La barbarie de la ignorancia
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Esta entrevista está disponible en francés en CD editada por France Culture 116, Av. du Présidcnt Kennedy 75220 Paris cedex 16 Fue difundida en la emisión "A voix nue" por France Culture (R ad io France) en 1997.

© 1998 by Éditions L e Bord de l'Eau © 1999 by el Taller de M ario Muchnik. Paseo de la Castellana, 167, 28046 Madrid. ISBN: 84-92-3869-8-3 Depósito legal: B. 45.420 - 2000

Título original: Barbarie Je Vignorance Esta edición de La b arba rle d e la ign oran cia al cuidado de Ricardo di Fonzo y con la colaboración de José Luis Casares y José Luis de Hijes, compuesta en tipos Aster de 11 puntos en el ordenador de la editorial se term inó de im prim ir en los talleres de Romanyá / Valls, Capellades (Barcelona) el 18 de octubre de 2000. Im preso en España — Printed in Spain

G e o r g e S t e in e r EN DIÁLOGO CON

A n t o i n e S p ir e

La barbarie de la ignorancia T ra d u cid o del fran cés p o r M a r io M u ch n ik

LÚJui del Taller de M ario M uchnik

"Y hace unos meses, el ordenador Deep Blue derrota al cam peón mun­ dial de ajedrez Kasparov. [...] Parece que en las notas tomadas por Kaspa­ rov acerca de esta partida figura un mom ento realmente extraordinario: la máquina espera dos minutos, ¡algo así com o cien mil años en la escala del ce­ rebro electrónico! Y hace una jugada nunca vista antes, nunca com pren di­ da, que le da la victoria. Y Kasparov anota: «C om prendí que no calculaba: pensaba». ¡Es aterrador! Se lo cuento a uno de mis colegas de Cambridge, y éste me replica: «¿Quién te dijo que el pensam iento no es un cálculo?» ¿Y si tuviera razón? ¡Aún más aterrador!” "La lección de lectura de George Steiner” en Télérama, n° 2486 del 3 de septiembre de 1997, por Catherine Portevin

Premonición del padre

George Steiner, nació usted en 1929 y vivió sus prim eros años en París, en el distrito 16, si no me equivoco. Primero en la avenida Paul Doumer, muy cer­ cana, como usted sabe, a la m e de la Pompe. Era un barrio muy liberal -m ucha cultura y también mucha presencia judía. Mis comien­ zos fueron totalmente los de una infancia pri­ vilegiada, protegida, en una casa llena de li­ bros, de música, una madre maravillosa de origen vienés, políglota, un padre de origen checo, de una minúscula aldea a ocho kiló­ metros de Lídice, el pueblo que se hizo famo­ so por una de esas venganzas totales de los nazis durante la Segunda guerra mundial. Y una educación llena de esperanza, llena del

humanismo característico de ese mundo, francés y al mismo tiempo centroeuropeo. Usted dice Europa central -desde luego p ro ­ nunció los nombres de Viena, Praga (las ciu ­ dades de sus padres)-... de hecho usted p ro ­ viene de aquella

Viena de Benjamín, de

Adorno, de E m st Bloch, de Lukácks, de Freud. Se podría afirmar que su nicho familiar fue la Viena mítica de la gente de cultura. Ya entonces era una Viena trágica. No hay que olvidar la paradoja -paradoja matriz, me atrevería a decir- de nuestra cultura moder­ na, de nuestro modernismo y hasta posm o­ dernismo: a la sombra de un antisemitismo cada vez más feroz y, en particular, gracias a la catástrofe de 1914-1918. Se trataba de un trozo de un imperio que ya entonces buscaba un porvenir junto a Alemania. Allí había -es difícil expresarlo: la física nos da una palabra, explosiones, o lo que es peor, implosiones, concentraciones de fuerzas que se decuplican

por la intimidad del medio. Todo era muy pe­ queño. Todos conocían a todos. De golpe Vie­ na, ex capital imperial, se convirtió en un vi­ llorrio. Pero, como usted dice, yo nací en París y sólo conocí ese mundo por mis padres. Así, antes de que usted naciera sus padres ha­ bían abandonado Viena: ¡que p rem on ición tan extraordinaria la de su padre, merece la pena detenerse en ella! Él, que en 1924 era un hombre de responsabilidades (secretario ju rí­ dico de la banca de Austria a los veinticuatro años), deja Viena porque siente que las cosas se ponen cada vez más complicadas y la vida más difícil para los judíos. Piense que es un alcalde de Viena, Karl Lueger, hombre muy importante, quien verda­ deramente lanza el program a que adoptará su discípulo H itler para eliminar a los judíos de Europa. Hay un pequeño detalle que me obsesiona: es el horrible vocablo alemán judenrein, es decir “ limpieza étnica"; regiones,

ciudades, organizaciones en donde no ha­ brá más judíos. Fue en el club ciclista de Linz donde se inventó la palabra, en 1906. ¡U n club “purificado de judíos7 Estará limpio: no habrá más judíos. Un club de ciclistas de Linz. Así, mi padre lo vio ve­ nir (no en todos sus detalles, claro)... pero buscó otro porvenir para él y sus hijos. Al em igrar a París en 1924 su padre recons­ truirá su vida. Escribirá en el M anchester Guardian. Verdaderamente, esta prem onición de su padre y luego su extraordinaria capaci­ dad lingüística, en un m undo gennanófono, que le perm ite hablar en inglés en un diario inglés, todo ello explica que usted sea educa­ do en el trilingüismo... Mi madre comenzaba una frase en una len­ gua y la term inaba en otra, sin percatarse. Tam bién ella tenía un oído soberbio, un

francés exquisito. Porque en la cultura vienesa una de las vías de acceso hacia la feli­ cidad de otra civiliza ció n era el francés... ¡Nunca se debe olvidar el enorm e prestigio de la lengua y la literatura francesas en toda aquella Europa central! Inmersos en el angloamericano casi universal -ya hablare­ mos de e so - nos olvidam os de que era el francés lo que perm itía entrar en la sensibi­ lidad clásica europea. Era hablando francés com o uno se hacía -p alab ra que se volvió horrible bajo Hitler, pero que es un término muy b ello - cosmopolita. Es un término be­ llo en su sentido griego: ciudadano del pla­ neta. ¡Nada hay más bello! Son Hitler y Stalin quienes han dado a esta palabra su sentido peyorativo. Se puede decir que esa palabra ha encontrado hoy todo su valor y toda su belleza. Ser cos­ m opolita es, en definitiva, ser un verdadero ciudadano del mundo.

Lo cual era el ideal del Siglo de las Luces y de cierta emancipación judía: la gran salida histórica del gueto, el m ovimiento hacia Oc­ cidente y hacia la libertad francesa, el ideal de la Revolución francesa y de los grandes pensadores de las Luces. Bajo el poder an­ gloam ericano hemos perdido, m e parece, algo de nuestro sentido de lo que significaba ser europeo en aquel momento. Y es entonces cuando usted aprende que una nueva lengua es una nueva libertad. Usted era trilingüe y en su libro Después de Babel ha querido, en el fondo, explicar la necesidad de ese plu rilin gü ism o y, al m ism o tiempo, cóm o ello le permitía penetrar en las psicolo­ gías de pueblos diferentes. ¡Fue para m í la m ejor de las suertes! Cada lengua es una ventana que da a otro mundo, otro paisaje, otra estructura de valores hu­ manos. Recalquémoslo otra vez: cierta peda­ gogía psicológica, sobre lodo norteamerica­

na, querría convencernos de que el niño multilingüe corre peligro de caer en la esqui­ zofrenia, en los desarreglos mentales. A mi modo de ver es absurdo. Dar a un niño una serie de lenguas equivale a dar a su persona­ lidad, para empezar, un sentido ampliamen­ te humano. Es decir que no hay m onopolio chauvinista, ni nacionalista de una única fórmula humana. Las literaturas de que dis­ pone, la historia de una tradición diferente, ¡es lo esencial! Si los árboles tienen raíces -y yo amo los árboles- los hombres tienen pier­ nas: es un progreso inmenso: las lenguas nos confieren esas piernas. Podemos ser huéspe­ des de otros hombres, com prender lo que nos dicen y responderles... Yo tuve esa in­ mensa suerte, y agregué más tarde una len­ gua que adoro: el italiano. I loy, al final de mi carrera, de mi enseñanza, todavía tengo el privilegio de dar clases, conferencias en cua­ tro lenguas. Las siento cada vez com o vaca­ ciones para el alma. N o sé expresarme de otro modo: ¡es una libertad maravillosa!

Usted fue a la escuela norteamericana de Pa­ rís, en la rué Théophile Gautier. Y a llí fue for­ mado en inglés. Luego fue al liceo Janson de Sailly, y a llí fue form ado en francés. Y siem­ pre con ese fondo de cultura alemana vienesa que era el terruño cultural en el que se había criado. Luego aprende griego con su padre. Me llam ó la atención, cuando cuenta su in ­ fancia a un filósofo ira n í que lo entrevista, que su padre le pidiera informes de lectura de cada uno de los libros que usted leía, y que se los entregara. Seguía realmente de cerca su educación... Un breve resumen. N o tenía derecho de pa­ sar al libro siguiente sin antes haber redac­ tado el breve resumen, aunque éste sólo d i­ jera “no he comprendido nada" o “este libro no me gusta". N o se trataba de eso; era para evitar que fuera com o el niño en la fábrica de chocolatinas, que se las com e todas y se indigesta. Se trataba de que siguiera cierto método y respetara la obra. A una obra se le

debe atención, y la atención lleva a la refle­ xión... más tarde, en el liceo (usted lo sabe tan bien com o yo)... todo el sistema de resú­ menes se ha vuelto muy im portante en la educación secundaria. Era una pedagogía. A veces me im pacientaba, me enfadaba, quería el próxim o libro. En esto mi padre era muy estricto. Dice usted que nació minusválido de la mano y del brazo derechos, y que cierta dosis de vo­ luntarism o de sus padres... porque hay un voluntarism o cultural (del que acabamos de hablar) y se necesita un asombroso volunta­ rismo para forzarlo a escribir con la mano de­ recha minusválida. Creo que le ataban la mano izquierda a la espalda, para obligarlo a escribir con la derecha. ¡Sería incomprensible hoy día! Pues verá: ¡lo siento por hoy! Una vez apren­ dido el hecho de que un pequeño handicap es, al contrario, un gran privilegio, es decir

una escuela de esperanza, una escuela de la voluntad donde se califica cada progreso, el hecho de que para atarse los lazos de los za­ patos uno necesite un año de ejercicio (cuan­ do ya existían los cierres de cremallera)... es de eso precisamente de lo que estamos ha­ blando: o sea, en lugar de decirle al niño “Pobrecito, te facilitarem os las cosas”, se le dice: “ ¡Qué suerte tienes, te las haremos más difíciles!" Sin caer en la mínima presunción, créame, comprendí muy muy pronto una de las máximas preferidas de mi padre (es de Spinoza), que dice que "la cosa excelente ha de ser muy d ifícil'’. ¡Que sí, es exacto! Para nada se trata de castigar. Hoy, cuando todas las terapias son terapias de facilidad, creo que es mucho más difícil crecer con alegría -y subrayo alegría. La lucha por resolver los problemas cotidianos: tuve la suerte inmensa de tener padres que lo habían comprendido. N o había nada de sádico ni de siniestro, al contrario: cuando llega el éxito es una risota­ da de alegría.

Cuando habla de alegría uno piensa en Spinoza, la alegría espinociana que a veces irrumpe en uno cuando ha leído algo, cuando ha supe­ rado una dificultad. Hay que adm itir que us­ ted tuvo suerte -n o la de haber estado en con­ tacto con Spinoza (cuestión de época), sino la de haber estado en contacto con James Joyce. Me sorprendió enterarme de que su padre reci­ biera a Joyce en su casa, y que una vez usted entró con sus estribos en el salón... ...en donde no tenía derecho a entrar. Mi primer recuerdo es este inmenso personaje blanco, inmenso para un chico. Su traje blanco: debía de ser primavera o verano. Mis padres estaban p or reñirm e am ablemente;

110 tenía derecho a irrumpir en el salón, des­ de luego: vieja escuela. Dijo una cosa simpá­ tica, “no lo riñan" o algo así de amable. Único m om ento de encuentro. En aquella época Joyce estaba amparado por un mece­ nazgo, ya sabe, para que pudiera continuar su obra, el Finnegans Wake, obra en curso.

Mi padre, simplemente, había logrado reu­ nir algunos de los interesados en el m ece­ nazgo de Joyce. Para un niño es una im pre­ sión muy muy profunda. Veo todavía hoy, a sesenta y cinco años de distancia, ese blan­ co, ese blanco deslumbrante y ese personaje enjuto que parecía no terminar nunca. George Steiner: ¡lo que sucede en otra parte siempre es apasionante! Su padre, quizás por eso, le enseñó a tener un extraordinario senti­ do de la curiosidad, una capacidad de aten­ ción p or todo lo que no es usted, todo lo que no es el lugar en que usted está, la civilización ajena y, en el fondo, le enseñó a buscar per­ manentemente un m undo distinto. Con él aprendió usted griego, con él las hum anida­ des, lo que llam am os humanidades, es p o r ahí que también le llega la preocupación p or el otro. Sí, pero también, probablem ente (era ya una preparación), tal vez hablemos de ello:

hay un aspecto negativo. Toda la vida es una dialéctica. Creo que inconscientem ente mi padre me quería profesor, sabio. Él venía de una trad ición en la que una gen era ción ganaba dinero para que los de la siguiente fueran rabinos -n o rabinos en el sentido re­ ligioso sino en el sentido p ropio del térm i­ no: estudios, profesor, m agisterio; en otras circunstancias, por ejemplo, habría espera­ do de m í que fuese escritor, artista. Yo pin­ taba, dibujaba mucho, e inconscientemente no creo que fuera una decisión tomada en abstracto. Sé que en su mente el sabio y el profesor eran aun más importantes que el ar­ tista. Lo que no es cierto. Es una paradoja, claro. La creación no era para él, en su men­ te, tan inm ediata. Da la m edida de la gran secularización de la tradición talmúdico rabínica del pasado en Europa oriental, cuan­ do todos esperaban que su hijo fuera un sa­ bio religioso. Ya no era así: estábamos en un mundo laico, secular. Pero me consta el in­ menso placer que le di antes de que murie-

ra, cuando me supo profesor en las grandes universidades. A veces me pregunto si real­ mente es ése el ideal. Segunda extraordinaria p rem on ición de su padre: durante la guerra boba Paul Reynaud lo enviará a Estados Unidos para negociar la compra de aviones de caza. Tomará una deci­ sión, aconsejado p or algunos amigos -c u r io ­ samente también p o r un banquero america­ no que luce insignias nazis y que le dice “Tráete a la fa m ilia ,\.. Su padre escuchará a ese hombre y los llamará, a su madre y a us­ ted, a los Estados Unidos. La guerra no está del todo declarada -e s el m om en to de la guerra b ob a - y debemos a dm itir que es fo r­ midable esa p rem onición del peligro, propia de su padre... ¡M ilagro! Ese banquero había negociado con mi padre (m ucho antes de la época de H itler) un fam oso préstam o internacional llam ado "el préstamo Siem ens" para la in­

dustria eléctrica alemana. Ve a mi padre -era un banquero germano am ericano- y le dice: "Haga salir a toda costa a su fam ilia”. Lo im portante de la anécdota estriba en que quienes capitaneaban la industria ale­ mana ya sabían, no de Auschwitz, es claro, pero a los com ienzos de las acciones en P o­ lonia ya sabían de las matanzas. Sabían lo suficiente com o para adivinar que cuando los alemanes llegaran a París (algo que por lo visto ya tenían en mente) tendría lugar la matanza de judíos. Es muy importante: es­ tamos en 1940. ¡Que no me digan, en ton ­ ces, que fue en el 41 o en el 42 cuando la cosa cobró form a! ¡No, ya se sabía! M i pa­ dre tuvo el instinto, el m ilagroso instinto, la intuición de decir: "Probablem en te sea verdad” . El Lycée Frangais ele Nueva York le abrirá a usted sus puertas y, cosa más notable aun, usted se encontrará en ese medio neoyorqui­ no con Maritain, Perrin, Hadamard...

Lévi-Strauss, Alexis Léger. Hace usted el re­ trato de Alexis Léger -Saint-John Per se- que va a hablar en su liceo acerca de los deberes del joven francés petainista: todos sabían que era favorable a Pétain (y el suyo es un testi­ m o n io más), usted lo oyó co m o joven estu­ diante... Sí, porque al p rin cipio el Lycée estaba es­ trictamente alineado con el Mariscal. Los li­ ceos, Stanislas en M ontreal y el de Nueva York, eran lugares de refugio para exiliados, liberales y gentes de izquierda y eran a la vez escuelas oficiales. Representantes del régimen francés. Era una gran lección para un chico, o un adolescente: con qué rapidez todo cam bia con el triunfo del gaullismo: rápido, rápido, que desaparezcan los retra­ tos del Mariscal... ...en el 43 De Gaulle va a visitar su liceo...

...a visitar, luego vienen a reclutar, luego un día se presenta una dama terriblem ente se­ vera con un broche -d eb ía ser al final de la gu erra- que se llam aba M adam e de Beauvoir, que también nos dio un curso... Estaba en Nueva York para ver a su amante, Nelson Algren... Eso, los alumnos no lo sabíamos. Pero era un caldero de conflictos con aspectos muy trágicos. En la clase superior a la mía m in­ tieron, m intieron acerca de su edad, dos jó ­ venes tuvieron que marchar: m urieron en Vercors, en el altiplano de Vercors. Aun es­ tando muy lejos la guerra nos alcanzó en lo íntimo. Al m ism o tiempo, ¡qu é notable crisol cu ltu ­ ral! Usted recuerda, com o al pasar, una cena con Werfel, Alma Mahler, un poco (disculpe el “p o c o ”) com o si toda la literatura de Europa central se hubiera dado cita allí.

Se habla, quizá con razón, muy mal hoy de W erfel. Pero hay un gran mom ento, muy duro, era antes de Stalingrado, y a la noche -y o ya estaba autorizado a cenar con mis padres y sus invitados- mi padre casi se de­ salienta, algo muy raro en él. Y de pronto Werfel dice: “Piense que los medios para es­ tas terribles victorias de Hitler serán los me­ dios para su derrota” . Es una frase que me queda y que también para mi padre fue muy muy im portante. Recuerdo, y lo recordaré toda mi vida, el momento en que llegó la no­ ticia de la rendición del mariscal Von Paulus y su ejército, en Stalingrado. Fue el pun­ to de viraje. Terminada la guerra usted pasa el examen de bachilleren 1947. E l liceo Louis le Grand... se interroga usted sobre el Louis le Grand... Fi­ nalmente no. Va a Vale, termina sus estudios en listados Unidos. Ha intentado recuperar el aspecto científico con Fenni, Furet...

Están ambos en Chicago, y yo quería oposi­ ciones. Todo mi program a del liceo me lle­ vaba a las "grandes escuelas". Y mi padre estaba convencido de que el futuro pertene­ cía a la lengua inglesa. Ahí aparece uno de nuestros prim eros grandes conflictos. Me enfadé vanidosamente. C on sen o una carta de mi padre donde me dice: "Asumo la gra­ ve responsabilidad de costearte la Academia francesa” . Conservaré siempre esa carta. Se burlaba de m í con una hermosa y afectuosa ironía. Decía: "En la lengua inglesa es don­ de se podrá vivir en las próximas décadas” . Entonces usted siguió los cursos de Leo Strauss “Epistemología y justicia en Platón ”, lo cual por cierto no es poco. En Estados Uni­ dos tuvo profesores realmente notables, y en esas universidades - también pasó p o r H ar­ vard- consideró que todo era un poquitín de­ masiado práctico para su gusto. Al intelectual en form ación no le gustó m ucho Harvard...

Era demasiado snob para mí en ese m om en­ to, después de la vida apasionante de Chica­ go, que entonces debía de ser la universidad más interesante en ciencias y filosofía. Usted terminó sus estudios, puede decirse, en Oxford. Oxford le p erm itió pasar su tesis de literatura sobre la muerte de la tragedia. Hay un libro suyo, además, que se titula La muerir ele la tragedia. Oxford le perm itió preparar su entrada en The Economist, que si bien fia, claro, una revista de economía (en donde usted cobraba a destajo, p or artículo publica­ do}, estaba preparado, gracias a una gran cu l­ tura general, para intervenir en un cam po m ucho más amplio. Todo psicoanálisis -cosa en la que yo no c re o - diría que participé en el concurso para entrar en The E co n om ist a fin de de­ mostrarle a mi padre que era capaz de escri­ bir sobre temas internacionales y no sólo sobre cuestiones literarias y filosóficas (a mi

padre, que estaba en la gran banca interna­ cional). Fue una escuela formidable de esti­ lo, de precisión. Sigue siendo una revista única en su nivel intelectual y de com enta­ rios políticos y sociales. Pero también eran años de gran felicidad por poder perm ane­ cer en Europa. Ése es el punto capital. Por lógica habría debido regresar a los Estados Unidos, donde tenía todo tipo de posibilida­ des. Para mi padre, saber a su hijo en Euro­ pa quería d ecir - y otra vez querría evitar cualquier presunción: las frases son gravesque H itler no había triunfado del todo. H i­ tler había jurado que ya nunca habría gente como los Steiner en Europa. Para mi padre era capital que su hijo pudiese responder a esta idea: "no".

Un club del que no se dimite

Usted es judío. Lo dijo cuando empezamos: ese judaism o vienes m arcó su cultura, toda su historia. Se podría decir que para usted es un judaism o bastante laico. Usted hizo su bar-mitsvá, la "co m u n ión ju d ía ”, a los trece años. Para ello tuvo que estudiar los textos correspondientes. Pero yo diría que esta barmitsvá es un p oco fruto del azar, com o si vi­ niera a añadirse a algo que, de p o r sí, es un poco diferente... Es una cosa muy difícil. Usted sabe que, cuando uno pierde a sus padres, reflexiona mucho para intentar comprenderlos. Es un fenómeno curioso. El recuerdo también es un análisis. Una interrogación constante. Yo supongo que mi padre fue ateo o, por lo m e­

nos, muy volteriano. Mamá, com o muchas grandes damas vienesas, creo, mantenía a ve­ ces pequeñas conversaciones con el Todopo­ deroso. Pero en un plano laico y mundano. Sin embargo, desde el principio la histo­ ria fue, si se quiere, nuestro catecismo. ¿Qué quiere decir ser judío? Aprendí mu­ chas historias judías, mi padre leía, también conmigo, el Antiguo Testamento, pero como gran docum ento poético, histórico, antes que com o liturgia. Él insistió en que yo h i­ ciera mi confirm ación -m i bar-mitsvá- con un muy gran rabino de Nueva York, muy es­ tricto. Tuve un momento -es una de mis ma­ yores tristezas- de pereza interior: habría debido continuar aprendiendo hebreo. Esta­ ba dotado para las lenguas. Me había lanza­ do al griego y el latín, a fondo. Com o digo, tal vez por pereza -n o recuerdo exactamente el m om ento in terior- abandoné el hebreo. Lo lam entaré -qu izá volvam os a hablar de e llo - hasta el final de mis días. Para mi pa­ dre, la confirm ación era preguntar: ¿quién

eres? En el siglo de Hitler, me dijo: "Pertene­ ces a un club del que no se dimite. Al contra­ rio: se lo proclam a". Tenía esta convicción con la que abordaría algunos ám bitos muy difíciles, com o el m atrim onio mixto. Asun­ tos muy delicados que me atormentan mu­ cho, por el futuro. Él estaba convencido de que había que tener una i-den-ti-dad. Recuerdo haber encontrado, después de la guerra, un am igo íntimo, francés, que había sobrevivido por milagro a los campos de ex­ terminio. Él me dijo: "En los trenes (los que describen por ejemplo madame Duras, Semprún y otros), en los trenes de la muerte, es imposible describir hasta qué punto era atroz, y peor aun para quienes no sabían por qué estaban en ese tren, quienes nunca habían dicho a sus hijos qué eran, quienes se ha­ bían asimilado tanto que el desastre los cogió totalmente desprovistos” . Se creían víctimas de un error administrativo, burocrático: "¡Yo no tengo nada que ver con todo esto!” Sí, es más horrible aun. Hay que saber quién es

uno, y ello confiere -creo que con fiere- al menos una pequeña reserva interior. Esto explica sin dudas que sus padres le ha­ yan hecho hacerla bar-mi tsvá. Porque, en de­ finitiva, cuando usted define su judaism o dice que le dieron el tiem po y la literatura co m o identidad religiosa, lo cual me parece una bella fórmula, y que a través de la histo­ ria, a través del sufrimiento, a través del desti­ no del pueblo ju d ío le enseñaron algo de lo que debía ser esta identidad que se llama Adorno, Benjamín, Bloch para gente que ha pasado p o r Viena y Praga, es decir, p o r este universo, este crisol centroeuropeo en donde había florecido una cultura excepcional. Otra vez, su pregunta es muy muy rica. Por­ que en ello no hay, no, por cierto, arrogan­ cia, pero sí altivez, orgullo. Estaba claro que en el siglo xx, o a fines del xix, con Marx, Freud, Einstein, con la música de Schoenberg, el genio de Proust, los grandes pensa­

dores, con una lluvia de prem ios N obel en ciencias, judíos uno tras otro, se sentía el or­ gullo de pertenecer a un momento de la his­ toria intelectual, artística y espiritual, m o­ ral, a un gran M ediodía, un gran M ediodía del ser judío. Y mi padre me enseñaba hasta qué punto esa tradición a la vez rica y trági­ ca había cam biado el m undo -h ab ía cam ­ biado el mundo en las ciencias positivas, en la literatura, la música, la filosofía: Wittgenstein... la lista es interminable. También uno, orgullosam ente, aun siendo -.m utatis mutandi- pequeñito, quería ser miembro de ese club. También ello es un judaism o muy importante que en Estados Unidos tuvo una eclosión sin par, lo sabemos. Esto, p or un lado. Por el otro, algo que se olvida a veces, y le hará sonreír: en los hogares judíos, tam­ bién en las aldeas de M oravia, de Galitzia, había daguerrotipos o fotos de Benjamín Disraeli. El hecho de que el im perio más po­ deroso del mundo tuviera com o prim er mi­ nistro, com o hombre que da a su reina Vic-

toria el virreinato de las Indias, un hombre llamado Disraeli, Benjamín Disraeli, era -lo olvidam os- una suerte de talismán de infini­ tas posibilidades. ¡Piense en el prestigio de la Inglaterra im perial en el mundo entero! Por eso, desde un principio, mi padre quería Inglaterra también para mí. Puede parecer muy ingenuo. Él no sabía que un día un Kissinger y tantos otros serían los Disraeli de Am érica. En aquel m om ento la toleran­ cia inglesa, la ironía inglesa, la ausencia to­ tal de antisem itism o público o p olítico en Inglaterra la hacían el oasis del porvenir, la esperanza. Es así que hay dos tradiciones: el orgu llo de esa Europa central y la vista puesta en Inglaterra. Ya que habla de Disraeli, m uchos alemanes que prepararon el nazismo tuvieron la misma conciencia de la importancia de Disraeli. Us­ ted sabe que hay libros de autores alemanes en los que Disraeli es una amenaza para Ale­ mania, precisamente porque se lo veía com o

un ju d ío apatrida, ju d ío inglés, medio loco, sin patria fija. Justamente, es este reverso de la medalla, el lado de los enemigos, que me gustaría examinar. En Lenguaje y silencio usted explica que los judíos son un pueblo so­ bre el que la barbarie de todo totalitarismo se ve obligada a volcar su odio. Para usted el ju ­ dío es el ch ivo emisario. Es norm al que Disraeli sea el chivo em isario de quienes prepa­ ran el nazismo, es normal que los judíos sean aquellos sobre los que se vuelca la agresivi­ dad, la ira de todo un pueblo. Cuando usted habla de Kafka recuerda que él nos decía: “Quien golpea a un ju d ío echa p o r tierra la humanidad". También él era consciente de esta contradicción tan fuerte. ¿Para siempre? Así lo creo... ¡Oh! Habría que... hablar, ha­ blar, y es muy muy difícil encontrar las pala­ bras justas, que no sean arrogantes o im per­ tinentes. Dios sabe que ha habido otros pueblos infinitamente dotados. Grecia anti­ gua somos nosotros, nuestra cultura. Roma,

Egipto y tantos otros. Sobrevive este puña­ do de judíos desde hace ahora cinco mil años. ¡Quizá más! He visto las murallas de Jericó: también ése es un gran mom ento, hace casi seis mil años. Y me pregunto por qué -¿ p o r qué el m ilagro, la extravagancia de esta sobrevivencia a las persecuciones milenarias? Tenga en cuenta que las matan­ zas, los pogroms, son la historia misma del judaism o. Auschw itz es la corona. Yo creo que esto se debe a que debem os enseñar -n o, eso es demasiado arrogante: debemos dar el ejemplo. Lo dije en el coloquio "Ética y entorno", lo dije en la Sorbona, en París: somos invitados de la vida. ¡En este peque­ ño planeta en peligro debemos ser huéspe­ des! El francés [com o el español, N. d. E.] tiene un térm ino m ilagroso casi intraduci­ bie: la palabra huésped denota tanto a quien acoge com o a quien es acogido. Es un tér­ mino milagroso. ¡Es ambas cosas! Aprender a ser el invitado de los demás y a dejar la casa a la que uno ha sido invitado un poco

más rica, más humana, más justa, más bella de lo que uno la encontró. Creo que es nues­ tra misión, nuestra tarea. Sé que es pom poso hablar de misión -n o encuentro la palabra adecuada-, es nuestra vocación, nuestra llamada al viaje con los se­ res humanos, a ser siempre los peregrinos de lo posible. Y esto excita en los demás a la vez admiración y odio, simpatía y miedo. Y en quienes han echado raíces con retraso, como Alemania -qu e se convierte en Estado sólo recientemente; piense en la historia de Ingla­ terra y en su estabilidad-, comparativamente puede excitar ese m iedo y ese odio, esa neu­ ralgia de la angustia feroz que se conviene en matanza. El mismo Disraeli -lo olvidam osescribe muy notables novelas acerca del mis­ terio de esta pequeña tribu a la que pertenece, que lleva consigo sabidurías inmemoriales de Oriente y que, ella sola, puede dar a Inglaterra el imperio de las Indias y el misterio del mar Rojo. Es extraordinario hasta qué punto el mito y la metáfora conforman la política.

Pequeña trib u , gran im perio británico: esta­ mos en el m eollo de una contradicción asom­ brosa. En el fondo, el judío choca p or ser com o los otros, y al m ism o tiem po se afirma co m o diferente de los otros. Y el hecho de ser al mis­ m o tiempo "com o” y “diferente” es difícilmente tolerable (para quien no es ju d ío). ¿C óm o se puede afirmar al m ism o tiempo ser com o y di­ ferente de los otros? Exam inando su propia biografía se tiene la sensación de que usted está en la marginalidad judía. Marginalidad: usted es profesor, hoy, en Ginebra y en Cam­ bridge. Ya sé que se trata de instituciones u n i­ versitarias oficiales, pero son relativamente marginales, en relación a lo que usted ha bus­ cado, a lo que su trabajo intelectual le habría podido dar. ¿Se reconoce usted en esta margi­ nalidad judía y, al m ism o tiempo, en esta vo­ luntad de conocerlo todo? En uno de sus li­ bros usted dice que ante la puerta de una cámara de gas los judíos seguían trabajando, tomando notas acerca del Talmud o sobre tal o cual texto que les importaba.

¡Muy m arginalizado! Y eso puede exasperar a los otros. Quieren saber: "¿D ónde puedo encontrarte? Q uiero una d irección tuya en mi agenda: ¡no una docena!” En prim er lugar, los hoteles. Los hoteles, las estaciones, es allí donde un Proust, un Wittgenstein, un Nabokov crean la vida m o­ derna. ¿Por qué no en un hotel? El hotel está muy bien. ¿Por qué no en una estación, don­ de hay estupendos cafés, desde donde se oye pasar los trenes y donde se trabaja? Nunca conseguí tener una idea casera de la mente. Sé que puede ser exasperante y hasta susci­ tar el odio. Pero debem os aprender a ser invitados unos de otros en esta tierra. ¿Quién habría di­ cho que a cincuenta años de las matanzas de la Segunda guerra mundial habría en Flandes, y Bélgica, en el País Vasco, en la situación atroz de Irlanda del Norte, que tiende a em ­ peorar, en el Friuli, sobre todo en los Balcanes, un tribalismo, un odio del vecino? "¡Porque es diferente hay que matarlo, hay que echarlo!”

El recrudecim iento de los atavism os del odio tribal, lingüístico, religioso, el fundamentalismo en marcha que clama venganza sobre la razón, ¿acaso no da toda la razón a quien es (sí, tomo la palabra hitleriana, luftm ensch) un hom bre que puede tam bién ir “com o el viento” ?

Para los hitlerianos esto quería decir “hombre de nada”, y para nosotros h o m b re del viento”. El hombre del viento. El viento es bello, hin­ cha -"Icem o s la vela, hay que intentar vivir” dice Valéry en un verso que podría ser el em ­ blema de cierto judaismo. Esto me sitúa en fundamental desacuerdo con mis amigos sio­ nistas, desde luego. Pero ése es otro problema. N o tanto. Justamente quería preguntarle: esto lo lleva al m ism o tiempo a una crítica devas­ tadora del Estado de Israel y de su actitud. ¿Para usted, fijar el judaismo en alguna parte es un sinsentido?

Perm ítam e decirle algo que tal vez suscite muchas resistencias, pero hay que arriesgar: en todo sistema de vida personal -la expre­ sión americana es m uy sencilla: bottom Une, el resultado de las cuentas- lo que no se debe sobrepasar constituye el lím ite de mi fe. Para mí, torturar a otro ser hum ano es, de m anera absoluta, la trascendencia del mal absoluto. ¡H ay que intentar tener el va­ lor de matarse antes que torturar, sean las circunstancias las que sean! H ace treinta años escribí un ensayo donde digo: "Este Estado de Israel va a torturar a otros seres humanos. Deberá hacerlo, para sobrevivir'. No digo que no se trate de su necesidad de sobrevivencia m ilita r y política. P ero se lo veía venir. Y durante dos mil años, en nues­ tra debilidad de víctimas, tuvimos la actitud supremamente aristocrática de no torturar a los demás. Para m í es lo más grande de nuestro patrim onio. Y en Israel hay que ser un campo armado, hay que serlo, y armado hasta los dientes. H ay que tener gente en ­

carcelada en condiciones a m enudo te rri­ bles. Considero esto un p recio que yo, yo, no estoy dispuesto a pagar. A lo que respon­ den mis amigos: "N o tienes derecho a decir eso. Tendrías derecho si vivieras entre noso­ tros, ¡si tus hijos vivieran entre n osotros!" Com prendo la fuerza de esta respuesta. N o intento tener razón; intento explicar el cen­ tro de mi angustia y de mi pensamiento.

El nombre escondido de Dios...

Para comprender bien la naturaleza paradóji­ ca de su pensam iento acerca del judaism o, querría decir una palabra sobre un libro suyo, El transporte de A. H. Evidentemente, A. H. es A d o lf Hitler. Se trata de la historia de cin c o hom bres completamente extenuados, en la humedad asfixiante de la selva amazónica, cin co ju sti­ cieros judíos que, al cabo de años de batida por fin han encontrado a A d o lf Hitler. Éste tiene noventa años y uno de los hombres que van a llevárselo quiere saber quién es aquel ante quien, en Auschwitz, Dios calló. Esta misión es alucinante, porque es aluci­ nante, desde luego, transportar a un anciano por las ciénagas, es alucinante porque el m un­ do entero enloquece ante la resurrección de Hitler.

A través de esta resurrección, no obstante, rá­ pidamente se entiende que Hitler es, quizás, el ú ltim o judío, porque, habiendo suprim ido a iodos los otros, había querido demostrar que, en el fondo, el ju d ío es el único resistente. E l ú n ico que quedaba después de semejante vo­ luntad de exterminio... Es paradójico... Sí, pero la imagen que origina este libro per­ tenece a la física, la m ateria y la antim ate­ ria. Nos dice la física que hay un universo hecho de antim ateria y que, en la colisión con la materia hay destrucción. En la místi­ ca judía, com o usted sabe, hay una fórmula según la cual existe un nom bre escondido de Dios. Si alguien pronuncia este nombre, si se descubren sus letras en la cábala, el universo estallará. Para m í este nom bre es­ condido es Hitler. Es quien ha logrado hacer estallar el universo m ediante el antilengua­ je. El genio de la retórica de H itle r es la muerte de nuestro lenguaje. Es la otra cara del lenguaje humano. Se sabe que H itler

sentía celos tremendos de un pueblo elegido y eterno co m o el judío. Sentía celos de la idea de que hubiera una ley para el univer­ so, una ley mosaica. La paradoja... no es mía, es de la H isto­ ria: no hay Israel sin H olocausto. Seam os honestos. Cambiemos la palabra Holocausto. Reempla­ cémosla p o r Shoah. Porque H oloca usto sig­ nifica sacrificio, mientras que Shoah... Shoah es el vien to negro de la matanza. Pero Ben Gurión lo dijo claramente: el Esta­ do de Israel surgió de la catástrofe de la Eu­ ropa judía. Y aunque todavía no se c o m ­ prenden los detalles (los archivos todavía no están abiertos), si la Unión Soviética de Stalin reconoce Israel inm ediatam ente (com o los Estados U nidos) es p orqu e la Segunda guerra mundial había creado una situación única, singular, que perm itía que este Esta­ do aspirara a la legitim idad.

Usted añade, y es el interrogante que plantea su libro: ¿no era la tarea del Mesías devolverle la vida al Estado de Israel? Leyéndolo uno se dice que H itler habría sido sin dudas un falso mesías que volvió a poner a Israel en el corazón de las naciones, instalando el judaismo en un lu­ g a r-co sa que no es propia del judaismo. Y es en ello que Hitler sería un falso mesías, por ha­ ber instalado este nuevo Estado que proclame “u n " judaismo que no sea el judaismo, puesto que el judaismo no puede ser sino diaspótico. Para el ortodoxo, s í es el judaismo: hay que regresar a la Tierra Prom etida. Para el na­ cionalista, s í es el judaismo: es el único refu­ gio. E Israel tiene el derecho de abofetear­ me, diciéndom e: "Para ti es muy sencillo hablar así, en H arvard, en Cam bridge o en París. Pero si la matanza recomienza es aquí donde tus hijos hallarán su único refugio". George Steiner, se dice que su biblioteca y su mesa de trabajo tienen form a de sinagoga.

Yo digo una cosa, espero, m ucho más m o ­ desta y sencilla: m i patria está donde yo puedo trabajar. Cualquiera sea el país que me dé una mesa de trabajo. Llego a Beijing como profesor invitado y durante cinco m i­ nutos siento pavor: la m áquina de escrib ir tiene poquísim os caracteres, el o lo r es in­ descriptible, etc. Me digo: “ ¿qué has venido a hacer en esta galera?" Entra un estudian­ te, me pregunta qué lib ro hace falta para preparar el seminario: ¡me olvid o de dónde estoy! Eran preguntas buenas, de buenos es­ tudiantes, y yo m e decía: “ ¡Está clarísim o qué has venido a hacer aquí!" Patria es el lu­ gar en el que a uno lo dejan trabajar. ¿Eso significa que usted puede estar en todas partes? Así lo espero. Un día usted puso en escena al viejo talmudis­ ta que decía: “Rezamos p o r que venga el M e­

s(as, ¡pero no todos! Hay judíos que, en secre­ to, cuchichean a Dios para que no venga Equivale a una boutade maravillosa del gran filó s o fo alem án H egel. Nada am igo de los judíos, Hegel decía: "El Todopoderoso viene un día y le dice a un judío: Mira, puedes es­ coger: la salvación eterna o el periódico de la mañana. Y el judío escoge el periódico de la mañana". Es una boutade muy profunda. Com o pueblo, la H istoria nos fascina, com o nos fascina la tormenta misma de nuestro desti­ no. A veces m e d igo (sonriendo, espero, aunque no podría jurarlo) que la llegada del M esías sería aburridísim a. ¡Qué aburri­ miento si se termina la Historia! ¿Me perm ite que agregue: aburrim iento q u i­ zás en Israel, a b u rrim ien to de una cultura que no confirm a en nada las promesas de la diáspora? A b w rim ien to de una cultura en la que se tiene la impresión que la literatura no

llega al nivel de los grandes escritores judíos de la diáspora. Ya sé que hay m úsicos, pero tampoco llegan al nivel de los de la diáspora, ni los científicos, etc. ¿No será esta in tuición la que le hace pen­ sar que fijar al pueblo ju d ío en una tierra de­ terminada no es en definitiva la finalidad co ­ mún de todos los p u eb los? ¿N o esperará usted secretamente que el pueblo ju d ío tenga una dimensión algo distinta? ¿Secretamente? ¡Abiertam en te! Tengo un pequeño test, de la historia del ajedrez. En el mundo entero, son los judíos los grandes maestros. En Israel el equipo nacional no es muy bueno. Para m í es una pequeña señal de algo muy grave.

La última puerta

La cultura contra el hombre. Curiosamente para su reedición actual usted le ha cambiado el título, En el castillo de Barbazul. ¿Porqué? Porque el m ito fundamental de este libro, de este estudio, es el asunto siguiente: es posi­ ble abrir una puerta tras otra en las cien ­ cias, en las ciencias humanas, e intentar avanzar. ¿Hay alguna puerta que no se deba abrir? ¿Tiene la libido sciendi, esta insacia­ ble sed humana de conocim ientos, esta caza de la novedad intelectual, espiritual, algún límite o el peligro sería excesivo? Es el mito de Barbazul. Sus mujeres abren las puertas, unas tras otras, incluso la última que él ha­ bía dicho no abrir (¡m aravillosa curiosidad de la m ujer!). La abren. Es la muerte. Cada

vez desaparece otra mujer en los sótanos del castillo. Quise recordar este bellísim o m ito (que a su vez, si se quiere, es una reflexión sobre el jardín del Edén, el fruto prohibido), una versión del arquetipo de lo prohibido: donde no se debe ir. H ay m iles de cuentos infantiles, de leyendas que se centran en este problem a. Desde que escribí esta obra la puerta se ha acercado, cada v ez más fascinante y am enazadora... Pienso en la creación de la vida, in vitro, en el laborato­ rio... M is ilustres colegas en Cam bridge di­ cen: “Estam os a d iez años vista...” Y, con esa soberbia frialdad inglesa m e explican: "N i siquiera es muy d ifícil” . Es una frase que resuena en m i mente, que me obsesiona: "N i siquiera es muy difí­ cil” . Y entonces, ¿a dónde vamos? Quiere decir que en el fondo hay un misterio que debemos preservar. En su opinión, para siempre. M isterio de la vida, m isterio de la muerte. Som os un m undo en una confusión

extrema. Porque somos los que venimos “des­ p u é s n o s o tr o s sabemos que leer Goethe, Rilke, gozar de un trozo de Bacli, de Schubert, es posible al m ism o tiem po que se hace pasar a los hombres de la vida a la muerte. ¿Será esta transgresión del p rin cip io de la vida pasando por la muerte algo que le perm ite pensar que un día esa séptima puerta será abierta, que el hombre se creerá tan fuerte co m o para reem­ plazara Dios? Si me perm ite, querría contestarle en dos tiempos. Primero, insisto en que debem os asom ­ brarnos ante el horror de este siglo. Insisto. Insisto. Insisto. Usted ha citado la gran frase de Jefferson: "N o se quemarán más libros". Voltaire: "N o habrá más tortura judicial en Europa” . Toda una serie de promesas racio­ nales, muy razonables... La Exposición Inter­ nacional de París del siglo xrx, la de Londres, las cimas de una confianza liberal burguesa -hay muchísimos problemas: avanzamos... Y

cuando surge el último horror, los campos de la muerte, los gulags, las grandes matanzas, dos guerras mundiales entre agosto de 1914 y abril de 1945, setenta millones de hombres, mujeres, niños perecen en Europa. ¡Ya sea en las batallas, ya sea de hambre, de deporta­ ción, de torturas, en los campos de la muerte y las cámaras de gas! Cifra inconcebible: m e­ dio m illón en Verdún. ¡Y ello en m edio de la más alta cultura! Y va y se dice: "Tenía que sa­ berlo, habría debido com prenderlo antes, ¡el hombre es un animal territorial feroz!" Para m í eso es intelectualm ente cursi y totalmente inaceptable: ¡no lo sabíamos! Sí, es verdad, hubo algunos extraños visio n a ­ rios que vieron el apocalipsis en el horizonte en plena Belle Époque. Son raros, m uy ra ­ ros. Con Kant se hablaba de paz universal, se hablaba de guerra local profesional; nada nos había preparado para nuestro siglo. Así que el prim er problema, contra el que lucho en todos mis libros y en toda mi enseñanza, es muy sim ple: ¿por qué las humanidades,

en el sentido más am plio de la palabra, por qué la razón de las ciencias no nos han dado protección alguna contra lo inhumano? ¿Por qué, efectivam ente, com o usted acaba de decir, es posible tocar Schubert por la no­ che y marchar por la mañana a cum plir con sus obligaciones en el cam po de concentra­ ción? Ni la gran lectura, ni la música, ni el arte han p od id o im p ed ir la barbarie total. Han llegado a ser el orn am en to de esa barbarie, si hay que decirlo todo. A menudo han proporcionado un decorado, una fio ri­ tura, un herm oso m arco para el horror. El señor G ieseking tocó Debussy -d e m anera incomparable, parece- mientras se oían los gritos de quienes pasaban por las estaciones de Munich rum bo a Dachau. Era en m edio del cam po de Buchenw ald y allí, la famosa Buche: el árbol preferido de Goethe. Delibe­ rado sim b olism o nazi. Y los ejem plos se multiplican y se multiplican...

El sudor del alma

Sin embargo, de Platón a Hegel hay tantos men­ sajes que decían que la esperanza se basaba en el humanismo de la cultura, y la manera com o la cultura podía -de uno u otro m od o- desarro­ llar el humanismo, desarrollar la relación con el hombre: se había convertido en un dogma, un dogma de la práctica social. Me gustaría pre­ guntarle: ¿cómo es posible que uno de los países más cultos del mundo haya dado a luz lo peor? Es decir, ese deseo de muerte. En su libro La cultura contra la barbarie usted plantea el interrogante: ¿por qué? Porque no basta con describir la cosa. Hay que intentar comprender­ la. ¿Porquéla cultura no impidió nada? En p rim er lugar, insisto: no es cosa de un solo país. La circunstancia alemana es atroz

y particular, pero habría p od id o pasar en otra parte. H itler es muy austríaco, es un fe­ nóm eno profundam ente austríaco. Los ale­ manes lo sintieron. Y después del caso Dreyfus es Drum ont quien dice en Francia: "H ay que mandar a todos los judíos a Madagascar". Uno de los prim eros program as de depuración de judíos en Europa es francés, el h orror de la llam ada m ilicia, no se hable más, todos sabemos... ¿Pero p o r qué la cultura no im pidió nada? ¿Y por qué a veces llegó a alentarlo? Arthur Koestler, el gran escritor (que conocí y más que conocí) estaba convencido de que el cere­ bro consta de dos mitades: una pequeña par­ te, ética y racional (todavía muy pequeña) y una enorm e trastienda cerebral, bestial, ani­ mal, territorial, cargada de miedos, de irra­ cionalidades, de instintos asesinos, y que ha­ rían falta millones de años -¡vaya prom esa!para que la evolución moral alcance nuestra

condición, nuestras técnicas de destrucción y de agresión. Es una teoría. ¿Es la mía? Inten­ to presentarla en mi obra, tiene usted razón, inadecuadamente. Una larga paz es un enor­ me aburrimiento, una larga prosperidad -creada a partir del mal, particularmente pero no exclusivamente. La palabra italiana es mucho más fuerte: noia. Una suerte de tedio, de miasma -¡u n emmerdement, para ser vulga­ res! Una kalachnikov en la mano y, de pronto, uno se siente viril, bello, hombre, llamado a la acción. El deporte es un substituto, es sabido. Ahora tenem os una religión en la tierra, se llama fútbol, por supuesto, única religión pla­ netaria. Se puede decir que el vándalo (en nuestras ciudades de hoy, el violento) sería un “com ando” perfecto si mañana hubiera una guerra. Con exactamente las mismas cualida­ des de agresión, de brutalidad, de astucia y de inventiva estratégica. Es posible que aún no hayam os p od id o encontrarle al h om bre -a l hom bre sensual medio, famosa frase y fórmula ju rídica- una

salida para su enorm e energía anim al que, en la rutina de la m onotonía, de la m ed io ­ cridad sexual de la m ayor parte de las vidas, busca afirm arse. N o lo sé. H e planteado el problema. Espero una respuesta. Es un poco com o si hubiera hombres para quienes la cultura es una cobertura superficial, una lectura estéril, a la altura del texto, com o si la cultura fuera un elemento apenas agregado para desaparecer a la primera solicitación apre­ surada -cu an do debería ser algo que englobe toda la actividad humana, que participe en toda la actividad humana, que arrastre toda la activi­ dad humana. Me pregunto si su definición de las dos maneras de encararla cultura -la super­ ficial y la vitalizadora- no brinda un elemento de respuesta >; a la vez, no obliga a que inmedia­ tamente todo el mundo se plantee el interrogan­ te: ¿qué parte en m ( es cultura superficial y qué otra parte es lo bastante profunda com o para re­ sistir las fantasías de destrucción, de aniquila­ ción, de regresión animal a la barbarie?

¡Va al fondo de las cosas! Freud creyó que el estrato era muy muy delgado. Com o la cos­ tra de un volcán. Que jamás la cultura, la ci­ vilización podrían resistir a las pulsiones profundas de destrucción y sadism o. M e doy cuenta otra vez, a mi edad, al cabo de cuarenta y cinco años de enseñanza, que también en la enseñanza hay una parte, a veces, de sadismo, de dom inación. La pala­ bra inglesa [c o m o la española, N. d. E .] es muy bella, viene del latín prcepotens: inten­ tar imponer el propio conocim iento. La cul­ tura es algo muy de elite, y dice Goethe: "La verdad pertenece a muy pocos". Sucede que en este planeta el noventa y nueve por cien­ to de los seres humanos prefieren , y están en su derecho, la televisión más idiota, la lo­ tería, el Tour de Francia, el fútbol, el bingo antes que Esquilo o Platón. Durante toda la vida uno espera equivocarse y cam b iar el porcentaje m ediante la enseñanza, la dise­ minación de museos, el sueño de Malraux, las casas de la cultura. ¡Pero no! ¡No! El ani­

mal hum ano es muy perezoso, p rob a b le­ m ente de gustos muy prim itivos, mientras que la cultura es exigente, cruel por el traba­ jo que exige. Aprender una lengua, aprender a resolver una función elíptica no es nada divertido. Es con el sudor del alma com o se aprenden estas cosas. La m ayoría dice: "¿Pero por qué? ¿Qué gano con ello?" Las Luces decían: "P oco a poco, gracias a la escolarización, el porcentaje cam biará". Ya no lo creo o, al menos, ya no estoy convencido de ello. ¿Quiere decir que usted piensa que Diderot, cuando decía que había que darse prisa en hacer p op u la r la filosofía, o Brecht, cuando decía que hay que am pliar el círcu lo de los co­ nocedores, se equivocaban de manera garra­ fal? ¿Que sus afirmaciones son deseos piado­ sos, voluntaristas? ¿Se equivocaron? De cabo a rabo. Cuando estuve en Berlín oriental en los años de Brezhnev y posterio-

res, había cinco teatros clásicos, veinte con­ ciertos y recitales clásicos por noche. H oy es Jackie Collins, el video porno, el teatro más banal y la última com edia musical am erica­ na. P or d oqu ier aparecen las palabras fast food, los M cD onald's y los Kentucky Fried Chicken del espíritu hum ano le ganan un millón contra uno a la cultura. ¿Con qué de­ recho? Es ahí donde todo se hace verdade­ ramente difícil y político. ¿Con qué derecho puede uno obligar a un ser humano a alzar el listón de sus gozos y sus gustos? Yo sos­ tengo que ser profesor es arrogarse este de­ recho. N o se puede ser p rofesor sin ser por dentro un déspota, sin decir: "Te voy a hacer amar un texto bello, una bella música, las altas matemáticas, la H istoria, la filosofía". Pero cuidado: la ética de esta esperanza es muy ambigua.

Jazz, heavy metal y rap

En alguna parte usted cita la frase de Rilke se­ gún la cual las obras de arte siempre son el re­ sultado de haber co rrid o un peligro, de una experiencia llevada a sus últimas consecuen­ cias -hasta donde nadie puede ir más allá. Y cuanto más lejos se va, más singular se vuel­ ve el peligro, más personal, más ú n ico. La obra de arte es en definitiva la expresión nece­ saria, irrepresible, tan definitiva co m o pueda serlo, de esta singularidad. Lo que significa, en fin de cuentas, que para Rilke tal vez sea posible, a partir de esta cultura superficial -y esto le chocará-, construir una cultura verda­ dera. ¿Qué le perm ite a usted a firm a r que a partir de una pieza de rap no es posible ir ha­ cia la com plejidad e integrar p o c o a p o c o a ese modo de expresión elementos más y más

elaborados hasta lograr algo más trabajado? Soy consciente de no tener ninguna experien­ cia concreta, pero querría preguntarle si es posible decretar p o r anticipado las zonas en las que será posible situar la inversión afecti­ va, sensorial y racional. O igo en su voz un cúmulo de dudas. Al cabo de dos mil años tenemos derecho por lo me­ nos a plantear el asunto. ¿P or qué no ha sido así? ¿Por qué el m ercado liberal, los medios, el m ercado planetario de masas (es­ tam os en la escala planetaria, vivim os la hora de los niveles am ericanos), por qué nunca ha habido lo que usted describe? Hasta ahora teníamos el derecho de hacer la pregunta, y de ser escépticos... ¡Ojalá tuvie­ ra usted razón! M i instinto me dice que una ecuación no lineal, una fuga de Bach, un pa­ saje de Platón, de Descartes o de Kant, un cuadro de G iorgione jamás serán productos de masa. Quizás usted tenga razón, pero su ejem plo del rap es malo, si me perm ite que

le sea franco. Porque el rap está vinculado, precisam ente ahora, a lo más asesino de nuestras civiliza cion es urbanas. El rap, com o el heavy metal, es la vo z misma de la violencia, de la brutalización del individuo. En un libro titulado Presencias reales intenté mostrar la d iferen cia o n to ló gica entre el gran jazz, el heavy metal y el rap. Hem os en­ trado en otra provincia. ¿Por qué el gran jazz ha logrado pasar una etapa decisiva para transformarse en elemen­ to de cultura? N o lo era al principio. ¿P or qué tío podría pasar lo m ism o con algo que está naciendo? En Tolstói o D ostoievski usted dice que la crítica literaria debería nacer de tina deuda de amor. A l fin a l una deuda de amor podría inscribirse en un quehacer c u l­ tural asentado en otros d om in ios culturales distintos de los que hasta ahora hemos inven­ tariados. Y me digo que si así fuera, retoman­ do su ejemplo de heavy metal, ¿no sería una violencia inventada? A partir del m om ento en

que la violencia es inventada, co m o en un texto, ¿no se puede decir que hay textos litera­ rios muy violen tos? ¿N o se puede decir que hay m ovim ien tos de jazz muy violentos? ¿ Y que se trata de una violencia inventada? Que en este caso esta violencia no esté suficiente­ mente elaborada, trabajada, se lo concedo. Pero en la com plejización futura quizá naz­ can verdaderos elementos culturales. Estamos jugando a las adivinanzas. Tal vez tenga razón. Pero el jazz, en su volumen, es desde luego profundam ente humano, y clá­ sico. El heavy m etal y el rap son ondas so­ noras hechas para ensordecer totalm ente. Para ensordecer lo que de humano hay en el escuchar. Yo creo que aquí hemos franquea­ do un umbral, quizá tan importante com o el de las grandes m atanzas y de las grandes violencias políticas. Puedo equivocarm e, es tam bién cuestión de edad: el oíd o se endu­ rece, la sensibilidad se entumece, de eso soy muy consciente. Usted tiene toda la razón:

no podem os legislar el futuro. L o repito: ojalá tenga usted razón. Si se quiere, todo en m í se entumece ante su petición de p rin cip io s p o r la cu a l sería muy difícil, si no im posible, dem ocratizar lo que usted llama alta cultura. Siento en usted un elitismo (que usted m ism o ha confesado) ab­ solutamente deplorable, en el sentido de que sería cerrar el acceso a la cultura a m illones de personas. ¿Acaso la democratización de la enseñanza y la consiguiente posibilidad que se abre - n o necesariamente realizada, pero abierta- de una reflexión más profunda p o r parte de la totalidad de la población no co n ­ dena el elitism o a un pasado hoy superado? Me parece que la cultura -vea las filas de es­ pera para entrar en una exposición de Picas­ so, p o r e je m p lo - puede estar al alcance de miles de personas, a condición de saber presen­ társela, a co n d ición de que haya profesores como George Steiner que puedan iniciam os. Usted ha contado que en Estados Unidos ha­

ble5 en anfiteatros hasta de m il personas, cosa que chocaba porque se decía que no era posi­ ble hacer ciencia con m il personas. ¡Sí, que sí! ¡George Steiner da clase a m il personas a la vez! Es usted dem asiado generoso. Tam bién yo hice la fila para ver la exposición de Picasso, com o usted, ¡y para ver cuántas otras exposi­ ciones! Usted usa el término “elite” de mane­ ra agresiva. El sign ificado del térm ino es sim plem ente que ciertas cosas son mejores que otras. Para mí eso es todo lo que signifi­ ca esa palabra. Quiere d ecir que todavía se tiene derecho a creer que Rilke vale más que Bob Dylan. Es una intuición. Tam bién se puede tener la intuición contraria, claro. In­ tuición contra intuición, diálogo de sordos. L o que deja perplejo es el poder del capital, del dinero. Que los medios de masa, el mer­ cado totalm ente libre que dom ina nuestra tierra (jam ás el dinero aulló com o hoy por todo el planeta), la estructura de un trasno­

chado capitalism o planetario tecnocrático no es la más adecuada, me parece, para la com unicación de valores filosóficos, estéti­ cos o, al menos, del pasado. Puede que una cultura - y m e encantaría hablarlo con us­ ted- de la ciencia, de la ciencia natural, que el humanismo de mañana sea más bien cien­ tífico. Entonces habría que retom ar todos los argumentos de acceso, y yo tendría a mi vez algo que preguntarle: usted, amigo, no es capaz de trabajar en altas m atem áticas, ni yo, ni yo. Pero resulta que el acceso a lo más hermoso hoy día, lo más apasionante del pensamiento, oh catástrofe, no es la novela (¿qué vale la novela?, ¡ni hablem os!). N o vi­ vimos una alta época literaria sino una era científica. El noventa por ciento de los cien­ tíficos de todos los tiempos viven hoy, mien­ tras nosotros hablamos. Disponen de nuevas lenguas, lenguas que no necesitan traduc­ ción: las de las matemáticas. Y también esto puede ser un problem a de barreras, mucho más grave que el que acabamos de examinar.

¿En base a qué escala de valores puede usted afirm ar que las matemáticas son más apasio­ nantes hoy que la literatura? C onozco nove­ las que se escriben hoy en Francia, Portugal, Inglaterra, Estados Unidos, que me parecen lo más exquisito de la literatura (aunque no sean aún conocidas), y que valen a m i pare­ cer todos los Joyce, Kafka, Proust de mañana. Y cuando usted escribe en u no de sus libros la frase de Valéry, “la esperanza es la resisten­ cia del ser ante las previsiones de su m ente”, me digo que haría falta que George Steiner tu­ viera un p oco de esperanza para resistir ante las previsiones de su mente. Nada le im pide a su pasión -qu e es también la mía en mi calidad de crítico literario prin­ cipal de The New Yorker desde hace v ein ti­ siete años (es mi o fic io )- intentar leer todas esas novelas con la m ayor de las alegrías, y de hablar de ellas. Usted no vive en un m e­ dio de alta ciencia. Yo sí, ahí paso mi vida, en Cam bridge. N om b raré tres problem as

que en este m om en to son temas de discu­ sión diríase que noche y día (exa gero ): la creación artificial de la vida, los agujeros negros (que son los lím ites del universo) se­ gún la teoría de H aw king y Penrose, y Crick (que descubrió el A D N con W atson ) que dice: el ego cartesiano, la conciencia, es una neuroquím ica que m u y pronto co n o cere­ mos. Com paradas con esto, no m e guarde rigor, las novelas más extraordinarias y fi­ nas me parecen prehistóricas.

Heidegger, el más grande de los pensadores y el más pequeño de los hombres

Usted ha consagrado un libro a Heidegger, que acaba de reeditarse. Debo decir que esta pasión por Heidegger es sorprendente y paradójica, por parte de un judío. Desde luego, no me de­ tendré en lo que Parías ha dicho de Heidegger, me gustaría ir m u ch o más a fondo: de qué manera la biografía del hombre ha podido, de alguna manera, influenciar su obra. Compren­ do, claro, que a usted le fascine (no encuentro otra palabra) una filosofía del ser que busca el ser en lo profundo, más allá de sus manifesta­ ciones. Fascinado quizá p o r una filosofía que sin embargo habría que articular con los com ­ promisos de su autor. Es lo que me gustaría hacer, porque querría comprender cóm o a us­ ted no le molesta la referencia a Grecia, p o r ejemplo, en Heidegger. ¡E n la Antigüedad no

hubo únicamente un p a trim on io griego, creí que también hubo un patrim onio bíblico! M e gustaría que usted planteara su pregunta a todos los doctores en Heidegger, y a todas las grandes voces que lo representan, llama­ das: Marcuse, Hannah Arendt, Lówith, Polack, Derrida. Puedo proporcionarle treinta, cua­ renta: son todos judíos. Comencemos enton­ ces por la paradoja histórica: Martin H eideg­ ger estaba rodeado de estudiantes, ¡y de qué nivel!, de origen o pertenencia judía. Y ello com prende la historia de am or de su vida con Hannah Arendt y de Hannah Arendt con Martin Heidegger... S i me perm ite, acerca de esta historia de am or: hoy, cuando disponemos de la corres­ pondencia entre Hannah Arendt y Heidegger, podem os afirm a r que amor, de Hannah Arendt p or Heidegger, ciertamente. Pero am or de Heidegger p o r Hannah Arendt, tal vez. Pero ello conservando la com odidad de su situa ­

ción de profesor con la señora Heidegger que le calienta las pantuflas y le perm ite, en cier­ tos m om entos, descansar de esta historia de am or que no es más que un capricho. ¡No es un capricho, para nada! ¡Para Heidegger, sí! Abarca desde principios de los años veinte hasta la muerte de ambos. M e perm ito, con todo respeto, corregirlo: no poseem os nin­ guna corresp on d en cia. Es decir: tenem os las cartas de Hannah, ¡no las de H eidegger! ¡Lo que se dice en Francia sobre este asun­ to es de una vulgaridad total! Las cartas de M artin, p o r desgracia, perm anecen sella­ das. T od o lo que ten em os son paráfrasis muy muy sospechosas. Y o me he perm itido ponerlas en evid en cia, con algunos d eta­ lles, en un largo artícu lo en The Times. Pero volvam os a lo esencial: existe esta pa­ radoja que es tam bién la de los discípulos

ju díos de N ietzsch e y, sobre todo, la de los wagnerianos. N o estoy esquivando su p re­ gunta. H ay un dram a trá gico en la fa s ci­ nación por el ju dío que sienten algunos de sus m áxim os antagonistas. Es un ju d ío quien dirige el estreno de Parsifal. El públi­ co de Bayreuth era muy m ayoritariam ente ju d ío. Los subsidios para W agn er son de origen judío, en gran parte. Se puede decir que estam os ante una p ato lo gía , palabra que yo aceptaría p erfectam en te. Es m uy perturbadora. Usted recordó antes a L eo Strauss en la universidad de Chicago. Cuando se era estu­ diante para obtener la licenciatura -una de las innovaciones de esta universidad- se te­ nía derecho a asistir a los sem inarios de doctorado, a con d ición de p erm an ecer ca­ llado. Pero se tenía el derecho de asistir. Asisto al sem in ario que usted citó, sobre Platón, de Leo Strauss. El gran L eo Strauss entra en el aula y deja caer esta frase que lle­ vo aún en el oído, décadas y décadas más

tarde: "N o habrá, señoras y señores, en este seminario, m ención alguna de ... que es es­ trictamente incom parable". Yo jam ás había oído ese nom bre y no había com prendido. Al final del sem inario le pregunté a un estu­ diante p or ese nom bre, y m e lo escribió: Martin Heidegger. Me precipito a la b ib lio ­ teca de la universidad, cojo E l ser y el tiem ­ po, no com p ren d o la m ín im a sílaba. Y la magia está en parte en no com prender nada pero en tener un aura, un poder (to m o la palabra de Benjamín, aura; Benjamin, ade­ más, fija su m irada en H e id egger desde el piincipio, hoy lo sabemos, en Nuevas cartas, volumen 2, a Scholem; quiere saberlo todo). Yo estaba absolutam ente fascinado. Lenta­ mente leo Carta sobre el h u m a n ism o, la famosa respuesta a Sartre. Y creo com pren­ der p or qué otro ju d ío, llam ado Lévinas, dice textualm ente, c o m o Strauss: "N o sólo incom parable, sino del nivel de Platón y Kant". In ten to com prender, intento c o m ­ prender de qué se trata...

Perdón si lo interrumpo, todas esas referencias son ciertamente muy ricas y eruditas, pero no porque quince judíos se hayan equivocado debe equivocarse uno más corriendo hacia un hombre que en p rim er lugar hace ese famoso discurso del rectorado que todos conocemos. En segundo lugar interviene activam ente para denunciar (hoy disponernos de todos los elementos de aquella denuncia) a uno de sus colegas, judío, para mostrarse corno un buen nazi -¡p orq u e pertenecía al partido nazi! Y

en tercer lugar no se excusa nunca de

haber pertenecido al partido nazi y, después de la guerra, incluso en la entrevista postuma en el Spiegel, no dice una palabra para la­ m entar lo que había hecho y los que habían sido sus compromisos. Quince judíos se equi­ vocan, viene otro y se equivoca... N o con ozco su lib ro sobre H eidegger. Sin dudas los ha escrito usted, y muy eruditos. Usted cita el mío: ¡plagio total! S oy yo, se­ ñor mío, quien plantea el problem a del lar­

go silencio después del 45. Mucho antes que Farías, m ucho antes que D errida, m ucho antes que Lacoue-Labarthe, m ucho antes que Lyotard. ¡De m anera que no es a m í a quien debe usted venir a contar lo que yo he escrito! E l problem a se sitúa en un nivel muy distinto del de ese periodism o que us­ ted me arroja a la cara... No es periodism o... ¡Un m om ento! M e toca a m í responder o in­ terrumpimos este programa. Cuidado... Adelante, se lo m ego... Le contesto, con todo respeto: el problem a son las alianzas inquietantes entre la más alta filosofía y el despotism o. Es decir, Pla­ tón que se presenta (tres veces) ante el tira­ no D ionisio de Siracusa. Es la fascinación que la tiranía y hasta lo inhum ano ejercen sobre la alta abstracción.

Estaba com o p ro feso r en China y tenía colegas que habían quedado tullidos por las torturas de los Guardias Rojos. Habían fil­ trado una carta a Sartre diciendo: “Diga algo, usted, el V oltaire de nuestro tiem po, haga algo". Algunos habían estudiado en París, con Sartre. A su regreso, Sartre se presenta en un estadio para explicar que los cuentos sobre las torturas infligidas por los Guardias R ojos son propaganda de la CIA. Toda su vida Sartre ha dicho m entira sobre mentira acerca de las tiranías. ¡Y finalmente sobre Cuba, donde hay poetas y escritores en reclusión solitaria desde hace treinta años! N o tengo explicación para este proble­ ma de esta... afectividad. Las afinidades electivas, título de Goethe: entre el más alto pensam iento y la abyección. D igo "a b yec­ ción " com o en mi lib ro sobre H eidegger. ¡Abyecto! En el centenario del filósofo, su sucesor y discípulo, Hans Gadamer, oye estas cosas a lo largo del día, no puede más y me grita,

desde el otro extremo del aula: "Ya basta, es muy sencillo. ¿Para qué tantas e x p lic a c io ­ nes torturadas, históricas? M artin H e id e g ­ ger fue el más grande de los pensadores y el más pequeño de los hom bres". Usted m e dirá: "Eso no es una explicación". ¡Lo es! ¡Y no es m ala! ¡Nada m ala! Tiene a su favor mucho sentido com ún. C on ocem os tantos grandes artistas to ta lm e n te a b ye cto s en su vida personal... ¿O es que no debo leer Proust, que inflige torturas a los animales y se hace m ostrar en un burdel las escenas lesbianas (para m í) más repugnantes, pa­ gando, claro, de las que extrae páginas que me parecen indispensables no sólo para mi vida sino para nuestra cultura? L o siento, no tengo explicaciones. Permítale a este pequeño periodista apoyarse en la lectura de un filósofo llamado Adam Meschonnic, el cual ha consagrado a Heideg­ ger un libro con el título de El lenguaje de H ei­ degger. En él, en lugar de confrontar los com -

prem isos biográficos con el trabajo filosófico de Heidegger declarándolos inconciliables, se concentra en lo que en filosofía, o más bien en el lenguaje de Heidegger, explica su com prom i­ so político. Dice que, en el fondo, Heidegger se retiró del mundo en el lenguaje y que la verdad de las palabras es en definitiva una traición del lenguaje del mundo. Creo en lo que usted recal­ ca en uno de sus libros cuando dice que la pa­ labra, de una manera u otra, debe reflejar el sentido de la realidad, que la palabra, de una manera u otra, debe damos cuenta del mundo. ¿Acaso no hay en Heidegger una fisura dramá­ tica entre la palabra y el mundo? ¿Acaso el len­ guaje de Heidegger no lleva a cabo la desapari­ ción de lo que yo llamaría la esencialización del sujeto? ¿Su filosofía acaso no niega que el lenguaje sea un sistema del sujeto? ¿N o hay acaso en su filosofía una negación del sujeto que no podemos aceptar? ¿Se trata de la misma negación de todos los heideggerianos franceses? La filosofía fran­

cesa vive de este hombre (la de un Foucault, por ejem plo). Usted plantea un asunto muy interesante. Intentaré contestarle con toda precisión. Tengo un talismán en mi vida: la poesía de Paul Celan. Este talismán es la po­ sibilidad de que la poesía sobreviva a Auschwitz, etc. Celan - y tenem os un ejem plar en los archivos de M arburg, hoy accesibles-, anota al margen cada párrafo de E l ser y el tiempo (el libro más grande). N o habría Ce­ lan sin el lenguaje de Heidegger. Es un len­ guaje expresionista, de neologism os, uno tras otro. Es un alemán que hay que tradu­ cir al alemán, com o el de Celan. Es un len­ guaje (la fórm ula es de Celan) tal vez al norte del futuro. Bella fórmula. Sí, es un lenguaje más im portante que el hom bre que habla. Lo dice el p rop io H eidegger, “D ie Sprache spricht”, el lenguaje habla. Usted lo sabe: tiene una visión según la cual, a través del problema del ser -¿qué es el ser, no el estar, sino el ser en sí? La única luz alhueia (aletheia), el único descubrim iento que es el de

los presocráticos, sería un m om ento en que el lenguaje estaba aun más cerca de las fuentes del ser, era más in m ediato que el nuestro. H ay la destrucción del sujeto; es profundam ente anticartesiano. Ése es el m ensaje de la Carta sobre el h um an ism o. H ay una a-hum anidad muy muy peligrosa. M e extiendo en esto en mi librito. Al lím ite de mis m edios analíticos intento com pren ­ der cóm o esta hipótesis del lenguaje, este re­ fugio en el logos, en la palabra, le perm ite al m ism o tiem p o an alizar a H ólderlin , Trakl, Stefan G eorge, Platón. El gran nuevo libro que finalmente se ha publicado sobre el so­ fista, de Platón, es una lectura incom para­ ble, a m i m odo de ver, de profundidad, de empatia con el griego y también de audacia, de neologismo. Ese mismo hombre ha escri­ to acerca de los zapatos de Van Gogh. El li­ bro de Derrida no es más que una nota liminar a Heidegger, com o lo es E l ser y la nada de Sartre. ¿Qué sería la cultura filosófica francesa sin ese gigante? Entonces: usted

tiene razón, el peligro terrible estaba ahí: no hay ninguna apología posible de su silencio, ese silencio ante el m ism o Celan que viene a plantearle la cuestión [de Auschw itz]. Pero todo ello tiene lugar en un nivel de intensi­ dad de pensamiento, de exigencia m etafísi­ ca... de creencia en el acto de pensar sin la cual yo no concibo progreso alguno en filo ­ sofía.

Un planeta vacío bajo el sol griego de la mañana

Pennííame exponer todo lo que nos acerca: a saber, la exclusión evidente de todos los co m ­ promisos nazis de Heidegger, la condena evi­ dente de su silencio con respecto al nazismo; e intentemos ahora ir más lejos en su filosofía. En el fondo, me pregunto si no tiene usted ra­ zón cuando dice que Heidegger ha dado, poéti­ ca y filosóficamente sin duda, una coartada a muchos intelectuales franceses, gracias a su lenguaje, gracias a su esencialización. En ellos se ha producido una evasión p o r las esencias. Me parece que esta evasión es la racionalidad que poco a p oco toma el lugar del lenguaje del mundo. Es decir, una racionalidad form al, una racionalidad del lenguaje que substituye el lenguaje del m undo. Querría saber si reti­ rarse al m undo del lenguaje, abandonando la

realidad y sin decir nada sobre la realidad - no me refiero al nazismo: hablo de la realidad-, y no decir nada de la realidad, no es el peor de los errores filosóficos. Respeto enorm em ente su pregunta. Es muy pertinente, ya la m encionam os dos o tres veces y hem os abundantem ente recordado que es a partir de los prim eros m om entos -despu és de la P rim era guerra m u n d ialcuando H eid egger sostiene que la tecn olo­ gía planetaria destruirá la vida. Todo nues­ tro vocabu lario eco ló gico podría p roceder de esos primeros escritos inmersos en la rea­ lidad, o sea del tem or de una m ecanización anónima, brutal, destructora de la dom ina­ ción del planeta p or el hombre, en lugar de lo que es el centro de H eidegger: la Gelassenheit, la disponibilidad de la vida. Yo diría que, al contrario, H eid egger nunca abandonó la realidad. La vio venir. En las conferencias, inm ediatam ente des­ pués de la desnazificación, en 1950 en Bre-

men, en Colonia, lanza un grito de alerta: la Unión Soviética y los Estados U nidos son dos gigantescas racionalizaciones de la v o ­ luntad industrial. Una m irada m uy muy profunda: el m arxism o y el capitalism o se encuentran en el terreno de la explotación total del planeta. Si eso es abandonar la rea­ lidad, ¡ya no sé qué es la realidad! N o, no acepto su premisa. En cam bio acepto lo que dice sobre la ausencia del ser humano en su pensamiento. ¡Totalm ente! H ay una ausen­ cia del ser humano, del individuo humano. Hay a-hum anism o, lo repito, y de ahí su ob ­ jeción al existencialism o ingenuo de Sartre. Hay una ausencia del hom bre... ¡A veces se tiene la impresión de que, para Heidegger, el ideal es el planeta vacío bajo el sol griego de la mañana! Y eso es extrem adam ente p e li­ groso, com o lo es el gran libro de Platón Las leyes, uno de los libros más crueles acerca de la supresión de la libertad humana en la ciudad ideal, com o lo es, a mi m odo de ver, la voluntad general de Rousseau, o num ero­

sos otros ejem plos, incluso el "fin al de la Historia" de Hegel. Usted no cree que la ausencia de filosofía po­ lítica (o de una obra sobre la filosofía p o líti­ ca ) en Heidegger tenga, de p o r sí, un sentido p o lítico . ¿N o cree que en cierto m odo hay una asimetría entre la radicalidad con que plantea la cuestión on tológica y la im p reci­ sión de su pensamiento p o lític o ? Tiene toda la razón. La obra todavía se está publicando - y no trato de esquivar su p re­ gunta-, hay textos de im portancia capital (p or ejem plo todo un libro sobre Antígona y C reonte) que siguen inéditos. Harán falta generaciones, si no siglos, para enm arcar el problema Heidegger. Sólo estamos en los al­ bores. Es un problem a infinitam ente peno­ so, pero es el problem a m ism o del pensa­ m iento: el gran pensam iento siem pre es peligroso. N o se puede pensar sin entregar rehenes al error, ¡y quizás a lo inhumano!

Kierkegaard, uno de los prim eros maestros del joven H eidegger, dijo: “ P ido a una idea lo que ha sido el p recio de haberla pensa­ do". El precio del pensamiento de Heidegger ha sido (en algunos puntos) excesivo. Pero cuando se escriba la historia de la filosofía moderna -p u e d o equivocarm e, c la ro - no tengo la m ínim a duda sobre el lugar que ocupará. Y

sólo para que podamos, entre nosotros,

tener puntos de referen cia que com partir, ¿dónde está el hom bre en W ittgenstein? Casi no existe. En las dos grandes estructu­ ras del pensam iento contem poráneo, W itt­ genstein y H eidegger, hay ausencia de la persona humana. ¡Radical! A partir del Tractatas y a partir de la obsesión con el lengua­ je, que también es propia de Wittgenstein. ¡Ay! Usted no me ha respondido acerca de algo que me preocupa m ucho - la referencia a todo lo griego es evidente, pero el hecho de que en la obra de Heidegger nada haya sobre la Biblia

me crea un problema. En verdad Heidegger re­ duce el mensaje b íb lico al solo mensaje de Cristo -¡cu a n d o lo m enciona! En lo esencial, lo que cuenta es el mensaje transm itido en Grecia, y eso me parece reductor con respecto al conjunto de la Biblia, con respecto al dom i­ nio m ismo de la historia humana. Marléne Zaradére tiene un libro que usted ciertamente co­ noce, en el que se pregunta si esa represión no será una represión p o r negación. Pero, aun planteando la pregunta, me quedo en ayunas, me digo que hay una ausencia dramática. N o hay ninguna razón para que una gran m etafísica deba ocuparse de la Biblia. La palabra B ib lia no pertenece al vocabulario de W ittgenstein. R epito: jamás, ni una alu­ sión. Mucho Shakespeare, así es, y Tolstói... H eidegger es el heredero, él lo dice, lo dice, lo dice, de los presocráticos, del logos presocrático y el gran discípu lo de Aristóteles. Dice: "Rehúso toda teología, y rehúso -lo que él llam a, palabra d ifíc il- la ontoteolo-

gía", es decir, intentar plantear las cuestio­ nes m etafísicas en vocab u lario religioso, teológico. Este rechazo categorial excluye la Biblia. Casi no hay una referencia, usted lo ha dicho, a Cristo. Una o dos veces, de paso, apenas, y jam ás en la obra de madurez. Yo no veo la obligación de que una gran filosofía sea también bíblica. Hay otras filo ­ sofías que lo son, profundam ente. N o veo ninguna presencia bíblica tam poco en Bergson, o Sartre. En Presencias reales usted plantea el proble­ ma de las con d icion es necesarias para que una civ iliz a ció n produzca un gran arte. Me dan ganas de decirle: sin una creencia tras­ cendental el h um anism o gira en el vacío, lie aquí un p oco lo que usted piensa: ¡que se ne­ cesita una creencia trascendental para produ­ cir un gran arte! Para produ cir p or lo pron to un lenguaje. Usted lo sabe, la A cadem ia francesa daba

un gran prem io, aún a fines del siglo xix, a quien propusiera un ensayo sobre el origen del lenguaje en el hombre. El prem io desa­ pareció porque los lingüistas y los positivis­ tas dijeron: “ ¡Asunto absurdo! ¡Se gira en el vacío, se gira en el vacío, nada inteligente puede decirse sobre el tem a!" Y ahora el len­ guaje vuelve a tener una enorm e im portan­ cia en nuestro pensam iento filo só fico , so­ cial, político. Y de nuevo tenemos derecho a plantear el problema. Y hasta hay libros res­ petables, teorías acerca del origen del len ­ guaje. El lenguaje me parece el m ilagro que defin e al hom bre: es una perogrullada. La bella frase griega, “ Es el anim al que ha­ b la ...” ¡Eso es el hom bre! ¡Ésa es nuestra hum anidad! Y luego están aquellos (el posestructuralismo, la posm odernidad, la de­ constru cción) que ponen radicalm ente en duda la correspondencia entre lenguaje y realidad, lenguaje y mundo, posibilidad de com unicación eficaz entre los seres huma­ nos. Todo en m í se encabrita contra esta crí­

tica -au nqu e veo claram ente su fuerza, su brío, su sutileza, su ingenuidad. M e parece que hay una apuesta que y o llam o a la vez pascaliana y cartesiana. M e explico, es sen­ cillo: la famosa apuesta de Pascal, de que en definitiva hay una trascendencia, la seguri­ dad, si se quiere, de la posibilidad de enten­ dim iento humano; y la apuesta cartesiana, de que no hay un gen io m aligno que vuelva absurdas nuestras palabras, o que cam bie el mundo en el m om ento m ism o en que hace­ mos sobre el mundo afirm aciones raciona­ les. ¡Las dos fam osas apuestas no son sino una! En ambos casos hay un salto cuántico hacia lo indemostrable. N o es más que una hipótesis: puede darse que no haya tal segu­ ridad y que todo lo que intento decir, o afir­ mar, sea una hipótesis de trabajo. Prefiero, en mi libro, la frase "m etáfora de trabajo". Sugiero que si entramos en una civilización de lo aleatorio, de la duda fundamental y to­ tal, sin apuestas, podría suceder que ciertas grandes categorías del arte ya no volvieran.

El interminable peso de la ausencia de Dios

Leyéndolo, uno se dice que la suya es una h i­ pótesis brillante, p o r cierto, pero hipótesis al fin. E l peso de la ausencia de D ios -a lg o in ­ menso, que hace temblar la casa- universo en la que estamos-, una hipótesis a confirm ar ¿Por qué los genios de antaño, Shakespea­ re, Rafael, Proust, Kafka, Dostoievski, Beethoven, no podrían re vivir o v iv ir bajo otras formas en un m undo en el que no hubiera re­ ferencia alguna a D ios? ¿Es D ios - D ios o cualquier O tr o - verdaderamente indispensa­ ble en esta obra? Usted nos dice que con R im baud y con “Yo es o tro ”, estamos al final de la era del sujeto, de un sujeto coherente. Yo me pregunto si en este m om en to (finales de los noventa) no tendrá lugar la reconstitución de un sujeto coherente. ¿N o hay jóvenes filóso­

fos que reconstruyan hoy este sujeto? Tengo la impresión de que incluso gente co m o B ouveresse reintroducen, en cierto m odo, cierto tipo de sujeto, co m o si recomenzara la histo­ ria filosófica y que, sin Dios, reencontrára­ mos - no digo que sea una filosofía genial, no me lo p e rm ito - algo del orden de un sujeto. Otro ejemplo, la sociología (n o le va a gus­ tar, seguramente, porque quizá no pertenece a su universo in telectu a l), donde Fierre Bourdieu describe La m iseria del m u n d o s pone en escena a mujeres y hombres, co m o noso­ tros, y sostiene que su incapacidad de ver sa­ tisfecha su dignidad es la base de un malestar, la base de un disgusto del m undo absoluta­ mente fundam ental. Sin una referencia a Dios se toca algo esencial... Ha pronunciado una frase clave, “bajo otras form as". Y en eso creo que nuestros pensa­ mientos van a encontrarse. Cuando se nom ­ bra a Miguel Ángel, Rafael, Beethoven, Sha­ kespeare, se trata de un m undo lleno de

Dios. N o m e re fie ro a su fe personal. El campo de referen cia a la trascendencia siempre está al alcance de la mano. La obra de arte es una m im esis, una im itación del acto creador prim igenio. En un gran soneto Miguel Ángel habla del otro escultor, que es Dios. Y Picasso, hom bre com plejo, dice: "Él es la com petencia” . Eso es muy importante, el sentido del artista com o rival o servid or de un artista últim o y final. Una estética trascendental de la existencia real o, en K a f­ ka (y otros), el interm inable peso de la au­ sencia de Dios: el horrible sentido de un va­ cío concreto. N o es posible decirlo, sería un oximoron, pero creo que todos com prende­ rnos lo que quiere d ecir "el agujero negro que no está v a c ío ” , una terrible energía de ausencia. Quien ha am ado y pierde a quien ama sabe exactam ente la qu em azón con s­ tante de lo que ya no está, de lo que ya no es. Cuando asuntos así se convierten en charlatanería absurda, si no pueril, mi hipó­ tesis es -c o m o lo p red ijo o lo quería Freud

(aunque tengo mis dudas con respecto a Freud) o com o cuando M arx qu izá lo p ro ­ gram ó, incluso en aras a una sociedad más sana, más positiva, más científica-, mi hipó­ tesis es que estas formas antiguas ya no vol­ verán. ¡Y usted afirm a que tal vez haya un arte inm enso bajo otras form as! Quienes son más jóvenes que yo -¡casi todo el m un­ do, a h o ra !- verán flo recer qu izá form as muy muy nuevas, form as totalm ente inm a­ nentes, es decir sin dimensión más allá de la razón. Yo todavía no llego (o quizá no llegue nunca) a im aginar esas formas. Querría ya tener ante m í una gran obra exenta al m e­ nos de la cuestión de la posible existencia o inexistencia de Dios. Uno de los personajes más inquietantes, aunque dotado y el más en igm ático de la deconstrucción, el señor Paul De Man, agonizaba (m oría de un cán­ cer a tro z) y daba su ú ltim o sem inario en Yale, en su casa -se lo permitían, es claro... Un estudiante que con ocí intenta ser más deconstructor que la deconstrucción de las

virtuosidades del nihilism o brillante. Y Paul no puede más y grita (está en los apuntes): "¡Cállese, cállese! ¿O acaso no sabe que sólo hay un interrogante: la existencia o inexis­ tencia de Dios?" ¡Qué rodeo para llegar has­ ta allí! Todo lo que yo afirm o es que si este interrogante es una cháchara insensata, en­ tramos en una nueva estética, una nueva es­ tructura, y entonces soy incapaz de seguirlo en su razonam iento, ¡que la reconstitución de cierta persona humana (entre los pensa­ dores actuales) nos dé la garantía acerca del arte, de la form a estética del futuro! Pero tal vez tenga usted razón: este tipo de continui­ dad (¿la verem os un día?) yo todavía no la veo, eso es todo.

Cuatro cubos de basura en la Luna

Tengo ganas de preguntarle acerca del pasado que, p o r supuesto, usted conoce m u ch o m e­ jor que yo, esta historia cultural del universo. Usted escribe que las obras de genio pertene­ cen solam ente a la H istoria, y que nosotros estaríamos en el epílogo. ¿N o ha habido otros momentos en la historia hum ana cuando se pensaba estar en el epílogo? Hacia el año mil, ¿no se pensaba que se estaba en el epílogo de la historia de la humanidad y que la Historia pertenecía al pasado? N o se lo decía de la misma manera, desde luego, no con esas pa ­ labras, pero en el fondo la presencia del “ju e­ go ló g ico ” de Wittgenstein, la presencia de la deconstrucción total, ¿no habrá otros m o ­ mentos u otros W ittgenstein que habían deconstruido la Historia -y pienso en particular

en el año m il- considerando que la H istoria había term inado? Fukuyama, con su vulgari­ dad, traduce algo que podría volver c íc lic a ­ mente, ¡una idea muy banal y tonta según la cu a l el m undo podría llegar al final de su re­ c o rrid o ! Además, siempre hay gente que re­ piensa las cosas. Entonces, ¿con o sin la cuestión de D io s ? Tiendo a pensar, co m o us­ ted, que la cuestión de Dios estará siempre en el m eollo de la reflexión, pero que, sin lugar a dudas, la reflexión p erm itirá replantear la cuestión de manera totalmente nueva, porque habrá una form a cu ltu ra l nueva, habrá una historia cultural nueva... M e perm ito agregar a su observación -en lugar del señor Fukuyama, y sé que usted estará de acuerdo- a Hegel, E l fin de la His­ toria, que K o jéve ha id en tifica d o tan p ro­ fundamente con el estalinismo, o, p or ejem ­ plo, a Spengler, cuya influencia sigue siendo grande, si bien larvada y un tanto sum ergi­ da. Pero com o nos lo dice el bellísim o libro,

felizm en te reeditado, de Focillon , E l gran pánico del año m il, ¿cóm o se señalaba este pánico escatológico? ¡Construyendo m ara­ villosas iglesias rom ánicas y capillas, y pin ­ tando los más grandes frescos a p o ca líp ti­ cos! N ada veo en este m om en to que tenga un sentido de epílogo pronunciado; hay una suerte de cansancio de la H istoria, una acentuada m orosidad del arte... ¿Se estará transform ando esta sensibilidad en form a? Malraux, M alraux que nos rodea en todo m om ento actualm ente, ¿no nos dice M a l­ raux que el siglo que viene será religioso o no será? L o que me da m iedo en este vistazo es el fundam entalism o en m archa. Ya sé que también a usted le da m iedo, estamos total­ mente de acuerdo. ¡Da m iedo, m ucho m ie­ do! ¿Surgirá de ello una lucha form idable, com o una lucha final entre el m undo de la razón y el del fundam entalism o? N o lo sé. Mi hipótesis, mi m etáfora de trabajo es: en este m om ento no podem os entrever la m o­

dulación hacia formas realmente nuevas de este sentim iento de fin, o de epílogo. M i ejem plo es la trilogía de tragedias griegas seguidas por la actuación del "Sátiro” que se burla. Som os burladores maravillosos. Hay una ironía muy grande y muy bella en este m om ento ante el personaje del gran artista. Piense en un lib ro com o Juan C ristóbal, ¡in con ceb ible hoy! N i siquiera E l d octor Faustus, de M ann, es con cebible - e l gran Künstlerroman, la novela sobre el gran artis­ ta. Entonces espero. N o lo veré, cuestión de edad, pero espero lo que sería una muy gran obra en la que el problem a de la trascenden­ cia, o no se plantee o, si se plantea, se plan­ tee en un nivel que no podem os siquiera adivinar. Por eso me parecen tan im portan­ tes los problemas científicos que se discuten actualmente. P erm ítam e un ejem p lo más: habríase dicho que el hom bre en la Luna nos habría dado una metáfora, una herm o­ sa novela, un poema. Piense en Pope y Voltaire en la época de N ew ton , piense en las

metamorfosis de la im aginación después de Darwin. Pero a través de toda la literatura, ¡nada! Un bonito texto de N orm an Mailer, muy muy descuidado, Una fogata en la Luna fue al m enos una intentona de encontrar una nueva m etáfora: una bella palabra in­ glesa, en lugar de sunrise, la salida del sol, earthrise, la salida de la Tierra tal com o se la vio desde la Luna. Y eso es más o menos todo. ¿A qué se debe este desm ayo de la im aginación ante lo que al fin y al cabo es, perdone usted, una aventura gigantesca? ¡Ni siquiera el hecho de que hoy haya, al pa­ recer, cuatro cubos de basura en la Luna! Con un Rabelais, con un Swift o un Juvenal, habríam os reco gid o este detalle y h abría­ mos ob ten id o una im agen dinám ica de nuestra condición. ¡N o! ¡Nada! ¿No cree usted que en la creciente m u ltip lici­ dad de referencias culturales - pienso en Asim ov (p o r lo que atañe a la ciencia fic c ió n ) para hablar de la Luna, o en autores co m o

Pierre M ich o n y sus Vidas minúsculas en el otro e x tre m o - hay posibilidades que no he­ mos inventariado, p orqu e nadie puede hoy d om in a r la diversidad, la m u ltip licid a d de obras culturales? E n el fondo, la danza nietzscheana ante la desesperación, el sende­ ro que acaba en Beckett, citado p o r usted en su libro, el su icid io de P rim o Levi al final de una obra inapreciable, o la muerte de Robert Antelme, a u to r de La especie humana que para todos nosotros será siempre un libro de referencia sobre el siglo xx, son signos de que algo nuevo está renaciendo bajo otras jo r ­ nias. Y cuando cito a Asim ov o M ichon, dos extrem os del pensam iento literario, podría también cita r obras filosóficas (hace un m o ­ mento cité a Bouveresse y a Bourdieu), en el fondo, está naciendo: no todos son sensibles a ello, y cuando leo el portugués L ob o A n tti­ ñes tengo la impresión de tener en mis manos un nuevo Faulkner. Esta im presión de epílo­ go que tenemos hoy, ¿no vendrá de que la di­ versidad de la cultura de hoy, su riqueza, es

tan grande que un hom bre solo no la puede abarcar? Sí, p or cierto. Se dice que quien fue m i d i­ rector en el Instituto de Princeton, Oppenheimer, fue el último desde Leibniz en dom i­ nar toda la cultura humana. Tal vez sea una leyenda, pero era la leyenda de este hombre misterioso. Es exacto. Pero al mismo tiempo la muerte de Jean Améry, de Paul Celan, de P rim o Levi, el caso Antelm e (terrib le entre todos) son epílogos. Y esto no es para nada su argum ento. Son epitafios inolvidables para siempre que justificarían, por ejemplo, lo que E lie W iesel pensó durante años: que no hay que tener hijos, para no dar rehenes a un futuro Auschwitz. ¡En eso no estoy nada de acuerdo, nada! M e siento hechizado por la música más reciente. Creo que vivimos un gran período musical. Paradoja: es en Ingla­ terra, gracias a Bacon, Lucien Freud, Hobbarth, Ekita, Hockney, donde surge el genio en la pintura -p o r otra parte, muy religioso.

En Bacon una crucifixión y un cardenal tras otro... Hay que reflexionar sobre esto. Ése es un poco m i argumento. Son recuperaciones, variantes. Siem pre querré saber cuál es la nueva metáfora de la esperanza, la nueva es­ tética de la esperanza. Es posible que deba­ mos atravesar túneles muy oscuros, es posi­ ble, antes de que se recupere la confianza de la imaginación. N o creo que se recupere sin intentar englobar el dom inio de la ciencia.

Apenas la sombra de cierto aburrimiento...

Admiro en usted esa voluntad de lograr que un día triunfe el sentido, aunque sea de la deconstrucción. En Presencias reales hay esa apues­ ta contra la deconstrucción. Usted piensa que siempre podrá haber un vínculo entre palabra y mundo. Usted piensa que habrá un vínculo entre sentido y ser. A h í nos encontramos. Este vínculo podrá ser indirecto, o bien oblicuo, quizá com plicado, pero existe. Y en su o p i­ nión, si no lo he leído mal, a la deconstrucción se podrá contraponer la filología, con su peso pluridim ensional. A su m odo de ver, a la de­ construcción se puede contraponer una ética de la recepción y, p o r consiguiente, la posibili­ dad de que cada uno pueda recibir la cultura. ¿Me p erm itiría decir que esta m agnífica conclusión es en parte contradictoria con al­

gunos elem entos (el e litis m o ) que usted ha aportado anteriormente? Tiene usted toda la razón. En parte - y en ello insisto- es una cuestión de edad. Estoy en mi sexagésimo octavo año de vida, ¡uno se aferra incluso a las contradicciones! Pero hay una bellísima costumbre talmúdica, que usted conoce m ejor que yo: al final de un lar­ go diálogo sobre problemas demasiado d ifí­ ciles uno puede perm itirse la anécdota. Y espero que usted me la permita, porque con­ tando historias es com o uno intenta com ­ prender. B ajo B rezh n ev -q u e no era lo peor, era grave pero no era S ta lin - había una joven rusa en una universidad, especialista en li­ teratura rom ántica inglesa. La m etieron en un calabozo, sin luz, sin papel ni lápiz, a causa de una delación idiota y com p leta­ mente falsa, ni falta hace aclararlo. Conocía de m em oria el D on Juan de Byron (treinta mil versos, o más). En la oscuridad lo tradu­

jo m entalm ente en rim as rusas. Sale de la prisión habiendo p erd id o la vista, dicta la traducción a una am iga y ésa es ahora la gran traducción rusa de Byron. Ante ello, m e d igo varias cosas. En p ri­ m er lugar, que la m ente humana es to ta l­ mente indestructible. En segundo lugar, que la poesía puede salvar al hombre. Hasta en lo imposible. En tercer lugar, que una traducción, incluso con la im perfección humana, traduce lo que traduce, lo cual es otra manera de decir que hay una relación entre lenguaje y realidad. Y

en cuarto lugar, me digo que debem os

ser muy felices.

Concédame que esta felicidad espinociana que nos invade al fin a l de estas conversacio­ nes significa que hay dos Steiner. Un Steiner, en el fondo, trata de vapulear en lo más hon ­ do los fracasos de la cultura contemporánea, comparada con la tradición histórica y la his­ toria de lo que ha sido nuestra cultura; y hay

otro, alguien que saca su dedito de la nieve y dice: “Siempre habrá una resistencia posible, siempre quedará un sentido, pese a todos los procesos de deconstrucción”. ¡Si hay dos, creo que a veces ya es demasiado! Cuando dice que a veces es demasiado, me dan ganas de decirle ¡n o ! Quizás deba usted dedicarse un día a reconciliara esos dos George Steiner Soy un dialéctico, y hegeliano en muchos aspectos. Volvem os a nuestras boutades del p rin cip io de nuestro d iálogo: hay en la re­ conciliación, com o en la llegada del Mesías, apenas la sombra de cierto aburrimiento...

índice

11

Prem onición del padre

33

Un club del que no se dim ite

47

El nom bre escondido de D ios...

55

La última puerta

61

El sudor del alma

69

Jazz, heavy metal y rap

79

Heidegger, el más grande de los pensadores y el más pequeño de los hombres

93

Un planeta vacío bajo el sol griego de la mañana

103

El interminable peso de la ausencia de Dios

109

Cuatro cubos de basura en la Luna

117

Apenas la sombra de cierto aburrim iento...

Entretiens, avec R a m in Jahanbegloo, Le Félin, 1992 Épreuves, Gallimard, 1993 Passions impunies, Gallimard, 1996 Errata. Récit d ’une pensée, Gallimard, 1998