La casa de la lluvia

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La casa de la lluvia

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SA

de

LUVIA

r

r

La

casa de la lluvia

OBRAS D E W. FERNÁNDEZ FLÓREZ Visiones de neurastenia

Las siete columnas El espejo irónico «La procesión de los días» Tragedias de la vida vulgar Las gafas del diablo Acotaciones de un oyente Volvareta Relato inmoral Los que no fuimos a la guerra Ha entrado un ladrón Silencio El secreto de

Fantasmas

Barba Azul

LA CASA

DE LA LLUVIA por

Wenceslao Fernández Flórez

COLECCIÓN OBRAS MAESTRAS Editorial Juventud,

S.

Calle Provenza, 216

BARCELONA

A.

ES PROPIEDAD DEL AUTOR

R. Plana, Impresor. Mallorca, 170

LA CASA DE LA LLUVIA

En

las dos leguas

que separan mi caserón aldeano

de la capital del concejo, no hay para mí trozo de ca-

mino más ingrato que

la calle principal

que, en verdad, no pasa de ser tera con

más baches que las

la villa,

carre-

cualquier otra carretera y

alfombrada de un barro negruzco en de los carros y

de

una sección de

el

que

las llantas

pisadas de la gente van triturando

y podrido que rebosa de los establos.

el

tojo áspero

A

derecha e izquierda, las casitas humildes se alinean

sin

gran regularidad. Todas están enjalbegadas de cal

y salpicadas de lodo;

y

las

ventanas son verdes y a uno

otro lado de ellas, clavados en

el

muro, hay sujeta-

dores de hierro, en forma de S, también pintados de verde.

Una

sola casa, de piedra obscura, tiene porches

achatados, siempre sombríos, y a sus panzudos sopor-

WENCESLAO FERNANDEZ FLOREZ

6

-

tes de granito atan los aldeanos sus caballejos de al-

bardas remendadas. el

Un

almacén de Penedo,

poco más el

allá se

encuentra

primero y hasta ahora

el

único que -hace uso en Gondomil de lámparas de gasolina.

De

noche, en la soñolienta

blado, nada

hay tan

frío

penumbra

del po-

como aquel bloque de

luz

blanca, blanca, que corta la calle de acera a acera, y

creo poder decir que ni aun

el

caminante que llegue

de atravesar las más hoscas cañadas se da cuenta de

todo

el terrible

ímpetu de un aguacero hasta que ve

las gotas múltiples brillar

en

el

con violencia de estocadas

inmóvil poliedro de claridad.

Cuando mi tartana dio

los

primeros tumbos en la

principal vía de Gondomil, entre cerdos, gallinas chiquillos, lejos, el

ante

y

había arribado ya la diligencia. Vi desde el

almacén de Penedo, su caja amarilla y

toldo charolado por la lluvia y la desvencijada por-

tezuela abierta sobre

trando

la raída

el

estribo de tres peldaños,

badana de

los asientos y la

mos-

paja espar-

cida para proporcionar una ilusión de calor a los pies

de los viajeros. L,os caballos humeaban, sacudiendo sus colleras, con las largas melenas de crin lacias y

chorreantes. Manteiga, la tralla

el

mayoral, pendiente del cuello

de cuero trenzado, hablaba a gritos con alguien

golpeando

la

Entré en

despellejada cartera del corre el

almacén

e hice nii>

compras.

I,

a lista

LA CRSR DE

me

que

y

LLUVIA

7

había entregado mi mujer no era

que más

lo

Lfl

me

muy

interesaba de ella se refería a los

cartuchos del 12 para mi escopeta. Mientras diente preparaba el

larga

pedido, Penedo

el

me

el

depen-

llamó desde

otro extremo de la tienda.



Luciano





rogó,

venga

pueda

acá. Quizás

interesarle...

Un plio

bos,

anciano menudo, erguido, envuelto en un am-

gabán

gris, conversaba con Penedo. Cerca de amuna joven sentada en un voluminoso baúl miraba

caer la lluvia con aire de fastidio. Al aproximarme,

el

anciano alzó cortésmente la visera de su peluda gorra de viaje.



Este señor

alquilar



explicó

una casa en

el

el

comerciante



quiere

campo. Al verle a usted

se

me

ha ocurrido que acaso pudieran entenderse. Vacilé. los

Todo Gondomil sabe que

veranos

el

suelo alquilar en

primer piso de mi caserón a señores

venidos de la ciudad.

A

Teresa y a mí, con la escasa

servidumbre, nos sobra con la planta baja, y del alquiler,

ganado

tra economía. Pero

sin esfuerzo, es

nunca

se

y

si

alivio

el

dinero

en nues-

había presentado

de admitir huéspedes mediado ya parte,

un

el

el

caso

otoño. Por otra

yo no soy un fondista, sino un hidalgo

rural;

dejo que de junio a octubre ocupe gente extraña

las alcobas

de mis antepasados, nadie más que estos

WENCESLAO FERNANDEZ FLOREZ

8

-

antepasados tiene

menguada

Un



herencia, y espero que sus sombras vene-

han de reconocer

rables lo

por haberme dejado tan

la culpa,

así.

poco embarazado, respondí

Eso

es de la

al

comerciante:

incumbencia de mi mujer. Sería

preciso consultarla...

El anciano intervino:



Si su casa es lo

conviene. L,a

que ahora

tomo hasta

me han

contado,

la primavera. Fije

usted

me el

precio.



No





balbucí;— tenemos una sala convertida

en almacén de granos...

— No

importa.

Pensé en



las goteras.

Acaso no esté aquello confortable para una

in-

vernada.



Puedo

ofrecerle cien duros

impacientemente

el

anciano;



cada mes



insistió

aparte los gastos de

comida.

Era una proposición ventajosa.



¿Cuándo

irían ustedes?

una pausa en que





pregunté después de

fingí pensarlo.

Ahora mismo.

Hice

la inquisición

a que

me

tiene

acostumbrado

Teresa en trances parecidos:



No

se tratará de algún enfermo...

LA CASA DE LA LLUVIA

— —

9

Precisamente, de un enfermo; de dos enfermos



Mi sobrina y yo traemos nervios a componer. Necesitamos una cura de

afirmó con una sonrisa.

los

reposo.



Si

muy

bién,



do,

no es más que eso

si



concedí, sonriendo tam-

alegre en el fondo por

no

es

más que

el

ingreso inespera-

cuente usted con que

eso...

todo está dicho. Aire, silencio y lluvia no faltar.

Tengo mi tartana a

la

han de

les

puerta y vo) a regresar 7,

ahora mismo. Si ustedes quieren... El gigantesco baúl y algunas maletas que detrás

de

él se

escondían fueron acomodados en

como Dios

les dio a entender,

los forasteros; subí al pescante,

minutos

y durante cinco forasteros

el

el cochecillo;

instaláronse también

me

envolví en la

manta

coche, las maletas, los

y yo bailamos una zarabanda sobre los conla calle Mayor de Gondomil, el peor

denados baches de

trozo de carretera de toda España.

Anocheció cerca ya de nuestro destino. Verdade-

ramente había comenzado a anochecer desde

Una

el

alba.

nube inmensa y plomiza se había asentado en los montes y se deshacía lentamente, gota a gota, sobre la comarca. Era nuestro cielo para todo el otoño sola

y para los tristes días invernales. L/lovía siempre; ninguna sombra tenía dureza ni contornos, el aire era constantemente

gris;

los 'pinos,

más

obscuros;

más

WENCESLAO FERNANDEZ FLOREZ

10

-

morena

la tierra;

todo se saturaba de humedad.

cada hoyo, en cada arruga del

suelo,

ponía

En

agua su

el

persistente pincelada de acerado color: en las grietas

peñascosas, en los surcos de los sembrados, en las cu-

oquedad de

netas, en la

los troncos de los viejos cas-

taños vestidos de musgo...

Y

si

algún raro día un lan-

zazo de sol atravesaba la ancha nube fofa y blanda

como

el

cuerpo de un pulpo, en todo

cegadoramente él

campo

el

los charcos cual si se

brillaban

rompiera sobre

un enorme espejo y hubiese azogados trozos

lares en el sol

toda

osaba

la terrena extensión.

irregu-

Pero casi nunca

Los largos inviernos en Gon-

tal proeza.

domil no tenían más que crepúsculo y noche. Sobre

la

cumbre de un

llegamos, un negro

cerro,

mi casona

era,

cuando

manchón taladrado por una ven-

tana iluminada. Rosendo,

el

mozo de

labor, subió el

equipaje de mis huéspedes y éstos pasaron a la jurisdicción de mi mujer, que les

acompañó lamentándose

insistentemente del estado en que iban a encontrar la vivienda.

Sentí sus pisadas

ir

y venir, y a

la criada subir

y bajar la escalera apresuradamente. Pasada media hora,

Teresa apareció en nuestro amplio comedor de obscura

madera de castaño y — ¿Cómo fué?

se

detuvo ante mí,

Hice un gesto importante para darle

sonriendo.

;i

entendei

LA CASA DE LA LLUVIA que no

se

me

escapaba ningún buen negocio, y narré

lo ocurrido, desfigurándolo

había fijado

apenas

al

afirmar que yo

me contempló admiL,a verdad es que me admiraba

estipendio. Teresa

el

rativamente y

11

me besó.

siempre y que tenía de mi superioridad un concepto

que excede aún



al

que tengo yo de mí mismo.

Parece buena gente



opinó;



se

conforma

con todo.

— Muy

buena gente



asentí,

como

si

los hubiese

conocido y tratado desde la infancia.

De pronto

Teresa retiró las manos que

había

apoyado sobre mis hombros para cruzarlas con un

ademán de



Pero

escándalo:



clamó



¿no te has quitado aún la ropa

del viaje? Estarás calado hasta los huesos.

— —

Hasta

los

¡Muy

bien!

huesos



mentí.

Después viene un catarro, luego un

reuma y detrás una pulmonía. ¡Qué hombre, qué hombre!

Y que

alarmada por

se le

la singular

concatenación de males

había ocurrido, corrió a traer mis ropas de

casa.

Era una escena que

se repetía al regreso de

una de mis excursiones. No soy duramente pero

me

cada

egoísta,

agrada dejarme mimar y va acentuándose

cada vez más en mí esa pereza y ese entrañable amor

12

WENCESLAO FERNANDEZ FLOREZ -

a la comodidad que conoce cualquiera que haya cumplido, como yo, los cuarenta y cinco años. Teresa es de un carácter antagónico, y por eso nos completamos tan bien. Nunca habla de sí misma y creo que tampoco piensa en

pensión

sí.

Tengo

la seguridad

al sacrificio

de que nació con pro-

y que inconscientemente

lo desea; aplica a los dolores ajenos

y

lo

ama

una sensibilidad

de que carece para los propios. No tenemos hijos, y todas sus obsesiones se refieren a mí. A veces he cavilado que, a pesar de ser siete años más joven que yo,

me un

quiere y hijo. Si

me

como se trata y se quiere a en algún momento de mal humor le he dicho trata algo

cualquier frase dura, no se mostró ofendida. le hice un reproche áspero:

— Y

Una

vez

¡Careces de inteligencia, mujer! ella

tamente

- No

me miró

con los grandes ojos húmedos súbi-

entristecidos.

soy más que una pobre señorita de pueblo,

Luciano. Es verdad.

Desde entonces es ella misma la que proclama, un poco apenada, como un principio indiscutible, que nunca tuvo inteligencia. Aquella noche los huéspedes, quebrantados el

largo viaje, hicieron

una

ligera colación

por

en sus habi-

taciones, y se acostaron pronto. Comimos solos, como de costumbre, Teresa y yo en la vasta estancia de

CRSñ DE

Lfl

LLUVIA

Lfl

13

obscuras maderas, donde la mesa cobijada por

el

mantel era como un

lámpara.

islote

luminoso bajo

la

blanco

Mi mujer había dispuesto un manjar extraordinario para premiar en mi estómago de cazador

el

trabajo de

mi cerebro de negociante. Creo recordar que comí

me

hasta que se

arrebolaron las orejas. Es posible que

cuando esto ocurrió ya estuviesen mis mejillas hacía algún tiempo.

O

acaso sucedió

al revés.

al rojo

No

lo sé

ciertamente; pero estoy seguro de que cuando

me

senté en mi butacón, junto a la chimenea, teniendo al

alcance de mi

mano

la taza

buen aguardiente viejo

de café y un botellín de

del Avia,

no había en todo

Gondomil un pequeño propietario más dichoso que yo.

La atmósfera

era tibia, olía a excelente café y a tabaco

picado de Cuba; los leños no llameaban ya: eran una

ascua

enorme que

mente, como dormir. lluvia,

rurales!

La

el

la

ceniza iba

párpado cubre

el

cubriendo lenta-

ojo que se cierra para

lluvia arrullaba la casa entera.

amiga

del sueño de los

Ninguna nodriza

¡Amable

pequeños propietarios

tiene tu convincente y morfi-

nada voz.

En mi copa quedaban

todavía unas gotas del licor

levemente rubio. Hubiera querido beberías, pero ¿valía ese placer el sacrificio

inmenso de alterar

postura? ¿Podía, quizás, extender

el

la

cómoda

brazo tan cargado

de dulce sopor? Lo pensé mucho tiempo. Las primeras

14

WENCESLAO FERNANDEZ FLOREZ -

imágenes confusas del sueño se mezclaron con esta importante meditación. Entonces oí a mi mujer gritar a la criada desde el pasillo:

la

llenad

cama

las botellas

con agua bien caliente, para

del señor.

Y aunque estaba

solo en la estancia, repetí, con voz

amodorrada, que nadie oyó ni a nadie se — Eso... Bien caliente...

dirigía:

II

Elias Morell,

mi

huésped, se acercó tan despacio grueso caucho de sus botas, que no me di cuenta de su presencia hasta que preguntó suavemente: sobre

-

el

¿Quiere usted

acompañarme

a visitar la aldea?

Llevaba unas polainas de cuero y gris de la víspera; sus mejillas,

radas, tenían ese color

ásperas ponen en la navaja.

No me

el

la

misma gorra

escrupulosamente rasu-

amoratado que algunas barbas

rostro bajo la reciente tortura de

pareció tan anciano

como

el

día an-

terior; le

supuse próximo a los sesenta. Sus ojos grises, pequeños y redondos, poseían aún una vivacidad ex-

Lñ CñSfl DE LA LLUVIA traordinaria. El leve bigote se hacía

15

más blanco sobre

el rostro enrojecido.

— Tendré mucho gusto — otorgué. Y nos alejamos por la encharcada carretera.

Pre-

gunté con una cortesía formularia:

— — ble;

¿Se pasó

En un

buena noche?

solo sueño



ponderó.

— El viaje es terri-

pero sus mismas dificultades nos sustraerán a la

tentación de marcharnos. Por eso he elegido este lugar

tan apartado de las vías férreas. Nos conviene una larga quietud.

Le confieso a usted que no esperaba

encontrar tan buen acomodo. Su casa es magnífica.

Agradecí

la

alabanza con un gesto.

— Es grande, nada más. — Y antigua. — Eso — Del siglo xv. — No: del xvn. Se cobraban sí.

los

condes de Amil.

vivienda propia. carácter.

Un

Como

t

en

ella las rentas

segundón empobrecido

de

la hizo

usted habrá visto, no tiene

Es un gran cajón con

goteras.

Consideré de buen gusto emplear este tono para

hablar de mis bienes, pero el

huésped

me

me

hubiese agradado que

argm^ese con nuevos elogios. Creo que

este era su deber; no obstante, permaneció en silencio

algunos minutos.

WENCESLAO FERNANDEZ FLOREZ

16

-

— ¿Hay fantasmas? — inquirió de pronto. — ¿Dónde? — En la casa. — ¡Diablo! — reí, sorprendido por la pueril gunta. — No hay un solo fantasma. — Pero los habrá habido alguna vez. En una antigua, aislada en

Me



reí

más

pre-

casa

campo...

el

fuerte,

con sincero regocijo.

Querido señor, nunca supe que esos muros ha-

yan albergado un fantasma.

Si

v

un juramento puede

devolverle a usted la tranquilidad, estoy pronto a prestarlo.



A

¡Oh!

mí no me intranquiliza eso



respondió

con orgullo. Se detuvo y exclamó, girando sobre sus talones

para contemplar

el paisaje:

— Me gusta este lugar. vedad y de

como

Esos montes del fondo, negros y

tristeza.

inasequibles,

Tiene no sé qué cosa de gra-

y

este

bosque de pinos y de viejos

¡qué sugerente todo! Parece

castaños...

un escenario

preparado para alguna acción misteriosa.

Encogí levemente



Nunca ha

tierras. Si

los

hombros.

ocurrido nada extraordinario en estas

prescindimos de un rudo choque entre nues-

tras tropas

y

las de

Independencia,

Bonaparte, cuando la guerra de la

puede

carece de historia.

decirse

que

todo

Gondomil

CñSñ DE Lñ LLUVIA

Lfl

— —

¿Fué aquí

En

el

17

encuentro?

aquella llanura.

Elias Morell la contempló y después reanudó su

marcha pensativo.



Dice Pausanias





explicó súbitamente

que

cuatro siglos después de la batalla de Maratón aun

en

se oían

chos de

el

campo, en

los caballos

Le miré de



Puede

y

el

nocturno, los relin-

vocerío de los combatientes.

soslayo, recelando que se burlase de mí.

ser



opiné,— y representa una gran

tuna para nosotros que seguir

el silencio

los

espíritus no

mir en dos leguas a

Movió

una

for-

decidan a

una conducta igual en estos tiempos en que

disparan cañonazos en las batallas.

— — —

se

la

No

se

se podría dor-

la redonda.

cabeza como para condenar mi frivolidad.

Entonces, ¿no cree usted en los espíritus?

¿Y usted? ¡Yo!...

¿Y por qué no he de

clara verdad para intelectos

o Xenócrates

creer en algo que era

como

los de

Platón

y para hombres de ciencia de nuestros

como Wallace y Crookes y Flammarión?... Naturalmente, creo. Más aún: sé que existen.

días,



— usted.



¡Ah!



murmuré con apagada ironía.

Yo no niego nada. He presenciado —

asombrosos que

la ciencia

LA CASA DE LA LLUVIA

2

continuó





Perdone

experimentos

no puede explicar; he visto

WENCESLAO FERNANDEZ FLOREZ

18

-

cuerpos astrales,

vagos como nubéculas luminosas

o de tan perfecta apariencia que se les diría personas

de carne y hueso; he conocido a un viajero inglés a quien habían dado en

la

Arabia una piedra de cornalina

cuya virtud alcanza a proyectar que

la

tenga en la boca.

créalo usted; ofrecí casi

y me

Y

el

doble de la persona

no era una superchería,

una fortuna por aquel objeto

fué rehusado. Es singular que usted sea un in-

crédulo,

porque en Galicia alienta una formidable

intuición de la verdadera doctrina. Usted participa

quizá de lo que pudiera llamarse escepticismo universitario,

académico.

¡Quisiera yo saber

qué grotesca

cara de asombro pondrían los sabios europeos bibliotecas

si

las

de preciosos manuscritos escondidas en

subterráneos de los viejos templos indios les fuesen asequibles! ¡Qué ridicula encontrarían entonces su pre-

sunción de ciencia!

Se rió silenciosamente,

como

si

él

estuviese

en

posesión de aquellas verdades ocultas. L,uego razonó

con acento persuasivo:



Comprenda usted que

sea esto, nada más... Sería

No hay un

es imposible

que

la

vida

mezquinamente absurda.

anhelo, fíjese usted, no

hay un

solo anhelo

de nuestro espíritu que no pueda ser realizado. Parecía imposible volar, y se vuela; parecía imposible oír la

voz de quien nos hablase a centenares de leguas de dis-

LA CASA DE LA LLUVIA

19

tancia y la oímos. Los que tenemos por

sueños más

locos son atisbos de posibilidad, anuncios de nuestro

subconsciente; son rápidas visiones que

hemos guarda-

do de alguna vez que ante nosotros, sin que nos pareciese advertirlo, se

del misterio.

más de una

ha descorrido fugazmente

el

telón

Y, diga usted, ¿quién no ha sentido en

ocasión disgusto contra su propia materia?

¿Quién no ha deseado transportarse con

el

pensamiento

a algún distante lugar, ser invisible cerca de alguien o de algo, o cambiar de envoltura, o adueñarse de otra

voluntad? esto?

¿No

A le

usted mismo ¿no

le

ha sucedido algo de

han llevado sus ensueños secreta

reamente a cualquier

e incorpó-

sitio?

— No — contesté por fastidiarle. — ¿Ni a la alcoba de una mujer? — No. — ¿Ni a un banco, ante los montones

de oro y los

fajos de billetes, solitarios?



Ignoro qué quiere usted dar a entender con eso —

repliqué hoscamente.

— No se ofenda. Apelo a los ejemplos más vulgares. Casi todo

el

mundo ha

inmaterialización

suspirado alguna vez por la

como un camino para aproximarse

a la riqueza y al amor, las aspiraciones zadas.

Un

más

generali-

deseo en tal manera unánime de la humani-

dad no puede menos de corresponder a una realización

20

WENCESLAO FERNANDEZ FLOREZ -

aunque condicionada y restringida en la actual época de la vida del mundo. Esto es lo que sostengo ¿Duda usted de que sea así? No obstante, para los lamas indos, ese es el más fácil de los juegos, y la antigüedad nos ha dejado, entre otras muchas, la atestiguada narración de cómo Apolonio escamoteó su propio cuerpo ante el posible,

emperador Diocleciano...

No hay un solo sueño imposible,

señor; todo puede conretorno a la juventud, que obtuvo amante de Margarita, y Djeonar, el árabe

seguirse, hasta

Fausto,

el

el

enamorado de Noemí. Todo

se consigue. Pero hay que tener constancia para perseguir el terrible misterio y valor para mirarle cara a cara y abismarse en él. Yo tendría ese valor.

El viejo comenzaba a divertirme. Se advierte que es usted un

-

Y

voz,

iniciado

él

sonrió,

¡Quién sabe, quién sabe!

como

el

-

alabé.

evidentemente satisfecho.

-

exclamó a inedia que teme comprometerse.

Habíamos abandonado la carretera y caminábamos por vereditas serpenteantes entre campos de verdor.

Las suelas de goma de Elias Morell resbalaban

frecuentemente sobre valle

y trepando por

el

limo arcilloso. Al fondo del de la montaña, el bos-

la ladera

que espesaba su mancha obscura. Aquí y visibles, las

allá,

chozas aldeanas del mismo color de

apenas la tie-

LA CASA DE LA LLUVIA rra,

achatadas y como retenidas en

ella

21

por los pedrus-

cos que aseguraban las pizarras desiguales de los te-

matas de ortiga y alargaba

jados, entre las que crecían la hiedra sus brazos

Un

ladas. cielo,

y daban

los liqúenes sus pince-

macizo carro sin yunta alzaba su lanza

al

como

la

contra

pardo vientre de

el

la

nube, tal

un fuerte arquero

ballesta apercibida de

y un

solo rumor: el del molino lejano;

rumor en cada arroyuelo.

Un

solo

una bandada de estorninos que

Un

mítico.

débil eco de este

movimiento:

el

iban, distantes, de

de

una

a otra heredad; y un remedo, como un eco, también,

de este aleteo:

sumo de un álamo,

temblor, en lo

el

de unas hojas secas y negras que parecían querer volar.

— He

aquí la aldea



dije.

Elias Morell, en pie sobre jalón,

— — domil

contempló largamente Aquella



descubrió

el

blanco granito de un

el paisaje.



es la iglesia.*

Aquella es la iglesia de Santa Marina de Gon-



expliqué.

tierras

de Galicia.

tió su

castidad



Santa Marina nació y murió en

Un guerrero romano

le

segó

el cuello.

cabeza de la virgen sobre

que se

resis-

Tres veces botó la

el suelo,

manantiales de agua pura. Quizá

al

y surgieron

le interese

tres

a usted

saber que los aldeanos de los contornos creen que la

imagen de Volví

la santa

el

ahuyenta

los

demonios del cuerpo.

rostro para recoger el comentario de la

WENCESLAO FERNANDEZ FLOREZ

22

-

noticia.

Pero Elias Morell no estaba a mi lado. Silen-

ciosamente, sin duda,

amparo de sus botas de goma,

al

se había alejado de allí por la

profunda corredoira que

Un

instante vi la gorra gris

aparecer, lejos ya, al ras de

una madeja de zarzas.

se abría a

poca distancia.

Elias Morell corría velozmente.

Tardé en comprender, pero

al

fin se iluminó

mi

inteligencia.



¡Juega a hacer

Y

reí

el

— me

dije.

con tanta gana que se humedecieron mis

Cuando recobré

ojos.

fantasma!

la

gravedad resumí compasiva-

mente:



Es un

chiflado.

III

Después de almorzar, Alina,

la sobrina del señor

Morell, solía quedarse en el comedor, junto a la plia

ventana que miraba

también mi

palmo

me

descuidado jardín. Era

sitio predilecto. L,a

del suelo

permitía

al

el

am-

ventana nacía a un

y tenía un solo y magnífico

cristal

que

sibaritismo de contemplar, desde

abrigado interior,

la

hermosa rudeza de

nales, tan perfectamente

como

si

me

el

los días inver-

pasease intre los

LR CASft DE

Lfl

23

LLUVIR

cuidaba de podar, o entre bojes crecidos que nadie se prodigiosaque se multiplicaban las matas de alhelíes en primavera con finca y llenaban la casa

mente en

la

todos los olores. su olor delicioso entre

labores de aguja o Alina tramaba calmosamente lugar que la vi acomodarse en mi leía La primera vez con sus espaldas y marche favorito, fruncí el ceño a despacho. Teresa vino a contenido mal humor a mi

buscarme.

_ _

¿Tomas aquí

el café?

- me dolí con acento ¿Qué quieres que haga? que haga? La casa va desesperado. - ¿Qué quieres unos jovencita con un tío loco y no es mía; viene una Y mi sillón y de mi ventana. duros y me expulsa de más remedio que sufrirlo. hay que sufrirlo; no queda melancólicamente. Mi mujer movió la cabeza Añadí:

— Y tú lo ves y ni siquiera lo evitas. _ No; no me di cuenta - protestó. mismo

Pero ahora

le diré...

— Ya no es posible. — Con buenos modos... — No... Comprende... La dinero!...

Apoyé

Pero es preciso el

casa... ¡Si

sacrificarse.

rostro en las manos, con

sombría y resuelta, como

si

nos sobrase

Me

el

sacrificaré.

una expresión

nada risueño me esperase

WENCESLAO FERNANDEZ FLOREZ

24

-

ya en

mundo, como

el

verdugo que

si el

me

hubiese

de inmolar acabara de llamar a la puerta y yo hubiera

Mi mujer suspiró varias veces

gritado: «¡Adelante!».

acarició mis cabellos.

y



Vendrán tiempos mejores



profetizó.

— No

te aflijas.

Después propuso tímidamente:



Debías volver

al

comedor. Al otro lado de

la

ventana hay espacio de sobra para tu butaca y tu mesita.



No, no



rechacé;—

me

quedaré aquí,

me helaré

aquí hasta la noche.





¡Dios mío, Luciano...!

comenzó a gemir Te-

resa.

La

— no

interrumpí:

Está resuelto. Envíame

se le

podrá tomar; estará

el café.

frío.

Probablemente

¡Señor, Señor, todas

son desgracias!...

Media hora más tarde había bebido tres cigarrillos, dibujado seis o siete perfiles de

mujer en una

talmente. Paso a paso, claudicación por

el

poco afortunados

y me aburría moraun fuese rumiando mi

si

camino, regresé

movimiento para levantarse. ¿Molesto?...

fumado

cuartilla,

como

instalé al otro lado de la ventana.



el café,

al

comedor y me

Iv a

joven hizo un

LA CASA DE LA LLUVIA



¡No faltaba más!



aseguré vehementemente.—

no continúa usted, seré } o quien t

Si

bien ahí? Teresa: los pies

manda que

se vaya. ¿Está usted

traigan un cojín para

de esta señorita.

Encendí otro cigarro, abrí un

y

25

libro de

Conan-Doyle

me olvidé del pequeño mundo circundante. En los días sucesivos, esta situación no se

Mi mujer, cuando no trajinaba por

el

taba cerca de mí y cosía. Esta venía a nuestra existencia habitual, y ni aun sólito,

porque mientras yo

leía sólo

alteró.

caserón, se sen-

ser,

en definitiva,

el silencio

un asunto

era ininapla-

zable podía decidir a Teresa a quebrantar mi atención

con su charla. Elias Morell trabajaba durante esas horas en su

habitación.

A

veces oíamos resonar sus pasos sobre

nuestras cabezas, pero casi siempre permanecía silen-

y quieto. Poco antes de la hora de cenar solía aparecer en el comedor; entonces charlaba abundante-

cioso

mente acerca de cualquier asunto

y,

hecha

su sobrina y

el

siguiente día.

él se

retiraban hasta

la colación,

El carácter de Alina no se asemejaba al de su tío;

y permanecía mucho tiempo como ensimismada. Sospecho que entonces no hablaba apenas

se

lo indispensable

daba cuenta de nuestra proximidad y hasta que, la advertía, no hacía gran caso de ella. No creo

cuando rrar

si

calculo que la joven iba a cumplir o tenía

muy

WENCESLAO FERNANDEZ FLOREZ

26

-

recientes los diez

y ocho años. Los primeros días me

pareció vulgar su rostro de redondeadas mejillas de

sanos colores, de boca azul obscuro... ras de nogal.

más bien grande, de

Su pelo tenía

el

tono de

ojos de

las viejas

un

made-

No era alta, y en sus formas había un

algo

de esa redondez que es muchas veces como un recogi-

miento de encantos que realiza

proyectarlos en la juventud: algo igual

que hace de

lotamiento lanzar

elegante

el

y



mismo

al

macizo ape-

el tigre

cuerpo

flexible

para

la adolescencia

en

antes de

un

salto

magnífico.

— habían transcurrido dos semanas desla llegada de nuestros huéspedes, — al abandonar el Una

de

libro

tarde

y mirar a

la joven,

que

leía,

como de costumbre,

frente a mí, noté huellas de llanto en su cara. Imaginé

primeramente que obedecía a

la

emoción de algún pa-

saje sentimental (Teresa llora de

más

alegría

que

pena en cuanto

el

imbécil personaje de una novela se enamora; y de

al

cuando

se casa); pero pronto

convencí de

través de la gruesa lágrima que los párpados re-

tenían no era posible advertir

leer; las

manos, en

las

un temblor contenido, no hojeaban

men. Entonces



me

¿L,e

me

que el

creí

volu-

decidí a preguntar:

ocurre a usted algo, Alina?

Ella respondió sobresaltada, con voz breve y dura:



Nada.

27

LA CASA DE LA LLUVIA Llevó

el sutil

los ojos

pañuelo a

y añadió, menos

ásperamente:

— He

leído

mucho hoy y me hace daño. Apenas

¡Anochece tan pronto!

se ve.

Murmuré, colocando sobre



Sí,

En saban

el

velador mi

libro:

apenas se ve.

los las

más

alejados rincones del comedor se espe-

sombras

grises;

por la amplia ventana veía-

mos alejarse el día, gris también, sobre las mil finísimas patas de los hilos de lluvia, lento y babeante, como un monstruoso gusano. Las hojas de un laurel próximo brillaban con metálico brillo y, sobre la encharabría cada arena, cada goterón que caía desde el alero

un hoyo, que el goterón siguiente corregía o ahondaba. A veces un ráfaga conmovía todo el jardín sumido en la lenta

nosotros

hasta agonía del otoño, y entonces llegaba con que el quejido de los árboles y el silbido

se cortaba el viento en las

boj,

y

el

altanero,

menudas y

fuertes hojas del

entrechocar ruidoso de las hojas del eucalipto pergaenrojecidas ya y duras como trozos de

con furia mino; y entonces también alguna gota batía oblicuamente, la la ventana y dejaba en el cristal,

un arañazo luminoso. — ¿En esta tierra no hay sol, no hay nunca sol? de preguntó Alina, estremeciéndose, como si el frío

huella recta y durable de

ráfaga hubiese llegado hasta

ella.

-

Hace quince

— la

días

28

WENCESLAO FERNANDEZ FLOREZ -

que estoy aquí y no Creo que ya no

lo

lo

he visto lucir

ni

un

instante.

veré jamás.

Sonreí.

~ — -

¿Qué país

es el suyo?

He vivido siempre en Andalucía. En Andalucía - afirmé - el sol

es bodeguero;

tiene que velar por sus vides y azucarar las uvas y mirar incesantemente sus granos hasta deslizar dentro

de

ellos algo del oro

en aquel cielo y

— -

lo

de su

luz.

Por eso

brilla

siempre

barre de sombras. Aquí es pastor.

¿Pastor?

Cuida del rebaño de nubes. Unas son lentas y redondeadas y blancas, como lomos de ovejas; otras son negras e impetuosas, como toros a los que el piquero ha hecho salir de la dehesa en impaciente manada. El sol las trae a pacer Alina, es la llanura

al próximo mar. El mar, donde pacen las nubes. Uegan a

desde no sé dónde y vuelven o se marchan resbalando sobre la redondez del cielo como por un cristal. él

-

Está bien,

pero...

yo no comprendo

al sol

como

pastor de nubes.

-

Pues

usted lo prefiere, lo haremos pintor, un pintor maravilloso e inimitable. El pobre sol anda por

ú

si

aburridamente como por una desolada estepa Se da cuenta de que el cielo es siempre azul y uempre igual, y que su propio bonachón rostro de fuecielo

Ún

fin.

CRSñ DE LA LLUVIA

Lfl

go,

contemplado desde

la tierra

29

en aquella inmensa

extensión monótona, tiene algo de la estupidez huma-

na

del rostro de

en

el

sostiene boca arriba

un bañista que.se

medio de un mar tranquilo. El

sol

embadurna en-

tonces ese lienzo azul y lo anima y lo cambia y lo de-

Las nubes, Alina, son

cora.

La joven



mi

Digamos,

si

es así,

que

el

soldé ustedes no pinta

tinta china.

Yo no

Pero aguadas magistrales.

cielo

— —

paisaje del cielo.

rió.

más que aguadas con



el

por

¿Qué

de ustedes.

el le

cambiaría

encuentra de bueno?

Más intensidad y mayor

sugestión soñadora.

El sol hiriente y despejado hace ver las cosas demasiado claras para que se se refugia

en

el

pueda soñar; parece que

más

el

espíritu

oculto rincón de nosotros mismos,

hastiado de aquella brutal gritería con que se revelan

todas las formas y todos los colores. via yo noto

cómo

el

alma

se

Usted no ha aprendido aún a ni a mirar

cómo

el

paisaje

En

los días

expande y

oír lo

sale

de mí.

que dice esa lluvia,

profundos o no, esta

luz y este cielo pondrían en ellos algo de su

suavidad.

no tengo pesares

llu-

cambia mágicamente entre

la niebla. Si usted tiene pesares,

— Yo

de



Entonces sonó otra voz en

protestó Alina. la estancia.

misma

WENCESLAO FERNANDEZ FLOREZ

30

-



Alina no tiene pesares, amigo mío; pero lo que

usted dice es verdad.

Y

a tres pasos de distancia, detrás del sillón de la

joven, apareció,

como

figura de Elias Morell.

salida por escotillón, la delgada

Su

traje obscuro se fundía en las

sombras; la escasa claridad del crepúsculo ponía un reflejo

azogado en sus quevedos y otro largo y tenue

en su frente prolongada por la

Disimulé un

calvicie.

sobresalto.



¡Malditas botas de goma!

Y

dije



sosegadamente, en voz

pensé.

alta,

por

si le

podía

molestar:



Buenas noches, señor Morell; ya

le

he oído acer-

carse.

— me

Buenas noches



respondió, con tono en

el

que

pareció advertir cierta ironía.

Y avanzó para sentarse en el mi mujer, entre

En

aquel

el

de Alina y

momento

se

el

sillón

que

solía

ocupar

mío.

oyó un grito ahogado y un

lejano estrépito de cristales. El viejo, su sobrina y yo

alzamos

la

cabeza para escuchar. Alguien corrió, so-

naron unas voces ininteligibles y lencio.

se restableció el si-

Entonces volvimos a mirar, por esa especie de

hipnotismo que

cuadro de

la

la luz ejerce sobre

todos los seres,

el

ventana, que se obscurecía más y más.

Teresa entró,

al

cabo de algunos minutos.

Lfl

— —

¿Ha sucedido ¡Bah!

las



algo?

— contestó,

menea, donde

Un

DE LA LLUVIA

CflSñ

31

pregunté.

acomodándose junto a

sombras estaban teñidas de

la chi-

rojo.



susto de la criada. Había bajado a la bodega, se

cortó

un dedo con un casco roto y dejó caer

A tientas cogió ante

ella,

en

los

la bujía.

y volvió a subir. Dice que peldaños, vio clarear un espectro, que

las botellas

no sabe con certeza

era

si

el

de su madre o

el

del cura

de Santa Marina que se murió hace dos meses. Total,

que nos rompió dos botellas de a

litro.

Estas aldeanas

son de una superstición incorregible. Alina se revolvió en su asiento y vi su mirada desviarse de

mi mujer para

drosa en

el



ir

a fijarse con expresión

me-

anciano. Elias Morell dijo calmosamente:

Es más que probable que nada tenga que ver

la

superstición en todo eso.



¿Qué quiere usted decir?

mente.





indagué desabrida-

Si usted hubiese vivido en Galicia algún tiem-

po, sabría que de cien campesinas que se

obscuras en un recinto se

solitario,

disponen a recibir inmediatamente

fantasma. Tienen en

cerebro

el

quedan a

noventa y nueve la visita

de un

más leyendas que buen

sentido de la realidad.

El anciano se arrellanó



Si

un dedo

más en

no hubiese oído que



explicó,



el sillón.

la criada se

acaso pensase

ha cortado

como

usted.

WENCESLAO FERNANDEZ FLOREZ

32

-

muy

Pero ese es un detalle

importante. Hace falta una

ignorancia completa de estos asuntos para no saber que

emanaciones de

las

dades astrales

el

la sangre

proporcionan a

las enti-

plasma a propósito para materiali-

zarse temporalmente. L/OS

comprobados casos de vam-

más que una confirmación de esta verusted como quiera, pero yo creo firmemente

pirismo no son dad. Piense

que esa criada ha visto un espectro que tomó corporeidad de la sangre vertida por



¡Jesús!



ella.

comentó, riéndose, mi mujer.



Yo

suponía que esos cuentos no se creían más que en

el

campo.



Se creen en todas partes, señora; de polo a polo,

de antípoda a antípoda; y hay regiones extensas donde la

incredulidad parecería tan desatentada y absurda

como a usted

le

parece la fe en tales misterios. ¿Sabe

usted lo que hacen en Moldavia?

En

Moldavia, la vís-

pera de la Ascensión, la gente cena en los cementerios, sobre las tumbas de los parientes difuntos, y cuando los

invitados se han marchado ya, después de dar gracias al

muerto, la más vieja mujer de la familia pincha su

propio pecho izquierdo y hace caer sobre

unas gotas de sangre, al

fantasma del que

ante

que tan

ellos.

las suficientes

allí

el

para prestar vigor

yace y permitirle presentarse

Entonces dialogan vivos y muertos hasta

los espíritus se inmaterializan otra vez. fácil

sepulcro

que yo mismo podría intentarlo.

Esto es

LA CASA DE LA LLUVIA

Y

a tres pasos de distancia, detrás del sillón de la joven, apareció,

como

salida por escotillón, la delgada figura de Elias Morell.

(Véase pág.

30.)

LA CASA DE

Hubo un

silencio.

cía en su sillón.

— Y

Me

Lfl

LLUVIñ

33

pareció que Alina se estreme-

Murmuré desdeñosamente:

¡Infundios de viejas! el silencio

volvió a caer,

más pesado. La chime-

nea ponía un temblor rojizo en todas

las

sombras.

Cerca de los morillos, Lambón, nuestro enorme gato negro, con las patas cruzadas bajo las

redondas pupilas, parecía

un oidor

inteligente que

chas cosas... los hilillos

Ya no

el

asistir

pecho, brillantes a la charla

como

también pudiera contar mu-

se veían cruzar ante la

ventana

de lluvia El laurel era una sombra obscura, ,

y sobre el fondo lóbrego del cielo las ramas ya, podadas de un frutal parecían brazos abiertos en una súplica desesperada. Tal

como

aquéllos, nudosos

y torcidos

por la angustia, se debieron alzar de los humanos troncos hacia los trágicos e implacables cielos del Diluvio.



Si encendiésemos luz...



insinuó tímidamente

Alina.

Me

acerqué a la lámpara. El acetileno detonó dé-

bilmente y se inflamó en una llamita azul, como un

cabujón de

zafiro;

y

se

tamente arrojó contra

nimbó de las

das de endriagos, y aun,

una ancha herida en LA CASA DE LA LLUVIA



la

al

rojo,

y

creció;

y

súbi-"

paredes las sombras preñatravés de la ventana, abrió

noche que invadía

el jardín.

WENCESLAO FERNANDEZ FLOREZ

34

-

IV

El caballo piafaba en

humo

en

el

fresco aire

el

patio, arrojando chorros de

mañanero; a uno y otro lado del

arzón colgaban las alforjas vacías. Oí en las baldosas el

ruido de los zuecos claveteados del

mozo de

labor,

que iba a marchar a Gondomil, con encargos caseros. Mientras toalla,

me

miré

entonces,

refregaba fuertemente

el

rostro con la

través de los visillos. El criado liaba

al

con torpe calma, un

cigarrillo

cómicamente apercibida ya entre que había de humedecer

el

ventrudo,

los labios la

papel.

lengua

Cuando terminó,

acercóse al caballo y examinó la cincha. Entonces

Alina apareció en

el patio.

Rosendo acercóse a

ella,

después de una mirada inquisitiva a las ventanas.

Hablaron

unos

breves

instantes.

Vi confusamente

pasar un objeto de las manos de la joven

mozo. Alina volvió a entrar en

la casa.

al bolsillo

del

Rosendo cabalgó,

estimuló a la bestia y marchó, revolviéndose aún en la silla

A

— —

para acomodarse mejor.

su regreso, próximo ya

el

mediodía,

¿Qué has hecho en Gondomil?

Todo

lo

que

me

ordenaron, señor.

le

llamé.

LA CRSR DE LR LLUVIA



¿Incluso

encargo de

el

la señorita Alina?

Me miró

sorprendido y



visto hablar con ella esta

Te he

35

calló.

mañana.

Se decidió a apelar a su socarronería de campesino.

— —

Hablar no

es delito, señor.

Mira, Rosendo



ten las propinas, pero

gruñí,



bien está que te gus-

más debe importarte

el

pan de

la casa en que sirves. ¿Qué secretos de la señorita son

que amparas?

los

— No creo haber hecho ningún mal — La

.señorita

me

dio

protestó.

una carta para depositar en



la esta-

feta de la villa.

— — — —

¿Es

He

la

primera que te da?

llevado otras dos.

¿Y por qué con

La

ese misterio?

señorita no quiere que lo sepa

el

señor Mo-

rdí.

Di un corto paseo, malhumorado.



Rosendo



para no admitir le

resolví,— eso

el

recado.

No

mismo debiera bastarte

quiero tapujos. Después

hacen a uno responsable de todo.

las arreglarás

En

lo sucesivo, te

como puedas para rechazar

esas comi-

siones.



Así se hará, señor.

Confieso que

que no

me

el

incidente

me preocupó

bien poco y

molesté en buscar interpretaciones a aquella

WENCESLAO FERNANDEZ FLOREZ

36

-

correspondencia de aspecto clandestino. Pero por la

contemplando ante mí a

tarde,

la

muchacha absorta

en su habitual lectura, relacioné con las secretas epís-

que había advertido en sus ojos días

tolas el llanto atrás,

y pensé que acaso se tratase de algún amor con-

trariado. Entonces la miré con

pareció



mayor atención y me

más mujer y más hermosa.

Es una niña aún



me

pecha de que guarda un amor jer ante

mis

ojos.

¿Qué

dije,

la



pero sólo a sos1

ha convertido en mu-

se ocultará

debajo de

esa

apariencia recogida, de ese aspecto casi infantil?

Y

pensé de pronto:



¿Cómo amará?

Esta pregunta hecha en voz baja dentro de mi propia alma puso

un puntito de fuego en

mi sangre. Ahora admiré a la joven con

el

torrente de

ojos de pecador,

y un mal pensamiento mío ciñó más a su carne las ropas que

la envolvían.

De toda ella sale como un olor de juventud — medité— y en su piel debe de haber una rara suavidad que hará a las manos que la toquen sensibles como



corazones. ¡Prodigioso bien

el

de los años mozos!

Suspiré ahogadamente, cavilando que mi vida ca-

minaba ya por no me

sería

el

declive que conduce a la vejez.

Va

dado gustar aquellas dulces emociones de

otros tiempos, cuando

el

amor

era la obsesión cotidiana

Lñ CASA DE LR LLUVIA

y ojos de mujer, negros o húmedos de cariño, para

37

garzos, se alzaban hacia mí, insinuar: «Te espero». ¡Todo

queda tan pronto atrás en este viaje de

los años!

Como

una fogata brilla y quema vuestra mocedad; entornáis los párpados deslumbrados; al abrirlos luce aún el fuego y hay todavía una sombra de mujer junto a vos-

Pero ya no es más que

otros.

calienta vuestras veladas,

y

la

el

fuego del hogar que

mujer tiene arrugas en

su frente y canas en la sien y vuestra cavilosa.

¿Qué

se

misma

actitud

ha hecho de aquella divina exalta-

ción que todo lo sublimaba y todo lo vestía de colores ardientes? ¿Por qué murió tan pronto la bella mentira?...

Y

extendéis vuestra

piensa quizá lo

mismo

mano

hacia la mujer que

a vuestro lado, y para llamarla,

el

corazón os ofrece una palabra conmovida: «¡hermana!».

Hermana en ilusión

engaño

3*

en

el

desengaño, en aquella

y en esta verdad irremediable, en

juveniles



el

y en

la declinante tibieza

Hermana



los ardores

de la madurez.

quisierais decir, con

una apacible

ternura en la que hubiese compasión y tristeza,



hermana: todos nos han olvidado ya; nuestra novela terminó donde terminan casi todas

las novelas, al de-

Más allá no hay sino una tranquila espera de la muerte. Cuando esa frase se ha pronunciado o escrito es que el hombre se ha cir: «se

casaron y vivieron

felices».

decidido a trocar su caudal de ensueños por una rea-

WENCESLAO FERNANDEZ FLOREZ

38

-

lidad.

Entonces alza su casa, enciende su hogar, atran-

ca su puerta y enseña si

alcanza a pasar por

perro a ladrar a la aventura,

al

en ruta equivocada. Herma-

allí,

na, esta noche está nuestra

tú piensas en

el

hijo

morada más

muerto o en

el

fría;

y

hijo que

es

que

no na-

y yo en todo lo que murió en nuestra vida y en todo lo que en ella fué tan dulce y tan breve y tan engació,

ñoso como tu esperanza maternal, amiga, hermana mía.

Cuando lectura,

la

joven

me

miró, en

un descanso de su

ya no recordaba yo, sino

muy vagamente,

que aquella condolida piedad de mí mismo naciera de contemplar su hermosura y su juventud.



¡Qué aburrido es

el

por principiar una charla.

— — —

campo en



invierno!



dijo,

¿Usted no sale nunca de

él?

Nunca. Pero ¿vivió aquí siempre?

No: de muchacho he corrido algo por España.

Estudié en Compostela; después marché a Madrid...

Permanecí tres años en

la Corte.

— ¿Qué es usted? — Lo que todo el mundo que no es nada. — ¿Abogado? — Naturalmente. — ¿Ejerció en Madrid? — Asómbrese usted. ¿Sabe lo que a Madrid me llevó lo

que

me

hizo soportar

allí

una vida

difícil,

,

desaten-

LA CASA DE LA LLUVIA

39

dido por mis padres, sin dinero, casi con hambre

mu-

chas veces?

— —

Una mujer. La literatura. El

tenido fué

— — una

el

¿Ha

más vehemente que he

deseo

de ser escritor.

escrito usted?

Tantos versos como harían

línea

que ciñese

el

amores fué una novela

falta

mundo. Pero

la

para formar obra de mis

no encontró nunca

que...

edi-

tor que la lanzase.

— —

¿Por qué?

¡Caramba, porque, aparte una docena

mareros, no conseguí que nadie Corte! Fracasé

año.

No

— — crito!

como fracasan

me

de ca-

conociese en la

cientos y cientos cada

servía; esto es todo.

¿Cómo

llamaba

se

¡Se llama, se llama,

la novela?

que aun conservo

el

manus-

El corazón de Alejo Mingolín.

Alina soltó una carcajada.

— —

¿De qué

De

se ríe usted?

ese apellido. ¡Qué ocurrencia!

una novela muy

— — —

Debe de

ser

divertida.

Pues es profundamente

triste.

¡Con ese nombre!...

Es que yo pertenecía

game: ¿por qué tan sólo

a la escuela realista. Dí-

los personajes

de nombres

sonoros han de tener un interesante corazón?

40

WENCESLAO FERNANDEZ FLOREZ -

— -

Es verdad. Tiene usted que leérmela. Eso no. conservo apenas como una curiosidad y no he vuelto a desatar el legajo. Me ruborizaría

U

ahora recordarla. Mentía, porque la he leído y la leo tantas veces casi la sé de memoria. A mi mujer, en cambio siempre le produce el efecto de una novedad y se emo-' ciona y la alaba tanto ahora, que la ha escuchado mil

que

veces,

como

el primer día que le di a conocer ese fruto sabroso de mi talento. Por esta razón no creo que nadie considere un abuso que le lea de nuevo casi todos los

domingos

u ocho capítulos de El corazón de Alejo. la primera vez, me abraza como la primera vez y declara con igual tesón su convencimiento de que «hay muchas malas mujeres en el mundo». - Desde que le vi - confesó de pronto siete

Uora como

Alina,

me

dije

que usted tenía aspecto de

-

artista.

Sonreí, complacido, antes de encoger los

hombros

para afirmar modestamente:



Ya no

Y

sentí,

soy nada.

en reciprocidad,

alabanza madrigalesca de sus

impulso de hacer una ojos. Pero no me atreví.

el

* * *

Encontré a Alina a de la casa.

la

mañana siguiente a

las

puertas

LA CASA DE LA LLUVIA

— — —

¿Va usted a cazar?

preguntó.

Sí.

¿Puedo acompañarle?

Su L/a



41

inquisición casi tuvo el tono de

un mandato.

joven llevaba altas botas de cuero y un impermeable

abotonado hasta echó a andar.



No

murmuré;

la barbilla. Sin esperar

creo que



mi respuesta,



la

vaya usted a

divertirse

mucho



caza no abunda.

— Bien.. Daré un paseo. Y calló. En su actitud había algo extraño. Caminaba dos o tres pasos ante mí, como charla,

si

intentase rehuir

y miraba obstinadamente a

estábamos distantes dé

lo lejos.

una

Cuando ya

emparejó conmigo y preguntó con una decisión meditada:



la casa,

¿Por qué ha prohibido usted a Rosendo que lleve

mis cartas a Gondomil? Vacilé.

— Y —

Yo... francamente...

Ella continuó con voz dura:

callé.

Usted

silencio del

lo

impide porque sabe que he pagado el

mozo ante mi



Es verdad,

L,a

joven se detuvo.



tío.

Alina.

Sin embargo, tengo necesidad de que esas cartas

continúen siendo llevadas con domil.

el

mismo

secreto a

Gon-

42

WENCESLAO FERNANDEZ FLOREZ -

Refrené mi desagrado para responder: - Esa no es cuenta mía... ni de mis criados. Elija usted otro mensajero.



Otro; pero ¿quién?

Confío en que no

me mandará usted buscárselo. ¿Por qué no consiente que sea Rosendo? Contesté con saña, sin que yo misino -

acertase a

explicarme entonces -

mente

la

razón de mi afán agresivo:

Porque no he pensado

ser directa ni indirecta-

el

protector de los amores de usted, que, naturalmente, no sé cuáles son ni me importan.

Entonces continuamos nuestra caminata en un

si-

lencio recíprocamente hostil. 1.a voz de Alina sonó dulcificada y triste:

-

I* aseguro a usted - dijo, sin mirarme - que no ampararía nada que no merezca el apovo de un hombre de bien. Si usted ha visto

el sobre de alguna de esas cartas, sabe que llevan un nombre de mujer: el de una parienta mía de la que

espero el único apoyo que puede salvarme. Es tan interesante para mí que no se corte esta correspondencia, que no dudo en hacerle a usted confidente de un secreto. Cuando usted lo

conozca,

me

ayudará.

Elevó a mí sus una lágrima.



Mi

tío está

ojos, en los

que había

enamorado de

mí.

el

temblor de

LA CASA DE LA LLUVIA

43

acoger aquella reveAntes de que yo supiese cómo lación inesperada, continuó:

que mi padre muño, Tres años hace, desde de Recientemente, con ocasión que estoy a su lado. saber usted, mi tío pudo un suceso que ahora no debe no sentimientos que me inspiraba

_

comprobar que los con me llevarían nunca a casarme cuando proyectó

_ -

él.

Entonces fue

este viaje.

otra persona? ¿Para alejarla de alguna en su compañía. Más que nada, para aislarme

desdén: Dije con un irreprimible ¿Qué puede esperar de eso?

-

Lo

espera todo.

una enconada ira contra Sentía bullir en mi corazón el

anciano.

que uo intentara la menor consentma paredes de mi casa no violencia. Entre las temer. Mi _ No es eso, por ahora, lo que puedo por otro adueñarse de mi voluntad tío ha pensado en reüramos nos las noches, cuando

-

Supongo

-

gruñí

-



procedimiento. Todas

a nuestras habitaciones,

me somete

a prácticas de h,p-

notismo.

_ -

_

¡Canalla!

bramé.

blanda súplica, Mis creo en su ayuda. he confiado a usted y Hasta ahora, de mi llenas de terror.

Señor

yo me

-

-

noches están

de dijo la joven con voz

44

WENCESLAO FERNANDEZ FLOREZ -

propia angustia he sacado fuerzas para resistir todos esos extraños manejos que hacen de mi sueño diario una sucesión de pesadillas. Pero yo no sé a qué nuevas

locuras le arrastrará

fracaso de esta locura Incesantemente estudia en libros donde se narran horriel

pilantes historias; se exalta

más y más cada día invierno termine, antes de que pueda idear alguna otra solución desquiciada, quiero huir de Antes de que

él.

el

Tengo miedo.

- Yo le hablaré... - Usted no le hablará. Sabe Dios a qué paraje

me

Todo

se habría perdido.

conduciría entonces o cuál

sería el consejo de su desesperación. Creo firmemente qne mi tío está loco... ¡Oh! Usted ignora... Le prohibo a

usted la

más

leve

alusión a este secreto que es mío y que entregué a su discreción sin solicitar que intervenga usted con iniciativa alguna. Yo misma finjo no saber para qué intenta hipnotizarme, y le engaño a veces para alimentar su ilusión y ganar tiempo.

— -

Le

escribiré a esa parienta suya...

Tampoco; no

es preciso.

Median circunstancias

especiales que algún día conocerá usted. Ofrézcame, tan sólo, que mis cartas serán llevadas a

sm que mi

— —

Se

Gondomií

tío lo sospeche.

lo juro

Gracias.

a

usted.

Es todo

lo

que deseo.

Lfl



No

pondo de su



45

necesita usted en lo sucesivo dirigirse al

Es más

criado.

CñSñ DE Lñ LLUVIA

fácil

que

me

las

entregue a mí. Res-

envío.

Gracias, señor.

Me

tendió sus dos manos. I,as estreché.

Olían a no sé qué esencia leve y perturbadora que quedó vagamente en mis dedos; y eran suaves como la caricia

y blancas como

en

como

fin,

si

la

misma Emoción. Eran,

su juventud hubiese florecido en dos

magnolias. Sentí crecer, mezclado con

mi rencor

a Elias Morell. Por

un confuso sentimiento,

un instante no supe qué

hacer ni qué decir, y para disimular mi turbación disparé contra un árbol donde, en verdad, no había pieza alguna.

La detonación

alzó

un tumulto

ecoico; cayeron,

segadas, unas ramitas. Abrí la escopeta, soplé en el cañón...

No

sé por qué, aquel disparo o el latir de

mi

corazón zumbó mucho tiempo en mis oídos.

V Después de

recibir esta confidencia,

mis dos hués-

pedes cambiaron casi súbitamente ante mis ojos su traza moral y su aspecto

físico.

Yo

creo que hasta que

WENCESLAO FERNANDEZ FLOREZ -

logramos penetrar por

al gúa

modo en

r

d su propia %ura todo una tan mrima :conex¡ón que cuerpo y el euerpo no puede ser

odTir



-

el

espíritu de

^ ^

****

d co mpreniUo

hasta espíntu se deja entrever. Esta teoría aclara a

el

-» )«*,. muehos misterios que el amor ofrece Pero »o es mr propósito divagar acerea de cuestiones tan eomphcadas. Quería decir sencillamente

menceaverdeotramaneraaElías

Y

deb ° d£darar

,