrofe. Las fallas tectónicas de la Eurozona son claramente visibles y la interacción entre mercados irracionales, instituciones inadecuadas y condiciones políticas insostenibles están acercando a la Eurozona a las fronteras de su desintegración. Según Citibank, por citar un ejemplo, las probabilidades de salida de Grecia del euro han subido del 75% al 90%. Con un tono indisimulado de urgencia, un elenco de sabios, el ICEC (INET Council on the Eurozone Crisis), en el que participan dos renombrados economistas españoles y también un ex asesor de la mismísima Merkel, ha publicado un breve informe asegurando que aún pueden repararse los daños en curso, sugiriendo pautas para el rediseño del Viejo Continente. Y esto en una semana de infarto, donde todos los récords perniciosos en la modalidad de nuestra deuda externa han sido pulverizados en primera instancia, para verse frenados e invertidos después gracias a las duras palabras de advertencia lanzadas a los mercados por Mario Draghi el jueves desde Londres. El banquero italiano ha revelado que «el BCE está listo para hacer todo lo necesario para preservar el euro. Y créanme, será suficiente». Las declaraciones del consejero austriaco del © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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BCE, Ewald Nowotny, y los dos comunicados conjuntos del ministro De Guindos con sus homólogos Schäuble y Moscovizi habían hecho de liebres de Draghi, en la carrera para el desplome de nuestras tires a todos los plazos, subrayando que «España no merece su situación» y que «los fundamentales de la economía española no se reflejan en los precios de la deuda española». Volviendo al informe del ICEC, en el mismo se establece una clara distinción entre los problemas de herencia creados por el diseño disfuncional de la Eurozona durante los 10 últimos años y las acciones posteriores para restaurar su salud. Es imposible —se señala— construir mecanismos de largo plazo tales como la Unión Bancaria en tanto el saldo (legacy overhang) de los desequilibrios en deuda externa, competitividad e inadecuación de capital en las instituciones financieras impiden una trayectoria de avance hacia una Europa saneada. Precisamente, y como triste muestra de estos desequilibrios de «herencia», y en lo que se refiere a España, la semana nos trajo dos noticias con tratamiento mediático desigual. La primera, la aprobación del techo de gasto para 2013 en 126.792 millones de euros, lo que viene a representar un incremento del 9,2 por cien. El nuevo objetivo máximo de déficit será del 4,5 por cien del PIB. El Estado gastará 45.000 millones de euros más de lo que piensa ingresar. La diferencia se financiará, obviamente, con más endeudamiento exterior. La segunda noticia se refiere justamente al total de la deuda acumulada por la economía española. Según datos recién publicados por el Banco de España, y al cierre de marzo de 2012, la deuda española, tanto pública como privada, registra un nuevo récord de 3,14 billones de euros, aproximadamente tres veces el PIB corriente: 855.000 millones de las administraciones públicas, y el resto de «otros sectores residentes» de carácter privado. La espada de Damocles se cierne en forma de crecimiento negativo, dado que según el Gobierno, el PIB se contraerá este año un 1,5%. La doble pregunta es: ¿dónde reside la capacidad de devolución de las deudas? y ¿cómo es posible atender el servicio de la deuda a tipos insostenibles en un escenario de recesión? Deprime constatar que en 2013 los intereses de la deuda pública ascenderán a 37.962 millones frente a los 31.057 del gasto disponible para los ministerios. El informe del ICEC repite lo que ya sabemos: que no dependemos de nosotros mismos y que estamos inmersos en la marea que en la hora actual invade a Europa, y que no es otra que ganar tiempo sin que se produzcan sobresaltos, no ya mayores, sino irreversibles. A largo plazo la mutualización del proyecto europeo es la única solución viable, y a ello tienen que contribuir al unísono los dos bloques de países de esta Europa dual de centrales y periféricos. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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Sigue siendo económica y políticamente posible —según ICEC— encontrar una salida a la crisis de la Eurozona si se separan los dos problemas inicialmente citados. Pero antes que nada, y de forma inmediata los problemas de legado requieren compartir de forma significativa las cargas entre las dos Europas y una estrategia económica que se centre en la estabilización de aquellos países de alta deuda, recesión y déficit de capitales. Los últimos guiños a cargo de relevantes personalidades europeas —incluida la taquigráfica nota de Merkel y Hollande en la tarde del viernes— pueden ir en esa dirección. Los mercados observan atentamente las posibles medidas «no convencionales» que el BCE puede adoptar el próximo jueves. Mejor alimentar la esperanza que la euforia. (27 de diciembre de 2017)

Esto es una guerra La pírrica aprobación en sede parlamentaria de las medidas recogidas en el Real Decreto-ley 20/2012 ha promovido un estallido de indignación en la opinión pública, mientras algunos lobbies expresan sus reservas por el alcance, efectividad o aun suficiencia del programa emprendido. Para unos hay que ahondar el recorte del gasto en estructuras viciadas por privilegios y nepotismos, limitando las subidas impositivas y, en cualquiera de los casos, las de carácter directo. Para otros hay que gravar a las grandes —aunque reducidas en número— fortunas aunque solo sea por ejemplaridad, como ha hecho el señor  Hollande. Nunca hasta la fecha se había registrado un ataque tan directo y virulento a la consistencia de las administraciones central y periférica, en cuyo solapamiento se intuyen no solo un sinnúmero de duplicidades, sino conductas improductivas que abogan por su adelgazamiento o incluso eliminación. Los más críticos resumen que las medidas, en su conjunto, siguen primando la incompetencia: recaudan del eficiente para mantener al subvencionado. La fuerza de la riada abrirá paso, si aún queda tiempo, a nuevos cauces en temas de tan trascendental relevancia. En la decisión del ajuste, que el Gobierno ha adoptado con la fe ciega del carbonero, la economía española está jugando con unas cartas cada vez más miserables, la supervivencia como ente soberano, cuya alternativa consiste en ser un criado de Bruselas, si antes el estallido social no provoca reacciones más traumáticas que, en la actualidad, pocos prevén y nadie desea. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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Pero, por si todo ello no fuera suficiente, autistas frente a tanta austeridad decretada, los mercados trazan la espiral de la muerte entre prima de riesgo (642 p.b.) y capacidad de repago del Estado, mientras los halcones del euro asisten impasibles al incendio desatado. El IBEX cae a mínimos desde 2003 pese a la prohibición de las operaciones en corto. A estas alturas, es evidente que la superación de la crisis española y con ella, previsiblemente, la del país transalpino, no está en manos de quienes las sufren. Otras deben aprestarse, sin demora, a secundar las medidas ahora reclamadas por el FMI (Perspectivas de la economía mundial, julio de 2012), según el cual la situación en la Eurozona ha alcanzado un estadio crítico. Es evidente que el funcionamiento actual de los mercados financieros de la Zona Euro muestra su peor perfil esquizofrénico. Los signos de estrés máximo se evidencian en que las primas de riesgo han escalado cotas récord en países como España e Italia, mientras otros se financian a tipos negativos al considerarse jurisdicciones e inversiones refugio. La enfermedad genética de la deficiente construcción europea nos evidencia que la concatenación —el círculo vicioso— entre el riesgo soberano, los bancos y la economía real es más fuerte que nunca. Esta descripción malamente se casa con el funcionamiento ordenado de una unión económica y revela el gripaje de los mecanismos de transmisión monetaria. Como denuncia el FMI, «la política monetaria común no está funcionando del modo previsto». La institución internacional con sede en Washington no vacila en alertar, a estas alturas del ciclo, con una famélica trayectoria del PIB que alcanza a buen número de países sin excluir ni a Estados Unidos ni a los emergentes dinámicos, que «la prioridad máxima radica en resolver la crisis de la Zona Euro». Para el FMI, si se implementan sin dilación —y no en la lejanía— los recientes acuerdos de la cumbre europea, estos contribuirán a quebrar la interacción adversa entre las entidades soberanas y los bancos, a crear una Unión Bancaria y proporcionar calma a los inversores. En particular, el fondo de rescate recapitalizaría los bancos directamente, adquiriendo asimismo bonos soberanos en los mercados secundarios. El organismo multilateral recalca textualmente que «hay margen para distender más la política monetaria de la zona del euro. El BCE debería asegurarse de que su apoyo monetario se transmita de manera eficaz a toda la región y debería seguir suministrando amplio respaldo de liquidez a los bancos en condiciones suficientemente generosas. Ello requeriría medidas no convencionales, como la reactivación del «Programa de compra de bonos», nuevas operaciones de financiación a plazo más largo con garantías menos exigentes o la introducción de © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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compras de activos similares a una expansión cuantitativa». Otros think tanks de prestigio avalan esta posición: la beligerancia del BCE, o la activación inmediata de compras por parte del Fondo de rescate, lejos de la heterodoxia, significarían el respaldo oficial a las reformas emprendidas. La guerra del mutismo ha sido declarada: ahuyentado todo resquicio de «riesgo moral», si España cumple con extenuantes programas de austeridad su parte del trato, ¿por qué Bruselas y Frankfurt no cumplen con la suya, ahora que también el propio FMI y voces altamente autorizadas están de nuestra parte? (23 de julio de 2012)

Las medidas de Rajoy El cuarto paquete de ajustes desde mayo de 2011, que el presidente del Gobierno ha anunciado al Congreso de los Diputados y que bate el récord de severidad de la democracia, es en gran parte la crónica —si no de una muerte— de la grave enfermedad anunciada que padece la economía española. Esta dolencia irreversible que se achaca con fundamento a la explosión de la burbuja inmobiliaria obedece sobre todo a la falsa construcción del proyecto europeo que ha dejado al país a los pies de un tropel de predicadores de una austeridad sin rebajas. No solo a los de los ceñudos comisarios de Bruselas y a los de los inmisericordes halcones que rodean a Merkel haciendo méritos nunca solicitados —léase Finlandia— sino sobre todo a los pies de los mercados, esa entelequia sin rostro y tacto de mármol que es capaz de doblegar el esfuerzo más generoso a la vuelta de unos pocos días. Son estos los que definen la economía española. España no difiere en sus fundamentales largamente del Reino Unido, pero su ejecutoria maniatada, desprovista de los recursos básicos de reacción en una economía autosuficiente, esto es, su incapacidad jurídica e institucional para retocar sus tipos de interés, su tipo de cambio o monetizar su deuda en un Banco Central solidario, la han arrastrado a postrarse ante la Unión Europea, como única alternativa de supervivencia una vez descartada la opción del abandono de la Zona Euro, un escenario que supondría un retroceso de media centuria y previsiblemente el confinamiento al club de los proscritos y al aislamiento internacional. De ahí que las medidas de Rajoy no son sino las medidas que —a la vista del déficit descontrolado— han impuesto los verdaderos amos © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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y prescriptores de la economía española, que ya han quedado enumerados con anterioridad. A cambio, el presidente del Gobierno ha obtenido una importante línea crediticia y la ralentización del calendario de consolidación fiscal. En cuanto a la batería de propuestas existen alternativas tanto de alcance sectorial, como de ritmo de maduración, y sobre todo de equidad distributiva del modelo emprendido. Lamentablemente para este principio, un reciente estudio de la UE evidencia que los países que han priorizado la imposición indirecta sobre la directa en su proceso de consolidación fiscal han obtenido éxitos relativos mayores. La polémica se intensificará una vez conocido mañana el texto definitivo de la norma. Los recortes de la nómina pública —en reducción de efectivos y rebaja salarial— se inscriben no solamente en el adelgazamiento de la función del Estado y su participación en la distribución de la Renta Nacional, muy distinta entre unos países y otros dentro del mundo desarrollado. También se refieren al necesario incremento de la productividad que a igualdad de producto entraña todo recorte en los costes de producción del sistema. Algo similar cabe aducir sobre la segunda minoración del 20% en las subvenciones a partidos políticos, sindicatos y organizaciones empresariales. Las subidas del tipo del IVA, siempre lesivas para el consumo de las familias, dependiendo de su grado de elasticidad pueden volverse contra sus motivaciones recaudatorias si la demanda se retrae y los ciudadanos persisten en su actitud defraudadora. Así, las cañas se tornarían lanzas. En todo caso habrá que ver qué tipo de vinculación se establece entre esta figura y una rebaja simétrica de las contribuciones sociales, la llamada «devaluación fiscal», al aliviar los costes laborales de las empresas, iniciativa que ha aportado interesantes dividendos a países que, como Francia, lo han implantado en el pasado reciente. Resulta imprescindible salvar el tipo reducido para el sector turístico, uno de los escasos pulmones del tejido productivo y uno de los motores de nuestra recuperación. El gran peaje del paquete presentado —su alcance es de 65.000 millones de euros— reside en que todas las medidas que lo componen, sin excepción, son de carácter procíclico ahondando la tendencia recesiva del ciclo, alargando la penosa lista de parados. Su rostro positivo hay que contemplarlo en el hecho de que ello provocará una mayor solidaridad de nuestros socios europeos y una reacción positiva de los mercados. Las declaraciones de los primeros y las cifras que evidencien los segundos— en particular la prima de riesgo— darán fe del éxito o relatividad de las medidas acometidas. A ello cabe agregar la posible aunque © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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improbable actuación del banquero Draghi, dueño del resorte para rebajar de golpe un montón de puntos el coste en el mercado secundario de la deuda soberana española. En cualquier caso no cabe la marcha atrás y solo la progresión de la gobernanza europea, en una trayectoria de mutualización creciente, abre el camino a una economía que como la española cumple con creces a través de sacrificios heroicos la parte que le corresponde del trato. (12 de julio de 2012)

Los hombres de negro Los hombres de negro ya están en Madrid. ¿Cómo hemos llegado a esta situación que ha convertido una expectativa quimérica en una realidad incuestionable? Dos son los grandes culpables de la crisis que devasta a Europa y con ella a la economía española. Como causante directo se erige el euro, esto es, el diseño superficial y, por tanto, perverso de la unión monetaria en la que militamos. A ello se une la connivencia de un colectivo de inductores y cooperadores necesarios. Veamos. Las políticas estabilizantes del Gobierno de Aznar (19962004) condujeron a un incremento medio anual del PIB del 3,5% hasta 2008, el periodo de crecimiento más alto de la democracia. Las cuentas públicas se equilibraban y la deuda pública resultaba manejable (37% del PIB). Se pujó en la subasta del europeismo pensando en sus pros y pasando de puntillas sobre sus contras. Una de ellas, la troncal, suponía que el euro definía un área monetaria óptima al estilo de Robert Mundell, compensando sus desequilibrios con una movilidad perfecta de los factores de producción. Nada más irreal, como luego se verá. El período que transcurre desde la entrada en la Eurozona hasta el inicio de la gran crisis consolida la prosperidad de la economía española. La vitola de «país euro» produce tipos de interés reales negativos, alentando la confianza de los inversores nacionales y extranjeros. Una financiación masiva y barata fomenta la demanda de bienes de consumo duradero, alimentando el boom inmobiliario, reforzado por las adquisiciones de los no residentes y el creciente flujo de inmigración. Pero el éxito promociona un sistema de baja productividad, con un déficit de balanza por cuenta corriente que llega a ser el segundo del planeta tras Estados unidos, compensado tanto por la fuerte inversión extranjera en el periodo como por un gradual incremento del endeudamiento exterior, en particular del sector privado. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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Al estallar la burbuja inmobiliaria como consecuencia del súbito recorte de la financiación, el sector de la construcción y la morosidad creciente adjudican todo tipo de activos tóxicos inmobiliarios a la Banca que registra ficticiamente en su balance los bienes entregados por el valor de los créditos concedidos a sus promotores en los picos de la bonanza económica. El sector de la construcción, que representa un 15% del PIB, ha colisionado con un iceberg e inicia su irremisible inmersión. El traslado de la carga tóxica se realiza urgentemente hacia otro navío estratégico y sistémico como es el sector financiero, lo que provoca a su vez, tras sucesivos intentos de recapitalización, la escora y posterior vuelco de este último, dando lugar a la quiebra de una buena parte de nuestra Banca. Llegado aquí, y ante el panorama dantesco que desvelan las cifras del paro, el Estado aborda una política anticíclica que lleva las cuentas públicas a un déficit superior al 10%, desatando las alarmas de Bruselas y de su núcleo duro. La deuda pública rebasa los registros del 60% previstos en los Pactos de Estabilidad. La crisis bancaria se solapa con la crisis fiscal. Es ahora cuando surge el auténtico verdugo de la economía española: los mercados. Con las primas de riesgo en máximos históricos el país aborda la recapitalización de un sistema financiero parcialmente en ruina sin el posible acceso a la financiación privada. ¿Qué relación existe entre esta negra escenografía y nuestra asociación a la Eurozona? Una relación directa y determinante. Con la entrada en el euro, España renuncia a tres instrumentos vitales de política económica: a la manipulación de los tipos de interés con su incidencia en los flujos de capitales; a la devaluación que restablece la competividad perdida fijando automáticamente pautas de austeridad estabilizadoras y finalmente a un Banco Central beligerante, al servicio de la economía real, que monetice, en su caso, su deuda soberana. Durante una década, España —desarmada de sus defensas tradicionales— ha ido cavando su propia tumba. Y los factores de producción preconizados como flexibles y dinámicos se revelan rígidos e inamovibles. La avaricia de determinados empresarios, la incapacidad de un buen número de dirigentes bancarios, el silencio de los auditores y la ceguera o tolerancia de Banco de España y CNMV han formado, añadidamente, el cóctel ideal para que el sistema exhiba sus más nocivas contradicciones. Cortado el acceso a los mercados privados es evidente que solo queda el recurso a Bruselas. El rescate bancario es el primer capítulo. Sin cambios sustanciales en la gobernanza europea los capítulos se sucederán. En cualquier caso, sea cual fuere el mecanismo que utilice la © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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Unión Europea para aliviar los males de la economía española, siempre estarán sujetos a una determinada condicionalidad. Para vigilar su cumplimiento han llegado los hombres de negro. Lo previsible es que se queden una buena temporada. (2 de julio de 2012)

Las dos Europas El «noble experimento del euro», como lo califica Alan Greenspan, se consume en el lecho de sus contradicciones y los facultativos temen por su vida. ¿Qué descubrirá el próximo parte médico? Taquigráficamente: una Europa unida o una Europa aniquilada. a) De un primer escenario se sigue una conclusión descorazonadora para la economía española. Con el tipo del bono y la prima de riesgo en máximos históricos, España contempla con aliento contenido el resultado de las elecciones griegas del 17 de junio. El lunes 18 se ensombrecen las perspectivas negativas de las agencias de calificación sobre la deuda de los países periféricos y nuestra prima de riesgo vapulea la cota mítica del 7% que veta el acceso de la financiación soberana a los circuitos privados. El nuevo Gobierno helénico formula a la Troika un replanteamiento radical tanto de la posición deudora de Grecia como de los calendarios y ritmos de consolidación fiscal. Tras semanas de tanteo y observación en las que el moderado tono inicial se ve reemplazado por reproches y descalificaciones cada vez más ácidas, la Troika detiene el suministro de fondos y el 20 de agosto Grecia impaga 3.100 millones que debe al eurosistema. Los depositantes griegos inician una retirada frenética de depósitos bancarios, que en la nueva coyuntura el Banco Central Europeo se niega en compensar. El sistema financiero se colapsa, se introducen los inevitables controles cuantitativos— «corralito»— y finalmente el país retorna al dracma. Ahora los ojos se giran hacia Dublín, Lisboa y Madrid, aunque el núcleo duro europeo, flanqueado por la Troika, declare enfáticamente que se hará todo lo necesario para que no se repita el lamentable espectáculo acaecido en el país helénico. Las agencias califican a España como país «C» y a sus bonos de «basura». Las primas de riesgo rebasan los 1.000 puntos básicos con tipos del bono a 10 años al 12%. El grifo del crédito privado está se© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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llado. La explosión de las cifras de paro derivadas de sucesivas medidas de austeridad y el caos político al que el país se ve arrastrado provocan un anticipo de elecciones. El pánico, la huida de depósitos, el «corralito» y la salida del euro son una réplica de lo acontecido meses atrás en Grecia. A continuación entra en escena Italia. b) Un segundo escenario anticipa un cambio radical forzado por la crisis sistémica del euro. Alemania cambia su política exterior independiente por otra nítidamente europea. Berlín reconoce que la ruptura del euro es devastadora para sus propios intereses. Solamente en el sistema «Target 2» tiene posiciones acreedoras de más de un billón de euros hasta final de año, y es el principal contribuyente de los proyectos financieros europeos. Una vez que Grecia presenta a la Troika su solicitud de dulcificar los términos del rescate, se inicia un clima de entendimiento que estabiliza primero, y recompone después, la esquilmada moral del pueblo griego y de su capacidad productiva. La reunión del Consejo Europeo de los días 28 y 29 de abril aprueba un nuevo programa de integración fiscal, gradual y sucesiva, así como el inicio de la construcción de una Unión Bancaria europea con mecanismos solidarios de financiación, una regulación y supervisión ordenadas y una política clara que propicie la resolución de nuevos quebrantos sin recurso al contribuyente, además de garantizar hasta un límite los depósitos de los particulares. Prospera el plan presentado por Draghi, van Rompuy, Barroso y Jean-Claude Juncker para estabilizar el sistema. Se alivia la deuda de los países más endeudados. Los países del núcleo duro promueven subidas salariales cercanas a los dos dígitos y se distribuyen bonos para que sus ciudadanos adquieran bienes o servicios de la periferia europea. En el horizonte se adivina la bandera de una unión política confederal. No hay en el corto plazo movimientos fulgurantes, pero la Cumbre del 28 marca un punto de inflexión sin precedentes. Desde el respeto a los acuerdos y el cumplimiento de los capítulos sucesivos de la consolidación fiscal, los países centrales asumen su responsabilidad en el diseño de un sistema monetario inviable, con unos tratados asimétricos e incompletos, implementando políticas dudosas cuando no contraproducentes, haciendo casi siempre «demasiado poco, demasiado tarde». La etiqueta de un centro que es fuente permanente de la solución frente a una periferia causante de todos los problemas, se destruye. Los estereotipos de un sur perezoso y un norte despó© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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tico se arrinconan. Las dos Europas, la meridional y la septentrional, se unen en un proyecto común. Es imposible predecir cuál de estos dos escenarios tendrá lugar. Pero a menos que todos los europeos asuman la responsabilidad de salvar el euro, Europa se enfrenta al desastre. El resto es retórica hueca. (15 de junio de 2012)

Esperando a Godot La obra cumbre del nobel irlandés Samuel Beckett, Esperando a Godot, relata un disparatado coloquio entre dos vagabundos de nombre Vladimir y Estragón que aguardan abstraídos la llegada de un desconocido. Periódicamente, irrumpe en escena un muchacho anunciando que Godot no vendrá hoy, «pero mañana seguro que sí». Beckett logra lo teóricamente imposible: un drama en el que nada sucede, pero que clava a la audiencia en sus asientos. La traslación de este escenario a nuestro paisaje económico es inmediata. En el epicentro de la tormenta financiera, con la prima de riesgo en máximos, la confianza de los mercados por los suelos, y el pánico desatado en los parqués, la economía española se consume en una espera absurda, estéril e interminable, ausente de cualquier atisbo de estrategia... «esperando a Godot». Godot —el poder que controla los centros de decisión de la Eurozo­na (EZ)— no otorga aparentemente relevancia alguna a la creciente insatisfacción de la ciudadanía con respecto a unas exigencias institucionales conservadoras y asimétricas que hacen recaer el peso de esfuerzos crecientes en aquellos que más los practican ¡Y aún reclama más! Con el sistema financiero tocado, el consumo privado en retroceso, el gasto público deprimido y la demanda exterior debilitada, las expectativas apuntan a un PIB estacionario y a un aumento del desempleo en el plazo de los próximos dos o tres años. La recompensa al dolor de hoy será posiblemente el dolor de mañana. Puntualicemos: una cosa es castigar a los países que, como España, levantaron la guardia de la ortodoxia y fueron incapaces de prever el estallido de la burbuja inmobiliaria, y otra muy distinta que las instituciones europeas —muy en particular el BCE— que se deben a sus socios, bordeen temerariamente los límites de su legitimidad. Cabe decir, para mayor desconcierto, que desde la llegada del banquero Draghi, la institución con sede en Frankfurt ha diseñado una ingeniería eficaz para responder a la crisis financiera, que con el apocalipsis de Bankia se ha © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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recrudecido en el país. Sin embargo, un cambio de rumbo tan repentino como desdichado anticipa una catástrofe innecesaria. Las últimas declaraciones de Mario Draghi no están exentas de sadismo. Nada de programas de compra de bonos ni barras libres de liquidez (LTRO) y, en el fiasco de Bankia, el gobierno ha hecho las cosas «del peor modo posible». Cada país debe correr su suerte y ajustar sus economías hasta corregir sus déficits de competitividad, y así volver a crecer. Pero es justamente la evidencia de que esta estrategia puede llevar lustros deprimiendo la economía hasta niveles políticamente insostenibles lo que lleva a los mercados a retirar su confianza del país. Cara gano, cruz pierdes. Los mercados penalizan la incontinencia fiscal, pero también las medidas para revertirla ya que conducen a la recesión. ¿Quién frena esta espiral diabólica? No es necesario ser un genio para advertir que antes de abordar proyectos institucionales de mayor calado y de plazo más dilatado, como la «Unión Bancaria» u otros, hay que taponar la herida por la que se desangra el accidentado. La más elemental responsabilidad política exige del banco emisor europeo y de sus mentores poner techo al coste de la deuda periférica a niveles congruentes con los colosales recortes domésticos acometidos por los países emisores, en particular España, y suministrar liquidez suficiente al sistema financiero, como prestamista de última instancia. El tratado de su funcionamiento otorga al BCE una independencia inequívoca, pero siempre con la obligación de servir a las políticas de la comunidad: economía orientada al pleno empleo y al progreso social, estabilidad de precios y estabilidad, también, del sistema financiero. Además, la actuación beligerante del BCE se ancla en la naturaleza de la Unión Europea y en sus principios básicos en los que se incluyen la solidaridad y cohesión interterritorial, congruentes con los postulados de una unión política. No basta, al parecer, que España esté haciendo con enorme sacrificio sus deberes. Debe también cocerse en su propia salsa hasta rendirse y someterse eventualmente a unos planes de rescate que están cosechando en otras geografías sonoros fracasos, sin reducir una sola centésima sus primas de riesgo. El pulso entre la opción de la financiación puntual, reclamada por Rajoy, no sujeta a condiciones, y la tiránica condicionalidad de los programas de rescate, que expulsan adicionalmente al país rescatado de cualquier circuito de financiación ordinaria, resulta en un duelo desigual. Mientras tanto el Ejecutivo no tiene dinero para recapitalizar a sus bancos. Ningún gestor extranjero invertirá de momento en bonos soberanos españoles que tendrán como únicos compradores a los bancos locales. En consecuencia, los bancos españoles comprarán la misma © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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deuda pública que el Gobierno necesita para rescatarlos. Como Vladimir y Estragón, nos preguntamos, perplejos, cuándo llegará el señor Godot. (3 de junio de 2012)

Derechos entre paréntesis La lectura de un inspirador artículo, aparecido en este mismo diario el pasado domingo 13 de mayo bajo el título «Los de casa y los de fuera», invita a alguna consideración adicional acerca del espinoso tópico de la cooperación al desarrollo, en un contexto brutal de recorte de las aportaciones estatales, un 56% en el caso español. En el relato, su autor se refiere primero a una frase proferida recientemente por un político vasco, según el cual «conviene reconocer que primero estamos los de casa y solo luego, si es posible, los de fuera», lo que equivaldría a sostener —a juicio del articulista— que «los extranjeros no tienen derechos propiamente dichos». Una minuciosa argumentación lleva a su proponente a defender la universalización de los derechos mínimos básicos para solo después acometer el derecho perfecto de los menos. El atinado y ejemplarizante hilo del raciocinio y conclusiones anteriores nos conduce a otro ovillo más embarazoso y sangrante como es el del llamado Tercer Mundo, constituido por cerca de mil millones de seres humanos que libran diariamente su batalla por la supervivencia, en condiciones infrahumanas de salubridad, malnutrición, desarraigo, ignorancia y ausencia total de identidad. La pregunta crítica es la siguiente: ¿de verdad tienen «derecho» los pobres a dejar de serlo? ¿Tienen los que nada poseen derecho al desarrollo? Y de ser así, ¿por qué no se hace justicia? La apelación a los derechos humanos abraza un amplio margen de ambigüedad. Un derecho humano tiene autonomía didáctica y conceptual respecto del derecho positivo y ambos no pueden ser confundidos, porque el primero solo tiene efectividad práctica cuando los Estados lo reconocen en sus ordenamientos y muy en particular en su Constitución. Para determinar qué derechos son «constitucionales» basta revisar el catálogo de derechos registrados por las constituciones de los Estados, mientras el concepto de «derecho humano» pertenece fundamental, aunque no exclusivamente, al ámbito del iusnaturalismo y la filosofía del derecho. Intrínsecamente poseen los atributos de personales, irrevocables, inalienables, intransmisibles, irrenunciables, igualitarios y atemporales. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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Por ello, conviene ser prevenido, ya que incluso la Declaración Universal de Derechos Humanos tiene carácter de derecho consuetudinario y orientativo sin alcanzar el tratamiento de acuerdo o tratado internacional. Ello no invalida que determinados derechos humanos —prohibición de la tortura, detención arbitraria, etc.— hayan alcanzado la categoría de ius cogens, normas que no admiten exclusión ni alteración de su contenido. Es comúnmente admitida la división de los derechos humanos en tres «generaciones» sucesivas asociadas cada una de ellas a los eslóganes clásicos de la Revolución Francesa. Los de primera generación son los políticos y civiles derivados del principio de la libertad. A su vez, los de segunda generación son derechos vinculados al principio de igualdad y precisan de la intervención estatal por medio de los servicios y prestaciones públicas. Finalmente, la tercera generación de derechos deriva del concepto de fraternidad o solidaridad. Junto a los derechos a la paz o al medio ambiente reviste luz propia en este capítulo el «derecho al desarrollo». Cabe adelantar ya que esta clase de derechos no han sido asumidos de forma pacífica ni por la escuela iusnaturalista ni por los propios Estados, abriéndose un afilado debate en torno a ellos. El 4 de diciembre de 1986, la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó mediante la resolución 41/128 la llamada «Declaración sobre el derecho al desarrollo» según la cual todos los seres humanos «están facultados para participar en un desarrollo económico, social, cultural y político en el que puedan realizarse plenamente todos los derechos humanos y las libertades fundamentales, a contribuir a ese desarrollo y a disfrutar de él», bien es verdad que con el voto en contra de Estados Unidos y con la abstención de ocho miembros significativos de la órbita occidental de la Asamblea. La Conferencia de Viena de 1993 vendría a reforzar el reconocimiento de este derecho inalienable. Pero un derecho como el derecho humano al desarrollo puede ser invocado como tal desde su vertiente de derecho natural y carecer, lamentablemente, de operatividad o valor jurídico positivo. Aunque algunos autores muestran una postura más beligerante y favorable, la opinión más común de la doctrina del derecho internacional es que se encuentra «en proceso de positivización», «en vías de normatividad internacional». El derecho al desarrollo es un derecho natural, defendido infatigablemente por las grandes doctrinas sociales confesionales, se incluye en el acervo normativo de Naciones Unidas, pero carece muy lamentablemente de obligatoriedad jurídica. Corresponde a Philipp Alston la imagen según la cual «derecho y justicia son dos navíos que se cruzan silenciosamente en la oscuridad de la noche». Conviene recordar que en uno de ellos, una patera © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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de proporciones gigantescas, se hacinan mil millones de condenados a muerte. (18 de mayo de 2012)

Austeridad a secas: una virtud letal La combinación de dos vocablos de significado opuesto, por ejemplo «un silencio atronador», recibe en castellano un nombre impenetrable e inquietante, «oxímoron», uno entre los múltiples préstamos del idioma helénico suscritos por la Academia de la Lengua. «Austeridad virtuosa», una propuesta indiscutible para casi todas las espiritualidades del planeta, se torna un oxímoron de connotaciones nefastas cuando se traslada al terreno económico. El FMI y sus políticas liberalizadoras, privatizadoras y espartanas sobre todo en la esfera pública, en 75 años de historia, no ha logrado superar la reválida conceptual de sus recetas —las recogidas en el Consenso de Washington— y ha abierto, por el contrario, amplios frentes de contestación, sobre todo en los países en desarrollo sometidos a la tiránica condicionalidad de sus programas de ayuda. No es que la austeridad no sea seña de virtud, como su opuesta, el despilfarro, es signo de desatino. Las sociedades deben responder periódicamente con medidas de austeridad cuando reconocen que su conducta ha sido equivocada y sobre todo cuando a ello les compele una fuerza exterior —llámese «mercado» o de cualquier otro modo— con la aplastante evidencia de los hechos. Pero cuando se trata de superar una crisis inmobiliaria y financiera que ha dado al traste con los equilibrios fiscales previos a la misma, lo que se aviene muy mal con la evidencia estadística es que políticas radicales de recorte y austeridad presupuestaria acometidas conlleven la virtud de hacer recobrar de forma automática la confianza de los mercados en el país que los practica. Los recortes no atraen credibilidad. Y desde luego no crean empleo. Por todo lo anterior, la trayectoria diseñada por el Ejecutivo español, de carácter más compulsivo que voluntario, precisa de dos importantes puntualizaciones. La primera viene promovida, paradójicamente, por el FMI. La segunda obedece a la invocación del principio de lealtad entre partes. Comencemos por la primera. Cuando se trata de ajustar el gasto público, el equilibrio se constituye en un criterio insustituible. Recortar los déficits desmesurados es de obligada ortodoxia. Pero golpear© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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los abruptamente puede impedir la recuperación económica. Y si la recuperación se detiene, la deuda y el déficit reiniciarán su ascenso, de la misma manera que el desempleo. «De acuerdo con nuestro análisis», señala el FMI, lo que se requiere es «un ajuste continuado pero gradual. No demasiado rápido, no demasiado lento, sino el adecuado» (FMI, Fiscal Monitor). El organismo multilateral reconoce que retrotraer la deuda pública a niveles previos a la crisis es una tarea prácticamente imposible, pero que en presencia de un determinado nivel de crecimiento las cosas se facilitan considerablemente. Un crecimiento sostenido a largo plazo de un cuarto de punto reduce el ratio de deuda/PIB en seis puntos porcentuales. El mini-órdago de Rajoy, al renegar del objetivo del 4,4 de déficit para finales de 2012, va en línea de audacia con estos postulados y ha supuesto un colchón de 9.000 millones de euros de menor austeridad en el ejercicio. Casi nada. El segundo trazo corrector del rumbo del Ejecutivo— mejor sería decir garante de su éxito estructural— viene dado por un factor exógeno como es el de la implicación de las instituciones europeas en el proceso de ajuste de los países implicados, en este caso de España. De acuerdo con que los mercados no recompensen a España por su austeridad ni sus reformas estructurales. El titular de Economía y Competitividad confesaba sustentar un programa perdedor/perdedor, donde los inversores castigan simultáneamente el excesivo déficit incurrido por el país y la falta de crecimiento que acarrean las medidas para corregir aquel. Lo que no es de recibo es que Bruselas y Frankfurt no apoyen los esfuerzos hercúleos de la ciudadanía española para cumplir con unas reglas hiperrigurosas. Como fue el caso en agosto de 2011, cuando el BCE comenzó su programa de compra de bonos, dicha práctica debe mantenerse para garantizar unos costes de refinanciación de la deuda exterior congruentes con los sacrificios internos abordados. Tampoco debería producir un rubor excesivo la activación del artículo 15 del Mecanismo de Estabilidad Europea, para reflotar de una vez por todas al esclerótico sistema financiero español. O, como ha propuesto Hollande, que el BCE financie directa e incondicionalmente al mecanismo europeo provisto de licencia bancaria. Después de todo, en los tiempos de corren, no pueden invocarse razones de peso para no actuar con las mismas armas que la FED estadounidense, el Banco de Inglaterra o el Banco de Japón. Lo que Frank Sinatra entonó acerca del amor, el matrimonio y el sacrificio tiene su aplicación en la austeridad, el crecimiento y el apoyo institucional europeo. This I tell ya, brother, you can’t have one without the others: «no puedes, hermano, tener una cosa sin las otras.» (5 de mayo de 2012) © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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Los deberes de Europa Decididamente España está bajo los focos del gran plató financiero donde se apostan los inversores globales y donde cruzan apuestas los tahúres de algunos hedge funds y otros bribones con licencia especializados en zarandear el árbol más vulnerable para que caigan sus frutos y venderlos con beneficio, bajo la mirada tolerante de los árbitros institucionales y con el bullicio de fondo de los medios profesionales en alarmar al ciudadano de a pie. No solo se ha reabierto el escrutinio acerca de los quilates de nuestra deuda pública, que ha visto desplomarse su cotización de forma inesperada, elevando los tipos hasta umbrales prohibitivos, sino que, por razones no siempre concordantes, la Bolsa pierde el 20% en lo que va de año y se acerca a niveles de los mínimos de marzo de 2009, el momento más agudo de la crisis desencadenada con la quiebra de Lehman Brothers. El paro repunta de forma sórdida e implacable. La morosidad en la Banca rebasa el 8% en febrero y toca máximos desde 1994. El crédito no reacciona y las dudas sobre el saneamiento de los bancos españoles se han acrecentado tras conocerse el informe del FMI que estima que las 58 principales entidades europeas deberían liquidar dos billones de euros equivalentes al 7% de sus activos, con la consiguiente posibilidad de la apelación al fondo de rescate europeo. Hagamos memoria. El euro se adoptó el 1 de enero de 1999. No es que forzaran nuestra adhesión, sino todo lo contrario. En la memoria de muchos estará la hostilidad declarada de Alemania y otros triples «A» a que los «países mediterráneos» fueran aceptados en la exclusiva familia de los detentores del euro. Pero en el caso de España una certera política de persuasión, la promesa de una disciplina implacable y unas cifras macro suficientes inclinaron finalmente el platillo de la Balanza hacia el signo del «sí». ¿Por qué aquel ahínco sin fisuras por someterse a los estatutos de una empresa incierta y en todo caso manifiestamente desequilibrada en el peso de sus impulsores? Por un mero, aunque inexcusable, afán de progreso y modernidad. Con la nueva adscripción se cerraban de un portazo las devaluaciones competitivas —un arma que luego se revelaría de doble filo— lo que acarrearía una reducción de los niveles de precios y un sustancial ahorro en los costes de financiación. Dinero más sólido y más barato para el sector público y el privado, con presupuestos más eficientes en un mercado financiero más integrado. Un mercado interior único sin riesgo de cambio, sin costes transaccionales ni comisiones, más transparente y unificado debería procurar oportunidades a los más audaces © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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y eficientes. No se ocultaban detrás de esas ventajas la renuncia a la autonomía de las políticas monetarias, por lo que la batalla de la competitividad debería librarse en los costes salariales y en la vigilancia de los desequilibrios estructurales. Hasta la crisis de 2007 la trayectoria de España en el euro ha sido tan ejemplar como engañosa. Ejemplar porque en dicho año registraba un superávit presupuestario del 1,9% y el porcentaje de su deuda exterior sobre PIB apenas rebasaba el 25%, cifras que se comparaban con éxito incluso con las del reunificado gigante alemán. Ilusoria porque detrás de esos guarismos gravitaba una economía real letalmente dependientemente de la construcción, con cuya burbuja y posterior estallido España abre un cráter de producción que ha debido sustituir con políticas públicas de demanda, causantes del déficit excesivo que arrastramos. La acción combinada de la depresión privada y recorte público han desatado las suspicacias internacionales y han conducido al cuadrodiagnóstico ya referido. Coherente con su vocación de permanencia en el Club del Euro, España carece de alternativas a una política de recomposición fiscal como la emprendida por el actual gabinete y que todas las instancias oficiales avalan circular «en la dirección adecuada». Pero al mismo tiempo, la prociclicidad de las medidas abordadas, que concitan el disgusto unánime tanto de gobernantes como de administrados, exige que los socios y las instituciones comunitarias jueguen el papel que les corresponde en el seno de lo que se entiende una «Unión» y no una jungla monetaria. Las recientes e inasumibles declaraciones del presidente del Bundesbank Jens Weidmann, según las cuales España debería tragarse sus problemas en vez de mirar al BCE, deben sustituirse por un banco emisor beligerante y evitar así que el coste innecesario de la deuda o la inestabilidad del sistema financiero estrangulen la refundación de una economía como la española, en todo caso con menor deuda pública que el promedio de las europeas. El Gobierno español ya está haciendo sus deberes. También Europa debe hacer los suyos. (20 de abril de 2012)

Rescatar la generación perdida José Ignacio Crespo vaticina, en su reciente libro Las dos próximas recesiones, que la economía española registrará otros tantos retrocesos sostenidos de la producción en lo que considera un ciclo «natural» que terminará previsiblemente en 2020. A la crisis iniciada en 2007 le sigue © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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la que atravesamos en el momento actual, ubicando la tercera en el horizonte de 2016-2017 tras un corto periodo de recuperación y de creación de empleo. La interpretación más voluntariosa y optimista de estas hipótesis resultaría en que, a la vuelta de la década, soplarán de nuevo vientos favorables restableciéndose el equilibrio de principios del milenio, aquel que propició un empleo envidiable atrayendo incluso a millones de trabajadores de otras latitudes. Pero no parece tan probable. Al contrario, este escenario augura —salvo un cambio sustancial de circunstancias— un enconamiento del estigma fundamental de nuestro sistema: un paro abusivo y desconcertante, fundamentalmente en el segmento de los jóvenes que acceden por primera vez al mercado laboral unido al colectivo cada vez más abultado de parados de larga duración. Sucesivas crisis en un marco de ajustes presupuestarios heroicos, con una demanda interna esclerótica y un entorno internacional en recaída, no hacen sino subrayar sus rasgos más estructurales derivados —entre otras razones— de la explosión de la burbuja inmobiliaria, cuyo reemplazo no se acierta a adivinar. De la misma manera que Alemania tardó lustros en asimilar el bache de recursos, cuantitativo y cualitativo, derivado de la reunificación, el sector de la construcción en España, que representaba en 2007 cerca de un 15% de nuestro PIB, ha formado, al estallar, un cráter de paro estructural que implicará una lentísima sustitución. Esta es la particular y penosa reunificación que le toca gestionar al país para reconvertir un sector que ha pasado de iniciar 80.000 viviendas al mes a comienzos de la gran recesión a apenas 5.000 en la actualidad. Los adolescentes y los adultos jóvenes son especialmente vulnerables a los reveses macroeconómicos. La tasa de paro juvenil ha crecido durante la crisis del 11,6% al 12,7% llegando al 50% en Grecia y España e incluso al 60% en Siria y Egipto. Todo ello amenaza con producir una «generación perdida» (OMT, 2012), con un cúmulo de consecuencias negativas entre las que destaca la pérdida de la cohesión social. Giuliano y Spilimbergo (2009) relatan que los parados en edad juvenil cuestionan gradualmente el esfuerzo personal, perciben desigualdades injustificables, ven erosionada su autoestima y sus habilidades, caen en el desaliento y finalmente pierden la fe en las instituciones públicas hasta desconectar definitivamente de ellas. Altindag y Mocan (2010) concluyen de un estudio de 69 países que la experiencia prolongada del desempleo erosiona gravemente la opinión de los jóvenes acerca de la eficiencia de la democracia e incrementa © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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su simpatía por líderes más radicales. En los países totalitarios están en la raíz de las recientes rebeliones cívicas. Para paliar esta situación de los mercados de trabajo, todos los países han reaccionado con vigorosas medidas fiscales y monetarias para sostener una debilitada demanda agregada y han activado los esquemas sociales de protección a los desempleados y de subsidio a las empresas con programas de incentivación de la contratación, con desiguales resultados. Ninguna medida que se adopte tendrá una incidencia sobre el empleo comparable a la recuperación de la demanda. Hay que exigir a los triples  «A» del planeta que estimulen políticas de gasto público y privado, pero el éxito de la gestión no está en nuestra mano y solo cabe esperar que a nivel mundial se produzca el esperado cambio de ciclo. Mientras tanto cabe apelar a una medida que ha cosechado notables éxitos recientes en países como Alemania, Italia y Japón y que el Gobierno debe considerar troncalmente en la reforma laboral en curso. Nos referimos a los programas de asistencia financiera pública para animar a las empresas a algo tan simple como es el estabilizar mediante el reparto: mantener plantillas reduciendo jornadas y salarios. Podría proponerse asimismo que por cada punto porcentual en que la tasa de desempleo juvenil supere la tasa de paro general, se recortase o anticipase la edad legal de jubilación en la fracción de tiempo que se determine. Parece razonable que las generaciones de los mayores que ya han tenido su oportunidad, cedan paso en el trabajo «remunerado» a las nuevas generaciones, que son las responsables de construir el futuro económico y la estabilidad de la sociedad. Se ha entrecomillado trabajo «remunerado» aludiendo a que no acaba en la contraprestación monetaria la aportación social de la bolsa de trabajadores, como ya anticiparon en un informe visionario al Club de Roma Orio Giarini y Patrick Liedtke (1996). Pero ello será tema de otra reflexión. (26 de marzo de 2012)

Las naciones de la riqueza El título de esta columna corresponde al del blog de Jorge Serrano Paradinas, y constituye un ingenioso baile de palabras sobre el de la obra antológica del padre de la economía política, Adam Smith. Se justifica por el caudal creativo y resultados insospechados que el azar y las circunstancias pueden acarrear. O sea, el distinto puerto al que arriban © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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algunas paradojas emblemáticas. Relataremos dos de ellas, separadas por un intervalo de dos centurias. 1.  James Tobin no es el creador de la «tasa Tobin». No en su versión actual, la que ha conmovido los cimientos de la city londinense y ha forzado a David Cameron el pasado 9 de diciembre a lanzar al Consejo Europeo un órdago (fallido) sin precedentes y a bloquear el consenso del nuevo Pacto Fiscal. Veamos. Con la proclamación en 1971 de la inconvertibilidad en oro del dólar USA, los mercados de divisas se vieron sometidos a volatilidades sin precedentes. Tobin propone un impuesto sobre las transacciones en divisas, con el objetivo de desincentivar los movimientos especulativos y restaurar el equilibrio perdido. La idea quedó congelada durante más de 20 años hasta que diversas iniciativas de la sociedad civil descubrieron en la exacción fiscal una formidable fuente de recursos que se aplicaría a las necesidades de los países más vulnerables del planeta. En 2011, un proyecto de directiva comunitaria europea se apropia de la idea y plantea financiar sus propios presupuestos con las rentas del impuesto. La «tasa Tobin» se crece y muta su objetivo desde uno estabilizante a otro recaudatorio. Tobin no se reconoce y puntualiza que, mientras su propuesta original tenía como única meta frenar el tráfico de divisas, los movimientos civiles habían enfatizado el aspecto de la renta generada con los impuestos «con la que quieren financiar sus proyectos para mejorar el mundo». La tasa Tobin ni siquiera se menciona por la Academia Sueca de las Ciencias en el otorgamiento del Nobel. Tampoco aparece en la autobiografía del economista. Pero David Cameron se arredra ante su potencialidad. No duda de que el impuesto es viable. El 9 de diciembre el primer ministro británico lanza un ultimátum a sus colegas del Consejo Europeo: o se blinda a la city contra la tasa Tobin o el Reino Unido no firmará el nuevo Pacto Fiscal. El edificio europeo se tambalea. 2.  Adam Smith no es el padre del capitalismo. No del capitalismo profundo y manchesteriano, el de Wall Street y aledaños. La interpretación habitual de Adam Smith como el gurú del propio interés solo se sustenta en un par de frases anecdóticas que poco tienen que ver con la esencia de su legado teórico. De hecho, la mención «capitalismo» no aparece ni una sola vez en su obra escrita. Adam Smith fue ante todo un filósofo moral, y después— aunque de ello se derivase su mayor notoriedad— un intérprete y organizador del intercambio social. La riqueza de las naciones contiene su ideario político, mientras Teoría de los © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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sentimientos morales —un libro menos conocido pero que Smith siempre reputó superior— descubre su auténtica alma. Llegado el momento, Smith tendría dos revelaciones que cambiarían no solo el rumbo de su vida sino en el de las relaciones sociales de Occidente. De un lado, que el adecuado comportamiento moral se alinea con la eficiencia a largo plazo: «La avaricia y la injusticia son siempre miopes y no perciben su verdadero interés a largo plazo». De otro, que el discurso ético apenas despertaba interés en su audiencia mientras que esta reaccionaba de forma estimulante a los afanes más prosaicos pero más necesarios del día a día. Aparcando su nítida vocación moralista se enfrascó en el análisis de las relaciones y proporciones de la sociedad de su tiempo, de la utilidad de los bienes y del comercio, del progreso de las naciones y de sus ciudadanos. Más allá de su anecdótica invocación de la mano invisible, el visionario escocés destila en su nuevo tratado un conjunto de valores universales, que esta vez sí logran concitar la atención y el aplauso del público. A lo largo de su obra se erige en promotor de la igualdad de oportunidades y de la ausencia de posiciones dominantes. El orden moral natural estabiliza los mercados. Si estos fracasan, hay que buscar la razón en las tropelías a las que se les somete cuando se incumplen las reglas básicas de juego, generando reacciones de caos, desigualdad e injusticia. «La justicia —afirma— es el pilar básico que sostiene la totalidad del edificio social.» «Las naciones de la riqueza» es una dislexia premeditada del título original La riqueza de las naciones. La figura del economista habrá sido su máscara del filósofo moral. (8 de marzo de 2012)

La revolución de la oferta Nunca debió producirse aquel brusco bandazo en la cumbre del G20 en Toronto en junio de 2010, que lanzó al ómnibus europeo hacia una cuneta pantanosa de la que ya fue imposible salir. A la sólida unanimidad de las posturas exhibidas en las tres cumbres anteriores, Toronto contrapuso el resquebrajamiento del consenso internacional. Canadá y Europa impusieron sin concesiones la primacía de la consolidación fiscal, frente a la tesis de Obama, Brasil y otros emergentes que insistían en prorrogar las políticas de ayudas para asegurar el despegue aún incipiente y reversible de la actividad económica mundial. En realidad, los políticos se limitaron a ser mensajeros de una antigua rivalidad académica entre «austeros» y «estimulantes». Los prime© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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ros recuperan un concepto de la escuela austriaca ejemplificado en las políticas liquidacionistas americanas practicadas por Hoover en 1929. Krugman, Hicks, Modigliani o Samuelson son notables representantes del neokeynesianismo, una casta académica que postula imperiosamente la acción contraria: contar con las acciones de estímulo. ¿Existe alguna alternativa a la consolidación fiscal?, han preguntado al banquero Mario Dragui, quien se ha apresurado a responder que la relación entre deuda y PIB en la Eurozona ha sido excesiva y que no cabe otro remedio que su reconducción. Y que cualquier rebaja volverá a desestabilizar a los mercados. «Ya hemos experimentado todo eso». Pero, detrás de su intransigencia, al distinguir entre una consolidación «mala» y otra «buena», el jefe del BCE no cierra las puertas del conflicto. Está claro que el debate entre creación de empleo y consolidación fiscal es estéril y falso. La única divergencia estriba en el momento y la gradualidad de las acciones, en la secuencia entre acelerador y freno del vehículo económico en cuestión. ¿Por qué ese ahínco en someter a marchas forzadas a economías solventes cuando el quid de la cuestión europea está en la divergencia de niveles de competitividad entre sus países y consiguientes desequilibrios de balanza de pagos, sin la muleta de una devaluación monetaria? El Consenso de Washington, sin citarse, ha reverdecido en los pastos de la Eurozona, y con él los legendarios —aparentemente olvidados— postulados de austeridad y reforma de estructuras: las llamadas políticas de oferta. Vuelve el repertorio de su artífice, John Williamson: «estabiliza, privatiza, liberaliza». En nuestro caso: medidas para la corrección del déficit, reforma laboral, reforma financiera y lo que esté por llegar. No existen los planes  B. Son políticas procíclicas, que agravarán la carga de la deuda pública produciendo nuevos recortes y un crecimiento negativo mayor, quizá hasta los umbrales del –3% en 2012 si Dios, Bruselas y el señor Draghi no lo remedian. La UE ya ha presentado el cuadro macro para la UE, la Zona Euro y España. Para esta última la estimación del PIB en 2012 se sitúa en el –1%, medio punto más benigna que la del FMI y aún algo más (–1,7%) que la de Funcas o la del Banco de España. Todas pueden quedarse cortas. Entretanto, solo suena el mantra de las reformas estructurales que tal vez a medio plazo recompongan la competitividad de la economía, aunque ello dependerá sobremanera de aquellos otros países que quieran comprar de nuestra producción corriente. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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En una reacción aparentemente valerosa y digna de aplauso Mariano Rajoy y otros 11 líderes europeos han dirigido una carta a Van  Rompuy y Barroso urgiendo a la Unión Europea a adoptar en la reunión del Consejo Europeo del próximo 1 de marzo unas políticas económicas más focalizadas en la creación de empleo. Pero la lectura de sus ocho proposiciones nos devuelve a la realidad. Más de lo mismo. Reformas estructurales en el mercado digital, energético, laboral, investigador y de la innovación, de servicios y bancario con rebaja de reglamentaciones, reapertura de la ronda de Doha y profundización en la gobernanza institucional. Bueno y santo, pero ningún atisbo de políticas puntuales de estímulo. La única esperanza para España, forjada desde el clamor de la evidencia, se alberga en la posibilidad de que la Comisión Europea revise el ritmo de la consolidación presupuestaria, y suavice el umbral inferior del déficit del 4,4% del PIB a finales del presente ejercicio. Ello supondría la liberación de rentas, aproximadamente 10.000 millones de euros por punto porcentual de relajación, y abriría espacios para que la desace­le­ra­ción fuese menos penosa. Obviamente, eso se hace madurando voluntades políticas en Bruselas y Frankfurt —y si es posible en Berlín— con tino y anticipación suficiente. En cuanto a la imprescindible dinamización de las estructuras de la oferta del país, convendrá combinar la determinación con la clarividencia derivada del estudio de modelos de éxito, pero sin deslizarse por el camino sin salida que conduce a la tiranía de los más poderosos. (26 de febrero de 2012)

La cumbre del empleo La presidencia danesa de turno de la UE inaugura un ejercicio que Sarkozy ha definido como «el año de todos los riesgos y todos los peligros», y que Angela Merkel ha destacado como «un año más difícil que 2011». La agenda de 2012 refleja una Europa que atraviesa sus horas más bajas. Merkel y Sarkozy, secuestrando la frágil batuta de la legitimidad, han relevado en gran parte a las instituciones de Bruselas, y no van a hacer concesiones en lo que constituye su preocupación central: la estabilidad financiera. Una estabilidad referida no solo a la Eurozona sino al conjunto de la UE, basada en una heroica disciplina fiscal, sobre todo en los países sometidos a la presión de los mercados de deuda soberana. Con el trasfondo de una mejor coordinación económica y una © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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gobernanza más definida, el tratado que recoge los nuevos pactos fiscales se definirá a finales de enero y se firmará a principios de marzo. Si todo va en tiempo, las herramientas del nuevo fondo de rescate estarían operativas igualmente a finales de enero, con el BCE como agente gestor. El nuevo «Mecanismo de estabilidad europea» entraría en vigor en julio de 2012, según los pronósticos más audaces, recortando los plazos previstos. Pero la primera cumbre de los 27, del día 30, en la que se estrenará Mariano Rajoy, viene forzada por los exorbitantes costes con que la austeridad vigente está gravando al empleo comunitario. Las cifras publicadas por la Comisión Europea al cierre del tercer trimestre de 2011, muestran que la ocupación de la zona se halla nuevamente en una tendencia descendente, hasta alcanzar en noviembre una tasa de paro del 9,8% que absorbe todas las recuperaciones anteriores. La situación varía ampliamente según países, con España como país más castigado con un 22,9% de desempleo, más de cinco millones de ciudadanos. Esta tendencia apunta a su vez hacia un agravamiento genérico de la crisis, con su impacto adverso en las rentas de las familias, aumento de las bolsas de pobreza y desequilibrios financieros, ya que paralelamente a los 23 millones de desempleados en la UE, otros 19,2 millones, un 8% de la población activa —trabajadores a tiempo parcial y aquellos que han renunciado definitivamente a un puesto de trabajo— podrían caber en un concepto más laxo de desempleo. Los datos revelan signos de indigencia creciente en muchos Estados miembros, especialmente en Irlanda, España y Países Bálticos. De las raquíticas tasas de crecimiento proyectadas para la UE en 2012 y 2013 no cabe esperar mejoría del cuadro descrito. En este contexto, hay que aplaudir la oportunidad de Van Rompuy al haber convocado una cumbre anti-recesión. Aunque la reunión lleve la etiqueta de «informal» supone un alto en la dinámica de austeridad que está precipitando a Europa hacia cifras inasumibles de desempleo. Después de todo, olvidamos fácilmente que la estabilidad financiera es un medio y no un fin, un requisito necesario para el crecimiento económico y la creación de puestos de trabajo. Y que las políticas de recortes fiscales, a las que ahora viene a sumarse el frenético desapalancamiento de bancos, empresas y familias, tienen un perverso efecto contractivo, sobre todo en el corto plazo, agravando la recesión y dificultando hasta lo imposible la recuperación. Para evitarlo, es menester acometer reformas estructurales de calado que promuevan el potencial competitivo de las economías a medio plazo. Asimismo, la adopción de «devaluaciones fiscales» cuenta con algunos historiales de éxito y una resuelta respuesta monetaria compen© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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satoria por parte del BCE se entiende como imprescindible. Además, a nivel Eurozona, la salida del zulo no será posible sin una determinada política anticíclica —léase solidaria— de los países que gozan de posiciones más saneadas. Van Rompuy ha adelantado tres principios de acción. Primero, evitar que los recortes afecten a motores del crecimiento: inversiones en infraestructuras energéticas, investigación, innovación, educación y formación o reciclaje. Segundo, reforzar la oferta y estimular la demanda. De aquella, utilizar el mercado interior único como un activo crítico en todos sus sectores: productos, servicios, energía o economía digital. De la última, restaurar la confianza en la Eurozona para que los consumidores reinicien el gasto privado. Tercero, estimular el empleo hacia nuevos y mejores puestos de trabajo, a través del aprendizaje continuo y ensayando el potencial de los «empleos verdes». Paralelamente, el reclutamiento de la fuerza laboral tiene que resultar más fácil y más atractivo, a través de normativas laborales más flexibles, reformas estructurales o instrumentos fiscales. En mayo de 2009 una descafeinada Cumbre del empleo, celebrada en Praga, concluyó con la adopción de un decálogo de medidas tan difusas, que pronto pasaron al olvido. Confiemos en que la historia no se repita. (15 de enero de 2012)

Los deberes del Gobierno Se confirman las previsiones de crecimiento de la economía española para el último trimestre del año recién finalizado y primero del entrante, con tasas negativas que oscilarán entre el 0,2 y el 0,3%: la segunda recesión desde 2007 provocará el desbordamiento de la cifra de desempleados por encima de cinco millones. Con todo, a diferencia de Grecia y algún otro país intervenido de la Eurozona, España es todavía un país solvente, que convive con una crisis de modelo productivo, fiscal, bancario y de competividad y, últimamente, otra de liquidez derivada de las anteriores. ¿Cómo debe recomponer el nuevo Gobierno estas claves de debilidad y convertirlas en otras de éxito? Comencemos con el déficit fiscal. Las primeras medidas urgentes que adoptó el Consejo de Ministros del pasado viernes se orientaron a un recorte drástico del gasto, al que seguirá un ajuste adicional aún más severo en torno a marzo, ya que el objetivo de reducción del déficit hasta un 6% en 2012 no se logrará debido al incumplimiento de las co© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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munidades autónomas y la Seguridad Social. La diferencia hasta el desfase cercano al 8% del PIB, con el que, según estima el Gobierno se cerró el ejercicio, duplicará con creces el recorte de 16.500 millones de euros que harían falta para alcanzar el objetivo del déficit del 4,4% a diciembre de 2012. Austeridad y sacrificios son imprescindibles para establecer un cortafuegos en los mercados de deuda y evitar los perniciosos efectos de un contagio, manteniendo el servicio de la deuda en niveles razonables. El incumplimiento abierto de estos déficits interinos alimentaría la vulnerabilidad de las próximas emisiones del Estado. El Tesoro español tiene en circulación 578.000 millones de euros, con una vida media de 6,61 años, a un tipo de interés promedio del 4,04%. Pero, en el primer trimestre de 2012, los Estados comunitarios refinancian medio billón y España alcanzará el punto de máxima tensión en abril. Los vencimientos de 2012 suman 133.000 millones que representan el 22% de la deuda viva. Cada punto porcentual en el coste de refinanciación pública central supone 1.330 millones de euros. Incluyendo la administración periférica y el sector privado, cada punto porcentual de servicio de la deuda en 2012 supone la exorbitante cifra de 4.000  millones de euros. Obviamente el recorte del gasto seguirá acompañándose del rediseño del sistema tributario, para potenciar su poder recaudatorio y actuar beligerantemente como instrumento de redistribución. En segundo lugar, una de las recientes lecciones de los mercados financieros es la incidencia sistémica derivada de la tenencia de activos soberanos por la Banca. Que el BCE adopte la posición de prestamista de última instancia es inexcusable en un área monetaria ineficiente. El reciente «manguerazo» de Mario Draghi, de medio billón de euros a tres años al 1% apunta en la dirección correcta. Pero en el caso español el principal cáncer de la solvencia bancaria lo constituye su exposición al sector de la construcción. El recelo entre los agentes del sector es de tal calibre que el BCE asiste atónito al espectáculo de unas entidades que le ingresan al 0,25% un importe equivalente —casi medio billón de euros— al que él ha prestado a estas previamente al 1%. Ello se agudiza con la caída del crédito tanto por falta de demanda solvente como por la dinámica de desapalancamiento proseguida por el sector. Que el crédito vuelva a fluir es un requisito ineludible para el despegue de la economía. El nuevo Gobierno debe valorar la creación de un «banco malo», posiblemente en el marco de un convenio especifico apoyado por Bruselas. Finalmente, la reforma de estructuras. El nivel de empleo, y con él, el de la producción y la renta, viene determinado por la demanda efec© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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tiva. Cuando, como es el caso actual, no existe una demanda privada pujante y la pública registra tasas negativas, es necesario recurrir a las políticas de oferta, a las llamadas reformas estructurales. Con ellas se persigue recuperar la competitividad perdida dentro de un área de moneda única. Los modelos productivo, educativo, de I+D+i, entre otros, juegan un papel estelar. Otras estructuras son más incontrolables, como la demográfica. Habitualmente las devaluaciones mejoran la competividad al abaratar las exportaciones y encarecer las importaciones. España, al no poder devaluar su moneda, debe aplicar reformas estructurales que, ajustando los precios relativos, mejoren la relación de intercambio buscando resultados equivalentes. A esto se denomina «devaluación fiscal» y consiste en utilizar el marco tributario rebajando las cotizaciones sociales o el impuesto de sociedades, para disminuir los costes de producción, financiando el recorte con aumentos del IVA o de los impuestos patrimoniales. Acompañada de contención o reducción en las retribuciones a los factores productivos, se supone que una devaluación fiscal acelera la eliminación del desempleo. Ingente tarea que va a exigir del nuevo Gobierno una visión, audacia y determinación que no se ha reclamado a ningún Ejecutivo desde la transición democrática. (2 de enero de 2012)

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2013: inventario y reflexiones. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2014: luz en el túnel. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Elogio del europeísmo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Sostenibilidad imprescindible. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ¿Hay que expedientar a Alemania?. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Deflación encubierta. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Draghi contraataca . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ¿España en deflación?. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La germanización de España. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Chicken Game («Jugar al gallina») . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . En defensa (de oficio) del acusado. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Eurolandia bien vale una misa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Rescatar la economía de manos de los economistas. . . . . . . . . . . . . . . . . . Fiscalidad y democracia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ¿Qué sigue fallando en la Banca?. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El rompecabezas eléctrico español. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ¿Cómo estamos?. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . «Resolución» bancaria europea. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Abrir el grifo del crédito. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Ruido de togas en Karlsruhe. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Democracia, solidaridad y crisis europea. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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El nuevo estilo de Bruselas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ¿Quién dicta el déficit fiscal?. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El precipicio fiscal español. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ¡Pobre Alemania!. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Europa decepciona. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Unas reglas de juego claras. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Salvar a los ninis. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Devaluar a la carta. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ¿Por qué es vital para España la Unión Bancaria europea? . . . . . . . . . . . . Economía y comportamiento electoral. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Las nuevas dictaduras. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Una Europa alemana. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Una austeridad dual . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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2013: inventario y reflexiones Inventario: si la historia de la crisis en España está teñida de negro, la estimación del cierre de 2013 le añade el blanco de una tendencia alcista y contiene muchos ingredientes para dibujar el gris de un optimismo moderado. Nos basamos en la encuesta realizada por FUNCAS entre los 19 servicios de análisis más representativos operantes en España, y el «consenso» que se calcula como su correspondiente media aritmética. En lo que sigue, cada variable viene acompañada de la estimación de cierre al 31 de diciembre de 2013, la tendencia y, entre paréntesis, la previsión al cierre de 2014. PIB: –1,3%, recuperando (0,8%): es sabido que el PIB creció un 0,12% intertrimestral en el tercer trimestre de 2013, equivalente a un 0,5% en términos anualizados lo que anuncia la salida técnica de la recesión, después de nueve trimestres consecutivos de descensos. Consumo de los hogares: –2,6%, recuperando (0,2%). Consumo público: –2,7%, recuperando (–2,2%). Inversión: –6,3%, mejorando (–0,8%). Formación bruta de capital fijo en maquinaria y bienes de equipo: –0,2%, mejorando (3,2%). Inversión en la Construcción: –10,2% mejorando (–3,85%). Resumiremos estos datos diciendo que la demanda interna cierra 2013 con un –3,3% y una previsión de –0,5% para 2014. La demanda nacional progresa con las exportaciones de bienes y servicios: 5,4%, mejorando (5,5%), neteadas con las importaciones (–1,0%) que aumentarán en 2014 (2,4%) como consecuencia del inicio de la recuperación. La balanza por cuenta corriente arrojará en diciembre un superávit del 1,2% del PIB. En su conjunto, la economía española presentará un superávit de financiación frente al exterior del 2,8%, consecuencia de un excedente del sector privado del 8,8% y de un déficit del sector público del 6% del PIB. Una inflación anémica advierte de los riesgos de la deflación (–0,7%, a diciembre de 2013) y la deuda pública ascenderá en 2013 hasta el 94,2% del PIB. Reflexiones: el importante trasfondo de estos datos es que España inició la senda de la recuperación de la mano de las exportaciones como única aliada, pero en lo sucesivo la demanda interna va a desempeñar un papel principal en la ruta del crecimiento. En el tercer trimestre del año su contribución al PIB ha sido del 0,3% alimentado por el avance del consumo de las familias (0,4%) y de la inversión (0,2%). Una vez restablecida la confianza en nuestra economía y con la inversión extranjera imparable, la demanda interna irá creciendo de forma paulatina. De la inversión extranjera poco hay que decir, ya que el atractivo de España como país de oportunidades es evidente. En el periodo enero-septiembre se produjo un aumento de la inversión bruta produc© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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tiva por importe de 10.350 millones de euros, con un incremento interanual del 18,3%. La inversión bruta total en participaciones en capital suma 4.248 millones en el tercer trimestre y, de enero a septiembre, 13.050 millones de euros, con un incremento interanual del 17,4%. El Fondo de Georges Soros en FCC compartiendo mesa y mantel con Bill Gates, pero antes que él los nuevos accionistas foráneos de Sabadell, Popular, Nova Galicia Banco, Campofrío, Mivisa, Avanza y Arsys, entre otros. También es noticia confirmada la recuperación inversora de las sociedades de capital riesgo en proyectos españoles que puede totalizar 3.000 millones de euros en el año. A lo anterior hay que sumar las inversiones en cartera y las inmobiliarias. La inversión extranjera es el mejor indicador de la mejora de las expectativas, ese intangible crítico que en economía reviste tanta importancia como la propia realidad. Y es que las circunstancias económicas han mejorado nítidamente a lo largo de este año no solo como consecuencia del alejamiento de la crisis soberana europea que ha puesto fin a la asfixia financiera padecida durante 2012 sino como resultado del círculo virtuoso que van provocando sobre la economía española los mecanismos de corrección de estructuras obsoletas y desequilibrios insostenibles incurridos en la travesía inicial con el euro y los primeros frutos de las políticas de oferta impuestas desde Bruselas. A la confianza despertada en los no residentes se une la de los nacionales. El Índice de Confianza del Consumidor aumenta en los últimos doce meses un 60,4% como resultado de un crecimiento del 88,9% en la valoración de la situación actual y un incremento del 47% en las expectativas (www.cis.es/). Por su parte, el Indicador de Clima Industrial (www.minetur.gob. es) se situó en noviembre de 2013, en –12,7 puntos, valor superior en 1,3 puntos al de octubre y en 2,9 puntos al observado en noviembre de 2012. La tendencia alcista se consolida hasta situarse en niveles no alcanzados desde comienzos de 2011. Se abre la puerta de 2014. Sin espejismos: la travesía se dibuja muy larga y fatigosa. (27 de diciembre de 2013)

2014: luz en el túnel Se acaba 2013, y con el año, previsiblemente, el último capítulo de una historia de espantos y pesadillas para la economía española que ha durado 9 trimestres consecutivos. Cerca de tres millones y medio de © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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puestos de trabajo destruidos, un sector de la construcción aniquilado, ocho puntos porcentuales perdidos de Producto Nacional y la renta per cápita al 96% de la media europea, esto es, a los niveles previos a la entrada en el euro. El stock de riqueza en inmuebles y títulos valores de la ciudadanía reducido a la mitad. Catorce años dilapidados de progreso y bienestar. Nadie osa salirse del guión establecido. Técnicamente es cierto: la recesión ha concluido. Se atisba luz en el túnel. Queda atrás, con cautelas, una narrativa de ruinas, pero en la economía real lo que se abre a nuestros ojos no es precisamente un camino de rosas. La «nueva normalidad» es dura de aceptar: España no recuperará hasta 2018 los niveles de renta precrisis (FMI/WEO) y tardará muchos años más en alcanzar el nivel de empleo de 2007 —algunos informes (PWC) señalan dos décadas— a tasas de crecimiento promedio del 1,5%, una estimación aventurada pero posible. La población activa decrecerá, la migración tendrá saldo negativo (INE) y habrá que ver si la deflación soterrada de deuda en la que estamos inmersos (FMI/WEO) cede su paso a unas alzas de precios congruentes con un despegue sostenible. Dicho lo cual el consenso de 2014 ofrece, en lo macroeconómico, un relato moderadamente positivo. Pasemos revista a algunos de sus principales indicadores. PIB: frente al objetivo oficial del Gobierno del 0,7%, los analistas ocupan un amplio abanico de previsiones, eso sí, todas ellas positivas. Desde el 0,2% (FMI) hasta el 1% (Santander y Funcas), pasando por el 0,8% (Caixa, S&P), o el 0,5% (OCDE, Fitch, CE). Demanda Interna: se mantendrá «relativamente débil» (S&P) debido al elevado desempleo, el ajuste salarial que está lastrando la renta disponible y la consolidación presupuestaria. En lo que hace al consumo (0,2% oficial), la previsión BBVA (0,1%) es aún más modesta. Arrastrada por el tirón de las exportaciones, la inversión privada (0,2% oficial) en equipo y maquinaria aumentará «prometedoramente» (BBVA) en 2014 alrededor del 0,7%. Desempleo: lamentablemente, la tasa de desempleo no bajará del 25% hasta 2017 (E&Y). Para HSCB, en 2014 descenderá ligeramente hasta el 26,3%. Otros pronósticos junto al del Gobierno (25,9%) van del 26,8% (BdeE), al 25,5% (Caixa), todos ellos registros descorazonadores. Sector exterior: la balanza por cuenta corriente arrojará en 2014 un superávit del 2,2% sobre el PIB (Funcas). La mayor demanda de bienes de equipo y de consumo tirarán de las importaciones que crecerán más que en 2013. Pero las exportaciones (5,5% oficial) también seguirán aumentando (6,3% para BBVA) como consecuencia del mayor crecimiento económico global, del de la Unión Europea y de las mejoras de compe© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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titividad de las empresas exportadoras. Por ello, en 2014 la economía española volverá a registrar un superávit por cuenta corriente. Déficit presupuestario: E&Y prevé un déficit público del 6,8% a final de este año y del 5,9% en 2014, por encima de los correspondientes objetivos del 6,5% y 5,8% fijados por Bruselas. Por su parte, HSCB pronostica un cierre este año en el 7,2% y el 6,4% para 2014. Percepción de riesgo: es la foto que mejor sale en la orla. Los CDS (seguros contra impago), del sector bancario, han caído a la mitad en el último trimestre. La prima de riesgo española —que marcó un máximo de 649 p.b en julio de 2012— se situará en torno a los 180 puntos básicos en la segunda mitad de 2014 (BBVA) y el banco español coloca el IBEX en la cota de los 11.000 puntos. En general los analistas son bajistas para la renta fija y alcistas para la variable. S&P revisó al alza la perspectiva del rating-país, que pasa de «negativa» a «estable», debido a la mejora de la posición exterior de España y a la recuperación «gradual» del crecimiento económico. El cuadro dibujado es positivo. A todo lo anterior podemos agregar para nuestro consuelo y motivación otros signos esperanzadores: la inversión extranjera en niveles récord, la fe inquebrantable de los turistas extranjeros, el excelente tono de nuestro sector automovilístico y la vuelta del sector financiero a la rentabilidad. Cabe agregar que el haz de luz que nos indica el final del túnel no debe relajar el ritmo y la atención de las reformas estructurales comprometidas. La fortaleza del euro juega en nuestra contra y el incremento de los costes energéticos amenaza con anular las ganancias de competitividad cosechadas con los heroicos esfuerzos de la devaluación interna. No hemos hecho más que empezar. (20 de diciembre de 2013)

Elogio del europeísmo Siempre es tiempo de rescatar la idea de Europa de manos de euroescépticos agoreros y exaltados de diverso pelaje que predican a sus anchas una enemistad falsa o interesada. Es tiempo de alertar, al mismo tiempo, del puesto que España desea ocupar en la estrategia del europeísmo, si queremos escalar las posiciones que a todos nos convienen y formar parte activa de un club privilegiado: 500 millones de habitantes —el 7% del planeta—, la primera potencia económica y comercial del mundo que genera el 20% de su PIB y el 50% de su gasto social. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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La historia de la España comunitaria ha sido una historia de europeísmo sin fisuras. Desde la transición política hasta la firma de adhesión a la Comunidad Económica Europea en junio de 1985, España superó todo tipo de trabas abriéndose incondicionalmente a cuantos requisitos le eran exigidos en relación a los comunes valores europeos. Su indomable voluntad de figurar en el pelotón de salida de la aventura del euro fue imprescindible para superar la reticencia de los lobbies centroeuropeos —predominantemente financieros— que no deseaban verse flanqueados por los socios mediterráneos. Los pocos años de andadura de la moneda única le han consagrado como un socio comprometido y leal. La historia de la España comunitaria también ha sido una historia de éxito. La década que culmina en 2008 describe una trayectoria de crecimiento medio del PIB del 3,5%. Nos hemos acostumbrado, sin valorarlo suficientemente, a la ausencia de fronteras, pero también a la ausencia de inflación y de riesgo de cambio y a unos tipos de interés desconocidos por bajos. Baste recordar que entre 1961 y 1991 la inflación media en España superó el 10% anual. Gran parte del éxito cosechado cabe atribuirlo a las ingentes muestras de solidaridad recibidas de Bruselas. Desde la entrada en vigor del tratado de adhesión en 1986 hasta 2011 España se ha beneficiado de ayudas que superan los 135.000 millones de euros que han contribuido en más de un 0,6% al crecimiento medio anual del PIB durante el referido periodo. Estos fondos han favorecido la convergencia de la economía española pasando de una renta per cápita en 1986 equivalente al 75% de la Comunidad europea al 102,9% en 2007, aunque la crisis haya supuesto después un retroceso. Al no calificarse ya como «país en cohe­sión», el quinto presupuesto de la Unión recorta sus aportaciones a España, que aún así seguirá contando con una asignación neta de 25.000 millones de euros hasta 2020. La generosidad europea se ratifica durante la crisis. En enero de 2012 los bancos españoles dispusieron de 400.000 millones de euros del BCE a 3 años y al 1%, evitando que nuestro sistema financiero saltara por los aires. El mismo BCE atajaría meses después la amenaza más severa sobre nuestra deuda soberana —la prima de riesgo alcanzó los 649 puntos básicos— amenazando a los especuladores con una intervención incondicional que posteriormente se concretaría en el llamado programa «OMT» de compra de bonos en los mercados secundarios. El gesto más reciente de Bruselas ha consistido en una línea de crédito para rescatar al sistema financiero, a 15 años y a un tipo del 0,5%. No está mal. Todo ello no nos impide diagnosticar determinados fallos en la construcción europea que han contribuido en alguna manera a la feroz © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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crisis que ha azotado a los países periféricos y en particular a España. Pero a Dios lo que es de Dios y al César lo del César. La crisis no ha hecho sino explosionar una situación insostenible. Debemos denunciar ante las instituciones europeas la fragmentación financiera que penaliza severamente a nuestras empresas. Para superarla es vital la coronación del proyecto en curso de una Unión Bancaria, como antesala de un única autoridad fiscal. A ello deben agregarse los pilares de un renovado proyecto político europeo: el fomento de una cultura y valores comunes europeos y el refuerzo de la representatividad y legitimidad democráticas, esto es, una Europa de los ciudadanos que la vivan como cosa propia y que se sientan representados en sus instituciones. Pero entretanto España tiene que encarar sus propias responsabilidades en términos de consolidación fiscal y reformas estructurales. No podemos edificar el futuro acumulando más deuda sobre las espaldas de generaciones venideras y el ajuste en la oferta de hoy es la capacidad de producir del mañana. Esta justa condicionalidad, impuesta por la vigente generosidad europea, solo puede beneficiarnos a nosotros mismos en el medio plazo, recuperando la competitividad, perdida y ofreciendo —como ya empieza a ser el caso— un entorno favorable para acoger inversiones que generen crecimiento y empleo. Europa es el objetivo, pero los medios están en nuestras manos. (1 de diciembre de 2013)

Sostenibilidad imprescindible El impacto de los últimos desastres naturales es desgarrador: 250.000 muertos en el tsunami del Índico en 2004; 220.000, en el terremoto de Haití en 2009 y 140.000 a causa del ciclón Nargis en Myanmar en 2008, seguidos de una interminable lista donde, casi siempre, los dañados pertenecen a áreas geográficas poco contaminantes. El más reciente ha ocurrido en Filipinas. El tifón Haiyan, con rachas de viento de 370 km/h, ha costado cinco mil vidas humanas, ha desplazado a cuatro millones de personas y sus costes económicos son incalculables. El patético llamamiento del líder filipino Naderev Saño, que ha dado la vuelta al planeta, advierte de la locura colectiva de los gobernantes de los países más contaminantes de la Tierra que o bien eluden su responsabilidad económica y moral como sucede con los países centrales, en particular Japón o Estados Unidos, que siguen sin ratificar el protocolo de Kyoto, o bien la supeditan a alcanzar primero las cotas de desarrollo de los anteriores, como es el caso de los emergentes diná© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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micos, en particular de China, el país más contaminante del momento presente, India, Sudáfrica y otros. El tema une a su enorme sensibilidad, profunda repercusión ética e ingente coste económico, el condicionante de su naturaleza técnica que descalifica cualquier acercamiento al mismo por parte del aficionado o del intruso. Y con razón. Lo cual obliga a basar el análisis en una doble fuente: la de la comunidad científica especializada en el tema, acompañada obviamente por las consideraciones que sugiera el sentido común. Veamos. ¿Cómo reaccionaría cualquiera de nosotros si nuestro médico nos advirtiera con una certeza del 95% de que padecemos una enfermedad grave? Y ¿cómo responderíamos si, en lugar de uno solo, fuesen centenares de doctores altamente cualificados los que coincidiesen en el diagnóstico? ¿Ignoraríamos sus advertencias y proseguiríamos nuestra vida ordinaria o aceptaríamos de inmediato las pautas para su detención y curación? Pues no otra es la lógica que debemos mostrar con las evidencias del análisis científico del clima global. La conclusión no consiste en si creemos en el cambio climático o no, sino si creemos o no creemos los razonamientos y conclusiones científicas que se nos ofrecen. En septiembre pasado, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, de Naciones Unidas, presentó su quinto informe sobre el estado de la cuestión. Hay que aclarar que no se trata de estudios elaborados por funcionarios de Naciones Unidas con unas directrices preconcebidas sino de la recopilación de trabajos de miles de científicos independientes, revisados por los gobiernos del mundo entero en torno a la actividad humana y sus consecuencias medioambientales. El quinto informe ratifica básicamente las conclusiones del cuarto publicado en 2007, aunque relata nuevas evidencias, y realiza proyecciones más afinadas. He aquí algunas afirmaciones relevantes: — El calentamiento global es inequívoco. La concentración de gases contaminantes ha aumentado, la atmósfera y los océanos se caldean, las capas de hielo se han reducido, el Ártico retrocede y el nivel del mar crece. — Es «extremadamente probable», con una probabilidad de certeza del 95%, que la acción humana —a través de la emisión de gases efecto invernadero— sea la causante del aumento de temperatura observado en la superficie de la Tierra en los últimos 60 años. — Una reducción significativa de las emisiones de gases de carbono limitaría el incremento de la temperatura entre 0,9 y 2,3 grados Celsius por encima de los niveles preindustriales. Sin tales accio© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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nes la probabilidad de un aumento de la temperatura de 4 grados o más es del 62%. Como es generalmente asumido, 2 grados centígrados es el aumento máximo permitido a la Tierra, en relación a los niveles preindustriales, para que los daños causados no sean irreparables. Traspasado dicho umbral aumentaría drásticamente la probabilidad de fenómenos adversos: sequías pertinaces, acidificación oceánica, desastres naturales (ciclones, huracanes, inundaciones, tifones), migraciones inducidas, epidemias, desaparición de especies y otras. Hasta aquí el informe del Grupo Intergubernamental. Naturalmente, otras fuentes ajenas al panel han tildado al informe de alarmista. La controversia sobre el calentamiento global se alimenta con un reducido número de detractores, aunque es significativamente más pronunciada en los medios populares que en la literatura científica. Al fin y al cabo no hay seguridades al 100% —apodícticas— y quizás cuando estas lleguen ya sea demasiado tarde para enmendar sus conclusiones. Mientras tanto, la emisión de gases contaminantes, siendo una cuestión de Estado, alude también a los comportamientos privados. «Responsabilidad común aunque diferenciada», como rezaba el lema de la Cumbre de Río. Lo referido puede constituir un elemento de sensibilización e inducir al ciudadano a cambios de hábitos y conductas más amigables con el planeta. Basta consultar en la web cualquier guía de buenas prácticas ambientales. (22 de noviembre de 2013)

¿Hay que expedientar a Alemania? El reciente acto de presentación por parte de la Comisión Europea de su tercer «Informe sobre mecanismos de alerta» venía precedido esta vez de un alto grado de expectación ya que junto a las habituales alusiones a los países que presentan de forma reiterada desequilibrios macroeconómicos en el sentido más obvio y peyorativo de la expresión —entre los que se encuentra España— se anticipaba un cuestionamiento enérgico de determinadas posiciones macroeconómicas mantenidas por Alemania, en particular su recurrente y estructural superávit de Balanza de Pagos. Llovía sobre mojado porque a la hora de destapar la caja de los nuevos truenos comunitarios aún no se habían acallado los que, con análogo contenido, tenían su procedencia en el otro lado del Atlántico. A © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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primeros de noviembre y rompiendo con todos los protocolos, el informe semestral entregado por el Tesoro americano al Congreso en relación a las «Políticas económicas internacionales y de tipo de cambio» acusaba explícitamente a Alemania por sus reiterados superávits por cuenta corriente, con la consecuencia de «un sesgo deflacionario para la Eurozona así como para la economía mundial». Pues bien, la identificación formal de Alemania como agente potencial de un desequilibrio económico, por parte de la Comisión Europea (COM2013_790Final), suscita algún comentario en relación al alcance de la misma. Conviene aclarar que se trata de una inclusión meramente teórica cuyo alcance y diagnóstico se ignora, y adornada de los más respetuosos distingos y salvedades. La falta de convicción del organismo bruselense obedece en parte, como ha reconocido el propio Durao Barroso, a que es discutible que un elevado superávit de balanza de pagos sea realmente un desequilibrio y menos aún que lo sea en detrimento o a costa de otros países de la zona, ya que el repetido superávit germano no se produce ni con los países de la Eurozo­na ni con la Unión Europea en su conjunto. Una cosa es estudiar la situación producida por Alemania y otra muy distinta el cuestionarse la competitividad alemana que no es ningún pasivo para la región sino uno de sus mayores activos. El verdadero problema radica en que otros países europeos —casi todos los países europeos— se encuentran alejados, poco o mucho, de los estándares de competitividad alemana. El alto mental se produce cuando una mayoría de opinión aparca la idoneidad técnica y alude a la Eurozona o a la Unión Europea como ámbitos de mutualidad, como clubes privados que aspiran a un trato y acomodo igualitario, e invocan el potencial oculto en la gran locomotora económica europea si esta se prestase voluntariamente a jugar un papel más activo en la redistribución de la renta europea. Es cierto que la poderosa economía alemana se basa en un modelo de contención de costes, ligero superávit público, una inversión y consumo internos moderados y una exportación agresiva basada en la competitividad que le otorgan sus factores de producción. Alemania genera más ahorro que inversión domestica y su ahorro se dirige al resto del mundo, exportando capital y acumulando activos extranjeros. Una reforma drástica de los servicios internos, acompañada de un plan de inversiones públicas, elevación del salario mínimo e introducción de otros estímulos al consumo y a la inversión privada, como la reducción de impuestos y de contribuciones sociales, cambiaría —al menos sobre el papel— el modelo vigente hacia otro volcado en la demanda interna, cuya capacidad de compra, al verse incrementada, resultaría en mayo© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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res compras al resto de socios europeos —las exportaciones de estos— al tiempo que el superávit de su balanza se contendría. Pero aunque todo lo anterior se abona bien «sobre el papel», la realidad puede ser muy distinta, e incluso decepcionante. Una mayor demanda interna alemana puede afectar beneficiosamente a la exportación de los países deudores y deficitarios —entre los que se incluye España— siempre y cuando los productos y servicios objeto de la exportación de estos últimos tengan la suficiente relación calidad-precio como para ser competitivos y ganarse la confianza del comprador alemán. En caso contrario la mayor demanda interna alemana se satisfaría con otros países de otras áreas económicas sin aportar beneficio alguno a los periféricos europeos, desmontando de paso la lógica de las feroces críticas dirigidas al gigante teutón. Lo que devuelve la pelota una vez más al tejado de nuestra cruda realidad que consiste en proseguir con aquel invariable talante de ajuste, congruente con el logro de unas reformas estructurales que hagan de España un país competitivo en el escenario europeo y global. (15 de noviembre de 2013)

Deflación encubierta Algunos datos recientes tales como el vigoroso retorno de la inversión extranjera, el superávit de la balanza por cuenta corriente, el cambio de tendencia en la destrucción de empleo o el simbólico crecimiento del 0,1% anotado por el PIB en el tercer trimestre del año después de nueve trimestres de contracción invitan a augurar una incipiente salida de la recesión de la economía española. Sin embargo, este manojo de noticias que dibujan un horizonte de optimismo se concilia a duras penas con la publicación de otro indicador oficial, a saber, el registro negativo del –0,1% fijado por el índice adelantado de precios al consumo (IPC), en tasa interanual, al cierre de octubre. El Instituto Nacional de Estadística (INE), en su nota de prensa del 30 de octubre pasado, señalaba que a octubre de 2013 el IPC se redujo 4 décimas desde el 0,3% de septiembre. Este comportamiento se debe principalmente —siempre según la nota oficial— a la caída de los precios de los alimentos y bebidas no alcohólicas y a que la enseñanza universitaria registra una subida inferior a la de octubre de 2012. Análisis privados agregan a las causas anteriores el agotamiento del efecto base derivado de los precios de la energía y el efecto escalón de las fuertes subidas del IVA del período anterior. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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Aunque el INE divulgará el dato definitivo de octubre a mediados de noviembre, el preliminar invita a formular algunos comentarios y advertencias sobre el flanco subyacente de nuestra economía, más relevante si cabe por la escasa atención que se le presta. Naturalmente, el dato adelantado es congruente con el raquitismo mostrado por el «deflactor del PIB», y con el valor igualmente negativo del resto (aparte del IPC) de sus principales componentes: el IPRIX (índice de precios a la exportación), el índice de precios industriales, el índice de precios de la construcción y otros. Aunque revista la apariencia de un mero accidente puntual, la reciente inflexión en terreno negativo del indicador de precios minoristas constituye en realidad una punta de iceberg invertida, el badén en una senda relativamente estacionaria seguida por el país desde el inicio de la crisis en curso. La evidencia más patente se produjo en los comienzos de la recesión, cuando el IPC encadenó ocho meses de porcentajes negativos con un mínimo del –1,4% en julio de 2009. Recordemos que 2008 cotizaba una base de altos precios de las materias primas, referencia que volveremos a subrayar. Que luego la serie de precios negativos haya desaparecido se debe a una serie de factores no difíciles de identificar. Así las cosas, y la evidencia juega a favor de la tesis, España estaría inmersa en un soterrado proceso deflacionario del que costará años rehacerse, una senda de deflación subyacente o encubierta pero no por eso de menor incidencia en la marcha de la recuperación. El fenómeno, como es lógico suponer, no ha sido exclusivo de nuestro país. Dos informes del FMI apoyan estos postulados de partida. El primero se refiere a los plazos previstos para la recuperación de los niveles macro anteriores a la crisis. El organismo multilateral ha señalado en su «World Economic Outlook» (WEO, 2012) que, tomando como base el PIB de 2008 (índice 100), España, no recuperará dicho registro hasta pasado 2017 (98). Holanda e Irlanda (106), Francia (107), y Alemania (109) habrán consolidado su crecimiento holgadamente a igual fecha. En segundo lugar el WEO presenta anualmente la evolución del «Índice de vulnerabilidad de la deflación» en el que España queda definida como un país de bajo riesgo hasta 2009 para convertirse en país de riesgo deflacionario moderado hasta 2011 y adentrarse en la zona de riesgo alto a partir de esa fecha, situación en la que permanece. La naturaleza de esta deflación, que se resiste a emerger a la superficie y codearse con la batería estadística al uso es doble. De una parte, obedece al colapso sostenido de nuestra demanda interna apenas endulzada por el comportamiento del sector exterior. De otra resulta, de © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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lo que Irving Fisher bautizó como «deflación por deuda» y que tiene su fenomenología peculiar. En el primer caso consumidores y empresas reducen la compra de bienes y servicios ante la expectativa de que los precios caigan aún más. Esto provoca una caída de los márgenes de las empresas, causando despidos lo que multiplica el círculo vicioso al desplomarse aún más el consumo. La deflación desalienta el gasto y el endeudamiento, los dos resortes que una economía deprimida precisa para arrancar. Sin consumo ni inversión la economía se paraliza. Pero en España, un peligro adicional radica en una caída de los precios inducida por unas posiciones totales de deuda pública y privada desmesuradas. Según Fisher, tras el estallido de una burbuja en un escenario de alto endeudamiento público y privado se produce una secuencia de acontecimientos que conducen a una «deflación por deuda». El sobreendeudamiento exige de forma inmediata al «desapalancamiento», esto es, la venta y liquidación de activos, con una sobreoferta enfrentada a una demanda retraída o inexistente. El efecto alarma incrementa el atesoramiento de los particulares que incide en una disminución de los depósitos bancarios y en una ralentización de la velocidad de circulación del dinero, lo que implica nuevas depreciaciones del valor de los activos, confusión, ausencia de contrapartidas en los mercados con horquillas compra-venta desmesuradas y transacciones raquíticas. La mayor morosidad de la Banca y la caída de los beneficios empresariales conducen a quiebras en el segundo caso y a la reducción perniciosa del crédito en el primero, con la expulsión de trabajadores del mercado y la caída de salarios nominales. Mientras los tipos nominales caen, los tipos reales suben, de manera que la política monetaria de tipos cero apenas tiene incidencia en la actividad, situación conocida como la «trampa de la liquidez». Los precios caen, la confianza se sustituye por el pesimismo lo que a su vez conduce a un mayor atesoramiento y a una nueva reducción de la velocidad de circulación en un círculo vicioso que se autoalimenta. Entretanto, el valor real de la deuda ha aumentado. ¿Cuál es entonces la razón para que un mal de tal calibre no muestre sus síntomas más claramente en el indicador del nivel de precios? ¿Por qué no caen más agresivamente los precios y cuando caen lo hacen episódicamente y con gran timidez? Veamos. El economista William Phillips, diseñador de la célebre curva que lleva su nombre, demostró que inflación y desempleo se comportaban habitualmente con correlaciones negativas, de manera que cuando el desempleo es bajo, la inflación tiende a ser alta y viceversa. Pero en presencia de rigideces estructurales, la curva de pendiente negativa y bien © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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comportada se desplaza —fenómeno conocido como «estanflación»—, mostrando simultáneamente mayores combinaciones de paro e inflación hasta alcanzar un nivel máximo de paro (NAIRU) independiente del nivel de precios. Esta anomalía de los mercados es la que convierte una deflación primaria y apreciable en una deflación benigna o emboscada, desfigurando el auténtico rostro de la coyuntura. Los factores estructurales son los causantes de una «estanflación» subrepticia que combina una crisis profunda con un nivel de precios distanciados de su espacio «natural». Tres son los factores estructurales —costes agregados— que han minimizado en precios el efecto depresor de la caída de la demanda en España desde el inicio de la crisis. El primero se refiere al «efecto escalón» de los precios de las materias primas, en particular el petróleo y otros componentes energéticos. Los precios iniciales están hinchados y así se evidencia en un momento ulterior deflactando el índice. Un segundo elemento de inflación de costes se halla en los impuestos, tasas, copagos y precios públicos en determinados períodos base. El mes de septiembre pasado nos ofrece un botón de muestra, al ser el primero que computa el efecto escalón de la subida del IVA en 2012. El IPC de septiembre crecía al 0,3% en tasa interanual, pero a impuestos constantes caía un –0,5%, un indicador de su estado «natural». En tercer término, la esclerosis estructural de gran parte de la oferta productiva que hace del nuestro un país comparativamente caro e ineficiente, en particular las rigideces derivadas de un mercado de trabajo poco distributivo y sobrevalorado con una actividad sindical de corte decimonónico, un mercado de bienes y servicios obsoleto plagado de bolsas de subsidios y privilegios, unas administraciones públicas mastodónticas deslegitimadas por la ciudadanía y unas entidades financieras cuajadas de líderes incompetentes y en parte corruptos, que han conducido al sector a la ruina, precisando incluso la irrupción en nuestro país de las ayudas europeas. Pueden citarse más —la débil y cara posición que España ostenta en todos los frentes del conocimiento—, pero los aludidos bastan para comprender que el resultado ha sido artificial hasta el punto de desviar la verdadera trayectoria «natural» de los precios. Todo lo dicho hasta ahora no representa una invitación al desáni­mo. El endeudamiento privado sigue una pauta de reducción razonable para llegar al 150% del PIB en 2015. Viene del 230% y actualmente se sitúa en el 178% del PIB. Lamentablemente el Estado viene compensando el desendeudamiento privado endeudándose por un importe equivalente. En la medida en que el proceso de desapalancamiento progrese, la devaluación interna se consolide y la demanda interna pase a tasas po© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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sitivas, apoyada en la recuperación exterior y la creciente inversión extranjera en nuestro país, el peligro de la deflación se diluye. Pero para ello hay que seguir con las políticas de oferta y de reformas estructurales. Sin bajar la guardia y armados de una paciencia inquebrantable. (10 de noviembre de 2013)

Draghi contraataca Mario Draghi ha driblado la férrea defensa de Jens Weidmann, presidente del Bundesbank alemán alegando que sigue escrupulosamente el guion estatutario de la entidad que dirige: el Banco Central Europeo (BCE). Que cuanto hace obedece al mandato de procurar la preceptiva estabilidad y armonización financiera en la Eurozona. Que no es tolerable la falta de transmisión de la política monetaria, ni la fragmentación de los mercados nacionales y que la dinámica crediticia está quebrada. Las bajísimas tasas inflacionistas —en torno al 0,7%— que cotizan y seguirán cotizando en el escenario europeo aún durante muchos meses recomiendan y justifican, en coherencia con el mandato recibido, una política monetaria acomodaticia. Con el voto en contra del alemán, Draghi ha adoptado oficialmente dos importantes decisiones. En primer lugar, reducir hasta el 0,25% el tipo de interés aplicable a los préstamos a las entidades financieras, manteniendo en el 0% el de los depósitos que acepta de ellas. En segundo lugar, el BCE consagra el nuevo instrumento de «orientación anticipada» (forward guidance) iniciado en julio pasado, proclamando que está en el ánimo del instituto emisor mantener los tipos de interés a los niveles actuales, o aún más bajos, por un periodo extendido de tiempo, dada la anémica evolución de la economía real. En la referida guía anticipada, promete liquidez gratis sin restricciones al menos hasta mediados de 2015 y revela que cuenta en reserva con un arsenal de medidas potenciales congruentes con estos propósitos. Hay más cosas que extraer del mensaje del banquero italiano. Las rebajas de los tipos de interés ayudarán a mejorar la competitividadprecio de la Zona y a través de la demanda exterior se podrá inducir una demanda interna que consolide la senda del crecimiento, aunque sea difícil precisar su alcance. Se estima también que los recortes resultantes en los préstamos sometidos a tipo de interés variable supondrán un ahorro importante para los deudores que podrán aplicarse al consumo. Se estima en 2.500 millones de euros/año el ahorro sobre el stock de préstamos hipotecarios vivos en España. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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Pero si algo revela Draghi tras estas fulminantes medidas es su determinación y coraje en apuntalar el horizonte financiero de la Eurozo­na, advirtiendo a propios y extraños de que el guardián del euro está alerta y de que va a plantar doble cara tanto a los que pretendan especular en contra de la moneda europea —«con los medios que hagan falta»—, como a esa lacra que acecha a la economía europea llamada «deflación». Mientras Europa flirtea con ella, en España es una afección larvada de incierto diagnóstico. Se trata, en definitiva, de abortar la «japonización» de la economía europea introduciendo unos anclajes de estabilidad financiera indubitables. Un último apartado pide cuestionarse si la conjunción de liquidez ilimitada y tipos cero acelerará la salida de la crisis en España. Lo previsible es que, en el peor de los casos, no tenga efectos negativos, al menos en el corto plazo. Pero su impacto económico será poco significativo. La economía española discurre por un escenario conocido como «trampa de liquidez» en el que, aunque aumente la base monetaria, también lo hace el atesoramiento disminuyendo la velocidad de circulación del dinero. Bajo dicho escenario el ahorro producido por la rebaja en los intereses con referencia Euribor se destinará previsiblemente a liquidez precautoria antes que a consumo. El crédito difícilmente crecerá en un escenario de mayor exigencia de capital a los bancos y escasez de demanda solvente y en esta última tiene escaso efecto la rebaja de un cuartillo. En las operaciones no referenciadas al Euribor los bancos españoles se resistirán a bajar los tipos a sus clientes dadas las estrecheces que atraviesan sus márgenes financieros y proseguirán con su operativa (carry trade) de compra de bonos soberanos al 4% financiados esta vez al 0,25%. Y el desapalancamiento en curso sobre nuestra ingente masa de deuda privada seguirá deprimiendo los precios nominales de un gran número de bienes por un dilatado plazo de tiempo. Claro que —todo hay que decirlo— España está cumpliendo los deberes y la devaluación interna en curso la ha convertido en un país de oportunidades. La entrada masiva de capitales del exterior puede jugar un papel desencadenante en el principio del fin de la crisis. Mientras tanto, Mario Draghi, habrá logrado dos éxitos rotundos: cambiar gradualmente la cultura de lo que se considera en ortodoxia un Banco Central y, en lo que nos toca, acordonar los litorales de la economía española con un salvavidas protector que ni nos crea déficit, ni aumenta nuestra deuda ni nos cuesta dinero. Afrontamos, en lo monetario, un largo periodo de estabilidad. (9 de noviembre de 2013) © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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¿España en deflación? El Instituto Nacional de Estadística (INE) señalaba días atrás que la tasa interanual del Índice adelantado de precios al consumidor (IPC) de octubre se redujo cuatro décimas hasta un porcentaje negativo del –0,1%. Este comportamiento se debe principalmente, en opinión del organismo público, a la caída de los precios de los alimentos y bebidas no alcohólicas y a que la enseñanza universitaria registra una subida inferior a la de octubre de 2012. La noticia es digna de tal nombre dado que, en la serie completa del INE que arranca en 1961, el único periodo deflacionista ha sido el comprendido entre marzo y octubre de 2009 cuando los precios cayeron a tipos entre el –0,1% y el –1,4%. Lo nuestro, sobre todo en la etapa previa a la adopción del euro, ha sido un escenario de relajación de los precios —hasta el 28% en 1977— que, paralelamente, ha venido acompañado de unas sendas de crecimiento del PIB nada despreciables. La singularidad del dato se hace aún más llamativa si tenemos en cuenta que este se produce en un contexto de optimismo acerca de la incipiente recuperación de la economía española. Al constituirse en un atípico estadístico, surge de inmediato el interrogante sobre la posible deriva de la economía española hacia derroteros deflacionarios con las nefastas consecuencias que ello implica. La respuesta es que, aunque no sea correcto calificar la situación descrita en puro rigor estadístico como «deflacionaria», tampoco es posible esquivar la evidencia de que España se arrastra desde los inicios de la crisis en 2008 por una senda deflacionista, eso sí, de carácter soterrado o encubierto. La razón es que los efectos deflacionarios directos producidos por la espectacular caída de todos los componentes de la demanda interna, no compensados con las exportaciones, mostrarían su auténtico rostro si no concurriesen simultáneamente un número de factores distorsionantes que han situado el IPC en un nivel irreal y ficticio. Baste citar una batería de costes que han desfigurado el brutal efecto impacto depresor de la demanda: en primer lugar, el alza de las materias primas con especial incidencia de los precios energéticos, el crudo y sus derivados. En segundo, el efecto de las sucesivas y drásticas subidas de impuestos, tasas, copagos y precios públicos. Baste un ejemplo referido al IPC de septiembre pasado, primer mes en el que se comparaban los tipos de IVA en 2012 y 2013: mientras los precios subían a esa fecha un 0,3% en tasa interanual, a impuestos constantes caían un –0,5%, un claro guarismo deflacionista. En tercer término, la esclerosis estructural de gran parte de la oferta productiva con la que el modelo económico español ha querido afrontar la crisis, en particular las rigi© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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deces derivadas de un mercado de trabajo poco distributivo y sobrevalorado, un mercado de bienes y servicios obsoleto y con amplias bolsas de subsidios y privilegios, una organización administrativa mastodóntica y un mercado financiero incompetente, con ramalazos de corrupción e insolvente que ha precisado incluso del rescate europeo. Pueden citarse más, pero los aludidos bastan para comprender que el resultado ha sido artificial hasta el punto de disfrazar el diagnóstico de la verdadera evolución «natural» de los precios. Todas las razones aludidas son causantes de una «estanflación» moderada que combina una crisis profunda con un nivel de precios irreal. No se trata de ejercer de agorero, ahora que los sacrificios de muchos dibujan un tenue haz de esperanza. Pero la deflación soterrada persiste y sus amenazas no deben pasarse por alto. Contrariamente a lo que sostiene el discurso oficial, con ser excelente, el sector exportador pierde fuelle mientras las importaciones repuntan, lo que debilita la bondad del ajuste de costes doméstico que incrementaría nuestra competitividad. Bien es verdad que el tipo exterior del euro está penalizando la competividad precio del país, lo que supone un ingrediente adicional de deflación importada. Un segundo factor es la relajación en la disciplina del gasto público, que ya en el pasado llevó a España a la antesala de la insolvencia. Podemos agregar el agarrotamiento de la actividad crediticia, y la decepcionante trayectoria de la inversión en bienes de equipo para concluir que si hay que lanzar alguna consigna en el momento actual, esta se llama prudencia. Con una deflación de deuda —como la nuestra— es muy difícil superar la recesión. No dependemos solo de nosotros y la espectacular ola de inversión extranjera resulta ser un maná impagable. Draghi, en primerísimo lugar, y «más Europa» se erigen en nuestros polos de atracción. Seamos cautos y prosigamos la senda de reformas. (4 de noviembre de 2013)

La germanización de España En septiembre de 2012, con motivo de un alto encuentro empresarial entre España y Alemania, el ministro De Guindos aseguraba que España estaba llevando a cabo entonces lo que la locomotora europea había acometido diez años antes al adoptar difíciles reformas estructurales con el ánimo de impulsar su competitividad y poner en orden sus finanzas públicas. Confiaba el ministro español en que lo que le salió bien a la República Federal también le saliera bien a nuestro país. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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Aunque Alemania se encuentra en el epicentro de la impopularidad por el posicionamiento inflexible mostrado ante sus enunciados básicos de política económica, su enfoque ha prevalecido sobre el resto de Europa, hasta el punto de constituirse, en palabras de Ulrich Beck, en «el arquitecto en la construcción de la nueva Europa alemana», expresión a la que sin duda habría que despojar de cualquier tinte imperialista —Realpolitik— y situarla en el mero, pero trascendental, plano del liderazgo político, según recuerda hasta la extenuación el filosofo Jürgen Habermas. La polémica en torno a las medidas de estímulo y aquellas otras de austeridad no encuentra conciliación y sin duda vivimos en el presente momento una vuelta a la tolerancia, marcada por el aparcamiento provisional del orden (Ordnung) teutón y por la atención a lo inmediato y urgente, mitigando los padecimientos de una ciudadanía ahogada entre los estragos de un modelo de Unión Europea que requería ingentes dosis de disciplina, que no fue entendido cabalmente por nadie y que hemos tardado una década en asimilar. Ahora, en un informe del pasado 18 de octubre titulado «Intercambio de modelos económicos en Europa» (Swapping growth models in Europe) el servicio de estudios del Deutsche Bank cree que el modelo económico español se está «germanizando». De hecho, el análisis se amplía con unas conclusiones sorprendentes: Alemania se está «afrancesando» en el sentido de que el gasto en consumo está jugando un mayor papel en la dinámica de su crecimiento al tiempo que se ha ralentizado la contención de los salarios. España se «germaniza», convirtiéndose exitosamente —a fuerza de necesidad— en un ejemplo de crecimiento austero, con costes laborales unitarios decrecientes, centrado en restablecer la competitividad y rentabilidad de las empresas, mejorando sus posiciones de endeudamiento neto, y con un rol más destacado de las exportaciones en la dinámica de su crecimiento. Por su parte, Francia se «españoliza», respondiendo a la política monetaria del Banco Central Europeo y acumulando deuda corporativa en un intento de compensar el deterioro de la rentabilidad empresarial. El calificativo general puede resultar un tanto forzado, pero no es malo que contribuya a mejorar la imagen de marca del país en los mercados internacionales, desmarcándola de los habituales clichés periféricos. Los autores del estudio no escatiman adjetivos al elogiar determinados aspectos de nuestra recuperación económica. Se califican de «impresionantes» las mejoras de productividad, recuperando en los cuatro últimos años el bache acumulado con Francia y Alemania entre 1998 y 2008, consecuencia de la caída de la cuota de los salarios en el valor añadido de las corporaciones (–6,6% entre 2007 y 2012), lo que ha © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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conducido a una economía orientada a la exportación en clara analogía con la alemana. Aunque todavía hay una brecha muy significativa, la participación de las exportaciones en el PIB en España (33%) converge hacia Alemania (52% a finales de 2012), más rápidamente que en Francia e Italia. Otra ola de admiración se halla en el informe al constatar el restablecimiento de los niveles de fondos internos de las corporaciones españolas (capex) disponibles para continuar la senda del desapalancamiento (199% del PIB a comienzos de 2009 frente al 178% a finales de 2012). El informe concluye con la necesidad de que España persista en la senda de la austeridad salarial y optimice su más clara ventaja competitiva: el bajo nivel absoluto de sus costes laborales en relación a los europeos que apuntale una pujante actividad exportadora. Lo anterior reafirma la absoluta necesidad de que España prosiga de forma realista con las políticas de contención y reformas emprendidas. Es cierto que precisamos la ayuda de otros, y no es menor la del Banco Central Europeo que esta suponiendo una boya de sujeción inconmovible para nuestra estabilidad financiera. La austeridad es depresiva por naturaleza pero la mejora en la oferta de hoy —energía, trabajo, capitales, educación, servicios de la administración— resulta en un mejor y más competitivo producto o servicio de mañana. No repetiremos el tópico de que hemos salido de la recesión pero no hemos abandonado la crisis. Aunque el desempleo amenaza con oscurecer el paisaje económico, los datos macro invitan a la esperanza y a perseverar en los notables esfuerzos acometidos. (25 de octubre de 2013)

Chicken Game («Jugar al gallina») La teoría económica de los juegos —una herramienta de estudio sobre las decisiones estratégicas— considera un supuesto de conflicto entre dos jugadores, denominado chicken game, que ha venido a traducirse al castellano como el «juego del gallina». El ejemplo más frecuentemente citado para ilustrar este trance es el de dos conductores que enfilan sus vehículos el uno contra el otro en un letal desafío de colisión. Uno de los dos debe esquivar la trayectoria o ambos morirán en el choque, pero aquel que decida apartarse será tildado de «galli­na» en beneficio del que mantuvo su línea, que será el ganador. El atento lector hallará unas equivalencias inmediatas entre estos postulados teóricos y el comprometido callejón en el que se encuen© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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tran perdidos los radicales del Tea Party americano y sus socios republicanos desde el pasado 1 de octubre, primer día del año fiscal 2014, al negarse a aprobar el presupuesto defendido por Barack Obama. Ello ha llevado de momento a la paralización de los servicios no esenciales de la administración americana y a la amenaza adicional de congelar el techo de la deuda del país, si no se acometen serias reducciones del déficit presupuestario y se pospone o atenúa la entrada en vigor del Obamacare, la nueva Ley de Sanidad que fue ratificada en su momento por los legisladores de aquel país. La falta de tesorería estrangula al Tesoro USA y el jueves 17 de octubre expira su autorización para contraer nuevos préstamos. En esa fecha el Tesoro dispondrá de 30.000 millones de dólares, mientras que el gasto en los días siguientes supera los 60.000 millones. Por primera vez en 220 años Estados Unidos entraría en situación oficial de impago. ¿Cuál es el consenso de mercado acerca de la repercusión de un siniestro fiscal derivado de la falta de acuerdo para elevar el techo de la deuda? Standard & Poor’s ha estimado que la mera congelación de los servicios de la administración tendrá una incidencia del 0,3% semanal en el PIB del cuarto trimestre hasta alcanzar el 1,2% de su crecimiento. Pero la cámara de los horrores se describe si finalmente no se aumenta el techo fiscal. Obama, Blanchard (FMI) y Stockton (FED) han dibujado un cuadro dantesco de colapso de la confianza del consumidor, retroceso de la iniciativa privada, depreciación del dólar, desplome de las Bolsas y de los bonos mundiales y una subida trepidante de los tipos de interés a largo plazo que asfixiarán sin remedio la anémica recuperación americana y de rechazo afectarán al crecimiento de todo el planeta. Si el Congreso de mayoría republicana acordase no elevar el tope de la deuda del Tesoro americano, este tendría que abordar su consolidación fiscal y evitar el impago de sus deudas, aumentando impuestos —no sin la aquiescencia de la oposición— y sobre todo recortando gastos de forma agresiva. Goldman Sachs prevé que los recortes deberían ascender al menos a 175.000 millones de dólares en noviembre actuando básicamente sobre los salarios de los funcionarios públicos y los contratos del sector militar. Aunque el precipicio fiscal se sortease con relativo éxito, la mala noticia es que los recortes llevarían a Estados Unidos a una recesión similar a la sucedida con la quiebra de Lehman Brothers en 2008, cuando la Bolsa cedió la mitad de su valor y el país anotó los peores registros desde la crisis de 1928. ¿Qué probabilidad otorgan los expertos a un siniestro irreparable en este particular «juego del gallina»? Menos de un 5%. Pero debemos corregirla y estimarla prácticamente nula a la vista del parche propuesto por Boehner, portavoz de los republicanos, de una moratoria de © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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seis semanas sobre la fecha límite inicial del 17 de este mes, sin ceder a la reapertura de los servicios auxiliares de la administración americana. Lo peculiar —para bien o para mal— de esta carrera abierta hacia el absurdo, es la prevalencia de los factores ideológicos. En el modelo teórico, los suicidas potenciales que arrancan sus coches al encuentro del rival se guían exclusivamente por sus instintos binarios de supervivencia y de vanagloria. La vida se pone en un platillo de la balanza frente a la aclamación de los morbosos testigos, que bascula en el otro. A Obama y a los republicanos les separa además de todo eso, el factor ideología. La actuación del Estado como proveedor beligerante e incondicional de servicios sociales en el caso de los demócratas, frente a la absolutización de la iniciativa privada, la suprema mano invisible destiladora de toda eficiencia, del lado de los republicanos. Dos visiones antagónicas e irreconciliables que pueden conducir al mundo al desastre. (13 de octubre de 2013)

En defensa (de oficio) del acusado Sostenía Karl Popper que toda verdad es provisional. Solamente escudado en tal marco de tolerancia me cabe ejercer de abogado de oficio —ningún letrado de prestigio se prestaría a ello— en un expediente tan poco proclive a la indulgencia popular como es el resaltar los méritos y virtudes de la canciller Merkel, llamada, según todos los sondeos, a reeditar este domingo su tercer mandato al frente del Gobierno federal. Este defensor no es ciego a las imputaciones del fiscal, pero fiel a la división del trabajo debe aprestarse a poner en el asador legal toda la carne de hechos ciertos y probados para asegurar el equilibrio del juicio entablado. Convendrá alertar de inicio de la existencia de varias Alemanias. No pueden incluirse en saco común los antieuropeístas radicales de Alternativa para Alemania, y los obsesos de la ortodoxia como Hans-Werner Sinn, presidente del IFO de Investigación económica o el guardián del Bundesbank, Hans Weideman, con el talante más conciliador de la canciller y de su lugarteniente Schäuble. A todos tiene que templar el Gobierno en ejercicio y muy en particular a su electorado. El ejecutivo alemán es más europeísta que el votante medio y entre sus pares ha liderado iniciativas integradoras como la implantación de un presupuesto central para atender las necesidades de países en crisis de la Eurozona, con escaso eco colectivo, o la reciente introducción de un © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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impuesto sobre las transacciones financieras junto a 10 países más por el procedimiento de cooperación reforzada. Pero es que además —obras son amores— Alemania es el primer financiador del presupuesto comunitario y primer contribuyente neto a los fondos estructurales, de los que España ha sido y sigue siendo benefactor privilegiado. También es el primer prestamista (28%) de la Eurozo­na a través del Fondo de rescate europeo, el MEDE, y en cada uno de los programas específicos de financiación «a la carta» que se aprueban desde las instituciones europeas. De la reciente línea de crédito a la Banca española, el país teutón responde con más de la cuarta parte. Agregaremos su posición de finaciador neto en el Eurosistema (Target 2) —un segundo rescate general según Hans Werner Sinn—, con unas posiciones acreedoras respecto de la Banca de la Zona Euro del orden de 750.000 millones de euros. Y en lo conceptual, ¿es delito predicar con el ejemplo? Tras la caída del muro en 1989 Alemania se convirtió en la enferma europea, carente de competitividad y condenada al declive. Los ciclos del reajuste de la zona oriental y la adopción del euro a un tipo de cambio muy alto arrastraron al país al desempleo llegando a los 5 millones de parados, al mismo tiempo que las finanzas públicas se deterioraban, la inversión se desplomaba y el PIB languidecía. La primera tanda de ajustes en 2003 reforzó los incentivos al empleo, adelgazó el sector público y rescató el equilibrio de la Seguridad Social mientras empresas y sindicatos buscaban un modelo laboral más flexible. Ya en 2010, una segunda ola de gasto controlado se centró en la investigación y desarrollo y en el legendario sistema de educación dual que ha conducido al país a registrar la tasa más baja de desempleo juvenil en Europa, el 8%. Esta historia de éxito «ordoliberal» en modo alguno excluye la solidaridad. En el manifiesto de la CDU para las elecciones del domingo, puede leerse que «Alemania se compromete a la solidaridad con sus vecinos europeos. Pero quienquiera que necesite ayuda deberá contribuir con sus propios esfuerzos a resolver los problemas. No deseamos países en la Zona Euro que incrementen su deuda a costa de sus vecinos evitando reformas incómodas.» Alemania acoge a 9,8 millones de emigrantes, el segundo país del mundo después de los Estados Unidos. Y en Alemania los políticos son obligados a dimitir por hacer «cortapegas» en sus tesis doctorales, mientras otros países periféricos se ven anegados por una ola de corrupción de su clase política. Alemania puede ser más legalista que pragmática, pero no suele mentir. (18 de septiembre de 2013) © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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Eurolandia bien vale una misa Se atribuye a Enrique IV de Francia la célebre frase «París bien vale una misa» («Paris vaut bien une messe»), cuando fracasadas las vías políticas para sortear el veto de Felipe II y de la Liga católica a su acceso a la Corona gala, dada su fe calvinista, abrazó el catolicismo para alcanzar el trono un 25 de julio de 1593. Relato similar cabe atribuir, cambiando lo que haya que cambiar, al presidente del Banco Central Europeo, cuando el 26 de julio de 2012, con el proyecto de la Zona Euro tambaleándose ante la inminente quiebra financiera de la economía española —la cuarta del continente— decidió abandonar las tradiciones reduccionistas, meramente antiifla­cio­na­rias, del organismo emisor europeo y tomar —no sin riesgo estatutario— una serie de decisiones ajenas a la ortodoxia proverbial profesada por el eurosistema bancario. Las manifestaciones de Mario Draghi en aquella fecha, por las que la institución que representaba haría «todo lo necesario» para preservar el euro, con el amenazante alegato final «créanme: será suficiente» no solo abrieron un tiempo de cambio profundo en la interpretación de los cometidos del Banco Central Europeo, sino que auparon de las cuerdas del ring el cuerpo inerme de la economía española, en K.O. técnico y, con ella, el controvertido proyecto del euro, vapuleado a su vez por una crisis multifactorial sin solución precisa. Para justificar el nuevo talante, en un comunicado del 2 de agosto, el guardián del euro denunciaba «la severa disfuncionalidad en la formación del precio de los mercados de bonos de la Eurozona»: primas excepcionalmente altas en los precios de los bonos soberanos de algunos países y una fragmentación financiera que impedían el normal funcionamiento de la política monetaria. «Las primas de riesgo relacionadas con el temor a la reversibilidad del euro son inasumibles y deben de ser encaradas de un modo drástico». Días antes, el Estado español y el Fondo de Rescate Europeo firmaban el «memorando de entendimiento» que articulaba un préstamo de hasta 100.000 millones de euros sujeto a 32 estrictas condiciones «urgentes» dictadas por un triunvirato de instituciones, Comisión Europea, BCE y FMI que los medios consagrarían como la Troika. Es justamente la condicionalidad del convenio para el rescate bancario español lo que permitió a Mario Draghi desplegar el resto de su potencial armamentístico: el programa de «Transacciones monetarias directas» (Outright monetary transactions) por el que el BCE, siempre con la contrapartida de estrictos ajustes internos en las economías afectadas, se comprometía a la compra ilimitada de bonos de los refe© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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ridos emisores en problemas. El Gobierno de Rajoy dedicó semanas a deshojar la margarita de acudir a este nuevo programa, pero el tiempo comprado que jugó en su favor y la celeridad y rigor aplicados a la reestructuración bancaria inclinaron finalmente la balanza hacia el lado abstencionista. Al día de hoy España se sitúa en una frágil tesitura de estabilidad relativa, debida a dos factores heterogéneos que se citan aquí en un esfuerzo simplificador. El primero se refiere a la economía real y se basa en el tirón de las exportaciones que, a su vez, tiene mucho que ver con la reforma laboral y más aún con la devaluación interna consiguiente a la sucesiva reducción de los costes laborales unitarios. Pero en lo financiero, que hace al núcleo del presente comentario, la superación de la crisis es mérito mayoritario de la audacia de un banquero llamado Mario Draghi, que ha saltado al cuadrilátero financiero europeo y gana asaltos solo con amagar. Claro que los agentes del mercado tienen que creerse las amenazas y que estas deben de venir tejidas con los atributos que, de toda la vida, han acompañado a las políticas de verdad: indefinida en el tiempo, ilimitada en su cuantía y transparente en las reglas de su aplicación. Así que ponemos un poco más. Elecciones nacionales en Baviera. Cincuenta caracteres más. Veinte caracteres. (16 de septiembre de 2013)

Rescatar la economía de manos de los economistas El pasado dos de septiembre fallecía en Chicago Ronald Harry Coase, a la edad de 102 años. En 1991, el Banco Central sueco le adjudicaba el galardón Alfred Nobel de Economía «por su descubrimiento y clarificación del significado de los costos transaccionales y de los derechos de propiedad para la estructura institucional y el funcionamiento de la economía». El propio Coase se autodefinió como un economista accidental que impartía sus enseñanzas en la escuela jurídica de la Universidad de Chicago, en el sugerente campo del «análisis económico del derecho» (law & economics), una rama de la teoría del derecho que utiliza la metodología económica en el campo de la promulgación de normas jurídicas, para predecir su alcance y pronosticar aquellas que sean económicamente más eficientes. Un patrón comúnmente utilizado en este campo es el del llamado «óptimo de Pareto». Según este criterio de eficiencia social, una norma legal merece la pena ser adoptada si aspira a © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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alcanzar el umbral de un determinado bienestar de la ciudadanía, de modo que no pueda alterarse para mejorar la situación de una persona o un colectivo sin perjudicar la de otra u otros. De entre la vasta obra del académico de origen británico, sobresalen La naturaleza de la empresa y El problema de los costes sociales. Este último es considerado uno de los artículos más citados en la literatura económica de todos los tiempos. De su trasfondo, George Stigler modelizó el llamado «teorema de Coase», según el cual sin costes de asignación de los recursos —costes transaccionales— y si los derechos de propiedad están claramente definidos, los agentes económicos, de forma espontánea y bilateral, pueden realizar transacciones eficientes en el sentido del «óptimo de Pareto» sin necesidad de introducir normas jurídicas. Los manuales nos muestran un ejemplo de este principio al explorar el conflicto potencial inherente a los simples movimientos en el asiento de un avión: cuando el viajero de delante reclina su asiento aumenta su propio confort y utilidad pero perjudica la del viajero de detrás. Tras el necesario debate académico, las conclusiones finales resultan sumamente ilustrativas. Pero el escrito póstumo del hasta ahora emérito de la Universidad de Chicago, redactado en 2012 (Harvard Business Review), que da título a esta columna, versa, a modo de testamento espiritual, sobre otro tema que aflige al conjunto de nuestro entramado social. Señala Coase que la ciencia económica, tal y como se resume actualmente en los libros de texto y se enseña en las aulas, tiene poco que ver con la gestión empresarial, y mucho menos con el espíritu empresarial. El divorcio de la doctrina económica con los asuntos ordinarios de la vida es tan patente como lamentable. No siempre fue así. El padre de la economía moderna, Adam Smith, la concibió como un estudio sobre la «naturaleza y causas de la riqueza de las naciones» y en su época interesó a la clase empresarial, a pesar de que Smith la fustigase sin remilgos por su codicia, miopía y ausencia de altura de miras. Algo similar expresó a finales del siglo xix Alfred Marshall, para quien la ciencia económica representaba «tanto un estudio de la riqueza general como una rama del estudio del hombre». Prosigue el sabio inglés narrando como ya en el siglo xx, con la consolidación del estamento, los economistas comenzaron a permitirse el lujo de escribir exclusivamente para sí mismos, con lo que el campo académico sufrió un viraje endogámico hasta olvidarse del mundo real al que estaba llamado a servir de útil de apoyo. La consecuencia de todo ello es un conocimiento económico que responde a un conglomerado de herramientas de corte abstracto y especulativo, sometido a supuestos simplificativos que llegan a lo heroico, y que han orillado el obje© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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tivo último de servir de báculo a la ardua tarea de la producción de bienes y servicios finales. Para Coase, esta disociación de la doctrina económica de la actividad productiva concreta ha dañado gravemente tanto a la comunidad empresarial como a la disciplina académica. Dado que los conocimientos económicos adolecen de una escasa visión práctica, el estamento empresarial se cobija en su propio instinto de los negocios y desprecia el oficio de los teóricos. En tiempos de crisis, cuando los empresarios no pueden valerse por sí mismos, buscan en el poder político una respuesta compensatoria, cediéndole el testigo de la gestión privada y renunciando al código de instrucción y de respuestas razonables que la ciencia económica debiera proveerles. El Estado viene a enmendar así, de modo forzado y previsiblemente poco eficiente, lo que la iniciativa privada debería haber sido capaz de preveer y de solucionar. Concluye el nobel que en una sociedad como la actual reducir la economía a una mera formulación de teorías abigarradas e incomprensibles es sencillamente suicida. Es hora, por lo tanto, de reenganchar el campo gravemente empobrecido de la ciencia económica a la economía real. Los nuevos mercados emergentes en China, India, África y otros lugares anuncian una nueva era de la iniciativa empresarial, y con ella ofrecen oportunidades sin precedentes a los economistas para estudiar la forma en que la economía adquiere su significado en las sociedades con toda su diversidad cultural, institucional y organizacional. Pero el conocimiento producirá sus dividendos solo si la economía puede ser reorientada al estudio del hombre tal como es y al sistema económico, tal y como en realidad existe. No en base a entelequias teóricas y aún matemáticas inextricables, sino con el debate y análisis pausado y reflexivo de las conductas de los agentes creadores de valor añadido para la sociedad. (6 de septiembre de 2013)

Fiscalidad y democracia No está muy difundido el hecho de que los parlamentos representativos de la Era Moderna fueron inducidos en gran medida por la necesidad de crear y aprobar unos presupuestos de ingresos y gastos que ordenaran el desarrollo económico de las sociedades de su tiempo, antes que por razones de prevalencia política. No solo se trataba de buscar financiación para los gastos sino que ello iba unido a la autorización expresa de la ciudadanía, a través de sus representantes, a las iniciativas © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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soberanas. De ahí la consagración del principio básico de la legalidad tributaria: «ningún impuesto sin representación», reconocido de forma universal como el fundamento del Estado democrático, también bajo el aforismo latino de nullum tributum sine lege (ningún impuesto sin ley). Evidentemente si no puede haber fiscalidad legítima sin representación, esta no puede surgir sin el sufragio libre y universal de la ciudadanía lo que sitúa el concepto de la fiscalidad en el núcleo del universo democrático. «Ningún impuesto sin representación» aparece como eslogan entre 1776 y 1783 en el contexto de la independencia americana. El lema fue utilizado por los revolucionarios americanos, significando que no estaban dispuestos a pagar unos impuestos establecidos por la Cámara de los Comunes británica en la que no estaban representados. Lo específico en nuestro caso es subrayar las causas de naturaleza predominante fiscal que incitan a la revolución emprendida por ciudadanos británicos sitos en América contra el Imperio de Jorge III. Más atrás en el tiempo, en la Edad Media, la fiscalidad responde al mismo instinto democrático, como una forma de contrarrestar el poder del rey, y garantizar la intervención ciudadana en materia impositiva, porque, como subraya Fernando Sainz de Bujanda, «la historia muestra que el valla­dar más firme que los súbditos han opuesto siempre a la expansión del mando ha sido el de sus economías privadas. Curiosa enseñanza: la más enérgica resistencia al poder de los déspotas ha provenido, por lo general, de los contribuyentes». El cuerpo doctrinal de la época que mejor recoge el principio de legalidad se halla en el texto conocido como Magna charta libertatum (Carta magna de las libertades) aprobado por el monarca Juan I de Inglaterra, en Londres, el 15 de junio de 1215 y que limita los poderes omnímodos del soberano en materia económica. Lo cual significa que un sistema fiscal transparente y avanzado se corresponde con una sociedad madura en una democracia representativa. Unos ingresos equitativos y eficientes son requisito para desarrollar la legitimidad del Estado a los ojos de sus propios ciudadanos. Mejorar la movilización de los ingresos domésticos requiere una configuración innovadora que reclama la racionalización de determinados enfoques tradicionales. Los impuestos representan la fuente más importante de recursos para la inversión, que a su vez es esencial para la creación de un «sentido de Estado». Políticas fiscales efectivas, justas, neutrales y de amplia base social, junto a una administración simple, son esenciales para un desarrollo sostenible. Por el contrario, y sobre todo, en determinados países en vías de desarrollo, así como bajo las dictaduras gestionadas por tiranos no © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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electos, se erigen sistemas fiscales inexistentes, o ineficientes y poco transparentes por el mismo hecho de sustentarse en unas estructuras estatales y democráticas raquíticas o nulas. La razón en cada caso es distinta aunque confluya en idéntico resultado. El tirano no desea introducir ningún sistema fiscal representativo porque teme o aborrece —según el grado— el simple planteamiento de la participación ciudadana como tal. En el caso de los países menos desarrollados, al constituirse la ayuda exterior en la principal fuente de financiación presupuestaria, la actividad proactiva de la exacción fiscal, siempre impopular y con requerimientos administrativos reducidos, se hace superflua e innecesaria, lo que constituye un fallo básico de gobernanza. El gobernante sin ingresos fiscales relevantes no tiene que responder ante la ciudadanía ni esta puede exigirle nada, ya que nada o poco le ha dado. La sumisión y acatamiento político se vuelve hacia los países donantes, pero el daño democrático por omisión se perpetúa. De ahí que una fiscalidad justa en un sistema participativo configura los cimientos de la libertad del individuo y es el fundamento del desarrollo de su libertad y de sus capacidades humanas inherentes al hecho democrático. Y por eso mismo, la evasión fiscal, su elusión o el uso de las jurisdicciones ocultas son un ataque frontal no solo al principio de equidad y a la justicia social sino a las mismas raíces de la convivencia democrática. (16 de agosto de 2013)

¿Qué sigue fallando en la Banca? Ya han transcurrido cinco años desde el desastre financiero con epicentro en el sistema bancario estadounidense, y la esperanza flaquea. El desempleo es inaceptable, y el crecimiento económico cuando llegue, promete ser insatisfactorio. Pero al menos uno podría confiar en que los líderes políticos hayan tomado todas las medidas necesarias para evitar una crisis similar en el futuro. Anat Admati y Martin Hellwig son los autores del libro The Bankers New Clothes (El nuevo atuendo del banquero), 2013. Para escándalo general, en sus páginas puede leerse que el sistema bancario de hoy «es tan peligroso y frágil como el sistema que nos trajo la crisis». Asombrosamente, según sus autores, los banqueros, políticos y académicos parecen defender con sus conductas que los bancos son una especie tan singular y única que no cabe aplicarles los principios bá© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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sicos de la economía y las finanzas. Admati y Hellwig replican que los bancos en modo alguno pertenecen a alguna raza o estirpe especial excepto en la escala de privilegios con la que se les permite actuar. Y son idénticos al resto de empresas en una regla básica: cuanto más capital tengan, más seguros se vuelven. Su principal conflicto surge de sus prerrogativas y de estar manifiestamente infracapitalizados. La catedrática de Finanzas en la Universidad de Stanford, y el director del Instituto Max Planck alemán han realizado un trabajo netamente pedagógico para explicar cómo funciona el capital en el sistema bancario para absorber los shocks crediticios y cómo la penuria de capital hace de los bancos un sistema inestable. Kate es un personaje ficticio de la obra, una pequeña empresaria que cuando compra su casa a crédito, realiza —al estilo americano— un depósito sobre el principal. Si el depósito representa el 5%, y el valor del inmueble sube un 10%, Kate triplicará su dinero. Si el valor de la vivienda cae un 5%, Kate pierde todo. Con un depósito mayor tendrá menores retornos en coyunturas positivas, pero quedará más protegida de las adversas. Este ejemplo destapa un concepto troncal de la actividad bancaria: su elevado y singular apalancamiento, consecuencia de su insuficiente capitalización. Anat Admati y Martin Hellwig no se andan por las ramas: la proporción de los balances bancarios financiados con capital-acciones (equity) debería alzarse al 25-30%, desde el 4,5% que fija actualmente Basilea III. A lo largo del libro los autores desmontan algunas falacias y relatan muchas verdades a veces olvidadas. Comenzando por el axioma básico de solvencia de una entidad, un criterio universal que los banqueros aplican a todo el mundo excepto a ellos mismos. Siguiendo con la certeza de que, aumentando su capital, los bancos reducirían su riesgo de quiebra técnica a la vez que diversos subsidios fiscales inherentes a su apalancamiento. Recordando que si un banco es rentable siempre encontrará nuevo capital y en caso contrario debería procurar su resolución ordenada. Que aumentando el capital la entidad financiera reducirá la rentabilidad de las acciones (ROE), pero que esta reducción sería congruente con unos títulos más protegidos del riesgo que bajo la normativa actual, lo que no las convertiría en menos atractivas. Que el crédito a la clientela no debería recortarse a largo plazo ya que el capital no es un activo sino un pasivo para financiar las demandas solventes del mercado. Y que, finalmente, con el modelo propuesto, el statu quo podría revertirse, la fragilidad del sector se reduciría notablemente, el contribuyente dejaría de ser el garante del sistema bancario y los Estados dejarían en ultima instancia de ver devorados sus presupuestos fiscales con operaciones de rescate. El capital básico —core capital— per© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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mite absorber pérdidas, mientras que unos fondos propios que son deudas no pueden hacerlo. Anat Admati y Martin Hellwig no solo son afamados académicos sino que la primera ostenta responsabilidades directas en la política monetaria estadounidense. A pesar de ello no realizan una propuesta regulatoria detallada. La pregunta es: ¿puede llevarse a cabo su proyecto en un corto plazo de tiempo? La respuesta es categórica y negativa. Con su vasto endeudamiento los bancos tienen ahora mismo graves problemas para emitir nuevas acciones y aumentar su capital. La alternativa de la autofinanciación vía beneficios retenidos también sacudiría la cotización del sector y sobre todo el recorte del crédito sería simplemente letal. De modo que toca seguir con el patrón de siempre, hasta alcanzar el saneamiento drástico del sector, antes de evolucionar hacia un nuevo modelo que hoy se revela tan conveniente en su enunciado como impredecible en su implementación. (9 de agosto de 2013)

El rompecabezas eléctrico español El mismísimo Franz Kafka se las vería y se las desearía para desentrañar el gran vodevil que desde hace años representa el sector eléctrico español, un sudoku inacabable de disposiciones que tienen su penúltimo eslabón en el Real Decreto-ley 9/2013, publicado en el Boletín Oficial del 12 de julio pasado, al que se unirán próximamente nada menos que ocho reales decretos y dos ordenes ministeriales, una de ellas de revisión de los peajes a partir de agosto próximo y consiguiente subida del recibo de la luz del 3,2%. Dado que la reforma energética, y más en particular la eléctrica, figura en el Plan consensuado por el Ejecutivo español con Bruselas, el nuevo paquete normativo reviste una notable trascendencia. La Comisión Europea ya ha apuntado que el déficit tarifario español constituye un desequilibrio macroeconómico básico y podría llegar a ser computado como parte del déficit presupuestario. El marco regulatorio es una opción normativa habitual asumida en España y en muchos otros países para preservar conductas que el legislador considera incompatibles con el bien general. Pero la intervención del regulador puede ser buena y eficiente o mala y oportunista. ¿Cuál es el diagnóstico del sector eléctrico español al día de hoy? España paga la energía eléctrica más cara que la media de países europeos. Entre los años 2004 y 2012 los ingresos del sistema © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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eléctrico se han incrementado en un 122%, mientras que el aumento de los costes ha sido de un 197% llegando a 35.000 y 40.000 millones de euros, respectivamente. El consumidor medio ha visto su factura aumentada un 63% y, pese a todo, los ingresos no son suficientes para cubrir el crecimiento de los costes: la deuda acumulada a 10 de mayo de 2013 asciende a 26.062 millones de euros. Claro que para movilizar dicha deuda, el Estado —con su aval incorporado— permite a las empresas eléctricas sacarla de sus balances, titulizarla o venderla a través de un Fondo especial (FADE) y cargar durante los años que sea necesario su amortización e intereses en la factura del consumidor. Pero es que en la factura eléctrica aparte del precio de la energía se incluyen —aunque sin desglose— otros costes supletorios que constituyen el peaje eléctrico. Así, el transporte y la distribución de electricidad, las primas para fomentar el desarrollo de las energías renovables, los subsidios al carbón y otras energías ineficientes, la tarifa especial de grandes empresas industriales, el aludido déficit de tarifa que tituliza el FADE, la moratoria nuclear, los bonos fiscales a los más desfavorecidos y los extras peninsulares que son las primas de solidaridad a las islas Baleares, Canarias, Ceuta y Melilla. De modo que de cada cinco euros de factura aproximadamente dos se dedican a sufragar el coste de la energía y el resto va a actividades accesorias. Tienen razón las empresas eléctricas cuando puntualizan que sin la carga desmesurada del peaje eléctrico los precios de la energía practicados en España serían de los más competitivos de Europa. Todas estos extremos dan medida de la inviabilidad de una situación que clamaba por medidas urgentes de vigencia inmediata. El ámbito de la reforma iniciada es muy amplio y complejo. Añadidamente, la batería de normas que se esperan contribuye a volcar no escasa incertidumbre sobre las empresas del sector. Lo esencial es que el déficit tarifario se reduce ya en 2013 a cero, y el fondo seguirá amortizándose sobre un saldo decreciente hasta su total extinción. Para ello y comenzando por el enjuague del déficit de 2013 que se eleva a 4.500 millo­nes de euros el Gobierno distribuye su coste en 2.700 millones a las empresas eléctricas, 900 millones a subidas de peajes que se reflejarán en la factura del consumidor y otros 900 millones con cargo a los Presupuestos Generales del Estado. Entretanto, UNESA, la patronal del sector, carga contra la Administración a la que acusa de convertirla en chivo expiatorio de políticas públicas funestas. Alerta de indefensión jurídica —ya que se han revocado arbitrariamente normas antiguas y recientes— e incluso amenaza con alguna acción legal sobre epígrafes concretos. Los analistas internacionales se muestra cautos y Fitch sitúa en vigilancia negativa a Endesa, © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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Iberdrola, GNF y EDP, previendo una significativa reducción de sus inversiones. Los portavoces de los consumidores, por su parte, alegan la falta de transparencia de las empresas eléctricas, que si bien soportan una pléyade de costes extraños, distorsionan sus precios mediante prácticas marginalistas artificiales (windfall profits) maquillando al alza el coste de su generación. Nadie gana, o todos pierden, pero era un juego con tales trampas que había que suspender el partido. (22 de julio de 2013)

¿Cómo estamos? Podemos asumir que estamos mejor que hace un año. No debemos perder nunca de vista aquel 24 de julio de 2012 cuando la prima de riesgo alcanzó los 649 puntos básicos y el tipo del bono a 10 años se disparó hasta el 7,63%. Aquel escenario marcaba la antesala del cierre definitivo de los mercados internacionales a nuestra deuda soberana y con ello la imposibilidad de repagar los vencimientos en curso, esto es, la quiebra financiera del país. Aquello pasó. Doce meses después, la coyuntura española contiene elementos razonablemente positivos. Comenzando con la producción, el segundo trimestre de este año parece haber registrado una recesión muy moderada —alrededor del 0,2% frente al 0,5% anterior— cerrando una cadena de ocho trimestres sucesivos de crecimientos negativos. A partir de estos registros la expectativa de un PIB al alza durante el segundo semestre parece bastante razonable. Deberíamos seguidamente airear el positivo indicador del paro registrado y el de afiliación a la Seguridad Social, pero no vamos a hacerlo hasta tener una mayor constancia de su desvinculación del factor estacionalidad. El empleo es y seguirá siendo durante años la bestia negra de la economía española. Enlazaremos con la buena trayectoria registrada por los costes laborales unitarios, lo que repercute automáticamente en una mejora de la productividad e inducidamente de la competitividad exterior. El Índice de Costes Laborales Armonizados registró una caída del 0,3% en el primer trimestre con respecto al mismo periodo de 2012. Con esta evolución, el coste por hora trabajada mantiene la tendencia negativa tras cerrar el pasado año con un descenso récord. Añadidamente, el monto © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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de las remuneraciones salariales sufrió un desplome histórico en el último trimestre de 2012 con una caída del 8,5% anual. La balanza comercial ha reducido drásticamente su déficit y la balanza por cuenta corriente ha registrado un superávit —un hito histórico— aunque no acabe de consolidar tendencia. Ratificando la mejora de competitividad de la economía española, la tasa anual del Índice de Precios de Exportación (IPRIX) es del –2,1% en el mes de mayo, cinco décimas por debajo de la registrada en abril y la menor desde octubre de 2009. La exportación es «el» elemento clave para el crecimiento de nuestra economía. Con una demanda interna deprimida, el 35% que suponen las exportaciones en la composición de la renta nacional española resulta determinante. Permaneciendo el resto de cosas constantes, un aumento de las exportaciones del 10% resultaría en un aumento del PIB equivalente al 3,5%. De ahí que las reformas de oferta que actúen sobre los componentes de costes productivos, fundamentalmente sobre salarios y contribuciones sociales de las empresas, desempeñan un papel crítico para reactivar nuestra economía y propiciar la creación de empleo. Será preciso ver si las últimas previsiones del FMI para España que posponen la salida de la crisis hasta 2015 son acertadas o no. Si bien es cierto que las enfermedades no se negocian, a veces los diagnósticos equivocados reportan una inesperada alegría posterior. Otros índices se aúpan al carro del optimismo contenido. El Índice de Producción Industrial, estimulado por la demanda de bienes de equipo procedente del sector exportador, parece tocar suelo. El Índice de Gerentes de Compras acaba de traspasar los 50 puntos que trazan la divisoria contracción/expansión. Por su parte el Índice Sintético de Actividad también registra una evolución positiva y el Indicador del Clima Económico ha pasado, en 9 meses, del 80 al 92,3. Estos dos últimos se consideran termómetros fiables de la evolución a corto plazo de la coyuntura económica. El Índice de Confianza Empresarial Armonizado (ICEA) registra, en el tercer trimestre de 2013, una subida de 5,5% respecto al segundo trimestre —la segunda consecutiva—, mostrando así un incremento en la confianza de los empresarios. Con los precios de la vivienda acercándose rápidamente a sus valores de equilibrio, una inflación benigna que acabará el año en torno al 1%, el esperable saneamiento del sector bancario y las consecuencias beneficiosas de la reforma laboral, el escenario reciente de zozobra debería dar paso a otro de noticias positivas. Estaríamos a un paso de tocar fondo en la segunda mitad del año. Pero sería catastrófico pasar por alto dos cosas: la primera que España no puede relajarse en las duras tareas de ajustes y reformas que © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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aún quedan por acometer. La segunda que el principal problema que aqueja a la economía española, el paro, es en gran medida estructural, y no se va a solucionar en años. Temas ambos para una larga y delicada exposición. (12 de julio de 2013)

«Resolución» bancaria europea Los ministros de Finanzas de los 27 (ECOFIN) acaban de fijar su posición sobre una próxima Directiva que establece el marco para la resolución de las instituciones de crédito y de las empresas de inversión. La palabra «resolución» abarca las tres fases que atañen a una crisis bancaria, a saber, la preventiva, la intervención con la posible reestructuración y la liquidación, en su caso, de la entidad insolvente. El posicionamiento comunitario obedece a un implícito trámite de urgencia, fruto de la quiebra del sistema financiero chipriota en marzo de 2013 y la introducción por primera vez en los planes de reflotamiento europeos (Bail-out) de unas medidas de rescate interno (Bail-in) que afectaban a los depósitos bancarios superiores a 100.000  euros. En aquella ocasión, el presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, atrajo las críticas de propios y extraños al aventurar que los depósitos de los bancos solo eran tan seguros como lo fuesen los gobiernos y las economías que los respaldaran. La entonces agresiva postura del holandés, lejos de representar a la heterodoxia ultraliberal en el seno de la comunidad de países europeos, no ha sido sino el anticipo de lo que la semana pasada han consagrado los ministros de Finanzas de los 27. La consecuencia es que la política oficial de salvamento de entidades financieras en Europa recaerá prioritariamente sobre los diversos acreedores que figuran en los pasivos de los balances bancarios, minimizando las aportaciones públicas, y en cualquier caso las públicas de origen europeo (MEDE), lo que equivale a excluir en el futuro la participación de los contribuyentes en las insolvencias bancarias. El acuerdo del ECOFIN asume que las «Autoridades de Resolución» nacionales realizarán una quita o convertirán en capital los derechos de los accionistas y del resto de acreedores de los bancos afectados. Por supuesto, quedan afectados los instrumentos de capital híbridos (preferentes y subordinadas), obligaciones y bonos «senior» e incluso los depósitos no cubiertos por esquemas de garantías específicos como pueden ser los depósitos de grandes empresas. Entre las © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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exclusiones, eso sí, figuran los depósitos inferiores a 100.000 euros, protegidos por otra Directiva europea de obligado cumplimiento, los bonos garantizados y las partidas habituales en los procedimientos concursales como —entre otros— los salarios y beneficios sociales de los empleados de la entidad. Finalmente, se reconoce a las citadas Autoridades de Resolución algunas facultades discrecionales siempre sobre epígrafes reglados, aspecto este que ha suscitado el recelo de las patronales del sector, temiendo que a través de las excepciones se falsee la competencia entre países. Otro elemento de queja por parte de la profesión bancaria lo constituye la dotación de los fondos de resolución que el sector debe realizar a medio plazo por un importe del 0,8% de los depósitos garantizados, en una coyuntura de doble penuria crediticia y de capitales propios de las entidades. Una vez más, sostienen, las entidades saneadas deben provisionar el coste de la futura incompetencia. La decisión que venimos de comentar se complementa con otra adoptada por el Eurogrupo días atrás, por la que se fijan el importe máximo y los requisitos para la recapitalización directa de una entidad financiera en crisis con fondos europeos, esto es, con fondos del MEDE. El importe máximo asignado al fondo para este cometido es de 60.000 millones de euros y solamente se aplicará una vez agotados los pasos relatados en el proyecto de directiva anterior. Aunque la aplicación de estos fondos será extraordinariamente restrictiva, es la primera vez que se aborda un esquema centralizado de mutualización de pérdidas bancarias, ya que se trata de una ayuda «directa» del MEDE al banco afectado, y no al país del banco afectado, lo que cabe interpretarse como el preludio lejano de un ambicioso mercado único bancario. Este instrumento de recapitalización irá —como es obvio— de la mano del proyecto de «Directiva de resolución» formando una única unidad conceptual. Las propuestas comentadas poseen la enorme virtualidad de armonizar a nivel europeo el pago de los rescates bancarios que, como ha quedado expresado, no se financiarán prioritariamente en el futuro con fondos públicos, esto es, con dinero de los contribuyentes. Por ello mismo, y más que nunca, los ahorradores debe extremar su nivel de exigencia en relación con la entidad en la que colocan sus fondos. Y, por supuesto, nunca deberán depositar más de 100.000 euros en un mismo banco bajo una misma titularidad. (28 de junio de 2013)

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Abrir el grifo del crédito La prensa de gran tirada muestra desde hace algunos días un anuncio a página completa del FROB, el fondo estatal de rescate de los bancos, en el que se lee que «para que fluya el crédito hacia las pequeñas y medianas empresas hemos llevado a cabo entre todos una difícil tarea: el saneamiento de nuestro sistema financiero». Para afirmar seguidamente que «ha llegado el momento de que usted consiga el crédito que necesita…, de abrir el grifo del crédito para que fluya». Esta proclama voluntarista se solapa en el tiempo con otros sucesos de análogo carácter propagandístico. El primero, el compromiso contraído por las patronales bancarias AEB y CECA frente al gobierno de la nación para aumentar a lo largo de 2013 el saldo vivo de préstamos a las pymes por valor de 10.000 millones de euros, saldo que desde 2007 ha caído en un 63%, según fuentes del Banco de España. El segundo descansa en el renovado papel beligerante que Bruselas desea otorgar al Banco Europeo de Inversiones (BEI) en la financiación de inversiones productivas. Otro tercero se refiere al contenido del reciente informe del FMI sobre España en que el se advierte que «aunque es lógico esperar que el crédito agregado se contraiga en una recesión fruto de una burbuja crediticia, un ajuste más gradual beneficiaría a la economía en su conjunto», observación tan inútil como cierta. Estos elementos y algunos más vertidos en los mentideros políticos del país corren el peligro de elevar artificialmente el nivel de las expectativas de los empresarios, contribuyendo a un falso diagnóstico y al irremediable desencanto posterior. Aunque sea un ejercicio ingrato, desmontar el tono de las falsas esperanzas es más responsable que jalearlas con superficialidad. El sistema financiero español atraviesa por unas circunstancias específicas que hacen de la concesión crediticia una conducta extraordinariamente difícil y selectiva. Para comprenderlo hay que saber que el riesgo contraído por el banco con el cliente afecta no solo a su cuenta de resultados sino también a la cifra de su capital. Y es que por cada préstamo, digamos de 100 euros, concedido a una pyme, el banco debe dotar su capital con 9 euros, un 9% de dicha cantidad, en concepto de coeficiente de solvencia. También los préstamos del BEI consisten en líneas de crédito otorgados directamente a los bancos de un determinado país, quienes bajo su riesgo y responsabilidad, asumirán la responsabilidad final de prestar a sus clientes. Resulta tan comprensible como perjudicial para la economía que, en las actuales circunstancias de dificultad para realizar ampliaciones de capitales, los bancos se muestren muy reticentes a aumentar su techo de crédito, que adminis© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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trarán con cuentagotas incluso a la denominada «demanda solvente». A esto debe agregarse que la senda del citado coeficiente de solvencia es creciente (Basilea III), y que todo el sistema se enfrenta en la actualidad a una nueva capitalización derivada de la provisión de determinados préstamos controvertidos «refinanciados» —el llamado programa «Linde 1»— que no harán sino elevar la tensión del sector. ¿Qué alternativas se ofrecen a este panorama desolador? Ninguna es fácil y además las importantes no están en nuestra mano. Entre las que podrían estarlo se encuentra la posibilidad de una definitiva «operación acordeón» en el sistema financiero que pase por una reducción drástica de los préstamos vivos a empresas inviables dedicando dicho importe a nuevas y viables con horizonte de crecimiento y vocación exportadora. Tal decisión pudiera comportar la apelación a la parte de la línea de rescate bancario europeo aún no dispuesta. Explorar mercados de financiación distintos de los bancarios para pymes de un determinado tamaño, o alentar la creación de un «mercado alternativo de renta fija» podrían ser, igualmente, ideas a considerar. Alternativamente, cabría estudiar la reducción de los coeficientes bancarios exigibles para un programa delimitado de apoyo a las pymes. Pero sobre todo, goza gran predicamento la idea de que se autorizase a los bancos españoles a hacer paquetes con sus préstamos a las pymes, sacarlas de sus balances y ofrecerlas como colateral al Banco Central Europeo, obteniendo como contrapartida la liquidez corres­pon­dien­te. Una vez fuera de los balances bancarios los bancos no estarían sometidos al coeficiente de capital. Para terminar, una nueva referencia al informe citado del FMI: en él se lee que «sería de particular importancia para España avanzar hacia una Unión Bancaria completa que ayudaría… a sus empresas a financiarse en base a sus propios méritos independientemente del riesgo del país». Pero ese es un regalo que se hará esperar. (21 de junio de 2013)

Ruido de togas en Karlsruhe El Tribunal Constitucional alemán viene de enjuiciar días atrás la legalidad de un programa del Banco Central Europeo (BCE). Lo hace a instancia de un grupo de ciudadanos que ha interpretado en aquel un atentado directo a la estabilidad del país, dado que la institución presidida por Mario Draghi, excediéndose a sus competencias, habría sen© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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tado las bases jurídicas para la financiación directa de los Estados, en particular de aquellos que atraviesen situaciones límites. El programa en cuestión se refiere a la compra «ilimitada» de deuda a corto plazo a países de la Eurozona en crisis, siempre sujeta al correspondiente compromiso de consolidación presupuestaria y reformas estructurales. Los efectos balsámicos del programa del italiano, titulado de «Transacciones Monetarias Directas» (TMD) —que solamente ha sido «declarativo», sin implementación práctica alguna— están fuera de toda duda. Desde septiembre de 2012, fecha de su introducción, el precio de los activos ha subido, los saldos entre Bancos Centrales en el eurosistema se han equilibrado y, sobre todo, los tipos de interés de la deuda pública han caído espectacularmente en varios países, tres puntos porcentuales en el caso de España. El TMD «ha aportado estabilidad a los mercados de Europa y del mundo entero. Cuando miras hacia atrás, es difícil negar que haya sido probablemente la medida de política monetaria más exitosa adoptada últimamente», defendía Draghi en vísperas del proceso. Pero, paradójicamente, como ha puntualizado el presidente de la Alta Sala alemana, Andreas Vosskuhle, al inicio de la vista oral, no se trata de examinar la oportunidad y conveniencia de tal o cual decisión adoptada por el instituto emisor europeo, sino de determinar si este asume poderes que son inconstitucionales en Alemania. El Tribunal dictará sentencia en septiembre, una vez transcurridas las elecciones generales en aquel país. No es la primera vez que sucede algo parecido. En septiembre de 2012 el constitucional de Karlsruhe mantuvo en vilo a los miembros de la Eurozona, y en particular a España, al enjuiciar la regularidad, siempre a efectos de la normativa alemana, de la creación del Mecanismo Europeo de Estabilidad, el Fondo de Rescate Comunitario que como primer mandato, debía poner a disposición de España hasta 100.000  millones de euros para la capitalización de su sistema financiero. En esta ocasión la Corte alemana aprobó la constitución del fondo, siempre con sujeción a un techo de contribución de las arcas teutonas, que sería fijado en cada caso por su parlamento. Los diversos posicionamientos políticos en la materia causan perplejidad. Mientras Schäuble y la propia Merkel han mostrado un talante conciliador proeuropeo, los dos miembros alemanes del Consejo del BCE han defendido en el proceso de audiencia posturas diametralmente opuestas. Jens Weidmann, que ostenta asimismo la presidencia del Deutsche Bundesbank y es un furibundo opositor al programa de compra de bonos, ha propuesto la redefinición de los poderes del BCE mediante una enmienda de los tratados. Para el BUBA, dado que © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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el Consejo del BCE no está sujeto a supervisión parlamentaria, debe recortarse la capacidad de sus tomas de decisiones que podrían finalmente comprometer a los países solventes a asumir pasivos de los insolventes. Por su parte, Joerg Asmussen, partidario de una acción del BCE contundente e «ilimitada» que ayuda a alinear los tipos de interés a lo largo de la Eurozona, reduciendo asimetrías y desmontando la fragmentación de la política monetaria, ha alertado que los planes de su opositor abrirían la caja de Pandora de los males europeos. Si el veredicto final concluyese que el BCE ha traspasado los límites de su mandato, el programa de compra de bonos violaría la ley alemana y Alemania no se vería ya obligada a apoyar al banco emisor de la Eurozo­na. Aunque posible, hay que estimar esa situación —que sería letal para España— como altamente improbable. La llamada gobernanza europea está a años luz de configurar su espacio de equilibrio. Las instituciones comunitarias —Comisión, Consejo, Parlamento y Corte de Justicia— son heterogéneas y no convergen ni en intereses ni en representación. Para colmo, las decisiones adoptadas —casi siempre insuficientes, defectuosas y tardías— sufren el condicionante del posible veto unilateral de algunos Estados miembros, como es el caso que analizamos. Ocasionalmente se dispara el esperpento y se sienta en el banquillo de los acusados a Mario Draghi por haber salvado al euro, y de paso haber rescatado técnicamente a España. (17 de junio de 2013)

Democracia, solidaridad y crisis europea A sus 84 años, el filósofo moral y sociólogo Jürgen Habermas, es quizás uno de los intelectuales más influyentes de nuestro tiempo. Su diagnóstico exhaustivo de las paradojas de la sociedad contemporánea y el sutil análisis de las bases normativas de la democracia le han convertido en un referente incuestionable. El 26 de abril pasado, el profesor Habermas pronunció una conferencia ante una multitudinaria concurrencia de la Universidad KU de Lovaina, que llevaba por título el que encabeza este artículo. En él, el sabio alemán señala —entre otras conclusiones— que corresponde a su propio país asumir la responsabilidad del destino de la Unión Europea. La conferencia de Habermas se inicia con un análisis de los agudos problemas que afronta la Unión Europea. Nunca antes el euroescepticismo había cosechado niveles de adhesión tan altos mientras los polí© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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ticos bruselenses proclaman «más Europa» por el solo temor a una salida en estampida del euro de uno o varios de sus socios. Las necesarias reformas copan todo el protagonismo eclipsando el hecho democrático que queda supeditado a la tecnocracia. «Estamos atrapados en un dilema entre las políticas económicas requeridas para preservar el euro, por un lado, y las medidas políticas para una mayor integración, por otro». Como alternativa el ideólogo germano solo ve la luz al fondo de un largo túnel rebasando la actual unión monetaria y convirtiéndola en una genuina unión política. Naturalmente ello consagraría la clasificación de la Europa a dos velocidades, la periférica y la central. En tal unión política los Estados nacionales relajan su condición de sujetos soberanos de los tratados aunque mantengan su identidad e integridad. También el Parlamento y el Consejo Europeo deben someterse a profundos cambios. Todo ello asumiendo lo que Dani Rodrik ha definido como el «trilema político»: no cabe disfrutar de la globalización, la democracia y la soberanía nacional de forma simultánea. Debemos elegir dos de las tres. Dado que la globalización es irreversible y la autarquía una quimera, el ajuste se centra en las soberanías nacionales, mientras se constituye a la democracia supranacional como un objetivo declarado a largo plazo, cuyo déficit transitorio concita todo tipo de peligros. En este contexto, Habermas apunta al rol decisivo que le toca jugar al controvertido coloso centroeuropeo. «Alemania tiene las llaves del destino de la Unión Europea en sus manos». Para agregar con extrema sutileza que el objetivo es una «Alemania en Europa» y no una «Europa alemana». Aprendiendo de las lecciones del pasado Alemania debe evitar cualquier tentación hegemónica en el Viejo Continente, y ello por su propio interés, dado que esta segunda opción solo conduciría a nuevos y graves conflictos. Para ello, Alemania debe justificar su iniciativa de reforma más allá del interés tecnocrático de una nueva viabilidad para los Estados miembros: el interés de la solidaridad, esto es, un acto político y en ningún caso una forma de altruismo moral, una decisión que a­carrea dividendos a largo plazo dentro del principio de la «reciprocidad predecible», o un ejercicio de inteligencia guiado por beneficios comunes. Esta transformación de la unión monetaria en una unión mutualizante y solidaria no es nueva. El filántropo Georges Soros la ha convertido en su lanza dialéctica sobre Angela Merkel pidiéndole que asuma la responsabilidad histórica que le compete. Pero las voces más nítidas se escuchan desde INET, o el Consejo alemán de expertos, cuando establecen que no hay futuro a largo plazo en Europa en tanto la carga © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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histórica (legacy overhang) perniciosa de una UE mal concebida no haya sida redimida por el esfuerzo colectivo de todos los actores europeos capitaneados por la República Federal. Las ayudas crediticias del Mecanismo de Estabilidad u otras instituciones europeas son necesarias y apropiadas. Pero insuficientes para promover la idea de una Europa total, en crecimiento y nuevamente competitiva. Las quitas de diversa índole que sobre los volúmenes insostenibles de deuda acumularán los periféricos, incluida España, deberán ser lideradas por Alemania, en la convicción de que la solidaridad de hoy juega en el interés a largo plazo de todos, también de ella misma. Solo representarán el peaje hacia una nueva autopista democrática paneuropea. Cuando, previsiblemente, la descomposición de la idea europea aún no ha alcanzado su punto álgido, para rescatarla del fracaso, Alemania debe mudar su rol hermético dejando de ser parte del problema para convertirse en el líder de la solución. (6 de junio de 2013)

El nuevo estilo de Bruselas El Club europeo desea en este momento fomentar entre sus socios una «consolidación fiscal orientada al crecimiento», un cóctel mágico de recortes del gasto y subidas de impuestos que no penalice el crecimiento económico. Porque Europa necesita de la consolidación fiscal, ya que un crecimiento sostenible no puede sustentarse en un endeudamiento insostenible, y simultáneamente Europa precisa de un crecimiento real para que sus ciudadanos puedan encontrar empleos sostenibles. Embriagador. El acta de legitimación de la nueva estrategia se ha concretado en las «Recomendaciones específicas por países, 2013», que acaba de publicar la Comisión Europea. A la intransigencia de antaño, la tolerancia de hogaño. Bajo el New deal comunitario, esto es, el nuevo estilo del acompasamiento de la consolidación fiscal, las aristas fiscales se suavizan. Para empezar, a pesar del sonoro incumplimiento del calendario de reducción del déficit (2012 debió de cerrarse en el 6,3% y lo hizo en el 10,6% incluyendo la recapitalización bancaria, o el 7,1% sin incluirla) el Ejecutivo comunitario renuncia a abrir un expediente sancionador a España por desequilibrios excesivos. Por el contrario, y como ya se esperaba, Bruselas ha ampliado en dos años, hasta 2016, el plazo para que © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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las cuentas españolas sitúen el desequilibrio fiscal por debajo del 3%. (6,5% para 2013, 5,8% en 2014, 4,2% para 2015 y el 2,8% para 2016). Incluso ha tenido a bien colocar el objetivo permitido este año en el 6,5%, dos décimas por encima del previsto por Rajoy. La medida ha sido jaleada en todos los ámbitos de la multiforme administración del Estado ya que ello —se dice— contribuirá a enfriar la patata caliente del déficit asimétrico de las comunidades autónomas. A cambio de no multarla, Bruselas ha redactado para España una lista de 10 recomendaciones, que —por si había alguna duda— Angela Merkel se ha apresurado a calificar «de alta obligatoriedad». Como se ha dicho repetidamente desde estas páginas, estas reformas estructurales son tan indiscutibles que no precisan de matices adicionales. La pregunta ahora es la siguiente: ¿Debe dejarnos satisfechos la aparente condena de las llamadas «políticas austericidas» resultante de la nueva tolerancia practicada por las autoridades de Bruselas? La respuesta es sí y no. Sí, en lo que concierne a la adopción de un «talante» oficialista o de una «filosofía» política que sitúe a la Europa de los ciudadanos en posición prioritaria, evitando que recortes a ultranza y, sobre todo, recortes inadecuados, ahonden la herida de una recesión continuada y un paro sin esperanza. Entre la decisión de hoy y la exigible liberación masiva de fondos comunitarios a favor de las regiones más azotadas por la crisis —una variante razonable de «quita»— no debería abrirse un foso mental insalvable. Pero un sí con condiciones porque la relajación de la senda del Pacto de Estabilidad no encaja ni con la sensibilidad de Alemania y sus halcones, a los que se considera arrastrados a regañadientes por las circunstancias, ni tampoco con el impacto de sus consecuencias económicas, lo que de forma natural torna el sí condicional a un «no» cauteloso y preventivo. Respaldar paternalistamente que una economía que sufre quincena sí, quincena no, para refinanciar una deuda pública que se sitúa ya en los 910.000 millones de euros, pueda incrementarse más allá del billón, produce un profundo vértigo. Más si se observa cómo el caprichoso tipo del bono a 10 años muestra un desafecto creciente hacia los confortables aposentos del 4%. O un servicio de la deuda, que solamente en intereses, supondrá en 2013 alrededor de 40.000 millones de euros, un 30% del total de los gastos presupuestarios, equivalente al gasto conjunto de todos los ministerios. Todo esto no encaja con una economía que quiera alojarse en la estabilidad y dejar de vivir en continuado estado de shock. Para muestra dos botones: el déficit acumulado © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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en 2013 suma ya un 2,4% a abril, la mitad de lo planificado para el ejercicio completo y la OCDE acaba de poner patas arriba las previsiones económicas contenidas en el Plan de Estabilidad para 2013 y siguientes. Y aunque Bruselas no haya puesto en ello todo el énfasis deseable, no se ven atisbos de que el Gobierno de Rajoy quiera pinchar la burbuja del mega-aparato público, ni siquiera evaluar sus despilfarros o sus d­eseconomías con el sector privado. Vivimos tiempos convulsos de resentimiento y de búsqueda de culpables. Recién exorcizado el demonio bruselense, debemos sortear las trampas de nuestra propia casa. (2 de junio de 2013)

¿Quién dicta el déficit fiscal? Crece la opinión entre la población española, compartida por el resto de países periféricos e incluso por quienes no lo son, como Francia o Italia, de que la causa central de la persistencia de la crisis, traducida en una insufrible cuota de desempleo, se debe al empecinamiento de los poderes fácticos europeos, básicamente Alemania, por mantener una política económica de recortes en el gasto público, reduciendo irracionalmente el déficit presupuestario, obligando de forma inducida a los Estados a una rebaja sangrante de las prestaciones sociales y del Estado del bienestar. Detrás de este sentimiento se va construyendo una austerofobia indisimulada, que amenaza con quebrar la progresión de los programas en curso, e incluso la propia estabilidad del Gobierno. La paciencia que este solicita no parece encontrar eco en una ciudadanía extenuada, hostil a los postulados oficiales. Con distinta fundamentación, pero similar objetivo, la derecha más conservadora —fortalecida tras las descontextualizadas alusiones del expresidente Aznar— ataca al Gobierno por un flanco alternativo, solicitando con vehemencia una rebaja de los actuales tipos impositivos, argumentando que se hallan, incomprensiblemente, a la cabeza de los más exigentes del continente europeo. Desde el mayor respeto a quienes sufren en propias carnes los estragos de la recesión más amarga y pertinaz de entre las conocidas por las generaciones en vida, las opiniones descritas y las iniciativas que se ofrecen como alternativas ni soportan el filtro del razonamiento económico, ni representan alternativas realistas. Para responder a la pregunta de quién impone las políticas de austeridad hay que distinguir entre los voceros de la ortodoxia y la aritmé© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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tica pura y dura de las cuentas públicas. Es patente que la señora Merkel pide a diario a sus deidades ordoliberales que aleje a su pueblo de la plaga de la inflación y del contagio de la molicie sureña. Tampoco es negable que como primer contribuyente de fondos en todos los programas europeos exija a Bruselas el cumplimento de los acuerdos comunitarios. El Pacto Fiscal está ahí y el procedimiento de déficit excesivo debe acercar las situaciones de hecho a los objetivos convenidos. Pero todo esto son reglamentos interpretables y nadie puede imputar falta de cintura a Bruselas cuando ha sido el caso. Por ejemplo, el ritmo de reducción del déficit español va a ser suavizado por tercera vez en tres años. ¿Dónde reside, entonces, el imperativo de nuestras políticas de austeridad? La respuesta es bastante evidente: en la viabilidad de nuestra economía a medio y aún a corto plazo. La economía española sigue estando seriamente amenazada y no nos percatamos de que el benévolo porcentaje del 6,3% asignado al déficit fiscal español para 2013 es en realidad un caramelo envenenado que supone en el mejor de los casos 63.000 millones de gasto público que no se cubrirán con ingresos presupuestarios. Y, ¿cómo se financia esa diferencia? Pues, sencillamente, llamando a la puerta de los mercados financieros y emitiendo —si nos lo quieren comprar— un importe equivalente de deuda pública. ¡Y van 910.000 millones de endeudamiento público en un escenario de suma y sigue! Contener el gasto y aún recortarlo constituye una experiencia dolorosa, pero es menor que la que se produciría con la quiebra del país, como estuvo a punto de ocurrir a mediados de 2012. ¿Significa esto exonerar totalmente a la señora Merkel de la crisis periférica y aún de la recesión de la Eurozona en su conjunto? En modo alguno. Porque Alemania no está correspondiendo con políticas expansivas a las políticas de austeridad de los países deudores. En situación de pleno empleo, elevar la retribución de la nómina pública teutona y reducir el nivel de los impuestos de los alemanes desembalsaría rentas sustanciosas, parte de las cuales se destinarían al consumo de bienes y servicios españoles, algo positivo para nuestra economía. Suspenso, por tanto, a Alemania y, de paso, al resto de sus halcones superavitarios. Un apunte final. Los que aquí presionan a favor de una rebaja de los impuestos, incluido el señor Aznar, deberían repasar la teoría de la equivalencia ricardiana que recuerda cómo las reducciones fiscales —esta vez en escenarios de crisis— no estimulan el consumo sino que se dedican a engrosar el ahorro. Además se incrementaría el déficit fiscal, incumpliendo la senda de ajuste y se aumentaría nuevamente la deuda, © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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arrojando el carro del endeudamiento hacia una resbaladiza pendiente sin vuelta. (24 de mayo de 2013)

El precipicio fiscal español La economía española discurre por un escarpado desfiladero a cuyos lados se abren dos barrancos igualmente comprometidos. La metáfora alude respectivamente a los ámbitos financiero y real de nuestra economía. El primero conjuga aspectos como la evolución del déficit presupuestario y la progresión de la deuda soberana, interrelacionados con la particular situación del sector bancario. Los inversores institucionales achacaban en gran medida el riesgo de impago exterior por parte del Reino de España a la fragilidad manifiesta del sistema financiero resumido en el llamado «bucle infernal»: el Tesoro recababa fondos ingentes para proceder a la recapitalización de la Banca, pero las sucesivas emisiones de deuda que aquel producía eran adquiridas casi en exclusiva por el sistema financiero, destinatario, a su vez, de los fondos tomados a préstamo. Como era predecible, una incongruencia de estas características conducía inevitablemente al fracaso del modelo, y así fue como a mediados del año 2012, la deuda soberana española sufrió un colapso situando al país al borde del impago, esto es, de la quiebra. La concesión por el Mecanismo de Estabilidad Europeo de una línea de crédito de 100.000  millones de euros actuó de torniquete para frenar la sangría del accidentado. Las declaraciones de Draghi en doble instancia, asegurando liquidez a los mercados de bonos con la promesa de actuar «hasta donde fuese necesario» para preservar el euro, hicieron todo lo demás. Los conductos internacionales están despejados y tanto el sector público como el sector privado vuelven a financiarse a tipos de 2010. Lamentablemente, y esta es la segunda cara del precipicio, el sector real de la economía española vive una situación calamitosa sin síntomas verosímiles de reactivación. La EPA cifra en un 27% el número de desempleados, el PIB no acaba de alcanzar guarismos positivos y a pesar del terreno ganado en materia de competitividad, costes laborales unitarios, balanza por cuenta corriente e incluso balanza comercial, la sombra del pesimismo sigue envolviendo a la economía española. Así las cosas, la moratoria alcanzada con Bruselas para ralentizar el ritmo © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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de ajuste del déficit estructural —un 6,3 para 2013— nos confronta nuevamente a la eficacia de la políticas que siguen Madrid y autonomías. Si el mercado es cosa de oferentes y demandantes, la esperanza para nuestra maltrecha economía en cuanto al componente «demanda» solo descansa en el tirón de las exportaciones, que no dependen de nosotros. Denuncia Rajoy —y lo hace con razón— que los países europeos sin problemas de déficit fiscal muestran su rostro más insolidario al no estimular internamente su demanda para apoyar con ello a sus socios periféricos. Fuera de este capítulo no hay opción con la demanda interna, si la cota del 6,3 de déficit se fija como infranqueable. Cabría activar programas de gasto de un determinado importe financiados por una cifra equivalente de impuestos. Aunque la medida estimularía el crecimiento y el empleo, no es seguro, a los niveles actuales, que incrementos de tipos impositivos se traduzcan en aumentos de recaudación, y además, las administraciones competentes se guardarán de acometer una acción de signo manifiestamente impopular. Alternativamente, rebajar los impuestos como propugnan determinados sectores de opinión, obligaría a reducir el gasto público en cuantía equivalente, lo que acarrea, según los modelos tradicionales, un recorte adicional del PIB y más paro. En la coyuntura de crisis, el presunto estímulo del consumo derivado de la rebaja de impuestos sería muy escaso y se derivaría hacia el ahorro en previsión de un futuro incierto y problemático. Olvidando el lado de la demanda no nos queda sino volver a incidir en las ineludibles acciones sobre la oferta, las llamadas reformas estructurales. El ajuste de la oferta de hoy es la catapulta de la producción del mañana. No hay lugar para una cita detallada de las incompletas reformas en curso y de las muchas pendientes. Muchas se incluyen en el Programa Nacional de Reformas del Ejecutivo central, actualizado el 26 de abril pasado. Un documento recomendable con 25 ambiciosas propuestas fue presentado no hace mucho por Fedea (http://reformasestructurales.es). Pero el común denominador de todas ellas es el ajuste de la flexibilidad y competitividad española a los estándares de nuestros competidores europeos y globales. A partir de ese filtro, procede analizar absolutamente todo: el marco laboral, el mercado del alquiler, los sistemas de pensiones, la estructura de la administración, la educación, la sanidad y la unidad de mercado, la energía, las regulaciones profesionales, los mercados de bienes y un largo etcétera adicional. Y sacar conclusiones para la acción. (16 de mayo de 2013) © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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¡Pobre Alemania! Una reciente ola de artículos encabezada por el influyente semanario alemán Der Spiegel («La mentira de la pobreza: cómo los países europeos en crisis ocultan su patrimonio») ha destapado a bombo y platillo el presunto fraude del que el gigante económico centroeuropeo estaría siendo objeto a manos de sus sibilinos socios del sur. Sucede que el pasado 9 de abril, el Banco Central Europeo (BCE) publicó los resultados de la primera «Encuesta sobre las Finanzas y el Consumo del Eurosistema» (EFCE). Dicho estudio revelaba que la riqueza neta de las familias alemanas representaba la mitad de las griegas, menos de un tercio de las españolas y apenas un quinto de las chipriotas, situándose a la cola de los países de la moneda única. La ciudadanía teutona asistía atónita primero, e indignada después, a la espeluznante conclusión de que ellos, los alemanes, estarían sufragando en buena medida el rescate de unos países cuyos ciudadanos resultaban ser más ricos que ellos mismos. Dicho así, es evidente que la venta de este potencial macro-fraude tiene truco. Veamos. 1. Comencemos distinguiendo las medianas de las medias. A diferencia de la simple media aritmética, la mediana es el valor que divide una serie de datos en dos partes iguales. Si a efectos de mediana —según el EFCE— Alemania ocupa el lugar de los rezagados de la clase, su media se equilibra notablemente con el resto de países. La razón es que cuando media y mediana observan valores parecidos, los datos son simétricos, y asimétricos en caso contrario. En el supuesto alemán, las extraordinarias disparidades que registra la distribución de la propiedad patrimonial y de la riqueza entre sus habitantes hacen que la media mejore y la mediana empeore en relación al colectivo de la EZ. 2. A pesar de las dos décadas largas transcurridas desde la reunificación, los niveles de riqueza entre la zona occidental y la oriental difieren dramáticamente. La mediana del patrimonio de los hogares de Alemania occidental se encarama a los puestos altos de la clasificación, mientras la oriental ocupa el último lugar. 3. La propiedad inmobiliaria revela profundas divergencias en la encuesta EFCE. Alemania tiene el ratio de vivienda propia más bajo de la EZ. El hecho de que en Alemania, como en la mayoría de países del norte y centro de Europa, el alquiler sea más común que el régimen de propiedad, reduce el caudal patrimonial de sus moradores. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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4. Aun siendo eso así, el régimen de vivienda en propiedad, habitual en el sur, reviste un alto grado de contingencia, al hallarse aquella tradicionalmente sometida a una hipoteca, que traslada la titularidad potencial del inmueble al banco financiador hasta la extinción de la deuda hipotecaria. Adicionalmente cabe puntualizar que los datos se obtienen entre 2008 y 2009, cuando países como Grecia, España o Portugal no habían sufrido aún el colapso de sus precios inmobiliarios. 5. Considerando separadamente el patrimonio financiero en los instrumentos habituales (depósitos, fondos de inversión, fondos de pensiones), Alemania se encarama en la parte alta del ránking. 6. Cae por su peso que aquellos países que tradicionalmente figuran a la cabeza de la renta per cápita figuren de forma análoga a la cabeza del ránking patrimonial. En este sentido las familias alemanas lideran la percepción de rentas de la EZ, con valores que duplican los de algunos países rescatados. 7. Por último cabe interrogarse si el patrimonio de las familias es un buen indicador de la riqueza de un país, dado que una parte significativa de esta última se encuentra en el sector público y en general en el stock de capital del país al que se agregaría su posición crediticia neta internacional. Ateniéndonos a este criterio los resultados son concluyentes: los países centrales encabezados por Alemania son los más ricos de la EZ, mientras que a la cola figuran los países periféricos rescatados. Los primeros duplican la riqueza de países como Grecia o Portugal. La República Federal constituye uno de los países más ricos de la EZ. Dada la distribución regresiva de su riqueza, el peligro reside en provocar una falsa percepción en las capas más humildes de su población, imputando a los países rescatados la ocultación de una situación patrimonial desahogada superior a la de la propia Alemania, idea que no tiene sustento ni en la realidad, ni siquiera en la encuesta del Banco Central Europeo. (6 de mayo de 2013)

Europa decepciona Cuatro fueron, en sus orígenes, los objetivos del gran proyecto de la moneda única europea. El primero aspiraba a la construcción de una sólida identidad comunitaria. El segundo se refería a la eliminación del © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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riesgo de cambio. En tercer lugar se trataba de crear una autoridad monetaria independiente, con el propósito básico de promover la estabilidad de los precios y lubricar el sistema financiero. El cuarto objetivo consistía en la facilitación de reformas estructurales de oferta, para catapultar la nueva Europa hacia cotas sostenibles de crecimiento, modernizando su economía y mejorando su competitividad. La evolución del proyecto del euro ha sido, sin embargo, errática y contradictoria hasta alcanzar en la actualidad altas cotas de impopularidad. Para España —entre otros casos análogos—, el cuarto objetivo era el prioritario. Pero la convergencia a la baja de los tipos de interés a largo plazo y la expansión desenfrenada de la liquidez y el crédito condujeron justamente al resultado contrario: se abandonaron unas reformas tan dolorosas como inaplazables agudizándose el deterioro institucional. La burbuja anestesió el estímulo por el esfuerzo y esquivó la oportunidad de reformar mercados rígidos o ineficientes, como el del trabajo, o la larga lista de servicios en régimen de monopolio, por no hablar de un caduco sistema educativo o de una fiscalidad carcomida por la plaga de la evasión y el escándalo de la economía sumergida. Agregadamente, todo ello ha conducido a una Eurozona dual definida por un cliché simplista y despreciativo. De una parte se definen los países centrales superavitarios, laboriosos y eficientes, y de otra, los periféricos, deficitarios, manirrotos e ineficaces, cuya conciliación en una única familia económica resulta difícil si no imposible. Estos últimos, por la fuerza de un conjunto concatenado de acontecimientos, se han visto obligados a solicitar rescates de una condicionalidad exorbitada, que han aparejando el recorte de los niveles de vida arrastrando a los ciudadanos al paro y a la desesperación. A mediados de 2012, el distanciamiento entre deudores y acreedores estuvo a punto de hacer es­tallar el euro y acabar con la Unión Económica y Monetaria. Aunque las diferencias intentan corregirse, la velocidad de crucero es tan tibia y los costes asociados tan cruentos que no se adivina fácilmente cuál puede ser el resultado final de esta historia de desencuentros. A raíz de la bipolaridad económica surgida, el propio alma europea se ha dividido entre lo que constituye su núcleo operativo básico —Parlamento, Tribunal de Justicia y Comisión—, y aquellas otras instituciones como el Consejo Europeo de Jefes de Estado, Ecofin y Eurogrupo que esgrimen los intereses nacionales de sus representantes, a veces de forma indisimulada. Frente a los programas comprensivos del Parlamento y las hojas de ruta voluntariosas e integradoras de Barroso o Van Rompuy surgen las murallas erigidas por los considerandos electorales de los países miembros. En estas circunstancias, como resulta fácil de © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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comprender, los acuerdos resultan tardíos, difusos y poco convincentes para el ciudadano europeo. Que cunda el desánimo en los países azotados por la crisis resulta comprensible. Pero el desencanto y la repulsa se extienden también a los que realizan la travesía europea con vientos relativamente favorables. Meses atrás una encuesta alemana revelaba que prácticamente nadie entre sus ciudadanos apoyaba el postulado de «más Europa» como solución a los problemas de fraccionamiento y una mayoría abogaba por no ampliar las ayudas a los países deficitarios. El nuevo partido Alternativa para Alemania, capitaneado por nombres ilustres de la industria y de la academia germana, propone su segregación del euro. Por su parte, el presidente del Eurogrupo Jeroen Dijsselbloem ha marcado el precedente de una nueva era con el rescate chipriota, dejando bien claro que la insolvencia de un país acarrea un trato confiscatorio inmediato de los activos de sus nacionales: un toque de atención por parte de los halcones de la señora Merkel, advirtiendo de que la paciencia de los prestamistas tiene un límite, por mucho que se haya matizado con posterioridad el desafortunado envite dialéctico del holandés. Decepcionada con Europa y devastada por las divisiones internas, la economía española se atrinchera en una fe heroica a la espera de tiempos mejores. Circunstancialmente disfruta de una relación ordenada con los mercados financieros, que valoran nuestros esfuerzos de consolidación presupuestaria con un ojo puesto en la figura imperturbable de Mario Draghi, que si no está para proporcionar estímulos, al menos ha jurado «hacer todo lo que sea necesario» para evitar el naufragio del euro. (22 de abril de 2013)

Unas reglas de juego claras Las desafortunadas declaraciones de Jeroen Dijsselbloem, un nombre que comienza a atragantársenos no solo por razones fonéticas, han causado una amplia inquietud. Si el formato de rescate en base a quitas generalizadas a los depósitos, aplicado al paraíso fiscal ubicado en la pequeña isla mediterránea se convierte en la «plantilla» para abordar futuras crisis bancarias en la Eurozona, la inquietud estaría más que justificada. Pero las cosas generalmente no son como aparentan y el tiempo y la reflexión las sitúan en su justo término. En efecto, en una segunda instancia, Dijsselbloem ha puntualizado que «Chipre es un caso específico… Los programas de ajuste macroeco© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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nómico están hechos a la medida…, excluyéndose la utilización de modelos o plantillas». El pronóstico razonable de los futuros rescates cuenta con dos elementos claves, necesarios ambos para la correcta ponderación del desasosiego reinante. Comenzando por el primero, resulta obvio que los países miembros de la Eurozona de forma individual y las instituciones comunitarias que los gobiernan, se inscriben en un marco de legalidad. Se cita esto para disipar la aparente indefensión a la que repentinamente puede sentirse abocado el ciudadano normal, en particular ante el destino afrontado por sus depósitos en un futuro escenario bancario adverso. El administrado debe conocer obviamente los derechos y obligaciones que posee, así como los riesgos en los que incurre dentro del marco financiero en el que opera. Cuando un individuo invierte en un fondo de inversión, en una acción bursátil, o en un bono, y se producen movimientos adversos de los precios o de los tipos de interés, sabe que tiene que asumir las pérdidas inherentes a un riesgo de mercado. Un depósito en un banco no es propiamente una inversión, aunque se le parezca. Ello hace que el regulador comunitario obligue a los Estados miembros a garantizar el buen fin de los primeros 100.000 euros por depósito y entidad a cualquier depositante de cualquiera de los 17 países de la Eurozo­na. Si algo ha quedado remachado tras la crisis chipriota es la validez indiscutible de esta norma legal como no podía ser de otra manera. Excepcionalmente, el banco puede incurrir en problemas de gravedad y declararse insolvente. Si no recibe apoyo público, se aplicará el producto de la liquidación del banco a los acreedores según una orden de prelación. La adjudicación de las pérdidas recaerá por este orden en accionistas, titulares de capital híbrido (preferentes y subordinadas), bonistas y, en último término, depositantes. El segundo elemento de consideración alude al riesgo aparcado en el planteamiento anterior. ¿En qué manera se tratará en el futuro la insolvencia de una entidad de crédito? Declaraciones y desatinos aparte, Bruselas —en realidad la Troika— ha acometido hasta ahora los casos surgidos en los llamados países periféricos desde la óptica de la solidaridad condicionada: salvar los sistemas financieros pero imponiendo al país beneficiario unas normas draconianas de austeridad y recortes. Discutible o no el modelo adoptado hasta hoy, el discurso de fondo impuesto en las instituciones europeas por Alemania y los halcones, parece haber dado un giro hacia posiciones más involucionistas, trasladando el riesgo desde el contribuyente abstracto —el nacional afectado— hacia las propias entidades de crédito concretas, agotando los © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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escalones del orden de prelación. Pero todo esto son cábalas basadas en meras declaraciones. El Consejo Europeo del 28 de junio de 2012 marcó el inicio de un ambicioso proyecto de creación de una Unión Bancaria europea. El primer capítulo será la constitución de un Mecanismo de Supervisión Único, acordado en el ECOFIN del 13 de diciembre y que entrará en vigor a principios de 2014. En su reunión del 14 de diciembre de 2012, el Consejo trazó unas líneas orientativas de las fases siguientes, entre las que se encuentra la creación de un Mecanismo de Resolución Único, que implicará un arduo trabajo de campo legislativo. En el lenguaje comunitario «resolución bancaria» alude al régimen legal específico para la reestructuración ordenada y/o liquidación de posibles instituciones financieras insolventes. Con lo cual, la conclusión es evidente. En tanto no tengamos unas normas claras y vinculantes que afecten a la resolución de posibles casos de insolvencia bancaria todo son especulaciones. Quedémonos con la normativa en vigor. Y cuando llegue el momento, será exigible que las reglas de juego que se impongan sean justas, eficaces y se implanten con la debida antelación y con una claridad meridiana. (1 de abril de 2013)

Salvar a los ninis Las irreconciliables posiciones defendidas por los partidarios de las políticas de austeridad frente a las de estímulo parecen haber iniciado un tímido desbloqueo. El documento de conclusiones de la cumbre europea de finales de la semana pasada (EUCO 23/13) concede igual peso y prioridad a las acciones comprometidas para combatir el desempleo y las consecuencias sociales de la crisis que a las ya tradicionales y graníticas de la consolidación fiscal, el establecimiento de unas finanzas públicas estructuralmente sanas, el restablecimiento de la actividad crediticia, la modernización del sector público y la promoción del crecimiento y la competitividad. Todas las acciones se sitúan al mismo nivel y todas deben acometerse de forma simultánea. En particular, su apartado 9 alude con desacostumbrada contundencia al paro, «el reto social más importante que encaramos», recordando la Iniciativa de Empleo Juvenil, aprobada por el Consejo en febrero pasado y que constituye la primera medida de la UE específica para combatir las cifras de desempleo juvenil. La llamada Garantía © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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Juvenil establece que todos los jóvenes menores de 25 años deben tener, a partir de 2014, una oportunidad de empleo, formación o prácticas profesionales en un máximo de 4 meses tras terminar sus estudios o quedar desempleados. El Consejo anima a los Estados miembros a disponer de las cifras habilitadas en el Fondo Social Europeo hasta 6.000 millones de euros. La jerga económica ha acuñado un nuevo término, neet (en inglés: no employment, no education, no training; en español, ninis) para describir a este colectivo de gente joven especialmente castigado por la crisis. La realidad pavorosa es que 7,5 millones de jóvenes europeos de entre quince y veinticuatro años ni estudiaron ni trabajaron, ni estuvieron incluidos en un programa de formación en 2011 con una pérdida estimada para la economía —según Eurofund— de más de 153.000 millones de euros al año, o el 1,2% del PIB europeo. Según Eurostat, la tasa de desempleo juvenil se elevó por encima del 54,1% en Grecia y España durante 2012, y del 21% en la UE27, lo que se traduce en 5,5 millones de jóvenes inactivos. El desempleo juvenil en España es un problema estructural, que se ha visto agravado por la crisis, y que, si atendemos al desglose de los datos de la Encuesta de Población Activa (EPA) para el cuarto trimestre de 2012, se sitúa en el 74% en el grupo de población compuesto por jóvenes de entre 16 y 19 años; en el 51,7%, entre los jóvenes con edades comprendidas entre los 20 y los 24 años; y en el 34,4%, entre los jóvenes que tienen entre 25 y 29 años. En respuesta a las recomendaciones europeas, el Ejecutivo español ha aprobado 100 medidas, 15 de ellas de choque, para luchar contra el desempleo juvenil, que afecta a una de cada dos personas menores de 25 años en situación activa, dentro de la Estrategia de Emprendimiento y Empleo Joven 2013-2016, recogidas, estas últimas, en el Real Decreto Ley 4/2013, de 22 de febrero. A nivel autonómico, Urkullu acaba de lanzar su plan de estimulación del empleo, orientado fundamentalmente a los jóvenes, facilitando el emprendimiento e incentivando el autoempleo. El Plan de Rajoy dispone de 3.485 millones de euros en cuatro años, está financiado en un 32% por la Unión Europea y aspira a beneficiar a más de un millón de jóvenes, de los que 450.000 —según el presidente del gobierno— «no tienen ni trabajo ni oportunidades porque tienen un déficit de formación educativa». Las medidas adoptadas en el Real Decreto-Ley pueden clasificarse en dos bloques: las dirigidas a fomentar el emprendimiento y autoempleo de los menores de 30 años y aquellas otras encaminadas a estimular la contratación laboral de los jóvenes. Bajo la primera rúbrica destacan la implantación de una cuota © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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inicial reducida, la compatibilización de la prestación por desempleo con el inicio de una actividad por cuenta propia, o la ampliación de las posibilidades de aplicación de la capitalización de la prestación por desempleo. Se establece un marco fiscal más favorable para el autónomo que inicia una actividad emprendedora con el objetivo de incentivar la creación de empresas y reducir la carga impositiva durante los primeros años de ejercicio de una actividad. El capítulo III del Real Decreto contiene medidas destinadas a incentivar la incorporación de jóvenes a las empresas de la Economía Social, así como estímulos a la contratación de jóvenes en situación de desempleo. Entre estos últimos, destacan los incentivos destinados a la contratación a tiempo parcial con vinculación formativa, a la contratación indefinida de un joven por microempresas y empresarios autónomos y a la contratación en prácticas para el primer empleo. Además, se promueve la contratación por jóvenes autónomos de parados de larga duración mayores de 45 años y contratación de jóvenes para que adquieran una primera experiencia profesional. La exposición de motivos realiza, agregadamente, una minuciosa disección de la problemática nacional del paro juvenil. Llegados aquí, la evaluación de la oportunidad y posible éxito de las medidas adoptadas pasa desgraciadamente por el tamiz de la obligada distinción entre condiciones necesarias y suficientes. La importancia cuantitativa y cualitativa de las pymes y los autónomos en nuestro país —y en el mundo entero— está fuera de toda duda. Son estos agentes los principales motores de la economía y en sus manos descansa la dinamización del tejido productivo y la creación de valor. Todo lo que sea arroparles con un marco regulatorio flexible, el acceso a una financiación razonable, y el reconocimiento de la cultura emprendedora merece el más cerrado de los aplausos. La medida es, por lo tanto, esperada, oportuna y necesaria. Si hay algo claro en la economía de mercado es que los puestos de trabajo —propios y ajenos— se crean a través del emprendizaje, aunque se complemente de forma más o menos activa con la contratación de funcionarios por parte de los poderes públicos. No existe excepción a esta regla. Pero tan categórica como la anterior resulta aquella otra afirmación de que la producción y las ventas —que determinarán el nivel del empleo creado— no dependen de la voluntad empresarial, ni siquiera de su estructura de precios o rango de calidad aunque estos sean requisitos determinantes. En su consecuencia la campaña abordada bajo el eslogan de la «garantía juvenil» solo será eficaz si halla una demanda efectiva de los bienes o servicios que los jóvenes emprendedores desean ofrecer. Con una demanda interna famélica, el programa de «garantía juvenil» puede © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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actuar de placebo, despertar la curiosidad y la capacidad de aprender, financiar la formación y sembrar la semilla de la innovación abierta a los posibles retos futuros. Bien es verdad que quedan los mercados exteriores. El impresionante salto de las exportaciones españolas, que en cuatro años ha pasado a representar el 32% frente al 24% de 2009, apunta a una clarísima oportunidad que debe ser aprovechada. No obstante, tampoco bastará por sí sola si no despierta la conciencia de la solidaridad europea. Rajoy denuncia —y con razón— la asimetría y unilateralidad de las distintas políticas de la Eurozona en la recuperación del equilibrio perdido. Mientras España y otros países deudores realizan esfuerzos hercúleos de contención, aquellos que pueden y deben no practican políticas de estímulo que activarían la demanda exterior europea acortando plazos de recuperación y sacrificios innecesarios en los deficitarios. Y para los países vulnerables la demanda de origen exterior es el único camino sostenible para crecer, crear empleo y reducir sus deudas. Mientras tanto, Alemania hace alarde del superávit previsto en sus cuentas públicas. (19 de marzo de 2013)

Devaluar a la carta Fue el ministro de Finanzas de Brasil, Guido Mantega, quien acuñó el término «guerra de divisas» en 2010 señalando las políticas monetarias de Estados Unidos, pero los medios de comunicación han resucitado la frase al recoger las declaraciones del primer ministro japonés Shinzo Abe, en las que ha manifestado sin ambages su irrevocable voluntad de debilitar el yen frente al resto de monedas. Otros países no le van a la zaga aunque hablen más bajo. Tal es el caso de Estados Unidos, Suiza, Reino Unido, o un buen número de países latinoamericanos y asiáticos. Arma de dos filos, una devaluación competitiva consiste en abaratar la moneda propia en la esperanza de estimular la economía de la nación, y alentar un crecimiento basado en la progresión inducida en la exportación de sus bienes y servicios. Con todo, los efectos perversos de tal medida no son despreciables. Las importaciones se encarecen, la inflación aumenta, la deuda foránea se multiplica, los activos se deprecian y la población se empobrece. Todo dependerá de la elasticidad o rigidez de sustitución de las compras y las ventas exteriores para calcular el beneficio neto resultante. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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La devaluación competitiva se activa de distintas maneras, provoca reacciones diversas y el G20 debería tutelar las diferentes conductas de forma discriminada. Con un sistema de cambio fijo, Venezuela devaluó el bolívar en un 32% a principios de febrero. Los efectos perversos, por súbitos y cuantiosos, pueden resultar perjudiciales internamente y el malestar de los países que compartan clientes con Venezuela será evidente. Pero la acción tiene un comprensible carácter defensivo. En una flotación «sucia» como la practicada por el franco suizo, la fijación de un suelo mínimo de 1,20 francos/euro resulta proteccionista y por tanto condenable. A diferencia de Venezuela, Suiza goza de pleno empleo, carece de «bache de producción», registra un superávit enjundioso en su balanza por cuenta corriente y practica una manipulación «permanente». Algo similar, con matices, cabe argüir sobre el yuang chino. Con todo, la forma más popular y antigua de afectación del tipo de cambio es de naturaleza inducida, por medio de las llamadas políticas monetarias «no convencionales», o de relajación cuantitativa, consistentes en la creación masiva de dinero. El Banco Central reduce los tipos de interés de corto plazo acercándolos a cero. Seguidamente realiza compras generalizadas de bonos inyectando liquidez al sistema, lo que deprecia el tipo de cambio por dos vías: de una parte, tipos bajos ofrecen un menguado retorno de inversión desalentando su compra. De otra, las subidas consiguientes de precios reducen el valor real de la divisa doméstica que se deprecia. Con todo ello las exportaciones se disparan y la balanza comercial mejora. Paralelamente, los tipos reducidos estimulan la demanda interna. Esto es lo que se ha hecho en todas las crisis —1982, 1991, 2001— y es lo que hacen ahora Estados Unidos y Gran Bretaña de forma implícita, y Japón de forma abierta y confesada. Claro que Japón merece mayor indulgencia, al haber convivido con inflaciones negativas a lo largo de una década. Articular un programa económico que conduzca a un 2% de inflación no parece ni heterodoxo, ni perjudicial para terceros, ni mucho menos un acto bélico. Es claro, con todo, que un escenario generalizado de devaluaciones crearía serias incertidumbres y conduciría directamente al proteccionismo y a la reducción sistemática de los flujos de comercio reales. Y esto acarrea consecuencias catastróficas para todos, como nos han enseñado repetidamente experiencias pasadas. Sesudamente, en su reciente reunión en Moscú, el G20 se comprometió a no adoptar devaluaciones competitivas. «No utilizaremos nuestros tipos de cambio con propósitos competitivos, resistiremos cualquier forma de proteccionismo y mantendremos abiertos nuestros mercados.» Que no quede, pues, por acuerdos programáticos. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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España milita en su via crucis particular. Reventada la burbuja, sumida en el desendeudamiento y secuestrada en las mazmorras del euro, está al albur de Frankfurt y Bruselas que dicen no tener nada que alegar. Mientras tanto lucha por recuperar competitividad activando su propia devaluación «interna», consistente en una reducción drástica de los salarios reales acompañada de una batería de reformas de oferta. Los resultados no debieran ser muy distintos de los de las devaluaciones tradicionales, pero la fe flaquea y amenaza con la desesperanza. (11 de marzo de 2013)

¿Por qué es vital para España la Unión Bancaria europea? Las treguas, en tiempo de guerra, tienen el sabor agridulce de lo efímero, del disfrute de un bien transitorio a sabiendas de que, trans­ curri­do el plazo convenido, se reanudarán las hostilidades sin certeza posible acerca de su intensidad o duración en el tiempo. En referencia al gravísimo problema financiero incurrido por la economía española a mediados de 2012, cuando la capitulación incondicional ante los inversores que se negaban a comprar nuestra deuda exterior, pública y privada, era algo más que una mera posibilidad, vivimos tiempos de paz. Una paz que llega después de resistir todo tipo de presiones para solicitar un rescate de consecuencias imprevisibles, amenaza que se ha podido superar no sin zozobras ni graves costes e impensable en cualquier caso sin la determinación de ese clarividente economista que se llama Mario Draghi. Alentadora como es la noticia del cese transitorio de la conflagración financiera, ello no debe volvernos ciegos a los graves problemas que siguen aquejando a la economía española, algunos de carácter crónico y por tanto difícilmente reversibles si atendemos únicamente a nuestros propios medios. Tarde o temprano habrá que apelar a aquella solidaridad europea que la canciller Merkel y sus halcones preveían en su agenda anti-crisis, condicionada de forma implacable a los ajustes internos y a la disciplina fiscal de los países que la reclamaran. Destaca entre las debilidades la doble hendidura que presentan nuestras cuentas exteriores en términos de deuda bruta acumulada y la contribución a la factura presupuestaria de los déficits previstos para los próximos años. Su lectura es como sigue: la deuda pública española ha pasado de representar el 50% del PIB en fechas anteriores al estallido de la crisis © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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al 100% previsto al finalizar el ejercicio actual. Pero además, los déficits fiscales, cuya cancelación es imposible imaginar en el horizonte de la próxima década no hacen sino añadir masa al endeudamiento exterior y presión al ratio deuda/PIB ante los raquíticos porcentajes esperados en el denominador de la ecuación. Todo ello constituye una amenaza de primer orden tanto para la autonomía financiera, escollo recién sorteado, como para un crecimiento imposible bajo las pautas de austeridad acometidas por el Gobierno de la nación, perpetuando un desempleo desolador. ¿Qué tiene que ver en este sombrío contexto una Unión Bancaria europea y en qué sentido puede representar una salida de emergencia al laberinto en el que se encuentra paralizada la economía española? En principio una Unión Bancaria se inicia con la introducción de un supervisor único para la Unión 27 (con tres excepciones), facultado para decretar medidas de resolución —esto es, de disolución y cierre— para aquellas entidades en crisis que se revelen como no viables. Este atributo, que ya se ha otorgado al Banco Central Europeo, no es sino un primer paso, insuficiente. Los siguientes pasan por el otorgamiento de una capacidad reguladora y normativa, y la adopción de un esquema armonizado de protección de activos, al estilo de los fondos de garantía de depósitos, que confiera una seguridad idéntica a todos los ciudadanos de la Unión. De este modo, el mercado único bancario se constituye en un primer hito de la mutualización sectorial europea, donde, a diferencia de la responsabilidad contraída por cada país respecto de sus propios bancos, es Europa quien asume y absorbe las responsabilidades individuales de todos ellos. La creación del espacio bancario único europeo irá gradual y sucesivamente acompañada por la instauración de una unión fiscal, a la que, como en el caso relatado, los países miembros vayan volcando sus competencias normativas y de seguimiento en materia presupuestaria y fiscal. Una vez alcanzada esta cota de integración, la mutualización económica responderá con los matices que convengan al perfil de una Europa confederada. Como en otros casos de áreas políticas similares, aquellas regiones-Estado que arrastren el peso de unas cargas inviables, como sería el caso de España, serían beneficiarias en última instancia de aquel fondo común y apoyo solidario congruentes con la cesión de las competencias constitucionales acordadas. Pueden faltar años para alcanzar este estadio de mutualización económica. No tantos si los países centrales refuerzan su apuesta por la moneda única y una Europa pujante. El FMI acaba de meter prisa a los tutores del proyecto. Pero en cualquier caso la Unión Bancaria es una © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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primera piedra decisiva en la superación de una Europa dual, recelosa e insolidaria. Hasta entonces resta un camino pedregoso plagado de incertidumbres que planteará retos formidables a la inteligencia de nuestros políticos y al temple de nuestra ciudadanía. (15 de febrero de 2013)

Economía y comportamiento electoral El reciente sondeo elaborado por Sigma Dos que sitúa al partido en el Gobierno al nivel de intención de voto más bajo en 20 años nos recuerda en qué medida la economía —comportamientos corruptos incluidos— afecta a la política. Aunque incipiente, progresa una disciplina en el campo de las ciencias sociales cuyo objeto es el estudio del «voto económico», es decir, el comportamiento electoral derivado de los factores económicos dominantes en un espacio político con autonomía de sufragio. Alexander Wagner popularizó el tema al indagar las circunstancias en las que un partido totalitario como el nacionalsocialista liderado por Adolf Hitler se hizo con el control de la República de W­eimar tras unas elecciones intachablemente democráticas. Un análisis pormenorizado de la situación concluye que el «voto económico» de los alemanes se desarrolló bajo patrones coincidentes con los que revelan las reacciones democráticas de la Europa actual: la evidencia contrastada de una elevada correlación entre la situación económica de un país y la popularidad del Gobierno que lo dirige. Un votante racional gratifica con su voto al Ejecutivo en el poder si el ciclo es alcista y le castiga con la exclusión cuando las circunstancias económicas se muestran adversas. La profesión advierte, con todo, que las incursiones analíticas en el «voto económico» son exploratorias y sus conclusiones generalmente inestables y de un alto grado especulativo. Con el actual utillaje doctrinal no resulta sencillo explicar, por ejemplo, por qué perdió Al Gore las presidenciales estadounidenses de 2000 en un entorno económico favorable. El caldo de cultivo lo forman el malestar y la queja. Shocks como el provocado por la gran recesión en curso inducen, como es lógico, a una situación generalizada de descontento popular. La ciudadanía se expresa o alternativamente se inhibe si su nivel de decepción es absoluto. El grado de expresión dependerá de su capacidad de organización y, en general, en las sociedades democráticas, elegirán el derecho al voto como arma punitiva, si bien los episodios de protesta son relativamente © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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más frecuentes. Los países europeos occidentales se tornan «sociedades dinámicas», un término acuñado por David Meyer, al constatar que la protesta no es un recurso de última instancia sino que forma parte integral del concepto democrático. Dieter Fuchs describe esta circunstancia como «la normalización de lo no-convencional». Un repaso a las primeras elecciones parlamentarias posteriores al colapso de Lehman Brothers de 2008 en 30 países europeos (los 27 miembros de la UE, Noruega, Islandia y Suiza) confirma las secuelas políticas de la crisis en términos de incidencia del «voto económico». En ellas, los partidos gobernantes han sido castigados por las consecuencias perniciosas de la crisis —los efectos de las políticas de austeridad—, tanto más severamente cuanto los electores interpreten una responsabilidad directa del Gobierno en sus infortunios. Islandia, Irlanda, Francia, Grecia, Portugal, Italia y España son casos de estudio, aunque con ajustes peculiares y motivaciones específicas, dependiendo de los contextos. En algunos (Italia y Grecia) el tránsito se produce de lo político a lo tecnocrático. Por el contrario, los resultados muestran mayor indulgencia cuando el electorado percibe que la capacidad de actuación de los gobiernos está más o menos condicionada. La inexcusable pleitesía debida a la Troika —de un lado— y a los «mercados» —de otro— ha minorado, en ocasiones, la intensidad del castigo. Curiosamente, Raymond Dutch mantiene que la motivación económica del voto es tan importante o más que el color ideológico, de tal manera que lo material, el bolsillo, se sitúa en estas circunstancias extremas por encima del corazón o el credo político. La rotación política —cambiar el signo del partido votado— se combina en algunos países con el recorte a los partidos dominantes que, sin perder mayorías relativas, se ven obligados a formar coaliciones. En segunda instancia los votantes muestran un rechazo general hacia todos los partidos «clásicos» dominantes y desvían su voto hacia los nuevos, en ocasiones de signo populista, en particular en los países de Europa oriental con un sistema más volátil y menos institucionalizado, aunque también en Europa occidental se observan signos incipientes e inquietantes de presencia de partidos de dudoso talante democrático. Finalmente, los votantes más decepcionados apoyan candidaturas utópicas, como las del cómico Jon Gnarr en Islandia, Beppe Grillo en Italia o Manuel Coelho en Portugal. En el contexto de una crisis que apenas remite, cabe preguntarse qué sucederá cuando los electores concluyan que los sustitutos de los partidos penalizados no han mejorado la situación de sus antecesores. Con el peligro que ello conlleva de volcarse hacia opciones populistas o segregacionistas, peligro apuntado por el vicepresidente de la Comisión © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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Europea, Joaquín Almunia, en su reciente visita a Bilbao. Las encuestas de intención de voto pueden darnos la pauta. (15 de febrero de 2013)

Las nuevas dictaduras De forma gradual, apenas perceptible, la ciudadanía asiste confundida a un proceso de pérdida en la capacidad de decisión de las instituciones nacionales sobre asuntos cruciales del día a día. ¿Quién es ese ladrón sigiloso que al invadir nuestra propiedad en busca de su botín, pisotea los resortes de las reglas democráticas basadas en las urnas y la delegación en los cargos electos para que ellos, y no otros, legislen y gobiernen el país? Hace escasos días, sin ir más lejos, la portada de este mismo periódico recogía en titulares la orden cursada por Bruselas al Parlamento vasco para modificar la vigente Ley Autonómica de Cajas de Ahorro, conciliándola con el texto del «Memorando de entendimiento» que recoge las condiciones exigidas a España a cambio del rescate multimillonario de su sistema financiero. Es Bruselas, no Vitoria, ni siquiera Madrid, el que dicta unos requisitos que circunvalan olímpicamente el circuito ordinario de representación popular. Notemos bien que no se trata de aquellas normas que en virtud de nuestra adhesión a la Unión Europea nos obligan a su cumplimiento, como es el caso de las disposiciones del Tratado de la Unión, los Reglamentos o las Directivas comunitarias a través de un sistema de trasposición o adaptación. El llamado acervo comunitario y las normas que se han señalado tienen un efecto directo y vinculante porque así fue convenido libre y soberanamente en las instancias y tiempos en que hubo lugar. En similar tesitura se halla la problemática de un Banco Central Europeo, miope y alicorto de nacimiento, a pesar de sus sonoros éxitos recientes. Su enorme influencia en el devenir de los países periféricos no corre pareja con su representatividad, y su proclamada independencia es de difícil interpretación. Pero en cuanto que sus estatutos emanan del Tratado, hay que darlo por asumido políticamente. El robo silencioso y creciente al que se somete a la capacidad de decisión ciudadana es aún más flagrante, si cabe, cuando se alude a determinados poderes, unos visibles y concretos como las agencias de calificación, y otros abstractos e invisibles, capaces de sortear las barreras impuestas por los gobiernos nacionales y arrinconarlos contra las cuerdas en un abrir y cerrar de ojos, amenazándolos simple y llanamente © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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con la quiebra: son hijos de una globalización descontrolada y responden al fatídico apelativo de «los mercados». Unos mercados que condenan sin piedad, aplauden y aprueban, o se muestran simplemente cautos y silenciosos atentos a cualquier dato o noticia que agite las delicadas aguas de la confianza. Las agencias de rating —un monopolio global de tres firmas— deben su poder pseudo-omnímodo a la opacidad de los productos financieros, o a la complejidad de evaluación de organismos mastodónticos, grandes corporaciones, incluso Estados, sustituyendo así la decisión poco o nada fundamentada del inversor no institucional. La elevación o disminución de un grado en la nota otorgada a un emisor soberano dictada por una de estas agencias, no siempre objetivas y fiables, tiene una incidencia extraordinaria sobre el coste de su deuda y, en consecuencia, sobre la viabilidad de sus cuentas fiscales. Pero el auténtico monstruo de esta historia inextricable son «los mercados»; esto es, los mercados financieros, un ser oscuro, técnico, prodigioso e indiscutible. El desempleo, los recortes de servicios públicos, las congelaciones salariales o las privatizaciones de empresas estatales se justifican como exigencias de «los mercados». Sobre todo en los países en crisis, con déficits fiscales significativos y niveles de deuda elevados, el dictado de los mercados para ajustar los niveles de confianza es tan determinante, si no más, que la inventiva de los gobiernos para actuar dentro de los rígidos corsés que aquellos les imponen. Acertaba Felipe González al reconocer que «la dictadura de los mercados está por encima de las democracias». Pero, ¿quiénes son «los mercados» financieros? Y, ¿de verdad están por encima de la democracia? Al igual que cualesquiera otros, los mercados financieros son puntos de transacción entre oferentes y demandantes, con enclaves físicos —en unos casos— y virtuales o electrónicos —en otros—. Organizados o no, intercambian operaciones en los cuatro ámbitos que les competen: renta fija, renta variable, divisas y derivados. El campo de mayor resonancia reciente es el primero que comprende tanto las emisiones públicas como las privadas. Y, como en cualquier otro campo, la significación de los actores residirá en su tamaño y volumen de actividad. En nuestro caso, la gran Banca, las Compañías de Seguros y las Entidades de inversión colectiva (fondos de inversión, hedge funds y fondos de pensiones) acaparan un protagonismo casi excluyente. Las cifras que manejan multiplican en decenas de veces el valor del PIB mundial. El punto crítico del tema es que estos agentes se nutren en buena medida, aunque no mayoritariamente, de los fondos de particulares y de empresas que les encomiendan su ahorro confiando en que lo cana© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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lizarán hacia una inversión segura y rentable. Llegado a este punto —en su consecuencia— «los mercados» también nos incluyen a nosotros. Para responder a la incidencia democrática —o sea, antidemocrática— de los mercados, no puede obviarse la evidencia de que, a pesar de la hecatombe social de la que son cooperadores necesarios, nadie osa cuestionar los fundamentos del sistema económico que los alimenta, otorgándoles unas libertades cada vez mayores que simultáneamente se detraen de las soberanías nacionales y se hurtan al ciudadano individualizado. En un proceso autoalimentado, los mercados han ganado espacio democrático en un buen número de apartados económicos. Quizá el más significativo es el tratamiento que el mercado hace de las personas, que son tratadas como factores de producción allí donde la sociedad democrática promueve al individuo como un fin en sí mismo. Su consecuencia inmediata es la redistribución continuada y regresiva de la riqueza desde las clases más modestas hacia los ricos, frente al postulado democrático de la igualdad de las personas. Las políticas de desregulación, deslocalización y privatización se cuelan directamente entre estos supuestos. La globalización crea un colectivo de nómadas frente al sedentarismo necesario para la creación de una representación política. Sus resultados son el desconcierto y el inmovilismo ante los nuevos poderes fácticos, las nuevas dictaduras. A medida que los parlamentos pierden poder frente a instancias supranacionales como los bancos centrales o las poderosas corporaciones multinacionales, la imagen subliminal de un creciente escepticismo y desafección hacia lo político, apoyada en los abundantes casos de corrupción, hacen que la democracia ceda su puesto a un mercado controlado por los grandes intereses de unos pocos, donde las decisiones políticas se compren y se vendan, y en el que todos los elementos de la vida pública se supediten a la eficiencia económica, desde la seguridad ciudadana hasta la educación, la sanidad o la protección social, fomentando el enaltecimiento de lo mercantil sobre cualquier valor individual. Bajo tales circunstancias, hoy aún lejanas, la civilización occidental habrá activado su propio colapso. (1 de febrero de 2013)

Una Europa alemana En su edición del pasado 15 de enero, en sendos artículos firmados por Lionel Barber y Tobías Buck, el prestigioso rotativo Financial Times transcribía los principales pasajes de una entrevista realizada a Mariano © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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Rajoy. En uno de ellos —que lleva por título «España apela a Alemania para estimular el crecimiento»—, el inquilino de la Moncloa llamaba a Alemania y a otros países acreedores de la Eurozona a hacer más para propiciar el crecimiento, argumentando que una política más expansionista reforzaría la recuperación económica en el área de la moneda única. «Creo que en este momento en el que hay tanta necesidad de crecimiento, aquellos que son capaces de implementar políticas en esa línea, deberían hacerlo. Lo que está claro es que no se puede pedir a España que adopte políticas expansionistas en el momento actual. Pero los países que pueden, deben hacerlo», manifestaba a los periodistas el primer ministro español. Las declaraciones de Rajoy no constituyen ninguna sorpresa —Rehn, Junckers y Lagarde acaban de denunciarlo— aunque valen como manifiesto político dirigido a quien corresponda entre las locomotoras europeas, advirtiendo sin tapujos que de los dos ejes socioeconómicos que se exige a los países periféricos para la superación de la crisis, uno de ellos, el del crecimiento, no está actualmente en sus manos. Se ha debatido hasta la saciedad la incuestionable exigencia de practicar políticas severas de consolidación fiscal, para reducir el déficit presupuestario y atraer nuevamente las voluntades de los inversores internacionales. Nadie puede objetar al Ejecutivo español ausencia de celo en unas circunstancias extraordinariamente penosas para la ciudadanía española. Las políticas de ajuste se han revelado eficaces al comprobarse que la necesaria activación de esquemas de protección fiscal hubiera conducido el déficit español a niveles del 11%, o más, del PIB. A falta de conocerse la cifra exacta correspondiente a 2012, es innegable que al menos se habrá recortado el desfase en tres o cuatro puntos porcentuales. El reconocimiento momentáneo de los mercados se ha mostrado en lo que llevamos de enero. Pero la otra cara de la moneda, el precio pagado por la reasignación de puestos de trabajo desde sectores caducos hacia otros con futuro, se traduce en un paro insufrible que afecta a seis millones de personas. En una economía en declive y decrecimiento como la española, las reformas estructurales ceden su protagonismo a la acción de la demanda, sea interna o procedente de terceros países. Es en relación a la demanda exterior donde entra en juego la coherencia del núcleo duro europeo para hacer honor al principio de «solidaridad después de la condicionalidad y la disciplina» tantas veces invocado por la canciller Merkel, aunque aparentemente con la boca pequeña. Alemania practica un dumping histórico dentro del recinto de la Unión Europea aunque se base en buena lógica en méritos propios. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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Pero los desajustes, en este caso superavitarios, de su balanza por cuenta corriente o los mastodónticos saldos acreedores que regenta en el sistema de compensación bancario denominado TARGET 2, no representan sino un exceso que aparta a los teutones del equilibrio en manera análoga y simétrica en que los déficits apartan del equilibrio a los países periféricos deudores por razones contrarias. Ha quedado probada la condicionalidad y disciplina invocada por la primera mandataria teutona. Pero, ¿dónde está la solidaridad inherente a un proyecto común europeo y más aún de la moneda única? Como tantas veces se ha señalado para el caso de China, Alemania podría y debería, en las actuales circunstancias, estimular su demanda interna con medidas tan simples, por ejemplo, como el aumento salarial del funcionariado público o la creación de subvenciones a capas humildes de la población orientadas al turismo en países periféricos. No había que ser un adivino para adelantar que la propuesta caería en oídos sordos. El ministro alemán de Economía, Philipp Rösler, ha zanjado el asunto descartando la posibilidad de que Berlín apruebe nuevos programas de crecimiento «financiados por deuda para ayudar a los países en crisis de la Zona Euro como pidió el presidente español». Sin duda Merkel asume que la única manera de ayudar a Europa es instruir a los países periféricos a «hacer sus deberes» y convertirse en «pequeños alemanes» que se porten bien en clase. Evidentemente el dilema radica en saber si Europa se aviene a vivir bajo la hegemonía alemana o si Alemania acordará someterse al liderazgo europeo para prevenir la desagregación del Viejo Continente. Dado que la supervivencia de los periféricos, entre ellos España, depende en gran medida de su inclusión en una unión fiscal y política en la que se mutualicen gradualmente las cargas nacionales, no parece heroico aventurar quién seguirá portando la batuta europea. (21 de enero de 2013)

Una austeridad dual Dos noticias de opuesto calado económico nos ha deparado la última semana. La buena es que 2013 ha empezado con muy buen pie para nuestras grandes empresas, que han visto como los inversores institucionales, mayoritariamente foráneos, han acudido a suscribir sus emisiones, superando la oferta disponible y a precios más que razonables. Las cinco emisiones realizadas por compañías privadas se han completado el jueves con una triple emisión del Tesoro por 5.800 mi© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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llones, en condiciones muy satisfactorias. Se entona la Bolsa y la prima de riesgo se consolida por debajo de los 400  p.b. lo que invita a concluir, no sin las necesarias cautelas, que avistamos un periodo de relativa calma financiera, sin acertar a diagnosticar si se trata de un cambio de ciclo o una mera tregua. La mala noticia, por el contrario, reside en la estimación del paro a noviembre, adelantada por Eurostat, que lo sitúa en el 26,6%, tasa solo superada por Grecia en la Unión Europea. Ello vuelve a deprimir los ánimos de la ciudadanía y a reforzar las tesis de aquellos colectivos sociales, políticos o académicos que sitúan en la disciplina fiscal —las mal llamadas medidas de austeridad— la causa de esta lacra que azota a nuestra economía. Este juicio solicita, sin embargo, algunas precisiones. La primera de ellas es la distinción entre el ámbito familiar o microeconómico y aquel otro de los grandes agregados que llamamos macroeconómicos. La distinción es fundamental para poner las cosas en su sitio. No hace falta repetir que a nivel familiar la reducción de los niveles de empleo junto al aumento de la presión fiscal sitúa a una gran masa de ciudadanos en mínimos históricos de renta disponible, de tasa de ahorro y al borde de la precariedad. Microeconómicamente, la familia española vive atenazada por la austeridad y con un serio riesgo de exclusión. La reacción a esta situación no admite dudas: el Estado —nuestro Estado del bienestar— debe activar todos aquellos esquemas de protección social que estén en su mano para paliar esta situación de riesgo extremo. Pero la pregunta siguiente es: ¿cuánto está en su mano y durante cuánto tiempo? Ello nos conduce a señalar que el problema de fondo de la austeridad se sitúa en la esfera del Estado —macroeconómica— y aquí, lamentablemente, las cosas tienen otra lectura. No se me entienda mal: a lo justo, equitativo y deseable hay que agregar el juicio imparcial de las cifras para poder hacer de la gestión pública un todo manejable a medio y largo plazo. Y es que junto a su renta personal, cada ciudadano dispone directa o indirectamente de una parte alícuota de todos los servicios del Estado: educación, sanidad, infraestructura, seguridad, justicia, etc., servicios que totalizan una suma formidable de gastos que forman parte de los Presupuestos Generales del Estado. Pues bien, imagínense ahora un país que gasta un 12% más de lo que ingresa en 2008, un 31% más al año siguiente, un 25% más en 2010 y un 26% en 2011. Como los gastos superan los ingresos, procede a endeudarse cada año en el importe del déficit registrado, engrosando sucesivamente el nivel de su endeudamiento total. ¡Han acertado!: esta y no otra es la fotografía de España desde el inicio de la crisis. Y dos © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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preguntas inmediatas. ¿Puede calificarse este modelo de gestión como «austero»? Y aún: ¿puede alguien considerar esta trayectoria como sostenible? Obviamente, no hay austeridad global porque no puede haberla en una coyuntura de caída de los ingresos fiscales del 6% del PIB y con el condicionante imperativo de la activación de esquemas extraordinarios de protección social para contrarrestar los efectos del paro que nos aqueja. Es así, y así tiene que ser. Pero desgraciadamente, la mal llamada austeridad y mejor descrita como «consolidación fiscal» es una condición necesaria para la recuperación de España, porque sin ella nadie en los mercados exteriores querría financiar la creciente deuda española, imprescindible para financiar nuestros gastos a la vez imprescindibles y excesivos. El Tesoro emitirá este año 230.000 millones de euros, el 23% del PIB, de los cuales 73.000 corresponden al exceso de gastos sobre ingresos del ejercicio y el resto es para refinanciación de la deuda acumulada que vence en diciembre. Son los mercados —y hay que felicitarse por ello— quienes soportan la financiación de nuestra crisis, hasta que las medidas acometidas por el Gobierno cosechen los resultados previstos. Habrá que velar por el ritmo del ajuste. Lo ha aconsejado el propio presidente del Eurogrupo, Jean Claude Juncker, y un poco antes el economista jefe del FMI. España ha gozado de dos rebajas en el calendario de ajuste fiscal y será necesaria una tercera. Mientras tanto, el túnel de 2013 debería depararnos algunos rayos de luz, antes de su terminación. (11 de enero de 2013)

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El impuesto negativo sobre la renta. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Ruleta rusa. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ¿Es historia la crisis? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Un puzle capital. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Münchau, Podemos y el debate de la deuda . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Una economía bajo mínimos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El difícil ajuste del déficit fiscal. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El poder de los mercados. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La nueva mediocridad. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ¿Ya somos más ricos?. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ¿Es hora de eliminar el papel moneda?. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El fantasma del paro estructural . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La era de los tipos de interés negativos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El helicóptero del señor Draghi . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El gran debate de la austeridad. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El falso precio de la energía. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . No por amor a los bancos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El dilema del empleo, el futuro del trabajo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Medir la miseria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El sorprendente costo de financiación de la deuda pública. . . . . . . . . . . . Podemos y el repudio de la deuda . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Dinero gratis e impulso económico. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Las elecciones europeas 2014 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . No hay brotes verdes para el empleo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Thomas Piketty: el capital en el siglo xxi . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Las dos Españas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La gran paradoja. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Vuelve el fantasma deflacionista. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El sinuoso avance hacia una Unión Bancaria europea . . . . . . . . . . . . . . . . Prosigue la recuperación económica. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La culpa no es de la Troika. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La Cumbre de Bilbao. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La crisis española de 1931 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La crisis actual: ¿más severa que la de 1929?. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Tapering: el fin de la gran liquidez. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Un mundo de ricos y pobres. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ¿De verdad es insostenible la deuda pública española?. . . . . . . . . . . . . . . . El debate sobre el salario mínimo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Carta al rey mago Mario Draghi. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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El impuesto negativo sobre la renta La magnitud de la pobreza en los países del hemisferio sur, fundamentalmente en el África subsahariana, desborda por su calado las claves de su superación. En esas latitudes no existe el empresariado como tal, el trabajo no vale nada, el capital humano es raquítico, la corrupción y la economía sumergida son la moneda de curso legal. Los tiranos o las etnias feudales agrupadas en bandas hacen la guerra y esquilman al 50% con las empresas transnacionales los preciosos recursos autóctonos. No existe fiscalidad ni sentido de la construcción de Estado, la ayuda al desarrollo es paternalista y excesivamente condicional. La pobreza se abate en la categoría de la miseria. Sin educación, sanidad, ni infraestructura básica, los habitantes del cono sur se hallan atrapados en un círculo vicioso de desesperación y muerte, sin esperanza posible, sin futuro alcanzable. También en Occidente hay pobreza, aunque el indigente de nuestras ciudades sería objeto de envidia entre aquellas zonas descritas más arriba. No se trata aquí, evidentemente, de exaltar el conformismo, sino de tratar la pobreza de los países centrales en su propio contexto, el de una irrepetible conquista histórica del Estado del bienestar. El objetivo, en consecuencia, es idéntico en el sur y en el norte: luchar contra la exclusión social, laborar por hallar vehículos que atenúen y alivien el flagelo de la pobreza. También en Occidente y también en nuestro entorno próximo. Lo que hoy nos concierne en el marco del reciente y controvertido debate acerca de las rentas básicas universales, que ha saltado a las portadas de todos los medios espoleado por la izquierda radical, es recordar un original enfoque fiscal atribuido al premio Nobel Milton Friedman, por si políticos, sindicatos y sociedad civil entienden la conveniencia de abrir un debate al respecto. Postulaba el americano un doble dividendo haciendo frente al azote de la pobreza de los países desarrollados, preservando simultáneamente los incentivos laborales. El sabio de la Universidad de Chicago bautizó en 1962 el nuevo modelo impositivo para el gravamen de las personas físicas con el nombre de Impuesto Negativo sobre la Renta (INR). Si el Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas (IRPF) comienza en las rentas positivas superiores al mínimo exento, el INR hace referencia a los valores negativos que se sitúan por debajo del mínimo exento, constituyéndose en un subsidio basado en el impuesto sobre la renta y gestionado por la Hacienda pública y no por aquellos ministerios u organismos concernidos con los esquemas de protección social. La mecánica del impuesto en su versión friedmaniana es simple. Primero se determina un nivel de renta mínima deseable para un ciu© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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dadano o su familia indistintamente de que se encuentre trabajando o en paro. Pero de la misma manera que el que gana más se aprovecha de la totalidad del mínimo exento, el que gana menos debe poder aspirar a acercarse mediante un impuesto negativo a la totalidad del repetido mínimo exento. Pongamos, por ejemplo, la cifra de 20.000 euros anuales para una unidad familiar de cuatro miembros, que debería coincidir con su mínimo exento. El impuesto negativo va a actuar con un único tipo de gravamen (el 50% en la versión de Friedman) sobre la diferencia entre el ingreso real y la renta mínima fijada en 20.000 euros anuales. Si la familia ingresa 10.000 euros recibirá el 50% de la diferencia hasta 20.000, o sea 5.000 euros, con lo que sus ingresos totales ascenderían a 15.000 euros. Una persona sin ingresos recibiría del Estado 10.000 euros anuales. Observamos en primera instancia, que con la introducción del INR, al sustituirse el resto de medidas de asistencia social se sugiere también la eliminación del salario mínimo y un mayor automatismo y una menor burocracia administrativa. En segunda instancia, el hecho de contribuir con el 50% de la diferencia y no con el 100% evita que se elimine el incentivo del trabajador para buscar mayores niveles de renta. F­riedman entiende que el impuesto aporta este «doble dividendo». En tercer lugar, el mínimo exento aspira a ser una referencia real de renta efectivamente percibida para el colectivo de personas físicas, un principio renovador. En las circunstancias por las que discurre actualmente la economía española, con una dramática tasa oficial de desempleo, un INR puede ser un instrumento útil para combatir las bolsas de pobreza. Como con otros esquemas compensadores planteados a lo largo de estos últimos meses es necesario poner cifras a las propuestas y examinar la viabilidad de la medida en el contexto de una determinada estabilidad presupuestaria. Aquí solo volcamos una vieja nueva idea, para el debate constructivo. (29 de diciembre de 2014)

Ruleta rusa El colapso internacional de los precios del petróleo tiene mucho que enseñar en el irremediable contexto de la globalización que afecta a todos los países y ciudadanos del planeta. Es indudable que la dramática caída del precio del crudo es muy positiva, como primer efecto, para los países fuertemente importadores. Ya se está estimando que © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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el derrumbe de precios puede suponer entre un 0,8 y un 1% de crecimiento para la mayoría de países desarrollados. Un 0,6% para España según AFI. Miles de millones de dólares han abandonado los cofres de las compañías petrolíferas, cuyos ratings y cotizaciones se verán afectadas, y se han inyectado en Europa, Japón, China, India, Corea del Sur y también en Estados Unidos. España, Italia, Lituania, Portugal y Grecia, los países más dependientes de las importaciones de energía en Europa, figuran entre los beneficiados. Asistimos a una redistribución de riqueza de caracteres históricos que puede remodelar no solo el mapa económico sino igualmente el ámbito geopolítico. La cara huraña de la moneda viene representada por los graves riesgos que la crisis acarrea a los países productores. Crudo y gas representan el 68% de las exportaciones rusas y el 50% de su presupuesto federal. Rusia ha perdido 100.000 millones de dólares de sus reservas de divisas en lo que va del año —el equivalente al 4,5% de su economía— al tratar de salvar la cotización del rublo que ha perdido un 50% de su valor. En la misma línea, los países del Medio Oriente incurrirán en déficits fiscales significativos. Venezuela, un país nulamente diversificado, cuyas exportaciones dependen en un 99% del petróleo y que precisaría exportar su crudo por encima de los 120  dólares para equilibrar sus cuentas fiscales, puede hallarse en una situación crítica. Brasil, Ecuador y Argentina, Canadá, Rusia y Noruega engrosan la lista de afectados. En África, Nigeria y Angola serán las grandes perjudicadas, seguidas por Libia, Argelia, República del Congo y Gabón. Una crisis, como la petrolífera actual, de grandes ganadores y de grandes perdedores no es neutral, y aunque un precio bajo del crudo tenga vocación de mantenerse en el tiempo a los niveles actuales, la interacción de fuerzas en todos y cada uno de los sectores de la economía en un escenario global, tendrá sin duda un número de efectos adversos. Cada sector, y no hay sector que se sustraiga al coste de la energía, reaccionará con sus pesos y de acuerdo con las circunstancias de sus mercados: alimentación, transporte, producción automovilística y un interminable etcétera. Ningún área será indiferente a este tsunami financiero. El efecto impacto viene acompañado de primeras, segundas y terceras derivadas. Será entonces, una vez conocido el efecto conjunto, cuando la reacción global de la crisis de los productores interactúe con los beneficiarios iniciales, y solo entonces será posible evaluar las consecuencias netas del descalabro energético. Los ejemplos serían interminables. Goldman Sachs ha alertado, por citar uno, del riesgo incurrido en los proyectos de infraestructura petrolífera por valor de un billón de dólares previstos para un futuro © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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inmediato. La cancelación de estos proyectos sustraería al mercado la producción de 7,5 millones de barriles diarios a lo largo de la próxima década, equivalente al 8% de la demanda actual de crudo. El efecto en los mercados financieros es muy errático y volátil, como ha podido advertirse en los últimos días en nuestro selectivo bursátil, el IBEX 35. Existe mucho temor y mucha indecisión. Junto al tema de la corrupción y el ascenso de los partidos de la izquierda radical, el petróleo y particularmente Rusia están llamados a condicionar la marcha de nuestra Bolsa en 2015. El todavía improbable pero posible impago exterior de Rusia produciría un contagio en otros países emergentes desen­ca­de­nan­do una salida de capitales de estos países a otros países refugio, amenazando el crecimiento mundial. Los mercados financieros son muy sensibles a esta expectativa. El derrumbe del precio energético tiene asimismo una incidencia adversa en la contención de las presiones deflacionistas a las que se encuentran sometidas fundamentalmente las economías europeas. Mario Draghi y sus colegas europeos están empeñados en elevar los índices de precios a un umbral próximo al 2% anual desde los registros nulos o negativos que cotizan algunos países de la Eurozona. Pero unos precios recortados del petróleo inducen a una menor inflación afectando a toda la cadena de producción hasta llegar a los precios del consumidor y del coste de la vida. En este contexto, el Banco Central lo tiene francamente difícil. El mensaje de ese fenómeno sistémico que llamamos globalización es que nada de los demás nos puede ser indiferente. Nos obliga a analizar nuestros éxitos y beneficios con la lupa de la cautela y de la mesura, porque, finalmente, lo que es malo para terceros acaba siendo malo para nosotros. (20 de diciembre de 2014)

¿Es historia la crisis? En un encuentro de la semana pasada, Mariano Rajoy ha lanzado un mensaje cargado de optimismo, asegurando que «la crisis es historia» y que estas serán «las primeras Navidades de la recuperación». A renglón seguido, Soraya Sáenz de Santamaría ha ratificado las palabras del presidente del Gobierno, añadiendo que la economía española «está cambiando de ciclo». Casualmente, estas declaraciones se han visto enturbiadas por la caída libre de la Bolsa que ha perdido un 6,9% hasta los 10.145 puntos © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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en lo que constituye la peor semana del año para el selectivo español. Hay que remontarse al seis de enero de 2012 para encontrar un descenso más agudo, del 7,31%. Si tan solo hace 15 días se auguraba un r­ally espectacular de fin de año, ahora los pronósticos se han pasado al bando de los pesimistas. Aunque las Bolsas no son los mejores indicadores adelantados de la marcha de la economía —el miedo a veces es demasiado libre—, el contrapunto que marca su volatilidad frente a las esperanzadas tesis de Rajoy abre el interrogante de si realmente la crisis es ya historia, si el cambio de ciclo es una evidencia y si estas navidades suponen una festiva estación de paso en la larga travesía de la recuperación económica. Las palabras de Rajoy y de la vicepresidenta exigen una matización categórica, aquella que distingue entre los conceptos de recesión y de crisis. La recesión está atrás desde finales de 2013, porque para afirmar tal cosa basta con que se concatenen dos trimestres seguidos de PIB positivo. Afortunadamente son ya cinco los trimestres que el PIB cotiza en positivo y el cuarto y último de este año de 2014 promete hacerlo con un porcentaje significativo, tal vez del 0,6% o incluso del 0,7% intertrimestral. Que la economía española camina por la senda de la recuperación es también un hecho incuestionable lo que avalaría las palabras de la vicepresidenta en relación al cambio de ciclo. No hay prácticamente variable económica significativa que no muestre una evolución positiva sobre sus registros inmediatamente anteriores. El PIB crecerá un 1,4% en 2014, encabezando el ránking de crecimiento de los países de la Eurozona. En el último año la economía española registra 296.792  parados menos y 402.209 afiliados más a la Seguridad Social. Los indicadores de producción industrial progresan en positivo. Las ventas en el mercado nacional crecen y las exportaciones mantienen la tónica de revitalización de los últimos trimestres, apoyadas en la reducción del índice de precios a la exportación, que registra veinte caídas sucesivas y que remacha la competitividad exterior de nuestras empresas cimentada en una competitividad ganada con el gran esfuerzo nacional de la reducción de los costes laborales unitarios. España ha convertido en el transcurso de la crisis un enorme déficit de balanza de pagos en un superávit, lo que sienta las bases para un crecimiento más sostenido financiado en el ahorro interior. Adicionalmente, la depreciación del euro agrega un componente de competitividad a las ventas realizadas a países situados fuera de la Eurozona. Sin extendernos en alambicados pormenores adicionales, es necesario citar inexcusablemente dos datos relevan© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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tes más, de los que España es beneficiaria: la rentabilidad de nuestro bono a 10 años cotizando al filo del 2% y el desplome del crudo en los mercados internacionales. El primero de ellos supone un ahorro presupuestario de miles de millones en el servicio de la deuda y el segundo puede estimarse en un efecto positivo sobre nuestro PIB de hasta el 0,5% anual. No se olvide que España importa un 73% de la energía que consume, generando un déficit energético anual de 50.000 millones de euros. ¿Enfilamos el cambio de ciclo? La respuesta es sí, pero con condiciones. No puede negarse que los vientos favorables que nos empujan son frágiles y pueden, dadas las circunstancias, darse la vuelta. Crece el riesgo de una imprudente complacencia que invite a levantar el pie del pedal que debe seguir impulsando las necesarias reformas que mejoren la competitividad de la economía española. Con este tema cerraré la columna. Pero antes de hacerlo habremos de contestar a la segunda pregunta: ¿Es historia la crisis? Resulta evidente que la respuesta es negativa. La superación de la crisis se entiende como aquel momento en que vuelven a alcanzarse los niveles básicos de actividad y bienestar previos al desencadenamiento de la crisis. Y en esto hay consenso: el nivel de PIB de 2008 podrá recuperarse solamente a finales de 2017. Más pesimista aún es el marco de reinserción laboral: 2025 es el año estimado para volver a los niveles de empleo previos a la gran recesión. O sea, la crisis en modo alguno es historia, aunque el rumbo trazado para superarla sea el adecuado. Pero es obligado aludir, en una materia tan crítica y delicada, a la vulnerabilidad de la singladura, a los peligros que acechan en esta larga travesía de la recuperación. Cabe citar el estancamiento de los países centrales de Europa, nuestros principales clientes, o el peligro de un retroceso deflacionista, hoy todavía improbable y así otros muchos peligros más. Pero en la hora actual, sobre cualquier otra amenaza, los problemas provienen de unos fantasmas económicos disfrazados de fantasmas políticos. Los manuales nos advierten reiteradamente de la colosal influencia de esa variable que se llama «expectativas», aplicable tanto a consumidores como a inversionistas. De los múltiples factores que afectan a los índices económicos uno de los más sensibles es el nivel de confianza o su inversa, el nivel de la incertidumbre. El pozo de nuestra corrupción, la eventualidad de una desintegración territorial y el discurso rupturista de nuevas formaciones que irrumpen en el escenario electoral van a condicionar el transcurso de la recuperación y su posible vuelta atrás. En Grecia se enciende la primera mecha. Es la política la que va a marcar la nueva prima de riesgo y el desenlace del pro© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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ceso en curso. Créanme que nos están observando atentamente y algunos tienen la ficha en la mano. Para moverla. (13 de diciembre de 2014)

Un puzle capital La historia del pensamiento económico ha girado hasta nuestros días en torno a dos escuelas antagónicas: la clásica y la keynesiana. Desde la publicación por Adam Smith en 1776 de la obra La riqueza de las naciones, biblia del clasicismo, el credo liberal se consagró hasta la gran crisis de 1929. La impotencia de las políticas del laissez faire para sacar a Estados Unidos y a Occidente de un paro descorazonador dieron paso al revolucionario discurso de John Maynard Keynes y a sus políticas de intervención estatal basadas en la estimulación del gasto público. Tras un dilatado periodo en el olvido, a partir de los años 70, el keynesianismo cobró renovada vigencia al adoptar el G20 en sus sesiones de noviembre de 2008 y marzo de 2009 una acción concertada de gasto público en todo el planeta, para afrontar la crisis surgida en 2007. Seguidamente, el crecimiento desmesurado de las deudas soberanas y los déficits fiscales en los países que habían incurrido en masivos programas de gasto, provocó un cambio súbito de aguja ideológica. En sucesivas reuniones del G20 en Pittsburg (2009) y, en particular, en Toronto (2010), el discurso keynesiano cedió nuevamente el testigo a la ortodoxia clásica liberal y con ella a la nueva «austeridad». La intervención de Bruselas aplicando el rescate a las economías europeas en quiebra —Grecia, Irlanda, Portugal y Chipre— incluyó obligatoriamente un conjunto de condicionalidades «clásicas» que como efecto impacto han supuesto más paro y más depresión. Pero al hacer inventario del naufragio económico global viene a resultar que Estados Unidos, exponente del liberalismo mundial y principal culpable de la crisis, ha superado ya todas las secuelas de la enfermedad a base de estrictas terapias keynesianas, mientras que Europa, cuna de las democracias sociales, lucha por sobrevivir atenazada por los programas liberales de recortes, equilibrios presupuestarios y políticas de austeridad. Adicionalmente, los esquemas monetaristas de liquidez masiva y de relajación cuantitativa —que tienen origen y escuela propia— han sido bien acogidos por los seguidores de Keynes, sobre la base de que todo aquello que estimule la demanda agregada es bueno © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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en una época de movimientos raquíticos o inexistentes de la demanda privada. Pues bien, esta línea heterodoxa ha sido utilizada hasta la extenuación en Estados Unidos mientras que el Banco Central Europeo se halla aún en una fase de dubitativa implementación. Viene con ello anecdóticamente a la memoria, aplicable a escala mundial, lo que Unamuno aplicaba a los españoles de su tiempo, con incontenido asombro. En su obra Cómo se hace una novela se lee lo siguiente: «Nadie cree en lo que dice ser lo suyo: los socialistas no creen en lo social, ni en la lucha de clases, ni en la férrea ley del salario y otros simbolismos marxistas; los comunistas no creen en la comunidad y menos en la comunión, ni los conservadores en la conservación, ni los anarquistas en la anarquía.» De modo que los liberales americanos, que ya se hallan sanos y salvos, se han hartado de practicar el dogma keynesiano, esto es, intervencionismo a discreción, salvamento bancario, tipos de interés nulos, liquidez sin límite y relajación cuantitativa, mientras que la Europa de las conquistas sociales se ha casado con el equilibrio presupuestario, la contención, el recorte de la deuda y del déficit fiscal y su Banco Central cavila aún sobre cuántas vueltas será procedente darle a la manivela del dinero. Justamente, la resultante de este esperpento de contradicciones no es sino el dilema del discurso económico vigente, que sigue siendo excluyente y dual, en lugar de integrador y solidario. Permítanme un claro y sangrante ejemplo final. España discurre en la actualidad por un estrecho sendero que deja atrás la recesión aunque no las secuelas de la crisis. Acumula una deuda astronómica de un billón de euros y, aunque ha reducido su insostenible déficit fiscal en seis puntos porcentuales desde 2010, debe seguir recortando gastos o aumentando impuestos por otros cuatro puntos adicionales de PIB, hasta llegar en 2017 a un presupuesto prácticamente equilibrado. Que tenemos que hacerlo parece inevitable. Ahora bien, ¿nos quedamos con la desoladora convicción de que nos toca abordar nuevos e insufribles recortes (las subidas de impuestos también son recortes a la renta disponible) por valor de 45.000 millones de euros en los tres próximos años, o ponemos el énfasis en que, todavía, durante tres años más, seguiremos acrecentando el monto de la deuda pública, trasladando la carga de su pago a la generación de nuestros hijos y caminando en el filo de la navaja de la credibilidad internacional? Evidentemente dependerá de las gafas que nos pongamos: los de cristales keynesianos repudiarán el Pacto Fiscal europeo, mientras que las lentes liberales nos advertirán de que seguimos practicando un ejercicio de altísimo riesgo que puede devolvernos al infierno del verano de 2012. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



SELECCIÓN DE ARTÍCULOS.  2014. El inicio de la recuperación 259

Como cualquiera de los dos planteamientos es excluyente, y ambos están cargados de razón, lamento carecer de solución a este puzle capital. (8 de diciembre de 2014)

Münchau, Podemos y el debate de la deuda Bajo el título «La izquierda radical tiene razón sobre la deuda en Europa» el rotativo Financial Times, icono de la prensa económica mundial, publicaba el 23 de noviembre pasado un artículo firmado por el prestigioso columnista Wolfgang Münchau, un ideólogo de acreditada trayectoria en la izquierda ilustrada. Destaco el calificativo de ilustrado, elogioso y nada peyorativo, que se contrapone, por su enjundia y rigor de razonamiento, a aquel otro discurso ilusorio, oportunista o demagógico. Sin militar en el antieuropeísmo extremo de la formación británica UKIP, Münchau es también un euroescéptico confirmado. En su opinión, la Eurozona deriva hacia un «invierno nuclear» inducido por la resignación con la que actúan por igual los partidos de centro-izquierda y los de centro-derecha. Al ligar la izquierda radical con el debate de la encrucijada europea, Münchau se refiere exclusivamente a la deuda soberana de los países que la soportan y a los efectos que su desmesurada acumulación ejerce sobre el presente y el futuro de sus ciudadanos. De todos los partidos que militan en Europa, Podemos adoptaría el ideario más proclive para acometer, en este tema, las reformas necesarias. Hasta aquí Münchau. El piropo mediático le ha venido de perlas a Podemos. Pero aquello a lo que Münchau se refiere dista largamente de lo que hasta ahora conocemos del programa de la novísima formación política. Con la máxima probabilidad, Münchau desconocía y desconoce la posición oficial (?) del partido de Iglesias en relación al problema de la deuda. Porque el británico señala una «reestructuración ordenada y pactada», allí donde Podemos —en su presentación a las elecciones europeas— proponía una auditoría para la inmediata determinación de los importes ilegítimos y su correspondiente impago. Este monumental despropósito, ligado a la idea de la derogación del artículo 135 de la Constitución, revela un total desconocimiento de lo que son los mercados de financiación internacionales y Münchau malamente sostendría cosa semejante. La doctrina de la deuda ilegítima o «deuda odiosa» gira por otros derroteros que ya se han explicado en este mismo medio (02/06/14) y que evito repetir. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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Tampoco ha podido conocer el articulista del Financial Times el contenido del estudio de los catedráticos Navarro y Torres que acaba de ser presentado bajo el título «Un proyecto económico para la gente». Aunque el documento rebaja en general el tono de propuestas anteriores, la mayor modulación en la voz no puede ocultar las inconsistencias básicas de sus postulados. En todo caso, si se trata de un informe para provocar un debate constructivo, habrá que esperar a las conclusiones. En lo que atañe a la deuda pública la posición es ligeramente más comedida, subrayando el objetivo de alcanzar su «sostenibilidad» aunque no desiste de realizar una auditoría para depurar responsabilidades, extremo que vuelve a resucitar los confusos estribillos anteriores. El tema se aclara cuando Münchau revela que su información procede de una entrevista con Nacho Álvarez, una persona relevante del equipo económico del partido de Iglesias, que le planteó su programa con una claridad refrescante. Según Álvarez, la carga de la deuda es insostenible y debería reducirse. Esto podría incluir una cierta renegociación de los tipos de interés, periodos de carencia, reestructuración de los plazos y quitas. O sea que, en una pacífica charla de café o en un apetecible paseo por Hyde Park, ambos intelectuales han conversado sobre el problema que suscita en la Eurozona —y en España— el desmesurado monto de la deuda. Todo ello podría animar a una «cierta renegociación» sin establecer plazos ni condiciones, posiblemente en el marco de una concertación más envolvente de todas las políticas europeas. A lo mejor, aunque habría que matizar mucho y muy fino, esto último es asumible, ya que esa es la aspiración de una unión fiscal europea con la consiguiente mutualización final de todas las deudas nacionales. La Unión Bancaria es un primer pilar de ese edificio. Lo malo es que, como no hay programa escrito de Podemos —y cuando parece haberlo resulta ser solo una guía para el debate y los incendiarios vídeos colgados por su líder en YouTube son ad personam y no representan al secretario del partido—, tampoco disponemos de elementos concretos de reflexión y encuentro. De una parte, Podemos no esconde su euroescepticismo. De otra, se nos dice que hay que hacer sostenible la deuda y a renglón seguido plantea unas políticas masivas de gasto que catapultan el importe de aquella hasta niveles presuntamente insostenibles que sus sucesivos informes evitan cuantificar. ¿Cómo conciliamos posturas? Concluyendo, en el tema de la deuda, mi recomendación es la siguiente: ni con el más exquisito de los talantes y el más conciliador de los tonos debería abrirse en estos momentos el debate de una reestructuración ordenada y pactada de la deuda, no sea que sus poseedores actuales comiencen a desprenderse de ella ante la hipótesis de un cambio © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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en las condiciones, se dispare nuevamente la prima de riesgo y volvamos a situaciones como la de junio de 2012. Y no duden de que nos están observando. (1 de diciembre de 2014)

Una economía bajo mínimos Lo ha asumido como una preocupante amenaza el profesor de la London School of Economics, Luis Garicano, a su paso por San  Sebastián en un reciente acto organizado por Elkargi. Un futuro económico heredero de una frágil recuperación con niveles raquíticos de crecimiento, tipos de interés nulos o negativos y la perspectiva de una deflación involucionista, sobre todo en la Eurozona, con algún atisbo de salpicadura para la economía española. El tema no es menor, porque la profusión de criterios y veredictos en voces autorizadas, cuando es convergente, crea escuela, arrastra las expectativas de consumidores y empresarios y acaba convirtiéndose en una profecía auto realizada (self-fullfilling profecy), cuando, en verdad, los vaticinios pueden haber desfigurado la realidad, imponiendo aquellos a esta su injusto criterio. Los temores de Garicano hallan su contexto en muchos otros presagios, como el del exsecretario del Tesoro y profesor de Harvard Larry Summers, que ha acuñado ya para su estimación del futuro inmediato el término de «estancamiento secular», una penosa normalidad de mínimos. Y también en otro anuncio del Fondo Monetario Internacional. En sucesivas ocasiones a lo largo del último mes, Cristina Lagarde, su directora, ha aprovechado sus comparecencias públicas para confesar que sus previsiones económicas sobre las economías avanzadas habían pecado de exceso de optimismo. Que no se trataba solo de Italia o Francia. Ni siquiera tan solo de la Eurozona. Que algo parece haberse torcido en Occidente. Que la enfermedad no es aguda sino crónica, o sea estructural, una distinción que apareja distinto diagnóstico y terapias separadas. Que es hora —dice Lagarde— de que vayamos reconciliándonos con la idea de que el panorama inmediato es de pura mediocridad y que aquellas tasas de crecimiento del 2 o del 3% anual disfrutadas durante las tres décadas que precedieron a la crisis, son cosa de tiempos pasados que, en esta ocasión, sí fueron mejores. Pero las expresiones «nueva mediocridad» o «estancamiento secular» corresponden a la descripción del problema y nada dicen de las causas. ¿Cuáles son estas últimas? © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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La directora del FMI alude a la creciente desigualdad mundial, algo que hasta ahora podía considerarse injusto pero que comienza a reputarse también de ineficiente. No es solo que la desigualdad descohesione socialmente las sociedades, triture el principio de la igualdad de oportunidades y cierre los pasillos de acceso social a estratos superiores de renta sino que es perniciosa para el crecimiento, ya que los ricos —algo que se estudia en el primer curso de las facultades de Economía— tienen una mayor propensión al ahorro que los pobres, ahorran una fracción de su renta muy superior a la de estos últimos y constituyen un freno a la demanda. Otra teoría se teje en torno a una presunta deflación de deuda al estilo de Irving Fisher. Las masas desaforadas de deuda pública y privada acumuladas en Occidente desde 2000 son las responsables del estancamiento dominante. En un escenario de precios negativos la deuda se acrecienta en términos reales, y consumidores e inversores prefieren reducir deudas —«desapalancar»— a consumir más o arriesgar en nuevas aventuras empresariales. Familias y empresas tratan de minimizar sus riesgos financieros concentrándose en pagar sus deudas y creando de esta manera una prolongada recesión conocida como «recesión de balance». Ravi Menon, director de la Autoridad Monetaria de Singapur, ha agregado algunos argumentos más. Primero la demografía. Occidente pierde efectivos humanos y la representación de las pirámides de población ya no hace honor a su nombre, salvo que se consideren como pirámides invertidas. Una población decreciente que envejece a marchas forzadas representa un freno agobiante para el funcionamiento de la economía. Una tendencia que en los próximos 20 años solo puede empeorar. Cita Menon la incierta pauta de la productividad, algo en lo que también hizo hincapié Garicano en su disertación. A falta de una definitiva revolución digital, el futuro del crecimiento está en el alero. Los crecimientos de la España de la precrisis se debieron al aumento de la cantidad de mano de obra y a una moderada tasa de acumulación de capital. La productividad, por su parte, registró tasas negativas. O sea que hemos crecido a base de trabajar más, aunque menos eficientemente. La memoria nos seduce con el recuerdo de una conjunción de factores favorables del pasado: una demografía estable, la irrupción de China en la economía global y su poderoso efecto tractor, el boom de los internet/telecos o el apalancamiento feroz de los sistemas financieros que, aunque ahora evidencien sus excesos, contribuyeron en su momento a la espectacular época de bonanza que precedió a la crisis. Todos estos recuerdos están llamados a desaparecer. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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Una política masiva de inversiones en infraestructura, unida al muy favorable impacto de la caída de los precios del crudo puede detener transitoriamente el curso de la enfermedad. Tampoco se trata de fomentar la melancolía ni exagerar una historia de pesimismo. Pero el consenso creciente es que el crecimiento en los próximos veinte años será menor que en los veinte anteriores. (24 de noviembre de 2014)

El difícil ajuste del déficit fiscal España es —y confiemos que siga siéndolo a pesar de los crecientes interrogantes que plantean, entre otros muchos, la cuestión catalana y el programa de la formación política de moda, Podemos— un socio cualificado de la Unión Europea. Es miembro de un club que consta de 28 países de estructuras productivas heterogéneas, de desigual eficiencia, riqueza distinta, niveles de equidad diferentes, y perspectivas inmediatas muy diversas. Pero todos ellos son sujetos de unos derechos y de unas obligaciones comunes que vienen fijados por las normas refrendadas y por las decisiones que adopten las instituciones del Gobierno comunitario. Una de las piezas angulares de la construcción europea la constituye el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, modificado por el posterior Pacto Fiscal Europeo, que obliga a los países firmantes a observar una convenida disciplina fiscal. Esta disciplina requiere de los Estados miembros que implementen una política fiscal congruente con el mantenimiento del país dentro del doble límite del déficit presupuestario (3% del PIB) y de la deuda soberana emitida (60% del PIB). La razón básica de la disciplina pactada reside en el alto potencial de contagio y de efectos secundarios de las políticas fiscales en un área monetaria común. Como consecuencia de la crisis, España registró en 2009 un déficit fiscal del 11,12% del PIB, dramáticamente excepcional por las circunstancias que lo originaron y que en mayor o menor medida han afectado en sus propias carnes a todos los integrantes de la sociedad española. Las razones de este tsunami financiero hay que buscarlas en los dos pilares que conforman los Presupuestos Generales del Estado: los ingresos y los gastos públicos. Con la crisis y el incremento espectacular del paro y el colapso de la actividad económica, los ingresos fiscales se desplomaron desde el 42% del PIB a poco más del 35% entre 2008 y 2009. No vale, en consecuen© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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cia, censurar sin más matices la menor presión fiscal que acompaña hoy a la coyuntura española. Por el contrario, la necesaria activación de los esquemas de protección social catapultó el gasto público más allá de los niveles registrados en tiempos previos a la crisis. Inmersos en una dinámica de paro y desolación, los gastos totales se dispararon hasta el 48% del PIB en 2011, para situarse a finales de 2013 en el 45,3% del PIB, que contrastan con las cifras de 2008 cercanas al 38%. Los ingresos se asemejan a los del año 1996 (38,6% del PIB), y se comparan pésimamente con la recaudación alcanzada en 2007 (41,5% del PIB). La nueva senda de consolidación fiscal pactada con Bruselas deberá reducir el déficit público del 6,6% del PIB registrado en 2013 al 5,5% en 2014, alcanzando el 4,2% en 2015, el 2,8% en 2016 y el 1,1% del PIB en 2017. Ya se puede avanzar que esta optimista cadencia suscita las dudas de la Comisión Europea acerca de su cumplimiento. El marco descrito sienta las bases para, al menos, tres comentarios inmediatos. En primer lugar, las cifras presentadas permiten atribuir siquiera indicativamente el esfuerzo del ajuste entre recortes del gasto e incremento de los ingresos. De forma aproximada, entre 2009 y la fecha actual cabe vaticinar que los casi cuatro puntos de crecimiento de los ingresos fiscales se han complementado con otros dos de disminución del gasto, hasta totalizar los seis puntos de reducción total del déficit. El gobierno prevé que en 2017 los ingresos se sitúen en el 39% del PIB y el gasto público descienda al 40,1%. De todas formas, conviene no confundir el aumento de los ingresos fiscales con la elevación de impuestos. Hay que tener en cuenta obviamente el aumento de las bases producto de la recuperación económica. La segunda consideración nos lleva directamente a las negras previsiones de la Comisión Europea sobre la evolución de la deuda pública española. Los técnicos del organismo estiman que el monto de deuda soberana rebasará el 103% del PIB a finales de 2015. Salvo un impensable tirón de la demanda que propulse la producción española a tasas del 3 o el 4% anual, el déficit en curso, el crecimiento de la deuda y la negativa percepción de los mercados podrían conducir a dramáticos episodios parecidos a los de junio de 2012. Y dicho sea de paso, el historial de impagos exteriores (default) de España no es pequeño: hasta 14  veces desde 1557. Nos queda el consuelo de algunos visionarios recientemente catapultados al estrellato político, que contraponen a este peligro latente el repudio de la deuda soberana, sin más. Plumazo y tente tieso. Una última reflexión surge del hecho de que Europa —y de momento España se incluye en ella— cuenta con el 7% de la población © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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mundial pero sufraga el 50% del gasto social planetario. Y la raíz de la actual parálisis europea, incluida la de España, reside en el hecho de que los modernos Estados del bienestar están construidos sobre el supuesto de que los gobiernos disponen de una capacidad ilimitada de endeudamiento para financiarlo. En algunos casos esta soberbia falacia puede sostenerse algún tiempo a través de las devaluaciones monetarias. Pero en la Eurozona esto no es posible. Se sustituyen por las devaluaciones internas, heroicas, cruentas y a largo plazo inviables. (7 de noviembre de 2014)

El poder de los mercados El pasado 13 de octubre la Real Academia Sueca de las Ciencias concedió el premio Nobel de Economía 2014 al francés Jean Tirole, de la Universidad de Toulouse, por sus análisis acerca del poder de los mercados, la competitividad y la necesidad de una regulación eficaz por parte de los estamentos públicos. Tirole ha contribuido de igual forma al uso sistemático de la teoría de los juegos en la organización industrial pero, según subraya la Academia, su investigación ha penetrado sobremanera en los temas centrales de los oligopolios y de la información asimétrica haciéndose así acreedor del prestigioso premio. El nobel Jean Tirole pertenece a esa saga de economistas en la que se incluye su compatriota Thomas Piketty, para los que, una vez subsanadas las vulnerabilidades y desviaciones del mercado, falseado por el ejercicio irregular de las distintas posiciones dominantes de los lobbies y grupos de interés, el restablecimiento del libre mercado cobra nuevo brío y valor operacional. Como Piketty, el látigo intelectual de moda en la denuncia de las desigualdades extremas e injustas, Tirole invoca la intervención pública, pero nunca desde el revanchismo o la nostalgia de pretéritas y fracasadas economías de plan central, que abogarían por la abolición del capitalismo. Muy al contrario. Se trata de depurar el modo de funcionamiento de los mercados para que sean eficientes al mismo tiempo que rindan tributo al principio de la igualdad de oportunidades y en último término a la justicia. La eficiencia de los mercados en la asignación de recursos no es discutible y así, sin reserva mental, en sus recientes intervenciones públicas Tirole no ha dudado, por ejemplo, en recomendar profundas reformas laborales en el mercado francés o la contención de su crónico déficit público, excesivo incluso en épocas de bonanza, debido en parte a la falta de determinación de los políticos galos para acometer las imprescindibles reformas estruc© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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turales. Francia genera, en su opinión, «cargas insostenibles para el Estado y también para los empresarios». «Resulta —agrega— muy difícil ganar competitividad en estas circunstancias.» Pero Tirole es, sobre todo, el inquisidor inmisericorde de los abusos monopolistas. Cuando rememora con espanto, por ejemplo, la oleada de privatizaciones de Margaret Tatcher en la década de los 80, donde la desaparición —por venta— de los monopolios estatales dio lugar, para pasmo general, a la constitución de otros tantos monopolios privados. Entonces y ahora, la información de los grandes monopolios era y es superior a la información que poseen los poderes públicos encargados de regularlos. Y con la información deficitaria llega el abuso del poder y la ruptura de las reglas de la competencia. Según Tirole, las grandes corporaciones socavan el funcionamiento de la economía de mercado influyendo en los precios y en las cantidades de los productos vendidos. Consiguientemente, ello afecta al bienes­tar de los individuos y a la sociedad en su conjunto. Las ineficiencias surgen como resultado del abandono de un Estado ideal de los mercados descrito como «competencia perfecta». Los manuales universitarios nos recuerdan que en un mundo de competencia perfecta el mercado se caracteriza por la existencia de numerosos compradores y vendedores perfectamente informados, que entran y salen del mismo sin obstáculos ni barreras en igualdad de oportunidades y en el que ambos —compradores y vendedores— carecen de control sobre el precio de los productos, que constituye para ellos un dato fijo. Según los proponentes de este modelo ideal, cualquier situación que se desvíe de sus postulados se considera como «sub-óptima» para el bienestar de los consumidores, lo que hace recomendable la intervención de las instancias públicas. Cuan ajustada sea esta propuesta a la realidad del día a día parece conceder pocas probabilidades a la duda. En ello coincide con otro liberal convertido paulatinamente a la exigencia de la tutela pública para la preservación del mercado y de los valores colectivos, Martin Wolf, director asociado y economista-jefe del Financial Times. Wolf, aunque crea en la superioridad funcional de la economía de mercado, «lo que hemos aprendido —y aún tenemos que aprender— de la crisis», título literal de su último y reciente libro, desmonta las posiciones intransigentes de los fundamentalistas del mercado. Según Wolf, y en relación a la Banca, la gran crisis nacida con la quiebra de Lehman Brothers ha mostrado a las claras que una liberalización a ultranza de los mercados financieros, la globalización de las finanzas, las innovaciones que animaron a la creación de productos financieros cada vez más complejos, el aumento del apalancamiento y los incentivos que empu© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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jaron a la adopción de riesgos irresponsables, todo ello con la injustificable ausencia de los guardianes del interés público, de las instancias supervisoras y reguladoras, están en la causa de los estragos producidos por la presente crisis. El bochornoso espectáculo destapado en fechas recientes, relativo a la actuación temeraria y presuntamente delictiva en materia crediticia por parte de los equipos directivos de entidades financieras hoy ya intervenidas, se acumula a las espuertas de millones de euros provistas anteriormente por el contribuyente para su rescate y reflotamiento. También aquí nos hallamos ante un tambaleante y nauseabundo oligopolio donde la política y los dadores de prebendas han impuesto sus conductas, mutilando el mercado y hurtando la información de los supervisores. Por ello, hay que respaldar a Jean Tirole, al defender que el auténtico poder de los mercados reside en su valor y efectividad social en favor de las mayorías. Y los reguladores y supervisores están ahí para garantizarlo. (3 de noviembre de 2014)

La nueva mediocridad Ace Greenberg, el legendario broker neoyorquino y posterior presidente de Bear Sterns, manifestó con ocasión del «lunes negro» de octubre de 1987, que «los precios de las acciones tienen la costumbre de fluctuar» y que es saludable plantarle cara al pánico. El caso es que ha vuelto la alarma a los mercados. El fuerte varapalo aplicado la semana pasada a los principales parqués del mundo —sobre todo en el Viejo Continente— ha desatado una ola de pesimismo en los inversores en Bolsa y, de rechazo, en la ciudadanía en general. Bloomberg estima en 1,2 billones de euros la pérdida global entre el miércoles 15 y el jueves 16. En esas dos sesiones el IBEX acumuló una caída del 5,2%, perdiendo lo acumulado en el año, aunque el rebote del viernes —la mayor subida del año— situara el índice cerca de los 10.000. Además, el jueves la prima de riesgo llegó a los 160 puntos básicos, aunque no es el tema de hoy. La volatilidad bursátil durante meses con encefalograma plano ha despertado del coma. Tampoco es el tema de hoy. Las cifras cantan y las caídas son tan significativas que exhiben su propia elocuencia sin necesidad de mayores glosas. Está bien eso de que quien no realiza un activo en un mercado bajista no consolida su pér© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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dida y por tanto no merma su patrimonio de forma irreversible y definitiva. Pero el «valor razonable» de una acción cotizada en Bolsa es su precio de mercado y en consecuencia su titular tiene buenas razones para sentirse defraudado, o sea, más pobre. El castigo experimentado no tiene por qué ser preludio de una crisis más profunda, pero abre el debate sobre su posibilidad. ¿En que medida los recortes sostenidos de los mercados de renta variable vaticinan mayores problemas en torno a la economía real? En particular, ¿pueden las Bolsas de valores ser predictores acertados de próximas calamidades de lo que llamamos los «fundamentales» de la economía, y mostrarán una incidencia adversa sobre el ciclo, esto es, sobre el PIB y el nivel de empleo en los que se desenvuelven? Habrá que comenzar señalando que caídas sostenidas de las cotizaciones bursátiles atañen a un alto porcentaje del ahorro del ciudadano de a pie, y no solamente del inversor especializado. Raro será el ahorrador que no tenga materializado su ahorro, indirectamente, en un depósito referenciado a un subyacente bursátil, o que no haya decidido adquirir participaciones de un fondo de inversión con mayor o menor porcentaje de renta variable o haya abierto un plan de pensiones que necesariamente tendrá algún porcentaje situado en los mercados de acciones. El recorte implícito o latente que sufrirá el patrimonio del titular de esas formas de ahorro tiene una incidencia directa sobre una variable crítica que afecta al PIB del país: el consumo. Milton Friedman nos enseñó en su momento de que si bien el consumo privado depende de la renta disponible, tiene igualmente una relación directa con la riqueza de los individuos. La mayor o menor cobertura patrimonial de una familia es responsable de la mayor o menor confianza, y determina el gasto en consumo. Y el consumo es el principal agregado de la Renta Nacional, aproximadamente un 60% de la misma. Los recortes sostenidos en Bolsa influyen en consecuencia en una disminución del consumo privado. Pero tan importante o más que el efecto inmediato puntual de una rebaja patrimonial es la incidencia que pueda tener tanto en consumidores como en inversionistas y emprendedores las expectativas derivadas de una caída en las Bolsas. En circunstancias normales las expectativas bursátiles se basan en el cash flow actualizado de la inversión que cada uno realice en un determinado título. Nos hacemos propietarios de la parte alícuota de una empresa cotizada porque creemos que nos puede pasar dividendos y plusvalías, efectos ambos derivados de su inclusión a un sector de futuro, a una gestión profesionalizada y a un entorno macro propicio. Pero para ello hay que disponer de una buena información. Las © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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expectativas serán más realistas y fundadas cuanto mayor sea la información que dispongamos de los ingredientes antes citados. Y si carecemos razonablemente de dicha capacitación delegamos en quien nos la gestione, esto es, en un fondo de inversión, en un fondo de pensiones o en un gestor especializado. Estas instituciones de inversión colectiva o los gestores profesionales se supone que tienen una información «eficiente» y que no se les escapa ninguna variable significativa en sus permanentes decisiones de invertir o desinvertir por cuenta y en favor de los clientes que les han confiado sus ahorros. De acuerdo con la hipótesis de los mercados eficientes, avanzada por el nobel americano Eugenio Fama, los mercados bursátiles serían «informativamente eficientes», lo que significa que los precios de las acciones cruzadas reflejan toda la información conocida y que, consecuentemente, no puede mejorarse la posición de dicho mercado si no es por un factor aleatorio o de mera suerte. Lo anterior nos lleva a una conclusión de gran calado. Si el mercado bursátil se define como un «mercado eficiente», este se constituiría en un elemento predictor o «indicador» de futuro. Sus alzas o recortes anticiparán subidas o bajadas de la producción industrial y del PIB real. ¿Qué grado de aceptación, o en su caso de controversia, acompaña a este enunciado? Resumiremos al lector un largo y encontrado debate: a medida que se abandona el corto plazo, el valor predictivo decae. Los modelos aplicados a series estadísticas de los últimos 30 años revelan datos poco concluyentes. Algunos ejemplos de divergencia son muy notables: el S&P americano tardó 25 años (hasta 1954) en recuperar el nivel anterior al crash de octubre de 1929, pero solo 10 en alcanzar el valor del PIB de dicha fecha. A su vez cabe revertir el argumento, con lo que se conoce como la Causalidad de Wiener-Granger: ¿no será al revés? ¿Que la recuperación del PIB promueva el despegue de los índices bursátiles de una forma interactiva? ¿No es eso lo que ha sucedido con el Dax alemán y el S&P americano en la última fase de la presente crisis, que han recuperado niveles precrisis de PIB, ocupación, e índices bursátiles de forma simultánea? Lo cual nos obliga a devolver al resto de indicadores tradicionales la capacidad de predicción relativa de la economía. Los llamados «indicadores adelantados» muestran sentimientos de los colectivos que configuran la demanda global muchas veces cifrados en encuestas y proyecciones estadísticas. A ellos se agregan los «indicadores retrasados» que computan y extraen conclusiones de los cambios efectivamente registrados en una economía. Y ¿qué hay de lo nuestro? Pues que nada indica que España pueda caer en las redes de una tercera recesión. Ninguno de los indicadores © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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adelantados lo refleja. Nos movemos con luz propia. Pero lo que observamos en nuestros socios comerciales europeos, a donde se dirige el 60% de nuestras exportaciones nos hace ser muy precavidos. Y nuestro selectivo bursátil nos está susurrando insistentemente al oído con un índice de 9.948,70 que nos debe mucho dinero pero que no puede pagarnos. Y que falta aún mucho para acariciar aquellos 16.000 que un día ya lejano se alcanzaron y que, aunque crecemos, nuestro ritmo es cansino, solo recuperaremos nuestros niveles de PIB precrisis en 2017 y los de empleo tal vez en 2026. O sea, un horizonte positivo pero mediocre y dependiente, porque la economía española no es inmune a los riesgos de la recesión exterior y otros shocks económicos. (16 de octubre de 2014)

¿Ya somos más ricos? La pregunta surge en relación a lo que se ha visto y oído en las últimas semanas en los distintos medios de comunicación acerca del Nuevo Sistema Europeo de Cuentas Nacionales y Regionales (SEC). El SEC constituye un marco contable homogéneo a escala internacional, cuyo fin es realizar una descripción sistemática y detallada del total de una economía (una región, un país o un grupo de países), sus componentes y sus relaciones con otras economías. La parte del león en el tratamiento mediático del tema se la ha llevado sin duda la más difusa y más difícil de determinar, esto es, la incorporación al PIB de determinadas actividades ilícitas como la prostitución, el juego y el tráfico de drogas. Paradójicamente, en ningún lugar alude la nueva normativa a la obligatoriedad de contabilizar las referidas rúbricas, que habiendo sido libremente incorporadas tiempo atrás por algunos países de la Unión Europea (UE), se aplicarán ahora con retraso y sin gran convencimiento en España. ¿Qué alcance económico tiene la noticia? El Diario Oficial de la Unión Europea de 26-6-2013 recoge el Reglamento relativo al Sistema Europeo de Cuentas Nacionales y Regionales (SEC 2010), que ha entrado en vigor en España, como en el resto de países europeos, el día 1 del pasado mes de septiembre. Comencemos destacando que los datos recogidos en el marco del SEC tienen una importancia capital para la UE a la hora de formular y supervisar su política social y económica. En efecto, los datos de cada país permiten la elaboración de la política macroeconómica y monetaria de la zona del euro, y la definición © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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de los parámetros de convergencia utilizados en el marco de la Unión Económica y Monetaria. Sirven para la fijación de los criterios de déficit público y de endeudamiento soberano, aplicados en el marco del procedimiento de déficit excesivo. Son la base de la concesión de ayudas financieras a las regiones de la UE, y también para establecer los derechos de voto en las instituciones comunitarias. A su vez, el cálculo de los recursos propios del presupuesto de la UE depende de los datos de las cuentas nacionales que fijarán las contribuciones de los Estados miembros a dicho presupuesto comunitario en función de la magnitud de su PIB, así como la participación en el capital del BCE o en el Fondo de Rescate Europeo. Deducirá el lector de todo lo anterior, que con independencia del factor «honorabilidad» que mueve a los gobiernos a publicar datos optimistas de sus cuentas nacionales, el interés de estos por inflarlas artificialmente es dudoso ya que beneficios e inconvenientes se turnan de forma contradictoria y no siempre previsible. A mayores registros del PIB, el país en cuestión —como será el caso de España— tendrá que contribuir con una cantidad adicional al presupuesto comunitario, si bien el déficit público o el ratio de deuda soberana total, como porcentajes del PIB, disminuyen, lo que contribuirá a aliviar de forma simbólica la viabilidad de los presupuestos de 2014. Aunque los cambios metodológicos son numerosos, en relación al cálculo del PIB, destacan entre otros la capitalización de la Investigación y Desarrollo (I+D) y de los sistemas armamentísticos militares. En particular la I+D ha sido reconocida desde hace tiempo por la profesión económica y estadística como portadora de las características de un activo fijo: derechos de propiedad definidos, usos recurrentes y duraderos de contribución directa a los procesos de producción. En la moderna economía, cada vez más digitalizada, la I+D es una inversión de futuro de mayor importancia que los edificios u otros activos fijos. Hasta ahora se computaba como consumo intermedio sin considerarse su aportación al PIB. SEC 2010 «capitaliza» la I+D reconociéndola como un activo, y la adquisición, disposición y depreciación de la I+D se tratará de la misma manera que la de cualquier otro activo fijo. Algo similar ocurre con los activos en el ámbito militar. Su definición como «formación bruta de capital» se extiende a las armas y sistemas de apoyo usados de forma continua durante más de un año en la producción de servicios de defensa. Finalmente los flujos provenientes de actividades ilegales tienen una consideración atípica. A requerimiento del Tribunal de Cuentas Europeo, los Estados miembros que no lo hubieran hecho en el pasado © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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debían incorporar una estimación de tales flujos antes de finalizar el mes de septiembre de 2014. Como consecuencia de ello, el Instituto Nacional de Estadística (INE) ha realizado estimaciones de las actividades ilegales más significativas en España: prostitución, tráfico de drogas, contrabando de tabaco y juego ilegal siguiendo metodologías y procedimientos de E­urostat, la agencia estadística europea. Las dudosas valoraciones de estas actividades no se van a difundir de forma separada sino que se van a incluir en los correspondientes agregados de producción, gasto en consumo final de los hogares, importaciones, etc. No obstante, con carácter excepcional y solo a efectos informativos, el INE ha presentado el detalle de este segmento de la economía sumergida en el año 2010. En total, las conductas ilegales incluidas suponen alrededor de 9.000 millones de euros, un 0,85% del PIB. La prostitución representa un 0,35% y el tráfico de drogas, un 0,50%. Algún país, como Francia, se ha negado a contabilizar la prostitución y ha cuestionado la inclusión del narcotráfico. Para el Instituto Francés de Estadística, la negativa se fundamenta en que la prostitución de calle es una actividad ejercida muy mayoritariamente por  personas extranjeras en situación irregular y bajo coacción, algo que contraviene las bases de cómputo de las reglas europeas. Resulta, en consecuencia, una contabilización incierta y discutible. Debido a los cambios introducidos, el PIB español del año 2013 aumenta en 26.000 millones, un 2,5% superior al estimado anteriormente (1,049 billones de euros en lugar de 1,023). ¿Quiere esto decir que, súbitamente, España es más rica y que a cada uno de los españoles nos toca un trocito más grande de la tarta? En absoluto, ya que todo deriva, como habrá podido ser entendido, de una mera ficción contable. En resumen, mucho ruido, pocas nueces, y alguna inquietud para los investigadores de los servicios de estudios económicos, porque este tipo de cambios suele llevar frecuentemente aparejada la ruptura y la confusión de las series históricas. Claro que el progreso, también el estadístico, es imparable. (10 de octubre de 2014)

¿Es hora de eliminar el papel moneda? El dinero, ese codiciado fetiche que asigna al azar los atajos de la gloria y las trampas de la ruina, ha revestido distintas formas desde que en los albores de la civilización fue adoptado para superar el rudimentario sistema de trueque. Las primeras monedas que se conocen, se acu© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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ñaron en la actual Turquía, en el siglo vii a.C., y eran de aleación de oro y plata. Posteriormente, se pasó al cobre que eliminó de la circulación a los metales preciosos siguiendo la Ley de Gresham, en virtud de la cual la moneda mala siempre desplaza a la moneda buena, que la gente guarda en sus casas. Hay que ir hasta 1690 para encontrar la primera emisión de papel moneda gubernamental. Para pagar los salarios del ejército, el Gobierno colonial de Massachusetts emitió en diciembre de dicho año 7.000 libras en pagarés, redimibles en plata y oro con la tajante promesa de tratarse de una emisión única e irrepetible. Contra lo prometido, el dinero fiduciario —billetes y monedas— se multiplicaría exponencialmente. La irrupción de la Banca privada con la apertura de cuentas y depósitos llevó a la creación del dinero contable o escritural, sustentado en distintos medios de pago hasta el escenario actual, con la proliferación de las tarjetas de débito y crédito y otros instrumentos de naturaleza digital. La caja supone un 3% de los depósitos en los países de la Eurozo­na. Al 10% se eleva en Estados Unidos. En este último caso, comprensiblemente, porque millones de individuos de todo el planeta atesoran dólares en billetes en sus hogares como activo precaucional. En el argot económico, a los billetes y monedas emitidos en régimen de monopolio legal por el Estado, ya estén en manos del público o mantenidas en forma de reservas bancarias, se les incluye en la llamada «Base monetaria». En la Eurozona, el volumen de estas reservas lo fija el Banco Central Europeo (BCE), mediante la regulación del llamado coeficiente de caja que en la actualidad se cifra en el 1% de los depósitos bancarios. De modo que la vida del papel moneda languidece frente a otras formas de dinero. Pero no es suficiente. Algunos economistas reputados proponen acabar con el concepto de efectivo, esto es, los billetes y monedas del sistema. Autores como Kenneth Rogoff, Miles Kimball o Willem Buiter han debatido pormenorizadamente sobre el tema. La argumentación es doble. Aboliendo el dinero físico, la introducción de tipos negativos por parte de los bancos centrales sería sumamente efectiva. En segundo lugar, la eliminación de los billetes —en particular los de denominación más alta— reduciría la criminalidad internacional, aumentaría la recaudación fiscal y contribuiría a la erradicación de los paraísos fiscales. Existe, adelantemos, la penosa sospecha de que más del 50% del efectivo atesorado proviene de transacciones no confesables u opacas. Un importe espectacular equivalente al 7% del PIB de Estados Unidos, el 10% del de la Eurozona y el 18% del de Japón, respectivamente. Analicemos ambos argumentos. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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Comenzando por el primero, los Bancos Centrales, y en particular el Banco Central Europeo (BCE), han ido reduciendo en los últimos años la liquidez cautiva de las entidades bancarias de la Eurozo­na. No solo han reducido su coeficiente de caja sino que ha apelado a tipos de interés negativos, hasta el –0,2% de los depósitos bancarios aparcados en el BCE, a partir del 4 de septiembre pasado. El objetivo perseguido con estas acciones es fomentar el crédito bancario en la Eurozo­na, impulsando la actividad económica, la demanda interna y tal vez la subida del nivel de precios. Pero tanto bancos como particulares, aunque no resulte óptimo ni eficiente, pueden atesorar billetes en un escenario de tipos nominales negativos. Eliminado el efectivo la medida cobra una eficacia redoblada, ya que no existe otra alternativa para el sistema financiero que el crédito o la inversión. Lo mismo se aplicaría a los particulares. En una sociedad sin billetes de banco, los gobiernos empujarían a los ciudadanos al gasto. La alternativa al gasto sería una penalización en forma de intereses negativos en sus cuentas bancarias. Un impuesto sobre el ahorro y una subvención al endeudamiento —los bonos soberanos cotizarían en el entorno de cero— con profundos efectos redistributivos. Los gobiernos no incurrirían en déficits presupuestarios derivados del servicio de la deuda. Con tipos negativos, el dinero se convertiría en una especie de «patata caliente». Una vez obtenido, los titulares tratarían de gastarlo lo antes posible para minimizar la perdida de su capacidad de compra al colocarlo en un banco. Vayamos con el segundo argumento. Muerto el perro se acabó la rabia. Sin efectivo en manos del público se acabó la privacidad. Nada de comprar cocaína ni convenir los servicios de una prostituta. No en el anonimato, al menos, porque toda transacción llevaría la huella de un asiento bancario. Pero naturalmente, y sobre todo, no a comisiones y sobornos, no al tráfico de armas, a los carteles de la droga, la trata de blancas, y en definitiva a la economía sumergida. El afloramiento de inmensas bases imponibles y el incremento de la recaudación fiscal serían solamente consecuencias económicas de una radical rehabilitación ética del sistema económico y la reducción de la criminalidad organizada. Los paraísos fiscales colgarían el letrero de «cerrado por defunción». Francamente, la retirada del dinero en efectivo y su sustitución por dinero electrónico parece una medida viable y profundamente beneficiosa. Pero para los que no quieran correr, podría empezarse por eliminar las denominaciones altas. Existen en el mercado billetes de 500 euros por valor de 295.000 millones, aunque la mayoría de los europeos nunca han visto uno. Si la utilidad social es nula y el riesgo mo© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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ral elevadísimo, ¿qué impide eliminarlos de la circulación? Y ya de paso, también los de 200 y los de 100. (2 de octubre de 2014)

El fantasma del paro estructural Con 6,2 millones de desempleados y una tasa del 26% en el momento álgido de la crisis, la recuperación del empleo se erige en la principal incógnita de la economía española. Las líneas que siguen tratan de escrutar el previsible signo de esta variable crítica indagando cuál puede ser la «tasa natural» de paro con la que deberemos convivir en los próximos meses o incluso años. Cautelas aparte, precisamos examinar si el paro registrado en España obedece a un componente pasajero y reversible o, alternativamente, tiene una naturaleza duradera y endémica. Como es sabido, el desempleo cíclico o coyuntural es función del mero crecimiento o decrecimiento de la economía. Mientras que en fases de recesión este tipo de desempleo aumenta, automáticamente, durante las fases de expansión el desempleo cíclico se recupera. Muy al contrario, el desempleo estructural viene producido por profundos desajustes entre la oferta y la demanda de trabajo que se prolongan en el tiempo con independencia de la recuperación del PIB. Y es que, tras los estragos provocados por crisis dilatadas y profundas, con frecuencia las habilidades de los trabajadores no coinciden ya con las necesidades de los empleadores en la nueva fase del ciclo productivo. Vayamos con los pronósticos. Según la Comisión Europea, las tasas «naturales» para España se han movido entre el 11,0% de 2006 y el entorno del 25% de 2014. De estas estimaciones se desprende que un significativo porcentaje del desempleo observado en la actualidad sería de carácter estructural y no de carácter cíclico. Por su parte, la OCDE, en sus publicaciones de desempleo estructural correspondientes a la economía española entre 2007 y 2014, estima porcentajes que van del 12,6% para el año base hasta el 21% para 2014. Sustancialmente más optimista, el FMI sitúa el paro estructural en nuestro país en el entorno del 16%, porcentaje que comparte un reciente estudio de JP Morgan Chase Bank. Economistas del Banco de España lo han ubicado en valores superiores al 14% en 2015. Con distinto enfoque, pero con conclusiones muy poco halagüeñas, se expresa BBVA Interactivos al situar la recuperación del empleo precrisis en 2025, bajo el doble supuesto —aparentemente heroico— de una tasa de creci© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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miento del 2,5% del PIB y de productividad por empleado del 0,65% de media en el periodo. Y es que una sencilla extrapolación de las leves mejorías experimentadas en los últimos meses en la creación de empleo nos conduce a conclusiones no precisamente alentadoras. La destrucción de puestos de trabajo en esta crisis se ha cuantificado en 3,5 millones equivalentes a jornada completa desde el récord de 17 millones de empleos. Al ritmo de recuperación registrado en los últimos meses, la recuperación hasta los niveles precrisis se situaría en el año 2041. Bajo el imperativo de este escenario, la activación de esquemas de protección social a la población resulta inexcusable. Pero atenuación no es sinónimo de solución. La medicina paliativa irrumpe solo para reducir o disimular los efectos de males más profundos, a veces crónicos e irreparables. Descartadas las políticas presupuestarias expansivas que comprometerían el ya insoportable nivel de la deuda soberana española, se entiende que los males estructurales deben ser abordados con remedios estructurales que lamentablemente solo darán dividendos en el largo plazo. Comenzando, sin duda, por el ámbito de la educación y el conocimiento y la potenciación decidida del capital humano, multiplicando con ambición las políticas activas de empleo. Abordando reformas estructurales en los diferentes mercados de factores de producción. Prosiguiendo en los del trabajo (tipos de contrato, organización y alcance de la negociación colectiva, cuotas sociales a cargo del empresario) y también en los de capital, en particular en el sistema crediticio. Estilizando los mercados de bienes para que se revitalice la dinámica empresarial, esto es, la entrada, crecimiento y salida de las empresas en el mercado, imprescindible para una asignación eficiente de los recursos productivos que permitan reducir tanto el poder de monopolio de las empresas como el de los sindicatos que aspiran a seguir fijando el salario al margen de las circunstancias particulares de cada empresa o sector. Incluyendo la liberalización de los servicios, la economía digital, el acceso a la constitución de nuevas empresas o la eficiencia de la justicia. Porque, seamos realistas: ¿dónde está el nuevo modelo productivo al que aspiraba la economía española tras la quiebra del anterior, basado en el ladrillo y en sectores de nulo o bajísimo valor añadido? No será por falta de voces altas y claras. (29 de septiembre de 2014)

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La era de los tipos de interés negativos He tenido noticia hace unos pocos días por boca de un empleado de una entidad bancaria local que por un depósito a un año de 50.000  euros ofrecen un interés preferencial del 0,20%. Para un depósito a la vista, el tipo aplicado es cero y además lleva aparejado comisiones de mantenimiento con periodicidad trimestral. Ya se sabe que cuando uno decide realizar una inversión, tiene que analizar tres aspectos de la misma: rentabilidad, liquidez y riesgo de impago. La realidad es que corren malos tiempos para los ahorradores tradicionales, que no buscan sofisticados mecanismos de inversión para gestionar su liquidez precaucional y se caracterizan por su aversión al riesgo. Y aún puede ser algo transitorio que las entidades españolas sigan remunerando, aunque sea raquíticamente, los depósitos bancarios. La pista la da el hecho de que, desde fecha reciente, el BCE ofrece crédito al sistema bancario al 0,05% y, lo que es más novedoso, cobra un porcentaje del 0,20% a aquellos banqueros con excedente de liquidez que quieran aparcarla en las cuentas del Instituto Central con sede en Frankfurt. La política monetaria no convencional y las barras libres de liquidez han contribuido además a monetizar los tramos cortos de la deuda pública asimilándolos a la rentabilidad del dinero a la vista. El pasado 21 de agosto el interés de las letras a tres meses llegó a situarse en España en negativo por primera vez en la historia, al intercambiarse al –0,020%. Europa cuenta con diversos antecedentes a la reciente actuación del BCE. Entre 2009 y 2012, los Bancos Centrales de Suecia y Dinamarca han practicado la técnica del interés nominal negativo en los depósitos a plazo tomados al sistema financiero. Y remontándonos tiempo atrás, hacia los años 80 del siglo pasado, a los depositantes de francos suizos en entidades de crédito helvéticas se les cargaba un tipo de interés negativo. No obstante, la razón en estos casos hay que buscarla más en repeler los flujos entrantes de capital —políticas de control de cambios— que en programas de estímulo monetario. En Estados Unidos los depósitos de particulares con garantía del FDIC (agencia pública) también devengan interés nominal negativo. O sea que no solo discurrimos desde hace meses en una plataforma de tipos prácticamente nulos (zero lower bound) sino que hemos entrado en la era de los tipos de interés nominales negativos. La existencia de tipos nominales negativos en las letras y bonos gubernamentales obedece a la búsqueda de refugios para la inversión, lo que se ha llamado la «huida a la calidad». Los inversores pagan dinero a los gobiernos de Alemania, Holanda o Suiza a cambio de tener sus fondos a buen recaudo bajo lo que se reputa una sólida garantía estatal. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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De hecho, la idea de los tipos de interés negativos, o sea, de «gravar el dinero» se retrotrae al siglo xix, a Silvio Gesell, el alemán fundador del Freiwirtschaft («Comercio libre»). La Academia se halla dividida frente a las proclamas de Gesell. Irving Fisher apoyó sus tesis y Keynes le tuvo por «un extraño profeta, injustamente rechazado». Para otros muchos (Illgmann y Menner) fue el «típico cascarrabias monetario». La idea fue recogida años después, en 2009, por Gregory Mankiw. La sabiduría convencional sostiene que los tipos nominales nunca pueden ser inferiores a cero, porque, alternativamente, el inversor atesoraría el dinero en efectivo. Pero no es tan sencillo como parece. El atesoramiento comporta riesgos de robo o de destrucción, resulta costoso en grandes sumas, es complejo e ineficiente para el pago de transacciones sobre todo a gran distancia y suscita el recelo de los gobiernos. El atesoramiento es una reliquia a desaparecer en una economía digital. Lo que se dice de los inversores es igualmente aplicable a los bancos que no podrían atesorar su encaje de billetes hasta el infinito, viéndose así abocados a prestar a otras entidades o al Banco Central pagando un tipo nominal negativo. El gran efecto que se esconde detrás de los tipos nulos o negativos es la de una solapada y polémica redistribución de las rentas. Cuando el BCE decreta aquellos, desalienta el ahorro privado y favorece el endeudamiento que debe conducir en el medio plazo —bajo una óptica de demanda keynesiana— al estímulo y recuperación de la economía y con ello a un retorno gradual a mayores tipos de interés nominales. La medida supone, por lo tanto, un impuesto a la Banca, a los ahorradores y a los acreedores en general, siendo los deudores los más beneficiados. En particular, ese deudor sin fondo que es el Estado emisor de deuda soberana se lleva la mejor parte. Un riesgo inherente a la política de retornos negativos es que los inversores adquieran activos menos solventes, de mayor rentabilidad, conduciendo a nuevas burbujas. O que los bancos incrementen despro­por­cio­na­da­men­te su exposición a los títulos gubernamentales, conduciendo a los tipos a largo plazo —como es el caso actual— a costes de financiación artificialmente bajos. En España, el peligro de un nuevo shock —el llamado «bucle infernal»— entre deuda pública y sistema bancario, aparentemente superado, podría volver a resurgir. Recientemente, el que fuera secretario del Tesoro americano con Bill Clinton y hoy catedrático en Harvard, Lawrence Summers, ha sugerido una nueva hipótesis. Que el tipo de interés del equilibrio del mercado de dinero congruente con el pleno empleo esté situado en tasas © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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negativas porque tenemos delante de nosotros un dilatado escenario de estancamiento secular (secular stagnation). Ojalá no sea así. (22 de septiembre de 2014)

El helicóptero del señor Draghi El jueves 4 de septiembre, el Consejo de Gobernadores del BCE situó los tipos oficiales del Eurosistema en mínimos históricos. Paralelamente anticipó, de forma aún difusa, la adopción de medidas no convencionales mediante la compra a partir del mes de octubre de determinados activos paquetizados (titulizaciones) de las entidades financieras. Una intervención «light» sin compra de instrumentos públicos. Los medios de comunicación han saludado con un inusitado entusiasmo el conjunto de las nuevas medidas jaleando una vez más el atrevimiento y la contundencia del banquero Draghi. La pregunta del millón es una vez más si, con ser convenientes o aún necesarias, las decisiones adoptadas resultarán suficientes para estimular la famélica senda del crecimiento europeo, ahuyentando al mismo tiempo al fantasma de la deflación que ronda ya durante demasiados meses en los aledaños del Viejo Continente. Pudiera resultar que mientras los mercados digieren los hitos anunciados y los núcleos de disidencia europea elaboran su batería de objeciones, la euforia inicial dé paso a un tono más moderado. El banquero italiano, prudente donde los haya, ha abierto un plazo para la definición y ajuste fino de la estrategia de compra de activos, consciente de que esta vez, las decisiones del instituto con base en Frankfurt no se han alcanzado por unanimidad. El paquete de propuestas anunciado por Draghi se resume en una relajación de la política monetaria, con el objetivo de inundar de liquidez el mercado —para fomentar la actividad crediticia, estimular la inversión, enderezar la deriva inflacionista, reducir los tipos de largo plazo y superar el estancamiento promoviendo la actividad económica y el empleo—. A este programa masivo de creación de dinero por parte del BCE para luego esparcirlo entre el tejido financiero al modo que los helicópteros lanzan alimentos y otros útiles de socorro sobre zonas afectadas por catástrofes, se ha dado en llamar «dinero helicóptero» (Helicopter money), concepto atribuido originariamente a Milton F­riedman. Si lo que abunda no daña, el nuevo tsunami de liquidez parecería oportuno para el apoyo y sostenimiento a una actividad crediticia es© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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clerótica. Pero vaya por delante una objeción evidente: la concesión del crédito va unida no solo a la existencia de liquidez sino a la presencia de una demanda solvente y a una política «posible» de capitalización de las entidades de crédito (Basilea III y nueva normativa europea). De no existir lo segundo, de poco o de nada servirá lo primero. Señalando lo favorable, para comenzar, la caída de tipos de corto y de largo plazo desalienta las posiciones en euros, lo que conduce a una desviación de los inversores hacia otras monedas que ofrecen mayor rentabilidad. En particular, el euro acumula una senda bajista respecto del dólar estadounidense —ocho semanas seguidas sin interrupción—, lo que favorece la exportación de bienes y servicios de la Eurozona. Noticia positiva si no fuese por la precariedad de estos movimientos de los tipos de cambio y por la contrapartida del coste simétrico añadido al que se someten todas las partidas de importación de bienes y servicios de la zona. La caída de tipos beneficia a deudores crediticios, así como a los propietarios actuales de renta fija y de renta variable perjudicando de forma simétrica a los acreedores, entre ellos los depositantes bancarios que verán mermada la rentabilidad de sus ahorros. Las medidas parecen congruentes con la nivelación de la llamada «fragmentación financiera» igualando a la baja tipos de activo para riesgos equivalentes en los distintos países del área euro. De inmediato ahorrará costes financieros a los Estados emisores de deuda soberana. El bono español a 10 años ya cotiza al 2% (2,043) por primera vez en la historia. Es discutible su incidencia sobre las cuentas de resultados de las entidades financieras: verán reducida su capacidad de arbitraje con títulos de deuda pública (carry trade) y su margen financiero sufrirá nuevos estrechamientos. Los bancos navegan mucho más cómodos en escenarios de tipos de interés altos. Pero el núcleo del análisis se halla en la operatividad y eficacia de las políticas monetaristas —tipos de interés y liquidez— en relación a las políticas fiscales y de demanda. Los monetaristas sostienen que los precios y la producción son, en términos generales, proporcionales a la cantidad de dinero y que manipulando la oferta monetaria puede afectarse el valor monetario del producto final. Pero los keynesianos disienten. Las políticas monetaristas difícilmente inciden en la demanda agregada cuando los tipos de interés están en el entorno del cero por ciento. En esas condiciones, el público atesora el dinero ocioso, los inversores no ejercen su función porque las expectativas les mueven a esperar y la política monetaria beligerante no surte los efectos deseados. Para Fisher, las fluctuaciones en la base monetaria tampoco inciden en los precios, sobre todo si la economía se encuentra en un proceso de re© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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ducción de activos y de deudas (desapalancamiento). Las circunstancias anteriores definen una economía incursa en una trampa de liquidez. Lo cual nos devuelve a las palabras de Draghi en su alocución del pasado día 3 de septiembre y que ya había anticipado días atrás en J­ackson Hole. Que el BCE ha llegado al límite del recorte de tipos y que se impone la exigencia de un nuevo Pacto Fiscal de la Zona, que reconcilie la flexibilidad en los tiempos de consolidación fiscal con las inaplazables reformas estructurales en los mercados de bienes y de trabajo que catapulten el crecimiento a largo plazo de la Eurozona. El incalculable mérito de Mario Draghi estriba en haber desmontado tres tabús de un solo plumazo. Primero, la defensa de una heterodoxa combinación de medidas monetarias y fiscales; segundo, la necesidad de una iniciativa fiscal agregada y no abandonada a nivel nacional con sus profundas divergencias; tercero, el reconocimiento de que la imposibilidad de actuación del BCE como proveedor de liquidez de última instancia ha supuesto un altísimo precio pagado para la Eurozona en comparación con Estados Unidos, Reino Unido o Japón. El BCE es el único instituto central de Occidente que no ha implementado programas de relajación cuantitativa. Extraña singularidad. Veremos cómo acaba digiriéndose el discurso. (6 de septiembre de 2014)

El gran debate de la austeridad El estancamiento de la economía europea ha desatado nuevamente las alarmas académicas e institucionales. La quiebra del programa diseñado por François Hollande ha enardecido a los krugmanitas, un selecto grupo de intelectuales encabezados por el nobel Paul Krugman, que achaca a las erróneas políticas de austeridad auspiciadas por Merkel y Bruselas todos los males que padece el actual modelo productivo europeo. El tema reviste una importancia crucial y su solución es compleja por las discrepancias que suscita. La comunidad internacional, lejos de aquellos esfuerzos conjuntos y solidarios que caracterizaron a las primeras cumbres del G20, litiga prioritariamente por sus intereses nacionales. Formulemos al respecto algunas reflexiones. La Unión Europea se halla en la encrucijada. Con 505 millones de habitantes, representando tan solo el 7,2% de la población dispone del 50% del gasto social mundial. La competitividad de la zona es estacionaria, mientras la longevidad creciente de la población dispara los costes sani© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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tarios, asistenciales y de pensiones. La crisis ha recortado ingresos presupuestarios aumentando el gasto social. En este contexto, las cotas de Estado del bienestar alcanzadas por los ciudadanos europeos se consideran con naturalidad como un dato fijo e irreversible. Nada menos cierto. El actual Estado del bienestar, una conquista histórica que exige su constante revalidación, se erige en las circunstancias actuales en una variable —y no en un dato fijo— de muy complejo gobierno. Obviamente, la opinión pública no está preparada para asumir esta penosa evidencia. La razón última, por no decir única, de esta afirmación se encuentra en el fenómeno de la globalización. En un mundo, aldea global, donde no existen fronteras para los movimientos de mercancías, servicios y capitales, las posiciones relativas de renta y de beneficios sociales de un país no dependen de sus convicciones socialdemócratas o liberales, ni de la pujanza de sus instituciones democráticas ni de la madurez de sus representaciones sindicales. Dependen de su competitividad. De la capacidad diferencial de crear valor y establecer ventajas comparativas de corte ricardiano. De la habilidad para abastecer el mercado interno con productos y servicios sustitutivos de las importaciones y generar una balanza por cuenta corriente equilibrada con respecto al resto de competidores mundiales. El fenómeno de la globalización y uno de sus apéndices más notables como es la deslocalización de empresas se erige en el campo de juego de la nueva economía mundial. No hay sitio productivo en un país concreto para los productos y servicios banalizados de escaso valor añadido porque se contratarán en países emergentes a costes sensiblemente inferiores. El arbitraje del empleo es obvio: disminuirá la ocupación en los sectores poco competitivos de las economías occidentales y aumentará en los países en desarrollo o emergentes. A nivel global, el ajuste hacia el equilibrio se antoja justo y equili­brante. Anclemos claramente este concepto: el rival o antagonista de los extraordinarios logros de la economía social no es el mercado ni el ideario liberal sino el avasallador tsunami de la globalización. El antídoto nacional solo puede consistir en las mejoras de competitividad o el retorno a posiciones autárquicas. Adelantemos, para no dejar enemigos a la espalda, que la segunda opción resulta sencillamente suicida. La austeridad se inscribe en el marco recién relatado. Las políticas de austeridad en Europa obedecen a un doble supuesto: la necesidad de restablecer posiciones competitivas y, como consecuencia de ello, al convenio libremente alcanzado entre los países miembros de reducción de déficits y deudas públicas bajo el llamado Pacto de Estabilidad y Crecimiento. Bruselas hace de árbitro, con el librillo del Procedimiento de déficit excesivo en la mano, señalando las faltas e incumplimientos que se producen en el terreno de juego. Pura aritmética. Dentro de la senda © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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de reducción señalada se solicita de los países afectados —es el caso de Francia— reformas estructurales creíbles, fundamentalmente del mercado laboral y pensiones, reformas que según los analistas, Francia, el país de mayor peso público europeo, no ha abordado. Paralelamente la contención del déficit y del monto de la deuda soberana son un requisito indispensable para asegurar la confianza de la inversión internacional. Sin el apoyo de los mercados, los países se ven abocados con mayor o menor dilación al impago de la deuda y a la quiebra exterior. Con todo y con eso, sin ánimo de agriar el debate, el gasto gubernamental en la Unión Europea y, en particular, en la Zona Euro es hoy, en términos de PIB, significativamente más alto que antes de la crisis de 2008. España, que asume desproporcionadamente en la actualidad el protagonismo del crecimiento europeo, atraviesa una frágil recuperación cuyo éxito final no depende de sí misma. La adopción de enérgicas medidas estructurales en el último bienio le han valido para mejorar su competitividad y para hacer de las exportaciones el tractor para salir de la recesión. España ha tenido la oportunidad y la suerte de ser la primera y de beneficiarse —debido a la notable reducción de los costes laborales— de la llamada política de «empobrecimiento del vecino» (b­eggar-thy-neighbour). Pero, haciéndolo, ha puesto la vida más difícil a productores italianos y franceses, entre otros. Cabe, eso sí, distinguir entre la validez de un criterio y el ritmo de su implantación. Dejando de lado a Alemania y sus halcones y al núcleo duro bruselense, existe un tímido consenso político para relajar la austeridad a la vista del prolongado escenario de crecimiento raquítico. Europa sobrevive con respiración asistida gracias a la tímida política monetaria acometida por Mario Draghi y sobre todo a la credibilidad que despiertan sus amenazas. En Jackson Hole, días atrás, el presidente del BCE ha señalado que «ayudaría mucho que la política fiscal jugase un papel más relevante junto a la política monetaria, y creo que hay espacio para ello». Sus comentarios se alinean con la llamada de JeanClaude Juncker, presidente de la Comisión Europea, para activar inversiones públicas comunitarias por valor de 300.000 millones de euros. (30 de agosto de 2014)

El falso precio de la energía Los vocablos «sostenible» y «sostenibilidad» han alcanzado un gratificante estadio de difusión, si bien no siempre suscitan adhesiones unánimes de los responsables políticos y sociales. La sostenibilidad se © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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inscribe en el contexto de los retos medioambientales globales, desde el meteórico crecimiento de la población, la explotación descontrolada de los bienes naturales o «comunes», y el incontestable cambio climático, sin olvidar la problemática del desarrollo orientada a la superación de la pobreza de los más desfavorecidos del planeta. Codo a codo con las progresivas evidencias empíricas, la sostenibilidad se erige en un postulado de carácter ético como reacción ante un doble asalto a los activos naturales o bienes comunes: siendo estos activos propiedad de todos los ciudadanos del planeta, se saquean por unas minorías y siendo intemporales se esquilman en el momento presente en perjuicio de futuras generaciones. El concepto de «desarrollo sostenible» se interpreta así como aquel que satisface las necesidades de hoy sin comprometer los recursos y viabilidad de las generaciones venideras. La fiscalidad siempre ha jugado un papel esencial en materia de sostenibilidad. La protección medioambiental mediante la utilización de instrumentos fiscales está generalmente introducida en los ordenamientos jurídicos occidentales, y en menor medida en los de los países de desarrollo medio o pobres. En la OCDE, el club de los países ricos del planeta, se aplican 375 impuestos de este tipo además de otros 250 directamente relacionados. Más allá del componente recaudador, la imposición afecta a las conductas. De igual forma que un impuesto sobre el tabaco disuade del consumo de cigarrillos, unas tasas adecuadas pueden desalentar el uso excesivo de las fuentes de energía perniciosas para el medio ambiente. Ahora, en un informe publicado la semana pasada titulado El precio correcto de la energía: de los principios a la práctica, el Fondo Monetario Internacional aboga con gran vehemencia por aquel tipo de políticas que algunos han calificado como un «giro verde» de la fiscalidad. El libro señala pautas concretas a 156 países, entre ellos España, para determinar los efectos colaterales adversos del uso de las energías tradicionales y fijar un precio fiscal a esos daños que pueda quedar reflejado en el coste futuro de los combustibles fósiles. A modo de estimación media, los impuestos energéticos deberían experimentar, según el organismo multilateral, un alza aproximada del 50%. El estudio del FMI ofrece una guía práctica a los países analizados sobre cómo cuantificar los aspectos nocivos del uso de la energía y las acciones fiscales correctivas correspondientes sobre el carbón, el gas natural, la gasolina y el diésel. En la mayoría de países, la mayoría de los precios de la energía están mal calculados porque no reflejan los daños medioambientales, en particular los referidos al calentamiento global, la contaminación atmos© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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férica y diversos efectos secundarios procedentes del uso de vehículos de motor, tales como las diseconomías derivadas de las congestiones de tráfico y los accidentes provenidos del mismo. Además, ahondando en el absurdo conceptual, la energía no solo está insuficientemente gravada sino que, como elemento esencial del desarrollo, disfruta de unas subvenciones y subsidios desmesurados. Según el FMI, los subsidios anuales a la energía ascienden a 1,9  billones de dólares, de los cuales Estados  Unidos lidera el ránking con unos incentivos pre o post-impositivos de medio billón de dólares anuales. La consecuencia es inmediata: unos precios artificialmente bajos fomentan el consumo excesivo de energía y cercenan los incentivos y la innovación hacia la búsqueda de fuentes sustitutivas. La directora del Fondo, Cristina Lagarde, lo expresa así: «los subsidios a la energía son malos para el planeta, malos para la economía, malos para los presupuestos públicos y malos para la equidad social». La reforma no tiene por qué implicar un aumento de la presión fiscal. Lo que se sugiere es un trasvase de fuentes tradicionales a un sistema cuidadosamente diseñado de imposición de la energía equilibrando el esquema recaudatorio, reduciendo impuestos directos y aumentando los indirectos sobre el uso de la energía. En el medio plazo, el FMI cuantifica las ganancias medioambientales de su propuesta reduciendo las emisiones de carbono un 23%, salvando el 63% de las vidas humanas que hoy son sacrificadas por la contaminación y aumentando los ingresos en un 2,6% del PIB planetario. Al día de hoy, institucionalmente, pocos países están por la labor. Los países en desarrollo y emergentes pobres, porque se quieren cobrar sus atrasos; y los ricos, porque temen el frenazo brusco de las economías que una decisión de este calado podría producir. Pero, en el futuro, en una sociedad sostenible, la proclamación de estas alertas será considerada como precursora y visionaria. (15 de agosto de 2014)

No por amor a los bancos En los múltiples espacios de animada tertulia televisiva o radiofónica, o en columnas firmadas por conocidos comentaristas políticos, enmarcadas en el obligado desenfado veraniego, continúan pronunciándose aquí y allá lapidarias acusaciones al Gobierno por su política de salvamento de bancos en crisis. Se condenan los rescates en términos absolutos y también relativos. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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El primer frente tiene como objetivo destacar la infamia de la profesión, su pésima gestión, su flirteo o incluso apareamiento con la corrupción, el abuso de poder y la omisión de normas, circuitos y procedimientos, el sabotaje de cuentas y finalmente el abandono de la nave en situación de quiebra mientras sus capitanes huían en lanchas salvavidas repletas de pensiones hacia destinos sin identificar. Se alude a un colectivo circunscrito al subsector de las Cajas de Ahorro, al que se atribuye una especie de ébola letal basado en una repetida exposición a altas radiaciones de la política, que han conseguido en una década reducir a cenizas lo que tormentas cíclicas y reveses financieros de dos siglos no consiguieron doblegar. Poner dinero público en esas instituciones resulta una mofa y un delito moral. ¡Déjese, en consecuencia, a cada palo que aguante su vela y que respondan las entidades quebradas de sus propios desafueros! El segundo improperio es de índole comparativo: ¿Cómo puede el Gobierno destinar cifras astronómicas al reflotamiento de unas entidades de trayectorias manifiestamente irregulares y distribuir al mismo tiempo con cuentagotas las consignaciones a los esquemas de protección social? ¿Cómo pueden aplicarse 22.000 millones de euros de los contribuyentes a reflotar Bankia o 12.000 millones a rescatar Ca­ta­lunya Banc y permitir simultáneamente que haya 737.000 hogares españoles en los que ninguno de sus miembros tiene ingreso alguno, lo que puede suponer más de millón y medio de personas sin ingresos? Se aduce un tercer argumento: ¿Quién puede sufrir, sin rasgarse las vestiduras, que una vez nacionalizada y saneada una entidad, se privatice y entregue esta a la gran Banca por un miserable plato de lentejas, en ocasiones por un solo euro? ¿Debe asistir impasible el ciudadano a su autoinmolación en forma de contribución fiscal para encubrir a unos rateros y engordar aún más a los que ya ocupan posiciones orondas en la liga financiera? Es evidente, que escuchado así, y en primera instancia, el Gobierno solo pueda definirse como un monstruo sin entrañas y, lo que es igual de pernicioso, como un gestor sin conocimiento ni criterio y, por tanto, sin capacidad de gestión. Pero, lamentablemente, la realidad no siempre responde a las apariencias, de igual manera que no siempre la cara es el espejo del alma. En su conjunto, el enfoque ideológico antirrescate es insostenible y corre el peligro de enquistarse en los entresijos de convicciones sociales superficiales y derivar en posiciones demagógicas. La demagogia es la hija bastarda de la utopía, un aparente idealismo adulterado por la ignorancia, la falsedad y la mentira. Vaya aquí el relato central que fundamenta las intervenciones de todos los gobiernos que han intervenido en las crisis bancarias de sus res© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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pectivos países: el rescate de la Banca no se hace por amor a la Banca. Muy al contrario, se acomete por responsabilidad hacia todos los administrados y muy en particular por el respaldo de aquellos ciudadanos —la mayoría— que tienen un depósito en una entidad bancaria. Si una entidad financiera resulta insolvente, lo es porque sus activos realizables no cubren a sus pasivos exigibles y si esto ocurre de forma definitiva y estructural hablamos de una quiebra. En consecuencia, no habrá fondos para atender a los pasivos bancarios. Pero, ¿cuál es el principal capítulo del pasivo de un balance bancario? Los depósitos de su clientela. El regulador entiende hasta el momento presente que debe proteger al depositante porque ese ámbito no debe quedar afectado por los avatares de la mala gestión y porque además posee un ingrediente de alarma social basado en el contagio y el pánico potenciales que pueden propagarse hacia otras entidades sanas y contaminar así a todo el sistema. Este riesgo «sistémico» debe ser abortado. También es cierto que las ayudas son recuperables en unos casos y en otros no, lo que hace que el recurso al contribuyente sea transitorio o definitivo, según sea el caso. El gigantesco programa TARP americano de ayudas a la Banca ha sido reembolsado en su práctica totalidad. Lamentablemente, el rescate en España se abordó muy tarde y el enfermo no pudo sobrevivir. Las entidades que se están privatizando lo están haciendo a su valor de mercado. Si de verdad valiesen algo, las pujas se habrían disparado. Los bancos no se chupan el dedo y hacer banca en España hoy no es un buen negocio. Consulten las memorias de aquellos que cotizan en el IBEX y advertirán que el negocio recurrente se sitúa al día de hoy en otras latitudes geográficas. Analicen también el decepcionante progreso de las privatizadas Ca­jasur o CCM. Justifiquemos los rescates: la economía y el sistema financiero son vasos tan comunicantes que mantener a dicho sector sin sombra de duda es imprescindible para la estabilidad de la economía y posterior recuperación del empleo. (6 de agosto de 2014)

El dilema del empleo, el futuro del trabajo En una columna del pasado mes de junio en este mismo diario, se hacia mención al extraordinario hecho de que el trabajo no remunerado en España equivale al 53% de su PIB. Ante estadística tan sorprendente que se extiende igualmente a la mayoría de los países desarrollados y que registra un porcentaje sustancialmente mayor a medida que © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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los países se hunden en la escala de la pobreza, la pregunta inmediata sería la siguiente: en un futuro post-industrial, ¿cómo evolucionará esta proporción? ¿Se estabilizará en los niveles actuales? ¿Disminuirá? ¿O la sociedad del mañana se basará en un modelo aún más revolucionario de trabajo no remunerado? Convendrá previamente ponernos de acuerdo en el contenido de algunos conceptos que en el día a día pueden prestarse a confusión, para posteriormente abordar la respuesta a la pregunta planteada. Comencemos con el concepto «trabajo». Es obvio que no toda actividad humana es trabajo. Comer, beber, dormir o respirar son acciones necesarias para sobrevivir pero no se conceptúan como trabajo. Lo mismo se aplica a determinados eventos que pueden ser estresantes como correr un maratón por mero reto personal. Por el contrario, la actividad profesional de un minero o una cajera de supermercado se consideran trabajo. El trabajo, en consecuencia, estaría vinculado a aquellas actividades físicas o intelectuales aplicadas a procesos productivos, esto es, a la producción de bienes o servicios escasos y a su posterior venta en el mercado. Cuando el trabajo es remunerado hablamos de empleo. Pero la noción de empleo como trabajo remunerado es solo una parte, aunque sea muy importante, del trabajo. El trabajo no remunerado consiste en la producción de bienes y servicios que no se venden en el mercado. Los ejemplos más representativos son la actividad doméstica familiar, el cuidado asistencial y el voluntariado. Cuidar a familiares ancianos o impedidos, acometer las tareas habituales domésticas de limpieza, cocina o jardinería, y atender altruistamente algunas necesidades de los emigrantes no se contabilizan en el PIB porque son un trabajo no remunerado. El ocio es una actividad que se sitúa en la umbral del trabajo no remunerado y responde al llamado criterio de «tercera persona». Una actividad se considerará trabajo si existe la posibilidad de pagar a una tercera persona para que lo realice. Pero resulta evidente que no podemos pagar a otro para que «nos escuche» un concierto, dado que el beneficio de la acción recaería en quien la realiza —la tercera persona— y no en quien la solicita. Esas actividades se incluyen en el capítulo del ocio. En cualquiera de los casos, el nivel de satisfacción y disfrute de una actividad no debe entenderse como un ingrediente que incluya o descarte el concepto de trabajo, no forma parte de su definición. Aclarado lo cual podemos abordar el interrogante inicial: ¿Cuál será el futuro del trabajo en la generación del conocimiento? ¿Cuál el dilema del empleo en un mundo ultraconectado que considerará prehistóricos nuestros patrones actuales? Gracias a la mejora de los semi© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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conductores, los nanotubos de carbono, el grafeno y la tecnología 5G, las comunicaciones inalámbricas dominarán el globo terráqueo. Bajo el signo de una digitalización y automatización consolidadas, la respuesta apunta a una creciente disminución del trabajo remunerado en beneficio del no remunerado, fenómeno al que Giarini y Liedtke han definido como la «desmonetarización» de la economía. Banco Mundial y OCDE también parecen prever la misma pauta social. La tendencia coincide con la transformación que Toffler adivinó en el humano productivo: el «prosumidor». El prosumidor consiste en el consumidor convertido progresivamente en autoproductor. En el selfservice de un restaurante el consumidor asume determinadas funciones del camarero como adopta las del empleado bancario al utilizar asiduamente el cajero automático para sus operaciones bancarias. El enfermo que se envía desde el hospital a su domicilio, para recibir en él una atención médica de costes más reducidos, también nos adelanta pautas de eficiencia en un sistema de auto-producción desmonetarizada, en el que la familia o los amigos asumen una parte del cuidado asistencial tradicional. Los jardines de infancia del futuro se gestionarán con la movilización de abuelos y abuelas que, por turnos y sin remuneración, cubrirán una importante cuota del coste social familiar. Giarini y Liedtke aventuran un sistema sociolaboral de tres capas o niveles. En el primer ciclo laboral, el de los jóvenes, coincidente con la formación profesional o educación superior, el Estado regulará un sistema dual a tiempo parcial como el ya existente hoy en algunos países. El segundo seguirá correspondiendo a una economía monetarizada, pero con importantes novedades. Sucesivamente, las jornadas de trabajo tradicional que hace una centuria se situaban a jornada completa en las 3.500 o 4.000 horas anuales y que hoy se limitan a menos de 2.000 en gran parte de Occidente, darán paso a un trabajo remunerado con un alto grado de contratos a tiempo parcial, a la medida, flexibles y consensuados con las necesidades de una producción crecientemente robotizada. La oferta laboral del planeta Tierra, que en las ultimas dos décadas se ha cuadruplicado, alcanzará a todos sus habitantes en un sistema de mercado, pero no como hoy se le conoce. La OCDE ha aventurado que 8 de cada 10 nuevos empleos serán para trabajadores del conocimiento. La adaptabilidad y flexibilidad —los dos principales atributos demandados— se ampliarán a los empleados de edades más avanzadas, porque los octogenarios serán una multitud joven, que podrán optar por una jubilación flexible y gradual. En este nivel, el Estado garantizará a los administrados una renta mínima instrumentada en diversos mecanismos, como el impuesto sobre la renta © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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negativo sugerido por Milton Friedman y James Tobin o el EITC (crédito adquirido sobre el impuesto sobre la renta) auspiciado por Gary Becker y Robert Barro. El tercer nivel de empleo auto-productivo en una sociedad de servicios conocerá un auge decisivo. Por ejemplo, un creciente envejecimiento de la población —la edad media del ser humano sobrepasará los 85 años— incrementará exponencialmente la demanda de los servicios de salud. Trabajos que aún no existen, con herramientas que aún no se han desarrollado, para resolver problemas que aún no están planteados en una economía planetaria desmonetarizada. No perdamos de vista el futuro. (1 de agosto de 2014)

Medir la miseria La irrupción intelectual y mediática de Thomas Piketty, en el tema de la distribución de la renta y riqueza mundiales, ha eclipsado cualquier otra publicación económica en los últimos doce meses, hasta figurar en el número 1 de ventas de Amazon. El profesor de la Sorbona ha puesto en evidencia mediante detalladas series históricas que la tasa de acumulación del capital es históricamente superior a la tasa de crecimiento del PIB —la tasa general de la economía— lo que conduce invariablemente a que los tenedores del capital vean progresivamente engrosada su participación relativa en la Renta Nacional en detrimento de los agentes económicos restantes, en particular de los asalariados. Son millares las páginas que, a favor y en contra, se están escribiendo sobre la obra del francés El capital en el siglo xxi, y algunos sectores de la Academia anticipan ya en Piketty a un rotundo candidato al Premio Nobel de Economía. El tema de la desigualdad económica ha prendido como el queroseno en los más diversos ámbitos sociales y religiosos, capitaneados por la Iglesia de Roma y su líder espiritual Francisco y constituye un revulsivo para muchos movimientos políticos en auge, que han hecho de aquella su principal bandera identificativa. La desigualdad extrema e injusta es inequívocamente repudiable, además de que los recientes estudios de los organismos internacionales la acusan de ineficiente, algo a lo que la mayoría liberal, notablemente la norteamericana, sigue oponiéndose visceralmente. Denuncian estos en la machacona proclama de una desigualdad reivindicativa un revanchismo escasamente apoyado en la evidencia empírica de sus efectos © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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nocivos. Después de todo —sostienen— nadie se muere de desigualdad sino de pobreza e indigencia. Lo cierto es que la pobreza absoluta sí es un indicador absoluto y ante ella no caben interpretaciones. Ahora, un nuevo índice viene a ahondar en la lectura de esta lacra de la humanidad: el Índice de Miseria (IdM). La autoría del IdM corresponde a Steve H. Hanke, profesor de Economía Aplicada en la Universidad John Hopkins, de Baltimore, Estados Unidos. El índice conlleva el peligro de todas las simplificaciones y alude a medias nacionales. De todas formas, con las cautelas habituales, su estudio puede conducir a algunas conclusiones interesantes. Para un país dado, Hanke ha definido el IdM como la suma de las tasas de desempleo, inflación e interés deudor bancario a las que se deduce el porcentaje de variación del PIB per cápita. En cuanto que el colectivo social es altamente sensible a dichos parámetros y que estos pueden responder a lo que se entiende por calidad de vida, el índice tiene un amplio campo de representatividad. Según Steve Hanke, el índice oscila estadísticamente en torno a dos centros de gravedad: los índices 20 y 10. Aquellos países que puntúan 10 o menos revelan los beneficios del desarrollo. Para calificaciones de 20 o superiores, el diagnóstico para el país evaluado es de subdesarrollo y precisará de serias reformas estructurales. Sin las transformaciones necesarias el país perpetuará su connivencia con la miseria. Hanke llega a las siguientes conclusiones por bloques geográficos. Desde la crisis de 2008, el nivel de miseria del Sudeste Asiático ha mejorado de 20 a 11,7, lo que es congruente con las serias reformas estructurales abordadas en la región. La relajación cuantitativa estadounidense al desviar inversión en cartera a dichos países también ha tenido su parte en el éxito registrado. Europa Occidental, por su parte, ha sido víctima de serios problemas estructurales en el periodo referido y registra un baremo de 15,4. El altísimo nivel de desempleo es uno de sus muchos problemas y no será fácil que retorne a las confortables cotas de 10. Por países las conclusiones son más notables. De un total de 90 países «computables» por disponer de indicadores mínimos comparables, Venezuela encabeza la relación con un pernicioso índice de 79,4. Un índice que Steve Hanke estima seriamente maquillado a la baja ya que la inflación oficial declarada por la oficina estadística venezolana al 31 de diciembre de 2013 fue del 56,2% cuando las estimaciones oficiosas la sitúan en el 278%. Tomando este último porcentaje, el IdM venezolano pasaría de 79,4 a 301. Siguen a Venezuela, Irán (61,6), Serbia (44,8), Argentina (43,1), Jamaica (42,3) y Egipto (38,1). La gran sorpresa se produce en el puesto número 7 de indigencia mundial ocupado pre© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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cisamente por España con un valor de 37,6, por la extraordinaria incidencia que ha tenido en el país el alto número de desempleados. Otros países ocupan lugares más acomodados: Estados Unidos, en el puesto 71 (11,0); Alemania, en el 78 (9,08); o China, en el 82 (7,90). Cierra la lista Japón, en el número 90 y un índice de 5,41. No figuran en el inventario los países que acogen al «millardo maldito» en expresión de Paul Collier, los 50 más pobres del planeta. El IdM es un mal instrumento para interpretar la coyuntura española y presenta serias carencias conceptuales para un gran número de terceros países. Al fin y al cabo, el índice ha excluido a aquellos que con más notoriedad están asediados por la pobreza extrema. Pero todo tiene una lectura, y no es la primera vez que advertimos desde estas líneas de la profunda fragmentación de la sociedad y de la economía española. Y es que, de las dos Españas, mientras una se encuentra ya relativamente a buen recaudo, la corneada por el paro vive un presente miserable y un futuro poco halagüeño. (29 de julio de 2014)

El sorprendente costo de financiación de la deuda pública A lo largo de las últimas semanas se ha venido consolidando un acontecimiento singular, de enorme repercusión en la economía española. Me refiero, y es hecho suficientemente aireado en los medios de comunicación, al progresivo descenso del coste de financiación de la deuda soberana española hasta mínimos históricos en la todavía corta travesía del euro. No solo está batiendo récords a la baja en términos de intereses a pagar, como concepto absoluto. Es que, además, en términos comparativos, la deuda pública española es en tal medida apetecible que se coloca en los mercados a tipos inferiores a los de la deuda norteamericana o la del Reino Unido. En efecto. A primeros del presente mes de junio el interés demandado por los inversores internacionales al Tesoro español por un bono a 10 años ha sido del 2,56% mientras el que exigen al Gobierno de los Estados Unidos por un bono al mismo plazo es del 2,63%. Si acertamos a recordar que veníamos del infierno financiero cuando en julio de 2012 el bono soberano español a 10 años cotizaba un tipo superior al 7,5%, la conclusión lógica es doble. En primer lugar cabría entender que la recuperación de la economía española es un hecho y que aquí no ha pasado nada. Y otra segunda también magnífica: España tiene análoga percepción de solvencia y reputación que el gigante norteame© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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ricano y somos, en consecuencia, tan buenos como la primera economía mundial. Como, lamentablemente, «cuando algo es demasiado bueno para ser verdad, normalmente es porque no es verdad», valdrá la pena responder someramente algunas, si no todas, de las preguntas siguientes: ¿cómo se ha llegado a esta pasmosa situación?, ¿qué ventajas reporta al país y al ciudadano de a pie?, y aclarar la discrepancia entre una deuda pública muy demandada junto a un rating de agencias aún ramplón, y finalmente cómo se dibujan las perspectivas de estos fenómenos y qué peligros se desprenden de la rápida evolución de esta variable. Hablemos de ventajas. Excepcionales son las ventajas que esta reducción representa para los presupuestos públicos como un menor gasto público aplicable al servicio de la deuda. Ello ha supuesto, durante el ejercicio pasado, un ahorro de 8.700 millones de euros en costo de financiación. Para una emisión bruta de 242.000 millones en 2014, a los tipos rebajados, el ahorro adicional se estima en 5.000 millones. El origen de este milagro financiero hay que atribuirlo en comandita a los esfuerzos de la ciudadanía española para acometer las cruentas reformas estructurales de los dos últimos años y a la decisiva actuación de ese genio llamado Mario Draghi que ha puesto a especuladores e inversionistas en el justo lugar que les corresponde. No pueden aquí resumirse los obligados programas de reforma de la oferta que han puesto nuevamente sobre sus pies al gigante productivo español derribado como un pelele por el azote de la crisis. Pero desde que el Banco Central Europeo amenazara con su programa OMT en septiembre de 2012, acción completada hace unos días con la nueva batería de medidas no convencionales, el mundo financiero sabe que detrás de los países de la Eurozona y también de los periféricos está el larguísimo brazo del banco emisor. Aquello lo cambió todo y esto último lo ha remachado. Así se aclara la aparente contradicción entre precios de la deuda y calificaciones crediticias del país. Aunque Estados Unidos y Reino Unido acreditan matrícula de honor (AA+ y AAA) en sus fundamentales económicos, España, que no pasa del aprobado (BBB), empata en reputación financiera y se costea a precio similar. La razón es el aval de última instancia que nuestra deuda incorpora del BCE. España progresa en el pelotón de los meritorios pero el rating implícito de su deuda, y de ahí su bajo coste, viene prestado por el Banco Central Europeo. Tampoco es cierto que el coste de la deuda española esté, como se ha dicho, por debajo del de la americana, aunque se le acerque y los argumentos citados conserven gran parte de su valor. La razón estriba en que no son exactamente comparables dos deudas expresadas en mone© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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das diferentes. La deuda española emitida en dólares paga casi un 40% más que la de los Estados Unidos. En cuanto al futuro previsible en esta tendencia bajista de tipos a largo, el consenso de mercado es que pueden bajar de los 200 puntos básicos. Por pura aritmética las emisiones que fueron colocadas en el pasado a tipos más altos cotizan ahora en los mercados secundarios a precios progresivamente más altos, lo que ha llevado el 28 de mayo pasado al propio BCE a alertar de una potencial burbuja de la deuda soberana periférica. Y es que los inversores aparcan en cierto modo la solvencia y buscan afanosamente rentabilidad en un escenario de apabullante liquidez, un ejercicio no exento de serios peligros. Pero no hay lugar para la complacencia. El océano de liquidez en los mercados no durará para siempre. La aversión al riesgo global está en mínimos históricos y tarde o temprano volverá a niveles más neutrales cuando los bancos centrales abandonen sus políticas no convencionales. Todo lo cual nos conduce a la inequívoca conclusión de que la economía española debe aprovechar el rebufo irrepetible de esta caída espectacular del coste de la financiación exterior para proseguir en la línea de reforma de sus estructuras productivas y anticipar en la medida de lo posible la recuperación de la mayor parte de los estragos de esta crisis, controlada pero aún no superada. (21 de junio de 2014)

Podemos y el repudio de la deuda El televisivo Pablo Iglesias ha puesto patas arriba el país, cosechando nada más y nada menos que 1.215.000 votos —el 7,9% del total— en las pasadas elecciones europeas. El programa de la formación es un manifiesto revolucionario frente al establishment tradicional y no deja títere con cabeza. Cada epígrafe es un universo de propuestas que se desparraman como bombas de racimo y cuyo núcleo ideológico gravita siempre sobre soflamas de izquierda combativa y altermundista que buscan atraer a una ciudadanía abatida insuflándole en todo caso el aliento de la ilusión y la utopía. No es despreciable el intento en los tiempos desesperanzados que muchos viven, si no fuera por el nimio detalle de que las utopías, más allá de encender la mecha de la acción que las persigue, son generalmente inalcanzables. Pero al borde de toda legítima utopía, de la utopía buscada y pretendida, transita de tapadillo la inercia populista o, al menos, la desin© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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formación flagrante que fabrica una pasta mental indigerible con resultados prácticos que no se someten a la cordura de la previsión. No seré yo quien desmonte las docenas exultantes de postulados «pablistas» utópicos, entre otras cosas porque alguno en particular pone el dedo en las llagas más purulentas de nuestro sistema económico vigente, como es el caso del sangrante escándalo de los paraísos fiscales y, ante ello, no cabe sino la adhesión. Pero será bueno traer a colación —como botón de muestra— uno de los muchos slogans palabreros del nuevo partido proferido sin duda por el desconocimiento en detalle de la materia. Me refiero al tema de la «deuda ilegítima» que se repite además en los medios con cierta asiduidad. El epígrafe 1.2 del programa del profesor Iglesias propone una «auditoría ciudadana de la deuda pública y privada para delimitar qué partes de estas pueden ser consideradas ilegítimas para tomar medidas contra los responsables y declarar su impago». La ilegitimidad, en su caso, de una deuda privada deberá probarse por los cauces judiciales acostumbrados y no representa ninguna novedad. Pero la exigibilidad de la deuda pública soberana que gravita sobre España, el casi billón de euros por todos conocido, es tan sólida jurídicamente como preocupante en sus consecuencias económicas. Habrá que repagarla o refinanciarla si los mercados dan su venia en cada momento al tipo que se establezca. No se puede impagar, a la argentina, salvo que el Tesoro declarase oficialmente el default o quiebra exterior y una España vergonzante estuviese dispuesta a excluirse de la comunidad de países e iniciar en solitario la travesía del autismo internacional, de la autarquía y del regreso a las cavernas. Cuestionar este punto es carne de galería o ignorancia lisa y llana. Es cierto que existe desde hace algunas décadas un movimiento mundial que aboga por condonar la deuda de los países pobres muy endeudados (PPME). Es fácil comprender que las deudas exorbitadas impiden el desarrollo de los países pobres. Cuando estas naciones emplean todos sus recursos para pagar lo que deben, desatienden servicios esenciales como la salud y la educación. Necesitan, en consecuencia, ayuda para superar la trampa de la pobreza. En este contexto tanto el FMI y el Banco Mundial como el llamado Club de París han acometido sucesivos programas de alivio de la deuda de estos países según unos protocolos públicos y presumiblemente objetivos. Las quitas han sido significativas. Por su lado, Naciones Unidas ha incluido en la categoría de derecho humano el alivio de la deuda de los países más desfavorecidos. Pero existen aún otras circunstancias límites en las que jurídicamente el impago de la deuda puede resultar ejercitable. Por ejemplo © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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cuando la deuda procede de préstamos que financian proyectos de dictadores o regímenes opresivos que sirven a sus intereses particulares. O la deuda derivada de préstamos en los que el prestamista conoce la posibilidad manifiesta de corrupción mediante la disposición y apropiación fraudulenta de sumas. O aquella otra asignada a proyectos fallidos por la incompetencia o dolo de los prestamistas o de su asesoramiento tendencioso. También la deuda contraída irregularmente, obviando directamente los procedimientos establecidos por la normativa pública, y así algunos supuestos más. La doctrina de la «Deuda odiosa», de más de 80 años de tradición jurídica, no se invoca con mayor frecuencia por cobardía política, por temor de las instituciones internacionales a la espiral de consecuencias a las que su estricta aplicación pudiera conducir. Puntualmente, el Parlamento británico la ha admitido en relación con un préstamo otorgado a Ruanda. También fue de aplicación en el caso de la deuda contraída por Cuba con España; o de Costa Rica, en su disputa con un préstamo del Royal Bank of Canada. En Irak, los países acreedores se apoyaron en buena medida en esta doctrina para la cancelación en 2004 de treinta mil millones de dólares de su deuda exterior. Como puede inferirse de toda esta disertación de involuntario intrusismo pseudo-jurídico, no existe ningún parangón entre lo narrado y la situación específica de la deuda soberana española, cuyo repago constituye —de una parte— una obligación sin fisuras ni restricción mental posibles y —de otra— una pesada carga que lamentablemente estamos trasladando a nuestros hijos y nietos. La defensa de la austeridad presupuestaria como criterio de pragmatismo político se sustenta en la base económica de la vulnerabilidad que nos confiere un volumen de deuda como el que España sigue creando. En esto no cabe engañar ni engañarse. (31 de mayo de 2014)

Dinero gratis e impulso económico El 5 de junio próximo, el Consejo de Gobierno del Banco Central Europeo (BCE), presidido por Mario Draghi, situará previsiblemente el precio del dinero prestado a los bancos en el cero por ciento o en su entorno próximo (el tipo actual es el 0,25% anual). O sea dinero gratis o casi. A las entidades financieras que decidan depositar sus excedentes en el banco emisor (la remuneración actual está en el 0%), hacerlo les va a costar dinero, esto es, deberán satisfacer una prima negativa en porcentaje anual. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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Incierto el «cuánto», las apuestas coinciden mayoritariamente en el «qué» (rebaja) y en el «cuándo» (5 de junio). Más en el aire quedan otras medidas debatidas como una tercera barra de liquidez ilimitada, los llamados programas LTRO. Escasos valedores en la quiniela tiene el debatido programa de «relajación cuantitativa» (quantitative easing) consistente en la compra de deuda emitida no solo por los Estados sino por las corporaciones privadas, ensayado con éxito en Estados Unidos, Reino Unido y Japón. El BCE intentará de esta manera espolear la raquítica travesía europea en un contexto de bajo nivel de inflación. En particular, el instituto emisor contempla una demanda agregada deprimida en un ambiente de debilidad en las condiciones de trabajo y en la utilización de la capacidad productiva. En el terreno de las finanzas la dinámica monetaria refleja un crecimiento nulo de los agregados monetarios y un desarrollo muy débil del crédito al sector privado no-financiero en el necesario contexto de un desapalancamiento de activos, que sin embargo es negativo para el crecimiento económico. No se asume un escenario deflacionista, aunque se linde con él en algunos sectores y periodos y aunque la indeseada apreciación del euro reste competitividad a las exportaciones del área euro y constituya en su consecuencia un tipo de deflación importada. Desde el verano de 2012 en que el euro cotizaba a 1,20 dólares, la moneda europea se ha apreciado en un 15% frente al dólar y en términos reales, teniendo en cuenta la inflación, más de un 10% respecto a las divisas de los principales compradores de productos de la Eurozona. Combatir con instrumentos monetarios la débil recuperación del área euro en un escenario pre-deflacionista, he ahí el objetivo fundamental trazado por el BCE de cara a sus próximas actuaciones. La doble pregunta que surge de las medidas anticipadas se refiere a los beneficiarios y perjudicados de las mismas y si en última instancia tendrán alguna efectividad en la línea de los objetivos perseguidos. Es claro que, en principio, un abaratamiento del precio del dinero favorecerá a todos los que mantengan posiciones deudoras, como son todas aquellas empresas y particulares con créditos bancarios y muy en particular los gobiernos y administraciones públicas que acuden regularmente a financiarse en el mercado. Resultarán perjudicados los acreedores a tipo de interés variable, llevándose la palma los bancos privados, cuyos márgenes financieros sufrirán nuevos recortes que tratarán sin duda de compensar con el cobro de comisiones u otras fuentes novedosas de facturación. Pero, ¿ayudará una política de tipos de interés en el umbral del cero por ciento a estimular la economía real? Difícilmente. En el entorno sin inflación por el que transitamos, mientras los tipos nominales caen, © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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los tipos «percibidos» u operativos se mantienen, de manera que la política monetaria de tipos cero apenas tiene incidencia en la actividad, situación conocida como la «trampa de la liquidez». Los precios caen, y la confianza flaquea, lo que a su vez conduce al atesoramiento y a la reducción de la velocidad de circulación en un círculo que se autoalimenta. Entretanto, el valor relativo de la deuda aumenta mientras la demanda se mantiene a la expectativa. Pero tampoco cabe argumentar que las medidas sean perjudiciales o contraproducentes. Psicológicamente, siempre resulta positivo advertir que Draghi se mueve. Y refiriéndonos a la economía española, conviene recordar que nuestra situación pseudo-deflacionista es consecuencia del imprescindible proceso de devaluación interna acometido y que por lo tanto la nula inflación es el síntoma evidente de que el país recupera a marchas forzadas la competitividad. Lo mismo cabe decir de la caída recurrente del crédito debida a la reducción de posiciones activas de la Banca (desapalancamiento) necesaria, hasta un cierto límite, para reiniciar la senda de un crecimiento ordenado. Puede que cuanto se decida en Frankfurt el 5 de junio nos resulte simplemente inefectivo. Aún quedaría en el sótano del BCE un misil no ensayado de potencial y alcance desconocidos: la política monetaria no convencional titulada «relajación cuantitativa», antes citada. Ya se verá. Pero cada uno, a lo que está en su propia mano: la economía española, que debuta tímidamente en el escenario de la recuperación, debe proseguir sin desaliento el adelgazamiento y eficacia de su estructura productiva, lo que denominamos «políticas estructurales» o de oferta, para concursar eficazmente en un mundo cada vez más globalizado y competitivo. (23 de mayo de 2014)

Las elecciones europeas 2014 El debate celebrado en La 1 de Televisión Española el pasado jueves, día 15, entre los cabezas de lista a las elecciones europeas Elena Valenciano y Miguel Arias Cañete sirvió, entre otras cosas, para calibrar quién fue la ganadora y quién el perdedor, más aún, si cabe, por las desafor­tu­na­das declaraciones posteriores del ex ministro popular. Contenidos aparte, en el sutil arte de la oratoria, leer de unos apuntes constituye un error capital. Pero como acto de campaña e información al ciudadano resultó decepcionante. El doble monólogo sucesivo de descalificaciones alu© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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diendo a herencias nefastas y activos dilapidados orilló el tema europeo, la importancia de las novedades que se derivan para el Parlamento de Estrasburgo de la aplicación del Tratado de Lisboa, y finalmente las consecuencias que la decisión ciudadana de acudir o no acudir a las urnas el próximo día 25 revisten para el proyecto europeísta. El debate transmitió la imagen de un ajuste de cuentas, anticipando el plebiscito de unas próximas elecciones nacionales acerca de la gestión del partido actualmente en el poder. Es posible que en los 27 Estados restantes de la Unión Europea prevalezcan similares circunstancias y que las elecciones europeas de esta semana ensayen otras tantas elecciones nacionales. Pero de ser así hay un doble perdedor: Europa y los 507 millones de europeos representados en los nuevos 751 europarlamentarios elegidos. Partimos de una construcción europea que evidencia serias fisuras. Por eso hay que sanarlas. En particular en la Eurozona, donde milita España, una moneda única con 18 deudas soberanas diferentes y 18 sistemas fiscales y de prestaciones, que no funciona. Los países de la Eurozo­na han decidido compartir su soberanía monetaria, y por lo tanto renunciar a las armas de las políticas económicas y financieras nacionales. Pero sin el desarrollo de nuevos instrumentos económicos, fiscales y presupuestarios comunes las disparidades se ahondan y perpetúan. Al día de hoy el desempleo en los países periféricos es tres veces mayor que en el norte. La relación deuda a PIB es de casi un 50% superior y la fragmentación financiera produce que los costos de endeudamiento para las empresas del sur de Europa sean 250 puntos básicos más altos que para las empresas del norte. Aquí entra de lleno la actualidad e importancia del Parlamento Europeo. Europa ha supuesto la consolidación de las democracias nacionales, el vuelco de colosales sumas de ayudas de cohesión hacia la periferia y una ola de progreso inusitada durante la llamada década moderada. La lógica exige el rearme de las políticas comunes con un escenario final de mayor integración y equidad entre países. Un eurodesconocimiento generalizado está jugando un papel corrosivo en la construcción de la nueva gobernanza europea. Debe recordarse que la aspiración central de mayor equilibrio democrático en las instituciones europeas ha incrementado los poderes del Parlamento en cada nuevo Tratado. A partir del Tratado de Lisboa, el Europarlamento tiene un poder legislador paritario con los gobiernos representados en el Consejo Europeo. La práctica totalidad de las iniciativas comunitarias requieren su aprobación o visto bueno. Origina o influye en más del 50% de las normativas que se despachan en los países miembros y se ha dotado de nuevos poderes en la aprobación del presupuesto de la Unión, donde se incluye la asignación y distribución de los ingentes fondos de ayudas públicas. De igual © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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manera, el Tratado de Lisboa prevé para los presentes comicios una elección «indirecta» del presidente de la Comisión —el sustituto de Durao Barroso—, por lo que la propuesta del Consejo Europeo deberá ser ratificada por el Parlamento europeo, «teniendo en cuenta el resultado de la elecciones» a dicho Parlamento. Acudir a las votaciones del próximo domingo es un acto de afirmación democrática a favor de la idea de Europa. Si ello no bastara, hay que apelar a la conciencia del voto útil para definir la composición del nuevo espectro parlamentario y la futura dirección del Viejo Continente, crecientemente amenazada por formaciones populistas y eurófobas de distinto significado. No se trataría ya de replicar unos plebiscitos nacionales para extraer consecuencias domésticas del reparto de fuerzas, sino de ejercitar la vocación europeísta de los partidos que lo profesan y evitar que los enemigos declarados del proyecto europeo logren una alta representación que haga tambalear sus cimientos. Una participación ciudadana inferior al 43% registrada en 2009 erosionará seriamente la credibilidad del Parlamento de la Unión. A seis días de las elecciones es probable que con la baja tasa de participación prevista el conjunto de partidos euroescépticos alcance casi un tercio de los 751 escaños en liza. Es evidente que si los fundadores de la Unión —Schuman, Monnet o Spinelli— resucitaran de sus tumbas no darían crédito al panorama descrito. (17 de mayo de 2014)

No hay brotes verdes para el empleo Es patente la fragmentación que sufre la economía española. Está, de un lado, cuanto se refiere al mercado de bienes y al mercado financiero. De otro, el capítulo relativo al mercado de trabajo. La última encuesta de población activa (EPA) al cierre del primer trimestre de este año confirma el divorcio entre ambos mundos. ¿Existe alguna pista que aclare esta grave desavenencia? Veamos. Es sabido que la propia virulencia de la crisis, con el resultado de una masiva destrucción de puestos de trabajo, y la reforma laboral han propiciado una notable disminución de los costes laborales unitarios en relación a la media de la Eurozona, del orden de 18 puntos porcentuales entre 2008 y 2013, lo que ha permitido a la economía española recuperar la competitividad perdida entre 1999 y 2008. A partir de este notable hito se ha iniciado el círculo virtuoso de la recuperación: mejoría sustancial de las cuentas exteriores, estabilización de © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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la confianza internacional, atracción de las inversiones extranjeras y despegue final de la deprimida demanda interna. La hazaña arranca en las cuentas exteriores. De un déficit por cuenta corriente de 105.000 millo­ nes de euros (10% del PIB) en 2007 la economía española ha pasado a contabilizar un superávit de 7.000 millones (0,7% del PIB) en 2013. El déficit fiscal se ha contraído hasta el 6,62% del PIB en 2013 desde el 11,1% alcanzado en 2009. La demanda interna comienza a contribuir positivamente a la creación de riqueza. El crédito bancario anticipa tímidos signos de reactivación. Fitch y Moody’s han elevado un escalón la calificación de la deuda pública. El «Indicador de sentimiento económico» cotiza en máximos desde 2007 y el tipo del bono a 10 años, que increíblemente ha perforado la barrera psicológica del 3%, está en mínimos a niveles de 2005. Todas estas noticias, de signo alentador, contrastan con los regresivos datos de empleo presentados por el Instituto Nacional de Estadística. El número de parados disminuye en el primer trimestre del año en 2.300 personas y se sitúa en 5.933.300. Pero ello no es atribuible a la mejoría del mercado sino a que la población activa disminuye en 187.000 personas. La ocupación baja en 184.600 personas este trimestre y la tasa de paro ha repuntado dos décimas hasta el 25,9%. El empleo se ha reducido en 79.600 personas en los últimos 12 meses. La encuesta contiene además otros ingredientes nocivos, como el aumento del paro juvenil, la destrucción de trabajo estable o el enquistamiento progresivo del paro de larga duración. ¿Cómo se concilia este panorama dual de la economía española, o, si se quiere, cuáles son las razones de la persistencia del paro a niveles récord de la OCDE, a pesar de nuestra incipiente recuperación? El diagnóstico nos remite a lo que el Fondo Monetario Internacional ha conceptuado como «paro estructural». Un eufemismo que afecta a 16 de los 26 puntos porcentuales del paro padecido en España y que se traduce, en lenguaje liso y claro, como irrecuperable a corto plazo. Y ¿cuál es ese factor que provoca la consistencia de la lacra social del desempleo masivo? Aun a riesgo de errar en un intento de simplificación, la razón puede atribuirse, no solo pero sí fundamentalmente, al escaso stock de cultura y habilidades del colectivo de desempleados e inactivos en nuestra sociedad, en el contexto de un mundo competitivo y globalizado, aspecto que no es adecuadamente contrarrestado por las políticas activas practicadas por los gobiernos de turno en la recuperación de este grupo social. Bastante más de la mitad de los desempleados lo son ya de larga duración con los riesgos de exclusión definitiva que ello implica coincidiendo con que una proporción similar no cuenta con estudios superiores a la ESO. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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La reforma laboral, con ser necesaria, no ha sido suficiente. Thomas Piketty ha alertado de la progresiva reducción de las rentas del trabajo en el valor añadido mundial y las desigualdades que ello acarrea. La más dramática de todas se traduce en paro y exclusión. En el marco de la globalización, la mano de obra poco cualificada quedará marginada y en gran medida su trabajo deslocalizado, o automatizado y sustituido de forma irreversible por un robot. No queda otra salida que acrecentar el stock de conocimiento y habilidades de toda la población en edad de trabajar presente o futura si queremos recuperar una posición activa en la sociedad. En este contexto, los drásticos recortes en el presupuesto para la formación de los parados, limitando las políticas activas casi exclusivamente a las bonificaciones, son claramente contraproducentes. Lo mismo es aplicable a las rebajas en educación o en las dotaciones a I+D+i. La inversión en conocimiento hoy, a todos los niveles, es el principal anticipo de la competitividad de nuestra sociedad de mañana. (3 de mayo de 2014)

Thomas Piketty: el capital en el siglo xxi Recuerden este nombre: Thomas Piketty. No es una estrella del rock pero la fama de este joven catedrático de Economía de la Universidad de París, se propaga como el fuego en el keroseno. Su último libro, El capital en el siglo xxi, ha despertado una atención inusitada en la comunidad académica internacional. El nobel Paul Krugman califica de «magna obra» la del erudito galo que podría ser el estudio económico más importante del año, quizá de toda una década. Martin Wolf, el economista de cabecera del prestigioso Financial Times señala que «el econo­mista Thomas Piketty ha escrito un libro extraordinariamente importante». Y así una larga lista de opiniones autorizadas. Como era de esperar, otras figuras relevantes del mundo académico muestran sus reticencias bien a las conclusiones del francés bien a algunas de las lagunas u omisiones de su obra, como es el caso del también nobel Robert Solow o del profesor de Harvard Greg Mankiw. Piketty se ha encaramado con un salto de gigante a la cima del colectivo de expertos sobre el tema que posiblemente está llenado más páginas en los medios de comunicación especializados y que se erige en el protagonista indiscutible tras la gran crisis global: la desigualdad económica. Realiza una labor enciclopédica en un doble plano: testimoniar con un apabullante aparato estadístico la creciente concentración © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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de la renta y de la riqueza en las manos de una élite minoritaria y agregadamente demostrar el retorno a un «capitalismo patrimonial» donde la riqueza heredada y factores como la ubicación geográfica, la familia, la educación y otros similares tienen mayor relevancia que el esfuerzo o el talento, vetando la promoción igualitaria en la escala social. Como señala Piketty «el riesgo de una deriva hacia la oligarquía es real y concede poca razón al optimismo». Piketty pasa de puntillas por un tema crucial: si el coste de reducción de las desigualdades quedará compensado por sus beneficios. Pero para sorpresa general, los economistas del Fondo Monetario Internacional han publicado al menos tres informes en los últimos seis meses, en los que toman partido en este tema al afirmar que la desigualdad injusta es regresiva, deses­ta­bi­li­zan­te e ineficiente y al mismo tiempo —otro gran foco de debate teórico hasta la fecha— las políticas de redistribución son congruentes con la eficiencia económica. El capital en el siglo xxi justifica sus tesis de forma sencilla. La desigualdad planetaria aumenta, ya que la tasa de crecimiento histórica del rendimiento del capital (r) es manifiestamente superior a la tasa de crecimiento de la economía en su conjunto (g) lo que equivale a constatar el distanciamiento progresivo entre las rentas salariales y los rendimientos del capital, conduciendo a un capitalismo patrimonial y al señorío progresivo de la riqueza sobre el trabajo. Piketty se declara apolítico desmarcándose del marxismo. Es más, sostiene que el capitalismo es un sistema idóneo para la creación de riqueza pero acrecentando las desigualdades. Por lo que, en ausencia de políticas impositivas fuertemente progresivas, la desigualdad conduciría a una situación insostenible. De ahí que, irónicamente, un reciente artículo suyo en el Financial  Times lleve por título «Salvemos el capitalismo de manos de los capitalistas». La solución propuesta por Piketty de una tasa superprogresiva a la riqueza hasta niveles del 80% abordada simultáneamente por todas las naciones de la Tierra parece sencillamente utópica. Piketty, por otra parte, no es ciego a la evidencia de que si la tecnología contribuye a sustituir la aportación del factor trabajo al crecimiento, su tasa de participación relativa necesariamente deberá decrecer. Otras críticas frontales a la obra del francés aluden a las bondades de la acumulación histórica del capital que elevó durante décadas el nivel de vida de las poblaciones hasta registros inimaginables, y al aparente salto mental entre las tendencias históricas y las perspectivas venideras. Como señala Clive Crook, existe en el libro «una persistente tensión entre los límites de los datos que presenta y la grandiosidad de las conclusiones que traza». © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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Con todo, en una reflexión preliminar conviene confirmar que las etiquetas siempre son malévolas y que las estadísticas no entienden de izquierdas o de derechas. Que las desigualdades existirán siempre, son inevitables y hasta cierto punto eficientes. Pero en una sociedad crecientemente dominada por una riqueza elitista y minoritaria, el dinero ejercerá una influencia determinante sobre el poder, con la obvia tentación de comprarlo de forma más o menos sutil o más o menos descarada. Si así se advirtiera, es obvio que tal situación no debe ser tolerada. Como señala certeramente Piketty, estarían en juego los pilares mismos de la democracia. (28 de abril de 2014)

Las dos Españas Tres son los indicadores habituales que los analistas económicos estudian para evaluar la solvencia de un país. Estos tres instrumentos comunes se refieren al tipo de interés de la deuda pública, a la prima de cobertura de su correspondiente seguro de impago (credit default swaps) y a la nota o rating que las agencias de calificación otorguen al país analizado. De esta manera el inversor institucional o privado, o el simple curioso de las relaciones internacionales tiene a su disposición el diagnóstico comparativo que clasifica a las economías desde los puestos de máxima solvencia hasta aquellos otros de gran riesgo y dudosa viabilidad. El jueves 17 de abril, el último día de mercado en las Bolsas españolas, el bono español a 10 años se compraba en el mercado secundario a un tipo de interés del 3,098%. No olvidemos que veníamos de la estratosfera financiera cuando en julio de 2012 el bono soberano español cotizaba un tipo superior al 7,5%. Lo cual nos lleva a una consecuencia espectacular: la prima de riesgo española o su equivalente, el tipo de interés a 10 años, se aproxima cada vez más al mínimo histórico del 3,005% registrado en septiembre de 2005, tres años antes del estallido de la burbuja inmobiliaria y dos antes de los primeros escándalos ocurridos en Estados Unidos en torno a las hipotecas subprime y la titulización fraudulenta de activos inmobiliarios tóxicos. Según este indicador, España disfruta de una segunda juventud, la recuperación es un hecho y aquí no ha pasado nada. La segunda consideración es que el bono español acaba de batir otro récord no menos notorio al cotizar al mismo nivel que la deuda de © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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Estados Unidos. Así, el bono público a cinco años cotiza el 1,7%, igual tipo de rendimiento que el del bono estadounidense al mismo plazo. La conclusión vuelve a ser magnífica: España tiene análoga percepción de solvencia y reputación que el gigante americano. Somos tan buenos como la primera economía mundial, y ello no debido a alguna torva manipulación estadística u otra maquinación fraudulenta sino al veredicto de los inversores internacionales que asumen el riesgo público español con idéntico apetito que el riesgo público yanqui sin que nada ni nadie les esté obligando a ello. Pero como dice el refrán, a menudo, cuando algo parece demasiado bueno para ser verdad, es que lo es. Ya hemos indicado que existen otras formas de medir el riesgo país. Por ejemplo a través de las primas de los contratos de seguro de impago de emisor soberano y aquí las diferencias son abismales. Lo mismo sucede con el criterio mostrado en las calificaciones de las agencias de rating. Mientras que Estados Unidos está a la cabeza de la lista exhibiendo su triple A, España se sitúa nada menos que ocho escalones por debajo, a un solo paso del bono basura, y eso que ha sido premiado con la recuperación de un nivel en fecha reciente. Hay que remontarse a 2007 para encontrar niveles equivalentes entre el tipo de la deuda española y americana, pero entonces aún no se había desatado el fiasco subprime y España también disfrutaba con su triple A de los primeros puestos en la tabla mundial. ¿Cuál es la razón o razones que promueven un espejismo de las características descritas? Los manuales nos orientan al menos en dos direcciones no siempre meridianas. La primera se refiere a un escenario de bajo crecimiento y baja inflación en el que retornos nominales modestos se transforman en rendimientos reales aceptables. La demanda de bonos es más acusada en tiempos de recesión o crecimientos famélicos como puede ser el caso actual de nuestra economía. La segunda y quizás más determinante es la que se deriva de la advertencia lanzada por el Banco Central Europeo para introducir una política de relajación cuantitativa en la Eurozona. Este tipo de programas implica la creación masiva de dinero nuevo que se utiliza predominantemente para la compra de títulos gubernamentales, lo cual empuja sus tipos de interés a la baja. En este contexto los inversores realizan hoy una apuesta firme por España aventurando que los tipos de largo aún caerán más. Pero existe una tercera razón que no figura en los libros de texto. Se refiere a la profunda disociación que en España se ha producido tras la crisis entre la economía financiera y la economía real. Aplicado el torniquete al sector bancario y realizado un elogiable esfuerzo de recorte del déficit público, los parámetros financieros se han estabilizado ig© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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norando una economía real cuyo PIB tardará aún más de un lustro en alcanzar los niveles previos a la crisis y un paro que se extenderá hasta más allá de 2025 si los vientos son suficientemente favorables. Desgraciadamente, estamos hablando de dos Españas. (19 de abril de 2014)

La gran paradoja En la columna del pasado lunes formulábamos una cerrada defensa de la responsabilidad ciudadana que constituye el pago de los impuestos debidos. Resulta ocioso resaltar que tales afirmaciones se referían solamente a la partida de los ingresos presupuestarios. Pero como consecuencia de la crisis en curso, las políticas económicas de gasto —la otra cara del presupuesto— han producido un movimiento de división entre los distintos agentes sociales, conduciéndolos a posiciones irreconciliables. El lector habrá adivinado que nos referimos a los defensores de las medidas keynesianas de estímulo frente a aquellas otras de corte neoliberal recogidas bajo el ideario de la «austeridad». Son innumerables los ejemplos que encarnan los roles descritos. Reportaremos tan solo dos recientes para trazar a continuación unas someras reflexiones a modo de conciliación o síntesis, si es que estas fuesen posibles. Comencemos por el primero. La activa jornada de masiva movilización de las principales centrales sindicales europeas «contra la austeridad» celebrada en Bruselas —y también en otras plazas del Viejo Continente— el cuatro de abril pasado perseguía, según la Confederación Europea de Sindicatos, transmitir a los líderes de la Unión Europea «que sus políticas para tratar la crisis financiera no son suficientes y han causado otras crisis crecientes de índole social y económica. El mensaje es que la austeridad no funciona». Adicionalmente los convocantes solicitaban un segundo Plan Marshall del siglo veintiuno, una batería de inversiones de choque que movilice en 10 años unos 260.000 millones de euros. La cifra que, según los proponentes, representa el 2% del PIB comunitario, pondría fin a una Europa «anestesiada por años de austeridad e inmovilismo» y reduciría la masa inaceptable de 26 millones de parados, 10 más que en 2008 cuando comenzó la crisis, y siete millones y medio de jóvenes europeos que ni tienen un puesto de trabajo ni cursan tipo alguno de estudio. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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La propuesta se antoja sensata y en este caso el noble fin bien parece justificar la adopción de medidas enérgicas y excepcionales. Solamente un pero surge a la estela de la propuesta planteada: su financiación. ¿Se cubrirá esta con nuevos recursos al contribuyente? ¿Lo hará con cargo a un déficit presupuestario que ahondará el problema de una deuda pública en muchos casos desorbitada y quizá impagable? ¿Se sustituirán las nuevas partidas por otras del presupuesto, abandonando aquellas? Y, si es así, ¿con qué criterio se realizará la selección y la exclusión? ¿Qué dejará de atenderse? El segundo ejemplo lo constituye otra manifestación no menos sonora y reivindicativa desarrollada el pasado otoño por la singular y única representación del monarca de los Países Bajos. Un pacífico alegato de una sola persona. En la apertura del año parlamentario, el rey  Guillermo Alejandro de Holanda anunció las nuevas medidas de ahorro aplicables a su país por valor de 6.000 millones de euros que se suman a los 46.000 millones de euros de ajustes que Holanda ha aprobado desde 2010, en su senda para cumplir con la normativa europea de déficit excesivo. Un presupuesto de recortes pero sobre todo un nuevo modelo económico para garantizar la sostenibilidad de los nuevos tiempos. El monarca explicó que el «clásico Estado del bienestar» debe transformarse en una «sociedad participativa» en la que los ciudadanos aumenten la responsabilidad sobre sus propias vidas. «El paso hacia una sociedad participativa es particularmente notable en la Seguridad Social y en los que necesiten cuidados de larga duración. Es precisamente en esos sectores donde el clásico Estado del bienestar de la segunda mitad del siglo xx ha producido sistemas que en su forma actual ni son sostenibles ni están adaptados a las expectativas de los ciudadanos». Quienquiera que preste atención a la realidad de la globalización, la deslocalización geográfica con el proceso de relevo iniciado por los países emergentes dinámicos, los movimientos migratorios o los censos de envejecimiento de la población occidental, en particular de la europea, sabe que —a pesar de las críticas demoledoras recibidas— el mensaje del monarca holandés es todo menos utópico. La razón fundamental es la globalización. Si la población de la Unión Europea es el 7% de la mundial, y si supone el 20% del comercio mundial, no parece sostenible que soporte el 50% del gasto social del planeta. Como ya se ha referido al comienzo, no resulta fácil ni cómodo trazar unas líneas de convergencia y menos de síntesis entre las posiciones reflejadas en los dos ejemplos citados. Apuntar tal vez que la socialdemocracia debe percatarse de que su rival no es el liberalismo sino la globalización y el contexto que esta ha generado, abriendo un vacío ideoló© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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gico aún no sustituido cabalmente por ningún otro proyecto. Estamos inmersos en un «socioliberalismo» que no contenta a nadie, pero los modelos populistas o el regreso a nefastas experiencias pasadas se antojan una alternativa aún peor. (14 de abril de 2014)

Vuelve el fantasma deflacionista Las sirenas rompen el silencio de una recuperación incipiente llamando a la ciudadanía a buscar el cobijo de los refugios. La deflación vuelve a atacar. La deflación es la hidra de las siete cabezas porque a su reclamo los consumidores reducen las compras ante la expectativa de que los precios caigan aún más. Ello provoca el derrumbe de los márgenes de las empresas, que reducen las inversiones previstas y recortan plantillas acelerando el círculo vicioso del consumo, al aminorarse la renta disponible de los ciudadanos. La deflación huye del gasto y el endeudamiento, los dos resortes que una economía deprimida precisa para arrancar. Sin consumo ni inversión, la economía se paraliza. Repasemos sucesivamente los síntomas, las raíces y las posibles terapias aplicables a esta enfermedad devastadora. Los precios han vuelto a registrar tasas negativas, el –0,2% en tasa anual, en las previsiones a marzo de la economía española. Alerta naranja en lo nuestro, pero también alerta amarilla para el resto de socios europeos. Aunque se trata de un dato preliminar, ello no oculta que España discurre por un escenario sostenido de contención y aun regresión de los precios y que los organismos multilaterales alertan seriamente del riesgo que nos acecha. Según las previsiones de la Universidad Carlos III, la probabilidad de registrar una inflación media negativa en el año 2014 es del 36,5%. La encubierta deflación española hunde sus raíces en múltiples fuentes. De una parte obedece al colapso reciente de nuestra demanda interna afortunadamente endulzado por el comportamiento del sector exterior. De otra resulta de lo que Irving Fisher bautizó como «deflación por deuda» y que tiene su fenomenología peculiar. Ambas son cruciales pero mientras la demanda interna comienza a despuntar en 2014, la reducción del endeudamiento sigue castigando a la economía. La mala fortuna ha querido agregar en nuestro caso un tipo de cambio del euro sobrevalorado que penaliza la competitividad precio del país, lo que supone un ingrediente adicional de deflación importada. A su © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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vez, una caída del 7,2% en el PIB, inferior a la caída del empleo revela importantes ganancias de productividad. Por su parte, el sobreendeudamiento patente en España tras el estallido de la burbuja inmobiliaria exigió del sector privado —empresas, bancos y consumidores— un «desapalancamiento» radical, esto es la venta y liquidación de activos, con una oferta gigantesca de bienes y servicios enfrentada a una demanda retraída o inexistente. El desendeudamiento privado sigue una pauta de reducción deseable para llegar al 150% del PIB en 2015. Viene del 230% y actualmente se sitúa en el 178% del PIB. De modo que las referidas dinámicas —unas de demanda, otras de oferta— no pueden sino presionar a la baja sobre los precios. Dos ejemplos indiscutibles los ofrecen los precios del inmobiliario e inducidamente la retribución de los trabajadores. La oferta masiva de suelo y vivienda ha reducido a la mitad su valor de mercado. Y un paro del 26% implica una sobreoferta de mano de obra que, junto a la flexibilización del marco legal, ha supuesto alrededor de un 15% de rebaja en los costes laborales unitarios. Esto último ha supuesto, sin embargo, una benéfica devaluación interna del país, facilitando el despegue de las exportaciones, equilibrando déficits exteriores y estimulando la confianza del resto del mundo en la economía española. Dado que la economía española crecerá en 2014 entre el 1 y el 1,4% no parece probable que se desate una espiral inflacionista. Sin embargo, la incipiente recuperación de la demanda interna reclama medidas de estímulo, que dados nuestros compromisos de consolidación fiscal con Bruselas deberían tener su origen en políticas expansivas por parte de Alemania y otros países centrales menos endeudados. Aquí entra de lleno el resto del arsenal disponible en el Banco Central Europeo, que el artificiero Mario Draghi esté dispuesto a emplear. Máxime ahora que el guardián de la ultraortodoxia y jefe del Bundesbank, Jens Weidman, está dispuesto a hacer la vista gorda ante medidas «no convencionales» del BCE y un nutrido coro de expertos lo ha urgido vivamente. El jueves se reúne el Consejo del banco emisor europeo y las armas disponibles son conocidas: rebaja de tipos, programas adicionales de liquidez bancaria con especial respaldo finalista a las pymes, y compra de títulos públicos y privados expandiendo la oferta monetaria, incluida la compra de dólares. El sabio de Frankfurt estará, sin duda, cavilando su respuesta. Mientras tanto, nosotros a lo nuestro. Marzo promete contabilizar un crecimiento trimestral del PIB alentador, el tipo del bono a 10  años está en mínimos a niveles de 2005 y el Indicador de Sentimiento Económico cotiza en máximos desde 2007. Aquellos que quie© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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ran animarse harían bien en leer el reciente informe del gobernador del Banco de España, Luis María Linde, sobre la evolución de la economía española. (31 de marzo de 2014)

El sinuoso avance hacia una Unión Bancaria europea Al igual que los malos estudiantes que se dan el atracón horas antes de la celebración del examen, los ministros de Finanzas y jefes de Estado de la Eurozona hicieron lo propio en la madrugada del pasado día 20 de marzo, tras una maratoniana reunión de más de 17 horas: superar un crítico parcial del examen de la Unión Bancaria —el Mecanismo Único de Resolución— con un aprobado raspado. Se ha consensuado la segunda gran columna del edificio bancario europeo y eso proporciona una indisimulada satisfacción. Pero lo ramplona de la calificación, lastrada por las permanentes reticencias alemanas, provoca la comprensible decepción al comparar lo que el proyecto anunció ser y lo que ha sido. Cuatro son los pilares de una Unión Bancaria. Una normativa única, cuya confección avanza a buen ritmo. Una supervisión común, igualmente en marcha, en la que el Banco Central Europeo asumirá el control de los 130 bancos más importantes de Europa —representando el 80% del balance bancario de la Eurozona— a partir de noviembre de este año. Un solo fondo de garantía de depósitos que constituya una red de seguridad para los depositantes de un país con independencia de la salud de las finanzas públicas del país en cuestión, capítulo que se relega para una etapa posterior. El cuarto y último pilar lo constituye el Mecanismo Único de Resolución (MUR), eslabón crítico para determinar quién «resuelve», esto es, quién es competente para determinar la disolución o salvamento de una entidad financiera en crisis, y cómo se cubrirán, en su caso, los costes de la referida disolución. Es sobre este capítulo sobre el que se han alcanzado acuerdos decisivos el jueves de la semana pasada. Hay que recordar aquí, por su directa relación con el tema, que la reciente Directiva de Recuperación y Resolución comunitaria establece la inequívoca implicación de los acreedores de una entidad financiera en la cobertura de las insolvencias de la misma. Con la excepción de los depósitos inferiores a 100.000 euros, el resto de pasivos bancarios están sometidos a quitas parciales o totales siguiendo una determinada prelación concursal (Bail-in). Capitales híbridos —preferentes y subor© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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dinadas— deuda «senior» y depósitos superiores a 100.000 euros constituyen por dicho orden los conceptos de «quitas» hasta el equilibrio o disolución de la entidad afectada. Este drástico cambio de rumbo debe alertar a la ciudadanía de que en el futuro deberá seleccionar muy atentamente el producto en el que materialice sus ahorros y de ser un depósito, la cuantía del mismo y especialmente la solvencia y repu­tación del banco al que decida confiarlos. Volviendo al acuerdo sobre el MUR, la divergencia clave y fuente de la mayor o menor decepción según las expectativas forjadas para gobernantes y gobernados, muy en especial en los llamados países periféricos, surge en el grado de «mutualización» o «colectivización» de los fondos que se asignen a la resolución: quién y cómo se cubrirán los costes del cierre y disolución de una entidad financiera. Los países endeudados suspiran por un fondo común, probablemente el Mecanismo Europeo de Estabilidad, que acuda directamente —sin intermediación de los Estados— a financiar los déficits de un siniestro bancario o, en su caso, su recapitalización. Una Unión Bancaria convertida en una «unión de transferencias» financiada por todos los contribuyentes de la Unión Europea y no por los del país en los que resida el banco insolvente. Así se entendió en el clímax de la crisis del euro en el verano de 2012, cuando, en el Consejo del 29 de junio, la canciller Merkel aceptó la reca­pi­ta­li­za­ción directa de los bancos —fundamentalmente los españoles— con cargo a los mecanismos europeos de rescate. Pero aquello fue flor de un día y el recelo de los países acreedores fue haciéndose fuerte a medida que cedía la virulencia de la crisis soberana. Herida en su amor propio, Alemania nunca aceptaría una unión fiscal que se colara por la puerta trasera de la construcción europea. El consenso ahora alcanzado establece que serán los propios bancos europeos los que alimenten un Fondo de Resolución de crisis bancarias de hasta 55.000 millones de euros. La buena noticia, después de las decepciones narradas, es que a partir de 2024 dicho fondo no tendrá una consideración nacional sino que saldrá con el uniforme europeo al rescate de cualquier banco en dificultades de la Eurozona. En ese momento no habrá bancos de tal o cual país sino bancos europeos y la lamentable fragmentación de los mercados, así como el infernal círculo entre bancos y Estados, serán cosas del pasado. Una Unión Bancaria completada pondrá fin a los rescates masivos, contribuirá al retorno de la estabilidad financiera y creará las condiciones para resucitar la actividad crediticia, elemento esencial para consolidar la recuperación y crear puestos de trabajo. (22 de marzo de 2014) © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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Prosigue la recuperación económica La Comisión Europea ha sido la última de las instituciones multilaterales que ha aumentado la previsión de crecimiento de España en 2014: un 1% en lugar del 0,5% de la estimación anterior. Antes lo hizo el FMI y, a su vez, también el Gobierno central ha anunciado una revisión al alza de sus estimaciones de crecimiento hasta el 1,0% para 2014 y el 1,5% para 2015. FUNCAS las sitúa en el 1,2% y 1,8%, respectivamente. La elevación del indicador básico del PIB, que debe representar la capacidad de tracción de la crisis de la economía española, no es sino el reflejo del progreso del resto de variables económicas a corto plazo, y de los avances realizados durante los últimos trimestres para superar los graves desequilibrios que acumulaba la economía española. Varios servicios de estudios han adelantado estos días las cifras correspondientes al primer trimestre de 2014. Cortada la hemorragia de la recesión el tono general ha ido mudándose del tímido de la esperanza al más abierto y dinámico del optimismo. Tiene este tono o sentimiento una importancia capital ya que voces tan autorizadas como el gobernador Linde, el economista-jefe del FMI Blanchard o el Think Tank Bruegel, advierten del peligro latente de una deflación más o menos encubierta en nuestra economía, que desde aquí queremos descartar. Una economía sobreendeudada en proceso de desapalancamiento genera un auténtico tsunami de la oferta que pulveriza los precios sin piedad alguna. Lo que en el sector de la vivienda es una triste evidencia se extiende en mayor o menor medida a otros ámbitos del mercado, confiando el comprador siempre que el día de mañana ofrezca oportunidades más favorables que las ya bastante claras manifestadas el día de hoy. El común denominador psicológico lo constituye el virus de la desconfianza, incapaz de plegarse a la evidencia de las cifras y aceptar que «lo peor de la crisis ya ha pasado». Solo cuando florezca ese sentimiento se recuperará una demanda interna latente desde el inicio de la crisis y el círculo beneficioso podrá activarse al aumentar el empresariado la capacidad productiva para hacer frente a la nueva renovada demanda. Las cifras son muy importantes, pero el tono psicológico marcará definitivamente el ritmo y el vigor de la demanda interna y, con ella, el de la recuperación. La gran novedad es que con el 48,5% de la información disponible, el modelo MICA-BBVA estima una tasa de variación del PIB en el primer trimestre de 2014 en el entorno del 0,4% respecto al cuarto trimestre de 2013. Si ello fuera así hay que pensar seriamente que el inicio de la recuperación de la economía española es una realidad. La influencia del PIB sobre variables estratégicas como el paro, los ingresos © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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tributarios, disminución de subsidios y los antes citados del estímulo de la demanda interna es tan decisiva, que un arranque de año a ritmos del 1,6% anual es de ensueño, tanto que debiéramos interpretarlo con la más contenida de las cautelas. En lo que respecta a la demanda del resto del mundo, los indicadores de expectativas y las exportaciones efectivas de bienes y servicios retoman la senda alcista del primer semestre de 2013. Por el lado del consumo y la inversión privadas, los indicadores muestran igualmente positivos signos de recuperación. El indicador de confianza de los consumidores, por ejemplo, ha mejorado de manera notable en enero y febrero de 2014. Los indicadores de actividad (PMI de manufacturas y de servicios) auguran un buen inicio de año. La estabilización del sector inmobiliario también está cada vez más cerca. El número de compraventas de viviendas creció en enero un 59,2% sobre enero del año anterior y los precios repuntaron un 8,9%, según la reciente estadística del Consejo General del Notariado. El crédito empieza a fluir de nuevo a hogares y empresas y la prima de riesgo española se sitúa holgadamente por debajo de los 200 puntos básicos, habiéndose incluso fijado mínimos históricos en alguna de las últimas emisiones del Tesoro. Los datos referentes a la evolución del número de parados registrados también contribuyen a dibujar una visión algo más positiva de la situación económica. En los primeros meses de este año han seguido aumentando las afiliaciones a la Seguridad Social y se ha intensificado el ritmo de descenso del paro registrado. Según FUNCAS, en el bienio 2014-2015, el empleo podría incrementarse un 0,5% el primer año, tasa que se elevará hasta el 1,1% en 2015. La tasa de paro se reducirá algo más debido a que a la disminución de la población activa se suma ahora la creación neta de empleo. El proceso de recuperación está bien encarrilado, pero ello no debe hacernos olvidar que muchos de los pilares sobre los que aquel se sustenta son aún extremadamente frágiles. (17 de marzo de 2014)

La culpa no es de la Troika Los graves episodios de guerrilla callejera —registrados en Bilbao el pasado 3 de marzo con motivo de la celebración, en el Museo Guggenheim, de un Foro Económico del máximo relieve internacional— invitan a formular algunas consideraciones no tanto sobre sus consecuencias directas sino, sobre todo, en relación a sus efectos secundarios. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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Como ha sentenciado el representante de nuestro Consistorio, los hechos acaecidos en esa fecha constituyen «uno de los ataques de violencia y vandalismo más duro y grave que ha sufrido en su historia la Villa de Bilbao, un ataque de violencia organizada y orquestada contra la ciudad en su conjunto». Es verdad que por unas horas los autores de los destrozos en la principal arteria de la Villa y en el Casco Viejo —un nutrido grupo de terroristas de baja intensidad—, han despertado viejas pesadillas de luchas callejeras y terror etarra. Pero las cosas están en su sitio y la contundente repulsa de los hechos por parte de la sociedad e instituciones vascas ha consolidado en sus posiciones a los demócratas, que siguen siendo la gran mayoría. Con la cerrada repulsa de aquellos sucesos, la vida vuelve a sus afanes, aventurando además que lo acaecido responderá a un hecho aislado, que por otra parte se produce con alguna frecuencia en otros países y ciudades cuando se congregan las élites de la gobernanza mundial. Condenable y condenado, el hecho queda contextualizado, se relativiza, y nuestra urbe recupera la paz perdida durante algunas horas. Todo podría acabar ahí, si no fuera porque al hilo del debate abierto con posterioridad a los referidos episodios de violencia, se ha ido tejiendo de forma aparentemente inocente y tangencial un discurso cuyos límites, de seguir expandiéndose, pueden hacer variar nuestra interpretación de la realidad económica y consiguientemente el juicio que merecen las medidas y sacrificios en curso para superar la grave crisis que aún nos atenaza. Y es que, lamentablemente, de forma paralela a la condena del vandalismo callejero, se ha ampliado dicha reprobación —de forma corregida y aumentada— a las propias instituciones de la Troika comparecientes en Bilbao ahora hace una semana. Durante los días siguientes a los episodios narrados hemos visto y escuchado sin notable oposición de nadie referirse a la Troika como a una «cuadrilla de sanguinarios, psicópatas y criminales», causantes «de estragos en millones de personas», «auténticos delincuentes», defendiendo que los episodios protagonizados por los radicales son «solo una parte», ya que «la parte principal se halla en el interior del Museo», sugiriendo que dados «los crímenes contra la humanidad» cometidos por la Troika, la Ertzaintza, en lugar de utilizar el dinero público en reprimir a los descontentos, debiera proceder a la detención y entrega a los jueces de instituciones y personas acusadas de gravísimos delitos contra la sociedad. Pueden consultar el archivo digital de nuestra televisión autonómica y seleccionar las tertulias vespertinas de máxima audiencia de los días 4 y 5 pasados. Salvadas las distancias, el comunicado diocesano de días atrás también ha contribuido a echar leña al fuego en alguna de sus aseveraciones centrales. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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Tales exabruptos se han extendido con relativa naturalidad a otros ámbitos escritos y de la radio, logrando con su reiteración crear un peligrosísimo estado de opinión en el ciudadano medio que las da por buenas cuando nadie las niega. Lo grave de este discurso no es que se haya producido sino que apenas ha recibido contestación alguna. Como todas las declaraciones temerarias también estas solo pueden tener su origen en una intencionalidad bastarda, o alternativamente en la ignorancia supina de los hechos. Particularmente debo inclinarme por el segundo de los motivos. Y es que en la trama de la liquidez oceánica en la que se vio inmersa la economía española en los años siguientes a la adopción del euro, que arrastró a España a un desenfreno crediticio, a la acumulación de un insostenible déficit de balanza por cuenta corriente, a la creación de una imponente burbuja inmobiliaria con cuyo estallido se destruyeron cientos de miles de puestos de trabajo poniendo al descubierto un modelo obsoleto y carente de competitividad, poco o nada ha tenido que ver la Troika. Y en la subsiguiente crisis bancaria derivada tanto de los excesos del inmobiliario como de la codicia e incompetencia de un grupo de políticos-bancarios, algunos de ellos hoy encausados, poco o nada ha tenido que ver la Troika. En nuestras vastas bolsas de corrupción y en la tolerada economía sumergida poco o nada ha tenido que ver la Troika. Ha tenido eso sí, una influencia decisiva, cuando bajo la providencia de Mario Draghi, los programas del BCE salvaron de la quiebra a la economía española —y, de rebote, a la vasca— a las que ya nadie estaba dispuesta a financiar. Y también ha tenido un montón que ver en la concesión de una línea multimillonaria preferencial para rescatar a la Banca, léase a nuestros ahorros depositados en ella. Y en relación a la condicionalidad que se nos impone, somos nosotros quienes debemos en todo caso autoimponérnosla porque este país ha firmado los tratados de la Unión y desea cumplirlos y en todo caso carece de futuro si año tras año ahonda el agujero de su déficit y arrastra el importe de la deuda a niveles insostenibles. No hace falta tampoco recordar que Bruselas ha sido nuestro secular mecenas desde 1986, volcando miles de millones de euros en las arcas españolas, a través de los fondos estructurales y de cohesión. Naturalmente, este lenguaje no vende porque hay mucho dolor en cada rincón de nuestra tierra. Pero también porque es extraordinariamente duro contemplarnos en el espejo global y reconocer un país que necesita imperiosamente renovarse para retomar el tren del crecimiento. Vende mucho más, sin duda, criminalizar a otras instancias terceras y entregarse ilusamente a los tópicos y la demagogia, alimen© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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tando el monstruo de un descontento que amenaza con alejarnos violentamente de una senda de reformas que ya empiezan a dar sus frutos. Pero, de ser así, la culpa no habrá sido de la Troika. (8 de marzo de 2014)

La Cumbre de Bilbao Cuando clareen las calles en Bilbao, hoy, lunes 3 de marzo, faltarán escasas horas para la inauguración en nuestro bilbainísimo Guggenheim del que será, a la vista de los ponentes, uno de los foros más importantes celebrados en nuestra Villa en todos los tiempos. Una nutrida representación de la élite empresarial española acompañará a los máximos intérpretes del Gobierno central, de las instituciones comunitarias, de la OCDE, y del Fondo Monetario Internacional. El rey y nuestras autoridades autonómicas precedidos por el irrepetible Iñaki Azkuna serán los encargados de prologar un acto organizado por ICEX y el Club de Exportadores. Todo ello constituye un privilegio y un honor para nuestra ciudad que durante unas horas gozara de la centralidad informativa internacional. En un mundo plural y democrático, una confluencia empresarial e institucional del calibre descrito se presta a ser blanco obligado de quejas y reivindicaciones. Guardando las formas, todo contribuye a ensanchar la fotografía de una realidad compleja y muchas veces discutible. En esa línea se han registrado en días pasados diversas reacciones. Desde la rebaja foral del acto aludiendo a su carácter marketinero y partidista hasta las habituales movilizaciones de protesta por parte de organizaciones sindicales y foros diversos de la sociedad civil, sin que hayan faltado manifiestos procedentes del ámbito universitario o comunicados como el de la Iglesia diocesana local. Todas ellas comparecen con desigual fortuna interpretativa de la realidad a la que aluden y en cualquier caso sin alternativas explícitas que la mejoren. En la última de las iniciativas citadas se alude indirectamente a las instituciones internacionales —la Troika— como las causantes, a través de sus políticas económicas, del paro, pobreza, exclusión social y recortes en derechos sociales para millones de personas en España y en Europa. Aunque todo lo anterior constituye una legítima reacción a los graves problemas que nos aquejan y en la mayoría de los casos estén sustentados por la buena fe y un encomiable sentido de la justicia y la solidaridad, la imputación directa a la Troika es inexacta en © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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lo conceptual y desde luego es injusta atendiendo al principio de reciprocidad. Es inexacto, en efecto, que las políticas dictadas por Bruselas, generalmente identificadas con los recortes y la austeridad, sean las causantes de los males que aquejan a la economía española. A estas alturas del debate debe reconocerse que hasta el FMI ha puesto de relieve que el ritmo del ajuste debe adecuarse a las posibilidades de cada economía para no matarla por asfixia. Y así lo ha secundado la Comisión que ha rebajado el calendario del ajuste español en dos ocasiones consecutivas, tolerará previsiblemente sin sanciones el incumplimiento del 6,5% de déficit en 2013, y con la misma previsibilidad lo hará en 2015 donde el déficit vuelva a escalar hasta el 6,5% del PIB. Lo indiscutible es que cada uno de estos déficits anuales se está cubriendo con nuevas emisiones de deuda y que el exorbitado nivel de esta última auspicia un nuevo cataclismo en nuestros mercados exteriores. Son nuestra incapacidad productiva relativa, una estructura de oferta ineficiente, un stock cultural y de conocimiento deficitarios, además de una fiscalidad irracional y unas bolsas de fraude inaceptables, las que conducen al país a un déficit fiscal crónico y no los recordatorios de Bruselas para adaptarnos a los compromisos adquiridos. Y es injusto el juicio a la simple vista de la historia. En efecto, desde su adhesión a la Comunidad Europea en 1986 hasta 2011, España ha sido receptor neto de más de 135.000 millones de euros en forma de fondos estructurales y fondos de cohesión a los que hay que añadir otras subvenciones sectoriales, contribuyendo en más de un 0,6% al crecimiento medio anual del PIB durante el referido periodo, y al corres­ pon­diente sostenimiento de cientos de miles de empleos. En 1986 nuestra renta per cápita era el 75% de la media europea, pasando al 89% en 1990 y al 102,9 en 2007. La pertenencia al euro permitió en 2011/2012 disponer de liquidez ilimitada evitando que nuestro sistema financiero saltara por los aires. El Banco Central Europeo atajó de un plumazo entre julio y septiembre de 2012 el episodio más severo de nuestra historia económica reciente, con la prima de riesgo en 649 puntos básicos, evitando la quiebra del país y el recurso a un rescate incondicional de alcance imprevisible. La última adjudicación de Bruselas ha consistido en una línea de crédito para rescatar al sistema financiero a 12 años a un tipo del 0,5%. La crisis no ha hecho sino revelar una situación estructural insostenible de la economía española. Y no podemos edificar el futuro acumulando más deuda sobre las espaldas de generaciones venideras. Nos

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incumbe a nosotros recuperar la competitividad perdida, empeño que empieza a ofrecer tímidos frutos. (1 de marzo de 2014)

La crisis española de 1931 Los historiógrafos americanos Reinhart y Rogoff se han encargado de recordarnos recientemente que, en una comparativa de las muchas crisis económicas padecidas en España, la palma del infortunio se la lleva la surgida en 1931, con una caída del PIB del 34,6% y que se arrastró con altibajos durante 26 años hasta su recuperación en los albores del Plan de Estabilización. La labor de cotejo con fuentes actuales y con otras de la época, en busca de una convergencia con los hallazgos de los catedráticos de Harvard, nos ha conducido a algunas reflexiones que pasamos a reseñar. En España la Ley de 15 de marzo de 1945 crea la Comisión para el estudio de la Renta Nacional que, por vez primera, produce una información estadística aceptable que más tarde se adaptará a los estándares de la OCDE vigentes hasta nuestros días. En 1945, la Comisión publica su primer informe sobre la Renta Nacional que cubre el periodo 1906-1935. En 1964 se amplia y actualiza la serie a precios constantes de 1953. Este último informe revela que la renta anual per cápita española al final de 1953, de 8.367 pesetas, sigue estando por debajo de las 9.007 pesetas registradas en 1929, 24 años después. Una investigación de 2009 de Jordi Maluquer demuestra con las correspondientes pruebas estadísticas que la renta per cápita española de 1929 solamente se recuperó en 1956, 27 años después. Muchas y muy variadas son, según los estudiosos del tema, las razones que activaron y perpetuaron en el tiempo la crisis española de 1931. Entre ellas, el efecto contagio de la crisis americana del 29; el inmovilismo autoim­pues­to en las políticas de alineación con el patrón oro y el franco francés durante la República; la Guerra Civil, con sus incalculables daños en el capital físico y humano del país, y la posterior política de autarquía y proteccionismo, renunciando el Gobierno del general Franco a todo tipo de ayuda financiera exterior, para la que recibió varias y generosas ofertas. La caída del consumo en los albores de la dictadura franquista, acordes con el gravoso esfuerzo de la recapitalización del país, como recordarán aún los mayores, transitó por la vía del hambre, el racionamiento, y el mercado negro. El descenso del 50% en las transacciones exteriores en ese tramo inicial revelan una disminución tanto de la productividad como del bienestar de los españoles, caída, © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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esta última, acrecentada por las altas tasas de inflación del período salvado el efecto inicial deflacionario. En 1959, España era junto a Portugal, el país más pobre de Europa. La crisis española de 1929-1956 tuvo un carácter devastador que retardaría la modernización del país y su acceso al progreso registrado en otros países europeos. ¿Qué decir de las cifras de paro, en particular cómo compararlas —si ello fuera posible— con las de la crisis española de 2008? Difusos son los datos del paro que acompañan a la crisis española de 1929. Los que se citan sugieren que el paro coyuntural no era acuciante. Algunos autores lo cifran en el 13% en 1933, aunque con diferencias regionales muy notables. La fuerte concentración de la mano de obra en la agricultura, que se convierte simultáneamente en fuente de producción y de subsistencia, es un amortiguador sin fondo de una crisis laboral de índole estacional y estructural. Por otra parte, no será hasta el Plan de Estabilización en 1959 cuando se reafirmen las medidas precursoras de los actuales esquemas públicos de protección social, lo que impide el seguimiento derivado de esas fuentes informativas. Por el contrario, la sociedad española actual, a la que ha estallado en las manos la crisis de 2008 es una colectividad evolucionada, moderna, altamente protegida por la acción pública proveedora de servicios de bienestar social y con una formación, productividad y habilidades muy heterogéneas, solapadas en una entramado difuso de economía sumergida, pero con un seguimiento estadístico de la realidad económica equiparable al de otros países avanzados. En la España de 2014 se conoce minuciosamente la evolución del paro surgido de la crisis de 2008: un paro insólito y particular del 26% del que el FMI ya ha adelantado que un 16% es estructural, con las connotaciones de inmovilismo a corto y medio plazo que ello acarrea. Por eso resulta doloroso anticipar algo que señala un reciente informe del BBVA: que la recuperación del nivel de empleo español puede demorarse hasta el año 2025. Y ello en un escenario heroico en que la productividad por ocupado aumente un 0,6% y el PIB crezca al 2,5% de media. La crisis actual, ¿puede resultar a la postre más severa que la de 1929? (17 de febrero de 2014)

La crisis actual: ¿más severa que la de 1929? Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff son dos afamados profesores de Harvard que no se han caracterizado últimamente por pasar desapercibidos. Su estudio de 2010 demonizando niveles de deuda supe© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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riores al 90% del PIB, levantó una respetable polvareda no solo en las instancias académicas sino —y sobre todo— en las civiles y políticas, al advertirse en el mismo algunas carencias estadísticas y metodológicas, lo que relajaría el anatema sobre las políticas keynesianas de gasto y endeudamiento. En otro artículo de diciembre de 2013 que lleva por título «Crisis financieras y soberanas: lecciones aprendidas y olvidadas», los economistas americanos sugieren para la Eurozona las llamadas medidas de «represión financiera» como medio para acabar con la crisis latente de deuda. En noviembre de 2013, Reinhart y Rogoff se manifestaron a favor de una quita en la deuda española como la forma más efectiva para consolidar la salida de España de la crisis, ya que «hacer ajustes sin reestructurar la deuda solo prolonga la agonía». Ahora, Reinhart y Rogoff (2014) nos sorprenden con un nuevo estudio de conclusiones ciertamente novedosas. Según consta en las mismas, en algunos países, la gran crisis de 2008 —aún en curso de recuperación— podría superar en severidad a la de 1929. El trabajo que lleva por título La recuperación de las crisis financieras: evidencia de 100 episodios introduce un ingenioso concepto que se revela esencial para evaluar la contundencia de las crisis financieras sistémicas: el Índice de Severidad (IDS) de una determinada recesión. El IDS suma aritméticamente la caída máxima del PIB en el curso de una crisis y el número de años que el PIB emplea en recuperar los niveles previos a la misma. Un ejemplo: la crisis que azotó a España a partir de 1931 supuso una caída máxima del PIB del 34,6% y empleó 26 años en su recuperación, por lo que el IDS (suma de ambos) asignado es de 60,6. Ocupa el segundo puesto entre las 35 crisis sistémicas más importantes del mundo entre 1857 y 2003, solo superada por la de Chile de 1926. La gran referencia de todos los tiempos, la crisis americana de 1929, arroja un IDS de 38,6 resultante de una caída máxima del PIB del 28,6% y un plazo de recuperación de 10 años. Este dato se presta a una referencia, ciertamente prematura y arriesgada, sobre la virulencia con que la crisis subprime ha incidido sobre los 12 países más afectados por la recesión que ahora amaina. La cruda realidad es que, a fecha de hoy, siete años después, de los 12 países que han sufrido significativamente la crisis de 2007 (Francia, Alemania, Grecia, Islandia, Irlanda, Italia, Holanda, Portugal, España, Ucrania, Reino Unido y Estados Unidos), solamente Alemania y Estados Unidos han recuperado sus valores de PIB precrisis. Muchos de estos países han registrado crecimientos negativos en 2003 aunque en su último trimestre se anuncie el principio de la recuperación. Los supuestos de las conclusiones que siguen se basan en las estimaciones © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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del FMI tanto para el momento en que se inician registros positivos del PIB como para determinar el número de años necesarios para regresar al PIB precrisis. En general, para este último supuesto se baraja el horizonte de 2018 o 2019, aunque la valoración es altamente discutible. Así, Grecia registraría un IDS de 36, sumando a la caída del PIB del 24% los doce años previstos para su restitución. Para Italia sería de 23,3 y de 24,9 para Irlanda. La conclusión es que cualquier empeoramiento de las estimaciones de recuperación previstas llevará a varios países europeos a registros de gravedad comparables a la gran crisis americana de 1929. Reinhart y Rogoff concluyen su investigación señalando que «las demoras en la aceptación de que tiempos desesperados requieren medidas desesperadas sigue elevando las probabilidades de que esta crisis pueda finalmente superar en severidad a la depresión de la década de 1930 en un buen número de países». Una consideración final. Para España, y en concordancia con los datos anteriores, la caída máxima de siete puntos de PIB y el plazo previsto de 12 años para la recuperación de los niveles de 2008 arroja un IDS de 19. Pero el caso español tiene el agravante de que la recuperación del nivel PIB de 2008 muy probablemente no implicará recobrar el nivel de empleo de 2008. Un caso sui generis que conjuga un modelo productivo intensivo y de escaso valor añadido con la escasa distribución registrada en la masa de empleo desde la crisis. Seguimos en un espacio de vulnerabilidad. Procede continuar —sin decaimiento— la senda de recomposición del país hacia unas estructuras más eficientes, competitivas y sostenibles. (7 de febrero de 2014)

Tapering: el fin de la gran liquidez Se ha ido Ben Bernanke, el presidente de la todopoderosa Reserva Federal americana legando una herencia envenenada a su sucesora Janet Y­ellen: la improbable tarea de conciliar la vuelta a la normalidad monetaria en Estados Unidos, con los calamitosos efectos que las decisiones de la FED están produciendo ya en el bloque de países emergentes. ¿Qué han significado las políticas monetarias laxas y a qué conduce su eventual extinción? La «relajación cuantitativa» ha consistido en la compra masiva de títulos no gubernamentales a bancos y entidades asimiladas llevando sus tipos a niveles cercanos a los de la política monetaria, en el umbral de cero, inundando de liquidez al sistema. Sus efectos, con discrepan© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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cias, se han considerado decisivos para apuntalar las economías occidentales gravemente heridas por la crisis. Desde el 2007 los cuatro bancos centrales de Estados Unidos, Reino Unido, Japón y la Eurozona han aumentado sus balances —con la equivalente inyección de liquidez al sistema— en 4,7 billones de dólares. Se estima que estas actuaciones han reducido la caída del PIB de sus economías respectivas entre el 1 y el 3%, previniendo adicionalmente el colapso del sistema financiero. Su efecto no ha sido homogéneo. Los ganadores han sido sin duda los gobiernos al reducir dramáticamente el coste del servicio de la deuda. Los grandes perdedores han sido los bancos y fondos de pensiones que han visto evaporarse sus márgenes financieros. Con ellos, China y el resto de BRICS que han comprobado el raquítico rendimiento de sus reservas exteriores en forma de dólares. El tapering es la reducción gradual y sucesiva de los programas de compras citados. La política de tipos de interés nulos tuvo un efecto de vaso comunicante sobre las inversiones en otros hemisferios distintos de los afectados por la crisis global. Concretamente, durante el quinquenio de la crisis, los países emergentes han resultado ser beneficiarios netos de capitales que buscaban una rentabilidad diferencial. No todos han sabido administrar los ríos de liquidez y en algunos los niveles de sobreendeudamiento se muestran insostenibles y sus pérdidas de competitividad son notorias. En su consecuencia, la reversión de las políticas de relajación cuantitativa adquiere una notable virulencia. El retorno de los capitales a los países centrales, debido a la subida de tipos de los bonos que el tapering acarrea, implica huidas de capitales de los países emergentes, deterioro de sus divisas, déficits de sus balanzas de pagos y, en última instancia, el cuestionamiento de la sostenibilidad de su deuda exterior y de su valor crediticio. Los vaivenes de estos días son, sin duda, un anticipo de lo que puede ser una nueva crisis financiera, poco probable pero posible. Raghuram Rajam, gobernador del Banco de la India, uno de los países más afectados por las huidas de capitales y fuertes ajustes de su divisa, junto a Turquía, Sudáfrica, Brasil, Rusia, Argentina, Indonesia o Ucrania, ha denunciado ácidamente el desaire americano y la ruptura de las políticas de coordinación internacional derivadas del tapering estadounidense. El antiguo economista jefe del FMI se ha quejado de que «solo existe coordinación cuando les va mal a los países de la OCDE». Los tres primeros países citados se han visto obligados a responder con agresivas subidas de sus tipos de interés para defender el valor de sus divisas. Las sacudidas que sufren los mercados no parecen transitorias. El FMI anima a acomodarse para unas «turbulencias sostenidas», de meses de duración, que afectarán sobre todo a las economías situadas en América Latina y el Caribe. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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Una última consideración acerca de la influencia del tapering americano sobre la economía española. El hecho de que España pertenezca al grupo de los países desarrollados blinda teóricamente al país de los avatares que pueden cernirse sobre algunos emergentes sobreendeudados que no hayan previsto convenientemente el retorno a la antigua y nueva normalidad. Pero dejando aparte los de la economía real, España acaba de superar muy recientemente dos escenarios financieros de extremada gravedad, derivados de una excesiva acumulación de deuda (riesgo de insolvencia) y la reticencia de los mercados a refinanciarla (riesgo de liquidez). En ningún momento debiera fallarnos la memoria. Seguimos siendo vulnerables. Nuestro abultado déficit y el creciente saldo de la deuda pública continúa siendo la espada de Damocles que puede yugular los logros alcanzados con tanto sacrificio. La Comisión Europea pone en relación la ralentización de las economías emergentes y la exposición de las corporaciones españolas en dichas economías, en particular en América Latina. Mientras se separa el grano de la paja entre el colectivo de países afectados, la guardia alta evita sorpresas y mantiene la concentración en nuestra todavía larga lista de tareas pendientes. (1 de febrero de 2014)

Un mundo de ricos y pobres Aunque es un tema viejo, siempre surgen nuevos recordatorios en torno a las evidentes desigualdades en la renta y riqueza de los ciudadanos del planeta. Ahí está, por ejemplo, la última recopilación estadística de la OCDE, o la vehemente iniciativa de Barack Obama para devolver a la ciudadanía americana la perdida movilidad entre clases sociales. Francisco I, en su exhortación «La alegría del Evangelio» se ha alzado con voz clara frente a la desigualdad injusta. Un reciente estudio auspiciado por el Foro de Davos, conceptúa la desigualdad como el segundo mayor riesgo sistémico mundial en 2014. Y en el mismo foro suizo, la organización civil Oxfam ha realizado un llamamiento urgente al club de los líderes del planeta para acometer una serie de reformas que allanen las disparidades denunciadas. La desigualdad injusta despierta en las conciencias razonables la causa de la justicia distributiva. Así, la desigualdad termina interpretándose básicamente como un problema social. Si las rentas se concentran progresivamente en una élite permanente, se plantean algunas preguntas fundamentales y problemáticas. ¿Es posible la movilidad en© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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tre clases sociales? ¿Tienen recompensa la dedicación y el mérito? E incluso ¿es posible una gobernanza democrática? Diversos estudios han confirmado que las sociedades más desiguales tienen menores ratios de movilidad social, confianza, y rendimiento educacional junto a mayores tasas de embarazo en adolescentes, encarcelamiento, mortandad infantil, delincuencia y un largo etcétera. Una sociedad dividida es el cultivo ideal para alimentar el conflicto social. Pero, aunque la conclusión anterior se justifica en sí misma, quedaría aún por evaluar el papel de la desigualdad como variable económica, y sus efectos en el sistema, en particular su incidencia en la generación de la Renta Nacional. En otras palabras: ¿Es la desigualdad, además de injusta, ineficiente? La respuesta a esta pregunta es ambigua y controvertida, y a ello contribuyen un determinado número de consideraciones. Las reduciremos a cuatro. En primer lugar, el propio concepto de desigualdad es múltiple. No es lo mismo medir la desigualdad entre los ciudadanos o familias de un mismo país, que medir la desigualdad de las rentas o patrimonios medios entre distintos países o aún la de los ciudadanos del planeta entre sí independientemente del país en que residan. Por otra parte se constatan mediciones entre rentas de individuos en años base frente a unidades familiares de dos o más componentes en años sucesivos con la consiguiente falta de homogeneidad de los quintiles. Y un elemento adicional: el cómputo de las desigualdades se fija generalmente antes de impuestos, con lo que dejan de tenerse en cuenta los esquemas de protección social. ¿Deben computarse en las rentas obtenidas aquellas transferencias públicas en forma de sanidad, subsidios de desempleo y otros conceptos sociales, para obtener la desigualdad «neta»? En segundo lugar, existe una notable divergencia de opiniones en torno a la presunta progresión en la desigualdad de las rentas. Aunque la opinión dominante sostiene la tesis de la progresividad, hay estudios autorizados que sostienen lo contrario. En tercer lugar, surge la referencia a un lugar de equilibrio denominado «Óptimo de Pareto», equilibrio que vendría dado por el mayor número posible de posiciones ganadoras sin que estas tuvieran la contrapartida de otras, perdedoras. Dado que el crecimiento económico alude por definición a una economía que no es de suma cero, puede justificarse económicamente que innovadores y empresarios se hagan ricos si generan riqueza para todo el mundo aunque ellos se queden con un mayor porcentaje. En cuarto lugar, las frágiles evidencias empíricas. Nuevamente en esta rúbrica prevalece la divergencia de conclusiones. En ocasiones © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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la correlación entre crecimiento económico y desigualdad se muestra con correlación positiva: mayores desigualdades se corresponden con mayor crecimiento. Por el contrario, Paul Krugman, en referencia a Estados Unidos, ha calculado que las rentas obtenidas por el 90% de la población distinta del 10% de los más ricos es hoy un 8% más baja de lo que hubiera sido con una desigualdad estable, tomando como base el año  2000, resultado que ha recibido severas críticas de sus opositores. Otro ejemplo relevante corresponde al estudio realizado por dos economistas del FMI que relaciona empíricamente menores niveles de desigualdad con el vigor de los ciclos expansivos de crecimiento. En el caso de EE.UU., la investigación concluye que un 10% de reducción en la desigualdad aumenta la duración del crecimiento económico en un 50%. La ambigüedad que rodea a los puntos reseñados nos invita a concluir que el auténtico problema no es la desigualdad, ni la concentración de la riqueza, sino que aún existan bolsas de pobreza inadmisibles a lo largo y ancho del planeta. En esta línea, el citado informe de Oxfam formula una serie de recomendaciones dignas de todo el apoyo social. (24 de enero de 2014)

¿De verdad es insostenible la deuda pública española? La nítida mejoría observada al cierre del cuarto trimestre de 2013 en varios parámetros significativos de la economía española invita de forma natural a levantar el quebrantado estado de ánimo de los ciudadanos de este país. No debería, sin embargo, dispararse la autocomplacencia ni aparcarse la imprescindible voluntad crítica para acometer las delicadas tareas pendientes. La hemorragia está contenida, hemos salido de lo peor, sin duda, pero aún caminamos por una ambigua senda que puede bordear la deflación, el paro resulta inaceptable, el déficit público sigue siendo exorbitado y la deuda pública computa cifras de vértigo. Las líneas que siguen pretenden evaluar esta última variable. Moody’s acaba de calificarla de insostenible. Muchos analistas y aún el FMI comparten el diagnóstico y el Banco de España no se aleja en exceso de él. ¿Qué hay de verdad en ello? Al cierre del tercer trimestre de 2013, el endeudamiento de las administraciones públicas españolas era de 954.000 millones de euros, equivalente al 93,4% del PIB corriente. Estas cifras carecerían de sentido si no agregáramos que han experimentado un crecimiento del 17% © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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en tasa interanual y que en 2008, al comienzo de la gran crisis global, ascendían a 437.000 millones de euros, representando un 40% del PIB de aquel año. No es la cuantía —en consecuencia— lo que preocupa en primer lugar, sino su meteórica trayectoria de crecimiento. Pero es que la deuda superará el 100% del PIB en 2015 y 2016. En concreto, el ejecutivo de Rajoy espera que la deuda pública alcance el 101,13% del PIB en 2015 (por encima del billón de euros) para decrecer después. Es aquí donde disienten los agentes denunciantes arriba citados. Pero, ¿cuáles son los criterios de sostenibilidad de la deuda pública española? Adoptando una partición meramente funcional podríamos distinguir entre las pautas estadísticas u objetivas y aquellas otras de naturaleza psicológica o reputacional, siendo estas últimas las que juegan el papel determinante. Entre las primeras citaríamos la titularidad, la vida media del stock de la deuda, su coste promedio y el monto o techo teórico de emisión. El casi billón de euros que constituye el paquete de la deuda soberana española disfruta conforme a estos criterios de una situación relativamente confortable. Su vida media es de 6,20 años, lo que dispersa aceptablemente el riesgo de refinanciación a corto plazo. El tipo medio de las emisiones —su coste— es del 3,73%, situándose las del último ejercicio en el 2,45%, un precio más que razonable. El factor titularidad es una arma de dos filos: una mayor tenencia de títulos por parte de residentes sitúa la solución al problema en manos del legislador español. Si la tenencia es predominantemente extranjera posee la ventaja de la diversificación pero también el riesgo de presiones institucionales, básicamente las grandes instituciones de inversión colectiva. En nuestro caso, la recuperación española está provocando una importante inversión exterior, siendo fundamentalmente los bancos nacionales los oferentes de títulos públicos. Y finalmente en cuanto al techo teórico de emisión, España, con porcentajes cercanos al 100%, empata con la media de la OCDE que registra igual ratio. Japón lleva años con una deuda superior al 200%, suscrita prácticamente por residentes, y discurre con normalidad. Gran Bretaña ha estado desde siempre por encima del 100% y en ocasiones ha rozado el registro del 200% del PIB, y así muchos más. ¿Significa esto que podemos respirar tranquilos? Todo lo contrario. El equilibrio mostrado es transitorio, inestable y se inscribe en una trayectoria que invita al pesimismo. Y ello debido a la amenaza latente que supone el segundo parámetro: la dependencia del factor psicológico o repu­tacional, de una contrastada volatilidad. En la mente de todos debería permanecer imborrable la efeméride de julio de 2012, cuando la retirada de la confianza por parte de los inversores institucionales estuvo a punto de conducir a la quiebra de la economía española. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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España debe reducir con tiento su nivel de endeudamiento exterior, mediante la consecución de superávits fiscales primarios (sin contar el servicio de la deuda), apelando a los instrumentos tradicionales: consolidaciones fiscales medidas —sin prisa, pero sin pausa—, privatización de activos, y legislando las condiciones de un crecimiento razonable. Porque, si bien las medidas de austeridad deben abordarse con una gradualidad contenida, no hay componenda posible ni negociación alguna para proseguir la senda de las reformas estructurales necesarias. Hay que recordar hasta la saciedad que la adecuación de la oferta de hoy es la producción y el crecimiento del mañana. Y son aquellas reformas, con independencia de parámetros numéricos, las que inspiran con sus logros la credibilidad y la confianza de los mercados frente a la deuda soberana, y la convierten en sostenible. (17 de enero de 2014)

El debate sobre el salario mínimo Como es sabido, hay países como Alemania, Noruega, Austria, Dinamarca, Suiza, o Singapur, que gozan de una economía de pleno empleo, en las que no existe la figura del Salario Mínimo Interprofesional (SMI). El mero hecho de esta dualidad —países en los que el salario mínimo queda fijado por ley y aquellos otros que dejan la retribución del trabajador al libre juego de la oferta y la demanda— ya nos anticipa que el debate sobre los efectos y conveniencia de una elevación del salario mínimo o, en su caso, de su flexibilización o incluso inexistencia no es precisamente trivial. Sucede por otra parte que el flanco más vulnerable de la economía de mercado, la producción de flagrantes desigualdades, viene adoptando unos registros abrumadores desde el inicio de la gran crisis que sigue asediándonos. Esta sangrante realidad ha renovado en varios países la discusión acerca de la operatividad del SMI en el doble frente de la creación de empleo y de la contribución al alivio de la pobreza. La primera cuestión se refiere a la conveniencia o perjuicio de una elevación del SMI para crear empleo y estimular la economía. Al margen de discusiones teóricas, los numerosos estudios empíricos sobre la materia parecen alcanzar un amplio consenso en sus conclusiones. Para economías medias o desarrolladas, con PIB cercanos al producto potencial de la economía, donde la demanda de factor trabajo es altamente inelástica, subidas modestas del SMI no tienen un efecto significativo ni sobre el nivel de empleo, ni sobre la demanda agregada © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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ni siquiera sobre los precios relativos, diluyéndose los costes adicionales incurridos en mejoras de productividad logradas como reacción al incremento del input salarial. Mayores salarios pueden tener un ligero efecto sobre la demanda agregada a través de una activación del consumo de los trabajadores, cuya propensión al ahorro es prácticamente nula. No hay que olvidar que, bajo los supuestos planteados, la población realmente afectada por la medida es muy reducida, ya que la inmensa mayoría obtendrá retribuciones por encima del SMI. Para economías centrales con un bache (gap) de producción apreciable, como es el caso actual de muchas de las economías occidentales y muy particularmente de la española, un aumento del SMI se ha mostrado empíricamente neutral a la creación de empleo aunque se produzca un claro efecto sustitución o redistribución, desalojando a aquellos trabajadores menos capacitados y sustituyéndolos por otros más entrenados, de mayor productividad, capaces, en consecuencia, de absorber el impacto de las subidas salariales. Por el contrario, en los países emergentes y en vías en desarrollo las alzas del SMI inciden claramente en aumentos del desempleo proporcionales a las subidas adoptadas. Sea como fuere, el principio de que el salario debe equivaler a la productividad marginal del trabajador constituye una referencia necesaria. Los salarios medios en Suiza o en Singapur son muy altos porque la productividad y competencia de sus trabajadores es muy alta. En los países en desarrollo, si el salario mínimo se fija a un nivel excesivamente alto en relación a la capacidad de las empresas que los pagan, se activará un proceso de despidos y de incumplimiento normativo. Un estudio realizado sobre la población china entre 2004 —año de la adopción del SMI— y 2009 evidencia que los aumentos del salario básico han tenido efectos negativos sistemáticos sobre el empleo, afectando de forma significativa a mujeres, jóvenes adultos y trabajadores menos capacitados, en particular a los grupos en riesgo de exclusión. La segunda cuestión se remite al efecto que sobre la pobreza tiene una elevación del SMI. Es perfectamente comprensible la reacción espontánea al problema del alivio de los más desfavorecidos: subamos los salarios de los trabajadores peor pagados y la tasa de pobreza necesariamente caerá. Desgraciadamente, la evidencia empírica demuestra que apenas hay correlación entre mayores salarios mínimos y reducción de la pobreza. Los factores explicativos hallados han sido básicamente tres. Primero, muchas personas que viven en la indigencia no trabajan remuneradamente y no pueden beneficiarse de subidas salariales. Segundo, un importante porcentaje de perceptores del SMI no viven necesariamente en familias o grupos pobres. Tercero, la elevación del SMI © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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puede tener resultados no deseados como consecuencia del efecto sustitución antes aludido. Por lo tanto, la pobreza debe combatirse con esquemas de protección social antes que con subidas del SMI de dudosa eficacia y, en su caso, profundamente injustas de cara al reparto de la carga tributaria. En efecto, una elevación del SMI equivale a un impuesto sectorial y limitado precisamente sobre aquellas empresas que ya contribuyen a la generación de empleo y a otras cargas sociales y fiscales. Es el moderno Estado social generador de esquemas eficaces de protección social quien tiene que estar preparado para combatir la lacra de la pobreza con cargo a partidas presupuestarias que canalicen el esfuerzo solidario de todos los contribuyentes —en un sistema fiscal justo— hacia los más desfavorecidos. (10 de enero de 2014)

Carta al Rey Mago Mario Draghi Admirado señor  Draghi, querido Rey Mago: no es probable que esta carta llegue a sus manos, ni tampoco es importante, ni siquiera aconsejable, porque no lo es mezclar realidades y ficciones, aunque las mágicas fechas navideñas que están a punto de abandonarnos inciten a soñar despiertos y a expresar gestos de agradecimiento a quienes practican el raro oficio de repartir dádivas e ilusiones, como es el caso de los Reyes Magos y también el suyo. A escribirle me mueve una veneración difusa apoyada en diversos capítulos de su impresionante currículo comenzando por sus estudios básicos en Roma. A menudo ha dicho usted que la educación recibida de los jesuitas le había proporcionado «espesor cultural, equilibrio y coherencia de pensamiento». El quedarse huérfano de padre y madre y a cargo de dos hermanos pequeños, apenas cruzada la pubertad, solo puede causar simpatía. Luego su trayectoria académica, primero en Roma al graduarse en Ciencias Económicas y, con una beca, su posterior estancia en el prestigioso MIT, donde sería tutelado por los nobel Franco Modigliani y Robert Solow —sus futuros directores de tesis— compartiendo aula con Kenneth Rogoff o Ben Bernanke. Con el hito de primer doctor en Economía, de nacionalidad italiana, por el MIT, ejerce en la Universidad de Florencia durante 13 años, y luego durante 6 años más como director ejecutivo del Banco Mundial en Washington, para volver a Italia como director general del Tesoro. Tras cuatro años en Goldman Sachs, aceptó la máxima posición del Banco de Italia en © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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2006 hasta hacerse cargo de la presidencia del Banco Central Europeo el 1 de noviembre de 2011. Pero esta admiración indisimulada no bastaría para elevarle a la categoría de Rey Mago, si no hubiera usted desplegado al mismo tiempo una intensa e inteligente actividad benefactora, en el sentido más etimológico de la palabra: del «bien hacer» político en la resolución de los arduos problemas del euro, y con él, el de los países periféricos más tocados por la crisis y, muy en particular, de España. En el momento de acceder a su despacho de Frankfurt, la moneda única se hallaba malherida, el crecimiento de la zona era raquítico, Trichet venía de subir los tipos de interés, Grecia se sometía a los avatares de un segundo rescate y la economía española veía como paulatinamente su credibilidad exterior iba desplomándose, el bucle infernal banca-deuda se multiplicaba y nuestra prima de riesgo superaba los 400 puntos básicos, que pronto serían muchos más. Desde el inicio, su irrupción en escena fue cauta pero contundente. Tuvo usted que recordar a propios y extraños que su mandato iba más allá de preservar la estabilidad de los precios. Que, en consecuencia, no era tolerable la falta de transmisión de la política monetaria, ni la fragmentación de los mercados nacionales, ni la desaparición del mercado interbancario, ni la situación de quiebra de la dinámica crediticia. A los pocos días de su nombramiento baja los tipos oficiales hasta el 1% pero además adopta varias decisiones cruciales: inundar de liquidez el sistema con dos vastos programas (LTRO) a 36 meses hasta un billón de euros, al 1%, reduciendo a la mitad las reservas obligatorias y ampliando la gama de colaterales exigidos. Volverá usted a bajar los tipos en julio de 2012 (al 0,75%), en mayo de 2013 (al 0,5%) y recientemente (noviembre de 2013) hasta el récord histórico del 0,25%, anunciando nuevas operaciones de refinanciación y promulgando nítidamente el aviso a navegantes (forward guidance) de que el precio oficial del dinero del BCE se mantendrá bajo durante un largo periodo de tiempo. Pero cuando usted, querido profesor, se hace meritorio de la mágica orla de Rey Mago es con ocasión del discurso del 26 de julio de 2012 ante un auditorio de inversores en Londres, en un entorno de pánico en los mercados de deuda soberana, y el euro al borde de la desintegración. La cuarta economía de la Eurozona —España— se acercaba a la quiebra cotizando una prima récord de 649 puntos básicos con el bono a 10 años al 7,63%, después de haberse visto abocada al rescate de su sistema financiero. Es entonces cuando usted entra en acción. «Dentro de nuestro mandato —advirtió—, el BCE está dispuesto a hacer lo que sea necesario para preservar el euro. Y créanme, va a ser suficiente.» Su clara amenaza a los especuladores se remató con el anuncio el 6 de © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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septiembre del programa de compra de bonos a tres años (OTM) que ejerció un efecto fulminante de sedación sobre los mercados de deuda pública. Ambas, la advertencia pública y el programa OTM constituyen probablemente las acciones más exitosas de la historia de los bancos centrales. Días atrás, otro nobel, Paul Krugman reconocía que «la voluntad del BCE de erguirse y cumplir con su trabajo ha dado un respiro a Europa». Salvadas las enormes distancias, acepte usted también el aplauso de los muchos que como yo valoran la clarividencia y el coraje de su trabajo al frente del BCE. Gracias, señor  Dragui, Supermario, querido Rey Mago. (31 de diciembre de 2013)

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2015. Los primeros progresos

Economía de la incertidumbre. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Vuelta a la realidad. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . USA: subida de tipos de interés. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El Estado del bienestar en 2050 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Moscovici y el déficit fiscal. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Céntimos superfluos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Elogio del Concierto Económico. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ¿Profecías autorrealizadas? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . «Animal spirits» (Espíritus animales). . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ¿Converge España hacia Europa?. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Los límites del empleo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El informe de Halle . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Salvar a Cecil. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Crecer con Europa. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . En defensa del euro. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Reglas del juego. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Tamaño: el gran reto de las empresas vascas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Podemos: politizar la economía. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Deuda pública y espacio fiscal. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Proseguir con las reformas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Teoría del voto económico. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Demografía y Estado del bienestar. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ¿Hasta dónde puede crecer el empleo? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Devaluación interna: mito y mérito. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Repensando la economía. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Un mundo de tipos cero o negativos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La deuda. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Economía de la incertidumbre Observen ustedes, en la estela de las elecciones del 20D, la importancia que se otorga entre nuestras formaciones políticas a los contenidos de naturaleza económica a la hora de fijar los criterios de los pactos, de apoyar investiduras o asegurar un gobierno viable para la nación: ninguna importancia. No está mal, dirán algunos, que por fin la política pura se eleve sobre el grueso del debate social. Llevábamos tiempo denunciando el excesivo protagonismo de lo económico y de que aquella ciencia prologada por Adam Smith lo acaparase todo, supeditase todo a su criterio crematístico, materialista, frío y transaccional. Pues en esas estamos. El debate político eclipsa al económico y se constituye en el eje de las preocupaciones de los partidos. Pero guste o no, de momento, el resultado electoral ha desagradado, entre otros, a inversores, supervisores y a las grandes agencias de calificación, que coinciden en señalar la difícil gobernabilidad inmediata en España. La incertidumbre política podría frenar la anhelada mejora del rating del país hasta «Baa2» con perspectiva positiva, según ha indicado a Reuters el analista responsable de España de la agencia Moody’s. Fitch, otra de las grandes agencias de rating, señala que «el resultado no concluyente de las elecciones generales de España aumenta los riesgos relacionados con una incertidumbre política prolongada. Este escenario, podría llevar a revertir reformas, lo que afectaría negativamente a la política presupuestaria y en general a los compromisos contraídos por España con Bruselas». También el gobernador del Banco de España ve en la incertidumbre sobre las políticas económicas tras las elecciones del 20 de diciembre las mayores sombras para la economía española. «A escala interna, la principal fuente de incertidumbre está asociada al curso de las políticas económicas, dada la influencia que ejercen la agenda reformadora y la política presupuestaria sobre la confianza y las decisiones de gasto de los agentes». Es decir, que la incertidumbre sobre cómo actuará el nuevo Gobierno de la nación es capital para el devenir de la economía española. Por último, ¿qué decir de los mercados? El IBEX viene descontando ya desde julio de este año un panorama más sombrío que cauteloso y discurre con gran volatilidad. La prima de riesgo es el más estable de los parámetros. En todo caso, el Tesoro pedirá en 2016 a los mercados unos 231.000 millones de euros. Cada punto básico (0,01%) de subida de la prima de riesgo nos supone 23 millones de euros. Una cifra a detraer de las pensiones, de la sanidad, la educación o la protección social. Pero el tipo de nuestra deuda soberana se fija en Frankfurt y haría falta © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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un cataclismo para que abandonara los suelos actuales. Resumiendo, a los mercados no les gustan los cambios ni muchos menos los bailes electorales y menos si de las urnas no se desprenden mayorías claras. El principal elemento de preocupación es la incertidumbre que se cierne sobre la evolución y previsibilidad de los presentes acontecimientos políticos. Pero ¿qué es eso de la incertidumbre y su incidencia directa sobre la economía española? Conviene distinguir entre incertidumbre y riesgo que no son la misma cosa. Para los mercados se trata de dos dimensiones muy diferentes y estos reaccionan de distinta manera ante uno u otro de los referidos escenarios. Mientras el riesgo obedece a la mera probabilidad estadística de una pérdida, la incertidumbre es la ausencia indefinida, indeterminada e incalculable de un escenario de salida a una situación dada. El riesgo en finanzas puede siempre compensarse con la adopción de un riesgo opuesto y, en su caso, comprarse o trasladarse mediante un determinado seguro. En finanzas, por ejemplo, hay una amplia gama de derivados que cubren distintos tipos de riesgos. Pero la incertidumbre es un evento latente y nunca puede cubrirse. De tal manera que, aunque el futuro es siempre desconocido, no siempre es incierto. Será «arriesgado» siempre y cuando podamos cuantificar probabilísticamente las alternativas de riesgo. Los mercados y los inversores privados o institucionales aborrecen la incertidumbre pero asumen permanentemente riesgos de acuerdo a sus perfiles y circunstancias: bajo riesgo con baja rentabilidad, alto riesgo con una prima alta, con una prima adecuada. En este momento resulta una obviedad que no se conoce el signo político que vaya a regir el futuro del parlamento de la nación. Solo cuando resulte conocida la alternativa, el mercado evaluará el riesgo de las acciones inmediatas y adoptará las correspondientes decisiones. ¿Qué hace entretanto ese mercado, o sea, la comunidad inversora hasta que se disipe la incertidumbre? La respuesta es: recortar posiciones, sobre todo financieras —renta fija y variable— o frenar las nuevas hasta que escampe. Posiciones españolas, por supuesto. Por cierto, el mercado o la comunidad inversora no son una entelequia o los cuatro ejecutivos que leen habitualmente la prensa salmón. Los inversores habitan en las grandes gestoras globales o locales que mueven millones de dólares en una fracción de segundo. En lo que nos atañe, para comprar o vender activos españoles. De modo que ahí están las gestoras de valores y patrimonios a la espera de que nuestros electos se aclaren, desaparezca la incertidumbre y se vislumbren los riesgos para abordarlos oportunamente. Para invertir © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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o desinvertir en España defendiendo sencillamente los intereses de sus clientes. Inversiones o desinversiones de decisiva incidencia en la economía real. Casi nada. (23 de diciembre de 2015)

Vuelta a la realidad Ya está. Ya ha terminado la campaña con la solemne rúbrica de la jornada electoral. Ya tenemos los resultados aunque ello no significa que pueda atisbarse con certeza la composición del futuro Gobierno de la nación. Ahí están los votos, aunque apenas una minoría se haya tomado el tiempo o la molestia de leer su letra pequeña, que es una letra muy grande de derechos y obligaciones democráticas. No se trata ya de calibrar diferencias o establecer comparaciones. Un puñado de estudiosos o politólogos habrán ojeado los programas oficiales de los partidos, que con la marcha de la campaña electoral han ido ajustando el discurso, quitando por aquí, añadiendo por allá. Donde dije digo, digo Diego. Aunque algunos organismos de investigación han hecho su labor profesional, con rigor y seriedad, sus blogs han ofrecido una mercancía preciosa que ha pasado desapercibida. Hemos votado por fintas, por flashes, eslóganes o anecdotarios. No todos, es verdad. Porque también existe el voto ciego, el de cuna, el de la militancia histórica, familiar, disciplinada y férrea que otorga la confianza al partido por encima de cualquier avatar que se haya cruzado en el camino de nuestras siglas del alma, porque se es de tal o cual formación «de toda la vida», cuando gana y también cuando pierde. A esos votos les sobran programas y razones. Es una opción innegociable. Se ha votado también con el castigo aunque este debería afectar a muchos o a casi todos. La corrupción es un pecado sin arrepentimiento ni remordimiento que apenas requiere de penitencia y se halla tan extendido y generalizado que solo los recién llegados, los que acaban de estrenar las sillas en la tribuna legislativa, se hallan libre de ella. La corrupción ha sido como una viscosa marea imperceptible que se ha colado por debajo de puertas y ventanas, en pueblos y ciudades, en ayuntamientos, ministerios o embajadas, en empresas menudas o en las multinacionales de la mayor reputación y postín que han contaminado el planeta y engañado a millares de ciudadanos, incluidos los tubos de escape de sus utilitarios. Todos estamos con la regeneración democrática, entre otras cosas porque es aplicable como principio a la totalidad © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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del espectro político en activo. Es un axioma absoluto, nadie puede negarse. Y luego viene el voto económico, otra variante punitiva. Aquel que se incuba en la queja reiterada por todo lo que afecta a nuestro bienestar personal y a nuestro bolsillo con independencia de cualquier sintonía política o sociológica. Golpes como el propinado por la gran recesión en curso inducen, como es comprensible, a una situación de descontento popular. La manifestación del descontento dependerá de la capacidad de organización y, en general, en las sociedades democráticas, los ciudadanos elegirán el voto de castigo como arma de expresión. Los necesarios ahorros que han debido reconducir los excesos y la fatua prosperidad de otros tiempos, han hecho de las cañas lanzas para los políticos en el poder. La rotación política se juzga por el votante como buena. Los ciudadanos pueden mostrar un resentimiento en general hacia los partidos «clásicos» tradicionalmente dominantes y desvían su voto hacia nuevos partidos, en ocasiones de signo populista, o simplemente inexpertos carentes de pasado aunque repletos de incógnitas futuras. Suerte que en estos comicios recién cerrados, España no ha tenido que sufrir a formaciones antieuropeístas, antisistema y xenófobas. No al menos del corte de las que se están advirtiendo en otros países europeos, algunos apostados hombro con hombro con el nuestro. Y luego, como ha venido siendo la inveterada historia de las elecciones, los políticos han exhibido la más cínica de sus caras, transportándonos a un país de fantasía simplemente imposible, con arengas y soflamas incumplibles. Desde la convocatoria electoral, los candidatos han prometido al pueblo más de 250.000 millones de euros en mejoras, alrededor del 25% del PIB español. Los políticos en periodo electoral se topan con unos incentivos desproporcionados para mentir tanto sobre los contenidos y viabilidad de sus programas como, en general, acerca de sus oponentes, a los que criminalizan con toda suerte de infamias, calumnias e injurias simplemente porque no hay penalidad alguna asociada a ello y se trata tan solo de ganar votos a toda costa. Pero después de la borrachera se impone la continencia. Gracias a Dios que siempre hay espacio para el optimismo y el progreso, y la situación presente es claramente esperanzadora, pero debe quedar claro que lo que fue la economía española antes de la crisis no volverá a ser, hayan dicho lo que quieran los heraldos de la utopía. Que la crisis, apenas vencida, sigue su pesado curso y que los desgarros económicos sobre nuestro tejido social están ahí para quedarse durante algún tiempo aún. Que está sin resolver el paro estructural de nuestra economía y el socavamiento demográfico igualmente estructural de nuestra población con su grave incidencia sobre pensiones, sanidad y demás esque© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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mas de bienestar social. Que la deuda pública y privada que vamos a trasladar impunemente a generaciones futuras es odiosa y desmesurada. Que nuestros pactos con Europa y Bruselas están para ser cumplidos y ello se traduce en completar reformas, reducir el déficit, sacrificio y grandes dosis de generosidad. Y una larga lista adicional. Seamos cautos. La farsa electoral ya ha terminado. (19 de diciembre de 2015)

USA: subida de tipos de interés Desde siempre, los tipos de interés de corto plazo se han determinado por los bancos centrales en función de variables objetivas como la inflación y la oferta monetaria. Por su lado, los tipos de las obligaciones públicas a largo plazo han sido el resultado de la apetencia de los inversores por un determinado riesgo-país. Pero con el estallido de la crisis en 2008 los bancos emisores han tenido que desplegar toda la artillería y la mano invisible de Adam Smith se ha sustituido temporalmente por la acción bien visible de la política económica. Había que apoyar a todos los deudores presentes, y a los futuros potenciales, para evitar la quiebra del sistema. La política monetaria laxa ha supuesto una estabilización importante para el Estado, el sector productivo o las familias (en especial, los préstamos hipotecarios), permitiéndoles endeudarse o atender deudas pasadas a unos tipos muy favorables. Los mercados monetarios y de bonos están intervenidos a capa y espada. Y hay que decir que para bien. Naturalmente la estrategia de tipos cero tiene también sus graves inconvenientes. Su primer efecto ha consistido en arrasar los márgenes bancarios desalentando seriamente la actividad crediticia. Pero sobre todo, los tipos nulos incitan a aumentar temerariamente la propensión al riesgo, asumiendo activos menos seguros de mayor rentabilidad, lo que supone un peligro latente para la estabilidad financiera. Ahora parece —la enésima será la vencida— que la señora Yellen, que es quien ostenta el rango máximo en el FED (Banco Central) americano, con toda probabilidad pulsará en su reunión del 16 de diciembre el botón de lo que será la primera subida de tipos de interés del dólar desde hace 9 años. Hay un matiz importante. Empíricamente, el impacto económico de una subida de los tipos de interés es muy sensible a la fase cíclica de la política monetaria (estimulante, neutral o restrictiva). Las consecuencias de una subida de tipos cuando la política monetaria pasa de © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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neutral a muy restrictiva son bastante negativas. Pero no lo son cuando la subida de tipos obedece a un tránsito desde políticas agresivamente estimulantes a neutrales, como es el caso que define a la situación USA actual. Para el mercado americano una elevación de tipos se traducirá en un aumento de los costes de endeudamiento para empresas y también para particulares a los que se les encarecerá la amortización de las hipotecas y el uso de las tarjetas de crédito, sin que afecte significativamente el consumo. Tal vez suponga, también, un repunte de los tipos de las obligaciones del Tesoro, aunque no es seguro, porque Estados Unidos seguirá siendo el refugio financiero mundial. Por el lado positivo, los ahorradores disfrutarán de una modesta alza en sus remuneraciones, la inflación quedará estabilizada por el abaratamiento de las importaciones, los bancos tendrán más incentivos para prestar mejorando sus márgenes financieros, y las Bolsas retornarán al análisis de los fundamentales de las empresas más allá de la interpretación de las sutiles insinuaciones contenidas en cada acta del Comité de la Reserva Federal. Seguidamente, es necesario recordar las implicaciones de la medida para la economía global. Los medios, en general, y el FMI, con especial énfasis, han alertado de posibles efectos indeseados globales de las subidas de tipos, en particular por el desvío masivo de fondos desde las economías emergentes hacia Estados Unidos, descapitalizando aquellas y obligándolas a alzas de tipos internos poco adecuados a su coyuntura particular. Afectará asimismo a las materias primas, que al cotizar en dólares y encarecerse la divisa americana, pueden verse afectadas, perdiendo atractivo y derivando hacia un mercado de commodities aún más barato. Pero hay que proclamar que la próxima subida de tipos de la Reserva Federal es, a todas luces, el suceso más repetidamente anunciado de toda la historia económica: cualquier cosa menos el factor sorpresa, lo que equivale a concluir que la medida está largamente descontada y sus efectos se encuentran en su plataforma natural de estabilización. Especialmente en la espectacular apreciación del dólar (19% según el Trade Weighted Index) respecto de la media ponderada de las demás monedas, incluido el euro, desde mediados del año pasado. Más aún, hay algunos motivos por los que el resto del mundo debería ver con buenos ojos la subida de tipos americana. El primero es que acabará con la incertidumbre que afecta a la confianza de particulares y empresas. La subida de tipos será modesta y la certidumbre vale mucho más. El segundo consiste en la desvalorización indirecta del resto de monedas mundiales. Aun cuando gran parte del efecto está descontado, si el dólar sigue apreciándose tras sucesivas subidas de tipos, ello © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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estimulará la exportación mundial en dólares con el consiguiente beneficio para sus economías. La tercera ventaja reside en el restablecimiento de una normalidad en Estados Unidos que liberará espacio para ulteriores acciones anticíclicas en el caso —improbable e indeseado— de una nueva crisis. Con tipos cero y programas de relajación cuantitativa masivos había desaparecido el margen para cualquier estrategia monetaria anticíclica venidera. Y finalmente, apagada la señal roja de la alarma financiera, se nos transmite el mensaje de que al menos el gigante americano ha cerrado la etapa de urgencias y que la primera economía del planeta ha recuperado la normalidad. (6 de diciembre de 2015)

El Estado del bienestar en 2050 Entre julio y agosto de 2015, Visión Europa, un consorcio de fundaciones y Fábricas de ideas orientado al debate de los grandes retos europeos, realizó una encuesta para pulsar la opinión pública de una muestra de países de la zona en relación al Estado del bienestar en un futuro próximo. Las líneas que siguen recogen algunos de sus resultados. Comenzaremos señalando que la situación social de la vieja Europa es única, irrepetible y asimétrica. En efecto, con apenas un 10% de la población mundial, genera el 25% del PIB del planeta y, lo que es mucho más espectacular, financia el 50% del gasto social del mismo. Por gasto social hay que entender los presupuestos públicos de los países europeos en educación, sanidad, pensiones y aquellos otros destinados a paliar los efectos del paro, la pobreza y otras formas de precariedad. Aunque España no figura entre los países objeto de la encuesta, no hay por qué suponer que las conclusiones referidas a Alemania, Reino Unido, Francia, Italia, Portugal, Bélgica, Polonia y Finlandia (países encuestados) puedan diferir sustancialmente de las que hubieran salido de las bocas de nuestros ciudadanos. La primera idea básica recogida por el informe es que en los ocho países evaluados, más de la mitad de la población respalda la idea de que la Unión Europea debería introducir estándares mínimos vinculantes de protección social en todos los países de la Unión. En cada país analizado, la mayoría entiende que dichos mínimos deben lograrse mediante las oportunas reformas estructurales de los países miembros sobre sus sistemas de bienestar. Todos los países, excepto Finlandia, apoyan una transferencia financiera desde los países miem© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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bros ricos a los más pobres. Pero, sin lugar a dudas, el futuro se revela más que sombrío. La clave de la incierta deriva europea hacia el año 2050 se halla en el envejecimiento demográfico. La elevación de la esperanza de vida y una tasa de fertilidad en declive suponen un problema grave para la Unión  Europea. Una sociedad envejecida es menos dinámica y más conservadora, se disparan los costes de sus programas de gasto sanitario, dependencia y pensiones y acaba siendo altamente vulnerable y dependiente. El informe de envejecimiento de la Comisión Europea (2015) recoge que la Unión Europea va a pasar del ratio actual de cuatro activos por cada persona de más de 25 años a dos activos en 2040. Este desfase afecta tanto a los ingresos (menos trabajadores activos) como a los gastos (mayores costos de pensiones, sanitarios y asistencia a largo plazo). Así, el informe reconoce que los ciudadanos encuestados son perfectamente conscientes de estas amenazas, y que todos temen que las previsiones no se adecúen a sus necesidades futuras. Al miedo por la falta de cantidad se une el de la falta de adecuación, esto es, de calidad. En su conjunto, a la pregunta de «¿cree usted que en 2050 el sistema público de bienestar en su país cubrirá las necesidades de la ciudadanía?», la respuesta es negativa en los siguientes porcentajes: 60% para las pensiones, 55% para la protección del desempleo, 50% para el cuidado de los mayores, 48% para la sanidad pública y 30% para la educación. El estudio debate también la importancia de la «inversión social», una línea de trabajo de la Comisión Europea que contempla un desplazamiento desde un Estado del bienestar «compensador» a un Estado del bienestar habilitante o «capacitador», centrándose en aquellas políticas designadas para reforzar las capacidades y las habilidades de los ciudadanos, y apoyarlas para su plena utilización en el mundo laboral y en la vida social. En línea con esta propuesta, el 47% de los ciudadanos contempla la educación como el principal pilar del futuro Estado del bienestar. Salud y cuidado de los mayores le siguen en orden de importancia otorgada con el 46% y el 43% de las respuestas. Desagregando por países, la educación es el objetivo más deseado en Reino Unido, Alemania, Bélgica e Italia mientras franceses y polacos otorgan similar importancia a la educación y a la sanidad. Portugueses y finlandeses priorizan la gestión de la salud pública frente a cualquier otro objetivo. Interesante resulta la encuesta que confronta a los futuros beneficiarios del bienestar público europeo con el recurso a nuevas fuentes de financiación. Los ciudadanos deben decidirse ante la siguiente disyuntiva: mantener el nivel de bienestar social acudiendo a subidas de impuestos o mantener los impuestos reduciendo las prestaciones © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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del actual modelo de bienestar. Finlandia encabeza con un 66% de votos la opción de mantener el nivel al coste que sea, seguida por el Reino Unido y Alemania con el 56% y el 52%, respectivamente. Solo el 46% de los italianos y el 39% de los portugueses apoyarían una subida de impuestos, en línea con los polacos. Puede advertirse alguna correlación entre países con bajo nivel de endeudamiento público y mantenimiento de los actuales niveles de prestaciones, así como países con mayores niveles de deuda pública que no desean agrandarla, aunque este extremo no es muy razonable, ya que la financiación del gasto con nuevos impuestos dejaría inalterado el saldo de la deuda soberana. Sin duda un recuento de opiniones del que pueden extraerse importantísimas consecuencias. (20 de noviembre de 2015)

Moscovici y el déficit fiscal Dado que el déficit fiscal español, como estrago excepcional de la gran crisis, alcanzó en 2010 el 11% del PIB, Bruselas convino con los gestores del presupuesto una agenda razonable para reducirlo gradualmente hasta 2016, llegando al 3%, porcentaje máximo fijado por el Pacto de Estabilidad de la Unión Europea. Desde entonces España obtuvo hasta tres relajaciones o prórrogas del calendario. Ahora, el comisario económico Pierre Moscovici pide respeto al pacto y denuncia que los presupuestos de 2016 no reconducirán el déficit a la senda de la normalidad deseada. Bruselas prevé un incumplimiento de tres décimas de PIB este año en el agujero fiscal —hasta el 4,5%, frente al 4,2% acordado— y de siete décimas en 2016 —el 3,5% frente al 2,8% convenido—, 10.000 millones de euros en dos años. Rajoy y Guindos, entre otros, han desafiado la denuncia. España —dicen— cumplirá con lo prometido. El informe del comisario Moscovici ha levantado ampollas, pero, aunque sus vaticinios resulten infundados, contienen elementos valiosos para la reflexión. Obviamente, partimos de la premisa indiscutible de que déficits fiscales excesivos y su consecuencia inmediata, deudas públicas desmesuradas, representan situaciones de alto riesgo, o sea, son situaciones indeseables. A partir de ahí, analizando la queja de Bruselas sobre la incontinencia del déficit fiscal español, es necesario referirse a dos tipos de déficits nítidamente diferenciados. Un primer tipo de déficit es de naturaleza cíclica o coyuntural. Al estallar una crisis se colapsan los ingresos tributarios y se disparan los © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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gastos sociales con lo que el déficit se agiganta. Pero con el cambio de ciclo y la vuelta al crecimiento, los ingresos fiscales aumentan, los gastos sociales de choque van reduciéndose y el déficit retorna a porcentajes asumibles: hablamos de un déficit transitorio que se ajusta a la coyuntura del ciclo y que no depende esencialmente de las acciones del Gobierno. Pero existe otro tipo de déficit mucho más pernicioso que no tiene que ver con la coyuntura sino que hunde sus raíces en estructuras productivas, demográficas o sociales arraigadas en el país, que se mimetizan y perpetúan en él y que no reaccionan a la bonanza y recuperación del ciclo económico. Se llama déficit estructural. Por ejemplo, analizando los gastos presupuestarios de 2016, está previsto que disminuyan un 3,0%. Ello obedece a un menor gasto en el pago de intereses de la deuda exterior (–5,6%) y a la disminución de las transferencias corrientes que se reducen en un 3,2% como consecuencia de la disminución de las prestaciones de desempleo. Ambas previsiones son obviamente de naturaleza cíclica. Pero cuando consideramos el resto de partidas como los gastos de personal, clases pasivas, aportaciones a la Seguridad Social y otras, nos topamos con una realidad consuetudinaria o «estructural» que exige una acción positiva del Gobierno para interpretar esa estructura concreta: es el caso de recortar una paga a los funcionarios o devolverla. Veamos los ingresos por impuestos de 2016. El Gobierno prevé que la recaudación aumente un 6,2%, porcentaje que es cíclico y alcanzable. Pero se equivoca rotundamente al prever aumentos de los ingresos por cotizaciones sociales en un 6,7%, y estimar un déficit de la Seguridad Social final del 0,3% del PIB. La Autoridad Fiscal Independiente (A­iRef) cifra el déficit de las pensiones en 2016 en torno al 2% del PIB. En 2014 el déficit fue de 11.000 millones y en lo que va de año ha doblado su déficit parcial. Además, desde 2012 el Gobierno ha tenido que disponer del Fondo de Reserva, la llamada «hucha de las pensiones», por un importe de 43.000 millones de euros, dejándolo a la mitad del nivel inicial. Las razones de este déficit que amenaza la sostenibilidad de las pensiones y la quiebra del Fondo de Reserva de la Seguridad Social son conocidas y estructurales. La economía española de hoy es un 15% más productiva que la del inicio de la crisis. Entre 2008 y 2015 se han inscrito un millón más de pensionistas y se han registrado dos millones menos de contribuyentes, y los recién incorporados cobran salarios más bajos y generan cotizaciones más reducidas mientras que la evolución de las pensiones medias ha pasado de algo más de 1.000 euros en 2008 a cerca de 1.400 euros en 2015. Es hacia este tipo de déficits es© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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tructurales, encapsulados en la estructuras productivas y sociales de la economía, hacia los que hay que dirigir una atención muy especial. El informe firmado por Pierre Moscovici incluye el valor del ajuste estructural no realizado por España entre 2013 y 2015: un 2% del PIB por valor de unos 40.000 millones de euros. Y en 2016 —prosigue el informe— el ajuste estructural será de cero frente al 1,2% reclamado por el Consejo Europeo. No podemos creer que la Comisión esté equivocada. Pero si no se encaran los dramáticos retos con que las insuficiencias estructurales nos amenazan, tarde o temprano volveremos al baile de los déficits abultados, las deudas desmesuradas y tal vez a nuevos y amargos sobresaltos. En resumidas cuentas que apenas se está aprovechando la recuperación para acometer las imprescindibles reducciones del déficit público estructural, necesariamente a base de reformas certeras, inteligentes y posibles. En lugar de lanzar etéreos cantos de sirenas al electorado, la totalidad de formaciones políticas que comparecen a los comicios del 20D harían bien en considerar esta reflexión en sus programas económicos y presupuestarios. (2 de noviembre de 2015)

Céntimos superfluos Hasta fechas relativamente recientes las monedas valían su valor intrínseco, esto es, el valor de mercado del metal precioso que contenían. Valor facial y valor intrínseco eran una misma cosa. En la actualidad son los gobiernos quienes establecen y controlan el dinero de curso legal, también llamado «fiduciario», ya que los ciudadanos «tienen fe» en un trozo de papel o en monedas fraccionarias —«calderilla»— sin valor intrínseco, por el aval del Gobierno y sus autoridades monetarias, que regulan su emisión buscando el equilibrio del sistema de pagos y la economía del país. Así, un billete de 500 euros apenas costará unos céntimos de euro aunque valga lo que dice: 500 euros. Pero, paradójicamente, en el caso de las dos monedas alevines de la serie del euro, el valor intrínseco es superior al valor facial o de cambio. A partir de la introducción del euro en 2002, se han acuñado 46.000 millones de monedas de 1 y 2 céntimos equivalentes a un total de 137 monedas por persona. La materia prima elegida para su producción fue el cobre. Desde entonces, este material ha visto aumentado su precio en un 425%, lo que ha disparado el coste de fabricación de las monedas. Concretamente, el coste de acuñar una moneda de 1 céntimo © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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es 1,65 céntimos, mientras que el de acuñar cada moneda de 2 céntimos es de 1,94 céntimos. Para un valor de las monedas de aproximadamente 714 millones de euros los sobrecostes de producción ascienden a 1.400 millones de euros. Algunos países ya han eliminado parcialmente las monedas de uno y dos céntimos. Es el caso de Bélgica, Finlandia u Holanda (y en estos días Irlanda) donde no se acuñarán nuevas monedas de las denominaciones referidas, aunque continuarán siendo de curso legal. El principal recelo de la población se centra en el riesgo inflacionista que puede acarrear la desaparición de los céntimos. Dado que los precios se pasarán a cero o cinco céntimos se teme de la picaresca general de los comerciantes que todos los redondeos se efectúen al alza con los encarecimientos consiguientes. Sin embargo, los estudios realizados en España estiman casi despreciable el impacto, limitando la inflación inducida a una horquilla de entre el 0,1 y 0,11%, casi insignificante. Dos argumentos sugieren que la eliminación de la humilde calderilla no tendría efectos inflacionistas. En primer lugar la previsible rebaja de los «precios psicológicos» o precios reclamo, aquellos que tratan de evitar la unidad de euro superior. En ausencia de céntimos, lo más normal es que el precio psicológico de 4,99 se redondee por defecto a 4,95 antes que por exceso a 5 euros. En segundo lugar, el efecto del «precio efectivo». Aunque los comerciantes devuelven el cambio exacto a los clientes, estos apenas utilizan estas monedas para pagar sus gastos. Los ciudadanos las manejan como piezas sin valor y no las reintroducen en los canales de pago. Céntimo y dos céntimos acaban sumándose a las propinas de las cafeterías, se ingresan en la hucha del nieto o duermen indefinidamente en cajones olvidados. La terapia sugerida por la Comisión Europea a propuesta de los expertos es la adopción obligatoria y generalizada del «redondeo sueco» a la hora de adoptar la supresión de los céntimos. Consiste este en que cualquier precio finalizado en 1, 2, 6 y 7 céntimos se redondee hacia abajo. Y cualquier precio finalizado en 3, 4, 8 y 9 céntimos se redondee hacia arriba. Esta regla no se aplica sobre cada producto, sino sobre el total de la compra y solo si se paga en efectivo. Si el pago se realiza con tarjeta o cualquier otro medio telemático, se tendrá en cuenta el importe real, no el ajustado. Aparentemente este «redondeo sueco» apenas afectaría a los precios. Entre dimes y diretes, desde Bruselas, que asiste sonrojada a un caso flagrante de dispendio e ineficacia presupuestaria, se barajan cuatro posiciones alternativas, que tienen, cada una de ellas, sus partidarios y sus detractores. Consiste la primera en no introducir ningún cambio, lo que seguiría suponiendo un fiasco tolerado de mala gestión con absur© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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das pérdidas económicas, simplemente para no alterar los hábitos de los consumidores. La segunda se refiere a ahorrar costes de producción, utilizando otros metales más baratos incurriendo en un proceso de fabricación más eficiente. La tercera sería la más drástica: retirar los céntimos aludidos de golpe fijando unas reglas comunes de redondeo. La última consistiría en una transición gradual, de tal manera que los consumidores pudiesen habituarse sin sobresaltos a la supresión de estas monedas y modificar paulatinamente sus costumbres. Es el caso recientemente adoptado por Irlanda donde la iniciativa es voluntaria aunque las monedas de 1 y 2 céntimos seguirán siendo de curso legal y los consumidores tendrán el derecho de exigir la devolución del cambio exacto si lo desean. Una anécdota final. Según CEDIC (Centro Español de la Información del Cobre), retirar las monedas de uno y dos céntimos serviría para recuperar 7.000 toneladas de cobre con las que se podría equipar las tuberías de más de 260.000 viviendas, colocar instalaciones eléctricas en más 230.000 hogares o poner 575.000 equipos de energía solar en fincas particulares. Claro que la Real Casa de la Moneda tendría la última palabra sobre su precio y su destino. (23 de octubre de 2015)

Elogio del Concierto Económico No es novedad la existencia de posicionamientos hostiles a la fiscalidad vasca. El cuestionamiento es inveterado, pero en los tiempos recientes se ha constituido en tema estrella. ¿Cuál es el centro de las referidas críticas y descalificaciones? En primera instancia, la objeción surge del hecho de que el régimen fiscal foral del País Vasco obtiene aproximadamente el doble de recursos públicos per cápita que la media del régimen común. Aún ponderando las cifras en términos de PIB, las diferencias siguen siendo notables. Con mayores recursos, las comunidades forales pueden gastar más en educación, sanidad y servicios sociales que el resto de comunidades del Estado. De ello se infiere (se diga de forma matizada o explícita) que el Concierto Económico es «un sistema de privilegio», un «sistema injusto» que los líderes políticos llaman a «modular», limando «asimetrías», hasta allanar «discriminaciones» y «privilegios» y alcanzar un equilibrio desde el pretendido desequilibrio actual. Las servidumbres de espacio escrito impiden replicar en detalle sobre las causas de las estadísticas citadas, pero al menos dejaré constan© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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cia taquigráfica de que no toda la diferencia relatada obedece a una situación discriminante. La eficiencia del modelo productivo, la mayor transparencia y la menor economía sumergida en Euskadi —entre otras— son posibles razones que justifican «diferencialmente» parte de las desigualdades observadas. Pero hay algo más nuclear. De haber diferencias, incluso significativas, ¿constituirían estas una situación de «injusticia»? Para responder esta pregunta hay que formular una nueva, a saber: ¿qué significa en el contexto fiscal autonómico y/o estatal el adjetivo «justo»? El concepto «justo» remite a una dimensión ética o iusnaturalista de difícil discernimiento, por lo que parece más lógico y sobre todo más practico pasar del campo moral (iustitia) al normativo (lex), por lo que el atributo de su justicia le vendría conferido por la legitimidad democrática, por su legalidad y finalmente por su constitucionalidad. Es muy importante no perder nunca de vista la validación política pactista en el tema del Concierto. Además de su raigambre consuetudinaria y legitimidad histórica, el Concierto Económico, las normas forales y el Cupo que lo desarrollan son legales ya que han sido aprobados por ley. Igualmente ostentan el carácter de constitucionales dado que no han sido declarados inconstitucionales por el Tribunal Constitucional. También están validados por el Tribunal de Justicia de Luxemburgo de la Unión Europea. Como consecuencia de las características señaladas, no caben las referencias al concepto de privilegio o injusticia sino en todo caso a los de «excepción» o de «singularidad». El Concierto representa un sistema eficiente de obtención de recursos públicos para el País Vasco. Solo se comprende como peculiaridad en un pequeño territorio que representa un porcentaje reducido del PIB del Estado, debido a la virtud política que el pacto entraña y que no es otro sino el mantenimiento de la estabilidad constitucional en Euskadi y España. He aquí la clave de bóveda del tema que tenemos entre manos. El foralismo es el reconocimiento de unos derechos históricos y su refrendo democrático a cambio de estabilidad constitucional. Mediante este pacto, las sensibilidades soberanistas y la unidad del Estado español se avienen en una voluntad leal y ordenada de convivencia y progreso común. Olvidar esta referencia en el debate del Concierto Económico es descafeinar completamente su interpretación. Tan es así que los objetores del Concierto matizan que los males no están en el Concierto como tal —que respetan— sino en las leyes del cupo, donde los principios y procedimientos de valoración establecidos en la Ley del Concierto se desvirtúan. Por un lado, parecen infravalorarse las cargas estatales no asumidas por el País Vasco y, por otro, el © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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ajuste por IVA se realiza presuntamente utilizando valores y coeficientes desfasados, amén de algunas otras irregularidades más. Fuentes solventes consultadas esbozan una sonrisa ante esta crítica de naturaleza meramente aritmética, donde los minuendos y sustraendos se adulterarían en la cocina política de la comisión paritaria del Cupo. Puro desconocimiento del complejísimo procedimiento de determinación del Cupo líquido y que cada año arroja unas discrepancias de cifras de muchos cientos de millones de euros, que llevan cinco años sin conciliarse y que malamente reflejan un presunto apaño contable por el que el Estado haría la vista gorda a las obligaciones forales en detrimento de la recaudación general. El Concierto, además, es solidario en las términos convenidos en su ley y en la Ley del Cupo contribuyendo con el 6,24% a todos los gastos estatales por competencias no transferidas, incluido el fondo de compensación interterritorial, el déficit público, el servicio de la deuda central, el AVE, las Fuerzas Armadas y otras más. Y lo hace por encima de su cuota-PIB que es el 6,07% o la que le corresponde por el ratio de población (4,6%). Y es asimétrico en su configuración dado que, con el pago del Cupo, el País Vasco se obliga a contribuir a los gastos comunes con independencia de la situación de sus finanzas incurriendo en un sistema de riesgo unilateral. Concluiremos con una reflexión del antropólogo Pierre Teilhard de Chardin. El visionario científico francés consideraba la diferenciación del proceso evolutivo humano como un factor de unión (L’union diférencie). No otra cosa traduce, en lo político y en su modesta dimensión absoluta, este pacto de convivencia llamado Concierto Económico. (16 de octubre de 2015)

¿Profecías autorrealizadas? Una profecía autocumplida es una predicción que se hace real debido a la influencia recíproca entre la creencia y la conducta. Algunos ejemplos se remontan a la mitología griega o la India, pero fue el sociólogo Robert K. Merton quien acuñó la expresión en 1948. Según Merton, una profecía autocum­pli­da es una definición imaginaria de una situación que hace que la falsa concepción original vaya tornándose realidad. Y es que coincidiendo con las reuniones de otoño del Fondo Monetario Internacional, inauguradas este viernes pasado en Perú, se ha destilado desde la institución internacional, coincidiendo con otras © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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del Banco de Pagos Internacionales, la OCDE, el BCE y diversas firmas de influencia, la advertencia de que la economía global atraviesa serios peligros, que las amenazas que acechan a las economías productivas del planeta son más severas que cualesquiera otras desde la quiebra de L­ehman Brothers en 2008. Crecen menos los gigantes asiáticos y latinoamericanos que asisten impotentes a sangrías masivas de sus capitales hacia el exterior. Los precios de las materias primas se han colapsado, lo mismo que sus ingresos en dólares y en muchos casos sus monedas cotizan a mínimos históricos. Pero tampoco crecen demasiado los países centrales y desarrollados y ello conduce a un círcu­lo vicioso en el que ambos se influyen, dado que las exportaciones de unos son las importaciones de otros y ello puede tener un efecto adicional sobre las demandas internas que se vuelven más conservadoras y aún pusilánimes y entonces la deflación, ese monstruo que no acaba de desaparecer, camparía a sus anchas y provocaría estragos sin límite. Y como sucede con las modas y creencias dietéticas, que un alimento que antaño era pernicioso hoy es fuente de salud y a la inversa, medidas consideradas como salvíficas para nuestras economías se repu­tan al día de hoy como insuficientes o potencialmente perversas. Las políticas monetarias ultralaxas que han estabilizado la crisis (la política de Bernake de relajación cuantitativa y la ya legendaria de Draghi con su advertencia del que «haré cuanto sea necesario para salvar al euro»), ahora pueden ser el germen de una nueva recaída. Y si tuviese lugar una recesión —se está simulando una enfermedad todavía inexistente— los gestores de la política monetaria carecerían de herramientas con las que responder. Como los tipos de interés están a niveles de cero, e incluso en los mercados de bonos los tipos son negativos en un alto porcentaje de las emisiones, no habría espacio para rebajarlos y la política monetaria desaparecería del taller de instrumentos disponibles para combatir la crisis. El mundo entraría en un modo de histéresis generalizada —paro pertinaz— reviviendo los efectos del 1929 o de 2008. La aversión al riesgo y el aumento de la propensión al ahorro cavarían aún más profundamente ahondando el agujero. Los inversores demandarían solo los activos financieros más saneados cuyos precios se dispararían con rendimientos nulos o negativos. La idea de que un crecimiento anémico es solo una consecuencia temporal de la crisis de 2008 —se dice— es absurda. Lamentablemente las recetas para orillar el peligro anunciado son vagas y titubeantes, aludiendo a genéricos principios de ortodoxia que solo repiten la consigna de «hay que hacer las cosas mejor», o sea, hay que hacerlas bien hechas. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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Mientras el mundo amenaza zozobrar, el Fondo Monetario Internacional ha hecho públicas sus previsiones de la economía española. El Fondo prevé que el Producto Interior Bruto (PIB) español avance un 3,1% este año y un 2,5% en 2016, lo cual —ya lo sabemos— no está nada mal. En lo que se refiere al paro, el FMI estima que este año acabe con una tasa del 21,8% que en 2016 se reduciría hasta el 19,9%. Otras noticias se refieren al déficit público. El FMI respalda la teoría de Bruselas y calcula que España incumplirá ligeramente los objetivos pactados. No será hasta 2017 cuando el déficit baje del 3%. No es grave, pero ya se sabe que en año electoral hay que echar algo más de leña a la caldera. Cabe preguntarse: ¿es la economía española una fortaleza aislada que sobrevive al posible tsunami global? Doctores tiene la Iglesia que sabrán responder a tan aventurada cuestión, pero ni la española es una isla ni la global se antoja tan amenazada. Después de todo, el crecimiento global en 2015 será del 3,1% y apenas difiere de las tasas de los tres años anteriores. En nuestros años mozos de universitarios circuló por las aulas una sátira ilustrativa del tema que nos ocupa. Es como sigue. Un próspero empresario eibarrés incluyó en su nómina al hijo recién graduado en Ciencias Económicas. Aunque la coyuntura era favorable, y continuó siéndolo al término de la historieta, el recién llegado fue persuadiendo a su padre para recortar gastos, despedir personal y reducir cartera de clientes protegiéndose ante una hipotética crisis futura. Naturalmente, la desastrosa adopción de unos supuestos imaginarios condujeron al cierre de aquella pujante firma con lo que el padre concluyó admirado: «¡Menos mal que hice caso a mi hijo. Sus previsiones no pudieron ser más acertadas!» O sea, profecías autorrealizadas de las que en principio conviene sospechar, sin bajar del todo la guardia. (12 de octubre de 2015)

«Animal spirits» (Espíritus animales) En 1933, Ortega y Gasset inició una célebre conferencia con las siguientes palabras: «No sabemos lo que nos pasa y eso es precisamente lo que nos pasa». Resulta que la economía española está alejándose con zancadas vigorosas de la gran crisis global y, al lado, impertérrita ante un cúmulo de noticias positivas, nuestra Bolsa de valores, de la mano de las del resto del mundo, ha sufrido los estragos de una tormenta formidable. A pesar de la vigorosa recuperación de los países más afecta© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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dos, según el índice Bull and Bear de Merril Lynch, el sentimiento global de los inversores es el más negativo desde 2011. Por primera vez desde 1990, mantener el dinero en cuenta corriente ha resultado una mejor alternativa que hacerlo en bonos o acciones. Y no sabemos cómo nos pueden pasar todas estas cosas a la vez, porque nos parecen contradictorias. Sucede que hasta mediados de este verano la economía española registraba ocho trimestres sucesivos de crecimiento con una tasa prevista para 2015 del 3,2%, liderando el crecimiento de la Unión Europea. La reducción del déficit comercial, el superávit del corriente, el récord de exportaciones y el hecho insólito de registrar un aumento en su cuota en el total mundial se sumaban a aquellos hitos positivos. Julio de 2015 fue el mejor en 17 años para el desempleo, que bajó en 74.028  personas y las previsiones eran que antes de 2017 se crearán un millón de empleos más. La confianza del consumidor se hallaba en máximos en plena canícula veraniega, lo mismo que las matriculaciones de turismos que registraron su mejor julio en 19 años. Y así otros jalones más. El más reciente el de la agencia Standard & Poor’s que ha mejorado en un escalón el rating de la deuda española. Pero henos aquí, que este sólido progreso de la cuarta economía europea, o sea la nuestra, se ha visto súbitamente amenazado por un ataque frontal al IBEX 35 que ha cerrado su peor trimestre desde el rescate financiero de España en 2012. ¿A qué obedece una disociación tan brutal entre los indicadores generalmente utilizados para monitorizar la economía y el decepcionante comportamiento de los mercados de renta variable? Cabe, como respuesta, aludir a dos factores fundamentales. El primero al hecho de que las Bolsas ejercen su función de estimadores anticipados de la coyuntura a corto plazo (no así del largo), coyuntura que a menudo descuentan a tipos más que cautelosos. Sobrereaccionan, por si acaso. Y ello, en gran medida, por la segunda de las razones. Veamos. Para entender cómo funciona la economía tenemos que prestar atención a las ideas y sentimientos que animan a las gentes. Nunca interpretaremos cabalmente los giros económicos que surgen periódicamente sin confrontarnos al hecho de que sus causas son en gran medida de naturaleza mental. «Espíritus animales» (Animal spirits) es una expresión acuñada por John Maynard Keynes para describir la emoción o el afecto que influye en el comportamiento humano y que se puede medir en términos de la confianza de los distintos agentes económicos. El genial economista inglés apreciaba que la mayor parte de la actividad económica se regía por motivaciones racionales, pero que en buen © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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número de situaciones también estaba gobernada por «espíritus animales», por motivos no estrictamente económicos ni racionales, como, por ejemplo, la prudencia o el miedo excesivos o la mengua radical en la confianza y también la avaricia desmesurada o la corrupción. En opinión de Keynes, estos «espíritus animales» son la causa principal de las fluctuaciones económicas súbitas o inesperadas. Las variables reales de la economía española no dan pie al desáni­mo, sino todo lo contrario, y hay que seguir confiados en que proseguirán su senda de recuperación. Pero no cabe ignorar que libramos una singular batalla contra un enemigo difuso y de efectos solamente probables. Este enemigo tiene diversos flancos: en España se llama Cataluña y elecciones generales. En el mundo global el tapering de la señora Yellen, el trasiego de fondos de los países emergentes hacia el euro y Estados Unidos y la recesión en algunos de ellos, como Brasil, con el pretendido efecto de contagio. También la caída del precio de las materias primas y del petróleo ya que, a la postre, los países en crisis acaban comprando menos a los demás y la pérdida se socializa, o sea se reparte. Y en Europa la crisis de los refugiados, la astronómica deuda de los países periféricos, la agresión rusa a Ucrania y el golpe a la credibilidad propinado por el escándalo Volkswagen componen —entre otros temas— el suma y sigue. Ya se sabe que no hay nada más conservador que un dólar o un euro, que la confianza es siempre una predicción personal basada en un crédito muchas veces abstracto e irracional y que el miedo es libre. Nos encontramos en un entorno macroeconómico estable. Que China y los emergentes no crezcan como en el pasado es cosa sabida. Pero el mundo no está en recesión. Un crecimiento del 3,3% es bastante aceptable y apenas difiere de la serie de los últimos años. No obstante, aunque la economía real persevere en los derroteros de la recuperación, puede haber crisis bursátil para rato. Al menos mientras no se esfumen los «espíritus animales» que nos hemos formado. (3 de octubre de 2015)

¿Converge España hacia Europa? El preámbulo del Tratado de la Unión Europea habla del objetivo de «lograr el refuerzo y convergencia de las economías de los Estados miembros» y vincula dicha convergencia al establecimiento de una Unión Económica y Monetaria (UEM) que incluye «una moneda única y estable». La adopción del euro en 1999 abría las puertas de los países © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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participantes a un futuro de mayor bienestar derivado de una integración cohesionada de las principales variables económicas que definían el proyecto. El objetivo de una convergencia real se refiere fundamentalmente a que los países de renta más baja crezcan a un ritmo superior al de los países más ricos, sin que ello implique merma para estos últimos ya que el valor global de la renta no es un juego de suma cero. La convergencia sostenible no solo responde al objetivo de distribución y aumento del bienestar en una zona de integración, sino que también es el principal requisito para que las economías inmersas en un proceso de convergencia puedan sobrellevar las crisis ocasionales que vayan surgiendo, ya sean regionales o de naturaleza general y sistémica. Un reciente estudio del Banco Central Europeo (BCE) viene a evaluar dicho proceso de convergencia y a dictaminar en qué medida la UEM, y más concretamente la adopción del euro, ha sido un éxito. En definitiva, si la pertenencia al club de los más selectos del planeta ha logrado estrechar las diferencias en la renta per cápita de sus países integrantes. La investigación muestra que, si bien la mayoría de los países de Europa Central y Oriental de los 28 han registrado avances en el proceso de convergencia con la media europea desde la constitución de la UEM, dicha convergencia se ha deshecho parcialmente como consecuencia de shocks asimétricos en aquellos países —fundamentalmente de la Zona  Euro— que carecían de unos fundamentos económicos sólidos. Así, los niveles comparativos registrados por algunos países respecto de la renta per cápita media europea en 2014 son los mismos que ya gozaban en 1999 (España y Portugal) o incluso inferiores (Grecia e Italia). En lo que atañe a la economía española, en 1959 el PIB por habitante solo era del 56% del comunitario, mientras que en 1975 ese porcentaje se había elevado al 79,2%. Desde el comienzo de la transición se inició la divergencia real con Europa hasta llegar en 1986 al 70,4%, o sea, en los diez primeros años de la democracia, España retrocedió casi diez puntos. A partir de 1987 se inicia una lenta recuperación de parte del terreno perdido hasta alcanzar en 1993 el 76,6% del PIB por habitante español en relación con el europeo. La distancia se acorta desde esa fecha para progresar hasta niveles del 103% comunitario en la antesala de la crisis en 2007 y regresar, tras su estallido, a niveles similares a los de 1998, en el entorno del 96% de la media de la UE 28. El relativo fracaso en la convergencia obedece a varias causas, destacando entre ellas la debilidad de las instituciones, las rigideces estructurales, el anémico crecimiento de la productividad total de los factores, un excesivo crédito bancario y la ausencia de políticas dirigidas a ate© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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nuar los ciclos alcistas de los precios de los activos. Desgraciadamente, la economía española ha constado en los registros de todos los factores aludidos: mercados de bienes, servicios y trabajo rígidos, escasa calidad institucional, endeudamiento bancario excesivo, y crecimiento de la productividad total de los factores nulo o negativo. Una lección básica extraída de la crisis de la zona del euro es que la adopción de la moneda única no invalida la necesidad de adoptar sólidas políticas económicas domésticas. La moneda única implica la renuncia a mecanismos automáticos (devaluaciones, movimientos de tipo de interés, etc.) utilizados anteriormente para recuperar la convergencia nominal. En la teoría de las uniones monetarias, los shocks asimétricos se corrigen con la política fiscal y en último término —y lamentablemente— con menores salarios y más desempleo. Una economía suficientemente flexible percibe las señales de los precios y procede en presencia de una crisis al trasvase de recursos hacia sectores de mayor productividad. La política monetaria centralizada en Frankfurt necesita el complemento de políticas fiscales y ma­cropru­den­cia­les anticíclicas nacionales para atenuar, y si es posible prevenir, los efectos de los shocks imprevistos. Resumiendo: a pesar de haberse producido una convergencia real inicial, la crisis ha revertido el proceso en los países periféricos, incluido España. Los remedios propuestos por el BCE se inscriben en los postulados de la ortodoxia: estabilidad macroeconómica y política fiscal equilibrada, flexibilidad en los mercados de productos y de trabajo, marco institucional favorable para un uso eficiente de los factores que respalden el crecimiento de la productividad total y un uso activo de los instrumentos nacionales. Naturalmente, los esfuerzos desplegados a nivel nacional deben complementarse con reformas estructurales a escala europea encaminadas a reforzar el mercado único europeo. Mercado único bancario, mercado unificado de capitales, tesoro centralizado y política fiscal común. Todos ellos son objetos deseables en una Europa que, en estos momentos, se halla absorta en otros problemas quizá más importantes pero, en todo caso, más urgentes y acuciantes. (25 de septiembre de 2015)

Los límites del empleo El pasado mes de agosto ha registrado una inflexión previsiblemente transitoria en la animosa senda de recuperación del empleo iniciada a finales de 2013 por la economía española. El paro se incrementó en 21.700 personas respecto de julio y, lo que es más significa© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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tivo, la afiliación a la Seguridad Social se redujo en 134.300 personas. En términos desestacionalizados las caídas de ambos índices son marginales y deben inscribirse en una tendencia de mejoría del empleo que, sin duda, continuará en los meses venideros. Para BBVA la creación de empleo superará el millón de puestos de trabajo entre 2015 y 2016. A pesar del traspiés, las previsiones son de optimismo relativo. Relativo, porque, si bien la tendencia es a la recuperación del empleo y a la reducción del paro, hay que formularse una delicada pregunta: ¿cuándo recuperará la economía española los índices previos a la irrupción de la gran crisis, y en lo que nos atañe, cuándo repetirá el colectivo de trabajadores del país el excelente registro del 7,95% de paro EPA, del segundo trimestre de 2007? ¿Cómo pasar desde el techo de 6,3 millones de parados en 2013 (26,94% de paro EPA) a los 1,7 millones del segundo trimestre de 2007? Y en otra instancia: ¿son fiables las expectativas del Gobierno de que la tasa de paro media sea este año del 22,1%, del 19,8% en 2016, del 17,7% en 2017, y del 15,6% en 2018? Para responder a estas preguntas hay que aludir a dos categorías de desempleo que coexisten en todas las economías, pero que lo hacen con desigual reparto en la economía de nuestro país. Se trata de la distinción entre el paro cíclico o coyuntural y el llamado paro estructural. El primero es altamente sensible —e inversamente proporcional— a las variaciones del PIB. Por lo tanto, la respuesta es positiva si, como prevé el Plan de Estabilidad del Gobierno, la economía española crece a tasas en torno al 3% acumulativo anual, y siempre que el viento de cola que empuja a la economía española, siga aportando sus atributos benéficos. Pero existe otro tipo de paro llamado «estructural», producido por profundos desajustes entre la oferta y la demanda de trabajo, que se prolongan en el tiempo con independencia de la recuperación del PIB. Y es que, tras los estragos provocados por crisis dilatadas y profundas, las habilidades de los trabajadores no coinciden ya con las necesidades de los empresarios en la nueva fase del ciclo productivo. Para reducir el nivel de paro estructural hay que reformar las estructuras productivas. Los informes de las instituciones internacionales sitúan el paro estructural en España en los umbrales del 15%. Si no se produce en el país una profunda reforma de la oferta de trabajo, este porcentaje no se rebajará y las altas tasas de paro seguirán la estela de los últimos 35 años. Desde 1976, la tasa de paro en España solo ha bajado del 10% en 3 ejercicios y la media simple de la serie histórica hasta nuestros días se sitúa en el 16%? ¿Y cuáles son esas reformas de la oferta de trabajo? Pues aquellas que compitan con la creciente robotización y automatización de los puestos de trabajo, la deslocalización de servicios banalizados y los ma© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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yores niveles de conocimiento y de capital humano de los países competidores. El mal funcionamiento del mercado de trabajo es uno de los problemas más graves y persistentes de la economía española. Mantenemos una estructura laboral rígida y dual. Los más protegidos negocian los convenios en detrimento de los menos y solo un exiguo porcentaje de los firmados es de ámbito empresarial, ligado a productividad. La interpretación de los tribunales de la nueva regulación es conflictiva. Sin flexibilidad, los ajustes siempre serán de cantidad de puestos de trabajo y no de salario. Pero sobre todas las cosas, nuestra fuerza laboral está poco preparada e instruida en relación a nuestros competidores extranjeros. Las políticas activas de empleo pueden jugar un papel relevante para enmendar esta situación, pero el esfuerzo no debe ser grande, sino hercúleo y radical si pretendemos revertir la situación laboral, en particular la de nuestros jóvenes. Un reciente informe de ILVIE concluye que, a pesar del amplio relevo generacional, en la próxima década el mercado de trabajo español dejará fuera a los jóvenes con baja formación y concen­ tra­rá las oportunidades solo en los más cualificados, acentuándose sobre esta base las desigualdades laborales observadas durante la crisis. Siete de cada diez nuevos puestos de trabajo creados en la próxima década serán de muy alta cualificación. Es menester, en consecuencia, concienciarse de que el mayor déficit estructural de la democracia española es su sistema educativo y, por extensión, el resto de canales de alimentación del conocimiento. Otros países como Japón, Taiwán, Corea o Singapur se percataron en su momento de la importancia de este hecho e instauraron códigos de educación que los elevaron al club de las naciones punteras del planeta. Con un paro asumible. España necesita un gran pacto de Estado para dar el salto adelante. No hay vuelta atrás. Entretanto el paro se reducirá, pero el plazo puede estar tan lejos como 2025, teniendo en cuenta otros factores, como la reducción de la población activa. (4 de septiembre de 2015)

El informe de Halle Steve H. Hanke, profesor de Economía Aplicada de la Universidad John Hopkins, de Baltimore, sostiene que el 75% de los temas económicos que se vuelcan diariamente en los medios de comunicación son irrelevantes, inexactos o directamente falsos. La afirmación puede parecer exagerada, una vez salvado que el 25% restante goza de todas las cre© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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denciales de la credibilidad, pero, tomada con cautela, la frase tiene un fondo relativamente asumible. Uno de los grandes temas de intoxicación informativa, minado de inexac­ti­tu­des y falsedades, es el que atañe a la presencia y actuación de Alemania en el actual concierto europeo y, en consecuencia directa, el que afecta a su máxima mandataria, la canciller Angela Merkel. La demonización de Alemania y de su primera dignataria se ha convertido ya desde hace algunos unos años, en Europa y también en España, en un deporte de masas. Centrémonos en el más reciente de los ejemplos. Un mero botón de muestra en el repertorio de reprobaciones al gigante alemán. El Instituto Leibniz de Macroeconomía de Halle (Alemania) ha publicado el pasado 10 de agosto una nota o informe de cinco páginas titulado «El beneficio de Alemania en la crisis griega». El estudio viene a relatar lo que cualquier párvulo testimonia con su propia conducta: que ante una amenaza del signo que sea —normalmente en su integridad física— el niño huirá de forma intuitiva hacia un lugar seguro (safe  haven), por ejemplo, acudiendo a un familiar o profesor que lo proteja. En el mundo de los adultos, la salvaguardia del patrimonio sigue el mismo patrón, huyendo de los activos malos, dudosos o menos líquidos hacia otros activos buenos, sólidos y más líquidos. La literatura financiera define dichas conductas como «huida hacia la seguridad» (flight to safety). Ello constituye el pan nuestro de cada día. Justamente las emisiones soberanas de deuda pública reflejan en su tipo de interés las preferencias del inversor: tipos elevados para países de poco atractivo, y tipos bajos para los países que inspiran confianza. Desde los albores de la humanidad, el ser humano persigue preservar su bien y minimizar su mal. Mera racionalidad. La nota del Instituto de Halle registra los beneficios estimados para el sector público alemán, derivados de la crisis greco-europea de la deuda debido a los bajos tipos de interés que ha debido satisfacer por las emisiones de su Tesoro. En ocasiones, para vencimientos inferiores a dos años, ha llegado a financiarse a tipos de interés negativos, como también ha ocurrido puntualmente para las emisiones a corto plazo del Tesoro español y de otros más. Y ello debido a la suma de dos efectos. El primero a que, en tiempos de crisis, los inversores buscan rápidamente inversiones seguras —la ya referida «huida hacia la seguridad»— materializadas en activos de «lugares refugio» (safe haven). Alemania ha representado tradicionalmente uno de esos «lugares refugio» para los inversores. El segundo efecto se refiere a la política monetaria practicada por el Banco Central Europeo durante la crisis, esto es a partir de 2007, con el efecto inducido deflactor sobre los tipos de interés del euro. Como resultado conjunto de © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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ambos efectos la nota estima que el Tesoro alemán pudo ahorrar entre 2010 y mediados de 2015 la suma de cien mil millones de euros, cifra superior a toda la deuda griega con Alemania, directa, a través del FMI o a través del Mecanismo de Estabilidad europeo. Vayamos ahora al meollo emocional. La presentación de la noticia en los medios de comunicación de nuestro país ha estado teñida por una ambigüedad lindando con la calumnia. Pregúntese el lector cuál ha sido la primera impresión derivada de la lectura de la noticia y la respuesta no es otra que la de un beneficio espurio obtenido por Alemania en detrimento de Grecia, algo así como un expolio de un país a otro, de tal manera que lo que uno ha ganado lo ha sido a costa del otro, arrastrando finalmente a Grecia hacia una grave crisis humanitaria, de la cual la Alemania de la señora Merkel es última responsable. Lo cual es una falsedad ignominiosa. Porque, ¿qué culpa tiene Alemania de ser la primera potencia europea y de gestionar la señora Merkel una de las economías más prósperas, competitivas y saneadas del planeta? Lo que hay que preguntar a los inversores que han buscado refugio en la deuda pública alemana es si lo han hecho bajo coacción, y si no repetirían su decisión una y mil veces en análogas circunstancias. Y todas las economías europeas deberíamos igualmente interrogarnos si no es un objetivo —difícilmente alcanzable— emular los niveles de solvencia del gigante europeo y aprender de su buen hacer. Las conclusiones del informe de Halle dan valor numérico a un arbitraje concreto de inversiones producido en un periodo determinado de la corta historia del euro. Pero la búsqueda de la calidad es como la verdad de Perogrullo, algo innato que se repite miríadas de veces cada segundo en el planeta, en todos los órdenes de la vida, no solo en las finanzas privadas o en otros planos de la actividad económica. (14 de agosto de 2015)

Salvar a Cecil Cualquier persona medianamente sensible se habrá sentido indignada por el abatimiento de Cecil, el león más famoso y amado de Zimbabue. El sanguinario cazador, un dentista americano llamado Walter Palmer, pertenece a esa cofradía detestable que se reúne en casa con los amigos a beber whisky o cerveza pisando una alfombra de piel de leopardo, bajo la mirada perdida de una cabeza de alce o de rinoceronte, alardeando de su última hazaña costosísima, salpicada por igual de riesgos y delitos. Cecil era un ejemplar hermoso, un regalo de la vida y © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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objeto de admiración para los millares de turistas que hacían los safaris fotográficos organizados en el parque protegido de Hwange. Pero, sobre todo, era una enseña del orgullo de Zimbabue, un icono, su bandera afectiva y singular. Permítame ahora el amable lector un pequeño salto mental, abusando de la proverbial indulgencia que proveen estos tórridos días de agosto, para establecer un paralelismo entre el caso de Cecil y otra forma de actuación furtiva que se multiplica alarmante a nuestro lado: el vapuleo sistemático del éxito conquistado recientemente por la economía española, algo técnicamente demostrable y moralmente aplaudible. Lo que debe ser legítima materia de orgullo se secuestra con tapujos y engaños, se oscurece y tergiversa hasta conseguir un objetivo execrable: desvirtuar la verdad y, si es posible, matarla. Igual que a Cecil. Pongamos atención a los hechos y a sus interpretaciones. Son ocho los trimestres desde que España abandonó la recesión y la tasa de crecimiento del PIB prevista en 2015 es del 3,2%, liderando nuestro país el crecimiento de la Unión Europea: a lo que se responde que es mérito de Mario Draghi y del nuevo precio del petróleo y en el fondo un mero espejismo sin vocación de continuidad. ¿Récord de exportaciones y el hecho de que España haya aumentado su cuota de exportación en el total mundial?: lo justifican los detractores por la devaluación del euro, una carambola transitoria del destino. Este julio ha sido el mejor en 17 años para el desempleo, que ha bajado en 74.028 personas, el descenso más importante desde 1998 y antes de 2017 se crearán un millón de empleos: bien, replican, pero a nadie se le oculta la precariedad y escasa calidad del empleo creado. La confianza del consumidor alcanza nuevos máximos en julio: vale, murmuran, pero habrá que preguntar qué tipo de consumidores son los que demuestran esa confianza. Lo mismo que las matriculaciones de turismos que registran su mejor julio en 19 años: sugieren los apocalípticos censores que de todos es sabido quién compra coche y quién viaja en transporte público en este país. Y así hasta mil. Para estos Maquiavelos, la única realidad la constituyen la corrupción de la casta, la perversión del sistema que debe dinamitarse cuanto antes, y la incompetencia de instituciones y gobernantes que es menester derrocar a cualquier precio. Y, en cualquier caso, en modo alguno cabe asumir, ni de lejos, la bondad de las reformas —¿reformar para quién?— o que la austeridad sea una virtud social y que pueda incluso funcionar. Donde exista un episodio positivo se tratará de un espejismo, o simplemente de buena suerte. Tanta descalificación, tanta bilis vertida por los sumideros de los medios de comunicación social y también destilada del discurso de determinados partidos políticos, tanto ultraje apenas cimentado en datos, © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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lanzados con especial alevosía desde cadenas televisivas bien conocidas, lo que Pablo Iglesias ha definido como «el nuevo Parlamento de nuestra época», vendiendo carnaza caducada a un público tan entregado como confundido que aplaude y jalea la destrucción por la destrucción, convierte a nuestra sociedad en la versión moderna de un circo romano. La desinformación y la incultura se apodera de aquellos que, envueltos en un rugido ensordecedor, piden con sus pulgares invertidos la pena máxima del «otro», un «otro» que si se les pregunta fijamente, la mayoría de las veces no sabrían concretar. Y, desde luego, nunca con argumentos convincentes. En especial, produce lástima la falta clamorosa de rigor en la mayoría de las tertulias económicas de máxima audiencia. Pausada e insensiblemente asistimos a la diseminación de un discurso cáustico y a una degradación intelectual de la ciudadanía. No es justo plegarse a estos nuevos dioses de la democracia, a esta moderna Inquisición sin aparente dueño, o nombre o procedencia. Esta locura donde se lanza la piedra escondiendo la mano, cuyas raíces se hunden en un pretendido interés político, casi siempre bastardo e inconfesable por mucho que se invoquen principios de justicia social que una vez destapados no son sino hervideros de venganza y de odio. No es ético, ni justo ni razonable asaetar injustamente a Cecil, a nuestro Cecil concreto que es la recuperación de la economía española, de la que debemos sentirnos juiciosamente orgullosos, para rematarla a traición en los entresijos de programas corrosivos o de acciones partidistas bastardas. Dejemos vagar en libertad a Cecil y proclamemos que en medio de enormes dificultades y penalidades la recuperación española es una ilusionante realidad. Atrás flagelos y lamentaciones. Reconozcamos nuestros méritos y no nos empeñemos en abortarlos, aunque aún quede mucho trabajo por hacer. Salvemos, en definitiva, a Cecil. (6 de agosto de 2015)

Crecer con Europa El proyecto europeo se ha convertido en un sólido dinamizador del futuro a medio plazo de la economía española. La razón ultima estriba en la apuesta hoy por hoy irrenunciable a ser parte activa de los futuros «Estados Unidos de Europa». Es una idea de largo aliento que el «informe de los 5», esto es, de los líderes de las instituciones europeas —Comisión Europea, Consejo Europeo, BCE, Eurogrupo y Eurocá­ ma­ra— han fijado a más tardar en el año 2025. En esa fecha, una Europa mutualizada no será —según las extrapolaciones— la primera po© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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tencia económica del planeta, pero debería aspirar a seguir siendo la primera potencia en términos de bienestar social. Hoy Europa, con un 7% de la población mundial, dispensa el 50% de la protección social del planeta. Consolidar esa conquista bien vale la pena. Pero en el largo camino que aún nos separa del afianzamiento político proyectado, España tiene que invocar sus méritos y abrirse un hueco en el pelotón de los más competitivos. Para obtener el diploma de socio de número de la genuina Unión Monetaria Europea hay que hacer los arduos deberes de convergencia previstos en los tratados comunitarios. Hacer los deberes significa que la economía española necesita reformarse, adelgazar estructuras, tener más stock de cultura y conocimiento, ser más productiva y competitiva y finalmente crecer sostenidamente para reducir un déficit fiscal pernicioso y una deuda pública insostenible. Los dos últimos requisitos representan el test del Pacto de Estabilidad, que todos los países miembros de la futura Unión deberán superar. Estamos en ello. La economía española registra ya ocho trimestres sucesivos de rebote del PIB, a contar desde el tercer trimestre de 2013. El más reciente, a la espectacular tasa del 1% trimestral. La explicación del cambio de ciclo y la entrada en una senda de crecimiento vigorosa ha obedecido a la conjunción de varios factores. Además del ajuste interno y de una coyuntura favorable, Europa también ha representado para nuestras exportaciones un empujón decisivo en el proceso del despegue. En efecto. Como consecuencia de la crisis y del espectacular aumento del paro y consiguiente cierre de empresas, los costes laborales unitarios en España se redujeron en el bienio 2010-2012 alrededor del 18%, lo que confirió a nuestro sistema productivo una mejora de competitividad decisiva. La llamada «devaluación interna» abría de nuevo las posibilidades de contratación de trabajadores fundamentalmente en las empresas exportadoras. Son estas, las empresas exportadoras, las mayores beneficiarias de la crisis y, al mismo tiempo, las artífices de la recuperación inicial de la economía española. El círculo beneficioso de salida de la crisis ha seguido las reglas de un manual de economía clásica. Así, el tirón de las exportaciones de bienes y servicios ha propiciado el equilibrio de la balanza exterior, alentando la recuperación de la confianza de los inversores extranjeros y el retorno de la inversión internacional. La percepción del cambio de ciclo filtra en la población el sentimiento de que «lo peor» ya ha pasado, propiciando, como es el caso, el despegue de la demanda interna y la consolidación del crecimiento del PIB, a tasas del 3% anual o aún superiores. También aquí Europa ha jugado un papel estelar, que ojalá siga jugando en el futuro próximo. Y ello porque las exportaciones españo© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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las dirigidas a la Unión Europea representaron el 65% del total, porcentaje mayor que el 63,7% registrado en enero-abril de 2014. Por eso nos interesa sobremanera la salud del cliente europeo. La suya redunda en buena medida en la nuestra. Además, en Europa —también en España—, la recuperación se ha visto reforzada por un fuerte «viento de cola», traducido en menores precios del crudo, un euro débil y la política de liquidez practicada por el BCE. En Europa mejora el sentimiento empresarial y del consumidor augurando una continuidad de la recuperación, con crecimientos del 1,5% este año y del 1,7% en 2016. A pesar de todo, las previsiones a medio plazo son inciertas, dada la restricción crónica de la demanda, las nuevas incertidumbres surgidas en torno a los balances de las empresas, en especial de las bancarias, y una productividad raquítica que contendrán en gran medida la inversión y el empleo. Europa propinó el empujón a nuestras exportaciones. Ahora, un despegue vigoroso de nuestra propia demanda interna ha lanzado a la economía española al liderato del crecimiento en la Unión Europea. Volviendo al comienzo —a lo nuestro— y a pesar de las previsiones optimistas, nuestra tarea permanente consiste en seguir adelgazando nuestra estructura productiva y hacerla cada vez más flexible y competitiva. Nuestra producción y empleo dependen de la demanda, de lo que los compradores quieran comprar de nuestros productos. No depende de nosotros. Para aquellos, nuestros bienes y servicios tienen que resultar apetecibles, esto es, competitivos. Para ello debemos estilizar nuestra oferta. Las reformas estructurales, las reformas de nuestra oferta productiva, sí están en nuestra mano, solo dependen de nosotros. Esa es la pauta de nuestra carrera por el visado final europeo. Admitir, sin titubeos, que la mejora en la oferta de hoy resultará en una producción más eficiente y vigorosa enseguida. Mañana mismo. (31 de julio de 2015)

En defensa del euro Corren malos tiempos para los valedores del euro. La reciente crisis griega no es sino el último y más dramático episodio del trance institucional de la moneda única que se adivinó en 2008 con la llegada a Europa del ébola financiero importado de Wall Street y se hizo realidad en 2010 con el primer rescate de la economía helénica. Luego vendrían tres programas de ayuda sucesivos a Irlanda, Portugal y Chipre, además de la línea condicional firmada con España para el saneamiento de © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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su sistema financiero. Demasiadas emociones negativas en estos siete años, restregadas constantemente con el plomizo latiguillo del «yo ya lo dije», sustentado en plumas de diversa intención y autoridad, procedentes en su mayoría del otro lado del Atlántico. Para la mayoría de estos adivinos agoreros, la Unión Monetaria Europea (UME) estaba viciada de origen. El argumento fundamental aducido era que la Eurozona carecía de los elementos de un «área monetaria óptima» en terminología del economista Robert Mundell. Pueden ustedes poner a continuación las firmas de los grandes detractores del euro, como el ínclito Paul Krugman, auténtico látigo de la iniciativa monetaria europea, de quien Wolfgang Schäuble ha dicho en una entrevista a Der Spiegel que «Krugman sabe mucho de comercio internacional (materia por la que recibió el Nobel de Economía) pero no tiene ni idea de cómo funciona la Eurozona». Otros nombres incluidos en la línea hostil son los de Milton Friedman, Margaret Thatcher o Joseph Stiglitz, por citar solo algunos de los más conocidos. Como se ha dicho al principio de estas líneas, salir en defensa del euro resulta un ejercicio arriesgado, dado el resultado de las encuestas y la opinión de los opinadores sobre el tema en cuestión. Paradójicamente, los partidarios y defensores, así como las instituciones europeas, no se prodigan en exceso en justificar las bondades de la construcción actual. ¿Cómo puede osar alguien, en consecuencia, salir en defensa del euro? La respuesta apunta a algunas consideraciones tan esenciales como frecuentemente olvidadas. Veamos. La Unión Europea y el euro son, en su designio último, mucho más que un proyecto económico, para transformarse en el proyecto político de una Europa federal o de una federación de países: los Estados Unidos de Europa. Lo cual es congruente con las raíces en las que se hunde su proyecto. Esta visión supera la situación económica puntual de sus países miembros. Se trata de un plan de décadas para transformar Europa de un escenario de guerra en otro de paz y estabilidad. Antes de 1945, Europa había sufrido centurias de conflagraciones devastadoras. Con el proyecto europeo la situación cambia, de tal modo que no cabe interpretar lo que sucede en la Eurozona sin contemplar este diseño más amplio. El trasfondo de la Eurozo­na es hacer de la guerra un pensamiento impensable. Además, la Unión Europea ha expandido el principio democrático, al aceptar en su seno solamente países de corte demócrata. Junto a la OTAN, ha contribuido decisivamente a la consolidación de la democracia en los países del Este europeo en los últimos años de 1990. Si pocos discuten las bondades de la integración, no todos piensan en el euro de la misma manera. Se pueden derribar barreras comer© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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ciales y fomentar la coordinación económica sin forzar a los países a adoptar una moneda compartida. Pero no hay solución de continuidad en el proyecto político. Legalmente, los 28 países de la Unión Europea se obligaron a asumir la moneda única. El euro surge en 1991 del Tratado de Maastricht, y se firma con la terminación de la Guerra Fría, que alimenta la indefensión de los europeos, al sentirse menos protegidos por Estados Unidos, acelerándose así la activación de una etapa más en su proceso de identidad común. El euro representa, sobre todo, más Europa. Y el euro regaló a los países adheridos, entre 2000 y 2008, una época de oro. Para España fue tiempo de orgullo contenido al formar parte del club más prestigioso del planeta. También de crecimientos medios del PIB del 3,5%, empleo vigoroso, una inflación controlada, y una reducción de los costes de la financiación exterior sencillamente espectacular. La explosión de la burbuja inmobiliaria, ámbito sobre el que descansaba en gran medida el modelo productivo español, cebó una crisis que ha obligado al país a una hercúlea devaluación interna y lo ha devuelto a una senda esperanzadora de convergencia europea. La UME tiene unas reglas muy duras, que necesariamente han de cumplirse. Pero nadie quiere despegarse del euro. Ni siquiera Grecia, que en plena exaltación nacionalista votó en referéndum un «no» a la gigantesca reconversión nacional que se les venía encima, dudó en postularse abrumadoramente en favor al euro. Un 74% de los griegos votó por seguir con la moneda única. Algo tendrá el agua cuando la bendicen. El problema de la Europa actual no es el de una moneda compartida, sino de una moneda compartida sin gobierno compartido. La Unión Bancaria y el proyecto de Tesoro europeo avanzado en el «Informe de los 5» va en esa línea. «La UME es imperfecta, frágil, vulnerable y no produce todos los beneficios que cabría esperar si estuviera completada. El futuro abre pasos decisivos a una mayor integración», ha sentenciado el mago de Roma, Mario Draghi. (25 de julio de 2015)

Reglas del juego Se debe retornar de vez en cuando a los clásicos, cada cual en su disciplina, no para descubrir nada nuevo sino para recordar aquellos principios que ignoran inmutables el paso de las modas y el tiempo. La ocasión lo merece porque Grecia y la difícil construcción europea plantean aparentes contradicciones y porque cada cual ha estereotipado a los actores de este drama a su manera, señalando a los buenos y malos según © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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sus criterios, más o menos al rebufo de las últimas tertulias de turno, que son —Pablo Iglesias nos lo ha recordado— el auténtico parlamento de la sociedad española actual. Uno de estos clásicos es el nobel estadounidense de Economía James Buchanan (1919-2013). De su libro La razón de las reglas, una obra maestra de fácil lectura y semillero de conclusiones clarividentes, se extraen algunas reflexiones inspiradoras de las que se hagan al término de esta columna. «Necesitamos de las reglas en la sociedad —explica Buchanan— porque sin ellas la vida sería solitaria, pobre, despreciable, embrutecida y corta, como nos señaló Thomas Hobbes hace más de tres siglos. Las reglas definen los espacios dentro de los cuales cada uno de nosotros puede desarrollar sus propias actividades».

Señala, en fin, el nobel americano que «los buenos juegos dependen de las buenas reglas más que de los buenos jugadores». La economía y los mercados —tal vez más que ninguna disciplina— también necesitan reglas e instituciones que los regulen. Mal irán las cosas si, en vez de prestar atención a las reglas e instituciones básicas dentro de las cuales se desarrolla la conducta individual en los mercados, se distrajese la atención en las tácticas que interfieren con esas reglas o principios institucionales. Puede decirse que la política y, en su caso, la política económica consisten, muy a menudo, en un conjunto de estrategias que intenta sobornar las reglas establecidas, en favor de intereses partidistas. Pues he aquí que los días recientes, y en su medida las semanas y meses que han precedido a la enésima crisis en Grecia, y que arrancan con la victoria en las urnas de la coalición Syriza en enero de este año, son un ejemplo típico de cuáles son los resultados para una economía y un país cuando sencillamente no se respetan algunas reglas esenciales. Y, como polo opuesto, la devoción prestada por el espíritu (Geist) alemán a las reglas, que en lo económico se concreta en las reglas del ordoliberalismo —orden liberal, pero sobre todo «orden»—, una singular combinación del ideario liberal y una vigorosa presencia del aparato estatal siempre y cuando dicha presencia sea necesaria para preservar el espíritu de las reglas. Todos los requisitos para un choque de trenes. La clave de la reciente crisis griega está en haber olvidado que el euro tiene unas reglas muy exigentes y que quien las incumpla no puede estar en él. Son varias. Pero en particular, el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, que consagra para sus firmantes un déficit presupuestario inferior al 3% del PIB y una deuda pública inferior al 60, constituye © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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el corazón de la convergencia europea. Solo un grupo de países homogéneo puede conducir al escenario final visualizado en el reciente «Informe de los Cinco Presidentes» que apunta a un Tesoro único europeo, y a una unión monetaria genuina, un lugar estable y próspero para todos los ciudadanos de los Estados miembros que comparten la moneda única. Y ello a más tardar para 2025. Ello no significa que la Eurozona no cuente con mecanismos para encarar los choques asimétricos temporales de sus socios, incluidos un Banco Central común, una incipiente Unión Bancaria y un sólido y probado fondo de rescate. Además Alexis Tsipras ha tenido que aprender otra regla elemental: que no se gana ascendiente sobre otros líderes europeos por el simple hecho de haber ganado unas elecciones. Los demás también lo han hecho. Lo concluyente es ganarse el respeto colectivo demostrando que se tiene capacidad para alcanzar la convergencia europea adoptando en casa medidas de corte decisivo. Manifestaba el viernes pasado el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, que en el acuerdo de rescate griego no hay vencedores ni vencidos y que «desde luego, lo que es cien por cien seguro es que Alemania no ha sido la ganadora en términos de poder político». Para quienes disienten —y son multitud— del señor  Tusk, bastará recordar que al final del día, Alemania, asumiendo lealmente su proclamada regla de oro «solidaridad con responsabilidad» deberá, en efecto, sacrificar mucho más que cualquier otro país en términos de aportación dineraria. Y un recordatorio urgente para la economía española. España es después de Grecia el país de la Unión Europea que registra un mayor déficit presupuestario y uno que se sitúa en el pelotón de cabeza de los que acumulan una cifra amenazadora de deuda pública. El desenlace del caso griego pone el énfasis en que la centralidad europea no se alcanzará con discursos victimistas, populistas y antigermánicos como el encabezado por Alexis Tsipras, sino con la continuación de las reformas ambiciosas, diseñadas para transformar el potencial productivo de nuestra economía y acceder por mérito propio a una unión monetaria, a la que la confluencia de unas reglas comunes, habrá elevado al rango de mutualizada. (19 de julio de 2015)

Tamaño: el gran reto de las empresas vascas El Instituto Vasco de Competitividad (IVC), creado en 2006 por iniciativa de la Universidad de Deusto, constituye un excelente ejem© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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plo de partenariado público-privado al servicio del análisis de la competitividad territorial en Euskadi. Desde entonces y con periodicidad bianual, el Instituto formula un informe sobre la situación competitiva de nuestro tejido productivo compuesto por las 160.000 empresas establecidas en la Comunidad Autónoma. El Informe de Competitividad del País Vasco 2015 se presentó ayer lunes 1 de julio en el donostiarra Palacio de Congresos del Kursaal abarrotado de un público representativo de los distintos intereses confluyentes en el mundo de la empresa vasca. El Informe 2015 analiza la situación de la competitividad en Euskadi, profundiza en factores como el tamaño o la propiedad del capital, ahonda en el estudio de sectores y clústeres, y examina las prioridades temáticas fijadas por el Plan de Ciencia, Tecnología e Innovación del Gobierno Vasco. Teniendo en cuenta la importancia de la dimensión territorial para la transformación productiva, desarrolla, asimismo, un análisis comparativo a nivel internacional, provincial, comarcal y municipal. Una gran parte de la literatura sobre la competitividad empresarial basa esta fundamentalmente a los recursos, capacidades y conocimientos específicos de las empresas. Pero otros análisis empíricos muestran dos importantes factores adicionales: el tamaño y la propiedad del capital de la empresa. Es sobre el primero de estos factores —el tamaño—, al que de forma taquigráfica se refieren las líneas que siguen. ¿Es importante el tamaño empresarial para la transformación productiva? ¿Qué hallazgos nos transmite el nuevo Informe de competitividad? La respuesta no es incontrovertible, pero sí convergente. En Euskadi, la relación entre tamaño de la empresa y resultados competitivos es más patente en el sector industrial, y menor en el de servicios. El análisis realizado por el IVC ha puesto de manifiesto que en el País Vasco son las empresas grandes del sector industrial las que mejores comportamientos y resultados obtienen, y las pequeñas las que los obtienen peores. Las pymes van por debajo de las grandes en gastos de innovación e I+D, financiación, internacionalización, cualificación de la mano de obra y de sus gestores, cooperación en innovación con otros agentes, participaciones y lazos financieros con otras empresas, porcentaje de empresas innovadoras, productividad, propensión exportadora, márgenes comerciales, y rentabilidad económica y financiera. Asimismo, los datos indican que la mortalidad de las empresas es inversamente proporcional al tamaño de la firma, siendo mayor en el caso de las pequeñas. No obstante, una comparativa con otros territorios nacionales e internacionales concluye que, en la Comunidad Autónoma, las grandes © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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empresas industriales han mostrado un comportamiento peor que las pymes en campos tan importantes como el crecimiento de la exportación, la productividad y los costes laborales unitarios. Como partían de una situación mucho más favorable, a pesar de su peor evolución, todavía presentan mejores ratios que las pymes en los indicadores de competitividad. Comparadas con empresas de igual tamaño en otros territorios, las empresas vascas que mejor posicionamiento relativo presentan son las empresas industriales medianas, y no las grandes. A tenor de estos resultados parece aconsejable favorecer desde las instituciones públicas el crecimiento del tamaño empresarial en el sector industrial (y quizá en determinadas ramas de servicios, en las que el tamaño también parece cumplir un papel relevante). Por lo tanto —advierte el informe—, debería hacerse un esfuerzo particular por reforzar programas públicos que impulsen los tipos de innovación más acordes con las características de estas empresas (por ejemplo, innovación organizativa y comercial). También son aconsejables políticas de entorno general, como son aquellas que favorecen los negocios (doing business) o con actuaciones específicas para favorecer determinados procesos de integración, especialmente en aquellas ramas o actividades económicas en las que la Comunidad Autónoma aparece relativamente especializada. En concreto, es importante realizar un esfuerzo para que las tres líneas de actuación principales lanzadas desde el Departamento de Desarrollo Económico y Competitividad (a saber: la política de clústeres, la ordenación de Innobasque y los programas de internacionalización) contemplen actuaciones específicas para atender a este colectivo. En resumen: las grandes corporaciones ejercen un papel de articulación de la economía, aunque Euskadi se caracteriza por la abundancia de pymes y el escaso peso de aquellas. Las empresas grandes son las que obtienen mayores márgenes comerciales y también los mejores resultados absolutos. En consecuencia, conviene favorecer el crecimiento del tamaño empresarial en el sector industrial y, en general, las pymes deberían ser objeto de especial atención por parte de las políticas públicas. El Informe de Competitividad constituye un valioso documento de análisis y de programación política. Aparte del factor tamaño aquí glosado, alude a muchos otros aspectos que configuran el diagnóstico general sobre la competitividad de la empresa vasca que, justo es reconocerlo, dibuja un panorama de claroscuros. A pesar de ello, y como síntesis final, el nivel competitivo de la economía de la Comunidad Autónoma del País Vasco, medido por los indicadores últimos de la competitividad económica territorial y empresarial (PIB per cápita y renta© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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bilidad económica), y el principal indicador de desempeño económico que los posibilita (la productividad), sigue siendo todavía notable. (30 de junio de 2015)

Podemos: politizar la economía Dos son, al menos, las contribuciones indiscutibles a la cohesión de la sociedad española por parte de los fundadores del partido político Podemos. La primera, el empoderamiento de los movimientos populares del 15-M, integrando en la esfera democrática a los «indignados», en pie de igualdad con el resto de formaciones políticas. La segunda, y más significativa, se deriva del bombardeo mediático aplicado al establishment, al denunciar sin titubeos el cáncer de la corrupción y el escándalo de múltiples privilegios escandalosos e injustificables. Esta feroz crítica transversal ha convulsionado al resto de las formaciones políticas, obligándolas a adoptar nuevos códigos de conducta conducentes a la regeneración de la convivencia política en nuestro país. A partir de ahí, Podemos juega en una misma liga con los demás contrincantes y está sujeto a iguales reglas de evaluación y escrutinio. Analicemos alguna de sus características. La ubicación ideológica de la formación morada no admite duda: la izquierda radical, anti-sistema, anti(alter)-globalización y neo-marxis­ta cuyo objetivo primario consiste en la eliminación y superación del capitalismo. En España, Podemos ofrece «una oportunidad única de romper de raíz con las miserias heredadas de la dictadura y de cuarenta años de ofensiva capitalista neoliberal y oligárquica». En Europa, sus eurodiputados militan en el Grupo «Izquierda Unida Europea» junto a formaciones de signo radical-comunista a cuyas propuestas prestan un alto grado de fidelidad. Resulta curioso que, a pesar de lo anterior, cuando le preguntan por su filiación política, Pablo Iglesias detesta reconocerse como de izquierdas, o marxista o comunista. Es un espacio que no solo no le interesa sino que rehúye de él con determinación, porque su ambición real es la centralidad. «Los extremismos son posiciones puras, pero carecen de poder para retar y cuestionar el statu quo». «El eje tradicional izquierda-derecha es un eje perdedor». Para el líder madrileño, lo relevante no es ser o no de izquierdas, sino ser o no demócrata. En este sentido PP y PSOE son la misma cosa, porque han confiscado con los privilegios de su oligarquía la democracia real de los muchos. «La ironía es que el © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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PSOE ha creado las condiciones materiales para un modelo económico de gobernanza que permite la hegemonía del PP». Como no hay sitio para los extremismos hay que conquistar el espacio central por elevación. Iglesias confiesa que «sin la maquinaria del poder institucional, carece de sentido centrarse en zonas que pudieran alienarnos de la mayoría que no está en la izquierda. Y sin alcanzar la mayoría no podríamos librar las batallas discursivas, interviniendo en las políticas públicas». Hay —según Iglesias— dos momentos: el momento estratégico hasta alcanzar el control de las instituciones «y luego el momento del Estado». En la centralidad, una vez alcanzada, desarrollará el líder de Podemos todo su arsenal intelectual de acreditado politólogo. ¿Qué tipo de arsenal? La respuesta es: un arsenal político. Pablo Iglesias es un animal político en estado puro al que no le interesa —o le interesa menos— la economía. Se somete a «la suprema autonomía de la política». A diferencia de la totalidad de gobiernos occidentales que han convertido la opción económica (la recuperación de la crisis) en su principal objetivo político, el líder de la formación lila invierte los términos. Iglesias ha politizado la crisis y ha descrito un enemigo genérico que no se sabe a ciencia cierta quién es. «Solo unas pocas personas con un alto nivel de imaginación política y teórica serían capaces de reconocer que el problema es el capitalismo». Aún no se conoce un programa económico, nítido y cuantificado, de Podemos. Defiende, eso sí, la antiausteridad, doctrina que una vez despiezada constituye uno de los sofismas más frágiles de la oposición económica en boga, sea o no radical. Podemos avanza en términos de normalidad o de normalización, orientando su discurso alejado de los extremos políticos, siempre al rescate del concepto democrático. «La estrategia que hemos seguido consiste en articular un discurso de la recuperación de la soberanía, de los derechos sociales, incluso de los derechos humanos, en un contexto europeo», pero en abstracto, con sus inmensas ambigüedades y contradicciones, cuyo objetivo final es «desbancar el régimen dominante y la superestructura financiera del ideario neoliberal absolutamente dominante». Podemos se ha colocado, entretanto, la etiqueta de «neo-keynesiano», pero tengo para mí que no sabe a ciencia cierta cuáles son sus contenidos y sus límites y —si me apuran— ni tan siquiera le preocupan en exceso. Mientras tanto reclama «mayores inversiones, derechos sociales y redistribución» de la riqueza. No sabemos qué hará Pablo Iglesias si algún día consigue «asaltar el cielo» del poder mayoritario. Tenemos, eso sí, la experiencia de los últimos cien años y hasta nuestros días, de aquellos países sometidos a una economía de plan central y a la propiedad pública de los medios © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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de producción, o sea, de implantación marxista. Y conocemos su deplorable inventario en términos de libertades, de democracia y de bienestar para sus ciudadanos. Recordarlo puede etiquetarse como una apelación al miedo, pero es también un mero ejercicio de realismo y sentido común. Resumiendo: mucha atención a los lobos con piel de cordero. (22 de junio de 2015)

Deuda pública y espacio fiscal Déficit fiscal y deuda pública son algunos de los indeseados legados de la crisis. En realidad, las tasas de crecimiento de la deuda son sencillamente espectaculares. Entre 2007 y 2014, la deuda planetaria se incrementó en 57 billones de dólares, representando el 286% del PIB global. En el periodo citado, la deuda gubernamental pasó de 33 a 55 billones, a una tasa acumulativa del 10% anual. En España, la crisis que ha azotado a nuestra economía con especial virulencia ha llevado el déficit presupuestario hasta el 11% en 2009, situándose a finales de 2014 en el 5,7% (excluyendo las ayudas a la Banca). La deuda pública española, fruto de los factores antes citados, ha progresado desde el 35,5% a finales de 2007 hasta el 99,8% del PIB. En este estado de la cuestión, los economistas del FMI, Jonathan D. Ostry, Atish R. Ghosh y Raphael A. Espinoza se interrogan sobre el ritmo de corrección de los stocks de deuda pública y de si, en determinados casos, sus niveles deben reducirse o mantenerse tal como están. Según los relatores del informe, habría que distinguir entre países. Mientras unos carecen de «espacio fiscal», pagan intereses astronómicos y sufren la exigencia de devolución por parte de los mercados, otros discurren por una situación más confortable, refinanciándose, como es el caso de la Eurozona, a unos tipos excepcionalmente bajos. Para este tipo de países se abre una posibilidad real de convivir con altos niveles de deuda, dejando que su ratio respecto del PIB disminuya orgánicamente a través del crecimiento de la economía o de oportunidades favorables extraordinarias en lugar de reducir aceleradamente la carga del servicio de la deuda. Desafortunadamente, según los autores, qué constituye un nivel de deuda seguro o en qué consiste la amplitud del espacio fiscal, es muy difícil de concretar en la práctica y no puede nunca remitirse al establecimiento de una regla mecánica, a un umbral o a un porcentaje del PIB. Kenneth Rogoff osó situar ese umbral crítico en el 90% del PIB, pero © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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fue seriamente vapuleado por la oposición académica. Para entendernos, el espacio fiscal puede ser definido como la distancia entre el nivel actual de deuda y el nivel máximo compatible con la solvencia fiscal. En un intento de acercamiento didáctico al tema, Ostry y sus colegas ofrecen en su estudio una tabla de cuatro colores que segmenta a los países desde aquellos que sufren un endeudamiento intolerable careciendo en consecuencia de espacio fiscal (color rojo) hasta el otro extremo de los «países seguros» que navegan por el mar de la deuda con relativa o gran comodidad (color verde). Japón, Italia, Grecia y Chipre se hallan en la zona roja de riesgo grave y carecen de espacio fiscal. La zona verde está liderada por Noruega, Corea del Sur, Nueva Zelanda y Hong-Kong, seguidos de una larga lista de países, que con amplias diferencias entre ellas, comparten su inclusión en la zona positiva de espacio fiscal. En el tramo amarillo aparece España junto a Irlanda, Francia y Bélgica. O sea, que los analistas de Washington nos ven regular, con solo 6 de los 30 países desarrollados analizados en peor posición. La disciplina fiscal no está en cuestión. Y los relatores del informe no ponen en duda que una deuda pública excesiva es nefasta para la economía. Incluso los países que militan en la zona verde deben aprovechar las fases de bonanza económica para crear un colchón fiscal para prevenir crisis futuras. Lo noticiable del estudio reside en el consejo formulado a aquellos países que gozan de espacio fiscal suficiente, de no realizar ajustes acelerados vía impuestos, ya que el coste de oportunidad en forma de inversiones públicas no acometidas puede amenazar o recortar su crecimiento económico y, de rebote, el de aquellos países exportadores dependientes de sus compras. Es admitido que la inversión pública siempre estará mejor financiada con deuda que con impuestos, dejando que estos varíen poco y se apliquen a los gastos presupuestarios estructurales. Determinados medios han sacado de contexto estas propuestas anunciando un pretendido cambio de rumbo en la ortodoxia tradicional del FMI. Pero el informe es extremadamente ponderado y no demonizar la deuda no significa abandonar toda prevención en la senda de su acumulación a largo plazo, incluso por parte de los países pudientes. Para países como España, situado al borde de la quiebra soberana en 2012, sectorialmente rescatado, con un calendario de reducciones del déficit presupuestario convenido con Bruselas y ubicado en la zona amarilla del riesgo soberano en el Informe del FMI, será muy conveniente hacer oídos sordos a los cantos de aquellas sirenas recién accedidas a nuestras aguas políticas, absteniéndose de veleidades y falsas aventuras en forma de consignas relajadoras, recordando el consejo de © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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Benjamín Franklin, según el cual «es mejor acostarse sin cenar que levantarse con pesadas deudas». En otras palabras, someter nuestro déficit y contener nuestro nivel de deuda para reducir el riesgo potencial de otra crisis soberana el día de mañana. (5 de junio de 2015)

Proseguir con las reformas En mi columna de la semana pasada hacía referencia al inevitable suicidio político al que se ven abocados aquellos gobiernos que, en aras de enderezar situaciones de inviabilidad económica, introducen severas reformas estructurales en los hábitos productivos del país, con la consecuencia de afectar negativamente al nivel del bienestar de sus electores. Los resultados del 24-M constituyen en gran medida un suma y sigue en la sucesión de correctivos electorales en represalia por las mal llamadas políticas de austeridad. Los programas de reformas estructurales son inexcusables en la esfera económica, pero jamás funcionan en el plano político. Dicho lo cual, y asumido el mensaje del 24-M, hay elementos de la reconversión económica en curso que no solo no son discutibles, sino que, en todo caso, se estarían llevando a cabo con menor vehemencia y aliento de lo que nuestra particular situación en el concierto global de países reclama. Los males de la economía española vienen de lejos y se apilaban en eso que los analistas llaman «los fundamentales» de un país. Todos ellos pueden resumirse en uno: el paupérrimo modelo de producción seguido en la década dorada (1997-2007), anestesiadas sus carencias por la pertenencia a la moneda única europea, pero, a la postre, acumulando una suma de desequilibrios insostenibles, hasta el estallido de la burbuja inmobiliaria. Es cierto que en el periodo citado la economía española creció a tasas acumulativas anuales promedio cercanas al 3,5%, pero ello por un mero efecto «numérico». Se trató de un crecimiento debido a la «masa» de trabajadores, en particular por el boom de la inmigración que pasó de 924.000 inscritos en 2000 a 5.760.000 al 1 de enero de 2011. ¿Dónde radica, entonces, la fragilidad de nuestra economía? En nuestra baja productividad. La productividad es un indicador de la habilidad de un país para usar sus recursos a favor de un crecimiento sostenido. La productividad del trabajo mide el PIB por trabajador empleado u hora trabajada. La productividad total de los factores (PTF) © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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expresa el PIB derivado de todos los factores de producción, no solo del trabajo, incluyendo la tierra y el capital. Pues bien, la PTF, que en definitiva es la medida de la eficiencia tecnológica de nuestro modelo productivo, ha registrado sin excepción crecimientos nulos o negativos desde 2001 hasta nuestros días. Diversos factores explican esta cruda circunstancia. La importancia excesiva de la construcción y del turismo en nuestro PIB y la probada insuficiencia de capital humano y tecnológico. El stock de riqueza y capacitación humana en España es bajo en comparación a la Europa de los 28. Alcanzamos pobres baremos en el estudio PISA. Registramos un alto índice de deserción universitaria. Nuestra dotación a I+D es casi la mitad de la europea, sin mencionar la distancia que nos separa de Estados Unidos, Japón o los países escandinavos. Y en general existen ausencias significativas de productividad en los mercados de bienes (confuso marco regulatorio para que las empresas actúen con transparencia y flexibilidad), energía, servicios profesionales, sanidad (dudoso coste-eficiencia del sector sanitario y falta de racionalización en el gasto farmacéutico hospitalario), educación (particularmente en la universitaria) y un largo etcétera que clama por las correspondientes reformas estructurales entre las que se incluyen la reordenación fiscal, la dinamización laboral, las pensiones y la gran burbuja latente que representa un sector público paquidérmico. No hay empleo sin crecimiento y la evidencia acumulada nos enseña que, a largo plazo, la principal fuente del crecimiento es la mejora de la productividad. Nuestro modelo actual se ha mostrado inservible y todas las reformas deben orientarse a evolucionar hacia un sistema de mayor y más estable productividad. En esto no caben distingos por siglas políticas, coloraciones sociales ni, menos aún, simplistas acercamientos antisistema que canonicen el retorno a las comunas y a la bucólica agricultura de mi huerto particular. El empleo está creciendo en la actualidad al mismo ritmo que la actividad. Al cierre del primer trimestre de 2015, sin embargo, la productividad permanecía negativa (–0,1%) en términos interanuales. El PIB del primer trimestre de 2015 crece un 0,9% y ya se anticipa que el del segundo puede llegar al 1,1%. En ello ha jugado un papel decisivo la devaluación interna realizada en los dos últimos años (también en cantidad de empleo, no en nivel salarial), pero sobre todo la múltiple bonanza exógena producida por los precios del petróleo, una liquidez inusitada y la devaluación del euro a lo que hay que añadir la rebaja del IRPF, la devolución de la paga a los empleados públicos y el efecto del ciclo electoral sobre la obra pública. Son temas circunstanciales. Lo esencial radica en una magna revolución cultural y tecnológica que no se atisba y © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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en el adelgazamiento y optimización permanente de nuestro sistema productivo vía políticas de oferta, o sea, reformas estructurales que —ya lo sabemos— suscitarán el rechazo visceral del elector y resultarán en líderes guillotinados y formaciones defenestradas de la arena política. La revolución, ya se sabe, siempre devora a sus preceptores. (30 de mayo de 2015)

Teoría del voto económico La morfología del voto es múltiple y compleja. Comenzaremos con el votante emocional. En la decisión de este tipo de ciudadano, el desempeño del partido votado es secundario comparado con una determinada misión o principios que la sigla representa, principios que se reputan sagrados e irreductibles. Dicho juicio hunde sus raíces en tradiciones de clase social, familiares, étnicas, históricas o personales que han configurado un esquema emocional interior perenne en el tiempo. Se es de tal partido «de toda la vida». Seguidamente se abren las hipótesis tradicionales del voto en torno a la noción del «clivaje» (del inglés, cleavage). El clivaje va clasificando a los votantes en defensores o adversarios de un ideario, de una política, estrategia o simple acción política. Lipset y Rokkan han establecido cuatro clivajes básicos de la civilización occidental en torno a las disyuntivas centralismo-descentralización, confesionalidad-laicismo, empresariado-clase trabajadora y moradores en grandes conurbaciones versus agricultores o pueblerinos. Los idearios, lógicamente, pueden elevarse al infinito. Pero el voto ha hallado un caladero fundamental en la economía como centro de las preocupaciones sociales, resumida en aquella frase de Perón cuando sostenía que «de todas, el bolsillo es la víscera más sensible». Frente a los idealismos de mayor o menor pureza que sitúan el foco en los valores y en las instituciones, y que son sensibles a la racionalidad de aspectos éticos, estéticos, o medioambientales, se alza el positivismo de aquellos individuos para quienes sus intereses inmediatos y vitales explican, antes que otros factores, la conducta social. Schumpeter contrapuso capitalismo y democracia sugiriendo que el bien común y la voluntad popular pueden disociarse debido a que los individuos anteponen los intereses particulares a los valores comunitarios. El economista austriaco reduce al ciudadano a un mero consumidor y la democracia se convierte en una subasta en la que los caudillos políticos compiten por el voto que el votante les otorga eva© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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luando este último las ofertas que recibe y eligiendo la que considera más ventajosa. La democracia se diluye en la microeconomía de las preferencias del consumidor, aspecto que posteriormente Anthony Downs eleva a teoría económica (economic voting): el elector castiga siempre al Gobierno que ha perjudicado sus intereses económicos y elige la alternativa que considera más propicia para mejorar su propia situación relativa en el sistema. Por otra parte la economía afecta no solo a los resortes subjetivos de la conducta humana en su faceta de votante (arena electoral) sino que, ocasionalmente, es trampolín para la protesta ciudadana (arena reivindicativa). El segundo aspecto obviamente se legitima en el primero y forma parte del voto de rebeldía o de castigo, que tiene asimismo una indudable raíz económica. Dutch y Stevenson sostienen que la motivación económica del voto es, al menos, de igual importancia que el factor ideológico, de tal manera que lo material, el bolsillo, se sitúa en amplias capas sociales a igual nivel que el corazón o el credo político. Un repaso a las elecciones parlamentarias celebradas tras el colapso de Lehman Brothers de 2008 en 30 países europeos (27 miembros de la UE, Noruega, Islandia y Suiza) confirma las secuelas políticas de la crisis en términos de actuación del «voto económico». En ellas, los partidos gobernantes fueron castigados por las consecuencias negativas de la crisis, las políticas de austeridad, tanto más severamente cuanto los electores les achacasen una responsabilidad directa y específica en sus infortunios. Islandia, Irlanda, Francia, Grecia, Portugal, Italia y España son casos de estudio aunque con ajustes peculiares y motivaciones específicas, dependiendo de los contextos. En algunos (Italia y Grecia) el tránsito se produjo primero de lo político a lo tecnocrático, con cambios sucesivos, hasta la deriva hacia la izquierda radical en el caso de Grecia. El 12 de mayo de 2010, el presidente Zapatero anunció ante el pleno del Congreso el mayor recorte presupuestario de la democracia hasta aquella fecha, firmando, con ello, la posterior derro­ta electoral de su partido y sentenciando su propia defunción política. La rotación drástica —cambiar el signo del partido votado— alterna en determinados países con la erosión de los partidos mayoritarios que, sin perder mayorías relativas, se ven obligados a formar coaliciones, escenario que parece aplicable a España si se consolida, como parece, a lo largo del año electoral el fin del bipartidismo. Análogamente, los votantes pueden mostrar un resentimiento hacia los partidos «clásicos» dominantes y desviar su voto hacia nuevos partidos, en ocasiones de signo populista, en particular en los países de Europa oriental, aunque también en Europa occidental se observan signos inquietantes de progreso de partidos de dudoso talante democrático. Finalmente los vo© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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tantes más desilusionados han apoyado alternativas «anti-partidos», como las del cómico Jon Gnarr en Islandia, B­eppe Grillo en Italia o Manuel C­oelho en Portugal. En el contexto español de una economía que remonta decididamente una crisis brutal, las pautas señaladas tejerán las futuras consultas, y tampoco será difícil discernirlas en los resultados de los comicios de ayer. (22 de mayo de 2015)

Demografía y Estado del bienestar Acaban de aparecer dos informes extraordinariamente importantes acerca de la evolución de la población española, variable que a pesar de las incansables alertas recibidas, no cosecha toda la atención que requiere. El resultado directo de ambos estudios es que la estructura de edad de la población española cambiará dramáticamente en las próximas décadas debido a la dinámica de sus tasas de fertilidad, esperanza de vida y migratorias. En el primero de ellos, la Comisión Europea recuerda a los 28 Estados miembros que la crisis ha supuesto una carga brutal para las finanzas públicas disparando los déficits y los niveles de endeudamiento. Asegurar la sostenibilidad a largo plazo de dichas finanzas por medio de una consolidación fiscal inteligente y con la implementación de las oportunas reformas estructurales es un objetivo básico de la Unión Europea. El segundo informe, del Instituto Nacional de Estadística, se centra exclusivamente en la realidad española. Lo que sigue es una cita somera de algunos de los rasgos más sobresalientes de ambas publicaciones, para establecer al final alguna consecuencia o conclusión oportuna. La población residente en España ha descendido por tercer año consecutivo. A 1 de enero de 2015 sumaba 46,6 millones, lo que supone 170.400 personas menos que en enero de 2014. De ese total, 4.718.864 eran extranjeros. Desde el año 2000 el aumento poblacional fue debido fundamentalmente a la inscripción de extranjeros, cuya cifra pasó de 924.000 ese año a 5.760.000 al 1 de enero de 2011. El sólido crecimiento de la economía española durante la década moderada que cubre el periodo citado no tiene, por tanto, su base en incrementos de productividad —despreciables— sino en el aumento de la población, debida básicamente al factor inmigración. La edad media de los inscritos es de 42,4 años. La de los españoles es de 43,2 por 35,3 la de los extran© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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jeros residentes, medias que no dejan de avanzar año a año por la mayor esperanza de vida registrada. Debido al proceso de envejecimiento y a la salida al exterior, la mayor caída de población en 2014 se produce en el grupo central de 20 a 39 años con 452.000 personas (2,2 millones desde 2008), seguida por el segmento de 0 a 4 años que vuelve a perder 81.000 efectivos por el colapso de la tasa de fecundidad. Pero las alarmas más sonoras surgen de las extrapolaciones a largo plazo realizadas por el INE para el año 2064. La población pasará de los 46,5 millones actuales a 40,8 y en aquella fecha las defunciones más que duplicarán a los nacimientos (230.000 estos por 560.000 aquellas). El porcentaje de población entre 15 y 67 años perderá 12 puntos porcentuales entre 2000 (67%) y 2050 (50%) y el ratio de mayores de 65 años, que actualmente se sitúa en el 18,2% pasará a ser del 38,7% en 2064. En 2060 la población vivirá más tiempo (86 años frente a 80 los hombres, y 90 frente a 85 las mujeres, hoy), el 15% de la población superará los 80 años frente al 6% actual y los gastos sociales pasarán del 5,9% al 6,9% del PIB en sanidad y del 1% al 2,4% en cuidados de larga duración. La pirámide poblacional agudizará su forma invertida. Las proyecciones realizadas son críticas para destacar los retos que impondrán a los sucesivos Gobiernos de España las tendencias demográficas. ¿Cuáles son las implicaciones financieras de dichos supuestos? ¿Cómo y quién sufragará en el futuro los actuales esquemas de protección y gasto social? Tomemos un ejemplo: la sostenibilidad de las pensiones, un tema vital, ya que más del 25% del gasto total del Estado se destina a este concepto. En España, la tasa de dependencia (afiliados a la Seguridad Social por cada pensionista) está en 2,0, o sea, 17 millones de cotizantes ocupados para financiar las prestaciones de 8,12 millones de pensionistas. Las investigaciones sostienen que un sistema de reparto es sostenible en el tiempo cuando la tasa de dependencia arroja una cifra en el entorno de 2,5 cotizantes por pensionista. En España hemos pasado de tener una tasa de 4 trabajadores por pensionista a finales de los años setenta a otra de 2,0 en la actualidad, y se espera que la misma se reduzca a 1,2 en las próximas décadas. Aunque entren en juego factores como la productividad y el crecimiento global de la economía, las tensiones demográficas afectarán a los ingresos del sistema público de pensiones dado que, salvo movimientos migratorios muy favorables, el número de contribuyentes al sistema de la Seguridad Social continuará reduciéndose en los años venideros. En cuanto a los gastos del sistema, las proyecciones demográ© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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ficas continúan evidenciando un incremento en la esperanza de vida y por tanto un aumento notable del tiempo en el que se percibirán prestaciones. He ahí un panorama sombrío acerca de un aspecto concreto de nuestra protección social. Pero hay muchos frentes más. Cerrando el tema. Europa mantiene en la actualidad, con un 7% de la población y un 25% del PIB mundial, el 50% del gasto social del planeta. No hablemos de la globalización y de la deslocalización que provocarán una creciente movilidad interregional y un arbitraje de estructuras sociales en todo el planeta en las próximas décadas. La mera demografía intensificará esas tendencias y el resultado final en las estructuras sociales en España es incierto pero, en cualquier caso, el escenario será sensiblemente distinto del actual. (15 de mayo de 2015)

¿Hasta dónde puede crecer el empleo? Las esperanzadoras cifras que los últimos trimestres han arrojado sobre la creación de empleo en España invitan a especular sobre la tendencia de esta variable crítica y, si ello fuera posible, a inscribirla en un modelo que nos permitiera convertir dichas especulaciones en expectativas fundadas y creíbles. Las líneas que siguen, en consecuencia, no pretenden extenderse en valorar el dramatismo de la situación del mercado de trabajo, sino más bien en responder a la pregunta de dónde se halla el techo de la sólida recuperación iniciada. El suelo de la crisis se situó en marzo de 2013, con una tasa de paro del 26,94% y 6,3 millones de parados. Desde entonces, y a lo largo de ocho trimestres consecutivos, el empleo se ha situado en la senda del crecimiento. Paralelamente, la tendencia de caída del PIB en España se frenó a finales de 2012, computando desde mediados de 2013 siete trimestres sucesivos de tasas positivas. El lector habrá adivinado, certeramente, que ambas trayectorias no solo no son independientes sino que guardan una estrecha relación. A esa relación se refiere la llamada ley de Okun. Dicha ley advierte de una correspondencia negativa (afectada de un coeficiente llamado «coeficiente de Okun» o «beta») entre la tasa de paro y la de crecimiento económico. Son diversos los estudios realizados sobre la validez de la ley de Okun aplicada a la economía española. La correlación histórica observada demuestra que, por cada punto de crecimiento de la economía por encima del 3%, la tasa de paro ha venido disminuyendo un punto porcentual al año. Los datos de la última década, en particular, corrobo© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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ran esta dependencia: el ritmo de crecimiento del PIB real fue del 3,65% de promedio anual entre 1996 y el 2006, y la tasa de paro se redujo del 22,2% en 1996 hasta el 8,6% en 2007, ya a las puertas de la gran crisis. Refiriéndonos a la Gran Recesión, un análisis comparativo revela que la reacción en los distintos países ha sido desigual, siendo España uno de los de mayor elasticidad bajista del PIB respecto al empleo. Una de las principales razones de este comportamiento es que países vecinos con menores coeficientes de Okun, como es el caso de Alemania, Austria, Noruega o Dinamarca, han ajustado su mercado de trabajo durante la crisis mediante reducciones de jornadas y, por tanto, recortando salarios en lugar de adaptarlos por la vía de la cantidad, esto es, mediante despidos o la no renovación masiva de contratos temporales, como ha sido el caso de España. Existen otras razones que explican el elevado valor del coeficiente de Okun en la economía española hasta el punto de que el FMI, en 2010, llegó a considerarlo el mayor de entre los países desarrollados. Por ejemplo, la bajísima movilidad interregional. O por ser el español un mercado laboral caracterizado por una exagerada dualidad, en el que los trabajadores fijos, con altos niveles de protección, se contraponen a una masa creciente de contratos temporales, cuyos costes de despido y de retribución son mucho menores y que producen fuertes variaciones en las tasa de paro. Además, la elevada tasa del coeficiente de Okun español se puede relacionar con el hecho de que la economía española se ha basado, y en muchos aspectos sigue basándose, en sectores de baja productividad e intensivos en empleo, como la construcción, el turismo, el empleo público u otras industrias y servicios maduros con baja intensidad tecnológica. Finalmente, la economía española se caracteriza por un elevado numero de pequeñas y medianas empresas intensivas en factor trabajo y más sensibles a los ciclos. En este estado de las cosas, ¿son fiables las expectativas del Gobierno, plasmadas en el reciente Plan de Estabilidad, de que la tasa de paro media sea este año del 22,1%, del 19,8% en 2016, del 17,7% en 2017 y del 15,6% en 2018? Dado que la ley de Okun es procíclica, la respuesta es afirmativa si, como prevé igualmente el referido Plan de Estabilidad, el PIB crece a tasas en torno al 3% acumulativo anual, y siempre que el viento de cola que sopla tras la economía española, fruto de circunstancias bien conocidas que no tienen por qué perpetuarse en el tiempo, siga aportando su empuje benéfico. Pero no nos hagamos trampas al solitario. La ley de Okun y el escenario descrito se refieren a las variaciones del paro cíclico o coyuntural, sensible a los movimientos reversibles de la coyuntura, pero no al paro estructural, independiente del ciclo y que obedece a otras circunstan© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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cias de las que hemos hablado repetidamente desde estas páginas. Los informes de las instituciones internacionales sitúan de media el paro estructural en España en los umbrales del 15%. Si no se produce en el país una profunda revolución tecnológica y cultural, las altas tasas de paro seguirán confirmando las estadísticas de los últimos 29 años. Pocos recuerdan que, desde 1986, la tasa de paro en España solo ha bajado del 10% en 3 ejercicios y que la media simple de la serie histórica hasta nuestros días se sitúa en el 16%. (14 de mayo de 2015)

Devaluación interna: mito y mérito La política incluye el arte de proclamar las medias verdades. Una de esas verdades dudosas reside en la afirmación de que la salida de la recesión de la economía española, ya indiscutible tras siete trimestres de crecimientos significativos del PIB, obedece a la gestión gubernamental —de este Gobierno y/o anteriores— y a la aplicación de un certero abanico de políticas de diverso signo. Es cierto, valga el caso, que son muchas las decisiones oportunas tomadas por el Gobierno de Rajoy a lo largo de la legislatura en curso y tengo para mí que las urnas no harán justicia a los méritos que adornan estas acciones, como cuando —es un ejemplo impagable— la prudencia inteligente de Madrid capeó el temporal de un rescate total de la economía española allá por 2012, jaleado entonces por muchos de los más altos representantes de las finanzas, la industria o la academia que ahora guardan un mezquino silencio. Pero unas cosas no quitan otras cosas, y es sabido que lo honesto y preceptivo es dar al César lo que es del César. Veamos. En los tiempos no tan lejanos de la peseta en los que España navegaba su propia singladura sin los peajes y beneficios del euro y, por tanto, sin Troikas y sin otros muchos condicionantes institucionales que moldean nuestra vida económica diaria desde Bruselas y Frankfurt, las crisis, casi siempre de superproducción, se combatían con la receta clásica de la devaluación de la moneda nacional. Desde la primera que se produce en 1967 tras un largo deambular por el desierto de autarquía, hasta el año 2000, con la adopción del euro, se registran hasta siete modificaciones de la paridad de la peseta con el dólar, una cada cuatro años y medio. En todas estas circunstancias las devaluaciones actúan de antídoto a las caídas más o menos bruscas y sostenidas del PIB —lo que llamamos © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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crisis— a través de un mecanismo recurrente y semiautomático. El despegue de las exportaciones estabiliza la balanza por cuenta corriente, lo que refuerza la credibilidad exterior del país al que comienzan a retornar las inversiones y capitales huidos con ocasión de la crisis, inyectando la dosis necesaria de optimismo para estimular progresivamente la demanda interna que eleva el PIB. Según la ley de Okun son los crecimientos del PIB los que ulteriormente explican la recuperación del empleo. Pero ¿qué sucede cuando, como en el caso de la crisis presente, los sucesivos gobiernos no tienen la potestad de depreciar su signo monetario? Que la crisis muestra el auténtico rostro de la productividad y competitividad del país, provocando el paro congruente con sus débiles fundamentales. Es aquí cuando los presupuestos activan políticas an­ ticí­cli­cas de corte keynesiano y, en el caso de España, cuando la caída de los ingresos fiscales unido al incremento de los mecanismos de protección social conduce el déficit fiscal al entorno del 12% del PIB y la aguja de la deuda pública bascula hacia la zona roja. Estas decisiones que competen a dos gobiernos sucesivos eran inexcusables y el no haberlo hecho hubiera significado precipitar al país hacia un abismo social. Vamos ahora con la devaluación interna. Se airea y con razón, que la economía española ha realizado a partir de 2010 el mayor ajuste de competitividad de la Eurozona, reduciendo sus costes laborales unitarios en un 18%. Esta situación, al causar efectos similares a los de una devaluación monetaria, ha reproducido el protocolo beneficioso arriba citado, y con ello se ha abierto la puerta a la recuperación de la crisis. Nada más cierto. Pero ¿qué mérito cabe atribuir en ello a los gobiernos que han convivido con la crisis? Aquí es donde viene la matización. Como ya se ha dicho, las políticas anticíclicas incurridas por los Gobiernos de Zapatero y Rajoy eran sencillamente ineludibles en lo social, aun cuando hayan acarreado graves pasivos en lo económico que ahora toca recon­du­cir: léase déficit y deuda pública. Por su parte, las políticas estructurales acometidas por ambos Gobiernos han contribuido a reforzar la devaluación interna. En particular la reforma laboral de Zapatero de 2010 y la de Rajoy de 2012. Gracias a ello, los salarios reales que incomprensiblemente crecían en España en 2009 a tasas del 4% al tiempo que se destruían 1,3 millones de empleos se redujeron a tasas negativas del –2% en 2012 en relación al año base 2001. En ello y en otras reformas estructurales adyacentes, como la bancaria y las asumidas en el marco del semestre europeo, se concreta el asumible éxito de la acción gubernamental. Pero la parte de león de la devaluación interna que activa la recuperación no es mérito de la acción política sino del mero funcionamiento de los mecanismos del mercado. El mayor porcentaje de la caída de los © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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costes laborales en la crisis se debe a la brutal cifra de empleo destruido y solo en una mínima parte a la contención de los salarios vigentes. Con un 25% de parados, las empresas operantes en España experimentaron una reducción drástica de costes laborales que abrieron la senda de la recuperación ya descrita. Eso ya lo recogían las enseñanzas de Adam Smith y David Ricardo, centurias atrás. La crisis expulsa trabajo y empresas del mercado. Pero, a un nivel suficientemente deflactado de costes laborales y precios, el empresario reemprende la producción e inicia la senda del crecimiento. El mercado, en consecuencia, ha respondido con su lógica y las políticas gubernamentales han escoltado, con sus aciertos y errores, una reacción económica natural. Demos al César lo que es del César y al mercado lo suyo. (3 de mayo de 2015)

Repensando la economía Días atrás han concluido en Washington las reuniones de primavera del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional y con ellas una serie de eventos laterales del máximo interés de los concurrentes que, aparte de las delegaciones oficiales de los países miembros, incluyen, entre otros, a banqueros, académicos y representantes de la sociedad civil. Olivier Blanchard, además de ser un reputado académico de fama mundial es el economista jefe del FMI. A él se debe la organización de algunos debates memorables, particularmente en torno a los paradigmas económicos vigentes. El último, bajo el lema «Repensando la política macro III: ¿progreso o confusión?» ¿Cuáles han sido las principales conclusiones de este encuentro que ha congregado en Washington a un espectacular elenco de primerísimas figuras del ámbito económico internacional? Han transcurrido siete años desde el comienzo de la crisis y prosigue el intenso debate acerca de en qué medida esta ha cambiado nuestra visión de la política macroeconómica. Surge constantemente la duda, a pesar de las políticas ensayadas y de la investigación acometida, de si hemos realizado progresos sustanciales y estamos más cerca de un nuevo marco teórico eficaz. Olivier Blanchard define la metodología: «comenzar por revisar lo que pensábamos que sabíamos, hallar después dónde estábamos equivocados, e intentar finalmente dar pasos para esbozar los marcos futuros de acción». © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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Cuatro son los lugares comunes tratados: las herramientas ma­ cropru­den­cia­les, los movimientos erráticos de capital, la política monetaria y la política fiscal. La crisis global nació de la interacción entre el excesivo endeudamiento del sistema bancario y de la interconexión de sus balances. O sea, de la presencia de amplios e inadvertidos riesgos sistémicos. La actuación posterior ha demostrado que las herramientas macroprudenciales —esto es, determinadas regulaciones públicas sobre el sector bancario— serán esenciales en el futuro. Se ha desarrollado una amplia gama de métodos para identificar el riesgo sistémico, y a lo largo del planeta las autoridades experimentan con ratios de capital que preserven la solvencia de las entidades financieras. Los estudios revelan que el 90% de las crisis bancarias originadas a partir de 1970 en las economías avanzadas se hubieran evitado con un ratio de capital del 15%, algo mayor que el exigido por Basilea III. Paralelamente, ha surgido un amplio debate en torno a los flujos volátiles de capital transfronterizo, constatándose un amplio consenso entre los ponentes, de que dada su potencial naturaleza perniciosa, en especial para los mercados emergentes, cobra cada vez más sentido la introducción de restricciones a los movimientos de fondos a corto plazo, introduciendo controles de capital e interviniendo en los mercados de divisas. La duda radica en la amplitud y discrecionalidad de tales medidas. Pasando a la política monetaria, antes de la crisis, los Bancos Centrales resumían su mandato en la estabilidad de los precios. Después de la crisis hay consenso de que el mandato es triple, con la estabilidad financiera y la estabilidad económica complementando aquella única misión. De esta actuación plural, la evidencia ha mostrado que es fácil alcanzar un sistema de tipos de interés nulos y aún negativos —una curiosidad teórica que se ha revelado real— y de la que resulta difícil zafarse. También se constata la importancia de las políticas de relajación cuantitativa en la prevención de crisis bancarias y de sus efectos sobre los activos financieros a largo plazo. Se ha trabajado duro en este campo, pero quedan importantes cuestiones abiertas como la composición venidera deseable de los balances de los bancos centrales, que se han multiplicado desde la crisis, o el tipo «ideal» de inflación que debe imperar en el sistema. En el futuro, ¿los Bancos Centrales deberán intervenir los tipos a corto, los tipos a largo o los dos a la vez? No sabemos muy bien. El cuarto pilar del debate actual se halla en la política fiscal. Nadie duda de la efectividad de los estímulos fiscales. Pero ello suscita inmediatamente el problema de los déficits presupuestarios y del monto © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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de la deuda pública. Notoria ha resultado la controversia acerca de los multiplicadores fiscales, esto es, la incidencia de variaciones en los impuestos o el gasto público en el nivel de producción y de empleo. Surge con vigor, igualmente, la polémica acerca de los efectos de la consolidación fiscal, los efectos en la confianza del inversor y, en definitiva, la sostenibilidad teórica de la deuda pública a determinados niveles. ¿Existe una regla fiscal de oro? ¿Lo es la de la Eurozona? Pocos se atreven a fijar el ratio de deuda sobre PIB «peligroso», aunque haya consenso en que la deuda mundial es demasiado alta y en que los ajustes son demasiado lentos. No hay un porcentaje mágico de deuda sobre PIB. Dependiendo de la tasa de crecimiento del país o de los tipos de interés a largo plazo la deuda que puede ser sostenible para un país puede evidenciarse letal para otro. El debate en Washington ha dejado abiertos otros frentes teóricos. Por ejemplo el del «estancamiento secular» preconizado por Larry Summers o el postulado del economista de moda Tomás Piketty según el cual la tasa «r» de rendimiento del capital superará indefinidamente a la tasa «g» de crecimiento de la economía, acrecentando las desigualdades de Occidente. Sin olvidar, tampoco, el rediseño del sistema monetario internacional. Más preguntas que respuestas en el debate. Y es que, en economía, lo más cercano a la certeza es la humildad. (24 de abril de 2015)

Un mundo de tipos cero o negativos Vivimos tiempos financieros atípicos. Los depositantes en Dinamarca, Alemania, Holanda, Suecia o Suiza, por citar solamente países europeos, pagan intereses a sus bancos por los saldos de sus cuentas corrientes y en los mercados internacionales un número creciente de prestatarios públicos y, en menor medida, privados cobran una prima de interés positiva por la emisión de letras, bonos u obligaciones a largo plazo. A finales de febrero, Alemania ha vendido bonos a cinco años a un interés negativo del –0,08%, un récord europeo, lo que significa que los inversores que adquieren estos bonos obtendrán menos del valor de compra cuando venzan en abril de 2020. Según la agencia Bloomberg, el total de los títulos de rendimiento negativo en Europa asciende ahora mismo a 1,9 billones de dólares, un porcentaje mayoritario de los 2,35 billones de dólares de activos con rendimiento negativo en el índice global de bonos soberanos monitorizado por la referida agencia. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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Ochenta y ocho de los 346 bonos de su Índice Europeo de Bonos soberanos tienen rendimientos negativos. O sea, que pagamos a los bancos o a los gobiernos para que cuiden de nuestro dinero. Pero aún hay más. Eva Christiansen, una joven empresaria danesa, recibe la llamada de su banco notificándole que se ha dado luz verde al modesto crédito que ha solicitado. La sorpresa mayúscula surge al comunicarle la entidad financiera que, aunque deberá satisfacer algunas comisiones frontales, el banco no le cobrará intereses. Los principios básicos de las finanzas patas arriba. No tanto. Si se mira bien, la entidad financiera danesa obtiene su margen financiero contando con los intereses deudores que cobra a sus cuentacorrentistas. El marco general ha variado, pero se mantienen los postulados de la economía de mercado, donde los resultados adicionales obedecen, en primera instancia, a una «huida hacia la calidad», una resultante directa de la aversión al riesgo, y, en último término, al comportamiento de la oferta y demanda de títulos y, en general, a la oferta y demanda de liquidez, aunque en estos momentos los Bancos Centrales públicos jueguen un papel determinante. En el caso europeo, el fenómeno se remite a las decisiones adoptadas por el inefable Mario Draghi al penalizar primero con tipos de interés negativos los depósitos de los bancos del Eurosistema y, desde el lunes pasado, al aplicar la relajación cuantitativa, un colosal programa de compra de bonos públicos y privados en los mercados secundarios, que tiene como resultado inmediato la subida de las cotizaciones de los títulos y, en consecuencia, la caída de los tipos de interés a largo plazo. Todo ello —según el banquero italiano— para ahuyentar el fantasma de la deflación que planea sobre Europa. Como primer efecto positivo, los tipos nulos o negativos en Europa se distancian de los estadounidenses que se mueven en una trayectoria alcista, lo que ha abaratado el euro hasta los aledaños de la paridad con el dólar, la cotización mínima en doce años de historia de la moneda única. Dado que las exportaciones constituyen, tras el consumo, el segundo motor de la demanda global, un euro depreciado favorece decididamente el estímulo de la producción y del empleo. Adicionalmente, los tipos reducidos aplicados por la Banca a los préstamos hipotecarios y a las empresas ayudarán a estimular el consumo de las familias, conteniendo los desahucios, y lubricando la actividad de pymes y grandes corporaciones, disminuyendo en términos generales la carga financiera de todos los agentes deudores de la economía. Por supuesto, los grandes beneficiados de la nueva situación son los Tesoros Públicos que ven drásticamente recortado el coste del servicio de la deuda, permitiendo aplicar los excedentes obtenidos por esta causa bien a inversiones pro© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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ductivas o, en su caso, a la aplicación de esquemas de protección social en una sociedad como la española tan gravemente fracturada por el fenómeno del desempleo. Adicionalmente, las plusvalías registradas en las carteras de deuda soberana han engordado los balances de las entidades que habitualmente las adquieren. bancos, aseguradoras y fondos de pensiones contarán así con unas reservas inesperadas que contribuirán a mejorar su solvencia y acometer proyectos de inversión generadores de riqueza en el futuro inmediato, compensando el efecto negativo de la reducción en sus márgenes financieros. La otra cara de la moneda se sitúa, como es fácilmente comprensible, en los acreedores y muy especialmente en los ahorradores privados, que mantienen como forma de ahorro posiciones de liquidez tradicionales en sus cuentas a la vista y a plazo. No así en los inversores en los mercados bursátiles, que en las circunstancias descritas, suelen encontrar en los parqués una fuente de valor, siempre con la venia de otros factores macroeconómicos, shocks asimétricos como el acaecido con el precio del petróleo o de mera estabilidad geopolítica. Resta por ver, y pronto saldremos de dudas, si la rebaja en el coste financiero y las oleadas de liquidez reinantes son capaces de estimular la demanda de crédito y, en definitiva, la creación de nuevos puestos de trabajo, y la recuperación anhelada de la actividad económica. (16 de marzo de 2015)

La deuda La deuda es aquel capital que los distintos agentes económicos obtienen de los demás para financiar déficits de liquidez y acometer inversiones productivas. Aunque en coyunturas de crisis se haya aplicado a apuntalar quebrantos inaplazables de protección social o, por el contrario, en tiempos de vacas gordas se hayan usado pródigamente para la financiación de la extravagancia, el consumo improductivo o el derroche. El reciente velatorio griego hunde en buena parte sus raíces en la ingente cifra de la deuda pública helénica hasta el punto de que los inversores internacionales ya no la quieran a ningún precio. Por eso T­sipras tiene que acudir a la Troika y aceptar un nuevo rescate con las condicionalidades que establecen los estatutos del Eurogrupo. También las deudas portuguesa o española son espectaculares, por no hablar de la italiana o de la japonesa, que traspasan los límites de lo razonable. En el Viejo Continente, la crisis ha provocado el aumento más pronunciado en los ratios deuda-PIB desde la Segunda Guerra Mundial. Re© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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cientemente McKinsey, Deutsche Bank y Banco de Pagos Internacionales, entre otros, han alertado de que el endeudamiento mundial, lejos de contenerse, sigue su progresión imparable. ¿Cómo interpretamos este fenómeno y cómo se sitúa la deuda pública española en este escenario global? Es verdad que todo el mundo —particulares, empresas y sector público— se endeuda, aunque no todos lo hagan en igual medida y con el mismo propósito. Pagar por un préstamo intereses inferiores a la tasa de rendimiento de la inversión que se está financiando refleja cordura y audacia, ya que se multiplica de ese modo el potencial de los fondos propios. Para los gobiernos, el salto peligroso se produce cuando el presupuesto público se desequilibra y los gastos no financiados con impuestos deben cuadrarse acudiendo a los mercados de capitales. ¿Dónde están, entonces, las líneas rojas del endeudamiento soberano? Básicamente en dos conceptos fácilmente comprensibles. El primero se halla en el servicio de la deuda, el pago periódico de los intereses debidos y la devolución correspondiente del capital. A mayor deuda emitida, mayor será la cifra anual que los presupuestos fiscales deberán consignar a su reembolso. En 2015, España afectará 37.000 millones de euros solo en intereses, sin contar amortizaciones de principal, 3,5 veces el presupuesto de investigación. El servicio de la deuda detrae así recursos sociales u otros imprescindibles para el desarrollo de la economía. De no ser por la audacia de ese banquero providencial llamado Mario Draghi, esta cifra podría ser sensiblemente mayor. A Draghi le debe el Tesoro español unos buenos miles de millo­ nes de euros. Como suena. Además, Kenneth Rogoff, uno de los gurús en la materia, ha presentado evidencias empíricas de que altos niveles de endeudamiento impiden el crecimiento saludable de las economías, convirtiéndose en una variable involucionista. Tampoco parece muy edificante hacer recaer en nuestros hijos y nietos la amortización de aquello de lo que hoy disponemos. Salvo que no asumamos dicha deuda como propia y pensemos que, tal vez en el futuro, como ahora pretende Grecia, nos la condonen. La segunda línea roja —esta es la crítica— se refiere al comportamiento de los inversores internacionales, al aportar o retirar algo tan frágil y huidizo como su confianza en un país. Con mayor o menor celeridad, los compradores de deuda pública cuestionan la capacidad de repago de un Estado en función de lo que se llaman sus «fundamentales». Y, en su caso, repudian dicha deuda, dejan de comprarla y malvenden la que tienen en sus carteras produciendo una caída brusca de su valor efectivo y una escalada en los tipos de interés, disparando su prima de riesgo. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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El Tesoro español mantiene en los mercados un saldo vivo de 1 billón de euros en forma de títulos públicos, el 97,6% de su PIB. Su vida media es de 6,40 años, un plazo razonable y su tipo promedio de interés es del 3,73%, relativamente competitivo. Para tener perspectiva, en 2001 el saldo era de 306.000 millones de euros, con una vida media de 5,92 años y un tipo de interés medio del 5,55%. Pero, con todo y con eso, el saldo de la deuda soberana española está a un corto trecho de la insostenibilidad. Y es, junto al paro, nuestro más vulnerable talón de Aquiles. El acuerdo contraído por los países de la Zona Euro es que su deuda no debe superar el 60% del PIB. Por eso se controlan sus déficits fiscales anuales que el Pacto de Estabilidad Europeo cifra en el 3% del PIB o inferior y el compromiso tiene rango constitucional. A eso es a lo que, de momento, se llama legalidad y también ortodoxia. La heterodoxia antisistema es un deporte que produce altas dosis de adrenalina e inspira arriesgados saltos mentales. Desautorizar la austeridad es una de esas figuras heterodoxas, que desfilan con naturalidad por la pasarela de la moda ácrata. Ya lo consignaba Goethe: para propagar la ignorancia, Mefistófeles aconsejaba a sus discípulos tergiversar las palabras y amañar sutilmente su contenido. Tal es el caso de las palabras legalidad, legitimidad, austeridad y, bajo los vientos revanchistas que soplan, otras varias más. (2 de marzo de 2015)

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2016. Consolidando la recuperación

Los regalos de los Reyes Magos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2017: el final del principio. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Draghi no puede subir tipos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Elogio de la productividad. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La influencia de la economía sumergida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ¿Cómo contribuyen las pensiones contributivas? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La curva del elefante . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Las claves del populismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El puzle de las pensiones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Radicalismo evanescente vs. centralidad económica. . . . . . . . . . . . . . . . . . Matizando la austeridad fiscal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Socialismo y populismo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Deuda global alarmante. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ¿Especulación perversa?. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Banalizar el contenido económico. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Elogio del rescate bancario. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La Cumbre de Hangzhou. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Burkini (parlamentario). . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Multas viejas, nuevas y otros asaltos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El mito del Estado neoliberal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Expolio al ahorrador. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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La impunidad de nuestro déficit fiscal. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Verano inestable en la economía española. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La multa. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Jaque a la globalización. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 26-J: los deberes del próximo Gobierno . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El catálogo de Podemos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Los impuestos del señor Rajoy. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La teoría monetaria moderna. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Déficit cíclico y déficit estructural. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Los pueblos del señor Margallo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Guerra al efectivo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Bienestar social sostenible. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Frágil mercado laboral español. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Rescatar el equilibrio fiscal. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Los límites del emprendimiento. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El nuevo maná: Helicopter money. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Relanzar el empleo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Los costes de la incertidumbre política. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El puzle de los tipos negativos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ¿Profecías autocumplidas?. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La salida a Bolsa de Bankia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El empleo en la cuarta revolución industrial. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ¿Derogar la reforma laboral?. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ¿Qué pasa con las Bolsas?. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pulso a Bruselas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Las sombras de 2016. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Los regalos de los Reyes Magos Aquello que nos viene del exterior con periodicidad diversa, diaria, mensual, anual o aleatoria admite una división sencilla y, por tanto, fácilmente comprensible. De una parte están los contratos o relaciones onerosas, que implican una contrapartida por el esfuerzo realizado. De esta manera, al trabajador le corresponde un salario por el trabajo prestado; al inversor un interés por el capital invertido; al terrateniente, una renta por el préstamo de unas tierras o el alquiler de un inmueble; y al empresario, un plus de beneficio por poner en riesgo su riqueza en la aventura empresarial. A todos ellos les corresponde su renta por su contribución al proceso social. La contrapartida es obligatoria y tienen derecho a ella. En este ámbito, las palabras clave son reciprocidad, equivalencia y justicia. Pero a veces nos beneficiamos de manifestaciones externas que no responden a una contribución productiva, y que son esporádicas, graciosas, no debidas, fortuitas y gratificantes. Se llaman dones o regalos. El regalo de un hijo, el de una salud de hierro o una curación milagrosa y, en menor grado, de importancia, el de una herencia imprevista o el verse agraciado con un premio de la lotería. No somos acreedores necesarios de tales beneficios, nadie está estrictamente obligado a prestárnoslos y nos llegan a título gratuito. Aquí, ante el regalo, la palabra clave es el agradecimiento. Pero vayamos a lo nuestro, que es la economía. Mientras que el estancamiento representa la nueva normalidad europea y la periferia mediterránea constituye el talón de Aquiles de la Eurozona, España vuelve a registrar un crecimiento récord en el último trimestre del año con la predicción del 3,3% de progresión del PIB para la totalidad de 2016. ¿Qué lógica tienen estos guarismos? Con el crack de 2018 los Gobiernos socialdemócratas de Zapatero y Rajoy iniciaron bajo la tutela y financiación de Europa una serie de reformas con diverso tino, prontitud y profundidad. Algunas de ellas, como la reforma laboral, han obtenido el aplauso mayoritario tanto de las grandes instituciones multilaterales como de las casas de estudios más respetadas. Ello ha dado frutos en forma de rebaja drástica de los costes laborales, lo que ha repercutido en un incremento de la competitividad, una fuerte expansión de las exportaciones, el retorno de la inversión extranjera, la recomposición de la confianza y con ello el despegue vigoroso del consumo —entre el verano de 2013 y el de 2016, el gasto de las familias se incrementó el 8,1%— y en menor medida de la inversión. Con el crecimiento de la demanda ha aumentado el empleo: desde finales de 2013, se han creado 1.300.000 empleos, lo que se ha traducido en un aumento de la remuneración de los trabajadores de © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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más de 10.000 millones de euros, lo que alimenta nuevos aumentos del consumo. Un esquema «clásico» de salida de la crisis que obedece en buena medida a la aplicación de medidas de política económica: un retorno derivado de una relación o contrato oneroso. Pero junto a ellas se han producido tres circunstancias de extraordinario significado para nuestra economía y que, al amparo del festivo ambiente navideño, atribuiremos figuradamente a los Reyes Magos. Son regalos abrumadores no siempre suficientemente agradecidos. Dada la extraordinaria bondad de los mismos, el sentido común aconseja que el Gobierno y, si es posible, la ciudadanía al alimón, soliciten de sus majestades de Oriente que los sigan manteniendo para 2017. Veamos. El regalo del rey Melchor: el desplome del precio del petróleo. En junio de 2014 el barril de petróleo Brent cotizaba a 115 dólares. Desde entonces, la tendencia ha sido a la baja, con un desplome hasta mínimos de 31 dólares/barril a principios de 2016. Diversas circunstancias y el reciente acuerdo de la OPEP junto a otros países exportadores han situado el precio por encima de los 55 dólares, nivel que los analistas juzgan estable para el periodo 2017-2018. Lo que traducido en chequeregalo resulta en que España se habrán ahorrado —de forma absolutamente gratuita— entre 2015 y 2016 unos 43.000 millones de euros en gas y petróleo, un 4% del PIB en dos años, un fuerte acicate para nuestra balanza comercial, de tal modo que España es ya acreedora neta financiera respecto del resto del mundo. Después de agradecérselo vivamente al rey Melchor, todo nos induce a pedirle que mantenga el precio del crudo en las previsiones citadas. El regalo de Gaspar: la apreciación del dólar. El acceso de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos ha producido un endurecimiento de la política monetaria de su Banco Central, impulsando los tipos de interés a largo plazo de dicho país por encima de lo que se preveía, al objeto de anticiparse al rebrote inflacionista que las promesas de políticas expansivas vendidas por el magnate neoyorquino pudieran acarrear. Ello se ha traducido en una revalorización del dólar respecto del euro, con lo que las probabilidades de que en breve se alcance la paridad 1 dólar = 1 euro parecen ahora más elevadas. Siempre dependiendo de las elasticidades de compra y de venta, la caída del euro estimula nuestras exportaciones y desincentiva nuestras importaciones, lo que tiene un claro efecto positivo sobre nuestro PIB. Aunque la previsión es que el euro se recupere hasta 1,06  euros/dólar, damos las gracias a Gaspar confiándole el mantenimiento de una senda de paridad con la divisa americana. Nos encantaría. El regalo de Baltasar: tipos bajos para nuestra deuda pública. Los tipos nulos o negativos son un desaire a los ahorradores particulares © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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o institucionales en España y en el resto del mundo. También para el sistema bancario. Representan el carbón asignado por Su Majestad a dichos colectivos por motivos no bien esclarecidos. Pero son un auténtico maná para los deudores, el primero de los cuales es el Tesoro público con su descomunal deuda de algo más del billón de euros. Cuando en junio de 2012 la economía española rozó el impago exterior y la Zona Euro se tambaleaba, Mario Draghi (posiblemente un alias del rey Baltasar) juró que los tipos de la deuda española iban a bajar desde el 7,75% a niveles «razonables». Y lo cumplió. El pasado 1 de septiembre cotizó por debajo del 1%. Al día de hoy la rentabilidad de los bonos a corto plazo es negativa y a cinco años es solo del 0,14%. El regalo del rey Baltasar (o del señor Draghi) roza la utopía. Baste señalar que el precio medio de la cartera de la deuda pública total española es del 3%. Ahora calculen sobre un billón de deuda lo que supone la subida de un punto porcentual de interés. Eso es: 10.000 millones de euros por cada punto. En cuanto el rey de Frankfurt deje de agitar su varita mágica, o en cuanto le obligue el retorno de la inflación. De modo que manos a la obra, o sea manos a la carta. Ya saben lo que hay que pedir a los Reyes Magos para 2017. (29 de diciembre de 2016)

2017: el final del principio Las líneas que siguen aparcan la pretensión de realizar vaticinios para destacar algo más modesto pero no por ello menos importante: los deberes que la economía española debe abordar en 2017. Todo ello precedido por un importante dato estadístico: 2017 se convierte en el de la recuperación del valor del PIB anterior a la crisis, tras lo que constituye una década perdida. Recuperar el nivel del PIB de 2008, ¿significa que la crisis ha quedado definitivamente aparcada? En modo alguno. La economía española ha continuado con su impresionante recuperación y vigorosa generación de empleo. Las reformas emprendidas para aumentar la confianza han surtido efecto, y, junto a poderosos vientos de cola externos y la relajación fiscal y monetaria, han impulsado la recuperación de los últimos dos años —muy por encima de la media de países de la Eurozona— y finalmente, como se ha dicho, han repetido los niveles de renta de 2008. Pero naturalmente queda un amplio abanico de problemas por superar y una considerable gama de reformas a emprender. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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Un primer reto lo constituyen las medidas para atajar la desesperante lacra del paro, del paro en general y del paro juvenil y de larga duración en particular, y la alta proporción de trabajo en modalidad temporal, dualidad laboral que posiblemente tiene su causa en la falta de atractivo que tiene el contrato fijo para los empresarios en la coyuntura actual. Es cierto que la tasa de desempleo se ha reducido en ocho puntos porcentuales desde 2013, pero sigue siendo insoportable, situándose en torno al 18,9%, y el 57% los desempleados —parados estructurales— que lo han sido durante más de un año. La actuación sobre desempleados de larga duración y jóvenes de baja cualificación ha sido limitada y urge su mejora. Simultáneamente cabe mayor eficacia en la asignación de los subsidios a la contratación. Y no parece que la solución —como algunos propugnan— surja de la derogación de las reformas laborales, sino más bien de una mayor clarificación jurídica en materia de despido, una consolidación del principio de flexibilidad de las condiciones de trabajo y, sobre todo, de una reconversión del tejido laboral. Se prevén 430.000 nuevos puestos de trabajo en 2007, pero lo anterior sigue teniendo total validez. Siguiendo por la financiación de las pensiones, que los nuevos Pactos de Toledo deben debatir en profundidad, España, junto al resto de países occidentales, se enfrenta a un colosal problema que hunde sus raíces en una reposición laboral deficiente y en unas variables demográficas insobornables a cualquier planteamiento negacionista. Se vive más años, las pensiones son cada vez más altas y los ingresos son incapaces, ni de lejos, de financiar las prestaciones. Tarea de prioridad equivalente la constituye el equilibrio de nuestro presupuesto público, siempre lastrado por un déficit financiado con una deuda pública insoportable. Dado que el objetivo final del déficit es situarlo en el 1,1% del PIB en 2019, la brecha que nos separa desde el 4,6% actual es de 35.000 millones de euros. Se impone introducir una consolidación fiscal que penalice menos al sector productivo y abordar las ineficiencias y tratamientos diferenciados del sistema tributario, trasladando la carga, de forma favorable al crecimiento, desde la fiscalidad directa a la indirecta. Protegiendo siempre a los más vulnerables, el gasto de las diferentes partidas presupuestarias debe revisarse desde el criterio de la eficiencia. El clamor de reforma de las administraciones públicas sigue hallando oídos sordos entre aquellos que son jueces y parte. Y el sistema de financiación autonómica puede ser reformado aumentando los incentivos de las autonomías para el logro de los equilibrios presupuestarios. Entre las reformas estructurales debe priorizarse la que atañe al impulso de la productividad laboral y de la productividad general de las © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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empresas a medio plazo, que actualmente rozan la zona de no crecimiento o de crecimiento raquítico, sin que se tenga en cuenta siempre este factor a la hora de la negociación salarial colectiva. Predomina en España la pequeña empresa, poco competitiva y menos innovadora en relación a las de mayor tamaño. Medidas congruentes con el propósito de mejorar la productividad pueden hallarse en la aplicación de la ley de la unidad de mercado, la liberalización de los servicios profesionales, la mayor dotación de fondos a programas de I+D+i y mejora del acceso a la financiación no bancaria. A más largo plazo, aquellos programas que multipliquen nuestro pobre stock cultural a todos los niveles de la enseñanza básica o universitaria. Estas propuestas no admiten prioridades. Todas son imprescindibles. En definitiva, 2017, representando el fin de un principio, tiene el deber de consolidar las reformas iniciadas para establecer la senda de un crecimiento sostenido a medio plazo, en torno al 2% de crecimiento anual, congruente con la reducción de los problemas citados y muchos otros más. (23 de diciembre de 2016)

Draghi no puede subir tipos La semana pasada, la presidenta de la FED, el Banco Central americano, ha fijado el tipo de interés de los préstamos a un día en el 0,75%, desde el 0,5% anterior, la segunda subida desde el inicio de la crisis financiera en 2008. La señora Yellen ha justificado su decisión en base a dos circunstancias de la economía americana: la creación sostenida de puestos de trabajo que sitúan el paro en el 4,6% de su población activa y el acercamiento paulatino del índice de precios (1,7% interanual a noviembre) al objetivo político del 2%. En 2017, previsiblemente, se producirán tres subidas adicionales. Con ello la FED retoma la senda de la normalidad monetaria y se adelanta al posible recalentamiento de la economía americana. Para la opinión informada, el Banco Central USA ha ganado en credibilidad y se sitúa en posición de alerta ante la batería de medidas fiscales anunciada por Donald Trump para, en su caso, contrarrestar sus efectos inflacionistas. Yellen no aconseja nada al Gobierno de Trump pero le recuerda implícitamente su independencia, siempre al servicio de la lucha contra la inflación. Las cosas no van a cambiar mucho en el corto plazo, dado que los analistas, los inversores y el resto de agentes financieros descuentan con © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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pasmosa antelación los posibles escenarios económicos mucho antes de que estos lleguen a ser realidad. Además, las subidas siguen siendo prácticamente simbólicas. Pero bien es verdad que las previsiones, una vez confirmadas, consolidan el marco anterior, dándole rango de nuevo equilibrio o de nueva normalidad. De la decisión americana se siguen dos posibles consideraciones: la primera, los efectos económicos de la decisión. Y la segunda y fundamental, en qué medida y manera puede imitar el señor Draghi a su homóloga en la FED, la señora Yellen. Yendo a la primera, en Estados Unidos la elevación de tipos ha llevado la cotización del dólar a un máximo en 14 años lo que encarece sus exportaciones y abarata sus importaciones, energía incluida; reduce la oferta monetaria conteniendo la inflación; endurece los préstamos bancarios, lo que afecta a consumidores de bienes duraderos, estudiantes, inversores y deudores hipotecarios; supone un coste adicional para las empresas y hace de la Bolsa un lugar menos atractivo para invertir. Peor suerte corren los países emergentes, sobre todo los endeudados en dólares, que ven aumentada la carga de su deuda. Los inversores abandonarán estos países en busca de las mayores rentabilidades americanas y la cotización de sus monedas se resentirá obligándoles a devaluaciones competitivas y alzas de tipos con su efecto deflactor sobre sus economías. Para Europa y para España la lectura es en principio positiva, dado que un euro en mínimos históricos de 10 años supondrá un estímulo para nuestras exportaciones y un posible abaratamiento del crudo que, facturado en dólares, puede bajar precios. La exposición de nuestra economía al riesgo latinoamericano y otras latitudes emergentes pone, sin embargo, un cierto contrapunto al diagnóstico. La segunda consideración reside en qué medida y manera puede imitar el señor Draghi a su homóloga en la FED, la señora Yellen. Y la respuesta es tajante: no por ahora. No es tiempo aún de endurecer las condiciones monetarias. La anemia del crecimiento europeo, una inflación contenida y la continuada debilidad del precio del crudo hace prever que el Banco Central Europeo (BCE) seguirá con una política monetaria laxa. Aunque con alguna limitación, Mario Draghi ha confirmado la extensión sine die de su programa de barra libre de liquidez. La política de tipos nulos no incide de forma homogénea sobre los diversos agentes económicos en España, y siempre es conveniente recordarlo. Los grandes subvencionados son los deudores en general y el sector público —altamente endeudado— en particular. El Tesoro paga 31.000  millones de dólares al año solamente en intereses, el 3% (tipo medio de endeudamiento) sobre algo más del billón de euros debido. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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Cada punto que suba el actual tipo de financiación supondrá, en su caso, un sobrecoste de 10.000 millones de euros que en la actualidad el Tesoro ahorra de una forma absolutamente artificial. Por su parte, el gran perdedor es el sistema bancario que carece de margen de intermediación para alimentar sus cuentas de resultados. Y ¿qué sucede con las familias, que en España están fuertemente endeudadas? Pues sucede que entre los meses de septiembre de 2008 y 2016 los hogares con préstamos de cualquier tipo han ahorrado 17.000 millo­nes de euros (una forma de subvención indirecta) y que los hogares con ahorros bancarios han dejado de cobrar 22.500 millones de euros (una especie de impuesto invisible). De modo que, aunque no es momento de volver a tipos altos, conviene que deudores en general y el Tesoro público en particular aplaudan la contribución —tan generosa como forzada— de las instituciones bancarias y de las familias ahorradoras a la superación de la crisis. (17 de diciembre de 2016)

Elogio de la productividad La reciente subida del Salario Mínimo Interprofesional (SMIP), unida a la previsión de aumentos retributivos para el sector público y privado invitan a reflexionar sobre la idoneidad de estas medidas y, en general, sobre la relación que une a los sueldos y salarios con la productividad de un sistema y, finalmente, con el nivel de ocupación de un país. Comencemos por la subida del 8% del SMIP decretada por la coalición socialdemócrata PP-PSOE para 2017. Los estudiosos académicos no coinciden en la apreciación de los perjuicios o ventajas de una subida adoptada unilateralmente por el Gobierno, léase SMIP, al margen de las fuerzas de la oferta y demanda de trabajo. Para unos generará más paro. Para otros provocará una depuración de trabajadores, dando entrada a los más eficientes despidiendo a los que lo son menos, con lo que la medida lejos de reducir la pobreza la ahondaría. Algunos más apuntan a la injusticia tributaria de la decisión: la elevación del SMIP equivale a un impuesto sectorial sobre unas empresas que ya afrontan unas cargas sociales y fiscales contribuyendo además a la generación de empleo. Por eso, en unos países existe el SMIP y en otros no. Pero la realidad es que en una moderna economía social de mercado, el Estado interventor regula el mercado desde una óptica compensatoria, y que la mayoría de los Estados occidentales tienen, por ley, un SMIP. Aunque © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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el SMIP español es aún bajo, las diferencias en porcentaje de la mediana salarial no son acusadas. Estamos, por ejemplo, al mismo nivel que Alemania, o sea que parece que la decisión es razonable. Vayamos ahora con los salarios libremente pactados. La teoría económica dice que el salario estipulado entre una empresa y sus trabajadores debe ser igual a la productividad del último trabajador enrolado. Lo de menos es el concepto y cómo se calcula. Lo importante es ver cómo evoluciona el índice en el tiempo. Si el salario es inferior a la productividad, las empresas contratarán más trabajadores y los salarios subirán. Alternativamente, si los salarios rebasan la productividad, los empresarios despedirán trabajadores, los salarios caerán y la productividad aumentará. En el equilibrio, productividad y salario se igualan. Los salarios medios en Suiza o en Singapur son muy altos porque la productividad y competencia de sus trabajadores es muy alta. En Kenia sucede al revés. Cuando un país atraviesa una crisis y no tiene la posibilidad de utilizar la devaluación de su moneda como instrumento de ajuste —cosa que sucedió a España en 2008— la recuperación requiere, necesariamente, el logro de mejoras de productividad. Una de ellas es la rebaja de los salarios. Pero, como no se quiso o no se pudo bajar salarios (muchas empresas cerraron), la resultante fue la masiva destrucción de puestos de trabajo en España entre 2008 y 2013. En resumen: salarios y productividad están condenados a entenderse. Enumerados los tres puntos anteriores, toca ahora analizar el futuro contractual —en negociación colectiva o fuera de ella— de los salarios de una empresa o sector en nuestro marco laboral. Si la evolución del salario debe ir con la evolución de la productividad laboral, ¿cuál es la evolución de la productividad del trabajo en España? Sin analizar periodos ya lejanos como los anteriores al año 1996, el crecimiento de la productividad laboral en España ha sido muy moderado. Entre el año 1996 y el comienzo de la crisis en 2007 fue prácticamente nulo. Con la crisis creció a tasas cercanas al 3% debido a la destrucción masiva de empleo, para caer después y reducirse al 0,0% (previsión en 2016). Ese es el crecimiento de la productividad laboral en España hoy, y esa es la referencia que debe guiar la negociación salarial. Si aceptamos el modelo de búsqueda de una mayor productividad laboral asociada a subidas salariales moderadas, un ejemplo a seguir es el de Alemania, que como promedio ha registrado incrementos salariales inferiores a su productividad desde mediados de los 90. No puede sorprender que esta circunstancia haya sido determinante para que Alemania haya recuperado los valores de PIB y empleo previos a la crisis con relativa celeridad. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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Queda por relatar una consideración final. Generalizar, como traducir, siempre es traicionar. Las conclusiones mencionadas se aplican a colectivos o agregados promedios, pero un sector o una industria nunca es homogénea, por lo que hay que actuar con sentido discriminador. Un espectacular bache de productividad en España se detecta entre pymes y grandes empresas. Por ejemplo, en 2012, la productividad de aquellas (menos de 9 empleados) era aproximadamente el 50% de estas últimas (250 empleados o más). Resumamos con el profesor de Harvard N.G. Mankiw: «explicar las grandes diferencias que existen entre los niveles de vida en todo el mundo es en cierto sentido muy fácil y puede resumirse en una sola palabra: productividad». (10 de diciembre de 2016)

La influencia de la economía sumergida Cada vez que las Cortes Generales abordan la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado, sale a relucir una de las deficiencias estructurales de la economía española, consistente en presentar unos ingresos tributarios en porcentaje de su PIB —eso que llamamos «presión tributaria»— sensiblemente inferiores a la media de la Unión Europea de los 28. La realidad es que recaudamos poco en términos comparados. ¿Por qué es relativamente baja nuestra presión fiscal (38,6%) en relación a la media europea de los 28 (44,9%), una diferencia de 6,3 puntos de PIB? Es aquí cuando resurge el antiguo y arraigado argumento de la economía sumergida como causante y culpable de la desviación recaudatoria española en relación a la europea y la occidental. ¿Hasta qué punto está fundada esta afirmación? La respuesta es que solo hasta cierto punto. Y es que el porcentaje de la economía sumergida en España es muy similar al de la media europea. Según muestra una investigación del profesor Friedrich Schneider, experto mundial en temas de economía sumergida, la media de esta actividad opaca en la Europa de 31 países se sitúa, en 2015, en el 18,0% del PIB, dos décimas menos que la estimación para España que se fija en el 18,2% del PIB. Resultaría poco consistente asignar una diferencia de presión fiscal de 6,3 puntos de PIB a una desviación de 0,2  puntos en la economía sumergida. La diferencia obviamente hay que buscarla en otra parte, como ha señalado un reciente informe del Círculo de Empresarios. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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La mayor diferencia se halla en el Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas (IRPF) donde la recaudación significa dos puntos porcentuales del PIB de diferencia inferior a la media de la UE28, a pesar de contar con un tipo marginal superior. Esta desavenencia obedece a las múltiples deducciones, bonificaciones y exenciones del impuesto. El impacto de la economía sumergida es importante en este caso, ya que las rentas altas trasladan los beneficios a sociedades y el sistema de módulos es un excelente vehículo de evasión fiscal. Enorme incidencia ha tenido sobre todo la elevada tasa de paro que resta contribuyentes y unos salarios medios de crisis que han mermado las bases imponibles. No es comparable la presión fiscal de Dinamarca o de Bélgica con la de España, un país este último que cuadruplica la tasa de paro de aquellos. También hay que recordar otras carencias estructurales de nuestra economía, el nulo crecimiento de la productividad de los factores, la escasa cualificación de nuestros trabajadores, o el reducido tamaño de nuestras empresas. Si nos fijamos en la recaudación en el Impuesto sobre el Valor Añadido (IVA), España recaudó en 2015 un 6,5% del PIB frente al 7% de la media de la UE28. La menor recaudación en esta figura tributaria, además de al tamaño de la economía sumergida, obedece a otras razones. En primer lugar debido a nuestra altísima tasa de paro, el doble del de la UE28, que recorta la capacidad de gasto de los consumidores y, en consecuencia, la recaudación del impuesto. En segundo lugar, al diseño del impuesto, con un tipo superreducido que existe solo en Francia, Luxemburgo, Italia e Irlanda. A su vez, un gran número de productos se escapan al tipo general del 21%. En tercer lugar, por la elevada sensibilidad de la economía española al ciclo económico en comparación con el resto de países europeos. Y finalmente por el alto importe de exenciones y bonificaciones fiscales que registra este impuesto. De las reflexiones anteriores parece deducirse que hay que retocar el sistema fiscal, pero con tino y con tacto. Los impuestos no pueden garantizar solamente la financiación presupuestaria, sino que deben colaborar a potenciar la competitividad del país. En una economía de mercado el impuesto distorsiona la asignación de recursos, condiciona el ahorro, y el consumo de las familias y la inversión doméstica e internacional de las empresas. Y en cuanto a la economía sumergida, «tolerancia cero» como está ahora tan de moda expresarlo. Esta lacra distorsiona las estadísticas, entorpece la detección y tratamiento de los problemas económicos, atenta a la equidad y eficiencia en la provisión de bienes públicos, erosiona la competencia del libre mercado y es simplemente ilícito y antisocial. Será bueno que la sociedad entera, el sector público y la iniciativa civil © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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corten el oxígeno al fraude. Esta última con una repetida sensibilización. La Administración dotándose de más recursos de vigilancia y persecución a los infractores. Las recientes medidas del Gobierno van por el buen camino, aunque se puede hacer mucho más. En resumen, no echemos la culpa de todos los males presupuestarios de la economía española a la economía sumergida. Aunque haya que perseguirla hasta exterminarla, hay muchos otros frentes que atender, muchas grietas que reparar en nuestro modelo económico y fiscal. (2 de diciembre de 2016)

¿Cómo contribuyen las pensiones contributivas? La ministra de Empleo y Seguridad Social, Fátima Báñez, ha dado el pistoletazo de salida a la tercera reforma de las pensiones del quinquenio. Uno de los ejes de la reforma consistirá en ajustar la llamada «contributividad» del sistema, esto es, el grado de proporcionalidad financiera que existe entre lo que un trabajador ha cotizado a lo largo de su vida laboral y la cuantía que percibirá durante su jubilación. Las líneas que siguen resumen una indagación acerca del grado de contributividad del sistema de pensiones vigente en España. La contributividad sería absoluta si el modelo adoptado en nuestro país hubiera sido el de «capitalización», de tal modo que, de forma individual y separada, cada trabajador acumularía en el momento de su jubilación las cantidades aportadas al plan durante su vida laboral con los intereses y ganancias (o pérdidas) de capital incurridas. Es el método utilizado en los planes privados. En ellos la correspondencia entre cotizaciones y pensiones es exacto. Pero en España las pensiones se articulan bajo el principio de la «solidaridad intergeneracional» de modo que los trabajadores en activo financian las prestaciones de las personas que están cobrando una pensión en ese mismo momento, dando lugar a un sistema contributivo, obligatorio y de reparto. Como es fácil comprender, al no estar individualizadas las aportaciones de cada trabajador activo y volcarse las contribuciones presentes a un fondo común, resulta difícil conocer la idoneidad financiera y actuarial de todas y cada una de las pensiones prestadas. No obstante lo cual, existen datos suficientes que nos alertan de que esa idoneidad, o sea, la aludida «contributividad» dista mucho de ser financiera y actuarialmente correcta. La citada inadecuación, a la vez de ser fruto y consecuencia de las distorsiones en las variables que afectan a la trayectoria presente de © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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nuestra Seguridad Social —y que evitamos enumerar— se convierte, simultáneamente, en una nueva variable distorsionadora. Se trata de un círculo vicioso, que reviste suficiente gravedad como para hacer del español un sistema de pensiones insostenible. Ello, claro está, si se conviene, como ha asumido el Pacto de Toledo hasta ahora, que las pensiones deben financiarse exclusivamente con cotizaciones. Pero vayamos con los datos. En el «Avance Anuario de Estadísticas 2015» del Ministerio de Empleo y Seguridad Social podemos leer que el importe medio de las pensiones mensuales percibidas por las altas de 2015 es de 1.345 euros. Si vamos a la «Encuesta anual de coste laboral 2015» del INE comprobaremos que la contribución media mensual a la Seguridad Social en 2015 (las cotizaciones de los activos: empresa y empleado) asciende a 505 euros. En otras palabras: la pensión media que perciben los nuevos jubilados en 2015 es 2,67 veces mayor que la contribución media de los trabajadores activos en ese mismo año. Por si una imagen puntual fuese poco significativa, hemos realizado asimismo un cálculo actuarial con los datos reales de la vida laboral completa de un pensionista estándar que ha estado contribuyendo por la zona alta de las bases de cotización, durante un plazo de 35 años. Los resultados vuelven a ser comprometidos. Su capital teórico acumulado es de 220.000 euros. La renta vitalicia actuarial que le correspondería una vez jubilado según las tablas de mortandad vigentes sería de 602 euros. Pero en lugar de los 602 euros, la Seguridad Social asigna a nuestro jubilado la cantidad de 2.500 euros, revalorizables a razón del 0,25% anual. Aunque los gastos e ingresos totales de las pensiones se equilibrasen en los Presupuestos Generales del Estado, debido por ejemplo a una incorporación masiva de trabajadores al mercado laboral, ello no implicaría la existencia de una contributividad como la que se desprendería de un plan individual de capitalización. ¿Qué hacer, en consecuencia? De cara a restablecer el equilibrio de las pensiones cabría la creación individualizada de una cuenta «nocional» (con «o») en la que el trabajador activo conocería en cada momento el capital teórico o nocional acumulado por sus contribuciones. En el momento de la jubilación cobraría la prestación actuarial similar a la de un plan privado, sin excluirse en principio del complemento de reparto vigente. La cantidad que el Estado decida agregar a su cuota vitalicia se financiaría con impuestos, dado que esta cantidad añadida respondería a criterios asistenciales y no actuariales. Sistemas de información basados en cuentas nocionales individuales ya se hallan en funcionamiento en algunos países europeos. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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Estas reflexiones no sugieren rebajar las pensiones sino establecer los límites entre aquella parte de la pensión que correría a cargo del fondo global de la Seguridad Social y aquella otra —de carácter asistencial— que iría con cargo a los Presupuestos Generales del Estado: entre la suma de lo que es mi estricto capital privado acumulado y el complemento designado por el Estado protector según los criterios sociales que correspondan. (26 de noviembre de 2016)

La curva del elefante Uno de los relatos aceptado sin titubeos por amplias capas de la sociedad consiste en que los movimientos populistas están más que justificados como reacción a una globalización regresiva y excluyente. El voto del Brexit, el reciente descalabro norteamericano y el discurso de los partidos antisistema europeos coincide en la descalificación de una globalización asimétrica. El FMI calla o asiente. Los «perdedores de la globalización» imponen su voto en las urnas y amenazan con tomar la calle. Las dos décadas que han precedido a la última gran crisis han constituido un periodo de exaltación del comercio mundial y, en general, de las libertades económicas básicas: la libre circulación de bienes, servicios, capitales y personas a lo largo y ancho del planeta. Precisamente, la eliminación de barreras aduaneras, financieras o de trabajadores resume el concepto de «globalización». A la imparable globalización de la información y de la comunicación han querido sumarse el resto de libertades citadas, para construir dos décadas globales prodigiosas de desarrollo económico y social. Una de las consecuencias más importantes del crecimiento sostenido del periodo citado ha sido la drástica reducción en la pobreza extrema planetaria. A ello se une que ha sido la primera vez en los últimos doscientos años que la desigualdad global ha disminuido (aunque convive con desigualdades crecientes en el interior de determinados países), pasando de 69 puntos de Gini a 64 (en la escala Gini, 100 significa desigualdad absoluta y 0 la igualdad perfecta). Las rentas reales se multiplicaron por dos entre 1988 y 2011, un fenómeno que ha afectado de distinta manera a los diversos percentiles o porcentajes de la población mundial. Al margen de los extraordinarios hitos citados, será necesario interpretar adecuadamente el impacto de la globalización y la naturaleza de sus efectos en determinados colectivos discriminados. Con dicho ob© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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jeto resultará instructivo citar las conclusiones de una importante reflexión académica recientemente publicada. El artículo en cuestión ha aparecido en la prestigiosa revista Harvard Business Review y su autor es Branco Milanovic, economista jefe del Banco Mundial, y uno de los investigadores más acreditados en temas de pobreza, desigualdad y globalización. Su contenido se resume visualmente en el gráfico anexo, que Milanovic define como la «curva de incidencia económica global» y que los estudiosos de la globalización han bautizado con el nombre de «la curva del elefante», un cuadro que lleva visos de constituirse en un icono en el ámbito de la distribución mundial de las rentas económicas. El gráfico describe lo que ha sucedido en un periodo de «alta globalización» entre 1988 y 2008, justo antes de la gran crisis financiera. Resumiendo su mensaje con brevedad, la globalización ha aportado un crecimiento espectacular de rentas reales a las clases medias globales, en particular a China; crecimientos moderados al segmento 5% de los más desfavorecidos; un claro estancamiento (no «pérdida») a las clases medias del mundo desarrollado; y finalmente una gran escalada económica en el 1% de los más ricos del planeta. La mejora promedio global se ha situado en el 25%. Al hilo de estas constataciones surgen algunas preguntas importantes: el crecimiento asiático, vía deslocalizaciones de empresas, supresiones de aranceles, salarios discriminatorios, etc., ¿ha sido la causa del estancamiento occidental? Y, adicionalmente, ¿cuánto tiempo durará esa influencia? Milanovic no asume una relación causal, habida cuenta de la diversidad de políticas nacionales aplicadas, aunque aventura que la coincidencia puede continuar hasta producirse una equiparación por arbitraje en los niveles salariales y otros costes en ambas regiones, Asia y Occidente. Pero una percepción muy distinta de la globalización surge cuando esta se sitúa en el ámbito individual en lugar de en el ámbito global. A la gente, y muy en particular a las clases medias de los países desarrollados, les importa menos (por no decir que les tiene sin cuidado) los niveles absolutos de niveles de renta y los progresos alcanzados por la población mundial. Al ciudadano occidental le preocupa la posición relativa nacional, regional o la de su entorno próximo, pero, sobre todo, la suya propia. Y es constatable que las desigualdades dentro de los países son crecientes. Aunque la desigualdad es un concepto accesorio y secundario al de pobreza, que es el realmente objetivable, constituye un ingrediente de descohe­sión social, de descontento y, como acaba de apreciarse en las urnas, de rebelión política e institucional. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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La globalización implica importantes retos y también oportunidades. Un sistema de mercado produce invariablemente junto a probados éxitos, algunos perdedores en el ámbito local, individual o sectorial. Pero los que defendemos un desarrollo más inclusivo nos enfrentamos a la delicada tarea de mejorar, pero no abatir, el proceso de la globalización. El proteccionismo, en particular el xenófobo y el excluyente, amenazan con mayores males que las diferencias mostradas en el gráfico de Branko Milanovic, apuntando veladamente hacia un socavamiento de la democracia. (19 de noviembre de 2016)

Las claves del populismo El efecto Trump ha activado las alarmas mundiales y en particular las de los dirigentes de países europeos que encaran en breve sus comicios generales: para estos, el magnate americano es el sinónimo de una nueva catástrofe. Simultáneamente, un indisimulado alborozo cunde en líderes políticos como Putin en Rusia, Nigel Farage en el Reino Unido, Victor Orban en Hungría, Geert Wilders en Holanda, Marine Le Pen en Francia, y algunos más. A diferencia de aquellos, los cabecillas de estos países contemplan a Donald J. Trump como un ejecutor realista, capaz de llevar a cabo determinadas acciones que no por radicales dejan de ser las estrictamente necesarias. Después del estallido americano no va ya de populismos incipientes o minoritarios. El porcentaje de votos adjudicados a partidos populistas, solamente en Europa, ronda el 13%, cuando era del 5% en 1960. En el mismo periodo el porcentaje de parlamentarios populistas se ha triplicado del 4% al 13%. Las líneas que siguen aspiran a señalar qué tienen de común todos los populismos, los radicales de derechas y los radicales de izquierdas. Cuáles son, en esencia, sus rasgos definitorios y más coincidentes. Veamos. El primer elemento familiar de los populismos se halla en la revuelta contra la complacencia de las élites, de la «casta», de las estructuras del establishment, de la inoperancia de la sabiduría y de la política convencional. A la casta se opone el «pueblo», con la sutil restricción mental de que por «pueblo» solamente se entiende a «los míos». Todo ello implica el rechazo de la democracia representativa y la postulación de la democracia participativa. El paraíso populista se traduce en un mundo de referéndums permanentes. No porque sea más transparente, © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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sino porque, como ya comprobaron los políticos de la antigua Grecia, es un vehículo permeable a las demagogias bien articuladas. Ernesto Laclau, uno de los inspiradores de Podemos, lo resume del siguiente modo: «El populismo es una manera de construir la política. Juega la base contra la cumbre, el pueblo contra las elites, las masas movilizadas contra las instituciones oficiales fijadas». El populismo revela el despecho hacia la democracia y la exaltación de la autocracia. Como ha señalado Pierre Rosanvallon, asistimos a la pandemia de una «patología democrática». El populismo siempre ronda la democracia y si puede la suplanta. Ralf Dahrendorf afirma que el populismo devalúa voluntariamente el protagonismo de los parlamentos y subraya su debilidad. En consecuencia, la alterdemocracia de los populistas se construiría sobre los escombros de la democracia tradicional. El segundo trazo usual a los populismos reside en el trueque de la racionalidad por la rotundidad, y seguidamente en el trueque de la rotundidad por las ambigüedades, las medias verdades e incluso la mentira. Los programas populistas no se esfuerzan en cuantificar sus medidas, porque están más interesados en la demolición del sistema que en el cuadre de las cifras. Ya se verá luego cuánto cuesta y quién pagará el nuevo. Han trascendido los portales de seguimiento que han censado en un 70% la falsedad de los mensajes de Trump en su campaña. El nuevo presidente americano es hijo de una estrategia indigna pero exitosa: volcar su marketing en las redes sociales sabedor de que el 60% de los americanos no accede a otras fuentes más respetables y rigurosas de información. La estrategia de la quimera es siempre exitosa. Mientras haya personas que quieran oír promesas idílicas para sentirse bien, habrá políticos que se las hagan, aún a sabiendas de que lo que están prometiendo no lo van a poder cumplir. El tercer rasgo común deriva de las consecuencias negativas que ha deparado el desigual reparto de la globalización. Globalización y liberalismo económico son conceptos sinónimos. De modo que la generalidad de los populismos abjura de ambos conceptos y se repliega a los cuarteles del nacionalismo proteccionista. Se olvida fácilmente que la globalización ha sacado de la pobreza en los países emergentes a 1.000 millones de personas y que la desigualdad entre naciones se ha reducido profundamente en los últimos 30 años. Por el contrario, las rentas medias occidentales se han estancado. El progreso mundial no es mi progreso, se protesta, y la ganancia global no es mi ganancia. ¡América para los americanos! Y así, portazo a los acuerdos comerciales, vallas a la inmigración, aumentos de aranceles, fustigamiento de las instituciones globales de defensa, y, en los modelos más cerriles, barra libre a la emisión de gases antropogénicos. Neonacionalismo proteccionista por neoliberalismo. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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El sutil mesianismo de los líderes populistas predica erosionar la credibilidad de las instituciones, cuando la pujanza de una sociedad reside justamente en el número y vigor de las mismas. Frente a la «patología democrática» del populismo se impone la responsable humildad de considerarnos aprendices de demócratas, discípulos permanentes de la única democracia que hay que preservar. (12 de noviembre de 2016)

El puzle de las pensiones A estas alturas del guion económico, el ciudadano medio de este país se halla al corriente no solo de la precaria situación por la que discurren las pensiones públicas y su problemático futuro, sino también de las principales razones que están contribuyendo a ello. Unas son de naturaleza transitoria o cíclica y podrán corregirse o atenuarse con crecimientos vigorosos del PIB. Así, en el caso de una incorporación masiva de trabajadores en paro al mercado de trabajo, el volumen de las contribuciones sociales aumentaría y la financiación de las pensiones experimentaría una mejora. Otras, por el contrario, son de naturaleza estructural, intrínseca o endémica, de tal manera que, aunque crezcan el empleo y la economía, mantendrán su perniciosa influencia sobre la viabilidad del sistema. Recordémoslas. El primer factor de la deriva estructural de las pensiones en España se halla en el envejecimiento demográfico. La esperanza de vida de nuestros ciudadanos que en 2003 era de 79,7 años es de 82,8 en 2015 y la edad media de los pensionistas ha pasado en igual periodo de 73,8 a 74,7 años. Ello supone más pensiones pagadas durante mayor número de años. Un segundo elemento adverso se halla en el encarecimiento total del pago de las pensiones: ello es debido al doble efecto del aumento de la pensión media y del número de pensionistas. La pensión de jubilación media, que en 2006 era de 909 euros, ha pasado a ser de 1.191 euros en 2016. A su vez, la razón de este encarecimiento promedio se halla en la subida de las nuevas altas que, si en 2006 eran de 1.159 euros, en 2016 se sitúan en 1.447 euros. En cuanto al número de pensionistas la progresión parte de 7,3 millones en 2006 para contabilizarse los 8,5 millones de la actualidad, un crecimiento más que notable. La tercera razón se localiza en la evolución de los ingresos, esto es, de las cotizaciones sociales, que han caído desde los 108.000 millones en © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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2008 hasta los 99.000 millones en 2015. La disminución del número de cotizantes como consecuencia de la gran crisis —19,4 millones en 2007 y 17,7 al día de hoy— y los menores salarios de los nuevos cotizantes han generado déficits sucesivos en las cuentas de la Seguridad Social, que, como es bien sabido, ha obligado a disponer del Fondo de Reserva, al que le queda apenas 12 meses de vida antes de su evaporación total. Según el INE, la tasa de dependencia (afiliados a la Seguridad Social por cada pensionista) está en 2,0 activos por pasivo o sea, 17,7 millones de cotizantes ocupados para financiar las prestaciones de 8,5 millones de pensionistas. Los manuales y la experiencia hablan de que un sistema de reparto es sostenible cuando la tasa de dependencia arroja una cifra en el entorno de 2,5 cotizantes por pensionista. En España hemos pasado de tener un ratio de 4 trabajadores por pensionista a finales de los años setenta a otro de 2,0 en la actualidad, deslizándose hacia 1,2 en las próximas décadas. Estas tasas de reemplazo son claramente insuficientes y convierten al actual sistema de pensiones —salvo cambios radicales— en uno con claros síntomas de inviabilidad. ¿Quiere esto decir que las pensiones en España corren el peligro de ser impagadas? El realismo político descarta esta posibilidad. Primero se agotará la hucha de las pensiones y posteriormente los déficits se financiarán con impuestos o con más endeudamiento público, aunque ninguna de estas dos alternativas es correcta, a pesar de poder utilizarse de forma temporal. Aumentar impuestos adultera el espíritu del contrato de diferimiento que representa una pensión, aspecto que se vería claramente si se utilizase en España el sistema de capitalización, sistema en el que uno dispone al jubilarse de las contribuciones realizadas a lo largo de su vida laboral. Aumentar el endeudamiento sería una práctica suicida. «Global Aging», el informe de la agencia de calificación Standard & Poor’s señala que en el caso de España, si no se acometiesen reformas en el sistema de pensiones, la deuda pública se elevaría al 247% del PIB en 2050, y el déficit público alcanzaría el 17% del PIB, proyecciones todas ellas heroicas, utópicas e incompatibles con los compromisos fiscales europeos. Lo cual remite a la imperiosa necesidad de que los partidos inicien sin demora, con sentido de Estado, realismo y sin fáciles demagogias, las negociaciones pertinentes que desemboquen en las necesarias reformas del actual sistema de pensiones. Pactos de Toledo II o su equivalente conceptual. Sin duda, será una contribución decisiva para la sostenibilidad del Estado del bienestar en España, que exigirá cambios y previsiblemente © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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algunos sacrificios. Hay varias pautas y líneas de transformación del sistema, que afectan a la edad de jubilación, bases de cotización, bonificaciones, fiscalidad y otras. Pero dejemos a los políticos hacer su trabajo. (9 de noviembre de 2016)

Radicalismo evanescente vs. centralidad económica In medio virtus (la virtud se halla en el centro) es un aforismo aristotélico referido en su Ética a Nicómaco. A juicio del gran filósofo helénico, el exceso y el defecto destruyen la virtud, mientras que el término medio la conserva. Una vez pasada la página del calvario político acontecido en España desde la convocatoria de elecciones hace aproximadamente un año, el resultado de la investidura de Mariano Rajoy con el apoyo de Ciudadanos y la abstención del PSOE apunta a un hecho político y también económico muy significativo: el entendimiento de las fuerzas moderadas de centro derecha y de centro izquierda. Hay que puntualizar que Ciudadanos es un clónico del PP al que su bisoñez ha preservado (afortunadamente) del azote de la corrupción y que al hablar de la izquierda moderada nos referimos a los abstencionistas convencidos. Hay dos partidos conviviendo en el PSOE al día de hoy y Dios dirá hacia dónde basculará el de aquellos que se han mostrado hostiles a la oficialidad. La lectura final del psicodrama electoral español puede ser la siguiente: frente al prematuro envejecimiento de las nuevas/viejas formaciones radicales, populistas e independentistas, la moderación y el realismo siguen presidiendo el ránking de prioridades de la política española. El debate económico inmediato se construirá, no entre la derecha y una izquierda ácrata y antisistema, sino entre los representantes de la compostura política y el comedimiento. Sigue vivo el espacio de los partidos tradicionales, aunque las mayorías de otros tiempos se hayan esfumado y se hayan escuchado cumplidamente en su turno democrático las voces de los descontentos con el establishment político. Toda situación de equilibrio contiene, no obstante, el germen de su propia inestabilidad, que es menester prevenir, para consolidar el avance de una cordura tan trabajosamente alcanzada. La unión es fruto de la convergencia de conveniencias, pero también de la generosidad para aparcar aquellos intereses divergentes que alejarían al pacto de su objetividad aglutinante, de su solidez. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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En lo económico, el futuro inmediato viene cuajado de graves problemas estructurales, tales como el paro, el déficit público o las pensiones que no admiten mucho margen de maniobra hacia los extremos. Otros, como la aprobación del presupuesto, no son graves pero son urgentes. El inaplazable cumplimiento de las reglas con el club europeo concede escaso margen de maniobra, pero nos debemos a él no solo porque es obligatorio, sino porque su observancia nos ha sido sumamente favorable. Basta acordarse de Mario Draghi o de las ingentes sumas de fondos estructurales y de cohesión recibidas por nuestro país en las últimas décadas. De modo que la nueva etapa de Gobierno se edifica sobre el entendimiento de las grandes fuerzas de centro. Cualquier otra cosa habrá sido flor de un día o humo que se lleva el viento. Pero ¿a qué alude el término «entendimiento» en materia económica? Básicamente a la socialización del discurso liberal correspondida por la mayor liberalidad del discurso socialdemócrata. Una doble acción convergente sin maximalismos ni rayas rojas. La nueva heterodoxia económica tiene que bascular desde las tesis tradicionales a unas de nuevo cuño. Significa para los partidos de la nueva centralidad no enrocarse en posiciones «de principio» sometiendo sus decisiones económicas a la lógica y a la bondad del tema debatido. Citemos dos ejemplos al azar. ¿Acaso tiene sentido hacer del blindaje del salario mínimo un bastión liberal y remitirlo a las meras fuerzas de la oferta y demanda de trabajo? No puede empecinarse un gobierno centro-liberal en algo que los análisis empíricos han apoyado suficientemente y es que las subidas del salario mínimo en coyunturas de crecimiento apenas afectan al equilibrio del mercado laboral. Tampoco puede objetar frontalmente el centro-izquierda determinadas tendencias desreguladoras y liberalizadoras, negándolas desde una posición de «principio» sin desentrañar todas sus virtudes potenciales. ¿Tiene justificación el desafío valón —3,5 millones de belgas francófonos que mantienen en vilo a 508 millones de europeos— vetando el tratado comercial CETA entre la UE y Canadá, negociado en detalle durante siete años? ¿Son razones económicas las que alientan la negativa o meramente políticas y «de principio»? ¿Acaso el problema no yace en que los socialistas valones pierden peso a favor de la izquierda radical y han estado obligados a so­brerreaccio­nar? En estos dos ejemplos y en un sinfín más, la fidelidad al realismo objetivo siempre deberá ser superior a la fidelidad a unos principios evanescentes. En el nuevo escenario las cosas son más complicadas que en escenarios pasados. El PP ya no es solo el partido de los empresarios © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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ni tampoco el PSOE es solamente el de los trabajadores. Las vocaciones y las responsabilidades convergen y divergen de forma más compleja. Alberto Garzón señala que «es fácil ver cómo, en realidad, lo que hemos llamado el bipartidismo no deja de ser el Gran Partido del Orden a la española». Lo que para Garzón constituye motivo de mofa y descrédito, el Orden, no puede representar, sin embargo, sino la arteria principal de la vida política y económica de un país. En el marco de la democracia mundial postcomunista, el nuevo centro de consenso en España debe reconocer la complejidad de la política económica, asumir el mecanismo de mercado como el mejor para la asignación de los recursos, pero mostrando inequívocamente su rostro social. A este fin la acción de consenso deberá orientarse a combatir los posibles excesos del mercado orientando este al beneficio de las mayorías. (30 de noviembre de 2016)

Matizando la austeridad fiscal La columna de hoy debate lacónicamente algunas cifras y porcentajes supeditados a tres consideraciones, que ocupan la mayor parte del espacio. Se hace premeditadamente. La primera consideración es que España es en 2105 el octavo país del mundo con mayor déficit fiscal, o sea, el país número ocho en el ránking de países cuyos gobiernos gastan más de lo que recaudan. Pese a ello, la austeridad, aquella bondad recomendada inveteradamente por psicólogos, nutricionistas, espiritualistas y mentores de un sinfín de otras disciplinas sigue viviendo momentos de bajísima popularidad en el ámbito de la política económica. Ha adquirido un interés dialéctico y contradictorio: insuficiente para los censores de Bruselas; excesivo para casi todas las formaciones políticas, sobre todo para aquellas que, al no tener responsabilidad alguna en la gestión del poder, les resulta visiblemente más sencillo dar trigo que predicar virtudes. La segunda se refiere a la actual inconsistencia informativa en torno a la realidad y comportamiento del déficit fiscal español. En este, como en una amplia variedad de importantes temas económicos, se ha perdido el rigor informativo y las noticias y las cifras se mueven como marionetas sin otro ánimo que alentar el descontento o la demagogia. Las dos grandes fuentes de falseamiento y de desorientación mediática las constituyen al día de hoy las tertulias-basura y, en general, las redes sociales. Cualquier afirmación errónea o calumniosa vuela impunemente © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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por las pantallas de los móviles o por las soflamas televisivas convertida en aparente realidad, dejando siempre al contrario la carga de la prueba de su falsedad, y las pocas veces que esta resulta descubierta se ningunea o se matiza a capricho de quien las ha lanzado. Se está matando la verdad mediante mentiras, vaguedades, o simples verdades a medias, pero lo más grave es que todos parecemos saberlo y a todos parece importarnos bien poco. Pues bien, las cifras que se manejan en materia de recortes presupuestarios, y muy en particular de recortes en rúbricas sociales, están sesgadas de manera demagógica y en no pocas ocasiones malintencionada. La tercera consideración se remonta a una antigua regla de oro del periodismo. Que las cifras aburren y distraen, y que un buen artículo es aquel capaz de transmitir con sencillez y convicción un relato o un mensaje que prenda en la sensibilidad del lector, vidente o escuchante, al modo de una ósmosis espontánea carente de violencia intelectual. Rendidos al veredicto de este último párrafo, pasamos al breve repertorio de datos que condicionan nuestro déficit fiscal. Es el siguiente: 1. En 2008 el presupuesto público español era ligeramente superavitario e ingresos y gastos se situaban en torno al 39% del PIB. Entre 2007 y 2009, y como efecto de la gran crisis, los ingresos fiscales cayeron seis puntos porcentuales del PIB, unos 60.000  millones de euros. Las correspondientes políticas an­ ticí­cli­cas de expansión fiscal llevaron los gastos hasta el 46% del PIB, siete puntos de PIB, en análogo periodo: 70.000 millones de euros. El bache fiscal se elevó, en consecuencia, al 11% del PIB aproximadamente. 2. Entre 2009 y 2015 el déficit se ha enjugado en seis puntos porcentuales de PIB, hasta el 5% actual. El ajuste se ha realizado con un aumento de impuestos del 3,5% y una disminución de gastos del 2,5% de nuestro PIB. Es evidente que tanto los gastos como los ingresos han ayudado a rebajar el déficit público, pero el peso del ajuste ha recaído en los contribuyentes en mayor medida que en los beneficiarios de los gastos «sociales» públicos. Se recalca el adjetivo «sociales» y no de otra índole. Y se puntualiza que «aumentar impuestos» es una inequívoca y muy meritoria forma de austeridad en beneficio de la mayoría social. 3. Como año electoral, 2015 aún ha sido más singular: el déficit se ha reducido solamente en 6.000 millones de euros a pesar de que los ingresos han crecido en 13.500 millones, porque los gastos, a su vez, no han disminuido, sino que han crecido en 7.200 millones de euros. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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4. Si contemplamos el ajuste a lo largo de los nueve últimos años, en 2015 hemos conseguido recuperar el gasto público per cápita real que disfrutábamos en 2007. Y a pesar de los recortes transitorios, a finales de 2015, todas las grandes partidas presupuestarias, como son Sanidad, Educación y mucho más el importe de las pensiones, están por encima de los niveles anteriores a la crisis. Los grandes recortes se han consolidado en otros ámbitos de menor incidencia social, destacando en especial el colapso sufrido por la inversión pública. Estos son los números: no solo de literatura vive el hombre. Los datos se recogen —entre otros— de FEDEA, FUNCAS y el Ministerio de Hacienda. En fecha reciente, FEDEA ha publicado un nuevo estudio, en el que abunda en estas conclusiones. (22 de octubre de 2016)

Socialismo y populismo El cuaderno de bitácora de Occidente registra hechos de importante mutación social. Uno de ellos, al decir de los politólogos, es la crisis de la socialdemocracia europea agravada por el auge de los populismos. No es un hecho apodíctico ni consumado, como lo revela la existencia de países en que los socialdemócratas llevan las riendas del Gobierno, por ejemplo Francia, Suecia o Portugal. En otros, como Alemania (Grosse Koalition), son parte importante de la gestión pública de la nación. Pero en unos terceros (Noruega, Dinamarca y España) los socialistas han pasado el testigo a formaciones de signo centrista o liberal. Las causas generalmente citadas del presunto declive parecen asumibles. El paso del tiempo ha erosionado su indudable influencia originaria al desvanecerse gradualmente el contexto y la originalidad que le otorgaron su pujanza. En la medida en que la gran creación socialdemócrata, el Estado del bienestar se ha banalizado ideológicamente y ha dejado de ser bandera de una única formación para serlo de cualquier partido político europeo, las señas de identidad esenciales se diluyen. Paralelamente, la acción del Gobierno socialista en escenarios de crisis ha venido inevitablemente acompañada de medidas de austeridad, que han catapultado sin rubor el voto económico hacia cualquier otro movimiento o facción que vendiese perspectivas más halagüeñas, siendo igual que estas fueran de derechas o de izquierdas, o aún de corte radical, utópico y an­ © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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tisis­te­ma. La regulación de la economía y la intervención de los Estados en la realidad económica a través del gasto público, que se acerca en Europa al 50% del PIB, ha mermado la exclusividad del rostro social de los socialistas y el modelo de Estado intervencionista ha acabado asumiéndose como de todos, conservadores o izquierdistas, con sutiles y casi imperceptibles líneas divisorias entre ambos. Hay otros ingredientes de dilución socialista, como la evolución gradual de la clase obrera hacia una clase media de franja dilatada, lo que ha recortado el protagonismo de los sindicatos, casi siempre de inspiración socialdemócrata, aunque deban reconocérseles las importantes conquistas salariales y distributivas obtenidas del empresariado durante décadas. Esta disminución del poder socialdemócrata como exponente de la izquierda constructiva no es intrascendente. Sobre todo si a ello se añade el apogeo del radicalismo de ambos signos. Un resumen representativo de la sombría opinión dominante ha surgido de la reciente reunión de los líderes mundiales en la asamblea anual del FMI en Washington. El espectro de una congelación del crecimiento económico, la desigual distribución de las rentas entre los ciudadanos de un mismo país, el recelo a la deslocalización de empresas y servicios que recorta las condiciones de los nacionales, la inmigración vista como una injerencia y la amenaza de los terrorismos para preservar la mera convivencia pacífica, están provocando, entre otras variadas razones, el ascenso imparable de los populismos. Una economía anémica promueve el descontento y la rabia política que, a su vez, eleva el nivel de incertidumbre, agravando sucesivamente la anemia social. La gente ha perdido la fe en sus líderes —de derechas o de izquierdas— y busca la solución en espacios y movimientos nuevos por utópicos o lúdicos que sean en apariencia, abjurando del crecimiento y de la ortodoxia, intuyendo —con distinta intencionalidad o fe— que redactando censos, elevando muros, sellando fronteras o tomando al asalto el sistema al modo del más rancio marxismo-leninismo, sus problemas hallarán alivio y que el nuevo escenario resultante no solo será más justo sino que será más fácil de interpretar. Extremos, en suma, que se tocan. Ahí está la imprevista bomba del Brexit, la amenaza imprevisible de un Donald Trump, la efervescencia de los nacionalismos de derechas en gran parte de los países europeos, la contradictoria ensoñación de Podemos, hasta hace poco emulador y adulador de la ruinosa Syriza, el poder dictatorial de Putin o la súbita oleada de fervor patriótico por Mao en China. Hace días, The Economist censaba estadísticamente los eslóganes más comunes lanzados en las manifestaciones públicas del © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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Reino Unido. «Globalización = élite; inmigrantes fuera; el país, lo primero; proteger nuestros empleos; fuera expertos; comercio justo, no libre comercio». Todo ello, así lo temen los gobernantes del planeta, es la antesala del desembarco del populismo autoritario. Frente a este panorama, el socialismo se afana infructuosamente en reivindicaciones como el feminismo, la sostenibilidad planetaria u otras, como señas de nueva identidad, sin percatarse de que también estas inquietudes han sido asumidas por el resto de idearios políticos moderados. En resumen: la disyuntiva no es ya derecha o izquierda, sino moderación o radicalidad. Ante la encrucijada populista de los extremos no cabe sino que los partidos moderados se entiendan y colaboren lealmente en reconducir un difícil contexto social, en convertir una globalización ciega en otra más justa, solidaria y menos desigual y en redoblar la fe en las libertades, amparadas en un orden democrático e institucional. (14 de octubre de 2016)

Deuda global alarmante En la edición de octubre de 2016 del Fiscal Monitor Report, el Fondo Monetario Internacional ha cuantificado, por primera vez en la historia, la magnitud de toda la deuda mundial. El panorama no es alentador. El referido informe señala que la deuda global, excluyendo al sector financiero, esto es, la suma de la deuda pública y de la deuda privada alcanza la cifra de 152 billones (con «b») de dólares. Para poner esta suma en algún contexto, ayudará señalar que representa el 225% del PIB mundial. Nunca la deuda planetaria ha sido tan elevada como lo es al día de hoy. La política no convencional con la que los Bancos Centrales han respondido al bajo crecimiento y al riesgo de deflación provocado por la crisis de 2008, mediante tipos de interés nulos o negativos y océanos de liquidez, ha resultado ser un arma de dos filos. Abarata notablemente el servicio de la deuda (el pago de unos intereses menores), pero también estimula inconscientemente la demanda de nuevos préstamos. En España y otros países en crisis, el recurso a la deuda ha sido siempre la fácil solución para cubrir los sucesivos déficits presupuestarios, utilizando el endeudamiento público cada vez que un gasto desmesurado e ineficiente no ha sido cubierto en su totalidad con impuestos. Impuestos, que, por lo demás, han recaído casi siempre sobre los mismos. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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El repetido informe del FMI alerta de este crecimiento desordenado, advirtiendo de que contiene todos los ingredientes para provocar una nueva crisis financiera que, ya se sabe, es el tipo de crisis más pertinaz y más difícil de desarraigar. En particular, los gobiernos —dice— tienen que ser conscientes de que tienen en sus dependencias una bomba de relojería, cuyo tictac resulta cada vez más apreciable. ¿En qué medida convienen estas advertencias a la economía española? La respuesta es que la advertencia es directa y la alerta oscila entre el naranja y el rojo. Si bien en España el endeudamiento privado ha registrado una reducción apreciable en los últimos cinco años, ello se ha debido en parte al traspaso de riesgos al sector público sobre quien recae en la actualidad el mayor protagonismo del problema. La deuda soberana rebasa al día de hoy el billón de euros y se sitúa en el entorno del 100% de nuestro PIB. Se trata de una deuda pública relativamente bien gestionada —es justo reconocerlo— ya que la vida media se sitúa en los 6,45 años y el coste medio en el 3,1% anual. Más aún, durante 2016 hemos asistido al insólito espectáculo de poder financiar los vencimientos inferiores a tres años, a tipos negativos. ¿Por qué entonces preocuparse? ¿Por qué hacer caso de las repetidas advertencias de los organismos supervisores, si el riesgo soberano español goza de un predicamento relativamente alto entre los inversores nacionales y extranjeros? Por tres razones que se olvidan con pasmosa facilidad y que señalan los límites de la sostenibilidad de la deuda pública española. La primera es que el exorbitante importe de nuestra deuda pública provoca un pago de intereses anuales del orden de los 32.000  millones de euros, 3,5 veces el presupuesto de investigación, la mitad del de educación y una cuarta parte de los pagos anuales por pensiones. Reducir el coste del servicio de la deuda permitiría reforzar, en consecuencia, la asignación a otras rúbricas presupuestarias de gran importancia. La segunda pasa por reconocer que los intereses que España paga ahora mismo por su deuda son sencillamente irreales y no responden a ningún precio de mercado. Sin llegar al extremo de 2012 en que el mercado exigía para el bono público español un tipo del 7,5%, un tipo «natural» que podríamos situar a modo de ejemplo en el 4%, supondría una elevación drástica de la partida presupuestaria de servicio de la deuda, en perjuicio de otras partidas. La razón de este espejismo se llama Mario Draghi que tiene artificialmente intervenido el mercado hasta que se canse de hacerlo. ¿Qué pasará entonces? La tercera razón reside en la credibilidad internacional. En la medida en que vuelva a repetirse el grave escenario de 2012, los merca© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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dos simplemente no se creerán que España pueda devolver su deuda, pudiendo cerrarle el grifo de nuevas financiaciones, como sucedió en aquella ocasión. Escuchemos al FMI y mejor aún a nuestro más elemental sentido común. Es necesario contener primero, y reducir después, nuestra desmesurara deuda total. Para ello se precisa criterio, disciplina y también un vigoroso crecimiento económico que facilite la amortización. El crecimiento es la doble llave de la reducción del endeudamiento y de la creación de empleo. Debemos aprovechar el rebufo irrepetible de los vientos de cola que nos empujan, para proseguir en la línea de reforma de las estructuras productivas y consolidar la recuperación de los estragos de esta crisis, contenida pero aún no superada. (7 de octubre de 2016)

¿Especulación perversa? Desmontar mitos o al menos cuestionarlos y reconducirlos a sus justos términos debería constituir uno de los quehaceres ordinarios de los medios, una especie de asignatura menor de esa otra actividad mayor, el periodismo de investigación, que se afana meritoriamente en desenmascarar delitos u otras actividades sociales perniciosas, ya saben, Luxleaks, Panamá Papers, tarjetas black y demás. Veamos. Inverco, la Asociación de Instituciones de Inversión Colectiva y Fondos de Pensiones (IIC), ha formulado una propuesta al Ministerio de Economía y Competitividad para poder prestar las acciones, bonos y demás títulos de sus carteras a otros operadores del mercado. En su escrito, Inverco plantea al señor De Guindos la reactivación del borrador de una Orden de 2008 que nunca prosperó, acompañando una memoria económica en la que se justifica la importancia de autorizar esta operativa lo antes posible. Partimos del hecho, en consecuencia, de que al día de hoy los fondos de inversión y de pensiones tienen prohibido prestar los títulos de su cartera al mercado, prohibición que el solicitante, Inverco, desea levantar. Entre los argumentos que Inverco presenta para la implantación de esta operativa, destacan tres. El primero proviene de un agravio comparativo: España es el único país europeo en el que las IIC no pueden prestar valores. El segundo invoca que la nueva oferta procedente de las IIC contribuirá a la liquidez y correcta formación de los precios en los mercados, aumentando su profundidad: nada menos que el 66% del © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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volumen mundial de activos susceptible de cesión en préstamo corresponde a los fondos de inversión y a los fondos de pensiones. Y una tercera razón, esencial: el préstamo de valores por parte de las IIC españolas permitiría a estas agregar una rentabilidad adicional (comisión de préstamo) a la gestión ordinaria de sus carteras, lo cual resulta de extraordinaria relevancia en un contexto como el actual de bajos tipos de interés que conduce a las IIC a rendimientos nulos o negativos. El precio del alquiler de títulos puede ser enjundioso. En momentos de crisis registradas por determinadas empresas, como el caso de Abengoa en noviembre de 2015 o de Bankia en mayo de 2013, el coste del préstamo llegó a alcanzar nada menos que el 50% de su valor. Pensará el lector que ante pruebas tan convincentes, resulta extraña la limitación impuesta a las IIC y que alguna otra justificación de peso debe alentar dicha prohibición. Y así es, en efecto. Aunque el préstamo de valores también se utiliza para el cobro transitorio del dividendo, en particular si el prestamista está sometido a retención sobre ese dividendo y el prestatario no lo está o lo está en menor medida, levantar esta prohibición supondría proveer de una munición «peligrosa» a la especulación «bajista». Pero ¿qué es eso de la especulación bajista? Sencillamente, aquella conducta de un operador que vende, digamos, una acción de Deutsche Bank a 13 euros hoy, porque estima poder recomprarla a 11 euros en un breve plazo de tiempo. Si acierta habrá ganado 2 euros. Como para vender el título hay que tenerlo previamente, quien quiera apostar sin tenerlo, debe tomarlo a préstamo (en alquiler) para devolverlo una vez recomprada la acción. El tomador a préstamo se puede equivocar o no en su apuesta, puede devolver el título después de haberse lucrado o haber incurrido en pérdidas con la recompra, pero eso es un problema privado que aquí resulta indiferente. El regulador piensa sobre todo en la estabilidad del sistema. Por eso, durante la gran crisis, la CNMV obligó a informar de las posiciones cortas superiores al 0,25% sobre 20 valores bursátiles. Entre agosto de 2011 y febrero de 2012, llegaron a prohibirse todas las operaciones bajistas sobre las entidades financieras, y entre julio de 2012 y enero de 2013, la prohibición se amplió a cualquier valor. Hoy la intervención bajista está levantada. ¿Cómo debemos enjuiciar la nueva propuesta y, en particular, cómo debemos interpretar la honorabilidad de la especulación bajista? Cabría distinguir entre la operativa en momentos razonablemente «normales» y distinguirla de aquella otra de grave crisis de los mercados. Las medidas extraordinarias en circunstancias extremas pueden y deben ser asumidas. Pero, dicho esto, no parece advertirse ningún desdoro moral en © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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la especulación bajista en relación a la tradicional e inveterada especulación «alcista». Durante siglos, no solo en los mercados financieros y bursátiles, sino en cualquier otro como el inmobiliario, el de divisas, obras de arte, antigüedades y un sinfín de activos, el inversor ha especulado en «alcista». Se ha realizado una inversión, «a ver si sube». Lo cual nos ha parecido desde siempre, ético, justo y razonable. No se aprecia, en consecuencia, que sea menos ético, justo y razonable la aspiración de una desinversión «a ver si baja» para recomprarla. Demonizar esta conducta constituye un mito poco razonable y claramente discriminatorio. (1 de octubre de 2016)

Banalizar el contenido económico No hay más que echar la vista atrás a las recientes semanas de campaña electoral para constatar un hecho sorprendente: la osadía de cualquier político o alevín del mismo para hablar con absoluto desenfado de los más delicados temas económicos. En general, la economía se ha banalizado a nivel de mítines, tertulias, proclamas o manifiestos de todo tipo. Para que nos entendamos bien, la banalización puede definirse como el tratamiento de cualquier asunto, por importante que sea, de modo obvio, como si careciese de problemas. En el ámbito de los mensajes económicos se evidencia un proceso devaluatorio de cuestiones que, hasta hace poco, se consideraban de gran complejidad. Esta banalización se debe a dos fenómenos simultáneos: a un salto mental social desvalorizante y al intrusismo. En cuanto a lo primero, uno habla con más desparpajo de aquello que considera obvio o subjetivo sin sentirse coaccionado por la posible existencia de límites objetivos contrastados. En cuanto al intrusismo económico, este resulta simplemente demoledor. Pocos nos atrevemos a expresar nuestra opinión sobre temas relativos a otras disciplinas, por ejemplo, la medicina, la astronomía o el derecho. Respetamos esas parcelas del saber y solamente nos referimos a ellas repitiendo a los expertos o cuando un hecho o enunciado es patente. Nada de eso acontece, sin embargo, en el mundo de la economía. Cualquier comensal al postre de un almuerzo tercia con juicios lapidarios sobre la situación económica basándose en titulares tomados con alfileres del último diario digital. Y ¿qué decir de los tertulianos y otros opinadores? Asiste uno desde el salón de su casa a un continuo sobresalto televisivo, incrédulo e impotente ante los despropósitos conceptuales que se ve obligado a © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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ver y escuchar. Vivimos, ciertamente, tiempos de negacionismo económico. Lo cual conduce a una pregunta central: ¿Es la economía un conjunto de discursos meramente opinables o debe respetarse en ella la objetividad y universalidad atribuidas a una disciplina científica? La economía, ¿opinión o ciencia? La respuesta es delicada y precisa de matices. Si por científico se alude al grado de contenido empírico, experimental y repetible de los modelos económicos, es evidente que la economía, como disciplina social, no puede alzarse a los lugares de las grandes ciencias experimentales, léanse las matemáticas, la física o la geología. Pero tomemos esta última y pongamos un ejemplo: los geólogos han clasificado las fallas tectónicas del planeta con precisión milimétrica, así como el riesgo inherente de movimientos sísmicos en sus inmediaciones. Pero pocos o ninguno aventuran el momento preciso de un terremoto o maremoto que concierne a cientos de variables aleatorias y que puede desatarse en tres minutos o en tres horas o en treinta años. Sin embargo la geología es una construcción metodológicamente rigurosa que converge desde la pluralidad de las opiniones a la unidad y verdad de unas conclusiones comúnmente aceptadas. No otra cosa acontece con la disciplina económica que se rodea en el estudio de sus modelos de la disciplina lógica y metodológica necesarias para alcanzar un intervalo de conclusiones verdaderas. Es importante recalcar esto último: la verdad económica no se remite a un punto excluyente sino que acepta un intervalo de veracidad. Se objetará que las grandes escuelas y doctrinas económicas propugnan enunciados y acciones políticas sobre la base de postulados heterogéneos, que, en ocasiones, son contradictorios entre sí. Admisible, aunque la contradicción no implica necesariamente exclusión. Pero, además, este distingo reclama una importante matización. Consiste esta en señalar que, en el fondo, las grandes escuelas económicas no ofrecen recetas contrapuestas o incompatibles, sino más bien complementarias. Es más, en el actual escenario occidental ninguna prevalece sobre las demás y en la práctica conviven aspectos esenciales, sabiamente agregados, de cada una de ellas. El neoclasicismo que entroniza el libre mercado comparte vigencia política con Estados proteccionistas, al estilo keynesiano, fuertemente limitadores de la libertad económica, y el monetarismo se aplica con generosidad por los grandes bancos emisores occidentales. Conciliación, por tanto, y no exclusión. Terminaremos con una consideración adicional sobre el hecho de la banalización y del intrusismo evocado al principio de estas líneas. Sea la economía una ciencia social certera o simplemente aproximativa, © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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es innegable que su estructura y lógica internas la hacen acreedora al estudio detenido y respetuoso de sus contenidos. La información vale hoy relativamente poco: está toda ella en Internet. Por eso no basta con ser un comentarista, tertuliano o ciudadano «informado» para enjuiciar con solidez la realidad económica. No sin poseer una mínima formación intelectual y metodológica de lo que constituye el acervo de las doctrinas económicas. La información está en la red, pero la formación se halla, predominantemente, en las escuelas, en los institutos y en las universidades. Y es precisamente la formación la que aporta el rigor diferencial. Diremos «no», en consecuencia, al intrusismo, a la banalización y al negacionismo económico. (25 de septiembre de 2016)

Elogio del rescate bancario Una reciente nota del Banco de España ha actualizado la situación de las ayudas públicas que el Estado concedió al sistema financiero durante su proceso de reestructuración. Se refiere a los 53.553 millones de euros aportados por el Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria (FROB) y a otros 7.942 millones de euros que provinieron del Fondo de Garantía de Depósitos. La citada nota ha venido a renovar las críticas más acaloradas hacia quienes pusieron remedio, a su criterio y manera, a la insolvencia de casi un 20% del sector financiero español. Y es que, según testifica el banco emisor, hasta la fecha tan solo se han devuelto 2.686 millones —un 5,3% de las ayudas otorgadas— y la única esperanza de recuperar una pequeña parte del rescate reside en la futura e incierta privatización del 65% de Bankia en manos del Estado y, en muy menor medida, de Banco Mare Nostrum. En otras palabras: 26.300 millones de euros se consideran definitivamente irrecuperables. ¿En qué se basa la incontenida indignación que el recuerdo de estas realidades suscita en amplísimas capas de la población española? En dos argumentos, en mi opinión nítidamente diferenciados, habiendo de concederse la razón al primero de ellos, para negársela seguidamente al segundo. Se irrita, en primer lugar, la ciudadanía, y con todo derecho, por la circunstancia de que la desastrosa, y en ocasiones corrupta, gestión de los directivos y consejeros de las cajas rescatadas no haya recibido el correctivo legal que la magnitud del siniestro ocasionado merecía. Es razonable el enfado, e incluso puede resultar corto, ya que no conviene © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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excluir del presunto colectivo de irresponsables y delincuentes al supervisor, el Banco de España, y a las compañías auditoras de las Cajas fallidas. A día de hoy, con más de 300 responsables de las cajas impu­tados, ninguno ha ingresado en prisión. Los procesos abiertos a Bankia, N­ovaGalicia Banco, CAM, Catalunya Banc, Caja Castilla-La Mancha, y las querellas registradas contra dirigentes de entidades como el Banco de Valencia, Banca Cívica o Catalunya Caixa, no han hecho sino evidenciar la disparatada gestión y el desgobierno generalizado que —con honrosas excepciones— imperaba en aquellas circunstancias en las Cajas de Ahorro españolas. Para colmo, debimos escuchar días atrás de boca del mismísimo Tribunal Supremo, al confirmar las penas de dos años impuestas por la Audiencia Nacional a cinco ex directivos de Novacaixagalicia por las indemnizaciones que se auto-concedieron —22 millones de euros en total—, que «en su opinión tales penas eran exiguas». Desde tiempos de la antigua Roma, la ley debe ser dura lex no tanto para vengar catástrofes pasadas como para perpetuar la memoria de los estragos y evitar repeticiones futuras de conductas irresponsables o delictivas. Hasta aquí la ciudadanía acierta. Yerra, sin embargo, la opinión pública en la segunda apreciación. En efecto. Se indigna la sociedad por agravio comparativo. ¿Cómo puede el Gobierno destinar cifras astronómicas al reflotamiento de unas entidades fraudulentas y distribuir al mismo tiempo con cuentagotas las consignaciones a determinados esquemas de protección social? Por ejemplo: ¿cabe aplicar 22.000 millones de euros de los contribuyentes a reflotar Bankia o 12.000 millones a rescatar Catalunya Banc, permitiendo simultáneamente que haya miles de hogares españoles en los que ninguno de sus miembros obtiene ingreso alguno? Se aduce una tercera razón: ¿quién puede sufrir, sin rasgarse las vestiduras, que una vez nacionalizada y saneada una entidad, se privatice y entregue al mejor postor por un miserable plato de lentejas, en ocasiones por un solo euro? ¿Debe asentir impasible el ciudadano al ser obligado a actuar de financiador de un fiasco injustificable? Pero la razón que fundamenta los rescates de todos los gobiernos es bien otra: el salvamento de la Banca nunca se hizo por amor a la Banca. Muy al contrario, se ha acometido precisamente para salvar los intereses de aquellos ciudadanos —millones— que tienen un depósito en una entidad bancaria. Si una entidad financiera incurre en quiebra, no habrá fondos para atender a los pasivos bancarios. Pero, ¿cuál es el principal capítulo del pasivo de un balance bancario?: los depósitos de su clientela. El Gobierno entiende que debe proteger al depositante porque este no puede quedar sujeto a los avatares de las crisis bancarias © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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y porque, además, contiene un peligroso ingrediente de alarma social que puede propagarse hacia otras entidades sanas y contaminar así a todo el sistema financiero. Este riesgo «sistémico» debe ser abortado. Los precios a los que se han vendido los bancos han sido nulos o simbólicos, cierto. Pero ¿nadie piensa que si las entidades traspasadas de verdad hubiesen valido algo, las pujas se habrían disparado? Justifiquemos los rescates bancarios: la economía y el sistema financiero son vasos tan comunicantes que mantener este último a flote es imprescindible para la estabilidad de la sociedad y la seguridad de los ciudadanos. (16 de septiembre de 2016)

La Cumbre de Hangzhou Los líderes del G20 vienen de reunirse en Hangzhou, China, durante los días 4 y 5 de septiembre. En realidad, la cumbre ha recibido escasa cobertura por parte de los medios y de los analistas económicos. Los cuarenta y ocho párrafos del comunicado y sus docenas de anexos ha sido catalogados por los canales de información como la habitual retahíla de buenos deseos generalistas, sin un calendario creíble de implementación. Pero el consenso final de la congregación de Hangzhou recoge una conclusión muy importante. Que los dirigentes del planeta no están satisfechos con el ritmo de crecimiento económico mundial ni con sus perspectivas inmediatas. E identifica un desenvolvimiento mejor del sistema lanzando un alegato hacia la inclusión. Esto es, un crecimiento económico que sirva a las necesidades de todos, en particular las mujeres, los jóvenes y los grupos desfavorecidos, generando más puestos de trabajo de calidad, encarando las desigualdades y erradicando la pobreza de tal manera que nadie se quede atrás. Las palabras «inclusión» e «inclusivo» aparecen 30 veces entre las 7.000 de la declaración final. Hace dos años en la cumbre del G20 de Brisbane solamente merecieron tres menciones. La inclusión, según el manifiesto de Hangzhou, debe ir acompañada del convencimiento de que la globalización debe funcionar mejor y para mucha más gente. Para muchos «el crecimiento ha sido demasiado bajo, para demasiadas pocas personas». Frustrados por años de redistribución adversa de la renta, los movimientos antisistema capitalizan estos sentimientos de enfado e insatisfacción del electorado. En algunos casos se vuelven contra terceros países o áreas económicas y en otros contra © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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personas, los emigrantes, fomentando con vehemencia sentimientos de xenofobia e involución comercial. Sea como fuere, la marea de la globalización está bajando y con ella aumenta la tendencia al retorno a lo doméstico, a lo nacional. En su análisis titulado «¿Porqué se ha detenido el crecimiento?», el Instituto Peterson muestra que el ratio de comercio mundial a PIB no progresa desde 2008. Otro informe del Global Trade Alert recoge datos preocupantes, escasamente divulgados: los movimientos proteccionistas en 2015 registraron un aumento del 50% en relación a 2014, las políticas dañinas para los intereses comerciales extranjeros fueron tres veces mayores que las medidas de liberalización, y los miembros del G20 fueron responsables del 81% de las medidas proteccionistas implementadas en 2015. Estas cifras señalan que el ímpetu hacia la integración económica se ha paralizado y en ciertos casos se ha revertido. La conclusión es que la globalización no es en la actualidad la panacea interpretativa del crecimiento mundial. Es natural que el G20 se sienta amenazado por esta parálisis, máxime cuando, como se ha citado, sus miembros han sido responsables del 81% de las medidas proteccionistas adoptadas en 2015. Y es lógico, y apremiante, que el G20 haya considerado que el retorno a la prosperidad, si hay que dar la vuelta a la creciente espiral proteccionista, pasa por mejorar las perspectivas de muchos y no solamente de algunos. Pero ha sido necesario el auge de los populismos para que el G20 se haya percatado de la reversión del movimiento globalizador. Identificar el problema, sin embargo, es sustancialmente más fácil que resolverlo. La tarea pendiente reside, en primera instancia, en reducir las desigualdades en el seno de los países ricos, sin ceder a los beneficios generales que puede implicar una globalización justa e inteligente. Gracias a la explosión de los países emergentes, la globalización ha producido la primera gran caída de la desigualdad desde la revolución industrial. Lógicamente, no hay signo alguno de populismo en este tipo de países. Simultáneamente, sin embargo, la renta de las clases medias en los países occidentales se ha congelado desde la última crisis. Ahora bien, las políticas de proteccionismo comercial y las barreras estrictas a la emigración producen más daño que beneficio. La protección de cualquier sector expuesto a la competencia internacional tiende a reducir la eficiencia y redistribuye los inconvenientes hacia otros espacios internos. El comercio es una parte vital de la solución y no el culpable de los problemas mundiales. «El comercio —ha repetido Christine Lagarde— es un motor crítico del crecimiento.» La globalización del comercio, la tecnología y los movimientos migratorios constituyen desafíos amplísimos y no existen soluciones uni© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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versales. La respuesta a los límites de la globalización debe comenzar en la casa de cada cual. Paliar las desigualdades encarna un reto nacional. En Occidente «desarrollo inclusivo» significa algo muy matizado: distribuir más renta y riqueza hacia las personas situadas en la base de la escala, aunque se encuentren en una situación objetiva asumible para estándares globales. Aquí entran en juego la movilidad de los mercados de capitales, la deslocalización de los servicios y el imparable progreso de la automatización y de la robotización. Hangzhou ha puesto el dedo en la llaga. Otra cosa es sanarla. (9 de septiembre de 2016)

Burkini (parlamentario) Recurre esta columna al actualísimo burkini como una licencia de verano. También por una razón pedagógica, aludiendo a la deficiente funcionalidad de una prenda deportiva y, por analogía, denunciar la gestión democrática de un proceso electoral que no debe someterse a innovaciones veleidosas. En mi opinión, la conflictiva vestimenta de baño sustituye mal a las occidentales, que tapando lo fundamental, están pensadas para que la epidermis se beneficie al máximo del frescor del agua. Queda claro que cada cual se baña como quiere, siempre que actúe higiénicamente y no mortifique a los que están a su lado, pero en lo de refrescar, el controvertido atuendo acuático se ajusta mal a los fines buscados. El símil llega, cogido por los pelos veraniegos, al observar el lamentable espectáculo producido en nuestro país en la renovación de dos de los tres poderes básicos del sistema institucional: el Parlamento y el Ejecutivo de la nación que, junto con el Judicial, conforman el triángulo político de las democracias constitucionales. Los sucedáneos, en particular cuando surgen de la adulteración interpretativa o de la desidia, son inaceptables. Nuestro poder legislativo sufre la parálisis más larga de la democracia. La última ley aprobada en el Congreso —la de los presupuestos generales del año en curso— fue hace más de nueve meses, recuerdo sencillamente bochornoso. Si agregamos que desde octubre de 2015 el Gobierno en funciones no ha oficiado su sometimiento a la vigilancia de la Cámara, la gran vestidura democrática del Estado español se rasga y muestra públicamente sus pudendas vergüenzas. Para eso, mejor el burkini. Padece gravemente el ejercicio de la función ejecutiva, vital siempre, pero crítica en las actuales circunstancias por las que atraviesa la eco© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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nomía española. Dicho de forma lacónica, España está dilapidando un tiempo de oro para seguir acometiendo las imperiosas reformas estructurales y recomponer los estragos del ciclo, encarando un crecimiento y un empleo sostenido durante los años venideros. Se ha abandonado a la inercia, la economía española, en este exasperante periodo, con un éxito sorprendente que, obvio es preverlo, no puede alargarse mucho tiempo más. Nueve meses sin Gobierno han tolerado que los fundamentales económicos no hayan salido dañados. Entre abril y junio el crecimiento trimestral del PIB ha sido del 0,7%, una décima menos tan solo que el del primer trimestre y el desempleo ha caído al 20% desde el vergonzoso porcentaje del 27% en 2013. En los últimos tres meses, 271.400  empleos creados. Claro que, a los espectaculares vientos de cola que nos siguen asistiendo con su mano benefactora, se ha unido este año una explosión turística que, huyendo del azote del terrorismo en otros destinos tradicionales, será responsable de décimas vitales de nuestro crecimiento anual. Aún así, los costes de la actual encrucijada política tienen que aflorar de un momento a otro. Los primeros indicios de inflexión ya han sido anunciados por las principales casas de estudios. Junto a la conducción habitual de un país, se añade en España el imperativo de acometer una serie de reformas que no pueden llevarse a cabo debido a la inactividad de las Cámaras y a los negros presagios que se barruntan en relación a la probabilidad de unas terceras elecciones, lo que significaría un inaceptable fraude constitucional. Los compromisos con Bruselas figuran en primerísimo lugar y lamento repetir lo que ya se advirtió la semana pasada en esta columna en este mismo diario. Aunque improbable, no es descartable la contingencia de una nueva multa astronómica de 5.000 millones de euros y la congelación de 1.100 millones en fondos estructurales si se llega al 15 de octubre sin presupuestos. En esa fecha, el Gobierno constituido deberá presentar un Plan Presupuestario de Ingresos y Gastos a Bruselas que demuestre el propósito de la enmienda de nuestro abultado déficit fiscal. La viabilidad del cumplimiento de este calendario se aventura hoy como muy difícil si Sánchez no se desenroca y Dios no lo remedia. Y luego queda, al margen de multas y otras construcciones institucionales, la necesidad imperiosa de proseguir en la senda de nuestras reformas. No son los peces de hoy los que nos deben consolar sino las cañas que tenemos que esgrimir con éxito el día de mañana. Las políticas de gasto están bien si gastamos bien lo que tenemos y no marcamos cada mes un récord feroz de endeudamiento público. Aún así, lo decisivo, como acaba de recalcar un informe del FMI, son las políticas de © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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oferta. En especial las que ayuden a superar nuestra baja productividad laboral, nuestra deficiente formación y educación, el raquitismo empresarial, la escasa inversión en conocimiento y en I+D+i, las que aborden las ineficiencias de nuestras administraciones y encaren de una vez por todas el envejecimiento de nuestra población y sus graves consecuencias, que todos conocemos. Y otras más. De momento, la piscina sigue vacía. (11 de agosto de 2016)

Multas viejas, nuevas, y otros asaltos La conveniente molicie que envuelve a las vacaciones veraniegas, cuando todo lo urgente se paraliza, no invita a reflexiones sesudas ni a consentir noticias desagradables. Pero la vida sigue y, lamentablemente, el laberinto político español tiñe de amargo cualquier tipo de comentario, aunque pretenda ser puramente económico. Seamos benignos y tracemos solamente un par de pinceladas. La primera se refiere al desenlace de la última gran contingencia fiscal sobre España. O sea, al cierre del expediente de sanción europea, ahora que la nave nacional cruza el ferragosto ibérico con el timón automático y que la tripulación al completo, desde el capitán en funciones al meritorio grumete, se da por desaparecida. Nadie sabe a ciencia cierta si volverán y con qué cargos y en qué condiciones. El fantasma de la multa se ha esfumado. Los socios europeos han aprobado la nueva senda de déficit para España, que tiene dos años para conducir los desequilibrios en sus cuentas por debajo del 3%, pero han avisado de que estrecharán la vigilancia sobre nuestra economía. Lo que no me queda nada claro es a quién van a vigilar. El Consejo Europeo nos ha marcado un objetivo de déficit del 2,2% en 2018. Como partimos del 5% al cierre de 2015 nos enfrentamos a 28.000 millones de enjuague presupuestario de aquí a finales de 2018. Claro que primero viene la fijación del techo de gasto y, a continuación, si ello fuera posible, la aprobación de nuevos presupuestos o prórroga de los actuales. Son tantas las probabilidades de que los acuerdos políticos no fragüen que el paquete de nuevas medidas que hay que entregar a Bruselas para demostrar que nos hemos tomado en serio el tema del déficit no tiene amanuense que lo redacte. Súbitamente, circula por ahí con grandes titulares la amenaza de una nueva multa astronómica de 5.000 millones de euros y la congelación de 1.100 millones en fondos estructurales si se llega al 15 de oc© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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tubre sin presupuestos. En esa fecha, el Gobierno constituido deberá presentar un Plan de Ingresos y Gastos a Bruselas que demuestre el propósito de la enmienda de nuestro déficit fiscal. Dicho plan precisaría, para ser creíble, integrarse en el proyecto de Ley de Presupuestos de 2017 que, a su vez, solo será posible si hay un Gobierno operativo en septiembre. Tengo para mí que la nueva «supermulta» es una posibilidad remota, ya que malamente se puede juzgar y condenar si no hay reo presente o quien lo representa no está legalmente constituido. Ciertamente, el desenlace de esta novela inacabable que es la recomposición del déficit presupuestario español está que arde. La segunda pincelada se refiere a un tema puntual y menos generalista que el recién referido de la Casa de la Troya de la política española. Se trata de una nueva medalla cosechada por España, no en las Olimpiadas 2016, en las que no nos va ni muy bien ni muy mal, sino en el ránking de cotización de la deuda pública a 10 años. Ya nos hacíamos eco de las consecuencias de los tipos bajos la semana pasada, pero desde el lunes asistimos a un desencanto más. En efecto, el interés ofrecido en el mercado secundario por los bonos españoles con vencimiento a diez años se ha situado por debajo del 1% (0,990%) por primera vez en la historia. Paralelamente, la rentabilidad de la deuda a 30 años baja por primera vez del 2%. Como ya es sabido, ello se debe a que el Banco Central Europeo (BCE) prosigue sus compras de deuda pública europea, a un ritmo de unos 80.000 millones de euros mensuales. Solo en el mes de julio, el organismo dirigido por Mario Draghi adquirió 8.500 millones de deuda española rebajando artificialmente su tipo de interés. No quiero amargarles el día de asueto. Pero de proseguirse en esta línea de tipos arbitrariamente bajos, el ahorro de los españoles, el suyo, el de las personas en activo y, sobre todo, el de los pensionistas estará seriamente amenazado. Los fondos de inversión y de pensiones, incluido el de la Seguridad Social, están abocados a pérdidas incomprensiblemente injustas. Asistimos desde hace ya tiempo a la exacción de un nuevo impuesto lapidario al que se somete a los millones de personas en nuestro país que se esforzaron y siguen esforzándose por posponer su consumo y hacer un hueco previsional para el ahorro. La antigua virtud cardinal ha quedado laminada mientras los deudores de toda índole, en particular los que gestionan el Tesoro Público, se frotan las manos de gusto. Falta redactar el manifiesto e iniciar la revolución silenciosa: la de los ahorradores desfalcados. Yo me apunto. (13 de agosto de 2016)

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El mito del Estado neoliberal Los tópicos esconden en ocasiones graves errores e incongruencias. Así, una buena parte de la izquierda radical en nuestro país —al igual que en otras latitudes del planeta— asume como axioma la perversión del ideario neoliberal. Para ellos bastaría con derrocar el sistema e implantar un enorme Estado protector para restablecer el orden natural de las cosas y conducir a los ciudadanos hacia el idílico jardín de la dicha social. Del «cada cual según sus capacidades, al cada cual según sus necesidades», como propuso en su momento Karl Marx. La realidad es, sin embargo, muy distinta. No existe —y posiblemente nunca existió— en el mundo desarrollado y emergente dinámico, algo así como un Estado neoliberal puro, adelantado en la práctica por los Estados del bienestar y la socialdemocracia en el más amplio sentido de ambos términos. El liberalismo teórico pasó del mundo de las ideas a la realidad de un liberalismo social. Y, por si ello, fuera poco, la inercia de los nacionalismos y proteccionismos —por un lado— y las radicales políticas anticílicas emprendidas para paliar los estragos de la reciente crisis —por otro—, se han venido encargando de devaluar el librecambio y la globalización —bandera sagrada de los liberales— haciendo obsoleta la vieja cruzada antiliberal. Los padres de la economía, que lo son también del liberalismo económico, Smith, Hume, Mill, Ricardo y otros, proclamaron el derecho natural de las personas a la vida, a la libertad y a la propiedad privada, mientras los Estados, de proporciones modestas, en virtud de un contrato social, deberían cargar con la responsabilidad de velar por la democracia representativa y el imperio de la ley. Posteriormente, el término «neoliberalismo» fue acuñado para describir las teorías de los economistas de la Escuela de Chicago —en particular Milton Friedman— en los años 60, el neoclasicismo de la escuela austriaca y el pensamiento libertario de Ayn Rand. Para aquellos clásicos —partiendo de David Ricardo— y estos neoliberales, el librecambio y la globalización son como el elixir del progreso de las sociedades. Y esta tesis ha procurado dividendos del ciento y del mil por uno. Ahora bien, examinando la radiografía de las sociedades de nuestro tiempo, ¿dónde se hallan las economías liberales o neoliberales, que cuentan con un Estado insignificante? En ninguna parte. Las centurias de la economía de mercado son la historia de la creciente intervención de los Estados en los asuntos económicos, regulando los mercados con su facultad de dictar normas, modificando la libre vida contractual, desde el ámbito laboral al industrial, desde el educacional al sanitario o al medioambiental. Los Estados modernos, con su conglomerado de © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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empresas públicas, pero, sobre todo, a través de la invasión fiscal en la iniciativa privada, definen, asignan, distribuyen y limitan el derecho inalienable a la propiedad privada de los clásicos, algo que a nadie gusta pero que solo unos pocos nostálgicos rechazan. De hecho, el sector privado depende prácticamente en todo de los regímenes regulatorios y de los recursos de asignación de infraestructuras de los Estados modernos. No estamos juzgando aquí la eficiencia del Estado, sino el principio acertado o erróneo de la existencia del «Estado mínimo» neoliberal. Los datos nos hablan. Dado que el peso del Estado en la actividad económica viene marcado por sus presupuestos fiscales en proporción al PIB del país, ¿qué presión fiscal debería soportar esa entelequia que denominamos Estado neoliberal? ¿Un 10%? ¿Tal vez menos? Pero ¿qué es lo que nos dicen los números? Según este criterio, destaca Corea del Sur como el país más «neoliberal» y menos intervencionista de los desarrollados, con un gasto público del 20,8% del PIB. Sorprende la China de hoy, un país surgido del maoísmo, que registra un gasto relativamente modesto del 32%. Los más «estatalizados» serían Francia (56,8%), Dinamarca (55,7%), Italia (50,5%) o Portugal y Noruega (48,5%). En la zona media discurren Alemania (43,9%), España, Islandia y Reino Unido (43,3%) o Luxemburgo (41,5%). Por debajo del 40% del PIB figuran los gastos públicos de Japón (39,7%), Estados Unidos (35,6%), Irlanda (35,1%) y Suiza (33,7%). Los países pobres registran porcentajes inferiores al 20%. Naturalmente, resultaría una broma de pésimo gusto atribuir a este último grupo de países el calificativo de «Estados neoliberales». El diagnóstico que arrojan estas cifras es que, con diferencias, el mundo desarrollado y emergente, en general las democracias modernas, están sometidas a una decisiva participación del Estado en la economía, y resulta inadecuado, por no decir ridículo, tildarlos de neoliberales. Más bien Occidente, y muy en especial la vieja Europa, navega bajo un pesado —casi insostenible— Estado del bienestar, que requerirá de una reinterpretación radical para su permanencia en el tiempo. Bastará agregar algunos recientes acontecimientos para concluir que no hace falta atizar más el fuego del antiliberalismo. De hecho, Europa, Japón, Reino Unido y —hasta fecha reciente— Estados Unidos, viven bajo una férrea intervención de los mercados financieros, denominada «relajación cuantitativa». Una medicina pública artificial y coercitiva para mantener las constantes del enfermo, sin cuya existencia el mundo estaría sumido en el caos y que está pensada para quedarse. Y el Brexit, junto a otros fenómenos involucionistas xenófobos, eurófobos, y proteccionistas (Trump y compañía) señalan el camino opuesto al de la exaltación globalizadora neoliberal. Atinen, en conse© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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cuencia, sus detractores: no hay ningún Estado neoliberal que derrocar. Lo que hace falta es apostar para que la economía privada, junto a una administración pública eficiente, genere más y más valor añadido a través de estamentos crecientemente competitivos y permita salvar nuestros frágiles estados del bienestar. (11 de agosto de 2016)

Expolio al ahorrador El jueves pasado ha sido el Banco de Inglaterra. Conocidos los primeros estragos de ese monumental dislate llamado Brexit, el gobernador Mark Carney no ha tenido alternativa y ha lanzado un sistema de financiación ultralaxo para el que ya tenemos un nuevo acrónimo: TFS (Term Funding Scheme), un paquete de estímulos monetarios y crediticios con el que el Reino Unido vuelve a alinearse con aquellos países cuyos mercados monetarios están profundamente intervenidos. La intervención en Occidente (¿quién se atreve a hablar de libre mercado o Estado neoliberal?) alcanza a todo el recorrido de la curva de tipos de interés. Los tipos de interés a corto plazo vienen fijados por decreto, como lo ha hecho ahora Mark Carney y antes Mario Draghi, Bern Bernake o Taro Aso. Oscilan entre nada y casi nada, es decir: 0%, para el euro; 0,5%, para el dólar; 0,1%, para el yen, y 0,25%, para la libra, que registra su mínimo desde 1911. Los tipos de interés a largo plazo (los de los bonos soberanos) están igualmente falseados mediante los programas de compras masivas de deuda por parte de los bancos centrales, eso que llamamos políticas no convencionales o relajación cuantitativa. Comprando deuda de un Estado o corporación, su precio se eleva artificialmente y en consecuencia el tipo de interés interno disminuye. Está claro que esta desfiguración de la realidad permite subvencionar a todos aquellos agentes que en circunstancias normales no hubieran sido capaces de afrontar los costes reales del mercado. De tal manera que los tipos de interés de la deuda pública han llegado a rebasar el umbral del 0% y situarse en terreno negativo. Por ejemplo, el bund alemán a 10 años cobra a los inversores (tipo negativo del –0,07%). Lo mismo vale para las letras del Tesoro español (–0,327%), o incluso sus bonos a tres años (–0,072%). A julio de 2016, el 52% de las emisiones soberanas de la Eurozo­na registraban tipos negativos. ¿Por qué se acude a estos mecanismos draconianos de intervención? Básicamente por cuatro razones, todas ellas orientadas a alejar el fan© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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tasma deflacionista. La primera para impedir la quiebra de los Estados, recortando el servicio de su deuda. La segunda para apuntalar a corporaciones ineficientes que de otra manera desaparecerían. La tercera para aliviar a los deudores de la economía (también los deudores hipotecarios) que se financiarán gratis aumentando su renta disponible. Y la cuarta para fomentar el nuevo crédito a particulares y empresas, y estimular así las compras, la demanda y finalmente el empleo. Veamos como afecta al Tesoro español y al billón de euros de su deuda. Las obligaciones españolas a 10 años cotizan hoy al 1,015%. ¿Es ese el tipo «natural» de la deuda española, inferior en medio punto al de los Estados Unidos? Rotundamente no. Por ejemplo, antes de la entrada en el euro, España pagaba a ese plazo tipos mucho más altos (14,3% en 1989, 10% en 1995, 6,3% en 1996, 5,3% en 1999). Tras la euforia inversora con la adopción del euro, volvemos a encontrar el 5,3% en 2012 con un pico del 6,7% en julio de dicho año, lo que provocará el famoso alegato de Draghi «haremos lo que sea necesario para salvar al euro» y el inicio de las políticas monetarias agresivas. Recordemos que semanas después España recurrió a Bruselas para rescatar a su sector bancario. Por lo tanto la diferencia entre el presunto precio «natural» de mercado y el precio «subvencionado» resulta en un ahorro para los presupuestos públicos muy significativo: 10.000 millones de euros al año por cada punto porcentual. Estimar que el precio «natural» del 10 años español pueda ser el 4% no parece un supuesto heroico. Así, el ahorro para el presupuesto español sería de 30.000 millones de euros al año. ¡Bueno y santo! Pero a cambio del referido beneficio para el Estado, los ahorradores del país contemplan indignados como sus ahorros se quedan sin remuneración, ni en los depósitos bancarios habituales ni en los títulos de la deuda. De las Bolsas, mejor no hablar. Los bancos, por su parte, no aciertan a cuadrar sus cifras y su rentabilidad se halla seriamente afectada. El Bundesbank se quejaba días atrás de que las políticas de tipos nulos que penalizan a pensionistas, ahorradores y acreedores en toda Europa están subvencionando a países que, como España, no cumplen con la disciplina presupuestaria y encima gozan de la condonación de multas cuando estas se producen. ¿Es esto una calumnia? Privatizar beneficios y socializar pérdidas es algo que parecía repudiado socialmente desde hace tiempo. En resumen, los ahorradores en los países occidentales —también en España— están (estamos) sufriendo un expolio en forma de gravamen silencioso sobre los ahorros en beneficio de todos los deudores, en © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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particular de los Estados. Otra carga injusta y regresiva que acrecienta su enojo, todavía contenido. (5 de agosto de 2016)

La impunidad de nuestro déficit fiscal La semana pasada se conoció el desenlace del último psicodrama español. El colegio de los veintiocho comisarios europeos decidió anular la multa resultante del expediente incoado a España por incumplimiento sistemático de la disciplina fiscal europea. Según la interpretación del comisario encargado de Asuntos Económicos, Pierre Moscovici, «una sanción, incluso de naturaleza simbólica, no habría corregido el pasado y no habría sido comprendida por los ciudadanos». En su nota escrita, «reconociendo las peticiones motivadas, el difícil entorno económico, los esfuerzos de reforma de España y su compromiso de cumplir las normas del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, la Comisión recomienda al Consejo que anule la multa». En verdad que ambas razones responden malamente a las auténticas que han promovido la condonación o anulación —según guste— de la multa. Sostener, como lo hace el comisario Moscovici, que «una sanción, incluso de naturaleza simbólica, no habría corregido el pasado» combina el simplismo de Perogrullo con la eliminación de raíz de la facultad sancionadora de las administraciones públicas. Es cierto que con multa o sin ella los porcentajes del déficit fiscal español serán los mismos y que su divergencia con los objetivos pactados no diferirá una sola décima, pero eso sucede en cualquier acto que enjuicie conductas irregulares, fraudulentas o criminales producidas en el pasado. Visualicen ustedes la próxima multa de tráfico que reciban del Excelentísimo Ayuntamiento de nuestra Villa, y soliciten en el pliego de descargos la condonación de la misma alegando que la sanción, además de resultar onerosa para el bolsillo y altamente desagradable para la sensibilidad del multado, no podrá corregir el pasado. Sí vale, por el contrario, y es motivo comprensible de un fallo tan conveniente para los intereses españoles como arbitrario en su adopción, el segundo argumento esgrimido por el señor Moscovici: la multa «no habría sido comprendida por los ciudadanos». No estaba el horno para bollos, como habitualmente se dice, en una Europa de ambiente enrarecido y desorientado, tras el Brexit, los atentados yihadistas, el fiasco turco, o la crisis de los refugiados, entre otras muchas calamidades, como para añadir una sanción pecuniaria a España que echara más © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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carbón a la caldera del déficit y desatara la cólera de los ciudadanos. Quien más quien menos piensa que si a alguien había que multar es a aquellos gestores que en un tema de Estado, como es la regla de oro del Pacto Fiscal, no han estado a la altura de las circunstancias. Y no me refiero en exclusiva a los sucesivos Gobiernos de la nación sino también al bloque de las sucesivas oposiciones. Claro que la multa habría sido el pistoletazo de salida para una nueva insurrección de euroescépticos y eurófobos que verían en la sanción un argumento más para rebelarse contra el proyecto europeo. No todo el mundo se ha alegrado de la anulación de la multa, por lo tanto, aunque casi nadie ose manifestarlo públicamente. El caso peor disimulado se ha observado en el ala más antieuropea del Gobierno luso. Se ha condonado la sanción, en consecuencia, porque era lo razonable en las actuales circunstancias y porque así lo han apoyado los halcones de los países del centro europeo, con el ministro alemán Wolfgang Schäuble a la cabeza del Gobierno en la sombra comunitario. Las cosas, hasta en derecho, no son un punto sino un intervalo y necesitan ser interpretadas. Personalmente siento complacencia por el giro —absolutamente esperado— de los acontecimientos, aunque quede el sentimiento de haber logrado en los despachos lo que no se ha conseguido con las políticas reformadoras, una especie de trampa legal. Junto a la satisfacción hay que dar cabida, no obstante, a esa temible conjunción adversativa que es el vocablo «pero». Ya se sabe que las conjunciones adversativas, son las que, dicho algo, expresan seguidamente un sentido adverso, que se opone a lo anterior. Así, satisfacción pero temores fundados. En dos pasos. El primero, que la condonación refuerza la obligación moral de la economía española para retomar la senda del déficit desbocado y conducirlo a los límites establecidos en los pactos europeos. Y el temor que se suscita es si existe convicción en España para aceptar a pies juntillas el enésimo plan de reconducción planteado por Bruselas y, en su caso, sí existirá apoyo del arco parlamentario —hacia lo que se aventura el Ejecutivo más débil de la democracia— para la propuesta de déficit del 4,6%, 3,1% y 2,2% del PIB en 2016, 2017 y 2018, respectivamente, con una recuperación del déficit estructural del 0,4% en 2016 y del 0,5% en 2017 y 2018 planteada por el Consejo Europeo. El segundo que, de no existir esa voluntad, estamos asistiendo a la firma de una gran mentira sobre el Pacto Fiscal y al acta de defunción de nuestra credibilidad en las instituciones europeas. (1 de agosto de 2016) © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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Verano inestable en la economía española Puesta la atención en la investidura de presidente del Gobierno y posterior formación del Ejecutivo de la nación, la economía española discurre por un relativo segundo plano bajo el sofoco veraniego con sus éxitos, sombras e incertidumbres. Los éxitos, por conocidos, parecen no importar. Así, en lo que hace al indicador central de la economía, el PIB, el crecimiento del segundo trimestre de 2016 sería análogo al del primero, el 0,8%, siendo el consumo y la inversión los tractores de la actividad. Con ello es posible que la recuperación de la economía supere el 3% en 2016. Los vientos de cola extraordinariamente favorables para España no quieren agotarse y ello se refleja en el mercado de trabajo. El aumento de 99.000 afiliados en junio de 2016 ha sido el mayor en dicho mes en la última década, lo que eleva el número de cotizantes a los 17,8 millones de trabajadores. El paro mantuvo su trayectoria descendente y la caída del desempleo registrado al final del segundo trimestre ha sido superior a la del primero. Es cierto que buena parte del crecimiento del PIB obedece al número de horas trabajadas y no al aumento de la eficiencia del proceso productivo, pero con tasas de paro del 20% todo es bienvenido, mientras se traduce en acciones el clamor repetidas veces pronunciado de la gran cruzada educacional que requiere el país. Uno de los elementos más dinámicos del ciclo expansivo de la economía española es el del equilibrio de las cuentas con el exterior, manteniendo una capacidad de financiación superavitaria del 2,1% del PIB, fruto de que el ahorro nacional más que compensa el aumento de las inversiones. Pero, como no cabe ocultarse, las sombras que nos acechan son considerables. Solo citaremos dos. Empezando por lo más urgente, el déficit público continúa fuera de control, con lo cual, causa admiración que alguien tache de «austero» o artífice de «recortes» al Ejecutivo en funciones. Tal y como lo ha denunciado la semana pasada la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (AIReF), España concluirá 2016 con un déficit fiscal de hasta el 4,7% del PIB, frente al 3,6% planificado. Paradójicamente, con el expediente abierto en Bruselas, parece ser más importante la habilidad política para sortear la multa, que hallar los medios para frenar el desastre de una deuda incontenible. El segundo de los grandes problemas se refiere a las pensiones. La asombrosa noticia de que la Seguridad Social haya tenido que disponer de su Fondo de Reserva para abonar 1.000 millones de euros a Hacienda por retenciones del IRPF, tras sacar 8.700 millones adicionales © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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para el pago de la pensión ordinaria y la extra de junio, es un hecho de tal gravedad que desata toda las alarmas. En el Fondo apenas queda dinero para afrontar tres pagas extraordinarias más y a este ritmo se agotará a finales de 2017. El tema de las pensiones tendrá que figurar de forma prioritaria en la agenda del nuevo Gobierno. Lo anterior ayuda a explicar que, aunque las variables macro progresen con paso firme, un alto grado de incertidumbre envuelva, no obstante, a la economía española. No en vano la pésima evolución de nuestro selectivo IBEX a lo largo de la crisis (no olvidemos los máximos de 16.000) tiene mucho que ver con el retraimiento de los grandes inversores internacionales. Tampoco ha ayudado precisamente esa astracanada denominada Brexit —son ya diez gestoras de fondos en el Reino Unido las que han bloqueado los reembolsos de los fondos inmobiliarios—, ni la crisis bancaria italiana, ni el loco apogeo del terrorismo internacional. Según algunas fuentes, el desatino inglés podría costarle a la economía española entre tres y cuatro décimas del crecimiento previsto (2,7%) para 2017. Y en lo que concierne a la incertidumbre creada por el panorama político en nuestro país, las estimaciones de BBVA Research sugieren que, «podría restar 0,3 pp en 2016 y 0,6 pp en 2017 al crecimiento del PIB respecto a un escenario sin esa incertidumbre». El problema se agrava por la previsible incapacidad para formar un Gobierno realmente operativo en nuestro país. Finalmente, el escenario monetario lleva cogido con alfileres muchos meses. Frankfurt sigue inundando de liquidez al mercado y mantiene artificialmente bajos los tipos de nuestra deuda pública. Ya me dirán ustedes cómo se sostendría en otras circunstancias que el Tesoro público haya colocado la semana pasada 3.000 millones de euros a tres años con un interés negativo del 0,154%. Un espejismo realmente peligroso. En general, los tipos de interés se prevé que continuarán en terreno negativo. Para alborozo de deudores y desesperación de los ahorradores. Cualquier tropiezo en la formación del nuevo Gobierno aumentará el grado de susceptibilidad sobre las expectativas del país. Cuando estamos en un momento decisivo para la salida definitiva de la crisis. (22 de julio de 2016)

La multa La semana pasada Bruselas ha dado inicio de un expediente que puede traducirse a finales de este mes de julio en una multa pecuniaria al Estado español de hasta el 2% de su PIB, unos 2.000 millones de © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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euros. La razón es que España lleva incumpliendo desde 2008 el Pacto Fiscal al haber rebasado persistentemente un déficit público del 3% del PIB. Para comprender la alarma disparada en el Consejo Europeo ante el déficit del 5,1% registrado al finalizar 2015 por el presupuesto fiscal español hay que confesar abiertamente que España ha incumplido reiterada y sistemáticamente sus compromisos de conciliación fiscal. Entretanto, solo entre 2008 y 2015 ha incrementado su endeudamiento exterior en 650.000 millones de euros. A decir verdad, los países deficitarios no se han tomado en serio los compromisos adquiridos en el Pacto Fiscal y los han violado repetidas veces en base a triquiñuelas y argumentaciones de signo meramente político. Además de España, los ejemplos de Francia, Bélgica, Italia y Portugal en relación a los presupuestos de 2014 y 2015 son una muestra clara de la inefectividad fiscal europea. En todos los casos —salvo el que ahora comentamos— los incumplimientos se han solventado por el método de la «vista gorda», atendiendo a argumentos puntuales como ha sido el caso de Francia con los ataques terroristas, y mostrando en todo caso Bruselas un rostro «blando» ante las exigencias legales. Esta inconsistencia comunitaria viene reforzada por la ambigüedad del término «saldo estructural», un elemento central de la política fiscal europea. El déficit estructural se define como el déficit total corregido por el impacto del ciclo económico junto a otras medidas puntuales. Sin embargo, un ajuste óptimo exige considerar múltiples factores específicos del país en consideración, para la estimación de las elasticidades de ingresos y gastos, la medición de la brecha del producto (output gap) y las desviaciones del nivel «normal» de los activos o del precio de los productos básicos. Este problema se vuelve especialmente agudo cuando la inflación es baja y el desempleo muy alto —como es el caso de la economía española—. A pesar de lo anteriormente expuesto, el grado de incumplimiento del déficit fiscal español ha sido netamente insuficiente. El déficit en 2014 fue del 5,9% y el de 2015 del 5,1% del PIB, muy por encima de los objetivos fijados por Bruselas del 5,8% y del 4,2% del PIB, respectivamente. Entre 2013 y 2015 el déficit estructural se redujo en un 0,6% en lugar del 2,7% del PIB recomendado por el Consejo Europeo. Según otras mediciones (método bottom-up) el esfuerzo fiscal fue negativo en 2015 (–0,5%del PIB) y nulo entre 2013 y 2015, frente a las recomendaciones del 1% y del 3%, respectivamente. En particular lo acontecido en 2015, año electoral, puede tildarse de auténtica provocación a las autoridades de seguimiento en Bruselas: el déficit estructural no solo no se redujo sino que se incrementó © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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en siete décimas debido a la rebaja tributaria y al aumento de otros gastos. Adicionalmente hay que destacar que la minoración del déficit experimentada entre 2013 y 2015 ha tenido un carácter cíclico: gracias al crecimiento económico, los ingresos han aumentado y ciertos gastos —como las prestaciones por desempleo— se han reducido de manera automática, pero, como ya ha revelado la Comisión Europea, sin esfuerzo estructural. En resumen, en España, como en otros países europeos hay que plantearse si queremos o no queremos ser Europa, o queremos una Europa a medias, escenario que aún no está inventado. Si queremos ser Europa hay que comenzar por respetar sus leyes y normas, eliminando o derogando todas aquellas que no hayan de ser cumplidas. Pero ¿cómo puede avanzarse en el proceso europeo sin una uniformidad fiscal? Una uniformidad que no existe en 2015, pero que no se atisba tampoco para 2016 y 2017. Desgraciadamente, la previsible condonación de la sanción pecuniaria que planea sobre la economía española no estará exenta de repercusiones. Bruselas no será permisivo a cambio de nada y exigirá un compromiso inmediato que actué sobre las dos variables del déficit: los ingresos y los gastos presupuestarios. ¿Alguien piensa de verdad que los próximos Presupuestos Generales del Estado que recojan los ajustes fiscales convenidos con Bruselas contarán con el apoyo de la oposición, en el más que probable escenario de un Gobierno en minoría? ¿Cuántas formaciones políticas asumen que nuestro déficit es básicamente estructural, destacando la ruina estructural de las pensiones? ¿Cuántos, finalmente, apuestan seriamente por el proyecto europeo? Con el incumplimiento de las reglas de déficit rompemos con las normas comunitarias, lo que estigmatiza nuestra reputación y nuestra imagen, activamos el riesgo de sanciones y multas, y atizamos la desconfianza de los inversores internacionales. Así, el futuro institucional de España resulta bastante sombrío y nadie debe sorprenderse, en consecuencia, de que nuestros mercados financieros dibujen un país económicamente cuestionado. (16 de julio de 2016)

Jaque a la globalización Apenas hallaremos hoy en día productos industriales confeccionados enteramente en un solo país. Cualquier bien, desde un aeroplano, tren o automóvil hasta un ordenador o un teléfono, consta de cientos © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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de componentes producidos por otras tantas compañías a lo largo de todo el mundo. Y el ensamblaje se realizará en un país adicional. La globalización supone la interdependencia e integración de las economías, los mercados, las naciones y las culturas. Aunque sus orígenes son muy anteriores en el tiempo, a lo largo de los últimos 25 años ha producido efectos espectaculares, la explosión de las megalópolis o ciudades gigantes, el éxito de los pequeños Estados, el abandono de la penuria por parte de las economías emergentes dinámicas, la revolución del consumo, sus gustos y patrones de comportamiento. La producción mundial ha registrado un crecimiento formidable y la pobreza planetaria —aunque aún en modo insuficiente— también se ha recortado de forma notoria. Con la caída del muro de Berlín y el descarte definitivo de las ideologías de plan central se dio rienda suelta al ideario liberal como único sistema de progreso económico y social. De esta identificación entre liberalismo y globalización han venido surgiendo después las voces discrepantes que, en los últimos tiempos, reclaman un retorno a lo nacional, regional o local, una recuperación de las barreras proteccionistas, una desmitificación de las bondades de la integración y una crítica al establishment y también de las fuentes teóricas que los han justificado. A ello ha contribuido no poco que los problemas globales no han sido abordados por gobiernos del signo global. La economía, en efecto, ha superado por mucho la velocidad de crucero de la política supranacional. Y con el desencanto de la globalización han llegado los populismos, aunque con acentos bien distintos. Los populismos de derechas como el Frente Nacional de Le Pen; el Partido de la Libertad, en Austria o en Holanda; los Verdaderos Finlandeses, y los seguidores de Alternativa para Alemania, defienden políticas identitarias atizando los miedos y las frustraciones populares, citando la amenaza de los inmigrantes y la pérdida de soberanía como principal alimento de las emociones nacionalistas. Por su parte, los populistas de izquierdas despiertan igualmente frustraciones y temores, pero apelando a un sentimiento de rebeldía y revanchismo en los perdedores de la globalización. Bien es verdad que los abogados de la liberalización no tienen más remedio que reconocer que tanto la globalización como la integración europea han generado perdedores condicionales. No solo perdedores entre individuos o grupos sino perjudicados entre naciones: periféricos frente a centrales. Las políticas de austeridad, por ejemplo, han dividido Europa: lo que unos perciben como abusivo para otros es de todo punto insuficiente. Pero no todos advierten que el término perdedor es relativo. Una relatividad explicada por la diferencia entre pobreza y desigualdad. No en vano decenas de millones de personas de todo el © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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planeta desearían colmar sus ambiciones con un puesto de trabajo entre nosotros, por una fracción de nuestros salarios, a pesar de las innegables desigualdades existentes. El regreso a los proteccionismos apareja invariablemente una reducción del comercio mundial y eso es pésimo para los países que comercian en nuestro planeta, que son todos. En 2015 el comercio mundial cayó un 13% de su valor en dólares. Y en los 20 países más industrializados, los aranceles y los subsidios —dos herramientas básicas proteccionistas— aumentaron un 40%. El Banco de Pagos Internacionales, a su vez, ha alertado de que los préstamos en el mercado interbancario, un índice crítico de flujos financieros, se ha recortado de forma dramática. Tarde o temprano todo ello influirá en la economía real. Ahora, el Brexit ha propinado otro empellón a las bondades de la integración aplicando —además del comercial y financiero— un severo recorte a la movilidad del factor trabajo. ¿Se advierte en Europa un acercamiento de los nacionalismos proteccionistas y un alejamiento práctico de los cánones de la globalización? Tal vez sí. Solo hay que mirar con detenimiento lo que ocurre a nuestro alrededor: en Italia, Renzi lanza un referéndum que puede perder, en cuyo caso el movimiento Cinco Estrellas, antieuropeísta, tomaría las riendas del poder; Hungría y Austria citarán a sus ciudadanos a las urnas en octubre violando los tratados europeos en materia de cuotas de refugiados impuestas por Bruselas; la ampliación comunitaria —una poderosa herramienta de mejora de la calidad democrática— de los países de los Balcanes ¿no sufrirá una ralentización o incluso un retroceso? Del Brexit, mejor no hablar. Volviendo al juicio de antisistemas y eurófobos sobre la globalización: aunque muchos de los problemas que estos señalen puedan ser reales, las soluciones que pretenden —abandonar la Unión Europea, redoblar la autarquía y expulsar a los emigrantes, o, alternativamente, regresar a las cavernas del marxismo y del Estado omniprotector— solo señalan un camino de impostura y de involución. (8 de julio de 2016)

26-J: los deberes del próximo Gobierno Se remitieron estas líneas a la redacción del periódico sin conocer el resultado del escrutinio de ayer, 26-J, en España. En todo caso, sea cual sea el reparto de escaños asignado al nuevo Parlamento, hoy lunes ya conocido, se inicia la cuenta atrás para la in© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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vestidura y la formación de nuevo Gobierno. ¿Cuál será su estructura y composición? ¿Se regirá el país por minorías consentidas —un camino sembrado de cristales— o habrá coaliciones de afines? ¿Surgirá acaso, finalmente, el consenso para una gran coalición, una «GROKO» a la española? No lo sabemos. Predecir el futuro, aunque sea a corto plazo, es un ejercicio peligroso y el pronóstico puede explotar al pronosticador en las manos. A la vista del desolador fiasco producido por el Brexit, la duda metódica constituye la nueva normalidad. Y en cualquier caso, con independencia del resultado electoral, los años de estabilidad política en España parecen haber terminado. La pregunta que nos concierne ahora es doble. ¿Cómo se halla a la fecha el tablero de ajedrez en que los nuevos gobernantes deberán mover las piezas? Y, ¿cuáles son sus deberes relativos a la economía del país? Lo mejor es remitirse a fuentes solventes y con las que tenemos una directa relación institucional: dos recientes informes de Bruselas (Comisión y Consejo) y un tercero, de este mismo mes, del Banco de España. Como se recordará, para empezar, España sigue sin obtener oficialmente de Bruselas la prórroga para rebajar el déficit fiscal hasta el 3%. En julio se tendrá la respuesta definitiva. La opinión de Bruselas alterna repetidamente elogios con reproches. La economía española crece y reduce el desempleo. Pero crece más suavemente y la tasa de paro en niveles del 20% sigue siendo escandalosa. La deuda pública es astronómica y el déficit inaceptable. La crítica a Rajoy por haber desaprovechado la bonanza para recortar el déficit es indisimulada. El Gobierno practicó una política fiscal expansiva en 2015 e hizo retroceder parte de los ajustes estructurales logrados en años previos. España «no ha aprovechado el favorable entorno para poner las finanzas públicas en orden y ha hecho poco o ningún progreso con las reformas». Linde considera «prioritario retomar la senda de corrección del desequilibrio fiscal» y para ello, su receta es lograr una «combinación más eficiente de los ingresos y gastos públicos». El sector financiero se consolida experimentando una notable mejoría pero está sujeto a riesgos internacionales —léase Brasil o México— y la losa del contencioso de las «cláusulas suelo». Los bancos están pendientes de una sentencia del Tribunal Europeo de Justicia, y el Banco de España cifra su impacto entre los 5.000 y los 7.500 millones de euros. Bruselas remacha que la morosidad sigue siendo muy alta, que el crédito fluye en escasa cuantía y que en el entorno de relajación cuantitativa acometido por el BCE la rentabilidad del sector arroja serias dudas. Así resuena la melodía central de los informes. Múltiples toques de aprobación pero advertencias severas en prácticamente todos los fren© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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tes relatados, dentro de la ortodoxia comunitaria. Esto es: continuidad en las reformas, sobre todo en el mercado laboral donde debe fomentarse la flexi­bi­li­dad y movilidad (el Banco de España pide dotar de una mayor flexibilidad al mercado de trabajo); estabilidad presupuestaria y consolidación fiscal; aumento de la productividad y competitividad, de la mano de mayores consignaciones presupuestarias a I+D+i, fomento de la internacionalización y aumento de tamaño en las pymes y liberalización de los mercados de bienes y servicios. Y como elemento de base, políticas de crecimiento reales —no artificiales basadas en la contratación pública— que mejoren el empleo y reduzcan el riesgo de pobreza. A la vista del descalabro británico, ¿seguirá el nuevo Gobierno las pautas promovidas por Bruselas? ¿Se respetará eso que se llama reglas del juego? ¿O envalentonará el derribo de uno de los bastiones europeos a euroescépticos y secesionistas para hacer caso omiso de sus recomendaciones y presionar en la búsqueda de soluciones desafiantes al margen de los compromisos contraídos? Si así fuera, hay que recordar siempre que ello puede afectar a los inversores, sobre todo los extranjeros, porque los activos españoles cotizarán con una prima mayor por riesgo político. Y ¡mucho cuidado!, porque son ellos quienes compran nuestra deuda pública. Lo dicho. Pero primero investidura y Gobierno. (25 de junio de 2016)

El catálogo de Podemos Con un primoroso manejo de la imagen, Podemos ha puesto en circulación su programa electoral replicando el catálogo de productos de la multinacional de muebles IKEA. Carolina Bescansa ha justificado el formato para lograr que sea «el programa más leído de la democracia». La apreciación estética positiva no puede ocultar, sin embargo, el deplorable diagnóstico que arrojan en conjunto las 394 medidas del programa. Y es que, a pesar de las sucesivas rebajas aplicadas a los objetivos de Pablo Iglesias desde las elecciones europeas, el granel de política económica que Podemos propone para su aplicación en España es heroico e inviable. No entraré en la discusión pormenorizada de cada uno de los supuestos y de las razones que impiden que las medidas del programa sean practicables con los recursos, estructuras y obligaciones internacionales de la España de hoy. Solamente concluiré que las desmesura© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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das subidas fiscales son manifiestamente anticíclicas, esto es, depresivas y contrarias a la creación de empleo. Que la recaudación prevista es imaginaria y que la introducción de una renta garantizada, la elevación del salario mínimo y la derogación de dos reformas laborales y la última de las pensiones, devuelven nuestro sistema productivo a las cavernas de la crisis en 2010. Tampoco parece existir para la formación morada un grave problema demográfico, migratorio o actuarial en nuestro país y alcanzar los niveles de bienestar de Suecia o Noruega es tarea sencilla: basta controlar el Boletín Oficial del Estado. Al no secundar en ningún caso los ajustes prometidos por Montoro a la Unión Europea bajo amenaza de multa, el programa de Pablo Iglesias conduciría en ultima instancia a la salida del euro, alternativa que en las raíces de su formación no solamente no se descarta sino que se alienta. Aliento que se refuerza con el talante eurófobo de Izquierda Unida. Y de ahí a Grecia o al caos. Pero ¿cómo puede suceder que un personaje tan perspicaz e inteligente como Pablo Iglesias ose dinamitar los cauces de la lógica económica y abrazar un conjunto de declaraciones tan descabelladas? En la respuesta a esta pregunta se halla el meollo y el corazón de la interpretación del fenómeno Podemos. Y es que al señor  Iglesias la viabilidad del programa que propone le es profundamente indiferente. Porque el líder de la coalición Unidos Podemos juega a politizar la economía en lugar de que sea la economía la que marque los tiempos políticos. A pesar de su reciente autoubicación socialdemócrata, la casilla ideológica de la formación morada es meridiana. De ello da fe YouTube: se inscribe en la izquierda radical, antisistema, antiglobalización y neomarxista cuyo objetivo primario consiste en la eliminación del capitalismo. No obstante, Pablo Iglesias detesta progresivamente reconocerse marxista o comunista porque sabe que ese espacio ofrece dividendos negativos. Para el líder madrileño, lo relevante no es ser o no marxista, sino ser o no demócrata, un concepto utilitarista que usa a su antojo como vía para alcanzar el poder. Como no hay sitio para los extremismos, hay que conquistar el espacio central por mutación arbitraria. Por ejemplo, hacia la socialdemocracia. Iglesias confiesa que «sin la maquinaria del poder institucional, carece de sentido centrarse en zonas que pudieran alienarnos de la mayoría que no está en la izquierda. Y sin alcanzar la mayoría no podríamos librar las batallas discursivas, interviniendo en las políticas públicas». Hay —según Iglesias— dos instancias diferenciadas: el camino mediático hasta alcanzar el control de las instituciones «y luego, el momento del Estado». Hay que reconocer, por lo demás, que en el milagroso blanqueo de la marca Podemos hacia la © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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centralidad socialdemócrata, Pedro Sánchez ha jugado un papel estelar difícilmente recompensable. Lo decisivo es alcanzar el poder con el señuelo de la moderación apelando a un ambiguo concepto «democrático» cuyo objetivo final es «desbancar el régimen y la superestructura financiera del ideario neoliberal dominante». De Ernesto Laclau, uno de los ideólogos favoritos del político madrileño, Iglesias toma un populismo cómodo que consiste en dividir la sociedad en dos colectivos: los demócratas, que son los de abajo, que deben movilizarse contra los de arriba, que constituyen la casta antidemocrática excluyente y liberal. Recuerda en esto al dictador Mao: «Pueblo» en el Libro rojo eran solamente los funcionarios y seguidores del partido comunista chino. Los demás eran carne de revolución. Del «populismo» de Laclau es fácil saltar a la demagogia. Lo decía Iglesias en el reciente debate mantenido en la televisión con Albert Rivera: «los candidatos hacemos lo que nos pedís». O sea, que el candidato promete lo que el ciudadano quiere escuchar. Aunque sea flor de un instante, castillo en el aire o una larga ristra de cifras que nunca cuadrarán. Lo decisivo es lograr el poder. Luego vendrá la oscura hora del Estado. (11 de junio de 2016)

Los impuestos del señor Rajoy Por segunda vez en pocos días el candidato del PP y presidente en funciones, Mariano Rajoy, ha manifestado su voluntad de rebajar los impuestos en el caso de ser reelegido para gobernar el país en la próxima legislatura. Cree el mandatario en funciones, y así lo explicó en Palma en una charla informal con periodistas, que a pesar de la pesada losa que supone el déficit fiscal que registra la economía española —amenaza de sanción incluida—, es posible aligerar la carga tributaria de los españoles hasta dos puntos en todos los tramos del IRPF. En prueba de que no se trata de un farol sujeto a posteriores matizaciones, el titular de Hacienda ha remachado el pasado jueves las afirmaciones de su jefe de filas, señalando que otras formaciones «deberían estudiar mejor el resultado de la bajada que se ha hecho en España». En similar línea, Luis de Guindos ha afirmado el martes pasado que «la reducción de impuestos que plantea el programa electoral del PP es factible». © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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Hay que reconocer la eficacia de bajar los impuestos para estimular la demanda. Con ello, los complacidos bolsillos de consumidores y empresarios ven incrementada su renta disponible y se supone que pueden acometer nuevos gastos que aumentan la producción y finalmente el empleo. Todo ello forma parte de las políticas fiscales ortodoxas de corte expansivo. Pero la pregunta que nos concierne es si la rebaja tributaria propuesta por el señor Rajoy es congruente con la reducción del déficit público objetivo del 3,7% del PIB en 2016, y del 2,5% en 2017. Porque, se estimule lo que se estimule la economía, lo que debemos evaluar en última instancia es el efecto producido por el incremento de la demanda en el aumento de la recaudación fiscal, esto es, cuánta masa de impuestos adicionales se recaudará con la rebaja de los tipos impositivos. En otras palabras, cómo se compensará la caída de los ingresos estructurales del IRPF con la recuperación cíclica de las bases imponibles. Sin olvidar, naturalmente, que el déficit cuenta con dos pilares: los ingresos fiscales y los gastos. Si los gastos, como ha sido el caso en 2015, en 2016 y previsiblemente en 2017, son de corte moderadamente expansivo habrá que tenerlo en cuenta a la hora de cuantificar la ampliación de los impuestos. Como recordatorio, valiéndonos de una simple operación aritmética de resta, la diferencia entre el déficit registrado a finales de 2015 (5,1% del PIB) y el objetivado a finales de 2016 (3,7% del PIB) es de 14.000 millones de euros en números redondos. Esa es la cifra a reducir. Hay que tener en cuenta que, como primer efecto, la rebaja fiscal supone una reducción de recaudación (9.000 millones de euros entre 2015 y 2016, según el propio Montoro). A continuación viene el efecto expansivo de la demanda, pero este no siempre se produce o se produce a medias. Si existe incertidumbre en la economía se origina el llamado «efecto Ricardo», como consecuencia del cual el aumento de renta disponible no se dedica al consumo e inversión sino al ahorro, en previsión de contingencias futuras. En consecuencia, conocido lo anterior y con la previsión de un gasto moderadamente expansivo, ¿podemos realistamente esperar un aumento de la recaudación fiscal de 14.000 millones de euros a lo largo de 2016 y de 25.000 millones hasta finales de 2017? El supuesto es manifiestamente heroico. Es claro que el ciclo económico pujante de la economía española en 2016 y 2017 volverá a favorecer el ajuste de los presupuestos públicos, pero no tanto como para reconducir el déficit hasta los objetivos de estabilidad comprometidos. Las hipótesis más optimistas de relevantes casas de estudio españolas sitúan el aumento de los ingresos públicos © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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de 2016 en relación al cierre de 2015 en 3.000 millones de euros y en 5.000 millones al término de 2017. Y, como es sabido, las cifras de recaudación conocidas al cierre de abril de 2016 son descorazonadoras y se sitúan un –8,7% por debajo de las de 2015. Lo cual nos lleva a concluir que la clave de la política de estabilidad presupuestaria en este momento de nuestra economía, en un contexto de crecientes demandas de gasto derivadas del envejecimiento de la población y otras variables demográficas, se halla en una contención y racionalización del gasto que no es equivalente a la reducción de sus servicios. Un incremento de la recaudación es igualmente necesario y la línea de aumentar bases imponibles en lugar de encarecer los tipos parece la adecuada. Adicionalmente surge de nuevo y de forma inexcusable la necesidad de las reformas estructurales que contribuyan a un sistema productivo más competitivo y eficiente, creador de empleo de mayor valor añadido. Dejemos la rebaja de impuestos del señor  Rajoy en un simple cálculo desatinado. (3 de junio de 2016)

La teoría monetaria moderna Detractores y defensores de la contención del déficit fiscal público —las llamadas «políticas de austeridad»— constituyen comunidades irreconciliables. Entre los primeros, una corriente doctrinal viene conociendo un auge notable no exento, como era de esperar, de críticas frontales. Se trata de la llamada «Teoría monetaria moderna» (TMM), que es mucho más que una simple teoría para convertirse en una filosofía social que hace del Estado el garante central del pleno empleo. En esencia, la TMM propone una expansión ilimitada del déficit público con el objetivo de combatir las crisis y en especial el paro que estas acarrean. El dinero es «una criatura del Estado» y en un sistema como, por ejemplo, el de Estados Unidos, el dinero es creado por el Gobierno que lo imprime y lo pone en circulación. Consecuentemente, un Estado con capacidad de crear su propia moneda soberana puede autofinanciarse sin recurrir a impuestos ni emitir deuda ni solicitar crédito alguno. El déficit fiscal ni le afecta ni le preocupa. En España, los hermanos Garzón han incorporado la TTM al acervo ideológico de Izquierda Unida con un encomiable propósito social: el déficit debe aplicarse a la erradicación total del paro (empleo universal) y a que la economía alcance su PIB potencial de pleno em© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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pleo. Los ricos y las clases medias ni siquiera deben preocuparse porque el modelo es compatible con una reducción de los impuestos. Todo es cuestión de que las autoridades monetarias le den más a la maquinilla. No se necesita recaudar más de los ricos para dárselo a los pobres. Simplemente se necesita gastar más dinero en dar empleo a los pobres. Elogiable propósito que, sin duda alguna, disipará los recelos de la mayoría. La realidad, sin embargo, es menos amable. Al carecer España de una autonomía monetaria que ha sido cedida al Banco Central Europeo, las acciones de una política de emisión dineraria ultralaxa deberían emanar de las autoridades comunitarias y ser secundadas por el Instituto Central con base en Frankfurt y por un Tesoro único europeo, hoy inexistente. En verdad que las políticas adoptadas por Mario Draghi y aquellas otras conocidas como helicopter money se acercan asintóticamente a las propuestas de la TMM, aunque siempre con la hostilidad indisimulada, entre otros, del Bundesbank y sus aliados centroeuropeos. En la práctica, el dinero es deuda de un Estado y la capacidad de endeudamiento de estos y los techos de gasto se hallan limitados por casi todos los parlamentos del mundo. ¿Cuáles son las razones? La básica: porque el dinero cambia de valor en cada circunstancia y momento. La TMM evita el debate del dinero como depósito de valor y lo circunscribe al de mero medio de pago. Pero el valor de una moneda no proviene del dictado de la ley sino de su aceptación y grado de demanda en el mercado. El caso extremo, pero no por ello irreal, se halla en los ejemplos de Zimbawe o Venezuela (por no citar a la república de Weimar) que con esquemas TMM han registrado hiperinflaciones clamorosas y han destruido sus economías. La tesis de que los Estados no pueden ser insolventes ni quebrar se ha desmoronado y la historia reciente ha sido testigo de cuán inexacta puede resultar tal afirmación. La TMM tiene lógica dentro de un área monetaria, pero abre interrogantes peligrosos en una economía abierta a varias divisas diferentes. La TMM desconsidera además el efecto de expulsión (crowding out) de las inversiones privadas por parte de las públicas. Otras reticencias se concretan en la política de «riesgo moral» (moral hazard) y de la desincentivación al ahorro en un escenario de liquidez ilimitada. La estatalización de la economía conlleva ajustes subóptimos si no directamente perniciosos. La quiebra de las empresas y el desempleo de las personas son el mecanismo con el que se reasignan los planes productivos dentro del libre mercado, pasando de viejos sectores improductivos a otros nuevos con valor añadido. Pero si el Estado se arroga como cometido proporcionar un empleo a todo aquel que lo demande, entramos en un © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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problema de asignación óptima de recursos, propia de una economía de plan central, a la que la TTM parece orientarse. Obviamente, un tema tan complejo precisa de mucho estudio y más precisión. Queda recordar que además de los «halcones» y de las «palomas» del déficit existen las «lechuzas», que contemplan con simpatía un intervalo razonable del déficit presupuestario. Para entender lo que asume en economía una lechuza se puede recurrir al conocido ejemplo de las propiedades terapéuticas de la aspirina: un cuarto de pastilla se constituye en un excelente anticoagulante, pero la ingesta de un tubo completo puede ser mortal. Algún déficit en alguna circunstancia puede ser asumible, pero a medio plazo el Pacto Fiscal europeo, suscrito por España, sigue siendo la regla de oro. (27 de mayo de 2016)

Déficit cíclico y déficit estructural España acaba de obtener la enésima moratoria en el cumplimiento del déficit fiscal, mientras la Comisión Europea pospone, hasta pasadas las elecciones del 26-J, la decisión de aplicar o no la primera multa a un país de la Eurozona por el referido incumplimiento presupuestario. A cambio del alargamiento de plazos la Comisión Europea ha exigido a España una mejora en el balance estructural del 0,25% del PIB en 2016 y del 0,5% en 2017 para situar el déficit agregado en el 2,5% del PIB a finales del año próximo, según su recomendación remitida este miércoles al Consejo de la UE. Es posible que las correcciones exigidas no hayan llegado de forma diáfana al gran público, ya que los medios han propagado la idea de que Bruselas pide a España que rebaje los presupuestos fiscales en una cuantía equivalente al 0,25% del PIB en 2016 y en otro 0,5% en 2017, lo que podría suponer unos ajustes de unos 8.000 millones de euros. Pero eso se refiere estrictamente al déficit estructural, esto es, al que tiene raíces endémicas ajenas a la evolución del ciclo. El déficit cíclico corresponde al deterioro de las cuentas públicas producido por la reducción de la actividad económica —menores ingresos— y la activación de los estabilizadores automáticos —más gasto de naturaleza fundamentalmente social—. El déficit estructural es el componente del déficit público que no se corresponde con la situación de auge o recesión, sino que traduce el desequilibrio permanente —estructural— de las cuentas públicas. A este último, por ejemplo, se refiere el ya famoso artículo 135 de la Constitución Española, para controlar una desviación cuya persis© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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tencia en el tiempo supondría una amenaza para la sostenibilidad de las finanzas públicas. En consecuencia, si sabemos restar, la cifra del ajuste total, repetimos, total, no será de 8.000 millones de euros sino de unos 25.000 millones que es el valor de la diferencia entre 5 puntos (2015) y 2,5 puntos (2017) de PIB. Para conseguirlo, el futuro Gobierno de la nación contará con tres herramientas de política económica: la propia marcha del crecimiento del PIB, la reducción del gasto público y la elevación de los ingresos presupuestarios, o sea de los impuestos. Como dato de referencia, el servicio de la deuda, esto es, el pago de intereses de la deuda pública acumulada por el Estado es de 33.000 millones de euros. Son 3 puntos de PIB, y también equivalentes a 3 puntos del déficit total de 5 puntos registrados por España a finales de 2015. La deuda pública española representa ya más del 100% del PIB. Si consideramos que su dimensión es estable en el tiempo sin vocación por reducirse, los intereses de la misma entrarían a formar parte del repetido déficit estructural. La tarea de reducir el déficit en 2,5 puntos de PIB (25.000 millones de euros) en dos años no es difícil, ni siquiera hercúlea. Es prácticamente imposible y diciembre de 2017 no es una fecha tan lejana como para que nos emplacemos para analizar el resultado de este vaticinio. Repasemos las citadas tres armas del futuro Gobierno: crecimiento del PIB, disminución de partidas del gasto público o incremento de los ingresos impositivos. Puesto que el déficit es un cociente en cuyo denominador se computa el valor actual del PIB, cualquier incremento de este último reduce el cociente, esto es, el déficit público. Pero el margen es muy pequeño. Suponiendo que el PIB español creciese un 10% en el bienio 2016-2017 (un ratio absolutamente utópico) el déficit se reduciría hasta el 4,5% y sería necesario que el PIB se duplicase (creciese en un 100%) en dos años para que el déficit alcanzase el objetivo marcado por Bruselas del 2,5%. Es obvio, por lo tanto, que aunque el Gobierno entrante está abocado a un nuevo incumplimiento, solo podrá activar las dos palancas restantes: aumentar la recaudación fiscal y/o reducir gastos ineficientes o improductivos. Aumentar los impuestos no significa necesariamente subir los tipos impositivos, ya que la bolsa del fraude en nuestro país es de proporciones mastodónticas y hay campo a destajo para destapar las bases imponibles ocultas que cualquier ciudadano de la calle puede recitar sin titubear. Del gasto destaca la nunca abordada reforma de las administraciones públicas para adelgazar la estructura del Estado. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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En cualquier caso los programas de los partidos tienen en las recomendaciones de Bruselas una referencia obligada que dará cuenta de su realismo o, si se quiere, que marcará el alcance de su falta de honestidad. Incluida la sorprendente soflama del candidato del PP y presidente en funciones, Mariano Rajoy, que horas después de conocerse las exigencias de Bruselas aseguraba en el Financial Times que abordará otra rebaja de impuestos en caso de resultar reelegido y siempre que la recaudación fiscal continúe incrementándose como actualmente. Simplemente alucinante. (20 de mayo de 2016)

Los pueblos del señor Margallo El juicio vertido por el ministro de Exteriores en funciones, José Manuel García-Margallo en Antena 3 el pasado 9 de mayo acerca de que «nos hemos pasado cuatro pueblos en el tema de la austeridad» resulta simplemente desconcertante. No solo porque España haya gozado de tres reajustes —flexibilizaciones— en su calendario de reducción del déficit que no ha cumplido ningún año y porque la financiación del déficit presupuestario se haya hecho hiperendeudando el país hasta límites temerarios, sino porque el tema de la austeridad en España precisa de unas delicadas precisiones y porque, en cualquier caso, la pasada de «cuatro pueblos» es sencillamente falsa e inadmisible. No solo la expresión del ministro no es defendible ni cierta, sino que introduce en un ambiente ya suficientemente intoxicado de inexactitudes y demagogias un discurso de notable carácter corrosivo, más consonante con el ideario podemita que el que se corresponde con el programa oficial del Gobierno en funciones. No puede sorprender, en consecuencia, que Alberto Garzón, el líder de la izquierda comunista iconoclasta haya apreciado vivamente el regalo que le ha brindado la derecha intelectual por boca del señor  Mar­gallo y, en última instancia, el mea culpa implícito del programa de los populares. Garzón ha agradecido la sinceridad del ministro, no sin antes rematarle dialécticamente: «la austeridad no ha sido pasarse cuatro pueblos, ha sido un saqueo», ha manifestado el flamante fichaje político de Pablo Iglesias. Uno, que siempre trata de buscar lo positivo en la nebulosidad de cualquier extravagancia, ha considerado si por «saqueo» entendía Garzón el récord de Rajoy al convertir al Gobierno en funciones en aquel que más impuestos ha subido de nuestra historia o en el que más ha endeudado al país a © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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costa de generaciones futuras. Pero está claro que no iban por ahí los disparos. Si tiran de hemeroteca comprobarán que se ha tratado, en estas mismas páginas, de matizar en repetidas ocasiones el alcance de la austeridad practicada en España y el sentido del término recorte del gasto público como reacción a la gran crisis global, cuyas secuelas seguimos padeciendo. No entraré nuevamente en los argumentos, pero resumiré la situación de la siguiente manera: es cierto que desde 2010, con la explosión de nuestro déficit público, España ha tenido que reducirlo en seis puntos porcentuales de PIB: unos 60.000 millones de euros. Ojo: de esos seis puntos de recorte del déficit no todo ha sido recorte del gasto. En concreto 3,5 puntos de PIB han sido incremento de impuestos y el resto, 2,5 puntos de PIB, disminución del gasto. Si, por el contrario, analizamos el periodo completo que va desde el inicio de la crisis en 2008 a diciembre de 2015, el gasto se ha mantenido estable o incluso ha aumentado, si incluimos, como lo hace la agencia europea estadística Eurostat, el creciente gasto en pensiones que registra la economía española. Siempre, naturalmente, sin incluir el servicio de la deuda. Con lo que volvemos al tópico central del diagnóstico de la economía española. De una parte, la reducción del déficit es una tarea innegociable. No solo porque estamos obligados a ello en virtud de nuestros compromisos institucionales con Bruselas. Esta es una razón muy importante, pero no la más importante. La razón crítica se halla en que el aumento de nuestra deuda pública limita el crecimiento potencial de nuestra economía y de nuestro empleo y puede en su caso estrangular la capacidad de financiación del Tesoro español. Nuestra deuda (como nuestras empresas, nuestros inmuebles, nuestras acciones o nuestros productos y servicios) la adquieren libremente los compradores extranjeros solamente si les merecemos credibilidad. Créanme si les digo que las propuestas megalómanas de la izquierda utópica no les gustan un pelo a los compradores/inversores internacionales. Y es que el verdadero problema de España no reside en abrir o cerrar la espita del gasto sino en crear sin desánimo unas estructuras de producción competitivas que nos permitan crecer en nuestro PIB y con ello, de forma automática, crecer en los niveles de empleo. La economía española ha dejado atrás la recesión aunque no la crisis. Los viejos problemas, como la demografía y la productividad, se hallan sin resolver y ambas variables han limitado nuestro potencial de crecimiento. El auténtico futuro de España se halla en la perseverancia en las reformas. ¿En qué ámbitos? Fundamentalmente en la educación, I+D y © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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apoyo a todo el espectro de mejora del conocimiento. Pero también en los servicios profesionales, el mercado de trabajo, las políticas activas de empleo y la reforma de la administración pública, incluida sanidad y educación. Uno de los rasgos comunes que comparten estas medidas es que requieren un alto coste político en el momento de adoptarlas, mientras que sus beneficios, en caso de llegar, se materializan a medio y largo plazo. Alternativamente, lo fácil es el populismo y la demagogia: dar la razón ciegamente a propuestas inviables. (14 de mayo de 2016)

Guerra al efectivo Mario Draghi, «Supermario», un banquero providencial, y si me apuran angélico, para los intereses del presupuesto fiscal español (con su política monetaria ha abaratado los costes de financiación de nuestra deuda pública de una manera clamorosa) acaba de declarar una guerra de mentirijillas al dinero en efectivo dentro de la Eurozona. Concretamente, la medida adoptada por el Consejo del Banco Central Europeo (BCE) la semana pasada consiste en la discontinuidad definitiva a finales de 2018 en la emisión del billete de 500 euros, manteniendo el resto de denominaciones desde los 5 a los 200 euros. La decisión se fundamenta explícitamente en «la preocupación existente de que este tipo de billete pueda facilitar actividades ilícitas». La nota de prensa correspondiente aclara que los billetes de 500 euros en circulación, al igual que el resto de denominaciones del euro, seguirán siendo de curso legal y por lo tanto continuarán con su atributo de medio de pago y podrán ser cambiados sin límite de tiempo en cualquiera de los Bancos Centrales del Eurosistema. Otros países han tomado decisiones parecidas en el pasado respecto de sus billetes de banco. Por ejemplo, la Reserva Federal de los Estados Unidos dejó de emitir, tan atrás como en 1969, las denominaciones de 500 y 1.000 dólares, aunque los billetes existentes de esos importes sigan teniendo curso legal. Hay algún caso más. Como curiosidad referiremos que la denominación más alta del mundo en moneda local es la de 10.000 dólares de Singapur (unos 7.425 US$), seguida por la de 1.000 francos suizos (unos 1.070 US$). En tercer lugar, figura la de 500 euros cuya discontinuidad acaba de decretarse. Catalogaba en la entrada de este artículo la decisión del inefable Mario Draghi como «una declaración de guerra de mentirijillas» al dinero en efectivo y voy a justificar esa interpretación. Para lo cual nece© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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sitamos destacar algo que quizá ya sabemos, que hay dos clases de dinero: el dinero en efectivo (billetes y calderilla) y el dinero contable o escritural, el dinero depositado en las cuentas corrientes de las entidades bancarias. Ambos tipos de dinero difieren en su importancia y en su transparencia. Por importancia, los depósitos bancarios representan el 85% del total del dinero en la Zona Euro, siendo el 15% restante la parte que constituye el dinero en efectivo. Por transparencia no parece necesario explicarlo en exceso: el dinero bancario, aunque esté instrumentado en una tarjeta de crédito, un cheque o cualquier otro medio de pago, siempre es transparente. Cada transacción tiene un titular último perfectamente identificable. Por el contrario, el dinero en efectivo, el pago en metálico, es siempre anónimo, no deja huella, y no permite aclarar la identidad última del autor del pago o transacción. ¿Por qué este tímido amago al pecho de las actividades ilícitas es «de mentirijillas»? Porque para acabar con las conductas irregulares, ilícitas, y fraudulentas no basta con clausurar la emisión de nuevos billetes de 500  euros, sino que sería necesario declararlas inválidas para el futuro tráfico mercantil, establecer un plazo para la conversión y analizar y juzgar con el tenor de la ley vigente cada uno de los canjes propuestos. Puedo anticipar que muchos miles de millones de euros en esas nominaciones jamás se aprestarían al canje y se convertirían en mero papel inservible, en serrín de crímenes pasados, en una multa sin recargo por sórdidos y desconocidos quebrantamientos de la ley. Naturalmente, para que la medida fuese totalmente eficaz deberían dejarse fuera del curso legal, de forma simultánea, las denominaciones de 200, las de 100 y tal vez también las de 50 euros. La tecnología está preparada desde hace años para abordar pequeños pagos con los monederos electrónicos o con tarjetas ad hoc. La tendencia a la desaparición del efectivo es lenta pero irreversible. Prueba de ello es que, aún manteniendo este tipo de dinero, en la práctica las reglamentaciones nacionales limitan férreamente su uso, lo que equivale a su eliminación para un buen tipo de operaciones. Refiriéndonos solamente a la normativa aplicable en España podemos citar algunas importantes prohibiciones, advirtiéndole de que la ignorancia de la ley no exime de su cumplimiento. Por ejemplo, la de realizar pagos en metálico superiores a 2.500 euros. ¿La recuerdan? O la vigencia de la norma que proscribe llevar encima en efectivo más de 100.000 euros, a menos que se lleve un justificante oficial. Hacerlo sin autorización implica el decomiso de la cantidad y posibles sanciones. También la limitación de traspasar nuestras fronteras con más de 10.000  euros o las órdenes cursadas al sector bancario para que alerte a la Agencia Tributaria y al Servicio de Prevención de Blanqueo de Dinero de cualquier © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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pago por ventanilla superior a los 3.000 euros. Y muchas limitaciones más. En el futuro seremos un poco menos anónimos y bastante más transparentes. Algunos tipos de «vida privada» tenderán a minorarse o a desaparecer del todo. Otros ámbitos hasta ahora prohibidos se legalizarán con restricciones. Todo ello es el coste de la lucha contra el terro­ ris­mo, el narcotráfico, la evasión fiscal, la trata de blancas, el tráfico ilegal de armas y un sinfín de conductas criminales más. En un mundo frágil y amenazado por las fuerzas de la sombra y la corrupción, los ciudadanos corrientes deberemos comprometernos gradualmente a una identificación razonable de nuestras conductas financieras. (6 de mayo de 2016)

Bienestar social sostenible A estas alturas del debate social nacional no debe quedar duda, en términos generales, de lo que entendemos por gasto social o Estado del bienestar. Se trata del conjunto organizado de transferencias y subsidios y de la provisión pública de servicios tales como las pensiones, la sanidad, la educación, el cuidado de niños y mayores, y las prestaciones de desempleo y otras emergencias laborales. Como el Estado del bienestar se financia con los presupuestos públicos, son los impuestos en primera instancia los encargados de cubrir el gasto social. En España, el resto de gastos revisten una importancia secundaria. Sucede que con las crisis, los ingresos suelen colapsarse y los gastos sociales se multiplican, por lo que el déficit se dispara a través de un mecanismo inadecuado: la financiación de gasto corriente mediante la emisión de deuda. Esto es lo que ha ocurrido en nuestro país a raíz de 2008, momento en que los ingresos fiscales caen en un 6% del PIB (unos 60.000 millones de euros) y el gasto social se dispara hasta el límite de provocar un déficit del 11%. Dado que dicho déficit corriente se financia con deuda, esta alcanza la astronómica cifra del billón de euros. Antes de cuestionar la viabilidad futura del sistema de protección social hay que hacer inventario de la trayectoria 2008-2015, tratando de evitar autoflagelarnos innecesariamente por el simple procedimiento de hacer honor a la verdad reflejada en las estadísticas oficiales. Y es que, si bien es verdad que en 2011 se produjeron importantes recortes en sanidad, educación y protección social, al 31 de diciembre de 2015 el conjunto de gastos sociales eran superiores a los registrados en vísperas © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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de la gran crisis, en 2007, todo ello sin contar las pensiones y el desempleo, donde el crecimiento del gasto entre fechas ha sido notable. De modo que la botella puede interpretarse según el habitual criterio de medio llena o medio vacía en función del periodo computado. Entre 2010 y 2015 el déficit público se redujo del 11 al 5% del PIB, seis puntos porcentuales, equivalentes a unos 60.000 millones de euros. Pero la comparación con los niveles previos a la crisis es equilibrada y aún superavitaria. O sea, los gastos sociales se han mantenido intactos. Una conclusión inmediata es que si ha sido posible recortar las partidas de gasto entre 2011 y 2015 es porque las subidas registradas entre 2003 y 2009 eran ineficientes, y que dichas ineficiencias se han subsanado parcialmente, y/o se han compensado con modestas contribuciones del usuario. Recuérdese también que el recorte del déficit de 6 puntos porcentuales de PIB entre 2010 y el día de hoy ha tenido lugar mediante una disminución del gasto de 2,5 puntos de PIB y una elevación de los ingresos de 3,5 puntos. La pregunta del millón es si hemos ido demasiado lejos en nuestro gasto, o alternativamente nos hemos quedado cortos en la recaudación de los impuestos que lo financian, o una combinación de ambas cosas. En definitiva cuáles son las palancas de la sostenibilidad de nuestro Estado del bienestar. Es muy difícil contestar a dicha pregunta. Una primera aproximación al tema consiste en comparar los gastos en sanidad, educación y protección social en España con los países de la Unión Europea (UE28). Las cifras señalan que entre 2006 y 2014 el gasto social total de la UE28 creció 2,6 puntos de PIB pasando del 45,6% al 48,2%, mientras que en España ascendió 6 puntos de PIB, del 38,3% al 44,5%. En ambos años el gasto medio de la Unión es superior al de España, pero el de nuestro país ha crecido mucho más, recortando drásticamente las diferencias. Alternativamente, una importante corriente de opinión se remite a la menor presión fiscal que se registra en España, alrededor del 34% del PIB, situada en los puestos de cola del ránking europeo que encabeza Dinamarca con un 50,9%. Aunque resulta aparentemente convincente, la realidad está enmascarada. En primer lugar, porque dicho porcentaje poco difiere de países como Alemania (36,1%), Luxemburgo (37%) o la media de la OCDE (34,4%). Pero, sobre todo, debido a que el indicador de la presión fiscal es poco adecuado, ya que no considera el impacto del paro masivo en la estructura de los ingresos del fisco. ¿Es realista comparar la presión fiscal española del 34% con un 27% de desempleo al de los países centrales que registran tasas de paro meramente estacionales? España puede registrar una menor presión fiscal, pero no un menor esfuerzo fiscal. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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De lo anterior se concluye que, si el déficit fiscal debe necesariamente reducirse, queda por realizar un ejercicio inteligente de optimización de los gastos fiscales renunciando a eslóganes populistas que aspiran más a consagrar el liderazgo de un Estado protector mastodóntico, que a buscar la eficiencia y, por lo tanto, la sostenibilidad de los mismos. Sostener el Estado del bienestar significa redoblar su eficiencia desde el presupuesto económico básico de una sociedad competitiva, colaboradora y responsable, con un crecimiento económico vigoroso que aumente los ingresos fiscales y con la obsesión permanente por adelgazar los costes de transformación. Competitividad, crecimiento económico y eficiencia organizativa de la vasta construcción de la protección social son los pilares de su sostenibilidad. Porque las conquistas no solo hay que defenderlas sino también merecerlas luchando y contribuyendo a su excelencia. (29 de abril de 2016)

Frágil mercado laboral español No debe constituir sorpresa alguna la preocupación prioritaria atribuida por los ciudadanos españoles al problema del desempleo. Con inequívoca insistencia, los «Barómetros» publicados por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) lo sitúan en primer lugar, por delante de inquietudes tan relevantes como las drogas, la inseguridad ciudadana o el terrorismo. El informe de marzo de 2016 vuelve a colocarlo a la cabeza de la lista de respuestas a la pregunta: «¿cuál es, a su juicio, el principal problema que existe actualmente en España?» La valoración de esta fundada inquietud puede referirse a dos aspectos que están ligados entre sí, pero que difieren en su diagnóstico y solución final. La evolución cíclica, esto es, la marcha corriente del empleo al rebufo de una coyuntura relativamente favorable, constituye un primer objeto obvio de atención. El segundo y mucho más relevante se refiere a qué cabe esperar del nivel de empleo a medio plazo, habida cuenta de sus condicionantes específicos. La «Síntesis de Indicadores Económicos» correspondiente a marzo 2016, publicada por el Ministerio de Economía y Competitividad, nos expone la fotografía más reciente de la evolución de la variable empleo. Resumiendo, según se detalla en la publicación, el dinamismo del mercado laboral que muestran los datos de la EPA continúa en el primer trimestre de 2016. Visto así, el viento sopla de cola sobre el mercado la© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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boral español y solo cabe pertrecharse de la imprescindible paciencia hasta que las tasas de paro sean asumibles y comparables a las medias de otras economías avanzadas. Mientras tanto la protección social debe usarse para paliar los dramas de los parados. Pero ¿tiene visos la tendencia referida de desplegarse sin cortapisas y recuperar aquel idílico porcentaje de paro del 8% que se registraba en vísperas del estallido de la burbuja inmobiliaria, en el año 2007? Veamos. El paro en España tiene un componente cíclico, esto es, un tipo de ocupación que se destruye con las recesiones, pero que se recupera con el crecimiento de la demanda. Es esta una especie de «ley» (ley de Okun) de tal manera que al crecimiento del PIB le sigue una determinada creación de puestos de trabajo. Para comenzar, las nuevas estimaciones oficiales a la baja de crecimiento del PIB del 2,7% (2016) y del 2,4% (2017) recortarán el crecimiento del empleo para situar las tasa de paro en el 19,9% (2016) y en el 17,9% (2017), un 0,1% y un 0,2% superiores, respectivamente. No son estos unos pronósticos muy reconfortantes, pero queda aún lo peor: unas previsiones a medio plazo poco halagüeñas debidas fundamentalmente a la estimación del paro «estructural» en la economía española. Este tipo de paro no reacciona claramente a los estímulos del PIB. Con independencia del factor trabajo disponible, la actual oferta de mano de obra no se ajusta a la diversidad en la composición de la demanda empresarial en términos de aptitudes, sector, ubicación geográfica, etc. A tenor de este componente estructural, el FMI acaba de emitir su pronóstico sobre la evolución del empleo en España. Junto a la referida marcha del PIB menos pujante de lo deseado, el paro seguirá afectando dentro de cinco años a cerca del 16% de los buscadores de trabajo activo en nuestro país. Es muy entendible tildar a este pronóstico de pesimista y aún de poco fundado. Lamentablemente, otras grandes casas de estudio han venido coincidiendo en estos guarismos. En su informe sobre España 2016 de febrero pasado, la Comisión Europea realizaba otro examen exhaustivo de nuestro mercado de trabajo. Bruselas entiende que las reformas adoptadas entre 2012 y 2014 parecen haber amortiguado la caída del empleo y haber acelerado su recuperación y sugiere, como han hecho otros, que, en ausencia de reformas, se habrían perdido otros 400.000 puestos de trabajo. Las reformas han propiciado —sostiene la Comisión— que se cree empleo con tasas más modestas de PIB. No obstante, y en esto coincide básicamente con el FMI, la Comisión cifra el paro estructural en España en torno al 18,5%. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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El informe de la Comisión concluye señalando que España se caracteriza por una combinación de grandes desequilibrios en forma de deuda externa e interna, tanto pública como privada. Estos desequilibrios constituyen vulnerabilidades significativas, ya que exponen a España a shocks negativos o a cambios en la confianza de los mercados, con graves repercusiones para la economía real, lo que puede ser especialmente perjudicial en un contexto de todavía elevadísimo desempleo. Entre sus recomendaciones figuran propiciar la alineación de los salarios con la productividad, teniendo en cuenta las diferencias en las capacidades y en las condiciones de los mercados laborales locales, así como las divergencias de los resultados económicos entre regiones, sectores y empresas; optimizar las políticas activas de empleo, tomando medidas para aumentar la calidad y eficacia de la ayuda y del asesoramiento para la búsqueda de empleo, especialmente en la lucha contra el desempleo juvenil; racionalizar los regímenes de renta mínima y de ayuda familiar y fomentar la movilidad regional. Pero, al margen de estas medidas reactivas, procede que el próximo Gobierno retome enérgicamente la senda reformista. El empleo estable y de calidad no es cosa de subsidios ni de déficits fiscales, sino de convertir los recursos humanos del país en la lanzadera de su productividad y competitividad internacional. (22 de abril de 2016)

Rescatar el equilibrio fiscal El dato del déficit presupuestario de las administraciones públicas españolas en 2015 es ya definitivo: un 5% del PIB, frente al 4,2% apalabrado con Bruselas. Bien es verdad que el desequilibrio se redujo en 0,9 puntos en relación a 2014, pero lo ha hecho de forma insuficiente e ilógica. La notable recuperación de la demanda, la significativa disminución del coste de financiación de la deuda y las menores prestaciones de desempleo han contribuido, ellas solas, a reducir el déficit en 1,9 puntos de PIB. Quiere esto decir que el exceso de gasto en otros conceptos presupuestarios ha sido del orden de un punto porcentual de PIB. Entre los principales se pueden citar la rebaja del IRPF, la devolución de la paga retenida a los funcionarios en 2012, el coste de adquisición de vacunas para la hepatitis C y otras operaciones no recurrentes. Como ya ha sido aireado, el desfase se halla básicamente en las cuentas de las Comunidades Autónomas y de la Seguridad Social. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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El tema del déficit es sumamente espinoso. Sería interesante tener un déficit permanente financiado con deuda de terceros, permitiendo a los residentes en España disfrutar, sine die, de un exceso de gasto fiscal sobre los ingresos impositivos. No sé si tal situación contribuiría a fomentar la productividad de los factores y la competitividad del país. Más bien pienso que todo lo contrario, pero en cualquier caso estamos planteando un ejercicio de ciencia ficción. Y además somos socios de un club con el que hemos firmado una regla de oro fiscal: un déficit del 3% del PIB como máximo y preferiblemente uno menor. Conviene recordar cómo se ha producido el esfuerzo de reconciliación de la brecha fiscal. En 2008 el presupuesto era ligeramente superavitario, e ingresos y gastos se situaban en torno al 39% del PIB. Entre 2007 y 2009, y como efecto de la gran crisis, los ingresos fiscales cayeron seis puntos porcentuales del PIB, unos 60.000 millones de euros. Las correspondientes políticas anticíclicas de expansión fiscal llevaron los gastos hasta el 46% del PIB, siete puntos de PIB, en análogo periodo: 70.000 millones de euros. El bache fiscal se elevó, en consecuencia, al 11% del PIB, aproximadamente. Entre 2009 y 2015 el déficit se ha enjugado en seis puntos porcentuales de PIB, hasta el 5% actual. El ajuste se ha realizado con un aumento de impuestos del 3,5% y una disminución de gastos del 2,5% de nuestro PIB. Es evidente que tanto los gastos como los ingresos han ayudado a rebajar el déficit público, pero el peso del ajuste ha recaído en los contribuyentes en mayor medida que en los beneficiarios de los programas sociales públicos. Como año electoral, 2015 aún ha sido más singular: el déficit se ha reducido solamente en 6.000 millones de euros, a pesar de que los ingresos han crecido en 13.500 millones, porque los gastos, a su vez, no han disminuido sino que han crecido en 7.200 millones de euros. Si contemplamos el ajuste a lo largo de los nueve últimos años, en 2015 hemos conseguido recuperar el gasto público per cápita real que disfrutábamos en 2007. Y a pesar de los recortes transitorios, a finales de 2015, todas las grandes partidas presupuestarias como son sanidad, educación y mucho más el importe de las pensiones están por encima de los niveles anteriores a la crisis. Los grandes recortes se han consolidado en otros ámbitos de menor incidencia social, destacando en especial el colapso sufrido por la inversión pública. Es menester continuar con el ajuste fiscal, aunque alguna flexibilidad (¿la enésima?) nos pueda ser concedida por Bruselas. Ante el enfado de la Comisión Europea por nuestros endebles resultados, el ministro en funciones se ha apresurado a llamar a capítulo a las Comunidades © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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Autónomas, activando competencias nunca utilizadas en el complejo régimen de financiación de las mismas. Se habla de una rebelión en las comunidades que, sin duda, habrá de ser reconducida a través de la maduración del razonamiento. Tal vez el cuerpo doctrinal entero que rige la financiación de estos entes descentralizados deba ser rediseñado y modernizado desde el realismo y el consenso. El 8 de abril pasado Montoro anunciaba la constitución de un comité de expertos que siente las bases de un futuro modelo de financiación. Salvando los regímenes forales, uno tiene la impresión de que la descentralización española es cara, clientelar, anárquica, descontrolada y poco productiva. Y tampoco cabe olvidar los océanos de economía sumergida que habría que reducir y finalmente desecar. Todo ello cabe, bien entendido, en la iniciativa de una profunda reforma fiscal, que aborde el futuro de las pensiones y de la Seguridad Social. Pero, en economía de mercado, hay que ir al corazón del problema. Si España fuese capaz de reducir permanentemente, hasta erradicarla, su tasa de desempleo estructural (entre 12 y 18 puntos) hasta acercarla a los niveles de los países más avanzados, dispondríamos de entre 6 y 10 puntos adicionales de PIB de forma permanente para políticas fiscales, ya sean de aumento de gasto o de recorte de impuestos. Para ello —y lo hemos repetido sin descanso— es preciso acometer una gigantesca revolución cultural, sabiendo que a medio plazo sus dividendos serán del ciento por uno. (15 de abril de 2016)

Los límites del emprendimiento El emprendimiento en su doble figura de microempresa o de trabajador autónomo juega un papel central en cualquier mercado de trabajo. Refiriéndonos al censo español, a 31 de diciembre de 2014, estaba compuesto por más de tres millones de trabajadores por cuenta propia, lo que supone el 18,5% del total de los trabajadores dados de alta en la Seguridad Social. De ellos, dos millones son autónomos, personas físicas, de los cuales casi un 20% tienen trabajadores contratados. Conforme señala el Directorio Central de Empresas del Instituto Nacional de Estadística, del total de 3,2 millones de empresas, 1,6 millones son personas físicas, es decir, profesionales y autónomos. O sea, el 51% del total de empresas, la mitad del tejido empresarial español, está representado por personas físicas. Si tenemos que clasificarlo en función del número de trabajadores, en España el 40,5% del empleo se concentra en © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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microempresas, esto es, empresas de menos de 10 trabajadores, porcentaje que representa menos del 20% en países como Alemania o el Reino Unido. Esta aparente pujanza nos lleva a otra pregunta: ¿es el emprendimiento en pequeña escala una fuente productiva de calidad o acaso no pasa de ser un remedio temporal indeseado, una especie de espejismo con una menguada visibilidad de crecimiento en el medio y aún en el corto plazo? Una gran parte de la literatura que trata de la competitividad empresarial alude, sobre todo, a los recursos, capacidades y conocimientos específicos de las empresas. Pero otros análisis empíricos ponen el énfasis en el tamaño. ¿Tan importante es el tamaño empresarial para la generación de valor añadido? ¿Y qué incidencia tiene la talla de la unidad productiva en la creación sostenida de puestos de trabajo? Observando aquellos retos específicos que las empresas tienen en función de su tamaño, podemos adelantar que las pequeñas unidades productivas apenas elevan el nivel de su productividad y son las que mayores dificultades de competitividad observan. Y una de las derivadas inmediatas de esta circunstancia —hecho preocupante— es su escasa empleabilidad. Es uno de los hallazgos obtenidos en un reciente análisis elaborado por IVIE y la Fundación BBVA: el emprendimiento en España no ha aportado creación de empleo neta más allá del puesto de trabajo hallado por quien abandona la lista del paro y asume un pequeño negocio societario o autónomo como mero sustituto del trabajo por cuenta ajena. El informe destaca que España crea muchas empresas, pero la baja tasa de supervivencia y el reducido tamaño condicionan su productividad. Para construir un modelo productivo asentado sobre las mejoras de la productividad, como es el ideal deseado por todos los modelos económicos, España necesitaría aumentar la densidad numérica de empleados de su tejido empresarial. En otras palabras, empresas de mayor tamaño evolucionando desde la multitud de microempresas de la actualidad. Está sobradamente probada la relación directa y positiva entre tamaño y éxito empresarial. La otra acción inmediata debería orientarse a la reducción de la elevada mortalidad que sufren las microempresas en sus primeros años de vida y a la elevada rotación que les acompaña. Más del 60% de este tipo de unidades productivas no llega a los cinco años, un fenómeno por otra parte no muy distinto del que acaece en otros países europeos, como Francia (48%), Italia (54%) o Reino Unido (58%). La supervivencia de los proyectos emprendedores está muy condicionada por el bajo perfil tecnológico y cultural de los nuevos empresarios que © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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acometen en su mayoría actividades de escaso valor añadido. A ello cabe agregar que las nuevas iniciativas llegan ausentes de los recursos financieros mínimos para adquirir una tendencia generadora de economías de escala. Según otro influyente estudio sobre idéntica materia titulado «Global Entrepreneurship Monitor, España 2014», el perfil del emprendimiento español corresponde históricamente a la búsqueda de oportunidades si bien el emprendimiento «por necesidad» ha aumentado significativamente en los años de crisis y carece de una aspiración firme de crecer. Presenta un sesgo hacia las actividades vinculadas al consumo local y se concentran en el sector servicios. Siete de cada diez carecen de actividad internacional durante sus primeros 3-4 años de existencia, lo que contrasta con el fuerte deterioro de la demanda doméstica durante los años de la crisis. Finalmente, el porcentaje de iniciativas de nuevos negocios impulsadas por empleados desde el interior de sus respectivas organizaciones (start-ups) muestra una tendencia al decrecimiento en comparación al dato observado en 2011. Otro informe clásico, «Doing Business», del Banco Mundial, viene a recordar que el clima de negocio en España es claramente menos favorable a actividades de emprendimiento comparado con el de otros países desarrollados y el resto de nuestros socios europeos: España se sitúa como uno de los mercados con mayores trabas para abrir negocios (por procedimientos y duración), aunque haya mejorado ligeramente en los últimos años. No puede olvidarse tampoco que emprendedores y empresas de menor dimensión han sido, salvo contadas excepciones, los grandes olvidados de las políticas públicas. A tenor de estos resultados surge la conclusión inmediata de que las instituciones públicas y una normativa agresiva, mucho más allá de las tímidas reformas acometidas hasta la fecha sobre el emprendimiento, deben orientarse a favorecer el crecimiento del tamaño empresarial, habida cuenta de la apabullante suma de argumentos que se apiñan empíricamente a favor de dicha propuesta. (1 de abril de 2016)

El nuevo maná: Helicopter money La coincidencia de la Semana Santa y de un día como el de hoy, Lunes de Pascua, confiere actualidad a las Sagradas Escrituras. En un pasaje de ellas se refiere la milagrosa forma con la que la suprema Autori© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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dad celestial solventó las hambrunas del pueblo hebreo, en su travesía desde Egipto a la tierra prometida. La economía ambulante judía carecía de recursos productivos, por lo que según el libro del Éxodo, del mismísimo cielo caía con frecuencia y cantidad matemáticas un alimento llamado «maná» para satisfacer las necesidades nutricionales de aquella comunidad itinerante. A males insuperables, remedios portentosos. Lo anterior, como veremos, remite a la sociedad de nuestros días. A pesar de atizar con todos los combustibles conocidos —tradicionales y no tradicionales— el fuego de la caldera, la máquina tira poco. La economía de los países centrales padece un letargo estructural o sistémico, algo que Lawrence Summers primero, y ahora un montón de académicos más, definen como «estancamiento secular». La economía, las economías, están paralizadas. El PIB, el manómetro indicador del pulso de la renta y del bienestar de las personas, está en mínimos, muy cerca de la zona roja bajo el cero, de la gélida y temida deflación. Desasistidos, buscamos una fuente o fórmula a la que invocar. Hagamos un poco de historia. Como consecuencia de la gran crisis surgida en Wall Street, los gobiernos nacionales asistidos por las instituciones multilaterales procedieron a adoptar las medidas de emergencia necesarias para apagar el incendio. En primer lugar, gasto público a discreción para compensar el hundimiento de la demanda privada. La terapia se reveló bastante efectiva, pero rápidamente los efectos secundarios de la medicina se revelaron lo suficientemente graves como para retirar del mercado los fármacos administrados. El gasto público se traducía en déficits fiscales que ahogaban los presupuestos futuros y la deuda soberana alcanzaba cotas inadmisibles. Por ello, la política fiscal fue acompañada, si no sustituida, por una contundente política monetaria. El plazo transcurrido desde 2007 nos permite tener perspectiva para distinguir entre las medidas monetarias convencionales y las que, por ser innovadoras, han sido bautizadas con el nombre de «políticas no convencionales». Las convencionales han consistido en rebajar los tipos de interés a corto hasta los umbrales del cero por ciento e inundar con océanos de liquidez el sistema financiero. De esta manera se pretendía que consumidores e inversores encontrasen estímulo suficiente para endeudarse y tirar de la economía productiva. En Europa, el Banco Central Europeo (BCE) fue absolutamente congruente con este tipo de decisiones que, sin embargo, se revelaron insuficientes. De ahí que el Directorio del banco haya dado paso recientemente a otras «no convencionales» (relajación cuantitativa): © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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compra de títulos públicos y privados (774.000 millones de euros desde diciembre de 2014), préstamos al sector bancario a medio plazo a tipos negativos, penalización de las reservas bancarias privadas en el BCE al 0,4%. Los tipos de interés a largo plazo en hemisferios negativos. La cuadratura del círculo. La autoridad monetaria pagando intereses por el dinero que le piden los bancos a préstamo. Los ahorradores satisfaciendo primas por adquirir bonos de los países más fiables y solventes. El mundo al revés. Pero tras el arrobamiento puntual que ha seguido a estas decisiones inverosímiles sigue latente la gran pregunta: ¿es todo ello suficiente para activar el crédito? ¿Lograrán las medidas adoptadas estimular la demanda privada y alcanzar registros de crecimiento económico suficientes para reflotar la gigantesca nave naufragada y devolver el empleo a los millones de ciudadanos que lo han perdido en la deriva de la crisis? El diagnóstico vuelve a dividirse. Los más ortodoxos y convencionales sugieren que no hay vida fuera de las reformas estructurales. Abordar, por ejemplo, la flexibilización del mercado laboral como ha amagado recientemente, sin gran convicción, el Ejecutivo francés, o adelgazar con decisión la talla mastodóntica de las administraciones públicas. Pero para otros queda —y aquí engarzamos con el episodio bíblico de la cabecera— un último recurso revolucionario más allá de las políticas monetarias no convencionales. Se trataría de contratar una flota de helicópteros para que sobrevuelen nuestras ciudades, pueblos y aldeas y lancen millones de euros en billetes de curso legal. Lo han leído bien: Helicopter money, dinero volcado desde los helicópteros. Un maná pagano prescrito, en su caso, por el señor Draghi y su Consejo de Administración, para alimentar al enfermo anémico de la economía europea. No lo tomen en su estricta literalidad, aunque no se aleja mucho de ella. Hasta ahora el BCE inyecta liquidez a los gobiernos contra títulos públicos que se contabilizan como deuda a devolver. Bajo el programa de «dinero helicóptero» la autoridad monetaria entrega liquidez a los gobiernos (cabría hacerlo directamente a los particulares) que no se devuelve y que cuenta con dos únicas limitaciones. La primera, el repunte de la inflación, al incrementarse la oferta monetaria, suceso altamente imprevisible. La segunda, la capacidad crediticia y de solvencia del Banco Central que en principio es ilimitada. Asignadas las cantidades bajo criterios a decidir, los gobiernos emprenderían luego las acciones de política fiscal —de consumo o inversión pública o transferencias al sector privado— que se estimen óptimas. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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Ténganlo en cuenta por si en algún momento escuchan un rugir de rotores y ven caer euros del cielo: es el maná que llega a una sociedad insatisfecha y languideciente. (25 de marzo de 2016)

Relanzar el empleo El paso del tiempo da y quita razones. El mito contiene verdades y mentiras pero no siempre la evidencia derrota certeramente a la falacia. Puede esto aplicarse a la historia del desempleo en España. Una historia que se asemeja poco a lo que se suele escuchar en los habituales estrados de cantinas, mítines o telebasuras. La desolación vivida en propias carnes por quien está sometido al trance de la falta de trabajo provoca hondas secuelas individuales, pero también sociales y políticas. Analizaremos estas últimas. Los libros de texto recogen la teoría del «voto económico», una decisión emocional que despoja del poder al partido que ha gobernado en la fase depresiva del ciclo, la crisis, y ha desarrollado sus políticas económicas con poco o nulo éxito en lo que se refiere —entre otros puntos— a la creación de puestos de trabajo o simplemente a evitar su destrucción sostenida. Fue el voto económico el que desalojó de la Moncloa a Zapatero en 2011 y puede ser el voto económico —además de la corrupción— quien desahu­cie presuntamente a Rajoy al término de las tediosas cábalas y contubernios que los partidos tejen de cara a la formación del próximo Gobierno de la nación. El voto económico ejercitado en los recientes comicios de nuestro país es legítimo, pero puede no ser justo ni tampoco racional. Y no sería justo ni racional ya que el castigo de las urnas se asienta en buena medida en un doble postulado que no resiste el veredicto de las cifras ni el filtro de las razones. Según se recoge en amplios círculos de influencia, desde las infumables tertulias hasta los cínicos supuestos que alimentan algunos pactos de alternativa de gobierno, son las políticas estructurales, en particular las dos reformas laborales de 2010 y 2012, y otras medidas congruentes, las culpables directas no solo de la destrucción masiva de puestos de trabajo, sino de la insufrible precariedad que revisten los nuevos puestos de trabajo creados al calor de una recuperación aún no consolidada. Pero ambas afirmaciones son inexactas. Comenzando por la segunda, la tasa de temporalidad media en España entre 1998 y 2011 fue del 31% habiendo bajado desde el 34,6% en © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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2006 al 24% actual, lo que hace del nuestro, el país europeo que más ha reducido el porcentaje de temporalidad laboral. Otros países de nuestro entorno registran ciertamente tasas inferiores, pero no por ello cabe afirmar que las citadas reformas hayan ahondado nuestra precariedad laboral. En cuanto a la causalidad atribuida a las reformas laborales y otras medidas de apoyo en el desmesurado crecimiento del paro hasta alcanzar en 2013 al 26,1% de la población activa española, solo puede justificarse por la mala información o por una voluntad deliberadamente tóxica. Un reciente informe de FEDEA viene a unirse a una larga lista de opiniones autorizadas que asignan a las citadas reformas efectos benéficos determinantes sobre la creación de empleo, con el resultado de un millón de puestos entre 2013 y 2015. Solamente en 2015, 678.200 desempleados menos. El descalabro de nuestro mercado laboral es hijo del modelo productivo reinante en España desde la adopción del euro y del posterior estallido de la burbuja inmobiliaria. No cabe engañarse: los 1,7 millones de parados de 2007, equivalentes a una tasa de paro del 7,95%, son un fugaz espejismo de lo que fue el estándar productivo español en torno al ladrillo, que no podía durar: un marco que ocultaba la nula productividad del sistema, anestesiada por un programa de tipos de interés bajos y liquidez desmesurada. La cruda realidad es que España es un país con un paro crónico y endémico que algunas voces solitarias recuerdan en los foros desertizados de un auditorio que no oye, o no sabe, o no quiere oír. La serie estadística del paro en España desde 1980 a nuestros días no baja del 10% más que en un par de años, precisamente en el prólogo de la gran crisis; ha registrado un porcentaje medio en dicha etapa del 18% y se ha mantenido largos periodos por encima del 20%. Porque España tiene, y no se pone en ello el suficiente énfasis divulgativo, un paro estructural infranqueable que un informe aún caliente del Banco de España cifra en el 19%, a un solo punto de nuestra tasa de paro actual. Un paro que no se recortará solamente con el crecimiento vegetativo de la economía y que exige firmes políticas estructurales y mentalidades profundamente renovadoras. Nuestro paro congénito no se corrige derogando reformas laborales ni demonizando políticas avaladas con la creación de empleo. La economía española está a falta de un plan de emergencia colectivo para catapultar su capital humano, incrementar drásticamente la productividad laboral, elevar la competitividad, crecer sosteniblemente y crear así empleo de calidad. Carecemos de una gran revolución del conocimiento que no se atisba en el patio de corral escenificado por las © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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distintas formaciones políticas, mientras por las ventanas del país comienzan ya a colarse noticias ambiguas e inputs contradictorios. Educación infantil, secundaria, profesional y universitaria, junto a un apoyo decidido de inversiones públicas y privadas en I+D+i que catapulten nuestro país hacia los mejores parámetros europeos y mundiales. Un grandísimo pacto de Estado —de todas las fuerzas y partidos— para la educación, en el más amplio y exigente sentido de la palabra. (11 de marzo de 2016)

Los costes de la incertidumbre política Guste o no, la incertidumbre política que ensombrece nuestro país tras la primera tanda fallida de investidura, ha alertado, entre otros muchos, a agencias de calificación, inversores y consumidores, que manifiestan su preocupación ante la difícil gobernabilidad inmediata de España. En particular, tres sucesos registrados días atrás en el paisaje económico español así lo testifican: la revisión del rating de nuestra deuda pública, el déficit de la Balanza Exterior de Inversiones y la caída de la confianza de los principales agentes de nuestra economía. Comencemos con Moody’s. La incertidumbre política no solo ha frenado la esperada mejora del rating del país sino que ha degradado el componente «perspectivas» de positivo a estable: no rebaja la nota pero advierte que le gusta menos que antes. Moody’s cree que, independientemente de la composición del próximo Gobierno es poco probable que las reformas estructurales pendientes se lleven a término en los próximos tres o cuatro años. El futuro inmediato de la economía española está condicionado por el elevado riesgo político interno, las considerables necesidades de financiación pública que deberán madurar la confianza de los inversores, y un sistema bancario cuyas instituciones más débiles convivirán aún algún tiempo con problemas de valoración insuficiente de sus activos y de capital de baja calidad. Advierte Moody’s que una mayor relajación fiscal, con el consiguiente incremento de una deuda ya insostenible, le obligaría a cambiar la perspectiva de la solvencia soberana española a negativa o incluso a rebajar su calificación. Por último, aunque, a su juicio sea altamente improbable, la eventualidad de que Catalunya se separe de España sería muy negativa para la calificación española, dado el peso económico de la región en el conjunto del Estado: una suma de variadas incertidumbres que pueden acarrear serias penalidades al país. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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Más finos matices reclama la noticia acerca de la evolución negativa de la Balanza Exterior de Inversiones durante 2015. Como en tantas ocasiones se apela al sensacionalismo para afirmar que la «fuga de capitales» a lo largo del ejercicio pasado ha ascendido a 70.220 millones de euros. Ante todo procede descalificar el apelativo de «fuga» para significar la legítima conducta de los inversionistas españoles frente al resto del mundo. El concepto de «fuga» cobra sentido para el interno que abandona furtivamente y con paradero desconocido el penal en el que cumple condena. Pero en nuestro caso no existe un abandono furtivo, sino una actividad legal y religiosamente comunicada al Banco de España. Lo segundo es criticar la simplificación de determinados análisis parciales en un registro tan complejo como es la balanza de pagos. Lo importante no es el desfase de una determinada cuenta de la balanza sino la suma neta de todas ellas. Así, el saldo neto total de la balanza de pagos fue positivo al cierre de 2015. También las cuentas de capital en las que se incluye la inversión extranjera. Adicionalmente, la razón básica de la salida neta de la rúbrica de inversiones tiene sobre todo que ver con el ahorro generado por empresas y particulares en los tres últimos años. Naturalmente, todo lo dicho no contraviene y es conciliable con una mayor aversión al riesgo español en relación a otros riesgos extranjeros, fruto posible de la indefinición política actualmente reinante. En tercer lugar, es obligado echar un vistazo a los distintos pronósticos o índices de confianza de nuestra economía. Recordaremos que el Índice de Confianza del Consumidor (ICC) se calcula en función de las percepciones que alberga el consumidor respecto de la situación actual de la economía familiar, del empleo y de la economía española en su conjunto, relativas a las que existían seis meses atrás, y de aquellas otras expectativas referidas a los seis meses venideros. El ICC puede tomar valores que oscilan entre 0 y 200. Por encima de 100, indica una percepción positiva de los consumidores, y por debajo de 100 una percepción negativa. Pues bien, el ICC del mes de febrero de 2016 se sitúa en 95,2 puntos, 3,9 puntos por debajo del dato del mes anterior. Este nuevo descenso del ICC se produce por una peor valoración en el índice de expectativas, que retrocede 3 puntos en este mes y, especialmente, por el retroceso del índice de situación actual, –4,7 puntos. De esta forma, el ICC se ubica en estos momentos por debajo de los valores observados durante todo el pasado año, habiendo perdido en los dos primeros meses de 2016 más de un 11%, con un descenso del 14% en las expectativas y del 8% en el índice de situación actual. Adicionalmente, el índice de confianza industrial cae un 2,7% y el de confianza del sector comercio minorista un 2,5%. También el índice de incertidumbre eco© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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nómica de la escuela de negocios IESE aumenta 24 puntos básicos en febrero, marcando máximos desde septiembre pasado. En absoluto son buenas noticias —en realidad son perspectivas regulares— y pueden ser un reflejo espontáneo de las vacilaciones y perplejidades reinantes. En resumen, qué parte de la trayectoria de estos tres indicadores citados se debe a la mera evolución del ciclo económico y qué parte obedece a un coste de la incertidumbre política reinante es difícil de evaluar. Lo que resulta innegable es que el enorme interrogante que se cierne actualmente sobre el panorama político español puede en todo caso restar, nunca sumar. (5 de marzo de 2016)

El puzle de los tipos negativos Hagamos el ejercicio de acercarnos a cualquiera de los establecimientos de crédito de nuestra villa o de los pueblos que la rodean y preguntar qué rentabilidad anual ofrecen por un depósito, digamos, de 20.000 euros al plazo de un año. En primera instancia tratarán de persuadirnos de que existen otras maneras de ahorrar, fundamentalmente fondos de inversión, que pueden acomodarse fácilmente a nuestro perfil de riesgo y plazo de recuperación, productos con liquidez inmediata y con pedigrís certificados de rentabilidades pasadas —no futuras—. Si tenemos la osadía de insistir, nos replicarán cortésmente que no se paga nada por los depósitos de ahorro. Tal vez algún punto básico a la altura del segundo decimal. Y la razón es bien sencilla: la Banca española tiene acceso ilimitado al dinero del Banco Central Europeo al irrisorio precio del 0,05% anual. Vivimos en un entorno de tipos nulos («ZIRP»). ZIRP ha entrado en escena cuando se ha levantado el telón de la crisis y han surgido esos personajes profundamente perversos que se llaman deflación, paro, incertidumbre y en general todo el séquito de maldades que acompañan a los crecimientos anémicos o negativos de la economía. Piensan las autoridades monetarias y económicas —y en principio piensan bien— que, si la economía se desliza por derroteros peligrosos, siempre será interesante aflojar las compuertas de la liquidez para abaratar la materia prima del crédito y llevar su precio a los umbrales de la ganga, para que los consumidores se animen a pedir prestado y consumir, y los inversores se animen a firmar créditos y dedicarse a invertir. De esta manera el tirón del consumo y la inversión hará de corcel de una economía famélica o estancada. O sea que lo que al sufrido ahorrador le desagrada © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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profundamente, al deudor —en particular el deudor hipotecario— le viene de perlas. Cada uno lo suyo. Paralelamente, al abaratarse el dinero se deprecia la divisa con lo que el país gana competitividad e incrementa sus exportaciones, otro componente crítico de la demanda agregada. Con el ZIRP se ha desmontado el mito del valor intrínseco de los tipos de interés. La ortodoxia defiende ingenuamente que el tipo de interés es la compensación fijada por diferir el uso del dinero, o sea, de diferir el consumo. Dejado a su propia iniciativa, el dinero es una mercancía que coordina en el tiempo la oferta con su demanda. O sea, que cuanto más interfieran los reguladores la libre formación de los tipos de interés, más se desajusta la demanda y oferta de dinero en el tiempo y más complicado resultará el realineamiento posterior de la oferta y de la demanda para volver a una economía de crecimiento razonablemente sostenible en el tiempo. De lo que sigue una consecuencia adicional: por mucho que las economías actuales sigan confiando en el libre mercado para la asignación eficiente de recursos la mano bien visible del Estado ha propinado un solemne capirotazo a la mano invisible de Adam Smith. El mercado del dinero está totalmente intervenido en Occidente como lo pudo estar en cualquier economía comunista de plan central en el pasado. Aunque pueda apostillarse que se hace para el bien común, aquellos credos políticos que aún postulan en nuestros días el desmonte del sistema neoliberal haría bien en abrir los ojos para percatarse de que nuestro sistema de mercado está muy lejos de ser neoliberal. Pero aún cabía una vuelta más a la tuerca: la aparición de los tipos de interés negativos (NIRP). Por ejemplo, desde el 9 de diciembre de 2015 el Banco Central Europeo penaliza con un –0,30% los importes que depositen en sus cajas los Bancos operantes en la Eurozona. Cinco Bancos Centrales más adoptan análoga decisión. El objetivo perseguido con una tasa negativa es forzar a los Bancos a que presten a la clientela su liquidez excedentaria. La pregunta es si hay crédito solvente para colocar tanta liquidez. Los bonos también se han infiltrado en territorio negativo, pero aquí juega un papel importante la calidad de «refugio» que represente para los prestamistas el país emisor. Cerca de siete billones de dólares de bonos gubernamentales están comercializándose en los mercados a tipos negativos. Podemos aventurar que, a no mucho tardar, tendremos que pagar a nuestro banco por el cuidado de nuestros depósitos. Ello supondría el resurgir de las cajas de seguridad y del amplio elenco de conceptos que giran en torno a guardar el dinero debajo de nuestros colchones. Como © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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la autoridad correspondiente ya ha advertido el peligro, está calentando motores para retirar de la circulación las denominaciones de 500 euros y quizás las de 200. La utilidad final de la política monetaria ultralaxa divide a los expertos. Alivia en momentos de crisis, pero no resuelve los problemas estructurales. La proyección económica de un país depende sobre todo de su productividad y en consecuencia de su competitividad. Para sintetizar esa medicina hacen falta otros ingredientes. En situaciones como la presente, habrá que recordar la política fiscal, pero no para financiar gasto corriente sino para crear inversión pública productiva, o financiar educación e investigación en su más amplio sentido. A los tipos de hoy, esa fracción de deuda que la sufrague contaría con la complicidad casi unánime de las distintas coloraciones políticas. (26 de febrero de 2016)

¿Profecías autocumplidas? Ya no cabe maquillar por más tiempo la gravedad del diagnóstico: la crisis financiera europea, y de su mano la española, son una realidad. Los mercados están completamente rotos y la visibilidad es inexistente. Esta pésima noticia es el prolegómeno de otra potencialmente aún peor: que el trance afecte finalmente a la economía real y que 2016 pase a la historia como la reedición de la crisis global, como el tercer zarpazo de un animal herido que creíamos rendido y que ha mostrado una crueldad inusitada en su último estertor. Todavía no se ha dado ese paso, aunque el trecho que nos separa del precipicio se achica por momentos. ¿Será posible que el tsunami financiero arrase una recuperación amasada con el esfuerzo y el sufrimiento de millones de ciudadanos en los últimos ocho años y que el miedo engulla impunemente la hercúlea obra emprendida? Lo que nos lleva a otra pregunta consecutiva. ¿Se hunden las Bolsas por China, por el petróleo, por los bancos y por los emergentes o por las distorsionadas interpretaciones que se han hecho de esas variables y de los miedos irracionales que ahora es imposible derribar? Veamos. El efecto China. Un colapso del crecimiento en China sería una auténtica hecatombe. Pero no existe ninguna evidencia de tal colapso. Se habla de una moderada contracción, aunque tampoco sea un dato cierto. En todo caso afectaría más a países como Alemania al que el tema chino no parece quitarle el sueño, pero mucho menos a países © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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como España o Estados Unidos que tienen una relación comercial modesta con el país del Gran Dragón. ¿Y si devalúa el yuan? Lo que se presenta como una amenaza mundial no puede ser mejor para la economía china, estimularía sus exportaciones y frenaría sus salidas masivas de capitales. ¿En qué quedaríamos?¿Deseamos que China vaya bien o lo contrario? ¿Y quién puede dudar de un país con cuatro billones de dólares de reservas? El tema del crudo. La opinión dominante, que no ha sido refutada al día de hoy, es que una reducción del precio del petróleo es positiva para los países importadores, entre ellos los europeos y ciertamente para España. ¿No es uno de esos llamados «vientos favorables» que nadie discute? Es cierto que en el corto plazo tienen un efecto negativo en la industria que abastece al sector petrolífero y que ello incide transitoriamente en recortes de nuestras inversiones. Pero, en general, los consumidores con mayor disponibilidad de gasto habrán de incrementar el consumo y todas la empresas industriales que utilizan energía, con costes de producción más bajos, aumentarán sus inversiones con la incidencia positiva sobre el PIB y el empleo. En España el efecto ha supuesto un 0,75% en el PIB de 2015, un ahorro de 15.000  millones de euros desde mitad de 2014. Es más: la caída del petróleo ha tenido en los países importadores un efecto positivo superior al negativo de los productores, dado que aquellos tienen una cuota en el PIB mundial muy superior a la de estos, además de haber contribuido a contener la inflación. El impacto global no es de suma cero sino de suma positiva: la tarta a repartir ha crecido. Pero si usted lee los titulares de los periódicos o atiende a los medios audiovisuales, los bajos precios del petróleo han creado tales problemas que ello acarreará una caída indeterminada del crecimiento mundial, lo que justifica el colapso de los valores de las empresas cotizadas en la totalidad de las Bolsas mundiales. El efecto Banca. Los valores bancarios europeos han perdido más del 30% en lo que va de año. Está claro que la Banca tiene poco margen de negocio y escasa rentabilidad en un escenario de tipos nulos o negativos. También es cierto que el sector aún convive en algunos países con paquetes apreciables de créditos morosos y que la regulación internacional exige a la industria bancaria costosas capitalizaciones difíciles de cubrir entre inversores convencionales. Pero ¿puede ello justificar la debacle en Bolsa del sector bancario que registra unas oportunidades de inversión irrepetibles? ¿De verdad alguien se cree que el valor en Bolsa de los bancos españoles es una imagen fiel del valor intrínseco y fundamental de unas empresas básicamente solventes y saneadas? ¿Carece Europa de músculo político y financiero —dentro de la Unión Banca© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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ria— para estabilizar a Deutsche Bank o a Société Générale en el hipotético caso de que ello fuese necesario? Y el exabrupto final como resumen: el temor a una recesión global hunde el selectivo español. Cuando cualquier párvulo sabe que el PIB mundial crecerá este año en torno al 3%. La conclusión es que prevalecen los miedos sobre los fundamentales. Pero como aquellos prosigan tozudamente por su senda suicida, puede llegar un momento en que, a través del efecto reducción de la riqueza de los consumidores y de las expectativas de inversión en los empresarios, consumo e inversión se retraigan, y con ello, desgraciadamente, la renta nacional y el empleo. La regla dicta que por cada 10% de caída sostenida de la riqueza financiera, el consumo se reduce un 1% en los siguientes cuatro trimestres. Mientras la casa arde, en el Eurogrupo en Bruselas han manifestado «no estar preocupados» y piden «relax» ante los mercados. Y Draghi callado. Glorioso. (12 de febrero de 2016)

La salida a Bolsa de Bankia El Tribunal Supremo acaba de anular la compra de acciones de Bankia en la Oferta Pública de Suscripción (OPS) que llevó a cabo la entidad en 2011. Una decisión de este tipo garantiza a todos los clientes minoristas querellantes que acudieron a la OPS la recuperación de la inversión íntegra más los intereses y las costas del proceso. La resolución de 3 de febrero de 2016 confirma que hubo «error en el consentimiento por parte de los compradores debido a las graves inexactitudes del folleto de la oferta pública». La noticia reportará, sin duda, una enorme alegría a los accionistas afectados, esto es, a todos los suscriptores del tramo minorista que, como es tristemente sabido, perdieron en 2012, con la quiebra de Bankia, la totalidad de su inversión. Dos consideraciones pueden desprenderse de la referida sentencia. La primera de ellas se refiere a la contundencia de la resolución del Supremo al determinar que las cuentas presentadas por Bankia en la OPS de 2011 estaban falseadas, tema altamente espinoso, vistos los informes y contraiformes solicitados al respecto y que han resultado frontalmente contradictorios. En segundo lugar, la decisión judicial narrada tendría menos relevancia si no aparejara una nueva socialización de pérdidas bancarias con cargo al contribuyente español. La sentencia del Supremo conlle© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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vará un quebranto estimado de 1.840 millones de euros para Bankia, si nos ceñimos a la provisión realizada para este propósito por el señor Goirigolzarri. El 62,2% de ese importe será a cargo de BFA, matriz de Bankia y tenedora de dicho porcentaje de acciones y que es propiedad, a su vez, al 100% del ente estatal FROB. Según esto, el Estado, o sea, el contribuyente, asume una pérdida de 1.144 millones euros. Un repaso crítico de lo acaecido lleva a pensar que el argumento central de la sentencia no tiene una apoyatura rocosa. Aducir que el folleto contenía cifras incorrectas, engañosas o falsas tendría sentido solo si pensamos que los clientes que acudían a la OPS se lo leían y si me apuran, se lo estudiaban. Pero los minoristas no leyeron presuntamente el folleto, y ello por dos razones: la primera porque tiene 402 páginas. Si no se lo leyeron, malamente pueden ampararse en la veracidad o falsedad de las cifras, o sea en «las graves inexactitudes del folleto de la oferta pública», ya que no fue el folleto lo que les indujo a la inversión. Pero si lo leyeron habrían perdido bastante interés en la compra y, en su caso, carecerían de justificación para llevar a juicio a la entidad financiera, dada la machacona iteración de los riesgos que en el folleto se exhiben, las cautelas que se advierten, y las contingencias que se simulan. Un inversor conservador que hubiese ojeado el folleto no habría acudido a la OPS y de hacerlo no osaría ir a juicio —no, al menos, de buena fe— como consecuencia de minusvalías posteriores. La verdadera historia de la OPS de Bankia es otra. A medida que avanzaba el calendario de la colocación, las noticias del fiasco griego con el súbito aumento de las primas de riesgo de la deuda de los países periféricos, entre ellos España, y la recaída generalizada del PIB europeo fueron deteriorando la solvencia del sistema bancario español y la de Bankia, ya sometida a un riguroso cerco por parte del supervisor y otras instancias oficiales. La total apatía de los inversores institucionales para comprar acciones, especialmente de los extranjeros, colmó el nerviosismo de la dirección de Bankia lo que llevó a redoblar la venta de acciones a inversores nacionales, trasladando al máximo la presión comercial sobre la red de oficinas propias. Bankia necesitaba inexorablemente los 3.092 millones de euros de nuevo capital para cumplir con los estándares comprometidos. Además, las autoridades españolas reputaban el éxito de la OPS como un casus belli, ya que su fracaso habría arrojado graves sombras sobre España y sobre su supervivencia en la Zona Euro. Fruto de ello, los nudillos del Estado se acercaron a las puertas del tramo institucional llamando y madurando voluntades hasta alcanzar 29 adhesiones por valor de 1.240 millones de euros, que acudirían «responsablemente» al acto de la firma. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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Simultáneamente, los medios sociales se encargaron de martillear el mensaje de que invertir en acciones de Bankia (producto clasificado como «no complejo» en la Ley del Mercado de Valores) era una buena opción, dado que Bankia era una entidad solvente y con una trayectoria económica favorable. La gente, en consecuencia —ignorante del alcance de su inversión—, compró «fiándose» del ambiente y del reclamo del director o del comercial de la correspondiente sucursal de Bankia. El Tribunal Supremo no ha podido ser presuntamente inmune en su sentencia a esta suma de circunstancias. La conclusión de lo relatado tiene, en nuestra opinión, una enorme trascendencia: una laxa interpretación judicial de que el desconocimiento financiero por parte del inversor resulta excusable, crea un peligrosísimo precedente. Como «riesgo moral» habrá que calificar la incentivación tácita de la ignorancia de los ahorradores. La sentencia no ayuda a promover una mayor cultura financiera que oriente a los ciudadanos hacia decisiones de inversión prudentes, responsables e independientes. Induce a suponer, por el contrario, que las anchas espaldas del presupuesto público y de los contribuyentes pueden aguantarlo todo. (6 de febrero de 2016)

El empleo en la cuarta revolución industrial Klaus Schwab es el fundador y actual presidente ejecutivo del Foro Económico Mundial (WEF), organización conocida, sobre todo, por las concentraciones de Davos, una lujosa estación de esquí en los Alpes suizos, que cada enero reúne a una nutrida muestra de la élite empresarial, académica, política y social del planeta. El WEF es uno de los clubes más exclusivos del mundo, lo que suscita por igual críticas acérri­ mas por su significación plutocrática y aplausos cerrados debido a las múltiples iniciativas que aborda en su condición de fábrica de ideas. Ante quienes le exigen compromisos y acciones, el WEF alega que ellos son una ONG de gente VIP, pero no un Gobierno con poderes ejecutivos. En la recién celebrada asamblea de 2016 del WEF, el tema central de debate ha sido «la cuarta revolución industrial». Klaus Schwab ha fijado el contenido central de la asamblea y también ha publicado un libro para prologarla, acerca de nuevas realidades como la inteligencia artificial, la robótica, la nanotecnología, el internet de las cosas, el big data, los vehículos autónomos, las bases de cadenas de bloques, las impresoras 3D, la genética, la biotecnología y un largo © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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etcétera. Dichas tecnologías valen tanto para el título del libro como para el eslogan de la asamblea: la cuarta revolución planetaria. En ella, las nuevas relaciones y proporciones sociales producen situaciones inéditas donde la densidad o alcance de las redes comerciales, la propiedad de los establecimientos o la capitalización financiera no son ya determinantes como lo han sido hasta el presente. El paradigma productivo está mutando vertiginosamente. Por citar ejemplos de actualidad, Uber, la polémica organización de transporte rodado de viajeros no posee ni un solo taxi de su propiedad, de la misma manera que las redes sociales Facebook, Twitter o Google+ no producen un solo contenido propio, canalizando solo los de sus usuarios, o Airbnb, el mayor proveedor de alojamientos que cubre unas 800.000 propiedades en 192 países y 33.000 ciudades, carece de alojamiento alguno de su titularidad. Un nuevo mega-corretaje digital asalta el poder. Se sugiere que los cambios escrutados provocarán una mutación generalizada no solo de los modelos de negocio, sino también de los futuros mercados de trabajo, con la previsión de enormes variaciones en las habilidades requeridas para prosperar en el nuevo escenario. Ello ha propiciado, a su vez, otro informe paralelo, El futuro de los empleos, publicado asimismo por el Foro Económico Mundial con ocasión de la repetida convención anual. Como refiere dicho estudio, la cuarta revolución industrial, junto con otros cambios económicos y sociodemográficos, va a transformar los mercados de trabajo en los próximos cinco años, de tal manera que hasta 7,1 millones de empleos en las 15 principales economías desarrolladas y emergentes podrían perderse a través de los despidos, la automatización o la desintermediación, con las mayores pérdidas registradas en el llamado trabajo de «cuello blanco» y en las funciones puramente administrativas, sobre todo en las áreas de la sanidad, energía y servicios financieros y de inversión. El desplazamiento del trabajo afectará a todas las industrias y regiones geográficas. Paralelamente, se prevé que las pérdidas citadas queden parcialmente compensadas con la creación de 2,1 millones de nuevos puestos de trabajo, principalmente en los nuevos campos de aplicación de las llamadas disciplinas «STEM», como la informática de nueva generación, la investigación matemática, la arquitectura, la ingeniería y las tecnologías de la información, la comunicación y el entretenimiento. Según se desprende de lo descrito, la cuarta revolución industrial no va a cambiar solo lo que hacemos sino también lo que somos. Afectará a nuestra identidad y a todas las cuestiones relacionadas con ella: nuestro sentido de la privacidad, nuestro concepto de la propiedad, nuestros patrones de consumo, el tiempo que dedicamos al trabajo y © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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el ocio, y la forma en que desarrollamos nuestras carreras, cultivamos nuestras habilidades, conocemos a la gente, y fomentamos nuestras relaciones sociales. «Sin una acción urgente y específica para gestionar la transición a corto plazo y construir una fuerza de trabajo con «habilidades-a-prueba-del-futuro», los gobiernos tendrán que hacer frente a un desempleo y una desigualdad crecientes», ha alertado Klaus Schwab. Independientemente del resultado neto de la revolución, Schwab está convencido de que en el futuro, el talento, más que el capital, representará el factor crítico de la producción, dando lugar a un mercado de trabajo «cada vez más dividido entre los segmentos de baja cualificación-bajos salarios y alta destreza-alta remuneración». Un reciente estudio de IVIE y BBVA Research ratifica este vaticinio para el entorno español. Resulta fundamental, en consecuencia, que los cambios a largo plazo aplicados en los sistemas de educación básica se complementen con esfuerzos específicos de formación técnica en cada industria o servicio. Esto implica variaciones sustanciales en el modo en que el mundo de los negocios percibe y gestiona el talento, tanto a corto como a largo plazo. El Papa Francisco también ha llamado a las puertas de Davos. La cuarta revolución industrial tiene potencial suficiente para robotizar la humanidad. Pero si la tecnología está ahí para servir a la sociedad en lugar de sojuzgarla, todos los agentes implicados, desde las empresas, los gobiernos y los académicos, hasta la gente llana, deben trabajar de forma proactiva, juntos, para que ello sea así. (29 de enero de 2016)

¿Derogar la reforma laboral? Partidos de abolengo y algunas otras formaciones políticas de nueva floración han convenido, caso de acceder al Gobierno de la nación, en derogar la reforma laboral promulgada durante el mandato de los populares. ¿Qué juicio razonado debe merecernos tal propuesta? El 12 de febrero de 2012 entró en vigor el Real Decreto-ley de medidas urgentes para la reforma del mercado laboral. La norma venía espoleada por la enorme sangría de empleos registrada en España entre 2007 y 2011, en el epicentro de la gran crisis global, con un incremento del paro de 3,8 millones de personas. Desde la fecha de la entrada en vigor del decreto hasta el tercer trimestre de 2013, suelo de la crisis sufrida, el paro aumentaría en 700.000 personas adicionales. A partir de dicho suelo el empleo en España ha crecido ininterrumpidamente. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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En 2015 la ocupación aumentó en 533.186 personas y el paro bajó en 354.000. Un millón de empleos entre 2013 y 2015. Las previsiones para los dos años próximos sitúan el empleo en un millón adicional. Evidentemente, la eficacia de la reforma laboral habrá dependido de la calidad de sus resultados y de qué hubiera sucedido sin su implantación. Para conocerlo acudiremos al juicio de terceros autorizados. Todos los organismos internacionales que, por distintas razones, tutelan la economía española (OCDE, FMI, BCE o Comisión Europea) la han conceptuado como una de las más efectivas de las reformas estructurales acometidas en los últimos cuatro años y no han escatimado elogios sobre la misma. Pero son los estudios independientes descriptivos o econométricos los que han consensuado la efectividad de la decisión tomada. Sucesivas investigaciones de Banco de España (2012), Fedea (2012), Funcas (2013 y 2015), Ministerio de Empleo y Seguridad Social (2013), BBVA (2013 y 2015), OCDE (2014) y García Pérez y Osuna (2014 y 2015) han resumido, siempre con cautelas, que una reforma anticipada habría evitado la destrucción de empleos en años previos a su puesta en marcha y todas ellas reconocen, al menos parcialmente, su operatividad, sin ocultar por ello importantes tareas pendientes, fundamentalmente en el ámbito de la dualidad de contratos con protecciones radicalmente diferentes. La principal crítica lanzada a la reforma laboral es ser la causante del presunto incremento de la precarización del mercado laboral español. Para desmentir esta falsedad hay que recurrir a las cifras. La tasa de temporalidad media entre 1998 y 2011 fue del 31%, y en pleno auge de la burbuja inmobiliaria —primavera de 2006— llegó a alcanzar el 34,6%. A día de hoy, en cambio, se sitúa en el 26,2%. Aunque esta reducción es debida a que la crisis ha destruido, sobre todo, el trabajo temporal, no es correcto imputar a la reforma unas causalidades inexistentes. La gran crisis global arrastró a España hasta bien entrado 2013 a una tasa de desempleo del 26,1%. La recesión se cebó casi exclusivamente en las pymes expulsando del mercado a 250.000 pequeñas empresas, produciendo en las supervivientes un número de despidos apreciables. Es sabido, asimismo, que el ajuste laboral de la economía española se ha producido fundamentalmente por cantidad y no por precio. Como consecuencia de la flexibilidad externa (cantidad de puestos de trabajo perdidos) y de la posterior flexibilidad interna (reducción salarial de los empleados estables) España ha registrado una reducción de los costes laborales cercana al 20%, lo que ha impulsado —según esquemas bien fundados en la teoría económica— la nueva contratación de personal, la acometida de nuevos productos y mercados y, en definitiva, la salida paulatina de la crisis. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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Y ahora cerremos el tema con algunas evidencias. La primera es que el empleo es consecuencia del crecimiento, que en la actual coyuntura española es altamente eficiente, siendo la tasa de crecimiento de la ocupación igual o incluso superior a la del crecimiento del PIB. Lo que no debe hacer ninguna contrarreforma laboral es frenar el crecimiento y obstaculizar la creación de empleo. La segunda, y he aquí nuestro cáncer, es que España tiene en 2015 un 23% más de paro estructural (desempleo superior a 2 años) que en 2011 (2,9 millones de personas) y casi seis veces más que en 2007, año previo a la crisis. Y ello porque, con la gran recesión, el mercado laboral ha cambiado dramáticamente y los parados de larga duración no poseen ya las capacidades reclamadas por los emprendedores en los nuevos procesos productivos. Esta trágica realidad no se corrige con contrarreformas laborales sino con una vasta cruzada de formación y capacitación de nuestros recursos humanos, que eleven drásticamente el nivel de su conocimiento y competitividad. Nuevamente, una reforma de oferta, o sea, estructural. La consigna es un grandísimo pacto de Estado —de todas las fuerzas y partidos— para la educación y la formación, en el más amplio de los sentidos. Con los fundamentos actuales, la economía española seguirá creciendo y creando empleo. Ello se traduce en que el paro en términos EPA se situaría al final de 2016 en 4,5 millones de parados, el 20,2% de la población activa. El riesgo fundamental a la baja de estas previsiones —si Dios y Mario Draghi nos libran, como parece, de un nuevo crash financiero internacional— es el deterioro de las expectativas de los empresarios y consumidores que pudiera ocasionar la incertidumbre política interna y en su caso la irrupción de agendas erróneas y antirreformistas. (23 de enero de 2016)

¿Qué pasa con las Bolsas? El ministro de Economía y Competitividad en funciones, Luis de Guindos, ha afirmado días atrás que «la economía española ha entrado en 2016 con un ritmo de crecimiento próximo al 3,5%», y que los indicadores de seguimiento siguen mostrando una cara halagüeña. No es solo la voz del Gobierno en funciones. De forma unánime las casas de estudios y las fabricas de ideas coinciden en el diagnóstico: la economía productiva española no pierde ritmo en enero de 2016. Si esto es así ¿cómo es posible que el índice bursátil español, el selectivo IBEX 35, venga comportándose tan rematadamente mal desde © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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mediados del pasado mes de diciembre y en particular en los días transcurridos del presente año? La pregunta reviste una doble importancia. Desde el inicio de 2015, con un escenario de tipos de interés cercanos a cero, los bancos apenas han abierto depósitos a la clientela aconsejando el uso de instrumentos de inversión colectiva, fondos de inversión, planes y fondos de pensiones. Descartada la renta fija con tipos igualmente en mínimos históricos, el discurso de bancos y otros consejeros de finanzas ha sido de forma unánime que «solo en la Bolsa cabía hallar algo de valor». El resultado es que, con mayor o menor concentración en la renta variable, la mayoría de estos vehículos registran al día de hoy pérdidas. Algunas significativas. No se trata aquí de culpabilizar a nadie. Desde los tristes episodios desencadenados con la comercialización de deudas perpetuas, participaciones preferentes, acciones subordinadas y otros productos de difícil comprensión, la cautela financiera de la clientela se ha acrecentado y cada cual ha ido haciéndose responsable de sus inversiones. Pero la herida escuece, sobre todo en aquellos pequeños ahorradores que pusieron su esperanza en alcanzar alguna remuneración positiva en un plazo no muy dilatado de tiempo y se ven ahora obligados, al disponer de la inversión, a materializar sus pérdidas de manera definitiva. Pero siendo esto de especial relevancia, todavía lo es más el efecto que la pérdida latente en las inversiones citadas, aunque no se materialicen, pueden tener sobre el consumo doméstico y seguidamente sobre el crecimiento y el empleo de la nación. Los economistas Richard Brumberg y Franco Modigliani recordaron ya en 1954 que el consumo a largo plazo de las familias no solo depende de la renta disponible presente sino también de su riqueza —en particular la riqueza financiera— que en las actuales circunstancias de depresión bursátil se halla seriamente afectada. Si somos menos ricos tenderemos a consumir menos. Aún no llega la sangre al río, aunque lo dicho no puede perderse de vista. Vamos de nuevo a la pregunta: ¿Qué pasa con las Bolsas, en plural, ya que el desplome está afectando a todas de forma generalizada? ¿Y qué pasa con el índice español que sufre un enorme batacazo cotizando a mínimos de 2013 y que a la pérdida del 7,1% de 2015 agrega en lo que va de 2016 otra del 10,5%? Pasa lo que ya sabemos desde hace algún tiempo. Que, en un mundo altamente interrelacionado, nada es ajeno a nada. Que la globalización es un arma de dos filos, capaz de promover y socializar tanto lo bueno y positivo como lo malo y negativo. Hoy cobra renovada evidencia el hecho de que los problemas de China y otros gigantes emer© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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gentes no pueden ser ignorados por nadie. A un mercado bursátil solo apto para suicidas, China añade la amenaza de una profunda depreciación de su divisa. La caída de su tasa de crecimiento superior al 10% en 2010 hasta el 6,3% esperada este año reduce el crecimiento mundial en 0,75 puntos porcentuales. Y eso afecta a las realidades y a las expectativas de todos, también a las de España. Luego se ha juntado el precio del petróleo que ha convertido lo que era inicialmente un mero trasvase de rentas de países productores a países consumidores —un juego de suma cero o ligeramente positivo— en un quebradero de cabeza con repercusiones técnicas y geopolíticas. Hay otros «cisnes negros» en ciernes o sea, eventos temidos, poco cuantificados y que se almacenan junto a aquellos conocidos en el depósito de las incertidumbres: atentados islámicos, Brexit, ciberataques contra el sistema financiero, cambios en la política internacional (Trump, Merkel), desastres climáticos o epidemias, y otros más. No obstante, sobre el valor predictivo de la actual crisis bursátil en la economía real española procede recordar la irónica sentencia del nobel Paul Samuelson: «las Bolsas de valores han vaticinado al menos nueve de las últimas cinco recesiones». Terminaré con una par de noticias: una buena y otra mala. La buena es que no creo en los negrísimos augurios lanzados por bancos como Royal Bank of Scotland o JP Morgan. Según ellos, un «cataclismo» del tamaño y virulencia del de 2008 está encima y los inversores deben vender ya toda su cartera, excepto los bonos de máxima calidad. En España, hoy, el IBEX solo recoge dudas y miedos, incluidos los que se refieren a la formación del nuevo Gobierno y a la continuidad de la senda reformista, pero no es creíble que optemos por pegarnos un tiro en el pie, con lo que dudas y miedos finalmente no se traducirán en hechos. La segunda noticia, la mala, es que puedo estar equivocado. (15 de enero de 2016)

Pulso a Bruselas Nadie puede resistirse, en este ambiente gélido y viscoso de la política española postelectoral, a los encantos de una gran coalición progresista, como ha propuesto para el Gobierno de la nación Pedro Sánchez, a su vuelta de Portugal. Pero es ya viejo y sabido que el diablo está en los detalles, una vez despojados de sus correspondientes restricciones mentales. Y ya adelanto, para huir de cualquier ambigüedad, que escabullirse de Europa no cabe en una iniciativa progresista. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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El repudio a una persona, idea, institución o norma puede adoptar dos formas distintas en su planteamiento, pero que conducen a las mismas consecuencias: el rechazo de la circunstancia a la que el sujeto se enfrenta y que pretende descalificar. En el primero de los casos, la rebeldía es explícita y frontal, con independencia de su legalidad, legitimidad o contenido ético. La segunda forma es mucho más sibilina y también más frecuente: se trata de defender en el plano ideológico una serie de principios que, una vez consentidos o incluso legalizados, supongan de hecho la contravención de una norma que como tal no había sido puesta previamente en cuestión. Dos son, entre otras muchas, aquellas decisiones políticas que no tendrían cabida en el calificativo de «progresista» porque afectarían muy negativamente al progreso de la economía española. La primera pertenece al tipo de conducta arriba descrito de rechazo directo, explícito y formal de una obligación comunitaria, consistente en la derogación del artículo 135 de la Constitución española. La segunda consiste en una conducta encriptada, que sin constituir una oposición frontal a nuestros compromisos con Europa, los vulneraría asimismo de forma indirecta. Me refiero a la involución de todas o parte de las reformas estructurales acometidas en los años recientes, reformas congruentes con el Procedimiento de Déficit Excesivo abierto a España por la Comisión Europea y que, en última instancia, atentarían contra el Pacto Fiscal y el Pacto de Estabilidad y Crecimiento de la Unión Europea. Vaya también por delante que pronunciamientos eurófobos o marcadamente euroescépticos como los realizados por el partido de Pablo Iglesias presentando una resolución en Estrasburgo —por cierto, e indistintamente, junto a formaciones de extrema derecha y extrema izquierda— para que la Unión Europea estudie y prepare los mecanismos para la «disolución ordenada de la Zona Euro» no reflejan la mejor voluntad y disposición por parte de una potencial coalición progresista para ahondar nuestra integración en la Unión Económica y Monetaria dentro del respeto a la normativa común. ¿Se puede derogar el artículo 135 de la vigente Constitución española? La respuesta es negativa. No sin contravenir el Tratado de Estabilidad, Coordinación y Gobernanza en la Unión Económica y Monetaria, que, en el epicentro de la crisis y con el objetivo de apuntalar la confianza en Europa, acuerda introducir una regla de oro y «la obligación de las partes contratantes de trasponer la regla de equilibrio presupuestario en sus ordenamientos jurídicos nacionales mediante disposiciones vinculantes, permanentes y preferentemente de rango constitucional». El actual texto del artículo 135 fue acordado con un 90% de votos favorables por socialistas y populares en agosto de 2011, aunque su entrada © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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en vigor se demorará hasta 2020 introduciendo el concepto de la «estabilidad presupuestaria» por el que el déficit fiscal estructural español no debe sobrepasar el 3% del PIB y el pago de la deuda pública gozará de prelación frente a cualquier otro gasto del Estado en los Presupuestos Generales, sin enmienda o modificación posible. En otro orden de cosas, aunque dentro de la misma familia ideológica, el descarrilamiento del déficit presupuestario español hasta niveles del 10% del PIB en 2010, consecuencia de la explosión de la burbuja inmobiliaria, llevó a negociar con Bruselas una reducción ordenada del mismo bajo el llamado Procedimiento de Déficit Excesivo. Hasta tres veces se ha flexibilizado por parte del Consejo Europeo el calendario pactado que no puede, por tanto, ser calificado de hermético o intolerante. Pero la flexibilidad es una cosa y la osadía o el desprecio hacia el compromiso adquirido otra bien diferente, si hemos entendido lo que nos sugieren algunos idearios políticos. España está sometida a un procedimiento de déficit excesivo y tiene que adoptar las medidas necesarias para reducirlo del 4,2% de 2015 (aunque muchos analistas piensan que se irá al 4,5%) al 2,8% en 2016, lo que implica un mínimo de 14.000 millones en 2016. La interrupción de las reformas estructurales y la ausencia de un ajuste inteligente del gasto junto a una política tributaria motivadora, harán inviable la reducción citada y llevarán nuevamente nuestros déficits fiscales al umbral del descalabro. Pero es que además del señor Bruselas, existe ese otro agente que se llama señor Mercado y este último se fija extraordinariamente en lo que hace aquel y en cómo y en cuánto se le desaira. El Tesoro español tiene que emitir en 2016 un cuarto de billón de euros en deuda pública y es bueno recordar que los inversores institucionales, o sea, el señor Mercado no tiene ninguna obligación de comprarla. Fíjense ustedes —como botón de muestra— en la trayectoria de nuestro IBEX 35 cuando los compradores deciden largar papel y recortar posiciones del selectivo español. No importan tanto las razones como el resultado: simplemente nefasto. Y es que, como tantas veces a lo largo de la historia, nuestro principal riesgo lo constituimos nosotros mismos. (8 de enero de 2016)

Las sombras de 2016 Ratifiquemos sin titubeos todo lo positivo acaecido en 2015 a la economía española, que es mucho, y asimismo lo mucho que aún queda por hacer. Al reconocer por partida doble lo hecho y lo todavía © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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faltante, el diagnóstico de 2016 también sugiere algunas pistas peligrosas que pudieran dar al traste —extremo altamente improbable— con la senda de diez trimestres consecutivos de recuperación de nuestra producción y nuestro empleo. Un ejemplo se halla en la posible relajación de la disciplina del gasto público —terminación de una pretendida austeridad— sostenida por algunas formaciones políticas noveles. España no es Grecia, se ha repetido una y otra vez, pero convendrá tenerlo en cuenta al recordar cómo al día siguiente del 20-D, o sea el lunes 21, el primer ministro Alexis Tsipras de Grecia felicitaba a la formación violeta y a su líder Pablo Iglesias por constituirse en el tercer partido en España y principal fuerza antisistema del país. «La austeridad también ha sido derrotada ahora políticamente en España» proclamó el señor Tsipras. Pasma el adverbio «también», como si el griego hubiese sido un modelo para el resto de las izquierdas populistas europeas. Un modelo que —debo creer— ningún ciudadano razonable deseará trasladar a nuestro país. Pero dejemos la anécdota y vayamos al 2016. Las perspectivas para 2016 son, en principio, favorables para la economía española. Así lo pronostican la mayoría de los organismos internacionales con crecimientos previstos del PIB que oscilan entre el 2,5% del FMI y el 3,0% del Gobierno. También el empleo proseguirá su senda de recuperación apoyada en algunos elementos de nueva aparición. Un primer factor novedoso lo constituye el resurgir del crédito bancario. Por el lado de la demanda, las economías domésticas y las empresas han reducido endeudamiento —se han desapalancado— y a una mayor renta disponible de las familias y a la mayor autofinanciación de las empresas seguirá la demanda de nuevo crédito ya iniciada en 2015. Por su parte, los bancos se sienten más inclinados a la concesión de nuevas facilidades crediticias, tras los procesos de saneamiento, reestructuración y capitalización sucedidos en tiempos recientes. Por si esto no bastase, el Banco Central Europeo ha garantizado la vigencia de todos los instrumentos de refinanciación a tipo prácticamente cero. El crédito es la sangre del sistema económico y con su circulación fluida no cabe sino esperar frutos enjundiosos. Otro factor estimulante de la recuperación económica se sitúa en el sector inmobiliario. Tras ocho años de crisis se prevé en 2016 una aportación positiva del sector al PIB español. Y ello tanto por las nítidas señales de recuperación pasadas por la demanda en 2015, como por los efectos virtuosos inducidos del crecimiento económico, una mayor renta disponible y la percepción de haber tocado suelo en los precios. Esta buena noticia debe acompañarse del recordatorio de tiempos pasados, huyendo de los excesos de un sector de escaso valor añadido aunque rico generador de empleo. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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Pero el progreso sostenido de la economía española solo puede residir en las perseverantes mejoras de la oferta, o sea, en las llamadas reformas estructurales. Adelgazar hoy la función productiva de la oferta es asegurar la demanda del mañana. La mejora de la competitividad y las ganancias atesoradas en años recientes, en base a unos costes laborales unitarios más bajos que los de nuestros socios comerciales no pueden considerarse garantizados y exigen una visión política para su tutela, que en este momento puede cuestionarse si atendemos a los pronunciamientos de formaciones inexpertas que supeditan el rigor de los presupuestos al caos que se cierne detrás de presuntas promesas incumplibles. La economía española adolece de unas vulnerabilidades que no le permiten relajarse ni un solo instante y en realidad disfruta de un escaso margen de maniobra. El insufrible déficit público y su consecuencia directa, la elevadísima posición deudora internacional, amenazan en todo momento la credibilidad de nuestro país de cara a los inversores internacionales de los que dependemos imperiosamente. Por eso, dejando de lado los peligros que nos apremian por el flanco exterior, el mayor riesgo en los albores de 2016 lo tenemos en casa. La alarma surge de la alambicada situación política actual, de la fragmentación parlamentaria, de la incertidumbre sobre las futuras decisiones en materia de política económica y de lo que todo ello pueda afectar a las reformas iniciadas. Es cierto que los presupuestos de 2016 están aprobados y que Bruselas mantiene desde noviembre pasado un nuevo procedimiento de vigilancia y seguimiento de nuestras cuentas fiscales denominado «Semestre europeo». Cada año, la Comisión Europea analiza las políticas económicas españolas, formula recomendaciones y realiza el seguimiento de las acciones acordadas con el objetivo de cohesionar la Unión Económica y Monetaria en su conjunto. Una imprevista confrontación directa con Bruselas abriría las puertas hacia un posible descarrilamiento de la economía española, la autarquía y el aislacionismo. Si a esto se le llama el conjuro del miedo, no hay razón alguna para negarlo ni disimularlo. Ya se sabe que, por pura definición, para el utópico lo imposible se constituye en la diana de sus preferencias. Lo razonable sería que las riendas de la economía española fuesen empuñadas por conductores de experiencia, respetuosos con los imperativos del sentido común y el valor de los compromisos adquiridos. (30 de diciembre de 2015)

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Verdades y «narrativa» sobre los recortes fiscales. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Los tres pilares de las pensiones públicas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Bajar el gravamen a las sociedades. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El rescate de los bancos islandeses. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Recuperar el empleo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Intangibles y expectativas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Economía de la irracionalidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . A vueltas con los impuestos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . De profesión, economista. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La industria del turismo: ¿morir de éxito?. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Lo que queda de la crisis. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Subir sueldos y salarios. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Los rescates de Veneto. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La nueva forma de rescatar bancos.. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Popular, Liberbank y especulación bajista. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Las incógnitas del «caso Banco Popular». . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Renta básica inviable. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La trama. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Una Europa de distintas velocidades. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Compensar a los perdedores. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Reconquistar derechos sociales. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Robocalipsis. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El poder de la desinformación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El informe a sus señorías . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La contrarreforma bancaria de Donald Trump . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Verdades y «narrativa» sobre los recortes fiscales Entre los cansinos dimes y diretes que han acompañado la negociación de los presupuestos públicos de 2017 y del techo de gasto para 2018 no ha cesado de escucharse la machacona cantinela pronunciada por determinadas formaciones políticas, de que las propuestas del Gobierno eran inaceptables porque representaban políticas de recortes; que unos presupuestos públicos con reducciones del déficit fiscal no podían ser sino antisociales y, por ello, repudiables. De ahí la abstención, o incluso el voto negativo, por parte de los referidos partidos, en los sucesivos trámites de aprobación parlamentaria. Tratemos de explicar qué hay de «narrativa» en la relación entre corrección de déficit y recortes sociales y qué parte es conforme a la realidad. En primer lugar, el déficit público español, uno de los más elevados de la OCDE durante la crisis, ha registrado desde 2010 una reducción paulatina y se halla en la senda de consolidarse hasta alcanzar previsiblemente en el año 2020 el equilibrio presupuestario. Arrancando de un déficit del 11% del PIB en 2009, se ha reducido hasta el –4,33% en 2016 y pronostica una senda hasta el –0,5% en 2020 (–3,1% en 2017 y –2,2% en 2018). Otros organismos, como el AIREF, son menos optimistas y hacen mención a un déficit congénito o estructural, cifrado en el 2% del PIB en el entorno de 2020. En todo caso, en los distintos escenarios, España abandonaría la vigilancia europea del denominado Procedimiento de Déficit Excesivo y sería el último país de la Unión en cumplir con la regla de oro del Pacto Fiscal que obliga a un déficit inferior al 3% a todos los países miembros. Hasta aquí la verdad. El mito, o «la narrativa» en expresión del nobel Robert Shiller, que «como un virus, evoluciona, puede contagiar y generar cambios impredecibles en la economía» viene a continuación: reducir el déficit significa necesariamente recortar el gasto y en especial el gasto social. Manifiestamente incierto. Porque el déficit es resultado de un minuendo y de un sustraendo: gastos e ingresos. Para averiguar la incidencia de cada uno de los factores necesitamos remitirnos a las cifras. Y lo que las cifras nos aclaran es que, aunque la senda del déficit esté orientada a su reducción, el gasto del sector público se encuentra en la actualidad muy por encima de su nivel en 2007, 481.000  millones de euros frente a los 421.000 de 2007. En otras palabras, el gasto no financiero total (excluyendo el coste del rescate de las cajas) supera en mucho —como puede observarse en el gráfico— el nivel máximo previo al estallido de la burbuja inmobiliaria. La conclusión es obvia: el gasto público total ha crecido durante la crisis. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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La vindicada «austeridad» brilla, en consecuencia, por su ausencia. De hecho es el aumento del gasto total, más que la caída de los ingresos, el principal responsable del aumento del déficit durante el periodo de la crisis. No obstante lo cual, hay que recordar que algunos gastos sí han disminuido en la década estudiada, por ejemplo los de defensa, inversión pública, protección medioambiental, cultura, religión y vivienda. España es el segundo país de la OCDE que más ha recortado su inversión pública. El país destina hoy el 4,8% de su gasto público a invertir, y su peso en el PIB ha caído hasta el 2%. Por el contrario han aumentado las dotaciones de servicios públicos, Sanidad, Educación y Seguridad Social, de tal modo que las rúbricas de protección social que constituyen el núcleo del Estado del bienestar no han sufrido merma alguna sino, como procedía correctamente en tiempos de crisis, todo lo contrario. Se preguntarán ustedes cómo es posible tal milagro. No hay milagro alguno. Ahí está para recordárnoslo la explosiva acumulación de la deuda pública española, financiadora de los sucesivos déficits de los últimos 10 años, y de los que sigan. Queda por responder una pregunta final. ¿Puede una partida de gasto social haber crecido notablemente y resultar al mismo tiempo insuficiente? La respuesta es afirmativa. Es particularmente el caso de la Seguridad Social, donde las pensiones pagadas se han disparado por un cúmulo de factores y donde los ingresos contributivos presentan un notable desfase como es de sobra conocido. Resumamos: no ha habido recortes sociales durante la década de la crisis. Las carencias de la economía española van por otros derro­teros. (22 de julio de 2017)

Los tres pilares de las pensiones públicas El vigente sistema público de pensiones en España se asienta sobre el principio de la solidaridad. Bajo el llamado «sistema de reparto» los trabajadores en activo financian con sus aportaciones mensuales las prestaciones que la Caja Única de la Seguridad Social dispensa al colectivo de jubilados, viudos, huérfanos y beneficiarios de pensiones no contributivas de todo el territorio nacional. La Caja Única ejercita una doble solidaridad. La primera, horizontal —entre todos los pensionistas de la geografía del Estado— y la segunda de forma vertical —la generación actual soportando a las generaciones pasadas que han causado ya la jubilación—. Como es de dominio público, las pensiones en España registran en este momento un déficit insoportable que incluso ha esquilmado la lla© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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mada «hucha de las pensiones», el fondo que sucesivos superávits presupuestarios del pasado fueron acumulado para atender contingencias futuras. La extinción del fondo y el déficit estructural corriente han conducido a una decisión heroica tan solo unos días atrás: la paga extraordinaria de fines de año de 2017 se ha financiado mediante la apelación al Estado, lo que equivale a decir que la prestación navideña de los jubilados se ha realizado mediante la emisión de deuda pública. Este asombroso suceso no ha despertado la atención que sin duda merece y no ha hecho sino añadir una dificultad adicional a los ya sobrados problemas que se debaten en el foro de los Pactos de Toledo, sin que se vislumbre avance sustantivo en la formulación de propuestas realistas y consensuadas. Al día de hoy, el sistema de reparto aplicado a las pensiones en España es inviable y, aunque a corto plazo sus necesidades serán sin duda atendidas desde los Presupuestos Generales del Estado, no se distinguen medidas concretas para su reflotamiento y estabilización. En este contexto nacen propuestas que sugieren la vuelta —si bien parcial y progresiva— a sistemas de capitalización dentro de una estrategia múltiple para hallar un nuevo equilibrio razonable de los actuales pensionistas, y también de los pensionistas del futuro. Las voces no solo surgen de entre nuestros especialistas sino que comienzan a tener cuerpo en las normativas de otros países, dentro y fuera de la Unión Europea. Simplificando su contenido, el nuevo diseño se apoya en tres pilares que constituyen con funciones distintas y complementarias el posible futuro edificio de unas pensiones sostenibles. El primero consiste en la traslación gradual y paralela de las contribuciones de los actuales trabajadores activos a una especie de plan de capitalización privado. Se dice «una especie» porque lo es únicamente a efectos teóricos y contables, de tal modo, que aunque sus contribuciones se vuelquen en el fondo común (de reparto), se anotan separadamente en una cuenta individual denominada cuenta «nocional». Llegado el momento de la jubilación, y con cargo a la Caja Única, se asignaría actuarialmente una cuota personalizada al beneficiario, que constituiría su pensión personal vitalicia. El segundo pilar descansa en la apelación a la previsión social complementaria o privada. Naturalmente, la construcción de esta segunda columna está afectada por dos consideraciones significativas. Una, que no todo el mundo podrá permitírsela en función de las rentas y capacidad de ahorro disponibles. La segunda, que esta propuesta debería ir acompañada de algunos apoyos públicos que la hagan fiable en primer término y rentable en segundo. Como sucede en alguna normativa del © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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entorno europeo, los capitales invertidos podrían estar garantizados por el Estado. Paralelamente estos planes deberían de gozar de una fiscalidad atractiva de la que carecen en la actualidad. Fondos y EPSV suponen simplemente un diferimiento fiscal, pero carecen de estímulo alguno que los haga especialmente atractivos. El tercer pilar reside obviamente en el brazo protector del Estado que deberá garantizar unos umbrales de pensiones mínimas, y en base a ellos otorgar los complementos necesarios. Antes con impuestos que con endeudamiento. La derogación de las reformas de 2011 y 2013 que pretenden algunas formaciones políticas no haría sino ahondar la insostenibilidad del sistema. Muchas otras incongruencias —destaca la descabellada contributividad del modelo— tendrán que ser abordadas igualmente de forma urgente. Pero todo indica, como se desprende del ejemplo de países de nuestro entorno, que las pensiones del futuro descansarán en los tres pilares descritos. (1 de diciembre de 2017)

Bajar el gravamen a las sociedades El Guadiana es un río muy peculiar. Durante kilómetros desaparece de la superficie, para reaparecer más adelante. Algo así está sucediendo con la microrreforma fiscal vasca. Henos aquí de nuevo juzgando desde un punto de vista económico, los recientes indicios de consenso político para rebajar en tres puntos porcentuales (del 28% al 25%) el tipo del Impuesto de Sociedades vigente en nuestra comunidad. Los impuestos son esenciales para el buen funcionamiento de una economía. Son la principal fuente de ingresos de los gobiernos estatales, regionales o locales, imprescindibles para financiar servicios de salud, educación, transporte público, cobertura de desempleo, pensiones, y otros. Aunque el tipo fiscal directo aplicado a las empresas es muy importante, la eficiencia del sistema de administración tributaria también lo es. Una infraestructura de procedimientos eficientes relacionados con la exacción es asimismo muy valorada por las empresas. Los sistemas impositivos excesivamente complejos están asociados con mayores niveles de evasión, presencia de economías informales, alta corrupción y menor inversión. Los sistemas de recaudación más rentables son aquellos en los que los contribuyentes tienen más voluntad de cumplir con sus obligaciones fiscales porque la administración tributaria ha es© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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tablecido un sistema transparente que los contribuyentes consideran cercano, honesto y justo. Dicho lo cual: ¿Es deseable reducir el tipo de gravamen del Impuesto de Sociedades en Euskadi? La respuesta es afirmativa atendiendo al menos a tres consideraciones. La primera reside en el llamado argumento de autoridad, o de convergencia y «moda» estadística en la aplicación del impuesto en el concierto de países. No es solo que el tipo aplicado en Euskadi sea tres puntos superior al del territorio común. Es, sobre todo, que se compara mal con el resto del mundo. De los 35 países que forman la OCDE, solo Estados Unidos (35%), Francia (34%), Bélgica (33%), Australia (30%) y México (30%) están por encima. Portugal lo iguala (28%) y el resto aplica tipos inferiores. Por debajo del 20% se sitúan 12 y algunos gravan con un solo dígito, como Suiza (8,5%) y Hungría (9%). Hong Kong (16,5%) y Singapur (17%), países que no forman parte de la OCDE, reafir­man con tipos competitivos su liderazgo económico mundial. La segunda es de mero agravio comparativo y nace del criterio anterior: dado que los impuestos son un coste exógeno ajeno a la regla del mercado, en igualdad de circunstancias, si una empresa tiene que elegir para una inversión directa dos proyectos económicos que tienen el mismo riesgo y rentabilidad antes de impuestos, elegirá racionalmente el que tiene tipo fiscal más bajo o con una exención mayor. Si queremos atraer inversión directa extranjera hay que ajustar la competitividad fiscal. La tercera es el más compleja y se basa en una derivación empresarial de la curva de Laffer. Arthur Laffer sostiene que a partir de un nivel, tipos impositivos más altos reducirán las cuotas recaudadas en lugar de aumentarlas. Análogamente, tipos más bajos pueden aumentar la recaudación. Este fenómeno se basa en que mayores o menores impuestos recortan o aumentan la renta disponible de los agentes económicos, respectivamente. Una rebaja de tipos a las empresas aumentaría sus beneficios y también su ahorro (autofinanciación) y nueva inversión productiva. Ello acarrearía mayor demanda de inversión y una combinación de más empleos y/o mejores salarios que compensarían la recaudación inicial perdida por la rebaja del tipo de sociedades. Este planteamiento es el que ha llevado a la administración Trump a aprobar una rebaja del 35 al 20% de su Impuesto de Sociedades. Según las estimaciones del Consejo de Asesores Económicos (CEA) del presidente, la rebaja fiscal elevará la renta anual media de los consumidores entre los 4.000 y los 9.000 dólares, como consecuencia de subidas salariales entre el 6 y el 14%, respectivamente. La decisión tiene detractores. Lawrence Summers (del equipo de Obama y profesor de Harvard) © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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juzga la estimación como altamente improbable, ya que el efecto fiscal de la subida de salarios exigiría cifras cinco veces mayores que la pérdida en cuota de las corporaciones. Gregory Mankiw (asesor de Bush e igualmente profesor de Harvard) replica que el recorte del tipo de sociedades incrementaría de tal manera la productividad laboral que las estimaciones favorables del equipo de Trump se quedarían cortas. Es hora de decidir. (17 de noviembre de 2017)

El rescate de los bancos islandeses Sigue escuchándose de vez en cuando aquella afirmación de que ojalá otros países hubiesen seguido el ejemplo de Islandia, cuando abandonaron a su suerte a sus bancos insolventes en la crisis de 2008, protegiendo de esta manera los bolsillos de los contribuyentes. Aunque el ejemplo se refiere a una pequeña isla situada al norte de Europa, de 320.000 habitantes y su influencia sistémica sea muy reducida, conviene juzgar la consistencia de la afirmación. Aparentemente, la gratuidad de la intervención del sistema financiero islandés se concilia malamente con los hechos. En octubre de 2008, los tres grandes Bancos de Islandia —Glitnir, Landsbanki y Kaupthing—, estrangulados por su falta de liquidez, fueron intervenidos por el Gobierno de la nación. El sector bancario islandés presentaba un balance de 110.000 millones de euros, 10 veces el PIB de Islandia y 20 veces su presupuesto fiscal. La exorbitada magnitud de estas cifras hacía imposible cualquier reflotamiento o saneamiento de las entidades aludidas. El Estado procedió a la creación de tres nuevos Bancos («Bancos buenos») —el «Nuevo Glitnir», el «Nuevo Landsbanki» y el «Nuevo Kaupthing»— Bancos que asumieron todos los activos y pasivos domésticos de los intervenidos («Bancos malos»). El resto del patrimonio neto de los Bancos malos se aplicaría a la cobertura de las necesidades de los Bancos buenos y subsidiariamente al repago de deudas contraídas con personas físicas y jurídicas en el extranjero. Sin embargo, el mero trasvase de saldos se reveló insuficiente y el Estado tuvo que inyectar en los bancos buenos fondos por valor equivalente al 20% del PIB del país. De esta manera el sector público rescataba a los depositantes nacionales, aunque, eso sí, con cargo al contribuyente. Paradójicamente, la actividad de los Bancos malos incluía una significativa cifra de negocio internacional, operada bien por filiales —con © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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naturaleza jurídica independiente y sometidos a la tutela del país receptor— o alternativamente por sucursales —sin personalidad jurídica propia y sometidas a supervisión islandesa—. La resolución de los Bancos malos había supuesto la pérdida total del capital para sus accionistas. Ahora, los bonistas y titulares de instrumentos similares veían evaporarse igualmente su inversión. ¿Qué trato se daría a los depositantes extranjeros on  line, entre ellos ayuntamientos, fundaciones o universidades— que sumaban 7.070 millones de dólares, alrededor del 50% del PIB islandés? La normativa del área de libre comercio europeo (EFTA) en la que operaban las filiales y sucursales extranjeras de los bancos malos ofrecía la suficiente ambigüedad como para legitimar la resistencia al pago de las cantidades mínimas garantizadas —unos 20.800 euros por depósito— por parte de las autoridades islandesas. Tras un largo pleito, los tribunales EFTA falla­rían a favor de Islandia. Los países más afectados, Reino Unido y Holanda, pagaron los depósitos fallidos garantizados en su territorio, intentando resarcirse posteriormente del Gobierno islandés. Dispuesto a colaborar, el Parlamento de Islandia aprobó en dos ocasiones sucesivas la activación de un impuesto para indemnizar a los depositantes extranjeros. Pero sus resoluciones fueron sometidas a referéndum, y rechazadas prácticamente por unanimidad. Aquel veto popular suscitó las habituales reacciones eufóricas fuera y dentro del continente europeo. David batía de nuevo a Goliat. Estigmatizada y aislada por la comunidad internacional, Islandia solo pudo recurrir al FMI y al resto de sus vecinos nórdicos obteniendo préstamos por 5.000 millones de euros. Las necesarias medidas de superación de la crisis, las sucesivas necesidades adicionales de los bancos nuevos debidas a su alta cuota de morosidad y falencia, y la creación de un fondo de estabilización para la corona islandesa, junto a una agresiva política de protección social, elevaron la deuda islandesa hasta el 100% de su PIB. La deuda neta, ya se sabe, siempre se repaga por vía fiscal, a cargo del contribuyente. Islandia, la tierra del hielo, camina hoy con paso firme. Es cierto que se vio abocada a aplicar unas quitas leoninas en los pasivos de sus Bancos malos y con ello detenta la doble dudosa dignidad de insolvente e infractor. Con todo, los bancos islandeses fueron intervenidos, directamente en beneficio de los depositantes nacionales. El rescate, estimado en el 50% de su PIB, fue sufragado por las cuentas públicas, o sea, por los contribuyentes islandeses. Sin contar el expolio a los inversores extranjeros. Un rescate peculiar. (1 de noviembre de 2017) © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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Recuperar el empleo Basta con repasar los últimos «barómetros» del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), para demostrar que, para los españoles encuestados, carecer de empleo representa el problema social más grave, a gran distancia del segundo. El paro frena nuestra producción potencial, representa una perniciosa infrautilización de recursos y mide la gente que quiere trabajar remuneradamente sin lograrlo. No todas las causas por las que una persona activa se halla involuntariamente ociosa son iguales. El paro posee varias caras y aunque ninguna es risueña, una es especialmente repulsiva. La ley de Okun nos enseña que cuando crece la actividad económica también mejora el empleo y, a la inversa, cuando la coyuntura es adversa y el PIB se adentra en terreno negativo, el empleo se destruye proporcionalmente a la amplitud de dicha caída. En ambos casos, actividad económica y empleo están sujetos a una relación cíclica o coyuntural, de modo que los desempleos registrados en una fase de recesión tienen un carácter cíclico. Es igualmente cíclica la recuperación del empleo en época de expansión económica. Desde el primer trimestre de 2013 hasta hoy se han rescatado aproximadamente 2,5 millones de empleos, que en principio tienen el carácter de cíclicos o coyunturales. El verdadero problema surge al afrontar el llamado «paro estructural» y con él la capacidad de la economía española para recuperar un nivel de ocupación decente, adecuado con nuestra pertenencia a Europa y a la reputación de España como país desarrollado. Los 6,2 millones de parados de 2013 (tasa de paro del 26,94%) se han reducido hasta 3,7 millones (tasa de paro del 16,38%) al día de hoy. Pero lejos quedan aún los registros del segundo trimestre de 2007 con 1,7 millones de parados y una tasa del 7,93%. La pregunta crítica es si puede seguir reduciéndose el nivel del desempleo actual. Si atendemos al Gobierno de la nación, las previsiones enviadas a Bruselas en el Plan de Estabilidad 2017-2020, contemplan una rebaja de la tasa de paro hasta el 11,2% al final de dicho periodo, una caída de 16 puntos en el nivel de desempleo en relación al peor momento de la crisis, en 2013, aunque lejos de los mínimos de 2007. No obstante, estos objetivos chocan de lleno con algunos estudios publicados recientemente, en particular con uno de la Comisión Europea que cifra nuestro paro estructural en el entorno del 16% de la población activa, apenas unos millares de recorte adicional sobre nuestro desempleo actual. El desempleo estructural es independiente de la evolución del ciclo y representa un desajuste insalvable a corto plazo entre la oferta dispo© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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nible de los trabajadores en paro y los requerimientos que los cambios tecnológicos y otros imponen a la demanda del empleador para incrementar su producción. Entre estos figura la falta de cualificación de la mano de obra ociosa e, igualmente, el insuficiente atractivo ofrecido por el marco laboral, fiscal o social que desalienta la nueva contratación. El desempleo estructural se identifica en la literatura económica con una tasa que no provoque aceleración de salarios o inflación (NAWRU, o NAIRU en sus acrónimos ingleses, respectivamente) en condiciones de equilibrio de mercado. También se identifica con una tasa «natural» de desempleo. ¿Existe alguna vía de escape al dilema planteado? A corto plazo, la tasa de desempleo podría descender por debajo de la tasa estructural en un escenario de repunte inflacionista o si algunos sectores de reducido valor añadido se viesen agraciados con una nueva aceleración. En particular, el autoempleo y crecimientos significativos en el PIB turístico o de la construcción alentarían una rebaja del paro estructural. Alternativamente, la contratación pública abre una espita a la creación de empleos por criterios no estrictamente sujetos a las reglas del mercado. A medio plazo, sin embargo, otros factores habrán de jugar un rol más importante. Más allá de la flexibilización del mercado de trabajo o de su acompañamiento con beneficios fiscales, sociales o monetarios, el principal pasaporte hacia la plena ocupación se halla en una revolución cultural en el más amplio de los sentidos que multiplique las habilidades y la competitividad de los trabajadores, adelgace la oferta productiva del país y consiga, por el tirón de una demanda adicional, promover la contratación de nuevos trabajadores. (28 de octubre de 2017)

Intangibles y expectativas Richard Thaler, Nobel de Economía 2017 ha suturado definitivamente con mano de cirujano plástico los sinuosos bordes de la economía y la psicología. Así entendido el procés catalán, demuestra cómo una serie de elementos extraeconómicos pueden afectar a la economía y cómo de persistir en la línea emprendida, esos factores pueden desencadenar daños imprevisibles. Nos referiremos sucesivamente al destrozo advertido en determinados intangibles y a la radicalización progresiva de unas expectativas sombrías. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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Comencemos con los intangibles. En el caso de las sociedades, los intangibles se incluyen en el precio de sus acciones. Apple es una de las empresas más pujantes del planeta con un valor de mercado de 800.000 millones de dólares, pero su valor en libros (activos tangibles reflejados en su balance) apenas llega al 20% de dicha cantidad. El mercado acepta que el 80% restante corresponde a sus intangibles. Como lo que no tiene valor monetario no existe en términos económicos, otros intangibles no tienen cabida aparente en el PIB. Los estados de ánimo nos determinan, pero no pueden medirse ni comprarse. La fe para los creyentes mueve montañas, no tiene precio y es igualmente un intangible. También el respeto a las leyes, la convivencia ciudadana, el cuidado de los mayores o la acción altruista de las ONG. Nadie negará que se tratan de activos creadores de valor. Estos intangibles desempeñan un papel esencial como elementos de cohesión social. «Lo esencial es invisible a los ojos», recordaba certeramente el pequeño príncipe de Antoine de Saint-Exupéry. Pues bien, no cabe ponerse la venda en los ojos para negar la fractura social y el deterioro de la convivencia —un intangible crítico— en tierras catalanas y de rechazo en el resto de las españolas. La aceptable discrepancia o el celo deportivo han dado paso a la exclusión y a la rotura de relaciones entre personas, entre amigos, entre familias. Económicamente, las normales relaciones de mercado se han gripado, sustituyéndose por el absurdo del boicot, previniendo un turismo sorprendido, sustituyendo coraje con desánimo, fractura frente a unión. Asistimos hoy a una sociedad catalana dividida en dos y al resurgir de coros disonantes en las periferias del Estado resucitando fantasmas pasados de lo peor. Podrá no computarse este grave siniestro en el PIB, pero nadie negará su nefasta incidencia en los diarios mecanismos de la producción y distribución, que siempre pasan por las personas. Luego ha llegado, de la mano de las expectativas, la reacción de los agentes económicos. Las expectativas o creencias que anticipan subjetivamente el futuro, son el factor de decisión más relevante para los inversores, y detrás de ellos para las familias. La oferta y demanda de los bienes y servicios no varía hoy en Cataluña por razones técnicas de mercado, ya que no hay, momentáneamente, variación alguna en sus precios relativos. Oferta y demanda se trasladan ahora, anticipando los estragos de un órdago político descabellado. Lo político —o antipolítico si bien se mira— ha creado un estado de indefinición que ningún mercado, de bienes, servicios, capitales o trabajo, puede admitir. La inseguridad jurídica ha abierto la esclusa de la incertidumbre y por ella se han fugado las grandes empresas catalanas y muchas otras de tamaño inferior mediante la creación de filiales do© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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miciliadas en distintas capitales españolas. El turismo se resiente. El mercado inmobiliario se estanca y las ventas de grandes superficies se contraen apreciablemente. Los índices de clima empresarial, industria, construcción, comercio, hostelería, transporte y resto de servicios, cotizan a la baja en el último trimestre. La agencia de calificación S&P advierte de la rebaja del rating y alerta de que la situación económica y política «posiblemente conduciría a una fuerte desaceleración, y tal vez incluso a una recesión». Lo más grave es que el independentismo radical no asume estos costes que, obviamente, también inciden sobre la economía española, en particular a partir del 2018, en que el PIB bajará según AIREF hasta 1,2  puntos por debajo de 2,6% anual inicialmente previsto, si el problema se enquista. Un recorte de 1,2 puntos de PIB supone más de 12.000  millones de euros sustraídos a partes iguales a salarios de los trabajadores y excedentes empresariales. No será así, porque de serlo perderían de nuevo los más indefensos. (21 de octubre de 2017)

Economía de la irracionalidad Dos sucesos aparentemente inconexos dan pie a un somero debate acerca de la función económica de la racionalidad y de su antónimo, la irracionalidad. El primero, como no cabe esperar otra cosa, emana del desafío secesionista catalán, en particular de sus consecuencias económicas. El segundo se deriva de las investigaciones del reciente premio Nobel de Economía 2017, el estadounidense Richard Thaler. Según indica la Real Academia de Ciencias de Suecia en la presentación del galardón, las contribuciones de Thaler «han construido un puente entre los análisis económicos y psicológicos de la toma de decisiones individuales explorando cómo la racionalidad limitada, las preferencias sociales y la falta de autocontrol afectan a las decisiones de las personas y los resultados de los mercados». De Richard Thaler procede la acuñación del término «sesgo del presente», según el cual la tiranía del presente y la precipitación en la toma de decisiones ocultan errores y consecuencias que inexorablemente cobrarán su peaje en el medio o largo plazo. Para repetirse en sus proposiciones, el ganador del Nobel ha bromeado públicamente, manifestando que «piensa gastar el importe de su premio de forma irracional». Es necesario obtener perspectiva y remontarnos a los postulados de los economistas clásicos desempolvando el denostado concepto del © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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homo economicus. El individuo económico de Adam Smith y sucesores inmediatos está vestido con el sobrio ropaje de la racionalidad. Busca su máximo bienestar en todas sus acciones, intercambia bienes y servicios en el mercado de una manera inteligente y de esta manera optimiza su vida, la administración de los bienes escasos que están bajo su influencia y, simultáneamente, colabora en el funcionamiento de un mercado que se reputa como el método más eficiente para la asignación de los recursos. Como lo racional —en grandes términos estadísticos— es juzgar el jamón como un bien superior a la mortadela y considerar más confortable un buen sillón que el taburete de un faquir, racionalmente preferimos el jamón a la mortadela y el confortable sillón al hiriente taburete que cedemos sin pena alguna al faquir. La racionalidad económica abraza un postulado adicional que se traduce en el principio de transitividad: si A está comprendido en B y B está comprendido en C, entonces A está comprendido en C. Como es lógico, la doctrina económica —en general— y la economía del comportamiento —en particular— han ido evolucionando en la comprensión de los fenómenos sociales y hoy en día es generalmente aceptado que la actuación de personas o grupos no siempre es racional y que las decisiones económicas adoptadas por estímulos irracionales pueden conducir a resultados igualmente de índole irracional y, en consecuencia, ineficientes. Traducido al ejemplo anterior puede suceder que en algunas circunstancias y en determinados segmentos o grupos sociales, estos prefieran la mortadela al jamón y el taburete de clavos punzantes al confortable sillón. De hecho a Richard Thaler le han nominado para el Nobel de Economía por haber demostrado que las personas como agentes económicos zozobran periódicamente en las aguas de la irracionalidad. No es el primero ni el único. El gran economista británico John Maynard Keynes ya mencionó la teoría de los animal spirits, que más tarde consagrarían George A. Akerlof y Robert J. Shiller; espíritus animales caprichosos e irracionales que transgreden las normas del comportamiento económico tradicional. Así como la mano invisible de Adam Smith es la idea central de la economía clásica, los espíritus animales son la clave de una visión complementaria y no excluyente de la economía, relativa a la influencia de los sentimientos y la irracionalidad en la conducta social de las personas. Recordar la irracionalidad humana constituiría un mero ejercicio de autofla­ge­la­ción si en última instancia el hombre no pudiera volver sobre sus actos y otorgar a la razón y al buen sentido el valor que tienen en la común construcción del edificio económico y social. Todo lo cual viene a cuento del procés y su presunta declaración de independencia. La secesión catalana es inviable en términos de ejecu© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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ción unilateral no pactada. No hay más que contemplar el desalentador desarrollo de la fase preliminar del Brexit. En cualquier caso, pactada o no, la desconexión violenta constituiría un trance económicamente desastroso. Prioriza sin reparos un sentimiento respetable sobre los estragos incalculables de la irracionalidad. (15 de octubre de 2017)

A vueltas con los impuestos La enésima intención de reforma fiscal de diputaciones y Gobierno Vasco nos da pie para manifestar algunas consideraciones sobre el siempre delicado y conflictivo mundo de los impuestos. Al parecer las partes no coinciden en hallar un saldo entre bondades y perjuicios del programa y a los planteamientos meramente numéricos se agregan otros de posicionamiento ideológico y de trastienda política. El problema se bloquea al discernir si una rebaja del tipo de gravamen del Impuesto de Sociedades del actual 28% hasta otro del 25 o incluso del 24% tendrá como efecto una cuota recaudatoria igual, superior o inferior a la que se registra en la actualidad. Junto al ajuste a la baja del tipo impositivo se baraja adicionalmente otra medida compensatoria como, fundamentalmente, la eliminación de las desgravaciones del impuesto vigentes en la actualidad. A ilustrar este problema se dirigen las líneas que siguen. El hecho fiscal, como coactividad monetaria pactada, se erige en uno de los rasgos diferenciales del sector público junto a su universalidad, su heterogeneidad y su indefectibilidad. De la coacción surge una consecuencia: la inexorabilidad de tener que pagar impuestos. Pero el impuesto detrae renta disponible de los particulares y beneficios netos de las empresas. Si partimos de la base de que el mercado es el mejor vehículo conocido hasta la fecha para la asignación óptima de los recursos, la injerencia de un impuesto es negativa e introduce en la actividad económica un determinado grado de toxicidad. La otra cara de la moneda muestra que en una economía social moderna y beligerante esa toxicidad es un efecto colateral tolerable en una actuación general de las administraciones para ofrecer los servicios públicos a la sociedad. Aunque el impuesto destruya renta en un primer momento, a través del presupuesto el sector público crea nuevos valores: seguridad, justicia, defensa, cultura, sanidad y protección social. Con el impuesto se genera el ambiente jurídico y político con el cual los hombres pueden trabajar, organizar, inventar y producir. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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Es esta una idea ya veterana en los anales de la hacienda pública. El gran economista John Maynard Keynes dota a los presupuestos públicos de una facultad adicional: su carácter anticíclico capaz de estimular la demanda agregada en épocas de crisis y reanimar una coyuntura económica deprimida. Finalmente una moderna fiscalidad debe actuar como un estabilizador automático dentro de una política redistributiva de las rentas monetarias, gravando más a quienes más tienen para favorecer a quienes tienen menos y contribuir a reducir la desigualdad social. Los impuestos son, en consecuencia, distorsionadores pero necesarios, el precio que pagamos por una sociedad civilizada. El sistema impositivo, a su vez, será eficiente cuando asegura un determinado volumen de ingresos públicos, contribuyendo a la redistribución de la renta, con la menor desincentivación posible de la iniciativa privada. Una vez clarificada la justificación fiscal, el «qué», nos resta —y este es el quid de la cuestión— el «cuánto». Una aspirina puede calmar una jaqueca mientras que la ingesta de un envase completo de sus pastillas puede provocar la muerte del paciente. Aplicado a la economía hablaríamos de la curva de Laffer. La curva, una «U» invertida difundida por el economista americano Arthur Laffer en 1980 traduce una evidencia empírica, según la cual el incremento sucesivo de los tipos impositivos no siempre conlleva un aumento de la recaudación fiscal. Cuando el tipo del impuesto es suficientemente alto, si se sube aún más, los importes recaudados disminuyen. En su último extremo, un tipo del 100% sobre la actividad tributable destruiría dicha actividad, y la recaudación sería nula. Aplicado al caso del proyecto de reforma fiscal vasca, tal vez una reducción de bases tenga un efecto inicial negativo sobre la recaudación, pero simultáneamente afectaría de forma favorable a la actividad económica y al PIB comunitario, con lo que estimulando la producción generaría en segunda instancia un aumento de bases imponibles y un aumento de la recaudación. Esta hipótesis viene apoyada por un reciente estudio de BBVA Research aplicado al conjunto de la economía española. Volviendo al ejemplo de la aspirina, será necesario averiguar cómo reacciona el sujeto fiscal con mesura y gradualidad. Y conjugar la reducción de tipos con una eliminación selectiva de desgravaciones. Una consideración final. Llegado el momento, si se incluyese entre sus competencias, los líderes de nuestras haciendas forales deberían considerar la introducción de un modelo de devaluación fiscal para las empresas residentes en Euskadi, esto es, rebajar las cotizacio© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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nes sociales de las empresas y financiar la caída de la recaudación con imposición indirecta. España —y previsiblemente Euskadi— ha tenido en promedio durante los últimos 20 años una imposición de las cotizaciones sociales 3,5 puntos superior a la de la Unión Europea (22,9 frente al 19,4%). En algunos países —como Dinamarca—, las cotizaciones sociales no alcanzan el 2%. Ello daría alas a nuestro tejido empresarial. (7 de octubre de 2017)

De profesión, economista Sucede en celebraciones familiares a las que concurren parientes que se ven tan solo en raras ocasiones. O en tu propia casa, al coger el ascensor o cruzarte en el portal con ese afable vecino de siempre. Al identificarte como «economista» surge la pregunta o sugerencia inevitable: ¿qué pasa con la Bolsa? O ¿por qué no escribes sobre los problemas de los autónomos? Y, también, ¿qué opinas de las balanzas fiscales? Por desgracia, los economistas no estamos preparados en primera instancia para responder más que a un muy reducido número de cuestiones. Como tal afirmación puede sorprender a quien la escuche, debo apresurarme a subrayar lo de «primera instancia» y a matizar que por «economista» se entiende aquí a quien se ocupa de los grandes agregados económicos, desde un punto de vista generalizador. ¿Es entonces nuestro «economista» un ser melifluo a quien tienen sin cuidado las cuitas diarias del común de los mortales? No precisamente. Lo que se postula aquí es que, abarcando lo económico a la práctica totalidad de las actividades humanas, no le es posible a nuestro interpelado opinar sobre todos los problemas, y menos aún predecir soluciones de futuro. Alguno adelantará, entonces, que si los economistas no pueden realizar previsiones carecen de utilidad, pero tal opinión sería tan ridícula como asumir que sobran los médicos por no haber previsto a tiempo el SIDA o el mal de las vacas locas, y la magnitud de sus estragos. El economista lo es, si ha asimilado sólidamente los «fundamentos» de la disciplina. Entre los más básicos de estos fundamentos —citemos una mínima muestra— están los conceptos de escasez, valor y mercado. Empecemos con la escasez. Dedicar recursos a un proyecto, por ejemplo la prevención de la malaria, significa que otros proyectos valio© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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sos, como la cura del cáncer, tienen necesariamente que limitarse, porque los recursos económicos son escasos. A esta selección que implica costes de alternativas desechadas se le llama coste de oportunidad y constituye el corazón de la economía. Cada beneficio debe contrastarse con sus costes correspondientes. Por ello, proponer la eficiencia en la administración de los recursos limitados constituye el compromiso básico de cualquier economista. ¿Cómo priorizar los procesos eficientes? O lo que es semejante: ¿cómo se determina el valor económico? ¿Por qué un mero bien decorativo como una perla es tan apreciado, mientras que el agua, esencial para la vida humana, es prácticamente gratuita? Los filósofos medievales aventuraron la teoría del justiprecio, según la cual el valor es una propiedad inherente al objeto. Teoría insatisfactoria que deja sin explicar de dónde procede ese valor inherente y las oscilaciones del precio del objeto a través de las culturas y del tiempo. Karl Marx fijó el valor de una cosa en la cantidad de trabajo incorporada a la misma, lo cual conduciría a la absurda conclusión de que una muela extraída en una hora sería 60 veces más valiosa que la eliminada en un solo minuto. En la actualidad los economistas creemos que el valor no es inherente a nada ni está determinado por un único factor sino por la interacción de unas fuerzas impersonales que llamamos «mercado», y que es nuestro principal «fundamento». En circunstancias normales, la oferta de un bien es creciente con su precio e, inversamente, la demanda aumenta más cuanto más se reduce este. En algún momento y circunstancia el equilibrio se producirá, si no hay externalidades negativas ni posiciones dominantes de mercado, algo que debe preservar el Estado. El mercado determina el precio y valor de las cosas. Estos ejemplos, y muchos más, son algunos de los principios básicos que habitan en la cámara acorazada del economista. Seguidamente, ilustrándose en los detalles particulares de un tema, si así es requerido, inicia cuantos excursos sean necesarios a la realidad para interpretarla: la Bolsa, los autónomos o las balanzas fiscales, consciente de que la suya es una ciencia modesta que aspira a acercarse al mundo real siempre con las debidas cautelas. Existe, sin embargo, una retahíla de comensales, tertulianos y opinadores que acuden a la convocatoria de los medios tirando de parafernalia digital y de fuentes no siempre fidedignas. Pontifican sobre temas económicos, pero no son economistas y expresan en muchas de las ocasiones diagnósticos equivocados y soluciones ilusorias. La razón es que pueden estar informados, pero no están formados. Carecen de los cimientos que solo puede otorgar el conocimiento de los fundamentos

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económicos: como los descritos y otros muchos más. De ahí el efecto corrosivo y desorientador de sus aseveraciones. (29 de septiembre de 2017)

La industria del turismo: ¿morir de éxito? El hecho de que algunas camadas de formaciones de la izquierda radical hayan hecho bandera del ataque a uno de los pilares básicos de la recuperación económica española merece algún comentario no exento de cierta complejidad. Comencemos por señalar las evidencias. Las negativas y también las positivas. Primero las evidencias negativas. Que el turismo masificado es molesto, y en ocasiones insoportable, nadie lo pone en duda. Las oleadas de visitantes que han recalado en España a raíz, sobre todo, del desplome del negocio en algunos países árabes del entorno, Marruecos, Túnez o Egipto, persiguen destinos asimétricos y concentran su presencia en unos enclaves específicos, generando notables problemas de convivencia ciudadana y ecológica, desnaturalizando asimismo las reglas de competencia del mercado, su viabilidad y su estructura de precios. Viajar ha pasado de ser un lujo a ser una costumbre. No en todos los lugares, pero sí en algunos determinados de la geografía española, la afluencia intensiva de visitantes —y en casos, su inaceptable comportamiento— requiere una revisión de la planificación de este pujante subsector de los servicios. Las universidades imponen un numerus clausus y con ellas todo tipo de instituciones del campo de la salud, del ocio y de muchas otras esferas económicas. No parece asumible, sin más, el permanecer impasible ante crecimientos anuales tan exorbitados de viajeros como los que confluyen cada año sobre el suelo ibérico. Por otra parte, el debate que se sugiere no es algo nuevo en el mundo ni algo específico de nuestro país. Desde Venecia a San Francisco, pasando por Tokio, Londres, París o Barcelona se ha iniciado la discusión sobre nuevos modelos de turismo tras analizar su innegable impacto social. Junto a las anteriores, las evidencias positivas. La primera, recordar que según el Foro Económico Mundial, España revalidó en 2016, por segundo año consecutivo, el título de oferta turística más competitiva del mundo. La segunda, su calidad de primera rúbrica de aportación al PIB —un 12% aproximadamente en 2016— por delante del sector automovilístico —10%— y también su decisiva contribución al superávit de la balanza de pagos por cuenta corriente —12.700 millones en los cinco © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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primeros meses de 2017— y creciendo. Los más de 75 millones de ciudadanos extranjeros que entraron en España el pasado año se gastaron 77.625 millones de euros, equivalentes a la cuarta parte de nuestras exportaciones manufactureras. Pero, sobre todo, la evidencia de que sin turismo no se hubiese producido la recuperación vigorosa que atravesamos, dado que el sector genera uno de cada cuatro empleos desde el inicio de la recuperación en 2013. Dos de cada cinco empleos creados en Cataluña, Baleares y Valencia. En total 2,53 millones de trabajadores ocupados en el sector, representando el 13% del total, un 20% del total en el caso de Cataluña. Agregar, para conocimiento de los eurófobos beligerantes, que los más favorecidos con la ola turística han sido los jóvenes: desde el inicio de la recuperación en 2013 los trabajadores de entre 16 y 29 años trabajando en el sector han crecido en casi 90.000 ocupados. Además el número de ocupados de entre 30 y 44 años ha aumentado en más de 111.000 personas, de las cuales 93.000 corresponden al sector turístico. Esto es, algo más de un 90% del empleo creado en esta franja de edad. De modo que mientras somos la envidia de nuestros competidores más directos, aquí algunos han desenterrado el hacha de guerra que amenaza con malherir la gallina de los huevos de oro. No solo son condenables todo tipo de actos y actitudes violentas, sino que las razones esgrimidas por los antisistema quedan en evidencia, a la vista de las cifras anteriormente citadas. Arran (CUP) proclama que el actual modelo turístico «responde a un modelo capitalista que está concentrando los beneficios en muy pocas manos y provocando la destrucción de nuestro territorio». Y bajo el lema «vuestro turismo, miseria para la juventud», Ernai (Sortu) ha iniciado, asimismo, una campaña contra el turismo en San Sebastián. Ni el turismo es miseria para la juventud —así cantan las cifras mencionadas— ni enunciados confusos y manidos hacen el cogollo de una reformulación —asumida por todos— del modelo turístico. La Organización Mundial del Turismo, una agencia de Naciones Unidas con sede en España, propugna un turismo más sostenible y respetuoso con el medio ambiente y que reduzca el impacto negativo de las ofertas masificadas. A esa directriz hay que agregarle imaginación, trabajo y cuidados. Mientras tanto, resulta inexcusable que las autoridades turísticas protejan de violentos a la principal industria del país, la primera fuente de creación de empleo juvenil. (10 de agosto de 2017)

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Lo que queda de la crisis Los notables crecimientos observados durante el primer semestre de 2017 aventuran, ya sin temor a equivocarnos, que en lo concerniente al indicador de la producción, el PIB, la economía española ha puesto fin a la crisis desatada una década atrás. Buena noticia, sin duda, jaleada unánimemente por todos los informes recientes de las instituciones multilaterales, desde la Comisión Europea a la OCDE, pasando por el Fondo Monetario Internacional. Que no viene sola, digámoslo. Lo primero a destacar es la espectacular ganancia de nuestra competitividad. La economía española produce lo mismo que hace una década pero con 2 millones menos de empleos. Consecuencia directa ha sido el boom de las exportaciones —con el estallido de los ingresos por turismo—, exportaciones que suponen ya un tercio de nuestro valor agregado nacional. Se añade la fortaleza demostrada por el consumo de los hogares; el crecimiento de la recaudación que se aproxima igualmente a los niveles precrisis; la recuperación inmobiliaria con las subidas de los precios, las ventas y la construcción; el restablecimiento de la inversión; y también la mejora de la percepción de los españoles acreditada por el Índice de Confianza del Consumidor, que se sitúa en niveles cercanos a los observados en 2005 y 2006, antes del estallido de la  Gran Recesión. El índice PMI de Markit destaca el crecimiento del empleo, el más vigoroso en 19 años, pero de ello hablaremos a continuación. Adicionalmente, el sentimiento empresarial es positivo debido a las predicciones de nuevas órdenes y al aumento de la capacidad productiva y, en consecuencia, del PIB potencial. Lamentablemente, la música de las buenas noticias viene empañada casi siempre por la sordina de las malas. Vayamos al tema más espinoso: la evolución del empleo en España. La economía española convence en su empeño y capacidad para crear puestos de trabajo. En tres años, de los 3,8 millones de ocupados perdidos entre 2008 y 2013, se ha conseguido recobrar más de la mitad dejando la tasa de parados en el 17,22%, su nivel más bajo desde el inicio de la crisis. Si la evolución del empleo debe juzgarse favorable: ¿qué perspectivas se dibujan para recuperar finalmente las tasas de paro previas a la crisis —un 7% de la población activa— o, lo que es lo mismo, un nivel de ocupados y afiliados superior a los 20 millones de personas? El Gobierno aventura una tasa del 17,4% a finales de 2017 y del 15,4% en 2018. Solo en 2021 se cerrará un ejercicio con 20,7 millones de empleos. Estos registros están aún a mucha distancia de los récords de empleo de 2008. ¿Hay margen para sucesivos acercamientos? © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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La respuesta es relativamente ambigua. Y ello sin extendernos en detalle en cuatro negatividades serias que aquejan al tejido laboral español. La primera, su baja tasa de actividad y la pérdida de la fuerza laboral. De hecho, desde el inicio de la recuperación hace tres años, los trabajadores activos han disminuido en más de 250.000. Más crecimiento no significa obligatoriamente una población más deseosa de trabajar y la tasa de actividad en España está en el 60%, entre 10 y 15 puntos por debajo de la europea. La segunda, la alta tasa de temporalidad: durante los últimos tres años, nuestra tasa de temporalidad ha pasado del 23,9% al 26,8%. Si continuáramos a este ritmo, la tasa de temporalidad podría alcanzar el 30%, porcentaje vigente antes de la crisis. Estas tasas se distancian de las de los países centrales que se sitúan en el 15%. Se hace precisa, en consecuencia, una reforma que acabe con la dualidad regulatoria. La tercera, la caída del número de horas trabajadas: así, en el segundo trimestre de 2017 se trabajaron 613 millones de horas semanales, frente a las 620 del segundo semestre de 2016. La cuarta se refiere a la magnitud del empleo sumergido. Pero, sobre todo, hay determinados elementos recurrentes que no pueden soslayarse. Cabe recordar que la tasa de paro en España en los últimos veinticinco años se ha mantenido a niveles del 15-25%, salvo periodos realmente excepcionales. Además, la recuperación del empleo en curso es de naturaleza cíclica, no estructural. Múltiples estudios siguen fijando el paro estructural de la economía española en niveles del 15% o superior en 2018. Es cierto que el despegue reciente del stock de capital está contribuyendo al aumento del PIB potencial y asimismo la contribución de la productividad al crecimiento potencial parece aumentar ligeramente, estimándose en 0,5 puntos básicos su incidencia en 2020. Por otra parte, si se inicia, como se augura, un nuevo rally inmobiliario, ello daría ocupación a un amplio colectivo de trabajadores de baja cualificación que hoy se incluyen en la tasa estructural y que no pueden obtener empleo. Una buena noticia acompañada de un sentimiento agridulce: ¿acaso queremos un nuevo boom inmobiliario? La recuperación de los niveles de paro precrisis se constituye así en el corazón de la política económica. Pero como el empleo —aparte de una fracción de origen público— tiene su origen en el sector privado, ¿cómo conseguir este objetivo? ¿Cómo lograr que los empresarios contraten masivamente nuevos trabajadores hasta dar por cerrada la crisis? En gran medida depende de la demanda del mercado, y ahí perduran, aunque atenuados, los vientos de cola. Pero no pueden olvidarse las políticas de oferta de hoy que suponen la producción posible del mañana. Será preciso que los trabajadores alcancen la productividad suficiente para que al contratarlos aumenten las ventas y los resultados de la em© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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presa que los contrata. Se requiere, en consecuencia, una gran revolución de la productividad laboral española, que será fruto de una transformación radical de sus capacidades, conocimientos y empleabilidad. Yo no atisbo, modestamente, signos determinantes en esta línea. (3 de septiembre de 2017)

Subir sueldos y salarios Días atrás la ministra de Empleo y Seguridad Social, Fátima Báñez, ha lanzado una enfática invitación al empresariado de nuestro país, para que comparta los efectos favorables de la recuperación económica, alto crecimiento y recuperación sostenida de los beneficios. La arenga de la política onubense suscita algunas reflexiones importantes. La distribución funcional de la renta nacional española hace referencia al reparto del PIB entre los dos principales factores productivos —capital y trabajo—, y su interés nace, no solo de sus implicaciones en cuanto a la equidad, sino de su relación con la productividad, por lo que ayuda a conocer los procesos que explican la inversión y el crecimiento económico. La distribución funcional de la Renta nos facilita, en el caso de España, dos elementos críticos de valoración: uno económico y otro social. El primero, que la remuneración de los asalariados en nuestro país —aunque en una senda decreciente— supera todavía el 50% de la Renta nacional y que, en su consecuencia, las subidas salariales son bienvenidas por su efecto inducido sobre el aumento del consumo nacional y, en definitiva, por su efecto multiplicador sobre el PIB. En teoría, y en principio, todos los aumentos salariales serían macroeconómicamente deseables. El segundo aspecto se refiere a la equidad social. La devastadora crisis que ha producido una década perdida ha afectado negativamente tanto a las rentas del trabajo como del capital. Pero los descensos de renta han sido más significativos en las familias más vulnerables debido a factores relacionados con el deterioro del mercado de trabajo: la pérdida de empleo —en especial el de menor cualificación—, el aumento del trabajo a tiempo parcial, o el aumento del empleo autónomo como alternativa a la falta de oportunidades de trabajo asalariado en las empresas existentes. Como colofón de lo anterior, hay que recordar que son las políticas públicas las que amortiguan el aumento de la desigualdad causado por el empeoramiento del mercado de trabajo durante la crisis, aunque no eliminen todas sus consecuencias. La política © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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salarial privada estará condicionada, todavía, por otros factores de mercado. No obstante, y desde el punto de vista normativo, sería altamente deseable que los salarios recuperaran paulatinamente su cuota de participación en la Renta nacional. Dicho lo cual en una economía de mercado, la fijación de los salarios no puede obedecer a proclamas ni solo a consideraciones voluntaristas. La teoría económica recuerda que la cantidad demandada de trabajo aumenta con la disminución de los salarios y, alternativamente, disminuye con el aumento de los mismos. Subidas de salarios —salvo en sectores de comprobada competitividad— producen destrucción de empleo. Y hablando de competitividad: la productividad de los factores y, en el caso que nos ocupa, la productividad del trabajo, marcan el umbral del salario y determinan la competitividad de la empresa, su permanencia en el mercado y en última instancia la garantía de los puestos de trabajo. Crecimientos de salarios por encima del crecimiento de la productividad conducen, según el esquema señalado, a la destrucción de los empleos existentes. La productividad promedio del trabajo en España ha crecido en la década de la crisis un 13% como consecuencia de la destrucción masiva de puestos de trabajo y del descenso drástico (15,6%) de los costes laborales unitarios, pero se encuentra en un estado estacionario, cercano al crecimiento nulo. Conference Board lo estima en un +0,9% para 2017. La subida promedio salarial del primer semestre ha sido del 1,27%. En consecuencia, las subidas salariales deben tener en cuenta el tejido empresarial sobre el que se teje el empleo en España, donde el 98% de las empresas emplea a menos de 10 trabajadores y una gran mayoría de ellas sigue en pérdidas o compensando las de ejercicios anteriores conviviendo con la morosidad, la nueva plaga que azota a este sector crítico de la producción. También los 5.000 convenios afectos a la negociación colectiva tienen que adoptar una actitud positivamente orientativa en relación a su productividad, a la hora de ajustar los salarios. Cada cual según su productividad para continuar con la senda de recuperación del empleo, como paso previo a la recuperación del nivel salarial. (7 de julio de 2017)

Los rescates de Veneto De siempre ha habido varas diversas para medir. El dicho quiere prologar el infeliz episodio protagonizado días atrás por Frankfurt, Bruselas y Roma en torno al peculiar modo aplicado al remedio de la © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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quiebra de dos entidades bancarias italianas: Banca Popolare di Vicenza y Veneto Banca. Para justificarlo debemos remontarnos a 2012 cuando se aprueba en la Eurozona el proyecto de la Unión Bancaria. La Unión Bancaria es un escalón previo decisivo para la unión fiscal y política. Anclada en tres pilares básicos: supervisión única, resolución única y garantía a los depositantes única, la Unión Bancaria —en su segundo pilar— significa un cambio radical en la resolución de las entidades quebradas: ya no más recurso al Estado ni a los contribuyentes, sino que sean los acreedores de la entidad inviable los que con sucesivas quitas equilibren el balance dañado. Si existe un déficit patrimonial, las quitas afectarán sucesivamente a accionistas, bonistas júnior, capitales híbridos y títulos subordinados, bonistas sénior y, finalmente, a depositantes siempre por encima del límite de los 100.000 euros/depositante garantizado por la normativa comunitaria. El reciente escándalo protagonizado por las entidades crediticias de Veneto representan un grosero paso atrás en la construcción del Mecanismo Único de Resolución. En lugar de aplicar el sistema concursal arriba descrito, Roma, Frankfurt y Bruselas han orquestado un rescate récord de 17.000 millones de euros para apuntalar a bonistas y depositantes, una decisión que cuestiona directamente la consistencia de las regulaciones bancarias europeas. Intesa Sanpaolo, un gigante —por lo demás, también atribulado— de más de 500.000 millones de activos, se ha hecho cargo de los activos solventes de los dos bancos quebrados por 1 euro. Pero el acuerdo excluye la deuda insolvente, créditos dudosos, bonos subordinados y accionistas de las entidades. Las sucursales de los bancos liquidados se integran en la red Intesa aunque se prevé el cierre de 600 sucursales y el despido gradual de 3.900 empleados. Dos millones de depositantes y 200.000 pequeñas empresas verán preservados sus patrimonios. Aunque la información es confusa, el Tesoro italiano no cubrirá el valor perdido de los accionistas ni de los títulos subordinados. Los bonos sénior no sufrirán quebranto alguno ya que —en una campaña que nos puede recordar la ampliación de capital de Bankia— los clientes fueron vehementemente incitados a su compra por los directores de las sucursales correspondientes. La pregunta crítica es la siguiente: una vez que el Banco Central Europeo dictaminó que las entidades de Veneto se hallaban en quiebra y activaron la entrada del Mecanismo Único de Resolución europeo, ¿por qué se permitió que los bancos se liquidaran bajo los procedimientos italianos de insolvencia, con acceso a fondos púbicos, en lugar de aplicar el reglamento de resolución europeo? La junta de resolución ban© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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caria llegó a la conclusión de que para estos dos bancos la acción de resolución no estaba justificada por el interés público, lo que hubiera implicado en su caso la aplicación de fondos provenientes del Fondo Único de Resolución Bancaria. La legislación de la UE prevé que, en tales circunstancias, se aplican las normas nacionales de insolvencia y corresponde a las autoridades nacionales responsables liquidar la entidad con arreglo a la legislación concursal nacional. En este contexto, si los Estados miembros consideran necesario el apoyo público para mitigar los efectos de la salida del mercado de un banco, se aplican las normas sobre ayudas de Estado de la UE, que exige que los accionistas y los propietarios de obligaciones subordinadas contribuyan plenamente a los costes (el denominado «reparto de cargas») y se limite la distorsión de la competencia. Los tenedores de deuda sénior no tienen que afrontar pérdidas y los depositantes siguen estando plenamente protegidos en consonancia con las normas de la Unión Europea. En resumen: al tratarse de una «liquidación» y no de una «resolución» —aplicable únicamente a entidades de riesgo sistémico—, la junta de resolución autorizó a que los bancos se liquidaran en el marco de un procedimiento normal de insolvencia en Italia. Italia sale políticamente vencedora del laberinto bancario en el que también se encuentra Monte dei Paschi di Siena. Pero el país alpino deja muy tocada la credibilidad de la Unión Bancaria, lo cual constituye una pésima noticia. (30 de junio de 2017)

La nueva forma de rescatar bancos Durante los años de la crisis, comenzando con la intervención de Caja Castilla La Mancha y culminando con la nacionalización de Bankia, el aparato de Estado a través del Fondo de Garantía de Depósitos, primero, y del FROB (Fondo de Resolución Bancaria Ordenada), después, intervino, saneó, capitalizó y revendió al mercado una serie de fichas financieras inviables, fundamentalmente de Cajas de Ahorro, que de haberse abandonado a su propia suerte hubieran conducido a un procedimiento concursal de acreedores, acompañado con toda seguridad de gravísimas consecuencias sistémicas. El rescate del sistema financiero español, que se vio urgido en su peor momento histórico, en la segunda mitad de 2012, a solicitar una ayuda financiera del MEDE (Mecanismo Europeo de Estabilidad) de © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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hasta 100.000 millones de euros, tenía como objetivo evitar el riesgo de una desconfianza generalizada de los clientes de las entidades financieras, que hubiera producido una crisis de pánico con la retirada masiva de depósitos de dichas entidades. Ello habría acelerado la inviabilidad de las entidades insolventes, contagiando al sistema en su conjunto, obligando seguidamente al Gobierno a la implantación de un «corralito», esto es, a la congelación general de los depósitos y a la introducción de una auténtica ley marcial en la actividad ordinaria de la economía. El corralito es algo que aún está candente en la memoria de los griegos y con anterioridad, en el año 2000 de los argentinos. Los estragos de un corralito son incalculables. El rescate español durante la crisis lanzó un mensaje tranquilizador al mercado: los depósitos de los clientes eran sagrados e intocables. La quiebra de una entidad siempre dejaría intacto el valor patrimonial de sus depositantes. Dado que el financiador del rescate era el Estado, cabe concluir que han sido los contribuyentes quienes han preservado los depósitos en las entidades intervenidas insolventes. Con un matiz: la contribución de los españoles al rescate de los bancos en crisis es diferida. Las entidades fallidas se han cubierto con fondos públicos y estos proceden del endeudamiento del Tesoro en los mercados de deuda pública. Hasta hoy el rescate se ha financiado con deuda. El día en que la deuda pública comience a reducirse, con amortizaciones netas positivas, se consolidará la financiación de las quiebras financieras con dinero de los contribuyentes. Por algún tiempo, el importe aplicado al salvamento de las entidades inviables operantes en España que ascendía a 65.000 millones de euros, estuvo acompañado por la esperanza de la recuperación siquiera parcial del mismo. Lamentablemente, la semana pasada, el informe anual del Banco de España ha arrojado una catarata de agua helada sobre dichas expectativas: más de 60.000 millones del rescate se reputan definitivamente perdidos. Pero ahora surge la consideración no menos cruenta y traumática de lo que supondrá la vigente normativa comunitaria de «resolución» de entidades financieras inviables. Bajo el nuevo reglamento comunitario, la intervención dineraria de los Estados en el rescate de las entidades inviables no queda excluida, pero queda relegada a una posición subsidiaria inequívoca: se trata de que las entidades dañadas respondan en primer lugar con la participación directa de los pasivos bancarios en el orden establecido de prelación concursal, mediante un sistema de quitas que reduzca el monto de los pasivos exigibles, restableciendo —en cuanto se pueda— el equilibrio del balance de la entidad enferma. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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Es lo que ha sucedido con el Banco Popular: quita total del valor de las acciones, patrimonio de los accionistas (último nivel concursal) y de los instrumentos híbridos de bonos subordinados y contingentes (anteúltimo nivel concursal). Ello ha bastado para resolver la inviabilidad del banco mediante la transferencia a coste cero (1 euro) a Banco Santander. En el futuro, si los niveles citados fueran insuficientes, se apelaría a quitas de la deuda «sénior» (bonos y obligaciones no subordinadas, antepenúltimo escalón concursal), y seguidamente a quitas en los depósitos de clientes superiores al nivel garantizado de los 100.000 euros por cliente. No habrá ya —como norma— intervención estatal ni implicación de los contribuyentes. ¿Quiere esto decir que los agentes económicos ahora afectados por el «caso Popular» otorgan su conformidad al nuevo esquema aplicado? La avalancha de reclamaciones demuestra lo contrario. Son nuevos mecanismos con nuevos agravios y problemas. (23 de junio de 2017)

Popular, Liberbank y especulación bajista Es conocido a través de los medios de comunicación el presunto papel adverso que la especulación bajista ha podido jugar en la suerte del ya extinto Banco Popular y el que pudiera suponer para la entidad asturiana Liberbank S.A. Pero, ¿qué es, cómo se materializa y cómo ha afectado la especulación bajista a los bancos citados? Un agente, sea una persona física o un inversor institucional (banco, fondo de pensiones, fondo de inversión o hedge fund) adopta una posición corta o bajista en Bolsa cuando estima que el precio actual de una acción está sobrevalorado. Para ello toma prestados los títulos en el mercado, los vende al precio de hoy, los recompra una vez el precio se haya desplomado, devuelve las acciones tomadas a préstamo y se embolsa un beneficio por la diferencia entre el importe de lo vendido y el valor de lo recomprado. Para que el especulador obtenga un beneficio tiene que acertar en sus expectativas. Si el precio de la acción sube, el bajista sufre un quebranto económico. En consecuencia, una primera consideración acerca de este tipo de agentes consiste en destacar que pueden acertar o equivocarse, pueden ganar dinero o, por el contrario, sufrir pérdidas cuantiosas. Recordemos un ejemplo de lo primero: los hedge funds —que adoptaron posiciones bajistas sobre la compañía © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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Abengoa en noviembre de 2015— obtuvieron plusvalías históricas con el desplome bursátil del 72% en el valor de la tecnológica en tan solo dos sesiones. Las posiciones cortas también pueden utilizarse como mecanismo de protección si se tiene una inversión en un determinado valor (posición larga), que se juzga vulnerable y que no pueda o desee venderse, convirtiéndose así en un mecanismo no especulativo cuyo objetivo es minimizar las posibles pérdidas futuras, equivalente a suscribir una póliza de seguros, contratar derivados u operar en los mercados de plazo. Como es lógico, las posiciones cortas dependen de que haya accionistas dispuestos a prestar sus títulos. Para ello cobran un determinado canon en forma de tipo de interés. Con estas observaciones previas, una importante corriente dentro de la teoría económica defiende que la especulación es estabilizante. Ofrece contrapartidas a inversores de títulos con distintas motivaciones, da profundidad al mercado y contribuye a acercar el precio actual del título a su precio «natural» de equilibrio. Adviertan el matiz que describe esta opinión como «una corriente económica». La realidad es que frente a ellos se alzan quienes condenan sin paliativos la especulación por sus presuntos efectos desestabilizantes. ¿Quién tiene razón? Probablemente ambos, ya que los escenarios a los que aplican sus respectivas consideraciones son heterogéneos. La especulación estabiliza en una situación de mercados razonablemente estables y es altamente perjudicial en los llamados «mercados unidireccionales», cuando desatado el pánico, el conjunto del mercado adquiere un tinte gregario o unidireccional, de «efecto bandada de peces». Si las alarmas se disparan, todos (muchos) querrán vender, nadie (pocos) osarán comprar e indefectiblemente el valor del título se colapsa. En estas últimas circunstancias resulta adecuado y exigible que las autoridades reguladoras y supervisoras pasen decididamente a la acción. Y la acción consiste lisa y llanamente en prohibir por un lapso de tiempo determinado la venta de acciones precedidas de un préstamo de las mismas. Ello produce dos tipos de reacciones, ambas benéficas: la primera, un factor de credibilidad que conforta a los inversores que compran con un horizonte de largo plazo, alentados al ver que la mano de la Administración velará por sus intereses; la segunda, una reducción del volumen de ventas que apuntala transitoriamente el precio del título. En agosto de 2011, la CNMV ya vetó el uso de las posiciones cortas para limitar la especulación sobre títulos bancarios. Hace unos días, el mismo organismo ha prohibido las operaciones bajistas sobre acciones de Liberbank. No lo hizo sobre las del extinto Banco Popular, por razo© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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nes que no se alcanzan a entender. Con la amortización, al ser cero el valor de recom­pra de los títulos, los especuladores bajistas sobre Popular han hecho en junio su agosto. En el caso de Liberbank el efecto de la prohibición ha sido positivo. Ello no significa garantía de nada, pero es una medida que hay que catalogar de oportuna. (16 de junio de 2017)

Las incógnitas del «caso Banco Popular» Atenuado el eco de la primera explosión mediática acerca del que, hasta hace una semana, era el sexto banco español en volumen de activos, se abre un capítulo, en el que paulatinamente procede estudiar algunas de las incógnitas surgidas. La primera de ellas es la asimetría de la senda del Banco Popular respecto del resto de bancos españoles. Se ha repetido tanto por el FROB como por el BCE que la defunción de la entidad con sede en la madrileña calle de Velázquez ha obedecido a un problema de liquidez, a una estampida de clientes retirando sus depósitos por importe cercano a los 36.000 millones de euros, en las semanas previas al rescate. El banco era «inviable» y su intervención, en consecuencia, resultaba inapelable. ¿Por qué asimetría? Porque la solvencia del Popular no difería esencialmente de la del resto de sus pares españoles. Ninguna entidad financiera nacional ha cubierto a la fecha el cien por cien de las exigencias dotacionales derivadas de la morosidad del ladrillo, oscilando sus coberturas entre el 39% y el 57%. Si bien el Popular era el Banco que alcanzaba una mayor morosidad sobre el total de créditos (27,8% frente a una media del 15% del sector) todas las entidades españolas tienen un «agujero» en los términos coloquiales aplicados por los medios a las deficiencias en la calidad de los activos bancarios. Las pérdidas de 3.600 millones de euros en 2016 y la evaporación de la confianza —un activo que se otorga más que se merece— precipitó la falta de liquidez del Popular, preámbulo de una quiebra anunciada, que Bruselas con su junta de resolución bancaria decidieron atajar. No había alternativa. La segunda incógnita se refiere al presunto «agujero» que arrastraba el Banco Popular y que el Santander ha decidido enjugar con la correspondiente ampliación de capital. Veamos. El reglamento de resolución exige que, antes de la adjudicación, un evaluador experimentado realice una valoración de carácter económico-financiero, no una mera valoración contable, del patrimonio de la entidad. En el caso que nos © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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ocupa el resultado estimado fue negativo de 2.000 millones de euros en un escenario base y de 8.000 millones en un escenario de estrés. Resultaba congruente que, para alentar la entrada de un comprador, el precio debiera ser cero (o 1 euro), una vez liberada la entidad adquirente de los compromisos de capital, obligaciones júnior e instrumentos contingentes de la liquidada —un colchón cercano a los 3.000 millones de euros—, obteniendo gratis una entidad con patrimonio neto positivo pero con «caché» de compra inexistente. La anunciada ampliación del Santander no se destinará, en consecuencia, a cubrir dotaciones pendientes, que siguen su calendario al igual que en el resto de bancos españoles, sino para cumplir con los ratios de solvencia de la entidad agregada exigidos por el Banco Central Europeo. Santander arriesga en lo que puede ser un buen negocio y evita de paso la participación pública en el capital del banco «inviable». Si el Popular tenía un agujero, también lo tiene el resto de sus colegas de la industria financiera. Pero dados los calendarios previstos, lo del «agujero contable» de 8.000 millones de euros del Banco Popular es una fantasía. La operación es provechosa para el comprador, si, como es el caso, una vez estabilizada la sala de máquinas del Popular, puede este generar en los años venideros cash flow suficiente como para enjugar su déficit de cobertura (el verdadero agujero) y obtener beneficios. Idéntico supuesto al que opera sobre la totalidad de la industria bancaria española. La tercera incógnita se cierne sobre la cascada de reclamaciones judiciales que van a registrarse de forma masiva en las próximas semanas. La resolución específica aplicada por Bruselas al Banco Popular ha mantenido indemne el patrimonio de los depositantes y no ha exigido ni un solo euro al erario público, esto es, al contribuyente. Algunas acciones reclamatorias estarán llamadas a prosperar. En la medida que ello implicase el recurso, por modesto que fuere, a fondos del Estado, se habría quebrado la nueva filosofía del Mecanismo de Resolución Europea, con las graves consecuencias que ello acarrea. Para terminar, una sugerencia: consoliden sus expectativas los accionistas y bonistas subordinados de Liberbank. (12 de junio de 2017)

Renta básica inviable La Europa de 2017 y, con ella, la España y la Euskadi de hoy se instalan en una encrucijada llena de retos e interrogantes. El modelo en que durante décadas se ha basado el progreso del Estado del bienes© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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tar, una economía de pleno empleo y sociedades socialmente uniformes, ya no existe. El cambio tecnológico ha significado que los puestos de trabajo en las cadenas comerciales —grandes y medianas—, en el transporte, industria y agricultura se hayan convertido en altamente vulnerables. Más de 30 empresas en el mundo diseñan en la actualidad vehículos autónomos y, en general, los robots anticipan la destrucción de millones de puestos de trabajo. Algo parecido sucede con la producción agrícola. Resulta obvio que, ante tales circunstancias, la iniciativa privada debe volcarse en crear nuevos modelos industriales y de negocio que conviertan a empleados, clientes y comunidades en beneficiarios, y no víctimas, del cambio tecnológico. Al Estado compete, de forma paralela, estudiar nuevas formas de apoyo a los administrados, ante los previsibles siniestros que las nuevas realidades promuevan. Muchos economistas, líderes sindicales o políticos en activo han resucitado la propuesta de una renta básica como forma de paliar la precariedad laboral que los nuevos tiempos auguran. La pregunta es si tal propuesta conduce a alguna parte. La contestación es consecuencia de los números, una vez entendido claramente el concepto de renta básica. Se trata de una transferencia dineraria realizada por el Estado a todos sus ciudadanos sin ningún tipo de condicionalidad o contrapartida, con el propósito de proveerlos con un mínimo de subsistencia, al margen de su contribución a la hora de producirse ese ingreso. Es decir, la renta básica separa el ingreso de la producción. Sin entrar en valoraciones de oportunidad ética, eficiencia productiva o influencia motivacional, la descalificación de la renta básica viene dada sobre todo por el coste de su financiación. En su aplicación al caso español, basta partir del censo de población residente al 1 de julio de 2016 que suma 46,5 millones personas, distribuidas en 38 millones de adultos y 8,5 millones de menores. Una renta básica en torno al Salario Mínimo Interprofesional de 825  euros/mes aplicada a la población adulta (y el 50% para los menores) arrojaría un importe anual de 418.000 millones de euros, equivalente al 40% del PIB español. Por lo tanto, si todo el esfuerzo de este aumento de gasto público recayera sobre el IRPF, habría que recaudar cuatro veces más como mínimo y al final los contribuyentes pasarían a tributar un tipo medio casi del 49%, frente al tipo medio del 18% de 2010. Naturalmente, la renta básica sustituiría a algunas de las actuales prestaciones sociales, reduciéndose simultáneamente la parte correspondiente de burocracia administrativa. Pero traspasando a renta básica toda la protección social (paro, pensiones, etc.) salvo la sanidad, © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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su nivel alcanzaría únicamente los 365 euros mensuales en España, una cantidad insuficiente para cubrir el umbral de la pobreza. Su magnitud, en consecuencia, es tal, que se revela como un instrumento utópico e inviable. Cosa enteramente distinta es la adopción pública de un esquema de «renta de inserción», singular y discriminante (el beneficiario se compromete a estar disponible para trabajar y participar en acciones para lograr un empleo), orientado a que una persona supere un estado de necesidad extrema, temporal y condicionadamente, cuando no haya alternativas privadas en curso. En las actuales circunstancias y en las que se avecinan, esta figura social es inexcusable y su financiación correría a cargo de impuestos presupuestarios suficientes. Euskadi, a través de Lanbide, es una administración pública precursora de una renta de inserción (RGI), que en la actualidad se extiende a 63.000 titulares con prestaciones que alcanzan hasta los 957 euros/ mes. No conviene dejarse arrastrar por experimentos puntuales como los abordados hasta la fecha en Canadá, Finlandia y otras latitudes. Tampoco por señuelos alternativos que conducen a resultados engañosos: la famosa «dotación en capital», promovida entre otros por Thomas Piketty o el «impuesto negativo sobre la renta», no son sino variantes —entre otras más— de una renta básica que ya se han demostrado inviables. Las conquistas sociales deben perpetuarse con el esfuerzo incansable de las mayorías y con la atención pública a las minorías más vulnerables. (26 de mayo de 2017)

La trama Los mitos requieren una atención respetuosa para extraer de ellos las verdades últimas ocultas tras las apariencias. «La trama» —el tiempo lo dirá— puede ser el mito que catapulte el nuevo discurso de Podemos. Los dos personajes que han contribuido a la alquimia del término «trama» son Pablo Iglesias y un joven doctor en Sociología llamado Rubén Juste. Este último ha proporcionado el utillaje documental y conceptual en el que se inserta el vocablo. Iglesias simplemente lo ha bautizado. Acaban de conocerse, aunque Rubén Juste no ha dudado en aceptar un contrato de asistente temporal parlamentario de la formación morada. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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La obra de Juste lleva por título IBEX 35, una historia herética del poder en España y tiene los ingredientes necesarios para constituirse en un best-seller. IBEX 35 es el relato de las relaciones de poder en España desde el inicio de la democracia hasta nuestros días. No de cualquier poder, sino del poder económico engarzado y en ocasiones superpuesto al poder político de cada legislatura, bajo la batuta de los distintos jefes de Gobierno resultantes de las consultas electorales. Como punta de iceberg del poder económico destacan el IBEX 35, sus líderes y los diversos comisarios políticos infiltrados en sus líneas para materializar en ellas las directrices del Gobierno. Rubén Juste aspira a demostrar con pruebas documentales que los intereses de los políticos y de los empresarios han sido convergentes, y que unos y otros poseen los blindajes necesarios para hacerlos inmunes a cualquier viento de cambio. Aunque no aparece explícitamente en el libro, en una entrevista periodística define a la trama como «un sistema de relaciones que permanece en el tiempo, no democratizable, no sujeto a rendición de cuentas, que perpetúa la presencia de propietarios y gestores de las grandes empresas». La obra de Rubén Juste suscita sentimientos encontrados. A su favor, el reconocimiento al enorme trabajo de recopilación de datos, extraídos —como él ha señalado— de forma presencial en los archivos de las instituciones supervisoras, fundamentalmente de la Comisión Nacional del Mercado de Valores. Con la minuciosidad de un forense ha diseccionado las redes de conexión de empresas y personas hasta ofrecer un inventario apabullante, una retahíla de datos económicos que van desde la Transición hasta nuestros días. La «casa» de Solchaga y la constitución del socialismo «elegante» (beautiful people), la construcción aznarista de un modelo basado en el ladrillo y en la fortaleza interna del partido, la carambola electoral de Zapatero y su deambular por la gran crisis financiera y, finalmente, la etapa de Rajoy como artífice de la supuesta recuperación. En todas estas etapas se citan con pelos y señales, esto es, con nombres y apellidos, los personajes destacados por el Gobierno a los sillones del IBEX 35 y los devaneos puntuales de líderes económicos con presidentes de Gobierno, como es el caso del tándem Zapatero-Botín. «Todo eso es la trama —ha señalado Pablo Iglesias— un bloque de poder que para mantener sus privilegios necesita que la mayor parte de la población siga cargando con sus costes. Hay que desarticular la trama para tener un país más justo y democrático.»

Como puede comprenderse, este texto nato de periodismo de investigación va mucho más allá de las puertas giratorias hasta cuestionar si © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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es el Estado quien regula y condiciona la marcha de las grandes empresas, y/o si son estas las que ejercen el control de determinadas áreas del Estado. Dadas las apariencias, las conclusiones de Rubén Juste podrían ser el prólogo de una enorme sacudida emocional en la ciudadanía española. Ello no es probable, aunque la notoriedad de la publicación está asegurada. El doctor Juste exagera con repetidas hipérboles aparentemente inocuas el método inductivo, obteniendo conclusiones sistémicas de una serie de datos cada uno de ellos discutibles y carentes por sí mismos de alcance universal. Lamentablemente, la existencia de élites y su contubernio con la política es consustancial a la historia de las civilizaciones. Pero de ahí a afirmar que la oligarquía económica española se constituye en un Estado dentro del Estado media un salto cuántico difícil de asumir. Como todo en ciencia y en democracia, el valioso ensayo de Rubén Juste deberá pasar por el filtro del debate multidisciplinar para ajustar finalmente sus conclusiones. (29 de abril de 2017)

Una Europa de distintas velocidades La conmemoración del 60 aniversario de la firma de los Tratados de Roma el pasado 25 de marzo, tratados que constituyeron la semilla de la actual Unión Europea, se produjo sin brindis de victoria ni alardes publicitarios. Días antes, el 1 de marzo, el presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, presentaba el «libro blanco» sobre el futuro del Viejo Continente, un documento abierto que deberá ser debatido por los gobiernos de la Unión en el plazo que se abre hasta 2025. El libro blanco de Juncker pregunta a los jefes de Estado y de Gobierno cuál de los siguientes cinco escenarios desean construir para el futuro devenir europeo: seguir igual, limitarse al mercado único, establecer distintas velocidades de integración, hacer menos pero de forma más eficiente o hacer mucho más conjuntamente. Sin constituir una respuesta formal, y sin que ello tenga por el momento una traducción jurídica en los tratados comunitarios, se atisba con cierta determinación una postura institucional en favor de los diferentes grados o velocidades de integración al proyecto europeo del futuro. ¿Cómo se traduce ello a la práctica? Veamos algunos ejemplos. Un grupo de Estados miembros decide cooperar estrechamente en asuntos de defensa, mediante la contratación pública conjunta, una © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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gestión militar coordinada y la llevanza de misiones unitarias en zonas de conflicto. Otros países pueden alinearse en materia de seguridad y justicia, uniformando las fuerzas policiales y los servicios de inteligencia e intercambiando información relativa a la lucha contra el crimen organizado y las actividades terroristas. Una fiscalía conjunta, persigue el fraude, el blanqueo de capitales y el tráfico de drogas y armas, abocando finalmente en la creación de un espacio común de justicia civil y penal. Un tercer grupo de países decide colaborar estrechamente en asuntos fiscales hasta erradicar los centros off shore, las jurisdicciones de baja fiscalidad y régimen opaco. O aún, los trabajadores de un conjunto de Estados pueden acceder a derechos laborales y esquemas de protección social adicionales y cada vez más homogéneos, lo que otorga seguridad jurídica a las empresas y protección a los trabajadores. El ritmo de un convoy siempre viene dictado por el más lento de los navíos. La Europa de varias velocidades permite contemplar y secundar las diversas sensibilidades de los distintos estratos sociales y nacionales. Permite dar un paso al frente a quienes avanzan con convicción en el proyecto federalista europeo y deja la puerta abierta a la incorporación posterior de los menos proclives al afán unionista. Por otra parte, la diferenciación de ritmos de integración no es nada nuevo en la Unión Europea. Diez países no comparten la moneda única. Irlanda no adopta el acuerdo Schengen. Dinamarca ha rechazado las políticas comunes de seguridad y defensa. Polonia no se adhiere a la carta de derechos fundamentales y los checos se sitúan al margen del Pacto Fiscal. De modo que institucionalizar una Europa de dos velocidades supone meramente aceptar una realidad que ya funciona. Claro que la geometría variable también tiene sus detractores, quienes la acusan de perpetuar las divisiones. Consagrar naciones de primera y de segunda clase atenta contra los ideales fundacionales de la Unión. Todos los países son iguales bajo un único tratado. Una Europa de varias velocidades acabará creando comunidades rivales y perpetuando las divisiones entre los que son y los que no son. Algo similar —corregido y aumentado— a la dicotomía ya existente entre los halcones centroeuropeos —Alemania y sus satélites— y las palomas periféricas. La geometría múltiple —se argumenta— socava la solidaridad. Francia y Alemania dictarán las reglas y el resto las obedecerá, lo que acrecentará el resentimiento y, finalmente, la desafección. Una Europa a la carta resultará finalmente muy compleja. La arquitectura de las decisiones en las actuales instituciones comunitarias es suficientemente compleja como para profundizar en su gobernabili© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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dad. El nuevo diseño de mayorías en las decisiones implicaría cambios en los tratados y una alienación creciente en los ciudadanos que asimilan Bruselas a un jeroglífico enigmático y discriminatorio. La Europa a dos velocidades ya existe, pero no sería conveniente exacerbar a las familias de países y la identidad de los bloques. Unidad como criterio central con una flexibilidad adaptativa permisiva pero no fomentada. España ha gozado repetidas veces de una velocidad muy corta y flexible en su corrección del déficit fiscal y ello ha sido muy beneficioso para nuestros intereses. Hay que desalentar el maniqueísmo de bloques, pero si se estableciera una diferenciación transitoria, el Gobierno español siempre debería apostar por el bloque más integracionista, aunque las excepciones están ahí para confirmar las reglas. (22 de abril de 2017.)

Compensar a los perdedores La globalización está imputada. El tema no se limita al desmonte de una doctrina venerada hasta fechas recientes, sino que ha alentado nuevos movimientos políticos de signo populista, cuyo común denominador está en atribuir a la globalización el estancamiento económicos de las clases medias de los países ricos. Una respuesta inmediata la constituyen las murallas y la involución proteccionista. A este manifiesto se han adherido con matices tanto la academia como la clase política, y todo tipo de comentaristas de los medios de comunicación, dando pasto intelectual a millones de inconformistas. Y con razón, habrá que decir, ya que la desigual influencia de la globalización en los bol­sillos de los ciudadanos está fuera de toda duda. Desde que el experto mundial Branko Milanovic ha fundamentado las distintas intensidades de las olas globalizadoras, no cabe eludir el diagnóstico: que los beneficios de la globalización no se han distribuido homogéneamente entre los distintos estratos económicos en la asignación global de las rentas. Dicho lo cual no es ocioso repetir quiénes abanderan el debate antiglo­ba­li­za­ción, o lo que es lo mismo, quiénes han sido los más seriamente afectados por las asimetrías del movimiento que debatimos y, en definitiva, quiénes son los presuntos perdedores de la globalización: las clases medias bajas, medias y altas de los países desarrollados. Perdedores en términos relativos, no absolutos. Se constata simplemente que otros han tenido mayor fortuna en el reparto. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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Una vez expuestos los hechos, pasamos a la causas. El propio Branko Milanovic señala que «no podemos hablar de un solo motivo —la globalización—, sino que el cambio tecnológico y determinadas políticas económicas han jugado también un papel importante». Es claro el impacto de las  nuevas tecnologías sobre el empleo y los salarios, que además viene acompañado en el caso de los países avanzados, por la deslocalización industrial, trasladando las empresas a países de menores costes de producción. La acogida de inmigrantes en el estrato salarial bajo es otra forma de deslocalización. En especial, las tecnologías de la información y la comunicación han aumentado en los países centrales la demanda de trabajadores cualificados, a costa de los menos cualificados, aumentando así la brecha salarial entre los dos grupos. En consecuencia, el librecambio penaliza en Occidente a los trabajadores menos capacitados y a los procesos productivos menos eficientes, aunque, por el contrario, beneficie a ciudadanos y empresas de los países pobres o emergentes que absorben las nuevas tareas. Aquellos que rechazamos los muros y el proteccionismo, y sostenemos que la globalización no debe detenerse, tendremos que arbitrar una compensación desde los superávits de los ganadores hacia los déficits de los perdedores. ¿Cómo hacerlo? En primer lugar, consolidando los esquemas de protección social del Estado del bienestar, mediante las políticas pasivas de empleo, componiendo situaciones de vulnerabilidad puntuales. A nivel europeo, por medio de una mayor dotación económica y una mayor utilización del Fondo Europeo de Ajuste a la Globalización, fondo de actividad aún incipiente. Pero, sobre todo, mediante las políticas activas de empleo, generando mayores capacidades y superior talento en aquellos que han quedado marginados. O sea, esfuerzos presupuestarios masivos en educación y en I+D+i, una auténtica marea de inversión en capital humano. Branko Milanovic y otros apuestan por otorgar un capital financiero a todos los ciudadanos al cumplir la mayoría de edad, para propiciar, por ejemplo, que ningún joven quede privado del acceso a la universidad. Un paso más lo da Robert Skidelsky, renovando la llamada a una renta básica universal, una idea muy debatida, aunque por el momento sea inviable financieramente. Todo lo dicho se refiere al título de la columna «Compensar a los perdedores de la globalización». Y ello es deseable, siempre que sea posible. Pero, ¿podemos volver a recordar quiénes son los perdedores? Aquellos grupos de la población mundial que se sitúan entre los percentiles 75 y 95 superiores del nivel de renta mundial. Es decir, nosotros. Nosotros que llevamos favorecidos por la rueda de la fortuna decenios, quizá centurias. Y ¿quiénes son los ganadores? Los percenti© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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les 20 a 70 de la distribución global de ingresos, los emergentes, lo que refleja la enorme cantidad de gente que ha salido de la pobreza y supone la conformación de una nueva gran clase media mundial. También los percentiles 1 a 20, los más desamparados del planeta. Tal vez este último párrafo nos lleve a reflexionar si acaso Occidente estaba compensando hasta ahora a los grandes perdedores seculares de la Historia económica. Una visión alternativa para alentar una posible lectura solidaria de la globalización. (15 de abril de 2017)

Reconquistar derechos sociales Las conquistas sociales corren el serio peligro de banalizarse, de considerase como obvias o necesarias, ajenas al esfuerzo, muchas veces de centurias, desplegado para adquirirlas. A ello contribuye su institucionalización legal, incluso constitucional como sucede con los principales pilares de nuestro moderno Estado del bienestar. De esta manera la conquista se despoja de la trayectoria histórica de sacrificio y contribución personal, trasladando su responsabilidad a un ente superior tutelante, que en este caso es el Estado. En lo que nos toca hoy aquí, y en concreto, el artículo 41 de la Constitución española señala que «los poderes públicos mantendrán un régimen público de Seguridad Social para todos los ciudadanos que garantice la asistencia y prestaciones sociales suficientes ante situaciones de necesidad». Y, más adelante, el artículo 50 recoge que «los poderes públicos garantizarán, mediante pensiones adecuadas y periódicamente actualizadas, la suficiencia económica a los ciudadanos durante su tercera edad». Estas manifestaciones replican a nivel nacional, pormenorizado y singular, los recogidos en la Carta Universal de los Derechos Humanos de Naciones Unidas de 1948 cuando en el artículo 22 declara que «Toda persona, como miembro de la sociedad, tiene derecho a la Seguridad Social, y a obtener, mediante el esfuerzo nacional y la cooperación internacional, habida cuenta de la organización y los recursos de cada Estado, la satisfacción de los derechos económicos, sociales y culturales, indispensables a su dignidad y al libre desarrollo de su personalidad». Los artículos 23, 25 y 26 se extienden en la misma línea. Otro documento de trascendencia internacional lo constituye la Declaración sobre el Derecho al Desarrollo del ser humano, igualmente aclamado en el foro de Naciones Unidas. Abunda como la anterior en el reconocimiento inalienable de los atributos económicos mínimos que deben © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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acompañar al ciudadano, y que el Estado debe, en todo caso, promover y garantizar. La realidad práctica difiere, sin embargo, dramáticamente de los postulados voluntariosos de los grandes pactos y consensos públicos, sean sujetos al derecho internacional o al derecho nacional. Y es que el sistema en el que nos movemos lo es de recursos escasos con fines alternativos, obtusamente distribuidos y donde el imperativo de la disponibilidad económica impone sus condiciones por encima de los derechos humanos e incluso de los dictados constitucionales. La prueba es que entre nosotros y a nuestro lado cada día hay personas en situación de vulnerabilidad y, si nos alejamos de nuestro entorno próximo, 900 millones de personas libran diariamente una lucha por la mera supervivencia y otros 2.000 millones están sometidos a la pobreza extrema con un ingreso de menos de tres dólares diarios. Son cifras del Banco Mundial y de Naciones Unidas. Este último organismo, siendo el gran artífice de las cartas de derechos universales anteriormente señaladas. Muy lamentablemente, los grandes derechos universales están limitados o al menos condicionados por su viabilidad económica en cada tiempo y lugar. Lo anterior no constituye sino una gran pantalla conceptual en la que proyectar los casos concretos que suceden cada día en el repetido ámbito de las conquistas sociales. Aquí y ahora, en España y en Euskadi, en este preciso momento, hay problemas ciertos en torno al futuro de la percepción de las pensiones contributivas en su diseño actual de solidaridad intergeneracional en clave de reparto. El derecho constitucional se diluye en una cascada de imponderables sociológicos, económicos, demográficos, laborales y de productividad, que amenazan la sostenibilidad del sistema. Es menester refundarlo, o mejor reconquistarlo. Dado que el sistema de reparto es inviable, hay que dirigir los pasos en otras direcciones. No debemos enmendar la plana a los miembros de la comisión parlamentaria de los Pactos de Toledo y a los acuerdos que en ella se adopten para lograr más ingresos para el sistema de la Seguridad Social y/o en su caso para las reformas estructurales que se sugieren en buen numero de escritos y propuestas especializadas. Lamentablemente, pese a que los diputados del Pacto de Toledo deberían tener sus recomendaciones listas en el mes de mayo, la realidad es que sus trabajos están retrasados. Y no hay dinero para la próxima paga extraordinaria. Bueno, en realidad lo hay, disponiendo del último saldo de la hucha de las pensiones, pero casi nadie quiere hacerlo y además su disponibilidad está ahora recortada porcentualmente por ley. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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Se baraja de forma inminente una emisión de deuda pública. Personalmente me parecería un auténtico disparate, salvo que se trate de una decisión puntual y excepcional, ganando tiempo al consenso parlamentario. Las viejas conquistas están amenazadas. Hay que pactar unas nuevas. (25 de marzo de 2017)

Robocalipsis En una reciente entrevista en la conocida web tecnológica Quartz, el cofundador de Microsoft, Bill Gates, ha formulado una propuesta sorprendente. Según el que fuera un revolucionario innovador de la informática «ahora mismo, un trabajador que realiza un trabajo en una fábrica, e ingresa 50.000 dólares al año, paga impuestos sobre esos ingresos. Si un robot viene a hacer la misma labor, se podría pensar en gravar al robot con un importe de impuestos equivalente». Gates agrega que esta iniciativa contribuiría igualmente a «frenar la velocidad del tránsito a la automatización», dando tiempo a gestionar una pauta ordenada del cambio. La propuesta de «un impuesto a la eficiencia» puede sonar a anatema para la propia trayectoria de Gates y sobre todo para la sabiduría económica convencional: renegar del progreso y volver al pasado. Pero el hombre más rico del mundo es un heterodoxo y anticipa el desencanto de la población trabajadora que interpreta el advenimiento de la Inteligencia Artificial (IA) —en general— y de los robots —en particular— como una «pérdida social neta». Gates reclama una intervención estatal drástica para ordenar los impactos de la automatización, en contraposición a los defensores del libre mercado. Y es que la cuarta revolución industrial va a transformar los mercados de trabajo en los próximos cinco años, de tal manera que hasta 7,1 millones de empleos en las 15 principales economías desarrolladas y emergentes podrían perderse a causa de los despidos provocados por la automatización. La OCDE calcula que el 9% de las profesiones desapa­ re­ce­rán en los próximos años a consecuencia de la misma. Solo en España, y según este mismo organismo, los robots permitirán sustituir un 12% de los empleados en un futuro inmediato. Pero la pregunta es inevitable: ¿es razonable gravar un número indeterminado de procesos de automatización, tengan o no una apariencia de robot? La medida en todo caso rompería la cadena de la lógica en © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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una sociedad donde dispensadores de todo tipo, procesadores de programas, tecnologías móviles bancarias y aparatos familiares o de empresa han sustituido de forma natural al factor trabajo y conviven naturalmente con nosotros. ¿Habría que desempolvar la moviola, retroceder 50 años en el tiempo y cobrar impuestos al empresario que alquila o vende una cosechadora autopropulsada que elimina cientos de trabajos agrícolas? La mayor productividad y la reasignación de puestos crearon progreso, no destrucción. Lo cierto es que la sustitución de personas por máquinas lleva décadas ocurriendo y nunca se pidió gravarlas, tal vez porque los artilugios del pasado no tenían los rasgos humanoides de los robots inteligentes actuales y resultaban en consecuencia menos amenazantes. Un problema de la propuesta básica de Bill Gates radica en la dificultad de diferenciar entre las nuevas tecnologías que complementen a los humanos y aquellas otras tecnologías que los suplanten. Lo cual nos sitúa ante una enojosa tarea: la de dilucidar qué es un robot o, si se quiere, qué alcance tiene la tributación de los procesos técnicos de automatización. Por eso el Parlamento Europeo ya ha planteado el inicio de una legislación comunitaria para regular el auge de la robótica incluyendo el marco ético de su desarrollo y su alcance instrumental. Decisión, sin duda, oportuna y necesaria. A continuación procede debatir el efecto que una tasa a los robots tendría sobre la competitividad y el empleo en general. La Federación Internacional de Robótica (FIR) se aventura a predecir que el impacto será muy negativo. Según esta Federación, la automatización y el uso de robots crean nuevos puestos de trabajo al incrementar la productividad, y alude a la corre­la­ción entre densidad robótica y nivel de empleo en las naciones industriales avanzadas, como es el caso de Alemania. La fabricación global de robots industriales creció un 15% en 2015, según la FIR, alcanzando un valor total de 46.000 millones de dólares. La demanda de estos ingenios tecnológicos para usos médicos, domésticos o personales crece vigorosamente. Una sanidad, por ejemplo, que no incorpore robots se hará aún más cara y finalmente insostenible. ¿No basta con que los mayores impuestos finalistas pagados por una sociedad ya incluyan el mayor ingreso derivado de una eficiencia mayor y resulte en una mayor cuota impositiva? ¿Debemos ahora castigar a aquellos que invierten para mejorar la cadena de producción hacerla más eficiente y, seguramente, de más calidad? Así el mayor argumento contra el gravamen a los robots sería su efecto negativo sobre la innovación. Y la tasa a los robots del señor Gates se traduciría en proteccionismo contra el progreso. Agreguen a todo esto el problema que surgiría si los distintos países del planeta no adoptaran normativas unificadas sobre la fiscalidad © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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de las máquinas y se produjeran traslados masivos de empresas hacia aquellas jurisdicciones que no gravasen la robotización. No todo es susceptibilidad en torno a las futuras máquinas humanas. La demografía juega a su favor. Japón ha experimentado un descenso continuo en su población desde 2010. Dado que las previsiones arrojan un declive del 20% de la población activa en los próximos 50  años, los incentivos para invertir en tecnologías de la automatización son muy altas. Como puede adivinarse, el debate está servido y la solución no aparenta ser sencilla. (11 de marzo de 2017)

El poder de la desinformación Nos enfrentamos a una pregunta mediática provocadora. ¿Puede la información estar sesgada de tal manera que la convierta en un elemento inútil o incluso contraproducente? ¿Es capaz una información de talante tendencioso de crear desinformación de tal manera que sea preferible no tener información alguna y confiarse al juicio propio, apoyándonos en nuestra intuición o en las meras apariencias? ¿Mienten los gobiernos e instituciones a sabiendas? Me referiré sucesivamente a la política de noticias falsas, a las postverdades y a la proliferación de la osadía comunicativa o, lo que es lo mismo, al síndrome de Duning-Kruger. Comencemos con un ejemplo escandaloso de lo que podíamos llamar «desinformación programada». Larry Martin es el nombre actual de un académico jubilado en Rockport, Massachusetts, que en realidad se llama Ladislav Bittman, ex comandante del «Departamento de Medidas Activas», título adjudicado al servicio de propaganda política del servicio de inteligencia de la Checoslovaquia anterior al final de la Guerra Fría. Para crear una desinformación verdaderamente efectiva, manifiesta Martin, se necesita una historia que sea al menos cierta en, digamos, un 60%. Incluso gente culta e instruida es capaz de digerir mentiras flagrantes con tal de que contengan elementos de veracidad y vayan en la línea de las opiniones o rumores dominantes sobre un determinado tema. Al día de hoy Martin se encuentra seriamente preocupado por el devenir de su país de adopción, los Estados Unidos de América, no solo por la epidemia de noticias falsas, sino por la desafección creciente de la ciudadanía hacia los medios de comunicación, muchos de los cuales han mantenido una conducta ejemplar en su lu© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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cha de separar los hechos de las ficciones y de las estafas informativas. En el libro de Martin El juego del engaño (The Deception Game) puede encontrarse una recopilación alucinante de todo tipo de artimañas tejidas por el aparato estatal checoslovaco narradas por su entonces máximo responsable. Otro deporte practicado a todos los niveles de edad y condición social es el que constituye la sustitución de una verdad austera y poco emocionante por la postverdad que me gusta o me conviene y que a fuerza de repetirla se convierte en realidad subjetiva virtual. Particularmente en los medios de comunicación la multiplicación exponencial de la información ha establecido una loca carrera para ser el primero, mucho antes que ser el más ajustado a la verdad. El mantra tácito de esta aberración intelectual se resume en que si tú crees con suficiente intensidad en un determinado juicio, este se transforma en real. Con la proliferación del discurso postverdadero, amplios estratos sociales reniegan consciente o inconscientemente de la objetividad y contaminan los cauces de la opinión pública que se adhiere a mitos inauditos, convirtiendo a los ciudadanos confiados en una tropa de correveidiles. Nos queda para el último lugar la proliferación no menos patológica —en las pistas de los circos tertulianos, pero también en espacios pseu­doin­te­lec­tua­les y no pocos enclaves políticos— del arrebato intelectual de los ignorantes, del atrevimiento de aquellos que saben poco o nada de un tema, pero no dudan en pontificar sin el más mínimo pestañeo. No hay nada vergonzoso en ser incompetente. Todos los somos en la inmensa mayoría de los ámbitos. Pero David Dunning y Justin Kruger descubrieron que muchas personas ignorantes desconocen y aparcan su incompetencia, lo cual constituye una disfunción de la personalidad. Los psicólogos americanos trataron de averiguar si existía algún remedio para rebajar la autoestima sobrevalorada de los más incapaces. El remedio existía y se llamaba educación. El entrenamiento y la enseñanza podían ayudar a estos individuos iletrados a darse cuenta de lo poco que sabían en realidad, pero el enfermo es altamente refractario al tratamiento. Ante esta triple realidad, ¿cómo puede blindarse el ciudadano medio de la malinformación que le acosa? Difícil respuesta. Valga recomendar a los lectores cautela y olfato para sortear contenidos excesivamente obvios y no dar por buena una información sin el filtro de la duda previa y el contraste con fuentes alternativas: idéntica noticia tiene tratamientos distintos en medios diferentes. Frecuentemente la virtud sigue estando en el centro. A los medios, exigirles la responsabilidad de verificar lo que manifiestan. A los © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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que mienten e intoxican, recordarles la existencia de los tribunales de justicia. Para finalizar, tal vez pregunte alguien qué cabida tiene un tema de psicología social en una sección de economía. La respuesta es muy sencilla: la información es un activo económico crítico. La información correcta es básica para la asignación de los recursos económicos y la mala los pervierte y los conduce a decisiones erróneas y antieconómicas. La cruzada en favor de la veracidad convoca a todos: sobre todo a los medios de comunicación pero también a todos los demás. (4 de noviembre de 2017)

El informe a sus señorías El miércoles pasado, el pleno del Congreso ha aprobado por unanimidad la solicitud para la creación de una comisión de investigación sobre la crisis financiera, referida al periodo comprendido entre 2000 y 2015. La comisión arrancará en dos meses como máximo, y durará, en principio, seis meses que se podrán prorrogar en función de cómo se vaya desarrollando su trabajo. El documento preliminar cifra el objetivo de la comisión en conocer y evaluar con profundidad y rigor las causas que originaron la crisis financiera y económica de España, desde su gestación hasta el estallido de la burbuja de crédito inmobiliario, y su impacto en el sector financiero español. A aquellos que nos dedicamos al seguimiento y valoración de los hitos más sobresalientes de la vida económica del país, la decisión nos parece sumamente interesante. Volver la vista sobre nuestros pasos para discernir el origen y los causantes, culpables o responsables, según el caso, de un devastador incendio desatado en 2008, del que aún se mantienen activos focos aislados e innumerables ascuas peligrosas es prudente e instructivo. Hay coincidencias que resultan no ser fruto del azar sino de un préstamo de conductas o medidas que se han adoptado ya en otros lugares y que nos sirven de referencia. Me refiero aquí a la que tuvo lugar en 2010 en Estados Unidos y que cristalizó en enero de 2011 en un informe titulado «Final Report of the National Commission on the causes of the financial and economic crisis in the United States» («Informe final de la Comisión Nacional sobre las causas de la crisis financiera y económica en los Estados Unidos»). El informe fue redactado por The Financial Crisis Inquiry Commission (Comisión de investigación sobre la crisis financiera), o sea, exactamente el mismo nombre © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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adoptado por nuestros representantes parlamentarios para llevar adelante una investigación similar, pero aplicada a la economía y circunstancias de España. Aquella, la comisión estadounidense presidida por Phil Angelides, trabajó arduamente durante más de un año y contaba como efectivos de plena dedicación a 87 funcionarios de alta cualificación. Lo cito aquí por si se me olvida más adelante, y porque creo que la comisión americana puede resultar una referencia muy aprovechable para el quehacer de la que tendrá lugar entre nosotros. En el curso de su investigación, aquella revisó millones de páginas en documentos, entrevistó a más de 700 testigos con implicaciones directas en la crisis, mantuvo audiencias públicas en Nueva York y W­ashington durante 19 días y escuchó a comunidades duramente afectadas por la recesión a lo largo y ancho del país. La comisión actuó sobre 22 puntos específicos de investigación relativos al colapso de las grandes instituciones financieras que quebraron o hubieran quebrado de no haber sido por las ayudas excepcionales del Gobierno. Adicionalmente —tomemos nota— la comisión recibió instrucciones de referir al fiscal general del Estado cualquier conducta que constituyera a su juicio una violación de las leyes de los Estados Unidos en relación a la crisis. Resumir un informe de 662 páginas en su versión gubernamental es imposible, pero en sus sucesivas conclusiones reitera que la crisis financiera era evitable, que fue el resultado de la acción y de la inacción humana y no una fatalidad de la naturaleza o un cataclismo cibernético. Una crisis de esta magnitud nunca debió haber ocurrido. La explosión de los peligrosísimos préstamos subprime y su titulización, el alza insostenible de los precios de la vivienda, las diversas prácticas prestamistas predatorias, la acumulación de las deudas hipotecarias familiares, el crecimiento exponencial de las actividades de trading especulativo de las entidades financieras, la desrregulación financiera —en especial la relativa a los mercados de derivados— y, en resumen, la permisividad general regulatoria y supervisora de las autoridades del país eran señales premonitorias de sucesos calamitosos. Frente a los múltiples signos de alerta descritos, tanto la industria bancaria de Wall Street como el establishment político en Washington se han blindado, alegando que la crisis fue simplemente impredecible. Lo mismo que alegaron los catedráticos de la London School of Economics a pregunta de la reina de Inglaterra en su visita a la institución: «¿Cómo no advirtieron ustedes la crisis? Impredecible.» Me temo que, tras un fatigoso camino de trabajo parlamentario por parte de nuestros representantes, las conclusiones no diferirán en exceso de las consignadas en el informe americano. Señales y alertas exis© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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tían por doquier. El problema era percibirlos, porque al decir de Warren Buffet, «mientras sonaba la música, nadie quería dejar de bailar». Tras el estallido de la crisis, con mayor o menor fortuna, los Gobiernos y el Banco de España se pusieron manos a la obra para salvar la vida del enfermo. De momento, habrá que mantener la objetividad y profundizar en el estudio, evitando la tentación de disparar a la ambulancia. (25 de febrero de 2017)

La contrarreforma bancaria de Donald Trump El pasado 3 de febrero, Donald Trump ha firmado una orden ejecutiva dirigida a revisar en profundidad la ley Dodd-Frank para la reforma de Wall Street y la protección de los consumidores: en breve, ley Dodd-Frank. Las líneas que siguen se dirigen a evaluar el alcance de una modificación sustantiva de dicha ley. Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, reputados académicos e investigadores del ciclo, recuerdan en su obra central Esta vez es diferente que las crisis recurrentes a las que claudica lamentablemente la economía de mercado obedecen a causas de distinta naturaleza, pero que entre las principales razones figuran la estulticia y la desmemoria humana, principalmente las de políticos y gobernantes, que dejan de aprender de fracasos precedentes, evitando así incurrir en nuevos y similares problemas en el futuro. Estados Unidos, culpable en primer grado de la gran crisis surgida de la quiebra de Lehman Brothers, de la mano de su Gobierno, parece haber olvidado el cúmulo de inconsistencias e irregularidades que conformaban su sistema financiero en los prolegómenos del crash de 2008. Para paliar las devastadoras consecuencias de la crisis y prevenir otras futuras se aprobó en 2010 la ley Dodd-Frank, en la estela de la reunión del G20 en noviembre de 2008 en Washington, donde los países más desarrollados del planeta se comprometieron a introducir de forma inmediata y coordinada una normativa macro prudencial que evitara nuevos desastres. De la mano del Banco de Pagos Internacionales surgieron las regulaciones de Basilea que, junto al Consejo de Estabilidad Financiera, han propuesto reglas operativas y prudenciales para la Banca, según su diferente importancia sistémica. Dodd-Frank ha marcado un hito en Estados Unidos en diversas áreas que van de la capitalización de las entidades bancarias a la regulación de los mercados de derivados, los test de esfuerzo y la lucha anties© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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peculativa, pasando por la separación de operativas entre Bancos comerciales y de inversiones (regla Volcker), los requisitos de las grandes corporaciones sistémicas, la nueva supervisión con la creación de órganos ad hoc, la redacción de testamentos vitales en caso de liquidación por quiebra, etc., contribuyendo a que el sistema financiero americano de hoy vuelva a estar a la cabeza del mundo. Aseguradoras y agencias de calificación se incluyen en el índice regulatorio de la norma. Gracias a Dodd-Frank, los Bancos americanos son hoy mucho más solventes que hace 10 años. Al revocar la ley Dodd-Frank, Donald Trump comete al menos tres errores de distinto alcance y gravedad. El primero se refiere al ademán y al tono. Es obvio que cualquier ley y también la Dodd-Frank admite mejoras con el paso del tiempo. Más aún teniendo en cuenta que, dada su importancia y amplitud, se trata de una norma aún inacabada. Pero ello no obsta para promover su revocación entre aspavientos y descalificaciones tremendistas impropias de un jefe de Estado. Comenzando con una astracanada como «DoddFrank es un desastre», coreado por su secretario de Prensa —Sean Spicer— al remachar que «la ley Dodd-Frank es un desastre político. Necesitamos desesperadamente mejorar nuestra regulación financiera». Además, Trump parece no conocer las estadísticas más importantes de América. El crédito bancario ha experimentado un impulso vigoroso a partir de 2010. No obstante, entre las razones que da para la revocación de la ley está que «sinceramente, tengo a mucha gente, amigos míos, que tienen negocios interesantes y no pueden obtener dinero prestado. No pueden obtener dinero porque los bancos no se lo conceden debido a las reglas de Dodd-Frank». El segundo error se refiere a la actuación unilateral y autárquica que esconde la revocación de la ley. No solo se descuelga del proceso de armonización global, sino que en una carta del 31 de enero dirigida por el líder republicano Patrick McHenry a la presidenta de la FED, Janet Yellen, se advierte de que la «participación continuada» de Estados Unidos en foros internacionales tales como Basilea, el Consejo de Estabilidad Financiera o la Asociación Internacional de Supervisores de Seguros, dependerá de que se cumplan los objetivos de la administración Trump. Europa teme ahora que la decisión de Donald Trump, aunque se limita a Estados Unidos, pueda crear un movimiento global a favor de la desregulación. «La idea de volver a las condiciones en vigor antes de la crisis es algo muy inquietante», advirtió el lunes pasado el presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, durante una comparecencia ante el Parlamento Europeo. Las negociaciones en Basilea están en punto muerto, y el comité se vio obligado a aplazar © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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una reunión clave a principios de año por el desacuerdo entre europeos y estadounidenses, incluso antes de que Trump asumiera la presidencia. El tercer y más sustantivo de los peligros es el regreso a la incertidumbre y a la aparición de potenciales riesgos y burbujas, rebajando los estándares y requisitos de solvencia y de cumplimiento prudencial bancario. La esencia de la regulación prudencial reside en mayores requerimientos de capital y una estrecha vigilancia del cumplimiento de la normativa. ¿Por qué? Porque la industria bancaria reviste una especial forma de vulnerabilidad que aboca en caso de crisis severas en la intervención pública, o sea, en el erario público. La protección de los contribuyentes es el argumento básico que exige que el sector bancario se halle especialmente regulado y vigilado. Convertir la tutela de Wall Street en algo laxo, permisivo o autorregulado equivale a predecir tarde o temprano una repetición de los desastrosos sucesos de 2008. Pero ¿quién aconseja a Trump sobre la materia? No hay sorpresas, pero sí intereses. Wall Street ocupa sillones muy relevantes entre quienes musitan recomendaciones al oído del presidente. Ver para creer: el zorro cuidando del gallinero. (10 de febrero de 2017)

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Vino viejo en odres nuevos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La deseable subida de los salarios. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El alivio de la deuda autonómica. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Guindos y el Eurobanco. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Corrupción percibida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Renta nacional y salarios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Del estancamiento secular al optimismo razonable . . . . . . . . . . . . . . . . . . El librecambio amenazado. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Los presupuestos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Euskadi feliz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . En busca de la sostenibilidad perdida. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ¿Mantenemos las previsiones?. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Vino viejo en odres nuevos La Biblia aconseja no almacenar vino nuevo en odres viejos. La fuerza de sus jóvenes sustancias acabará reventando el desgastado pelle­jo. Pero aquí el título dice lo contrario: no guardar vinos caídos en cueros nuevos. Viene esto a cuenta de las declaraciones formuladas en un reciente desayuno informativo, cuando Pedro Sánchez puso sobre la mesa su intención de pedir un impuesto finalista a la banca para costear las pensiones. Y en igual manera a la iniciativa del grupo parlamentario de Unidos Podemos-En Comú-En Marea registrando días atrás en el Congreso una proposición de ley sobre los impuestos a la Banca. Además de un recargo del 10% en la cuota de sociedades del sector bancario (8% en la formulación socialista), la formación morada también defiende la necesidad de «legislar de la manera más ambiciosa posible el impuesto sobre transacciones financieras (ITF) para controlar, registrar y desincentivar las transacciones más especulativas», y cumplir así con el acuerdo alcanzado en el 2012 por once países de la Unión Europea para crear la conocida como Tasa Tobin, aspecto al que también aludió la propuesta del Sr. Sánchez. Sobre la conveniencia de aplicar un recargo a la cuota de sociedades del sector bancario ya hemos argumentado —negativamente— desde estas mismas paginas. La cuestión ahora es saber qué queda al día de hoy de la segunda propuesta, de resucitar un ITF, o «tasa Tobin» y qué futuro cabe augurar a tales ideas. Pocas personas sostendrán en la actualidad la validez de un ITF para «controlar, registrar y desincentivar las transacciones más especulativas» —sin especificar si se trata de los mercados de capitales, de divisas u otro—, después de que se hayan dejado correr ríos de tinta sobre el tema y después de que los sucesivos progresos en el marco prudencial de vigilancia de Basilea en sus distintas versiones y sobre todo del Consejo de Estabilidad Financiera hayan avanzado importantemente en la regulación de estas materias. Cuando las formaciones arriba citadas hablan de resucitar la Tasa Tobin lo hacen con un confuso neo-romanticismo reivindicativo —recuperar lo que fue una bandera de la sociedad civil, pero separándose de su objetivo— y en segundo lugar por motivos recaudatorios, poco significativos en cualquier caso. Y es que no hay nada más triste que devaluar una gran consigna, desconectarla de sus propósitos y objetivos originales, y finalmente situarla en coordenadas temporales distintas de aquellas en las que se planteó, y si se me permite, se soñó. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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Además de látigo de la especulación, la mayor notoriedad de la figura fiscal llamada «tasa Tobin» obedeció a una dilatada reivindicación de los movimientos antiglobalización que hallaron en el impuesto el recurso para la financiación de las bolsas de pobreza en el mundo. Es cierto que si se gravan absolutamente todas las transacciones financieras, aunque sea con un tipo simbólico, la cifra recaudada, dada la amplitud de la base, puede ser astronómica. Con la crisis, este dividendo social, que históricamente alentó la adopción de la «tasa Tobin», quedó arrinconado y se fue sustituyendo por otro mucho más mercantilista como era la financiación directa de los abultados déficits incurridos por los presupuestos públicos, en particular por los de los países miembros de la Unión Europea. Faltaba una coartada para encender la mecha del asalto a la Banca. En setiembre de 2011, José Manuel Durao Barroso recordó ante el Parlamento Europeo que «durante los tres últimos años, los contribuyentes han concedido ayudas y garantías por un total de 4,6 billones de euros al sector financiero. Ya es hora de que el sector financiero devuelva lo que debe a la sociedad. Es una cuestión de justicia que podría generar ingresos superiores a 55.000 millones de euros anuales». El fingido fervor decayó sin remedio. En Junio de 2012, a falta de acuerdo entre los 27, once países europeos, entre los que figuraba España, se asociaron para la creación del nuevo impuesto a la Banca —una «tasa sobre las transacciones financieras»— por el procedimiento de «Cooperación reforzada». Hoy son diez. La iniciativa, sin embargo, duerme el sueño de los justos —o de los injustos, si así se prefiere—. Desnortada y sin alma, la «tasa Tobin» afronta la fatalidad de no asistir nunca a su nacimiento. Ahora, algunos remueven las ascuas, pero no hay llama en las premisas. (29 de enero de 2018)

La deseable subida de los salarios El efecto de una subida de salarios para una economía dada es determinante. Solo hay que pensar que las retribuciones salariales suponen la mitad de la renta nacional. De modo que cualquier porcentaje de aumento promedio de los sueldos en una economía resulta en un porcentaje equivalente a su mitad sobre la renta nacional: un impacto espectacular. No puede sorprender, por tanto, el doble clamor que se escucha a favor de un alza de la retribución a los trabajadores. De una parte, con © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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procedencia y carácter reivindicativo de quienes perciben dichos emolumentos, porque han visto como entre 2008 y 2016, sus ingresos han resultado prácticamente congelados. Pero la petición incluye también de los estamentos públicos conscientes de los beneficios macroeconómicos y sociales señalados. Por su parte, el empresariado, tercer actor en juego, razona que los salarios contenidos aseguran el empleo, al apuntalar la competitividad y por lo tanto la continuidad de la empresa. Asimismo, la alegación de que la recuperación está siendo asimétrica y que no todos los sectores ni todas las empresas se han beneficiado aún de la mejora de la economía es razonablemente asumible. Así las cosas, 2.018 encara el complejo reto de las subidas salariales. A pesar del acuerdo entre Gobierno y Agentes sociales para situar escalonadamente el salario mínimo en 2.020 hasta los 850 euros, los sindicatos aspiran a más. Por ejemplo que nadie gane menos de 14.000 euros brutos al año, en negociación colectiva. Y en el marco general, alzas que lleguen al 3,1%. ¿Cuál es el espacio posible para las citadas subidas, con independencia de los legítimos deseos y voluntades? ¿Qué podemos decir con la cartilla en la mano de los enunciados de la teoría económica? Lo primero, que los incrementos salariales deben responder a incrementos en la productividad laboral. Esa es la base de la competitividad de una empresa y de su subsistencia. Si el Estado abandona esta regla con los funcionarios públicos, serán los contribuyentes en última instancia quienes estén financiando el déficit de productividad funcionarial respecto de las subidas de los salarios públicos. En un flash, recordaremos que en 2017, y a pesar de las penurias señaladas, los sueldos en España subieron un 0,43% por encima de la productividad. Lo segundo, que no es habitual observar mejoras salariales en situaciones de amplias bolsas de desempleo, como es aun el caso de la economía española con un paro registrado de 3,5 millones de personas, equivalentes al 16,5% de la población activa. El ajuste del mercado laboral se está produciendo primero en el número de empleos para seguir después en el nivel de las retribuciones. Si atendemos al Gobierno de la nación, las previsiones enviadas a Bruselas en el Plan de Estabilidad 2017-2020, contemplan una rebaja de la tasa de paro hasta el 11,2% al final de dicho periodo, una caída de 16 puntos en el nivel de desempleo en relación al peor momento de la crisis, en 2013, aunque lejos de los mínimos de 2007. En teoría, solo a partir del momento en que la economía española toque el suelo del llamado paro estructural —cuyas previsiones son © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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más pesimistas en boca de la Comisión europea (15%) que en la del Gobierno—, cabe pensar en un mercado salarial sostenido al alza. Naturalmente, el mercado de trabajo es profundamente asimétrico y lo anterior no implica que haya déficits de recursos humanos en sectores o empresas de alta cualificación y que en esos ámbitos las subidas salariales sean notables. La conclusión es que en tanto prosiga afortunadamente la recuperación del empleo, los aumentos salariales deberán ajustarse a la paridad de su incremento de productividad. Los salarios medios en Suiza o en Singapur son muy altos porque allí la productividad y competencia de sus trabajadores es muy alta. Entretanto hay que hacer un esfuerzo de redimensionamiento empresarial (en España el 98% de las empresas emplean a menos de 10 trabajadores) y abordar algunas disfuncionalidades críticas de nuestro sistema productivo, entre las que destaca la falta de adaptación a las innovaciones tecnológicas. Al desempleo estructural puede sumarse en breve —si no se remedia— el desempleo tecnológico lo que conducirá a ahondar la sima que divide a los ocupados con valor añadido de aquellos menos preparados. (5 de febrero de 2018)

El alivio de la deuda autonómica «Pacta sunt servanda» —«los pactos deben honrarse»— es una locución de la antigua Roma significativa de que los acuerdos están ahí para ser cumplidos. En nuestro país el principio se recoge en el Código civil y es asumido sin fisuras por la jurisprudencia. Todo lo cual se resume en que no pueden dejarse la validez y el cumplimiento de lo pactado al arbitrio unilateral de uno de los contratantes. A esta rocosa afirmación jurídica se contraponen los hipotéticos supuestos de la revocación unilateral de una de las partes, o al menos la petición fundada de abrir una renegociación del pacto. Lo cual nos conduce al delicado campo del alivio por parte del acreedor de las deudas contraídas por el deudor. Viene esto al caso de las posible quitas de la deuda autonómica. Días atrás el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro ha dejado caer la noticia de la potencial reestructuración de la deuda de las Comunidades autónomas. Aparentemente, el ministro Montoro estudia una condonación, o en su caso un recálculo de la deuda de las Comunidades que más se han beneficiado del Fondo de Liquidez Autonómico © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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que, entre 2012 y 2017, han sido Cataluña y la Comunidad Valenciana con 70.910 y 53.757 millones de euros respectivamente. El tema no es indiferente para el común de la ciudadanía. Todo lo contrario. Cualquier quita en la deuda autonómica, por vía directa de condonación o indirecta de reducción de cargas financieras fruto de una reestructuración (por ejemplo con plazos de carencia, alargamiento del vencimientos o rebaja del tipos de interés) irían con cargo a los presupuestos del Estado, y en consecuencia con cargo al contribuyente. La medida debería ser estudiada con lupa de precisión cuando la sensibilidad de los ciudadanos se halla aun a flor de piel como consecuencia de la socialización de las pérdidas derivadas del rescate de las extintas Cajas de Ahorro, que no andarán muy lejos de los 50.000 millo­nes de euros. El tema se agravaría si pudiera interpretarse que lo que se pretende sufragar ahora por el erario publico es la incontinencia en el gasto de algunas Comunidades. El debate continuaría por la senda de en qué medida las administraciones públicas deben apoyar los proyectos deficitarios en lugar de apuntalar aquellos otros que sean competitivos y de futuro. En nuestro ámbito, las políticas públicas de tiempos pretéritos de apoyo a empresas insolventes ha dado paso a la creación de un Fondo con el que subra­yar la presencia en empresas de significado estratégico para el país, como es el caso de CAF. Aquella primera política se considera de dudosa eficacia o contraproducente. Seguiríamos con la evaluación del daño que las reestructuraciones o quitas de deuda introducen en el escenario público-privado. «Si me endeudo por encima de mis posibilidades y me declaro insolvente, no debo preocuparme porque el brazo benefactor del Estado acudirá invariablemente en mi auxilio». Tal postulado recibe el nombre de «riesgo moral». Así lo advierte la propia Comisión de expertos para la revisión del modelo de financiación autonómica en un reciente informe. El plano de la equidad transmite, finalmente, un mensaje no asumible. Aquellas Comunidades que han cumplido con las reglas y han hecho los deberes resultan menos beneficiadas o nada beneficiadas frente a los rezagados de la clase. Se castiga al diligente y se premia al incumplidor. Vistas las anteriores cuatro pruebas acusatorias, el veredicto parecería inclinarse a favor de rechazar la sugerencia apuntada por el ministro Montoro y exigir a las Comunidades el cuadre estricto de sus cuentas haciendo honor a sus deudas. No obstante, la realidad, como siempre, se muestra compleja y sobrepasa a las apariencias. La irrevocabilidad de pactos y contratos cuenta con algunas fisuras excepcionales y la doctrina contempla algu© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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nos supuestos bajo los que es posible la revisión de sus términos. Por ejemplo cuando determinadas obligaciones resulten desmedidamente onerosas para una de las partes como resultado de cambios importantes ocurridos con posterioridad a la conclusión del contrato. Así, las Comunidades más endeudadas podrían quizás alegar el injusto diseño y adjudicación en que ha derivado el sistema de financiación español, lo que justificaría una posibilidad de impago y, en su caso, la legitimidad para solicitar del Estado quitas de deuda o una profunda reestructuración de la misma, situándola en unas condiciones más favorables a las actuales. Hasta aquí el debate conceptual. Luego queda la política. (10 de febrro de 2018)

Guindos y el Eurobanco Transcurrida la política de pasillos —y también de despachos oficiales— y realizado el oportuno canje de cromos, a España le ha tocado finalmente el sillón de la Vicepresidencia del Banco Central Europeo (BCE). En el sutil trueque de los intereses y de los pesos y méritos políticos no es mala la silla adjudicada, es una silla o sillón de muchos quilates, de una muy alta representación institucional y de una responsabilidad de primer nivel. La Vicepresidencia del Banco Central europeo, aunque blindada con la férrea autonomía que le confieren sus estatutos, es un espaldarazo a la política económica del Gobierno de la Nación en la resolución de la crisis, y al sólido brazo mediador en la misma Luis de Guindos. En la liturgia de las influencias y los sorteos no ha sido secreto para nadie que el Presidente del Banco emisor europeo, Mario Draghi se había decantado por el irlandés Philipp Lane. Tampoco ha recibido el apoyo del Parlamento europeo. De modo que el nuevo Vicepresidente no puede acceder al puesto con el adjetivo de flamante, ni de aclamado, ni siquiera de haber alejado totalmente algunas sospechas unidas a su reputación como antiguo alto responsable de una gran entidad financiera americana. Mario Draghi es el presidente del BCE y Luis de Guindos su vicepresidente. El principal órgano rector es el Consejo de Gobierno del BCE, compuesto por los seis miembros del Comité Ejecutivo y los gobernadores de los bancos centrales de los 19 países de la zona del euro. La posición de segundo del italiano en el Eurobanco, confiere a Luis de Guindos un indelegable protagonismo y una notable responsabilidad. El gobierno del BCE se desarrolla como es sabido desde la más absoluta © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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autonomía política y emancipación económica. La corta historia del Banco viene acompañada por las sucesivas pataletas de quienes quisieron hacer de él un clónico del Bundesbank, los líderes de la República Federal Alemana. Enfilado el Rubicón de la crisis, el BCE —con Guindos de Vicepresidente— encara la delicada disyuntiva de seguir la estela de la Reserva federal americana e iniciar el abandono del amplio elenco de políticas monetarias incluidas en la heterodoxia financiera y la llamada relajación cuantitativa o, por el contrario, encarar los vientos dominantes y desafiar a los halcones europeos —Alemania y sus satélites— perseverando en su política de tipos cero, liquidez ilimitada e intervención de los títulos públicos emitidos por los estados de la eurozona. ¿Cómo influye en nuestra economía la elección de uno u otro camino? La política de tipos intervenidos no incide de forma homogénea sobre los diversos agentes económicos en España, y siempre es conveniente recordarlo. Los grandes subvencionados son los deudores en general y el sector público —altísimamente endeudado— en particular. El Tesoro paga 31.000 millones de dólares al año en intereses, el 3% (tipo medio de endeudamiento) sobre algo más del billón de euros debido. Cada punto que suba el actual tipo de financiación supondrá, en su caso, un sobrecoste de 10.000 millones de euros que en la actualidad el Tesoro ahorra de una forma absolutamente artificial. Por su parte el gran perdedor es el Sistema bancario que carece de margen de intermediación para alimentar sus cuentas de resultados. Y ¿qué pasa con las familias, que en España están fuertemente endeudadas? Pues sucede que entre los meses de setiembre de 2008 y 2016 los hogares con préstamos de cualquier tipo han ahorrado 17.000 millones de euros (una forma de subvención indirecta ) y que los hogares con ahorros bancarios han dejado de cobrar 22.500 millones de euros (una especie de impuesto invisible ). Tal vez sea el momento de soltar gradualmente la palanca del freno y atenuar el esfuerzo al que se ha sometido a las Instituciones bancarias y sobre todo a las familias ahorradoras a la largo del tiempo de la crisis. Gradualmente significa con tiento y con tacto. El balance del BCE asciende a 4,5 billones de dólares, equivalentes al 38% del PIB total del PIB de la eurozona y ha comprado el 25% de toda su deuda soberana. Una venta impremeditada colapsaría los precios de la deuda y haría subir de forma estrepitosa los tipos de interés de la misma. Sabemos que Luis de Guindos no está por esa labor. (23 de febrero de 2018) © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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Corrupción percibida Nos referimos a la percepción de la corrupción, a su estimación para un determinado país y a su comparación y clasificación, hasta obtener una apreciación ordinal de esta conducta ilícita entre las naciones del planeta. Ya en la antigua Roma el término corrupción aludía, etimológicamente, a la descomposición, alteración y falsificación de los actos o contratos a través del soborno y la seducción de administradores de la cosa pública. Roma publicó leyes severas en virtud de las cuales a los funcionarios corruptos se les cortaba la nariz y se les introducía seguidamente en un saco arrojándolos al mar. Con todo y con ello ni Roma ni las civilizaciones posteriores han podido zafarse de la corrupción de sus dirigentes. Tampoco la sociedad de hoy. Existen en el mercado publicaciones que hacen inventario de los casos efectivos de corrupción, también de los referidos a España, pero no abordaremos el tema de la corrupción convicta y confesa sino solamente el de su percepción. La reciente publicación del «Índice de la percepción de la corrupción 2017» nos da pie para formular algunas reflexiones en torno al candente tema de la percepción de la corrupción en España. Su autor es «Transparencia Internacional» (TI), una coalición de ONGs de desarrollo presente en más de 100 países que produce un informe sobre la materia desde el 2000. El índice, que clasifica 180 países según los niveles percibidos de corrupción en el sector público por parte de expertos y empresarios de cada país, usa una escala de cero a cien, donde cero es altamente corrupto y cien totalmente transparente. Resumiendo el contenido de este artículo, el índice denuncia un alto nivel de corrupción en más de dos tercios de los países del mundo, que obtuvieron puntuaciones por debajo de 50, con una puntuación media de 43. España, por su parte, obtiene en esta edición la puntuación más baja y la peor posición relativa de su historia. Empezando por las conclusiones globales, en 2017 el índice muestra que casi un 70% de los países suspenden en percepción de la corrupción. Los percibidos como menos corruptos son Nueva Zelanda y Dinamarca. Siria, Sudán del Sur y Somalia figuran en los últimos lugares. Por regiones, Europa Occidental lidera con una puntuación promedio de 66, mientras que en la cola se hallan África subsahariana, Europa oriental y Asia central. Si analizamos la evolución de España desde el año 2000 hasta el 2017 verificamos su empeoramiento notable en el ránking mundial, al haber pasado del lugar 20 al 42 (70 a 52 puntos), lo que define a nuestro país como el de peor trayectoria en la percepción de corrupción en Europa. España es junto a Hungría y Chipre el país que más empeora. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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De figurar en el puesto 13 de la UE hemos pasado al 20. Citando a TI, «en 2017 hemos llegado a los niveles peores en percepción de corrupción desde que los índices se consolidaron metodológicamente». Las razones de esta evolución tan decepcionante son múltiples y complejas, pero en cualquier caso la corrupción es un síntoma de una enfermedad grave: el fracaso de las Instituciones en cumplir su alto contenido democrático, cuyo resultado es una deficiente gestión de los recursos públicos, camuflada en políticas y prácticas gubernamentales cínicas, espurias o simplemente ilegales. El foco siempre estará en la combinación en una impecable gobernanza y en la existencia de una sana responsabilidad colectiva. No puede ocultarse la significativa alarma e indignación social en la que se encuentra inmersa la ciudadanía española por los repetidos casos de corrupción que muchas veces parecen encastrarse en la impunidad. Es necesario, en consecuencia, abordar el tema con un vigoroso consenso parlamentario y avanzar en la lucha contra esta lacra que nos atenaza. Son muchas y conocidas las medidas a adoptar. Desde la aprobación inmediata del Reglamento de la Ley de Transparencia, todavía pendiente más de tres años después de haberse publicado la Ley, hasta la promulgación de normas que amparen a los denunciantes de conductas de corrupción, la regulación de espacios de gobernanza anexionados por los lobbies, el reforzamiento de las fiscalías y del poder judicial y la asignación de órganos independientes dotados de medios para acotar el fraude desde la prevención a la sanción. Y muchas medidas más. (2 de marzo de 2018)

Renta nacional y salarios El título de la columna invita al debate sobre el hecho aparentemente contrastado de que los salarios van perdiendo año tras año peso y porcentaje en el conjunto de la Renta nacional, sobre todo en el occidente desarrollado. O sea, que cada ejercicio que transcurre, el excedente bruto de explotación (beneficios del capital) gana cuota en el PIB mientras que, paralelamente, se registra una pérdida relativa de cuota en los sueldos y salarios. Lo cual provoca necesariamente alguna inquietud para el presente y futuro de las familias, que son las perceptoras de las referidas retribuciones salariales. Hay que dejar constancia, no obstante, de que existen ciertas objeciones a la medición de la rúbrica «capital». Esta presenta algunos pro© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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blemas de ambigua contabilización, que reducen las diferencias observadas, pero no las tendremos en cuenta en este lugar. La tendencia a la baja de las rentas del trabajo se recoge en las estadísticas publicadas por múltiples fuentes fidedignas de información. En el informe «Perspectivas economías mundiales» del Fondo Monetario internacional se cuantifica esta caída de los salarios mundiales, en porcentaje del PIB global, que pasan de ser el 55% en 1970 al 39,5% en la actualidad. Los países emergentes y en desarrollo apenas experimentan variación. La referida disminución relativa puede tener una relación con el menor nivel salarial que perciben los trabajadores de nueva incorporación en países que se recuperan de la crisis como es el caso, entre otros, de España. Pero no parece ser razón suficiente. Nos enfrentamos a un problema de masa salarial global y en menor medida de evolución de los salarios nominales. El crecimiento de estos últimos en el mundo ha sido una constante. Países como China los han multiplicado por ocho en las dos últimas décadas. El salario promedio en la industria china ya está como en Portugal o Grecia y supera a México. En los diez años próximos los salarios chinos superarán a los de Europa oriental y en otros diez a los de Estados Unidos y Europa occidental. Hay que buscar en otro lugar las razones de la caída secular de la cuota de los salarios. Una primera evaluación constata que la participación de la fuerza laboral en la Renta nacional se reduce cuando los salarios crecen a un ritmo más lento que la productividad. En este caso, las mejoras de la productividad se desplazan al capital lo cual es económicamente rechazable y éticamente injusto. Paralelamente, la disminución de la proporción salarial ha sido mayor en países con una mayor eficiencia de su equipo capital, por ejemplo, en Estados Unidos y en Alemania, mientras que ha sido menor en los países dependientes de servicios como el turismo y las finanzas, o de exportaciones de productos básicos. Una mayor caída en el precio relativo de los bienes de inversión, supone a las empresas incentivos más fuertes para reemplazar mano de obra por máquinas. En la misma línea, gran parte de la disminución de la participación de la fuerza laboral puede atribuirse a una combinación del rápido progreso en las tecnologías de la información y las telecomunicaciones y una alta proporción de empleos fácilmente automatizables. Otro factor de incidencia en la representación decreciente de los salarios lo ha constituido la integración mundial y el reparto o «arbitraje» de las cadenas de valor a lo largo del planeta. Este movimiento global ha ido subcontratando en el extranjero los productos más inten© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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sivos de mano de obra, reduciendo el valor salarial de la producción doméstica sustituida. Así, de rechazo, los países emergentes han ganado más con la globalización que las clases medias occidentales, aunque en su conjunto la proporción (no el importe) de los salarios mundiales haya decrecido. Los avances tecnológicos, la integración económica y la globalización han sido motores fundamentales de la prosperidad mundial en su conjunto. Pero no para todos por igual. España, como otros Estados occidentales puede reaccionar con subsidios de desempleo y otras políticas pasivas. Pero es evidente que solo un vigoroso rediseño de la inversión en formación en sus más amplios términos puede preparar a nuestra sociedad para afrontar los rápidos cambios tecnológicos que seguirán produciéndose en el futuro y que corren el peligro de empobrecer a amplios colectivos de trabajadores carentes de la capacitación adecuada. (16 de marzo de 2018)

Del estancamiento secular al optimismo razonable Según apuntan la mayoría de los datos, 2018 marca el final de una profecía incumplida: que la bonanza de épocas pasadas no habría de retornar a Occidente; que era necesario asumir la cruda realidad de que los incrementos del PIB habrían de ser famélicos durante un largo periodo de tiempo. Viviríamos los países desarrollados inmersos en un estancamiento secular. El término «secular» surge en contraste al apelativo de «cíclico». Mientras que la teoría económica del ciclo trata a las crisis como un fenómeno temporal aunque recurrente en el tiempo, la teoría del estancamiento secular contempla la posibilidad de que la depresión o, en su caso, los crecimientos anémicos, se constituyan en la condición normal y estacionaria de la economía. La tesis del estancamiento secular proviene de Alvin Hansen en la estela de la gran depresión americana de 1930 y discurre sibilinamente entre las páginas de la «Teoría General» de J.M. Keynes. Su contenido resurge con la publicación por parte del Club de Roma en 1972 de la obra titulada «Los límites del Crecimiento», pero cobra su mayor notoriedad a partir de 2013 de la mano de Larry Summers, secretario del Tesoro americano con Bill Clinton quien a su vez preconizó un colapso en los tipos «naturales» de interés a corto plazo, que podrían —como ha sido el caso— adentrase incluso en valores negativos. Un escenario © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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de tipos de interés nulos o negativos abortaría la capacidad de los bancos centrales para estimular la economía, condenándola durante años a una demanda lánguida, un alejamiento de la producción potencial óptima y en última instancia a un paro doloroso. El estancamiento secular se produciría en medio de una tormenta de ingredientes inestables de origen demográfico, educacional, de paradoja digital, de ausencia de inflación, de déficit del consumo promovido por la desigualdad y de disgregación social. Para general satisfacción, 2018 cambia el curso del paradigma del estancamiento secular. Se trata, en suma, de desmontar el axioma del crecimiento plano irreversible. Paso a paso, la realidad ha mutado. El Fondo Monetario Internacional en su reciente «Perspectiva económica mundial» certifica que la actividad económica sigue fortaleciéndose. El organismo estima que el PIB mundial aumentó un 3,7% en 2017. Más aun: las proyecciones del crecimiento para 2018 y 2019 han sido revisadas al alza en 0,2 puntos porcentuales, hasta el 3,9%. Esta revisión refleja la intensificación del ímpetu global y el favorable impacto previsto por la reciente reforma tributaria en los Estados Unidos. A ello debe unirse el índice de sentimiento empresarial (PMI), que en enero alcanzó su mejor registro global desde marzo de 2011. Europa confirma su momento dulce destacando especialmente los últimos datos de crecimiento en Alemania y Francia. Los indicadores macro de finales de 2017 e inicios de 2018 certifican el buen momento de la eurozona con tasa del 2,5% y del 2% para 2018 y 2019, respectivamente. Para la economía española las previsiones según el Banco de España giran en torno al 2,7% para 2018, y el 2,3% para 2019, si bien el FMI los eleva hasta el 2,8% y 2,4% respectivamente y el Banco Mundial —el más optimista— augura a nuestro país un crecimiento del 3,1% en el presente ejercicio. Como complemento de los datos sobre la economía real, ya se ha iniciado en Estados Unidos y en otras latitudes del planeta un repunte gradual y ordenado de los tipos monetarios a corto plazo. Draghi está a la espera. No es lugar para hablar de riesgos y amenazas, que sin duda siguen existiendo. La conclusión más significativa podría resumirse en que el actual afianzamiento cíclico ofrece una oportunidad ideal para proseguir con las reformas pendientes y atreverse a modular un nuevo sistema productivo de más valor añadido, de mejor movilidad social, de liderazgo digital y con un fuerte espaldarazo de unas exportaciones diversificadas sin olvidar las exigibles políticas sociales. Ya hemos dicho en repetidas ocasiones que estilizar la oferta de hoy supone garantizarse la demanda del mañana. Una mención especial merece la necesidad de una gran re© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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volución cultural y educativa, del conocimiento en su sentido más amplio, que propicie un salto de nuestro país en la tabla de la competitividad, al tiempo que incorpore un crecimiento más inclusivo. (26 de marzo de 2018)

El librecambio amenazado El ataque en tromba dirigido por el presidente Trump sobre determinados pilares esenciales del librecambio nos alerta acerca del posible declive del orden liberal internacional, un concepto ambiguo que será necesario precisar. El acceso al mandato presidencial del magnate neoyorquino nació cuajado de exabruptos. Comenzó con la cancelación de las negociaciones en marcha sobre el TTIP (Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión) entre los Estados Unidos y la Unión europea y la retirada de los Acuerdos de Paris sobre el cambio climático. Trump repudió el NAFTA ( Zona de libre comercio entre Canadá, Estados Unidos y México) —amenazando con construir una valla en la frontera mexicana— e inició la denuncia del acuerdo nuclear con Irán. Su reticencia a mantener en sus términos la asociación con la OTAN fue otro de sus aspavientos sonoros. Y ahora provoca un ataque de nervios en la comunidad internacional con la imposición de aranceles a las importaciones de aluminio y acero —con la excusa de su incidencia sobre la propia seguridad nacional—, al tiempo que inicia una subasta de dispensas y exenciones propias de cualquier dictadorzuelo de una aldea tercermundista. Anteayer ha abierto la caja de Pandora con el múltiple ataque tarifario a China o el ninguneo de la Organización mundial del Comercio, en la que, por cierto, tiene voto mayoritario. Aunque de índole distinta, la última carga contra Amazon puede ser el prólogo de otras hazañas novedosas. Desde el principio se sospechaba que «America first» (lo primero, América), resultaba un alegato difícil de compatibilizar con la regla librecambista vigente. Decíamos más arriba que el orden librecambista liberal amenazado es un concepto ambiguo que exige alguna precisión. En amplios contextos se refiere tanto al rechazo del aislacionismo reaccionario como de un socialismo asfixiante e inmovilista. Distanciado también del pensamiento libertario radical, acepta plenamente el estado del bienestar y la influencia compensatoria del Estado democrático, pero mantiene su eje de progreso en la iniciativa privada y el libre mercado. De esta manera, el liberalismo de hoy es un concepto fuertemente tutelado por la © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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iniciativa pública y nuestro capitalismo social nada tiene que ver con la romántica mano invisible de los padres de la economía. Bajo este principio y en la estela del lema ricardiano de la ventaja comparativa, la economía mundial ha experimentado en la última centuria una prosperidad sin precedentes. Con Estados Unidos como artífice de un nuevo orden , los países más desarrollados del planeta se comprometieron al término de la segunda guerra mundial a crear un marco de convivencia comercial, alrededor de Instituciones como Naciones Unidas, el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional y después la Organización Mundial del Comercio. Ha sucedido que, recientemente, la curva de ganancia mundial difundida por Branko Milanovic ha sacado a la luz a los perdedores del globalización. Se trata de los perceptores de renta en los deciles comprendidos entre el 80 y el 95% de la distribución global de ingresos: las clases medias de los países occidentales. A partir de aquí, el librecambio como postulado generalmente admitido se halla amenazado. Las democracias sufren en sus carnes el crecimiento de los populismos tanto de izquierdas como de derechas, que comparten sorprendentemente su hostilidad a la economía global y en ocasiones la xenofobia. Los partidos políticos «ultras» de ideario extremista han ganado terreno en Europa. Y finalmente, el fenómeno Brexit y el nombramiento de Trump como Presidente americano surgen como reacción a una globalización desigual. Los regímenes autoritarios crecen en popularidad incluyendo a China, Rusia o Turquía. En Hungría y Polonia algunos flancos democráticos se resienten. El presidente americano ha visto en los déficits bilaterales comerciales con terceros países un fantasma inexistente, pero para eliminarlo propone ahora prender fuego al edificio entero de la liberalización. Su miopía alcanza solo el corto plazo ya que los empleos que hoy promueve serán parados en el medio plazo. Y finalmente ignora inexplicablemente la incertidumbre que sus decisiones producen en los mercados, un factor a todas luces esencial. La abdicación reiterada de Trump de los postulados librecambistas abre la puerta a represalias, proteccionismos y nacionalismos de consecuencias imprevisibles. Detrás de la puerta no hay progreso, sino espejismo de progreso. Y si se trata de un amago, juega con fuego. (2 de abril de 2018)

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Los presupuestos El documento publicado por el Ministerio de Hacienda como resumen del proyecto de presupuestos del Estado contiene una nutrida información gráfica y estadística que da pie para más comentarios que espacio disponible. Nos centraremos en desmontar algún mito empecinado. También en evaluar superficialmente algunos de los guiños realizados por el Sr. Montoro a la galería hispánica . La primera observación se refiere a la serie de gastos presupuestarios durante la gran crisis entre 2007-2017. Su lectura exige refutar aquel repetido mito que tacha la política fiscal durante la crisis de profundamente antisocial. Señalando entre paréntesis y en millones de euros la cifra correspondiente a 2007 en relación a 2017 separada por una barra, los números dicen que todos los gastos sociales han experimentado aumentos en España en la década de la gran crisis. Han subido las dotaciones de Salud (61.238/69.258 MM), Educación (43.336/45.936  MM), y sobre todo de Protección social (138.843/192.794  MM). El déficit fiscal que tuvo que ser recortado en casi ocho puntos porcentuales de PIB, lo fue gracias a un gradual aumento de la recaudación fiscal y al recorte de otras partidas presupuestarias, importantes para el desarrollo económico del país, pero de naturaleza no directamente social. Así se redujeron en el decenio las consignaciones a Defensa (10.803/10.365 MM), Asuntos económicos (56.819/43.960  MM), Protección al medio ambiente (10.764/9.905  MM), Vivienda (9.814/5.534  MM), y Actividades culturales y religión (16.933/12.676  MM). El gasto público total también ha aumentado significativamente tanto en valor corriente absoluto (421.813/476.543 MM) como en porcentaje del PIB (39%/41%). Aparcando la anterior sopa de números, árida pero exigible en defensa de la verdad estadística, los presupuestos de 2018 destilan algunas consideraciones más oportunistas que valerosas. Repitiendo las palabras del titular de Hacienda, el gobierno los considera «los Presupuestos de los funcionarios, de los pensionistas y de los trabajadores con rentas medias y bajas», a los que se ha volcado el ahorro alcanzado en el servicio de la deuda y en las prestaciones de desempleo. Unas cuentas plagadas de pequeños guiños electoralistas que propinan, sin embargo, patada adelante al balón de los grandes problemas nacionales. Unos presupuestos moderadamente expansivos que prevén mayores gastos y menores tipos impositivos aunque la recaudación se incremente. El aumento en la recaudación del IRPF procede de la mejoría del empleo y del nivel salarial y es compatible con la elevación del © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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mínimo exento desde los 12.000 a los 14.000 euros. Compatible también con las reducciones por rendimientos del trabajo para quienes cobren menos de 18.000 euros, de las que se beneficiarán más de 3,5 millones de españoles. A los funcionarios, se les asigna una subida salarial del 1,75% en el 2018 dentro de un acuerdo plurianual que incluye un aumento de entre el 6,1% y el 8,79% hasta el año 2020, ligado a la evolución del crecimiento económico y al cumplimiento del objetivo de déficit público. También se contempla la equiparación salarial entre las fuerzas de seguridad estatales y autonómicas, acuerdo que afecta a 140.000 efectivos policiales. Unas pensiones deficitarias con 145.000 millones se llevan el 41% del presupuesto. Para ello el Estado prestará 15.000 millones a la seguridad social además de disponer de 3.800 millones de la hucha de las pensiones. 6,73 millones de pensionistas van a resultar beneficiados con un incremento superior al IPC (entre el 3 y el 1%) para el caso de las pensiones mínimas, no contributivas, de viudedad y de cuantías más bajas. Afecta a dos de cada tres jubilados, aunque la llaga de las pensiones siga abierta. Si los presupuestos no se aprueban, habrá que pagar un estimable peaje económico y además, a tenor de las encuestas, unas nuevas elecciones exigirían otra vez un acuerdo a varias bandas en casi todos los temas abiertos. Lo sensato sería aprovechar la inercia de los todavía favorables vientos de cola, aprobar las cuentas y sentarse a consensuar los grandes temas pendientes de la economía nacional: un gran pacto educativo para la generación de conocimiento y competitividad; la reforma de las pensiones; la financiación autonómica con o sin condonación de su deuda y un montón de cosas más. Se llaman reformas estructurales, tienen muy mala prensa, pero al adelgazar hoy la oferta despiertan con vigor la demanda del mañana y con ella una economía más próspera, eficiente y social. (13 de abril de 2018)

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Euskadi feliz Los vascos somos bastante felices. Lo ha valorado Eustat a través de un panel de encuestas que ha arrojado una nota media de 7,6 sobre diez. Sin embargo, el hecho de que la mejor puntación (8,4) se haya observado entre las personas que declaran pertenecer a una clase social alta o media alta nos invita a preguntarnos si la felicidad y la prosperidad económica son la misma cosa o si, cuando menos, se parecen bastante. ¿Qué dicen los economistas al respecto? En 1929, Simon Kuznets desarrolló un concepto contable revolucionario llamado PIB. A pesar de su unánime aceptación, el PIB está sujeto a críticas más que razonables. Robert Kennedy fue lapidario al destacar que el PIB medía todo menos aquello que hacía de la vida una experiencia irrepetible. Nuevos índices han surgido en régimen de concurrencia entre los que se pueden destacar los de «desarrollo humano» y de «felicidad global» ambos de Naciones Unidas. Bruselas presenta periódicamente su «Panorámica de la calidad de vida europea» y la OCDE ofrece cada año su «Índice de calidad de vida». Existen muchos más. Pero, aunque los nuevos indicadores incluyan variables menos materialistas como la libertad política, la fe en las instituciones públicas, la ausencia de corrupción, la generosidad ciudadana o los espacios de ocio, hay que subrayar que siempre vienen acompañados de los componentes tradicionales: el nivel de la educación y la sanidad, la calidad del empleo, el PIB per cápita, la degradación medioambiental y otras. Existe una convergencia razonable sobre la materia en el mundo académico. Sacks, D.W. (2010) establece a través de estudios empíricos una clara correlación entre renta y nivel de bienestar subjetivo, aunque este no sea permanente y, llegado a un nivel aceptable patrimonial, la satisfacción general se desacelere o permanezca estacionaria. Kushlev, Dunn & Lucas (2015) han evaluado la relación del dinero con el estado de ánimo. Concluyen que los individuos con rentas más altas experimentan menos incertidumbre y desasosiego diarios, pero no necesariamente mayor bienestar. Settle,  R. (2014) (¿De verdad el dinero compra la felicidad?) se centra en los factores que contribuyen a la felicidad en 56 países. Los resultados reflejan un paralelismo significativo entre dinero y felicidad, pero acompañados por factores tales como la salud o la religiosidad. La «teoría de la autorrealización» gradúa las necesidades humanas según la pirámide de Maslow (1970). La relación entre dinero y felicidad es muy directa en los niveles inferiores de la pirámide pero decrece a medida que se asciende de nivel. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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La teoría «comparativa social» argumenta que la satisfacción vital depende de cómo se comparan los individuos en su entorno social. En otras palabras, la renta relativa es casi tan importante como la renta absoluta. La «teoría de la adaptación» (Brickman, P., Coates, D., & JanoffBulman, R., 1978) se basa en la idea de la adaptación al placer, sugiriendo que aunque el individuo reaccione positivamente a mejoras en sus condiciones de vida, rápidamente banaliza la conquista lograda. Un ejemplo refiere a los ganadores de la lotería que retornan a su nivel de felicidad inicial una vez pasada la euforia del premio. Un factor adicional cabe hallarse en las diferencias genéticas de los ciudadanos. Diversos estudios llevados a cabo (Lykken & Tellegen, 1996; Weiss y otros, 2008) sostienen la idea de que la genética puede jugar un papel relevante en el nivel subjetivo de bienestar y felicidad. Otra importante línea de investigación (Dunn y otros, 2008) ha cuestionado si el «modo» en que gastamos nuestro dinero es un factor que influye sobre nuestro nivel de felicidad. Un gasto «social» o altruista, gastando en «los demás», puede producir impactos más positivos en el bienestar que el gasto meramente egocéntrico. Existen cientos de estudios más, aunque los hallazgos principales son los citados. En resumen: ¿se corresponde una mayor felicidad con mayores niveles de bienestar económico? No cabe una respuesta categórica excepto en los estratos sociales más modestos donde un aumento de la capacidad adquisitiva se traduce inmediatamente en la satisfacción de necesidades perentorias de una enorme utilidad objetiva. Entretanto debemos mirarnos en el espejo del progreso social y reconocer que esa conquista denominada Estado del bienestar es un reflejo bastante adecuado de lo que entendemos como una felicidad de mínimos. En Euskadi hay progreso económico y un Estado del Bienestar encomiable. De ahí el notable alcanzado en felicidad. (21 de abril de 2018)

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En busca de la sostenibilidad perdida La reciente maniobra parlamentaria, por la que, a cambio de rechazar el veto a la totalidad de los presupuestos del Estado 2018, el Partido Nacionalista Vasco ha promovido la suspensión temporal de algunos de los pilares de la reforma de las pensiones en nuestro país, ha producido un aceptable alivio entre los jubilados. Recapitulemos los antecedentes. La actualización anual de las pensiones con el IPC ha sido una práctica tradicional hasta 2013. La deficiente evolución financiera de la Seguridad Social introdujo entonces una reforma por la que la actualización de las prestaciones quedó sujeta a una compleja fórmula con un límite mínimo de revalorización del 0,25 % y máximo del IPC más medio punto porcentual. Igualmente se acordó la entrada en vigor a partir de 2019, o sea, del año que viene, de un llamado «factor de sostenibilidad» que supone vincular la pensión a la evolución de la esperanza de vida. Ambos aspectos citados implican, en la práctica, recortar las pensiones presentes y futuras, adecuándolas a la mayor esperanza de vida. A pesar de estas medidas, el saldo de la Seguridad Social en España es deficitario y su evolución altamente preocupante. Dicho de otra manera: los recortes introducidos se muestran insuficientes para paliar las cuentas de las pensiones hasta convertirlas en inviables o insostenibles. La situación aludida no apunta, en principio, a cómplices o a culpables, sino que descansa en bases objetivas. ¿A qué se debe la evidencia de un sistema quebrado? A reconocer que los factores demográficos han producido un vuelco cuántico en las pirámides poblacionales. A que el número de pensionistas que hoy ronda los 8 millones se estima en 15 millones en 2047. A que en los próximos 50 años España perderá un 12 por ciento de su población actual. A que el país envejece «desde abajo» motivado por unas tasas anémicas de fertilidad y «desde arriba» como consecuencia de los incrementos en la esperanza de vida poblacional. A que la tasa de dependencia —el número de cotizantes a la Seguridad Social por cada pensionista— decrece muy rápidamente. A que las pensiones nuevas son sensiblemente más altas que las pensiones que causan baja por fallecimiento mientras las cotizaciones de los trabajadores activos son modestas dados los actuales niveles de salarios. A que la crisis ha reducido el número de empleos en relación a 2017 y por lo tanto el número de cotizantes. Y a que, además, se produce una «contributividad» anómala, en virtud de la cual el importe total de las pensiones cobradas por un jubilado es muy superior a las contribuciones realizadas por el mismo durante toda su vida laboral. El resultado de todo ello es que el modelo español de pensiones pagará este año 140.000 millones © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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en prestaciones pero solo ingresará 122.000 millones, por lo que se saldará con un déficit de 18.000 millones de euros. Un déficit menor que el de 2019 que a su vez será, previsiblemente, inferior al de 2020. En este contexto y de forma súbita —mediante el acuerdo cerrado entre populares y nacionalistas vascos— las pensiones se actualizarán con el IPC este año y en 2019, al tiempo que se aplaza a 2023 la aplicación del factor de sostenibilidad. Como es obligado, aunque estas se encarecen (2.300 millones en dos años y 43.800 en dos décadas, de mantenerse), las pensiones seguirán pagándose. Lo que nos lleva a descubrir la panacea financiera: las pensiones, sufragadas con deuda pública y/o con cargo a los presupuestos generales del Estado. Si en su actual diseño las pensiones son insostenibles, la financiación con fondos presupuestarios es la presunta puerta a la nueva construcción de la protección social. Pero no hay que ser un lince para apreciar que, por este camino, el problema no se soluciona, sino que simplemente se traslada. A su vez, el endeudamiento tiene un límite y las subidas de impuestos también. Además, el déficit presupuestario se desborda y los compromisos con Europa se incumplen. No es utópico vaticinar asimismo que en un trueque como el descrito, en breve, el contribuyente haga patente su malestar o, en su caso, como los pensionistas de hoy, estalle en pública indignación. Retomar la sensatez y el consenso ordenado de los Pactos de Toledo sigue resultando, en consecuencia, insoslayable. (28 de abril de 2018)

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SELECCIÓN DE ARTÍCULOS.  2018. Un futuro incierto 561

¿Mantenemos las previsiones? No hace mucho nos referimos a cómo el FMI en su informe «Perspectiva económica mundial» certificaba que la temperatura económica global se reflejaba en la zona alta de los termómetros oficiales. El organismo multilateral aseveraba que el PIB mundial había aumentado un 3,7 % en 2017 y que las proyecciones del crecimiento para 2018 y 2019 habían sido revisadas al alza en 0,2 puntos porcentuales, hasta el 3,9 %. Esperanzadoras previsiones. Europa y la economía española no debían ir a la zaga, siendo esta última un factor de dinamismo para la primera, ya que las previsiones del Banco de España situaban la tasa de crecimiento nacional en torno al 2,7 % para 2018, y al 2,3 % para 2019, por debajo de la estimada por el FMI que los cifraba en el 2,8 % y el 2,4 %, respectivamente, o Bruselas con el 2,9 y 2,14. Incluso, el Banco Mundial aventuraba un crecimiento del PIB español del 3,1 % en 2018. Pero más recientemente las noticias se alternan, mezclándose aleatoriamente los augurios adversos con los datos propicios. El FMI, en sus reuniones de primavera —Informe de Estabilidad Financiera— acaba de activar algunas alarmas al citar el desmesurado nivel del endeudamiento global. Con 164 billones de dólares, la deuda mundial es superior a la contabilizada en el clímax de la crisis y representa más de dos veces el valor de la producción final de bienes y servicios en un año de todo el planeta. Los gestores del Fondo Monetario Internacional señalan en particular a Estados Unidos, China y Japón como países más endeudados, habiendo pasado China a deber 25,5 billones en 2016 frente a los 1,7 billones de 2001. El problema de la deuda afecta igualmente a países emergentes y también a España, con un porcentaje conjunto de deuda pública y privada sobre PIB del orden del 240 % de nuestro PIB. Un notorio talón de Aquiles. Se desliza que un proceso súbito de desapalancamiento podría conducir a una nueva crisis, sin margen de actuación para los Bancos Centrales, actualmente encadenados de pies y manos en la «trampa de la liquidez», consecuencia de los vigentes tipos de interés nulos o negativos. El planteamiento de la agencia multilateral con base en Washington, según la cual «los estímulos fiscales para estimular la demanda ya no constituyen una prioridad», choca con el reciente desafío de Donald Trump que ha reducido el Impuesto de Sociedades nada menos que en veinte puntos porcentuales. El FMI advierte paralelamente de que los precios de los activos tanto en renta fija como variable se encuentran a niveles que recuerdan los años previos al estallido de la crisis. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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Unamos estas amenazas al repunte del precio del crudo, las tensiones geopolíticas, las altas volatilidades y las correcciones bursátiles registradas en febrero, y a la incertidumbre creada por la indescifrable batalla proteccionista emprendida por el anárquico morador de la Casa Blanca y tendremos servido el cóctel de la discordia. Un elemento de cautela adicional puesto en boca de los analistas financieros es el estrechamiento entre los tipos de interés a corto y a largo en Estados Unidos, algo que se considera un indicador fiable de la reducción del crecimiento. De modo que el miedo que es muy libre, se encarama a una atalaya desde donde se divisa un panorama de tonos menos claros y vibrantes, con una moderada erosión de la confianza. Alguien dijo que el mercado reproduce sin escrúpulos el valor del instante presente, pero que a los economistas se les paga para que se quejen y alienten un cierto pesimismo sobre el futuro. Por si acaso. Cuando el que lo hace es Maurice Obstfeld, economista jefe del Fondo Monetario Internacional, el vaticinio impone más respeto: «Los buenos momentos presentes no durarán mucho». O cuando su jefa, Christine Lagarde matiza que «la fotografía actual es luminosa, pero se ven nubes negras en el horizonte». El consenso es que a día de hoy, y a tenor de un buen número de indicadores, vivimos tiempos favorables para la economía global. Casi todas las regiones del planeta disfrutan de un crecimiento sólido y una prosperidad razonable por primera vez en una década. También en España. Y en Euskadi. Por eso es buen momento para apuntalar reformas. Las reformas del hoy —ya se sabe— son el progreso del mañana. Tenemos un tiempo de margen. (7 de mayo de 2018)

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El arte de la elección. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Paul Samuelson: in memoriam. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Un lugar en el universo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Juicio al yuan. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Adam Smith en perspectiva. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La pregunta de los cuatro billones. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Las consecuencias económicas del desastre japonés. . . . . . . . . . . . . . . . . . Minerales raros. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Sucediendo a Dominique Strauss-Kahn. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Cauces para los indignados. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Economía vasca: la nueva complejidad. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Los límites de la especulación. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Un gran banco vasco. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Desahucios y regulación hipotecaria. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Kutxabank: ¿bicicleta o Ferrari?. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Banco Madrid. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El teorema de la imposibilidad. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ¿Divide China a Occidente?. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El Acuerdo Comercial Transatlántico (TTIP). . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Sicav: ficciones y realidades. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El coste económico del terrorismo.. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Por qué ha ganado Donald J. Trump. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . José Ángel Sánchez Asiaín: in memoriam. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El asalto de Donald Trump. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La tasa Ryan-Brady. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Econocracia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Momento Macron . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . «Feconomía», o la economía de la fe. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Ignacio de Loyola y el liderazgo jesuita. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ¿Viven peor nuestros jóvenes?. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Economía de la felicidad. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La economía del terror . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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El arte de la elección Todo individuo aspira al bien de forma inquebrantable, de tal manera que se aloja en su propia genética inconsciente la incapacidad de aceptar cualquier forma de mal para sí mismo. Hasta el desventurado suicida que se quita la vida abrumado por un cúmulo de contrariedades no busca en la muerte sino el bien que le alivie de los conflictos que lo inmovilizan hasta el límite y que en su desatino juzga irremediables. Esta búsqueda del bien se traslada en la práctica a los fines a los que orienta su conducta. Al ordenarse hacia estos fines múltiples, plurales y en ocasiones contradictorios, el individuo busca acallar ese impulso innato alineado con sus intereses. Este trazo íntimo y primario de egoísmo está grabado a fuego en el instinto de supervivencia de los mortales. Sucede que los limitados medios disponibles para lograr la satisfacción de los fines perseguidos no permiten al ser humano alcanzar todo cuanto desea. El contentamiento de todas las necesidades sentidas resulta sencillamente imposible. Por ello, en su proceder diario, los individuos se ven obligados a elegir entre aquellos medios y fines que se les presentan, de tal forma que el resultado de su decisión sea el mejor posible, es decir, el más congruente para encarar sus necesidades con los restringidos recursos a su alcance. Esta jerarquización de fines y la selección de los medios correspondientes constituyen el objeto específico de la actividad económica. Lo anterior nos lleva de su mano al homo economicus, un concepto injustamente criticado por diversos sectores de la academia sobre todo por razones morales pero también por otras de índole lógica e incluso empírica. El «hombre económico» es una representación teórica atribuida a Wilfredo Pareto según la cual el individuo basa sus decisiones en su propia función de utilidad personal, comportándose de forma racional ante los estímulos económicos que se le presentan, procesando adecuadamente la información de la que dispone y actuando en consecuencia. Con menor formalismo pero mayor expresividad aludía Adam Smith a la motivación última del individuo, en este caso del comerciante: «No es la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero la que nos procura el alimento, sino la consideración de su propio interés. No invocamos sus sentimientos humanitarios sino su egoísmo. Ni les hablamos de nuestras necesidades, sino de sus ventajas.» Quienes descalifican este planteamiento pasan por alto que los atributos de ese egoísmo complejo y superviviente entroncan de forma natural con las últimas raíces aludidas de su condición humana, de las que por mucho que desee nunca logrará despojarse. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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Volviendo al comienzo, el profesor Lionell Robbins, pone marco a la actividad económica cuando la describe como «aquella actividad humana que expresa una relación entre fines jerarquizados y medios escasos susceptibles de usos alternativos». Esta definición sienta las bases de la comprensión no solo del hecho sino también de la dinámica económica. Ampliando el razonamiento cabe sintetizar que la actividad económica surge cuando se dan simultáneamente cuatro condiciones. Una serie de fines deseados por el individuo. Que estos fines admitan una jerarquización. Que los medios sean escasos. Y que no haya destino concreto de un medio para un solo fin, sino que, por el contrario, los medios sean susceptibles de múltiples usos y sea el sujeto humano el que deba indicar cuál es el uso concreto más conveniente en cada momento, es decir, el individuo ha de elegir el uso alternativo a que va a dedicar el bien. De los cuatro requisitos, es este último el que otorga una dimensión trascendente o metafísica —aquello que Kant calificó de «necesidad inevitable»— al quehacer económico. La posibilidad de utilizar los medios escasos para destinos múltiples y alternativos pone en juego la libertad de decisión, la persecución del bien y el trazado de la propia carrera. Porque al elegir una acción con unos medios concretos y unos fines específicos abandona simultáneamente todas las demás acciones posibles. Tomar decisiones es tan complejo como necesario. De ello se deriva la noción del coste inherente a su ejercicio. Un coste que se mide, no en sí mismo o en el precio en que quepa evaluarlo, sino en algo mucho más esencial que anida en el corazón de la conducta humana. El coste de lo que emprende en términos de todas las alternativas a las que renuncia, el coste en el que se incurre al tomar una decisión y no otra, aquello que —como señala Mankiw— «sacrificamos para conseguir una cosa», es lo que el economista austríaco Friedrich Von Wieser llama «coste de oportunidad». El coste de oportunidad representa el valor de la mejor opción no realizada, o bien el coste de la opción que más valor hayamos dado de las que hemos renunciado. Tomar un camino significa que se renuncia al beneficio que ofrece el camino descartado. Pero, ¿es cierto que el ejercicio libre de cualquier elección es siempre una decisión económica? Sin la menor duda. Y al ejercitarla en cualquier ámbito afirma sus designios en base a los costes sacrificados. Al elegir y renunciar, el hombre traza su misión. Detrás de la incontestable complejidad de la vida humana y de la existencia de necesidades diversas, la urgencia de establecer una coordinación entre ellas, la necesidad de soportarlas todas, y la obligatoriedad de establecer primacías, hacen del acto de elegir y descartar un magma que irradia al hombre todo y © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



SELECCIÓN DE ARTÍCULOS.  Miscelánea 567

que lo catapulta a su senda inexorable. Queda patente que nada es igual a otra cosa ni tiene su misma importancia. «Estar en forma —explicaba Ortega— es que no nos dé lo mismo una cosa que otra». El hombre advierte en todo momento que está obligado a elegir, tiene que descubrir cuál es su auténtica necesidad, requiere acertar consigo mismo y resolverse a sus opciones. De ahí que la elección humana, siempre de espíritu económico, haga que solo el hombre —más allá de la satisfacción de sus necesidades— se granjee el rango de ser titular y acreedor de un destino, o sea, de su propio destino. (14 de agosto de 2013)

Paul Samuelson: in memoriam Paul A. Samuelson, el primer acreedor norteamericano al Nobel en la disciplina económica falleció el domingo 13 de diciembre en Belmont, Massachusetts. Tenía 94 años. Su muerte fue anunciada por el MIT, el instituto tecnológico que él mismo encumbró al más alto liderato de la investigación económica. Gozó de una vida densa y dilatada. La comunidad científica, la familia plural de la economía, lamenta profundamente su pérdida. Uno de sus discípulos, el también nobel Paul Krugman, señala que es difícil expresar exhaustivamente la grandeza del desaparecido. Otro de los galardonados por la academia sueca, Robert Lucas, manifestaba que Paul Samuelson ha realizado «enormes aportaciones a la ciencia económica. Era un gran hombre y un gran amigo». Cuando los economistas «toman un trozo de papel para calcular o analizar algo, generalmente acuden a herramientas e ideas inspiradas en Paul Samuelson», revela Robert M. Solow, otro laureado colega del fallecido. Cualquier economista justificaría toda una carrera profesional con tal de haber escrito un solo artículo, un documento que cambie fundamentalmente la manera de pensar de las personas, en un área o tema en particular. Samuelson escribió docenas de ellos. Desde el comercio internacional a las finanzas, la teoría del crecimiento o la especulación, cualquier sujeto de relevancia económica está referenciado a una publicación de Samuelson que marca un hito en la materia y queda inscrito en la agenda de estudio para generaciones de universitarios. Así lo entendieron y aplaudieron entre otros ilustres discípulos, premios Nobel como George A. Akerlof, Robert F. Engle III, Laurence R. Klein, Franco Modigliani, Robert C. Merton, Joseph Stiglitz y el ya mencionado K­rugman. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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A finales de los años 30, un estudiante defendía su tesis doctoral en la Universidad de Harvard. Su trabajo apuntaba a nuevas tendencias, las de una joven generación de economistas que aplicaban técnicas matemáticas de programación lineal, cálculo integral y topología algébrica a la ciencia económica consuetudinaria. Al término de su exposición, Joseph Schumpeter, uno de los miembros del tribunal examinador, sonrió a su colega de mesa Wassily Leontief lanzándole una pregunta: «Bien, Wassilly, ¿habremos aprobado nosotros?» El estudiante era Paul Samuelson que a la edad de 22 años había redactado sus Fundamentos de análisis económico. Samuelson fue un gran economista teórico, pero también un agudo observador del mundo real, con la consistencia intelectual de quien traspasa los límites de la moda para erigirse en un intérprete intemporal de los sucesos económicos. Como ecléctico envolvente, aunque se le distinga como fundador de la economía neoclásica moderna, su indisimulado rostro keynesiano no podía ocultar las limitaciones de la política monetaria clásica. En los años 80, la mayoría de los miembros de la comunidad académica asumían sin pestañear los postulados de Friedman en el sentido de que una política monetaria agresiva hubiera podido prevenir la gran depresión y sería capaz de abortar otras futuras. Samuelson esgrimió sistemáticamente sus dudas al respecto. Solamente en 2002, Ben Bernake otorgó en nombre de la Reserva Federal la razón a las reticencias mostradas. «Gracias a usted, no volveremos a repetirlo». En la pagina 353 de su obra central, el libro de texto titulado Curso de Economía Moderna, Samuelson recuerda que las políticas monetarias expansivas, por sí solas, son incapaces de sacar a las economías de las crisis. Algo que los políticos del planeta han asumido íntegramente para el rescate de la actual depresión. El libro Manual de Economía, publicado por primera vez en 1948, constituyó un best seller durante más de 30 años. Traducido a más de 20  idiomas, mereció el siguiente panegírico de su autor: «No importa que otros redacten las leyes de la nación mientras puedan publicarse textos de economía.» Asesor personal del presidente Kennedy, preceptor e inspirador de su campaña presidencial, no se dejó seducir por ningún cargo político que pusiera en peligro su independencia a la hora de expresar y escribir sus propias convicciones y creencias. A pesar de una carrera repleta de reconocimientos sociales y académicos, Paul Samuelson practicaba y predicaba en su claustro universitario una profunda sencillez. El MIT ha sido famoso por su ambiente de colegialidad. A sus estudiantes repetía a intervalos la famosa frase de © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



SELECCIÓN DE ARTÍCULOS.  Miscelánea 569

Churchill, aunque referida a la profesión económica: «tenemos muchas razones para ser humildes». Quien acaba de morir es el padre de la economía moderna. Con él desaparece el último generalista de una ciencia social marcada hoy por la hiperespecializacion. No habrá probablemente otro Samuelson. Quien quiera elevarse a su altura tendrá un inmenso camino por r­ecorrer. (15 de diciembre de 2009)

Un lugar en el universo El archimillonario Warren Buffet, en una reciente entrevista a la cadena televisiva CNBC, se ha deshecho en elogios hacia el banco de inversión Goldman Sachs. «Es un negocio —ha proferido— fuerte y muy bien gestionado. Tiene un sitio en el universo.» La exaltación de la entidad financiera estadounidense se ha producido en medio de una nueva ola de sorpresa e indignación al conocerse que, al hilo del debate sobre los problemas estructurales que aquejan a Grecia, las cifras de su deuda exterior fueron maquilladas en connivencia con el aludido intermediario. Evidentemente existe un segmento de Banca, que ha hecho de la ingeniería financiera y de las múltiples lagunas legales que pueblan el mapa bancario, su nicho de mercado, su «sitio en el universo». En una reciente investigación llevada a cabo separadamente por el semanario alemán Der Spiegel y el rotativo americano The New York Times se ha conocido que en 2001 Goldman Sachs recurrió a la «contabilidad creativa» para ayudar a Grecia a cumplir con los exigentes requisitos de entrada en la Zona Euro por medio de «permutas financieras» (swaps) estructuradas a «tipos ficticios», en mercados «no transparentes». Grecia rozó el listón, pero logró rebasarlo y formar parte del naciente club del euro. Se estima que los derivados poseían un valor nocional de 15.000 millones de dólares. Otros países —Italia, Polonia, Bélgica y también el Reino Unido— recurrieron en esa época a derivados para falsificar su nivel real de deuda, y la gama de artilugios financieros pudo abarcar la titulización de ingresos futuros del sector público, el manejo de instituciones cuyo endeudamiento no computa como deuda soberana, leasing y otros. También ha trascendido que, en pleno debate sobre la viabilidad europea del país heleno, un grupo de bancos y hedge funds han utilizado «CDS», el tipo de derivado que noqueó al gigante asegurador americano © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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AIG, para apostar en favor de la eventualidad de un impago soberano por parte de Grecia, y a su estela en favor del desplome del euro. Lo frustrante de estas conductas, que la canciller Merkel ha calificado de «escandalosas» es que, muy probablemente, y a expensas del resultado de las investigaciones oficiales abiertas, «Goldman Sachs (y el resto de operadores de análoga calaña) no hizo nada ilegal y los productos derivados que entraron en la operación están en total conformidad con las reglas y procedimientos permitidos por la ley es­ta­douni­den­se», como reza el comunicado que el propio banco americano dirigió a la opinión pública. Pero una cosa es el malabarismo financiero y otra bien distinta circunvalar las normas de Maastricht, que discriminaban —primero— y penalizaban —después— a los países incumplidores del Pacto de Estabilidad. A pesar de no ser seguro que se haya violado la ley, es patente que se ha atropellado el espíritu del Tratado de la Unión Europea y ello debería preocupar seriamente a reguladores y agencias estadísticas. Esta política de medias verdades y de constante flirteo con la divisoria de la normativa ha enmarcado a gran parte de los productos llamados «innovadores» de la época precrisis y sigue constituyendo una grave amenaza sistémica. Patrick Dillon y Carl Cannon de la Universidad de Pittsburgh acaban de publicar El círculo de la codicia, un estudio que nos introduce magistralmente en el uso de las lagunas jurídicas, con las que el protagonista realiza una fantástica construcción de «procedimientos monstruosos» y que nos parece aplicable a este sector oscuro de las finanzas. Hablemos de la recuperación bancaria americana. Con Goldman, un buen número de bancos ha vuelto a los beneficios, básicamente a través de operaciones especulativas en divisas, materias primas, Bolsa o derivados, con ayuda de sus hedge funds, sociedades de capital de riesgo y otros canales de pobre o nula regulación. ¿Fue ese el objetivo del rescate bancario? ¿No se apoyó a la gran Banca para que diera préstamos a la ciudadanía? Pero los datos USA y del Banco Central Europeo muestran una inexistente reactivación del crédito. Mientras tanto ¿dónde está la tan traída y llevada reforma bancaria? Una regeneración conceptual en senda de reducción del riesgo, protección del consumidor, incremento de la transparencia y apoyo de los productos de eficiencia social. Tras esta refinada profesión de pillos y truhanes de casino está en juego la honorabilidad del sistema, si es que ello importa a alguien. Máxime cuando, como advertía La Rochefoucauld: «Estamos tan acostumbrados a disfrazarnos ante los demás que al final nos disfrazamos ante nosotros mismos». © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



SELECCIÓN DE ARTÍCULOS.  Miscelánea 571

Y nada existe más reprobable e irreversible que un malhechor deliberadamente inconsciente, parapetado en los pliegues recónditos y sibilinos de la legalidad. (14 de marzo de 2010)

Juicio al yuan En 1957, el lanzamiento por parte de Rusia del primer satélite espacial —el Spútnik— conmovió a Occidente. La percepción de que la Unión Soviética había superado al gigante americano en la carrera tecnológica forzó en este una reacción competitiva y sembró la se­ milla del ulterior proceso de entendimiento científico entre ambas naciones. Con resonancias semejantes, China se ha erigido súbitamente en una superpotencia económica global, aunque siga conviviendo con gigantescas bolsas de injusticia y pobreza. Ocupa el segundo lugar en el ránking de exportación y de producto mundial. Genera, con diferencia, el mayor superávit por cuenta corriente y lidera el nivel de reservas del planeta: 2,4 billones de dólares. En este contexto, la intervención del yuan —o renminbi—, la moneda china, ha suscitado una violenta reacción en Estados Unidos que amenaza con convertirse en una confrontación de calado entre Washington y Pekín. Ciento treinta congresistas USA tachan a China de «país manipulador», urgiendo represalias compensadoras. Paul Krugman califica las políticas comercial y cambiaria del gigante asiático de «depredadoras», imputándolas «durante los dos próximos años una reducción del empleo estadounidense del orden de 1,4 millones de puestos de trabajo». Es notorio que China interviene diaria y masivamente su moneda, al cambio fijo de 6,83 yuanes por dólar estadounidense. Mediante esta conducta, el Gobierno comunista contiene los precios de los bienes y factores de producción domésticos a niveles imbatibles por la competencia internacional, subsidia sus exportaciones, penaliza sus importaciones y garantiza el superávit comercial y la consiguiente acumulación de reservas exteriores. Con todo, el tema dista de estar listo para sentencia. Para empezar, las críticas habituales se refieren al «tipo bilateral» yuan/dólar cuando el verdadero valor de la divisa amarilla se esconde detrás del «tipo de cambio efectivo», concepto que incluye de forma ponderada al resto de monedas. Mientras aquel ha permanecido inva© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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riable desde 2008, este último se ha apreciado en valores cercanos al 20% en dicho periodo. Aunque resultaría necio negar la infravaloración del yuan, parece improbable la cuantía que se denuncia, del orden del 40% de su valor nominal. Además el concepto de «manipulación» es confuso: todos los gobiernos adoptan acciones que afectan directa o indirectamente al tipo de cambio. Déficits desaprensivos producen una divisa débil, al igual que lo condiciona una plataforma de tipos de interés bajos. Hasta la crisis griega, Estados Unidos se ha beneficiado de un tipo de cambio dólar/euro deslizante. ¿Deberían los europeos haber acusado de «manipuladores» a los americanos? China actúa como todos los demás. El proteccionismo USA es flagrante y en su reivindicación late un tufo farisaico. No puede olvidarse el papel que el superávit chino desempeña en la cobertura de su déficit y en su bajo coste de financiación. Adicionalmente, la competencia china ha deflactado los precios de las manufacturas y de los salarios americanos colaborando a la estabilidad de sus precios. Cabe añadir que un alto porcentaje de las exportaciones chinas a Estados Unidos se realiza por multinacionales de capital yanqui. Este mix de incidencias apuesta nítidamente por huir de la confrontación, ante la que China proclama, llegado el caso, estar preparada. Estados Unidos precisa de una política comercial multilateral equilibrada, no discriminatoria, en lugar de una confrontación bilateral con China. Son 90 los países con los que Estados Unidos registra déficit comercial. El comercio chino-americano solo representa un 12% del total del gigante oriental. El problema neurálgico estadounidense es su tasa de ahorro, no China. América necesita reducir su déficit global e incrementar su tasa de ahorro. Muy probablemente los responsables comunistas acometerán en breve plazo un doble proceso reevaluatorio: un primer ajuste es simplemente «nominal» fijando un tipo central, hipotético, de 6,25 yuanes por dólar. Adicionalmente debería abordarse una formidable reevaluación «real» en términos de paridad adquisitiva, si el Gobierno multiplica tanto el consumo público como las transferencias y subsidios a las economías domésticas. Aunque ambas medidas son económicamente diferenciadas, persiguen resultados finales equivalentes. Haciéndolo podrán encarar sus retos más candentes: reducir las desigualdades sociales y elevar el nivel de vida de millones de ciudada© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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nos, cursando de una economía orientada obsesivamente a la exportación, de reservas astronómicas e hipertasas de ahorro hacia un estímulo generalizado del consumo interior. A nivel planetario los desequilibrios de pagos solo pueden rehacerse incrementando la demanda interna en los países superavitarios y reduciéndola en los deficitarios, con un ajuste simultáneo de los tipos de cambio. Ambos frentes son complementarios y no sustitutivos. China colaborará previsiblemente en el nuevo equilibrio mundial, pero no porque lo dicte el Congreso americano, sino porque revertirá en interés propio y se abordará de una forma gradual y negociada. (1 de abril de 2010)

Adam Smith en perspectiva Durante 150 años el historial de las doctrinas económicas quedó reducido a simples anotaciones a pie de página de la obra central de Adam Smith, Indagación acerca de la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, publicada en 1776, y considerada la biblia de los economistas. Debió transcurrir siglo y medio para encontrar una creación de análogo corte revolucionario, inspirada en el paro agónico de Gran  Bretaña entre las dos guerras mundiales y que lleva por título La Teoría General del Empleo, el interés y el dinero, aparecida en 1936 y cuyo autor, como es de todos sabido, no es otro que John Maynard Keynes. Un Keynes redivivo, cuyas prescripciones han sido observadas sin pestañear y en megadosis durante la presente crisis, ha consolidado la vigencia del intervencionismo en el recetario de la política económica de último aliento. Ni los monetaristas más radicales, que han visto igualmente respaldados sus postulados con la política de tipos de interés deprimidos y de «suavización cuantitativa» de los agregados monetarios, discuten la validez de las conclusiones y terapias propuestas por el ilustre profesor de la Universidad de Cambridge, para entornos dramáticos como los que padecemos. La imagen del escocés está más dañada. El desencanto generalizado ante la pretendida eficiencia de los mercados, y la indignación que ha estallado en amplísimos colectivos sociales ante las conductas depredadoras de una casta de intermediarios financieros que se encuentra en la base de la presente hecatombe sistémica, arrastra la cotización del académico de Glasgow a la baja. Su famosa «mano invisible» concita hoy burla y desaliento. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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Pero la interpretación habitual de Adam Smith como el gurú del propio interés solo se sustenta en un par de frases anecdóticas y episodios didácticos de todos conocidos que evitaremos reproducir aquí y que no son el reflejo de su personalidad integral. Las citas más célebres se refieren a la teoría del intercambio económico y poco tienen que ver con la esencia de su legado teórico. Identificar a Smith con el adalid del capitalismo es un despropósito. De hecho, la expresión «capitalismo» no aparece ni una sola vez en su obra escrita. Menos aún se justifica que ese pretendido capitalismo descanse en un mecanismo de mercado guiado por el puro concepto del beneficio propio. Un mercado de funcionamiento transitivo y «en orden» es una condición necesaria pero insuficiente. Smith arremete contra determinadas «comisiones» —acciones— de la economía de mercado sin excluir sus importantes «omisiones». Se muestra contrario a un intervencionismo de los mercados «excluyente», pero alienta el de corte «incluyente» para ocupar parcelas que estos dejen huérfanas o mal atendidas. Se erige en promotor de la igualdad de oportunidades y de la ausencia de posiciones dominantes, «cada individuo posee un derecho de propiedad sobre su persona y sobre la propiedad que crea con su trabajo». Pero adicionalmente advierte que «también lo tiene para verse libre de la agresión de otras personas». El orden moral natural estabiliza los mercados. Si estos fracasan, hay que buscar la razón en las tropelías a las que se les somete cuando se incumplen las reglas básicas de juego, generando reacciones de caos, desigualdad e injusticia. «La justicia —afirma— es el pilar básico que sostiene la totalidad del edificio social». Su defensa del trabajo como la principal medida del valor, aunque limitada, es innovadora y la acusada sensibilidad que demuestra respecto de las clases desfavorecidas queda reflejada en múltiples pasajes de su obra. Profundamente preocupado por las leyes que regulan la presencia de los menesterosos en los espacios públicos, no duda en apoyar intervenciones en su favor. En un determinado pasaje —capítulo X— formula un juicio que no puede sino dejarnos confundidos: «Cuando las reglamentaciones son a favor del trabajador y del obrero siempre son justas y equitativas; pero no acontece lo mismo cuando favorecen a los patronos». Este bosquejo de una teoría de la distribución muestra que las simpatías de Smith no están del lado de gobernantes y terratenientes sino de los asalariados, a los que juzga «explotados». Adam Smith fue un filósofo moral, en primer lugar, y en segunda instancia —aunque de ello se derivase su mayor notoriedad— un intérprete y organizador del intercambio social. La riqueza de las naciones contiene su ética política mientras Teoría de los Sentimientos Morales —un © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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libro menos conocido pero que Smith siempre reputó superior— descubre su ética personal. Su mensaje no debería devaluarse ni confundirse: la rebelión general de los mercados es la consecuencia de la contaminación irreparable a la que se han visto sometidos. Restituirlos a su marco natural es la tarea de unas normas justas universalmente aplicadas. (6 de junio de 2010)

La pregunta de los cuatro billones La pregunta del millón puede resultar fácil, un acertijo para niños. Más inusual y, por lo tanto, más intrigante se pone el tema cuando el exponente pasa de seis a doce y la base decimal se multiplica por cuatro: cuatro billones de dólares. Esa es la cifra promedio diaria de movimientos que han registrado los mercados globales de divisas en el trienio cerrado en abril de 2010. Según el Banco de Pagos Internacionales (BPI), que asume periódicamente la contabilidad de esta parcela de la actividad financiera, a dicha fecha la cifra de negocio de los mercados de divisas creció un 20% en relación a 2007 con un movimiento promedio diario de cuatro billones de dólares, comparado con los 3,3 billones de 2007. Son cifras definitivas. Pero ¿qué valor social se esconde detrás de estas magnitudes exorbitantes? Una pregunta de cuatro billones de dólares. Comencemos reconociendo que los mercados de divisas son imprescindibles. Permiten a particulares y empresas obtener bienes y servicios de otros países, o invertir en ellos, pagando con la moneda doméstica, y recíprocamente cobrar en moneda local los bienes y servicios vendidos a residentes en terceros países. Algunos operadores agudizan el ingenio y encuentran rentable arbitrar entre los intereses de distintas monedas, adquiriendo la de tipo bajo e invirtiéndola en la de tipo de interés superior, actividad no exenta de grave riesgos, pero en algunas ocasiones provechosa para los intereses del arbitrajista. Esta actividad —carry trade en la jerga cambiaria— ha sido profusamente utilizada por los grandes bancos internacionales durante la presente crisis, tirando de liquidez del BCE o de la FED y adquiriendo activos líquidos de rendimientos superiores. Flaco favor a la causa de la recuperación, ya que dicha práctica ha restado recursos a la recuperación del crédito. Y con potenciales efectos reactivos. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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En años recientes, la apuesta de adquirir yenes japoneses cambiándolos a coronas islandesas, con un alto diferencial, condujo a la postre a una súbita cancelación de posiciones, lo que contribuyó decisivamente al colapso económico islandés de 2008. Los mercados alientan un paso más: comprar o vender divisas apostando en función de expectativas. O sea: especular. Un triste éxito registró en 1992 el Fondo de Soros Quantum Hedge Fund, al ganarle la partida a una libra esterlina abatida, obligando al Gobierno británico a su depreciación y embolsándose unas plusvalías de mil millones de dólares. Claro que no siempre las cosas les «salen bien» a los intrépidos especuladores. La historia financiera está cuajada de escándalos que obligaron a adoptar medidas excepcionales, en algunos casos con fondos de los contribuyentes. El ejemplo de la quiebra de Long Term Capital Management en 1998 y otros fracasos sonoros de reciente actualidad están ahí para refrescarnos la memoria. La escasa regulación de la actividad y el alto apalancamiento de los operadores son ingredientes adicionales de un cóctel explosivo. Como puede derivarse de un sencillo cálculo, en 2010, el volumen de las transacciones de divisas representó 17 veces el valor del PIB mundial. En 1992 apenas significaba 8 veces su valor. Paralelamente, en 1973 se estimaba que el 80% de los movimientos en divisas tenía una finalidad comercial, mientras que en la actualidad se considera que dicho porcentaje le corresponde a las operaciones de trading a corto plazo, esto es, transacciones entre operadores financieros, de suma cero, que apenas guardan relación con la economía real. El movimiento diario de esta categoría creció un 42% en el trienio. Otra confusa tendencia que se esconde tras las cifras del BIS es el creciente auge del comercio «algorítmico». Bajo esta técnica los ordenadores observan los datos del mercado y en base a un algoritmo incorporado originan instrucciones de compraventa, en cuestión de milisegundos, sin la intervención humana. Esta práctica no es banal ya que aún continúan ignoradas las causas del flash crash de mayo de 2010, cuando el Dow Jones perdió mil puntos en cuestión de minutos, presuntamente por la maniobra errónea de una máquina. Dos reflexiones para concluir. Las cifras reveladas van más allá de lo creíble, pero reflejan cómo los inversores financieros globales han encontrado en los mercados de divisas un bazar sumamente lucrativo. Mientras la economía real languidece, el casino financiero registra tasas de crecimiento del 20%. Detrás de los datos se esconden unos mercados no organizados, monopolio exclusivo de la Banca, escasamente vigilados, ajenos a la © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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economía real y que entrañan riesgos potenciales para la colectividad. Una vez más urge que los reguladores muestren su cara más exigente a unos productos de dudosa o escasa utilidad social. (16 de enero de 2011)

Las consecuencias económicas del desastre japonés La irreparable pérdida en vidas humanas relega, sin duda, a un segundo plano la estimación de otros daños mayores derivados del terremoto de Sendai del 11 de marzo pasado. Pero asumiendo con absoluto respeto esta dolorosa premisa, podemos adelantar que acabamos de ser testigos de la catástrofe natural más costosa de la humanidad. El desastre japonés se cobrará un doble peaje a escala nacional y mundial. 1.  Comenzando con el efecto impacto en su propia economía, la opinión dominante equipara la respuesta a esta última catástrofe con otras anteriores, lo que se traduce en un notable retroceso de tipo puntual, aunque transitorio, seguido de un rebote enjundioso del PIB como consecuencia de las tareas masivas de reconstrucción. Diversos analistas aventuran sus cálculos anunciando una pérdida de medio punto porcentual para el conjunto de 2011 (Merrill Lynch), seguida de un crecimiento importante en la segunda mitad de 2012. De forma más matizada, Schroders vaticina una caída del 1,5 del PIB en el primer trimestre del año, compensada en el segundo semestre y con senda expansiva a lo largo de 2012. Otras visiones son menos halagüeñas. Para el Banco Mundial, el impacto de la triple catástrofe nipona afectaría negativamente a su PIB entre un 2,5% y un 4%. A su ya debilitada demanda y a unas finanzas en estado de máxima fragilidad, vendría a añadirse una crisis fiscal (déficit público del 10% del PIB en 2010). En cuanto al endeudamiento público (230% del PIB en 2010), el más alto entre los países adelantados, posee la característica de estar suscrita en su práctica totalidad por los propios contribuyentes japoneses. Una deuda adicional estimada para la reconstrucción de 300.000 millones de dólares podría tal vez provocar rebajas de su rating, pero no parece que impusiera límites ni a su solvencia ni a su capacidad de colocación, ya que se la deben a sí mismos. Como complemento lógico cabría esperar una repatriación apreciable de ahorro exterior, la revalorización indeseada del yen, y una rela© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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tiva pérdida de competitividad que reiniciaría el círculo pernicioso liderado por una demanda decaída. 2.  En cuanto a los efectos de la triple tragedia japonesa sobre la economía planetaria, debe partirse del hecho de que Japón constituye la tercera potencia mundial, de cuyo producto final representa el 8,7%, y de que su sistema productivo desempeña un papel crucial en el escenario global de la industria pesada, las finanzas o la tecnología punta. Sin embargo, las repercusiones finales descuentan un alcance relativamente limitado. Japón posee una balanza comercial muy superavitaria en la que las exportaciones superan con creces las importaciones. Una reducción de estas últimas afectaría a la demanda de exportaciones del resto del mundo y con ello a sus cotas de renta. Pero las estadísticas recuerdan baremos relativamente bajos: solo el 5% de las exportaciones americanas fluye con destino a Japón, al igual que un 8% de las exportaciones chinas. En el más pesimista de los escenarios, una tasa de crecimiento cero en Japón para 2011 no debería afectar la velocidad de crucero de la recuperación mundial. Posiblemente el mayor impacto se perciba en las cadenas de suministro de inputs a terceros países. Japón está estrechamente arraigado en la red productiva mundial como proveedor crítico de material tecnológico, cuya desaparición temporal está paralizando la actividad de sus clientes. Las secuelas de la «década perdida» han hecho de Japón un beneficiario de la recuperación mundial más que un impulsor de la misma. Alternativamente, la restauración del país requerirá bienes y servicios foráneos que beneficiarán a estos, y un nuevo empuje a las subsidiarias japonesas en el extranjero proporcionará igualmente un rebote moderado al resto del mundo. El diagnóstico, en su consecuencia, y siempre que la crisis nuclear no se agrave, es moderadamente optimista y su respuesta manejable. Otra cosa —al margen del presente cataclismo— es cómo prolongarán sus gobernantes la senda de una economía competitiva y cómo preservarán las conquistas del Estado del bienestar para un colectivo de 127 millones de personas que envejece a marchas forzadas. Un comentario final: el PIB es un indicador que computa indiscriminadamente verdades y falacias. Los miles de millones de pérdidas producidas en la reciente catástrofe dejarán impávido al indicador estadístico, sin reflexión alguna sobre la incidencia en el consumo futuro derivada de la destrucción del stock de riqueza (entre un 5 y un 7% del PIB), ni del lastre de un creciente endeudamiento. Y, sin embargo, cada ladrillo utilizado en la tarea de reconstrucción pasará a engrosar, automáticamente, © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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la cuota incremental del PIB. Aunque la renta se recupere, la resurrección de la maltrecha economía del país del sol naciente convivirá con un país empobrecido que tardará años en recuperar su riqueza neta (activos menos endeudamiento) industrial, energética y ecológica. (27 de marzo de 2011)

Minerales raros Asaltaremos al amable lector preguntándole el significado de nombres como praseodimio, holmio, terbio o disprosio. Para darle pistas descartaremos a personajes de un nuevo episodio de La guerra de las galaxias. Vecinos en la tabla periódica, en realidad son minerales —números atómicos 57 al 71— también llamados «raros» (MR). Hoy tienen luz propia, como la tuvieron el uranio y el plutonio con el desarrollo de la energía atómica. Comprenden al escandio, el itrio y los lantádinos. Estos últimos son un grupo de 15, compuesto —además de los ya citados— por los elementos cerio, erbio, europio, gadolinio, lantano, lutecio, neodimio, samario, torio, tulio e iterbio. La siguiente pregunta es como sigue: ¿Qué tienen en común un teléfono móvil, un billete de banco, los superconductores, los sistemas de comunicación por fibra óptica y los equipos antipolución de su coche? Todos ellos —y millares más de productos de uso cotidiano— contienen cantidades reducidas de algunos de estos oscuros elementos químicos del planeta. Las baterías recargables necesitan lantano, mientras que los cristales de las televisiones planas requieren cerio. Los sistemas de escape de los automóviles contienen rodio, y los motores magnéticos de alto rendimiento precisan neodimio y disprosio. Todos ellos tienen propiedades únicas y cruciales para la miniaturización, las aplicaciones láser y la eficiencia energética. Los atípicos elementos tienen sus peculiaridades, ya que siempre se hallan mezclados, debiendo ser secuencialmente desagregados con los consiguientes costes de explotación. En la mayoría de las minas, el peso o porcentaje se decanta hacia los minerales raros «ligeros» que comprometen el 97-99% de los recursos, mientras que los raros «pesados» son mucho más escasos. Como consecuencia, los precios difieren sustancialmente: 450 dólares el kilogramo de europio frente a 4,5 dólares el de cerio. La demanda global en 2008 fue de 124.000 toneladas por un valor de 1.100 millones de dólares. Las previsiones apuntan a 300.000 tone© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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ladas para 2017 con un valor de 4.100 millones de dólares. Se estima que el 25% de las nuevas tecnologías requerirán el uso de minerales raros. En pocas palabras: billones de dólares de productos de tecnología punta que serían imposibles sin la existencia de MR. Un capítulo ulterior de esta charada se inicia con motivo de la colisión ocurrida en septiembre pasado entre un pesquero chino operando en aguas limítrofes a las islas Diaoyu y dos guardacostas japoneses. Japón detuvo al capitán del arrastrero. China respondió cortando el acceso de Japón a la producción de sus materias primas estratégicas. Tras el incidente se esconde una amarga disputa de varias décadas en relación a la soberanía de las islas. Pero el hecho insólito es que debido a una contienda diplomática, China exhibe su poder negociador bloqueando la exportación a Japón de MR, estratégicos para su producción. Y es que la patria del Gran Dragón concentra el 95% de la producción mundial de este tipo de elementos. En julio de 2010 el problema se ha agudizado al decretar las aduanas chinas contingentes y tasas a la exportación de estos elementos en una nueva política de acumulación de reservas estratégicas. En consecuencia, sus precios se han disparado. A lo largo y ancho del planeta, los países han despertado del letargo a la evidencia de que la República Popular controla potencialmente el futuro de sus industrias tecnológicas. Este fenómeno se agudiza cuando Occidente aborda la transformación de su industria automovilística hacia motores híbridos o eléctricos que utilizan dosis críticas de MR en sus cadenas de producción. Son varias las razones que han llevado a China a convertirse en el Goliat de la industria vanguardista y poder exhibir esta situación dominante. Los procesos de excavación y proceso de los minerales, altamente tóxicos, han contado con una tolerancia total en el ordenamiento del gigante asiático frente a las más estrictas regulaciones medioambientales de Occidente. Por otra parte, la errática política de precios practicada por la industria china ha destrozado cualquier iniciativa de la competencia, precisada de acometer inversiones masivas, con la constante amenaza de un retorno a situaciones previas a la adopción de contingentes. A la creación de una OPEP uninacional de los minerales estratégicos, hay que agregar otros atributos desestabilizadores para la economía occidental: las masivas ayudas de Estado que facilitan la obtención de contratos clave, la presión sobre las compañías extranjeras para deslocalizar sus sedes hacia territorio chino y, en particular, la política cambiaria: un yuang competitivo que no está dispuesto a revaluar. Súbitamente el coloso asiático monopoliza todos los ases de la baraja. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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La moraleja de esta narración resulta tan cínica como razonable: lo que Occidente no ha sabido practicar en dos centurias de hegemonía económica se torna una tímida exigencia a la nueva superpotencia mundial: que asuma generosamente las responsabilidades de transparencia y equidad inherentes a su estatus de liderazgo. (24 de abril de 2011)

Sucediendo a Dominique Strauss-Kahn La inevitable dimisión de Dominique Strauss-Kahn como director gerente del Fondo Monetario Internacional, derivada del sonoro escándalo protagonizado días atrás en el exclusivo Manhattan Sofitel neoyorquino, y su posterior encarcelamiento y linchamiento mediático, aviva la necesidad de reestudiar una problemática previa e independiente de dichos episodios, y que reside en la reformulación de los criterios de selección de los altos cargos de las instituciones multilaterales, muy en particular los que afectan al FMI y al Banco Mundial. El tema es pertinente, dado que el recién nombrado director general en funciones, John Lipsky, ha anunciado igualmente su intención de abandonar el Fondo en septiembre. Los antecedentes del tema se sitúan en el «acuerdo entre caballeros» informal cerrado al término de la Segunda Guerra Mundial, que consagró un statu quo entre las potencias vencedoras según el cual los gobiernos europeos se reservaban el nombramiento del primer ejecutivo del recién creado FMI mientras que Estados Unidos designaba al jefe del Banco Mundial. Esta ley no escrita rigió asimismo para la elección del último inquilino de la institución surgida de Bretton Woods, si bien ya en abril de 2009 el G20 había acordado «un procedimiento abierto, basado en méritos y transparente, para la contratación de la gerencia del FMI». Un compromiso ignorado que ha llevado desde entonces a la contratación de dos directores generales adjuntos, cimentando la dominación de los países ricos en la cabeza de su organigrama. Las cuatro posiciones de primer nivel en el FMI estaban hasta ahora copadas por representantes de Francia, Reino Unido, Estados Unidos y Japón. Las líneas que siguen proponen tres ingredientes o requisitos clave para asegurar en el futuro, y si es posible, en el momento actual, un proceso de selección efectivo para el representante de una institución como el FMI con unas disponibilidades de 900.000 millones de dólares, © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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que la convierten en un proveedor de fondos sin paralelo, cuya eficacia depende en gran medida de su primer gestor. El primer atributo del candidato sería su adecuación. El director del FMI tiene la difícil tarea de conciliar a los líderes mundiales en busca de un nuevo orden mundial más allá de los propios intereses nacionales en la formación de un proyecto multilateral irreversible. Esta ha sido una de las tareas innovadoras del G20 quien ha investido a su vez de una autoridad sin precedentes a la institución de Washington. La prevención de las nuevas crisis, algo que habitualmente aquejaba solamente a los países en desarrollo, alcanza en la hora actual a países desarrollados como los que constituyen la periferia de la Eurozona. A la capacidad y carisma para dirigir instituciones públicas complejas, debería agregar una independencia ejemplarizante, adornada del conocimiento sustantivo de los temas propios del instituto, contribuyendo a «la promoción y mantenimiento de altos niveles de ocupación y renta», como señalan los estatutos fundacionales del Fondo, con sensibilidad hacia los países más desfavorecidos, a las desigualdades, el desempleo y otras lacras que amenazan la estabilidad mundial. Lo cual no quiere decir que la capacitación técnica deba prevalecer sobre la credibilidad política, sino que debe añadirse a ella. En segundo lugar, se precisa un proceso abierto basado en méritos personales para designar dirigentes que se deban a la institución que lideran y no al país que los ha promocionado. Resulta un requisito sencillo si hay voluntad política para implementarlo. Los procedimientos de selección estandarizados se encuentran en los despachos de los mejores head hunters del planeta y son moneda común en la búsqueda de ejecutivos de alto nivel para la industria o los servicios. Tal proceso promueve la confianza. La prioridad del mérito sobre el posicionamiento político supone la eliminación definitiva del actual acuerdo entre caballeros, y de las negociaciones entre países individuales en el mercado de trueques de favores. El tercer objetivo reside en asegurar la legitimidad. Hasta el proceso mejor designado puede quedar influido por políticas de trastienda y acciones de presión por parte de gobiernos poderosos que buscan su propio interés. Para evitarlo la selección debe someterse a una «doble mayoría»: un voto por país y el correspondiente al voto en la Asamblea o porcentaje en la cuota del FMI. En un momento de incertidumbre económica global los gobiernos debieran poner en marcha el sistema necesario para asegurar que las decisiones futuras de quien lidera una de las instituciones más poderosas del planeta sean transparentes, legítimas y eficaces. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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Pese a ello, la especulación ya se ha desatado y los nombres de Christine Lagarde, Axel Weber o Kemal Dervis figuran en la cabecera de las quinielas, lo que con toda probabilidad conducirá al anuncio de un hecho consumado. La favorita es la francesa. (22 de mayo de 2011)

Cauces para los indignados El Movimiento 15M —o su «suma» de movimientos— está constituido fundamentalmente por jóvenes en paro con un perfil de izquierda pragmática, que se sienten hastiados del vigente aparato del poder político y económico. Se encuadran, con matices, dentro de las corrientes de «alter-globalización» —no son «antisistema»— compartiendo con estas el eslogan de «Otro mundo es posible». Aunque se postula apolítico, ningún movimiento es a la postre apolítico si la polis es la cosa de todos. Su web oficial (www.democraciarealya.es) relata las aspiraciones de «un cambio y un futuro digno», proyectando «acciones globales y comunes» para que «la actual situación cambie». Al margen de la credibilidad y respaldo cosechados por el M15M —que las encuestas han revelado muy alto, en gran parte por su talante pacífico—, conviene formular algunas puntualizaciones, para mejor apreciar sus límites y posibilidades. Nos referiremos sucesivamente a la recurrencia, legitimidad, legalidad y efectividad de este tipo de actuaciones. Las acciones civiles pacíficas tienen un recorrido tan amplio como la democracia misma e incluso la preceden, y sin ellas no es posible entender fenómenos trascendentales como los diversos abolicionismos o sufragismos ni las innumerables conquistas que, posteriormente, se han producido de la mano de las «Iniciativas Legislativas Populares» (ILP) por las que en este momento parece decantarse el propio M15M. En España, la base legal de las ILP es el artículo 87 de la Constitución del que nació la Ley Orgánica 4/2006 que regula la materia. Mediante la recogida de firmas los ciudadanos pueden promover iniciativas parlamentarias. Los ejemplos son infinitos si nos referimos a las acciones reivindicativas que en favor de los países más desfavorecidos ha realizado la sociedad civil. La más reciente, a lo largo y ancho de Europa, para aplicar una tasa sobre las transacciones financieras (Campaña Robin Hood), resultará en sendas iniciativas parlamentarias conjuntas en Alemania y Francia el próximo 9 de junio. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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La recurrencia del M15M, en esta línea, puede considerarse, en consecuencia, síntoma de normalidad, eso sí beligerante y creativa. El tema de la «legitimidad», tan citado últimamente, requiere otras importantes precisiones. En el caso que nos ocupa se mezclan alegremente valoraciones sobre legitimidad jurídica, que se refiere a la ley, con la legitimidad política relativa al ejercicio del poder, sin especificar si se habla de la Administración o de los administrados. Aludiendo al M15M el debate se centraría en torno a su propia legitimidad, que se da erróneamente por descontada. La legitimidad no se prueba con su simple invocación o apropiación intelectual, sino que hay que demostrarla y mantenerla. En ocasiones, la legitimación propia pretende construirse sobre la ilegitimación democrática ajena, y ese no es un tema menor. Desde Aristóteles a Max Weber, los pensadores han buscado los fundamentos de este principio amparados en la justicia, la eficacia y la ética. En la actualidad, con la extraordinaria pujanza de los movimientos civiles en todo el planeta, más bien la carga de la prueba de la legitimación se orienta a la inversa. Son las democracias las que reclaman legitimación a aquellos, a sus presupuestos y fuentes de financiación, a la nominación de sus líderes y a la fijación de sus programas. Las organizaciones de la sociedad civil, con generalidad, asumen este hecho en un triple compromiso: legitimidad, transparencia y responsabilidad (Civicus, 2011). Un tercer punto se refiere el cumplimiento de la normativa vigente o alternativamente la ilegalidad de una acción ciudadana pacífica. Es claro que el pacifismo absoluto no existe. Siempre se conculca en mayor o menor medida un derecho ajeno, bien de tipo ambiental (salubridad) o personal y en este tipo de movimientos de organigrama plano surgen inevitablemente grupúsculos que arriman el ascua a su sardina más antisocial. Pero tampoco puede pretenderse que un movimiento pacífico registre menos codazos que los que a diario se propinan a la entrada y salida de los vagones de metro de nuestras capitales. Finalmente, unas palabras sobre su efectividad. La experiencia muestra que toda construcción humana, aunque sea pacífica, se asienta en primer lugar sobre sus líderes y en segundo sobre una determinada estructura organizativa y de acción. Las organizaciones no gubernamentales —con diversas formas asociativas— exhiben mayoritariamente historias de éxito, combinando lo silencioso y lo festivo, pero siempre en reivindicación de la causa de los desfavorecidos. Probablemente ambos modelos, el organizado y el lineal deban convivir en el futuro en la búsqueda de horizontes de avance social. La reacción del M15M es bienvenida y necesaria en un modelo económico dual —empleados y desempleados— como el de la España de © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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hoy. Todo el mundo se escandalizaba por su ausencia. Ahora que se ha producido, no cambiemos de chaqueta, y proclamemos que lo inexcusable es que se favorezcan puentes de escucha y de encuentro. (5 de junio de 2011)

Economía vasca: la nueva complejidad Orkestra (Instituto Vasco de Competitividad), una iniciativa promovida por la Universidad de Deusto e impulsada por la administración autónoma y un puñado de empresas líder, acaba de presentar el Informe de Competitividad del País Vasco 2011, el tercero que, desde su creación, produce con carácter bianual. El acto, celebrado en el Kursaal donostiarra días atrás, atrajo a un nutrido colectivo de empresarios, académicos y políticos que conocieron las principales líneas del estudio de boca del director general de Orkestra, y que contó con el aliciente de una sugerente ponencia por parte de Dan B­reznitz, del Georgia Institute of Technology de Atlan­ta (Estados Unidos). La clausura corrió a cargo del lehendakari Patxi López. El Informe se articula en dos grandes cuerpos. En el primero se pasa revista al estado actual de la competitividad en la CAPV. En el segundo se abordan los ejes de la «nueva complejidad» que envuelve la realidad autonómica y que se caracteriza por un mix de vectores entre los que destacan una globalización irreversible, la decreciente disponibilidad de los recursos naturales, la estructura demográfica involutiva, los patrones de la demanda global y la necesidad de compatibilizar el corto con el largo plazo, esto es, la generación de valor añadido hoy, de forma congruente con la sostenibilidad amenazada del futuro. En lo que se refiere al primer apartado del diagnóstico de la competitividad de la CAPV, el informe aplica un doble benchmark al conjunto de regiones europeas y a un colectivo de treinta regiones más similares en términos geodemográficos y de estructura económica. Especial importancia reviste el dato que la investigación arroja en relación a la estructura de precios, costes y productividad, y que constituyen los ingredientes de la competitividad de sus productos. Del análisis realizado se constata una pérdida en la competitividad manufacturera entre 2000 y 2008, no solo por la desfavorable relación real de intercambio promovida por un euro al alza sino, sobre todo, por el encarecimiento de los costes laborales unitarios superiores en tendencia a los de la UE15 y Estados Unidos. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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Que, con todo, la cuota de la exportación de las empresas vascas en el total mundial no haya disminuido resulta una aparente contradicción sumamente confortable. Los estudiosos lo atribuyen a que el tipo de cambio efectivo real es un indicador medio agregado y puede no reflejar la heterogeneidad del sector exportador. En general, la empresas exportadoras vascas parecen evidenciar niveles de productividad y competitividad superiores a las meramente domésticas. Añadidamente, los indicadores de competitividad-precio pudieran no capturar los niveles de calidad de los productos exportados. El grueso del documento elaborado por Orkestra que alcanza las 400 páginas se dedica a la identificación de los ejes que el benchmark realizado evidencia como críticos para la competitividad a largo plazo en el marco de la «nueva complejidad»: «la diversidad de la economía y sus agentes; las capacidades y el aprendizaje que caracterizan a las personas y a las organizaciones; y la apertura y conectividad, interna y externa, del territorio y sus actores.» Aunque la CAPV se encuentra, en general, en una buena posición, el aumento de sus cuotas de exportación es la clave de la generación de rentas disponibles en un marco de demanda privada deprimida, alto paro y expectativas inciertas. Requisito previo es la mejora permanente de la productividad, la diversificación de su oferta productiva y la orientación de las ventas hacia los mercados compradores más dinámicos. El tercer Informe de Competitividad del País Vasco 2011 representa un excelente trabajo de investigación que provee de pautas a los estudiosos del tema, pero sobre todo a quienes ejercen responsabilidades políticas en el campo de las mejoras productivas, de la innovación, de los programas de excelencia e incremento de la competitividad. La Administración debe financiar inteligentemente programas congruentes con tales fines. La reducción selectiva de las cotizaciones sociales a las empresas exportadoras sería otra medida a calibrar. Al término de la presentación, el lehendakari Patxi López realizó un breve recorrido por la orografía económica vasca, manifestó su convicción de que en Euskadi «no estamos tan mal» y que lo que tenemos no es fruto del azar sino del trabajo conjunto, responsable y ordenado de todos los agentes económicos. Agregó algo que va tomando creciente carta de naturaleza: que se puede ser feliz en un futuro en el que el nivel de vida que debamos imponernos sea menor que el actual. Y es que no hay alternativa. La supervivencia económica a largo plazo de una zona productiva pasa por ajustar su consumo y nivel de © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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vida al de su productividad y competitividad. Lo que toca discernir es cómo empobrecerse en lo residual y superfluo y consolidar las claves de la futura sostenibilidad. (10 de julio de 2011)

Los límites de la especulación Seguramente muchos lectores recordarán un clásico de la filmografía, El tercer hombre (1949), rodado sobre un guion de Graham Greene. Harry Lime, el protagonista encarnado por Orson Welles, es un traficante de penicilina adulterada en la Viena ocupada por los aliados de la Segunda Guerra Mundial. Harry Lime es un especulador, pero ante todo es un gangster sin alma que al término de las enmarañadas secuencias de un thriller irrepetible, acaba recibiendo su trágico y esperado merecido. Viene esto a cuenta de la tipificación de la conducta especulativa que merece algún comentario. Porque la especulación no es ningún crimen, aunque pueda en ocasiones deslizarse hacia él. Trataremos sucesivamente sobre qué entendemos por especulación, su incidencia operativa y la autonomía de la política económica al servicio del interés común. Especular no es sino visualizar expectativas y, en su caso, darles contenido práctico. En tal sentido es una actitud primaria del ser humano, racional y necesaria. Diariamente, los ciudadanos especulan con sus respectivas circunstancias y trazan estrategias convenientes a sus intereses, resolviendo, con mayor o menor fortuna, complicados sistemas de ecuaciones vitales repletas de variables aleatorias. Llevada al campo de la economía, la especulación consiste en la adopción de «posiciones» —un concepto muy vasto—, con el ánimo de obtener un beneficio en capital, distinto de una renta. Lo diferenciador de la conducta radica en que aquellas carecen de interés en sí mismas y solo son un instrumento al servicio de la variación de los precios. En expresión del nobel Samuelson, «los especuladores no tienen ningún interés en utilizar el producto, solo quieren comprar barato y vender caro». Durante siglos la única especulación conocida fue «larga», adquiriendo un bien en la confianza de su revalorización. Con la sofisticación de las finanzas se introdujeron las posiciones «cortas», vendiendo ahora para recomprar después en condiciones ventajosas. Las operaciones sin subyacente y, sobre todo, los derivados, han ampliado hasta el © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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infinito las posibilidades de la especulación financiera. Como es lógico, el especulador se enriquece cuando acierta y cuando yerra asumirá las pérdidas correspondientes. Pero, ¿cuál es el provecho de la especulación para los intereses generales de la sociedad? Difícilmente hallaremos otro tema en los anales de la teoría económica que suscite tan amplios y radicales desacuerdos. Contendientes seguidores de Keynes y de Von Hayek se atrincheran en los vértices del cuadrilátero. Tres son los puntos de debate que abren otros tantos de desencuentro. El primero concierne a los niveles de precios. En un enfoque de or­ to­doxia neoliberal la especulación únicamente acelera la dinámica natural en la formación de los precios. De ahí su carácter estabilizante. El valor último de un bien, mercado o sistema reside en sus fundamentales y la especulación acorta el desfase entre precios intrínsecos y precios cotizados. El segundo atañe a la incidencia sobre la economía real. Las trabas al libre mercado generan incrementos de costes transaccionales debido a una ampliación en el margen de oferta y demanda de los activos. La clave de la liquidez reside en la existencia suficiente de contrapartidas. Al restringirse la especulativa se comprometería la liquidez del sistema. El tercer punto incumbe a la volatilidad de los precios. Repitiendo las razones anteriores, la especulación contribuiría a reducirla. No hay espacio para la reconciliación. Ambas escuelas pueden exhibir una profusa relación de estudios empíricos que ratifican sus respectivas posiciones. Pero llegados a este punto es hora de reivindicar con firmeza la autonomía de la economía normativa —de la política económica— frente a las propuestas de la teoría económica en abstracto. En definitiva, el gobernante electo debe ejercer sus facultades más que teorizar. Concediendo a «los fundamentales» el valor máximo de referencia de equilibrio a medio plazo, llegaríamos, no obstante, a dos conclusiones básicas. La primera, la exigencia ineludible de aplicar terapias de choque en aquellos casos de especulación unidireccional, que desencadenan el llamado «efecto banco de peces». Después de todo, el colapso económico mundial de 2007, surgido de una gigantesca burbuja especulativa, ha desmontado «la hipótesis de los mercados eficientes», aunque sus sumos sacerdotes se resistan a admitirlo. La segunda consistiría en la promoción inquebrantable por parte de los poderes públicos de un retorno a la economía real, cribando to© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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dos aquellos mecanismos de nulo o escaso valor social. El desfase actual entre la economía productiva y la financiera constituye un escándalo teórico y un riesgo intolerable. Por eso resultan elogiables aquellas medidas de intervención que amortigüen explosiones financieras y pasen una seña a los mercados de que si los especuladores tienen espacio para la persecución del lucro personal, aún a costa de conductas liminares, también los poderes públicos tienen la obligación y el derecho para estar ahí y representar una contrapartida beligerante que permita rearmarse a economías o sectores considerados de interés general. (28 de agosto de 2011)

Un gran banco vasco Tal vez José Alberto Pradera, entonces diputado general de Bizkaia, haya encontrado interminable la sucesión de avatares transcurridos desde aquella carta que publicó en los principales medios de comunicación, en el otoño de 1987, lanzando el guante para una integración de las cajas vascas y los últimos consensos que parecen por fin propiciar lo que podemos calificar como uno de los proyectos de más largo aliento de nuestra Comunidad Autónoma quizá en décadas. El diputado general, junto al alcalde Gorordo, realizaron un ejercicio de anticipación necesaria, estrategia que fue activada en paralelo, por lo que en aquellos días, y con toda la propiedad del vocablo se calificaba de «cajas hermanas», esto es, las dos guipuzcoanas y las dos alavesas. El reto fue asumido por las instancias decisorias correspondientes, léase las políticas, con el obvio beneplácito de los equipos técnicos, conscientes en aquellos momentos de que la imparable dinámica de un mundo globalizado elevaba el factor tamaño a categoría de necesidad. Sin fracturas, a la bondad económica debía agregarse, como así fue, la decisión política. Bajo las pautas negociadas en el seno de la Federación Vasca de Cajas, primero, y a nivel provincial después, las estrategias diseñadas conjuntamente con el consultor McKinsey fueron alumbrando las nuevas entidades —una por territorio histórico— como primero de los dos pasos sucesivos a abordar hasta alcanzar la meta del único y gran Banco vasco. Para 1990 se había consolidado silenciosa y eficazmente la etapa intraprovincial, en principio la más complicada y de mayores solapa© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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mientos, dejando para los meses siguientes la que sobre el papel se veía como menos problemática: la fusión interprovincial. A lo largo de las dos últimas décadas, la trayectoria de las tres Cajas provinciales ha dibujado una historia de éxito, donde la robustez en los fundamentales se ha visto complementada con un crecimiento y expansión razonables en el negocio tradicional, facultando al factor «error y prueba» el retorno a los cuarteles de invierno cuando este arreciaba y las circunstancias lo requerían. Tal vez un exceso de protagonismo en la pasarela de las grandes participaciones industriales, a pesar de que el éxito haya coronado sonoramente la mayoría de las incursiones, lo cual no debería sentar las bases de nuevas aventuras atípicas. En cuanto a la fusión «a uno» prevista como escenario inmediato en la planificación originaria, esta se ha visto relegada e incluso truncada en repetidas ocasiones por los mismos condicionantes que en su momento favorecieron armoniosamente la primera: complejas razones y factores políticos que en la hora actual parecen disiparse hasta desaparecer. La justificación de la fusión —virtual o total— ha sido descrita por sus impulsores faciales, los presidentes de las tres Cajas, en repetidas ocasiones y son explicativas por sí mismas. La gran crisis global que arrancó en 2008 y que amenaza con perpetuarse, no hizo sino echar leña al fuego argumental hasta convertirse en un discurso obvio y apabullante. La caída de los márgenes, los recortes generalizados de liquidez, la infravaloración de activos, el entorno generalizado de reestructuración de entidades, la débil generación interna de capital, son factores que se han visto acompañados meses atrás por una maniobra imprevista de las autoridades monetarias con el ánimo de restablecer la credibilidad exterior del sistema financiero, aumentando los requerimientos de su solvencia con un sesgo indiscriminado en detrimento del subsector de las Cajas de Ahorro. A ello se une la necesidad de optimizar los recursos de gestión, siempre escasos, y la obtención junto a las obvias economías de escala de una talla mínima para acometer proyectos de expansión y no quedar excluidos de determinados escenarios de competición. Los acuerdos alcanzados al día de hoy, conocidos en su concepto pero no en sus matices y alcance, que se trasladan a los consejos y asambleas, órganos soberanos de las cajas, anticipan una salida airosa a la decisión de integración que se someterá a la mayoría cualificada de las asambleas en este mes de septiembre. Acuerdos, por cierto que tocan a partes esenciales de la profesión: su personal, obra social y titularidad. De los colaboradores subrayar su sobresaliente afección societaria e insuperable cualificación. De la Obra Social, agregar que, aunque © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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la propia ciudadanía despoje paulatinamente al sector privado del principio de subsidiariedad —calificado de caduco— en beneficio de la iniciativa pública, la inercia de centurias de acción benéfica no debe dejar desvalidos a millares de beneficiarios, sobre todo a los más desfavorecidos. De la titularidad, solo mostrar un resignado conformismo. La historia dirá si el rostro jurídico de un banco igualará a unas entidades que en su día fueron la admiración de Europa y la envidia de la Banca concurrente. En suma, si como es de esperar, el proyecto, salvadas las necesarias cesiones de todas las partes, se corona con éxito, se tratará de un acuerdo histórico que alumbrará una entidad equilibrada, poderosa, y llamada a generar, como lo ha hecho en el pasado, productos y servicios de gran contenido social. Los clientes, de los que se ha hablado muy poco en el proceso, contemplan expectantes qué les deparará la nueva marca. (14 de septiembre de 2011)

Desahucios y regulación hipotecaria La acumulación de ejecuciones hipotecarias registradas en España (350.000 desde 2008, 14 diarias en Euskadi) ha provocado un creciente sentimiento de repulsa ciudadana hacia el sector bancario, bajo el argumento de que quienes tanto han recibido del contribuyente para su rescate —la aportación media del ciudadano español al rescate bancario se cifra en 1.800 euros—, deben colaborar ahora en paliar las necesidades de aquellos que, a causa de la pérdida de la vivienda, se ven conducidos a la exclusión social. Según esta visión, las ayudas públicas no se han extendido más que a una de las partes de la relación inmobiliaria, dejando al deudor en manifiesta indefensión ante una crisis de la que no se siente responsable. Desde la cobertura moral al más frágil y necesitado, las líneas que siguen pretenden indagar en las raíces del problema, presentar algunas propuestas para superar la actual alarma social y alertar de que ayudas bancarias y apoyo al ciudadano en situación de precariedad no son medidas alternativas o excluyentes, sino complementarias. El estallido de la burbuja en 2008 dejó al descubierto las carencias de nuestro modelo inmobiliario. Exceso de confianza en los adquirentes de un hogar con el que cumplían un sueño tan legítimo como frágil junto a unas prácticas bancarias en muchas ocasiones irresponsables al no medir adecuadamente las posibilidades financieras de sus © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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prestatarios, bajo una plataforma eufórica de liquidez derivada de la buena calificación del riesgo del país, que atraía hacia nuestros bancos a toda suerte de capitales. Unos supervisores laxos y la bomba Lehman aportaron el resto. La crisis ha llevado a que un buen número de ciudadanos sobreendeudados se vean incapaces de hacer frente al pago de sus préstamos. Los desalojos se han convertido en penosa actualidad. Frente a ello, determinadas iniciativas coinciden en la necesidad de reforzar la protección del hipotecado. De gran interés resulta un informe de este mismo año titulado «Crisis económica y deudores hipotecarios: actuaciones y propuestas del Defensor del Pueblo», en el que se analiza certeramente la situación, que se cierra con un capítulo de propuestas. El borrador de la Comisión Europea sobre «Créditos hipotecarios» vierte igualmente pautas y líneas de resolución aunque se encuentra en trámite de debate. Pero es quizá el documento redactado por seis magistrados del Consejo General del Poder Judicial —no asumido oficialmente por este órgano— el que plantea las propuestas más avanzadas e innovadoras. Tras reconocer los tímidos pasos dados por el regulador en los últimos tiempos, los califica de insuficientes y en cualquier caso de no repartir equitativamente las consecuencias de la crisis económica. El equipo de magistrados destaca una serie de medidas que deberían ser adoptadas (18 en total) que van desde la determinación del concepto de «deudor hipotecario de buena fe», hasta la creación de comisiones mixtas para favorecer soluciones en torno a una salida negociada. Otras pasarían por la admisión imperativa de la dación en pago, la posibilidad del deudor de disponer de un catálogo de motivos de exposición, la atribución al juez de facultades para acordar moratorias, el establecimiento de periodos de carencia en la amortización de la deuda o la ampliación de supuestos en que el prestatario puede continuar utilizando la vivienda mediante el pago de un canon. Se trata de un breve documento que, aunque cuestionado, es de lectura obligada. Pero la aplicación de normas más severas en protección del hipotecado de buena fe, entre las que destacaría la admisión de la «dación en pago» conduce igualmente a evaluar el impacto que dicha medida puede tener en los libros de la Banca. El regulador/supervisor del sector bancario deberá juzgar en qué medida las quitas que la decisión pudiera acarrear amenazan la precaria salud de un sector que se encuentra en el epicentro de la crisis. En particular, el carácter retroactivo de la resolución podría tener unas consecuencias cuyo alcance resulta difícil adivinar. Lo que no es aritmética ni políticamente correcto es cerrar los ojos sin tener una estimación de sus efectos económicos. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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Una última consideración. Es hora de desterrar de una vez por todas el genérico «bancos» y sustituirlo adecuadamente por este o aquel banco, por uno eficaz y diligente, y otro desnortado y dañino. Y tener bien claro que el rescate al sector, uno que tiene una incidencia sistémica incomparable, se realiza no por amor a los bancos sino por responsabilidad hacia los agentes involucrados en el mismo, muy en particular hacia sus depositantes. No todas las entidades financieras han sido rescatadas y por lo tanto solo unas concretas han dispuesto de los fondos del contribuyente. Esos bancos están nacionalizados y es de esperar que, más pronto que tarde, una vez privatizados, el Estado, esto es el contribuyente, recupere las cantidades adelantadas. (4 de noviembre de 2012)

Kutxabank: ¿bicicleta o Ferrari? La noticia de la fulminante terminación del mandato de Mario Fernández como primer ejecutivo de Kutxabank y su relevo por Gregorio Villalabeitia suscita alguna reflexión acerca de la todavía corta aunque muy exitosa andadura de nuestra entidad financiera. Aún está reciente el tintineo de los brindis y la sonora salva de salutaciones y enhorabuenas volcadas en el banco propiedad de las tres Cajas vascas —ahora fundaciones—, como consecuencia de las últimas evaluaciones del Banco Central Europeo a cuya supervisión se somete de ahora en adelante el Banco vasco. Kutxabank es la entidad financiera más solvente del Estado español, liderato que ha mantenido en las tres pruebas de esfuerzo sucesivas a las que ha debido someterse. Kutxabank dibuja, en consecuencia, una ejecutoria breve en el tiempo, pero firmemente anclada en un lecho de solvencia, que se exhibe como la más representativa de sus señas de identidad. La pregunta inmediata remite a cómo ha podido zanjarse la exitosa trayectoria de mando del banco de cajas, ahora que quizá se halla este en el epicentro de una controversia legal de consecuencias económicas espectaculares que afectan tanto al crecimiento futuro de la entidad como a la continuación de su «arraigo» en el país, aspecto al que distintas fuerzas —con razón— vienen reiteradamente aludiendo como pieza clave de su misión y razón de ser. Recordemos que Mario Fernández aterriza en BBK, el accionista de referencia de Kutxabank, en julio de 2009, cuando la crisis económica azotaba ya de forma inequívoca nuestra economía, con el encargo de solventar de una vez por todas las desavenencias observadas con Vital © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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y sobre todo con Kutxa de Gipuzkoa, y concluir una fusión honorable para todos sus socios, sonoramente fallida en dos intentos anteriores. En el verano de 2011 se eleva la fumata blanca. Se firma el protocolo de integración y la nueva entidad, Kutxabank, inicia su andadura el 1 de enero de 2012. La discutible adquisición de Cajasur en 2010 es un ejemplo puntual del esquema empresarial del presidente, que cifra en el crecimiento no orgánico —fusiones y adquisiciones— la clave para descolgarse de una liga de alevines y meritorios, con tamaño y posibilidades menguadas, e incorporarse a la liga de las estrellas, empeño para el que resultaba absolutamente central el concepto tamaño, acompañado —eso sí— por los de eficacia operativa y solvencia patrimonial. Las hemerotecas de la época contienen diversas referencias a este discurso. En junio de 2012 se produce, sin embargo, un hecho histórico excepcional. La prima de riesgo española se dispara y se encienden todas las alarmas. Los inversores institucionales anuncian su rechazo a acudir a las renovaciones de la deuda soberana española y, en consecuencia, España está a punto de producir un impago exterior equivalente a su quiebra financiera. A partir de este hito, Kutxabank, un ejemplo de buena gestión, prudencia financiera y solvencia consolidada se va a ver afectada indirectamente, por el escándalo de un buen número de cajas insolventes que, tras el monumental fiasco de Bankia, obligan al Gobierno de la nación a llamar a las puertas de Bruselas solicitando un rescate financiero que finalmente se cifraría en 42.000 millones de euros. El préstamo contenía, como era de esperar, un programa de condicionalidades, una de las cuales, la vigésima del así llamado «Memorando de entendimiento» exigía al Ejecutivo de Madrid una legislación ad  hoc, limitando en el futuro el papel de las Cajas de Ahorro como accionistas de las entidades de crédito a las que debían trasladar su operativa bancaria, y reducir drásticamente su «capacidad de control». La condición 20 afecta al sector y no excluye a nadie. Tampoco a Kutxabank. En enero de 2013, la Comisión Europea alude al proyecto de la ley de Cajas y Fundaciones recordando que el Banco de España debe procurar mediante norma que las Cajas convertidas en Fundaciones Bancarias no superen el 30% del capital de los bancos a los que obligatoriamente han volcado su negocio financiero. Para ello, el Banco de España exigirá un protocolo de gestión y, en su caso, la creación de un fondo de reserva penalizante —por no decir disuasorio— en las Fundaciones, si estas persistieran en el deseo de mantener su participación accionarial. Aprobada la ley faltaba aún la circular del Banco © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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de España que ponía cifras a esta penalización abstracta. Días atrás se ha dado a conocer el borrador de la circular, sujeto ahora al trámite de discusión. En este proceso itinerante desde las disposiciones generales emanadas de la Comisión Europea hasta la materialización de las posibles penalizaciones, el presidente de la BBK, postula, el 21 de febrero de este año, en los salones del Hotel Ercilla, un plan para proceder a una venta ordenada de las acciones de Kutxabank en un periodo de entre 3 y 5 años que incluía su salida a Bolsa. El plan, una propuesta personal de Mario Fernández, carente de consenso, sorprendería así a los accionistas del banco. Dejando de lado la posición de Bildu en Gipuzkoa, los nueve últimos meses han representado una historia de desencuentros entre el presidente de Kutxabank y sus interlocutores políticos. La tesis del primero es que sin crecimiento sigue siendo imposible competir en un mundo ultra competitivo, globalizado y de márgenes financieros irrisorios, y mantener el privilegiado statu quo actual. El modelo actual representa según el ya ex mandatario vizcaíno «ir a pedales en un mercado con­curri­do por “ferraris”». La gran amenaza del borrador de la circular del Banco de España parece desvanecerse y no se considerará la actuación de las tres Cajas vascas como «concertada». De haberse considerado así, que las tres Fundaciones propietarias de Kutxabank constituyen una única unidad de decisión, el fondo necesario para mantener sus participaciones actuales en Kutxabank sin rebaja alguna hubiera sido del orden de 700 millones de euros. Si ahora BBK desea mantener su porcentaje en Kutxabank del 57%, sin reducirla al 49%, el fondo a crear en BBK será del orden de los 300 millones. Algo también a valorar. Si, por el contrario, vende el 7% en litigio, su precio en mercado podría rondar los 400 millones de euros, un ingreso atípico nada despreciable. Mario Fernández se va porque ha sucumbido al síndrome de soledad tipificado en los manuales. La del mandatario que repite una y otra vez que no es posible progresar «a pedales», obteniendo el silencio por respuesta. Los accionistas no secundan su modelo y lo objetan en privado. También lo desautoriza públicamente el lehendakari Urkullu. El pacto de gestión se ha resuelto posiblemente con unas conductas razonadas en el tiempo y en todo caso sin estridencias. La pregunta del millón es si un Banco como Kutxabank, falto de un mecanismo de capitalización recurrente, una isla sin recurso a la Bolsa o a la diversificación accionarial, puede hacer honor a su repetido y aireado «arraigo» y sobrevivir armónicamente en el futuro. Los accionistas piensan que sí. Bildu, también. Ellos deben, sin duda, asumir que © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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las razones invocadas para la fusión de Cajas en 2012 para crear economías de escala, luchar contra el estrechamiento de márgenes y multiplicar su dimensión y su músculo en un mundo global donde el tamaño sí importaba, ya no siguen vigentes. Que el imperativo de un mayor balance, que fue el argumento central dos años atrás para superar reticencias y promover el acuerdo de integración, se ha esfumado de golpe. Que la corpulencia relativa en un escenario de Bancos-Ferrari ya no es un factor a considerar. Que lo que era apodíctico meses atrás se ha tornado intrascendente. Hoy tomará posesión del cargo de presidente de Kutxabank Gregorio Villalabeitia. Un lujo de banquero para presidir nuestra entidad financiera de referencia. Mario Fernández, sin ningún ápice de duda, también lo ha sido. (28 de noviembre de 2014)

Banco Madrid Si es usted uno de los señalados por el dedo de la fortuna y hubiese contado unas semanas atrás con un patrimonio financiero, digamos, superior a los 100.000 euros, el Banco Madrid habría sido una excelente contrapartida. Al menos en apariencia. El ratio de solvencia del banco era del 38,40% y su tasa de morosidad del 1,92%, baremos so­ bresa­lien­tes comparados con el 12,10% y el 13,61, respectivamente, medios del sector. Justo lo congruente con una vitola de solidez, prudencia, liquidez y honorabilidad. Banco Madrid es una filial de Banca Privada de Andorra (BPA). El 10 de marzo pasado el organismo de resolución de delitos financieros americano, FinCen, publicó una nota en la que explicita sin ningún tipo de ambigüedades que «durante años, altos directivos del BPA, de forma consciente, han facilitado el blanqueo de dinero de intermediarios que actúan en representación de organizaciones criminales», trasladando sus efectos, una vez blanqueados los fondos, al sistema financiero americano. Ahí arranca la tormenta ibérica. Tras la retirada masiva de fondos por parte de los depositantes de la entidad andorrana, los supervisores del principado intervienen la entidad y congelan la disposición de fondos, eso que en el argot se denomina jocosamente «el corralito» financiero. Al viernes siguiente llegaba la primera actuación de carácter penal, con el arresto de Joan Pau Miquel Prats, consejero delegado de BPA y también consejero delegado de su filial Banco Madrid. Miquel Prats © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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está actualmente en las dependencias de la comisaría de la policía de Andorra como paso previo a su puesta a disposición judicial. Como es lógico e imperativo, la reacción de las autoridades españolas no se hizo esperar. El Banco de España acepta la dimisión del consejo de Banco Madrid y designa nuevos administradores. Entretanto, las masiva retiradas de fondos de clientes afectan la capacidad para hacer frente al cumplimiento de las obligaciones de Banco Madrid. Una vez que el FROB interpreta que la resolución de la entidad no es tarea de su incumbencia, los nuevos administradores deciden que «la única forma de asegurar un trato igual de los depositantes y demás acreedores de Banco Madrid pasa por solicitar el concurso de acreedores de la entidad». Este repaso de moviola da pie a algunas consideraciones. Para empezar, hay que destacar y aplaudir el talante expeditivo de la administración americana en la persecución del crimen organizado. Nadie lo hace con la determinación que profesa el supervisor yanqui dejando en evidencia la tibieza de Europa y otras áreas geográficas con su tolerancia y permisividad en relación con los paraísos fiscales. Paralelamente, y en lo que afecta al escenario español, la denuncia del FinCen ha actuado como un potente revulsivo que ha propiciado una nueva investigación de Banco Madrid —donde también existen inequívocos indicios de connivencia en el blanqueo de dinero— con criterios de mayor urgencia y rigor, en especial con los colectivos de mayor peligrosidad entre los que figuran los ex cargos políticos. Además de haber evidenciado la relajación del Sepblac español, con la irrupción de la fiscalía anticorrupción, la unidad de delincuencia económica y fiscal de la policía, y la unidad de apoyo de la Agencia Tributaria, las investigaciones emprendidas no descartan nuevas detenciones y de paso servirán de aviso a navegantes al resto de la profesión bancaria operante en España. Y ¿qué va a pasar con Banco Madrid, sus clientes y resto de agentes afectados? La liquidación ordenada se ofrece aparentemente como una salida única. El Ministerio de Economía no quiere abordar ningún proceso que pueda suponer nuevos costes de rescate para el contribuyente, aunque todo apunta a que los activos realizables satisfarán congruentemente la totalidad de los pasivos exigibles. Los titulares de depósitos hasta 100.000 euros van a ser reembolsados de forma inmediata y los partícipes en fondos y sicavs están fuera de la masa concursal y recibirán el valor efectivo de sus inversiones. Perderán lamentablemente su puesto de trabajo los 260 profesionales que sirven en la entidad. ¿Podría haberse hecho cargo interinamente el FROB del Banco Madrid, haber depurado responsabilidades penales, haber regulari© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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zado los balances conforme a la normativa vigente y haber cedido después la entidad a algún grupo bancario? Presumiblemente la respuesta es negativa porque, sin duda, el ministro De Guindos ya habrá tanteado esa posibilidad con los grandes capos del sector habiendo obtenido el vacío por respuesta. Nadie sabe realmente lo que puede acabar apareciendo en Banco Madrid y aún queda por cifrar el importe final de la multa aplicada por la administración americana a la matriz andorrana y en qué manera afectará este extremo al patrimonio del grupo, incluido Banco Madrid. Se habla de 340 millones de euros. En 2014, BPA registró un saldo excedente de 70,4 millones de euros, que alimentan un balance de 240 millones en activos. El resultado de Banco Madrid en 2014 fue de 9,1 millones de euros. Nadie quiere asumir esa incertidumbre. Y una pista final. Se acerca el momento de la aplicación de la nueva normativa europea por la que serán los diversos agentes implicados en el pasivo de un banco y no los contribuyentes quienes resuelvan sus futuros problemas de insolvencia. En lo sucesivo, los ciudadanos harán bien en meditar detenidamente a qué banco confían sus ahorros. (22 de marzo de 2015)

El teorema de la imposibilidad En ocasiones una idea expresada con sencillez ayuda a comprender una realidad compleja. Es el caso del «Teorema de la imposibilidad de la economía global» de Dani Rodrik. El teorema en cuestión postula que democracia, soberanía nacional e integración económica global son conceptos juntamente incompatibles. Podemos combinar indistintamente dos de los tres, pero nunca los tres simultáneamente de una forma satisfactoria. Dani Rodrik es un respetado profesor de Ciencias Sociales en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Princeton. Su obsesión consiste en la paradoja de la globalización. Ya se sabe, la globalización, ese tsunami imparable que derriba proteccionismos y arrasa las lindes de las fronteras haciendo del planeta Tierra una aldea global. La globalización es la hidra de las siete cabezas para aquellos movimientos sociales que, habiéndola situado en el epicentro de sus anatemas, se autoproclaman «antiglobalización», porque hace décadas que la izquierda radical, y otras líneas de pensamiento que no lo son tanto, cayeron en la cuenta de que el auténtico enemigo de la economía social en todo su arco de coloridos no es el liberalismo sino la globalización. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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O, mejor aún, que liberalismo y globalización son dos episodios sucesivos de un mismo concepto económico. Pero veamos cómo se debate lo que también se conoce como el «trilema político de la economía mundial». Rodrik parte del supuesto de que una integración profunda de áreas económicas requiere, como requisito primario, la eliminación de los costes transaccionales y financieros que se producen en los intercambios transfronterizos. Es el primer paso que se aborda en las áreas de libre comercio, en las uniones aduaneras o en las uniones económicas y monetarias que aspiran a la integración total. Y obsérvese la expresión «que aspiran», ya que hoy por hoy, en este nuestro imperfecto planeta no existe un área de esas características. Justamente, los actuales Estados-Nación son una fuente individualizada de costes transaccionales. Cada Estado-Nación representa un riesgo soberano de una determinada calidad y en su independencia previene una regulación y una supervisión globales, y en mayor medida aún, un fondo de garantía común. La disfuncionalidad del sistema financiero mundial, por ejemplo, aunque se diga liberalizado y globalizado, reside justamente en los costes transaccionales referidos, que siguen vigentes en numerosos de sus flancos. ¿Cómo queremos proceder? Según Dani Rodrik, una primera opción viene representada por el federalismo global, una mutualización política y económica planetaria en la que la globalidad de los mercados venga precedida e inmersa en una globalidad democrática. Naturalmente, esta posibilidad solamente puede calificarse de quimérica, al encontrar insalvables intereses contrapuestos entre países pobres y ricos, entre naciones fuertes e influyentes y aquellas otras sin especial relevancia política ni destacado peso económico. Como ha demostrado la Unión Monetaria Europea en el transcurso de la gran crisis iniciada en 2008, ni una incipiente mutualización, ni mucho menos un anhelo federalista han conseguido cuajar en esta Europa de los halcones centrales y de las palomas periféricas. Una segunda opción reside en el mantenimiento de los Estados nacionales, pero rebajando el calado democrático y representativo de las instituciones nacionales —sus parlamentos y leyes, sus decisiones gubernamentales— en aras de su sometimiento a un valor superior concretado en los objetivos y necesidades de la economía internacional y de las fuerzas que, de un modo u otro, les cedan la palabra y les otorguen esa representación práctica. Así, el mantenimiento del sistema patrón oro y, en menor medida, el de patrón cambios oro o el experimento de la convertibilidad paritaria peso-dólar en Argentina que condujo al colapso de la economía de esta última. La libertad económica nacional se inmola en aras de un pretendido «principio» económico superior. Los © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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niveles de reservas de divisas y, aún de empleo y producción, se sacrifican a una aparente ley insoslayable, hasta el estallido de la idea. Una tercera y última opción es la que responde en parte a la reacción presente de un buen número de países, rebajando la ambición por un mundo globalizado. Limitamos la globalización acudiendo selectivamente a los controles de capital, los acuerdos tarifarios y a las restricciones a los movimientos de personas. Incurrimos, en la medida en la que ello sea posible, en devaluaciones competitivas y tratamos de rescatar tonelaje democrático y soberanía nacional a costa de una globalización sospechosa que no nos acaba de seducir. Concluye Dani Rodrik que cualquier reforma del sistema monetario internacional debe tener en cuenta este trilema. Si el mundo aspira a una mayor globalización, en la confianza de que ello acarrea mayores niveles de bienestar a la ciudadanía, habrá que ceder algo de democracia o algo de soberanía nacional. Pretender simultanear los tres valores a un mismo tiempo es un imposible. El olvido de este trilema inmutable nos hace perder perspectiva cuando analizamos, por ejemplo, la presente cruzada helénica, que negocia el acceso a las arcas de «El Dorado» comunitario, reivindicando simultáneamente su autonomía democrática y la innegociable supremacía de su soberanía nacional, derivada del último resultado de sus urnas. No es posible. (27 de marzo de 2015)

¿Divide China a Occidente? Algo se ha movido en la geoeconomía mundial desatando las alarmas de Washington. Se trata de la creación del Banco Asiático de Inversiones en Infraestructuras (Asian Infrastructure Investment Bank), en adelante BAII. El BAII es una institución financiera promovida por el Gobierno de China. El objetivo del nuevo banco multilateral de desarrollo es la financiación de proyectos de infraestructura en la región asiática. En octubre de 2014, 21 países asiáticos firmaron en Pekín el «memorando de entendimiento» del nuevo banco. Pero han sido, sobre todo, los países occidentales que han pactado en este mes de marzo pasado su participación en el BAII los que han provocado las iras de Estados Unidos, revolucionando el actual mapa de la gobernanza financiera mundial. La idea del BAII es necesariamente buena, en una región que necesita inversiones en infraestructuras de retornos inmediatos, para se© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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guir sustentando el crecimiento de sus países, y muy en particular para despertar el de aquellos más necesitados, cuyos habitantes permanecen atrapados en la insoportable trampa de la pobreza y que dependen desesperadamente de tales recursos. El hecho de que China quiera aplicar parte de sus 3,8 billones de dólares de reservas a la causa del desarrollo asiático sería, sin más, una buena noticia. Pero a la valoración positiva que nace del sentido común se contraponen los intereses geoeconómicos y geopolíticos y las estrategias de influencias que nunca se hallan ociosas. La Casa Blanca, como cabía esperar, considera la iniciativa innecesaria y provocadora. Después de todo —señala— ya existen instituciones multilaterales con décadas de experiencia tales como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y, en lo que se refiere al continente asiático, el Banco Asiático de Desarrollo. Adicionalmente, esgrime como argumento ético central la duda de si el BAII será capaz de incorporar unos estándares de gobernanza medioambiental y social suficientes y si China no ejercerá un derecho de veto de facto en todas las decisiones del banco, algo desmentido por las autoridades del país promotor. De ahí que Estados Unidos haya presionado a sus aliados históricos para que eviten formar parte de aquellas nuevas instituciones que, como el BAII, erosionan su influencia económica global. Las gestiones de la Casa Blanca han sido infructuosas. A principios de marzo pasado Gran Bretaña anunció súbitamente su participación en el BAII, una colisión entre aliados estratégicos que ha suscitado las más duras críticas por parte de la administración Obama. El 17 de marzo, los ministros de Finanzas de Alemania, Francia e Italia anunciaron igualmente que los tres países aceptarían la invitación china de constituirse en miembros fundadores del BAII. A pesar de las objeciones de Washington, otros países como Australia y Corea del Sur pueden unirse en cualquier momento al megaproyecto asiático. Las razones de la incorporación del Reino Unido, Alemania y, en menor medida, Francia e Italia no se han basado ni en un antagonismo inexistente con Estados Unidos ni tampoco en el amor incondicional al proyecto del Banco Asiático como tal, sino en la imperiosa necesidad de estrechar lazos con el coloso chino, dado el apabullante peso que este último mantiene ya en los intercambios económicos con la Unión Europea. Como es patente, la verdadera preocupación de la administración americana es que China erija unas instituciones que debiliten progresivamente la influencia estadounidense en la economía global. También se cita la inquietud legítima acerca de la emergencia del yuan como moneda vehículo que amenace la dominación secular del dólar, un privile© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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gio que ha resultado esencial para la prosperidad económica de América. Pero estas alarmas constituyen en sí mismas el diagnóstico de una situación geoestratégica inestable y, en su caso, insostenible. En efecto, en primer lugar, la influencia ejercida por Estados Unidos y sus aliados japoneses y europeos en las instituciones multilaterales existentes no se corresponde ya con el peso de dichas potencias en el concierto económico mundial. Como consecuencia de lo anterior, resulta incomprensible e injustificable la marginación en términos de peso de voto a la que se ha sometido a las potencias emergentes, en particular a China, en el gobierno de las instituciones multilaterales vigentes. En el Banco Mundial el voto de China representa el 4,9% frente al 16,3% de Estados Unidos. En el FMI es del 2,5%. Una consideración adicional reside en el retroceso experimentado por el Fondo Monetario Internacional en el manejo y canalización de los flujos financieros internacionales. Las reservas mundiales de divisas ascienden hoy a doce billones de dólares frente a los dos billones de finales del milenio. Los recursos del FMI se reducen a un billón. Las inmensas reservas chinas pueden impulsar al continente asiático en la dirección correcta. El mundo discurre con su dinámica imparable. Washington contempla al BAII como parte de una arquitectura internacional de desarrollo que amenaza su hegemonía en las instituciones y por eso la veta. Pero no hay sitio para un veto que no está fundamentado. La geopolítica precisa de una acomodación inteligente a las nuevas relaciones de poder y la creación del BAII puede cabalmente conceptuarse, en consecuencia, como un hito de responsabilidad y progreso en la gobernanza mundial. (6 de abril de 2015)

El Acuerdo Comercial Transatlántico (TTIP) La curiosidad acerca de las causas del crecimiento y desarrollo de los pueblos es tan antigua como la propia profesión económica y fue la razón de que en 1776 Adam Smith escribiera La riqueza de las naciones. La indagación acerca de los efectos de la integración económica surge en los años 30 del siglo pasado con los trabajos de Fritz M­achlup y Eli Hecksher, entre otros, enriquecida con posterioridad por autores como Jacob Viener o Bela Balassa. La doctrina, en el sentido actual, establece que el ensanchamiento de las áreas de intercambio y la reducción o eliminación de barreras de toda índole entre naciones es una fuente de progreso económico y social. Se basa en que la reducción conjunta de © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



SELECCIÓN DE ARTÍCULOS.  Miscelánea 603

precios para distribuidores y consumidores incrementa la productividad de los Estados asociados. Al hilo de dicha enseñanza cabe juzgar como razonable y oportuno que Estados Unidos y la Unión Europea, que suman un total de 5,5 billones de dólares anuales en sus ventas comerciales recíprocas, hayan concertado recientemente el estudio de un proyecto que gira bajo el nombre de Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (en adelante, TTIP, que son sus siglas en inglés). El objetivo del TTIP es la creación de un área de libre comercio, con la abolición de las trabas comerciales aduaneras y no aduaneras entre los Estados Unidos y la Unión Europea. El origen del proyecto de acuerdo se sitúa en febrero de 2013, como continuación a las actividades desarrolladas por el Grupo de trabajo de alto nivel, formado por Bruselas y Washington en 2011. El TTIP se encuentra en pleno proceso negociador. La octava ronda negociadora tuvo lugar en Bruselas en febrero pasado. Recordemos que algunas áreas de libre comercio actualmente en funcionamiento son, además de la Unión Europea, ASEAN, NAFTA, Comunidad Andina, Mercosur, CAFTA y una larga lista de pactos de menor alcance. Pero a la experiencia positiva acumulada de los acontecimientos pasados se contrapone la duda promovida por una vasta representación de la sociedad civil, de los movimientos antisistema o de determinadas formaciones políticas. Apenas hay ONG de desarrollo o partido político que tenga a gala lucir la etiqueta progresista o radical que no enarbole la bandera del «no» rotundo al área de libre comercio transatlántico. Sin ir más lejos, el próximo 18 de abril se celebra el día de «acción global» contra el TTIP que será secundado en varias ciudades españolas. Dicha jornada constituye un eslabón más de una movilización organizada en ambas orillas del Atlántico por grupos que exigen la suspensión de las negociaciones y el abandono del proyecto de Tratado, en línea con las manifestaciones masivas del 11 de octubre de 2014 y las recientes recogidas millonarias de firmas entregadas al presidente de la Comisión Europea. La pregunta clave es si tales movimientos están fundamentados en razones sólidas de índole económica o social, una vez analizados sus componentes de bondad y de eficiencia, o responden más bien a políticas de estatus o de partidismo radical, que tendrían su justificación en los postulados filosóficos subyacentes a los que se deben. Es decir, si el TTIP es perverso en sí mismo o si queda incluido automáticamente en el ámbito de los temas denunciables en función de los valores básicos programáticos que se hallan en la misión de los grupos denunciantes. La respuesta es compleja. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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Las webs ad hoc de las administraciones de Estados Unidos y la Unión Europea exhiben una prolija y detallada información del curso de las negociaciones que chocan con la primera de las objeciones lanzadas por los objetores del proyecto: su secretismo. Dichos sitios oficiales y un buen número de organizaciones profesionales, «fábricas de ideas», académicos o expertos que vuelcan su opinión en los distintos medios de comunicación califican las principales diatribas lanzadas contra el TTPI por sus adversarios de simples «mitos» y contraponen a dichos mitos las correspondientes versiones oficiales desmontando, o al menos poniendo en duda, sus argumentos. Las principales críticas lanzadas contra el TTIP se refieren, por citar solo algunas, al debilitamiento de los esquemas protectores del empleo, la rebaja de los estándares de calidad en los productos alimentarios, la eliminación de todo tipo de reglamentaciones, el poder otorgado a las multinacionales sobre los gobiernos, el agresivo arbitraje extrajudicial, la privatización de los servicios públicos, o la destrucción medioambiental. La negociación progresa entre dificultades y solo los borradores finales debidamente analizados arrojarán la necesaria luz sobre el actual conflicto de opiniones, que permita un juicio ponderado. Entretanto cabe recordar el error que puede resultar de confundir «un» modelo con «el» modelo. La teoría de la integración, y por elevación el mantra de la globalización, presumen de que los países se beneficiarán a medio plazo de sus recetas, privatizando, liberalizando o eliminando barreras. Estas que, en principio, constituyen iniciativas deseables, pueden sin embargo esconder importantes detalles que se vuelvan contra las bondades del modelo. Días atrás, el Parlamento Europeo ha alertado de que el TTIP debe negociarse cuidadosamente para preservar muchos y significativos «de­talles». Es lo correcto. (1 de mayo de 2015)

Sicav: ficciones y realidades La reciente reforma fiscal anunciada en Navarra, entre cuyas novedades se incluye que las sicav paguen más impuestos, ha renovado la actualidad de esas figuras jurídicas y de paso ha resucitado antiguos mitos. Repasemos algunos, solicitando comprensión por los ineludibles tecnicismos. Recordemos que las sicav son unos vehículos de inversión cuyos accionistas son los socios de la sicav. Se dedican estas sociedades a tomar fondos del público para invertirlos en búsqueda de una rentabilidad. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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Cada socio posee un porcentaje del patrimonio total y su beneficio depende de la evolución de ese patrimonio. El primer mito, el más extendido —incluso entre un alto número de partidos políticos— es que, siendo utilizadas predominantemente por las grandes fortunas españolas, las sicav gozan del insufrible privilegio de cotizar por sus beneficios en el Impuesto sobre Sociedades al irrisorio tipo del 1% en lugar del tipo general aplicado al resto de sociedades que es el 28%. De esta manera las sicav son juzgadas por muchos como una herramienta legal de los millonarios para eludir el pago de impuestos. La realidad es bien distinta: la aplicación del 1% no exime del pago de impuestos, sino que estos se satisfacen en el momento de la distribución de los beneficios obtenidos. El concepto clave es ese: el pago del impuesto se retrasa, pero no se condona. Cuando un inversor venda sus acciones de la sicav, o sea, cuando recupere su inversión, las plusvalías o beneficios generados desde la entrada en la misma hasta su salida tributarán en el IRPF al tipo fijado para las rentas de capital, una hor­ quilla escalable que va del 20 al 25%. De esta forma, el medio millón de accionistas de las sicav españolas se acogen a la posposición del pago del impuesto en iguales condiciones que los nueve millones de españoles partícipes en fondos de inversión o de aquellos otros —incontables— que compran directamente acciones en Bolsa. El segundo mito viene referido a la alegación de algunos fervorosos hinchas de las sicav según la cual, aunque su tipo societario sea del 1% de los beneficios obtenidos, en realidad los rendimientos de los activos que estos vehículos obtienen, vienen deducidos o recortados con la retención practicada en origen por la Agencia Tributaria, con lo que, en realidad, tributan bastante por encima del 1%. Inexactitud total, ya que, aunque un determinado rendimiento se perciba neto del impuesto, este será repuesto en idéntica cuantía a la hora de la liquidación final de la declaración del Impuesto sobre Sociedades, para que el tipo efectivo liquidado a la sicav sea precisamente el referido del 1%. Un flanco más vulnerable se adivina al denunciarse que una sicav no es propiamente un vehículo de inversión colectiva y no debe, por tanto, acogerse a sus privilegios. La normativa de las sicav exige que tengan un capital mínimo de 2,4 millones de euros, pero no regula el porcentaje máximo de participación y eso facilita que un único accionista pueda tener la mayoría del capital. Las instituciones de inversión colectiva fueron promovidas bajo una filosofía de socialización, diversificación y profesionalización de la inversión. Mientras la política de los fondos de inversión está fijada en su reglamento, de manera que los partícipes de los fondos de inversión se adhieren pero no modifican esas políticas, un accionista que ostente el control de una sicav so© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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mete a los restantes socios a sus decisiones, lo que desvirtúa la filosofía fundacional de la inversión colectiva. Más aún, en no pocas ocasiones el titular mayoritario de una sicav figura acompañado por un número indeterminado de «mariachis», accionistas de pacotilla y relleno, extremo que, evidentemente, incumple el espíritu de la norma y debe ser corregido y modernizado. La razón atenuante procedería del hecho de que, si bien es cierto que muchas sicav están controladas por grandes patrimonios, también las hay que cotizan en Bolsa y cualquier persona puede ser accionista de ellas acudiendo a los parqués. Un cuarto discurso, que se resuelve con dudas, relata el caso de las sicav domiciliadas en territorio vasco (discurso aplicable ahora a Navarra) con la elevación producida de su tipo de tributación societaria del 1% al 28% en 2009. Se esfumaron las sicav de la geografía vasca, huyendo hacia jurisdicciones fiscales más laxas, y se debate si tal medida fue oportuna y satisfactoria. El caso admite dos consideraciones. La primera se refiere a la generación de riqueza y creación de puestos de trabajo. Los órganos de gobierno de las sicav y los gestores de sus patrimonios perciben emolumentos que se engloban, junto a un conjunto inducido de bienes y servicios generados por las sicav, en la renta regional del territorio domiciliatario. En este sentido, los políticos deberían afanarse al máximo por atraer a su ámbito fiscal todo tipo de instituciones de inversión colectiva, incluidas las sicav. Pero, si miramos más atentamente, las razones se debilitan, ya que las retenciones practicadas a las sicav vascas en sus inversiones realizadas fuera de Euskadi se quedaban en la Agencia Tributaria estatal, viéndose obligadas las haciendas vascas a compensar a las sicav de aquí por las retenciones practicadas por aquella, subvencionando así, selectivamente, a un colectivo minoritario. Hay más mitos y claroscuros, pero desmontar y reconducir solamente los aquí relatados se antoja una tarea hercúlea y de plazo indeterminado. (14 de noviembre de 2015)

El coste económico del terrorismo Por terrorismo se entiende el uso de la violencia por parte de individuos o grupos para obtener objetivos políticos a través de la intimidación de amplios colectivos más allá de las víctimas inmediatas. Los costes asociados al terrorismo no son homogéneos. Es fácil entender que la incidencia será distinta en un escenario de guerra civil y violencia generalizada en comparación con aquellos contextos defini© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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dos por atentados de baja frecuencia y alto impacto o alternativamente de alta frecuencia e impacto bajo pero sostenido. Analicemos estos supuestos. La actividad terrorista permanece altamente concentrada en cinco países: Irak, Nigeria, Afganistán, Pakistán y Siria. Estos países censan el 78% de la víctimas mortales ocurridas en 2014. Lamentablemente, el terrorismo se extiende por más países. El número de los que han registrado más de 500 muertes ha pasado de 5 a 11, un crecimiento del 120% en relación al año anterior. Todos ellos se desenvuelven en un escenario económico caótico, sin perspectivas de inversión exterior ni crecimiento y los estragos de las acciones terroristas tienen una causalidad directa en su desastrosa situación económica. Diferente es la incidencia en aquellas latitudes geográficas azotadas por un terrorismo de alta frecuencia e impacto bajo pero sostenido. Es el caso de lo acontecido en Israel, Colombia o Euskadi. Abadie y Gardeazabal han investigado minuciosamente el caso vasco, durante el apogeo de la banda terrorista ETA. Los autores concluyen que el terrorismo costó al País Vasco más del 10% del PIB per cápita desde finales de los 60 a mediados de los 90 del pasado siglo. Otros analistas han elevado el porcentaje hasta el 20%. El tercer colectivo —atañe también al reciente atentado de París— se refiere a los escenarios de baja frecuencia y alto impacto. Tres ejemplos destacados, junto al reciente de la capital francesa, son el 11S de 2001 en Nueva York y Washington, el 11M de 2004 en Madrid, o Londres en julio de 2005. En todos los casos se registró un efecto impacto negativo tanto en las Bolsas como en la economía real con caídas del consumo, renta e inversión extranjera. Pero las pérdidas económicas potenciales de los ataques resultaron asumibles a los pocos meses. Con todo, los costes económicos del terrorismo se han incrementado dramáticamente. El Instituto para la Economía y la Paz (IEP) en su «Índice de terrorismo global» de 2015 estima conservadoramente aquellos en la cifra récord en 2014 de 52.900 millones de dólares con un impacto global —entre costes directos e indirectos— de 105.800 millones de dólares. Ello supone un incremento del 61% en relación a 2013 y del mil por cien desde el año 2000. Los costes directos de los ataques terroristas incluyen el valor de las vidas humanas perdidas y el coste de sanación de los heridos, los destrozos de bienes y propiedad, los gastos de limpieza, rescates y recuperación, asistencia temporal a los desplazados, y los impactos directos sobre los negocios —reducción de ventas— fundamentalmente en turismo, medios de desplazamiento y otros servicios. La medición de los costes indirectos es menos tangible y precisa y consiste en la respuesta © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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ocasionada tanto por el sector público como por el privado a los ataques terroristas y, en particular, a su prevención y minimización. En las cifras citadas del IEP no se incluyen los efectos indirectos citados. El hecho de no estar censados en el informe no evita remitirse a su elevado importe económico y extraordinaria importancia. Por ejemplo, en respuesta al 11S, Estados Unidos se lanzó a una guerra de 13 años en Afganistán cuyo coste se estima en 690.000 millones de dólares. La guerra con Irak le ha supuesto 815.000 millones de dólares. Entre las dos ha registrado 6.800 bajas, más del doble de las muertes del 11S. De absoluta actualidad se halla el caso de Francia. Según su ministro de Economía Michel Sapin, Francia quiere destinar 1.200 millones de euros adicionales en 2016 para la lucha contra el yihadismo, 600 en Defensa y otros tantos en Justicia e Interior. Una propuesta aplaudida en el Parlamento y que cuenta con la comprensión de Dijsselbloem y de Moscovici, los veladores en Bruselas de la disciplina presupuestaria francesa. El IEP ha formulado una estimación de los gastos agregados en seguridad nacional, hallando que el mundo gasta aproximadamente 117.000 millones de dólares al año en financiar agencias de seguridad cuyo objeto es la prevención de la actividad terrorista. Hemos señalado anteriormente que los costes económicos directos del terrorismo han alcanzado en 2014 la cifra récord de 53.000 millones de dólares. Por ponerlo en un contexto general, la cifra es irrisoria si se compara con los 1,7 billones de dólares que supone el importe de las pérdidas derivadas de la criminalidad y homicidio común en 2014, siempre según el IEP, una suma 32 veces mayor. Y una consideración final. Hoy lunes arranca en París COP 21, la cumbre en la que 195 países tratarán de cerrar un acuerdo global contra el cambio climático. Sin el menor ánimo de devaluar la importancia del fenómeno de la violencia política, tengo para mí que el terrorismo no va a destruir nuestra civilización. Pero si no se toman las medidas oportunas, el calentamiento global sí que puede hacerlo. (27 de noviembre de 2015)

Por qué ha ganado Donald J. Trump América es un continente de oportunidades inesperadas y sorpresas inexplicables aplicando los estándares de normalidad usuales en otras latitudes. Oportunidades para quien sobre el papel demuestra no merecerlas pero a quien la ciudadanía, desde la intimidad del voto, decide © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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otorgársela, muy a pesar de los pronósticos. La convivencia y la puja social en un plebiscito se revela como una silenciosa jugada de póquer donde es difícil adivinar las cartas del votante y cuáles son sus señas y sus intenciones: y es que una cosa es lo que se dice, otra lo que se piensa y una tercera lo que se vota. No pensaba que Donald Trump pudiese alzarse con la victoria presidencial. Confieso mi sorpresa. Para traducirla me sumo a las palabras pronunciadas ayer por el nobel Paul Krugman, anticipando «que los ciudadanos americanos no votarían finalmente a un candidato con una falta manifiesta de cualificación para la alta política, de temperamento desequilibrado, disparatado y amedrentador». Soy, en suma, uno más entre los millones de personas que estaba del lado de Hillary Clinton, porque las bufonadas que he visto y oído decir y hacer a Donald J. Trump durante la campaña me han puesto los pelos de punta, y porque he pensado que ello era pernicioso, no solo para los ciudadanos americanos, sino para el resto de los moradores del planeta. Cuando meses atrás el magnate neoyorquino anunció sus intenciones de dedicarse a la política, los analistas políticos esbozaron una sonrisa y no daban crédito a lo que escuchaban. Al fin y al cabo, el historial del millonario compareciente en la escena pública no era precisamente modélico y su vasta fortuna había sorteado diversos avatares hasta bordear el abismo de la quiebra. Es de entonces, de donde acuña el cliché de tiburón fiscal, ya que no solo obtuvo sustanciosos créditos fiscales sino que se ha jactado por activa y por pasiva de no pagar los impuestos debidos. Tras su éxito meteórico en el «Supermartes», obtuvo a continuación la nominación republicana para las presidenciales. En la madrugada de ayer se ha convertido en el 45.º presidente de los Estados Unidos de América. Frente al continuismo de Hilary Clinton, Trump ha enarbolado desde el primer instante la bandera de un populismo indisimulado. Rancio y reaccionario populismo de derecha excluyente radical, pero populismo puro, duro e irredento. Como populista, el mago de las torres, casinos y campos de golf prodigiosos pretendió desde el minuto uno de su campaña defender los intereses y aspiraciones del pueblo. Pero no de cualquier manera y con cualquier discurso, sino con la descalificación visceral de los profesionales de la política en ejercicio y con el vapuleo inmisericorde de todas las instituciones públicas existentes. Trump ha hecho gala de un mesianismo confesado con el deseo de provocar la movilización del voto de los descontentos con el establishment, con sus políticas económicas y con los resultados y efectos de dichas políticas. Alentar el clamor de los descontentos como opción © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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antagonista contra la ideología del bloque político dominante y ofrecerse para representarlos: esa ha sido la clave del éxito del populismo trumpiano. Y ¿en qué se basa o dónde radica el referido descontento? En la percepción de amplios segmentos de la clase media estadounidense —sobre todo de raza blanca— de no haber sido beneficiarios de los tan pregonados éxitos de la globalización. Paralelamente, de ser los perdedores de la gran crisis de Wall Street de 2008, sin que la recuperación a base de ayudas y subvenciones multimillonarias les haya reportado a ellos el bálsamo que presume haber compuesto haciendas y trabajos de los demás. Agreguemos a ello el desánimo de los moradores de regiones en declive —zonas extractivas y otras— que en su día gozaron de elevados niveles de vida y hoy sufren el olvido oficial; la inquina respecto del trabajador ilegal, del inmigrante furtivo que trapichea con la economía sumergida y constituye una amenaza desleal para el salario propio; la competencia de los productos chinos y otros de países emergentes que hacen inviable la producción y venta de productos autóctonos en el interior. Ha sido un libre mercado llevado al extremo el que ha causado deslocalizaciones y pérdidas de empresas, llevando a Estados Unidos al declive —sostiene el líder republicano— y por ello hay que detener los grandes tratados de libre comercio, imponer aranceles a los productos chinos, repatriar a emigrantes ilegales y acometer reformas fiscales de signo difuso y contradictorio. Trump, en verdad, ha sabido captar el hartazgo de la sociedad respecto de un establishment que ha acabado identificándose en exceso con Hilary Clinton. Son muchos los factores que han soliviantado a las clases medias. Por ello han visto en el castigo del continuismo y en el voto de ruptura del sistema una probeta de ensayo hacia soluciones nuevas y mejores. «¡Atrás el gran liberalismo americano!», han pensado quienes han votado a Donald Trump, porque ellos personalmente tenían poco que perder y tal vez mucho que ganar. No en vano les ha prometido este 25 millones de nuevos empleos y la renovación vigorosa de las infraestructuras, carreteras, aeropuertos, hospitales y escuelas del país. «Juntos renovaremos el sueño americano. He dedicado mi vida a los negocios, viendo el potencial de la gente por el mundo. Ahora eso es lo que quiero para nuestro país, potenciar su tremendo potencial», ha proclamado el presidente, a quien las cifras parecen no importarle en exceso. Así se ha convertido Trump en el exorcista de la globalización y en el Mesías providencial. Es prematuro juzgar las reacciones de los mercados y en particular las reacciones de partidos, naciones o bloques políticos del planeta. El © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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triunfo del populismo en Estados Unidos dará alas, sin duda, a otros de otras latitudes. Las elecciones francesas están a la vuelta de la esquina. Pero, ahora mismo, hay que esperar, sobre todo, a comprobar algo que va con el ADN de todos los populismos: que la mayoría de sus promesas electorales carecen de sentido práctico, y que, por lo tanto, no pueden llevarse a la práctica. No acierto a imaginar, por ejemplo, que el Congreso republicano autorice la financiación y construcción de una ignominiosa muralla a lo largo de la frontera mexicana. En realidad, no es previsible que la bancada republicana asuma los postulados disparatados del nuevo presidente ni abjure de su propio ideario liberal. Es peligroso, desorientador y engañoso equiparar las gobernanzas europeas con la de las cámaras americanas. Y no es concebible tampoco que un proteccionismo descarnado suma al planeta en una guerra de divisas y aranceles que solo procuraría menor comercio internacional, menor crecimiento económico y, finalmente, paro y recesión. Ahora, Donald Trump solo tiene que hacer una cosa: olvidar lo que ha dicho y hacer lo que él sabe que es pertinente. (10 de noviembre de 2016)

José Ángel Sánchez Asiaín: in memoriam Conocí a José Ángel Sánchez Asiaín al término de mi licenciatura en Ciencias Económicas, en los años 60 de la pasada centuria, cuando le pedí tuviera a bien dirigirme la tesis doctoral. Discurría él ya a medio camino entre la docencia —la cátedra de Hacienda Pública en la Facultad de Sarriko y sus clases en la Universidad de Deusto— y su ya irreversible vocación de banquero en aquel bilbainísimo banco singular que se llamaba Banco de Bilbao. Singular, digo, porque el Banco de Bilbao había abierto sucursales a orillas del Támesis y del Sena muchos años antes de hacerlo en Madrid. El profesor riguroso y el consejero paciente me regalaron palabras de ánimo y directrices de trabajo impagables que inspirarían finalmente, no sin muchos afanes, el trabajo doctoral. Los avatares del destino hicieron que algunos años después tuviéramos alguna relación institucional, estando yo al frente de la Caja de Ahorros Municipal de Bilbao, aunque la soberbia estatura visionaria y gerencial de Sánchez Asiaín como presidente del Banco de Bilbao le convertían en irrepetible. Asiaín era el decano de la Banca vasca. Un banquero para admirar, pero difícil de imitar. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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Como presidente del BB inició con la fallida OPA a Banesto una andadura que él intuyó inexcusable, pero en la que le faltaba experiencia: las economías de escala en un sector banalizado y sobredimensionado sometido a las leyes de una globalización, entonces incipiente pero que se aventuraba irreversible y de una magnitud asoladora. El tamaño como medio para reducir costes de transformación, incrementar la competitividad y prepararse para los retos gigantes del futuro inmediato. Le salió mal y en alguna manera la ciaboga enfilando al eterno rival, el Banco de Vizcaya, se interpretó como una reacción de despecho, una huida unilateral hacia delante, para detener la hemorragia provocada por el inmovilismo. BB era un anfitrión con cierta prisa y BV el invitado conducido por la gélida mano de otro banquero excepcional, aunque por motivos totalmente distintos. La fusión BB-BV, un matrimonio entre culturas antagónicas, resultó ser un parto complicadísimo que arrastraría sus secuelas durante lustros. José Ángel Sánchez Asiaín nunca pudo declamar, a su gusto, el papel de banquero-caballero que era el que conocía a la perfección, en la sórdida trama de cuchilleros de guante blanco en la que derivó la integración operativa. Se fraguaba entonces otra fusión de gran calado regional y emocional como era la de la Caja de Ahorros Vizcaína con la Caja de Ahorros Municipal, que culminaría en febrero de 1990 con el nacimiento de Bilbao Bizkaia Kutxa. La fusión de los bancos vascos era un referente cercano y se trataba de no copiar de sus errores, replicando a ser posible sus virtudes. Hablé con él siendo co-presidente del BBV sobre algunos extremos solicitando su consejo, pero ya se percibía entonces —por su gesto y nunca por las palabras— que la revolución se le había ido de las manos. No en la intención, pero sí en el estilo. Sánchez Asiaín era incapaz de forzar la adhesión de una estrategia si ella de por sí no era meridianamente convincente. Salvando los conceptos, Sánchez Asiaín me recordó en algún momento el talante integrador y moderado que se atribuye a Danton en la Revolución Francesa. Y como al francés, el proyecto nunca le siguió sus mandatos, nunca conservó las proporciones, las equivalencias y el respeto mutuo auspiciado. Finalmente, la revolución, ya se sabe, acaba devorando a sus héroes. Al orillar la actividad bancaria, Asiaín se refugió en la Fundación C­OTEC, una fábrica de vigorosas ideas vanguardistas sobre innovación tecnológica que aglutina a las principales empresas tecnológicas españolas y de la que ha sido presidente hasta mayo de 2012. Los informes anuales C­OTEC son un referente internacional. En los años en los que yo participé activamente en las comisiones de COTEC, saludé ocasionalmente a aquel gran profesor y banquero. Sin perder el brillo de sus © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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ojos y el entusiasmo por las nuevas ideas, Asiaín navegaba por otra dimensión mental. Los grandes hombres empuñan ideas geniales, pero generalmente vagan embozados por la soledad. (2 de enero de 2017)

El asalto de Donald Trump La globalización, que no es sino un neologismo de lo que los clásicos de la economía quisieron instruir acerca de la libre circulación de bienes y factores, ha pasado a ser, en apenas unos meses, de heroína del progreso, a villana convicta a la que se atribuyen todos los males de la crisis, del estancamiento de las economías desarrolladas, de la creciente desigualdad económica y de la injusticia social. El rechazo de la globalización conduce de forma natural al proteccionismo —un concepto decimonónico ya olvidado— y en su versión más tajante al aislacionismo. Si abrir nuestras puertas a terceros, bien sea en materia de tráfico de mercancías, de servicios, de capitales o de personas, se ha vuelto contra nuestros intereses, cerraremos dichas esclusas para restablecer el equilibrio quebrantado. El último episodio de proteccionismo global tuvo lugar en los años treinta del siglo pasado y fue protagonizado por el presidente Hoover. Para combatir la gran crisis del 29, Hoover impulsó a Estados Unidos a una vorágine de aranceles y cupos que no solo ahondó la crisis nacional sino que condujo a la ruina a todos sus socios comerciales. La dinámica de la acción-reacción llevó a estos a represaliarse ante Estados Unidos con análogas medidas de cupos, aranceles y restricciones a los flujos internacionales. Como consecuencia de todo ello la economía americana cayó un 25% en un plazo de cuatro años, y con ella la de las grandes potencias occidentales. La llegada al poder del demócrata F.D. Roosevelt revirtió las consecuencias deflacionistas del proteccionismo y puso a Estados Unidos y a la economía mundial rumbo a una nueva era de crecimiento. El delirio proteccionista ha rebrotado en nuestros días con virulencia de la mano del UKIP y una mayoría del pueblo británico. Pero, sobre todo, y con particular estruendo y una mímica desconcertante de la mano del nuevo presidente de los Estados Unidos, el señor Donald Trump. El particular boletín oficial del Estado del mandatario americano que constituyen sus redes sociales no ha escatimado soflamas en demérito y demonización de la globalización. Por las fisuras de la globalización se habrían colado en Norteamérica todos sus acérrimos enemigos. Ante este descarado caballo de Troya, Trump defiende que «te© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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nemos que proteger nuestras fronteras de los estragos de otros países que fabrican nuestros productos, atracan nuestras compañías y destruyen nuestros puestos de trabajo. Eso es el pasado. La protección conducirá a una gran prosperidad y fortaleza, siguiendo dos simples reglas: compra “americano” y contrata “americano”. Así, recuperaremos nuestras fronteras, nuestros trabajos y nuestros sueños». El asalto que el mandatario americano está realizando a las posiciones del librecambismo mediante la supresión de acuerdos comerciales, deportaciones de emigrantes, veto a los refugiados, construcción de vallas y otras medidas similares, obliga a subrayar algunos aspectos del máximo interés para todos nosotros, porque a todos nos afecta en la hora actual lo que decida la primera potencia económica y militar del planeta. El primero, que todos los segmentos de la población mundial han ganado con la globalización. Branko Milanovic, con su ya popular «curva del elefante», ha hecho inventario de los últimos treinta años: la media global del PIB per cápita del periodo creció un 25%. El del 20% de los más pobres, un 40%. El del 5% de los más ricos, un 60%. El del 60% de la población de los países emergentes, un 70%. Y el del intervalo entre el 75 y el 90% de los más favorecidos, las clases medias occidentales, apenas un 5%. El segundo consiste en el recordatorio de que la globalización ha sido muy beneficiosa para los países pobres y emergentes. Subrayemos que es Estados Unidos y no México quien repudia la globalización. Los cientos o miles de empleos que la industria automovilística americana ha prometido crear a punta de pistola del señor Trump serán otros tantos cientos o miles que dejarán de crearse en México o en otros centros de coste más bajo y más competitivo para la exportación. Añádase a este argumento el efecto de las deportaciones en términos de destrucción de puestos de trabajo. A los doce millones de mexicanos que residen en Estados Unidos hay que sumar una comunidad de origen mexicano de algo más de 30 millones. El tercero, que las desigualdades registradas dentro de los países no tienen por qué ser causadas directamente por la globalización, sino por la falta de competencia de los gobiernos de turno para formar mano de obra cualificada (ganadores) y tolerar los nichos de mano de obra no cualificada (perdedores de la globalización). El cuarto, que a pesar de que la clase media americana ha ganado muy poco con la globalización, su paro es virtualmente inexistente y su nivel de vida es de los más altos del mundo, superior al de Europa o Japón. Por otra parte, la tecnología americana domina el planeta, su industria financiera es puntera y sus universidades lideran el ránking mundial. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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Finalmente, recordar que la retórica de America first («primero, América») se puede confundir con el eslogan de una declaración de guerra económica. Pero el proteccionismo unilateral no contemplará un escenario de terceros países con los brazos cruzados. El mundo de hoy está íntimamente relacionado y la exposición exterior de la balanza de pagos de Estados Unidos es muy significativa. A la guerra de aranceles y contingentes puede unirse otra de divisas. Como ha señalado la can­ciller Merkel, nadie puede ganar la batalla del proteccionismo. Tampoco Estados Unidos. (27 de enero de 2017)

La tasa Ryan-Brady No serán precisos los cien días de cortesía otorgados tradicionalmente por la ciudadanía y los grupos de interés antes de formular su juicio sobre un político recién incorporado a las tareas de gobierno. No lo serán en el caso del presidente de la primera potencia económica y militar del planeta, Donald Trump. Sus modales autoritarios han perfilado el cliché de un personaje insolidario e intolerante del que mucho costará al magnate neoyorquino despojarse. No es fácil descifrar intenciones tolerantes tras las sucesivas humillaciones a México, Gran Bretaña, Alemania, o Irak, o tras las diatribas con China, Irán o Australia, o tras el desdén mostrado hacia la Unión Europea. Tampoco en su desprecio a los emigrantes, refugiados o asilados políticos. Del sentimiento de desánimo y sorpresa general que los primeros días de mandato del presidente Trump han producido, hay que excluir, sin embargo, a un colectivo crítico, como es, nada más y nada menos, el de sus propios electores. Las últimas encuestas arrojan un 55% de adhesiones. Y paradójicamente los índices de sentimiento económico tanto de consumidores como de empresarios en Estados Unidos, se hallan en máximos históricos. Las Bolsas, ya lo sabemos, andan por las nubes, el dólar firme y el paro en el mínimo friccional. ¿Qué papel juega en este catálogo de hitos optimistas el programa económico de Donald Trump, la Trumponomía? Contestando de forma muy resumida, las reformas económicas de Trump giran sobre un plan fiscal consistente en mayor gasto y menores impuestos. Incrementar las deducciones de la renta de las personas de forma dramática y reducir tramos y su tipo impositivo (10, 20 y 25%) es el primero de los anuncios. También proyecta eliminar el tipo de las corpo© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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raciones y sustituirlo, como veremos, por un impuesto sobre las ventas del 20%, con determinadas deducciones. Para nivelar estos recortes —alrededor de un billón de dólares en 10 años— promete bajar el gasto en partidas tan sensibles como la Seguridad Social y el servicio Medicare al tiempo que propone aumentar las asignaciones presupuestarias de todo tipo de infraestructuras y en particular las de Defensa. El plan puede parecer estimulante, pero no hace falta ser un mago para aventurar que, salvo un excepcional crecimiento de las bases imponibles, el recurso al endeudamiento se hará inevitable. ¿Y qué papel juega la proclama central —America first— del proteccionismo? Aquí interviene otra figura fiscal que quiere ser la clave de su reforma: una tasa de ajuste fronterizo, que sustituye al Impuesto sobre Sociedades. Según esta idea, las empresas no obtendrán ninguna deducción sobre los beneficios derivados de las importaciones mientras que los beneficios sobre las exportaciones estarán exentos. El ajuste fronterizo significa que las empresas que importen productos, aunque lo exporten con posterioridad, o lo destinen directamente al mercado americano, no obtendrán ninguna deducción sobre el coste de lo importado. Serán deducibles solamente las compras domésticas y los costes laborales. Todo lo cual equivale, al tipo señalado de impuesto sobre las ventas del 20%, un arancel efectivo del 20% sobre los bienes importados. En vez de girar sobre el beneficio final, el nuevo impuesto se recauda sobre flujos de caja: la caja que entra en la empresa menos la que sale. Trump ha estimado que el impuesto recaudará 1 billón de dólares en 10 años, con el que financiará la construcción de la muralla mexicana. La idea, acariciada en su día por Mervyn King, ex  gobernador del Banco de Inglaterra, tropieza con importantes obstáculos legales. La Organización Mundial del Comercio (OMC) permite a los Estados miembros la adopción de impuestos a determinados bienes que entren en sus fronteras, pero excluye la posibilidad de tratar fiscalmente a un bien doméstico de manera más favorable que a un bien importado. Las denuncias ante la OMC no se harán esperar y el resultado será doble. De una parte, años de litigios y de otro reacciones y represalias que tendrán fatalmente como consecuencia la reducción del comercio mundial y de los niveles de renta. Al «América primero» en poner trabas al comercio seguiría un «China segundo», un «México tercero» y así hasta un «enésimo» plantando cara al gigante americano. Tal vez al magnate neoyorquino tampoco le importaría en exceso abandonar la propia OMC. También se encara con problemas económicos. Una tasa fronteriza tampoco sería favorable para los Estados Unidos, a pesar de que © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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su cuota de dependencia exterior (Importaciones  +  exportaciones: PIB) sea una de las menores del mundo y pueda navegar con alguna ventaja por las aguas de la autarquía. A un gravamen sobre las importaciones del 20% correspondería una apreciación sensible del dólar (hasta del 25%), dado que la tasa reduce la demanda de importaciones y decrece la demanda de divisas extranjeras contra dólar. Esta apreciación no gustará en absoluto a Donald Trump, ya que supondrá un freno a las exportaciones americanas y una depreciación de las inversiones billonarias de los Estados Unidos a lo largo y ancho del planeta. Tal vez el fallo conceptual de Donald Trump radique en su visión de una economía limitada, una cifra de riqueza que puede ser redistribuida pero que apenas crece. Aceptando la noción de un mundo de suma cero, Trump juega a la ofensiva para asegurarse su parte de la tarta y, a ser posible, algo más. Hay que confiar en que alguien le muestre sus errores. De lo contrario, más pronto que tarde, el desencanto se extenderá también a sus partidarios, pero para entonces, las consecuencias serán irreparables. (5 de febrero de 2017)

Econocracia Un nuevo libro titulado Econocracia: los peligros de dejar la economía en manos de los expertos ha asaltado las redes adquiriendo el temible rango de «viral». Las líneas que siguen se refieren al contenido del texto con alguna mención al movimiento académico que capitanean sus autores, Joe Earle, Cahal Morgan y Zach Ward-Perkins (EMW), unos jóvenes graduados en Economía por la Universidad de Manchester. En resumen, la econocracia o gobierno de la economía es un modelo social en el que los objetivos políticos están «economizados». La econocracia describe así un escenario en el que los sacerdotes de la antigua teocracia han sido sustituidos por los economistas, suplantando a su vez al auténtico poder y representación del pueblo, la democracia. Aquellos y estos han preservado su poder a través de lenguajes encriptados y frases enigmáticas que los blindan como «expertos», confiriéndoles el monopolio de la gestión política. Los prebostes de la economía siguen manteniendo el monopolio, pero carecen ya de legitimidad. Dado que la economía es el método por omisión del debate oficial tanto social como político, socava la legitimidad de otros modos de análisis, de © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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tal manera que quien no entienda la jerga económica quedará excluido de la participación en los debates del día a día. Los graduados manchesterianos sostienen que determinados cambios en el funcionamiento de los economistas y su disciplina podrían beneficiar a la democracia. En primer lugar, las facultades deberían entrenar a las generaciones venideras de un modo más pluralista, ofreciéndoles una variedad de métodos de análisis evitando el adoctrinamiento que constituye en la actualidad la educación económica. En segundo lugar, la profesión de economista debería abandonar su insularidad dirigiéndose al gran público para promover una cultura de «ciudadanos economistas», con capacidad y confianza suficientes para acercarse a la mesa del debate público y participar efectivamente en su debate. En línea con sus ideas, EMW han promovido Repensando la Economía (Rethinking Economics), «una red de estudiantes, académicos y profesionales construyendo una economía mejor en la sociedad y en las aulas». A decir verdad, tanto el libro como el movimiento van de la mano de un estilo crítico pero amable. Radical en el fondo, pero tolerante en las formas. Y como todo en este mundo, transmite un punto teórico de verdad, aunque acompañado de un discurso repetitivo más de reivindicación y denuncia que de alternativa, hasta convertir las propuestas en un laberinto unicursal. El punto de llegada del laberinto es la descalificación de la economía actual en su influencia societaria, su dudosa eficacia y su intolerable posición de privilegio. La réplica de todos estos enunciados no puede ser virulenta porque todos aspiramos al mejor de los mundos posibles. Hace cien años no existía una prevalencia tal de la economía. Hoy, por el contrario, las elecciones se ganan o se pierden en gran medida por el voto económico, por la percepción de cómo le ha ido a mi bolsillo en particular durante la anterior legislatura. Brexit y Trump son la economía del despecho llevada a las urnas. El paro, la pobreza o la desigualdad son temas económicos que encabezan las preocupaciones de todos. Si la economía se sitúa en el centro de la política no será por un déficit democrático, sino justamente como consecuencia de la madurez del hecho democrático. Tampoco es fácil admitir el punto del blindaje conceptual. Basta asomarse por la blogosfera o a las redes y ver los millones de opiniones desenfadadas de todos los tintes y coloraciones posibles, ortodoxas y sobre todo heterodoxas, en la línea reivindicada por EMW. Si tan hermético resultara el lenguaje económico y tan encriptado su discurso, no habría tanta profusión de opiniones. Más bien es todo lo contrario: otros muchos entre los que me incluyo, estamos muy preocupados por la banalización del discurso económico, filtrado por las hendiduras de © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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las «postverdades» y por la difusión de una bacteria que corre el riesgo de promover una pandemia destructora: el síndrome Dunning-Kruger, aquel según el cual el desconocimiento de un tema lleva al individuo, por mera sugestión, osadía o simplismo, a actuar con toda naturalidad como un auténtico experto en la materia. En el fondo, el valor entendido en Econocracia es que la ciencia económica es una patraña, sus teorías predictivas inexistentes y su única cualidad destacable la del forense capaz de relatar, siempre a toro pasado, las causas del falle­ci­mien­to censado. Pero esa visión simplista e hiriente tampoco es sostenible. Naturalmente que hay que estar abierto a nuevos paradigmas, a repensar conceptos y modelos y a escudriñar nuevas pedagogías y metodologías docentes en las universidades. Pero resulta una falacia atribuir a las universidades falta de interés o de sensibilidad. La investigación es pieza central en las mismas, aunque sin el trabajo y el asentamiento del conocimiento presente no pueden construirse alas para volar y descubrir nuevos espacios de progreso. Econocracia: los peligros de dejar la economía en manos de los expertos es un libro amable que plantea preguntas sin ofrecer respuestas. Mientras las descubrimos bueno será aplicarnos a la administración eficiente de los recursos escasos para las crecientes necesidades actuales de la sociedad: a ello se ofrece modestamente la economía en su estado actual de conocimiento. (19 de febrero de 2017)

Momento Macron El brillante triunfo de Emmanuel Macron en las elecciones presidenciales francesas traduce una cadena de coincidencias, pero a la postre supone un intenso suspiro de alivio para los gobiernos nacionales europeos y las instituciones comunitarias. La hazaña se remonta a marzo de 2016, cuando Macron funda el movimiento político En Marche! Tras varios desencuentros con Vals y Hollande, abandona el gabinete en agosto de 2016 para optar por la presidencia de la República. La victoria de Benoit Hamon sobre Manuel Valls en las primarias socialistas fue la primera carambola en el pa­sillo de Macron hacia el Elíseo. La segunda la constituyeron los escándalos de corrupción de Fillón y su renuncia a dimitir. Su transversalidad le hizo acreedor al apoyo del centro derecha y el miedo a Marine Le Pen consiguió todo lo demás, una vez que Macron marcó el hito de ganar la primera vuelta. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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El triunfo de Macron representa dos jalones notables. De una parte, la victoria del centro pro-europeo sobre el populismo eurófobo. Al fin y al cabo, los cantos de sirena de los populistas despiertan tantas esperanzas como recelos y ya se sabe que el miedo es predominantemente conservador. El segundo hito es de naturaleza más estructural: y es que el centrismo francés advierte una vez más, dentro del marco electoral europeo, que la vieja separación de centro derecha y socialdemocracia está definitivamente superada. O, si se prefiere, que su distinción resulta evidentemente obsoleta. Hasta hace pocos años, y durante casi una centuria, la socialdemocracia inventó primero y perfeccionó después ese colosal conglomerado económico que denominamos «Estado del bienes­tar». Pero con el paso del tiempo, con la modernización de las estructuras sociales y con los progresos impuestos por la reflexión ética y los grupos de presión, el Estado del bienestar y su articulación presupuestaria han dejado de ser patrimonio de la socialdemocracia. La mayor conquista social de todos los tiempos, equiparable en importancia histórica a la supresión de la esclavitud, es ya bandera y patrimonio de todas las formaciones políticas moderadas. Solo las exacerbaciones totalitarias por parte de la izquierda radical y los falsos planteamientos por parte de la extrema derecha reaccionaria y xenófoba suponen excepciones en más y en menos, respectivamente, a lo que representa el lenguaje consolidado en la centralidad. No es que los socialdemócratas tengan un discurso anticuado o que se hayan alejado —como falazmente se propaga— de los intereses e inquietudes del pueblo llano. Es, simplemente, porque otros partidos políticos moderados actúan de idéntica manera y porque la línea divisoria de la política actual se ha traslado desde maniqueísmos anteriores a las nuevas coordenadas de la disyuntiva reforma/ruptura. Por eso Macron ha confesado públicamente que ya no es socialista sin dejar de ser por ello un sagaz político socialdemócrata. Y por eso, igualmente, cuando el ex primer ministro socialista Manuel Vals afirma que «el partido socialista está muerto» y se alía con el presidente electo, transmite algo bien distinto de lo que dice a primera vista: que la socialdemocracia es algo más amplio que el socialismo y que cubre un espectro unitario más vasto susceptible de garantizar mayorías de gobernabilidad. Ante Macron se abre ahora la incógnita acerca de si logrará una nueva victoria en la Asamblea Nacional, tras las elecciones de los próximos días 11 y 18 de junio. Macron ha tenido la osadía de pedir prestados los votos de sus contrincantes cuando apenas tiene cogido con alfileres el tejido del propio partido. Hasta ahora está recibiendo el © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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apoyo de líderes del centro derecha y centro izquierda y hasta de la izquierda radical, incluido el del líder verde Daniel Cohn-Bendit, el mítico Dani El Rojo de mayo del 68. El meteórico triunfo de Macron es lo mejor que le ha podido pasar a Francia y ha devuelto a Europa la esperanza. Pero deberá consolidarse en mayoría o en coalición en las próximas legislativas. Solo inmediatamente después procederá Macron a implantar su programa «social-liberal» de reformas económicas, que no va a ser precisamente un camino de rosas. La señora Merkel le recibe hoy en Berlín y es de esperar que se retome la exitosa senda pasada del eje franco-alemán. El momento Macron es el momento de la Europa moderada. (13 de mayo de 2017)

«Feconomía», o la economía de la fe No parece, en principio, que economía y religión tengan muchos espacios conceptuales comunes. Pero los principios, en ocasiones, esconden sorpresas. Por ejemplo, cuando, precisamente en estas fechas, se nos invita «religiosamente» a cumplir con nuestras obligaciones fiscales, y se nos muestra en el impreso de la declaración un «x» diminuta que destina renta de los contribuyentes a los presupuestos de la Iglesia, y de ahí a sus obras y programas. Adam Smith, el fundador de la economía moderna, desveló los cimientos de la confluencia de economía y religión en un capítulo generalmente ignorado de su obra central, La riqueza de las naciones. En él, el escocés argumenta que el interés propio motiva de igual manera al clérigo que al empleado común; que las fuerzas del mercado acechan a las iglesias al igual que vigilan a las empresas; y que los beneficios de la competencia, el atropello de los monopolios y los obstáculos de las regulaciones gubernamentales son tan positivos o fastidiosos, en cada caso, para la religión como para cualquier otro sector de la economía. La cercanía se advierte, desde otro flanco, en el comportamiento o conducta religiosa, de la mano del utilitarismo de Bentham y del marginalismo de Menger. En principio, un monasterio cisterciense puede compararse a una franquicia de McDonald’s. Los productos que ofrecen son evidentemente distintos: la salvación eterna en un caso y una hamburguesa con chips en el otro. Pero ambos bienes son susceptibles de ser contemplados económicamente. El individuo creyente distribuye tiempo, esfuerzo y patrimonio entre los bienes terrenales y los del más © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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allá, según sus preferencias y utilidad como consumidor o inversor, trazando así su destino. En otros tiempos —en realidad la práctica no ha sido descartada de forma oficial— un producto religioso, las «indulgencias», inducían a los fieles católicos a un cálculo utilitarista entre el bien pecuniario, el dinero, y las indulgencias adquiridas con él al objeto de reducir el penoso tiempo de permanencia en el purgatorio, una vez traspasado el umbral de una vida de quebraderos económicos hasta otra de ausencia de economía, ya que no hay acto económico si los recursos existentes no son escasos sino ilimitados. Pero la principal línea de intersección se halla, seguramente, en las consecuencias productivas de la religión, esto es, de las religiones como generadoras de bienes y servicios materiales y, en consecuencia, por la contribución monetaria que las prácticas inherentes a la fe proporcionan al PIB de cada país. Y es que, solamente en Estados Unidos, la religión aporta más a su economía que Facebook, Google y Apple juntos, según ha revelado un estudio de la Universidad de Georgetown en W­ashington DC. El informe, firmado por Brian y Melissa Grim, señala que la fe aporta un total de 1,1 billones de euros al año en Estados Unidos y ocupa a cientos de miles de trabajadores, por lo que su generación en términos de PIB equivale al de la decimoquinta economía del mundo. El cómputo incluye la actividad confesional de instituciones religiosas, centros sanitarios, escuelas, guarderías, organizaciones benéficas, los programas sociales y filantrópicos, y el personal y los presupuestos anuales de las congregaciones religiosas y de las jerarquías eclesiales. No se ha tenido en cuenta —aunque se recuerda su importancia— lo que Tocqueville llama «el espíritu energético religioso», que motiva a los creyentes a una mayor participación cívica y humanitaria y a una más generosa aportación monetaria. Tampoco se consideran los activos materiales y financieros de todo el ámbito religioso descrito, aunque sí sus rentas e intereses. «Los datos son claros: la religión es un sector altamente significativo de la economía americana», concluye el estudio. Finalmente, las religiones juzgan expresamente a la economía desde una óptica ética y filosófica. Comenzando por los economistas islámicos, y siguiendo con los escritos de los teólogos cristianos y la Doctrina Social de la Iglesia católica o el acervo interpretativo de los moralistas calvinistas y protestantes. Todos ellos dictaminan, con criterio diverso, los conceptos centrales del capitalismo, el socialismo, el interés, la usura, la propiedad, el mercado o la pobreza y la desigualdad. Bastará aquí su simple mención. Religión y economía. La «x» en la casilla y mucho más. (20 de mayo de 2017) © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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Ignacio de Loyola y el liderazgo jesuita Chris Lowney es autor del best seller titulado El liderazgo al estilo de los jesuitas (2005). Lowney ha tenido el acierto de analizar y difundir una historia de éxito, transcurrida quizá inadvertidamente a nuestro lado, pero de una relevancia singular: el caso de Ignacio de Loyola y de los principios inspiradores de la corporación jesuítica. Lowney ha diseccionado los principios del liderazgo que han guiado durante casi cinco siglos a la Compañía de Jesús en sus diversas actividades, y los pilares sobre los que descansa el edificio de una de las sociedades civiles más reconocidas del mundo. Esta empresa multinacional sin ánimo de lucro fue creada en 1540 por diez hombres bien formados en Letras pero sin conocimientos contables, financieros ni de marketing, sin capital fundacional, sin ningún plan estratégico o de negocio, con el nudo sometimiento a las leyes de la Iglesia de Roma y de su Obispo Universal. De esa manera los jesuitas edificaron una organización jerárquica y multifuncional dedicada al servicio y diseminación de la fe (A.M.D.G), el alivio de la pobreza, a la educación a todos los niveles, al trabajo misionero y a la pastoral urbana, constituyendo desde entonces una especial fuente de inspiración. En la actualidad la Compañía de Jesús completa una nómina de 16.740 profesionales al frente de más de 2.000 obras pastorales, educativas o sociales, en 127 países del planeta. Celebrando hoy la festividad del santo de Loyola, me ha parecido oportuno resumir algunas de las ideas-fuerza del citado libro, que consiste en el relato del liderazgo visionario del vasco más universal e influyente de todos los tiempos: Íñigo de Loyola. Ignacio de Loyola preparó a sus estudiantes para poder salir airosos en todos los ámbitos de actuación corporativa, concentrándose en cuatro valores esenciales: que entendieran sus fortalezas, sus debilidades, sus valores y tuvieran una visión trascendente del mundo; que innovaran confiadamente y se adaptaran a un mundo cambiante; que trataran a los demás con afecto y una actitud positiva; y, finalmente, que se motivaran a sí mismos y a los demás con aspiraciones heroicas. El «ingenio» ignaciano significa abandonar cualquier provincianismo, el miedo a lo desconocido, las ataduras al estatus y a las posesiones, los prejuicios y una falsa aversión al riesgo. Previamente, como subraya Lowney, está el descubrirse a uno mismo, lo que quieres y a quién defiendes. Esta es la esencia de la consciencia propia, que establece y alimenta al resto de virtudes. Añadiré algunos apuntes notables que acompañan, en mi opinión, a la gestión corporativa ignaciana. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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En primer lugar, frente a la cultura del miedo, el principal motivador de las empresas, Ignacio propone la cultura de la adhesión por el afecto. Loyola aconsejaba a los jesuitas con mando «gobernar con todo el amor y modestia y caridad posibles» de manera que sus equipos medrasen en ambientes de «más amor que temor». En segundo lugar, el radicalismo financiero de las obras emprendidas como contrapunto a la austeridad practicada por sus promotores. Ignacio quiere que los suyos vivan en pobreza. Cierto. Sin embargo, el mismo Ignacio, cuando había que fundar un colegio, o iniciar una empresa apostólica, pedía dinero a conocidos, amigos y personas influyentes, y lo mismo hacían los compañeros de su tiempo. Las obras nuevas tenían que estar capitalizadas para su viabilidad y someterse al principio de suficiencia. En tercer lugar, la convicción ignaciana de que el líder jesuita debía estar reclutado bajo estrictos principios de selectividad, y cómo el capital humano debía ser un requisito previo de cualquier actuación en una nueva obra abordada. Los primeros amigos que luego fundarían la Orden estudiarán en la Sorbona, porque nada en la Compañía podía ser ramplón o iletrado. Hasta el apostolado espiritual directo debía ser «ilustrado». El heroísmo sin base era como la entrega sin finalidad. De ahí la consigna ignaciana del magis, una energía infatigable a la búsqueda de oportunidades para sacar de ellas lo más posible en los objetivos corporativos. Un líder, según Ignacio, no espera la llegada del gran momento, sino que lo crea. Termino: la pretensión de resumir en unas torpes pinceladas el gigantesco legado del liderazgo ignaciano roza el atropello. Espero contar con la benevolencia del lector. (31 de julio de 2017)

¿Viven peor nuestros jóvenes? ¿Ha sido mejor cualquier tiempo pasado? ¿Decae el bienestar de los jóvenes de hoy en relación a las generaciones que les han precedido? ¿Es la nueva generación la primera que vive peor que sus padres? El antecedente de referencia lo constituyen las personas que nacieron durante el baby boom, al término de la Segunda Guerra Mundial, entre los años 1946 y 1964. A los baby boomers les tocó primero el racionamiento y la escasez. Luego, gradualmente, la normalidad, la llegada de la televisión, el tránsito del cine en blanco y negro al de color, el teléfono individualizado y el Seat 600. Les sorprendió la aparición del © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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fax, la lavadora, el frigorífico, la generalización de la aviación comercial y más tarde la telefonía digital, los ordenadores personales e Internet. Esa es la referencia base. La «generación X» que controla hoy el mundo a nivel laboral y económico, comprende a los nacidos entre 1960 y 1984, tienen entre 30 y 54 años y son hijos de los baby boomers y padres de los millenials. Los millenials, nacidos entre 1980 y el año  2000, aproximadamente, crecieron bajo la revolución tecnológica. Finalmente, la «generación Z», los nacidos entre 1996 y 2012. Se trata, en consecuencia, de cotejar las situaciones relativas de los llamados baby b­oomers con las sucesivas franjas poblacionales, la «generación X», los millenials y la reciente «generación Z», en resultados económicos, esto es, es términos de bienestar. Naturalmente, la respuesta solo puede abordarse desde la perspectiva de los grandes números promediados, lo que excluye los casos o segmentos singulares, por respetables que resulten. Veamos. En términos generales, el entorno de los baby boomers contrasta dramáticamente con los niveles tecnológicos, de confort, eficacia y utilidad de los que han dispuesto las generaciones posteriores. Pocos recuerdan los años 50 en que España era el país más pobre de Europa, sumido en la desesperanza y la autarquía. Evitamos —por razones de espacio— la comparación del esfuerzo de compra de activos perecederos o duraderos en relación a la renta personal disponible en 1950 en relación a 2015. Las conclusiones a favor de las generaciones presentes son espectaculares. Tampoco hablaremos de otro importante indicador de bienestar, el nivel de paro. La tasa de desempleo actual no es muy superior a la media de los últimos cincuenta años. El 7% del boom de 2007 es una mera anomalía histórica. Abordando el análisis cuantitativo del concepto de bienestar económico nos remitimos a dos grandes conceptos: primero, el relativo al patrimonio público/social. Segundo, la renta monetaria generalmente asimilada al salario. Mal parada sale la riqueza patrimonial pública existente en los años 50 o 70 con la que disfruta la ciudadanía actual. En los 50 los esquemas de protección social eran irrisorios por no decir inexistentes. Me refiero a la educación, la sanidad, las infraestructuras y ayudas sociales en general. Sesenta años después, el gasto público en España ha crecido desde el 25% al 44% del PIB. Primera comparativa elocuente. Pasemos ahora a las rentas. Estudios recientes muestran categóricamente el incremento de las rentas que acompaña a las sucesivas generaciones de españoles. La renta per cápita española se ha duplicado en términos reales desde 1975. Como media, cada ciudadano © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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disfruta hoy del doble del poder adquisitivo de sus padres. Esto es especialmente relevante dado que en la actualidad la población es de 46,5 millones, frente a los 37 millones de 1977. En el periodo, adicionalmente, la cantidad de horas trabajadas por persona se ha ido reduciendo, lo que supone una mejora de la calidad de vida laboral creciente en cada generación. La jornada efectiva semanal de los ocupados era superior a 45 horas en 1958. En 1990, el número de horas de trabajo cayó hasta las 36,7 horas semanales para seguir  bajando hasta las 34 horas en 2016. Una importante objeción al indicador del PIB per cápita sería que prescinde del factor distribución de la renta, con especial referencia al mileurismo de los millenials. Pero comparando el PIB per cápita con la medida de bienestar propuesta por Amartya Sen, esto es, la renta per cápita ajustada por la desigualdad, se observa que ambas medidas exhiben una evolución semejante. En conclusion, vivimos sumidos aún en variados e importantes problemas, pero la creciente riqueza social y la progresiva renta por habitante lograda en España en los últimos 60 años es innegable. La generación actual está instalada, afortunadamente, en un mayor nivel de bienestar que las pasadas. (18 de agosto de 2017)

Economía de la felicidad Las líneas que siguen tratan de indagar si felicidad y prosperidad son aproximadamente la misma cosa y, consecuentemente, si una mayor prosperidad aporta mayor felicidad a individuos y naciones. Partiendo del axioma de que no cabe gestionar aquello que no se puede medir, en plena crisis de 1929, el economista americano Simon Kuznets introdujo una herramienta simplificada para evaluar la reconstrucción del desastre de Wall Street y la recuperación del bienestar perdido: el PIB. Debido a su sencillez, y a pesar de las advertencias de su creador, el PIB ha sido generalmente utilizado por la inmensa mayoría de los regidores políticos para determinar la trayectoria del bienestar en sus respectivos países. La evolución del índice, que contabilizó durante décadas un crecimiento sostenido de la riqueza y de los niveles de vida mundiales, demostraba que el dinero era capaz de comprar la felicidad. Cuanto más rica era una sociedad —en términos absolutos— mayores recursos podía asignar a todo tipo de bienes constitutivos de aquello que se llama «nivel de vida». © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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El salto siguiente se produjo al hallar una metodología que pasase de evaluar los países a valorar la felicidad individual de los ciudadanos. La nueva herramienta de investigación tuvo que apoyarse en un sistema de encuestas. La felicidad humana se mediría escuchando lo que dicen las personas. Tabuladas las respuestas pueden determinarse áreas de bienestar subjetivo para colectivos de personas en circunstancias comparables. De los resultados de las encuestas se han ido infiriendo con el tiempo elementos correlacionados en relación al término felicidad, dando lugar a la aparición de índices de bienestar o felicidad, auspiciados cada vez con mayor rigor por organizaciones civiles y públicas multilaterales. Estos estudios pretenden nuevamente medir de forma promediada y agregada la felicidad de los distintos países. La Unión Europea produce periódicamente un estudio titulado «Panorámica de la calidad de vida europea». La OCDE presenta cada año desde 2007 su «Índice de calidad de vida». Destacan igualmente el «Índice de desarrollo humano de Naciones Unidas» y la reivindicación del Reino de Bután de su concepto de «Felicidad nacional bruta». Y, finalmente, el «Informe de felicidad global» de Naciones Unidas, que declara a los países escandinavos como los países más felices del planeta, mientras que sitúa en África a los más desventurados. Los factores generalmente aceptados como contribuyentes a mayores cotas de felicidad en todos estos estudios responden, con algunas diferencias, a variables tales como los niveles de educación, la esperanza de vida, el acceso a los servicios de salud y de protección social, la libertad política, la fe en las instituciones públicas y ausencia de corrupción, los espacios de ocio, la calidad del trabajo, los niveles del PIB, la generosidad ciudadana y el grado de polución medioambiental. La evidencia empírica más general es que a mayores rentas corresponde como regla una mayor felicidad, aunque no de forma proporcional. La llamada «paradoja de Easterlin» se refiere a la observación de que el progreso económico de un país conduce su felicidad hasta un punto de máximo en el que inflexiona o se vuelve estacionaria, a pesar de que pueda seguir progresando. Un ejemplo notable usado por E­asterlin es el de Estados Unidos entre 1973 y 2004, en el que a pesar de doblarse su PIB los baremos de felicidad permanecieron estancados. La correlación positiva entre prosperidad y felicidad es particularmente obvia para las rentas bajas y muy bajas. Al menesteroso que malvive con su salario mínimo o inferior, una súbita mejora salarial o patrimonial le procura como efecto impacto una apreciable elevación de su nivel de felicidad. Lo mismo cabe aplicarse a pueblos y naciones en© Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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teras. De ahí que la erradicación de la pobreza en el mundo agregue la evidencia del argumento empírico a la bondad de un exigible objetivo de política social. En resumen: ¿se corresponde una mayor felicidad con mayores niveles de renta y de bienestar económico? La respuesta es incierta en tanto no aparezcan nuevas máquinas en el mercado que nos permitan medir la felicidad individual, sumarla y compararla. Dadas las dificultades citadas, es menester dar un salto kantiano de lo esencial y ontológico a lo moral y práctico. La política económica deberá remitirse a patrones conquistados con el paso de las generaciones y con la modernización, igualdad y equilibrio de las sociedades. Lo que llamamos Estado del bienestar puede ser una aproximación políticamente válida de la felicidad estándar atribuible a la ciudadanía. (24 de agosto de 2017)

La economía del terror La reciente masacre de autoría yihadista ocurrida en Cataluña renueva antiguas heridas emocionales en nuestro país y se convierte en un eslabón trágico de la cadena de atentados que hacen del terror y sus autores uno de los problemas más importantes de nuestros días. No se refieren estas líneas a sus causas ni tampoco a sus remedios sino a los costes económicos del terror político global. Avancemos la información: el impacto económico global de los distintos tipos de criminalidad de naturaleza política alcanzó en 2015 la cifra de 90.000 millones de dólares, habiéndose multiplicado por once en los últimos quince años. Distintos tipos, porque las estrategias del terrorismo no son idénticas. Es fácil entender que la incidencia será distinta en un escenario de guerra civil y violencia generalizada, comparada con aquellos otros escenarios alternativos definidos por atentados de baja frecuencia y alto impacto o alternativamente de alta frecuencia e impacto bajo pero sostenido. La actividad terrorista en escenarios bélicos registra, según el Índice de Terrorismo Global (ITG) de 2016 publicado por el Instituto para la Economía y la Paz, su mayor concentración en cinco países: Irak, Nigeria, Afganistán, Pakistán y Siria. En ellos, el terrorismo «bélico» continuado lamina todo crecimiento económico y cualquier flujo comercial productivo. Los inversores cancelan sus operaciones programadas y desinvierten los capitales locales. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1



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Distinta es la incidencia en aquellas latitudes geográficas azotadas por un terrorismo de impacto bajo pero de frecuencia sostenida. Varios estudios han evaluado el caso del terrorismo independentista vasco, durante el apogeo de la banda ETA. Algunos autores concluyen que ETA pasó al País Vasco una factura de más del 10% del PIB desde finales de los 60 a mediados de los 90 del pasado siglo. Otros analistas han elevado dicho porcentaje hasta el 20%. Análogos resultados se estiman para Israel, Colombia o Turquía, que han convivido con lacras similares. El tercer colectivo se refiere a los escenarios de baja frecuencia y alto impacto. Algunos ejemplos destacados son el 11S de 2001 en Nueva  York y Washington, el 11M de 2004 en Madrid, o Londres en julio de 2005. En algunos de los casos se registró un efecto negativo transitorio tanto en las Bolsas de valores como en la economía real, con caídas moderadas del consumo, renta e inversión extranjera. Pero las pérdidas económicas potenciales de los ataques cedieron en poco tiempo. Dicho diagnóstico es aplicable, previsiblemente, a los recientes sucesos de horror acaecidos en Cataluña. En general, las economías más avanzadas y diversificadas son más flexibles y registran periodos de recuperación más cortos tras los incidentes de terrorismo. Los países más pequeños y menos diversificados sufren consecuencias más negativas y también más duraderas. Las primeras tienen más facilidad para reasignar recursos en los sectores o actividades afectadas. Adicionalmente, las economías avanzadas gozan de más recursos y mayor base institucional para resistir los ataques del fanatismo terrorista. La economía del terror provoca obviamente una réplica contraterrorista. Los gobiernos de los países atacados, y también los de los amenazados, reaccionan mediante más dotaciones a gastos militares y a las agencias de inteligencia. Aunque estas actividades no se incluyen en la estimación tradicional del costo del terrorismo, señalaremos que las asignaciones a los conceptos aludidos son del orden de los 117.000 millo­nes de dólares en 2014, solamente para los países del G20. Como ejemplo, en respuesta al 11S, Estados Unidos se lanzó a una guerra en Afganistán cuyo precio se estima en 690.000 millones de dólares. La guerra con Irak le supuso 815.000 millones de dólares. Lamentablemente, entre las dos, el ejército americano ha registrado 6.888  bajas, más del doble de las muertes contabilizadas en el 11S. Restan dos apuntes de importancia. El primero, que es necesario proseguir con una decidida acción global para cortar las fuentes de financiación de los grupos y organizaciones terroristas, muy especialmente las que configuran el Estado Islámico. © Universidad de Deusto - ISBN 978-84-16982-56-1

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El segundo apunte quiere comparar el coste del terror político con la cifra de los gastos ocasionados por la violencia criminal común —no política— en el mundo. Lamentablemente, el impacto total de este último tipo de violencia en 2015 se eleva a 13,6 billones de dólares, cien veces más que el coste del terrorismo político aquí analizado. (1 de septiembre de 2017)

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Manfred Nolte La década perdida Escritos de un tiempo de crisis (2008-2018) La década perdida: escritos de un tiempo de crisis (2008-2018) es lo que su título dice: un intento por presentar de dos maneras estrechamente relacionadas las razones que han hecho de la década que ya discurre a nuestras espaldas, un tiempo perdido desde el punto de vista económico. Un periodo dilapidado en esa feria del infortunio en que periódicamente se convierten los mercados. El ensayo preliminar aprovecha los lentes del presente para relatar lo que sucedió en el pasado, cómo caímos y cómo nos levantamos, y las herramientas propias y ajenas que utilizamos en dicho cometido. Los artículos que lo siguen presentan el intento de hacer partícipe al público lector del latido de cada semana, durante diez años, con sus particulares vacilaciones y esperanzas.

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