La conversación civil 9783954879526

“La conversación civil” (Brescia, 1574) de Stefano Guazzo (1530-1593) es uno de los diálogos renacentistas sobre la educ

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Spanish; Castilian Pages 600 [599] Year 2019

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La conversación civil
 9783954879526

Table of contents :
Selección Bibliográfica
1. Una Traducción Dieciochesca Del Arte De Conversar De Guazzo
2. Introducción
3. Criterios De Edición
4. Bibliografía
5. La Conversación Civil Escrita En Italiano Por El Señor Esteban Guazzo Gentilhombre Del Monferrato Traducida De Una Copia Francesa Al Idioma Castellano Por Don Joseph Gerardo De Hervás, Profesor De Derechos En La Universidad De Salamanca
Prólogo
Sumario De Los Cuatro Libros De La Conversación Civil
I. Libro Primero [Los Frutos Y Provechos Que Se Pueden Recoger En General De La Conversación]
II. Libro Segundo [Cuál Debe Ser La Conversación De Todas Personas De Cualquiera Cualidad Que Sean Fuera De Sus Casas, Así En General Como En Particular]
III. Libro Tercero [Los Medios Que Se Deben Observar En La Conversación Doméstica]
IV. Libro Cuarto [Representación De Esta Conversación Por Los Discursos De Diez Personas En Un Festín De Casale]
6. Referencias Bibliográficas Citadas En Notas
7. Tabla Alfabética De Las Cosas Más Memorables Contenidas En Los Cuatro Libros De La Conversación Civil De Esteban Guazzo

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CLÁSICOS HISPÁNICOS Nueva época, nº. 16 Directores: Abraham Madroñal (Université de Genève / CSIC, Madrid) Antonio Sánchez Jiménez (Université de Neuchâtel) Consejo científico: Fausta Antonucci (Università di Roma Tre) Anne Cayuela (Université de Grenoble) Santiago Fernández Mosquera (Universidad de Santiago de Compostela) Teresa Ferrer (Universidad de Valencia) Robert Folger (Universität Heidelberg) Jaume Garau (Universitat dels Illes Ballears) Luis Gómez Canseco (Universidad de Huelva) Valle Ojeda Calvo (Università Ca’ Foscari) Victoria Pineda (Universidad de Extremadura) Yolanda Rodríguez Pérez (Universiteit van Amsterdam) Pedro Ruiz Pérez (Universidad de Córdoba) Alexander Samson (University College London) Germán Vega García-Luengos (Universidad de Valladolid) María José Vega Ramos (Universitat Autònoma de Barcelona)

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Esteban Guazzo Traducida por don Joseph Gerardo de Hervás Edición crítica, introducción y notas de Giuseppe Marino Estudio preliminar de Jesús Gómez

Iberoamericana – Vervuert Madrid – Frankfurt 2019

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Esta edición ha sido financiada con una ayuda concedida por el College of Foreign Language and Literature al Departamento de Estudios Hispánicos de la Fudan University, Shanghái.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47). Derechos reservados © Iberoamericana, 2019 Amor de Dios, 1 – E-28014 Madrid Tel.: +34 91 429 35 22 - Fax: +34 91 429 53 97 © Vervuert, 2019 Elisabethenstr. 3-9 – D-60594 Frankfurt am Main Tel.: +49 69 597 46 17 - Fax: +49 69 597 87 43 [email protected] www.iberoamericana-vervuert.es ISBN 978-84-9192-026-7 (Iberoamericana) ISBN 978-3-95487-951-9 (Vervuert) ISBN 978-3-95487-952-6 (e-book) Depósito Legal: M-1174-2019 Diseño de la cubierta: Rubén Salgueiros Imagen de cubierta: retrato de Vespasiano I Gonzaga, atribuido a Bernardino Campi, c. 1582. Impreso en España Este libro está impreso íntegramente en papel ecológico sin cloro.

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ÍNDICE

1. Una traducción dieciochesca del arte de conversar de Guazzo por Jesús Gómez........................................................................................................ 9 1.1. El arte de conversar........................................................................................ 11 1.2. Del diálogo a la conversación......................................................................... 16 1.3. La civilidad de la conversación........................................................................ 19 2. Introducción.................................................................................................. 25 2.1. El diálogo renacentista en otra época.............................................................. 25 2.2. Dentro de la obra y sobre el diálogo............................................................... 34 2.3. Una Civil conversación castellana..................................................................... 38 2.4. Otro intento biográfico sobe Hervás............................................................... 41 2.5. Una simple comparación................................................................................ 46 2.6. La traducción de Hervás: estado de la cuestión............................................... 49 3. Criterios de edición...................................................................................... 55 4. Bibliografía.................................................................................................... 59 5. La conversación civil escrita en italiano por el señor Esteban Guazzo gentilhombre del Monferrato traducida de una copia francesa al idioma castellano por don Joseph Gerardo de Hervás profesor de derechos en la Universidad de Salamanca.................................................. 65 Prólogo................................................................................................................... 67 I. Libro primero [Los frutos y provechos que se pueden recoger en general de la conversación]...................................................................................................... 77 II. Libro segundo [Cuál debe ser la conversación de todas personas de cualquiera cualidad que sean fuera de sus casas, así en general como en particular].................. 189

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III. Libro tercero [Los medios que se deben observar en la conversación doméstica]..... 335 IV. Libro cuarto [Representación de esta conversación por los discursos de diez personas en un festín de Casale]........................................................................... 463 6. Referencias biliográficas citadas en notas................................................. 567 7. Tabla alfabética de las cosas más memorables contenidas en los cuatro libros de la conversación civil de Esteban Guazzo...................... 575

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1 UNA TRADUCCIÓN DIECIOCHESCA DEL ARTE DE CONVERSAR DE GUAZZO

Jesús Gómez Universidad Autónoma de Madrid Que la traducción al español de La civil conversazione de Stefano Guazzo (1530-1593) no se haya compuesto hasta el siglo xviii resulta más que sintomático. Originalmente publicada en 1574, con una versión definitiva y aumentada en 1579, La civil conversazione había alcanzado una repercusión notable como primera obra en lengua romance dedicada por entero al arte de conversar1. Después de la publicación de la princeps italiana se produjo un éxito inmediato porque, además de una treintena de reediciones, todas ellas anteriores a 1631, fue traducida a varias lenguas europeas desde fines del siglo xvi. Primero se tradujo al francés en dos ocasiones, ambas en 1579, con siete reediciones. Más tarde, se tradujo al inglés, en 1581, con seis reediciones; al alemán, en 1599; al holandés, en 1603, con una reedición de 1606; al checo, en 1621; y, en tres años diferentes, al latín: 1585, 1596 con seis reediciones y 1606, con una reedición. De los datos anteriores, Philippe Guérin concluye que La 1  Entre

los antecedentes del modelo italiano, Amedeo Quondam (2007) se refiere a la primacía de los humanistas que escriben en latín (Pontano, De sermone) para abordar de manera monográfica la conversación. Las siguientes consideraciones se inscriben en los proyectos de investigación HAR 2015-68946-C3-1-P del Ministerio de Economía y Competitividad y H2015/ HUM-3415 de la Comunidad de Madrid/Unión Europea (Fondo Social Europeo), adscritos al Instituto Universitario La Corte en Europa (IULCE).

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civil conversazione cayó, tras su éxito inicial, en un olvido casi completo desde la segunda mitad del siglo xvii: «un oubli presque total, dont elle n’est plus sortie qu’épisodiquement, en particulier au siècle dernier, chez les plus avisés des historiens de la culture» (2006: 237)2. Sin embargo, a pesar de ser poco conocida quizá por haber permanecido manuscrita, se conserva en la Biblioteca Nacional una traducción dieciochesca al español atribuida a José Gerardo de Hervás que, según indica el subtítulo del códice, habría sido realizada desde una versión francesa del diálogo italiano3. El mismo traductor explica también en el Prólogo (ff. ii-viii) que había comenzado a traducir La civil conversazione a los veinte años para ejercitarse en el aprendizaje de la lengua francesa y que, tan solo cuando tomó la decisión de completar el proyecto, pudo acceder al texto italiano asegurándose de la fidelidad de su traducción: «No pudiendo acabar de creer la desidia de nuestros antepasados, me costaba dificultad el persuadirme a que este libro estuviese por traducir en nuestra lengua» (f. iv)4. Otras referencias internas del Prólogo nos permiten situar su composición durante la primera mitad del siglo xviii, probablemente en la década de los treinta, si bien Hervás falleció hacia 1742, según los datos biográficos que pacientemente ha recopilado Giuseppe Marino en su edición del códice, la única que se ha realizado hasta ahora porque, a pesar de su importancia, la traducción dieciochesca ha permanecido prácticamente olvidada hasta la actualidad entre los fondos de la Biblioteca Nacional sin que los especialistas en la obra de Guazzo hubieran dado noticia de ella5. Con independencia de su desconocimiento entre los estudiosos actuales, constituye el esfuerzo del traductor español un notable empeño por difundir durante la temprana Ilustración los ideales de la

2  He tenido en cuenta también los datos sobre ediciones y traducciones que aporta Amedeo Quondam (Guazzo 2010: lxxiii-lxxviii), volumen de referencia para la fijación del texto italiano. 3  Se puede consultar en línea el facsímil del códice de la Biblioteca Nacional de España (Mss. 5843) en la Biblioteca Digital Hispánica con el título: La conversación civil, escrita en italiano por el señor don Esteban Guazzo gentilhombre del Montferrato, traducida de una copia francesa al idioma castellano por Joseph Gerardo de Hervás, profesor de derechos en la Universidad de Salamanca (bdh0000006044). Códice por el que cito, de acuerdo con la edición de Giuseppe Marino, el texto de la traducción española modernizando tanto la grafía como la puntuación y acentuación, sin más que indicar entre paréntesis el número de folio (f.) seguido de la abreviatura (v.) cuando se refiere al vuelto. 4  La práctica de utilizar traducciones francesas a modo de textos intermedios era frecuente en los siglos xviii y xix, si bien, como precisa Joaquín Rubio Tovar: «un error de interpretación en la versión intermedia se reproduce en la segunda generación, si no hay posibilidad de enmienda y comparación con el original» (2013: 176). 5  Por ejemplo, afirma Guérin: «Manquent des éléments précis concernant l’Espagne et plus encore le Portugal, où n’est à ma connaissance recensée aucune traduction» (2006: 238).

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civilidad a través de la cultura conversacional que, desde la Italia renacentista, se había extendido por toda Europa. 1.1. El arte de conversar No solo atestigua la traducción española la tardía pervivencia de La civil conversazione, sino el renovado interés por el arte mundano de la conversación que se acrecienta y difunde durante el siglo xviii como cauce privilegiado de la sociabilidad. Además de una forma de entretenimiento, saber conversar había constituido una de las cualidades más apreciadas del ideal de comportamiento que condujo del gentiluomo cortesano renacentista al nuevo modelo del honnête homme surgido en la Francia del siglo xvii mediante un proceso civilizador que llegó a extenderse fuera de la corte, como ha estudiado Benedetta Craveri, por salones, tertulias y academias alcanzando una difusión dieciochesca en la que desempeña un papel importante Guazzo por haber sido el primero en dedicar una monografía a la cultura de la conversación: «Elevada pronto al estatus de rito central de sociabilidad mundana, alimentada de la literatura curiosa de todo, la conversación se fue abriendo progresivamente a la introspección, a la historia, a la reflexión filosófica y científica, a la evaluación de las ideas» (2003: 18). Al hacer la historia de la conversación en la Europa moderna, la historiografía actual perteneciente con frecuencia al ámbito inglés y francés, ha destacado con un olvido casi completo de la casuística hispánica la influencia de la Italia renacentista, de la Francia del grand siècle y de la Gran Bretaña dieciochesca, como resume Peter Burke al recordar la trayectoria de los manuales de buenas maneras y de cortesía que aparecen en tres regiones: «Italia, Francia y Gran Bretaña y lo hace en los siglos xvi, xvii y xviii, respectivamente» (1996: 124). La escasa atención hacia los textos españoles no se justifica, ya que forman parte de la misma trayectoria, iniciada de manera casi monográfica en fecha temprana por Damasio de Frías en su Diálogo de la discreción, del cual se conserva un manuscrito firmado en agosto de 1579, estrictamente coetáneo de La civil conversazione por tanto, donde el dialoguista vallisoletano establece el modelo de la «conversación discreta» como variante de la tradición conversacional italiana. Aunque resulta más que improbable que Damasio de Frías hubiese llegado a conocer a Guazzo, se percibe en su diálogo la influencia explícita en los consejos sobre el arte de conversar relacionados con los dos manuales italianos que, con anterioridad a La civil conversazione, habían ejercido una influencia decisiva en la cultura europea, especialmente Il cortegiano (1528) de Castiglione y también Il Galateo (1558) de Giovanni della Casa. De ambos, existían traducciones al español, la primera de Domingo Becerra en 1582 y con el título de Galateo

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español la más conocida de 1593 debida a Lucas Gracián Dantisco, mientras que la de El cortesano que hizo Boscán, editada en 1539 y reeditada hasta 1588 nada menos que en trece ocasiones, ocupa un lugar destacado en la enorme difusión que alcanzó el diálogo de Castiglione convertido en un auténtico best-seller europeo tanto por el número de reediciones en italiano, como por las traducciones a otras lenguas (Burke 1998). El Diálogo de la discreción, a su vez, sobresale entre los diálogos españoles del siglo xvi por su propuesta sobre el arte de conversar intermedia entre el ideal cortesano de Castiglione y el formulado con posterioridad de manera más defensiva por Baltasar Gracián. Antes que en la gracia o sprezzatura de Castiglione, hizo hincapié el jesuita aragonés en la prudencia, emparentada con la discreción como he estudiado al comparar la trayectoria de sus respectivos modelos de comportamiento dentro de la evolución de la tratadística del savoirvivre durante el Antiguo Régimen (Gómez 2007; 2015: 41-64). Claro que en el ámbito hispánico existe un proceso histórico alternativo que, aun dependiendo del modelo italiano, presenta una perspectiva más crítica o más negativa sobre la civilidad. Sin embargo, lógicamente adaptada a las necesidades de los nuevos tiempos y a las peculiaridades culturales de cada sociedad, pertenece la tradición hispánica al mismo proceso civilizador que se percibe en La civil conversazione. Dentro de la trayectoria esbozada, el arte de conversar constituye un aspecto de la sociabilidad acrecentado también en la cultura española dieciochesca cuyo balance ofrece Joaquín Álvarez de Barrientos en su panorama de 2006 Los hombres de letras en la España del siglo xviii, cuando se refiere a la creciente importancia de la opinión pública que se manifiesta en las numerosas tertulias de la época, más o menos alejadas de los círculos de poder, en relación directa con el progresivo desarrollo de la prensa periódica. La multitud de tertulias madrileñas, aunque incluye entre ellas algunas academias muy conocidas como la de la Fonda de San Sebastián y la Academia del Buen Gusto, da cuenta de la vitalidad de esta costumbre dependiente de la necesidad social de la conversación con una paulatina incorporación de las mujeres a dichas reuniones6. El nuevo significado dieciochesco que alcanzó la conversación deriva de los manuales sobre cortesía y buenas maneras en la serie de obras renacentistas 6  Carmen Martín Gaite se refiere a la costumbre de la conversación unida al cortejo porque: «Las mujeres tenían derecho a un esparcimiento, a un intercambio de ideas» (1981: 69), si bien recoge testimonios que acusan de insustanciales a las conversaciones femeninas. Cuando Cadalso alude a las tertulias: «así se llaman cierto número de personas que concurren con frecuencia a una conversación», recuerda al ama de casa que acogía una de ellas: «porque has de saber que los amos no hacen papel en ellas», mientras que en otra carta ironiza sobre una tertulia con predominio femenino a la que acude para «que me quite la melancolía y distraiga de cosas serias y pesadas» (2006: 100, 185).

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desde Il cortegiano a Il Galateo, sin olvidarnos de La civil conversazione aunque fuera la menos difundida de las tres, al menos en España. La utilidad del arte de conversar se manifestaba en la socialización del saber por la capacidad divulgativa en el debate sobre las diferentes opiniones expresadas por los interlocutores y como modo de entretenimiento por su relación con la civilidad, ya que si bien: «la conversación no era algo nuevo ni exclusivo del siglo xviii; lo nuevo fue el uso más público y difusor que se hizo de ella y su relevancia como instrumento civilizador y punto de encuentro de los literatos»7. Por su parte, Álvarez Barrientos afirma también que existe un cambio de rumbo en los modelos conversacionales desde los manuales cortesanos predominantes hasta el siglo xviii, italianos y franceses, a los ingleses que se definen por un carácter aburguesado cuya influencia percibe en el Arte de agradar en la conversación (1787) de José Díaz de Benjumea, aunque menciona otros manuales anteriores como el Arte de bien hablar (1759) de M. Prévost, traducido por el hijo de Francisco Mariano Nipho, y el Arte de hablar, o sea Retórica de las conversaciones que, desde 1729, cuando lo compuso Ignacio de Luzán, ha permanecido inédito hasta el pasado siglo8. Aunque no sea una novedad en el siglo xviii el interés monográfico por la conversación, sí lo es la frecuencia con la que aparece ahora utilizado el vocablo en el título genérico de una obra literaria, que suele presentar unas determinadas características con respecto al género dialogado al que, por cierto, pertenece tanto La civil conversazione de Guazzo como Il cortegiano de Castiglione. Así, la específica retórica conversacional insiste menos en el didactismo del diálogo, que en la afabilidad de trato entre los interlocutores ya que «On ne sera pas jugé sur la technique et les résultats, mais sur le degré d’art et d’esprit qu’on aura déployés» (Fumaroli 1986: 127). El espíritu al que alude Fumaroli se basa en la ausencia de una codificación rígida en la modalidad conversacional, bien diferenciada de los preceptos de la vieja retórica encaminada más bien hacia la persuasión. En su dieciochesca Retórica de las conversaciones, Luzán destaca la oralidad del arte de hablar que propone frente a la retórica moderna que hereda de la tradición grecolatina sus técnicas para «enseñar a componer sermones y panegíricos para el púlpito; oraciones, discursos y otras cosas semejantes para las academias y para otras ocasiones; en una palabra, enseñan a hablar bien, después de haber escrito bien y decorado lo que se ha de hablar» (1991: 73). En cambio, subraya 7  Álvarez Barrientos menciona asimismo que La civil conversazione «fue traducida al español, aunque permaneció inédita, por José Gerardo de Hervás» (2006: 119-120). 8  Se refiere también Álvarez Barrientos a la abundancia de obras dieciochescas que llevan por título genérico no solo «diálogo» o «coloquio», sino «conversación», entre las que cita las Conversaciones sobre el «Diálogo de los literatos de España» (1737) de Gregorio Mayans publicadas con el pseudónimo de Plácido Veronio, las Conversaciones de Laurisio Trasiense y las Conversaciones familiares entre «El Censor», «El Apologista Universal» y un doctor en leyes (1787) de Forner (Álvarez Barrientos 2006: 118-123).

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el escritor neoclásico que sus consejos no están dirigidos al discurso público, pronunciado después de haber sido memorizado o «decorado» por el orador, sino al ámbito coloquial del habla improvisada durante el intercambio conversacional. De alguna manera, esta diferencia de propósito se percibe en La civil conversazione, cuyos tres primeros libros reflexionan sobre la conversación teóricamente mediante el diálogo magistral de dos interlocutores que desempeñan el papel de maestro: Annibale, o Aníbal en la traducción; y de discípulo: «il cavalier Guglielmo», denominado Cavaliere o, en la traducción, Caballero. En cambio, el cuarto y último reproduce la práctica conversacional ocurrida durante un banquete en el que intervienen diez comensales. Después de un breve proemio en tercera persona donde el narrador como trasunto autobiográfico del dialoguista presenta a los dos interlocutores principales antes de introducir el diálogo directo entre ambos: el sabio médico Aníbal Magnocavalli y el hermano menor de Guazzo, Guglielmo o Guillermo, identificado en las interlocuciones como el Caballero, queda justificada la escritura del diálogo por el interés de conservar para la posteridad los «discretos discursos» que el propio hermano le refiere al narrador y dialoguista «por las noches en su cuarto» (f. 2v). El motivo para iniciar el intercambio dialógico entre Aníbal y el Caballero es la enfermedad melancólica de este último, que le ha llevado a preferir la soledad. El médico, asumiendo la función magistral del diálogo, se propone curar al discípulo mediante la conversación, ya que, si bien al inicio de la misma el Caballero defiende los atractivos de la vida solitaria, finalmente reconoce que los razonamientos de Aníbal le han convencido de su antiguo error, eliminando la oscuridad en que las «tinieblas» (f. 29) melancólicas habían sumido a su ánimo. Los efectos terapéuticos de la conversación se alcanzan a través del intercambio dialógico donde el maestro adquiere gracias a sus ragionamenti o discursos, en ocasiones muy extensos, una autoridad creciente sobre el discípulo, quien, según es habitual en la poética dialógica, y de acuerdo con el didactismo predominante en el género dialogado, será el encargado de proponer el tema principal como lo hace el hermano de Guazzo, en efecto, cuando le pide al médico: «ruégoos que en estos tres días […] tengáis a bien el exponerme todo lo que pertenece al hecho de la conversación» (f. 33). Desde este mismo momento, el Caballero asume la función de interrogar al médico para que este pueda exponer de manera teórica, a lo largo de los tres primeros libros en que se subdivide La civil conversazione durante otros tantos días consecutivos, los principios del arte de conversar9.

9  Cuando hay marcas temporales, tiende a coincidir con un día el proceso del diálogo o de cada una de las subdivisiones del mismo, de acuerdo con la poética dialógica bien establecida desde la época renacentista, como he estudiado en El diálogo en el Renacimiento español y El diálogo renacentista (Gómez 1988: 37-43; 2000: 13-35).

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En el cuarto libro correspondiente al último día, Aníbal ejemplifica en la práctica sus ventajas narrando la conversación mantenida por diez cortesanos —cuatro damas y seis caballeros—, reunidos en un banquete que preside el duque Vespasiano Gonzaga. Como resume el Caballero tras haber oído el relato del convite puesto en boca del médico: «Ahora conozco yo que no estaban completos nuestros discursos en los tres días antecedentes, si no se hubiese añadido este de hoy. Porque a la manera que las otras materias contienen en sí las reglas y preceptos de la conversación, así también esta de ahora, practicando una buena parte de las otras, me ha representado la verdadera forma de la misma conversación» (f. 235v). Los preceptos conversacionales que Aníbal le había explicado teóricamente a lo largo de los tres días precedentes, son ilustrados ahora con viveza en la conversación mantenida por la decena de comensales. En la última parte del diálogo, el modelo didáctico de los tres primeros libros se transforma en un modelo conversacional diferenciado tanto por el continuo humor ingenioso que exhiben la damas y caballeros en el banquete, como por la intención predominante de divertirse, para lo cual eligen a una de las cuatro damas como reina que debe organizar los turnos de «la verdadera forma» de la conversación donde se suceden los diferentes temas y juegos en los que se intercalan dichos ingeniosos, pullas y dubbi, relatos de anécdotas y poemas mientras disfrutan los invitados de un ambiente festivo. La pluralidad de interlocutores, junto con la variedad convivial, confieren a esta parte de conversación un aire de divertimento más acentuado en contraste con el tono pedagógico precedente entre el Caballero y Aníbal, según el modelo predominante en el género del diálogo literario que suele estar limitado a dos interlocutores: uno que pregunta asumiendo el papel de discípulo, como hace Guillermo, y otro que asume la función magistral para solucionar sus dudas y adoctrinarle, que es el papel desempeñado por el médico en este caso10. Dentro también de las diferentes modalidades del género dialógico, el libro cuarto de La civil conversazione deriva de la tradición simposíaca grecolatina (Platón, Jenofonte, Plutarco, Luciano, Ateneo, Macrobio) revitalizada por los humanistas italianos y también por Erasmo en sus convivia. Entre los diálogos españoles de los siglos xvi y xvii, son pocos los que se desarrollan durante un banquete como ocurre en los de Vives, Mejía y Mercado, además de en los festivos Diálogos de apacible entretenimiento (1605) de Gaspar Lucas Hidalgo11. Por lo tanto, el diálogo básico de dos interlocutores, en el caso de Aníbal y el 10  «El

diálogo renacentista se ocupa, más que de establecer verdades, de divulgarlas; de ahí que su esquema básico suele ser el de un maestro que enseña al discípulo, por lo que se impone la voz de uno de los interlocutores como portavoz privilegiado del autor» (Gómez 2000: 24). 11  Jesús Gallego Montero ha estudiado la tradición simposíaca que llega hasta Lucas Hidalgo (2010: 21-40).

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Caballero, establece una pedagogía de la conversación que sirve para introducir el marco convivial con el que Guazzo «representa», como se dice utilizando una terminología casi teatral, la sociabilidad de la conversación en un ambiente cortesano. El diálogo magistral o pedagógico sobre el arte de conversar da paso a la puesta en escena de una verdadera conversación. 1.2. Del diálogo a la conversación A diferencia del cultismo «diálogo», de origen griego, cuya etimología significa ‘a través de la palabra’, y de su equivalente latino «coloquio» (lat. colloqui ‘conversar’), el significado etimológico de conversación (lat. conversatio) no alude originalmente a un intercambio verbal, ya que hasta bien entrado el siglo xvi el vocablo mantuvo asociada la idea de intimidad o de convivencia más o menos amistosa, según la segunda acepción recogida por el Diccionario de Autoridades: «Vale también trato, comunicación y comercio recíproco y familiar de unos con otros entre sí», con la cual se relaciona la tercera: «Se toma también por trato y comunicación ilícita, o amancebamiento» (s.v. «conversación»), que posee un inequívoco contenido sexual bien documentado en español clásico. Por ejemplo, en la anónima continuación celestinesca titulada Tragicomedia de Polidoro y Casandrina, conservada en un manuscrito de la Real Biblioteca, cuando el criado del protagonista habla de las artes celestinescas de Corneja, quien al envejecer se vio obligada a cambiar su oficio de prostituta por el de tercera, «vio que no era buena para cambio y hízose corredora por llevar adelante su putesca conversación»12. El mismo fenómeno se documenta en otras lenguas vernáculas que mantiene la acepción clásica del latinismo conversatio, como la italiana, donde conversazione «podía designar una reunión o una asamblea» (Burke 1996: 122). En francés también se documenta hasta el siglo xvi la misma acepción13. Sin embargo, si recurrimos de nuevo al diccionario académico dieciochesco, comprobamos que se había desarrollado paralelamente otra acepción del vocablo, recogida en 12  Tragicomedia

de Polidoro y Casandrina (Ms II-1591, Real Biblioteca), Acto II, 5. El mismo significado de conversación ‘trato carnal’ o ‘amancebamiento’ aparece en el Lazarillo de Tormes (1554) cuando el narrador afirma de la relación de su madre con el caballerizo negro: «continuando la posada y conversación, mi madre vino a darme un negrito muy bonito» (2011: 8 nota), donde el editor remite, entre otros testimonios, a la tragicomedia de Rojas, cuando Calisto se refiere al juego de manos con su amada Melibea como «la noble conversación de tus delicados miembros», mientras que ella le había reprochado su «conversación incomportable» por el mismo motivo (La Celestina, 2000: 321-322). 13  Como afirma Christoph Strosetzki: «Le sens ancien ‘vivre ordinairement avec quelqu’un’, était prédominant au xvie siécle» (1984: 22).

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primer lugar, que es la predominante en la actualidad: «Plática, razonamiento y discurso familiar entre dos o más personas, ya sea por diversión, o por cualquier otro motivo y ocasión» (Autoridades, s.v. «conversación»). De esta acepción, se pueden entresacar las notas características de la conversación definida por su oralidad como «plática» y por su carácter entretenido o divertido que, como en el caso del convite presidido por el noble Vespasiano Gonzaga, está ligado a la idea original de un trato íntimo o amistoso entre los interlocutores. En la teoría contemporánea, se distinguen por su oralidad los llamados «géneros discursivos primarios» como la conversación, de los géneros «secundarios» como el diálogo que se realizan textualmente de acuerdo con unas determinadas convenciones cuyo origen literario, en el caso del género dialogado, se remontan por lo menos hasta los diálogos platónicos (Mignolo 1987: 3-26)14. Desde su origen en la Antigüedad grecolatina (Platón, Cicerón, Luciano), el diálogo pertenece a una tradición genérica que en función de sus diferentes variantes literarias se relaciona con la mímesis conversacional en cuanto recrea por escrito algunos rasgos pertenecientes a la «heterogeneidad locutiva» del lenguaje hablado. Obviamente, la diferenciación propuesta entre las modalidades comunicativas orales o escritas, asociadas a la conversación o al diálogo respectivamente, no invalida la posibilidad de encontrar rasgos comunes, ya que también la conversación aparece recreada literariamente, como ocurre en el libro cuarto, que Guazzo plantea como el relato de una conversación acaecida originalmente en presencia de Vespasiano Gonzaga. Al mismo tiempo, no se puede identificar exclusivamente la trayectoria de la conversación con la del diálogo, o viceversa. Provienen de tradiciones diferentes aun cuando en algunos manuales actuales tiendan a confundirse de manera inevitable, como hace Emmanuel Godo al establecer, llevado de un propósito quizá en exceso ambicioso y generalizador, una relación causal entre la trayectoria del arte de conversar en la Italia renacentista (Castiglione, Della Casa, Guazzo) y el redescubrimiento del género dialogado, ya que «La conversation renaissante se modèle en référence aux dialogues antiques» (Godo 2003: 15). Sin embargo, la poética del diálogo estaba bien establecida cuando aparecen por escrito algunas modalidades conversacionales que, sobre todo, ofrecen una apariencia de mayor familiaridad en el diálogo con un tono más distendido y amistoso. Desde el Renacimiento, además, se detecta un desarrollo autónomo del arte de conversar expresado con frecuencia en diálogos (Il cortegiano, La civil 14  También

la noción de «heterogeneidad locutiva» es útil para caracterizar la conversación frente al diálogo literario: «dans le premier cas d’hétérogénéité locutive: les instances de discours ne sont pas identiques, (il y a deux locuteurs ou scripteurs); et, dans le second cas, d’homogénéité locutive: il y a une instance singulière, associée à un nom propre ou à une instance juridiquement responsable, un “auteur”» (Cossutta 2004: 30-31).

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conversazione), si bien los consejos sobre la sociabilidad conversacional pueden transmitirse en otras modalidades de escritura, como el tratado o la epístola en el caso de Il Galateo. Della Casa presenta su tratado en la forma epistolar de un viejo, trasunto del mismo autor, que se dirige a un muchacho pariente suyo, según la traducción española de Gracián Dantisco: «un hermano suyo, avisándole lo que deve hazer, y de lo que se deve guardar en la común conversación» (1968: 105)15. Sin embargo, existe un acercamiento en la trayectoria desde el diálogo hacia la conversación. Mientras que en la época de esplendor del género dialogado en los siglos xvi y xvii, predominaba en el título de las obras pertenecientes a este género literario la palabra «diálogo», o bien la denominación alternativa de «coloquio», indicativa también de la misma filiación genérica, es mucho más frecuente que a lo largo del siglo xviii aparezca «conversación», como ocurre en las conversaciones ya citadas de G. Mayans (Conversaciones sobre «El Diario de los literatos de España», 1737) y Forner (Conversaciones familiares, 1787), a las que se podría añadir con facilidad otros ejemplos, como las Conversaciones de Ulloa con sus tres hijos (1795) de Antonio de Ulloa, las anónimas Conversaciones de Perico y María (1788) atribuidas a Pedro Mariano Ruiz, las Conversaciones sobre la escultura (1786) de Arce y Cacho, El Philotheo en conversaciones del tiempo (1776) de Rodríguez Suárez y el Dialogo o conversación entre un forastero y un cortesano (1760) de Francisco Mariano Nipho. Resulta significativo que, como ocurre en la última obra, se utilicen como sinónimos en su título ambos vocablos, a pesar de que originalmente poseían acepciones diferenciadas. Al comparar este diálogo dieciochesco de Nipho con otro diálogo renacentista de similar temática por describir ambos ceremonias públicas sobre miembros de la realeza —en el caso de Nipho, la entrada real de Carlos III; y en el del anónimo renacentista, las exequias por la muerte de la primera esposa de Felipe II—, he podido concluir que, si bien persiste la distribución de papeles dialógicos entre maestro y discípulo, en el diálogo dieciochesco se atenúa la jerarquía didáctica entre los dos interlocutores (Gómez 2017: 267-286). Aunque el forastero de Nipho asume el papel de discípulo que recibe la información del cortesano sobre los preparativos para la entrada real, personifica la defensa de los valores ilustrados de la civilidad extendida fuera de la corte que, de acuerdo con la propuesta de Craveri, se manifiesta precisamente a través de la cultura de la conversación hasta conformar un nuevo público propicio para recibir el ideario ilustrado: «Lo cierto es que con el advenimiento 15  Conversación tiene también aquí el significado más general de ‘trato, comunicación y comercio recíproco’ recogido por Autoridades (s.v.), como anota Morreale en el glosario que acompaña su edición.

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de la Ilustración, la naturaleza misma de la reflexión sobre la conversación cambió de signo: ya no concernía solamente a las preocupaciones estéticas de una élite de privilegiados, sino que se ocupaba de los problemas fundamentales de la nueva sociedad» (2003: 425). Desde el punto de vista genérico del diálogo, la relación menos jerarquizada que asumen ambos interlocutores en el Diálogo o conversación de Nipho se corresponde con uno de los rasgos distintivos del arte de conversar en el que se acentúa la sociabilidad de quienes intercambian opiniones e ideas. No es extraño, por tanto, que el reformismo dieciochesco manifieste un renovado interés por la manera conversacional de transmitir el nuevo ideario. Tras el advenimiento de la Ilustración, como sugiere Craveri, los escritores pudieron inspirarse en el modelo conversacional y, por lo tanto, en La civil conversazione para propagar sus ideas no solo en «la verdadera forma» del libro cuarto, sino en los consejos de los tres libros precedentes sobre el arte de conversar, cuyos efectos terapéuticos le sirven al médico para curar al melancólico y solitario Caballero haciendo de él un animal sociable, de acuerdo con la imagen aristotélica de la Política (1253a). Tanto la sociabilidad intrínsecamente humana como el didactismo que justifica la utilidad de la conversación se adecuaban perfectamente al nuevo ideal ilustrado, lo que explica el interés del traductor dieciochesco por esta obra habiendo pasado más de un siglo de su composición16. No obstante, alaba la actualidad de la doctrina, así como su utilidad para la sociedad civil de sus contemporáneos por la naturalidad e intemporalidad de sus preceptos sobre la conversación. 1.3. La civilidad de la conversación Entre los consejos que ofrece Castiglione en Il cortegiano, el diálogo que se había difundido por toda Europa desde la época renacentista hasta el siglo xviii, señala la utilidad de saber conversar para mantener las inevitables relaciones sociales como afirma Federico Fregoso, uno de los interlocutores cuando aconseja al cortesano, según la traducción de Boscán, «que sepa asentar bien el proceso de su vida y aprovecharse de sus buenas calidades, generalmente en la conversación con aquellos que tratare, y esto hágalo con tal arte que no mueva contra sí invidia ni mala voluntad en nadie, lo cual es difícil, que hasta aquí muy pocos hemos visto salir con ello» (1994 II 7: 216-217)17.

16  El mismo traductor se asombra, según afirma al comienzo del Prólogo, porque «después de un largo siglo que ha que el Guazzo falleció en Italia, resucitase ahora en España» (f. ii). 17  Se refiere también Castiglione a la conversación de las damas (III, 5-6).

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En el pasaje anterior el vocablo «conversación» utilizado por Boscán mantiene todavía el significado general de ‘trato’ puesto que Fregoso incluye en el campo semántico de sus actividades la manera de hablar del cortesano, pero también sus acciones como los ejercicios corporales recomendados en bailes, danzas, torneos, momerías o en tocar la vihuela. Poco después, sin embargo, alude a la manera de hablar del cortesano con «un gentil y gracioso trato en la conversación familiar con todos» (II, 17), donde aconseja sobre las conversaciones con el príncipe (II, 18-24) y con los otros cortesanos (II, 25), además de recomendar la introducción de facecias (II, 42-100) para hacer más amena su conversación. Queda claro, por tanto, que el arte de conversar ocupa un lugar central en la cultura cortesana del gentiluomo gracias a su utilidad para granjearse no solo la voluntad del gobernante, sino de los demás miembros de la corte. Sin embargo, más allá de la recreación por Castiglione del ambiente cortesano en su diálogo o bien del convite que preside Vespasiano Gonzaga en el libro cuarto de La civil conversazione, la conversación de Guazzo alcanza una dimensión general para toda la sociedad comprendida en el adjetivo «civil», explícito desde su título. Como explica el propio Aníbal con toda claridad, no proviene el adjetivo exclusivamente del ámbito ciudadano (lat. civis), sino de la educación de las buenas maneras, ya que «el vivir el hombre civilmente, en ninguna manera depende de las leyes civites o de cada ciudad, sino de la cualidad de los espíritus» (f. 34). Pasaje que subraya la dimensión espiritual como cualidad del ánimo que posee la civilidad, sin identificarla exclusivamente con un determinado estatus o procedencia social. Aunque la civilidad remite entre los nuevos valores ilustrados a las buenas costumbres relacionadas con el progreso de la civilización, el adjetivo «civil» había adquirido previamente en español una acepción alejada de su origen latino, como recuerda Autoridades al recoger la tercera acepción del vocablo: «En su recto significado vale sociable, urbano, cortés, político y de prendas proprias de ciudadano», al recoger otro uso más extendido: «solamente se dice del que es desestimable, mezquino, ruin y de baxa condición y procederes» (s.v. «civil»). El cambio semántico de «civil», estudiado por Pedro Álvarez de Miranda en su monografía sobre el léxico de la Ilustración temprana, proviene de la estimación negativa del habitante de la ciudad frente al caballero noble conservada todavía como herencia del español medieval y clásico frente a los nuevos valores ilustrados (Álvarez de Miranda 1992: 402-403). La misma suerte de «civil» con el significado peyorativo de ‘ruin’ habría sufrido «civilidad», puesto que todavía conservaba durante el siglo xviii, junto con el significado de «Sociabilidad, urbanidad, policía», la acepción recogida por Autoridades en segundo lugar: «Vale también miseria, mezquindad, ruindad» (s.v. «civilidad»), como herencia de otros tiempos. Resulta significativo para la

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difusión de la nueva mentalidad ilustrada que las acepciones negativas de civil y civilidad quedaran relegadas durante el siglo xviii, asociándose al campo semántico de las buenas costumbres como la traducción dieciochesca de La civil conversazione atestigua mejor, sin duda, que ninguna otra obra de la época. La importancia social que, según Guazzo, adquiere la civilidad contribuyó en su traducción dieciochesca al redescubrimiento de unos ciertos valores ilustrados contenidos en la escritura de La civil conversazione, relacionándolos con la civilización de las costumbres difundida gracias a la conversación. Esta, como el diálogo, se caracterizaba por su propósito didáctico al favorecer la transmisión del conocimiento y la comunicación: «para enseñar, preguntar, conferenciar, negociar, corregir, aconsejar, disputar, juzgar y finalmente para dar a luz todos los conceptos de nuestra alma» (f. 20v). También por su intencionalidad pedagógica, característica del siglo xviii. Después de haber focalizado el interés del diálogo sobre la «conversación civil» como remedio para la soledad del melancólico Caballero, le explica Aníbal en el primero de los cuatro libros los diversos vicios que se deben evitar en las conversaciones, entre los cuales diferencia varias categorías de errores como los que comente quienes blasfeman («bestemmiatori»), los murmuradores maldicientes («maldicenti»), los lisonjeros o aduladores, los impugnadores contenciosos («contenziosi») que siempre llevan la contraria y los mentirosos o «bugiardi». Todos ellos se apartan del modelo conversacional propuesto. Aunque los dos interlocutores de La civil conversazione toman como referencia el uso de la corte, la intención del médico Aníbal, como portavoz privilegiado de las opiniones de Guazzo, es la de establecer una casuística de alcance mucho más general. En su clasificación teórica, no tiene en cuenta específicamente el ámbito cortesano puesto que, si dedica el libro tercero a la conversación doméstica en general, el segundo versa sobre la manera de hablar fuera de casa18. La civilidad de la conversación mejora las costumbres y hace más virtuosos a los ciudadanos en el conjunto de la sociedad al favorecer la frecuentación de unos con otros: «para que frecuentando aprendamos las buenas costumbres y virtudes» (f. 67). El perfeccionamiento humano que propicia la conversación se puede entender asimismo desde el reformismo iluminista no limitado a la corte. Además, el modelo conversacional propuesto implica una completa filosofía moral que proviene de la vía clasicista y horaciana del justo medio, «que nos enseñe a observar el medio entre dos extremos» (f. 64). La «via mezana», como se denomina en el original italiano, se define desde el mismo principio del libro 18  La diferencia espacial se establece según la conversación se desarrolle «fuera o dentro de nuestra habitación» (f. 65), como traduce el pasaje italiano original: «o fuori del proprio albergo o dentro», en referencia al espacio habitacional del interlocutor.

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segundo sobre la manera de hablar fuera de casa en oposición al vicio correspondiente, tanto por exceso como por defecto. Aunque Guazzo se orienta por los preceptos de la antigua retórica, al teorizar sobre el arte de conversar Aníbal no aduce pormenores excesivos sobre la actio de quienes hablan o escuchan, como sí hace Della Casa en Il Galateo, sino que establece como norma genérica para evitar sus excesos el ideal de «modestia y templanza» (f. 71v) tanto de habla como de los movimientos del rostro. Existe, sin embargo, un componente enciclopédico de carácter filosófico a lo largo de La civil conversazione subrayado en las anotaciones marginales incluidas al final del libro, en la «Tavola delle postille al margine»19. Se anotan en ella sentencias y dichos, fábulas y exempla, así como las referencias a diferentes autoridades que, de acuerdo con el hábito clasicista de la reescritura y de la cita, sirven para destacar diversas cuestiones temáticas relevantes como la tipología general sobre los tipos de conversación dependiendo de la variedad de condiciones de los respectivos interlocutores tanto fuera de casa entre hombres y mujeres, nobles y plebeyos, ciudadanos y forasteros, jóvenes y viejos, príncipes y privados; como en el ámbito doméstico entre marido y mujer, padre e hijo, entre hermanos o entre amo y criado. En el índice de la misma tabla se recogen también excursos de temática diversa no relacionados directamente con el arte de conversar: sobre el amor y la amistad, la belleza, las costumbres de diferentes países y regiones, el matrimonio, la disputa de nobilitate, las críticas sobre los cortesanos, el ocio, la vida solitaria y las leyes, entre otras muchas cuestiones anotadas y recogidas con voluntad enciclopédica sobre «otras distintas materias, forasteras del blanco principal»20. Un enciclopedismo de signo también reformista que se asocia a la cultura de la conversación por su civilidad para fortalecer los vínculos sociales en la comunidad ciudadana. Aunque al final del libro segundo se menciona el convite presidido por Vespasiano Gonzaga, Aníbal pospone su relato al último día para mantener el orden establecido y dedicar el libro tercero a la «conversación doméstica» (f. 125v). Pertenece esta modalidad conversacional al ámbito de las relaciones familiares que, como precisa el Caballero, se relaciona con la económica, aun cuando deriva también de la ética según la tradicional división aristotélica de la filosofía 19  En el códice citado de la Biblioteca Nacional de España, lleva por título «Tabla alfabética de las cosas más memorables contenidas en los cuatro libros de la Conversación civil de Esteban Guazzo» (ff. 237 y ss.). 20  Comenta el traductor en el Prólogo (f. iiiv) sobre el enciclopedismo del diálogo: «en él solo se encuentra recopilado y recogido lo que está esparcido por muchos, cuyo número y volumen o quita la gana de registrarlos o hace escabrosa la lectura, interpolada asimismo de otras distintas materias, forasteras del blanco principal que es la conversación civil».

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moral: «Esta conversación, a lo que veo, pertenece a la económica, y por eso juzgaba yo que debíais colocarla en el orden de las cosas y acciones que tocan a la ética y moral» (f. 127v). La familia es el núcleo de la ciudad que se gobierna igual que organiza su casa el padre de familia, de tal modo que hay una dependencia proporcional entre la política ciudadana y la economía doméstica, como señalan José Martínez Millán y Carlos J. de Carlos Morales al referirse a la crisis dieciochesca del modelo cortesano establecido en los manuales de comportamiento que, desde fines de la Edad Media, se habían basado en un pensamiento clasicista moderado y jerárquico21. El viejo modelo cortesano, por tanto, sustenta en el fondo la organización moral del arte de conversar propuesta por Guazzo cuando privilegia las normas de comportamiento basadas en la «via mezana» del justo medio, por ejemplo, al elegir una esposa que no sea demasiado pobre ni demasiado rica, o bien excesivamente bella o fea. A lo largo del libro tercero, permanece incontestable la auctoritas del padre de familia, tanto para la esposa que debe obedecerle, como para los hijos del matrimonio cuya educación virtuosa y católica se tutela bajo la supervisión paterna con un amor siempre moderado y atento a corregir sus posibles defectos. Basada en la analógica concepción de la corte como familia del príncipe, la economía política que sustenta La civil conversazione presupone un saber moral para la civilidad extensivo al conjunto del sistema de relaciones sociales y políticas en el que la conversación se constituye como centro neurálgico desde el cual articular la convivencia y también el progreso de la civilización porque «es el conversar la verdadera medicina» (f. 187v), como concluye al final del tercer libro el Caballero, curado de su melancolía, antes de oír en el libro cuarto y último el relato del convite presidido por el noble Vespasiano Gonzaga. Por añadidura, el sistema de corte se inscribe en la institutio de una serie de valores clasicistas todavía vigentes cuando Guazzo publica su arte de conversar dentro del contexto de la filosofía moral aristotélica asociada a la concepción del hombre como «animal sociable para que por medio de la conversación pueda ayudar y ser ayudado» (f. 84)22. Se mantuvo vigente el mismo sistema hasta el siglo xviii, aun cuando experimentó cambios que explican las cautelas del traductor español por haber traducido La civil conversazione más de un siglo 21  «En esta tradición de pensamiento, la economica indica al padre de familia la norma para la realización de la justicia y de la prudencia en la esfera doméstica […]. La literatura sobre el tema expone un comportamiento ético impregnado en la moderación y en el equilibrio; es decir, en la virtú. De este modo, la economica se traduce en eficacia al mismo tiempo que se constituye en vehículo de una ideología fuertemente jerárquica e inmóvil» (2011: 297). 22  En referencia a la modernidad de la ética humanista, afirma Amedeo Quondam: «Una letteratura centrata sulla conversazione come pratica di una socialità riservata e distinta secondo differenze e circostanze, sempre governate della convenienza» (2010: 54).

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después: «causaría notable extrañeza en el mundo racional, el que después de un largo siglo que ha que el Guazzo falleció en Italia, resucitase ahora en España en donde son pocos los que de su nombre tienen noticia» (f. ii). Son lógicas las precauciones que manifiesta en el Prólogo porque la traducción dieciochesca resitúa la lectura del original en un nuevo contexto que, por la distancia cronológica entre el texto del traductor y el original italiano, transforma su recepción más allá de las diferencias entre las respectivas lenguas y culturas. En los estudios modernos sobre traducción se ha revisado la creencia en el carácter único e invariable explícito en la noción del original, compuesto en este caso por Guazzo. A diferencia del conocido adagio traduttore traditore en cuanto implica la desvaloración del trabajo siempre impreciso del traductor con respecto a la voluntad primigenia del autor, existe la tendencia actual a considerar la traducción por sí misma desde la relación intertextual establecida en pie de igualdad con el texto traducido y, finalmente, reescrito para adaptarlo a los nuevos tiempos y a los lectores de otras lenguas: «Los textos se abrevian, amplifican, glosan o censuran según las épocas y exigen un nuevo acomodo», ya que, como añade Joaquín Rubio Tovar: «La historia de la traducción explica por qué se traducen unas obras y otras no, cómo se traducen en distintas etapas, y nos ayudan a entender cómo se asimilan, explican o manipulan los textos» (2013: 113-114)23. La traducción dieciochesca que comentamos revalorizó el sentido de la sociabilidad acrecentado durante la centuria ilustrada por el creciente protagonismo del arte de conversar extendido más allá de los manuales sobre cortesía y buenas maneras como una retórica informal. El recurso a la traducción indirecta es también muy significativo del relevo ocurrido al transformarse el modelo italiano del gentiluomo en el francés del honnête homme que, a partir del siglo xvii, había alcanzado nueva importancia en el desarrollo del arte de conversar durante la siguiente centuria. Así pues, al salvar la distancia cronológica con el original, la traducción española, además de atestiguar el interés dieciochesco por la lectura de La civil conversazione, sirvió de puente desde la tardía civilidad renacentista a la Ilustración temprana.

23  «La

traducción, pues, participa de los procesos culturales y se inscribe en dos tiempos, sirve de puente entre el tiempo de la escritura y el tiempo de la recepción» (Ruiz Casanova 2018: 43).

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2 INTRODUCCIÓN

Y en los diálogos del Guazzo hallarás que las mujeres ignorantes aman el cuerpo y las discretas el alma. Lope de Vega Carpio La Dorotea, III, 7.

2.1. El diálogo renacentista en otra época1 El autor de La civil conversazione, Esteban Guazzo, nació en Casale de Monferrato (Italia) en 1530 y fue el primogénito de cuatro hermanos, de los que se conoce solo el nombre de Guillermo, uno de los interlocutores de La conversación civil. Su padre, Juan, fue tesorero del Monferrato y estuvo al servicio de los Gonzaga de Mantua desde el principio de su dominio en el territorio de los Paleologo (1533). Esteban terminó sus estudios jurídicos en Pavía en 1550, es posible que en la escuela de Andrea Alciato. Pasó siete años en Francia (es probable que desde 1554 a 1560) al servicio de Ludovico Gonzaga, el futuro duque de Nevers, a quien mostró siempre fidelidad absoluta. Al volver a Mantua, Guazzo 1  Este estudio es una versión ampliada y modificada del que se publicó en la Revue Romane (mayo, 2018), titulado «La conversación civil en España. Nota sobre un modelo de comportamiento entre los siglos xvi y xviii», .

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asistió a la boda del duque Guillermo con Eleonora de Austria el 26 de abril de 1561 y trabajó para madama Margarita Paleologo, retratada en más de una ocasión en este libro. Tras abandonar el cargo al servicio de Ludovico Gonzaga, y siendo reemplazado por su hermano Guillermo Guazzo (uno de los interlocutores de la obra) realizó varias misiones para el duque Guillermo Gonzaga y en 1565 fue enviado a la corte del rey Carlos IX en Francia y, tras este largo viaje, cayó enfermo. En enero de 1566 Esteban asistió a la ceremonia de nombramiento del papa Pío V, nacido Antonio Michele Ghislieri (1504-1572), lector de Teología en el convento dominicano de Casale y muy unido a esta ciudad. Tras la vuelta de Francia, Guazzo se involucró mucho en el relanzamiento y desarrollo de la Accademia degli Illustrati, de la que fue uno de sus máximos exponentes. Fue entonces cuando editó las Lettere volgari di diversi gentiluomini del Monferrato (Brescia 1565), que dedicó a Isabel Gonzaga, hermana del duque Guillermo, y que incluyeron varias misivas dirigidas a los gentiluomini de Monferrato, al igual que sus respuestas, y las Lagrime degli Illustrati Accademici (1567) por la muerte de madama Margarita Paleologo. La ferviente actividad de la Academia fue conocida por toda Italia en la época del Renacimiento y fue motivo de orgullo para el pequeño centro cultural que representaba el Monferrato. Esteban Guazzo empezó a escribir La civil conversazione entre 1567 y 1568, unos años en los que esta parte de la región del Piamonte atravesó una grave crisis. En 1566, se casó con Francesca Dal Ponte, otra protagonista del convite final de su obra, que murió en 1575, dejando dos hijos muy pequeños, Olimpia y Juan Antonio, aunque parece ser que tuvo otros dos hijos fallecidos prematuramente. En 1580 Esteban se casa por segunda vez con Bartolomea, quien murió en septiembre de 1586. Tras el éxito de La civil conversazione, que amplió en 1579 con el II libro y la conversación sobre el príncipe, Guazzo publicó la primera edición de los Dialoghi piacevoli, dedicándolos a Ludovico Gonzaga, duque de Nevers. Entre los años 60 y 70, Esteban llegó a ser protagonista de la escena cultural y, como es lógico, encontró la manera de exteriorizar su fama editando una selección de cartas personales, sus Lettere del signor Stefano Guazzo (Venecia 1590), dedicadas a Vicente Gonzaga, quien desde 1587 fue el nuevo duque de Mantua. Su notoriedad fue tal que su nombre fue empleado como interlocutor en el diálogo Il Figino, overo della pittura escrito por Gregorio Comarrini en 1591; además, llegó a ser miembro de la famosa Accademia degli Invaghiti de Mantua. Después de las Lettere no podía faltar una antología de poemas que supuestamente publicó en 1592, titulada Nuova scielta di rime (Bérgamo, Comin Ventura), textos que incluyen elogios cortesanos a las mujeres. Sus últimos años de vida transcurrieron en Pavía, ciudad en la que se mudó en 1589 y de la que recibió la ciudadanía honoraria en 1590, además de un nuevo impulso y renovado fervor literario. Su

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último trabajo fue publicado tras su muerte: la Ghirlanda della contessa Angela Bianca Beccaria (Génova, 1595), libro que dedicó a su hija Olimpia. Esteban Guazzo murió el 6 de diciembre de 1593 (Guazzo 2010: ff. lxiii-lxv). El presente estudio reúne, en cinco apartados, aspectos generales y específicos de la traducción al castellano que Joseph Gerardo de Hervás elaboró en el siglo xviii de la obra más importante de Stefano Guazzo (1530-1593), españolizado Esteban, La civil conversazione (Brescia, 1574)2. Así, el objetivo es ubicar cronológicamente el códice antiguo —tanto en la tradición dialógica renacentista como en las traducciones al castellano del siglo xviii de obras o versiones francesas— y aclarar la autoría del traductor partiendo del análisis gráfico e historiográfico. Además, este análisis de la mencionada traducción pretende revalorizar uno de los diálogos educativos manuscritos que, pese a estar digitalizado, nunca ha sido objeto de estudio, ni desde el punto de vista dialógico ni como traducción, ni ha sido insertado en catálogos o bases de datos, ni siquiera en los estudios más recientes3. Asimismo, este trabajo busca descubrir los motivos que llevaron a elaborar la versión española, transcrita y anotada en este libro, así como averiguar por qué fue realizada a partir de un texto francés. Empleando las palabras del propio Hervás, «cada libro tiene su estrella», a veces buena, otras mala. En el caso de La civil conversazione, esta permaneció escondida tras el idealismo utópico de El cortesano de Castiglione (Venecia, 1528), obra traducida al castellano por Juan Boscán en 1534. Sobre Stefano Guazzo y su escrito dialogado son pocos los que de su nombre tienen noticia pese a que el estudio acerca del género dialógico y el interés por parte de los investigadores se haya intensificado en estos últimos años4. Algunos estudiosos creen que la poca fama de Guazzo en Europa se debió al provincialismo al que siempre se adscribió el escritor italiano. Pese al carácter europeo o supranacional de su libro, La civil conversazione renovó el género preceptista del comportamiento, superando el ideal cortesano con un modelo menos aristocrático. Esta transición se reflejó en el sensus communis aristotélico y en la ética del buon senso, que hicieron del libro de Guazzo una obra ante todo europea, que fue acogida como referente en distintos lugares de común comportamiento, tanto por sus referencias a las relaciones entre individuos y jerarquías sociales, como por la celebración de la 2  Aumentada y corregida en 1579. Todas las versiones, con excepción de la castellana, han sido catalogadas por Amedeo Quondam (Guazzo 2010: ff. lxix-lxxviii). 3  «Manquent des éléments précis concernant l’Espagne et plus encore le Portugal, où n’est à ma connaissance recensée aucune traduction» (Guérin 2016: 239). 4  Uno de los proyectos que ofrece de manera progresiva el corpus de todos los diálogos literarios hispánicos (en particular de los siglos xv y xvi) escritos en las distintas lenguas peninsulares es Dialogyca BDDH (Biblioteca Digital de Diálogo Hispánico), dirigido por Consolación Baranda Leturio y Ana Vian Herrero y consultable online: .

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civilitas (Patrizi 1990: 10-19). Así, se puede percibir en dicho tratado una reelaboración y continuación de los principios contenidos en las obras clásicas (Ynduráin 1994: 10-19). Es decir, el clasicismo vulgar de la obra de Guazzo reutilizó los modelos antiguos, los compendió, manipuló y organizó para volverlos a inventar con el fin de conquistar su propia identidad gracias a la tradición clásica (Quondam 2010: f. xli). Sin embargo, en España, la traducción de Hervás seguía manuscrita y olvidada —siendo patrimonio de la Biblioteca Nacional de España— con su castellano elegante y refinado, con un estilo claro y conciso que la hacen brillar entre las otras versiones del siglo xviii y que marca la evolución que asumió la sociedad en la España renacentista e ilustrada. Se trata de un manuscrito (Mss. 5843) con una caligrafía clara y un perfecto estado de conservación en sus 255 hojas. Justo en el periodo anterior a la versión española, 34 ediciones italianas (publicadas desde 1574 hasta 1631), ocho francesas (1579-1609), seis inglesas (1581-1788), seis latinas (1598-1624), dos holandesas (1603 y 1606), una checa (1621) y una alemana (1599) de La civil conversazione circularon por Europa durante los siglos xvii y xviii (Quondam 2010: ff. lxx-lxxi). Pese a esta difusión, la obra de Guazzo, junto con los demás tratados didácticos-educativos, fueron suplantados por El cortesano de Castiglione (Las Palas Perez 2004: 28), obra que, desde siempre, fue considerada de mayor importancia. Actualmente, La civil conversazione ha caído en el olvido, no solo en España, sino también en las naciones que la tradujeron años después de su publicación italiana. La obra de Guazzo fue no solo olvidada, sino también malentendida. Es más, uno de los mayores errores fue considerarla como un manual de conversación o de retórica para un intercambio amigable de charlas y, en la actualidad, colocarla bajo el prisma de las normas, el público y el proyecto que sugirió El cortesano. Sin embargo, en cada uno de los textos sobre educación moral se pueden «identificar implícitamente unos destinatarios y, sobre todo, un uso particular de la civilidad» (Revel 2001: 171). En el caso de la obra de Guazzo, hubo una intención de señalar a cada miembro de la sociedad cuál era su puesto, su comportamiento y su relación social con el resto. La civil conversazione nació del sentido social humanístico para «responder a una necesidad de la vida ciudadana», para un compromiso cívico, un civismo que durante años fue el núcleo de escritos como de los León Battista Alberti o Mateo Palmieri. Estos llevaron a cabo escritos que prescribían conductas específicas marcadas por la admiración a los autores clásicos (Plutarco, Cicerón, Quintiliano, Aristóteles, etc.) y por centrarse en la importancia de la vida civil y la educación, elementos que desarrollaban una función social y familiar básica (Garin 1987: 132). Se podría decir que el nacimiento del tratado moral en el siglo xvi empezó con la creación de la ciudad-estado, un espacio abierto y con

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las mismas posibilidades para todos. A esto hay que añadir que, con la crisis de los studia humanitatis, la principal intención de las nuevas urbes fue la de «formar al libre ciudadano y adaptarlo a las diferentes situaciones», a las personas, los lugares y las circunstancias. Dentro de este marco, la sociedad italiana que inspiró La civil conversazione estaba muy influenciada por la francesa, sobre todo por la Provenza y el norte de Francia. Así, las cortes y las sociedades «educadas» europeas se basaron en el modelo galo; aunque Italia contribuyó a modificar de forma notable estos arquetipos civiles (Crane 1920: 2). Por otro lado, muchos estudiosos están de acuerdo en colocar el De civilitate morum puerilium libellus (Basilea, 1530) de Erasmo como el texto clave para la historia de la civilidad europea y sobre el que se basaron, plagiándolo y deformándolo, todos los tratados pedagógicos que vinieron después. Al parecer, en su breve estudio sobre la educación de los niños, Erasmo introdujo por primera vez la palabra «civil», un término utilizado antiguamente en contextos políticos que el humanista empleó para sintetizar las ideas medievales de disciplina y cortesía (Burke 1998: 33). En España, Juan Fernández de Heredia empleó el término «civil» en una traducción sobre Las vidas paralelas de Plutarco (1379-1384), discurriendo acerca de la comparación de Nicias, general de la antigua Atenas (c. 470-413 a.C.) con el político romano Marco Licinio Craso. Su acepción, aunque deja espacio a varias interpretaciones, es la misma que dio Erasmo años después: Et era aun Niquia mas ciujl en las despensas, & se gloriaua de offreçer a los templos et despender en los exerçiçios & far mostrar a dançar. […] Mas en la ciuil conuersacion de Niquia, ni jniusticia se troba ni maliçia ni fuerça ni superbia; mas Crasso es blasmado de mucha jnfieldat, porque souen la giraua a amigança et a enemigança… (f. 146).

Erasmo continuó una tradición antigua de los tratados de educación y fisiognomías, y cristalizó en sus minuciosas observaciones y consejos la abundante producción de la Edad Media (Revel 2001: 171). La civilitas llegó a ser la base de la pedagogía y se convirtió en el concepto más eficaz sobre el que los humanistas hicieron hincapié. Utilizando una definición muy acertada de J. Revel, la civilitas consistió «en librarse de todos los idiotismos y en reivindicar solo las expresiones corporales que puedan reconocer y aceptar la mayoría, porque la civilitas no tiene otro fin que acercar más a los hombres», es la «expresión de una virtud individual y de una voluntad social» (171). En el caso de La civil conversazione esta engloba, en cierto modo, la civilitas de Erasmo y su intención de «inculcar una actitud social» (Revel 2001: 174), partiendo del esfuerzo humano que imita ciertos comportamientos y que

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respeta los deberes más comunes del hombre. El término ‘civil’, empleado por Guazzo y traducido por Hervás, mantiene su sentido último de concepto vital, cambiando el de ‘vil’ o ‘cruel’ —tal y como se empleó en la Edad Media por los poetas cultos— por el de ‘urbano’, ‘sociable’, ‘atento’ (Morreale 1959: 49). Este adjetivo no es solo un status que tiene que ver con el de civis (miembro de la ciudad), sino que es un atributo relacionado con la calidad del alma, las costumbres y las manieras. A partir de este periodo, en particular en Italia, este concepto adquiere el sentido de ‘bien educado’, característica que pone de relieve, a través de las relaciones sociales, los actos y las palabras, las personas que recibían una buena educación. En definitiva, tanto Guazzo como Erasmo sugerían que había que invertir en la educación, ya que la virtud de ser «civil» era una forma de vivir y no algo que procedía de la herencia familiar (Guazzo 2010: xxxi, xxxiii). Durante el Renacimiento, el formato del libro moral-civil cambió por completo, al igual que la naturaleza de la civilidad y su audiencia, sin duda, mucho más amplia, convirtiéndose en un manual para la mayoría de la población (Revel 2001: 174, 180, 189-190). No es este el lugar para la explicación de las últimas teorías sobre la lógica de la civilidad de Norbert Elias. No obstante, sería conveniente señalar que las reglas sociales eran dictadas por la fuerza del grupo en el poder y que cierto tipo de comportamiento podía llegar a desaparecer simplemente con el transcurso del tiempo o, según afirmó Courtin, tras la conquista de la propia identidad social por parte de la élite mundana (Revel 2001: 187). Además, a finales del siglo xvii, las cortes, afligidas por la crisis político-cultural, empezaron a perder su centralidad con respecto a la producción literaria. Fue más allá de la realidad cortesana y llegó a ser, con la heterogeneidad de sus interlocutores, «expresión de una cultura pluricéntrica, con puntos de referencias sociales» diferentes (Ordine 1990: 27). La civil conversazione proyecta, con un lenguaje simple y coloquial pero no vulgar, una imagen minuciosa de la realidad y moral italiana, tanto pública como privada, prestando atención a lo visible, a la estética de la ropa o a la delicadeza de los gestos, que parecen amigables pero que no lo son. Para ello, el autor italiano sacó provecho de muchas referencias textuales tanto de los autores clásicos como de los vulgares, a veces citándolos (Plutarco, Galeno, Falaris, Cicerón, Virgilio, Horacio, Dante, Petrarca, Bembo, Piccolomini, Alamanni, Piemontese, etc.) y otras no, como ocurrió con los Adagios del poder y de la guerra (1500) de Erasmo (Guazzo 2010: xxxviii). Asimismo, en la obra de Guazzo se incorporan diferentes fuentes, poemas, máximas, dichos, adagios («dicho conocido que se distingue por cierta originalidad»), sentencias, lenguaje metafórico, refranes (más de cien), fábulas de origen clásico con estilo moralizante (de Esopo y Fedro, por ejemplo) y parte de la paradigmática sabiduría de la época. La importancia del adagio en La civil conversazione consiste en añadir el consejo

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o la advertencia que viene de la experiencia popular y, además, en difundir su «membrana poética» (Erasmo 2008: 65), su carácter popular y su expresión de sabiduría. Finalmente, el adagio advierte contra la adulación y falsedad que había en las cortes europeas (Erasmo 2013: xvi). A este tipo de educación y vida civil planteadas por Guazzo tuvieron acceso las diferentes esferas sociales, aunque de forma especial la clase política: «los regidores legítimos y reales, o sea, los príncipes, sus ministros y colaboradores, y, en general, el hombre de mundo, o sea, los cortesanos» (Garin 1987: 136). Estos escritos sobre educación, y en particular el de Castiglione, se concentraron en el aspecto exterior del cortesano, en la elegancia, la gracia y el dominio de sus gestos, la desatención o desprecio (sprezzatura que Guazzo transforma en sprezzamento), el descuido, la disimulación, la exaltación de la «humanidad común» y la creación de un hombre educado y despreocupado. Todo este género, basado en la educación renacentista, no buscaba moralizar actos humanos, ni perseguir la virtud, sino la exteriorización del comportamiento, la buena educación (Garin 1987: 137-138), hasta llegar, en algunos casos, a la negación de la vida privada. Según Rodríguez de la Flor, «empieza una historia (perversa) del corazón humano» con la consecuente retirada de la verdad, la interior, que «ha quedado definitivamente desacreditada» (2005: 35-36). Por este motivo, se comprende que La civil conversazione desarrolla una tarea basada en el «principio de interés propio» del ser humano, «de restricción y economía defensiva», y, sobre todo, de convencer de forma persuasiva al otro, de seducirlo mediante las normas de sociabilidad humana (tesis aristotélica) y la hábil cortesía hecha de gestos prácticos y dialécticos (García Bourrellier, Usunáriz 2006). La antigua ética se transforma en estética y hasta en etiqueta (De la Flor 2005: 35-36). La obra de Guazzo se insinúa en un mundo en el que manda «la simulación y la disimulación», lo conveniente5, la apariencia como manera de ser en una sociedad en la 5  La

conveniencia es la base de La civil conversazione. No existe una sola conversación sino varias y dependiendo de las diferentes personas y de su rango. La gestión de las relaciones interpersonales se encuentra en el principio de conveniencia de la Ética a Nicómaco de Aristóteles: «En general, pues, cabe decir, por una parte, que este hombre tratará con los demás como es debido, y, por otra, que, para no molestar o complacer, hará sus cálculos mirando a lo noble y a lo útil. Pues parece que su objeto son los placeres y molestias que ocurren en las relaciones sociales: así, si fuera, a su juicio, innoble o perjudicial dar gusto, rehusará hacerlo y preferirá disgustar; y si una acción va a causar daño y no pequeña inconveniencia, mientras la contraria va a producir una pequeña molestia, no aceptará la primera, sino que demostrará su disconformidad. Su conducta con los hombres de posición elevada y con el vulgo será diferente, y así, también, con los más o menos conocidos; igualmente, con respecto a las demás diferencias. Dará a cada uno lo que se le debe, prefiriendo el complacer por sí mismo, evitando el molestar y atendiendo a las consecuencias, si son más importantes, esto es, lo bueno y lo conveniente, y, en vista de un gran placer futuro, causará alguna pequeña molestia. Tal es el hombre que tiene el modo de ser intermedio, pero no ha recibido nombre» (1985: 228-229).

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que el cortesano crea relaciones basadas en la «amistad y adulación» al frecuentar un mismo espacio. A esto, el italiano añade que, si la conversación es conversar, vivir y convivir, una expresión del ser humano conforme a su naturaleza, privarse de ella es oponerse a la petrarquista vita solitaria (Ossola 1987: 131). En cambio, ser misántropo es despojarse de esta vida, volver a ser un miserable animal fuera de una sociedad en la que, como afirmó Cesare Ripa, «non vi può essere huomo senza conversatione» (Gambin 2008: 12). Dentro de este marco, los libros no se tenían en cuenta como fuente de sabiduría, puesto que el conocimiento empezaba en la propia conversación —en particular con los hombres virtuosos— y moría con ella, ya que se aprende solo conversando con los vivos y no con los muertos. Además, Guazzo afirma que hay una nobleza del alma «que prescinde del nacimiento y se forja en la virtud» (Craveri 2007: 87-88). Por este motivo a un «destinatario común y a sus exigencias sociales, para orientarlo en las relaciones interpersonales, para hacerle accesible, disponible, de manera clara y concreta, este arte de conversar» (Quondam 2013: 67), […] hablaré de la conversación civil no mirando a lo común y universal de una ciudad, sino a las particulares acciones y modos de vida que constituyen al hombre civil y prudente. Y al modo que las leyes y costumbres civiles se comunican no solo a las ciudades y pueblos crecidos, sino también a la villas, lugares y aldeas del territorio, así también quiero yo que la conversación civil se entienda igualmente con los que viven en una misma [f. 34v.] ciudad que con otro cualquiera sujeto en cualquiera parte se halle. Y finalmente que la tal conversación sea decente, política y urbana (Guazzo, ff. 34-34v).

Se trata de una conversación verosímil que, gracias al detalle y minuciosidad con la que está forjada y seccionada, intenta recrear la realidad y verosimilitud del habla de las personas y de la comunicación (Rallo, Malpartida 2006: 30). Guazzo construye, así, su proyecto, persiguiendo la familiaridad y la piacevolezza en sus argumentaciones, navegando en el amplio campo de la moral, de una ética consolidada, de una tradición común porque es universal (Guazzo 2010: xxvi-xxvii). Con La civil conversazione, y antes con el Galateo (1588) de Giovanni della Casa, tuvo lugar una inversión radical en la concepción de las formas de cortesía y educación, que se volvieron mucho más «democráticas» (García Bourrellier, Usunáriz 2006: 47). Así, durante la Edad Media, la gentileza y cordialidad estaban limitadas al mundo de la corte, a la élite política, la clase dirigente. Sin embargo, el libro El cortesano, de Baldassare Castiglione, la obra más famosa de toda la tratadística moral renacentista, empezó a proponer un modelo pedagógico de hombre universal que ejercía un influjo civilizador en las clases dirigentes del Renacimiento europeo. En este caso, la conversación dejaba ver las palabras del

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poder y la corte era el lugar de la maniera; el propio Galateo llegará a ser el manual del speculum ritual de las clases emergentes al que debían acudir para armonizar las relaciones sociales (Ossola 1987: 137). Como afirmó Kristeller, «se espera que el cortesano posea modales pulidos, sepa participar hábilmente en todo tipo de conversación elegante, tenga una buena educación literaria y destaque moderadamente en las artes de la pintura, la música y la danza» (1986: 65-66), y que estas características imiten escenas contemporáneas o sirvan como modelo a seguir para todos (Ossola 1987: 132), dirigiéndose hacia la periferia y la pequeña nobleza en el conjunto de las relaciones humanas (Kristeller 1986: 65-66). A este respecto, Guazzo avisó en su tratado sobre el uso «fraudulento de la cortesía», en particular en las ceremonias donde la figura del adulador o hipócrita, en muchos casos, coincidía con la del cortesano (García Bourrellier, Usunáriz 2006: 49). Así, el autor italiano reflexionó acerca de la excesiva falta de sinceridad que, a veces, iba contra la moral y se convertía en una mentira absoluta, pese a que, en ocasiones, era la misma sociedad la que implicaba cierto tipo de «inautenticidad y fingimiento», según afirmaba Erasmo en los Adagios unos años atrás (Laspalas 2004: 26). En otras palabras, Guazzo condenaba la absoluta sinceridad, actitud que había que graduar dependiendo de cada persona, señalando que era necesaria una «duplicidad consubstancial a buena parte de las relaciones sociales» (García Bourrellier, Usunáriz 2006: 51). Según Craveri, era un proceso de «teatralización del yo», en el que la conversación se convertía en el momento de «máxima exposición social del individuo, exigía el consciente control de todos sus medios expresivos: el tono de la voz, los gestos, la actitud, la expresión de la cara contaba tanto como la palabra» (2007: 290-292). Por ello, todo tenía que estar envuelto por el velo de la discreción y sin el riesgo de perderse en los «laberintos de los abusos y desórdenes», por los que la obra de Guazzo servía de perfecta guía (Quondam 2013: 68). Al mismo tiempo, la tolerancia era el núcleo central de La civil conversazione, una actitud que no estaba dirigida al aguante o resignación de las ideas, creencias y práctica de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias, sino un medio para «preservar la convivencia», un compromiso con la realidad social (García Bourrellier, Usunáriz 2006: 52-53). Un ejemplo de la tolerancia guazziana son estas líneas acerca del extranjero: Advirtamos, a lo menos al morador de las ciudades, que es obligación de su cortesanía y humanidad el mirar con buenos ojos a los forasteros y considerar que estando lejos de sus parientes, amigos y hacienda, y privados de todas las conveniencias que nosotros gozamos en nuestras casas, son sin duda acreedores a nuestro favor y amparo y sobre todos, los que se conoce están en necesidad. Y los que acogen y reciben a estos en sus casas, se labra una feliz habitación en la gloria de los cielos (Guazzo f. 114v).

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2.2. Dentro de la obra y sobre el diálogo Intentar definir el género dialógico epidíctico significa situarse entre la filosofía y la literatura, entre el docere y el delectare, entre la polémica y la reflexión. Se trata de un género inalcanzable, tal y como indicó Nuccio Ordine (1990: 14), cuyos protagonistas, los oradores, exaltan el orden ético y moral de la sociedad, ensalzan la importancia de adquirir los valores ya conocidos por la comunidad, sirviéndose, a veces, de la retórica para otorgarles aún más relevancia. Con ello, no se busca una verdad absoluta, ya que esta existe de antemano y está «puesta en boca de un maestro que la transmite» (Gómez 2000: 12), sino que es el consentimiento, la adhesión a esos valores. Es decir, se basa en un juego de contrarios que se gesta a partir de las opiniones de los interlocutores, haciéndolo, de esta forma, más interesante. Así, el autor se puede comparar con un poderoso demiurgo que, autoexcluyéndose, domina y plasma la narración de los interlocutores, demostrando, no obstante, su presencia (Ordine 1990: 1625) al establecer y divulgar verdades como un maestro a sus discípulos como un portavoz o interlocutor privilegiado (Gómez 2000: 24). El diálogo en el siglo xvi fue uno de los géneros más populares y vivió una verdadera época dorada, sobre todo por la calidad de las obras dialógicas, llegando a invadir las bibliotecas de casi toda Europa. Hasta el momento se han catalogado alrededor de doscientos tratados, a los que queda por añadir las composiciones dialógicas perdidas6. Este género derivó de la tradición vernácula, que, en muchos casos, terminaba en versos cómicos, y de la educación humanista que lo adoptó a mitad de siglo como un formato para argumentar acerca de cuestiones sobre cómo había que vivir bien y solventar los problemas de la reforma social. Además, hubo dos movimientos ideológicos que fomentaron la codificación de los estándares de este género: el redescubrimiento de la Retórica y la Poética de Aristóteles, iniciada por Francesco Robortello, y las constricciones de la Contrarreforma promulgadas en el Concilio de Trento (Kennedy, Norton 1999: 268). De hecho, los orígenes del diálogo se remontan a la época clásica, en autores como Cicerón, Platón, Luciano, san Agustín y Petrarca (Houston 2014: 4445). Así, se pueden apreciar diversos aspectos del modelo práctico ciceroniano de la eloquentia en La civil conversazione y la intención de llegar a las masas con un tipo de discurso ético informal que se alterna con advertencias morales. En este sentido, en toda la época humanista, sobre todo en Italia, hubo un revivir de la doctrina ciceroniana y la filosofía platónica impulsado por Ficino (Rallo, 6  Jesús Gómez elaboró un catálogo de 173 diálogos. Por otro lado, hay que añadir todos los tratados dialógicos que se perdieron y que el mismo autor recogió en el apéndice de su investigación (1988: 217-234).

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Malpartida 2006: 27), al que varios autores de estas «guías» le debieron mucho (Cox; Ward 2006: 161-162). Asimismo, los ideales de la «civilidad» o de las buenas maneras vinculados a las obras italianas influyeron en los diálogos españoles, aunque aparecieron reelaborados con una «mentalidad característica de la Corte española», como ocurrió con el Diálogo de la discreción (1579) de Damasio Frías (Gómez 2007: 96). Siguiendo los diálogos de Cicerón, autores como Guazzo pudieron exponer sus principios, elaborados para definir las doctrinas «como verdades dogmáticas y la forma del diálogo adoptar un método más gráfico al mostrar la multiplicidad de facetas que el asunto plantea». En todo caso, pese a que se introduzcan varias opiniones «se aceptan solo aquellas que se consideran válidas y se unifican en un sistema simple» (Castro Díaz 1977: 25-26). Como otros diálogos didácticos, o mejor catequísticos (Malpartida 2005: 17), no presentan «una visión del mundo “abierta” ni más dialéctica que un tratado sobre la misma materia, o que un discurso, una epístola, etc.» (Gómez 1988: 22), sino que sirven como instrumento del pensamiento y para aprender y entender las características más sutiles de la sociedad (Rallo, Malpartida 2006: 28). Volviendo a La civil conversazione, los cuatro libros que la forman son una metáfora de la «conversación civil» (García Bourrellier, Usunáriz 2006: 47), del diálogo mimético natural o realista, correcto y amistoso entre personas de diferentes rangos, de acuerdo con su estatus social y cultural, ya que la conversación entre iguales no tenía «necesidad de textos normativos». Es más, la obra de Guazzo exhorta a que cada ciudadano acepte su rol (Quondam 2013: 69), dirigiéndose, sobre todo, a la figura del gentilhombre, enemigo de toda civilidad, como afirmaba Maquiavelo, quien vivía ociosamente de las rentas de sus posesiones y sin ningún problema, moviéndose de un modo libre en la ciudad (Casale). Estas personas profesaban un gusto especial por la literatura y no por las armas, como ocurría con el cortesano, siendo sociables, incluso en el caso de los menos doctos, y viendo en las letras la verdadera virtud. En esta obra, el autor italiano jugó con una serie de contrarios (joven-viejo, noble-innoble, privados-príncipes, doctos-indoctos, ciudadanos-forasteros, seglares-religiosos, hombre-mujer, marido-mujer, padre-hijo, hermano-hermana y dueño-sirviente) con el fin de contraponer la desigualdad de condiciones de la que parten los interlocutores o sus distintas perspectivas, eludiendo, incluso, el idealismo del cortesano. Pese a que Guazzo reconoció el valor de El cortesano de Castiglione, analizó sus límites y sus aspectos negativos, llegando a la conclusión de que la conversación civil perfecta consistía en un diálogo con la contraposición inferior-superior de todas las parejas mencionadas (Patrizi 1990: 25-42).

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Los personajes principales del tratado de Guazzo fueron el hermano del autor, Guillermo Guazzo, que volvió a la corte del rey Carlos IX, a Casale de Monferrato, tras haber trabajado para el duque de Neymour, y el médico Aníbal Magnocavallo. Este último atiende a su paciente Guillermo tras serle diagnosticada una melancolía profunda. El resultado es una larga conversación que se desarrolla en una tarde (en los primeros tres libros), en la que Aníbal intenta curarle de la falsedad de su «concepción del saber racional» y de la conversación de la corte, un lugar cada vez menos seguro para el gentilhombre. Así, el autor analiza «las diversas formas de conversación auténtica en la situación social concreta», creando, por supuesto, un desnivel y unidireccionalidad entre los dos interlocutores (Grassi 2003, 23; Patrizi 1990: 47). Por lo que respecta al primer libro, este trata la motivación y los «frutos y provechos que se pueden recoger, en general, de la conversación» (f. viii). El segundo libro de La civil conversazione considera las diferentes esferas sociales, conforme a la diversidad de las personas, y propone los principios generales para una perfecta conversación y convivencia. Resulta claro que el vínculo más firme de la sociedad es la convivencia, dado que el vínculo más firme de la sociedad es la buena voluntad de los demás, adquirida por la afabilidad y discreción. El autor añade aún más detalles y aclara, con sus dos personajes, cómo se debe conversar con los jóvenes, los viejos, los nobles, los innobles, los príncipes, los ciudadanos, los eruditos, los ignorantes, los ciudadanos (y los extranjeros), los eclesiásticos, los laicos, los hombres y las mujeres. Además, se detiene en las relaciones entre nobles e innobles, príncipes y ciudadanos, definiendo y clasificando la nobleza y señalando cómo debe comportarse esta cuando se asocia con un innoble. Hay que tener en cuenta que esta clase social acababa de emerger en esa época y en La civil conversazione se subdividió en «medio noble», «noble» o «muy noble». No obstante, la obra del autor italiano pretendió ser funcional, sobre todo, para el medio noble, el cual quería llegar a la verdadera nobleza, al igual que ocurría con las demás categorías, que pretendían averiguar cómo permanecer en su estado: Considerad pues que la nobleza de sangre no os cuesta nada y la tenéis por su lesión, mas la que os viene por virtud la habéis conquistado en buena y leal guerra, habiendo pasado primero por muchos trabajos y agonías. Después de esto se ha de contemplar que la nobleza de la sangre solo tiene su relación al cuerpo y la de la virtud tiene la suya a la alma (Guazzo f. 92v).

En el último libro, Guazzo toma como ejemplo algunas sentencias utilizadas en tres diálogos anteriores y presenta un banquete celebrado en Casale en el que participan nueve personas (diez con el anfitrión). El número no es casual,

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ya que representa a las musas, un recurso clásico muy utilizado en la cultura renacentista que se atribuyó a Varrone (Guazzo 2010: xxxv): Pero estos son los principales: que el banquete conviene que empiece por las gracias y acabe por las músicas; esto es, que el número de los convidados no baje de tres ni suba de nueve; que los del banquete no sean ni muy habladores ni mudos; […] Y habiéndole defendido la señora Franca Guazza tocante el número de nueve: «yo estoy pronto a sostenerle en cuanto al de diez, porque ya que los banquetes bien ordenados deban ser reducidos al número de nueve musas, es permitido el admitir y recibir uno que tenga lugar de Apolo y representando su majestad, dé forma y establezca leyes a la compañía» (Guazzo ff. 125v, 191v).

Una vez más, el autor italiano introduce un elemento que viene de la tradición clásica (Platón, Jenofonte, Plutarco, etc.), pero que es habitual en el Renacimiento, incluso en el propio Cervantes con el simposio. El simposio era una puesta en escena que introducía una «cena amistosa, con cierta tendencia a lo intelectual», aunque marcaba una distancia entre los comensales y la realidad cotidiana. Quien tomaba la palabra se ensimismaba en la conversación (Rodríguez 1993: 93-94), desapareciendo los interlocutores del diálogo central y quedando la nobleza que no necesitaba de interlocutores. Por otro lado, en varias ocasiones, Guazzo subraya también la importancia del silencio, una práctica esencial para el interlocutor que mostraba el sentido filosófico de la vida (García Bourrellier, Usunáriz 2006: 62). La civil conversazione es uno de los pocos libros que toma en consideración también al oyente, el saber escuchar y la reflexión como forma no solo para evaluar lo que declaran los demás, sino para obtener sus respetos. Es una relación asimétrica que también se encuentra en el Quijote «cuando un personaje domina la plática… el interlocutor guarda silencio» (Rodríguez 1993: 100): Callando pues nuestro enfermo, empezará a sanar y a adquirir crédito entre los sabios. Y de ahí dimana que el mismo Pitágoras (de quien ya hemos hablado) obligaba a sus discípulos a guardar riguroso silencio por espacio de tres años, por cuanto consideraba que acostumbrándose a escucharle echarían de ver su ignorancia y grabándose en sus espíritus la eficacia y gravedad de sus sentencias, gozarían del beneficio y fruto de su paciencia… (Guazzo f. 68).

En definitiva, la originalidad de Guazzo consistió en la proposición de unas de las perspectivas aristotélicas más nombradas, la del justo medio, que años después volvió a aparecer en la obra de Damasio Frías en España (Gómez 2007: 104).

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2.3. Una Civil conversación castellana Cuando don Joseph Gerardo de Hervás empezó a traducir La civil conversazione al castellano tenía, más o menos, veinte años. Su inclinación por las letras le llevó a emprender esta versión, pese a que su primera intención solo fuera la de ejercitarse en el francés, lengua que, en aquel entonces, empezaba a aprender. Años antes de la versión de Hervás, salió a la luz El discreto (Huesca, 1646) de Baltasar Gracián, en el que su autor afirmaba la importancia de la conversación: «Gran suerte es topar con hombres de su genio y de su ingenio; arte es saberlos buscar; conservarlos, mayor: fruición es el conversable rato, y felicidad la discreta comunicación» (1900: 63). En 1651, el mismo jesuita escribía en su última parte del Criticón unas líneas que parecen englobar el sentido que Guazzo dio a la conversación como noble arte, «madre del saber, desahogo del alma, comercio de los corazones, vínculo de la amistad…» y que la denominó como «discreta»: […] que no hay rato hoy más entretenido ni más aprovechado que el de un bel parlar entre tres o cuatro. Recréase el oído con la suave música, los ojos con las cosas hermosas, el olfato con las flores, el gusto en un convite; pero el entendimiento, con la erudita y discreta conversación entre tres o cuatro amigos entendidos, y no más, porque en pasando de ahí, es bulla y confusión. De modo que es la dulce conversación banquete del entendimiento, manjar del alma, desahogo del corazón, logro del saber, vida de la amistad y empleo mayor del hombre (1992: 560).

Hervás no tenía pensado ni publicar ni concluir su traducción, solo pretendía practicar este idioma extranjero que estaba de moda. De este modo, tendiendo en su poder la copia francesa del tratado de Guazzo7, decidió trabajar libremente, es decir, in puris naturalibus y sin llevar un camino cierto u otro tipo de atadura que pudiera condicionarle. Sorprendido ante el ingenio de aquellos preceptos que iba traduciendo, leyó los primeros cartapacios «a sujetos de no común erudición» y se animó a proseguir la tarea empezada tras alabar aquellas frases que había escuchado del propio Hervás. Transformando la diversión en empeño, el autor se percató de que en cada página que vertía al español «encontraba nuevos tesoros y preciosidades» que no quiso dejar en la obscuridad de aquella lengua que, poco a poco, iba apren7  Lievsay

observó que las ediciones francesas que se elaboraron desde 1579 hasta 1592 fueron nueve. Las traducciones fueron llevadas a cabo por François de Belleforest y Gabriel Chappuys Tovrangeav, respectivamente en París (Cavellat) y Lion (Beraud). Según el mismo autor, La civil conversazione en Francia inspiró otros tratados de la época como Le Chasse-Ennuy de Louis Garon (París, 1600) y le Serées de Bouchet (París 1600). Sería muy interesante llegar a descubrir cuál de las dos versiones francesas utilizó Hervás para la traducción castellana (Patrizi 1990: 16).

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diendo. Traducía en los ratos libres que el estudio de su materia, el Derecho, le permitía y con cierto remordimiento por no tener la copia original italiana que en un primer momento no consiguió encontrar. Sin embargo, con el paso del tiempo, estimó que la copia francesa era todo lo que necesitaba; en el fondo, estaba muy bien escrita y, difícilmente, el original italiano podría ofrecerle más; al menos así lo creía él. Incluso cuando consiguió el libro en la lengua original de Guazzo, su decisión fue la de proseguir con la versión francófona, ya que, según decía, aquella no iba a mejorar el trabajo que casi tenía terminado. Solo quería acabar la versión española, ya que pensó que tener La civil conversazione en todos aquellos idiomas sería admirable. El problema que se le presentó con la continuación de la copia castellana fue, más o menos, el de todos los traductores: ¿cómo había que traducir?, ¿era mejor una traducción literal o, más bien, libre?8 Consciente de que traducir libremente lo que para él era la versión original, es decir, la francesa, «resultaría una copia dura y escabrosa» y, por otro lado, al no querer llevar a cabo una versión castellana que parafraseara la francófona, Hervás optó por una traducción «fácil, natural y desembarazada» [f. vi] que seguía el texto «pero sin idolatrarle» y «añadiéndole solamente lo que pareciese necesario para facilitar la inteligencia y dejar corriente la narración». Así que decidió traducir «lo propio», es decir, lo necesario para las numerosas citas poéticas incluidas en La civil conversazione. En cambio, para la cadencia salvó el «genuino sentido» en los casos en los que el texto lo permitía: «abandonela cuando este era perjudicado y entonces me contenté con una tal cual asonancia». El traductor estaba convencido de que, siguiendo este método, se habrían eliminado todas las imperfecciones y malinterpretaciones, como solía ocurrir, según él, con muchas obras que en su época se vertían al castellano al traducir erróneamente «en cada renglón el original». La única licencia que se tomó Hervás fue la de dividir el texto en párrafos y colocar un número en cada uno de ellos para comodidad del lector. Se trataba de un modo de evitar párrafos demasiados largos que pudieran cansar la lectura. Para llevar a cabo este trabajo, Hervás siguió como modelo la Histoire de Théodose le Grand (1679), del padre Flechier, traducida al castellano en 1731 por un gran amigo del propio Hervás, el jesuita José Francisco de Isla, joven de «talentos, ingenio y discreción» [f. iv.v.]. Según Hervás, para el estilo no hubo muchos problemas al traducir aquellos términos «según la pulidez y elegancia» de su tiempo, sobre todo porque las palabras francesas ya estaban tan bien li8  Hay

que recordar las palabras de Antonio de Capmany, que justo en esta época escribía lo siguiente: «si las lenguas fuesen fundidas en un mismo molde, sería menos difícil el ejercicio de las traducciones servilmente literales […] mas como el diverso carácter de las lenguas, casi nunca permite traducciones literales, un traductor, libre en algún modo de esta esclavitud, no puede dejar de caer en ciertas licencias» (Capmany 1776: 1).

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madas y con cierta elegancia que la traducción «saldría discreta con volverse literalmente las voces». Asimismo, decidió seguir la disposición de los periodos, sin alterar en absoluto la estructura del texto original, tanto del francés como del italiano; eliminar las repeticiones y los periodos largos, y hacer su texto mucho más conciso y dotarle de un estilo más lacónico, pese a contener «algunas señas de la anciana gravedad». Por otro lado, el autor de esta traducción explica que, «no pudiendo acabar de creer la desidia de nuestros antepasados» [f. iv], se vio incapaz de resignarse a la idea de que el libro de Guazzo no se tradujera al castellano, como ocurrió con el francés, inglés y alemán, motivo por el que empezó a investigar más a fondo la existencia de posibles traducciones al castellano de esta obra. Para ello, escribió desde Salamanca al bibliotecario de la Real Biblioteca, que en aquel entonces era Juan Ferreras, quien le confirmó la ausencia de La civil conversazione en español entre los volúmenes de la biblioteca. Este fue el impulso definitivo para que Hervás realizara la traducción y la presentara a una nación, España, «que apenas lo oyó [a Guazzo] nombrar» [ff. iv-v]. Los motivos que le llevaron a esta traducción fueron muchos. En primer lugar, Hervás quería que Guazzo «gozase en España de vida y buena constitución». Tenía cierta repulsión a la crítica fácil de los lectores y, en concreto, a los que, con «pasión precipitada» y con solo leer el título de un libro, deciden censurarlo y apartarlo definitivamente. El traductor imaginaba que su versión castellana de La civil conversazione engendraría mucha «extrañeza» por ser elaborada «después de un largo siglo que ha que el Guazzo falleció en Italia», en particular en España, donde «son pocos los que de su nombre tienen noticia». El traductor definió La civil conversazione como un «libro de todos los tiempos», «de todas las edades», «universalmente agradable», una «leyenda sumamente útil» [f. iv.v.] contemporánea, cortado «a la medida del presente» [f. iii] y para el futuro, pese a los más de cien años que habían pasado desde la publicación de la obra original. Invitaba al lector a aprovecharse de sus «máximas e instrucciones», leyéndolo de manera aleatoria, sin preocupación y solo abriéndolo para observar su natural ingenio, para «salir de él tan ventajosamente». Hervás consideró esta obra desde el punto de vista de su delicada conversación y el trato racional que pretendía introducir en la sociedad civil, intuyendo que el núcleo del tratado consistía en su arte de agradar, «de saber acomodarse» a las diferentes situaciones y con los diversos estados del ser humano, ya que «este empeño no admite distinción de personas ni tiempo, es más, lo conduce a la felicidad» [f. iii.v.]. Dicho estado se alcanza con los preceptos de los autores morales que La civil conversazione recoge en sus diálogos. Pero, ¿cuál fue, según Hervás, la distinción entre los antiguos autores morales y la obra de Guazzo? Todo radica en la «sutileza metafísica» de los clásicos morales y moralistas que en la obra del

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italiano se «humaniza (digámoslo así) y se reduce a mecanismo sirviéndose de ella con inimitable destreza para hacer generales las acciones particulares, a fin de que convengan a todos y de que todos se puedan utilizar» [f. iii.v.]. Asimismo, Hervás establece otro tipo de distinción en los preceptos morales que hace alusión al objetivo final prefijado. De esta forma, si en los clásicos se dirigen al hombre interior, los diálogos de Guazzo, «flores de chistosos cuentos y pasajes poéticos tomados de los mejores maestros», se ocupan de la «parte exterior del hombre (objeto más material, aunque no menos importante)» [f. iv]. Lo dicho hasta aquí es toda la información que se encuentra sobre esta traducción. Curiosamente, el códice antiguo ha pasado desapercibido para la mayoría de los nuevos investigadores y editores de La civil conversazione que han catalogado las versiones europeas. Sin embargo, no queda claro si el mismo Hervás llegó a sospechar la ínfima suerte que tendría su traducción, ya que en el Prólogo de La conversación civil, como se anticipó, discurre sobre la fortuna de algunos libros: Ello es cierto que los libros tienen su estrella: habent sua fata libelli. Hay algunos que abortos del entendimiento al modo de los de la naturaleza, su misma deformidad les estorba la vida y aun la respiración. Otros, por más bien formados, empiezan a vivir con robustez y valentía, muertos ya los que les dieron al ser, en cuya vida apenas alentaron y llegan finalmente a gozar una duración que parece quiere apostárselas a la eternidad. Hay también en esto su medio término. Y algunos libros corren con aplauso una larga serie de años hasta que llegan a ser mirados con respeto pero sin complacencia que, si no es fallecer absolutamente, es a lo menos constituirse en una inútil decrepitud. Varias son las causas que producen esta diversidad de destinos. Las más veces dimana de los pocos méritos del libro. Algunas entra a la parte de la injusticia y la desgracia y, otras, (que no son las menos) depende del carácter de los tiempos y del distinto gusto que domina en los hombres y en los siglos [f. iiv].

2.4. Otro intento biográfico sobre Hervás Muchos estudiosos han investigado la vida de Joseph Gerardo de Hervás, sin embargo, nadie ha conseguido trazar un perfil completo ni aclarar algunos aspectos sencillos y generales de la vida del traductor de La civil conversazione al castellano. Aunque no se sabe ni dónde ni cuándo nació, sí se conoce que fue profesor de Derecho de la Universidad de Salamanca —en una época de decadencia para dicha institución (Domínguez 1989: 176)— gracias a la portada del manuscrito de la traducción, pese a que no hay ninguna evidencia entre los registros de la universidad que certifique esta actividad. El primer estudioso que investigó sobre la vida de Hervás fue Casiano Pellicer, quien en 1804 observó que al traductor se le asociaban dos seudónimos, Jorge Pitillas y D. Hugo de

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Herrera Jaspedós. Este mismo investigador, que subrayaba el estilo castizo y la ironía del autor, aportó que Hervás murió en 1742 y que dejó escritas dos cartas satíricas de Jaspedós9 y la Sátira 1 contra los malos escritores de Pitillas, en el Diario de los literatos de España (119-120). Posteriormente, tanto la Sátira como las cartas fueron reeditadas en el Rebusco de las obras literarias (1790) del padre Isla, autor de varias sátiras. Por este motivo, muchos expertos establecieron la asociación entre Pitillas y el jesuita. La Sátira se volvió a imprimir en la obra Poetas líricos del siglo xviii (Madrid, 1869) de Leopoldo Augusto de Cueto. Este citó en su escrito una carta de Hervás10 a su supuesto primo y amigo José Cobo de la Torre, un documento que no se encuentra en ningún archivo, ya que fueron los mismos descendientes de Cobo de la Torre quienes lo donaron a Cueto que, a su vez, lo citó en su libro. La carta está fechada en Madrid a 24 de julio de 1741 y, en ella, su autor lleva a cabo una apología de los buenos libros, criticando los malos que, a su juicio, colman las publicaciones de aquel período «con grande desconsuelo de los que siquiera conocemos un buen libro y gustamos de leerle». Los únicos defensores, a su juicio «flojos», de la buena lectura eran los editores del Diario (Salafranca y Puig) y, sobre todo, José Campillo, el «móvil de todo». Campillo fue fundamental para la publicación del séptimo tomo de la revista, en el que, según Hervás, «saldrá a luz la Sátira 1 contra los malos escritores, de tu amigo Jorge Pitillas, quien para este efecto la ha entregado al brazo seglar de los diaristas, y estos, con su permiso, la han leído a uno y otro sujeto inteligente… y de todo recibió singulares aplausos» (Cueto 1869: lxviii)11. No obstante, fue el padre Isla quien por primera vez en las Cartas apologéticas (1764) desveló los seudónimos de Hervás: La primera y única sátira que publicó en el séptimo y último tomo del Diario de nuestros literatos, el malogrado joven José Gerardo de Hervás, con el nombre de Jorge Pitillas, autor también de las dos aplaudidas cartas que se hallan en el mismo diario, una sobre la Vida de San Antonio Abad, escrita por don Pedro Nolasco de Ocejo, y otra sobre el rasgo épico Verídica epifonema, etc., que compuso el doctor don Joaquín Cases y Jalo (Veintemilla 1978: 91)12. 9  «Carta

de don Hugo Herrera Jaspedós a los autores del Diario» (Tomo V, art. I, 1-32); «Carta de don Hugo Herrera Jaspedós sobre el Rasgo épico del Dr. Joachin Cassess» (Tomo VII, art. XV, 362-396). 10  En realidad, es D. Bartolomé José Gallado quien escribió la nota sobre Hervás. 11  Para Ruiz Veintemilla, hubo tres copias de la Sátira: «la que publicó el Diario, la original, hoy perdida, y la que hizo Hervás para su amigo el diarista catalán (Puig) y que guardó, traicionando así la amistad que le unía a sus compañeros de redacción» (84-85). 12  Cf., Cartas apologéticas en defensa del autor e Historia del famoso predicador Fray Gerundio de Campazas, contra el papel que dio a luz el Penitente del muy reverendo Padre Marquina, Zotes y Rebollos, Campazas, 1787 (seis años después de la muerte del autor, se escribieron en 1767).

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También Marcelino Menéndez Pelayo intentó arrojar luz sobre la vida del traductor de La civil conversazione, es posible que apoyándose en la información de Pellicer. Así, el 10 de febrero de 1876, el erudito montañés preguntó a su amigo Gumersindo Laverde: «¿Cuál fue la patria de D. José Gerardo de Hervás (Jorge Pitillas)?». Y, a continuación, comenta: «si, como parece, nació en Portillo, ¿es este alguno de los dos pueblos de tal nombre existente en la provincia de Santander? Tal parece persuadir el parentesco muy cercano de Hervás con la familia Cobo de la Torre. ¿Hay alguien que posea nuevos datos sobre este escritor? ¿Podría facilitarlos?». La insistencia de Menéndez Pelayo se debió a su intención de publicar unos estudios sobre algunos autores montañeses, entre los que quiso incluir a Jorge Pitillas, autor de la Sátira publicada en el Diario de los literatos13, en la sección «Poetas del siglo xviii»14. 13  Diario de los literatos de España en que se reducen a compendio los escritos de los autores españoles, y se hace juicio de sus obras desde el año 1737…, Tomo 7, Madrid, Imprenta Real, 1737, pp. 192-214. 14  Cf. . Vol. 1, carta nº 240, De Marcelino Menéndez Pelayo a Antonio Rubió [24 septiembre 1875]. «No sé si alguna vez te he dicho que andaba acopiando datos sobre escritores ilustres de la provincia de Santander, deseoso de llenar el vacío que en este punto se nota. He encontrado bastante más de lo que yo pensaba, excluyendo toda la gente de segundo orden, he determinado hacer una serie de monografías dedicadas a los personajes siguientes, todos notables por algún concepto: 8.º D. José Gerardo de Hervás (Jorge Pitillas Ocurrencia siguiente). Sobre la patria de éste tengo ciertos indicios, cuya pista iré siguiendo. […] Entre Jorge Ocurrencia anterior Pitillas y Floranes…». Vol. 1, carta nº 282, De Marcelino Menéndez Pelayo a Gumersindo Laverde, Santander, 3 enero 1875 [por 1876]. «En la misma forma de tomitos pudieran irse publicando los estudios sobre montañeses, que formarían una colección de catorce o diez y seis volúmenes, distribuyendo la materia de esta ó parecida manera. […] 14.º Poetas del siglo xviii (¿Jorge Pitillas?)…». Vol. 1, carta nº 306, De Gumersindo Laverde a Marcelino Menéndez Pelayo, Valladolid, 27 febrero 1876, «Me ocurre un proyecto. El de una colección selecta de Poetas montañeses de antaño y ogaño, tomando lo mejor de cada uno y añadiendo breves notas y sucintas biografías. Hurtado de Mendoza, Pitillas…». Vol. 1, carta nº 308, De Gumersindo Laverde a Marcelino Menéndez Pelayo, Valladolid, 4 marzo 1876. «Por lo que hace á Hurtado de Mendoza paréceme que bien merecería que la sociedad de bibliófilos montañeses hiciese una esmerada edición de sus Obras completas; y tal vez lo propio deberían hacer con Guevara, Trueba y algún otro (Jorge Pitillas)». Vol. 2, carta nº 43, De Gumersindo Laverde a Marcelino Menéndez Pelayo, Otero de Rey, 3 julio 1876. «A continuación pongo algunas nuevas indicaciones. Los estéticos portugueses del pasado y presente siglo. ¿Y Jorge Pitillas?». Vol. 2, carta nº 120, De Marcelino Menéndez Pelayo a Gumersindo Laverde: «Llevo muy adelantada la monografía de los poetas horacianos. En la parte castellana sigo este órden: IX. Renacimiento clásico del siglo xviii-Jorge Pitillas-Luzán-D. Nicolás Moratin-Cadalso-Iriarte…». Vol. 22, carta nº 1021, De Marcelino Menéndez Pelayo a Antonio Rubió y Lluch, Santander, 24 septiembre 1875, 8. D. José Gerardo de Hervás (Jorge Pitillas Ocurrencia siguiente). «Sobre la patria de este tengo ciertos indicios, cuya pista iré siguiendo. […] Entre Jorge Ocurrencia anterior Pitillas y Floránes, debes intercalar al jesuita Pádre Rábago, confesor de Fernando VI, del cual se conservan». Vol. 2222, carta nº 1023, De Marcelino Menéndez Pelayo a Antonio Rubió y Lluch, Santander, 28 febrero 1876. «Pronto tendré ocasión de

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Por otro lado, la mayor parte de los investigadores cree, o tiene una cierta sospecha, de que Joseph Gerardo de Hervás y Jorge Pitillas fueron la misma persona y que tenía parentesco con la familia Cobo de la Torre15. Asimismo, Menéndez Pelayo se percató de que Hervás, bajo el nombre de Jaspedós, escribió otras dos cartas en el Diario de los literatos y una carta a una comedianta16. Y descubrió también que en la British Library se guardaba la copia de otro documento manuscrito17, el Poema Joco-Serio. Los cinco lustros de la vida de Don Hugo de Herrera de Jaspedós, caballero catalán. Escrito por el mismo (Gayangos 1875: 39). Es más, el polígrafo montañés llegó a suponer que Hervás nació en el Portillo, por la graciosa carta a la comedianta portuguesa Petronila Xibaja, que Pellicer publicó en su obra, firmada el 29 de abril de 1736 por D. Hugo de Herrera Jaspedós, anagrama de don Joseph Gerardo de Hervás18. De la carta se obtiene poca información: su pobre condición económica; una fuerte pasión remitirte un ejemplar del primer tomo de mis Estudios críticos sobre escritores montañeses, que tengo en prensa. Este primer volumen, además de una introducción general sobre las letras en la Montaña, abraza el estudio acerca de Trueba y Cosío. […] Tom. 1.º S. Beato de Liébana. 2.º […] 7.º Historiadores y cronistas de los siglos xvi y xvii. 8.º Jorge Pitillas...». 15  Vol. 1, carta nº 242, De Marcelino Menéndez Pelayo a Gumersindo Laverde, Madrid, 30 septiembre 1875. «Respecto á montañeses, mi plan es el siguiente: […] 6. Tengo ciertas sospechas de que el famoso satírico Jorge Pitillas era montañés, y del valle de Cayon. Dejemosle en duda». Don Marcelino volvió a escribirle el 27 de noviembre de 1875 (Vol. 1, carta nº 279): «Tengo vehementes sospechas respecto á Jorge Pitillas, que por lo menos estaba emparentado muy de cerca con la familia Cobo de la Torre de Esles en el valle de Cayon». 16  Vol. 1, carta nº 306, De Marcelino Menéndez Pelayo a Gumersindo Laverde, Santander, 1 marzo 1876: «El proyecto de antología de poetas montañeses es excelente, y no desconfío de realizarle. De Mendoza debíamos reproducir no solo las composiciones líricas selectas, sino algunas dramáticas, escogiendo con preferencia las no incluidas en la Biblioteca de Rivadeneyra. De Jorge Pitillas pudieran entrar, de un modo ú otro, además de su sátira, las tres prosas suyas que yo conozco: dos críticas de libros publicadas en el Diario de los literatos, y una especie de manifiesto escrito á nombre de una comedianta. Las tres piezas son de lo mejor que en su género posee nuestra lengua». 17  Vol. 2, carta nº 45, De Marcelino Menéndez Pelayo a Gumersindo Laverde, Santander, 9 julio 1876: «En el Museo Británico hay un poema inédito de Jorge Pitillas». Vol. 2, carta nº 45, De Gumersindo Laverde a Marcelino Menéndez Pelayo, Otero de Rey, 13 julio 1876: «¡Gracias á Dios que, por fin llega á mis manos su gratísima del 9 y con ella la noticia de que ha corregido las pruebas de su segunda epístola y que Medina está en publicar estas en tomo aparte! Importante es la noticia del ms. poético de Pitillas existente en Londres. Gran hallazgo para los bibliófilos cántabros». 18  «Pero vamos al caso. Yo, Señora de mi alma, soy un castellano dos veces viejo, por mis años, y por mi patria. Esta es Portillo, lugar bien conocido, y adonde ha algunos años que me he retirado a rumiar nabos y desengaños. Pasé lo más y mejor de mi vida en esa Corte en seguimiento de no sé que pretensiones, que neciamente me empeñaron, hasta que al cabo le dieron de mi juventud, de mi paciencia y de casi todo mi patrimonio, dejándome en su lugar canas, desesperación y miserias». No se ha podido cotejar la grafía de don Hugo con la traducción de La conversación civil de Hervás. Pellicer copia toda la Carta a la célebre Comedianta Petronila Xibaja, llamada comúnmente las Portuguesas, en ocasión der haber convalecido de una peligrosa enfermedad (Pellicer 1804: 120-134).

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por las comedias y por Petronila, a la que escribe declarando su amor; el nombre del licenciado Pedro Díez Bravo, que no aparece en ningún libro, solo en el de Pellicer, y, finalmente, cierta elegancia con las rimas que intercala en el texto. En 1978, Ruiz Veintemilla reflexionó acerca de los seudónimos de Hervás, encubriendo aún más su identidad y sin llegar a ninguna conclusión incuestionable, aunque mostró los posibles candidatos («Losada, Isla, Hervás o Cobo») y se preguntó sobre cada fuente escrita por los estudiosos anteriores (71-101). Aunque no es este el lugar para volver a especular sobre dichos seudónimos, es evidente que Pitillas y Hervás, solo por tener la misma grafía, como se verá más adelante, fueron la misma persona y que el manuscrito cotejado en la Biblioteca Nacional es el original que años después se imprimió en el Diario, ya que no hubo otra copia. Esta prueba va más allá de la comprobación que aduce Cueto al afirmar que Hervás fue Pitillas, teniendo en cuenta el estilo de la carta a Cobo de la Torre; o de que Hervás fuera el amanuense del padre Isla, como se preguntaba Veintemilla (Cueto 1869: 100) o, incluso, de una evidente cercanía entre el prólogo de la Sátira con el de La conversación civil. En todo caso, cuestionar un anagrama tan preciso como mera casualidad lingüística o atribuirlo a otros parece ser poco acertado (Uriarte 1901: 316-326). Lo que sí queda claro es que fue Cueto quien descubrió la fecha de la muerte de Hervás, citando la carta del diarista Puig (en lugar de Juan Martínez Salafranca, como afirmó el mismo Cueto) al P. Gibon: Vuestra reverencia no recibió la carta en que le avisaba la muerte de mi querida madre, que murió el día 15 de Junio de 1742 […]. Pocos días después murió un grande amigo mío, abogado, a quien vuestra merced trató algunas veces, que se llamaba don José Hervás. Vestía hábitos largos y hablaba un poco francés… (f. lxiii).

Sin embargo, es más difícil identificar la ciudad de Portillo, al parecer lugar de Herrera de Jaspedós, es decir, del supuesto Hervás. Como se ha podido comprobar, Menéndez Pelayo creía que podía ser un pueblo al lado de Santander, mientras que Ruiz Veintemilla consideraba que se trataba de un barrio de Salamanca que en la actualidad no existe (p. 89). Pero Portillo de Ejeme sí que existe y no es un barrio, sino un pequeño pueblo. Otra posibilidad es que estuviera escribiendo desde el Portillo, municipio de la provincia de Valladolid que hoy pertenece a la comarca vallisoletana de Tierra de Pinares. En todo caso, hay que excluir que fuera montañés, como afirmó Menéndez Pelayo, ya que no hay ningún indicio que relacione la vida de Hervás con el norte de España. Finalmente, aunque ha pasado desapercibido para los investigadores, es muy interesante hacer referencia al estudio que Alfredo Serrano y Jover realizó sobre Hervás en La Ilustración Española y Americana (1904). Tras analizar las dos car-

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tas firmadas por Jaspedós, «derroche de gracias y cultura», el investigador llega a considerar a Hervás no solo como satírico, sino también como crítico, definición que parece totalmente apropiada. Serrano subraya cierta «cualidad de eclesiástico de Hervás» al analizar una carta de Martínez de Salafranca, del 16 de octubre de 1750, que envió a su amigo D. José Ceballos. Asimismo, el estudioso descubrió más detalles sobre su situación económica gracias a una carta de Hervás a Cobo de la Torre: «Mis empeños, si no pasan, llegan por lo menos a treinta doblones... Estoy reducido a la última calamidad» (1904: 394-395). No hay que olvidar que, en este periodo, algunos catedráticos abandonaron la docencia para dedicarse a otras profesiones mejor remuneradas o actividades como la publicación o la traducción de libros que les permitían obtener más dinero (Domínguez 1989: 174)19. Como bien afirmó Serrano, quizá fue su pobreza «la causa que le movió a ocultarse bajo seudónimos en sus escritos, habiendo de vivir del público como abogado…» (395). 2.5. Una simple comparación Es muy complicado descubrir o proponer una fecha exacta de redacción de La conversación civil. En el manuscrito no se encuentra ningún rastro del año de publicación, mas se entiende, tal y como fue catalogado por los bibliotecarios, que se trata de un manuscrito del siglo xviii por la grafía. Solo hay un dato en las cuatro hojas del prólogo, donde Hervás dejó alguna pista sobre la fecha de composición. Según narra el traductor, a la hora de seguir con su labor, escribió al bibliotecario de la Biblioteca Real, que en aquel momento era Juan de Ferreras, director y bibliotecario mayor desde 1716 hasta 1735 (Inke 2008: 73), para comprobar que no existiera la copia española de La conversación civil. En consecuencia, se puede ubicar la fecha de composición de la traducción entre estos años, ya que se supone que la tenía acabada cuando escribió a Ferreras. No obstante, existe otra posibilidad, aunque más remota: que Hervás acabara la traducción antes de estos años (1716-1735) y que decidiera escribir al bibliotecario en el mencionado intervalo de tiempo. Por otro lado, si se coteja el manuscrito de La conversación civil20 con los escritos del jesuita Luis de Losada, se aprecia que la caja de la escritura es absoluta19  «A su vez las Facultades de Leyes serían critica las duramente, porque en ellas se cursaba todo el derecho romano con menoscabo del derecho patrio, en una época en la cual ya estaban superados muchos de sus principios por la llegada de las ideas de la “Escuela del Derecho natural y de gente”. Ahora se pone de moda el derecho alemán y sobre todo, el derecho natural de la escuela suiza, el cual desemboca en el Derecho Internacional a través de la primera cátedra que se establece en 1774, en los Estudios de San Isidro de Madrid» (176). 20  Mss. 5843.

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mente distinta. Esto se puede observar tan solo comparando la única traducción castellana de la obra de Guazzo con ejemplares como el Entremés del borracho21, la Loa a la dedicación del nuevo camarín de nuestra Señora de las ermitas22 o la Carta gratulatoria de Dña. Escalígera de Plutarco…23, todos escritos de puño y letra del padre Losada, o, al menos, así se supone. Es más, se descarta totalmente que el autor de la Sátira primera contra los malos escritores de este siglo, cuyo anónimo escritor, Jorge Pitillas, que muchos estudiosos lo atribuyeron a un posible seudónimo del padre Losada, sea el mismo jesuita. Sin la necesidad de llevar a cabo un análisis gráfico profundo, se puede observar que la escritura de Luis de Losada posee unas letras y un trazo mucho más sutil. Los signos se inclinan de forma notable hacia el lado derecho, las abreviaturas son inexistentes (al contrario de lo que ocurre en la traducción del supuesto Hervás) y algunas consonantes, tanto en mayúscula como minúscula, se alejan bastante de los rasgos de la Sátira al igual que de La conversación civil. Entre estos últimos escritos (la Sátira y La conversación civil) hay varias similitudes y, quizá, el rasgo más inconfundible sea el punto sobre la «i», un trazo semicircular parecido a un apóstrofo. En cambio, la «i» de los manuscritos de Losada es normal o totalmente circular, como ocurre en la Carta gratulatoria, que parece obra de un copista o, como mucho, de otro autor, pero no del jesuita. Volviendo a la Sátira y a La conversación civil, la única diferencia visible en la escritura radica en el tamaño de la letra. En la primera, los signos son más grandes y claros, es posible que sea por la extensión del texto (solo 7 ff.), sin duda, más cómodo si se compara con el grosor del tomo de la traducción de Guazzo (255 ff.). Sin embargo, hay una similitud de las minúsculas y las mayúsculas, «C», «P», «S», «N», «H», «A», entre otras. Es más, se utiliza la misma abreviatura para «que», que se transforma en «q». También se destaca la contundente semejanza de los números y, en particular, el parecido del 4 a un 2 inclinado. Todo ello podría indicar que el autor de los dos escritos es el mismo: Joseph Gerardo de Hervás. Además, tampoco se debe pasar por alto el llamamiento al francés convertido al castellano que hay en la Sátira: «Hablo francés aquello que me basta, / para que no me entiendan, ni yo entienda, / y fermentar la castellana pasta». No hay que olvidar, como se afirma desde las primeras páginas, que La conversación civil se tradujo desde una copia francesa y que Hervás tuvo que tener un buen conocimiento incluso del francés antiguo. No obstante, y siguiendo al estudioso Jesús Ruiz Veintemilla, es posible que el autor de los dos escritos pueda ser el abogado, muy cercano a Hervás, José 21  Mss.

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Manuel Cobo de la Torre o el jesuita José Francisco de Isla (1703-1781). Así, si había alguna mínima similitud entre la grafía de Hervás y la de Losada, esta desaparece comparando el único documento manuscrito de Cobo de la Torre, cotejado en la Biblioteca Nacional de España. Se trata de los Autos de erección de este obispado de Santander24, una obra con unas características en la escritura que aparecen en muchas más ocasiones, con excepción del título, con minúsculas más pequeñas que las de los escritos considerados hasta ahora y menos redondas, en comparación con los escritos del supuesto Hervás. Estas se alternan con la desproporción de las mayúsculas indicadas más arriba, que no coinciden, en absoluto, tanto con las de la Sátira como con los de La conversación civil, objetivo de este estudio. Por último, si se comparan la traducción y la Sátira con los distintos códices del padre Isla (la Apología por la Historia de fray Gerundio de Campazas contra el papel intitulado Defensa del Barbadinho en obsequio de la verdad…25, la Carta de José Francisco de Isla al procurador general Francisco Nieto, Santiago, 31 enero, 176126, o la Carta dirigida al abogado N. N. autor de las Memorias sobre la historia del primer siglo de los Servitas y de los Hospitalarios de San Juan de Dios27) se puede comprobar que son buenas pruebas que descartan la autoría del padre Isla tanto de La conversación civil como de la Sátira. Se puede llegar a esta conclusión porque casi cada letra discrepa con las de los primeros códices, en particular con las mayúsculas. Es una caligrafía que ocupa mucho más espacio, en la que solo pocas palabras cubren cada línea, sobre todo en la Apología. Para finalizar, en el caso de la Carta, los signos son poco precisos y muy inclinados, además no hay la abreviatura de «que» («q»), siendo evidente que es una cursiva del todo diferente. Además de estas analogías gráficas, existe un aspecto muy similar, esta vez en la forma de escribir el mismo concepto. Al comienzo de La conversación civil y en la Sátira se emplea una tipología de frase extremadamente parecida que casi parece confirmar que el autor tuvo que ser el mismo. Ambas obras expresan la extrañeza causada por la novedad del trabajo que preludian. El siguiente texto es del manuscrito de la Sátira: Tengo muy creído que la calidad y aún la claridad de este escrito causará extrañeza a todos, escándalo a muchos y mortificación a algunos. Causará precisamente extrañeza a todos porque siendo este el único papel de su género, que en nuestros tiempos se ha dejado vez en España, es consiguiente que una cosa tan absolutamen24  Mss.

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te nueva, sea recibida con maravilla universal. El escándalo tendrá lugar en aquellos espíritus flacos, que se horrorizan de todo y al solo título de sátira, con gesto ponderado y continente de Catones, declamarán altamente contra la corrupción del siglo y malicia de los hombres. […] porque en realidad, la extrañeza en este caso debe mirarse más como afecto de la novedad que como achaque (f. 1).

Mientras que, en La conversación civil, Hervás escribe lo siguiente: Si en muchas ocasiones se hace precisa esta preparación, en ninguna más inexcusable que en esta. Nunca dudé que en caso de publicar este libro causaría notable extrañeza en el mundo racional, el que después de un largo siglo que ha que el Guazzo falleció en Italia, resucitase ahora en España, en donde son pocos los que su nombre tienen noticia. Y como en materias de espíritu nada haya de más sensible ni más capaz de abatir el ánimo y la mente que la desconfianza de agradar a los sujetos del primer orden (Guazzo f. ii).

2.6. La traducción de Hervás: estado de la cuestión Existe otro punto sobre el que es oportuno dirigir la mirada para tratar de entender por qué Hervás decidió traducir La civil conversazione al castellano en la primera mitad del siglo xviii, es decir, un siglo después de que se publicara la obra original. ¿Qué deseaba aportar en realidad a la nación española con un tratado anacrónico, es decir, de filosofía moral? Junto a esto, llama la atención la facilidad con la que Hervás encontró su versión francesa en lugar de la original italiana. Por ello, es necesario, como afirmó Lafarga, un «estudio de la traducción en su contexto, ya sea de época o de género; un análisis, en definitiva, que contemple a la traducción como parte integrante y necesaria de un sistema literario y cultural» (1999: 24). La traducción no significó solo la apertura al exterior o una adquisición de nuevos conocimientos, sino que sirvió como fuente vivificadora que, a la vez, redujo el retraso científico, técnico y práctico de España en el siglo xviii. Con el fin de profundizar en estas cuestiones, es necesario tener en cuenta el aislamiento en el que se encontraba España antes del siglo xviii (Checa 1991: 593), y, por tanto, la urgente necesidad de actualizar el propio pensamiento, conviviendo con la influencia francesa que hubo en la Península en este periodo. Mientras que el culteranismo, o bien la poesía culta, y el conceptismo se superponían —tal vez «minados internamente desde el siglo xvii como lo muestra una simple lectura de la Agudeza» (Chevalier 1980: 112)—, España se hallaba «herida de muerte ante la influencia francesa, iniciada de un modo vigoroso con el cambio de dinastía» (Serrano 1904: 394) al terminar la Guerra de Sucesión

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(1701-1714). Sin llegar a segmentar los periodos según las limitaciones historiográficas y la habitual división por siglos, o a imputar al clasicismo francés y a su «molesto imperialismo» el declive del conceptismo español, es visible en la continuidad y trasformación de la historia literaria de España (Ruiz Pérez 2012: 14) en el siglo xviii una verdadera «renovación del gusto» (Serrano 1904: 394). Las nuevas preferencias estéticas, al igual que la labor de publicaciones como el Diario de los literatos y la expansión de la poesía enigmática, representaron la prueba irrefutable de esta metamorfosis. En el punto de inflexión del «bajo barroco» (Ruiz Pérez 2012: 16), el fuerte incremento de ideas que venían desde Francia se trasladó a España sin excesiva crítica, de manera que aumentaron los galicismos, el francés llegó a ser la lengua más traducida y, paralelamente, se produjo «un pobre movimiento intelectual y literario de compromiso entre lo propio y lo ajeno, contra el que se alza José Gerardo de Hervás» y su sátira (Lázaro Carreter en Díaz-Plaja 1956: 41-44). Los nuevos valores de ciencia y erudición crítica exhibieron una cultura poliforme cuyo núcleo e interés se movía en el aspecto didáctico, casi excluyendo el literario. Muchos autores han subrayado los matices enciclopédicos, extensos y amplios de la cultura española del siglo xviii, remarcando, al mismo tiempo, la mediocridad de la producción literaria, siendo en algunos casos imitaciones de los modelos franceses (1974: 3-5). En este clima de decadencia intelectual se planteó la «validez cultural de los modelos tradicionales», en la que el Romanticismo dio pie a una rebeldía cultural. Con todo ello, el neoclasicismo español fue etiquetado como «seudoclásico a la francesa», una manera que han utilizado los historiadores para criticar tanto a los autores como a la literatura afrancesada (Caso 1983: 11-12, 43). Este aumento de las relaciones culturales con Francia, aunque también con Europa, supuso, además, una mayor facilidad de acceso a idiomas extranjeros y a todo tipo de herramientas para el aprendizaje, de las que, por supuesto, Hervás se aprovechó: desde las gramáticas hasta los diccionarios (Albiac 2011: 136), en particular de francés, que era el idioma que se priorizaba. Todo el siglo xviii se caracterizó por la ferviente actividad traductora en las lenguas romance asentadas como «vehículo de la cultura y de la ciencia». En el caso de España, se publicó un ingente número de traducciones, todavía por determinar, tanto en el siglo xviii como en el xix (Lafarga 1991: 11-12). Otras versiones, como es el caso de La conversación civil, permanecieron o circularon manuscritas, sobre todo las que «difícilmente hubieran pasado la censura sin una seria deformación por razones de índole política o religiosa. El arte de las putas de Moratín, por ejemplo…» (Glendinning 1973: 47). A juzgar por lo afirmado por Lafarga, antes de considerar el fenómeno del mimetismo cultural de las traducciones como una mera moda o dependencia, más o menos reprensible, hay que tener

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en cuenta varios factores, como la «hegemonía o prestigio cultural de un país en un momento preciso, la circulación de las ideas, la comunicación de temas y géneros literarios» (Lafarga 1999: 12). En el siglo xviii, entre Italia y España no hubo los mismos vínculos culturales que existieron a lo largo del Renacimiento, pese a los intereses y las traducciones llevadas a cabo por Napoli Signorelli, por un lado, y a la labor de traducción al castellano de piezas italianas como los melodramas de Pietro Metastasio, las comedias de Goldoni y las tragedias de Alfieri, por otro (Quinziano 2008: 15, 237). En todo caso, La civil conversazione de Guazzo traducida por Hervás se originó gracias al papel hegemónico francés del siglo xviii, que se percibe en los 1.200 títulos traducidos de lenguas modernas al castellano, de los cuales el 65% corresponde a obras traducidas del francés y solo el 23% del idioma de Dante. De esta manera, autores europeos como Guazzo llegaron a España «mayoritariamente en versión francesa» (Lafarga 1999: 19-20), procediendo a una intensa y extensa actividad traductora cuya variedad de fórmulas «versión literal/versión libre» ofrece opciones muy diversas, diferentes criterios de los traductores y heterogeneidad en sus objetivos. Por otro lado, a lo largo del siglo xviii, la opinión de los intelectuales se dividió entre los detractores y los que estaban a favor de la traducción, los que creían que este método era un instrumento de perversión del español y los que lo veían como un elemento enriquecedor. En la época de Hervás, la traducción fue, por norma general, bien vista pero, poco a poco, se fue valorando más positivamente la lengua y la cultura española, así como los valores que florecieron en la época de los Siglos de Oro. Tras un periodo en que se aceptó la traducción, aunque en muchos casos fuese tardía y no llegara al pueblo (León 1988: 137), durando, más o menos, cinco décadas, se «comenzó a rechazar lo procedente del extranjero y a valorar la propia cultura» (Checa 1991: 594, 602). Así, la traducción de Hervás se subscribe al proceso de «nacionalización o connaturalización» que hubo en el siglo xviii, en el que se acomodaba la propia versión a los gustos, los usos y las costumbres del país «a fin de hacerla… más nacional». Con ello, se realizó un esfuerzo por imponer una tarea de «reconstrucción vivificadora», ya que él era parte de la minoría dirigente que intentaba reformar las actividades que parecían muertas y que iban contra la herencia nacional (Lapesa 2008: 352-353). Nacionalizar La civil conversazione de Guazzo significó seguir aquellas ideas acerca del carácter territorial que hubo en este periodo y que se aplicaban con frecuencia a la traducción de obras francesas, inglesas o italianas. Por este motivo, se prefirió el concepto al estilo y se suprimieron, con un criterio más ad usum nationis, las partes que se consideraban poco útiles (Lafarga, Donaire 1991: 623, 633). Las traducciones tenían que «limpiar» los libros extranjeros, ya que «las autoridades aconsejaban que los editores aprovechasen la ocasión para expurgar

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discretamente los párrafos sospechosos» (Carnero 1995: 24-25), una condición que no tuvo nada que ver con La civil conversazione al verterse al castellano. Hay que añadir que este intento de españolizar obras extrajeras vino como consecuencia de una verdadera «invasión bibliográfica» que desde 1750 contaba con un 35% de libros en el idioma galo y que fue aumentando hasta llegar al 70% (24). Al parecer, «Venecia, Padua y Verona son las principales ciudades europeas que imprimen para nuestro país… De la primera ciudad se importan 350.000 libros; de Amberes, 200.000; de Lausana, Ginebra, Lyon y París, 100.000; de Aviñón, 50.000, e idéntica cantidad de Roma, Milán y Lucca» (León 1988: 143). No obstante, el «libro francés» era una de las herramientas más buscadas por los estudiantes universitarios —ambiente mucho más cónsono con Hervás— que pedían obras de otros lugares de manera continua, sobre todo de Lyon (Carnero 1995: 25). Así, la obra extranjera y, en particular, la francesa penetró por diferentes medios, no siendo infrecuente «la comercialización del libro en España por libreros extranjeros, sobre todo franceses, así como la impresión de manuscritos españoles fuera de nuestras fronteras, librándose de la tasa» (León 1988: 143). Hervás fue uno de aquellos autores que «echaban mano de versiones precedentes en idiomas que les eran más familiares y así como esa ayuda interpuesta, atalajaban su traducción» (Albiac 2011: 138). Como se entrevé en sus escritos, el satírico fue contagiado por ese afán divulgativo y por la curiosidad creciente hacia las buenas obras. Pero ¿por qué traducir La civil conversazione más de cien años después de la fecha de publicación italiana? Es muy difícil contestar a esta pregunta. Puede que la razón se encuentre en la identificación de lo tradicional que la obra de Guazzo conlleva, del ortodoxo o antiguo-español. Asimismo, la traducción del diálogo, como concepción aristocrática, es parte del bagaje cultural de la tradición literaria culta «que no ha sido interrumpida desde la Antigüedad» (Rey 2015: 66). No obstante, el espíritu crítico de Hervás llevó a poner en duda un fundamento de la civilización en este periodo: la conversación. Su traducción fue una manera de revisar los principios de aquel momento (siglo xviii) y volver al pasado glorioso español, en un periodo en el que en Europa se difundieron las obras de John Locke (1632-1704) sobre educación y moral (Some Thoughts Concerning Education, 1693). Por otro lado, hay que decir que con el paso del cortesano al Homme accompli, es decir, al hombre de mundo o al hombre de bien (hônnete homme), a los salones de la sociedad ilustrada, La conversación civil pasa a formar parte de la urbanidad; es un arte con el que la corte se comunica en los salons con los philosophes de la Ilustración, como una charla agradable. Por ello, la obra de Guazzo, en esta época, revive en la politesse, virtud principal del que vive en la polis; una segunda vida que no solo se produce en Francia, sino también en España, donde el hombre de bien se volvía

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más filantrópico y solidario con los miserables, con lo distinto, y más tolerante (Ossola 1987: x, 138). Como confirmó Albiac Blanco, hubo una preocupación educativa por facilitar la convivencia, además de un gran interés por la literatura clásica, que impulsó la adaptación de obras como Robinsón, historia moral, reducida a diálogos para instrucción… o de obras dialogadas «que eran especialmente apreciadas por ser de lectura más amena» (2011: 141). Aunque la conversación del siglo xviii se convirtió en un género literario (Swift, Feijoo, Morellet, etc.), diferenciándose por ser más libre y mantener un trato más igualitario entre las clases (Álvarez 2002: 135-136), Hervás volvió a las normas jerarquizadas de las obras renacentistas al entrever su utilidad por la exigencia de un trato social más racional, por su multifuncionalidad en la sociedad en la que vivió. Por ello, sería muy interesante, además de provechoso para la comunidad científica, establecer algunos paralelismos entre La conversación civil y la influencia que obras como esta pudieron tener en ciertos autores dieciochescos como, por ejemplo, José Cadalso en Eruditos a la violeta (1772) o las Cartas marruecas. Hay que recordar que el autor gaditano, justo en este periodo, introdujo en España este gusto por conversar (Álvarez 2002: 136). Pese a que La conversación civil permaneció manuscrita, esta obra contribuyó silenciosamente a ensalzar aquel desarrollo de la cortesía y la educación, que ya no eran solo asuntos de la corte, sino que también formaban parte de la sociedad civil del siglo xviii. La conversación de las cafeterías y los salones de té sacaron a la calle la erudición de las bibliotecas. Y Hervás quiso mejorar y facilitar a estas conversaciones las máximas del diálogo de Guazzo, con el trato «civilizado» y la cordialidad, que «no era ya un rasgo de los nobles, sino un distintivo de la sociedad civil» (Álvarez 2002: 136-140). Hay que recordar que, en este periodo, la clase burguesa estaba tratando «de abolir una serie de hábitos, por caducos y excluyentes, y pretenderá imponer otras costumbres a fin de facilitar las relaciones de los miembros más distinguidos de su grupo…» (Cantos Casenave 2000: 29-30). Finalmente, no hay que olvidar que el manuscrito de Hervás se creó en un momento de creciente oferta de publicaciones de entretenimiento, de «periódicos humorísticos, entremeses y sainetes, relaciones de comedias y novelas, colecciones de cuentos y chistes, sales y agudezas, que podían amenizar la conversación» (Cantos Casenave 2000: 29-31). A raíz de la circulación de ideas y deseo de libertad contra el llamado despotismo ilustrado, La conversación civil se elaboró como ejemplo para las conversaciones, tertulias y lugares de encuentro; pero, sobre todo, como paradigma de la comunicación humana y la circulación de ideas. Gracias a ella, Hervás aportó una herramienta para garantizar la identidad social de cada uno y, en particular, asegurar que la conversación y sus

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intercambios de ideas llegaran a buen fin. Es probable que no lo consiguiera y que su versión desapareciera —como ocurrió con toda la obra de Guazzo en Europa— sin llegar a tener ninguna carrera editorial. No obstante, como afirmó Quondam, mediante las numerosas versiones impresas, la obra circuló y se asimiló hasta llegar a ser parte constitutiva y elemental de toda una cultura que asumió las categorías éticas y estéticas de La civil conversazione, a la vez que se apropió de sus códigos y sus formas (Guazzo 2010: f. x).

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3 CRITERIOS DE EDICIÓN

Esta edición reproduce el manuscrito de La conversación civil que pertenece a la Biblioteca Nacional de España, conservado en perfecto estado y actualmente digitalizado en la web, y que lleva la signatura «Mss. 5843». La transcripción del texto dieciochesco no ha sido complicada, puesto que la escritura de Hervás es muy nítida y solo a veces presenta unas diminutas manchas de tinta producidas por las borraduras que el propio autor marcó para corregir algunas palabras. Asimismo, las notas al margen introducidas con asteriscos son muy claras, y se transcriben en el texto que sigue a continuación según el orden dejado por el traductor, al igual que la subdivisión en números, una de las pocas licencias estructurales que el traductor se concedió. Para esta versión, el antiguo códice ha sido modernizado y se ha adaptado a las normas actuales, al igual que se ha distribuido el texto a la manera del diálogo según la práctica moderna; no obstante, el proceso de renovación incluyó solo unos pocos cambios, puesto que la escritura de Hervás o del copista no se aleja tanto de la contemporaneidad. La razón de estas modificaciones ha sido como siempre la de perfeccionar y pulir el manuscrito con relación a la ortografía, en particular, para facilitar la lectura y divulgación entre unos lectores quizás menos puristas y más interesados en el contenido. La actualización del vocabulario no alteró en ningún caso el significado de las palabras castellanas. Por consiguiente, esta restauración no afecta al sentido de las oraciones, sino solo podría influir en la estética antigua de algunas palabras y desde un punto de vista más puro del lenguaje vetusto. Para empezar, transcribiendo el texto se han desarrollado unas pocas abreviaturas, por ejemplo ‘q’ en ‘que’ u otras palabras que esporádicamente se con-

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traen (ej. discre.on por discreción) probablemente para acelerar el proceso de redacción. Por lo que concierne a la morfología, se crearon las contracciones ‘al’ y ‘del’ debido a que en el manuscrito se mantuvieron las sinalefas (ej. ‘a el’; ‘de el’; ‘de la’) eliminando también las aglutinaciones (‘della’). Con respecto a la grafía dieciochesca, se cambiaron algunas consonantes, por ejemplo, la ‘x’ en su uso antiguo, modernizada en ‘j’ (ej. Alexandro por Alejandro), o la ‘v’ en ‘u’, (ej. ‘vna’ por ‘una’) la ‘v’ en ‘b’ (ej. ‘uvo’ por ‘hubo’), etc. Por otro lado, se regularizó el uso de b/v, j/g, x/j, c/z, q/c, s/x, y m/n. Además, se acentuaron palabras cuya falta de acento complicaría el significado y la lectura del texto (ej. ‘más’ por ‘mas’, etc.); se puntuó de acuerdo con los criterios vigentes, al igual que se regularizó el uso de la mayúscula y minúscula con los estándares contemporáneos. Por último, se consideraron algunos errores del traductor, cuya enmienda se realizó sobre el propio texto con la utilización de corchetes y se subrayaron, en algunos casos, en el pie de página. Los apellidos italianos si eran aceptados por la mayoría de los autores españoles y traducidos en sus obras como los vertió Hervás, se dejaron según se escribieron en la versión castellana. Por otro lado, se cambiaron al uso italiano los que, no siendo muy importantes, no han sido traducidos al español en el pasado o no han tenido referencia alguna en España, o al menos así se creyó. De manera que, para un fácil reconocimiento se optó por mantenerlos en su lengua original, es decir, la italiana, al igual que los nombres de ciudades, pueblos y villas (en particular del norte de Italia) que tradicionalmente no se conocen por haber tenido poca importancia o fama entre los españoles. No obstante, otros apellidos (griego, latín, francés, etc.) se cambiaron según se tradujeron y aceptaron al castellano y hoy se encuentran en la mayoría de las ediciones. En cambio, los nombres de personas se modernizaron todos al uso del español contemporáneo. Más enredada fue la estructura del cuarto libro, la cual el traductor dejó con pocos signos ortográficos. Por el constante alternarse de los nueve convidados al banquete, y para la compresión textual, ha sido necesario marcar cada una de las conversaciones con comillas angulares («...»), ya que, al dialogo inicial entre Caballero y Aníbal se intercalan otros debates que Hervás traduce en muchos casos con el estilo indirecto. Igualmente se cambió el uso de corchetes [( )] que el traductor empleó especialmente para los incisos de los convidados en sus interlocuciones con el guion largo (—), un símbolo aceptado hoy por la Academia. Para las notas al pie de página se ha considerado, a manera de guía, la meticulosa e impecable edición italiana del profesor Amedeo Quondam (2010) y, en particular, el II volumen dedicado totalmente a las notas y a las apostillas al margen (que Hervás omitió). Esta utilización ha facilitado notablemente la identificación de las referencias empleada por Guazzo para explicarlas al lector hispanohablante. Aunado a esta facilitación, el lenguaje moderno y simplificado

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que Hervás adoptó, a la vez que menos complicado y enredado que el de Guazzo, a su vez, favoreció la reducción de notas y explicaciones en comparación a la edición de Quondam. Finalmente, la «Tabla alfabética de las cosas más memorables…» ha sido de difícil elaboración, ya que el traductor dejó este apartado incompleto. Hervás introdujo todos los temas hasta la última letra (‘Z’), pero colocó la numeración de los folios (recto y verso = a y b) solo hasta la letra ‘C’. De manera que, la inclusión de los números, en algunos casos, ha sido un proceso totalmente deductivo e interpretativo de la intención e idea primaria del traductor.

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4 BIBLIOGRAFÍA

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La conversación civil. Biblioteca Nacional de España (Mss. 5843).

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escrita en italiano por el señor Esteban Guazzo gentilhombre del Monferrato traducida de una copia francesa al idioma castellano por don Joseph Gerardo de Hervás, profesor de derechos en la Universidad de Salamanca

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PRÓLOGO

[f. ii] La pasión precipitada, con que no pocos lectores se propasan a vituperar un libro antes de leerle, dio motivo a aquella regularmente oportuna, cuanto bien premeditada sentencia que les intima, debe preceder la lectura al menosprecio: legant et postea despiciant1. Y, ciertamente, es error ciego, y temeridad manifiesta, el censurar agriamente un libro por el leve concepto —las más veces errado— que se forma en vista de solo el título, o de otra circunstancia menos esencial. En este conocimiento quisiera yo estuviesen los que tengan en sus manos esta traducción y deseara asimismo se viesen indemnes de esta indiscreta preocupación y del carácter de genios atropellados. Si en muchas ocasiones se hace precisa esta preparación, en ninguna más inexcusable que en esta. Nunca dudé que en caso de publicar este libro causaría notable extrañeza en el mundo racional, el que después de un largo siglo que ha que el Guazzo falleció en Italia2, resucitase ahora en España en donde son pocos los que de su nombre tienen noticia. Y como en materias de espíritu nada haya más sensible ni más capaz de abatir el ánimo y la mente que la desconfianza de agradar a los sujetos del primer orden, confieso que esta reflexión me hubiera [f. ii.v.] obligado a abandonar al mejor tiempo este trabajo, a no alentarme otras que espero le hagan más aceptable.

1  Esta

cita («que lean primero y desprecien después») apunta al prólogo de san Jerónimo en el Libro de Isaías (c. 347-420), incorporado a la Vulgata. En este caso, Hervás está defendiendo los méritos intrínsecos de la obra guazziana invitando al lector a postergar cualquier juicio negativo de la Conversación civil (en adelante CC) hasta después de haber leído la obra. 2  Esteban Guazzo murió en Pavía en 1593.

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Ello es cierto que los libros tienen su estrella: habent sua fata libelli3. Hay algunos que abortos del entendimiento, al modo de los de la naturaleza, su misma deformidad les estorba la vida y aun la respiración. Otros, por más bien formados, empiezan a vivir con robustez y valentía, muertos ya los que les dieron el ser, en cuya vida apenas alentaron y llegan finalmente a gozar una duración que parece quiere apostárselas a la eternidad. Hay también en esto su medio término. Y algunos libros corren con aplauso una larga serie de años hasta que llegan a ser mirados con respeto, pero sin complacencia que, si no es fallecer absolutamente, es a lo menos constituirse en una inútil decrepitud. Varias son las causas que producen esta diversidad de destinos. Las más veces dimana de los pocos méritos del libro; algunas entra a la parte la injusticia y la desgracia y, otras —que no son las menos— depende del carácter de los tiempos y del distinto gusto que domina en los hombres y en los siglos. Pero séase lo que quisiere: he aquí un libro de todos los hombres y todos los tiempos. Cotéjese sus máximas e instrucciones [f. iii] con los estilos y genios de nuestra era y se verá que, aunque formadas aquellas más ha de un siglo, parece fueron cortadas a la medida del presente, y que son de una naturaleza que sin duda las sucederá lo propio con los futuros. Es también libro de todas las edades. Todas, vuelvo a decir, desde la infancia hasta la más avanzada senectud. Se hallan aquí perfectamente instruidas en el punto más principal y delicado de la sociedad civil, cual es la conversación y trato racional para que se proponen los preceptos más seguros, fáciles y naturales. Y que, una vez practicados, no pueden menos de acarrearnos aquella suma felicidad humana —que por su ignorancia o abuso se nos hace tanto desear— de saber acomodarnos en el comercio con los hombres a sus diversos estados, profesiones y cualidades, en qué consiste el grande arte de agradar4. Este empeño no admite distinción de personas ni tiempos. En todos es de la primera consideración y en todos debe ser apreciable un libro con cuya lectura podemos salir de él tan ventajosamente.

3  «Los

libros tienen su destino», frase del poema De litteris, de syllabis, de metris, escrito por el poeta y gramático latino Terenciano Mauro, que vivió entre los siglos ii y iii. Esta sentencia incluye dos significados: uno es que los libros tienen un destino que hace que queden en la historia o desaparezcan de la memoria; y, el otro, que todo libro tiene una historia. Parece ser que Hervás utilizó este verso siguiendo el primero de los dos. 4  Esta oración podría ser una referencia al tratado francés Honnête Homme ou l’art de plaire à la Cour (París, 1630) escrito por Nicolas Faret y traducido al español por el gramático murciano Ambrosio de Salazar en París (1660). La obra francesa tiene otro enfoque con respecto a la de Guazzo, no obstante, trata algunos puntos sobre la conversación, por ejemplo, la de las mujeres, la de la casa real y sus incomodidades, y sobre cómo las chocarrerías animan la conversación.

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Opondráseme acaso, que estos mismos preceptos se hallan difusamente repetidos en un número sin número de autores morales que escribieron en todas lenguas reglas y medios [f. iii.v.] para conseguir esta felicidad. Así es, pero no por eso merece menos aprecio nuestro libro. Siendo así que en él solo se encuentra recopilado y recogido lo que está esparcido por muchos, cuyo número y volumen o quita la gana de registrarlos o hace escabrosa la lectura, interpolada asimismo de otras distintas materias forasteras del blanco principal de este que es la conversación civil. Esta se halla aquí tratada magistralmente y para ello se vale su autor de lo que otros dijeron y aun de lo que no dijeron. Qui, quid sit pulchrum, quid turpe, quid utile, quid non, plenius ac melius Chrysippo & Crantore dicit5.

Fuera de eso, aquellos autores trataron el punto con una sutileza metafísica y para pocos, pero el nuestro, aunque anima a sus narraciones con la máxima de la más alta filosofía, la humaniza —digámoslo así— y reduce a mecanismo, sirviéndose de ella con inimitable destreza para hacer generales las acciones particulares, a fin de que convengan a todos y de que todos se puedan utilizar. En suma, los preceptos filosóficos se dirigen a formar el hombre interior. Este asunto, como tan serio y abstracto, solo puede tratarse con una moral severa y circunspecta de que muy pocos gustan. Pero como nuestro autor se ocupa solo en la parte exterior [f. iv] del hombre —objeto más material, aunque no menos importante— pudo amenizar la materia y sazonarla de modo que cualquiera paladar la abrazase. Derramó también con juiciosa abundancia por el campo de su bella obra varias flores de chistosos cuentos y pasajes poéticos tomados de los mejores maestros que aplica con singular acierto. Un libro escrito así no puede menos de ser universalmente agradable. Estos fueron los motivos que me animaron a emprender esta traducción y a procurar que el Guazzo gozase en España la vida y buena constitución que tan felizmente ha logrado hasta aquí, en el país de su origen y en otros adonde conocido su mérito se ha procurado hacer común. No pudiendo acabar de creer la desidia de nuestros antepasados, me costaba dificultad el persuadirme a que este libro estuviese por traducir en nuestra lengua. Practiqué para desengañarme las más exactas diligencias por mí y por otros que con entero conocimiento pudiesen hacerlo. Escribí asimismo desde Salamanca al erudito bibliotecario mayor 5  «El

cual mejor que Crantor y Crisipo, lo que es útil enséñanos y honesto» (Horacio 1844: 30). El poema es una exhortación al estudio de la filosofía como designio práctico hacia un lector aparentemente no aficionado a la materia. A su vez, el poeta intenta ganar su confianza mostrándole que las lecciones morales pueden venir de la literatura y apartadas de las abstrusas discusiones de los sabios.

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don Juan de Ferreras6, preguntándole si en la Real Biblioteca se encontraba el Guazzo castellano. Respondiome [f. iv.v.] que no y finalmente salí de mis dudas a costa de la reputación de nuestros abuelos. Ya pues no deberá causar armonía ni determinación, antes bien espero que los bien intencionados, y que comprendan la utilidad del libro, aprobarán este trabajo y tendrán a bien el que yo haga público un autor cuya elección me es gloriosa. Pues brillando en el tanto ingenio y discreción y estando llenos sus escritos de documentos en que se interesan y de que absolutamente necesitan todos estados y condiciones, el presentarle a una nación que apenas le oyó nombrar debe ser de algún mérito. ¿Por qué he de creerlo sea vituperable el haber hecho todo esfuerzo para poner el Guazzo entre las manos de aquellos que no pudiendo gozarle en las lenguas en que hasta ahora ha corrido, se hallaban privados de una leyenda sumamente útil y de donde se puede sacar otro tanto gusto como provecho? Cuando comencé esta traducción en nada menos pensaba que en concluirla ni publicarla. Mi intento era solo facilitarme en la lengua francesa que entonces empezaba a aprender, para esto me parecía que unas cuantas hojas que tradujese me bastarían [f. v] pero, a poco tiempo, fue preciso hacer empeño la diversión porque a cada página que vertía encontraba nuevos tesoros y preciosidades que se me hacía muy de mal dejar escondida entre la obscuridad de un idioma extranjero, con grande perjuicio de quien no le entendiese. No fui yo solo de este sentimiento. Algunos sujetos de no común erudición, a quienes leí los primeros cartapacios, dijeron mil bienes de la obra y me alentaron a proseguir en la versión. Con estos buenos auspicios me resolví a hacerlo así, y a aprovechar en este útil entretenimiento los ratos ociosos que me sobrasen de mi primer cuidado que era el estudio de mi facultad. Quisiera tener entonces el original italiano, parecíame esto inexcusable para que la traducción saliese más ajustada pero no fue posible encontrarle. Fácilmente me consolé de este disgusto porque conocí que con la copia francesa tenía todo lo que había menester. Estaba tan bien escrito en esta lengua y sonaba tan suavemente lo que traducía que me afirmé en que no podía dar de sí más el original. Con efecto, aunque tarde, [f. v.v.] ya vino a mis manos y cotejando con él lo que tenía trabajado, me determiné a proseguir como hasta entonces, asegurado de que no hubiera traducido más ni mejor, si siempre le hubiese tenido presente. Aquí acabé de conocer que el Guazzo en todas lenguas será admirable. Y que como el Vertumno de los libros, podrá decir de sí mismo: 6  Como se afirmó en la sección anterior, Ferreras fue director y bibliotecario mayor de la Real Biblioteca desde 1716 hasta 1735. En este periodo de veinte años se podría colocar la redacción de la Conversación civil castellana.

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Opportuna cunctis mea est natura figuris: In quamcumque voles, verte; decorus ero7.

Resuelto finalmente a proseguir con empeño lo que comenzó por acaso, no sabía qué senda elegir que más dichosamente me condujese al logro de mi fin. Acordábaseme un pasaje de Justo Lipsio8 en una de sus epístolas, en donde dice que el camino que se debe observar en el traducir es no llevar camino: Hoc erit reclam in vertendo viam tenere, viam non tenere9.

Conocía que de seguir literalmente el que para mí era original, resultaría una copia dura y escabrosa. Tampoco me parecía justo tomarme tanta licencia que mi obra fuese más paráfrasis que traducción. Al cabo vine a concluir que lo más seguro era seguir el texto, pero sin idolatrarle, esto es, añadiéndole solamente lo que pareciese necesario para facilitar la inteligencia y dejar corriente la narración. Así [f. vi] lo hice y, aun con los lugares poéticos que se citan, ejecuté lo propio. Guardé rigurosamente la cadencia cuando pude hacerlo, salvando el genuino sentido; abandónela cuando este era perjudicado y, entonces, me contenté con una tal cual asonancia. Esto tan lejos de ser vicio debe mirarse como precisión para el acierto y se halla autorizado con el dictamen y ejemplo de la mayor y más sana parte de los eruditos. Yo creo que, de no haberse seguido este método, ha dimanado el que casi todas de las pocas traducciones que tenemos en nuestro idioma, especialmente de las lenguas vivas, estén tan imperfectas por sentirse y conocerse a cada renglón el dialecto original —propiedad de muchachos de escuela, fundar todo el primor en no salir un punto de la pauta—. Y creo también que, en haberle abrazado, ha consistido el que hayan salido buenas las poquísimas que miramos como tales. Entre estas logra fácilmente el principado la de Teodosio, obra de 7  «Mi

naturaleza es accesible a muchos aspectos: cámbiame en lo que quieras: seré hermoso» (Schniebs 2008: 91). Sentencia muy conocida de la Elegía (4 2) de Sixto Propercio utilizada por el traductor para definir la capacidad de la obra de adaptarse a situaciones diferentes, contextos y lenguas, al igual que Vertumno, divinidad romana que encarnó el concepto de mutación y de cambio de la vegetación durante el transcurso de las estaciones. 8  Jodocus o Joost Lips, conocido como Justus Lipsius o, castellanizado, Justo Lipsio (Overijse, Ducado de Brabante 18 de octubre de 1547-Lovaina, 23 de marzo de 1606), famoso humanista y neoestoico flamenco del siglo xvi, cuya obra fue conocida por Quevedo, Gracián y otros autores del Siglo de Oro. 9  «Desvíate, pues; no será preciso en el traducir mantener una recta vía» (Epístola LXX, a Victori Giselino, un joven dedicado a traducir). Como demuestran María Jesús García Garrosa y Francisco Lafarga (2004: 326) parece ser que muchos traductores de la época emplearon esta sentencia a la hora de traducir.

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un grande amigo mío10, joven de cuyos raros talentos, ingenio y discreción se puede sin temor decir: Scilicet, et rerum prudentia velox. Ante pilos venit11.

En suma, yo me propuse por blanco el hacer una traducción fácil, natural y desembarazada, arreglada al texto, pero con una sujeción [f. vi.v.] que nada tuviese de servil. Y para decirlo en una palabra, una traducción lo más perfecta que ser pudiese, atendida la naturaleza del original, su antigüedad y demás circunstancia. Y en que no se examinasen los vicios y defectos capitales que se encuentran comúnmente en casi todas las que tenemos. Si en todo, o en parte, he logrado el intento —de cuya duda no me toca la decisión— diré sin sonrojarme que, aunque traductor puedo tener vanidades de original en este punto, siendo muy contados los ejemplos que pudiera haber seguido y que no tuve presentes. Acerca del estilo debo decir que por lo que mira a la elección de términos, aunque he traducido algunos según la pulidez y elegancia de hoy, empero el principal fondo ha sido tomado del mismo texto, por cuanto, este se halla tan culto y limado que, aun considerada esta misma elegancia, saldría la traducción discreta solo con volverse literalmente las voces. Mas en cuanto al enlace y disposición de los periodos nada he alterado; ni a esto, según presumo, se extiende la jurisdicción del traductor porque más sería formar de nuevo la obra que traducirla. En esta parte confieso que el Guazzo retiene algunas propiedades de los pasados tiempos, como se echa de ver [f. vii] en lo largo de los períodos, en la repetición de las conjunciones y en otras modales de este jaez abolidas ya en los nuestros en que justamente se tiene por parte de la perfección en el escribir el laconismo y la economía aun de las letras. Pero aun este que parece defecto debe considerarse como un accidente propicio. Pues se hace singularmente recomendable un libro, si sazonado en lo principal según el uso moderno, contiene algunas señas de la anciana gravedad y circunspección que tanto se hace respetar en las obras antiguas. Yo creo que esto es lo que sucede puntualmente en nuestro caso. He dividido la obra en varios párrafos, y estos en números, en donde me pareció podía hacerlo con comodidad y sin perjuicio. No dudé en tomarme esta inocente licencia atendiendo a la conveniencia del lector a quien tuve por cierto no dejaría de causar fastidio un contexto demasiadamente seguido. 10  Se refiere a la traducción de la Historia del Gran Teodosio, del P. Flechier, realizada por el padre Isla en 1731. 11  «La prudencia, veloz, te llegó antes que la barba». El verso es de la Sátira IV de Aulo Persio Flaco (Cf. Gazapo; Morillas Gómez; Morillo Ruiz, 2012).

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No era ajeno de este lugar el dar a mi lector la posible noticia de nuestro autor y de su vida, pero no me parece justo dilatar más este prólogo. Solo diré que Esteban Guazzo fue de Casale en el Monferrato y secretario de Vespasiano Gonzaga y Leonor de Austria [f. vii.v] duques de Mantua. Su ingenio y discreción fue cual se descubre en esta obra y en otras que escribió así en verso como en prosa. Murió en Pavía año de 1593. Quien quisiere instruirse más particularmente vea al abad Ghilini en su Teatro de hombres de letras12. Esto, lector mío, me ha parecido prevenirte para que instruido de los méritos de este libro —según el concepto que muchos y yo con ellos han formado de él— del método que he observado en traducirle y de lo demás que dejo advertido, no pases a decidir de su valor sin examinarle primero. Ábrele por donde quisieres, lee algunas páginas, y después pronuncia la sentencia que te pareciere más arreglada procurando indultarte de toda preocupación. Por la parte que yo tengo en él no dudo tenga tu benignidad mucho en que ejercitarse. Pero ¿qué quieres? Solo cuatro lustros tenía cuando emprendí esta obra. Esta edad poco puede dar de sí. Y no es poca fortuna tener de veinte años inclinación a este género de divertimentos. Esta circunstancia y el deseo de complacerte útilmente es en lo que únicamente me fundó para merecerse una favorable acogida. Apenas se puede esperar [f. viii] otro aplauso de las obras de esta calidad. Vale.

12  Girolamo Ghilini (1589-1670) fue un historiador italiano miembro de la Accademia degli Incogniti de Venecia y autor del Teatro d’uomini letterati (Venecia, 1647), obra al que el traductor se refiere. Parece ser que Hervás consultó directamente la traducción francesa, ya que no existe una versión española de este escrito originariamente en italiano.

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[f. VIII] SUMARIO DE LOS CUATRO LIBROS DE LA CONVERSACIÓN CIVIL

III. Los frutos y provechos que se pueden recoger en general de la conversación................................................................................................ 77 III. Cuál debe ser la conversación de todas personas, de cualquiera cualidad que sean fuera de sus casas, así en general como en particular..................................................................................................... 189 III. Los medios que se deben observar en la conversación doméstica.......... 335  IV. Representación de esta conversación por los discursos de diez personas en un festín de Casale................................................................. 463

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[f. 1] LA CONVERSACIÓN CIVIL Y EL MÉTODO QUE SE DEBE OBSERVAR CONVERSANDO CON TODO GÉNERO DE PERSONAS Libro I En que se contienen en general todos los frutos que se pueden recoger de la conversación y el modo de discernir las pláticas honestas de las viciosas

Introducción Fui yo el año pasado a Salussa1 a cumplimentar al muy ilustre y excelente príncipe Luis Gonzaga, duque de Nevers2, mi antiguo dueño y bienhechor, y a 1  En

italiano Saluzzo, en español se ha traducido también Saluces, es una pequeña ciudad de la provincia de Cuneo, en el Piamonte (Italia). 2  Guazzo sitúa al lector en la complicada situación del Monferrato. Con la Paz de CateauCambrésis (2 de abril de 1559), los territorios que durante unos años fueran franceses son devueltos a los Gonzaga. Con el agravarse de los problemas, Carlos IX (rey después de la muerte de Francisco II en 1560) envió a Italia a Ludovico Gonzaga (en español Luis III Gonzaga, 15391595) —duque de Nevers tras casarse con Enriqueta de Cleves— con el cargo de lugarteniente. En su viaje, Ludovico tuvo una estancia en Saluzzo, que esta época estaba bajo la influencia francesa, ciudad en la que se quedó hasta el 17 de septiembre, y después se trasladó a Casale, donde permaneció una semana. En 1549, Ludovico fue enviado a la corte de Enrique II por su madre y, en esta ocasión, pasando por Casale, reclutó al joven Esteban Guazzo entre sus cortesanos. El autor de la CC fue su secretario desde 1555 hasta 1561. Guazzo dedicó a Ludovico los Dialoghi Piacevoli (1586) y le fue siempre fiel. Sucesivamente, el cargo de secretario del duque de Nevers pasó a su hermano Guillermo. En la obra se alaba mucho a Ludovico («mi antiguo dueño y

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darle la enhorabuena de su venida a Italia con el empleo de lugarteniente general del cristianísimo rey Carlos IX de este nombre. Honra que cuando ya ha tiempo que no la tuviera bastantemente granjeada por su propio valor y por los grandes servicios hechos en el espacio de veinte y dos años a la Corona de Francia y, especialmente, en la memorable batalla de San Quintín3 en donde no teniendo más edad que la de diez4 y nueve primaveras fue hecho prisionero. La hubiera bien merecido la sangre que ha perdido habrá ocho meses [f. 1v.] cuando volvía de Francia5 y las crueles llagas y heridas que tiene y que aún al presente no le dan entera confianza de su vida. Pero por no desviarme de mi intento digo que encontré en Salussa, y en la comitiva del señor duque al caballero Guillermo mi hermano6, al cual bien que dos años antes había visto en Francia7. Apenas entonces le conocí, y con dificultad me persuadía que era él mismo, según estaba desfigurado y consumido a causa de haberle largamente mortificado unas recias cuartanas y otras penosas indisposiciones. De lo que lamentándose conmigo, no me bastó quererle como mi menor hermano, sino que me debió estimaciones y cariños de mayor. Y por eso viendo su rostro tan flaco y descolorido, y viendo la debilidad de su voz, no pude contener mis lágrimas que hasta esto llegó mi piedad y compasión. Mas porque esta lástima mía no aumentase en él la opinión que tenía de su mal, me hice a mí mismo una repentina resistencia y con la mayor seguridad le empecé a consolar y a dar grandes esperanzas de mejorar con la vista de sus parientes que le aguardaban con los brazos abiertos y por la dirección de algún docto y bienhechor») tanto en los diálogos de los protagonistas principales como en los del hermano en ocasión del banquete final. 3  El autor ensalza el valor de Ludovico Gonzaga y su fidelidad a la Corona de Francia con su participación en la batalla de San Quintín (10 de agosto de 1557) entre las fuerzas armadas españolas y las francesas. 4  Según Quondam, los diecinueve años de trabajo al servicio del duque generaron una incongruencia para la fecha de publicación de la CC, es decir, 1567, ya que, debería ser entre 1570 y 1571 el periodo correspondiente a dicha redacción. Por otro lado, los casi vente años podrían ser una señal inconsciente en la que Guazzo empieza el proceso de escritura de la obra. 5  En la CC se lee: «il sangue ch’egli sparse, otto mesi sono, nel suo ritorno in Francia tra i ribelli della cattolica fede» (2010 I: 14), al igual que en la traducción francesa: «entre les rebelles de la foy catholique» (2). Hervás omite esta frase relacionada con las guerras de religión ocurridas en Francia a mediados del siglo xvi y en las que participó Ludovico Gonzaga. Las batallas acabaron con la trágica Noche de San Bartolomé y la masacre de los hugonotes franceses el 24 de agosto de 1572. 6  Hermano menor de Esteban Guazzo y uno de los dos principales interlocutores y eje central de la CC, al igual que se menciona en otras obras del mismo autor (ej. Dialoghi piacevoli; Lettere; Ghirlanda), quien remarca su condición de ‘caballero’, es decir, una persona con muchas calidades y, sobre todo, digna. 7  Se refiere al viaje a Francia entre 1563 y 1565, cuando Esteban fue enviado a la corte del rey Carlos IX.

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experimentado médico de esta villa. A la cual, habiendo llegado de allí a poco el señor duque con el motivo de visitar a la señora princesa Leonor de Austria, su cuñada, y conociendo el deseo que todos los de nuestra casa tenían de la salud y recuperación del caballero, le dio su permiso por seis días y partió de Salussa [f. 2] a verse con su parentela8. Y aunque es verdad que habíamos resuelto el juntar todos los médicos de nuestra ciudad para consultarlos sobre su enfermedad, no obstante, haciéndonos cargo de lo debilitado que le tenían tan continuas evacuaciones y de la cercanía del invierno, nos pareció mejor dilatarlo todo hasta la primavera, esperando conseguir entonces licencia de su amo para venirse a tener una temporada a Italia, no solo a fin de cobrar salud, sino también para precaverse de alguna peor indisposición y pasar con quietud el resto de sus días. Habiendo él también por su parte aprobado esta deliberación, llegó en este tiempo el señor Aníbal Magnocavalli nuestro vecino y grande amigo9, él que además de la grande reputación en que está de excelente filósofo y médico, es aun por la diversidad de ciencia que ha adquirido, puesto en la clase de aquellos que se llaman universales. Y se hace tan amable por sus buenas partidas y afable presencia que no me admiro de que, en el poco tiempo que estuvo con el caballero, le inflamase de tal suerte el ánimo, con sus agraciados coloquios y razonamientos que nada más desease que estar continuamente en su compañía. No fue menor el gusto del señor Aníbal, habiendo encontrado a mi hermano según su corazón y genio. De forma que, estimulados ambos de una súbita y recíproca amistad, se hicieron uno a otro promesa de verse más despacio y fue [f. 2v.] tal la urbanidad del médico que, ofreciéndose mi hermano a ir a su casa, vino él mismo a buscarle a la nuestra el siguiente día después de comer estando aún nosotros a la mesa. Alzada esta y retirándose los dos a un pequeño y escusado retrete de mi casa en donde tengo algunos libros, más por adorno y ostentación que por estudio que yo haga, pasaron allí la mayor parte del día como también los tres siguientes, empleándolos en discretos discursos, los que mi hermano tenía el gusto de referirme por la noche en su cuarto10. Y conociendo que estas pláticas estaban 8  Ludovico Gonzaga permaneció en Casale desde el 17 hasta el 24 de septiembre de 1567 para intentar dialogar con su hermano Guillermo I, el duque de Mantua. Por otro lado, Guillermo Guazzo con la autorización de Ludovico se quedó en la ciudad seis días más para conversar con Aníbal, como se verá más adelante, y será uno de los dos interlocutores (es decir, el Caballero). 9  El autor introduce al otro interlocutor, el doctor Aníbal Magnocavalli (Aníbal) para curar el ánimo melancólico de su hermano Guillermo. Al médico Esteban Guazzo (Lettere volgari, 1565) envió muchas cartas por ser uno de sus mejores amigos. 10  Como es típico del diálogo renacentista, Guazzo describe brevemente el espacio exacto donde tendrá lugar la conversación, en este caso un cuarto, una zona íntima, pequeña y reservada. Se empieza con la descripción del monferradés, de Salussa y Casale, ciudades muy pequeñas en el que el autor se identifica, para ir delimitando el territorio.

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tan bien sazonadas y dispuestas que con mucha razón debían conservarse por largo tiempo para bien de la posteridad11, no he cesado de repasarlas y escribirlas después que mi hermano se fue y las que en substancia son como se sigue12: El CABALLERO y ANÍBAL interlocutores. §. I 1. CABALLERO. Infinitas gracias doy a Dios señor Aníbal de que me haya enviado una tan larga —y puede ser— incurable enfermedad para purgar mi infeliz y miserable alma de algún humor pecante13. Pero, mucho más se las doy porque me facilita modos de poder pasar con menos trabajo mi mal, como sin duda creo me lo concede hoy, por medio de vuestra tan agradable presencia de la [f. 3] que recibo tal consuelo y alivio que no cabe en los términos de mi posibilidad el podérosle explicar. ANÍBAL. Aunque es cierto —señor Caballero— que por muchos capítulos tengo razón para estimaros, ahora me siento nuevamente obligado a hacerlo, viéndoos acertar de la mano del Altísimo, de que todo bien procede, vuestra enfermedad confesando al mismo tiempo que se os envía esta aflicción por la culpa de vuestros pecados. Verdaderamente este discurso y conformidad es muy digna de un hombre como vos y muy propia de la cruz que ennoblece vuestro pecho14. 2. Pero no quiero tanto alabaros en este punto como reprenderos —perdonadme que os hable con esta libertad— por lo que mira a vuestra indisposición, de la que parece desconfiáis llamándola incurable, como si él que os la ha enviado no pudiera o no quisiera librarnos de ella. Y en cuanto a la opinión que habéis formado de mí presencia, no os la pretendo alabar ni reprender, aunque sí deciros que podéis estar muy asegurado de que por mi parte os satisfago con 11  El

tema de la benevolencia, como afirmó Quondam (Guazzo 2010 II: 20-21), es una constante en la CC. Representa una connotación esencial del comportamiento del signore, del gentilhombre que demuestra su estado de noble, de honra con los súbditos y otros servidores de una clase social más baja. 12  En este punto termina la narración directa del autor. Sigue el diálogo central cuyas interlocuciones son de segundo grado, elemento que establece cierta verosimilitud a la obra, ya que se supone que Esteban aprendió los contenidos de la conversación gracias al hermano Guillermo. En cambio, el cuarto libro de esta obra, en ocasión del convite en Casale, presenta unos diálogos transmitidos en cuarto grado: Aníbal cuenta a Guillermo lo que les narró el caballero Bottazzo y, sucesivamente, Guillermo lo contará a su hermano Esteban, que lo escribe en su CC. 13  La incurable enfermedad es la melancolía, un malestar aparentemente necesario, divino, que acabó llevando a Guillermo hacia la soledad, el elemento oponente de la conversación. 14  Se refiere al escudo que todos los caballeros solían llevar en el pecho.

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la afición que os profeso y tengo grabada en lo interior de mi corazón, ofreciéndoos mi perpetuo servicio con tales expresiones de cariño que no las puede exteriormente representar. Y así os suplico que no tengáis a mal contarme el estado de vuestra salud [f. 3v.] no como a médico, sino como a un amigo a quien no debéis encubrir cosa alguna de vuestros negocios15. 3. CABALLERO. Ya he sabido de mi hermano16 se halla en vos cuanto se puede esperar y desear de un excelente médico y singular amigo, pero, habiendo resuelto volver a Italia en tiempo más proporcionado para la cura y sanidad de mis dolencias, he determinado también no descubrir hasta entonces mis llagas y en especial las del corazón, el que siento de tal manera asaltado de dolor y melancolía que no me parece cometo absurdo en decir que acaso mi mal será incurable17. Pues ha dejado desairados los más famosos médicos de Paris y aun de toda Francia. ANÍBAL. Por lo que toca a la indisposición del cuerpo es sin duda muy justo diferir los medicamentos hasta la primavera18, si no os obliga a otra cosa la necesidad. Pero, en cuanto a la enfermedad del corazón, en todo tiempo estáis obligado a usar de remedios oportunos y prontos, procurando con todas vuestras fuerzas alegraros y expeler aquellos pensamientos que conocéis son causa de tan grande melancolía. CABALLERO. No anda remiso en emplear de buena gana los ratos que me permiten libre las precisas ocupaciones de mi amo19, en lícito [f. 4] y honestos 15  Resulta claro que la obra no se presenta —y en el fondo tampoco lo es en su esencia— como un diálogo entre un doctor y su paciente, sino como una conversación entre amigos que presentan diferentes puntos de vistas, opiniones contrastantes que confluyen hasta expresar y apoyar lo que es la verdad del autor. 16  Esteban Guazzo, el propio autor. 17  La melancolía ha sido muy estudiada, tanto en el Renacimiento italiano como en el Siglo de Oro español, como el mal incurable de estas épocas, en particular entre las cortes. En este caso, es sin duda uno de los elementos biográfico de Guazzo, quien demostró en varios escritos estar afligido por este mal. En España no faltaron textos y diálogos sobre la melancolía, entre otros, los Diálogos de Filosofía natural y moral de Pedro de Mercado (1558); véase Bartra (1998, 2001). 18  «Según dice Hipócrates en sus aforismos, en los días caniculares y en los días de grandes fríos, no se deben tomar purgas, y en las grandes mutaciones de los tiempos, añade, tampoco es bueno dar medicinas […]. El mejor tiempo del año para purgar es la primavera, para los que no tienen extrema necesidad. Es muy peligrosa la purga, y aun la sangría, como está dicho, estando la luna en conjunción y oposición con el Sol, y esto por un día antes y otro después. No se deben tomar purgas estando la luna en signos de animales que rumian, como son Aries, Tauro y Capricornio; porque no se pueden retener en el estómago, antes se vomitan, según la experiencia lo demuestra. Si se quiere purgar por vómito, la tal elección será buena. Estando León ascendiente, asimismo se vomita la purga» (Cortés 1859: 161). 19  El duque de Nevers.

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pasatiempos, pero con todos eso no conozco que se desvanezca el nublado de mis revueltos pensamientos. 4. ANÍBAL. De grande alivio es a un enfermo ponerse interiormente a considerar lo que se puede servir de alivio o daño para seguir lo uno y evitar lo otro. Y por esta razón era yo de parecer que procurasen acordaros y traer a la memoria todas aquellas cosas que con largo uso habéis conocido, aumentan en vos o disminuyen esta afición de espíritu o, según la llamamos de ordinario, melancolía. CABALLERO. A mí me parece que claramente he llegado a conocer que el trato y conversación con muchos me es enfadosa y desagradable y que, al contrario, la soledad me sirve de alivio y consuelo en mis trabajos y disgustos. Y así, si por el servicio de mi príncipe me veo alguna vez precisado a tratar no solo con los demás caballeros de su casa, sino también a hablar y negociar en la corte con otras muchas personas de diversos países y naciones, obro en esto tan contra mi genio y me hallo tan violento como lo está una serpiente a quien encantaron los poderosos conjuros de algún experimentado mágico20. Porque yo siento que mi espíritu [f. 4v.] se enfada sobremanera de estar con atención a los discursos de los otros y de pensar respuestas debidas y proporcionadas, así a mi punto como al mérito de aquellos con quienes estoy, lo que yo gradúo de intolerable sujeción y extrema penalidad. Pero, cuando me retiro a mi aposento, ya sea a leer, a escribir o descansar, desaprisiono mi libertad y le suelto las riendas. De suerte que no teniendo ella persona en el mundo a quien deba dar cuenta de sí, se emplea totalmente en agradecérmelo y en influirme una maravillosa confortación, gusto y alivio21. 5. ANÍBAL. ¿Y qué pensáis que continuando largo tiempo en este género de vida solitaria llegaréis a cobrar vuestra salud? CABALLERO. Tanto como eso no me atrevo a asegurarlo. ANÍBAL. Pues ya me veo yo forzado a creer que esta enfermedad es incurable.

20  Hervás

traduce de manera literal y explicativa un proverbio italiano: «Como la biscia all’incanto», es decir, una acción que no viene de la propia y autónoma voluntad por relacionarse con la conversación en diferentes ámbitos y con personas de vario tipo. Se deduce que la conversación es el servicio que el caballero ofrece al duque, en otras palabras, un aspecto de su actividad de secretario, un trabajo cortesano desagradable, pesado, pero que define su estatus social. 21  Tras haberle pedido Aníbal que describa los síntomas de la melancolía, Guillermo evidencia que la primera manifestación reveladora de esta enfermedad es buscar refugio en la soledad, una condición que trae sus beneficios y, sobre todo, la libertad de los estrictos esquemas cortesanos. No obstante, el caballero no está tan seguro, como se verá más adelante, y deja abierta la posibilidad de refutar esta argumentación.

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CABALLERO. Y yo también voy viendo y conociendo que sin duda me habláis con libertad. Pero si aquellos que debieran infundirme valor y ánimo me amedrentan más ¿cómo queréis que yo me conforte y anime a mí mismo? ANÍBAL. No os aflijáis ni desconsoléis que vuestro mal con grandísima facilidad se puede curar. CABALLERO. Sin duda que tenéis en vuestras manos las armas de Aquiles con las que herís y sanáis a un mismo tiempo, pero no me negaréis que de estas dos proposiciones [f. 5] tan contrarias la una es preciso sea falsa22. ANÍBAL. Una y otra son igualmente verdadera de forma que me atrevo a decir que no solo los médicos de Francia, pero aun los de toda Europa ni el mismo Esculapio23 no sabrían aplicaros algún medicamento simple o compuesto que os pudiese dar sin grandísima dificultad una sola dragma24 de salud y sanidad, mientras continuasen en ese modo de vivir tan contrario a su consecución. Por otra parte, empiezo a descubrir así por lo que me habéis contado, como por algunas señales indefectibles que vuestra indisposición es fácil de sanar, tanto que el remedio está en vuestras manos y por él podréis en poquísimo tiempo llegar a convalecer. Y para mayor claridad, quiero que sepáis que para expeler vuestro mal conviene, en primer lugar, que os dispongáis desde luego a quitar la ocasión25. 6. CABALLERO. Y ¿cómo quitaré yo la ocasión que no conozco? ANÍBAL. Si no la conocéis digo que no tiene otro origen que una falsa aprehensión26 con la que rondáis vuestra propia muerte llevado de un aparente gusto, al modo que la simple mariposa gira en torno de la llama y en lugar de expeler el mal le dais ahincamiento27. Porque discurriendo hallar alivio en la 22  Se refiere a la lanza de fresno de Aquiles que hiere y sana, un tópico empleado en muchos clásicos. «Se da este nombre a los males que acaban ocasionando una consecuencia positiva o a algo que, siendo perjudicial, contiene también el remedio para el mal que ha provocado» (GarcíaBorrón 2015: 34). Como es notorio, fue el centauro Quirón prediciendo la futura grandeza de Aquiles, quien regaló la lanza al padre (Peleo) del héroe de la Ilíada con la cual Aquiles resultó invencible. 23  Asclepio o Asclepios, Esculapio para los romanos, dios de la medicina y curación. 24  «[…] que dragma se suele tomar en dos significados, el uno es en cantidad de peso, como hoy día le usa la medicina. El otro en cierto valor de moneda» (Núñez de Velasco 1614: 176). Es evidente que en este caso se trata de la primera acepción. 25  Es decir, la causa del mal. 26  El significado que Hervás quiso dar a esta palabra fue el de ‘captación’ en lugar de ‘comprensión’, ya que Guazzo emplea el término immaginazione, un vocablo más sensitivo. 27  «Nombre masculino desusado. Ahínco: Eficacia, empeño o diligencia grande con que se hace o solicita algo» (DRAE).

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vida solitaria, os echáis encima una pesada carga de humores28, los que como amotinándose contra la alegría y conversación se apoderan de vuestras entrañas y se hacen dueños del espíritu, procurando ocultarse por las soledades y lugares apartados que son muy conformes [f. 5v.] a su naturaleza. Y así como el fuego cuanto más escondido es más activo, así estas ocultas fantasías consumen y destruyen con mayor esfuerzo y violencia el hermoso palacio de vuestra alma29. Y por esto en extremo deseara yo que echando a un lado esta vana creencia y aprensión con que habéis intentado tan inútilmente vuestra salud, empezaseis sin detención a mudar de estilo y a considerar la soledad como un veneno y a la conversación como triaca30 y único fundamento de vuestra vida. Y que os determinaseis a abandonar la soledad y la afición que le tenéis como concubina y a recibir la otra como vuestra legítima esposa. CABALLERO. He oído decir frecuentemente a muchos médicos lo que también acredita la experiencia que para darle salud al cuerpo es provechoso y aun necesario tener contento el espíritu. ANÍBAL. Muy bien decís, pero ¿qué inferimos de ahí? CABALLERO. Si digo bien —como sin duda es así— no puede dejar de ser muy saludable a mi cuerpo la soledad siendo esta todo el contento y regocijo de mi alma. ¿Qué me respondéis a esto? ANÍBAL. Ya he hecho palpablemente ver que el contento que recibís de la soledad —mirando a vuestra complexión— es conocidamente falso. 7. Y esto lo quiero ahora probar y confirmar con otra consideración porque verdadero contento —hablando en lo humano— es aquel que naturalmente deleita a todas personas en general y así por agradable [f. 6] y gustosa que sea a los melancólicos la soledad. No obstante, veréis que a los demás no solo no les sirve de contento, antes bien les es sumamente odiosa. Y esto lo conoceréis con mayor evidencia, teniendo presente lo que sucede a algunas preñadas las que tienen antojos extraños y ridículos y comen tales cosas que otro cualquiera las 28  Guazzo escribe «mali umori», en todo caso, la carga pesada se refiere a un alterarse y desequilibrarse de los humores que genera la melancolía en Guillermo. Según Quondam (Guazzo 2010: 25), los humores a los que alude Esteban proceden del saber clásico de la medicina y de la fundación de Hipócrates, es decir, sangre, bilis amarilla, bilis negra y flema; la melancolía se produce tras un aumento de la bilis negra. En España, véase también el Examen de ingenios de Huarte de San Juan (Baeza: Juan Bautista de Montoya, 1575), en el que el autor establece una división y caracterización fisiológica de las condiciones naturales de cada tipo social de su época. 29  Esta metáfora no es nueva en España. Ya en 1565 fray Luis de Granada escribía en su Memorial de la vida cristiana: «y repita muchas veces entre día, para recoger su corazón, y levantarlo a Dios, y traer siempre el palacio de su ánima perfumado y oloroso con el encienso de las devotas oraciones» (Granada 1788: 300). 30  «Remedio de un mal, prevenido con prudencia o sacado del mismo daño» (DRAE).

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desdeñara y aborreciera31. Y no por eso os atreveríais a afirmar que las viandas de este género eran sabrosas y apetecibles, porque, aunque aquellos que las usas las tengan por tales, todos los otros las abominan. Pero después que el melancólico y la preñada se hallen libres el uno de su falsa imaginación y el otro de la alteración de su gusto, tendrán también horror y asco a semejantes cosas. § II 8. CABALLERO. Ahora me habéis obligado a dudar si estoy más enfermo de lo que pensaba, pues parece queréis inferir y concluir que soy del número de aquellos aprensivos melancólicos, cuyo cerebro está de tal suerte obscurecido y alucinado que no son capaces de distinguir —como dicen— la azúcar de la sal32. Pero si no me engaño, aunque el cuerpo está mal dispuesto, el espíritu conozco está sano y sé muy bien que mi delectación se encuentra en hombres de buen gusto [f. 6v.] y elección33. Pues, aunque el trato y conversación agrade a muchos, también conozco yo no pocos de excelentes prendas y buen entendimiento que huyen y aborrecen totalmente las compañías y a quien la soledad sirve de pasto y elemento como a los peces la agua. De modo que, o yo estoy de todo punto ajeno y privado de mi buen sentido, o la definición que habéis dado al contento o deleite no tiene nada de perfecta. Siendo así que no solo la conversación, sino otros distintos pasatiempos no gustan a gran parte de los hombres, como sucede en las fiestas públicas, en la música y otros géneros de diversiones de los cuales casi infinitos se alejan por entregarse a cosas más graves y serias y de estos la mayor parte es gente de forma y que no se equivoca con la plebe. 9. ANÍBAL. Quiera Dios no se ofrezca otra ocasión en que pueda temer el agraviaros que en la presente estoy muy cierto no haber dicho cosa de que os debáis dar por sentido porque, si lo hiciera solo yo, fuera el privado de toda buena razón y discurso34. Ahora bien, la definición que he dado al deleite tan lejos está de que vuestras razones la destruyan que antes bien la corroboran y

31  A

través de este tipo de paradigma, es evidente que la estructura de la obra, como subrayaron muchos estudiosos, no es de matriz teórica, sino práctica, por utilizar elementos comunes para todo tipo de lector. 32  Hervás traduce el verbo italiano offuscare dándole más fuerza con una doble condición de ‘obscurecido y alucinado’ para demostrar el engaño y estado temporáneo tanto del melancólico como de la mujer preñada. 33  En esta locución es evidente la referencia a la máxima de Juvenal de la Sátira IX: «Mens sana in corpore sano» (1685: 145). 34  «[…] privado de toda buena razón y discurso», en otras palabras, un ‘loco’. De hecho, la palabra que emplea Guazzo en la CC italiana es ‘mentecato’.

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fortalecen. Siendo así que aquellos a quienes desagradan los juegos, la música, las fiestas, asambleas [f. 7] y compañías han cogido ya o por el largo estudio o por la demasiada contemplación un hábito y resabio melancólico35. Y aunque hubiera de estos en el mundo muchos más de los que hay y fuesen más en número que los demás hombres, no por eso pudiéramos decir con razón que hacían ejemplar en este punto, viendo que los tales han perdido el gusto a lo referido por accidente, no por naturaleza, cuando todo ello por si naturalmente deleita36. A que se debe llegar otro fundamento de igual fuerza y es que siendo el hombre por su naturaleza animal sociable, debe indispensablemente apetecer la compañía y frecuentación de sus semejantes y aborrecer la soledad porque ejecutando lo contrario, ofendiendo gravemente a la misma naturaleza, pecado de que no pocos han hecho penitencia y aun sufrido el merecido castigo37, pues de ahí proviene que algunos que voluntariamente se encierran en sus solitarias prisiones a poco tiempo se hallan oprimidos de mil miserias, unos flacos, consumidos y desaseados; otros, sin más color que una amarillez sospechosa y, al mismo tiempo, inflados por la putrefacción de la sangre, con la cual también la vida se corrompe y los humores se alteran. De suerte que todos ellos siguen un género de vida verdaderamente brutal. Y así algunos se envilecen en tanto grado que se vuelven salvajes y rústicos y de las sombras y pinturas conciben temor y miedo38. 10. No quiero referiros ahora lo que ha sucedido a [f. 7v.] muchos que por haberse mantenido largo tiempo retirados, han sido invadidos de tan extrañas 35  Se refiere al hombre de cultura, quien según Aníbal poseía notoriamente el atributo de melancólico. 36  Si en el mundo los melancólicos fueran la mayoría, los seres humanos no estarían siguiendo su verdadera índole. La naturaleza en toda la CC es una condición absoluta, una regla universal capaz de llevar el hombre a la perfección así asimilada y perseguida. Es un fundamento ético que se remonta a la tradición filosófica clásica, y en particular a la escuela estoica, tanto de Séneca como de Cicerón, de la cual esta obra está visiblemente impregnada. 37  El hombre como animal sociable es una noción aristotélica que se encuentra en la Política. El filósofo griego escribe: «De lo dicho se deduce con evidencia que la polis existe en la naturaleza, y que el hombre es por naturaleza un animal político. Quien, pues, por su naturaleza —y no por accidente— [carece] de polis es o un loco, o un [ser] superior, o un individuo como [aquel] a quien condena Homero, [como alguien] “sin familia, sin ley y sin hogar”, que por naturaleza no ama sino la guerra, una ficha indefensa en un juego [de mesa]» (1989: 135-136). 38  El abandono de la propia naturaleza lleva al hombre a convertirse en un ser salvaje. Se sigue en la misma línea aristotélica, misma obra y capítulo, en una ética que es más bien práctica orientada a normalizar el sentido común de la forma de vivir: «Es evidente que la ciudad es por naturaleza y también que es anterior al individuo, pues si cada uno considerado de forma aislada no es autosuficiente, tendrá respecto al todo la misma relación que tienen las partes. Por eso el que no es capaz de vivir en comunidad o quien no necesita nada porque se basta a sí mismo, no es parte de una ciudad, sino una bestia o un dios» (2005: 99-100).

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imaginaciones y locuras que han dado asunto ya de risa, ya de compasión a cuanto los conocieron. Pero solo os diré que así por lo que cada día se ve, como por lo que he leído en diversos autores, no me causa mucha armonía lo que se cuenta de un pobre desdichado que creyó estar convertido en un grano de trigo y no se atrevió en mucho tiempo a salir de su cuarto de miedo que los pollos y gallinas no le tragasen39. Y como a esta especie de locos melancólicos no se les puede borrar su vana aprehensión sino engañándoles sus mismos sentidos y con grandísima dificultad, por eso ha habido muchos que se han acortado la vida, privándose de ella ya en el agua, ya en el fuego o ya precipitándose de alguna altura. Y si algunos acabaron su miserable vida naturalmente, no obstante, al tiempo de morir han dejado al mundo algún evidente testimonio de su locura, como lo hizo aquel inculto y mal acondicionado ateniense que, deseando así después de su muerte, como lo que le duró la vida la conversación con los hombres, mandó esculpir sobre su sepulcro el siguiente epitafio: [f. 8] De vida con mil pesares pasé a esta huesa profunda, en mi nombre no te pares —lector— a quien Dios confunda. [epitafio de Timón misántropo]40

11. CABALLERO. Por esta parte me siento bastantemente satisfecho y desde luego os concedo que la soledad es enemiga de la salud y conservación de los hom39  La

fuente de este exemplum se encuentra en la obra de Ludovico Guicciardini, descendiente del más famoso Francesco, titulada L’ore di ricreazione (Roma 1990). En cualquier caso, según Quondam (Guazzo 2010: 31), el exemplum como microdispositivo retórico, retomado por la cultura humanista y clasicista, representa el código genético de la CC y su intrínseca moralidad, por ser filosofía práctica y no especulativa fundada en la opinión, en los doxas. 40  Pese a que Guazzo no añade, y no suele añadir, la identificación de los personajes de sus exemplum, en este caso, especifica el nombre de Timón. Como es notorio, se trata del famoso misántropo ateniense que vivió en la segunda mitad del siglo v a.C., famoso por su aversión a la humanidad debido a su reacción ante la ingratitud de los hombres. Desde Luciano de Samosata, que idealizó esta figura en Timón (o El misántropo) entre 160 y 165, como precursor del cinismo, este personaje se retomó en la época moderna, por ejemplo, en la comedia de Matteo Maria Boiardo en terceto Timone (alrededor de 1490), y en el drama de Shakespeare Timon of Athens (1608). En España hay que recordar el Asunto quinto. Timón ateniense, (llamado el misántropo, o aborrecedor del género humano.) Huye a la selva en busca de la soledad, y retiro, para darnos á entender, que según las enfermedades, que hacen epidémico al mundo, más vale vivir (con sobresalto prevenido) entre irracionales, que expuesto, sin que valga la prevención, a la tiranía, y malicia de los hombres (Madrid, 1755) de Francisco Mariano Nifo, coetáneo de Hervás.

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bres41. Pero yo quisiera saber qué felicidad o conveniencia puedo yo esperar de la conversación y compañía cuando claramente conozco que por un solo hombre que yo encontraré acomodado a mi genio, habrá más de ciento que por su ignorancia o por su demasiado orgullo y presunción, o ya por su bestialidad y grosería, o finalmente por ser avarientos, bufones y mal criados, me destemplen de tal suerte la sangre que la salud de mi alma y cuerpo padezca considerable alteración y detrimento. ANÍBAL. No me causara eso admiración cuando sé muy bien que es sin comparación mayor el número de los imperfectos que de los dotados de alguna perfección, pero en ese caso estáis obligado cuanto os fuere posible al paso que a alejaros de los unos a acercaros a los otros. Porque estando tan recibido en esta nuestra edad y tiempo el gastar de todo, no encontrándose en él aquellos hombres que se usaban en el siglo dorado, con quien pudiesen conversar, [f. 8v.] debéis tener presente aquel adagio tan común entre los labradores que no se ha de dejar la sementera de miedo de los pájaros42. Así del mismo modo, no habrá razón para que os estéis encerrado en vuestra casa, privándoos de todo trato y negado al manejo de vuestros negocios solo por temor de las malas compañías. De manera que, si os ofreciera pasar desde Padua a Venecia, no sería justo perdiesen la ocasión de hacer el viaje y deseaseis de embarcaros para conduciros al lugar destinado solo por el frívolo motivo de estar ocupado el barco en donde habíais de ir de hombres y mujeres de distintas esferas y calidades, como son religiosos y seglares, ciudadanos y soldados alemanes, españoles y franceses y, últimamente, de otras naciones diversas en profesiones y cualidades, costumbres y modos de vivir43. Y por esta razón es muchas veces conveniente hacer fuerza a nuestra voluntad y obligarla a apetecer con frecuencia aquello mismo que no gusta, para que con eso pueda ella cuando se ofrezca hacer —como dicen— de la necesidad virtud44.

41  Probable reelaboración petrarquista de Vida solitaria: «Hay algunos que toman la soledad por más pesada y molesta, y estos son los que poco o nada alcanzarán de las letras, a quien si les falta con quien hablar suelen hablar y platicar entre sí y consigo…» (1944: 46). 42  Hervás traduce ‘proverbio’ por ‘adagio’ y los alterna en todo el texto. En la CC, el proverbio desarrolla una función ética y al mismo tiempo argumentativa, genera la gracia en cuanto parte del buen sentido común y está relacionado con las propiedades internas del habla breve. Al mismo tiempo, la Adagia de Erasmo, obra que recogió 4.151 adagios inscribiéndolos en la forma más agradable del conversar, fue muy difundida tanto en el siglo de Guazzo como en el de Hervás. 43  Al parecer, Guazzo se refiere a una embarcación típica veneciana, tardíamente llamada burchiello, que transportaba pasajeros de todo tipo por el río Brenta, desde Venecia a Padua y viceversa. En 1594, el inglés Moryson narra que era un método muy conveniente en el que se podían encontrar agradables compañeros de viaje (Molmenti 1908: 183). 44  Comúnmente se dice también «hacer de tripas corazón», máxima de san Jerónimo en la Epistula adversus Rufinum (3, 2): «Facis de necessitate virtutem». Análogamente, la virtud de la CC es la aristotélica y moral, centro neurálgico de la obra que, a su vez, consiste en hacer feliz al hombre gracias también al justo medio entre exceso y defecto.

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12. Y no excusaré deciros que muchas veces precisado del tiempo o del lugar, me he encontrado más con el cuerpo que con el espíritu en la compañía de aquellos que me eran totalmente odiosos y de todo punto desemejantes [f. 9] en profesión, ejercicio y modo de vida, sin que tuviese arbitrio para retirarme, por no padecer la nota de demasiadamente serio o de poco amigable y urbano. Y bien que al principio me contristase del verme allí, no obstante, después me partí muy gozoso, considerando que yo sin duda les habría contemplado y acomodándome a su humor de que resultaría que ellos quedasen con buena opinión de mí y que todo cediese —como suelen decir— en mayor crédito mío. De suerte que poniendo vos por obra el romper esos reparos vidriosos que os acobardan, conseguiréis con el uso aguantar sin repugnancia la compañía de semejantes hombres y vendréis a caer en que, ya que esto no sea provechoso a vuestra salud, a lo mejor no le acarreará ningún daño. CABALLERO. Lo acertadamente que discurrís me declara manifiestamente cuán grande conocimiento tenéis no solo de lo que pertenece a las dotes del espíritu, sino también a la mejor conservación del cuerpo. Y quisiera que en satisfacción del gusto con que escucho vuestros tan apreciables discursos, viniésemos a inquirir —si lo tenéis a bien— qué estado le es más proporcionado al hombre, si el de la conversación o el de la soledad, porque de ningún modo quisiera me dieseis remedio que sanándome el cuerpo me dejase el alma mal dispuesta, antes de mejor gana acabaría mi vida, reducido a la mayor miseria en el más apartado desierto45. [f. 9v.] 13. ANÍBAL. Hay un género de anteojos que hacen las cosas mayores de lo que son. Del mismo modo vuestro afecto cortés os hace adelantar la realidad del juicio, en el que formáis de mi capacidad, la cual está bien lejos de aquel conocimiento de cosas que le atribuís y no es tan débil ni apocada que no conozca con certidumbre que el competidor que me llama al combate está bastamente adornado de armas y valor. No obstante, por no gastar el tiempo en excusar inútilmente mi ignorancia, veisme aquí ya con interior regocijo, puesto en espera a oír las opiniones y fundamentos que quisiereis proponer y que sin duda se dirigirán a defender la causa de la soledad de que os mostráis tan apasionado para con eso responderos no con grande talento, sino solamente siguiendo la senda que descubriereis y ayudándome de la poca luz de ciencia que raya en mi entendimiento46. 45  La

retórica de la captatio benevolentiae empleada por Aníbal ha funcionado. Guillermo acepta la confrontación porque los razonamientos del médico les parecen acertados y decide discutir sobre la conversación y la soledad. 46  Una de las premisas de Aníbal es la de conversar de forma familiar y agradable, y no según esquemas científicos y sutilezas dialécticas y teóricas. Los consejos prácticos, los éndoxas, los luga-

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CABALLERO. No estéis en el entender de que entro con vos en la palestra como sutil dialéctico, cuando aún no alcanzo los lugares comunes de donde se forman los argumentos, sino que lo que yo dijere más se funda en opinión que en inteligencia que tenga de las cosas47. Mucho deseo daros ocasión de que me enseñéis, pero esto es más con intención de aprender que de disputar ni contradecir. Y es tal la satisfacción y gusto con que os escucho, [f. 10] cuando respondéis a mis propuestas y cuestiones que puedo decir con el Dante: Tú sí que verdaderamente me satisfaces, respondiendo pues no recibo yo menos placer en dudar que en conocer las cosas48.

14. ANÍBAL. Todo esto procede de vuestra cortesía, no dejaré empero de añadir en este punto que si determinamos apresurarnos y tratarlo todo a la ligera investigando por mayor las cualidades de la soledad y de la conversación cuántas especies hay y cómo se deben entender bien, presto nos avendremos y no durará mucho la disputa. Y así quisiera que nos detuviésemos algo más y dejando por ahora pendientes estas particularidades, viniésemos en primer lugar a tratar esta materia en general a fin de que tenga yo más ocasión de gozar con mayor extensión vuestros tan apetecibles y honestos discursos. Al mismo tiempo, por no parecer poco diligente y solícito de vuestra salud, no olvidaré advertiros que el estado de vuestra indisposición no permite trabajéis el espíritu en apurar muchos sutiles pensamientos. Porque regularmente acontece que con el vivo deseo de contradecir y de hacer su partido el más aventajado, el cuerpo se calienta, resuelve, altera y destruye de lo que ordinariamente provienen muchas fluxiones que han engañado a no pocos médicos, obligándoles a presumir [f. 10v.] que semejantes humores han tenido origen de causas y ocasiones totalmente contrarias. Por lo que, amigablemente os ruego no os empeñéis demasiadamente en este discurso, pues de ese modo tendré yo también menos trabajo en responderos.

res comunes o topoi, alma de la CC, permiten al lector volver a utilizar estas recomendaciones en la vida cotidiana. Guazzo retoma las posiciones de los moralistas clásicos, desde Aristóteles hasta Plutarco, pasando por Cicerón y Séneca, quienes delinearon la pertinencia de la filosofía ética práctica fundada en las opiniones. 47  Es decir, opiniones comunes generadas por la inteligencia y no por la ciencia. 48  En la CC se presta mucha atención tanto a Dante como a la Divina comedia. En este caso se trata de la primera cita explicita en el texto del Infierno (XI, 92-93): «O sol che sani ogni vista turbata, / tu mi contenti sì quando tu solvi, / che, non men che saver, dubbiar m’aggrata», en el que Dante, comparando a Virgilio al sol, que sana toda vista y mente turbada, añade que con un maestro como él incluso el dudar es agradable.

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15. CABALLERO. No soy yo de estos ambiciosos que ponen todo su conato en vencer a los otros; antes hago protesta de decir simplemente y sin mucho fervor lo que me acordaré haber oído a cierto personaje de conocida virtud y discreción; procurando dar a entender que lo que hablaré me lo dicta un mero influjo de la razón, remitiéndome en lo demás a la integridad y perfección de vuestro juicio49. ANÍBAL. Verdaderamente en gran manera alabo que nuestros discursos tengan más de afables y caseros que de graves y artificiosamente afectados. Y de mi parte os prometo usar a menudo y según se presentare la ocasión de aquellos adagios y refranes que tanto estilan los oficiales y gente rústica y contar los cuentos y fábulas que suelen regularmente representarse en el humilde teatro de un hogar50. Así porque yo apetezco en extremo estas viandas, como por daros ocasión a que hagáis lo mismo, y de este modo miremos uno y otro a la salud del cuerpo, sin olvidarnos al mismo tiempo de la recreación y regocijo del espíritu. CABALLERO. [f. 11] Yo también os aseguro que cuanto estuviere de la mía procuraré imitar vuestro método de decir. § III 16. Y para entrar desde luego en el campo y sitio del combate, digo en primer lugar que los desiertos y lugares apartados son la verdadera senda y escala para subir al goce de aquellos celestiales, incomprensibles y eternos bienes que Dios tiene prometidos, a los que fielmente le sirven y que la vida retirada y eremítica es la más proporcionada para este santo empleo. Como al contrario las juntas y conversaciones no son sino garfios y tenazas que apura fuerza, nos apartan de la práctica de tan justificados pensamientos, guiándonos al camino de una perdición eterna51. Porque estando esta vida tan llena de sospechas, engaños, locuras, obscenidades, falsos testimonios, calumnias, opresiones, envidias, 49  En

las premisas de esta conversación, Guillermo señala su retrato personal como poco ambicioso y contencioso y avisa que no discutirá a toda costa sobre su personal opinión. De lo único de lo que se valdrá, según los preceptos de la retórica, será de la opinión de algún «virtuoso» conocido y, sobre todo, sin «mucho fervor» (la CC italiana dice: «senza affettazione»), es decir, con sprezzatura, según el término que Castiglione empleó en El cortesano. 50  Hervás emplea la amena metáfora de la representación teatral para enriquecer la expresión de Guazzo «udire de’ proverbi che s’usano fra gli artefici e delle favole che si raccontano presso al fuoco», que ensalza aún más la idea de diálogo doméstico, común, válido en lo universal como el teatro. Por otro lado, las fábulas y los cuentos conllevan el aspecto del amaestramiento moral, en particular las de Esopo, que desde el medioevo fueron empleadas, traducidas, manipuladas y reescritas. 51  El traductor prefiere explicar más sencillamente la palabra italiana steccato, una valla en cuya interior antiguamente se realizaban prácticas relevantes en la cultura del Antiguo Régimen, evocando directamente la imagen de un campo de batalla en el que Guillermo empieza desafiando en su duelo verbal, describiendo la vida social como «garfios y tenazas» que llevan al hombre hacia la damnación.

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violencias y otras infinitas maldades, no sé podrá volver la vista o el oído a parte alguna sin que se vea u oiga representar algún objeto vicioso y deshonesto que, introduciéndose fácilmente por una y otra vía hasta el corazón, plantará sin duda en él sus raíces venenosas, y que causen la lastimosa muerte de nuestra alma. Lo que de ninguna manera sucede al que vive [11v.] solitariamente en el desierto, porque estando este libre de las delicadas propensiones de la carne y teniendo un general aborrecimiento al mundo, se halla continuamente arrebatado en una maravillosa contemplación de su buen acierto y de la felicidad que posee. Y por eso el que verdaderamente desea conseguir por sus ruegos la gracia del soberano Dios necesita abandonar toda compañía y retirarse a su habitación, según el mismo Señor expresamente lo manda52. Y así no debemos admirarnos de que los ejercicios de algunos grandes varones, cuales fueron Abraham, Isaac, Jacob, Moisés, Helías y Jeremías ejecutados en la soledad, le fuesen tan agradables. Como tampoco nos debe maravillar el ejemplo de nuestro primer padre Adán, el que mientras estuvo solo se vio sumamente feliz, pero al punto que deseó compañía, se halló rodeado de miserias y trabajos, efectos de su desdichada caída. 17. Bien pudiera traer aquí ejemplo de muchos que conociendo no ser otra cosa los melindres y delicadezas de este mundo y el trato con sus habitadores que un declarado embarazado que los aparta del servicio de Dios y les estorba el salir al camino de la salud eterna, han dado de mano y menospreciado [f. 12] alegremente los soberbios palacios, las grandes riquezas, los apetecibles puestos y dignidades y las agradables compañías de sus propios parientes y domésticos, solo por encerrarse en humildes monasterios y acabar allá tan santa cuanto pacientemente su vida53. Pero solo os haré presente el de Jesucristo quien, para orar a su eterno padre, se subió al monte, y queriendo ayunar se retiró a la soledad del desierto como también sabida la muerte del Baptista se fue a lugares solos y apartados54. 52  Se

refiere a la oración en secreto. En Mateo 6:6, Jesús dijo: «Pero tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cuando hayas cerrado la puerta, ora a tu Padre que está en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará». 53  Alude a todos los exempla que han abandonado su vida y cargo público para retirarse a la vida solitaria. 54  La primera cita es del Evangelio (Mateo 26, 36-39) y alude a la oración de Jesús en el Getsemaní: «Entonces llegó Jesús con ellos a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos aquí, mientras voy allí y oro. Y tomando consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera. Entonces Jesús les dijo: “Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo”». Sucesivamente, se refiere al ayuno de Jesús en el desierto (Mateo 4 1-2): «Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Y después de haber ayunado cuarenta días y cuarenta noches, tuvo hambre». El objetivo de estas citas es enseñar la soledad de Cristo al igual que hicieron otros autores, en particular Petrarca en su Vida solitaria, para mostrar los numerosos religiosos que eligieron el retiro como forma de vida.

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18. Y si fuera del servicio de Dios nos paramos también a considerar cuanto aprovecha la vida solitaria a nuestro bien particular, no podremos contenernos sin infamar y maldecir a los que juntaron los hombres cuando vivían esparcidos por las montañas, bosques y desiertos —fuese Saturno o Mercurio, Anfión u Orfeo u otro cualquiera el que lo inventó55— en donde tenían por ley la misma naturaleza, sin dejarse llevar de las engañosas persuasiones de otro y atenidos al fiel dictamen de su propia conciencia, gozaban una santa, simple e inocente vida, ni habían aún afilado la lengua para desacreditar a su prójimo, ni conspirado a su persecución, como ni tampoco ensuciado sus costumbres en el asqueroso lodo de los vicios, el que primeramente se descubrió en las ciudades y asambleas de los hombres56. Y esta es la razón (f. 12v) porque regularmente veréis que todos los sujetos de valor y capacidad por huir de la compañía popular y ciudadana que solo tiene su deleite en el bullicio y en los corrillos de sus iguales, se retiran con grande gusto a sitios excusados, para emplearse allí en contemplaciones igualmente exquisitas que justas. Porque si es verdad —en que no hay duda— que los filósofos son de mayor excelencia que los demás hombres, como lo es la luz respecto de las tinieblas, con poco discurso venimos manifiestamente a caer en que para sondear con seguridad el profundo mar de la filosofía se hace preciso evitar sabiamente, como ellos hicieron, los peligros de Escila y Caribdis representados en la perniciosa familiaridad con los hombres, alejándonos no solo de la multitud plebeya57, sino menospreciando también el gobierno de las repúblicas y sus más elevados empleos que los ambiciosos pretenden con grande ahínco y mendigan a fuerza de cuidado y desuelo y las más veces para su mayor confusión y vergüenza58. 55  Ninguno

de los personajes de la mitología clásica mencionados en este periodo participó en la fundación de la sociedad del ser humano. 56  La polémica contra la ciudad y la vida social, causa de vicio y persecución, es una noción que anteriormente Petrarca introdujo en Vida solitaria (II, xv). 57  El desprecio y aversión al vulgo y a la plebe por corresponder al universo campesino es radical en toda la CC y aún más en El cortesano de Baltasar Castiglione, libro que Guazzo menciona solo pocas veces, al igual que el Galateo de Giovanni della Casa. Las fuentes que Guazzo utilizó en esta sección de la CC pueden ser muchas, empezando por Petrarca (De vita solitaria I, i). Muy interesantes son dos alusiones sobre el mismo tema escritas por Cristóbal Acosta en el Tratado en contra y pro la vida solitaria (Venecia, 1592) años después de la CC y que se acercan a la obra de Guazzo. En la primera, Acosta afirma lo siguiente: «suplicando a Dios me muestre el claro día con sus verdaderos colores y me libre del desvariado vulgo, y de la vanidad del ánimo que se mezcla con sucias y feas costumbres y me haga amigo de la soledad» (f. 90v). Y en la segunda: «tiene más esta vida solitaria otro grande bien que es no andar el hombre al sabor del mundo, ni vestimos, calzamos ni nos gobernamos al gusto y parecer del vulgo ni nos regimos y vivimos por ajenas voluntades» (f. 115v.). 58  La metáfora de viajar a través del mar del conocimiento (en este caso representado por la filosofía moral) es un tópico clásico que en este caso es apoyado por otro, a saber, el de Escila y

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19. Que, si acaso estáis aún de parecer que la sociedad y frecuentación es naturalmente apetecida de todos los hombres, será bien que os acordéis de lo que poco ha dijisteis contra mí y lo que si no queréis os tenga por injusto, no me habréis de impedir lo repita en mi favor contra vos mismo. Esto es, que no se debe hacer caso ni tener por ejemplar de consideración el de aquella muchedumbre de pueblo que o por [f. 13] el deseo de algún vano deleite, de interés vil y despreciable, o por adquirir alguna frágil fama, está ordinariamente unida y ocupada en la conversación59. Y se hace inexcusable abrazar la sentencia de aquel filósofo que viniendo de los baños como se le preguntase si había muchos hombres, respondió que no, pero preguntándole si había mucha gente, respondió que sí con no poca gracia60. Por lo que estáis obligados a concluir conmigo que si la conversación causa algún deleite61, este únicamente se entiende con los ignorantes, a quienes la soledad es una especie de tormento sin que tengan más diversión o entretenimiento que contar las horas, naciéndoseles todas muy largas y penosas que es por lo que se dijo que el ocio sin letras es muerte y sepulcro del hombre vivo62. Lo que ningún modo acaece a los genios estudiosos, porque apartándose estos de las compañías se encuentran —permitidme que lo diga así— en este terrestre paraíso de la soledad en donde alimentan sus espíritus Caribdis, dos monstruos de la mitología antigua que controlaban el paso de las naves desde dos orillas opuestas de un estrecho canal, tan cerca de ellas que los marineros, intentando evitar a Caribdis, pasarían muy cerca de Escila y viceversa. En la Odisea, Homero definió su iconografía y sucesivamente en el III libro de la Eneida, Virgilio sitúa a los dos monstruos en el estrecho de Mesina. Por lo tanto, la soledad es el justo medio entre la grosería de la vida popular y el cargo de la vida pública y, a la vez, es el hábito perfecto del filósofo. 59  La frase de Aníbal que Guillermo intenta derribar y utilizar en contra es la siguiente: «Y aunque hubiera de estos en el mundo muchos más de los que hay y fuesen más en número que los demás hombres, no por eso pudiéramos decir con razón que hacían ejemplar en este punto, viendo que los tales han perdido el gusto a lo referido por accidente, no por naturaleza, cuando todo ello por si naturalmente deleita» (f. 7). 60  El filósofo es Diógenes Laercio, que pronunció la famosa frase homines hic sunt non homines: «Volviendo de los Juegos Olímpicos le preguntó uno si había concurrido mucha gente, a que respondió: “gente mucha, hombres pocos”» (1792: 36). 61  Alude en negativo a la frase de Horacio «Aut prodesse volunt aut delectare poetae / Omne tulit punctum qui miscuit utile dulci,/ lectorem delectando pariterque monendo» (Los poetas quieren aprovechar o deleitar/El que mezcla lo útil con lo armonioso alcanza el premio, / deleitando y enseñando a la vez al lector (Ars poetica, 34). 62  En las Epístolas morales a Lucilio, Séneca escribe: «Entonces ¿qué? —respondes—. ¿No es preferible estar así inactivo, antes que verse zarandeado por el torbellino de inútiles ocupaciones? Una y otra situación son detestables: la de convulsión y la de indolencia. Pienso que está muerto por igual el que yace entre perfumes que el arrebatado por el garfio; el descanso sin estudio es para los vivos muerte y sepultura» (II, 1989: 29). El retiro entregado a la reflexión filosófica es un presupuesto indispensable para alcanzar la sabiduría y la virtud. Aunque la definición de Otium Literarium es de Cicerón (Tusculanae disputationes, V, 105).

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del dulcísimo y suavísimo néctar de las ciencias y buenas letras. Y así no se hace digno de risa ni de burla el célebre y moralmente misterioso filósofo Diógenes63 el que estando a la puerta del templo, aguardándose a que todos saliesen y entonces entraba él impetuosamente y se ponía en medio, dando a entender que esto lo hacía por no equivocarse con el vulgo y distinguirse en su modo de obrar de los [f. 13v.] demás hombres. Y a esto aludió el poeta cuando dijo: Sigo el menor número y no la muchedumbre popular64.

20. Omito otras razones que pudiera traer sobre este asunto de engrandecer la vida solitaria, la que se hace con especialidad y aun de justicia a todas luces recomendable65, pues ella sola es la verdadera senda más agradable a Dios y a los hombres que desean acercarse a él, siendo como es amiga de la virtud, enemiga del vicio, la más perfecta institución, forma y modelo de nuestra vida. Y este es el motivo porque gustosamente vivo retirado, repitiendo en mi corazón con frecuencia lo que decía un santo anciano: «La ciudad me sirve de prisión, pero yo encuentro mi paraíso en las soledades»66. Hago pues aquí alto a esperar con impaciente deseo el modo que tendréis de responder y soldar estos tales cuales reparos que os he propuesto. § IV 21. ANÍBAL. Vos os habéis guardado muy bien de apartaros en vuestro discurso del oficio de un perfecto cortesano, el que está en obligación de procurar con sumo cuidado que todas sus acciones vayan arregladas a la prudencia, usando en todas de grande arte e industria, pero de tal suerte que esta misma arte no se le penetre, sino que dé a entender que habla como por acaso y a lo que 63  Se

trata de Diógenes de Sinope también llamado el Cínico, filósofo griego que vivió en Atenas en el siglo iv a.C. y fundador de la escuela cínica. Se les atribuyen muchos apotegmas, dichos y contestaciones inteligentes. 64  Petrarca, Cancionero, 99, 11: «Vulgo nihil recte placet / seguite i pochi et non la volgar gente». 65  En la CC de 1579 se añadió la siguiente frase acerca de Pitágoras: «e così intese Pitagora, quando disse che non s’avesse a passeggiare per la via pubblica». Esto demostraría que Hervás consideró, además de la traducción francesa, solo la primera versión italiana de la CC (1574 o la de 1575) para algunas correcciones, como afirma en su prólogo, sin aportar otras modificaciones a su texto. 66  En la carta Ad pavlinum presbytervm, san Jerónimo escribe: «[…] al final forzados por la irrupción del ejército caldeo a entrar en Jerusalén, se dice que fue esta la primera cautividad que sufrieron; puesto que después de la libertad del desierto fueron recluidos en la ciudad como en una cárcel» (1992: 571).

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saliere [f. 14] para que con eso cause más armonía su buena gracia en el decir67. Siguiendo pues este estilo, habéis en este rato ensalzado la soledad, parte con las razones que os ha sugerido lo primoroso de vuestro entendimiento, y parte con las noticias y doctrina que habéis recogido de algunos insignes y famosos autores como son Petrarca y el obispo Jerónimo Vida, de cuyos nombres y autoridades no habéis querido hacer mención a fin de recatar aquel pomposo y magnífico aparato de ciencia que de ordinario ostentan algunos sujetos literatos, en cuya boca se oye resonar a cada paso ya el nombre de un filósofo, ya el de un poeta, ya el de un orador, aunque no habéis violado [recatado] tan secretamente este método que no lo haya yo con certidumbre conocido y hallado nuevo motivo de celebrar los primores de vuestro discreto juicio68. 22. Pero siendo yo tan de contraria opinión en esta materia de la soledad, se hace inexcusable el que punto por punto vaya satisfaciendo a las razones que habéis proferido, la primera de las cuales —si bien me acuerdo— está fundada en el servicio de Dios y en nuestra salvación, con la cual os parece sobremanera incompatible la frecuentación de las compañías69. Lo que desde luego os concederé con tal que me aseguréis que la honra y servicio de Dios solamente se encuentran perfeccionados en la soledad, pero estoy cierto de que vos mismo [f. 14v.] no me negaréis que Dios por su propia boca ha mandado muchas cosas que para poderse ejecutar. Es necesario que los hombres se junten y conversen, pues de ningún modo podréis visitar los enfermos, ni usar la caridad con los pobres, corregir al prójimo con vuestras reprensiones, como ni consolar los afligidos si continuamente estáis recluso y encerrado. De modo que, aunque pretendáis que el retiro se contemple como provechoso para aplacar la ira de Dios y alcanzar su santa gracia, al mismo tiempo debéis confesar que solo se necesita en el tiempo destinado para la oración y humildad del ruego70. 67  Es

evidente que este periodo alude al Cortesano de Castiglione y al conseguimiento de la gracia a través de la sprezzatura: «De la qual nos hemos de guardar con todas nuestras fuerzas, usando en toda cosa un cierto desprecio o descuido, con el qual se encubra el arte y se muestre que todo lo que se hace y se dize se viene hecho de suyo sin fatiga y quasi sin auerlo pensado» (1574: 35). Sobre la influencia del Cortesano en la CC, véase Guazzo (II 2010: 54-55). 68  Al contrario de Guillermo, quien en su intervención ha sido muy discreto sin mencionar los nombres de las auctoritas, el médico indica dos arquetipos en los que se elogia la vida solitaria; a saber, Petrarca, con su Vida solitaria, y Marco Girolamo Vida, obispo de Alba y autor de los Dialogi de rei publicae dignitate (Cremona, 1556), en los que expuso las razones de la «civilis societas». 69  Aníbal empieza su disputa contestando punto por punto a las afirmaciones de Guillermo. 70  En la época de Guazzo el cristiano tiene que testimoniar su fe a través de sus obras. Es por eso que el servicio de Dios no se desarrolla solo en la vida solitaria, sino en la vida social y en las obras de misericordia y en los preceptos evangélicos que Aníbal menciona en esta intervención.

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23. Ni con todo eso os quiero conceder que la soledad es inexcusable para orar, tanto que nuestro Señor ha dicho que queriendo hacer oración se retire cada uno a su cuarto. Porque en esto solo pretende reprender a los hipócritas que acostumbraban arrodillarse por las esquinas y calles más públicas y con pomposas ceremonias y fingida devoción no buscaban más que hacerse mirar del pueblo para ser admirados y tenido por gente de santa vida71. Pues, si fuera Dios tan amante como le hacéis de este género de oración retirada, no nos hubiera dispuesto y ordenado iglesias y templos adonde acudiesen los cristianos a tenerla, y bien que en todos lugares le sea acepta, como se haga devotamente y con sencillez interior [f. 15]72. No obstante, estamos particularmente obligados a buscarle en este lugar público señalado para este efecto y en el que somos más incitados a devoción así por medio de los sacramentos, cuya administración solo se practica en la congregación y junta de los fieles, como por las piadosas rogativas y ejercicios que se hacen allí continuamente. También vemos que los religiosos no se retiran ni ocultan para orar, sino que observando la antigua institución de la Iglesia se juntan en el coro y allí uniendo sus espíritus y como haciendo de muchas almas una sola, cantan a Dios sus alabanzas con la santa armonía de su salmodia, y ruegan por la paz y bien universal de la Iglesia cristiana, la cual congregada convida también cada día a los fieles a que, dejadas las ocupaciones terrestres, asistan al divino culto, teniendo este por acto de incomparable mérito en la presencia de la majestad del Todopoderoso, lo que ha sido causa de decirse que es imposible que los ruegos de muchos juntos y unánimes no sean atendidos73. 24. Ni debe hacerme alguna fuerza el ejemplo que habéis alegado de muchos que, despreciando los deleites, conveniencias y soberbios palacios, han abrazado la vida espiritual, las incomodidades y pobreza, encerrándose en humildes conventos74. Pues, aunque los tales se hayan retirado de nosotros en lo 71  Mateo

6 5-6: «Cuando ores, no seas como los hipócritas, porque ellos aman el orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles para ser vistos por los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Pero tú, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará en público». 72  Centralidad de la Iglesia, una de las posiciones fundamentales del Concilio de Trento. 73  Las congregaciones son las órdenes religiosas, sin duda renovadas después de Trento, quienes refuerzan la plegaría de los fieles. 74  Alude a todo lo afirmado por el Caballero anteriormente sobre la vida monástica: «17. Bien pudiera traer aquí ejemplo de muchos que conociendo no ser otra cosa los melindres y delicadezas de este mundo y el trato con sus habitadores que un declarado embarazado que los aparta del servicio de Dios y les estorba el salir al camino de la salud eterna, han dado de mano y menospreciado [f. 12] alegremente los soberbios palacios, las grandes riquezas, los apetecibles puestos y dignidades y las agradables compañías de sus propios parientes y domésticos, solo por encerrarse en humildes monasterios y acabar allá tan santa cuanto pacientemente su vida».

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que mira a la vida secular, no obstante, se hallan congregados en sus monasterios en donde [f. 15v.] viven y oran en comunidad, fuera de que también conversan con nosotros; pues nos predican, enseñan y hacen otras cosas concernientes al bien provecho y salvación de nuestras almas. Además de esto, los que estamos en el siglo y más arriesgados por las ocasiones que con facilidad de deslizarnos se presentan, debemos hacernos el cargo de que Dios nos ha enviado las rosas rodeadas de espinas y la miel con avispas armadas de aguijón y nos ha dado el entendimiento para conocer la cualidad y diferencia de estas cosas75. Y aunque no se puede hacer que el ojo no vea y el oído no oiga —como vos decís— muchas cosas que nos impidan el derecho camino de nuestra salud eterna, no por eso debe perder el ánimo la alma cristiana, antes debe tener presente aquella sentencia76 que dice: Descanso encuentra en la fatiga misma.

25. Y viéndose la tal alma sitiada77 o de la tentación de los placeres o de la aflicción de la angustias y trabajos, entonces es el tiempo en que debe adquirirse por su propio valor la corona de la gloria, echando intrépidamente por tierra estas flacas plataformas y baluartes, rompiendo aquellos garfios y tenazas de que poco ha hablabais. Pues, bien debéis saber no se entra al reino de los cielos sin tribulaciones y penalidades78. Sea pues en buen hora que obra sabia y prudentemente el hombre que, por [f. 16] evitar la guerra que hay entre la carne y el espíritu, se retira a la soledad. Pero considerad bien que grande mérito y singular virtud será la de aquel que viéndose en medio de todos los deleites y gustos con todo eso se abstiene y reprime, consiguiendo la victoria de sí mismo. Pensad también cuán cuidadosos son de sus conveniencias y descanso los solitarios, pues no quieren ver ni oír las 75  Tanto «las rosas rodeadas de espinas» como «la miel con avispas armadas de aguijón» son dos tópicos literarios de la tradición cultural italiana, pero también española, además de ser elementos de la tradición clásica antigua, desde Plinio (1624: XI 32-45) hasta Macrobio (Praefatio 5), que en diversas ocasiones han llegado a ser imagen estética por imitación. 76  Con ‘sentencia’ el autor se refiere a la gnomas, es decir, a aquellas formas de sabiduría que se establecieron en el patrimonio cultural por ser de valor común y absoluto para la mayoría. Como comentó Quondam (2010 II: 58-59), la ‘sentencia’ es parte de la estrategia de la CC al igual que los dichos, proverbios, exempla, fábulas, adagios, etc., del que Guazzo se sirve para aportar mayor fuerza y convalidar sus afirmaciones. La reutilización de la sabiduría antigua compendiada por el autor permite a los modernos, y consecuentemente a sus personajes, volver a proponer estas sentencias de la tradición clásica. 77  «Cercar un lugar, especialmente una fortaleza para intentar apoderarse de ella; cercar a alguien cerrando todas las salidas para apresarlo o rendir su voluntad» (DRAE). 78  Hechos de los Apóstoles (14 22): «Es necesario que pase muchas pruebas para entrar en el Reino de Dios».

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miserias de los demás ni compadecerse de nuestros infortunios, como ni tampoco están expuestos a injurias, amenazas, malos tratamientos, baterías, persecuciones y ultrajes, peligros y ruinas, de todo lo cual está lleno este valle de desgracias. 26. Ni me mueve el ejemplo de los antiguos Padres, pues no les fue la soledad tan apetecible que por ella abandonasen el cuidado del prójimo, mostrándoles en muchos buenos efectos y santas obras que ni yo tengo tiempo de referir ni vos necesidad de escuchar. En cuanto a Adán no os negaré que fue dichoso en la soledad, pero bien conoceréis que en darle Dios compañía dio a entender cuán agradable le es la sociedad y conversación. El último ejemplo que alegasteis de nuestro señor Jesucristo contiene en sí un misterio muy diferente de lo que usan los hombres porque —si no voy errado— sus oraciones, sus ayunos y sus angustias en lugares separados significan y declaran al [f. 16v.] cristiano que para recoger el fruto de estas buenas obras ha menester alejarse de la frecuentación de los pecados y retirando su alma, cuando esté apartada de la gracia, la encierre en el desierto de sí misma. En donde, si no ayuna y maltrata su cuerpo, si no se contrista por la ofensa cometida ni vocalmente pide perdón, no haciendo en su interior obra alguna buena, tampoco imitará a nuestro Salvador, antes bien seguirá el rumbo de los hipócritas, cubriendo como dice nuestro poeta: Sus pasiones con traje diferente79.

27. Porque si después de tan elevadas acciones no hubiera nuestro Señor conversado con los hombres, hubiéramos sido extrañamente infelices. Pues defendiendo y predicando su santa ley, sanando enfermos, iluminando ciegos y dando vida a los muertos, sufrió por tanto tiempo innumerables trabajos, solo por vivir entre nosotros, hasta derramar finalmente su inocentísima sangre por el bien y reparo de todo el humano linaje. Viendo pues que nuestro Señor, platicando con nosotros, nos ha dejado el ejemplo y forma que debemos observar, desde luego digo que sin razón maldecís al primero que juntó los hombres bárbaramente esparcidos. Pues si estos no tenían conocimiento de los vicios que después reinaron en las ciudades, ignoraban también las ciencias y buenas letras, privados generalmente del uso de la policía, [f. 17] de los tratos honestos, de las artes, de la amistad y de otros muchos ejercicios que los hicieron distinguirse de los brutos a quienes antes eran casi semejantes. De todo lo cual se puede con 79  Se

trata de un verso del soneto CII de Petrarca Cesare, poi che’l traditor d’Egitto, citado por Guazzo, y traducido por primera ver al español por Salomón Usque: «pasión que siente, só el contrario manto» (567: 39), se refiere a la apariencia de la pasión contraria. El autor utiliza el endecasílabo petrarquesco para revindicar el equilibrio que un cristiano tiene que seguir, entre vida y oración.

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bastante causa decir y concluir que cualquiera que se aparta de la vida y trato civil solo por vivir solitariamente se ha transformado poco menos que en bestia fiera y elige un género de vida brutal. Y así se suele decir que el solitario no merece otro nombre que el de bruto o de tirano, pues que en cierto modo hace injuria a las mismas fieras en ocuparles los bosques, las cumbres de los montes, las grutas, cavernas y lugares más solos y escondidos80. Por otra parte, el tal no quiere conocer que el fundar ciudades y juntarse los hombres fue solamente a fin de fabricar y erigir templo a la justicia y dar alguna ley y forma a la vida humana que antes estaba informe, desreglada e imperfecta81. §V 28. Añadisteis también que los hombres doctos y de grande espíritu y entendimiento no juzgan otra vida digna de este nombre, sino la retirada y sola. Y entre estos contáis principalmente a los filósofos, los que siempre menosprecian la muchedumbre y son grandemente apasionados de sitios solitarios. Yo tenía aquí mucho campo para responderos, pero, restringiéndome lo posible, solo diré que los sujetos de excelente capacidad, apetecen el retiro no naturalmente, sino porque no encuentran sus semejantes con quien discurrir. Porque os confieso que no hay cosa más sensible para un sabio que el tratar con ignorantes. Lo que proviene de la grande diversidad que hay entre sus [f. 17v.] vidas, saber, discursos y ejercicios82. Pero al paso que los sabios huyen la compañía de los idiotas e ignorantes, buscan con ansia la de los doctos y políticos, entre los cuales, estimu80  Es una reelaboración de las notorias frases de la Política de Aristóteles. El hombre es un ser destinado a una sociedad política y su naturaleza es vivir con otros, puesto que la soledad es anormal: «De lo dicho se deduce con evidencia que la polis existe en la naturaleza, y que el hombre es por naturaleza un animal político. Quien, pues, por su naturaleza —y no por accidente— [carece] de polis es o un loco, o un [ser] superior, o un individuo como [aquel] a quien condena Homero, [como alguien] “sin familia, sin ley y sin hogar”, que por naturaleza no ama sino la guerra, una ficha indefensa en un juego [de mesa]. La razón de que el hombre [tenga] más de animal político que toda abeja o cualquier animal gregario [es] evidente. La naturaleza, como hemos dicho, no hace nada sin algún propósito y el hombre [es] el único de los animales dotado de palabra» (1989: 135-136). 81  Sobre el tema de la justicia como una virtud cardinal discurrieron tanto Cicerón (De officiis, III, 28), como Aristóteles en su Política, de manera que esta última frase parece ser otra reelaboración: «Como el hombre que ha alcanzado el [pleno] desarrollo es el mejor de los animales, así también es el peor de todos cuando se independiza de la ley y de la justicia. La injusticia armada es peligrosísima: y el ser humano está naturalmente equipado con armas al servicio de la inteligencia y de las virtudes, pero que puede usar para los fines peores» (1989: 137). 82  Se refiere al f. 12, cuando Guillermo afirma: «Porque si es verdad —en que no hay duda— que los filósofos son de mayor excelencia que los demás hombres, como lo es la luz respecto de las tinieblas, con poco discurso venimos manifiestamente a caer en que para sondear con seguridad el profundo mar de la filosofía se hace preciso evitar sabiamente, como ellos hicieron, los peligros de…».

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lados de una virtuosa ambición y honesta envidia, hacen prueba de sus ingenios y sabiduría83, dando y recibiendo los admirables frutos que con larga aplicación y estudio han tomado y adquirido de la lección de libros selectos. 29. Y no me sabréis citar un solo filósofo tan adusto e indigesto y aun al parecer enemigo de la naturaleza que, ofreciéndosele lugar y tiempo, no tratase y comunicase con sus discípulos para enseñarles y con otros filósofos para disputar y aprehender y que no procurase a traer los hombres al seguimiento de su secta y doctrina. Pues lo que decís de Diógenes Sinopeo confirma esto mismo, porque conoceréis que en decir este que el filósofo era diferente del pueblo no quiso infamar la conversación cuando él la amó más que otro ningún filósofo, como adelante os haré manifiesto. Con que vengo a inferir que, si los hombres literatos y especulativos desean la soledad, esto proviene de no hallar sus semejantes siendo así que los mismos aman el tratar con quien se les parece. Y así muchos de ellos fueron a visitar a costa de grandes trabajos e incomodidades y haciendo viajes muy prolongados a otros hombres insignes, solo con el fin de comunicar y razonar con aquellos, cuyos escritos ya dejaban en sus casas. 30. No obstante el que dijeseis, que muchos de los tales han [f. 18] despreciado las dignidades y cargos de la República, teniendo por cosa ignominiosa sujetar lo noble de espíritu y permitir que se ocupase en los tráfagos del mundo, pues ha habido muy ilustres filósofos cuyas obras aún hoy permanecen que han reprobado esta opinión de los solitarios y con mucha razón84. Porque entregándose estos totalmente al estudio de las ciencias y a la contemplación han abandonado y destituido enteramente a los demás hombres, a quienes por naturaleza estaban obligados a socorrer y aconsejar, y sin hacerse el cargo de que no habían nacido solamente para sí, sino para su patria, parientes y amigos, muy agarrados a su propio capricho, se venían a declarar enemigos de la naturaleza. Por lo que es digna de grabarse con letras de oro aquella sentencia que dice: Aquel es merecedor de eterna infamia e ignominia, que no hace nada sino por el bien y provecho de sí mismo85.

83  Una vez más, la presencia de las tesis aristotélicas es evidente en la CC y, en este caso, concierne a la noción de sabiduría (o phrònesis) de la Ethica Nicomáchea, es decir, un conocimiento de las cosas universalmente aceptado que opera a través de una inteligencia práctica y que se refiere a un juicio ético evaluando lo que es moralmente bueno y malo. Para Guazzo, la sabiduría se diferencia del saber, ya que este último es ciencia y conocimiento. 84  Aníbal no cita a los ilustres filósofos que elogiaron la vida civil. 85  En esta sentencia, que es un lugar común sobre la condena al egoísmo, se vislumbran rastros de la Política de Aristóteles: «El egoísmo es justamente censurado. Que no es el mero amar-

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31. Que, si toda la alabanza de la virtud consiste en el efecto y en la acción, según asientan comúnmente los filósofos86 ¿de qué esta vana y ociosa filosofía de la cual se puede decir lo que de la fe que es muerta e inútil si no se acompaña de las obras?, ¿y la que si no se reduce a efecto no acarrea provecho alguno, ni aun a aquel que la ha conseguido? Pues este no puede por su propio juicio asegurarse de haberla penetrado si no hace ver y conocer efectivamente lo que sabe para que otros que lo entienden lo aprueben. Y de aquí ha tomado origen el proverbio que dicen haber diferencia alguna entre [f. 18v.] un tesoro escondido y un sabio retirado87. Y se puede decir con razón que semejantes hombres se parecen a los avarientos que poseyendo un tesoro no le gozan y que cometen una grande ruindad en que pudiendo hacer bien a poca costa se excusan y que, del mismo modo que el que estando junto a una ruidosa música si no se altera ni da por entendido se acredita de mal gusto y peor oído88, así el docto que no quiere darse a conocer por tal no merece honor ni alabanza alguna. Lo que muy bien consideró Sócrates, el que, aunque no hubiera tenido otros motivos para ser celebrado por el más sabio del mundo, le bastaba el de haber traído desde el cielo a la tierra la moral filosofía. Porque viendo a los demás filósofos únicamente empleados en la contemplación de los entes naturales, no quiso solamente con su doctrina y enseñanza demostrarles los preceptos de bien vivir, sino que se dio totalmente al cultivo de esta parte de la filosofía tan útil y necesaria para la vida racional, haciendo patente al mundo la locura de aquellos que quieren mejor ocultar la luz debajo de la medida que ponerla sobre el candelero89. 32. Mas estos mismos que abominan tanto la comunicación con los hombres por doctos que sean, con todo su saber en poco tiempo se hacen tan incultos y groseros que son en muchas ocasiones la risa de los que viven enseñados a urbanidad y cortesanía. No me he olvidado aún de las simplezas de cierto se a sí mismo, sino amarse más de lo debido, como los que aman el dinero, ya que cada uno de nosotros, por decirlo así, ama todas estas cosas y es lo más placentero complacer y hacer favores a los amigos, o a los huéspedes, o a los colegas: eso se hace siendo privada la propiedad, y no ocurre a los que reducen excesivamente la unidad de la polis» (1989: 204). 86  La virtud como acción es una de las definiciones de carácter aristotélico que se define en la Ética Nicomáquea: «De ahí que las virtudes no se produzcan ni por naturaleza ni contra naturaleza, sino que nuestro natural pueda recibirlas y perfeccionarla mediante la costumbre. [...]. En cambio, adquirimos las virtudes como resultado de actividades anteriores» (1985: 158-159). 87  Es una sentencia bíblica. Eclesiástico (20: 30): «Sabiduría oculta y tesoro escondido, ¿a quién le sirven de algo?». 88  Hervás cambia radicalmente el proverbio de Suetonio reelaborado por Guazzo: «E sì come non si stima la música che non s’ode» (Guazzo 2010 I: 25). 89  Es una reescritura del Evangelio. Mateo (5:15): «Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa».

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caballerito mi [f. 19] compañero en los estudios de Pavía. Este no tenía quien la excediese en materia de estudio y sabiduría, pero, por otra parte, le tuvierais por semejante al búho que tiene miedo a los demás pájaros y cometía tales absurdos que muchas veces nos causaba compasión. Y, sobre todo, un día que le fue forzoso montar a caballo por la repentina noticia de la muerte de su padre compró un par de botines, el uno tan demasiadamente estrecho que le martirizaba la pierna y, el otro, mucho más ancho de lo que era menester. Afeándole nosotros el que así se hubiese dejado engañar, respondió muy satisfecho que ya había hecho cargo al oficial90 de la desigualdad pero que este había jurado y prometido que el botín más ancho estaba hecho de un cuero que por sí mismo se encogería y, al contrario, el estrecho en un par de días se pondría sobradamente estirado91. 33. ¿Qué os parece de este sabio personaje?, ¿os atreveríais a decir que los que se le parecen, por sabios que sean, son acreedores al nombre de tales, siendo tan ignorantes en el trato civil? Con mucha razón dijo un antiguo poeta que el padre de la sabiduría es el uso y la madre la memoria92, para dar a entender que el que desea tener verdadero conocimiento de las cosas del mundo, no solo se ha de fiar en los libros, sino también usar de ejercicio para la mejor inteligencia de las tales cosas; las que una vez comprendidas, conviene grabarlas diligentemente en la memoria para que por bien fundada experiencia [f. 19v.] se pueda ayudar del consejo y discreción y gobernarse así y aun a otros, según las ocurrencias que se ofrecieren. ¿Y queréis saber si lo que digo es cierto? Pues reparad que no solo, en nuestra profesión de medicina sino en todas las demás, la teórica no se tiene por segura sin la práctica y nos fiamos más en el apoyo de nuestra experiencia que en la autoridad y crédito de la doctrina de otro. Y vos que habéis comido bastante sal lejos de vuestra casa, podréis bien conocer cuánto los viajes os han constituido más industrioso, prudente y avisado y la diferencia que habrá de vos a aquellos que no han oído más campanas que las de su lugar93. Por eso para manifestar la grande destreza, valor e industria de Ulises, se dice para su mayor 90  En

la CC italiana, Guazzo escribe «calzolaio», es decir, zapatero. una anécdota personal de Guazzo ocurrida durante su periodo estudiantil en la Universidad de Pavía, en la Facultad de Derecho, una de las instituciones culturales más importantes del Renacimiento italiano. 92  Puede que se trate de Aulo Gelio, quien mencionando al poeta Afranio escribió: «El poeta Afranio dijo con sagacidad y encanto que la Sabiduría era hija de la Experiencia y de la Memoria. […]». Los versos de Afranio están en una fábula togata titulada La silla: Usus me genuit, mater peperit Memoria, / Sophiam vocant me Grai, vos Sapientiam (2009: 492). 93  ‘Comer sal fuera de casa’ y ‘oír las campanas de una ciudad extranjera’ son locuciones idiomáticas de la cultura clásica que se refieren a la experiencia y a su aspecto positivo reivindicado por el autor en este periodo. 91  Es

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alabanza que había visto muchas ciudades y discurrido por varios países sin ignorar sus costumbres y modo de vivir94. 34. Ya me parece que he refutado bastantemente vuestras agudas razones sin que me sea preciso el dilatarme ni responder con mayor extensión lo que desde luego omito, asegurado de que lo dicho bastará y de que os habéis metido en este discurso más por darme a conocer la gentileza de vuestro espíritu que por tener esta opinión arraigada en la fantasía. Pues aquellos mismos de quien habéis aprendido esta sofística doctrina han enseñado la verdad de la contraria. Y bien sé no ignoráis vos que Petrarca por grandes alabanzas que haya dado a la vida solitaria, no obstante, ha confesado [f. 20] que nuestra vida sería imperfecta y manca sin la conversación y familiaridad95. A que se llega que no ha vivido tan retirado de buenas compañías, que no haya él muchas veces hecho gala de lo contrario y ojalá me las depare Dios a mí siempre iguales, pues sabemos que ha tratado, y al presente trata, en las cortes de diversos soberanos con muchos príncipes, caballeros y personajes de distinción96. 35. En cuanto al señor Vida no tengo que deciros, pues harto dicen en este asunto y a mi favor los doctos escritos que ha dado a luz aun viviendo en bastante retiro, los que junto con el grande saber que ha manifestado por viva voz y con el largo manejo de importantes negocios en la corte de Roma. Y no menos por su inculpable vida y santo ejemplo se ha hecho digno de la mitra97 que adorna sus sienes y también de la común opinión de ser acreedor a mayores 94  «Musa,

dime del hábil varón que en su largo extravío, tras haber arrasado el alcázar sagrado de Troya, conoció las ciudades y el genio de innúmeras gentes» (Homero 1993: 97, I 3). 95  Aníbal recuerda la importancia que Petrarca dio a la amistad en su Vida solitaria y su exhortación hacia el justo medio: «A todos los que persuado y aconsejo de esta soledad no les aconsejo yo que desamparen y olviden los amigos, que el bullicio y desasosiego digo yo que se ha de huir, pero no ellos; y si alguno pensare que la multitud del pueblo es la amistad, mire primero no se engañe, porque el primer vaivén de fortuna lo descubrirá. A mi solitario no aconsejo tanto que los deje, como deseo que ya que lo vengan a ver, sea cada uno por sí solo y no todos en compañía, porque lo que procurando apartarse como ponzoña no se torne a manos llenas. El solaz y recreación, sea moderado y quieto, no turbulento y alterado, de tal manera, que parezca que hay todavía soledad y no boda, que el que viniere se espante de la humanidad como está desterrado del pueblo» (1994: 60-61). 96  La alusión es a las notorias amistades de Petrarca y a sus relaciones cortesanas como la familia Colonna, Azzo de Correggio, Giacomo Novello de Carrara, los Estensi, los Pio, los Gonzaga, los Scaligeri, Giovanni Visconti, el emperador Carlo I, etc. 97  «Toca alta y apuntada con que en las grandes solemnidades se cubren la cabeza los arzobispos, obispos y algunas otras personas eclesiásticas que tienen este privilegio» (DRAE).

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elevaciones98. Es verdad que alaba en gran manera la soledad, pero esto es solo por hacer prueba de la valentía de su espíritu. Pues en algunas partes totalmente la reprueba con varias razones y todas irrefragables. Entre las cuales no tiene inferior lugar la que enseña que todos los animales así que salen del vientre de sus madres, se tienen sobre sus pies, quedándose derechos por sí mismos, lo que la naturaleza no quiso conceder al hombre, pues cuando sale este al mundo, necesita del socorro y arrimo de otro para sostenerse. No pareciéndole esta razón [f. 20v.] bastante para la impugnación de la soledad, trae estotra diciendo que la misma naturaleza ha dado la lengua al hombre para que use de ella solo consigo mismo, pues esto sería especie de locura, sino para que le sirva de comunicar y tratar con los demás99. Y bien veis que de este instrumento nos servimos para enseñar, preguntar, conferenciar, negociar, corregir, aconsejar, disputar, juzgar y finalmente para dar a luz todos los conceptos de nuestra alma. Y estas son las causas efectivas de que los hombres mutuamente se amen ligándose y uniéndose entre sí mismos con perpetuo cariño y amistad. Y finalmente concluye que es imposible que consigamos la inteligencia de ciencia alguna si por otro no nos es comunicada100. 36. Así que —señor Caballero— bien veis que la conversación es no solamente provechosa, sino también necesaria a la perfección del hombre, el que debemos decir es semejante a una abeja que no pudiera vivir ni hacer cosa alguna estando sola101. De forma que, siguiendo la común opinión de los estoicos, 98  Marco Girolamo Vida (Crémona, h. 1489-27 de septiembre de 1566) fue un poeta cremonés que participó muy activamente en el Concilio de Trento tras haber recibidos muchos encargos por parte de los papas León X y Clemente VII. Este último le nombró obispo de Alba en 1533. Fue autor de varios poemas didácticos en latín, como el Juego del ajedrez (Scacchia ludus, 1525) y el Gusano de Seda (De bombyce, 1536). Sin embargo, su obra más celebre fue un poema en hexámetros, escrito en latín, sobre la vida de Cristo, los Christias (1535). Parece ser que Guazzo mantuvo una relación de amistad muy buena con el poeta cremonés, como demuestra en una carta a Gherardo Borgogni (Guazzo 2010 II: 66). 99  Se refiere a los Dialogi de rei piblicae dignitate (Crémona, 1556) de Vida y concretamente a dos pasos argumentativos de la obra; el primero es: «Nam muta quidem pleraque simul atque materno utero edita sunt in lucem, erigunt se protinus, ita ferente natura, et pedibus suis nituntur [...]. Homo vero invalidus imbecillisque nascens, solo proiectus multos menses iacet» (95). El segundo discurre acerca de la lengua como atributo del hombre que, a su vez, le distingue de los otros animales: «nam secundum eam naturam nihil homini sermone praestabilius est elargita; ceteris quidem animantibus vocem dedit, qua duntaxat significare possunt, si quid iucundi molestive sentiunt, homini vero praeter vocem et sonum, iucunda aut molesta sunt mutuo communicare possunt, verum etiam omnia animi cogitata significantius explicatiusque colloquendo aperire» (13). 100  La lengua como instrumento para la transmisión de cada forma de sabiduría. 101  Las abejas representan un modelo clasicista reutilizado por Guazzo por su encarnación absoluta de la sociedad natural. Séneca utiliza la imagen tópica de la abeja en las Epístolas morales

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se ha de presuponer que, así como todo lo sublunar se crio para el servicio del hombre, así el hombre se formó también para el servicio del hombre. A fin de que, siguiendo el orden de nuestra autora la naturaleza, todos los hombres recíprocamente se alivien participando unos a otros los bienes y provechos, obligándose entre sí por sus profesiones, ejercicios y facultades102. Por eso se debe tener por muy infeliz aquel que no goza la [f. 21] comodidad y conveniencia de poder por medio de la comunicación ayudarse a sí mismo y servir a otro de alivio. Y aun esta pena se halla imponen las leyes a algunos malhechores para castigarlos con un nuevo género de suplicio103. Pues no hay tormento más cruel ni más sensible aflicción que la de vivir entre los hombres y verse privado de su trato y coadjuvación. Y para cerrar cuanto antes mi discurso, es incapaz de todo contento el que vive sin compañía. Lo que dio motivo a Arquitas Tarentino104 de decir que, si un hombre permitiéndolo Dios fuese arrebatado al cielo, y desde allí contemplase la hermosa disposición del mundo y el orden admirable de los astros, muy poco le agradaría este deleite si no tenía a quien comunicarle105. De aquí podremos asegurar que ni todos los cuatro elementos nos ayudan tanto en nuestras diversas necesidades como la conversación. Y si todas estas cosas no bastasen a convenceros y retrataros, desde luego estoy pronto a proferir otras, no menos seguras y bien fundadas que las ya respuestas. a Lucilio (84, 3) y también Aristóteles en su Política: «[La razón de] que el hombre [tenga] más de animal político que toda abeja o cualquier animal gregario [es] evidente. La naturaleza, como hemos dicho, no hace nada sin algún propósito y el hombre [es] el único de los animales dotado de palabra. El mero sonido es indicación de placer o dolor, que pertenece también a los otros animales» (1989: 136). 102  Aníbal se refiere al principio de sociabilidad humano, basado en la reciprocidad del dar y recibir, y la capacidad y disposición de producir a los estoicos. Y como se verá en la sentencia sucesiva, la pérdida de esta sociabilidad provoca la infelicidad. 103  Esta frase parece un poco enredada en comparación con la italiana, sin duda más fluida en la parte inicial: «La qual pena è imposta dalle leggi ad alcuni malfattori, con intenzione che ricevano una spezie di tormento» (Guazzo 2010 I: 27). 104  Filósofo griego contemporáneo de Platón que vivió entre 430 a.C. y 360 a.C. Aparece una mención en una carta del mismo Guazzo a Luigi Pennalosa (Guazzo 2010 II: 67). 105  Este exemplum clásico es de Cicerón: «La certeza de esto se conocería mejor si sucediera que algún dios arrebatase al hombre del concurso de sus semejantes, y lo colocase en alguna soledad; y allí, dándole a manos llenas cuantos bienes desea la naturaleza humana, le privara únicamente de la esperanza y consuelo de ver más a otro hombre. ¿Y quién, a no ser tan insensible como un mármol, pudiera resistir aquella vida, ni en tanto desamparo gustar el fruto de aquello deleites? Luego parece ser cierto lo que solía decir Archita Tarentino, según lo oí muchas veces a nuestros abuelos, que recordaban haberlo oído también a los suyos; que si alguno subiese al Cielo, y desde allí contemplara el espectáculo del mundo, y la hermosura de los astros, no le pareciera tan agradable su admiración, como si tuviese consigo alguno a quien poder referir las maravillas que veía. Así pues la naturaleza del hombre huye de la soledad, y busca siempre cuanto pueda servirle de socorro; y ninguno es comparable con el que se encuentra entre las delicias de la amistad» (1841: 142-143).

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§ VI 37. CABALLERO. Yo me hallo forzado a decir con el poeta: «El sí y el no, no llegaron enteramente a mi corazón»106, porque, aunque vuestro gentil discurso me ha confortado en gran manera, no obstante, han quedado en mi alma grandes reliquias de dudas que me obligan a deciros que, del mismo modo que una madrastra preocupada de mortal odio, no es capaz de juzgar ni discernir las virtudes de su antenado, como ni una madre por el mucho amor conocer los defectos de su hijo. Del mismo modo, como os halláis inflamado de excesiva [f. 21v.] afición a la conversación y no mejor aborrecimiento a la soledad, habéis callado y encubierto el bien que procede de la vida solitaria y el mal que origina la comunicación. Y así, para manifestar y sacar a luz lo que vos habéis ocultado, digo que mi intención no ha sido defender ni alabar aquellos sujetos nada doctos que incitados más del humor melancólico que de ningún buen discurso, se mantienen auyentados del comercio sin dárseles cosa alguna del estado feliz o calamitoso de los demás. Antes bien, yo reputo a tales hombres como muertos o, a lo menos, como ignorantes en practicar la virtud ni por sí ni por otros. Y porque estos siguiendo su inclinación tétrica rehúsan ejercer todo acto honesto y virtuoso, igualmente para su utilidad que para la de los demás, acostumbro yo a parangonarlos a la zorra que quiere más arrastrar su cola por la tierra que prestarle un poco a la mona para cubrir sus partes vergonzosas107. 38. Tampoco me ha pasado por la imaginación negar que la conversación sea cosa muy acepta a Dios, aunque es verdad que siempre he estado y al presente estoy en la opinión de que para la perfección del hombre —a no engañarme— es mucho más provechoso el retiro que no el trato. Y que esto sea verdad lo notareis en los hombres dedicados al manejo de negocios y agencias en las cortes de los príncipes y republicas, los cuales por la mayor parte están sin el adorno de las ciencias y buenas letras; y, al contrario, los que quieren

106  Se

refiere al octavo verso del soneto Amor mi manda quel dolce pensero de Petrarca, que Henrique Garcés tradujo: «ni al sí, ni al no me inclino por entero» (1591: 8). 107  Se refiere a una de las fábulas de Esopo titulada La mona y la zorra: «La mona pedía a la zorra, que puesto que tenía tan gran cola, le diese un poco de ella para cubrir sus nalgas; tú ves amiga —le decía— que tú tienes demasiado rabo, y que yo no tengo el que necesito. La zorra se puso a reír a carcajadas, y díjole: aunque yo tuviese cien veces más cola de la que tengo, y la arrastrase por el suelo entre espinas y lodo, quisiera más padecer esta incomodidad, que darte la cosa que necesitas. Los ricos no retengan lo que les sobra, denlo antes a los que lo han menester. Lo que el hombre no aprovecha y otro lo ha menester, no lo debe retener» (1845: 151-152).

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constituirse en la esfera de sabios, no buscan la ciencia entre la turba popular si no en el recogimiento de sus estudios. Ni convence el decir que entre los doctos hay algunos caprichudos y poco políticos en la conversación porque esta [f. 22] impropiedad y grosería solo lo es en el errado dictamen del vulgo. Porque viendo este que los tales no hacen la cortesía a la moda ni se ponen el sobrero a lo valiente, como ni bailan con artificio ni se paran a chasquear y picar a los demás con indiscretas sutilezas, según el estilo presente, tienen con esto bastante para reír mucho y mofar de semejantes sujetos los que no por eso dejan de gozar la debida estimación108 y honra109 entre los demás sabios que califican de candidez de ánimo, lo que los otros interpretan inurbanidad y poca policía. 39. Pero volvamos aquí la hoja y veamos cómo se porta uno de estos charlatanes y háblalo todo en la concurrencia de gente discreta, le veréis enmudecer todo confuso y avergonzado o si habla granjear en ello su mejor ignominia. Como le sucedió a uno de estos que, hallándose por casualidad en el concurso de algunos caballeros políticos y virtuosos, en ocasión que se discurría de la preferencia de los poetas, estimulado de su admirable bobería interrumpió toda la plática diciendo que sin disputa alguna Horacio era a quien se le debía la primera graduación entre todos los poetas célebres, porque así lo había declarado el Petrarca, prefiriéndole a Homero y Virgilio. Y siendo convenido de citan el pasaje respondió con toda diligencia: Si Virgilio y Homero hubieran visto a Horacio solo contra toda la Toscana.

De lo que —como podréis considerar— nos reímos nada menos que allá vosotros del licenciado a que engañó el oficial con los botines110. Y mucho más se aumentó nuestra risa cuando pidiéndole que declarase la intención de Petrarca en este verso, añadió [f. 22v.] que lo que él entendía era que ni Virgilio ni Homero ni otro poeta alguno toscano eran dignos de ponerse en paralelo con Horacio. Con que, si vuestro estudiante incurrió en una soportable tontería, estotro se precipitó a una obstinada e ignominiosa terquedad. 108  Hervás

traduce ‘grazia’ con el sustantivo ‘estimación’ (Guazzo 2010 II: 68-69). fuerte presencia del término ‘honra’ en la CC (181 veces en la versión italiana) y 74 en la castellana (la palabra ‘honor’ se intercala 107 veces), incluida su integración en la versión verbal (‘honrar’) o la forma sustantiva (‘honradez’), demuestra la importancia de la respetabilidad social. La honra es una condición subjetiva y común, es una virtud, o práctica virtuosa, ya que, no concierne solo al estatus social. 110  Cf. CC, f. 19. 109  La

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40. Lo que me obliga a decir que más vale ciencia sin práctica que práctica sin ciencia111. Y en cuanto a mí en más estimará ser tenido por estudiante de ninguna habilidad que por caballero poco político. De aquí paso a inferir que él que quisiere adquirir con perfección las ciencias y penetrar su fondo112 ha menester atender —como vulgarmente suelen decir— a su tienda113 y no vaguear por las calles, haciéndose espectáculo visible de todo el pueblo. Pero dado caso que las acciones gloriosas deban su origen al trato, pongamos en la balanza las reprensibles y viciosas que puede acarrear y veréis que estas exceden con grandes ventajas a las otras porque siendo tan corto y limitado el número de los buenos por recta y justificada que sea vuestra intención, brevemente la sentiréis alterada siendo imposible que el que se acuesta con perros no se levante cargado de pulgas114. Lo que conociendo bien los candiotas115, no deseaban otro mal a sus enemigos, sino que se juntasen a malas compañías creyendo que por este camino ellos mismos serían la ruina de su mayor felicidad116. 41. A esto se llega el que nos hallamos al presente reducidos a tal miseria que por mucho bien que hicieseis, solo recibiríais en retorno mil agravios y sin razones, sino en la vida la que no tendríais muy asegurada entre tantos insultos [f. 23] y conspiraciones a lo menos en la honra117. Porque está tan dominante la malignidad y mala inclinación de los hombres que con facilidad se ceba en el honor y crédito de cualquiera, sin perdonar a sus mismos príncipes ni a sujeto alguno particular o de elevada categoría, echando siempre a la peor parte, cuando ve ejecutar por bueno que en sí sea. De modo que, si os empleáis en ejercicios devotos y caritativos, al instante os llamarán hipócrita. Si sois afable y cortes, al 111  La

‘práctica’, palabra clave en la CC, se relaciona con la experiencia y con el ejercicio. Su empleo significa a menudo conocimiento, manera de portarse, vida práctica que se contrapone a la contemplativa. 112  Es decir, ser profesional y no superficial. 113  Hervás traduce literalmente una manera de decir idiomática italiana, «attendere a bottega» (Guazzo 2010 I: 29), con la que el Caballero declara la necesidad de seguir atentamente los detalles del propio trabajo. 114  Hervás traduce literalmente «Che chi dorme coi cani si leva con le pulci» (Guazzo 2010 I: 29). 115  Es decir, cretenses. El término ‘candiota’ significa: «natural de Candía, isla del Mediterráneo, hoy Creta, o de la ciudad que actualmente lleva este nombre, en Creta» (DRAE). 116  Muchos escritores narraron la mala fama de los cretenses: «En efecto, el cuadro negativo de los cretenses está compuesto por una cita de Epiménides de Cnossos (escritor cretense del siglo vi antes de Cristo), y es muy cruel: “Uno de ellos, profeta suyo dijo: ‘Cretenses siempre mentirosos, malas bestias, vientres perezosos’” (1,12). Epiménides además de llamarlos “profetas”, esta afirmación muestra a los cretenses como personas falsas, ansiosos de dinero como animales feroces e indolentes que solo piensan en llenarse el estómago» (Bortolini 2005: 15). 117  Guazzo escribe ‘fama’ y Hervás cambia por ‘honra’.

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punto os notarán de lisonjero. Si queréis socorrer alguna viuda necesitada, no faltará quien diga a mí que las vendo, muy bien sé yo a qué fin se dirige tanta caridad118. 42. Pues ahora, olvidaos por inadvertencia de quitar el sombrero a algún conocido, no tenéis que pensar en que os vuelva a hablar en toda su vida una palabra. ¿Queréis defender a uno a quien están agraviando públicamente? guardaos muy bien de salir de vuestra casa encerrando la noche119. Y no tengáis creído qué os ha de servir de inmunidad el no ser espadachín ni hacer profesión de las armas porque ya el día de hoy los palos y cuchilladas se reparten a los más venerables doctores y abogados y acaso sin más motivo que el de hacerles abandonar el claro derecho de la parte más desvalida120. Pues ¿por qué me tengo yo de enredar en el confuso laberinto de los abusos y desordenes de nuestro tiempo? Mejor será salirme determinadamente y resolverme a conocer que los vicios faltarían en los hombres si se hubiese en el mundo el comercio y comunicación. Siendo así que los adulterios, las violencias, las blasfemias, muertes, asesinatos y otras innumerables iniquidades se aprenden con [f. 23v.] el trato y ejecutan en las mismas conversaciones de los hombres. § VII 43. ANÍBAL. Al principio hicisteis cara de rendiros y ceder a mis razones, pero de repente me habéis asaltado con mayor esfuerzo que hasta aquí. No obstante, no desistiré de procurar —cuanto me fuese posible— determinar nuestras diferencias con otras razones y fundamentos. Y pues habéis señalado a la soledad por el más decente teatro de la sabiduría, vaya una pregunta. Decidme ¿quiénes son aquellos que comúnmente enseñan los elementos de todas las facultades? CABALLERO. Los doctores y maestros. ANÍBAL. Ya os he cogido en vuestra propia red, pues por estas razones me confesáis que el principio y conclusión de las ciencias depende de la conversación. Y ciertamente, al modo que un armero no se asegura de la bondad de un coselete121, sino le prueba o con lanza o con arma de fuego, de la misma suerte el alumno de Minerva122 no puede estar satisfecho de lo que sabe si no se arrima 118  El autor enfatiza la maldad de las relaciones interpersonales dirigiendo su discurso hacia la honestidad, argumento que tratará con más precisión en el tercer libro. 119  Después de la medianoche. 120  Se evidencia la falta de respeto a todas las categorías sociales. 121  «Coraza ligera, generalmente de cuero, que usaban ciertos soldados de infantería» (DRAE). 122  Hervás interpreta el término ‘letterato’ de la CC italiana como ‘alumno de Minerva’, la diosa de la sabiduría y de las artes.

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a otros doctos, a fin de que con el discurso y la disputa pueda estar cierto de su valor y suficiencia. Y de aquí se conoce que el saber empieza con el comercio y frecuentación y se finaliza por los mismos pasos123. 44. Añadisteis que la gente de la corte y metida en dependencias carece del conocimiento de las letras. Y, en este punto, será bien que os traiga a la memoria que, así como las artes, ciencias y profesiones son entre sí diversas, así también lo es la vida de los hombres los cuales —según Dios les inspira— se aplican unos a la mercancía, otras a la guerra, este al [f. 22] estudio de las leyes, aquel al de la medicina124 y todos dirigen el curso de su vida a un fin que les acarree honra y provecho125. Y así veréis que cada uno divide su edad en dos partes: la una emplean en la aprensión de las cosas que les pueden servir y aprovechar, conduciéndolos al fin pretendido, la otra, desestiman para gozar en ella los efectos de la primera. Pongo por ejemplo: largo tiempo ha que vuestro genio os ha dedicado a ser secretario de un príncipe126 y estoy muy cierto que las excelentes prendas que os adornan aseguran por este camino honor y reputación a vuestra persona, y provecho a toda vuestra casa, y que tendréis presentes los que de este empleo han ascendido al título y dignidad de cardenales y papas. Para portaros con el debido acierto en vuestra ocupación, habéis considerado suficiente el aprender las lenguas latina y toscana y aquella corta porción de ciencia que juzgasteis bastante a tal designio y determinación. De forma que por lo primoroso del estilo y buena conducta en los negocios habéis adquirido nombre y crédito de muy hábil y diestro secreto. 45. Pues el mismo método observan todos los demás hombres, entre los cuales los que solo se quieren aplicar al manejo de su hacienda y a negociar se 123  Esta frase oscila entre el error y la mala interpretación. Tanto la CC italiana como la francesa son claras, y afirman que la conversación es el principio y fin de las ciencias de toda la sabiduría de los literatos. Así lo afirma Guazzo en italiano: «laonde mi pare assai manifestó che ‘l sapere comincia dal conversare e finisce nel conversare» (Guazzo 2010 I: 30); y una de las versiones francesas de Gabriel Chappuys: «au moyen dequoy me semble assez manifeste que la conuersation est cômancement & fin de sçavoir» (1579). Por otro lado, para Hervás es comercio y frecuentación. 124  Al igual que las ciencias, las profesiones son varias y de diferentes tipos. Es esta diferencia y diversidad en la que Guazzo intenta hacer hincapié en todas las macrocategorías, al igual que la variedad de la naturaleza, la humanidad, sus estratos sociales, las diferentes naciones y calidades. 125  El objetivo de las profesiones es conseguir honra y provecho, un binomio necesario, ya que la riqueza personal o familiar tenía que ser acompañada por actitudes convenientes, decorosas y virtuosas. 126  El duque de Nevers. Guillermo no solo adquiere una buena reputación social personal, sino que la extiende a toda su familia.

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contentan con saber leer, escribir, contar y razonar con desembarazo. Y así, aunque tales hombres encontrándose acaso en compañía de gente docta no sepan hablar ni discurrir de la retórica ni de la poesía, no por eso se hacen merecedores de vituperio o reprensión y les haríamos conocido agravio en juzgarlos del todo ignorantes [22v.] y sin discreción porque no habían hablado con acierto en la tal plática127. Supuesto que desde el principio de su vocación se habían apartado de semejante estudio y les basta el ser prudentes y bien entendidos en el estado en que se hallan, pero el hombre docto sería digno de baldón128 y desprecio si entregado del todo a sus estudios y, como atado a ellos, no hiciese resplandecer su sabiduría entre los demás, constituyéndose por este descuido lastimosamente ignorante aun de aquellas cosas que se han hecho inexcusables en este mundo. Y aún más os diré, que incurriría en un grande yerro quien tuviese creído que la ciencia se consigue más fácilmente en el retiro, aunque fuese dueño de una muy escogida librería que en el comercio y frecuentación con hombres doctos. Porque es sentencia filosófica acreditada por la experiencia que las ciencias se perciben mejor por el oído que por la vista129. Y no tuviéramos necesidad de cansar los ojos ni gastar los dedos en revolver hojas de libros si estuviéramos continuamente junto a sujetos sabios, escuchando su viva voz y gozando nuestros oídos su doctrina, porque por esta vía se imprimen con maravillosa eficacia las especies en el entendimiento. 46. Mas, si ocupado en leer algún libro os hallaseis sorprendido de alguna dificultad, ya veréis cuán en vano sería suplicar al libro que os la aclarase y así será forzoso que los retiraseis disgustado y dejaseis la lectura. De donde podéis conocer cuánto es más conveniente conversar con los vivos que con los muertos130. 127  La sabiduría de los mercaderes no se incluye en la conversación civil, aunque el autor no les

culpa, ya que, ellos mismos han elegido no practicar esta forma de comunicación y de trato social. 128  «Injuria o afrenta» (DRAE). 129  Puede que se refiere a una carta de Séneca a Lucilio (6, 1-5): «En consecuencia, te enviaré mis propios libros, y para que no gastes mucho tiempo buscando por doquier lo que te ha de ser útil, pondré anotaciones para que inmediatamente descubras los puntos que yo apruebo y admiro. Sin embargo, la viva voz y la convivencia te serán más útiles que la palabra escrita; es preciso que vengas a mi presencia: primero, porque los hombres se fían más de la vista que del oído; luego, porque el camino es largo a través de los preceptos, breve y eficaz a través de los ejemplos» (1989: 111-112). 130  Después de la CC, tanto en Italia como en España hubo un cambio de tendencia en la imagen de los «libros» como «muertos». Entre otros, en Baltasar Gracián, quien, en el Oráculo manual y arte de prudencia, afirmaba: «Saber repartir su vida a lo discreto: no como se vienen las cosas, sino por providencia y delecto. Es penosa sin descansos como jornada larga sin mesones; házela dichosa la variedad erudita. Gástese la primera estancia del bello vivir en hablar con los muertos; nacemos para saber y sabemos, y los libros con fidelidad nos hacen personas. La segunda jornada se emplee con los vivos…» (2003: 445).

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Fuera de esto yo considero que el espíritu del solitario se envilece y constituye lánguido y perezoso por cuanto carece de quien por medio de la disputa le ahijonee131 y avive o bien se infla [f. 25] y llena de aire a causa de estar preocupado de demasiado orgullo y presunción de sí mismo. Porque no igualando otro a sí, forma una desmesurada opinión de su saber como, al contrario, el que oye celebrar sus estudios se alegra con mayores ventajas y los prosigue con mayor gusto. Y el que se oye reprender y notar de poco aplicado, se corrige y enmienda con diligencia por no incurrir en segundo descrédito. Y, juntamente, el que es algo lento y flojo se aviva y hace más activo con la concurrencia de otros estudiantes y movido del pundonor de que haya quien le exceda, y adelante pone todo su conato y fuerzas en sobrepujar al que ahora conoce superior, porque tiene presente lo mucho que interesa su crédito y fama en semejante vencimiento132. 47. Y, sobre todo, los ingenios notablemente ocupados reciben su perfección e incremento en las honestas altercaciones y disputas que se suscitan entre gente de letras porque disputando aprenden y lo que de este modo se percibe, se retiene más firmemente y con mayor fuerza se impresiona en la memoria133. Y mientras se empeñan en procurar llevar ventaja a otro con sus razones se van perfeccionando en la inteligencia de las cosas. Y por eso es común adagio que la disputa taladra el celebro. Y siendo cierto que la verdad se origina de las inteligencias comunes, lo es también que estas inteligencias no se alcanzan sino conferenciando mutuamente los sujetos literatos. Esto mismo quieren entender los poetas cuando dicen que bien que Júpiter sea el soberano en cielo y tierra, no obstante, llama a consejo a los otros dioses y escucha gustoso sus pareceres y sentencias. [f. 25v.] 48. Pero dejando aparte las fábulas, es cierto que las instituciones y estatutos más importantes de nuestra Iglesia romana no han sido todos establecidos por un solo pontífice, sino que muchos han sido o constituidos, o aprobados por diversos concilios134. Los príncipes también no acostumbran 131  Modernamente

‘aguijonee’. utilidad de la conversación consiste no solo en impulsar hacia la mejoría, la emulación de los sujetos distintos, sino en el reconocimiento de la estructura de las diferencias del estatus personal de cada uno, propias del derecho natural. Es una referencia clásica, ya que se encuentra en Plutarco Pracepta gerendae rei publicae. Moralia (816a) y en los Catonis Disticha: «Maiori cede. Id est, noli certare cum potentioribus. Minori parce» (1576: ff. 3v-4). 133  El modelo clásico de matriz socrático-platónico de las disputas literarias se halla en muchas obras del Renacimiento italiano y español: las Disputationes camaldulenses (1472) de Cristoforo Landino, las Disputationes in astrologiam (1494) de Pico de la Mirandola, las Disputationes dialecticae (1439) de Lorenzo Valla son solo algunas de las obras en las que se encuentra este intercambio literario. 134  Es evidente que uno de los concilios más famosos al que Guazzo pudo hacer referencia en esta frase fue el de Trento, convocado el 15 de marzo de 1545. 132  La

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cuando se interesa la conservación o aumento de sus estados, el no resolver ni concluir cosa alguna por su dictamen, sino por el de sus consejeros y ministros, a los cuales juntan en su presencia ¿y determinan según los arbitrios que proponen tocante a los negocios que ocurren? Las repúblicas y comunidades no solo de ciudades populosas, pero aun de los más pequeños villajes, ¿no congregan sus vecinos cuando quieren crear magistrados? ¿y no se acomodan en todo a la disposición de los votos y sufragios comunes? Los jueces cuando tienen algún grave negocio que evacuar, ¿no se arriman a la sentencia más común y seguida de los autores?, ¿entre los médicos no usamos lo mismo aplicando al enfermo aquel medicamento que recetó la mayor parte de los consultados? Apeles excelente pintor ¿no solía exponer sus lienzos a la vista y parecer del pueblo, escondiéndose al mismo tiempo detrás de ellos a escucharlo que se aplaudía o afeaba en su obra para después corregirla según el juicio de la plebe?135 Y, en suma, un diestro capitán de cuyo nombre ahora no me acuerdo ¿no enviaba secretas espías a todas partes para saber qué se decía de él, y no pocas veces moderaba sus acciones y reformaba su vida según el informe que se le hacía?136 Mucho sin duda yerra quien solo se atiende a su propio parecer. Y por eso, se dice comúnmente que aquel va bien asegurado que sigue un buen consejo y así el consejo se tiene por cosa venida del cielo. [f. 26] 49. No soy capaz de numerar los muchos y especiales bienes que proceden de la conversación y el grande colmo de sabiduría que se comunica al espíritu por el oído y por medio de la boca de los doctos que escuchamos. No empero, pasaré en silencio la memoria de algunas de las más excelentes academias introducidas para este fin en una buena parte de las ciudades de Italia, entre las cuales merece inmortal nombre la de Gli Invaghiti o Los Deseosos de Mantua, fundada en el palacio del ilustrísimo señor César Gonzaga, valeroso príncipe y singular protector de Minerva y la de Gli Affidati o Confiados de Pavía, la que 135  Célebre

pintor griego (Colofón 352 a.C.-Cos 308 a.C.) del que Plinio el Viejo, en su Historia natural, relató la siguiente anécdota: «un día un zapatero criticó con dureza la forma de una sandalia en un retrato de un personaje importante de la ciudad; Apeles reconoció su error y expuso de nuevo la obra, después de rectificar la sandalia. El zapatero, que volvió a pasar por la plaza, al ver corregido el defecto señalado por él, se sintió con capacidad para criticar otros detalles del cuadro y, saliendo Apeles de detrás del lienzo, le dijo al atrevido censor: “Zapatero, a tus zapatos”. Se emplea para aconsejar que cada cual opine y juzgue sólo de lo que entiende» (Suazo Pascual 1999: 247). 136  Al igual que la versión italiana, no se menciona el nombre del capitán («imperatore»), sin embargo, Hervás salta otro exemplum que, presente en la CC de 1579, se encuentra en la pregunta: «E non diceva un altro pittore che ‘l popolo era il maestro da cui aveva appresa l’arte sua?» (Guazzo 2010 I: 31). La intención de Guazzo era la de mostrar las communi opinioni en los que el pueblo llegaba a ser incluso maestro.

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nos es mucho se halle tan floreciente, según los muchos y hábiles académicos de que se compone137. Pero lo que es casi digno de admiración que en esta pequeña ciudad de Casale la Academia de los Ilustres se haya adelantado y enriquecido en tan gran manera138. 50. Y no siendo ahora tiempo oportuno de discurrir sobre las grandezas de estas academias, solo diré que el fruto que de ellas se recoge es inestimable y que aquellos serán verdaderamente doctos que procurasen ser sus individuos. Porque cualquiera que se haga cargo de que un solo hombre no puede por sí solo adquirir el conocimiento de las ciencias, siendo estas muchas, y el curso de nuestra vida muy limitado, como dice nuestro Hipócrates,139 podrá encontrar en semejantes asambleas cuanto le pidiese su deseo. Porque hablando unos de la Sagradas Letras, otros de la Historia humana, este de la Filosofía, aquel de la Poesía, y otros de otras materias, a poca costa sin trabajo alguno adornará espléndidamente su entendimiento de todo cuanto los otros a fuerzas de desvelos y fatigas habrán conseguido, imitando [f. 26v.] a aquellos que no siendo capaces de vivir un solo día en su casa, rejuntan con otros de su humor en algún lugar determinado y llevando allí cada uno su comida se forma con poco gasto un magnífico y suntuoso banquete140. Por esto sabiamente se dijo que el hombre es como un Dios para otro hombre141, pues unos reciben tanto provecho y utilidad de otros, lo que también significa el emblema del ciego que lleva a cuestas al cojo enseñando este el camino a quien le lleva y así dijo discretamente Luis Alamanni142: 137  El autor de la CC conoció muy bien estas academias. Para una descripción más detallada, consúltese la Storia delle Accademie d’Italia (Maylender; Rava; Cappelli 1926-1930: 363-366 [vol. III], 72-82 [vol. I]). 138  Guazzo fue uno de los promotores de la Accademia degli Illustrati con el nombre de Elevato. Por otro lado, muchos personajes que se citan en la CC participaron activamente en esta academia: Francesco Pugiella (l’invaghito), Giovan Giacomo Bottazzo (Il pensoso), Giorgio Carretto (l’errante), Gugliermo Cavagliate (l’affinato). 139  La referencia en latín es la famosa sentencia de Hipócrates, Ars long, vita brevis (Aforismos, I, 1), «El arte (la ciencia) es duradero, pero la vida es breve». 140  Las diversas materias de conversación que según Guazzo pertenecían a la organización de la academia, en la que los saberes no eran separados con los respectivos lenguajes. Asimismo, la imagen del banquete, que cerrará la CC en el cuarto libro, es el lugar de distribución de la sabiduría humanista, es decir, un lugar, donde cada uno aporta su contribución, la integra y socializa. 141  La sentencia «Homo hominis deus est si suum officium sciat» remite a Cecilio Estacio (230 a.C.-168 a.C.), poeta cómico romano, y sucesivamente Erasmo la insertó en sus Adagios (I, i, 69). 142  Se corrige el nombre ‘Alemanny’. Se trata del poeta florentino Luigi Alamanni (14951556), amigo de Maquiavelo, quien en su epigrama intitulado Il cieco e il rattratto mencionó los versos que siguen, traducidos por Hervás (1859, vol. II).

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Con reciproca fineza de dos partes se hace un todo, poniendo la vista el uno prestando los pies el otro.

51. No excusaré el decir también que la conversación es el verdadero modo de refinar y constituir en el grado de perfecta a la ciencia y que un hombre literato gana más en una hora que converse con sus iguales que en un día entero ocupado en el retiro. A que se llega que por el discurso adquiere mayor seguridad y evidencia y expele muchos errores y falsedades en que había incurrido por no penetrar como debiera el genuino sentido de los escritos, y viene a conocer que el juicio de uno solo se puede fácilmente engañar ofuscado del velo de la ignorancia o de la pasión, no siendo dable que en concurrencia de muchos todos se alucinen y vayan errados. Finalmente es cierto que la virtud incluida en los libros no es otra cosa que una virtud pintada por que la real y verdadera se adquiere más con el uso que con la lectura143. 52. Pero ya es tiempo de que responda a los malos efectos que decís provienen de la conversación la que —según vuestro parecer— obliga al hombre a desviarse de la rectitud en el obrar y [f. 27] altera su buena intención por el comercio con hombres de inquinadas costumbres. Y aunque me parecía que este reparo estaba bastantemente satisfecho con algunas de las razones que ya he alegado, no dejaré de añadir que es muy cierto que al modo que muchas enfermedades contagiosas del cuerpo se apoderan de los que asisten a los pacientes, así también hay algunos vicios del alma que pasan y penetran a quien se les acerca, de suerte que un borracho atraerá a otro y el amor del vino y un afeminado y lascivo quebrantará las fuerzas del hombre más robusto y valiente. Y tiene tal fuerza el trato que queramos o no, nos hace participar de los vicios y malas propiedades de otro144. Y en este punto se sabe que los amigos de Aristóteles aprendieron de él el hablar balbuciente, y los de Alejan143  El concepto de virtud es igual al de Aristóteles en la Ética nicomáquea, es decir, un signo práctico, una acción: «[…] la función del hombre es una cierta vida, y esta es una actividad del alma y unas acciones razonables, y la del hombre bueno estas mismas cosas bien y hermosamente, y cada uno se realiza bien según su propia virtud; y si esto es así, resulta que el bien del hombre es una actividad del alma de acuerdo con la virtud, y si las virtudes son varias, de acuerdo con la mejor y más perfecta, y además en una vida entera» (1985: 142). 144  Estas imágenes quieren significar que las malas compañías, a través de la imitación de los comportamientos negativos, llevan al hombre hacia el mal camino. Existe una variedad de proverbios españoles que traducen el tradicional italiano «Chi va con lo zoppo impara a zoppicare», por ejemplo: «Quien con perros se echa, con pulgas se levanta», o «Quien con niños se acuesta, meado se levanta», etc.

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dro usaban hablando con él el tono áspero de voz que él tenía. Y así no pongo duda en que tratando con los viciosos tendrá lugar el proverbio que dice que el hombre es lobo y no Dios para el hombre145, y el que enseña que el amigo del loco se hará semejante a él, y que quien manosea la pez precisamente se ha de ensuciar146. 53. No obstante —señor Caballero— lo contrario es más cierto porque bien sabéis que la virtud engendra el mismo efecto que el vicio. Y al modo que un carbón apagado si se acerca a otro hecho brasa al punto se va encendiendo, así también un hombre vicioso y torpe arrimándose a gente de bondad y virtud participa de sus buenas cualidades. En tal manera que no es tan útil a la salud corporal el buen aire y temple de un país, como provechosa la comunicación [f. 27v.] con gente virtuosa a los que tienen la alma indispuesta y si los malos esparcen la semilla de la malignidad en los corazones de quien los trata, lo mismo usan también los buenos. Y como el agradable olor del almizcle147 es causa de un suavísimo arrebatamiento, así también el virtuoso hace sentir a quien tiene cerca un ignorado, pero fragrantísimo olor cuya maravillosa infusión regularmente se queda vivamente impresa en quien la percibe. 54. Ya hemos llegado al punto crítico de nuestro discurso que se reduce a que no se sabrá hacer cosa alguna buena sin que se eche a mala parte y que no se interprete en maligno sentido. A que añadís los grandes peligros y fracasos a que se expone quien conversa con los hombres. En cuanto a esto, desde luego os concedo que la forma de bien vivir está casi desterrada de la tierra, pero ni a los vicios ni a la malicia de otro se les debe permitir tal poder que sean parte a haceros arrepentir de bien obrar; antes bien dejad que cada uno diga lo que quisiere y no hagáis caso de la opinión con que nos alaba o reprende el necio vulgo, porque este como ignorante todo lo toma al revés, sino abrazad en este caso la apreciable sentencia de Epicuro cuando dijo: «No quiero por ningún 145  La sentencia de Plauto en Asinaria —«Lupus est homo homini, non homo» (1763: 66)— es universal en la mayoría de las culturas europeas. 146  Esta sección se concluye con dos proverbios. El primero se encuentra en la Biblia (Proverbia 26:4) y es una reelaboración de «Ne respondeas stulto iuxta stultitiam suam ne efficiaris ei similis». El segundo se lee en el Eclesiástico (13): «Qui tetigerit picem inquinabitur ab ea», que en español corresponde a «Quien anda con pez, se manchará los dedos» o «Quien busca el peligro, en él perece». 147  «Sustancia grasa, untuosa y de olor intenso que algunos mamíferos segregan en glándulas situadas en el prepucio, en el perineo o cerca del ano, y, por extensión, la que segregan ciertas aves en la glándula situada debajo de la cola. Por su untuosidad y aroma, es la base de ciertos preparados cosméticos y de perfumería» (DRAE). Hervás traduce la palabra italiana ‘musco’, que no se ha de confundir con musgo.

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camino agradar ni dar gusto al pueblo, pues lo que celebra no lo sé yo y lo que yo sé no lo alaba»148. Fuera de que hemos menester saber si estando retirado y viviendo solitario gozará quietud vuestro corazón contemplándose acaso libre de las venenosas picadas que imprimen las aceradas lenguas de los malos. Pero no tenéis que fiaros en vuestro retiro, antes bien estad cierto que por evitar una murmuración os haréis blanco de mil [f. 28] porque no faltará quien diga y —al parecer— con algún fundamento que habéis hecho eso o a causa de alguna enfermedad infame y deshonesta, o acaso por no haberos portado con limpieza e integridad en vuestro empleo y que por eso huis la claridad como la lechuza. Otros dirán que estáis igualmente apartado de nuestra santa fe, que de la sobriedad y comunicación con los cristianos y dispondrán el delataros a la Inquisición149. No faltará quien os dé el epíteto de alquimista o fabricador de moneda falsa. 55. Y cuando todo esto no se os oponga, no dejará de haber muchos que afirmen el que llevado de vileza de ánimo y poltronería o de algún humor perezoso y bestial habéis escogido la soledad porque solo los hombres, tocados de semejantes pasiones, son los que aborrecen las compañías150. Con que huyendo del fuego vendréis —como dicen— a caer en las brasas151 y os veréis precisado a volver a la vida acostumbrada, a fin de que os tengan por otro y que al ver vuestra rectitud de vida se desvanezcan las sombras que habían introducido la depravada perversidad de los malos, cuyas vilezas cotejada con vuestra bondad esta resplandecería con mayores lucimientos y vos sentiríais un admirable regocijo en vuestro corazón, conociendo que vuestra virtud os había adquirido esta victoria, conservándoos limpio y puro entre las inmundicias de los viciosos. También debéis advertir que no es de singular alabanza, ni grande mérito el saber ser bueno entre los buenos, antes el primor está en serlo entre los malos152. Fuera de que en tan grande abundancia de jueces inicuos y falsos interpretadores de vuestra vida no faltará en todo tiempo alguno que juzgue justamente y se 148  Al parecer, esta sentencia de Epicuro, filósofo griego que vivió entre 341 y 270 a.C., la mencionó Séneca en una carta (XXIV) a Lucilio: «Si tuvieras delicadeza, me hubieras condonado la última entrega de dinero; pero tampoco yo me mostraré tacaño al saldar la deuda, y te pagaré lo que te debo. “Nunca he pretendido congraciarme con el pueblo, pues lo que yo sé el pueblo no lo aprueba y lo que el pueblo aprueba yo lo ignoro”» (1989: 220). 149  Es decir, como herético. 150  Todas estas acusaciones y maledicencias son aspectos negativos de la vida solitaria. 151  El correspondiente latín de este proverbio se atribuye a Tertuliano en el De carne Christi (6): «de calcaria in carbonariam pervenire» y sucesivamente citado por Erasmo (Adagia 2, 4, 96): «De calcaría in cabonariam quoties fit…» (Cantera Ortiz de Urbina 2005: 56). 152  Se interpreta la sentencia de san Gregorio (Moralia in Job, Lib. I, Cap. I): «Non valde laudable est bonus ese cum bonis, sed bonus ese cum malis».

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[f. 28v.] declare protector de vuestra acciones y buenas obras. Y cuando todos los hombres del mundo se declarasen vuestros contrarios nunca Dios faltaría a vuestra defensa y una vez que pongáis en él vuestra confianza, estad seguro que él os mantendrá firme e incontrastable contra todos los esfuerzos de vuestros enemigos y para su mayor confusión descubrirá la verdad y la hará manifiesta y patente a todo el mundo. 56. Ya sin duda he apurado cuanto se puede decir en esta materia y podréis sin más argumentos conocer con certeza que para gozar de la aceptación común conseguir la perfección de las ciencias y llegar al soberano solio de los honores y elevaciones de este mundo, se hace de todo punto necesaria la conversación y trato. Y que es cierto se equivocará con las bestias el que abrazare la opinión que enseña deberse el hombre atar y atener no más que a sus propios negocios y conveniencias. También tendréis presentes que el retiro es origen de infinitos males y funesto archivo del horror y del espanto, declarados enemigos de nuestra naturaleza y así se ve que todo solitario es cobarde y pusilánime; cuando al contrario el que vive acompañado regularmente es alentado y de grande corazón. Y aun la misma experiencia nos hace conocer que la soledad incita a cometer no pocas infamias y hace se presuma de nosotros lo que nunca fue espoleándonos también muchas veces a incurrir en desatinos de marca mayor. 57. En los tiempos pasados dio bastantemente a entender esto mismo el filósofo Crates153 cuando encontrando [f. 29] a cierto joven en un sitio excusado le preguntó qué hacía allí solo, a que respondió el joven: «Yo estoy hablando conmigo mismo». Y entonces replicó el filósofo: «Pues mira bien lo que haces no sea que acaso hables con un hombre muy malo». Qué más queréis que os diga, sino que igualmente se le pudiera aplicar el eléboro154 a un solitario que a un loco y que cualquiera que atienda a la etimología de esta palabra ‘hombre’ —la que en sentir de muchos significa en lengua griega lo mismo que ‘junto’155— conocerá sin detención que no es perfecto hombre el que no se junta y conversa

153  Crates

de Tebas (368-288 a.C.), filósofo cínico discípulo de Diógenes de Sinope. La anécdota relatada por Guazzo fue mencionada por Séneca en una de las cartas a Lucilio (10, I): «Crates, según dicen, discípulo de ese mismo Estilpón al que me referí en la epístola anterior, habiendo visto a un jovencito que paseaba solitario, le preguntó qué hacía allí él solo. Respondió: “hablo conmigo mismo”. A lo que Crates arguyó: “ponte en guardia, te lo ruego, y presta cuidadosa atención: estás hablando con un hombre malo”» (1989: 130). 154  Planta antiguamente utilizada para curar la locura. 155  Sobre esta etimología y la teoría de la sociabilidad del hombre, véase La Philologie Humaniste et ses Representations dans la Theorie et dans la Fiction (Muecke; Campanelli 2017: 74-75) y la explicación de Quondam (Guazzo 2011 II: 245).

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con los demás. De forma que el que no frecuenta se hace incapaz de esperar cosa alguna; el que no tiene esperanza carece de discurso y faltándole este al hombre en nada se diferencia de una bestia irracional. § VIII 58. CABALLERO. No creo yo que el viento septentrional disipe con igual fuerza los nublados que embarazan el aire, como vos lo habéis hecho conmigo en esta ocasión serenando enteramente mi espíritu y ahuyentando las tinieblas que le ofuscaban y constituían totalmente inútil en la soledad156. Yo empiezo a considerar que de vuestro discreto discurso se puede seguramente deducir esta conclusión: que se debe de todo punto exterminar del mundo la vida solitaria y recibir en su lugar la conversación como verdaderamente saludable, no menos a nuestra alma que al cuerpo. Pero no me atrevo a concedérosla indistintamente, viendo que hay algunas ocasiones en las cuales la soledad es no solo provechosa sino también [f. 29v.] inexcusable a toda suerte de persona, para su bien y para la felicidad de la vida así interior como exterior, por lo que me parece se debiera hacer alguna mención de esta circunstancia. 59. ANÍBAL. ¿No os acordáis que al empezar nuestro discurso dije que para proceder con la debida claridad era preciso tener presente la distinción que se observa así en la conversación como en la vida solitaria? CABALLERO. Es cierto. ANÍBAL. Pues ya me parece tiempo de dejar el discurso tomado en general y que vengamos a las particularidades que entonces propusimos a fin de evitar la confusión que puede ocasionar su ignorancia en la prosecución de nuestra plática. Confiésoos, pues que no se debe del todo abatir ni extrañar la soledad que hay ocasiones —como vos decís— en que es útil y necesaria. Y así se debe en primer lugar advertir que a veces el hombre está solo entre las compañías y otras veces se halla acompañado en medio de la soledad. CABALLERO. Perdonadme que interrumpa vuestra narración y me queje de la obscuridad con que me habláis, pues es tanta que me parece que solamente escucho enigmas y, sin duda, necesito de un Edipo que me las aclare e interprete157. 156  Las

explicaciones de Aníbal barrieron como el viento de tramontana («aquilone») casi todas las dudas de Guillermo. Sin embargo, quedan por aclarecer algunos detalles. 157  Guillermo pide al médico que le explique más claramente lo que acaba de mencionar. Con esta intención, recurre a una manera de decir proverbial mencionando una de las leyendas clásicas más conocidas, la de Edipo, rey de Tebas, quien supo resolver y aclarar los enigmas del oráculo de Delfos.

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60. ANÍBAL. Yo las declararé y, primeramente, os digo que hay un género de soledad tan rara y perfecta que está privada de todo comercio y trato humano, no solo por algún tiempo determinado, sino por todo el discurso de la vida a la cual se han dedicado algunas personas virtuosas. Con tan crecida pasión que, estando muertos de todo punto al mundo, eligiendo la mejor parte y manteniéndose en esta forma solos —si se deben llamar solos, los que tienen a Dios en su compañía— acabaron dulcemente sus días [f. 30] después de una vida en gran manera penitente158. Y esta tal vida no la puede nadie conseguir sin un don singular y gracia especial de Dios sin la cual, el que se atreve a abrazarla, se expone a un conocido peligro de su salvación y viene a comprenderse en el proverbio que dice: «Maldito sea el hombre que está solo, porque este, cuando caiga, no tendrá quien le levante»159. De esta tan excelente soledad no estoy en ánimo de hablar con más extensión, remitiendo este discurso a los doctores y teólogos. Pero vengamos a aquella que es menos perfecta, la cual no se desdeña de la conversación y tiene sus tiempos. De esta hallo que hay tres especies: es, a saber, soledad de lugar, de tiempo y de espíritu160. 61. Soledad de tiempo se puede entender del silencio nocturno o de aquel espacio de tiempo en que un solo hombre habla delante de muchos. La que —como podréis creer— es no menos provechosa que precisa a todo género de gentes mirando a lo mucho que se aprende por la viva voz no solo de aquellos que leen, sino de los que discurren en público, la cual voz —como hemos dicho— goza mayor fuerza que los escritos de los autores que Dios haya161. Soledad de lugar es aquel particular sitio que cada uno se escoge con intención de retirarse apartado y escondido de la humana conversación. Pero se debe notar que muchos se reducen a esta soledad de lugar obligados de diversos motivos. 158  Se trata de la tradición monástica y eremítica que empezó desde el principio del cristianismo. En este caso, Guazzo hace referencia a las formas más extremas, como los anacoretas o las más rígidas de clausura de las órdenes monásticas. 159  En este proverbio se parafrasea la sentencia bíblica del Eclesiastés (4:9-10): «melius ergo est duos simul esse quam unum habent enim emolumentum societatis suae 10 si unus ceciderit ab altero fulcietur vae soli quia cum ruerit non habet sublevantem». 160  Estas tres formas de soledad se encuentran en Petrarca: «Tres maneras hallo yo, si no me engaño, que hay de la soledad. La primera es soledad de lugar, y de esta hemos hablado arriba; otra soledad es de tiempo, así como es la que se pasa en las noches donde hay silencio y quietud de todas las cosas; otra soledad hay del camino, como es aquella que tienen muchos en la profunda contemplación y arrobamiento de espíritu, aunque en el medio del mundo andes y a vueltas de la plaza, no sabiendo lo que allí se hace, los cuales dondequiera y comoquiera que estén se hallan solos, y de esta hacemos principal fundamento por ser más propia y verdadera…» (1994: 100). 161  Se refiere a los predicadores y escritores de obras religiosas y espirituales: «[…] ha maggior forza di quel ch’abbiano le carte degli scrittori» (Guazzo 2010 I: 35).

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Unos, a fin de verse libre de los afectos del mundo, lo que procuran entablar, por cuantos medios y caminos les es posible para habilitarse a levantar su corazón y mente a Dios y unirse [f. 30v.] con él por medio de la contemplación de sus admirables obras con imponderable satisfacción de su espíritu y conocido provecho de sus almas; otros, se retiran para alcanzar con el estudio y la especialización el fruto que se espera de las ciencias y buenas letras y, otros, finalmente para conferenciar entre sí mismo algunos graves negocios tanto públicos como particulares. 62. Todas estas soledades de lugares elegidas y practicadas en tiempos proporcionados tienen especial virtud de sutilizar los espíritus, y de asegurarles el camino más fácil y derecho para el ejercicio de las acciones necesarias a la conversación. Y si consideramos con reflexión la fábula de Prometeo aprisionado por Júpiter en la eminencia del Cáucaso, y su corazón devorado cada día por una águila, veremos que por el monte no se significa otra cosa que la soledad y por la águila la contemplación que penetra nuestros corazones y como que nos los hurta162. Así también las llanezas de la luna con Endimión nada más dan a entender, sino que él empleaba muchas noches en la investigación de los entes celestes de donde le provino la excelente inteligencia que gozó de la Astrología163. Ni en Atlante manteniendo en sus hombros lo del cielo se representa otra cosa que el exquisito conocimiento que tuvo de los movimientos superiores por medio de la contemplación164. Del mismo modo los hombres así retirados, aunque se puede decir están solos atendiendo al lugar en que se mantienen si se mira a la diversidad de especies que ocupan su entendimiento no hay duda en que se hallan con bastante compañía. Y de aquí tomó Escipión motivo de decir que nunca estaba menos solo, que cuando solo, ni menos ocioso, que cuando no hacía nada, por 162  Sobre esta fábula habla Hesíodo, poeta de la antigua Grecia que vivió en la segunda mitad del siglo viii a.C., en su Teogonía (507-606). 163  Al igual que otros mitos que se encuentran en la CC, el del sueño de Endimión llegó a ser un lugar común en varios autores, desde Erasmo (Adagia, 863: «Endymionis somnum dormis»), hasta el Siglo de Oro con el Endimión del poeta Marcelo Diaz Callecerrada (Madrid, 1627). 164  La alusión es a la fábula de Atlante, «hijo de Júpiter, y Climena. Fr. y Lat. Atlas. La fábula dice que fue rey de Mauritania, y que mostrándole Perseo la cabeza de Medusa, le convirtió en el monte de su nombre. Ovidio, Met. 1. 4. dice que Atlante llevaba al Cielo sobre sus hombros: créese que se dijo esto, o porque fue un gran Astrónomo, que encontró el primero el uso de la esfera, o porque el monte en que fingieron se había convertido, es muy alto y parece que sostiene con su cumbre el Cielo. Algunos le hacen hijo de Jafet, otros del Cielo y otros quieren que no sea inventor de la Esfera sino Arquímedes, pero como quiera, Diodoro afirma que era un gran astrónomo, y que subía al monte de su nombre a observar los astros, lo cual dio fundamento a la fábula. Algunos admiten tres Atlantes» (Terreros y Pando 1786: 184).

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cuanto, retirado en la soledad, discurría en aquellas [f. 31] insignes operaciones que podían conducir al aumento de su gloria y reputación165. 63. Pero no se ha de callar que, así como este retiro es saludable y necesario al espíritu, así también es regularmente nocivo a la robustez y disposición corporal. Y aun por eso, os advertí al principio166 que procuraseis evitarle porque, cuanto más el hombre es agudo y de ingenio delicado, tanto más se emplea estando retirado en contemplación sutiles y exquisitas por cuyo medio suele caer en grandes y diversas indisposiciones. Y no quiero decir en esto que todos los que emprenden esta soledad de lugar es precisamente para entregarse a estudios honestos y razonables especulaciones. Siendo así que hay muchos que estando en semejante retiro no se les caen de las manos algunos librillos llenos de mil impurezas y abominables liviandades de las que ni la vergüenza ni la honestidad me permiten que hable y procuran adelantarse en la obscenidad de esta doctrina con increíble fatiga, empleándose en ella continuamente. Y estos indignos bien pueden decir que aprenden más infamias y maldades en semejante soledad que en los lugares públicos y frecuentación de las compañías. Pero alabado sea Dios y la providencia de nuestros abuelos que tan justamente han condenado al fuego los escritos de este jaez167. Pues sus autores los habían echado al mundo para ser instrumento y ocasión de mil efectos detestables. 64. Digo también que muchos se constituyen solitarios incitados de bajeza de ánimo por no emplearse en los negocios y ocupaciones que debieran admitir por su propio bien o el de otros, y se mantienen sepultados en el lecho de la pereza, sumergidos y encerrados en su inútil deseo y ociosidad, como lo está un gusano en el corazón de una manzana podrida168 y de quienes se puede decir que la alma les sirve solamente de sal para preservarlos de corrupción y que apesten el mundo169. Yo he conocido más de dos de estos pierde tiempo que todo [f. 31v.] su deleite fundan en estarse lo más del día encerrados sin hacer maldita de Dios otra cosa que oprimir con la pesadez de sus cuerpos flojos y apoltronados la delicadeza de un catre bien mullido. Y con todo eso están tan rematados que quieren hacer creer han empleado este tiempo tan mal gastado en admirables 165  Este exemplum histórico se encuentra en Cicerón (De officiis, III, 1) y sucesivamente trascrito por Petrarca: «Nunca me hallo menos solo que cuando me paresce que lo estoy, ni ocioso menos que cuando estoy solo» (1994: 89). 166  Véase el punto 14, ff. 10-10v. 167  Se refiere al Índice de los libros prohibidos, ya en vigor a partir de 1549. 168  Hervás cambia totalmente la imagen que propuso Guazzo en la CC italiana: «come si conserva il musco nella bambagia» (Guazzo 2010 I: 36). 169  La sal se utilizaba para la conservación de alimentos.

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ocupaciones. No veo vez alguna estos para poco o para nada que no disculpe y aun alabe al emperador Domiciano, el cual gustaba de entretenerse en atravesar las moscas con un punzón porque al fin este ya hacía algo. Y más quería ocuparse en hacer morir las moscas que permitir que su espíritu se aniquilase en la ociosidad170. Y bien que en esto se hiciese digno de ignominia y reprensión, no era tanto por tal ejercicio como por lo que se alejaba de los negocios proporcionados a su esfera y de los empleos correspondientes a la majestad de un tan grande príncipe. De aquí podremos concluir que el que abandona la vida activa por abrazar la contemplativa se le debe toda alabanza; como por lo contrario, el que estando en la vida activa rehúsa las compañías no por algún prudente motivo, si solo por mero aborrecimiento de los sujetos o por sola pereza o desesperación, es acreedor a eterna infamia. 65. Pero baste de soledad de lugar y vengamos a la de espíritu. La cual sucede cuando un sujeto está personalmente en compañía de muchos y su espíritu está del todo retirado y recogido en sí mismo. Como le sucedió en los siglos pasados a cierto filósofo, al cual como hubiese hablado largamente uno que lo tenía por costumbre, pidiéndole este le perdonase, si acaso le había servido de enfado con lo dilatado de su discurso, respondió: «No hay de que, por que no os he escuchado una sola palabra»171. CABALLERO. Yo conozco muchas personas que tienen especial gracia de mostrarse con los ojos, rostro, acciones y demás señales exteriores muy atentos a los razonamientos de otros y, por otra parte, tienen el pensamiento en donde les parece y a un mismo tiempo están [f. 32] ausentes y presentes, cumpliendo de una vía con otros y consigo mismos172. 66. ANÍBAL. Aunque semejante discreción es común a muchos sujetos de gran talento, ahora me acuerdo que es muy propia de madama Margarita Stanga 170  El emperador romano Tito Flavio Domiciano vivió entre los años 51 y 96, y es protagonista

de varios exempla acerca de la ociosidad entre los escritores de la época de Guazzo e incluso más tarde, como demuestra el poema XXVI de Quevedo: «Emperador araña Domiciano, / cazando moscas, infamó sus canas; / cuando cerrando puertas y ventanas, / pudo limpiar las siestas al Verano» (1794: 23). 171  La anécdota se encuentra en Plutarco (De garrulitate, 503B; Sobre la charlatanería, VII) y el filósofo mencionado es Aristóteles: «[…] según Arquíloco y, por Zeus, según el sabio Aristóteles. Pues también este mismo, importunado por un charlatán y fatigado por unas extrañas historias, cuando aquél le decía repetidamente: “¿No es asombroso, Aristóteles?”, le replicó: “No es eso lo asombroso, sino que alguien sobre dos pies te soporte”. A otro parecido que le dijo tras muchas palabras: “Te he cansado con mi charla, filósofo”, “No, por Zeus”, le dijo, “porque no te prestaba atención”» (1995: 247). Este mismo exemplum también se encuentra en Guicciardini (1990: 99-100, 151) con el título de Gli uomini dotti non prestar gli orecchi a’ cicaloni. 172  Estas frases parecen fruto de la experiencia personal de Guazzo.

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y que esta soledad goza su centro en el gentil espíritu de esta señora173. La que, por la gravedad de su semblante, por la excelencia de sus gracias, perfecciones y virtudes y, finalmente, por sus exquisitos modales y partidas es mirada de las otras damas de esta ciudad, sino con envidia a lo menos con admiración. Esta pues a todas luces insigne heroína bien que en las visitas y asambleas dé a entender que está muy presente y atenta, así por su semblante como por sus visitas a tiempo y lo concertado de sus razones. No obstante, lo transparente de sus ojos, muestra como un cristal que su espíritu admirable está del todo desviado de las filaterías del mundo y recluso en sí propio a fin de practicar más nobles, dignos y honestos pensamientos y con este medio imposibilita aun la más cenceña esperanza que acaso pudiera formar o la malicia corriente, o el conocimiento de sus maravillosas prendas. Y así se le pudiera decir: «Madama, al tiempo que mis venturosos ojos se saborean y deleitan al ver que ponéis los vuestros en mí, advierte claramente mi miserable alma que vuestro pensamiento está muy lejos de vuestra vista. Y así os diré —y diré la verdad— que a un mismo tiempo dais la vida a mis ojos y la muerte a mi espíritu»174. 67. Pero volvamos a la soledad del alma. Yo quisiera que el hombre de sano entendimiento usase de esta cuando se encuentra y conversa con gente perversa, a quienes y a sus palabras debe cerrar los oídos, como hizo Ulises al canto de las sirenas175. Y al modo que la lluvia o la nieve no nos impiden hacer algún viaje, cuando hay previsión, antes nos proveemos de reparos conducentes a la defensa de semejantes incomodidades del tiempo. Así es justo que siguiendo la peregrinación [f. 32v.] de esta vida común, nos prevengamos contra todas las tempestades de los malos, adornándonos interiormente de un fuerte e invencible coraje contra los impíos deseos de otro, los que no es lícito advertir ni obedecer por ningún camino176. Y pues antes os di palabra de volver a hablar en Diógenes, no será razón ocultaros las sabias respuestas que dio en el asunto que tratamos, entre las cuales es esta. Motejándole uno el que diese a tratar de 173  El modelo de discreción, es decir, la virtud de la sensatez para hablar u obrar que cumple con el «justo medio» es Margherita Stanga, una dama de Casale celebrada por su «gentile spirito», por la transparencia de sus pensamientos, por su soledad de ánimo. 174  Es el mismo Esteban Guazzo quien escribe este madrigal a la dama de Casale. 175  El episodio de Ulises que se resiste al canto de las sirenas (Odisea, canto XII, 37-54) es un lugar común de la tradición clásica y remarca, en este caso, que cada persona es dotada de un sano juicio. 176  La vida como peregrinación del hombre es otro de los adagios mencionado por Erasmo (Adagia), que escribió citando a Platón: «Peregrinatio quaedam est vita. Socrates in Axiocho Platonis adfert hanc sententiam, ut vulgo apud omnesdecantatam. Haec sententia frequenter occurrit in sacris voluminibus, vitam hanc ese exilium, ese incolatum & peregrinationem, & c.» (1663: 609-610).

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gente viciosa respondió: «También el sol esparce sus rayos sobre sitios inmundos y no por eso se ensucia». A otro que le afeó lo mismo dijo: «El médico todos los días se arrima a los enfermos sin que se le pegue el mal»177. Y a la verdad las costumbres corrompidas no se unen ni encarnan en el alma pura y honesta, y el hombre bien criado y virtuoso no se altera por el trato con los viciosos, los que ningún poder tienen sobre él, porque —como dice el adagio— en vano se tienden las redes cuando los pájaros lo miran178. Y hablando con ellos será fácil portarse como si no estuviera allí siguiendo la norma de aquel discreto en cuyo estudio como hubiese entrado un payo —según cuenta Esopo— y le preguntase que como podía vivir tan solo le dijo: «Únicamente estoy solo desde que habéis entrado aquí»179. Significando en esto que el hombre sabio entonces está más solo cuando se encuentra entre ignorantes de quienes su mente está distraída y su voluntad alejada. Pero ya me parece ocasión de dar fin a este discurso, puesto que, habéis ya entendido qué soledad es útil y necesaria y cómo se debe practicar conversando con los hombres. 68. CABALLERO. En cuanto a esto, estoy enteramente satisfecho, pero me parece que todavía está el discurso imperfecto y quisiera le dieseis el fin que le compete porque no me parece bastante que me hagáis conocer la utilidad de la conversación si pasando adelante no me declaráis qué especie de plática se debe escoger para conseguir los bienes que habéis propalado. ANÍBAL. Muy bien decís, pero, aunque yo acabe de hablar sobre la cualidad de la conversación, según me pedís, no por eso se finalizará el engarce y trabazón [f. 33] de nuestros discursos porque después se haría preciso el tratar la materia en general y deducir los medios que se deben observar en la conversación. Y aún no se había concluido con esto porque al modo que nosotros los médicos no ordenamos para toda enfermedad de ojos un mismo colirio, así también no se debe conversar con todos los hombres de una misma manera180. 177  Los

dos dichos se encuentran en el libro VI 6 de Diógenes Laercio: «Como le criticaran una vez por el hecho de tratar con gente de malvivir, dijo: “También los médicos andan en compañía de los enfermos, pero no tienen fiebre”. Consideraba absurdo apartar del trigo las pajas y en la batalla a los inútiles, y, en cambio, no eximir a los malos del servicio ciudadano» (2007: 281). 178  «De nada sirve tender la red a la vista de todos los pájaros, pero aquellos acechan su propia vida[a] y acabarán por destruirse a sí mismos. Así terminan los que van tras ganancias mal habidas; por estas perderán la vida» (Libro de los Proverbios [1:17-19]). 179  «Un Villano andò da un Poeta, perchè lavorasse i suoi campi, e trovandolo con i Libri, gli disse: “Come può essere, che tu stai sempre solo?” a cui il Poeta rispose: “io son solo ora, che tu sei venuto quà”. Sentenza della favola. La favola significa, che un uomo letterato è solo, quando sta frà gl’ignoranti» (Landi 1575: 430). 180  Se refiere a los médicos ignorantes que aplican los mismos medicamentos para enfermedades diferentes. Este proverbio se encuentra en Erasmo: «Eodem collyrio mederi ómnibus» (Adagia, 1672).

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Por lo que se hacía inexcusable discurrir juntamente sobre las particularidades de lo que se ha de tratar con todos sujetos. Y así, si desde la raíz de este árbol queréis por partes distinguir y especificar el tronco, las ramas, las hojas, las flores y el fruto, dejo a vuestra consideración si un solo día bastará para tan grande empresa181. 69. CABALLERO. Pues esta materia al paso que provechosa es agradable. Ruégoos que en estos tres días espero mantenerme aquí, empleemos el poco tiempo que os sobra de vuestras visitas en este asunto y tengáis a bien el exponerme todo lo que pertenece al hecho de la conversación, para que, conversando yo con cualquiera que sea, pueda tener la seguridad de que no he olvidado ni omitido cosa alguna de las que se deben observar. ANÍBAL. No soy yo capaz de satisfacer enteramente a vuestro deseo, porque si pretendo registrar todas las particularidades de la conversación, será imposible concluirlas o, a lo menos, se necesitarán muchos meses porque no es obra de pocos días. Fuera de que, se ha de tener presente que, como dicen los filósofos, no se puede tener cierto y determinado conocimiento de las cosas particulares tratadas en particular182. Y así tengo por suficiente el hablar de lo que se requiere singularmente en la conversación y, al mismo tiempo, introduciré otros acontecimientos y circunstancias y acaso en tan buen número que espero quedéis satisfecho y gustoso. 181  Esta

sección es la base de la CC. No existe una sola conversación sino varias y dependiendo de las diferentes personas y de su rango. La gestión de las relaciones interpersonales se encuentra en el principio de conveniencia de la Ética nicomáquea de Aristóteles: «En general, pues, cabe decir, por una parte, que este hombre tratará con los demás como es debido, y, por otra, que, para no molestar o complacer, hará sus cálculos mirando a lo noble y a lo útil. Pues parece que su objeto son los placeres y molestias que ocurren en las relaciones sociales: así, si fuera, a su juicio, innoble o perjudicial dar gusto, rehusará hacerlo y preferirá disgustar; y si una acción va a causar daño y no pequeña inconveniencia, mientras la contraria va a producir una pequeña molestia, no aceptará la primera, sino que demostrará su disconformidad. Su conducta con los hombres de posición elevada y con el vulgo será diferente, y así, también, con los más o menos conocidos; igualmente, con respecto a las demás diferencias. Dará a cada uno lo que se le debe, prefiriendo el complacer por sí mismo, evitando el molestar y atendiendo a las consecuencias, si son más importantes, esto es, lo bueno y lo conveniente, y, en vista de un gran placer futuro, causará alguna pequeña molestia. Tal es el hombre que tiene el modo de ser intermedio, pero no ha recibido nombre» (1985: 228-229). 182  La referencia a los filósofos demuestra el respaldo de la auctoritas, es decir, unas opiniones socialmente reconocidas. Entre los filósofos que mencionaron esta fórmula, especialmente la del «justo medio», se encuentra Aristóteles en la Ética nicomáquea: «Pero convengamos, primero, en que todo lo que se diga de las acciones debe decirse en esquema y no con precisión, pues ya dijimos al principio que nuestra investigación ha de estar de acuerdo con la materia» (1985: 160). Se halla también un rastro de esta observación en la carta 94 de Séneca a Lucilio (1989: 161-171).

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70. CABALLERO. Ciertamente al presente conozco no solo por la variedad de materias y ocurrencias que se presentan en las pláticas de los hombres, sino también por la disimilitud de la vida y genios que sin duda emprenderéis un hecho mucho más insuperable y dificultoso que todos los doce trabajos de Hércules, si os ponéis a tratar este punto con todos sus requisitos183. Porque siendo los hombres tan diferentes en esfera, estado, condición, vida, costumbres y profesiones, será difícil y pediría tiempo muy dilatado el asentar [f. 33v.] lo que le toca a cada uno —según las cosas ya referida— y a aquellos que han de tratar con ellos. Y creo que, aunque a todos se les prescribiese su forma de vivir, no se habría andado todo porque estoy en el entender de que, no solo se ha de mirar a la distinción que se encuentra de una especie a otra, sino también a la que hay entre los individuos de una sola especie. Es a saberlo que distan los mozos de los ancianos y la incompatibilidad de un hidalgo con un plebeyo y juntamente lo contrario que es el joven no solo al genio del anciano sino también a los de su misma edad. 71. ANÍBAL. Puesto que semejantes diferencias se encuentran en todas las especies, yo me resuelvo a proponer algunos puntos generales que hagan a todo y sean como fórmula y modelo de todo lo demás. Y en cuanto a la forma que se requiere en la frecuentación de personas diferentes en esfera y condición —según habéis propuesto— no estoy en ánimo de detenerme a tratar enteramente de su deber, no a deslindar todas las virtudes morales pertenecientes a la felicidad de la vida. CABALLERO. Pues, ¿por qué huis la cara a ese empeño?184 ANÍBAL. Hay dos motivos que me fuerzan: el uno es que así en las lenguas latina y griega, como en todas las otras, hay en el mundo innumerables libros llenos de preceptos filosóficos. CABALLERO. Sí, y al paso que abundan los libros de filosofía en nuestros tiempos es muy limitado el número de los filósofos. Pero pasad al otro motivo. ANÍBAL. El otro, y más principal, es que si intento hablar ampliamente de las virtudes morales sería preciso acomodarme a los sujetos de mucho entendimiento y superior capacidad. Pero habiéndome obligado a discurrir sobre 183  También en uno de los Adagia (1001) de Erasmo se encuentra esta analogía ilustrativa de las fatigas de Hércules: «Herculei labores, bisariam accipiuntur, partim plurimi atque ingentes, quique vites desiderent Herculanas quemadmodum usurpavir Catullus: Sed te, inquit, quaerere iam Herculis labos sit». 184  Con esta pregunta Guillermo empieza con toda una serie de cuestiones, dudas, objeciones, etc. que fija aún más la estructura dialógica de la CC, la cual, según el médico, se aleja del clásico tratado de ética para abrazar, por otro lado, un discurso universal y que funcione con el apoyo de lugares comunes, proverbios, adagios, ejemplos, fábulas, dichos, etc.

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los particulares modos de conversación que se deben observar por todos y con todos. Es también puesto en razón que atienda al bien universal de todos y que me haga cargo de que la mayor parte de los hombres está destituida igualmente de la virtud moral e intelectiva que de la aptitud, entendimiento y discurso proporcionados a penetrar estas delicadezas. Y sería despropósito —no quiero decir locura— querer usar de orden y método con semejante gente, hablándole en estas virtudes185. 72. CABALLERO. Estoy muy satisfecho de cuanto acabáis de proferir [f. 34] y por cuanto está cerca la hora de que vayáis a visitar vuestros enfermos, será bien que hagamos alto y mañana —si os dais por servido— cobraremos el hilo de nuestro discurso aquí o en vuestra posada, según más fuere de vuestro agrado. ANÍBAL. Si os halláis gustoso, todavía puedo detenerme algún tiempo186 y no sabremos elegir para nuestro empeño lugar más apropiado que este, el cual recrea y conforta los espíritus y les convida a discurrir cosas raras y sublimes a causa de la variedad y buen gusto de las pinturas que se ofrecen a la vista187. CABALLERO. Proseguid enhorabuena, pues gustáis de ello y creedme que mis oídos no escucharían armonía más agradable que la presente. §. IX 73. ANÍBAL. Habéisme pedido que declare el género de conversación que se debe entablar para conseguir aquella perfección que hemos delineado y, dejando otra cualquiera, solo trataré de la civil188. CABALLERO. ¿Qué entendéis por esta palabra ‘civil’? 185  La

decisión de Aníbal es la dirigirse a un lector medio, no especialista en este tipo de discurso, tanto el intelectual como el moral, sino que esté disponible para recibir una enseñanza totalmente centrada en la ética a través de las formas filosóficas debidas. 186  En la CC italiana se lee «Se a voi non dispiace, io posso star qui acconciamente» (Guazzo 2010 I: 14). Nótese la elegancia y tendencia a simplificar de Hervás que vuelve «acconciamente» (‘en manera oportuna’; ‘sin problema’) en «algún tiempo» para facilitar la lectura de su versión. 187  Guazzo ofrece al lector un detalle descriptivo típico en la tradición dialógica y necesario para la localización de los personajes. Las pequeñas habitaciones («picciole e rimote stanze» [Guazzo 2010 I: 14]) donde se realiza la conversación están repletas de libros y pinturas. 188  A partir de esta afirmación se entra en el corazón de la CC. La única conversación que guía a los interlocutores hacia la virtud es la civil, adjetivo que se explicará en seguida. Quondam (Guazzo 2010 II: 97) explicó detenidamente las conexiones entre la CC y el De Sermone del humanista italiano Giovanni Pontano (Cerreto di Spoleto, 1426-Nápoles, 1503). Este último afirmaba antes de Guazzo que una conversación es pertinente a los usos civiles con una retórica o poética cuando es orientada hacia el agradable y familiar (I, 3 2). Se encuentran muchas afinidades entre la visión de Guazzo y la conversación descrita por Cesare Ripa en la tercera parte de su Iconologia (1618: 587), obra que se publicó después de la CC.

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ANÍBAL. Si queréis que os la construya, necesito antes preguntaros si conocéis algún ciudadano que se porte incivilmente en sus acciones. CABALLERO. No hay duda que conozco más de uno. ANÍBAL. Quiero también que me digáis si sabéis de alguno que viva civilmente. CABALLERO. A muchos conozco que viven de esa suerte. ANÍBAL. Advertid ya la verdadera interpretación de este vocablo ‘civil’. Pues venimos a concluir que el vivir el hombre civilmente, en ninguna manera depende de las leyes civites o de cada ciudad, sino de la cualidad de los espíritus189. En este mismo sentido, hablaré de la conversación civil no mirando a lo común y universal de una ciudad, sino a las particulares acciones y modos de vida que constituyen al hombre civil y prudente190. Y, al modo que las leyes y costumbres civiles se comunican no solo a las ciudades y pueblos crecidos, sino también a la villas, lugares y aldeas del territorio, así también quiero yo que la conversación civil se entienda igualmente con los que viven en una misma [f. 34v.] ciudad que con otro cualquiera sujeto en cualquiera parte se halle191. Y finalmente que la tal conversación sea decente, política y urbana192. CABALLERO. De cuanto acabáis de razonar comprendo cuán lato y espacioso es el campo en que vamos a entrar y me apercibo a oír cosas no menos peregrinas y raras que agradables y provechosas. 74. ANÍBAL. Imitando a los pilotos y marineros que ante todas cosas aprenden a conocer las señales de los vientos que causan tempestades, los bajíos, escollos y demás peligros contrarios a la navegación, a fin de que anteviendo los infortunios los puedan evitar y escoger tiempos y lugares oportunos para sus viajes, así nosotros cuando deseamos entender verdadera y fundamentalmente 189  Al método de interrogación mayéutico empleado por Guillermo, Aníbal contesta con precisión sobre el término ‘civil’. Según Guazzo, este adjetivo no representa un estado social ni concierne a la manera de vivir en una ciudad, ya sea de ciudadano civil o incivil, sino que procede de la virtud de cada uno y su «qualità dell’animo». En suma, no es una connotación que se adquiere desde el nacimiento o residencia, puesto que es una conquista personal, un logro conseguido a través del comportamiento. 190  Siguiendo a Guazzo, el proceso de civilización depende de las costumbres y, sobre todo, de las maneras (del francés manière), que según Aristóteles interesaban la virtud como actividad y a la vez como conquista. En la contemporaneidad, el análisis y el proceso de civilización han sido objeto de estudio de varias obras del sociólogo Norbert Elias (2009; 2016). 191  La ley interior que regula la CC es la universal y general. No se extiende simplemente a los ciudadanos en sentido estricto (ellos pueden ser también inciviles), sino a todo tipo de persona y de cualquier condición social. 192  El cambio de los adjetivos por parte de Hervás es tajante, ya que en la CC se lee: «e insomma che la conversazione civile sia onesta, lodevole e virtuosa» (Guazzo 2010 I: 40).

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cuál sea la conversación civil para usar de ella, debemos sobretodo no ignorar cuáles son las pláticas inciviles para huirlas. Y ciertamente las malas compañías se deben abominar no menos por el detrimento que ocasionan las dañosas infecciones de las costumbres corrompidas e inquinadas que por la opinión que otros pueden formar, pues sin duda nos harán semejantes a aquellos a quienes nos juntamos. Lo que bastantemente da a entender el proverbio que dice: Dime con quién andas y direte quién eres193.

Y no ha mucho tiempo que el señor Francisco Pugiella194, uno de nuestros académicos, tan docto en las leyes como político en las conversaciones, me dijo que un célebre doctor de su facultad afirmaba que se da más o menos crédito a la deposición de un testigo, según el informe que se hace de su vida y de las buenas o malas compañías que acostumbra195. 75. Y no quisiera tuviesen a mal si al tiempo de investigar cuáles son las compañías perniciosas, hiciese yo para facilitar mi intento una cierta distinción de hombre a mi arbitrio y contra el común juicio de los demás. De forma que yo contemplo la naturaleza del hombre de una manera en el mismo y, de otra, en la conversación con otros. Mirando pues simplemente a la plática, propongo tres especies de hombres a los cuales por ahora daremos el nombre de buenos, malos y medianos o indiferentes196, hasta que encontremos palabras más propias y vocablos más significativos. CABALLERO. ¿En qué estriba que estas dicciones no expliquen con propiedad lo que significan? ANÍBAL. En que estas voces ‘bueno’ y [f. 35] ‘mediano no bastan para especificar todas las especies de hombres de quien estoy en ánimo de tratar. Y esto lo penetrareis mejor con el ejemplo de aquellos que están verdaderamente 193  Desde

la tradición griega, el tema de las malas compañías ha sido ampliamente utilizado por todo tipo de literatura europea. Existe un repertorio de variantes bastante extenso, pero en este caso procede de Libro de los Proverbios (13: 20): «El que anda con sabios, sabio será; mas el que se junta con necios será quebrantado». 194  Francisco Pugiella, doctor en derecho, fue autor de varios escritos, tanto de carácter poético —algunos madrigales los dedicó a la familia de Medici (cf. Moreni 1826: 273)—, como epistolar (Guazzo 2010 II: 102-103). La transcripción de la carta se encuentra en el siguiente enlace: . 195  Las buenas y malas compañías se reconocen a través de los testigos «oculares» válidos en la praxis jurídica y siguiendo a Plauto: «Pluris es oculatus testis unus quam auriti decem», es decir, «más vale un solo testigo ocular que diez de oídas» (Cantera Ortiz de Urbina 2005: 176). 196  Hervás dobla el término «mezani» para conseguir un significado parecido al italiano, que en este caso no significa ‘justo medio’, sino los que están entre los buenos y los malos.

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sanos y tienen sus cuatros humores197 con los órganos que de ellos dependen en el debido temperamento y, al mismo tiempo, las otras partes que llamamos compuestas o instrumentales —cuales son los miembros del cuerpo— gozan en ellos admirable simetría y proporción198 sin discrepar en nada una de otra. 76. Ahora pues, esta sanidad a pocos o ningunos individuos es concedida. Y no por eso dejan de llamarse sanos aquellos que, aunque padezcan alguna intemperie o desproporción corporal, se sienten bien y viven con salud lo más de la vida sin necesitar medicamentos y, en suma, tienen más de sanos que de enfermos. Así cuando hable de los buenos no quiero entender aquella excelencia de bondad que no admite defecto ni alteración, y la que es más singular en el mundo que el fénix199, sino que debajo de este nombre comprendo todos aquellos que están en buen crédito con todos y son los que más se acercan a esta perfección. Y cuando diga medianos, no pretendo significar aquellos que son medio buenos y medio malos, como lo entendió cierto historiador que hablando del emperador Galba llamó a su espíritu mediano200, porque contrapesando los vicios a sus virtudes se hacía difícil de discernir, si se debía colocar en el número de los buenos o de los viciosos porqué este género de hombres, aunque tengan muchos defectos, siempre se inclinan más al bando de la virtud201. 77. CABALLERO. Tengo ya bastantemente conocido que los tales términos no son suficientes para expresar con la debida propiedad nuestros designios y conceptos. ANÍBAL. Es muy posible que discurriendo se nos propongan otros nombres más acomodados a la materia. Y mientras tanto digo que en todo tiempo se deben imitar los buenos y huir de los malos y ni imitar ni huir los medianos o indiferentes y a no temer que vuestro Boccaccio202 se dé por ofendido. Yo 197  Sangre,

bilis amarilla, bilis negra y flema. traductor vuelve a doblar un término («misura») explicándolo con dos términos «simetría y proporción». Hervás intuye el axioma de la cultura humanística de la CC, elaborado sobre las teorías estéticas y paradigmáticas de Leon Battista Alberti y Piero della Francesca y aclara el concepto. 199  El tópico del fénix que encarna la rareza de la perfección está presente en muchas obras, desde Plinio (1624: X 3-5) hasta Erasmo: «Phoenice rarior» (Adagia, 470 X). 200  No se encuentra el historiador citado por Guazzo. Por otro lado, la categoría de los «mezani» se confirma con el exemplum del político y militar romano Servio Sulpicio Galba (194 a.C.-129 a.C.). 201  Sobre la conversación con los viciosos, véase Sabba da Castiglione (1554: Ricordo, nº 113, «Circa il conversare con i vitiosi»). 202  En este caso no se refiere a la obra de Boccaccio, sino que se emplea al autor como parámetro lingüístico. 198  El

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llamara a los buenos ‘apetecibles’, a los malos ‘insoportables’ y a los medianos ‘soportables’. CABALLERO. Antes se ofendiera Boccaccio de la llaneza que de la extravagancia de vuestras palabras. Y, por mi parte, sin comparación me [f. 35v.] agradan más estos últimos nombres que los primeros y es más que cierto el axioma que enseña ser más acertados los segundos pensamientos203. Mas pasad adelante. 78. ANÍBAL. Llamo malos insoportables a aquellos que son señalados con el dedo204 por la infamia de uno o más vicios horrorosos y abominables, cuya comunicación totalmente se ha de evitar y no hay poder en todos los hombres capaz de impedir que se os tenga por iguales costumbres y complexión si tratáis con ellos. CABALLERO. La perdición de nuestro tiempo ha llegado a tal estado que los vicios más obscenos y detestables se han hecho tan familiares y comunes que aquellos que no solo abrazan ni practican son solamente tenidos por viciosos. Y así temo que, dejando las compañías de los hombres perdidos, hallaremos tan pocos con quien tratar que nos será preciso volver a enviar la conversación al desierto205. Y viniendo a la prueba, bien sabéis qué ofensa tan grande de Dios son las blasfemias y de estas se abusa al presente de tal manera que hay pocos que no apoyen y confirmen sus razonamientos, contenibles juramentos y detestables execraciones, juzgando enriquecer por este medio su plática, no de otra suerte que un discurso se adorna con alguna hermosa figura de retórica206. 79. Y no sabré ponderaros lo mucho que se reyó y mojó en cierta concurrencia de un caballerito amigo mío que por encolerizado que estuviese, no sabía jurar, sino que por el cuerpo de la gallina, hasta que finalmente, para que le tuviesen por modista y buen cortesano, se vio obligado a dejar este juramento y a no perdonar las cosas más sagradas y venerables. Lo que digo de las blasfemias se puede también extender a otros enormes vicios de que están preocupados y hechos esclavos por la mayor parte los 203  Máxima

ciceroniana (Philippicae orationes, XII 2 5): «Posteriores enim cogitationes sapientiores solent esse» («Los últimos pensamientos suelen ser los más prudentes»). 204  En la antigüedad, ser señalado con el dedo era, por lo general, una especie de homenaje: «Pulchrum est digito monstrari» (Persio 1537: 12). Guazzo emplea este «reconocimiento» pero en su versión negativa. 205  Hervás emplea la metáfora del desierto para expresar la soledad («la conversazione in solitudine» [Guazzo 2010 I: 35]). 206  El traductor explicita lo que Guazzo esconde: «come s’abbellisce l’orazione con le figure» (2010 I: 42).

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hombres. Y siendo tan comunes temo que no sea muy segura la proposición que primeramente asentasteis de que se debe huir la compañía de los malos. Y aun me atreveré a decir que a todos nos alcanza esta deformidad207 y hábito pecaminoso y que algunos que tienen apariencias de corderillos son en dos efectos lobos rabiosos y peores [f. 36] que aquellos que están en opinión de más rematados208. Y algunos hay que parece un santo varón y no cree en Jesucristo. 80. ANÍBAL. Conozco habéis leído aquella sentencia del lírico que dice: De poco buenos venían nuestros abuelos injustos; nuestros padres, nada justos en obrar mal entendían; sus hijos del mal la ciencia con ventaja profesamos, ni que nos venza dudamos nuestra inicua descendencia209.

Y así me admiro, si como en los primeros siglos210 había muy pocos que blasfemasen del santo nombre de Dios, ahora al contrario sea muy corto el número de los que no le deshonran y juran en vano y que aquellos sean reputados por simple y de poco ánimo que no usan este infame ejercicio. Que si me preguntáis porqué se permite semejante gente en las compañías y juntas siendo tan despreciables y mereciendo mayor castigo que otro cualquiera hombre de mala vida, dígoos que esto proviene de que no hacemos caso alguno de las ofensas que solo tienen a Dios por objeto, mirándolas como cosa que en ninguna manera nos tocan y que solo Dios está obligado a volver por sí, cuando con mucho empeño nos damos por ofendidos de los hechos o palabras en que se interesa nuestro decoro o el de algún amigo. Y, en suma, se hace menos aprecio del criador que de la criatura. Pues bien, veréis que tal ofende la honra de Dios públicamente y en voz alta que no se atreviera aún en el rincón más excusado a despegar sus labios para decir mal del príncipe o magistrado. 207  Petrarca,

Trionfi d’amore (I 3): «Tutti siamo macchiati d’una pece». médico propone una sentencia bíblica (Mateo 7:15): «Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces». 209  El lírico es Horacio (Odas III, 6 46-48, A los romanos): «¿Qué cosa hay que no estropee el paso dañino de los días? La generación de nuestros padres, peores que nuestros abuelos, nos engendró a nosotros todavía más malvados, y que pronto daremos una estirpe aún más viciosa» (2007: 389). 210  Se refiere a los primeros siglos de la era cristiana. 208  El

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81. CABALLERO. Yo tengo para mí que esos tales no cometen menor maldad que los que pusieron a Cristo en la cruz211. ANÍBAL. Y yo añado que le ofenden con exceso por que aquellos juzgaban que hacían bien y si ellos hubieran sabido y creído la realidad, jamás cometerían aquel delito y estos sabiendo muy bien que pecan no por eso dejan de ejecutarlo. Y no ignoráis cuánto son más atroces los pecados en que se [f. 36v.] incurre por malicia que los cometidos por ignorancia. CABALLERO. Acabad, os ruego de declararme si es de aborrecer la frecuentación de estos y si son dignos de colocarse en la clase de los insoportables. ANÍBAL. Estos juradores abominables que a sangre fría y solo por sobra de desvergüenza hacen gala de este despeño en todos tiempos y ocasiones, sin que a ellos les obligue el enojo o la cólera, llevados solo de un maldito deleite, profesan crimen tan detestable, son a mi ver muy merecedores de registrarse en la lista de los insoportables. En cuanto a los demás, bien que como cristiano debierais huir su trato, no obstante, como caballero no podréis excusarlo así por la gran copia que hay como por el abuso del mundo que los tiene en reputación de hombres de bien. Y, finalmente, se debe tener presente que nuestro crédito depende de la opinión común, la que goza tan crecida fuerza que aun la razón no prevalece contra ella, y por eso se ha de evitar la cercanía de los que están públicamente recibidos por malas y en el sentir de cada uno212. 82. CABALLERO. ¿Y qué dijerais si yo los frecuentase como médico de sus males y ansioso de su conversión y arrepentimiento?213 ANÍBAL. Cuando tuvieseis certidumbre de poderlos conquistar, haríais un grande y agradable servicio a Dios y buena obra a los que tratan con ellos. Porque cualquiera que desea alcanzar la utilidad que incluye la conversación debe solicitar el hallarse lo más que pueda entre aquellos sujetos a quienes conoce, hará mejores o le harán a él214. Pero estos de quienes hablo han hecho sacrificio 211  Aníbal

coloca al mismo nivel de pecado, o incluso más grave, la blasfemia pronunciada con malicia y los judíos que crucificaron a Cristo. 212  La fama, la reputación y el respeto son un valor social que depende de la opinión pública. 213  Hervás atenúa la provocación de la pregunta de Guazzo, en particular en el final, en el que Guillermo propone un caso límite al médico: «E che direste s’io praticassi con questi come medico delle loro infermità e come geloso della lor conversazione?» (2010 I: 43). El traductor propone una conversión de los malvagi (malvados). 214  Esta frase aparece en la variante de la CC de 1579. No es claro el proceso de traducción de Hervás con la edición italiana. Si utilizó solo la versión francesa debió de ser una traducción elaborada sobre la segunda edición de la CC italiana. Otra posibilidad es que añadiera las variantes de la versión italiana de 1579 tras haber traducido de una edición francesa realizada sobre la CC de 1574. Sin embargo, como se verá más adelante, parece ser que Hervás utilizó la edición de 1575, pues incluye frases o periodos que faltan tanto en la CC de 1574 como en la 1579.

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de sus almas al demonio y no se paran en el punto ni en el juicio que se tendrá de ellos, y son en tanto grado incorregibles que antes os convertirán a vos que hagáis por vuestra parte algún buen efecto en cuanto a su enmienda. Y así en esta parte se ha de imitar a los buenos cazadores215 que no tiran a cualquiera ave, sino a aquella que discurren poder alcanzar. 83. CABALLERO. ¿Y quién son los que decís traen la señal [f. 37] en la frente que los declara insoportables? ANÍBAL. Aquellos que por justos motivos son odiados de todo el mundo: unos por ser sospechosos de herejía, otro de ladrones, usureros y otras infamias, a los cuales se han de añadir los rufianes, alcahuetes, rameros, aduladores, tahúres y petardistas y los que por la vileza de su oficio se tienen por infames, cuales son los ejecutores de justicia y los que son opuestos a nuestra fe como los judíos y, en suma, cuando por razón de su ejercicio tienen nombre ignominioso y cualquiera los desprecia y abomina su trato, teniéndose por deshonrado en usar de su compañía. CABALLERO. ¿Y cómo me avendré con aquellos que, aunque por su grande artificio, no son conocidos por malos? A mí me consta que son peores que cuantos acabáis de referir. ANÍBAL. Dice un común refrán que el que siendo malo pasa plaza de bueno hace más daño que de él se esperaba. Pero con todo eso yo pongo a estos entre los soportables porque, aunque vuestra conciencia se escandalice con su comunicación, para con otros está bien recibidos y en opinión de rectos, y así en este caso es más conveniente satisfacer a otros que a sí mismo y sacrificaría en algo al uso común de los hombres. 84. CABALLERO. Ciertamente el uso es un cruel tirano y no sé yo que haya razón justificada para que sobrepuje a la razón. Y como vemos que el Po monarca de los ríos, porque no sé le ha hecho resistencia, se va acercando a toda priesa a nosotros y de seis años a esta parte ha granjeado tanto terreno de esta ciudad que finalmente ha rompido los muros y les amenaza total ruina, así la injusta fuerza del uso ha debelado la razón por sola nuestra convivencia y sufrimiento216. Y la prueba de esto la he visto viniendo de Francia en muchas ciudades de montes acá217, cuyos 215  El traductor moderniza la palabra «arcieri» (arqueros), lugar común en Aristóteles, Castiglione y Maquiavelo para referirse más contemporáneamente a un arma de fuego. 216  Al parecer que en el periodo en el que Guazzo escribió la CC el río Po, que pasa cerca de Casale, se desbordó en varias ocasiones, llegando a amenazar la ciudad (Guazzo 2010 II: 108, nota 353). El autor propone la visión del monarca («che ‘l re de’ fiumi» [2010 I: 44]) para subrayar la violencia del uso sobre la razón. 217  Se refiere al viaje que Guazzo hizo a remolque del duque de Nevers hacia Saluzzo. Las ciudades son las que se encuentran al otro lado de los Alpes.

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habitadores se han hecho más libres, por no decir insolentes, de lo que acostumbraban y vierais [f. 37v.] a algunos de estos que llaman caballeretes jugar en la plaza a los naipes y dados218 con el mismo desembarazo que si estuvieran en sus propias casas. 85. ANÍBAL. Bien creo que en ese asunto me contaréis prodigios, pero no es tanto de admirar que ellos jueguen en la plaza, como que los franceses briden y glotoneen en los bodegones y tabernas. Ni dudo que, si algún joven más recatado219 quisiese retirarse del juego y compañía de los demás, estos tendrían mucho que mofar de él, adjudicándole los epítetos de presumido y sabihondo, de doctor, de pedante y de poeta. Pero no olvidaré advertiros que semejantes excesos tienen algún rastro de disculpa220, por cuanto todo ese país de montes acá, ha sido por largo tiempo ordinaria mansión de soldados de diversas naciones. Y por esto no solo los paisanos se han hecho marciales y guerreros, sino que también han hecho propias las costumbres y desenvolturas de los militares221. CABALLERO. ¿Sois pues de parecer que un sujeto de calidad y representación222 debe tratar con tales personas? ANÍBAL. En cuanto al hecho de este juicio encuentro dos razones contrarias porque si miro al uso de la tierra que está ya muy envejecido y arrugado no se puede negar a los dichos que se hombreen con los deseables, ni a estos que los traten y conversen223. 86. Pero si por otra parte considero que este género de vida es escandaloso y de mal ejemplo, y que la nobleza y buena crianza de otros reinos se admiraría de encontrarlos con los naipes y dados en la mano en sitios tan públicos, no hay duda en que se deben juzgar como insoportables. Y así entre estos dos extremos tan opuestos, soy de sentir que esta gente se ha de soportar, considerando en 218  El

traductor adapta su versión introduciendo una tipología hispánica del juego —«naipes y dados»— que no se mencionan en la CC italiana. 219  Hervás cambia la palabra «gentiluomo» y se dirige hacia un sujeto quizás más joven y de buena familia. 220  Interesante el acercamiento del traductor, que transforma «colorata scusa» (Guazzo 2010 I: 44), es decir, una excusa artificiosamente agradable por «algún rastro de disculpa». 221  La atención de Guazzo en esta sección cae en la mutación de las costumbres y, a su vez, en la decadencia de las mismas debido al periodo de inestabilidad política que caracterizaba en esta época a todo el Monferrato. 222  Hervás vuelve a dirigirse hacia cualquier tipo de sujeto «de calidad y representación» cambiando el «animo gentile ed elevato» (Guazzo 2010 I: 45), que con mucha probabilidad es el «gentiluomo» citado antes. 223  Se dirige a los jóvenes utilizando el verbo ‘hombrear’: «dicho de un joven: querer parecer hombre hecho» (DRAE).

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ellos este abuso por sola costumbre y sin el fin avariento y vicioso que fuerza a otros jugadores, o por mejor decir ladrones, sin suelo y por mera recreación y divertimiento. Y más cuando nos consta que en el resto de sus acciones y partidas no ceden en política y urbanidad, [f. 38] como tampoco en cuanto se puede pedir en una discreta conversación a cualquiera otra nación. Y así juzgo que no siendo el tal ejercicio bueno ni malo y portándose los que se usan en todo lo demás con moderación y rectitud no hay razón para excluirlos de las buenas compañías. 87. CABALLERO. A mí me parece especie de injusticia consentir a estos lo que a los otros se prohíbe y sufrirle que hagan del vicio virtud224. Y queréis —a lo que yo alcanzo— que al modo que entre los egipcios y cingas225 es permitido el robo, así estos tengan privilegio en sola su tierra de jugar públicamente. Pero yo quisiera tuviesen presente que las plazas están destinadas al pueblo para tener en ellas sus mercados y ferias y a la nobleza a fin de celebrar torneos, justas y otros honestos recreos y espectáculos más dignos y proporcionado a los caballeros que los naipes ni dados226. Y no encuentro pretexto que pueda colorear este abuso sino el de Diógenes, el que preguntado porque se ponía a comer en la plaza, respondió: «Porque tengo hambre en la plaza»227. Así estos juegan en aquel lugar porque allí se les pone en la cabeza. ANÍBAL. Es preciso —señor Caballero— que os resolváis a amar a los hombres con sus defectos e imperfecciones y que sin pasión tengáis entendido que cada nación, reino y provincia tiene sus ciertos vicios que le son connaturales, propios y perpetuos, sea que la naturaleza del terrero se los comunique o que el clima del cielo e influencia de los astros se los imprima. Porque, así como en

224  Guillermo critica la posición de tolerancia del médico, quien propuso un compromiso, una aceptación a favor de los «vicios» de los nobles que en el fondo cumplen obras positivas y dignas. 225  Es decir, ‘cíngaros’, ‘gitanos’. No está claro si Hervás calca la palabra italiana ‘cingano’, en italiano zingano o zingano («Specie di gente che gira come i cerretani, per giuntare altrui sotto pretesto di dar loro la buona ventura» [Boerio 1872: 172]). Por otro lado, en la CC no aparece la palabra «egipcios». Parece ser una evaluación ética contra la licencia a los vicios que en este caso se asocia a la libertad de robo por parte de los zingari. 226  La plaza es un espacio común, un lugar destinado a un uso rigurosamente separado, como demuestra la subdivisión propuesta por Guillermo. Esta es la motivación esencial del rechazo al juego (o vicio) de los nobles, ya que es un detalle que podría cuestionar toda la estructura de la sociedad y las diversas funciones de cada miembro. 227  «Al reprocharle que comía en medio del ágora, repuso: “Es que precisamente en medio del ágora sentí hambre”» (Diógenes 2007: 305, nota 58). Con este ejemplo Guillermo intenta censurar un comportamiento más instintivo y animal, es decir, poco cultural, discreto, responsable y, por supuesto, civil.

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las partes en que el aire es puro y sutil florecen ingenios agudos y delicados, así en donde es grueso y turbulento se crían toscos y groseros228. 88. Y en cuanto a las costumbres vos sabéis que los griegos bien que se hayan apropiado el renombre de sabios y elocuentes, con todo eso, han sido infamados de infidelidad, deslealtad y falacia en sus juramentos y de ahí tuvo origen el proverbio de la fe griega229. También hay otros pueblos a quienes se atribuye como peculiar virtud la industria y destreza en el arte militar y los que por natural propensión [f. 38v.] están sujetos al vicio de la presunción o embriaguez. Otros se reconocen por constantes y pacientes en los trabajos, desvelos e incomodidades y, al contrario, se ven llenos de vanagloria y jactancia230. No faltan algunos que, al paso que son resueltos y desembarazados, tienen por vicio inseparable una suma vanidad, ligereza e inconstancia y no ignoréis que entre nosotros los italianos se encuentran raras extravagancias así en lo malo como en lo bueno. Y si por ventura no os causa extrañeza la variedad de las costumbres, respecto de la diversidad y grande distancia de los países, tened presente como en el solo circuito de Italia, la Romaña231, la Toscana, la Lombardía y otras partes son entre sí muy diferentes en usos y modos de vivir232. Considerad uno de estos miembros separado de los demás y, si os parece, venid al centro y corazón del Monferrato y veréis como el Po y el Tanaro233 por si solo constituyen diversos idiomas, trajes y costumbres en las tierras y habitadores que no están más distantes que de ribera a ribera de alguno de estos ríos. Con que sin más altercación confesareis que toda provincia con sus propias virtudes tiene también sus determinados defectos y quedareis en la inteligencia de que, si los otros no 228  El

médico utiliza un lugar común clásico que asocia los comportamientos, las características, las virtudes de cada hombre, con la naturaleza, las condiciones geográficas, la calidad del aire, de la cultura, la astrología, etc. de cada lugar. Como demostró Quondam (Guazzo 2010 II: 112. n. 317), la geoantropología llegó a ser el argumento principal de mucha tratadística, además de proverbios y de estereotipos que llegan hasta la contemporaneidad. 229  La infidelidad se expresa con la explicación del famoso proverbio graeca fides nulla fides que llegó a difundirse en toda la cultura latina, como por ejemplo en Erasmo (Adagia, 726). 230  Pese a que el médico no menciona claramente estos «pueblos», en otras ocasiones de la CC Guazzo, siguiendo los atributos tradicionales italianos, se refiere a los alemanes como a los que están sujetos a la «embriaguez» [f. 199], a los españoles como los más orgullosos [f. 57v.], etc. 231  Se trata de la región de Emilia-Romaña, cuya capital es Bolonia. Hervás escribe ‘Romania’. 232  Guazzo reivindica la diversidad cultural de las regiones italianas como necesaria, al igual que sus autónomas identidades y peculiares formas de vivir, pese a ser espacialmente muy limitadas. El resultado es que, según Aníbal, cada tierra tiene sus vicios y virtudes. 233  La descripción pasa a tratar las tierras cerca de Casale, más familiares al autor, y en este caso incluye las diferencias entre los territorios del Po y de su afluente el Tanaro.

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juegan en la plaza, tendrán acaso otras imperfecciones en público y en secreto mucho más abominables que el juego de nuestros piamonteses. 89. Pero por no gastar más tiempo en esta materia, digo que no solo no es indecente, antes bien necesario acomodarse a los países y sus costumbres, siguiendo a Alcibíades234 que mereció grandes loores por haber conseguido corta destreza de su espíritu el saber conformarse con la contrariedad de vida y modales de diversas naciones viviendo —como dicen— en Roma a la moda de Roma235. §X 90. CABALLERO. Yo soy de opinión que omitiendo estas particularidades tratemos las cosas generales tocantes a la frecuentación de los soportables. ANÍBAL. Antes de llegar a este punto se hace preciso evacuar otras materias que se me han ofrecido en lo que mira a los insoportables. Y aunque [f. 39] conozco es tan dilatado este asunto que no se podrá discurrir en él suficientemente, me parece inexcusable decir algo acerca de los murmuradores maldicientes que con el veneno y corrupción de sus lenguas pretenden ensuciar y obscurecer la fama de su prójimo. CABALLERO. Este vicio está al presente tan en uso como el juego de naipes en las villas y pueblos que dijimos arriba. Siendo casi inevitable el sufrir las lenguas de estos maldicientes, cuyo número es mayor que el de las moscas en el mes de julio, y por más que se haga es imposible hurtar el cuerpo a sus pestilentes picadas. Cuando está el vil deleite de este crimen tan enseñoreado del espíritu de los hombres que, habiendo muchos indemnes de otras imperfecciones, no han podido librarse de murmurar y formar mal concepto del prójimo236. 234  El

general y estratega ateniense Alcibíades (c. 450-404 a.C.), discípulo de Sócrates, es el perfecto ejemplo de hombre capaz de adaptarse a las otras poblaciones, como se ha afirmado en muchas ocasiones desde la obra Vidas paralelas de Plutarco: «entre las muchas habilidades que tenía, era como única y como un artificio para cazar los ánimos, la de asemejarse e identificarse en sus afectos con toda especia de instituciones y costumbres, siendo en mudar formas mucho más pronto que el camaleón» (1924: 22). 235  Traducción del proverbio latín: «Cum Romae fueritis, romano vivite more», que en español encuentra sus variantes en: «En Roma, como en Roma»; «cuando a Roma fueres, haz como vieres»; «allí donde fueres, haz lo que vieres»; «dondequiera que fueres, haz lo que vieres». 236  Si se considera la frase italiana «[…] se ben hanno lasciati molt’altri errori, non hanno mai potuto spiccarsi questo dalla lingua e dal petto» (Guazzo 2010 I: 46), se intuye que la intención del autor fue la de señalar el deleite del maldiciente tanto en quien pronuncia como en quien escucha o asimila en su interior. Hervás omitió la segunda acepción.

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91. ANÍBAL. Por larga experiencia he observado que ordinariamente los ociosos ignorantes y despreciables, cuyas vidas no tienen nada de justas, son los que infaman y desacreditan las acciones de otros y tienen por hábito decir mal porque no saben hacer ningún bien. Aunque de muchas más fuerzas hago yo a este vicio —o monstruo indomable— pues supo hacer su pensionario a un hombre tan docto como fue Laurencio Valla a quien al tiempo de su muerte se dirigió este epitafio: Valla que vivo a todos calumniaba yace aquí mudo, y su mordaz cuidado; pero aun muerto la tierra muerde airado237.

CABALLERO. Yo creo indudablemente que cuando los hombres literatos echan mano de los versos jámbicos de las sátiras e invectivas son sin comparación más maldicientes que los vulgares e idiotas, porque uniéndose el arte a la naturaleza se tiñe de venenosa tinta una pluma que sabe bien los modos de sajar, [f. 39v.] morder y acuchillar sin piedad y así veréis con cuanta admiración se leen semejantes composiciones238. ANÍBAL. Por familiar y agradable que sea al mundo el vicio de la murmuración es cierto que aún más se aborrece y detesta. Y el que mirase la cosa de más cerca, confesará que más peca quien quita el amor del prójimo del corazón de alguno que el que arrebata el pan de la boca del pobre, porque, así como la alma es más preciosa que el cuerpo, así es mayor delito privar a la alma de su pasto que al cuerpo de su alimento. CABALLERO. ¿Parece que os contradecís cuando afirmáis que el murmurar es agradable al mundo y que lo aborrece? ANÍBAL. No, por cierto, puesto que nuestra naturaleza voluntariamente se complace en oír las imperfecciones de otros, dando casi a entender que no hay cosa que más le agrade y al paso que por esta parte se deleita, se enoja y disgusta, si alguno le reprende o echa en cara sus tachas llegándole al alma semejantes claridades. CABALLERO. No extraño que el hombre se indigne al verse reprendido, pero ¿por qué razón decís se regocija al oír hablar mal de otro? ANÍBAL. Yo creo que esto dimana de la perversidad de dos grandes y domésticos enemigos cuales son la envidia y la ambición, los que apoderados de 237  Lorenzo

Valla (1407-1457) fue uno de los más cultos filósofos humanistas, pero también uno de los más polémicos, anticonformistas y rebeldes. Aníbal lo incluye entre los maldicientes, aunque no se sabe la fuente de este epitafio ya que el más común es: «Aquí yace Lorenzo Valla, la gloria de la lengua romana: porque fue el primero en enseñar el arte del discurso elevado» (Gálvez 2010: 50). 238  La

crítica literaria de Aníbal es hacia la sátira, que más tarde se especificará en los pasquines, por ser un género que imita la parte más feroz, agresiva y despiadada de la naturaleza con el arte.

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nuestro interior se conjuran contra nosotros mismos forzándonos a que nos pese del bien ajeno y a desear el ser solos gente de valía y representación. Y he de deciros una cosa que os causará espanto y parecerá ajena de toda razón. CABALLERO. ¿Y cuál? 93. ANÍBAL. Que hay dos principales semillas y géneros de maldicientes: unos malos, los que conviene evitar; otros peores, los cuales debéis con todo vigor repeler y abominar. Llamo malos a aquellos maldicientes que, sin vergüenza, temor ni distinción, tienen su lengua pronta y aparejada a infamar y disminuir el honor y reputación de otro en todos sus discursos públicos y particulares sin perdonar a persona alguna ausente ni presente. Y los tales hacen mayor estrago en los espíritus de quien lo oye propalar de defectos de otro, que los mismos que los cometen, mereciendo de justicia ser notados y conocidos por infames. Porque ejerciendo este vil oficio pública [f. 40] y libremente, y muchas veces en presencia de aquellos mismos a quien disfaman, se muestran tan del todo irreprensibles y obstinados que más se les debe tener lástima que irles a la mano. Viendo que claramente dan a entender que esta maledicencia se encuentra en ellos, antes por su natural vicioso y corrompido que por el demérito de los sujetos desacreditados. De donde proviene que nunca se cree cosa alguna de cuantas supone su mordacidad. Y yo añado que los tales no hacen más que soplar el polvo para cegarse a sí propios239, porque infamando a otros se condenan a sí mismos y, por el camino que juzgan ser tenidos por sabios Catones240, se descubren detractores bestiales y del todo insoportables. 94. ¿Mas qué diremos de aquellos detestables mastines que sin ladrar muery a quienes es preciso soportan, aunque sin duda son los peores y más dañosos? CABALLERO. ¿De quienes habláis? ANÍBAL. De forma es que hay diversas especies, aunque todas conspiran a un mismo fin. Los unos se llaman enmascarados, otros retóricos, unos poéticos, otros hipócritas, estos escorpiones, aquellos atraidorados, algunos falsarios, otros mofadores y algunos incógnitos.

den241

239  «Pulverem

oculis offundere» (Erasmo, Adagia [II ix 43, 1843]), es decir, hacer trampantojos. «Decimos esto de los que quieren engañar a otros…» (Caro y Cejudo 1792: 155). 240  Para describir negativamente la figura del maldiciente, vulgar difamador, Aníbal recurre a dos lugares comunes para afirmar que él mismo se considera un perseguidor del vicio, es decir, uno de los dos Catones, el Censor y el Uticense (ambos se llamaban Marco Porcio), símbolo de intransigente rigor moral. 241  «[…] vi mordono di nascosto» (Guazzo 2010 I: 48). Hervás omite «a escondidas» ya que Guazzo intenta centrar su atención en la simulación y falsedad como se verá en seguida con la clasificación de los maldicientes.

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CABALLERO. Celebro extrañamente vuestras chistosas y no acostumbradas distinciones242, mas ¿a quién llamáis maldicientes enmascarados? ANÍBAL. Hay algunos sujetos tan bobateles243 y vanos que, aunque durante el carnaval andan por las calles disfrazados, gustan de ser conocidos y que se sepa que van allí. Del mismo modo hay algunos maldicientes que con el disfraz de la modestia hacen semblante de no querer infamar o nombrar el sujeto de quien murmuran, pero entretanto le descubren tan bien que cualquiera de los oyentes le puede señalar con el dedo a imitación de aquel rústico que aseguraba a los cazadores no haber pasado por allí la zorra y al mismo tiempo señalaba el lugar en donde estaba escondido244. Y hay algunos de estos enmascarados que usan de un exterior pretexto y fingida alabanza cuando interiormente están preocupados de murmuración, mordacidad y modos de deslucir a todo el género humano245. [f. 40v.] 95. CABALLERO. ¿Y cuáles son los que nombráis retóricos? ANÍBAL. Estos son aquellos refinados246 que, con cierta máxima que los maestros de elocuencia llaman ocupación, dan a entender no quieren murmurar y al cabo hablan mucho peor que los primeros. Y no menos que ayer me ha hallé en cierta conversación en donde como uno se quejase de que otro había dicho mucho mal de él: «Yo no quiero —dijo— referir los engaños que usó

242  El

traductor optó por un cambio de registro, quizás más distante y menos coloquial, puesto que en el texto italiano se lee: «Voi mi fate ridere con queste vostre piacevoli e inusitate distinzioni» (Guazzo 2010 I: 48). 243  Hervás traduce «vanagloriose» por «bobatiles» (que se moderniza), probable influencia valenciana (Escrig 1581: 129). 244  Guazzo se refiere de manera muy breve a la fábula de Esopo titulada La zorra y el leñador (22): «Una zorra, perseguida por unos cazadores, vio a un leñador y le suplicó que la escondiera. Éste le aconsejó entrar para refugiarse en su cabaña. No mucho después llegaron los cazadores y preguntaron al leñador si había visto pasar una zorra por allí, aquél negaba con su voz haberla visto, mas con la mano hacía señas indicando donde estaba oculta. Pero los perseguidores no se dieron cuenta del gesto y creyeron lo que les decía. La zorra, al ver que se marchaban, salió y se marchó sin decir una palabra. Como el leñador le echó en cara que encima que la había salvado no le daba, por lo menos, alguna palabra de agradecimiento, dijo la zorra: “Pues yo te habría dado las gracias si las señas de tu mano hubieran estado de acuerdo con tus palabras”. Uno podría aprovecharse de esta fábula con relación a aquellas personas que abiertamente predican la virtud, pero en sus hechos se comportan con bajeza» (1985: 52-53). 245  Hervás omite la parte proverbial de este periodo: «e per dirla, sono quelli che, secondo il proverbio, hanno il mele in bocca e’l rasoio a cintola» (Guazzo 2010 I: 95) que se refiere a la ambigüedad de este tipo de personas. 246  El término italiano traducido es «tristarelli», que viene de ‘tristo’, que significa pequeño malvado, por ese motivo, el traductor utilizó refinado con el significado de: «Extremado en la maldad» (DRAE).

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con tal doncella —que nombró— ni las cuchilladas que hizo dar una noche a cierta persona, ni los contratos usurarios cometidos en prejuicio de muchos pobres, todos lo que yo sé muy bien pero no quiero decirlo por no ser reputado tan maldiciente como él»247. A estos se siguen los que llamo poéticos, los que sirviéndose de una figura nombrada «antífrasis»248 darán el renombre de hermosura a toda la fealdad de una mona y de honesta a la más perdida y desenvuelta cortesana y celebrarán los ojos de alguna que los tendrá legañosos, bizcos y desapacibles. 96. Mas vengamos a los maldicientes hipócritas que so color de piedad y compasión a fin de que más a prisa los crean, usando de voz doliente y lacrimosa y de palabras cansadas e interrumpidas con cautelosa intercadencia propalan los defectos249 de otros. Y bien que este vicio se halle en muchos suele ver más familiar a algunas mujeres, las que juntándose con otras después de los ordinarios cumplimientos empiezan a decir: «¡Ay amiga!, ¿habéis sabido la desgracia que sucedió a cierta infeliz amiga mía?». Y fundando en esta zalamería su historia la encajarán con sus linderos y arrabales contando de qué modo por la traición de un criado su marido la cogió en un mal latín250, señalará la tapia por donde se descolgó el galán, huyendo de la razón del marido, y cómo este aporreó inhumana muerte a su mujer. Y no tengáis miedo que a estas relatoras se les escape una tilde, antes bien, si les viniere a cuento [f. 41], sabrán poner algo de su casa. Al punto que acaba una, toma otra la tarabilla251 y dice: «Yo quiero contaros otro suceso semejante, pero cuidado que esto va con mucho secreto y se ha de quedar entre nosotras, que habrá como seis días sucedió en mi calle». Deja pues a vuestra consideración como ensartando estos cuentos se va de barrio en barrio discurriendo largamente sobre la vida y acciones de casi toda la ciudad. 97. CABALLERO. El año pasado por igual motivo se vio precisada la reia despedir una dama de las principales de su asistencia. Esta era vista con-

na252

247  Aníbal usa un exemplum personal, que al parecer le ocurrió en Casale, para describir a este tipo de maldiciente. Este permite al autor dotar de cierta verosimilitud al texto de la CC. 248  La antítesis es una figura retórica que designa «personas o cosas con palabras que signifiquen lo contrario de lo que se debiera decir» (DRAE). El texto sigue con un ejemplo práctico para explicar el término. 249  En la CC italiana es «sciagura», es decir, ‘desastre’ o ‘catástrofe’. 250  «Coger a alguien en una falta, culpa o delito» (DRAE). 251  «Tropel de palabras dichas deprisa y sin orden ni concierto» (DRAE). 252  Siguiendo la narración histórica de la CC (alrededor de 1567), parece ser que se trate de la reina de Francia Catalina de Médici (1519-1589), hija de Lorenzo II y Magdalena de la Tour de Auvernia. Tras casarse con Enrique II de Francia, fue reina consorte desde 1547 hasta 1559.

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tinuamente con las horas253 en la mano y estuvo por mucho tiempo en opinión de mujer muy santa y justificada, circunstancias que la tenían muy avanzada en la gracia de su majestad. Pero por sucesión de tiempo, se averiguó que era maldiciente de primera clase y que con su venenosa lengua procuraba descomponer254 las otras damas con la reina. Mas antes de entrar en la batería255, disponía su designio con este exordio artificial: «Señora, suplico a vuestra majestad no se escandalice ni dé por ofendida de las travesurillas que suceden entre las damas y doncellas que sirven a vuestra majestad, teniendo presente han nacido pecadoras y que no hay cosa más frágil que nuestra carne». Pensad vos qué deseo pondría en el corazón de la reina con estas palabras de saber lo demás256. Mas por mucha instancia que la hacía, esta maliciosa dama la suplicaba no la obligase a pasar adelante ni descubrir tantas locuras y devaneos, hasta que finalmente como forzada y enjugando los ojos preñados de fingidas lágrimas empezaba sin rienda sus mordacidades y testimonios igualmente siniestros que perjudiciales. Pero dejando esto, deseando estoy oír de vos quiénes son los maldicientes que llamáis escorpiones. 98. ANÍBAL. Son aquellos que dirán de vos estas o semejantes palabras. No creo yo que se pudiera hallar más gentil y cabal caballero que el Guazzo257 y aun yo le tuviera por el primero de nuestro tiempo, si una grande imperfección no contaminara [f. 41v.] cuanto tiene de bueno. Veis aquí como este imitando al escorpión hiere al principio con la cola, y después prosigue declamando contra vos mil cosas llenas de infamia y desvergüenza. Otros dirán con más artificio: «Malditas sean las lenguas mordaces y ponzoñosas que no se abstienen de ofender a los más perfectos y dignos, sin perdonar al mismo Caballero Guazzo, al cual, bien que consumado en toda bondad y cortesía, no falta quien le note de presuntuoso, desvanecido, hombre de mala ambición». Y de aquí irán sin piedad vomitando cuanto tenían en la imaginación258. 253  Libro

de oraciones. este caso el verbo ‘descomponer’ traduciendo el italiano «mettere in disgrazia», y relacionándolo con la reina, mantiene la acepción de «Perder, en las palabras o en las obras, la serenidad o la circunspección habitual» (DRAE). 255  «Conjunto de piezas de artillería dispuestas para hacer fuego» (DRAE). Con este término de guerra Hervás reproduce el instante anterior al ataque, «prima ch’entrar in campo», en una batalla. 256  Muy sutilmente Guillermo incluye en la debilidad de la comunicación viciosa a la reina por participar en la conversación y querer saber de manera apasionada los hechos ocurridos. Se deduce que la maledicencia femenina, según el autor, no tenía límite de condición social. 257  El destinatario de la maledicencia es el caballero, Guillermo Guazzo. 258  Se refiere en modo idiomático a ‘confesarse’, ‘desahogarse’. 254  En

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CABALLERO. Ya os entiendo. Estos pueden darse la mano con aquellos que acompañan siempre un «sí es» con un «pero». ¿Y qué me decís de los maldicientes que habéis que nombrado traidores? 99. ANÍBAL. Si por casualidad habéis tenido alguna desazón con vuestro príncipe y por mitigar la pena os quejáis a alguno haciendo confianza de él, si este pública vuestro sentimiento, ¿no le tendréis por un traidor maldiciente y verdadero asesino?259 CABALLERO. Decís verdad, y esta es una deslealtad muy usada en los palacios. Sucediendo el que, muchas veces empeñados los príncipes en saber la verdad, han obligado a sus domésticos a pendencias y desafíos. Y sé muy bien que por semejante motivo ha habido caballero que han reñido cuerpo a cuerpo y el uno por evitar el nombre de maldiciente y, el otro, la nota de calumniados, han puesto fin a sus querellas a precio de sus vidas perdiéndolas ambos y dejándolas por gajes de su imprudencia. ANÍBAL. Debajo de este nombre comprendo los chismosos260 que de ordinario sirven de espías, soplones, atisbadores261, también meto los que se emplean en sembrar discordias e inquietudes y, finalmente, cuantos revelan los secretos que se les comunica. Y a vuestra consideración dejo cuán perjudiciales son estos en el mundo. [f. 42] 100. CABALLERO. La menor pena que tal gente merece es que se le arranque la lengua, así como dicen los poetas lo hizo Júpiter con cierta ninfa que había descubierto sus amorosos latrocinios a Juno su esposa262. Ni me admira que muchos incurran en esta ligereza porque naturalmente nos inclinamos a aquellas cosas que más se nos prohíben y por eso solía decir un sabio que más fácil era 259  La sexta categoría de los maldicientes (o asesinos) que introduce la temática de la prudencia y disimulación son los traidores y se refiere a las relaciones cortesanas, en este caso entre el príncipe y su caballero y, más en general, los servidores, en las que debe gobernar el intercambio de confianza. 260  Se refiere a los que hablan con indiscreción o malicia de alguien o de sus asuntos sin autorización. 261  Los que observan con cuidado, recatadamente. 262  Con el fin de explicar más detalladamente a los traidores, Guazzo recurre a una referencia mitológica: «[…] se cuenta que de la furtiva unión de Mercurio y Lara, hija de Almón, nacieron los dos gemelos Lares, porque, al revelar Lara a Juno los adulterios de Júpiter, Júpiter, airado, le cortó la lengua y la envió a la laguna infernal; cuando la conducía allí Mercurio, según la orden de Júpiter, la violó en el camino, por lo que se cree que nacieron estos démones que fueron llamados Lares. Puso esto de relieve Ovidio en el libro II (607-16) de los Fastos, en estos versos: “Júpiter se irritó y no usó de ella con moderación; le arranca la lengua y llama a Mercurio: Conduce a esta junto a los Manes (el lugar adecuado para los que están callados); será Ninfa, pero de la laguna infernal…”» (Conti 2006: 232).

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tener en la mano un carbón encendido que en el pecho una palabra secreta263. Y añado yo que es loco de atar el que sin grandísima necesidad descubre a otro algún secreto, puesto que, como dice el adagio, aquel se hace esclavo de otro que confía su secreto a quien no le sabe guardar264. Y, como afirma otro dicho vulgar, no se debe echar cosa alguna en vasijas que están cascadas265. En este asunto me acuerdo de cierto criado al cual como su amo hubiese regalado un vestido, al punto hizo presente de él a un amigo suyo, lo que riñéndole el señor respondió: «¿Cómo queríais que yo le guardase si vos no supisteis hacerlo?». 101. La misma respuesta nos pueden dar aquellos que tienen nuestros secretos en confianza, pues nosotros no supimos ocultarlos, debiendo tener presente que aquello que se dice al oído de ordinario se suele propalar en la calle. Pero, si es cosa ignominiosa revelar los secretos de otro, es al contrario virtud singularísima y admirable el saber callar y refrenar la lengua. Y si estamos obligados a guardar secreto a nuestros amigos, con mayor razón los que somos secretarios tenemos precisión de no revelar el de nuestros amos que nos dan estipendio para que les guardemos fidelidad en los negocios, imitando a aquel griego que, siendo notado por otro de tener el aliento dañado, respondió que aquel mal olor dimanaba de habérsele corrompido muchos secretos en el cuerpo266. Lo que se puede entender no solo de los secretos ajenos sino también de los propios. Y a la verdad quien desea que sus pensamientos sean impenetrables no ha de participarlos [f. 42v.] a hombres viviente, antes debe ser secretario de sí mismo267. Pero parece que 263  «No menos es de estimar en el capitán que professa el verdadero esfuerço el secreto, por ser de las partes que más importan para el buen sucesso de la guerra y que con más dificultad se alcança, pues, como dezía Sócrates: “Más fácil es tener un carbón encendido en la lengua que reservar un hombre para sí solo lo que sabe”, a cuya causa dezía Publio Mimo: “No hagas las cosas que fuere necessario encubrir y si las hizieres sea solo”, porque, como dize San Agustín: “El secreto que a más de uno es manifiesto, ya se puede juzgar por divulgado”» (Álava de Viamont 2000: nº 23). 264  Es sentencia de Publilio: «Quidquid vis ese tacitum, nulli dixeris». En español: «A quien dices tu paridad, a ese das tu libertad. Di a tu amigo tu secreto, y tenerte ha el pie en el pescuezo» (Cantera Ortiz de Urbina 2005: 197). 265  No se encuentra la fuente de este adagio que tiene como trasfondo el mito de Danaides castigada por toda la eternidad por tratar de llenar unas vasijas rotas. 266  La boca maloliente de los secretarios se debe a los secretos podridos y callados. Es un apotegma de Estobeo (Florilegio, 41, [39]) que se difundió en las colecciones humanísticas latinas. Se trata de Eurípides, poeta trágico que vivió entre 485 y 406 a.C., mencionado por Erasmo en Apophthegmata (VIII, Eurípides 7). En España, Gracián menciona este mismo apotegma en El criticón y Timoneda en Buen Aviso y portacuentos (Cuarteto Sancho 2002: 99). 267  Guillermo señala que, en la deontología del secretario, el secreto, palabra inscrita en el mismo nombre, es una función imprescindible que no solo regula las relaciones interpersonales, sino que es parte de su economía personal de supervivencia y que, por lo tanto, se funda en la absoluta discreción y reserva.

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nos hemos desviado de nuestro primer camino y será bien volvamos a tomarle, prosiguiendo, si os agrada, con las diferencias y distinciones de los maldicientes. §. XI 102. ANÍBAL. Sin lisonja vuestro breve y sentencioso discurso ha venido muy al caso y le he oído gustosísimo como parto de un hábil secretario y no de aquellos que se hallan a vuelta de esquina. Pero entremos en los maldicientes falsarios, cuya malignidad es tal que os imputarán este y el otro crimen sin que jamás hayáis tenido pensamiento de decir ni hacer la tal cosa. Y en esto recibiréis regularmente dos injurias, una del calumniador, aunque este —como clama el proverbio— dice oprobios al sordo268, que no es otra cosa el murmurar de un sujeto ausente, otra, de él que sin más fundamento que el dicho de otro lo cree a pies juntillas. Y ciertamente este vicio es de grande iniquidad y vilipendio. En esta bandera se alistan aquellos que al ocio269 alguna palabra dicha sanamente y con buena intención le acomodan una siniestra y perversísima interpretación y totalmente contraria a vuestro sentir. 103. A estos se siguen los que hemos llamado mordaces o echacantos270 de cuya boca se escurren algunas palabrillas que penetran y pasan con mayor violencia el corazón de los oyentes que si fueran saetas bien aceradas. Y aunque sea verdadera su proposición, no por eso son menos inicuos puesto que esto lo ejecutan estimulados de perversa intención y por solo deseo de injuriar. De donde proviene que se granjeen un general odio y aborrecimiento y son tan indiscretos y livianos que quieren más perder un amigo que un concepto que les parezca agudo, sin que puedan ocultar su malicia por más que la coloreen con [f. 43] el hermoso pretexto de chasco271 y chanzoneta272. 104. Mas, así como son acreedores a perpetua ignominia los que con semejantes agudezas alteran a otros la sangre273, así también se deben disculpar aquellos 268  «Surdaster

cum surdastro litigabat» (Erasmo, Adagia III IV, 83=1383). corrige ‘ocios’. 270  «Hombre disparatado o sin juicio» (DRAE). En el El chitón de las tarabillas de Quevedo se lee: «¿Pues cómo, maldito, lo que es justo será reprehensible ni ridículo? ¿Ves tú que eres más veces echacantos que tirapiedras?» (1998: 69). 271  «Burla o engaño que se hace a alguien» (DRAE). 272  «Copla o composición en verso ligera y festiva, hecha por lo común, antiguamente, para que se cantase en Navidad o en otras festividades religiosas» (DRAE). 273  La metáfora corporal de ‘mover la sangre’ es un tópico que se encuentra también en España y en la misma época. Un ejemplo se halla en Fernando de Herrera: «La sangre. La causa por que se vuelva amarillo y frío quien teme, es porque el temor contrae y debilita al corazón. Por lo 269  Se

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que, agraviados en esta forma, responden con palabras agrias y picantes. Y estas respuestas son de doblado valor que las punzantes saetillas de los primeros, como fuera fácil comprobar con infinidad de ejemplos, aunque solo referiré lo que sucedió a Augusto, el que intentando burlar a un extranjero venido a Roma que se le parecía mucho en el rostro, le preguntó si su madre había estado alguna vez en Roma, dando en esto a entender que aquel mancebo podría ser hijo de su padre. Pero el extranjero no menos desembarazado que ingenioso le respondió con maravillosa prontitud y le hirió con sus propias armas diciendo: «A la verdad, señor, mi madre jamás estuvo aquí, mi padre sí que hizo muchas veces este viaje»274. CABALLERO. Sin duda es infalible aquel proverbio: el que dice lo que quiere, oye lo que no quiere275. ANÍBAL. Después de estos marchan los mofadores que, sin ningún respeto ni distinción de personas, se saborean y deleitan en chasquear a cuantos se ponen delante y quieren más persuadir que son hombres chistosos y placenteros que el conocerse por mal criados y sin modo ni policía. 105. CABALLERO. Cualquier hombre honrado se disgusta y lleva a mal que estos bárbaros e insolentes se burlen de ellos, y es tal su hastío que con gran trabajo los pueden digerir. ANÍBAL. Yo soy de la misma opinión, per es preciso se armen de paciencia, imitando a aquel filósofo a quien como dijesen que algunos se burlaban de él: «Es verdad —respondió— que ellos harán burla de mí, mas por mi parte no siento que la burla haga en mi la menor impresión»276. Y ciertamente, en cual, queriendo socorrello, envía naturaleza la sangre que tiene en la parte suprema, y no bastando ésta, lleva en su socorro la que está abajo; y de aquí nace la amarillez y el hielo y el temblor. Porque temblando el corazón, tiembla tras su movimiento el cuerpo todo y los afectos del ánimo, que alteran la sangre, como la esperanza, el temor, la osadía, la tristeza, la iracundia y el dolor, también truecan y permutan los espíritus y calientan o enfrían el cuerpo manifiestamente. Así dijo Virg. en el lib. 10: “frigidus Arcadibus coit in praecordia sanguis”. Y Pedro Bembo: ma’l sangue accolto in se da la paura si ritien dentro» (1972: 403-404). 274  Como afirma Guazzo en la CC («e fra gli altri è assai divolgato…»), este exempla sobre el emperador romano Augusto, que vivió entre el 63 a.C. y el 14 d.C., es muy citado y divulgado desde Erasmo, que lo introduce en sus Apophtegmatum (Liber IV, 1093), hasta Sigmund Freud, que lo menciona en su obra El chiste y su relación con lo inconsciente (1905). 275  Sentencia que proviene del latín: «Cum dixeris quod vis, audies quod non vis» y que en español se ha traducido en diversas maneras: «Di lo que quieres, oirás lo que no quieres. Quien dice lo que quiere, oye lo que no quiere. Quien pregunta lo que no debería, oye lo que no querría» (Cantera Ortiz de Urbina 2005: 51). También Erasmo lo recoge en su Adagia (1218). 276  El filósofo es Diógenes Laercio discurriendo sobre unas disputas de Platón: «Habiendo una vez oído a dos abogados, los condenó a entrambos diciendo: “El uno nada ha quitado, el otro nada ha perdido”. Preguntado qué vino le gustaba más, respondió: “El ageno”. A uno que le decía: “Muchos se burlan de ti”, le respondió: “Pero yo no soy burlado”» (1792: 33).

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gran manera yerra el que juzga se puede hacer verdadera burla de quien no ha hecho sobre qué asiente. Restan los maldicientes incógnitos que son parecidos a las limas sordas y de ellos hay dos especies: unos lo son por escrito y otros por jeroglíficos y figuras. Los primeros hacen su oficio por pasquines277 [f. 43v.] y libelos infamatorios, con los que lastiman el honor de otro. Y de estos la mayor parte escupe su ponzoña a imitación del rayo —que ejecuta su violencia en las torres más elevadas y palacios más sublimes— sobre los príncipes y grandes personas. Los segundos se emplean en representar con lienzos y figuras los hombres y mujeres en formas y actos impúdicos y vergonzosos. CABALLERO. Acuérdome que en una ciudad famosa se fijó de noche a la puerta de un principal ciudadano el retrato de este muy al vivo, adornada la frente de dos astas278 bastantemente crecidas. 106. ANÍBAL. Estos modos de obrar son tan ignominiosos que merecen no sola reprensión sino riguroso castigo. Habéis pues entendido cuántos géneros de maldicientes encierra el mundo y cuán detestable es su vicio, siendo este de más villana condición, cuándo se ensaña contra los muertos, porque entonces el maldiciente manifiesta una conocida bajeza y abatimiento de su espíritu, ofendiendo a quien no puede defenderse y contra quien estando vivo acaso no se atrevería a despegar los labios279, de donde se originó lo que comúnmente se dice que al león muerto hasta las liebres le saltan encima280. Pero ya es razón que tenga fin este discurso que no quiero me tengáis a mí también por maldiciente pues declamo tan largamente contra este vicio y sus sectarios. Recogiendo pues todo lo hasta aquí dicho, concluyo que los detractores de esta calidad, bien que sean inicuos y aborrecibles debemos, no obstante, frecuentarlos y sufrirlos cuanto estuviese de nuestra parte, puesto que, no son de los que traen la señal en la frente ni están desterrados de la conversación de los hombres. 107. CABALLERO. Ya que queréis que no se huya la compañía de estos inficionados, me parecía conveniente y aun preciso que enseñaseis algún se277  «Del

it. ‘Pasquino’, nombre de una estatua en Roma, en la cual solían fijarse libelos o escritos satíricos. Escrito anónimo, de carácter satírico y contenido político, que se fija en sitio público» (DRAE). 278  Cuernos. 279  Es una metáfora corporal tópica que expresa el callar o el no responder. 280  Se parafrasea el proverbio latín de Marcial: «Barbam vellere mortuo leoni» o las variantes «mortuo leoni, etiam lepores insultant», en español «arrancar las barbas a un león muerto. A moro muerto, gran lanzada. Del árbol caído todos hacen leña» (Cantera Ortiz de Urbina 2005: 34).

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creto281 —si le hay— para conversarnos en medio de sus lenguas pestilentes y nocivas282. ANÍBAL. Vuestra petición es justísima a la que satisfaré en pocas palabras, diciendo que, así como algunos animales cuando han de combatir con las serpientes, se previenen antes de algunos simples con que disminuir y adormecer la fuerza del veneno, así nosotros cuando nos acercamos a los detractores debemos armarnos de alguna proporcionada defensa. Y yo no encuentro remedio más seguro ni acertado cuando un murmurador aguza su lengua [f. 44] contra alguno en nuestra presencia que cerrar el oído283 y mostrarse poco satisfecho de su plática y poco gustoso de su asunto. Porque cuando estos hombres sienten que nuestros oídos están prontos a recibir este deleite, estimulándoles su lengua no pueden dejar de murmurar lo que no ejecutan si nos ven desabridos y poco inclinados a escucharlos. Y bien sabéis que las flechas no se clavan en un escabroso y duro peñasco284, como ni ellos introducen sus pestilentes raíces, sino donde encuentran terreno blando y dispuesto a admitirlas. 108. Diré más, que si se quiere formar juicio sobre cual comete más reprensible defecto, el que oye decir mal de otro o el mismo que lo dice, vendremos a confesar que es punto que no se puede seguramente decidir. Y sin mentir el que con facilidad atiende al murmurador, le da juntamente ocasión de pecar y con dificultad sucederá que, el mismo que le oye deje de tener la lengua igualmente pestilente y parecida a la del que habla, y este está en entender de que no obra mal o, a lo menos, que su error se divide entre dos, tocándole a él una parte y otra al que le escucha. De donde procede que no menos deslumbrado uno que otro se impelen mutuamente y caen juntos en un mismo barranco285. Cerremos pues fuertemente nuestros oídos a las palabras de semejante gente y por este medio enfrenaremos sus precipitadas lenguas y conquistando eterno loor nos daremos a estimar de los sujetos de recto y sano discurso. 281  Se

refiere a la receta para conseguir algo, al procedimiento adecuado para conversar. explica sin metáforas «conservar intatto dal veleno delle lor rabbiose e serpentine lingue» (Guazzo 2010 I: 52). 283  Hervás empleó una manera de decir idiomática, que significa «No hacer caso a lo que otra persona le está diciendo» (DRAE), diferente del italiano «abbassare il ciglio» empleado por Guazzo, que expresa la locución «hacer oídos sordos». 284  Este proverbio fue utilizado por Séneca (Agamemnon, vv. 96-102): «“Feriunt celsos fulmina colles, corpora morbis maiora patent” que en español se ha traducido: Hieren los rayos elevados collados, los cuerpos más grandes padecen por enfermedades» (2001: 54). 285  Es un proverbio bíblico: «sinite illos caeci sunt duces caecorum caecus autem si caeco ducatum praestet ambo in foveam cadunt»; que en español se ha traducido: «dejadlos; son ciegos guías de ciegos; y si el ciego guiare al ciego, ambos caerán en un hoyo» (Mateo 15:14). 282  Hervás

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109. Y así como procede noblemente quien no consiente que delante de sí se hable mal de nadie, así es también acción digna de un corazón heroico el hacer poco aprecio de los que murmuran de nosotros teniendo entendido que el ser vituperados de los malos nos acarrea otra tanta gloria cuanta el ser alabados de los buenos. Y se puede decir que, así como los animales ponzoñosos suelen ser de algún provecho, así de los detractores se nos sigue grande utilidad cuando nos guardamos de incurrir en los errores que nos achacan. Y nos hemos de resolver a que tan dueños somos nosotros de nuestros oídos como ellos de sus lenguas, imitando al gran Alejandro que trayendo guerra con otro rey y oyendo que de este murmuraba un soldado suyo, le reprendió agriamente y le dijo: «Yo te doy sueldo para que pelees contra mi enemigo, mas no para que hables más de él» [f. 44v.]286. El mismo Alejandro habiendo entendido que muchos le desacreditaban y ofendían, tan lejos estaba de disgustarse ni procurar la venganza que antes solía decir, que igualmente pertenecía a un rey oír sin inmutación, que todos hablasen mal de él como el hacer bien a todos. Dadle por compañero a Augusto, quien sabiendo que Tiberio llevaba a mal el que fuese tan modesto y pacífico con algunos que murmuraban de él, le escribió estas razones: «No te dejes, mí Tiberio, llevar en este punto de tu edad juvenil y arrogante, ni sientas tanto que hablen mal de nosotros, cuando es bastante haber merecido de la fortuna un estado en que nadie nos puede hacer mal»287. El mismo dijo en este asunto a un doméstico suyo que en una ciudad libre hasta las lenguas debían serlo288. 110. CABALLERO. No todos los señores tienen el gusto parecido al de Alejandro o Augusto. ANÍBAL. Verdaderamente, si es mal hecho denigrar la fama de un particular, es sin comparación peor tomar por blanco para este fin la de los príncipes, y más si son nuestros señores naturales, y los que lo ejecutar merecen que todo el mundo los aborrezca, pues los provocan con su detracción a encruelecerse y mudar de natural. Y si antes eran benignos y afables, después se experimentan 286  Este exemplum se encuentra en la Apophthegmata (Lib. V. Maledicentia, 22) de Erasmo y se refiere a Memnón de Rodas: «Memnon quo tempore bellum gerebat aduersus Alexandrum pro Dario rege, militem quendam mercenarium multa conuitia petulanter iacientem in Alexandrum hasta percussit, Ego, inquiens, te alo ut pugnes cum Alexandro, non ut illi maledicas» (1570: 367). 287  Otro exempla de las Apophthegmata (Lenitas, 62, Lib. IV) de Erasmo: «Tyberio frequenter per literas iracunde querenti de his qui de Augusto male loquerentur, rerscripsit, ne ea in re ninuum indulgeret aetati suae. Satis enim est, inquit, si hoc habemus, ne quis nobis male facere possit» (1570: 292). 288  Se refiere a la Apophthegmata (Leniter, 4, Lib. VI) erasmiana: «Quum iocis, convinciis, famosis carminibus ac rumoribus frequenter impeteretur, amicis ad ultionem hortantibus respondit, in civitate libera lingua menteq; liberas esse debere» (1570: 430).

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ásperos, desabridos e insufribles. Ni justamente se disculpan estos maldicientes con decir que los príncipes son crueles y tiranos, cuando el precepto cristiano les obliga a obedecer a sus príncipes buenos o malos289, en cuya conformidad comúnmente se dice: «Si Nerón es tu señor vive en paz con él». CABALLERO. Ya que nos vemos libres de estas lenguas armadas de abrojos290 ¿se os previenen algunas otras personas que se deban desear, o a lo menos soportar en nuestra conversación y plática civil? § XII 111. ANÍBAL. Siendo preguntado un filósofo cuál entre todos los animales de la tierra era el más vicioso, respondió que de los salvajes e indómitos el murmurador, y de los caseros y domésticos el lisonjero [f. 45]291. Y así juzgo que nuestro discurso tendrá su debido orden ni será casual o fortuito, si habiendo tratado de las bestias furiosas viniésemos ahora a las domésticas, de cuya boca se descuelga un pestífero aliento que inficiona las almas de cuantos por su gusto le perciben. CABALLERO. ¿Qué graduación dais a estos?, ¿de soportables o insoportables? ANÍBAL. Es de advertir que hay dos géneros, unos ocultos, otros manifiestos. Estos son los que forzados de su propio nombre más que de otro motivo se hombrean con grandes señores y les ganan también la voluntad que les hacen ver de noche —según dice un refrán— gusanos lucientes en vez de velas292 o, a lo menos, están ciertos en que les dan gusto y adquieren el nombre no solo de lisonjeros, sino también de bufones y hazme reír. Y algunos hay semejante a Nicesias el cual viendo que las moscas picaban al rey Alejandro dijo con grandes exclamaciones: «¡Oh! que estas son más excelentes que las otras, pues ¡han logrado la dicha de chupar tu heroica y mal sangre!». Y otro viendo que Dionisio retirado con algunos de sus familiares se reía, hizo también lo mismo y preguntándole 289  La

reflexión política de Aníbal alude a los príncipes tiranos y malvados cuya naturaleza, según el médico, se debe a la reacción que ellos tienen a las maledicencias que reciben. A tal propósito, para reforzar esta argumentación, cita un precepto cristiano de la carta del apóstol Pedro (2: 18): «Vosotros siervos, sed sujetos con todo temor a vuestros amos; no solamente a los buenos y humanos, sino también a los injustos». 290  La metáfora del abrojo «planta espinosa» substituye «spinose lingue» (Guazzo 2010 I: 52). 291  El filósofo es Diógenes Laercio aunque la mención de Guazzo no es precisa: «Preguntado sobre cuál de las bestias muerde más dañinamente, respondió: “De las salvajes, el sicofanta; de las domésticas, el adulador”» (2007: 302). 292  Hervás intenta traducir la expresión idiomática «veder lucciole per lanterne» literalmente. Según Lorenzo Franciosini, este proverbio corresponde al español «hacer del cielo cebolla» (1796: 124), que como explica Sebastián de Horozco «se suele decir cuando parece que uno quiere engañar a otro haciéndole entender una cosa porque fía como quien dice “¿Qué tiene que ver el cielo con la cebolla o qué semejanza?”…» (1994: 154).

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porqué, el tirano respondió: «Porque considero yo que lo que tú has dicho será digno de celebrarse con risa»293. 112. Veis también como las comedias antiguas y modernas están llenas de estos gnatones294, perritos de todas bodas, los que siendo conocidos y señalados con el dedo por tales debemos huirlos como insoportables y gente de ningún aprecio ni estimación, pues están hechos a que cualquiera les apalee las espaldas y dé bofetadas en el rostro. Y a la manera que una mona no sirve para guarda de una casa como el perro, ni para carga como el pollino o caballo ni para labrar la tierra como el buey, si solo para nuestro divertimento y para sufrir repetidos golpes y porrazos, así los lisonjeros no teniendo en sí nada bueno, ni sabiendo dedicarse a algún honesto y útil ejercicio, se emplean únicamente en agradar a los ojos y oídos ajenos sin pararse en su propia confusión y vergüenza295. Síguense los aduladores que dijimos secretos, los que so color de amistad y cariño quieren introducirse artificiosamente en la benevolencia de los hombres, y con la fuerza de sus falsas razones les obligan a incurrir en muy considerables defectos. CABALLERO. ¿A lo que yo entiendo queréis nombrar a estos entre los soportables? [f. 45v.]. ANÍBAL. Es verdad. CABALLERO. Pues yo quisiera que se pusieran antes en la clase de los deseables. ANÍBAL. ¿Por qué? 113. CABALLERO. Porque bien que todos infamen vocalmente la lisonja, conocidamente la apetecen en su corazón y deseo. Y os aseguro que en cuantos

293  Estas dos anécdotas se encuentran en el Banquete de los eruditos (Libs. VI y VII) de Ateneo de Náucratis que a su vez cita a Hegesandro: «Respecto a Nicesias el adulador de Alejandro, Hegesandro cuenta lo siguiente [FHG IV, fr. 6, p. 414]: “Cierta vez que Alejandro comentó que lo estaban picando las moscas, al tiempo que las ahuyentaba resueltamente, uno de los aduladores, Nicesias, que estaba a su lado, exclamó: ‘Sin duda estas son mucho más fuertes que las demás moscas, por haber probado tu sangre’”. El mismo autor dice también que Quirísofo el adulador de Dionisio, al ver a este reírse en compañía de algunos conocidos (aunque estaba a bastante distancia de ellos, de manera que no los oía), se echó a reír también. Y cuando Dionisio le preguntó que por qué motivo se reía, si no había escuchado lo que decía, le respondió: “confío en vosotros: seguro que lo que se dijo es gracioso”» (2016: 86). 294  Gnatón es el personaje parásito de la comedia Eunuchus (en español, El eunuco) de Terencio que llegó a ser un modelo por antonomasia. 295  Esta comparación se encuentra en uno de los escritos de Plutarco, Cómo distinguir a un adulador de un amigo (23): «¿Ves al mono? No puede guardar la casa como el perro, ni llevar peso como el caballo, ni labrar la tierra como el buey. Por eso, soporta el ultraje y sigue las bufonadas y bromas y se presta a sí mismo como instrumento de risa» (1992: 241-242).

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países, ciudades y naciones he hecho mansión, no he encontrado hombre alguno por rústico e intratable que sea que no se ablande y enternezca al eco de las melosas palabras de un lisonjero. Y por las muchas experiencias que me asisten, desde luego asiento que no hay persona, aunque de noble y valeroso espíritu, que no se deleite en gran manera no tanto en adular como en ser objeto de la lisonja. No ignoráis que, si queriendo llenarme de viento296 me dijeseis que yo era un robusto y fuerte luchador, o un diestro músico, en este caso me daría por injuriado respeto de no hallarse en mí ninguna de estas partidas. Pero si llegaseis a celebrar de exquisita mi letra, de elegante mi estilo, de agudos mis conceptos, u otra habilidad concerniente a mi profesión, aunque yo por la modesta me excusase de vuestras honras, sin duda en mi interior me alegraría extrañamente, no solo porque juzgaría como de fe cuanto habíais dicho de mí, sino también porque es un deseo naturalísimo el de la alabanza. Y acuérdome haber leído que preguntando Temístocles cuál asunto le agradaba más en el teatro, respondió que aquel que se empleaba en sus elogios297. 114. Es pues este apetito común a todos los hombres ambiciosos de gloria sin considerar ni medir sus méritos, ni pensar si justamente se forma de ellos aquel juicio, dejándose engañar voluntariamente y echando a buena parte semejantes expresiones. Según lo ejecutó Demóstenes que como pasase junto a dos hombres que acarreaban agua y sintiese que en voz baja decían entre sí: «¡Este es Demóstenes!»; se paró muy satisfecho y puso de puntilla a fin de ser mejor visto y como diciendo: «Yo soy, el mismo»298. ¿Mas porqué singularizo a Demóstenes?, ¿cuántos hay que en esta materia si no le exceden, le igualan?, ¿y cuántos, y acaso yo entre ellos, que se contristan [f. 46] y afligen si no los aplauden y celebran? Diré también que si uno de estos lisonjeros gnatones de quien habéis tratado entrase en el campo de mis alabanzas, me veríais transformado en aquel desvanecido Trasón que describe Terencio299 y le escucharía con tal ansía 296  Es

decir, de nada. confirmar la fascinación de la adulación, Guillermo cita la auctoritas de Temístocles con este exemplum que se encuentra en la Apophthegmata (Artes inútiles, Lib. VIII) de Erasmo (1570: 596). 298  Esta anécdota se narra en las Disputaciones tusculanas de Cicerón (Lib. V, 103): «¿Serán, pues, la oscuridad, o la baja extracción, o incluso la impopularidad, las que impidan al sabio ser feliz? Mira no vaya a ser que el favor del pueblo y la gloria que se busca nos procuren más incomodidad que placer. Nuestro querido Demóstenes era un poquito vanidoso cuando decía que él se deleitaba con el susurro de la pobre mujer que le llevaba agua, como en Grecia es costumbre, al susurrar al oído de otra: “Éste es el famoso Demóstenes”» (2005: 448). 299  Al contrario de Guazzo, Hervás especifica que se trata de Trasón. El miles gloriosus es un personaje de la comedia de Terencio (El eunuco) que llegó a ser uno de los personajes típicos de la comedia latina clásica. 297  Para

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que por mucho que hablase, jamás me confesaría satisfecho, persuadiéndome a que bien que él fuese lisonjero con otros, no se atrevería a serlo conmigo. Y así después de agradecérselo con obras y palabras solo me daría pesadumbre que no estuviesen delante todos mis amigos y parientes a oír recitar mis aplausos. 115. Este es —señor Aníbal— el medio más acertado para adquirir amigos y conveniencias y desde ahora conozco que el que no sabe adular no sabe vivir en el mundo300. Y he oído que un gran señor de Francia solía decir a sus amigos: «Lisonjeadme, que este es el mayor obsequio que podéis hacerme»301. Y cualquiera sabe que, así como la reprensión es fomento de la enemistad, así el aplauso es principio de la benevolencia y gratitud302. Que si os parece que la adulación es causa de que el hombre incurra en ignominia, yo soy de contrario sentir, pues si se le ensancha el corazón al que justamente es alabado, el que sin razón ni justicia es aplaudido, siente una espina en su conciencia que violentamente le punza, haciendo creer que es declarado embuste cuanto le han dicho. Y si la lisonja tuviera algo de viciosa, no usarían de ella los padres prudentes y sabios con sus hijos ni los maestros y preceptores de buen juicio con sus discípulos, los que, aunque no sepan con perfección hablar, leer o saltar los padres y maestros no dejan de alabarlos en estos pueriles ejercicios a fin de incitarlos e infundirles valor para más importantes efectos. 116. Observad después que la naturaleza ha influido la lisonja aun en el corazón de los tiernos infantes, los cuales abrazan y besan a sus padres, cuando pretenden de ellos dinero u otra cosilla de su gusto, y parece también que la misma naturaleza enseñó esto mismo a los pobres y mendigos, pues llenan [f. 46v.] nuestros oídos de palabras lastimosas y lisonjeras a fin de conseguir por amor de Dios una corta limosna. Tened también presentes a los más hábiles y diestros causídicos303 y notaréis como aderezan sus ensaladas con el aceite de la adulación y nos enseñan el modo de captar la benevolencia de los príncipes y magistrados cuando trajésemos alguna pretensión con ellos. No es tampoco de 300  Muy interesante es la traducción de Hervás de esta frase en la que transforma el término conversación, como aparece en la CC italiana «chi non sa adulare non sa conversare» (Guazzo 2010 I: 55), en saber vivir. 301  Esta sentencia se encuentra en las colecciones misceláneas Polyanthea (Adulatio) pronunciada por Jerónimo: «qui adulari nescit, aut invidus superbus reputetur» (1574). 302  Este enunciado se halla en el Demónico de Isócrates: «Si quieres granjearte la amistad de algunos, di algo bueno de ellos ante personas que se lo cuenten; porque el comienzo de la amistad es la alabanza, y el reproche el de la enemistad» (2007: 26). 303  Hervás emplea ‘caudístico’ («Procurador o representante de una parte en un proceso» (DRAE), un término comúnmente usado en Derecho, quizás debido a la familiaridad con dicha palabra en su profesión, para referirse a los «oratori» (Guazzo I 2010: 55).

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omitir el ejemplo de los más discretos enamorados, los que por escrito y de palabra llaman dueño y señora al sujeto a quien aman juntamente con el nombre de su alma, su vida, su esperanza y otros epítetos lisonjeros y fingidos, súbenla al cielo llamando a sus perfecciones angélicas y divinas, sus dientes son perlas, sus labios coral y sus manos marfil. Y, como dice el poeta: La cabeza es fino oro, el rostro nieve, las cejas ébano y los ojos brillantes estrellas304.

Finalmente, el mundo está rebosando adulación, con ella se mantiene y conserva y está este ejercicio más en uso que las perillas305. 117. Y bien veis que todos por vivir en paz y sosiego y tener parte en las conversaciones se lisonjean mutuamente, no solo razonando sino aun cuando callan. Porque habréis notado que muchos, aunque el vestido de su señor o amigo esté bastantemente limpio, no obstante, ellos le sacuden con una parte de su capa del mismo modo que si estuviese lleno de barro o polvo. Muchos hay también que cuando otros parlan306 sin que ellos escuchen, hacen semblante de que los entienden con la cabeza o con los ojos, procurando de todos modos por algún acto exterior, satisfacer y agradar a su amigo que no es otra cosa que mera lisonja. De ahí proviene el odio que tenemos a los sofistas307 y cavilosos, y a los que en todas materias se esfuerzan a contradecirnos, poniendo reparo a cuanto decimos como, al contrario, son nuestros amigos aquellos que aprueban y favorecen nuestros discursos por gesto, o de palabra, los estimamos con excelso y conversamos gustosamente con ellos. Aceptamos sus aplausos con humildad y de tal suerte lo echamos al lado del cariño [f. 47] que, al que no hace lo mismo, le juzgamos envidioso, soberbio o arrogante. Llegando a tanto nuestra vanagloria que, aunque conozcamos sobrepuja la alabanza nuestro merecimiento, lo atribuimos antes a superabundancia de cariño que a una viciosa adulación.

304  Guillermo

anticipa primero algunos atributos metafóricos típicos de la poesía petrarquista y, sucesivamente, cita directamente al poeta italiano («La testa or fino, calda neve il volto, / ébano i cigli e gli occhi son due stelle» [Petrarca, CLVII, 9-13]). 305  El traductor utiliza un término típico del siglo xviii substituyendo «le barbe in punta» (Guazzo I 2010: 55) que estaban de moda en el Cinquecento italiano. 306  «Hablar con desembarazo o expedición» (DRAE). 307  En este caso, la palabra sofista no significa simplemente «Maestro de retórica que, en la Grecia del siglo v a.C., enseñaba el arte de analizar los sentidos de las palabras como medio de educación y de influencia sobre los ciudadanos» (DRAE), sino que se emplea en un sentido genérico y con una connotación negativa como ‘capcioso’ o ‘embustero’.

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118. Ni habréis jamás oído que alguno desmienta a quien le aplaude más de lo que merece antes inflado del viento de la filaucía308 y desvanecimiento, le dirá bañado en gozo: «Lo mucho que me estimáis os obliga a hablar de esa manera». Con razón pues cierto adulador a quien rogaron tratase verdad dijo: «La verdad se ha de decir a quien desea oírla con que no habiendo quien tal desee a nadie se debe decir». Creedme que al modo que la verdad causa aborrecimiento, la lisonja engendra amor y cría buena sangre309. Aun más me atreveré a decir que quien desterrase del mundo la adulación extrañaría al mismo tiempo la urbanidad310. Porque ¿qué razón habrá para que no quitemos el sombrero a un enemigo nuestro ni demos los buenos días a quien deseamos mala ventura?, ¿pero qué queréis? Es preciso a su imitación afectar alegría en el semblante y disimular con artificio el enojo311. Mas, así como es imperfección contradecir obstinadamente a un amigo, así es virtud y generosidad saberle ceder, haciéndole dueño de la gloria y del lauro como lo ejecutó Boccaccio Aniquino312 y dejándose vencer de su dama en el fuego del ajedrez, la venció a ella por este medio alcanzando su gracia que tanto deseaba. Soy pues de opinión que la única conducta para granjear favor y guiar a dichoso fin nuestros designios es saber ensalzar o con acciones o con palabras los hechos de otros dándoles en esto lo que tan ansiosamente buscan y apetecen313. § XIII 119. ANÍBAL. Muy ingeniosa y doctamente habéis engrandecido la lisonja, mas por mi opinión es totalmente opuesta a la vuestra. A fin de no parecerme al adulador, quiero descubiertamente impugnar las razones que habéis profe308  Hervás

simplifica la frase: «Né sentite mai alcuno che menta altri per la gola per falsa lode che gli sia data, anzi gonfio di vento e di persuasione gli risponde tutto lieto» (Guazzo 2010 I: 56), añadiendo también el concepto de filaucía, es decir, «amor propio» (DRAE). 309  Sobre esta cita de la Andria de Terencio: «obsequium amicos veritas odium parit» (v. 68), que en español se modificó por «cantando las verdades, se pierden las amistades», también Lope de Vega escribió en La necedad del discreto los versos pronunciado por Rosetio, príncipe de Alemania: «Consejo pedí a mí mismo, / mal haya quien lisonjea, / pues si amor lisonjas brota, / lisonjas yerros engendran» (1650: f. 2v). 310  Es decir, la cortesía, el arte del simular y disimular que regula los pequeños detalles de la cotidianeidad. 311  Se omite la frase en la que Guazzo incluyó los dos proverbios añadidos en la edición de 1579: «e volpeggiar con le volpi, e beffar l’arte con l’arte stessa» (Guazzo 2010 I: 56). 312  Probable error de Hervás, ya que en la CC es: «come fece l’accorto Anichino presso il Boccaccio» (Guazzo I 2010: 56). Se refiere a Anichino, personaje de la séptima novella del Decamerón, dedicada a las burlas de las mujeres a sus maridos. 313  Otro periodo en el que se omite la añadidura de la edición de la CC de 1579: «convenga aver sempre Lodi e Piacenza in bocca, e recarsi a…» (Guazzo I 2010: 56).

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rido. En primer lugar, digo que la mayor parte de los hombres son aduladores [f. 47v.] de sí mismos, haciéndose creer son más de lo que nunca fueron314. En este error incurren ordinariamente príncipes, como acaeció a Domiciano que ningún temor ni vergüenza tuvo de hacerse llamar «Dios» y de ahí tomó ocasión un lisonjero de escribir en su loor o acaso en su vituperio, estas palabras: «Edicto de nuestro Dios y señor»315. Preocupado igualmente de este delirio Alejandro, no contento con ser rey y tener el título de Magno quiso aún más ser nombrado hijo de Júpiter en daño y ruina de cuantos no quisieron asentir a este devaneo316. De lo que se quejó agriamente su madre diciéndole que la quería malquistar con Juno. Pero cierto filósofo que no había aprendido el arte de adular, viendo que el médico le subministraba estando enfermo un caldo, dijo: «Nuestro Dios funda toda la esperanza de su salud en un caldo». 120. De aquí dimana que, con tanta facilidad den oídos a los lisonjeros, teniendo sus palabras por debidos encomios y no por lisonjas, sin pararse en la justicia o injusticia de la alabanza y por esto no es de admirar que estén tan bien puestos los aduladores. Pero los que tienen el juicio cabal que se conocen a sí mismos y tienen bien pesado su mérito, aunque apetezcan fama y reputación, siguiendo la natural propensión, no por eso permiten el abuso ni gustan de que falsamente los celebren porque saben que la falsa alabanza es solamente burla y mofa. Ni os tengo yo por tan avariento de gloria vana ni tan fácil admitirla que si al tiempo de aplaudiros mezclase yo alguna lisonja que excediese la razón, dejaseis de reprenderme o con palabras o interiormente en vuestro corazón. CABALLERO. Ya os habéis lastimado con vuestras propias armas317 pues, celebrándome por sujeto que no permitiera le aplaudiesen más de lo justo, me atribuís una virtud que no tengo y os declaráis lisonjero y mofador a un mismo tiempo. [f. 48] 121. ANÍBAL. Antes sois vos el que os habéis herido con vuestro acero, porque habiendo ya confesado que en caso que algún adulador os lisonjease, no

314  Según

Quondam, es una sentencia de Tales de Mileto mencionada en la Apophthegmata de Erasmo, mas no parece que esté citada en dicha obra (Guazzo II 2010: 139). 315  Se trata del emperador romano Tito Flavio Domiciano (Roma, 24 de octubre de 5118 de septiembre de 96). Suetonio escribió sobre su «hinchazón y vanagloria» en Las vidas de los doze Cesares… (1596: ff. 224v-225). Por otro lado, el lisonjero nombrado por Guazzo es Marcial (Epigramas, Libro 5, 8): «Edictum Domini Deique nostri», que en español se ha traducido como: «Mientras el edicto de nuestro dios y señor» (2004: 166-167). 316  Erasmo, Apophthegmata: «Filii deorum qui: In ammone templo quum a vate dictus esset Iovis filius…» (1570 15: 234). 317  ‘Armas’ en sentido figurado, son las armas de la dialéctica.

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le daríais crédito ni juzgaríais se atreviese a adularos; no sufriendo ahora que yo os adjudique una calidad que negáis hallarse en vos, parece os contradecís quedando yo por verídico y en ninguna manera por lisonjero. Fuera de que, diciendo yo que os juzgo tal que os pesaría de ser adulado, este no se roza con nada de lisonja y es solo un buen concepto que formo de vuestra persona. Lisonja fuera cuando absolutamente asentara que erais sujeto que de ningún modo daba oídos a los aduladores. Con que, no incluyendo mis razones cosa alguna de alabanza, no deben interpretarse ni recibirse como adulación. 122. Prosiguiendo pues mi tema, digo más, que el hombre sabio no asiente a las faltas laudatorias de los lisonjeros, cuya naturaleza es semejante a la del pólipo318, el cual muda de color según las cosas a que se arrima319. Así, los aduladores mudan de opinión y dictamen, según conocen dispuesta la voluntad de los oyentes y, por eso, un antiguo escritor los llama amigos-enemigos, pues debajo de la dulzura de sus palabras se halla un sentido amargo, picante y venenoso, de suerte que el anzuelo se oculta con el cebo y el áspid entre las flores. Imitan también al carnicero que con una mano halaga y acaricia al cerdo para que sosegado de esta forma pueda con la otra meterle seguramente el cuchillo320. Ni es de provecho decir que la adulación suele tener buenos efectos y que el hombre sin razón aplaudido cae en la cuenta obligado de los remordimientos de su conciencia porque el sutil y refinado lisonjero de tal suerte advierte, asienta su vestido sobre los hombros de su amigo que no es posible conocer las costuras aparentes y adorna de tal suerte las cosas siniestras que las hace recibir por muy verdaderas321. Y bien que ha habido hombres insignes322 que han enseñados los medios para discernir el amigo del adulador323, es cosa dificilísima, no me atrevo a decir imposible, el llegar [f. 48v.] a este conocimiento, tanto por lo lleno que 318  Pulpo.

319  Aníbal

recurre a una sabiduría naturalista para describir al lisonjero. Sin embargo, esta misma asociación se encuentra en Cómo distinguir a un adulador de un amigo de Plutarco: «Los cambios de un adulador, como los de un pulpo, los podría descubrir uno, si se percata de que, muchas veces, él mismo cambia y desaprueba la vida que antes alababa, y es atraído de repente hacia acciones, conductas y palabras, con las que se disgustaba, como si le agradaran» (1992: 211). 320  Hervás simplifica y modifica la frase italiana: «[…] del beccaio che gratta il porco con la mano per dargli della mazza sul capo» (Guazzo 2010 I: 57). 321  El lisonjero es como un buen sastre que no deja ver las costuras del vestido. 322  En la CC se lee «[…] alcuni valenti scrittori…» (Guazzo 2010 I: 57). 323  Los autores clásicos que trataron esta argumentación son varios. Además del notorio Plutarco (Cómo distinguir a un adulador de un amigo), Guazzo se refiere también a Platón y su Gorgias, a la Ética nicomáquea y a los otros textos sobre la ética de Aristóteles y, sobre, todo a Cicerón y su Laelius de amicitia.

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está el mundo de estas fieras domésticas como porque no es fácil distinguir un mal con todos los accidentes de bien. 123. Y aun por esto dijo un docto que la misma similitud que hay entre un perro y un lobo324, se encuentra entre el lisonjero y el verdadero amigo y que así debemos procurar no engañarnos, no sea que pensando estar debajo de la custodia de los perros nos hallemos presa y despojo de carniceros lobos. Porque dado caso que percibáis el olor de un falso aplauso, si no sentís interiormente aquel remordimiento de que habéis hablado, teniendo esta alabanza todas las señas de cierta y ofreciéndose con intención al parecer desinteresada, no habrá duda en que os la echaréis al cuerpo como digna de vos y muy verdadera. Vengamos ahora al ejemplo de los padres de quienes decís que adulan a sus hijos por animarlos y atraerlos a la virtud y que los hijos hacen lo mismo con sus padres cuando pretende alguna niñería. Digo que estos dos casos son diferentes: el primero no tiene nada de lisonja porque no incluye nada de engaño. CABALLERO. ¿Pues qué?, ¿no engañaréis a vuestro hijo, sino habiendo saltado más de un palmo le decís que ha dado un salto muy crecido? ANÍBAL. Este engaño es bueno325, pues se dirige a un fin bueno y loable y al provecho del mismo engañado, así como los médicos engañamos muchas veces a los enfermos dándoles en lugar de vino el zumo y licor de las granadas. CABALLERO. Id delante y tocad el ejemplo de los hijos que lisonjean a sus padres por alcanzar algo. 124. ANÍBAL. Es preciso —si no me engaño— discurrir aquí con más sutileza y ante todas cosas tener presente que hay hombres los cuales por alcanzar la gracia de otros confirman y aprueban cuanto dicen, sin en nada contradecirles y, al contrario, hacen otros profesión de impugnar y oponerse en todo tiempo a aquellos con quienes discurren. Entre estos dos extremos tan viciosos, hay un medio seguido de aquellos que saben discretamente en tiempo y lugar y con la debida regla, conceden o refutan las razones de otros, según lo ejecuta todo sujeto de razón y prudencia. Hase también de advertir que si los que contradicen a otros lo hacen por mera diversión, se deben llamar festivos o chistosos [f. 49]; pero si es con ánimo de que se les siga algún interés son declarados aduladores. Esta distinción —como no ignoráis— es de un buen maestro y según ella se deberán llamar lisonjeros los hijos que acarician a sus padres porque les den lo que

324  El filósofo es Epicteto y la máxima se ha traducido al castellano de la siguiente manera: «Un adulador se parece a un amigo como un lobo se parece a un perro». 325  La argumentación sobre el engaño bueno es un tópico clásico que se halla en muchas fuentes antiguas, entre otras, en el De pueris instituendis de Erasmo (1529: ff. 43v).

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desean. Pero es justo afinar aquí algo más nuestro espíritu y considerar que el hijo no puede dar a su padre alabanza que exceda su cariño y obligación natural ni el padre podrá esperar otra cosa de su hijo. 125. CABALLERO. Es cierto, pero comúnmente se dice «quien te acaricia más de lo que acostumbra o te engaña o lo pretende»326. Ni es cualquier padre tan ciego que no advierta en tales ocasiones el arte y malicia que oculta su hijo con semejantes cariños. ANÍBAL. Bien advierte la intención de su hijo, pero la celebra gozoso ni la atribuye como vos a artificio o malicia, antes bien se complace y la toma como astucia honesta y discreción aguda. Pues ve a su hijo que siguiendo a la naturaleza nuestra general maestra, aprende de ella a humillarse en la ocasión, pidiendo lo que necesita con actos loables y cariñosos. En que viene a entender que quien desea verse exaltado, debe acudir a la humildad del ruego y quien pretende entrar ha de llamar a la puerta327. Y bien que en todo tiempo estamos obligados a alabar a Dios nuestro eterno padre, empero unidos el corazón y la voz nos encienden más para alcanzar su divina gracia y para mitigar su justa ira no recurrimos al atributo de justo, sí solo al de misericordioso que es del que tenemos necesidad. Y siguiendo esta consideración, concluiremos rectamente que semejantes acciones no deben comprenderse en el nombre de lisonja y que los niños ni aun aquellos que gozan ya de razón pudieran, aun queriendo, usar de adulación con sus padres, lo que claramente entendió Pítaco328 —uno de los Siete Sabios de Grecia— cuando dijo: «No temas adular a tu padre». 126. En cuanto al ejemplo de los pobres que solicitan la limosna con falsas exageraciones, digo que no teniendo la necesidad ley alguna, da a estos por disculpados329. A que se llega que si por socorrer nuestra hambre es permitido el robo con mayor razón se deberá permitir la adulación. Fuera de que esta no la tengo yo por [f. 49v.] verdadera lisonja, porque el lisonjero no descubre su necesidad a todos, antes la oculta con artificio para que por esto mismo haga

326  Este

proverbio recrimina a los hipócritas y, por lo general, a quienes ocultan su dañina intención con buenas apariencias. Tanto en español como en italiano tiene muchas variantes, una de ella podría ser: «Cuando el diablo reza, engañarte quiere». 327  Sentencia evangélica que se encuentra en Mateo (7: 7): «Pulsate et aperietur vobis» («Llamad y se os abrirá»). 328  Pítaco de Mitilene, hijo de Hirradio, vivió entre el 640 y el 568 a.C. 329  La formulación de este lugar común de la tradición clásica: «Necessitas dat legem, non ipsa accipit», se lee en varios autores, como Cicerón, Livio o Plinio, aunque según Quondam (Guazzo II 2010: 144, nota 554) se encuentra en Publilio Siro (N23). En español se ha traducido: «La necesidad carece de ley» (Cantera Ortiz de Urbina 2005: 141).

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quien se mueva a socorrerle. Con esta misma razón defiendo el causídico que públicamente propone lo que pretende al príncipe o magistrado sin que por esto se haga reprensible. Pues al modo que el que dice a otro: «Guárdate que te tengo de herir», manifiesta su intención y da tiempo a su enemigo para prevenir la defensa, así el orador no ocupa ver la palestra que no sepa ya el juez lo que este pide y lo que a él le toca y no tenga presente todos los medios de que se servirá el orador para conmoverle. 127. Resta el último ejemplo que es el de los enamorados, los que desde luego os confiesan que son aduladores. Y cierto escritor antecesor mío lo demuestra manifiestamente cuando dice que, si la enamorada tiene la nariz chata y remangada, su amante dice que es amable, si aguileña la llama caballerosa, si es obscura la juzga blanca y aún transparente, si blanca dice que ha bajado del cielo330. Pero nada de esto es de admirar porque los amantes no se rigen por ley ni razón alguna ni son dueños de su mismo corazón, como lo entiende nuestro poeta cuando dijo: Reina el sentido y la razón es muerta331.

Y así como el amante es lisonjero de su dama, así ella se lisonjea a sí propia, porque no hay mujer por disforme que sea que, oyéndose llamar hermosa, no se persuada y crea que su amante la tiene por tal. Y al modo que creyendo el cuervo las astutas palabras de la zorra se dejó arrebatar la presa del pico332, así muchas desdichadas han oído para su perdición las delicadas ponderaciones 330  Guazzo

escribe «poiché lo confessa un mio maggiore» (2010 I: 59), refiriéndose tanto a la autoctoritas como a ser un antepasado. Se trata de Plutarco que en Cómo distinguir a un adulador… citando a Platón menciona lo siguiente: «En efecto, todos los que están en la flor de la edad, como dice Platón de alguna manera estimulan al hombre propicio al amor, llamando a los blancos hijos de los dioses, a los morenos varoniles, al de nariz aguileña real y al chato gracioso, al pálido dulce como la miel, acariciándolos, a todos los abraza y les da muestras de cariño, pues el amor es como la yedra para enredarse en sí mismo con cualquier pretexto» (1992: 184). 331  Petrarca (221 7). «Voglia mi sprona, amor mi guida e scorge. / Aguijame el querer, amor me guía / placer me tira, el uso me transporta, halagame esperanza y me conhorta / y al triste corazón su diestra envía. / El misero la sigue sin porta, / tras lo que nuestra ciega guía exhorta, / reina lo sensual, ragion è morta…» (1591: f. 97). 332  Se refiere a una de las fábulas de Esopo titulada El cuervo y la zorra: «Un cuervo que había robado un trozo de carne, se posó en un árbol. Y una zorra, que lo vio, quiso adueñarse de la carne, se detuvo y empezó a exaltar sus proporciones y belleza, le dijo además que le sobraban méritos para ser el rey de las aves y, sin duda, podría serlo si tuviera voz. Pero al querer demostrar a la zorra que tenía voz, dejó caer la carne y se puso a dar grandes graznidos. Aquella se lanzó y después que arrebató la carne, dijo: “cuervo, si también tuvieras juicio, nada te faltaría para ser el rey de las aves”» (1985: 97).

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de los que las engañan. Pues llevadas como una ligera pluma del viento de los aplausos, se han dejado remontar tanto que no pudiendo mantenerse, han caído miserablemente en tierra, perdiendo en esta lastimosa caída su apreciable honor. Y las que antes eran señoras de sí mismas se vieron después esclavas de otros. 128. Mas por satisfaceros en cuanto al hecho que alegáis de la cortesía cuando la usamos con nuestro enemigo, diré que no se ha de juzgar recto y justificado todo aquel que nos da los buenos días [f. 50] y mejor les compete a tales hombres el nombre de disimulados que el de lisonjeros333. CABALLERO. Paréceme que dais diversos nombres a una misma cosa, pues la disimulación, siempre está unida con la lisonja334. ANÍBAL. Es cierto, pero hay entre ellas la diferencia que entre el género y su especie, porque aunque todo el que adula finge y disimula, no todo el que disimula lisonjea. Y para que mejor me entendáis declararé esto con el ejemplo de un combatiente, el cual hace cara de herir a su contrario en la cabeza y, repentinamente, baja el golpe a la pierna o a otra parte del cuerpo. De este diréis bien que finge, pero no que lisonjea. CABALLERO. Es cierto. ANÍBAL. ¿Los valientes capitanes no engañan también a sus enemigos fingiendo tomar este camino y luego echan por otro muy distinto?, ¿y no se alcanzan también muchas victorias igualmente por las astucias bélicas que por la fuerza de las armas? Pues con todo esto estas ficciones no son reprensibles, antes bien sirven de acrecentar el honor y gloria de aquel que supo servirse de ellas a tiempo y oportunidad. 129. Y no solo el engañarse es permitido entre los enemigos, sino también entre los amigos si del engaño no resulta perjuicio o detrimento, como por ejemplo si a mí me convidasen a ver representar una comedia u otro espectáculo divertido y no quisiesen ir, me sería preciso fingir alguna indisposición o si yendo de noche no quisiese ser conocido, me embozaría hasta las cejas o fingiría ser cojo. Con que veis ya como el fingir se puede largamente extender y acomodar a diversos fines y materias cuando el lisonjear es más limitado, pues se contiene en el fingir como la especie debajo de su género. Y de aquí infiero que, aunque no se permita el fingimiento cuando se adula, 333  En

este pasaje Hervás omite unas imágenes cristianas tradicionales que se encuentran en la CC italiana: «[…] non s’ha da accettare come colomba chiunque dice: —Pax vobis— ma questi meritano più tosto nome di simulatori che d’adulatori» (Guazzo 2010 I: 59). 334  Guillermo propone una cuestión peliaguda: la relación entre la adulación y simulación que fue el núcleo central de la reflexión de los moralistas clásicos.

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por el daño que de él se sigue al prójimo, podrá no obstante fingir cualquiera irreprensiblemente en caso que no ceda en perjuicio de otro ni la intención sea de agradarle. 130. Yo confieso que el que finge amar a otro con ánimo de engañarle o acarrearle daño, incurre en gravísimo defecto y vicio y el filósofo dice ser este peor que el que labra moneda falsa [f. 50v.] puesto que la amistad no puede tener lugar en donde reina el engaño335. Pero si solo por cortesía, saludo a un conocido a quien no tengo especial cariño, no por eso debo ser nombrado vicioso, pues le hice aquel cortejo por mera civilidad y no por expresarle alguna muestra de afecto. Fuera de esto, bien sabéis que el mundo está poseído de muchos hombres indignos a los que justamente por sus vicios aborrecemos sin que nos sea muy seguro hacer patente nuestro desafecto. Y en esta materia tengo entendido también que muchos se tienen reciproco cariño sin que haya entre ellos reciproca cortesía como se ve en los hijos que son grandemente queridos y no son cortejados336 de sus padres o madres y, al contrario, muchos se honran mutuamente que de ningún modo se aman como acontece con algunos señores poco agradables a sus súbditos, y con algunos ministros de justicia mal vistos del pueblo, los cuales son generalmente respetados sin que nadie les sea afecto. Y esta es la razón porque ni podemos ni debemos faltar a la cortesía y urbanidad mirando antes a nuestro deber que al mérito del otro337. De forma que, si nuestros inferiores o iguales nos saludan, estamos obligados en buena cortesía a corresponderle; si esto lo hacen los príncipes magistrados o personas de mayor esfera que nosotros, debemos honrarlos, aunque el afecto se oponga, a lo menos por lo que es debido a su estado o autoridad. 335  El filósofo es Aristóteles, que considera la adulación una práctica viciosa en la amistad si se hace con la intención de hacer daño, por interés personal o engaño, como afirma en la Ética nicomáquea: «Así, cuando uno mismo se engaña creyendo que su amigo lo ama por su carácter, sin que este haga nada de esta suerte, deberá culparse a sí mismo; pero, cuando es engañado por el fingimiento de su amigo, es justo acusar al otro, y más que a los falsificadores de monedas, por cuanto su malevolencia afecta a algo más valioso» (1985: 357). 336  En este caso Hervás traduce el verbo ‘onorare’ con la otra acepción del verbo ‘cortejar’, es decir, «Asistir, acompañar a alguien, contribuyendo a lo que sea de su agrado» (DRAE). La honra caracteriza los vínculos de la jerarquía social y cultural y por eso no puede ser recíproca y no activa una dinámica afectiva natural, al igual que el de súbdito con su señor. 337  La ley de crianza, en el sentido de urbanidad o cortesía que se observa en la CC no depende del mérito de cada miembro de la sociedad sino por la obligación de quien cumple el acto de cortesía. Es un dispositivo que se desencadena prontamente ya que está basado en las jerarquías, en el estatus social. De manera que, la atención del autor se centra no en las afecciones, sino en la reverencia según la condición de la gente.

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131. Ya discurro habréis comprendido la diferencia que hay entre el fingir y lisonjear. Y volviendo a los aduladores digo que su naturaleza es perversa y ponzoñosa. Y aunque —como está dicho— con gran dificultad se podrá discernir el amigo del lisonjero, se ha de advertir que comúnmente los grandes lisonjeados de sus inferiores, y que aun en el tiempo en que se ven metidos en mayores ocupaciones, se hallan rodeados de la perversa tropa de los aduladores porque estos gustosamente se encierran en aquellos lugares [f. 51] de donde esperan conseguir algún interés. Y de aquí dimana que los reyes son con más frecuencia asaltados de estos malignos espíritus338. Y por eso dijo Carnéades que los hijos de los reyes no podían aprender perfectamente otro ejercicio que picar un caballo porque los maestros de otras facultades solo se emplean en complacerles haciéndoles creer están diestros en lo que apenas saben339. Lo que no acaece en domar un caballo porque este bruto no sabe adular, ni respeta más al grande que al pequeño, y el que no tienen habilidad para mantenerse encima, vendrá sin remedio a tierra. Debemos pues guardarnos cuidadosamente de tales hombres tanto porque son dañosos para nosotros como por ser desagradables al mismo Dios340. 132. Y no sabré yo decidir si es mayor vicio infamar maldicientemente los buenos o alabar lisonjeramente los malos. Largo tiempo ha tengo entendido que Dios se ofende infinitamente de oír infamar al que por sus obras es su semejante o alabar al totalmente disímil, y carece de duda que es más que vicio celebrar en el hombre lo que es digno de reprensión y lo declara bastantemente aquella sentencia del profeta que dice: «Infelices de vosotros, los que llamáis a lo bueno malo y a lo malo bueno»341. Y estos se parecen a los que meten la almohada debajo de la cabeza, mullen blandamente la pluma y componen la ropa a fin de conciliaros el sueño. Aquellos pecan gravísimamente que lisonjean por hacer 338  Hervás vuelve a omitir una frase que aparece en la CC del año 1579: «le cui adulazioni continove li rendono come sciocchi e li fanno quasi trasvedere e uscire di loro medesimi» (Guazzo 2010 I: 61). 339  La mención del filósofo Carnéades es un lugar común que se encuentra en muchas fuentes, aunque parece ser que Guazzo utilizó la de Plutarco en Cómo distinguir a un adulador…: «Carnéades decía que los hijos de los ricos y de los reyes sólo aprenden a montar a caballo, pero no aprenden ninguna otra cosa bien y convenientemente. Pues, el maestro, alabándolos en sus estudios, y el que lucha con ellos, sometiéndoseles, les adula; pero el caballo, al no tener conocimiento, ni preocupándose de si es un particular o un gobernante o un rico o un pobre, derriba a los que no lo saben montar» (1985: 227). 340  Estos diálogos sobre la adulación recuerdan vagamente uno de los ejemplos del conde Lucanor, en concreto el V, «De lo que acontenció a una zorra con un cuervo que tenía un pedazo de queso en el pico» (2013: 94-97). 341  Isaías (5: 20): «¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!».

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daño imitando a Judas cuando entregó a nuestro Señor342 y por eso está escrito que son más dulces las heridas del amigo que el beso del enemigo, esto es, del adulador343. Y, en suma, aplaudir lo que no es justo es acción de lisonjero, engañador y especie de traición y así se hace muy recomendable el emperador Segismundo, el cual oyendo que unos de estos desvergonzados le llamaba Dios, le sacudió una bofetada y diciéndole [f. 51v.] el lisonjero: «¿Por qué me herís emperador?» —respondió—: «¿Por qué me mordéis adulador?»344. 133. CABALLERO. Pues veo, según me referís, lo abominables y nocivos que son los tales, ya era de parecer que se arrimasen al bando de los insoportables. ANÍBAL. No por cierto, siéntese a una misma mesa con los maldicientes en el gremio de los soportables y temiendo a unos y otros por nuestros amigos, guardémonos de ellos como de manifiestos contrarios, armándonos de un mismo morrión que también nos defienda los oídos contra sus brutales y pestilentes palabras, teniendo presente que, el que oye gustoso a un lisonjero, se parece a la oveja que da de mamar al lobo345, o al que pone su pierna delante de aquel que con la suya intenta armarle zancadilla. Y si oyeseis que estos panegiristas os elevan hasta el cielo con sus aplausos, suplicadles cortésmente os dejen en tierra, diciéndoles que, si necesitaseis de alabanza, vos sabréis elogiaros a vos mismos. O, si no, haced como cierto caballero amigo mío, el cual habiendo larga y pacientemente escuchado cierto descarado que le había tejido una rica y hermosa corona de elogios y aplausos desmesurados, finalmente le dijo: «Yo no sé ahora qué deba hacer de vuestras alabanzas porque si las desecho, os acuso de lisonjero y si las acepto me gradúo de vanaglorioso. Pues partámoslas como 342  Mateo

(26: 14-16): «Entonces uno de los doce, que se llamaba Judas Iscariote, fue a los principales sacerdotes, y les dijo: ¿Qué me queréis dar, y yo os lo entregaré? Y ellos le asignaron treinta piezas de plata. Y desde entonces buscaba oportunidad para entregarle». Cf. también Mateo (26: 47-54; 27 1-10). 343  Es sentencia bíblica que se encuentra en el Libro de los Proverbios (17: 6) del Antiguo Testamento: «Meliora sunt vulnera diligentis quam fraudulenta oscula odientis». 344  El emperador Segismundo vivió entre 1368 y 1437. En 1411 due proclamado emperador de Alemania y del Sacro Imperio Romano. En Espejo de la juventud, moral, político y cristiano Marcos Bravo de la Serna, mencionando al papa Pío II, escribe: «Enemigo de aduladores el emperador Segismundo, un día que le alababa con extremo uno de su corte, le hizo callar con un bofetón que le dio: “Señor, ¿por qué me hieres? (le dijo). Lisonjero (le respondió) porque me muerdes”» (1674: 278). 345  Lugar común de la tradición esopiana que se refiere a la fábula de El lobo herido y la oveja: «Un lobo, que había sido mordido por unos perros y dejado malherido, quedó tendido en el suelo, incapaz de procurarse alimento. Entonces vio a una oveja y le pidió que le trajera de beber de un río que corría por allí. “Porque si me das de beber —dijo— yo mismo me procuraré comida”. La oveja, respondiendo, dijo: “Si yo te doy a ti de beber, tú me usarás a mí como comida”. La fábula es oportuna para el malvado que tiende trampas con hipocresía» (1985: 71).

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buenos amigos y compañeros, yo me quedaré con la mitad, tomad vos la otra por el trabajo». 134. CABALLERO. Ese caballero para no desposeerse del título de discreto, no debía admitir porción alguna de esos vanos encomios, sino refutarlos todos como cosa despreciable. ANÍBAL. Antes ejecutó una acción propia de un gran talento porque conociendo que la adulación anda siempre mezclada con parte de verdad, se portó sabiamente, tomando lo que era verdad y dejando al lisonjero la mentira. CABALLERO. Vuestra opinión me satisface, tocante a refutar los falsos loores. Mas en este punto se me ofrece una duda, y es que si incitado yo alguna vez no solo de la afición, sino juntamente de una ocasión proporcionada, os diese en presencia algún verdadero elogio que sea legítimo y fundado en alguna de vuestras apreciables cualidades, si en este caso deberíais rehusarle o pasarle [f. 52] en silencio346. ANÍBAL. Por cuanto el callar en tal caso sería prueba de orgullo347 y ligereza, yo me resolvería a responderos, dirigiendo esas mismas alabanzas a Dios como a origen de todo lo bueno. O bien, con una modestia prudente procuraría disminuir algún tanto mis aplausos, haciéndoos partícipe y compañero, como tiempo ha lo ejecutó aquel gran capitán Pirro, el cual, volviendo de la guerra feliz y victorioso, y oyendo que sus soldados le llamaban «águila», les respondió: «Si yo soy águila, vosotros sois causa, pues con vuestros brazos y armas como ligeras alas me habéis elevado y sostenido»348. 135. Pero ya me parece tiempo de salir de la conversación de los lisonjeros y de concluir diciendo que harto dichoso es el que no adula a nadie y no se deja hacer cosquillas ni vencer de los aduladores que a nadie engaña ni es engañado y que no hace mal a nadie ni permite se le hagan349. 346  Debería

ser una pregunta indirecta como en la CC: «sarà ufficio vostro di ributtarla o di passarla con silenzio?» (Guazzo 2010 I: 62). 347  Hervás traduce ‘superbia’ con el término ‘orgullo’ y más adelante ‘superbo’ con Don Quijote. 348  Aníbal describe la modestia como una virtud moral mencionando el exemplum de Pirro de Epiro, apodado αετός (‘águila’) por sus soldados, citado por Plutarco y Erasmo en las Apophthegmatas y mencionado por Plinio el viejo en Naturalis historia en el año 77. En la traducción del licenciado Jerónimo de Huerta se lee: «Por esta significación de majestad y grandeza llamaron a Pirro águila, y llamándoselo sus soldados, decía: “yo con vosotros lo soy, que sois las plumas con que subo en altro”» (1624: 673). 349  Esta sentencia final de Aníbal se cita en la Polyanthea: «Beata mens quae nec adulatur aliquando necadulanti credit, quae nec decipit alterum nec ipsa decipitur, denique nec malum facit nec aliquando patitur» (1574: 27).

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CABALLERO. Pues el amigo y el lisonjero son tan parecidos que apenas se pueden separar. Recibiera gran gusto en que me enseñaseis cómo debiera portarme para no ser tenido por adulador. ANÍBAL. Hay dos modos. El uno es que jamás alabéis a nadie en su presencia que es vicio de que pocos se escapan porque ignoran aquella sentencia del poeta griego: «El que murmura de mí en ausencia no me hace daño. El que me alaba en presencia dice mal de mí»350. Mas por cuanto se hallan hombres que os tendrán o por enemigo —como dicho habéis— si no lo aplaudís y os tendrán o por Quijote351 o por envidioso, conviene avenirse con ellos de otra suerte, haciendo como el perro de Egipto que bebe en el Nilo y al punto escapa352. Esto es, debéis confesar que conocéis y veneráis sus grandes méritos pero que no os atrevéis a ponderarlos por no incurrir en la nota de lisonjero, dejándoles con esta tal cual dulzura y suavidad para que les haga buena boca. CABALLERO. ¿Tenéis otras personas que poner entre los soportables y que no se deban buscar ni tampoco huir? § XIV 136. ANÍBAL. Ya os he dicho que al vicio de la lisonja es opuesto el [f. 52v.] de la contradicción, y así soy de dictamen que tratemos ahora de estos contenciosos e impugnadores que, movidos de un espíritu fiero, indómito y bestial, se oponen a las opiniones de otros y quieren en todos tiempos y lugares y con todas personas estar encima como el aceite sobre la agua, sin reparar en el odio y malevolencia que se les puede seguir de tan imprudente empleo. CABALLERO. Aunque yo aborrezco el ejercicio y conversación de semejante gente, acuérdome haberlos oído celebrar por un virtuoso y discreto caballero, diciendo que son espíritus gallardos y fanfarrones los que se formalizan contra los dictámenes de cualquiera y que a estos se les da oídos con mayor atención y gusto que a los demás. Y, ciertamente, si en un largo discurso os ponéis a probar que el sol es claro y luciente y que nos calienta, al punto se me quitará

350  No

se halla ni el poeta ni la referencia citada por Guazzo. no utilizó este término, ya que el Quijote se publicó unas décadas después de la

351  Guazzo

CC italiana. 352  Es una manera de decir que entró en la tradición clásica. Fue mencionado por Fedro, Macrobio y Erasmo (Guazzo 2010 II: 151, nota 595). En España, Juan de Lama resume el adagio mencionado por Erasmo: «Ut canis e Nilo. Usamos de este adagio cuando alguno levemente, y como de paso, toca, o gusta alguna cosa, especialmente, cuando se teme, que si se detiene le puede venir algún mal. Tómase la Metaf. del perro, cuando bebe en el Río Nilo de Egypto, cuya región abunda de cocodrilos, y asombrados los perros de ellos, van andando, y bebiendo, sin detenerse, porque no los cojan los cocodrilos» (1793: 253).

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la gana de escucharos porque me decís lo mismo que yo sé. Pero, si tomáis a vuestro cargo el mantener que este astro es obscuro y frío, solo Dios sabe qué alegres se avivarían mis sentidos y cómo os haríais dueño de ellos disponiéndose solícitos a oíros. Así, muy a propósito cierto filósofo viendo que uno se disponía para discurrir sobre los elogios de Hércules dijo: «¿Y quién es el que hasta ahora le ha vituperado?»353. 137. Al contrario, considerad con cuanto placer y admiración se leen las paradojas de muchos autores ingeniosos y sutiles y aun de aquellos que alaban la peste o las bubas. Que, si decís ser este empleo propio de un poeta caprichoso y fantástico y no de un autor grave y serio, acuérdeseos cuan aplaudido y celebrado fue el filósofo Favorino por haber con varias razones y particulares alabanzas recomendado la cuartana, la cual con todo eso se la desean muchos —como infelicidad grande— a sus enemigos. Por tanto, yo creo que la excelencia y admiración están vinculadas a las cosas difíciles y vemos que entre vosotros los filósofos procuráis con varias embestidas y argumentos mantener opiniones singulares y muy distantes de lo cierto. De suerte que, por semejantes razones, el caballero que os he dicho incluiría estos contradictores en la nómina de los deseables antes que en la de los soportables. [f. 53] 138. ANÍBAL. En cuanto a mí, sin contradicción pongo a estos que acabáis de nombrar en el número de los deseables y virtuosos, ni merecen el título de contenciosos, porque bien que se alejen de la verdad no salen a lo menos de la razón aparente. Y lo que con la boca aplauden en su interior abominan sin dirigir a otro fin su empeño que a ostentar la sutil vivacidad de sus entendimientos ni abrazan aquella opinión que defienden porque sería locura creer que Favorino tendría gusto en padecer la cuartana ni los otros la peste, aunque la aplaudiesen con exceso en sus escritos354. Pero los que llamo yo contenciosos son regularmente personas de espíritu grosero, pues según dice un antiguo proverbio «el vicio de contradecir es propio de idiotas». Y así estos se oponen a la verdad por

353  Esta

anécdota se halla en la Apopthegmata de Erasmo, traducida al castellano en La lengua de Erasmo: «Por esta causa los lacedemonios adoravan como a un dios a Hércules, porque les dava más exemplo para bien obrar, que para bien hablar. Y queriendo un día un rethórico hazer un sermón en alabanza de Hércules, pensando por esto ganar mucho favor con Antálcidas, capitán de los lacedemonios, el mesmo Antálcidas no se lo consintió que qué necessidad había de alabar a Hércules pues ninguno le vituperaba, mostrando en esto ser superflua cualquier plática que no se hace de cosas muy necesarias» (1551: ff. 11-11v). 354  El filósofo sofista Favorino vivió entre el i y ii siglo d.C. En la cultura del Cinquecento se reconoce como uno de los padres fundadores del discurso paradojal y por haber escrito un elogio de la fiebre cuartana.

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ignorancia o por obstinación y se parecen a los herejes, los que bien que, convencidos por razones innegables, no por eso quieren ceder, rendirse ni aquietarse. Y estos que se emplean en perseguir la razón en todo tiempo y con todas personas llevan lo peor. Porque siendo muy débiles los fundamentos en que estriban sus discursos, llegan a encolerizarse y quieren a fuerza de gritos, blasfemias y amenazas llevarse la victoria. Y de ordinario les sucede que, encontrándose con otros de su humor, pasan de cuestiones de poca monta a pendencias capitales y peligrosas. 139. En cuanto a lo que decís de los filósofos cuando disputan, respondo ser justo y conveniente, así a ellos como a los demás hombres que discurren y disputan juntos, el entablar cuestiones y problemas. Y aquel se hace más plausible que defiende la parte más difícil ni porque las razones sean opuestas, padece menoscabo su amistad, puesto que, de común acuerdo buscan la verdad y lo cierto. Como se ve en los que fabrican cuerdas de los cuales el uno tuerce a un lado y, el otro, al contrario, pero la intención de ambos en el fin de la obra tiene un mismo paradero. Fuera de que las disputas tienen sus términos y limites que no es lícito a ninguno propasar sin abandonar el título de disputador y adquirir el de contencioso y sofista, arriesgándose también al infeliz [f. 53] desastre de perder la sanidad de su entendimiento por el demasiado ejercicio en el contradecir. Y así como apurando mucho una materia se rompe y despedaza, así por el mucho altercar se viene a perder la verdad que es tan buscada355. 140. Son pues llamados contenciosos aquellos que no por deseo de discurrir ni ejercitar su espíritu, si solo por menosprecio y arrogancia profieren cosas no solamente falsas, sino también desposeídas de toda apariencia de verdad y razón. CABALLERO. ¿De dónde pensáis procede este vicio? ANÍBAL. De una madre que tiene dos hijos, es a saber la ignorancia y el amor de sí mismo356 y juntamente de la persuasión, de donde proviene que 355  Se elabora el proverbio latín Nimium altercando veritas amittitur que se ha traducido al castellano como: «En los altercados excesivos se pierde la verdad. En las disputas dilatadas los hombres se olvidan de sí mismos y hasta del objeto en cuestión» (Evans Macdonnel; Borrás 1836: 229). 356  Guazzo condena el egoísmo y el amor a sí mismo, un tópico presente en la ética clásica desde Aristóteles en la Ética nicomáquea: «Para llegar al goce de la amistad, hay que superar una serie de dificultades que brotan de la estructura de las relaciones humanas, interferidas por la complicada retícula social en la que el individuo se desplaza. La importancia de la amistad es tal, que no sólo sirve para entender nuestro “sentimiento hacia los otros”, sino también nuestra “relación afectiva con nosotros mismos”. En consecuencia, se plantea la cuestión de si es justificable el “amor propio” (philautía), que puede llegar al extremo de olvidarse absolutamente de los demás. En este caso, y si demostramos que el hombre feliz necesita de los amigos, ese “egoísmo” de la philautía no sólo traería infelicidad, sino también

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aquellos que nada saben, piensan saberlo todo y juzgan su idiotez por una perfecta ciencia y conocimiento. CABALLERO. La primera señal que confirma a un hombre por loco es cuando cree que es sabio357. ANÍBAL. Bien sabéis que no hay cosa más fácil que engañarse a sí mismo, pero el sabio nos amonesta que no seamos sabios para con nosotros, esto es, en nuestro concepto, porque semejante sabiduría se llama diabólica358. Y con verdad, el que más sabe presume menos de sí que los otros y da lugar a la razón; por lo que no es de admirar que la vulgar ignorancia esté tan llena de debates y contiendas. Con que diremos que altercan sin fundamento de razón es fabricar su propio aborrecimiento y que los contenciosos son dignos de odio y abominación, aunque se les debe soportar. 141. CABALLERO. Ya que me habéis mostrado el modo de portarse con los maldicientes y lisonjeros, quisiera no ignorar como debe repararse quien conversa con estos espíritus de contradicción. ANÍBAL. Cuando conoceréis que el contender con vuestro amigo no basta para hacerle capaz de la razón, y que al mismo tiempo se puede originar algún desorden, debéis antes retiraros que avanzar, conformándoos con él y llevándole el humor a no ser que de callar se siga mayor daño, porque a un hombre destituido de la razón y dominado de la ira, es preciso que nuestra prudencia le modere los afectos y supla la imbecilidad, pues según dice el adagio, el fuego no se ha de cortar con hierro359, teniendo a bien que por breve tiempo ocupe el lugar de la prudencia la [f. 54] temeridad y el despeño. CABALLERO. Yo conozco cierto hidalgo que arrimándose a uno de estos ocasionados, le dijo: «Señor mío, yo a nada me inclino, antes me doy por contento de cuanto fuese vuestro gusto». Y preguntado otro de cuál de los dos ojos se privaría mejor del siniestro, o del derecho, para quitar toda ocasión de querella, respondió: «Del que vos quisiereis». “inactividad”, ya que no se puede estar en continua “actividad consigo mismo”, “pero en compañía de otros y en relación con otros es mucho más fácil”. Si necesitamos de los amigos, más en la prosperidad que en el infortunio, o si hemos de tener pocos o muchos, y de qué tipo tiene que ser la convivencia, son cuestiones que sirven para determinar la estructura misma de la relación amistosa» (1985: 65). 357  Es un antiguo proverbio citados por muchas fuentes, aunque no se encuentra su fuente original: «Qui sibi sapit, summe desipit». 358  Santiago (3: 15): «Porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica». 359  Sentencia de Diógenes Laercio (Lib. VII, 18), que mencionando un precepto pitagórico afirma lo siguiente: «Con eso de “no atizar el fuego con el cuchillo” quería decir que no hay que agitar la furia y el exaltado rencor de los poderosos» (2007: 424).

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142. ANÍBAL. Estas respuestas dadas con destreza son muy convenientes y tienen fuerza para que el obstinado conozca su yerro. Mas por evitar el daño de algún contrario efecto, fuera gran cosa si encontrándose algún cabal espíritu con estas testas de cal y canto, se redujese a sufrir a un loco por no volverse tan loco como él, no abandonando aquella sentencia escolástica que dice: «Con el sufrimiento vences a quien de otro modo no pudieras». Y no ignoramos que, a veces, es de grande utilidad ceder uno en parte de su derecho. 143. CABALLERO. Paréceme que hemos hablado bastantemente en este asunto. ANÍBAL. Yo creo que podremos igualar a estos y nombrar también contenciosos a ciertos enfadosos e impertinentes que, no pecando de ignorancia, sino de sobrada delicadeza de espíritu, contradicen a todo el mundo, formando un comento sobre cada palabra y estando siempre como en centinela para coser a otros en sus lazos. Y este error es muy familiar a algunos maestros de ciencias y a algunos profesores de buenas letras, los que harán algunas preguntas y moverán cuestiones tan poco apacibles y oportunas que harían vomitar a un perro. Y sobre todo veréis que se arriman con frecuencia a los que excesivamente les honran y aplauden. Como lo hizo cierto pobre y sencillo hombre con un hijo suyo que en todo tiempo quería cuestionar con él, tanto que, habiendo un día traído a la mesa solos cuatro huevos y manteniendo el hijo que había siete, porque decía que en el número de cuatro se comprendía el de tres y que cuatro y tres hacen siete. El buen hombre por no meterse en cuestiones, tomando los cuatro huevos dijo a su hijo: «Si eso es así yo me comeré los cuatros, quédate tú con los tres para ti». [f. 54v.]. § XV 144. CABALLERO. ¿De quién hemos ahora de tratar? ANÍBAL. De los mentirosos que se apartan de la verdad con diferente intento y de diversos modos que los contenciosos. En primer lugar, son mentirosos los lisonjeros, los fingidos y disimulados, los desvanecidos y gloriosos que no cesan de cantar sus elogios mezclados de muchas falsedades. Y este es un vicio, si no nocivo, a lo menos enfadoso, pues no hay discurso que con más repugnancia se oiga que aquel en que alguno se alaba a sí mismo porque bien que a veces semejantes alabanzas caían fundadas en verdad y sobre los propios méritos, es no obstante cosa odiosa y por eso, se suele decir que, si el cuervo pudiera pacer sin gritar, tuviera más pasto y menos trabajo360. Y así el hombre virtuoso nunca 360  Este

proverbio vuelve a proponer la imagen tópica de la locuacidad del cuervo que Guazzo reelaboró previamente en el folio 49v a partir de una fábula de Esopo.

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debe hacer ostentación ni desvanecerse de lo que tiene, antes debe estar afligido y humillado por lo que le falta. CABALLERO. Estos vanagloriosos son llamados testigos domésticos y es posible que el elogiarse ellos a sí propios dimane de que ningún vecino quiera tomar este oficio. ANÍBAL. El tiempo que emplean en alabarse o, por mejor decir, en vituperarse, valiera más lo convirtiesen en la verdadera alabanza que es merecerla viviendo rectamente, más están tan enamorados de sí mismos que los demás los aborrecen ni tienen presente el común proverbio que la alabanza en boca propia envilece361. 145. Pero, así como el vicio de estos vanagloriosos es de poca monta cuando no acarrea daño a nadie, así es infame y vil si se comete en perjuicio de otro. Y entre muchos ejemplos que pudiera traer, no es de omitir la detestable indignidad de los que decantan los triunfos y victorias de sus amores, revelando de este modo la fragilidad de las mujeres a quienes habrán asegurado y prometido con mil juramentos no descubrir sus favores: Pero ellos esparcen al viento las promesas hechas al aire362.

CABALLERO. Tan poco crédito merecen los juramentos de los amantes, como los votos y promesas de los marineros363. ¿Mas qué os parece de aquellos que se alaban falsamente de gozar alguna dama a quien sin haberla hablado en su vida, deshonran [f. 55] del mismo modo que aquellos malvados viejos quisieron disfamar la inocencia de Susana?364 ANÍBAL. Estas infernales gargantas que escupen palabras tan indignas, debieran condenarse a un ignominioso patíbulo y no menos lo que con facilidad las creen o en otra parte las repiten. Pues de aquí dimana que una dama virtuosa y recatada por extremo sea tenida en opinión común por una ramera y bien que 361  Hervás simplifica un periodo de la CC con varias aliteraciones y un proverbio: «Quel tempo che spendono in lodarsi, anzi in biasimare, sarebbe molto meglio convertirlo nell’acquistarsi con opere lodevoli la vera lode, che viene dalle persone lodate; ma sono tanto innamorati di loro medesimi, che sono odiati dagli altri, né si ricordano di quel volgar detto: chi si loda si lorda…» (Guazzo 2010 I: 66). Sin embargo, mantiene el último, que es una sentencia bíblica del Libro de los Proverbios (27: 2): «Laudet te alienus et non os tuum extraneus et non labia tua». 362  Una de las pocas menciones al Orlando furioso (Canto X, 5 8) de Ludovico Ariosto. 363  El tópico de que los juramentos amorosos no tienen mucha validez es abundante en la literatura. La primera mención se encuentra en Publilio (38): «Amantis iusiuyrandum poenam non habet» (Sentencias 1790: 20). 364  En esta pregunta se reproduce la famosa historia bíblica de Susana, que fue acusada de adulterio por dos viejos. El texto se refiere a la fuente bíblica Liber Danihelis prophetae (13: 41).

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esto sea injusto e indebidamente, considerad ¿qué dolor sentirá ella en su corazón al ver su opinión en semejantes opiniones? 146. No dudo pues afirmar que las mentiras, de que se origina algún perjuicio en el honor de otro, son verdaderamente diabólicas. CABALLERO. No soy yo capaz de sufrir el trato de estos embusteros que hacen gala de no hablar jamás verdad, aunque sea en detrimento del prójimo. ANÍBAL. Tenéis mucha razón, pues como el descubrir abiertamente el pecho es prueba de hombre de bien, así el mentir es señal de bajeza y deslealtad, siendo al mismo tiempo empleo propio de sujetos despreciables y de ninguna representación365. Y si observáis con cuidado el natural de los embusteros, veréis que son gente sin punto ni vergüenza366. Y así, muy a propósito dijo un filósofo que el entendimiento es parecido a una honesta doncella cuyo lustre y decoro es ajado367 y deslucido por la mentira. Mas, aunque es mal vista en todos generalmente la mentira, parece se debe tolerar en las personas de baja esfera y obligadas de la necesidad y aun por eso es tan agriamente reprendido en la Sagrada Escritura un rico mentiroso368. 147. CABALLERO. Hay muchos mentecatos que juzgando adquirir el crédito de chistosos con el motivo de contar algunos sucesos extravagantes, ya para hacer reír al auditorio o para infundirle admiración, quieren al mismo tiempo tener licencia de usar hipérboles y excesos en sus palabras como los poetas. Al modo de aquel que contaba que yendo a caza vio un jabalí ciego de puro viejo, de quien otro jabalí joven compadecido le metió su cola en la boca y le conducía de este modo a las selvas a pacer y [f. 55v.] que él entonces, enarbolando su venablo, se portó tan bien que dirigiéndole por entre las asentaderas del uno y el hocico del otro, cortó a raíz la cola del jabalí nuevo, quedando esta pendiente de la boca del ciego, la que él cogió trayendo por ella al jabalí un largo espacio hasta la ciudad que pasaba de dos millas, pensando siempre el jabalí que seguía a su compañero. 365  Hervás utiliza la imagen del hombre que enseña el pecho para señalar al hombre honrado. Por otro lado, Guazzo lo ilustra de otra manera: «[…] perché sìcomo il dire apertamente il vero è indizio d’uomo da bene e onorato, così il mentire è atto servile e lascia odore d’una disleale e mal composta mente, ed è spezie d’ingiustizia» (2010 II: 66). 366  Antes de esta frase, Guazzo añade otra en la edición de 1579 que el traductor español omite: «E perció gli uomini di sano intendimento dovranno chiudersi nel cuore il detto di Pitagora, il quale dimandato quando i mortali facessero cosa che simili a Dio li rendesse, rispose: “Quando dicono il vero”» (Guazzo 2010 I: 66). 367  «Desgastar, deteriorar o deslucir algo por el tiempo o el uso» (DRAE). 368  Libro de los Proverbios (21:6): «Amontonar tesoros con lengua mentirosa Es aliento fugaz de aquellos que buscan la muerte».

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ANÍBAL. Yo creo que más trabajo le costó a este referir su hazaña que conducir al jabalí. CABALLERO. Esta gente con tal eficacia cree lo que es falso que, como si fuera muy cierto, quieren que todos se lo crean y no haciéndolo así se dan por muy sentidos y ultrajados. 148. ANÍBAL. Más que bien hace quien no los cree. Y nosotros somos los agraviados, pues querer que creamos lo que es falso no es otra cosa que tenernos por poco y juiciosos o demasiadamente ligeros. Pero al fin ya pagan la pena de su delito, porque siendo descubiertos por meros relatores de fábulas, en ninguna ocasión se les da fe, aunque digan algo verdadero369, según se enseña aquella sentencia que dice: Ya no es creído el embustero, aunque jure, pero el verídico se da crédito, aunque mienta370.

No niego yo que hay tiempo y lugares en que la mentira no solo no parece ligereza, sino que —al común modo de hablar— es tenida por discreción sabía y máxima loable, si tiene por fin algún motivo honesto. 149. CABALLERO. Yo tengo presente un caso, que después de hacer a nuestro asunto es agradable, sucedido en cierta corte adonde conocí un hijo de un príncipe cuya edad, a mi ver, llega a doce años y el que aunque excedía a otros de su tiempo en urbanidad, virtud y buena crianza, les era inferior en un defecto pueril que ni por avisos, reprensiones o amenazas había querido dejar y era que continuamente le colgaba el moco, sin quererse limpiar ni sonar, aunque su ayo371 trabajaba y se deshacía por corregirle este vicio. Sucedió que un 369  «Rogatus quid lucrifacerent mendaces. Ut vera, inquit, loquentibus non credatur» (Erasmo 1570: 639, Vanitas, 4). 370  Esta sentencia viene de una de las fábulas de Esopo titulada El lobo y los pastores: «Herían unos pastores y maltrataban con palos y con piedras a un lobo que había caido en una trampa; pero uno de ellos compadeciéndose de él le dijo a sus compañeros no le matasen, y en seguida le dió algunos pedazos de pan. Venida la noche, se fueron todos para sus casas, pensando que moriría el lobo: pero éste recobrando sus fuerzas saltó del hoyo, y se fue á su cueva, y algunos dias despues acordándose de las injurias que habia recibido, se echó con gran furia sobre los ganados de los pastores, haciendo en ellos mucho destrozo. Viendo esto, vino el pastor que le habia salvado la vida, y le rogó no hiciese daño en el suyo. A lo que el lobo le respondió: “Pierde cuidado, pues yo solamente hago daño a los que me injuriaron y maltrataron. No hagas mal a nadie, pues la injuria no queda sin castigo. El que hoy tienes sujeto, puede mañana verse libre, y vengarse de las injurias que le hayas hecho. Así pues, sé compasivo con todo el mundo”» (1849: 101). 371  «Persona encargada en las casas principales de custodiar niños o jóvenes y de cuidar de su crianza y educación» (DRAE).

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día llegó a pedir limosna a este joven un pobre viejo que tenía [f. 56] la nariz gruesa e hinchada sobremanera y al mismo tiempo llena de llagas y podre que la hacían horriblemente monstruosa. Esta vista movió a grande compasión al pequeño príncipe, y entonces le dijo al ayo que había muchos años que conocía a aquel hombre y se acordaba que en su mocedad tenía la nariz afilada y tan bien dispuesta como el mejor de los presentes pero que, el poco aseo y cuidado en limpiarse, le había reducido a aquella infelicidad, porque no procurando sonarse cuando debiera fue causa de que el excremento se corrompiese y, poco a poco, engendrarse aquel incurable cáncer que no tardaría mucho en echarle en la sepultura. Estas palabras causaron tal espanto en el muchacho que al punto empezó a sonarse y limpiarse las narices, empleando muy a menudo el pañuelo, y trayendo en su imaginación. Desde entonces la miserable figura de este hombre no tuvo necesidad de nuevas exhortaciones. De suerte que esta mentira fue útil a este caballerito y muy de alabar en su maestro. 150. ANÍBAL. Es cierto y como los tales merecen aplauso, así son dignos de vituperio los otros embusteros y de ponerse en la lista de los que no se deben huir ni apetecer. Lo mismo merecen ciertos curiosos que, deseando saber con ahínco los sucesos de otro, se hacen insufribles y pesados. Vicio que acaso es mayor de lo que se juzga, puesto que, no hay curioso que no sea de mal corazón, grande hablador y que no desee saber para tener que contar y por esto el cómico reprende al que quiere saber lo que no le importa372. CABALLERO. Paréceme haber leído que un cierto que llevaba no sé qué debajo de la capa, siendo preguntado por otro qué llevaba allí, le respondió: «¿No ves que lo llevo oculto solo porque tu no sepas lo que es?»373. ANÍBAL. También me acuerdo haber leído ese ejemplo y el del rey Antígono que andando recorriendo su ejército, entró en la tienda del poeta Antágoras y hallándole ocupado en cocer un poco de congrio, le dijo: «¿Piensas tú que Homero mientras escribía las altas hazañas de Agamenón se paraba a cocer congrio en una cocina?». A quien puntualmente replicó [f. 56v.] el poeta: «Y juzgas tú que cuando Agamenón tenía entre manos alguna empresa procuraba saber si se cocía congrio en su ejército?»374. Y si la curiosidad es aborrecible en las cosas 372  Se refiere a la comedia de al Heautontimorumenos (74-74) de Terencio, en el que Menedemo pronuncia: «Cremes, ¿tan libre te dejan tus asuntos que hayas de preocuparte de los ajenos, aunque no te afecten para nada?» (1991: 39). 373  Este exempla se encuentra en De curiositate (Sobre el entrometimiento) de Plutarco: «Sin embargo, era una respuesta ingeniosa la del egipcio a quien le preguntaron qué llevaba envuelto: “Por eso está envuelto”. Y tú entonces ¿por qué curioseas en lo oculto? Si no fuera un mal, no estaría oculto» (1995: 291). 374  Esta amonestación se encuentra en la Apophthegmata de Erasmo (1570: 293, Urbanitas).

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mundanas, es totalmente detestable en lo que mira a la religión y cosas divinas de las que no debemos saber más de lo que se nos manda375. 151. Pero como los curiosos no son de huir ni de buscar, así lo son los ambiciosos. CABALLERO. A lo que alcanzo, queréis que la ambición engendre muchos defectos. ANÍBAL. ¿Y quién lo duda? CABALLERO. A mí solo me parece pudiera ser causa del bien, pues ella aviva los corazones adormecidos, expele la ociosidad y abatimiento, llena nuestros espíritus de altos y generosos pensamientos, nos llama al conocimiento de cosas sublimes y a elevadas empresas y, finalmente, nos conduce al mayor auge de grandeza y honor. ANÍBAL. Si el hombre se contuviera en esos límites, no merecía el epíteto de ambicioso, sino el de magnánimo, pues todos esos efectos son honestos, dignos y virtuosos376. Pero tiene otros la ambición que obligan a los que no cumplen y aquietan sus insaciables deseos a tener sus corazones desposeídos de todo reposo y llenos de cuidados. El entendimiento ciego y ofuscado y los pensamientos tan imprudentemente altos que miserablemente los precipitan, rompiendo las alas a su esperanza y fortuna, y destruyéndolos lastimosamente. Y por esto se dijo que la ambición fue la que destruyó al demonio, pues quería más imperar que ceder ni servir y otro dijo que la ambición era el tormento de los ambiciosos. 152. Por tanto cuando dije que la ambición es causa de grandes errores, no hablé de los que aspiran a elevadas empresas y dignidades que por natural propensión son apetecidas porque el honor se coloca entre los bienes divinos, sino de aquellos ambiciosos que sin trabajar ni hacer cosa digna de nobleza o generosidad ni fundados en algún propio mérito [f. 57] quieren ser preferidos en todo. CABALLERO. No hay duda en que estos son odiables, y algunos conozco que al paso de una puerta y al sentarse a la mesa procuran el mejor sitio y se ofenden con exceso si otro se adelante a ocupar esta vana preeminencia377. ANÍBAL. Los que hacen eso conocen en su interior la falta de merecimiento y que acaso no habría quien por esta razón les brindase con el mejor asiento. 375  Ad

Romanos (12: 3): «Non plus sapere quam oportet sapere». la magnanimidad y ambición discurrió mucho Aristóteles en la Ética nicomáquea (Cf. 1985: 218-225). 377  Guazzo añade en la edición de 1579: «mostrando i male accorti di non sapere che ‘l luogo non dà né toglie la virtù» (Guazzo 2010 I: 69). El tema de la preeminencia será tratado en el segundo diálogo. 376  Sobre

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Cuando, al contrario, es mayor gloria y prueba de grande mérito si este obsequio se hace a sujeto que ni lo pide ni lo busca. Y es cosa cierta que el que abandonando este deseo se hace inferior a otro cediéndole el lugar, le excede en alabanza y en opinión de político y atento378. 153. Esta vanidad es muy común en las mujeres y se observan entre ellas grandes disputas en este punto cuando encontrándose en alguna calle estrecha, no queriendo la una ceder a la otra usan a veces de la fuerza para obtener el mejor lugar, oyéndose que la una suele decir: «Mi marido es doctor»; que la otra: «El mío es caballero»; tal habrá que traerá su descendencia de los troyanos; y otra se gloriará de su dote y joyas como que por este medio discurre comprar todo el bien de las otras. De suerte que, si sus maridos se parasen en semejantes devaneos, les será preciso evacuarlos por las armas. CABALLERO. ¿Y qué os parece de la ambición de algunos que nunca son vistos, sino cuando llevan detrás de sí una copiosa comitiva de criados y no teniéndolos son tan frenéticos que no salen ni un pie de casa? ANÍBAL. Esta especie de ambición es común a los asnos que no saben andar si no va alguien detrás de ellos. 154. De esta bandada son los presumidos y soberbios, cuyo trato es aborrecible y enemigo de nuestra naturaleza, [f. 57v.] a quien la cortesía se le han dado como propio carácter. Y yo creo que estos se pueden comparar a los tiranos que no dudan ser aborrecidos con tal que los teman379. Así estos hombres tienen creído que, si se humillan y muestran alguna señal de dulzura y afabilidad, serán de tal suerte despreciados que su crédito y dignidad totalmente se aniquile. Mas por presumidos, inflados y tersos que se contoneen, se sabe que hay en los tales más de aire que de valor380. CABALLERO. ¡Oh lo que la nación francesa detesta estos arrogantes! Y acaso este es el motivo porqué los franceses no quieren bien a los españoles a causa de que en sus modales son orgullosos o los tiene por tales quien no los

378  Mateo

(23: 12): «Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido». 379  La alusión es a la frase latina: «Oderint dum metuant», muy empleada por Cicerón, Séneca y, en España, por Antonio de Eslava: «Y a lo que dices de aquel agradable proverbio del emperador Tito que no conviene que del acatamiento y palabra del príncipe nadie salga triste, mira lo que dice otro emperador romano: “Aborrézcanme, si quieren, con tal que me teman” (oderint dum metuant)» (1986: 131). 380  En la CC de 1579 aparece la siguiente frase que el traductor español no tradujo: «Onde meritano d’esser continovamente traffitti con quel motto: non t’enfiar, che non creppi» (Guazzo 2010 I: 70).

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conoce. Y digo esto porque yo he tratado a algunos que, aunque al parecer son arrogantes en las conversaciones familiares, son muy cortesanos y afables. 155. ANÍBAL. Puede ser que los españoles aborrezcan otro tanto a los franceses por su demasiada facilidad ajena de toda circunspección. Y creo que entre estos dos extremos nuestra nación tiene el medio, pues juntamente con la cortesía usa de la gravedad y observa aquella sentencia que dice que así como en el vino, así en el hombre debe estar unida la fortaleza con la dulzura381. Pero estos que llamo soberbios van errados, no solo en la apariencia, sino en todas sus acciones y efectos; pues haciéndose siempre de los godos382 y teniéndose en más ellos solos que seiscientos de los otros383, quieren que todos los honren menospreciando ellos a todo el mundo. Ni se verá que ellos platiquen familiarmente con nadie, antes parece pretender que los adoren y obsequien como santo colocado en las aras384. Y así no es [f. 58] de admirar que el mundo los aborrezca y que cierto discreto burlándose de los tales dijese que aquella vianda le era desagradable que olía a humo. ¿Mas paraqué pongo delante al mundo cuando son aborrecibles al mismo Dios que castiga los soberbios y premia los humildes?385 CABALLERO. Bien se puede aplicar a estos lo que el poeta escribe: Más sube quien camina lentamente386.

§ XVI 156. ANÍBAL. Nuestro discurso sería demasiadamente largo y acaso superfluo si quisiésemos indagar uno a uno cuántos hombres desbarran en este punto y hablar de sus cualidades. Y así me parece conveniente poner fin a nuestro razonamiento. CABALLERO. Aún no siento mi espíritu enteramente satisfecho, porque no queriendo vos que se deje de tratar con otros que con los infames y aquellos 381  Esta última frase se incluye en la edición de 1579: «onde s’accosta a quella sentenza, che sì come nel vino, così nell’uomo dee esser contemperato il garbo col dolce» (Guazzo 2010 I: 70). 382  Hacerse de los godos significa blasonar de noble. 383  En la CC italiana Guazzo escribe: «e stanno sempre in sul grande, parendo loro essere il seicento, e con lo sprezzar tutti vorrebbono essere prezzati da tutti» (2010 I: 70). Con esta expresión idiomática quiso expresar la apreciación solo a sí mismo, más allá de cualquier otra conveniencia y desprecio a todos, como si fuera el Seicento (el siglo) con respecto a quien vive en el Cinquecento. Hervás capta el sentido, pero modifica intencionalmente el de los números. 384  «Altar donde se celebran ritos religiosos» (DRAE). 385  Se parafrasea una sentencia del Libro de los Proverbios (3: 34): «Ciertamente él escarnecerá a los escarnecedores y a los humildes dará gracia». 386  Petrarca, Triunfos (4 144).

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que son señalados por malos y que sean soportados los que caen e incurren en los vicios notables de que hemos hablado, me parece que aflojáis demasiado la brida a la conversación. ANÍBAL. Pudiera responderos según las reglas de los jurisconsultos que se debe restringir lo odioso y amplificar lo favorable cual suponemos la conversación, pero dígoos siguiendo mi tema que en pocas palabras se puede limitar si ya no lo está387, pues, aunque os conceda que debéis soportar, esto es, ni huir ni apetecer los ya nombrados que son infinitos, no por eso consiento en que busquéis otra compañía que la de gente de bien, cuyo número es muy corto [f. 58v.]. Y el que observare esto, podrá casualmente tratar con muchos mas con pocos tendrá estrechez. Y aun vos mismo a quien los negocios u otros motivos frecuentemente obligan a tratar con diversidad de gente, no hay duda que solo elegiréis para vuestra ordinaria compañía dos o tres a quien estáis aficionado por su virtud y buen proceder. Porque, concluyo, que la conversación casual inexcusable se extiende a muchos y la voluntaria que se debe buscar solo mira a muy pocas personas. 157. CABALLERO. Por una duda que me habéis aclarado veo brotar muchas, como las cabezas de la hidra388 o, según aquel dicho: A cada paso nace un nuevo pensamiento389.

Decidme pues, si una ramera, un alcahuete u otra persona infame viniese en un lugar público a hablar conmigo ¿sois de parecer que le sufra y permita junto a mí o que huya de ella como de un excomulgado o tocado de la peste? ANÍBAL. El arrimaros a ese sujeto sería mal visto en vos que sois un particular, pero no lo sería en una persona pública. CABALLERO. Aquel pues que los escucha no los sigue según vuestra primera proposición, mas quien no los evita igualmente frecuenta los insoportables que los soportables, lo que sin duda es contra vuestra distinción. ANÍBAL. Si una ramera, un rufián u otro infame llegase al duque vuestro amo a pedirle justicia390, o a otro negocio, ¿justo le echaría de su presencia? 387  El médico propone un principio jurídico fundamental: «Odia restringi et favores convenit ampliari», que es la decimoquinta de las Regulae iuris que cierran el Sextus decretalium en el Corpus iuris canonici. 388  La Hidra de Lerna era un antiguo y despiadado monstruo acuático ctónico con forma de serpiente policéfala y aliento venenoso a la que Hércules mató en el segundo de sus doce trabajos. 389  Petrarca (129 17). 390  Una vez más se añade una frase presente en la CC de 1579: «richiamarsi di qualche torto e per…» (Guazzo 2010 I: 71)

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CABALLERO. No, por cierto. ANÍBAL. ¿Y si estos mismos llegasen a hablar con él familiarmente, los enviaría noramala391? CABALLERO. No hay duda. ANÍBAL. Pues de esta diversidad podréis advertir que un sujeto es en algunas ocasiones soportable y, en otras, no mirando no a él, sino al motivo que le induce a la frecuentación. [f. 59] 158. CABALLERO. Ya os entiendo. Pero otras dudas me cercan viendo que entre los soportables referidos se encuentra grande disparidad, respecto de sus vicios, porque el defecto del desvanecido y el del contencioso es mucho más llevadero comparado con el del lisonjero y maldiciente y, no obstante, a todos los ponéis en una misma graduación. Demás de esto, me parece imposible que, el que está tocado de alguna de estas faltas, tenga más de bueno que de malo porque cualquiera de ellas basta para obscurecer cuantas buenas partes haya en él. Y se puede decir que los tales se parecen al pecadillo del español392. Por lo que me parece justo contar semejante gente entre los insoportables. ANÍBAL. Ya hemos convenido —si se os acuerda— en que se deben sufrir en la conversación ordinaria todos aquellos que no son notados de vicio infame ni exterminados de las buenas compañías, aunque tengan alguna imperfección. 159. No obstante, para que con más seguridad os aquietéis, quiero primeramente preguntaros si es cierto según me habéis propuesto que conocisteis hombres de diversas naciones en la corte de Francia. CABALLERO. He visto y tratado en ella no solo franceses, sino españoles, ingleses, alemanes, flamencos, italianos y escoceses. ANÍBAL. Pregunto más: ¿y con quién solíais tratar más a menudo? CABALLERO. Ya podréis discurrir que siendo italiano a estos me arrimaría más gustoso. ANÍBAL. ¿Mas qué italianos os eran de mayor agrado? CABALLERO. Los lombardos. ANÍBAL. ¿Y entre los lombardos de quién hacíais elección para el trato? 391  Modernamente,

en hora mala.

392  Es una expresión idiomática empleada también por Ludovico Ariosto (Sátiras, VI 34-35)

para referirse a un pecado leve. Aunque en España no sea tan conocida, la palabra ‘pecadillo’ se utilizó en esta misma época: «Policronio.- Tengo allí alguna caza cierta para mi recreación, por no ser ya para trotar los campos, y con la cerca excuso el daño que puede hacer en las haciendas ajenas, que es un pecado de hurto con tiranía; pues nunca tienen tales cazas sino los que más pueden, con que comen lo ajeno que nunca pagan; y, aunque lo paguen, es pecadillo, siendo contra la voluntad de los dueños» (Pineda 1963-1964: 261).

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CABALLERO. De mis vecinos y de los que [f. 59v.] encontraba de mi propio lugar. ANÍBAL. ¿Y entre estos cuáles os agradaban más? CABALLERO. Aquellos que yo conocía por más semejantes a mi humor, puesto que, cualquiera emplea gustoso su cariño en quien más se le parece393. 160. ANÍBAL. Esto es cierto. Como lo es que naturalmente aborrecemos lo que repugna a nuestra naturaleza y complexión de donde dimana que un sujeto alegre no apetece la compañía de un triste ni un apagado la de un vivo y resuelto cuando, al contrario, el festivo se alegra de encontrar un chistoso y un tétrico de ver a otro con cara de Nerón394. Y así se debe considerar que en cierto modo la naturaleza nos ha dado dos personas, la una es común a todos los hombres por lo que mira a ser partícipes de razón y de más noble naturaleza que los brutos; la otra, especular a cada uno respecto de la diversidad que se halla en las disposiciones del cuerpo y en los afectos del ánimo, cualquiera de los cuales inclina igualmente al bien que al mal. Y así veréis que el uno es altivo, otro obstinado, este maldiciente, el otro lisonjero, a este posee la avaricia, al otro la vanagloria. Y debéis de suponer que no hay hombre alguno en quien no se encuentre algún defecto, o más, o menos, en su punto que los que hay en nosotros mismos. 161. Empero no pudiéndose encontrar hoy como hoy, no solo amigos o conocidos, pero ni aun hermanos que simbolicen perfectamente con nosotros en complexiones y costumbres, de necesidad nos debemos hacer a sufrir los defectos de otro y, siguiendo el común proverbio, querer al amigo con sus imperfecciones. Y pues hay en el mundo tan pocos [f. 60] hombres cabales y consumados en virtud, cuyo trato y compañía ansiosamente deseemos, no hay razón de rehusarla de algunos en quienes se halla algún rastro de bondad y virtud. Y para tomar mejor el gusto a la conversación, es preciso como despojarnos de nuestros propios afectos y dar a entender que nos vestimos los de otros usándolos en cuanto la necesidad y la razón dieren lugar. Y finalmente en lo que mira a la rectitud procurar siempre ser semejante a sí mismo. Pero respecto de la diversidad de personas con quienes se conversa, es preciso convertirse en otro, y seguir aquel anciano proverbio: «El corazón en todo desemejante y el rostro en 393  Es un lugar común, formado por la sabiduría antigua, que se encuentra en muchos autores. La misma sentencia se encuentra en Joseph de Aguilar: «[…] y es, que, como a quien más aman los hombres, es a sí mismos, y el que más se parece a otro, se hace más uno con él, por este lado aman los hombres a quien más se les parece, aman sus prendas en aquel en quien las ven» (1684: 257). 394  Este último ejemplo no se halla en la CC. Cf., Erasmo, Adagia (I VI 667): «Velocem tardus assequitur».

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todo semejante al pueblo». De otro modo nos sería preciso desterrar y expeler totalmente la conversación y hacer a Dios la súplica del caracol, el cual —según cuenta la fábula— pidió a Júpiter que, para librarse de malos vecinos y compañías nocivas, le concediese la gracia de llevar su casa a cuestas a cualquiera parte que fuese395. 162. Y ninguno se persuada a que está sin vicio, porque como dice un cierto: Uno habla mucho y otro poco; uno corre, otro está parado; este ríe, aquel llora. Así por diversos caminos todos tenemos nuestra ventana al cierzo396.

Y no dudo que si yo rehusase la compañía de un caviloso y detractor que acaso él no querría la mía por otra falta que en mí se descubriese. Por esta razón soy de sentir que, sin pararse en la consecuencia de un defecto, se admita afablemente la compañía de todos aquellos que en lo restante de sus acciones proceden arregladamente. Y a veces es permitido disimular sus errores expresando una favorable [f. 60v.] satisfacción de este o el otro sujeto. Y aquí se me previene el ejemplo del muy ilustre señor duque de Nevers quien, habiendo determinado un banquete en esta ciudad, dio orden a un joven gentilhombre de convidar a todas las señoras de ella y, como este mancebo estuviese en reputación de vicioso, los de la ciudad se admiraron de esta acción y más sabiendo que el príncipe sabía de largo tiempo las mañas del gentilhombre. Por esta razón tratando familiarmente con algunas señoras sobre el asunto de esta función, una le preguntó la causa porqué teniendo tanta copia de familiares discretos y bien vistos en la ciudad, había elegido a este libidinoso y disoluto para convidar a las señoras y doncellas. A que el duque respondió que estaría en paz con los buenos y procuraría mantenerse con los malos397. 395  Es

una interpretación de Hervás mucho más detallada de la que se encuentra en la CC italiana. En todo caso, ambos componen sus frases sobre la base de una de las Fábulas de Esopo (CCXV): «Para celebrar Júpiter su boda, reunió en un gran banquete a todos los animales. Tratándose del Dios, no hay que decir la oportunidad con que acudirian los pobres brutos: solo la Tortuga se tomó la franqueza de llegar tarde, pretestando que los quehaceres de su casa, de su bella casa, de su inimitable casa, le habian impedido ser puntual. Júpiter tronó entonces: —“Puesto que tu casa te preocupa mas que tu Dios, llevarás siempre tu casa á cuestas”» (1871: 118). 396  Por ventana al cierzo («tutti abbiam di pazzia colma la testa» [Guazzo 2010 I: 73]), Hervás traduce la locura del ser humano, uno de los tópicos italianos y europeo de los siglos xv y xvi. 397  La anécdota-exemplum esta vez es personal y se desarrolla en Casale en septiembre de 1567.

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163. CABALLERO. Ya entiendo lo que queréis decir. Sin duda, quería imitar al que atiza la lámpara que alumbra al diablo echado a los pies del ángel398. Pero a mi parecer, el honrar a los inicuos es prueba de no hacer caso de la gente de bien, ni sé yo cómo un príncipe de tan maduro y perfecto juicio hizo elección tan indigna399. Pero yo creo que sería porque estando en ánimo de hacer aquí corta mansión, solicitó que al despedirse todo el mundo quedase contento y gustoso, esparciendo, así como el sol los rayos de su generosidad sobre toda suerte de personas y, desde luego, os aseguro que no lo hubiera hecho en sus estados porque allí sabe prudentemente distinguir y hacer elección de sus súbditos, no menos elevando los beneméritos que abatiendo los indignos. ANÍBAL. Yo me persuado a que nunca tuvo la intención que presumís, por cuanto, [f. 61] los sabios y experimentados que se le parecen nunca hacen aprecio de ser amados de los malos como que saben muy bien que cuantos gozan buena opinión entre los perversos es argumento de que son aborrecidos de la gente de bien. CABALLERO. A mí me parece que todo hombre de buen juicio se esfuerza de todos modos por hacerse querido aun de los más despreciables, ni quisiera yo que nadie me desease mal y ruego a Dios me conceda la dicha de agradar y complacer a todos. 164. ANÍBAL. Gozaríais una regalía que nadie jamás ha gozado, pero acordaos del antiguo axioma que dice que aun el mismo Júpiter no agrada a todos400. No he conocido hasta ahora algún hombre tan cabal y perfecto que no haya estado sujeto al odio y calumnias de alguno. Y os digo en suma que, así como os tendrán por arrogante, si no os paráis en el que dirán ni procuráis agradar a nadie, así seréis demasiadamente escrupuloso ni os veréis libre de vuestra enfermedad si queréis tomaros el trabajo de cerrar a todos las bocas. En que solo vendréis a comeros el corazón como canta el anciano refrán401. Determinaos pues a contentar a los buenos y no os detengáis en lo que dirán o pensarán contra vos los malos, cuyos aguijones en nada ofenden ni dañan a la bondad e inocencia. Y sabed que el divino filósofo no quiere hagamos aprecio del concepto en que nos tienen muchos, si no de lo que siente el sujeto de buen entendimiento. 398  El personaje enciende una vela a los santos para que le hicieran bien y a los demonios para que no le hicieran mal. 399  Se entrevé un llamamiento al Libro de los Proverbios (17: 15): «El que justifica al impío, y el que condena al justo». 400  «Ne Iupiter quindem omnibus placet» (Erasmo, Adagia [II VII, 54=1663]). 401  La sugerencia del médico es no perder tiempo intentando callar las malas lenguas, ya que sería un atormentarse a sí mismo.

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CABALLERO. ¿No advertís que cuando algún caballero forastero viene a nuestra casa, andamos cuidadosos sobremanera, en prevenir que sus criados sean bien tratados? Y esto no por otra razón, sino temiendo que los tales como menos prudentes, discretos y buenos de contentar, nos quiten el crédito cuando sabemos que sus amos fácilmente se darán por satisfechos del obsequio que les hiciéremos. 165. ANÍBAL. Yo entiendo que siendo los criados naturalmente de su condición y [f. 61v.] aficionados al flujo de lengua y a hablar demasiado, el buen tratamiento que les hacemos, se dirige más a que publiquen nuestro garbo que temiendo el que manifiesten nuestra escasez y tacañería. Fuera de que nuestro obsequio no fuera perfecto ni bien recibido del principal, si no se extendiese a sus miembros que son sus familiares. Y no ignoráis que hay señores tan tiernos y afables que quieren más la conveniencia de sus criados que la propia, con que todo viene a hacerse por respeto de los amos. Pero sea como fuere, yo me resuelvo a que el obrar bien debe ser por el amor de la virtud y no por el miedo del vituperio. CABALLERO. Algunos hay que hacen bien no por respeto de la virtud ni temor del vituperio, si solo por mera vanagloria, cuales son los que mientras duran las ferias y mercados practican su liberalidad con las damas, cuando en sus casas y con sus familias, viven miserablemente y acaso están debiendo los gajes y salarios a sus criados. 166. ANÍBAL. Semejante liberalidad se parece al esfuerzo que hace una luz cuando está para acabarse y así la gloria de esos dura lo que las tales ferias y se pueden comparar a ciertos animalejos llamados efemérides402, que nacen junto al río Hipan403 en la Escitia, cuya vida no pasa de un día y me parece que semejante gente hace profesión de perder el crédito en su casa por adquirir fuera de ella alguna reputación. Mas todas las veces que la corrupción del aliento procede de mala disposición del estómago, no aprovecha el traer en la boca alguna cosa aromática para echar de sí buen olor, porque al fin la hediondez excede a esta suavidad, sin que pueda dejar de sentirse el olor de la vasija, con que los tales se deben contentar si les damos lugar entre los demás soportables. Pero —señor Caballero— yo me he dejado de tal suerte transportar llevado de la dulzura de vuestros discursos, que no advertía se va ya pasando el tiempo que debiera emplear en visitar a mis enfermos. 402  De estos animalitos discurre Aristóteles en la Historia de los animales (1990: 285), aunque parece ser que en España este nombre no se encuentra en ningún escrito. 403  Sería el río Híspanis del Bósforo Cimerio.

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[f. 62] 167. Quedamos pues en que la conversación es provechosa y necesaria que se debe huir el trato de los malos y soportar el de todos aquellos que inclinan más al bien que al mal y, finalmente, que conviene buscar los rectos y virtuosos. Mas por cuanto los sujetos de buen entendimiento deben en todo tiempo solicitar el goce de las cosas más excelentes, tengamos presente el ejemplo de los tres Magos, los que poniéndose en camino para venir desde Oriente a Belén, en donde había nacido Cristo, caminaban siempre iluminados con la compañía de la estrella, pero desviándose para ir a la casa de Herodes, la estrella desapareció y se ocultó a su vista, la que segunda vez se apareció para enseñarle el camino que de nuevo tomaron. El cual misterio nos enseña que la luz de la razón está en nosotros extinguida, cuando nos arrimamos a aquellos que están ofuscados con las nubes de los vicios y vuelve a relucir y brillar cuando desembarazados de estos nos enderezamos hacia los buenos y virtuosos404. 168. Yo pues me iré con vuestra licencia y mañana si os agrada volveré a haceros compañía por otro rato, el que emplearemos en discurrir particularmente sobre los modos de conversar civiles y honestos, según nuestra primaria intención. CABALLERO. Vuestra vuelta me será más agradable que la despedida, y os aseguro que el poco tiempo que tardareis me parecerá un dilatado siglo. Id en buena hora y volved a acrecentar mi consuelo. ANÍBAL. Los consuelos serán recíprocos por un común flujo y reflujo de amistad e ínterin. Os dejo por este día. Fin del libro primero

404  Mateo

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(2: 1-9).

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[f. 63] LA CONVERSACIÓN CIVIL Y LOS MEDIOS DE VIVIR EN SOCIEDAD Libro 2º En el cual se discurre el modo1 con que todas las personas en general deben conversar fuera de sus casas y cómo particularmente se deben portar en la mutua conversación, los mozos y los viejos, los nobles y los plebeyos, los príncipes y los particulares, los doctos y los ignorantes, los de un mismo país y los extranjeros, los religiosos y los seglares, los hombres y las mujeres.

§. I 1. CABALLERO. No sabré yo referiros —señor Aníbal— con la debida expresión y entereza, cuán dilatado me ha parecido el tiempo de vuestro retiro y lo mucho que he padecido, esperando el consuelo de vuestra vuelta por los útiles y discretos discursos que espero oíros esta tarde. Siendo así que ya me parece estar viendo que por la mano de un tan excelente filósofo cual vos sois, se echa un hilo y red de oro2 por el mar ancho y profundo de la filosofía moral en que sean incluidos todos aquellos divinos preceptos que pertenecen a la instrucción de nuestra vida. 1  En la CC Guazzo escribe «maniere convenevoli» (Guazzo 2010 I: 77) dejando entrever que el criterio con que se discurrirá en este libro será el de la conveniencia. 2  Guillermo propone la metáfora de la red de oro interpretando otra que se halla en la Adagia de Erasmo: «Aureo piscari hamo» (1514: ff. 128v-129, CLIX).

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ANÍBAL. No aguardéis eso de mí porque os pareceréis al rústico que en vano se detenía, sin pasar el río, esperando a que cesase su curso3. Ni puedo ni debo arreglarme en mi discurso a los proyectos de los antiguos filósofos porque, aunque las razones presentes sean las mismas que mil años ha, no obstante, el tiempo, los hombres y los modos de vivir son muy distintos4. Supuesto que al presente [f. 63v.] se hallan muy adelantadas las costumbres perversas y contrarias a las leyes filosóficas y su uso ha echado raíces tan profundas que sería casi imposible el pretender desarraigarle cuando el mundo ha tenido a bien, como dice el Dante: Que el gusto se haga justo5.

2. De suerte que pretender exterminar el abuso con precepto y razones, y con la autoridad y ejemplo de la antigua costumbre, sería emprender un trabajo igualmente ridículo que vano y sin efecto. Mas al paso que hay cosas en las cuales es permitido, por razón del abuso, el alejarse de las reglas de los buenos maestros, así hay otras que con todo vigor debemos contradecir ya por lo que mira a la sagrada observancia de las leyes de la religión o ya respecto de la necesidad de nuestro tiempo. Y bien que pudiera acumular diversos ejemplares sobre este propósito, solo os diré que de la corruptela se ha originado que ya no se prohíba el uso del vino a los muchachos hasta la edad de diez y ocho años y la urgencia del tiempo ha causado que no se aguarde en los casamientos el término de treinta y seis años en los mancebos y el de diez y ocho en las doncellas. Y en cuanto a la observancia de los divinos preceptos, no ignoráis que unidos el varón y la mujer con el nudo del santo matrimonio, no pueden por ninguna razón ni motivo separarse ni hacer divorcio como antiguamente se permitía y los mismos filósofos no desdeñaban, los cuales, si al presente vivieran, tendrían necesidad de corregir sus escritos en muchas cosas, acomodándolos al uso corriente. 3. Con que, por varias razones se hace preciso el desviarse de esta antigua senda y vivir según las costumbres de nuestro siglo. Y así no os maravilléis ni tengáis a mal si discurriendo yo de la civil conversación, os traiga a la memoria 3  Horacio, Epistolarum Liber (I 2): «Vivendi recte qui prorogat horam, Rusticus expectat dum defluat amnis; at ille Labitur et labetur in omne volubilis aevum» (1828: 455). 4  Si las argumentaciones de los filósofos antiguos siguen siendo válidas, las mismas se tienen que contrastar con las variaciones producidas por la historia y cultura que modificaron las costumbres. Este es un antiguo precepto mencionado por muchos autores, entre otros, Catón: «temporibus mores sapiens sine crimine mutat» (Dísticos, 1, 7). 5  Se trata de una manipulación del texto de Dante (Infierno, V 56): «che libito fé licito in sua legge».

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lo que pide el tiempo en que vivimos, antes que los documentos que se hallan escritos en los libros de los filósofos, y que hable más como ciudadano que como sabio sin solicitar el merecer los elevados títulos que intentáis adjudicarme, los que no quiero aceptar porque no me pertenecen. CABALLERO. Esa humildad os exalta más que nunca. No obstante, me atrevo a afirmar que os hacéis agravio en despreciar y abatir de esa suerte vuestra conocida discreción y sabiduría, y aun yo con alejarme tanto de vuestra perfección no dudaría hacer más aprecio de mi talento que [f. 64] el que vos hacéis. 4. ANÍBAL. Aun cuando me fueseis inferior y no superior como bien conozco, no dejaríais de cometer error en atribuirme tanta excelencia; pero si estáis en el entender de que soy menos que vos, recaeríais en declarada vanagloria y arrogancia. CABALLERO. También a mí me parece que teniéndoos vos en menos de lo que sois y abatiéndoos más de lo justo, incurrís o en flaqueza de ánimo y cobardía o en una ficción cortesana y filosófica. Y no me persuado a que vos mismo forméis buen concepto de aquellos que, siendo muy capaces, hacen poca confianza de su talento y que, siendo sujetos de inteligencia, se desacreditan por su propia deposición. ANÍBAL. Ciertamente no los apetezco porque el nimio desprecio de la propia persona es prueba o de una secreta ambición o de una conocida bajeza. Y no son menos reprensibles los que por alabarse demasiado tocan el cielo con el dedo como dice el proverbio6. Pero sé muy bien que en lo que hablo de mí mismo he medido mis fuerzas y me he arreglado a lo cierto. 5. CABALLERO. Pues nos hemos introducido en este asunto, os ruego me digáis si tenéis algún pronto y seguro remedio con que un sujeto se pueda bandear7 saltándose con otros, sin que se deje inflar del viento como un fuelle8 o elevarse más de lo justo y sin que al modo de un cuerpo inanimado se eche a tierra ignominiosamente9. ANÍBAL. Para encontrar esta brújula de Dédalo que nos enseñe a observar el medio entre dos extremos10, es preciso indagar la ocasión de donde nacen las extremidades viciosas y, conocidas estas, bien presto conseguiremos el remedio que deseáis. 6  Cicerón,

Epistulae ad Atticum (II 1 7): «digito se caelum putent attingere» (1836: 110). conducir algo o a alguien» (DRAE). 8  Hervás cambia el ejemplo italiano «col cuale si possa l’uomo reggere nella strada», añadiendo el ejemplo del fuelle que se infla por el viento, comparación no incluida en la CC italiana. 9  Esta sentencia evoca el verso de Dante (Inferno, V 142): «e caddi come corpo morto cada». 10  Se refiere a la doctrina aristotélica del «justo medio». 7  «Guiar,

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6. Estos errores, por la mayor parte, traen su origen del desvío y poca experiencia de los negocios del mundo, de donde dimana que de un corazón flojo y apocado se apodere cierta desconfianza de sus propias acciones y un necio temor del sentimiento de otro; cuando, al contrario, el corazón naturalmente altivo conoce aumentarse en sí una excesiva presunción que le transporta y hace que se aprecie más de lo que debe y a los demás [f. 64v.] menos de lo que pide la razón. Y si uno y otro tratasen, conversasen con sujetos sabios y prudentes, no hay duda que las acciones de estos servirían al uno de espuela y al otro de retentiva y freno. CABALLERO. Algunos por cierto son dignos de reprensión y mofa, cuyo valor y virtud se pierde y encubre en sus corazones negligentes y resfriados, al modo que la piedra se va a lo hondo del agua. Y a este propósito pudiera alegar infinitos ejemplos de hombres elocuentes que yendo a razonar en algún concurso han quedado mudos y algunos pasmados. Y de aquí juzgo yo que son extrañamente infelices los que no pueden usar ni hacer alarde de sus facultades cuando más necesidad tienen y mejor les estuviera el no poseerlas. 7. ANÍBAL. No se puede negar que tales hombres son desgraciados. Pero contemplemos ahora la simpleza y vanidad de aquellos que, hinchados del viento de la presunción y ciegos del amor propio, no echan de ver sus propios defectos, ni solicitan investigar qué concepto se tiene de ellos que es prueba no solo de extraña arrogancia, sino también de bestialidad y de donde les provienen no pocos infortunios. Pues —como dijo un excelente hombre— de grande infelicidad es aquella ignorancia que en el propio dictamen es sabiduría. CABALLERO. No sería muy de censurar el deseo de parecer sabio. Mas lo que yo tengo por peor es el que queramos hacernos creer a nosotros mismos que lo somos. 8. ANÍBAL. Esa es la razón porque se dijo —según ayer apuntamos— que no hay cosa más fácil al hombre que engañarse a sí mismo. Y me acuerdo haber leído, tiempo ha, en la Vida de Esopo que pasando un sujeto condecorado por una calle donde había tres esclavos de venta puestos en fila, es a saber: un gramático, un cantor y Esopo, preguntando este personaje primeramente al gramático qué sabía hacer, le respondió que todo. Y la misma respuesta dio el cantor. Llegando a Esopo e inquiriendo de él qué sabía hacer, respondió que nada. «¿Pues cómo?» —dijo el que quería comprar—. «Porque —replicó Esopo— sabiendo estos dos hacerlo todo, no me han dejado cosa alguna que saber»11. De aquí podremos colegir y sacar que, así como aquellos [f. 65] que confiesan no saber 11  Cf.

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Esopo (1985: 204-208).

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nada, saben mucho, así los que hacen profesión de entenderlo todo, son los más ignorantes. 9. Habiendo pues conocido que por no tener práctica ni comprensión de las cosas, por lo que mira a las complexiones, costumbres y acciones de otros por medio de la conversación se incurre o en vanidad o en desconfianzas. Ya podréis entender que el remedio que buscáis consiste en huir estos extremos y que, para conseguir el medio, es preciso usar la conversación civil12 y no menos la que se practica fuera de vuestra casa, discurriendo con muchas y diversas personas de las cuales trataremos en este día. CABALLERO. Cuando yo creía que con este discurso os alejaseis del que debemos tener hoy, me habéis insensiblemente metido en él, lo que a un mismo tiempo me admira, alegra y regocija. Mas antes que empecéis a hablar en este asunto deseo saber si es vuestro ánimo proponer alguna forma de conversación que todos en general deban abrazar o si señalareis diversos géneros según la diversidad de personas. 10. ANÍBAL. Ya os dije ayer —si bien me acuerdo— y ahora lo repito que no, porque si debiéramos todos seguir una misma forma con todos en las pláticas, vendríamos brevemente al fin de nuestra empresa. Bien es verdad que hay algunas cosas generales que todos deben observar con todo indiferentemente, de las cuales trataremos sucintamente. Y, sobre todo, diré entretanto que miremos los diversos modos que se deben practicar conversando según la variedad de personas y, de allí, conoceremos que no es fácil encontrar una forma de conversación común a todos los hombres, como se encuentran sillas que vienen bien a todos los caballos, y descubriremos también que, así como un hábil secretario igual vuestro no usa de un mismo estilo ni semejante frases escribiendo a un superior, a un igual y aun inferior, así tampoco debemos observar exacta igualdad en la conversación13. 11. CABALLERO. Si es preciso, pues, mudar de estilo según la variedad de los sujetos, temo que vuestras reglas sean dilatadas y difíciles. Pues por diversas ocurrencias, nos veremos obligados a conversar con muchas personas diferentes en sexo, edad, empleo, calidad, país y nación. 12  La deducción del médico es clara: la civil conversación, al igual que se engendra fuera de casa, representa el «justo medio», ya que permite ahondar el conocimiento de los demás tanto en los aspectos exteriores como interiores, de manera que ayuda a evitar la arrogancia. 13  El centro de esta discusión son las diferencias y las circunstancias que vuelven las conversaciones y relaciones interpersonales de la estructura social muy complicadas. Aníbal propone dos ejemplos para demostrar esta variedad, el de la silla de los caballos y el destinatario del género epistolar como prueba de la estructura jerárquica.

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ANÍBAL. Bien veis cómo en un órgano se hallan diversos conductos que forman diversos sonidos14. Pero estos conductos tienen cierta proporción y componen un solo cuerpo así, aunque los géneros de conversación sean distintos, tienen tal trabazón [f. 65] y engarce entre sí que parecen una sola cosa y acaso más fácil de lo que pensamos. Por tanto, para hacer esto más fácil y posible, se debe considerar que la conversación se ha de tener fuera o dentro de nuestra habitación. Y, si os parece, llamaremos a la una conversación popular, o de plaza, y a la otra de casa y familiar, si no queréis acaso nombrar la una pública y la otra privada15. CABALLERO. No me paro en los nombres viendo que nos entendemos mutuamente. 12. ANÍBAL. Puesto que la obra es mayor que el día, soy de parecer que hoy tengamos por bastante el hablar de la conversación de fuera de casa y reservemos la otra para mañana. CABALLERO. Era de sentir que debíais discurrir primero de la otra, pues según el orden natural, primeramente, hablamos con los domésticos en nuestra casa y después pasamos a frecuentar los otros16. ANÍBAL. En el discurso de ayer, cuando os proponía la conversación que conduce a la sanidad del cuerpo y salud del alma, hablaba yo de la que se practica fuera de nuestra casa, de la cual con particularidad se cogen los frutos y perfección de que ya hemos tratado. Y por esto haremos hoy mención de esta como concerniente a nuestro fin principal y mañana —si no hay ocupación que lo impida— no omitiremos el tratar de la conversación doméstica, acerca de la cual es preciso notar muchas cosas que por la importancia de la materia no deben callarse ni suprimirse. CABALLERO. Yo lo pongo todo en manos de vuestro buen juicio y cortesanía. 13. ANÍBAL. Volviendo pues a mi discurso digo que por la conversación el hombre no solo se despoja de la bajeza, de la presunción y orgullo, sino que se viste y adorna del conocimiento de sí mismo. De forma que, si bien lo miráis 14  En la CC, al igual que otros tratados renacentistas de este género, interactúan constantemente dos factores: el general o arquetípico y el particular o derivado (Guazzo I 2010: 77). 15  Esta subdivisión tiene una profunda raíz aristotélica, ya que, el filósofo griego desde las primeras sentencias de su Política (Cf., 1989: 102) deja claro esta doble modalidad del hombre (animal sociable en la polis), la política y la privada. 16  El llamamiento al orden, en este caso el natural, en la sociedad renacentista no se refiere solo al espacio en el que se desarrolla la conversación (doméstico o público), sino que designa diversas categorías, códigos culturales y conocimientos tradicionales.

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este juicio que poseemos para conocernos a nosotros mismos, no es nuestro, antes le tenemos como dado por otro17. Pues siendo advertidos de varios sujetos censurados, reprendidos, o por señas avisados de algún defecto en que por palabra u obra incurramos gustosamente, cedemos a la común opinión y echando de ver nuestra imperfección, procuramos corregirla según el aviso y parecer de otro. 14. Y bien que hay pocos que quieran confesar la verdad sin recelo, puedo asegurar que no se encontrará sujeto alguno por embriagado que esté del amor propio que, cometiendo algún absurdo, deje de hallar ocasión por medio de la plática con muchos de examinar [f. 66] su conciencia, pues nunca falta más de uno que le hable al alma y le haga patente su error, ya que, a esfuerzos de la amistad, a lo menos por vía de burla, de menosprecio, de injuria o de algún otro modo por donde los tales son casi obligados a corregir su vida y operaciones. También veréis otros más avisados y menos amantes de sí mismos que sin aguantar a que otro los reprenda, se mueven espontáneamente a contemplar con todo cuidado las palabras, acciones y modales de otro. Y al paso que solicitan evitar todo aquello que en otros se afea, se empeñan también en ejecutar cuanto en ellos se alaba y celebra. Y por las pláticas se constituyen observadores e imitadores de los hombres sabios y de buen ejemplo. Y, finalmente, se acomodan a entablar, a dejar, a admitir y enmendar muchas cosas según la opinión de otros y abandonando la suya. 15. Pero habiendo ya hablado de la actividad que gozan las opiniones comunes para la conducta de nuestra vida, no discurriré aquí más largamente, bastándome el decir y ratificarme en esta sentencia que nuestros rectos dictámenes y el conocimiento de nosotros mismos depende de las advertencias de otros y de la plática y frecuentación con muchos. Y así paso a introducirme en la conversación que llamé de fuera de casa, en cuyo tratado atenderé por las razones ayer propuestas al provecho universal y, particularmente, de los menos eruditos ni me detendré totalmente a investigar las virtudes morales de que no todos son capaces, trayendo solamente a cuento los puntos principales que se requieren en esta conversación. Ni tampoco quiero que sutilicemos demasiado, antes por satisfacer en parte a la expectación de un tan discreto hombre como vos, me explicaré desde ahora como si hablase con hombres de poco talento a los cuales procuraría propalar las materias según su capacidad y de las que pudiesen sin fatiga conseguir utilidad. 17  La CC es el mejor instrumento para el conocimiento de sí mismo, para la formación de las relaciones interpersonales, ya que educa a las buenas maneras por ser también una práctica social. La referencia en esta frase es al lema «conócete a ti mismo» del templo de Apolo en Delfos.

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CABALLERO. Tanto mayor contento recibiré en vuestros discursos cuanto estos fuesen más familiares y cuales requiere por ahora lo débil y extenuado de mi entendimiento. ANÍBAL. Eso sea dicho por modestia. §. II 16. Viniendo pues en primer lugar a las cosas generales, yo creo que el conocimiento y contemplación de la naturaleza está en el hombre como cosa imperfecta, si no se acompaña de las [f. 66v.] operaciones18. Con que, si a estos contemplativos les es necesaria la conversación, con mayor razón a los ignorantes, a los cuales para que no se constituían bestias, fieras y no sé equivoquen con los brutos, es preciso que se esfuercen, por medio de la frecuentación, a aprender de la boca de otro lo que ellos por si no pueden percibir tocante a las buenas letras. Bien sabéis que tiempos pasados —como se cuenta— hubo ciertos pueblos que acostumbraban el exponer sus enfermos en las calles públicas, en donde, solícitos de su salud, investigaban remedio para el paciente de cuantos pasaban. Lo mismo sucede al hombre solitario, el cual está verdaderamente enfermo y destituido de aquel conocimiento que se adquiere con la experiencia del sentimiento común y así necesita buscar el remedio fuera de su casa. Que, si acaso le ofrecen otros más enfermos que él o algunos incurables, no debe desistir en pasar adelante hasta encontrar los sabios y discretos que le conforten; y los médicos que le alivien de su enfermedad, teniendo presente la sentencia que dice: «Aprende de los sabios los modos de ser mejor y de los locos las razones de ser más avisado». 17. CABALLERO. Aun cuando los hombres no se viesen obligados a salir de su casa, movidos de tratar a sus semejantes, según proponéis, hay otros motivos que los apremien a la frecuentación y a buscar con curiosidad y ahínco las compañías y concursos de personas. Puesto que, el deseo de conservarse y aumentar su estado y haciendo no consiente que el hombre se halle solo ni ocioso. Y en esto os puedo asegurar que, si una vez ponéis el pie en la corte y comitiva y de un príncipe, veréis como los cortesanos se juntan y unen entre sí a conferenciar varios negocios y a entender la noticia de la confiscación de bienes, o muerte de alguno y a fabricar arbitrios y medios de alcanzar del príncipe dignidades, riquezas, favores o privilegios para sí, o para otro. Y, antes de proponer la súplica, ni presentar el memorial, concilian los que les han de servir de empeños con los secretarios y todos aquellos que tienen entrada en la cámara del príncipe. Y no faltarán otros interesados en semejante causa que, llamando a junta secreta, 18  Es

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decir «azzioni congiunte» (Guazzo 2010 I: 82).

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consulten los medios de constituir a alguno en desgracia del príncipe para apear y destruir a este y poner otro en su lugar19. 18. Y si esto no basta, para manifestaros el dulce deleite que se percibe en estas agradables conversaciones, advertid la multitud de hombres que se juntan a oír justicia como muchas [f. 67] veces me he detenido a contemplarlo en el palacio y gran Parlamento de París, en donde mientras duran los debates del petitorio y posesorio, parece que se escucha el horror y estrépito de un terremoto20. Pero ¿de qué sirven ejemplos extranjeros? Pasémonos solamente por esta nuestra ciudad y veremos que no solo los días de trabajo, sino también en aquellos que están destinados y consagrados al culto divino, una innumerable multitud de hombres forman mercado en lo espacioso de los pórticos y zaguanes, en donde solo se trata de comprar y vender, de permutar, de dar y tomar dinero a ganancia y, finalmente, allí se contrata en cuanto puede conducir del alivio, de los males, de la pobreza y acarrear los bienes de la abundancia. Y así no hay que fatigarse en persuadir a los hombres que apetezcan la conversación cuando por sí mismos son forzados a ello21. 19. ANÍBAL. Con este discurso me habéis hecho acordar de la sentencia de Pitágoras el cual decía a propósito que este mundo no era otra cosa que un mercado en el cual se encuentran tres géneros de personas: unos a comprar, otros a vender y los últimos a estar ociosos y ver solamente la feria y, estos —decía él— que eran los filósofos y los tenía por los más felices22. CABALLERO. Sin duda que en el tiempo de Pitágoras aún no se habían introducido en los mercados los cortadores de bolsas23, porque de otra suerte les hubiera dado lugar entre los otros.

19  Guillermo remite a su experiencia personal para demostrar uno de los tópicos de la época de Guazzo, el desprecio de la corte. 20  Otro enunciado sarcástico sobre la vida cortesana. El Parlamento de París era la más importante institución jurídica de Francia y representaba la justicia en nombre del rey, la última palabra en las controversias en los parlamentos provinciales y en otras sentencias promulgadas por otros sujetos jurídicos. 21  Tras haber criticado el Parlamento de París, Guillermo dirige su mirada sarcástica hacia Casale Monferrato y a los mercados en los que se desarrolla una ferviente actividad económica, en otras palabras, la antítesis de la civil conversación. 22  Esta sentencia de Pitágoras fue narrada por Diógenes Laercio: «Sosícrates, en sus Sucesiones, relata que, cuando le preguntó León, el tirano de Fliunte, quién era, le contestó: “Un filósofo”. Dijo también que la vida se parecía a un festival olímpico. Porque, así como a éste acuden los unos a competir en los juegos, otros por motivos de negocios y los más dignos como espectadores, así en la vida unos son de naturaleza servil, otros son cazadores de fama y fortuna y los otros filósofos que van en pos de la verdad. Y así es» (2007: 420). 23  Se refiere a los ladrones.

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ANÍBAL. Otro sabio decía que este mundo es un teatro y nosotros los comediantes que ejecutamos la farsa y los dioses los que miran, a los cuales — puede ser— querría juntar los filósofos24. Mas como el día de hoy es tan corto el número de estos divinos asistentes y mirones, y casi todos somos apasionados de aquellas cosas mundanas que habéis nombrado, yo propondré la frecuentación, no para precavernos principalmente en las ferias, mercados y comedias, ni en otras semejantes extremidades sujetas a la fortuna, sino para que, frecuentando, aprendamos las buenas costumbres y virtudes por cuyo medio administremos, distribuíamos y conservemos nuestros bienes de fortuna y consigamos el favor, benevolencia y gracia25 de otros. CABALLERO. Ahora es tiempo de que declaréis cómo se deben alcanzar y aprender estas virtudes y apreciables modales y costumbres. [f. 67v.] 20. ANÍBAL. Puesto el caso de que el solitario —como dicho habemos— está enfermo, yo propongo para su salud y restauración que conversando solicite y procure que por un largo espacio de tiempo sea en su casa mayor el recibo que el gasto. CABALLERO. Así lo ejecutan por la mayor parte los hombres. Pero a mí me parece que frecuentando las compañías son más apetecibles los liberales que los agarrados y ambiciosos26. Y si traes a la memoria lo que en los siglos pasados sucedió en Roma, claramente conoceréis que gratificar y ser liberal con muchos es a seguro medio para hacerse dueño del amor y benevolencia del pueblo, y servía de escalón para llegar a las mayores dignidades y elevaciones. ANÍBAL. Un sabio hombre siendo preguntado por qué la naturaleza ha dado a los hombres dos oídos y una sola lengua, respondió: «Porque son muchas más la cosas que se han de oír que las que se han de hablar»27. Esta respuesta me ha dado ocasión para atribuir el recibir al oído y el gasto a la lengua. Y para dar24  El

sabio es Platón, que en las Leyes escribió lo siguiente: «[…] cada uno de nosotros, los seres vivientes, es una marioneta divina, ya sea que haya sido construida como un juguete de los dioses o por alguna razón seria. Puesto eso, por cierto, no lo sabemos, pero sí sabemos que estas pasiones interiores nos arrastran como si fueran unos tendones o cuerdas y que, al ser contrarias unas a otras nos empujan a acciones contrarias, en las que quedan definidas la virtud y el vicio» (1999: 230-231). 25  Estas son las tres categorías para adquirir una actitud positiva de los demás para una perfecta homologación social y cultural. 26  Hervás desarrolla la manera de decir idiomática: «assai più grati quei che allargano, che quei che stringono la mano» (Guazzo 2010 I: 183). 27  Este exemplum se lee en muchos escritores. Uno de los primeros fue Erasmo citando a Zenón en la Apophthegmata (Lib. VII, 17): «Garrulitas: Adolescenti cuidam multa garrienti: aures, inquit, tuae in lengua defluxere: submnonens, adolenscentis ese audire multa, loqui pauca» (1570: 658).

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me mejor a entender, digo que en la conversación dos cosas son principalmente necesarias estas son la lengua y los modos de vivir a las cuales partes reduciremos todo nuestro pensamiento e intención. CABALLERO. ¿Y por qué os limitáis a estas dos cosas? 21. ANÍBAL. Porque si bien los miráis, veréis que conversando conseguimos especialmente la amistad de otro, por el método de nuestro razonamiento y por la cualidad de nuestro modo de vivir, honestas acciones y costumbres. Y aunque pudiera yo por un cierto modo y razón convincente incluir toda la conversación en el punto de los modos de vivir, debajo de los cuales se comprenden los discursos y razonamientos familiares, habiendo no obstante algunas partes de la lengua que tienen total dependencia de las costumbres y hábitos, proseguiré en estos dos artículos. Y para empezar desde luego digo que como los enfermos apetecen tal vez una cosa que, aunque como dice el poeta: Sea agradable al gusto, es nociva a la salud28.

Así el hombre ignorante y débil debe en las representaciones del ingenio observar cuidadoso silencio, aunque en la locuacidad reciba su mayor deleite. Y tiene este vicio tal vigor que de ordinario los menos eruditos quieren hablarlo todo en los concursos29. Pues como el callar y el oír sean dos cosas de las más difíciles que hay en el mundo, es indispensable también que nuestro enfermo se disponga a reprimir este su apetito, resistiéndose asimismo y habituándose poco a poco a tener más que nunca la boca cerrada y los oídos abiertos, lo que no ejecutará con perfección hasta que se haga cargo de que en las compañías se adquiere la amistad y gracia de otros, no menos callando y atendiendo con discreción que hablando y discurriendo cosas agradables. Puesto que, debemos obligarnos de aquellos que atentamente nos [f. 68] escuchan cuando hablamos y más si atendemos a que la dulzura de nuestra lengua nos sirve de poco si los oídos de otros no la reciben30. 28  Petrarca,

Triunfos (3 108): «Ch’al gusto è dolce, alla salute è rea». traductor omite una frase de la edición de la CC de 1579: «senza ricordarsi che nelle scuole appresero da’ loro maestri che la principal virtù è il sapere contenere la lingua» (Guazzo 2010 I: 84). Una de las principales virtudes según la sabiduría clásica era la de saber contener el habla, guardar el silencio en los momentos oportunos (Cf. Catonis desdicha: «virtutem primam esse puta compescere linguam. /Proxumus ille deo, qui scit ratione tacere» [1722: 16]; y también en el Libro de los Proverbios [21: 23]: «qui custodit os suum et Iinguam suam: custodit ab angustiis animam suam»). 30  El lugar común del «callar y escuchar» es un precepto de uno de los Siete Sabios de Grecia, Cleóbulo de Lindos: «auribus frequentius quam lingua itere». En la CC se establece un equilibro entre el escuchar y hablar que activa un pacto social con quien escucha o habla. 29  El

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22. Callando pues nuestro enfermo, empezará a sanar y a adquirir crédito entre los sabios. Y de ahí dimana que el mismo Pitágoras —de quien ya hemos hablado— obligaba a sus discípulos a guardad riguroso silencio por espacio de tres años31, por cuanto consideraba que, acostumbrándose a escucharle, echarían de ver su ignorancia y, grabándose en sus espíritus la eficacia y gravedad de sus sentencias, gozarían del beneficio y fruto de su paciencia, siendo anciano proverbio que al alma enferma sirve de médico la conversación de otro32. Y que finalmente conocerían que no menos admiración causa el saber callar que el bien discurrir, pues como en esto se manifiesta la elocuencia y erudición, en lo otro, se descubre cierta prueba de gravedad y grande prudencia33. CABALLERO. Acuérdome haber oído que cierto sabio preguntado si callaba forzado de la ignorancia, respondió que la más propia acción del ignorante era no saber callar. ANÍBAL. Y por eso los que alcanzan poco son más aplaudidos si son sobrios en sus palabras. Y así se dice que es especie de sabiduría el encubrir con el silencio la simpleza e ignorancia. Y otro adagio afirma que harto sabe el que sabe callar34. 23. Contemplemos pues que el que no sabe hablar35 y quiere aprender con razón deberá escuchar a los que saben y acordarse que como la hambre y la sed son cierta vacuidad del cuerpo, la ignorancia lo es del espíritu y como el cuerpo se sacia de viandas y alimentos, así el espíritu pasta inteligencias que —como ayer decíamos— se adquieren mejor por viva voz que leyendo muchas palabras. Y así no se debe disgustar de oír un avergonzarse de preguntar lo que ignora para saberlo, antes debe imitar a aquel grande hombre que solía decir: «Yo pregunto a todos y a ninguno doy respuesta porque no sé cosa sobre qué pueda responder»36. 31  Se

trata de una cita de Séneca en una de las epístolas a Lucilio: «En la escuela de Pitágoras los discípulos debían guardar silencio durante cinco años: ¿piensas acaso que inmediatamente después se les permitía, además de hablar, hacer elogios?» (1989: 303, Vol. II). 32  Erasmo, Adagia: «Animo aegrotanti medicus est oratio» (III, 1 100=2010). 33  La prudencia es una virtud cardinal que en este periodo coincide con otros conceptos como la simulación, la mentira, el silencio, la conveniencia. 34  Es una sentencia de Publilio Siro (Sententiae, T I): «Taciturnitas stulto homini pro sapientia est», aunque Martín Caro la atribuye a Séneca: «El bobo si es callado, por sesudo es reputado. Otro: Habla poco, y no serás tenido por tonto. Taciturnitas stulto homini pro sapientia est Seneca in Proverb. Vel Stultus quoque si tacuerit, sapiens reputabitur, et si compresserit labia sua, intellingens. Proverb. Salomón. Cap. 17» (1792: 99). Hervás omite otro proverbio que Guazzo añade en la edición de 1579: «e che ‘l savio non si conosce dal pazzose non al parlare» (2011 I: 85). 35  Hervás no termina otra sentencia clásica mencionada por Guazzo: «Conchiuderemo adunque che chi non sa tacere non sa parlare» (2011 I: 85). 36  El «grande hombre» parece ser Sócrates y su método mayéutico, descrito también en la Apophthegmata (36) de Erasmo: «Illud omnium maxime celebratur, quod dicebat, se nihil scire, nisi hoc unum, quod nihil sciret; inquirebat enim de singulis, tanquam ambiens, non quod re vera

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CABALLERO. Ya veo que el hombre ignorante debe hablar poco y escuchar mucho. Y conozco que la larga observación de las sentencias y discursos de otros, nos aprovechan con exceso. Mas pues habéis declarado el interés y provecho que se saca de refrenar la lengua, empero me mostréis qué gastos se deben hacer discurriendo. 24. ANÍBAL. Como el dinero siendo bien distribuido y [f. 68v.] empleado, después del provecho que acarrea a quien lo recibe, redunda también en conveniencia del que lo desembolsa, así las razones bien consideradas traen ganancia al que las escucha y honor al que las profiere. Y como de una misma bolsa salen diversas piezas de moneda de oro, de plata o de cobre, así de la boca brotan diversas sentencias y palabras de mayor o menor estimación. Mas como no es lícito acuñar ni distribuir moneda falsa, así no es decente decir ni pensar cosa de que pueda resultar daño ni descrédito al prójimo, puesto que, por semejante falsedad, no solo el hombre se deshonra a sí, sino que pone a riesgo su propia vida que junto con la muerte está sujeta al poder de la lengua37 y llegase que está escrito que quien guarda su lengua, su alma conserva38. Y debemos concluir que quien desea que se diga bien de él debe guardarse de hablar mal de otros. Por esto, todo hombre de lengua en boca se ha de conformar en que, ya que no pueda hacer muestra y gasto de palabras graves y exquisitas, como los más raros filósofos y aplaudidos oradores, sean a lo menos las que pronunciare puras y dictadas de una simplicidad de corazón cuales debe ser las de un hombre leal y buen cristiano39. 25. CABALLERO. Paréceme haber leído que un rey de Egipto a fin de experimentar la sabiduría de Solón, le envió una abeja para que la sacrificase, mandándole que escogiese de ella la parte mejor y la peor y que el sabio le remitió la lengua40. nihil haberet certo cognitum, sed hac ironia et suam declarabat modestiam et aliorum redarguebat arrogantiam, qui si profitebantur nihil nescire, quum re vera nihil scirent» (1570: 173). 37  En la CC de 1579 aparece la frase: «che la lingua è un picciol fuoco al quale s’accende una gran materia» (Guazzo 2010 I: 85) que Hervás no vierte al castellano. 38  Se refiere al Libro de los Proverbios (21: 23): «El que guarda su boca y su lengua, / Su alma guarda de angustias». 39  En la versión italiana (1579) se añade: «ritenendo sempre in se stesso quel detto ch’egli è meglio sdrucciolare co’ piedi che con la lingua». 40  El protagonista es Pítaco. Sobre este exemplum Plutarco discurre en el De garrulitate (Sobre la charlatanería, en: Moralia lib. VII): «De ahí que Pítaco no hizo mal cuando, habiéndole enviado el rey de Egipto una víctima y habiéndole ordenado cortar la carne mejor y la peor, cortó y envió la lengua, en la idea de que era un instrumento de bienes, pero también de los mayores males» (1995: 257).

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ANÍBAL. Así, con buen derecho es comparada la lengua al timón de un navío, el que siendo —de ordinario— la menor parte del vaso41, es el que le libra del riesgo o le sepulta. Pero ayer hablamos suficientemente de los que echan a pique los navíos y con el veneno detestable de sus lenguas malditas ofenden a otros disfamándose a sí mismos y a los que habemos excluido de los virtuosos y deseables. Por tanto, aquellos que aspiran al honor de la virtud y quieren constituirse dignos de la conversación civil, deben sobre todo guardarse de ofender a ninguno con su lengua. Más aún no habrán satisfecho enteramente su deber si no procurar persuadir y deleitar a fin de recoger por entero el fruto de la lengua. Pues esta, enseñando, confiriendo, disputando y disidiendo junta los hombres y los une mutuamente con un lazo indisoluble y natural. Este pues que desea conversar dichosamente entre los hombres, debe considerar que la lengua es el espejo, retrato y fiel trasunto de su [f. 69] alma y que como por el sonido y eco de una moneda conocemos su bondad o falsedad, así por el sonido de las palabras comprendemos la cualidad del interior y las costumbres del que habla42. 26. Y como en tanto somos más estimados y tenidos, en cuanto nuestra civilidad se diferencia de las modales y trivialidad del vulgo y de los mecánicos, es preciso que la lengua se empeñe en manifestar esta diferencia, practicándola en la gallardía, elección y gravedad de las palabras. CABALLERO. Ya os entiendo. Y queréis en suma que como el vulgo no gasta sin ochavos y otras monedas pequeñas, así el hombre civil no debe usar ni distribuir sino moneda de oro43, porque es de suerte este metal que recrea la vista y es de mayor valor. No obstante —si no me engaño— vos os contradecís, pues poco ha habéis dicho que basta proferir palabras llenas de sencillez y ahora queréis que se hable con grande elocuencia y literatura. Que si como habéis propuesto hay pocos en el mundo que discurriendo imiten los filósofos y oradores ¿qué podremos hacer yo y mi semejante que no tenemos hora que gastar, ni podremos portarnos en las pláticas y conversación con los hombres como un Demóstenes o un Platón?, ¿queríais acaso que volviésemos a las escuelas a aprender la retórica y filosofía? 27. ANÍBAL. Yo no me aparto de lo que una vez he dicho, antes repito y mantengo que discurriendo se debe proceder llanamente y según pide la verdad simple y desnuda. Empero contemplad que por las aldeas y villajes se 41  En

la excepción desusada: «Embarcación, y señaladamente su casco» (DRAE). metáfora llegó a ser un lugar común en la época de Guazzo y se atribuye a Publilio: «Sermo imago animi est: qualis vir, talis et oratio» (Miriambi, 1183). 43  Guazzo vuelve a utilizar la metáfora de la lengua relacionándola con el dinero y diferenciándola con el estado social y civil. 42  Esta

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encuentran personas que, aunque viven desviados —según el proverbio— de las Gracias y de las Musas, asombrada su cabeza de un espacioso sombrero, tienen no obstante debajo de este grosero aparato y rústica habitación un gentil espíritu de que hacen demostración en sus palabras y en la sutileza de su entendimiento44. Y de aquí inferiréis que la naturaleza ha influido y derramado en nosotros cierta semilla de elocuencia y filosofía. Mas porque cuanto más sobresalen estas partes en el hombre, tanto más apreciable le hacen en la conversación civil, quisiera yo que alguna porción de arte ayudase la naturaleza y que se propalasen cosas que fuesen bien recibidas y por cuyo medio el hombre fuese convocado, apetecido y honrado en las honestas y loables compañías. 28. CABALLERO. Paraos un poco a considerar que hay muchos grandes personajes que en nada aprecian aquella elocuencia que se desvía de la [f. 69v.] común y natural forma de hablar, antes la rehúsan y abominan, queriendo que solo se use el discurso familiar y el que practicamos con nuestras mujeres, hijos, criados y amigos, bastándonos el declarar nuestra intención sin afeite ni extravagancia y sin algún cuidado, pomposidad o aparato. Pues todo lo que se añade de este tenor se aparta de la verdad y solo queda una superfluidad de palabras, propia45 del que solo se dedica a entenderse a sí. Y sin mentir, ¿de qué sirve tanta greguería y circunloquios, tantas translaciones de voces a otro sentido y tantas figuras si podéis declarar las cosas y hacerlas palpables, hablando poco y con palabras sencillas y propias? Paréceme se puede decir que estos profesores de la elocuencia y arte de bien hablar, debajo del título y oficio de orador ejercen el de poetas y, con el afeite y ficción de sus palabras, se hacen conocer por gente que no tiene el corazón recto ni vestigio de sencillez en su alma46. 29. ANÍBAL. Para responder a vuestro discurso —que me deja gustoso y satisfecho— quisiera preguntaros ¿cuáles pensáis hayan hablado mejor entre todos los hombres si los del primer siglo o los de nuestro tiempo? 44  Estas

frases evocan varios proverbios de fundación clásica. Entre ellos y con muchas variaciones el de Cicerón: «Saepe est etiam sub palliolo sórdido sapientia» (Cf., Tuscolanae disputationes, III, 23 56), que en español se tradujo: «Muchas veces bajo un hábito vil se encuentra un hombre gentil» (Cantera Ortiz de Urbina 2005: 208). También en Erasmo: «Rusticanum oratorem ne contempseris» (Adagia, II, VI 45=1545). 45  Probable errata de Hervás [propias]. 46  Guillermo abre una polémica sobre la retórica reivindicando con maneras de decir proverbiales (Cf., Erasmo, Adagia, «grata brevitas», [IV, V, 25]), la economicidad y brevedad de la conversación.

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CABALLERO. Los de nuestro tiempo y estos tanto mejor cuanto es más fácil enriquecer y amplificar las cosas después de inventadas e introducidas47. ANÍBAL. Yo estoy aún de vuestro sentir, puesto que, en los primeros tiempos no había regla alguna de las que se han inventado. Después, ni el arte había enseñado a los hombres a usar de los exordios ni a disponer los asuntos o probarlos con argumentos. Mas, después de esto, ¿no llamáis también natural nuestro modo de hablar como el que los antiguos usaban en sus discursos? CABALLERO. Sí, cierto. Siendo así que el aldeano tiene naturalmente su lenguaje rudo, insulso y grosero como el ciudadano goza naturalmente el suyo más delicado, pulido y galante48. ANÍBAL. Ved ya que todo aquello es natural que es consentido por la naturaleza que se mejora y adquiere perfección. Y como sería indecente y contrario a la misma naturaleza el apartarse razonando de lo que es propio y común, así no puede menos de aplaudirse y estimarse como natural el estilo de aquel que a las cosas naturales añade algo con que las mejora y hace más perfectas. 30. Y pues todos los hombres se empeñan naturalmente en persuadir y captar los afectos con las razones, no hay duda en que una misma sentencia convence y es de mayor gravedad y eficacia según [f. 70] la diferencia de las personas que la profieren y los términos y estilo con que sale de la boca. De tal suerte que, ante todas cosas es preciso esforzarse a conmover los espíritus y considerar que ninguna cosa puede venir ni penetrar hasta nuestros corazones sin que primero ya la entrada agrade o irrite nuestros oídos. Y así está obligado —como decía Bías49 o cual fue de los filósofos— a procurar tener gracia y acierto en el silencio y eficacia en las palabras. CABALLERO. Si pretendéis pues que se conmuevan los ánimos de los oyentes y que con la lengua sean persuadidos, no podréis excusar el recurso a las reglas de la retórica de que no todos son capaces. ANÍBAL. No me parece justo ni necesario el tratar aquí de esas reglas, a fin de que no se piense que yo pretendo quitar la pluma de la mano a los oradores que no sería otra cosa que querer arrebatar a Júpiter sus rayos50.

47  La

cultura del presente resulta más fácil desde el punto de vista del crecimiento porque permite utilizar los nuevos descubrimientos o invenciones introducidas. 48  Hervás desarrolla e interpreta con más explicaciones la sentencia italiana que pronunció Guillermo: «Io la chiamo naturale, poiché così naturale è il suo parlare goffo al contadino, como il suo polito al cittadino» (Guazzo 2011 I: 87). 49  Bías de Priene (siglo vi a.C.) fue uno de los Siete Sabios de la Grecia antigua. En este caso, el autor se refiere a la sentencia: «Noli cito loqui est enim insaniae indicium» (Polyanthea 1574: 491), también mencionada por Diógenes Laercio en Vidas de los filósofos ilustres (Lib. I, 87). 50  El traductor materializa el «folgore» de Júpiter (Guazzo 2011 I: 87) por los rayos. Ambos son características tópicas del dios de la mitología romana y padre de los dioses y de hombres.

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CABALLERO. Uno que como vos sabe hablar con arte, sabrá también —si es preciso— discurrir del artificio. 31. ANÍBAL. Eso es muy de otra manera, porque no sabiendo yo hablar del arte, menos sabré formar mis discursos por las reglas del arte. Pero pongamos que yo supiese ejecutar lo uno y lo otro, ya estamos convenidos en no hablar más de lo que podremos entender. Y así en cuanto a este asunto, me gobernaré del mismo modo que los hábiles y experimentados médicos, los que atendiendo a la pobreza de algunos enfermos no los curan con el ruibarbo51, manna52 o con drogas y restaurantes exquisitos y de gran precio, sino en lugar de estos recetan simples y remedios que fácilmente y sin mucho gasto se encuentran en los campos, en las casas y huertos. De la misma suerte, estando por la mayor parte los hombres enfermos del entendimiento y tan ajenos de sentido que no pueden comprender estos altos y profundos misterios que están ocultos en la médula de las Instituciones oratorias53, a lo menos les propondremos aquellas cosas que son más superficiales y están rodeadas a la corteza del árbol y que, aunque no sean de gran valor, no por eso dejarán de socorrer y aliviar maravillosamente al enfermo. 32. Digo pues que de nuestra boca han de salir palabras que tengan eficacia de mover los corazones y afectos y representen con su gracia y valor tempestivo este oro de que hemos hecho mención. Viendo que se atiende y no poco a la acción y sonido de las palabras, el cual si lo miráis de cerca tiene virtud de hacer que parezca lo que no hay, o lo que es poco, lo hace ver mucho más de lo que en realidad es54. Y aunque las oraciones de Demóstenes están llenas no menos de [f. 70v.] una grande energía que de singular profundidad, no obstante, se dice que la mayor parte de Demóstenes le falta a él mismo, puesto que, no se puede 51  «Planta

herbácea, vivaz, de la familia de las poligonáceas, con hojas radicales, grandes, pecioladas, de borde dentado y sinuoso, ásperas por encima, nervudas y vellosas por debajo, y flores amarillas o verdes, pequeñas, en espigas, sobre un escapo fistuloso y esquinado. Mide de uno a dos metros de altura, tiene fruto seco, de una sola semilla triangular, y rizoma pardo por fuera, rojizo con puntos blancos en lo interior, compacto y de sabor amargo. Vive en el Asia central y la raíz se usa mucho en medicina como purgante» (DRAE). 52  El autor emplea la versión latina de la palabra ‘maná’: «Manjar milagroso que, según la Sagrada Escritura, fue enviado por Dios a modo de escarcha, para alimentar al pueblo de Israel en el desierto» (DRAE). 53  La Institutio oratoria (c. año 95) es una de las obras más famosas escrita por el retórico hispanorromano Marco Fabio Quintiliano. 54  En este enunciado Aníbal se refiere a una parte concreta de la retórica clásica: la elocutio. Al igual que la actio citada por el médico, última parte de la retórica después de la inventio, la dispositio, la elocutio y la memoria, tiene el poder de persuadir eficazmente al interlocutor.

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oír lo que se lee55. Y yo he conocido muchos, cuyos propósitos bien que fútiles y de poco peso eran no poco agradables y esto solo por la dulzura de la voz con que los expresaban y con un honesto engaño adquirieron el renombre y crédito de buenos conversantes56. CABALLERO. Muchos cortesanos tienen en su boca este poco de azúcar y bien se puede asegurar que, aunque su moneda parezca de oro, llegada a examinar es solo plata o cobre. Pero me parece que en esto aguantamos el que se adulen demasiado nuestros oídos y casi todos formamos un juicio siniestro estando más atentos al sonido de las palabras que al peso de las sentencias, y damos el título de orador a alguno que es solo un ignorante locuaz. 33. ANÍBAL. Yo soy de vuestro dictamen y de ahí dimana que regularmente nos deleitamos y juzgamos llenos de suavidad algunos versos oyéndolos cantar a algún charlatán al son de su guitarra los que, si pudiéramos poner por escrito, encontraríamos sin sal, cadencia ni concepto. Lo mismo sucede a otros que discurriendo verbalmente agradan sobremanera sin que en ellos se halle cosa que notar. Mas poniéndose a escribir esto mismo, se observa en ellos una suma inutilidad para este ejercicio, y con que no debemos admirarnos de esto, se hace preciso decir que estos tales no son verdaderamente facundos, sino que toda su eficacia estriba en proferir dulcemente sus palabras, las que, sin ser bien ordenadas ni conceptuosas, causan empero en los ánimos y oídos de los oyentes una armonía tan sumamente agradable que dominados y asidos de ella no pasan a buscar otra cosa. CABALLERO. No nos hemos pues de admirar si teniendo muchos las razones y estilo adornado y sentencioso pierden la autoridad y gracia de sus conceptos por la infelicidad de su pronunciación57. Mas pues esta acción goza la actividad de hacer que se estimen los hombres en más de lo que son ni valen. Quisiera me explicaseis en qué consiste esta eficacia. 34. ANÍBAL. Yo no sabré persuadirme a que, como habéis sabido añadir, esta gracia y perfección, al resto de vuestras prendas no hayáis también conocido los medios con que la conseguisteis. CABALLERO. Ni yo entiendo qué os mueve a creer eso cuando no sé haber hasta aquí aprendido algún precepto de retórica. ANÍBAL. Por eso es mayor vuestra felicidad en haber obtenido sin trabajo lo que otros sin gran fatiga no pueden rectamente comprender.

55  Es una frase de Valerio Máximo: «in Demosthene magna pars Demosthenis abest, quod legitur potius, quam auditur» (1988: Lib. VIII 10 ext). 56  Es decir, conversadores. 57  En la conversación, o mejor, en la actio, la pronunciación necesita su parte autónoma.

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CABALLERO. ¿No sabéis que no es dichoso aquel que ni conoce su feliz estado?58 ANÍBAL. Dado que ignoraseis las partes de esta acción, estad cierto que se halla en vos, y sabed que está debajo de vuestro imperio y dominio. Y en cuanto a mí, confieso que apenas me he dedicado al estudio y arte de bien hablar. Y esto, no obstante, si [f. 71] queréis que hablemos opinablemente, puede ser que nos arrimemos algo al término propuesto por los Retóricos. CABALLERO. En todo me remito a vos. § III 35. ANÍBAL. En primer lugar, considero que la primera parte de la acción consiste en la voz a la que incumbe el medir sus fuerzas y usar de tal temperamento que no descalabre con la aspereza que resulta de hacer la violencia, como sucede a las cuerdas de un instrumento músico que tocadas en algunos sitios forman un sonido violento y desapacible. CABALLERO. Si me es lícito decirlo, esta pronunciación es propia a la mayor parte de nuestros monferradeses y aun más de los piamonteses, los que con la rudeza de sus acentos penetran y taladran los oídos59. ANÍBAL. Es también preciso tener advertencia en no hablar tan quedo60 que con dificultad se deje entender. CABALLERO. Ahora me representáis la voz de los hipócritas que parece hablan con la boca de la muerte61. ANÍBAL. Conviene también proferir distintamente las palabras y discernir bien las sílabas, mas no de suerte que se deletreen como los niños cuando se enseñan a leer porque esto causa notable displicencia62 a los que escuchan. CABALLERO. En este punto —a mi parecer— pecan los veroneses y venecianos. 58  La conciencia de la propia posesión es la calidad imprescindible para la felicidad. Este topos literario se halla en la sentencia de Publilio Siro: «Felix est non aliis esse qui videntur, sed sibi» (Mimiambi, 323), sucesivamente transcrito por Erasmo: «Non est beatus, esse qui se nesciat» (Adagia, IV V 4). 59  Siguendo a Guazzo, la voz es una cuestión de templanza, es decir, de «justo medio», no tiene que ser ni muy alta ni muy baja. El médico aproxima su discusión hacia el debate lingüístico de este periodo, o mejor, fonético, que incluye la pronunciación de cada provincia. 60  Es decir, con voz baja o que apenas se oye. 61  Hervás omite la palabra ‘hugonotes’, es decir, a los calvinistas mencionados por Guillermo como los hipócritas: «Voi mi rappresentate ora la voce degli ippocriti e de’ nuovi eretici detti Ugonotti, i quali pare che vi parlino con la bocca della norte» (Guazzo 2010 I: 89). 62  «Desagrado o indiferencia en el trato» (DRAE).

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ANÍBAL. No es bueno tampoco precipitar tanto el lenguaje que se devoren las palabras, al modo que un hombre hambriento engulle la vianda sin mascarla. CABALLERO. Esto es común a los de Córcega y Génova. 36. ANÍBAL. De suerte que se ha de tomar un medio63 por donde las letras no sean ni muy oprimidas ni demasiadas con exceso y, sobre todo, se requiere que las últimas sílabas sean bien entendidas, guardándose del vicio de algunos, que las dejan morir entre los dientes, al modo de aquel que temeroso de errar no pronunciaba ni tempum ni tempus64. Por esto es preciso hablar abierta y distintamente sin sorber las palabras y sin que parezca las quiere empujar otras. CABALLERO. En este modo oblicuo de hablar caen fácilmente los pobres enamorados. ANÍBAL. Debe también procurar el que discurre sacar las palabras fuera del gaznate65, a fin de que ni parezca que tiene en la boca algún bocado muy caliente o que está afecto de catarro o romadizo66. CABALLERO. Esta es gracia infeliz de los luqueses y florentinos que tienen la boca llena de aspiraciones67. ANÍBAL. No [f. 71v.] pecan menos aquellos que abriendo descompasadamente la boca y llenándola de aire hacen resonar allá dentro la voz como el eco en las cavernas y grutas. CABALLERO. Esto me parece que es natural a los mantuanos y cremoneses, los que en esta imperfección tienen por compañeros a los napolitanos. ANÍBAL. En fin, no conviene que la voz sea débil como la de un enfermo o la de un pobre vergonzante, ni alta y vehemente como la de una trompeta en público, o la de un gramático que recita alguna oración o epístola; porque de otra suerte se le diría lo que se dijo a un cierto: «Si cantas es muy mal cantado y si lees cantas»68. 37. CABALLERO. No juzgo yo con todo eso que vos queráis se guarde siempre un mismo todo discurriendo y que se observe igual medida en la voz. 63  La

«via mezzana» (Guazzo 2010 I: 90) es la doctrina del «justo medio» de Aristóteles.

64  Aníbal cita estos dos ejemplos para demostrar que las palabras tienen que ser pronunciada

de manera correcta si no se quiere caer en errores o equivocaciones. 65  Garguero. 66  «Catarro de la membrana pituitaria» (DRAE). 67  La típica aspiración de los florentinos se llama «gorgia». 68  Erasmo, Apopththegmata (Pronuntiatio, 43): «Celebratur C. Caesaris dictum, quod praetextatus adhuc depromsisse fertur in quendam modulatius orantem: “si legis, cantas: si cantas, male cantas”» (1570: 736).

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ANÍBAL. No, por cierto. Porque el deleite del discurso no menos que el de la música consiste en la mutación de la voz. Mas yo quisiera —concluyendo ya este propósito— mostrar que, así como más veces estamos de pie, otras sentados y otras nos paseamos sin poder subsistir por largo tiempo en una de estas acciones, así el mudar de voz da gracia a las palabras69, consuela a los oyentes y aun al mismo que habla. Empero esta mutación se debe hacer discretamente y según el tiempo y calidad de las palabras y la variedad de las sentencias y discursos70. CABALLERO. A lo que voy viendo no se os ofrece más que decir sobre el hecho de esta acción. 38. ANÍBAL. Nada más en lo que toca a la voz, pero resta la otra que pertenece a los movimientos, de la cual acaso fuera mejor callar que decir poco, pues incluye circunstancias cuales yo no soy capaz de descifrar ni deducir. CABALLERO. No me parece cosa fácil ni de poca importancia el saber observar en los movimientos una decencia y gravedades que hable imperiosa sin decir nada y obligue a los oyentes a admirarla y respetarla. ANÍBAL. En esto se requiere también especial modestia y templanza en el que discurre para que con el poco movimiento no se equivoque con un tronco o represente la inmovilidad de una estatua o por el demasiado no se iguale en la instabilidad y ligereza a los monos. Y al modo que el primero manteniéndose tan inmóvil, pensando adquirir el título de grave, se hace sospechoso de una odiosa ficción de persona y simulación de lo que no es. Así los otros juzgando hacerse graciosos por la libertad y gallardía de los gestos, se ven motejados de una vituperable inconstancia. [f. 72] 39. Yo no quiero aquí inducir ni enseñar al que habla a que no tenga el rostro levantado, a que se abstenga de chupar o morder sus labios ni procure acompañar con los pies las razones como lo ejecutan los bailarines al son del instrumento. Como ni tampoco quiero proponer al que escucha que no mire al que razona con vista airada ni vuelva el cuerpo a este y, al otro lado, ni arquee las cejas ni se muestre triste ni que mire al techo ni susurre con el inmediato ni se ría fuera de propósito ni se regocije o altere ni que haga acción con la que parezca pretende turbar al que dice o dar a entender le desagrada el discurso71. No quiero —digo— que hablemos de esto porque sería querer referir los escri69  En

la CC de 1579, Guazzo añade la frase: «a guisa d’uno istromento di molte corde» (2010 I: 90) que Hervás omite en su versión. 70  Aníbal expone su versión de la variatio elaborada y propuesta por Horacio en su Ars poética pero aplicada a la voz para deleitar a los que escuchan. 71  Con gran maestría, y sirviéndose de la paralipsis (preterición), Aníbal afirma minuciosamente cada gesto y movimiento discreto que intenta afirmar aparentando que quiere omitirlo.

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tos del Galateo y, juntamente, lo que sobre este punto han escrito no menos los filósofos que los retóricos72. 40. Estas cosas son tales que por si se enseñan no tanto leyendo como frecuentando, porque como hablando otro advertimos lo que agrada o disgusta y por allí sabemos lo que se debe huir o abrazar, también cuando nosotros discurrimos y vemos a alguno poco atento a nuestro discurso, de esta displicencia debemos aprender el modo de portarnos cuando oímos a otros para no ser tenidos por inciviles y descorteses. Bastará pues por ahora decir que en esto se debe disponer de tal suerte el cuerpo, que ni parezca todo de una pieza, ni tampoco desunido ni demasiadamente movible73. Pero, sobre todo, es preciso que el que por sus movimientos y acciones desea conmover a otro, conozca que primero se conmueve a sí mismo y manifieste los afectos de su corazón, de suerte que, viéndolos los oyentes, aparecen en los ojos y semblante del que habla, se hallen ocupados de igual aprensión. 41. CABALLERO. Esta advertencia es a mi parecer una de las mejores y más necesarias que habéis propuesto, porque el fin de todo el que dice, dirigiéndose solo a mover para persuadir, es preciso que se empeñe en esta manifestación. Así no pudiera yo conseguir que vos os condolieseis de algún infortunio mío, si al haceros la narración no conocieseis la angustia de mi alma ni pudiera haceros prorrumpir en lágrimas, si no vieseis primero mi semblante regado de las mías. Y, en suma, una cosa no puede dar a otra lo que no tiene. Y añado que es también notable esta advertencia, pues por ella me traéis a la memoria algunos que conozco harto dichosos en esta parte del bien decir. Entre los cuales no me olvidaré [f. 72v.] del señor Jerónimo de la Rovere74, arzobispo de Turín el que, bien que desde su juventud empezase a llenar el mundo de admiración a causa de su ingenio, elocuencia, perfección de costumbres y buen ejemplo y haciéndose por su conversación amable y apetecible en todos los concursos, se ha hecho también dueño de esta acción que habéis propuesto y de tal suerte que no solo por su decir dulce, limado, grave, distinto e inteligible, sino también descubriendo con 72  Según el médico, querer listar todas las formas correctas de la gestualidad sería volver a escribir el Galateo de Giovanni della Casa (1558) que en España fue adaptado por Lucas Gracián Dantisco en 1582 (Madrid). Como es notorio, el Galateo es otro de los tratados sobre el comportamiento que han tenido más difusión en Europa, junto con el Cortigiano de Castiglione. Hay algunas similitudes entre el Galateo y la CC (Guazzo 2010 II: 200, nota 142), sin embargo, esta última obra se refiere más a la opinión común. 73  Hervás coloca en este punto un asterisco (*), pero se olvida de traducir una frase pronunciada por el Caballero: «Come a dire che non s’abbia ad imitare né il maestro delle cerimonie né il maestro delle bagattele» (Guazzo 2010 I: 91). 74  Girolamo della Rovere (1531-1592), arzobispo de Turín desde 1564 y cardenal desde 1586. Guazzo le escribió cuatro cartas (Guazzo 2010 II: 200, nota 147).

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grandísima propiedad sus agradables afectos por las ventanas de sus ojos, esplendor de su rostro y proporción de sus acciones, consigue no menos por la una que por la otra parte el conducir los corazones de los oyentes adonde le parece. 42. ANÍBAL. Veis ya que a la acción exterior debe preceder la interior, de forma que el sonido de las palabras y los movimientos del cuerpo vayan dirigidos por los afectos del espíritu. De todo esto, venimos a inferir que no hay menos elocuencia en el cuerpo que en la alma, y que muchos son reputados elocuentes por algunas, o una sola parte de retórica, lo que se confirma con el ejemplo de Apuleyo que fue juzgado muy elocuente por razón de su mirar, de sus acciones y destreza de su persona, con cuyas partes acompañadas de una buena gracia atraía más los oyentes que con la afluencia de palabras. Se dice también que Hortensio estudiaba más en cultivar su persona que su elocuencia, de suerte que no se sabía si los hombres venían más gustosos por verle que por oírle, tanto las palabras correspondían a su semblante y su semblante a las palabras75. Pero habiendo con un ejemplo tan honrado concluido lo que basta tocante a la lengua y a las palabras, es justo y de nuestro deber que vengamos a las partes que estriban en el modo de vivir y en las costumbres. Y como hasta aquí hemos tratado de la hermosura del oro, conviene que de aquí adelante discurramos de su valor. 43. CABALLERO. En pocas palabras, me habéis de tal suerte satisfecho en cuanto a las acciones que me obligáis a desear con ansia la otra parte que consiste en las palabras. Y como lo que hasta aquí habéis dicho pertenecer simplemente al sonido de las palabras y a los movimientos del cuerpo, así hallaba yo conveniente que también discurrieseis de estas partes que conciernen a la disposición, orden y adorno del discurso de que pueden ser capaces todos los hombres de mediano entendimiento. ANÍBAL. Ya os he dicho que no debemos trepar sobre este grande árbol a coger el fruto que está en la cúpula, pues apenas podríamos llegar y pocos tuvieran [f. 73] modo de seguirnos. Y debemos contentarnos con haber extendido la mano hasta las hojas y flores que penden sobre nuestra cabeza. § IV 44. Y puesto que la primera virtud es huir el vicio y contenerse, advierto lo primero a todos los que se deleitan en la conversación civil que se guarden de 75  Este periodo, en el que Aníbal se refiere a dos figuras ejemplares como Apuleyo (escritor latino que vivió entre 125 y 170) y Hortensio (orador romano que vivió entre 114 y 50 a.C.), ha sido añadido en la CC de 1579 pero fue traducido por Hervás.

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todo aquello que constituye la plática poco agradable como es el usar hablando de más brevedad que pide la materia, porque esto es ofensivo e los oyentes, los que se ven precisados —como si examinaran algún delito— a preguntarle punto por punto lo que quieren saber y a sacarle por fuerza de la boca lo que, para que le entendiesen, debiera haberles aclarado. Al contrario, tampoco debe hablar más de lo preciso, sin detener los oyentes con largos exordios, prefacios y otras circunstancias inútiles y fuera del asunto que es prueba de vanidad y poca prudencia en el que dice y le hacen menos agradable a los que escuchan. CABALLERO. En la grande profusión de razones, se descubren muchos defectos, y como tiempo ha decía un sabio: «Si el hablar apriesa y continuado fuera señal de erudición, se pudiera decir que las golondrinas son más sabias que nosotros»76. 45. ANÍBAL. De aquí es que siendo preguntado un legislador porque había dado tan pocas leyes a los lacedemonios, «porque —respondió— a los que hablan poco, pocas leyes les bastan»77. Los que no cesan, pues, en la locuacidad no son menos enfadados que los que de una mosca hacen un elefante, como dice el proverbio, y que sobre un asunto que pide brevedad se paran a formar un largo proceso78. Y vituperando en gran manera Agesilao este vicio, solía decir que no le agradaba el zapatero que para un pequeño pie hacía muy grandes zapatos79. Otros muchos defectos hay en la palabra sobre los que no me detendré porque el que oye discurrirlos puede fácilmente notar en el que razona mal e indiscretamente. Aunque quiero deciros que entre las demás imperfecciones hay una que es común a la mayor parte de los hombres, los que sin poderlo remediar han cogido un vicioso hábito de repetir con frecuencia una misma palabra. Y otros hay que siempre hablan por la boca de otro y a cada dos razones embocan lo de «cómo dijo el otro» con que enfadan bastantemente. Otros a cada principio de 76  Esta

sentencia se lee en la Polyanthea (Garrulitas) al parecer pronunciada por el político griego Nicóstrato de Egio: «Si continue et multa celeriterque loqui / signum esset prudentiae, tum hirundines / dicerentur multo sapientiores nobis» (1574). 77  Licurgo legislador espartano planteó dicha cuestión a Carilo, rey de Esparta, que vivió en el siglo ix a.C. Esta escena fue descrita por Erasmo en su Apophthegmata: «Siendo preguntado Carilo, porque causa Ligurgo había dejado tan pocas leyes a los Lacedemonios, respondió, porque a los que poco hablan pocas leyes les abastan. Quiso sentir que del mucho hablar proceden los más de los pecados» (1549: f. 155). 78  Este proverbio se encuentra en la Adagia (I IX 46) de Erasmo: «Elephantum ex musca facis». 79  «Alio quodam laudante rhetorem hoc nomine, quod mirifice res exiguas verbis amplificaret: Ego, inquit, ne sutorem quindem arbitrer bonum, qui paruo pedi magnos inducat calceos. Veritas in dicendo maxime probanda est, et is optime dicit, cuius oratio congruit rebus, ex quibus petenda est orationis qualitas potius, quam ex artificio» (Erasmo 1570: 4). Este periodo se encuentra también en la CC de 1579.

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sentencia os darán en cara con un «ea bien» «pues señor». Y otros hay que no queriendo o no sabiendo exprimir las cosas con sus nombres propios, usarán en su lugar de esta palabra ‘una cosa’ u otro término vulgar [f. 73v.] para comprender lo que se ignora o no se puede decir. 46. CABALLERO. Este defecto es indecente a un hombre que discurre y mucho más al que escribe. Y he advertido que algunos habiendo usado de este vocablo ‘amor’ en un modo de hablar, le han repetido en mil partes y por todas las hojas del libro ni han podido contenerse en reiterar siempre una misma cosa, como si solamente hubiera esta razón o modo de hablar. Y por esto sienten muchos que los escritos del señor Bembo80 tuvieran más perfección si no usara a menudo de estas palabras paventevole, fortunevole —espantosos y afortunados, si es lícito hablar así— y otros términos semejantes que dieron ocasión a que dijese con mucha gracia el cardenal Farnesio estando en Bolonia y mirando a un palacio muy abierto y sembrado de ventanas, esta casa, según Bembo, es fenestrevole, esto es, muy llena de ventanas81. ANÍBAL. Debemos, pues, en nuestros razonamientos abstenernos de estos vicios y otros semejantes. 47. Los otros avisos más familiares que puedo daros al presente acerca de las estimables partes del bien hablar, son que cada uno se empeñe en expresar tan claramente lo que quiere decir que casi lo haga ver y tocar a los oyentes, usando de palabras acomodadas al asunto significativas y llenas de eficacia. CABALLERO. Por muy dichoso tengo a aquel que goza esta felicidad y conozco algunos caballeros tan especiales en esto que obligan los ánimos de los oyentes a alegrarse, a dolerse, a reírse o lastimarse según su voluntad y la cualidad de los discursos, del mismo modo que se dice lo ejecutaban Orfeo y Anfión82 por la dulzura admirable de su canto. Pero no sé si habréis observado a 80  Pietro

Bembo (1470-1547), uno de los más ilustres humanistas y poetas de Italia, otorgó unidad y eminencia a la lengua italiana. En este caso, se señala su preferencia con el sufijo -evole. 81  El cardenal Farnesio (1520-1589), hijo del duque de Parma Pierluigi Farnese, fue uno de los protagonistas de la vida religiosa y cultural del Cinquecento italiano. En esta anécdota adopta la preferencia de Bembo con el sufijo -evole a una palabra que generalmente no se solía aplicar. 82  Personajes de la mitología clásica y símbolos de la poesía y de la música mencionados por muchos autores. En España, Lope de Vega utilizó estas dos imágenes tradicionales en El peregrino en su patria: «“¿Quién inventó la música?”, dijo el conde al estudiante. “Josefo dice que Tubal, nieto de Adán, respondió el loco; aunque otros dan la invención a Mercurio, como Gregorio Giraldo. Filostrato dice que Mercurio se la dio a Orfeo y Orfeo a Anfión…”» (1973: 343-344); «a Orfeo y Anfión la dulce música…» (371). También Cervantes los incluye en la Galatea: «Con más justa causa se pudieran parar los brutos, mover los árboles y juntar las piedras a escuchar el suave canto y dulce armonía de Galatea, que cuando a la cítara de Orfeo, lira de Apolo y música de Anfión los muros de Troya y Tebas» (1994: 60-61).

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algunos, los que al contrario cuando se empeñan y fatigan en hablar con claridad y eficacia, se hacen más obscuros y menos agradables, y de ahí procede lo que se dice que Por demasiado espolear y picar se retarda la huida83.

ANÍBAL. Este error procede de nimia afición, la que se debe evitar como cosa odiosa y de ningún fruto; y bien sabéis que de aquí les sucede a los oyentes lo que a aquellos que miran al sol que mientras más se empeñan en oponerle la vista más se ciegan y deslumbran. Y por esto es preciso que cada uno mida sus fuerzas ni se empeñe en hablar mejor de lo que buenamente pudiere. CABALLERO. En mí mismo experimento lo que acabáis de decir, y he notado que algunos cuando más se esfuerzan a declararse más se confunden, verificando lo que dice el poeta: A tierra viene quien muy alto sube, y el hombre no obra bien lo que el cielo le niega84.

48. ANÍBAL. Añadid también que se ofrecen algunas cosas en los discursos en las cuales la negligencia y poco aprecio es más agradable que la nimia delicadeza [f. 72] de palabras85. Y a veces sucede que la bajeza y humildad exalta más las cosas que se tratan que los vocablos severos, retumbantes y magníficos. Pero en esto no quiero decir que se hable confusamente y sin orden haciendo un haz de toda yerba. Porque quien se humilla, como hemos dicho, y quiere inmediatamente remontarse, no encuentra el camino y obra contra el dictamen de cierto hábil caballero, quien me contaba que viviendo lo más del tiempo en una quinta86 sin tener otra conversación que la de los rústicos sus vasallos, hablaba siempre con ellos con gran cuidado y diligencia para no tener la fatiga de mendigar conceptos y razones cuando le fuese preciso hablar con gente erudita y de representación. Y así considerándolo todo con recto discurso, no es menos de vituperar la palabra inconsiderada que la enfadosa y es no menor defecto el querer con trabajo y empeño elevar las cosas humildes que no hacer el debido aprecio de las grandes. Y así, el hombre que goza la bondad de un claro juicio, sabrá evitar estos extremos y producir en tiempo y oportunidad sentencias más 83  Petrarca 84  Petrarca

nega».

(40 14): «Che per troppo spronar la fuga è tarda». (307 7-8): «A cader va chi troppo sale, / né si fa ben per huom quel che’l ciel

85  Guazzo parafrasea el concepto de sprezzatura, que se encuentra en el Cortesano de Castiglione, sin citar la obra del autor italiano. 86  «Casa de campo» (DRAE).

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o menos graves según la variedad de los lugares, de los tiempos, de los asuntos y de las personas con quienes habla y lo mismo observarán los escritores en su conducta. 49. Mas sobre todo os advierto que es preciso detenerse más en las sentencias que en los vocablos, viendo que de ordinario alguno se para en la pomposidad y adorno de las palabras que olvida su designio y el fin y paradero de lo que quiere decir, dejando —como dice el adagio— la carne por su sombra87. Y se ha de presuponer que, así como un hombre alojado en una hostelería no se alimenta del solo humo de las viandas, ni el patrón del sonido y ruido del dinero; así el oyente no se aquieta con solo el ornato de las palabras, las que sin concepto ni sentencia solo son fruslería88 y locuacidad y siempre se ha tenido en más una prudencia mal cultivada que una fútil bachillería bien referida. CABALLERO. Yo creo que es corto el número de los que han tocado tal excelencia de Foción el cual —como se dice— gastaba pocas palabras y muchas sentencias89, como comparando también la palabra al dinero, el cual tanto es más estimado cuanto es de menor cantidad y mayor valor. ANÍBAL. Este es verdaderamente un don raro y singular y el que no puede conseguirle debe a lo menos saber que una prudencia más adornada es mucho más estimable que una locuacidad copiosa y desenvuelta90. Y prosiguiendo el paralelo de la lengua con el dinero, diremos que como en este no se considera principalmente la forma ni el relieve, sí solo el peso y la materia, así en un discurso no se debe atender tanto a la elocuencia y adorno como a la gravedad y provecho91. 50. Y porque hay muchos que teniendo en sus mentes buenos conceptos [f. 72v.] no pueden con todo eso expresarlos con la delicadeza y dulce atractivo92 de las palabras, les propongo a estos y a cuantos desean ser agraciados en la civil 87  La

sentencia es la carne y la palabra es la sombra. Esta imagen se encuentra en Erasmo (Adagia, III II 98=2198): «umbra pro corpore». En español se ha traducido como: «agarrando se les va de las manos» (Salas 1817: 677). 88  «Cosa de poco valor o entidad» (DRAE). 89  Foción (c. 402-Atenas, 318 a.C.) fue un político y estratega ateniense. Esta anécdota se halla en la Apophpthegmata de Erasmo titulada Sententionsa breviloquentia (1570: 331). 90  El médico traduce a Cicerón: «Malim equidem indisertam prudentiam quam stultiam loquacem» (De oratore, III 35 142). 91  Estas dos últimas intervenciones de los protagonistas fueron añadidas en la CC de 1579. 92  Hervás duplica la palabra «politezza» (Guazzo 2010 I: 95) con «delicadeza y dulce atractivo» para llegar al significado del término italiano que en sí incluye el de la civilidad, de la sociedad del antiguo régimen y su forma cultural al igual que en Francia, en el siglo xvii, ocurrió con la politesse.

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conversación que no pudiendo aprender de los oradores los lugares comunes de donde se saca la certidumbre y abundancia de las palabras, las figuras y elocuciones con que se hermosean los discursos, que a lo menos observen con diligencia las razones de otros y contemplen que ninguno hay tan idiota y rústico en sus palabras que deje en algún tipo de decir, alguna cosa digna de reflexión, la que se debe separar y recoger como la rosa de entre las espinas, conservándola para su uso. Y aunque estos adornos se hallen con más frecuencia en las bocas de los literatos que en otras, bien veréis que también la naturaleza los hace florecer entre los plebeyos sin que ellos lo adviertan. Y se ven algunos mecánicos y otros de baja esfera que en tiempo y lugar se aprovechan felizmente de las sentencias y figuras de palabras picantes, fábulas, alegorías, similitudes, proverbios, motes y otras razones agradables y desviadas de la común y ordinaria forma de hablar y que gozan maravillosa actividad para deleitar a los que las escuchan. 51. Y así es preciso ayudarse algo del arte porque es propalar siempre unas mismas cosas, sin artificio, y con las palabras sencillas que nos enseña nuestra madre la naturaleza; es enfadoso al oyente el que, al contrario, se deleita en esta variedad de ornatos que no son comunes a cualquiera. Y aunque sea contra nuestro deber y oficio el usar de ejemplos para esta demostración, mas por satisfacerme a mí mismo que a vos, no omitiré el deciros que si uno en las palabras, apariencia y demostración exterior se muestra nuestro amigo y, al mismo tiempo, en su corazón nos desea mal y procura nuestro daño y quisiéramos comprenderlo todo, en una palabra, se puede hacer con el título de fingimiento. Y, no obstante, oiréis a algún espíritu alto y levantado que apartándose de esta voz conocida de los más tiernos infantes te llamará lobo disfrazado con piel de oveja93;otro diría que debajo de la figura de una paloma encubre la cola de un escorpión; o que tiene la miel en la boca y el puñal en la mano; otro le llamaría muro blanqueado94, píldora confitada, cobre dorado; alguno diría que enseña la copa y alarga el palo95; no faltaría quien dijese que con una mano alargada el pan y, en la otra, tenía una piedra con que maltratarnos96.

93  Es

la traducción de la advertencia evangélica que se lee en Mateo (7: 15): «Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces». 94  Hervás cambia radicalmente el objeto. En italiano es: «sepolcro imbianchito» (Guazzo 2010 I: 95). 95  Es una expresión idiomática que se refiere al juego de las cartas y expresa la simulación de hacer una cosa cuando en realidad se hace otra. En la CC de 1579 se añade: «o ch’egli piange al sepolcro della matrigna» (Guazzo 2010 I: 95). 96  En este párrafo Guazzo añade todo tipo de proverbios, sentencias, lugares comunes de distinto género y origen para demostrar que la sabiduría no tiene barreras ni discriminaciones.

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CABALLERO. Aun se le podía echar en la cara a ese hombre aquel verso del poeta: El áspid yace oculto entre las yerbas97.

52. ANÍBAL. De aquí podremos conocer que para dar esplendor a nuestros discursos y distinguirnos en algo de los sujetos vulgares, es preciso acostumbrarnos a estos términos y locuciones galantes, limadas y agradables. CABALLERO. No habrá pues razón de reprender a algunos que, imitando a las abejas, recogen la miel de diversas flores sin dejar venir a tierra ninguna palabra, frase, sentencia o agudeza que salga de la boca de otro, traspasándolas inmediatamente a sus mamotretos para servirse de ellas en sus pláticas o escritos98. ANÍBAL. Antes los considero dignos de aplauso, pues de este modo adquieren crédito a poca costa, y no menos alabo a los que para enriquecerse más, leen las comedias, tragedias y otras poesías de donde se adquieren muchas cosas para el mismo fin. CABALLERO. En este punto se me previene el deciros que con mayor gusto trato a aquellos a quienes Dios ha dado la gracia más que a otros, de saber pronta y felizmente discurrir sobre todas las materias que se les proponen. Porque al modo que la primavera causa a nuestros ojos un sumo deleite con la variedad de flores, así estos producen un increíble consuelo en nuestros corazones con esta diversidad de doctrina. 53. ANÍBAL. Yo llamo a estos más dichosos y afortunados que sabios ni eruditos. Y he conocido muchos jóvenes tan ambiciosos de saber que se han echado a devorar todo género de libros sin mascarlos y al modo de los estómagos fríos que piden más de lo que han de digerir, hicieron los tales una abundancia de crudezas99 sin digestión. Y cuando entre gente literata han querido parecer oradores, poetas, filósofos y teólogos, apenas se han hallado suficientes gramáticos. Dado caso que estos hombres causen en nosotros una crecida admiración y que su conversación nos deleite, tened empero por cierto que su erudición 97  Petrarca

(99 6): «Che ’l serpente tra i fiori e l’erba giace». se refiere a una de las prácticas más difundida en la cultura clasicista, la de recopilar citas seleccionadas en varios libros para insertarlas en un mamotreto que se utilizaba tanto para la escritura como para la conversación. De esta manera nacieron las antologías. En cuanto a la imagen de las abejas que ilustra la modalidad de la imitación clásica, es un tópico creado por Séneca: «apes debemos imitari» (Ep. LXXXIV) de gran difusión tanto en la Edad Media como en la Moderna. 99  Hervás simplifica el término italiano «cornucopia», expresión mitológica que entró en el uso proverbial. 98  Guillermo

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es más varia que profunda, y que en sí mismos son inordinados y confusos, al modo de los delantales que se ponen los pintores que casualmente se suelen ver teñidos de todos colores y que con razón se asimilan a la primavera y sus flores. Pues nunca llegaron al otoño, ni han recogido los maduros frutos de las ciencias, cada una de las cuales requiere y pide para su estudio la vida entera de un hombre. Y podemos decir que los tales imitan al poeta cuando dijo: Nada aprieto y todo el mundo abrazo100.

Lo que se confirma también con este proverbio: «En ningún sitio está quien está en todos». 54. Pero con todo eso no vitupero a estos sujetos, antes los alabo y aprecio en gran manera, tanto porque ellos no llegaron a este extremo sin bastante estudio, o frecuencia de hombres raros como porque de esta suerte han adquirido estimación, aplauso y crédito entre las buenas compañías. También os diré que esto es más propio de un príncipe al que acaso es más conveniente tener el baño y tintura de varias lenguas y ciencias que gozar la perfecta inteligencia de una sola, porque poniéndosele delante de [f. 75v.] ordinario muchas personas de diversos países y profesiones, parece cosa conforme a su grandeza el tener, si es posible, algún mediano conocimiento de todas las cosas, no tanto por su propio esplendor como por el bien universal. Pero, de forma que principalmente se dedique al cuidado y gobierno de sus vasallos, a fin de que no se diga de él lo que de Nerón que queriendo ser tenido por músico excelente, no siéndolo dio ocasión a algunos de decir que todo lo era menos músico y más músico que príncipe. En cuanto a las personas particulares tengo por cierto que el que quiere aspirar a la excelencia de la gloria y buena opinión, conviene que se humille antes al pie y raíz de una sola ciencia que pararse a coger las flores de muchas, teniendo presente aquel dicho que El leer muchas cosas acarrea gusto, pero el leer una sola, provecho.

55. CABALLERO. Voy viendo que deseáis introduciros en otros discursos, pero yo deseo que antes me quitéis una duda que tengo en cuanto al hecho de la lengua y palabra, declarándome si tenéis a bien que cada uno hable el lenguaje de su país101 o que se dedique solo al toscano como mejor y más limado. 100  Petrarca 101  En

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(29 4): «E nulla stringo, e tutto ’l mondo abbraccio». el sentido de patria o territorio lingüístico.

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ANÍBAL. A un discurso me traéis en el cual seré tenido por arrogante, si me desvío en algún modo de la opinión de otro ni debo darme por ofendido considerando que no se puede justamente reprender la diversidad de opiniones que se fundan en la razón y equidad de su propia causa. Y como no me haréis agravio en refutar lo que voy a decir, pues no sale del oráculo de Apolo102, así creo que no haré injuria a nadie si libremente digo que siempre he sido de dictamen que cada uno debe usar el lenguaje de su país y que el que la depone por admitir otro no merece menos vituperio que el que niega y renuncia su propia patria. Porque yo considero que, desde la primera confusión de las lenguas, hubo diversos lenguajes que con especial misterio permanecieron en el mundo para por su medio tener conocimiento no solo de una o de otra nación, sino de una provincia, de una ciudad, de una villa y, lo que es más para que una comarca conociese y distinguiese a la otra103. 56. CABALLERO. Yo no creo que justamente se me pudiese vituperar el que negase el lenguaje a mi patria. Antes en esto daría a entender que la estimaba más y que era ambicioso de su honor y merecería que todos me aplaudiesen el que procurase abstenerse de hablar el lenguaje rudo del Monferrato, reduciéndole a la gentileza y civilidad de la lengua toscana y animase a los otros a seguirme de forma que esta lengua nos fuese materna y común104. ANÍBAL. Mientras siguieseis este estilo, sin que nadie os imitase, vuestro leguaje no merecería el nombre de nativo, sino de extranjero y seríais antes mofado que aplaudido. Que si vos solo pudieseis [f. 76] hacer tanto —lo que me parece imposible— que la reforma y corrección del lenguaje por vos entablada fuese recibida y puesta en uso, entonces sin duda erais digno del común aplauso, pues este método de hablar no sería ya extranjero sino nuestro propio. Y de esto dan bastante prueba y ejemplo ciertos géneros de trajes introducidos poco ha entre nosotros, los cuales bien que traigan su origen de los españoles y de otros países remotos y forasteros, no obstante, se han hecho nuestros y connaturalizados entre nosotros. Y lo mismo sucede al lenguaje, siendo así que no solo esta nuestra lengua del Monferrato, sino la misma Toscana ha recibido muchos vocablos —como mejor que yo sabéis— de los franceses y provenzales y se los ha apropiado tan bien que se tienen por toscanos naturales. ¿Y quién ignora que aun nosotros por tratar a los mantuanos hemos hecho lugar sin sentirlo a ciertos 102  La afirmación de Aníbal no se propone como el oráculo de Apolo, es decir, una sentencia

divina, de autoridad, ya que es una opinión discutible que puede ser refutada por Guillermo. 103  Según cuanto afirma el médico, la lengua es una connotación de la identidad circunscrita desde Babel. Cambiar la lengua madre significa mudar la propia identidad. 104  Guillermo propone una normalización lingüística según el estándar de la lengua toscana, es decir, el italiano que él mismo habla.

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términos y acentos del mantuano, los que corriendo de boca en boca se han hecho en fin tan comunes a cualquiera que se tienen por hijos del país, puesto que, como pescado salidos del Loire o del Mincio105 cruzan en abundancia nuestro río? Y veremos por sucesión de tiempo que la variedad de gente que se halla ahora retirada en nuestra villa alterará en muchas voces con la mezcla de lenguas el común modo de hablar que al presente tenemos. 57. CABALLERO. Queréis pues concluir que yo debo hablar según el abuso e impropiedad de nuestra patria. ANÍBAL. Así lo entiendo. CABALLERO. ¿Pues de qué me sirve el estudio que he empleado cargadamente en revolver los autores toscanos para aprender esta lengua? ANÍBAL. Este estudio os ha servido y sirve para escribir con mayor facilidad —según lo hacéis— vuestros conceptos y los del príncipe vuestro dueño. CABALLERO. Si me es lícito escribir toscano ¿por qué no será él que lo hable? ANÍBAL. Porque todos los hombres generalmente gustan de escribir con perfección y de hablar según el uso. Y aunque todos reserven la erudición para escribir, se permiten al método común en el hablar. CABALLERO. Si como yo hubierais observado la complacencia que tienen los hombres de voto de esta villa en oír al señor presidente Mola106 hablar pura y limadamente el toscano, endulzado con la suavidad de la lengua romana, bien creo que concederíais vos, y otro cualquiera, el que pudiese usar del lenguaje toscano. 58. ANÍBAL. Mal os estaría lo que a él solo conviene y conseguiríais otro tanto aborrecimiento como el estimación y benevolencia. Pues habiéndose criado desde su infancia en las partes ya nombradas, se ha hecho dueño de su lengua y la goza como propia y natural, sin que se pueda decir que en su casa habla como extranjero o que afecta y finge el lenguaje. Y esto se diría de vos con razón, pues no habiendo residido algún tiempo en aquellos países no pudierais como él dar por excusa que el ejercicio hecho en esta lengua os obligaba sin poderlo remediar a no poder hablar de otra forma [f. 76v.] aunque lo intentaseis. Y así se ha de creer que él hasta así forzado de la necesidad cuando vos lo haríais por vuestro gusto, por afectación y por hacer una desvanecida muestra de vuestro bien decir. Y como se cuenta que estando un astrólogo discurriendo magistralmente de los movimientos celestes y del rodeo orbicular de las estrellas, un 105  Río

del Norte de Italia, afluente del Po. Mola, prepósito de Casale que vivió entre la Toscana y Roma.

106  Alessandro

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filósofo le interrumpió preguntándole jocosamente: «¿Cuánto ha que bajasteis del cielo?»107. Así se podría hacer con vos preguntándoos: «¿Cuánto había que llegasteis de Toscana?, y ¿qué se hacía en aquella provincia?» 59. CABALLERO. Pues no os agrada que yo hable el toscano y queréis que por mejor use el lenguaje de mi país, me resuelvo a usar los mismos términos que los plebeyos y los más viles del vulgacho como naturales y propios del monferradés. ANÍBAL. A la verdad, sería eso indecente a un hombre discreto y erudito como vos y en eso imitaríais a algunos de nuestros ciudadanos que creyendo hacerse más agraciados usan del lenguaje plebeyo, de donde dimana que encontrándose después en compañía serias y de personas de gravedad y distinción, y no pudiendo abstenerse del hábito ya cogido, se manifiestan inciviles y groseros en sus discursos. CABALLERO. Si me prohibís el lenguaje extraño y el propio, no sé cuál deba practicar, y casi parece que pretendéis atarme la lengua y cerrarme la boca con la llave de un perpetuo silencio. ANÍBAL. Yo no os prohíbo de ningún modo vuestro lenguaje natural si solo que le uséis impropia y groseramente. CABALLERO. Decidme ¿cuánto más un toscano hable perfectamente su lengua, no será más de aplaudir? ANÍBAL. Es cierto. CABALLERO. Pues por la misma razón seré yo más recomendable cuanto más usaré de las propias y naturales voces y vocablos originarios de mi país. 60. ANÍBAL. Una misma razón no tiene lugar en las cosas desemejantes como son estas dos lenguas, de la cuales la toscana es limada y la nuestra ruda y grosera. Y por eso se debe escoger de lo bueno lo mejor y en lo malo excusar lo peor. CABALLERO. Si conviene evitar las peores palabras, lícito me será usar del toscano en lugar de estas. Y haciendo esto, seré motivo de risa a lo que me oyeren mezclar berzas con gazpacho108, esto es, las palabras lombardas con las toscanas. Y yo por menor defecto tuviera usar siempre un mismo lenguaje o todo nuestro o todo bergamasco, que hacer una mixtura de lenguas y palabras tan diversas 107  El

filósofo es Diógenes. Esta anécdota se encuentra en la Apophthegmata de Erasmo (Ignota loqui, 52): «Quam nuper, inquit, de coelo venisti?» (1570: 224). 108  Hervás cambia la manera de decir «mescolando zucche con lanterne» (Guazzo 2010 I: 99) adaptándola al español y utilizando el dicho cervantino y quevediano: «mezclar berzas con gazpachos» (Cervantes 1862; 4; Quevedo 1993: 508).

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como son las nuestras y las toscanas, las cuales juntas y usadas a un mismo tiempo tienen aquella gracia que significó el Dante cuando dijo: Non credo che per terra andasse anchoi109.

61. ANÍBAL. Yo creo que habréis observado tres diferencias que al presente se estilan en los vestidos, de los cuales unos son del color que tienen los cuervos acuáticos y cisnes, otros de diversos colores, pero separados, como los tienen [f. 77] las picazas110 y papagayos. Después, se han introducido ciertos trajes de seda o lada111 entretejida de varios colores, unidos con tal artificio y disposición que deslumbran con su variedad la vista ni le permiten que pueda distinguir uno de otro, al modo de las plumas de las perdices y de algunas palomas cuyo color es tan confuso que no sabréis si se conforman o acercan más al negro que al azul que al plateado o al ceniciento. Estas mismas diferencias se encuentran también en los lenguajes, puesto que algunos tienen el hablar escogido y de un solo modo, otros diversificado y otros confeccionado en mezcla. Concluyo pues que el lenguaje mezclado se debe permitir a la mayor parte de los hombres, el selecto a pocos, pero el distinguido a nadie se ha de conceder. El selecto debe ser practicado de aquellos que son nativos del lugar donde se encuentra esta misma pureza de lenguaje y también de los que se dedican a escribir. El lenguaje mezclado deben admitir todos los demás, cuya lengua natural es ruda e imperfecta como es la nuestra. 62. Van también errados aquellos que hablan confusamente y sin orden. Esto es, que ahora usan de términos totalmente groseros y viciosos, y a poco rato echan mano de palabras dulces, cultas y limadas como podéis ver en este verso que habéis proferido del Dante, el cual siendo toscano se acaba en una dicción lombarda y difícil de aguantar, la que, al fin de las demás palabras, parece un retazo de paño burdo cosido sobre una ropa bordada de oro. CABALLERO. Este poeta tiene disculpa, pues en su tiempo no estaba su lengua tan rica y fecunda como al presente. ANÍBAL. Sí, cierto. Merece perdón en esta parte, pues cuando no le fuerza la necesidad del ritmo y de la cadencia, antes usa de esta palabra ‘oggi’ que de ‘anchoi’112. Aunque su mayor disculpa consiste en que tratando una materia 109  El

traductor deja en italiano este verso del Purgatorio de Dante (13 52).

110  Urraca.

111  Arbusto.

112  Ambos significan ‘hoy’. No obstante, en su observación el médico declara que no es solo una cuestión de lengua, ya que en el caso de ‘anchoi’ (empleado por Dante más de una vez) el poeta se tuvo que esforzar para conseguir la rima.

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copiosa de puntos delicados y maravillosas contemplaciones, quiso más aprovechar al público que deleitarle con la elección de palabra. Y podréis bien creer que cuando nuestro espíritu se emplea en cosas profundas y especiales, con dificultad se para en el uso de palabras exquisitas. CABALLERO. Muy bien discurrís. Pero la razón del ritmo nunca debe hacer que un poeta eche mano de términos viciosos, impropios y totalmente desviados de la pureza de su lengua. 63113. ANÍBAL. No hay duda en que este es defecto, pero es menor el de este poeta que el que cometen muchos modernos que, como puedan ajustar la consonancia y cadencia, de ningún modo se detienen en el concepto esparciendo en sus versos ciertos asuntos e invenciones necias [f. 77v.] y extravagantes y tan ajenas de un lector de buen talento que de ordinario tiene mucho que reír en la lectura. Al modo de un ignorante que poco tiempo ha —según contó ayer vuestro hermano en la Academia114— acabó el primer verso de un soneto con esta palabra ‘ersiglia’ y luego usó esta ‘briglia’ después puso el término ‘striglia’ y, finalmente, no sabiendo cómo buscar consonante para conformar el cuaternario, se encajó en una ‘caniglia’. Y de aquí podemos colegir que, si errar en las voces es pecado venial, será mortal el faltar al concepto. CABALLERO. Pues no me permitís el lenguaje selecto ni el distinguido o separado, y solo queréis que admita el mezclado. Deseo me enseñéis a hacer esta confección para que no se advierta en las palabras la diversidad de colores. 64. ANÍBAL. Así como en los paños de varios colores se descubre siempre uno que por su viveza excede a los otros y les sirve de campo, así en este género mezclado de hablar se debe producir una muestra expresa de la lengua materna, usando de tal discreción —como vos mismo hacéis— que, tiñendo algún tanto el pincel de vuestra lengua en lo blanco de la toscana, cubráis los defectos de aquella pero con tal arte y sutileza que en todo tiempo sea reconocida por lombarda. CABALLERO. Si no me engaño, hubo ya ha tiempo un filósofo que, discurriendo de la confusión y efectos de los colores diversos, dijo que mezclando el blanco con el negro resulta un color pardo y obscuro. Así parece queréis que yo no hable toscano ni lombardo sino un lenguaje opaco. 113  En este punto hay una errata en la numeración de los apartados en el manuscrito de Her-

vás que se corrige hasta el final del diálogo. Hervás vuelve a escribir (equivocándose) el número «62» y altera toda la numeración. 114  Esta narración es de segundo grado, ya que, el exemplum ha sido contado por el hermano de Guillermo, es decir, por el mismo Esteban Guazzo autor de este libro, estando en la Accademia degli Illustrati de Casale.

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ANÍBAL. Disponiendo este lenguaje pardo y obscuro os hacéis más claro que nunca, pero confundiendo estas lenguas os manifestaríais más sutil e ingenioso que inteligible. 65. Y pues los ejemplos declaran mejor las cosas, no omitiré el deciros que según veo de mezclar, así vuestra lengua habéis excluido y desterrado el sepulcro de un eterno olvido estas voces: ‘il moiro’, ‘la feia’, ‘la sgroglia’ y, otras, del todo toscas y viciosas que son propias de este país y no solo de los aldeanos, sino también de algunos ciudadanos nuestros, y todos han tomado en su lugar los términos de ‘matto’, ‘lecore’ y ‘guscio’ (quiere decir ‘loco’, ‘bestia’ y ‘corteza de árbol’)115. Fuera de esto, considero —si es lícito humillar tanto nuestros discursos— que algunas veces dejáis vocablos toscanos y usáis los lombardos que están bien recibidos, y despreciando el pronunciar ‘zio’, ‘grandine’ y ‘cavoli’ decís, ‘barba’, ‘tempestà’ y ‘verzí (esto es, ‘tío’, ‘tempestad de granizo’ y ‘berzas’). Fuera de estos tengo presente116 otros vocablos que estando destituidos de color y actividad los habéis mejorado reformándolos y reduciéndolos a su primera perfección. Y adonde pronuncian otros ‘pari’, ‘mari’, ‘incrosto’ y ‘ammortare’, decís vos, ‘padre’, ‘madre’, ‘inchiostro’ y ‘ammorzare’ (esto es, ‘padre’, ‘madre’, ‘tinta’, ‘apagar’ o ‘extinguir’). Lo que hacéis no obstante con tal artificio que no parece queréis reformar todos los vocablos corrompidos y viciosos, y antes os arrimáis en algunos al común error y aunque los toscanos digan gustosamente [f. 78] ‘catena’ y ‘rape’, vos no obstante para ser tenido por lombardo os contentáis con decir ‘cadena’ y ‘rave’. Y más aprisa usáis de estos términos ‘beccaro’ y ‘cavra’ que ‘baccaio’ ni ‘capra’ (que significan un carnicero y una cabra). 66. Después de este modo de hablar común a muchos, usáis con gran discreción contra lo que enseña la lengua de estas voces ‘lui’ y ‘lei’ cuando debierais decir ‘egli’ y ‘ella117’ (él y ella). Y, finalmente, por no parecer un mixto de toscano y monferradés, no pronunciáis enteramente vuestras palabras. Pues para manifestar el poco aprecio de las naturales en lugar de ‘mano’, ‘fanno’ y ‘stanno’, según el uso del país, decir ‘main’ (‘mano) ‘fan’ (‘hacen’) y ‘stan’ (‘están’) con otros términos abreviados según la costumbre licenciosa de los poetas. Como ni tampoco proferís la palabra ‘uomo’ según la restricción de su toscano, arreglada 115  Con

el fin de que el lector español entienda el significado de los términos italianos, Hervás coloca entre paréntesis la traducción española de estos términos. Esta será uno de su modus operandi que adoptará también más adelante y en varias ocasiones; otras veces los incluye en el texto. 116  El autor escribe ‘presentes’, que se corrige. 117  Hervás escribe ‘ellei’.

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a la escritura sino abiertamente y del modo que los nuestros118. Y así todos justamente pudieran seguir vuestro ejemplo resolviéndose a practicar el lenguaje común y recibido en el país con mayor pureza y cultura que el vulgar. Y como es justo que el caballero hable mejor que el de baja condición, así es también razón que se esfuerce el sabio y literato a hablar más limado que los menos sabios, pero siempre de forma que dé a entender procura usar el lenguaje nativo, sin formar o introducir otro nuevo y sin que parezca extranjero en su propia casa, acomodándose en suma a aquella sentencia que dice: «Saber como pocos y hablar como muchos»119. 67. CABALLERO. No aguardéis a que yo os responda sobre el hecho de los metros120 ni que os retorne —aunque con razón pudiera— aquella dulzura de palabra que a impulsos de la afición me atribuís. Básteme el decir que habéis dichosamente evacuado este punto en qué consiste el lenguaje. Añadiré empero que aún me tenéis en una duda y suspensión porque cuando yo ejecutase cuanto proponéis, bien pudiera hacerme conocer por lombardo, pero no por nativo de esta parte de Lombardía llamada Monferrato, y así no tendrá lugar la proposición por la que queréis que cada uno en su lenguaje manifieste ciertas señas de su país. Y no menos se podría decir que era yo plasentino121 y veronés que natural de esta villa. ANÍBAL. Vuestra duda me hace caer en que mi discurso no estaba aún perfeccionado ni completo. Aunque en pocas palabras os responderé diciendo que como en el rostro y continente se distingue fácilmente un milanés de un astesano122, un ferrarés de un mantuano, un paduano de un placentino y un vercellés123 del que es nativo de Casale, así es preciso que el lenguaje exprima esta diferencia. CABALLERO. Buen testimonio de estos los franceses y los gascones en sus juramentos y blasfemias. ANÍBAL. Lo mismo hacen todas las naciones del mundo, pero —puede ser— que Dios todo justo no use diferencia de suplicio para castigarlos.

118  No

se entiende muy bien a qué tipo de restricción se refiere Guazzo ya que en toscano la ‘o’ es abierta y la palabra no parece tener ninguna omisión en la pronunciación. 119  Aníbal llega a la conclusión de que se tiene que hablar en la propia lengua, pero con una forma limpia, nítida y, sobre todo, apropiada al estatus social y cultural del cualquier ciudadano. 120  Se refiere a la métrica de los textos poéticos. 121  Habitante de Plasencia (en italiano Piacenza). Hervás escribe «placentino», de manera que se corrige para no confundirla con Plasencia (Cáceres, España). 122  Habitante de la ciudad de Asti, en Piamonte. 123  Ciudadano de Vercelli (Piamonte).

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68. Ahora, no solo os concedo que en lugar de los términos viciosos uséis de los toscanos, y en lugar de estos toméis algunas veces lombardos —como tengo dicho— sino también os permito que uséis de muchos que son propios a esta [f. 78v.] nuestra comarca y no a toda la Lombardía, especialmente cuando las cosas son llamadas por diversos nombres entre los lombardos. Y en esto bastárame traeros a la memoria este pañuelo con que limpiamos y secamos las narices que los toscanos llaman moccichino o fazzoletto124, y algunos lombardos drapicello y otros pannicello y, aunque no muy lejos de aquí le llaman moccaruolo, nosotros comúnmente le conocemos por el nombre de panuetto. Sucediendo lo mismo a otros muchos vocablos propios de este terreno y no practicados ni en Piamonte ni en otra parte de Lombardía. CABALLERO. Eso es como decir que se deje esta palabra busecchie a los milaneses y a nosotros el trippe y, en suma, queréis estotra beroldo125, que tiene tantos nombres, sea llamada solo con el que goza entre nosotros. ANÍBAL. Así me parece en la suposición de que estos vocablos no sean enfadosos ni desapacibles y que estén recibidos entre los ciudadanos y no del vulgo necio. 69. También quiero que, no solo en los términos sino también en el acento y pronunciación, se retengan algunas señas y aire del país sin desviarle o alejarse del todo y esto no tanto porque los extraños conozcan de dónde somos, como por no disgustar con esta reforma y diversidad a nuestros compatriotas y naturales con quienes hemos de vivir y comunicar siendo conforme a ellos en algún modo por lo que mira a la costumbre y lenguaje. Y pues al principio pusimos en planta el paralelo de la moneda con la lengua, daremos fin a este discurso con el mismo símil concluyendo que, así como la moneda tiene en su cuño un público testimonio a fin de ser conocida y el lugar en donde se labró, así el lenguaje debe tener cierta forma que demuestre señaladamente el origen del que habla. CABALLERO. En vuestra mano está el proseguir discurriendo por hoy lo que fuere vuestro gusto. §. V 70. ANÍBAL. Haced cuenta que todo lo hablado hasta aquí toca solamente al deleite exterior del oído, y ahora prosiguiendo adelante conviene discurrir sobre las cosas pertenecientes a las costumbres, crianzas y modos de vivir que se requieren en la civil conversación. Pues Diógenes solía decir que los astrónomos 124  Hervás 125  No

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escribe ‘fapoletto’. se encuentra ninguna fuente italiana que certifique este vocablo.

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contemplan el cielo y las estrellas y no ven lo que tienen a sus pies, y los oradores se atarean a decir bien y no a bien obrar126. Habiendo pues nosotros propuesto la pureza de la lengua para la frecuentación civil, debemos considerar que esto no es bastante si las costumbres no concuerdan. Y por esto debe cada uno procurar la correspondencia del espíritu y de los efectos con las palabras. Y aunque no tenga el estilo discreto y limado, podrá suplir este defecto con la bondad y candidez de su buena vida. Por eso, aquel gran capitán romano Mario orando en presencia del pueblo de Roma dijo: «Mis palabras son mal ordenadas, pero no me aflige, puesto que mi virtud a todos es notoria»127. Aquellos necesitan de artificio que con un asunto afectado y hermosas palabras pretenden [f. 79] encubrir sus acciones sucias, deshonestas y abominables. CABALLERO. Concluid en dos razones que, para ser agradable conversando entre los hombres, conviene ser griego en la elocuencia y romano en el afecto y en la obra. 71. ANÍBAL. Decís muy bien. Mas por cuanto tengo ya dicho y protestado que no quiero obligarme a indagar todas las partes de la Ética y Moral ciencia, dejaremos para los eruditos este trabajo de revolver los libros de los filósofos y de adornar sus espíritus de preceptos morales y, mientras, nos contentaremos con hablar solo de las cosas más familiares y fáciles de observar en la conversación. Entre las cuales —para entrar desde luego en el punto— propongo a cualquiera que pretende hacerse celebre en la conversación que, sobre todo, lo que muy pocos observan, se determine a seguir el divino y admirable consejo de Sócrates que preguntado cuál era el camino más corto para que el hombre consiguiese buena fama e insigne gloria, respondió: «El procurar ser tal cual quisiera le juzgasen los otros»128. 126  Hervás cambia el sentido de la frase italiana: «gli oratori studiano di dir bene e non lo fanno». Por otro lado, Diógenes Laercio habla de los matemáticos y no de astrónomos: «Se extrañaba de que los matemáticos estudiaran el sol y la luna y descuidaran sus asuntos cotidianos. De que los oradores dijeran preocuparse de las cosas justas y no las practicaran jamás. Y, en fin, de que los avaros hicieran reproches al dinero y lo adoraran» (2007: 292). 127  Gaio Mario fue un general y político romano que vivió entre 157 y 86 a.C. 128  El traductor invierte el orden la frase italiana «Il procurar d’essere tale quale egli dedidera di parere» (Guazzo 2010 I: 103), colocando el énfasis en «los otros». Con «buena fama» se refiere a la aprobación social de los grupos de pertenencia; en otras palabras, la buena reputación. Esta sentencia se encuentra en la Apophthegmata de Erasmo (Fama quomodo paranda): «Rogatus, quo pacto quis posset honestam asequi famam: si talis inquit, esse studeas, qualis haberi velis. Veluti si quis bonus tibicen haberi cupiat, ea praestet oportet, quae a probatis tibicinibus fieri viderit. Quemadmodum qui medendi est imperitus, non ideo medicus est, quod pro medico ascitus est, et vulgo medicus appelatur: ita non statim princeps est, aut magistratus, qui populi suffragiis declaratus sit, nisi sisciat artem gubernandae civitatis» (1570: 168).

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CABALLERO. Si solo queréis tratar las cosas fáciles, soy de opinión que dejéis esta a un lado, pues no hay en el mundo hombre que sepa abrazarla ni con mucho trecho, lo que prueba el que es con exceso dificultosa. Y bien sabéis que la dificultad y la imposibilidad tienen por las leyes un mismo concepto. ANÍBAL. Los hombres dejan de practicarla no por ignorancia, sino por falta de voluntad. Y así no debéis tener por difíciles aquellas cosas que estriban en solo querer129. 72. CABALLERO. Si el ser sabio consistiera en mi voluntad, como la apariencia, sería yo acaso más docto que el que solo lo parece, porque más quisiera serlo que parecerlo. Pero bien sabéis que, para ser sabio, la voluntad sola no basta y es preciso añadir el estudio, los desvelos, el trabajo, la porfía y otras cosas que son difíciles y tanto que, siguiendo el común método para ocultar mi ignorancia, hago semblante de ser lo que en ningún modo soy. ANÍBAL. Vos sabéis que la voluntad no tiene en sí vigor para descubrirse y que solo se manifiesta por las obras que la siguen, de manera que, aunque ellas sean graves y dificultosas, como sean factibles pueden hacerse fáciles y de aquí dimana el proverbio que dice no haber nada dificultoso al que quiere130. CABALLERO. Acepto esta conclusión por buena pero, siendo de huir en toda conversación la apariencia como odiosa, me parece necesario que me subministréis el modo de hacerlo. ANÍBAL. Con sobrada razón aborrecéis esta vana y pomposa apariencia, pues procurando persuadir a los demás que somos lo que no está en nosotros, y que sabemos lo que ignoramos, tan lejos está de que por este modo los engañemos que solo nosotros somos los engañados y descubriéndose al cabo nuestra ignorancia, servimos de risa y mofa a cualquiera. 73. Hay pues muchos modos, el primero de los cuales es que la lengua no se adelante al espíritu, porque se suele decir que no es palabra de un hombre sabio la que, antes de ser proferida, no ha estado primeramente colocada en nuestro [f. 79v.] entendimiento131. Y así, como las mujeres antes de dejarse ver con sus adornos se presentan al espejo y le piden consejo y socorro, así nosotros antes de echar fuera la palabra debemos recurrir al espejo interior y formarla de suerte 129  Aníbal alude a la filosofía escolástica que afirma la primacía de la voluntad, como escribe Aristóteles en la Ética nicomáquea (Cf., Lib. III, Acciones voluntaria e involuntaria, 178-183). 130  Este proverbio es de gran difusión en esta época por la transformación de una sentencia de Terencio: «nullast tam facolis res quin difficilis sit, / quam invitus facias» (Cf., Heautontimoroumenos, v. 805). 131  Diógenes Laercio atribuye esta frase a Quilón (c. 560 a.C.): «[…] aprender a dirigir bien la propia casa; que la lengua no corra más que el pensamiento; dominar el ánimo…» (2007: 65).

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allá dentro que los oyentes no juzguen que estas palabras proceden antes de la boca que del corazón y que son más hijas de la casualidad que de la prudencia ni entendimiento. Y procederá de esta premeditación que no habrá hombre que se atreva a hablar de lo que ignora como acostumbran los ignorantes e indiscretos. Pues según el dictamen de un sabio, el que dice lo que no entiende, ejecuta las acciones de un furioso o frenético e incurre en el error de Alejandro el grande que, discurriendo de la pintura en la casa de Apeles y diciendo muchas cosas fuera de propósito y contraria al arte, el sabio pintor le dijo al oído que dejase en su discurso o hablase quedo, porque los aprendices de la tienda se reían de él132. Y lo mismo sucedió al rey Ptolomeo, al cual cierto músico —con quien quería disputar de la música— respondió: «Señor, una cosa es un cetro y otra un arco»133. CABALLERO. Esto me agrada y es conforme a la advertencia a un poeta que dice: Baste al piloto discurrir del viento, al vaquero de los toros, al pastor diligente de las ovejas, al guerrero de sus sangrientas llagas134.

74. ANÍBAL. No ha mucho tiempo que cierto hidalgo que quería tener lugar entre los literatos, hallándose en concurrencia de sujetos de gran talento y erudición, en donde se trataba de algunos libros nuevos que se disponían para darse a la prensa, tomó la conversación y empezó a hablar de un tío suyo muerto poco antes —el que sin duda había sido hombre de voto— diciendo le había dejado una obra que dar a luz que era sin duda de las más insignes. Se le preguntó que acerca de qué trataba el tal libro y respondió: «Os aseguro que contiene las más apreciables cosas del mundo y no sabré expresaros el deleite que concibo al leerlo». Pero vuelto a preguntar si esta obra estaba en verso o prosa, el pobre hombre mal considerado respondió que no se acordaba135. CABALLERO. He aquí un buen ejemplo. Y ahora quisiera oír algún otro medio para evitar esta vana apariencia. 132  Este

exemplum se encuentra en Cómo distinguir a un adulador de un amigo de Plutarco, aunque en lugar de Alejando se habla de Megabizo: «El pintor Apeles, estando sentado Megabizo junto a él y queriendo hablar de dibujo y de sombras, le dijo: “¿Ves a estos muchachos que están moliendo el color amarillo? Ellos tenían puesta su atención en ti mientras estabas callado, y admiraban tu vestidura de púrpura y tus adornos de oro. Ahora, en cambio, se ríen de ti, porque has comenzado a hablar de cosas que no has aprendido”» (1992: 226). 133  Este proverbio se manipula a partir de una Adagia de Erasmo: «Alia res sceptrum, alia plectrum» (IV I 56). 134  Se traduce un verso de la Elegía II 1 (43-45) de Sexto Aurelio Propercio. 135  Parece ser un exemplum contemporánea a la época de Guazzo.

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ANÍBAL. Entre otros hay este que no se interrumpa el discurso de otro antes de tiempo y hasta haber entendido bien al que habla, puesto que, hay muchos que, locamente enamorados de esta necia apariencia, no pueden sufrir que su compañero acabe su discurso, antes le atajan y, como que quieren quitarle el bocado de la boca, solicitan manifestar que ellos entienden mejor que él lo que se trata y el otro iba a concluir. Y en esto se parecen a ciertos mentecatos que oyendo al cura cantar, mezclan sus voces con la de él y gritan sin saber lo que se dicen. 75. CABALLERO. Este vicio es muy odioso y vituperable en la conversación y agravia con exceso al que discurre. Y acuérdome de un caballero que habiendo empezado en un concurso a referir lo que había sucedido en las bodas de él [f. 80] señor duque mi amo136 en las que se había hallado, uno de los asistentes empezó también por su parte a hablar repitiendo casi todas las razones, y esto solo por manifestar el gusto que tenía en el discurso y que de él se hallaba con pleno conocimiento. El que discurría enfadado de esta indiscreción y habiéndole aguantado largo tiempo, finalmente dijo: «Yo entiendo, señores, que este caballero sabe mejor que yo esta historia, y así la dejaré suplicándole nos haga el favor de referirla enteramente». Esta digresión, como podéis discurrir, hizo que el otro se detuviese y considerase su yerro tan bien que sin hablar una sola palabra y echando un candado a su boca, le dejó continuar el razonamiento. ANÍBAL. Es cosa asentada que no es justo interrumpir al que razona, antes muchas veces conviene por modestia o urbanidad admitir por cosa nueva lo que refiere, aunque todos tengan ya noticia de ello. 76. Y aun este no sería error muy considerable si no fuera origen de otro de mayor consecuencia y es que oyendo con disgusto e impaciencia alguna cosa, e interrumpiéndola, se suele interpretar en otro sentido distinto del que tiene, el que la refiere y el que esto ejecuta tiene gran similitud con el perro el cual, oyendo algún ruido en la puerta, al punto se pone a ladrar sin ver si es amigo o enemigo el que llama. Y de allí proceden debates imprudentes y muchas confusiones que no sucedieran si el que escucha fuera más discreto y sufrido en oír al que discurría y hubiera aguardado al fin. De suerte que, podemos decir que estos impacientes en oír, son por el mismo hecho temerarios en juzgar y obrar como ciertos jueces precipitados que, movidos de pasión o de ruego, se ladean a una de las partes y dan sentencia sin oír las razones de entrambas. 136  La

boda entre el duque de Nevers (Luis Gonzaga-Nevers, Mantua, 18 de septiembre de 1539-Nesle, 23 de octubre de 1595) y Enriqueta de Nevers se celebró en 1565.

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77. CABALLERO. A la verdad me causa notable enfado el hablar en muchos concursos en los cuales se oye a todos hablar juntos, y a un mismo tiempo e interrumpiéndose mutuamente, se parece a los tordos y cornejas o a otros pájaros semejantes que amontonados sobre un árbol chillan todos a una voz. ANÍBAL. Y vos que sois sujeto de prudencia cuando os halláis entre esta gente, ¿no os veis obligado a mirar ya a uno, ya otro, por no particularizaros con ninguno, haciendo semblante de oírlos a todos? CABALLERO. Y con todo eso a ninguno doy oído. ANÍBAL. Créolo así. Diremos pues, siguiendo la sentencia de un griego, que el quererlo decir todo y no escuchar nada es una especie de tiranía137, puesto que, en los discursos hay cierta correspondencia del que habla al que oye138. A que se llega que el hombre acostumbrado a ser paciente y detenido y a abstenerse de dar alguna expresión de enfado mientras atiende, manifiesta a cualquiera cuán afecto es a la verdad y [f. 80v.] enemigo de razones inconsideradas y contenciosas. Por eso se dice que un callar en tiempo y lugar es más apreciable que un buen decir y que se debe colocar entre las virtudes filosóficas, pues el orador solo se conoce en el razonamiento, cuando el filósofo no menos se descubre en callar con discreción que en discurrir sabiamente. Y así cada uno se dedicará a que su lengua manifieste que tiene más precisión que voluntad de hablar, imitando a aquel discreto personaje que tan celebrado fue por tres singulares virtudes. Es, a saber, por no haber jamás mentido, por no haber dicho mal de nadie y por no haber hablado sin necesidad. Voy ya cesando en esto y concluyo que cada uno debe en la conversación proponerse dos circunstancias para hablar, o que sea de cosas que entiende bien, o de las que necesariamente debe tratar. Pues en estos dos casos el hablar es mucho más loable que el callar. En todos los demás se aprovechará del silencio como más perfecto y, evitando una sutil y odiosa apariencia, podrá alcanzar mayor crédito y alabanza que si hablase fuera de propósito139. 78. CABALLERO. También me parece que el hombre no hable siempre ni muy fácilmente de todo lo que sabe y entiende, sino que en esto proceda 137  El

médico interpreta un verso de Esquilo: «Tyrannicum quiddam est multa scire loqui» que se encuentra en la Polyanthea (Cf., Loquacitas). 138  Hervás omite la metáfora explicativa que en la CC se lee después de este enunciado: «come nel giouco di palla» (Guazzo 2017 I: 106). 139  El precepto de Aníbal es claro: hablar solo de lo que se conoce muy bien y cuando la conveniencia social lo requiere. La sentencia es una cita de Isócrates (Cf., Ad Demonicum, 42): «Duo tibi tempora ad dicendum deputa, vet cum sint aliqua de quibus exploratum habeas, vel de quibus dicere est necesse. In solis enim istis potior est silentio sermo, in reliquis melius fuerit tacere quam loqui».

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seriamente y considere si lo que va a discurrir está cerca o lejos, dentro o fuera, propio o indecente a su profesión. Porque bien que yo haya estudiado bastantemente movido de mis continuas indisposiciones las obras de Galeno140, este estudio está en mí como parte accesoria y no principal, y sería vituperado si quisiese hacerme del gran médico entre los médicos y disputar de la medicina. ANÍBAL. Odioso y mal parecido es hacerse en todo del ocupado y el meter en todo la mano. Y por eso se cuenta del rey Cleómenes que oyendo a cierto sofista disputar de la fuerza, se echó a reír y dijo: «Lo mismo hiciera si una golondrina hablase de esta virtud, pero, si fuera una águila, la oyera con gran atención»141. Así no parecería mal el que discurrieseis de la medicina, antes ofreciéndose ocasión pudierais por modo de querer apurar algunas dudas, y usando de modestas interrogaciones, hacer demostración del deseo que tenéis más de entender lo que ignoráis que de manifestar lo que sabéis. Por tanto, conviene que cada uno sepa qué concepto tienen de él los que le escuchan, y de qué género de discursos podrá usar que caigan en gracia y él sea creído, sin que en ningún tiempo exceda estos límites, ni traspase esta regla. § VI [f. 81]. 79. CABALLERO. ¿Tenéis otros medios que nos enseñen a huir la vana apariencia? ANÍBAL. Para este efecto propongo a todos la lealtad o candidez, cosa sobre todas apreciable y necesaria, no menos en las palabras que en los efectos mismos. Pues muchos están habituados por parecer lo que no son a ofuscar y encubrir la verdad, y cuando piensan complacer y agradar son en fin descubiertos por embusteros, disimulados y chocarreros. Y con esta falsedad pierden su opinión y crédito. Y bien que este vicio se cometa de varios modos, tengo por más insoportable cuando el hombre se usurpa y atribuye lo que pertenece a otro, imitando a la mosca que viendo trastornarse un carro cargado de grano en que iba, se alababa de haber por si levantado tan horrorosa polvareda142, o como la 140  Claudio Galeno fue médico y filósofo entre los años 130 y 201. Ocupa un lugar destacado en la medicina antigua. Sus teorías científicas fueron la base de la enseñanza médica durante siglos y su obra, de carácter enciclopédico, abarca todas las ramas de la medicina. 141  Este exemplum se encuentra en las Máximas de espartanos de Plutarco: «Mientras un sofista hablaba extensamente sobre la valentía, comenzó a reírse. Como alguien le dijera. “¿Por qué te ríes, Cleómenes, al escuchar a uno que habla sobre la valentía, y eso que tú eres rey?”, respondió: “Amigo, si una golondrina hablara sobre esto, también reiría; pero si fuera un águila, estaría muy callado”» (1987: 188-189). 142  Se refiere a una fábula de Esopo que se no halla traducida al español: «Di una mosca. Stando una mosca sopra un carro, che correva fortemente, e faceva gran polve, disse: “o quanta polve io suscito della terra”» (Landi 1805: 243).

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hormiga que estando sobre la asta143 de un buey que araba y siendo preguntada qué hacía allí, respondió que araba. CABALLERO. Cuántos he conocido tan insolentes que no se avergonzaban de nombrarse autores de algunas cosas, como si les hubiesen sucedido, o las hubiesen trabajado, las cuales se supo después estar escritas mil años antes144. 80. ANÍBAL. En esto se deben vituperar como falsario y ladrones, pues se apropian el honor y gloria debida a otros, del cual pecado padecen el castigo que en tiempos pasados la corneja la que, habiendo parecido en la revista general de todas las aves vestida y adornada de las plumas de las otras, fue desposeída, desnuda y burlada como ladrona y robadora145. Conviene pues que el hombre reverencie enteramente la verdad y se guarde de violar su castidad de ningún modo, ni romperle un solo hilo si quiere vivir sin verse expuesto al vituperio y sonrojo. Y más os diré que la verdad es cosa tan noble y delicada que no solo de su alteración por corta que sea se incurre en ignominia, sino aun dejándola en su propio estado, esto es, cuando se refieren cosas verdaderas pero desviadas de la común fe y opinión de los hombres. CABALLERO. De este peligro habló expresamente el Dante cuando dijo: Verdad que puede juzgarse mentira, cállela el labio, que es gran pena para un sabio hablar bien y avergonzarse146.

81. ANÍBAL. Vos estáis en lo cierto. Y así conoceréis claramente que conviene no solo ser sencillo y verídico en la conversación, sino también sobrio en referir cosas difíciles de creer y admitir. Y por esto se dice que leyendo Alejandro 143  Se

corrige ‘hasta’. abre la cuestión de la reutilización o imitación de las obras y fuentes antiguas. La imitación correspondía a un robo que de un virtuosismo a menudo se transformaba en vicio. 145  Alude a una de las fábulas de Esopo: «El grajo y los pájaros. Quería Zeus designar rey entre los pájaros y les fijó un día para que compareciesen ante él. El grajo, consciente de su propia fealdad, mientras se paseaba entre los pájaros, iba recogiendo las plumas caídas y se las colocaba encima. Cuando llegó el dia, convertido en un vistoso pájaro, se presentó ante Zeus. Mas cuando el dios estaba dispuesto a elegirlo rey en razón de su belleza, los pájaros, irritados, rodearon al grajo y cada uno le quitó la pluma que era suya. Y así sucedió que el grajo, despojado, volvió a ser grajo. De igual modo, también los hombres que tienen deudas, mientras disponen del dinero ajeno, parecen ser alguien, mas cuando lo devuelven, se encuentran con que son los mismos que al principio» (1985: 87-88). 146  Dante, Infierno (16 124-126): «Sempre a quel ver c’ha faccia di menzogna / de’ l’uom chiuder le labbra fin ch’el puote, / però che sanza colpa fa vergogna». 144  Aníbal

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ciertos versos de un poeta lisonjero, en los cuales estaba [f. 81v.] escrito que él vencía los elefantes, que abatía al suelo las torres y otras cosas de este jaez, le reprendió agriamente, mandándole que no prosiguiese en escribir tales embustes pues, aunque fuesen ciertos, traían gran sospecha de ser mentira147. Mas para huir la vana apariencia, no basta ser verídico, si juntamente el hombre no se abstiene de hablar en sí mismo y de sus cosas, a no obligarle o persuadirle la necesidad, pues dado caso que hable con verdad y modestia, deja no bastante alguna sospecha de vanidad y se constituye menos agradable al concurso. Con que, por evitar este daño, conviene tener presente aquel dicho que nunca se debe hablar de sí mismo, ni en bien ni en mal, ni en alabanza ni en vituperio, porque lo primero es propio de hombre soberbio y arrogante, y lo segundo de un simple e indigno. 82. CABALLERO. ¿A los medios propuestos qué otros pensáis añadir? ANÍBAL. Así como contemplando de noche con grande atención la serenidad del cielo se observa mayor número de estrellas, así cuanto más considerásemos la citada sentencia de Sócrates148, con mayor abundancia encontraremos medios para evitar la vana apariencia y hacernos apreciables y apetecibles en los concursos. Volvamos pues a decir que el hombre debe empeñarse en ser tal cual quiere parecer a los otros, y de ahí inferiremos que al paso que todos los hombres anhelan por gozar honor y crédito, viene a ser en ellos este deseo necio, vano y mal fundado, como que no estriba en ningún mérito ni virtud anterior que sea acreedora a alabanza ni aplauso. CABALLERO. Decís verdad. Y yo veo este abuso tan arraigado y con tanta actividad que los menos dignos son los que mayores aplausos solicitan149.

147  Muchas fuentes citan este exemplum cuyo protagonista es Aristóbulo. Erasmo en la Apophthegmata (Adulatio) escribió lo siguiente: «Aristobulus historicus librum conscripserat de rebus ab Alexandro Macedone gestis, in quo multa supra veri fidem adulantissime affinxerat, cum quum illi in navigatione recitasset, Alexander arreptum e manibus librum in fluvium Hydaspen demersit, et ad Aristobulum conversus: tu, inquit, dignior eras ut eodem praecipareris, qui solus me dic pugnantem facis, ac vel uno iaculo interficis elephantem» (1570: 729). 148  Cf. «propongo a cualquiera que pretende hacerse celebre en la conversación que, sobre todo, lo que muy pocos observan, se determine a seguir el divino y admirable consejo de Sócrates que preguntado cuál era el camino más corto para que el hombre consiguiese buena fama e insigne gloria, respondió: “el procurar ser tal cual quisiera le juzgasen los otros”» (f. 79). 149  Tras esta frase, en la CC de 1579 el Caballero sigue su discurso: «[…] e onorati, ma non mi pare che riesca loro questo desiderio, anzi avviene il contrario, perchè accorgendosi alla fine per la dapocaggine loro di non essere stimati dagli altri, si acconciano a stimarsi da loro stessi, e sospinti da un pazzo e interno sdegno, portano la pelle del leone e s’armano il volto di terribile fiereza, col mezo della quale divengono odiosi al mondo» (Guazzo 2010 I: 108). Por otro lado, Hervás cambia de interlocutor y coloca a Aníbal como el autor de estas palabras.

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ANÍBAL. A los tales no se les logra su deseo, antes les sucede muy al contrario, porque su propia indignidad les asegura el poco aprecio que de ellos se hace, en que reciben su mayor tormento y castigo, y movidos de un necio y oculto enojo se arman de la piel de un león y muestran un semblante rebosando crueldad y fiereza, por donde se hacen odiosos y aborrecibles a todos150. Y si ellos tuvieran conocimiento de lo que dicen los filósofos que el honor está más de parte del que le da que del que le recibe, bien echarían de ver, que no está en su mano el ser honrado151. Por esto es preciso que cualquiera que pretende gozar el epíteto de prudente, de justo, de magnánimo o de templado152, registre y escudriñe bien el bajel de su conciencia, a ver si encuentra alguna de estas virtudes, pues de otro modo no puede resultar el efecto que solicita. 83. CABALLERO. Si los hombres no se apreciarán en más de lo que pide su virtud y mérito, no veríais a algunos, no digo de los primeros de la ciudad sino aun de los plebeyos, los cuales bien que ajenos de toda ciencia, discreción [f. 82.] y demás partes que acarrean a los hombres veneración, son con exceso estimados y favorecidos por consentimiento común de todo el pueblo. ANÍBAL. Esos que decís son más respetados que queridos y, por eso, quisiera deciros que no le basta al hombre el ser reverenciado por alguna dignidad o virtud principal, si después de esto no procura conseguir la amistad de otros que es el verdadero lazo de la conversación civil. Y me parece que todos aquellos que no solicitan por justos y razonables medios hacerse dueños de un tan gran tesoro, se pueden justamente llamar enemigos de sí mismos. CABALLERO. ¿Y cómo se consigue esta benevolencia? ANÍBAL. Primeramente, se puede conseguir de los ausentes, hablando de ellos con estimación en presencia de otro. CABALLERO. Este aviso es de mi mayor gusto. Pues el elogiar a alguno en su presencia no se puede hacer sin sospecha de adulación o de propio interés; pero alabarle en ausencia prueba un amor sincero y buen talento y pone el elo150  En la CC de 1579 tras este enunciado Guillermo acaba su intervención y Aníbal toma la palabra. Al parecer, Hervás se equivoca de personaje, aunque traduce los enunciados de la versión de 1579. 151  Alude a unas nociones aristotélicas de la Ética nicomáquea: «Pero, sin duda, este bien es más superficial que lo que buscamos, ya que parece que radica más en los que conceden los honores que en el honrado, y adivinamos que el bien es algo propio y difícil de arrebatar. Por otra parte, esos hombres parecen perseguir los honores para persuadirse a sí mismos de que son buenos, pues buscan ser honrados por los hombres sensatos y por los que los conocen, y por su virtud; es evidente, pues, que, en opinión de estos hombres, la virtud es superior» (1985: 134). 152  La alusión es a las cuatro virtudes de la Antigüedad clásica (desde Platón a los estoicos pasando por Cicerón en el De officiis), codificadas por san Agustín y relanzadas en la reforma del Concilio de Trento.

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giado en el buen concepto de los oyentes que, con esta favorable deposición, se disponen a quererle y apreciarle. ANÍBAL. Este cariño se adquiere también entre los presentes, usando de instrumento y medio por donde los espíritus son dominados y atraídos como es la dulzura y afabilidad153. 84. CABALLERO. Y ciertamente no hay cosa que más nos aparte de la naturaleza humana que el rigor y aspereza de costumbres y de ordinario los sujetos tiesos y estirados de cuello, terribles de catadura y con modales de Catones154, son aborrecidos universalmente. Y cuando piensan ser celebrados por no reírse, arrugar la frente, ofuscar los ojos y ostentar un semblante furioso y guerrero, con una extravagante sequedad de razones, se dan a conocer por orgullosos e inhumanos y por esta arrogancia son aborrecidos aun de los mismos soberbios. ANÍBAL. Yo conozco algunos tan duros, severos, graves e inciviles que no se dignan de corresponder a quien los saluda, que es prueba de un corazón bárbaro y a quien se haría conocida injustica en aplicarles aquel verso que dice: Fácil de rostro y de palabra afable155.

Y aunque a los tales les parezca que no os agravian, os veis forzado a aborrecerlos como enemigos vuestros. CABALLERO. Con grande exceso me enfada semejante gente, aunque alguna disculpa tienen los que en esto pecan por poca advertencia. ANÍBAL. Esta inadvertencia es muy grosera y nadie te da este título. Y así es preciso que se resuelvan o a mudar de estilo y no ser tan ahorrativos de saludes y cortesías que sin ningún gasto acarrean gran lucro o que traigan al lado una persona que les advierta en tiempo y lugar la correspondencia cortés que deben a este y al otro que les saludan. Porque estas menudencias son las que tienen eficacia de reducir y reconciliar las amistades deshechas y reunir las desunidas. 153  Esta frase pronunciada por el médico, al igual que las sucesivas por Guillermo, engloban algunos pensamientos aristotélicos como el de la magnanimidad escritas en la Magna moralia: «La amabilidad es el justo medio entre la adulación y la odiosidad, y se refiere a las acciones y a las palabras. Pues el adulador es el que añade más méritos de lo que conviene y de lo que es verdad; el odioso es hostil y detractor de la verdad. Y ninguno de los dos puede ser elogiado con razón. El amable, por el contrario, está en medio de estos dos extremos, porque no añadirá nada a la estricta verdad, ni ensalzará lo que no es pertinente, ni tampoco minimizará las cosas ni se opondrá en todos los casos y en contra de su propia opinión» (2011: 169). 154  Se refiere a los nuevos censores desagradables, agresivos y hostiles. 155  Quondam no encontró esta cita; sin embargo, parece ser de Séneca: «Agradable de palabra y fácil de trato y de rostro amable, que tanto se gana a los pueblos» (Cf., De clementia. c. 3).

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Y estamos obligados a prevenir de antemano a nuestros amigos en estas ceremonias y adelantarnos en urbanidad. 85. CABALLERO. En tiempos pasados hubo un rey de Francia a quien como una mujer pública hiciese acatamiento en medio de una calle, él la correspondió cortésmente quitándose el sombrero y haciéndole después cargo de que había cortejado a una ramera indigna de esta expresión. Respondió [f. 82v.] que más quería errar saludando una mujer impúdica que dejar acaso de ser urbano con una casta, virtuosa y honesta156. ANÍBAL. Verdaderamente fue esa una respuesta propia de un ánimo real. Y conviene de cualquier modo ser cortés si se quiere encontrar cortesía, burilando en nuestro pecho esta sentencia que Ni el vino áspero es agradable al gusto, ni las costumbres altivas propias de la conversación157.

Y esto se confirma con las cartas que escribió Filipo158 y otros grandes personajes, las cuales enseñan claramente que el hablar dulce y cortés es el verdadero imán que atrae el corazón y afecto de todos. Y bien que esta virtud parezca bien en todos, sobresale con mayores ventajas en aquellos que exceden en mando y dignidad, porque usando respuestas afables y tales que por la vivacidad de los ojos y gracia del semblante descubran lo interior del ánimo, obligan a que cualquiera se les aficiones con exceso. Y sobre esto, podré traeros el ejemplo de dos hermanos igualmente virtuosos que bien nacidos, de los cuales el uno por tener el rostro cariñoso es querido de todos y, al otro, por ser fiero en su presencia todos le desestiman, y algunos hay que hablando de estos dos hermanos dicen que más quisieran que el primero les desease mal, que el otro dichas y felicidades. 86. CABALLERO. Para este caso se dijo que el hombre hace en parte gusto cuando niega con buena gracia159. ANÍBAL. Y, al contrario, se dice que sin gracia no se sabrá hacer un gusto a las mismas gracias. Mas no por eso pretendo que se deje de conservar aquella seriedad y magisterio que pertenece al estado de cada uno; porque el manifes156  Parece

ser una anécdota del Caballero durante su experiencia en Francia. un dicho que se atribuye a Sócrates y citado en la Polyanthea (Cf., ebrietas): «Socrates dicere soleat neque vinum austerum aptum esse potioni, neque mores agrestes hominum conversationi». 158  Filipo II de Macedonia fue rey desde 359 a.C. y padre de Alejandro Magno. 159  Es sentencia de Publilio Siro: «Pars beneficiis est, quod petitur, si belle neges», a su vez mencionada por Séneca en el De benefici (Lib. II, 14). 157  Es

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tar una amistad desreglada y derramar sin medida los tesoros de la candidez es abatirse a sí mismo y hacer demostración de simpleza o de lisonja. Pues si el hombre no se ostenta grave cuando el caso lo pide, da lugar a que los otros se familiarizasen demasiado y le respeten menos de los que él quisiera. CABALLERO. Si bien consideráis las costumbres y opiniones de los hombres las veréis en este punto muy diversas, porque oiréis a alguno que dirá que os debéis dar a todos para que todos se den a vos. Inmediatamente dirá otro opuesto que no es justo estrecharse con todos. Y, ciertamente, parece que uno y otro tienen razón, porque si procedéis cariñosa y familiarmente con vuestro amigo, le dais seguro testimonio de vuestra realidad y sencillez, y le obligáis a que os descubra lo más retirado de su pecho y a que esté más pronto a serviros en todo. Al contrario, si retenéis alguna gravedad le dais ocasión para que os reverencie y crea que no sois hombre de ánimo ligero, y absteniéndose por este medio uno y otro de la demasiada libertad en dichos y hechos, se evita el riesgo de que se disuelva la amistad y antes es modo de conservarla por largo tiempo. ANÍBAL. Entre estas dos sentencias ha dado su parecer un poeta cuando dijo: En la amistad no echarás el lazo muy apretado que aunque el gusto ande atrasado de disgusto lo ahorrarás160.

[f. 83] 87. Estas palabras si bien se consideran vienen a templar la estrechez con la gravedad y a fulminar los malos efectos que acarrea el extremo en una y otra. Y así quisiera proponer que en la conversación ni todo ha de ser trágico ni todo cómico. Sí, solo ostentar —cuando se pueda— la magnitud y constancia de un filósofo en lo profundo de las sentencias y exprimir la humanidad de un buen cristiano en la blandura y afabilidad de las palabras, teniendo presente que la dulzura en el hablar aumenta el número de los amigos y aquieta el corazón de nuestros adversarios y que según el anciano proverbio: «El corderillo humilde chupa la teta de su madre y de la que no lo es». CABALLERO. Acuérdome haber leído en otro tiempo una sentencia poco diferente de esa, y es que el que habla afable y graciosamente a su amigo recibe también graciosa respuesta y recoge manteca cuando solo pretendía leche. ANÍBAL. Lo cierto es eso. Mas para coger con seguridad este fruto, es preciso que la dulzura de las palabras dimane de sencilla afición y que no la 160  No

se sabe quién es el autor de estos versos. En el siglo xvii, Giambattista Raineri volvió a citarlos en su obra Norma pratica di un vero ecclesiastico (1760: 283).

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adultere algún efecto indigno, o sea, fuera de tiempo de modo que huela a adulación, y que en lugar de amor cause malevolencia, como lo ejecutan algunos que, enseñando continuamente los dientes, dejan en duda si agasajan o menosprecian. CABALLERO. Suele decirse que el sonreírse con todos es antes prueba de vicio que de graciosidad. 88. ANÍBAL. Añado también para dichosa compañera de la afabilidad otra virtud grandemente necesaria a la conversación y es aquella la cual no solo con la facilidad y dulzura de las palabras, sino con una sutil y pronta alegría influye un admirable contento en los oyentes. Y como la otra prueba bondad, así esta da seguro testimonio del ánimo y tiene lugar no solo cuando se proponen las razones sin vulnerar a nadie, sino también en cuando se reciben y rebaten risueñamente las de otros. La cual virtud activa y pasiva se atribuyó a Augusto, pues no menos risueño se veía cuando burlaba que cuando era burlado161. Úsase también esta alegría de otros varios modos y de ahí es que no menos los filósofos que los retóricos viendo con cuánta razón se deben regocijar los espíritus agobiados de melancolía y de diversos pensamientos y cuan agradable es en la conversación y útil para la conservación de nuestra vida han enseñado largamente el método de adquirirla y la han aprobado con varios ejemplos. CABALLERO. Yo creo desde luego que el arte y estudio nos ayudan en parte a esto, pero entiendo que más hace la naturaleza. Y que así sea lo manifiestan muchos sujetos muy eruditos que en los asuntos jocosos tienen falta de 161  Este exemplum se refiere a la sentencia del gramático romano Macrobio: «Soleo in Augusto magis mirari quos pertulit iocos quam ipse quos protulit, quia maior est patientiae quam facundiae laus» (Cf., II 4 19). También Aristóteles, en los Magna Moralia, sigue esta definición a propósito del gracioso: «El gracioso está a medio camino entre ambos: no se burla de todos ni en toda ocasión ni tampoco es desabrido. Pero ‘gracioso’ se puede decir en dos sentidos: pues lo es tanto el que es capaz de bromear con buen gusto como el que soporta ser objeto de bromas. Tal es la gracia» (2011: 169). Y sobre el «justo medio» afirma lo siguiente: «La gracia es también un término medio, y el gracioso se encuentra entre el rudo e intratable y el bufón. En efecto, como en lo referente al alimento el remilgado difiere del voraz en que uno no acepta nada o poco y difícilmente, mientras que el otro lo toma todo fácilmente, así también el rudo con relación al hombre vulgar y bufón. El primero no acepta nada risible, o difícilmente; el otro todo, fácilmente y con gusto. Sin embargo, ni lo uno ni lo otro es lo correcto, sino que hay que aceptar unas cosas sí y otras no, y según la razón. Así lo hace el gracioso. La prueba de ello es la misma de siempre; en efecto, esta gracia y no aquella a la que aplicamos el término metafóricamente es el modo de ser más conveniente, y un modo de ser intermedio es laudable, pero los extremos son censurables. Pero puesto que hay dos clases de donaire uno consiste en alegrase de una broma incluso dirigida contra uno. mismo, si es realmente graciosa, en lo cual entra también la burla, y el otro consiste en el poder inventar tales cosas, son diferentes uno de otra, pero ambos son términos medios» (Ética Eudemia, III, 1985: 487).

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prontitud y gracia y, al contrario, muchos majaderos e idiotas, con la naturalidad y gracejo de sus pensamientos moverían a risa al mismo Heráclito162. ANÍBAL. Yo os confieso que según la variedad de [f. 83v.] los genios, resulta la diversidad de las acciones y que, con particularidad, no puede en otro moverse la risa y regocijo sin una natural vivacidad de espíritu. Pues raramente sucede que el chistoso deje de ser ingenioso y agudo. Lo que quiso entender el graciosísimo Gonela cuando dijo que para hacer con propiedad el papel del simple es menester primero ser sabio. No obstante, el hombre por austero que tenga el natural, podrá con el ejercicio adquirir un hábito jocoso163. Y no me negaréis que se encuentran hombres graves de rostro y de representación severa que, con todo eso, en la conversación se experimentan alegres y burladores sin medida. CABALLERO. Ahora hacéis que me acuerde de nuestro chistosísimo Roberto164, ¿y qué es de él? ANÍBAL. Debo responderos con el poeta: Lo que buscas es tierra ha muchos años165.

89. CABALLERO. Verdaderamente ha sido gran pérdida porque cual otro Proteo166 se transformaba en mil figuras, remedando con admirable propiedad tan presto el veneciano, como el bergamasco, el español y el alemán con indecible aplauso de toda la villa. Mil veces me acordé de él estando en Francia y de sus chistes y en especial de una propuesta que me hizo en la casa de un gentilhombre en cierto villaje. Porque habiéndome apeado del caballo a reposar un poco, y porfiándome el caballero a que me quitase las botas y pasase con el aquella noche y, agradeciéndoselo yo, aunque rehusándolo, estando en esta contienda he aquí que llega nuestro amigo Roberto y, llamándome aparte, puso su boca junto a mi oído y me dijo: «No habéis advertido bien el disgusto que ha causado a este gentilhombre el que no os queráis quitar las botas. Yo os pido de gracia para que no quede del todo descontento que os dejéis quitar una, porque por mal que corra esta urbanidad no os costará un solo dinero». 162  La

sentencia es un tópico que se encuentra en Catonis disticha: «Exerce studium, quamvis perceperis artem, / Ut cura ingenium, sic et manus adiuvat usum» (1722: 19). 163  Pietro Gonnella fue un bufón florentino que vivió entre 1390 y 1441 y trabajó en el Ducado de Ferrara de los Este. 164  No se ha identificado el origen de este personaje. Quondam analizó una posible simetría con Roberto del Cortesano de Castiglione (Guazzo 2010 II: 226, nota 328). 165  Petrarca (XLVII): «Quel che tu cerchi è terra già molt’anni». 166  En la mitología griega, Proteo o Proteus es un dios del mar que tenía la capacidad de cambiar forma.

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90. ANÍBAL. Yo tengo también presente muchas de sus agudezas de que se pudiera formar otro Decamerón167, aunque solo referiré el exquisito deseo que excitó en ciertas mujeres de saber un secreto contra el lobo168, porque tratando ellas de un gran destrozo que los lobos hacían por aquel tiempo en toda esta comarca, devorando no solo los muchachos sino también hombres, dijo él169: «Yo no conozco hombre tan valeroso ni de tan gran corazón que pueda con todas sus armas librarse de la rabia de dos fieros lobos, porque mientras atiende a librarse del uno, he aquí que el otro le asalta por detrás y, enredándose entre sus piernas, le hace venir a tierra. Pero contra un solo lobo bien puedo yo gloriarme de tener un secreto, con el cual, no digo yo un hombre, sino cualquiera mujer podrá sin ningún género de armas hacerle resistencia y dejarle a sus pies totalmente vencido». Dicho esto, todos le suplicaron, como podréis considerar, que declarase y refiriese tan importante secreto. Y así prosiguió: «Dios libre a todos de tan cruel bestia, [f. 84] pero si acaso viniere a acometeros, no tengáis miedo ni le volváis las espaldas, sino hacedle cara y tened gran valor. Y así que se acerque con la boca abierta para tragaros, extended el brazo derecho y encogiendo la mano metédsela en la boca y embocadla tan adentro que toquéis la cola, la que tomareis en la mano, y agarrándola fuertemente tiradla con presteza hacia vos y volveréis al lobo lo de adentro afuera y quedará muerto y desbaratado». 91. Pero dejemos en paz a Roberto y concluyamos170 que, si esta virtud media es agradable en la conversación, los extremos viciosos son extrañamente aborrecibles y consisten o en exceder tanto esta civil jocosidad que, en lugar de hacerse chistoso, se adquiera el nombre de bufón y descarado, o en ser tan encogido que en vez de sabio se merezca el título de grosero e incivil171. Después de todo lo dicho, se debe usar esta virtud más o menos intensiva, según los lugares, los tiempos, las ocasiones y las materias. Siendo así que en las cosas graves y de 167  El

Decamerón de Giovanni Boccaccio constituye una referencia importante para la CC. libros de «secretos», al igual que los de recetas, avisos, etc., eran muy difundidos en la época de Guazzo. 169  Se refiere a Roberto, que en los enunciados sucesivos relata una micronovela. 170  Hervás escribe ‘concluíamos’. 171  Toda esta argumentación se desarrolla sobre las bases aristotélicas de la Ética nicomáquea: «Puesto que en la vida hay también momentos de descanso, en los que es posible la distracción con bromas, parece que también aquí se da una relación social en la que se dice lo que se debe y como se debe y se escucha lo mismo. Y habrá, igualmente, diferencia con respecto a lo que se hable o se escuche. Y es evidente que, tratándose de esto, hay un exceso y un defecto del término medio. Pues bien, los que se exceden en provocar la risa son considerados bufones o vulgares, pues procuran por todos los medios hacer reír y tienden más a provocar la risa, que a decir cosas agradables o a no molestar al que es objeto de sus burlas. Por el contrario, los que no dicen nada que pueda provocar la risa y se molestan contra los que lo consiguen, parecen rudos y ásperos» (1985: 232). 168  Los

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importancia se debe así en las palabras como en las acciones representar seriedad y en las alegres, alegría y el que de otro modo obrare cometerá un necio y culpable barbarismo en sus costumbres y modo de vivir. CABALLERO. Sabiendo ya que es esta afabilidad que nos hace parecer lo que en realidad somos y descubre los secretos afectos que asisten en los corazones de los que nos aman para formar con ellos liga y amistad indisoluble, quisiera saber de vos si hay otra vía para atesorar estos tan apreciables efectos. 92. ANÍBAL. Bien que sola la afabilidad imprima en los corazones de otros, como un sello en blanda cera nuestro buen concepto, con todo eso es preciso añadir al mismo tiempo otra circunstancia para que esta impresión sea permanente. Y para esto es de grande vigor y eficacia aquella ilustre virtud que el mundo llama discreción. CABALLERO. ¿En qué consiste esta virtud? ANÍBAL. En todas cosas, aunque con especialidad en el error de otro, porque se ha de presuponer que la naturaleza ha producido al hombre animal sociable para que, por medio de la conversación, pueda ayudar y ser ayudado, según las ocurrencias tanto propias como ajenas. Con que no habiendo acá abajo ninguno exento de imperfección, no es justo complacerse ni extrañarse de los defectos de otros para que no hagan con nosotros lo mismo172. CABALLERO. Decís bien, pero no ignoráis que según el adagio vemos más de lejos que de cerca y que teniendo para la cosa ajena la vista tan multiplicada y aguda como Argos173 en la nuestra somos más ciegos que el topo174 y viendo la paja en el ojo ajeno, no vemos la viga del nuestro175. ANÍBAL. Eso mismo enseña Esopo en la fábula de las dos bolsas o zurrones176. 93. CABALLERO. ¿De dónde discurrís que proviene este error? ANÍBAL. Puede dimanar de amarse a sí mismo con exceso, lo que no permite que el hombre vea ni conozca [f. 84v.] sus propias faltas. 172  Además de la notoria sentencia de Aristóteles, ya citada al principio de la CC, Diógenes Laercio atribuye esta última frase a Tales: «¿Cómo viviríamos de la manera mejor y más justa?: Si no hacemos lo que censuramos a los demás» (2007: 51, Lib. I, 36). 173  En la mitología clásica griega, Argos Panoptes era un gigante con cien ojos. 174  Cf., Erasmo, Adagia (I III 56): «Talpa caecior». 175  Mateo (7: 3): «Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?». 176  Alude a la fábula de Esopo titulada Las dos alforjas: «Prometeo cuando modeló antaño a los hombres les colgó dos alforjas, una con los defectos ajenos y otra con los propios; la de los ajenos la puso delante y la otra la colgó detrás. Desde entonces ocurrió que los hombres ven de entrada los defectos de los demás mientras que no distinguen los suyos propios. Podría aplicarse esta fábula al hombre impertinente que, ciego en sus propios asuntos, se cuida de los que en nada le concierne» (1985: 158).

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CABALLERO. Antes parece que quiere más a los otros que a sí mismo, pues no corrige sus defectos a fin de no reprender los otros. ANÍBAL. Entonces amarían más a los otros que a sí mismos, cuando se moviesen e incitasen de la caridad a corregir los defectos del prójimo, pero se sabe que a esto les obliga la vanagloria y el deseo de parecer sabios. Y así creo que la única razón que nos mueve a investigar las acciones del compañero y hacernos superintendente de sus faltas y no de las nuestras, sin que nadie nos lo mande, es porque contraviniendo a la ya propuesta sentencia de Sócrates, apetecemos más el parecer que ser, y queremos descubrir nuestra prudencia haciendo el papel del Momo de Aristarco y del fiscal en reprender a otro antes que hacerla resplandecer enmendando nuestros devaneos177. Pero todos los que desearen ser tales cuales quieren parecer, serán primero censores y jueces rigurosos de sí mismos y usarán anteojos para ver con mayor claridad sus defectos antes que los de otros178. CABALLERO. Yo quisiera que particularmente me declaraseis en qué género de errores y defectos ajenos se debe usar esta discreción. 94. ANÍBAL. Advierto que hay unas faltas solo en flor y otras con toda su madurez. Llamo faltas en flor a las que falta poco para que el hombre las ejecute y madura las ya cometidas. Es preciso obviar las primeras para que no se cometan y de las segundas las unas son disculpables y las otras del todo reprensibles. Si vemos pues que alguno discurriendo cae en alguna dificultad, de que no puede salir ni desembarazarse con felicidad, y que está cerca de errar o en la explicación, o en el sentido de ella, debemos y nos incumbe de oficio el prevenirle sabiamente deteniéndolo como a un hombre que tropezando en una piedra va a dar en tierra sin aguardar a que cayendo sea la risa de los presentes y se avergüence miserablemente. Y, ejecutando esto, aseguramos con este respecto al que habla, y con mostrarnos cuidadosos y apasionados de su crédito, nos queda sumamente aficionados cuando, al contrario, no hay cosa que más excite la cólera, ni que más nos concilie el odio de otro que el que este crea estar despreciado. CABALLERO. Este desprecio es a mi parecer intolerable, puesto que no hay alguno que se estime y aprecie tan poco que se juzgue merecedor de este abatimiento. Y creo que el que así desprecia después de obrar una acción indigna de 177  Se refiere a la misma sentencia de Sócrates citada anteriormente y en dos ocasiones. Por otro lado, Momo es un personaje mitológico que encarna el deseo de censura, mientras que Aristarco de Samos fue un astrónomo y matemático griego que vivió en el siglo ii a.C. Ambos llegaron a ser sinónimo de la crítica desagradable. 178  En esta frase del médico se capta una alusión a Publilio Siro: «Ex vitio sapiens alieno emendat suum», traducida al castellano como: «Escarmentar en cabeza agena» (Martin Caro y Cejudo: 1792: 125).

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un bien nacido, está en peligro de sufrir igual, o mayor, sonrojo; porque según el asno se representa en la pared, así le vuelve la sombra. Y si es defecto el mofar de aquellos que conocemos, es mayor ejecutarlo con los no conocidos, según hacen algunos insolentes y temerarios, los que —como dice el refrán— juzgando el valor del caballo por la silla, no consideran que debajo de un ruin atavío, está de ordinario encubierto un gentil talento y una alma viva y llena de inteligencia. 95. ANÍBAL. Eso lo manifestó grandemente un pobre aldeano del Monferrato [f. 85] que, viniendo a la ciudad con una crecida tropa de mujeres, hubo un ciudadano muy ligero y licencioso de lengua que le dijo: «Tú traes muchas mujeres cabras a nuestra feria», pero el buen hombre le pagó al punto con mucha alegría: «Señor, me parece que no traigo bastantes para un lugar donde hay tanta multitud de cabrones». CABALLERO. Yo conozco un joven que, por parecer apocado en su traza y acciones, ha sido muchas veces picado de algunos. Pero también os diré que se ha sabido a tiempo y sazón desembarazar de ellos con lindo garbo, rebatiendo sus golpes con discreción y portándose de suerte que los que orgullosamente iban a insultarle y convencerle, se han vuelto, como dicen, rabo entre piernas. ANÍBAL. En suma, apurar a otro y querer, como dice el proverbio, menear el vaso en donde se recogen las abejas, es muy peligroso. Y así no se ha de hacer semblante de querer mofar de ninguno, ni por movimiento en el rostro ni de palabra, ni por otra alguna señal. Porque si es mayor o igual no lo querrá sufrir, y si es inferior le divertimos de nuestra amistad, lo que es muy fuera de razón cuando todo nuestro cuidado debe dirigirse a hacernos —si se179 puede— todos los hombres amigos y favorables. Pero si alguno erase mientras razona, debemos advertir si esto dimanó de ignorancia o de vicio. Lo primero debemos disculparlo o encubrirlo con grande discreción sin hacer burla, como hacen muchos mofadores de por vida que hacen gala de ignorar esta prudencia. Y como hacer burla de lo bien ejecutado es cosa abominable, así el reírse de lo mal sucedido a alguno es prueba de crueldad y cosa por extremo aborrecible180. 96. Mas vengamos a los otros errores en que se incurre por vicio y que deben ser vituperados y reprendidos. CABALLERO. Yo creo que en esto se debe usar también de discreción. 179  El

autor escribe erróneamente ‘ser’. burlas llegan a ser crueles y odiosas en el momento en que agreden un defecto de la naturaleza. Estos enunciados interpretan una sentencia de Publilio Siro de los Mimi Publiani: «Crudelis est in re adversa abiurgatio», que en español se ha traducido en las Sentencias de P. Siro como: «En casa del ahorcado no se ha de mentar la soga» (1790: 34-35). 180  Las

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ANÍBAL. Tanto mayor conviene que sea en este punto, cuanto hay mayor riesgo en ejecutar una cosa con ánimo deliberado, o en obrarla por vía de chanza. Y bien que todos estén obligados a observar todas las advertencias que hemos propuesto, esto de reprender no es lícito a todos ni con todos181. No se permite a todos, o ya por falta de autoridad como a un mozo reprender a un anciano ni a uno de humilde estado infamar a un ciudadano de representación, o ya por otra razón semejante, como por mayor defecto, pues no sería justo que un arrogante reprendiese a otro sobre la vanidad y, como dice el adagio: Es preciso que ande derecho el que riñe el cojo.

Tampoco se debe practicar este deber con todos, sino solo con aquellos con quienes tenemos crédito y autoridad, o por ser parientes o nuestros amigos de largo tiempo. En suma, conviene que en el reprender se atienda no solo a la cualidad de las personas, sino también de los lugares y tiempo en que se debe ejecutar la reprensión y la disposición del que la ha de recibir182. Por esto se cuenta que habiéndosele dicho a un cierto: «¿No tienes vergüenza de tú borrachera?». Respondió: «¿Y tú [f. 85] no tienes vergüenza de reprender a un borracho?». Por la misma causa sería intempestivo y origen de gran mal si se viniese a reñir y en enmendar a un blasfemo en lo más ardiente de su cólera y en presencia de otro183. Y no basta esta sola advertencia, sino que, para completar la sabiduría y discreción, conviene usar de un honesto engaño y mezclar la amargura de la reprensión con la dulzura de algún elogio, o fingiendo afear en otro el defecto que domina en el sujeto que queremos corregir, o introduciéndonos nosotros, en el yerro y en la reprensión a un mismo tiempo. Y para concluir se debe enmendar al amigo de suerte que la corrección le sea agradable y le hagamos más nuestro afecto, según le enseñaron algunos sabios, por sus obras morales. Y esto baste en cuanto a este asunto. 97. Y por lo que mira a los otros medios conducentes a la observancia de la sentencia ya referida, si miramos de cerca la alma de ella, veremos que todos 181  En la CC de 1579 se lee una frase en la que Guazzo alude a Plutarco y al Cómo distinguir a un adulador de un amigo: «E primieramente si dee essequire il divino precetto corregendo l’amico da solo a solo». Hervás omite este enunciado. 182  Aníbal discurre sobre la obligación de ser discretos con todos precisando todas las modalidades y listando los errores cometidos por los vicios. Estas circunstancias se engloban en el verso de Juvenal: «Loripedem rectus derideat» (1685: 14), traducido al castellano como: «El que tiene las piernas derechas se burla del patizambo, el blanco del negro» (Covarrubias 2001: nota 1). 183  Este exemplum se encuentra en la Polyanthea (Ebrietas), cuyo protagonista es Cleostrato de Ténedos, que a su vez interpreta una sentencia de los Mimi publiani: «absentem laedit cum ebrio qui litigat» que en español se ha traducido: «aquel que discute con un borracho ofende a un ausente» (Zanoner 2000: nota 13).

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los que desean más ser buenos que parecerlo, practicarán la discreción evitando las contiendas y tenacidad con la que el hombre deseoso de vanagloria, querrá exceder a otros y muchas veces contra todo derecho y razón. CABALLERO. No me parece que hay otro defecto que haga el hombre más aborrecible. ANÍBAL. Y así, si el que habla dice verdad, debemos escucharle y creerle como oráculo divino, y si mentirá, antes que contestar —como no sea en perjuicio de otro— debemos conceder serlo y con esta afabilidad conseguimos observar siempre la regla de Epicteto, el cual decía que conversando conviene ceder a los más grandes, persuadir con dulzura y modestia a los inferiores y consentir con el igual y que viviendo así se pasarán los días sin ningún debate ni altercación184. 98. No quiero pasar de aquí sin decir algo de aquella discreción que se debe usar particularmente en las ceremonias que se requieren en la conversación. CABALLERO. Yo dijera que era mayor discreción no usar de ceremonias conversando, pues más proceden de pompa y vanidad que de sencillez de corazón. Y tengo entendido que cuanto más se practican más se descubre la simulación y fingimiento. Cuando, al contrario, si veis a alguno que anda simple y llanamente en sus acciones y movimientos y ajeno de ceremonias, al punto confesáis que es hombre leal y os veis obligado a darle el título de buen compañero. En cuanto a mí no me paro en que un igual mío me ceda la pared ni se aparte de ella para hacerme lugar, y quisiera que me mostrase más cariño y menos cortejo. Y así como no pudierais dejar de reíros, viendo desde lejos, y sin percibir las razones, un corro de hombres en donde se alzaban y bajaban muchas cabezas con mucha priesa, así no os reiríais menos si consideráis a [f. 86] dos hombres que sin oír lo que dicen menudean cortesías, con la cabeza, manos y pies haciendo todo el cuerpo un ovillo, mientras dura esta simple ceremonia. Y no os diré que por uno que en esto tenga garbo y gentileza, habrá mil que se presenten con tan extraña figura que provocaran a vómito al estómago más asentado. Y hay otros tan infelices que pensando hacer cortesía la deshacen. Pues he visto algunos en Francia que hablando con el duque mi señor185 y viéndole descubierto, le agarraban la mano y le obligaban a que se cubriese. 184  Es

una sentencia de Epicteto que se lee en Guicciardini: «Por qué medio se puede frequentar con los hombres con provecho y honrra. Epicteto dezía que conviene guardar esta regla conversando con los hombres: si vuestro amigo es más sabio que vos, conviene escuchallo y obedecello; si es igual, concertaron con él; y si es menor, enseñarlo honestamente. Guicciardini, fol. 190v. (1 82)» (Salazar 2004: 135). 185  Guillermo cuenta una anécdota personal mostrando la imagen del duque de Nevers.

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ANÍBAL. Estos merecían que al punto se descubriese el duque y les asegurase que no lo hacía por su respeto, sino por el calor. CABALLERO. Mejor se portó otro que viendo al duque descubierto, le tomó el sombrero de la mano y se lo puso en la cabeza. Y por esto digo que no me gustan de ningún modo estas ceremonias que son indecentes a las cosas mundanas y son más propias y debidas a las religiosas y divinas. 99. ANÍBAL. Yo no sé cómo lo que a todos agrada es para vos poco apetecible. CABALLERO. Yo creo que os engañáis, pues conozco a muchos que se confiesan enemigos mortales de las ceremonias. ANÍBAL. Creedme que esos sujetos las desestiman en público y en secreto las aprecian y desean. Que, si o miráis atentamente, conoceréis que las ceremonias a nadie hacen mal estómago, siendo cosa cierta que solo se ejecutan en señal de honor y a ninguno le pesa de ser honrado y que no deba complacerse en honrar a otros, viendo que el que —como dice el filósofo—: Más honrado es el que da el honor, que el que le recibe.

Y como el que le hace —según afirmáis— puede incurrir en la nota de disimulado y hombre fingido, así el que no le aprecia puede ser juzgado o por necio e incivil o por altivo y despreciador186. Pero no quiero decir que obran mal los que piden que con ellos no se use de cumplimientos, antes los alabo, aunque no dudo que el hablar así es otra especie de ceremonia y cumplimento, por donde se descubre la ambición y en esto siguen el estilo de los médicos que, a veces, rehúsan meramente de boca el dinero que interiormente aceptan y con la mano reciben. Y así como las ceremonias sagradas tienen eficacias delante de Dios para mover a devoción nuestros corazones, así las mundanas nos atraen la benevolencia de los amigos y personas a quien se dirigen y los que las practican son reputados por civiles y bien criados y diferentes de los aldeanos y rústicos. 100. CABALLERO. ¿Qué discreción se requiere en las ceremonias? ANÍBAL. Que los que las ejecutan sea con tal discreción que por este medio manifiesten el buen afecto de su corazón y, el otro, infiera de aquí la afición [f. 86v.] interior como ve el respeto exterior, porque de otro modo son enfadosas y descubren un gran testimonio de simulación y fingimiento. Y bien sabéis que a las gracias 186  Para

llegar al significado del término «sprezzatore» (Guazzo 2010 I: 117), Hervás decide doblar la palabra en dos adjetivos.

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las pintan desnudas187, en que se significa que para conseguir amor y gracia debemos manifestar nuestro corazón cándido y puro y sin ningún velo de hipocresía. CABALLERO. Todo esto se endereza a vuestra primera proposición188, esto es, que seamos tales cuales queremos parecer. ANÍBAL. También conviene al cortejado rehusar con modestia el cumplimento sin mostrar deseo ni ansia de él, porque de otra suerte hará que le tengan por arrogante cosa grandemente opuesta a la conversación. Y no ignoráis que un igual vuestro os honra más por cortesía que por obligación, y si vos aceptáis sus ceremonias como debidas y ejecutadas por un inferior, le haréis perder el deseo y apetencia de honraros en ninguna ocasión. En suma, se han de tomar los cumplimientos de los amigos, como que proceden más de cariños que de deuda, y debe seguir el ejemplo de cierto discreto caballero que después de una larga contestación, siendo forzado de sus amigos a entrar el primero en una casa, les dijo: «Bien podéis conocer en esto cuan afecto servidor vuestro soy, pues me obligáis a obedeceros en cosas que me acarrean sonrojo». Y diciendo esto, entró sin resistencia. 101. CABALLERO. Yo tengo por buenas cuantas razones alegáis en defensa de las ceremonias, pero diré que solo se deben observar y admitir entre sujetos poco conocidos y no entre verdaderos amigos porque —si no me engaño— la verdadera amistad es enemiga no solo de palabras ceremoniáticas, sino también de todo acto, movimiento y señal exterior ejecutado con artificio y de caricias y halagos demasiadamente afectados189. ANÍBAL. Opinión mía es también que los cumplimientos se deben excluir de la verdadera amistad, ¿pero adónde están ahora los verdaderos amigos?, ¿no sabéis que según el filósofo la perfecta amistad no se extiende a muchas personas, sino a una sola?190 Yo no sé cuál será vuestro perfecto amigo. De mi bien 187  Es un tópico literario clásico que se encuentra en varios autores (Cf. Erasmo, Adagia: «Nudae gratiae» (II VII 50=1650). 188  Es decir, la sentencia de Sócrates. 189  Aristóteles discurre en varias ocasiones sobre cómo la verdadera amistad se basa solo en la virtud: «Pero la amistad perfecta es la de los hombres buenos e iguales en virtud; pues, en la medida en que son buenos, de la misma manera quieren el bien el uno del otro, y tales hombres son buenos en sí mismos; y los que quieren el bien de sus amigos por causa de éstos son los mejores amigos, y están así dispuestos a causa de lo que son y no por accidente; de manera que su amistad permanece mientras son buenos, y la virtud es algo estable» (Ética nicomáquea 1985: 327). Sobre una panorámica de la amistad en este siglo, véase Guazzo (2010 II: 234-235, nota 387). 190  El filósofo es Aristóteles: «No es posible ser amigo de muchos con perfecta amistad, como tampoco estar enamorado de muchos al mismo tiempo (pues amar es como un exceso, y esta condición se orienta, por naturaleza, sólo a una persona); no es fácil que muchos, a la vez, agraden extraordinariamente a la misma persona, y quizá tampoco que sean todos buenos para él» (Ética nicomáquea, 1985: 332).

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podré decir que aún no he encontrado el mío con quien poder practicar esta desnuda, simple y franca libertad que pretendéis pintarnos. Creedme que estos dos corazones que están ligados con esta unión tan perfecta son muy raros al presente en el mundo. Que, si en prueba de amor llamáis a un igual hermano, puede ser que su corazón no le incite a llamaros del mismo modo y por quitaros esto de la imaginación y borrar este nombre de hermandad os llamará «señor» en recompensa. Y si acaso quisiereis nombrarle con el familiar título [f. 87] de «vos» os volverá el «señoría», de suerte que os veréis precisado a deteneros y a tratarle con modos más honrosos que llenos de amistad y cariño. De quien entiendo que siendo estos más ceremoniáticos que verdaderos amigos, debemos también nosotros abstenernos del cariño y familiaridad y de aquella libertad de acciones que nos haría perder su tal cual benevolencia, y seguir el método de las moscas las cuales, aunque viven y conversan entre nosotros y comen de nuestras viandas, no por eso quieren familiarizarse domésticamente con nosotros. §. VII 102. CABALLERO. Yo me doy por satisfecho enteramente en este punto. Y considerando que el discurso que habéis seguido hasta aquí comprende las cosas generales y conviene a todo género de personas, recibiría especial gusto en que de aquí adelante vinieseis a las particulares expresando el método que deben observar los hombres cada uno según su estado, esfera y calidad191. ANÍBAL. Ya hemos dicho que sería cosa muy engorrosa y aun imposible el querer especificar particularmente lo que debe practicar cada uno en la conversación. Y así tendremos a bien el considerar que, lo hasta aquí dicho, conviene que sea común a todos como lo son las plazas, las iglesias, los pozos y fuentes públicas. Pero como cada uno trabaja en adquirir y apropiarse o casa, o posesión, o muebles, así es preciso que cada uno se prescriba viviendo y conversando leyes particulares y modos de vivir, convenientes a su estado. Y para gozar perfectamente del fruto de la conversación que estriba principalmente en la benevolencia de otro, no solo se deben conocer y penetrar los modos de vivir que le son proporcionados, sino también la diversidad de los que debe observar con otros según la distinción de sus cualidades, pues sucede que le es preciso tratar con moros o viejos, nobles o plebeyos, príncipes o particulares, sabios o ignorantes, paisanos o extranjeros, religiosos o seglares, hombres o mujeres192. 191  En

este punto termina la primera parte del segundo libro dedicado a los asuntos generales y para cualquier persona. A partir de ahora el diálogo se centrará en las particularidades y diferencias de la conversación. 192  Hervás corta y adapta al contexto hispánico esta última frase añadiendo la palabra «moros» a los diferentes tipos de persona y estado social: «Ma per conseguire perfettamente il frutto

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103. CABALLERO. A lo que veo os metéis en un laberinto del que no saldréis en mucho tiempo, a lo menos si queréis perfectamente y como conviene abrazar esta empresa. ANÍBAL. Tened por cierto que cada una de estas partes necesita para su evacuación un día entero. CABALLERO. Pues si queréis en poco tiempo desembarazaros de esta materia, haréis como los que corren la posta193 que, aunque en el discurso de un largo viaje, atraviesan [f. 87v.] varios países no logran el ver las singularidades que contienen. 104. ANÍBAL. Ya dije, aunque de paso, que hay muy pocos hombres que dejen de estar tocados de algunas de las enfermedades que hemos enumerado, pero los más dolientes son los jóvenes para cuya salud es preciso quitar la mascarilla de la cara194, esto es, aquella fingida apariencia y vana persuasión que los engaña y hacerles ver que, así como ellos tienen el rostro lampiño y desbarbado, así tienen el espíritu desnudo de ciencia y conocimiento. Porque si es cierto que la prudencia nace de la experiencia, aún lo es más que los mozos faltándoles la edad y la experiencia no pueden ser prudentes, y de ahí dimana el vulgar refrán de que el diablo es muy sabio y sutil porque es muy viejo195. Y sin duda, los años son la salsa de la prudencia y entonces empieza a gallardear la flor del entendimiento, cuando la del cuerpo se marchita y destruye. Así es preciso que la juventud refrene su lengua precipitada y que use del silencio como de droga y medicina, dejando que entre por sus oídos y llegue a lo íntimo de su corazón la sentencia que dice: Habla —o mancebo— apenas en tu causa, y entonces solo forzado de la necesidad.

della conversazione, il quale è posto principalmente nella benivolenza altrui, gli conviene non solo conoscere e apprendere i costumi a lui appartenenti, ma la diversità delle maniere ch’egli ha a tenere verso gli altri, secondo la differenza loro, posciaché gli occorre a conversare o con giovani o con vecchi, o con nobili o con ignobili, o con prencipi o con privati, o con dotti o con idioti, o con cittadini o con forestieri, o con religiosi o con secolari, o con uomini o con donne» (Guazzo 2010 I: 119). 193  En este caso, por referirse a los correos («quei che corrono per le poste»), la acepción de la palabra ‘posta’ es la siguiente: «Conjunto de caballerías que se apostaban en los caminos cada dos o tres leguas, para que los tiros, los correos, etc., pudiesen ser relevados» (DRAE). 194  Hervás cambia la imagen de la «barba finta» (Guazzo 2010 I: 119), que alude a una barba imaginaria, ficticia, la del joven que todavía no tiene una formación cultural y ética, por la de máscara que cubre el rostro y genera solo apariencia. 195  Es una refundición del proverbio: «Más sabe el diablo por viejo que por diablo. Destaca el valor de la experiencia como medio de conocimiento» (Diccionario de refranes comentado 2012: 272).

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CABALLERO. Se dice comúnmente que es muy reprensible el joven que habla como viejo y la mujer que discurre como hombre196. 105. ANÍBAL. Sobre todo, conviene que los mozos observen esto estando ancianos, cuya frecuencia le es grandemente necesaria. CABALLERO. Les es otro tanto provechosa, como los jóvenes la huyen, los que, por la diversidad y diferencia de los humores, complexiones, pensamientos, deseos y modos de vivir, nunca se arrepienten de alejarse de los viejos, arrimándose gustosos a sus iguales y semejantes. ANÍBAL. Estos mozalbetes que se retiran de la conversación de los ancianos lo entienden mal, aunque peor otros que, después de huir de ellos, los menosprecian y escarnecen, no sabiendo que los muchachos que se burlaron del viejo Eliseo fueron asaltados por dos osos que despedazaron cuarenta y dos197. De cuyo ejemplo se conoce que incurre en gran pecado y se expone a riguroso castigo el que desestima a los de edad avanzada. CABALLERO. La ancianidad es sin duda digna de reverencia y estimación y se sabe que fue tan venerada entre ciertos pueblos que no era lícito a uno de menor edad dar su testimonio contra un anciano. 106. ANÍBAL. Los señores de Venecia merecen singulares elogios por muchas acciones muy acertadas, pero especialmente por el respeto que tributan [f. 88] a la mayor edad, porque cuando llega el caso de crear magistrados y conferir los empleos principales, siempre recurren a los viejos, a los que en todos tiempos y lugares así públicos como privados, respetan como es debido, y consideran que esto se debe ejecutar así, porque los viejos exceden a los mozos no solo en prudencia y discurso, como hemos dicho, sino también en fe a la que llaman cana los poetas198. Porque los viejos la empeñan con más madura consideración y la mantienen con mayor firmeza, según el refrán que dice que el buey cansado imprime con más fuerza los pies en la tierra199. 196  Se parafrasea una sentencia atribuida a Catón: «Senilis iuventa praematurae mortis signum», que en español sería: «Ser viejos de jóvenes es un signo de muerte prematura». 197  Episodio bíblico que se narra en Reyes (2: 22-24): «Y fueron sanas las aguas hasta hoy, conforme a la palabra que habló Eliseo. Después subió de allí a Bet-el; y subiendo por el camino, salieron unos muchachos de la ciudad, y se burlaban de él, diciendo: !Calvo, sube!, !calvo, sube! Y mirando él atrás, los vio, y los maldijo en el nombre de Jehová. Y salieron dos osos del monte, y despedazaron de ellos a cuarenta y dos muchachos». 198  Es un tópico de origen virgiliano: «cana Fides» (Cf., Aeneis, Lib. I, 293). 199  El proverbio es un calco del latín: «bos lassus fortius figit pedem» registrado en la Adagia de Erasmo (I I 47) en español se ha traducido: «buey viejo, lleva surco derecho» (Cantera Ortiz de Urbina, 2005: 37).

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Mas volviendo a los mozos, son muy de alabar algunos que abiertamente platican con los ancianos. Pues en esto demuestran que adelantan la edad con la virtud y, empezando temprano a ser sabios, se mantienen más largamente en este hábito de sabiduría. De donde dimana que fácilmente y antes de tiempo por su buen crédito y renombre y por operaciones ya maduras, llegan a los grandes honores y dignidades. Y por esto me parece que los mozos que huyen la compañía de los ancianos ocultan sus llagas y las constituyen en el estado de úlceras incurables y, al contrario, frecuentándolos las vuelven a sanar. CABALLERO. Más vale descubrirlas en la juventud que en la vejez como dice el poeta: Delinquir joven es menor sonrojo200.

107. ANÍBAL. No hay duda alguna en que los jóvenes debajo de la autoridad y experiencia de los viejos aprenden a vencer y templar el ardor de sus deseos y a conocer su leve inconstancia como también a corregir el resto de sus defectos y errores. Y así como teniendo que hacer un viaje a país distante y no conocido de nosotros, recurrimos a los que han andado este camino para informarnos qué veredas podremos seguir más cortas, seguras y fáciles, así en la peregrinación que debemos hacer por esta incierta y engañosa vida, no sabremos ejecutar cosa que más nos sirva y aproveche que el hacernos describir este viaje por aquellos que han llegado felizmente al fin, o cerca de él, para saber qué pasos se deben evitar y hacia qué senda nos podremos dirigir para llegar con seguridad al pretendido éxito. El cual es tan peligroso la mocedad que se vio el sabio obligado a decir que el vuelo de la águila en el aire es incierto, el curso del navío en [f. 88v.] la mar y el camino de la serpiente en la tierra pero que, sobre todo esto, lo que es mal difícil de conocer es la senda del joven en su primera adolescencia201. 108. Conviene pues que los jóvenes sigan las pisadas de los ancianos y estén ciertos que el que lleva el camino de los sabios se hace sabio e imita a la juventud romana, la cual honraba y servía de tal suerte a la ancianidad que cualquiera obsequiada al que le excedía en años si era hombre como a su padre y si mujer como a su propia madre202. Y haciendo el contrario, se atribuía a impiedad y 200  Petrarca

(XVI): «Che ‘n giovenil fallire è men vergogna». de los Proverbios (30: 18-19): «Tres cosas me son ocultas; Aun tampoco sé la cuarta El rastro del águila en el aire; / El rastro de la culebra sobre la peña; / El rastro de la nave en medio del mar; / Y el rastro del hombre en la doncella». 202  La fuente es Aulo Gelio (Noctes Atticae II, 15): «Quod antiquitus aetati senectae potissimum habiti sint ampli honores; et cur postea ad maritos et ad patres idem isti honores delati sint; atque ibi de capite quaedam legis Iuliae septimo» (1824: 197). 201  Libro

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delito digno de severo castigo si un mozo no reverenciaba a un viejo y el lampiño al que había barbado. Y verdaderamente es cosa muy justa que cualquiera estime y respete a los que son de mayor edad y discreción, a los cuales debe tener por más sabios y versados en cualquiera materia, por causa de sus años y experiencia, a que se llega que volviendo estos atrás la vista y viendo que sus inferiores en edad los honran y respetan como a padres y superiores, toman de aquí ejemplo y solicitan tributar igual obsequio a los que son más ancianos y maduros que ellos. 109. Pero entre otros muchos remedios propios para la salud de la juventud no se debe excusar el decir finalmente que, así como es preciso que el mozo se despoje de la presunción, así también conviene que, frecuentando con cualquiera que sea, tenga presente aquel rubor que hace algunas veces salir al rostro un virtuoso color encarnado que le aumenta la gracia y da un claro evidente testimonio de su buena índole, y es ciertísimo preliminar del dichoso éxito del curso de su vida203. CABALLERO. Jamás formé yo buen concepto de un mozalbete descarado, porque después de hacerse odioso por la falta de lo que más le conviene, parece también que engendra entre los hombres un triste agüero e infeliz pronóstico de que tendrá un desastrado fin. 110. ANÍBAL. Yo no veo que falte nada por decir tocante a la juventud y así soy de sentir que quitando los ojos de Oriente los volvamos a Occidente y veamos lo que es decente a los viejos, en [f. 89] los cuales se descubren enfermedades no menos en la alma que exteriores en el cuerpo204. CABALLERO. No sé yo cómo podréis sanar estas llagas tan envejecidas y por eso más dificultosa de remedios. ANÍBAL. Ciertamente las llagas viejas son de difícil curativa, pero no toda llaga está envejecida en todo viejo. Llamo viejas las llagas que tienen raíz profunda y traen su origen desde la más tierna juventud, pero no son viejas aquellas que la misma vejez trae de ordinario consigo, como el ser adusto, avaro, enfadoso, 203  El

color encarnado corresponde al enrojecimiento del rostro provocado por la vergüenza. Estas afirmaciones sobre el pudor son de fundación aristotélica: «No debe hablarse del pudor como de una virtud, pues se parece más a una pasión que a un modo de ser. En todo caso, se lo define como una especie de miedo al desprestigio y equivale a algo parecido al miedo al peligro: así, los que sienten vergüenza se ruborizan, y los que temen la muerte palidecen. Ambos (el pudor, la vergüenza) parecen ser, de alguna manera, afecciones corporales, y esto parece más propio de la pasión que del modo de ser» (Ética nicomáquea 1985: 234). 204  En estas frases se vislumbra una referencia a Terencio (Phormio 575): «Senectus ipsa est morbus», es decir: «La vejez misma es una enfermedad».

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impertinente y regañón, de cuyas pasiones algunos ancianos son fáciles de curar y de dar lugar a la razón. CABALLERO. Aunque ellos puedan estar aptos a recibir la salud, paréceme sería impiedad el quererlos corregir y sanar en lugar de darles gusto como se hace con los enfermos cercanos a la muerte a quienes se da todo lo que piden, siendo común proverbio que no es justo acrecentar el mal y la aflicción al afligido. 111. ANÍBAL. Los verdaderos viejos —quiero decir los sabios— cuanto más vecinos están a la muerte, tanto mayor placer reciben en saber y ser perfectos. Acordaos de aquel que dijo que aun cuando tuviese un pie en la sepultura, quería aún aprender alguna cosa, por cuanto conocía que todo lo que sabemos es una parte muy corta de lo que nos falta que saber. Pues podemos decir no se empieza a saber, sino cuando por la vejez nos acercamos al fin de nuestros días. Lo que mostró bien un filósofo cuando, con voz dolorosa, se quejaba de la naturaleza, la que habiendo sido liberal con los animales irracionales concediéndoles vida dilatada, se había manifestado escasa y avara con el hombre, el cual entonces cesa de vivir, cuando empezaba a vivir, esto es, a entender, y cuando debiera saborearse y consolarse con los frutos de sus trabajos. Mas con todo eso no intento yo discurrir de lo que es conveniente a los viejos para sostener con valor la pesada carga de la vejez y venir dichosamente: Al puerto de las miserias, y al [f. 89v.] fin de los trabajos205.

Como dice vuestro poeta. Porque esto sería hacerme creer vergonzosamente que Catón no había hablado bastantemente de esta materia por la lengua de Cicerón en el libro De la senectud206. 112. Bien diré yo que muchos viejos se quejan injustamente que son poco respetados y estimados por su edad y se persuaden a que, por tener la barba blanca, el pelo poco menos, la frente despoblada, los ojos lagrimosos y con lagañas, por estar desdentados, trémulos y enfermos se les debe todo respeto, sin que muchos de ellos se hagan cargo que son mozos de entendimiento, de valor, de integridad y de consejo207. Y así debieran considerar que la ancianidad no es ho205  Petrarca, In morte di Madonna Laura (Canción 46): «Porto de le miserie, e fin del pianto». 206  Hervás

explicita el texto de Cicerón que Guazzo omite: «perché sarebbe un darmi con vergogna a credere che Catone non ne avesse con lingua di Marco Tullio pienamente ragionato». El Cato Maior de senectute de Catón el Censor (234 a.C.-149 a.C.) es un texto paradigmático en el discurso clasicista sobre la vejez. 207  En la CC de 1579 se añade una referencia al Libro de Isaías (65 20): «chiamati nelle sacre lettere fanciulli di cento anni» (Guazzo 2011 I: 122).

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norable ni respetosa por los muchos años, sino principalmente por el mérito de las virtudes. Y por eso se dice que el ser blanco y cano es señal de grande edad mas no de sabiduría208. Y si me es lícito decirlo, poco o ningún honor merece un viejo ignorante y vicioso, porque manifiesta no haber hecho nada bueno en su mocedad. Y esto se confirma con aquel regular dicho que hay tres suertes de hombres aborrecibles en el mundo: el pobre soberbio, el rico embustero y el viejo loco209. 113. En cuanto al hecho de la conversación conviene aconsejar al viejo que se empeñe en hablar gravemente con madurez, buen sentido y de cosas que sirvan al ejemplo e institución de la vida humana. CABALLERO. Así, sin la menor duda, se hará la debida estimación de la mayor edad, y las razones de un viejo tendrán mayor eficacia que las de la juventud. ANÍBAL. De ahí procede que como los mozos preguntados por su edad se hacen más mozos de lo que son para conservarse el ornato de la juventud, así los viejos para acrecentar su autoridad se dan más años de lo que tienen. CABALLERO. Eso es cierto ordinariamente, pero hay también algunos viejos verdes, los que no obstante que conocen tener las piernas débiles y titubeantes y ven en el espejo que sus cabellos blancos los exhortan a mudar de vida y costumbres, no quieren con todo eso rendirse, sino que manejan aún las armas y diariamente siguen amorosos empeños, haciendo [f. 90] poco caso de esta sentencia: Que el seguir aun de Marte o Venus la bandera, no es de un viejo acción digna ni severa.

Y no solo confiesan sus años, pero se hacen más mozos de lo que son. ANÍBAL. Esos que nombráis son escandalosos porque con su mal ejemplo dan motivo a los jóvenes de obrar mal y peor. Y por eso aquel goza singular talento que sabe conformar sus costumbres con su edad, teniendo presente lo que dice el apóstol: «Cuando yo era niño hablaba como niño, mas cuando llegué a ser hombre, se fue de mi lo que tenía de niñez»210. 208  Alude al verso de Plauto (Trinummus II, 2 365): «non aetate verum ingenio apiscitur sapientia». 209  Esta sentencia deriva del Eclesiástico (25: 3-5): «Si no buscas la sabiduría siendo joven, ¿cómo la vas a encontrar cuando ya seas viejo? ¡Qué bien queda a las canas el juzgar, y a los ancianos el dar buenos consejos! ¡Qué bien queda a los ancianos el ser sabios, y a los respetables dar consejos acertados!». 210  Se refiere a la primera carta del apóstol Pablo a los corintios (I 13: 11-13): «Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño. Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido. Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor».

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114. No me decís nada de aquellos que, no conviniendo en obedecer a la naturaleza, quieren parecer mozos y ocultar sus años por otro medio es, a saber, arrancándose las canas o procurando convertir en oro sus cabellos de plata, no advirtiendo —a tanto llega su miseria— que esta transformación es muy manifiesta. CABALLERO. Bien lo advirtió, aunque tarde y con arrepentimiento, aquel viejo cano a quien siendo denegada una súplica por el emperador Adriano, se tiñó la barba y los cabellos y creciendo no sería conocido, volvió de allí a dos días delante del emperador a hacerle la misma petición. Pero el emperador advirtiendo el engaño sin darse por entendido le respondió: «Yo no puedo, sin perjuicio de mi honor, concederte lo que me pides, porque ya se lo he negado a tu padre que me hacía la misma suplica habrá dos días»211. ANÍBAL. Pongamos ya fin a este discurso proponiendo a los viejos que deben envejecer el espíritu juntamente con su cuerpo y no se porten como mozos en su vejez. Y que, habiendo llegado al fin, no soliciten volver atrás, sino consideren que la ancianidad los hace naturalmente encorvados e inclinados hacia la tierra para que solo piensen en restituirse al lugar de donde salieron y se acuerden que tienen el alma asomada a los labios212. 115. Mas por concluir este asunto aconsejo a los viejos —aunque muchos de ellos pecan en esta parte— que sobre todo [f. 90v.] se guarden de despreciar la juventud, cuando antes bien tienen obligación de estimarla y respetarla, y a que no por otra razón a lo menos para moverla a que les tenga más reverencia. Porque haciendo lo contrario, solo pueden esperar el ser menospreciados y abatidos; que se acuerden que san Pablo les manda ser sobrios, castos, prudentes y de sincera fe, dilección y paciencia, las cuales virtudes los constituirán más y más agradables en las honestas compañías213. Tampoco deben faltar en contenerse seriamente, estando entre los mozos, así en palabras como en acciones, debien211  Este

exemplum se halla en varias fuentes y con diferentes variaciones. Erasmo, en su Apophthegmata, lo cita del siguiente modo: «Severianum et Fuscum huius nepotem, eo quod moleste ferre viderentur commodum Lucium imperii successorem designatum, iussit occidi: quorum ille nonagenarius erat, hic annos natus decem et octo. Senez autem quum esser iugulandus, poposciti ignem, incensoq thure dixit: Vos dii testor, me nihil sceleris commisisse, nec aliud imprecor Adriano, nisi vo quum volet mori, non possit. Idq evenit, adeo ut barbarus conductus, qui ferro mortem pro beneficio daret. Quidam canescens ab eo quiddam petierat, et repulsus est. Is quum aliquanto post ídem peteret, sed capillitio nigo (nam id tinctura fecerat) Caesar angoscens faciem: iam ist huc, inquit, negavi patri tuo» (1570: 491). 212  En estas afirmaciones del médico se vislumbran varias sentencias bíblicas (Cf., Génesis, 3: 19; Libro de los Proverbios, 10: 8; 10: 19). 213  Otra referencia bíblica del apóstol Pablo (Tito 2:2-5): «Que los ancianos sean sobrios, serios, prudentes, sanos en la fe, en el amor, en la paciencia».

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do saber que la disolución y destemplanza de los viejos hace a los jóvenes más disolutos y licenciosos en su vida214. §. VIII 116. Pero vengamos al discurso de los nobles y de los que no lo son, entre los cuales por la desigualdad y distinción de cualidades se deben observar muchas cosas cuando conversan juntos215. CABALLERO. Yo juzgo que será trabajo superfluo e indigno de vos el querer instruir a los no nobles, los que, siendo naturalmente mal criados, groseros, rudos, ineptos, inhumanos, ásperos, fieros, bestiales y casi bárbaros y ajenos de entendimiento, perderéis —según dice el refrán— el agua y el jabón en lavarlos216. ANÍBAL. Si llamáis no nobles a los labradores y aldeanos, sin duda nuestras razones serán vanas y sin utilidad. Mas si consideráis el número infinito de personas que si no están puestas en la clase de los nobles no están empero muy lejos, tampoco negaréis que por la gentileza de su espíritu y por la cualidad de su vida merecen algún lugar en la conversación y se hace preciso describirles este medio que hay entre los nobles y los que se llaman plebeyos. Y ciertamente conozco yo hombres de humilde fortuna y estado que, con su buena presencia, con la civilidad de sus costumbres y con la dulzura de sus discursos exceden a muchos de la nobleza. Y, al contrario, vos conoceréis [f. 91] buena parte de caballeros más rudos e inciviles que los aldeanos y rústicos217. 117. CABALLERO. Si son inciviles ¿cómo pueden ser nobles? Y si son nobles ¿de dónde les viene esta incivilidad? Yo os ruego, señor Aníbal, que me deis el gusto de romper de un golpe este nudo de la nobleza, el que, según veo, está muy enredado por la variedad de opiniones, para que, deducida esta consecuencia, vengáis a dar mayor lustro y esplendor a esta conversación de los nobles con los que no lo son. ANÍBAL. Teniendo mucho que discurrir en este día, y haciéndose ya tarde, no hallo medio para satisfacer vuestro ruego, porque sería preciso gastar mucho 214  En

la CC italiana esta frase de Aníbal viene antes que el enunciado anterior en el que se cita al apóstol Pablo. 215  A partir de esta sección empieza un breve tratado dialógico sobre los nobles e innobles casi autónomo y bastante extenso (sobre la presencia de la nobleza en la CC, véase: Guazzo 2010 II: 242, nota 426). 216  Este refrán vuelve a formular el proverbio latino de Tito Maccio Plauto (Poenulus, 332): «Oleum et operam perdidi». 217  Aníbal precisa que en la conversación de los innobles no hace referencia a los campesinos y plebeyos.

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tiempo en deducir todo lo que latamente han escrito buenos autores y, sobre todo, aquel gran Tiraquello218, consejero real en el Parlamento de París. Mas, por no desobedeceros y contentaros en parte, y por no retardar nuestro curso y camino, digo como de paso que algunos, dando la definición de la nobleza, han dicho que esta es una dignidad que viene de los padres y predecesores; otros que es una anticuada riqueza; otros, que es una anticuada riqueza acompañada de la virtud y, otros, que la sola virtud. Después de esto, Jorge Carreto académico el otro día en un discurso suyo citó una autoridad —si no me engaño— de Baldo que quiere que el noble se entiende de tres maneras: el primero es de sangre y linaje como le toma el vulgo; el segundo es de virtud, como le admite el filósofo; y, el tercero, de uno y otro y este se llama perfectamente noble219. 118. CABALLERO. Se pudiera añadir el otro género de nobleza que se adquiere por privilegio de los príncipes. ANÍBAL. Puede ser que Baldo entendiese esta en la nobleza de los filósofos porque se puede decir que con semejante privilegio el príncipe aprueba la virtud y mérito del que ennoblece y hace caballero. Pero la excelencia de la nobleza fue comprendida con mayor restricción por Diógenes Cínico220, el cual siendo preguntado quiénes entre todos los hombres eran los más nobles, respondió: [f. 91v.] «Los que desprecian las riquezas, la gloria, los placeres y la vida misma y vencen los contrarios de todo esto, como son la pobreza, la ignominia, el trabajo y la muerte». CABALLERO. Yo creo que la especie de estos nobles y de esta nobleza de Diógenes hoy no se halla en el mundo. 119. ANÍBAL. Bien que se hallan escritas otras distinciones de nobleza según las diversas opiniones, que en esto hay y aunque cierto filósofo haga cuatro géneros221 y otro añada el quinto, he de tener yo el atrevimiento en este discurso 218  André Tiraqueau

(Fontenay-le-Comte, 1488-París, 1558) fue autor de los Commentarii de nobilitate et de iure primigeniorum (París, 1559). 219  La alusión es a la Accademia degli Illustrati. Giogio Carretto expone la tesis de Baldo degli Ubaldi, uno de los juristas más famosos de la Edad Media que vivió entre 1319 y 1400. 220  Esta sentencia parece ser de Diógenes Laercio: «La nobleza del ánimo, es el generoso sentido, y la del cuerpo, es el generoso ánimo. Diógenes, preguntando, cuáles eran los hombres nobilísimos decía: que aquellos lo eran, los que menospreciaban las riquezas, la honra, el deleite y la vida y los que salían victoriosos triunfando de la pobreza, de la deshonra, del trabajo y de la muerte» (Marqués de Careaga 1612: f. 93). 221  Se refiere a la nobleza según Platón: «Platón (como lo escribe Laercio en su vida) decía, que había cuatro géneros o especies de nobleza: y que la más subida, más aventajada y gloriosa, era quando uno excede en constancia, en grandeza, y moderación de ánimo» (Marqués de Careaga 1612: f. 93).

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familiar que tenemos los dos de hacer otra a mi modo, aunque me desvíe de lo que ellos dijeron. Hago yo pues tres grados de nobleza de los cuales saco tres especies de nobles, esto es, los del primero, del segundo y del tercer grado. A los del primer grado daremos el título —porque no hay otro que les sea propio— de «medio nobles»222, los del segundo se llamarán «nobles», y los terceros tomarán el nombre de «muy nobles». De los medio nobles, hago aún tres especies y llamo así a los que solo son nobles de sangre, que descienden de nobleza antigua, sin que haya en ellos alguna virtud, efecto o demostración de nobleza. CABALLERO. Yo mejor diría que estos son venidos de nobles que el223 que son verdaderamente nobles, y estos son los que se matan y afanan en toda ocasión, por jurar a fe de caballero, sin que les obligue alguna necesidad y sin que esta fe se les pida, y por eso se hacen sospechosos como testigos voluntarios y no precisados a deponer. Y parece que casi temen el no ser reconocidos por nobles, por cuanto se conocen en obras, acciones, lenguaje, rostro, y presencia semejante a los villanos y plebeyos. Y aunque ellos se atribuyan el título de caballeros, tienen antes traza más de un silletero224 que de un gentilhombre. 120. ANÍBAL. No es justo admirarse de estas disimilitudes porque al modo que en los campos, así en las familias nacen y se producen con fertilidad los frutos, y por cierto espacio de tiempo se ven salir excelentes y generosos hombres, después se van poco a poco disminuyendo y se hacen estériles. De suerte que, degenerando aquella grande gentileza de espíritu, se engrosece y convierte en rusticidad y simpleza; y se ve manifiestamente que no [f. 92] solo las familias se envejecen, sino también las ciudades y aun el mundo. ¿Y cuántas buenas y excelentes familias hay de las cuales hoy, o se perdió la memoria, o están reducidas a tal bajera que ya no son más conocidas por nobles e ilustres? CABALLERO. Por eso dijo Dante bien al caso: Que los linajes y familias se van aniquilando225.

121. ANÍBAL. De ahí ha procedido haberse dicho con grande razón que, si se atiende a los primeros orígenes, no hay rey alguno que no haya tenido el suyo de algún esclavo ni hombre de bajo estado que no haya salido de algún príncipe. Y si traéis a la memoria las cosas que se han escrito de los pasados siglos y las comparáis a las presentes, considerando la mudanza y resolución de nues222  Los

«seminobili» es el elemento más original que Guazzo aporta a esta sabiduría paradigmática. 223  [los]. 224  «Fabricante o vendedor de sillas; portador de la silla de manos» (DRAE). 225  Dante, Paraíso (XVI 76): «Le schiatte si disfano e le casate».

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tro tiempo, veréis también que las familias, como las demás cosas del mundo, van rodando y tomando su giro en la rueda de la vicisitud. En donde las unas que están bajas dicen: «Yo subo»; las otras: «Yo estoy en la altura»; las otras: «Yo bajo»; y las otras: «Yo estoy en lo más bajo de la rueda». Por eso se puede decir que hay nobleza que empieza y crece, alguna que está en lo alto de su felicidad, alguna que se disminuye y aniquila. Y alguna que está en su fin. CABALLERO. Se pudieran también poner en paralelo los accidentes de la nobleza con los movimientos de la luna226. Pero decidme ¿por qué razón pensáis vos que Dios consiente esta instabilidad de las familias ilustres? ANÍBAL. Al fin —puede ser— de no sufrirles el tesaurizar en la tierra y elevarlos a la contemplación de las cosas divinas, en solas las cuales hay consistencia y seguridad227. Mas otra razón se pudiera añadir y es que Dios no quiere que ningún pecado quede sin castigo, puesto que, un autor famoso hablando de la nobleza de este siglo afirma no ser otra cosa que antigua riqueza y añade: Todo rico es malo o hijo de hombre injusto.

De donde concluye que la nobleza de sangre y familia tiene su origen de la iniquidad. Y esto considerado, no es de admirar que las cosas mal adquiridas se desvanezcan desgraciadamente228. Pero vuelvo a mi asunto. 122. Estos medio nobles que, no gozando por la naturaleza algún valor o virtud, hacen gloria de la grandeza de sus antepasados, son dignos de burla, porque cuanto más exaltan los méritos de sus [f. 92v.] mayores, tanto más descubren sus propios defectos, puesto que, no hay cosa que más claramente haga ver las llagas de la posteridad que el esplendor y gloria de los predecesores. Y un hombre de corto talento no advierte que mientras más discurre de la nobleza de sus padres, más manifiesta su vileza e iniquidad. Y de ahí vino el proverbio que dice que los hijos infelices celebran la felicidad de sus mayores. Dios pues nos guarde del estado de estos medio nobles229, los que no correspondiendo al valor y calidad de su linaje, son poco estimados del mundo y dejan una vehemente 226  Es

decir, relacionar la nobleza con el ciclo de la naturaleza. discurre sobre la inestabilidad de la condición humana y amonesta al hombre para que no asuma un fin vital basado en los tesoros de la vida terrenal. 228  Es una glosa de una sentencia atribuida a san Jerónimo: «Omnis dives aut iniquus est aut haeres iniqui», que en español se ha traducido con el proverbio: «El origen de las fortunas grandes, o chorrea cieno o chorrea sangre» (Cantera Ortiz de Urbina 2005: 164). 229  En la CC de 1579 se lee: «i quali non hanno altro di nobiltà che’l nome». Hervás omite esta frase en su versión. 227  Aníbal

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sospecha de no haber salido de legítima sangre. Por esto concluiremos que, la ley de la verdad pide sus propias alabanzas y que es vana la recomendación cuando se funda sobre las virtudes de sus abuelos. 123. Después de estos medio nobles, esto es, caballeros por sangre, vienen los que lo son por virtud. CABALLERO. ¿De cuáles de estos dos pensáis que es más excelente la nobleza? ANÍBAL. ¿De qué cosas hacéis vos más aprecio, de las que se adquieren por grandes trabajos y desvelos o de las que os son ofrecidas por la naturaleza, sucesión y fortuna? CABALLERO. De las primeras. ANÍBAL. ¿Y qué excelencia juzgáis mayor la del cuerpo o la del espíritu? CABALLERO. La del espíritu. ANÍBAL. Considerad pues que la nobleza de sangre no os cuesta nada y la tenéis por su lesión, mas la que os viene por virtud la habéis conquistado en buena y leal guerra, habiendo pasado primero por muchos trabajos y agonías. Después de esto se ha de contemplar que la nobleza de la sangre solo tiene su relación al cuerpo y la de la virtud tiene la suya al alma. Lo que dio ocasión al tirano Falaris de decir, siendo preguntado qué sentía de la nobleza, que él conocía la sola nobleza por virtud, y las demás cosas por fortuna, viendo que un hombre venido de humilde extracción puede hacerse más noble que todos los reyes del mundo230. Y, al contrario, uno de ilustre sangre constituirse el más vil e inicuo de todos los hombres. Y que así se debía cualquiera gloriar en las alabanzas y perfecciones del espíritu y no en la nobleza y excelencia de sus mayores, ya extinguida por la obscuridad de la descendencia. Yo por esto me muevo a decir que aquellos son dignos de sobresalientes elogios que, de baja esfera con la escala de sus propias virtudes, suben a magnifica elevación como han hecho algunos emperadores y reyes, hijos de personas abatidas y mecánicas. [f. 93] 124. CABALLERO. Y con todo eso la nobleza de sangre estuvo siempre en grande estimación y acuérdome haber leído que, orando César sobre la muerte de su tía, dijo en su elogio estas palabras: 230  Falaris

fue tirano de Agrigento desde el año 570 a.C. hasta su muerte (554 a. C). La sentencia pronunciada por Aníbal se encuentra en la Polyanthea y se refiere a una citación en una carta de Falaris a Axiaco: «Ego autem preter virtutem, nullam agnosco nobilitatem: reliqua vero cuncat fortunam aestimo. Nam humili genere natus ut bonus, ita regum et ominium hominum nobilisimus fieri potest. Contra, aliquis bonis parentibus ortus, malus evadere potest, actum seipso, tum vilissimis quibusque, ignobilior» (1574: 587, Nobilitas).

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El linaje materno de mi tía Julia desciende de reyes. El paterno está unido con los dioses inmortales231.

Y ved como de ordinario la nobleza de sangre es reputada por legítima y la de la virtud por bastarda e inferior. Y si exploráis la voluntad de los caballeros de esta ciudad en este punto, os dirán todos a una voz que más aprecian ellos haber nacido nobles y no tener más que la capa y la espada que venir de sangre humilde y verse consejeros, o residentes, o colocados en otra dignidad. ANÍBAL. Dícese que la zorra rodea su cola a un árbol cargado de fruto, con ánimo de sacudir el árbol y hacer venir el fruto a tierra, pero no consiguiéndolo se va despreciando el fruto que no pudo coger y diciendo que está por madurar y que es indigno de que ella le coma232. Así hacen estos de quien habláis, los que, no pudiendo por su virtud llegar a los elevados empleos, los abaten y desestiman, y juntamente a los sujetos que por virtud los han obtenido. Pero advertid con cuidado que los que siguen tan perversa opinión están por la mayor parte destituidos de todo mérito honesto y virtuoso, pero dando con un caballero de noble sangre que por letras o armas se haya adquirido la segunda nobleza, sin duda hará mayor aprecio de su propia virtud y esplendor que de el que le confiere la sangre. De suerte que no me admiro si, siendo mayor el número de los nobles sin virtud que el de los virtuosos, sea esta opinión común la más fuerte. No obstante, bien sabéis que ayer dijimos cómo la opinión común no consiste en el número sino la cualidad de las personas y, por eso, la que habéis alegado no merece el nombre de común o general. 125. CABALLERO. Este abuso es común a muchos países y, particularmente, a la Francia en donde las letras gozan tan poca estimación que un gentilhombre por pobre que sea no se dignará de darse al estudio de las leyes ni de la medicina. Y bien que no haya grandeza de caballero que pueda igualarse a la de los presidentes y consejeros de las cortes soberanas, advertid con todo eso que los nobles de sangre tienen a estos por humildes y no nobles, pero de este [f. 93v.] depravado sentir o, por mejor decir, nimia obstinación, he visto a muchos llevar su castigo. Por cuanto un presidente o consejero por conservar su grandeza y mantener su autoridad hace que por mucho tiempo 231  Este periodo se halla en la obra de Gayo Suetonio Tranquilo (Divus Iulio, 6), y en él afirma: «Et in amitae quidem laudatione de eius ac patris sui utraque origine sic refert: —Amitae meae Iuliae maternum genus ab regibus ortum, paternum cum diis immortalibus coniunctum est». 232  Se compendia una de las fábulas de Esopo, La zorra y las uvas: «Una zorra hambrienta, como viera unos racimos colgar de una parra, quiso apoderarse de ellos y no pudo. Marchándose, dijo para sí: “Están verdes”. Así, también algunos hombres inhábiles por su incapacidad para lograr lo que quieren echan la culpa a las circunstancias» (1985: 481).

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estén llamando a la puerta estos nobles, cuando tienen con ellos alguna dependencia y después de introducidos los deja pasear un largo rato por la antesala, antes de ser oídos del señor presidente y muchas veces se ven obligados a que tomando este con aceleración el coche para ir a palacio, corran tras de él como un lacayo y a pie le hagan relación de sus negocios. Finalmente, no hay cosa que tanto disgusto me diese como el ver que siendo por acá tan estimados los secretarios de los príncipes —y con razón pues son participantes de sus más retirados pensamientos y como aquellos en cuyas manos ponen su honor y reputación— allá son de tal suerte despreciados que se hace de ellos el mismo caso que de los zapatos viejos y se dan veinte por docena. Y esto consiste en que, teniendo cada particular un criado que sepa solo copiar algunos escritos o asentar en algún libro la memoria de las rentas, al punto se le honra con el título de secretario. 126. ANÍBAL. Vuestro hermano me ha hablado con frecuencia en eso y, entre otras jocosidades suyas, me contó que en el último viaje que hizo por la posta a Francia enviado del duque233 nuestro dueño a su majestad cristianísima, queriendo mudar de bagaje en cierto lugar, vino el dueño de las postas, quien por dos veces gritó en alta voz: «¡Ven acá secretario!». A cuyo grito salió del establo un criado con cara de mastín que traía un tintero al lado y una pluma en la oreja, al cual mandó que aprestase tres caballos. Y entonces el secretario tomando una silla aparejó uno y otros dos criados hicieron lo mismo. A uno de los cuales, acercándose vuestro hermano234, le preguntó que cómo su amo hacía al secretario ensillar los caballos. A lo que respondió que su amo le había admitido en su servicio para que fuese con ellos criados de caballeriza, mas, porque sabía escribir y tener cuenta de los caballos que iban fuera y del dinero que se recibía, le había dado también este oficio de secretario. CABALLERO. Ese podía preciarse de que era secretario in utroque235, esto es, en la pluma y en la almohaza236. ANÍBAL. También me dijo que cuando el duque de Nevers le enviaba en [f. 94] casa de algún príncipe del canciller o de otro personaje de estado, le daban fácil entrada, si se decía gentilhombre del señor duque, pero si acaso se confesaba secretario, se le hacía esperar mucho tiempo y se le confería menos obsequio. 233  Guillermo

Gonzaga. evoca indirectamente el nombre del autor de la CC, Esteban Guazzo. 235  Locución empleada por los doctores en Derecho (civil y canónico). 236  «Instrumento, usado para limpiar las caballerías, que se compone de una chapa de hierro con cuatro o cinco serrezuelas de dientes menudos y romos, y de un mango de madera o un asa» (DRAE). 234  Se

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127. Mas prosiguiendo nuestro asunto, replico yo, que el noble por virtud es más excelente que el que lo es por sola sangre y podré aún decir que muchos tienen por locura y futilidad el ser noble por mero linaje, y que un sabio entre otros dijo que la nobleza de espíritu es el entendimiento generoso que se goza, y la del cuerpo la generosidad del espíritu, como no queriendo atribuir la nobleza del cuerpo a la sangre, linaje y familia237. Otro filósofo mantenía más que el predicado de nobleza es vano cuando solo se reduce al esplendor de la sangre, porque entonces no es nuestro sino de otro. Y la claridad ajena no puede constituirme luminoso si yo no tengo en mí una luz privativa y propia. CABALLERO. Eso se confirma por esta sentencia del Dante que dice que Solo es claro e ilustre el que por sí mismo brilla238.

En la cual convino Alfonso aquel gran rey de Aragón239, el que oyéndose elogiar porque era hijo de rey, nieto de rey y hermano de rey, respondió que no había cosa que menos apreciase que aquella, porque semejante alabanza no era suya sino de sus antepasados, los cuales habían adquirido el reino por lo sobresaliente de sus virtudes, el cual reino no acarrea loor alguno al sucesor si al tomar la posesión no se vale antes de sus méritos que del testamento. 128. ANÍBAL. Se puede aún añadir a todo esto lo que dice nuestro Galeno240 que los que están despojados de virtudes propias, recurren al escudo de sus predecesores, no advirtiendo que esta vanagloria es parecida a cierta especie de moneda que solo corre en donde se acuñó, pero en otra parte no se hace de ella algún aprecio y es tenida por falsa e inútil241. Y no omitiré de ningún modo lo que nuestro académico el reverendo doctor Francisco Coconato242 escribe en 237  El sabio es Séneca en su epístola a Lucilio (XXXVII): «nobilitas animi generositas est sensus, nobilitas hominis est generosus animus». 238  No se halla la ubicación de este verso atribuido a Dante. 239  Alfonso V de Aragón (Medina del Campo, 1396-Nápoles, 27 de junio de 1458), llamado también el Magnánimo, entre 1416 y 1458 fue rey de Aragón, de Valencia (Alfonso III), de Mallorca (Alfonso I), de Sicilia (Alfonso I), de Cerdeña (Alfonso II) y conde de Barcelona (Alfons IV); y entre 1442-1458, rey de Nápoles (Alfonso I). 240  Galeno de Pérgamo, más conocido como Galeno, fue un médico griego que vivió entre 130 y 210. 241  Esta sentencia se lee en la Apophthegmata de Erasmo (Nobilitas, 43): «Haben enim in unde vera nascitur nobilitas. Adversus eos qui maiorum imaginibus, aut divitiis metiuntur nobilitatem» (1570: 615). 242  Hervás escribe ‘Cocona’. Francesco Coconato fue fraile y maestro de teología amigo de Esteban Guazzo. Estas frases son partes de una carta que Francesco envió al autor de la CC (Guazzo 2010 II, p. 251, nota 465).

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una epístola suya, esto es, que debemos reírnos de aquellos que presumen tanto de sí mismos, que tienen por diferentes de los demás, como si hubieran sido formados por otro criador que Dios, siendo así que nunca la carne puede distinguir a uno de otro. Porque si un vaso de oro es más estimado que uno de cobre, por ser de materia más preciosa, y purificada, [f. 94v.] no se ha de decir lo mismo de nosotros que somos todos de una misma masa de carne; tampoco del alma dimana desigualdad, pues todas nuestras almas proceden de un solo padre y criador. Con que lo que nos hace diferentes a unos de otros es la virtud del alma. De suerte que, no por respeto de la materia ni del alma sola somos unos más perfectos y singulares que otros, sino por la adquisición de esta virtud. Y de aquí podremos ver que en cuanto al origen todos somos unos y como alguno dice: Todos tenemos principios del lodo y la ceniza.

Y, como ya dijimos, en el fin seremos iguales243. Con que podemos concluir que la nobleza no se consigue naciendo sino viviendo y algunas veces muriendo, según aquel vulgar dicho: Que un buen morir toda la vida honra244.

129. CABALLERO. Todavía se pudiera añadir que el verdadero noble no nace como el poeta, sino se hace como el orador245. ANÍBAL. También se dice que la filosofía no encontró a Platón noble, sino que fue ella la que le hizo tal246. CABALLERO. No obstante, todo esto sirve de imponderable consuelo el haber nacido de padre honrado y de familia ilustres. ANÍBAL. Yo os lo concedo, supuesto que la nobleza de sangre después de otros muchos buenos efectos nos obliga a no degenerar ni apartarnos de la virtud y valor de nuestros abuelos. Y también merece todo honor esta nobleza porque cuanto de mejor sangre hemos salido tanto somos mejores. Y por eso Quinto Máximo247, Escipión y otros solían decir que, contemplando las imágenes y figuras de sus padres y mayores, conocían que sus espíritus se incitaban 243  La alusión es al dicho bíblico del Génesis (3: 19): «Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás». 244  Petrarca (XVI): «ch’un bel morir tutta la vita onora». 245  Es una adaptación del proverbio latín: «poeta nascitur orator fit». 246  «[…] a Platón no lo acogió la filosofía siendo noble, sino que lo hizo tal» (Séneca 44, 1989: 264). 247  Quinto Fabio Máximo fue un político y general romano. Nació en Roma hacia 280 a.C. y murió en la misma ciudad en 203 a.C.

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y enardecían grandemente para el seguimiento de la virtud. Y debe ser con extremo aplaudida la costumbre de los romanos, los cuales a modo de divisas clavaban en las paredes y sobre las puertas de sus casas las espadas, los escudos, los yelmos, las proas de navíos y otros despojos de los enemigos. Las cuales insignias cuanto más viejas eran, tanto mayor esplendor daban a las casas y movían a los sucesores a iguales o mayores empresas. CABALLERO. Muy distinta cosa era que el clavar sobre las puertas las testas de los osos, jabalíes, lobos y zorras como suelen hacer los cazadores de nuestro tiempo. ANÍBAL. Los sabios reyes y príncipes prudentes tienen mucha razón en solicitar el no tener otros criados, sino entresacados del cuerpo de la nobleza. Y ciertamente apenas sucede que obre mal quien ve, se arriesga su honor y el de sus predecesores. [f. 95] 130. CABALLERO. Ahora os resta hablar de la otra y tercera especie de medio nobles. ANÍBAL. No quiero sobre estos discurrir largamente, solo os diré que adquieren la nobleza por costumbre y es esta nobleza tan débil que no se extiende por todas partes, sino por una sola. Porque bien que un simple soldado, un mercader o el que vive de su hacienda, no sea generalmente tenido por noble. Hay no obstante países y ciudades en donde la costumbre, u otro accidente, los hace nobles y los constituye aceptos y respetados entre la civil conversación de los caballeros, aunque por esta común opinión solo podrán en sus países ser reputados y tenidos por nobles, pero no en otra parte. CABALLERO. Con que, en suma, queréis que los italianos, españoles, franceses y lombardos o de otras provincias sean juzgados por nobles, porque en sus tierras los consideran tales, y que el hombre sea noble o innoble248 en un lugar según la costumbre de él, fuera del cual será tenido por otro por haber costumbre en contrario. 131. ANÍBAL. Así lo entiendo. Y, pues, hemos bastantemente tratado de los medio nobles, es justo venir a los nobles, a los cuales llamé así estando adornados de las dos primeras noblezas, esto es, de sangre y de virtud. Esta es la razón por qué los filósofos hacen tanto caso de la nobleza de sangre, acompañada de la virtud sin la cual se puede llamar del todo semejante a un cuerpo sin alma, como destituida de todo vigor y fuerza. Por este motivo, si queremos abrir bien los ojos, encontraremos también que raramente sucede el que una familia se

casos.

248  Hervás

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emplea la versión desusada ‘ignoble’, hoy es ‘innoble’, se corrige en todos los

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mantenga largamente con lustre y crédito sin la virtud y que sin que esta pueda adquirir honores, dignidades y grandezas. En tanto que, si uno no noble da principio a su nobleza por lo singular de alguna virtud, esta es una prueba clarísima de que la virtud es el fundamento de esta nobleza y que, para mantener este esplendor adquirido, es preciso conservar el fundamento249. CABALLERO. Sin mentir, es cosa indecente y desproporcionada que la nobleza esté sin virtud, y solo me parece digno de vituperio el gentil hombre si está despojado de valor e integridad. 132. ANÍBAL. Desviándonos pues de la falsa opinión de algunas provincias, y acercándonos a la antigua grandeza de nuestros romanos, tendremos por asentado que la nobleza se adquiere no menos por la virtud de las letras que por la de las armas. Por lo que, con mucha razón se dice que la nobleza es hija de la ciencia [f. 95v.] y que esta ennoblece al que la posee. De donde se sigue que no siendo menor la ciencia de las letras que de las armas, es innegable que la nobleza procede igualmente de cualquiera de las dos. También no basta ya el contentarse con ser medianamente virtuoso, antes es preciso afanar por colocarse en la clase de las personas más perfectas porque, adonde la virtud fuere mayor, se dirá también que hay mucho más de nobleza250. 133. No puedo omitir aquí la simpleza de algunos de estos nobles de primera tonsura que no tienen otro cuidado que el de preciarse de su nobleza de sangre y no se avergüenzan de decir que son tan nobles como el rey, como si dijeran que no puede haber caballero más noble ni calificado que ellos, ignorando que como en las otras dignidades y honores hay sus grados inferiores y superiores y más elevados, así los hay en la nobleza, habiendo sujetos de más noble sangre que otros, porque su familia es más antigua, más ilustre, más poderosa y de nobleza más ejecutoriada, con respecto singular hacia el valor antes que hacia el origen. Y así como de dos cachorros hijos de una misma madre, el uno se hace más valiente que el otro, así de dos hermanos el uno será mucho más noble que el otro, cuanto más adelantado estuviere en ciencia, valor y en honores y dignidades. Lo que bien claramente enseñó Licurgo, poniendo presente dos perros nacidos de una madre, el uno valeroso y el otro cobarde diciendo: «Ya veis espartanos, que el linaje de Hércules —de cuya descendencia os preciáis— no os sirve de nada si a los elogios de vuestros mayores no juntáis el ejercicio de la 249  Es

una cita de Juvenal (VIII 20): «Nobilitas sola est et unica virtus», que en español se ha traducido como: «Noble se puede llamar el que por naturaleza es inclinado a la virtud» (Cantera Ortiz de Urbina 2005: 148). 250  Se glosa la sentencia latina: «Nobilis est ille quem nobilitat sua virtus», que en español se volvió en: «Noble se puede llamar el que por naturaleza es inclinado a la virtud» (Ibid.: 148).

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propia virtud»251. Y no ignoráis que, si no fuera por estos maravillosos incentivos, la nobleza de las familias perdería brevemente su lustre y autoridad y no hubiera caballero que se acomodase al trabajo, sino que, teniendo las manos en el seno, se contentaría con ser de la naturaleza de estos pescados que solo pesan tres onzas cuando más. Y por eso es justo que cada uno se ponga delante de los ojos la sentencia de nuestro ya citado Galeno que dice que todos debemos hacer obras por las que seamos nobles y no nos mostremos indignos de nuestra sangre y si somos innobles le demos lustre y esplendor. Pero ¿para que traigo a Galeno? Considerad esta alta y misteriosa sentencia de nuestro Señor que dijo: Si sois hijos de Abraham, ejecutad las obras de Abraham252.

134. Diré también que no le basta a un caballero —según [f. 96] pienso— el seguir el rumbo de sus mayores, sino que se debe proponer la valerosa divisa del emperador Carlos V, esto es, las columnas de Hércules, y disponerse a pasar adelante hasta llegar a tal perfección de virtud que merezca el renombre de heroico253. Porque si es de grande regocijo y consuelo para las casas el que de ellas —como de una escuela y Universidad de Pavía, Bolonia o Padua— salgan doctores en Leyes, Medicina y Filosofía y que, como del caballo troyano se vean brotar capitanes, coroneles y soldados, mayor contento, gloria y felicidad gozará aquel que puede decir, según el adagio, que tiene las alas más grandes que el milano254 y que, por la singularidad de sus acciones y por la virtud de su literatura o su valor, ha excedido la exaltación, dignidades y empleos de sus predecesores, y el que él solo se debe la gloria de haber imitado a César cuando decía que él había encontrado a Roma edificada de ladrillo y la dejaba toda 251  Este

exemplum se encuentra repetido en varias fuentes antiguas. Puede ser que el primero fuera Plutarco en su Apophthegmata lacónica (Máximas de espartanos, Licurgo): «Ciudadanos, ciertamente la nobleza de nacimiento tan admirada por muchos y el ser descendientes de Heracles no nos es útil en nada, si no hacemos aquello por lo que él se reveló el más ilustre y el más noble de todos los hombres, y aprendemos y practicamos acciones nobles durante toda la vida» (1987: 196). 252  Juan (8: 39): «Respondieron y dijéronle: Nuestro padre es Abraham. Díceles Jesús: Si fuerais hijos de Abraham, las obras de Abraham harías». 253  Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico (Gante, 24 de febrero de 1500-Cuacos de Yuste, 21 de septiembre de 1558). En esta frase Aníbal se refiere al lema del Plus ultra para delinear la empresa del emperador que equivale a la destrucción de los límites establecidos por el mito de Hércules y de sus intransitables columnas. 254  «Ave rapaz diurna de tamaño mediano, plumaje pardo rojizo en el cuerpo, cola ahorquillada y alas largas, por lo cual tiene el vuelo facilísimo y sostenido, y que se alimenta con preferencia de roedores pequeños, insectos y carroñas» (DRAE). Hervás cambia el refrán introducido por Guazzo («colui il quale può dire d’aver l’ali più grandi del nido» [2010 I: 131]) e introduce otro traducido del latín: «Et habebat alas quasi milvi» (Valderrama 1611: f. 65).

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de alabastro255. Y, para ir concluyendo, estos nobles de que hablamos pueden decir que tienen dos ventajas sobre los que lo son solo de sangre: la primera es la virtud y, la segunda, es la generosidad, verdadero ornato de los nobles, siendo así que según el dicho de un filósofo aquel es noble que viene de buena casta y aquel generoso que no degenera de su propia naturaleza256. 135. CABALLERO. Cuando el hombre es generoso por sangre y por virtud no sé yo qué mayor nobleza puede adquirir. Y por eso con ansia espero oír de vos otro más sublime género de nobleza. Pues además de los nobles ya alegados os habéis propuesto los muy nobles, haciendo con esto que me acuerde de la aguardiente y otras que se destilan primera, segunda y tercera vez. ANÍBAL. Como en la tercera destilación es preciso hacer mayores gastos, así en esta especie de muy nobles se requieren mayores facultades y abundancias. En suma, llamo muy nobles a los que con la nobleza de sangre y de virtud han juntado las riquezas y la magnificencia que sirven y ayudan mucho para la conversación y consistencia de la nobleza. CABALLERO. A este punto, me habéis abierto los ojos y conozco evidentemente que aún no estaba bien despierto y advierto por señas indefectibles que no hay cosa que más clarifique el esplendor de la nobleza que el esmalte del oro y de la plata, en el [f. 96] cual se puede decir que yace y reposa otra suerte de nobleza. 136. ANÍBAL. En confirmación de lo que acabáis de proferir algunos sujetos de voto quieren que las riquezas produzcan en nosotros la nobleza257. Y en cuanto a mí, soy de opinión que, si el ser rico no aumenta algún grado y autoridad a la nobleza, sirve a lo menos de medio muy poderoso para obtener cualquiera virtud y en especial la magnificencia, con cuya resplandeciente luz la nobleza como herida de los rayos luminosos del sol arroja su brillantez. Y por esto, los que yo llamo muy nobles hacen resplandecer su virtud y grandeza sobre los otros nobles, de que se ven particulares ejemplos en las ciudades en que hay estudios y universidades. Pues allí se ve entre la multitud de estudiantes algunos 255  Tras

el exemplum de Carlo V, Guazzo menciona al emperador César Augusto (Roma, 23 de septiembre de 63 a.C.-Nola, 19 de agosto de 14) que Hervás traduce solo como «César», insistiendo en la necesidad que tienen los nobles de mejorar su propia condición compitiendo con los propios antepasados. 256  El filósofo es Aristóteles y la sentencia se encuentra en la Polyanthea (Gaudium): «Generusus ita differt a nobili, quod nobile est id quod ex bono prodiit genere, generosum quod non a sui natura degeneravit» (1574: 339). 257  El traductor excluye en su traducción la frase: «Tuttavia non mi pare che dobbiamo concedere ch’esse abbiano tanta virtù-perché sarebbe un avilire la nobiltà» (Guazzo 2010 I: 132).

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de estos que se llaman nobles, los que no siendo acaso ni de mejor ni de mayor virtud que los demás estudiantes, tienen no obstantes mayores créditos de grandeza que todos juntos. Y como una piedra preciosa engastada artificiosamente en oro o plata está más brillante que si estuviera sin artificio, así estos nobles teniendo casa abierta con grande comitiva y gastando largo son más estimados y respetados que los que son meros estudiantes, y aun estos mismos los obsequian y hacen corte. 137. CABALLERO. En fin, las riquezas son de grande actividad y se ve —según asegura el adagio— que no hay cosa que no obedezca al dinero258. ANÍBAL. Esto se manifiesta gentilmente por un epigrama traducido del griego que fue el otro día presentado a la Academia, el que es digno de memoria259 y cuyo sentido es este: Epicarmo pone entre los dioses la tierra, la agua, el viento, el fuego, las estrellas y el sol. Yo llamo al oro y la plata dioses provechosos que contentan del todo el deseo de los humanos. Si estos viven contigo en tu casa, ellos te dan vasos de gran valor campos, criados y amigos. Y si eres liberal, tendrás los jueces y los testigos en tu favor y aun los mismos dioses respetarán y honrarán260.

CABALLERO. Dícese que las puertas de diamante y de hierro se rompen por el oro y que en hablando el oro la lengua no tiene fuerza alguna261. ANÍBAL. Diremos, pues, siguiendo estas opiniones que adonde tiene más ejercicio el poder, allí está también la más acendrada nobleza, de donde —puede ser— tomó ocasión [f. 97] un emperador de decir a algunos príncipes que contendían sobre su nobleza: «No conviene que haya más que un rey y que un príncipe»262, queriendo entender que la nobleza era solamente debida y propia al emperador. 258  Guillermo

glosa un lugar común de antigua fundación: «Pecuniae obediunt omnia» (Erasmo 1987: 127. 259  Parece ser que Hervás escriba ‘mencoria’. 260  Aníbal se refiere a un epigrama traducido del griego en la Accademia degli Illustrati. 261  El médico emplea dos lugares comunes: el primero de origen griego, atribuido a Apuleyo (Metamorphoseon, 9 18): «Auroque solent adamantinae etiam perfringi fores»; el segundo se registra en los Mimiambi de Publilio Siro (74): «Auro suadente, nil potest oratio». 262  El emperador es Calígula y la sentencia se lee en Erasmo, Apophthegmata (Tyrannica vox): «C. Caligula frequenter exclamare solet: Vtunam universus populus Romanus unicam ceruicem haberet. Talia portenta tulit olim mundus pro monarchis. Eutropius refert» (1570: 705).

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138. Mas dejando aparte estos dictámenes, presupongo que las riquezas juntas a la claridad de la sangre y a la virtud no forman al hombre muy noble, sino se acompañan de aquella real prenda, que ya apuntamos, cual es la magnificencia y si el caballero no gasta garbosamente según conviene a la grandeza de su esfera y calidad. CABALLERO. Si queréis que las riquezas ayuden y fomenten la nobleza, será más justo el solicitar mantenerlas por largo tiempo porque según dijo el poeta: No es menor hazaña que el ganar, saber lo ya ganado conservar263.

Y acuérdome haber oído contar que contemplando un rey de Francia la casa de un su mayordomo, y diciendo que la cocina le parecía muy chica y estrecha a proporción del resto de la casa, le respondió el mayordomo que la cocina pequeña había hecho la casa grande264. 139. ANÍBAL. Yo no vitupero la economía y parsimonia, ni la conservación de la hacienda, solo condeno la avaricia como enemiga de la nobleza y prueba de vileza y tacañería. Levantad la consideración y poned delante de vuestros ojos a algunos caballeros muy acomodados, los que teniendo —o por mejor decir— poseyendo muchos bienes no dejan salir otra cosa de su cosa sino el humo y, como si vivieran oprimidos de la necesidad, traen la capa raída, el sombrero aforrado y guarnecido de grasa y sudor y los zapatos remendados, no sabiendo otro modo de cubrir su ruindad, sino diciendo que ya son bien conocidos y que, teniendo caballos en el establo, pueden ir a pie con mucha honra265. CABALLERO. Ninguno llora la muerte de tales sujetos como ni sus mismos sucesores, porque estos se consuelan fácilmente con la herencia y los otros aun después de muertos los aborrecen, porque nunca tuvieron parte en la comodidad de sus riquezas. Porque bien sabéis aquel proverbio: no aguardes palabra de hombre muerto, ni bien alguno [f. 97v.] del avariento266. 263  Ovidio,

Ars amandi (II 13): «Nec minor est virtus, quam quaerere, parta tueri». ser otra información personal de la experiencia francesa de Guillermo. 265  Sobre la avaricia y su relación con la riqueza discurrió Aristóteles en la Ética nicomáquea: «La prodigalidad y la avaricia también están en relación con la riqueza, una por exceso y otra por defecto. Atribuimos siempre la avaricia a los que se esfuerzan por las riquezas más de lo debido, pero a veces aplicamos el término prodigalidad en un sentido complejo, porque llamamos pródigos a los incontinentes y a los que gastan con desenfreno. Por esta razón, nos parecen más viles, ya que tienen muchos vicios al mismo tiempo. Así pues, el término no se les aplica con propiedad, porque el pródigo tiene un vicio concreto, el de malgastar su hacienda» (1985: 208-209). 266  El proverbio se encuentra en la Apophthegmata de Erasmo (Graviter) y se atribuye a Sócrates: «Socrati tribuitur et illud: Nec a mortuo petendum colloquium, nec ab avaro beneficium» (1570: 703). 264  Parece

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140. ANÍBAL. Y por eso a estos nobles tan estériles y miserables, llamados de Diógenes «pobres magníficos», si no queréis que se les nombres viles y tacaños, a lo menos, no permitáis que se precien de ser tan caballeros como aquellos que con su fértil nobleza tienen casa franca y abierta, no menos para los extranjeros que para los ciudadanos y, sobre todo, para los pobres y virtuosos267. Acción a que —pudiendo— están obligados para mantener la dignidad, nombre y grandeza de sus abuelos y para manifestarse dignos y legítimos sucesores de sus padres. Y, en suma, las riquezas debidamente empleadas y distribuidas son el ornato de la nobleza. 141. CABALLERO. ¡Oh cuánto peor es la condición de los caballeros pobres que, forzados de la necesidad, les es preciso vivir en tinieblas como las lechuzas! ANÍBAL. Después de otros daños e inconvenientes que la pobreza acarrea a los nobles, hay este también que de ordinario se ven obligados a unirse por matrimonio a plebeyos y no nobles, de donde dimana el abatimiento de su sangre y el que nazcan hijos menos generosos que no imitan el natural del padre ni de la madre. CABALLERO. Aunque nuestro Boccaccio defiende que la pobreza no despoja al hombre de la nobleza, no obstante, me parece que si no la quita a lo menos la desmiembra, aniquila y destruye, reduciéndola casi a la nada y, para decirlo todo, si no la quita ni deshace a lo menos la disuelve268. ANÍBAL. De estos pobres bien nacidos unos son dignos de que se les tenga lástima, estos269 son aquellos que, por alguna desgracia o siniestro accidente, y no por su culpa o vicio, han llegado a esta baja y pobre fortuna. Pero vituperables son aquellos que conociéndose pobres no solicitan cuando son aún mozos, o por las letras, o por las armas, o sirviendo a los príncipes, superar esta miseria que es como granizo y ruina de la nobleza. Pero bien sabéis que hay muchos en los cuales la nobleza de sangre produce la humildad, vileza y abatimiento del corazón, y les parece que con haber nacido nobles tienen bastante y que no tienen obligación de procurar otro honor ni medio de engrandecerse más. 142. De suerte que, sin ir más lejos, si echáis la vista por esas colinas y montañas, veréis muchos castillos llenos de caballeros [f. 98] con señores todos 267  Esta

sentencia de Diógenes Laercio se halla en la Polyanthea (Avaritia): «Diogenes eos, qui inmensas opes cumularent […] id est, magnificos pauperes appellabat» (1574: 114). 268  La alusión es a la IV jornada (narración I) del Decamerón de Boccaccio y a la novela de Tancredo o Tancredi (Tancredi, príncipe de Salerno, mata al amante de su hija y le da su corazón en una copa de oro. Vierte ella encima agua envenenada, la bebe y muere). 269  Se corrige ‘eston’.

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de un lugar, del que apenas les toca a cada uno una pieza del muro270 y que salen en tropas del dicho sitio, como los conejos de la madriguera. Y teniendo todo su deseo y fin fundado en este poco de humo que respiran271, se dejan apoltronar en el ocio o constituirse en tal necesidad que ejecutan acciones villanas e indignas de la esfera en que se hallan, y por estos se puede decir que pierden la nobleza viviendo en sus señoríos y de ordinario vienen a perder uno y otro juntamente. Lo que se entienda dicho salvo el honor de aquellos —porque hay algunos— que mantienen su puesto con gran valor y virtud. Mas por estos singulares son infinitos los que se encuentran destituidos de toda aptitud, operación y valentía. Y no ha mucho tiempo que un amigo mío vecino de Moncalvo272 me contó haber visto en este lugar a un hombre indigno conducir un borrico cargado de leña al mercado, en donde habiendo contestado largamente con uno que quería comprar la leña, finalmente juró a fe de caballero haber vendido otra carga en mayor precio pero que era contento de soltarle aquella por lo que le daba. CABALLERO. Su juramento sería más creído y menos sospechoso si lo hubiera hecho a la oreja del borrico; pero acaso pensaría que el llevar un pollino273 al mercado para su propio servicio no perjudicaba a su nobleza. 143. ANÍBAL. En favor de esta gente más miserable que noble, hay algunos que dicen que el hacer las cosas por sí mismo y para aliviar su urgencia no deroga en ningún modo a la nobleza, si solo en el caso que se alquilen como mercenario de otro; y se sirven, acaso, del ejemplo de un filósofo al cual notado porque llevaba unos peces en la punta de su capa, respondió que los llevaba para sí queriendo inferir de aquí lo que comúnmente se dice que, para las precisiones propias, no debe el hombre excusar sus manos. CABALLERO. También me parece haber oído decir que el consejo del rey de Francia ha establecido que aquel que se ocupase en algún ejercicio rústico, o cultivase la tierra por su mano, no perdería por ningún camino los derechos de su nobleza, pero yo siempre diré que Dios me guarde de ser así noble. ANÍBAL. En este punto conviene —como hemos dicho— tener presentes las costumbres de un país y haciendo esto, no nos admiraremos de ver en algunas ciudades a los caballeros ir, contra el común orden de otras [f. 98v.] villas, a la carnicería y a la plaza, y no solo comprar lo que necesitan para su alimento, 270  En

la CC italiana se refiere a la almena o merlón del castillo. modifica la frase italiana «[…] e avendo fondata tutta la loro intenzione sopra quel poco di fumo […]» (Guazzo 2010 I: 134), que critica a la nobleza por concentrarse demasiado en cosas inútiles, en humo. 272  Localidad de la provincia de Asti. 273  Asno joven. 271  Hervás

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sino llevar también en su pañuelo o una ensalada, o fruta, unos peces u otra cosilla ligera. CABALLERO. Yo no tuviera valor para hacer otro tanto, y quisiera antes comer el pan seco. ANÍBAL. Aunque no os agrade este modo de obrar, no obstante, es preciso permitir algo o a la pobreza que por ventura les obliga a hacer esto, o al uso que tiene muy profundas raíces. Y puede ser que llegue tiempo en que se dedignen274 de ejecutar esto como más propio y conveniente a un villaje. 144. CABALLERO. Ya que habéis hecho mención del villaje, deseo saber vuestro dictamen tocante a los caballeros de un lugar. No hablo de aquellos que tienen algún señorío en él, sino solo de los que viven civilmente de sus rentas. ANÍBAL. Parece que algunos caballeros de las villas y castillos no se dignan de admitir por caballeros a los que decís porque ven que, en el lenguaje, en las acciones, en sus modales y ceremonias no tienen aquella pulidez y delicadeza que es propia a los de una villa o ciudad. Mas con todo eso soy yo de distinta opinión y en este punto hemos hablado, no pocas veces juntos el señor Jácome Felipe Salomoni275 y yo. Porque siendo él médico de grandes créditos y habilidad y digno del título de excelente, pocos menos se pasan sin que necesite trasladarse del lugar a la villa para la cura de muchos sujetos de representación como igualmente soy yo llamado fuera para las dolencias de algunos de los principales de los lugares. Con que, por la familiaridad que él y yo hemos tenido con unos y otros, convenimos entrambos en este dictamen que los del villaje, aunque por la mayor parte padecen algún defecto en cuanto al exterior aseo, con todo eso están interiormente enriquecidos de una lealtad y cortesana natural que es por extremo agradable y hacen profesión de aposentar en sus casas a los amigos y a los extranjeros con atención, afecto y magnificencia, no sé si deba decir mayor que la que se usa en las ciudades. CABALLERO. Queréis concluir que hay tal hidalgo en un villaje que representa uno de la ciudad, y tal en la ciudad a quien debidamente se pudiera dar el título de villano caballero que fue dado alguna vez al conde de Anversa276 en Boccaccio277. 145. ANÍBAL. Pero volvamos a decir que la nobleza brilla otro tanto más, cuando tiene facultades y abundancia y que las riquezas son las que se hacen lugar entre la gracia y el favor. Lo que se significa en aquella sentencia que dice 274  Verbo

transitivo y desusado: «Desdeñar, despreciar, desestimar» (DRAE). Filippo Salomoni, médico y amigo de Esteban Guazzo, quien le escribió varias

275  Giacomo

cartas.

276  Amberes. 277  Se

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refiere al conde Gualtieri protagonista de la X jornada del Decamerón.

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que cuando el rico habla todo hombre [f. 99] calla, pero cuando el pobre abre la boca para hablar se pregunta quién es el que habla. Y así se debe tener por muy verdadera aquella palabra de Horacio que dice: En nada serás tenido por virtud o nobleza, Si a ella no juntas la abundancia y la riqueza278.

Y para cubierta y sello de nuestro discurso diremos que entonces el hombre descansa en el más alto y más seguro grado de nobleza, cuando le sostienen estos tres fortísimos apoyos: la sangre, la virtud y la riqueza. 146. CABALLERO. Maravillosa y totalmente me ha satisfecho vuestra ingeniosa distinción, la que verdaderamente es digna de vos. Mas por cuanto poco ha dijisteis que el adorno de la nobleza es la generosidad, paso a preguntaros si el hombre que degenera de la gloria de sus mayores y se acomoda fácilmente a una vida estragada, podrá con justicia ser llamado noble. ANÍBAL. Aunque la generosidad pertenece al noble, con todo eso bien veis como carece de ella la mayor parte de los que son nobles de sangre, lo que proviene de la razón que ya he referido. En cuanto a aquel género de hombres que no solo están faltos de esta generosa institución, sino que también viven mal, yo no puedo decir otra cosa, sino que el hombre bien nacido y de buen linaje que vive mal es cosa monstruosa y digna de vituperio279. Y se dice que ordinariamente otro tanto aprovecha la nobleza al vicioso, como al ciego un espejo280. Empero por satisfacer más plenamente a vuestra pregunta, concluiré mi dicho con otra vulgar distinción, según la cual se dice que hay nobles salidos de nobles, y nobles de no nobles, y no nobles de nobles. Nobles de nobles son los que descienden de padres virtuosos y de antigua familia, cuya discreta vida y modales siguen. Nobles de innobles son los que habiendo salido de humilde extracción se han ennoblecido por su propia virtud y generosidad. No nobles de nobles son los que, huyendo y degenerando de la virtud de sus antepasados, se han constituido viciosos. 147. Pero ya es tiempo de pensar en lo que nos falta hoy que discurrir y de preparar los medios que deben ejercer los nobles y plebeyos, viviendo y conversando juntos281. 278  Horacio,

Satyrae, (II 5 8): «et genus et virtus, nisi cum re, vilior alga est». contraposición entre los hombres «bien nacidos» y los que «viven mal» se halla en un proverbio clásico que Erasmo recogió en su Adagia (1068 V II 34): «Bene natis turpe es male vivere». 280  Frase proverbial de uno de los lugares comunes de las culturas neolatinas: «Quid coeco cum speculo?» (Ibid, III VII 54=2654). 281  En este punto se acaba el «breve tratado» independiente sobre la nobleza. 279  La

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CABALLERO. A lo que veo, queréis permitir que platiquen unidos, pero esta mezcla no me agrada y bien veis que regularmente el noble se arrima a sus iguales y, si fuera de necesidad, conversase con el no noble y menos que él sería notado de bajeza y reputado despreciable por los demás caballeros. ANÍBAL. Muchos [f. 99v.] nobles hay que ignorando lo que es nobleza, piensan que el ser innobles es cosa perversa e ignominiosa, y por eso la detestan y aborrecen como la peste. Y por no menor desdoro juzgan el que los vean entre los no nobles que el ser vistos en un burdel, manifestando en este que no saben la verdadera diferencia que hay entre el noble y el innoble, la que —si no me engaño— es la misma que hay entre dos iguales ladrillos, de los cuales el uno está colocado en el edificio de una torre vistosa, y el otro escondido en la humilde fábrica de un pozo. Otros caballeros hay más humanos que estos, los que, frecuentando a sus iguales, no desdeñan en algunas ocasiones y en tiempo debido la compañía de los nobles. En esta variedad soy de sentir que los primeros rompen el arco por tenderle y apretarle demasiado, y ocultando con nimiedad el tesoro de su nobleza se constituyen inciviles y rústicos, y por consiguiente odiosos a los hombres. Y aun a Dios pues rehúsan el trato de aquellos a quienes Dios se ha dignado de recibir por sus hijos. Los otros, al contrario, hacen a mi parecer dos actos y ejercicios de nobles, pues conversando con sus iguales no degeneran de su naturaleza y comerciando con los no nobles descubren aquella afabilidad y cortesanía que es propia al caballero. Siendo sentencia filosófica y cristiana que cuanto más se humilla el hombre exaltado a grande honor y dignidad, tanto más se engrandece y eleva. 148. Añadid también que tratando el noble con sus inferiores da y recibe crecido contento. Porque los otros se cautivan con exceso al ver que el noble sin pararse en la desigualdad, los hace como sus iguales, habilitándolos en cierto modo para que le traten, con que se aficionan a quererle y servirle y ellos también adquieren mayor crédito y reputación entre sus iguales. Pero mayor es el consuelo que recibe el noble porque estando obligado en el trato con otros nobles a conformarse con sus acciones y voluntad, por cuanto conoce que cada uno en su estado no quiere ceder un punto, conversando con el no-noble y menor que él, y estando la ventaja de su parte, es estimado y venerado con muy distinto respecto del que tendría estando entre sus iguales. CABALLERO. Con todo cuidado, cuando me sucede el salir de casa para pasearme, me acompaño de mejor gana de un inferior mío que de un igual, porque con este me es preciso usar toda ceremonia y urbanidad, forzando mi deseo y dando a entender me agrada alguna cosa que totalmente será [f. 100] opuesta a mi genio y dejándome llevar adonde la voluntad no quiere ir. Pero si voy con

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un inferior le llevo adonde me agrada y le hago ejecutar lo que quiero y, por esto, mantengo que el primer lado es servidumbre y el otro libertad. ANÍBAL. Vos tenéis razón y ya veréis como un caballero mejor se acomoda a vivir en un castillo o villaje de su dominio que en otra parte porque allí es como rey, siendo obedecido y ejecutándose cuanto dispone, lo que no le sucede en las villas y ciudades en donde no es más respetado que los demás ciudadanos y a veces menos. 149. CABALLERO. Pues no queréis que se rehúse el comercio de los innobles, me parece necesario que señaléis a estos innobles que deben ser particularmente recibidos en la conversación civil. ANÍBAL. Pidiéndolo la urgencia, no es indecoroso el comercio con todo género de personas, por baja que sea su condición. Lo que mostró Diógenes quien siendo preguntado porque iba a beber a la taberna, respondió que también iba a la tienda del barbero a afeitarse282. Aunque vemos muchos caballeros de esta villa que se avergüenzan de ser vistos en la calle o en la plaza, hablar con los oficiales, trabajadores y otras personas mecánicas de que regularmente necesitan para la manutención de sus familias. Pero no ocurriendo tal necesidad, no conviene hacer lugar en nuestra compañía, sino a aquellos que, aunque no son caballeros de sangres y profesión, empero se encuentra en ellos no sé qué civilidad de costumbres y gentileza de espíritu que totalmente los separa del vulgo. 150. Y para abreviar y concluir la obligación de los nobles digo que estos deben advertir que están sujetos, como los demás, a ciertas dolencias entre las cuales es el orgullo, vicio muy común a los nobles de primera tijera283, de aquellos se entiende que no tienen otra cosa de bueno sino la nobleza originaria, los que deben, abatiendo esta gloria, mirar con ojos menos esquivos a los plebeyos y usar con ellos de aquella dulzura y humanidad que es —como está dicho— peculiar de los caballeros, por cuyo medio conseguirán su benevolencia, porque de otro modo deben esperar que todo el pueblo se irrite contra ellos y ser nombrados con odio en la boca de todo el mundo284. A que se llega que del desprecio de los no nobles resultan a veces grandes daños, como sucedió a un ciudadano romano de la familia —si no me engaño— de los Escipiones, el cual, [f. 100v.] cuando se estaba tratando de la creación de los ediles, solicitaba y contendía el 282  Esta

sentencia de Diógenes Laercio se halla en (Lib. VI, 66): «Cuando le reprocharon que se pusiera a beber en la tienda de vinos, dijo: “También me corto el pelo en la barbería”» (2007: 309). 283  «De primera tijera es expresión que se aplica a las personas y actos que denotan poca experiencia» (Arellano; Roncero 2006: 19). 284  Aníbal glosa el lema latín muy difundido: «Vox populi, vox Dei».

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ser uno de estos magistrados. Y saliéndole al encuentro un plebeyo, le tomó la mano, la que sintiendo grosera, callosa y llena de ampollas, le preguntó burlándose de él si andaba con las manos o con los pies, de cuyas palabras se indignó tanto el plebeyo que inflamó —como si se prendiera fuego en algunas estopas— todo el vulgo contra este glorioso caballero, de suerte que fue rechazado y no tuvo ningún voto para obtener la dignidad que había pretendido, y entonces —para su confusión— reconoció cuan dañoso y reprensible es el burlarse de un hombre popular y de baja condición285. 151. Y así no es justo que el noble se ensoberbezca contra los que no lo son, sino que tenga presente —como dijimos arriba— que su nobleza se ha originado de un hombre innoble, lo que entendió el poeta cuando dijo: El primero de tus mayores, o fue pastor, u otra cosa que no quiero decir286.

También debe acordarse según el aviso de un santo hombre que los caballeros han sido instruidos por Jesucristo nuestro señor en no dejarse preocupar de la vanidad, pues deben con los menores y en su compañía rogar a Dios y decir: «Padre nuestro que estás en los cielos». Lo que ni con verdad ni devoción dirían sin reconocer que los innobles son sus hermanos. Y, en suma, el noble piense que ninguno merece ser celebrado por la nobleza y generosidad de sus mayores, como ni vituperado por la nobleza y generosidad de sus mayores, como ni vituperado por la vileza de estos. Y que sepa resueltamente que el que desestima los no nobles menosprecia la memoria de aquellos de quien trae su origen y, por consiguiente, a sí mismo. Por cuyas razones es decente al noble el manifestarse cuanto más pueda gracioso y afable en sus acciones, y debe obrar de suerte que la nobleza de su corazón se descubra en sus ojos, palabras, movimientos y disposiciones. Que, si no quiere gobernarse de este modo, soy de sentir que sea noble en sí mismo, sin esperar a que los demás tengan en tal reputación. 152. Y en cuanto a los no nobles que no se detengan en creer vanamente que no tienen defecto ni imperfección alguna, pues muchos de ellos tienen una enfermedad y pasión más peligrosa y nociva y que los hace odiosos a todo el mundo, esta es, que rehúsan conocer y confesar que son inferiores a los nobles

285  El exemplum sobre el desprecio de los plebeyos se halla en Valerio Máximo (1988: VII, 5 2) y el ciudadano romano es Publio Cornelio Escipión Nasica, que fue político y militar romano que alcanzó el consulado en el año 190 a.C. 286  No se conoce el autor de estos versos.

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en naturaleza y virtud, [f. 101] y no saben que entre las siete dignidades de superioridad está puesta la de los nobles sobre los no nobles, sobre los cuales tienen con razón autoridad y poder. Y como de cualquier pequeño mal de ojos si no se acude con tiempo se sigue la ceguera, así de esta enfermedad de los no nobles se causa en algunos de ellos tal arrogancia y humor necio que incitados de él se atreven a hacer lo que no deben y a atribuirse el título de nobleza en sus trajes, acciones y palabras. 153. CABALLERO. ¡Oh, profesión peligrosa aquella que como dice nuestro Boccaccio quiere hacer de un olmo un peral!287 Y me parece que semejantes hombres, engrandeciéndose de palabra y haciendo escrutinio de su linaje, se condenan en cuanto hablan como aquel ganapán introducido en la comedia288, el cual contaba que su padre había sido platero y preguntado qué obras célebres hacía, respondió que engastaba piedras en barro; o se parecen al muleto que, preguntándole su origen y nacimiento, teniendo vergüenza de confesar que era hijo del asno, respondió que era sobrino del caballo. Pero este vicio de dorar y disimular el sobrenombre y profesión es más familiar a nuestra nación que a otra ninguna. Aunque también lo notaréis en los españoles, cuando se hallan por acá, los que no habiendo traído cuando llegaron ni dos meses antes de esto más calzado que unas alpargatas289 y siendo solamente honrados con el título de «bisoños»290, con todo eso se dan uno a otro por lo hocicos con el nombre de caballero, y se elogian y respetan recíprocamente a fin de que nosotros hagamos mayor estimación de ellos, los que si estuvieran en su país, no se atreverían a hablar tan recio ni a profesar nobleza tan descubiertamente. Empero, esto está más en uso entre nosotros, pues vemos que alguno se precia y gloria de antiguo linaje y nobleza que ha salido de la más baja condición, o cuyo padre jamás escupió en corro y que —como dice el refrán— se sonaba en el brazo y en la manga. También veréis otros que, siendo hijos de algún zapatero o carpintero, por tener algunas riquezas hacen del gran señor y se constituyen más majaderos y menos tratables. ANÍBAL. Pues que ignoráis la sentencia de un poeta que dice: 287  Esta

expresión se halla en el Decamerón (Jornada IV, novella 8) «El primero de tus mayores, o fue pastor» y se refiere a la presunción de transformar una fruta selvática o pequeña como el pruno en otra más grande, como una naranja. Hervás capta totalmente la intención de Guazzo. 288  «Hombre que se gana la vida llevando recados o transportando bultos de un punto a otro» (DRAE), personaje típico en muchas comedias del Cinquecento italiano. 289  En la CC italiana: «scarpe di corda» (Guazzo 2010 I: 139), es decir, un detalle que describe la pobreza de los novatos españoles. 290  «Dicho de la tropa o de un soldado: nuevo, principiante» (DRAE), se denominaban con este término a las jóvenes reclutas apenas enroladas y con un mísero equipo.

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No hay soberbia igual al ceño airado, de un pobre y vil a honores elevado291.

154. CABALLERO. Por eso es raro y singular el ejemplo del rey Agatocles que, siendo hijo de un ollero, quería siempre comer en vajilla de barro [101v.] para que teniendo continuamente delante de los ojos el recuerdo de la bajeza y pequeñez de su padre, no viniese a desvanecerse con la presente grandeza292. Y así es excesiva la indiscreción de algunos no nobles que no tienen rubor de vestir ricamente y traer armas doradas y otros adornos que solo convienen a los caballeros, a los que en todo quieren exceder. Y ha llegado tan adelante esta licencia, en muchas partes de Italia que, así entre los hombres como entre las mujeres, no se ve distintivo de sus estados y calidades, y se advierte que el paisano se viste como el oficial, este se las apuesta al mercader y el mercader al caballero. De suerte que si veis a un ropero vestido y armado como un gentilhombre, no conoceréis quién es hasta que segunda vez le veáis en su tienda junto a su mercaduría. El cual abuso y confusión de ningún modo se halla en Francia, en donde de tiempo inmemorial están prescritos los trajes que corresponden a cada estado, profesión y esfera. De forma que, con facilidad podréis discernir la mujer de un oficial de la de un mercader y de la de un caballero, y lo que es más por el mismo traje distinguiréis a un caballero de otro. En tanto que hay trajes destinados solamente para las damas de algún empleo y que sirven en palacio a la reina, y para otras que sirven a las mujeres de los presidentes, de los consejeros y de otros ministros, los cuales no se permiten a las demás mujeres. 155. ANÍBAL. Verdaderamente este abuso nuestro es insoportable y merece justamente que los príncipes le remedien y den en los dedos a los no nobles para obligarlos a usar vestido diferente de los ilustres ya que no en el precio a lo menos en la hechura. Supuesto que después de que debajo de esta indiferencia se ocultan muchos engaños, es también justo y razonable que, así como los príncipes se darían por ofendidos si un particular se les igualase, así también no consientan que la reputación de los nobles sea ajada por la presunción de los que no lo son. Empero, dado caso que el abuso ni se reforme ni se quite, no por eso deben los nobles acobardarse, antes conviene que hagan 291  Se

desconoce el autor de esta sentencia. exemplum se encuentra en varios autores, entre otros, Erasmo que en su Apophthegmata (Lib. V, Dignitas industria parta) anota: «Agathocles figulo patre natus fuit. Is vero quuum Sicilia potitius esset, rexque, declaratus, solitus es in mensa fictilia pocula iuxta aurea ponere, eaque, iuvenibus ostendens dicere: Quum antea talia fecerim, commonstratis fictilibus, nunc per vigilantiam ac fortitudinem talia Facio, commonstrans aurea. Non puduit pristinae fortunae, sed gloriosius existimavit regnum virtute partum, quam si haereditate obvenisset» (1570: 379). 292  Este

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burla, por cuanto al cabo el asno revestido de la piel de un león, creyendo hacerse respetar de su amo, fue conocido por asno y apaleado como tal293. Mas supuesto que en el discurso de la civil conversación no hemos emprendido el hablar de la moda de los trajes, dejaremos esta digresión y concluiremos que los no [f. 102] nobles deben contentarse con ser lo que son, mostrándose con una cierta humildad inferiores y reverentes a la nobleza, teniendo por cierto que, si con una grandeza artificial granjean la enemistad de los nobles con una simple y no fingida sumisión, se harán dignos del amor y gracia de los caballeros. §. IX 156. Pero ahora advierto que hemos empleado un largo y vano tiempo en el discurso de los nobles, lo que será causa de que con mayor aceleración pasemos por el que concierne a la conversación de los príncipes. CABALLERO. Antes decía yo que era menester discurrir más largamente, por cuanto los príncipes incurren en muchas faltas que se hacen más reparables por razón de su elevada particularidad, sino miente el poeta que dijo de este modo: Tanto está más patente algún pecado, cuanto el que se comete está elevado294.

Y si miráis la cosa de cerca, veréis que el mal príncipe no solo consiente en su daño, sino que es también causa del de los demás, por cuanto los súbditos se complacen en imitar sus modales, pareciéndoles que solo es lícito, sino justo el seguir las pisadas de su cabeza, quien con su ejemplo hace más daño que con su delito. Y no ignoráis el común dicho: Todo lo que hace el señor ejecutan después muchos, que en el señor están puestos los ojos de todo el mundo295.

293  La

alusión es al llamado león cumano retratado en una de las fábulas de Esopo: «Un burro, que se puso una piel de león, andaba dando vueltas asustando a los animales irracionales. Viendo una zorra intentó también meterle miedo. Pero ella, que casualmente había oído su voz antes, le dijo: “sabe bien que también yo me habría asustado si no te hubiera oído rebuznar”. Así, algunos iletrados, que por sus humos parecen ser alguien, quedan al descubierto por su verborrea» (1985: 125). 294  No se ha localizado el origen de estos versos. 295  Este dístico se halla en la cultura clásica y presente en Cicerón (Cf., Epistulae ad familiares, 1, 9 12): «Quales in republica principes essent, tales reliquos solere esse cives».

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157. ANÍBAL. De mejor gana convendría yo en que no hablásemos de ningún modo en este punto, supuesto que hay autores antiguos y modernos que se han atrevido a describir la institución de los príncipes y a proponer latamente cuál debe ser su vida y cual su conversación296. Además de esto, hemos de considerar principalmente que no nos conviene a nosotros el tratar de sus operaciones que son irreprensibles y las que no es lícito investigar. Y hablando libremente, yo he vituperado siempre a aquellos que quieren prescribir leyes a la vida de los príncipes, que son señores de las leyes y las dan a otros. Y, por tanto, si me queréis creer, no solicitaremos elevar nuestra baja filosofía hasta la consideración de la grandeza de [f. 102v.] los príncipes, porque siendo estos dioses terrestres, conviene creer que todo lo ejecutan bien y que querer disputar y poner en duda sus acciones no es otra cosa que pretender como los gigantes asaltar los cielos y hacerles guerra297. 158. CABALLERO. A lo que veo, queréis —según el proverbio— estar lejos de Júpiter y del rayo298, y libre de que os acusen en lo que no habréis hablado una palabra y me parece que respetáis al que dijo que hay peligro en reprender a los príncipes, y que el alabarlos es incurrir en mentira. ANÍBAL. Yo no he querido absolutamente decir eso, y acaso ni aun lo que habré pensado, porque siendo ellos casi divinos, no me parece que fácilmente pueden errar ni ejecutar cosa digna de reprensión. Y me rio de algunos curiosos que hablando de los negocios del mundo e ignorando los secretos designios del papa, del emperador, del rey y del turco interpretan siniestramente, y de mil modos sus acciones, y tan lejos están ellos de poseer buen juicio como de la verdadera inteligencia de los que piensan. Y se hacen creer que los príncipes son tontos y groseros y que viven fortuitamente y sin ningún consejo. Y que si ellos —los que hablan— fueran príncipes, las cosas procederían con mayor perfección, y felicidad. CABALLERO. Más pesados y molestos son los toques y picadas que dan a los príncipes los que comen su pan y viven con ellos en sus palacios que los que están distantes. Y por eso solía decir un rey que él era semejante a un plátano 296  En este punto de la CC se perfila la relación entre el filósofo y el príncipe. Aníbal se refie-

re a toda una tradición de tratados sobre el príncipe, por citar algunos ejemplos: el De principe de Pontano (1468); el De regno et regis institutione de Francesco Patrizi (1490); el De officio principis de Giovan Francesco Bracciolini (1505); Il principe de Maquiavelo (1513); el Institutio principis christiani de Erasmo, redactado para Carlos V (1516); el Institution du prince de Guillerme Bude (1547); el cuarto libro del Cortesano de Castiglione, que propone también un instituto principis. 297  Se refiere a la gigantomachia, es decir, a la guerra entre los dioses del Olimpo y los gigantes. Esta mitografía clásica entró en las maneras de decir para expresar la arrogancia. 298  Erasmo, Adagia (I, III 96): «Porro a Iove atque fulmine».

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debajo del cual se recogen muchos, obligados de la lluvia y de la borrasca, pero en acabándose el mal tiempo destruyen el árbol, así sucede a los grandes que socorren a muchos, los cuales después los disfaman y maldicen299. ANÍBAL. ¿Y pensáis que los príncipes lo ignoran? CABALLERO. Antes como pequeños dioses saben lo que se dice y se piensa contra ellos, y por agudas y penetrantes que sean las lenguas, no se escapan del oído delicado de los príncipes. 159. ANÍBAL. Estos maldicientes parece no han leído aquella sentencia que dice: ¿no sabes tú que los señores tienen las manos muy largas?300 Ni se hacen cargo que estas orejas tan grandes y largas que las fábulas poéticas atribuyen a Midas no significa otra cosa, sino que este rey oía claramente todo lo que se decía y hacía301. Como ni tampoco saben que los príncipes participan del divino poder sabiendo humillar los grandes y exaltar los pequeños. [f. 103] CABALLERO. Si los príncipes castigasen a estos malvados, no harían más que administrar justicia, pero veo que en esta parte gustan de conformarse a la divina bondad, pues ordinariamente no se dan por entendidos. ANÍBAL. Esa es propia acción de príncipes y por eso se dice con verdad que el águila no se para ni detiene en coger moscas302. CABALLERO. Decid aún más que no solo no se vengan de ellos, sino que frecuentemente hacen más beneficios y favores a los que los censuran que a otros. 160. ANÍBAL. En esto —puede ser— se hacen cargo de que la gente de bien se contenta con la mediocridad, y que de todos modos la tendrán grata pero en los malos, como son insaciables, se necesita más pasto para cerrarles la boca. Y por cuanto no se pueden fácilmente descubrir los grandes misterios de 299  El

rey es Temístocles y este exemplum se encuentra en la Apophthegmata de Erasmo (Lib. V, Ingratitudo): «Atheniensibus ipsum contumelia afficientibus: Quid tumultuamini, inquit, adversus eos, a quibus saepeumero fuistis affecti commodis? Aiebat autem se similem plaetanis, sub quarum umbra accurrunt homines afflicti tempestate, et aesfdem simul verediit serenitas vellunt, convitiisque petunt: sentiens, hunc esse populi morem, ut in belli periculis implorent open fortium virorum, in pace contemnant ae vexent eosdem» (1570: 395). 300  Es una sentencia de Ovidio (Heroides, XVII 168): «Anesci longas regibus esse manus». 301  El mito del rey Midas, que con sus orejas de asno podía captar todo lo que se decía, es un tópico que se encuentra en muchas fuentes, aunque parece ser que la primera fue en el proverbio del poeta Aulo Persio Flaco (I 121): «auticulas asini Mida rex habet». Por otro lado, el mito completo se narra en el Metamorphoseon de Ovidio (XI 146-193). 302  Es un proverbio de origen latín: «aquila non captat muscas» que se encuentra en la Adagia de Erasmo (III II 65=2165, p. 675). En español se ha traducido como: «El águila no se entretiene en cazar moscas» (Cantera Ortiz de Urbina 2005: 27).

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los príncipes, basta saber que todos tienen —como dice el proverbio— su ojo en el cetro, y que no hacen cosa que pueda justamente condenar algún momo y reprensor, y en la que acuse alguna falta que no pueda ser sanamente interpretada. Por ejemplo, contemplad la grave y venerable majestad del rey de España con la que, llenado los espíritus de los hombres de deseo de reverenciarla, es respetado como una imagen de los príncipes y señores, y confesad que con razón se hace respetar como rey y conserva con dignidad su real grandeza. Al contrario, considerad el rostro afable, benigno y alegre del rey de Francia y su increíble facilidad, la cual —como yo he oído decir, y vos debéis saber— engendra amistad y obediencia en el corazón de sus antes amigos y familiares que criados y súbditos303. Y entonces diréis que con esta humildad exalta y engrandece la majestad de su real corona mejor que si obrara de otro modo. 161. Son pues todas las modales e intenciones de los príncipes sabias y ejecutadas con prudencia y mejor de lo que pudiéramos ponderarlas. Pudiéndose decir aquí lo que respondió Leónidas a uno que se atrevió a hablarle así: «Fuera de la dignidad real no vales más que nosotros». A quien replicó el rey: «Si yo no hubiera sido mejor que tú, no me hubieran elegido por rey»304. CABALLERO. No le faltaría contra réplica para rebatir este golpe, pero acaso le quiso ceder de palabra, aunque su corazón lo llevase a mal, imitando en esto al pavón el cual decía que la águila era más bella que él no por su plumaje, sino por su pico y sus uñas que hacían el que no hubiese pájaro que osase a darse por sentido de cosa tan fiera y poderosa305. [f. 103v.] 162. ANÍBAL. Vuelvo a decir que las acciones de los príncipes son irreprensibles y totalmente desviadas de la capacidad de nuestro juicio que les acomoda un sentido siniestro y distinto del que les compete. Siendo así que los que nos parecen crueles son justos y los que juzgamos faltan a la justicia son blandos 303  Aníbal

alude a los dos grandes protagonistas de la política contemporánea, es decir, Felipe II y Enrique II de Francia. 304  Esta anécdota se halla en la Apophthegmata (Lib. I, Moderatem, 42) de Erasmo: «Leonidas Anaxandridae filius, frater Cleomenis, cuidam ad ipsum ita loquenti, excepto regno nulla re nobis praestras: At, inquit, ni vobis fuissem melior, non essem rex. Moderatissimo dicto et refellit conuicium, et suam dignitatem sibi defendit. Etenim ubi reges non nascuntur, sed civium suffragiis eliguntur, hoc ipso publicis calculis princeps iudicatus est eateris melior, quod ad regnum adscitus est» (1570: 81). 305  Cita una de las fábulas de Esopo, titulada El pavo real y el grajo: «Las aves deliberaban para elegir un rey, el pavo real pretendía hacerse proclamar rey por su hermosura. Estaban dispuestas a ello las aves, cuando dijo el grajo: “pero si cuando tú reines el águila nos ataca, ¿cómo nos vas a proteger?”. La fábula muestra que los soberanos deben estar adornados con la fuerza y no con la belleza» (1985: 136).

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y piadosos. Los que imponen crecidos y nuevos subsidios sobre sus vasallos los tenemos por avaros, cuando merecen el nombre de sabios y afectos a nuestro bien. Puesto que la avaricia no les obliga a obrar así, por cuanto esta no tiene lugar en la grandeza de su espíritu, si no lo hacen por el reposo y conservación de su estado y de los pueblos sujetos a su dominio. De suerte que la imperfección de nuestros entendimientos hace que juzguemos contrariamente de sus perfecciones. CABALLERO. Yo no sé con qué fin atribuís estas perfecciones a todos los príncipes, viendo que las historias están llenas de muchos reyes e imperadores malos y de vida detestable. 163. ANÍBAL. No os niego eso ni tampoco me admiro, supuesto que los tales no eran príncipes por sangre y sucesión, sino por fuerza y violencia y eran más temidos que amados. Y aun ellos mismos se veían forzados a temer y estar continuamente rodeados de guardas, porque como dice el filósofo: «El que desea ser temido está obligado a temer a aquellos mismos a quienes pone temor y desconfianza»306. En suma, estos reyes y emperadores fueron injustos, desleales, glotones, lascivos, premiadores de los malos y perversos y perseguidores de los buenos. Y por reinar a su arbitrio, querían que les fuese lícito violar las leyes. Y, finalmente, eran aquellos en cuyo oprobio se ha contado la fábula del león, el cual pactó con los demás animales el partir en buena amistad y compaña todo lo que cogiesen en la caza, pero como después de cogida cada uno pidiese su parte de la presa, el león enseñando los dientes se las rehusó diciendo: «La primera porción es mía, porque soy más digno que vosotros; la segunda porqué yo la quiero; la tercera me es debida razonablemente porque he trabajado más que todos para alcanzarla; la cuarta, si no me la dais, yo me la tomaré por fuerza y por el mismo hecho caeréis de mi gracia»307. Y así no es de admirar si habiendo estos tiranos vivido violentamente, han también padecido muerte violenta o por el puñal o por el veneno308. 164. Al contrario, bien sabéis que los príncipes de nuestro tiempo [f. 104] son legítimos y cristianos llenos de doctrina y prudencia, enviados de Dios para administrar y mantener la justicia en este mundo, defender los opresos, castigar los insolentes, exterminar los entretenidos, lisonjeros y bufones, para ser benig306  La

máxima se lee en Publilio Siro, Mimi publiani (M30: 101,), que glosa una sentencia de Solón: «Multos timere debet, quem multi timent». 307  Se trata de la fábula V de Fedro, que en castellano se tituló Una vaca, una cabra, la oveja y el león. 308  En este punto, en la CC de 1579 se añade: «e se era chiamato felice quel prencipe che moriva sopra il suo letto» (Guazzo 2010 I: 143). Hervás omite la frase.

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nos y liberales con los virtuosos, y premiar a los beneméritos que les sirven, y para hacerse conocer por tan constantes en sus palabras y hechos como la piedra angular o el polo respecto del cielo. Sobre cuyo asunto aunque bien sé que vos conocéis mejor que yo los príncipes de nuestros siglo y la singularidad de sus virtudes, no obstante, creería yo incurrir en grande falta si pasase en silencio el glorioso nombre del señor Vespasiano Gonzaga309, pero debo callar no siendo este ni tiempo ni lugar proporcionado para referir las altas y maravillosas empresa que ha hecho en el servicio del rey de España y la especial prudencia que ha manifestado en el gobierno de los países y pueblos encomendados a su dirección, y el consuelo que ha comunicado su conversación a los que le oyen hablar con su docta elocuencia y sabio modo de discurrir310. 165. Mas, aunque todo esto debo callarlo, no dejaré empero de decir que, por el valor de su brazo, y por el estudio de las letras, ha llegado a tanto que no solo ha granjeado el título de perfecto caballero sino también el de excelente filósofo. CABALLERO. Bien sé que la inmortalidad está fundada sobre estos dos polos honoríficos, pero con todo eso quería yo —supuesto que no negáis que hay príncipes de vida culpable— que siguiendo vuestro estilo prescribieseis leyes a la vida y conversación entre los príncipes y particulares, para que no quede imperfecta ninguna parte de nuestros discursos. ANÍBAL. Ya que gustáis de que, contra lo que había deliberado, discurra en esto, me ceñiré solamente a las cosas más importantes, y dejaré a vuestro juicio lo que perfectamente conviene a los príncipes. Pues vos estáis muy experto en conocer las ciertas y diversas cualidades que residen en ellos. 166. Hay en el príncipe dos muy grandes imperfecciones por las que fácilmente llega a perder la honra, los estados, la vida y el alma todo junto. La primera es la ignorancia, la que despeña a muchos errores y, a la verdad, es grande abuso que los príncipes no tengan conocimiento de las buenas letras y

309  Vespasiano

Gonzaga Colonna (Fondi, 6 de diciembre de 1531-Sabbioneta, 26 de febrero de 1591), noble italiano de la familia Gonzaga, militar, diplomático, literato, arquitecto y mecenas, se cita por primera vez y será uno de los protagonistas del cuarto libro de la CC. Vespasiano, que llegó a ser uno de los hombres de confianza de Felipe II, acompañó el 27 de septiembre de 1567 a Guillermo Gonzaga en su ingreso en Casale (durante la crisis de Monferrato) y se marchó el 25 de febrero de 1568. Durante este invierno tuvo lugar el convite que se describe en el cuarto libro de la CC. Hay que recordar que Esteban Guazzo trabajó al servicio de Vespasiano desde 1569. 310  En la CC de 1579 se añade la frase: «con la quale, a guisa di Pericle, folgora e tuona», que Hervás no vierte al castellano.

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no quieran gobernarse por la razón. Lo que dio ocasión a un emperador —a quien dijeron que había hablado mal y contra las leyes de la gramática— de responder que si el emperador estaba sobre las leyes podía estar también sobre la gramática311 [104v.]. Pero él manifestó bien que ignoraba que no hay cosa más útil ni segura que la ciencia para la conservación de los imperios y reinos por lo que dijo muy bien Dante: ¿Quién fue el rey que pidió sabiduría para poder ser rey suficiente?312

167. Consideremos que no teniendo el príncipe su espíritu de ningún modo dotado de letras, está precisado o a proceder bestialmente en su gobierno, siendo así —según dice el filósofo— que la ignorancia junta al poder engendra furor, o a sujetarse en todo y por todo como un niño a la discreción de otro, como hizo el emperador Galba, el cual aunque no estaba totalmente privado de ciencia, se hizo presa de tres de sus domésticos llamados vulgarmente los pedáneos de Galba, que le hicieron ser malo y fueron finalmente causa de su ruina313. CABALLERO. De ahí se puede colegir que, así como obra mal el príncipe que todo lo ejecuta según su capricho y sin el consejo de otro, así igualmente no hace nada bien el que absolutamente se deja gobernar por la voluntad de otro, y de señor se hace esclavo. Como si acaso los criados, viendo a su dueño tan tratable y de buena pasta, hicieran otra cosa que engañarle, vender su reputación y jugar con él a la pelota. ANÍBAL. Se dice con este motivo que mejor está la república en que es malo el príncipe que aquella en que los amigos y ministros del príncipe lo son. 168. Vengo ahora al segundo defecto que es la avaricia, la cual apoderándose una vez del espíritu del príncipe, no hay indignidad, crueldad, rigor ni otra maldad que no le persuada, hasta vender los empleos de los magistrados y de la justicia, y hacerle ensuciar las manos en el vil interés de algunas cosas que serían muy feas y villanas, aun en cualquiera particular, inquiriendo los de buen talento y dándoles gajes para que se empeñen en inventar y proponerle nuevas 311  Aníbal se refiere a la frase de Segismundo, rey de los húngaros y luego emperador del Sacro Imperio, quien afirmó: «Ego sum rex romanus et super grammaticam», irritado ante un cardenal que tuvo la osadía de señalarle la comisión de un error gramatical. 312  Dante Paraíso (XIII 95-96), refiriéndose a Salomón: «ch’ei fu re, che chiese senno, acciocchè re suficiente fosse». 313  Es un exemplum clásico que se halla en Gayo Suetonio Tranquilo, Galba (14): «Regebatur trium arbitrio, quos una et intra Palatium habitantes nec umquam non adharentis “paedagogos” vulgo vocabant».

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extorsiones que colorear después con algún título gracioso: espíritu insaciable y continuamente empleado en procurar —como dijo un célebre espíritu— que el bazo se hinche en un cuerpo flaco, esto es, que se llene el fisco y se consume y extenúe todo el reino. Del cual vicio se sigue inmediatamente que viviendo él en perpetua miseria, y cercado de sospechas con la espada pendiente sobre su cabeza, viene a quitar de un solo golpe la libertad a sus súbditos, la seguridad a sí mismo y el reposo a todos314. CABALLERO. Y yo también diré que vos tributáis al príncipe indigno toda la honra que le pertenece, pues no hallo razón para que no se pueda tan libremente vituperar a los [f. 105] malos, como ensalzar los buenos, a los que Dios quiera conservar y mantener en continua felicidad. 169. Mas volviendo al defecto de la avaricia, yo creo que mucho más molesta y atormenta a los grandes que a los medianos o inferiores, y que muchos príncipes tienen grabado en su corazón el deseo de conseguir la monarquía absoluta, con la que, aún después de conseguida, no estarían contentos y conocerían que en ellos mismos se verificaba aquel dicho: Alejandro es grande para el mundo y el mundo es pequeño para Alejandro.

ANÍBAL. Alejandro merecía ciertamente ser llamado pequeño, y aun miserable, porque tanto lo es aquel a quien nada le basta, como el que nada tiene. El príncipe pues, que quisiere adquirir famoso renombre, y mantenerse en la buena gracia de los particulares, se guardará de los dichos defectos, y para que no se diga que por razón de su crecida ignorancia se parece a una mona sobre un banco, se alentará primeramente a abrazar la enseñanza y la ciencia de lo que dará muy buen testimonio si estima y hace aprecio de los sujetos sabios y virtuosos. 170. CABALLERO. Habiéndose preguntado al Aretino315 el motivo porque tan pocos príncipes reconocían el día de hoy los hombres excelentes en la poesía y otras facultades como solían los antiguos, respondió que por razón de 314  El

médico alude a la espada de Damocles, una frase popular que hoy se utiliza para referirse a un peligro inminente. Parece ser que la historia fue narrada por Timeo de Tauromenio entre el siglo iv y iii a.C. y sucesivamente por Cicerón y Horacio en el siglo i a.C. En ella se cuenta cómo Damocles, miembro de la corte del rey Dionisio «El Viejo», adulaba excesivamente al monarca. Con el fin de demostrar la precariedad de la condición de rey, Dionisio hizo que se sentara en el trono y sobre él dejó pender una espada encima de su cabeza atada al techo por un único pelo de crin de caballo. 315  Pietro Aretino (Arezzo, 19 de abril de 1492-Venecia, 21 de octubre de 1556) fue un poeta, escritor y dramaturgo italiano.

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que les remuerde la conciencia por las alabanzas que falsamente les atribuyen. Y verdaderamente no se puede hacer aprecio de lo que no se entiende. Por lo cual desearía yo que el príncipe fuese literato, así por esta causa como por las demás que hemos notado. ANÍBAL. Entre todas las acciones que son acomodadas a los príncipes, lo es particularmente la que se dirige al mismo príncipe. Y por eso se dice que Demetrio exhortaba a Ptolomeo a que leyese muchos libros pertenecientes a la arte de reinar316, por cuanto en ellos hallaría muchas cosas que los vasallos no se atreverían a decirle. 171. Es pues inexcusable que el príncipe huya la mencionada avaricia, metropolitana de todas las iniquidades y que para no admitir en su casa tan vil huésped, se despoje de la persona privada y se revista de la pública, dirigiendo todos sus pensamientos e ideas al bien y provecho de su pueblo. Que también se ponga a considerar cuán molesta y gravosa es la pesadez del cetro y la corona, porque si sube al imperio con esperanza de vida más tranquila, se parece al que trepa a lo alto de una montaña creyendo librarse de los rayos y de la tempestad. Y por eso con gran discreción [105v.] llamó aquel —sea quien fuere— a la vida del príncipe una gloriosa miseria y otro le adjudicó el nombre de noble servidumbre, llamando juntamente al buen rey esclavo público, fuera de que Tiberio —si bien me acuerdo— llamaba al imperio una «grande bestia»317. 172. Y así, si todos pensasen en sus imaginaciones cuáles son en sí las fatigas, los desvelos, las angustias, los peligros, la inquietud y, finalmente, la carga a que se sujeta el verdadero príncipe, no se encontraría acaso dos que se riñesen y se hiciesen guerra sobre un principado y se hallarían más reinos que reyes. Por lo que el príncipe sabio y advertido conociendo la gravedad y peligro de tan gran peso, el que por sí solo con sus pocas fuerzas no puede llevar, se proveerá de buenos ministros y consejeros, inteligentes no menos en los negocios políticos que en los militares, por el interés de la justicia y la conservación del estado, acordándose del proverbio que el mal príncipe tiene malos costados, esto es, malos consejeros y, por esto, conviene que en esta elección y reseña abra bien los ojos y advierta cuales son dotados igualmente de ciencia que de bondad. 316  El consejo de Demetrio de Falero, político y escritor ateniense que vivió entre 350 y 307 a.C., a Tolomeo Sotere, rey de Egipto, se encuentra en la Apophthegmata (Lib. VII, Lectio utilis), de Erasmo: «Ptolomaeum regem adhortari solet, sibi pararet libros de regno deque, militari imperio gerendo tractantes, eosque diligenter evolveret, propterea quod ea de quibus amici non audent admonere reges, in libris scripta habeantur» (1570: 648). 317  Este dicho de Tiberio se lee en Suetonio (Tiberius, lib. III, 24): «Quanta belva esset imperium».

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173. En esto fue tan cuidadoso y diligente Filipo, rey de Macedonia que solo por haber entendido que un ministro suyo se teñía la barba, le privó de su oficio diciendo que no podía ser fiel en las cosas públicas quien no lo era en su barba318. Jamás resolvió cosa alguna sin sus pareceres y, principalmente, en los negocios en que intervenía la justicia, acordándose de que no sin razón se dice que cuando Júpiter quiere hacer algún beneficio a los mortales, lo ejecuta solo, pero cuando pretende hacerles algún daño, con rayos, con tempestad, con guerra, peste o terremoto, llama a los demás dioses y con su parecer efectúa la venganza. El emperador Marco Antonio solía también decir: «Cosa más justa es que yo siga el consejo de tantos y tales amigos que el permitir que tantos y tales amigos sigan mi sola voluntad»319. No menos estará advertido en exceder a sus súbditos no en ocio sino en industria y providencia. Y como los entes celestes ni pueden mantenerse firmes, sino agitados de un perpetuo movimiento, así un príncipe debe continuamente emplearse y entretenerse en gobernar sus vasallos con justicia, estando atento a su provecho y comodidad. De tal suerte que ponga en planta aquella sentencia de Adriano, el cual decía que el principado se debía ejercer como cosa que tocaba al pueblo y no como cosa propia320 [f. 106]. 174. Que después de esto, desee en su corazón la benevolencia de sus vasallos, que es la verdadera e inexpugnable guarnición del reino, y obtendrá esta benevolencia siguiendo el aviso de Tito Vespasiano, el cual quería mostrarse tal con los particulares, como deseaba que los particulares se mostrasen con él321. Porque como no hay cosa más nociva que el ser aborrecido, así no hay cosa más 318  Los

modelos de reutilización de la CC se intensifican en esta sección. En este caso se trata de un exemplum que se halla en la Apophthegmata de Erasmo (Lib. IV, Fuco non credendum): «Fuco utebatur in tingentis capillis, ubi non multum erat lucri, multo magis usurus erat fuco in piblicis negotiis, ubi dolus interdum ingens adfert emolumentum. […]. At apud Philippum nec Antipatri tantum valebat auctoritas, quin suspectum e iudicum ordine moveret» (1570: 269). 319  Conocido como Antonino Pío (19 de septiembre de 86-7 de marzo de 161), gobernó el Imperio romano de 138 a 161. «M. Antonini uxor Faustina male audiebat vulgo. Itaque hortantibus amicis, ut eam repudiaret, si nollet occidere, responsit: Si uxorem, inquit, dimitimus, reddamus et dotem. Dotis nomine signans imperium, quod ab socero volente Adriano adopta tus acceperat» (Erasmo 1570: 495). 320  El emperador Adriano vivió entre el 76 y el 138, y llegó al poder en el año 79. La sentencia se encuentra en Erasmo (Apophthegmata, Lib. VI, Princeps): «In Senatu frequenter dicere solet, se sic gesturum principatum, ut sciret rem populi esse, non suam privatam. Nimirum attigit hoc, quod unum distinguit regem a tirano» (1570: 490). 321  Tito Flavio Vespasiano (17 de noviembre de 9-23 de junio de 79) fue emperador del Imperio romano desde el año 69 hasta su muerte. El dicho de Aníbal se lee de manera indirecta en Suetonio (Divus titus, 8): «Non oportere —ait— quemquam a sermone principis tristem discedere».

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útil que el ser amado, lo que sin duda se adquiere con la humanidad y cortesía. Y por esto no es maravilla que por común consentimiento fuese de todos llamado el amor del mundo y las delicias del género humano. Pues hizo profesión de dar a todos larga audiencia y de no dejar que ninguno partiese descontento de su presencia. CABALLERO. No hay ciertamente otra cosa que más nos renueve el Siglo de Oro que la bondad del príncipe322. 175. ANÍBAL. El príncipe no solo debe mostrarse benigno, afable y gracioso, conversando con los particulares, sino usar también modestamente de su autoridad y especialmente en sus ofensas propias en las que debe contentarse con pequeña venganza, imitando en esto a los animales generosos que no se vuelven contra los perrillos que chillan y ladran contra ellos. Teniendo también presente lo que solía decir Catón que los grandes deben usar sobriamente de su poder para de su poder, para poderlo usar largamente y Trajano acostumbrada a llamar al Senado su padre y a sí criado de aquel323. Y para recoger en uno todo lo que se pudiera traer, diremos que el buen príncipe debe apropiarse el nombre de padre de la patria y no portarse de otro modo con sus vasallos que un padre con sus hijos324. Y porque se pueden ver perfectamente las leyes pertenecientes a los príncipes en el ejemplo de Ciro en Jenofonte325, y en otros muchos, nos bastará el añadir aún estas tres advertencias es, a saber, que la reputación del príncipe se manifiesta en hablar sobriamente, la bondad en abstenerse de las riquezas de sus súbditos y la sabiduría en gobernarse bien a sí mismo. El príncipe que cumpliere estas tres cosas podrá dignamente decir que es la viva imagen de Dios y, haciendo lo contrario, bien puede estar cierto que, aunque no le suceda otra desgracia en el discurso de su vida, en la muerte conocerá la verdad de aquel dicho que los grandes serán grandemente atormentados. 176. Volvamos ahora a los súbditos y a la conversación de estos con los príncipes, la que yo he juzgado siempre —hablando de los príncipes [f. 106v.] en general— que se debe evitar cuanto fuere posible, porque su benevolencia es ardiente y activa, pero también se extingue fácilmente con el viento de la envi322  El

tópico del Siglo de Oro se refiere al buen gobierno del príncipe. sentencia de Catón se encuentra en Erasmo (Lib. V, Potestas moderata, 11): «Admonebat ut qui potentes essent, parce uterentur sua potestate, quo Semper uti possent: sentiens potentiam clementia comitateque fieri diuturnam ferocia brevem» (1570: 440). 324  Esta sentencia final es de Agasibles, rey de Esparta. «Eorum, inquiens volo esse discipulus, quorum sum et filius: significans nominus interesse quos nactus sis parentes, quam quos adsciscas praeceptores» (Erasmo 1570: 2). 325  La alusión es a la Ciropedia, obra que Jenofonte escribió entre 365 y 380 a.C. 323  La

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dia y de la calumnia. Lo que se confirma y prueba del ejemplo de Lisímaco326 y Sejano327 que fueron tan agradables, el uno a Alejandro y el otro a Tiberio, los que con todo eso cayeron de un extremo favor a una extrema desgracia y ruina total de que todos los días vemos semejantes ejemplos en nuestro tiempo. Y como no es dable uno que se mantenga en el estado del favor, este miserable vive continuamente con espíritu inquieto, y su dueño le carga como a un buen caballo, con un continuo y pesado repostero, sin dejarle jamás, hasta sacarle la alma del cuerpo. De manera que es muy verdadero este dicho: Sea que el príncipe te ame, o te aborrezca todo es un mismo mal.

Mas no obstante pienso yo que la conversación de los príncipes por honrosa que sea, debemos nosotros excusarla cuanto pudiésemos, siguiendo el ejemplo del vaso de tierra que rehusó la compañía del de metal328. 177. Y bien sabéis que no se puede libremente decir delante de ellos lo que se piensa ni altercar en ninguna manera, porque de otra suerte no seríamos amigos de César. Y, a mi parecer, no por otra cosa se debe huir la plática de los príncipes, sino porque nos arrebata aquella libertad que es tan apetecible cuando se conversa, y nos reduce a una servidumbre que no puede agradarnos por mucho tiempo. Pero, no obstante, siempre es bueno solicitarla, supuesto que por su medio nos constituimos más generosos, sin dar ocasión a que se diga que el huirla es por falta de valor, fuera de que esto cede en propia utilidad y honor, y a lo menos se gana por este camino la gracia y benevolencia del príncipe. CABALLERO. Vos me habéis muy a punto prevenido en esto, porque yo quería añadir que, aunque esta compañía sea arriesgada, y yo nunca la he apetecido, trae con todo eso aptos bienes, grandezas y beneficios a muchos. Y pues el príncipe, así como es de más excelente dignidad, así es también de más exquisito 326  Lisímaco de Tracia (360-281 a.C.) fue un oficial macedonio muy fiel a Alejandro Magno

y del que fue sucesor. 327  Lucio Elio Sejano (20 a.C.-31 d.C.) fue un político y militar romano, amigo y confidente del segundo emperador, Tiberio. 328  La alusión es a una de las fábulas de Esopo, titulada La olla de cobre y la de barro: «Salió de madre un río y se llevó dos ollas, la una de cobre, la otra de barro. El movimiento de las dos no era igual, porque la de barro como más ligera iba delante, y la de cobre más atrás por ser más pesada. La de cobre decía a la de barro que la esperase un poco para ir en su compañía, y que no temiese, pues no la haría daño alguno. “Aunque yo creo tus palabras”, respondió la de barro, “no quiero esperarte, porque temo que la corriente y movimiento del agua nos haga chocar, y entonces sería yo la que recibiría todo el daño”. Conviene mejor tener por compañeros a los iguales que a los más poderosos, pues estos pueden hacer daño, y ellos no pueden recibirlo» (1849: 156-157).

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valor y virtud, podremos sin dificultad creer que su frecuentación nos sirve grandemente para la dirección de nuestras acciones y modos de vivir. 178. ANÍBAL. Vos sabéis que los que como vasos de tierra se rompen y deshacen tratando con los príncipes, padecen esto por no portarse como debieran. Y por eso, dándoles un medio sano y seguro, les amonesto que no se desvanezcan ni inflen ni se den por seguros por mucha amistad, favor o llaneza que reciban del príncipe, sino que cuanto más avanzados se vieren, se humillen más y le reverencien [f. 107] CABALLERO. Eso me parece bien, porque yo he advertido que el duque329 mi dueño ha cesado en favorecer a algunos que abusaban de su bondad, y estos tanto más sentían esta caída cuanto de más alto se despeñaban. Y a la verdad yo conozco por experiencia que el que quiere mantenerse largamente en la gracia de los príncipes es preciso que haga como el oso, y se contriste durante el buen tiempo, esperando el malo porque esta expectativa le detendrá en los continuos respetos, reverencia, humildad y obsequio que son tan agradables a los príncipes. 179. ANÍBAL. Acaso no sabría humillarse bastantemente por su parte y, por eso se dice que al hacer Arístipo alguna suplica a Dionisio el tirano, si este no se la concedía, se echaba a sus pies y alcanzaba lo que quería, diciendo después: «La falta no es mía, sino del rey que tiene en los pies los oídos». Por ventura se pudiera responder a Arístipo que la culpa era suya, pues sin usar del respeto debido se familiarizaba desmesuradamente con el príncipe330. Finalmente, estando en posesión de los empleos y dignidades, conviene respetar con ellas con toda humildad a los príncipes, supuesto que el honor no resulta en ellos, sino en Dios de quien son criados. Lo mismo que he dicho del príncipe lo entiendo también de los magistrados y ministros de justicia, lo que se deben contemplar como cosas sagradas y como criados de Dios. Y aunque entre ellos se encuentran algunos injustos, crueles, parciales, ignorantes, corruptibles y aceptadores de personas, no por eso se debe dejar de respetarlos, teniendo siempre la mira en que son miembros del príncipe. 180. CABALLERO. Yo deseo también que descendáis a un particular asunto de los magistrados, los que creo tienen necesidad de algunas leyes diversas y

329  El

duque de Nevers. una vez a favor de un amigo a Dionisio y no consiguiendo el favor, se echó a los pies de este. A uno que se burlaba le dijo: «No soy yo el culpable, sino Dionisio, que tiene los oídos en los pies» (Diógenes 2007: 123-124). 330  Suplicando

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separadas de las de los príncipes, y esto con más razón, respeto de haber entre ellos algunos dignos de reforma por sus inicuas y viciosas cualidades. ANÍBAL. Es ciertamente inestimable el daño que dimana de un mal ministro, y por eso se suele decir que se pone una espada en manos de un loco, cuando se confiere alguna dignidad de magistrado a algún sujeto indigno, el que ordinariamente es llamado «mona vestida de seda»331. Y así los ministros que hacen profesión de ser piadosos en corregir, justos en condenar y misericordiosos en castigar de su entendimiento el ejemplo de aquel asno que llevando la efigie de la diosa Isis y viendo que todos se arrodillaban y le adoraban, [f. 107v.] se puso tan hueco que creyó que aquel obsequio se dirigía a él332. En semejante error incurren voluntariamente algunos de estos que por verse honrados y cortejados de todos, piensan que por sí merecen este culto y no advierten que comúnmente se hace no por su mérito, sino por el respecto y reverencia que se debe al príncipe su dueño, cuya imagen llevan en la frente. Y en lugar de recibir verdadero honor, recogen, según dice el adagio, el viento en una red333 y gustan una vianda que tiene por condimento más humo que sal334. CABALLERO. Con que podrán decir muy bien con nuestro Señor: Este pueblo me honra con sus labios, pero su corazón está muy lejos de mí335.

181. ANÍBAL. El sabio dijo con gran razón que el que dignamente está sentado en el trono, es honra del trono, pero el que está indignamente puesto le deshonra336. Y por eso el sabio y prudente ministro de un príncipe no deberá inflarse ni dejar que sus costumbres se corrompan con la dignidad, de la que no siempre ha de gozar, sino que procurará ser estimado y obsequiado, no por respeto de su empleo, sino por el de su propia virtud para que, acabado aquel, pueda aún decir que siempre queda con honor, sin honor. En cuanto a la conversación con su príncipe que sea de modo que nunca llegue a consentir ni por temor ni esperanza en lo injusto que quisiere hacer, ni conformarse con su gusto 331  Hervás cambia el proverbio latín «simia in purpura» (Erasmo 1987: 231, I VII 10), que en la CC es «simia in porpora» (Guazzo 2010 I: 149), en el dicho calderoniano «la mona vestida de seda, mona se queda» (El acaso y el error, 1774). 332  «Asinus portans mysteria» (Erasmo 1987: 393, II II 4). 333  «Reti ventos venari» (Ibid., 150: I IV 63). 334  «Fumos vendere» (Ibid., 112-113: I III 41). 335  Es una cita bíblica. Mateo (15: 7-8): «Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, cuando dijo: “Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí”». 336  Esta sentencia se halla en la Polyanthea y se atribuye a Juan Crisóstomo: «Qui bene sederit super cathedram, honorem accipit cathedrae, qui male sederit, iniuriam facit cathedrae» (1574: 380, Honor).

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vicioso como hicieron en los siglos pasados los consejeros de un rey de Persia que, habiéndose enamorado de su propia hermana, deseó casarse con ella. Pero sabiendo que no había ejemplar, les declaró su deseo y les mandó que fuesen a ver si había alguna ley que lo permitiese. Retirándose juntos y considerando por una parte la razón y por otra el deseo del rey, volvieron finalmente a decirle que no hallaban ley que lo permitiese pero que habían dado con una por la cual era permitido el rey de Persia hacer lo que gustase. Cuya relación le acrecentó el deseo de cumplir y efectuar su desenfrenado apetito. 182. Pero, si es error indigno y muy nocivo el prestar su consentimiento a los deseos lascivos del príncipe, es cosa aún peor y mucho más detestable el proponerle las cosas injustas, cuando no las solicitas y provocarle a enojo, crueldad, venganza y extorsiones. CABALLERO. Y con todo eso, estos son los ministros que se mantienen largamente en su gracia. ANÍBAL. También se ve que frecuentemente muchos de estos dejan el pelo y aun la piel y que acaban su miserable vida en el mayor vituperio y miseria. Y, en fin, lo que se debe decir al ministro, por lo que mira a las personas particulares, es que se muestre con semblante severo y adusto porque esto influirá terror en los malos y conciencia [f. 108] en los buenos, porque de ordinario semejante presencia agrada a las personas justas y disgusta grandemente a las inicuas. Conviene también que se disponga a ser paciente para dar oídos a todos, y en particular a los pobres, y que no se muestre menos liberal de la justicia ni menos pronto en despacharlos de lo que es para con los más grandes. ¡Pero ha! La avaricia y la ambición tienen tanto poder que en los juicios se defiende mejor el pecado de los ricos que la verdad de los pobres y, perdonándose regularmente a los cuervos, solo se castigan las simples palomas337. Mas porque el tiempo es corto, no es justo dilatarse en este asunto, y soy de opinión que pasemos adelante y vengamos a la plática de los doctos y los ignorantes. §. X 183. CABALLERO. Yo tengo por imposible el que señaléis algún medio con que podáis probar que la frecuentación entre estos sea gustosa y agradable. ANÍBAL. ¿En qué fundáis esa opinión? 337  Juvenal (1685: II 63): «dat veniam corvis vexat censura columbas», que en español se ha traducido: «La censura perdona a los cuervos, al paso que fatiga a las palomas» (Evans Macdonnel 1836: 72).

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CABALLERO. En el exempla de la agua y la cera las cuales nunca se incorporan ni juntan, quiero decir en la grande diversidad que tienen entre sí, en genio y acciones, y bien veréis que tarde o nunca los sujetos de facultad se dejan ver entre los ignorantes por cuanto saben, que ni se estima ni se aprecia lo que no se conoce. Y sobre este propósito se cuenta que hallando el gallo un día una piedra preciosa no hizo caso y dijo que más quisiera fuese un grano de cebada338. 184. ANÍBAL. Comúnmente se dice que la ignorancia es una especie de locura339 y, por tanto, quisiera yo que vinieseis a considerar conmigo que hay en el mundo dos géneros de idiotas e ignorantes es a saber locos y sabios. Los locos y necios son aquellos que no solo tienen un entendimiento duro y grosero y son privados de toda literatura, sino que también detestan los sabios e inteligentes, y como verdaderos locos que son, tienen por insensato todos los que hacen profesión de saber y se tienen por dichosos en no saber nada, del cual error viven continuamente preocupados, y por eso la gente de letras debe huir de ellos, y sobre todo excusar su compañía porque vivir entre ellos y hablar de las letras es lo mismo que sembrar margaritas entre puercos. Por esta razón, diciendo un loco de estos que más gustoso se hallaba entre las rameras que entre los filósofos, le respondió Pitágoras que también los puercos quieren mejor estarse en el cieno que en el agua clara340. [f. 108v.] 185. Hay otros ignorantes que tienen sano el entendimiento y bien que no tengan conocimiento de las letras, advierten empero su ignorancia y deseosos de saber, aman, estiman y siguen con gusto a los literatos y son enemigos de los otros ignorantes, de suerte que, no obstante su ignorancia, merecen mejor el nombre de doctos que el de idiotas e ignorantes. CABALLERO. Grande agravio haréis a los doctos en dar su título a los ignorantes. ANÍBAL. Bien pudiera responder a eso con aquella regla común que nos tienen por tales, cuales son aquellos a quienes frecuentamos. Mas por satisfacer 338  Este último exemplum se halla en muchas fuentes, aunque la más antigua parece ser la de Esopo: «El gallo y la margarita. Un gallo buscando que comer, halló una piedra preciosa en un lugar inmundo; y viéndola en tal lugar, dijo: “¿Cómo estás entre el estiercol de esta manera?”. Si algun joyero le hubiera hallado, te hubiera recojido con sumo gozo, y te hubiera vuelto á tu primer estado; pero yo en valde te hallo, pues mas estimaria encontrar aqui algo que comer. Por piedra preciosa se entiende la sabiduría y el arte; por gallo el hombre ignorante ó libidinoso. Pues ni los necios aprecian la ciencia, que no conocen, ni el libidinoso estima lo que no tirve á tus deleites» (1849: 52). 339  «Ignorantiam insania genus», parece ser una frase de Clemente de Alejandría. Por otro lado, Quondam la atribuye a Sócrates (Guazzo 2010 II: 284). 340  Este exemplum se encuentra en el De amonestaciónes y doctrinas de Séneca (1551: f. 73v.).

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mejor a lo que decís, defiendo que hay un medio entre la ciencia y la ignorancia y este medio consiste en la buena opinión, esto es, en ser participante de lo verdadero sin alguna razón cierta, lo que no puede llamarse ciencia, puesto que, la ciencia no está sin razón ni tampoco ignorancia, porque participar de la verdad no es ignorancia. Y así, por este medio son puestos entre los doctos e idiotas aquellos de quien hablo, los cuales no son verdaderamente doctos, pues no tienen algún fundamento de doctrina, y no son del todo ignorantes, pues procuran evitar la ignorancia y seguir la ciencia del otro. 186. Pero porque os dije que merecen antes el nombre de doctos que el de idiotas, en confirmación de esto os digo que la principal parte de la virtud es huir el vicio, y así no conviene tanto el afanar por adquirir valor prudencia y otros bienes como solicitar el abstenerse del vicio. Y, según esto, llamaremos virtuosos no solo a los filósofos que tienen perfecto conocimiento e inteligencia de las cosas pertenecientes a la felicidad del hombre, sino también a todos aquellos que, absteniéndose del vicio, tienen intención de vivir y obrar virtuosamente. Porque se dice de ordinario que ninguno padece falta de virtud, sino el que así lo quiere, puesto que el principal fundamento de la virtud es el deseo. Y para abreviar, débese llamar ignorancia, la que resiste a la ciencia, o a la opinión, o razón que goza comúnmente mayor fuerza; y prudencia es la de un espíritu que consiente a las ciencias, a las opiniones y razones, ya dichas, aunque no tenga letras ni doctrina. CABALLERO. Con esas voces, haréis que los ignorantes eleven su corazón y se hagan más orgullosos de lo que conviene. Y seréis causa de que, estando destituidos de literatura, quieran llamarse sabios. ANÍBAL. Muy en breve traeremos remedio para desvanecer esas esfumaciones que se les suben a la cabeza. 187. No obstante, no podemos negar que hay muchos hombres en el mundo, los cuales sin letras y solo por seguir como buenos discípulos a la naturaleza que los enseña341, han llegado a grandes cosas y a empresas considerables. Y, al contrario, muchos doctos y literatos [f. 109] siendo de poco talento, se han dado a conocer por inhábiles y no han podido dar algún provecho con su doctrina. Y no se ha de omitir que muchos eruditos hallándose en las compañías son poco agradables y tan insípidos y de mal gusto solo por ser sutiles y prontos en responder o por decir algunas cosas de chiste. Por esto no es justo que los sabios se glorifiquen orgullosamente de su saber antes deben acordarse de que, al águila por su fuerza, al pavón por sus plumas y al ruiseñor por la dulzura de su canto, 341  Es

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cita indirecta de Cicerón: «natura dux optima» (Lib. I, 2).

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todos los conocen por superiores en lo que tienen de perfecto y que la naturaleza hubiera hecho grande agravio si uno solo tuviera todas las perfecciones que hermosean el mundo. 187. Ni empero pretendo yo quitar a los doctos el honor y respeto que les es debido, antes me parece justo el confesar que las letras son el bastón y apoyo de un enfermo, y que entre todo lo que el hombre posee en el mundo, solo el saber es durable e inmortal. Y tengo grande compasión de los que por desgracia se hallan privados, pudiéndose con verdad decir que son tan merecedores de honor los literatos, como de vituperio aquellos que nada saben de las buenas letras y facultades, las cuales desnudan al hombre la capa de la ignorancia y le subministran un verdadero modo de bien vivir, le hacen amable y agradable, le alivian y consuelan maravillosamente en todas sus adversidades y, en suma, son las que le levantan y quitan del lodo y fuera de la chusma popular, le sirven de escala para subir a las dignidades y honores y para llegar al conocimiento de las cosas celestes y divinas342. CABALLERO. Dais tanta excelencia a las letras que casi parece echáis en olvido las armas que como vos sabéis las exceden y puestas en la balanza se las llevan de calles. ANÍBAL. Yo sé que siendo preguntado un hombre de gran categoría cuál quería ser más Aquiles o Homero, respondió: «¿Y dime qué querrías ser más en un ejército, capitán o trompeta?»343. 189. Mas, aunque esta respuesta sea favorable a las armas, pregúntoos ¿a qué fin se dirigen todos los hombres sabios y honrados? CABALLERO. Yo creo que a dejar después de sí aquella que triunfa de la muerte y como dice el poeta: Que del sepulcro al hombre puede revocar, y para siempre en vida conservar344. 342  Esta defensa de las humanas letras se encuentra en la Polyanthea (Eloquentia) y cita una famosa sentencia de Cicerón (Pro Archia): «Haec studia adolescentiam alunt, senectutem oblectant, secundas res ornant, adversis solatium et refugium praestant, domi delectant, foris non impediunt, pernoctant nobiscum, peregrinantur et rusticantur» (1570: 268). 343  El hombre es Temístocles y este exemplum se menciona en varias fuentes. Erasmo, en su Apophthegmata (Praecones poetae), señala lo siguiente: «Interrogatus utrum Achilles esse mallet, an Homerus. Dic ipse prius, inquit, utrum malles esse victor in Olympiis, and praeco qui victores pronunciat: sentiens, multo praestantius esseres egregias gerere, que gestas celebrare, Homerum praeconi conferens» (1570: 393). 344  Petrarca, Trionfi in vita ed in morte (I, 9): «Che trae l’uom del sepolcro, e ‘n vita il serba».

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ANÍBAL. Bien decís ¿mas de dónde dimana la inmortalidad del renombre? CABALLERO. De las letras y de las historias que la conservan y la hacen vivir eternamente. ANÍBAL. De ahí podréis ver la ventaja que tienen las letras sobre las armas, pues las letras por sí solas inmortalizan el hombre, lo que las armas no pueden hacer sin el socorro [f. 109v.] de las letras. Y advirtiendo esto, el gran rey Alejandro y envidiando a Aquiles la felicidad de haber hallado un tan excelente pregonero de sus hazañas y elogios, como Homero, no quería significar otra cosa, sino que deseaba el ver y encontrar a alguno que doctamente describiese sus trabajos, conquistas, hazañas y empresas gloriosas, todo lo cual sabía que muy brevemente se extinguiría sin el espíritu y alma de las letras. CABALLERO. Yo creo que sin el incentivo de la fama hubiera pocos hombres que quisiesen trabajar en alguna loable empresa. 190. ANÍBAL. Todos se empeñan y desean adquirir esta gloria como fruto que les es debido, y como legítimo salario de sus trabajos y fatigas, y ninguno hay que no se deleite en dejar memoria de si a la posteridad, en cuya confirmación se cuenta que cierto autor publicó una obra suya que tenía por título el desprecio de la gloria por la que solicitaba probar con varias razones que era vanidad indigna del hombre el mendigar su gloria y reputación por sus escritos. Pero este autor fue acusado de haber cometido el mismo error que condenaba en otros, pues había puesto su nombre en la frente y entrada del libro, en donde claramente se veía que si verdaderamente hubiera él despreciado la gloria, como procuraba persuadir a otros, hubiera publicado su libro sin poner en el su nombre, el cual así puesto se arrimaba al olor de una gloria mendigada. Pero Cicerón no quiso en este punto disimular nada, pues abiertamente escribió a Lucio ciudadano romano345, muchas y muy afectuosas cartas para darle gracias por tres cosas. La primera era el escribir separada de otras historias la conjuración de Catilina para dar inmortal fama a su nombre; la segunda, que añadiese alguna cosa a favor de la amistad; la tercera, que la publicase inmediatamente a fin de que aun en vida pudiese gustar su alabanza y su gloria346. 191. Ni se ha de pasar aquí en silencio a Augusto, el cual insertó en su testamento muy a la larga sus divisas, y mandó que se entretallasen sobre su sepultura en columnas de bronce. ¿Y cuántos otros se pudieran numerar que han procurado y mendigado esta gloria por medio de historias, de estatuas, pinturas, edificios o, en fin, de otros semejantes monumentos? 345  Lucio 346  La

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Luceyo fue un orador e historiador romano, amigo y corresponsal de Cicerón. carta de Cicerón se halla en las Epistulae familiares (V 12).

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CABALLERO. No es muy de admirar que tan honroso deseo entrase en el corazón de una cortesana pública llamada Friné347, la que, siendo muy rica, y habiendo Alejandro el Grande arruinado los muros de Tebas, se fue a presentar a los tebanos y les propuso que [f. 110] ella los reedificaría a su costa, con tal que tuviesen a bien que para memoria eterna de su nombre hiciese esculpir estas palabras: Alejandro los arruinó y Friné los reedificó348.

ANÍBAL. Más disculpable era esa mujer que deseaba la gloria por su dinero, que algunos que la desean a costa ajena y no pudiendo dejar fama por su propia virtud se atribuyen furtivamente los honrosos trabajos de otro, de lo que poco ha hemos hablado. 192. Pero volviendo al hecho de las armas, respondo que las hazañas de los grandes capitanes y valientes soldados mueren con ellos si no tienen quien las escriba, o si no juntaron a la virtud de las armas la alma del saber y el conocimiento de las letras, de forma que, a imitación de César pudiesen tener con una mano la lanza en el ristre y, con la otra, la pluma para describir sus propias impresas y heroicos hechos. Lo que con especialidad sería necesario en nuestro tiempo en el que hay tanta falta de escritores, y se encuentran muchos buenos y valientes soldados, o héroes, que han hecho maravillas en materia de armas, las que si estuvieran tan bien escritas, como están casi sepultadas en el olvido, no tuvieran ocasión de envidiar a Aníbal, Marcelo, Alejandro, César, ni a los Escipiones, y estos igualmente estarían privados de renombre y gloria, ni se sabrían sus hazañas caballerosas si las trompas de los poetas349 e historiadores no las hubieran hecho sonar a los oídos de la posteridad. 193. CABALLERO. De ahí puede juzgar cuán provechoso es tratar los sujetos de letras, y de cuánto sirve la amistad de los que escriben, los cuales con un rasgo de su pluma os pueden prolongar la vida por muchos siglos. ANÍBAL. No solo pueden ellos dar la vida, sino quitarla, y por eso decía un célebre capitán que las plumas de los escritores traspasaban los petos350 más acerados y más hechos a prueba. Y bien sabemos que muchos autores o por compla347  Hija

de Epicles. exemplum cuyo protagonista es la cortesana Friné se encuentra en El banquete de los eruditos de Ateneo de Náucratis (XII 22), sucesivamente citado por Erasmo en la Apophthegmata (Gloria amor, 1570: 719). 349  La trompa es un atributo tópico de la poesía. 350  «Parte de la armadura que cubría y protegía el pecho» (DRAE). 348  Este

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cer a otro, o llevados de pasión, o por otro cualquier motivo, han ensalzado de este modo su deber, y, al contrario, han callado y abatido el honor de otros que eran acreedores a elogios. Y, en suma, con la fuerza de la pluma y de la tinta han hecho grandes los pequeños y humillado los que debieran haber engrandecido. CABALLERO. Me han contado que siendo Paulo Jovio351 notado de mentiroso en su Historia, lo confesó empero añadió que una cosa le consolaba y era la seguridad que tenía de que, dentro de cien años, no habría escritos alguno que dijese lo contrario de lo que había propuesto y, de este modo, la posteridad creería [f. 110v.] sin duda todo lo que está escrito en su Historia. ANÍBAL. Puede ser que no se hubiese puesto en ese peligro si no juzgase que nadie tendría el atrevimiento de contradecirle por su elevado estilo y puro lenguaje de que está adornada su Historia. 194. Pero de cualquier modo que sea, manifiestan su buen juicio aquellos que se hacen amigos los sujetos literatos, y los recogen debajo de su favor y protección, no tanto por su propio interés, como por el amor de la virtud; lo que acarreó insigne honor a Alejandro, a Augusto y a Mecenas352, los cuales, con grandes honras e indecibles liberalidades, se granjearon por apasionados muchos gramáticos oradores, poetas y filósofos. También me parece que en este asunto además de los ejemplos antiguos no se debe olvidar el moderno del papa Pío II, el cual en las guerras de su tiempo mandó expresamente que se perdonase en la honra, haciendo y vida a los de Arpinas353 por causa de la memoria de Cicerón, natural de este lugar, y porque aún había muchos que tenían el mismo nombre354. 195. Empero conviene ya reglar la conversación de los literatos y primeramente amonestarlos que se acuerden de que la ciencia constituye al hombre hinchado y soberbio. Lo que se confirma del ejemplo de Accio poeta355, el cual fue tan insolente por razón de su doctrina que, entrando el emperador César en el Colegio de los Poetas, no se dignó de saludarle teniéndose en mucho más 351  Paolo Giovio, castellanizado como Paulo Jovio (Como, 19 de abril de 1483-Florencia, 11 de diciembre de 1552), emblemático representante de la escritura historiográfica. Su Historiae sui temporis publicada entre 1550 y 1552 fue objeto de mucha polémica. 352  Se refiere a Cayo Mecenas (c. 70-8 a.C.), noble romano confidente y consejero político de Augusto. Fue un importante impulsor de las artes, protector de jóvenes talentos y de poetas como Virgilio y Horacio. Este comportamiento tan liberal transformó su nombre en un término difundido en todas las lenguas modernas. 353  «Arpinas o Arpino como hoy dicen» (Góngora 1644: 175). 354  La alusión es a los Commentarii rerum memorabilium quae temporibus suis contigenrunt de Pío II (Eneas Silvio Piccolomini), publicado en Pienza en 1405. 355  Lucio Accio fue un poeta trágico latino que vivió entre 170 y 94 a.C.

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que él356. Yo ciertamente siempre he creído que como una planta cuanto más cargada está de frutos tanto más se inclina hacia la tierra, que así el hombre cuanto más lleno está de ciencia, tanto más obligado está a abatirse porque el fundamento de la virtud es la humildad, y no hay claridad tan grande que no se obscurezca por el orgullo. Y así no deben tenerla oculta y sin utilidad ni usar de ella para tener vanagloria, sino conformar —para su propia felicidad— su vida con su ciencia. Puesto que el saber de un vicioso es lo mismo que un vino generoso echado en una vasija corrompida y hedionda. Deben también emplearla en beneficio ajeno, comunicando su ciencia a sus próximos, pues ningún bien es poseído con gusto si no se comunica a otro. De suerte que deben ocuparse en franquear a otros lo que saben y en aprender para enseñar a otros. 196. CABALLERO. Yo quisiera que los sujetos de letras excluyesen cuando conversan cierto estilo afectado que los hace odiosos y poco apetecibles en los concursos357. ANÍBAL. Ya iba yo a decirlo. Pues es error de algunos [f. 111] hombres sabios que, hallándose entre ignorantes, razonan del mismo modo que un maestro cuando dicta a sus discípulos. Y como si estuvieran entre literatos y filósofos usan de argumentos en modo y figura, y con los mismos términos que pueden ser entendidos por solo los doctos, de suerte que ofenden los oídos y perturban los espíritus del concurso. Y así conviene que principalmente entre idiotas se ejerza la ciencia familiarmente y con tal discreción que sirva antes de salsa que de vianda sólida y cause más apetito que hartura, obrando de modo que reconociendo aquellos su ignorancia, admiren y respeten la doctrina de los otros. CABALLERO. Quien supiere practicar este método que proponéis, dará y recibirá maravilloso contento conversando con los ignorantes, de los que verá su doctrina generalmente aprobada y a sí mismo grandemente venerado. 197. ANÍBAL. Un cierto decía que como algunos navíos parecen grandes estando sobre algún río, los cuales parecen muy pequeños puestos sobre la mar, así hay hombres que parecen doctos entre los idiotas y son idiotas entre los doctos. Y no se pueden negar que en todas conversaciones aquel goza mayor deleite que conoce ser el primero y superior en lo que se trata. Pero tampoco es justo que el hombre sabio se persuada a que no debe hacer caso de los ignorantes, entre los cuales hay algunos que, aunque sin letras, no por eso se hallan destituidos

356  Esta anécdota se halla en Valerio Máximo (1988: III 7 11), aunque el protagonista no es César el emperador, sino Julio César Estrabón Vopisco. 357  En la CC de 1579 se lee: «né spargere tanto largamente il loro senno che apporti sazietà e stanchezza» (2010 I: 154), que Hervás omite en esta versión.

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de un buen juicio, con el que conducen felizmente sus negocios y hacen que en su comparación los doctos parezcan groseros y brutales. Como lo hizo un oficial a quien como un literato pidiese limosna, diciendo que era maestro en las siete artes liberales, él le respondió: «Yo soy más docto que vos, pues con una sola arte me mantengo a mí, a mi mujer y a mis hijos, cuando vos con vuestras siete artes ni aun a vos solamente os podéis mantener»358. 198. CABALLERO. Lo que me obliga con extremo a querer y respetar a un sujeto de letras es el ver su literatura acompañada de una bondad irreprensible como, al contrario, yo estimo poco o nada a un docto distraído. ANÍBAL. La ciencia en un hombre vicioso vale lo mismo que el buen vino en un mal tonel. Y por tanto le haremos presente que sobre todas las otras cosas se abstenga de los vicios y muestre no menos con efectos la integridad de su alma que con la voz, el fundamento de su doctrina, a fin de que no se apropie lo que se dijo por un sujeto docto pero vicioso, del cual diciendo uno que tenía buenas letras, se le respondió que tenía buenas y malas. CABALLERO. Dad a los ignorantes algún remedio para que, frecuentando los literatos, consigan su amistad y benevolencia. ANÍBAL. Desde el principio de nuestro discurso les hemos propuesto —si se os acuerda— por singular antídoto el silencio, el que observan muy mal, puesto que, si ponéis cuidado, notareis [f. 111v.] que en los concursos aquellos hablan más, contestan y gritan más que saben menos, y de ahí acaso vino el proverbio que dice que la peor rueda del carro es la que hace más ruido359. CABALLERO. Al contrario, se pudiera oponer a la gente de letras que los huevos frescos no rechinan360. 199. ANÍBAL. El segundo remedio es que conversando con los doctos se acuerden de su ignorancia361, porque con este recuerdo serán más advertidos 358  Las

siete artes mencionadas en el exemplum marcan la fundación del sistema educativo y cultural clásico, es decir, de la instrucción cotidiana del joven. Se organiza en un doble sistema, las artes del trivio que en la Edad Media eran un conjunto de las tres artes liberales relativas a la elocuencia (gramática, retórica y dialéctica), y las cuatro artes del cuadrivio (matemáticas, aritmética, música, geometría y astrología o astronomía). Ambos constituían los estudios que impartían las universidades. 359  Es un proverbio latín: «Semper deterior vehiculi rota perstrepit» que en español se tradujo como: «La rueda que más chirría es la que peor rueda» o «Vasija vieja, mete más ruido que la nueva» (Cantera Ortiz de Urbina 2005: 13). 360  No se encuentra el origen de este proverbio que Hervás introduce en lugar de: «gli alti fiumi corrono con minore strepito» (Guazzo 2010 I: 155). 361  El traductor excluye la frase: «il conoscimento del peccato è cominciamento di salute» (Guazzo 2010 I: 155), presente en la CC de 1579.

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en discurrir, habiéndose dicho por un filósofo que aquel no yerra en lo que no sabe que conoce que lo ignora; y, al contrario, comete error en pensar que sabe lo que no alcanza. Después de esto conviene que los idiotas sepan que además de los géneros de superioridades que ya hemos propuesto, hay también el de que los más sabios sean superiores de los ignorantes. Y, por eso, es preciso que estos se humillen y cedan sin contradicción, no habiendo en el mundo cosa más odiosa que el que un idiota quiera contestar con los sabios, como la picaza con el ruiseñor362. Y así como pertenece al docto comunicar sin orgullo lo que sabe al ignorante, así este debe informarse de aquel sin soberbia y sin encubrirle o disimularle su ignorancia. Y debe antes confesar que no sabe que hacer que entiende, porque haciendo aquello da un argumento grande de modestia y lo otro es señal evidente de presunción. 200. CABALLERO. También se requiere que en esta confesión del ignorante haga un poco de artificio para no incurrir en un sonrojo manifiesto, si no era mejor el imitar a un buen hidalgo de nuestro país, al cual como un extranjero le preguntase qué historia era la que veía pintada en los lados y techo de su sala, él le respondió: «Suplícoos que aguardéis aquí un poco que al punto vuelvo». Y yendo a toda prisa al estudio de un hermano suyo doctor, le condujo a la sala, en donde estaba el extranjero y le dijo: «Hermano, responded a este gentilhombre sobre lo que pregunta». ANÍBAL. También es ni poca fortuna el que se encuentre alguno en las casas que con su prudencia supla la ignorancia de los otros. Mas volvamos a decir que los idiotas deben respetar los literatos y buscar su conversación la cual los constituirá no solo más advertidos, sino también más sabios y más virtuosos, porque si lo miráis de cerca, notaréis que los ignorantes se aplican fácilmente a las obras viciosas. Y porque ni pueden conseguir la gracia del príncipe ni llegar a los honores por el medio de la virtud, se esfuerzan a engrandecerse por la conducta de la lisonja, detracción, calumnia, y de otros distraídos medios de que comúnmente se abstienen los sujetos de letras. CABALLERO. Añadid aquí estos alcahuetillos que, viendo al príncipe aficionado a mujeres, se empeñan en proponerle [f. 112] todo lo que podrá agradarle sin perdonarle a su propia sangre en la que consienten mancha y desdono por poder agarrar alguna dignidad o favor. 201. ANÍBAL. Pero bastante se ha hablado en esto. Y supuesto que poco ha decíamos que el docto recibía deleite en conversar con los ignorantes, veamos 362  Esta

manera de decir se encuentra en la Adagia de Erasmo: «Pica cum luscinia certat» (1987: I VIII 72).

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ahora cuán de poca eficacia es este deleite en comparación del que consigue frecuentando a sus semejantes, viendo que el sabio se deleita más de la plática con los doctos, de los cuales su ciencia es conocida y aprobada, que con la de los ignorantes, los que ni le entienden ni podrán formar ningún concepto. Mas conversando el sabio con los idiotas se regocija con lo que da, pero estando con los doctos tiene placer en lo que da y en lo que recibe, puesto que enseña y aprende recíprocamente. Además de esta ventaja, se halla otra en el conocimiento de que adonde hay mayor conformidad de fortuna, de vida, de estudio y de costumbres, allí se engendra también más crecida amistad y, por consiguiente, mayor contento. Y se verifica en estos el efecto que se experimenta entre diversas plantas, las cuales bien que separadas despidan un olor agradable, empero unidas todas dan mayor esfuerzo a los espíritus. Porque como ha dicho un célebre poeta: Dos buenos juntos tienen mayor bondad, las rosas juntas a las lises tienen mayor fragancia363.

Como también es sentir de un filósofo que uno en comparación de dos es nada364. Y ciertamente entre todas las compañías no hay alguna más estable, ni más estrechamente unida que la de los literatos, los cuales se aman entre sí más que hermanos y parientes por razón de la misma concurrencia de procederes, afectos y voluntades que los fuerzan a complacerse con extremo unos a otros y reducirse del número de muchos a un solo corazón por este común lazo de amistad. 202. CABALLERO. Se puede con justicia llamar exteriores a todas las demás conversaciones y a esta sola interior, en la cual los espíritus se ejercitan disputando, enseñando y discurriendo de cosas que pertenecen al conocimiento del bien y del mal, las cuales son las verdaderas amistades y que tienen más larga duración. ANÍBAL. Suele decirse que los vínculos de la virtud, aprietan más fuertemente que los de la sangre y a la [f. 112v.] verdad, un hombre de bien se puede llamar pariente cercano de otro hombre de bien por la concordancia de sus costumbres y espíritus. CABALLERO. Y de ahí imagino cuán grande es la concordia, el deleite y beneficio que se percibe de esta Academia de los Ilustres365 que se ha establecido y formado en esta ciudad. 363  No

se encuentra el autor de estos versos. una sentencia de Platón que se lee en Diógenes Laercio (2007 III: 79). 365  Accademia degli Illustrati de Casale. 364  Es

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ANÍBAL. No os engañáis en decir que en esta Academia reinan estos deleites, utilidad y concordia que habéis propuesto, porque estando unida y congregada en nombre de Dios, bien podréis creer que está en medio de ella y la mantiene en amor, paz y unidad. 203. Y en cuanto al consuelo que cada uno granjea, yo no os le sabré expresar bastantemente, habiendo experimentado en mí mismo y conocido en los demás socios de esta Academia que no hay alguno, por afligido que esté de las comunes miserias o por sus particulares contratiempos que, con solo poner el pie dentro de la sala de los Académicos, no le parezca que entra en un puerto de salvamento y que no sienta que se calma y serena su espíritu con volver la vista a las discretas y misteriosas divisas366 que están en contorno de esta sala. Yo bien puedo decir que cuando mi cuerpo se halla metido allá dentro, al punto arrojo de mí todos los pensamientos enojosos los que, aguardándome a la puerta, me vuelven a poner así que salgo esta pesada carga sobre los hombros. Pero del bien que procede de esta dichosa asamblea, podéis estar cierto, imaginando aquella variedad de ciencias de que se habla en este sitio, ya en públicas lecciones, ya en discursos y disputas particulares, las cuales hacen brotar esta alegría de dar y recibir de que ya hemos hablado. Y puedo afirmar y decir sin vanagloria que, habiéndome tomado la Academia como de prestado para profesor en Filosofía, me he restituido ahora a mí mismo no solo reformado en esta parte, sino también enriquecido y dotado de alguna inteligencia en la teología y poesía y otras ciencias apreciables, de las que no me siento del todo destituido. 204. CABALLERO. Yo he observado por larga experiencia que son poco gustosos para los concursos aquellos que han aplicado todo su estudio a una sola ciencia y profesión, de forma que al punto que los saquéis de allí, los veréis en otra cualquiera cosa, inhábiles y sin conocimiento. Y, al contrario, aquellos consiguen grandes [f. 113] créditos que además de la facultad principal que profesan, saben también discurrir medianamente y con discreción de las demás disciplinas. Y de estos accesorios adquieren tanto más honor cuanto están desviados de su estudio ordinario. Así, sucediendo frecuentemente en un concurso el hablar de varias cosas, y siendo preciso el saltar de un asunto a otro a —como dice el refrán— del tronco a las ramas, no hay cosa en mi sentir que constituya a un hombre más acreditado y le haga más agradable a todos que el ser universal, y el tener la manga llena de variedades, para cuya consecución, digo yo, que es muy útil el tratar un buen número de científicos cuales son los de esta Academia. 366  Se

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refiere a la decoración y a los ornamentos de la Academia.

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ANÍBAL. Ya hemos dicho que el discurrir perfectamente de todas cosas no le es permitido al hombre a causa de la brevedad de su vida, pero no pudiendo tener todas las virtudes concurrencia en un solo sujeto, conviene que muchas se unan en un hombre perfecto, como efectivamente sucede en estas asambleas de gentes virtuosas. CABALLERO. Pues la frecuentación de estos académicos es tan útil. Espero que me propongáis los medios que deben observar entre sí para mantenerse largamente unidos en paz y amor. 205. ANÍBAL. Yo creería cometer grave error en hablar de cualquier modo en este punto. Pues esto sería querer —como lo dice el adagio— enseñar a Minerva, sabiendo muy bien que a ellos y no a mí, toca el dar y recibir los modos y leyes de la conversación, las cuales tienen ya escritas y por cuyo medio se conserva entre ellos un fino amor y viven conforme en buena paz y unión. CABALLERO. A lo menos me haréis el gusto de hacerme saber el origen de los ilustres de la Academia de esta ciudad y cómo se portan entre sí. ANÍBAL. Si yo quisiera satisfacer del todo a vuestra pregunta, no pudiera dar fin a mi discurso en todo el día. Mas por no dejaros privado de esta utilidad, os diré en suma y concisamente que estos académicos deseosos de hacer su gloria durable y de beneficiar a todos, han escogido por divisa al sol, que levantándose del horizonte se va elevando y tiene una luna que se le opone escondiéndose esta hacia el Occidente y han tomado por mote estas palabras lux indeficiens llamándose los Ilustres367. Y en cuanto a las leyes [113v.] académicas, aunque es grande el número, todas en suma se reducen al honor de Dios y a la conservación de la grandeza de la Academia. Se procede con gran respeto en proponer, discurrir y responder, usando de grande urbanidad sin tumulto ni confusión, dando cada uno lugar a que el que le precede en edad, y entró antes que él en la sociedad académica, diga primero su parecer. 206. En cuanto a las asambleas particulares, unas se hacen para la elección del director, de los consejeros, censores y otros magistrados que son creados por votos secretos y mudados cada cuatro meses. Y algunas veces se hacen o para oír los discursos de algún académico que no gusta, de que se haga este acto en público, y otras se ejecutan para recibir los nuevos académicos ya electos por sufragios secretos y para oír sus discursos, en que dan gracias al director y académicos y otras veces se tiene la asamblea en secreto para consultar 367  No

se ha conseguido encontrar la imagen del escudo de la Academia. Sin embargo, Guazzo vuelve a describirlo en La ghirlanda della contessa Angela Bianca Beccaria (1595: 42).

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lo que se debe tratar en público. Y entonces se hacen lecciones o discursos de varias materias y dos académicos leen los estatutos de la Academia y como sus individuos deben portarse y después se propone el modo con que deben ser recibidos los extranjeros que vienen a ella. De dos en dos meses se hace la ceremonia del principado y entonces el antiguo director cede la silla, las insignias y la autoridad del magistrado y de la Academia al sucesor, el que, tomando su asiento, toma posesión del principado y todo esto se ejecuta con palabras y acciones llenas de grandeza y majestad tan crecida que no os la sabré ponderar. Vos allá podréis imaginar lo que esto es, haciéndoos cargo de la grande frecuencia, no solo de ciudadanos, sino también de extranjeros que asisten a estas ceremonias. 207. También sucede frecuentemente el que se case alguno de los académicos y entonces es festejada la novia —a quien acompañan otras damas de la villa— con solemne aparato, no solo de discursos elegantes, sino también de varias composiciones en música y poesía368. Como sucedió en las nupcias de madama Francisca369 vuestra cuñada, a la cual en una pública asamblea fue presentado en nombre de la Academia [f. 114] un anillo de oro —que acaso se le habréis visto al cuello— a un lado del cual se ve la divisa de vuestro hermano370, bien en que en parte trocada, o alterada, porque en lugar del cisne que tiene volando con un ramo de laurel en el pico, y este lema supra aethera371, se puso la sombra del mismo cisne y el mote de la divisa se mudó en estas palabras sic comes esto, para significar que ella debe seguir los pasos de su marido, del mismo modo que la sombra sigue al cuerpo del cisne. Al presente están los académicos ocupados en diferentes composiciones en alabanza de la honesta señora Constanza Carreta con intención de honrarla en la Academia, y ofrecerla un bello volumen372 después del casamiento que se hará entre ella, y el respetable senador y académico el señor Bernardino Escocia373. 208. También acostumbran estos académicos el celebrar las exequias y funerales de algunos de sus compañeros con grande gravedad y tristeza, lo que 368  La

práctica de recoger toda una serie de composiciones poéticas era muy difundida en el Cinquecento italiano. 369  Se trata de Francisca Guazzo, mujer de Esteban. 370  Esteban Guazzo, autor de la CC. 371  Deriva de una frase de Virgilio (Eneida, I 379): «fama super aethera notus», en español, «conocido (Eneas) cuya fama llega al cielo». 372  Pese a la anticipación editorial que Guazzo dio en esta frase, parece ser que este volumen no se llegó a publicar nunca. 373  Bernardino Scozia, presidente del Senado de Monferrato.

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también observan en la muerte de algunos príncipes, como con especialidad lo ejecutaron en la de nuestra muy amada señora y princesa la señora Margarita de buena memoria374, el cual duelo fue llamado Las lágrimas de los Ilustres375. Pudiera ya referir otras muchas cosas dignas de memoria que omito por la brevedad del tiempo, esperando que a vuestra vuelta de Francia podréis saberlas más despacio. CABALLERO. Yo imagino cuál será el efecto de estas cosas, pues solo al oírlas contar se hacen maravillosas, y quisiera antes de partirme tener el honor de poderme hallar en una sesión pública. ANÍBAL. Si os detenéis hasta el domingo próximo, oiréis una lección pública de la esfera, pronunciada por el conde Teodoro San Jorge376, el que además de su singular gravedad y dulzura, con que atrae los corazones de los oyentes, discurre de cosas que, como dijo el poeta: Arrebatan nuestro espíritu de la tierra a los cielos377.

CABALLERO. Sea como fuere, me hallaré a ella por no perder tan bella ocasión. [f. 114v.] 209. ANÍBAL. Si queremos llegar al fin deseado de este día, no es ya tiempo de detenernos más en el discurso de la Academia, de lo que con todo eso nunca me satisfaré de hablar, por el afecto que con razón tributo a esta respetosa asamblea. Detengámonos solamente a mantener que el conversar con gente de letras es muy útil y agradable y engendra infinitamente el amor entre los hombres, lo que se colige de la fábula de Narciso, el que estando sin compañía alguna, apenas vio su propia imagen en la fuente, cuando al punto se enamoró378. Con que, no habiendo nada más semejante a nosotros que nuestra misma imagen, se puede decir bien que cuando un sabio ama a otro docto no ama otra cosa, sino su propia imagen que reside en él, cuyo amor es perpetuo e infinito como aquel con que amamos a nosotros mismos. 374  Margherita Paleologo. Esteban Guazzo estuvo al servicio de esta dama desde 1560 en Mantua hasta su muerte el 28 de diciembre de 1566. 375  El volumen de 18 páginas se tituló: Le lagrime degli Illustrati di Casale in morte dell’illustrissima ed eccellentissima madama Margherita Paleologa duchessa di Mantova e marchesana del Monferrato (Trino, 1567). 376  Teodoro Sangiorgio. 377  Petrarca, (II, 9): «Levan da terra a ciel nostro intelletto». 378  La fábula del orgulloso e insensible Narciso, castigado por los dioses por haber rechazado a sus pretendientes, se cree que es una historia moralizante dirigida a los adolescentes griegos de la época. Una de las primeras fuentes se halló en un fragmento de la Descripción de Grecia de Pausanias (9.31.7), 150 años posterior a Ovidio.

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§. XI 210. Pero ya me parece justo que consideremos las cosas que conciernen a la conversación de ciudadanos y extranjeros CABALLERO. Faltándonos tan poco tiempo, será bien que omitamos este discurso, como de poco efecto y fuera de los comunes accidentes. ANÍBAL. Advirtamos, a lo menos al morador de las ciudades, que es obligación de su cortesanía y humanidad el mirar con buenos ojos a los forasteros, y considerar que estando lejos de sus parientes, amigos y hacienda, y privados de todas las conveniencias que nosotros gozamos en nuestras casas, son sin duda acreedores a nuestro favor y amparo y, sobre todo, los que se conoce están en necesidad. Y los que acogen y reciben a estos en sus casas, se labran una feliz habitación en la gloria de los cielos. Y sepamos que es tan agradable a Dios esta obra que solo el dar un vaso de agua fría a un pobre, no queda sin recompensa en el otro mundo379. Y bien que las cosas terrestres no deban ser puestas en paralelo con la gloria de los méritos divinos, es de considerar el honor y provecho que nos resulta del buen tratamiento practicado con los pobres extranjeros. Pues los que tienen casa abierta para recoger los extraños, son renombrados en sus propios países y sin salir de sus límites son conocidos y celebrados en tierras remotas. Fuera de que en sus viajes encontrarán quien les franquee dineros y favor en sus negocios. [f. 115] 211. Aquí se presentan a mi imaginación muchos urbanos caballeros, pero entre todos doy los principales elogios al señor Romano Arsago380, vasallo del muy ilustre señor Vespasiano, de cuya cortesanía para con los extranjeros puedo yo por experiencia dar buen testimonio. Porque conformándose su urbanidad a la grandeza de su nombre, no solo se contenta con acoger a los de su conocimiento, sino también a los que por ningún camino conoce, a quienes, según sus fuerzas corteja como a extranjeros, pero con el afecto los trata como a domésticos y como si fueran muy conocidos. Y para decirlo en una palabra, todo lo que tiene, lo que es, lo que sabe y lo que puede lo dedica y emplea en su honor y servicio y si al entrar los recibe agradablemente, a la salida los acompaña con lágrimas, obligándoles a que a cualquiera parte que vayan, conserven una eterna memoria de él. 212. CABALLERO. Gran consuelo de espíritu es el verse estimado y acariciado de sus parientes y amigos en su patria. Pero esto es nada en comparación

379  Mateo (10: 42): «Y cualquiera que dé a uno de estos pequeñitos un vaso de agua fría solamente, por cuanto es discípulo, de cierto os digo que no perderá su recompensa». 380  El nombre de Romano Arsago, vasallo de Vespasiano Gonzaga, se añade en la edición de 1579.

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del gusto que se recibe viéndose uno acogido y honrado en parte adonde apenas es conocido. Y por esto a poca costa me persuadiréis a que yo obre así con los forasteros. Porque habiendo en mis infortunios recibidos muchas honras, cuando me he hallado en países extraños y fuera de mi casa, me siento muy aficionado a los extranjeros que arriban a este país381. ANÍBAL. Y por eso quiero yo decir que los que nunca salieron de sus tierras se manifiestan fieros y crueles con los de fuera. Porque no habiendo gustado las urgencias e incomodidades que se experimentan fuera de la patria, no consideran el estado de los extranjeros, y no tienen lástima alguna de ellos, en lo que cometen un error grande por cuanto conviene el tratarlos no solo con la cortesía y honor que a los demás ciudadanos, sino aún con mucho más. Pues es sentencia de un filósofo que un pasajero que se halla privado de parientes y amigos merece mayor compasión para con Dios y para con los hombres. Por lo cual, cuando se trata con ellos, se debe usar de palabras benignas y respetarlos efectivamente sin reprenderlos y dándoles más licencia que a los paisanos, sufriendo y disimulando sus imperfecciones. Y, concluyo, en fin con muchos sujetos de categoría que no es lícito [f. 115v.] hacer agravio a un extranjero aun cuando diesen ocasión. 213. CABALLERO. Es cierto. Pero de ordinario los forasteros por culpa suya son poco honrados y se domestican más de lo justo, de lo que les redunda descrédito y daño. ANÍBAL. Por esta razón estará advertido el extranjero de usar todo respeto en la casa ajena382, siendo tan modesto que obligue a que su huésped le ame y juzgue digno de su favor, porque si se adelanta demasiado será repelido con sonrojo y si se retira y humilla será llamado con honor y reputación. Y conviene que conversando practique en sus palabras acciones y hechos, gravedad igual a la que nosotros debemos usar con él, a fin que la conversación tenga favorable efecto por una y otra parte. §. XII 214. Resta ahora el hablar de la plática entre los religiosos y seglares. CABALLERO. Bien podréis despachar esta materia en pocas razones, puesto que, en nuestro tiempo esta conversación no se usa, si no es tal cual día del año y, en estos días, no pasa de media hora que se gasta en confesar los pecados,

381  Se

refiere a los años en los que vivió en Francia. traduce solo parcialmente la siguiente frase que aparece en la CC de 1579: «d’astenersi fuori della sua patria e nelle case altrui dalle soverchie curiosità e troppo sottili investigazioni» (Guazzo 2010 I: 161). 382  Hervás

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después de la cual se huye no solo la frecuentación, pero aun la presencia del confesor. ANÍBAL. Decidme os ruego ¿a quién atribuís la culpa de que sea tan rara esta comunicación a los religiosos o a los seculares? CABALLERO. No se puede imputar a los religiosos porque estos nos solicitan, sino a nosotros que huimos de ellos. ANÍBAL. ¿Y quién pensáis vos que es la causa de esta huida? CABALLERO. Este es el diablo de quien nos dejamos persuadir que por alguna imperfección de algunos de ellos no debemos respetarlos ni obedecerlos. 215. ANÍBAL. Días ha que fue preguntado un obispo si era lícito a los sacerdotes de aquel tiempo el celebrar en cálices de madera, como se usaba en los siglos antecedentes y respondió solo estas palabras: «En otro tiempo, sacerdotes de oro sacrificaban en cálices de madera; y ahora sacerdotes de madera celebran en vasos de oro». Y, en confirmación de esto, dio otra sentencia que hay muchos sacerdotes en el mundo [f. 116] y pocos sacerdotes, quiere decir muchos en número y pocos en efecto y buenas obras383. Pero a nosotros nos basta saber que tienen el nombre y dignidad sacerdotal y que Dios nos lo ha dado no para que seamos jueces de sus acciones, sino antes para seguir y observar lo que nos prescribiesen. Empero —si me es lícito hablar así— diré que los que huyen su conversación pecan gravemente y dan lugar y entrada en sus almas al diablo y al enemigo común de la religión y fe de Jesucristo. Y los verdaderamente católicos no pueden negar que es de gran fruto el trato con los religiosos, puesto que, con su enseñanza nos hacen ir derechos por el camino seguro y con sola su exterior gravedad, nos dan ejemplo de temor y reverencia. Y así no veo religioso tan mal acreditado que con su frecuentación no me haya antes excitado el deseo de bien obrar que resfriándole ni disminuyéndole384 con que siempre me afirmo que no puede menos de suceder mucho bien a los que tratan con ellos familiarmente. 216. Conviene pues dejar a Dios el juicio de su vida y no hablarles en la conversación cosa alguna profana que pueda ofender, no tanto a su dignidad como a Dios mismo, y reverenciales en todo lugar y en todas ocurrencias. Porque ellos son medianeros entre Dios y nosotros, y son nombrados en la Santa Escritura por razón de su dignidad, la sal de la tierra, la luz del mundo, lucerna puesta sobre el candelero para iluminar a todos los que están en la casa de Dios, semilla escogida, gente santa, pueblo de adquisición y, finalmente, estrellas y 383  La última sentencia se atribuye a Juan Crisóstomo y se encuentra en la Polyanthea (Sacramentum): «Multi sacerdotes, et pauci sacerdotes: multi in nomine, et pauci in opere» (1574: 749). 384  Hervás escribe ‘resfriadole, ni disminuidole’.

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ángeles. Por lo que se debe estar cierto de que todos los obsequios que se les hacen son hechos a Dios mismo385. Al contrario, no ignoráis que antes de reglar al pueblo compete a los eclesiásticos el reglarse a sí mismos porque en vano trabaja quien solicita enderezar la sombra torcida antes de poner derecha la vara que la ocasiona386. Después de esto, también sabéis que es obligación de los religiosos cuando conversan con los seglares el no usar de palabras que puedan dar mal ejemplo o sospecha de alguna siniestra intención, acordándose que las palabras ociosas y alegres de los seglares, son blasfemias en la boca de los religiosos y sujetos de iglesia. 217. Y así conviene que sus palabras y su vida reformen nuestras costumbres y nos conviden a veneración y, en suma, que se hagan juzgar por más justos, más devotos y más perfectos de lo que somos nosotros, porque si es indigno que los mundanos les sean iguales, mayor deshonor suyo será que los excedan. Y no hay cosa que más disminuye el honor y autoridad de la Iglesia de Dios que el ver que los seculares son de mejor vida que los del estado eclesiástico, debiendo estos saber que, así como están elevados a mayor dignidad que nosotros, así están también más obligados por necesidad a vivir mejor y que si nuestros defectos se cubren fácilmente, los de los religiosos se manifiestan súbitamente por las calles y por las ciudades y se registran entre los actos públicos. Por los cual es preciso que se muestren irreprensibles así en bondad como en doctrina387. §. XIII 218. CABALLERO. Si bien me acuerdo de la división que hicisteis de los géneros de la conversación, solo falta el tratar de la que se practica con las mujeres. ANÍBAL. Era razón que se reservase este discurso para el fin para que nos sirva de alivio y reposo después del trabajo de esta larga jornada. CABALLERO. Yo tengo fuerte miedo que, hablando de esto, en lugar de alivio, no sintamos mayor cansancio o se ha de decir que vuestro gusto es muy

385  Aníbal

cierra este periodo con una serie de citas evangélicas. Mateo (5: 13-15): «La sal de la tierra. Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y pisoteada por los hombres. La luz del mundo. Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de una vasija, sino sobre el candelero para que alumbre a todos los que están en casa». 386  Parece ser que esta frase se atribuya a Solón, poeta, reformador político, legislador y estadista ateniense. 387  En esta sección se recoge uno de los temas que dividió la cristiandad europea en esta época, a saber, la función mediadora del sacerdote y la aceptación por parte del cristiano.

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diferente del mío que he juzgado a la conversación de las damas no solo por vana e inútil sino también por peligrosa y nociva. Que, si tenéis algún espíritu que contradiga esta mi opinión, conjuradle y expeledle en virtud de tres notables sentencias, de las cuales la primera dice que, si el mundo pudiera estar sin mujeres, nuestra vida sería muy cercana a la de los celestes388; la segunda, que nada hay en mundo peor que la mujer por buena que sea; y, la tercera, que mejor es la iniquidad del hombre que la bondad de las mujeres. 219. ANÍBAL. Esas tres sentencias sirven más para la conservación que para la ruina de mi espíritu. Y veo bien que solo [f. 117] atendéis a la corteza. Que, si con la gallardía de vuestro espíritu penetráis hasta la médula, encontraréis que estas sentencias no se han pronunciado contra las damas, si solo para manifestar la incontinencia y fragilidad del hombre, el cual más fácilmente peca conversando con las damas de distinción y recato que con los hombres más distraídos. En tanto que, viviendo entre los usureros, ladrones, adúlteros, maldicientes y otros de infame vida, no se dejará tan presto atraer ni tentar de sus maldades, como se sentirá poseído de un desordenado y lascivo apetito cuando tratare con las damas, las más honestas. Y esto se verifica por aquel dicho: «Tú no puedes ser ni más santo que David ni más fuerte que Sansón ni más sabio que Salomón, los cuales no obstante pecaron por causa de las mujeres»389. He aquí la verdadera médula y jugo de vuestras sentencias las que, vuelvo a decir, hacen más en pro que en contra de mi opinión, porque si es así que la virtud consiste en las cosas difíciles y costosas, ya creo que obro bien en acostumbrar mis sentidos a mantenerse en paz y a no revelarse a vista de las mujeres y al frecuentarlas. Y tengo ya hecho tal hábito estando con ellas que siento mi interior totalmente en reposo. 220. CABALLERO. Puede ser que vuestra filosofía os haya mortificado de tal suerte que os podáis persuadir a que tenéis la constancia de aquel filósofo a quien una mujer reputó por estatua390. Pero yo quiero que sepáis que esta virtud es concedida a pocos. Y se ha visto que no solo los hombres vulgares, sino aun los romeros y devotos han dejado sus horas391, diurnos y rosarios por contemplar la hermosura de las mujeres392. 388  Es una sentencia de Catón el Joven que se halla en la Polyanthea (Mulier): «Si absque foemina esset mundus, conversatio nostra non esset absque diis». 389  Se glosa la sentencia de Jerónimo en la Polyantea (Mulier): «Adam, Samsonem, Petrum, Davidem, Salomonem decepit mulier: quis modo tutus erit?». 390  Cf., Erasmo, Adagia (IV III 99): «Statua taciturnior» (90). 391  «Oraciones incluidas en unas horas» (DRAE). 392  El filósofo es Jenócrates y este adagio se lee en la Apophthegmata de Erasmo (Lib. VI): «Ego, inquit, a statua redeo, non a viro» (1570: 594-595).

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ANÍBAL. Si no soy de la regla de ese filósofo, no soy a lo menos tan ligero como aquellos que se enamoran —según dice el adagio— por todos los mercados, y son tan dulces de sal que se pierden así que ven una mujer y no están en sí mismos, siendo tan grande su locura que la menor risilla, mirada u otra seña que acaso hizo una mujer, [f. 117v.] se la apropian como hecha en su favor y llenos de mil vanas esperanzas, se prometen otros tantos gustos y corren tras de alguna dama la cual tiene su pensamiento muchas leguas de ellos. 221. CABALLERO. Y esto también procede de defecto en las mujeres, las que dice que son como la muerte, pues huyen del que las sigue y siguen al que las desprecia. ANÍBAL. Si las mujeres de bien huyen de los que las siguen, lo mismo ejecutan las impúdicas, aunque estas se dejan alcanzar y coger. Empero no ha habido mujer tan loca, ni lubrica, que no tuviese pro infamia y sonrojo el seguir a alguno y que no desease el ser primeramente requerida. Con que así la falta no es de las mujeres, sino directamente del hombre. CABALLERO. Bien diría yo el porqué, pero lo callaré por el respeto y por la ocasión. ANÍBAL. Vos sois extrañamente rebelde y contrario a las mujeres. CABALLERO. No sabría yo serles rebeldes, pues nunca les hice juramento de fidelidad. ¿Y con qué razón se ha de amar a las damas, pues estas se llaman así de dam que significa daño393, el que ellas acarrean a los hombres en todo tiempo? ANÍBAL. Eso se entiende —como dice Boccaccio394— de las viejas, pero las jóvenes se llaman así de lo que ayudan que nosotros llamamos giovamento395. CABALLERO. Puede ser que las jóvenes sean más perniciosas y nocivas que las viejas. 222. ANÍBAL. Ahora conozco de qué grado tomáis esta conversación y os respondo que las viejas son más nocivas, puesto que —según el refrán común— la cabra moza se come la sal, pero la vieja la sal y el saco todo junto396. 393  Hervás

traduce literalmente el lugar común italiano: «chi dice donna dice danno». traductor substituyó el nombre Bembo, según se lee en todas las versiones italianas de la CC, por el de Boccaccio. 395  Es decir, ‘beneficio’. 396  Traducción literal del proverbio italiano: «La capra giovane mangia il sale e la vecchia mangia il sale e ’l sacco» (Guazzo 2010 I: 164). 394  El

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CABALLERO. Tomadlo del lado que quisiereis que al fin toda la cuenta es Y acordaos de aquel que estando en medio de una moza y de una vieja, la moza le arrancaba los cabellos blancos para hacerle parecer mozo y la vieja le quitaba los negros para que pareciese viejo, de forma que el infeliz, necio, quedó pelado por complacer a las dos mujeres398. Y así será preciso que confeséis que los hombres son echados a este [f. 118] mundo para ser destruidos por las mujeres. Y por esto decía un miserable cercano a morir del mal francés399: «Una mujer me ha hecho y otra me ha deshecho y arruinado». Y ciertamente mujeres nos deshacen por dos partes si creemos a este poeta que dice:

una397.

Lesbia va chupando la bolsa y el corazón loco quien, con dos sangres de tan gran valor, comprar quiere este amor400.

223. ANÍBAL. Esta no es la conversación de que nos conviene tratar y hallo bien extraño que siendo vos caballero os mostréis tan mortal enemigo de las damas. CABALLERO. Perdonadme que yo entendía esto de otra manera. Pues apenas propusisteis el tratar de la frecuentación de las mujeres cuando yo pensé que era de aquellas con quienes se juega a la lucha. Puesto que yo juzgo que los que ejercitan esta frecuentación, así hombres como mujeres, necesitan saber los medios que se deben usar para mantenerse por mucho tiempo en paz y concordia. Y en cuanto a las mujeres de calidad, bien sabéis que es obligación y oficio mío no solo venerarlas, sino también el ampararlas y defender su reputación con la lengua y con la espada. Y cuando mi obligación no me empeñase 397  Reduce

el proverbio italiano «Che alla fine una per sei, l’altra per sette» (Guazzo 2010 I: 164), en una explicación más clara. 398  Se refiere a la fábula esópica El hombre y las dos viudas «A un hombre de edad mediana, / El pelo entre tinto, y blanco, / Llegó por fin á cansarle / La vida de celibato. / Como estaba de riquezas. / No tan mal acomodado, / apenas lo dio á entender Tuvo Novias a dos manos. ¿Él qué hizo? Tomarse tiempo / Para escoger muy despacio / Quien seria la dichosa: / (No es para menos el caso.) / Dos Viudas en la palestra / El puesto se disputaron, / Una todavía verde, / Otra mas entrada en años / Cada una por su parte. / Entre caricias, y alagos, / Como que era diversion, / Retocaban su peinado. / La Moza quitaba canas, / La Vieja, por el contrario, / De todo el cabello negro / Le iba al pobre despojando. / Tanto hicieron una y otra, / Que me lo pusieron calvo: / Echa la mano, y se encuentra / Como Calabaza raso. / Señoras mías, las dijo, / Vivan ustedes mil años, / Que me han hecho de marido / Practicar un buen ensayo; / Pues que cada cual me puso / A su moda acomodado: / Conozco que me querían / De sus caprichos vasallo. / Les estimo la lección, / Aunque me quede pelado: / Mas cuenten que el casamiento / Ya se lo ha llevado el Diablo» (El Esopo de Madrid, 1831: 13-15). 399  Enfermedad de transmisión sexual, sífilis. 400  No se ha encontrado el autor de estos versos.

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en esto, lo ejecutaría yo por amistad, pues deseo sin comparación el estar en su gracia. ANÍBAL. No podemos decentemente hablar de la conversación que entendíais y soy de sentir que estamos antes obligados a arruinarla que a construirla como indigna de la civil frecuentación401. 224. Y para que no estéis suspenso, quisiera que vinieseis conmigo a considerar que a ninguna cosa ha inclinado tanto al hombre la naturaleza como a la mujer. Empero, por no errar, se ha de saber que hay dos Venus una en cielo y otra en la tierra. Esta terrestre es la madre del amor lascivo y carnal y, la otra, del amor virtuoso y honesto. El primero, no es otra cosa que una pasión de espíritu que ciega a la alma, descamina al entendimiento, embrutece o, por mejor decir, ofusca nuestra memoria, disipa los bienes de fortuna, corrompe las fuerzas del cuerpo, es enemigo de la juventud, muerte y ruina de la vejez, causa de los vicios, huésped que se aloja en los corazones vacíos, cosa sin razón, sin orden y sin alguna estabilidad, vicio de los entendimientos poco sanos, y el que destruye la libertad de los hombres. Y para decirlo brevemente su principio es temor, [f. 118v.] el medio es pecado y el fin dolor y arrepentimiento402. CABALLERO. Bien se conoce que sois muy familiar de nuestro Boccaccio, pues tan bien tenéis en la memoria sus bellas y excelentes sentencias, a las cuales podréis añadir lo que dice el poeta: Que el amor no permite que sigua la senda del honor, el que cree demasiado en sus devaneos403.

225. ANÍBAL. Al contrario, no hay cosa que más aleje al hombre de la cara de Dios y le precipite en más groseros errores404. Dígalo sino el invencible Hércules, vencido de esta pasión, igual le incitó entre las delicias femeniles, a tomar el traje de mujer para conseguir el amor de una reina, por cuyo precepto se puso a voltear el huso y a hilar lana con sus fuertes manos que primero habían aterra-

401  Probable

error de Hervás que cambia «conversazione» (Guazzo 2010 I: 165) por «frecuentación». Guazzo se refiere a la conversación con las mujeres, que no debe confundirse con las relaciones con cortesanas-prostitutas. 402  En este párrafo Aníbal compendia la larga tradición discursiva sobre el amor mencionando el símbolo más conocido, las dos Venus, la celeste y la terrenal, argumentación tratada en el Simposio o Banquete de Platón. 403  El poeta es Petrarca (264, 93-94): «Che la strada d’onore, / mai non lascia seguir chi troppo il crede». 404  Génesis (1: 27): «Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó».

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do los monstruos405. Pero nunca pudo él aterrar este monstruo de amor que se compara a la Cimera406, porque como ella tiene la cabeza de león, el pecho de cabra y la cola de dragón, así el amor viene con fiereza de león, en el medio con lascivia de la cabra y al fin con el veneno del dragón que causa nuestra ruina y total muerte. CABALLERO. Yo creo igualmente que las transformaciones que con su hermosura hacía Medusa407 de los hombres en piedras y bestias, no quisieron significar otra cosa, sino que las personas lascivas e intemperantes se hacen tales. ANÍBAL. En suma, como este amor se arraigue una vez en el corazón, prodigaliza408 los bienes y facultades, anula la fe, el crédito, la virtud y, en fin, arruina la vida. De modo que, todos los que siguen este loco y brutal amor, es preciso que se arrojen a seguir las mujeres impúdicas y de vida lasciva. Y en este tiempo no son dignos de tener lugar en las compañías honestas y virtuosas. 226. En cuanto al amor celeste que es el otro hijo de Venus —pero esta también celeste— es este amante de las perfecciones del alma, y no sabré decir de qué bienes y buenos efectos es ocasión. Pues este es el que hace a los hombres afables, discretos, galanes, hacendosos, sufridos, de corazón grande y —como dice cierto autor— los despoja de toda barbarie y rusticidad, y los hace chistosos y familiares en todos los banquetes, festines, juegos y públicos concursos. Él es el capitán y presidente que nos influye la dulzura y extermina la fiereza que atrae la benevolencia y expele el rencor. Es propicio, [f. 119, 8º] benéfico, estudioso del bien y despreciador del mal, sabio y prudente director en los disgustos, en el temor, en el deseo, en el hablar y en fin es el verdadero ornamento de la vida humana. CABALLERO. Bien lo dijo el poeta en la persona del amor: Todo lo que ella tiene de hermosa, y de decente, de ella y de mí proviene juntamente409. 405  Aníbal recuerda el mito de Hércules que narra su servicio prestado a Ónfale, reina de Lidia, disfrazado con ropa de mujer. El héroe de los doce trabajos hilaba la lana mientras que la reina sujetaba la clava llevando la piel de león. 406  Monstruo con cabeza y cuerpo de león, una cabeza de cabra en la espalda y la cola de serpiente. 407  Las Gorgonas eran tres monstruos llamadas Esteno, Euríale y Medusa. Esta última es una figura mitológica con la cabeza repleta de serpientes que convertía en piedra a aquellos que la miraban fijamente a los ojos. 408  Es un lusismo y significa gastar excesivamente, desperdigar, disipar. 409  Petrarca, (360: 129-130): «Quanto ha del pellegrino e del gentile / da lei teme, et da me, di cui si biasma».

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227. ANÍBAL. De hecho, si contempláis la forma observada en los juegos públicos, fiestas y banquetes, diréis que todas estas asambleas y espectáculos serían fríos y lánguidos si las damas no les diesen alguna gracia y adorno410. Y como los hombres en su presencia sutilizan y refinan la gallardía de su espíritu y entendimiento, y se esfuerzan así por acciones como por palabras y otros movimientos a manifestarse ansiosos de su amistad y gracia, también podéis considerar que, faltando este objeto, se harían poco solícitos y sin civilidad y menos prontos y hábiles para toda honesta empresa. En suma, las mujeres son las que excitan a los hombres y los tienen en continuo ejercicio y nunca tienen estos el espíritu tan embelesado y adormecido que no recuerde al solo oír nombrar a las mujeres. Y veréis alguno que al columbrar de lejos a la que ama, ajusta el cuello de la camisa, se encaja bien el sombrero, endereza sobre el hombro la capa, pisa sobre las puntas de los pies, dispone el rostro vista y acciones y casi parece que del todo se renueva para constituirse más agradable delante de su dama, en cuya presencia muda de color, y el corazón se le sale del cuerpo por seguirla y se siente casi llevar por fuerza de su propia imagen. CABALLERO. Lo mismo ejecutan las mujeres las que acaso serían menos hermosa y aseadas, si no fueran ahijoneadas411 del deseo de complacer a los hombres. 228. ANÍBAL. ¿Veis ya como este amor no es menos recíproco que virtuoso y honesto? CABALLERO. Si fuera tan honesto como le pintáis, no vierais a los hombres aficionarse más a las bonitas que las feas y a las mozas que a las viejas, y veréis también pocos hombres en el mundo a quienes agraden antiguallas. De donde se puede comprender que ellos aman más el cuerpo que el espíritu y que su amor es terrestre y vicioso, al cual ya habéis exterminado de las buenas compañías. ANÍBAL. Así también obran [f. 119v.] las mujeres con los hombres. Y sé que hay algunas que en los festines se disgustan si un muchacho o un viejo las saca a danzar y están contentas cuando algún joven las tiene por la mano. CABALLERO. En esto me parece que tienen razón, supuesto que —como asegura cierto discreto— los beneficios y favores no deben emplearse en un muchacho, ni en un viejo, porque el primero olvida y el otro muere antes que se presente ocasión para el reconocimiento. ANÍBAL. No es esta la causa que mueve a las mujeres a acercarse con más gusto a los jóvenes. Y para que no quedéis en duda ni confusión de ánimo, se ha 410  La 411  Es

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frase es una anticipación del cuarto libro de la CC. decir, ‘aguijoneadas’.

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de considerar que el amor es un deseo de la hermosura y que hay tres géneros de hermosura, es a saber de espíritu, de cuerpo y de voz. La primera es comprendida por la inteligencia, la otra por los ojos y la tercera por el oído. Y por esto se dice que estas partes están figuradas y representadas en las tres gracias412. 229. Mientras, pues, que el amor es conducido por solo los ojos del espíritu y del oído, es verdaderamente honesto. Y es preciso que los amantes prudentes se contenten con estos frutos, sin pasar adelante. CABALLERO. Yo creo que así lo entendía el poeta cuando dijo: Última esperanza de corteses amantes413.

ANÍBAL. Al contrario, no se puede llamar amor honesto ni aun amor, sino rabia y lascivia cuando es superado por los demás sentidos. Consideremos pues, que nuestros espíritus naturalmente se inclinan más a las cosas en donde ven que hay más hermosura, con que no es de admirar si la mayor parte de los hombres se arriman mejor a las hermosas y jóvenes que a las feas y viejas. Puesto que en las hermosas se hallan ordinariamente las tres hermosuras arriba traídas, esto es, del cuerpo, de la voz y del espíritu. Cuando las viejas y feas son defectuosas de una de estas tres que es la hermosura del cuerpo, la que naturalmente les faltas por el lapso y curso del tiempo. Y esta misma razón nos impedirá el maravillarnos de que las mujeres —como está dicho— hagan en los concursos mayor aprecio de los hombres mozos, que de los muchachos y viejos. Pues los muchachos no tienen otra hermosura que la del cuerpo y les faltan las otras dos que son las de la voz y del espíritu, consistiendo la primera en razonar con elocuencia y galantería, y la segunda en descubrir la inteligencia y las obras perfectas que en los muchachos [f. 120] no pueden haber llegado a su madurez. Y en cuanto a los viejos, no se ve en ellos sino la hermosura del espíritu y de la voz, faltándoles la del cuerpo, la que —como hemos dicho— está alterada y consumida por el tiempo, cuando en los mozos se encuentran regularmente todas estas hermosuras. 230. Y bien que esta inclinación sea común a todos los hombres y mujeres, se ven algunos que se enamoran antes de una vieja que de una moza, y de una fea que de una bonita. Y lo mismo ejecutan algunas mujeres que aman con extremo a hombres por extremo disformes y feos, pero dotados de admirables 412  Aníbal intenta proponer una argumentación de raíz tradicional y platónica del discurso amoroso, pronunciando un compendio en el que añade muchos tópicos, desde los de Ficino en adelante. 413  Petrarca, Cancionero (72: 75): «Ultima speme de cortesi amanti».

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prendas y que son agradables y dichosos en todas sus acciones. Ni esto se ha de llamar capricho, fantasía, ni defecto de juicio porque se debe decir que la mujer dispuesta a amar a un hombre feo, hace poco aprecio de la hermosura exterior y es conducida a quererle o por la hermosura de la voz o por la del espíritu, y lo mismo practica el hombre con la mujer. Y no se ha de considerar como extraño el ver algunos amantes, así varones como hembras, que cuanto más van envejeciendo más ardientes son en mutua afición. Antes se ha de reputar este por amor perfecto, porque en la mujer amada, cuanto más se acerca a la senectud, tanto más se aumentan y adelantan las perfecciones de su espíritu. Y en el amante, cuanto más encanece, se refina más el conocimiento que tiene de las prendas de su dama y, consiguientemente, el amor adquiere mayor exaltación. 231. Mas porque mi principal intento no es el hablar del amor, sino de la conversación con las mujeres, nos bastará el saber que no hay hombre tan necio e ignorante que amando no se avive y constituya sabio414, preocupándose del amor honesto y de la frecuentación decente con las damas, inflamado de sutiles y celestes pensamientos y que entre muchos apreciables estudios no se dedique al de la poesía. Y de ahí dimanó que jactándose Apolo de haber sido causa de que un poeta hubiese compuesto cierta obra llena de amorosas expresiones, Venus se le opuso diciendo que este poeta hubiera quedado mudo si las llamas de cupido su hijo no le hubieran excitado y conmovido a ejecutar esto. [f. 120v.] CABALLERO. Que el amor hace que los hombres aprendan a trabajar en la rueda de la poesía, lo declaró el Petrarca cuando dijo: Amor inflama mi muy débil estilo415.

Y otro poeta que pronunció: El amor de esta doncella afina nuestro espíritu416.

232. ANÍBAL. En la conversación, pues, con las mujeres conviene que todos los hombres tengan presente que deben tributarles todo respeto, honor y reverencia y que Rómulo en los pasados siglos hizo un estatuto por el cual los hombres estaban obligados a ceder el primer lugar a las mujeres417. Y aunque 414  En

la CC, Guazzo escribe: «ci basterá solamente di sapere che non è alcuno così da poco e così Cimone» (Guazzo 2010 I: 168). Hervás omite esta cita que se refiera a uno de los personajes del Decamerón de Boccaccio. 415  Petrarca, (332: 48): «Amor alzando il mio debile stile». 416  Se desconoce el autor de estos versos. 417  Es el edicto del fundador de Roma, Rómulo.

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cada uno se emplee voluntariamente en servir a una y se la proponga como guía de sus acciones, no por eso dejará de honrar y venerar a todas las demás, mostrándose de boca y efectos deseoso de adquirir su benevolencia, absteniéndose de hacer ni decir cosa que mire a su deshonor o menosprecio, no habiendo acción que más desacredite y disfame al hombre que este género de maledicencia. Y no solo le quita la reputación y crédito, sino que casi parece que semejante hombre no podrá hacer cosa que bien le suceda si acaso por su desgracia se ha conciliado el odio y malevolencia de las damas, cuya desafición y contrariedad le trae un siniestro agüero y no le permiten que viva contento y en reposo de espíritu. Y así conviene ejercitar siempre su lengua en elogiarlas sin disfamarlas nunca ni en público ni en secreto ni por desdén ni por otra ninguna causa. 233. CABALLERO. Yo creo que no hay cosa más difícil en el mundo que el destruir una mala opinión una vez concebida contra las mujeres. ANÍBAL. Bien sabéis que toda impresión es fácil de admitir y difícil de dejar. CABALLERO. Si eso no fuera así, no se hubiera fatigado tanto el poeta en amontonar maldiciones como lo hizo para quitar una opinión a su querida, cuando le dijo: Si nunca tal dije418.

ANÍBAL. De modo que, como el infamarlas es atizar el desdén en su corazón, debemos igualmente creer que no hay mejor medio para ganar su amistad que extenderse en sus encomios y merecimientos. Y por esto he conocido yo muchas damas [f. 121] que favorecen mucho más a los literatos y a los poetas que a todos los demás. Después de estos avisos, es preciso al que sigue las compañías de las damas, evitar toda contestación y que no quiera llevar la palma en todos los discursos porque, con semejantes caprichos, no se gana sino su aborrecimiento y desagrado. Y así conversando con ellas se debe ceder y portarse con la mayor discreción. 234. Pero quiero ya dar fin y concluir que no se puede errar en honrarlas, servirlas y usar con ellas de toda galantería y humildad, ejecutando cuantos medios conduzcan para conseguir su agrado. Al contrario, conviene que las mujeres consideren que los hombres no estarían tan prontos en servirlas si ellas no usasen recíprocamente en la conversación de las galanterías permitidas a su estado. Y si no procurasen agradarlos, para cuya ejecución principalmente se requiere, que 418  Petrarca,

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In vita di madonna Laura (XV, 34): «S’io ’l dissi mai».

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se abstengan de una de las cosas en que ellas son más que abundantes que es del demasiado hablar. CABALLERO. ¿Y qué ignoráis vos el refrán que dice que tres mujeres bastan para hacer un mercado?419 ANÍBAL. Sé también que se dice que adonde hay menos de corazón hay más lengua y bachillería. Y por eso es celebrado el silencio de las mujeres, siendo como es todo su ornamento y que, sobre todo, acrecienta la opinión que se tiene de su prudencia420. 235. Y no solo le conviene este freno en la lengua, sino también es preciso que acompañe sus palabras, su risa, miradas, acciones y meneos de su persona, de aquella circunspección y reverenda majestad que es debida y propia a una dama de distinción. Y esto lo digo por cuanto hay en el mundo gran número de mujeres honestas sin disputa y de singular talento y gallardía de espíritu, las cuales bien que tengan el nombre de sabias y modestas son empero en lo exterior ligeras con demasía licenciosa y sin gravedad alguna. Otras que, aunque sean viejas se hacen mozas y tienen operaciones de rapazas. Y alguna que siendo hembras usan de libertad igual a la de los hombres, cuyos modos de obrar disminuyen en gran manera su dignidad y decoro. Y os diré más, que hay algunas las cuales juzgando adquirir el título de honradas y hacerse más de estimar retirándose todas en sí mismas y armándose de un semblante [f. 121v.] cruel y de una presencia indómita y llena de fiereza, se hacen reputar más por soberbias que por honestas y se concilian de todos antes el odio que la benevolencia. Pues con esta áspera severidad, ofuscan cuanto bueno tienen en su espíritu. CABALLERO. Y esto es por lo que el poeta dice: Que el excesivo orgullo de las damas, muchas bellas virtudes obscurece421.

236. Y sin mentir se engañan grandemente aquellas que creen que ostentándose fieras son tenidas por más honestas y no saben que la afabilidad, dulzura y cortesanía no son de ningún modo contrarias de la honestidad, antes son su más agradable compañía. ANÍBAL. Yo pudiera señalaros muchas damas de esta nuestra ciudad las cuales, con la dulzura de sus ojos, majestad de su persona, candidez de lenguaje,

419  Proverbio

de fundación latina: «Tres foeminae et tre anseres sunt nundinae». Adagia (IV I 97): «Mulierem ornat silentium» (1570: 880). 421  Petrarca (105: 25): «Quand’ un soverchio orgoglio, / Molte virtudi in bella donna asconde». 420  Erasmo,

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vivacidad de espíritu, modesta presencia y perfectas costumbres y modales obligan a admirarse a los que las frecuentan y causan en todos un notable regocijo. Mas porque me faltaría tiempo si quisiese nombrarlas todas según su calidad y mérito, me resuelvo a no proponer, sino el ejemplo de una —empero sin discutir su nombre422— en la cual, si no me engaño, el cielo ha infundido y depositado todas las gracias y virtudes arriba enumeradas423. CABALLERO. Esta bien puede decirse gloriosa y elevarse sobre las otras damas. ANÍBAL. Si ella se llamase o se creyese más perfecta o se jactase sobre las demás, perdería sin duda la mayor parte de sus méritos y reputación, pero lo que la constituye más admirable es que con todas sus excelencias no se estima en nada más que las otras y parece que no conoce el valor de sí misma. De suerte que, con esta discreta humildad, se engrandece con mayores ventajas y recibe más crecido honor. 237. Digo pues que esta dama se hace singular y plausible en las compañías, pues sabe disponer todas sus nobles partes para formar una perfecta armonía. En primer lugar, con la grandeza y majestad de su estilo se conforman la dulzura y claridad de la voz y la pureza de los designios y conceptos de su alma con tal arte que los ánimos de los oyentes constreñidos de estos tres lazos se sienten a un mismo tiempo conmoverse y retirarse de este movimiento. Después de esto, sus asuntos son tan agradables que entonces empezaréis a contristaros cuando acabe de hablar y quisierais que nunca cesase de decir porque nunca os veríais harto de escuchar. En suma, su razonamiento tan dulce que diríais que hablando calla y que callando discurre, y que con el silencio forma nueva armonía. Porque dejando aquella ambición común [f. 122] a muchas mujeres de quitar los discursos a otros de la boca, ella discretamente se retira y con un corazón totalmente sereno, se dispone a escuchar lo que otros discurren. 238. Fuera de esto a la prontitud de su espíritu junta un modo de mirar, agradable sin cuidado, con el que oculta la pompa y desvanecimiento que otras ostentan, de modo que, haciendo semblante de no asegurarse en lo que dice, 422  A partir de este punto, se describe esta dama de Casale que sirve como modelo y ejemplo para retratar la imagen de una mujer perfecta tanto en lo público como en lo privado. 423  El elogio de las mujeres (en este caso de Casale) se difunde como un tópico durante todo el Cinquecento, en el que se recogieron numerosos libros de poemas de diferentes autores sobre la mujer, tanto con una intención didáctica como la de elogiar a las ilustres damas del pasado (véanse la Instrucción de la mujer cristiana de Luis Vives, la Perfecta casada de fray Luis de León, el Norte de los estados en que se da regla de vivir a los mancebos y a los casados; y a los biudos..., de Francisco de Osuna, etc.).

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deja por este medio descubrir la bizarría de su gallardo entendimiento. A esto se sigue una risa graciosa y un mirar alegre que representan un gozo extremo e infinito. Si acaso no se mezcla una grande seriedad en la frente y entrecejo que dejan en duda cuál es mayor en ella, si la majestad o la dulzura y cortesanía. Y cuando sucede que su corazón se hable poseído de alguna alegría y regocijo, veréis que al punto lo encubre con un velo de semblante pensativo. Y si en su alma reina alguna funesta melancolía, he aquí, que por no daros que sentir, manifiesta en sus ojos y semblante cierta serenidad que no os permite comprender la pasión que domina en el interior. Añadid más estotra divina armonía y es que en distribuir los tesoros de su gracia, observa tal justicia en todos que no hay hombre sea grande, mediano o pequeño que no confiese recibir de ella una ajustado tratamiento, según su esfera y esta es su regular práctica. Ni creáis que en esto usa indiferentemente de su liberalidad, antes os diré que emplea su dinero con la mayor prudencia, porque en donde las otras damas apenas pueden con grandes favores, acallar los deseos de otro, ella se porta también que, con poco salario, cada uno dice que está suficientemente galardonado. 239. En suma, observa tal proporción y equidad que por una parte da gusto a todos y, por otra, conserva su esfera, honor y reputación. Y bien que a todo género de personas muestre un rostro risueño, empero extiende y despliega más largamente los rayos de su gentileza y bondad, sobre los sujetos virtuosos, de cuya frecuentación recibe maravilloso contento. Lo que es señal evidente de que la virtud habita en su alma. Pero advertid el grande agravio que envidiosa la fortuna hace a los espíritus gentiles y elevados, no habiendo consentido que esta señora sea princesa según merece, a fin de que tuviese aptitud y medios, conforme tiene el deseo de abarrar y asalariar con toda demostración de bizarría a los hombres beneméritos a quienes ella honra y estima con cuanta afición le es posible. Yo no sabré referiros bastantemente los dones de gracia que se encuentran en esta rara mujer, mas por finalizar mi discurso, digo que se pudiera proponer como ejemplo y modelo de que se valiesen todas las otras damas para hacerse agradables y dichosas en toda buena compañía [f. 122v.]. 240. CABALLERO. O yo estoy totalmente privado de juicio o adivino adonde se dirige tan respetuoso discurso, el que es verdaderamente conforme a las virtudes, gracias y méritos, de la que yo pienso y juntamente me lo hace creer así la anciana familiaridad que tenéis con ella y la estimación que le habéis sacrificado. ANÍBAL. Aunque mi discurso no toca sino a una, es cierto que, si todas las damas de esta ciudad le oyesen, cada una creería que estaba hecho en su favor, pero vos podéis engañaros al discurrir cuál será de la que yo pretendo hablar

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como yo también me engañaré en juzgar que la que vos pensáis es de quien yo he cantado las alabanzas. Y así esto se quede entre los dos y cada uno se contente con tener su pensamiento oculto en el corazón. §. XIV 241. CABALLERO. Sea como queréis, pero habiendo vos propuesto el modo de mantenerse entre las damas y producido un ejemplo tan raro, yo considero que acaso no es decente a los hombres el usar esta conversación como ejercicio continuo y que a vos toca el declarar el modo y prescribir el término y limite a esta plática. ANÍBAL. Estoy gustoso de que con esta demanda me hayáis dado ocasión de limitar la conversación de las damas, aunque esto sea fuera del fin e intento de nuestra principal empresa. 242. Digo pues, que hay dos suertes de ocio, vicioso y honesto. Llamo vicioso el ocio que procede y dimana de vileza y abatimiento de corazón y que hace retirar al hombre de las vigilias, trabajos, estudios y de otras loables acciones, el cual es propio de los sujetos abatidos, poltrones y que temen el sol y la lluvia, sin que sepan hacer otra cosa que imaginar perezosamente y sacrificar a Venus y Baco entregados del todo a su vientre424. CABALLERO. No lo entiende así un hermano del sastre que me vistió esta mañana este jubón, el cual discurriendo de sus cosas me dijo que tiene cuatro hermanos, de los cuales tres viven como él, de su sudor y del trabajo de sus manos. Pero el uno de ellos no quiere hacer cosa alguna, sino pasearse todo el día y dice a los otros que cuatro bribones pueden muy bien alimentar y mantener a un hombre de bien, como queriendo decir que el trabajo es propio de la gente de poca suposición y que el vivir ocioso es acto de un hombre virtuoso. A este paso pensad vos cuántos hombres de bien hay en el mundo, los cuales [f. 123] están de ordinario ocupados en no hacer nada, en solazarse y darse buena vida. ANÍBAL. Estos pueden con razón decir que han recibido su salario porque si gozan de la buena vida, y de la ociosidad no es justo que esperen el galardón de la virtud. Empero, no penséis que, aunque están ociosos en cuanto al cuerpo, tienen el espíritu en reposo, antes padecen mayor tormento y son consumidos por el moho de este dejo y ociosidad425, la que no sabiendo ellos excusar, andan más ocupados que los que se emplean en graves negocios.

424  Aníbal se enfrenta a la argumentación del ocio utilizando varios estereotipos. En este caso emplea el de Venus y Baco, símbolos tópicos de la lujuria y del vino. 425  Hervás cambia la metáfora de la «ruggine» (Guazzo 2010 I: 172), es decir, ‘herrumbre’ por ‘moho’, aunque la primera es un tópico de la época para definir el ocio.

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243. Este vil ocio no solo es ocasión de muchos vanos y obscenos pensamientos, sino también de vida perversa y distraída. Por eso Catón solía decir que los hombres no haciendo nada, aprendían a mal hacer426. Añadid a esto que semejantes hombres son odiosos a Dios y al mundo, porque Dios se irrita mucho de que un perezoso le pida socorro, pues él mismo no se digna de ayudarse y sabemos que maldijo la higuera porque no tenía fruto en sus ramos427. Por esta causa conviene que todos los ociosos tengan entendido que no hay cosa que más resista al honor que la ociosidad y delicadeza del cuerpo. Y si parece mal en los ignorantes el pasar el tiempo en vano y ociosamente, es más reprensible en un sujeto literato, porque se dice que peca gravemente el que sabe hacer bien y no lo ejecuta, y que comete bastante maldad el que no hace algún bien. 244. Más por cuanto yo no he deliberado —pues falta el tiempo— el hablar de estos ociosos, vengo al ocio honesto que es propio a los hombres de espíritu. Y digo que todos los negocios traen consigo cansancios y disgustos, y así conviene de cuando en cuando usar del reposo, como de medicina, y lo mismo digo del regocijo, los cuales son tan inexcusables a nuestra vida que sin ellos no pudiéramos subsistir largamente. Y así es justo, razonable y del todo necesario el reposar alguna vez y retirar el espíritu de los continuos y graves pensamientos, imitando en esto el ejemplo del invencible Hércules que para descansar de sus trabajos se iba algunas veces a jugar con los muchachos y como tal loqueaba en su compañía. Y como también se lee en Agesilao rey lacedemonio que no se avergonzó después de haber trabajado en penosos cuidados del público, de montar en una caña con un hijuelo suyo y correr en ella, como si estuviera aún en la infancia428.

426  Catonis disticha: «Nam diuturna quies vitiis alimenta ministrat» (1722: 5). En español se ha traducido: «El demasiado dormir alimenta los vicios; la ociosidad es la madre / el origen de todos los vicios; muchos males engendra la ociosidad» (Cantera Ortiz de Urbina 2005: 63). 427  Es una sentencia evangélica. Marcos (11: 12-14): «Maldición de la higuera estéril. Al día siguiente, cuando salieron de Betania, tuvo hambre. Y viendo de lejos una higuera que tenía hojas, fue a ver si tal vez hallaba en ella algo; pero cuando llegó a ella, nada halló sino hojas, pues no era tiempo de higos. Entonces Jesús dijo a la higuera: “Nunca jamás coma nadie fruto de ti. Y lo oyeron sus discípulos”». 428  Este exemplum del rey Agesilao se lee en varias fuentes, entre otras, en la Apophthegmata de Erasmo (Pie, urbane, 68): «Quum miro esset affectu erga liberos suos, dicitur, aliquando arundine pro equo conscensa, una cum pueris lusisse domi. Id quum forte vidisset ex amicis illius quídam, rogabat ne cui diceret quod viderat, priusquam ipse quoque liberorum parens esset factus festive subindicans, eum lusum non esse levitatis, sed pietatis: nec hoc quod ageba, videri posse ineptum ei, qui modo expertus esset, quam ingenis sit affectus charitatis parentum erga filios» (1570: 27).

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245. En suma, nuestra vida se parece a los instrumentos de música, a los que a veces se estiran las cuerdas y a veces se les aflojan para que se constituían más acordes, gustosos y soportables. Que, si consideramos los fuegos solemnes y públicos espectáculos que los príncipes en tiempo pasados mandaban hacer y representar al pueblo, veremos que no los disponían tanto por adquirir gloria y reputación cuanto a fin de que el pueblo se fuese desde este juego con más alegría a trabajar a su casa. CABALLERO. La experiencia me hace ver que no hay cosa que más me consuma y altere la vida, que más me quite el pelo de mi jubón429, que la continuidad de los negocios. Pues si me mortifico en los míos propios llego a perder —o poco le falta— los espíritus vitales y todo mi vigor en los de mi amo en los cuales, como podéis considerar, estoy obligado por mi crédito y empleo a ocupar mi corazón de un hábito melancólico, y estoy cierto que ya yo hubiera largado la piel si alguna vez no hubiera procurado confortarme por medio de algún decente pasatiempo. 246. ANÍBAL. Bien que este ocio sea honesto, útil y necesario, es preciso no obstante ponerle límites que no sea lícito exceder. Puesto que, la naturaleza no nos ha engendrado ni producido en el mundo para divertirnos y entregarnos a los placeres y descanso, sino antes para observar una vida severa y emplearnos en el estudio de cosas graves y serias. CABALLERO. Vos proponéis este reposo no como vianda que alimenta, sino como una ensalada que abre el apetito o como las confituras que sirven de confortar el estómago, y le permitís en cuanto fuere suficiente para animarnos y consolarnos en nuestros pesares. Y queréis que el hombre se divierta para vivir y no que viva para entregarse al placer430. ANÍBAL. Así lo entiendo, porque si nunca cesase de divertirse, loquear y entretenerse, y quisiese vivir sin jamás hacer nada, de ocioso espectador, se pasaría a desreglado y sin medio en sus alegrías. De ahí ha procedido que ya ha tiempo los sabios inventaron los juegos de los luchadores y de la música, como dos principales columnas necesarias para sostener la vida. Pues como el ejercicio del salto y de la lucha hacen al hombre fiero y bárbaro, al contrario, el de la música, le ablanda y hace más tratable. Y estas dos [f. 124] cosas juntas forman y dirigen el espíritu y las modales de la vida. 247. Encontrándose pues este ocio honesto principalmente en la conversación con las mujeres y siendo este reposo propio para aliviarnos de las pasiones

429  Hervás

simplifica el dicho «mi cavi la bambaggua del falsatto» (Guazzo 2010 I: 173). una interpretación del dicho clásico latín: «Oportet esse ut vivas, non vivere ut edas», que en español se ha traducido: «Se ha de comer para vivir y no vivir para comer» (Cantera Ortiz de Urbina 2005: 63). 430  Es

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más agrías que afligen nuestros corazones, es aún preciso estar atento a que entregándose con exceso y estando siempre empleado no se origine un abatimiento de espíritu que le afemine demasiado y le haga perder el coraje propio de un hombre. Y así convendrá usarle no como de mantenimiento ordinario, sino como de un restaurante y preservativo de la vida, teniendo presente este adagio de los viejos que se ha de gustar la miel con la puntica de los de dos. Y para decirlo en una palabra, se portará de tal modo que se pueda decir que ha estado en la cueva de Escila o que ha bebido en la copa de la Circe, sin con todo eso haberse sumergido ni transformado431. 248. CABALLERO. Aunque esta honesta ociosidad tenga eficacia —como vos decís— de consolar el espíritu afligido, no obstante, sucede con frecuencia que entre los discursos que se entablan para este reposo se mueven algunos, en los cuales es forzoso angustiarse y aguzar el entendimiento, de suerte que, en lugar de alivio, se siente mayor trafago en el interior que si se manejasen grandes proyectos. ANÍBAL. Yo creo que no hay reposo alguno honesto que no esté unido al ejercicio del espíritu o del cuerpo. Y por eso dicen los sabios que para gozar del reposo es menester aprender y hacerse maestro en muchas cosas. Y así veis que bien que la música haya sido introducida para el placer y alivio del espíritu no se aprende fortuitamente, si no como otra cualquiera ciencia en que es preciso ejercitar el entendimiento y lo mismo sucede en el juego del ajedrez y otros semejantes. Al contrario, solemos después de haber empleado algunas horas en el estudio de las letras, o en ocupaciones debidas al público, o a particulares, irnos solos o con compañía a pasearnos algún rato. En donde, aunque ejercitamos el cuerpo con el paseo y el espíritu con la plática, no obstante, todo este tiempo se atribuye al reposo, por razón [f. 124v.] de que se emplea principalmente para distraer nuestro corazón de los negocios de mayor consecuencia. 249. CABALLERO. Hacéis que al presente me acuerde de lo que hacen los labradores, los cuales habiendo trabajado toda la semana en cavar, cuando viene el día festivo, se entregan de tal suerte al baile y a la danza que sudan y se cansan más que los días de trabajo. Y con todo eso queréis concluir que esto es reposo y ociosidad. 431  Resumiendo

su digresión acerca del ocio, Guazzo vuelve a incorporar a su texto imágenes estereotipadas y mitológicas como la de Escila, monstruo marino que habitaba en un estrecho paso marítimo, en el lado opuesto a su contraparte Caribdis. La otra figura es la de Circe, diosa y hechicera que vivió en la isla de Eea que transformaba en animales a sus enemigos y a los que la ofendían mediante el empleo de pociones mágicas, y era famosa por sus conocimientos de brujería, herborística y medicina.

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ANÍBAL. No se puede decir otra cosa porque, aunque es cierto que ejercitan menos el cuerpo cavando que danzando, empero aquel trabajo les mortifica más cuando el de danzar lo ejecutan alegremente y con tal contento que al día siguiente vuelven con mayores ánimos a la labor. Y si consultáis mi genio, yo confieso que en esto me parezco a los labradores porque estando fatigado del ejercicio que hago todo el día tan presto, a pie como a caballo, yendo a visitar mis enfermos, a la noche para reposar y aliviarme de mis molestias, regularmente voy en compañía de vuestro hermano432 y otros a pasearme una milla fuera de la ciudad en el cual trabajo, recibo maravilloso deleite y consuelo mi espíritu lánguido y débil por los anteriores enfados. Y de ahí podréis entender en cómo todo el tiempo que principalmente se dedica al recreo debe ser comprendido debajo del nombre de ociosidad, aunque intervenga algún ejercicio de cuerpo o de espíritu. 250. Ello es bien cierto que este reposo pierde su nombre si se convierte en ejercicio continuo, sin que se tenga otro empleo, ni profesión. Y así no puede llamarse ocio lo que hace un maestro de música que sentado enseña a sus discípulos a cantar y tocar instrumentos. Lo que acaso tuvo presente Filipo rey de Macedonia cuando reprendió a su hijo Alejandro, diciendo que debía avergonzarse de saber cantar tan bien433. Lo que según me parece decía no por disfamar la música —la que parece indecente al príncipe por razón de este proverbio «Júpiter no canta ni toca»— sino por cuanto su hijo estaba tan embelesado que casi parecía que era su propia profesión y que pensaba poco en lo que concernía a su grandeza y elevación. Y esto es conforme a lo que ejecutó el emperador Domiciano con un ciudadano de Roma, al cual expelió de su consejo porque danzaba demasiado bien434. Y de estos ejemplos podemos comprender que no es justo detenerse ni empeñarse tanto en estos decentes y honestos reposos y que es preciso prescribirles términos [f. 125] y límites legítimos, aprovechándose de ellos, cuanto pareciese bastante para el recreo del espíritu. 251. CABALLERO. Yo creo que entre muchos placeres y pasatiempos por cuyo medio se alivian y regocijan los espíritus, tienen el primer lugar los banquetes no suntuosos sino familiares y fáciles que cierto poeta propone como una especie de felicidad de nuestra vida435. 432  Es

decir, Esteban Guazzo. exemplum se lee en Erasmo, Apophthegmata (Artes rege indignae, 32): «Apud te tui pudet, qui nori tam belle canere? Significans, alias artes esse rege digniores» (1570: 272). 434  Es un ex superintendente que fue expulsado del Senado (Cf., Suetonio, Divus Domitianus, 8). 435  El ocio virtuoso encuentra su objetivo en el convite fácil y familiar. El poeta es Marcial: «vitam quae faciant beatiorem» (Epigrammaton, Lib. X, 47). 433  Este

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ANÍBAL. Así como los banquetes solemnes están llenos de ruido y confusión, los domésticos privados y familiares están rebosando placer, amistad y reposo. Y como en el primero las viandas con su variedad y delicadeza convidan al hombre al deleite y saciedad, así el segundo la excita a la parsimonia y le propone el consuelo del espíritu. 252. CABALLERO. Yo no me veré satisfecho de elogiar y bendecir la urbanísima y humana costumbre y método de vivir que se observa en Francia, en donde los parientes, amigos y vecinos convienen en llevar cada uno su ordinario a la casa ya del uno, ya del otro, y allí sin costa alguna extraordinaria, y dejando todo cuidado a la puerta de la casa, gozan alegremente de este banquete familiar unidos en grande y mutua concordia y caridad. ANÍBAL. Sin duda esa costumbre es acreedora a las mayores alabanzas, porque si a veces cuando caminamos, tenemos especial gusto en las posadas de conversar con muchas personas no conocidas y comer a una misma mesa, pensad cuánto más crecido será el placer adonde el banquete solo se compone de los parientes y amigos que más estimamos. 253. CABALLERO. También me parece que estas frecuentaciones requieren sus peculiares leyes y costumbres. Y así espero oír de vos algo en este punto. ANÍBAL. Algunos celebres autores se han dedicado a escribir muchos preceptos útiles tocantes al ornato de estos festines amigables y domésticos, pero estos son los principales: que el banquete conviene que empiece por las gracias y acabe por las músicas; esto es, que el número de los convidados no baje de tres ni suba de nueve436; que los del banquete no sean ni muy habladores ni mudos, porque se suele decir que el mucho hablar es para el mercado y el silencio para la alcoba. Pero si hay alguno poco sabio que eche más aprisa mano del silencio, ateniéndose al dicho [f. 125v.] de un filósofo el cual teniendo junto a sí mismo en la mesa a uno que no hablaba le dijo: «Si eres ignorante obras una acción de hombre sabio, pero si eres sabio ejecutas un acto de ignorante»437. Después de esto, que ninguno se ponga a hablar aparte con otro, porque como todos beben de un mismo vino, así es razón que todos participen de los discursos que se mueven en la mesa; que estos sean gustosos y de cosas caseras; y que solo son 436  La indicación sobre el número de los convidados se lee en Aulo Gelio (Noctes Atticae, XII 11): «Quem M. Varro aptum iustumque esse numerum conviviarum existimarit; ac de mensis secundis et de bellariis». También en Erasmo, Adagia (1987: 131-132, I III 97): «Septem convivium, novem convicium». 437  El filósofo es Teofrasto Ereso (371-287 a.C.) y este dicho se encuentra en la Apophthegmata de Erasmo (Silentium, 2): «Ad eum qui in convivio perpetuo silebat: Si, inquit, indoctus es, prudenter facis: sin doctus es, imprudenter» (1570: 646-647).

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propias a semejantes divertimentos, uniendo —si es posible— lo útil a lo dulce. Y si es ilícito el proponer entre los hombres materias dudosas y llenas de ambigüedad, lo es aún más entre las mujeres, porque semejantes asuntos constituyen al concurso triste y melancólico. Por eso está escrito que habiéndose pedido a un orador el que en la mesa discurriese de la elocuencia, respondió: «Las cosas que este lugar y tiempo requieren las ignoro yo, y las que sé no convienen ni a este lugar ni a este tiempo». 254. En fin, habiéndose juntado los del banquete en prueba de amistad, es preciso que sobretodo eviten las contestaciones y querellas, como también la libertad en el hablar siendo esto más indecente en la mesa que en otra parte, por cuanto, esto da sospecha de que el vino puede haber recalentado nuestro celebro. Y juntamente se imita a ciertos perros de cocina que en la caza huyen y junto a la mesa son muy valientes y atrevidos. Y en lo demás soy de vuestro sentir que no hay conversación más útil ni agradable que esta. Y sé que ha habido algunos filósofos que afirmaron que sería bien el que se hubiesen dejado escritos a la posteridad los discursos tenidos a la mesa entre personas de espíritus gentil y perfecto, como cosa que sirve para el buen ejemplo y utilidad438. Y bien se debe creer que, por virtud del vino modestamente bebido y usado con discreción, y por medio de la compañía gustosa, se despoja la mente de todos los pensamientos funestos y recobrando su libertad, discurre con mayor desembarazo y acierto. 255. CABALLERO. Yo entiendo que en esta ciudad se dirigieron el año pasado algunos festines familiares, en donde concurrieron algunas damas de calidad y con ellas el señor Vespasiano Gonzaga y otros, quienes tuvieron algunos discursos y entretenimientos no menos honestos que agradables. ANÍBAL. Yo tengo pleno conocimiento de ellos por el medio y relación del caballero Bottazzo, que se halló presente y los colocó con toda fidelidad en el registro de su memoria. Y los que justamente merecen que él u otra buena pluma los den a la luz para el bien y comodidad de todo el mundo439. CABALLERO. Yo recibiré de vos un favor perfecto si antes de mi partida os servís de franquearme una copia. ANÍBAL. No dejaré mañana después de hablar de la conversación doméstica —si el tiempo nos lo permite— de satisfacer a vuestra demanda, o a lo menos discurriremos en ellos el día siguiente.

438  Alude

a las obras de Platón y Jenofonte. se refiere al caballero Bottazzo no solo como uno de los protagonistas del convite de Casale en el cuarto libro de la CC, sino como un mediador de su descripción. La «otra buena pluma» es el mismo Esteban Guazzo. 439  Aníbal

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CABALLERO. Acepto esta urbanidad y, mientras, os suplico que tenga yo lugar en vuestra memoria. ANÍBAL. Sabed que como hoy sin salir del aposento nos hemos paseado por afuera así, aunque ahora salga fuera de vuestra casa, me mantendré con vos en ella, no pudiendo separarme de vuestra persona de modo que mi espíritu deje de haceros perpetua compañía. CABALLERO. También yo me portaré de tal suerte por mi parte que este lazo de amistad será perpetuo e indisoluble. Fin del segundo libro.

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[f. 127-1º] LIBRO TERCERO DE LA CONVERSACIÓN CIVIL En donde particularmente se declaran los medios que se deben observar en la conversación doméstica que hay entre marido y mujer, entre padre e hijo, entre hermana y hermano y entre amo y criado1

§. I 1. ANÍBAL. Apenas ayer puse el pie fuera de vuestra casa, cuando inmediatamente me pusieron en las manos unas cartas de cierto médico de este país, singular amigo mío, el que casándose en Génova me ruega que haga este viaje, así por concurrir a sus nupcias, como por ver una ciudad tan magnifica. Mas respecto de que siempre tengo lugar de ver a Génova y a este sujeto, y que vuestra venida no me será tan asequible ni frecuente, le he respondido dándole gracias y excusándome honestamente, reteniendo aquí —señor Caballero— al autor de la respuesta para serviros y para gozar mi mayor consuelo en vuestra presencia, cuya pérdida no sabría recompensarme toda la ciudad de Génova. 1  El tercer libro de la CC discurre sobre la heterogeneidad de la amistad. Aristóteles trata en el noveno libro de su Ética nicomáquea de los diferentes tipos de amigos, de los conflictos que surgen en la amistad, de las rupturas y de las condiciones que se requieren para que surja una disposición amistosa (1985: 352-362). Con excepción de los hermanos, Guazzo se referirá a la desigualdad de las relaciones, al igual que el filósofo griego trató en el Magna moralia: «En los amigos que son desiguales no se espera la igualdad: la amistad del padre y el hijo se da en condiciones de desigualdad, y lo mismo la de la mujer y el marido o la del siervo y el amo y, en general, la del inferior y el superior» (2011: 235).

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2. CABALLERO. Con estas razones —señor Aníbal— hacéis que sienta duplicado dolor y un extraño [f. 127v.] gozo porque el amor del próximo, motiva el que me lastime de que por mi causa os privéis del regocijo que teníais prevenido en las bodas de uno de vuestros mejores amigos y hayáis dejado de ver una ciudad tan famosa como Génova. Y por vuestro amigo siento igualmente el que vea frustrada su esperanza. Y, no obstante esto, el amor propio tiene tal poder que estas compasiones ceden y hacen lugar a este maravilloso contento que recibo al ver en vos más respecto a mi amistad que a la de vuestro grande amigo. Aunque yo temo que si llega a su noticia esta vuestra parcialidad, disminuya en algo la amistad que os profesa, y me maldiga muchas veces, lo que de mi parte le perdone, esperando que al fin como hombre de capacidad conocerá que os era permitida la confianza en un amigo antiguo por satisfacer a uno nuevo en lo que alabo grandemente vuestra discreción y os rindo infinitas gracias, suplicándoos que con la copia de vuestros dulces, decorosos y útiles discursos adornéis mi pobre espíritu para que, manteniendo con tan verdaderos y sólidos fundamentos la buena opinión que de mí cortésmente habéis formado, me constituya digno del elogio que me dais y tenga más concepto de mí mismo que de toda la magnificencia de Génova. 3. ANÍBAL. Si es cierto que vuestro mérito puede recibir merecimiento de mis discursos, también es verdad que estos se califican y ennoblecen por la sutileza y perfección de vuestras preguntas. Mas para venir desde luego a nuestro intento, tenemos hoy —siguiendo el proyecto que ayer nos propusimos— que discurrir de la conversación doméstica. La que también reduciremos a los puntos de la lengua, de las costumbres y modos de vivir. CABALLERO. Esta conversación a lo que veo, pertenece a la económica, y por eso juzgaba yo que debíais colocarla en el orden de las cosas y acciones que tocan a la ética y moral2. ANÍBAL. Es preciso [f. 128] sepáis que la moral abre el paso y muestra el camino a la económica y que, para gobernar bien una familia, las costumbres

2  La

economía a la que alude Guazzo es una sabiduría y un poder diferente de cómo se podría entender hoy, ya que funciona con categorías y formas totalmente discrepantes a nuestro modo de entenderla, pero que resistieron hasta el nacimiento de la economía moderna. El significado del término griego oikonomía se divide en dos partes, el primero (nómos) que significa ‘ley’ y, el segundo, ‘administración’ y ‘gobierno’ de la casa (oîkos). Originariamente se refería a los trabajos propiamente femeninos y, más adelante, incluyó todas las actividades necesarias para la gestión de la casa y familia. Según Aristóteles, la economía era contigua a la política: «El arte de gobernar una casa y el arte de gobernar una ciudad difieren en lo mismo que una casa y una ciudad (pues éstas son el fundamento de aquéllos), pero, además, el arte de gobernar una ciudad depende de un número de jefes y el arte de gobernar una casa de uno solo» (1984: 249).

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y modo de vivir son muy necesarios. Con todo eso os digo que, en el presente discurso, no quiero detenerme sobre el régimen necesario para el gobierno de una casa y familia, y como el padre de familia3 deba proveer los medios y cosas tocantes a la vida como vestido, renta, gastos, edificios, labores y conversación de la hacienda, sino solamente espero hablar del método particular que deben entre sí seguir los que habitan en una misma casa. 4. Y para venir al punto digo que la conversación doméstica se observa frecuentemente entre el marido y la mujer, o entre el padre y el hijo, o de hermano a hermano, o entre amo y criado. Con que, todo este discurso será limitado a estos cuatro puntos y artículos. CABALLERO. Yo esperaba que esta división fuese un poco más lata, porque habiendo a veces en una familia tío y sobrino, suegro y yerno, suegra y nuera, primos y otros que están unidos por parentesco, me parece defectuosa esta división. ANÍBAL. Así como debajo del nombre de padre y de hijo he comprendido la madre y la hija, y debajo de el de hermanos he entendido también las hermanas, presupongo igualmente que el tío, el suegro y el maestro, o hayo, corren debajo del nombre de padre y que el sobrino, yerno, nuera y discípulo tienen lugar de hijos y que los primos andan iguales con los hermanos. Con que no me parece que mi división es manca, ni imperfecta y no quiero añadirle superfluidades. Y supuesto que la principal conversación acaece por el matrimonio, pues las ciudades no pueden subsistir sin familias, y estas no tienen su complemento sin el marido y la mujer, conviene que entremos en la liza y demos principio a la conversación matrimonial, a quien es debido este honor no solo por ser [f. 128v.] la primera en orden, cuanto porque no hay conversación más conforme a la naturaleza que la que procede entre varón y hembra4. 5. CABALLERO. No obstante que sea nuestra intención tratar de la plática y familiaridad entre marido y mujer, quisiera me dijerais primeramente qué os parece debe ejecutar el que desea casarse5.

3  Es

un calco del latín pater familias, es decir, el padre que era el titular de la casa, que no tenía superiores y que como un déspota ejercía la propia potestas en la mujer, los hijos y criados, al igual que en el patrimonio. 4  La alusión es a varias teorías generales aristotélicas del Económicos: «[…] pero el arte de gobernar una ciudad consiste en constituir la ciudad desde el comienzo y, una vez que existe, hacer un buen uso de ella. Es claro, por tanto, que pertenecen al arte de gobernar una casa adquirir la casa y hacer uso de ella» (1984: 250); «Y, sobre todo, en el caso del hombre, ya que no sólo por la existencia sino también por el bienestar son colaboradores, mutuos la hembra y el macho» (253). 5  La sentencia de Guillermo se refiere a toda la tradición humanista y clasicista sobre cómo y con quién había de casarse.

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ANÍBAL. Vuestra advertencia no me desagrada, y acaso por medio de este discurso, se excitará en nuestros espíritus el deseo de casarnos. CABALLERO. He oído decir que a veces se produce en el hombre accidentalmente cierto apetito que entre vosotros los médicos llamáis vicioso y el que curáis con dieta. Y así fortuitamente me sobreviniese el apetito de matrimoniar, no le aplicaría otro remedio que la abstinencia acordándome de los grandes elogios que daba un filósofo a los que deseando entregarse al mar, no lo ejecutaban y teniendo inclinación a administrar el estado público, se abstenían y viéndose forzados de un violento deseo de tomar mujer se reprimían6; o, si no, hacer como aquel a quien solicitando su madre a que se casase, le respondió que aún no era tiempo y siendo de allí a algunos meses segunda vez por ella importunado, respondió que ya no era tiempo7. 6. ANÍBAL. Hay hombres tan cosquillosos sin voluntad asegurada, y de estómago tan delicado, que nunca saben lo que se quieren y a quienes disgustan todas las humanas condiciones. Pero considerad, os ruego, que el hombre sabio y resuelto se acomoda alegremente a todo género de vida y, sobre todo, no echa en olvido aquella sentencia que dice que es cosa detestable el querer por sí mismo privarse de la inmortalidad, y el que de esta se despoja ni piensa en mujer ni procura constituir línea. Lo que se confirma por la opinión de un ciudadano romano que decía que si pusiésemos vivir sin mujer nos excusaríamos [f. 129] de un gran trabajo, mas pues la naturaleza de tal suerte lo ha dispuesto que no podemos vivir cómodamente ni con ellas ni sin ellas, en algún modo debemos arrimarnos antes a nuestro eterno descanso, que a un placer tan corto y de tan limitada duración8. CABALLERO. ¿Con que venís a concluir que la mujer es un mal necesario? 6  El

filósofo es Diógenes y esta anécdota se lee en la Apophthegmata de Erasmo (Quae in vita fugienda, 18): «Hactemus dictum est, quos quibus nominibus reprehenderit: nunc audi, quos laudarit. Probabat eos, qui uxores ducturi non ducerent, qui navigaturi non navigarent, qui pueros alituri non alerent, qui ad Rempub. Accessuri non accederent, qui se ad convivendum praepotentibus componerent, nec tamen accederent: significas, ab his ómnibus abstinendum, eosque, prudentes videri…» (1570: 214). 7  Se trata de Tales de Mileto. Este exemplum se halla en Diógenes Laercio: «Algunos en cambio dicen que se casó y tuvo un hijo, Cibisto; otros, que permaneció soltero y adoptó el hijo de su hermano. Cuando una vez le preguntaron que por qué no tenía hijos, dijo que por amor a los hijos. Y cuentan que dijo a su madre que le invitaba a casarse: “Aún no es momento oportuno”. Luego, cuando ella insistió, después de pasar su juventud, contestó: “Ya no es momento oportuno”» (2007: 46). 8  Se refiere a Quinto Cecilio Metelo Numídico. Este exemplum se halla en la Polyanthea (Uxor, 1574: 876).

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ANÍBAL. Yo no intento decir en esto que es preciso que todos tengan una mujer al lado, antes comenzando por este punto, prohíbo el matrimonio a muchas personas y os digo que hay no pocas razones, o antes bien ocasiones, en las cuales el diablo enemigo de la paz se pone entre marido y mujer, y no solo hace que el matrimonio sea infeliz, sino que arruina muchas casas y familias. 7. CABALLERO. Estas ocasiones son las que tanto deseo saber. ANÍBAL. Quien quisiese inquirirlas todas en particular, encontraría un número sin número, no obstante, a mí se me ocurren tres principales que no quiero callar en nuestro discurso, de las cuales la primera es la desigualdad, o de la edad o de la esfera, del marido y de la mujer. Y así, para evitar las querellas e inconvenientes que pueden acaecer, es necesario que los partidos sean iguales9. CABALLERO. En cuanto a la diferencia de la edad me parece disconveniente el ver a una muchacha casada con uno que tenga más cara de padre que de marido, y creo que ellas van con semejante esposo, como si las condujesen al sepulcro, puesto que se hallan viudas aún en vida de sus maridos10. Fuera de que las que lo han experimentado, saben bien cuán desagradable es un marido anciano a una mujer joven. Y lo que es peor, estas mujeres son tan infelices que por honestas y recatadas que sean interior y exteriormente, con todo eso, la barba blanca de sus maridos, es motivo de que se sospeche su fragilidad. Y no 9  Este

lugar común acerca de la mujer se encuentra en varias fuentes. Erasmo cita este dicho mencionando a Catón y Aulo Gelio en su Apophthegmata (Lib. VIII, Coniugii molestiae): «Narratur et illud Catonis dictum: si sine uxoribus mundus esse possit, vita nostra non esset absque diis. Sensit felicissimam hominum vitam fore, si datum esset a coniugio libero vivere. Sed ut ídem ait apud. Aulum Gellium, cum illis incommode vivitur, sed sino illis omnino non vivitur, ut merito dici possit, uxor necessarium malum» (1570: 73). 10  La cuestión de la edad y desigualdad del matrimonio se trata en la Política de Aristóteles: «Ahora bien, casi todo esto se asegura [atendiendo] a un solo punto: puesto que el límite de la generación se fija, por lo general, para los varones en setenta años como máximo, y en cincuenta para las mujeres, hay que conformar a estos períodos el comienzo de la unión matrimonial en relación con esta edad. La unión de [esposos] jóvenes es perjudicial para la procreación de niños»; «Por otra parte, a la sofrosine contribuye el que las [mujeres] sean entregadas [en matrimonio] cuando son de más edad, pues parecen [ser] más lascivas cuando de jóvenes han tenido tales relaciones; y los cuerpos de los varones parecen perjudicarse en el desarrollo [físico] si tienen experiencia [sexual] mientras aún está creciendo la simiente: pues también [hay] un tiempo límite de esto, en que el desarrollo no es mayor (o es poco). En consecuencia, a ellas sienta bien el casarse hacia los dieciocho años de edad, y a ellos, a los treinta y siete, o poco [antes]. En tal [edad] están en pleno vigor, y para los cuerpos es [el momento de] la unión, y coincidirán oportunamente en los períodos de la pausa en la procreación; además, la sucesión de los hijos será en los comienzos [del declive] del vigor, si la procreación se practica de ordinario según razón, y para ellos el número [de años] de la edad ya haya llegado a los setenta» (1989: 633-634, Lib. VII).

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sabré decidir cuál de dos males es mayor: o los celos que el marido concibe, o la sospecha que la mujer ocasiona a otros. [f. 129v.] 8. ANÍBAL. Considerad al contrario qué gusto es el ver más mujeres desdentadas que tienen maridos pulcros y lampiños. Y decidme ¿de quiénes es mayor la desgracia, de la edad de los primeros, o del desastre de estos segundos? De forma que no es posible que entre estos dos extremos haya ni paz ni amor. Y así como Venus y Saturno se hacen guerra, así la juventud y la vejez no pueden convenir ni conformarse bien. Lo mismo sucede en los casamientos desiguales en condición, porque mientras la una de las partes se emplea en relatar lo grande y noble de su linaje se producen en la otra con el enojo disensiones que jamás se terminan. 9. A la primera causa de un casamiento desgraciado, añado la segunda que es cuando se ejecuta contra la voluntad o poco consentimiento de las partes de que he visto dimanar grandes desordenes, no sin desdoro, infamia y un tardo arrepentimiento de aquellos que habían mullido estas infelices alianzas. Y esta poca satisfacción recae por lo regular sobre las mujeres, sin cuyo consentimiento se tratan y efectúan los casamientos; se conviene sobre la dote y frecuentemente son conducidas a sus maridos en países extraños, y entre gentes bárbaras, casi antes de que ellas lo hayan olido. Y, entonces, las pobres muchachas temiendo el precepto y rigor de sus parientes son de ordinario obligadas a forzar su voluntad, y por mucho que lo sientan a aceptar de boca lo que en su corazón abominan. CABALLERO. No se ve ya que por este motivo sucedan semejantes desastres en Francia, en donde les es concedida a las doncellas, no menos que a los hombres, la libertad de decir sí o no a su arbitrio. 10. ANÍBAL. Vengamos a la tercera razón, acaso la más importante y que casi siempre engendra los peores efectos, y es cuando uno se casa con mujer sin dote11 y que nada trae. CABALLERO. Tenéis razón porque en casándose estos enamorados, viendo que su mujer no ha traído otra cosa [f. 130] a su casa que una desnuda hermosura, hacen ordinariamente que el amor se desvanezca y, pesarosos de su yerro, no la tratan ya como esposa, sino como criada o vilísima esclava. Cuando si se han casado con rica y si han ido —como se dice— hacia la mujer no hay cosa más dulce. Así veréis al presente que las hermosas sin dote encuentran más amantes que maridos, y que hay pocos hombres que se casan por amor de 11  «Est

donatio facta a patre mulieri, vel ab extraneo vel facta a muliere ipso viro pro oneribus matrimonii sustinendis» (Polyanthea 1574: 253).

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Dios, cuando es muy crecido el número de los que en este punto abren el ojo y no quieren la carne si no tienen pebre12 y dicen: «Trae contigo, si quieres vivir conmigo». 11. ANÍBAL. Yo veo —señor caballero— que no entendéis lo que digo y que lo interpretáis contra mi intención. CABALLERO. ¿Cómo? ANÍBAL. Porque si un rico cuando se casa con mujer pobre la hace ser esclava, así también la mujer rica que toma por marido a un sujeto pobre le hace ser criado y quiere ella sola ser la señora con que todo viene a ser lo mismo. CABALLERO. Es cierto. Ya os entiendo. Vos queréis decir que el hombre no la tome ni más rica ni más pobre que él, sino igual y lo que hubiere de más o menos no se debe contar por dote13. ANÍBAL. Aún no me entendéis puesto que juzgáis se debe constituir y contemplar esta en dinero constante. CABALLERO. En cuanto a mí —salvo vuestro juicio— creo y me parece que procedéis con toda obscuridad en vuestros discursos y quisiera que usaseis de las voces, según la común interpretación, y bien sabéis que la dote se entiende ordinariamente por el dinero y bienes de la mujer, y que así lo entendió aquel grande legislador Licurgo cuando hizo una ley particular en que quería que sin dote alguna se casasen las mujeres14. 12  «Salsa en que entran pimienta, ajo, perejil y vinagre, y con la cual se sazonan diversas viandas» (DRAE). 13  Este precepto se repite en varias fuentes. El primer autor parece ser Diógenes Laercio, que lo atribuye a Pítaco: «También se dice que el sabio dijo lo siguiente a un muchacho que le pedía consejo sobre el matrimonio, lo que dice Calimaco en sus Epigramas: Cierto extranjero Atarnita preguntó así / a Pitaco de Mitilene el hijo de Hirradio: / viejo amigo, un doble matrimonio se me ofrece, / una novia es en riqueza y familia a mi medida, / la otra me aventaja, ¿qué es mejor? Venga, pues, / aconséjame, cuál de las dos conduzco al himeneo. / Contestó él, alzando su bastón, arma de su vejez: / “Mira, ésos te darán todo el consejo”. Éstos / eran unos niños que con palos a azotarse / jugaban dando vueltas en una ancha encrucijada. / “Sigue, dijo, tras las huellas de ésos”. Aquél se colocó / a su lado. Ellos decían, “toma a tu medida”» (2007: 69). 14  Al igual que el precepto anterior, este exemplum se encuentra en diferentes obras: «Cuidam percontanti, quam ob caussam lege cavisset, ut sine dote virgines elocarentur: Ut, inquit, neque propter inopiam ullae relinquerentur innuptae, neque ob divitias experentur: sed ut iuvenum quisque, ad puellae mores respiciens, ex virtute faceret electionem» (Erasmo, 1570: 91, Uxor eligenda, Lib. I 70). Este exemplum se halla también en Luis Vives: «pondré solo un ejemplo del sapientísimo Licurgo, el que dio las leyes a los lacedemonios. Habiendo ordenado que las mujeres fuesen acatadas y estimadas por sus virtudes y no por sus atavíos, quitó los afeites de la ciudad de Esparta, y mandó desterrar los oficiales que vivían de hacer cosas de mujeres, que no fuesen necesarias al vivir honesto de ellas, diciendo ser corruptores de la república» (sf.: 112).

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ANÍBAL. Licurgo estableció esa ley para un pueblo entre el cual, aunque había algunos sabios, la mayor parte eran ignorantes, y así era preciso que hablase de modo que todos le pudiesen entender. Pero yo hablo con vos, cuya gentileza de espíritu puede penetrar la inteligencia de la dote que supera toda otra dote, y de la que estáis [f. 130v.] también dotado que a ser mujer pudierais hacer rico un marido. 12. CABALLERO. Viéndome ahora tan graciosamente chasqueado por vos, vengo a caer en que habláis de la dote del espíritu. ANÍBAL. Preguntad al mismo Licurgo porqué quería que se tomase la mujer sin dote, bien sabéis que respondió sabiamente que a fin de que ninguna por pobre quedase arrinconada y las otras no fuesen solicitadas por causa de sus riquezas. Mas porque nuestro tiempo es muy diverso y contrario al suyo, ciertamente yo no culpo que para soportar las cargas del matrimonio y mantener su estado y calidad entre los iguales, se procure conseguir honestamente dote, pero sin imitar a dos viejos que años ha hubo en esta ciudad, los que tratando el casamiento del hijo del uno con la hija del otro, estuvieron el espacio de cinco años sin concluirlo por la diferencia de cien escudos, dando en esto a conocer claramente lo que ellos más querían y anhelaban, si la alianza o las riquezas. Por esto es justo seguir un camino medio, escogiendo la esposa ni del todo rica ni del todo pobre, respecto de que regularmente la pobre acarrea necesidad a la casa de su marido y la rica motiva la ruina. Y como llaman sumamente desgraciado al que se casa con mujer pobre, así se dice comúnmente que de donde entra la dote, sale la libertad15. 13. Pero volviendo adonde habíamos comenzado, conviene tener gran miramiento en no casarse por fantasía y a la ligera ni dejarse llevar solo de las riquezas, o hermosura de una mujer si no está acompañada de la virtud. Y lo mismo deben premeditar las mujeres, las cuales frecuentemente se aficionan de una apariencia exterior, eligiendo por maridos a algunos que, pareciéndose a los cipreses, son altos y hermosos, pero sin fruto alguno16. CABALLERO. Se dice muy al caso que la testa hermosa no tiene meollo. Mas pues no tenéis a mal la dote, antes la consideráis como un apoyo para sobrellevar la pesada carga del matrimonio. Yo creo que tampoco reprobaréis la hermosura en la mujer para que sirva de consuelo al marido. 15  Una

vez más aparece el criterio del «justo medio» como manera de vivir clásica. Por otro lado, tras la anécdota de Casale, se introduce un tópico clásico sobre el principio de homogeneidad entre las personas que, a su vez, se lee en Ovidio (Heroides, IX 32): «Si qua voles apte nubere, nube pari». 16  Estas amonestaciones vuelven a tratarse en la argumentación final del segundo libro.

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[f. 131] §. II 14. ANÍBAL. Bien que la que goza un bello espíritu sea bastantemente hermosa, no quisiera yo empero que una mujer fea me hiciese compañía todo el largo tiempo que debe durar un matrimonio. Pues la naturaleza huye y aborrece todo lo que es feo y monstruoso y, por esta razón, es al mismo tiempo una cara disforme, indicio frecuente de malas costumbres. Y tarde sucede que un alma bella informe un cuerpo lleno de fealdad, que si hay quien reconociendo en el espejo su deformidad, haya suplido los defectos de la naturaleza con las perfecciones de la virtud. Con todo eso, notaréis que los rostros feos y contrahechos17 son motivo de risa a quien los ve, y aun de poco respeto, y se dice de ellos lo que de los monos que la naturaleza ha revestido su alma ridícula de un cuerpo risible. Y en este asunto no es de olvidar el ejemplo de un caballero de muy fea cara, el que siendo convidado a cenar por otro se fue sin compañía alguna mucho antes de la hora de la cena. La señora de casa discurriendo por su catadura que era un criado que el convidado hubiese enviado delante, y teniendo el resto de la familia ocupado en los negocios domésticos, mandó al caballero que partiese leña, lo que él se dispuso a ejecutar sin repugnancia. A este tiempo vino el dueño de casa que admirado de esto le preguntó qué era lo que hacía, a que él riéndose respondió que pagaba la pena de su fea cara. Y en esto podréis ver cuánto la fealdad disminuye la autoridad de las personas18. 15. Además de esto digo que no solo no quisiera que mi mujer fuese fea de cara, pero ni que tuviese pecosa, o sonrojada, y esto por el bien de los hijos, los que cuanto más hermosos son y bien dispuestos, tanto son más amables, propios para heroicas empresas y capaces de los empleos y favores de los príncipes, y de 17  «[…]

voi vedete però che questi volti de’ Baronci danno soggetto di ridere, e di poca considerazione» (Guazzo 2010 I: 182), en esta frase Guazzo se refiere a la familia florentina de los Baronci, mencionada por Boccaccio en el Decamerón. Probablemente, Hervás para dar un sentido más amplio y adaptarlo a España vuelve la sentencia más general. 18  El exemplum es de Plutarco y se lee en Las vidas paralelas al referirse el autor a Filopemen: «De presencia no era feo, como han juzgado algunos; porque todavía vemos un retrato suyo que se conserva en Delfos. Y el desconocimiento de la huéspeda de Megara dicen haber dimanado de su naturalidad y sencillez: porque sabiendo que habia de llegar a su casa el General de los Aqueos, se azoró para disponer la comida, no hallándose accidentalmente en casa el marido. Entró en esto Filopemen con un manto, nada sobresaliente, y creyendo que fuese algun correo o algun criado, le pidió que echara tambien mano a los preparativos: quitóse inmediatamente el manto y se puso a partir leña: llegó en esto el huésped, y diciendo; ¿qué es esto Filopemen? le respondió en lenguage dórico: ¿que ha de ser? pagar yo la pena de mi mala figura» (1821: 233 T. II).

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ahí vino que prometiendo el poeta mantuano por la boca de Juno a Eolo, rey de los vientos, una hermosa ninfa en casamiento, añadió para que le [f. 131v.] haga padre de una bella descendencia19. CABALLERO. Yo creo ciertamente que aquellos maridos son infelices, y con todo rigor castigados que realmente y en sueños se hallan con una mujer fea al costado. Y no sé cuál sea mayor desgracia si el tenerla fea o pobre20. ANÍBAL. Vos lo sabréis cuando hayáis probado cual es peor, cenar mal o acostarse mal. CABALLERO. Es cierto que el mal de la pobre es incurable, pero al de la fea se halla algún remedio. ANÍBAL. ¿Y cuál? CABALLERO. Hacer provisión de una criada bonita y ejecutar lo que decía no sé quién: Si tienes la mujer fea, y la criada bonita, deja aquella y solo en esta todos tus deleites cifra21.

16. ANÍBAL. Esa sentencia la produjo algún autor lascivo, y es más digna de risa que de imitación, como en efecto no la quiso imitar cierto caballero de esta tierra, a quien cupo en suerte una mujer de larga estatura, poblada la barba de crecido vello, y la boca dispuesta con tal gracia que parece la anchurosa cerradura de un pajar, y de vista tan formidable que os pondrá en duda si es mujer o tigre. Y, en fin, para decirlo sucintamente, es una de aquellas en quienes es mayor mortificación y penitencia que el pecado. Cuéntase pues que pasando esta acompañada de otras bellas damas por una calle en donde estaba su marido, la encontraron ciertos caballeros forasteros que al verla se detuvieron no sin risa, admirados de semejante deformidad y acercándose al marido, le preguntaron 19  La alusión es a Virgilio y a Juno, que promete a Eolo que se casará con Deiopea: «Ad quem tum Iuno supplex his uocibus usa est: /Aeole, namque tibi diuom pater atque hominum rex / et mulcere dedit fluctus et tollere uento, /gens inimica mihi Tyrrhenum nauigat aequor, / Ilium in Italiam portans uictosque Penates: / incute uim uentis submersasque obrue puppes, / aut age diuersos et disiice corpora ponto. / Sunt mihi bis septem praestanti corpore nymphae, / quarum quae forma pulcherrima Deiopea, / conubio iungam stabili propriamque dicabo, / omnis ut tecum meritis pro talibus annos / exigat, et pulchra faciat te prole parentem» (Aeneis, I 64-75). 20  «Huius est illud […] Ae qualem ducito: quum ipse domi haberet opulentiorem, ac proinde morosam et imperiosam. Id latius explicuimus in Chiliadibus» (Erasmo 1570: 606-607, Coniugium par). 21  Es una temática muy difundida en la tradición satírica de este periodo.

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quién era. Él, por encubrir su desgracia, y no aumentarles la risa, encogiéndose de hombros respondió: «No la conozco»22. CABALLERO. Ese bien puede decir que tiene más mujer de la que necesita. ANÍBAL. No obstante eso, la quiere y estima con grande afecto. 17. CABALLERO. Cierto que réferis una extraña bondad de marido y una mayor fortuna de mujer. Pero yo pienso que, aunque no la quiera, hará a lo menos con ella lo que se hace con las cosas que son estimadas por su coste y singularidad, las cuales se ahorran lo más que [f. 132] se puede, y no se usa de ellas, sino en caso de grande necesidad a fin —según el proverbio— de no emborracharse con su propio vino23. ANÍBAL. Sí es cierto que disgusta al marido a lo menos puede estar seguro de que no se hurtaran. CABALLERO. Está bien dicho porque una mujer fea es semejante al banco de un herrador que noches y días se mantiene en la plaza sin que nadie le lleve. ANÍBAL. Vengamos ya a las hermosas. 18. CABALLERO. Estas son bien al contrario de los bancos de herrador porque cualquiera solicita el poseerlas. Y acuérdome que cierto caballero envió a un pintor a casa de una señora muy hermosa para que le trajese su retrato, mas al tiempo que el pintor comenzaba a retratarla, llegó el marido que no solo se lo estorbó, sino le echó a empujones de su casa diciendo que acaso después que el tal caballero tuviese la copia de su mujer, desearía lograr el original. Pero en el paralelo de la hermosa con la fea, yo diré sin detención que es menor mal el ser sufocado sobre una bella horca. ANÍBAL. Dícese comúnmente que el que tiene caballo blanco y mujer hermosa siempre tiene que sentir24, y es también refrán vulgar: «¿Tomaste la linda? pues ahí está tu daño». Y no ignoráis que todos los días se proponen ejemplos de mujeres que por su rara hermosura fueron causa de la muerte de sus maridos, no queriendo desmentir el proverbio que asegura ser la mujer hermosura un dulce veneno25. 22  Parece

ser una anécdota ocurrida en el Monferrato. vuelve a elaborar una sentencia de Plinio (1624: XIV, 17): «Conduntur et musto uvae ipsaeque vino suo inebriantur». 24  El verbo ‘sentir’ debe ser un error por ‘sufrir’, ya que la frase de Guazzo es: «Si suol dre che chi ha caballo bianco e bella moglie non è mai senza doglie» (2010 I: 183). Al mismo tiempo, es una manera de decir proverbial: «Equis albis praecedere» (Erasmo1987: 140, i IV 21). 25  Ovidio, Fasti (I, 419): «Fastus inest pulchris, sequiturque superbia formam». También Luis Vives (sf.: 107) escribió: «Ovidio con razón las llamó ponzoñosas, y como muy bien dice Ju23  Guazzo

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19. Y además de esto, no se ha de omitir que la hermosura tiene en sí vinculado un orgullo intolerable y que la mujer de Herodes, bien que casta y modesta, fue empero con extremo insolente por el solo conocimiento que tenía de su belleza singular. CABALLERO. De este efecto dio las señas el poeta cuando dijo: Tanto el orgullo a su beldad iguala, que el gustar le disgusta26.

ANÍBAL. Añadid más que de la hermosura procede la tentación y de esta el desdoro27. Y así es casi imposible, o sucede tarde, que dos grandes enemigos, cuales son la hermosura y la honestidad se unan y conformen, y mal pueden considerarse seguras aquellas cosas en que hay concurrencia de suspiros y deseos [f. 132v.] de todo un pueblo. Porque unos las asaltan con su gentileza, otros con su espíritu, otros con su gracia en el decir, y los más advertidos con sus riquezas. Y dado que la virtud y recato estén de acuerdo con la belleza, no por eso se sigue que esta singularidad de hermosura se halle exenta de sospecha y que se deje de revocar en duda el crédito de marido y mujer. Omito el referir las guerras y ruinas de países acaecidas por la rara belleza de algunas damas28, bastándome el decir por conclusión que no hay en el orbe cosa que sea motivo de tantas y tan grandes discordias como una mujer a quien muchos hombres apetecen. 20. CABALLERO. Ya que sin peligro no se sabría tomar mujer hermosa o fea, más vale no tenerla. ANÍBAL. Antes conviene —como habéis dicho— tomar una que ni sea hermosa ni fea. Yo he oído largo tiempo ha que la perfección del cuerpo consiste en la mediocridad, esto es, que no sea ni muy robusto ni muy bello, como ni al contrario muy débil ni muy feo, porque lo uno constituye las personas audaces e impladas29 de soberbia y, lo otro, las hace viles con demasía, inútiles y pusilávenal, la mujer que se pone en la cara tantas medicinas y mudas, y tantas sopas de centeno cocido, ¿diremos aquella ser cara o algún divieso?» Y lo que dice Plauto: «Estas que cubren las tachas de sus cuerpos con medicinas y emplastos, luego que el sudor se ha mezclado con las unturas, hieden como una diversidad de muchos caldos de cocina revueltos que no sabes a qué huele, sino que sientes aquel mal olor» 26  Petrarca (171, 7-8): «Ed ha sì eguale alle bellezze orgoglio, / Che di piacer altrui par che le spiaccia». 27  La peligrosidad de la belleza es una argumentación muy difundida ya desde las Sagradas Escrituras. (Cf., Libro de los Proverbios, 6: 25; 11: 22; 31: 30) y va circulando en toda la tradición clásica y en autores como Juvenal, Publilio Siro, Ariosto, etc. (Guazzo 2010 II: 325, nota 52). 28  La alusión puede ser al tiempo de Troya y de la bella Helena. 29  «Llenar, inflar» (DRAE).

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nimes. Y por esto se celebra la hermosura mediana que es la que corresponde a la mujer esposa, como se detesta el exceso en hermosura o fealdad. Porque la una atormenta y la otra sacia al hombre hasta despreciarla. En suma, la disposición y estructura del cuerpo de la esposa conviene sea tal que no la desestime el juicio común, antes bien, que a los ojos de todos tenga alguna gracia, porque esto servirá de estímulo al marido para quererla y dé freno para desviarle del amor a las demás mujeres. Pues si así no fuese, la estimaría en poco respecto de que se domina con despego aquello que ninguno desea poseer. 21. CABALLERO. ¿Y qué os parece de las que se hermosean con artificio, pretextando que lo ejecutan por complacer a sus maridos? ANÍBAL. ¿Y qué os parece a vos? CABALLERO. En cuanto a mí, yo juzgo que los adornos superfluos que se pone una mujer al salir de casa sirven más para el gusto de los de fuera que para el de su marido. ANÍBAL. Debemos creer también que esto es desagradable a Dios, pues se altera su imagen, y a los hombres pues se procura engañarlos. Y no sé de persona de buen gusto [f. 133] y juicio que no se deleite más en lo que es natural que en las cosas artificiales30. Y en realidad estas caras esmaltadas, calcinadas y purpuradas, debieran advertir que los hombres en sus asambleas se burlan de estas contrahechas y mal dispuestas hermosuras de las que dimanan dos falsas persuasiones: la una en que estas mujeres se hacen creer haberse puesto hermosas en virtud de sus supuestos colores, ignorando lo que dice no sé quién: Que nunca la lejía a una Hécuba disforme, podrá hacer que en Helena se transforme31.

22. La otra en que juzgan que los que las miran creen que este color les es natural. Y he conocido una que declamaba altamente contra las mujeres que se afeitan y barnizan, y la simple no advertía que al mismo tiempo se veían sus mejillas teñida de bermellón y que el cuello de su camisa daba señas del afeite32. Y 30  La crítica al maquillaje es un tópico tratado tanto por Juvenal (VI 457-473) y por Jenofonte, Oeconomicus (X, 7). 31  En la CC italiana se refiere al maquillaje («Il liscio non può d’Ecuba far Elena» [Guazzo 2010 I: 185]) que no puede transformar a la vieja y virtuosa Hécuba, mujer de Príamo, rey de Troya, en una joven y hermosa Helena que fue la causa de la guerra entre los griegos y los troyanos. Este proverbio se encuentra en Boccaccio (De mulieribus claris, 147-153). 32  Cosmético. Cf., Mateo (7: 3): «¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?».

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así sus sectarias merecían con razón exponerse a la prueba que, días ha, hizo con otras cierta prudente señora, la que en un festín dispuso un juego y pasatiempo en el que cada una mandaba por su turno. Llegándole el suyo, ordenó qué le trajesen una almofía con agua en la que se lavó manos y cara, dando orden a las demás de que ejecutasen lo propio, quienes con no menor sonrojo que disgusto, hicieron chorrear el afeite por las mejillas abajo33. Y conozco una bastantemente joven cuyo cuello y garganta, aún no ha dos meses, parecían de un asqueroso carbonero, y hoy anda por esas calles de tal suerte jabelgada y emplastada el rostro de albayalde34 que no parece la misma. Es verdad que, si vuelve un poco la cabeza, descubre la negrura del cuello y una garganta distinta totalmente de la cara, de forma que juzgareis estar viendo alguna figura ridícula, o diréis que su cabeza se quitó a una flamenca para acomodarla al cuerpo de una mora. CABALLERO. La pobre no debe de saber que las drogas que sirven al remedio de la cara35, pueden emplearse en la reformación del cuello y garganta. 23. ANÍBAL. Tan simple y loca vanidad es disculpable en las mujeres, mas no en la bestialidad de los maridos que lo consienten, quienes, viendo claramente a sus mujeres afeitadas, [f. 133v.] vituperan al mismo tiempo las que se pintan el rostro y juran y protestan que si las suyas tal hiciesen las habían de torcer el cuello. Pero yo no sé cuáles son más mentecatos, si estos o los otros que, advirtiendo las drogas y colores ficticios de sus mujeres, se dejan con todo eso persuadir a que semejantes afeites y ficciones son para agradarles dejándose, finalmente, tocar al gusto de estas mis señoras. CABALLERO. Nunca formaría yo buen concepto de tales mujeres, y creo que como tienen colores supuestos en el rostro, así tienen los pensamientos disimulados y el corazón lleno de traiciones sin que de ellas se pueda esperar una noble y leal afición. Y es creíble que el amor simple y desnudo no pide los artificios y composturas de estas falsas beldades. Y se ve que nuestro gentil toscano 33  El médico propone una anécdota de Friné, hija de Epicles, que en la ocasión de un convite demuestra su «honestidad» cortesana. La narración se halla en Erasmo, Apophthegmata (83): «Eadem aetate florens in convivio, cui complures aderant foeminae, quum iuxta morem ioci convivalis quod unus quispiam faceret, ídem omnes facere cogerentur, prior manus bis aquae immersam admovit fronti. Quoniam aut omnes eran fucatae, aqua per lituram fucorum defluens, rugarum specie vultus ómnium deformabat, quum ipsa interim Phryne, quae naturali forma pollbat, speciosior etiam appareret diluta facie» (1570: 593). 34  «Carbonato básico del plomo, de color blanco, empleado en pintura y, antiguamente, en medicina y como cosmético» (DRAE). 35  Hervás omite la frase: «le quali sono descritte nel recetario di don Alessio» (2010 I: 185), en la que Guazzo alude al libro de Jerónimo Ruscelli (don Alessio) los Secretos que incluía recetas de cosméticos.

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para infamar las mujeres amantes del afeite, o hermosuras hechas a manos36, y por aplaudir con singularidad a su señora Laura llama a su belleza «natural»37. 24. ANÍBAL. Diremos pues que la mujer afeitada, quitándose la forma que Dios le dio, se reviste la figura y similitud de una ramera, y que como el que nace es obra de Dios, así, al contrario, el que se transforma es hechura y artificio del demonio. No empero se ha de omitir que la declamación hecha contra este artificio no es tan general que se deba ampliar a toda ocurrencia, porque si le es permitido al hombre a fin de quitarse alguna mancha del rostro, u otra cosa indecente y accidental, con mayor razón es lícito en las mujeres el corregir por arte aquella imperfección causal, o natural que tengan en la cara. Y así se ha de poner esta excepción que en tanto es permitido a la mujer remediar artificiosamente los defectos acaecidos a la hermosura de su rostro, en cuanto esto se considere justo y necesario, obligándole a ello alguna enfermedad o la conversación de su carácter, con tal que esto se ejecute suavemente y con tal discreción que los ojos de los demás no distingan el arte o que advirtiéndole no se escandalicen. §. III 25. Y pues estamos ya suficientemente instruidos sobre el punto principal de nuestro discurso, esto es, que no se ha de elegir mujer [f. 134] ni hermosa ni fea con exceso, es justo que pasemos adelante a dotar la mujer de lo que hace firme y estable el matrimonio. En primer lugar, es razón reprender el abuso de aquellos hombres que no observan otro reparo en la elección de mujer que el que se guarda en una feria de caballos, en torno de los cuales anda el comprador, atendiendo si son jóvenes, sanos, hermosos y si de algún miembro exterior se puede colegir su bondad. Yo no niego que del semblante de la mujer se puede inducir alguna apariencia de bondad o malicia. Mas, pues Dios nos dice por su propia boca que no se debe formar juicio según el rostro, justo será usar de medio más seguro y provechoso. 26. CABALLERO. Siempre he aplaudido los casamientos libres y en que nada se oculta que, sabido después, pudiese ocasionar disgusto y arrepentimiento a alguna de las partes. Pero entiendo que no se procede así ni de parte de los hombres ni de las mujeres, porque cada uno procura encubrir los defectos que 36  Libro

de los Proverbios (5: 3-4): «Porque los labios de la extraña destilan miel, Y su paladar es más blando que el aceite; Mas su fin es amargo como el ajenjo, Agudo como cuchillo de dos filos». 37  Petrarca (215, 9-11): «Amor s’è in lei con Honestate aggiunto, / con beltà naturale habito adorno, / et un atto che parla con silentio».

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tiene de alma o cuerpo imitando a aquel pintor que teniendo que retratar al vivo a un señor bizco, no quiso pintarle el rostro entero, sino le representó de perfil, ocultando el lado en que estaba el ojo defectuoso y menos bello38. ANÍBAL. No procedió así el filósofo Crates39 que, siendo pedido para marido por una señora honesta, creyendo que ella ignoraba como era corcovado y pobre, se le puso delante y quitándose la capa de los hombros y arrojando su báculo y alforjas, le protestó que todos sus bienes consistían en lo que veía, como también, que su hermosura era la que podía notar y que así lo pensase bien para que en ninguna ocasión la tuviese de arrepentirse. Pero en medio de todo esto, ella no dejó de aceptar el partido, afirmando que nunca sabría casarse con hombre más rico ni bien parecido que él40. 27. CABALLERO. Venid ya al medio que habéis propuesto dar a los maridos para su acierto. Y a mí me parece que es pedírsela primeramente a Dios con ruegos y oraciones, porque se dice en el Libro de la sabiduría que las posesiones y otras riquezas nos la dan nuestros padres y madres, pero la mujer sabia nos la da Dios41. ANÍBAL. Este medio que propuse os le puedo también manifestar con el ejemplo de Olimpia madre del Grande Alejandro, cuya sentencia —digna de [f. 134v.] estar escrita con letras de oro— era que la mujer más se ha de elegir por los oídos que por los ojos42. Y pues la costumbre de este país no nos permite el tratar libremente con las doncellas al modo de Francia. Debemos a lo menos intensamente procurar que nuestros oídos tengan más de un informe fiel e indubitable por lo que mira al origen, parentela, vida y costumbres de las 38  Se

refiere a Apeles, que pintó el perfil del rey Antígono I el Tuerto. Se lee en Plinio (1624: 90): «excogitata ratione vitia condendi, obliquum namque fecit, ut quod corpori deerat picturae potius deesse videretur». 39  Crates de Tebas, (368-288 a.C.) fue un filósofo griego discípulo de Diógenes de Sinope y seguidor de la escuela cínica. 40  «Crates surgens detracto pallio nudavit tergum gibbo deformatum: Ne quis circumveniatur, inquit, hic est sponsus et proiecto baculo et pera: Hac, inquit, dos est. Superbis delibera, neque enim mihi coniunx esse poterit, nisi cui placeat ídem institutum. Quum accepisset conditionem puella, mox subtracto pallio cum illa congressus parentibus astantibus. Itaque consummatum est Cynicum matrimonium» (Erasmo 1570: 654, Mulier cynica, 6). 41  En la CC de 1579 es Aníbal quien pronuncia esta frase. En todo caso se refiere al Libro de los Proverbios (19: 14): «La casa y las riquezas son herencia de los padres; Mas de Jehová la mujer prudente». 42  Este exemplum de Olimpia se lee en la Apophthegmata de Erasmo (Mores pro philtris, 98): «Eadem quum accepisset Alexandrum filium, ut aliis Philippum maritum, amadare foeminam a qua putabatur amatoriis venenis corruptus, accersivit ad se mulierem: quumque praeter insignem formam comperisset in ea mores liberales, et ingenium egregie dextrum: Valeant, inquit, que te insomulant veneficiis. Namtute quidem pharmacum in te ipsa ac philtrum habes» (1570: 597).

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que se pretenden para mujeres. Pero la avaricia del mundo es tal que se solicitan pollinos, bueyes y caballos de buena raza y, al mismo tiempo, no se rechazan las mujeres viciosas y mal criadas como haya mucho dinero. 28. CABALLERO. Ciertamente que considero sumamente infeliz y digno de comparación a él que se halla acompañado de una mujer enfadosa y mal morigerada. ANÍBAL. De semejantes maridos no se lastimaban los lacedemonios que en primer lugar castigaban por sus leyes al que no se casaba. En segundo, al que se casaba tarde y, en tercero, al que tomaba mujer viciosa. Aquel pues que tiene sano el entendimiento, se emplea largamente en el escrutinio de las cualidades y costumbres de su mujer y de su padre y madre, teniendo presente que El águila no engendra palomas43.

Porque es en realidad casi imposible el declinar de sus mayores. Y sé que tendréis en la memoria algunas familias, de cuya raíz y tronco van pululando sucesivamente renuevos de avaricia, o brutalidad, de simpleza, locura, embriaguez, o de otras imperfecciones o defectos, los que refundidos o como trasplantados en los espíritus y cuerpos de sus hijos, se imprimen de tal suerte que la posteridad va siempre de mal en peor. De donde tomó ocasión el proverbio para decir que de un mal cuervo sale un mal huevo44, siendo también imposible que un mal árbol dé buen fruto45. 29. CABALLERO. Muy poco apaciguado me siento con vuestro discurso, porque la experiencia hace ver que esta es falaz, por no decir del todo falsa. Que, si vais investigando las antiguas historias, casi vendréis a decir que la naturaleza en su oficio procede o engañada o defectuosa, y se presentarán a vuestros ojos infinitos ejemplos que os harán ver muchos hombres generosos [f. 135] y de grande valor, venidos de padres brutales e inútiles. Y, al contrario, otros que degenerando de la grandeza virtud y generosidad de sus ascendientes pasaron su vida infame y escandalosamente. Y si merecen fe las cosas que tenemos presentes, vemos y conocemos damas muy virtuosas y honestas, cuyas hijas traen el carácter de mujeres mundanas y lúbricas46. Lo que nos puede certificar que 43  Cf.,

Horacio, Carmina (IV, 4, 31-32): «neque imbellem feroces / progenerant aquilae columbam». 44  Proverbio de origen griego y sucesivamente latino: «Mali corvi, malum ovum». 45  Es sentencia bíblica. Mateo (7: 18): «No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos». 46  «Propenso a un vicio, y particularmente a la lujuria, libidinoso, lascivo» (DRAE).

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la fortuna tiene más lugar en el casamiento que la prudencia, y que basta sin tantas investigaciones hacer la señal de la cruz, y a ojos cerrados dejarse conducir al sacrificio. 30. ANÍBAL. Esa duda que me proponéis es a la verdad muy de notar y digna de vuestro noble espíritu. Mas dado caso que no se os pueda negar que de padres generosos se producen a veces hijos muy inútiles, de forma que por esta razón mi regla será —como vos decís— falaz. No obstante, os respondo que hay algunos que no solo siguen vuestra opinión, sino que quieren absolutamente que de padre generoso salga hijo vil y holgazán, lo que también confirma el proverbio que dice que los hijos de los héroes son viciosos47, y no admiten que la naturaleza en esto altera su oficio, antes aseveran que en lo contrario procedería defectuosamente, fundando este dictamen en razones sutiles que al presente omito. Siendo esto cierto, sería preciso que el que quisiese casarse con mujer de utilidad, solicitase que descendiese de padres inútiles y convendría a todo hombre sabio el abstenerse de su mujer, temeroso de que sus hijos fuesen otros tantos brutos. Mas yo no lo entiendo de este modo, y así respondo a vos y a ellos que la naturaleza siempre está solicitando lo más perfecto, y así de padres prudentes vienen naturalmente hijos semejantes. Y si por acaso salen algunas veces simples y poco expertos, no se ha de atribuir a la naturaleza porque, si bien se mira, esta diversidad no dimana tanto de la generación, como de los nuevos humores y sangre que adquiere según se va criando. Y de ahí procede que siendo muchos de espíritu tardo y pesado, se mudaron en sutiles y prontos a costa de un largo y penoso estudio; y otros que, gozando desde la cuna de prontitud y gentileza, con el tiempo se hicieron flojos y brutales, siendo el motivo la comida, la bebida u otros que pueden sobrevenir48. 31. Sobre esta consideración quisiera yo os hicieseis cargo de que el padre que con grande trabajo y dificultad, así de espíritu como de cuerpo, ha adquirido bienes y empleos, aunque engendre hijos de buen entendimiento, es empero en él tan excesivo el amor paternal que viéndoles ha conseguido con que puedan honestamente subsistir, no puede ver que trabajen para adquirir como hizo él. De suerte que, vencido de la ternura de su conversación, da lugar a que se críen delicadamente y crezcan haciendo su gusto. Siendo esto causa de que apoderándose de ellos el ocio, su calor y fuerza nativa, se va con el hábito convirtiendo en

47  «Heroum

filii noxae» (Erasmo 1987: 204-205, I VI, 32). adapta la frase: «e altri, che dalle fascie portarono l’acutezza dell’ingegno, si sono con proceso di tempo, o per l’ozio o per la crápula o per altro accidente, rintuzzati e fatti languidi» (Guazzo 2010 I: 188). 48  Hervás

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su natural contrario. Añadid aún que los hijos que aceptan este cariño paterno, viéndose sin cuidado alguno y bien guardados del polvo y del sol, no procuran emplearse en alguna ocupación honrosa, contentándose con lo que les ganaron sus antepasados, imitando en esto al cuervo que se alimenta de lo que los otros animales dejan y no apetecen. Y no es de dudar que, si fuesen de baja esfera, serían valerosos y activos. Y esta es la razón porque ordinariamente veréis que los hijos de casa pobre se hacen ricos por su arte e industria, y que la ociosidad empobrece a los que descienden de casa abundante. Lo que se halla demostrado en aquella agradable rueda y vicisitud de las cosas, cuyas voces son: «La riqueza causa orgullo, de este procede la pobreza, de la pobreza la humildad, la humildad acarrea riquezas y estas son madre del orgullo». 32. Tendremos pues por cierto en cuanto a la sangre y generación que, así como del hombre sale el hombre y de un bruto otro bruto, del mismo modo regularmente los buenos engendran hijos buenos y virtuosos porque la virtud del padre y de la madre renace en sus hijos. No empero un valeroso y buen padre debe fiarse tanto en su natural inclinación, que se persuada a que ella sola baste a darle hijos semejantes. Y así esta obligación a velar sobre ellos con diligente vista, y teniendo presente su índole, precisarles a toda costa el ejercicio de acciones dignas y virtuosas, resuelto siempre a creer que para llamarse virtuoso no basta haber nacido de buena parte, sino que es necesario que la buena crianza —de que presto hablaremos con más extensión— contribuya. De suerte que, al elegir mujer ni erraremos en informarnos de la virtud y honestidad de su madre, esperando que a su imitación la hija será honesta y que nos costará menos el conservarla tal que si por la perversidad de su madre fuese inclinada al vicio. [f. 136] 33. Ni basta el considerar las costumbres y cualidades de la madre si no se investigan también las del padre, porque como los hijos participan del natural de entrambos, puede acaecer que el vicio, que no es común a los dos, se refunda en los hijos de una sola parte. Y bien que todo hombre necesite de mujer bien nacida, con particularidad exhortaré a los nobles a que elijan esposa con digna y de ingenua condición, siendo vana la calumnia que contra la nobleza forman los sofistas, quienes sin atender a las cosas comunes y palpables, esto es, que para lograr buena casta se compran perros y caballos generosos, y de los frutos los mejores granos y semillas, no quieren ni aun pensar en que el hombre noble se utiliza grandemente en la nobleza de su mujer para el bien de la posterioridad, ni se paran en que sea bárbara o de otra sangre, raza u origen, en que estos ignorantes dan a conocer que no saben cómo en la generación se comunican a los hijos algunos secretos principios de virtud y excelencia.

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34. CABALLERO. En cuanto a esto, considero yo que, si la educación es otra naturaleza, según dijisteis, no solo se debe saber si la doncella viene de buenos padres, sino también si se crio con el respecto correspondiente a una modestia virginal. Lo que con dificultad se encuentra, viendo que hay padres que, no teniendo más de una hija, están preocupados de un amor tan necio y excesivo que no pueden sufrir se le niegue gusto alguno, consintiéndola toda loca libertad y vano melindre que son origen de faltas muy crecidas y notadas. ANÍBAL. No os engañáis en eso porque, si fuera posible, se había de escoger una joven doncella que no solo gozase sana y robusta complexión, sino que estuviese también acostumbrada al trabajo. Porque además del provecho particular de la casa, es cierto que mujeres de este jaez están menos expuestas a los ardides49 de los hombres ociosos e impúdicos. No debe empero el descuido de los padres desanimar al marido, porque siendo la mujer joven, verde y fácil de doblar, podrá él, ayudado de su buena índole, regularla fácilmente como una tierna planta y reformar su espíritu infundiéndola pensamientos más serios y prendas más rectas. Y de aquí podemos inferir que es más útil al hombre el casarse con una muchacha que con [f. 136v.] moza ya hecha, a la cual difícilmente se podrá hacer que mude el radicado hábito que habrá adquirido por su anterior vida. 35. CABALLERO. Algunos hay que se desvían de vuestra advertencia y tienen por menor daño el tomar por mujer a la que se halla en edad de discreción y sabe lo que es gobernar una casa que a una de estas muchachas con la leche en los labios, de las que es preciso que él sea hayo o que les dé una haya. Y ciertamente yo me consumiría y moriría de vergüenza si teniendo que recibir y agasajar a algún amigo en mi casa, este me conociese cargado de la simplicidad de una de estas criaturas sin sal, ni sentido que ni supiese preguntar ni responder ni mostrarse en su conversación mujer de espíritu. Y no siendo de este carácter, yo tomaría por mejor partido tenerla escondida por no incurrir en sonrojo y vituperio. ANÍBAL. Nunca creo encontraréis doncella tan perfecta que corresponda a ese vuestro deseo y que debiendo vivir con vos, no quisiesen alterar y corregir sus modales para dirigirlas y conformarlas con vuestras ideas. 36. Y si en esta parte queremos atender lo diferentes que son los maridos en opinión, y qué vario el estilo de cada país, habrá materia para un largo discurso. Porque algunos tienen genios tan indulgentes que obligan a sus mujeres a que reciban y den conversación a los amigos que van a verlos y quedan muy 49  «Artificio, medio empleado hábil y mañosamente para el logro de algún intento» (DRAE).

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gloriosos y satisfechos de tener mujeres que saben en este punto desempeñarse con perfección y se alegran grandemente de que todos sepan que en su casa brilla un joyel tan precioso y exquisito. Advertid otros que tienen a gran deshonra que sus mujeres sepan otra cosa que coser e hilar, y si vienen amigos van en persona, o les envían a decir que se retiren, lo que ellas ejecutan al modo que los pollos cuando conocen que se les acerca el milano. Haced también paralelo de las costumbres de los ciudadanos de Siena con las de los romanos y considerad que en todo tiempo han usado los sieneses para recibir más honrada y decorosamente sus amigos, enviar a sus mujeres para que los cortejen como la prenda más estimable que poseen en este mundo. Y, al contrario, los romanos hacen vivir con tal estrechez las suyas que observan igual reclusión [f. 137] que las monjas. Yo no pretendo formar crisis sobre la diversidad de estas costumbres, porque es preciso obedecer al uso que se guarda como ley inviolable, ni quiero disputar cuál opinión es mejor, o la de los maridos que hacen venir sus mujeres a presencia de los extranjeros, o de los que las ocultan a estos, y aun a sus mejores amigos. Solo diré que todo el honor o descredito que dimanaré del hecho de unos y otros, recae no en las mujeres, sino en sus maridos porque ellas ejecutan lo que ellos las intiman. 37. Mas volviendo al primer punto, digo que siendo una doncella tierna es fácil de acomodarse a la voluntad y discreción del marido, al cual si por algún tiempo le pertenece ser hayo, como habéis dicho, a lo menos tiene el consuelo de ver perfeccionado lo que una y otra vez enseña a su esposa, y se glorifica de haberla hecho —como se dice— de su mano y según su corazón y deseo. Y no por otro motivo se dice que es sensible el casarse con viuda porque, en primer lugar, es preciso hacerle olvidar las costumbres de su primer marido y, después, amoldarla al genio del que contrae con ella de segundo matrimonio. CABALLERO. Yo juzgo que las segundas nupcias saben a berzas recalentadas50 y son otro tanto más penosas, si entrambas partes han llevado la carga del matrimonio. A cuyo asunto se cuenta que riñendo en la mesa dos casados, la mujer por desprecio y por dar que sentir al marido dio a un pobre la mitad de la carne que estaba en el plato, diciendo: «Yo te la doy por el alma de mi primer marido». Y el segundo, tomando la que quedó, la distribuyó también diciendo que era por el alma de su primera esposa. Y así entrambos se pasaron con pan seco. 38. ANÍBAL. Añadid que las segundas nupcias son muy perjudiciales a los hijos del primer lecho, quienes experimentan la iniquidad de una madrastra que, si la injurian o sacuden, al punto se venga —en ausencia del marido— en 50  Juvenal

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(VII 154): «Occidit miseros crambe repetita magistros» (1685: 97).

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los pobres e inocentes antenados, castigándoles sin motivo y fuera de razón y medida. CABALLERO. Bien se vengó cierto muchacho sin pensarlo que [f. 137v.] tirando una pedrada a un perro acertó con su madrastra y dijo: «Vaya que no he errado del todo». Y ciertamente cuando hago reflexión sobre esto, me parece que el hombre y la mujer antes de pasar a segundo matrimonio, deben con madurez considerar qué necesidad les obliga, porque en cuanto al hombre se suele decir que el que no se harta de mujer con la primera, merecía que le diesen muchas. Y le viene de molde aquel dicho, que injustamente se queja de Neptuno el que padece segundo naufragio51. En cuanto a la mujer, aunque de mala gana se pasa con un solo marido y que según ponderativamente dice el poeta: Más fácil fuera, que un solo luto la satisficiera52.

Se sabe también que los antiguos solían presentar una corona de pudicia53 a las que se contentaban con un solo matrimonio, y el contraerle segunda vez era notado como señal legitima de intemperancia. 39. ANÍBAL. En medio de que la ley cristiana priva de algunas prerrogativas a los vueltos a casar, con todo eso propone el segundo matrimonio a los que no tienen el don de continencia y la virtud de poderse mantener castos en el estado de viudedad54. Pero siento que, no interviniendo esta u otra urgencia, procede con gran prudencia el que se mantiene en el estado a que Dios le ha traído, porque ejecutando esto da al mundo una rara prueba del amor que tiene a su difunta compañía. Como hizo cierta señora romana que, siendo instada de algunos a segundo casamiento, les respondió que su 51  Este

proverbio se halla en los Mimi publiani de Publilio Siro (I 63): «Improbe neptunum accusat qui iterum naugragium facit». «Neptuno acusa de forma errónea a quien se equivoca por segunda vez. El dicho se cita a propósito de los que se han equivocado una segunda vez y dan la culpa a la suerte o a otros en lugar de a sí mismos» (Zanoner 2000: n. 1040). 52  No se halla el autor de esta citación. 53  Se moderniza ‘pudicicia’. «Virtud consistente en guardar honestidad en acciones y palabras» (DRAE). Sobre la pudicia, Valerio Máximo afirmó: «Quae uno contentae matrimonio fuerant corona pudicitiae honorabantur: existimabant enim eum praecipue matronae sincera fide incorruptum esse animum, qui depositae virginitatis cubile egredi nesciret, multorum matrimoniorum experientiam quasi legitimae cuiusdam intemperantiae signum esse credentes» (1998: II 1 3). 54  La referencia a la ley cristiana se basa en unas indicaciones bíblicas. Corintios (I, 7: 8-9): «Digo, pues, a los solteros y a las viudas, que bueno les sería quedarse como yo; pero si no tienen don de continencia, cásense, pues mejor es casarse que estarse quemando».

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‘Servio’ —así llamaba a su marido— vivía aún para con ella, aunque hubiese muerto para con los demás55. Y lo que es de mayor importancia por este medio, se libran los hijos de los grandes infortunios y miserias que hemos manifestado. 40. Mas reflexionemos un poco ¿qué género de bondad o compasión habita en el corazón de aquella madre que tiene valor para abandonar sus pobres hijos por educar otros?, ¿ni cómo podrá esperar el miserable marido que tenga de ellos el debido cuidado, [f. 138] no teniéndole de los suyos propios? Es cierto que un antiguo legislador remedió cuidadosamente esta impiedad porque declaró infames los que se volviesen a casar, como a autores de querellas y discordias domésticas, lo que sea dicho sin reprensión o vituperio de los y las que el día de hoy alegremente se casan segunda y tercera vez. CABALLERO. Acreedora a los mayores respetos y elogios me parece la viuda que portándose decorosamente en el estado de viudedad, se emplea todo el tiempo de su vida en la educación y gobierno de sus hijos, y con varonil ánimo se empeña en hacerlos instruir y encaminar a ejercicios virtuosos, porque sirviéndoles del padre y madre a un mismo tiempo, se labra una duplicada corona de gloria. 41. ANÍBAL. La mujer que obra así da al mundo testimonio no menos de una admirable continencia que de un singular amor a sus hijos y eterno respeto a las cenizas de su marido, cuya alma —a nuestro modo de entender— recibe un grande consuelo. Si es verdad lo que nos afirman las leyes civiles, esto es, que las segundas nupcias contristan la alma del marido difunto56, lo que se conforma mucho con lo que nos dijo el otro día el señor Antonio Sebastián Guaita57, quien después de ser, como no ignoráis, uno de los más famosos doctores de Monferrato, hace particular profesión de tener no menos en la mente que en su casa muchos libros de historia así antigua como moderna. Habiendo pues venido al punto de segundas nupcias, nos contó por relación de un santo escritor que, habiendo crucificado los judíos a un hijo de un cristiano arrojándole después en el río Ádige, se edificó para memoria y culto del niño una iglesia en aquel sitio, la que visitaban muchas devotas personas y, entre otras, la madre del niño que por su intercesión impetró58 de Dios igualmente para sí que para otros muchos beneficios. Mas como pasado algún tiempo se volviese a casar, después 55  Este

suceso se narra en la Apophthegmata de Erasmo (Cf. 1570: 692, Pudicitia, 11). La mujer se llama Valeria. 56  La alusión es a las leyes civiles del derecho romano. 57  Aníbal recuerda a este personaje del Monferrato que fue doctor en Leyes. 58  «Conseguir una gracia que se ha solicitado y pedido con ruegos» (DRAE).

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por mucho que pidiese en nada fue atendida59. Pero recobrando nuestro discurso concluiremos que es mucho mejor contraer con doncella que con viuda. 42. CABALLERO. Quisiera me dijeseis cuál sería más acertado por lo que mira a los hijos el casarse con una mujer dulce y apacible o fiera y cruel para ellos. [f. 138v.] ANÍBAL. Respondo brevemente que bien corto es el número de los sujetos que en sus operaciones se mantienen con tal equilibrio en el medio discreto y virtuoso, que dejen de inclinarse a algunos de los extremos. Y así es preciso que cada uno se examine y considere su propio genio y, después de conocer lo que en él falta o excede, procure tomar mujer de tal índole que, con su contrario defecto o exceso, le corrija y modere. Porque como dice muy bien un excelente autor, los hijos nacen felices de una concordancia discordante60, quiere decir cuando los espíritus terribles se unen a los afables, imitando en esto la suavidad de la armonía en la que se acostumbra a moderar un acento agudo con otro grave. Ni olvidaré el decir también que, como el hombre debe escoger antes una doncella moza que de edad crecida, así esta elección debe ejecutarla en su juventud, sin aguardar al tiempo en que mude el pelo. Porque, siendo entrambos jóvenes, logran el tener hijos temprano y tienen tiempo y lugar para enseñarlos y dirigirlos a las acciones virtuosas y para criarlos junto a sí, a fin de que les ayuden, respeten y sirvan en la vejez, reconociendo los beneficios que en su menor edad recibieron de sus padres61. §. IV 43. CABALLERO. Si no me engaño —señor Aníbal— todos estos discursos son fuera del asunto y no conducen a vuestra intención, puesto que, hasta ahora hemos consumido el tiempo en seguir un tema cuyo fin solo se dirige a mostrar que conviene casarse con mujer joven, bien nacida, honestamente educada, con suficiente dote, medianamente hermosa, sana de cuerpo y de espíritu. Empero no habéis dicho una sola palabra de la conversación entre marido y mujer, según habíais propuesto. 59  Hervás escribe ‘atendia’. Se trata de la historia de Simón Unterdofer, un hijo de un curtidor de Trento desaparecido el 29 de marzo de 1475 y hallado muerto cerca de la casa de un judío. Se halla en el martirologio como san Simón de Trento (Guazzo 2010 II: 192). 60  El «excelente» escritor podría ser Horacio, autor del oxímoron «Concodia discors» (Cf., Epistulae, I 12 19), que pervivió en toda la cultura humanística. También Séneca (Naturales quaestiones, VII 27 4) lo volvió a emplear: «Toda huius mundi concordia ex discorsibus constat». 61  Sobre la argumentación de la edad del hombre en el matrimonio y la relación entre padres e hijos, véase la Silva de varia lección (1540) de Pedro Mexía.

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44. ANÍBAL. Presupongo que, para conversar como es justo con la mujer propia, es menester ante todas cosas estar bien dispuesto a quererla. Y por cuanto no se puede dignamente amar lo que no conocemos, es necesario comprender —como ya apuntamos— las buenas cualidades y prendas de nuestra futura esposa. Como también el padre que ama a su hija debe antes de casarla conocer bien las costumbres, modales y demás partes de [f. 139] su yerno. Porque la experiencia nos hace ver que quien halla un buen yerno, adquiere un buen hijo y quien le encuentra malo, pierde sin duda su hija. Debiendo pues el marido vivir y conversar con su mujer, y habiendo ya conocido su valor y virtud, conviene que lo primero emplee todo su corazón y pensamiento en amarla y quererla. A lo menos porque así lo manda la ley de Cristo que quiere y ordena que los maridos amen a sus esposas62. Este es el seguro y poderoso fundamento que sostiene el 62  La alusión es a todos los problemas matrimoniales de la carta de san Pablo a los corintios (Corintios, 7: 1-40): «En cuanto a las cosas de que me escribisteis, bueno le sería al hombre no tocar mujer; pero a causa de las fornicaciones, cada uno tenga su propia mujer, y cada una tenga su propio marido. El marido cumpla con la mujer el deber conyugal, y asimismo la mujer con el marido. La mujer no tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino el marido; ni tampoco tiene el marido potestad sobre su propio cuerpo, sino la mujer. No os neguéis el uno al otro, a no ser por algún tiempo de mutuo consentimiento, para ocuparos sosegadamente en la oración; y volved a juntaros en uno, para que no os tiente Satanás a causa de vuestra incontinencia. Mas esto digo por vía de concesión, no por mandamiento. Quisiera más bien que todos los hombres fuesen como yo; pero cada uno tiene su propio don de Dios, uno a la verdad de un modo, y otro de otro. Digo, pues, a los solteros y a las viudas, que bueno les fuera quedarse como yo; pero si no tienen don de continencia, cásense, pues mejor es casarse que estarse quemando. Pero a los que están unidos en matrimonio, mando, no yo, sino el Señor: Que la mujer no se separe del marido; y si se separa, quédese sin casar, o reconcíliese con su marido; y que el marido no abandone a su mujer. Y a los demás yo digo, no el Señor: Si algún hermano tiene mujer que no sea creyente, y ella consiente en vivir con él, no la abandone. Y si una mujer tiene marido que no sea creyente, y él consiente en vivir con ella, no lo abandone. Porque el marido incrédulo es santificado en la mujer, y la mujer incrédula en el marido; pues de otra manera vuestros hijos serían inmundos, mientras que ahora son santos. Pero si el incrédulo se separa, sepárese; pues no está el hermano o la hermana sujeto a servidumbre en semejante caso, sino que a paz nos llamó Dios. Porque ¿qué sabes tú, oh mujer, si quizá harás salvo a tu marido? ¿O qué sabes tú, oh marido, si quizá harás salva a tu mujer? Pero cada uno como el Señor le repartió, y como Dios llamó a cada uno, así haga; esto ordeno en todas las iglesias. ¿Fue llamado alguno siendo circunciso? Quédese circunciso. ¿Fue llamado alguno siendo incircunciso? No se circuncide. La circuncisión nada es, y la incircuncisión nada es, sino el guardar los mandamientos de Dios. Cada uno en el estado en que fue llamado, en él se quede. ¿Fuiste llamado siendo esclavo? No te dé cuidado; pero también, si puedes hacerte libre, procúralo más. Porque el que en el Señor fue llamado siendo esclavo, liberto es del Señor; asimismo el que fue llamado siendo libre, esclavo es de Cristo. Por precio fuisteis comprados; no os hagáis esclavos de los hombres. Cada uno, hermanos, en el estado en que fue llamado, así permanezca para con Dios. En cuanto a las vírgenes no tengo mandamiento del Señor; mas doy mi parecer, como quien ha alcanzado misericordia del Señor para ser fiel. Tengo, pues, esto por bueno a causa de la necesidad que apremia; que hará bien el hombre en quedarse como está. ¿Estás ligado a mujer? No

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matrimonio y le constituye apacible y estable, y sin el cual el marido merece crecido vituperio, porque en no amar lo que tan exacta y cuidadosamente solicitó, y una vez hizo juicio de que era digno de su afecto, se da a conocer manifiestamente por inconstante, caprichoso y fantástico, y era digno con más razón de tener una Megera63 que una mujer en su compañía. 45. CABALLERO. ¿En qué estriba principalmente este amor? ANÍBAL. En ser celoso de su propia afición. CABALLERO. No creo le tomáis por buena parte, porque más querría la mujer ver a su marido sin amor que preocupado de celos. ANÍBAL. No hablo yo de aquel celo que produce en el marido la sospecha de alguna falta en su mujer, sino de él que le obliga temer que el mismo cometa la falta. Lo que entenderéis mejor si os acordáis de aquel celo y cuidado con el que ocultáis en vuestro pecho los secretos del príncipe vuestro dueño, temiendo continuamente que por vuestro descuido se divulguen. Al mismo modo, debe un marido unir a su amor un celo perpetuo de no convertir en perder por culpa suya el afecto y cariño a su esposa, asegurado de que este es el único y verdadero preservativo y remedio contra los otros celos viciosos, que todo lo miran al través y de poco ha hablabais. Y no podrá declarar a su mujer este celo más fácilmente procures soltarte. ¿Estás libre de mujer? No procures casarte. Mas también si te casas, no pecas; y si la doncella se casa, no peca; pero los tales tendrán aflicción de la carne, y yo os la quisiera evitar. Pero esto digo, hermanos: que el tiempo es corto; resta, pues, que los que tienen esposa sean como si no la tuviesen; y los que lloran, como si no llorasen; y los que se alegran, como si no se alegrasen; y los que compran, como si no poseyesen; y los que disfrutan de este mundo, como si no lo disfrutasen; porque la apariencia de este mundo se pasa. Quisiera, pues, que estuvieseis sin congoja. El soltero tiene cuidado de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor; pero el casado tiene cuidado de las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer. Hay asimismo diferencia entre la casada y la doncella. La doncella tiene cuidado de las cosas del Señor, para ser santa así en cuerpo como en espíritu; pero la casada tiene cuidado de las cosas del mundo, de cómo agradar a su marido. Esto lo digo para vuestro provecho; no para tenderos lazo, sino para lo honesto y decente, y para que sin impedimento os acerquéis al Señor. Pero si alguno piensa que es impropio para su hija virgen que pase ya de edad, y es necesario que así sea, haga lo que quiera, no peca; que se case. Pero el que está firme en su corazón, sin tener necesidad, sino que es dueño de su propia voluntad, y ha resuelto en su corazón guardar a su hija virgen, bien hace. De manera que el que la da en casamiento hace bien, y el que no la da en casamiento hace mejor. La mujer casada está ligada por la ley mientras su marido vive; pero si su marido muriere, libre es para casarse con quien quiera, con tal que sea en el Señor. Pero a mi juicio, más dichosa será si se quedare así; y pienso que también yo tengo el Espíritu de Dios». Y también a los Efesios (5: 28): «Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama». 63  Personaje de la mitología griega, diosa infernal del castigo y la venganza divina. Se considera que Megera es la más terrible de las tres Erinias, pues es ella la encargada de castigar todos aquellos delitos que se cometen contra la institución del matrimonio, especialmente los de la infidelidad.

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que portándose con ella del modo que desea que ella se porte con él. Y esté cierto de que por ella no faltará una buena correspondida. CABALLERO. Cierto que es esta una admirable advertencia. 46. ANÍBAL. Considerad pues que la mayor parte de los yerros en que incurren las mujeres dimana [f. 139v.] de la culpa de sus maridos, quienes altamente desean que ellas inviolablemente observen las leyes del matrimonio, de que ellos pretenden estar dispensados. Y también veréis algunos que, aunque Dios les haya dado la mujer por compañera, usan con ella de la mano y de la lengua del mismo modo que si fuera criada o esclava. Y si acaso reciben alguna injuria fuera de casa, en llegando a ella, la pobre e inocente mujer es el objeto de su venganza, siendo solo con ella valientes y atrevidos, pero con otros tímidos y cobardes. Por lo que no es de admirar que vencida del dolor y odio llame en su ayuda y defensa a los diablos, y que los hombres obscenos aprovechen esta ocasión para tentarla con experiencia del logro, pues ella por su parte asiente con facilidad a todo lo que el enfado y desesperación la sugieren. 47. Pero, al contrario, cuando la mujer sabe y conoce que su marido la ama afectuosamente y que la guarda lealtad y firmeza sin que haya cosa que más estime, entonces la veréis consumirse en vivas llamas de amor a su marido empleando todo su corazón, poder y alcance en disponer y ejecutar alegremente todo lo que sabe le es agradable. Y estad cierto que un amigo no es más amado de otro, ni el padre del hijo ni el hermano del hermano, como el marido es estimado y querido de su esposa, la que no solo conviene en todos sus deseos, sino que también se transforma toda en él. Y de estos efectos proviene de entrambas partes una seguridad de fe y reposo grande de espíritu que los hace dichosos y contentos por todo el tiempo de su vida. CABALLERO. Esta certeza de fidelidad y reposo de espíritu dudo tengan lugar en el corazón de todos los maridos, antes creo que hay pocos en el mundo que, aunque muestren semblante de fiarse en sus mujeres, no obstante, en su interior de ningún modo se fían. 48. ANÍBAL. Así lo creo. ¿Mas no sabréis decirme de dónde se origina esta desconfianza? CABALLERO. Puede ser que de la debilidad de carne que ordinariamente se atribuye a las mujeres. ANÍBAL. No, sino del poco amor que reside en los más de los hombres, porque echad la cuenta y veréis que por la misma puerta por donde entra la sospecha sale regularmente [f. 140] el amor. Pues si sucede que ocurra al marido alguna ocasión de desconfianza, si examina como debe su vida, verá que la causa

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proviene de sí por no haber amado perfectamente a su mujer. Y si se arrepiente de este poco afecto y vuelve a mirarla como a su mitad, y a quererla de veras, al punto exterminará el recelo y conocerá que quien ama es amado, y que el amor vive en la reciproca afición y reina en la sinceridad de una fe sólida e inviolable. CABALLERO. Siéntome movido a deciros que esta regla es más aplaudida que observada, porque para guardarla sería preciso aflorar la brida a las mujeres y encomendarse a su corta discreción, dejando en su mano el cuidado de nuestro honor, lo que bien sabéis que de ningún modo se practica en nuestras provincias de Italia, en donde viven con alguna seguridad. 49. ANÍBAL. Nunca sería fácil guardar la impúdica y en cuanto a la honesta no es justo encarcelarla. Pero, los que se muestran solícitos del recato en sus esposas, creen recibir mil aplausos del mundo, por cuanto este se burla y juzga siniestramente de los que se hacen esclavos de sus mujeres y creen que, en obrar de otro modo, faltarían a su obligación. Y aun se persuaden a que, si ellas aprenden que sus maridos las tienen en poco, toman esto como desprecio y juzgan que no podrán agradar a otros. Por contrario juicio, los que fían su honra a la custodia de las mujeres, discurren vivir con más seguridad y alegan por razón que viendo la mujer que el marido se hace dueño del honor, se cree relevada y no se interesa en su solicitud cuando si le tiene a su arbitrio, le defiende con todo celo y como cosa propia. Fuera de que ellas naturalmente apetecen lo que se les prohíbe y sabemos que menos delinque, quien tiene en su mano el pecar. 50. Y sin duda se puede llamar honestidad perfecta la que pudiendo ofender se abstrae. Aunque por librarnos del laberinto de estas opiniones, soy de sentir que se proceda por otra vía. CABALLERO. ¿Y cómo? ANÍBAL. ¿No veis con frecuencia que dos hombres llevan una misma carga? CABALLERO. Sí, muchas veces. ANÍBAL. El marido y la mujer son un cuerpo que mantiene una sola alma y un solo honor. Y así conviene que cada uno por su parte tenga cuidado de esta común reputación y para sostenerla con igualdad se ha de observar tal equilibrio [f. 140v.] que uno de ellos no cargue más que el otro, sino que sompese su porción, de modo que, no se incline a un lado más que a otro, porque uno que separe bastará para dar con toda la carga en tierra. Y digo segunda vez que, para que esto vaya seguro e inviolable, no hay cosa que más eficacia tenga que el espíritu del amor, el que, faltando de alguna de las dos partes, al punto el honor está muy a pique de venir al suelo. CABALLERO. Es menester que distribuíais esta carga entre marido y mujer, dando a cada uno su parte y prescribiéndole su límite.

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51. ANÍBAL. Así lo haré y en cuanto al marido acierto en primer lugar que como Cristo es cabeza del hombre, así este es cabeza de la mujer64. Y si ella imita a su cabeza en vivir cristianamente, dirigiendo sus pasos hacia la senda del Señor, y guardando su ley y preceptos, sobre todo la fe inviolable del matrimonio, logrará el conformar sus costumbres a las suyas, y seguirle también en esto con tanta exactitud como la sombra sigue al cuerpo, de que resultará en su espíritu un hábito exento de toda alteración y mudanza. Que, si él procediere con otro estilo, tenga por cierto que su mujer hará por parecerse a Helena, de la que se dice que en tanto fue casta en cuanto su marido se contentó con ella sola, y se entregó obscenamente a otro por solo la culpa de su marido65. Y todo hombre de talento debe advertir que no hay cosa que más envenene y desespere a la mujer que la vida lasciva de su marido y que no guardándola la fe prometida, no espere a que su esposa sea fiel porque según el común adagio: Quien no hace lo que debe, recibe lo que no espera66.

52. Y digo que, en sentir de los prudentes, tanto es más punible un hombre adúltero cuanto su propia obligación le ordena el exceder en rectitud a la mujer, edificándola con su buen ejemplo. Conviene también que el marido sepa qué jurisdicción tiene sobre su mujer, y hasta donde debe extenderla, porque no es justo que ella se sacrifique tan ciegamente a su voluntad, que le obedezca más como a tirano que como a señor, pues acaecerá que, olvidando el amor y la bondad, le desee con indecible ansia la muerte y, esta sucedida, se verificará el proverbio que dice que mientras el marido hace tierra, la mujer hace carne. Ni aun es razón que el marido se persuada a que es superior a su mujer, como el príncipe a su súbdito, o el pastor a su rebaño, sino debe portarse como el alma con el cuerpo [f. 141] a quien está unida por una natural benevolencia67. Consi64  Corintios

(1 11: 3): «Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo». 65  Aníbal emplea el arquetipo de Helena de Troya o Helena de Esparta, mujer de Menelao que, tras su descuido, fue seducida y raptada por Paris, príncipe de Troya, lo que originó la guerra de Troya. 66  Este adagio se registra en los Mimi Publiani de Publilio Siro (1722: 72): «Ab alio expectes, alteri quod feceris». 67  Esta sentencia se encuentra en Los deberes del matrimonio (142E) de Plutarco: «Los hombres ricos y los reyes, si honran a los filósofos, se adornan a sí mismos y a los filósofos; pero éstos, halagando a los ricos, no los hacen ilustres, sino que se hacen a sí mismos más despreciables. Esto sucede también en relación con las mujeres. Si se someten a sus maridos, son alabadas, en cambio, si quieren gobernarlos, caen en la ignominia más que los que son gobernados. Es justo, pues, que el hombre gobierne a la mujer, no como un señor sobre sus posesiones, sino como el alma al cuerpo, compartiendo sus sentimientos y uniéndose a ella con afecto. Porque, así como es

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derando que el hombre no fue formado de la mujer, sino esta de aquel, y no salió de la cabeza porque no le dominase, ni de los pies, porque él no la hollase, si solo del costado en donde tiene su asiento el corazón, a fin de que la amase cordialmente y como a sí mismo68. Y al modo —en sentir de los astrónomos— que el sol, rey de las estrellas, no da su giro al cielo sin la compañera de Mercurio, así el marido señor de su esposa, no debe usar de su autoridad sin acompañarse de la prudencia y sabiduría. 53. Reflexione también que la mujer a manera de una oveja enferma de ordinario por el descuido del pastor, esto es, del marido, por lo que se dijo que no hay mal que no proceda de la cabeza69. Y así debe ser solicito en que abrace con gusto el gobierno de la casa, y que se ocupe por su voluntad en los quehaceres domésticos, usando al mismo tiempo de todo artificio para que pierda la inclinación a las vanidades que más apetece. Y a fin de conservarla siempre honesta e inspirarla pensamientos gratos a Dios, es preciso que delante de ella declame contra las mujeres impúdicas, haciendo que las abomine y considere cuán grave delito es el de la adúltera, del que dimana una eterna ignominia así al marido, como a la mujer. Y sobre todo conviene que el marido de tal suerte permita las justas diversiones a su mujer, que no tenga ocasión por defecto o superfluidad de desacreditarle, y acuérdese de que las mujeres se constituyen lúbricas por la nimia facilidad o dificultad. 54. Y respecto de que muchos y eruditos autores han prescrito los medios que debe observar un marido con su parte, bastará decir que para soportar enteramente por su lado el peso del común decoro, es lícito que tenga a su esposa casi como a un tesoro oculto y la repute como una piedra muy preciosa, guardándose con todo su poder de que —por falta suya y de su cuidado— se envilezca y pierda su valor, teniendo presente que no hay cosa que más deba el marido a su mujer que una santa, leal y fiel compañía. Y así todo su estudio y conato sea el mantenerla con estimación sin tacha ni deformidad ni se desdeñe en algunas ocasiones para prueba de su amistad, de confiarla sus pensamientos y secretos. Pues ha habido muchos que recibieron bellos consejos de sus mujeres y es sin mentir grande dicha del hombre que contando sus disgustos [f. 141v.] a la preciso cuidar del cuerpo sin ser esclavos de sus placeres y deseos, así se debe mandar en la mujer, halagándola y agradándola» (1986: 193-194). 68  Corintios (I, 11 8-9): «Porque el varón no procede de la mujer, sino la mujer del varón, y tampoco el varón fue creado por causa de la mujer, sino la mujer por causa del varón». Además, hay que considerar la narración del Génesis (2: 22): «Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre». 69  Este refrán deriva del latín «dum caput aegrotat, omnia alia membra dolent».

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amada y fiel compañía de su vida, oye de ella dulces y piadosas respuestas y los agradables consejos que le da. Y si la participa prosperidades, siente redoblarse su alegría por el verdadero regocijo que conoce reside en el corazón de su mitad. Y si en ella descubre algún defecto, ya en la lengua, en los meneos o en las acciones, debe reprenderla no con injurias ni en tono de desconfianza, sino como celoso del honor de ella. Y según opinión segura, lo ha de hacer con suavidad y entre ellos dos solos, haciéndose cargo de aquel dicho que no es justo reñir ni agasajar a su mujer en presencia de otro, porque lo uno es prueba de locura y, lo otro, señal de simpleza. 55. CABALLERO. Mucho me desagradan los que acarician a sus mujeres delante de otros. No obstante, vi yo en Mantua al señor Julio Cavriano70, aquel tan valeroso y discreto caballero que fue toda la alma del cardenal Hércules, no hacer caso de la presencia de sus amigos para delante de ellos ejecutar cualquiera acto de amor y cariño con la señora Livia su esposa, pero hacía esto con tal gracia y gravedad que lo que parecería mal en otro, en él era bien visto. ANÍBAL. Su mucha vejez aún no puede hacerle perder el habitual afecto a su mujer, aunque él es tan grave y discreto al obrar así que parece haberse hecho este privilegio peculiar. Fuera de que ordinariamente dice que el acariciar así a su Livia es por ser su dama que, si fuera su mujer, no procedería de este modo. Por tanto, todo aquel que supiere imitarle será comúnmente aplaudido y con un ejemplar tan modesto, los maridos rígidos y crueles que nunca dicen una ternera71 a sus mujeres ni aun se dignan de mirarlas con afabilidad, conocerán su yerro y usarán de más blandura y graciosidad. 56. Pero expongamos a los maridos la última advertencia y es que en todas sus palabras y acciones se muestren afables a sus esposas, sin mofar de las razones que ellas propusieren. Y que también algunas veces las mujeres estimen más a sus amantes que a sus maridos, cuando aquellos hacen estudio de no hacer ni decir cosa indecente delante de sus damas, y no se ponen en su presencia, sino resueltos a ejecutar todas las acciones y movimientos que pueden agradarlas, lo que en ningún modo hace el marido, quien viviendo continuamente con ella no la respeta, antes bien ejecuta cosas tan licenciosas que destierran del corazón de ella el afecto que debiera tenerle. Y así es menester que sepa que siendo la mujer por su naturaleza un poco melindrosa y [f. 142] delicada cuando ella ve en su marido alguna acción menos civil, no solo comienza a aborrecerle, sino que dis70  Giulio Cavriani, caballero de la noble familia de los Cavriani, una de la más noble y autoritaria en la corte de los Gonzaga y en el Monferrato. 71  «graziosa parola» (Guazzo 2010 I: 197).

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curre en los demás hombres más recato y mejor crianza. Esté pues advertido de ser sobrio y modesto en sus operaciones, por no ensuciar el casto espíritu de su parte. Y, en suma, haga todo lo que según razón le puede agradar y evite todo lo que justamente puede disgustarle, de donde espere conseguir aquel alto elogio que antiguamente se tributó a los buenos maridos, quienes eran más estimados que los que sabiamente administraban el estado de la república. §. V 57. CABALLERO. Decidme ahora —si gustáis— ¿cuál es el oficio y obligación de la mujer casada? ANÍBAL. A la verdad la mujer tiene dos pensiones muy considerables en cuanto a mantener el honor común del matrimonio. La primera es que cuando la ley divina manda al marido que ame, a su parte, la misma ley ordena a la mujer no solo que ame a su esposo, sino que le obedezca y esté sujeta72. Y así se la ha de hacer advertir que las mujeres prudentes, y en especial Sara mujer de Abraham, llamaron señores a sus maridos73. CABALLERO. Mejor les va a aquellas a quienes sus maridos obedecen y se sujetan a su gusto. ANÍBAL. Más bien es eso desdicha que felicidad, por cuanto semejantes hombres —por la mayor parte simples, indiscretos e inhábiles— son justamente llamados por cierto legista74 «maridillos», pues se creen tan de ligero que formarían escrúpulo de hacer mal juicio, aun cuando cogiesen a sus mujeres en el adulterio. Y de ahí procede que sus miserables esposas, como cuerpo sin cabeza, se abandonen a toda impureza. O, si por alguna bondad innata no se distraen en sus acciones, con todo tienen muy poca reputación entre las gentes, cuando al contrario la prudencia, valor y autoridad del marido, son como un escudo para el honor de la mujer, la que por este camino goza mayor respeto y estimación. CABALLERO. En medio de eso veréis que las damas gustan de estos maridos de buena pasta75 y que son algo dulces de sal76, a fin de ser ellas las señoras. 72  Efesios (5: 22-25): «Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador. Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella…». Y más adelante (5: 28): «Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama». 73  Pedro (I, 3: 6): «[…] como Sara obedecía a Abraham, llamándole señor; de la cual vosotras habéis venido a ser hijas, si hacéis el bien, sin temer ninguna amenaza». 74  «Persona versada en leyes o profesor de leyes o de jurisprudencia» (DRAE). 75  Acomodados, flexibles. 76  Sosos, bobos.

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58. ANÍBAL. Las que quieren más mandar a maridos necios y majaderos que obedecer a los discretos y sabios son parecidas a los que para un viaje eligen por guía un ciego, antes que a uno de buena vista [f. 142v.] y que sabe bien el camino. Ni es justo que estas mujeres hagan muestra y ostentación de su suficiencia, porque ya se acabó la casta de las damas espartanas, y así conviene que las mujeres cedan y obedezcan a sus esposos. CABALLERO. Muy bien dadas están estas instrucciones a las damas, pero hay pocas que las huelan, gusten y reciban de buena voluntad, y cuyo mayor deseo no sea de mandar siempre a sus maridos. 59. Hállanse muchas mujeres quienes con su artificio consiguen que sus maridos convengan en todo lo que desean, de suerte que, si ellos no condescendiesen, creerían cometer un grande absurdo. Y por eso Catón solía decir a los romanos: «Nosotros imperamos a todos los hombres y nuestras mujeres nos imperan a nosotros»77. Y no hay duda que muchos siendo señores de villas y pueblos son criados de sus mujeres, pero entonces es justo y según la naturaleza el dominio cuando el más fuerte le ejerce sobre el más débil. Empero es sin número el número de las mujeres que cocean y resisten a la voluntad de sus maridos y con gritos, tempestades y murmuraciones, contradicen cuanto sus maridos quieren y mandan y, a veces, se propasan a hacer burla de ellos. Lo que en cierta ocasión se la dio a un rey de decir que aquellos eran verdaderos locos que seguían a sus mujeres cuando huían78. CABALLERO. Obligáisme a que me acuerde de uno cuya mujer habiéndose ahogado en un río, iba gritando y buscándola agua arriba. Y como le dijesen que era cosa más natural que hubiese ido hacia abajo con el curso de la agua, respondió que no sería así, porque ella mientras vivió lo había hecho todo al revés de lo que él quería y que, sin duda, habría hecho lo propio en la muerte79. 60. ANÍBAL. Diremos pues que siendo la mujer menor que el hombre en fuerzas de cuerpo y de espíritu, debe por esto obedecer al marido. Y como los hombres tienen obligación de observar los estatutos de la ciudad, así es pre77  La

sentencia es de Catón el Viejo y se lee en la Apophthegmata de Erasmo (Uxorum imperium, 3): «Obiurgans aliquando summam uxorum impotentiam: Omnes, inquet, homines uxoribus dominantur, nos ómnibus hominibus, nobis aut uxores: hoc modo collingens, mulieres esse rerum ómnium dominas» (1570: 439). 78  El rey es Alfonso de Aragón. Este exemplum se halla en la Polyanthea (1574: Uxor): «Eum maxime insanire dicebat, qui uxurem a se digressam fugitiyamque perquireret. Significans magnae felicitatis esse ab improba et morosa uxore liberari». 79  Esta anécdota se halla en la obra de Lodovico Domenichi, Facezie, motti e burle… (1564: 228).

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ciso que ellas se sujeten a las costumbres de sus maridos, con cuya sujeción y obediencia, consiguen el señorío. Y sobre este punto pudiera yo traer ejemplos de muchas prudentes señoras que, adornándose del manto de la humildad y paciencia, hicieron que sus maridos se despojasen del orgullo, crueldad y otros defectos considerables. Y algunos por este medio llegaron a perdonar a sus enemigos, absteniéndose de una venganza premeditada, otros han omitido los contratos injustos e indecentes, sus blasfemias y obscenidades, abrazando la piedad, devoción y cuidado de su eterna salud, movidos [f. 143, 3º] solo de los agraciados y eficaces ruegos de sus mujeres y de la santa y humilde vida y buen ejemplo que ellas les mostraron. 61. CABALLERO. Ya habéis manifestado la primera pensión e incomodidad de las mujeres, venid ya a la segunda. ANÍBAL. El otro punto es que, aunque la mujer vea que el marido se echa con la carga y no corresponde con el amor recíproco, y con la fe que la debe, no solo se abstenga de imitarle, sino que con franco e invencible corazón supla todos sus defectos, haciendo que todos conozcan cómo no procede de ella la profanación del común honor y haga también cuenta de cargar sola con la cruz por lo que recibirá duplicado galardón de Dios y duplicados elogios del mundo. 62. Y de aquí podréis conocer que esta fidelidad y decoro es más aplaudido en la prudencia de la mujer que en la del marido. Porque si el hombre violando tan alto sacramento ofende a Dios tanto como la mujer, no obstante, esta debe advertir siempre y gravar en su corazón que en cuanto a la opinión común pierde poco de su crédito el marido por semejante desliz, pero ella decae enteramente de su honor y queda manchada de un desdoro que nunca podrá borrar, por más que se contenga y corrija de vida, respecto de que es irrecuperable la buena fama después de perdida. Debe pues la mujer sabia cerrar fuertemente los oídos a los enemigos que traidoramente asaltan su pundonor, trayendo siempre a la vista aquella sentencia que dice: La que pierde el honor no es mujer, ni aun viviente80.

Y para conservarse más segura en su honestidad, no menos en cuanto a los efectos que en cuanto al nombre y reputación, procure con todo empeño evitar la compañía de las que tienen malos créditos quienes, con su desenvoltura y palabras impúdicas, solicitan atraer las otras a su vida infeliz y quisieran que todas se les pareciesen. 80  Petrarca

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(262, 5-6): «E qual si lascia del suo onor privare, / né donna è più, né viva».

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63. En lo demás conviene que la señora casada entienda que en medio de su honestidad e inocencia acaso no cumplirá con la ley, puesto que no se le basta el estar sin actual borrón, sino que es preciso no dar la menor sospecha de iniquidad porque, en cuanto al mundo, no hay distinción en que sea infame de hecho o por sola opinión. Por cuyo motivo, la [f. 143v.] mujer sabia ha de excusar la vanidad y guardarse de dar ni a su marido ni a otro la menor sombra o recelo. Y debe considerar por extremo cuan miserable y desgraciada es en este punto la mujer indiciada de impúdica. Y así, cuando oiga los deslices de otras mujeres, piense temerosa qué se diría de ella en semejante caso, y que la mujer que llegó a abandonar su crédito apenas con mucho trabajo le recobra. Ni se fie del todo en su buena intención y en la esperanza de que Dios la mantendrá en ella, porque a veces permite que una mujer sea injustamente afrentada a fin de que reciba el castigo que merece por su inconstancia y vanidad, con la que dio motivo al prójimo de escandalizarse de ella. 64. CABALLERO. Soy contento de concederos que hay mujeres que por ser queridas de sus maridos y celosas de su recato se mantienen castas y honestas. Pero yo quisiera que —como por milagro— me señalaseis una sola tan de recta intención y conciencia que no diese algunos visos de ligereza, y a quien no haya dado gusto el ser vista y requebrada y no menos el pasar plaza de hermosa, como también que no se alegre y glorifique de haber visto en algún tiempo llevar tras sí una gran tropa de amantes, refiriendo esto como medio para acrecentar su reputación. ANÍBAL. Igualmente es propio a las mujeres el ser vanas e inconstantes, como al pavón el mover y contemplar su cola. Y así no es de admirar que alguno haya dicho que si se quita la vanidad a las mujeres no hay más que quitarles81. 65. ¿Mas porqué discurrir —señor Caballero— que las mujeres por honestas que sean, gustan de ser vista? CABALLERO. Yo discurro que como no me es bastante el saber interiormente que soy hombre de bien, sino que apetezco que el mundo lo sepa y conozca efectivamente, así las mujeres movidas e instigadas de este deseo ambicioso apetecen el ser cortejadas, tentadas y perseguidas a fin de que por sus repulsas logren el colocarse en la clase de las honradas. ANÍBAL. Las que están preocupadas del deseo que se dirige a semejante fin se parecen a los matasietes82 y balandrones, quienes poniéndose a la es81  Este

exemplum pronunciado por Onorata Pecci se encuentra en Domenichi (1564: 321).

82  Fanfarrones.

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quina de una calle no buscan si no pendencia para dar a conocer su fiereza y brutalidad, pero se empeñan tan a menudo que al cabo encuentran quien los aporree, de suerte que pierden [f. 144] alguno de los miembros y se van derechos al hospital. Así estas pobrecillas, fiándose en su integridad, entran en querella amorosa ya con uno, ya con otro, pero al fin tiran tanto de la oreja al diablo y dan lugar a que las sigan tantos amantes que se hallan en sitio menos secreto que el hospital y si quedan victoriosas, a lo menos dejan al mundo en duda de su honradez. Ni habéis hecho mención de otras que pretenden tener amantes, que las obsequien y se adornan y acicalan por este motivo con grande confusión de las otras damas, a quienes solicitan dar a entender que ellas también merecen que las quieran por su hermosura, o por su buen aire y disposición. CABALLERO. Esas en mi sentir se arrancan a sí un ojo por arrancar los dos a las demás. 66. ANÍBAL. Hemos ya propuesto dos causas de su vanidad, ahora vamos a añadir dos fingimientos con que cubren este defecto. Porque unas dicen que Dios sabe cuánto las disgustan estos necios amantes, y cuánto los aborrecen, pero que son tan presuntuosos e insolentes que no cesan en la afición a que por sí mismos se sujetan, poniéndolas en tal sujeción que no son capaces ni aun de asomarse a la ventana. CABALLERO. Mejor fuera no disculparse de ningún modo que infamarse más con semejante excusa, porque se sabe muy bien que no se puede hacer larga resistencia a los desdenes y que si en lugar de miradas imprudentes, risillas incautas, semblantes piadosos y otros cebos de la lubricidad, les mostrasen ellas un rostro grave y airado, frente encapotada, presencia modesta y, al fin, una cara cual la debe tener una mujer de bien, veríais como al punto se escapaban los pichones del palomar. ANÍBAL. Otras quieren valerse de otro pretexto y dicen —como en confesión— que se ven obligadas a permitir el cortejo de sus apasionados para desviar a sus maridos de otras pretensiones, y para que siempre asistan cuidadosos en sus casas. CABALLERO. Yo diría que estas son como los médicos que andan a caza de enfermedad. 67. ANÍBAL. Aquí es tiempo de dar fin a nuestro asunto y de amonestar a las mujeres, que es poco respetable la pudicia si se acompaña de la vanidad y locura del mundo, y que da motivo a que les cuadre lo que el rey Demetrio dijo a un casado que hablaba mal de su concubina: «Mi ramera —le dijo— es más modesta que tu Penélope». De suerte [f. 144v.] que la mujer casada no dé jamás

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leve sospecha de mala conducta ni por hechos, palabras, acciones o aliños menos decentes a su estado83. §. VI 68. CABALLERO: Ya que habláis de vestidos, no puedo omitir el grande abuso introducido en nuestros países en cuanto a los hábitos de las mujeres, las que con sus vanos adornos engullen toda la substancia y facultades de sus maridos, empleándose todo lo que ellas traen al matrimonio en bordaduras y recamados, lo que me sirve de imponderable confusión84. Y lo que más me hostiga es que los maridos no solo asienten a un gasto tan insoportable, sino a la vanidad y locura que sus esposas manifiestan, cuando se visten tan lascivamente y se peinan de tal modo que huele a cosa de farsa y mueven la risa de los que las miran antes que darles motivo de admiración. Y, de hecho, ayer después que salisteis de aquí fui a ver a algunas señoras, una de las cuales tenía los cabellos con tal arte enredados que representaban sobre su cabeza dos corazones unidos. Y de ellos se veían salir dos ramos de seda encarnada, hechos en forma de dos dardos acerados. Y entorno de estos corazones había entre las trenzas varios copetes y flores formadas de los cabellos y la seda mezclados, las que significaban las pasiones amorosas de estos dos corazones. Pero cuando dirigí los ojos a lo más alto de su cabeza vi figurado, como si fuese timbre o remate de divisa, un cierto pechado, el que a cada movimiento se zarandeaba como las veletas con el viento. Después de esto, los cabellos formaban un sombrerillo y guirnalda sobre la frente enriquecida de perlas y oro, y en medio había una cítara y una sola rosa trabajadas de diversos nudos y colores. Y a lo largo de sus sienes vi ciertos 83  La

conclusión del discurso sobre el matrimonio se desarrolla primero con una sentencia y, sucesivamente, con el exemplum de Demetrio Poliorcetes «el Asediador de ciudades», rey de Macedonia (294 a.C.-288 a.C.), hijo y sucesor de Antígono I Monóftalmos. La anécdota se lee en la Apophthegmata de Erasmo (Lamia meretrix, 6): «Lysimacho Demetrium impentente convitiis, dicente que, Lamiam sibi visam meretricem de scena trágica prodeuntem: haec erat amica Demetriis magnifice culta. Demetrius respondit, meretricem Lamiam esse modestiorem meliusque, moratam, quam impius Penelopen: coniugem illius notans» (1570: 380). 84  La argumentación sobre los adornos femeninos se vislumbra en varios puntos de la CC y no se refiere solo a la vanidad, sino también al desperdicio de la dote. No es una polémica solo de tipo religioso-ético, ya que presenta una fuerte raíz social e institucional en el mundo clásico. Plutarco, en los Deberes del matrimonio (141E), afirma: «Pero Sófocles, antes que Lisandro, había dicho esto: Ningún adorno, no, oh infortunado, sino desorden parecería que es la locura de tu mente. “Pues adorno es —como decía Crates— lo que adorna”. Y adornará aquello que hace a la mujer más hermosa. Y no es el oro ni la esmeralda ni la púrpura, los que la hacen así, sino cuantas cosas la rodean con la apariencia externa de la dignidad, la moderación y el recato» (1986: 189190). También Aulo Gelio: «De vedete parsimonia, deque antiquis legibus sumptuatiis» (1824: II 24).

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cabellos ensortijados y pegados como lo está la yedra a las paredes. Y en lo interior de las sortijas estaban injeridas algunas flores y otros juguetes en tan grande número y variedad que los jardines de Nápoles perdían su fama comparados con este. Omito el contaros otras mil menudencias que me ofuscaban la vista, así como si en el corto espacio de un naipe se viese pintado de menudísimas figuras un ejército con sus escuadrones de caballería, hileras de infantería y un gran tren de artillería85. Decidme pues, si los atavíos de estas mujeres se encaminan a dar gusto a sus maridos. ANÍBAL. A tan [f. 145] bella divisa solamente faltaba un bello lema en letras de oro. CABALLERO. ¿Y cuál? ANÍBAL. Ofensa de Dios, esperanza de los amantes y ruina de los maridos. 69. CABALLERO. Todos los adornos de esta clase no son sino estandartes de orgullo y nidos de lujuria. ANÍBAL. Bien quiso significar eso mismo el que rehusando los preciosos vestidos y otros atavíos que Dionisio el tirano enviaba de presente a sus hijas, le dio por respuesta que estas con semejante traje se pondrían más feas86. CABALLERO. Yo creo que todos estos aliños deben permitirse en cualquiera recién casada. Pero no merecen perdón ni disculpa aquellas señoras que con cuarenta años a cuestas y cargadas de hijos, no quieren quitarse el penacho de la cabeza ni desviar de sus orejas y cuello estas divisas que en lugar de adornarlas las hacen mucho más deforme e incitan a los que las miran o a decir mil de propósitos de ellas o a tenerlas en reputación de poco honestas, escandalosas y atestadas de vanidad. También pienso entre mí ¿cómo es posible que los maridos mantengan a sus mujeres con todo este boato87 y con tantos dijes88 y joyeles, sin prestar con usuras o cometer alguna otra fraudulencia contra el prójimo? 70. ANÍBAL. Yo no quiero decir que sus mujeres sean tan pomposas a costa del pobre hombre y por lucros ilícitos, antes me persuado a que en lo demás viven escasa y pobremente, comiendo el pan seco y purgando el pecado de la 85  Guillermo

se refiere a la larga tradición de los naipes en los que estaban figurados unos soldados. 86  Plutarco, Deberes del matrimonio (141E): «A las hijas de Lisandro les envió vestidos y joyas de gran valor el tirano de Sicilia. Pero Lisandro no los aceptó, diciendo: “Estos adornos avergonzarán a mis hijas más que las adornarán”». Pese a que en la edición que se menciona el protagonista es Lisandro, parece ser que se trata de Dionisio I, apodado Dionisio el Viejo, tirano de Siracusa (1986: 189-190). 87  «Ostentación en el porte exterior» (DRAE). 88  «Joya, relicario o alhaja pequeña que se usa como adorno» (DRAE).

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profanidad con la abstinencia de boca, haciendo por este lado sufrir mucho a sus hijos. Mas, aunque todo el conato de las mujeres se emplee en el adorno exterior, sobre todo es para ellas el cabello la cosa más recomendable, y no hay género de emplasto de que no usen para hacerle parecer hilos de oro89. Y ha habido muchas que por perfeccionar su caballera se han acarreado la muerte con drogas malignas y perniciosas. Y con todo eso, la locura y vanidad de este tiempo es tan grande que, aunque ellas vean y conozcan que por esta ocasión causan daño a la cabeza y ofenden a su salud, no dejan empero con este mortal e infame abuso de ser asesinas de sí propias. Que si ellas conociesen en qué estriba y consiste la alabanza y reputación de las mujeres, ya discurriremos que no velarían una buena parte de la noche, ni se levantarían [f. 145v.] muy temprano para emplear la mayor parte del día en atusar y ensortijar sus cabellos y conocerían que las que más se afeitan son las menos afeitadas. Y de aquí es que cuando se ve que las camareras son pocos cuidadosas de engalanarse, se toma con razón argumento de la honestidad de sus amas. 71. CABALLERO. Yo he tenido siempre por infalible en mí corazón que las mujeres que conocen está su alma poco adornada de virtud, son las que más que otras se esfuerzan a suplir con la gala del cuerpo los defectos del alma y juzgan que las ha de acontecer lo que a la abubilla que, aunque de ordinario se alimenta de inmundicias y bascosidades, no obstante, hallándose en las bodas de la águila fue acatada sobre los demás pájaros porque tenía corona sobre la cabeza y estaba vestida de plumas de varios colores90. ANÍBAL. Antes bien las sucede muy al contrario, porque aunque sea cierto el adagio de que un palo compuesto parece bien, empero el gran número de atavíos asombra lo poco bueno que las mujeres gozan de la naturaleza y es motivo de que se mire más a los hábitos que al palo sobre que están tendidos. Y por lo regular la superfluidad de adornos da más ocasión de risa que de admiración. Y si sucede que haya en ellas algo de hermosura, ¿quién ignora que será más propia para ocasionar antes un amor lascivo en los ojos de los que la miran que una buena opinión? 72. CABALLERO. Aquí me viene a cuento al deciros que hallándome yo los días pasados en una concurrencia de señoras fuera de esta villa, vi entre ella 89  Es

decir, rubio. se encuentra esta fábula de Esopo traducida al castellano. «Della Upupa. 285. Gli uccelli si sdegnarono perchè alle nozze dell’Aquila, l’Upupa fosse stata più onorata di loro, per aver la corona in testa, e le penne di diversi colori, conciò sia fosse cosa che sempre la sua conversazione fosse fra gli sterchi, ed immondizie. Sentenza della favola. La favola dinota, che nelle Corti sono stimati più i ganimedi, che i virtuosi» (Landi 1820: 231). 90  No

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una que tenía ricas cosas de oro y plata en la cabeza y un collar de granates rodeado al cuello, debajo del cual había un rosario de coral que bajaba hasta el estómago, y más abajo una cadena de oro que dando dos vueltas debajo de los pezones se volvía a juntar al medio del pecho, de suerte que se diría que estaba clavada. Y de allí hasta la cintura bajada a plomo un vasito de oro lleno de mil drogas y embelecos. Llegó acaso un sujeto nada parco de lengua, quien habiendo contemplado diligentemente tanta batahola91 de cosas se volvió a una señora de su conocimiento y la dijo: «No he visto en la Puente del Canje de París, platería más bien surtida que una que hoy he visto». Y aunque habló en tono bajo no dejaron [f. 146] de oírle muchas señoras de la Asamblea que entre sí celebraron altamente el chiste. 73. ANÍBAL. Sin mentir, todas las mujeres por honestas que sean son insaciables en esta parte. Por eso, dijo un discreto muy al caso que a las mujeres y a los molinos siempre les falta algo92. Y ha habido algunas que hicieron ver esta loca insaciabilidad no solo viviendo, sino aun después de muertas, pues se lee de una que al tiempo de morir ordenó en su testamento que se enterrasen con ella las perlas y esmeralda con que solía adornarse. Y, al contrario, fue grandemente celebrada la mujer del emperador Trajano porque no hacía aprecio de trajes costosos y bizarros. Y, de hecho, si las mujeres de bien quieren considerar lo que es justo, verán que el freno dorado no hace mejor al caballo, y que mal que les pese con estas superfluidades hacen sospechosa su honestidad. Lo que se manifiesta por la sentencia de un poeta el que reprendiendo a cierta señora honesta que tenía una hermosura impúdica, la dice así: Aunque impúdica es tu hermana parece casta en el traje; y a ti tu gala profana, —libre del obsceno ultraje— te hace parecer liviana93.

Quiéroos decir también lo que se halla escrito en las leyes civiles, y es que, si alguno solicitó lascivamente a una mujer casta vestida de hábito deshonesto, no se le podía imponer el título y pena de injuria. Fijen pues las damas esta advertencia en sus corazones, y es que se adornen con tal modestia que agraden a sus maridos sin darles lugar a que entren en recelos, y ellas se apropien el epíteto de vanas y ligeras, teniendo entendido que se presume y cree ser imposible 91  «Bulla,

ruido grande» (DRAE). alusión es al refrán popular: «Al molino y a la mujer, siempre les falta un menester». 93  No se ha localizado el autor de estos versos. 92  La

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que en un cuerpo pomposo deje de habitar una alma indigna, inútil y de poco valor. 74. CABALLERO. Yo he observado que estas damas que con tanta prolijidad se engalanan exteriormente, son de ordinario sucias y desaseadas en el gobierno doméstico. Y, al contrario, he conocido a muchas que, siendo enemigas de aquellas guaperas y vanidades, eran diligentísimas para su familia, haciendo ver [f. 146v.] su casa limpia, hermosa y bien ordenada, sin haber cosa en ella ni aun la escoba que no diese señas del aseo y bueno gobierno de la ama. ANÍBAL. Es adagio común que no se puede beber y silbar a un tiempo, con que no es de extrañar si consumiéndole ellas todo en ponerse guapas, no se paran en los negocios caseros y pues tienen tan poco cuidado. Soy de sentir que no hablemos más de ellas, concluyendo que de estos cuerpos galanos e inútiles se puede decir que más vale la pluma que el pájaro94. §. VII 75. CABALLERO. Volved ya al discurso de que os aparté con mi digresión. ANÍBAL. Harelo en pocas palabras, encargando a la mujer no solo que huya y evite todo lo que pueda ofender y dar disgusto a su marido, sino que también se acomode graciosamente a su voluntad y modales. Porque como un espejo nada vale, si representa triste el semblante de un hombre alegre, o alegre el de un melancólico, así es loca la mujer que se entristece viendo a su marido gustoso o que se alegra viéndole triste95. Y por esto conviene que se disponga a proporcionarse a sus pensamientos y juzgue las cosas dulces y amargas, según las calificase su marido, respecto de que la diversidad de costumbres y complexiones no es propia para conversar el amor entre las partes, teniendo presente el ejemplo de Livia, mujer de Augusto, quien decía que ella había sabido sujetar a su marido con su modestia y disimulo, esto es, ejecutando todo lo que conjeturaba 94  Con un proverbio de Plauto (Mostellaria, 791): «Simul flare sorbereque haud factu facile est», el autor concluye la sección dedicada a los adornos de la mujer. Véase también el capítulo X de la Instrucción de la mujer cristiana de Luis Vives (sf.: 105). 95  La similitud con el espejo es un emblema de la mujer honesta. Esta metáfora se encuentra en Plutarco, Deberes del matrimonio (139F): «Así como un espejo, aunque esté hecho con oro y piedras preciosas, no tiene ninguna utilidad si no refleja una figura semejante, del mismo modo no se saca ganancia alguna de una mujer rica, si ella no hace su vida semejante a la de su marido y es acorde con él en las costumbres. Ya que, si el espejo devuelve una imagen sombría de un hombre alegre, o una imagen risueña y limpia de un hombre afligido y triste, también es falso y engañoso. En verdad, también una mujer es negligente e inoportuna si pone una cara triste, cuando su marido intenta bromear y ser cariñoso; y se pone a bromear y a reír, cuando él está serio» (1986: 183-184).

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serle agradable y dando a entender que nada sabía de sus amores domésticos cuando estos eran sabidos de todos96. 76. Porque en nada más se muestra una mujer prudente que en hacer que no ve cuando ve, y que no oye, aunque oiga, dando a su marido con palabras corteses y rostro amigable ciertas señas de buena y cordial afición. Pues debe saber que los maridos ya hechos a ser acariciados de otras mujeres, se juzgan despreciados de las propias, si estas no les hacen más fiestas que aquellas. Sobre todo, debe atender la esposa a continuar sin tibieza las mismas expresiones de amor para con el marido, porque si él la ve que afloja, contra el estilo, puede preocuparse de alguna fantástica impresión [f. 147]. Y si sucede que se apodere de él algún mal humor, procurará ella desvanecerle por cuantos medios le fueren posibles, sin imitar a algunas mentecatas que sin reparo y con mucho perjuicio suyo se recrean en aumentar las sospechas de sus maridos. 77. CABALLERO. Sobre este asunto me ocurre la duda de si estas mujeres, que son amorosamente perseguidas, hacen bien o mal en advertir a sus maridos. ANÍBAL. Regularmente son censuradas las que así proceden a causa de las tragedias que de ahí dimanan. CABALLERO. ¿Y qué? ¿No está bien hecho que la mujer dé muestras de su fidelidad y aquiete el corazón de su marido? ANÍBAL. Antes bien, el efecto es pernicioso porque esto le atormenta y le da ocasión de sospechar y dudar que descubriéndole su mujer un amor no le encubra otro. Y es lo peor que ella pone a su marido en peligro, al amante en riesgo y es causa de enemistades y de grandes escándalos. CABALLERO. Nosotros nos amamos naturalmente más a nosotros mismos que a los otros. Y, por esto, la mujer elige antes el arriesgar a otro que a sí propia, puesto que, con bastante razón puede temer que el marido lo sepa por otro medio y se irrite contra ella por haberle callado y encubierto este negocio. ANÍBAL. La cuerda dama querrá siempre más que su marido sepa por otro como ha repelido heroicamente a su amante que predicarle ella los encomios de su castidad. Y el marido discreto será de esto más contento y satisfecho y tendrá más asegurado su corazón. 78. CABALLERO. No todos los maridos son de este humor y hay muchos que lo toman de otro modo y no interpretan de esta suerte aquel silencio. ANÍBAL. Es así. Y por eso, para evitar esta contingencia es menester que la mujer se manifieste tan severa de rostro que no haya alguno tan atrevido que 96  El

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exemplum propone la disimulación de Livia como virtud conyugal.

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se atreva a requerirla y asaltarla por cuanto fortaleza que llegó a parlamentar está muy cerca de rendirse. Que, si el amante llegase a abordarla, use con él la respuesta que cierta, honesta y valerosa dama dio a un perseguidor y fue esta: «Cuando yo era doncella estuve sujeta a la voluntad de mis padres; ahora lo estoy a la [f. 147v.] de mi marido, y así podréis hablarle y saber de él qué es lo que gusta que yo ejecute»97. Y cuando el marido esté ausente que se acuerde de tenerle presente y hacerle ver a la vuelta cuanto ha adelantado en la casa, porque este modo es el mejor de hacerse señora de su gracia y granjeará mayores alabanzas. 79. CABALLERO. Un sabio y discreto marido tendrá sin duda un consuelo increíble en estos procedimientos de su mujer, pero habiendo maridos tan endurecidos, insaciables y agrestes, que no solo no se contentan de todo lo bueno que sus mujeres saben hacer, sino que aun las ponen en el precipicio de dar su alma desesperada al diablo. Quisiera que enseñaseis a estas infelices algún arbitrio para precaverse y libertarse de semejante displicencia. ANÍBAL. Ya expresé el arbitrio cuando puse por delante que la mujer se sujete y subordine al marido98. 80. No obstante, añado ahora que, a imitación de los médicos conviene que procure curar a su marido con medicinas contrarias a la indisposición que padece. Y así si él es cruel e imperioso, ella vencerá con la humildad. Si él grita no hablará ella palabra, supuesto que la respuesta de la mujer prudente es el silencio. Y así ella aguardará a responderle y declarar su voluntad, hasta que él esté fuera de cólera. Si él es obstinado que le ceda y no imite a aquella la cual como su marido hubiese traído una noche dos tordos o malvises para cenar, ella dijo que eran dos mirlos. Él replicaba que no y ella insistía en su terquedad hasta que él metido en cólera la dio de bofetadas. Con todo eso, estando a la mesa y poniéndose en ella las aves no desistió la buena mujer de llamarlas mirlos, de modo que el marido repitió los golpes. Al cabo de la semana esta mentecata se pudo aún a traerle a la memoria los mirlos y asegurando él que eran malvises fue preciso solemnizar la octava y refrescar los golpes sobre los lomos de esta insensata. Y aún no se finalizó aquí la contienda, pues al cabo del año, ella le renovó la memoria de cómo aquel día hacía un año que había sido golpeada por causa de unos malditos mirlos y respondiendo él que eran malvises y replicando ella mirlos, nos pudo él contenerse sin volver a cargarla de golpes. De tal suerte que, 97  Este exemplum se encuentra en L’ore di ricreazione de Guicciardini (1990: 153, 294), titulado L’onestà delle donne non si poter pregiare a bastanza. 98  Se refiere al f. 142, nota 57 del III libro de la CC.

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aunque esta [f. 148] desleal nunca quiso asentir a la opinión del marido, se ve que los mirlos tan bien disputados le acarrearon considerable perjuicio99. 81. CABALLERO. ¡Oh, qué bien dijo aquel que dijo que era mucho mejor vivir en un desierto que con una mujer contenciosa!100 ¿Pero qué opinión tenéis de los que pegan a sus mujeres? ANÍBAL. ¿Y qué opináis vos de los sacrílegos y de los que roban las iglesias? CABALLERO. Yo he leído estos versos, aunque no sabré decir en donde: Verás que de las mujeres, de los nogales y burros, el que más los apalea saca de ellos mayor fruto101.

ANÍBAL. Vos habéis leído el texto, pero no la glosa que dice: Aquel al cielo ofende y viola la amistad, que con cruel mano hiere a su dulce mitad102.

CABALLERO. Con todo eso un buen autor defiende que el que bien castiga a su mujer la constituye mejor103. ANÍBAL. Ese autor no se detiene ahí, sino añade que soportándola ella se mejora a sí misma. Y, ciertamente, pues el hombre es más fuerte que la mujer, debe también ser más perfecto y llevar pacientemente su delicadeza, fragilidad e imperfección, fuera de que saca él ganancia de sufrir sus defectos. CABALLERO. ¿Y por qué no será justo castigarla con justo motivo? ANÍBAL. Muy bien habláis en decir que se la ha de castigar con motivo, mas aquel que aguardare a ultrajarla con ocasión nunca la tocará, porque el marido jamás puede tener justa causa para maltratar a su mujer. 82. CABALLERO. Hacéisme acordar de cierto marido quien el propio día de su boda, llamando a parte a su mujer, la sacudió tan bellas puñadas en el rostro que la dejó del todo afrentada. Lo que oyendo los parientes acudieron todos y con gran trabajo se la quitaron de las manos, y preguntándole qué ocasión 99  No se ha encontrado esta fábula de Esopo traducida al castellano (Cf., Landi 1561: 117 339, Di un marito e la moglie). 100  Este proverbio se lee en muchos autores (por ejemplo: Juvenal, VI 268-269), aunque la primera vez puede que se escribiera en el Libro de los Proverbios (21: 19): «Mejor es morar en tierra desierta / Que con la mujer rencillosa e iracunda». 101  No se ha localizado el autor de estos feroces versos misóginos. 102  Aníbal invierte el sentido de la citación anterior. 103  No se ha identificado el «buen autor» mencionado por Guillermo.

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había tenido para haberla tan malparado, respondió que ninguna. De lo que aturdiéndose ellos y mirándose unos a otros, él les dijo: «Si yo le he ultrajado así sin que me diese ocasión, discurrid lo que haré si hace cosa por donde lo merezca». Pero pregúntoos: ¿castigaríais a vuestra mujer si la hallaseis en una falta considerable?, ¿y tendríais este por justo motivo? ANÍBAL. Si dándola yo ocasión incurriese en este error, yo debiera ser el castigado y no ella. Si delinquiese por su ignorancia e imbecilidad ¿cómo pudiera yo tener corazón ni aun para torcerle un solo cabello?104 83. CABALLERO. Ya os entiendo, pasemos adelante y decidme si hay alguna otra operación de parte de la mujer con la cual el amor se conserve, la fe se guarde y se mantenga el honor puro e inviolable. ANÍBAL. La mujer que tenga puesta la mira en avivar el fuego amoroso en el corazón de su marido para con ella, no puede hacer cosa más propia para conseguirlo que portarse bien en el gobierno de su familia105. Respecto de que, él viendo a su mujer útil al gobierno doméstico no solo se regocija, sino que concibe buena opinión, se asegura de su prudencia y honestidad y tiene en reposo su espíritu de ver que ocupándose ella en los negocios decorosos y útiles a su casa, adquiere por este medio un color sano y un afeite virtuoso que no se quita con el sudor, con las lágrimas o con otro licor. Lo que de ningún modo hacen las mujeres lascivas y vanas, quienes viven ociosamente y sin tener cuidado alguno de su marido, ni de sus hijos, ni de las cosas domésticas, demostrando evidentemente que, aunque con la presencia se hallan en su casa, con el corazón y el deseo están en otra parte, de donde se ocasiona perjuicio y desdoro. Y nadie ignora que mientras la señora se emplea en estas vanidades, las criadas sin acordarse de ella solo miran por sí mismas. Y comúnmente se dice que cuando la señora loquea la criada daño acarrea106. 84. CABALLERO. Ya habéis protestado no discurrir sobre el gobierno de la casa, empero yo quisiera que asignaseis a marido y mujer el oficio de cada uno

104  Este

lugar común idiomático es un italianismo que significa ‘no hacer el mínimo daño’, «torcerle un capello» (Guazzo 2010 I: 207), que no se halla en la lengua castellana. 105  En la CC de 1579, Guazzo añade otra intervención del Caballero que Hervás no añadió a su texto: «Oh come ben l’intendete. E nel dir questo mi fate ritornare a mente la consolazione che dovevano sentiré quei mariti d’un certo paese, i quali, sì come narrano l’istorie, vedevano le lor mogli ritornar dal fiume con un secchio d’acqua in capo, con un bambino nel braccio sinistro e con la rocca nella medesima mano, e conducendo il caballo per le redini avolte al braccio destro, venirsene a casa volgendo il fuso e traendo il filo» (207). 106  Pese a que no existe este refrán en castellano, Hervás reproduce perfectamente el italiano: «Quando la patrona folleggia, la fante danneggia» (Guazzo 2010 I: 207).

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en este gobierno, a fin de que no se diga que hace el uno lo que es de incumbencia del otro107. ANÍBAL. Parece que es indecente al marido el saber lo que se hace en su casa, pero si por desgracia tiene una mujer tonta y para nada, y de aquellas que —según el adagio— [f. 149] duermen con los ojos abiertos, ya veis que está obligado a enmendar los defectos de aquella con su providencia. Pero aquellos hombres se hacen dignos de la mayor risa que logrando una mujer cuerda y diligente, se informan con todo cuidado si el huevo tiene pollo, quieren con sus propias manos sazonar las viandas y usurpar el oficio de sus esposas, reprendiendo y doctrinando las criadas que hay en su casa. 85. Semejante maridos ofenden y disgustan a sus mujeres, manifestando o que desconfían de ellas, o que las desprecian y se ultrajan a sí mismos dando a entender que son de corto espíritu, porque si tuviesen que manejar fuera de su casa negocios dignos de la diligencia de un hombre, es cosa cierta que al volver a ella más pensarían en descansar que en fatigarse con su mujer y criadas y se persuadirían a que el manejo de los quehaceres domésticos es privativo de las mujeres a quienes la divina providencia ha hecho más tímidas que a los hombres, a fin de que se paren en conservar y guardar lo que hay en la casa para cuya guarda es necesaria esta timidez. Y aunque no veo razón que impida el que el marido tenga conocimiento de los negocios de casa para corregir lo que no advirtiere su mujer, también es cierto que es justo el que siendo esta el timón y régimen de la casa, la entregue el marido el absoluto manejo como cosa que la pertenece. 86. Resta en fin deciros —para ir acortando la suma de nuestros asuntos— que como en la necesidad conocemos los verdaderos amigos108, así la mujer no puede por medio más seguro ni de mayor eficacia conservarse el afecto de su marido y obligársele para siempre que socorriéndole en sus urgencias, en lo que faltan muchas mujeres, las cuales tienen grande placer en particular de los gustos y alegrías de sus consortes pero no en las desazones y angustias, sin tener presente que la sabia y bella esposa del rey Mitrídates las ha dejado un raro ejemplo109. Pues cortándose el cabello y montando a caballo en traje de hombre y armada como soldado [f. 149v.], le siguió en todo sus peligros y acontecimientos, cuya finalidad y sufrimiento sirvió de grande alivio a las miserias de aquel rey y al mundo de un singular ejemplo de lealtad y de que no hay cosa tan agria que unidos los dos corazones de marido y 107  Se

refiere al f. 128, nota 3, Lib. III de la CC. el proverbio de fundación clásica de Cicerón (De amicitia 17 64): «Amicus certus in re incerta cernitur». 109  El exemplum de Ipsicratea, mujer de Mitrídates, se narra en Valerio Máximo (De amore coniugali, 1988: IV 6 ext. 2). 108  Emplea

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mujer no puedan soportarla. Y, por tanto, cuando los maridos se hallan trabajados de enfermedad corporal o aflicción de espíritu, a las mujeres compete confortarlos, asistirlos y consolarlos con palabras dulces y efectos vivos, porque este oficio será causa de un ardiente y eficaz amor de los maridos para con ellas y que, finalmente, se acuerden de que el apóstol las manda que amen a sus maridos e hijos y sean prudentes, castas, sobrias, benignas y cuidadosas del gobierno de su casa110. 87. Bien pudiera hacer aquí un largo discurso sobre esta materia, pero habiendo habido grandes personajes que latamente escribieron estos preceptos, y que no pudiera proponerlos como se debe en un día a causa de la variedad de los tiempos y costumbres, me paro aquí. Y uniendo las obligaciones de marido y mujer, concluyo que deben entender que todo es común entre ellos sin que tengan cosa propia, ni aun su misma persona que recíprocamente es preciso que depongan todo orgullo, pensando en esta memorable costumbre de los griegos, los cuales en los sacrificios que hacían a la diosa Juno por causa del matrimonio quitábanla, y el de los animales inmolados que arrojaban detrás del altar para dar a entender que se debe exterminar de entre marido y mujer la austeridad, el desdén y toda suerte de amarguras111 que alegremente soliciten mantener y aumentar su familia y excederse uno a otro en este deber112. De todo esto, se formará una armonía maravillosa que les conducirá felizmente hasta su ancianidad. De modo que, con el lazo de concordia y amistad agradable a Dios, convidarán a sus hijos a seguir su virtud y a sus criados a imitarles, y además de vivir con grande felicidad, también con su buen ejemplo atraerán las otras familias a hacer lo mismo113. §. VIII 88. CABALLERO. Habiendo hablado de los hijos me daríais gusto si de [f. 150] ahora en adelante vinieseis a discurrir de la conversación de padre con el hijo114. 110  La

amonestación es del apóstol Pablo en la carta A Tito (2: 4-5): «que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos, a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada». 111  La costumbre griega a la que se refiere Aníbal se lee en los Deberes del matrimonio (141F) de Plutarco: «Ningún adorno, no, oh infortunado, sino desorden e parecería que es la locura de tu mente» (1986: 190-191). 112  Hervás merma la retórica de Guazzo, primero omitiendo una sentencia presente en la CC de 1579: «e stimare ogni cosa fra loro commune non tenendo alcuna propia, né anco l’istessa persona» (Guazzo 2010 I: 208). En segundo lugar, acota las frases hasta el final de esta sección. 113  En esta sección se condensan muchos lugares comunes del discurso matrimonial que se encuentran tanto en Mexía (1989: 625-632, Lib. II 15) como en otros autores italianos y españoles. 114  Al igual que hizo en otras secciones de la CC, Guazzo elabora un pequeño tratado sobre la educación de los hijos. Se podrían citar varias obras, tanto latinas como italianas y

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ANÍBAL. Ya quería yo reduciros a lo propio, pareciéndome haber empleado bastante tiempo y aún más del que era justo en lo que toca a la vida y sociedad de marido y mujer. 89. CABALLERO. A la verdad juzgo yo que es puesto en razón el limitar modos al padre y al hijo, los cuales deban observar en su mutua frecuentación viendo que ni aun entre ellos se da verdadera unión e inteligencia, y hemos al presente llegado a tal estado que apenas el hijo tiene uso de razón cuando comienza a formar designios sobre la muerte de su padre. Y como se dice de un muchacho que habiéndole montado su padre a la gurupa115 detrás de sí le dijo inocentemente: «Padre, más que os muráis, que entonces montaré yo en la silla»116, así muchos infelizmente desean y apresuran los pasos de la muerte de sus padres. De lo cual yo no sé a quién con más razón se deba echar la culpa, si a los padres que no usan de su autoridad y poder, o a los hijos que no conocen cuán obligados están a sus padres. 90. ANÍBAL. ¿Cuál es pues vuestra resolución sobre esta duda y a quién atribuís la culpa? CABALLERO. Al hijo, quien nunca sabrá hallar escusa ni razón contra su padre, aunque este tuviese mil defectos. ANÍBAL. ¿No habéis proferido que regularmente el hijo no entiende ni conoce la obligación en que está para con su padre? CABALLERO. Yo lo confieso. ANÍBAL. ¿Y quién queréis que tenga la incumbencia de hacer el hijo capaz de esto? CABALLERO. Preciso es que sea el padre. ANÍBAL. Revocad pues vuestra primera sentencia, y concluid que la culpa es del padre que ha faltado en mostrarle como debiera gobernarse. CABALLERO. El padre da documentos y leyes con la mano derecha y si el hijo las toma con la otra mano ¿qué yerro se puede imputar al padre?

españolas, siendo una temática tradicional de la cultura humanista que se difunden a partir del De pueris instituendis de Erasmo. Sin embargo, hay que considerar también las obras que trataron esta argumentación desde el punto de vista de la mujer, como la Instrucción de la mujer cristiana de Vives (al igual que la Instituzion delle donne de Lodovico Dolce), un escrito que pudo tener una gran influencia en Guazzo. Según Quondam, es el texto atribuido a Plutarco De liberis educandis el arquetipo sobre el que se basarán todas las demás (Guazzo 2010 II: 355, nota 270). 115  Modernamente ‘grupa’, es decir, «ancas de una caballería» (DRAE). 116  El exemplum se halla en Domenichi (1564: 9), en el que al final cita Ovidio: «Filius ante diem patrios inquirit in annos».

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ANÍBAL. Si este fuese solicito en instruir a su hijo con tiempo a usar de la mano derecha, no se haría zurdo. Con que no es de admirar si habiendo consentido que cogiese hábito, no puede después quitársele. Y por tanto debe condenar su negligencia y poco cuidado en haberse detenido hasta la noche a instruirle en esta buena costumbre que era inexcusable desde la salida del sol y casi con la leche de la ama117. No [150v.] advirtiendo que los espíritus —al modo que la cera— reciben las impresiones y están más propios para aprender las disciplinas cuando son aún tiernecillos118. 91. CABALLERO. No sé yo como justificaréis a aquellos hijos que habiéndoles instruido y educado sus padres cristianamente así por su conducta, como por la de otros sujetos sabios y rectos, con todo eso no dejan de extraviarse y descubrirse fruto indigno de tan noble árbol119. ANÍBAL. Esos ejemplos son raros y fuera de los accidentes comunes, ni indultan al padre de la obligación en el cuidado y gobierno de sus hijos, pues es Dios quien se la impone. CABALLERO. No me admiro de que un hijo bien instruido de su padre llegue a ser vicioso, y que a esto se siga la discordia, pues la diversidad de costumbres es bastante ocasión. Pero lo que hallo muy extraño y casi contra la naturaleza es que siendo padres e hijos gente de bien, y habiendo adquiridos por sus buenas operaciones un crédito respetoso entre los extraños, no obstante, en su casa tienen los corazones del todo desunidos y sin la menor apariencia de amor, paz ni caridad. Y, en suma, concuerdan en los negocios públicos y disienten en los domésticos de los que pudiera alegaros infinitos ejemplos. 92. ANÍBAL. Vos me dijisteis poco ha que el hijo no puede tener razón alguna contra su padre120 y, si esto tiene lugar, también le tiene el que ceséis de admiraros, siendo preciso que concedáis que por recto que sea el hijo, de ningún modo vive rectamente, mientras no cede y se conforma a la voluntad de su padre. CABALLERO. Yo os concedo que debe el hijo abrazar los preceptos de su padre y obedecerle sin seña de contradicción. Pero a fin que su resignación tenga 117  Es una manera de decir proverbial (Cf., Erasmo, Adagia I, VII 54: «Cum lacte nutricis» [1987: 247]). 118  Este es un principio fundamental de la institutio clásica que pasó a ser lugar común: la formación del niño tenía que empezar desde muy joven. Existe toda una serie de obra, como el De pueris instituendis de Erasmo, el De liberis educandi de Plutarco, etc., que confirman esta visión. 119  Guillermo utiliza la metáfora de la planta y el fruto para explicar la relación entre padre e hijo. 120  La alusión es al f. 150, nota 90 (III lib.) de la CC.

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más dichoso efecto, creía yo que primariamente era necesario asignar al padre el modo de usar de su paternal jurisdicción, a fin de que no exceda sus límites razonables y legítimos, ni dé motivo a su hijo, sino oponerse a su voluntad, a lo menos de censurarla secretamente y de decir en su interior que es oprimido y maltratado. De modo que se retire del amor de su padre y no le honre, según está obligado. ANÍBAL. No he echado en olvido aquella ciertísima sentencia que dice que hay pocos hijos que sean parecidos a sus padres, muchos que son peores y rarísimos los que son mejores. Quisiera pues que viniésemos a investigar las ocasiones [f. 151] que regularmente producen la desemejanza que hay entre padre e hijo de donde dimana que experimente aquel121 efectos contrarios a su esperanza y se originen disensiones entre ellos, porque con este discurso aclararemos los modos de su conversación. CABALLERO. Sea como gustareis. §. IX 93. ANÍBAL. En primer lugar, contemplo que los hijos respetan poco a sus padres y les sirven de poco o ningún consuelo cuando la índole y modales no están entre ellos igualmente dispuestas, proporcionadas y correspondientes. CABALLERO. ¿Pues cómo así? ANÍBAL. ¿Habréis visto nunca que una buena y generosa semilla entregada a otro terreno que el suyo contribuya ni produzca aquel fruto que se esperaba de ella? CABALLERO. Tengo de eso repetidas experiencias. ANÍBAL. Pues, así como los granos que son naturalmente fértiles mudan de naturaleza y se vuelven estériles por causa de serles contrario el terreno, así también acaece en los hijos, porque si su espíritu se inclina a las letras y se emplea en las armas, se constituirá inútil o de poca aptitud para este ejercicio122. De tan grande consecuencia es no advertir a los principios a qué parte se aficionaba más. Y acuérdome de haber leído sobre este punto unos versos del Dante que se me han ido de la memoria. CABALLERO. Puede ser que yo os los acuerde. 121  Debería

ser «aquellos». tópico de los granos que se vuelven estériles con el terreno se encuentra en Sobre la educación de los hijos de Plutarco (2B): «De la misma manera que, para el cultivo de la tierra, es necesario, primero, que la tierra sea buena, y, luego, un labrador entendido y, después, buenas semillas, del mismo modo la naturaleza se parece a la tierra, el maestro al labrador y los preceptos y consejos de la razón a la semilla» (1992: 49-50). 122  El

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ANÍBAL. Yo os lo ruego, haced la prueba. CABALLERO. Oídlos: Si este mundo inferior bien contemplase las leyes que por la naturaleza nos son prescriptas, buena gente habría; pero vuestra ignorancia las altera. Dais a lo santo, al que nació guerrero, y por vuestras injustas violencias, aquel es rey que predicar debía, siempre distantes de la recta senda123.

ANÍBAL. ¡Oh, y cuán grande placer recibo en esta sentencia, así por la agradable armonía que produce, como por la prueba que me da vuestra feliz memoria! Ved pues en esto uno de los motivos: el éxito desgraciado de los hijos. 94. CABALLERO. Es inexcusable que [f. 151v.] los padres sean hombres muy advertidos para juzgar en este punto y descubrir ya de un modo, ya otro, el instinto natural de sus hijos, lo que se puede comprender en sus más tiernos años, así como se dice por común proverbio que desde el amanecer se conoce el buen día. Por esta causa creo que esta reflexión es más que necesaria bien que mal entendida de algunos padres, quienes fuerzan la inclinación natural de sus hijos a ejercicios y obras totalmente opuestas a lo que son incitados por la naturaleza. Esto le acaeció al Petrarca el cual, asegura, experimentó en sí mismo que en vano se combate contra la naturaleza. Pues su padre quería que necesariamente estudiase las Leyes, según lo hizo mientras vivió este, pero después de su muerte abandonó un estudio con que había atormentado su espíritu. Esta consideración, aunque yo la contemplo tan importante en los padres, estos, por la mayor parte, de ningún modo piensan en ella, mirando solamente a su particular satisfacción124. Por lo que no me maravillo de que tengan poco consuelo, y de que algunas veces proceda de ahí el deshonor e infamia de su familia y —lo que peor es— la ofensa de Dios. Digo esto por aquellas pobres hijas que violentamente son conducidas y encerradas en los monasterios y las cuales clamaban por marido desde el vientre de sus madres. 123  Dante,

Paraíso (VIII 142-148): «E se ’l mondo là giù ponesse mente / al fondamento che natura pone, / seguendo lui, avria buona la gente, ma voi torcete a la religione / tal che fia nato a cignersi la spada, / e fate re di tal ch’è da sermone, / onde la traccia vostra è fuor di strada». 124  Petrarca estudió leyes primero en Montpellier, en el otoño de 1316, y más tarde en Bolonia, en 1320. Tras la muerte de su padre, el 26 de abril de 1326, el poeta italiano interrumpió sus estudios jurídicos.

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95. ANÍBAL. Los padres que fuerzan a sus hijos contra su curso natural merecen más compasión que censura. Pues lo más frecuente es que esto suceda por falta de talentos y capacidad, pero estos que tan inconsideradamente les obligan a abrazar la religión, su malicia los hace dignos de ser gravemente censurados. Pues les inducen a tomar este estado por temor o por falsas persuasiones que no es otra cosa que resistir a Dios y a su voluntad, y usurpar a sus hijos el libre albedrio que les otorgó la divina Providencia. Por tanto, el padre que es celoso del honor y reposo de su casa debe estar advertido de conocer hacia donde se mueve e inclina el natural de su hijo, si a las letras, o a las armas, a la agricultura, o al [f. 152] comercio y, en caso de haberle extraviado de su camino derecho, debe traerle a él y volverle a dirigir hacia su curso destinado, porque si procede de otra manera, puede estar cierto de que las empresas mal comenzadas tendrán muy en breve peores fines. §. X 96. CABALLERO. Teniendo nosotros que investigar por su orden las razones que ocasionan el que salgan los hijos muy otros de lo que sus padres esperaban, acaso sería preciso que comenzaseis desde la leche que maman los muchachos. Siendo así que la leche de las nutrices goza tanta eficacia que en los humores y genio se hace el niño más hijo de su ama que de su propia madre. Y haciéndome cargo de la costumbre de muchas señoras en Francia, quienes crían a sus hijos con leche de animales, me afirmo en que de este alimento se ha originado la fiereza y genio montaraz de muchos de esta nación, los cuales, con su mal modo de vivir, se muestran mal surtidos de la parte racional, lo que no se entienda dicho con la más leve intención de disgustarles125. 125  Muchos autores trataron el tema de la lactancia materna. En España, Pedro de Luján discurre acerca de este problema en sus Coloquios matrimoniales: «Tres cosas debe de hacer cualquiera mujer cristiana en viéndose alumbrada: la primera dar gracias a Dios por el buen alumbramiento; lo segundo que la mujer ha de hacer es ofrecerle, pues tuvo por bien de dejarle salir a la luz desta vida sea servido de darle gracia con que continuo le sirva; debe ansímismo lo tercero la mujer, después que la leche le ha venido, dar della a mamar a su criatura, porque parece cosa muy monstruosa que haya ella parido la criatura de sus entrañas y que otra mujer extraña le dé sus tetas. Naturaleza no hizo a las mujeres hábiles para solamente parir, mas también les dio leche para criar. Ningún animal veo que deja de criar su hijo, antes cada día vemos una loba, o una gata, o una perra que no sólo cría uno mas siete, u ocho, y aun a veces sin tener que comer; y una mujer que no pare más de uno no ha vergüenza de decir: “No lo puedo criar”» (2010: 133); «y desde allí en toda Asia quedó por costumbre que el hijo que no mamase la leche de la madre no heredase la hacienda del padre. Tomen ejemplo todas las mujeres en la sacratísima madre de Dios, que ni ella quiso que otra criase su preciosísimo hijo sino ella, porque otra no fuese madre sino ella, ni él quiso ser de otra criado sino della no, para no tener ocasión de llamar a otra madre sino a la

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97. ANÍBAL. Estoy muy instruido y asegurado de los maravillosos efectos de la leche, y es cosa ciertísima que, si un cordero se cría con leche de cabra, o u cabrito chupa el pezón de una oveja, este tiene el pelo más suave y el cordero la lana más áspera. Igualmente es creíble que, como el infante atrae con la leche de la nutriz la complexión de esta, así a las complexiones del cuerpo se siguen las del espíritu126. Y, por eso, se dijo que los Gracos mamaron su elocuencia en los pechos de su madre Cornelia127. De ahí también dimana que las hijas de señoras recatadas y virtuosas son regularmente desemejantes a sus madres en cuerpo y en espíritus. De suerte que, el quitar los hijos a sus madres para entregarles a la ama, no puede mirarse sino como un contra temperamento que se hace a la naturaleza. 98. Mas si convenía hacer mención de este primero alimento, era razón haberlo ejecutado cuando estábamos sobre el [f. 152v.] asunto de la infelicidad del casamiento y, no obstante, le he callado allá y aquí como cosa inútil, puesto Virgen María. Por otra causa deben las madres criar a sus hijos, y es por tenerlos a su servicio más obligados, porque si los padres viven largos años al fin han de venir a manos de sus hijos, pues el hijo que no se crio con su padre ni con su madre, y que jamás su madre le dio leche ¿qué amor ha de tener con ellos ni con sus hermanos? Para mover y atraer alguna cosa una madre a su hijo no le muestra el vientre en que lo trujo sino los pechos con que lo crio, porque a mucha más clemencia mueven los pechos que crían, que no padre, ni hermanos ni parientes» (135); «Mas con todo eso no dejes de darle tú alguna leche, que más le aprovecha una gota de la madre que ciento del ama, porque al fin es el manjar proprio con que se engendró y con el que al mundo salió. La primera condición que la buena ama ha de tener es que sea virtuosa; ya que una mujer determina de secar las fuentes que naturaleza le dio, y que determina de no criar su hijo, ha de procurar buscar el ama con gran diligencia: no solamente ha de mirar que tenga la leche buena, mas también ha de mirar que sea de buena vida, porque de otra manera no hará al hijo» (137). 126  Alude a la sentencia de Aulo Gelio (XII 1 15): «Nam si ovium lacte haedi aut caprarum agni alantur, constat ferme in his lanam duriorem, in illis capillum gigni teneriorem». La temática de la lactancia es un tópico de la época clásica discurrido por muchos autores, entre otros, Plutarco en Sobre la educación de los hijos (3C-3D): «Conviene, pues, diría yo, que las madres mismas críen a sus hijos y les den a éstos el pecho; porque los alimentarán con más afecto y con mayor cuidado, amando a los hijos desde lo íntimo y, según dice el proverbio, desde las uñas. Las nodrizas, en cambio, y las amas tienen un afecto interesado y falso, porque aman por la paga. También la naturaleza muestra que es necesario que las madres mismas críen y alimenten a sus hijos, pues, por ello, a todo animal que ha parido proporcionó el alimento de la leche. También la providencia sabiamente dotó a las mujeres de dos pechos, para que, si daban a luz a gemelos, tuvieran dobles las fuentes de alimentación. Pero, aparte de estas cosas, las madres serían más bondadosas y amables con sus hijos, y, por Zeus, no sin razón, pues la crianza común es como el lazo de unión del afecto. Pues también los animales parece que, cuando se los separa de los que con ellos se crían sienten nostalgia de ellos» (1992: 52-53). 127  Cicerón, Brutus (XXVII 58): «Admirabilis fuit olim Gracchorum eloquentia, sed quam bona ex parte Corneliae matri debebant, M. Tulli iudicio. Apparet, inquit, filios non tam in gremio educatos quam in sermone matris: gremium igitur illis maternum erat prima schola».

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que, los filósofos y principalmente nuestro Galeno han tratado tan ampliamente de la importancia del alimento de la leche que no queda nada que dudar. No solamente por esta razón dejé de hablar en esto, sino también porque en nuestro tiempo las mujeres son tan amantes de su apariencia, o antes bien, vanidad y locura que quieren más pervertir y corromper la índole de sus hijas que alterar la forma y buena disposición de sus pechos. De aquí se sigue que, cuanto más se acercan los hijos a las costumbres y modos de vivir de sus nutrices, tanto más se alejan del amor y reverencia de sus madres, sin que tengan deseo ni sangre que les mueva a obedecerlas y respetarlas como deben. 99. Esto se manifiesta bastantemente con un ejemplo tomado de cierto bastardo de la familia —si bien me acuerdo— de los Gracos de Roma, el cual, volviendo de la guerra cargado de despojos, y saliéndose al encuentro su madre y con ella su ama hizo presente a su madre de un anillo de plata, pero a la ama la regaló un collar de oro128. De lo que indignada la madre se quejó agriamente a lo que él la dijo que no tenía razón y añadió: «Vos solo me trujisteis129 nueve meses en un vuestro vientre, pero esta me alimentó por espacio de dos años con la propia sustancia de sus pechos. Lo que tengo de vos es el cuerpo que recibí de un modo poco honesto, pero lo que esta me ha dado vino y procedió de un corazón entero y una alma sencilla. Vos me privasteis de vuestra compañía y me desterrasteis de vuestra presencia, así que nací, empero esta, así desterrado me recibió y abrazó, haciéndolo tan bien que por este medio he llegado al punto y estado en que me veis». Estas razones y otras que omito fueron un cruel tapaboca para la madre, y dejándola corrida de su falta, acrecentaron en la nutriz del amor para con su hijo de leche. CABALLERO. También me acuerdo haber leído hojeando las Historias que la mujer de Catón criaba a sus hijos con su misma leche y que a sus esclavos, cuando eran niños, les hacía algunas veces tomar su pecho a fin de que así se inclinasen a amarla más. [f. 153] 100. Ya en fin que estas señoras no quieren ser enteramente madres de sus hijos, debieran a lo menos ser solícitas en la elección de sus amas y amoldar bien las costumbres y vida de su producción. ANÍBAL. Al modo que se ha introducido el primer abuso de fiar la crianza de los hijos a los pechos de las amas, así consiguientemente se ha seguido el segundo de no pararse en cuales sean. Pero continuemos las ocasiones de las diversidades y diferencias que hay entre padres e hijos, teniendo por muy cierto que 128  Hervás 129  Es

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sigue la CC de 1574: «della familia, se ben mi racconta, dei Gracchi». decir, ‘trajisteis’.

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la principal proviene —según dejamos concluido— de la variedad de naturaleza y de fortuna. Y por tanto digo que no le basta al padre conocer a qué se inclina el genio de su hijo, si después de esto no solicita facilitarle el camino, y no le ayuda y asiste con todo su poder y arbitrio a conseguir aquello que es propio para conducirle felizmente al fin de su empresa. 101. Acaece pues otra ocasión de diferencia en sus operaciones, cuando el padre se ama más a sí que a su hijo, teniéndole junto a sí para su diversión, y no cuidando de entregarle a maestros que le enseñen las buenas letras, o enviarle a los estudios a las cortes de los príncipes o, en fin, a los lugares y profesiones a que su vocación les llama. En lo que yerran considerablemente algunos padres, quienes fiados en sus riquezas en nada menos piensan que en educar rectamente a sus hijos, antes bien permiten que su espíritu se embote y que se constituyan de tal suerte rudos y groseros por la ociosidad y glotonería que no conocen —según dice el proverbio— la diferencia que hay entre el granizo y los anises130, llegando a ser tan espirituales y de buen juicio, como el asno que tuvo por más agradable y harmonioso el canto del cuco que el de ruiseñor131. Y es cosa ciertísima que muchos bellos y bien nacidos espíritus se pierden por la falta de los que deben intuirles bien y hacer este su primer cuidado. 102. CABALLERO. Mientras más cerca de sí tenga el padre al hijo, le hará más conforme a sus virtudes y buenas prendas. ANÍBAL. Vos os engañáis, puesto que, con el tiempo clamará contra él su hijo porque habiéndose [f. 153v.] ofrecido la ocasión de ponerle fuera de casa, en donde solicitase honra y provecho, le retuvo e impidió su felicidad y buena fortuna. CABALLERO. Antes bien deberá disculparle y atribuir esto a exceso de cariño. ANÍBAL. No, sino a falta de afición porque el amor desordenado no merece llamarse amor. CABALLERO. Decidme ¿cuánto más amáis una cosa, no pretendéis tenerla cerca de vos y arrimarla a vuestro corazón? ANÍBAL. Es verdad. Mas yo os pregunto ¿por qué conserváis largo tiempo un buen criado? CABALLERO. Por mi provecho. ANÍBAL. ¿Y si un príncipe le llamase para adelantarle no le dejaríais ir? 130  Hervás traduce casi literalmente el proverbio «la treggea dalla granuola» (Guazzo 2010 I: 213), aunque la ‘treggea’ corresponda literalmente a la ‘peladilla’. 131  Esta fábula se lee en Domenichi (1564: 153).

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CABALLERO. Con mucho gusto. ANÍBAL. ¿Y por qué así? CABALLERO. Por su conveniencia. ANÍBAL. Luego más cariño le manifestáis en privaros de él que en retenerle junto a vos, pues preferís su comodidad a la vuestra. Con igual razón reteniendo el padre a su hijo muestra que se ama más a sí y a su hijo menos de lo que debiera, porque si le amase perfectamente, amaría a sí mismo, su fortuna y adelantamiento y se metería en el cuidado de hacer su condición mejor, dando lugar a que muriese en la batalla como caballo, antes que dejarle sumergirse en el lodo como cerdo. 103. CABALLERO. ¿Mas qué diríais si el padre fuese hombre sabio y filósofo y tuviese a su hijo consigo para comunicarle su doctrina? ANÍBAL. Yo no he hablado de esos padres porque los doctos y filósofos, con aquella excelencia que se requiere para esto, son muy raros y, si se halla alguno, o no puede o no quiere sujetarse a esa impertinencia, por estar empleado en otros negocios. Mas si así lo ejecutasen sin duda alguna se seguiría mayor fruto, puesto que el padre instruiría al hijo con mayor cariño y este instigado de la naturaleza, estaría más atento al padre que a un preceptor. A que se llega que este ejemplo no sería nuevo, pues Catón el censor por sí mismo instruyó y educó felizmente a su hijo, sin la ayuda de algún hayo o maestro. También sabéis que Octaviano Augusto no se desdeñó —en medio de ser tan grande emperador— de enseñar e instruir con su doctrina a dos hijos adoptivos. Pero es tal la fatalidad de nuestro tiempo que se juzgaría cosa monstruosa si un padre quisiese tener la paciencia y trabajo de doctrinar sus hijos. Excluí pues de mi discurso los padres doctos que tienen [f. 154] a sus hijos junto a sí para instruirles, suponiendo que en el mundo hay grande carestía de semejantes hombres. 104. CABALLERO. Por eso es de mayor calibre el absurdo de aquellos que o no sabiendo hacerlo o no queriendo si saben, con todo eso no solicitan fiarles ni ponerles debajo de la mano de otros. ANÍBAL. Ahí se conoce bien que ignoran ellos la diferencia que se da entre doctos e ignorantes, ni saben que estos respecto de aquellos, son aún peores que cuerpos sin alma132. CABALLERO. En medio de eso, el abuso es tal que en estos tiempos la gente rica no quiere que sus hijos se rompan la cabeza estudiando y tienen casi vergüenza de que sepan leer. Tampoco ignoro que hay un buen número de estos ricos de bienes mundanos y pobres de ciencia que se ven obligados a recurrir a 132  Alude

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al segundo libro de la CC, ff. 108-180v.

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las tiendas de los mercaderes y boticarios para que los mancebos y aprendices les escriban las cartas a sus amigos, manifestando a un tiempo sus secretos y su ignorancia. ¿Puede ser esto bueno? También os referiré que largo tiempo ha me hallé en el estudio de un abogado, en donde vi a un pasante suyo que escribía una carta para un caballero133 que estaba presente, a quien habiendo preguntado, después de haberla cerrado, el nombre de aquel a quien se dirigía, le respondió que no era menester que en el sobre escrito se pusiese otra cosa, sino: «A mi compadre en Cremona». Y replicándole el pasante que era preciso especificar el nombre para que se pudiese hallar este compadre, el tal le dijo que aquello bastaba porque era conocido de cualquiera. 105. ANÍBAL. Yo creo que este era caballero, pues vos le nombráis así, aunque descubriendo tan alta simpleza, le considero no menos rural y agreste que aquel a quien como el médico le preguntase que de hacia qué país era, le respondió que en la orina lo conocería. Estos ricos sin letras o, antes bien, cuerpos sin alma son llamados por Diógenes oveja con lana de oro134. Y es justo que sean más solícitos en que sus hijos sean doctos y virtuosos porque, así como a los pobres les obliga e incita la necesidad, a los ricos les desvía el poder y las riquezas, sin ver que algún día les serán más necesarias las letras que a los pobres por cuanto tienen mayores empresas que evacuar. Y se necesita de más talento para conservar las riquezas porque como son febles, caducas y corruptibles, apenas pueden durar ni [f. 154v.] subsistir si no las conserva aquella miel fluida o inmortal prudencia que procede de las buenas letras, siendo cosa infalible que más dichosamente se goza de lo poco que se tiene de virtud y por medio de esta, que de lo mucho que se tiene de fortuna135. Por lo que, aquello que se ensoberbecen 133  En la CC italiana Guillermo lo llama «gentiluomo» y, sucesivamente, en su intervención,

el médico critica la elección de este término 134  «Al rico ignorante lo calificaba de “vellón de oro”» (Diógenes 2007: 300, Lib. VI, II). 135  La temática de la riqueza y de la educación de los hijos se lee en Plutarco que, a su vez, menciona a Sócrates (Sobre la educación de los hijos, 4D-4F): «Según eso, decía muchas veces con razón aquel viejo Sócrates que, si fuera posible, de alguna manera, subiéndose a lo más alto de la ciudad, se pondría a gritar: “¿A dónde, hombres, os dejáis llevar, los que ponéis todo vuestro esfuerzo en la adquisición de riquezas, pero os preocupáis muy poco de los hijos a los que se las vais a dejar?” A estas cosas yo añadiría que tales padres actúan de forma semejante a como si uno se preocupara del calzado, pero tuviera poco cuidado del pie» (1992: 55-56). Y más adelante afirma: «Resumiendo, pues, digo (y podría parecer con razón que estoy pronunciando oráculos más que dando consejos) que en estas cosas el único punto capital, primero, medio y último, es una buena educación y una instrucción apropiada, y afirmo que estas cosas son las que conducen y cooperan a la virtud y a la felicidad. El resto de los bienes son humanos y pequeños y no son dignos de ser buscados con gran trabajo. Un linaje bueno es una cosa bella, pero es un bien de nuestros antepasados; la riqueza es preciosa, pero es un don de la fortuna, ya que muchas veces la quita a los que la tienen y, llevándosela, la ofrece a los que no la esperan» (57).

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a causa de las riquezas que adquirieron, muestran bien que no saben lo que la acaeció a la calabaza que se glorificaba de ser más alta y elevada que el pino con toda la pomposidad de sus ramos136. 106. CABALLERO. Sea eternamente celebrada la gloriosa memoria y nombre de Hércules Gonzaga, cardenal de Mantua137, el cual disponía que la juventud que servía en su casa en el tiempo que no se ocupaban en su servicio, entrasen en el gabinete de sus secretarios y recibiesen de ellos varias copias para trasladarles, a fin de que por este medio aprendiesen no solamente la bella forma de su caracteres, sino también la nobleza del estilo, de los discursos y expresiones en todo lo cual excedía este señor a los más hábiles secretarios. Al modo que ciencia, religión y santidad de vida no cedía a alguno de su orden y colegio138. ANÍBAL. Esa conducta era digna de él, pareciéndole irregular que debajo de una cabeza tan erudita, se viesen miembros ignorantes. Pero semejante modo de obrar es muy raro, pues ordinariamente vemos que en las cortes de los grandes apenas hay diferencia en cuanto a las letras entre los caballeros y los lacayos. CABALLERO. Si tenéis por bueno que los miembros concuerden y se proporciones con la cabeza, poca falta es que los criados no sean tan atrevidos que quieran saber más que sus dueños. 107. ANÍBAL. Es sin duda abuso considerable que los príncipes lo sean sin tener conocimiento de las buenas letras y que quieran prevalerse del dictamen de cierto emperador, a quien como se le dijese que entre el discurrir había faltado a las leyes de la Gramática, respondió que, si un emperador tiene dominio sobre las leyes, también podía tenerle sobre Gramática. Aunque bien añadiré que los príncipes de nuestro tiempo apenas incurren en este defecto, habiendo pocos que no sean igualmente famosos y celebrados por su erudición y doctrina que 136  Alude

a la fábula de Esopo El pino y la calabaza: «Por una casualidad, muy frecuente en el campo, cayó cierta primavera una semilla de calabaza al pié de un pino de corta estatura. Como el sol era tibio, las brisas suaves y fecunda el agua, vióse la calabaza brotar y crecer con lozanía, en términos de que antes de mucho sobrepujaba en corpulencia y verdor a su compañero. —“¡Miserable! (le dijo): llevas una porcion de años en esa tierra, sin que apenas te llamen árbol, y yo en solo cuatro dias, puedo ya desafiarte y vencerte”. El pobre pino se calló su boca y aguardó tiempos mejores. Efectivamente, tras de la primavera viene el verano, y como entonces el sol abrasa, los vientos queman y el agua desaparece, la calabaza, que no había hecho más que estirar su figura, se agostó al momento; mientras que el pino, que pasaba su juventud ahondando la tierra, extrajo de ella los jugos que le negaba la atmósfera, y vivió largos años tan verde y tan hermoso» (1871: 90-91). 137  Hércules Gonzaga, hermano de Federico, vivió entre 1505 y 1563, y fue cardenal desde 1527. 138  Colegio Cardenalicio de Roma.

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por la extensión de sus estados, para cuya conversación ven bien que acaso no hay cosa más útil ni segura que esta139. 108. Pero volviendo al deber [f. 155] y oficio de los padres, diremos que aquellos manifiestan ser prudentes que mientras más ricos y poderosos fueren tanto más tendrán presente que las riquezas son adquiridas con trabajo, guardadas con temor y pérdidas con dolor. Y que los que en ellas se fían, no dejarán de hallarse reducidos a ruina y confusión, puesto que, aquellas son las verdaderas riquezas que no pueden perderse una vez adquiridas140. Por lo que serán solícitos en hacer instruir a sus hijos en las buenas letras, persuadiéndoles a que nunca serán ricos hasta que sean virtuosos. 109. Ni echarán en olvido el ejemplo de Filipo rey de Macedonia, el cual apenas vio nacido a Alejandro su hijo cuando despachó cartas y mensajeros a Aristóteles, declarándole el sumo gozo que sentía, no tanto por el nacimiento de su hijo, como porque hubiese sido en tiempo de este filósofo a cuya sabiduría y gobierno le había ya ofrecido y destinado141. Este ejemplo me mueve a una justa ira y desprecio contra nuestro tiempo en que se hace tan poco caso de los hombres que hacen profesión de enseñar las buenas letras y no solo estas, sino también los modos del bien vivir que son los dos mayores bienes que se pueden apetecer en este mundo y por cuyo hecho no solo son dignos de la estimación de los padres, sino aun de que estos les rindan una honorífica veneración142. 110. CABALLERO. Yo también soy de sentir que los buenos maestros son acreedores a toda honra, pero vos sabéis cuán difícil es el encontrarlos tales, esto es, que tengan la ciencia acompañada de bondad y sinceridad de costumbres. Sé muy bien que he conocido algunos que eran no solamente arrogantes, inflados de gloria, deshonestos, insolentes, crueles y brutales, sino también pérfido y endiablados, y que procuraron hacer beber a los simples y crédulos muchachos el veneno de las herejías introducido en sus lecciones artificiosas y mal entendidas. 139  Este párrafo se halla solo en la CC de 1575 (Altobello Salicato, Venecia, 382). Por tanto, se deduce que la edición utilizada por Hervás debió ser la de este año. Por otro lado, este exemplum se repite en el libro II de la CC (ff. 104-104v, nota 166). 140  Es un lugar común de la ética clásica que traduce una sentencia de san Agustín: «Verae sunt illae divitiae, quas cum habuerimus, perdere non possumus» (Cf., Divitiae). 141  La alusión es a Filipo, rey de Macedonia, quien dejó a Aristóteles la educación de su hijo. El exemplum se lee en Aulo Gelio (1824: IX 3): «Epistula Philippi regis ad Aristotelem philosophum super Alexandro recens nato». 142  Sobre la temática de la educación de los hijos véase Quintiliano (I, 8-10), Plutarco (Sobre la educación de los hijos, 1992: 54-57), Erasmo (De pueris instituendus 1971: 25, 16-19; 41-42, 52-63).

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ANÍBAL. Muy bien sé que los hay muy viciosos y sé igualmente que hay muchos que, sin estar inquinados de tan perniciosos errores, son no obstante viciosos e inciviles. En medio de los grandes elogios que se tributan a Séneca por causa de sus escritos, se le desacredita grandemente porque fue maestro de Nerón y autor [f. 155v.] de sus vicios, no tanto por haberle incitado al mal, como por no haber refrenado y contenido sus indignidades, viendo que tan voluntariamente se abandonaba a ellas143. 111. Que es por lo que lo que conviene que los padres sean cuidadosos y diligentes en la elección de maestros y soliciten que aprendan sus hijos las buenas costumbres con las buenas letras, guardándose así mismo de decir o hacer cosa alguna de honesta o incivil en su presencia por miedo de que les imiten. CABALLERO. Habéisme traído a la memoria el ejemplo de aquel pedagogo indiscreto que llevando a pasear el hijo de su señor y viéndole alzar del suelo un higo para comérsele, le riñó ásperamente y arrebatándole el higo de las manos se le comió el mismo por temor de que su escolar no le comiese. 112. ANÍBAL. Concluíamos pues que a los padres toca el hacer instruir bien a sus hijos y pensar en dejarlos más sabios que ricos, siguiendo la sentencia del que dijo: «Si tu hijo es sabio y bien criado, tendrá medios suficientes; si es ignorante y necio nunca tendrá bastante, puesto que las riquezas nunca dicen bien a los necios». Que si los niños no siguen las letras que no dejen de tenerles continuamente ocupados en algunos otros honestos y virtuosos ejercicios, persuadiéndose sobre todo a que no hay cosa más arriesgada que una juventud ociosa. Y al modo que no se encuentra fruto alguno en la planta que no mostró primeramente hojas y flores, así en la mayor edad no gozará reputación alguna aquel que durante su juventud no hubiese afanado en el conocimiento de las disciplinas. §. XI 113. Hay también entre las ocasiones del suceso infeliz de los hijos esta otra y es cuando el padre no cuida de hacerles en tiempo y lugar alzarse de la tierra144. CABALLERO. ¿Qué entendéis por este modo de hablar?

143  Este exemplum se lee en Vite de’ filosofi moralissime e le loro elegantissime sentenzie extratte da Laercio e altri antiquissimi auttori… (1535: 56v). Sobre la elección de un buen maestro, véase: Sobre la educación de los hijos de Plutarco (1992: 55-57). 144  Equivale a ‘levantar los ojos al cielo’.

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ANÍBAL. Que un padre deseoso de la gloria de su hijo es regularmente tan solícito en hacerle aprender las cosas terrestres que, olvidando el primer fundamento de la sapiencia que es el temor de Dios, de ningún modo procura instruirle en la religión cristiana. Y de aquí procede que, habituado el miserable muchacho a todo lo que es de este siglo y destituido [f. 156] de la verdadera luz, se extravía del recto camino y es conducido a la perdición y ruina145. CABALLERO. ¡Oh! Y qué bien remacháis el clavo al presente, supuesto que la sabiduría de este mundo no es en el cielo otra cosa que locura y es imposible que el que no conoce a Dios viva bien entre los hombres146. ANÍBAL. A este sentir cristiano asiente también el divino filósofo Platón147 cuando grita y se enfurece contra los padres, los cuales muestran no saber lo que se hace, moviendo los pies acá y allá sin razón alguna, pues afanan tanto para enriquecerse y ni aun levemente cuidan de hacer enseñar a sus hijos la justicia, por cuyo medio es conveniente que sepan usar de sus bienes y distribuir rectamente su herencia, dando lugar a que obrando así se diga que se anhela por las cosas superfluas y se desprecian las necesarias. 114. CABALLERO. Es innegable que, juntando grandes riquezas a los hijos, se les prepara muy de ordinario su ruina. Y conozco ser cierto lo que poco ha dije que como la necesidad hace al hombre industrioso y llegar a rico, así la abundancia de todo le retira del trabajo y le corrompe. Como se confirma cada día por el ejemplo de algunos pobres maestros de gramática que van a los estudios de leyes y medicina en compañía de estudiante ricos, con cuya asistencia se hacen en poco tiempo doctores cuando sus estudiantes se quedan siempre tales, ni hacen progreso alguno. De tal suerte que a veces llegan a tener envidia al estado y elevación de sus maestros. Esto me hace concluir que la necesidad hace al buen criado y vengo a considerar que las riquezas, según el dictamen de un poeta, conducen al hombre a desvarío ni por ninguna razón merecen los encomios que las tributamos ayer en el discurso que tuvimos de la nobleza148. 115. ANÍBAL. Muy al contrario, las riquezas consideradas simplemente en sí mismas son buenas, pero de ningún modo lo son al hombre ignorante ni al que abusa de ellas. Para usarlas bien, es necesario primeramente poseer la virtud, 145  Libro de los Proverbios (1: 7): «El principio de la sabiduría es el temor de Jehová; los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza». 146  Guillermo glosa la carta de Pablo a los corintios (3: 19): «Porque la sabiduría de este mundo es insensatez para con Dios; pues escrito está: Él prende a los sabios en la astucia de ellos». 147  Solo en la CC de 1574 se explicita el nombre de Platón, que puntualmente Hervás vuelve a añadir en su versión. 148  Erasmo, Adagia: «Necessitas magistra» (1987: 298 L IV VII 55).

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sin la cual constituyen al hombre hinchado de la soberbia, le hacen insaciable, le llenan de viles pensamientos, le exponen a acaecimientos temerarios, le enervan y destruyen su cuerpo, excitan sediciones domésticas, causan que los hijos [f. 156v.] obedezcan menos a sus padres y que los padres sean más enfadados a sus hijos, y son finalmente motivo de muchos delitos enormes y detestables. Muy bien comprendieron estos los persas, los cuales —bien que destituidos del conocimiento del verdadero Dios— sobre toda otra cosa se empeñaban en que sus hijos poseyesen justicia y verdad. Yo quisiera pues que los padres fuesen solícitos y cuidadosos de alimentar bien el cuerpo y la alma de sus hijos pero respecto de que la alma es la más excelente, también sería razón que su principal solicitud fuese de ella. 116. Y supuesto que esta en los infantes es al modo de una tabla rasa en la que nada hay pintado, y como una tierna vara que se puede doblar como se quisiere, es cosa manifiesta que en ella se pintan e ingieren fácilmente las virtudes y vicios que se mantienen allí hasta la vejez. Que es por lo que dijo muy bien el sabio que el joven que una vez eligió un camino cuando llegare a viejo no le será posible salir de él149. También enseña la experiencia que se graban mucho mejor en la memoria las cosas que se aprendieron en la pueril edad, y así los padres estarán advertidos —según requiere su obligación— de enseñarles entonces las cosas mejores, cuales son temer y reverenciar a Dios, teniendo por muy verdadero que él que tiene el conocimiento de todas las cosas sin tener el de Dios, en realidad nada conoce, antes es sumamente ignorante. 117. CABALLERO. Ya que los padres no quieren, o no pueden estar continuamente sobre sus hijos y hacerles ir por el camino derecho, deberían a lo menos ser solícitos en confiarles a la conducta de maestros no menos cristianos que doctos, que les acostumbrasen a sus horas proporcionadas a orar a Dios y a temerle. Y los que entre las lecciones humanas mezclasen siempre discursos y advertencias católicas, siendo así que se imprime un religioso deseo en estos corazones tiernecillos, se mantendrá esculpido todo el tiempo de su vida y muriendo vivirán con su salvador Jesucristo. 118. ANÍBAL. Vos estáis en el caso porque si el padre es diligente en constituir a su hijo capaz de la ley de Dios, logrará también la ventaja de que él dijo le rinda mayor veneración y respeto, sabiendo que así lo manda Dios150. [f. 157] 149  Libro de los Proverbios (22: 6): «Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él». 150  La alusión es al quinto mandamiento: «Honra a tu padre y a tu madre».

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§. XII 119. A esta ocasión de la fatal conducta de los hijos se puede añadir otra, es a saber cuando el padre muestra a su hijo el espejo manchado151, quiero decir, cuando él mismo le da mal ejemplo de lo que antiguamente se abstuvieron cuidadosamente los romanos, cuya modestia y discreción era tan grande que ni el padre en la presencia del hijo ni el suegro delante de su yerno osaban lavarse en los baños porque era crimen gravísimo que el padre se dejase ver desnudo de su hijo. Y así no es de admirar que Catón el censor degradase y excluyese del nombre y título de senador a Manlio, solamente porque había besado a su mujer delante de su hija152. Con que, de aquí y de la ocasión precedente ya tratada podemos inferir que no le basta al padre dar buenos maestros a sus hijos, y hacer que se les den buenas instrucciones, si el mismo no se les muestra tal, cuales quiere que sean porque sin esto, tanto bueno como el maestro les podrá enseñar educándoles, otro tanto malo y aún más les hará patente el padre obrando mal, cuyos pasos por natural instinto seguirá el hijo más bien que los de su hayo. 120. CABALLERO. Esta advertencia es admirable y se verifica en muchos que yo conozco, quienes siendo buenos debajo del ala del maestro, se hicieron malos con sus padres. ANÍBAL. Yo he visto padres jugadores y blasfemos, cuyo ejemplo siguieron sus hijos con la mano y con la lengua tan infamemente como lo habían tomado de sus padres. CABALLERO. Es cosa tan natural que el hijo sea la mona y remedo del padre153, así del juego como de las blasfemias y otros vicios, que si fortuitamente hay alguno virtuoso y bien acondicionado, cuesta trabajo el hacerle tener por tal a causa de la mala opinión que se ha concebido del padre, y antes bien se 151  La imagen del espejo de virtud de los padres se halla en Plutarco (Sobre la educación de los

hijos, 14A): «Ante todo, es necesario que los padres con su conducta intachable y haciendo todo lo que deben se ofrezcan a sí mismos como ejemplo claro para sus hijos, para que, mirándose en la vida de éstos como en un espejo, se aparten de las obras y palabras vergonzosas. Pues los que caen en las mismas faltas que reprenden en sus hijos, que yerran, no se dan cuenta de que se convierten en acusadores de sí mismos en nombre de aquéllos. Y, resumiendo, si viven vilmente, ni siquiera tienen libertad para reprender a sus esclavos y cuánto menos a sus hijos» (1992: 80). 152  Plutarco, Deberes del matrimonio (139E): «Catón expulsó del senado a un hombre que besaba a su mujer delante de su hija. En verdad esta postura es, quizá, demasiado severa. Pero, si es vergonzoso, como lo es, besarse, amarse y abrazarse delante de otros, ¿cuánto más vergonzoso no será reñir y discutir unos con otros, estando otras personas presentes? Y ¿no es mejor que las relaciones sexuales y las caricias de la mujer sean secretas, y que la amonestación y el reproche se hagan con clara y abierta libertad?» (1986: 183). 153  Es decir, que imita el comportamiento de su padre.

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cree que sea heredero no menos de sus malas operaciones de sus facultades, y si no hay otra cosa que echarle en cara se le dirá a lo menos que es hijo del peor hombre del mundo154. 121. ANÍBAL. Añadid ahí también que, aunque el padre sea de buena y loable vida, como el hijo sea malo se disminuye la virtud y opinión del padre por el vicio del hijo y se juzga casi imposible que el hijo haya [f. 157v.] adquirido este método vicioso de vivir sin culpa de su padre. Y por esto se llega a creer que hubo caballeros romanos que usaron de extrema severidad hacia sus hijos, obligados a esto no tanto de odio concebido contra ellos, como por ser celosos de su propio honor y crédito y del deseo que tenían de conservarse sin imperfección alguna. Aconsejo pues al padre que procure vivir bien, no menos por sí que por la utilidad y recomendación de sus hijos, los cuales admirando aquella virtud que brilla continuamente en las acciones de sus padres, se moverán a imitarlas. Y viendo que todos los domésticos están alrededor del padre sin hablar palabra, atendiendo al menor gesto y seña de precepto para obedecerle puntualmente, esta gravedad penetra sus tiernos corazones y les incita a hacerse semejante a su padre. De este modo, el padre practicando esta honesta manera de proceder, quita a los hijos la ocasión de decir: «Si hacemos mal, de vos lo aprendimos». Fuera de esto, dando el padre mal ejemplo a sus hijos, no puede esperar otra resulta, sino que con el tiempo se verá despreciado y mofado de ellos, quienes harán tan poco caso de él como se hace de las personas que han vivido desastradamente. De suerte que, viéndose desviado de la amistad y apoyo de sus hijos, morirá en fin si algún descanso ni consuelo. Ni tampoco quiero callar que regularmente viviendo mal el padre come el fruto con que después se cortan los dientes del hijo155. CABALLERO. Confirma eso la sentencia que dice: Regularmente el hijo es castigado, por el paterno crimen y pecado156.

122. ANÍBAL. Así sucede de ordinario que los pobrecillos sin haber pecado cumplan la penitencia de las faltas y delitos de sus padres, cuya ley, pareciéndome excesivamente rigurosa, quise cierto día saber la causa y pregunté al respetable senador Francisco Beccio157 mi grande amigo porqué el emperador se indujo 154  Cf.,

Juvenal (1685: XIV 44-45). refiere al proverbio bíblico: «En aquellos días no dirán más: los padres comieron las uvas agrias y los dientes de los hijos tienen la dentera» (Jeremías, 31:29). 156  No se encuentra el autor de estos versos. 157  Amigo de Esteban Guazzo. 155  Se

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a hacer una disposición tan severa. Y entre otras muchas razones que me alegó, sobre todas me llevó la atención esta que temiendo naturalmente el padre el mal de sus hijos más que el suyo propio, por esto se guardará más de incurrir en aquellos delitos cuyo castigo recae sobre los hijos. De donde podemos conocer que el padre que vive mal, acarrea daño, desdoro e infamia a sus hijos. Y que él no debe persuadirse a que los buenos documentos basten para la instrucción de ellos, antes se deberá añadir efectos conformes a la voz, viendo que los niños no hacen caso alguno de lo que dice y [f. 158] si mucho de lo que hace el padre, como en otro tiempo hizo el cangrejo, que mandándole su madre —como cuenta la fábula— que anduviese hacia delante y no hacia atrás, él la respondió: «Enseñadme el camino y yo os seguiré»158. 123. Por tanto, quien desea purificar a sus hijos que comience a limpiarse el primero y por el ejemplo de su caridad, devoción, justicia y otras virtudes constituirles devotos, caritativos, justos y virtuosos. Y sepa que el hombre no puede usar de más aguda espuela cuando pretende que alguno haga una cosa que ser el mismo el primero en hacerla, y enseñarle el camino. Después de haberse justificado a sí mismo ya podrá con honra y resolución reprenderles como hizo antiguamente Dionisio de Sicilia, el cual, habiendo cogido en una falta a su hijo, le dijo: «¿Me has visto nunca cometer un yerro semejante?». A que le replicó el hijo: «Y tú no tendrás un hijo que sea rey después de ti», como después le sucedió cuando siendo por su grande crueldad arrojado de su reino, se vio obligado a irse vagabundo, hasta que encontró en donde ganar la vida enseñando muchachos159. §. XIII 124. Pero vengamos a las demás ocasiones de la infortunada conversación que acaece entre el padre y los hijos, de las cuales se nos ofrecen dos: la una, cuando el padre es más que madre; y la otra, cuando es más que padre. CABALLERO. ¿Cómo entendéis que sea más que madre? ANÍBAL. Cuando es tan ciego que no ve los defectos y vicios de su hijo y si los advierte, o los alaba, o los disculpa. De tal suerte que si el muchacho se 158  Es una fábula de Esopo titulada El cangrejo y su madre «“No andes torcido —dijo una cangreja a su hijo— no te arrastres oblicuamente sobre la roca mojada”. Y él respondió: “Madre y maestra, primero anda tú derecha y en viéndote lo haré yo”» (1985: 363). 159  El exemplum de Dionisios el Viejo, tirano de Siracusa, se lee en las Máximas de reyes y generales de Plutarco: «Al enterarse que su hijo, a quien pensaba dejar su imperio, había violado a la mujer de un hombre libre, le preguntó con indignación si le conocía a él algún acto de tal naturaleza. El joven respondió: “Tu no tuviste un padre déspota”. Y él le replicó: “Ni tú tendrás un hijo, si no cesas de hacer tales cosas”» (1987: 27).

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hace insolente, atrevido y temerario dice que es señal de alto corazón160. Si es ocioso le celebra de modesto, si locuaz dice que será un gran orador. Y con esta su adulación y con el amor propio del hijo que juzga ser tal este asiente en su idea e imaginación que es el más perfecto hijo del mundo. De esta ceguedad están preocupados por la mayor parte los padres que no tienen más de un hijo. 125. Acerca de esto no quiero omitir el ejemplo de un adolescente de quince a dieciséis años que era de un pronto y gentil entendimiento, pero, por otra parte, vicioso, disoluto y de mala vida por la culpa de su padre y madre, quienes habían resuelto ni castigarle, ni aun amenazarle, ni siquiera decirle palabra que pudiese disgustarle. Acuérdome pues, que en la edad de cinco o seis años si alguno les decía que era preciso reprenderle [f. 158v.] cuando cometía algún delito, al punto le disculpaban diciendo que aún no tenía edad ni sentido para advertir que erraba. Habiendo cumplido los siete años, aún no quisieron castigarle ni con azotes ni con palabras, temiendo que el mucho miedo le conmoviese la sangre y cayese enfermo161. Aun de diez años rehusaron turbarle en sus dislates, alegando que el castigarle y amenazarle podrían envilecer y hacerle perder la generosidad de su espíritu. Y en medio de que al presente es aborrecido de todos los del lugar a causa de sus perversas modales, no cesan aún de excusarle diciendo que se ha adelantado la edad al conocimiento, pero que en breve le enviarán a los estudios adonde adquirirá saber y cortesanía. Yo espero cuando llegue el tiempo en que sus excesos le conducirán a la horca que entonces calumniará públicamente a su padre y a su madre, y que maldiga la nimia ternura de su voluntad y su infame consentimiento. Y aún es de temer que intente —como hizo otro— arrancarles con buenos dientes la nariz o las orejas162. 160  Valerio

Máximo (1988: V 7): «parentum amore et indulgentia in liberos». séptimo año de edad es el límite tradicional de la infancia. Plutarco en Sobre la educación de los hijos, 4A) escribe: «Además, no es conveniente que se omita esto, que también se ha de procurar que los jóvenes esclavos que van a cuidar de los hijos y hacer vida en común con éstos sean, ante todo, buenos en sus costumbres y, además, que hablen en griego y con claridad, para que, unidos a gentes bárbaras y ruines en su carácter, no se les peguen algunos de los vicios de aquéllos. También los que hacen proverbios hablan no sin razón, cuando dicen que “si habitas con un cojo, aprenderás a cojear”» (1992: 54). 162  Se refiere a una fábula de Esopo, La madre y el hijo ladrón: «Robó una vez en la escuela a sus condiscipulos un objeto de poco valor, y lo trajo a su madre, la cual no se lo reprehendió, de modo que el chico siguió robando otras cosas, y conforme iba creciendo fue haciendo robos de mas importancia, tanto que ya hombre fue preso y condenado a muerte por el juez. Cuando lo llevaban al suplicio, viendo que su madre lo seguía llorando y dando gemidos, pidió a los guardias le permitiesen hablarle el oido, y accediendo ellos, se acercó la madre con presteza y puso el oido junto á la boca del hijo, pero este entonces le arrancó la oreja con los dientes; y como la madre y los demas le reconviniesen, porque no solo mostraba su iniquidad como ladrón sino tambien en lo que acababa de hacer, él les dijo: “Esta muger es la causa de mi desgracia; si cuando robé la 161  El

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126. CABALLERO. En eso se puede conocer que por buen espíritu que tenga un muchacho, si no se cría e instituye bien se hace perversísimo. Mas yo aguardaba a que en conclusión me dijeseis que había dado el pago a su padre, al fin de esta su demasiada indulgencia paternal, o poniéndole la mano, o hiriéndole, o arrojándole de su casa como fue la serpiente expelida por el rústico163. Porque para decirlo en breve, dar tanta licencia a un hijo y dejarle la brida tan larga es lo mismo que ponerle las armas en la mano, las cuales bien de ordinario vuelve contra su mismo padre. 127. ANÍBAL. A la verdad, semejantes padres se pueden llamar enemigos y homicidas de sus hijos, porque criándoles desde el principio en delicia, vienen a romperles los nervios del cuerpo y del entendimiento sin echar de ver que como los gusanos y cocos nacen en las maderas tiernas, así nacen los tormentos en los cuerpos delicados164. Y una vez que sus costumbres están pervertidas e inclinadas al mal, ya no hay que esperar la corrección por cuanto están más dispuestos a romperse que a doblarse. Sobre cuyo asunto, un célebre hombre solía decir que él querría mejor estar enfermo que ser delicado, visto que la enfermedad es solamente perjudicial al cuerpo, pero la delicadeza a un mismo tiempo corrompe cuerpo y alma y, particularmente, constituye al hombre injusto porque le aumenta la avaricia, siendo absolutamente [f. 159] imposible que un hombre molle y afeminado no gaste mucho y que gastando mucho se contente con poco. Con que siendo así que quien delibera gastar mucho es preciso que se esfuerce a adquirir mucho, de ahí proviene que el hombre que en esto entiende sea avariento e injusto; porque es muy dificultoso adquirir justamente grandes primer cosa me hubiera castigado, no hubiera hecho despues robos mayores, ni iria ahora á morir en un suplicio”. Desde la infancia ha de empezar el padre á educar sus hijos, corrigiéndoles las faltas por leves que sean. Las faltas leves cuando no se corrigen conducen despues a graves delitos» (1849: 146). 163  En la CC se refiere al «riccio», es decir, el erizo. La alusión es a una fábula esópica, El erizo y la serpiente: «Un erizo perseguido por algunos cazadores se refugió en la rendija de una roca, donde solia habitar una serpiente, a quien suplicó muy humildemente le permitiese pasar el tiempo del peligro, lo que consiguió fácilmente. Retirados los cazadores, la serpiente a quien incomodaban las punzadas que a menudo recibia de su huésped, le dió á entender con mucha cortesía que podía retirarse sin riesgo, suplicándole que le dejase espedita su rendija. “¿Yo salir?” respondió el otro. “Dios me libre. Sepa usted, señor insolente, que tanto derecho tengo yo aquí como usted”. Como el erizo era el más fuerte, valió su razon. La serpiente calló, e hizo bien y tal debíera hacer cualquiera cuando las ha de haber con el que tiene la fuerza en la mano» (1845: 83). 164  El exemplum se halla en Cómo distinguir a un adulador de un amigo de Plutarco: «En efecto, si como a la mayor parte de los otros males, el adulador atacara sólo o principalmente a los innobles y vulgares, no sería tan terrible de evitar. Pero, al igual que la carcoma penetra, sobre todo, en los tipos de madera blanda y dulce, así los caracteres ambiciosos, virtuosos y honrados reciben y alimentan al adulador, que se agarra fuertemente a ellos, y…» (1986: 202).

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riquezas. Es también injusto por otra razón y es porque estando impedido por su tierna y delicada naturaleza y por sus continuados deleites, deja de emplearse en el servicio de su patria, de sus parientes y amigos, ni tiene nada de fervoroso en la oración divina. Cuando hablo de no criar los niños delicadamente, comprendo entre las demás delicadezas el dejarles comer y beber intemperadamente, lo que es causa de que sus cuerpos crezcan menos proporcionados, y —lo que es mucho peor— que sus espíritus se constituían groseros y estúpidos. Y para decirlo en una palabra, criar los hijos con delicadeza es arruinarlos. 128. CABALLERO. Convendría pues que los padres amasen moderadamente a sus hijos, pero la mayor parte de ellos traspasan los límites y les aman con exceso. ANÍBAL. Es indudable que no hay amor alguno que sobrepuje al del padre y por esta ocasión decía Tales165 —y comúnmente lo vemos— que los más prudentes se hacen locos por el amor de los hijos. CABALLERO. El amor de los abuelos para con los nietos es mucho más excesivo que el de los mismos hijos lo que parece es contra las leyes de la naturaleza. ANÍBAL. Al contrario, es cosa esa muy natural porque el amor sube, pero no baja. Y la razón porqué se aman más, es porque los hijos según la naturaleza deben morir primero y por eso el amor hacía ellos se disminuye considerándoles ya como extinguidos, y se aumenta hacia los nietos como hacia nuevos ramos que deben extenderse más adelante y llevar más largo el hilo de la familia. En atención a esto, se dice que viendo Temístocles que su madre tenía mayor cariño y quería con extremo a un hijo de él y no tanto a él, para inferir que este su nieto era el más poderoso de todos los griegos argüía así: «Los atenienses son señores de la Grecia, yo soy señor de los atenienses, mi madre es señora de mí, mi hijo es señor de mi madre»166. 129. CABALLERO. Bien que muchos padres sean tiernos fuera de regla para con sus hijos, con todo eso, esta nimia compasión es propia de la madre, la cual comúnmente educa y cría sus hijos con más dulzura y piedad que pruden165  Tales

de Mileto, uno de los Siete Sabios de Grecia. exemplum se lee en varias obras, una de ellas es Sobre la educación de los hijos (1C) de Plutarco: «Sin duda esclaviza a un hombre, aunque sea valiente, el conocer las culpas de su madre o de su padre. Así como, por el contrario, los hijos de padres ilustres están, naturalmente, llenos de arrogancia y orgullo. Y por eso, se dice que Diofanto, hijo de Temístocles, decía con frecuencia que lo que él quería era aprobado por el pueblo ateniense. Pues lo que él quería, también lo quería su madre; y lo que quería su madre, también lo quería Temístocles; y lo que quería Temístocles, también lo querían todos los atenienses» (1992: 48). 166  Este

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cia. Y se ven al presente muy pocas que a imitación [f. 159v.] de la señora espartana tengan valor para decirlo a su hijo, presentándole el escudo: «Nunca vengas a mí, sino con este o sobre este». Antes bien se oponen a todos los honrados deseos que se previenen a sus hijos y quisieran que estos en todas sus acciones y meneos se pareciesen a las mujeres167. ANÍBAL. Es imposible que una madre sea a un tiempo cuerda y piadosa. CABALLERO. Antes, digo, que castigar a su hijo a tiempo es tener verdadera compasión de él, porque como dice el poeta: Ni la madre que azota es menos dulce168.

ANÍBAL. Si esta embriaguez es reprehensible en una madre, aún lo es más en un padre, cuya obligación es conocer y castigar las faltas de sus hijos, y hacerse cargo de que, adulándoles, complaciéndoles y consintiéndole todo, o les constituye sin corazón y del todo inútiles, o es causa de que ejecuten desatinos muy necios y vituperables. 130. CABALLERO. ¿Pero cuáles son los padres que llamáis más que padres? ANÍBAL. Los que maltratan y tiranizan a sus hijos y sobre quienes en todo tiempo tienen el brazo levantado para castigarles del mismo modo que si fueran esclavos. CABALLERO. Verdaderamente estos padres son odiosos al mundo, pues indiscretamente quieren los hijos a su medida y pretenden de ellos lo que es del todo imposible, queriendo que sean viejos en su mayor juventud, sin permitirles que gocen de aquella libertad que es tan común a esta edad. Paréceme que estos hombres no merecen otro epíteto que el de pedantes169, pues no saben dirigir sus hijos sino con el palo en la mano, porque si fuesen verdaderos padres se contentarían con procurar y hacer que ellos aprendiesen por sí mismos a conocer que el fin de la ley no es otro que el precaverse de las cosas viciosas y ejercitarse en la práctica de las honestas y buenas, lo que nace y procede antes del amor que de la fuerza de otro. Pero estos padres ignorantes se arrogan tal y tan grande autoridad que, sin tener miramiento a la diferencia de las edades, de los lugares, de los tiempos, de los grados y de los modos de obrar quieren obligar a la infancia a 167  Guazzo

propone el contraste con la madre espartana que se encuentra en las Máximas de mujeres espartanas (241F) de Plutarco: «Otra, al entregar a su hijo el escudo, le exhortó diciendo: “Hijo, o con él, o sobre él”» (1987: 265). 168  Petrarca, Triunfo de la muerte (2 93): «Né per sferza è però madre men pia». 169  Erasmo discurre mucho sobre la figura del pedante en De pueris instituendis (1971: 55-59).

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vivir sujeto al temor y a hacerlo todo contra su voluntad, hasta violentarla a traer sus trajes, según los usaban las buenas gentes de su siglo. 131. ANÍBAL. Es cosa segura que ellos lo entienden mal y que los hijos les son poco o aficionados y les obedecen más por temor que por cariño que les tengan. Ni advierten estos homicidas que castigar desmesuradamente a los muchachos y tenerlos en un continuo miedo [f. 160] es causa de que no se pueda descubrir en ellos la inclinación natural, ni qué genero de vida les será propia. Antes bien, esto les pone el espíritu basto y grosero, y de tal modo se extingue su nativo vigor que, volviéndose necios y de ruin corazón, y temiendo siempre errar en todas sus acciones, finalmente se hacen del todo simples y rústicos y con total inhabilidad para tratar entre gentes. Al contrario, los padres debieran considerar que por la falta de edad no pueden gozar los niños el mismo discurso e igual experiencia que la suya y por este medio disculparles si faltasen o excediesen en alguna cosa. 132. CABALLERO. Agrádanme aquellos padres que sin castigar y con sola una hojeada o una seña llena de gravedad, se hacen obedecer y los cuales castigan más a sus hijos con una palabra que con golpes, porque con aquella les hacen advertir vergonzosamente sus faltas. ANÍBAL. Para eso es preciso que el padre habitúe a su hijo a obedecerle más de voluntad que de miedo y si no sabe ejecutarlo así debe confesar que nada menos sabe que gobernar sus hijos, y que es parecido a un viejo de nuestro tiempo de tan extraños y terribles humores que usaba términos tan rigurosos con un hijo suyo como pudiera con un esclavo, siendo aquel honesto y de grandes esperanzas. No cesando pues este cruel padre de atormentarle, el miserable hijo forzado del hambre y de la desesperación se metió soldado y pasó a Cerdeña. Y, finalmente, ha tenido noticia de que peleando contra los enemigos de la fe le hicieron cautivo, de lo que él desapropiado padre da a entender siente algún dolor con llanto más de cocodrilo que de padre170. Pero después acá le han sobrevenido grandes desgracias que le hacen pasar su vida con miserias, infortunios y angustias. 133. CABALLERO. Todo mal está bien empleado en semejante padre. En lo demás es de temer que estos hombres así crueles e inhumanos, no sean verdaderos padres porque, a serlo en las aflicciones de sus hijos, sentirían moverse a piedad su corazón y entrañas. Del mismo modo que lo sintió aquella piadosa 170  Las

lágrimas de cocodrilo es una manera de decir proverbial que se difundió desde la edad clásica. Erasmo lo recoge en su Adagia (1987: 478, II IV 60).

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madre al oír la terrible sentencia de Salomón en que mandó que su hijo fuese, estando vivo, dividido en dos partes171. Y no haciéndolo así serían aún más crueles que las bestias y serpientes, en quienes se observa amor y cuidado a sus hijuelos. ANÍBAL. No por eso debemos culpar a aquellos padres que usan del rigor para con sus hijos viciosos, desobedientes y de mala vida, antes son [f. 160v.] de celebrar, si ejercen justicia proporcionada. Acuérdeseos del ejemplo de Arístipo el cual, teniendo hijos viciosos, los echó finalmente de su casa y no hacía más caso que si nunca hubiesen sido suyos. De cuya severidad siendo reprendido por un su amigo que le decía que habiéndoles engendrado eran sus hijos parte de su cuerpo, él le respondió que también los piojos y las flemas que le destilaba la cabeza venían de él, pero que por inútiles las separaba y las echaba lo más lejos que podía172. CABALLERO. Los padres que más me gustan son los que templan la justicia con la piedad patria en los delitos de sus hijos. ANÍBAL. Así procedió el legislador Seleuco, el cual, queriendo que a su hijo se le sacasen los dos ojos por el adulterio cometido, según la disposición de la ley se hizo primeramente sacar uno a sí mismo y después otro a su hijo. Y con 171  Reyes

(III, 16: 28): «Sabiduría y prosperidad de Salomón. En aquel tiempo vinieron al rey dos mujeres rameras y se presentaron ante él. Una de ellas dijo: —¡Ah, señor mío! Yo y esta mujer habitábamos en una misma casa, y yo di a luz estando con ella en la casa. Aconteció que al tercer día de dar yo a luz, ésta dio a luz también, y habitábamos nosotras juntas; ningún extraño estaba en la casa, fuera de nosotras dos. Una noche el hijo de esta mujer murió, porque ella se acostó sobre él. Ella se levantó a medianoche y quitó a mi hijo de mi lado, mientras yo, tu sierva, estaba durmiendo; lo puso a su lado y colocó al lado mío a su hijo muerto. Cuando me levanté de madrugada para dar el pecho a mi hijo, encontré que estaba muerto; pero lo observé por la mañana y vi que no era mi hijo, el que yo había dado a luz. Entonces la otra mujer dijo: —No; mi hijo es el que vive y tu hijo es el que ha muerto. —No; tu hijo es el muerto, y mi hijo es el que vive —volvió a decir la otra. Así discutían delante del rey. El rey entonces dijo: —Ésta afirma: “Mi hijo es el que vive y tu hijo es el que ha muerto”; la otra dice: “No, el tuyo es el muerto y mi hijo es el que vive”. Y añadió el rey: —Traedme una espada. Y trajeron al rey una espada. En seguida el rey dijo: —Partid en dos al niño vivo, y dad la mitad a la una y la otra mitad a la otra. Entonces la mujer de quien era el hijo vivo habló al rey (porque sus entrañas se le conmovieron por su hijo), y le dijo: —¡Ah, señor mío! Dad a ésta el niño vivo, y no lo matéis. —Ni a mí ni a ti; ¡partidlo! —dijo la otra. Entonces el rey respondió: —Entregad a aquélla el niño vivo, y no lo matéis; ella es su madre. Todo Israel oyó aquel juicio que había pronunciado el rey, y temieron al rey, pues vieron que Dios le había dado sabiduría para juzgar». 172  Esta anécdota se lee en varios textos, entre ellos la Apophthegmata (Liberi digeneres, 55) de Erasmo: «Incusante quodam, quod filium, sic abiiceret negligeretque, quasi ex ipso natus non esset: An non, inquit, et potuitam et pediculos e nobis natos velut inútiles procul a nobis abiicimus? Sensit, eos non habendos pro filiis, qui nihil haberent alioqui, quo se parentum affectui commendent, nisi quod ab ipsis progeniti sint. Ita senex in Comoedia: Tantisper te volo meum, dum id quod te dignum est, facis» (1570: 207).

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este admirable temperamento, satisfizo de un golpe al deber de padre misericordioso y de justo legislador173. 134. Más volviendo a los ejemplos que habéis producido, conozco queréis inferir que el padre es causa de la desgracia e infelicidad de su hijo, cuando es o muy dulce, o muy agrio y cruel. Pero yo creo que hay pocos padres que sepan seguir el camino medio, de suerte que nada se extravíen del uno o del otro lado fuera de los términos prescritos al oficio paterno. ANÍBAL. Por este motivo los romanos daban voluntariamente a criar sus hijos a sus hermanos, considerando que estos les mirarían con vista más sana, pues en ellos se veía la caridad de la sangre sin la ternura paternal. Debemos creer que Dios da al hijo padre y madre, a fin que la prudencia del uno y la dulzura y piedad de la otra sean causa de su composición, y de que en su educación se observe un método proporcionado. §. XIV 135. CABALLERO. En mi sentir podéis añadir a las ocasiones de la diversidad que hay entre padre e hijo otra muy importante. ANÍBAL. ¿Y cuál? CABALLERO. La desigualdad del amor del padre hacia los hijos. ANÍBAL. ¿Pues qué ponéis esto entre los defectos? CABALLERO. ¿Pues os parece justo y decente que acaricie y agasaje más a uno que a otro de sus hijos y que siendo todos su carne y su sangre, mire a uno con ojos tiernos y a los otros se muestre severo? ANÍBAL. ¿Pareceos razón que seáis más afecto a uno de los sonetos y [f. 161] otras bellas composiciones que produce vuestro fértil y noble entendimiento que a otras, y que acaso el menos digno sea el que más os contente? Estad cierto de que el señor Juan vuestro padre no ama igualmente a todos sus hijos y con todo eso el que está menos en gracia no tiene razón de quejarse de él174. CABALLERO. Yo nunca doy ocasión a mi padre para que me deba tratar más severamente que al resto de mis hermanos que, si lo hiciera, me daría él también motivo de poderme quejar de él mientras viviese o después de su muerte. 173  Es

otro exemplum clásico bastante difundido. Se lee desde en la obra de Cicerón hasta en la de Valerio Máximo (1988: VI 5 ext. 3) y también en Guicciardini (302 661). La severidad de Zaleuco pasó a ser una manera de decir proverbial, de hecho, Erasmo lo recoge en su Adagia (1987: 620, II X 63=1963). 174  Alude a Giovanni (Juan) Guazzo, padre de Guillermo (interlocutor de la CC) y Esteban (autor de la CC). Este último no deja entender a cuál de los dos hermanos el padre quiere más.

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ANÍBAL. Y tendréis175 razón. CABALLERO. Y vos habláis contra vos mismos, pues poco ha me dijisteis que no tendría razón alguna para hacerlo. ANÍBAL. Bien presto nos avendremos. 136. CABALLERO. Suplícoos me aclaréis esta duda y decidme ¿qué culpa tiene el hijo si el padre le ama menos a causa de que no es tan hermoso como otro hermano suyo? ANÍBAL. ¿Y qué falta comete el padre si le ama menos a causa de que no le obedece tan bien como otro? CABALLERO. Ya comienzo a entenderos. Pues queréis que la desigualdad de amor hacia los hijos le sea con razón permitida al padre. ANÍBAL. Yo bien permito la desigualdad de amor, pero no la injusticia. CABALLERO. ¿Cómo así? ANÍBAL. Un padre mercader tendrá un hijo doctor, otro soldado y el tercero mercader. Entre estos asegurad que querrá más al mercader, viéndole en todo conforme a sus modales y vida, pero será justo que el doctor y el soldado le disculpen en lugar de acusarle de esta superabundancia de amor, porque él naturalmente ama más lo que más se le parece. Que, si el padre no le trata igualmente en las comodidades del vivir, vestir y demás goce de sus bienes, y del mismo modo que al mercader, entonces tendrán justa razón de quejarse de su injustica. CABALLERO. ¡Ah, que es muy difícil a un padre administrar igualmente justicia, una vez que esta pasión se apoderó de su alma! ANÍBAL. Tanto mayor es la prudencia de aquel padre que prefiriendo los méritos de su hijo a su propia pasión, vence el sentido con la razón y se manifiesta en sus efectos un mismo padre para con todos. 137. Yo no niego que un padre deba sabiamente repartir su gracia a sus hijos, a uno más al otro menos, según su merecimiento porque como este favor aumenta la gallardía del que de suyo es pronto, [f. 161v.] asimismo con el disfavor excita el espíritu dormido del que es lento en cumplir con su obligación. Aquellos sí que merecen ser censurados, los cuales con una injusta parcialidad y sin ninguna justa consideración, tratan a uno de los hijos como legítimo y a otro como bastardo. De donde dimana que el desfavorecido no solamente pierde el afecto que tenía al obsequio del padre, sino que también comienza a aborrecer secretamente a su hermano. De modo que, el padre que debió promover la paz y unión entre sus hijos, plantará en sus corazones con su necia parcialidad, una raíz de perpetuo odio y discordia. Y por tanto debiera el padre advertir bien el 175  El

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autor escribe ‘tendrais’.

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motivo que algunas veces le incita a no hacer caso de su hijo. Lo que digo por cuanto hay algunos que quieren a uno menos que a otro, no por vicio que tenga, sino por algún defecto natural, en lo que parecen cometen un grande yerro, pues quieren que padezca la pena de su propia falta el inocente hijo a quien engendró acaso al tiempo de estar poseído de alguna enfermedad de cuerpo o de espíritu. 138. CABALLERO. Dícese que Escipión el Africano amaba únicamente un hijo suyo simple y en todo y por todo desemejante a él. ANÍBAL. En esto se mostraba padre no menos prudente que amigable, porque aquel a quien la naturaleza es menos favorable, es por eso más digno de compasión. CABALLERO. Otro tanto como fue prudente Escipión, son necios algunos padres que desde la cuna elijen uno de sus hijos por su más querido. Y sin contemplar si su elección es buena, continúan en esta pasión y le aman tiernamente sobre todos los demás que lo merecen mejor que él, teniéndole —como dicen los franceses— por su mignon176, sin tener sonrojo de que cualquiera conozca está su afición excesiva y mal fundada. 139. ANÍBAL. Aquella mona que parió dos monillos de un vientre, a uno de los cuales amaba ella y aborrecía al otro, por un peligro inminente se vio forzada a escaparse y tomando su hijuelo el más querido entre sus brazos, tropezó al huir y le estrelló contra el suelo de la caída. El menos amado que iba subido sobre la espalda, se agarró a ella fuertemente y pudo salvar la vida177. Por cuya fábula se ve que frecuentemente padece el padre el castigo de este error, visto que estos hijos de lado derecho como criados más libre y licenciosamente también se hacen más arrogantes, más coléricos, más impacientes, más desgarrados y [f. 162] y menos obedientes y dóciles que los otros. Al contrario, vemos cada día hijos naturales y bastardos, quienes expulsos y desterrados de sus padres, ellos por sí mismos y por su propia industria se han avanzado y puesto en tal graduación y estado que excedieron con mucho en grandeza y poder a su padre y sus hermanos legítimos, y aún pudieron socorrer a estos en sus trabajos y aflicciones. CABALLERO. Con que diremos que la injusticia del padre y no la desigualdad del amor es causa de las diferencias que se experimentan entre padres e hijos. ANÍBAL. Así es. 176  Guillermo

muestra una reminiscencia lingüística de su experiencia francesa. a una fábula de Esopo titulada Los hijos de la mona: «Dos hijos pare una mona con dolor y tras el parto no es la misma madre para ambos, sino que a uno, por una preferencia desgraciada, lo acurruca en su regazo con demasiada fuerza y lo ahoga. Al otro, en cambio, lo arroja de sí como algo sobrante e inútil y este, yéndose a un lugar solitario, sobrevive. Así es también el carácter de muchos hombres de quienes debes ser siempre enemigo más que amigo» (1985: 324). 177  Alude

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§ XV 140. Más respecto de que hicimos mención de los mercaderes padres de doctores, se me viene a la memoria muy a propósito otra ocasión que algunas veces causa el que haya discordias entre hijo y padre, esta es cuando el padre es chico y el hijo grande, quiero decir cuando el padre es mucho más inferior que hijo en dignidad y estado. Como por ejemplo si un padre es ignorante y plebeyo y el hijo sabio o cortesano, siempre hallareis dificultades en conformar estas dos distintas cabezas, porque el padre siguiendo su natural propensión a cosas bajas y de poca monta no conoce ni estima el grado y esfera de su hijo. Y si no se atreve a levantar el grito, a lo menos está mal contento en su interior, viendo a su hijo vestir costosamente, vivir con opulencia y usar de gravedad en sus conversaciones. Y menor quisiera que su caudal se emplease en tierras, ganados u otras cosas que en aquellas grandezas y magnificencia. Es verdad que hay otros que no son tan groseros, que dejen de conocer bien los méritos de sus hijos, pero les aflige una pasión oculta de verse inferiores, y solo buscan el impedirles y estorbarles, así con hechos como con palabras que no arriben a sus honrosos deseos y designios. Volved ya la hoja y contemplad al hijo, quien o advirtiendo que el padre no le respeta como los demás, o viéndole vivir con demasiada mecánica y sin salir de él lodazal, se separa de su amor y no quisiera verle jamás, pareciéndole le causa deshonra y si no están malo que le desee la muerte, a lo menos se alegra de que alguna dolencia le obligue a vivir retirado en un rincón de su casa. 141. CABALLERO. Muy a nuestro caso oí el otro [f. 162v.] día hablar de un hombre tan villano y avaro que nunca quiso permitir que un hijo suyo doctor tuviese un criado. De suerte que, si quería salir por la ciudad se valía de un pobre vecino suyo que le seguía por cortesía. Sucedió pues que estando aquel guardando al vecino la puerta de su casa para que le acompañase a misa y haciéndose tarde, el padre que acaso reconoció su miseria se puso la capa y acercándose el hijo le dijo: «Id delante que yo os seguiré». Queriendo persuadirse a que el hijo sería tan necio y poco avisado que aceptaría el partido y daría lugar a que se viese por las calles semejante espectáculo. ANÍBAL. Yo creo que este se ofreció a acompañarle más por no verse obligado a dar de comer al vecino que por vergüenza que tuviese de su villanía o por el respecto que tributase a la dignidad de su hijo. 142. CABALLERO. Pues hemos venido a estos ejemplos, yo sabría con gusto de vos quien debe tener la precedencia, habiendo tal desigualdad de esferas entre padres e hijo.

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ANÍBAL. Esta duda fue en otro tiempo evacuada por el filósofo Tauro, el cual habiendo sido visitado por un pretor romano y por el padre del mismo pretor, y no habiendo más que un asiento en su cuarto, mientras se traía otro, rogó al padre que se sentase, el cual respondió que su hijo era quien debía sentarse primero siendo magistrado del pueblo romano. Tauro insistió en pedirle que se sentase y que después él le diría a quién tocaba esta preferencia. Finalmente, sentados padre e hijo, ordenó el filósofo en esta manera: que, en los lugares y actos públicos, no teniendo el padre puesto público, cedería y haría lugar al hijo como a quien representada la majestad del príncipe o de la República. Pero que fuera de estos actos generales, en los demás en que es permitido sentarse o pasearse como particulares, como también en los banquetes domésticos y familiares, entonces debe cesar la autoridad pública y es justo que prevalezca y tenga más fuerza la autoridad del padre sobre su hijo. Y pues —añadió—: «Estamos aquí familiar y privadamente entre nosotros, es también razón que el padre del pretor use en mi casa de las preeminencias que acostumbra y debe tener en la suya»178. 143. CABALLERO. En favor de esa opinión era [f. 163] preciso que aquella mañana el padre del doctor de quien habemos179 hablado, hiciese venir a misa tras de sí a su hijo vestido de sus hábitos largos, pues no era llamado a magistratura alguna y no siendo sino un simple doctor y, no obstante, aunque este espectáculo hubiese sido puesto en razón, no se hubiera visto sin risa. ANÍBAL. Si ese ejemplo merecería con razón risa, fue digno de ser admirado el de Sempronio Graco, quien siendo cónsul romano, por mantener la autoridad de su empleo, viendo que le salía el encuentro montando a caballo su padre Quinto Fabio el Grande el cual era procónsul, mandó a sus archeros que se adelantasen y le hiciesen bajar del caballo, lo que el padre ejecutó al punto que lo dio y alabó altamente a su hijo por haber sabido usar tan bien de la autoridad correspondiente a la majestad del pueblo romano180. Más volviendo a nuestro discurso decidiremos que la altura del hijo y el abatimiento del padre son regular ocasión de que no concuerden en voluntades y tengan opuestos deseos. De modo que, al hijo le incumbe en cualquiera elevación que se halle, el honrar y contemplar a su padre, aunque sea humilde y vil. Y al padre igualmente conviene, no obstante, su potestad paternal, complacer y asentir a una parte de las 178  Este exemplum se encuentra en Aulo Gelio: «Quae ratio observatioque officiorum esse debeat inter patres filiosque in discumbendo sedendoque atque id genus rebus domi forisque, si filii magistratus sint et patres privati: superque era re Tauri philosophi dissertatio et exemplum ex historia romana petitum» (1824: II 2). 179  Es decir. ‘hemos hablado’. 180  Parece ser uno de los exemplum más difundido de todo el repertorio clásico (Cf. Valerio Máximo, 1988: II 2 4).

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razones de este hijo virtuoso que con el esplendor de sus prendas ha disipado las obscuras tinieblas de su casa. 144. CABALLERO. Especial gusto recibo en este discurso que me hacéis con tanta sinceridad de juicio, pero no echéis en olvido la otra ocasión, con la cual aumentáis el número a las causas ya expresadas sobre la desunión entre padres e hijos. ANÍBAL. Bien conozco que hay otras muchas, pero podremos contentarnos con una y estar ciertos en cuanto a las demás, en que del padre dimanan muchas causas que constituyen al hijo desemejante a él. Pues será bien que pasemos a tratar de otro punto concerniente a su mutua conversación. §. XVI 145. Es pues esta nueva ocasión que atribuyó al padre cuando no quiere que sus hijos salgan nunca de la infancia. CABALLERO. Exponedme eso con mayor claridad. ANÍBAL. Digo que esto acaece cuando el padre o ya para la autoridad de su vejez, o movido de ambición, avaricia, o de nimia presunción de sí mismo es tan amante del imperio paternal que en medio de que los hijos por su edad y buenas obras se hayan hecho hábiles y de buenas costumbres, con todo eso no quiere que gocen más comodidades y libertad de treinta años que si estuviesen aún en la niñez. CABALLERO. Yo estaba por creer que con [f. 163v.] razón se podían quejar aquellos hombres, quienes sintiéndose con aplauso y reputación para con el mundo se ven tratados como chiquillos por sus padres. Y casi merecen disculpa, si en lugar de amarles se enfadan de que la muerte tarde tanto en quitarles de este mundo. Conozco un caballero que ha pasado cuarenta años debajo de la mano de un padre muy rico, pero que le hace desesperar con su vileza y tacañería. Y le he oído decir con frecuencia a sus amigos que su padre es imprudente en vivir tanto que ya era tiempo de marchar y dejarle por cabeza de la familia, añadiendo que la sucesión apenas le será agradable pues la ha de dejar tan aprisa. 146. ANÍBAL. Un rústico solía decir que él ganaba cada día cinco panes con el sudor de su cuerpo y preguntado cómo los distribuía, respondió: «Yo tomo uno, arrojo otro, rindo uno y presento dos». Rogósele que declarase este enigma, lo que hizo diciendo así: «Yo tomo uno para mí, el otro le arrojo dándosele a mi madrastra, el tercero le rindo a mi padre y los dos los presento a mis hijos». De este ejemplo más noble que rústico deben los hijos aprender no menos a ser reconocidos a sus padres que estos a ser graciosos y civiles con sus hijos,

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acordándose de que en la vejez y en los acasos que entonces les sobrevivieren, recobrarán lo que hubiesen prestado a sus hijos. A lo que ningún miramiento tienen los padres de quienes poco ha hablábamos y se puede muy bien decir que son de todo punto viejos, esto es, chochos y vueltos a la edad de la niñez, privados de todo sentido y conocimiento. 147. CABALLERO. Si este es un defecto de la vejez, estoy por decir que estos hombres merecían haber nacido entre aquellos pueblos llamados —si no me engaño— los caspios, los cuales viendo a sus padres llegar a la edad de setenta años, los mataban y echaban el cuerpo muerto a que sirviese de pasto a las fieras. Diré a lo menos que tienen bastante necesidad de que se les hiciese conocer que no tienen apenas mejor sentido, ni razón que los niños. Que, si el yerro procede de la avaricia, debieran tener presente que este vicio en los viejos es muy culpable. No habiendo cosa más extravagante que el querer cargar de provisión cuando no se necesita para hacer el viaje. De suerte que, si han recogido bienes para sí mismos, con bien poco tienen harto, si para sus hijos es razón que estos los usen y manejen, desde que tienen juicio para ello. Pero estos viejos infelices no ven que es especie de tiranía, el ser nimiamente guloso y apetecedor de la presa de otro, [f. 164] puesto que, justa y legítimamente el patrimonio es de los hijos, debiendo el padre contentarse con lo que solamente pueda bastar para la decencia de su vida. Que si es la ambición la que los conduce, debieran estos tontos atender a los príncipes, quienes así que ven a sus hijos propios y capaces para el gobierno público. Hay algunos que con buen corazón y alegremente les ponen en la mano la carga del estado, de los reinos y grandes imperios181. Si estos viejos tienen demasiada de presunción y opinión de sí mismos que aprendan a conocerse y a entender que en esta edad los muchachos nacen con sentido y entendimiento, y que como los siglos presentes ceden a los pasados en la conservación de sus producciones, así los aventajan en conducirlas a su madurez más aprisa que antiguamente. 148. ANÍBAL. Es muy difícil que estas tan útiles advertencias causen fruto ni hagan mella en los viejos, cuyos vicios han echado ya muy hondas raíces. No obstante, no dejaremos de proponer al padre que, si es afecto al bien y adelantamiento de su hijo, que también le conceda alguna poca libertad en los negocios de la casa, pero con prudencia y discreción. Y le permita que alguna vez convide y festeje a sus amigos y honre a los extranjeros con tal que el mismo le enseñe a distribuir con conocimiento los bienes de la casa. Mas que sobre todo no dé lugar a que se apodere de su espíritu una ansiosa avaricia, siendo esta causa o 181  Parece

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ser una clara alusión a Carlos V y a su abdicación en 1556 a favor de Felipe II.

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de que el hombre se haga malo o, a lo menos, de que nunca viva con reposo de espíritu. Será bien que un padre honrado y magnífico se acuerde con particularidad de aquel rey que, habiendo entrado en el cuarto de su hijo, y visto en él muchos vasos de oro que le había dado mucho tiempo antes le dijo: «Bien veo, hijo mío, que no tenéis el corazón real, pues no habéis sabido granjearos amigos con tan bellas cosas como para este efecto os di»182. De manera que un padre debe con estudio excitar a su hijo al honor y a la grandeza y —si no hay algún impedimento— a los negocios domésticos, a fin de que esté instruido de los medios con los cuales pueda conservar y aumentar su estado y conozca todo lo que puede hacerle perder su reputación y guiarle a total ruina. 149. Y de aquí resultarán cuando menos tres buenos efectos. El primero, el amor del hijo quien viendo que su padre generosamente se separa del manejo doméstico, y que alegremente le pone en su lugar, recibe en esto un maravilloso contento y en su interior se considera grandemente obligado [f. 164v.] a él y no solamente le respeta y obedece, sino aun desea la duración de su vida. El segundo es el consuelo y utilidad del hijo el cual, muerto su padre, no tendrá necesidad de la ayuda y socorro de sus parientes y amigos, ni se verá forzado a sujetarse a la voluntad y juicio de sus criados para que entiendan en sus negocios y a fin de poner orden y gobierno en su casa, pues por la bondad y precaución del padre, se halla con mucho tiempo en posesión del manejo. De suerte que no podrá decir —como dicen otros hijos— que por la pérdida de su padre se le haya añadido algún nuevo peso o que se ve aburrido y fatigado de trabajos y negocios. El tercer buen efecto es aquel dulce reposo y agradable contento de que goza el padre en sus últimos días por estar libre de todo cuidado y sin embarazo alguno, viendo que su hijo imitando su ejemplo gobierna y dirige tan felizmente el estado de su familia. 150. Y en cuanto a mí, siempre he dicho que una de las mayores felicidades que puede el hombre lograr en este mundo, es el ver a su lado un buen número de hijos bien criados y constituidos en virtud y reputación a los cuales con razón se puede llamar ojos de la vida del padre y báculos de su vejez. Ni me admira el que aquella prudentísima mujer romana Cornelia, madre de los Gracos, mos182  El protagonista de este exemplum es Dionisio I de Siracusa, apodado el Viejo. Se lee en la Apophthegmata de Erasmo (Liberalitas regia, 4): «Rursus quum ad filium ingressus conspexisset vasculorum aureorum et argenteorum magnam vim exclamas: Non est, inquit, in te regius animus, qui his poculis quae a me tam multa accepisti, neminem tibi amicum feceris. Sentiens, absque civium benevolentia regnum nec parari, nec teneri. Benevolentiam vero maxime conciliat benignitas. At iuvenis rerum imperitus putabat esse felicius habere argentum et aurum quam amicos» (1570: 373).

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trase a su vecina sus amados, virtuosos e ilustres hijos, en lugar de sus manillas de oro de sus joyas y piedras preciosas. En arribando pues los padres al puerto de una tal y tan grande consolación, pueden alegremente esperar la hora postrera de su vida y, al acabarse esta, juzgarse dichosos y mostrarse contentos183. 151. CABALLERO. Es sin duda dicha grande para los padres el que sin aguardar a que la muerte les obligue, cedan voluntaria y amorosamente el lugar a sus hijos, como lo ejecutó Ptolomeo quien cedió el reino de Egipto a su hijo, diciendo que no había reino tan apreciable como era el honor de ser padre de rey, cuyo ejemplo imitado, inmortalizó sobre toda otra empresa la gloria no perecedera del emperador Carlos V. ANÍBAL. Aunque esté escrito en la Santa Escritura, no des mientras vivas autoridad sobre ti a tu hijo, a tu mujer, a tu hermano, ni a tu amigo, ni a otro tu posesión, a fin de que por ventura no tengas que arrepentirse. En medio de eso no faltan ejemplos así antiguos como modernos de padres prudentes que con éxito muy feliz llegaron a esta resolución. Porque perteneciendo —como dejamos dicho— el patrimonio a hijos, se debe juzgar que viendo estos que su padre le posee en un [f. 165] todo, no solamente desean obtenerle, sino casi recobrarle como cosa que les es debida y faltando el padre, hace cuenta que le toma no de la mano del padre, sino de la de la muerte y apenas tienen algún reconocimiento para el padre. §. XVII 152. CABALLERO. Todas estas ocasiones enumeradas hasta aquí, dependen de la culpa del padre. Ahora sería bien el ver si por la falta de los hijos se causan alguna vez estas diversidades y diferencias en la conversación doméstica. ANÍBAL. Siempre que el padre proceda tan bien que por su parte no sea causa de alguna de estas ocasiones de disgusto, yo creo que nada habrá en que el hijo se constituya disímil a los hábitos y modales de su padre y tendrá lugar aquella sentencia que dice: Es regular que el hijo imite al padre. 183  El

clásico exemplum de Cornelia se encuentra en Valerio Máximo (1988: IV, 4) y también en la Apophthegmata de Erasmo (Matronae ornamenta, 1): «Cornelia Gracchorum mater, quum Campana matronae illius hospitio utens, ornamenta sua quibus illud seculum nihil habebat pulchrius, ipse ostenderet, traxit eam sermone donec liber redirent e schola: Tum et haec, inquit, ornamenta mea sunt. Sentiens matronae nihil esse pulchrius, neque preciosius, quam liberos recte educatos» (1570: 597-598).

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Y la otra también: La hija sigue los pasos de la madre.

Pero habiendo algunas ocasiones que producen malos efectos sin que el padre sea culpado —según me habéis ya opuesto— quisiera yo que brevemente propusiésemos al hijo los medios que debe observar conversando con su padre a fin de que por su falta no ejecute alguna mala acción en su deber. 153. CABALLERO. Puesto que, por vuestro discurso, hecho sobre las ocasiones de la variedad de costumbres entre padre e hijo, haya yo descubierto cuál sea la obligación y oficio del padre para con él, empero quisiera yo que recogieseis como en un pequeño lío, lo que el hijo debe hacer para con su padre, así como ya habéis manifestado el deber del padre para con el hijo. ANÍBAL. Así lo ejecutaré. Y en primer lugar advierto al padre que no hay en el mundo caso en la cual se necesite usar de mayor cuidado y diligencia que en la educación de los hijos, porque de ser bien o mal instruidos proviene la conservación o ruina de una casa. Que comience temprano a imprimir y gravar en sus tiernecillos espíritus el conocimiento de Dios, la justicia, la verdad y las buenas costumbres, y haga de suerte que aprendan a vivir del mismo modo que si a aquella hora debiesen morir184, porque se imprime todo lo que se quiere en la infancia, al modo que en la cera y esta impresión se mantiene tan vivamente caracterizada como sobre mármol. 154. Que procure tenerle a raya más por amor que por fuerza y le acostumbre a obrar bien, antes por su propio querer que, por temer ajeno, no siendo decente que el hombre ingenuo aprenda a vivir con servidumbre, a que se llega que el temor no es segura custodia de la virtud. Y no siendo los muchachos inclinados al mal, es menester que el padre los haga educar de tal modo que se instituyan en el bien obrar y en poseer buenos modales, más como por juguete que obligados de la fuerza, no siendo posible que haya instrucción durable ni firme en un espíritu guiado de la violencia. Con todo eso, por bien que procedan, no sé ha de dejar de incitarles, promoverles y esforzarles a la prosecución de sus empresas, trayendo en la imaginación aquellas voces que tanto el bueno como el mal caballo necesita de espuela. Que nunca se les deje ociosos, pues conviene —teniéndoles en continuo pero alegre ejercicio— acostumbrarles con tiempo a los trabajos, porque desde los principios está bien el sujetarse a todo 184  El

precepto sobre la preparación de la muerte es un tópico que se halla en la Epistulae de Horacio: «Omnem crede diem tibi diluxisse supremum» (1828: I 4 13).

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lo posible. Fuera de que es circunstancia muy útil al hombre ya maduro, haber estado debajo del yugo desde su juventud y acordarse del proverbio que dice que aquel podrá mantener el toro que hubiere ya cargado con el novillo. Y, para decirlo en breve, no tiene el padre que esperar el que un hijo delicado y endeble haga grandes cosas en su vida185. 155. Que el padre no guarde enojo contra sus hijos porque el buen padre usa de prudencia en lugar de cólera y debe saber que poca pena basta para castigar un gran crimen, en medio de eso no es justo ser muy benigno en disimular los defectos ni muy severo en castigarlos. Que tenga por cierto que como perdonar y ahorrar el azote es aborrecer al hijo y hacerle que sea insolente y soberbio, así el nimio castigo le constituye de bajo corazón y mal dispuesto para todas cosas186. Que el padre haga que sus hijos estén siempre en compañía de maestros, u otras personas de calidad, puesto que los muchachos no tienen menor necesidad de un apoyo que les asegure contra todo peligro que las plantas y árboles tiernos de rodrigones para defenderlos de la violencia de los vientos y las borrascas187. Que no les permita tratar y conversar con los criados, cuya índole siendo más licenciosa, disoluta e inquinada no puede imbuirles, sino de palabras [f. 166] y modales serviles que nunca se pierden, siendo cosa cierta que en un muchacho no son de tanta decencia y ornato las palabras castas y buenas, como le son indecentes las obscenas que le deslucen y dejan la alma contaminada. 156. Que tenga la advertencia de indagar diligentemente mientras son chicos a qué método de vida se inclinan y disponen naturalmente, a la que debe dirigirles y encaminarles con toda rectitud, puesto que, un mal principio guía ordinariamente a un peor fin. Que les enseñe mientras viva a educar sus hijos con el freno y las espuelas, esto es, con el sonrojo de las cosas impúdicas y mal vistas y con el deseo de las que son honestas y arregladas. Que no permita sin motivo que haya que partir entre sus hijos, si no tiene complacencia en verlos discordes. Que en todas sus acciones les muestre un rostro grave y severo. Y obrando siempre bien, les convide y obligue con su ejemplo a imitarle, acordándose de que es gran descrédito que esté manchado aquel, de quién es preciso que otros tomen ejemplo y modelo de honestidad. Que, habiendo llegado a la ancianidad y sus hijos a la edad madura y perfecta, no les niegue —forzado de la avaricia— el que desfruten algunas honestas comodidades y haga que conozcan 185  La

sentencia sobre el hombre maduro es bíblica. Libro de las Lamentaciones (III: 27): «Bueno le es al hombre llevar el yugo desde su juventud». 186  En la CC de 1579 se lee: «Onde nel coreggerlo dee avvertire che si medichi il male e non si perda l’infermo» (Guazzo 2010 I: 232). Hervás no traduce esta sentencia en su versión. 187  Esta temática ya se trató en la sección dedicada a la educación y al maestro.

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que no menos están en posesión del patrimonio mientras vive, que la tendrán después de su muerte, porque de otra suerte, en lugar de tributarle respetos, le acortarán —por gana y deseo— los días de la vida. 157. En fin, que sea tan cuidadoso de sus hijos que al tiempo de morir no se sienta precisado a dar cuenta de su pereza y de haber despreciado el cumplir con su deber con ellos. Ni olvide los abusos del mundo descriptos por un santo y divino autor que son: un sabio sin obrar ni efectos; un viejo sin religión; un joven sin obediencia; un rico sin limosna ni caridad; la mujer sin honestidad; un amo sin virtud; un cristiano pendenciero y querelloso; un pobre soberbio; un rey inicuo y a todos estos añade un padre negligente y perezoso188. Y por esto el padre, igualmente movido de la naturaleza que espoleado del honor, solicitará poner todo su estudio en la sangre de su hijo, siguiendo este verso de Virgilio: El caro padre todo su cuidado a su hijo Ascanio tiene dedicado189.

CABALLERO. En este rato me habéis deleitado con estas sucintas y selectas sentencias, como poco ha me consolasteis con la elocuencia de vuestros doctos y latos discursos. Ahora os ruego que, para aliviaros, me figuréis en un pequeño círculo la conversación del hijo con el padre. §. XVIII [f. 166v.] 158. ANÍBAL. Si el hijo considerase bien cuán grande y desmesurado es el amor que el padre le tiene, no sería necesario proponerle ni describirle método alguno de conversación, por cuanto conocería su corazón ligado con el nudo de esta reflexión y se conformaría con su voluntad, sujetándose con ánimo recto y humilde a sus preceptos. Pero hallándose tibio o del todo frío en medir este afecto paterno, no es de admirar que llegue a estar absolutamente helado190 cuando conviene obedecer las leyes de su padre. Pudiera traeros infinitos ejemplos de buenos y piadosos padres quienes, por los infortunios sucedidos a sus hijos, por medio de una muerte voluntaria o de otros dolorosos efectos han manifestado su amor excesivo para con su producción191. 188  Se

refiere a san Cipriano citando a Guicciardini (1990: 335 725). refiere a Enea. Cf., Virgilio (I, 646). 190  Es decir, insensible. 191  Sobre los deberes de los hijos, véase Aulo Gelio: «De officio erga patres liberorum, deque ea re pholosophiae libris in quibus scriptum quaesitumque est, an ómnibus patris iussis obsequendum sit» (1824: I, 7). 189  Se

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159. Contemplemos aquí solamente la aflicción y aturdimiento del rey David, el cual, no obstante que su hijo Absalón había muerto, a otro hijo suyo llamado Amón, y a él con ser su padre echó mil ultrajes. Y, finalmente, conspirado contra su corona y su vida, superó con ánimo real todos los siniestros accidentes que hasta entonces le habían sucedido, obligado de una afición paternal. Con todo eso de tal suerte se vio vencido y traspasado de la muerte de este hijo que llorando larga y amargamente fue obligado y aún forzado del quebranto a decir estas palabras: «Hijo mío Absalón, hijo mío Absalón, ¿quién me concederá el que muera por ti?»192. Pero no considerando esto el ánimo de los hijos, como debe, siguiendo yo vuestra orden digo brevemente que es preciso sepan los hijos que la ley primitiva de la naturaleza manda que se honre al padre y a la madre y que los espartanos solían respetar a los más ancianos a fin de que por este hábito de reverenciar a os que no les tocaban por sangre, tuviesen en mayor respeto al padre y a la madre193. Si observaron esta ley paganos e idolatras, mucho más deben guardarla los cristianos que la tienen de la boca de Dios mismo, el cual 192  La

referencia es bíblica y narra los trágicos acontecimientos de Absalón y David. Samuel (II, 13 23-39): «Aconteció pasados dos años, que Absalón tenía esquiladores en Baal-hazor, que está junto a Efraín; y convidó Absalón a todos los hijos del rey. Y vino Absalón al rey, y dijo: “He aquí, tu siervo tiene ahora esquiladores; yo ruego que venga el rey y sus siervos con tu siervo”. Y respondió el rey a Absalón: “No, hijo mío, no vamos todos, para que no te seamos gravosos”. Y aunque porfió con él, no quiso ir, mas le bendijo. Entonces dijo Absalón: “Pues si no, te ruego que venga con nosotros Amnón mi hermano”. Y el rey le respondió: “¿Para qué ha de ir contigo?”. Pero como Absalón le importunaba, dejó ir con él a Amnón y a todos los hijos del rey. Y Absalón había dado orden a sus criados, diciendo: “Os ruego que miréis cuando el corazón de Amnón esté alegre por el vino; y al decir yo: ‘Herid a Amnón’, entonces matadle, y no temáis, pues yo os lo he mandado. Esforzaos, pues, y sed valientes”. Y los criados de Absalón hicieron con Amnón como Absalón les había mandado. Entonces se levantaron todos los hijos del rey, y montaron cada uno en su mula, y huyeron. Estando ellos aún en el camino, llegó a David el rumor que decía: Absalón ha dado muerte a todos los hijos del rey, y ninguno de ellos ha quedado. Entonces levantándose David, rasgó sus vestidos, y se echó en tierra, y todos sus criados que estaban junto a él también rasgaron sus vestidos. Pero Jonadab, hijo de Simea, hermano de David, habló y dijo: “No diga mi señor que han dado muerte a todos los jóvenes hijos del rey, pues sólo Amnón ha sido muerto; porque por mandato de Absalón esto había sido determinado desde el día en que Amnón forzó a Tamar, su hermana. Por tanto, ahora no ponga mi señor el rey en su corazón ese rumor que dice: ‘Todos los hijos del rey han sido muertos’; porque sólo Amnón ha sido muerto”. Y Absalón huyó. Entre tanto, alzando sus ojos, el joven que estaba de atalaya miró, y he aquí mucha gente que venía por el camino a sus espaldas, del lado del monte. Y dijo Jonadab al rey: “He allí los hijos del rey que vienen; es así como tu siervo ha dicho”. Cuando él acabó de hablar, he aquí los hijos del rey que vinieron, y alzando su voz lloraron. Y también el mismo rey y todos sus siervos lloraron con muy grandes lamentos. Mas Absalón huyó y se fue a Talmai, hijo de Amiud, rey de Gesur. Y David lloraba por su hijo todos los días. Así huyó Absalón y se fue a Gesur, y estuvo allá tres años. Y el rey David deseaba ver a Absalón; pues ya estaba consolado acerca de Amnón, que había muerto». 193  Éxodo (20: 1): «Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da».

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da su bendición y promete larga vida por galardón a aquellos que den honor a padre y madre194. Que si hay alguno tan ingrato que se olvide de los bienes recibidos de su padre que son infinitos, que a lo menos no consienta salgan de su corazón y memoria, estos tres beneficios es, a saber, que el padre le dio el ser, le crio y le hizo instruir195. Pues cada uno de estos puntos goza grande efecto y eficacia para persuadirle que después de Dios no hay quien tanto se deba honrar como el padre y la madre. [f. 167] 160. Que todo hijo, cualquiera que sea, se guarde bien de poner mano violenta sobre alguno de ellos, porque no solamente el que tal hace, sino el que les dice alguna palabra injuriosa es amenazado por la voz de Dios con muerte eterna. Si el padre es rudo, áspero e inhumano que el hijo contrapese y ponga en la balanza esta crueldad y los beneficios que del padre tiene recibidos y diga que tiene razón, imitando a aquel discreto adolescente, a quien como se echase en cara que su padre murmuraba de él, respondió: «Si no tuviese que decir contra mí, ya se guardaría bien de hablar así». Que el hijo no busque ocasiones de inquietarle, ni de contestar causa con él, sino vencerle con su paciencia, puesto que al cabo no hallará mejor amigo que su padre. Y se acuerde que quien resiste a su padre provoca contra sí la ira de Dios, de suerte que ni tendrá paz en este mundo y se acarreará un mal fin196. Esté advertido de que no reine tanto en él algún vicio que el padre sea forzado a desearle mal y maldecirle, como hizo Edipo a sus hijos, porque es cosa ciertísima que Dios atiende a las imprecaciones de los padres contra sus hijos. Que no esté en entender que nunca pueda ejecutar cosa u obsequio que entre en parangón con los bienes recibidos del padre o darles de ellos correspondiente satisfacción, ni dude que por elogios o reconocimientos que dé y rinda a su padre pueda ser reputado de lisonjero, porque cuando el hijo 194  Valerio

Máximo (1988: II, 14): «Diligere parentes prima naturae lex». en Sobre la educación de los hijos (2A) indica tres factores: «Por decirlo en líneas generales: lo que se suele decir acerca de las artes y de las ciencias, lo mismo se ha de decir de la virtud: para producir una actuación completamente justa es necesario que concurran tres cosas: naturaleza, razón y costumbre» (1992: 49). Sobre esta teoría pedagógica, Aristóteles, en la Ética nicomáquea (1103A) afirma: «Existen, pues, dos clases de virtud, la dianoética y la ética. La dianoética se origina y crece principalmente por la enseñanza, y por ello requiere experiencia y tiempo; la ética, en cambio, procede de la costumbre, como lo indica el nombre que varía ligeramente del de “costumbre”» (1985: 158) Y, según Diógenes Laercio, Aristóteles afirmaba que «la educación necesitaba de tres cosas: aptitud natural, estudio y ejercicio» (2007: 238, Lib. V, 18). 196  Este precepto se atribuye a Pítaco en los Dicta sapientum (64): «Non contende cum parentibus, etiam si iusta dixeris». En cambio, se puede ver una adaptación del paso bíblico de la carta de san Pablo a los romanos (13: 2): «Así que, el que se opone a la autoridad, a lo ordenado por Dios, resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí». 195  Plutarco

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hubiere hecho cuanto pudiere por el honor y servicio de su padre, esto será nada a proporción de los que le debe. 161. En fin, que siempre el hijo haga memorias de las grandes inquietudes de su padre y de los dolorosos suspiros de su madre, y que se esfuerce a consolarlos y hablándoles afablemente, les sirva y obedezca con no menos prontitud que respeto, ni cese en obsequiarles así vivos como muertos, teniendo por cierto que como no hay sobre la tierra imperio más justo que el del padre, así no hay servicio más honesto que el del hijo y crea que cualquiera que abandona padre y madre es también destituido de Dios. Y, en suma, no puede el hombre ejecutar ni cometer mayor delito que usar de semejante impiedad contra los que le han engendrado. 162. CABALLERO. De estos vuestros documentos justísimos se puede muy bien inferir lo disculpable que fue el sabio Solón [f. 167v.] a quién preguntándosele la causa que le había movido a no promulgar ley alguna contra los que matasen padre o madre, respondió que no creía pudiese encontrarse tal impiedad en el corazón de un hijo por malo y detestable que sea197. ¿Pero tenéis que decir otra cosa tocante a lo que concierne a la conversación que hay entre padre e hijo? ANÍBAL. No otra, sino que con la misma medida que midiere este a su padre, se le medirá por sus hijos. 163. Hubo tiempo ha —como he oído decir— un padre expelido de su casa por su propio hijo y obligado por esta a irse al hospital, por delante de cuya puerta, viendo pasar un día al hijo, le suplicó que por amor de Dios tuviese a bien el enviarle un par de sábanas para su cama. El hijo movido de compasión así llegó a su casa, mandó a un hijillo suyo le llevase las dos sábanas al hospital. Este galancete no le llevó más de una de lo que siendo al volver, reprendido por su padre, le dijo: «Yo he guardado la otra para dárosla, cuando llegando a viejo estéis en el hospital». Este ejemplo, como va dicho, nos enseña que tales cuales fuéremos nosotros para con nuestros padres y madres, tales serán nuestros hijos para con nosotros. Y esto sea dicho por sello y conclusión de la conversación que debe intervenir entre padre e hijo198. 197  Esta

sentencia de Solón se lee en Diógenes Laercio: «Al preguntarle por qué no establecía una ley contra el parricidio, dijo: “Porque espero que no exista”» (2007: 60, Lib. I, 59). 198  Según Quondam (Guazzo 2010 II: 383, nota 478) es una fábula de la tradición esópica (Landi 1561: 123 372). Por otro lado, no se ha conseguido encontrar una traducción castellana de esta narración.

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§. XIX 164. CABALLERO. Vuestro discurso me parecerá más perfecto si me hacéis particularmente alguna mención de las hijas; pues conversando los padres con ellas es necesario usen de método diferente del de los varones. ANÍBAL. Tengo grande miedo de no poder satisfacer vuestro deseo, atendiendo a la variedad de modos que al presente se usan en criarlas e instruirlas, no digo solamente de un país a otro, sino aún en una misma comarca y en una sola ciudad, de modo que no se sabrá dar en esto una regla determinada. Hay padres que no quieren que sus hijas pongan nunca el pie fuera de casa más que una o dos veces al año, en las fiestas más solemnes. Otros, las hacen venir todos los días a la sala entre los parientes y amigos y permiten que vayan a la iglesia, a viajes, a fiestas y a banquetes. Hay algunos que las hacen aprender a leer y escribir y quieren que sepan la poesía, la música y la arte de la pintura. [f. 168] Otros, no las permiten acostumbrarse a otra casa que a hilar y a tener el cuidado casero. ¿Paréceos pues, que en esta diversidad de métodos y de vida será posible introducir una ley cierta? 165. CABALLERO. Acuérdome haber leído que hubo antiguamente un sabio pintor, el cual teniendo que retratar las raras perfecciones de Helena, junto una bella tropa de las más hermosas damas que supo elegir y tomando de cada una el más bello rasgo que había en ella, redujo todas estas singularidades y excelencias a una sola Helena. Yo quisiera que, a imitación de este pintor, si por acaso no os agrada cada una de las suertes de educación arriba enumerada, vinieseis con el pincel de vuestro juicio a quitar lo superfluo, y eligiendo lo que más bien os pareciese, compusieseis y delineaseis la forma y manera de una hija, haciéndola tal cual debe ser199. ANÍBAL. Más quisiera que me incitaseis a huir antes que a imitar el ejemplo de este pintor, porque si él pintó una Helena, debiera yo hacer otro tanto, siéndome más conveniente borrar esta imagen y pintar una Lucrecia o una Virginia200. CABALLERO. Habéisme cogido por la voz, pero yo quisiera que me respondieseis sobre el simple y sincero sentido de mis palabras. ANÍBAL. Con todo eso, no debo imitar este pintor, pues no tuvo él sino un solo fin al formar su retrato cuando los padres educando sus hijas no dirigen 199  Guillermo

se refiere a Zeuxis o Zeuxippos, un pintor griego de la época clásica. Este exemplum se narra en la Naturalis historia de Plinio (1624: 35 61-66). 200  Aníbal retrata algunas de las mujeres virtuosas, como Lucrecia, que tras ser violada por Sexto Tarquinio se suicidó (Cf., Valerio Máximo [1988: VI 1 1], De pudicitia: «dux romanae pudicitiae»); o como Virginia, que tras la declarada pasión de Apio Claudio fue asesinada por el padre (Cf., Valerio Máximo [1988: VI 1 2]).

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o tiran todos a un blanco. Y puede ser que cada una de estas diversidades, siendo bien entendida, sea de alabar. 166. CABALLERO. No veo por donde puedan ser recomendables. Hablo de estos extremos que habéis puesto por delante, puesto que, no dejar salir a una doncella de casa sino una o dos veces al año es hacerla constituirse necia, tímida e inhábil para tratar con gentes y mejor dispuesta para ser cogida en la red de los amantes, porque no estando hecha a ver el sol, al menor rayo que le dé en los ojos queda sin vista y cae trastornada. En cuanto a la que sale y va a todas partes con la madre, sin perder fiesta ni banquete se liquida como hace la cera al fuego y desapareciéndose poco a poco de su rostro y gestos la modestia simple y virginal, se ve que llega a hacerse liviana y llena de libertad y de licencia tan bien que más es tenida por madre que por hija y doncella. [f. 168v.] Y esté cierta la madre —si no sucede peor— que como algunos forzados de la necesidad sacan sus muebles a la plaza para hacer cuanto antes dinero por que los venden en mucho menos de lo que valen, así ella poniendo con frecuencia su hija a la vista, la hace menos apreciable y la disminuye su crédito. No os hablo ahora de aquellas que se instruyen en sus retretes en leer, cantar y hacer sonetos sin haber forma de que vean la cocina, bastándome el que los miserables maridos nos den cuenta, viendo su casa arruinada y muchas veces su opinión muy en opiniones. Pues hacedme merced de mirar a una de las que no saben sino hilar y coser, y veréis en su lenguaje vestido y modales representada al vivo una paya, estando entre las otras damas con el continente que tendría un sátiro entre las ninfas. Y por esta causa era yo de sentir que entre todas vinieseis a escoger la mejor parte y formaseis una de vuestra mano. 167. ANÍBAL. Apresúrome a responderos que todos estos modos diferentes son loables, si se dirigen a su fin debido y razonable. Conviene pues que los padres discretos, estando sobre el punto de verse en breve privados de sus hijas y de separarlas de su casa, midan primeramente su esfera, estado, calidad y fuerzas, y de aquí miren hacia delante y se propongan el lugar adonde deben colocarlas y piensen los medios con que su designio llegue a fin dichoso. Si la hija es llamada a ser religiosa, es razón que la madre —a quien principalmente toca esta carga— procure retirarla de las cosas mundanas y la enseñe la vida solitaria, en la cual es conservada la alma de la doncella en su integridad y candor. Así por mantenerla en este buen propósito y santa inspiración, como por evitar que esta transmigración y partida de la casa de su padre no la parezca sensible y extraña para ir hacia la de Dios. Mas sobre todo si ella pretende ser casada, es preciso que los padres la elijan marido, en tal parte que se observe en ella esta vida estrecha a fin de que después no sea preciso que él la reforme la vida y costumbres con

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sonrojo y quitarle la libertad con daño suyo. Al contrario, si se la da marido en país más libre, cual es el Piamonte, a quien se acerca mucho nuestro Monferrato, desconvendrá [f. 169] aflojar la mano y concederla tanta libertad cuanta es correspondiente a los modos de vivir de aquella comarca, a fin de que después no sea tenida por grosera e incivil. 168. CABALLERO. Un padre no tiene siempre los partidos en la manga, ni a su discreción, fuera de que vos sabéis que el casamiento de tal suerte viene de Dios que el padre habrá tal vez formado un designio por espacio de dos años de colocar su hija, el cual será preciso mudar en un instante de tiempo y tomar otro partido. ANÍBAL. Habéis avanzado lo que ya estaba yo a punto de responderos. Y así soy de sentir que, no teniendo el padre nada seguro en esta parte, y estando con esta duda, hará mejor en encogerse las manos que en aflojarla201, siendo más fácil extender y alargar la licencia que restringirla después de dada. CABALLERO. Ya que os habéis entrado en el asunto de retener la licencia, no sabré callar el abuso de esta ciudad, en donde no se ve otra cosa en todo lo largo del día que mujeres por esas calles, quienes van de puerta en puerta dándose y pagándose no sé qué tontas visitas, sin ocasión y motivo de importancia, y no por muerte de amigo o vecino, sino —según entiendo— por visitar a aquella que habrá sentido un leve acceso de calentura, o si ha hecho ausencia por solos ocho días, corren todas en fila a su casa. ANÍBAL. Las ociosas sobrevenidas con el pretexto de estas visitas son tan grandes que se emplean en ellas los seis días de la semana. Y he oído a algunas quejarse de no haber tenido lugar de lavarse la cara el sábado, ocupadas en estas visitas. Aunque digo que estas son disculpables y las apruebo, si las hacen movidas de caridad y no por tener ocasión de pasearse y de indagar o proferir los defectos que se hallan en las casas de otros. Es verdad que las señoras mantuanas que están en esta ciudad, aunque se burlan o a lo menos se espantan de estos modos de obrar, con todo eso por ni parecer inciviles y extravagantes, hacen como las demás, correr acá y allá sus coches y se acomodan a las costumbres [f. 169v.] de las nuestras. 169. CABALLERO. Si esto tiene lugar, o le debe tener, convendría también introducir para el bien universal de todos que mientras las mujeres van a trotar y a visita, se estuviesen los maridos en casa para coser e hilar y atender a los negocios domésticos durante su ausencia. ANÍBAL. Yo tengo por bueno que se deje a las señoras casadas pasear a sus anchuras y nosotros volvámonos a casa con las doncellas, a quienes si el padre 201  El

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las ha destinado para el servicio de alguna princesa en la corte, es necesario que comience a instruirlas con tiempo y a enseñarlas las cosas que son propias para adquirir la gracia de su señora y hacer que sepan leer, escribir, discurrir, cantar, tocar, bailar y hacer con gracia todo lo que es decente a damas que viven en palacios. Cual fue aquella veneciana, la que fue aplaudida por haber sabido usar dichosamente del libro en vez del gobierno casero y de la lana, de la pluma en lugar del uso, y del pincel en vez de la aguja202, las cuales cosas bien que al presente sean propias y concedidas a pocas mujeres, fueron en otro tiempo comunes a muchas de las antiguas. Y he visto el catálogo de más de mil damas, quienes dieron maravillosas pruebas de su inteligencia en los Santos Escritos, en filosofía, en leyes, en medicina, en música, en poesía, en la pintura y en todas las ciencias liberales203. 170. CABALLERO. Yo he visto en Francia que muchas pobres damiselas se hicieron en el servicio de la reina204 tan agradables por este medio a su majestad, que llegaron a ser esposas de los principales señores del reino, sin que los padres las diesen un solo dinero de dote. Pero un caballero particular no tiene necesidad para su homenaje de estos bailes ni de estas canciones. ANÍBAL. ¡Bien decís! Y así los padres si tienen que casar sus hijas con hombres que no gustan alimentarse del humo de la música ni del olor de lo asado de la poesía, es menester que las hagan ejercitarse en hilar, [f. 170] devanar y otros quehaceres domésticos antes que en instrumentos de música. CABALLERO. ¿Y qué os parece de las hijas, no digo de los caballeros, sino de los mercaderes y oficiales que aprenden a leer y escribir? ANÍBAL. Siendo estas cosas si no del todo necesarias, a lo menos útiles, no las repruebo, con tal que sean honestamente empleadas. 171. CABALLERO. Yo os concedería eso, dado caso que, las damas de Italia tuviesen que agenciar pleitos, frecuentar las casas de los jueces y abogados, o dirigir y arreglar por sus manos los libros de cuentas y de sus deudas y mercadurías, como hacen muchas damas francesas, pero enseñando a las nuestras a leer y escribir, se las da al mismo tiempo ocasión de hojear las Cien novelas205 de Boccaccio y de escribir cartas llenas de vanidad, liviandad y locura. 202  Hervás

escribe ‘abuxa’. mujer veneciana es Cassandra Fedele (1465-1558), alabada por Policiano en su Epistulae (III 17). La tradición de las obras dedicadas a las mujeres ilustres es muy amplia, desde Plutarco en el Mulierum virtutes al De mulieribus claris de Boccaccio, etc. En España, un buen ejemplo se halla en el Libro de las claras e virtuosas mugeres (1446) de Álvaro de Luna. 204  Catalina de Médici. 205  El Decamerón. 203  La

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ANÍBAL. También se las da ocasión de leer las Vidas de los Santos Pay de entender en las cuentas del gasto de casa, como de consolar a sus maridos ausentes, sin que sea preciso fiar sus secretos a otros secretarios. Fuera de que estad cierto que las que no saben escribir, no pudiendo ejercitarse en el galanteo por cartas, lo harán —si así lo desean— vulgarmente y sin escritos. dres206

172. Pero, siendo ya tiempo de dar fin a la conversación del padre con el hijo y lugar —faltándonos tan poco— a otros discursos, concluyo en cuanto a las hijas que en tales variedades como las que habemos alegado, y de que al presente se usa en su crianza y educación, no puede darse algún dictamen que pueda adaptarse en general, sino este: que los padres funden todo su cuidado y obligación en criarlas castamente no solo en cuanto al cuerpo, sino también en cuanto al espíritu, no siendo tenida en nada la integridad de la carne, si el espíritu está corrompido. Para esto conviene hacer en sus ánimos una santa infusión de pensamientos honestos y deseos santos. De suerte que, así como son puras y castas en el interior, lo hagan manifestarse [f. 170v.] exteriormente en los ojos y semblante, de donde salen los brillantes rayos de su sinceridad. Y por tanto que la hermosura es cosa frágil y arriesgada, tienen grande necesidad de esta virtud las doncellas hermosas más que las otras para conservar con decoro su belleza, que no es otra cosa en una mujer impúdica que un brazalete de oro puesto al hocico de un cerdo207. Y, en suma, convendrá que sepan que según tiempo ha dijo un poeta: La dama sin virtud, apenas será bella208.

173. Y a fin que con mayor seguridad se las pueda mantener castas, será bien desviar de su vida y oídos todos los espectáculos y asuntos que promueven la lascivia, sin darlas lugar de que corran acá y acullá con sus pensamientos vanos y ociosos, antes bien ejercitándolas continuamente en trabajos y negocios caseros, según hacía Augusto, quien tenía ocupadas su hija y sobrina en labores de lana ni nunca traía otros vestidos que los que le habían trabajado las mujeres de su casa209. Tampoco debemos olvidar en esta parte que la imagen de Palas se pinta armada con el escudo que representa la cara de la Gorgona Medusa con serpientes ensortijadas a sus cabellos y un dragón a sus 206  Una

de las lecturas religiosas más difundida, escrita por san Jerónimo el año 392. de los Proverbios (11: 22): «Como zarcillo de oro en el hocico de un cerdo es la mujer hermosa y apartada de razón». 208  No se ha encontrado el autor de estos versos. 209  Cf., Suetonio, Divus Augustus (64). 207  Libro

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pies, para demostrar que es preciso con diligencia y varios medios guardar la virginidad210. CABALLERO. Yo creo que no hay custodia más segura de la virginidad que el casarlas presto. ANÍBAL. Bien decís. Y enviándola a su marido, darla aquella instrucción que el padre y la madre de Sarra la dieron al enviarla a la casa de su marido Tobías es, a saber, que no faltase en respetar a su suegro y suegra, amar a su marido, reglar su casa, gobernar su familia y portarse de tal modo que no hubiese que censurarla211. §. XX 174. CABALLERO. Yo quería suplicaros que comenzaseis a discurrir de la conversación entre los hermanos, pero mientras se me ofreció [f. 171] el preguntaros ¿qué es lo que el padre debe principalmente ejecutar para que el hijo y la hija sean diferentes en la conversación? ANÍBAL. No sé si acaso hojeando vuestros libros habréis leído aquel bello dicho con que Cicerón212 de un golpe hirió a su hija y a su yerno. CABALLERO. Aunque se me haya ofrecido a los ojos, puedo decir no haberle nunca visto, pues de ningún modo se me acuerda. ANÍBAL. Este yerno era de tan débil floja y delicada complexión que cuando andaba era con tanta lentitud y melindre que parecía mujer. Su hija al contrario cuando caminaba, se dejaba arrebatar de una velocidad cual usan ordinariamente los hombres. De suerte que viéndola su padre ir trotando de aquel modo, la dijo muy graciosamente: «Anda tú hija mía, como hace tu marido»213. Lo que ahora digo del andar, entiendo también del resto de las acciones, en las cuales es sonrojo y descrédito que la mujer sea el retrato del hombre y este el de la mujer. 175. Por esto se requiere que la doncella proceda de tal suerte que sobre todo haga ver en sí, interior y exteriormente, aquella afabilidad, dulzura y mo-

210  En

la mitología griega, Palas era un epíteto de Atenas, es decir, Minerva, descrita por Guazzo según el canon iconográfico tradicional de la escultura de Palas Partenos de Fidias. La Palas de la CC es también un emblema de la virginidad. 211  La referencia bíblica se halla en Tobías (10: 12): «A su hija Sara le dijo: “Vas al lado de tu suegro, pues desde ahora ellos son padres tuyos igual que los que te han engendrado. Vete en paz, hija. Que tenga buenas noticias de ti, mientras yo viva”. Y saludándoles, se despidió de ellos». 212  En la CC italiana es Marco Tulio. 213  Este exemplum se lee en la Apophthegmata de Erasmo (Incessus decorus, 28): «Quum Tullia filia concitatius incederet que deceret foeminam, contra Piso gener lentius que deceret virum, ambos eodem dicto taxavit, filiae praesente genero dicens: Ambula ut vir» (1570: 343).

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destia que son propias y decentes a las vírgenes. Porque ver una doncella resuelta y tan licenciosa en gestos, presencia y palabras, como pudiera ser un hombre, es cosa monstruosa y abominable; y de aquí dimana la misma extrañeza que si esperaseis el presente de una perrilla de aquellas que se crían para gusto y placer y se os remitiese un mastín. Procure pues la hija manifestar esta modestia en sus miradas, gestos, movimientos y palabras, estando asegurada de que aun cuando fuese la más bella, agraciada y perfecta que se pudiese decir, faltando esta luz, todas las demás están como extinguidas y amortiguadas. Y al modo que se estila cubrir lo que es precioso con algún vidrio transparente [171v.] a fin de darle mayor lustre, así es preciso que la virgen cubra con el velo de su modestia todo el resto de sus virtudes, a fin de aumentar su esplendor y para atraer con mayor esfuerzo la admiración de todos los ojos y corazones. Y cuanto más goce de hermosura, buena gracia, gentileza y virtud, tanto más está obligada a evitar la licencia y libertad de sus acciones. CABALLERO. En suma, queréis sea tal cual la escribe el poeta diciendo: Que en tan crecida gloria sea humilde214.

176. ANÍBAL. Así me lo parece porque la modestia es la dote de las doncellas, pues, aunque sea debida y decente a las señoras casadas, es inexcusable que las vírgenes se muestren tales que la excelencia de esta virtud haga brillar en su exterior la pureza de su estado inviolablemente observada en su alma. Al contrario, es indecente sin término, el ver unos mancebitos tan tiernos y afeminados y tan nimiamente dulces de manejo que hacen dudar si son varones o hembras. Lo que también me da motivo de decir que entiende mal su deber aquel padre que con el rigor de sus leyes y con un temor excesivo hace que su hijo sea más tímido que una oveja o un conejo. De suerte que uno de estos, aunque esté acompañado, se pierde en sí mismo y si se halla delante de otro más grande que él, está aturdido, temeroso y ocupado de la vergüenza, sin atreverse a hablar como si no tuviese lengua en la boca o si habla y responde, es tan neciamente que se hace objeto de la común mofa y en fin huyendo toda frecuentación se anda ocultando. Y según dijo el poeta: En los bosques se encierra como fiera215.

177. CABALLERO. En esta parte me parecen los franceses gente de excelente juicio, los cuales acostumbran a sus hijos muy temprano a hallarse 214  Petrarca

(126, 44): «Umile in tanta gloria». Triundo de la eternidad (114): «Come fiera scacciata che s’imbosca».

215  Petrarca,

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delante de los grandes y a hacerles [f. 172] hablar en su presencia y les sale tan bien el meterles en este desembarazo que se hacen generosos y de un corazón franco, sin espantarles más la presencia del rey que la de sus compañeros e iguales. ANÍBAL. Esta seguridad de espíritu no es común a los italianos, porque yo he conocido algunos que eran virtuosos y de gran valor, y los que en presencia de los príncipes perdieron el corazón y se dejaron dominar de tal bajeza y aturdimiento que, por la palidez del rostro, el sudor de la frente por un temblor de voz y de todo el cuerpo, añadiendo a veces la necedad de las palabras, manifiestamente declararon la alteración de su pulso. Y en medio de que se toma a bien esta mutación por la gente de buen espíritu que la miran como señal de buena índole y que de ordinario les hace adquirir la gracia y benevolencia de los grandes, con todo eso acarrea esto grave daño a estos hombres y se hace burla de ellos, como que ejecutan una cosa que les es indecente. 178. De aquí podemos conocer el grande agravio que los padres, madres y nutrices hacen a los chicos cuando a veces tienen por gusto el espantarles, introduciendo en sus cuerpos la cobardía con la leche. Hay también algunas quienes desde que los muchachos comienzan a tener algún uso de razón, les relatan no sé qué fábulas llenas de necedad y de miedos, haciéndoles creer que ciertos espíritus andan de noche alrededor de ellos en figura de peregrinos y con estas mentiras ofenden a Dios y hacen a estos muchachos ser cobardes y envilecen su corazón216. Conviene pues, infundirles valor y, con el tiempo, acostumbrarles a hacer frente a las cosas que pueden abatirles el ánimo. Porque de otra suerte, ya podéis discurrir que en ellos se verificará el proverbio que dice que, al perro muy suave, parece el lobo fiero. Por tanto, deben antes imitar a la zorra, la cual —como dice la fábula— se espantó la primera vez que vio al león, después viéndole otras veces, comenzó a temer menos, y en fin se le puso delante con 216  La

crítica a las fábulas que engendran miedo en los niños se lee primero en la República (377a-b) de Platón: «En tal caso, ¿hemos de permitir que los niños escuchen con tanta facilidad mitos cualesquiera forjados por cualesquiera autores, y que en sus almas reciban opiniones en su mayor parte opuestas a aquellas que pensamos deberían tener al llegar a grandes? De ningún modo lo permitiremos. Primeramente, parece que debemos supervisar a los forjadores de mitos, y admitirlos cuando estén bien hechos y rechazarlos en caso contrario. Y persuadiremos a las ayas y a las madres a que cuenten a los niños los mitos que hemos admitido, y con éstos modelaremos sus almas mucho más que sus cuerpos con las manos. Respecto a los que se cuentan ahora, habrá que rechazar la mayoría» (1988: 135). Sucesivamente, Plutarco en Sobre la educación de los hijos (3F), menciona al mismo Platón: «Y me parece que el divino Platón aconsejaba acertadamente a las nodrizas que no contaran a los niños leyendas tomadas al azar, para que no sucediera que las almas de éstos se llenaran desde el principio de insensatez y corrupción» (1992: 53).

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seguridad. Y así concluiremos que el desembarazo se requiere en todo y que la virtud sin confianza está en [f. 172v.] peligro de ir por tierra217. 179. CABALLERO. Nunca fue tan preciso este desenfado o atrevimiento como en este tiempo, puesto que, los respetos y acciones modestas se juzgan ahora más dignas de un religioso que de un cortesano. Y en medio de que algunos con quienes se usan, las aprecian, son nocivas —como habéis dicho— a los que las practican. Cuando, por el contrario, el que conversando sabe ayudarse con discreción del atrevimiento y seguridad, es asimismo el más estimado y se hace lugar en todas partes y ya para nosotros de nada sirven los documentos de Catón218 ni las reglas de los filósofos. ¿Qué os parece de esto? ANÍBAL. No diré que muy bien, pero también diré que en las cosas tocantes a las modales y costumbres de vivir, con tal que no repugnen a la equidad y justicia, es preciso gobernarse con el tiempo y uso del país, y responder a estos observadores de la antigüedad lo que se dijo a Policiano por un amigo suyo, el cual —según leí el otro día en un chistoso librejo219— fue detenido por él, tirándole de la capa, y le advirtió que fuese despacio por la calle, porque —decía él— «Aristóteles defiende que el paso lento es señal de gravedad». El amigo mirándole a la cara le respondió: «Admírome de vos y os digo que si Aristóteles hubiera tenido la mitad de los negocios que yo tengo, anduviera corriendo por toda su villa y, si no, no hubiera evacuado la tercera parte». Por conclusión, pues de este discurso diremos que no debiendo los hombres ser sardanápalos ni las mujeres amazonas220, a los padres incumbe el haber que la conversación de los hijos y de las hijas sea diferente, teniendo la una un poco de atrevimiento y la otra mucha modestia221. §. XXI 180. CABALLERO. Razonable cosa me parecería que ahora propusieseis a las viudas los modos que deben observar conversando entre las gentes. 217  Se refiere a la fábula de Esopo La zorra que vio a un león: «Una zorra que jamás había visto un león, cuando por casualidad se lo encontró, como era la primera vez que lo veía, de tal modo se asustó que por poco se muere. La segunda vez que se lo topó, sintió miedo, mas no tanto como al principio. Y cuando lo vio a la tercera, tanto ánimo cobró que incluso se acercó a hablar con él. La fábula muestra que el hábito mitiga las cosas más temibles» (1985: 46). 218  Autor de la Disticha. 219  El exemplum propuesto por Aníbal, cuyo protagonista es Policiano (1454-1494) se lee en Domenichi (1564: 20). 220  Mujeres guerreras del Asia Menor. 221  La imagen de Sardanápalo, rey legendario de Asiria y símbolo de una vida disoluta y afeminada, llegó a ser una manera de decir proverbial, recogida por Erasmo en su Adagia (1987: 785, III VII 27=2627): «Sardanapalus».

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ANÍBAL. Si introducimos las viudas entre las compañías ¿cómo serán viudas? Se debe pues proponerlas o la compañía de [f. 173] un segundo marido, o la soledad conveniente a las viudas. Y si se ha de decir algo sobre esta materia, baste el saber que el estado de las viudas es el más miserable de todos. Siendo así que no solo las que se toman un poco de licencia, sino aún las más prudentes y más honestas, son como un blanco222 contra el cual las lenguas picantes y venenosas asestan sus tiros y saetas. Y casi parece que mientras más estas infelices se cubren la frente y asombran los ojos con un velo negro, tanto más meten en gana a los otros de indagar y descubrir en ellas algún defecto. 181. Si desean pues huir las punzadas de las lenguas maldicientes y evitar que no las dañen, es preciso que ellas —y sobre todo las jóvenes— se guarden de mostrar por su lenguaje, vista, atavíos, acciones y modales, alguna señal ni aun el más leve olor y sospecha de vanidad. Y si una honesta necesidad no las obliga, es menester que excusen toda compañía y que, sobre todo, jamás estén ociosas para conservar el nombre y efecto de mujeres de honor y de virtud, sino que continuamente se ejerciten en alguna ocupación loable, teniendo presente esta sentencia que la viuda que vive con delicadeza es lo mismo que si estuviera muerta223. Para esto las ayudará mucho el acordarse de la virtuosa Judith, la cual bien que se le persuadiese a casarse a causa de su jerarquía, de su poca edad y singular hermosura, quiso no obstante preferir la viudedad a las nupcias, un saco a vestidos preciosos, el ayuno a la lujuria, las vigilias al sueño, la oración a la ociosidad y, fortalecida con estas armas, cortó la cabeza a Holofernes, esto es, al diablo224. 222  «Objeto

situado a distancia sobre el que se dispara para ejercitarse en el tiro y puntería, o para graduar el alcance de las armas» (DRAE). 223  Timoteo (I, 5: 3-6): «Honra a las viudas que en verdad lo son. Pero si alguna viuda tiene hijos, o nietos, aprendan éstos primero a ser piadosos para con su propia familia, y a recompensar a sus padres; porque esto es lo bueno y agradable delante de Dios. Mas la que en verdad es viuda y ha quedado sola, espera en Dios, y es diligente en súplicas y oraciones noche y día. Pero la que se entrega a los placeres, viviendo está muerta». 224  Judit (8: 1-8): «Se enteró entonces de ello Judit, hija de Merarí, hijo de Ox, hijo de José, hijo de Oziel, hijo de Elcías, hijo de Ananías, hijo de Gedeón, hijo de Rafaín, hijo de Ajitob, hijo de Elías, hijo de Jilquías, hijo de Eliab, hijo de Natanael, hijo de Salamiel, hijo de Sarasaday, hijo de Israel. Su marido Manasés, de la misma tribu y familia que ella, había muerto en la época de la recolección de la cebada. Estaba, en efecto, en el campo, vigilando a los que ataban las gavillas, y le dio una insolación a la cabeza, cayó en cama y vino a morir en su ciudad de Betulia. Fue sepultado junto a sus padres, en el campo que hay entre Dotán y Balamón. Judit llevaba ya tres años y cuatro meses viuda, viviendo en su casa. Se había hecho construir un aposento sobre el terrado de la casa, se había ceñido de sayal y se vestía vestidos de viuda; ayunaba durante toda su viudez, a excepción de los sábados y las vigilias de los sábados, los novilunios y sus vigilias, las solemnidades y los días de regocijo de la casa de Israel. Era muy bella y muy bien parecida. Su marido Manasés

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§. XXII 182. CABALLERO. Yo espero ahora que siguiendo vuestra división no os olvidéis de lo que conviene a la conversación de hermano a hermano225. ANÍBAL. Queréis que yo diga expresamente lo que tácitamente he ya tocado, supuesto que si el padre usa de aquella diligencia con sus hijos y estos siguen las reglas con sus padres que les propusimos, es imposibles que los hermanos no se entre-amen y no sean dirigidos de una misma voluntad. Y por esto [f. 173v.] soy de opinión, de discurrir poco o nada sobre esta materia. CABALLERO. Si contempláis la poca concordia que hay entre los hermanos y los continuos repuntes, querellas, contenciones y ofensas que se pasan entre ellos, se os presentará un campo espacioso, y una materia tan amplia sobre qué tratar que diréis que no basta este día para dar fin a todo226. 183. ANÍBAL. La discordia de los hermanos no ha comenzado en nuestro tiempo antes bien se descubrió, como vos sabéis, desde el principio del mundo, pues de los dos primeros hermanos el uno murió a manos del otro227. Pero al modo que la mayor pena y fatiga del médico estriba en conocer la causa del mal paciente, la cual apenas la conoce cuando ya encuentra remedio para curarle, así es preciso que siguiendo nuestro método recorramos las causas y ocasiones y procuremos encontrar aquella que engendra las discordias que hay entre hermanos, la cual una vez hallada y entendida, tendremos bien presto en la mano los medios con los cuales evitarán los recíprocos debates y conservarán fácilmente su concordia. CABALLERO. Es razonable y necesario el hallar esta causa, pues sus efectos son tan horribles, abominables y espantosos. Y en cuanto a mi creo que no le había dejado oro y plata, siervos y siervas, ganados y campos, quedando ella como dueña, y no había nadie que pudiera decir de ella una palabra maliciosa, porque tenía un gran temor de Dios». 225  Sobre la relación de los hermanos discurren Valerio Máximo (1988: V, 5) y Petrarca en De remediis (I 84; II 45). 226  El tema de la enemistad familiar, y en particular entre hermanos, se halla en la Política (1328a) de Aristóteles que a su vez cita Arquíloco de Paros, célebre poeta lírico griego del siglo vii a.C.: «crueles son las luchas entre hermanos» (1989: 611). Por otro lado, Plutarco, en Sobre el amor fraterno (478C), define raro el amor entre hermanos refiriéndose a la tradición clásica griega: «Aristarco, el padre de Teodectes burlándose del número de los sofistas, decía que en la Antigüedad apenas existieron siete sofistas pero que en sus tiempos no podrían hallarse fácilmente otros tantos hombres dedicados a la vida privada. Yo, por mi parte, veo que entre nosotros el amor fraterno es tan escaso como el odio de hermanos en tiempos antiguos, cuyos ejemplos visibles la vida relegó a tragedias y teatros por su rareza» (1995: 162) 227  La alusión es al arquetipo de Caín y Abel. Génesis (4: 16): «Salió, pues, Caín de delante de Jehová, y habitó en el país de Nod, al oriente de Edén».

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se enciende y enfurece más furiosamente la rabia y el furor entre las fieras más inhumanas que el odio entre los hermanos. ANÍBAL. En confirmación de vuestro sentir, está escrito que hubo tan grande e inmortal enemistad entre los dos hermanos tebanos, Etéocles y Polinices, que habiéndose quemado juntos sus dos cadáveres, se vio no sin extraña admiración que las llamas se separaban la una de la otra, dejando una evidente y clarísima prueba de que aún después de la muerte no se había aplacado su odio228. 184. Estando yo en Francia, conocidos hermanos italianos, hombres valerosos y ambos hombres de armas de una compañía, los cuales por bien pequeña ocasión llegaron a tal odio el uno contra el otro que dejaron no solamente de vivir, sino aun de posar juntos según lo habían hecho por espacio de diez años y de hablarse y saludarse, yendo este veneno tan adelante en su corazón que si [f. 174] alguno movido de caridad procuraba ponerles de acuerdo, no sacaba otro fruto que su malevolencia. En este tiempo el conde Hércules Strozzi tenía una casa en París, siendo embajador de Mantua, en donde por conservar la grandeza de su estado y por su natural munificencia, admitía y festejaba a los caballeros de todos los países que le visitaban, y en especial era cortejado de la nobleza italiana, tanto que regularmente se veían diez y doce a su mesa, de suerte que parecía él su capitán. Y allí también de ordinario se encontraban los dos hermanos mencionados. Acercándose pues el tiempo de Pascuas, este buen señor imaginó disponer como en estos días de penitencia estos hombres confesasen su falta, y se reconciliasen como buenos hermanos. Y habiendo sondeado y probado el corazón y ánimo del más joven, haciéndole cargo de que él debía humillarse a su hermano mayor, le encontró tan obstinado y endurecido que fue imposible reducirle a acuerdo alguno. Fuese el otro, y con dulces palabras procuró ponerle en razón, diciéndole que a él le tocaba suplir con los años y prudencia las imperfecciones de su hermano. Pero él tomando estas palabras en sentido contrario, le dijo al conde que ya le entendía que él aceptaba la despedida que le intimaba, desterrándole de su casa, para recibir en ella a los que más que él le fuesen agradables. Quiero dar fin. Todos los empeños fueron vanos y todos los asaltos sin efecto, como quien batiese un fuerte inexpugnable. Y la más graciosa condición 228  Los hermanos Polinices y Eteocles, hijos de Edipo, contendieron entre sí por el trono de Tebas. Polinices, con el apoyo de Adrasto, declaró la guerra a su hermano. Cf., Plutarco, Sobre el amor fraterno (481A): «Pues si, de algún modo, el tebano Eteocles tras decir a su hermano: “Iría hasta la salida de las estrellas y del sol y adentro de la tierra si fuera capaz de hacerlo, de suerte que obtuviera a la mayor de las diosas, el poder”, de otra parte, aconsejaba a sus propios hijos: “Honrar a la Igualdad, la que siempre liga a amigos con amigos, ciudades con ciudades, aliados con aliados. Pues Naturaleza hizo lo igual firme para los hombres”» (1992: 168-169).

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que al fin obtuvo del mayor fue que era contento de componerse con su hermano, pero que de todos modos estaba resuelto a matarle. Lo que no sucedió a causa de que la muerte detuvo a este, quien fue muerto pocos días después, con este indigno deseo, en la jornada de san Quintín229. 185. ANÍBAL. Sin duda pensaba hacía un gran favor al conde dilatando el quitar la vida a su hermano hasta después de la octava de Pascuas. En lo demás, es un empeño casi desesperado el querer extinguir el fuego de discordia una vez encendido en el corazón de los hermanos. De lo cual, en mí mismo me confundo, viendo la cosa muy distante de toda razón y justicia. CABALLERO. Antes me parece razonable que el hombre se juzgue más agraviado de aquel de quien menos debió ser ofendido. ANÍBAL. Y yo [f. 174v.] tengo por más justo que el hombre se diga menos ofendido de aquel en quien debe tener mayor seguridad. CABALLERO. ¿No sabéis que en donde hay grande estrechez, de allí sale y procede un grande desvío? ANÍBAL. ¿Ignoráis que en dónde hay un amor grande que allí también se debe descubrir una extrema paciencia? CABALLERO. Y con todo eso la experiencia os hace ver lo contrario por una ordinaria práctica. ANÍBAL. Regularmente están los hermanos discordes, porque nunca estuvieron bien acordes, cuando aquellos que desde los principios cimentaron bien su amistad, pasan antes por todo que desunirse ni separarse nunca de esta común alianza. CABALLERO. ¿Queréis pues inferir que la discordia de los hermanos procede de poca amistad? 186. ANÍBAL. Si yo alegase esta razón sería reputado por tan necio como aquel a quien como se le preguntase que porqué el perro seguía a su amo respondió: «Porque el amo va delante». También pudierais decir que yo quiero, según el adagio, sorber con la cuchara vacía, quiero decir, que yo doy muestras de querer enseñar sin que el efecto se siga. Así, si queréis que vengamos a las ocasiones, os diré que he observado dos primarias, una de las cuales procede de falta de los padres y la otra de culpa de los hermanos. Aquella discordia que dimana de falta de los padres, ya la hemos descifrado en el discurso de los padres injustos que favorecen a un hijo más que a otro, en la suministración de lo necesario para la subsistencia del vivir y vestir, de donde nace que el que es menos bien tratado, 229  El

escenario de esta disputa entre hermanos son las guerras entre Francia y España que acabaron en la batalla final de San Quintín.

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viene a concebir envidia contra su hermano a causa de su buen tratamiento o sospecha que es él la causa de estar en desgracia del padre y que le maquine algún suceso perjudicial. De modo que, de estas raíces de malos pensamientos reciben aumento los frutos del odio y en fin se siguen los debates, querellas y ultrajes. 187230. Mas supuesto que hemos hablado bastantemente de esto, vengamos a la otra ocasión de que se origina el odio entre los hermanos es, a saber, cuando tienen ellos más cuidado de los miembros que de todo el cuerpo. Por el cuerpo entiendo yo todos los hermanos juntos y por los miembros cada uno en particular. Visto que los hermanos nos sirven del mismo modo que los ojos, las manos, los pies sirven al cuerpo. Y si consideramos las cosas [f. 175] más profunda y vivamente veremos también que los hermanos son más hechos y dispuestos para el socorro recíproco el uno del otro, que los miembros del cuerpo entre sí. Puesto que, la una mano ayuda a la otra que está presente y el un pie al otro que le está inmediato, pero los deberes alternativos de los hermanos sin duda se extienden más allá. Porque si están distantes uno de otro, no puede impedir la ausencia el que traten juntos de sus comunes negocios. Si los hermanos pues, siguiendo su naturaleza, estuviesen principalmente atentos a la conservación del cuerpo común, es sin duda que jamás les veríais separados el uno del otro, ni les detendría el solo cuidado de su propia y particular porción231. 188. CABALLERO. Con efecto esta maldita pasión del amor propio no permite que amemos a otros por mucho que nos puedan tocar, según lo exige la obligación232. ANÍBAL. Así es, y de ahí dimana que hay pocos hermanos que prefieran el bien y honor común a su propio y particular interés y vemos que lo que es común es también comúnmente despreciado. Así, mientras que los hermanos atienden solo a sí mismos, es fuerza que el común amor se desuna, y que cada 230  A

partir de este punto se corrige la numeración del manuscrito. Parece ser que Hervás se equivoca repitiendo el mismo número y alternando la numeración hasta el final del tercer libro de la CC. 231  Plutarco, Sobre el amor fraterno (478E): «Pues bien, el modelo de la utilidad de los hermanos la naturaleza no lo puso lejos sino que, ideando en el mismo cuerpo la mayoría de lo que es necesario doble, fraterno y gemelo: manos, pies, ojos, oídos, narices, nos enseñó que los ha distribuido así para su salvación y colaboración en común, no para diferencias y lucha. A las propias manos, divididas en muchos dedos desiguales, las hizo el órgano más armonioso y hábil de todos…» (1992: 162). 232  Hervás omite una frase que se encuentra en la CC de 1579 sobre el desamor entre el primogénito y los otros hermanos: «Quindi è che noi veggiamo ch’un fratello comincia a tener poco conto dell’altro, quando il vede pigliar moglie, e molto meno quando gli nascono figliuoli, conoscendosi escluso della speranza della successione» (Guazzo 2010 I: 244).

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parte se retire hacia sí, encerrándose en su corazón de tal suerte que en nada menos piense que en sus hermanos y solamente mire por sí, de donde comúnmente se sigue la ruina de las casas, puesto que por la separación de los bienes, se debilitan las fuerzas de los hermanos cuando por la unión de sus espíritus, sufren a veces muchas adversidades, las cuales cada uno de por sí estaría absolutamente imposibilitado de rebatir. Esto declaró harto sabiamente aquel rey discreto que con un hacecillo de varas hizo ver a sus hijos su invencible fuerza mientras estuviesen acordes y unidos, no menos de espíritu que de cuerpo. Y por esto es preciso que los hermanos, sobre todo, se propongan el honor y provecho público y común de entre ellos. Y que todos de un mismo consejo y diligencia estén atentos a la conversación y grandeza de su casa, sin que alguno de ellos se persuada a que él solo basta a suplir la falta de los otros y a conseguir el honor sin ellos233. 189. CABALLERO. Suplícoos os detengáis un poco. Si yo vivo como hombre de bien ¿juzgáis que deba yo sentir diminución en mi crédito porqué mis hermanos sean viciosos? [f. 175v.] ANÍBAL. Vuestro honor en particular no será en ellos interesado, pero sí lo será el de vuestra casa en el que tenéis parte. CABALLERO. ¿Mas quién impide que mis rectas acciones sirvan de contrapeso a sus vicios y malos procederes? ANÍBAL. Es la causa que, siendo el nombre de la familia común así a vuestros hermanos como a vos, recibe por sus defectos otra tanta injuria como honra por vuestra virtud. Y por eso se engañan grandemente los que son igualmente solícitos de sus hermanos que de sí mismos, porque siendo los hermanos, como va dicho, miembros de un mismo cuerpo, no puede el uno ser inquinado sin que a todo el cuerpo alcance alguna cosa. Y de ahí vino aquel dicho común que no se puede cortar la nariz sin ensangrentar la boca. Asimismo, esta su unidad se comprende por el nombre de hermano, el cual en latín se interpreta otro, el mismo para dar a entender que dos hermanos no son sino una cosa misma. Para esto no pudiera yo al presente alegar un ejemplo más propio y claro que el de un 233  La

alusión es a una de las fábulas de Esopo, titulada La pelea de los hijos del labrador: «Los hijos de un labrador estaban peleados. Este, a pesar de sus muchas recomendaciones, no conseguía con sus argumentos hacerles cambiar de actitud. Decidió que había que conseguirlo con la práctica. Les exhortó a que le trajeran un haz de varas. Cuando hicieron lo ordenado, les entregó primero las varas juntas y mandó que las partieran. Aunque se esforzaron no pudieron; a continuación, desató el haz y les dio las varas una a una. Al poderlas romper así fácilmente dijo: “Pues bien, hijos, también vosotros, si conseguís tener armonía seréis invencibles ante vuestros enemigos, pero si os peleáis, seréis una presa fácil”. La fábula muestra que tan superior en fuerza es la concordia como fácil de vencer es la discordia» (1985: 66).

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libro, del cual salen a luz diversos volúmenes hechos todos en una misma prensa, los cuales bien que en la encuadernación y adornos exteriores se distingan, es así que solo es una misma obra, y tienen todos un mismo principio y un mismo fin, y las faltas que se encuentran en uno de estos volúmenes son comunes a todos los otros. 190. Por esta ocasión me he movido a decir que por el esplendor de la casa y familia deben los hermanos sobrellevarse unos a otros, y que al punto que uno cae, es preciso que el otro se levante o confiese haber caído con él. Fuera de que es cosa disforme, fuera de proporción y disonante haberse visto y verse elevado a un lugar eminente y mirando hacia abajo contemplar como un hermano corre una baja y miserable fortuna. Y bien se puede decir que el que no cuida del honor de su hermano, tampoco tiene cuidado del suyo propio. Bien mostró que entendía la eficacia de este honor común Escipión el Africano quien, habiendo sujetado la España, vencido a Aníbal y conquistado la África, no creyó haber hecho cosa alguna si también no veía adelantarse el nombre y gloria de su hermano. De lo que fue tan deseoso que no solamente trabajó en hacer que el pueblo romano diese la conquista de Asia a este su hermano, sino que, despojándose de su ambición y propia grandeza, fue contento de seguirle sin tener algún empleo, y respectándole en público como a su general y en secreto aconsejándole [f. 176] como hermano. Lo hizo tan bien que espoleado este de sus avisos, e incitado de su propia virtud a la imitación de este gran jefe, ganó el título de Asiático con grande honor suyo y suma utilidad de la señoría de Roma234. CABALLERO. Este Asiático podía decir muy bien del Africano: De padre me sirvió dulce y benigno para alcanzar honor, de hijo en amarme, de hermano en a seguirle provocarme con el curso del tiempo235.

191. Y ciertamente esa amistad fue rara, señalada y digna de eterna memoria, como también lo fue la de Gilo y Proculeyo para confusión de aquellos que 234  Guazzo menciona el clásico exemplum de los Escipiones, es decir, el de Publio Cornelio Escipión Africano que ayudó intensamente a su hermano Lucio Cornelio, quien conquistó tras sus empresas el título de ‘Asiático’. Cf., Valerio Máximo (1988: V 5 1): «Atque haec teste Scipione Africano loquor, qui tametsi artissima familiaritate Laelio iunctus erat, at tamen senatum supplex oravit ne provinciae sors fratri suo erepta ad eum transferretur legatumque se L. Scipioni in Asiam iturum promisit, et maior natu minori et fortissimus imbelli et gloria excellens laudis inopi, et quod super omnia est, nondum Asiatico iam Africanus». 235  Petrarca, Triunfos (2 56): «Padre m’ era in onore, in amor figlio, Fratel negli anni».

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no tan solamente no procuran elevar a sus hermanos, sino aún se complacen de sus malos e infortunios236. ANÍBAL. Bien pudiera expresaros aquí muchos ejemplos de hermanos, los cuales movidos de enojo y por su odio y discordia de tal suerte se han extraviado del camino derecho que empeñándose todos los días en afrentarse uno a otro, se infamaron entrambos, siendo motivo de risa a unos y de compasión a otros. En esta consideración es sin duda cosa que merece singulares elogios y que causa notable admiración, cuando se ve una paz y concordia bien arraigada entre hermanos, los cuales toman por empresa el no hacer cosa alguna que no redunde en provecho común y honor de la familia y no teniendo el corazón revolcado en el cieno, como el populacho, no tienen otro estímulo que el esplendor y reputación de su casa. Mientras que el bien fraternal estuviere apretado con semejante esfuerzo, se podrá muy bien decir que la espada que rompió el nudo gordiano no sabrá tener potestad para disolverle. 192. En fin, no hay cosa que más mantenga el honor y la gloria de las casas que la concordia entre hermanos237. Ni omitiré el decir que estas casas son más felices y arriban a más alto grado de elevación, en las cuales hay muchos hermanos bien avenidos que las que son poseídas por uno solo. Porque como no hay alguno que goce la fuerza de Atlas para sostener por si solo el cielo sobre los hombros, así no hay carga tan pesada que llevada por muchos no se haga fácil y ligera. Fuera de que, siendo diversos los grados, esferas naturales y profesiones de los hombres, y no dirigiéndose todos sino al aumento y magnitud de sus familias, se les ve —al modo de que están los oficiales alrededor de una tienda— como todos entienden en amplificarlas y mantenerlas unos por el empeño de las letras, este con el valor, el otro por medio de las dignidades, o seculares, [f. 176v.] o eclesiásticas, aquel aplicándose al manejo de la hacienda, o por otro medio, todas las cuales cosas no pueden hallarse en un solo hombre. 193. CABALLERO. Hariáisme un gran gusto en proponer alguna forma de conversación entre los hermanos que pudiese mantener su concordia. ANÍBAL. Su trato depende en primer lugar de la prudencia y autoridad del padre, quien debe procurar tenerlos unidos en buena amistad, y acostumbrarles no menos a mutuamente respetarse que a sobrellevarse uno a otro. En teniendo conocimiento de sí mismos, a ellos les toca, mientras viven juntos, no solamente

236 

Este exemplum solo se encuentra en la CC de 1574. la concordia entre hermanos, Erasmo menciona en la Apophthegmata (Concordia, 20) lo siguiente: «Fratum inter se concordiam dixit quovis muro firmius munimentum. Id dictum et ad civium concordiam accommodari potest» (1570: 611). 237  Sobre

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el no apropiarse cosa alguna, cualquiera que sea, pues nada hay que además de la ofensa de Dios y mala voluntad, sino que también deben guardar el orden de la naturaleza, de suerte que el menor, si no lo impidiere lo desigual de la dignidad, cederá reverentemente a su mayor, cuyo modo de obrar fue introducido por los romanos entre los amigos, y el que por más fuerte razón se debe observar entre los hermanos. No por esto queda el mayor sin obligación a quien —en mi sentir— pertenece contrapesar la humildad del menor, con tales demonstraciones de amor y afición que le haga creer, tiene deseo de excederle en los respetos238. Si ve que alguna vez el joven se extravía por su parte, atribuirá esto a la poca edad y procurará darle a conocer su yerro, lo más suave e importunamente que pudiere, tan bien que admita agradablemente la advertencia y aumente en él antes que disminuya, el amor que le tenía. 194. Sobre todo, me parece necesario para mantener esta concordia que los hermanos usen de tal templanza y modestia en su mutua conversación que extermine aquella grande licencia que frecuentemente es causa de la alteración de las voluntades, mezclando en ellas estos santos respetos que conservan entera y por largo tiempo la unión de los hermanos. De aquí viene que estando Ciro prójimo a la muerte exhortó a sus hijos —bien que ellos no le obedecieron— no solo a un mutuo afecto, sino también a un respeto recíproco239. 238  Esta argumentación se encuentra en Sobre el amor fraterno (485C, 485F) de Plutarco: «Éste, también, al hacer colaborador y consejero siempre a su hermano en lo que él mismo parece mejor, como, por ejemplo, en los procesos siendo abogado, en las magistraturas como político, en las empresas como una persona activa, en suma, no permitiendo dejarle excluido de ninguna acción valiosa o que produzca honor, sino mostrándole partícipe de todos los bienes, empleándole si está presente y aguardándole cuando está ausente, y, en suma, al mostrar que su hermano no es menos eficaz que él sino menos propenso a fama y poder, le añadirá grandes bienes sin privarse a sí mismo de nada»; «Un hermano no tiene que inclinarse como el plato de la balanza al lado contrario, humillándose cuando su hermano se eleva, sino, como los números menores multiplicando a los mayores también resultan multiplicados, acrecentar y ser acrecentados en bienes» (1992: 179-180; 181). 239  El exemplum se refiere a la obra de Jenofonte Ciropedia y al discurso de Ciro antes de morir: «También tú, Cambises, sabes que este cetro de oro no es la salvaguarda del trono, sino que para los reyes el cetro más auténtico y seguro son los amigos fieles. No creas que los hombres son fieles por naturaleza, pues, si no, a todos parecerían fieles las mismas personas, como también el resto de las cualidades innatas a todos parecen iguales. Así que es preciso que cada uno establezca su propia corte de fieles, que no se consiguen nunca por medio de la violencia, sino, más bien, por medio de la generosidad. Si intentas convertir en colaboradores para la defensa del trono a otra gente, no comiences la búsqueda por ningún lado antes que por tu propio linaje. Los hombres que son ciudadanos de una misma ciudad tienen una relación más estrecha que los extranjeros, y los soldados que comen juntos más que los que acampan en tiendas separadas. Los hombres nacidos de la misma simiente, criados por la misma madre, crecidos en la misma casa, amados por los mismos progenitores, y que llaman padre y madre a las mismas personas, ¿cómo no van

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CABALLERO. Por una parte, me agrada este documento240, supuesto que aquella excesiva libertad en palabras y acciones sin miramiento alguno causa regularmente tal profundidad en la llaga que no pudiendo sufrirle el dolor se [f. 177] hace preciso resentirse con la lengua y muchas veces venir hasta a las manos. Mas por esta parte contemplo que practicándose este respeto que vos decís, no se atreverán los hermanos a corregirse uno a otro, ni a usar de las advertencias que habéis prescrito por temor de mutuamente ofenderse y de aquí seguirá lo que dice el poeta: Mal hace quien debate, mal quien se retira241.

195. ANÍBAL. De ningún modo soy de vuestro dictamen. Antes bien, me parece que los efectos son totalmente contrarios, porque la corrección que sale de persona con exceso libre en palabras, no tiene tan grande eficacia y más se atribuye al vicio natural del que la da, que al deseo que tenga de la mejoría y enmienda del prójimo. Pero a los avisos que proceden de un hombre sabio, discreto y respetable, se hace preciso que les hagamos lugar, persuadiéndonos a que siendo cual es el que habla, es inexcusable que un grande efecto y una razón justísima, le hayan incitado casi contra su voluntad a usar este oficio y deber para con nosotros. Y no penséis que nombrando respeto entiendo yo aquel temor y desconfianza que nos impide decir la verdad, como se practica con los príncipes, magistrados u otros grandes de este mundo. Porque esta extinguiría del todo aquel fuego de caridad que se requiere entre verdaderos hermanos. Antes bien, he querido entender aquel modo de obrar grave y discreto con el que honramos a otro e incitamos a los demás a que nos tengan respeto, Y el que si no, no nos estorba el reprimir y reprender a nuestro amigo, con menos razón nos prohibirá el corregir a nuestro hermano. 196. CABALLERO. Con todo eso hay —según creo— algunos hermanos que dejan de usar este deber entre sí por miedo de agraviarse el uno al otro, al modo que los criados no se atreven a hablar a sus señores temiendo irritarles. a ser éstos los parientes más próximos de todos? Así que lo que los dioses señalan como bueno para estrechar los lazos entre hermanos no lo convirtáis nunca en algo vano, sino edificad sobre ellos en seguida más actos de amor; así vuestra amistad superará siempre a otros amores. El que se preocupa de su hermano cuida de sí mismo. Pues ¿para qué otra persona el poder de un hermano es tan hermoso como para el hermano? ¿Qué otra persona será honrada por su gran poder tanto como su hermano? ¿A qué otro temerá alguien injuriar, si el hermano es poderoso, tanto como a un hermano?» (1987: 488-489). 240  Es decir, recuerdo. 241  Petrarca (69 14): «Al suo destino mal chi contrasta, e mal chi si nasconde».

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ANÍBAL. Antes decid que es falta de amor lo que les detiene ejecutar esto. De donde dimana que no solamente el un hermano cuida de corregir al otro, sino aún se complace en censurarle en su ausencia. CABALLERO. Sobre esto solía hablar algunas veces nuestro respetable padre Bernardino [f. 177v.] Maccia, lector de Instituta242, diciendo haber conocido dos hermanos, el uno doctor y el otro cortesano, los cuales, en medio de estar en reputación de hombre de bien, eran con todo eso naturalmente tan grandes habladores que por esta razón la gente de espíritu y de gusto delicado huían su lado. Yendo pues él a visitar al doctor que estaba algo indispuesto, se encontró a la puerta de la casa con el hermano que salía, a quien como le preguntase cómo le iba al enfermo, respondió que muy bien y añadió después: «Id, padre lector, a verle y estad cierto que este licenciado corneja, lleno de locuacidad os romperá con ella la cabeza más de lo que pudiera todo un mercado». Habiendo entrado este buen padre en la cámara del doctor, y habiendo discurrido de varias cosas, le dijo Bernardino: «No os pregunto qué hace vuestro hermano porque al entrar a veros le he visto de muy bien semblante». A lo que el doctor respondió: «No se debe esperar menos de los hombres que como él se dan buena vida. Y acaso este gran relator os habrá roto la cabeza con sus majaderías y mucho hablar». ANÍBAL. En verdad que, si los hermanos conviniesen entre sí en descubrirse secretamente sus faltas, quitarían a otros la ocasión de burlarse de ellos en público. 197. CABALLERO. Gran cosa es tener amigos, pero yo creo que no se da amistad tan firme ni más segura que la de los hermanos243. ANÍBAL. Ciertamente es un verdadero acto de locura el solicitar enlazarse con aquellos, cuyo amor no nos es recomendado por algún ímpetu de la naturaleza, y rehusar el de aquellos que ella misma nos ha puesto en la mano. Mas por cuanto no me parece necesario hacer sobre esto una larga detención, reducirémoslo todo a pocas palabras, diciendo que —como cuenta el adagio— así como una mano lava la otra y las dos la cara244, así es menester que el un hermano dé

242  Bernardino

Maccia enseñó Derecho Civil romano. Sobre el amor fraterno (190E): «Por esto, como sugiere la concatenación de mi discurso, bien dijo Teofrasto que “si son comunes los bienes de los amigos, con mayor razón los amigos de los amigos deben ser comunes”. Esto no menos podría aconsejarlo cualquiera a los hermanos, porque las compañías y relaciones con otros, privadamente y por separado, alejan y apartan a los unos de los otros. Pues al amar a otro sigue inmediatamente el disfrutar con otros, emular a otros y ser atraídos por otros. Las amistades, en efecto, configuran el carácter, y no hay señal mayor de la diferencia de caracteres que la elección de amigos diferentes» (1992: 192-193). 244  Este proverbio se encuentra en varias obras latinas, desde Petronio a Séneca. Cf. Erasmo, Adagia (1570: 35, I I 33): «Manus manum fricat». 243  Plutarco,

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gusto al otro y que todos juntos se ocupen en el servicio de su casa, para cuya grandeza y conservación se requiere haya entre ellos una grande concordia y esta compuesta de amor, inteligencia recíproca, respeto y mutua corrección. §. XXIII 198. CABALLERO. A lo que veo, nos falta poco para venir a tierra y poner fin [f. 178] a nuestro discurso, pues no resta otra cosa que evacuar sino la conversación de entre amo y criado. Empero temo no os sea sensible por extremo el emplear aquí el tiempo en vuestro daño que pudierais ocupar en cosas más útiles. ANÍBAL. En otras cosas hablo yo por el bien de otro, y entonces empleo y consumo el tiempo en solo eso; peor aquí me detengo con vos por mi bien y provecho, con que vengo a ganar el tiempo. Prosigamos pues alegremente que, si mi criado no se enfada más de esperarme allá fuera, que yo de estar aquí dentro, no se dará en el mundo amo y criado más contentos que él y yo. CABALLERO. Yo respondo por vuestro hombre que se da por contento de estar en donde está, porque estará sin duda entre nuestros criados, en donde pasará el tiempo y le empleará entre insignes divertimentos. ANÍBAL. ¿Y cuáles? CABALLERO. En beber, jugar y murmurar. ANÍBAL. Mala pro les haga, pues esto es en perjuicio de sus amos245. CABALLERO. Cuando todos estos recreos le faltasen, aún no dejaría yo de aseguraros en su nombre que por otra razón está contento y es porque no os ve. 199. ANÍBAL. Sin que me deis otra seguridad lo creo así. Pero ¿de dónde diremos que procede ese contento de nuestros criados? CABALLERO. De poco afecto. Porque si amasen a su amo les sería asimismo amable su presencia y solicitarían por todo medio y cuidado, estar siempre presente a sus ojos. ANÍBAL. ¿Y de dónde creemos dimana este poco amor de los criados? CABALLERO. Acaso de la desemejanza de vida, de espíritu y de costumbres. ¿Qué os parece? 200. ANÍBAL. Estoy con vos. Y aún se me previene otra razón de qué pudiera originarse esta poca afición —por no decir odio— de los criados ha245  Sobre

la temática de los criados y sirvientes, véase Valerio Máximo (1988: VI 8); Petrarca, De remediis (II 7, De servitute; II 29, De servis malis).

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cia los dueños, esto es, la misma servidumbre, la cual regularmente proviene más de necesidad que de voluntad del que sirve, puesto que, conociéndose el hombre no libre, sino sirviendo hace violencia a su natural. Y aunque espontáneamente se meta en esta prisión, siempre le parece que come el cañamón en la jaula —como se dice— y no puede abstenerse de tener odio y aborrecimiento al que le tiene debajo de su mando y dominio. De modo que, habiendo con la lengua jurado fidelidad a su señor, se revela contra su servicio con el pensamiento. Por esto no es de extrañar que huya voluntariamente su presencia y quiera más ser su criado de lejos que de cerca, pareciéndole que todo el tiempo que emplea [f. 178v.] fuera de la vista de su amo, está exento de servidumbre y ha recobrado su libertad. Como, al contrario, en poniéndosele el amo delante, baja el rostro y se persuade a que es como un perro suelto que vuelve segunda vez a la cadena246. 201. CABALLERO. En mi sentir, es menester venir aquí a distinguir de servidumbres, porque lo que expresáis de los criados que huyen la presencia de su dueño, no es general y se entiende solamente con los domésticos ínfimos y viles, no con los caballeros, quienes se complacen en ver a sus señores y les obedecen con buen afecto y corazón. Y por eso, se dijo que el noble ama y el villano teme. ANÍBAL. La diferencia que puede constituirse entre los nobles que sirven en las cortes de los príncipes y los de bajo estado que están al servicio de estos nobles es que las cadenas de estos son de hierro, pero las de los nobles de oro247. CABALLERO. Os concedo esa distinción y creo aún más que estas cadenas de oro aprietan mucho más que las de hierro. Mas con todo eso, no juzgo queráis decir que los nobles y villanos sirven con un mismo deseo y voluntad y que se dirigen a un mismo fin. ANÍBAL. Dígoos que los criados son enemigos de sus amos y de la cadena o servidumbre y que los nobles bien aman a su dueño, pero aborrecen la cadena. 202. CABALLERO. No puedo aún admitir que los nobles que sirven aborrezcan la cadena, pues ni el hambre ni la necesidad es quien les fuerza a servir, como obliga a los de baja condición, antes entran al servicio con una gallarda y natural disposición, sin tener —como los otros— por motivo y fin principal un lucro vil e infame, pero bien el honor, la gloria y la reputación. Callaré el 246  Erasmo, 247  La

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Adagia: «Canis in vincula» (1987: 366, II VI 67=1667). metáfora de las cadenas se encuentra en Petrarca (1994: 41).

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ejemplo de otro y solo hablaré de mí, asegurándoos que viendo el duque248 mi señor, como por mis achaques no podía servirle, me ha asignado ya para mi subsistencia en mi casa más de lo que hasta ahora me ha dado estando en su asistencia. No obstante esto —debo confesaros mi ambición— he discurrido conmigo mismo, que si me encierro aquí en la casa de mi padre249, nada más seré que los otros ciudadanos y me veré casi como inútil en el mundo; cuando, al contrario, estando cerca de este príncipe que me es tan dulce y agradable, tengo ocasión todos los días de ayudar a infinitas personas, y adquirirme un buen número de amigos, y darme a querer y estimar de los más principales [f. 179] de la corte. Traspasado y herido de estos punzantes ajicones, maldigo mi indisposición que no me permite estar largamente amarrado a esta cadena de oro para mí tan amable y apetecible. 203. ANÍBAL. Ordinariamente agrada a todo hombre de grande entendimiento, mas no por ella misma, sino por los efectos que de ella se siguen. Y me acuerdo de haber oído decir a vuestro hermano muchas veces que amaba mucho a su ama250 pero no la servidumbre. Y podré muy bien deciros que antes de la muerte de esta princesa se hubiera él retirado de estas mortificaciones y trabajos intolerables, si la grande bondad de ella y los grandes favores que le hacía no le hubiesen detenido como por fuerza. Y, de hecho, esta sujeción de comer, hablar, andar, con la boca, la lengua y los pies de otro, no gozar quietud de cuerpo ni de espíritu, perderse a sí mismo por el servicio del dueño y, en suma, estas desazones, cuidados y peligros expresados por vos mismo en una de vuestras cartas y porque aún vos mismo habéis pasado, llenan la copa de una bebida tan amarga que con su olor y aun solamente con su recuerdo ofenden a la misma naturaleza251. 204. CABALLERO. Bien sabéis que no se gana el premio sin correr en el circo252. ANÍBAL. También sé que hay muchos que corren, pero solo uno le lleva. Y por uno que se ve a quien por un lado feliz le toca el ser recompensado de sus servicios, hay muchos que se lamentan de haber consumido sus bienes y vida 248  El

duque de Nevers. (Juan) Guazzo. 250  Es una mención indirecta al hermano Esteban Guazzo, autor de la CC, y a su amable y buena relación con Margherita Paleologo, a quien sirvió hasta su muerte en diciembre de 1566. 251  Aníbal se refiere a una carta que Guillermo mandó a Francesco Testadoro Dorino en el que le cuenta «gli stenti e disagi della corte dove si trova» (Lettere volgari, 1566: f. 141). 252  La metáfora del circo es de Hervás. 249  Giovanni

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en el servicio de los príncipes, sin haber granjeado más que una vejez miserable con un vano arrepentimiento. Y hay muy pocos que dejen de bramar de enojo o de sentimiento. Esta es la razón porque no me agrada esta cadena de oro, reputando siempre estas servidumbres engañosas y miserables, menos una que es la que eligió cierto español, el cual habiendo servido largamente a su rey, se metió religioso y al punto le escribió que se había puesto a servir a otro mayor que él, y de quien esperaba mayor salario y galardón que de su majestad. Tales criados aman al dueño y a la cadena, y son solos lo que sirviendo reinan. Pero siendo nuestra intención el hablar de esta terrestre y mal asegurada servidumbre, me volveré a los nobles que sirven. Confieso que [f. 179v.] ellos comúnmente aman a su señor, al cual son conformes en espíritu, vida y costumbres. Y por esto están más contentos, mientras más avanzados están en el servicio, y mientras más ocasión y modo tienen de servirle. Y al modo que los criados menores se substraen cuanto pueden de los preceptos de sus amos, al contrario, los nobles, tan lejos están de que rehúsen el servicio que antes procuran prevenirse unos a otros en recibir las órdenes del dueño. Y como los otros se regocijan cuando no les mandan trabajar, los nobles se disgustan y creen haber perdido aquel día en que no ejecutaron algún acto de servidumbre253. CABALLERO. No por otra razón se dice que los príncipes son mejor servidos que nosotros, sino porque sus criados son nobles y los nuestros de baja esfera. §. XXIV 205. Pero paréceme que debéis desde ahora más, venir a las consideraciones sobre los modos de la conversación del señor con el criado. ANÍBAL. Sigamos el estilo acostumbrado en nuestros discursos y descubramos, primeramente, ocasiones de las discordias e inconveniencias que acaecen ordinariamente entre ellos, y después indagaremos el modo de ponerlos acordes. CABALLERO. Yo creo que hemos ya descubierto una ocasión al mencionar la disimilitud de su vida y modo de obrar. ANÍBAL. Vos tenéis razón, pero como esta causa es común, así al señor como al criado, hay otras dos, una de las cuales depende peculiarmente del primero y la otra del segundo. Al uno toca mandar y al otro incumbe servir, de modo que, faltando uno u otro en su oficio, habrá entre ellos alteración, desorden y discordias. El amo comete falta en no saber mandar y por eso habló bien el filósofo cuando dijo que es preciso que el dueño sepa mandar las cosas que 253  El

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autor glosa una sentencia de Tito Vespasiano que se lee en Suetonio (Titus, 8 2).

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el criado debe saber ejecutar. Pero no es tan fácil el saber mandar como los es el ser amo254. CABALLERO. Es menester pues enseñar al amo cómo debe mandar. ANÍBAL. El modo está propuesto, si pone la servidumbre antes del mando. CABALLERO. ¿Qué queréis decir con esto de adelantar el servicio al precepto? ANÍBAL. Esto es que antes que a mandar aprenda a servir. 206. CABALLERO. Me tocáis en el corazón con esta proposición vuestra, porque me parece imposible, [f. 180] que quien nunca tuvo señor sepa señorear. Y por esto, no trocaría yo al duque255 mi amo por el emperador256, porque habiendo él aprendido desde sus más jóvenes años a servir continuamente las majestades de los reyes Henrique II, y sucesivamente de sus hijos Francisco y Carlos, sus sucesores en la Corona257 y sabiendo de cuanta importancia es el poseer no menos los corazones que las personas de sus criados, usa de dulzura y discreción al mandar a sus gentiles hombres. Y he visto resultar de su servicio dos buenos efectos. Es él uno que habiendo él padecido sirviendo a su rey muchas inquietudes y trabajo, así de cuerpo como de espíritu, por su propio retrato saca el de sus hombres y, movido de piedad, les mira con ojos menos severos y les manda con menos rigor y gravedad. El otro efecto consiste en que viendo los criados que un príncipe tan grande como él, que puede vivir a su libertad, esto no obstante se emplea en continuos y penosos servicios, se sienten con su 254  El filósofo al que se refiere el médico parece ser Platón, aunque este enunciado es un lugar común que se encuentra en varias obras. Cf. Platón, Diálogos VIII, Leyes (Lib. VI, 726E): «Todo hombre debe pensar acerca de todos los hombres que el que no ha servido no podría llegar a ser un señor digno de alabanza y que hay que ensalzar más el servir bien que el mandar bien, primero a las leyes, en la convicción de que este es un servicio a los dioses…» (1999: 458). También en la Política (III 1277B 12) de Aristóteles se lee: «Porque existe la autoridad del amo: así llamamos la relacionada con el [trabajo] indispensable —que el gobernante no necesita saber hacer, sino más bien utilizar—. Lo demás es servil: digo lo demás, el ser capaz de desempeñar los oficios domésticos. Y distinguimos muchas clases de esclavos, pues las ocupaciones son diversas. Una parte de éstas [son las desempeñadas por] los obreros manuales. Ellos son, como su nombre lo indica, los que viven [del trabajo] de sus manos, entre los cuales está el artesano mecánico. Por eso en ciertos [países] los obreros no participaban desde muy antiguo en el gobierno, antes de sobrevenir la democracia radical. Esas ocupaciones de los subordinados no deben aprender[las] el buen político ni el buen ciudadano, si no es accidentalmente para utilidad propia: de otra manera no habría entonces distinción entre amo y esclavo» (1989: 294-295). 255  El duque de Nevers. 256  En los años de la CC, el emperador es Maximiliano II de Habsburgo. 257  Guillermo documenta toda su experiencia durante su servicio a toda la dinastía ValoisAngulema, desde Enrique II y Francisco II a Carlos IX. El primero reinó desde 1547 hasta 1559; el segundo, desde 1559 hasta 1560 y el último, desde 1561 hasta 1574.

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ejemplo maravillosamente inflamados y conmovidos a rendirle su obediencia, y a contemplar ligera cualquiera carga que pudiesen llevar en su obsequio. 207. ANÍBAL. Verdaderamente es un príncipe tan singular en valor y cortesanía que se ha granjeado más servidores por toda la Europa que tiene en su comitiva y de asistencia en su casa, pero este nuestro tiempo es tan infeliz que no se encuentra algún Homero que recite y describa los altos hechos de un tan grande Aquiles. Mas volviendo a las faltas de los amos, replicaré que aquellos solos saben mandar que supieron obedecer, y de ahí viene que casi por todas las casas se oigan amos indiscretos, soberbios, caprichosos, frenéticos e insolentes, los cuales no hablan con sus criados como si fuesen esclavos, sino con dominio y soberbia ni están contentos, si no los ven temblar en su presencia, no usando sino de voces llenas de terror, amenazas e injurias. CABALLERO. De este modo de proceder se sigue que por hábiles y suficientes que sean los criados, se aturden, se pierden y se constituyen más que nunca enemigos de sus señores. Aún más indiscretos son aquellos que riñen e injurian a su gente en presencia de los extraños, pues por este medio me [f. 180v.] parece les dan a entender que los reciben en su casa de mal corazón. Y no hay cosa que más detesten los criados que esta creencia, siendo así que cuando un criado busca amo, no pregunta si es ambicioso o de mala vida, sino solamente si es terrible y de genio extravagante. 208. ANÍBAL. Peores son aquellos que hablan con la mano a sus criados, dando a entender si sirvieron ellos que fueron apaleados y castigados de sus amos, y que ahora quieren vengarse a costa de sus pobres criados. Y si no sirvieron que se persuaden a que aquellos no saben vengarse, como vi yo el ejemplar en Pavía258. No hay cosa que tanto me desazone como estos golpeos, ni puedo hacer bien concepto del genio de aquellos que ejercitan su braveza y valentía sobre sus gentes, a quienes debieran guardarse de agraviar, siendo posible, aún más que a sus iguales, pues es acto de mayor bondad el no ofender a los que más fácilmente se pudiera injuriar. Y así es obligación de un amo prudente no castigar a su criado y acordarse de que ofende a su señor soberano, a quien quita el conocimiento de las faltas y conducta de su criado. 209. Otros hay de tan fantástico humor que quieren ser obedecidos por señas como si fuesen mudos y que sin hablar palabra se les entienda por discre258  Aníbal discurre sobre las dos razones que impulsan los amos a castigar y golpear a sus criados: o porque anteriormente han sido tratados mal por sus amos, o porque no temen sus venganzas como ocurrió en Pavia con un caso al que asistió personalmente durante sus últimos años de universidad.

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ción, como si sus criados fuesen adivinos y supiesen su pensamiento259. Otros pretenden que su criado haga tres o cuatro cosas de una vez sin tener juicio para conocer que —como dijo el criado de un convento— no puede ser repicar y andar en la Procesión260. Otros son tan delicados e impertinentes o antes bien insaciables que, si tuviesen no un solo criado sino mil, a todos les ocuparían sin nunca estar contentos, por cuanto, no se puede hacer cosa que les guste y se deleitan y complacen en mudar todos los meses criado. 210. CABALLERO. En la corte tenemos un gentilhombre el cual puede haber seis meses que vistió a un criado con su librea y después acá ha despojado cuatro de este mismo vestido. Y un poco antes de nuestra partida de Francia, me envió un día al anochecer un criado suyo para recoger una carta de favor que yo había escrito en nombre del duque mi amo sobre cierto negocio de este caballero261. Y encargándole yo al criado volviese al otro día, vino otro distinto en busca de la carta, a quien diciéndole yo que no era él el que había venido a mí cuarto el día antecedente, [f. 181] me respondió: «Si no soy yo a lo menos traigo el mismo hábito del cual fue el otro despojado y yo revestido». ANÍBAL. Esto me parece indigno y más que no lo sea, porque bien que no sea vergonzoso en el amo descubrir un altar por cubrir otro262, a lo menos les es mal visto el mudar tan repetidamente de criados, siendo esto señal de que es hombre impaciente y difícil, y un modo regular de dar a conocer a todos su vida y modales, puesto que, el criado que sale de una casa, no digo yo desnudo, sino bien recompensado, aún no puede abstenerse de decir adonde llega el modo de vivir de su amo. Y aunque a una verdad mezcle cien mentiras, no obstante, se le da oídos. A que se debe llevar la mortificación que tiene el amo en instruir un nuevo criado para amoldarle a sus humores y genio. 211. CABALLERO. Yo disculpo a los caballeros franceses en el estilo que tienen de quitar el vestido, porque reina en aquel país cierto género de criados tan viles y depravados que muy de propósito mudan de amo. Y hay muchos quienes sin esperar a que les despojen se escapan al punto que se ven vestidos, y 259  Hervás

prescinde de una sentencia que se encuentra en la CC de 1579: «onde è uscito quel detto: Ch’ogni signor al servo è monosillabo» (Guazzo 2010 I: 252), que a la vez es una forma proverbial que se encuentra en la Adagia de Erasmo (1987: 708, III III 93=2293): «Omnis herus servo monosyllabus». 260  Se adopta un proverbio de la tradición hispánica que sustituye: «non si può portar la croce e sonar le campane» (Guazzo 2010 I: 252). 261  La alusión es a la salida del duque de Nevers acompañado por Guillermo desde Francia hacia Casale en 1567, como lugarteniente de Carlos IX. 262  Es una manera de decir idiomática que significa revelar un secreto para cubrir otro.

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por esto muchos amos que han llevado este chasco, hacen venir tras de sí a sus criados con la divisa de la pobreza263, esto es, trayéndola una pierna desnuda y la otra calzada. ANÍBAL. A estos amos mal instruidos y calificados se pudieran juntar aquellos los cuales son tan impacientes que quieren sacar [cosas] imposibles de un criado y pretenden un servicio antes obedecido que mandado. Mas los peores de todos son los que debajo de un falso delito e imponiéndoles una calumnia, los echan fuera reteniéndoles su sudor y debido salario. CABALLERO. Se halla bien aprisa el palo para castigar al perro264. §. XXV 212. ANÍBAL. Mucho nos dilataríamos si quisiésemos discurrir sobre todos los defectos que se encuentran en los amos que nunca sirvieron. CABALLERO. Antes diré yo que estos han servido, y sirven aún, pues son esclavos de sus vicios. ANÍBAL. Vuestro dicho me agrada. Y así vengo a la otra ocasión que nace de los criados por no saber servir. Digo pues, que aquellos no saben servir que son no solamente groseros, rústicos e impropios para el servicio, sino también aquellos que en medio de ser suficientes para ejecutar lo que los amos les encargan, hay empero en ellos algún vicio notable y señalados que causa [f. 181v.] el que el amo les despida. Criado sin vicio es tan raro como hidrópico sin sed, y bien que sus vicios exceden desmesuradamente todo número en general, con todo eso singularmente están adornados de tres propiedades de los perros, por cuya ocasión se les llama así. 213. La primera es la glotonería que es motivo de que se diga por común proverbio que los criados son todos vientre265. Síguese la segunda que es el ladrar, puesto que, no es menester más de que el amo piense en decir o hacer alguna cosa cualquiera que sea en su casa, para que al punto la propale el criado por todas partes. Lo que harto bien descubre aquel cómico que dice está lleno de hiendas y agujeros de hacer salir fuera todo lo que recibe por las orejas. A estos vicios se añade el de morder, cosa familiar a este género de hombres que, por muchos bienes que un amo les haga, no dejan de llamarle ingrato y de disfamarle, de suerte que no dan lugar a que mienta el poeta que dijo: 263  Vale

decir, prácticamente desnudos. proverbio es de origen griego, y sucesivamente se divulgó en la cultura latina con Publilio Siro: «Malefacere qui vult, numquam non causam invenit». En español se ha traducido como: «Quien quiere hacer el mal nunca echa a faltar el pretexto» (Zanoner 2016: 1266). 265  Erasmo, Adagia: «Ventres» (1987: 581, II VIII 78=1778). 264  Este

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De un mal criado, es lo peor la lengua266.

Aún son peores que los perros porque además de imitar sus acciones, son también vanagloriosos y soberbios por lo que se ha dicho: Que de soberbios criados, todo palacio está lleno267.

214. Llegase a este vicio el embuste, no habiendo nada más servil que esta imperfección, puesto que los criados se habitúan a no decir jamás la verdad a sus amos ni acaso a sus confesores. Aunque este sería chico pleito, si no le acompañase la deslealtad y esta tan grande que, no contentos con lo que nos roban al gastar nuestro dinero, echan también nuestra hacienda por las ventanas, sin ser más leales en el honor como se ofrezca comodidad. Concluyo que el menor vicio merece una galera y que, según el adagio, tenemos tantos enemigos como criados268. Con todo eso, esta mi generalidad de palabras no hace ni impide el que, así como se hallan amos que saben mandar, también se encuentren criados que sepan servir y obedecer. CABALLERO. Así lo creo. Mas para evitar estos desórdenes sería preciso que el buen amo y el buen criado se hallasen juntos, porque si no se corresponden en bondad, es imposible que la indiscreción del uno se pueda conformar con la prudencia del otro. 215. ANÍBAL. En esto también soy de vuestra opinión, pero es preciso acordarnos de lo que dejamos269 [f. 182] dicho que, habiéndose acabado la Edad de Oro, conviene que el amo y el criado consideren que ya no hay hombre que sea enteramente bueno y perfecto, y que es preciso, de una y otra parte, suplir algunos defectos, con tal que no falten las mejores y más necesarias prendas. Es también preciso que no solamente el que sirve contemple que su deber es reducir y sujetar su voluntad a la de su señor, sino que este debe pasar a más que aquel, por cuanto sabe que los criados son de vil condición y naturalmente propensos al mal. Por cuya razón, nunca serán tan leales, diligentes y afectos hacia él, como él se mostraría en el servicio de un príncipe. Y que razonablemente deberá cerrar antes los ojos a algunas faltas de su criado que pensar en romperse inútilmente la cabeza en corregirlas. 266  Juvenal: 267  Guazzo

«Lingua mali pars pessima servi» (1685: IX 121). traduce otro verso de Juvenal (1685: V 66): «Maxima quaeque domus servis est

plena superbis». 268  «Totitem hostes esse quot servos», este proverbio encuentra una larga difusión en los autores clásicos latinos. Séneca lo retoma en una de sus cartas a Lucilio (47 5), y también Erasmo en su Adagia: «Quot servos habemus, totidem habemus hostes» (1687: 431, II III 31). 269  La alusión de Aníbal es al primer libro de la CC (ff. 38v.-39).

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§. XXVI 216. CABALLERO. Estoy viendo que poco a poco vais entrando al presente en el modo de conversación de entre amo y criado. Pero yo quisiera que primeramente me dijeseis qué defectos deben soportar los que sirven. ANÍBAL. Con vuestra petición advierto una falta en que incurrí antes de ayer al enumerar las imperfecciones ajenas, porque lo que os propuse en general de los hombres soportable, admite la excepción de que esto no se extiende hasta los domésticos, quienes están sujetos a la voluntad del padre de familias, el cual no puede honestamente abrir la puerta a los vicios para aquellos para quienes puede cerrarlas. E imitando a Catón, puede ser más severo con los suyos que con los otros270. También este mismo Catón decía que a todos perdonaba menos a sí mismo. Empero se debe decir que las faltas del criado recaen sobre el amor, porque si es cierto el refrán que dice «tal es la perra como la ama la enseña»271, y el otro que «el pez comienza a oler mal por la cabeza»272, no hay duda alguna en que los vicios de nuestros sirvientes nos serán imputados o como que se los hemos enseñado, o como que nos deleitamos en tenerlos así viciosos. El señor pues no debe consentir los vicios de sus criados que son a otros intolerables y es inexcusable o que les desvíe de su asistencia, o que procure reformar su vida. 217. CABALLERO. Yo tengo bello miedo que no queráis restringir demasiado las reglas de los criados y la obligación de los amos, porque si estando el padre [f. 182v.] impedido de otros cuidados, hace instruir sus hijos por un maestro o pedagogo, no será razón varón que se haga preceptor de sus criados cuyo natural, propendiendo al vicio, tendría bastante pena en dirigirle, estando él por este medio en servidumbre y no ellos. Así en cuanto a mí, tengo otras cosas en el pensamiento, más que el cuidar de ir a ver qué hacen mis criados, los cuales les estoy cierto no harán cosa que no sea mal hecha. ANÍBAL. Sé bien que los criados que parecen prudentes en la presencia del dueño son insolentes lejos de ella y se burlan de ellos por detrás. Mas lo que yo he querido decir es que no sufra el amo que sus criados cometan con la lengua, o 270  La

necesidad de severidad se expresa con la sentencia de Catón que se halla en la Apophthegmata (Severus in seipsum, 5) de Erasmo: «Idem dicebat, se ómnibus peccantibus ignoscere, praeterquam sibi ipsi. Multum dissimilis illi Maeuio, qui carpes alios, sibi condonaba omnia. Sibi ignoscit, quem non poenitet admissi: de se poenas sumit, qui cura pensat, quod incogitantia commissum est» (1570: 439). 271  Se traduce el proverbio clásico (de origen griego y luego latín): «Qualis dominus talis et servus», utilizado y adaptado por muchos autores. Cf. Erasmo, Adagia (1987: 517-518, II VI 13=1513): «Catulae dominas imitantes». 272  Erasmo, Adagia (1987: 894, IV III 97): «Piscis primum a capite feotet».

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efectivamente alguna falta con la cual sea Dios ofendido o el próximo perjudicado. Y les dé a conocer que su casa esté neta de toda mancha e iniquidad y que es enemigo de los vicios. Con cuyos medios, aunque no pueda arrancar ni extirpar de ellos las raíces de la iniquidad, logrará a los menos que se guarden de ofender sus ojos y oídos. En cuanto a otras faltillas suyas, que son de poco efecto como ser inciviles, indiscretos, tontos, poco cuidadosos, sin memoria, pendencieros, querellosos, desabridos y coléricos, gulosos, importunos, adormecidos, perezosos, vanagloriosos y otras semejantes cualidades, no tan solo se ha de soportarlas, sino que aún conozco yo algunos caballeros muy perfectos que se complacen, como sus gentes sean en lo demás fieles en tenerlos necios, habladores o chocarreros para conseguir diversión. 218. CABALLERO. ¿Fue esta tontería o gracejo? Hubo un caballero el cual saliendo de casa mandó a su criado fuese a la de un carnicero llamado David y que comprase más tripas, las que, habiendo ya vendido el carnicero, se volvió el criado a la iglesia a encontrar a su amo que estaba oyendo el sermón y al tiempo de entrar, oyó al predicador que decía: «¿Qué es lo que dice David?». Y al punto respondió: «Que las tripas estaban vendidas». ANÍBAL. Hay amos que, aunque sus criados les insulten, se lo pasan y lo echan antes por el lado de la risa que de la cólera, como aquel que llamando al suyo «rey de los locos», él le respondió: «Pluguiera a Dios yo lo fuese que entonces tendría esperanza de mandar alguna vez a alguno que ahora tiene más poder que yo». CABALLERO. Yo no sabría ser tan filósofo con mi criado. ANÍBAL. Ni yo tampoco. Pero puede ser que este criado fuese por otra parte tan útil a su señor, que este no hiciese caso de que usase con él [f. 183, 8º] de alguna llaneza. Pero no siendo todos los amos tan fáciles de manejar que gusten de tales criados, ni hallando estos amos de tan buena pasta que así les aguanten, pasemos a dar tal eficacia a su conversación que puedan fácilmente vivir juntos. CABALLERO. Con grande impaciencia espero esto de vos. §. XXVII 219. ANÍBAL. Digo en primer lugar, que es necesario a cualquiera que desea ser bien servido, considerar que ha menester un criado que tenga en sí principalmente tres cosas, es a saber: amistad, fidelidad y suficiencia. Lo que acaso obtendrá más fácilmente de lo que piensa, con tal que se disponga a mostrársele amo amigable y bueno, según el precepto del sabio que dice: «Ama al que alimentas». Lo que el amo se verá precisado a hacer, si considera que los criados, aunque sirven, son hombres que habitan con nosotros y aun nuestros

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humildes amigos o antes bien nuestros consiervos. De donde comprenderá que es cosa honesta y bien vista el haberse humana y familiarmente con ellos. Ejecutando esto, el señor invitará y aun forzará a su criado a amarle, y conocerá que el que fue autor de esta sentencia que tenemos tantos enemigos como criados, acaso quiso censurar a los amos y no a los criados, quienes no nos son enemigos si nosotros no los hacemos. 220. CABALLERO. Advertid que los que producen esta regla son de opinión contraria a la vuestra, y sienten que no hay cosa que más constituya al criado insolente y desvanecido que el asentarle así el pelo y alargarle. No ignoráis el proverbio: Punza el villano, él te ungirá, úngele, él te punzará.

En cuanto a mí, no gusto hacer del compañero con mi criado, y soy bien contento de amar a los que me sirven, pero no de acariciarles ni hacerles mimos. ANÍBAL. Hay medida establecida para todas nuestras acciones, en las que se debe procurar no pecar por carta de más ni de menos273. Yo bien quiero que el señor conserve su puesto, porque si se familiarizase con su criado y mostrase tener un corazón bajo y envilecido, sería indigno de mandar y aun de ser criado de sus criados, exponiéndose a un disfame [f. 183v.] vergonzoso, fuera de que bien presto conocería que la mucha familiaridad engendra menosprecio. Y por tanto los hombres de buen juicio, de tal modo y tan discretamente, se portan conversando con sus criados que no les permiten hacerse nimiamente soberbios, ni con exceso cobardes y pusilánimes. 221. Con todo eso no es necesario que el señor esté continuamente del todo grave y ceñudo con aquel que le sirve, porque enseñándole ordinariamente un rostro austero y encapotado, sin dejar nunca la severidad dominante, no solamente no da alguna señal de su cariño al criado, sino hace que este se halle siempre en la duda de si le sirve a su gusto, obligándole de esta suerte a hacerle perder la gana de cumplir con su obligación274. Debiendo pues el amo descubrir su benevolencia para su criado, es preciso que conozca los tiempos y lugares propios para hacerlo. Y, si es lícito decirlo, conviene que tenga dos semblantes en uno solo, y sepa imitar al sol, quien al formar su celeste carrera presenta ahora 273  Esta

télico.

es una de las frases claves de la CC que alude a la teoría del «justo medio» aristo-

274  Este proverbio es de origen latino, citado por san Agustín: «Nimia familiaritas parit contemptum», y se ha traducido al castellano como: «La excesiva familiaridad engendra menosprecio» (Cf. Arthaber 1986).

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su casa cubierta de nubes. Después, huyendo estos cuerpos opacos, se muestra alegre y sereno. Así, la razón pide que públicamente y en presencia de sus amigos use del semblante grave y severo con sus criados, pero también debe dejarle cuando está solo, manifestándoles no solo en el rostro, sino en las palabras la dulzura que les es tan agradable y que tanto les incita y acalora para servir. Que, si el amo es uno de estos caballeros que han estado en el servicio de algún príncipe, que se acuerde del gusto y regocijo que reciben los cortesanos de una sola palabra agraciada, o de otro cualquiera favorcillo que les haga el príncipe. Sobre lo cual he oído muchas veces a vuestro hermano levantar hasta el cielo la bondad y discreción de madama la duquesa su señora275, afirmando que jamás hubo príncipe que mejor supiese que esta ilustre señora hacerse a un mismo tiempo respetar y amar de sus criados. 222. CABALLERO. Yo puedo hablar de alguna parte y que, no obstante, la severa majestad que en público representaba su rostro, con todo eso, particularmente y entre sus domésticos —fuera ya de sus grandes negocios— era con exceso dulce, afable y risueña para sus gentiles hombres y damas. Pero cuando entraba en la sala a pública audiencia, diríais que al modo que en un teatro en donde se va a representar alguna comedia, se ve callar en un instante mil voces, y nacer un repentino silencio al abrirse la cortina que cubre el lugar en [f. 184] donde están los actores. Así también, solo con bajar esta señora los ojos, repentinamente se vía derramarse un respeto humilde, una reverencia silenciosa y un temor amoroso en los corazones de sus caballeros, atentos todos a venerarla y prontos a ejecutar sus preceptos. ANÍBAL. Ved ahí como con una gravedad honesta y sin perder nada de la autoridad se puede acariciar a los criados y ganar su corazón y afecto. Con esta adquisición se logra otra, puesto que a la afición se sigue la lealtad, que tanto necesita un amo para su honor y provecho. 223. Mas por cuanto —como dicho habemos—276 además del amor y lealtad, se requiere la suficiencia encargo al amo se la enseñe a su criado. CABALLERO. Todavía queréis que el amo sea preceptor de su sirviente. ANÍBAL. Antes quiero que sea el instructor de sí mismo, aprendiendo a bien mandar lo que habiendo logrado verá inmediatamente cómo es bien servido. Ni debe persuadirse a que los criados están en obligación de aliviarle de toda carga, porque es preciso que él también la tenga por su lado, debiendo saber que 275  Vuelve a considerar la relación entre Esteban Guazzo y Margherita Paleologo, duquesa de Mantua. 276  Se refiere al f. 183 del tercer libro de la CC (nota 219).

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no es poco empeño el gobernar criados, y que mientras más tuviere más empachado se verá en mandarles. Porque en donde es grande el número de criados, hay también grandes debates, discordias y guerras domésticas. 224. CABALLERO. ¿En qué consiste pues el mandar bien? ANÍBAL. En dos cosas, de las cuales una estriba en las palabras y otra en los efectos. En cuanto a las palabras es menester que el señor se haga cargo de que no hay criado tan experto de servir a otros dueños que no necesite aprender nuevas leyes de su nuevo amo, y de que este le advierta lo que debe obrar para complacerle a fin de que con orden sepa seguir su voluntad y amoldarse a su humor y complexión. Por esto, no debe el amo juzgar que desde los principios le sabrá el criado servir por señas ni a su fantasía. Antes es menester que ordenada e inteligiblemente le haga entender su intención y uso de palabras suaves, haciéndole perder sus antiguos modos de servir, que —puede ser— no son de su gusto para hacerle a sus mañas. En cuanto a mí, si yo tuviese que escoger un criado, quisiera tomarle nuevo y sin experiencia, sin que jamás hubiese servido, antes que uno ya acostumbrado y ducho en el servicio. Porque ordinariamente los que han barrido, [f. 184v.] y limpiado muchas casas, tomaron asimismo muchos malos resabios y complexiones y son más maliciosos y difíciles de reformar; cuando uno grosero y novato es más simple, más blando y más apto para ser empleado en cualquiera cosa. De suerte que, el amo tiene el ánimo más en reposo y se estima dichoso de haberle hecho y formado a su modo. 225. CABALLERO. Buena me parece vuestra opinión, siendo cosa difícil de alterar el hábito y modales de un criado viejo, quien antes muda el pelo que las costumbres277, aunque bien es preciso que un amo aguante algún tiempo antes que haya desbastado el que aún es rudo y grosero para servir. ANÍBAL. Así es. Pero para tener menos trabajo, convendría elegirle de gentil espíritu y tal que pudiese salir un hombre discreto. 226. CABALLERO. Del buen espíritu de un nuevo criado se certificó cierto día nuestro amigo el conde Héctor Miroglio a quien, habiendo arribado a su casa de Mantua una mañana se presentó para servirle uno de sus vasallos de Moncestino278, cuya venida le fue muy agradable porque le era preciso despachar a Milán otro criado suyo. Y así, habiendo hecho al nuevo limpiar el cuarto, 277  Es

una adaptación del proverbio latín: «Vulpem pilum mutare, non mores». También Erasmo lo menciona en su Adagia: «Lupus pilum mutat, non mentem» (1987: 695, III III 21=2221). 278  Pueblo del Monferrato, actualmente en la provincia de Alessandria. En las Lettere volgari (1565), se recogen seis cartas escritas por Ettore (Héctor) Miroglio.

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le mandó pusiese la mesa lo que ejecutó. Y bien que el conde comiese aquel día solo en su cámara, no obstante, su hombre puso dos cubiertos uno en frente de otro, y del mismo modo dos sillas, a lo que el conde no habló palabra, antes comprendiendo —según había ya sospechado— el designio de su sirviente, se resolvió a ver cuál sería el fin de esta farsa comenzada. Puesto todo el recado y habiéndose hecho dar de lavar el conde, se puso a la mesa. Y al punto el criado lavó sus manos y se sentó en frente de su amo. Ni aun por esto quiso hablar palabra el conde que como sabéis es naturalmente chistoso. Pero habiendo el criado comido algunos bocados, y advirtiendo que el conde podría tener sed, le dijo: «Amo mío, en tendiendo sed avisad y no reparéis en mandarme». De lo que el conde echó a reír con tal gana que el pobre tonto conoció el absurdo por el cometido y dándole de beber no pasó más a ponerse a la mesa. Así desde que volvió de Milán el otro criado, envió el conde al de Moncestino a su casa, encargándole fuese a cuidar de los jumentos de donde había venido y para que era más propio que para su servicio. 227. ANÍBAL. Sin mentir, este terreno nuestro produce hombres mentecatos y nada propios para el servicio. CABALLERO. Su mentecatez —si no estoy engañado— dimana de que en estas partes no residen [f. 185] los príncipes. Siendo así que en las cortes es en donde se refinan los espíritus de los criados, a que se llega que es tal nuestro genio que permitimos que nuestros criados se familiaricen y domestiquen con nosotros más que en otra provincia, ni cuidamos de hacernos servir con majestad, gentileza y respeto, de donde regularmente proviene que los criados se queden rudos y groseros así en palabras como en acciones279. ANÍBAL. En fin, por lo que mira a nuestros criados, nos podemos consolar con que, si les falta la civilidad y aseo para servir, lo suplen con cierta fidelidad y ley que no se encuentran tan fácilmente como se quisiera en todos los de otras partes. CABALLERO. Así es. Y sé muy bien que el duque mi señor280 se da por contento de los criados que tiene del Monferradés, por cuanto conoce que le sirven con afecto, diligencia y sin disgusto, y que en suma son más útiles que delicados. ANÍBAL. Volviendo a nuestro propósito, conozcamos y advirtamos que el amo que quiere ser bien servido, no debe ser mezquino de palabras, sea mandan-

279  Según Guillermo, en el Monferrato hay una relación entre amo y criado fundada en la familiaridad, de manera que, la lejanía de la corte engendra las malas costumbres de los criados, objeto de su crítica. 280  El Caballero vuelve a proponer paradigmáticamente la corte del duque de Nevers.

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do claramente lo que desea o enseñando a su gente lo que ignoran y corrigiendo suavemente o en que erraren. §. XXVIII 228. Habiendo ya dicho cuáles deben ser los preceptos del amo en cuanto a las palabras, resta hablar de los que son y consisten en el efecto. Es pues esto que el señor manda efectivamente todas las veces, que por su ejemplo y obra convida a su criado a imitarle. Y por eso, si pretende que este sea inflamado del deseo de servirle, es menester que en las obras sea tal cual dice ser, teniendo por seguro que nada hay que tanto espolea a los criados como la diligencia del señor como, al contrario, es imposible que siendo este perezoso sean aquellos activos. De aquí vino el común adagio que el ojo del señor engorda al caballo; como también siendo preguntado un filósofo cuál era el más útil estiércol para los campos, respondió: «Los pasos del dueño». Así es preciso que él espere y discurra que los criados fundarán su alivio en verle a él mismo ocupado en semejante o en otro ejercicio. Y debe también esperar que como en lo que fuere loable seguirán sus pasos, harán lo propio en lo que es vituperable, y serán con él participe de sus vicios281. 229. Manda también [f. 185v.] el amo a sus criados cuando sabe de tal suerte usar de su autoridad que más obedecido es, de un solo guiñar de ojos, que otros con injurias y amenazas, con las que hacen temblar a toda su familia ignorando —como dice un poeta—: Que un blando imperio oculta una gran fuerza282.

Y, por tanto, que se guarde de contravenir a esta sentencia. Yo no quiero como un león inquietar tu casa y tus domésticos ni oprimir tus súbditos. Y después de que con sus buenos modos hubiere logrado el amor, fidelidad y suficiencia del criado hará más que bien en guardarle. Para conseguir esto no 281  El

filósofo es Aristóteles, aunque estos dos proverbios clásicos circularon en varias obras desde la antigua Grecia hasta Erasmo. Ambos se citan por primera vez en el Económicos (1345a) de Aristóteles: «El sistema persa era que el propio dueño dispusiese todo e inspeccionase todo, como Dión decía de Dionisio; pues nadie cuida de lo ajeno de la misma manera que de lo propio, así que en la medida de lo posible, uno mismo debería prestar atención a lo suyo propio. Y los dichos del persa y del libio podrían venir bien: interrogado el primero sobre qué cosa engordaba más a un caballo, dijo: “El ojo del amo”. Y el libio cuando se le preguntó qué estiércol era el mejor, contestó: “Las huellas del amo”» (1984: 259). 282  No se ha encontrado el autor de este verso.

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hay cosa como serle afable, sea en consolarle en sus trabajos como en visitarle en sus enfermedades, y concederle en tiempo y lugar, a lo menos cosas que no siendo en sí de mucho coste sean útiles al criado, quien no se tiene por obligado de vos, aunque le alimentéis y le deis gajes y salario, pues esto es lo pactado y convenido en canje de su trabajo, pero se reputa y confiesa deudor de todo lo que se le da de gracia y cortesanía. Y grandemente se engaña el amo que juzga que su criado sea noble o no, se sirve por solo los gajes sin esperar otra cosa de él. 230. Por esta razón, ha de insistir en recompensar bien a un buen criado y tenerle junto a sí como cosa rara. Y aún es menester se haga cargo de que el criado es en cierto modo una parte del señor, sin que haya mejor profesión en el mundo que la de un buen criado. Por eso está escrito: Si tienes un criado fiel, guárdale como tu propia vida283.

Ni debe el amo desdeñarse de oír y escuchar las razones de sus criados y gobernarse según la fidelidad de sus avisos, porque hay algunos que han sido más útiles a la casa de sus amos que los hijos ni los hermanos. Y, por concluir, es preciso que el amo sea familiar y trate a sus inferiores del modo que él quisiera serlo de los que tienen poder sobre él. Por cuyo medio evitará el vicio abominable de la ingratitud, y a medida que creciere su bien y facultades, aumentará también el premio y gajes a sus domésticos, sin faltar nunca a satisfacerles su salario. Y reconocerá con mano liberal y hasta adonde alcanzaren sus fuerzas su largo y leal servicio284. 231. CABALLERO. A lo que veo habéis a un mismo [f. 186] tiempo equivocado en estos medios al amo y al criado. Con todo eso, quisiera yo que prescribieseis al criado algún cargo que le fuese peculiar. ANÍBAL. Yo le aconsejo que aprenda y perciba el antiguo proverbio que dice: Hacer la cama al perro, cosa es dificultosa285. 283  Es sentencia bíblica. Eclesiástico (33: 31): «Si tienes un solo esclavo, trátalo como a ti mismo, pues lo compraste con sangre». 284  En la CC de 1579 aparece la siguiente frase, cuya referencia es al centurión del Evangelio (Mateo, 8 5:13) que Hervás no traduce al castellano: «Ma spediamoci ad un tratto e ricordiamo al patrone ch’impari a portarsi verso il servitore in quel modo che gli insegna il Vangello, con l’essempio dell’amorevolissimo centuriore» (Guazzo 2010 I: 260). 285  Cf. Mexía (1989: 341).

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Quiere decir que como no se sabe de qué lado se echará el perro, por las muchas vueltas y giros que da antes de reclinarse en su guarda, así ignora el servidor cómo servir debidamente a su amo advirtiendo la variedad de sus apetitos. Siendo pues tan delicado el genio de un amo, debe el criado proponerse al servirle mil trabajos y dificultades, con las cuales apenas podrá contentarle, pero en medio de eso, guárdese de incurrir en la falta común a todos los criados, quienes imitando a las escobas nuevas que limpian la casa, sirven bien a la entrada y después se hacen lentos y perezosos286. No es este el modo de ganar la gracia y amistad de un amo, porque el galardón no pertenece al que comienza, sino al que persevera. Y es menester que el criado presuponga que el amo espera que en la prosecución de su servicio antes debe aumentar su fuego y deseo que entibarle y disminuirle. 232. Que se disponga a conformar y referir sus pensamientos, acciones y modales, al deseo de su señor, y que ate la burra por donde fuere su gusto sin contradecir, no habiendo cosa que tanto disguste al hombre como ver que quien debe obedecerle resiste a su voluntad y contradice a sus órdenes. Que no piense en adquirir con lisonjas o fingimientos la gracia de su señor, antes debe obedecerle con simplicidad de corazón, puesto que, de la infidelidad de las palabras se toma argumento para la deslealtad de las obras y está el amo en una continua sospecha, debiendo tener presente el que sirve que debe saber más que hablar287. Que primero lo olvide todo, antes que esto, es a saber, vivir fielmente no por miedo de la potestad del señor, sino haciéndose de ello una estrecha obligación, imitando a aquel buen criado a quien como uno preguntase: «¿Si te tomo a mi servicio serás hombre de bien?». Respondió: «Y aun cuando no me recibieseis, no dejaría de serlo»288. 233. Y por cuanto sirve en vano que no es agradable y que o se da mayor tormento que servir y no agradar, [f. 186v.] si viere el criado que no le es posible ajustarse al gusto y complacencia de su dueño, debe solicitar el retirarse amigablemente de su servicio, antes que estar en su casa con su disgusto y desabrimiento. Mas si conociere que ha logrado su gracia debe fundar en esto su mayor satisfacción y contento, diciendo en su interior: «Dichosos los que sirven a los dichosos». Que no apetezca los nuevos servicios, antes bien tenga presente el co286  La

alusión es al proverbio latino: «Verrit humum bene scopa recens». (Miles, 477): «Plus oportet scire servom quam loqui». 288  Este exemplum se lee en Erasmo, Apophthegmata (36: «Alter quum venderetur, rogatus a licitatore: Erisne frugi, si fuero mercatus? Respondit: Etiam si non fueris mercatus. Ne fortuna quidem seruilis docere potuit illum seruilia loqui. Qui enim natura probus est, ubique et apud omnes probus est» (1570: 121). 287  Plauto

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mún adagio de que las piedras que van rodando nunca se enmohecen289. Finalmente, que jamás se encuentre sin fidelidad, sin amor, sin respecto, vigilancia, limpieza, prontitud y secreto, sin hacer caso mientras sirve ni aun de su propia vida y siga este común dicho que «o sirva como siervo, o huya como ciervo». §. XXIX 234. Ahora se me ofrece que nuestro discurso no se ha colocado como debiera, pues hemos hablado de la conversación de los señores particulares con sus ínfimos criados, cuando primeramente debiéramos discurrir de la de entre el príncipe y el cortesano. ANÍBAL. Ya ayer dijimos que los príncipes no necesitan de nuestros dictámenes y documentos, con que así no es menester enseñarles el modo de gobernar con su familia, porque ellos se rigen y portan en sus cortes con autoridad, paz y silencio, ni se oyen volar por el aire palabras injuriosas ni indecentes contra los criados. Como ni tampoco allí se advierten estos desordenes que comúnmente reinan en las casas particulares y, en suma, no se reconoce el menor defecto. 235. Pues no queréis —no sé yo porqué— dar forma a la conversación del príncipe, sed contento a lo menos de manifestársela a los criados, a fin que nuestro discurso sea perfecto. ANÍBAL. Fuera de que es ya tarde y que me es preciso ir a visitar mis enfermos, bien sabéis que estamos relevados de este trabajo por la discreta pluma del que ha compuesto el libro del Cortesano290. CABALLERO. Ciertamente este caballero se ha granjeado un renombre inmortal con la felicidad de esta obra, en que nada ha dejado de desear en cuanto al oficio y deber de un buen cortesano. Pero esto no obstante quisiera que no dejaseis de practicar lo que el buen médico, quien, aunque otros hayan hecho recetas para un paciente, en medio de eso no le niegan una de su mano [f. 187] y disposición. 236. ANÍBAL. Soy contento y por una que me pedís os he de dar dos. Y supuesto que sería agravio a los caballeros el proponerles los vulgares simples de la fidelidad, del afecto, capacidad, diligencia y respeto debido a los príncipes, doy por remedio al cortesano que siendo el príncipe —como dijimos ayer— un

289  Erasmo,

Adagia: «Saxum volutum non obducitur musco» (1987: I VIII 23). rechaza la invitación de Guillermo para discurrir sobre la figura del cortesano y cita directamente el libro de Baldassarre Castiglione Il cortegiano, un texto fundamental y primario para la elaboración de la CC. 290  Aníbal

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Dios en la tierra, nunca cese de venerarle como cosa santa y sagrada. Y haga memoria de que rehusando los atenienses deificar y venerar como Dios al rey Alejandro, oyeron estas palabras —bien que poco cristianas—: «Tened cuenta que mientras queréis guardar los cielos, no perdáis la tierra»291, este es el primer remedio. En el segundo entran dos medicamentos que he entresacado del recetario de un grande y excelente filósofo y valiéndose de uno, o de entrambos el cortesano logrará el conservarse por muy largo tiempo en la gracia del príncipe. Son pues estas drogas la dieta y abstinencia, o preparar con azúcar las viandas292. CABALLERO. Aclarad algo mejor esos remedios. ANÍBAL. Sírvales de interpretación esta copla: Del príncipe en la presencia, calle atento el cortesano; o si habla, procure ufano lisonjear su complacencia.

237. CABALLERO. ¡Oh!, ¡qué cortas son las horas del placer! No creía yo que fuese tan tarde. Id pues en buena hora mientras quedo esperando que después de las delicadas viandas con que me habéis lisonjeado el gusto estos tres días, vengáis mañana a confortar y reforzar el estómago con el postre de este banquete que me habéis ofrecido. A fin de que, con este dulce en boca, pueda volverme pasado mañana hacia el duque mi señor293, quien por sus cartas me llama para negocio de importancia. 238. ANÍBAL. Yo me hallaré aquí mañana, no ya por daros lo dulce, sino por recibir el acíbar294 amargo de vuestra partida, la que es preciso confesaros, llevaría con la mayor impaciencia y desconsuelo, a no ser por aquella esperanza que me habéis dado de vuestra vuelta por acá. CABALLERO. No dudo recibáis algún gusto en verme y que mi presencia os sea agradable, pues sabéis y conocéis cuánto admiro, amo y reverencio vuestras singulares prendas. Empero bien podéis creer que el placer que siento con

291  Este exemplum de Alejandro Magno se lee en Valerio Máximo (1988: VII 2 ext. [pronun-

ciado por el ateniense Démades]). 292  Con el término azúcar se refiere a la gracia que debe tener el cortesano, siempre cortésmente disponible. 293  Guillermo muestra cierta impaciencia por escuchar lo que ocurrió en el convite de Casale, ya que Aníbal se lo prometió al final del segundo libro de la CC (f. 125v., nota 255). El Caballero tiene que volver al servicio del duque de Nevers, quien lo solicitó con sus cartas. 294  «Amargura, sinsabor, disgusto» (DRAE). En la CC se refiere directamente al «assenzo» (Guazzo I 2010: 262).

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la vuestra es tanto mayor cuanto el enfermo tiene mayor necesidad, [f. 187v.] del médico que este del paciente. Y no quiero en esto decir que yo necesite de vos para sanarme, antes bien para mantenerme en la salud que conozco haber enteramente recobrado por vuestro medio y diligencia. ANÍBAL. Por los discursos de estos tres días, he conocido evidentemente en vos que sois más médico que enfermo. 239. CABALLERO. Vos sabéis como durante esta mi indisposición no consideraba por remedio más droga que la soledad, sin estar ya en mi mano el dejar de acelerar mi muerte y vos me habéis hecho reconocer mi error, con el que yo mismo construía mi sepulcro. Pues evidenciándome que es el conversar la verdadera medicina para semejante dolencias como la mía, me habéis también instruido y declarado cómo se deben elegir las personas con quienes nos conviene razonar, reduciendo a la memoria los medios generales proporcionados, a todos y los particulares que convienen a cada género de personas para la conversación de fuera o dentro de casa. Con que sintiéndome ahora con esta medicina —gracias a Dios y a vos— aliviado y aun enteramente convalecido de la indisposición del espíritu, puedo igualmente decir que he recobrado la salud del cuerpo295. 240. ANÍBAL. Bien veo que, en mis discursos, no he satisfecho sin perfección ni entereza ni a vuestro deseo ni a mi voluntad. En medio de eso, me aseguro que no estáis engañado en confesar que la conversación civil sirve mucho para aliviar las pasiones y achaques del espíritu, no habiendo en el orbe cosa que mejor nos instruya en las ciencias y buenos hábitos que más nos incline a bien obrar y nos desvíe del mal, que la compañía de sujetos virtuosos y honestos. Tampoco os habéis engañado en decir que de la salud del ánimo proviene asimismo la del cuerpo, porque nuestro Galeno afirma que los vicios del espíritu ocasionan las enfermedades corporales y que él curó muchos enfermos, reduciendo la alteración y movimientos del ánimo a su primera y debida proporción296. Mas por cuanto no soy yo nada experto en la práctica y curativa de los espíritus indispuestos, y que yo mismo en esta parte necesito de remedio, vendré mañana a referiros los juegos y discursos de las damas y caballeros que queréis que os recite y de los cuales [f. 188] vos y yo sacaremos —como lo espero— un licor sumamente aromático y saludable para conseguir entera salud y para de aquí en adelante confirmar y restablecer mejor nuestros corazones y espíritus. 295  Es

un breve resumen de lo que ocurrió en las tres jornadas de los diálogos. la auctoritas de Galeno, el médico reafirma la relación entre la salud del alma y la

296  Con

del cuerpo.

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241. CABALLERO. Yo os esperaré con una impaciencia increíble, pero ruégoos, abrazándoos estrechamente que os apresuréis a venir mañana un poco más temprano de lo que hoy habéis venido. ANÍBAL. En este vuestro abrazo he sentido arrebatarme no sé cómo el corazón, y será preciso que me dejéis el vuestro en canje hasta tanto que os vuelva a ver. CABALLERO. Yo no pretendo ser ni ingrato ni desconocido. Idos pues que apenas como saliere el uno entrará el otro. Fin del libro tercero.

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[f. 189] CUARTO LIBRO DE LA CIVIL CONVERSACIÓN DEL SEÑOR ESTEBAN GUAZZO En el cual se representa la conversación civil con el ejemplo de un festín y banquete en Casale, en donde se introducen diez personas que discurren en el convite

§. I 1. CABALLERO. Yo juzgo —señor Aníbal— que puedo decir que aquel tiene una entera satisfacción en el conocimiento de las cosas que por ciencia las comprende y se asegura por prueba y efecto, por este me será permitido decir francamente que de hoy más me tengo por totalmente asegurado de los grandes y maravillosos frutos que proceden de esta civil conversación. Pues que no solamente habéis dispuesto mi espíritu a constituirse capaz de las razones que hasta aquí alegaréis, sino que también por vuestra benéfica y agradable compañía, siento consumirse en mí mismo estos humores del deseo que yo tenía de vivir solitariamente. De tal suerte, que casi puedo asegurar haber obtenido lo que deseaba el profeta, es a saber, un corazón limpio y un espíritu recto en mis entrañas1. En lo que no sabré decir cuán grande reposo adquiere mi alma y cuál es el contento que yo recibo. Mas en medio de eso, como hombre recién curado, 1  El tercer diálogo empieza con la efectiva curación de Guillermo, quien demuestra desde el principio que la civil conversación ha tenido resultados positivos. La referencia bíblica del Caballero es el Salmo (51, 12): «Crea en mí, oh Dios, un corazón puro, renueva en mi interior un espíritu firme».

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temo la recaída y me parece estar viendo que no bien me separaré y dividiré de vos, cuando me volveré más solitario de lo que hasta ahora fui. [f. 189v.] Porque con la excelencia de vuestros dulces y melosos raciocinios, habéis puesto mi gusto tan sutil y delicado que acaso toda otra compañía será contra mi genio y complacencia, por lo que me veré obligado a volverme a mi primer estilo y modo de vida. 2. ANÍBAL. Vos sabéis —señor caballero— que no por el medio de mis discursos, sino por la eficacia de vuestras sutiles demandas y cuestiones, y por las gallardas dificultades por vos propuestas, habéis descubierto las razones y fundamentos de la conversación civil. Asimismo, sé que con vuestras discretas y amigables modales, me habéis obligado a manifestaros durante nuestro trato por los ojos y semblantes todo el afecto que tengo en mi corazón. Por tanto, si por ciencia y experiencia obtuvisteis el fruto deseado de la conversación, la causa y ocasión viene de vos, como también a vos solo se debe el honor de este logro. En lo demás, no quiero creer que nuestra separación y distancia de presencia corporal pueda haceros recaer en la dolencia de la soledad, como mostráis temerlo, porque yo sé cuán recomendada es —entre otras prendas— la virtud de la perseverancia entre los caballeros que se os parecen. Ni dudo estéis en imitar y seguir el ejemplo de estas damas que desean convolar2 a segundas nupcias con esperanza de pasar del mal al bien o del bien a una mejor condición. Con que, si habéis sentido alguna displicencia en mi frecuentación, desearéis restauraros y desenfadaros en la compañía de otros. Que si al contrario recibisteis algún placer y gusto como bastantemente manifestáis, advertiréis excitarse en vuestro corazón, un ardiente deseo de conocer y tratar estos hombres que pueden daros mayor contento y consuelo de lo que yo he hecho. Y para decirlo todo en una palabra, queriendo no podréis y pudiendo no querréis huir ya la compañía de los hombres. 3. CABALLERO. No quiero emplear más palabras en esta contestación, estando resuelto y determinado a conversar con vos en este día más con el oído que con la lengua. De suerte, que estaré aquí observando un profundo silencio para oír [f. 190] de vos según vuestra promesa lo que en el banquete de Casale pasó en el año pasado3. 4. ANÍBAL. Habiendo venido hoy a este efecto principalmente, veisme aquí pronto y dispuesto a satisfaceros y serviros, diciendo que antiguamente 2  Es

decir, ‘volar’, ‘elevar’. quiere escuchar lo que ocurrió en uno de los muchos convites que se organizaron durante la visita de Vespasiano Gonzaga en Casale. 3  Guillermo

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florecieron en la Grecia —como bien sabéis— los más sabios hombres del orbe, de cuyos memorables escritos se pueden deducir muchos bellos documentos e infinitas advertencias y ejemplos para el régimen e instrucción de nuestra vida4. Habiendo yo pues tenido la complacencia de echar algunas veces los ojos sobre sus obras, he también retenido, si no las propias voces, a lo menos el sentido de uno de estos excelentes personajes, quien viendo al mundo andar hacia atrás y volverse lo de arriba abajo, esto es, a los malos avanzados y a los buenos abatidos y desolados, decía y afirmaba que si Dios le dijese había de resucitar después de muerto y que entonces se volvería perro, oveja, cabrito, caballo, hombre o aquella especie de animal que mejor le pareciese, escogería antes el ser cualquier otro animal que el volver a ser hombre, sabiendo bien que entre todo lo que tiene vida, solo el hombre es indignamente tratado o injustamente reconocido y apreciado, puesto que un buen caballo es mejor cuidado que otro malo, un bien perro más estimado que el que nada vale, un buen gallo es bien mantenido y siendo generoso es más apetecido que el cobarde. Cuando entre los hombres apenas sirve de nada el ser bueno, generoso y noble, por cuanto el lisonjero se calza el primer aprecio, el calumniador tiene el segundo y el traidor el tercero grado de autoridad. Y así, consiguientemente, los viciosos y distraídos gozan su lugar y turno en las grandezas. Por lo que concluye que, más le hubiera valido volverse asno que ver a los malos vivir con más comodidad y estar en mayor crédito y reputación que él que se tenía por bueno. 5. Decidme pues ¿qué os parece de esta tan extraña sentencia? CABALLERO. Paréceme que tan claramente manifiesta el efecto [f. 190v.] como ocultamente apunta la causa, porque no es otra cosa el describir semejantes abusos que el querer censurar aquellos príncipes que, teniendo el gusto alterado y la mente pervertida, se aplican a exaltar los malos y deprimir los beneméritos. Pero ruégoos me digáis ¿con qué fin habéis puesto por delante esta sentencia filosófica? ANÍBAL. No con otro que con el de honrar al ilustre señor Vespasiano Gonzaga, cuyas virtudes más singulares que raras si fuesen comunes a todos los otros príncipes, no tendrían lugar alguno entre nosotros el día de hoy los mencionados abusos. Puesto que todo el tiempo que se detiene y asiste en esta ciudad, no piensa ni ejecuta otra cosa que el manifestarse no menos amigo y favorecedor de las gentes de bien que enemigo y despreciador de los malos5. 4  La alusión general a los antiguos escritores griegos no solo es importante para un análisis de las

fuentes de la CC, sino también porque Aníbal les reconoce la primacía en el campo de la filosofía moral como una inagotable fuente de «advertencias y ejemplos» para ser reutilizados en la vida cotidiana. 5  Aníbal quiere empezar con el relato del convite de 1567, ya que alude explícitamente a la estancia de Vespasiano en Casale entre septiembre de1567 y febrero de 1568.

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Por este motivo, en las horas que le restaban del manejo de sus altos y urgentes negocios y de sus estudios particulares, visitaba algunas veces las casas en donde sabía se formaban discretas y honestas asambleas. §. II6 6. Mas por cuanto sería con exceso largo, si quisiese daros cuenta —según las relaciones del caballero Bottazzo7— de todos los días y discursos que se pasaron en ellos, solamente elegiré los juegos que se hicieron y materias que se trataron una noche del pasado invierno en casa de la señora Catalina Sacca de Ponte8. En donde estando juntos y congregados, el señor Vespasiano convidado a cenar allí y con él el vizconde Hércules9, encontraron además de la señora de la casa estas nobles señoras, es a saber Juana Bobba, [Lelia Sangiorgio]10, Francisca Guazza vuestra prima11, el caballero Bottazzo, el señor Juan Can12, el señor Gui6  Si los primeros tres libros de la CC proponen un relato de segundo grado, es decir, la infor-

mación pasa desde Guillermo a Esteban, el hermano-autor de la obra, en cambio, el cuarto libro propone dos mediaciones más, y la narración pasa a ser de cuarto nivel, a saber, desde Bottazzo a Aníbal, desde Aníbal a Guillermo, desde Guillermo a Esteban, quien lo redacta. Por otro lado, el médico da dos informaciones sobre el convite que se eligió para el libro: la identidad de la dueña de la casa y quien lo cuenta, de manera que Bottazo es el que informa a Aníbal. 7  Al principio, el traductor escribe ‘Gotazzo’ aunque, sucesivamente, escribe ‘Botazzo’. De manera que se unifica todo el texto con el apellido ‘Bottazzo’. Acerca de Giovan Giacomo Bottazzo (o Bottaccio) el autor dará más adelante algunas informaciones sobre su aspecto físico. Algunas de sus cartas se encuentran en las Lettere volgari (1565). 8  Caterina Sacca fue la mujer de Giovan Giacomo Dal Ponte, autor de dos breves cartas en las Lettere volgari. 9  Alude a Ercole Visconti de Saliceto (se traduce también el apellido al castellano), primo de Vespasiano Gonzaga, para quien trabaja. Hércules fue hijo de Aníbal Visconti y primo de Luis Gonzaga, apodado Rodomonte. Esteban Guazzo le envió una de sus cartas desde Casale para felicitarle por el nacimiento de su hijo. La traducción de Hervás en esta sección del cuarto libro no es muy precisa ya que más adelante brinca uno de los personajes. Los participantes del convite son en total diez: seis hombres y cuatro mujeres. Este mismo número engendra desde el principio un problema en la etiqueta y conveniencia social. 10  Debido probablemente a un despiste, Hervás no incluye el nombre de Lelia Sangiorgio en la presentación de los participantes del convite. Sin embargo, lo volverá a añadir más adelante en su respectiva interlocución. Lelia fue otro destinatario de una de las cartas en las Lettere volgari. 11  «[…] la signora Francesca Guazza, vostra cognata» (Guazzo 2010 I: 267). Hervás vuelve a equivocarse, ya que, traduce ‘prima’ en lugar de ‘cuñada’. Francisca es la mujer del autor, cuyo verdadero apellido es Dal Ponte (es la nieta de la dueña de la casa, Catalina Sacca Dal Ponte). Esteban se casó con ella en la primavera de 1566 y Francisca murió en 1575, por tanto, vivía en el año de la primera edición de la CC. En la Ghirlanda (1595) se encuentra una carta sin fecha que Esteban le mandó desde Casale. 12  Acerca de Giovanni Cane, Guazzo proporciona alguna información que se verá más adelante. Es el autor de una de las Lettere volgari de Esteban Guazzo.

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llermo Cavagliati13 y el señor Bernardino marido de la señora Juana. Las cuales personas, tanto por su nobleza como por sus prendas y merecimientos gozan el primer carácter de esta ciudad. 7. Habiendo pues visto llegar al señor Vespasiano, se levantaron todos juntos y presentándole una [f. 191] silla, él les mandó que todos se sentasen como él, lo que ejecutado estuvieron tan largo tiempo sin hablar palabra que dieron ocasión al príncipe14 de decir que él pensaba haber llegado a una compañía y conversación de hombres, pero que se veía en un desierto y soledad. Dicho esto, comenzaron todos a mirarse unos a otros, sin empero hablar una sola palabra, por lo que él se levantó y haciendo su reverencia a la compañía, se despidió de todos diciendo que se iba por dejarles modo y ocasión de continuar sus pláticas, las que bien veía estar rotas y discontinuadas por su causa15. Pero comenzando a hablar al punto la señora Catalina le dijo: «Señor ¿cómo puede caer en vuestro espíritu semejante pensamiento como es el iros? Si yo he convidado a estos señores, ha sido con el fin de que hallaseis algo de gusto en la cena, que tengo dispuesta para vuestra señoría». 8. Entonces, el señor Vespasiano respondió: «Si por el motivo ya dicho no debo irme, a lo menos debo y puedo hacerlo por otra razón, y es que los banquetes no deben exceder el número de nueve convidados, con que, hallando ya completo, este número es preciso que me vaya como cosa superflua»16. A esto le replicó el señor Juan Can: «Si se debe excluir lo superfluo, es razón que vos no os mováis y que salga el perro inútil que soy yo mismo»17, e hizo semblante de irse, pero detúvole el señor Vespasiano y quiso que todos volviesen a 13  Sobre

Giovan Gugliermo Cavagliate se narra más adelante a propósito de una de sus experiencias al servicio del cardenal Hércules Gonzaga y de Margherita Paleologo. Es autor de seis cartas en las Lettere volgari. 14  Es decir, al mismo Vespasiano Gonzaga. 15  La llegada de Vespasiano provoca cierta vergüenza entre los participantes, que él mismo intenta disolver con su intervención. El silencio y la incomodidad inicial son unos de los detalles esenciales de este convite acerca del comportamiento en la sociedad entre inferiores y superiores. 16  En la introducción de este libro se ha mencionado el problema del número de los comensales, uno de los dispositivos que regulan el convite y el simposio. Esta argumentación se describe detenidamente en el Symposium de Platón y Jenofonte, al igual que en Cicerón (Cato Maior, de senectute, XVII 44-46). Por otro lado, la recuperación humanista de esta tradición es visible en la obra de Giovanni Gioviano Pontano (De conviventia, 1493), que evoca la cuestión de los invitados al convite. 17  La ironía de Juan Can, que juega con su apellido (‘cane’, ‘cane’, ‘perro’), introduce el espíritu jocoso de este personaje. Este aspecto es parte de la faceta narrativa de la CC descrita por Cicerón en el De oratore (II, 63): «Etiam interpretatio nominis habet acumen, cum ad ridiculum convertas, quam ob rem ita quis vocetur».

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ocupar sus asientos. Después, volviéndose hacia el señor Juan le dijo: «Si hubiese aquí algún perro fiero y mordedor, yo sería de parecer que se le expeliese para que a nadie dañase, pero no viendo en esta tropa, sino es paz, amor y concordia, y que sois vos un perro tan afable y leal que merecéis que madama Catalina os dé bien de cenar y que todos nosotros os hagamos mil caricias. Es también preciso que sirváis de segura guarda a toda esta compañía». «Yo bien podré ladrar —replicó él— o haga presa siendo tan viejo que ni tengo un solo diente en la boca, ni fuerza alguna en las uñas». 918. Echaron todos [f. 191v.] a reír y el señor Vespasiano volviendo hacia madama Lelia la preguntó qué la parecía de la despedida intentada por el señor Juan19, a lo que respondió que por su parte no permitiría que se fuese. Lo mismo dijeron las otras damas y sobre todo Francisca Guazza dijo: «No sé yo porqué razón se quiere excluir al señor Juan Can20 ni a otro, pues que el número no sube más que a nueve. Y me perdonaréis si digo que en contar diez ofendéis a la majestad divina, separando los que ella ha unido y haciendo dos del señor Bernardino y su mitad, los cuales son una misma y sola cosa, por el medio del inseparable lazo del matrimonio». Este cristiano método de contar fue de todos altamente aplaudido. Y en medio de eso, el señor Vespasiano no dejó de pedir su parecer al caballero Bottazzo, quien respondió: «Se dice en común refrán que fácilmente se halla el palo para echar el perro, pero a mí me parece que aquí hay modo de salvar el perro e impedir que no sea excluido de esta compañía. 10. Y así como la fábula cuenta que habiéndose dicho al león que el asno y la liebre de nada servían en su ejército, siendo el uno necio y la otra cobarde, respondió sin detenerse que uno y otro eran útiles, el asno para servir de trompeta y la liebre de correo. Así vuestra excelencia tiene ya dicho que el can o perro será la guarda de toda esta asamblea, y habiéndole defendido la señora Franca Guazza tocante el número de nueve, yo estoy pronto a sostenerle en cuanto al de diez, porque ya que los banquetes bien ordenados deban ser reducidos al número de nueve musas, es permitido el admitir y recibir uno que tenga lugar de Apolo y, 18  El traductor escribe «10» y altera toda la numeración de este libro que se corrige hasta el final de la obra. 19  Como parte de la herencia del Cortesano de Castiglione, en el que se fija la versatilidad entre risa y sonrisa, la CC demuestra este intercambio de sonrisas entre los interlocutores manifestando, a su vez, el éxito del convite y del código que vuelve civil la conversación. 20  Hervás escribe ‘Canili’ solo en un par de ocasiones, luego lo pasa a ‘Can’, es decir, ‘perro’ (como explicará más adelante, traducción del apellido italiano ‘Cane’. Se unifica en todo el texto el nombre ‘Can’.

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representando su majestad, dé forma y establezca leyes a la compañía. Por tanto, soy de sentir que no solo no conviene cercenar alguno de los que están aquí presentes, sino que es preciso elegir un señor y cabeza bajo de cuya autoridad todo el resto se conduzca y gobierne»21. «Cosa superflua sería —dijo el señor Guillermo— el querer buscar aquí un nuevo señor, pues tenemos uno ya hecho y establecido y, en cuanto a mí, seré muy contento de obedecer al muy ilustre señor Vespasiano». 11. «No, no, —respondió el príncipe— haced cuenta que mis dictados22 se quedaron [f. 192] en mi casa y que no soy aquí más que Vespasiano hombre particular como los demás, váyase viendo a quien tocará la suerte de ser rey o reina de este conclave». Dicho esto, se trajo un libro para la suerte, y habiéndose puesto sobre la mesa un Petrarca, él quiso que cada uno tomase un verso del primer soneto que se ofreciese a la abertura del libro y aquel, o aquella, a quien cayese un verso que más relación tuviese con el gobierno y señoría, sería rey o reina de la tropa23. Habiendo pues escogido cada uno cuál el primero, cuál el segundo, uno u otro verso, abrió Vespasiano el libro y se le presentó el soneto que comienza: Oimè il bel viso. ¡Ay! qué bello rostro24.

Madama Juana fue declarada reina a causa de haber elegido el séptimo verso que dice: Espíritu real de mandar digno25.

De lo que todos fueron por extremo contentos, a causa de que ella, fuera de que por su prudencia y talentos merece mandar reinos e imperio, es asimismo exteriormente bella con tal excelencia y tiene tanta majestad en el semblante 21  Además de un proverbio, Bottazzo menciona una de las fábulas de Esopo (El león, el burro

y la liebre) que no se encuentra traducida al castellano. 22  «Título de dignidad, honor o señorío; p. ej., duque, conde, marqués, consejero, etc.» (DRAE). Con el fin de que el convite pueda seguir adelante, los comensales tienen que abandonar cualquier calificativo o título nobiliario. 23  El convite se abre con un juego de suerte en el que el principal instrumento es el Cancionero de Petrarca, un libro símbolo profundamente enraizado en la sociedad italiana de la época y que se instala en los comportamientos cotidianos como un fenómeno no solo literario. 24  Petrarca (267): «Oimè il bel viso, ohimè il soave sguardo». 25  Petrarca (228): «alma real, dignissima d’impero».

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que casi parece que sin hablar palabra convida, y aun fuerza a todo corazón por fiero que sea a humillarse y a rendirle perpetua obediencia. Fue pues a ella, a quien se tributó el honor y a quien se dejó el cargo de regirlo y gobernarlo todo, y de mandar el congreso. Y bien que, por la grandeza y soberanía del empleo, se hallase ella del todo sorprendida, no obstante, no le faltó el valor de su franco e invencible espíritu, como bastantemente lo manifestó al usar de estas voces: 12. «Si es verdad lo que se dice que adonde falta la prudencia allí sobra el acaso y la fortuna, no habrá alguno entre vosotros —oh nobles espíritus— que se admire o que me tenga envidia, advirtiendo que no por mi valor y mérito he adquirido esta corona ni menos por elección, sino por casualidad y en medio de ser muy indigna. Por esto debe ser vuestro regocijo, pues volviendo la fortuna las espaldas hacia vosotros y a mi sola el rostro, por un mismo medio se ha dado a conocer vuestro mérito y mi indignidad. También podréis alegraros de que requiriendo esta ocasión y lugar asuntos, impremeditados y de no mucha especulación, tendréis una reina que no sabrá pediros ni mandaros cosa que sea disonante de una privada y familiar conversación, como bien [f. 192v.] presto lo echaréis de ver». No se la respondió a esto sino con un silencioso aplauso y admiración de su modestia. Y habiendo elegido por jueces de todas las diferencias que sobreviniesen en los discursos al señor Vespasiano y al caballero Bottazzo, prosiguió hablando de esta suerte: 13. «Sin bien me acuerdo, el señor Vespasiano al entrar aquí dijo que pensaba venir a una bella compañía pero que se encontraba en una soledad. Y sabiendo que vos señor Juan sois no menos ingenioso que festivo en vuestros discursos, os encargo que edifiquéis y construíais el sitio y mando a los demás que os sigan»26. «Pues no está en mi poder —respondió el señor Juan— ni debo desobedecer los preceptos de tan gran reina. Daremos forma al juego de la soledad, haciendo elección cada uno de nosotros de un lugar conveniente a la vida solitaria, confirmando su elección con algún proverbio u otra sentencia lo que, ejecutado vosotros, señores jueces, deberéis27 declarar cual de nosotros habrá 26  En este punto, el traductor omite la frase: «A me dunque piacerebbe che da queste parole si pigliasse occasione d’introdurre fra noi un giuoco di solitudine, col quale si formasse un ritratto della vita solitaria» (Guazzo 2010 I: 269). La CC sigue el modelo del Cortesano de Castiglione, en el que es la reina Emilia Pio quien elige a Ludovico de Canossa para guiar el juego del cortesano. 27  Hervás escribe ‘debreis’. Análogamente a los principios basilares de la CC, este juego se enmarca desde su comienzo en argumentaciones no demasiado largas ni complejas, sino solo en lugares comunes, proverbios y sentencias.

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con mejor intención escogido la soledad. Y a aquel o aquella que venciese no estará de ningún modo obligado a responder a cualquiera cuestión que se le haga. Y, al contrario, los otros permanecerán en su soledad y para haber de salir tendrán que responder congruentemente a lo que los jueces les preguntaren. Y esperando que cada uno de vosotros según el orden de los asientos siga el juego28, comenzaré el primero diciendo así: a fin de que conversando con los hombres no ensucie mi alma con los vicios, me voy a retirar solitario a mi quinta de Borromeo, en donde me consolaré con este dicho común: más vale solo que mal acompañado»29. 14. Después de él habló la reina: «A fin —dijo— de que la ambición de reinar y de engrandecer mis estados no me incite a tiranizar mis vasallos y hacerme blanco de una continua detestación, yo me iré a un desierto a pasar pobre y sola el resto de mis días y en él me mantendré con la seguridad de que Quien se humilla en la tierra, se exaltará en los cielos»30.

15. El señor Guillermo prosiguió: «Para quitar toda duda a madama y la ocasión de pensar que yo no sea fiel y secreto amante, me encerraré en la soledad de una torre, en donde la [f. 193] haré conocer que nunca fue igual a mí: El ave solitario bajo el techo»31.

16. Después de él habló madama Francisca Guazza, diciendo: «A fin de que con dolor y pena no me vea forzada a contemplar la excelente belleza que brilla en el rostro de algunas damas, a quienes el cielo ha repartido sus gracias con larga y liberal mano, habiendo sido avaro y escaso hacia a mí, me retiraré a alguna soledad tenebrosa y ajena del día en donde reconoceré cuan cierto es este pensamiento que Cuando el ojo no ve, el corazón no suspira»32. 28  La disposición del juego en la CC italiana es circular: «secondo l’ordine di questo cerchio» (Cf., Guazzo 2010 I: 269). 29  La alusión es a un lugar común de origen latino: «Malo soli quam perverso sociari». Otra traducción castellana es: «Es mejor estar solo que mal acompañado». 30  Mateo (23:12): «Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido». 31  Petrarca (226 1): «Passer mai solitario in alcun tetto». 32  Es un proverbio de origen latino: «Quod oculus non videt, cor non desiderat».

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17. El señor Hércules hablando con su idea dijo: «A fin que yo honre igualmente a madama con la pluma y la tinta, como la respeto con la lengua y el corazón, me voy a encerrar en mi gabinete en donde haré tanto que Mil libros loarán sus grandes prendas, si yo vivo»33.

18. Entonces madama Lelia añadió: «A fin de que estos poetas embusteros no adormezcan mi razón con sus lisonjeros elogios y versos desgraciados, ni inciten mis sentidos con el afeite de sus rimas, cerrando los oídos a su insensatez y locuacidad, me encerraré toda en la soledad de mí misma, ejecutando lo que el Áspid que Huye el calor porque le halla nocivo»34.

19. El señor Bernardino prosiguió: «A fin de que totalmente pueda yo borrar en mi imaginación el nombre y memoria de una dama ingrata, me iré al monte Olimpo en donde veré si es verdadero este proverbio: Lejos de vista, lejos de corazón»35.

20. Y madama Catalina imitando el estilo de los demás dijo: «Para abatir y domar la carne y edificar el espíritu, me reduciré por esto a acabar mis días en la soledad de un santo monasterio, en donde vuelta toda a Dios reconoceré que Todo es un breve sueño, cuanto en el mundo nos place»36.

§. III 21. Habiendo pues del modo referido propuesto cada uno su soledad, el señor Vespasiano volviendo al caballero le dijo: «A nosotros es a quien toca la decisión para evacuar el punto de cuál de ellos se ha retirado a la soledad con mejor espíritu [f. 193v.] y más sana intención». 33  Petrarca

(43 11): «Sarà, s’io vivo, in più di mille carte». Ariosto, Orlando furioso (2010: Canto XXXII, 19): «Che, per star empio, il canto udir non vuole». 35  Proverbio de origen latino: «Procul ex oculis, procul ex mente». 36  Petrarca (1 14): «Che quanto piace al mondo è breve sogno». Hay que señalar que las ocho propuestas introducidas hasta ahora son perfectamente equilibradas, es decir, tres conciernen al tema amoroso y solo una a la argumentación mundana-profana; por otro lado, tres tratan las temáticas morales y una, la religiosa. 34  Ludovico

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A quien el caballero respondió: «Por cuanto una sentencia ligera y precipitada es señal en el juez de temeridad es preciso que, por nuestro propio decoro, mastiquemos y rumiemos bien lo que se ha dicho para que no se diga que crudamente, y sin bien digerir las materias, hemos pronunciado por una o por otra de las partes». [Vespasiano]37: «Si es pues menester mascar esto, soy de dictamen que se haga cubrir la mesa para cenar y, mientras que los dos mascaremos, estos solitarios ayunarán y harán oración en su soledad, la que ruego a Dios pueda servir para salvación de sus almas». Entonces la reina les dijo: «No hay que tomarlo por ese lado, mis señores jueces, porque nosotros queremos cenar, así como ustedes y oíros leer nuestro proceso. Pues bien sabéis que el señor Juan al proponer este juego de ningún modo habló de oración ni de ayunos». 22. Todos los demás solitarios confirmaron lo que dijo la reina y en especial madama Catalina, a quien dijo el señor Vespasiano38: «No ha un instante que queríais iros a encerrar en un monasterio para mortificar en él vuestra carne y acabar vuestros días y ahora habláis de cenar con nosotros». A lo que ella respondió con mucha gracia: «No me desdigo ni me arrepiento de querer irme al convento, pero con todo eso es preciso hacer martes de Carnestolendas antes de Cuaresma. Y así bastará el que mañana haga mi viaje fuera de que vos sabéis que el ayuno no comienza por la noche sino por la mañana»39. El señor Juan les dijo: «Vos queréis romper mi ayuno en medio de él, pero es preciso concluir antes de cenar; y así no dilatéis más vuestra sentencia a fin de que saliendo de soledad podamos cenar en vuestra compañía». Dicho esto, se levantaron los jueces y, retirándose aparte, conferenciaron juntos la materia y en fin resolvieron que lo que madama Catalina había propuesto, excedía en singularidad y mérito la soledad de todos los otros. Y, por tanto, fue extraída de su desierto y absuelta de la obligación de responder a demanda ninguna. 23. Después, volviéndose hacia la reina, la dijeron: «Madama si queréis salir de vuestro desierto, decidnos y declaradnos primeramente ¿qué fue lo que movió a cierto pintor a [f. 194] retratar el amor con un pez en una mano y una flor en la otra?»40. 37  Hervás

omite la mención a Vespasiano, quien pronuncia la siguiente frase según se lee en la CC italiana. 38  El traductor vuelve a confundirse: es Bottazzo quien transmite este enunciado y no Vespasiano. 39  La respuesta de la señora Catalina es irónica conforme a cuanto ha propuesto la reina. 40  La segunda parte del juego consiste en las cuestiones que los jueces plantean a los invitados, utilizando directamente lo que antes propusieron como lugar.

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«Para significar —dijo ella— que su dominio se extiende sobre mar y tierra». Dirigiéndose después a madama Lelia la dijeron que no esperase salir de su secreta soledad si no declaraba el misterio del amante que dijo a su dama: «Yo estoy sin Dios, si vos y sin mí mismo». A lo que ella respondió: «Yo estoy sin Dios, porque no le adoro, siendo a vos a quien reverencio. Estoy sin vos, pues no os tengo en mi poder y estoy sin mí por vos me poséis». Y encarándose con madama Francisca Guazza le afirmaron no permitirían que se viese libre de sus tinieblas, si no demostraba cómo podía ser el ver y no ver una cosa a un mismo tiempo. A lo que ella satisfizo diciendo: «Vos lo sabréis bien aprisa si cerrando un ojo me miraréis con el otro porque no me veréis con el ojo cerrado y sí muy bien con el abierto». 24. Esta, ya libre, se pegó con el señor Juan y se le dijo que para volver de su Borromeo era preciso respondiese cuál perro, cuál gallo y cuál criado son mejor alimentados que todos los otros. A que satisfizo diciendo: «El perro del carnicero, el gallo del molinero y el criado del figonero»41. Siguiose el proponer al señor Bernardino que, si deseaba descender del monte Olimpo, era también necesario declarase cómo puede ser que un mismo instante reciba el cuerpo gusto y pesar. Y él dijo: «Si el que tiene sarna se rasca, verá la experiencia». De Bernardino se pasó al señor Hércules, amenazándole se le había guardar prisión en su gabinete, hasta que dijese cuáles eran los amantes que cuanto más envejecían más crecía su amor. «Aquellos —respondió— que aman las perfecciones interiores del alma, las cuales con el tiempo reciben incremento en la cosa amada y son con mayor discernimiento reconocidas por el amante». Solo el señor Guillermo permanecía en su soledad, a quien se dijo que, si pretendía bajar de la torre para cenar con los demás, le convenía declarar antes cuál es mayor número si el de los muertos o el de los vivos. Él dijo que «el de los vivos a causa de que los muertos no hacen número»42. [f. 194v.] 41  Los

protagonistas de este acertijo se encuentran en una de las fábulas de Esopo titulada El perro y el carnicero: «Un perro se metió en una carnicería; mientras estaba ocupado el carnicero, el perro robó un corazón y se escapó. Pero el carnicero se volvió mientras lo veía escapar y dijo: “¡Eh, tú!, dondequiera que estés te tengo vigilado; no me has quitado un corazón, al contrario, me lo has dado”. La fábula muestra que en muchas ocasiones los accidentes son una enseñanza para los hombres» (1985: 152-153). 42  Erasmo, Apophthegmata (Lib. VII, Navigatio, 15): «Roganti, utrum arbitraretur plures esse mortuos an vivos: Navigantes, inquit, in utro numero ponis? Dubitans an hi essent inter vivos habendi, qui vitam undarum ac ventorum arbitrio commisissent» (1570: 622).

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25. Concluido el juego, preguntó la reina si era hora de cenar. Y replicó el caballero que «la hora de los ricos es cuando quieren y la de los pobres cuando pueden»43. Y por esto mandó ella al mayordomo que hiciese cubrir para cenar. Ínterin, prosiguiendo el caballero sobre la respuesta del señor Guillermo que había dicho que los muertos ya no son, le dijo: «Vos habláis según la letra, empero yo pienso que según el sentido de sus palabras no hay tantos muertos y esto con grande razón, sino que los vivos son en mayor número respecto de que Platón solía decir que nosotros al presente estamos muertos y que el cuerpo es nuestro sepulcro, queriendo esto asegurar que comenzamos a vivir después de muertos. Y siguiendo esta inteligencia se deberá llamar los que viven aquí muertos y poner los difuntos en la clase de los vivos. Lo que una vez admitido es evidente haber más vivos que muertos». El señor Guillermo dijo a esto: «Yo lo entiendo, según acabáis de decir, y creo más que el poeta lo tomó de la misma suerte cuando dijo: Cuando pensé cerrar los abiertos ojos.

Lo que más claramente manifestó en este verso: Viva estoy ya, y tú aún estás muerto»44.

26. «En cuanto a mí —dijo el señor Hércules— teniendo por muertos a los que salieron ya de este mundo, me atreveré a decir que a lo menos en esta ciudad hay más muertos que vivos, puesto que, la hermosura de estas damas, han ocasionado hasta hoy la muerte a más de mil amantes y aún antes que fallezcan harán morir más de otros mil». «Puede ser —dijo el señor Juan— que vos seáis uno de estos muertos. Si yo quisiese mentir —dijo el— diría que no». Pero madama Lelia le dijo riéndose: «No me parece que, si Dios os conserva mucho tiempo en ese estado, tendréis las trazas de hombre muerto». Y Hércules replicó: «No sabéis que los pobres amantes están muertos en sí mismos y vivos en otros que ellos y que su privilegio es de estar: 43  Esta sentencia se encuentra en Diógenes Laercio (2007: 297, Lib. VI, 40), pronunciada por Platón: «A uno que le preguntó a qué hora se debe comer, respondió: “Si eres rico, cuando quieras; si eres pobre, cuando puedas”». También se lee en Erasmo Apophthegmata (Festivum, 60, 1570: 226). 44  Los dos versos son de Petrarca. El primero del (279 14): «quando mostrai de chiuder, gli occhi apersi», y el segundo (Triunfo de la Muerte 2 22): «Viva son io; e tu sei morto ancora».

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Ya disueltos de humanas cualidades»45.

Y replicando ella no haber jamás conocido dama tan cruel ni tan rebelde al amor que hubiese muerto algún hombre que la tuviese afición, se mezcló en esto el señor Vespasiano que dijo: [f. 195] «Antes bien serían piadosas las damas si quitasen la vida a todos los amantes, pero en esto son ellas crueles e inhumanas que continuamente les hacen morir sin con todo eso cesar de matarles, y les queman y atormentan a fuego lento de tal suerte que sacan verdadero este dicho: Menos tengo en la muerte que sufrir, que en ver las lentitudes del morir46.

Como al contrario se dijo: Es especie de favor, el quitar la vida aprisa»47.

27. Entonces el señor Guillermo dijo: «Pudiera acaso decirse en defensa de madama Lelia que el que mata es agente y el muerto paciente, pero siendo agente el que ama y paciente la cosa amada, no se puede justamente decir que la cosa amada haga morir su amante». A esto dijo el señor Vespasiano: «Por activo que sea el verbo amar en la pronunciación, en realidad son sus efectos de pasión y sufrimiento y, por consiguiente, lo que es amado obra en otro y le da que padecer»48. Pero replicando el señor Guillermo49 dijo: «Lo que es amado no mata en cuanto es cosa amada, sino porque no ama recíprocamente, viendo que, si un hombre puede salvar y resguardar la vida a otro y no lo hace, es lo mismo que si con sus propias manos le hubiese degollado. Con que así es claro que si lo que es amado no corresponde da la muerte a quien le ama, y este no siendo correspon45  Petrarca

(15 14): «Sciolti da tutte qualitadi umane». dicho glosa un verso de Petrarca (331 64): «ché morte al tempo è non duol, ma refugio; / et chi ben pò morir, non cerchi indugio». 47  Petrarca (207 88): «a far altro di me che quel che soglia: / ché ben muor chi morendo esce di doglia». 48  Hervás vuelve a confundirse, primero saltando una frase de Guillermo Cavagliati: «Se amore è volontario, come non si può negare, l’amante è micidiale di se stesso e contra ragione si duole dell’anima, essendo in sua libertà il non amarla» (Guazzi I 2010: 273). Sucesivamente, es Vespasiano quien toma la palabra en lugar de Guillermo cuyo enunciado, que se acaba de mencionar, se omitió. 49  En cualquier edición de la CC italiana es Vespasiano quien pronuncia las siguientes afirmaciones. 46  Este

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dido la recibe injustamente. De suerte que con mucha razón se pueden llamar crueles y asesinas las damas que se muestran crueles a sus amantes»50. 28. Estas palabras dieron ocasión a la reina de decirle que por las injurias que amontonaba sobre las damas, se podía fácilmente conocer que alguna le hacía guerra. «Pluguiere a amor —dijo él [Hércules]— que ella me hiciese guerra, pues tendría esperanza de venir alguna vez a las manos y a hechos de armas. Mas lo peor que veo es que ni tiene paz ni guerra conmigo, sino que estando en una tregua perpetua me hace decir este verso: Ni me quiere vivo ni fuera de tormento51. [195v.]

De modo que yo soy uno de los que aumentan el número de los muertos y con mi infinito martirio experimento que, si ella me deja alguna pequeña chispa de espíritu de vida, es solo por afligirme y atormentarme más rigurosamente y para que no acabando jamás de morir, sea siempre el blanco de las iras de una muerte interminable». «Ah! —dijo la reina— con nimia extravagante baldonáis esa dama cualquiera que sea». «Antes bien —replicó él [Hércules]— le doy grande elogio porque dejó dicho un poeta antiguo: No se injuria a aquella a quien cruel se llama»52.

29. «Con que —añadió la reina— si siendo vuestra dama tan rigurosa la aplaudís, es sin duda que, si se acomodase a vuestra inclinación, la infamaríais». «Antes —respondió [Hércules]— la celebraría yo al doble, porque después de recomendar su decoro, pasaría a ensalzar su urbanidad». «Luego —repitió la reina— si una mujer honrada teme más un baldón y descrédito general de lo que gusta y apetece vuestras recomendaciones, si sois caballero prudente y amante discreto debéis antes contentaros de que su honestidad y pundonor sea elogiado con vuestro padecer y tormento que no estando vos premiado y contento, sea ella calumniada de impúdica, ligera y loca». Aquí se ingirió madama Catalina diciendo que a su parecer era igualmente mal parecido en una dama el dar una muerte tan cruel e inhumana a su amante 50  El traductor sigue la edición de 1574 y 1575, ya que omite las dos intervenciones de Hércules y de la reina: «Gran contento —soggiunse il signor Ercole— ha ora recato al mio cuore il signor Vespasiano, riducendo queste signore a non poter negare che non siano micidiali. —Non v’adirate, signor Ercole, contra di noi, —disse la Reina— che se la vostra donna vi fa guerra, noi non vi abbiamo colpa» (Guazzo 2010 I: 273). 51  Petrarca (134 8): «Né mi vuol vivo, né mi trae d’ impaccio». 52  No se ha identificado el autor de este verso.

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que el darle la vida y corresponder a sus intentos. Pero que el tenerle en suspenso y no despedirle franca y libremente es un acto de vergonzosa vanidad e indigno de una mujer de categoría. 30. «Alabo —dijo el Caballero a madama Catalina— vuestra opinión y pues no tenéis a bien que las damas den la vida ni la muerte a los amantes. Yo les aconsejaría diesen un buen medio entre dos tan vituperables extremos, como ya ha tiempos lo ejecutó cierta recién casada, la que, durante la ausencia de su marido, tuvo a bien extinguiese su sed un su amante hidrópico que el que largo tiempo antes y estando aún doncella la había perseguido y solicitado, pero en el contrato puso la condición de que no la besaría. Y preguntándola él, el motivo de esto, ella respondió: “el día que me casé con mi marido, esta boca le prometió guardarle una fe inviolable con que tú debes tener [f. 196] a bien lo que mi boca prometido y jurado. Y si no, eres un hombre totalmente injusto y temerario, consiente en que ella observe su convención, pues así lo pide mi honor. Y en cuanto el resto de mi cuerpo, te hago señor y quiero que dispongas a tu buen placer y voluntad”»53. Todos echaron a reír de tan buena gana con el cuento que el Caballero estuvo un largo espacio sin poder hablar palabra, tan grande era el ruido que había, pero ya apaciguado, prosiguió su asunto diciendo: «He aquí la loable conducta que deben observar las sabias y prudentes damas, imitando a esta discreta esposa, la cual a un mismo tiempo y por un mismo medio conservó la vida a su amante y el honor a sí propia». 31. Redoblose la risa con esta conclusión del Caballero. Y entonces dijo el señor Hércules: «Paréceme que esta joven casada fue igualmente leal a su marido, como fiel a Dios aquel que habiendo hecho voto de ofrecerle la amistad de lo que se encontrarse en el camino, y hallándose casualmente una alforja de almendras, se comió lo de adentro y ofreció las cáscaras sobre el altar para desempeñar su voto»54. A esto dijo la reina: «Infelices las mujeres que incurren en deslices semejantes a este». 53  Este

exemplum se lee en Domenichi (1564: 125). vuelve a elaborar una fábula de Esopo titulada El caminante y Hermes: «Un caminante, que hacía un largo camino, hizo la promesa de entregar a Hermes, como ofrenda, la mitad de lo que pudiera encontrar. Casualmente se topó con una alforja en la que había almendras y dátiles y la recogió creyendo que había dinero. Cuando sacudió la alforja y vio lo que encerraba se lo comió, cogió luego las cáscaras de almendra y los huesos de los dátiles, y los puso sobre un altar, diciendo: “Líbrame, ¡Hermes!, del voto, porque ya he compartido contigo lo que encontré dentro y lo de fuera”». La fábula es apropiada para el avaro, que por codicia embauca con sus sofismas incluso a los dioses (1985: 120-121). 54  Hércules

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A lo que replicó el señor Juan: «Bien es que se vituperen los absurdos que redundan en daño y perjuicio, pero lo que causan complacencia me parece que deben aplaudirse. Y me haréis decir que no hay mujer que no desee el ser tan necia como nuestra novia, con tal que sin caer en falta pueda contentar su apetito». Sobre cuya materia añadió madama Catalina: «Si esta novia hubiese sido tan mentecata como vos la pintáis, no hubiera maliciosamente hecho entrar a su amante a hurtadillas y en ausencia de su marido, dentro de su casa, pero yo la juzgo en tanto más indigna, en cuanto con esta fingida necedad de no querer se tocase a su boca, pretendió hacer creer a su amante que pecaba por ignorancia y no por malicia». Prosiguiendo la reina el tema dijo: «Aun cuando hubiese delinquido por falta de capacidad, nunca merecería disculpa ni perdón de una ignorancia tan crasa e infame». §. IV 32. Mientras así discurrían, he aquí la mesa puesta y cubierta [f. 196v.] de viandas. Y así, lavándose las manos y echada le bendición, se presentó una silla a la reina, después de la cual, por orden suya, todos los demás se sentaron y se comenzó la cena en cuyo tiempo se tocaron muchos y festivos discursos para regocijo de la asamblea. Y, primeramente, dijo madama Catalina: «En medio de que estas pobres viandas no corresponden ni son proporcionadas a la grandeza de un reina como la nuestra, ni digna de tan calificados señores como los que asisten a este banquete, con todo eso, fio tanto de vuestra urbanidad que espero me perdonéis y, mientras, alimentad vuestros espíritus de la mejor parte que hay en mí». A esto replicó madama Francisca diciendo: «Mejor hubierais hecho, tía mía, en disponer tan bien este festín que no necesitaseis de usar semejante disculpa, supuesto que se os podrá preguntar qué es lo que os ha estorbado y prohibido el proveer lo necesario con más amplitud y perfección y tratarles según sus méritos»55. 33. Tomando la palabra el señor Juan dijo: «Después que hayamos cenado, echaréis de ver, madama Francisca, que no hay necesidad de valerse de esa excusa, porque veréis tantos relieves de mesa que más merecerá vuestra tía ser censurada por exceso que no valerse al presente de disculpas. Tampoco veo yo 55  En este punto Hervás vuelve a omitir una interlocución presente en todas las ediciones de CC. Esta vez es la señora Catalina: «Io risponderei che me l’ha vietato l’infinita bontà loro, la quale mi promete che accetteranno la mia scusa» (Guazzo 2010 I: 274).

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por aquí algún lobo voraz ni debéis tener aprensión del perro, porque es muy viejo, y así poca cosa basta para satisfacerle». «Hubo cierto personaje respetable —dijo el señor Guillermo— que dijo a los que banqueteaban con él: si sois sabios y discretos bastante hay para vosotros con lo que os pongo sobre la mesa, pero si sois otros, hay vianda que sobra». «Otro poeta —añadió el Caballero— puso el banquete fácil y sin mucho aparato entre las primeras felicidades del hombre»56. «¿Qué llamáis —dijo Lelia— un banquete fácil?». «Yo le entiendo —respondió él— fácil y ligero a la bolsa»57. «O bien —dijo el señor Vespasiano— fácil de despacharse porque si no es así fácil con dificultad se saldrá de él con honor o con salud». «Con vuestra licencia —replicó el señor Bernardino— porque no siendo posible sacar los pies, fuerza será volver hacia atrás». La reina riéndose preguntó al señor Hércules cómo entendía él esto. 34. «Yo lo entiendo —respondió él— en sentido contrario y creo que este poeta era buen amigo y que propuso el banquete fácil, [f. 197, 2º] esto es, compuesto de aquellas viandas en las que no era menester atormentar mucho los dientes para mascarlas. Y que fácilmente se tragaban como son los buenos potajes, las leches de almendras, los cuajados, tartas y otras semejantes cosas». «Se pudiera también decir —añadió el señor Juan— que él recomendaba la sobriedad y que tomaba la facilidad del banquete no con respecto a las viandas sino al estómago el que, recibiendo poco alimento, le digiere también más fácilmente». «Sea como fuere —dijo el Caballero— el vivir sobria y parcamente ha sido siempre aplaudido y recomendado. Y así complacencia de esta cena, no debe ser medida por la delicadeza de las viandas, antes se debe atribuir a los bellos y agradables discursos de esta noble y festiva compañía. Y en cuanto a nosotros, ninguno hay que no se alegre de no ser de aquellos que viven para comer y que tienen los ojos y el apetito mayores que el vientre». 35. «Sobre esto —dijo el señor Hércules— lo que voy a decir se entiende sin intención de ofender. Yo no creo, señor Caballero, que la sobriedad os haya puesto tan de buen año y tengo por cierto que cualquiera que quisiese hacerse gallardo y llegar a una robusta vejez como la vuestra, es menester que con tiem-

56  Como se lee en la CC de 1579, el poeta es Marcial: «Dal poeta spagnuolo a cui forse conveniva più il nome di Gioviale che di Marziale, furono leggiadramente descritte quelle cose che fanno vivere l’uomo lieto e beato…» (Guazzo 2010 I: 275). 57  Cf., Marcial (X 47 8).

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po se habitúe a comer bien y a formar en sí una feliz complexión. Y no advierto que la dieta aprovecha a otra cosa que a acecinar el cuerpo y debilitar la naturaleza del hombre». Respondiole el Caballero: «Si visteis alguna vez apagarse una lámpara por tener mucho aceite, yo creo que no os admiraréis si os digo he conservado en mí el color natural y el calor nativo, viviendo con sobriedad antes que con desorden, y felizmente he experimentado que para la salud del cuerpo no conviene saciarse de manjares». «Por eso —añadió Guillermo— cuanto menos se come, más se come, quiere decir por más tiempo»58. A lo que Hércules replicó: «Sin duda experimentó lo contrario de eso el que decía que para estar sano convenía el estar más lleno que vacío. Yo sé que el otro día el señor Andrés Damián, médico famoso y autorizado, aseguraba que las enfermedades originadas de repleción eran más fáciles de curar y menos arriesgadas que las que dimanan de extenuación y desfallecimiento de los humores, por lo que, comúnmente se dice que más vale alimentar fiebre que alimentar debilidad»59. 36. «Si el señor Damián y otros semejantes —replicó el caballero— [f. 197v.] no tuviesen otra finca de que sustentarse que las curaciones de las enfermedades que provienen de extenuación y falta de humores, yo aseguro que se moriría de hambre y que habría en su profesión más mendicantes que médicos. Pero sabed que la mayor parte de su práctica está fundada sobre el mucho comer y sobre los enfermos que se han atestado de viandas, y no les veréis entender en otra cosa que en purgar con diversas drogas y remedios la abundancia excesiva y la superfluidad de los humores. Y, por esto, un grande hombre solía decir que se debía pronosticar mal y formar mal agüero de la ciudad en que es preciso poner muchos jueces y llamar cantidad de médicos porque, así como lo uno proviene de la falta de propia virtud, también lo otro tiene su origen de la ociosidad y glotonería». «Añadid —dijo la reina— que la sobriedad es un verdadero medio para obtener la salud del alma, la que tanto más se eleva hacia Dios y a la contemplación de las cosas celestes cuanto menos cargada y oprimida está de manjares. Y me parece que como no pueden estar juntos es fuego y el agua60 que así las delicias espirituales y los placeres del cuerpo no podrán compadecerse en un mismo sujeto sin alterarse unos a otros». 58  En

la CC de 1579 Guillermo añade: «ed è cosa certa che la parsimonia è madre della sanità, alla quale chiunque aspira, bisogna che viva come povero» (Guazzo 2010 I: 275). 59  En sus Lettere volgari (1565) Esteban Guazzo añade una carta al médico Andrea Damiani desde Mantua a 15 de diciembre de 1560. 60  Erasmo, Adagia: «Aquam igni miscere» (1987: 908, IV, III 94).

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37. «No sin causa —prosiguió el señor Juan— se ha dicho que la aurora o el amanecer es amigo de las musas porque los que están en ayunos se hallan más prontos, alegres y sutiles para inventar cualquiera cosa y para exprimir lo que concibieron en sus mentes que los que tienen el vientre lleno de viandas y la cabeza de vapores. Y por eso dice san Agustín: “come siempre de suerte que siempre tengas hambre y que inmediatamente después de la comida puedas leer, orar y cantar las divinas alabanzas”». A que el señor Bernardino añadió: «No lo hizo así aquel a quien como su confesor le preguntase si había ayunado en la Cuaresma respondió que había ayunado el primer día. Y queriendo averiguar el confesor la razón de no haber continuado la carrera, él le dijo que ni aun aquel día hubiera ayunado si no fuera porque había comido tanto el martes de Carnestolendas que al día siguiente no tuvo apetito alguno». 38. Continuó la materia el señor Vespasiano: «Se cuenta —dijo— que Diógenes apellidado “el perro”, fue en casa de un hombre rico con intención de cenar con él, pero hallándole a la mesa y que no comía sino aceitunas por tener el estómago cargado le dijo: “Si tú hubieras comido así no cenarías [f. 198] tan parcamente”. Y se fue a otra parte a mendigar y proseguir su pordiosería»61. «En cuanto a mí —dijo madama Lelia— yo no hallo salsa mejor ni más delicada que el hambre y el apetito»62. «Y aun por eso —añadió el señor Hércules— afirmaba el rey Darío que jamás probó ni bebió licor63 más aromático y sabroso que aquella agua turbia y mezclada con la sangre de los cuerpos muertos en la batalla que se vio precisado a beber en el rio de Larissa, huyendo delante de su enemigo el rey macedonio que le había vencido, queriendo inferir de aquí que nunca había tenido tanta sed y que hasta allí había bebido sin que necesidad le obligase»64. 39. «Si nosotros usásemos —dijo el señor Vespasiano— para sazonar nuestras viandas de la salsa de los lacedemonios, es a saber, del trabajo, del sudor, la carrera, la hambre y la sed, no se necesitaría emplear tantos cocineros para componer tantos sabores, guisos, salsas y glotonerías, ni tendríamos la pena de 61  «Al ver a un juerguista que comía aceitunas en una taberna, dijo: “Si hubieras comido así, no cenarías así”» (Diógenes 2007: 302, Lib. VI, 50). 62  Esta frase pronunciada por madama Lelia solo se halla en la CC de 1575. 63  En el sentido de ‘líquido’. 64  La referencia al rey Darío se halla en las Tuscolanae disputationes de Cicerón (V, 32 90; V 34 97). Casi toda esta intervención de Hércules, al igual que la siguiente de Vespasiano, que se omite en la CC de 1579, se traduce de la edición de 1575, ya que no se encuentra en otras versiones.

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torcernos tanto los dedos a la servilleta65. Pero de tal manera hemos dejado al presente dormir a nuestro apetito con la ociosidad que, para excitarle, enviamos nuestros criados hasta a países extraños para recoger manjares extraordinarios66. Lo que dio ocasión —a cualquiera que fue— de decir que un solo bosque basta para apacentar muchos elefantes, cuando solo el hombre con grande dificultad se da por contento de todo lo que la tierra y el mar pueden producir y criar67. Y no me admira que estando nosotros repletos de viandas y entregados a los placeres de la boca, la ley de los miembros y de la carne comience a hacernos guerra a la ley del espíritu. Así pues, nos convendría ejecutar todo lo contrario y guardarnos de gustar viandas que incitan a comer a los que no tienen hambre y de estos brebajes que excitan a beber a los que no tienen sed. Y pues que el entendimiento nos ha sido dado con superioridad al vientre es cosa justa y racional que aquel domine a este como a inferior». 40. A esto añadió madama Catalina: «Así como nosotros queremos sean reprendidos y vituperados, los que movidos de la gula no cesan de atestarse de viandas y que con vanidad y exceso gastan su hacienda en los deleites de la boca, así juzgo yo merecen poca alabanza aquellos que por [f. 198v.] su avaricia no se atreven a vivir decentemente ni a tratarse según su esfera y la suficiencia de sus rentas». El señor Bernardino prosiguió diciendo: «Hay algunos que, por andar pomposamente vestidos, hacen pasar hambre el estómago y no comen sino pan seco. Otros, al contrario, traen los calzones rotos y despilfarrados por poder mejor llenar el saco de su vientre y mostrarse —como se dice— roto y gordos, según hacía aquel Milón de Crotona que un día él solo se comió un toro»68. «Ciertamente —dijo madama Lelia— si es verdad lo que se cuenta de él, merecía que otro toro le comiese para vengar el agravio hecho a su semejante». 41. Entonces el caballero añadió: «Yo hallo que Platón vitupera algunos pueblos, los cuales edifican, como si siempre hubiesen de vivir y comían como si 65  La

sobriedad espartana es un lugar común que se difunde en muchas obras y exempla. la sobriedad espartana véase la Apophthegmata (Exercitatio pro condimento, 2) de Erasmo (1570: 134). En el Galateo de Della Casa se discurre también sobre el limpiarse los dedos con la servilleta, mientras que sobre el exceso de comida, véase la carta 95 (15 23-29) de Séneca a Lucilio. 67  «Quidam ingressus diversorium cauponi dedit obsonium, ut appararet: quum ille posceret cascum et oleum: Quid, inquit Lacon, si caseum haberem, iam non egerem obsonio. Caupo caseum et olem petebat ad condiendum piscem: at Lacon id videns, cui sufficiebat victus simplicitas, supervacuum existimabat cibum…» (Erasmo 1570: 122, Frugaliter, 44). 68  La condena a los excesos se explica con el exemplum de Milón de Crotona, un atleta griego que vivió en el siglo vi a.C., célebre para su fuerza y voracidad (Cf., Plinio, VII 83). 66  Sobre

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siempre hubiese debido morir. Y después reprendido a Aripisto por haber comprado un gran número de peces, y diciéndole que todo aquello no le costaba más que un dinero replicó Platón: “A ese precio yo los hubiera comprado de buena gana”. Y le dijo a Aripisto: “mira pues Platón, como yo no soy glotón y que tú eres avariento”»69. «A lo que veo —dijo el señor Guillermo— debían de agradar más a este Aripisto los buenos y exquisitos bocados que los trajes pomposos». Todos echaron a reír oyendo esta voz ‘Aripisto’ que, sin pensar involuntariamente había pronunciado. Por lo que él añadió: «Yo no sé cómo la lengua se me ha trabucado, no habiendo aún bebido»70. Entonces la reina mandó que se le trajese de beber a fin de que se le compusiese, lo que se ejecutó con él y lo mismo se observó con toda la compañía. Habiendo bebido madama Francisca, le dijo el señor Vespasiano: «Vos no queréis imitar el uso de las antiguas damas de Roma a quienes como dice Dante: La agua pura bastaba para extinguir su sed»71.

«Yo dejo —dijo ella— la agua para la sed de los perros». Y el señor Juan añadió: «Apenas me puedo tener sobre los pies habiendo bebido vino ¿con qué pensad que haría si me fuese preciso deber agua sola? Y así dejémosla para el Caballero a fin de que llene su tonel». Pero teniendo el Caballero un vaso lleno de vino que estaba hecho en forma de navío, dijo a madama Catalina: «Pues habéis tenido a bien el hacerme barquero, sería un gran loco en beber agua, teniendo que conducir una barca llena de vino». Y habiendo bebido alzó la mano diciendo: «El que dijo que las naves que están en tierra eran las que estaban más seguras, sin duda hablo de estas». [f. 199] 42. Trájose de beber al señor Juan quien, antes de acabar su trago, hizo pausa dos o tres veces por mejor saborearse con el vino. Y le dijo madama Lelia: «Parece que más coméis el vino que le bebéis». 69  Este

exemplum se lee en la Apophthegmata de Erasmo (Argute, 40): «Aristippus Platoni obiurganti, quod multos pisces emisset: respondit, se illos emisse obulo: quumque Plato dixisset, tanti et ipse empturuus eran: Vides, inquit, igitur o Plato, me non esse obsoniorum avidum sed te pecuniae amantem. Similia quedam ante commemorata sunt» (1570: 203). 70  Tratándose de comida, Guazzo desencadena el proceso irónico con el término ‘Aripisto’ en lugar de ‘Arístipo’. 71  Dante, Purgatorio (145-146): «E le romane antiche, per lor bene / contente fueron d’acqua». Sobre la argumentación del vino, véase también la Silva de Mexía (1989: 256-262, III 16-18).

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«Así debe hacer —replicó él— cualquiera que quisiere sacarle la quinta esencia. No sabéis que hay tres cosas mal manejadas según refiere el adagio, a saber, los pájaros en las manos de los niños, las doncellas jóvenes entregadas a viejos, y el vino que se presenta a los alemanes y tudescos, los cuales no se puede decir que lo beben, sino que lo engullen y le tuercen el pescuezo»72. «Antes bien —repuso el señor Vespasiano— se tuercen el pescuezo a sí mismos». Y habiendo bebido todos, dijo el señor Hércules: «Aún me queda algo por decir tocante a la sobriedad». «Ruégoos —replicó madama Francisca— que no elogiéis esta sobriedad hasta que podáis ser creído, pues aguardáis a recomendarla estando comiendo». «No echéis de ver mis hechos —dijo él— sino mis palabras». «Puede ser —añadió el Caballero— que madama Francisca quiera decir que no es este tiempo conveniente ni oportuno para ejecutarlo; como quiso inferir uno que siendo reprendido porque estando a la mesa comía mucho respondió: “Perdonadme que mi boca no tiene orejas”»73. «Yo no quería decir eso —dijo madama Francisca— sino que todos nosotros aplaudimos altamente la sobriedad, pero ninguno la abraza». El señor Guillermo añadió que, sobre este asunto y en su confirmación, se podía aplicar a la sobriedad lo que de las bellotas de los antiguos escribió el poeta: Viene a ser la sobriedad a las bellotas conforme, que aunque todos las celebran, nadie en su mesa las pone74.

43. A esto intervino el señor Juan, quien hizo semblante de conformarse con la opinión de madama Francisca, esto es, que mientras se cena, no son del tiempo los discursos de la sobriedad. Y trajo el ejemplar de los reyes persianos, los cuales hablaban de la fuerza y magnanimidad antes de entrar en la guerra de la justicia antes de sacrificar y de la sobriedad antes de ponerse a la mesa75. Esto no obstante, la reina mandó al señor Hércules dijese lo que tenía en su pensamiento y él habló así: «Lo que yo quería decir era que, si es cierto que, 72  Quiere

decir que los alemanes, bebiendo de esta manera, se hacen daño a sí mismos. exemplum clásico, cuyo protagonista es Catón, se lee tanto en Plutarco (Vita Catonis, 8 1), como en la Apophthegmata de Erasmo: «Cato senior in concione suasurus de Frumento viritim dividendo, ita praefatus est: per difficile esse ad ventrem auribus carentem verba facere: ventrem dixit, quod ageretur de populi victu» (1570: 439, Venter surdus, 1). 74  Petrarca (50 23): «Simile a quelle ghiande / le quai fuggendo tutt’ il mondo onora». 75  Este exemplum se halla en las Sentenze de Marco Casamosto (1545: 24). 73  Este

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estando el hombre en ayunas, se halla su espíritu pronto y más elevado hacia las cosas espirituales, como hemos dicho, quería yo preguntar al señor Caballero que está presente cómo puede ser verdadero el antiguo refrán que dice que el mejor consejo sale del vientre lleno76 y si él [f. 199v.] supiere templarme este sistro77 diré que es el grande Apolo». Todos quedaron suspensos y en la opinión de que en este argumento merecía que se le diese especial atención a aquel que se ponía en la obligación de disolverle. 44. El Caballero respondió así: «Si no me engaño, no se halla contradicción alguna en estas dos proposiciones, siendo constante que el espíritu está más pronto y libre cuando el cuerpo está ayuno, como también es cierto que el consejo vale más después de comer, aunque siempre con la condición de que dimane de persona justa, circunspecta y dotada de virtud e integridad. Por esto, así como estando en ayudas —teniendo intención de formar algún mal designio— procedemos con mayor malicia, así también después de la comida se abate esta sutileza de nuestro espíritu y se aplaca parte de la voluntad que teníamos de hacer mal. Y notareis comúnmente que estamos más alegres después de haber tomado la refacción78, respondemos con un poco de más afabilidad a lo que nos hablan y usamos de más urbanidad y candor, lo que no hacíamos estando hambrientos. No podré confirmaros esto con más evidente prueba y sentencia que la de Catón de Útica, quien dijo que estando César sobrio se encaminó a la ruina del estado y Republica romana. Significando en estas voces que nunca un hombre satisfecho y que tuviese el estómago bien repleto, hubiera sido tan cruel e inhumano que ejecutase esta empresa»79. 45. Esta solución satisfizo a toda la asamblea. Y entonces dijo el señor Hércules: «Yo estoy gustosísimo de haber comprendido hoy este secreto de que os doy muchas gracias. Y ya no extraño el que, conversando esta mañana en ayunas con mi dama y señora, la encontrase muy desdeñosa conmigo. Por lo que os aseguro que de aquí en adelante procuraré hablarla después de comer, a fin de conseguir de ella una audiencia más agraciada y afable». 76  Es proverbio clásico que se encuentra en la Adagia de Erasmo: «Ventre pleno melior consultatio» (1987: 789, III VII 44=2644). 77  «Antiguo instrumento musical de metal en forma de aro o de herradura y atravesado por varillas, que se hacía sonar agitándolo con la mano» (DRAE). 78  «Alimento moderado que se toma para reparar las fuerzas» (DRAE). 79  La afirmación de Catón se lee en Suetonio (Divus Iulius, 53): «Marci Catoni est: Unus ex ominibus Caesarem ad evertendam rem publicam sobrium accessisse». En la CC de 1597 se añade: «e per conclusione vi era andato non come agnello, ma come volpe», frase que Hervás no traduce.

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«Acaso hacíais mejor —replicó el señor Guillermo— de abordarla después de cenar, aunque en todo me remito a vuestra discreción». En esto, preguntó la reina al señor Vespasiano qué le parecía del Caballero y él dijo que en su opinión se podía bastantemente comprender, había empleado más aceite que vino80. 46. El señor Guillermo añadió: «Aunque el señor Caballero haya conformado muy bien estas escrituras y dudas con un ejemplo romano, no dejaré yo de añadir también uno suizo, porque en el viaje que yo hice a España de orden del cardenal [f. 200] Hércules Gonzaga y de madama Margarita, duquesa de Mantua81, mis ilustrísimos señores, me alojé una noche en un villaje llamado Menadorf82. Estando pues a la mañana dispuesto para montar a caballo, he aquí que el huésped se empeña con grandes ruegos en hacerme detener hasta tanto que se hubiese celebrado cierto contrato y del que deseaba mucho que yo fuese testigo. Viendo yo que el tiempo se deslizaba y que iban a poner los manteles, dije que me era preciso partir al punto y que mi negocio me instaba por la diligencia que requería, pero el huésped me pagó con decirme que el contrato no se podía efectuar sin beber. Así mal que me pesase, me vi obligado contra mi estilo a comer al salir el sol y a evacuar con ellos antes del contrato un vaso de vino. Lo que ejecutado y puesto a caballo el huésped no dejó de acompañarme hasta estar fuera del villaje, y entonces me dijo era costumbre inviolable del país el beber vino antes de celebrar algún contrato, por cuanto este licor se destierra todo género de malicia y se limpia toda fraude, y que todo el dolo que pudiera concebirse interiormente se desaparecía en bebiendo. Con lo quedaba el pacto más simple, más real, más firme y más auténtico». §. V 47. Dijo entonces el señor Juan: «No es esa costumbre nueva, porque se sabe por las Historias que los persas antes de consultar negocios de grande importancia, solían embriagarse y discurrían de todo lo que les dictaba la dulzura del vino. Es verdad que al día siguiente estando todos sobrios, el rey del festín les proponía las mismas materias, las cuales por la mayor parte eran aceptadas y cumplidas. Aunque es de creer que no estaban en estos discursos totalmen80  La

imagen descrita se refiere a la actividad intelectual: se lee a la luz de una lámpara que quema aceite, en lugar del placer de beber vino. 81  El viaje se hizo en los años en los que el duque Francisco III estaba bajo la protección del tío, el cardenal Hércules, y de la madre, es decir, entre 1540 y 1550. 82  Debería ser Birmenadorf, en Suiza, aunque no se descarta la posibilidad de que fuera un pueblo alemán.

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te preocupados del vino, puesto que una perfecta embriaguez constituye a los hombres locos y sin memoria. Y solo podremos considerar que habían bebido largamente y cuanto fuese bastante para extinguir todos los pensamientos viles y fríos y para encender aquel calor y atrevimiento con que se discurre libremente y se viene a las generosas y constantes resoluciones»83. 48. «Ea, pues —dijo el señor Bernardino— quien quisiere de mí un buen consejo que venga después de cenar, mas quien deseare oír algún buen discurso, esté conmigo por la mañana [f. 200v.] en ayunas». «No os burléis señor Bernardino —dijo el señor Guillermo— de los discursos matutinos, y entended que es más que verdadero el adagio que dice que un vientre grueso no engendra sutil espíritu»84. «Si eso fuese así —replicó madama Lelia— el señor Caballero que es el más grueso de toda esta compañía, tendría así mismo más basto y grosero entendimiento que ninguno de nosotros». «Y yo —añadió el señor Juan— que soy el más magro sería según esa cuenta de más sutil espíritu que los presentes todos». «Veo —dijo madama Catalina— que hemos incidido en otra dificultad y será menester que la reina haga el examen y prueba de ver si hay alguno en esta tropa, cuyo valor se atreva a resolver y aclarar esta duda». 49. «Yo soy de dictamen dijo el Caballero que, como el señor Hércules ha movido la cuestión a los demás, así es también razón haya otro que le mueva y le ataque sobre lo mismo que él ha propuesto». Esto fue causa de que la reina mandase que bajo de la pena de no beber más en toda aquella noche, resolviese él la duda. A lo que él respondió: «Fácil y prontamente podré sacaros del escrúpulo diciendo que el señor Caballero, no obstante su grueso vientre, es de noble espíritu y sutil entendimiento porque por la fuerza y continuación de sus estudios ha superado su complexión y vencido lo natural de los humores crasos de su cuerpo». «Antes bien —dijo el señor Juan— los estudios debieran extenuarle, enflaquecerle y raerle el cotón85 que hace hinchar así su chupa». «Sus estudios —replicó el señor Hércules— causando en él in contrario efecto, se le han convertido en substancia y alimento. Y al modo que la salamandra no es ofendida del fuego, así no lo es el de la actividad del estudio. Que, si

83  Sobre la relación embriaguez-locura, véase la Apophthegmata de Erasmo en la entrada Ex aliis exemplum 5 (1570: 620). 84  «Pinguis venter non gignit sensum tenuem» (Erasmo, 1987: 752-753, II VI 18=2518). 85  «Tela de algodón estampada de varios colores» (DRAE).

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no os satisface esta razón, alegaré esta otra que la verdadera medida del cuerpo debe ser tomada según la forma de la cabeza y lo grueso de esta. Y, por tanto, quien considerase la testa tan gruesa del señor Caballero no podrá decir tiene el vientre desmesurado, sino respectivo a la proporción de aquella. De suerte que no puede ser colocado en la clase de estos gordos y mentecatos que conducen delante de sí una valija mucho más entonada de lo que corresponde a la figura de su cabeza». 50. Esta respuesta fue aceptada por la reina, aunque esto, no obstante, el señor Juan continuó su asunto diciendo [f. 201]: «Puede ser que entre nosotros tenga lugar esa razón, pero no será admitida en aquellos países en donde se acostumbraba el medir los cuerpos con un ceñidor de cierta y limitada medida en el que si por ventura no podía entrar alguno era disfamado, deshonrado y tenido por uno de los del rebaño de Epicuro. Semejantemente, los lacedemonios castigaban con todo rigor a los hombres gruesos, conociendo que tales cuerpos eran inútiles a sí mismos y a otros. Finalmente, no juzgo que el señor Caballero se pueda indemnizar de este vituperio, por gruesa que tenga la cabeza y aunque esta sea proporcionada al vientre». «Aun sin lo que habláis —dijo el Caballero— ya estaba yo muy cierto de que sois hombre envidioso y que vuestros huesos desnudos de carne no pueden sufrir el buen año de la mía. Pero contentaos con saber que si yo con mi cara llena represento el retrato de un buen médico que vos con la figura deshecha, horrida y descarnada de la vuestra tenéis la semejanza de un buen ermitaño». 51. En esto la reina mandó traer de beber y convidando al señor Juan, este la dijo: «Madama, soy de sentir que antes bien me incitéis a comer porque mi vejez me excita con bastante frecuencia a beber, en lo que se parece a la de la águila»86. Y mientras ella hacía mezclar con agua su vino, él añadió: «Ya veo que echáis agua en vuestro vino para darnos ejemplo, pero yo tengo tantos y tan continuos quehaceres que me falta tiempo para regar con agua mi vino». Habiendo pues ella bebido, se llevó el vino a los demás, y entonces dijo el Caballero: «Hay ya largo tiempo que arribó a esta ciudad un astrólogo a quien me dirigí para saber los sucesos y acaecimientos de mi vida, y habiéndome este advertido de muchas cosas de grande importancia, principalmente guardé y escribí en mi corazón un documento que me prescribió que es de precaverme sobre todo de exponerme a la agua por el peligro que podría correr, por eso desde 86  La

similitud con el águila vieja que se muere de hambre se encuentra en Plinio: «in tantum superiore adcrescente rostro, ut aduncitas aperiri non queat» (1624: X 15).

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entonces me resolví de nunca beber vino que tuviese agua, lo que he observado tan bien que hasta ahora no he delinquido contra su precepto». 52. «Bien dicho está —respondió madama Lelia— pero tened cuenta [f. 201v.] no sea que creyendo huir el agua deis en el fuego que bebéis y tragáis con el vino, si acaso no me decís que un peligro no puede ser superado si no es por otro»87. A lo que él satisfizo diciendo: «No pienso en concederos eso, antes bien digo que, aunque el fuego del vino arde, empero no consume lo que toca. Y si bien atendéis al hecho, yo trago este fuego en un navío y mientras el vino desciende al tonel por la proa, he aquí un vientecillo en popa que modera suavemente su calor». «Bien, bien —dijo madama Lelia— vos me haréis beber esta vuestra razón, pero la beberé con agua». Y habiendo bebido dijo el Caballero: «Madama Lelia no acepta razón alguna si no sale por la boca de los filósofos, y por tanto añado más que tan lejos está de que este fuego altere ni consuma mi cuerpo que antes le conserva. Por eso dice Platón que como el hierro se modifica por la fuerza del fuego, así el cuerpo viejo se hace más manejable y más humano con el calor del vino». Sobre lo que dijo la reina: «Sus efectos son bien contrario a los jóvenes, porque he visto algunos que, habiendo usado del vino en todo el discurso de una comida, se han visto después de esta precisados a amortiguar y extinguir este fuego y los vapores vinosos con un vaso de agua». A esto dijo el señor Vespasiano: «Agua distante no apaga el fuego vecino y así este remedio es demasiadamente tardío. Y los que así proceden, hacen como los que no habiendo podido apagar el fuego de una casa mientras ardía, vienen después a echar la agua sobre las cenizas». 53. Habiendo bebido madama Catalina, el último a quien se dio de beber fue al señor Guillermo, el cual se puso a oler el vino y preguntado del motivo, respondió —habiendo primero agotado el vaso— que él quería más y hallaba mucho más suave el oler así desflorar el vino que no las cartas amorosas. «¿Cómo así? —replicó la reina— Eso es sucederos lo que a cierta mujer a quien escribiendo una carta amorosa uno de nuestro país, a fin de que la fuese más agradable, la sahumó con buenos olores, mas temiendo que ella no lo advirtiese añadió estas palabras: “Postdata, besad la carta”». 87  La

objeción de Lelia se halla en los Mimi publiani de Publilio Siro: «Nunquam periculum sine periculo vincitur» (1722: 102).

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Todos echaron a reír oyendo este cuento y la reina añadió que ella había conocido muchos quienes gustan el vino antes de beberle y que por eso quería y mandaba que cada uno dijese su sentir diversamente unos de otros sobre la ocasión porque se huele y liba el vino en esta manera. Y diciéndola el señor [f. 202] Vespasiano que para animar a los demás era de opinión —lo que también sugería la razón— que fuese ella la primera que ejecutase su dulce y agradable deseo y mandato. §. VI 54. «A causa —dijo ella— que la llama, como dice el proverbio, nada distante está del fuego, me parece que conviene gustar el vino. A fin de que el que le debe beber por la sutilidad y fuerza de su aire y olfato sondando el vado, mida bien sus fuerzas y considere cuánto puede y debe templarle con el agua y qué cantidad debe tomar para el sustento de su estómago»88. «Pudiera también añadirse —prosiguió el señor Vespasiano— que lo primero que da quehacer el vino es el olerle y así el primer juicio es propio de las narices. Y ellas solas en esta parte deben primeramente usar de su oficio, porque siéndola agradable el olor dará fe y testimonio a la boca y la asegurará del placer del buen sabor». 55. «Y esto es por lo que —dijo Lelia— cuando se quiere elogiar a alguno de que sabe entenderse bien con el vino, se dice ordinariamente que tiene buena nariz. Y por este mismo medio, deseando muchos hacer creer que son buenos jueces en cuanto a esto, y que son expertos mojoneros del vino, le aplican a la nariz al punto que se les presenta para que le beban». «No obstante, todas las opiniones alegadas —propuso el señor Bernardino— yo digo, mis amados señores que todos los que engullen el vino y están de él nimiamente enamorados, tienen también el hábito de beberle ansiadamente y sin saludarle ni hacerle señal alguno de reverencia. De aquí dimana que muchos por no manifestar en sí esta viciosa y fea glotonería, y este indigno amor al vino, le tienen por eso largo tiempo en la mano antes de beberle, haciendo semblante de querer primeramente restaurar y confortar sus espíritus con este humo agradable antes que su vientre con este noble licor». 56. «Muchos —dijo el señor Juan— gustan y huelen el vino sin saber a qué fin se ha introducido esta costumbre, y por eso digo que en lugar de lo que los 88  La práctica del vino aguado se introduce en un proverbio de Plauto (Curculio, 53): «Flam-

ma fumo est proxima», y también en Erasmo: «De fumo ad flammam» (1987: 979, IV VII 40).

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médicos prescriben a un hombre que —como yo— no puede aguantan agua en el vino, que lo beba puro, sea por la debilidad de su estómago o por otro motivo y ocasión. Empero, haciéndose cargo del calor del hígado, le ordena que un poco de tiempo antes de beber eche dentro un migajoncillo de pan para que atraiga a sí la parte más espirital89 y ardiente del vino. Así juzgo yo que algún discreto cortesano, más civilmente que echando pan en el vaso y haciendo la [f. 202v.] sopa al grajo se resolvió, antes de beber, a extraer y sacar con su nariz fuera del vino, la agudeza y actividad de su excesiva fuerza»90. «Y yo —dijo el señor Hércules— estimo que no por ese motivo se aplica la nariz, sino por traer afuera alguna malignidad que pueda haber dentro del vaso. A imitación del unicornio del cual se dice que, antes de beber en algún arroyo o fuente, entra su cuerno para atraer el veneno si por caso le hubiese introducido algún animal nocivo». «A estas vuestras razones —prosiguió madama Catalina— añado yo la que he aprendido de mi médico, quien me ha ordenado que antes de beber el vino le huela y guste porque este olor es cosa maravillosamente propia para disolver los humores melancólicos por la virtud que el vino tiene de confortar y alegrar los espíritus vitales en el hombre». 57. «En cuanto a mí —dijo madama Francisca Guazza— soy de opinión que ha sido puesta por el autor de la naturaleza la nariz encima de la boca, afecto de que tenga el primer tributo y sustento debido, de todo lo que debe presentarse al vientre para alimentarle». «Juzgase —dijo el padre Guillermo— de la bondad del vino por tres cualidades de él, es a saber, por el color, olor y sabor. Y así no bebe debida ni perfectamente el que no distribuye estas cualidades a los tres sentidos del cuerpo, a que según su grado se refieren: dando primeramente a los ojos el color, a la nariz, el olor y en fin el sabor a la boca». «Pero —dijo el caballero— según dice el adagio es menester hacer de la necesidad cortesía, y por eso los que antes de beber ofrecen el olor a la nariz, lo hacen a fin de interponer en este punto su autoridad, sabiendo bien que, aunque no haya conveniencia en ejecutar esto, se hace preciso por cuanto ella, sea como fuere, pretende entrar en liza y tener su parte». 58. «Entre todas estas razones —dijo el señor Guillermo— me cuadra la de madama Catalina, porque si el vino fuese útil a la salud, tanto exterior que interiormente, muchos que con él se lavan la cabeza no se pararían en usarle para 89  Espirituosa. 90  Echar

un pequeño trozo de pan en el vino fue considerada una buena manera en los ambientes cortesanos.

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esto. Como ni tampoco le emplearían en limpiarse el rostro, las manos y otras partes de sus cuerpos». «A todos aquellos —dijo el señor Juan— a quienes es agradable el sabor del vino, no se sigue les sea gustoso el olor, antes hay muchos que no sabrían sufrirle y que le aborrecen más que a otra cosa». «Yo no tengo horror —replicó el señor Bernardino— al olor del vino, pero esto lo entiendo del que está por beber, pues me desagrada en extremo el del ya bebido y que sale por la boca». «Si mi dama —dijo el señor Hércules— me diese un beso oliendo a vino, no soy [f. 203] tan delicado que por eso le rehusase». «Vos no le rehusaríais —dijo el señor Vespasiano— a causa de que no percibiríais el olor ni podríais ejecutar esto por cuanto el amante, como habéis dicho, está despojado de todas las cualidades humanas que, dado caso que le sintieseis, os agradaría siendo este uno de los efectos del amor que las cosas que hay en la amada que disgustan a otros son al amante sumamente agradables». 59. «Bien lo manifestó —dijo el caballero— aquella paisana la cual acariciando a su amigo le decía: “¡Ay mi corazón y amor boyero y qué buenas cosas oleréis percibiendo el olor del estiércol!”. Pero en cuanto a mí que estoy exento de esta pasión, me enfada grandemente el olor del vino y lo propio, creo, sucede a los demás». «Por esta razón —añadió el señor Guillermo— los franceses comen un poco de pan después de beber, a fin de quitar de la boca el gusto y olor del vino». «Es así —dijo madama Francisca— pero este pan mascado causa sed. Y en verdad que a mí me obligaría a beber segunda vez». A quien replicó el señor Vespasiano: «Se cuenta, dijo, que viendo un médico que su señor quería beber después de haber comido su pera de postre, le hizo presente que la pera debía servir de sello a su estómago, para cerrar el camino a toda otra vianda, pero el señor le dijo que eso se reducía a comer otra pera después de haber bebido. Así podréis vos hacer, madama, echando pan sobre el vino y vino sobre pan hasta tanto que la carne viniere a crecer y multiplicarse». 60. En esto mudando de materia dijo el señor Juan: «Hubo ya ha tiempo un buen amigo quien habiendo comido en una cena mucha sal y muchas especias, se levantó a media noche de la cama y sacando la cabeza por una ventana que caía a la calle principal, se puso a gritar a grandes voces: “¡Fuego!, ¡fuego!”. A cuyos gritos acudiendo aceleradamente los vecinos y preguntando adónde era este fuego, él respondió: “¡En mi pecho!”. Un semejante fuego —añadió— se enciende también en mi garguero a causa de este cuajado que acabamos

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de comer y así conviene que para extinguirle beba yo sin más tardanza ni dilación»91. Y que dijo madama Lelia: «¿Queréis apagar el fuego con aceite?». Y habiéndosele presentado una gran copa llena de vino y teniéndola en la mano dijo él: «Un viento pequeño enciende el fuego, pero uno grande le extingue y disipa. Y por eso, deseando yo más apagarle que encenderle, me esforzaré a recibir y sorber con paciencia este vaso sin dejar nada y más que me muera de sed». Lo que habiendo dicho alzó la mano y bebió tanto que las lágrimas les vinieron a los ojos y entonces dijo: «Ya no sabía bien que no podía medicamentar esta llaga sin quejarme y llorar de dolor». «Para mantener la salud —prosiguió [f. 203v.] el Caballero— es preciso ejercitar el cuerpo hasta hacerle sudar y comer hasta provocar la sed, y beber hasta que las lágrimas salgan a los ojos». Lo que habiendo dicho, hizo seña a un criado que le trajese vino y sin decir otra cosa apuró su vaso hecho en forma de barquilla. 61. Entonces el señor Vespasiano, volviéndose hacia la reina, la dijo: «Paréceme madama que el Caballero es digno de alguna punición, pues que sin advertir que aquí todo se debe hacer libremente, ha pedido de beber por señas y ha bebido como furtivamente y a escondidillas, manifestando en esto que se recela de nosotros y que tiene mala intención». «A mí me parece —respondió el Caballero— que me es lícito el pedir de beber en esta casa con menos respeto que lo hizo cierto gentilhombre más modesto de lo que necesitaba y de lo que pide la corte y la mesa de un gran señor a que estaba sentado. Este pues habiendo hecho señas a un criado que le trajese de beber, este al punto tomó su capa y poniéndola al hombro se fue al repostero, tomó vino y le trajo tan lindamente al gentilhombre, conduciéndole a hurtadillas debajo de la capa. Lo que, viendo los asistentes, echaron todos la vista sobre este gentilhombre, quien ya lleno de vergüenza por lo sucedido, esta se le acrecentó por el criado que le dijo: “Habiéndome vos pedido de beber por señas, juzgué queríais no lo viese nadie más que yo, y por eso os he traído el vino secretamente”. De lo que todos echaron a reír y el pobre caballero bebió por aquella vez el vaso de amargura, conociéndose tan enormemente corrido en presencia de semejante compañía. Y de allí en adelante, pidió el vino en lengua vulgar y sin hacer señas, estando a la mesa. De modo que, el intérprete y trujimán de su seña le enseñó a conocer que los encogidos y de bajo corazón, no tienen otros gajes que la risa y el escarnio92. En lo demás —añadió— no ha sido por vileza o falta 91  Este exemplum se narra solo en la CC de 1575, al igual que la segunda intervención de Juan tras la pregunta de Lelia sigue la misma edición. 92  Este exemplum de ambientación cortesana se lee en Domenichi (1564: 85).

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de valor, el hacer yo seña para que se me diese de beber, sino porque tengo muy presente que la casa de madama Catalina está tan bien reglada y con tal policía que para ser servido a contento no es menester más que hacer una corta seña». 62. Mas la reina no admitiendo esta disculpa, ordenó que él corregiría el yerro de haber bebido en secreto y que, para su castigo, bebería otra vez públicamente y de modo que todos lo viesen. «Madama —dijo el Caballero— acaso me mandáis dar de beber a fin de que yo garle93 más, pero os sucederá lo que a una mujer, la cual dio de comer a su gallina más de lo acostumbrado, discurriendo que así la [f. 204] haría echar huevos en más abundancia y mayores de lo que solía, pero poniéndose la gallina en extremo gruesa, dejó de poner absolutamente»94. «Antes bien —dijo el señor Juan— garlareis con más exceso y bien sé que no habéis olvidado este verso: A quién no infundió elegancia, beber bien y en abundancia?»95.

Presentósele pues segunda vez la nave llena de vino y diciéndole el señor Hércules: «Tened cuidado de gobernar bien vuestra barquilla para que no perezca y haga naufragio desde el puerto»96. Él le respondió: «Aunque el vino —según el proverbio— no tenga timón, en medio de eso le bebo dentro de la nave, en donde entro la nariz que me sirve de timón, de suerte que, por este medio espero salvar la barca y el barquero juntamente». 63. «Si no tenéis corazón —dijo el señor Guillermo— para apurar todo el navichuelo partámosle entre los dos». Y respondió él: «Vos queréis arruinarme de la manera que Fabio arruinó a Antíoco, porque habiéndole vencido y bebiendo según los pactos quedarse con la mitad de los navíos, él los hizo dividir todos por en medio y le privó así de 93  «Hablar

mucho, sin interrupción y poco discretamente» (DRAE). alusión es a una de la Fábulas de Esopo titulada La mujer y la gallina: «Una viuda que tenía una gallina que ponía un huevo cada día, pensó que si le daba más comida pondría dos por día. Cuando hizo esto ocurrió que la gallina se puso más gorda y ya no fue capaz de poner ni uno solo. La fábula muestra que muchas personas, en el ansia de tener más, llegan a perder lo que poseen» (1985: 68). 95  «Fecundi calices quem non fecere disertum» (Horacio, Epistulae, I V 19). 96  La temática del naufragio en el puerto es un tópico clásico que se lee en dos epístolas de Séneca a Lucilio, la 14 y la 15. 94  La

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toda su armada, con que así no intentéis partir conmigo este navío, porque si llegase a dividirse, ni sería vuestro ni mío»97. Lo que habiendo dicho y bebiendo a la del señor Guillermo la agotó y limpió hasta el fondo. Y preguntándole madama Francisca si se hallaba bien, «así —dijo él— sea Baco en mi ayuda». 64. «A vos y a mí —dijo el señor Juan— conviene que llamemos a Baco98 a nuestro socorro, pues que de aquí en adelante no podemos esperar el favor de Venus». Y diciéndole madama Francisca que nunca ella hubiera creído que él fuese tan festivo en la conversación, él la respondió que al modo que el lupino que por naturaleza es amargo, se pone dulce infundido en agua, así la fiereza de su corazón se domesticaba con la infusión del vino99. Y después de haber alegado el ejemplo del cartaginés Asdrúbal, no solamente bárbaro en sus modales, sino también enemigo capital de los romanos, el cual en una cena que le dio Escipión se mostró del todo gracioso y amigable, añadió: «Así yo, madama Francisca, bien que os muestre un hocico de perro100 con todo eso en las buenas compañías soy alegre y jovial». «Ahí se conoce vuestro gran talento —dijo entonces el señor Bernardino— porqué se suele decir que hacer bien el loco en tiempo y lugar, es prueba de grande prudencia»101. Diose después de beber al señor Guillermo, quien arrimando el vaso a la boca dijo: [f. 204v.] Al fuego vuelvo, aunque soy de cera102.

65. Entonces dijo el Caballero: «Conviene volver hacia este fuego gallardamente y con esperanza de vencer que preocupado del temor de ser vencido, que es menester pensarlo despacio antes de ir a un festín, porque si el que no está práctico y ducho, si o por voluntad o por fuerza se ve precisado a hallarse en alguno y a participar de esta holgura, sin duda se perderá y le dejará dominar los 97  Se refiere al exemplum de Quinto Fabio Labeón, magistrado romano, mencionado por Valerio Máximo (1988: VII 3 4). 98  Referencia mitológica relacionada con la argumentación del vino. 99  La similitud con los lupinos se introduce en la Apophthegmata de Erasmo (Hilaritas in convivio, 35): «Rogatus quur quum esset natura severus, in convivio tamen hilaresceret, lepide respondit: Et lupinum quum sit suapte natura amarum, tamen aqua maceratum dulcescere. Naturale est, cibo potuque rigato corpore discuti tristitiam» (1570: 661). 100  La alusión es a su apellido ‘Can’, en italiano ‘Cane’. 101  Este proverbio deriva de Horacio: «Dulce est desipere in loco»; también se lee en los Catonis disticha (35): «Stultitiam simulare loco, prudentia summa est» (Carmina, IV 12 28). 102  Petrarca (207, 32): «Ed io, che son di cera, al foco torno».

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sentidos de una fuerza para él totalmente nueva. Por esta razón se debe entrar en los banquetes al modo que en una batalla y con el desembarazo para beber un poco más de lo ordinario y dar fuerza y vigor a los espíritus, a fin de que si están oprimidos de confusión o melancolía se vean absolutamente desposeídos y estén alegres, libres y regocijados». Se dio después de beber al señor Hércules, quien habiendo bebido dijo: «Soy de opinión de aquel a quien preguntándole cuál vino bebía con más gusto, respondió que el de los otros»103. A esto replicó madama Catalina: «Antes vos bebéis el vuestro porque el mío está a vuestra disposición y a la de todos estos señores». §. VII 66. Mientras todos la daban gracias por su cortesanía, el señor Juan la dijo: «Estos y razonamientos me hacen creer que estamos al buen provecho os haga y al fin de la cena». «No os aceleréis señor Juan —dijo madama Catalina— que yo haré ahora traer la tarta para que aún bebáis otra vez». «Si hacéis venir cosa de tarta —replicó él— yo beberé el vaso de la locura»104. «¿Y por qué?», preguntó ella. «A causa —respondió él— de que un docto sujeto solía decir que el primer trago que se bebe sirve para extinguir la sed; el segundo mira al regocijo; el tercero nos tienta con los deleites de la carne y el cuarto nos conduce a la locura»105. «Ha habido —dijo el Caballero— quien ha restringido y limitado esta licencia diciendo que la viña lleva tres géneros de racimos: el primero para el gusto, el segundo para la embriaguez y el tercero para el dolor»106. El señor Guillermo dijo: «Si ha habido quien la haya restringido, también hay otros que la han amplificado diciendo que el primer vaso era para la sed, el segundo para la alegría, el tercero para la tentación, el cuarto para la embriaguez,

103  La

sentencia se lee tanto en Diógenes Laercio (2007: Lib. VI, 54) como en Erasmo (Aliena dulciora, 30): «Percontanti quod vinum libentius biberet: Allienum, inquit et hic […] addit gratiam dicto. Aliud enim expectabat percontator, videlicet de genere vini sentiens» (1570: 242). 104  Esta será la última copa de vino que le llevará a la total embriaguez. 105  Juan cita a Lucio Apuleyo: «Prima creterra ad sitim pertinet, secunda ad hilaritatem, tertia ad voluptatem, quarta ad insaniam» (Florida, 20 2). 106  Es una sentencia de Anacarsis que se lee en Diógenes Laercio: «El decía que la viña producía tres racimos: el primero del placer, el segundo de la embriaguez, y el tercero, el de la amargura» (2007: Lib. I, 103). Erasmo vuelve a citarla en la Apophthegmata (1570: 619, Vini parcus usus, 3).

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el quinto para la cólera, el sexto para la riña, el séptimo para el furor, el octavo para el sueño, el noveno para la enfermedad». 67. La reina empero rehusó el aprobar estas razones, afirmando que la embriaguez y la locura o arrobo del espíritu no se adquieren por el número de las veces que se bebe, sino por la cantidad de vino que se traga y acaso el vaso de esas gentes antiguas hacía una buena botella e ignoraban que para vivir sano es preciso beber poco y a menudo. Dijo entonces el Caballero: «Lo poco y a menudo pudiera finalmente llegar a tal medida que se siguiese el mismo principal efecto de beber a la griega, esto es, comenzando por vasos chicos y después sucesivamente bebiendo siempre en mayores»107. A que dijo la reina: «Y este vuestro beber a la griega bien aprisa se volvería en hablar a la tudesca»108. 68. El Caballero confirmó la proposición avanzada por la reina de que se debe beber poco y con frecuencia, y la ilustró con el ejemplo de Sócrates en Jenofonte, el cual dice que no otra cosa acaece a los hombres que están en los banquetes que lo que a las plantas que están en los campos, porque si estas son impetuosamente sacudidas de una lluvia excesiva, no pueden incorporarse ni ser ayudadas del aire, pero si levemente cae sobre ellas otro tanto humor como necesitan, entonces crecen con hermosura, florecen con felicidad y se maduran con perfección109. «Lo propio es de nosotros, porque si bebemos muy copiosamente se sigue tal pesadez de cuerpo y ánimo que apenas podemos respirar y mucho menos hablar, mas si se nos sirve frecuentemente el vino en pequeños vasos, no llegará el caso de embriagarnos con este arbitrio, antes nos sentiremos regocijados y restablecidos en virtud de una cierta y agradable satisfacción». 69. Aquí añadió el señor Vespasiano: «Madama, alabo grandemente vuestra opinión, con la que dais a conocer que se deben entender las sentencias de los antiguos sanamente y con respeto y discreción y que, al mismo tiempo, conviene considerar y medir sus modos de obrar porque de otra suerte se incurriría en infinitos defectos y se pecaría gravemente o en restringirse mucho, o en tomar demasiada licencia. Lo que infelizmente olvidó un pobre gentilhombre de la corte [f. 205v.] de España quien, estando poseído de una grave enfermedad del 107  «Admirabatur et illud, quod Graeci initio convivis cyathis pusillis uterentur, saturi maio-

ribus: Sentiens potum non in aliud adhibendum, nisi ad sedandam sitim. Absurdum igitur esse, tum plus bibire, quum sitis esset sedata» (Erasmo 1570: 621, Mos praeoisterus, 10). 108  La reina contesta jugando con la clásica referencia a la falta de moderación de los alemanes, un tópico que se lee en varias secciones de la CC. 109  La autoritas de Jenofonte se encuentra en el Symposium (II 25-26).

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bazo, se le dio un vaso de tamariz por cuanto en esta madera, según describen los autores que tratan de los simples, está encerrada una virtud oculta y latente contra esta indisposición. Y en fe de que el médico le había afirmado de boca esta virtud, prescribiéndole y aprobándole el beber vino en esta copa, él se empeñó tanto en amarla y acariciarla, o antes bien su muerte, que vinculó más a ella que a toda la ciencia y afición de su médico la esperanza que tenía de su salud. Y persuadiéndose que cuanto más bebiese tanto más recibiría de la virtud y efecto de esta madera, en poco tiempo bebió tan bien y tanto que se libró no solo de su enfermedad, sino aun de todas las penas y trabajos de su vida». Sobre esto el señor Guillermo con un prontísimo y festivo terceto, censuró francamente al tal gentilhombre y dijo: «Ese caballero podía bien decir a la hora de su muerte: Con la liga las aves imprudentes son cogidas; yo así triste fallezco, bebiendo en tamariz junto a las fuentes».

70. Después de él, el señor Bernardino se hizo dar de beber, y volviéndose hacia el Caballero —quien como sabéis tiene la vista muy débil y corta110— dijo: «Si es así que no se puede perfectamente beber, si primeramente no se gusta el vino con los ojos, haciendo juicio por su color, vos estáis privado, señor Caballero, de este gusto y creo que, si pudieseis como nosotros percibir el color vivo y la transparencia de este vino tan colorado y rubicundo, sentiríais mucho más deleite al beberle». «No habéis avanzado —dijo el Caballero— alguna ventaja sobre mí, porque si vos veis más claramente y mejor que yo, tengo yo también más tiempo y edad que vos, y es menester que penséis que, si le vejez me ha disminuido el placer de la vista, ella me ha aumentado otro tanto el del gusto, y el de la boca con la que no solamente bebo el vino, sino le chupo le mamo y le sorbo. Fuera de que no ignoráis el adagio que dice que es el vino la leche de los viejos»111. 71. Entonces el señor Juan mirando a la reina la dijo: «Largo tiempo ha sabía yo que el Caballero era corto de vista, pero me dio una confirmación más evidente cierto día que vino a mi posada, en ocasión que yo acababa de escribir una carta que él había pedido a madama la Marquesa mi señora, en favor de un amigo suyo112, la que le puse en la mano para que la leyese y viese [f. 206] si estaba a su 110  El

autor vuelve a poner los interlocutores del diálogo principal, dirigiéndose en este inciso a Aníbal y Guillermo, acordándoles de su personal familiaridad con Bottazzo. 111  La alusión es al proverbio latino: «Vinum lac senum». 112  Aunque no es explícita, parece ser otra anécdota que demuestra la estrecha relación entre Esteban Guazzo y Margherita Paleologo.

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gusto. Pero, volviéndola yo a tomar, la encontré llena de borrones de que me quedé absorto, aunque reparándole al rostro, conocí en las señales que aún había quedado que él había roto el papel y borrado la letra con la punta de la nariz y con la barba, de lo que nos reímos muy bien entrambos y fue preciso que yo trasladase la carta y que él se lavase la carta para quitarse la tinta con que la había ennegrecido». 72. Madama Francisca preguntó entonces al caballero cuál era la cosa que él conocía ofenderle más a los ojos y dañarle la vista. Él sonriéndose respondió: «El mal de ojos». «No sé pues —replicó ella— cómo teniendo la vista tan mala y débil os aventuráis a viajar tan a menudo con vuestro navío». «¿No sabéis —dijo él— que los que están sobre la mar, vuelven su vista hacia la estrella que los conduce? Empero, madama Francisca, bien se echa de ver lo poco que cuidáis de mis cosas, no habiendo aún advertido que cuando hago mi viaje naval, me dirijo al rayo de vuestro bellos y luminosos ojos que me serenan y esclarecen la vista y me indultan de todo riesgo». «A lo que veo —dijo el señor Juan— este nuestro enamorado ha bebido ya el trago de la tentación, pues que tan bien se da por entendido, pero si madama Francisca me quiere creer ella se lo dirá a su marido cuando haya vuelto de Salussa»113. A lo que ella replicó: «La nave del señor Caballero no está tan llena y cargada de malicia como intentáis hacerme creer»114. 73. «Ahora —dijo el Caballero— veo yo bien que es muy cierto el proverbio que dice que la verdad está en el vino115, pues que el señor Juan comienza en un mismo tiempo a descubrir los secretos ajenos y su propia envidia, por la que no puede sufrir que de los ojos de esta dama venga un poco de aire y de luz a favor de mi pobre navío». «No envidio yo —replicó el señor Juan— cosa que pueda redundar en complacencia de madama Francisca, con quien sé muy bien estáis ya medio de acuerdo». «¿Y cómo lo veis? —preguntó ella—». «Por cuanto —respondió el señor Juan— él lo que quiere de su parte y vos no lo queréis de la vuestra, con que así estáis medio convenidos y nada más falta, sino que vos asintáis a su voluntad». «Yo estoy aguardando —dijo madama Lelia— que todos estos vuestros asuntos amorosos se terminen con beber».

113  Saluzzo

o Saluces. la vuelta de Esteban Guazzo, marido de Francisca. El autor de la CC se encuentra en Saluzzo como afirma en el proemio de la misma obra. 115  El Caballero traduce el proverbio latino: «In vino veritas». 114  Evoca

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En esto se pusieron otros manjares en la mesa entre los cuales estaba la tarta acompañada [f. 206v.] [de] diversos géneros de frutas. Y entonces madama Catalina vuelta hacia el señor Juan le dijo: «Veis aquí lo que os he prometido, para haceros beber aún otra vez». «Aún tendré corazón y paciencia —dijo él— para una vez, pero si me obligáis a más, me podré llamar cuatro veces muchacho». «¿Y por qué? —dijo ella—». «A causa —replicó él— de que los viejos como yo son dos veces niños, y los borrachos están también en infancia doblada»116. 74. «¿Y por qué —dijo el Caballero— no os será lícito esforzaros una vez a dar un poco de complacencia a tan respetuosa compañía adquiriendo el honor de habernos superado a todos en levantar bien la copa?». «¡Oh, no! —replicó él— Vos quisierais que yo tuviese la gloria de haber vencido a otros en beber y que en medio de eso pasase la vergüenza de ser dominado por la botella»117. Siguiendo el señor Hércules la opinión del caballero, le dijo que Apolo reyó una vez en el año118. «Apolo —volvió él— hacía muy bien en reír, tendiendo todos sus dientes en la boca, mas no quien está del todo desdentado como yo». Madama Lelia picándole para meterle en cólera, le dijo: «Hacedlo a lo menos por vuestra salud, pues bien sabéis que, como se suele decir, hay más viejos borrachos que viejos médicos». «Con esta vuestra lógica —dijo él— no advertís el que me hacéis ser matemático». Entonces madama Francisca salió diciendo: «Bien creo yo, señor Juan, que estaríais no poco contento de tener diez años menos y seis dientes más». A quien él respondió: «No tengo yo de presente el deseo que tuvo el buen padre Evandro cuando dijo: ¡Oh, Si Jove mis ya pasados años me volviese!119

116  Juan

glosa una sentencia atribuida a Platón que se lee en la Polyanthea: «Manifestum esse dicebat non modo senem bis puerum fieri, sed inebriatur» (1574: Ebrietas). 117  En la CC de 1579 se añaden otras interlocuciones: «E la signora Lelia, aizzandolo tuttavia: —Fatelo almeno per sanità, perché si dice, come voi sapete, che vi è maggior numero di vecchi ubbriachi che di vecchi medici. Ed esso: —Con questa vostra loica, non mi farete già voi divenire matemático» (Guazzo 2010 I: 288). 118  Hércules se refiere a la manera de decir proverbial y muy difundida: «Semel in anno licet insanire». 119  Virgilio (VIII 560): «O mihi praeteritos referat si Iuppiter annos».

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Porque eso sería, teniendo el pie casi en el puerto, querer volver a los escollos120, pero estaría gustoso con hallar un albéitar121 que me supiese encajar tan útilmente los dientes en la boca, como renueva las herraduras a los caballos, porque entonces acaso bebería menos y comería más». 75. El señor Bernardino añadió: «Yo he visto algunos que se han mandado poner dientes postizos entre los legítimos con singular artificio. Empero creo que de nada sirven para mascar y solo ayudan para la pronunciación». A que dijo el señor Guillermo: «Bien manifestó el poeta que era así cuando dijo: Aquellas perlas en que o forma o guarda, [f. 207] palabras dulces, púdicas y gratas122.

Pero, los que vos decís lo hacen también por cubrir la fealdad de la boca desdentada a imitación de aquellas mujeres que se sirven de cabellos muertos cuando las faltan los vivos, y en mi sentir no son vituperables semejantes usos». 76. Aquí el señor Vespasiano pronunció: «No es motivo de vituperio, antes bien merece mucha disculpa el que se dé un poco de socorro a alguna parte deforme de nuestro cuerpo, que de otro modo sería desagradable a los que la mirasen. Y especialmente deben ser excusados los personajes de autoridad y representación, como era un Augusto, quien traía los zapatos un poco altos para merecer más grande y acrecentar más majestad a su imperial persona, lo que por ventura no parecería bien en un caballero particular. Sabemos también que estaba César tan disgustado de ser calvo que de tantos honores como le fueron tributados por el pueblo romano, ninguno aceptó tan gustoso como el privilegio de traer continuamente una corona de laurel sobre la cabeza por cuyo medio ocultaba su defecto»123. «También se dice —añadió el Caballero— que, si una virgen tiene por alguna indisposición descolorida las mejillas, no es mal visto que derrame sobre ellas algún poco de color para encontrar marido más fácilmente. Y, asimismo, a una mujer ca120  La

alusión es a la muerte como si fuera un puerto. que se daba antiguamente al veterinario; se usa todavía hoy en algunas zonas de España, especialmente en el ámbito rural. 122  Petrarca (220 5-6): «Onde le perle in ch’ei frange ed affrena / Dolci parole oneste e pellegrine?». El sujeto en los versos del poeta es Amor, no obstante, según Guillermo Cavagliati se puede leer la relación entre los dientes y la favella, el poder de hablar. 123  Los dos exempla se leen en Suetonio. El primero en Divus Augustus (73): «calciamentis altiusculis, ut procerior quam erat videretur»; el segundo, en Divus Iulius (45): «Calvitii vero deformitatem iniquissime ferret saepe obtrectatorum iocis obnoxiam expertus. Ideoque et deficientem capillum revocare a vertice adsueverat et ex ómnibus decretis sibi a senatu populoque honoribus non aliud aut recepit aut usurpavit libentius quam ius laureae coronae perpetuo gestandae». 121  Nombre

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sada si por el mal tratamiento de su marido se le pone el rostro pálido y ahumado, le es lícito recurrir al afeite para con fingidos colores cubrir su verdadera malaventura». «Antes —replicó madama Catalina— para cubrir con su discreción la bestialidad de su marido». 77. Mientras ellos se divertían con estas jocosidades, he aquí que entra un músico con una lira en la mano quien, habiendo con un tañido suave, dulce y harmonioso, causado en todos un repentino silencio y disponiéndose en común a escucharle gustosos, él inclinó sus ojos hacia el señor Vespasiano y, haciéndole una cortesía, entonó al son de su lira el canto resonante de los versos que siguen124: Mi humilde y baja voz —señor— no sabe dignamente alabar vuestro honor grave; descienda pues aquí el antiguo Orfeo y su acento os erija alto trofeo125. Vos sois quien tiene alegres y adornados del Monferrato valles y collados, serenando el obscuro y negro Polo126. Todo el honor y gloria está en vos solo [f. 207v.] que a los héroes causó inmortal renombre. Hasta los indios vuela vuestro nombre, desde el mar africano, vuestra diestra de triunfos y victorias gran maestra, de Carlos y Felipe las banderas127 condujo hasta las partes más postreras del Levante abundante y floreciente desde nuestros países de Occidente. Ver espero sus cargas más pesadas, en vuestros brazos, aunque las nevadas trenzas aún no rodean vuestras sienes. Con destreza feliz la ciencia tienes128 de saber la extensión ámbito y fines

124  La

llegada del músico que celebra a Vespasiano Gonzaga, huésped de honor y al que se dirigen sus versos, impone una interrupción en la conversación del convite. 125  En el comienzo de la canción se añade el tópico de la insuficiencia o inadecuación del estilo poético de su autor con respecto al sujeto tratado. 126  La alusión es a la intervención militar de Vespasiano en el Monferrato durante el otoñoinvierno de 1567. 127  Se refiere a Carlos I de España (1500-1558) y a su hijo Felipe II (1527-1598), por estar Vespasiano totalmente al servicio de ambos y recibir de ellos cargos militares. 128  Esta mención a la ciencia de Vespasiano se debe al gran conocimiento que tenía de geografía y cosmografía.

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de la tierra y del cielo y qué confines circundan los planetas en la esfera. Vos solo hacer podéis que nunca muera si es que el divino estilo y metro empleas129 un griego Aquiles, un troyano Eneas, una Laura galesa, a quien divino cantó Petrarca en verso peregrino. Justo, dulce, clemente y sin segundo recopiláis en vos el más profundo esplendor con que brillan las virtudes. Destierra vuestra voz las inquietudes, las congojas, las penas y cuidados de los pechos más triste y angustiados. Porque tu voluntad manda y domina la voluntad de todos y se inclina cualquiera a lo que quieres, o abomina lo que rehúsas tú. Mas no igualando tus méritos mis versos, ya callando el vano esfuerzo ocultará mi lira al mismo tiempo que el respeto aspira a consagrar con fieles rendimientos a tus aras mi idea y mis acentos.

78. Madama Catalina fue altamente elogiada, así por la reina como por el resto de los demás concurrentes, porque había obsequiado tan urbanamente al señor Vespasiano en su casa. El que, en medio de eso, la dijo: «Madama Catalina en vuestra mano está el tratarme como mejor os pareciere en vuestra casa, pero yo quiero que sepáis que no habéis conseguido vuestro intento por que los presentes alaban mucho la voz de vuestro músico, empero ninguno se para a creer nada de [f. 208] cuanto de mí pueda haber dicho». A que respondió madama Catalina: «Ciertamente señor, yo confieso no haber logrado lo que pretendía, viendo que los encomios tributados a vuestra excelencia en nada se proporcionan a vuestros méritos y prendas. Y no hay persona en esta compañía que no diga lo mismo que yo». «En cuanto a mí —dijo madama Lelia— soy del mismo dictamen de Madama y siento que el músico ha dicho de los méritos de vuestra excelencia mucho menos de lo que es en realidad». «De ese modo —repitió el señor Vespasiano— confirmáis mi proposición, puesto que, si el cantor ha dicho menos de la verdad, se sigue que ha hablado contra lo cierto y ha mentido». 129  Apunta

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al mecenazgo de Vespasiano que ayuda a los poetas.

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«Decir menos que la verdad en materia de alabanza —dijo el señor Bernardino— no debe atribuirse a defecto de verdad sino de aptitud y entendimiento». 79. Sobre lo que dijo el Caballero: «Madama Catalina es amiga de la verdad y cuando de algún modo quisiese disfrazarla o encubrirla, no sé yo haya alguno en esta tropa que se lo sufriese. Con que así, señor, hacéis conocido agravio a ella y a nosotros en no aceptar como verdadero y agradables estos heroicos elogios que se os deben como cosa muy propia». «A fin —dijo el señor Vespasiano— que madama Catalina tenga alguna satisfacción y esté en parte contenta, convengo en que todos atiendan y crean las voces del músico, con tal que él ni otro presuma hacérmelas creer a mí, lo que no puedo ejecutar por cuanto se opone mi mismo honor». «Antes bien es justo —dijo la reina— que madama Catalina quede del todo contenta y satisfecha. Y así en virtud de aquel poder y autoridad que gozo en este sitio, dispenso con el señor Vespasiano para que pueda sin menoscabo de su decoro recibir y aceptar estos aplausos como legítimos y correspondientes a sus hechos y merecimientos». 80. «Por el precepto de una reina tan grande como sois vos —dijo él— soy contento, si esto no basta de creer, que lo negro es blanco. No obstante esto, os suplicaré me digáis hasta donde limitáis mi creencia en orden a las alabanzas que de mí se han propalado». «Acerca de esto —dijo la reina— me remito al juicio del Caballero». Quien al punto dijo: «Está escrito que César hizo levantar las estatuas abatidas de Pompeyo después que este fue deshecho por el mismo César y que hubo entonces un romano que dijo que reponiendo César en pie las memorias de Pompeyo levantaba y erigía las suyas propias. Así madama Catalina imitando a César ha elogiado al señor [f. 208v.] Vespasiano para tener ella misma su particular encomio en recomendación de su grande acierto. Y, por tanto, bastará que el señor que está presente admita la mitad de esta alabanza y deje la otra mitad a madama Catalina»130. 81. Entonces el señor Juan salió diciendo: «Veo bien estos aplausos serán más raros y preciosos que la tarta, puesto que, de aquellos solo se hacen dos partes y esta le distribuye entre toda la compañía». 130  El

protagonista de este exemplum es Cicerón: «Quum Caesar rerum potitus Pompeii statuas deictas honorifice reposuisset: Caesar, inquet Cicero, dum Pompeii statuas reponit, suas stabilit: sentiens, illum hoc non in Pompeii gratia facere, sed ut sibi clementiae simulatione fauorem apud ciues conciliaret, atque hoc pacto suum regnum constabiliret» (Erasmo 1570: 342, Clementia simulata)

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A que satisfizo madama Francisca: «Si tan gran deseo tenéis de recibir alguna alabanza, yo buscaré en mis cofre y tocador ciertos sonetos que me presentaron en la fiesta del último Carnaval en un banquete que se hizo y os lo enviaré a vuestra casa, respecto de no servirme de nada». «Hacéis —dijo el señor Juan— que me acuerde de aquel criado, el cual viendo que su amo quería rasgar un grueso legajo de cartas, le rogó quisiese darle tres o cuatro. Y preguntándole el señor de qué podrán servirle aquellas cartas, le respondió: “Cuando yo partí de mi lugar, me encargó mi madre que la escribiese y enviase cartas de cuando en cuando, con que, para contentarla la enviaré estas, ya que al parecer no las necesitáis, pues queréis hacerlas pedazos”»131. 82. La reina añadió que, si no debían callarse los elogios de nadie, era también preciso aplaudir a madama Catalina del buen gusto y urbanidad que había manifestado en ponerles delante una cena tan espléndida y bien preparada. A que el Caballero dijo: «Para alabarla mucho en pocas palabras, diremos que no merece menos aplausos que un valeroso capitán132, porque se atribuye a igual prudencia el disponer bien un banquete que el ordenar un ejército. Este para poner espanto y terror a los enemigos y aquel para dar gusto y obsequiar a sus amigos». A lo que ella respondió: «Ya que el Caballero nos ha enseñado cómo se reparten las alabanzas, haré diez partes de las que me ha dado, y en lo que mira al buen orden del banquete, le remito a vuestros plausibles y discretos discursos, de quienes este obsequio mío ha recibido todas su mejor salsa y disposición. En cuanto a la parte que de mí depende en haberos hecho este convite con buen afecto y en recibiros con la mayor alegría, me contento con ser aplaudida todo lo que fuereis servidos, por cuanto no siento en mi conciencia el menos escrúpulo». 83. Diciendo estas palabas se sirvió de beber, y estando para hacerlo el señor Juan, le dijo el Caballero: «Tened cuidado con no echar el buen vino en una mala vasija». «¿Y qué —replicó él— pensáis [f. 209] que le voy a echar en la vuestra?» Habiendo este bebido, se trajo vino al señor Hércules, quien hacía semblante de estar totalmente abstraído de lo que preguntándole la ocasión la reina, él dijo: «Pensaba yo en mi imaginación sobre la costumbre de aquellos pueblos, los cuales unos a otros se sacaban sangre de la vena de la frente, y la mezclaban con el vino bebiéndole recíprocamente el uno y del otro y decía entre mí: “¡Ah 131  Esta 132  Es

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anécdota se lee en Domenichi (1564: 189). decir, Vespasiano Gonzaga.

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Hércules!, ¡qué dichoso serías tú si con este vino pudiesen sorber y gustar una sola gota de la pura y noble sangre de tu dama y señora!”». A quien dijo el señor Vespasiano: «Los deseos y anhelos de los amantes son insaciables, y me parece llegó a comprender que después de haber bebido vos de su sangre, querríais también darle a beber de la vuestra». «Los amantes —prosiguió el señor Bernardino— que logran tener alguna porción de la sangre de sus damas me parecen más felices que los que las dan parte de la suya». «Ni yo conozco —añadió el señor Juan— alguna dama tan liberal que diese de su sangre a su amante sin tener en recompensa la de su más amado». 84. «Ea pues —dijo la reina— señor Hércules sed contento por esta vez de beber sin sangre». «Así lo hago —respondió él— y no solamente ahora, sino siempre bebo sin sangre, gracias al amor que todo me lo ha agotado y consumido». «Bebed con valor —dijo madama Francisca— y a pesar del amor haréis sangre, porque si es llamado el vino sangre de la tierra, podréis mezclar una sangre con otra». A este tiempo el Caballero llevando a la boca su vaso de figura de nave, dijo: «Amor, déjame beber y después aliméntate de la sangre que encontrares a lo hondo de este navío». Y habiendo bebido añadió: «Nunca el amor abandona los amantes hasta tanto que les ha arrancado el corazón. La sanguijuela tampoco se separa de la carne hasta estar llena de sangre, y el Bottazzo jamás deja la nave hasta estar lleno de vino». Lo que habiendo dicho dejó su nave y diciendo el buen provecho nos haga, al punto se levantaron las mesas y se rindieron gracias a Dios, según deben hacerlo todos los que se precian de buenos cristianos133. §. VIII 85. CABALLERO. El placer que al presente siento dentro de mí mismo, es tan grande y maravilloso que así por su motivo, como por aliviar un poco vuestro espíritu sin duda cansado de tan largo discurso, me veo obligado a interrumpiros por un poco el hilo y prosecución de estos dulces y agradables asuntos y de decir que, según se descubre por la lectura de los poetas, [f. 209v.] una de las mayores gracias que los dioses hacían a cualquiera mortal era el permitirles comer con ellos de sus viandas, porque por semejante medio participaban de

133  Se concluye la primera parte del convite con la imagen de la copa-nave asociada con la del vino-sangre, enredando estas relaciones con el tema del amor. El convite representa la ejecución ejemplar de lo que propone la CC en los primeros tres libros acerca de la conversación para que pueda ser completamente civil.

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sus honores divinos. Igual favor en mi sentir recibiría aquel que pudiese no digo sentarse en este banquete y gustar de los manjares de estos señores y damas que me acabáis de nombrar, sino hallarse siquiera presente a oír tan bellas e ingeniosas materias. Y como un diestro cocinero prepara con arte ciertas viandas, las cuales dan diversos sabores al gusto, de tal modo entreverados que ni lo agrio ni lo dulce, lo insípido ni lo salado exceden de su cantidad proporcionada, así este nobilísimo banquete se compone de juegos, fábulas, historias, de dichos y de sentencias entreunidas con tan gran discreción que son suficientes para dar alimento muy apetecible a todo género de personas por delicadas que sean. 86. Ciertamente, si contemplo en el señor Vespasiano la majestad de sus palabras pequeñas en el número, pero gigantes en la solidez, se me representa una luciente hacha que con sola su claridad hace lucir y resplandecer a todos los convidados. Si en el señor Hércules, señor Bernardino y señor Guillermo considero su bondad y discreción, me parece estar gustando aquellas sabrosas salsas que excitan el apetito. Si en los buenos viejos el Bottazzo y Can, advierto la doctrina y dichos festivos con que sin agraviarse se picaban uno a otro, me es preciso decir que nos abastecen de salsa y de sal en este banquete. Empero ¿adónde dejo yo la reina, cuyas modales discretas y urbanas, si con atención las registro, no puedo negar que es muy semejante al pan, el que es tan necesario para el alimento y subsistencia universal de todos? Si reconozco la gracia y dulzura que se halla en madama Lelia, he aquí la azúcar que da gusto a todas las viandas. Si miro la prontitud y vivacidad de espíritu de madama Francisca, se me da a beber un vino que conforta todos los espíritus. Si finalmente pienso en las sólidas y prudentes razones de madama Catalina, ve allí la agua que templa todo ardor superfluo. De modo que, hallando a mi alma divinamente consolada, puedo muy bien decir con el poeta: Al Júpiter no le envidio, su néctar y su ambrosía134.

87. Y de aquí saco que sería una acción muy útil al mundo si se recogiese todo esto en un volumen y se diese a luz135, porque por la forma e imitación de este banquete, aprenderían los hombres a abstenerse de las confusiones y desórdenes que acaecen en los festines comunes, en los cuales nada más [f. 210] se

134  Petrarca (193 29): «Ambrosia e nettar non invidio a Giove». Hervás transforma el endecasílabo en dos octosílabos de arte menor. 135  Es una técnica de autorreferencia muy difundida y que funciona a manera de promoción, ya que se refiere al mismo cuarto libro de la CC en la que se narran los hechos del convite.

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hace que comer hasta reventar y embriagarse descompasadamente de forma que subiendo al celebro estos humos vinosos y los vapores de las viandas y estando ofuscados y ciegos el espíritu y la mente, la lengua es incitada y conmovida a proferir palabras indiscretas e incuriosas, mordaces, propasadas, impúdicas e insolentes, y llenan la alma de ideas ociosas, lascivas, perversas, llenas de impiedad y distantes de toda dulzura, cortesía y humanidad. Tampoco aquí se piensa en observar la costumbre de los lacedemonios, entre los cuales era infame el que propalase alguna cosa que hubiese oído en un banquete136. Mas en los festines de este tiempo, como en las plazas públicas se toman muchas novedades y secretos y después y se publican en descrédito de los hombres y mujeres que se hallaron en ellos, ni aun se perdona al decoro del autor del banquete porque se le hace padecer la pena de su bizarría y que pase por la mofa y por el gasto. Con que no me admiro de que Pericles nunca quiso ir a ningún banquete, por cuanto temía contaminar sus costumbres y constituirse vicioso. 88. Empero el festín que acabáis de describir, hablando ingenuamente es todo real, y en donde no tiene parte la aversión, antes bien cada uno se reviste de la benevolencia y amistad, aprendiéndose a gustar las viandas con una sana templanza y ejercitar la lengua, sin vanidad, el fuego sin alteración, la concordia sin ruido, la doctrina sin vanagloria, la urbanidad sin tacha ni borrón. Y por decirlo en pocas palabras, se deduce de aquí la forma y modo de las pláticas discretas que deben ser tenidas por lo que banquetean juntos y cuál debe ser su conversación. ANÍBAL. Si las cosas que hasta aquí os he referido os han dado algún gusto, no dudo que lo que falta por decir sirva para aumentar vuestro deleite y alegría. CABALLERO. Ruégoos pues, que no tengáis a cansancio ni disgusto el volver a tomar el hilo de vuestra historia. §. IX 89. ANÍBAL. Como todo el mundo después de la cena guardase silencio por un grande rato, como es natural, el señor Vespasiano entró en materia diciendo de este modo: «Aquellos me parecen poco sabios que no usan de todo empeño y diligencia para encontrar los medios de evitar la muerte [f. 210v.] y prolongar la vida cuanto les sea posible. Para conseguir esto, son particularmente propias estas afables y discretas conversaciones, por cuyo medio se olvidan los 136  «Ad publica convivia ingredientibus, qui natu erat maximus, singulis ostendebat fores, dicens: Per has nullus egreditur servio: admonens nihil effutien dum, si quid liberius dictum esset in convivio. Hunc morem instituit Lycurgus» (Erasmo 1570: 133, Silentium, 1).

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pensamientos enojosos y sensibles y se refuerzan grandemente nuestros pobres espíritus de cualquiera tristeza que les aflija». «Por esa razón —añadió la reina— decimos que la alegría y regocijo pulen, alisan y hermosean el cutis de nuestros rostros». «Grande envidia tengo —dijo madama Catalina— a aquellos los cuales en cualquiera cosa que les suceda, por sensible que sea, se muestran siempre unos mismos sin querer por ningún acontecimiento dar posada dentro de sí a la melancolía». «Yo creo —replicó madama Francisca— que tal modo de vida debe imputarse a falta de espíritu y conocimiento, porque si fuesen hombres espirituales e ingeniosos tomarían más a pechos las materias. En cuya prueba vemos que los sujetos de grandes negociados y sabios en las buenas letras son también regularmente los más pensativos y melancólicos». «De ahí, —dijo el señor Juan— ha dimanado el proverbio que dice que el no saber nada es una vida muy dulce y feliz, y se ve que los hombres que no tienen ideas engorrosas y que viven fuera de cuidado, no mudan de traza y semblante, haga bueno o mal tiempo, gozando de mayor complacencia y de mucho mejor tiempo que si fuesen más ingeniosos». 90. «Ciertamente —prosiguió el señor Bernardino— el peor enemigo que tenemos es la melancolía, la cual nos desea los huesos y medulas y, por eso, a fin de conservar nuestra vida, casi debiéramos apetecer el ser un poco menos sensatos y avisados y algo menos sabios»137. «Con todo gusto —dijo madama Lelia— aprendería yo algún secreto y artificio con el que pudiese mantenerme más alegre de lo que estoy, ya que, la melancolía me es tan nociva». «El remedio —dijo el señor Vespasiano— está en la mano y poder de cada uno, pero hay pocos que sepan servirse y avisarse de él». «¿Y cuál es? —dijo Lelia—». «Contentarse —respondió él— con su suerte y condición»138. «Muchos conozco yo —dijo ella— los cuales son muy dichosos así por su mérito, como por su elevación y riquezas, y en medio de eso ninguno está contento con su estado». «No debéis —replicó el señor Vespasiano— llamar ni tener a esos hombres por dichosos pues que no saben usar de su felicidad, y por eso dijo el venusino139 [f. 211] en estos versos:

137  La

melancolía es una grave enfermedad de los hombres cultos. remedio según Vespasiano es contentarse recordando la fórmula latina: «Felix sua sorte contentus». 139  En la CC el poeta, en este caso Virgilio, es ‘mantovano’ y no de Venusa. 138  El

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¡Oh, cuán dichoso el labrador sería, si el valor de su dicha conociese!»140

91. «¿Y cuál es —preguntó ella— la causa que así nos desvía de este conocimiento e impide el que estemos contentos con nuestro ser y estado?». «Esta es —respondió él— los necios e inicuos juicios que hacemos comparándonos con nuestros prójimos, porque vos llegáis a igualaros con las damas que os aventajan en comodidades y yo con los hombres que me exceden en el poder. Y de aquí viene que continuamente nos roemos el corazón con este desvelo no pudiendo conseguir ni llegar al fin propuesto y, al mismo tiempo, rehusamos volver hacia atrás y parangonarnos a los que nos son inferiores. Lo que, si supiésemos ejecutar en lugar de contristarnos, sin duda estaríamos alegres y daríamos gracias a Dios por habernos constituido y puesto en este humilde estado, teniendo presente que si la mona se aflige por no tener cola y el asno por faltarle los cuernos ¿qué mayor razón de quejarse tiene el topo por faltarle la luz de los ojos de la cuales estos otros gozan?»141. 92. Segunda vez le preguntó Lelia, cuál era la causa y motivo de esta comparación tan injusta, y él dijo: «El apetito excesivo y desordenado el cual abraza de un golpe muchas cosas, aunque principalmente se debe achacar este defecto a la avaricia y a la ambición, las cuales continuamente solicitan y permanecen en él angustiado seguimiento de estas cosas, haciéndonos incurrir en la desgracia de la cera, quien lamentándose de su blandura y viendo que el ladrillo y el barro se endurecía al fuego, fue tan simple que se arrojó dentro del horno en donde al punto se derribó, deshizo y disipó enteramente142. Por cuyo ejemplo somos advertidos y enseñados a conocernos a nosotros mismos y a aprender o a saber aumentar nuestras fuerzas o a disminuir los anhelos y apetitos de nuestros espíritus. Y si bien lo contemplamos, hallaremos que el hombre solicita adquirir y enriquecerse con intención de no sentir incomodidad alguna después de haber adquirido, pero después pierde la afición a las cosas conseguidas y transfiere su 140  Virgilio,

Georgicon, II (458-459): «O fortunatos nimium sua si bona norint, / agrícolas». argumentación acerca de la envidia propuesta por Vespasiano termina en una cita de una fábula esópica titulada El Asno, el Mono y el Topo: «Lamentábanse cierto día un Asno y un Mono de su desventurada suerte. —“¿No ves mis orejas? (decia el Asno). ¿Por qué, siendo tan largas y puntiagudas, no han de tener la forma de hermosos cuernos?”. —“Pues y yo (replicaba el Mono). ¿Sabes la vergüenza que paso cada dia al tener que volverme de espaldas? ¿Por qué mi posteridad no habia de lucir una cola peluda y grave como la del impertinente zorro?” —“¡Callaos ambos (gritó á la Sazon un Topo sin ventura que los escuchaba de cerca), y dad gracias á los Dioses por lo que poseeis! Yo carezco de cuernos y de cola, y además vivo ciego”» (1871: 109-110). 142  Otra fábula esópica, aunque esta parece que no se tradujo al castellano (Cf. Landi 1561: 126v-127 [Della cera]). 141  La

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amor a las que le faltan, de suerte que no aprovechándose de lo que tiene vive desasosegado y pensando en lo que no tiene. De donde se ve que no se prescribe término alguno y que el fin de una adquisición es principio de nuevos deseos». [f. 211v.]143 93. ¿Y cuál extranjero se ha visto jamás que después de haber a costa de muchos trabajos superado en riquezas a todos los demás ciudadanos, quisiese con todo eso aquietarse y no se dejase incitar de un nuevo deseo de aventurarse con la fortuna de algún otro extranjero más rico que él? Lo que digo de los ciudadanos se debe entender también de las personas elevadas al trono de las grandezas, considerando al mismo tiempo cuán justamente dijo un excelente escritor, que un filósofo no tiene tantas riquezas como Lelio, ni Lelio tanta como Escipión, ni Escipión tantas como el rico Craso, y que el rico Craso nunca tuvo tantas como apetecía. De modo que, habiendo excedido en riqueza a todos él fue excedido por su propia ambición, y pareció más rico a todos que a sí mismo144. Aún más desatinado se manifestó Alejandro el Grande, porque habiendo oído que había muchos mundos se puso a llorar y dijo: «¡Qué miserable soy que aún no he conquistado uno!». Por lo que harta razón tuvo el que le dijo: «Si Dios te hubiera concedido el cuerpo igual y conforme a los deseos de tu grande espíritu, apenas bastaría el mundo para contenerte y tocarías con la una mano el Oriente y con la otra el Occidente»145. 94. De estos ejemplos y del uso común nos vemos precisados a confesar que no ha habido jamás alguno tan rico y poderoso que no tenga menos de lo que desea, y que es más que verdadero el dicho de que muchos tienen y ninguno tiene lo suficiente. Porque quien quisiere abrir los ojos una sola vez verá que, en cuanto al hecho de la ambición, mientras a más alto subimos tanto más estamos 143  En

la CC de 1579 se añade: «E se vorremo ben ricercare il tutto, troveremo che l’uomo procura d’acquistare e di trasricchire con pensiero di non aver dopo l’acquisto a sentiré alcuna molestia; ma dopoi egli perde l’affezzione alle cose acquistate e rivolge l’amore a quelle che gli mancano, talmente che di quel ch’egli ha non se ne serve e di quel che non ha ne vive con ansietá. Dal che si vede ch’egli non si prescribe mai alcun termine e quel che è finito d’acquistare è principio di nuovi desiderii» (Guazzo 2010 I: 294). 144  El desconocido escritor al que se refiere Vespasiano Gonzaga introduce a los grandes protagonistas de la historia romana a propósito de su riqueza: Gaio Lelio, amigo de Escipión el Africano, que vivió entre 190 y 120 a.C. y Marco Licinio Craso, aristócrata que vivió entre 115 y 53 a.C. 145  «Quum audisset Anxagoram differentem, innumerabiles esse mundos, illachrymasse dicitur. Rogantibus, nunquid accidisset lachrymis dignum: An non videor, inquit, merito flere, qui quum mundi sint innumerabiles, nos nondum unius domini facti sumus» (Erasmo 1570: 286, Ambitio insatiabilis, 57).

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expuestos a dar mayor golpe y a más terrible despeño. Y en cuanto a la avaricia se vendrá a parar en el sentir del filósofo que habla así: «Si quieres viviendo seguir a la naturaleza, nunca serás rico». En suma, de un excesivo y nimio apetito proviene la melancolía y de esta una muerte miserable e infeliz146. 95. «Al presente —dijo ella [Lelia]— comprendo yo que me habéis dispuesto una escala para subir al gusto y a la alegría, puesto que volviendo a bajar los grados que habéis puesto por delante veo que, para evitar la muerte, conviene huir la melancolía y para no incurrir en esta, abstenerse de desear mucho. Para no sentir este loco e inordenado apetito, la razón manía que se omitan están falsas comparaciones y conferencias, para cuyo desprecio se requiere el contentarse147 cada uno con su grado y esfera. Y que ejecutando esto, se adquiere el contento y regocijo del espíritu». «Añadid [f. 212] también —dijo el señor Vespasiano— que no es menor virtud el conservar que el saberse granjear este contento y que para guardarle no hay mejor ni más apto medio que este virtuoso trato y honesta conversación». «Quisiera yo —dijo madama Francisca— que estuviese aquí mi marido y escuchase estos bellos discursos a fin de que les diese lugar, entre otros que ha propuesto, en un libro que escribe tocante a esta conversación que acabáis de mencionar»148. A que el señor Juan la dijo: «Bien creo yo, quisierais vos que él estuviese aquí, pero antes para que escribiese sobre vuestro libro que sobre el suyo». Y replicando ella dijo: «Tomadlo como quisiereis, puesto que de cualquier modo que sea, el libro es todo suyo y de él puede disponer como mejor le pareciere». 96. El Caballero había callado hasta entonces que la reina le mandó dijese alguna cosa sobre el punto de contento y alegría. «Madama —respondió él— ¿no os he dicho ya que yo sería como la gallina que deja de poner huevos en estando demasiado de bien alimentada? Aunque de esto no os admiréis porque es maña vieja en el tonel, el no resonar sino cuando está vacío»149. «No echéis pies atrás —dijo el señor Vespasiano— que bien sabemos que no tenéis falta de discursos al modo que ni el ruiseñor dé canto por la primavera 146  Esta

sentencia se atribuye a Epicuro según se lee en Vite de’ filosofi (1535: 43). autor escribe ‘conterse’. 148  Tras la mención directa a la CC que se hizo en los pasajes anteriores, Francisca vuelve a mencionar el autor de este libro, es decir, su marido Esteban e informa acerca de la composición de la CC, libro que al parecer tenía ya empezado. Estas alusiones son muy típicas en la CC. 149  Se refiere a la fábula esópica citada en el folio 203, nota 63 del cuarto libro de la CC. 147  El

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si no cantare como los ruiseñores, a lo menos graznaré como las cornejas a efecto de no salir de ninguno de vuestros preceptos». Y añadió después [Caballero]: «Creo que todos vosotros sabéis lo que acaeció a cierto doctor, quien hallándose gravísimamente enfermo y tan a los últimos que todos le tenían por muerto, vio que por este motivo sus criados cargaban ya por aquí ya por allá con todos sus muebles, de lo que sentía una extraña aflicción. Pero viendo también que una mona que tenía agarraba de su bonete y se le acomodaba sobre la cabeza, le cayó tan en gracia que llenó de gozo echó a reír y tuvo tal eficacia este desahogo que el mal se alivió y él se vio libre de esta enfermedad». 97. Traigo frecuentemente este ejemplo a la memoria por cuanto me evidencia —además de las razones expresadas por el señor Vespasiano y la prueba ordinaria que lo hace constante— que el gusto y alegría150 es el instrumento con que largamente se puede conservar la vida. Será pues razón que nos dediquemos a indagar aquellas cosas, las cuales nos cierran o abren la puerta a esta alegría [f. 212v.]. Y bien que hayáis oído en el erudito discurso del señor Vespasiano, todo lo que puede bastar sobre este punto, esto no obstante, siendo obligación mía obedecer a quien me manda, diré solamente en confirmación de la propuesta que nada hay que más disipe de nuestro corazón las tinieblas de la mortal melancolía y conduzca la luz del vital regocijo que el mortificar y fijar en sí mismo el mercurio, esto es, constituir en tranquilidad su alma y no dejarla conmover de pasión alguna151. 98. Y aunque hay pocos que gocen este admirable secreto152, me parece con todo eso que tres suertes de personas, están principalmente privadas, es a saber los avaros quienes, según la autoridad de san Bernardo que los delinea, tienen un carro conducido por cuatro ruedas nombradas: pusilanimidad, crueldad, desprecio de Dios y olvido de la muerte. Los animales que le tiran son rapacidad y tacañería. El carretero es el deseo de tener. Los azotes son esperanza de adquirir y deseo de tener153. Después de estos se siguen los ambiciosos, a cuyo vicio 150  Hervás

al traducir dobla el término ‘allegrezza’ para acercarse más al significado de la palabra italiana. 151  La referencia al mercurio se debe a que, según la sabiduría científica tradicional, se le atribuía cierta inquietud e inestabilidad, por lo tanto «mortificarlo y fijarlo» en sentido figurado significa tranquilizarse. 152  Remedio práctico. 153  Bottazzo cita a Bernardo de Claraval (en francés, Bernard de Clairvaux) uno de los padres de la Iglesia, que vivió entre 1090 y 1153. La mención se halla en la Polyanthea (Avaritia) y deriva de los Sermones quadragesimali.

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llama el mismo Doctor «mal sutil», «veneno secreto», «peste oculta», «artífice del engaño», «madre de la envidia y de la hipocresía», «origen de los vicios», «tiña de la virtud» y «ceguedad de los corazones». Y verdaderamente el que no se contenta con ser lo que es, se halla regularmente constituido en un grado, en donde se baja más que se sube y que le guía a un fin desastrado, como aconteció en la ambición de nuestros primeros padres154, los cuales instigados del deseo de hacerse semejantes a Dios, comieron —¡qué infelices fuimos!— el fruto que a ellos y a su línea ha sido causa de tan crecidos males155. 99. Finalmente las personas ociosas y delicadas son afligidas de una inquietud terrible de espíritu y en la prosperidad temen la muerte y en la adversidad la desean. Ignorando en lo uno que es declarada locura temer lo que no se puede evitar, y no advirtiendo en lo otro que como el asno deseaba la muerte por no llevar palos y que después se hizo de su pellejo un tambor por lo que fue más apaleado que antes, que así el hombre que por impaciencia o desesperación se deja caer la alma a los pies, y antes de su muerte, se pone a riesgo de recibir después un mucho mayor tormento156. Si esto es así, procuremos señores, [f. 213] procuremos gobernar nuestros espíritus y tenerlo pacíficos con lo que sentiréis los sabrosos frutos de la alegría saludable. 100. Y aunque no tengan falta los humanos de varios medios para procurarse y alcanzar este regocijo y contento tan proficuo, no echo de ver otro más poderoso ni de mayor eficacia que un festín y banquete compuesto de tan noble y decorosa compañía como la presente. En el que —como los mil testigos de mi conciencia lo saben y aseguran— he recibido más alimento para el espíritu que para el cuerpo. Estando pues tan ansioso de vuestro bien como del mío propio, os exhorto y os ruego que empecemos a dar orden en cuanto al lugar en donde mañana deberemos hallarnos para cenar juntos. 101. Instantáneamente madama Lelia, cogiéndole aún con la palabra en la boca le dijo: «Paréceme empleáis muy mal la droga del regocijo, pues ya estáis 154  Adán

y Eva. Polyanthea (Ambitio). Esta referencia se lee también en los Sermones quadragesimali. 156  Es una fábula de Fedro titulada Un asno y los sacerdotes de Cibeles: «El que ha nacido infeliz, no solo pasa una vida triste, sino aun despues de su muerte le persigue la dura infelicidad de su estrella. Los sacerdotes de Cibeles solían traer para su provecho un jumento, que llevaba las cargas. Como este hubiese muerto de puro trabajo y golpes, habiéndole desollado, hicieron tambores de su pellejo. Preguntados despues por un queridito suyo, qué habian hecho del burro, respondieron de este modo: él pensaba, que despues de muerto estaria libre de los palos, pero mira como descargan sobre su pellejo otros golpes» (1823: 151). 155  Cf.

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pensativo y cuidadoso de la cena de mañana lo que, hablando ingenuamente, me parece muchas veces mal». «Tan lejos está —dijo él— que yo tenga ese cuidado que antes bien busco los medios de que quede puesto en orden, de modo que esta noche no tenga que pensar en nada y así tenga mi ánimo reposado y viva alegre y contento». «Si no se os puede hacer cargo de la curiosidad —dijo madama Catalina— a lo menos merecéis que se os capitule de glotón». «Ni aun de ese crimen —replicó él— merezco ser acusado, puesto que mi anhelo y pensamiento no se dirigen a saber qué cenaremos, sino solamente el lugar en donde se hará la tertulia». «Si no merecéis el epíteto ni de solícito ni de glotón —añadió madama Francisca— a lo menos seréis justamente censurado de avaricia, pues esperáis y hacéis cuenta de ir a cenar a otra parte que a vuestra casa, con intención declarada de ahorrar de vuestra bolsa lo correspondiente». 102. «En mi vida —dijo él— me he visto en el trabajo en que ahora me hallo, pues tengo guerra y debate contra tres damas, quienes se han aliviado resueltamente contra mí para perseguirme, llamándome curioso, comilón y avariento. Mas si una vez puedo salir con honra de sus manos, no volveré a caer mientras viva». Después añadió: «Bien sabéis, madama Francisca, que uno solo ha de ser quien tenga la fortuna de dar de cenar a toda la compañía, viendo yo que cada uno desea lograr esta ventaja, me he resuelto a no pretenderla [f. 213v.] no por avaricia, sino por tener el honor de ser el primero que ha cedido y para dar ejemplo a los demás de evitar la ambición y de ceder esta preeminencia, a quien desearé obtenerla, porque de otro modo, si todos a un mismo tiempo aspirasen a dar el banquete, ninguno lo conseguiría y tanto se haría que se perdiese el regocijo de esta ilustre asamblea». 103. «Y si todos —dijo la reina— se excusasen tan bien como vos, ninguno prevendría la cena y se seguiría el mismo desorden». «Cuando yo pensaba —replicó él— haberme escapado de las manos de las tres ninfas, he aquí que Diana ha tenido la red y me tiene en sus lazos, cogiéndome y enredándome de suerte que no hay modo de poderme escapar, con que así confieso ingenuamente mi vencimiento». «Pues yo quiero —repitió la reina— que gocéis el fruto de vuestra humildad y ya que habéis querido dejar a otros el campo y todo el honor de preparar la cena de mañana a esta noble junta, discurro que los demás ejecutaran con vos lo propio y os dejaran la ventaja, de manera que mañana en la noche seréis nuestro huésped y nosotros vuestros convidados que asistiremos a vuestra mesa».

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104. Metiéndose por medio el señor Juan le dijo: «Haced que esté bien dispuesta la cena a fin de que la honra que se os hace no redunde en vuestra infamia y nos sea perniciosa». «Yo me atrevería a afirmar —dijo el señor Bernardino— que, si vuestro doctor sanó con ver a su mona ponerse su bonete sobre la cabeza, al contrario, a vos se os ha alterado el pulso al oír la nueva de que estáis condenado a dar la cena»157. Pero el Caballero le respondió: «No admito menos con el corazón que con la lengua, este honor que se me hace. Y estoy cierto, señor Bernardino que, en esta parte, antes creeréis a mi simple dicho que daréis crédito a vuestra falsa opinión. Y no quisiera que esta imaginación errada de que sentiría yo el daros de cenar, os impidiese el asistir, imitando a aquel el cual teniendo que hacer un viaje, dudaba si pediría prestado a un compadre suyo su caballo. Y, finalmente, se resolvió a no tomarlo en la boca temiendo la repulsa, pero desde entonces concibió un odio mortal contra él y le tuvo desde este tiempo por su enemigo, habiendo sin causa alguna admitido en su ánimo esta opinión tan rústica y desagradable». §. X [f. 214] 105. Dicho esto, se levantó la reina y con los demás se arrimó al fuego, en donde habiendo estado en silencio algún espacio de tiempo, ella comenzó la plática diciendo: «Pues nuestra alegría en el sentir común de todos depende de la conversación, nada veo que impida el que en canje de la soledad en que estábamos antes de cenar, formemos ahora el juego de la conversación. Por esta causa encargo al señor Hércules el disponer este juego y conformarle a lo que ya habéis tan justamente decretado». «Al modo —dijo el señor Juan— que manifestasteis vuestro buen juicio, en emplear a un viejo en el fuego de la soledad, lo mismo hacéis ahora en el de la conversación, aunque este encargo estaría mejor en mí, que soy el más anciano de la tropa». «Ya sería tiempo —dijo el señor Hércules— de que yo construyese de aquí en adelante el juego de la conversación y razonamiento. Pues hasta aquí por la culpa de alguna que apenas se conduele, no he hecho otro papel que el de un solitario». «Dejemos —replicó la reina— quejas y lamentaciones que se guarden para mejor ocasión y comenzad el juego del que quiero sean jueces los señores Juan y Guillermo». 106. «Haremos pues —prosiguió el señor Hércules— un juego en el cual cada uno de nosotros imaginará alguna cosa que sea causada por otras dos uni157  Se

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refiere a la fábula que se citó unas páginas atrás (CC, Lib. IV, f. 212).

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das y juntas, como, por ejemplo, lo están el anzuelo y el cebo. Y así podré yo decir: “Ahí os presento un pez que cogió el anzuelo, estando conversando juntos él y el cebo”. Y aunque todos hayamos hecho tales o semejantes proposiciones, no por eso se habrá terminado el juego, pero por no introducir confusión y desorden en su ejecución, acabaremos primeramente esta parte y después proseguiremos el resto». A este tiempo se opusieron las damas diciendo que este juego era muy difícil para ejecutarse de improviso y sin premeditarle. Esto, no obstante, el señor Hércules insistió replicando que mientras los hombres propusiesen, ellas tendrían bastante tiempo y lugar para pensar en ellos158. 107. Y así, volviéndose hacia la reina, habló el primero en estos términos: «Madama, yo os ofrezco las llagas que causan en los corazones de los mortales vuestra hermosura y honestidad unidas». El señor Vespasiano mirando a madama Catalina la dijo: «Yo os presento aquella confusión que han engendrado [f. 214v.] en mi pecho el temor y la esperanza». El señor Bernardino dirigiéndose a madama Lelia dijo: «Yo os pongo delante un lazo que formaron en mi corazón vuestra mano y la mía conversando juntas». Y el caballero inclinándose a madama Francisca: «Yo os presento —dijo— un cautivo preso en una red de oro compuesta por el amor y vuestros hermosos y blondos cabellos unidos y enlazados». Entonces la reina volviendo los ojos hacia el señor Hércules, le dijo: «Yo os doy una planta de flores que el sol y la tierra os han producido». Madama Catalina hablando con el señor Vespasiano: «Yo os ofrezco —dijo— una corona que han tejido las letras y las armas discurriendo juntas». Y madama Lelia dijo al señor Bernardino: «Yo os hago presente de una bordadura que la seda y la aguja unidas han formado y puesto en obra». Madama Francisca hablando al caballero dijo: «Yo os presento una carta llena de mis secretos, formada por la tinta y la pluma mutuamente unidas». 108. Concluida esta parte, dijo el señor Hércules: «A los señores jueces toca declarar qué señor y qué dama expresaron con más gallardía y gentileza el concepto de su pensamiento». Y habiendo ellos consultado entre sí, respondieron que, entre las damas, la reina era quien mejor había discurrido y el señor Vespasiano entre los hombres. 158  El juego consiste en la capacidad de los invitados en producir asociaciones lógicas entre tres elementos, de los que dos tienen que ser unidos como el cebo y el anzuelo. Mas este juego resulta difícil a las damas, ya que no puede ser improvisado.

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«Pues esos —dijo el señor Hércules— quedarán exentos de la conversación». Después prosiguió en proponer a los que quedaban en el juego y les encargó que cada uno presentase una cosa que fuese compuesta de otras muchas. Y comenzando él al mismo instante, dijo a madama Catalina: «Yo os presento un sombrero entretejido de varias flores». Y el señor Bernardino hablando a madama Lelia la dijo: «Y yo os presento un templo lleno de elogios que os han ofrecido y dedicado nuestros ilustres Académicos»159. El Caballero dijo a madama Francisca: «Yo os hago presente de mi vejez compuesta y cargada de muchos años». Madama Catalina replicó al señor Hércules: «Yo os doy mi afición causada de vuestros muchos méritos». Y madama Lelia dijo al señor Bernardino: «Yo os entrego la prudencia y sagacidad originada de muchas angustias y trabajos». Al caballero habló madama Francisca diciendo: «Yo os presento un panal de miel, compuesto por diversas abejas». 109. A este tiempo el señor Hércules pidió su dictamen a los jueces, [f. 215] los cuales decidieron a favor de madama Lelia y del señor Bernardino, quienes quedaron fuera del juego. Entonces Hércules ordenó que se nombrasen dos cosas que juntas se aviniesen bien y el mismo dijo que esto se verificaba claramente entre el olmo y la parra160. El Caballero dijo que lo mismo hacían la nobleza y las riquezas. Madama Catalina dijo que un cojo y un ciego se avenían bien juntos y madama Francisca añadió que el glorioso y el adulador161 conversan bien y sin querella alguna. Sobre esto se dio el honor a madama Catalina y al Caballero. No quedando pues en el juego sino madama Francisca y el señor Hércules, este la dijo: «Es preciso, madama, que al presente propongáis cuáles son las dos cosas que juntas se conforman muy mal». Y hablando el primero [Hércules] dijo: «Dos señores en un reino no pueden compadecerse uno con otro». 159  Las colecciones encomíasticas tituladas templos (en italiano tempi) caracteriza la comunicación social del petrarquismo. Un ejemplo es el texto publicado por Girolamo Ruscelli para Juana de Aragón: Del tempio alla divina signora donna Giovanna d’Aragona, fabricato da tutti i più gentili spiriti, & in tutte le lingue principali del mondo (Venecia, 1555). 160  El lugar común es de origen clásico, entre otras fuentes se halla en Ovidio: «Ulmus amat vites, vitis non deserit ulmos» (Amores, II 16 41), al igual que en Plinio (XVI 72). 161  Guazzo vuelve a tratar la temática del miles gloriosus ya mencionada en el libro I de la CC (f. 46, nota 114).

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Y ella dijo: «Mal pueden conformarse dos que aman en una misma parte». Diose la sentencia a favor de madama Francisca y habiendo quedado solo el señor Hércules dijo: «Ya veis que quedando yo el único, es preciso también que tenga fin el juego de la conversación». 110. Esto fue causa de que mirando la reina a los jueces les dijo: «Me parece que el señor Hércules es digno de gran punición por haber hecho burla y moda de todos nosotros en el fin del juego, el que esperábamos que tuviese otro curso del que él le ha dado». Y el señor Juan dijo: «Debe ser castigado no solo por esto, sino también por haber desobedecido a vuestro precepto que se dirigía a que estableciese un juego de conversación y él ha construido uno de soledad, porque comenzando por ocho, acabó en uno que es numero impropio para el raciocinio». «Merece ser punido —dijo madama Lelia— por haberse substraído de nuestra compañía como infiriendo de aquí que nosotros somos indignos de la suya». Y madama Francisca dijo: «No se le debe perdonar esta falta, atendido el peligro a que me ha expuesto, porque si por desgracia me hubiera a mí acaecido el quedarme solitaria como él, me hubiera muerto de miedo». Y, finalmente, todos en general le juzgaron digno de castigo. 111. Oyendo esto, el señor Hércules les dijo: «Conozco que es bien cierto el proverbio que dice que cuando el árbol está abatido en tierra [f. 215v.] todo el mundo le ultraja y despedaza con hachas y cuñas»162. No obstante, la reina le mandó que saliese del corro y que se pusiese a un lado de pie a oír substanciar su causa. Lo que habiéndose ejecutado, ella prosiguió: «Así como en otros juegos hay la costumbre de obligar a cada uno de los presentes a que resuelva alguna duda, del mismo modo propondremos todos nosotros cuestiones al señor Hércules, quien solo será obligado a responderlas en satisfacción de la pena que ha merecido por su falta. Y, en caso de que responda convenientemente a las dudas que le fueren propuestas, y dé razón de cada respuesta que diere, nosotros seremos contentos de admitirles en nuestra gracia y recibirle segunda vez en nuestra compañía. Pero si no tuviere valor y corazón de emprender esta acción, tendrá a bien el señor desterrado por todo este invierno de nuestra tertulia». 112. «¡Ah, madama! —dijo el señor Hércules— exterminarme de esta noble sociedad no será otra cosa que darme una instantánea muerte. Y bien que el 162  Hércules

se defiende mencionando un proverbio de origen clásico que se lee en Publilio Siro: «Arbore deiecta quivis arbore ligna legit» (Mimiambi, 65).

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hacer cara a tanta gente sea un trabajo que sobrepuja las fuerzas de Hércules163, en medio de eso, más quiero elegir la carga de vuestra cuestiones y dudas, por las cuales bien aprisa advertiré yo, si deseáis usar conmigo de piedad o de rigor, porque si son tales vuestras cuestiones que las pueda soportar la flaqueza de mi pobre entendimiento, podré entonces discurrir que tenéis deseo de hacerme gracia y restituirme a aquel favor y amistad que ligera y locamente he perdido. Mas si en preguntarme procedéis de otro modo, estaré cierto de que tenéis grande ansia y deseo de mi muerte, la que no pienso haber merecido tan cruel y ejecutada con tanta animosidad». 113. La reina a este tiempo comenzó a preguntarle: «¿Cuál es la conquista que acarrea daño?». [Hércules] «La misma que respecto de todos vosotros acabo yo de hacer, porque con mi desgraciado juego he ganado el odio y desgracia de esta junta. Suceso que me priva de toda alegría y contento». «¿A quién —dijo madama Catalina— se puede revelar más seguramente un secreto?». «A un embustero, por cuanto este no será creído al referirle»164. «¿Cuál es la cosa —prosiguió madama Lelia— que excede en ligereza a todas las demás?» «El espíritu del hombre —respondió [f. 216] él— el cual en un momento discurre de todas las cosas». Por madama Francisca le fue preguntado a qué se parecía más la envidia. «A la polilla —dijo él— por cuanto este gusano se roe la madera en que nació, antes que otra cosa y del mismo modo el envidioso se roe y ofende a sí propio, antes que pueda ocasionar daño a otro». El señor Vespasiano le requirió que le declarase de qué color se debe vestir un amante para dar a entender el fuego y el amor secreto que anida en su corazón. Él dijo que a su parecer debería vestirse de un pardo ceniciento165, a causa de que este color representa la ceniza, la cual encubre más oculta y vivamente el fuego. 114. Después el Caballero le dijo: «¿Qué cosa hay que más se asimile a la muerte?». Entonces Hércules volviéndose a la reina la dijo: «Madama, mandad —si gustáis— al Caballero que me pregunte y haga otra cuestión porque con esta 163  Es

una referencia mitológica a los doce trabajos de Hércules. dos últimas respuestas son pronunciadas por el señor Hércules. Sin embargo, Hervás olvidó las referencias o el clásico: «—dijo él—» como se ve más adelante con las contestaciones sucesivas. 165  Es decir, gris. 164  Estas

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solicita y procura hacerme decir algo que sea injurioso a las damas, y será motivo de que yo incurra en su odio y malevolencia». «Responded como se debe —dijo la reina— y sin ningún miramiento que todo será tomado como juego». «Entonces —dijo él— diré pues con vuestra licencia y consentimiento que nada hay que más se parezca a la muerte que la mujer, por cuanto esta —como la muerte— huye de los que siguen y persigue a los que la desprecian». El señor Guillermo le preguntó a qué cosa se parecía más la mujer. «A una balanza —respondió él— porque baja y se inclina más del lado que más recibe». Bernardino quiso saber de él cuáles eran las cosas más nocivas en este mundo. Él dijo que eran la mar, el fuego y la mujer. Después el señor Juan inquirió cuáles entre otros eran los súbditos más miserables. «Aquellos —respondió él— que están debajo del poder de muchos y varios príncipes, siendo mucho más difícil el llenar muchos sacos que uno solo». 115. Habiendo el señor Hércules respondido y satisfecho a las cuestiones de cada uno, la reina mirándole le dijo: «Ahora podréis conocer cómo algunas veces es el mal causa del bien166, porque habiendo vos incurrido en desgracia de esta compañía, granjeáis el honor de haber hecho resplandecer vuestra grande erudición y buen juicio en estas doctas y sutiles respuestas». Las cuales ella celebró en gran manera, y al mismo tiempo, teniendo el beneplácito y asenso de toda la junta, le reintegró en su grado y le admitió a la conversación y dulce compañía de los asistentes. Por lo que él hizo una profunda reverencia [f. 216v.] a la reina y a los demás dio las gracias y se volvió a poner en su primero asiento. 116. Sentándose junto a él el señor Juan, arrimó su boca a la oreja del mismo señor Hércules y, fingiendo hablarle en secreto, le dijo en voz bastantemente inteligible: «Todos nosotros hemos estado imponderablemente mortificados y mi dolor llegó a lo más profundo de mi corazón del desastre que os ha acaecido. No obstante, sabéis que es preciso seamos todos hijos de obediencia y que tenga lugar la justicia. Pero también podréis creer que a proporción hemos sentido el mayor gozo en veros restituido a la gracia». Todos echaron a reír oyendo el gracejo con que el buen viejo se chanceaba con el señor Hércules. Es verdad que madama Catalina añadió: «Después que el perro os ha mordido, aún viene a haceros fiestas y caricias. Empero dejadle decir y creed que él 166  «Malum

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quidem nullum esse sine aliquo bono» (Plinio 1624: XXVII 3 9).

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fue el primero a gritar contra vos y a procurar que incurrieseis en el odio de la asamblea». 117. Entonces salió diciendo el Caballero: «No es justo renovar dolores pasados, ni refrescar llagas antiguas, más bien debemos creer que el señor Hércules no solo ha padecido su pena con gusto y paciencia para satisfacernos a todos, sino que aún no le daba el menor desasosiego el estar separado de nuestra conversación y compañía, porque semejantes enamorados solo buscan la soledad». «Yo confieso —dijo el señor Hércules— que los amantes se retiran voluntariamente a lugares solitarios no porque este sea su objeto principal, sino porque hallándose en ellos, están presentes en espíritu e imaginación con la cosa amada, y ejercitan su alma y entendimiento en indagar los medios por los cuales puedan practicar su presencia que es el fin a que aspiran». «Vos por ahora —dijo el señor Bernardino— os habéis establecido este fin y limitado este término pero, habiéndole conseguido, estoy cierto de que aún no estaríais contento y pretenderíais pasar adelante y encontrar otro fin más solicitado de vos que el primero». «Dios sabe —dijo el señor Hércules— que no amo a madama más que con honor, respeto y decoro y que no deseo lograr ni obtener de ella más que su simple conversación y su presencia, o el cebo de los ojos y oídos que no es otra cosa que sus graciosas miradas y sus palabras suavísimas». §. XI 118. «Ya que el señor Hércules —dijo la reina167— se ha metido en este [f. 217] discurso, quisiera saber de vos, señor Caballero, cuál de las dos cosas tiene más eficacia para granjearse el amor en el comercio de los amantes o los ojos o la lengua»168. «Yo no sabré —dijo el Caballero— discurrir del amor como se debe: ¿y cómo es posible ni decente el que hable en esta materia un hombre que como yo tenga setenta años a cuesta?». «Antes bien —replicó el señor Juan— nosotros los viejos debemos tratar de estas materias porque podemos razonar con mayor conocimiento y discreción». 167  La siguiente frase se halla en la CC de 1575, ya que en las otras versiones esta interlocución es pronunciada por Bernardino. 168  Esta parte de la CC es una puesta en escena de la temática del amor, es decir, una antigua tradición de la cultura europea cuyas raíces se hallan en la Edad Media y, en el caso de Italia, desde el tratado De Amore de Andrea Cappellano. Por otro lado, la argumentación de los ojos se halla en toda la lírica tradicional occidental y en los poetas clásicos como Proporcio «Oculi sunt in amore duces» (II 15 12).

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«¿Qué razón —replicó el Caballero— os obliga a decir eso?». «Pregunto esto —dijo el señor Juan— ¿aquel que tiene más hábito y experiencia en una cosa no discurre en ella mejor que otro?». «Sí —dijo el otro— a lo menos yo así lo discurro». El señor Juan prosiguió y dijo: «¿Y aquel que no se interesa en un negocio no habla con mayor libertad y más sanamente que aquel a quien toca el tal negocio?». Lo que el Caballero le concedió. «Pues ved ahí —siguió el señor Juan— como nosotros los viejos somos más idóneos y aptos para discurrir sobre materias amorosas que los jóvenes, habiéndole experimentado hasta ahora que está la guerra a los fines, lo que no pueden decir los mozos, cuyos designios está aún en yerba. A que se llega el que nosotros no estamos ya ciegos de la pasión, la que a ellos les ofusca el juicio y entendimiento». 119. Por esta causa, dirigiéndose el Caballero hacia la reina, la dijo: «Ya madama que vos me lo mandáis y que el señor Juan con su autoridad me arrima las espuelas a los flancos, os respondo que los ojos tienen mucha más actividad en el comercio de los amantes que la lengua, por cuanto aquellos mal que nos pese, hacen manifestarse exteriormente lo que está oculto en el interior, declarando que somos alegres, o tristes, o benignos, o humildes, o admirados o lascivos. Y no solamente producen estos afectos, sino aún también muy frecuentemente piden y prometen alguna cosa y mensajeros seguros del corazón dan señales evidentísimas, así del odio como del amor, y lo hacen tan bien que sin decir ni hablar palabra de tal suerte son entendidos que no queda duda en que los ojos son el retrato de nuestras almas, y que en ellos habita el amor enteramente como en su reposo y propio domicilio. 120. Pero si estos dan noticias infalibles de nuestros [f. 217v.] arcanos, la lengua por su parte es falaz y engañosa y a veces y aun con frecuencia encubre los afectos de corazón, de modo que, el amante no puede fijar alguna esperanza ni seguridad de cosa que su dama le diga, si no tiene en la mano prenda que le asegure. Además de esto, es muy regular que la lengua profiera cosas ofensivas y se pone a riesgo de alterar el afecto en la cosa amada, cuando los ojos granjean gracia y favor con su continuado respeto y obsequio inmutable». 121. A este tiempo dijo el señor Hércules: «Bien que vos estéis excluido de la justa, y no seáis obligado al combate, os ruego no tengáis a mal el que siendo yo un bisoño169 sin experiencia, me atreva a entrar con vos en la palestra y que contradiciéndoos afirme que en mi dictamen tienen las palabras más eficacia y 169  «Dicho

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de la tropa o de un soldado: nuevo (principiante)» (DRAE).

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fuerza que los ojos. Porque admitido que la vista exhiba alguna muestra y apariencia exterior de nuestro corazón, también es cierto que se nos ha concedido la lengua en lugar de llave, con que se abre lo más secreto de él170. Y bien podéis creer que, si los ojos fuesen testigos suficientes y ciertos índices del espíritu, se hubiera contentado antiguamente Sócrates con mirar atentamente a los ojos de un joven, de cuyo valor deseando tener pleno conocimiento en instruirse de su corazón la dijo: “Habla para que conozca quien eres”171. 122. De nada sirve el decir que la lengua engaña de ordinario, porque no ignoráis que en queriendo esta mentir, al punto acuden en su favor los ojos para colorear su ilusión y mentira. Mas bien diré yo que los ojos son más falaces y tramposos que la lengua, pues no se atreve esta a mentir sin el consejo y ayuda de los ojos, pero estos hacen este oficio por sí mismos y sin necesitar de nadie. Verifícase esto con el ejemplo ordinario de muchos amantes, quienes bajo de la conducta de un mirar traidor y fingido han sido introducidos y precipitados en un estrecho laberinto172 de errores del que nunca han podido libertarse». 123. «Cuando Sócrates —respondió entonces el Caballero— no hubiera solicitado más que el conocer cuáles fuesen los modos de proceder del joven que le presentaron, bastaríale el formar este juicio por [f. 218] los ojos, en los cuales se hallan impresas y retratadas las cualidades del alma, pero lo que quería saber de él era el discurso y la ciencia lo que apenas puede manifestarse si no es por la lengua. De manera que, podemos advertir que la naturaleza ha concedido a cada una de estas partes sus propias virtudes y cualidades peculiares de ellas, es a saber, a la lengua de manifestar y descubrir la doctrina y elocuencia, la prudencia y capacidad, y a los ojos de revelar los efectos, pensamientos e inclinación del espíritu a cualquiera cosa que sea. Esto lo declaró con gran viveza y propiedad, nuestro Académico el Elevado173 en las estancias que compuso en alabanza de 170  Para

(72, 30).

el lugar común de la lengua como llave del corazón, véase el Cancionero de Petrarca

171  El paradigma socrático de la primacía de la lengua, quien a la palabra atribuye toda su enseñanza, se lee en la Apophthegmata de Erasmo en la entrada Oratio speculum animi (70): «Quum diues quídam filium adolescentulum ad Socratem misisset, ut indolem illius inspiceret, ac padagogus diceret: Pater a te, o Socrates, misit filium ut eum videres: tum Socrates ad puerum: Loquere igitur, inquit, adolescens, ut te videam: Significans, ingenium hominis non tam in vultu relucere, quam in oratione, quod hoc sit certissimum minimque mendaz animi speculum» (1570: 184). 172  En la alusión al laberinto, el autor evoca sin ser explícito uno de los textos que incluye este arquetipo, a saber, el Corbaccio (1354-1355) de Boccaccio, que en muchos casos ha sido publicado bajo el nombre de Laberinto d’amore. 173  ‘Elevato’ es el nombre académico tomado por Esteban Guazzo en la Accademia degli Illustrati de Casale. He aquí otra modalidad de citación indirecta empleada por el autor de la CC.

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los bellos ojos de la excelente princesa Isabel Gonzaga174, marquesa de Pescara, y con especialidad en estos versos: Primero que el semblante, son los ojos los que el pesar oculto manifiestan; y con dulces mirada, en el gozo primeros labios son que le revelan».

124. A lo que replicó el señor Hércules: «Yo no sé cómo vos los entendéis, pero sé bien que el escalón más bajo de la escala de amor es el ver y que el inmediato es el hablar, el cual se acerca mucho más del goce. Con que así debemos decir, que en este se halla mayor efecto y actividad y que incluye y muestra en sí señas más vivas y manifiesta apariencia de amor». A que respondió el Caballero: «Yo os confieso que el hablar es el segundo grado del amor, pero no podéis llegar ni subir a él, sino el primero que es el de la vista, el cual es fundamento y como el apoyo de toda la escala y es tanto más noble y excelente que el hablar, como la causa es más noble que el efecto175. Ni conozco amante alguno por atrevido que sea, o antes bien temerario, que se expusiese atentadamente a hablar a su dama, si primeramente esta no le movió e incitó con alguna dulce mirada, con la que, tomando aliento y esperanza, se pusiese en seguro antes de despegar los labios. 125. En los demás estad cierto y haced cuenta que no hace otra cosa la lengua ni se ocupa en otro oficio que en ratificar lo que los ojos prometieron y pactaron, siendo estos como los principios y fuentes de donde se derriban [f. 218v.] y manan nuestras primeras aficiones. Y son llamados ventanas del corazón por donde el amor entra, según lo han expresado muchos poetas así griegos como latinos»176. Esto lo confesó también el señor Hércules alegando el soneto que comienza Llorad mis ojos en donde se sigue este verso: 174  «Mostran dolor pria che le ciglia e ’l viso, / e movon prima che le labra il riso» (Guazzo 2010 I: 303). Bottazzo cierra su intervención con los versos dedicados a los ojos de Isabel Gonzaga, hermana de Guillermo y Ludovico, mujer de Alfonso de Ávalos (1502-1546). En las Lettere volgari (1565), obra dedicada a la marquesa de Pescara, se hallan dos cartas dirigidas a Isabel de parte de Bonifacio Malvezzi (25 de abril de 1557: 33v-34) y de Francesco Papalardo (75-75v.), además de otras citas (Guazzo 2010 II, 450-451, nota 351). 175  El Caballero se refiere al paradigma de la filosofía de amor de formación neoplatónica que, durante el Cinquecento, se estableció como lugar común, entretejiéndose con las prácticas del petrarquismo y los grados de las escalas de amor (una imagen establecida por Ficino). 176  «Oculi fenestrae sunt mentis: interior est qui per has videt» (san Agustín, Enarrationes in psalmum XLI, 7 29-30).

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Por vos —ojos— amor hizo su entrada177.

Y el señor Guillermo añadió este otro: Por los ojos al pecho abrió el camino178.

«Ved pues añadió el caballero, como es cierto que el veneno amoroso no se bebe y recibe sino por los ojos. Y que, al modo que algunas veces sucede que, si uno que tiene la vista enferma mira a otro que la tenga sana, este se halla tocado de aquella maligna impresión y cualidad, así no se debe extrañar que por igual secreto de la naturaleza, una amorosa pasión sea transferida de un corazón a otro por la intervención de los ojos»179. Acerca de esto advirtió el señor Guillermo que comúnmente los poetas en sus versos atribuyen a los ojos la ocasión de sus penas y angustias en cuya confirmación citó este verso: Dos bellos ojos que mi dicha han hecho180.

Y este otro: Con estos ojos traspasó mi pecho181.

«Por cuya razón —añadió— se puede concluir que los ojos son los dos capitanes que nos guían y conducen a la guerra de amor, según lo confirma esta sentencia: Al corazón unidas las dos luces, que en las sendas guerreras del amor, me sirvieron de banderas»182.

126. Habiendo dicho esto, preguntó la reina al señor Juan qué le parecía de este debate amoroso, a quien él respondió: «Yo no sabré decir otra cosa, más 177  Petrarca (84): «Occhi Piangete: accompagnate il core / che di vostro fallir norte sostene. /

Così sempre facciamo; et ne convene / lamentar più l’altrui, che’l nostro errore. / Già prima ebbe per voi l’entrata Amore…». 178  Petrarca (3, 10): «Ed aperta la via per gli occhi al core». 179  Al paradigma de la filosofía de amor, Bottazzo añade la visión médico-fisiológica que atribuía a los ojos la responsabilidad de algunos contagios de enfermedades. 180  Petrarca (61, 4): «Da due begli occhi che legato m’hanno». 181  Ibid. (112, 11): «Qui co’ begli occhi mi trafisse il core». 182  Ibid. (37, 79-80): «E sian col cor punite ambe le luci / ch’a la strada d’Amor mi furon duci».

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de que se conduzcan delante del señor Hércules dos doncellas una ciega y otra muda. Estoy cierto que más bien se dejaría atraer de los ojos de la muda que de la lengua de la ciega por elocuente y discreta que fuese y aunque se acercase su bien decir al del grande ateniense Demóstenes». A esto añadió el señor Bernardino: «Yo creo —dijo— que dos amantes que se miran atentamente uno a otro, se dicen más cosas en momento que lo que otros sabrían discurrir verbalmente en todo un día». Dijo entonces el señor Vespasiano: «Si los ojos [f. 219] gozan tanta eficacia como vos le atribuís, sería también preciso pedir su parecer a estas damas». 127. «No, no —dijo la reina— yo creo que el juzgar de la vehemencia de cualquiera dolor, mas toca a los que sienten y experimentan el mal que a los que causan la herida». Y el replicó: «Si este hecho toca a los que se resienten del dolor, diré también que los ojos son los que hieren y maltratan a los amantes. Lo que aun el Boccaccio parece quiso entender cuando dijo que era menester guardarse de la cola del ojo183. Además de que cuando se dice, traer a alguno en sus ojos, no se significa otra cosa que un amor grande y una pasión vehemente, por cuya razón si bien me acuerdo dio el señor Bembo a un soneto suyo este principio: Si la que siempre cruel traigo en mis ojos184.

Y más de una vez he advertido y alcanzado que los ojos dan osadías, que ellos son los que espantan y amedrentan que los ojos hacen la guerra y después la paz, que hieren y después curan. Los ojos ríen y ellos mismos son los que lloran y se quejan y, para decirlo en breve, los ojos son los que descubren los más profundos e interiores secretos y pueden todo lo que quieren185. 128. Y bien que con todo esto no dudo que el señor Hércules estará satisfecho de las razones tan sólidas y bien fundadas del Caballero en cuanto a lo que concierne el poder y actividad que tienen los ojos sobre la lengua, no obstante, aún no puedo omitir que para deshacer y ablandar el corazón endurecido, no digo de las damas sino de las bestias más fieras e implacables, no aprovechan tanto mil lastimosos ruegos expresados por la lengua, como una sola lágrima que corre 183  Hervás

traduce literalmente la manera de decir idiomática ‘guardare con la coda dell’occhio’ que en español sería ‘mirar de reojo’, cuyo testimonio se encuentra en Boccaccio, Genealogiae deorum gentilium (VIII 7 272). 184  No se ha encontrado este verso de Bembo. 185  Para cada temática relativa a los ojos en estas frases es posible encontrar una referencia a Petrarca: espantan (250, 3), guerra (107, 2), paz (21, 2), lloran (15, 8).

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de los ojos de un pobre amante. De donde se ve que no sin grande consideración habló aquel que dijo que la palabra unge y que la lágrima punge y penetra». «Sobre este punto —dijo madama Lelia— hallareis entre vosotros muchos amantes que saben muy bien hacer el llorón y el triste y desconsolado». «Y yo os citaré —dijo el señor Guillermo— infinitos ejemplos de aquellos que han derramado lágrimas a arroyos, y entre otros a Petrarca, quien echó más lágrimas de sus ojos que coplas hizo, por causa de su cruelísima señora. Y se os acordará que él dijo: Las lágrimas, destilan por mi rostro oh amor186.

[f. 219v.] Y en otra parte: Lágrimas a millares distribuyo, en breve espacio187.

Y cuando dijo: Con las lágrimas vivo y me alimento, muy bien lo sabes tú188.

Y en otro lugar: Que de lágrimas soy puerta y pasaje189.

Dejo otros muchos sonetos todos llenos de llantos y confeccionados con lágrimas que el pobre hombre derramó en vida y muerte de su amada Laura». 129. Dijo entonces el señor Juan: «Y si se supiese todo, como pasó, se vería también que jamás el Petrarca tuvo un solo suspiro de recompensa y galardón de tantas lágrimas»190. 186  Petrarca

(17, 1): «Piovomi amare lagrime dal viso». (55, 7): «Per lagrime ch’io spargo a mille a mille». 188  Petrarca (93, 14): «Io mi pasco di lagrime e tu ’l sai». 189  Petrarca (3, 11): «Che di lagrime son fatto uscio e varco». Para estos dos últimos versos se invierte el orden de la CC italiana. 190  Es una lectura autobiográfica-amorosa de Petrarca mediante el Cancionero, muy difundido en la cultura del Cinquecento italiano a través de las múltiples ediciones de la obra, los petrarchini. 187  Petrarca

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«Así lo creo —dijo madama Francisca— por cuanto sus quejas no procedían de un verdadero amante, sino de un falso poeta que lloraba y esparcía lágrimas de tinta y no las que bajan del cerebro y provienen de una cierta afición. Y siento con madama Lelia que no hay amante que llore a no ser que algún catarro o fluxión a los ojos le cause las lágrimas». «Antes bien —replicó el señor Vespasiano— llora el amante en presencia de la cosa amada. Que si ella no ve las lágrimas no hay que admirarse de ello, respecto de que cuando estas están sobre el punto de brotar, aquella con el frío riguroso de su crueldad, las hace quejar y helarse, cerrándoles el camino, o bien según van saliendo las enjuga y seca instantáneamente, o con la claridad, o con el movimiento de los rayos de sus bellos ojos, de suerte que es imposible que estos destilen»191. 130. Dijo después el señor Juan al señor Vespasiano: «Señor, estoy viendo que estas damas no quieren dar fe a vuestra filosofía, y menos creer que los amantes se duelen siendo ellas tan fáciles que es maravilla en materia de sentimiento. Pues saben con abundancia de lágrimas, contrahacer o fingir una extrema alegría u otro grande dolor192 tan fácilmente como podemos nosotros con un mismo soplo y aliento sacar de nuestros pechos un aire que caliente y otro que enfríe las cosas que se le pongan delante»193. «Ciertamente —dijo madama Catalina— es muy necesario que nosotras [f. 220], pobrecillas y cuitadas, nos sirvamos de las lágrimas para saciar el extraño y horrible humor de vosotros los hombres, que no creéis cosa de cuanto podamos deciros ni sabéis apaciguaros hasta tanto que nos veis tener el rostro y seno bañados en lágrimas». «Si, por una parte —dijo el caballero— os somos terribles, dad gracias a Dios por otra de que nos ha hecho de temple tan suave que una sola de vuestras lágrimas basta para restañar nuestra sangre, refrenar nuestra cólera y hacer verdadero este tan vulgar como común proverbio que “chica lluvia abate gran viento”»194. 131. «Quisiera yo ahora saber —dijo la reina— cómo puede hacerse que de dos distintas causas y ocasiones proceda un mismo efecto, pues acaece el 191  Según Vespasiano, la crueldad y frialdad de la mujer, que no se da cuenta de las lágrimas de su amante, bloquean su flujo natural (destilar, es decir, gota tras gota) helándolas y secándolas antes de que salgan. 192  Las lágrimas de una mujer son el fruto de una hábil simulación de alegría o dolor. Guazzo emplea una vez más un elemento tópico proverbial acerca de la mujer que se halla en los Catonis disticha: «Coniugis irate noli tu verba timere, / nam lachrymis struit insidias, dum foemina plorat» (1722: 44). 193  «Ex eodem ore calidum et frigidum efflare» (Erasmo 1570: 270, I VIII, 30). 194  Es un proverbio latino: «Imbre cadunt tenui rapidissima flamina venti».

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que se llore y se sienta algunas veces, no menos de alegría que de dolor y angustia». A que respondió el señor Vespasiano: «Como el dolor naturalmente enfría, restringe las venas y por esta razón estando el humor encerrado en ellas, y procurando evaporarse, viene así a valerse del conducto de los ojos y salir fuera, lo contrario sucede en la alegría y regocijo, porque esta tiene por costumbre el recalentar y así abre las puertas, de suerte que, este humor violento y encarcelado sale ligeramente hacia fuera y es motivo de las lágrimas». «Yo juzgo —dijo el caballero— que es la mayor dificultad el saber decir si las lágrimas dimanan de dolor de alegría, porque yo sé de muchos, quienes saben sentir y dolerse del mismo modo que César fingió llorar en la muerte de Pompeyo, y como los antenados lloran al ver muerta su madrastra»195. 132. «Con que, en fin —dijo la reina— todos vosotros concluís que los ojos tienen la principal actividad para encender el fuego de amor». Y el caballero la respondió: «En mi dictamen, mirándose mutuamente dos amantes regocijados, avivan el fuego de sus aficiones, del mismo modo que la piedra y el eslabón causan que prenda el fuego en la yesca»196. «Así es —dijo el señor Hércules— pero los ojos de la dama son los más activos y exceden en fuerza al sol, por cuanto no solamente deslumbran, sino que ciegan los ojos de los que atentamente les miran. [f. 220v.] Por este motivo fue sutil idea e invención la de aquel que pintó a Venus dormida y encima de ella estos versos: Si la Diosa despierta, y sus hermosos ojos abre; los tuyos —pasajero— ciegos sabrá poner y tenebrosos»197.

133. «Decid también —añadió el señor Hércules— cuál y cuán grande eficacia tienen los ojos negros para encender el fuego de amor». «Entre nosotros —dijo el Caballero— los ojos negros son los más recomendados, y así se dice que fueron los de Venus, pero de la otra parte de los montes y en la Galia se hace más aprecio y se da el primer lugar a los ojos azules celestes, cuales describen Homero fueron los de la diosa Palas»198. 195  El

tópico de César que llora por la muerte de su amigo Pompeyo se halla en los exempla positivos de Valerio Máximo (1988: V 10). 196  «Materia muy seca, comúnmente de trapo quemado, cardo u hongos secos, y preparada de suerte que cualquier chispa prenda en ella» (DRAE). 197  Es un retrato de Venus dormida. 198  Homero en la Ilíada atribuye a Palas Atenea, diosa de la paz, los ojos claros.

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«No es cosa de cuidado —dijo el señor Juan— ni de mucha importancia, el que los ojos sean de este o del otro color, como ellos ejecuten diestra y convenientemente su oficio. Pero si siendo tales sirven de un gran lustre y ornato al rostro también, al contrario, sin son bizcos, atravesados y furiosos, son del todo desagradables. En medio de eso, aún es mayor desgracia e infelicidad el no tener más que un ojo y haber perdido el otro». 134. Acerca de esto dijo el señor Bernardino: «Dejando aparte la desgracia de un hombre que es bizco o tuerto, aun por otros capítulos merece una lástima peculiar de que se libran los que tienen los dos ojos sanos y enteros, si es verdad lo que se cuenta de un pobre hombre a quien en cierto debate o riña en que se halló, le echaron fuera un ojo, habiéndose pues este casado con la dama o concubina de un caballero, y riñendo un día con ella, la dijo entre otras palabras, y haciendo burla, que no le había traído al matrimonio la doncellez virginal, a que ella prontamente respondió que no correspondía una mujer entera a quien no tenía entera la vista. Y replicando él que sus enemigos le habían hecho aquel ultraje, ella también añadió que sus amigos la habían quitado la flor de su virginidad»199. §. XII 135. Dijo a esta sazón la reina que bastantemente se había discurrido hasta [f. 221] allí de los efectos del amor causado por la vista. Pero que siendo innegable que también la lengua tiene en sí una grande virtud y eficacia, quería que se hablase de ella como se había tratado de los ojos, sobre lo que hizo encargo particular al señor Guillermo, quien dijo: 136. «Si por la autoridad de los señores, Vespasiano y Caballero, no fuese yo incitado a creer y aun forzado a sustentar que son los ojos el principal fomento para lograr la gracia y benevolencia de las damas, diría que son los ojos el principal fomento para lograr la gracia y benevolencia de las damas, diría que sola la lengua goza esta ventaja la que, dirigida por el mismo espíritu del amor, obra asimismo efectos maravillosos y hace frecuentemente alterar y mudar los pensamientos y que se renuncie a la propia voluntad. Sabiendo ella encontrar en tiempo y lugar ciertas expresiones y argumentos tan fuertes y de tal modo invencibles que el mismo Aristóteles se vería bien embarazado para impugnarles y desenvolverse de ellos. Y puesto que la lengua fuera de ellos asuntos amoro199  Este

exemplum titulado Pronta risposta d’una fanciulla in difesa del suo onore se lee en Guicciardini (1990: 54-55 21).

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sos, también tenga una grande fuerza, según que singularmente lo demuestra el ejemplo: De Alcibíades, quien en el Senado de Atenas, con su voz discreta y sabia todos los votos reducía al suyo de cuantos senadores le escuchaban200.

En medio de eso, su eficacia manifiesta más su poder y señorío en los negociados y pláticas de amor. En donde de este se complace en producir juntos dos contrarios efectos, puesto que a veces ofrece y ministra al amante abundancia de voces, según lo declara el poeta que dijo: Amor le hacía elocuente.

Y el nuestro cuando dijo: Cuando os escucho hablar tan dulcemente como el amor enseña a sus vasallos201.

Y otras veces, le pone el bocado y el freno en la boca de tal modo que no sabría formar una sola palabra, lo que expresó muy bien el poeta en estos versos: Solamente por el nudo que cuando a amor se le antoja, forma en mi tímida lengua202.

[f. 221v.] Y lo que se sigue en el texto. 137. Mas sea como se quisiese, una lengua titubante y temerosa no es menos agradable en la conversación principalmente amorosa que una franca, atrevida y que está sobre sí. Porque si esta conmueve los oyentes por la eficacia, virtud y vivacidad de sus palabras, la otra produce el mismo efecto con aquellas señas secretas de respecto y de una rara y súper abundante afición. Vemos, al contrario, 200  Petrarca,

Triunfo de la Fama (25-27): «D’Alcibiade, che sì spesso Atena / come fu suo piacer volse e rivolse / con dolce lingua». 201  Petrarca (143 1-2): «Quand’io v’odo parlar sì dolcemente, / come Amor propio a’ suoi seguaci instilla». 202  El amor consigue dos efectos contrarios: la elocuencia y un «freno en la boca». Petrarca (73 79-80): «Solamente que nodo / ch’Amor circonda a la mia lingua quando».

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cuanto poder tiene la lengua de la dama querida para inflamar el corazón del amante, viéndose este precisado a admitir las palabras amargas, esquivas y desdeñosas de aquella, como dulces, favorables y piadosas203. No quiero proponeros cuanto pueden estas, si se hallan acompañadas de cualquier favorcillo y señal de benevolencia, pues lo manifestó claramente el poeta cuando dijo: Gozo paz solamente cuando habla204.

Y en otro pasaje dice: ¡Ha! Palabras que al ánimo más fiero fuerzan, a que del todo humilde se haga205.

Y ciertamente no se sabrá desear en este mundo armonía más dulce, agradable y deliciosa, como las voces discretas y bien manejadas, que salen de la boca de alguna ilustre dama, a cuya lengua se puede justamente consagrar este verso: Lenguaje agudo, honesto, humilde y dulce.206

Y aquí pongo fin a esta materia. 138. Y respecto de que los amantes cuando se hallan en los concursos, emplean sus lenguas y términos en los dos fines de obtener gracia y favor, de los cuales el primero consiste y se funda en los elogios de la cosa amada y el segundo en referir sus propias pasiones, penas y tormentos, dejaré este asunto para que la reina le encargue a persona que sea más apta a desempeñarse de lo que yo soy. Mientras me prepararé para oír lo que otros dirán sobre este punto». §. XIII 139. Sirviose la reina de mandar que cada uno dijese su sentir sobre la actividad y eficacia de los elogios. Hablando [f. 222] el primero, el señor Bernardino dijo lo que se sigue: «Yo creo que todo lo que se propala en alabanza y recomendación de las mujeres es admitido como cosa clara y verdadera, en caso de que esto venga por el conducto de sus amantes. Porque ellas se dan a entender que 203  Es

cita indirecta de otra frase de Petrarca (158 12): «Né sì pietose et sì dolci parole». (285 14): «E sol quanto ella parla ho pace e tregua». 205  Ibid. (267 3-4): «Ohimè il parlar ch’ogn’aspro ingegno e fiero / faceva umile». 206  Ibid. (299 6): «Accorta, onesta, umil, dolce favella». 204  Petrarca

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no hubieran ellos empeñádose en su obsequio si no las tuviesen por hermosas, agraciadas, discretas y púdicas, según las pintan y describen». Díjole entonces la reina: «Aquellas a quienes sus amantes recomiendan de honestas, no solamente hacen muchas veces bien en aceptar esta alabanza, sino que también deben creerla y proceder de modo que los demás asientan y la tengan por cosa segura e indubitable. Pero no apruebo la conducta de aquellas que se dejan bobamente persuadir a que son inmortales y divinas». 140. El señor Vespasiano salió aquí y dijo: «No se pone freno al amor como al caballo. Y así no es de admirar que conduzca a los amantes hasta esta libertad de palabras la que, en medio de eso, debe serles permitida, por cuanto no procede de adulación, sino de superabundancia de amor y exceso de afición». «Bien y de buena gana —dijo el Caballero— se dejó conducir aquel desbaratado que en una carta amorosa puso esta inscripción: “a la sacra majestad de la reina de mi corazón para siempre muy respetada”». «Más sobrio de voces —añadió el señor Juan— fue sin comparación aquel quien escribiendo a una noble señora y pareciéndole que sería demasiado el darle el título de ilustre, y que también sería poca cosa atribuirle el de muy magnifica, se valió de un término medio y que le pareció comprendía los dos y la escribió: “A la casi ilustre señora”». «Esta inscripción —prosiguió madama Catalina— no me parece muy propia para lograr la gracia de la dama. Y aún llegaré a decir que estas faltas más son hijas de la insensatez y de la ignorancia que del amor». «Así lo creo yo también —dijo el señor Guillermo— y veo bien, que ese gran fabricador de cartas quiso asimilarse a un mensajero de cierta comunidad del Monferrato, quien habiendo sido enviado a conducir un presente a uno de los ministros de esta ciudad, este le dijo: “Dadme mi parte las gracias a la comunidad [f. 222v.] y decidla que se sirva en cuanto fuere de su obsequio”. A que él respondió: “Haced lo mismo con madama comunidad, en quien siempre tendréis una buena hermana y amiga”»207. 141. Rompiendo la reina esta platica, recayó sobre la de las alabanzas y dijo: «Muchos hay los cuales pensando elogiar a otro se agravian a sí mismos. Y por esto quisiera yo, señor Caballero, que desde aquí adelante prescribieseis los medios que se deben observar para alabar a las personas acertada y correspondientemente». A que él satisfizo diciendo: 207  Estos

pasajes demuestran la gran difusión de la literatura epistolar y amorosa en el Cinquecento italiano (Guazzo 2010 II: 455-456, nota 411).

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142. «Dos modos hay de elogiar, uno de los cuales estriba en dar un buen renombre, el otro, en desviar el malo. Se da el buen renombre cuando se recitan las cualidades dignas de recomendación y aplauso, como si yo dijese —y en decirlo hablaría según la verdad de la cosa— que sois vos un ejemplo y modelo de hermosura y honestidad. Se desvía el malo, cuando si por aplaudir vuestra modestia y gravedad, dijese que ni sois licenciosa, ni vana o ligera208. De este mismo medio se valió Homero, quien queriendo alabar al animoso rey Agamenón, dijo así: Ve Agamenón, que se mostró animoso, no rehusando el choque y la batalla sin ser cobarde, tibio o perezoso209.

Este propio modo de proceder observan también los que injurian. Porque intentando el poeta Marcial satirizar a una mujer fea describió algunas imperfecciones que causaban su deformidad, diciendo que tenía tres dientes, tres cabellos, el talle y la garganta secos como una cigarra, las piernas como una hormiga, la frente enjuta y arrugada, los pechos de tela de araña, el canto parecido al de las ranas y que despedía un olor tan dulce y suave como el de una cabra210. Hubo también otro poeta, quien infamando y zahiriendo a otra fea, le notó ciertos defectos e imperfecciones, diciendo: Tus dientes no son blancos, ni son tus ojos negros, tu nariz no es pequeña, ni dulces tus acentos211.

143. Pero volviendo a las alabanzas, es menester tener un particular cuidado en alabar alta y magníficamente a las personas, o no alabarlas, viendo que como solía decir un filósofo: “Menos mal es el ser [f. 223] vituperado que fríamente aplaudido”, porque cuanto más se empeña y se inflama el detractor, en la fatiga de vituperar, tanto mayor odio manifiesta y tanta menos fe se le da212. Aquel empero que alaba tibia y parcamente en medio que da señas de benevolencia, hace discurrir que es estéril de palabras, porque no tiene bas208  Bottazzo se refiere a la figura retórica de la lítote, que afirma un concepto negando su contrario. 209  Son versos de Homero: «No habrías visto entonces adormecido al divino Agamenón, ni tampoco medroso ni reacio a la lucha, sino muy presto para la batalla, que otorga la gloria a los hombres» (1996: 174, IV, vv. 223-225). 210  Bottazzo cita indirectamente a Marcial (III 93). 211  No se encuentra el autor de estos versos. 212  El antiguo filósofo es Favorino de Arlés cuya sentencia se lee en Aulo Gelio (XIX 3).

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tante materia para celebrar dignamente a su amigo. Además de esta consideración, es también preciso poner todo cuidado en no confundir los elogios, sino unirlos que enlazarlos con discreción y orden, comenzando a aplaudir lo que toca a las perfecciones del espíritu y desde allí pasando y descendiendo a lo que concierne al cuerpo y finalmente a los bienes de fortuna, como si por ejemplo dijese yo213: 144. “Vos —señora digna de la mayor veneración— podéis estimaros muy feliz en este mundo, pues que la naturaleza os ha dotado y enriquecido de estos raros tesoros de belleza de que están pobres y destituidas aquellas mismas que entre nosotros están colocadas entre las bellas. Porque en vuestra frente ancha han puesto su solio214 la grandeza y la majestad. Esta ha encendido en vuestros ojos un fuego tan dulce y tan templado que obliga a los corazones a estar como aprisionados entre el temor y la esperanza. En vuestras mejillas infundió un licor tan fresco y una tez tan clara que de nada menos necesitáis que de fingidos colores para la belleza de vuestro rostro. Tampoco olvidó el concederos dos hermosas y bien dispuestas hileras de finísimas y nevadas perlas, que sirven de engaste a vuestra pequeña y delicada boca, orlada de fino y preciso coral. Y para ornato de tantas vanidades colocó en vuestra cabeza esos blondos215, largos y copiosos cabellos, debajo de los cuales, como debajo de un velo pueden largamente conservarse los amores, las gracias y las perfecciones. Y para que puedan ser mejor vistos y más admirados y aplaudidos, los elevó sobre una alta y bien proporcionada columna, esto es, sobre vuestro cuerpo constante y firme, la cual hace que o ya parada en un sitio o ya moviéndose, despliegue en estas blondas trenzas una infinidad de rayos de gracias y humanidades216. 145. Esta misma naturaleza viendo y [f. 223v.] considerando que, de las cosas encerradas en un tesoro, solo se sacan a ser vistas las menos ricas y preciosas. Y que las que más lo son se ponen en el mal secreto lugar, sabiendo la singularidad de vuestro espíritu y las virtudes que en él brillan, ha encerrado en vuestro templo —quiero decir en vuestro cuerpo— el más bello y mejor dispuesto que se sabe, una alma justa y arreglada que como un luciente sol despide y esparce hacia fuera sus ardientes rayos por las ventanas de vuestros ojos que son dos es213  Bottazzo

ekphrasis.

anuncia el elogio de la reina conforme a la tradición de la retórica clásica de la

214  Trono.

215  Rubios.

216  Para la descripción física de la reina, Guazzo emplea varios tópicos que se hallan en la tradición petrarquista, a saber, los dientes como perlas, los labios como corales, el largo pelo rubio, la metáfora del velo, la figura de la mujer como una columna (2010 II: 457, nota 427).

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pejos claros y transparentes de recato, dulzura y afabilidad217. En vuestra frente depositó altos y grandes pensamientos, no a otra cosa dirigidos que a una inviolable conservación del decoro. Y en la lengua una inefable prudencia y sagacidad y una facundia tal que nadie podrá excederla. Y, en suma, este sol sin ser obscurecido ni embarazado de la menor nube o vapor de ligereza o inconstancia, de fingimiento y simulación o de ambición y vanagloria, antes bien mostrándose siempre del todo puro y sereno, hace salir exteriormente su luz y circunda este vuestro templo, y con el casto ardor de su soberano y celestial fuego consume y depura las terrenas aficiones que pudieran excitarse en nuestras almas. 146. Finalmente, lo que entre las maravillas que en vos se registran causa más admiración al mundo es que, en medio de que o tarde o nunca se compadecen y habitan en un lugar la virtud y la fortuna, con todo eso en vos se hallan conforme y se hicieron amigas y compañeras. Poniéndonos delante con este hecho un ejemplo fuera de lo natural, en tanto grado que o sea por el lustre y nobleza de vuestra sangre y familia, por las grandes riquezas y facultades que poséis, por la dicha que lográis de estar tan dignamente empleada o, en fin, por otras no comunes felicidades. De ningún modo puedo mentir en atribuiros los epítetos por vos justamente merecidos de excelente y de gloriosa, y bien que, para vuestra perfección, nada os quedase que desear, también para colmo ilustre de vuestra gloria, habéis al presente sin pensar en ello, llegado y ascendido al alto grado de reina, y os veis hecha digna de mandar no solo a personas privadas y particulares, sino [f. 224] aun a los mismos príncipes218. 147. Mas por cuanto vuestros elogios no merecen el ser así reducidos y exagerados tan de paso219, ni como de cumplimento, antes bien requieren tiempo y lugar más a propósito y más conveniente, no cesaré de alabaros en mi corazón, pero la lengua pondrá fin por esta vez e interrumpirá presentemente el elogiaros bien que este es un asunto interminable, en consideración del mérito de vuestras perfecciones”». 148. «Vos podéis, señor Caballero —dijo la reina— añadir al golpe de alabanzas que me habéis dado para acrecentar su número, aquella grande paciencia que he tenido, sufriendo que vuestra lengua saciase el ansioso deseo y ardiente apetito que tenía de celebrarme. No he querido truncarla los discursos, no por-

217  También

la metáfora del sol deriva de la tradición petrarquista. a la presencia de Vespasiano Gonzaga. 219  En este pasaje Hervás reduce el lenguaje metafórico de Guazzo: «E perché io, più testudine che Aquila, non sono atto con questo intelletto sepolto nel fango…» (2010 I: 309). 218  Alude

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que no presumiere tanto de mí y de mis méritos, que pensase o creyese serme justamente debido estos encomios, sino solamente a fin de que vos lograseis el aplauso a que aspiráis que es el saber hacer que parezca lo que no es. Lo que, habiendo ya conseguido, no puedo menos de aplaudiros por mi parte y teneros en singular recomendación». 149. A este tiempo dijo el señor Vespasiano: «Madama, si el Caballero quisiera hacer que pareciese lo que no es, hubiera hablado mal de vos, pues sois tal que no hay alguno que de vos pueda decir cosa que no sumamente favorable y decorosa. Y sé muy bien que todas estas damas asentirán fácilmente a lo que yo digo y a lo que él ha propuesto». «Yo como la más vieja —dijo madama Catalina— confirmo y autorizo por y en nombre de todas las damas que están presentes, todo cuanto el señor Caballero acaba de proferir en alabanza de las prendas y perfecciones de la reina y, en cuanto a mí, me confieso por muy honrada, en haber sido hecha digna de obedecer en este día a sus reales disposiciones». «Aquí —añadió el señor Juan— siendo, como en realidad lo es más difícil cosa el mandar que el ser señor en medio de eso, todos apetecemos mandar sobre los otros, pero no todos somos idóneos para ello. Lo que se significa en la fábula de la serpiente, cuya cola se amotinó contra la cabeza, emprendiendo algunas veces el gobernar también y conducir recíprocamente lo restante del cuerpo lo que le fue otorgado, pero como no viese gota, comenzó a andar [f. 224v.] y su movimiento no era para otra cosa que para chocar y dar encontrones a todos lados, arruinándose primeramente a sí misma y después a su cabeza, quien contra el orden de la naturaleza era obligada a seguir un conductor ciego y desatinado220. Empero vos madama, en medio de que para conmigo habéis siempre estado en grande reputación, con todo eso habéis dejado muy atrás mi opinión, ejerciendo este nuevo imperio con tan prontas y regias modales que os manifestáis enteramente propia y nacida para mandar». 220  La alusión de Juan Can es a la fábula de Esopo titulada La cola de la serpiente: «Una vez la cola de una serpiente decidió que ya no debía caminar la cabeza por delante y se negó a obedecerla en su reptar. “Ahora me toca a mí —dijo— dirigir la marcha”. Los otros miembros dijeron: “¿No vas a callarte? Cómo vas a dirigirnos, desgraciada, sin ojos ni nariz con los que todos los animales andan los caminos y enderezan al resto de sus miembros?”. Pero no la convencieron y la parte racional fue vencida por la irracional. A partir de entonces la parte de atrás gobernaba a la delantera y la cola se convirtió en jefe, arrastrando a todo el cuerpo en un movimiento ciego. Fue arrastrada al fondo de un pozo rocoso y se rozó la espina contra las piedras. La hasta entonces tan atrevida, moviendo la cola humildemente, empezó a suplicar: “Señora cabeza, sálvanos, si quieres. He sufrido la experiencia de una mala disputa que sólo ha producido desgracias. Si me pones donde estaba al principio te seguiré —decía—, y no pienses que en el futuro vamos a vernos más en líos por culpa de mi dirección”» (1985: 376-377).

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150. «Paréceme —dijo el señor Bernardino— ser cosa justa y razonable que estas otras señoras no se queden en ayunas, ni echen menos las alabanzas que merecen en atención a las singularidades que en ellas brillan». «No quiero decir —añadió el señor Guillermo— que soy yo apto para cantar justa ni debidamente los elogios y méritos de estas nobles señoras, no obstante, estoy resuelto a hacer salir de mi corazón a lo menos algunos rasgos dirigidos a su aplauso, cuales yo sabré producirlos para consagrarlos a su nombre y memoria»221. Lo que habiendo dicho entró la mano en el seno y sacó ciertas composiciones que había escrito en su casa en alabanza del señor Vespasiano y de las damas presentes con deliberación de ofrecérselas. Y así se dirigió primeramente a la reina y le presentó la suya que contenía estas palabras222: Ojos graves, estilo soberano risa afable, ostentación bizarra, semblante regio, natural belleza, espíritu, a quien dio el Cielo feliz gracia. Corazón que produce pensamientos altos y rectos con pureza rara ¡Oh! Con cuánto primor adornáis todos el alma bella de la amable Juana. Su discreción, su rostro peregrino, riguroso tormento nos prepara; y en muchos corazones que ya gimen, se pasó a ser martirio la amenaza.

A madama Lelia presento esta: Ni vigor ni destreza amor tendría, a no ser tú, que sus aciertos riges; [f. 225] porque son tus dos ojos Lelia mía flechas que a nuestros pechos cruel diriges. Cadena es tu belleza y gracia, impía, con que nos atas fiera y nos afliges; uniendo juntos males y deseos, 221  Guillermo Cavagliati confiesa que tiene preparado un homenaje poético para las mujeres presentes en el convite: ha escrito algunos madrigales. Este detalle es una demostración de la precisa organización de este evento en sintonía con las transformaciones del sistema cultural y literario, ya que en la segunda mitad del Cinquecento el madrigal llegó a estar combinado con la experiencia musical. También en la Ghirlanda de Guazzo se incluyen madrigales. Por otro lado, hay que recordar que la lectura de los madrigales fue una práctica social muy difundida en la cultura de este periodo y su comunicación es presente en varias ocasiones públicas y privadas. 222  Este madrigal se dedica a Juana Guazzo: «Alla signora Giovanna» (Guazzo 2010 I: 310).

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bienes, disgustos, gozos y recreos. Tú dulce risa cuál activo fuego nos derrite y disuelve poco a poco, pero tu honestidad apaga luego con frío hielo nuestro incendio loco. No causa estos efectos amor ciego solo en ti la ocasión y origen toco. Y nuestros pechos saben que, en sus males, es niño amor para destrozos tales.

Para madama Catalina hizo este soneto, el cual le presentó y cuya substancia es esta: Aunque te vemos; solo en apariencia con nosotros estás, pues fácilmente se ve, que si tu cuerpo está presente, hizo hacia otra región tu espíritu ausencia, evitando del mundo con prudencia el riesgo en cada paso contingente subió a la impírea habitación luciente a estar de Dios en la mental presencia. Por tan recto camino, alta morada desde la tierra sabes construirte en que tu gozo y tu contento estriba. Ni en esta diversión por ti formada para nosotros, puedes divertirte que tus deleites giran más arriba.

Después presentó a madama Francisca la suya que decía así: En paz llevo el martirio, y la cruel pena que triste siento, cuando incauto miro tus bellos ojos, y tu faz serena. Tu divino semblante en donde admiro al amor con sus gracias, y el lenguaje que cual rayo a mi pecho hace su giro. También mi corazón consiento que hace, feliz al mismo tiempo y desdichado, de tus dos ojos el agudo ultraje. [f. 225v.] Así padezco alegre y resignado: pero dime Francisca soberana, para aliviar mi error y mi cuidado, ¿si esto de ti, o del amor dimana?

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Finalmente volviéndose al señor Vespasiano, le presentó los versos siguientes: Señor estas damas bellas que tantas veces oyeron las voces con que la fama vuestro valor, vuestro ingenio ensalza, sirviendo todo el orbe a su trompa de eco. Aquel valor con que al choque ibais valiente y resuelto y al enemigo que airado os esperaba sangriento, le embotaban vuestras armas todo el furor a su acero. Ahora que logran la dicha de veros afable, y veros que en su feliz compañía la majestad deponiendo enlazáis a sus discursos lo singular de los vuestros. Con razón dudan qué nombre se deba a vos, y al trofeo de vuestras invictas glorias; si ya el de marte guerrero, a quien el mundo celebra, o el Júpiter supremo según la clemencia pide de vuestro rostro en que el cielo combinando opuestas señas dulzuras mezcló a ardimientos. Dudan, pero no resuelven y así señor sus deseos solo son, que favorable el astro luciente y bello de Júpiter sea el Norte que dirija el siempre excelso nombre vuestro, pues benigno su clemencia amáis, no menos que, con invencible brazo de marte el fogoso empeño.

151. Todos estos metros y composiciones fueron leídas de orden de la reina y diose este encargo al señor Hércules. Y después de haber alabado cada uno no

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menos la invención y el arte que el buen afecto del autor, el mismo señor Hércules dijo: «Con razón y justicia deben [f. 226] ser agradables estos versos a quienes tocan y por cuyas personas los formó el autor, pues que son ofrecidos sin lisonja. Y se halla en ellos no menos verdad que galantería y destreza». Y el señor Juan prosiguió: «También a mí me regocijan, aunque no me pertenecen y obran en mí lo que el pan caliente así que sale del horno, el cual se dice que con solo el olor restaura al hombre que está en ayunas y conforta el estómago que se halla vacío». Entonces dijo el Caballero: «Haced la comparación completa y decid que como el olor del pan conforta el estómago vacío, así el sonido de los elogios conforta el celebro hueco». 152. A esto dijo el señor Juan: «No dejaré yo la venganza de esta injuria a cuenta de mis hijos». Y volviéndose hacia el señor Hércules prosiguió diciendo: «No siempre agradan ni en todo tiempo son bien recibidas las públicas alabanzas por discretas, de buena invención y verdaderas que sean. Lo que eso quiero hacer patente con dos ejemplos uno salvaje y otro doméstico. Habéis de saber que la liebre, según refieren las Fábulas, no recibió todo gusto en los elogios que le dio la zorra en presencia del lobo, diciendo que su carne era sin comparación y maravillosamente delicada y de un gusto muy apetecible y sabroso. Del mismo modo no fue agradable a nuestro Caballero el aplauso que poco ha le fue tributado, cuando por su humildad mereció que se le hiciese la honra de que dé mañana de cenar a toda la asamblea»223. Todos echaron aquí a reír, pareciéndoles que era esta la venganza con que le había amenazado el señor Juan. 153. Pero habiendo preguntado la reina si alguno tenía algo más que añadir sobre el punto de alabanza, respondió el Caballero que solo le quedaba por decir que siendo una buena nariz un grande adorno en el rostro, no sabía por qué razón Petrarca celebrado las demás buenas partes de su señora Laura, nunca había hecho mención de esta, o si acaso la había omitido porque ella tuviese la nariz roma224, tuerta o con corcova, o desmesurada por gruesa o larga. «Si fuese cierto —respondió el señor Guillermo— que acaso hubiese tenido su dama la nariz disforme, todas sus demás perfecciones quedarían asombradas y perdidas. Y así quiero persuadirme que la tuvo bien formada y de aquella proporción que se requiere en un rostro hermoso. Y en cuanto a que no haya hablado en esto palabra, no me maravillo, viendo [f. 226v.] que no solo él, sino 223  No

se ha encontrado la traducción castellana de esta fábula (Landi 1561: 112v 316). nariz pequeña y poco puntiaguda» (DRAE).

224  «De

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también todos los poetas graves, que han celebrado las perfecciones de la cara, cuales son los cabellos, la frente, las cejas, los ojos, las mejillas, la boca, los labios, los dientes, siempre callaron las narices y las orejas, acaso porque siendo estas dos partes los receptáculos de los excrementos, hubieran en algún modo envilecido la majestad de la venerable poesía. Lo que con singularidad se verifica en la nariz, quien ni para alabanza ni vituperio fue nombrada del poeta, porque parece que este más sea asunto de los romances y capítulos bernescos225, en donde se discurre jocosamente de los hombres que tienen grande nariz». §. XIV 154. A este tiempo, mandó la reina que se pusiese fin al discurso de las alabanzas y que se viniese a la otra parte concerniente a los efectos de la lengua, y la que como queda dicho, consiste en la narrativa y expresión de sus propias pasiones. Sobre lo que dijo el señor Bernardino: «Es sin duda que la lengua goza una maravillosa fuerza en referir los trances y pasiones amorosas, porque bien que una dama no haga caso de un amante, ni esté de ningún modo dispuesta e inclinada a gratificarle, en medio de eso, no le disgusta ni se enfada o enoja, cuando conoce que este pobre amante padece por su amor. Fuera de que, por el seguro conocimiento que tiene ella de esta pasión y sufrimiento, se da por del todo cierta del grande y excesivo amor que él la tiene y se persuade por la misma razón a que tiene en sí grandes perfecciones y que a no ser estas de las más raras, sería imposible que un amante llegase a estar tan enamorado y sufriese con tal paciencia tan dilatados trabajos y angustias». 155. Oponiéndose a esto, el señor Guillermo dijo: «Mucho temo, señor Bernardino, que no enseñéis al revés y muy de otro modo del que se debe a un pobre amante los medios que debe practicar para curarse de su pasión y enfermedad. Porque yo hallo que el lamentarse así y relatar sus males y tormentos delante de la dama o esto las hace desvanecerse, o las constituye nimiamente altivas, insolentes y desdeñosas las pone más crueles que nunca, o las hace en fin esquivar y despreciar al amante y causa que se abstraigan con la mayor fiereza de concederles el menor favor y alivio. Lo que es también en motivo de que después por una pena y dolor los padezca a millares. [f. 227] ¿Y queréis aseguraros de lo que digo? Id a ver los versos del Petrarca que fue

225  El autor confunde ‘capítulos’ con ‘capitolios’ y escribe la segunda. Se corrige ya que se refiere a los capítulos de poesía caballeresca y del género practicado por Francesco Berni, poeta burlesco y dramaturgo italiano, y sus seguidores e imitadores, un género agradable y que se alejaba de los poetas más serios.

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un gran maestro y doctor excelente en la facultad de amor y veréis lo que dice cuando habla así: Amor me tiene entre estos crueles brazos en donde muero y crece mi martirio, si me quejo; pues solo a mi cuidado callar y suspirar es permitido226.

156. Y bien sé que el abrir la boca, y manifestar su dolor, y su mal ha acarreado daños muchos a quienes hubiera estado mucho mejor no hablar palabra y sufrir su pena con conformidad. Empero me diréis que todo aquel que desea hallar compasión y remedio a sus males, es también preciso que descubra su llaga al médico. A que os respondo que hacerse necio delante de una mujer y no cesar de gemir, gritar, quejarse y contrahacer el pasmado y el muerto, no es otra cosa que enfadarla y serle nimiamente inoportuno, sin que se consiga otro galardón que el título de indiscreto. Con que, mejor y más acertado remedio será el callar cuando se ama, porque este es un argumento cierto de modestia, de discreción, de paciencia y de verdadera humildad. Que son los medios con que se rompe el duro diamante de la fiereza de las damas, quienes muy bien tienen juicio y discreción para conocer vuestro mal y lo que padecéis, y sabrán recompensaros y daros el remedio a su tiempo y lugar, y cuando vieren que lo habéis merecido y que sois acreedor, sin que hagáis con ellas del importuno y presuntuoso y las gritéis continuamente al oído. Y, en suma, en materia de amor, aquel habla que no dice palabra por lo que el poeta dijo: Da voces mi dolor, cuando yo callo227.

Ni ignoráis el común refrán que dice: “quien calla y sirve harto pide”». 157. «Mi opinión es —dijo el señor Guillermo228— que estos amantes, quienes sin hablar palabra han obtenido la gracia y favor de sus damas, han sido también más dichosos que prudentes, o que se empeñaron con alguna mujer de poco juicio y conocimiento. Porque yo no sé haya dama de valor y calidad que no se corra de conceder algún remedio y hacer algún favor, cualquiera que sea, a un amante que primeramente no se le haya pedido, y aun perseguido e 226  Petrarca

(171 1-4): «Giunto m’ha Amor fra belle e crude braccia, / che m’ancidono a torto, e s’io mi doglio, / doppia il martire, onde pur com’io soglio / il meglio è ch’io mi mora amando e taccia». 227  Petrarca (71 6): «La doglia mia, la qual tacendo, i’ grido». 228  En la CC italiana es Bernardino quien pronuncia este periodo.

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importunado por este motivo con mucha frecuencia, afecto grande y calor activo. Y aunque ella conozca que el amante [f. 227v.] usa prudencia, discreción y humildad —como vos decís— en callarle su pena y su deseo, con todo eso espera y quiere que finalmente se declare y manifieste su voluntad en cuanto a lo que pretende y desea alcanzar de ella. Que, si al debido tiempo no emplea la lengua y antes bien se mantiene detenido y haciendo del severo, ella se enfada, desazona y burla de él tratándole de insensato, como en realidad lo merece. Y en ningún tiempo —si ella tiene algún rastro de capacidad— se mostrará inclinada al menor de sus deseos, si claramente no se los exprime y manifiesta, porque de otro modo se abatiría y despreciaría a sí misma ocasionando que el decoro de las damas padeciese grave detrimento en su reputación, pues deben esperar a que se las ruegue y suplique, antes de conceder el menor favor a un hombre. 158. Y dado caso que ellas rehúsen el oír las quejas de los amantes, y que exteriormente parezca que no las atienden, o hagan semblante de no lastimarse, esto no obstante disimuladamente se alegran en su interior de ser perseguidas y solicitadas. Ni es justo que el amante tenga nunca temor de ser reputado por inoportuno y presuntuoso, antes le conviene observar esta conducta de la persecución y tener entendido que al cabo ella querrá mostrar que, vencida de este molesto tesón, ha sido como forzada a ceder a la importunación del amante. Lo que ejecuta con mayor satisfacción, como dando a entender que, si ha sido seguida y cazada, también ha huido todo lo posible, habiéndola cogido y alcanzado más por el cansancio y por no poder más que por voluntad que tuviese de complacer a su perseguidor. 159. De aquí procederá también el que será más ardientemente amada y servida del que hubiere hecho la conquista, porque —como vos sabéis— las cosas que se adquieren con trabajos, sudores y fatigas son las que regularmente más queremos y las tenemos por más raras que las que contra nuestra esperanza, la fortuna nos ofreció y puso en la mano. Y para decirlo en breve, las mujeres hacen más aprecio de los que las ruegan que de los que vanamente y sin poner de su parte, esperan a que ellas se arrojen por las ventanas y caigan sobre sus brazos. Por donde conoceréis que vuestro refrán que enseña que quien calla y sirve harto pide, es vencido y echado a tierra por el otro que dice que “en pedir nada se pierde”. Y si estas señoras quieren hablar con ingenuidad, bien sé yo de cuál de los dos deberán darse por agraviadas en este debate y contestación». [f. 228] 160. Entonces las damas, mirándose unas a otras, echaron a reír hasta que la reina dijo: «Yo juzgo que entrambos sois de vituperar y habéis hecho agravio,

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por cuanto los amantes ni hacen nada ni logran fruto alguno de su silencio, o locuacidad, cuando se empeñan con damas recatadas y honestas». «Ciertamente —dijo madama Lelia [Catalina]229— estos amantes necios y mentecatos más bien merecen que se mofe de ellos, que no el que se les tenga lástima, pues con sus suspiros sacados por fuerza y como con maromas230 de lo hondo de su corazón y con sus lágrimas fingidas y sus quejas disfrazadas y contrahechas, quieren hacer creer que se hallan a punto de morir». 161. «Sea como se fuere —dijo madama Lelia— de muy buena gana oiría yo al señor Hércules hacer alguna lamentación llena de pasión amorosa delante de su dama, porque no puedo dudar que él deje de saber representar con perfección el papel de un verdadero enamorado». Volviéndose madama Francisca hacia la reina la dijo: «Madama, si le mandáis que disponga y ejecute alguna lamentación amorosa, será acaso este uno de los más raros y señalados divertimentos que hayamos tenido en toda la noche». Todos fueron del dictamen de esta dama y la ayudaron suplicando a la reina usase de su autoridad, por lo que ella ordenó al señor Hércules que imaginase y pudiese el caso de que madama Lelia su dama y señor y que le dirigiese un sentimiento enamorado, cual pudiera hacer un amante a la que tiene sobre él el mayor dominio231. Él pues, quitándose el sombrero de la cabeza y besando la mano a Lelia, la habló en estos términos: 162. «A vos ángel bellísimo del paraíso, a vos vida mía, o más bien mi muerte, a vos vengo no ya traído de mis pies y piernas, puesto que este cuerpo miserable no puede ser por ellos llevado ni regido, sino conducido sobre el triunfante carro de amor para anunciaros, deciros y haceros saber con esta mi voz débil y trémula y con la poca alma y menos fuerza que me ha quedado, como estoy próximo y vecino a la muerte232. La que sin duda alguna me hubiera asaltado desde la primavera y flor primera de mis años, si no hubiera creído el refrán de que más vale ser mártir que confesor, de modo que yo he sido el homicida de mí mismo, y esto por no haber tenido valor ni corazón para confesaros y descubriros la llaga cruel, peligrosa y mortal que hicieron en el mío vuestros ojos el día aquel torneo que se celebró en esta ciudad el día de 15 de mayo del año de 229  El traductor vuelve a equivocarse. Es madama Catalina quien toma la palabra en esta interlocución ya que Lelia será la sucesiva. 230  «Cuerda gruesa de esparto, cáñamo u otras fibras vegetales o sintéticas» (DRAE). 231  Con esta última frase Hervás traduce las palabras «querela d’amore» (Guazzo 2010 I: 314), es decir, las lamentaciones amorosas de Hércules. 232  La lamentación de Hércules se basa en elementos petrarquescos: ángel, paraíso, triunfante carro, trémula, débil, al igual que la oposición entre muerte y vida.

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nuestra salud 1577233. En donde llegué a advertir y conocer [f. 228v.] cuánto se asegura el juicio de los hombres por medio de los parangones y cotejos formados sobre la ocurrencia de las damas más bellas e ilustres. Porque hallándose a este espectáculo un grande número de señoras, a quienes el cielo ha concedido liberalmente sus gracias, haciéndolas hermosas y agradables, hallé en vuestro rostro tanta hermosura, perfecciones y excelencias sobre todas las demás del concurso que me vi forzado a decir y confesar para conmigo. ¡Ah! ¿Veis aquí el sol entre las estrellas menos luminosas? Y al punto convine que a vos sola con razón y justicia se debía atribuir este verso: En donde vuestro rayo resplandece, todo otro al punto se desaparece234.

163. Y bien que ya me sintiese yo herido y penetrado de una saeta punzante y cruel que me fue arrojada por el conducto y eficacia de una mirada vuestra graciosa ya afable, no obstante, creía y aun intente el poderme librar de esta herida y salir a paz y a salvo de vuestras manos. Pero, desde el punto que estos oídos escucharon las dulces y admirables palabras que entre las otras damas derramáis como fragantísimas rosas, ahí entonces fue cuando sin resistencia fui aprendido y arrestado de tal modo que me fue imposible el negarme a mí propio que verdaderamente me hallaba hecho vuestro esclavo y prisionero. Vuelvo pues a decir que, si hubiese tenido valor para pedir consuelo y remedio a mi mal, acaso encontraría tanta piedad y clemencia en vuestro pecho que aquella misma mano que me había herido, también habría curado la llaga235. Y si acerca de esto me decís que, si no os osaba acercarme a vos y ponerme en vuestra presencia, debía a lo menos pedir el socorro por el medio e intervención de mis cartas, es menester tengáis entendido que no pocas veces emprendí y me esforcé a poner por escrito esta pesada carga de mis angustias y tormentos, pero la abundancia de lágrimas que derramaba y corrían de mis ojos era tan grande que el papel se bañaba y las letras se borraban sin que se dejase ver alguna seña de caracteres. De manera que —si así gusta de ellos amor— estoy por terminar aquí el último acto de mi vida236. 233  Hércules alude al momento en que se produjo su enamoramiento, es decir, un torneo que tuvo lugar en Casale unos meses antes del convite. También Petrarca en su Cancionero (333 13) detalla la muerte de Laura utilizando una fecha exacta: «’n mille trecento quarantotto / il dì sesto d’aprile, in l’ora prima». 234  Petrarca (72 40-41): «Sparisce e fugge / ogn’altro lume dove il vostro splende». 235  Petrarca (164 11): «una man sola mi risana et punge». También se refiere al proverbio de los Mimi publiani: «Amoris vulnus idem qui sanat facit» (1722: 75). 236  El texto sigue presentando calcos de la obra petrarquista: cartas, tormentos, lágrimas…

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164. Mas por cuanto mi doliente alma, ya ha largo tiempo que habita en vuestro real y generoso corazón, os suplico que en recompensa de los dilatados y penosos trabajos que hasta ahora he padecido por vuestro amor, callando, amando y muriendo, tengáis a bien a los menos de no negarme el favor de que vuestra [f. 229] boca se acerque a la mía, a fin de que, con este suave céfiro y el aromático aire de vuestro aliento, esta alma se retire hacia su primero domicilio. Y una vez ya dentro, quién sabe si siendo también sostenida de la eficacia y virtud de alguna palabra de vuestro espíritu, podré yo acaso restituir el pulso, aliento y vida a estos lánguidos miembros y conservarles un poco más de tiempo para serviros con el mayor rendimiento. Y si acaeciere que, por la voluntad y determinación del celeste numen237, sea preciso que sin más tardanza se desuna esta alma del cuerpo miserable, yo moriré contentísimo después de haber escuchado de vuestra propia boca238 el deseo que tenéis de mi salud y de la conservación de mi vida. Y así dedicándoos y consagrándoos alegremente mis afectos amorosos, me iré y proseguiré mi viaje239 con la amable esperanza de que a mi partida os veréis obligada a decir, no sin tener piedad de mí, y derramando por mi causa alguna lágrima: Alma que en algún tiempo tu morada en mi pecho tuvisteis, felizmente logres ser en el cielo colocada»240.

165. De estos discursos y lamentaciones del señor Hércules echó a reír toda la asamblea como podéis considerar, viendo la gracia que tenía en explicar su pasión. Después de esto, madama Lelia con rostro alegre y de un modo jovial le respondió: «Si yo viera que estabais tan cercano a la muerte como lo expresan y dan a entender vuestra palabras tan dolorosas y lamentables, no repararía en procurar volveros el alma al cuerpo con la dulzura de un ósculo241. Mas conociendo con grande complacencia que no es tan mortal vuestra indisposición, quiero todavía retener por un poco de tiempo esta alma conmigo para mi gusto y consuelo. Y tened buen ánimo y no os aflijáis que cuando fuere tiempo no dilataré el daros todo socorro y ayuda, a fin de que no se me tenga y juzgue por asesina y homicida de aquel que tan cordialmente me amaba y mientras reforzaos y cobrad ánimo con esta buena esperanza»242. 237  «Cada

uno de los dioses de la mitología clásica» (DRAE). decir, con un beso. 239  El camino que lleva a la muerte. 240  No se ha identificado el autor de este verso italiano: «Alma, ch’albergo avesti nel mio petto, / abbi or la su nel ciel degno ricetto» (Guazzo 2010 I: 315). 241  «Beso de respeto o afecto» (DRAE). 242  En la CC de 1579 se halla otra intervención de Hércules: «Chi tardi vuol non vuole, —rispose egli» (Guazzo 2010 I: 315). 238  Es

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166. Volviéndose la reina al señor Hércules, le dijo: «Según veo, vos habéis uncido y juntado una fábula243 y una historia, porque en alabar a madama Lelia y ensalzar sus méritos, dijisteis la verdad, tejiendo la recta tela de una verdadera historia. Pero habiéndoos detenido sobre estos martirios y pasiones de amor que habéis referido, es preciso creernos poco o nada, será preciso se haga de vuestro discurso lo que de las leyes falcidia y trebeliánica»244. «Con vuestra licencia madama —respondió él— antes [f. 229v.] bien me persuado a que he sido verídico en relatar mis pasiones y mentiroso en propalar los encomios y prendas de madama Lelia y espero que esta libertad de mis razones no será motivo de que pierda su gracia». A esto salió el señor Juan diciendo: «No debe fatigaros el perder lo que nunca lograsteis ni tuvisteis en vuestra posesión». 167. La reina aguijoneando al señor Hércules y procurando incitarle de todos modos le tocó suavemente con la mano y le dijo: «Las pasiones amorosas del que ama son —como yo creo— ocasionadas de los méritos de la cosa amada, con que si los que atribuís a madama Lelia son falsos, también se deberá decir que vuestras penas y lamentos son fingidos y supuestos». A que él replicó diciendo: «Madama, yo pienso que habéis oído contar lo que pasó entre el muy poderoso emperador Carlos Quinto y el rey cristiano Francisco Primero. Y es que como el emperador preguntase a su majestad cristianísima el número de las ciudades que había en su reino de Francia y que estaban sujeta a su corona, el rey le nombró a León, Tolosa, Burdeos, Roan, Orleans, Tours, Dijon, Grenoble, Aix, Troyes y otras sin número que obedecen a este príncipe soberano. Pero, no haciendo el rey mención alguna de París y diciéndole el emperador que había olvidado la pieza principal y la primera y capital ciudad de Francia, el rey le respondió que había omitido a París a causa de que esta no era una ciudad sino un mundo. Este ejemplo me ha hecho tener presente la mentira que he dicho de madama Lelia, a quien no debía yo colocar en la clase de las mujeres como hice, puesto que es una diosa. Siendo pues tal ¿cómo os hace armonía el que yo sienta tan vehementes pasiones? ¿y por qué no diréis que son mucho más grandes y violentas de lo que yo he podido ni sabido expresar en mi discurso?». 168. Respondiéndole la reina dijo: «Cuanto más hablaréis de esta pasión, tanto menos crédito se os dará y tan solamente granjeareis el que se pondrá en

243  Se

refiere a juntar una historia real con otra falsa. reina emplea dos términos jurídicos: en el derecho romano la falcidia era la cuarta parte de la herencia que le tocaba al legítimo heredero. También la trebeliánica es un término jurídico que adapta el instituto romano de la Lex falcidia. 244  La

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el número de aquellos enamorados que con sus querellas y extremos fingidos y solapados saben fingir admirablemente y hacer la mortecina245 y que casi están ya puestos en el féretro». «Pues que —dijo madama Francisca— este género de amantes tiene a las mujeres por tan insensatas y necias que creerán estas simplezas que nos proponen, también será obligación de las damas el pagarles en la misma moneda y tratarles como a mentecatos, ya que nos mides con la vara de la ignorancia y poca sutileza». «Verdaderamente —prosiguió el señor Hércules— es esta una bella y digna [f. 230] recompensa y daríais lindo galardón a un pobre amante pagándole de esta suerte, para quien bastaría el darle una vez la muerte, sin hacérsela sufrir tantas, porque sin mentir es doble fatiga el ser atormentado del amor y no ser creído cuando refiere sus penas y lo mucho que ha padecido por querer bien». 169. Dijo entonces el señor Juan: «Bien creo que según decís, aquel recibe un extraño desconsuelo en su alma que diciendo la verdad con todo eso no es creído, como acaeció a un pobre hombre a quien le hurtaron un cerdo que tenía». «¿Qué historia es esa? —dijo la reina— hacednos merced de contarla». Y él prosiguió: «Hubo un pobre hombre quien habiendo comprado un cerdo comunicó con un compadre suyo cómo quería matar su cerdo, pero que hallaba extraño y llevaba muy a mal la costumbre introducida de repartir de modo las morcillas y otros despojos del animal muerto que la mayor parte se iba en regalos para los parientes, amigos y vecinos. El compadre astuto y cauteloso le dijo: “Yo te enseñaré un buen medio para obviar todo esto, mátale sin que nadie lo entienda y después finge que te le han robado y no ceses en sembrar este engaño por toda la vecindad, dejando ver en tu semblante un sentimiento y pesar grande y quejándote de manera que todos te crean y tengan lástima de tu pérdida”. Agradó el arbitrio al pobre hombre y resolvió interiormente el seguirle y efectuarle. Mas estando en estas deliberaciones, vino el buen compadre de noche y con bello arte le robó el lechón que él pensaba encubrir a los vecinos para fraudarles de los que la costumbre les atribuía246. Al punto de amanecer, se levantó el pobre infeliz y la primera cosa que echó de ver fue el robo de su cerdo de lo que quedó tan perdido y atónito, como podréis considerar. Saliose sin detención de casa y encaminose a la de su compadre a quien habiendo encontrado dijo: sabréis —compadre de mi alma— que sobre mi fe y sin que haya en esto el menor artificio, como esta noche me robaron mi lechón. “Buena me 245  «Fingirse

muerto» (DRAE). matanza del cerdo y la distribución de su carne a amigos y parientes ha sido durante siglos una de las tradiciones más difundidas en la sociedad campesina. 246  La

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la traéis —respondió el compadre— hablad así a todos los demás que este el mejor medio para quedar libre y exento de darles morcillas”. El otro se puso a jurar y detestar que la cosa era así y que le habían robado su hacienda. Y con todo el compadre continuaba diciéndole: “Habla así siempre y negociarás”. Y por mucho que supo decir el infeliz robado, siempre el maldito compadre le alababa su discreción y lo bien que hacía el papel en que él le había instruido. De modo que el triste perdidoso se quedó con [f. 230v.] su desgracia y se fue igualmente, o acaso más sentido del poco crédito que había merecido a su compadre en cuanto a su desastre que de la pérdida que había hecho de su cerdo»247. 170. A esto dijo el señor Vespasiano248: «Lo mismo usan las damas, las cuales no roban tan vil cosa como un cerdo, pero nos arrebatan los corazones, burlándose después del que padeció este daño. En lo demás, no tiene razón madama Francisca en no permitir se crea a los amantes, quienes, aun cuando quisiesen no sabrían fingir, antes bien cuanto más grande es su afecto y violento su cariño dicen también muchas cosas que, aunque tengan poca apariencia de ciertas, son en medio de eso muy verdaderas, porque como el refrán dice: “La lengua va adonde los dientes quieren”249. Pero la desconfianza de las mujeres es tal que o nada creen, o si dan algún crédito es con tanta sutileza y sagacidad que hacen semblante de no creer cosa alguna». «Todo lo que acabáis de referir —dijo el señor Guillermo— pudiera servir para glosa e interpretación de estos versos del poeta: Yo me abraso ¡ay de mí! Pero ella sola no cree lo que todos han creído. ¿Qué haré triste?, ¿qué infiel se manifiesta en fingir que no ve lo que ya ha visto?»250.

§. XV 171. «Si ahora queremos —dijo el señor Vespasiano— investigar los motivos porque las damas no creen a los amantes, hallaremos que esto dimana de 247  El dolor del campesino es doble: primero para el robo del cerdo y, segundo, para no lograr que el compadre le creyera. Esta es la analogía con la doble pasión de Hércules, es decir, amar y no ser creído. 248  Parece ser otro error de Hervás o de la traducción francesa de la que se sirvió. No es Vespasiano quien toma la palabra sino Hércules. 249  Este refrán deriva del latín: «Obsequitur denti superambula lingua dolenti». 250  Petrarca (203 1-4): «Lasso, ch’io ardo ed altri non mel crede! / Sì crede ogn’uom, se non sola colei / ch’è sovra ogn’altra e ch’io sola vorrei, / ella non par che ’l creda e sì sel vede».

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su poco afecto y amor porque bien se sabe —según el común dicho y proverbio— que adonde habita el amor, está la fe. Y si ellas amasen de veras, también sentirían las pasiones interiores de sus apasionados. Y sintiéndolas, se verían obligadas por esta tan sensible experiencia a considerar y creer la pena que aquellos padecen». «Yo os aseguro señor —replicó madama Francisca— que la nimiamente ligera credulidad y esta fe tan fácil de las damas ha conducido a muchas a un muy mal partido. Y mejor le hubiera estado a la miserable Olimpia el no haberse dejado engañar de las promesas y dulces palabras del desleal Bireno»251. A lo que satisfizo el señor Vespasiano: «Olimpia amando a Bireno tuvo razón de creer que la sería fiel y ejecutó razonablemente lo que toda otra mujer debiera hacer; pero él en venderla obró contra toda razón y contra la costumbre y lealtad de todo amante fino y verdadero. Y así sobre un ejemplo extravagante y fuera de lo regular, no debe fijarse el fundamento de vuestra opinión. En lo demás [f. 231] —madama— tened presente que este galán Bireno era uno de estos mozalbillos desbarbados, quienes se empeñan en amar las damas menos sabias y prudentes para grande sonrojo y detrimento suyo». 172. A esto dijo el señor Juan: «A la verdad, se dejan conducir a este error muchas damas, las cuales dejándose encantar ligera e inconsideradamente y enamoricándose de la carita de estos pupilos252, se van licenciosamente y como desbocadas a echar entre sus brazos sin considerar primeramente que estos tiernos pichones, que aún tienen la primera lana, están privados de juicio, de fe, lealtad, firmeza y de toda constancia, no fundando todo su placer y deleite, sino en andar de aquí para allí buscando presa y a personas a quienes por su ligereza y vanagloria puedan referir sus aventuras en descrédito y desdoro de alguna miserable dama que se habrá fiado en su prudencia tan mal cimentada. Y a fin de que nada se les olvide por de poca consecuencia que sea, añaden siempre algo más de lo que ha pasado y relatan favores que nunca recibieron». 173. Salió entonces el señor Guillermo diciendo: «Yo he advertido así en las iglesias como en otros sitios, que hallándose estos mozalbetes delante de sus damas, se ponen más licenciosos y atrevidos que lo ordinario, procediendo tan indiscretamente con la lengua, gestos y movimientos que los hombres de capacidad les tienen odio, ni pueden sufrirlos ni aguantarlos. Yo en medio de eso hay muchas damas que se complacen en esta indiscreción e insolencia y lo atribuyen 251  Francisca alude al canto noveno y décimo del Orlando furioso de Ludovico Ariosto, cuyos protagonistas son Olimpia y Bireno. 252  Jóvenes.

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a galantería. Y finalmente les son más favorables que a los que se manifiestan más discretos y callados en sus acciones y empeños». «Estos jóvenes —añadió el señor Bernardino— no deben ser censurados por esto, pues conociendo la vanidad y ligereza de estas mujeres, o por mejor decir rapazas253, las hacen plato asimismo de semejantes necedades». 174. Pero tomando por su cuenta el señor Hércules la causa de las damas, respondió: «No es preciso que todas las mujeres sean tales, porque yo he conocido a muchas quienes tenían horror a estos loquillos Birenos de rostro acicalado y lampiño, sabiendo bien que el amor perfecto no podría prender ni tomar raíz en un espíritu instable, ligero y que se mueve a todo viento, sin que de ellos se pueda esperar otra cosa que escándalo y traición. Y ya saben muy claramente que el amor de estos desbarbados dura tanto como el olor de un narciso, y que el de los jóvenes más maduros y discretos, se asimila al de las rosas el cual254 subsiste aún después [f. 231v.] que la hoja de la flor está seca». Dijo entonces la reina: «Puesto el caso de que sea así todo lo que habéis propuesto, aquellas damas serán más prudentes y avisadas que se guardaren de las rosas y los narcisos porque de este modo se constituirán seguras de ser vendidas y engañadas por los hombres». A quien dijo el señor Vespasiano: «Esto no obstante volvamos a decir que adonde está el amor, se halla también la fidelidad y que adonde se encontrare este amor mutuo y recíproco, allí también cesarán estos dolos, traiciones y engaños». 175. A esta ocasión dijo el Caballero: «Ciertamente si el amor hubiera sido así recíproco, no hubiera sido engañado cierto caballero —según sé por relación de un capitán francés— el cual se apropincuó a una criada suya en ocasión que esta cernía, teniendo sobre la cabeza un capirote de lienzo y en lo demás del cuerpo un traje de la misma tela, que la bajaba hasta los pies y la cubría toda. Comenzó pues a descubrirla la afición que la tenía y a declararle su atrevido pensamiento. La astuta mozuela haciendo semblante de regocijarse con este suceso, le rogó la dejase primeramente ir a ver qué hacía su ama para asegurarse de no ser sorprendida por ella, lo que él la concedió. Empero ella le volvió a suplicar que mientras iba tuviese a bien de ponerse el sobretodo de lienzo y cerniese hasta su vuelta a fin de que la señora oyese siempre el ruido del cedazo255. Lo que el amor 253  «Muchacho

de corta edad» (DRAE). escribe ‘cuan’. 255  «Instrumento compuesto de un aro y de una tela, por lo común de cerdas, más o menos clara, que cierra la parte inferior. Sirve para separar las partes sutiles de las gruesas de algunas cosas, como la harina, el suero» (DRAE). 254  Hervás

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ejecutó con todo gusto y con esperanza de lograr bien aprisa el cumplimento de sus deseos. 176. Hecho esto la criada se fue a su ama, y despertándola la dijo: “Señora venid a ver a vuestro marido que se ha vuelto panadero y a quien yo he enseñado a cernir para hallar modo de escaparme de sus manos en ocasión que él solicitaba deshonrarme”. Levantose prontamente la señora y vino al cuarto de la harina en donde encontró a su marido transformado en cernidor y con bello aire cernía y manejaba el cedazo. De lo que ella echó a reír tan fuertemente que apenas pudo decirle: “Hola compañero, decidme ¿cuánto ganaréis hoy por hacer esta hacienda?”. Oyendo él esta voz se sonrojó tanto que echando a rodar cedazo y capirote quiso correr tras la criada para maltratarla, pero socorriéndola su ama se libró de su cólera. Ved pues —prosiguió el Caballero— los inconvenientes que resultan cuando el amor no es mutuo ni recíproco. Y que como dice el señor Vespasiano, si las voluntades están conformes, se ve asimismo que cesan todas sospechas y desconfianzas sin que se atreviese [f. 232] la menor sombra de traición ni engaño»256. 177. «Paréceme, dijo madama Lelia, que aquel gentilhombre que olvidando su calidad se abaje hasta solicitar su criada, no merecía tener paz ni amistad con su esposa». «Antes —replicó el señor Juan— debe ser más fácilmente perdonado, pues ejecutándose la acción dentro de casa, es por esto más secreta y menos escandalosa que si acaeciese fuera». «Dios me libre —dijo madama Francisca— de un lance257 semejante. Y en realidad más quisiera que mi marido me la pegase fuera de mi presencia que el verle hacerme tal injuria a mis ojos. Pues por este hecho me manifestaría evidentemente el poco caso que haría de mí, cuando siendo fuera de casa pudiera colorirle con algún pretexto, como que esto hubiese sucedido por no hallarme yo allí que pudiese apagar sus ardores». 178258. «Menos debe —dijo el señor Bernardino— disgustar a una mujer el que tales yerros sucedan en sus casas porque siendo así tiene más arbitrio para remediarlo con mayor facilidad». «Antes bien —dijo el señor Hércules— vale más no remediarlo porque si la señora despide a la criada, si el marido la quiere bien no dejará de irla

256  Este

exemplum se lee solo en la CC de 1575 (567). riña. 258  Hervás vuelve a confundirse con la numeración repitiendo el número 178. En este caso, se corrige hasta el final del libro. 257  Encuentro,

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a buscar fuera de casa, en cuyo caso lo que era secreto será notorio a todo el mundo». «Sería ciertamente —dijo madama Catalina— tener que apurar un licor amarguísimo el estar continuamente celosa de una criada». «Es menester —prosiguió madama Lelia— poner remedio desde los principios y no admitir criada tal que pueda parecer bien al marido». «Mujeres hay —dijo el señor Juan— de opinión contraria a la vuestra, quienes reciben criadas hermosas a fin que exciten a sus maridos y estos después descarguen su cólera sobre las amas». «Añadid más —dijo madama Francisca— que, si la recibís fea, buscará el marido todos los medios y ocasiones de expelerla. 179. En lo demás, no podemos negar que regularmente nosotras mismas somos las que atraemos este desdoro sobre nuestras cabezas, dando demasiada licencia a nuestras criadas, permitiendo que se domestiquen y familiaricen con nuestros maridos y aguantando que ellas les den de vestir, hasta llevarles la camisa. Con que así no hay que admirarse de que ellos tomen de aquí ocasión de perjudicarnos y burlarse de nosotras al mismo tiempo. Y, en cuanto a mí, no veo que tengamos remedio más seguro en esta parte para indultarnos de este riesgo que el tener la yerba lejos de la cabra, o desviar las criadas de nuestros maridos, y tener a estos lo más cerca de nosotros que sea posible, a fin de divertirles, o por no dar lugar a que se apodere de ellos el deseo y apetito de estos amores tan descabellados». El señor Juan echando a reír, dijo: «Acuérdome que siendo yo mozo, mi mujer por apartarme del juego259 me quitaba todos [f. 232v.] los días el poco dinero que hallaba en mi bolsa, no dejando en ella otra cosa que algunas pocas monedas de ínfimo valor». 180. «Paréceme —dijo la reina— que hacemos demasiada merced a los criados y criadas discurriendo tan largamente de sus negocios ni sé cómo hemos incidido en este asunto, pues era nuestra principal materia el hablar de los efectos de los ojos y de la lengua». «Madama —dijo el Caballero— yo confirmo y experimento cuán verídico es todo cuanto ha sido propuesto, es a saber que los ojos y la lengua se conforman y convienen uniformemente para expresar el afecto interior del corazón, porque fuera del que yo confieso con la lengua que no puedo velar más, también los ojos lo aseguran en los cuales podréis ver pintado el sueño muy al vivo». 259  Se

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refiere a los juegos en los que se apuesta dinero.

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§. XVI 181. «Yo creía —dijo el señor Juan— que debieseis despabilaros al son de estos discursos amorosos. Pero veo ahora que esta plática ha causado en vos un efecto igual al que ocasiona en los chiquillos el meneo de la cuna». «Hablando con ingenuidad —dijo el Caballero— yo no hallo deleite mayor que el dormir en una buena cama en donde, colocando el cuerpo, me descargo también del pesado fardo de todos mis cuidados y pensamientos». «No todo el mundo —dijo el señor Bernardino— logra esa gracia y felicidad. Y bien lo declaró el emperador Augusto de quien se halla escrito que como llegase a morir un caballero romano muy cargado de deudas, fue preciso vender en almoneda sus muebles y demás bienes para satisfacer a los acreedores. Lo que fue causa de que el emperador mandó que se comprase para él la cama en que solía dormir este gentilhombre, diciendo que esperaba dormir descansadamente sobre ella, pues que un hombre con tantas deudas había podido dormir con tanto reposo por tan dilatado tiempo»260. 182. «Las deudas —dijo el señor Hércules— permitirían el sueño a este gentilhombre pero, si estuviese enamorado, los pensamientos amorosos le hubieran quitado el apetito de dormir. De ellos estoy yo de tal manera oprimido que las plumas de mi lecho me parece son otras tantas punzantes espinas, y si los demás se desocupan en la cama de la carga de sus imaginaciones, en ellas es en donde siento yo el mayor peso. Y bien puedo decir con el poeta: Quéjome por el día, y a la noche cuando todo mortal su cuerpo alivia, sigo mi llanto, y mi dolor se aumenta»261.

A que dijo el señor Guillermo: «No hay que extrañar sea corto el sueño de los amantes, porque fuera de que los cuidados y pensamientos, de quienes se dice que es madre [f. 233] la noche, les hacen velar continuamente; procede 260  El

exemplum de Augusto se halla en la Apophthegmata de Erasmo: «Equite Romano quodam defuncto, compertum est illum tantum habuisse aeris alieni, ut summa ducenties nummum excedere: idquem dum vivere, colaverat. Quum igitur res illius auctioni subiscerentur, ut ex pecunia creditoribus satisfieret, Augustus iussit sibi emi culcitram illius cubicularem: ad mirantibus hoc praeceptum: Habenda est, inquit, ad somnum mihi conciliandum illa culcitra, in qua ille tanto aere alieno obstrictus somnum capere potuit. Nam Augustus ob ingenes curas saepe maximam noctis partem ducebat insomnem» (1570: 306, Lib. IV, 31). 261  Petrarca (216, 1-3): «Tutto ’l dì piango, e poi la notte, quando / prendon riposo i miseri mortali, / trovomi in pianto e raddoppiansi i mali».

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también esta vigilia de que apenas comen y es cosa natural que quien se abstiene de comer, padezca también falta de sueño. Con que, así por medio de estos aflictivos pensamientos, prueban y sientes cuán bien dijo el poeta cuando dijo: Y duro campo de batalla el lecho262.

Y en cuanto al poco comer practican este dicho de Boccaccio: quien no cena, toda la noche se bulle y menea»263. 183. «Consolaos vos señor Hércules —dijo madama Lelia— porque esta noche estaréis libre del enfado y mortificación que ocasionan los pensamientos amorosos. Pues si no me engaño, habéis en la cena llenado muy bien vuestro vientre». «No por eso mejor de condición —dijo él— porque si velo, estoy privado del común reposo y si duermo me quita el sueño la memoria y el imaginar en madama y como dice el poeta: Al corazón le priva de esta idea, que cuando la poseo es mi vida y su más feliz recreo»264.

«¿Pues por qué —dijo madama Francisca— os quejáis de lo que os causa placer? ¿Y por qué no deseáis con ansia la noche, a fin de con mayor libertad restauraros y confortaros con estos dulces pensamientos que confesáis os son tan agradables?». «¡Ah madama! —dijo él— suplícoos consideréis que mientras que el corazón se nutre de estas aromáticas y deliciosas ideas, el cuerpo se consume y fallece, desanimado por la debilidad ocasionada de las nimiamente dilatadas y excesivas vigilias». «Aún no sabía yo —dijo el señor Juan— la causa porque tanto desean los amantes el acostarse con sus damas, pero ahora por vuestras razones veo bien que ellos creen que acostados con ellas cesará el motivo de la imaginación y reposando alegremente toda la noche, recibirán el galardón y salario de sus tan largos desvelos». 184. «Yo quiero —dijo la reina— enseñar al señor Hércules el medio de encontrar en su cama quietud y reposo, no menos para el ánimo que para el cuerpo». 262  Petrarca

(226, 8): «E duro campo è di battaglia il letto». la sera non cena, tutta notte si dimena» (Boccaccio 2013: 1074). 264  Petrarca (226, 10-11): «Il cor sottragge / a quel dolce pensier che ’n vita il tiene». 263  «Chi

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«¿Y cuál es este medio, madama? —preguntó él—». «Tomad —respondió ella— por esposa a una mujer que sea honesta y virtuosa». «Si así fuese —replicó él— que el acostarse con su esposa acarrease el regocijo que ponderáis, no se vería a algunos maridos levantarse de junto a sus mujeres por hermosas que sean, para irse a echar en los brazos de otras». «Los maridos —prosiguió la reina— que así proceden ¿están más dormidos cuándo velan que cuándo duermen?». «Guardaos —dijo Lelia— de tomarla tal que os veáis en precisión de levantaros de su lado para trocarle por otro». «Bien pudiera —dijo él— ser bella y darme motivo de empeñarme en otra parte». «No acertaréis —dijo ella— a dejarla por otra si la tomáis hermosa como yo lo entiendo [f. 233v.], esto es, hermosa de espíritu, porque siendo tal, no faltará a consolaros en vuestras angustias, teniendo gran cuidado de vos. De suerte que, libre de toda fatiga y casi siempre durmiendo a vuestra libertad, pasareis dulcemente la noche en un continuo descanso». A esto la respondió el señor Hércules: «Toda la dificultad consiste en hallarla hermosa por ese camino. Fuera de que me atemoriza el proverbio que dice que las bodas y la vejez marchan a un mismo paso. Y esta es la razón porque en medio de lo mucho que deseamos llegar al matrimonio y gustar sus delicias, una vez conseguido nos afligimos y entristecemos». 185. «No es maravilla —dijo la reina— si el que llega a viejo se entristece como hombre porque desde entonces empieza a morir, pero el que arriba al casamiento es razón que se alegre, pues comienza a vivir y dar vida a otro». A que satisfizo Hércules: «Yo tomaría esta resolución si estuviese cierto de que el principio y el fin del matrimonio se habían de juntar y unir sin algún intervalo. Porque se dice que la mujer solo da dos días buenos al marido, es a saber el de la boda y el del entierro de ella»265. «Poco gusto y poco enfado —dijo madama Lelia266 [la reina]— os daría la muerte de una mujer a quien apenas habríais conocido, pero al estar privado de un bien larga y amablemente poseído no se podrá exagerar el dolor que ocasiona». A lo que añadió el señor Hércules: «¿Qué falta mortifica más, la que se puede corregir o la que no es posible remediar?». «La que es irreparable —dijo la reina—».

265  Es un fragmento del poeta griego Hiponacte de Éfeso, que vivió entre 541 y 487 a.C. (Cf. Brioso Sánchez; Villarrubia Medina 2000: 29). 266  El traductor confunde el nombre del interlocutor. Es la reina quien pronuncia las frases que siguen.

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«Pues más vale —prosiguió él— que tenga yo la ventaja de poderme casar siempre que quiera que no el despreciarla después de haberla tomado por mujer». «Quien se casare —dijo ella— con prudencia y no por fantasía o fervor, nunca querrá, aunque pueda ejecutarlo, despreciar, ni expeler a su esposa». 186. Aquí intervino el señor Juan diciendo: «Pues el señor Hércules tiene tanto miedo de errarlo, démosle una mujer chica por esposa para que, teniendo menos mujer que otros, haya también escogido un menor mal»267. «Sea grande, sea chica —dijo la reina— como no le falte la belleza del espíritu, tendrá bastante eficacia para provocarle un sueño reposado. Y amándola él de todo corazón, la obligará a guardarle aquella santa e inviolable fe y lealtad, de donde depende el principal consuelo de un marido». «Más bien —dijo el señor Juan— conviene elegir para el señor Hércules una mujer, de cuya lealtad no viva muy asegurado para que estando combatido de esta leve sospecha y duda no se levante por la noche de su lado, y vaya a otra parte a buscar nueva presa». «Ciertamente —dijo madama Catalina— si [f. 234] viese con esta zozobra y desasosiego interior, el pobre hombre jamás dormiría un buen sueño». «Si no durmiese —dijo el señor Guillermo— a lo menos probaría lo que dice el poeta: Que entre dos ya se duerme y ya se vela»268.

187. «Por esta razón —dijo madama Francisca— es preciso que él se resuelva a mostrarla una fidelidad recíproca, a fin de que entrambos duerman en paz y reposo, y se hallen unidos con el mayor acuerdo y conformidad». «Decís verdad —dijo el Caballero— y sería error en el señor Hércules el juzgar que todas las damas son hijas del miedo y que no se hallan entre ellas algunas que usan de la astucia y cautela de embriagar por la noche a sus pobres maridos y tienen la osadía de levantarse a deshoras de juntos a ellos o, finalmente, se les pone en la cabeza otro algún desbarro de este jaez». «En cuanto a mí —añadió el señor Hércules— pienso que es lícito a la mujer el volver a su marido pan por hogaza, como dice Boccaccio»269. A quien respondió la reina: «Vos os engañáis, porque por grandes agravios que la haga su marido, no debe ella tomar otra venganza que suplir los defectos 267  Se

refiere a una anécdota que se lee en Domenichi (1564: 84). (3, 158): «Come sempre fra due si vegghia e dorme». 269  Se refiere al dicho del Decamerón (V, X): «ti dico che tu farai molto bene a rendere al martito tuo pane per focaccia». 268  Petrarca

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de aquel con su virtud y honestidad, en lo que también granjeará la mayor gloria y reputación». 188. «Y yo —salió el señor Juan— soy de sentir que la mujer exhiba y distribuya al marido los bienes que este va a solicitar a otra parte». Pero la reina replicó diciendo: «De ningún modo es lícito ni permitido a la mujer el engañar a su marido, suceda lo que sucediere». «Eso es lo mismo que yo mantengo —dijo él— y habréis de saber que yendo un día el ilustrísimo señor duque de Mantua Federico al paseo270, montado sobre un hermoso caballo a quien ya hacía saltar en el aire, ya que diese corbetas, ya con un movimiento, ya con otro, de modo que cuantos le atendían estaban poseídos de la mayor admiración. Hubo entre los que le miraban un oficial mecánico que dijo a un compañero suyo en voz bastamente alta: “Si yo estuviera encima de este caballo, yo le concedería lo que él va buscando”. Oyendo esto el duque le llamó y le dijo: “¿Qué harías tú si fueses sobre este caballo?”. A que él francamente respondió: “Yo lo concedería lo que va él buscando, porque él solicitaría echarme por tierra y yo consentiría que lograse su gusto”. Lo mismo, digo yo ahora, debe ejecutar la mujer con su marido y siguiendo vuestro decoroso dictamen, soy de parecer que, si él procura engañarla, tenga ella paciencia y se deje engañar, sin manifestar su resentimiento por ningún cansino. [f. 234v.] 189. De aquí podremos inferir y conocer que, si es mal visto en las mujeres el tener a sus maridos desvelados con los celos, mucho peor obran en adormecerlos con deshonor». «El señor Hércules es tal —dijo el Caballero— que no permitiría que se le cierren o abran los ojos más de lo que fuere razón». Y Hércules respondió: «A mí me parece que aunque el marido esté cierto de la honestidad de su mujer, todavía no tiene todo lo que ha menester para dormir sosegadamente, ni aquel dulce sueño que desea, porque si además de esto no es ella prudente y cuerda según se requiere, está el pobre marido obligado a velar continuamente y tomar sobre si el cuidado de la casa, cuya incumbencia debía ser de la mujer». «A la verdad —dijo el señor Juan— es imponderable mortificación el tener una mujer necia, quien fuera del perjuicio que os ocasiona, hace también que se sepa fuera de casa lo que debiera callarse. Y da motivo a que cualquiera haga mofa de su marido y de ella. Según hizo aquella a cuya casa fueron ciertos religiosos, a quienes habiendo dado limosna para que la encomendasen a Dios en sus devotas oraciones, volvió segunda vez hacia ellos y les dijo: “Así, por vuestra 270  Federico

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II, duque de Mantua y padre de Guillermo y Ludovico, murió en 1540.

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vida no roguéis a Dios por mi marido, para que él no sepa como os he dado limosna”». 190. «La insensatez de las mujeres —dijo el señor Bernardino— es tan contagiosa que el hombre se vuelve necio conversando con ellas». «Vos ponderáis aquí —dijo Lelia— las necedades de las mujeres como si todos los hombres fuesen prudentes y avisados, constantes y valerosos, pero debieron acordaros de aquel mentecato de quien anoche se habló, al cual no sabiendo siquiera calzarse un par de calzas, hacía que su mujer las tuviese con entrambas manos. Y poniéndose de pie encima de la cama, saltaba sobre ellas con gran fuerza con las bragas caídas. Y ciertamente si queremos indagar lo que se pasa, hallaremos que como decía el que herraba271 el ganso “por todas partes hay que hacer”». 191. Dijo entonces el señor Vespasiano: «Todos estos discursos no se dirigen a otro fin, que el de librar al señor Hércules de todas sus pasiones amorosas que le hacen velar continuamente, por cuya razón es preciso que todos nosotros de un acuerdo tomemos a nuestro cargo el hacerle de una mujer hermosa, honesta y virtuosa, la cual tenga la eficacia y poder de provocarle el sueño». «Para él —dijo el señor Juan— será un gran bien el sueño siendo italiano». «¿Y por qué? —preguntó la reina—». «Por cuanto —respondió él— se dice comúnmente que cada nación tiene su distinto modo de expeler el dolor del ánimo, pues el alemán le traga bebiendo, el francés cantando, el español lamentándose y el italiano durmiendo». «Yo [f. 235] defiendo —dijo el señor Vespasiano— que el sueño ayuda grandemente a aliviar los disgustos y no sin causa es llamado hermano de la muerte, pues tanto se acerca a los efectos de ella». §. XVII 192. De estas palabras comprendió la reina que tenía deseo de retirarse, por cuya razón dijo así: «Cosa bien digna era de esta decorosa asamblea, después de haber surcado por algún tiempo las peligrosas ondas de los amores necios y vulgares, el reducirse desde la borrasca al puerto y abrigo y venir a fijar el pie sobre la tranquilidad del amor santo y honesto. Hallándose pues todos nuestros discursos sellados272, y siendo ya tarde, contemplo no nos resta otra cosa sino el 271  «Marcar

con un hierro candente los ganados, los artefactos» (DRAE). decir, terminados. Esta es la misma cláusula que el autor emplea en los otros tres libros para marcar el cierre del razonamiento. 272  Es

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decir que ninguno de vosotros se admire de que yo afirme que me ha parecido muy largo y muy corto el tiempo que hemos gastado en esta agradable y honesta conversación y compañía. Es causa de esto último el suave pasto y alimento que he percibido y gustado, sin poderme satisfacer de vuestros sabrosos, agradables y rectos discursos. Dimano lo primero del gran deseo que tenía de dimitirme de este honroso peso y decorosa carga debajo de la cual me conocía oprimida y llena de confusión, por lo cual la depongo con un placer imponderable y un contento maravilloso, y por cuanto en las grandes y difíciles empresas, debe ser suficiente una buena voluntad. Yo os ruego que en lugar de los efectos que no he podido manifestaros ni descubriros, recibáis con agrado estos verdaderos y evidentes indicios de buena voluntad que habéis podido leer en mi semblante. Mañana a la noche iré a buscaros en casa del señor Caballero, mucho más gozosa de obedeceros que lo he estado al presente de mandaros. Ínterin id con Dios, a quien os encomiendo muy de veras». 193. Después de estas razones, habiéndose levantado todos para irse, la dijo el señor Juan: «Madama, vos tenéis mucho mejor gracia para despedirnos que no cierto novio de nuestro país, el cual hizo disponer en su casa el festín para el arribo de su esposa. Pero por cuanto a su parecer duraba mucho la fiesta y más de lo que él quisiera, se deliberó a practicar un medio nuevo y exquisito para despachar y hacer que se fuesen los combinados. Mandó pues al instante que se pusiese al fuego un caldero de agua en la misma pieza en que estaban y al punto que el agua estuvo caliente, gritó con voz desentonada: “Quien aquí no tuviere que hacer, váyase a toda prisa, porque quiero lavarme los pies”. Y con esta bella despedida y cortés modo rompió la fiesta y despidió la compañía». 194. Aquí se concluyó este banquete, y después de haberse hecho unos a otros las correspondientes urbanidades y dádose mutuamente las buenas noches, se retiró cada uno [f. 235v.] alegremente a su casa273. 195. CABALLERO. Paréceme —señor Aníbal— que el fin de vuestras palabras me ha sacado de un dulce y gustoso sueño en que toda mi alma estaba embebecida para gozar de una singular felicidad. Así es preciso que confiese ser cierto lo que comúnmente se dice que son cortas las horas del placer y que es este un banquete que, aunque alimenta, nunca sacia. Llegando en mí mismo a discurrir que los deleites de la música, de las nupcias, comedias, torneos, justas 273  Este

«piacevole esempio», como confirma una apostilla al margen, se encuentra solo en la CC de 1595 (578).

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y otros juegos y espectáculos son nada en comparación del gozo que se siente en la sociedad de tan nobles y gentiles espíritus. Creo asimismo que siendo como es el señor Vespasiano un príncipe tan cabal, hace mayor aprecio de esta manera de vivir que de todos los estados y señoríos de este mundo. A más me persuado y es que si es lícito parangonar los reinos y principados y aun los imperios a la civil conversación, desprecia él aquellas grandezas y solo ama estas compañías. Respecto de que en los grandes estados se oculta como una venenosa sierpe entre las flores más odoríferas, una ponzoña que consume y roe los corazones y les tiene en una sospecha y desasosiego continuo. Cuando en estas frecuentaciones, está incluida, al modo que lo está la alma dentro del cuerpo, una alegría llena de reposo y tranquilidad, la cual exterminado todo pensamiento triste, conserva y prolonga maravillosamente nuestra vida. 196. Ahora conozco yo que no estaban completos nuestros discursos en los tres días antecedentes, si no se hubiese añadido este de hoy. Porque a la manera que las otras materias contienen en sí las reglas y preceptos de la conversación, así también esta de ahora, practicando una buena parte de las otras, me ha representado la verdadera forma de la misma conversación, lo que me ocasiona un contento inexplicable. De suerte que habiendo echado por tierra y despojádome de mis inveteradas274 cuanto falsas opiniones, me hallo ahora —gracias a Dios, y a vuestros buenos oficios— totalmente reformado y me iré a ejecutar mi viaje con esperanza de volver bien presto por acá a haceros ver efectivamente cuánto os respeta mi espíritu y cuán deudor os soy275. 197. ANÍBAL. Sírveme de la mayor complacencia que no hayáis vos percibido menos gusto y placer en escucharos que yo en referir el suceso de este banquete y festín, el que verdaderamente es como un sello de todos nuestros precedentes discursos, Redóblase mi regocijo cuando oigo que queréis dejar el obscuro y fúnebre traje de la soledad por vestiros la blanca ropa de la conversación y buenas compañías, la que más atribuyó a vuestro buen juicio que discierne perfectamente las cosas que no a la imperfección [f. 236] de mis expresiones. Pero todos estos gustos y aunque hubiera otros mil más, de ningún modo pueden equipararse al dolor que siento por vuestra partida, la que con toda verdad puedo decir me deja abandonado al más sensible desamparo y soledad.

274  «Antiguo,

arraigado» (DRAE). declara su definitiva sanación tras la renuncia de sus viejas ideas acerca de la soledad. De manera que ahora puede volver a Francia al servicio del duque de Nevers, quien le concedió una licencia de seis días para que se quedara en Casale con su familia. 275  Guillermo

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198. CABALLERO. No espero dejaros del todo solitario, porque mientras dure mi ausencia nos hablaremos algunas veces por medio de las cartas, las cuales os representarán el retrato del todo vuestro Caballero Guazzo. Y vivo tan seguro de vuestra bondad y cortesanía que no dudo le miraréis con ojos afables y graciosos, ni os desdeñareis de, por el mismo medio, hablar y conversar conmigo. ANÍBAL. Estoy cierto de que mi corazón, o vuestro por mejor decir, no sufrirá mucho tiempo el carecer de vuestra presencia, si no le socorréis de cuando en cuando con el pasto de vuestras cartas, en canje de las cuales tendréis otras mías, las que hallaréis de muy mal gusto en comparación y a vista de las vuestras. CABALLERO. Si en ellas no encontraré gusto y deleite, será también preciso decir que aun el néctar de los dioses me será desabrido y repugnante. Ínterin, abrazándoos afectuosamente os encomiendo a la santa custodia de nuestro Dios. ANÍBAL. A quien ruego quiera guiaros y conduciros en vuestro viaje, durante el cual os seguiré yo con el corazón y el pensamiento. Fin de los cuatros libros de la Conversación civil del señor Esteban Guazzo.

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6 REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS CITADAS EN NOTAS

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LA CONVERSACIÓN CIVIL

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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS CITADAS EN NOTAS

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7 TABLA ALFABÉTICA DE LA COSAS MÁS MEMORABLES CONTENIDAS EN LOS CUATRO LIBROS DE LA CONVERSACIÓN CIVIL DE ESTEBAN GUAZZO [f. 237]

El número alude a la hoja y las letras ‘a’, ‘b’, a la página1 A Abeja, no puede vivir sola, f. 20b. Abogado, constreñido a abandonar a la parte más desvalida, 23a. Abraham, solitario, 11b. Absalón, fratricida, 166a. Abundancia retira al hombre del trabajo y le corrompe, 156a. Abusos del mundo principales, 116a Abuso y confusión en vestidos, 101b. Abubilla porque fue preferida a las otras aves, 145b. Academias de Italia, 26a. Academia de los Ilustres 112b; en la cual el autor fue profesor en Filosofía. Ibid. su origen y divisa, 113a. Accio poeta insolente, 110b. Adquisición nada vale si no se conserva, 97a. Adam primer solitario 11a. Poco después en conversación, 16a. 1  Respectivamente ‘a’ y ‘b’ son el recto y el verso del folio. Hay que considerar que en el texto

de la CC se señala solo el número del folio entre paréntesis cuadrados y solo el recto (r).

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Adulación de hijos, mendigos, oradores y enamorados, 46a. Mira lisonja. Adorno extraño de pelo, 146a. Afectos humanos parangonados al amor de madre u odios de madrastra, 21a. Afecto conferidos a los anteojos, 9b. Aflicción no debe aumentarse al afligido, 89a. Affidati —asegurados—. Académicos de Pavía, 26a. Afeite detestable, 133b medio de descubrirle, 133a Agamenón como fue aplaudido por Homero, 222b. Agatocles rey, hijo de un ollero, 101a. Águila, preferida a la golondrina, 80b; no engendra palomas; pasajes Horacio 134b; no caza moscas, 103a. Agustín —Santo— del modo en el comer, 197b. Aire puro y sutil, produce bellos y agudos espíritus, 38a. Ayuno ridículo cual, 197b. Alcibíades, por su elocuencia ganó los corazones de los senadores atenienses, 221a. Alemanes y tudescos expelen la melancolía bebiendo, 234b; no beben el vino, 199a. Alegría y tranquilidad de la conversación civil, 235b. Alejandro el grande se dejó deificar, 187a; benigno con los que murmuraban de él, 44a; reprendió a un soldado suyo que decía mal de su enemigo, 44b; discurriendo de la pintura delante de Apeles, es reprendido, 79b; juró a Aquiles por dichoso, 109b. Alma justa y arreglada, 223b. Altar descubierto por cubrir otro, 181a. Aliento podrido por buen motivo, 42a. Alabanza a todos agradable, 45a; de sí mismo fea, 54b. Falsa es escarnio, 47b. Alcahuetes insoportables, 37a. Amarse deben los hombres con sus imperfecciones, 8a. Amante despojado de todas las cualidades humanas, 203a. Amada, por qué no mata a su amante, 195b. Amazona, por atrevida, 172a. Ambiciosos transportados de su afición, 10b; en qué inconvenientes caen, 56b. Ambición y envidia, enemigos familiares, 39b. Ambición y sus epítetos, 212b. Ambición y avaricia hacen al hombre semejante a la cera que se echa en el fuego, 211a. Ambición, virtuosa y envidia honesta, 17b. Amigo fingido por extremo perjudicial y peor que monedero falso, 50a. Amistad rara y señalada, 176a. Amistad y lisonja difíciles de discernirse, 48a. Amor celeste y terreno, 118a. Amor propio cuan infeliz, 175a. Amor de hermano mayor a menor, 1b. Amor de jóvenes y de hombres en qué se distinguen, 231a. Amor da elocuencia, 221a; impide el dormir, 232b. Amor mutuo de marido y mujer, 139a.

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Amor sin honor, y honor sin amor de quiénes, 50b. Amorosa lamentación del conde Hércules, 228a. Anfión y Orfeo parangones de la elocuencia, 73b. Amo sin virtud abuso, 166b; debe tener dos caras en una, 183b. Amos que saben mandar, cuáles, 180a. Amo que quiere ser obedecido por señas, Ibid.b. Ama, de qué importancia, 152a; regalada con un collar de oro y la madre con un anillo de plata, Ibid.b. Andrés Damián, médico famoso, 197a. Aníbal Magnoceval, filósofo y médico y Guillermo Guazzo, hermano menor del autor, interlocutores en todo este libro, 2a. Animales más nocivos, 44b. Antífrasis, figura poética, 40b. Apeles reprende a Alejandro el Grande, 79b. Apolo, por adivino, 199b; se ríe una vez en el año, 206b. Apolo y Venus altercando sobre cuál de ellos había influido en un poema amoroso, 120a. Apotegma de Catón: quien nada hace, aprende a mal hacer, 123a. Apotegma de uno que quería estudiar aun teniendo un pie en la sepultura tomado de la ley, apud Julianum ff. De fideicom. Libertati.b., 89b. Apetito excesivo y desordenado del ambicioso y avariento, 211a. Aquiles y sus armas hechas proverbio, 4b. Aquiles dichoso por causa de Homero, 109a. Aquel a quien la naturaleza es menos favorable, es digno de consideración, 161b. Aquel que está dignamente sentado en el trono, le honra, pero el indigno le desacredita, 107b. Árbol símbolo del discurso bien dispuesto, 33a. Arquitas tarentino, tocante al placer de la conversación, 21a. Argumento cornuto, que cuatro son siete, 54a. Argos y Topos a quienes se llama, 84a. Aripisto por Arístipo, celébrase con risa, 198b. Arístipo vituperado por Platón, por haber comprado gran número de peces, 198b; echase a los pues de Dionisio el tirano, 107a. Aristóteles advertido del nacimiento de Alejandro por su padre Filipo, 155a. Aristóteles qué diversidad de oyente tenía, 27a. Armas unidas a las letras, tejen la corona, 214b. Artes larga y vida breve del Hipócrates, 26a. Artes varias entre los hombres, 23b Asno aunque lerdo, trompeta del león, 191b. Asno cumano, 101b. Asno, mona y topo, quejosos de la naturaleza, 211a. Áspid aborrece el calor, 193a. Atenienses rehusando deificar a Alejandro, qué respuesta tuvieron, 187a. Atlas sustentando el cielo, 176a. Avarientos, tienen un carro llevado sobre cuatro ruedas, 212b.

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Avaricia en los viejos es execrable, 163a; domina en los contratos matrimoniales: bello pasaje del gnomógrafo griego Theognido, 143b. Avaricia atormente más a los mayores que a los medianos o inferiores, 105a. Avaricia y parsimonia en donde, 97a. Augusto César preceptos de dos hijos adoptivos suyos, 153b; en qué lecho quería dormir, 232b. Cuál halló y cuál dejó a Roma, 26a; qué pregunta hizo a uno que se le parecía, 43a. Aurora, amiga de las musas, 197b. Autoridad, aplica las espuelas a los flancos, 217a. Azar abunda en donde falta la prudencia, 192a. B Balanza, símbolo de la mujer, 216a. Baldo del noble de tres géneros, 91a. Banquete, qué número de personas debe tener, 191.b; comienza por las gracias y acaba por las musas, 125a. Cuál es fácil, 196b; Magnifico cuál, 26b. Parecido a un batalla, 204b. Banquete de Casale, 189a; útil a los humanos y dignos de escribirse y porqué, 209b Banquete de Casale, forma y práctica de las reglas de la conversación y como sello de todos los discursos precedentes, 235b. Barro y cera en el fuego, 211a. Bastardos avanzados por sí mismos, 162a. Balandrones y su condición, 143b. Belleza triple, 119b. Belleza así de espíritu como de cuerpo, 131a. Belleza de una señora, particularizada por cada miembro de su cuerpo, 223a. Belleza de impúdica es un brazalete de oro en el hocico de un cerdo, 170b; qué males ocasiona, 132b. Bella mujer es un dulce veneno, Ibid.a. Bella forma, cuál, 233a.b. Bembo en qué fue vicioso, 73b. Bendición a los que honran al padre y a la madre, 166b. Bernardino Escocia, senador académico, 114a. Beccio, senador, 157b Beber y silbar a un tiempo es imposible, 146b. Beber por señas y de la risa que causó uno que bebió a escondidas debajo de la capa de su criado, 203b. Bías, del hablar y callar, 70a. Bireno, burló a la señora Olimpia, 230b. Blasfemia por Aristarco o crítico de nuestro tiempo, 35a; del cenar, 233a; de las mujeres que vuelves a sus maridos pan por hogaza, 234a. Bondad y salud parangonadas una a otra, 35a. Borromeo, quinta del señor Juan Can, 192b.

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Boca no tiene orejas, 199a. Borracho, habiendo cenado viandas con mucha sal y especie, dio voces a media noche diciendo ‘fuego’, ‘fuego’, 203a; español que bebía continuamente en un vaso de tamariz, 205b. Borrachos antiguos, en qué vaso bebían, como el que Horacio llama Fhreijcia amistis con los griegos, 205a. Borrachos viejos, más que viejo médicos, 206b. Bottazzo, caballero, 126a; uno de los del banquete de Casale, 190b. Brújula de Dédalo por la medianía, 64a. Bueno entre malos, 28b; parangonados al sol, 32b. Buenos deseables, malos insoportables, medianos insoportables, 35a. Buenos medios, quienes, Ibid. Buena voluntad, cuando debe bastar, 235a. Bufones y chocarreros, 45a. C Candiotas cuando desean mal a algunos de qué términos usan, 22b; cánones y decretos, quien los compuso, 25b. Carnéades del estudio de los hijos de los príncipes, 51a. Casale, ciudad en donde fue el banquete descripto en el cuarto libro de esta obra, tan al vivo que se puede parangonar a los Dipnosofist. de Atenas, Simposios de Platón, Jenofonte, Luciano, Plutarco, Saturnales de Macrobio y otros, 190a; en Casale qué Académicos, 26a. Torneo, 218a. Catalina de Médicis, reina que se complacía en tener damas doctas, 169b. Catalina Sacca, architriclina del banquete de Casale, 190b. Catón, preceptor de su hijo, 153b; perdonaba a todos menos a sí mismo, 182a; porque degradó al senador Manlio, 157a. Catones nuevos detestados de todos, 82a. Cavagliati, autor de las poesías hechas en aplaudo de los señores y damas del banquete de Casale, 224b. Calabaza que se prefiere al pino a quien se aplica, 154b. Cada uno se arrima a su semejante, 59b. Cada nación tiene su diverso modo de expeler la melancolía, 234b. Caribdis y Escila, 12b. Caballo blanco y mujer hermosa, 132a. Caballo de Federico, duque de Mantua, dio ocasión a un buen dicho, 234a. Cabellos de mujer extrañamente dispuestos y ensortijados, 144b. Cangrejo amonestado de su madre que anduviese hacia delante qué respondió, 158a. Carreto —Jorge— académico, 91a. Casa grande de cocina chica, 97a. Calidades del vino tres, color, olor y sabor y otros tantos jueces, los ojos, la nariz y la boca, 202b. Callar, virtud rara, 42a; cuando vale más que el hablar, 80b. Celos, honestos y viciosos, 139ª.

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César estando sobrio va contra la República Romana, 199b; tenía en una mano la lanza y en otra la pluma, 110a; lloró la muerte de Pompeyo, 220a. Ceremonias sagradas de qué eficacia, 86a. Ceremonias de hipócritas, 146. Ceremonias para saludar, 86a. Ceder de su derecho es a veces útil, 54a Cetro es cosa grave y pesada, 105a. Cristianos querellosos, abuso, 166a. Círculo de oro al hocico de un cerdo que sea, 170b. Cicerón del modo de andar de su hija y yerno, 171a. Cingas, ladrones, 38a. Ciudad prisión; soledad paraíso, 13a. Ciudades, a qué fin edificadas, 17a. Civil conversación cuál, 34a; de donde dependa, Ibid; su verdadera forma, 235b; origen de alegría y tranquilidad, 21a; Triaca de la soledad, 5b. Ciencia cierta de qué cosas, 33a. Cisne volando con la divisa, super ethera para el esposo y otra para la esposa. Sic comes esto, 114a. Cipreses hermosos pero sin fruto, de quien se dice, 130b. Cleómenes rey de Lacedemonia, se burla de un sofista que trataba de la fuerza, 80b. Convenio mutuo de dos cosas, 176b. Convenio de los ojos y la lengua, 232b. Corderillos, con efectos de lobos, 35b. Cojo y ciego se conforman, 215a; Alciato en el emblema 15 de los epigrama griegos, 26b. Coro, lugar en donde se juntan los religiosos a orar, 15a. Coronas, doctor académico, 214b. Colirio, mira médicos, 33a. Común debe ser preferido a lo particular, 113a Compañía de iguales o de inferiores, cuál es mejor, 50b. Concordia entre hermanos, 176b. Concurrencia de la Luna con Endimión, qué significa, 30b. Conquista perniciosa, 215b. Conciencia, mil testigos, 213a. Consejo, cosa santa, 25b. Consejo de los dioses, qué significa, 25a. Consejeros y presidentes, cómo respetados de los caballeros y a qué fin, 93a. Constanza Carreta, mujer de Bernardino Escocia senador académico, 114a. Cuento gracioso de jabalí ciego, 55a; de un marido y su mujer, entrambos de segundas nupcias, que por darse qué sentir uno a otros dieron a un pobre cada uno la parte de su cena por el alma de sus primeros maridos, 137a; y mujer de un caballero francés y su criada que le hizo cernir harina, 231b; de un cerdo robado a uno que le quería matar a escondidas por no dar de las morcillas, 230a; de un novio que enfadado de lo que duraba la cena de su boda puso un caldero lleno de agua al fuego y dijo a todos se fuese porque quería lavarse los pies, 235a.

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Contento, contra yerba de la melancolía, 5a. Contenciosos y contradictores opuestos a los lisonjeros, 52b. Conventos porqué así llamados, 15a. Conversación con los mundanos, es como Escila y Caribdis, 12a; Cuán arriesgada es, 13a; y enfadosa, 4a. Cornelia romana, en lugar de joyas y adornos, manifiesta a sus hijos, 164b. Corzos, muy precipitados en la pronunciación, 71a. Cotón que hace hinchar la chupa, es la gordura, 200b. Copa de tamariz, para el bazo, 205b. Cortesano bueno y perfecto, 13b; delante del grande calla, 187a. Cortesía unida a lisonja, 49b. Costumbres de los países se deben seguir, 38b. Cocineros, a quiénes no son necesarios, 198a. Contendores parecidos a los que hacen cuerdas, 52b; los no contenciosos son del número de los deseables, 53a. Comer el cañamón en la jaula, proverbio, 178a. Crates, pobre y corcovado se casó, 134a. Cremoneses de qué pronunciación, 71b. Criador, menos apreciado que la criatura, 36a. Cruz llevar y repicar imposible, 180b. Crianza es otra naturaleza, 136a. Criada, cuál debe ser la de la mujer casada, 232a. Criado perfecto cuál, 182a ejercitado en la letra, 93b; dejando el servicio del rey de España para entrarse religioso que escribió al rey, 179a; qué respondió al que le preguntó si recibiéndole por su criado sería hombre de bien, 186a; debe tener tres cosas, 183a; debe servir como siervo o huir como ciervo, 186b; lleno de agujeros y hendiduras es Parmenión Terenciano, 181b; parecido a las escobas nuevas , 186a; sin vicio es como hidrópico sin sed, 181b. Cuervo, de qué se alimenta, 135a; de mal cuervo mal huevo, 134b. Cuestiones y disputas, necesarias, 53a. Cuclillo, más agradable que el ruiseñor, 153a. Curiosidad, detestable, 56b. D Dama modelo de la honestidad, vivamente delineada, 234a. Dama sin virtud no es bella, 170b. Dama maravillosamente adornada, 145b. Dama que se entregó toda, menos los labios y porque, 195b. Dama que ordenó se enterrasen con ella sus joyas, 146a. Damas romanas no bebían vino, 198b. Damas fieras y orgullosas, 121b; ambiciosas de honor, 173a; Maldicientes hipócritas, 40a. Damas, más de mil doctas, 169b. Dante, de no forzar el genio, 63b; de la verdad con semblante de mentira, 81a.

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Darío rey, qué bebida halló más sabrosa, 198a. David, Sansón y Salomón, seducidos por las mujeres, 177a. David cuánto amaba a sus hijo Absalón, bien que malo, 166b. Dédalo símbolo de la mediocridad, 64a. Deudas no impiden el sueño como el amor, 232b. Decirlo todo y no escuchar cosa alguna es tiranía, 80a. Decretos y cánones quién los compuso, 25b. Definición del verdadero placer, 5b; disputada y mantenida, 54a. Definición del hombre, 26b. Definición de la nobleza, 91a. Delicia espirituales y corporales juntas, son como el fuego y la agua, 197b. Demetrio rey, prefirió su concubina a la Penélope de todos los otros, 144a. Demóstenes faltando a Demóstenes, 70b. Desde la mañana se conoce el día, proverbio y su uso, 151b. Desórdenes de nuestro tiempo, 23a. Designios de los mozos, están aún en yerba, 217a. Detractor, peor que él que arrebata el pan al pobre, 39b. Detracción y su aplauso, 111b; de donde procede, 111b. Desprecio mueve a cólera, 84b. Desnudos y gordos de quienes se dice, 198b. Dinero lo manda todo, 96a Dinero qué energía tiene, 67a. Discursos más agradables, cuáles, 66a. Dionisio el tirano, porque se dijo tenía los oídos en los pies reprende a su hijo, 107a. Divisa de pobreza, 181a; para un doctor casado y su mujer para la vanidad de las damas, 57a. Divisas joviales sobre la soledad en el festín de Casale, 113a. Diabólica ciencia, 53a. Dios menos temido que los príncipes, 187a. Dios debe ser rogado de lengua y corazón, 100b. Dios oye las imprecaciones de los padres contra los hijos, 167a; por qué permite las aflicciones, 3a; Dioses en consejo, qué significa, 25a; Diógenes filósofo misterioso opuesto al pueblo, 13b; no es peor por tratar con los malos, 32b; por qué frecuentaba la taberna, 100a; por qué comía en la plaza, 38a; qué dice de los más nobles, 91a; cómo llama a los ricos ignorantes, 97b; Qué dijo a un rico que comía aceitunas, 197b; se burlaba de los matemáticos y oradores, 78b. Discordia entre hermanos de donde dimana, 173b. Discreción, qué virtud es, 31b. Disputa, necesaria , 53a; parangonada a un banquete, 209b. taladra el cerebro , 25a; para aprender más que por contradecir, f. 9b; riesgo en recalentarse en la disputa, 125b. Distinción, cuán útil, 87a. Dichoso el que sirve a dichosos, 186b. Dichoso más que sabios, quiénes, 108a.

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Dos amantes en un mismo lugar no pueden compadecerse, 215a. Dos cosas que se avienen bien, 215a. Dos reyes en un reino no se pueden conformar, 215a. Doctrina sin práctica, mejor que práctica sin doctrina, 22b. Docto melancólico, 210b; ennoblecido, 95b; elocuente, parangonado a la primavera, 72b; solo entre ignorantes, 32b; debe comunicar su saber, 11b; no escribiendo ni enseñando se parece al avariento, 18b; Zorra, 40a; Inhábil, cuál, 109a.; caprichoso y desaliñado en la conversación, 21b; Mudo, 64b; Por qué solitario, 17a; mofado y censurado cuándo, 37b. Doctor curado por medio de su mona. Este fue el médico de Luis Esforcia (Ludovico Sforza) —usurpador del ducado de Milán que fue cogido y llevado prisionero a Loches el año del 1500, en donde yace, 212a. Domiciano emperador, punzaba las moscas, 31b; echó de Roma a un ciudadano porque danzaba demasiado de bien, 124b. Dormir agradable cuál, 232b. Dote y sus efectos, 130a. Dolor comprime las venas, 220a. Dolores pasados no deben renovarse, 216b. Doncella sin virtud no es bella, 170b; cómo debe portarse, 170b; qué tiene vocación de ser religiosa, 168b; cómo debe ser educada muda más amable que ciega, 218b. Doncellas, más libre en el Piamonte y Monferrato que en Italia, 168b; entre las manos de los viejos una de las tres cosas mal manejada llevada por fuerza a los conventos, 199a. Duda, fundamento de la disputa, 102b. E Eclesiásticos, cómo deben conversar entre los seglares, 115b. Edipo, interpretador de enigmas, 29b; forzado a maldecir a sus hijos, 167a. Efemérides no viven más que un día, 61b. Egipcios ladrones, 38a. Eléboro a quienes es necesario, 29a. Elefante de una mosca proverbio, 73. Elefantes se contentan con un bosque y un hombre no se contenta con todo el mundo, 198ª. Elevado, académico ilustre, de los bellos ojos de Isabel Gonzaga, marquesa de Pescara, 218a. Elocuencia de griegos, obras de romanos, 79a. Elocuencia de amor, 218a; comparada a la primavera, 72b; al viento septentrional, 29a; hace que parezca lo que no es, 224a. Elocuencia no es menos grande en el cuerpo que en el espíritu, 72b. Elogios heroicos del señor Vespasiano Gonzaga, 104a. Elogios, con cuánta modestia admitidos o rehusados por el mismo, 86b. Elogios de las damas cuales, 221b; públicos no siempre agradables, 226a.

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LA CONVERSACIÓN CIVIL

Elogiar a alguno en su presencia, qué es, 52a. Elogiar a los malos y vituperar a los buenos, cuán execrable, 190a. Envidia y ambición, enemigos familiares, 39b. Envidia, parangonada a la polilla, 216a. Eneas, modelo de un buen padre, 207a. Enigma de sobriedad de tanto menos se come , 197a. Enamorado se parece al cuervo y la dama a la zorra, 49b. Enamorados lisonjeros, 49b; de Susana cuáles, 46b. Enamorados y marineros, en qué simbolizan, 54b. Enamorados que cuanto más envejecen, tanto más crece su amor, cuáles, 120a. Entendimiento, porqué ha sido colocado en cima del vientre, 198a. Enfermo puestos en pública plaza, 66b. Enfermedad, purgación del alma, 2b. Enfermedades de dónde dimanan, 187b. En vano se tienden las redes cuando los pájaros lo ven, 32b. En donde está el amor se halla la fidelidad, 231b. En donde está el amor mutuo y recíproco, allí cesa el dolo, traición y engaño, 231b. Engañadores insoportables, 51a. Engaño bueno cuál, 48b. Epicarmo, tocante al dinero, 96a. Epicteto, no ceder a los grandes, 85a. Epístola o misiva, de qué eficacia, 208b. Epitafio de Laurencio Valla, 39a. Epitafio de Timón misántropo, 8a. Esopo fingió no saber nada, 65a. Esopo de los dos Zurrones, 84a; De la soledad de los doctos, 17a. Escala de amor, 218a. Españoles altivos, 57b. Español caballero bisoño, 101a. Español, destierra su melancolía lamentándose, 234b. Españoles, beben antes de celebrar contrato, 200a. Esperanza y temor, 214b. Espías, soplones y atisbadores, 41b. Esperanza y juicio necesarios al hombre, 229a. Esposa, tesoro escondido, piedra preciosa, 141a. Espíritu de muchacho es como la cera, 150b. Espíritu gentil debajo de una mala capa, 122a. Espíritu medio, de quién se dice, 35a. Estados y grandezas son como una culebra venenosa entre las flores, 235b. Esteban Guazzo, autor de este libro, profesor en Filosofía en la Academia de los Ilustres, 189a. Estrella conduciendo a los Magos que venían de Oriente a Belén, qué significa, 167a. Extranjeros recomendables, 115b. Estudio de las buenas letras despreciado, 153a.

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Estudiosos parangonados a la salamandra, 200b. Estiércol más útil para los campos, cuál es, 185a. Eslabón de amor cuál, 220a. Espartanos por qué respetaban a los más ancianos, 166b. Espartanas, dominaban a sus maridos, 142b. Especie de favor es el matar aprisa, 195a. Estoicos, de la utilidad de la conversación o sociedad humana, 173b. Etéocles y Polinices hermanos, se aborrecían mutuamente, 173b. Ética y Económica, 127b. Experiencia de los viejos, 88a. Ejecutores de justicia, insoportables, 37a. F Falaris tirano, no conocía otra nobleza que la virtud, 92b. Filipo, rey de Macedonia, solicitó en instruir a su hijo Alejandro, vitupera en su hijo el ser muy dado a la música, 124b. Filósofo, presente ausente entre locuaces, 32a; tiene odio a los mofadores, 43a; igualmente raros que abundantes, los libros de filosofía, 33b. Filosofía moral, qué contiene, 63a. Fábula de Prometeo y su sentido o significación, 30b. Familiaridad debe ser mezclada con la gravedad, 183b. Familias, parangonadas a los campos, 91b. Familias infames porque medio, 134b. Farnesio, cardenal, se creyó de los escritos del Bembo, 73b. Falsarios maldicientes, 42b. A fe de caballero, qué juramento, 91b. Falta irreparable, es la más sensible, 233b. Favorecer a los perversos, es despreciar los buenos, 103b. Favorino alabó la cuartana, 53a. Este filósofo fue nobilísimo galés, natural de Arlés y floreció en Atenas en donde fue legatario de la librería del docto Herodes Ático, en tiempo del emperador Adriano, según trae Filóstrato, 53b. Fe está en dónde se halla el amor, 234a. Fe griega, proverbio, 37b. Fe sin obras, vana, 18a. Fe y lealtad del matrimonio, 233b. Fe, por qué se llama cana, 88a. Federico duque de Mantua manejaba un caballo con gran destreza, 234a. Fénix más vale alimentarla que a la debilidad, 35a. Festines, a qué fin, 210b. Figuras de Retórica, 35b. Fin de la vida, honor y provecho, 114a. Flamenca y mora, por hermosa y fea, 133a. Florentinos, de qué pronunciación, 71a.

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LA CONVERSACIÓN CIVIL

Forma de bien instruir a un hijo, 155b. Forma de bien vivir casi desterrada del mundo, 27b. Forma y práctica de la conversación civil, es el banquete de Casale contenido en el cuatro libro, 189a. Fortaleza que parlamenta, cerca está de rendirse, 147a. Fortuna y su rueda, 92a. Fortuna y virtud, raramente se unen, 223b. Franceses de excelente juicio, 171a; fáciles y sin gravedad, 57b; Fáciles de distinguirse de los gascones, 78a; por qué comen un poco de pan después de beber, 203a; expelen la melancolía cantando, 234b. Francisca Guazza prima del autor, una del banquete de Casale, 190b. Francisco, rey de Francia, no nombró a Paris entre sus ciudades y porqué, 229b. Franco Pugiella, doctor académico, 34b. Fraternal amor del autor a su menor hermano, 2a Fraternal concordia, 176b. Frecuentación, mira conversación, 118a. Freno dorado, no hace mejor al caballo, 146a. Fuego apagado con aceite, 202b. Fuego encendido con pequeño viento, se apaga con grande, 203a; ablanda la cera y endurece el barro, 211a. G Galeno, de mantener la nobleza, 95b; parangona el escudo de armas a cierta moneda, 94; de la causa de las enfermedades, 187b. galeses, aprecian muchos los ojos azules celestes, 220b. Generalidad lo comprende todo, 87a. Gentilhombre que llenaba leña a vender al mercado de Moncalvo, 98a. Gentilhombre que cernía harina engañado por su criada, 231b. Gentiles hombres jugadores, 235b. Gentes y hombres no son unos mismos, 33a. Gerónimo (Jerónimo), Vida autor famoso, 14a. Gerónimo de la Rovere, arzobispo de Turín, de sabiduría incomparable, 72b. Gilo y Proculeyo, norma de hermanos que se aman cordialmente, 176a. Gnatones, perritos de todas bodas, 45a. Golondrinas, símbolo de los locuaces, 73a. Gonzaga, duque de Nevers, mecenas del autor, cuán afectó al servicio de la Francia, 1b. Gonzaga, cardenal de Mantua, en qué miraba mucho por sus criados, 152b. Gonzaga, —Isabel— marquesa de Pescara, 218a. Gordiano nudo, 176a. Gracias se pintan siempre desnudas, y por qué, 86b. Gravedad debe andar mezclada con la dulzura, 57b. Griegos de qué vicios manchados, 38a. Guillermo Cavagliati uno de los del banquete de Casale, 190b.

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H Hacer de una cosa lo que de las leyes Falcidia o Trebeliánica, es abolirla, 229a. Hacer del tonto en tiempo y lugar, es gran prudencia, 204a. Hacerle al perro la cama, es difícil, 186a. Herrar el ganso, 234b. Hermano nombre de amistad, no agrada a todos, 174b; su etimología latina frater quasi fere alter Cómo debe conversar con sus hermanos, 176b; solícitos de avanzar a sus hermanos, 177b. Hermanos miembros de un mismo cuerpo, 175b; nacidos para ayudar recíprocamente, 173a Hermanos italianos, locuaces, 174b; aborrecíanse por extremo entre sí, 176a. Hermanos bien distintos uno de otro, 175a. Héctor Miroglio conde mantuano envió a un criado necio a que guardase los jumentos, 184b; de Hécuba hace una Helena, 133a. Helena cuánto tiempo fue casta, 140a. Helías solitario, 11b. Hércules tomado por un emprendedor de cosas difíciles, 33a. Hércules vizconde asistió en el banquete de Casale fue desterrado a la soledad y vuelto a llamar a la conversación civil. Pasaje muy divertido, 215a. Hércules Strozzi, embajador de Mantua, solicitó inútilmente reconciliar dos hermanos, 174a. Herejes contenciosos y tercos, 53a. Herejes insoportables, 53a. Hijo más amante de su ama que de su madre, 152a. Hijo mejor instruido lejos que cerca de su padre si este no es docto, 150b. Hijo mal afecto a su padre, 166b. Hijo que echó de casa a su padre y lo que acaeció, 153a. Hijos, monas e imitadores de sus padres, 157a. Hijos, tienen de sus antepasados o las virtudes o los vicios, 135a. Hijos, no saben apreciar la amistad que les tiene su padre, 157b. Hijo, semejante al padre y la hija a la madre, 128a Hijo, jamás tiene derecho contra su padre, 150a; Por qué no se parece a este uno que mandaba a su padre, 163a. Hora de cenar, cuál es, 194b. Horas del placer son cortas, 235b. Hombre etimologado de la lengua griega, quiere decir junto, 29b; para qué nació al mundo, 20b; es semejante a la abeja, 20b; solo es infeliz, 20b; muere cuando comienza a vivir, esto es, a entender, 89a; Dios para el hombre quien es lobo para el hombre, 27a; si es virtuoso, no se malea entre los malos, 27a; cuanto mejor es, tanto menos se le estima, 72a; no debe ser sardanápalos, ni amazona, 172b; no se contenta con todo el mundo, 212b (Juvenal: Unus Pelloeo juveni non sufficit Orbis) Hombre es criado para beneficio del hombre, 20b.

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LA CONVERSACIÓN CIVIL

Hombre virtuoso, no debe hacer ostentación de lo que es, 54b. Hombres y mujeres de diversa profesión, 21b. Hombres de tres suertes, buenos, malos y medios, 89b; Maliciosos y malignos, 184b. Homeros faltan, 180ª. Honor más está de parte del que honra que del honrado, 86a. Honor rehusado con modestia, 86b. Honestidad perfecta, 140a. Honrar padre y madre es la primera ley de la naturaleza, 166b. Horacio, de la corrupción de las buenas costumbres, 22a. Hospitalidad recomendada, 114a. Humildad exalta, 72a; no siendo muy abatida, 110b; acarrea riquezas, 135a. Humildad es el fundamento de la virtud, 110b. Hidra, de qué cosas se dice, 58b. Hipérboles poéticos, 55a. Hipócritas maldicientes, 39a; sus ficciones, 40b. I Igualdad en el matrimonio, 140a. Iglesias de cristianos y su uso, 14b; abuso en tratar en ellas de amor, 231a. Ignorancia especie de, 108a; sus dos hijos, 53a. Ignorancia unida al poder, engendra rabia, 104b. Ignorantes se avanzan por medio de calumnias y los doctos de virtud, 108b. Ignorantes, son maldicientes voluntarios, 39a. Ilustres, según Dante, quién, 92a. Inconvenientes del amor, que no es mutuo y recíproco, 231b Ingratitudes de amor a criados, 185b. Instinto natural debe notarse en los niños, 151b. Integridad de cuerpo no se aprecia si el espíritu está corrompido, 170a. Inteligencias comunes, cómo se aprenden, 25a. Invaghiti —esto es deseosos— académicos de Mantua, 26b. Isaac solitario, 11b. Italianos corteses y graves, 57b; de varias pronunciaciones, 38b Excelentes en vicios y virtudes, 38b. Italiano virtuoso enmudece delante de los grandes, 172a; despide su melancolía durmiendo, 234b. Italianas guardadas con seguridad, 140a. J Jacob solitario, 11b. Jeremías solitario, 11b. Jesucristo cabeza del hombre, y este de la mujer, 140b. Jóvenes, porque imprudentes, 231a; son sabios si comercian con viejos, 88b.

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Jóvenes sin obediencias, abuso, 166a. Joven mujer a marido anciano, 129a. Joven sin vergüenza es detestable, 88b. Juan Can uno del banquete de Casale, 190b; en donde se hallan muchas especies muy chistosas y discretas sobre el apellido de los nobles Canis2, o perros de Italia, 191a. Juana Bobba, una de dicho banquete, 190b. Juventud romana, honraba la mayor edad, 88b. Juego honesto, como el de la soledad en el banquete de Casale y el de la conversación, 192b. Juegos de los antiguos, 123b. Jugadores de naipes, 37b. Judas traídos a Cristo, 51a. Juez temerario en que se conoce, 80a. Jueces y médicos en abundancia, es más presagio para la ciudad, 197b. Judíos insoportables, 37a. Julio César reponiendo en pie las estatuas de Pompeyo —abatidas cuando este perdió la batalla— erigió las suyas propias, 208a. Julio Cavriano, caballero mantuano, 141b. Júpiter no agrada a todos, 61a; en consejo con los dioses, qué significa, 25a; Arrancó la lengua a una ninfa parlera, 42a. Justicia, causa final de edificarse las ciudades, 17a; del parlamento de Paris, 67a; Debe ser obedecida, 216b. Jugadores, abominables, 37b. L Laberinto de abusos, 23a. Labrador feliz, 211a. Lacedemonios de qué salsa usaban, 198a. Lámpara de sobriedad, 197a. Latrocinio cuándo perdonado, 230b. Lágrima punge, la palabra unge, 219a. Lágrima de tinta y de celebro, 219b; de mujeres a qué efecto de los amantes por qué razón no corren, 228b; cuándo brotan, y cuándo no, 219b Bello pasaje tomado de Aquiles Tacio en los amores de Clitophonte y Leucipa Lazos de la virtud, comprimen más fuertemente que los de la sangre, 121b. Lechuza, por qué huye de la claridad, 28a. Lechuzas, los que viven en tinieblas, 97b. Lenguaje, comparado al dinero, 72a. Leonor de Austria, cuñada del duque de Nevers, 1b. Leche, de qué eficacia, 152a. 2  Cani.

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Lengua, llave del corazón, 217b; su eficacia, 70a; Tiene debajo de su poder la vida y la muerte, 219b; es el espejo del alma, Ratifica lo que prometieron los ojos, 218a; trémula y amedrentada de igual actividad que la animosa, 228a; jura lo que el corazón no cumple, 178a; falaz y cautelosa, 217b; la de los murmuradores es venenosa, 173a. Lengua, deben ser libres en una ciudad libre, 44b. Leónidas, por qué fue elegido rey, 103a. Leer varias cosas causa deleite, 75b. Leer una cosa cierta, aprovecha, 75b. Ley primera de la naturaleza es el honrar padre y madre, 166b. Leyes y costumbres, hasta dónde se extienden, 34a. Lealtad o sinceridad recomendables, 81a. León Cumano, de quién se dice, 101b. León repartiendo la presa, símbolo de los tiranos, 103b. Lisonjearse a sí mismo, 54b. Lisonja, infundida por la naturaleza a los hijos […], 46a. Mira adulación necesaria para conversar con la gente: paráfrasis de aquella sentencia áurea de Terencio que dice: nunca serás rico, si no sabes adular a las gentes, 46a. Lisonja, a todos gustosa, 46b; no es sin engaño, 48b; engendra amor y la verdad odio, 47a; en los pobres es disculpable por su necesidad, 49a. Lisonjero, parecido al carnicero, y al lobo, 48b; no puede discernirse del amigo, 48b; asimilado a las monas, 45a; y al pólipo, 48a; amigo enemigo, 48a. Libelos difamatorios y pasquines, 43a. Liberalidad semejante a las efemérides, 61b. Liebre, aunque cobarde, sirvió al león de correo, 191b; poco satisfecha de las alabanzas que le daba la zorra delante poco del lobo, 226a. Livia, mujer de Julio Cavriano mantuano, 141v. Libro del Cortesano, bien escrito, 186b. Libro obsceno, cuan pernicioso, 31a. Loco es quien piensa ser sabio, 53a. Luqueses de qué pronunciación, 71a. Luciérnagas tornadas por candelas, proverbio, de quién se dice, 45a. Licurgo prohibió el dote, 130a. M Maestro en las siete artes liber, 111a; pidiendo limosna a quien con una sola alimentaba a su mujer e hijos, 11a. Mandar, en qué consiste, 184a. Mandar es más difícil que el ser señor, 179b. Mal, causa algunas veces bien, 216a. Malicia y malignidad de los hombres, 23a. Mantuanos, de qué pronunciación, 76a. Madrastra, peligrosa, 137a.

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Matrimonio, prohibido a muchos, 129a; dirigido por fuerza, más que por prudencia, 97b; y por avaricia. Bello pasaje, tomado del Gnomógrafo griego Theognido, 97a. Marido y mujer, un cuerpo, una alma, un honor, 140a; parangonados al sol y a Mercurio, 141a. Maridillos sujetos a sus mujeres, son los que el latín llama Uxorij, 142a. Margarita Stanga, presente y ausente en las compañías, 32a. Malos que se arriman a gente de bien, participan de sus cualidades, 103a. Marineros y pilotos, qué deben prever antes de embarcarse, 34b. Más saber que hablar, 186a. Mariposa volando a la llama, proverbio y de quién, 5a. Menor mal es el ser vituperado que fríamente aplaudido, 223a. Mezclar berzas con gazpacho, 76b. Medio nobles y muy nobles, quiénes, 91b. Médicos establecidos sobre el mucho comer, 197b; cuáles su mayor cuidado, 32b; que rehúsan el dinero, 86a; a qué fin engañan a los enfermos, 114a; por qué se dice que no a toda enfermedad de ojos ordenan un mismo colirio, 33a. Medusa transformando a los hombres con su hermosura, qué significa, 118b. Melancolía el peor enemigo de todos, 210b; es como un oculto fuego, 5b; se expele de varios modos, según la diversidad de naciones, 234b. Mentira útil a quien la oyó, 56a; en quién es tolerable, 55b. Mentira de criado, 181a. Mentiroso, indigno de fe aunque jure, 55a. Medios que cada uno debe observar según su estado, 86b. Medio para hallar gracia en la conversación, 67b. Medio para sacar fruto de la conversación, 87a. Midas, por qué le pintan con grandes orejas, 102b. Miel de abejas con aguijón , 15b. Milón de Crotona, en un día se comió un toro, 198b. Mitrídates rey, cuán amado de su mujer, 149a. Mofa de Marcial a una vieja, 222b. Mofa de los malos, nos acarrea tanto honor como el aplauso de los buenos, 44a. Mofa, es principio de enemistad, 84b. Mojoneros de vino y su costumbre, 202a. Murmuración de dónde procede, 39a; en qué aprecio, 39a. Murmuración en el literato, es monstruosa, 39b. Murmuradores, de los príncipes son execrables, 41b; hipócritas, 40b; en dónde vivamente se pinta la locuacidad de las mujeres. Enmascarados, parecidos al rústico que decía no había visto la zorra, y la señalaba con el dedo, 40a; Burlones, 40a; Qué muerden y su antírasis practicada sobre Lucrecio, 40b; Retóricos, refinados y su ocupación, 40a; escorpiones traidores, 40a. Murmurar en ausencia y alabar en presencia, 42b. Modestia en admitir o rehusar alabanzas, 86b. Monferrato, país del Guazzo, autor de este libro, 43a.

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Monferradeses, rudos en la pronunciación, 70b. y aún necios, 76b; bastos pero fieles en el servicio, 185a; en qué se distinguen, 71a. Mofadores vituperados del filósofo, Mofar no se debe de grandes ni pequeños, 84b. Moscas con qué fin comercian con nosotros, 87a. Moisés solitario, 11b. Muertos, son los que viven, 194a. Mundo parangonado a una feria, 67a. Mundo al revés, 123a; en donde están propiamente parafraseados los versos jámbicos de un poeta griego extraídos de las Éticas de Estobeo y sobre los cuales Jorge Pisidia fundó su Ctenodia, y Juan Gello (Gelli) su Circe, 124a. Mujer amazona, 172b. Mujer fuego y mar, 216a: asno y nogal, 148a. Mujeres, cuándo y cómo se debe tratar con ellas, en qué se han de notar tres reglas, 120b. Mujer debe escogerse por los oídos, 134b. Mujeres de bien huyen de los que las siguen, 117b; se parecen a las muerte, 216a; y a un balanza, 216a; Timón y gobierno de la casa, 149a; debe ser prudente para gobernar, 234b; bella y virtuosa, 234b; sin honestidad abuso, 166a. Mujeres, cuidadosas con exceso de sus cabellos, 144b; extrañamente ataviadas, 145a; saben volver a sus maridos pan por hogaza, 234a; estando preñadas tienen antojos extravagantes, 6a. Mujeres del número de los maldicientes hipócritas, 40b. Mujer chica, menor mal, 233b; no da al marido más de dos días buenos, 233b; no se deben acariciarla ni reprenderla en presencia de otro, 141b; por qué se abandona, 233a; no debe por ningún acontecimiento engañar a su marido, 234b. N Naipes y dados indecentes a los caballeros, 38a. Nápoles, singular en jardines, 144b. Napolitanos, de qué pronunciación, 71b. Narciso, símbolo del amor que debe haber entre literatos, 114a. Naturaleza señora de todo, 49b; siempre atenta a lo mejor, 135a. Naturaleza del hombre, 34b; por qué tiene este dos orejas y una lengua, 67b. Lo natural más agradable que lo artificial, 133a. Nariz herida, ensangrienta la boca, 175b. Nada saber, es vida muy dulce y feliz, 210b (Tomado de Sófocles en el Ajax). Necesidad constituye al hombre industrioso, 156a Néctar de las ciencias y buenas letras, 13a. Nerón, aunque sea el señor, conviene vivir en paz con él, 44b. Niñez doble, y cuádruple, en quiénes está, 206b. No se injuria a aquella a quien se llama cruel, 196b. Nobleza qué cosa sea, 91a; cuál según Falaris, 92b; de sangre y virtud nobilísima, 92b; hija de la ciencia, 95a; parangonada a la agua ardiente, 96a; se adquiere viviendo, no naciendo, 94b; ella y la riqueza se conforman, 97a.

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Noble envilecido y vil ennoblecido, 101a. Nobles y plebeyos, 99a. Nobles de Diógenes raros, 91a. Nobles, semi-nobles y muy nobles, 91b. Nobles de nobles, nobles de innobles y no nobles de nobles, cuáles, 99a. Nobles que desdeñan las letras, 152a; de sangre y no de ciencia, en qué se parecen a la zorra, 124a. No nobles, ricos, insolentes, 99b; abusan de los vestidos, 101b; despreciados causan daño, 100a. O Oveja dando de mamar al lobo, 51b. Oveja del Tusón de oro, 152a. Ocasión del mal debe ser contrarrestada desde el principio, Ovid. Principii obsta, 166a. Ociosos parangonados al gusano en el corazón de una manzana podrida, 31a. Ociosidad sin letras es una muerte y sepulcro de hombres vivos, 13a. Ociosidad y delicadeza de holgazanes , 123a; madre de la glotonería, 197b; viciosa y honesta, cuál, 124a. Odio de dónde procede, 178a. Oficio de los viejos, 87b. Oficiales de los príncipes, no otros que nobles y por qué, 100a. Oídos en los pies, qué es, 107a. Oír lecciones es mejor que leer, 30a. Oír no se debe al detractor, 43a. Oler el vino antes de beberle es utilísimo a los espíritus vitales, 201b. Olimpia acerca de escoger la mujer por los oídos, 134a. Oraciones cristianas y salmodias, 15a. Oraciones en todo lugar, pero principalmente en la iglesia, 14b. Oración en su aposento, por qué, 14b. Oradores aderezan sus ensaladas con el óleo de la adulación, 46b. Oradores mofados por Diógenes, 32b. Oriente y occidente por mocedad y vejez, 88b. Origen de todos los hombres, cuál, 20b. Ojo incita la lengua, 218a. Ojo en el cetro de los reyes, la significación de este jeroglífico, 103a Ojo del señor, engorda al caballo, 185a. Ojos y lengua se convienen para expresar la afición interna del corazón, 217a. Ojos, dos capitanes en la guerra del amor, 218b; origen de los primeros afectos, 39a; parangonados a dos espejos, 223b. ventanas del corazón por donde el amor entra, 218b; mensajeros del corazón, 217a; señas del amor o del odio y retratos del alma, 217a; de mujer, más fuerte que el sol, 168a; negros, de qué eficacia, 220b; mayores, que el vientre, 197a; dan atrevimiento, miedo, guerra, paz, llaga, cura, risa, llanto, queja, 219a; más mentirosos que la lengua, 217b.

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P Palo para echar al perro, presto se halla, 181a. Pardo ceniciento divisa y para qué, 216a. Pájaros, no deben impedir la sementera, proverbio rústico, 8b. Palas de ojos azules celestes, 220b. Pan caliente, con solo el olor restaura al hombre ayuno, 226a. Pavón, contemplando su cola, símbolo de las mujeres mozas, 143a. Paraíso terrestre, representando por la alma solitaria, 13a. París no es ciudad, sino mundo, 229b. Pasquín, parangonado al rayo, 43a. Pájaro solitario, divisas de Guillermo Cavagliati en el banquete de Casale, 194a. Paciencia en la adversidad, 43a; es sola la defensa de las mujeres contra sus maridos, 142b. Paulo Jovio confiesa mentiras en su historia, 110a. Padre negligente abuso, 166a. Padre más que madre, 158a; más que padre, 158a. Padre y madre, causa de los vicios de sus hijos, 158a. Padres, preceptores de sus hijos, 151b. Padres y preceptores deben simbolizar en la instrucción de los niños, 46a. Padres tibios en hacer estudiar a sus hijos, 152a. Perro bebiendo en el Nilo, 52a; después de morder agasaja, 216b; Demasiadamente afable, 191a; tiene por muy fiero al lobo, 172a. Perro, gallo y criado, cuáles mejor alimentados, 194a. Perros y sus tres propiedades, acomodadas a los criados, 181b. Perros de cocina, 125b; no dan sino pulgas, 22b; muerden sin ladrar, 40a. Pecar de malicia, 36a. Petrarca, autor famoso y doctor en amor, 227a; llorando de amor, 219b; qué opinión tenía de la soledad y la conversación, 19b. Pez comienza a oler mal por la cabeza, 182a. Pinturas difamatorias, 7a. Piamonteses rudos en la pronunciación, 70b; públicos jugadores, 38b. Piedras que ruedan, nunca se enmollecen, 186b. Pitagórico silencio trienal, 68a. Plática, mira conversación, 32a. Plazas públicas, para qué uso, 210a. Placer de los doctos y el de la plebe se oponen, 112a. Platón contra los padres no solícitos de hacer educar a sus hijos, 156a; del vino y del viejo, 201b; cuáles vivos están muertos en este mundo, 194b. Pobre enriquecido, 135a; lisonjero excusable, 45a Pobreza y su divisa, la causa humildad, 135a. Po, rey de los ríos, 37a. Po y Tanaro, lavan el Monferrato, 38b. Poesía para quiénes es propia, 120a. Poeta Venusino, es Horacio, 210b.

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Poéticos detractores, 40a. Polinices y Etéocles hermanos, 173b. Pólipo, símbolo de los lisonjeros, 48a. Postas, no ven las singularidades de los lugares por donde pasan, 87a Porque el hombre solicita hacerse rico, 156a. Predicador parangonado al viento septentrional, 29a. Presencia del padre o del hijo, 157a. Preboste mole elocuente, 72b. Príncipe, debe tener un mediano conocimiento de todas las cosas, 75b. Príncipe es viva imagen de Dios, 107a. Príncipes cristianos, cuánto deben distinguirse de los tiranos étnicos, 44b. Tienen los oídos en los pies, 107a; Pecan más gravemente, 103b; censurarles es peligrosos, elogiarles es mentir, humillan los grandes y ensalzan los pequeños, 190b; malos los de nuestros tiempo muy doctos, 154b. Profesores de las buenas letras desestimados, 69b. Profesiones diversas entre los hombres, 21b. Prudencia no cultivada es mucho más recomendable que una copiosa locuacidad, 72a. Prudencia y sagacidad nacen de la experiencia, 214b. Pronunciación, cuál ha de ser, 70b. Ptolomeo dio durante su vida el reino a su hijo, 164b. Pueblo ignorante y maligno, 130a. Pirro, llamado águila, 52a. Q Cualidad de la lengua, cuál, 218a; De los ojos, 218a. Cuándo un árbol viene a tierra, todo el mundo le despedaza, 215a. Cantidad del vino, no el número de las veces que se bebe, causa la embriaguez, 204b. Cuál sea el sentido del proverbio que el mejor consejo sale del vientre lleno, 199a. Cuál vino se bebe con más gusto, 204b. Cuáles súbditos son más miserables, 216a. Cuanto menos se come, tanto más se come, 197a. Qué cosa más se parece a la muerte, 216a. Qué cantidad de vino se debe beber, 204b. Qué cosa falta siempre a las mujeres y a los molinos, 146a. Que las palabras gozan mayor eficacia que los ojos, 217b. Qué cosa es causa de que las damas no crean a sus amantes, 230b. Que se debe beber el agua con el vino y no después, 201b. Quien tiene más experiencia, discurre mejor que otro, 217a. Quien diciendo verdad no es creído, recibe un gran disgusto, 230a. Quien no se interesa en una materia, discurre más libremente, 217a. Quien no dice palabra, habla en materia de amor, 227a. Quien no agrada en vano sirve, 186a. Quien encuentra un buen yerno, adquiere un buen hijo, 139a.

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Quien goce mayor fuerza en amor, los ojos o la lengua, 217a. Quien con perros se acuesta, se levanta lleno de pulgas, 27a. Quien es amado y no corresponde, da la muerte a su amante, 195a. Quien es más poderoso, ese domina, 96a. Quien honra al padre y a la madre es bendito de Dios, 116b. Quien no cena, toda la noche se bulle y menea, 233a. Quien alaba a otro regularmente se injuria a sí mismo, 222b. Quien resiste al padre, se provoca la ira de Dios, 167a. Quien se humilla en la tierra, es exaltado en los cielos. Divisa de la reina Juana en el banquete de Casale, 192b. Quien se deja venir a tierra y quiere después alzarse no encuentra con el camino, 155b. Quien quiere ser obedecido por señas, 180b. Quien quiere hallar remedio a su mal, debe descubrirle al médico, 227a. Quintaesencia del vino, cómo se saca, 199a. Quinto Fabio Máximo, se bajó del caballo al precepto de su hijo cónsul, 94b. R Rameras insoportables, 37a. Racimos de tres géneros, 204b. Religión católica fundamento de las buenas letras, 155b. Remedio contra todos los detractores, 43b. Respuesta de una dama, cuyo honor era perseguido, 195b; para lisonjeros y elogiadores, 46a; chistosa de una novia desflorada a su marido tuerto, 220b. Retórica hermosea los discursos, 35b. Restringir mucho o licenciar mucho es delito, 58a. Rey, Dios en la tierra, 187a. Rey de Francia muy afable en saludar, 82a; amado y obedecido, 103a. Rey de España grave y venerable, 103a. Rey inicuo, 166a. Rey de los locos, qué título, 182b. Reino muy agradable, cuál, 164b. Reina que echó del palacio a una dama hipócrita maldiciente, 41a. Reyes de Persia, cuando trataban de la fuerza, justicia y sobriedad, 107b. Rico mundano pobre de ciencia, parangonado al Toisón de oro, 152a; cuando habla, todos callan, 99a; sin caridad abuso, 166a. Riquezas son nocivas en el ignorante, 152a. Romanos, por qué eran severos con sus hijos, 157b; solícitos de la instrucción de la juventud, 156b. Rufianes insoportables, 37a. Ruiseñor menos apreciado que el cuclillo, por quiénes, 153a; no le falta el canto, 212a.

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S Sacerdotes de oro celebrando en cálices de madera, 115b. Sacrílegos los que castigan a sus mujeres sin motivo, 148a. Salutación notable de un rey de Francia, 82a. Sangre sacada de la frente y bebida con el vino, 209a. Sara, modelo de mujeres casadas, 142a. Saturno sacó a los hombres de la soledad, 12a. Salsa mejor de todas cuál, 198a; De los lacedemonios cuál, 198a. Escipión Africano, cuidándose en avanzar a su hermano Escipión el Asiático, 176a; solo, no solo, 30b; Excitado a la virtud, por la representación de sus antepasados, 94b. Secretarios, fieles, 42a; excelente, 65a; Veinte por docena, 93b; in utroque, esto es, en la pluma y en la almohaza, 93b Sentencia apresurada, es señal de juez temerario, 193b. Servir es preciso antes de mandar, 179b. Segismundo Emperador, maltrató a un lisonjero, porque le llamó Dios, 51a. Si y no, 20b. Sieneses y romanos en qué se distinguen, 136b Si no ve el ojo, el corazón no suspira. Divisa de Francisca Guazza en el banquete de Casale, 193a Silencio, respuesta de las damas prudentes, 121a; ornato de las mujeres, 121a; Y de los jóvenes, 87b. Sistro, por duda, o cuestión, 199b. Soberbios, llamados enigmáticamente vianda que huele a humo, 57a. Sorber con la cuchara vacía, 174b. Sobriedad medio o salud del alma, 197b; parangonada a una lámpara, 197a. Sócrates conocía el corazón en las palabras, 217b; del modo de adquirir buena fama, 79a. Sócrates fue el primero que trajo desde el cielo acá abajo la Filosofía moral, 18b. Solitario, es bestia o tirano, 17a; porqué se retira de la concurrencia con el pueblo, 17a Cuál es su estado, 67b; se parece a los búhos, 17a. Soledad triple, de lugar, de tiempo y de espíritu, 30a Soledad, nos instiga a muchas maldades, 31a Soledad del alma, cuándo y adónde es necesaria, 32a; más agradable que la conversación y por qué, 4a; paraíso terreno, 13b. Soledad de lugar en qué útil y en qué no, 30a; veneno del ánimo, 5a; Y la conversación contra veneno, 5a; enemiga de la salud, 8a; qué males causa, Solón envió al rey de Egipto la lengua de una abeja y por qué, 68b. Solón por qué no estableció ley contra los parricidas, 167a. Sospecha continua de los grandes, 235b; grosera y enfadosa, 147a. Soportables quiénes, 35a. Sueño, ayuda a aliviar los disgustos, 235a; porqué le llaman hermano de la muerte, 235a Sueño de los amantes es corto, 232b.Tomado de Horacio Ut non loga quibus mentitur amica.

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T Tahúres insoportables, 37a. Tarta hace beber el vaso de la locura, 204b. Tauro, filósofo de la precedencia del padre o del hijo, 162b. Tales cuales fuéremos para nuestros padres, serán para nosotros nuestros hijos, 167b. Temor y esperanza, 204b. Temor vicioso, es nocivo, 159b. Temístocles, ansioso de honor, 45b. Teodoro San Jorge, matemático, 114a. Teórica, inútil sin práctica, 19b. Trasón, modelo de los necios gloriosos, 46a. Tiraquello —André Tiraqueau— consejero en el parlamento de Paris, 91a. Tito Vespasiano fue llamado el amor del mundo, 106a. Tonel vacío, resuena, 212a. Toscano lenguaje, discreto y civil, 76a. Torneo en Casale el 15 de mayo de 1577, 228a. Todo lo que complace en el mundo, es un breve sueño, 193a. Traje, causa sospecha de deshonestidad, 146a. Tratar a los malos, con qué fin, 35b; insoportables, cuáles juzgados por virtuosos, soportables, 51a; preferidos a la gente de bien, 103a. Tres cosas mal manejadas, pájaros, doncellas y vino en las manos de quién, 199a. Triunfo de la muerte, 195a Tiranos, parecidos al león al repartir la presa con los otros animales, 103b. Tiranos nos les da cuidado el ser aborrecidos, 57b. U Ulises parangón de viajeros, 19b; cerró el oído al canto de las sirenas, 32a. Una mano lava a la otra y las dos la cara, 177b. Uso y memoria, padre y madre de la ciencia, 19a. Uso común, extraño tirano, 37a. Usureros insoportables, 37a. V Vanagloria nuestra, cuán grande, 47b. Vestido quitado a uno y dado a otro, 180b. Vestidos adornan un palo por qué se dijo, 145b. Vergüenza virtuosa, cuál, 88. Venecianos muy lentos en la pronunciación, 71a. Veneciana doctísima, 169b. Venus celeste y Venus terrestre, 118a. Venus y Saturno en casamiento, de quiénes se dice, 129b.

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TABLA ALFABÉTICA DE LAS COSAS MÁS MEMORABLES

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Verdad, de dónde se saca, 66a; a quién debe decirse, 47a; descubierta a pesar de los malignos, 81a; engendra odio y la lisonja amor, 47a; con rostro de mentira, 81a; no debe de ningún modo alterarse, 81a. Veroneses muy lentos en la pronunciación, 71a. Vestidos superfluos de mujer, 132b; confusos, 144b. Ver, el primer grado del amor: Virgil. Ut vidi ut periis, 218a. Virtud heroica cuál, 96a. Viudas sirven de blanco a las lenguas viperinas, 173a. Vigilias dilatadas debilitan el cuerpo, según Ovidio: attenuant vigilata corpora nortes, 233a. Vientre grueso no engendra espíritu sutil, 200b. Virtud descripta en los libros, es solo virtud pintada, 26b. Vicios de todas las naciones, 38a; detestables, hechos ya familiares, 35b; Parangonados a las enfermedades, 187b; cuando faltarán entre los hombres, 23a. Vida, autor famoso, 14a; sobre la naturaleza del hombre y las palabras, 34b. Victoria contra los detractores, 44a. Vida humana de qué está llena, 11a. Vida del príncipe, es una gloriosa miseria o noble esclavitud, 105a. Viejos verdaderos, son sabios, 89a; sin religión, abuso, 166a; avaros execrables, 163a; más propios para razonar que los jóvenes, 217a. Vejez, respetable, por qué, 138b. Vino es la sangre de la tierra, 209a. Vino, bebedor y vaso simbolizados a la navegación, 198b. Vino puro para qué gentes, 202ª. Vino al viejo como fuego al hierro según Platón, 201b; modestamente bebido, 125b; descubre la verdad, 206a; Leche de los viejos, 205b; prohibido a las damas romanas, 198b; contrarios a los jóvenes, 201b. Vino que lava la cabeza, cara y manos, aprovecha exteriormente, 202b. Viajar como Ulises, cuán útil sea, 19b. Voz viva, cuán útil es, 30a; vale más que la lectura, 68a. Y Yerba lejos de la cabra que es, 232a. Z Zeuxis, fue el pintor que juzga Guazzo, pintó a la bella Helena, según escribe Cicerón De inventione, 168a. Zorra, amedrentada del León y después no, de quién es símbolo, 172a; tomada por lisonjeros y aduladores, 49b; no queriendo partir de su cola con la mona de qué gente se dice, 21b.

FIN

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