La cultura nacional

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La cultura nacional

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PRESENTACION Rogelio Frigerio es conocido en la Argentina como político y como economista. Es explicable que así sea porque desde esas funciones participa activamente en nuestra historia contemporánea. Existen, sin embargo, otras facetas de su personalidad que no han tenido la misma difusión. Frigerio siempre se hace tiempo para mantenerse actualiza"'. do en ciencias, arte y literatura. Numerosos amigos suyos son escritores y artistas de las diversas disciplinas. Con ellos comparte los resultados de sus creaciones e intercambia opiniones, sin eludir el debate cuando es necesario. En los primeros años de la década del '50 publicó una "Pe· queña Antología de Poemas'' donde reunía, con un interesante criterio de selección, los más importantes poetas nacionales, de la lengua española y de la. cultura universal. Dos décadas después recogió en otro libro un conjunto de canciones tradicionales argentinas. Prefirió firmar con seudónimo esta recopi- · lación que realizó cumpliendo con una vocación acendrada de registro y gozo de nuestro patrimonio musical. La explicación de esta preocupación po·r todo el acontecer de la cultura anida en la concepción filosófica que alimenta la actividad de Rogelio Frigerio. En esa concepción todas las acciones humanas se articulan socialmente y se desenvuelven a lo largo del proceso histórico. Ello le ha permitido comprender y formular el papel de la nación en esta etapa por la que atraviesa la humanidad, y situar allí las posibilidades de realización plena de cada pueblo. Esta forma de ver y comprender el mundo, para poder actuar sobre él, surge de una noción que supera los criterios elitistas; Es posible rastrear en los diversos escritos de Frigerio este concepto integrador de la cultura, donde encuentran su lugar todas las actividades humanas, espirituales y materiales, crea.: doras de un modo cada vez más rico en posibilidades. Esta concepción ha inspirado numerosos ensayos que esclarecen aspectos particulares teóricos y prácticos, y cuya difusión ha sido de extrema utilidad para afinar la conciencia nacional sobre nuestros grandes problemas y sus soluciones. En 1965, Frigerio inauguró un ciclo de conferencias sobre la cultura nacional. Expuso allí un concepto integrador de la cultu-

ra, que le permite abarcar la política y la economía, pero también la historia y todas las actividades artísticas, religiosas, militares e intelectuales que actúan en el sentido de enriquecer el acervo nacional e incorporarse a la cultura universal. El Centro de Estudios Nacionales, Provinciales y Municipales de Rosario, como en otros temas, h? decidido auspiciar la publicación de aquella conferencia. Además de mantener su actualidad tres lustros después de pronunciada es, a juicio de nuestra entidad, un útil instrumento para comprender y debatir el conjunto de los problemas que enfrenta la cultura nacional. Tomamos esta iniciativa más allá de toda bandería política, ofreciendo este trabajo como un aporte para que se advierta todo lo que está en juego y la imprescindible necesidad de participar de todos los integrantes de la comunidad argentina en la solución de los problemas a que hoy se ve expuesta nuestra sociedad. Luis Cándido Carballo Presidente

LA CULTURA NACIONAL

1. - Introducción Parecerá extraño que se ocupe de la cultura nacional alguien que frecuenta preferentemente el tema económico. No lo es, sin embargo, si se recuerda que los hombres del Movimiento Nacional hemos sostenido invariablemente que la realización de la Nación es un proceso integrador y universal. El desarrollo económico es parte fundamental de este proceso, pero en él intervienen todos los factores culturales y espirituales que contribuyen a definir el ser nacional, No seríamos una nación, si nos detuviéramos en el logro de la estructura material por avanzada que fuera. Es necesario que la comunidad, al par que lucha por liberar la economía de su dependencia y de su atraso, desarrolle los elementos espirituales que fortalecerán su unidad y su personalidad. Estos elementos existen en la raíz tradicional de las actuales nacionalidades. Todos los pueblos forjan su cultura en esta época dentro de las grandes pautas de la civilización universal, desenvolviéndola en el marco de su propio paisaje, estilo de vida, formas artísticas e ideas que constituyen el acervo vernáculo. El subdesarrollo económico y la gravitación de intereses materiales exógenos suelen soterrar temporariamente aquellas fuerzas espirituales de cohesión autónoma. Pero el alma de una nación, arraigada en su historia, tiende a prevalecer. Esa alma argentina es la que queremos descubrir en esta visión panorámica de nuestro proceso cultural. Ha sido convocado para realizar este riesgoso y trascendente esfuerzo, un calificado grupo de especialistas provenientes de diferentes campos de la inteligencia y de diversas escuelas históricas y estéticas. Ellos darán su concepto personal y altamente autorizado

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en los temas que les han sido atribuídos. Sería presuntuoso de nuestra parte invadir sus dominios en esta breve introducción que ha quedado a nuestro cargo. Pero también pienso que se produciría un vacío inocultable, si no se introdujera ab-initio una concepción general de la cultura argentina, por quienes luchamos d~sde otro campo, por algo que es indivisible: el objetivo del desarrollo nacional y de la integración geográfica, económica, social y cultural de la Argentina.

2. - El concepto de cultura Los sofistas y los cínicos griegos establecían una neta separación entre "mundo de la Naturaleza" y "mundo de la cultura". Separación artificial, pues, si bien puede existir la naturaleza sin cultura, como en el caso de los desiertos y los polos, por ejemplo, no puede haber cultura sin naturaleza. Más tarde, el humanismo renacentista concibió la cultura como producto exclusivo de la educación y hasta de la erudición, y como categoría universal: la cultura sin fronteras. Ulteriormente, la filosofía de la ilustración y, sobre todo, el idealismo alemán hegeliano, echaron las bases que nos permitieron llegar al concepto actual, generalmente aceptado, de la cultura como acción del hombre sobre la Naturaleza y sobre sí mismo, modificándose y modificando su contexto exterior, con los instrumentos de que dispone, en un ámbito y un medio dados. Ambito y medio dados, que no son universales sino nacionales; que se universalizan con suma de realidades particulares, como aceptación y adaptación de instrumentos materiales e ideales. Compréndese así como cultura, desde la fabricación de una cesta o de una vasija de barro hasta la creación de un poema o de una sinfonía pasando por las formas de sembrar, forestar, criar el ganado, hasta las de concebir y realizar los modernos proc~sos industriales y las nuevas formas de la novela, de la poesía y de la música. · Han contribuído, sin duda, al rescate de este concepto global de la cultura, la arqueología y, en general, las llamadas ciencias del hombre. La arqueología define como culturas a las características generales de una civilización dada, a partir del estudio y la clasHicación de sus vestigios materiales. Así, por ejemplo, el profesor Palavecino define las áreas culturales de las civilizaciones indígenas del

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territorio argentino: dentro de la primera gran división: pueblos cazadores y recolectores, las áreas de los pescadores canoeros de la costa sur pacífica, de los cazadores de Tierra del Fuego, de los cazadores de guanacos de la Patagonia, de los pueblos del Chaco; , dentro de la segunda gran división: pueblos agricultores y pastores, las áreas de la quebrada de Humahuaca, del Noroeste,. de los comechingones y camiare, del Chaco Santiagueño, de CandelariaValle de Lerma-Rosario de la Frontera y de la Candelaria, Arroyo del Medio, Litoral. Se caracterizan por su economía, la habitación, el vestido y el adorno, las industrias, las armas y utensilios y por su vida espiritual. Sobre la base de los hallazgos arqueológicos se pu-· dieron fichar las culturas de Santa María, de los Barreales y de Ang ualasto en el noroeste argentino. Vista la cultura como la actividad total del hombre sobre la naturaleza y recíprocamente sobre sí mismo, va de suyo que el hombre se entiende, aquí, como hombre· social, que actúa y crea unido a· otros hombres, a quienes transmite y de quienes recibe los conocimientos. Se trata, en suma, del hombre como concepto, como ser humano, no del individuo. Aunque la cultura es el acto de hacer y de crear, este acontecer es algo histórico, algo que es también resultado de una actividad cultural anterior. De allí dos conceptos derivados: 1) El de la herencia cultural en el que caben las tradicionales ver-. náculas y populares, el folklore y los modos de trabajar, de comerciar, de crear y de guerrear. · · 2) El de cultura histórica, o historia de la cultura, que es la reflexión empírica, en cuanto cuantitativa, o filosófica, en cuanto cualitativa, sobre la cultura anterior. · Si bien es lícito aislar conceptos componentes de una cultura dada para estudiarlos y analizarlos, ello sólo ~uede hacerse a partir de una concepción unitaria o, más exactamente, integrada de la cultura, pues, a los fines filosóficos, ella implica una totalidad. Pondremos un ejemplo: el mismo soldado de nuestras luchas civnes o de la conquis.ta del desierto, que, mientras vivaqueaba, pulsaba una viola (parece que nuestra guitarra fue instrumento tardío y culto), echando al viento una décima o un esti_lo, ese mismq soldado, en los fortines, trabajaba unas "sogas" haciendo hoy una manea, mañana una rienda o "estiraba" una lima vieja para hacer un facón. Así, las formas culturales se integraban en el curso histórico. Lo que a mediados del siglo pasado se llamó "cultura del cuero", para de-



signar la materia prima fundamental sobre la que recaía la actividad humana, productiva, de una parte de la población, hoy podría llamarse teóricamente la "cultura del acero". Las formas culturales, insistimos, forman un proceso contínu.o de integración. La guitarra sigue siendo la misma, pero las cuerdas de tripa han sido sustituidas por las cuerdas de nylon, y aun se le agrega ahora, para justo horror de nuestros folkloristas, la amplificación electrónica. Lo que puede suceder es que la cultura nacional sea invadida por elementos extraños, foráneos, inauténticas, que la deforman; proceso que se da más bien en los niveles superiores antes que en los inferiores; pues en las capas profundas del pueblo -allí donde lo popular y lo nacional aparecen plenamente identificados- las defensas son más tenaces y más fuertes. Por ejemplo, el hecho de que el paisano de hasta bien avanzada la década del '80 usara poncho, estribos, pavas y ollas inglesas, no cambió para nada su modo de ser, su folklore, en el sentido más universal de lá definición. Mientras que en la oligarquía del país, el lomillo con fustes de plata, los estribos de copa y e·1 poncho catamarqueño del general Mansilla no alcanzaban a ocultar el modo de ser europeizante, afrancesado, al punto que a las charlas las llamaban "causeries". Así, el influjo francés ~n la poesía, en la literatura, en la historia, marcó el comportamiento de gran parte de nuestra intelectualidad, que vivía un permanente sentimiento nóátálgico de París, mientras se mantení~n puros los islotes del folklore en las provincias del interior. Y allí, cuando en las capas populares penetran otras formas foráneas, ellas son asimiladas, y "folklorizadas"; por ejemplo, el acordeón que trajeron los italianos se convierte en bandoneón; y la polca, que significa polaca, traída de Europa a los salones y de éstos al litoral, se transforma en la polca correntina, que en la . creencia vulgar sería oriunda de la Mesopotamia. Las culturas no son inmunes a las influencias exteriores, malas o buenas, pero el proceso. de asimilación o de modificación es mayor cuanto más profunda es la cultura nacional.

3.- Cultura nacional y cultura popular Toda cultura popular es cultura nacional. Pero no toda cultura nacional es popular. Lo popular es siempre la suma de forma y contenido; lo nacional puede quedar en la forma sin llegar a

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los contenidos auténticos. Borges es nacional en la medida en que es nuestro, en que a veces llega al arrabal, al lenguaje de los porteños y hasta al tango. Es nacional en el ''Hombre de la esquina rosada", pero lo es sólo en la forma; pues también el ·francés Godofredo Daireaux y los ingleses Cunninghan Graham y Hudson describieron con brillo, con autenticidad, el hombre y el ambiente de nuestra campaña del siglo pasado ... La simbiosis nacional-popular es un logro, es un conflicto, una lucha; implica una actividad consciente del hombre y requiere deliberación y voluntad. Sólo si el hombre, los partidos, las clases y sectores sociales, los gobiernos, se proponen impulsar, cuidar, alimentar esta simbiosis, eUa se acelera y se logra plenamente. Tomemos el ejemplo del folklore, entendiendo, es claro, por folklore no sólo lo puramente musical sino la cerámica, la artesanía del cuero y la madera, la platería, los usos y costumbres en el trabajo de la ganadería. Y establezcamos enseguida una comparación: he aquí a México, dominado durante años por una monarquía francesa -caso inédito de un "imperio extranjero"-, desgarrado su territorio por invasiones del gran vecino del norte, escindido luego por una revolución y una guerra civil tremenda, nuevamente invadido, una y otra vez, por los Estados Unidos, sus fronteras sometidas a una influencia casi incontrastable, como es la influencia de la vecindad, del turismo yanqui masivo, de la ciencia, de la técnica y del capital financiero del exterior, allí está sin embargo, incólume en su cultura, en su folklore maravilloso, en su plástica ya consagrada universalmente, abrevando siempre en sus tradiciones, sea en las de la colonia, sea en las de la Independencia, sea en las de su gran revolución nacional. En. cambio, lo nuestro, vivo y palpitante hasta los años '80, nacionalizado nuestro folklore por la influencia de los presidentes del interior como Avellaneda, Sarmiento, Roca, Juárez Celman, que traen todos su invasión de provincianos, languidece de pronto en el curso de pocos años, al punto de desáparecer entre los años 1O y 20 de este siglo, quedando sólo los "gauchos de carnaval" que hacían sonreír a nuestras madres con sus corraleras de seda. Lo popular entonces se esfuma casi totalmente del escenario porteño. Pero el pueblo no queda sin expresiones, se refugia en una forma que es producto de una asimilación: la palabra y 9

la música no son nuestros. El tango es andaluz, y el chotis es madrileño, pero son asimilados y el pueblo anónimo llega a adoptar un instrumento para expresarlo: el bandoneón. El tango se hace nuestro, y pronto ni rastros quedan de su origen primario. Y se cultiva, hast'a culminar con un Juan de Dios Filiberto, un Discépolo y un Homero Manzi, que ya son ·líricos de dimensión mayor. .Luego de la Primera Guerra Mundial °llega a Buenos Aires ese archivo viviente, a quien no se le ha hecho debida justicia: doña Ana de Cabrera, quien, bajo la protección de Estanislao Zebal los, descubre a los porteños el folklore del nor-oeste. Después, Ricardo Rojas nos trae al viejo don Andrés Chazarreta, y el antiguo surco se reabre penetrando enseguida el siempre re- . novado Atahualpa Yupanqui, el dúo Velarde-Vergara, los RuizGallo, Patrocinio Díaz, Marta de los Ríos, y tantos otros casi olvidados. Falta, sin embargo, lo que llamaríamos la base de masas: el folklore está aún a la sazón, en una o dos peñas, en esporád\cos programas de la radio, en el disco. La base de masas sobreviene cuando eclosiona la gran migración interna, la llegada a los "trescientos kilómetros", de nuestros obreros provincianos, atraídos por el desarrollo industrial que se produce a partir de los años 1936 y '37, se amplía durante la guerra y se desarrolla en la inmediata posguerra. Desde entonces, el folklore ya no viene montado en los redomones . que los caudillos ataban en las rejas de la Plaza de la Victoria; llega a caballo de las máquinas textiles, de los tornos, de las mezcladoras de cemento. Los grandes salones de baile -Retiro, Parque Norte, el Bompland, el Cacuí- habilitan salas especiales. para bailar el folklore; de allí, de lo que en otro tiempo se hubiera llamado las orillas, el folklore, como el tango, irrumpe en los hogares· de la clase media y en los salones de la sociedad. Lo popular auténtico es siempre nacional, y lo nacional es fuerza irresistible. Por un momento el folklore oscurece al tango y lo arrincona, pero el pueblo siempre llega a rescatar lo que está en su índole: el folklore se ha consolidado, sigue ahora caminos un tanto ori· ginales. S~ transvasa a la misa de Ariel Ramírez y al canto épico ("El Chacho", de Cafrune, "Los Caudillos" de Ramírez), incursiona en -la historia, mientras que el tango es motivo de ensayo. Sólo en un año se ha escrito más de diez libros sobre el tango. Vuelve a sus fuentes primigenias, se reedita Villoldo. No

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olvidamos el disco de Carlos Gardel, que más que argentino es cosmoÓolita, es universal, precisamente por ser argentino. Un dato curioso es que esta exhumación del folklore y del tango nos trae la vuelta al cultivo de las antigüedades criollas; se están pagando pesos de oro por un facón,por una rastra, por unos estribos, por una cabezada, por una .olla, una fuente, una pava ingles.~ de hierro fundido, por una silla de baqueta o por un arcón de cuero salteño o correntfno; proliferan las tiendas de antigüedades y aunque parezca mentira, hace ya unos años que la Dirección de Arsenales del-Ejército, vendió, en masa, viejas armas y arreos. El país se está reencontrando consigo mismo, con su historia, con su cultura.

4. - El proceso de integración cultural El ciudadano que fue a hacer cola para comprar los viejos fusiles o carabinas, las viejas lanzas, las monturas, los sables y las bayonetas de nuestro viejo Ejército, _debió reflexionar sobre este hecho. · La reflexión recae sobre las armas de la guerra, el elemento material de la· violencia. Durante las guerras de la Independencia y aun después, por lo menos hasta la década de 1850, las armas se fabrican en el país, son nuestr'as. Parece que la fuerza creadora de la lucha por la Independencia despierta el genio de los nuevos argentinos. Pero a medida que el factor externo se impone, languidece ese genio y se recurre al arsenal extranjero, se importan armas junto con los ferrocarriles. Y los grandes importadores de armas abren sus negocios en pleno · centro de Buenos Aires, como las casas de los señores Lezama y Anarcasis Lanús, los cuales venden, naturalmente, armas inglesas. La dependencia se acentúa, a medida que el factor externo se apodera de sucesivos tr.ozos de nuestra soberanía económica, y luego ya no es la compra pura y simple de armas, sino el allanamiento tácito a tales o cuales modelos con prescindencia de nuestras modalidades y necesidades. Parecería lícito decir que en tales condiciones estas armas ya no son las de la liberación, sino que forman parte de un sistema de opre. sión: si detrás de la mercancía va la bandera, detrás de la bandera van las armas. · Pero allí donde hay un proceso de declinación hay en ciernes un proceso de liberación. En el mismo período en que comenza-

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mos a recuperar el .folklore, en la década del '20, comenzamos a echar las bases material-militares de una nueva autonomía· después, ya durante la guerra, surge la Dirección de Fabrica~ cienes Militares, que construye las primeras fábricas de armas livianas en Puerto Borghi. Pero no es suficiente: esta autonomía que se quiere recuperar necesita una base. Recordemos: lo que antes fue "la cultura del cuero" hoy debe ser. la "cultura d~I acero". Estoy hablando de la gran iniciativa del general Sav10 que el presidente Frondizi retoma cuando establece la prioridad de la siderurgia. Quiero detenerme en este aspecto de nuestra cultura: en el aspe~to material._ Como economista, o bien estoy obligado a manejar abstracciones, es decir, leyes económicas o bien estoy habituado a manejar hechos y cosas. Por eso, apenas salimos del campo de las generalidades, al entrar en el campo de los hechos de la cultura, se me aparecen de lleno los factores materiales: Supongo que entre hombres que cultiven esta· disciplina no sonará extraña esta afirmación, pues cuando se trata de. culturas arcaicas y prehistóricas, ellas son clasificadas y localizadas sobre la base de los instrumentos materiales hallados en las excavaciones. ~uerrear, pues, supone instrumentos de guerra, como el traba~o supone, rudimentarios o avanzados, instrumentos de trabajo. 1

5. - La cultura del cuero

Hemos hablado ya de la cultura "o civilización del cuero" que se prolonga de la Colonia hasta la construcción de los ferrocarriles. En un extremo, en el litoral y en Buenos Aires, tenemos el cuero crudo; en el Noroeste, a partir de Santiago del Estero, el cuero crudo y el curtido. En ambos extremos se logran verdaderas maravillas, como lo son en la ciudad de B~enos Aires, los lomillos, es decir, los verdaderos recados criollos que se fabrican en las lomillerías de las calles de Las Artes, hoy Carlos Pellegrini, o como en Tucumán y, sobre todo en Salta, los arcones y maletas de cuero trabajados, repujados, tachonados en plata o en bronce. Tenemos luego la cultura de la Madera. Las carretas, esos barcos de las llanuras, son fabric~das sobre todo en Tucumán. No hay clavos, no hay herrajes; solo hay madera y cuero, i los ejes son de madera! Donde es

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necesario clavar, se usan "astillas del mesmo palo", o sea lo que en carpintería hoy se llama espiga; donde es necesario unir, se ata con cuero. Y luego la mueblería autóctona, que hoy se aprecia tanto y es tan buscada. La mueblería que se inicia con los maestros jesuitas en Paraguay y Misiones y que se transmite al resto del país, con excepción tal vez de Buenos Aires, y que se mantiene por largos años a pesar de la importación de muebles franceses. En medio de este cuadro rudimentario, elemental, tenemos islotes de progreso, de instalaciones tecnificadas. Por ejemplo, la explotación cuprífera de Las Capillitas y El Paso en Catamarca, que iniciara el que luego sería erudito investigador de nuestras tradiciones, don Samuel Lafone Quevedo. Pero las explotaciones cupríferas de Catamarca son abandonadas apenas el ferrocarril trae de Europa o de Estados Unidos el cobre ya elaborado, en barras, en planchas o en alambres. Como es abandonada la explotación de las minas de plata de San Juan y Mendoza iniciada hacia los años '60 del siglo pasado. Como es abandonada también la explotación del entonces llamado kerosene en Jujuy y Salta hacia la misma época y que no era otra cosa que pet~leo. Y es tanto la iniciativa y el ingenio de los argentinos hacia esa época, que por los años '90, aquí mismo, en el Once, existía una ¡fábrica de locomotoras! Hacia fines del siglo pasado y -comienzos del actual se produce en cambio, la invasión. Todo el campo de la producción es invadido quedando relegada la" nuestra a los que propiamente debían llamarse talleres, la mayoría de ellos semiartesanos. Junto a las máquinas, el carbón, el hierro y el cobre, se importan los quesos, la manteca, los fideos, el aceite, las conservas de pescado, los vinos. Vemos aquí una correspondencia casi exacta entre la declinación de las formas culturales autóctonas y las formas de producción también nacionales. El proceso de recuperación económica es contemporáneo del proceso de recuperación del folklore por las masas. Insinuándose antes de la guerra, merced a la política estatista impuesta por la necesidad, eclosionando durante la guerra en medio de un aislamiento muy pronunciado, sin combustible y sin maquinarias. En el ramo textil, primero se "fabrican" las viejas máquinas a nuevo, que se· venden con avales del novísimo Banco Industrial. Luego se comienza a construir las máquinas. En la in-

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dustria de maquinarias sucede lo mismo: reacondicionamiento de tornos, y luego fabricación de tornos, de los cuales son un ejemplo inolvidable los tornos Santos Vega, de la fábrica de Bec.car, que vendía Wecheco. Fabricamos tornos y hasta llegamos a exportarlos. Es el genio de los empresarios argentinos y el genio de. sus obreros. El genio de sus obreros. Un obrero textil de Mánchester o de Lodz, en Poloni~. tiene detrás suyo generaciones y generaciones de especialistas. Concurre desde la niñez a la escuela del oficio. Sin embargo, aquí, en veinte días se forman tejedores de muchachos venidos del interior. Más de treinta mil tractores se mantuvieron en servicio durante los años de la guerra y la posguerra, por lo menos hasta 1948-49. Los ferrocarriles funcionan con las viejas locomotoras a vapor alimentadas con leña, maíz y i hasta con trigo! Frente a estos hechos incontrovertibles, ¿de qué· valen esas elucubraciones de algunos intelectuales acerca de los vicios de nuestros empresarios, de sus debilidades, de_su cobardía? A este respeéto, me permitirán ustedes que use un término últimamente reactualizado, el de "alineación", para describir. el fenómeno que presentan muchos intelectuales de derecha y de izquierda cuando al calificar de '.'entreguista" a la burguesía nacional y de "reformista" y "colaboracionista" a la clase obrera argéntina, cuando coinciden en reclamar la plena integración del país, de su economía, de su industria, como factor de cohesión y consolidación de la n~cionalidad. Esta actitud crítica y peyorativa se ha expresado en circunstancias en que el país se "nacionaliza", se libera de influencias extrañas en todos los campos y reivindica el folklore y el tango como formas vernáculas. La burguesía nacional edifica uria industria liv!ana a pesar de la ausencia de bases indispensables en los rubros de la industria pesada y de las políticas económicas oficiales que desalientan al productor y abren las puertas a la competencia extranjera. la clase obrera deja atrás su pasado sindical orientado por ideólogos extranjeros y saca dirigentes de las bases criollas de la ciudad y de las provincias. Cuando están dadas las condiciones de_ la afirmación nacional, intelectuales y dirigentes de las clases dominantes de la sociedad se vuelven contra todo lo que es expresión nacional, contra los empresarios nacionales, contra los ''cabecitas·

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negras", como han llamaqo a los obreros del interior argentino y exaltan formas y estructuras foráneas. · Ya hemos dicho que la cultura de un pueblo se expresa en todas las formas habidas, desde las actividades del trabajo, la alimentación, el vestido, la habitación, la diversión, la fantasía, los ,dichos y costumbres, la agremiación sindical, los partidos pol1ticos, el funcionamiento de las instituciones, la educación y las manifestaciones estrictamente intelectuales y estéticas.

6. - El alimento La alimentación típica de los argentinos del pasado fue el locro, que es palabra quichua. También la carbonada, la humita, el chipá, la mazamorra y los tamales; entre los dulces, los elaborados con frutci.s regionales como el algarrobo, la caña de azúc~r ~el mamón, el aguay. Seg__ún las provincias, fueron y son todav1a populares el arrope, el patay, el alfeñique. El único verdaderamente nacional y desconocido en otras partes del mundo, es el dulce de leche, que Rosas llevó al destierro, y lo hizo probar y gustar a su~ amigos ingleses. · Luego se incorporaron a la mesa de los argentinos los platos nacionales de la inmigración española e italiana. El cocido español, o sea nuestro puchero y las pastas peninsulares. La asimilación de los inmigrantes también se hizo a través de n~estros alimentos y bebidas típicas: los gauchos italianos y jud1os y los obreros y artesanos extranjeros se habituaron al mate y al asado ... y las aGhuras.

7. - El comité Una expresión típica de la vida de los argentinos es el comité político. En sus orígenes, nuestros partidos son agrupaciones accidentales, que actúan en épocas de elecciones y bajo la inspiració.n personal de un jefe, de un caudillo. No tienen programas diferenciados y hasta las denominaciones son caprichosas, sin relación alguna con la orientación del grupo. La organización es vertical y jerárquica: del jefe nacional, se desciende a los caudillos provinciales, a los de parroquia, y a los punteros, que son activistas de barrio en contacto di recto con los _puntos y con el electorado, encargado de transmitir las órdenes dé arriba y los reclamos y pedidos de abajo. El país tuvo

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figuras muy famosas entre los caudillos provinci~les .Y mu~ici­ pales: Cantoni, Lencinas, Vidal, Ug~rte, Barcel?•. B1degam Y tantos otros. Los caudillos y el comité son las unicas f~rmas que conoció nuestra democracia originaria. Eran las celulas del civismo y reproducían la sociedad patriare.al her~d.ada .~e los españoles. Pero eran .reduct~s aislados, sin ~~rt1c1pac1on de las masas, actividad de profesionales de la pol1t1ca. Los s~­ cialistas incorporan el primer comité-biblioteca y centro de difusión doctrinaria, pero también limitado a minorías dirigentes. El peronismo hizo de la política una .actividad de rrya,sas, aunque tampoco esta actividad se canaliza en el com1te, porque las llamadas unidades básicas no logran atraer el concurso masivo de los simpatizantes. El vehículo multitudin~rio del peronismo no fue el comité, sino el sindicato obrero.

8. - la religión La religión es otra constante de la vida nacional. La conquista española se hizo con el signo de la espada y la cruz: Pero la espada fue derrotada por los ejércitos criollos ~e .la mdepe~­ dencia. No así la cruz, _que sigue su obra catequ1st1ca. Los misioneros españoles tuvieron la habilidad de adecuar las enseñanzas cristianas con las raíces autóctonas. Aprenden los idiomas indígenas y hasta los engrandecen al formularles signos escritos y gramáticas. Enseñan el c~teci~mo y celebra~ la misma en quichua, y aymará, en guaran1. La 1gles1~ no se ~1~la del desarrollo de la nueva nacionalidad. Al contrario, part1c1pa activamente. Fray Mamerto Esquiú .es convencional de la Constituyente de Santa Fe. Fray Luis Beltrán crea la primera forja de armas de la guerra de la ind~pendencia. ~I f.raile Aldao es granadero de San Martín. Consoltdada la Republ1ca, los sacerdotes intervienen en la vida política. Recordemos a monseñor Aneiros, arzobispo de Buenos Aires, que fue, diputado por el Autonomismo o al cura Filippo que represento al peronismo. Tuvimos curas conservadores, radicales, liberales, como hubo antes unitarios y federales. La iglesia se preocupa de la enseñanza, especialmente en las regiones más pobres y aisladas del país, como la Patagonia. Con gran sentido de las necesidades nacionales, las escuelas religiosas se especializan en artes y oficios y se crean

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escuelas y universidades técnicas. Mencionaremos la escuela de León Xllr de artes gráficas, las escuelas salesianas, el Centro Astronómico de San Miguel, y las Universidades católicas que funcionan en varias capitales del país. La religión y la obra de la iglesia actúan como factor de cohesión nacional. 9. - El movimiento sindical El movimiento sindical argentino es otro rasgo fundamental de nuestra historia contemporánea. Es verdad que el sindicalismo fue importado de Europa, especialmente desde Francia al calor de las ideas de Sorel, allá por los primeros albores de este siglo. Pero también es verdad que no se debe a su origen el hecho de que el sindicalismo fuera durante muchos años un fenómeno sin raíces ni -objetivos nacionales. Fueron sus primeros dirigentes locales, muchos de ellos extranjeros, quienes entendían que la lucha social en la Argentina era idéntica a la de la clase obrera de las grandes naciones industriales de Europa. Así tuvimos aquí réplicas de las divisiones del socialismo internacional. Anarquistas, comunistas, socialistas, reformistas. El socialismo científico fue importadó por un intelectual alemán, el ingeniero Lallemant, que intenta aplicar el método dialéctico a nuestra realidad criolla desde el periódico sindical "El Obrero". Esta aproximación al problema nacional fue una experiencia fugaz. La tarea doctrinaria del socialismo argentino recaería por mucho tiempo en la persona de Juan B. Justo, cuyas enseñanzas convirtieron a todos sus partidarios en exégetas del socialismo europeo y de la cultura europea. Fueron partidarios del libre cambio, de la importación sin trabas de las manufacturas que estábamos en condiciones de producir aquí, como lo comprendieron estadistas conservadores, de la dimensión de Carlos Pellegrini. El comunismo, que nace como escisión del partido socialista, no difiere de éste en cuanto a la apreciación de la realidad argentina, sino en cuanto el enjuiciamiento de un hecho histórico geográficamente remoto: la revolución ,rusa de 1917. El internacionalismo comunista llega hasta fomentar la formación de grupos idiomáticos, entre las colectividades extranjeras a las que incitan a publicar periódicos y libros en sus idiomas originarios. Desarraigados de la masa popular argentina, sin

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influencia alguna en el interior del país, el socialismo y el comunismo nunca fueron fenómenos nacionales. Influyeron en los sindicatos mientras éstos eran pequeñas agrupaciones metropolitanas, escindidas por el más crudo fraccionalismo ideológico. La migración interna que es el fruto del auge industrial y el advenimiento político del peronismo, transforman completamente la naturaleza y los objetivos del movimiento obrero argentino. Hoy el país tiene una clase obrera eminentemente nacional, dirigida por criollos y representativa de los trabajadores de la ciudad y el campo. Este es el aspecto más imperecedero del peronismo y la contribución más significativa de ese movimiento al proceso de formación nacional ..

10. - El ocio Y ya que hablamos del trabajo, podemos referirnos; siquiera sea brevemente, a una entidad antinómica: el ocio. El ocio es un tema social de enorme actualidad en esta era de intensa mecanización del trabajo, cuando las máquinas suprimen la fatiga obrera e, inclusive, reemplazan totalmente la labor humana reduciendo la jornada de trabajo a 40 y 32 horas semanales. Del ocio nació la gran civilización grecorromana. El mundo grecorromano era un mundo de ciudades y pueblos dispersos, constantemente ocupados en la guerra y la conquista. Sin embargo, griegos y romanos tuvieron tiempo para sentar las bases de la filosofía, de la física, de la astronomía, de la poética y del teatro que aún tiene vigencia en nuestros días. Esta formidable promoción cultural fue posible mediante el ocio de millares de ciudadanos de esas antiguas colmenas culturales de la humanidad. Es verdad que otros trabajaban mientras ellos soñaban, investigaban y filosofaban. Eran los esclavos, los ilotas, los parias sometidos por acción de los ejércitos. En la "República de Platón" y en la "Política" de Aristóteles, la libertad era la libertad de los ciudadanos; la esclavitu era.una institución indispensable hasta el punto de que su desaparición coincide con la decadenc'ia de Grecia y de Roma. Como seres humanos, rechazamos la esclavitud y todos sus horrores; como historiadores, no podemos dejar de registrar el hecho de que la cultura en

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que todavía abrevamos es fruto justamente de la esclavitud, pues no existía por entonces alternativa alguna para el desenvolvimiento de las fuerzas productivas sociales. El Renacimiento y el humanismo exhuman la cultura grecorromana pero exaltan la condición del hombre liberado de la gleba. No obstante, en la Europa renacentista, tampoc9 trabajan los pintores, los escultores, los poetas: los príncipes los alojan en sus dominios y les pagan para que se consagren al arte. En la sociedad moderna se produce el fenómeno social de la especialización, de la división social del trabajo. La sociedad subsidia también a un sector, el sector oe la inteligencia que se consagra en las universidades, en los institutos, en la cátedra, para que produzca una clase de bienes dentro de la especialización del trabajo: los bienes culturales. Cuanto más adelantada es la sociedad, cuanto mayores son sus excedentes destinados a la educación y la cultura, más florecen las labores del espíritu, de la investigación, del conocimiento altamente especializado. Cuanto más próspe.ra y autosuficiente es la producción de bienes materiales en una· comunidad, más extenso y profundo es el sector social que puede dedicarse al estudio y la creación. El fenómeno minoritario de la cultura de élites se convierte en un fenómeno social de masas con acceso a la educación y a la cultura. También en la Argentina tuvimos el período de la cultura de las élites fuertemente influidas por modelos europeos. Nuestras universidades, hasta el advenimiento del yrigoyenismo al poder en 1916 y la reforma universitaria de 1918, fueron reductos de los hijos de la oligarquía agropecuaria y laboratorios de formación de clases dominantes (políticos; abogados, médicos, economistas) que servían los intereses y la estructura agroimportadora del país proyectado hacia el exterior. Pero el desarrollo de las fuerzas productivas exige, aquí y en cualquier parte del mundo, la formación de grandes contingentes de técnicos, investigadores, obreros calificados capaces de administrar esta masa productiva. La sociedad industrial moderna genera también los recursos sociales indispensables para la difusión de la cultura, para la promoción del espíritu creador de intelectuales puros, de científicos puros y de artistas puros. Por eso, el destino de la cultura, el acceso del pueblo al libro, a las artes, al estudio, están íntimamente ligados al desarrollo 19 .

económico y a la alta tecnificación y mecanización de la industria, que es el rasgo universal de nuestra época. La automatización y la cibernética liberan al hombre y ensanchan el tiempo de ocio que el hombre puede consagrar al perfeccionamiento de sus conoc_imientos y a su labor creadora. De ahí que los intelectuales, los escritores, los poetas, los músicos y los artistas plásticos, en una palabra, la inteligencia no pueden desentenderse de los esfuerzos que hace la comunidad y de la lucha que se libra para acelerar el crecimiento económico, modernizar la producción y, como resultado final, reducir la jornada de trabajo. Este resultado final es la condición necesaria para liberar al hombre de las cadenas de sus apremios materiales y darle la posibilidad de gozar del "tiempo libre", es decir, del ocio creador, que es la base en que se sustenta la verdadera libertad. Por eso, el acceso de todo el pueblo a la cultura depende de la liberación de los trabajadores de las jornadas agobiantes y de los salarios inadecuados. Como son las formas avanzadas de la producción las que crean las condiciones para la reducción de la jornada laborable y el aumento del poder adquisitivo de los salarios. Pensemos en estas cifras elocuentes: en nuestro país, el 85 % del salario es dedicado a la alimentación y al abrigo; en los Estados Unidos, esta parte del salario es del 18 % .

La reforma universitaria y los cambios políticos sobrevenidos en el país como consecuencia del sufragio universal y el arribo de la clase media al gobierno cambiaron en parte el espíritu de esa Universidad tradicional. Sin embargo, siguió siendo una célula abroquelada en su autonomía institucional y en el monopolio. Muy lentamente evolucionaba hacia la consideración y estudio de los problemas nacionales; el cientificismo, la especulación y el enciclopedismo teóricos eran y son aún caracteres predominantes de nuestros medios universitarios, que no están vinculados al ambiente social argentino, a la vida de la industria, del comercio, de la agricultura y su crítica problemática, de la actividad económica y social del país. En las grandes naciones modernas la universidad está profundamente enlazada con el progreso técnico y científico de la comunidad y de sus empresas. Gran parte de la investigación de los procesos industriales se hace en sus universidades con fondos que provee la actividad privada. Nuestra Universidad espera aún la reforma fundamental que corresponde a la Argentina del desarrollo.

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11. - La Universidad La Universidad es uno de los centros donde se elabora la cultura nacional. Hemos dichos que la Universidad argentina del pasado reflejaba la naturaleza del país pastoril. La reflejaba en cuanto formaba profesionales que servían los intereses de los grupos sociales que vivían del campo pero que no vivían en el campo. Así vemos que esa Universidad no formaba ingenieros de empresa, ni agrónomos, sino abogados y doctores en filosofía. Los pocos agrónomos que producía no eran para el campo sino para las oficinas. En esa formación puramente libresca se enseñaba a nuestros jóvenes una historia nacional, una filosofía y una sociología inspirada en moJdes extranjeros y divorciadas del contexto local. El Estado, administrado por la minoría política, atada a la economía portuaria, monopolizaba esta enseñanza.

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Se dio un gran paso cuando se rompió el monopolio estatal y se consagró la enseñanza libre resistida por quienes debieron ser sus más ardientes defensores: Los estudiantes, movilizados éstos por las consignas que emanaban de los centros políticos liberales e izquierdistas. Solamente en el cuadro de la libertad de enseñanza podemos esperar que las universidades y otros institutos de enseñanza superior y de enseñanza media respondan crecientemente a la necesidad de preparar los técnicos e investigadores que demanda el crecimiento de las fuerzas productivas y la modernización del agro, la minería y la industria. Pensemos que hasta hace poco más de un lustro nuestro país, que posee reservas de petróleo para alimentar la actividad económica de más de un cuarto de siglo de desarrollo acelerado, tenía apenas unos pocos ingenieros especializados en ese rubro. No obstante, se ha avanzado en este camino, como lo prueban los institutos tecnológicos privados que funcionan en todo el país, religiosos, laicos y militares, pero apenas se ha dado el primer paso y no siempre ajustado al objetivo que perseguimos cuando se estableció la libertad de enseñanza. Muchas de las universidades privadas duplican las carreras y los programas de la universidad oficial. Pero aún fal-

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tan institutos aplicados a las industrias regionales y a la formación de técnicos especializados. La tendencia al enciclopedismo universitario y a la preparación masiva de científicos e investigadores puros está expresa~ mente contraindicada en el actual estadio de nuestra evolución económica. Ahora tenemos que darle prioridad a la formación de técnicos para el desarrollo, por dos razones: a) porque es lo que f~lta para sacar petróleo, tecnificar el campo, electrificar el pa1~ •. dese~volver y perfeccionar nuestra industria, y b) porque, s1 invertimos el orden y procedemos a formar investigadores en vez de técr;licos, continuaremos exportando científicos que, una vez formados, care~en en el país de perspectivas para sus altas especulaciones y se ven constreñidos a emigrar. 12. - Literatura

En cuanto a la literatura, la plástica, la poesía, el teatro y la música de los argentinos, hay que distinguir siempre entre for· ma y contenido, entre la riqueza expresiva de un vasto e importante movimiento estético localizado en nuestro país y las obras de ese movimiento que reflejan el espíritu nacional en sus múltiples facetas. Si tomamos la poesía y la literatura que se inspiran en el paisaje y el hombre argentino, yo señalaría como arquetipo entre los poetas a José Hernández, que cantó en un poema épico inmortal el trabajo y la lucha del gaucho, la soledad de la Pªíl"!Pª y la angustia existencial de su protagonista. A Baldomero Fernández Moreno, ese poeta cuya inmensa obra inmortalizó la ciudad, describiendo con amor la vida de nuestra pequeña burguesía porteña y de las ciudades y pueblos del interior. Y a Evaristo Carriego, que pintó el barrio y sus héroes humildes y cotidianos, para terminar con la poesía del tango, cuyos máximos poetas contemporáneos fueron Homero Manzi y Enrique-Santos Discépolo, "Discepolín". Todos ellos marcan los hitos de una gran literatura y poética populares. Lo mismo podemos decir de la literatura vernácula que no se hace solamente en los libros sino en la crónica viva de las diversas etapas de nuestra historia. Quienes primero se - deslumbraron ante la belleza del país y la sencilla austeridad de sus gentes fueron los viajeros ingleses, en particular, y europeos y americanos, en general, cuyas crónicas y cartas en-

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viadas a sus parientes y amigos de ultramar son documentos ereciosos par~ recQnstruir la vida primitiva de nuestra campana. En este genero sobresalen con caracter~s excepcionales los hermanos Robertson, Me Conn, Hudson, etcétera. La gesta de la Independencia y la guerra civil surgen nítidamente del lenguaje a veces iletrado de soldados y caudillos, en sus epístolas y partes de guerra. Para comprender el carácter de esas luchas y de sus héroes hay que recurrir a Quiroga a López a Ferré, a Urquiza, a Rosas. Sobre todo a Rosas, en 'sus famo~a cart~ a Ouiroga, desde la hacienda de Figueroa. O en las Memor.1~s, desde las muy modestas, pero grandes en sus significac1on, de Belgrano y Saavedra, hasta la ya clásica e imperecedera del general José María Paz. Finalmente hallamos una síntesis magistral de ese fecundo período de nuestro nacionalismo, paradojalmente, en el Facundo de Sarmiento. Podemos disentir profundamente con su visión maniquea de la historia, GUando la divide absurdamente en civiliz~ción y barba:ie. Pero no hay duda que el mejor biógrafo de Ou1roga y el mejor estilista del paisaje y las costumbres de la época es Sarmiento, ese iracundo enemigo de los caudillos. Su genio. puede llevarlo a abstracciones inadmisibles, pero cuando_ pinta la grandeza elemental del caudillo, aunque lo apostrofe, lo exalta. Es el más grande pintor de la pampa bárbara. Por eso, en esta indagación de nuestras raíces culturales debemos prevenirnos contra todo sectarismo de escuela contra toda fragmentación partidista de la historia y la cultur~ n~~i?nal. Deben:'os concebir a una y otra como un proceso ind1v1s1ble y asumirla en su totalidad sin beneficio de inventario. Los sucesos históricos no son fenómenos aislados sino eslabones de una cadena sin fin. Los hechos particulares responden en gran parte a ideas y criterio que se expresan en un proceso continuo hacia la integración, la síntesis y la afirmación de la p~rsonalidad nacional. Es un proceso en el cual cada etapa actua. como supuesto de la siguiente, de modo que las tesis y antítesis. actuales entrañan la síntesis de mañana; Por lo que es pueril negar lo que fue, o desfigurarlo y, cuanto más pretender excluirlo de la historia. ' La literatura argentina se enriquece después del período de la organización nacional con obras tan representativas como La Bolsa de Julián Martel y esa visión retrospectiva de La Gran Aldea de Luci.o V. López. Es imposible olvidar en este inventario

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de grandes trazos esa poética imagen del gaucho volcada al idioma culto que es el Don.Segundo Sombra de Güiraldes. Y podemos enorgullecernos de contar con escritores de innegable fuerza nacional qu~ irán logrando cada vez mayor resonancia fuera de nuestra fronteras, como Payró, Borges, Sábato y Cortázar. Tampoco podemos dejar de resaltar la tendencia realista que se asoma de lleno al mundo del subconsciente y que tiene su figura señera en Roberto Arlt, ese gran novelista cuya enorme y densa obra es frecuente e injustamente soslayada. El teatro nacional es el más rico de toda América Hispana. El· costumbrismo de Laferrere y Martín Coronado continúa en la riqueza inigualada del sainete criollo, cuyo valor más genuino fue Alberto Vaccareza y en el drama de las nuevas clases sociales que pintó magistralmente Florencio Sánchez. Varias docenas de comediógrafos argentinos integran una literatura escénica que en gran parte se inspiró en auténticos temas nacionales, además de brillantes dramaturgos que imitaron la fórmula del teatro universal.

en la tribuna parlamentaria y que tuvo exponentes de la talla de Pellegrini, Bernardo de Yrigoyen, del Valle lbarlucea, Estrada, De Tomase, De la Torre y muchos otros. El examen de esta lite.ratura nos revela frecuentemente las corrientes profundas de la política nacional a través de la eclosión de los grandes conflictos entre el país real y las ideas e intereses foráneos. En la defensa de los intereses nacionales descollaron Magnasco, Hernández, Pellegrini, De la Torre, en el célebre debate de las carnes, y el general Savio, que aunque no fue parlamentario, su pensamiento económico ha herido profundamente la sensibilidad del país a través de escritos trascendentales, conocidos en oportunidad de la discusión de la ley que lleva su nombre y que se consignan en los anales parlamentarios. En poco más de diez páginas, Savio expone analíticamente el problema del subdesarrollo argentino y la estrategia certera para superarlo. Su intervención al efecto, compendiada en ese trabajo, tiene una trascendencia histórica infinitamente superior al cortejo interminable de volúmenes del Diario de Sesiones, destinatario obligado de la retórica parlamentaria de cerca de medio siglo de desorientación nacional.

13...... La Filosofía La filosofía argentina ha tenido escasos creadores, dándose la paradoja de muchos escritores que hicieron de alguna ma~ nera filosofía aunque no tuvieran como profesión específica esta rama de la investigación. La totalidad de nuestras corrientes filosóficas acusan una fuerte influencia de pensadores extranjeros sobre todo de Hegel, de Comte, de Kant, de Marx, de Heidegger y Ortega y Gasset. Entre los argentinos que cultivaron esta disciplina tenemos que mencionar a Ingenieros, positivista; Korn, idealista neokantiano; Astrada materialista dialéctico; y en el pensamiento católico, las diversas expresiones del tomismo que se personificaron en De Anquín, Sepich y Derisi.

15. - La plástica Finalmente, tenemos grandes pintores argentinos, que han seguido las mejores corrientes de la plástica universal hasta expresar con vigor y brillo paisajes, hechos y tipos de la vida nacional. Quizá nos falte un Figari, que en una simple mancha registra todo el color y la pasión de la tierra y sus hombres. O podemos envidiar a los grandes muralistas y pintores mejicanos mediante los cuales no se borrará jamás de la retina del pueblo la gesta revolucionaria de su patria.

16. - Cultura y Nación 14. - Oratoria política Otra expresión cultural que se vincula con la política es la vida parlamentaria. Hubo épocas de nuestra historia en que circulaban de mano en mano los escasos ejemplares del Diario de Sesiones. Hubo un género oratorio argentino que se exhibía

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Hemos hecho una rápida revisión de los rasgos esenciales de la cultura nacional a modo de introducción al tema. Tiene por ello las limitaciones propias de un ensayo tan general. Los argentinos tenemos un patrimonio espiritual que necesitamos preservar. Arranca de nuestro origen hispano y se enri-

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quece con el aporte de nuestras propias vivencias criollas y la influencia f8cunda de los inmigrantes. Comprende la tradición, los hábitos sociales, las ciencias, las letras y las artes, los modos de vida, la moral religiosa, los principios de paz y de convivencia que siempre hemos practicado a lo largo de nuestra historia. Todos estos elementos configuran nuestra personalidad nacional. Sin ellos, sin su preservación y constante desenvolvimiento, nuestro país no sería una nación. Podríamos alcanzar quizá altos niveles de progreso material, pero nos faltaría este factor aglutinante, el espíritu nacional que une a los argentinos en una comunidad diferenciada y vigorosa. En la medida en que vayamos siendo una Nación integrada material y espiritualmente, alcanzaremos dimensión universal. La región, el continente, el mundo, pasan necesariamente por la consolidación nacional. Lo universal no solamente no niega sino que se nutre de las particularidades nacionales. El desarrollo económico nos dará la fuerza para imponer esa personalidad, para apuntalar el genio nacional. De lo contrario, marcharemos a la zaga de otras naciones que nos someterán económicamente y nos impondrán su propia cuJtura, su forma de ser. Hasta ahora hemos dependido frecuentemente del factor externo que no sólo nos asfixió materialmente, sino que nos invadió con sus formas culturales, deformó y falsificó nuestra historia y sobrepuso una cultura de importación sobre el fondo autóctono de nuestra propia cultura nacional. El desarrollo económico transformará la estructura de la dependencia. Introducida la conciencia nacional en la determinación precisa de los objetivos comunitarios, la cooperación internacional ya no se aplicará a financiar el simple intercambio de nuestras carnes y granos por bienes intermedios y de consumo. Ahora la necesitamos para que se sume al ahorro nacional y al esfuerzo de nuestros empresarios y trabajadores en el cumplimiento de los objetivos prioritarios de la integración económica, vertical y horizontal de nuestra patria. En esta empresa debemos poner una voluntad nacional de preservar nuestra autodeterminación, rechazando toda interferencia extranacional. Esta voluntad de soberanía y desarrollo es una magnitud espiritual, es una actitud deliberada y consciente y nunca será el resultado mecánico del progreso material. Por eso repetimos que para ser Nación hay que querer ser

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Nación. Y para que esta aspiración no sea una idea girando en el vacío debemos asegurar la participación del pueblo, de todo el pueblo, en la solución y en la conducción de los problemas nacionales. Ningún dirigente aislado de su pueblo, por genial que sea, puede en esta época conducirlo a la grandeza y a la liberación. Todos los sectores sociales deben participar dinámicamente en la lucha trascendente por afirmar los trazos característicos, espirituales y materiales del ser nacional. Convocamos también a la juventud a esta reflexión sobre la cultura argentina, y no perseguirnos con ello un fin de mera especulación intelectual. Aspiramos a que los conocimientos que puedan obtener actúen como arma, como instrumento de acción colectiva. Queremos que el pueblo aprenda a amar y defender su patrimonio espiritual. Queremos que ratifique sus creencias profundas y sus vivencias culturales para reafirmar su vocación nacional y para que luche contra todos los intentos de desviarla o diluirla. Antes, el ser nacional luchó y se defendió de las deformaciones que querían imponerle desde afuera; ahora, tiene que defenderse de corrientes internas y externas que quieren hacerle cambiar su decisión de constituir una Nación por una idea supranacional de una pretendida nacionalidad latinoamericana. Seremos mejores latinoamericanos en la medida en que seamos mejores argentinos. i No hay sustituto para la condiéión nacional! He querido definir con esta exposición las ideas generales sobre la cultura nacional. Cuando insistimos en la integración económica y social del país, previa a toda otra integración regional, luchamos por que los argentinos volvamos nuestra mirada al país en su magnifica totalidad: la Patagonia, la Pampa Húmeda, el Delta, el Nuevo Cuyo, el Noroeste, el Gran Chaco, la Mesopotamia y el Gran Buenos Aires. Hacia las provincias mediterráneas, donde las grandes vivencias de la cultura tradicional han resistido la presión y la asfixia del subdesarrollo material. Hacia las remota$ regiones australes, hasta ahora prácticamente segregadas de la comunidad, aisladas y sometidas a la influencia demográfica y cultural del extranjero. Hacia la pujante riqueza potencial del Nordeste, otra ínsula incomunicada a pesar de estar abrazada por los ríos más caudalosos de la República. Hacia el Gran Buenos Aires, centro principal del poderío industrial-financiero del país. Queremos una nación total, una nación capaz de hacer flore-

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cer, con toda su potencia virtual, el arte, la ciencia, la literatura, la música de nuestros antepasados. Solamente este país, integrado material y espiritualmente, será una nación plenamente soberana. Una nación que contribuirá con enorme vigor y personalidad, entonces sí, a la cooperación regional y a la convivencia pacífica de todos los pueblos del mundo.

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