La Crisis Del Estado De Derecho Liberal Burgues

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A R T U R O E N R I Q U E SAMPAY M jf m b r o

d el

I n s t it u t o

A r g e n t in o

de

F il o s o f ía

J u r í d ic a

y

So c i a l

LA CRISIS DEL ESTADO DE DERECHO LIBERAL - BURGUES

BUENOS

AIRES

I N D I C E I n t r o d u c c i ó n , p or Francisco A y a l a ............................ P r ó l o g o ............................................................................ .. C a p ít u l o

,5

P r im e r o

NOCIONES PREVIAS DE TEOLOGIA POLITICA (ACCESO METODICO AL TEMA) I.— El Estado como ente de cultura II.—Relación esencial entre la cosmovisión y Ja forma de Estudo: Teología Política III.— El Estado como estructura real y forma de vida . . ...............

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Ca p ít u l o S e g u n d o

EL ESTADO DE DERECHO LIBERAL-BURGUES T.— Sentido con que usamos la locución “ Estado de Derecho” .. II.— El fin del Estado: la garantía del subjetivismo de la libertad III.—La organización formal del E s t a d o ................................................ IV.— El sustrato político del Estado de Derecho liberal-burgués .. C a p ítu lo

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T ercero

LA CRISIS DEL SUBJETIVISMO DE LA LIBERTAD I.— El hombre y el mundo m ed io ev a l..................... II.—La aparición del hombre moderno y su mundo

io s

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Píg. I I I .— Consecuencias de la R eform a: la sustantivación de la P o lítica y de la E c o n o m ía ................................................................................... 128 IV .—L a conciencia filosófica del subjetivism o de la libertad . . V.— Form ación h istó rica del Estado de Derecho liberal-burgués . . 156 V I.— De la lib e rta d del liberalismo a la absorción totalitaria del h o m b r e ....................................................................................................... 177 C apítulo Cuarto

E L SU R G IM IE N T O D E LA DEMOCRACIA RADICAL DE MASAS I.— L a dem ocratización fundam ental de la s o c ie d a d .......................

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I I . — Cambios de los modos de formación y selección de la clase po­

lítica d i r i g e n t e ....................................................................................... I I I . — E l irracionalism o violento como expresión política de las masas IV.—Los mentores ideológicos del irracionalismo violento de las m a s a s .......................................................................................................... V.— De la dem ocracia radical de masas al E stado de M onopartido

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Ca p Itulo Q uinto

LAS N U EV A S FORMAS DE ESTADO I.—E l Estado fascista. La absolutización política y moral del E s t a d o ....................................................................................................... I I .—E l Estado soviético ruso. La absolutización de u na clase eco­ nómica ....................................................................................................... I I I . — El E stado nacional-socialista. La absolutización de una raza IV .—E l Estado corporativo de P o r tu g a l...................................................

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Registro alfabético de n o m b r e s ...................................................................

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. . 140

E l libro para cuya presentación m e han sido encomendadas estas líneas es realización cumplida y cabal de un propósito ya en sí extraordinario: el de elevar a térm inos de teoría y en­ cuadrar en ellos los accidentes de una situación práctica anun­ ciada a nuestra experiencia vital en form as que, por pertur­ badoras, son las m enos adecuadas para suscitar una reflexión serena y objetiva. E n m om entos como los actuales, frente a una crisis de tan abisal hondura, suelen configurarse dos acti­ tudes de opuesta dirección, pero de igual esterilidad: la que, en trivial gritería, aporta a la confusión am biente puras posi­ ciones de voluntad -±-mal portadas, como es inevitable, por conceptos inoperantes, desprovistos de toda vigencia e incapa­ ces de persuasión—•, y la que, desentendida de la realidad, despreciando los datos en presencia, busca refugio, por huir de su caos, en puras logomaquias, cuya perfección form al no con­ sigue sino poner más de relieve su carácter de evasión respecto de la vida. Sam pay ha sabido colocarse en la única actitud fecunda: encara decididam ente la realidad y trata de hacerse cargo de ella en sus datos esenciales. E ste propósito habla en pro de su capacidad teorética m ejor que la más acabada construcción de corte académico que hubiera podido servim os, y acredita una madurez espiritual sorprendente en u n hombre de sus años. No ya sorprendente sino milagroso sería que el propósito se hallara logrado sin dar lugar a discrepancia. Son demasiados en cantidad y enormes en volum en los materiales de todo orden barajados al llevarlo a cabo para que no pueda señalarse des­ acuerdo en la interpretación de algunos. Y el n m m o proceso cuyo conjunto se estudia reviste proporciones y presenta compleji-

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PROLOGO E ste libro, afanada cosecha de una investigación sociológica del colapso que a nuestra vista sufre el Estado de Derecho liberal-burgués, nació en función de la Argentinidad. E n efecto: fu é meditado, y hecho con la m ente y el corazón puestos en nuestra acongojadora realidad política, aunque a la vez y en lo hondo, fuim os movidos a la empresa por una fe irrefragable en el destino vector que nos aguarda, es decir, aguarda a la Nación que es nuestro medio y substrato histórico y a la que estamos existencialm ente adscriptos. A hora bien; preciso es tomar consciencia de lo siguiente: desde n ing ún punto de vista se puede tram ontar la fase crítica de la Cultura que nos ciñe y altera, m enos aún proyectar cla­ ridades sobre la ruta que hacia el porvenir tenem os abierta, si no cobramos inteligencia científica del presente. Por esto, para contribuir a rebasar, de los actuales eventos catastróficos, la im presión ingenua, que es u n corte inmediato y transversal de la historia, en consecuencia, u n visaje falso, y, en cambio, tomar conocimiento genuino del desenlace crítico de la estruc­ tura fundam ental de Cultura m oderna — el Estado liberal-bur­ gués va engarzado en esta estructura como un elemento— es que hem os ido, recta y ardidamente, al encuentro de los datos esenciales de la trem enda realidad política de Occidente. Cuando en nuestros días, los grandes m ovim ientos democrático-masivos condicionaron u n Estado omnipotente, incon­ trastable, absorbente; portadores activos de una concepción del m undo que correlacionaba u n cerrado esquema cultural, de ortodoxa intransigencia, porque las cosmovisiones son verda­ des que se excluyen en su incondicionalidad —totalitario fué el térm ino que se vació de su prístino y trivial significado para 11

expresar la especificidad del nuevo tipo de organización polí­ tica— los equipos de intelectuales y los políticos que aún esti­ maban con la escala conceptual de valores de una época histó­ rica consunta, negaron la razón de ser de esta m area oceánica 2ue se venía abrevando en centurias de acontecer, pero que m u y especialmente, durante la segunda m itad del siglo X IX , había quedado presta para anegar con su flujo al Occidente. Y como esta negación era un dictado de la razón, esa “intellection p u ré” del legado cartesiano, fuerza dem iúrgica del m undo y la sola fu en te de donde mana el increm ento axiológico de la historia — alambicado el hombre en su dim ensión intelectual, la Cultura se reduce a m era fabricación del pensam iento— creyeron, con el optim ism o antihistórico del racionalista, que desconociéndole veracidad intelectual al totalitarism o, lo h a ­ bían aniquilado. La Tercera República de Francia hizo la expe­ riencia a expensas de su vida. S in embargo, se tenía ante los ojos, sin percibirlo en su enterez, con la trágica miopía de los hom bres fronterizos, el relevo de u n m undo por otro, borroso en sus contornos y fluctuante en el sentido, pero que atestiguaba la caducidad del anterior: era la estructura histórica de cultura m oderna que agotaba el ciclo de su vida y comenzaba a desmedrarse. Los fenóm enos term inales de los orbes de cultura, que son lace­ rantes para la generación que los lleva como vivencia y cuyo tem po es la estrepitosa subitaneidad de los despeños, se daban, en esta circunstancia crítica, tal como M aquiavelo, en el orto de la modernidad, lo había prenunciado con el politicism o m o­ ralm ente incondicionado de la ragioni di stato. Los argentinos debemos aleccionamos en la experiencia histórica acumulada. Por un privilegio insospechado — ¡la pa­ radoja del rezago hispanoamericano! —todavía es dado hacerlo, pues aquí sazonan con retardo los últim os fru to s de la desin­ tegración moderna. Comprendido, como estamos, en el ámbito cultural de Occidente, no podíamos escapar a los efectos tur­ badores de la homogeneización y universalidad de la crisis actual y menos librar del mism o trance a nuestro Estado libe­ ral, inmerso y condicionado por la privativa concepción bur­ il

guesa de la Cultura. E n consecuencia, estamos permeados por el mal de Occidente, al que pertenecemos, malgrado los maja­ deros del autoctonismo indígena. E n efecto: nacim os a la vida independiente bajo la conste­ lación modernista. N uestra revolución emancipatoria fué una ruptura consciente con la hispanidad, entendida ésta, en lo fundam ental, como la antípoda del pensam iento racional-individualista vigente en el resto de Europa. Alberdi resum e m u y cabalmente el esguince ideológico que implican los ideales de Mayo, con las siguientes palabras de su Fragm ento Prelim inar al Estudio del Derecho: "La Edad Moderna es la victoria del ra­ cionalismo. Descartes, pone a Europa sobre esta ruta fecunda, en que Am érica es llamada a colocarse si ambiciona a los rangos de la civilización moderna, enteram ente inaccesible por otra vía. España es lo que es, porque ha tenido más gusto en creer en los errores de San A gustín y San Bernardo, que en las verdades de N ew ton y Descartes”. E n la m ism a grávida coyuntura histórica —el punto en que se opera el tránsito del medioevo a la modernidad— cuando el continente se decide por la total inm anentización de la Culturai España reelabora el trascendentismo medioeval, y, con furor combativo —¿cidiano...? ¿quijotesco...?— afirma y restablece lo que Europa niega y sustituye. Así, a la R eform a le sale al e n ­ cuentro con la cruzada de. Contrarreforma, la Compañía alis­ tada bajo bandera por San Ignacio de Loyola y la restauración católica del Concilio de Trento im puesta en su gran parte por teólogos españoles. A l Renacim iento pagano le arrostra el v i­ goroso remanecer escolástico del siglo X V I. F rente al fenómeno sociológico de la secularización del Estado, predicada por Maquiavelo y conceptualm ente sistematizada por Bodin, el je­ suíta Francisco Suárez y los epígonos de su escuela, remozan, actualizándola, la concepción tom ista de la Política y del E s­ tado; y, con algunas décadas de posterioridad, Pedro de Rivcdeneira publica su “T ratado de la Religión y virtudes que debe ten er el Príncipe cristiano para gobernar y conservar sus Estados, contra lo que Nicolás Maquiavelo y los políticos deste tiempo enseñan” y Saavedra Fajardo compone su Célebre “Idea de un Príncipe C ristiano”. E l m ism o año, 1532, conjeturado como el de la aparición del Príncipe de Maquiavelo, donde 13

quedan echadas las bases de un derecho internacional asentado en el egoísmo estatal, el dominico Francisco de Victoria pro­ fesa de extraordinario en Salamanca y expone u n derecho de gentes informado por el derecho natural escolástico. Todo el predom inante pensam iento filosófico y la realizacatólicas las form as grecorromanas; la m úsica de Victoria; la impronta del reavivado tradicionalismo medioeval: los cánticos del amor divino de San Juan de la Cruz y Santa Teresa de. Avila; la lírica de F ray Luis de León, que colma de esencias católicas las form as grecorromanas; la m úsica de Victoria; la pintura de Morales y la del com ienzo del Greco; la palatina arquitectura escorial de Felipe II; el Teatro Nacional en el que, Juan de la Cueva y López de Vega en sus comienzos, refunden el Romancero medioeval. Llegados a esta altura hagamos la siguiente apuntación fundamental: este m om ento radiante de la Cultura española lo fué tam bién de la conquista de América. Necesario es, en­ tonces, indagar: ¿con qué sentido político España acometió estas empresas? E l m óvil decisivo de estas empresas — se pue­ de responder apodicticamente— es el propósito de m antener y acrecentar la Cristiandad, de llegar a la unidad ecuménica en la universitas christiana, que H ernando de Acuña, poeta y soldado de Carlos V, anuncia en u n soneto de aliento imperial: Ya se acerca, Señor, o ya es llegada la edad gloriosa en que prom ete el cielo una grey y u n pastor solo en el suelo por suerte a vuestros tiem pos reservada. Ya tan alto principio en tal jornada os m uestra el fin de vuestro santo celo, y anuncia al m undo para más consuelo u n Monarca, u n Im perio y una Espada. No puede dudarse que el sentido imperial de España en aquella sazón —sentido originariamente dado por Isabel la Ca­ tólica y expresado unívocam ente por Carlos V— lo trasunta el firm e designio y la consiguiente decisión política de hacer de España el guión espiritual de u n m undo que perdía su 14

unidad moral y se fragm entaba en una taracea de E stados so­ beranos. E n la Dieta de W orm s — como antes lo había hecho en la de Coruña— en presencia de Lutero, donde el gran heresiarca había irrum pido con su ruidosa reclamación, Carlos y afirma estar determ inado a defender la Cristiandad m ilenaria empleando para ello —dice— "m is reinos, m is amigos, m i cuerpo, m i vida y m i alma” *) E n consecuencia, resulta m u y fácil aprehender el espíritu que una vez terminada la conquista inform aría la organización política colonial y daría la tónica de nuestros orígenes mentales. A sí es como el prim er cuidado del Derecho de Indias, tanto del estatal como del privado, era m antener la sociedad en el catolicismo. Todo el prim er libro de las llamadas L eyes de Indias da cuenta de ello, al establecer las bases religiosas del Gobierno. Además, la form ación intelectual de la Colonia fu é encomendada a la Compañía de Jesús; y sabido es q u e el plan de estudio jesuíta — la Ratio Studiorum del año 1599— es por excelencia la pedagogía de la Contrarreforma que tiende a consolidar en los hábitos del educando el sentido de la auto­ ridad, del orden y de la unidad en medio de u n m undo espiri­ tual radicalmente convulsionado. Claro está, que en la e n tre­ cruzada hilatura de la realidad histórica, no se ofrece así, con rectilínea pureza, la dirección espiritual que mentam os, pues, en la A m érica colonial, igual que en España, a las veces, con m ucha frecuencia, se agudiza dram áticam ente la escisión entre la realidad social, largada por otros viales de la historia, y el contenido de cultura severam ente proyectado por el Estado. Los modos de vida burguesa penetran la sociedad colonial; re­ cordemos, como ejemplo, estos dos fenóm enos de estirpe m o­ derna: la acentuación de la vida urbana y la sobreestim ación de los m etales preciosos amonedables, que denotan in co n fu n ­ dible afán de lucro. Durante dos centurias el pensam iento de la Colonia corrió por cauces escolásticos, hasta que en la postrim ería de la vida política dependiente se opera u n vuelco a incitación de una vaharada que viene de la Metrópoli. 1) Cfr. R am ón M enéndez P idal , La Idea Imperial de Carlos V, B ue­ nos Aires, 1941. 15

E l advenim iento de los Borbones al trono de España repre­ senta allí la aplicación del ideal político del siglo X V II I ante­ rior a la Revolución francesa, es decir, la instauración del despotismo ilustrado, el A ufklarung de los monarcas del E ste de Europa, que en España se nom inará con el térm ino de regalismo. La idea que de la absolutización pagana del Estado tiene la nueva fam ilia gobernante cabalmente lo resum e la siguiente instrucción que da L u is X IV —L ’E ta t c’est moi— a su nieto, el novel R e y español Felipe V: “Debéis estar con­ vencido de que los reyes son señores absolutos, y que, n a tu ­ ralm ente, tienen la completa disposición de todos los bienes, lo mismo los que posean las gentes que pertenezcan a la Iglesia que los que posean los seglares. Todo lo que se halla en la superficie de nuestros Estados, de cualquier naturaleza que sea, nos pertenece por el mismo título”. Más adelante, los m inistros enciclopedistas de Carlos I I I dieron cima al sesgo europeizante y racionalista y la “filoso­ fía" del siglo de las luces — sobre la cual los monarcas del A ufklarung ejercían su patronazgo regio— se posesionó de preceptores reales, aulas universitarias, academias económicas, celdas conventuales y aún cámaras prelaticias. Voltaire inicia un trweque con el M inistro Aranda: a cambio de luces para el Gobierno recibe el presente de añejos vinos españoles. “J e bois les bons vins — decía el Pontífice del Ilum inism o— dont monsieur d ’A randa vient de garnir m a table”. E l regalismo borbónico actúa en la Colonia con dos medidas que interesa destacar: en la organización política, centralizó el gobierno colonial, en congruencia con el espíritu unitarizante de los Borbones, creando las Intendencias por real de­ creto del 18 de enero de 1782; en el plano espiritual, la expul­ sión de los jesuítas de los dominios de España determ inó en nuestros m edios el declinar del escolasticismo. E n el futuro la alta cultura, aunque dirigida por religiosos observantes, fu é una obra exclaustrada. Pasado el indeciso interm edio de los franciscanos, a quienes les había sido entregada a título precario la enseñanza colonial, el Estado fu é el solo docente, exento de toda vinculación que restrinja la libertad de dirigirla confor­ m e a los intereses políticos del R ey. De esta manera, a golpes del despotism o ilustrado de los Borbones, cedieron las fuerzas 16

de contención m oral que luchaban por neutralizar al Ilum inism o circunstante en el resto de Europa. E n el porvenir, A ris­ tóteles y Santo Tom ás serían públicam ente sustituidos por Descartes, Espinoza, Malebranche, N ew ton, B uffon. A esto lo asevera el Deán F unes, sin m ayor escándalo por su parte, cuando, en el P lan de Estudios para la U niversidad de Córdo­ ba, dice: “Hace tiem po que los im placables sectarios de Newton y D escartes atrav esaron el océano e in tro d u jero n la discordia en estas aulas, donde combatido y desterrad o Aristóteles de E uropa juzgaba dom inar tran q u ilam en te” *). M uchas veces fu é puesto ya en claro que el Despotismo ilu m inista im plica una revolución desde arriba que porta en sus entrañas el próxim o advenim iento democrático; tam bién ha sido develado el íntim o enlace que existe entre el absolu­ tismo del A ufklárung y el Liberalism o; lo m ism o se ha hecho con el com ún parador filosófico que sostiene el despotismo Ilustrado y la democracia racional-individualista. Podríamos tam bién hacerlo aquí, a no mediar que lo interdice el carácter proem ial de estas líneas, y, además, porque al fin perseguido en este Prefacio le es suficiente con destacar que los fautores de la R evolución de M ayo — todos ellos egresados de las Uni­ versidades coloniales y de las A cadem ias metropolitanas— fundam entaron su acción en la concepción ilum inista de la Historia. A unque estos ideales, digámoslo al soslayo como una digresión, no fueron profesados entre nosotros — aún valían aquí residuos de fuerzas espirituales del pretérito— con la radicalidad de los revolucionarios franceses que prestaron adhe­ sión legal a la interpretación de la H istoria reflejada en el “E squisse d ’un tableau historique des progrés de l ’esprit hum ain” del Marqués de Condorcet. A este vuelco m ental se refiere Belgrano cuando dice en su Autobiografía: “Se apoderaron de m í las ideas de libertad, igualdad y propiedad y sólo veía tiran o s en los que se oponían que el hom bre, fuese donde fuese, no disfrutase de unos dere­ chos que Dios y la naturaleza le h ab ían concedido y aun las m ismas sociedades habían acordado en su establecim iento di1) E nrique M artínez P az , La Influencia de Descartes en el Pensa­ miento Filosófico de la Colonia, en: Descartes, Publicación de Homenaje de la Universidad de Buenos Aires, 1937, T. II I, pág. 15 y sig.

17 S»mp»7,— •.

recta o indirectam ente”. E l mismo hecho constata Mariano Moreno en el prólogo de la reedición castellana de El Contrato Social de Rousseau cuando escribía que en Buenos Aires se había producido “u n a feliz revolución en las ideas”. Tan im ­ portante estim aban este cambio los propios actores que, a dos años de producido el m ovim iento emancipador, en julio de 1812, el T riunvirato, a iniciativa de su secretario Bernardina Rivadavia, m andó escribir la “Historia 'filosófica de nuestra feliz revolución”. Tam bién el Deán F unes, tocado por el espí­ ritu del tiem po, clamaba jubiloso en el prólogo que compuso para la traducción del célebre libro de Daunou sobre Las ga­ ran tías individuales: “Llegó por fin el siglo de las luces, y ellas in stru y ero n a los pueblos sobre sus justos derechos, sobre los verdaderos principios de la organización social, y sobre la disciplina de las costum bres”. L a expresión teorética del Ilum inism o la tenem os en la "Ideología” que se profesó veintitrés años en nuestras avias de filosofía, consiguiendo plasmar la convicción esencial de los argentinos. S u ciclo corre desde 1819 hasta 1842: la inicia Crisóstomo L afinur, la prosigue Manuel Fernández de Agüero y culm ina con su más alto, representante, don Diego Alcorta. A partir, entonces, de la independencia política, nuestro pen­ sam iento siguió una evolución parálela a las ideas rectoras de la cultura europea. L a inoperancia política del Ilum inism o > —sabido es que éste obra y hace de espaldas a la realidad telúrica e histórica— quedó evidenciada entre nosotros con el malogro del u nitaris­ mo para organizar el país en una sazón que le era propicia. “E s im posible im aginarse — dice Sarm iento en su Facundo, aludiendo a los rivadavianos— una generación m ás razonadora, m ás deductiva, m ás em prendedora y que haya carecido en más alto grado de sentido práctico”. “Estoy seguro —afirma, extre­ mando el sarcasmo— de que el alma de cada unitario degollado por Rosas, h a abandonado el cuerpo desdeñando al verdugo que lo asesina y aún sin creer que la cosa h a sucedido”. E l federalism o era una entrañable realidad argentina, en parte, sostenida por in te re se s. económicos del interior encon­ trados con los del puerto, en mucho, arraigada en la cepa his­ pana y que u n saldo de tradicionalismo, m antenido más incons­ 18

cientem ente que a sabiendas y queriendas, ponía a u n sector de los argentinos en antagonía con los propugnadores del ilum inism o liberal europeo. De aquí, que Juan Facundo Quiroga estampara en las banderolas de sus mesnadas gauchas la consigna de Religión o M uerte, y Juan Manuel de Rosas inci­ tara a la fidelidad católica frente a los logistas que, reveren­ ciando a “la estrella protestante que aparecía en el horizonte”, habían “descarriado las opiniones, puesto en choque los inte­ reses particulares, propagado la inm oralidad y la intriga, y fraccionado en bandas de tal modo la Sociedad, que no ha dejado casi reliquias de ningún vínculo, extendiéndose su furor a rom per hasta el m ás sagrado de todos y el único que podría servir para restablecer los demás, cual es el de la religión” a). Con la im ponente realidad sociológica del federalismo, que los unitarios negaban, había que hacer la organización nacional. A l Credo político que profesó nuestra generación romántica le debemos el conocimiento estim ativo de esa realidad socio­ lógica de la preorganización. Y, en verdad, esto sólo fu é posi­ ble porque los románticos argentinos, a ejem plo de sus con­ géneres ewropeos, colocaron la Política bajo el signo de la Filosofía de la H istoria. A sí, pudieron sustituir a la concepción racionalista del Estado: armatoste inmoble y abstracto, colgado en el vacío histórico, por una concepción historicísticam ente dinamizada y ahormada a las peculiaridades nacionales. Adam Miiller, el filósofo político del romanticism o alemán — no olvi­ demos que el Rom anticism o es de oriundez germana, con irradiación universal— afirmaba: “L a Ciencia del Estado, que yo propugno, tra ta rá al Estado en su vuelo, en su vida, en su propio m ovimiento y no se lim itará a lanzar a voleo unas cuantas leyes p ara ponerse luego a contem plar lo que va a pasar”. “N uestras teorías corrientes acerca del Estado n