La argumentación: ensayo de la lógica discursiva
 9789500060011, 9500060019

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GEORGES VIGNAUX

LA ARGUMENTACIÓN ENSAYO DE LÓGICA DISCURSIVA

Prólogo de Jean-Blaise Grize

HACHETTE

Título del original francés: L 'A R G U M E N T A TJON Essai d ’une logique discursive Librairie Droz, Genéve, París, 1976.

LIB R E R IA H A C H E TTE S.A Rivadavia 739 - Buenos Aires Hecho el depósito que marca la ley 1 1.723. ISBN 950-006-001-9 PR IM E R A EDICION IMPRESO EN A R G E N T IN A . P R IN T E D IN A R G E N T IN A

PRO LO G O

Quien hace el prólogo de una obra en la que se lo cita repetidamente, una obra de la que por otra parte hubiera estado orgulloso de reivindicar tanto el título como el contenido, puede dar fácilmente la impresión de que está en connivencia con el autor: éste lo escribe, aquél habla bien del libro y aunque la tarea esté desigualmente repartida, cada uno obtendrá su provecho. Supongamos que así fuera, ¿qué habría perdido el lector? Finalmente no demasiado, ya que un prólogo no es necesariamente una publicidad y el lector es un ser tanto más libre cuanto que Georges Vignaux le provee justamente los medios para analizar los discursos argumentativos y, en consecuencia, para de­ fenderse de ellos. Por otra parte la realidad es mucho más simple. Es verdad que en algún momento soñamos con escribir juntos —aunque por supuesto no este libro— un libro acerca de la argumentación. Pero nuestras edades eran diferentes y por lo tanto también eran diferentes nuestras obliga­ ciones profesionales. El más joven progresaba rápidamente, el mayor dudaba de llegar a término. Georges Vignaux ha hecho solo el trabajo, lo que está bien. No se trata, dice, de un “ fasto de erudición” . Lo aceptaría de mala gana pero siento que la prudencia se impone. Primeramente el autor cita con abun­ dancia y cita textos de todo tipo. Luego, en más de un momento, uno siente que se ha restringido a la sobriedad. Finalmente, ha elegido atenerse con firme­ za a un punto de vista único, que conoce perfectamente y del que dice clara­ mente que no es más que un punto de vista. Simplificando, podemos distmguir dos maneras de abordar los fenómenos de la argumentación. En un caso, éstos son concebidos como comportamientos globales. Las circunstancias, la posición de los interlocutores, su historia y sus historias juegan un rol más esencial que sus palabras. Ello no impide que, aunque las primeras sean iguales (si eso tiene un sentido), existan discursos d ife­ rentes unos de otros. La otra manera de abordar el problema, la del autor, es partir de los discursos, darse los medios de describirlos y , para ello, construir un marco de análisis, compararlos entre sí y luego intentar clasificarlos. En el capítulo V III, “ Analizar un discurso argumentado” es donde apare­ cen en su funcionamiento las operaciones lógico-discursivas que Georges Vignaux ha elaborado. Querría hacer aquí dos observaciones. Una es que los siete capítulos previos permiten comprender por qué entre todas las que han podido imaginarse, son estas operaciones y no otras las que se conservan. Y la otra es un homenaje al coraje del autor. Es en efecto infinitamente más pruden­ te describir un m étodo que ponerlo en funcionamiento; y no sería éste un

ejemplo único. “ Estimo que es preciso hacer esto y aquello” no implica grandes riesgos. A lo sumo uno se expone a opiniones diferentes y a debates de ideas. Pero quien hace lo que piensa que debe hacerse, quien somete los objetos dados al tratamiento que él indica, puede ser atacado de viso. Si su método es inade­ cuado la cosa se verá. El interés es que la crítica entonces se torna constructiva y que los actores del debate se transforman en cooperadores. Y no dudo que eso ocurrirá con este libro. Acabo de hablar de “ actores” del debate y esto me lleva, para terminar, a decir algunas palabras acerca de un concepto fundamental de la obra, que tende­ ría a considerar como lo más importante. Quiero hablar de la teatralidad. Emi­ tir un discurso frente a alguien, hacerlo para intervenir sobre su juicio y sobre sus actitudes, es decir, para persuadirlo o al menos para convencerlo, implica, en efecto, proponerle una representación. Está destinada a él, lo que significa que debe conmoverlo. Como el oyente está siempre situado, en su persona, en el mundo y en las relaciones con el que habla, los elementos universales no se­ rán aquellos que actuarán mejor y los argumentos demostrativos frecuentemen­ te pasarán a un segundo plano. Por eso la argumentación se aproxima más al teatro que a la geometría. Crea un mundo más próximo al de Calderón que al de Euclides. El sueño, también, deja ver un espectáculo de elementos elegidos (inconscientemente si se quiere pero sin embargo seleccionados) y agrupados en un cierto orden. Por cierto que esos elementos no corresponden al lenguaje, pe­ ro no por ello tienen menos sentido. Se sabe que quien sueña está más fuerte­ mente persuadido por lo que ve que por los razonamientos que, en algunas oca­ siones, se dan paralelamente. La fuerza de la obra de Georges Vignaux surge de que ha evitado el peligro de deslizarse por ello dentro de lo irracional. Los elementos pertinentes de una esquematización están demasiado profundamente comprometidos en las repre­ sentaciones —raramente conscientes— que el hablante se hace de la situación de su interlocutor y de sí mismo como para ser explicados. Ello no impide sin em­ bargo que su composición siga leyes y que entonces sea posible una “ gramática de las ideas” . Jean-Blaise Grize Centro de Investigaciones Semiológicas Universidad de Neuchátel

N O T A P R E L IM IN A R Este no es ni un prólogo ni un resumen introductorio. Mi proyecto era es­ cribir algunas líneas que explicaran esta obra, lo que progresivamente ha llega­ do a ser: situación estilística en la que los “ demonios retóricos” están habitual­ mente a gusto. Me he sorprendido al querer “ dar form a” a las oraciones que tod o autor imagina necesarias para “ presentar” su obra. Me he reprimido. Diré simplemente cuáles son mis deudas y cuáles eran mis intenciones. Comenzaré por las deudas. Este trabajo se originó en 1969 cuando en el centro de investigaciones semiológicas de la Universidad de Neuchátel, Suiza, Jean-Blaise Grize, MarieJeanne Borel y y o , comenzamos a reflexionar acerca de los fenómenos argumen­ tativos. Se constituyó así un seminario con estudiantes, colegas, amigos y curio­ sos. A sí se inauguró una empresa cuyo desenlace siempre nos cuesta imaginar. Quien ha elegido estudiar la argumentación descubre rápidamente, en efec­ to, que la audacia de su proyecto está próxima a la inconsciencia. Lo extendido del dom inio, la diversidad de las epistemologías que hace intervenir, la utiliza­ ción que implica de problemáticas no “ terminadas” como la lingüística, todo ello concurre a que se juzgue ilusoria la esperanza de llegar a un análisis cohe­ rente si no exhaustivo. Las condiciones y el genio que permitieron a Aristóteles realizar la obra que se conoce no son las nuestras. Además, las bibliotecas están colmadas de tratados de retórica, de obras consagradas al estudio de la lengua y de la lógica, y por fin, de recopilaciones de observaciones de los psicólogos. La argumentación ya no es un problema conocido únicamente por los filósofos y los teóricos. Ella sigue siendo sin embargo un problema teórico en el sentido de que se trata ahora de inaugurar el inventario de lo que unos y otros han inten­ tado profundizar, de llevar a cabo una selección, de proponer modelos proviso­ rios y de desarrollar determinadas investigaciones. Las dificultades y la necesidad de la elección explican por lo tanto la es­ tructura de esta obra. El lector podrá juzgar las razones de Ümitarse a lo discur­ sivo y de hacer depender las cuestiones del sujeto y del contexto de problemáti­ cas más específicamente vinculadas a lo textual. Ello puede ser estimado como restrictivo cuando se considera la complejidad de los elementos que componen una situación argumentativa. Postularé que se trata de una elección m etodológi­ ca no fortuita: el discurso que la escritura nos libra es esa construcción privile­ giada que concentra las operaciones de un sujeto que argumenta. Mi ambición es poner al día y esbozar un m odelo de estas operaciones discursivas en lo que ellas tienen de próxim o a lo lógico. Ello ünplica tomar posición a propósito de

fenómenos de los que sabemos poco: el discurso, una lógica de los razonamien­ tos naturales. La ausencia de una teoría constituida en ambos casos me ha ubi­ cado así en una posición doblemente embarazosa: correr el riesgo de lo arbitra­ rio al introducir lo lógico en la lingüística y perder rigor mezclando lo lingüísti­ co con lo lógico. Se comprenderá entonces que algunos de mis recorridos y p ro ­ cedimientos no estén tan asegurados como desearía que estuvieran y que el conjunto pueda dar la impresión de una construcción que se corrige y se m odi­ fica a medida que se desarrolla. Este libro contiene algunas proposiciones personales1. Es sobre todo un testimonio de investigaciones en curso cuya especificidad está en la intersección de muchos dominios y que sólo pueden ser colectivos. He juzgado provechoso para el lector citar, cada vez que me fue posible, a mis predecesores y a mis contemporáneos cuando sus trabajos resultaban interesantes para el tema tratado. En ningún caso se trata de un “ fasto de erudición” 2 , a lo más eco de lecturas demasiado abundantes. A l no poder hacer una suma de los problemas del dis­ curso argumentativo he elegido escribir una obra de trabajo más modesta: es difícil resumir en un único libro lo que puede ser la argumentación.

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Por esta razón a menudo he elegido emplear el “ y o ” en vez del “nosotros” . Me pare­ cía que el “y o ” podía marcar mejor, cada vez que fuese necesario mi responsabilidad en lo que\se le proponía al lector. “ Esas largas listas de autores que se suele agregar a la corta historia de cada animal sólo me parecen un fasto de erudición, extraña al objetivo que me propongo, que es hacer conocer por medio de figuras a los animales tal como son” (J. B. Audebert, Histoire natutelle dessrnges et des makis, París, Desray, An V III (1 7 9 9 ), p. 8). N o estamos en condiciones todavía de poder ofrecer las “ figuras de la argumenta­ ción tal com o son” .

“ La más elevada ciencia del gobierno es la retórica, es decir, la ciencia del hablar. Pues si no hubiera habido habla no habría habido ciudades, ni estable­ cimientos de justicia, ni sociedad hum ana.” (Brunetto Latini, citado por J. Panlhan, Les Fleurs de Tarbes- OEuvres completes ■ Cercle du Livre Precieux, París, Gallim ard, 1941, p. 127).

1. ¿COMO PODEMOS ESCRIBIR A C E R C A DE L A A R G U M E N T A C IO N ? “ Hablar es en el fondo la pregunta que planteo a mi semejante para saber si tiene un alma como la m ía; las proposiciones más antiguas me parecen haber sido las proposiciones interrogativas, y en el acento sospecho el eco de esta pre­ gunta antiquísima del alma a sí misma, pero encerrado en otra cáscara: ¿te re­ conoces? 1 Quisiera que el lector juzgara de este modo mi pretensión de querer escri­ bir acerca de la argumentación cuando se conoce la familiaridad del término y la tradición respetable que lo circunda. Eso explica las inquietudes que experi­ mento al parecer inscribirme en una continuidad de trabajos cuyas cualidades parecen excluir todo proyecto de competencia. Más aún, la extensión del dom i­ nio, su complejidad y sobre todo su cotidianeidad o, dicho de otro m odo, la inscripción de los procesos argumentativos en todas las operaciones de la vida social, me llevan a no poder creer en la posibilidad de resumir la argumentación en una teoría satisfactoria. No lo intentaré. Mi ambición —la que reconozco — será aquí la de hacer coincidir este trabajo con el proyecto de sentar las bases de algunos elementos para toda constitución futura de una gramática de la ar­ gumentación. La cuestión preliminar es entonces la de saber si es preciso pro­ veer al lector la materia bruta de todos los tipos de argumentos observados por poco que los hayamos desbrozado en vivo o si la preocupación de comenzar por los orígenes impone definir desde el comienzo lo que podemos calificar co ­

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Friedrich Nietzsche, “ Lire et Ecrire” , Rhétorique et Langage, Poétique, 1971, 5, 139.

mo argumento y, en consecuencia, como argumentación. Elegiré esta segunda vía por dos razones: la primera, es que me parece “ natural” conocer y com ­ prender lo que otros han hecho antes que nosotros acerca del mismo tem a 2 ,y es así como hemos procedido 3 ; la segunda, es que toda la originalidad eventual de este trabajo no será definida a menos que se inscriba en la confrontación cori lo que lo ha precedido o lo circunda..Por fin, si el decurso científico consiste en simplificar los hechos observados para extraer los conceptos necesarios para la constitución de todo m odelo, debemos antes que nada esforzarnos por definir, el objeto, el dominio. Eso es lo que haré.

2. D E F IN IR L A A R G U M E N T A C IO N Hay que reconocer que la lectura de las enciclopedias y de los dicciona­ rios especializados procuran aquí muy poca satisfacción. O la argumentación es definida como lo que está compuesto por argumentos y entonces basta con cla­ sificar a esta última especie según su naturaleza y sus géneros. O el lexicógrafo soluciona el problema evocando los universos en los que parece más frecuente encontrar argumentaciones. L e Vocabulaire P hilosop hique4 de Lalande o el Dictionnaire du Francais C ontem p orain5 pertenecen al primer caso porque se nos presenta a la argumentación como una “ serie de argumentos que tienden todos a la misma conclusión; manera de presentar y de disponer los argumen­ tos” o aún “ conjunto de razonamientos que apuntan a una afirmación, a una tesis” y el argumento es así “ la prueba, el razonamiento aportado en apoyo de una afirmación” . Al hacer esto no hacemos más que retomar a L ittré6 quien se contentaba con definir a la argumentación como “ el arte de argumentar” . En el segundo caso, la argumentación será caracterizada por lo que la produce o aún por lo que ella puede manifestar. A sí Fou lquié7 escribe que “ toda argu­ mentación es el índice de una duda pues supone que hay lugar para caracterizar o para reforzar el acuerdo acerca de una posición determinada que no sería su­ ficientemente clara o no se impondría con suficiente fuerza” y3ñade: “ el d o ­ minio de la argumentación es el de lo verosímil, de lo plausible, de lo probable, en la medida en que esto último escapa a las necesidades de cálculo” .

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“ Quien ha decidido centrar su atención en un tema más que milenario sería muy pre­ tencioso si quisiera dar una definición de él, antes de haber estudiado la materia. A l contrario, sólo podría ser ridículo si confesara no saber en absoluto de qué ha decidi­ do ocuparse” . (Jean-Blaise Grize, “ Réflexions pour une recherche sur L ’argumentation” , Studia philosophica, 1970, X X IX , 72). 3. Esta reflexión se ha originado en nuestra estadía en el Centro de Investigaciones semiológicas de la Universidad de Neuchátel de 1969 a 1971, en un seminario sobre la argumentación, animado en particular por Jean-Blaise Grize y Marie-Jeanne Borel. 4. París, P.U.F., 1951, 6 ta edición. 5. París, Larousse, 1966. 6. París, Pauvert, 1951. 7. Dictionnaire de la langue philosophique, París, P.U.F., 1 962.

En efecto: “ la naturaleza misma de la deliberación y de la argumentación se opone a la necesidad y a las evidencias, pues no deliberamos a llí donde la solución es necesaria y no se argumenta en contra de las evidencias” . Estos pocos ejemplos bastan para mostrar que si bien se sabe qué es un ar­ gumento, no siempre se sabe qué es argumentar. “ Encadenar argumentos” no significa gran cosa. La cuestión preliminar que mencioné se reintroduce enton­ ces: ¿debemos contentarnos, como escribió Pascal8 irónicamente, con catalo­ gar aquí algunas especies de argumentos sin disponer del genio de Aristóteles? ¿O debemos por el contrario intentar la elaboración de una definición general necesariamente incompleta pero considerada como etapa parcial de todo decur­ so de análisis? En verdad, esta alternativa me parece falsa; es necesario, en efec­ to, considerar a la vez todo lo que concretamente puede ser experimentado o dado como forma de argumento y, paralelamente, examinar las condiciones que justifican y hacen necesaria toda argumentación. Ambas condiciones cons­ tituyen el diálogo de una práctica metodológica al mismo tiempo que emanan del examen de ese problema que es definir la argumentación.

3. E L PR O B L E M A Algunos de los discursos que un hablante A dirige a un oyente B pueden ser en efecto calificados intuitivamente como argumentativos y esto se hace más fácilmente cuando, como ocurre con frecuencia, el lugar de B es ocupado por un auditorio, es decir por un conjunto de personas que escuchan el discur­ so. Al hacerlo nos vemos tentados a asimilar la argumentación al discurso y a justificar esto declarando que las operaciones de la vida social implican que no existe ningún discurso que, insertado en un contexto humano, no sea argumen­ tativo, es decir que no detente intenciones y procesos persuasivos. El discurso es presentado entonces como un conjunto de estrategias que apuntan a conven­ cer a los otros. La investigación, en consecuencia, debe referirse al funciona­ miento de estos fenómenos de influencia. Una tipología de los niveles de con­ vicción puede asimismo ser visualizada y eso debe ser acompañado por una cla­ sificación de los auditorios según su modo de composición. Nos vemos así con­ ducidos a definir especificidades de argumentación y no una especificidad de argumentación, traduciéndose esta última ya sólo en mecanismos de interac­ ción social con la exclusión de los fenómenos que atañen al orden del lenguaje. Esta limitación no escapa seguramente al investigado., quien para mitigarla se esforzará por volver a ligar los contenidos argumentativos y los impactos de esos contenidos o “ los modos de adhesión” del auditorio. Para hacerlo precisa­ rá no solamente observar los efectos al nivel del auditorio ya sea empíricamen­ te, ya sea experimentalmente, sino además definir los tipos de acceso a ese con­ 8.

“ De manera que después de tantas comprobaciones de su debilidad, han juzgado que se conform a más al propósito y que es más fácil censurar que repartir, pues les es más sencillo encontrar monjes que razones” . (Provinciales, 3ra. carta).

tenido. Si insiste en no querer descuidar los fenómenos de interacción oradorauditorio, necesitará además elegir un método de análisis de ese discurso con­ siderado ya como un texto. Esta última necesidad plantea toda una serie de problemas semánticos, buen número de los cuales no han sido hasta el día de hoy más que resueltos de manera incompleta. Pero esto no es todo. Imaginemos, en efecto, un abogado que pleitea. Su situación personal en el tribunal y en la ciudad, la composición del jurado, las circunstancias políticas y económicas del m om ento, todo ello tiene consecuen­ cias sobre la producción de su alegato. L o mismo ocurre con su tono y con sus gestos, con las imágenes de las que se sirve y los testimonios que producirá. N a­ da de todo ello es despreciable y coordinar el conjunto de estos elementos plan­ tea problemas m etodológicos considerables. Todos estos factores apelan ade­ más a técnicas de análisis y de control a menudo muy apartadas unas de otras 9 . Y es allí sin duda donde interviene el peligro de elegir un procedimiento cuyo mérito sería simplemente el de existir. Las técnicas disponibles son tan poco numerosas y éstas ni siquiera son exhaustivas. En realidad no se hará más que reproducir allí una dirección o unas direcciones entre las ya desarrolladas. Esto que acabo de decir del problema de definir la argumentación deja entender que la literatura nos provee, generalizando, de dos tipos de aproximación a los f e ­ nómenos argumentativos. En un caso se trata de reducirlos a la interacción ora­ dor-auditorio y en consecuencia de examinar los modos de composición de ese auditorio. En el otro caso, la observación de los contenidos y de los procedi­ mientos permitirá ya sea definir la argumentación a partir de las premisas del discurso, ya sea juzgarla por comparación a otros tipos de razonamientos. Pero me parece necesario precisarla y ruego a mis predecesores que perdonen ciertas libertades que adoptaré para simplificar sus concepciones con el objeto de ser claro.

4. LOS ENFOQUES A N T E R IO R E S A C E R C A DE L A A R G U M E N T A C IO N

4.1. Argumentación y demostración Es preciso constatar, en primer lugar, que todos aquellos que después de Aristóteles quisieron estudiar la argumentación lo hicieron oponiéndola a los fnódos de la demostración. Las cualidades reconocidas de esta última no p o ­ dían dejar de llevar entonces a subrayar la imperfección formal de toda argu­ mentación. A sí Ch. Perelman 10 escribe:

9. 10.

El lector podrá remitirse a lo que escribimos en 1970 con Marie-Jeanne Borcl, en: Travaux du Centre de recherches sémiologiques, Neuchatel, n° 5. F,1 Traite de lArgum entation (París, P.U.F., 1958) de Ch. Perelman representa un

“ Cuando se trata de demostrar una proposición basta indicar con qué pro­ cedimientos puede ser obtenida como última expresión de una sucesión deduc­ tiva cuyos primeros elementos son provistos por quien ha construido el sistema axiom ático en el interior del cual efectuamos la demostración. . . Pero cuando se trata de argumentar, de influir po* medio del discurso sobre la intensidad de adhesión de un auditorio a ciertas tesis, ya no es posible descuidar com pleta­ mente, considerándolos como irrelevantes, las condiciones psíquicas o sociales, sin las cuales la argumentación carecería de objeto o de efecto. Pues toda argu­ m entación apunta a la adhesión de los espíritus* y, p o r el m ism o hecho, supo­ ne la existencia de un contacto individuar' ,u Por un lado, en consecuencia, establecemos la pureza racional de los len­ guajes calificados como artificiales y el lógico no está ausente de esta responsa­ bilidad. Por otra parte, la dificultad de delimitar los sistemas axiomáticos pro­ pios de la argumentación lleva a “ arrojar” su estudio al terreno de la investiga­ ción de las condiciones que parecen determinarla: auditorios, lugares, circuns­ tancias; Y eso se debe a que el único m odelo lógico en el que pensamos, com o contrapunto, es el de la form alización; los axiomas aquí no dependen entonces de una evidencia racional sino de la decisión del lógico de considerarlos válidos dentro de su sistema. ,Más aún, el sentido de las expresiones empleadas no es pertinente para la elaboración y el funcionamiento de estos sistemas. Y esto su­ cede porque, en efecto, la lógica moderna se origina en una reflexión acerca del razonamiento matemático. La argumentación necesariamente entonces, debido a su inserción en todos los debates de la vida social e institucional, responde poco a la concepción de tales sistemas, en particular por el hecho en sí de que el sentido de los conteni­ dos es aquello sobre lo cual el orador va a actuar. Eso explica que Ch. Perehnan haya deseado ver constituirse una teoría de la argumentación com o rama de la psicología más bien que de la lógica. En la medida en que los axiomas escapan al sujeto, incluso le son impuestos, el dominio de los argumentos será el de lo no cierto, el de lo probable. Se comprende entonces esta oposición tan cómoda establecida con la demostración. Es comprensible aún que al no poder atribuir el éxito de una argumentación a ninguna univocidad demostrativa, se hayan buscado las razones persuasivas del lado justamente de los elementos de la per­ suasión: orador, auditorio, pero también valores, formas de los argumentos, ti­ pos de las premisas. No se podía más que reencontrar así a Aristóteles que ya escribía: “ El presente tratado se propone encontrar un m étodo que nos haga capaces de razonar, deductivamente, apoyándonos en ideas admitidas” . 12 acontecimiento en la investigación contemporánea, por un lado, por su definición del discurso filosófico reubicado en un marco retórico, por otra parte, por la “ suma” cla­ sificada de argumentos que aporta. * Hemos preferido el término “ espíritu” a “ mente” , “ alm a" o “ intelecto” que po­ drían sustituirlo, por considerarlo más vago y no imponer una interpretación del tex­ to. (N o ta de los T .) 11. 12.

Ib id , p. 1 8. Topiques, París, Budé 1967, I, 1, 100 a (trad. J. Brunschwig).

Aristóteles agregaba: “ Un razonamiento deductivo es una fórmula de argu­ mentación en la cual, una vez sentadas ciertas cosas, una cosa diferente de aquellas que han sido sentadas se sigue necesariamente en virtud de ellas mis­ mas. Es una demostración cuando los puntos de partida de la deducción son afirmaciones verdaderas y primeras, o al menos afirmaciones tales que el cono­ cimiento que de ellas tenemos se ha conseguido por intermedio de ciertas afir­ maciones primeras y verdaderas; es, por el contrario, una deducción dialéctica cuando toma como puntos de partida las ideas admitidas" . 13 Aristóteles precisaba por otra parte: “ No es necesario creer que todo lo que se presenta como una idea admitida sea verdaderamente una; pues las ex ­ presiones de ideas admitidas jamás manifiestan a primera vista su verdadero ca­ rácter, como lo hacen los principios de los razonamientos erísticos; en el seno de estos razonamientos, en efecto, la naturaleza exacta del subterfugio es inme­ diatamente y casi siempre evidente, por lo menos para aquellos que son capaces de percibir sutilezas” . 14 En Aristóteles entonces, como en Sócrates, solamente en virtud de la since­ ridad intelectual la dialéctica puede devenir un instrumento de conocim iento. Pero Aristóteles no retiene esencialmente más que el aspecto crítico de la dia­ léctica socrática: arte del razonamiento independiente del conocim iento de todo objeto determinado, arte form al con una técnica, capaz de servir de auxiliar a la ciencia, arte en fin de la discusión, que prepara el terreno a la investigación científica. La retórica es la forma que reviste la dialéctica cuando se ejerce de­ lante de los tribunales y de las asambleas políticas. No se trata, entonces, de es­ tablecer las conclusiones rigurosamente sino de defender una tesis con razones convincentes, de volverla probable, es decir susceptible de ser aceptada como verosímil, como teniendo las mayores posibilidades de estar en concordancia con la verdad. ' Cuando se ejerce con todo rigor, a partir de premisas verdaderas y ciertas (demostración, silogismo cien tífico), el razonamiento produce la ciencia, pero puede ejercerse también a partir de tesis que es imposible demostrar pero cuya verdad sin embargo queremos comprobar. Considerada en esta función crítica, la dialéctica es entonces el auxiliar de la ciencia. No obstante, la dialéctica, extraña a la ciencia, es capaz de alegar igualmen­ te en favor y en contra, de defender tesis opuestas. Es por lo tanto susceptible de un uso ambiguo y el orador honesto debe conocer todos los recursos que puede usar un adversario desleal con el fin de no dejarse engañar. 15 Los argu­

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14. 15.

Cf. la observación de J. Brunschwig: el carácter de una opinión o de una idea no es una propiedad que le pertenece de derecho, por su contenido intrínseco, sino una propiedad que le pertenece de hecho. Ello implica que las traducciones “ probable, verosímil, plausible” , sólo son parciales. En verdad se trata a la vez de ideas admiti­ das por la opinión común y de ideas admitidas por los topo i (la opinión esclarecida, aquellos que conocen en cualquier dominio que sea). Ibid., Notas, p. 13. Topiques, 1,1, 100 b. A esta posibilidad del discurso falso, Aristóteles opone un derecho y una necesidad:

mentos retóricos, por otra parte, en razón de su carácter dialéctico, no produ­ cen jamás una convicción perfecta. Es por ello que Aristóteles aunque condena la retórica pasional, visualiza otros medios de persuasión: los que derivan del carácter del orador y los que apelan a las disposiciones del o yen te.;Su uso re­ quiere del orador una instrucción que vaya más allá del arte formal de la dia­ léctica y se extienda, por una parte, al estudio teórico de las costumbres y virtu des y, por la otra, al de las emociones. La retórica aparece com o un desarrolle de la dialéctica que implica el conocimiento de la ética, subordinada ella mis­ ma a la política. Pero, sobre todo, la definición que nos da Aristóteles pone fin a toda confusión sofística y consagra la ruptura entre la ciencia y las tesis fun­ dadas sobre la autoridad: la dialéctica retórica, fundada sobre la opinión es re­ conocida por lo que es. A l no tener ya más por finalidad la búsqueda de la ver­ dad, la argumentación contribuye, sin embargo, a ella en tanto parte del siste­ ma lógico aristotélico del que es uno de sus aspectos m etodológicos principales. La verdad no es empero inaccesible o aún objeto de un acuerdo imposible. Para Aristóteles así, la posibilidad de desarrollar de manera cualitativamente igual argumentaciones opuestas no puede ser dilucidada masque como una t o ­ ma de posición ética en relación al contenido. Y ello es posible por el hecho mismo de que la propiedad referencial del lenguaje se establece respecto del ser en que el discurso se detiene y que constituye así el anclaje ontológico del ha­ b la .16 En consecuencia, tanto la definición como la constitución de una argu­ mentación son imposibles sin la consideración del sujeto, tanto del que habla cuanto de aquellos a los cuales está destinado. La dialéctica fundada aún sobre las pasiones tiene por lo tanto por objeto preliminar el análisis de los auditorios involucrados. La argumentación es un universo de persuasión. La cuestión es saber si se resume en esto y, por consiguiente, si las condiciones psicológicas de su producción bastan para determinarla.

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lo que da sentido al sentido, es el ser al que apunta. A esta posibilidad se sustituye la imposibilidad de ser algo distinto de lo que las cosas son, y de allí el principio de contradicción: “ no significar una cosa única es no significar nada en absoluto” ( M e ­ tafísica, 4). Esta imposibilidad de derecho va contra la posibilidad del doble en el lenguaje o en la estructura del discurso referencial: hay límites impuestos por el ser. “ Es imposible que el mismo atributo pertenezca y no pertenezca, al mismo tiempo, al mismo sujeto y bajo la misma relación” (Metafísica, 3, 1005 b, 30). Este im po­ sible en el ser limita lo posible al discurso y, por consiguiente, lo regla. El principio de contradicción es la restricción del ser en el sentido de un discurso que puede ser error o sofisma. El discurso es referencial dentro de sí mismo, pero es globalmente referencial de él mismo al ser. La refutación intentará reencontrar la imposibilidad del contrario abriendo una nueva posibilidad en el discurso. El sofista será refutado por el solo hecho de que habla y se conduce así como hom bre; ello marca la imposi­ bilidad para el ser de ser otra cosa de lo que es. Aristóteles no quiere fundar la ontología sobre unidades del discurso sino sobre un principio de existencia que sería al mismo tiempo un principio de inteligibilidad. La filosofía no busca la causa y los principios de lo que es sino de lo que se dice. N o se trata de una filosofía del lenguaje sino de una filosofía del ser por el lenguaje.

4.2 Argumentación y auditorio Ch. Perelman define la argumentación como lo que tiene por objeto “ el es­ tudio de las técnicas discursivas que apuntan a ganar o a reforzar la adhesión del auditorio a las tesis que se presentan a su asentimiento. Toda argumenta­ ción supone un orador,Nque presenta un discurso (el cual puede, por otra parte, tanto ser comunicado por escrito como verbalmente), un aditorio a quien se dirige la argumentación (y que puede identificarse con el ofador en la delibera­ ción íntim a) y un fin, la adhesión a una tesis o el acrecentamiento de la inten­ sidad de adhesión, que debe crear una disposición a la acción y si tiene lugar, desencadenar una acción inmediata” . 17 Una definición tal inclina a reducir la argumentación a un conjunto de fe ­ nómenos de naturaleza psicosocial. Por cierto que se puede intentar concebir­ la bajo la forma de una puesta en escena semejante; el proceso persuasivo no existe más que, y a través de, los actores a los que vincula: el orador y el audi­ torio. En la argumentación, a diferencia de la demostración, interviene el pro­ blema de las verdades admitidas que se resuelve en valores ligados a ciertas te­ sis. Dado que los axiomas no pertenecen al sujeto, como dije precedentemen­ te, es preciso por lo tanto convencer de su verdad, dicho de otro m odo, de su necesidad. Aristóteles no ignoraba esto pues hacía depender la convicción de la fuerza de las pasiones y de la manera como se podía actuar sobre ellas. La em ­ presa de Ch. PereLman no escapa menos a esta dependencia y uno se explica entonces que su deseo de una teoría constituida lo haya hecho ubicar esta te o ­ ría en el campo de la psicología. Filósofo pero también sociólogo enfatiza que “ para que haya argumenta­ ción es preciso que en un momento dado exista un consenso [com m unauté des esprits] efectivo, es preciso que se esté de acuerdo desde el comienzo y en prin­ cipio acerca de la form ación de esta comunidad intelectual y luego, acerca del hecho de debatir conjuntamente una cuestión determinada: ahora bien, eso no ocurre de ninguna manera espontáneamente” .18 Para que suceda, según Ch. Perelman, es preciso que el orador conquiste la atención de su auditorio, que exista un “ contacto? entre estos dos participan­ tes y ello es esencial para el desarrollo de la argumentación. De allí a decir que toda argumentación está determinada por el auditorio al cual está destinada, y en su forma en particular por la naturaleza de ese auditorio, no hay más que un paso. La cuestión es por lo tanto saber cómo definir este auditorio, puesto que la meta, asimismo inconfesada, es en particular la de constituir una tip o lo ­ gía de los auditorios. La dificultad —Perelman lo reconoce— es que el auditorio siempre es para el orador “ una construcción más o menos sistematizada” . 19 P o ­

17. 18. 19.

Investigaciones interdisciplinarias acerca de la argumentación, Logique et Analyse, 1968, n» 44. Traite, p. 18. Traite, p. 25.

demos ciertamente volver a hacer referencia a Aristóteles20 y operar una clasi­ ficación de los auditorios según la edad, la fortuna, etc., lo que hoy denomina­ ríamos la composición sociológica, pero la complejidad de ello hace volver la atención sobre el orador. Después de todo Ja función y la meta de éste, ¿no son las de adaptarse al auditorio? Ch. Perelman hace alusión necesariamente a las técnicas de condicionamiento de las muchedumbres que quedan com o la pana­ cea de los didácticos de la propaganda. Pero la comprobación de esto descansa ciertamente sobre la adhesión constatada o no del auditorio. Esta adhesión pasa por el discurso pronunciado en tanto acto del orador y es él mismo el único ac­ cesible tanto al filósofo como al lógico. El condicionamiento del auditorio pasa también por el discurso. Entonces es preciso suponerle cualidades al discurso, si se alcanza la convicción, y virtudes al orador si eso significa que ha sabido adap­ tarse en cada etapa a su auditorio. Ciertamente, eso queda muy a menudo en el nivel de las presunciones. ¿Cómo medir en efecto las influencias del orador so­ bre el auditorio y aún el impacto de éste sobre el primero? ¿Cómo determinar el alcance de un discurso, establecer a fo r tio r i una escala de persuasiones según los tipos de discursos? El recurso mismo a la psicología social, conforme al de­ seo de Perelman, no provee más que soluciones parciales a estas preguntas. Y si se trata de definir los medios y las condiciones de una techné oratoria adap­ table a toda circunstancia, entonces hay que acordarse de que la retórica es, tal com o lo señaló Aristóteles, el elemento de un sistema donde ella figura co­ m o correspondiente de la dialéctica21 y con la cual representa el origen de la lógica. Eso equivale a decir que es poco razonable visualizar la constitución de una especie de catálogo de las técnicas argumentativas sin considerar las implicaciones sobre el plano de las estrategias del pensamiento y que el exa­ men de éstas lleva naturalmente a visualizar una problemática del sujeto. Es por ello que Aristóteles, aunque es relativamente breve con respecto a la form a del discurso, descompone con el mayor esmero los movimientos del alma que el discurso debe provocar: amor, odio, cólera, vergüenza, e t c .22

20. 21.

R h é to r iq u e ,U , 12 a 17, 1388 b a 1391 b. Aristóteles dice de la retórica que es la antistroja de la dialéctica. Por ello no entien­ de una correspondencia rigurosa sino una analogía. Tenemos así desde la gimnasia hasta la retórica una serie de analogías en las que puede verse la influencia de Pla­ tón ( Gorgias, 46B-46E). gimnasia (cosm ética]

22.

medicina cocina

(ju sticial retórica

La retórica y la dialéctica están en 1a misma relación con la ciencia: verdad para ésta última, probabilidad para ambas artes ( Retórica 1,1 ). Lo que define entonces a la dialéctica es menos la estructura lógica del razonamien­ to que las relaciones humanas que ella implica. La teoría de la proposición compues­ ta de un sujeto y de un atributo está en la base de la lógica aristotélica y todo el pro­ blema dialéctico consiste en “ probar” a nivel del auditorio si un aU ibuto pertenece o no a un objeto.

Por lo tanto, se requiere del ser para que circule un discurso coherente en el que la significaciones sean idénticas, ellas mismas y no otras. Y la imposibi­ lidad de un discurso unívoco establece, en la raíz del discurso, la distancia al ser que es sólo un aspecto de la designación del ser que se dice de múlti­ ples maneras. Esta cadena de la palabra múltiple es el ser. En consecuencia, lo que se dice es algo que no pertenece al lenguaje. Esto explica la importan­ cia del problema de las categorías para Aristóteles. Estas categorías son las figuras, los “ esquemas” de la predicación. En primer lugar están los nombres y ello permite una semántica com ún de las categorías; es, por lo tanto, un problema lingüístico. Pero es un pro­ blema “ metalingüístico” pues no son nombres que nombran, sino que desig­ nan y esquematizan las funciones del discurso y colaboran en su unidad, i El Tratado de las Categorías enumera pocas categorías pero el libro de la Metafísica presenta toda una serie de ejercicios de significación. A ristóte­ les está convencido de que la enumeración de las categorías, de los esquemas de la atribución no es una cualquiera sino que está organizada, estructurada. Entre todas las categorías hay una relación fundamental que es una unidad de referencia y que hace que la serie de las categorías sea una serie orientada en relación a un término único. El término de referencia es aquél del cual el resto está afirmado y el que no es más él mismo afirmado de una cosa: no es el sujeto sino el discurso entero en tanto dice algo de algo. Por consiguiente, la articulación de lo real justifica la articulación del discurso y hay una fon é­ tica, un léxico, una sintaxis porque hay una semántica y hay una semántica porque hay. * El problema de una definición de la argumentación pone en pie toda una serie de dificultades metodológicas. Y si el edificio lógico aristotélico no es más el nuestro, eso no significa que podamos hacer econom ía de las implica­ ciones que son aquellas de la situación de un sujeto argumentante. También están los peligros de no considerar a la argumentación más que en oposición a la demostración, o de no definirla más que en función del auditorio al cual está destinada.

5. LOS PELIG RO S DE U N A D E F IN IC IO N El prúnero consistiría en con/rOntar de manera ingenua y directa la argu­ mentación con la demostración. Premisas verdaderas: demostración, premisas probables: argumentación. En primer lugar en esta manera de proceder hay, como lo ha subrayado Jean-Blaise G rize,23 un error. “ El error no ha sido com ­ probado hasta después de que, según la fórmula de Einstein, algunos matemáti-

23.

“ Réflexions pour une recherche sur l’argumentation” , Studia philosophica, 1970, X X IX , 72.

eos han osado desafiar un axioma” desde entonces sabemos que nuestros axio­ mas no tienen más certidumbre que nuestras opiniones. Su verdad no tiene otro fundamento que su eficacia y aún ello es dicutible.24 Fundar por tanto la dis­ tinción entre argumentación y demostración en la naturaleza de las premisas no puede más que conducir a confusiones importantes;, Pero también existe el peli­ gro de tratar la argumentación com o una demostración mal hecha, una torpeza cuyas razones deberían buscarse en el plano técnico o aún en una práctica so­ cial que por su naturaleza tom aría imposible todo rigor científico. En efecto, es preciso tener cuidado de que la búsqueda de un m odelo teóri­ co en conjunción con la seducción de una “ pureza” arbitraria no conduzca a describir un discurso científicamente puro cuya idealidad será entonces un re­ ferente absurdo y peligroso. Para prueba basta considerar este pasaje de una obra recientemente aparecida: “ Podemos concebir el grado cero com o ese lím ite hacia el cual tiende voluntariamente el lenguaje científico. En esta óptica, es evidente que el criterio de tal lenguaje sería la univocidad. Pero sabemos tam­ bién qué esfuerzos de redefinición de los términos impone a los sabios una e x i­ gencia de este tipo: ¿no nos lleva esto a aceptar que el grado cero no está con­ tenido en el lenguaje tal como se nos presenta?” . 25 Eso equivaldría a reconciliarse con las teorías discutibles del desvio [re c a rt] com o marca retórica en relación a un m odelo normativo del lenguaje. Podem os preguntamos además si la demostración no es bajo ciertos aspectos una forma de argumentación. La distinción aristotélica, si es preciso volver a ella, se establecía al nivel de las premisas mientras que la argumentación y la demostración conocían luego etapas similares de razonamiento. Según Ch. Perelman la distinción más acentuada concierne a la oposición entre los proce­ sos argumentativos y el desarrollo “ form al” y “ deductivo” de la demostración. ¿En qué medida podemos justificar una distinción semejante? La argumenta­ ción en efecto jamás se excluye de todo texto demostrativo o científico, sin hablar de todos los elementos retóricos que pueden contener estos textos. El discurso cien tífico posee ciertamente un funcionamiento propio que es­ tamos en condiciones de poder determinar. Se desarrolla según un esquema de­ ductivo a partir de un comienzo teórico (hipótesis, axiomas) y sigue un número de pasos determinados cuya coherencia y rigor podemos poner a prueba en fun­ ción del momento científico al que corresponde. ¿Pero qué ocurre cuando el discurso, incluso cien tífico, se refiere a encade­ namientos de proposiciones p o q que tienen un sentido? ¿Podemos todavía

24.

25.

“ Los lógicos han reducido las premisas necesarias a un muy pequeño número de pro­ posiciones simbólicas altamente abstractas, difíciles de comprender, en las cuales los lógicos mismos creen únicamente porque se encuentra que son lógicamente equi­ valentes a un gran número de proposiciones con las cuales estamos más familiariza­ dos. El hecho de que las matemáticas puedan deducirse de estas premisas no es evi­ dentemente para nosotros, la razón para creer en la verdad de las matemáticas” . (Bertrand Russell, Signification et Verité, París, Flamarion, 1969, p. 24). J. Dubois y otros, Rhétorique genérale, París, Larousse, 1970, p. 35.

hablar de encadenamientos formales cuando se trata de un discurso acerca de objetos? Se puede desarrollar un discurso matemático en lengua natural utili­ zando operadores lógicos, pero sería ilusorio pretender que estos operadores son los mismos que utiliza la lógica formal. Parecería más realista la distinción de categorías específicas de argumentación, según los objetos y las disciplinas, a través de un decurso común de tipo dialéctico. El problema consistiría en ubicar al discurso en el interior de una situación dada. La cuestión entonces es saber si esta situación se identifica con un auditorio, y en esto hay sin duda otro riesgo. El peligro es que nos conduzca de manera casi exclusiva a investi­ gaciones acerca de los fenómenos de interacción, investigaciones que sin em ­ bargo no reconstituyen jamás las condiciones sociales “ auténticas” . Además esto nos lleva muy rápidamente a inclinarnos hacia el problema de la eficacia de una argumentación y por consiguiente a reducirla a una dinámica de efec­ tos de persuasión y de convicción. A sí Ch. Perelman se pregunta “ Si toda argumentación, para ser eficaz, debe apoyarse en tesis admitidas por el audi­ torio, ¿cómo puede ser medida o al menos apreciada la intensidad de adhe­ sión?. . . Hemos subrayado en el Trátenlo de la Argum entación la importancia que reviste la presencia para la eficacia de la argumentación. El estudio psico­ lógico de la manera en que la representación de ciertos hechos los hace pre­ sentes a la conciencia e influye por lo tanto sobre la eficacia de una argumen­ tación no carecería de importancia para la estilística. Muchas figuras tradicio­ nales de la retórica podrían ser examinadas desde el punto de vista de su e fi­ cacia argumentativa De una manera general, al relacionar las diversas figuras de la retórica con los esquemas argumentativos a los cuales ellas se ligan po­ dríamos procurar determinar su impacto sobre tal o cual tipo de auditorio, indicar los casos en que su uso es poco apropiado y los casos en que es indis­ pensable” .26 La dificultad metodológica es que este concepto de auditorio jamás es otra cosa que un concepto teórico, una construcción del orador. Si, por el contrario, estimamos necesario refinar el análisis de los tipos de interlocutores, debemos obligatoriamente considerar y clasificar las personalidades de los oradores, las composiciones sociológicas de los auditorios y observar la dinámi­ ca de los grupos presentes. A eso sería natural agregar, como lo sugiere Ch. Perelman, estudios lingüísticos superficiales del tipo de la taxonomía retórica (clasificación de las formas y los modos de los argumentos). En otros térm i­ nos, postular que la argumentación se define esencialmente por la presencia de un auditorio equivale a estudiar el discurso producido solamente en función de las relaciones sociales que él representa. Por lo tanto se lo va a caracterizar por: a) sus intenciones (análisis textual o presupuestos). b) la interacción orador-auditorio (condiciones psicosociales). c) su eficacia (véase el principio de inercia en Perelman: “ Muy a menudo el orador no puede contar para su presunciones, más que con la inercia psíqui­ 26.

Lógiquc et Analyse, 1968, n° 44, p. 504.

ca y social que en las conciencias y en las sociedades se asemeja a la inercia en física. Podemos presumir, hasta que se pruebe lo contrario, que la actitud adop­ tada anteriormente —opinión expresada, conducta preferida— continuará en el futuro ya sea por un deseo de coherencia o gracias a la fuerza de la costum­ bre” ). 27 Planteado en estos términos el problema no solamente se ha vuelto com ­ plejo sino que hasta es susceptible de conducir a soluciones deformantes. La orientación hacia los métodos de análisis psicosocial no se debe volver a cues­ tionar; hay que subrayar solamente que estos m étodos no han sido hasta ahora considerados com o concluyentes para la definición de un discurso argumenta­ tiv o especifico. Eso sólo se lograría si dejaran atrás el aspecto descriptivo de los auditorios y de los sistemas argumentativos para convertirse, según la expresión de A pos­ te 1,28 “ en una teoría dinámica de la transformación de los públicos y de los esquemas” . En lo inmediato no existe ningún m odelo que permita dar cuenta con satisfacción de todos los elementos que intervienen en un proceso argu­ mentativo. Reducirlo a una interacción, a una dinámica o a un intercambio del tipo de la discusión, significa buscar en las condiciones locales de lo dicho las razones de éste y más aún se trata, en este caso, de simplificar los com porta­ mientos para constituir con ellos alguna escala de actitudes. Muy frecuente­ mente, por otra parte, ya que es preciso un referente previo al análisis, los conceptos constituidos serán este arsenal heteróclito que algunos toman de la filosofía y otros de los retóricos antiguos: valores, presunciones, jerarquías, lugares. Es que, por cierto, definir la argumentación a partir de la noción de audi­ torio no es suficiente: nos vemos demasiado pronto conducidos a evocar la no­ ción de finalidad. Si en efecto este auditorio es proyección y m otor del discurso es preciso determinar el o los proyectos de éste, En otros términos, la paradoja será que al no poder calificar al auditorio sino de manera global no se podrá más que conjeturar acerca de él, y esto por intermedio del discurso. La finalidad com o lo subraya Jean-Blaise Grize es una noción embarazosa29: “ Durante mucho tiem po y hasta el momento en que ha podido recuperar ciertos aspectos de ella por los rodeos de la Cibernética, la ciencia ha hecho todo por evitarla” . Es indiscutible sin embargo que al menos una definición de la argumentación es la que consiste en calificarla de discurso con finalidades [finalisé]. Esto 110 nos hace avanzar demasiado y rápidamente nos damos cuenta que lo propio de todo discurso consistirá en significar alguna intención de-aquel que lo ha concebido). Sólo podremos suponer, a cuenta de verificarlo en los hechos, que algunos son concebidos teniendo en vista un auditorio ju rídico, otros audito27.

Traite de L Argum entador!, p. 142.

28.

“ Rhétorique, psychologie et logique” , Logique et Analyse, 1963, 6, n° 21-24, p. 263-311. Studia philosophica, 1970, X X IX , p. 73.

29.

nos políticos, pero eso no puede obtenerse más que por medio de una com bi­ natoria incluso restringida de observaciones. Dicho de otro modo, y ésta es la razón de los peligros subrayados pre­ cedentemente, es preciso analizar de manera critica el tipo de conceptualización necesaria para toda aproximación a la argumentación. Esto no es impor­ tante solamente para la constitución de una problemática sino también para determinar los tipos de objetos que le corresponderán. El que tiene por p royec­ to estudiar un fenómeno tan antiguo como lo son las sociedades humanas tro­ pieza en efecto con una primera dificultad: la de procurarse un[corpus. ;No es d ifícil reunir textos u observaciones pero, si bien es fácil determinar cuáles son las demostraciones puras o incluso las descripciones, no ocurre lo mismo cuando se trata de decidir respecto de las argumentaciones propiamente dichas. Sin duda no existen verdaderas argumentaciones en el sentido en que puede existir la demostración y además después de esto que he dicho, esta compa­ ración ha de evitarse. Entonces es preciso recurrir a la vez a criterios extradiscursivos del tipo del rol y la función del discurso considerado (alegato, de­ claración electoral, etc.) y a intuiciones con respecto a la constitución de éste. El problema es entonces constituir al mismo tiempo que considerar toda defi­ nición de la argumentación como provisoria, no teniendo otro objetivo que el de exploración de un dom inio tan complejo como específico.

6. L A BUSQUEDA DE U N A D E F IN IC IO N O P E R A T O R IA El proyecto inicial se reduce entonces a elaborar ciertos conceptos y po­ ner a prueba s\i operatividad. La critica destinada a los predecesores no debe por lo tanto disminuir en nada la modestia que necesita el analista. El empleo de este último término no es fortuito. Toda definición de la argumentación participa de los objetivos metodológicos de quien la constituye: es un concep­ to operatorio necesario para la progresión del análisis. Esto es evidente por muchas razones. La primera se debe a la elección de ubicarse en la continuidad de una reflexión lógica. A l hacerlo, no puedo ignorar ni rechazar lo preceden­ te. “ De esto resulta, como lo resume Jean Piaget30, que el pensamiento natural, es decir no formalizado y aún intuitivo, del lógico, por medio del cual él ela­ bora sus axiomáticas, constituye el producto a la vez de toda la psicogénesis y de toda esta sociogénesis que es la historia del pensamiento científico occi­ dental” . Es evidente entonces que lo que axiomatiza incluso la lógica formal es “ una cierta actividad del sujeto, que comienza por la del sujeto lógico que inventa intuitivamente sus sistemas antes de poder formalizarlos y que, en presencia de los límites de sus propias formalizaciones, continúa sus construc­ ciones” .31 30. 31.

“ Epistémologie de la logique” , Logique et connaissance id entifiqu e, París, Gallimard, 1967,Encvclopédie de la Pléiade, p. 397. Ibid. , p. 383.

La segunda razón se origina en el dom inio de estudio elegido: la argumen­ tación, inscripta en nuestras historias y en nuestros presentes es por tanto demasiado antigua y demasiado cotidiana para que sea despreciado lo que ella puede representar de “ natural” y de inseparable de nuestro discurso y de nuestras reglas. Ciertamente que podemos intentar formalizar el pensamiento natural pero, por una parte, esta formalización jamás será equivalente a la ló ­ gica del lógico y, por otra parte, un sistema semejante no tendrá casi más vali­ dez que cualquier otro por el simple hecho de que corresponde a tal actividad del pensamiento. Si el pensamiento natural puede presentarse bajo un aspecto normativo ésto se debe a que se apoya sobre lo que Piaget denomina “ estruc­ turas operatorias subyacentes” . Es preciso por consiguiente, antes de esbozar tales estructuras, investigar tanto en la reflexión consciente acerca del sistema acabado de conceptos que puede ser percibido como en la observación de los comportamientos discursivos “ operatorios del sujeto” . Que podamos asi ac­ ceder a alguna racionalización es materia de discusión, pero es también lo ine­ vitable en una investigación de este tipo por poco que se la prolongue. Después de tod o, com o concluye P. G réco32: “ al seguir de cerca al sujeto en sus eleccio­ nes actuales, en sus discursos, en su historia, terminaremos evidentemente por hacer conformes a las suyas las operaciones por las cuales nos lo explicamos” . Asi', aunque poco satisfecho con las defmiciones que oponen la argumen­ tación a la demostración formal o que la fundan en la interacción orador-au­ ditorio, pero considerando que existe alguna sabiduría en los diccionarios, sostendré primero que toda argumentación es “ un conjunto de razonamien­ tos que apuntalan una afirmación, una tesis” . Eso quiere decir que hay ar­ gumentación cuando se trata de resolver, exponer, alegar, alabar, y que toda argumentación puede así identificarse con el enunciado de un “ problema” . Esta es una noción ya encontrada en la lectura de los Tópicos de Aristóteles y señalada incluso por Emile Bréhier33. Cuando es considerado como dialécti­ co, el problema permite la ubicación de los argumentos en favor de una tesis y en contra de ella. En los T óp icos, con respecto a los elementos fundamenta­ les del m étodo (1,4,101,b), Aristóteles escribe: “ entre un problema y una pre­ misa hay una diferencia en la expresión. En efecto, si decimos: “ ¿animal te ­ rrestre bíped o es la definición de hombre?” o bien: “ ¿animal, es género del hom bre?” esto es una premisa, mientras que si decimos: “ podemos decir que animal terrestre bíped o es la definición de hombre o no?” , esto es un proble­ ma; y lo mismo ocurre en los otros casos. En consecuencia, es muy natural que los problemas y las premisas sean iguales en número pues de toda premisa se puede hacer un problema reemplazando simplemente una expresión por la otra” . La perspectiva es por lo tanto totalmente diferente a la definición mate­ mática, tal como la encontramos en el Com m entaire sur Euclide de Proclo, donde, si el teorema es la proposición a demostrar, el problema es una tarea 32. 33.

Ibid., p. 989. Em d es de philosophie antique, París, P .U .F ., 1955.

geométrica y sobre todo una tarea de construcción. Si lo esencial en la geo­ metría es la teoría, los problemas participan todos de la teoría pero los teo ­ remas no participan de la “ génesis” . T od o lo que se deriva de los principios es captado por la prueba. A sí, el teorema es el elem ento más universal. El teorema equivale a la función metodológica propiamente dicha mientras que el problema es una explicación. Para la operación científica es esencialmente el teorema el que importa. Enfrentados a esta definición restrictiva debemos comprobar la importan­ cia operatoria de la concepcicm dialéctica del problema expuesta por A ristóte­ les; E. Bréluer subraya justamente que con esta concepción tenemos “ uno de los puntos de partida de la filo so fía ” en la medida en que, por ello mismo, las afirmaciones de alcance filosófico general se vuelven “ problemáticas” . Para que haya un problema es preciso comenzar por dudar y, si el proble­ ma matemático supone un conocim iento cien tífico anterior, el problema dia­ léctico supone también un conjunto de aserciones previas, de opiniones más o menos favorables. Este tipo de materiales constituye ciertamente un peligro: el de que la filosofía se quede en la exposición del pro y del contra sin conclu­ sión. Esta situación ha sido la de los sofistas de los siglos V y IV , y E. Bréhier subraya que, sin Sócrates, la filosofía no habría podido quizá liberarse de eso. En efecto, el examen dialéctico que Sócrates efectuó de su interlocutor crea en este último la conciencia de una contradicción interna: el problema consis­ te en tener que salir de la opinión inestable, en descubrir aserciones filosóficas ciertas, sustraídas, pues, al examen dialéctico. “ En filosofía, un problema bien planteado es un problema resuelto” , ha es­ crito H. Bergson. Sin ser tan afirmativos, debemos por cierto reconocer que si los problemas filosóficos son momentos en un pensamiento general que con­ tiene su escritura y su solución, la contribución de Aristóteles sigue siendo importante. Esta contribución pone más que nunca en evidencia el papel fun­ damental de la argumentación pues, siempre según Aristóteles, “ la posibili­ dad de aportar a los problemas argumentos en los dos sentidos nos haráüescubrir más fácilmente la verdad y el error en cada caso” . Así, la deducción “ natural” que se manifiesta en los razonamientos no científicos aparece com o una “ fórmula de argumentación” ; es dialéctica en la medida en que sus puntos de partida son ideas admitidas. En cambio, precisa Aristóteles, se tratará de “ demostración” cuando las preirusas de la deducción sean “ afirmaciones verdaderas y primeras” . Aparentemente tenemos aquí la oposición, que se volverá tradicional, entre el razonamiento cien tífico de tipo demostrativo y la argumentación. De hecho, pienso que se trata de una interpretación muy particular de la concepción aristotélica: definir los marcos de la argumentación no conduce necesariamente a oponerla a la demostración y a la lógica formal. Aristóteles distingue en efecto demostración a partir de afirmaciones verdaderas y prime­ ras, deducción dialéctica a partir de ideas admitidas y deducción erística a partir de “ ideas que se presentan com o las ideas admitidas sin serlo realmen­ te” . La significación exacta del concepto “ ideas admitidas” aparece inmedia­

tamente como importante. “ Es preciso subrayar, advierte J. Brunschwig, que el carácter ‘ cndodóxico’ de una opinión o de una idea [es] una propiedad que le pertenece de hecho: [. . .] los enunciados ‘endóxicos’ son los que tienen garan­ tes reales, los que son autorizados o acreditados por la adhesión efectiva que les dan ya sea la totalidad o la casi totalidad de los hombres, ya sea la totali­ dad o la casi totalidad de los acxpoí, en tanto representantes de lo que podría­ mos denominar la opinión esclarecida” .34 Esto pone en evidencia el aspecto matizado de los niveles “ de admisión” de las premisas, de estas distinciones de las cuales, aún para Aristóteles, no se puede dar “ una expresión rigurosamente exacta” . El aspecto argumentativo indiscutible de ciertos textos científicos conduce a juzgar como arbitraria la distinción entre argumentación y demostración de tipo formal. Parecería más realista la distinción de categorías específicas de argumentación según los o b ­ jetos o las disciplinas, a través de un procedimiento común de tipo dialéctico. El paralelo con la historia de la filosofía puede parecer explícito con respec­ to a este tema: un buen número de etapas filosóficas (Descartes, Maine de Biran, Bergson) progresan así por teoremas más bien que por problemas, en el sentido en que lo traduje anteriormente. La actividad del pensador consiste entonces “ en cambiar la posición de los problemas” (E . Bréhier). En este punto preciso intervienen, según pa­ rece, los fenómenos de la argumentación. Más allá entonces de todo este arsenal de técnicas con el cual la hemos a menudo confundido, más allá de los contactos con otros y de las interaccio­ nes con el auditorio, la argumentación aparece como el decurso común de to­ da actividad intelectual, y no solamente preliminar. Que sus articulaciones lógicas no se adecúen bien a las escrituras existentes no significa una oposi­ ción o aún un carácter irreductible a todo formalismo. Es un verdadero m éto­ do de investigación, que no solamente es capaz de llevarnos a “ discernir en cada materia lo verdadero y lo falso” sino además uno de los medios aptos para hacernos progresar en el plano de la reflexión. Instrumento de reflexión quiere decir además que toda argumentación traduce, al mismo tiempo que responde, un procedimiento conceptual del sujeto. De esta progresión siempre tenemos las huellas que pueden ser consi­ deradas como otros tantos comportamientos operatorios del sujeto. De es­ tas huellas elegiré las discursivas. .Esto se debe ciertamente a la historia de la presente investigación en la que las problemáticas del origen han privilegiado el documento escrito. Este enfoque puede también ser considerado como simplificador, ya que elimina d e fa cto las dificultades del análisis de los ges­ tos, actitudes o expresiones del orador físico. Es verdad que lo extendido del campo argumentativo es fuente de desaliento para el que quiere estudiar estos fenómenos. Es preciso añadir aún que el proyecto de analizar los cami­ nos lógicos específicos de la controversia favorecen la elección del material dicursivo que ha sido y sigue siendo privilegiado en nuestras culturas y en nues­ 34.

Topiques, Notas, p. 113. Véase niós arriba: 1.4.1.

tras instituciones. L o escrito estabiliza así y en consecuencia torna cóm odo el acceso a la argumentación lingüística al mismo tiempo que pennite disponer de trabajos anteriores. Definir la argumentación incluso a un nivel discursivo sigue siendo sin em ­ bargo una cuestión pendiente. Esto significa que es necesario que el lector considere lo que sigue com o la propuesta de un programa de investigación más que como una teoría acabada. Si, por lo tantjj, la argumentación se manifiesta por razonamientos acerca de un problema o de varios problemas, ello debe distinguirse por entre las es­ trategias discursivas. Un discurso será entonces definido como el conjun to de las estrategias de un orador que se dirige a un auditorio con vistas a m odificar el ju icio de este auditorio acerca de una situación o acerca de un objeto. Que este discurso sea juzgado argumentativo supone aún para hacerlo el recurso a criterios extradiscursivos. Requiere, he dicho, hacer algunas hipótesis que no pueden ser más que intuitivas acerca de las condiciones de producción de los discursos35 (jurídico, político, cien tífico o pedagógico). La argumenta­ ción aparece en efecto en un gran número de casos, como el mecanismo social por excelencia que regula la interacción de las relaciones interindividuales o intergrupales. Sirve así para transponer el conflicto material a un plano ver­ bal, para construir las situaciones, para conjurar los hechos, en una palabra, para modificar. La lista es larga, desde las técnicas de venta, publicidad o política hasta la “ disputa” universitaria científica. ¿Cómo definir entonces lo que se debe retener en este mozaico de he­ chos que dejan además huellas lingüísticas? ¿Qué lugar acordar especialmen­ te a la argumentación en la noción de discurso y qué debemos entender por discurso? ¿Cuáles son los sistemas de operaciones lógico-semánticas utiliza­ das por el sujeto? ¿Cuál es la diferencia entre las representaciones que él cons­ truye y las representaciones exteriores de referencia, diferencia que puede manifestar especialmente su “ presencia” ? Por fin, si estas representaciones traducen un funcionamiento ideológico, ¿en qué medida podemos llegar a de­ limitar razones objetivas y textuales de referirlo al sujeto? Es importante así, distüiguir dos ejes de investigación: el que concierne al estudio propiamente dicho de las estrategias discursivas utilizadas por el ora­ dor en la producción del discurso que corresponde a situaciones o a objetos determinados, y el que trata las condiciones de utilización de estas estrategias, es decir en relación con las situaciones en cuestión. Es preciso disociar además el aspecto global o colectivo de acumulación de argumentos, que nos retrotrae­ ría a una perspectiva cercana a la retórica clásica, de la argumentación propia­

35.

Si aceptamos con Michel Pécheux ( Analyse auíomatique du discours, París, Dunod, 1969) que un discurso siempre es relativo a los lugares en un aparato dado, es pre­ ciso entonces, para afirmar la presencia de un discurso argumentativo, formular la hi­ pótesis de que para una sociedad dada, “ existe un micleo no vacío en todos los dis­ cursos inscriptos en sus diversos aparatos” . Volveré sobre esta cuestión.

mente dicha en forma de tipos de encadenamientos y de relaciones en los que la lógica entra según una naturaleza y tipos que se deben definir. De hecho es grande el riesgo de considerar demasiados elementos a la vez. Ciertos elementos intervienen así a nivel de la obertura de una secuencia argumentativa. Otros se manifiestan bajo la forma de encadenamientos lógi­ cos en número determinado de los cuales la retórica, a través de su catálogo de figuras y de lugares, acercaba ciertas definiciones. Estos encadenamientos no son independientes, ciertamente, de los efectos lingüísticos y contextúales. Lo importante es considerar a este fenómeno no como un proceso “ lineal” ora­ dor-auditorio sino como un conjunto de relaciones escalonabas de manera d ife ­ rente, que pueden depender de un m odelo. Seria falso por otra parte conside­ rar que estos encadenamientos surgen de una lógica natural36 que sería la fo r­ ma degradada de la lógica formal. Las partes del discurso argumentativo no se encadenan ni m ore geom étrico ni se siguen de manera aleatoria. Se trata más bien de estrategias referidas a los contenidos, cuyos encadenamientos no pode­ mos analizar en abstracto. En resumen, no existe ningún criterio que permita decidir si un discurso dado es o no es una argumentación, de la misma manera que no podemos sa­ ber si es o no es una demostración. Esta situación es resultado de la ausencia de una teoría lógica de la argumentación. La contribución a toda constitución futura de ella será aquí la búsqueda de los procesos lógicos necesarios para la composición de todo discurso que se considera argumentativo.\En otros tér­ minos, ello equivale a plantear la cuestión de los itinerarios que elige y debe seguir todo pensamiento para afirmar la presencia de un sujeto que discurre acerca de algo para otros.

36.

J. B. Grize: “ Un estudio de la lógica natural sólo adquiere sentido en la medida en que la lógica no ha sido aprendida por el sujeto o que los razonamientos no se rea­ lizan en función de esta lógica aprendida. . . Un estudio de la lógica natural se si­ túa en la mitad del camino entre un estudio estructural que busca describir el conjun­ to de las posibilidades intelectuales de un nivel determinado y un estudio funcional concreto que se dedica a problemas de eficiencia, de errores, de efectos de atm ósfe­ ra. . . Este estudio tiene en común no explorar un conjunto de posibilidades sino es­ tudiar las operaciones realmente efectuadas en situaciones tan naturales como sea p o ­ sible’’. ( “ Implication, formalisation, logique naturelle” , Etudes d'épistémologie génétique, X V I, 1962, pp. 30 y 31).

“ Hay reglas para hablar y estas reglas constituyen un arte que se denomina gramática. A hora bien se ha observado que los maestros en este arte, y todos los que se esfuerzan en hablar de manera regular, hablan peor que los otros.” (P.-L. Courier, Conversation chez la Comtcssc d 'A lban y, 1812.)

1. EL R A Z O N A M IE N T O A R G U M E N T A T IV O La argumentación es hoy, y ha sido históricamente, confundida a menu­ do con la retórica y con la dialéctica. Este último rótulo ha rivalizado, duran­ te mucho tiem po con 1TÍ término lógica para designar el estudio del razona­ miento y de las reglas de este razonamiento. La evolución progresiva de las enseñanzas y de las acepciones ha conducido sin embargo a relegar la dialéctica al rango de los procedimientos del retórico y se ha preferido juzgar con menos­ precio a los silogismos dialécticos que Aristóteles estudió antes de] silogismo dem ostrativo.1 Es así como el lógico se ha interesado cada vez más en el razo­ namiento formal, y el desarrollo del espíritu científico no ha dejado de con­ tribuir a ello. El formalismo y su relación con la matemática terminaron de limitar el trabajo del investigador a la teoría de la deducción. Esto ha cambiado después de algunos decenios y el interés ha comen­ zado a dirigirse a cierto número de razonamientos propios de la vida social cuya especificidad es que, al conducir a decisiones y a opiniones, sirven tanto para justificar como para convencer con respecto a las verdades. Ch. Perelman y L. Olbrechts-Tyteca participan de esa corriente de investigadores pero es preciso señalar igualmente la únportancia de los trabajos acerca de la lógica deóntica o de la lógica jurídica tales como el de G. H. Von Wright. Sin embargo la dife­ rencia entre estas últimas investigaciones y las del Traité de l ’A rgum entation, reside en que en el caso de los lógicos deónticos se trata de observar las distan­

1.

Los Tópicos precedieron históricamente a los Analíticos.

cias entre el razonamiento normativo y la lógica clásica, más aún de constituir sistemas específicos. Por el contrario en el caso del Traite, Ch. Perelman ha observado explícitam ente la imposibilidad de reducir el razonamiento argu­ mentativo a las restricciones de un razonamiento formal. Para hacerlo se apoya, com o lo expuse en el capítulo uno, en la distinción entre la demostración y la argumentación. Una depende de lo verdadero y lo falso; la otra se encamina a actuar sobre una opinión, a determinar una deci­ sión. Una está fundada sobre un mecanismo formal que determina lógicamente la conclusión; la otra exige la intervención de quien argumenta y la pertinencia de las elecciones que a cada instante realiza.2 He hablado precedentemente de los peligros de una oposición demasiado tajante entre argumentación y demostración. Es preciso añadir que parece para­ dójico descuidar lo que puede ser situado entre estos dos tipos de espacios de razonamientos, a saber estrategias tales como la inducción o la analogía. Pero sobre todo al practicar una distinción tal no hacemos más que resucitar viejas confrontaciones tales com o espíritu de geom etría y espíritu de finesse. Vem os con demasiada rapidez que la argumentación está en camino de ser considerada como lo que hace apelación al corazón más que a la razón y ciertas “ estrate­ gias” contemporáneas de la persuasión así lo piensan. Ribot ya calificaba a la retórica como “ la lógica de los sentimientos” .3 Numerosos tratados de la per­ suasión, para uso en el comercio o en las “ relaciones sociales” , asimilan hoy en día la argumentación a “ la diplomacia” , al tacto, a la delicadeza, reagrupando todo en lo que se juzgan “ cualidades psicológicas” requeridas para impresio­ nar a los otros, inspirar confianza, entusiasmar. Se trata en esto, me parece, de coyunturas más sociales que teóricas y ya hace largo tiempo que la retórica conoce los infortunios de lo que algunos han calificado com o “ decadencia” . Eso no debe significar que el arte de la argu­ mentación ha de considerarse menor en la escala de la razón. Está claro enton­ ces que más allá de los tratados de la persuasión-seducción, en los que la fronte­ ra con la psicología no es a menudo demasiado neta, gran parte de los fenó­ menos argumentativos permanecen aún fundados en la apelación a estas facul­ tades de la razón de las que hablaba Descartes y que según Leibniz “ inclinan sin necesitar” . Por cierto que las condiciones de despliegue de una argumen­ tación serán diferentes si ella está inscripta en un universo de conocim iento o está orientada hacia la acción. Y en este último caso, intervendrán lo que se denominan valores, es decir esas reglas, esos principios, incluso esos prejuicios cuya presencia es testimonio a la vez de la ideología y de las condiciones sociohistóricas de producción. jSe puede decir también que es difícil constituir con ellos un sistema acabado y esperar asegurar su coherencia aún para un grupo homogéneo. Eso es tanto más flagrante cuanto que jamás se está en condiciof 2. { El valor de un argumento no depende únicamente de su estructura lógica sino tam ' bien de su contenido, sentido, precisión, fuerza relativa y alcance. 3. La logique des sentiments, París, Alean, 1904, p. 52.

nes de asegurar cuál se aplica en una situación en la que no siempre se conocen las premisas y las implicaciones ulteriores. Es concebible asi que la razón acostumbrada a los preliminares necesarios de la lógica experimente cierto embarazo ante las conclusiones de una argu­ mentación. Esto se debe a que la decisión jamás es aquí el resultado automá­ tico que el lógico tiene el derecho de postular; como, por otra parte, tampoco el encadenamiento se preocupa por los pesos respectivos y por la naturaleza de los argumentos. Siempre es posible, y es el caso asimismo en jurispruden­ cia, que un hecho nuevo vuelva a poner en cuestión lo que parecía adquirido hasta entonces y que un “ considerando” sea juzgado más determinante que otro. No existe, por lo tanto, ningún sistema jurídico que pueda a la vez consi­ derarse completo y consistente en el sentido en el que lo entiende la lógica.4 Quien alega com o quien debe dilucidar para juzgar, jamás tiene la posibilidad de abarcar todo lo que, en detalle, constituye la singularidad de cada caso. La obligación de la decisión está por tanto igualmente ligada a aquella de m oti­ varla, de explicitar las razones. Estas intervienen muy a menudo a posteriori com o justificaciones de la elección. Esto quiere decir que estamos en presencia de estrategias que manifiestan en grados diversos la reflexión y el juicio de quienes las constituyen. Entonces deben ser excluidos ei formalismo del lógico tanto como la aproximación de una “ lógica de los sentimientos” . Sobre todo, es falso, y pienso haber insistido en ese punto, que un razonamiento que no tiene el rigor teórico de una demos­ tración pueda escapar en consecuencia a toda lógica. El mérito de Ch. Perelman y K. Olbrechts-Tyteca es así el de haber rehabilitado la idea de una especie de “ razón práctica” 5. Esta empresa no ha sido acabada: las palabras dialéctica y retórica sufren equívocos aún hoy, sin hablar de los abusos del término lógica. Sobre todo, es preciso estar de acuerdo sobre lo que entenderemos por argu­ mentación. De la que existen, puede decirse, muchos tipos. La concepción aristotélica clásica estila hacer desarrollar el discurso a partir de una opinión, un juicio o una tesis previa. Las variaciones están enton­ ces en los caminos lógicos que seguirá el autor del discurso, según si el orden de éste sigue el orden del pensamiento o lo invierte. En la deliberación por el contrario, se trata de conclusión más que de premisas y si la primera no es plan­

4. 5.

C f los trabajos acerca de las antinomias y las lagunas en el derecho, Bruselas, Bruylant, 1965 y 1968. Gracias a la posibilidad de una argumentación que provee razones, pero razones no restrictivas, es que es posible escapar al dilema: adhesión a una verdad objetivamente y umversalmente válida, o recurrir a la sugestión y a la violencia para hacer admitir sus opiniones y decisiones. La teoría de la argumentación contribuirá a elaborar aque­ llo que una lógica de los juicios de valor ha intentado proveer en vano, a saber, la jus­ tificación de la posibilidad de una comunidad humana en el dominio de la acción, cuando esta justificación no puede fundarse en una realidad o en una verdad objetiva, y lo hará a partir de un análisis de esas formas de razonamiento, que aunque son in­ dispensables en la práctica, han sido descuidadas, siguiendo a Descartes, por parte de los lógicos y los teóricos del conocimiento” . ( Traite de L'Argum entation, p. 682.)

teada previamente, importa establecerla en función de los datos disponibles. La progresión del razonamiento es, en este caso, aparentemente más explícita. Esa es la razón por la que R. Blanché6 prefiere calificar al primer caso como justificación de una opinión oponiéndola así a la deliberación, el segundo tipo de argumentación. Es verdad que la justificación se asemeja mucho al alegato. Esta distinción, sin embargo, a menudo no es más que teórica. Se estila así que el juez delibere primeramente en conocim iento del expediente de algún asunto y de las exposiciones de las partes concernientes antes de expedir su sentencia, la que será a continuación justificada por lo que se denomina la exposición de los motivos. N o se considera que ésta siga, y muy a menudo no sigue, el camino lógico que ha podido trazar la deliberación. N o es extraño, por lo tanto, que los argumentos sean diferentes. Estas distinciones no deben sin embargo llevar a elaborar tipologías esme­ radamente rigurosas. Quien estudia la argumentación debe guardarse de con­ firmar oposiciones que le parecerán tanto más seductoras cuanto más eviden­ tes: argumentación y demostración, deliberación y justificación, especulación y acción. Así, se tiene la costumbre, y Ch. Perelman no escapa a ello, de clasificar a la argumentación fuera del dominio del conocim iento,7 propiedad de la espe­ culación filosófica. Se consiente en aceptar únicamente que la argumentación rige lo cotidiano, lo práctico.8 En esta manera de resolver la cuestión hay más que una simpliicación; yo diría que hay una ingenuidad. Nadie puede refutar, en efecto, que alguna pro­ posición científica no haya sido controvertida cuando apareció y que la evolu­ ción de las ciencias físicas y biológicas no haya sido jalonada por vivas discu­ siones argumentadas. En cuanto a la filosofía, su dependencia frente a los sis­ temas de valores no la aleja de la argumentación, al contrario. N o discutiré aquí la naturaleza de estos valores y su importancia en la conducción del razo­ namiento. Se comprenderá con facilidad que es un problema largamente abor­ dado por la sociología y el psicoanálisis. Como lo remarca R. Blanché9 “ Marx y Freud nos han tornado hoy desconfiados; nos han enseñado a sospechar y a revelar las presiones sociales o los ardides del inconsciente bajo las especulacio­ nes filosóficas que parecen desinteresadas” . En consecuencia, no trataré aquí los basamentos de la razón y me es difícil creer que puedan ponerla en cuestión en tanto producto que nos es dado de manera discursiva, sea cual fuere su origen. Que el lector me dispense de ver allí un juicio de valor; se trata, lo pos­

6. 7.

8.

9.

L e raisonnement, París, P .U .F ., 1973, p. 228. “ Un razonamiento demostrativo conduce a una conclusión, mientras que un razona­ miento argumentativo se propone justificar una decisión.” (Logique et Analyse, 1970. n° 49-50, p. 26.) “ En la argumentación, no se separa ni la razón de ia voluntad ni la teoría de la prác­ tica” (L e Chanip de L 'Argumentation, Presses universitaires de Bruxelles, 1971, p. 14-15). “ La dialéctica, arte de la discusión, aparece com o el m étodo apropiado para la solución de los problem as prácticos, aquellos que conciernen a los fines de la acción y donde se inscriben los valores.” (Ib id .) O p .c it., p. 223.

lulo, de una cuestión m etodológica: estudiar la argumentación tal com o se manifiesta.

2. U N A LO G IC A CO M UN A LA S A R G U M E N T A C IO N E S Adm itirem os entonces que existe toda una serie de formas argumentativas comprendidas entre la demostración del científico y el discurso del vendedor o del abogado. Se reconocerá así que una tipología puede ser encarada siempre I que se distinga entre la naturaleza del razonamiento empleado y la finalidad de una argumentación. Además los valores no se identifican necesariamente con ellas, ya que si son explícitos, pueden constituir tanto las premisas com o la conclusión de un sistema que el orador define, y si son implícitos, serán esos principios, esas reglas, esas creencias, presupuestos que sabemos compartidos por auditorios determinados. La finalidad de la argumentación es a menudo esa tesis que se presenta en la “ proposición” del discurso; es también lo que da sentido al discurso en el intercambio de muchos discursos cronológicamente espaciados, es, en breve, el conjunto de razones que llevan al autor de un dis­ curso a pronunciarlo. Es decir que habrá que distinguir tantos espacios finali­ zados com o sistemas argumentativos. La prudencia será necesaria también, tenida cuenta de lo que precede, antes de categorizar tal o cual lipo de inferen­ cia según la naturaleza teórica o práctica de la argumentación. La verdadera pregunta es entonces: ¿Se pueden detenninar reglas formales que sean comunes a todo razonamiento argumentativo? ¿Es ilusorio entonces darse por objetivo la constitución de una lógica de la argumentación? La exten­ sión del dominio bastaría por sí misma como respuesta para justificar el des­ aliento. Afortunadamente ya existe un cierto número de desbrozadores de al menos un dominio de la argumentación: el de lo jurídico, al que nosotros tam­ bién nos hemos dedicado.10 A llí aún, la abundancia del material es fuente de inquietud; su variedad tampoco sirve para simplificar la investigación. Es inte­ resante por otra parte observar las respuestas ofrecidas a la pregunta acerca de la existencia de una lógica jurídica. Según Perelman, el razonamiento ju rídico no se presta a lo esquemático de una formalización. En cuanto a G. Kalinowski ( In trod u ction á la logique ju rid iq u e , 1965) considera que no existe, pro­ piamente hablando, una lógica específicamente jurídica sino más bien reglas comunes a todo razonamiento y de los cuales algunos pueden ser transcriptos en el estilo de una lógica deóntica en vías de constitución. Existen por cierto muchos tipos de razonamientos jurídicos: el del jurista que establece la norma, el del práctico que la utiliza, cl del defensor o el del fiscal. Pero, en la medida en que ninguna ley puede prever todas las sitúa cioncs, en la medida en que es necesaria cierta libertad para la aplicación del código y en que, por fin, la interpretación de los hechos está sometida a los tes­ to.

Seminario de lógica jurídica, Centre de recherches sémiologiques, Neuchátel 1971.

1970-

timonios y a las restricciones sociopolíticas, la argumentación será ese médium necesario para el funcionamiento de la institución jurídica. Por una parte, en efecto, el carácter de certeza de las premisas del razona­ miento será discutible; por otra parte, la naturaleza misma de los términos expuestos necesitará la profundización de un debate, sin evitar siempre la controversia. Se puede decir empero que se tratará sobre todo de argumentar acerca de los contenidos ya que la tradición jurídica está impregnada de un ideal lógico formal del que dan testimonio las supervivencias silogísticas. La especificidad del dominio será entonces marcada al nivel de la elección de las premisas y de los procedimientos de su establecimiento y de su interpretación. Es evidente que el abogado fundará su defensa en los textos y en los hechos que juzgará favorables para la parte de la que es defensor. Es evidente aún que el ju ez a continuación elegirá de entre las reglas y los elementos ex­ puestos aquellos que le parecen convenientes. El examen de las consecuencias posibles lo conducirá entonces a atribuir pesos respectivos a los principales argumentos así como a recurrir a un cierto número de valores que motivarán explícita o implícitam ente la sentencia. Eso quiere decir que en su decisión los hechos serán calificados y que, en particular, la función del razonamiento jurídico es asegurar esta relación de calificación entre el hecho bruto y el texto susceptible de regirlo. Por tanto no es asombroso que ciertos lógicos hayan insistido en el carácter regresivo, aunque progresivo en apariencia, del razona­ miento jurídico. Muy a menudo, la elección previa de una conclusión determi­ na las premisas y la justificación de ella toma el cariz de una deducción. Cómo podría ser de otra manera, por otra parte, con lo que se sabe de los procesos sociohistóricos de la evolución del derecho: la codificación siempre viene des­ pués de sancionar lo que la sociedad, a través de los jueces, ha elaborado e impuesto progresivamente en las jurisprudencias sucesivas. Ello explica además la importancia y la fecundidad de los procedimientos argumentativos para todos los dominios cercanos a lo normativo. A l mismo tiempo, es inevitable comprobar entonces la dificultad de una logificación de esos procedimientos, lo que demandaría ya la discriminación de los tipos y de sus funcionamientos. G. KaLinowski sugiere distinguir entre dos tipos de argumentos, los unos coer­ citivos, los otros persuasivos. .Una vez más se puede preguntar si existen verda­ deramente los razonamientos absolutamente coercitivos sin nada de persuasi­ vos y si la persuasión no es ella misma algo coercitiva. Ciertamente, si tenemos en cuenta los trabajos hasta aquí efectuados por los lógicos, la especificidad de la argumentación sólo se define por contraste con los procedimientos califi­ cados como científicos.'Reivindicaré sin embargo la posibilidad de que exista una lógica de la argumentación, aunque ella esté todavía por constituirse. Una lógica tal, en la que el sujeto11 esta vez no es sólo el lógico, impone 1 1.

"Convengam os en denominar argumentación al conjunto de estrategias discursivas de un hablante A que se dirige a un oyente B en vistas a modificar en un sentido dado el juicio de B acerca de una situación S.” (J.-B. Grize, Travaux du Centre de recherches sémiologiques, Neuchátel, 1 9 7 1 ,n° 7, p. 3.)

analizar primeramente, por razones de simplicidad, las estrategias discursivas que nos ofrece la vida cotidiana. Ello implica considerar en primer lugar un único m odelo de comunicación: el lenguaje. En un problema tan complejo, com o lo subraya J.-B. G rize12, al citar a A. Arnauld y P. Nicole, parece “ sen­ sato dividir tanto como se pueda, cada género en todas sus especies” .13 Parale­ lamente al sujeto que enuncia, es preciso también tener en cuenta la presencia de un público, de un auditorio. T o d o discurso está así constituido para otro, y agregaría, para un otro específico. Eso supone volver a encontrar en ese discur­ so los marcos de una cierta imagen del auditorio así com o el eco de discursos anteriores a los cuales este discurso rem ite14 y asimismo a discursos posteriores a los que anticipa.15 Toda controversia está inscripta en un espacio argumen­ tativo. Pero si la argumentación es lo que apunta a actuar sobre un juicio, ya sea colectivo o individual, ello impone al discurso la necesidad de construir una situación, incluso de “ desconstruir” otra, de proveer hechos, elementos de conocim iento.16 Ello significa también, para quien la pronuncia, actuar sobre los valores admitidos a título de premisas. Estas premisas podrán ser entonces principios generales compartidos por toda la comunidad sociocultural,17 pero también todo elemento que el razonamiento escoge com o origen, constitutivo de un campo a cercar por razones a la vez circunstanciales y estratégicas. Ello quiere decir entonces, en último término, que toda argumentación es relativa a un objeto, abstracto si nos aplicamos a determinar en él los procedimientos de su construcción, concreto en la medida en que se inscribe en una situación y responde a una finalidad.18 De esta última será necesario distinguir los aspec­ tos y los alcances según el espacio definido para el análisis, así como dicha fina­ lidad podrá conducir a calificar diferentes tipos de argumentación. La situación del discurso en un espacio discursivo implica de este m odo referirlo tanto a las características generales del m om ento social e histórico

12. 13. 14.

15. 16.

17. 18.

Ibid, p. 3. A. Arnauld, P. Nicole, La Logique ou L 'A r t de penser. Libro IV cap. X I, regla 8 (p á­ gina 334 de la edición de P. Clair y F. Girbal, París, P.U.F., 1965). J.-B. Grize soñó con la posibilidad de extender el modelo Proponente (P ) y O ponen­ te (O ) de Lorenzen. (Metamathématique, París y La Haya, Gauthier-Villars et Mouton, 1967.) A todo discurso le corresponde, de este m odo, más que un contradiscurso. “ Los efectos del encanto son menos importantes que los de la razón, al menos en la acepción que intentaremos dar al término argumentación.” (J.-B. Grize, “ Réflexions pour une recherche sur L'argum entation” , Studia philosophica, 1970, X X IX , p. 73.) En otras palabras, se trata de un universo de significaciones común a un hablante, a un auditorio y a una comunidad. “ La finalidad es una cuestión embarazosa. (. . .) Sin embargo es indispensable hacerla figurar en los componentes de una futura definición de la argumentación, lo que re­ sulta del hecho de que siempre argumentamos con el fin de modificar de alguna ma­ nera el pensamiento o el juicio de otro, eventualmente de uno mismo.” (J.-B. Grize, “ Réflexions pour une recherche sur L ’argumentation” , Studia philosophica, 1970, X X IX , p. 73.)

que refleja, incluyendo la ubicación de su autor en ese momento, com o a las características propias del intercambio discursivo que representa, con la ubica­ ción que tiene en ese intercam bio.19 La dificultad será ciertamente la de utili­ zar criterios de análisis que permitan distinguir eso sin equívocos. Esto supone rechazar las tipologías que serían puros juegos del espíritu pero además supone formular la hipótesis, tal com o lo observa J.-B. G rize20, de que “ la argumenta­ ción no procede ni al azar ni según los caprichos del orador” , en otros térmi­ nos, que ella manifiesta un cierto número de estrategias de razonamiento seña­ ladas discursivamente. Que el análisis y la definición de estas estrategias ayuden a constituir una lógica propia, habida cuenta de las condiciones en que se mani­ fiestan, es la hipótesis que y o planteo. Y no es demasiado insostenible, en todo caso, que la lógica que sirve para argumentar no es la utilizada por los mate­ máticos.21 La posibilidad de concebir dos lógicas, diferentes por sus naturalezas pero no por sus axiomas, ha sido definida en particular por F. Gonseth, quien se basa en un doble postulado: —“ El objeto prim itivo de la lógica está constituido por las realidades más inmediatas y más comunes del mundo físico” ; —“ Sus fines son los de la acción” .22 ^Como lo subraya entonces J.-B. G rize23, “ decir que la lógica sirve para la acción tíae aparejadas tres consecuencias de importancia. La primera es la de conferirle el estatus de un conocim iento, conocim iento de la coordinación de ciertas acciones y luego de ciertas operaciones.24 A l mismo tiempo, la de reco­ nocerle los rasgos propios de todo conocim iento, el de ser un esquema sumario, provisorio y abierto, para hablar en los términos de F. Gonseth. La segunda, es la de no separarla de una inteligencia a la que sirve y para la cual es conoci­ miento. La tercera, por fin, es la de aceptar que, en la medida en que una acción jamás se emprende si no se espera el éxito, la apertura misma de la lógica estará orientada, por aquel que se sirve de ella, hacia una serie de cerramientos locales y progresivos” . J.-B. Grize ha dado el nombre de “ lógica-proceso” [ logique-procés] a esta form a de lógica. Queda por ser determinado lo que esta lógica pedirá prestado o impugnará a la lógica de los sistemas formales a los que el mismo autor califica de “ lógica-sistema” [logique-systeme].

1 9. 20. 21. 22. 23. 24.

Pienso, en este último caso, en las características del tipo situación de ataque, situaj ción de defensa, justificación, refutación y conciliación. Travaux du Centre de recherches sémiologiques, Neuchátel, 1971, n° 7, p. 8. “ Un argumento, aunque dé la impresión de ser particularmente sólido, no puede deducirse more geom étrico más que luego de múltiples em pujones." F. Gonseth, Les Mathématiques et la Réalité, París, Alean, 1936, p. 155. Op. cit. , p . 9. Véase por ejemplo: J. Piaget, “ Epistémologie de la logique” . Logique et connaissance scientifique, Encyclopédie de la Pléiade, París, N .R .F ., 1967, p. 375-399.

L o que distingue en particular a la argumentación es que ella es siempre relativa a una situación, está inscripta en una situación y se refiere a una situa­ ción. Si retomáramos entonces la oposición discutida entre argumentación y demostración podríam os decir que la demostración, tautológica como todo sistema lógico, no hace más que explicitar en tanto que la argumentación des­ construye, construye, reconstruye, en otros términos, transforma.2¿ Eso quiere decir que la argumentación se nos presenta com o producto al mismo tiempo que constituye un producto. Este es ese objeto del que hablaba y que hay que determinar en tanto m otivo, proposición y representación de la argumenta­ ción.26 Este objeto de la argumentación será necesariamente equívoco pues está calificado por una situación, eventualmente inserta en muchos contextos. La definición de su estatus será una dificultad del análisis. Una definición no podrá, en efecto, dejar de lado el auditorio, en virtud de ese postulado evi­ dente según el cual un objeto siempre se construye para alguien. ¿Cómo tener en cuenta a ese auditorio sin ser conducido por ello a análisis sociológicos profundos que nos aparten del proyecto inicial de analizar las estrategias dis­ cursivas? Es necesario entonces confirmar la hipótesis de que existe un fondo lógico común a todos los discursos inscriptos en una tradición cultural.27 La conse­ cuencia es rechazar la concepción según la cual habría tantas argumentaciones específicas com o auditorios diferentes. Pero las consecuencias metodológicas son más importantes aún. Para el analista de un discurso, tanto como para el orador que lo ha pronunciado, el auditorio es un elemento teórico y no la reunión de individuos a considerar en su presencia física. La finalidad del orador será por lo tanto propia del auditorio que él habrá construido.25' La naturaleza de un auditorio puede ciertamente ser inferida a partir de la obser­ vación psicológica y sociológica29 pero puede serlo además a partir del dis­ curso, lo que me parece más conform e a un enfoque de las estrategias construi­

25.

26. 27. 28. 29.

“ El concepto de triángulo rectángulo no varía en el curso de la prueba del teorema de Pitágoras, la culpabilidad de Dreyfus no existe más al fin de Yo acuso.” (J.-B. Grize, op. cit., p. 10.) Pero en un buen número de argumentaciones habrá muchos objetos de importancias desiguales. Véase lo que dije acerca de la importancia de las herencias retóricas en nuestras prác­ ticas discursivas. “ Si ha preparado su discurso paja un auditorio jurídico, tanto peor si los oyentes son físicos o críticos de arte.” (J.-B. Grize, Studia philosophica, 1970, X X IX , p. 74.) “ Un auditorio, por ejemplo, seguirá siendo siempre y por definición un elemento de la teoría. Pero, ya que debe ser construido específicamente en cada caso, no será lo mismo si lo es a partir de la psicología, de la sociología o de la lógica. Los aspectos que se conservan no serán los mismos. E!s posible entonces visualizar una psicología de la argumentación, una sociología de la argumentación, una lógica de la argumenta­ ción, y los retóricos clásicos han, en efecto, extraído algunos elementos de cada una de estas disciplinas.” (J.-B. Grize, Ib id . , p. 75.)

das por éste. Más conforme todavía en la medida en que la investigación acerca del estatuto de los objetos argumentativos tales com o se manifiestan en el dis­ curso debe necesariamente considerar a quien es autor de ese discurso: ¿cuál es su ubicación?, ¿cuáles son sus objetivos? En particular la cuestión de las finalidades es una de esas cuestiones embarazosas que ha sido heredada de la retórica clásica. Es indiscutible por cierto que el orador elegirá entre los objetos posibles los que pretende presentar, y en la construcción misma de estos obje­ tos discursivos, privilegiará ciertos aspectos más que otros. Después de todo, y comparto aquí la opinión de J.-B. Grize, este procedimiento no está muy alejado del del científico cuando éste elabora un esquema y lo confronta con la realidad de lo que trata. La única diferencia es que el hombre de ciencia intenta mejorar su esquema para constituir progresivamente una representación de la verdad. El orador está preocupado por una verdad conforme a su finalidad, a sus objetivos. En lo que se refiere a este último punto, la cuestión ética, a veces introducida, casi no parece pertinente30 ya que la argumentación, lo ha dicho muy bien Aristóteles31, no existe más que a propósito de la opinión y, en con­ secuencia, no existe rúngún criterio formal ni auditorio suficientemente sabio que pueda decidir acerca de la verdad absoluta de una argumentación. Ello explica que las cinco nociones retóricas fundamentales, retomadas por Ch. Perelman y L. Olbrechts-Tyteca en su tratado, no me parecen muy con­ vincentes para un procedim iento analítico. Así, en primer lugar, la distinción entre hechos y verdades parece estar fundada en niveles, incluso en matices de generalidad; las segundas tendrían más consistencia que los primeros y reagruparían a estos de manera “ concisa” [serrée]. Pero para hacerlo es preciso estar en condiciones de definir una medida, una especie de unidad fáctica cons­ titutiva de verdades con todos los riesgos m etodológicos que supone un des­ glose semejante. N o hablaré más de tentativas de fundar los hechos y las ver­ dades en una realidad a investigar exteriormente. La ilusión de todo esto es creer que los hechos y las verdades tienen una existencia independiente cuando son siempre objeto de una construcción> Las presunciones [presom ptions], en segundo lugar son definidas por Ch. Perelman com o juicios previos al discurso, algo análogo a lo que M. Pecheux define com o procesos discursivos sedimentados.32 De hecho, la noción de pre­ sunción cuya aceptación es sobre todo conocida como jurídica, me parece más bien evocar las representaciones teóricas del auditorio, a las que ya me referí 30.

31. 32.

“ El abogado no es un historiador, aunque relate hechos, y el publicista no es un q u í­ mico aunque utilice términos de erudito. Sería absurdo escandalizarse: la argumenta­ ción com o tal no es más inmoral que la demostración; ella no se preocupa por esto. A sí com o la lógica formal para realizarse com o ciencia ha debido dejar de lado, por lo menos en un primer mom ento, los problemas metafísicos, la lógica natural si debe existir un día, debe separar los problem as éticos.” (J.-B. Grize, Travaux, op. cit., P- 13.) G. Vignaux, “ La Argumentatión antique: Aristóteles” , Travaux du Centre de recherches sémiologiques, n° 2, Neuchátel. Analyse automatique du discours, París, Dunod, 1969, p. 23.

antes. Además, no sé tampoco qué nivel de abstracción superior se les podría atribuir que las distinguiera de los hechos.33 La tentación es, por otra parte, la de confundirlas con los valores, término del cual muchas veces se abusa. Esto se debe al hecho de que es extremadamente difícil definir este tercer concepto y de que los aportes de los filósofos tanto com o los de los psicosociólogos no contribuyen demasiado a ello. ¿Se trata de valores a los que la tradición ética reconoce como lo Bello o el Bien o se trata de formas de la re­ presentación sociopolítica que hoy en día la investigación clasifica dentro de los fenómenos ideológicos? Respecto a esto no existe ninguna respuesta uni­ forme. J.-B. G rize34 ha señalado, por otra parte, la dificultad lógica que plan­ tean incluso los valores tradicionales. Es probable que la respuesta surja de un análisis de las relaciones entre la lengua y las formas de metalengua. Pero ello supone siempre resolver un difícil problema lógico-lingüístico. La noción de jerarquía que se les asocia, considera a los valores sin defi­ nirlos explícitamente, en el orden de preferencia o de importancia que el dis­ curso les atribuye. Esto puede constituir una práctica de análisis y, por lo menos, no deja de tener interés poner aJ día los niveles de importancia y los pesos respectivos que un juicio, por ejemplo, acordará a un conjunto de hechos para jerarquizarlos en vista a una conclusión. El procedimiento analítico parecena sin embargo más prudente aquí ya que se alcanzarían así los valores a partir de los juicios de importancia acerca de los elementos que los invocan o en los cuales se han fundado las elecciones. ¿ La última noción retórica, la de los lugares [lie u x ], es de origen típica­ mente aristotélico. Conserva en consecuencia ese aspecto de “ catálogo de recetas” apropiadas para persuadir, de arsenal de medios lógicos para una dialéctica concebida tanto universal cuanto cotidiana. El interés no es el de verificar su supervivencia ni aún su alcance operatorio en el razonamiento de opinión. .Sería más importante volver a encontrar, recorriéndolos, los diferen­ tes mecanismos lógicos que parecen codificarlos, .y sobre todo qué tipo de lógica permite su existencia y su funcionamiento. Ello sería típicamente uno de los enfoques lógicos de la argumentación. 33.

34.

“N ada impide imaginar —y reconocer—, presunciones muy concretas que se refieran a un hecho limitado y proposiciones más abstractas y más generales que tengan un alcance práctico o moral. De esta manera el publicista que insiste en las cualidades de seguridad que ofrece tal m odelo de automóvil, es decir que presenta esas cualida­ des com o hechos, admite que existe en el auditorio de su discurso una presuposición en el sentido de que lo que él dice es verdadero, de que estas cualidades verdaderas están en relación con la noción de seguridad y de que, por fin, la seguridad es un bien deseable.” (J.-B. Grize, Studia philosophica, 1970, X X IX , p. 77.) Por otra parte, los valores tradicionales, la Verdad, la Belleza, el Bien, plantean un problema difícil. ¿Cómo entender, por ejemplo, el adagio romano: Pulchrum est pro patria moríl ¿Debe entenderse “ Es verdad que pulchnim est pro patria m orí" o “ Es bello de pro patria m ori"1 Vem os allí toda la cuestión ampliamente debatida de las modalidades de dicto y de re. Las lógicas modales usuales se sirven de las modalidades de dicto. V on Wright ha mostrado que no habría objeciones en principio para inter­ pretar a tal lógica de dicto en una lógica de re, pero que esto trae aparejado proble­ mas delicados.” (J.-B. Grize, ibid., p. 78.)

La cuestión m etodológica para definir una lógica semejante sigue siendo, como se ve, fundamental. Otra vez habrá que repetir que nada permite afirmar que la lógica en cuestión será específica, fundamentalmente diferente de aque­ lla cuyo funcionamiento ha sido definido a través de la demostración. Más importante aunque más modesto, es enumerar los mecanismos de razona­ miento que parecen característicos de toda argumentación y ver, ya que esta se define en particular com o razonamiento de opinión, diría incluso com o “ lógica social” , lo que se hace de nociones tales com o los hechos, los valores y las jerarquías, para retomar la tipología retórica. Pero eso no es lo esencial: es preciso tener en cuenta las presencias que motivan toda argumentación y sobre las cuales ella va a jugar; el sujeto enunciador primero, el auditorio a continuación. Y com o subsiste el problema de definir qué es una argumentación en relación a una no argumentación, más bien que de presentarla como razonamiento acerca de lo probable o de lo verosímil, yo diría que una argumentación existe primeramente como una representación que un sujeto construye para otrosí N o es asombroso entonces que el dominio discursivo aparezca como un medio de aproximación privilegiado, justamente por la razón de que es el único que nos suministra las marcas estables de esta construcción. La presencia del sujeto enunciador es así este origen de los objetos discur­ sivos que él nos deja a través de representaciones dadas de los hechos, de sus juicios y de sus estrategias de pensamiento. Por cierto que no existe la “ sole­ dad” de ese sujeto y es necesario determinar cuáles son las marcas que manifes­ tarán una ubicación del sujeto [une place du su jet].35 Además es importante caracterizar en la representación discursiva la presencia del auditorio, también él representación. N o es seguro que todo ello se componga como lo sugiere J.-B. Grize,36 según dos ejes, uno que iría del auditorio hacia la finalidad del orador y otro que conduciría de las presunciones a los hechos. Tam poco es seguro que haya que determinar así un plan de la argumentación distinto del eje del discurso. Fuera del aspecto poco satisfactorio de este tipo de term inolo­ gía, la argumentación es también el intercambio discursivo acerca de opiniones diversas u opuestas37 y, en consecuencia, su lógica se basa en estrategias dis­ cursivas construidas por un sujeto. La dificultad reside entonces en tratar este discurso cuya linealidad no es

35.

36. 37.

M. Pécheux (op. cit.) ha señalado “ el hecho de que un discurso es siempre relativo a lugares (o “ ubicaciones” ) en un aparato dado. Bajo esta condición tiene sentido con­ siderar y estudiar el discurso ju rídico (de tal sociedad, en tal m om ento), su discurso escolar, etcétera. Decir, por tanto, que existe un discurso argumentativo sólo puede comprenderse a partir de la hipótesis de que en un momento dado y para una socie­ dad dada existe un núcleo no vacío para todos los discursos inscriptos en sus diversos mecanismos” . (J.-B. Grize, ibid. , p. 73.) Ibid., p. 79. Podemos considerar así, trivialmente, para la elección de un corpus, que discursos electorales, juicios, alegatos, son discursos argumentativos, es decir, han aparecido en situaciones de controversia.

más que aparente y debido a razones lingüísticas. El sistema de la lengua se interpone así en el tratamiento sistemático de la argumentación. Aún para aquél cuyas preocupaciones sólo fueran lógicas se plantean muchas preguntas prelimi­ nares e indispensables: ¿cómo enfocar el discurso? ¿Qué análisis del sentido es posible? ¿Hay sobre todo una especificidad del discurso que lo tom aría así no reducible a los análisis oracionales del lingüista? En fin, la argumentación percibida como discurso inscripto en las relaciones sociales impone la conside­ ración de las relaciones entre la sociedad y su lengua de relación.

ni EL SISTEMA DEL DISCURSO Y EL SISTEMA DE LOS ARGUMENTOS Observar discursos para extraer de ellos sistemas argumentativos comunes implica una primera cuestión que es la del origen de esos discursos. Parece así necesario, en primer lugar, poder hacer hipótesis en el marco mismo de los pro­ cesos de producción de los textos y estas hipótesis determinarán la elección de los modelos para el análisis, especialmente el plano en que nos situaremos. La tentación es entonces construir una teoría de las relaciones entre lin­ güística y sociología de un modo sincrónico. Ello pareciera estar vedado al m e­ nos por el estado actual de la sociología.

1. E L P R O B LE M A DE L A S R E L A C IO N E S E N T R E L IN G Ü IS T IC A Y S O C IO LO G IA Las relaciones entre las dos disciplinas siguen estando, en efecto, domina­ das por los legados del siglo X IX , es decir que se continúa practicando la amal­ gama entre historia, lengua y cultura. Esto es particularmente evidente en la manera en que se sigue aprehendiendo la lengua. A sí, la ideología pedagógica tradicional, especialmente en Francia, considera siempre al lenguaje como vehículo de diversidad y de complicación, código dependiente de los distintos ambientes y culturas. De manera paradojal se afuma al mismo tiempo la unidad de las formas de expresión lingüística. Eso que Littré definía como lengua es algo no sólo homogéneo, ya que constituye el soporte de la cohesión nacional y al mismo tiempo lo que asegura su unidad, sino también viviente gracias al juego de los dialectos y de las expresiones cambiantes que le aseguran transfor­ maciones y enriquecimiento. Es interesante aproximar esto a los esfuerzos de V icto r Cousin, en nuestros antecedentes universitarios, por elaborar una retóri­ ca de la lengua como reflejo de las “ corrientes” de la conciencia. N o es necesa­ rio ir demasiado lejos para encontrar la expresión de esta necesidad de integrar la dinámica de los estados de la lengua en series ordenadas, que hacen alterar la acción de las corrientes populares con las de los teóricos del saber. El positi­ vismo culminante de este último siglo nos provee su teorización. Para Augusto Comte - y encontramos aquí a V ictor Cousin— el lenguaje

califica a todo sistema de signos aptos para fundar una comunicación. El signo representa la ligazón estable entre un objeto capaz de “ influir” sobre un orga­ nismo viviente y un sujeto que puede recibir la “ impresión” . El signo es por lo tanto lugar de la verdad positiva. Son los signos los que, al “ ligar el interior (el sujeto) con el exterior (e l o b je to )” , garantizan la coherencia de la “ existencia cerebral” con el orden objetivo y fundan así el conocim iento. El lenguaje, al “ vincular el hombre al m undo” , regulariza por lo tanto el comportamiento neurológico que atribuye al medio. Comte añade: “ La verdadera teoría general del lenguaje es esencialmente sociológica, aunque su origen normal sea necesaria­ mente biológico” . 1 El lenguaje humano está ligado así fundamentalmente a la esencia social de los organismos animales superiores. Su funcionamiento de­ pende de tal manera de la comunicación, en otros términos de la sociabilidad, que las “ impresiones puramente personales no pueden jamás formularse de ma­ nera conveniente, como lo prueba la experiencia cotidiana con respecto a las enfermedades” .2 Comte atribuye en consecuencia la elaboración del lenguaje humano a la “ influencia colectiva de las generaciones” y el lenguaje le parece “ la más social de todas las instituciones humanas” , que supera asimismo en ese terreno a la familia o a la propiedad. Pero, entre ese principio de unidad que representa el lenguaje en términos antropológicos y la variedad de los có­ digos lingüísticos según las áreas culturales es preciso un mediador: ése es el papel que debe desempeñar la teoría del lenguaje en la sociología positivista. Así el pasaje de las microsociedades familiares a la cité se ejecuta por este “ instrumento natural” que es el lenguaje. Este es, en la sociología comptiana el metalenguaje de la religión, el instrumento que mediatiza el pasaje de las religiones primitivas a la religión positiva de la humanidad: el lenguaje permite la formación y la transmisión de la “ fe” gracias al desarrollo de la inteligencia dominada por el orden universal. En lo que concierne al signo, Comte se remonta de la sociología a la biolo­ gía e insiste acerca del origen biológico de los signos sociales más elaborados. En el marco de su teoría semiológica, el signo debe ser considerado como un elemento discreto del comportamiento de los organismos, seleccionado por la percepción de otros organismos similares y que pone en relación al medio in­ terno biológico con el medio externo, específico, por lo tanto social. Estimu­ lados por “ las emociones más poderosas” se desarrollan dos códigos con fun­ ciones estéticas: la mímica y la música. “ De estas raíces espontáneas resultan a continuación todos nuestros signos artificiales, en la medida en que la comu­ nicación afectiva se debilita por la extensión de las relaciones sociales.” Con­ cebir por lo tanto, para el lenguaje, una naturaleza y una génesis lógicas es una aberración. El lenguaje, para Comte, deriva del arte, él mismo lenguaje: “ La parte intelectual (. . .) del lenguaje humano disimula gradualmente la fuente 1.

2.

Systéme de politique posiíive, París, La Libraiiie scientifique-industrielle de L. M&thias, Carüian-Geoury et V . Dalm ont, 1851-1854, Au siego de la Société positiviste. 1929, t. II, p. 224. Ibid. , p. 219.

afectiva, y en consecuencia estética, de donde siempre resulta y cuyas huellas no se pierden jamás” .3 El dinamismo que sugiere Comte para el cuadro univer­ sal de los sistemas significantes es antisincrónico; es el de la sociedad humana aprehendida en la totaüdad de la Historia: el lenguaje m ím ico anterior a las artes visuales y disminuido luego, la poesía que da nacimiento a la prosa, etc. Imagina así la génesis de los sistemas significantes com o una serie de mitosis, y el momento funcional le permite establecer una verdad en el desarrollo. L o que Comte espera es descubrir la aparición para el signo de un primer sentido estable, en el momento preciso en que la potencia expresiva se pone al servicio de la comunicación social y de la norma. El lenguaje (oral y escrito) permite esta comunicación pues, por su “ eficacia lógica” , ayuda al proceso de elabora­ ción conceptual. En efecto, los sistemas significantes, vehículos de la expresi­ vidad, son construidos sobre la exteriorización de las modificaciones internas del organismo pero se diferencian de la intelectualización. El lenguaje, en su calidad de poder enunciador, representa una especie de pensamiento paralelo que garantiza a la vez la expresión, en el plano de la precisión, y la posibilidad de comunicación gracias al mecanismo discursivo. “ El órgano del lenguaje ( . . . ) tom a la iniciativa parcial de las próximas proposiciones, guiándose según el conjunto de las precedentes. Provee así expresiones que pueden resultar prema­ turas pero que pronto serán convenientes en otra parte.” El sistema se repliega de este m odo sobre sí y la teoría misma, en Comte, está apuntalada por las con­ diciones de producción del texto constitutivo de la teoría. Su objetivo sigue siendo el de integrar la teoría del lenguaje a la explicación general del hombre y de su historia. El lenguaje motiva y acompaña la evolución de la sociedad humana; es a la vez factor de conservación y de progreso bajo la forma de acu­ mulación. Mientras que la institución de la propiedad confía a los individuos el tesoro material que debe hacerse fructificar, el lenguaje instituye una com u­ nidad “ donde todos, al poseer libremente el tesoro universal, participan espon­ táneamente en su conservación” .4 Este paralelo no debe sorprendernos: Com te funda el desarrollo de la humanidad en las raíces biológicas y en la praxis social. A sí, en definitiva, el lenguaje aparece com o una experiencia global y productora de todas las fórmulas. Dos “ castas” sociales han jugado un rol fundamental en su evolución: la primera es la casta sacerdotal, la segunda la de los poetas. N o obstante, ninguna clase social puede “ ser autorizada a atribuirse la importante institución del lenguaje humano” . A s í encontramos planteada esta dicotom ía entre letrados y clases in ferio­ res, lengua como fenómeno totalizante y lengua com o fenóm eno de cultura. “ La cuestión de la lingüística, escribe M. Bréal, es en el fondo una cuestión social o nacional.” 5 Ella reúne en un todo los aspectos lingüísticos y los aspec­ tos sociales del lenguaje, según un procedimiento de tipo hom ológico: cada térm ino corresponde y se asimüa a su semejante a través de la relación lengua3. 4. 5.

Ibid., p. 227. Ib id ., p. 254. M. Bréal, Excursionspédagogiques, p. 27.

sociedad. Littré lo confirma en su Ilis to ire de la langue frangaise6 '. “ son éstas grandes cosas históricas muy complejas y de difícil análisis: pero una pequeña cosa, pequeña en relación al conjunto, quiero decir la lengua, nos ofrece este análisis totalmente ejecutado y acabado; y quien tome la lupa filosófica obser­ vará ( . . . ) que los fenómenos se explican” . La lengua aparece así como un microcosmos de las relaciones sociales; su historia traduce bien, en el sentido positivista, la dinámica de los elementos y su organización estática. La lógica de esta historia puede escribirse en una serie de estados ordenados que A. Comte inscribirá a partir de un origen neurológico. La amalgama entre la lingüística y la sociología es completa. El problema en consecuencia: ¿cómo distinguir una de la otra? La cuestión de las relaciones entre sociología y lingüística va a conocer una nueva formulación con la aparición de los trabajos de Durkheün y de Saussure. Saussure escribe: “ ya no vemos en la lengua un organismo que se desarrolla por sí mismo sino un producto del espíritu colectivo de los grupos lingüísticos” .7 La organicidad de los predecesores es rechazada, reemplazada por la idea de la unión de una lengua y de la colectividad. La lengua deviene “ instrumento crea­ do y provisto por la colectividad” .8 La relación entre sociología y lingüística es vista como un conjunto de fenómenos fragmentados y sincrónicos tales como aparecen en la representación inmediata. En Saussure, lo colectivo es a la vez agregado, sistema gramatical, lazo social y contrato general. A sí escribe en la página 24 del Cours: “ En ninguna parte el objeto integral de la lingüística se nos ofrece; reencontramos este dilema en todas partes: o bien nos dedicamos a un solo aspecto de cada problema. . . o bien, si estudiamos el lenguaje por muchos lados a la vez, el objeto de la lingüística nos aparece com o un enjam­ bre confuso de cosas heteróclitas sin lazos entre sí” . Este dilema es entonces el que consiste en excluir lo exterior, si queremos edificar la lingüística como ciencia o integrarle todo un conjunto de elementos que necesariamente se mueven en un plano diacrónico. Esta relación todo-partes conduce a Saussure a la contradicción de una lengua a la vez durable en el tiempo y cambiante, ya que el “ fenómeno sem iológico” implica el desplazamiento de las relaciones. En consecuencia, la lingüística deviene el estudio de las oposiciones en el inte­ rior del sistema. En Saussure por lo tanto, todo recibe explicación por el sesgo de la sincronía. La variedad de los lenguajes es asimilada a una sucesión de accidentes, luego remitida al sistema según un procedimiento que parte de lo smgular para acabar en lo universal. El recuerdo de los trabajos de Porl-Royal, de los que Saussure nos dice que “ muestran claramente que quieren describir los estados” 9 es significativo con respecto a este punto. El cambio es conce­ bido a la vez com o condición del sistema y en última instancia, com o ruptura patológica del estado. La sociología fundamenta la existencia de este cambio 6. 7. 8. 9.

E. Littré, Ilistoire de la langue frangaise, 1862. Cours de Linguistique générale, París, Payot, réed. 1967, p. 1. Ibid., p. 27. Ibid., p. 118.

y todo es vuelto a considerar de un m odo temporal para ser reenviado al siste­ ma que es en sí mismo su propia ley. ¿Cómo determinar ese sistema y cómo explicar su cambio? A. iMeillet, en Année S o cio log iq u e10, responderá acerca de este punto: “ Las condiciones psíquicas de la semántica son constantes. Son las mismas en las diversas lenguas y en los diversos períodos de una misma lengua; por lo tanto, si se quiere explicar la variación es preciso introducir la conside­ ración de un elemento variable en sí mismo, y, al ser dadas las condiciones del lenguaje, este elemento no puede ser otro que la estructura de la sociedad en la que se habla la lengua considerada” . El m étodo comparativo establecerá así las correspondencias sobre la base de cambios estadísticos. La investigación sociolingüística propiamente dicha se orientará entonces hacia trabajos relativos al estilo, por ejem plo los trabajos de Bally acerca de los efectos de evocación que implican las diferencias entre los lenguajes obrero y burgués. En resumen, la tradición lingüística europea y francesa en particular, provee primero el m odelo de una hom ología de los fenómenos, luego de una analogía en el plano de las correspondencias de organización entre lo social y lo lingüístico. La relación entre los dominios no es por otra parte jamás planteada de m odo científico pero siempre es presentada bajo la fonna de la evidencia.11 Del lado de la sociología si volvemos a Durkheim, la lengua es concebida como una de las formas de la conciencia colectiva. El lenguaje, com o los conceptos, surge de la opinión, es decir a la vez de un sistema de variables características de una especie o de un tipo social y de una adhesión o de una creencia colec­ tiva. La lengua se vuelve entonces reveladora y significativa de la misma opi­ nión que ella traduce. En Durkheim el tipo social está definido al mismo tiem­ po por sus elementos y por la dialéctica de los diferentes puntos de vista. Es a partir de estos puntos de vista contradictorios u opuestos que podemos desembocar en un punto de vista sintético necesario para los fundamentos científicos. Para Durkheim, el trabajo cien tífico debe por lo tanto referirse a los fenómenos que se presentan a la conciencia y que pueden devenir conjun­ tos definidos por poco que se los junte. Hay allí una diferencia con Saussure,

10. 11.

1905. M. Pécheux intenta precisar esto cuando escribe que para Saussure la lengua es la única de todas las instituciones que no es un medio adaptado a ciertos fines. Ello implica que las otras instituciones son medios y que la norma de la institución es entonces transparente a las acciones que actualizan esta norma. Para M. Pécheux, esta transparencia de la institución a su norma conlleva en Saussure la imposibilidad de plantear la articulación del sistema social con el sistema de la lengua. En consecuen­ cia, los cambios y las rupturas sólo pueden revelar lo irracional interindividual. Se puede objetar a esto que una crítica a la manera en que Saussure predica la institu­ ción, aunque esta última noción no sea la de la sociología, deja de lado el problema de la lengua considerada como institución. Una crítica semejante puede asimismo ser interpretada como postulando a su vez a la lengua como institución y com o sustan­ cia. Ahora bien, está claro que, al no considerarse ya a la lengua como sustancia, el debate positivista acerca de las condiciones de enunciación del discurso o las rela­ ciones entre la lengua y las instituciones queda anulado. (M . Pécheux, Analyse automatique du discours, Paris, Dunod, 1969.)

para quien la lengua no ofrece “ entidades perceptibles a primera vista” . A d e­ más, para Durkheim, la lingüística, en tanto dominio particular insuficiente, se subordina a la sociología. En este sentido la lengua es definida como forma de la opinión colectiva. Ella es, por lo tanto, superada por las nociones que definen la estructura de una sociedad. Esto implica indiscutiblemente difi­ cultades teóricas dentro de la relación lingüística-sociología. Los métodos de trabajo concebidos por el sociólogo en particular no son extraños a la res­ ponsabilidad de estas dificultades. ¿Qué preconiza Durkheim, en efecto, para la progresión de la investigación? Antes que nada considerar el dominio visua­ lizado como cerrado desde el punto de vista del contenido. Para explicitar este contenido, la opinión misma, en otros términos, la vida social, servirá como metalenguaje: “ Es que en efecto, todo, en la vida social, la ciencia misma, descansa sobre la opinión. . . Pero la ciencia de la opinión se hace por la opi­ nión; no puede más que esclarecerla, hacerla más conciente de sí misma” . En consecuencia, se plantea una homogeneidad de naturaleza entre las variables conservadas: lo social es elem ento explicativo de lo social. La demostración del sociólogo sigue siendo el conteo de las respuestas y de su distribución estadís­ tica, sin que se explicite claramente el fundamento de las estadísticas emplea­ das. En muchos sectores, la sociología se confina así a una especie de filosofía social, dentro de la cual le es, por cierto, necesario englobar a la lingüística. El problema de la dispersión de los resultados, el de las interacciones, casi no se plantea: nos volvem os a encontrar allí con un número de dificultades pro­ pias de la investigación lingüística y con la misma manera de evitar esas dificul­ tades al “ disminuir” el campo del análisis. El m odelo positivista tanto en sociología com o en lingüística, presenta por tanto, las mismas contradicciones: la investigación a la vez se orienta al estudio de los estados de los fenóm enos lingüísticos o sociales con miras a constituirlos en sistema, fragmentando sus observaciones para evitar la dispersión, y hacia una aproximación estadística que no puede dejar de lado una concepción global de las estructuras sociales, concepción por otra parte muy discutible. La lingüística postsaussuriana, M eillet por ejemplo, ve en la sociedad el lugar ori­ ginario del cambio, e insiste así en las contingencias. A su lado, la sociología hace de la lengua un concepto global, a través de relaciones que son a menudo traducidas en forma de evidencias. Estas utilizaciones conducen a una práctica esquemática y abstracta que es d ifícil de calificar com o socio lingüística. En esta lingüística postsaussuriana los trabajos americanos ocupan una p o ­ sición particular que no podem os vincular al positivismo tan claramente com o en el caso de la tradición europea. Contrariamente a A . Comte, B loom field12 no ubica en primer lugar ni lo escrito ni la lengua revisada a través de las con­ diciones sociales. “ La palabra sociedad, escribe, no es una m etáfora.” 13 El lenguaje es organización lógica de actos, en los que intervienen diferentes capa­ cidades, y el acto del habla está ligado a los estímulos. Las variaciones no son, 12. 13.

Language, Londres, G eorge Alien, 1965. Ib id ., p. 28.

entonces, más que agrupamientos estadísticos por períodos o por zonas. Una misma lógica de composición se manifiesta a través del lenguaje y la coopera­ ción social. Ello no quiere decir hom ología tal com o la concebían los positi­ vistas. El lenguaje se traduce por la historia, com o pensaba L ittré; ya no es tam­ poco un sistema de tipo saussuriano. La única identidad posible está en el nivel de los métodos empleados para el análisis de las relaciones sociedad-lenguaje bajo form a de elementos. Para Sapir14, en cambio, la lengua ofrece una cierta resistencia. Las únicas estructuras que podemos determinar en ella corresponden a tipos de cambio. El sím bolo que el análisis conserva se vuelve así un elemento abstracto, fuera de contexto, situado desde el com ienzo a un nivel cultural. La descripción del proceso hace concurrir unificándolas a la lingüística y a la sociología: . . Su perfección formal (e l lenguaje) es una condición form al primordial del desarro­ llo de la cultura” .15 Pero Sapir se vuelve a unir a Bloom field y ambos insisten en la importancia de los segmentos y de los procesos. Para ellos no existen je ­ rarquías que permitan deducir como en Saussure zonas, sino totalidades bajo la form a de tipos que se imponen. N o se trata entonces ya de manera verosí­ mil de un m odelo o de un proyecto global sino de “ reencuentros” del dominio social al nivel del sentido, de los contextos y de los cambios. Esta dificultad para definir un lazo consistente entre el lenguaje y el mundo y la intervención del lenguaje sobre el mundo se vuelve a encontrar hoy en las m etodologías frag­ mentarias de corrientes que no haré más que citar, tales com o la etnolingüística o la sociología del lenguaje, todas parientes cercanas de una sociología lingüística que se procura. Esquemáticamente, los intentos son de dos tipos: o la lengua es considerada com o un sistema, una especie de invariante universal y la variación es expresada por la cultura cuyas modalidades relativas compa­ ramos, o, por el contrario, la noción de cultura es estabilizada y definida frente a una lengua única cuyas variaciones de uso se examinan. La relación entre el lenguaje y el comportamiento social puede ser por lo tanto mediatizado bajo la form a de localización de las huellas léxicas o aún por el análisis del sistema gra­ matical. El em pleo del concepto de comunicación puede m odificar todavía esa problemática. Jakobson definirá así al bilingüismo com o el conflicto entre dos lenguas en zonas marginales, luego, com o la transmisión de un mensaje a través de códigos diferentes. Ello quiere decir que los lenguajes en tanto actos de comunicación y mensajes constitutivos del mundo son considerados como portadores de universales. Por lo tanto se deben analizar estos actos e investigar lo que hay de fundamental en ellos. El problema consiste en determinar la naturaleza de estos universales. Por comodidad de elección, un cierto número de investigadores han intentado entonces definir los campos delimitando el analisis lingüístico. La caracterización de estos campos es en general borrosa, dependiente de las consideraciones prelümnares de la investigación. Estos 14. 15.

Mandelbaum , Selected Writings o f Edward Sapir, Univ. California Press, 1949. Language, Ibid., p. 7.

campos pueden ser situacionales o institucionales, las formas de la cortesía, por ejemplo, hasta las retóricas toman por fin el cariz de códigos o de dialec­ tos. Va de suyo que com o en el caso de los análisis de contenido, la definición de las categorías y de los elementos de análisis implica grandes dificultades para la determinación de estos campos. El propio investigador tiene en diversas oportunidades alguna dificultad en determinar el nivel de análisis que practica Frecuentemente, ya planteada la definición de la sociedad o de la cultura, se va a contentar ron acumular los datos lingüísticos que parecen indicar las dis­ tancias respecto de este tipo social preestablecido. Ciertos métodos, más refinados, intentan conectar los rasgos fonológicos com o indicadores de la clase y de inventariar cierto número de marcadores lingüísticos indicativos de este­ reotipos. La función que se establece entonces entre b s formas de variación lingüística y la movilidad social es de tipo lineal. L o que ponen sobre todo en evidencia estos trabajos es que después de la depuración de los resultados, la parte de lo “ no racional” en el interior del lenguaje sigue siendo aún la más importante. Plantear, por otra parte, una covariancia directa de los elementos lingüísticos y de las estructuras sociales es no realista por muchos motivos. Las “ cosas” acaecen a un nivel ciertamente más complejo. La sociolingüística no puede por lo tanto funcionar más que de una manera intralingüística, en rela­ ción a las mediaciones que la sociología establece por sí misma en sus análisis. La práctica se parece en estas condiciones a la de la etnología. N o es sorpren­ dente entonces que el análisis componencial16 sea, de todos estos métodos, el que le da más satisfacciones. Este último tipo de análisis es el de la form a interna de los enunciados. Las unidades de respuesta son agrupadas en sistemas según dimensiones definidas previamente. Estos sistemas traen consigo relacio­ nes de inclusión, de exclusión o de intersección. Estas relaciones están refe­ ridas a un aspecto del contexto que se supone único. El conjunto constituye, un “ etnom odelo” [cth n o m o d e l]. La técnica del m apping identifica en él las estructuras del enunciado con los símbolos sociales buscados. La comunica­ ción es una vez más definida com o funcionando alrededor de polos de natura­ leza temática. La cuestión m etodológica que tenemos derecho de plantear sigue siendo idéntica: una relación directa entre texto, lengua del texto y len­ guaje de referencia producido por el analista, ¿es científicamente aceptable? Estas dudas y estas críticas muestran a las claras la dificultad de reconocer una práctica que sería específicamente sociolingüística.17 Esta práctica depen­ de de las düiámicas conjuntas de la sociología y de la lingüística. Esta nueva orientación puede perfilarse a partir de los trabajos recientes de Lévj-Strauss por un lado y de Chomsky por el otro. Según el primero, se encuentra en efec­ to una definición de la cultura estrechamente cercana a la noción de sistema lüigüístico tal como se la acepta h oy en día. “ Denominamos cultura a todo conjunto etnográfico que desde el punto de vista de la investigación, presenta

16. 17.

American Anthropologist, 1965, 67, n° 5. 2. Cf. Langages, 1968, n® 11, 3-95. Véase también: J. Sum pf, “ Linguistique et sociologie” , Langages, 1968, n° 11, 3-95.

en relación a los otros diferencias significativas.” 18 La crítica de Lévi-Strauss insiste, por otra parte, en los límites que impone a la antropología social un punto de vista que sigue siendo a menudo el del observador y no el de lo obser­ vado. Ello puede explicar que, ante cierto número de casos, la antropología social espere que la lingüística contribuya con ciertos rigores metodológicos, mientras que a esta última le ocurre lo mismo. Para Lévi-Strauss, quien guía la descripción es el eje paradigmático, es decir que es preciso tomar prestada la guía del lenguaje para poner en evidencia las discontinuidades culturales. El lenguaje sigue siendo un polo para la antropología estructural. Pero es evi­ dente que el estado actual de la lingüística no puede responder a las expec­ tativas de la sociolingüística. N o se trata en efecto de dar cuenta únicamente de las discontinuidades en el discurso com o preconiza Harris sino por el contra­ rio de analizar el problema de las continuidades a la vez paradigmáticas y sin­ tagmáticas, probablemente con la ayuda de especificaciones de los contextos. Por lo tanto, no es cuestión de establecer, com o ha sido el caso, la relación directa entre la sociedad o la cultura y el lenguaje. T o d o intento taxonóm ico restringido a una comunidad lingüística es necesariamente deformante. Pode­ mos visualizar no obstante el estudio de los campos semánticos a partir de las articulaciones lingüísticas com o por ejem plo “ la afirmación” o los “ calculado­ res semánticos” [calculateurs sémantiques] en el sentido en que lo entiende U. Weinreich y cuyas transformaciones analizaremos. Se determinarán así las configuraciones de los actos de comunicación definidas por sus finalidades sociales y sus realizaciones lingüísticas. Entonces, com o dice Husserl19, la len­ gua será para nosotros un documento para acceder a los modelos estructurales de la intersubjetividad trascendental, al integrar la gramática form al y la lógica. N o es cuestión sin embargo de resucitar una teoría de los tipos. De hecho la noción de acto de comunicación nos hace volver al problema de la aceptabili­ dad que Chomsky convierte en fenómeno de superficie. Eso hace referencia a una norma de “ gramaticalidad” , ¿pero cuál puede ser el fundamento social de una norma semejante? ¿Se debe volver a enviar al contexto o apelar al concepto de institución? La interrogación acerca de esas normas, ¿no es una problemática específica de la sociolingüística, a través de la práctica social de cuestionamiento de esas normas? Es toda la investigación de los cuestionamientos y de las interferencias del discurso en contacto con las situaciones. ¿Se trata solamente de universo del discurso y qué significa entonces el em pleo del término universo? Se ha ido así reemplazando más y más, en la investigación contemporánea, la noción de texto por la de discurso y la noción de palabra por la de enunciado. La problemática de los campos semánticos sigue siendo empleada, sus consecuencias más discutibles toman la forma de deslizamientos teóricos entre los conceptos de campo, de universo o de léxico. La noción de especificidad del discurso está así en discusión.

18. 19.

A nthropologie structurale, París, Plon, 1958, p. 325. F. Husserl, Recherchcs logiques, París, P.U .F ., 1959.

2. LOS PR O B LE M A S DE L A E S PE C IFIC ID AD D E L T E X T O : E L EJEMPLO D E L D ISCU RSO P O L IT IC O ¿Por qué elegir el ejem plo del discurso político? Es que com o ha escrito L. Guespin, “ la tipología del discurso p o lítico parece particularmente fácil” .20 Esta comodidad tipológica explica que, confrontado con los problemas que acabo de evocar, los investigadores hayan buscado allí respuestas m etodológi­ cas. La más frecuente de estas respuestas toma prestado los conceptos de la lexicología. Hemos visto aparecer así la noción de léxico político, seguida por las de léxico científico, pedagógico, etcétera. En el dominio p o lítico podem os citar los trabajos de L. G uilbert21 y M. Barat22. Existen enfoques lexicológicos tradicionales, es decir que analizan corpus de textos: ése es el caso de Mme. Viguier23 que ha estudiado la introducción del término “ individuo” en el voca­ bulario p o lítico del siglo X V I II y para quien “ el signo no cambia de sentido al entrar en el léxico político. Es más bien la actitud política la que se m odifica con la inserción de este nuevo vocablo” . En el caso de estos trabajos, en general por cierto, la relación significante-significado sigue siendo biunívoca. Existen además, estudios que a partir de la noción de vocabulario desembocan en la noción de campo semántico y que se esfuerzan por determinar, incluso por codificar, una relación más o menos directa entre las estructuras del léxico y las de la realidad, tales los trabajos de Lounsbury24 sobre el parentesco o los de J. Dubois y L. Irigaray2s. La conclusión que podem os extraer es que no es realista inferir una estructuración lingüística general de tipo isomórfica entre la expresión y el contenido, aunque un isomorfismo tal parezca tener lugar en el caso de ciertos microsistemas determinados. Los refinamientos que se pueden añadir al análisis de estos campos semánticos no los cambian en nada: pienso en las investigaciones de Asprejan26 acerca de las similitudes y las oposiciones sintácticas y sus consecuencias semánticas. La puesta en evidencia de estructu­ ras no es por tanto una condición suficiente para postular la existencia de una estructuración, y la hipótesis, difundida en un buen nümero de estos estudios, de una relación directa entre la expresión y la realidad sigue siendo positivista. L. Guilbert27 ha intentado reem plazarla palabra,juzgada unidad no perti­ nente, por lo que él denomina “ la unidad de significación” . E. Benveniste pro­ ponía para estas unidades el concepto de sinopsis28 [synapsies] es decir la

20. 21. 22. 2 3. 24. 25. 26. 27. 28.

“ Problém atique des travaux sur le discours politique” , Langages, 1971, n° 23, 3-24. “ La formation du nom ‘La Com m une de París’ dans le discours de M arx” , La N o u ve lle Critique, n° spécial, Expériences et langage de la Com m une de París.. “ Le vocabulaixe des ennemis de la Com m une” , La Pensée, abril 197 1. Cah iers de Lex icologie ,1 3 . Langages, 1966, n° 1 ,75-99. Cali iers de Lex icologie, 8. Langages, 1966, n" 1, 4 4-74. “ Problemes de néologie lexicale” , A ctes du X Congrés international del linguistes, 1970. Bulletin de la Société d e linguistique, 1966.

noción de proposición de base nominalizada por morfemas tales com o de o a. La pertinencia y el valor cien tífico de los métodos de análisis frecuencial son asi cuestionados cada vez más. La relación biunívoca significante-significado pertenece, como subraya M. Pecheux a un campo teórico presaussuriano y “ la relación lingüistica es aquí reducida al m ínim o” .29 De la misma manera, ¿qué fundamento lingüístico se puede reconocer en el em pleo de ciertas pala­ bras caüficadas como indicadores para apuntalar una rotulación histórica? Es lo que J.-B. Marcellesi constata en una investigación acerca de las relaciones entre el vocabulario y la formación política.30 Y D. Maldidier, en su aná­ lisis,31 señala igualmente que si las declaraciones se oponen por las actitudes y los compromisos que ellas subtienden, no es sin embargo siempre posible determinar las oposiciones al nivel de las palabras en sí mismas, y que el voca­ bulario puede ser común a diferentes grupos. Estas diversas conclusiones no deben sin embargo permitir inducir una gratuidad completa de los estudios lexicológicos. Más bien debemos considerarlos, com o escribe J. Dubois32, “ com o uno de los medios, privilegiados sin duda, pero no único, del análisis de los enunciados realizados” . Las informaciones que aportan los estudios de análisis frecuencial o de la coocurrcncia no son despreciables. Deben ser restituidos ante todo a su perspectiva inspirada en el distribucionalismo ameri­ cano. Por fin, jamás ha sido planteada de manera verosímil la cuestión, a pro­ pósito de los trabajos comparativos acerca de los desfasajes históricos, del even­ tual corte lingüístico que pueden manifestar tales desfasajes. En otros térmi­ nos, se trataría de estudiar más de cerca la relación histórica entre expresión y condiciones de producción. ¿Por qué, de hecho, el análisis del discurso en los trabajos contemporáneos se orienta preferentemente hacia los discursos políticos? Una primera respuesta posible es que la especificidad de tales textos deja suponer parcialmente resuel­ to o al menos estabilizado, un cierto número de restricciones o de variables que tornan problemático todo análisis de otros textos o de otros discursos. Nuestros conocimientos lingüísticos acerca de los problemas de la enuncia­ ción siguen siendo especulativos si no modestos; nuestros conocim ientos sociolingüi'sticos lo son aún más. N o disponemos así de una definición única y acep­ table de la noción de cultura. N o tenemos todavía una teoría elaborada y com­ pleta del sujeto enunciador. Los enfoques desiguales que se han realizado acer­ ca del problema del contexto o de la situación vuelven, finalmente, seductora la perspectiva de analizar un discurso que sabemos que ha sido producido en una situación que sociólogos, economistas, publicistas, han descripto somera­ mente. En consecuencia, es lícito inferir que al estar a disposición estas regula­ ridades será posible extraer el ejem plo de un cierto número de estrategias dis­ cursivas. La noción de campo semántico aparece así concretable, sean cuales

29. 30. 31. 32.

Arwlyse automatique du discours, D un oá, 1969. “ Le vocabulaire du Congrésde T ours” , La Pensée, octubre 1970. L e vocabulaire de la guerre d ’Algérie, tesis, Nanterre, 1970. “ Lexicologie et analyse d ’énonce” , Cahiers de lexicologie, 1969, 11, 15.

fueren las denominaciones con que elegimos revestirla: dominio político, campo de luchas, relación de fuerzas o nudo de contradicciones. Puede apa­ recer una comodidad suplementaria: la de examinar sobre un mismo tema o temas vecinos muchos discursos que el análisis considera como reescrituras. Algunos intentarán definir la relación texto-ideología de manera exterior en relación directa y comparativa con los trabajos sociológicos o históricos ya pro­ ducidos sobre el m om ento de la enunciación de ese discurso; otros, com o lo proponía J. Dubois33, se esforzarán por poner en evidencia de manera interior una lectura del sujeto acerca de su propio texto, a través de esos enunciados que el autor del discurso introdujo en su texto y que se pueden calificar de secundarios ( es decir, así, en otros términos, etc.). Por fin, la última comodidad que ofrece la elección del discurso político es la de prestarse fácilmente a los in­ tentos tipológicos. Podem os así establecer clasificaciones según las formas e intenciones del hablante: discurso polémico o didáctico, por ejemplo. Un análisis superficial de las condiciones de producción del discurso puede asi­ mismo llevar consigo la elección de tales rotulaciones. El problema es que una vez que se aplican estas tipologías, ya casi no se nos informa nada más acerca del funcionamiento de los discursos: hemos hecho de esos discursos una lectura y esa lectura es ya ella misma una lectura orientada, política. Sería ilusorio, por cierto, pensar que el análisis puede hacerse sin tomar una posición ya sea implícita o previa: la neutralidad del analista es uno de esos objetivos difíciles, casi inaccesibles. Podem os dudar sobre tod o acerca de la significación que ella revestiría. Queda una última ventaja para analizar los discursos políticos, como subraya L. Guespin34, y es que ellos se ofrecen en general como tales. Se puede por lo tanto esperar localizar las posiciones asumidas por el orador de manera personal, las que implican la colectividad, lo que separa la alabanza de la con­ troversia y cómo se traducen las situaciones de ataque o de defensa. Por cierto que importa primeramente no encerrarse en la clasificación, no hacer un isomorfismo entre lógica y cultura y establecer las listas de los datos no lingüís­ ticos que se deberán tomar en consideración. El problema sociolingüístico es en efecto el de determinar qué variables sociológicas o sociolingüísticas corres­ ponderán a los fenómenos lingüísticos discernibles. El problema de las m etodo­ logías que dependen de una y de otra disciplina reaparece entonces con el peli­ gro de aplicar a la lingüística por ejem plo instnimentos sociológicos cuya concepción excluye un uso semejante. R. Robin resume la dificultad: “ la lin­ güística ordena la ideología pero lo que la ideología significa socialmente está fuera de su campo” . M uy a menudo, buscamos en la historia social los elem en­ tos de explicación de los fenómenos lingüísticos cuando sería preciso por el con­ trario comprender la historia social para estudiar el lenguaje. En otros térmñios, si la historia permite aclarar las condiciones de producción, debe ser restituida a su lugar que es el de una contribución al análisis lingüístico. El problema no 33. 34.

“ Problématique des travaux sur le discours politique” , Langages, 1971, n° 23, p. 23. Langages, 1971, n° 2 1 ,p .2 4 .

es determinar cómo se manifiesta lingüísticamente la ideología sino cómo la lengua es ideología.35 N o se trata más en consecuencia de ubicar al enunciado producido frente a un productor reubicado en su configuración social, sino por el contrario de determinar la relación que existe entre el rol del enunciador en la estructura lingüística y el lugar ocupado en la estructura social. Se abor­ dan así los problemas de la enunciación y las cuestiones metodológicas genera­ les para un análisis del discurso considerado com o conducta social.

3. M E T O D O L O G IA D E L A N A L IS IS D E L DISCURSO La lingüística moderna, al darse com o objeto la elaboración de una gramá­ tica formalizada para una lengua dada, se dedica en primer lugar a analizar la oración y sus constituyentes. Cuando se trata de examinar una sucesión de ora­ ciones producidas, esta secuencia recibe el nombre de enunciado. Hablaré de discurso en todo contexto en el que se tiende a examinar las reglas de encade­ namiento de estas secuencias de oraciones. Los procedimientos de análisis del discurso actuales pueden repartirse según dos tipos: en un caso, se esfuerzan por agrupar las reglas de encadenamiento de las oraciones en el interior de una combinatoria análoga a la de una gramática distribucional; en el otro caso, el discurso es considerado com o producto a partir de las transformaciones que afectan a la estaictura profunda subyacente. El m étodo de Z. S. Harris36 per­ tenece al primer tipo que establece clases de oraciones y reglas de sucesión. En el segundo enfoque, a partir de marcadores que vehiculiza el discurso en super­ ficie, presuponemos y buscamos en este último una lógica de ¡os encadena­ m ientos in ter e intraoracionales. 37 Esta última orientación hace intervenir mucho más consideraciones y elementos que englobarían un m odelo del desem­ peño [p erform ance]. Eso expüca por qué cierto número de análisis que adoptan caminos históricos o sociológicos están próximos a este último tipo de análisis y que el concepto de “ cultura” presupone en ellos que el investigador toma en cuenta un discurso dotado de cierto desarrollo o de una perspectiva en el sen­ tido lógico del término. Para completar la caracterización de este segundo tipo de análisis es preciso subrayar que la investigación de estos encadenamientos debe tender a distinguirlos, sin disociarlos totalmente de las significaciones de las que el discurso es portador. N o desarrollaré inmediatamente el problema del conjunto de las estruc­

35.

36. 37.

Entonces la cuestión no es saber de qué manera afectan a la lengua las condiciones de producción sino de qué manera juegan estas condiciones de producción sobre el mecanismo de generación de la lengua. Si se concibe a esta última así se confunden el plano vertical de las condiciones de producción y el plano horizontal deJ texto, del que hablan P. Henry y S. Moscovici. Y a no hay relación dol sujeto con la lengua: la lengua es el sujeto psicolingüístico. (Tanganes, 1968, n° 11, 36-60.) “ Analyse du discours” , Langages, 1969, n° 13, p. 8-45. J. Sumpft y J. Dubois, “ Problémes de l’analyse du discours” , Langages, 1969, n° 13, 3-7.

turas semánticas internas al discurso o que lo circundan. Indicaré sin embargo que hablar de significaciones de un texto, o para un texto, es hacer referencia a muchos análisis posibles. Uno, inspirado en el m odelo de la comunicación, determina el sentido de un texto de manera casi lineal, vinculando un antes a un después. Es la cuestión de las finalidades donde se intersecan aquella, pri­ mera del locutor y la percibida por el receptor a través de los efectos del dis­ curso. El analista tomará en cuenta todo lo que interfiere con el discurso: instituciones, circunstancias, persona del orador, etc. T o d o eso naturalmente desembocará ya sea sobre un procedimiento de tipo componencial (rasgos dis­ tintivos o mapping), ya sea en una semiología general de los elementos que fun­ damentan el sentido del texto.38 O tro análisis se dedicará por el contrario a la concepción de una significación inmanente al texto a partir de cjerto_número de puntos significativos o nudos internos de ese texto. Los conceptos de em­ brague y de connotación permiten así el establecimiento de una relación entre el discurso y los datos exteriores de referencia. Ellos serán por una parte todos los pronombres personales y demostrativos según remitan al autor del texto (y o ) o a los otros (a ellos, él, ellos), por otra parte todas las oposiciones aspec­ tuales (acabado-no acabado) y temporales (discurso-historia).39 Adverbios, calificativos, tiempos, pronombres son así interpretables como otros tantos índices de la presencia del enunciador en su discurso. Los elementos connotativos señalan más aún la relación entre enunciado y sujeto del enunciado. A esto se añade eventualmente la utilización por parte de algunos de los aportes retóricos clásicos o revisados por nuestros contemporáneos para caracterizar y descriLir otras formas de encadenamientos discursivos, lo que A. Culioli, C. Fuchs y M. Pecheux califican de “ modulaciones del discurso” . 0 Existen en todos estos trabajos, aunque con orientaciones diferentes, comprobaciones que manifiestan lagunas metodológicas comunes. La influen­ cia de la problemática chomskiana sigue siendo endeble ya que se encuentran raramente distinciones análogas a la de los modelos de la competencia y del desempeño (o ejecución). Asimismo raramente se aborda la crítica del modelo de análisis empleado tanto en el plano teórico como en el de su pertinencia. El propio Z. Harris. con todo el autor del trabajo más elaborado acerca del discurso, deja de lado las cuestiones de las relaciones entre el comportamiento sociocultural y el discurso cuya existencia simplemente menciona. El problema de la connotación sigue siendo embarazoso para los que practican el análisis del discurso aunque no se definan como sociolingüistas. N o se considere sin embargo que se trata en lodos los casos de una impasse metodológica. Z. Harris ofrece el ejem plo de una salida interesante cuando propone considerar al dis­ curso como una especie de gramática, en la medida en que las relaciones esta­

38. 39. 40.

T. T odorov, “ Recherches sémantiques” , Langages, 1966, n° 1, 5-43. U. Weinrich, “ On the seniantic structure o f language” , Universals o f Language, Cam ­ bridge, M IT Press, 1963. “Considérations théoriques á propos du traitement formel du langage D ocum ents de linguistique quuntitative, 1970, n° 7.

blecidas lo serán entre clases y miembros de clases bajo la forma de transforma­ ciones en el interior de un universo. El concepto de transformación tiene aquí una naturaleza operatoria más que lingüística: se trata de la reducción de la secuencia de las oraciones a esquemas más restringidos apelando a las informa­ ciones gramaticales.41 Harris concibe al discurso a la vez como una sucesión lineal y como una combinación de oraciones. La noción de universo correspon­ de a la proposición “ el hablante A dice X, Y , Z. . X, Y y Z remiten a objetos analizables que son los enunciados X, Y y Z, miembros de una clase. La cons­ titución de conjuntos de discursos permite por otra parte la delimitación de corpus. Es preciso advertir sin embargo que esta constitución depende del m étodo de análisis y de la recolección de los datos. En efecto podemos encon­ trarnos en presencia de dos tipos de corpus: ya sea un corpus cerrado, definido por el conjunto de las proposiciones observadas, o un corpus ejemplar que debe poder integrar cualquier proposición que responda a una forma dada. El corpus cerrado no permite la construcción de una gramática capaz de generar nuevas oraciones. Por lo tanto, la clausura de un texto sólo es posible cuando se define la estructura. Para Harris esta estructura de clausura está determinada por los conceptos de entorno, distribución y clasificación posibles. Los procedimientos aplicables al corpus permiten, por otra parte, sustituir los términos unos por otros en los entornos equivalentes, convertirlos por transformación en segmen­ tos más simples y constituir por fin clases de equivalencias. Estos procedimien­ tos que constituyen lo esencial del m étodo de Harris no permiten ciertamente determinar las relaciones que existen entre los segmentos así clasificados. El corpus está constituido por ocurrencias de clases y no de proposiciones. Se han así determinado las distribuciones de funciones sobre las marcas de superficie pero ello mismo impide decir más acerca del funcionamiento propiamente dicho del texto. La clasificación de las formas superficiales, si bien puede en efecto aportar alguna información a propósito de los paradigmas del discurso, no puede dar cuenta de los aspectos sintagmáticos, dicho de otro modo, de la organización de las relaciones entre partes del discurso. El problema es, en efecto, el de saber qué estatus general otorgar a la orga­ nización de las relaciones entre las oraciones del discurso.

4. U N A P R O B L E M A T IC A DE L A S R E L A C IO N E S Com o ya ha mostrado Saussure la lengua no es un inventario de palabras aisladas. Un autor como Greimas ha dicho asimismo en una época en que la semántica se calificaba de estructural, que la lengua es un “ ensamblaje de sig­ nificación” . Cada oración puede así ser considerada com o teniendo una conti­ 41.

“ Analyse du discours” , Langages, 1969, n° 1 3 ,p . 12.

* Hemos admitido un castellano poco feliz para conservar el adverbio que es objeto del ejemplo. (N . de los T .)

nuidad en el nivel de la significación del discurso, continuidad captada a partir de los elementos y de sus relaciones en el discurso. Estas relaciones son múlti­ ples. Citaré primeramente, a partir de un ejemplo de M. Gross. esas relaciones de dependencia entre las oraciones que establece la gramática transformacional cuando considera los detalles de construcción. Las oraciones Paul a entiérem ent confiance en sa soeur. Fierre a une confiance tolale en son frere [Pablo tiene enteramente* confianza en su hermana. Pedro tiene una confianza total en su hermano] son sinónimas. Podemos así establecer series de correspondencias entre oraciones con adverbio y oraciones con adjetivo. Podemos aún observar que ciertos adjetivos no poseen una forma adverbial derivada del tipo - ment. Podemos decir: Paul a une confiancc lim itée [Pablo tiene una confianza lim i­ tada] pero no Paul a lim itém en t confiance [Pablo tiene limitadamente confian­ za]. Para este último caso, tenemos oraciones sinónimas con otro tipo de cons­ trucción en el circunstancial: Paúl a confiance en sa soeur de maniere lim itée [Pablo tiene confianza en su hermana de manera limitada]. Es preciso señalar también que la presencia de un adjetivo y de un artículo que acompañan a la palabra confiance excluye la presencia de un adverbio de modo m odificador del verbo de la oración. Estos ejemplos ponen en evidencia la interdependencia entre las oraciones y fenómenos del tipo: presencia o ausencia del artículo, posición del adjetivo, relación entre adjetivo y adverbio. La forma general de las dependencias observadas a propósito de la palabra confiance puede vol­ verse a encontrar en otros casos con análisis semejantes. Las únicas diferencias que intervendrán entonces en los tratamientos serán semánticas. El análisis sintáctico no puede dar cuenta por cierto de estas diferencias. Una gramática generativa o transformacional no es en efecto otra cosa que una gramática que enumera explícitamente todas y nada más que, las ora­ ciones gramaticales de una lengua. Un trabajo de este tipo excluye toda refeferencia al contexto, lo que no deja de ser chocante. Una concepción exten­ dida, en particular en la escuela inglesa de lingüística, quiere que toda teoría de la interpretación de las oraciones y de sus relaciones se apoye en el estudio del contexto de situación que determina el sentido de los enunciados y de las relaciones que ellos mantienen entre sí. A ello la lingüística de inspiración chomskvana responde que es necesario proceder por etapas y subordinar pri­ meramente el estudio del contexto al de la gramática de las oraciones en tanto no tenemos aún, en la hora actual, ningún conocim iento serio ni siquiera sufi­ ciente de datos para elaborar una teoría satisfactoria de la intervención del contexto no lingüístico. Com o escribe Chomsky: “ Absolutamente nada de sig­ nificativo se conoce acerca de la información extragramatical en la interpreta­ ción de las oraciones, aparte de que existe y es un factor importante del desem­ peño” . Ahora bien, si se admite que el sentido de las oraciones sucesivas está determinado en parte por su contexto de situación es necesario elaborar una teoría de ese contexto y especialmente determinar, al nivel de la realidad natu­ ral y sociocultural, los elementos invariantes del contexto. Es un problema de una dificultad considerable cuya solución depende todavía de la construcción de una semántica generativa complementaria a la gramática transformacional.

Entonces, sin duda, podría ser visualizada la construcción de esta “ lógica de la lengua” de la que habla O. Ducrot y la que el semántico George L a k o ff42 de­ nomina lógica natural, es decir una lógica capaz de expresar la relación entre gramática y razonamiento, de traducir todos los conceptos expresables en el lenguaje natural y de dar cuenta de todas las inferencias correctas efectuadas en el lenguaje natural. Ello equivale por lo tanto a plantear el problema del sistema lógico que utiliza el sujeto hablante. Equivale también a intentar defi­ nir el discurso en particular, como un sistema lógico de relaciones sucesivas.

5. E L DISCU RSO COMO SISTEM A LO G IC O Esta necesidad no es nueva: en una obra acerca de la puntuación, Etienne Le Gal escribe conforme a la tradición: “ La puntuación responde a una nece­ sidad de orden y de claridad en el pensamiento. . . Para que el texto sea inteli­ gible y claro es preciso separar lógicamente las oraciones y los miembros de las oraciones” . Considerar al discurso com o sistema lógico significa en primer lugar, para poder determinar las relaciones entre las oraciones, pasar de la noción de universo del discurso, en sentido contextual, a la noción de universo de proposiciones. Sea cual fuere el corpus, consideramos entonces que hay un cierto orden en estos datos lingüísticos. Se deben determinar unidades, palabras o segmentos, que permitan caracterizar las operaciones de las relaciones que les conciernen y que existen entre ellos. Es por ello que Jean-Blaise Grize, al interrogarse acerca de las estrategias lógicas y de los elementos constitutivos de la argumentación43 ha juzgado nece­ sario distinguir tres funciones del discurso. La fu n ció n esquematizante [Jonetion schématisante] consiste primeramente en evocaciones y en determina­ ciones de los objetos a los que se refiere el discurso. La fu n ción ju stifi cataría [fo n c tio n ju stifica trice] interviene según si las propofiíioc'nes presentadas por el hablante se bastan a sí mismas o si reclaman una justificación. V o lve­ mos a encontrar aquí la cuestión retórica de las pruebas. La fu n ció n organi­ zativa [fo n c tio n organisatrice], por fin, se manifiesta a través de una doble organización operatoria: una entre proposiciones, otra entre objetos. Las ope­ raciones entre proposiciones conciernen a nuestro problema actual de las rela­ ciones entre oraciones y es posible distinguir tres tipos de operaciones: lasque están señaladas por expresiones com o en efecto, ahora bien, p o r lo tanto [ “ en e ffe t” , “ or” , “ done” ], las que son indicadas por términos como y, o, si [ “ et” , “ ou” , “ si” ], que form aliza la lógica de la demostración y por fin, las que por medio de operadores tales como pero, sin embargo, etc. f “ mais'\ “ pourtant” ], expresan matices de oposición. La ubicación de estas operaciones jamás es indiferente sino que corresponde a un cierto orden impreso en el discurso por quien lo produce. Aparentemente, volvemos a ver aquí el problema retórico 42. 43.

G . L ak o ff. “ Linguistics and natural logic” , Synthese, 1970, 22, 15 1-271. Travaux du Centre de recherches sémiologiques, Neuchátel, 1971, n° 7, p. 14.

de la disposición pero ello no es accidental. En todas nuestras prácticas de co­ municación verbal el orden de las oraciones, de los elementos sucesivos respon­ de a la preocupación común por orientar el pensamiento en una dirección de­ seada. Este orden determina por ello mismo las formas de las relaciones entre las oraciones: es también, cuando el oyente lo capta com o tal, un cierto tipo de relación global con el hablante. Ciertos argumentos por ejemplo, serán com ­ prendidos gracias a la ubicación que ocupan en una sucesión ordenada. La gradación, la repetición de los términos, sugerirán así un incremento de la in­ tensidad. Si se elige el procedim iento de preguntar, el orden adoptado para las preguntas tendrá frecuentemente por finalidad enmascarar la relación entre los acuerdos parciales que se pueden establecer y un desacuerdo fundamental. Asimismo, podremos elegir no confrontar al interlocutor con todo el intervalo que separa la situación actual del objetivo al que se apunta y se dividirá este intervalo en etapas parciales cuya realización no provoca una oposición muy fuerte. Tales procedimientos son familiares en situaciones de negociación. Tam poco son ignoradas por los autores de manuales de estudios literarios. Un fenóm eno insertado en una serie dinámica adquiere siempre una signi­ ficación diferente de la que hubiera tomado aisladamente. Esto se aproxima a lo que M. Foucault analiza en Las palabras y las cosas44 cuando recuerda que, en los comienzos del siglo X V II, el pensamiento deja de moverse con el elemento de la semejanza al rechazar Descartes la semejanza com o forma de saber en beneficio del acto de comparación que él unlversaliza. T od o cono­ cimiento, escribe así Descartes, “ se obtiene por la comparación de dos o más cosas entre sí y casi tod o el trabajo de la razón humana consiste sin duda en hacer posible esta operación” . Existen dos formas de comparación: la de la medida y la del orden. Una, analiza en unidades para establecer las relaciones de igualdad y de desigualdad. La otra es un acto simple que permite pasar de un término a otro y luego a un tercero, etc., disponiendo las diferencias según los grados más pequeños posibles. A sí se establecen series ordenadas en las que el primer término es una naturaleza de la que podemos tener intuición de manera independiente de toda otra y donde los otros términos se establecen según diferencias crecientes. Pero podemos también remitir la medida de los ta­ maños al establecimiento de un orden, de la misma manera que se pueden orde­ nar en series los valores de la aritmética. Esta seriación de las medidas, partiendo de lo simple, siempre hacer aparecer a las diferencias com o grados de com pleji­ dad. Esta comparación generalizada en orden se encadena en el conocim iento, aunque una cosa puede ser absoluta bajo ciertas relaciones y relativo bajo otras, y que el orden puede ser necesario, natural o arbitrario. Todo ello ha tenido grandes consecuencias para el pensamiento occidental. La comparación, rela­ cionada con el orden, ya no tiene por rol revelar el ordenamiento del mundo sino que se hace según el orden del pensamiento yendo naturalmente de lo simple a lo com plejo. La actividad de la mente ya no consistirá en vincular las cosas entre sí sino por el contrario en establecer las identidades, y luego la 44.

M. Foucault, Les M o ts et les Choses, París, Gallimard, 1966-

necesidad del pasaje por todas las gradaciones que se apartan de ellas. No es asombroso en consecuencia volver a encontrar esta influencia, aún hoy en día, en las estructuras y las relaciones de composición sucesivas de nuestros len­ guajes. ¿Es posible en estas condiciones considerar desde el “ ángulo lógico” el análisis de estos textos argumentados que constituyen lo esencial de nues­ tras producciones discursivas?

6. C O N S ID E R A C IO N E S P R E L IM IN A R E S A L A N A L IS IS Concebir un análisis lógico de un texto argumentativo supone la hipótesis de que la argumentación se construye en el discurso tomando la forma de una organización de juicios, de proposiciones en sentido general (se propone) o de aserciones (se dice). El analista se sitúa primeramente en el plano de una lectura directa de las significaciones propuestas por el orador de las que se efectúa la hipótesis de que están constituidas en sistema. A l esforzarse por construir (más bien que reconstruir) este último, es evidente que se elabora sobre la materia del discurso original otro discurso con intención lógica. Este últim o discurso del que no sabemos si es realmente un metadiscurso com ­ pleto, combina relaciones construidas por el analista entre las significaciones leídas en el discurso. Escapan por lo tanto todos los efectos de sentido y todos los matices figúrales de tipo verdaderamente retórico. Además, la com binato­ ria lógica que componen a posteriori estas relaciones corresponde a una lógica absolutamente particular ya que se establece a partir de una traducción de las operaciones discursivas en términos de objetos o de acciones. Se trata por lo tanto más de un esquema lógico45 que de un sistema, en la medida en que un esquema semejante remite siempre a un exterior del cual el enunciado lingüís­ tico es la marca y que, frente a la imposibilidad de confrontar el discurso con una teoría completa de la realidad natural y cultural, este exterior es visto com o tomando la forma de la intervención de diversas funciones (esquemati­ zante, organizativa, explicativa) a través de los objetos significantes del dis­ curso. Estas funciones son las de la retórica del discurso y de las intervenciones del hablante. N o se confunden ni se superponen con los sistemas lógicos esta­ blecidos sobre el desarrollo discursivo. Parece necesario sin embargo precisar aún las características discursivas de una argumentación.

7. E L DISCURSO A R G U M E N T A T IV O Me tienta denominar argumentación a todo discurso que tiende a un fin. Pero todo discours finalisé no es necesariamente una argumentación: el fin de un discurso puede ser también entendido en el sentido en que se admite una 45.

M.-J. Borel y G. Vignaux, “ Stratégies discursives et aspects logiques de l’argumentation” , Langue frangaise, 1971, n° 12,68-82.

culminación, un punto extrem o en su desarrollo. Ocurre esto con los discursos cuyo fin es personal para el orador que los pronuncia sin que apunte a conven­ cer a otros de lo bien fundada de una posición. El discurso poético cuando se ubica de entrada en un universo 110 racional, ciertos tipos de autobiografías, memorias, diarios íntimos, casos determinados de relatos presentados bajo un aspecto descriptivo y personalizado parecen ejemplos de discurso con un fin pero no argumentativos. Ello significa que vinculo la calificación de argu­ mentación a una clase de discurso que posee al menos dos características. La primera es la de estar estructurado en proposiciones o tesis que constituyen un razonamiento y traducen indirecta o directamente una o la posición del hablan­ te (aserciones, juicios, críticas). La segunda es que remiten siempre a otro, ya sea ese otro individualizado o no individualizado (un hombre, un grupo, un estado determinado de la sociedad, de la opinión general, de la ciencia) ya sea explícitamente señalado o no en el discurso (citas, alusión a la persona, propo­ siciones generales acerca de una situación). Definiré por lo tanto al discurso argumentativo com o el que, a partir de una ubicación determinada del hablante en el seno de una form ación social, señala una posición de ese hablante acerca de un tema o de un conjunto de temas, posición que refleja de manera directa, no directa, o incluso disfrazada, la ubicación del hablante en la formación social considerada. Esta posición está siempre detenninada por otro, al que el orador puede apelar o no, pero que interviene corno referencial delimitativo [referentiel d élim ita tif]. Es este otro quien determina las proposiciones del discurso pues a él apuntan las aserciones o los juicios vinculados por el hablante en un sistema delimitado por los usos de composición oratoria, sistema señala­ do a la vez por la dinámica discursiva (reglas propias de la institución del discur­ so) y por la estructuración de un pensamiento que el hablante quiere trasmi­ tir. El discurso argumentativo “ dice algo y quiere decir algo” ; esto no es indi­ ferente a la convicción del hablante acerca de lo bien fundado de su exposición. El discurso argumentativo apunta, si no siempre a convencer, al menos a esta­ blecer la justeza de una actitud, de un razonamiento, de una conclusión. Es preciso ahora determinar de qué habla ese discurso y cóm o habla de ello.

7.1. ¿De qué habla el discurso argumentativo? E l d is c u rs o h a b la d e o b je t o s Estos objetos pueden ser objetos físicos referidos a un real concreto, acon­ tecimientos que se han producido o que van a producirse, actitudes, com por­ tamientos que remiten a un pasado personal o a un pasado de otros, opiniones en fin, tanto las comúnmente admitidas (valores, verdades) como las que son objeto de oposiciones (debates, controversias). |La elección de estos objetos, los tipos de relaciones que el hablante establece entre ellos, aunque más no sea mencionando ciertos objetos y no mencionando otros o vinculando cier­ tos objetos y oponiéndoles otros, hacen que estos objetos sean presentados

al auditorio en situaciones, situaciones que serán las del discurso y no las de lo real aunque puedan ser planteadas com o reales. Hay por lo tanto un existente en el discurso que está postulado ya sea com o algo que proviene de un existente de referencia (es esto lo que existe, les transmito lo que es) o bien com o una traducción de ese existente (he allí lo que esto quiere decir) o, por fin, como un juicio acerca de ese existente (he aquí lo que pienso de ello, lo que debemos pensar de ello). Hay así en el discurso un existente a varios niveles, según se trate de o b ­ jetos o de opiniones o de acontecimientos marcados temporalmente (esas “ cosas” que existen y a las cuales se hace alusión). Una representación de ese existente se da pues el discurso es lenguaje y hablar del existente es estruc­ turarlo en la medida en que el lenguaje ya es una representación (elección de los términos, presencia-ausencia en la descripción). Finalmente, una repre­ sentación de esta representación está constituida por la dinámica del discurso con su invención propia (tipos de asociación, relaciones denominadas lógi­ cas, causas, implicaciones, oposiciones, etc.). Estos tres tipos de estructura­ ción no son estrictamente sucesivos. Hay por lo tanto, en primer lugar, un existente de referencia exterior al discurso: a) Constituido por objetos a los cuales se atribuye un cierto número de características y de restricciones físicas de las cuales se pueden marcar las relaciones que las componen en situaciones por medio de indicadores de tipo físico y espacio-temporal, a la manera en que la ciencia nos ofrece el m odelo dinámico de una situación física. b ) Constituido por actitudes u opiniones que pueden corresponder ya sea a la presencia de normas establecidas por la institución social bajo la forma de sistema de valores, ya sea a lo que la política y la sociología denominan corrien­ tes de opinión que se expresan en ocasión de ciertos tipos de situaciones socia­ les (elecciones, conflictos, etc.) y que pueden representar una intervención de la norma estabilizadora o deslizamientos de esta norma en circunstancias social­ mente precisas (juicios, debates, controversias). La ciencia política y la sociolo­ gía intentan delimitar los modelos estabilizados de estos fenómenos socioculturales haciendo intervenir cierto número de variables indicadoras de temas sociales, de actitudes frente a esos temas y de distancias en relación a los mismos. c) Constituido por comportamientos ya generales ya ligados a situacio­ nes precisas, es decir localizados espaciotemporalmente, comportamientos que expresan la relación de los individuos o de los grupos con las normas sociales precedentes, bajo la forma de expresiones directas (comportamientos tip o ) o bajo la forma de distancias (desviaciones, innovaciones, rupturas). Estos objetos, actitudes o comportamientos pueden estar en el referente según la manera en que el discurso haga alusión a ellos, ya sea estabilizados sin desplazamiento, ya sea constituidos en acontecimientos con una cronología espaciotemporal, o bien finalmente constituidos en redes conceptuales ligadas en sistemas, o en conceptos-postulados no ligados presentados en mosaicos de extensión más o menos grande.1)

Rara vez enfocamos este existente en una realidad que sería puramente física o puramente conceptual (ética o socialmente objetiva). Siempre de él nos es dado un m odelo y por tanto una estructuración de cierto tipo, si nos re­ ferimos a lo que pueden decir el físico, el sociólogo, el jurista o asimismo el periodista a propósito de los acontecimientos. Este existente de referencia exterior es ya una representación que depende del lenguaje de la misma co ­ munidad cultural lingüística que la lengua del discurso o de una comunidad próxima. Por representación entiendo la constitución a través del lenguaje de un proceso verdadero de esquematización. En efecto, la noción de objeto sólo tiene sentido en la medida en que da lugar a un em pleo discursivo y deduc­ tivo ya que, al com ienzo, al nivel más elemental de este existente de referen­ cia, ella no se concibe fuera de una relación lógica construida de manera inten­ cional. Com o escribe Ferdinand Gonseth:46 “ La concepción de un objeto surge al término de un esfuerzo de abstracción y de unificación que concierne a la forma, a los desplazamientos, a las cualidades sensibles y a sus variaciones, etc. En una palabra: la idea de objeto que nos sugiere la realidad más común no es más que sumariamente justa” . Esta noción de objeto procede, de la misma manera que la de forma o de nombre, del esquematismo inherente a las estruc­ turas mentales y a sus producciones representativas y conceptuales. Jean Piaget ha demostrado cóm o los procesos de esquematización y de abstracción son un hecho originario antes de aparecer en el plano de la intuición y del pensamien­ to discursivo: el mundo exterior no se inscribe tal cual es en la conciencia, a través de los órganos de los sentidos; el esquema de la acomodación y de la asimilación se presenta com o el primer nivel observable de la estructuración, antes del pensamiento discursivo. El perfeccionamiento de los esquemas ante­ riores, su complicación suscita nuevos esquemas y vuelven a actuar a su tum o sobre los esquemas precedentes. Por lo tanto, el objeto no es ofrecido por “ un real” ; se construye en función de las estructuras y de los procedimientos. El pensamiento no interviene, así más que a partir del momento en que tales estructuras ya han sido organizadas, que un cierto control ha podido ser esta­ blecido. Y ello constituye la condición de nuestro acto creador: los esquemas de objetos que aprehendemos constituyen para nosotros abstracciones que esquematizan lo real y que sólo dan cuenta de ello de manera sumaria. Las propiedades del objeto general conceptualizado nos sirven entonces como medio de comparación para juzgar a “ las cosas” en su identidad relativa y aproximativa. Abstracción y deducción lógica pueden así operar sin limitarse a las diferencias. Eso es tanto más posible cuanto que el objeto, y especialmen­ te las relaciones entre los objetos, representan un campo de potencialidades de las cuales únicamente algunas son actualizadas y conocidas. Este concepto de objeto se relaciona naturalmente tanto con lo concreto com o con lo abstracto. Y es de naturaleza simbólica ya que reemplaza otra cosa y lo significa según la medida de comprensión de la que somos capaces, en función de cierto 46.

Les Mathématiques et la Réalité, Paiís, Alean, 1936, p. 157.

referente y en vista a ciertas finalidades. La función simbólica o semiótica que interviene aquí —Jean Piaget la sitúa com o condición necesaria para la apa­ rición del lenguaje en tanto representación— aparece en efecto com o el medio por excelencia para la construcción de la realidad, aquél donde se reflejan todos los modos de ser, de experimentar y de actuar.

E l discurso habla de acciones La lengua del discurso ofrecerá, en efecto, una pnmera representación de este existente conceptual de referencia por medio de la elección de los térm i­ nos que nombrarán a los objetos (elecciones léxicas, modos designativos em ­ pleados, tipos de generalizaciones o de hipótesis), la elección de los agentes o de pacientes de los procesos, los tipos de predicados asociados a los objetos, es decir las modalidades de calificación de esos objetos o de esos conceptos (segu­ ro, probable, posible) según se trate de hipótesis o de hechos referidos. A sí podría hacerse mención de ciertos objetos o de ciertos agentes, hacer omisión de otros, ya sea que esas omisiones sean voluntarias o involuntarias. Se podrán observar desfasajes respecto del existente de referencia que serán diferencias del tipo de aquellas que se observan en las situaciones testimoniales. I^ s situa­ ciones en las cuales estos objetos entran en composición podrán ser localiza­ das de manera diversa según los tipos de localizadores espaciotemporales em ­ pleados. Los fenómenos de representación que intervendrán a este nivel no serán jamás del tipo biyección respecto del existente conceptual de referencia sino más bien del tipo suryección o inyección. La lengua del discurso va a describir y a constituir así cierto tipo de cuadros que ya por las selecciones lexicográficas realizadas, van a dar una cierta estructuración de los hechos. Estos podrán ser objetos, actitudes, comportamientos o acontecimientos tal com o lo he dicho precedentemente. A l presentarlos el discurso va a constituir desde el com ienzo una cierta representación, la personal del hablante o la que él presenta asumida por una colectividad de testigos o de adeptos. Esta representación es, primera­ mente a este nivel, la ubicación de los elementos del cuadro (hay esto y aquello, bajo esta forma o con esta manera de existencia), gracias a toda una serie de elecciones léxicas de los elementos y de las cantidades y calidades de los elementos empleados, incluso en sobrecomposición y en descomposición: es esto lo que te relato; es de lo que te hablo; es esto lo que aparece, lo que existe bajo esta form a; hay esto y aquello, que se manifiesta de tal o cual ma­ nera, en tal o cual situación, con tales o cuales elementos intervinientes. Este nivel de representación es el de una estructuración de lo real referido (esto pasó, se dice, se piensa, somos, hacemos, soy, hago) que se aproxima a lo que la retórica tradicional denominaba invención \inventio] del discurso. El orador va a ofrecer una representación más directamente personal de esta representa­ ción, a través de los modos de composición de su discurso, lo que algunos deno­ minan su dinámica propia. En este nivel va a establecerse una estructuración de las hipótesis acerca de lo real. Cierto número de fenómenos van a inter­

venir sobre los elementos elegidos: el discurso en esta etapa de constitución puede ser considerado com o no hablando únicamente de objetos sino de accio­ nes entre y sobre esos objetos o esos conceptos. Al introducir la palabra acción quiero decir, después de Benveniste, Searle u Austin, que la enunciación de una oración constituye varias acciones simul­ táneas del tipo acto material de producción del significante, actualización se­ mántica o aún dimensión ilocucionaria (la enunciación constituye una acción a la cual la sociedad da un nombre). Enumerar las acciones a través de los tipos de verbos que las actualizan, com o ha hecho Austin47, conduce en el mejor de los casos a la constitución de clases de verbos y de los subconjuntos que las componen. Al hacer esto, uno queda prisionero de las únicas posibilidades de codificación que ofrece el léxico. Un análisis de las presuposiciones, com o el de Searle48, permite por cierto avanzar un poco más. Podemos así distinguir el objetivo de la acción, las posiciones relativas del locutor y del alocutario, el grado de compromiso adoptado, la diferencia en el contenido proposicional o en la manera com o la proposición se vincula con los intereses del lo ­ cutor y del alocutario, y finalmente los estados psicológicos expresados y las diferentes maneras en que un enunciado se relaciona con el conjunto del discurso. El problema inmediato que se plantea entonces es el de la m ultipli­ cidad de estos lineamientos de análisis. ¿Cómo, por una parte, precisarlos y matizarlos, es decir encontrar criterios de identificación suficientemente esta­ bles, que delimiten las condiciones de empleo? ¿Cómo, por otra parte, com ­ poner y determinar las interacciones entre diversas características de natura­ lezas diferentes y que se sitúan en niveles diferentes? Postular a la lengua “ com o actividad manifestada en las instancias del discurso” equivale en efecto a considerar el análisis del discurso bajo una forma cuyas orientaciones E. Ben­ veniste ya ha delimitado de manera pertinente. Cuatro tipos de categorías intervienen así en el aspecto indicial del lenguaje: los interlocutores, el tiempo de la locución, su lugar y sus modalidades. Los primeros son localizados a través de los pronombres personales y de los posesivos; el tiempo y el lugar se manifiestan por medio de los pronombres demostrativos, los adverbios y las desinencias verbales; la modalidad sigue siendo la categoría más compleja y la más “ desconocida” en los trabajos actuales. En otros términos, los pro­ blemas de niveles de análisis se vuelven a plantear nuevamente. Eso significa que nos vemos impulsados a establecer una tipología de las formas discursivas, o simplemente de los discursos. Podemos así considerar al discurso como cen­ trado en el locutor o el alocutario, com o exp lícito o im plícito (véanse las tesis dc*l círculo lingüístico de Praga) com o más o menos rico en indicaciones acerca de su enunciación, en fin, com o citación de citaciones a diversos niveles. Al hacerlo sólo analizamos por cierto las utilizaciones del lenguaje y no la lengua en sí misma. La problemática del análisis queda a un nivel funcionalista tal que 47. 48.

L. J. Austin, H ow to D o things with Words, O xfo rd University Press, 1962. J. R. Searle, Speech A cts, Cambridge University Press, 1969, trad. ir., Hermann, 1972.

las estructuras sólo son puestas en evidencia por su evolución discursiva. La ambigüedad fundamental es la que consiste en investigar tales funcionamien­ tos poniendo el acento en la sintaxis. Ello plantea ciertamente el problema de la vieja dicotom ía sintaxis-semántica, pero también de lo que puede significar o traducir la sintaxis. De hecho, lo que se explica por un análisis en términos de funciones, es una partición del discurso en subclases de discursos próximos a Jos de un análisis de contenido, sin plantearse el problema de la organización de las funciones delimitadas y de su funcionamiento. En resumen, y es lo más grave, el problema de las relaciones entre el lenguaje y el pensamiento, es así esquivado totalmente: si se produce un discurso, ¿qué es lo que ese discurso comunica? ¿Qué significa la posibilidad de decir cierto número de cosas acerca del mundo y qué relación existe entre los procesos cognitivos o lógicos y las articulaciones semánticas? En otros términos, ¿cuáles son las marcas del lenguaje y qué relaciones lógicas recubren? Esto quiere decir más exactamen­ te: ¿cómo se desglosan las relaciones lógicas que recubren las marcas del len­ guaje? , Es aquí donde estableceré una asociación entre las acciones que construye el discurso y la lógica tal como la define F. Gonseth, es decir una lógica cuyo objeto primitivo está constituido por “ las realidades más inmediatas y más comunes del mundo físico” y cuyos fines son “ los de la acción ” .49 Como lo subraya entonces Jean-Blaise Grize: “ Decir que la lógica sirve a la acción trae aparejado tres consecuencias de importancia. La primera es conferirle el estatus de un conocim iento, conocim iento de la coordinación de ciertas acciones, luego de ciertas operaciones. . . La segunda, es la de no separarla de una inteli­ gencia que se sirve de ella y para la cual ella es conocim iento. La tercera, por fin, es aceptar que en la medida en que una acción jamás es emprendida si no espera el éxito, la apertura misma de la lógica será orientada por aquel que se sirve de ella hacia una serie de clausuras locales y progresivas” .50 ¿Las operaciones lingüísticas que vamos a encontrar en el discurso pueden describir así ciertos tipos de operaciones lógicas o intelectuales? El empleo del término operaciones debe ser entendido en el sentido que le da Jean Piaget. En primer lugar las operaciones elementales del pensamiento proceden de accio­ nes: por ejem plo, la operación de reunión consiste en una interiorización del acto material de reunir objetos. Ello quiere decir, en segundo lugar, que es necesario distinguir dos tipos de experiencias: la experiencia física que consiste en actuar sobre los objetos para descubrir sus propiedades por una “ abstrac­ ción ” simple, a partir de las informaciones perceptivas y la experiencia lógicomatemática que extrae su información de las acciones que se ejercen sobre los objetos o las propiedades que las acciones introducen en ellos .51 Si el discurso

49. 50.

F. Gonseth, Les Mathématiques et la Réaliré, París, Alean, 1936, p. 155. J.-B. Grize, Travaux du Centre de recherches sémiologiques, Neuchátel, 1971, n° 7,

51.

J. Piaget, Epistémologie de la logique, Logique et Connaissance scientifique, Pléiade, Gallimard, 1967.

P- 9 -

traduce asi acciones del sujeto enunciador, ello va a manifestarse por relaciones que serán la huella de las operaciones del sujeto. Estas relaciones de tipo lógico no serán análogas a las que utiliza la lógica clásica. Serán, además, de número limitado. Lo que las complicará en apariencia es que funcionan en relación a otra cosa distinta de los enunciados en sí ya que el lenguaje vehiculiza sistemas de relaciones diferentes. El problema es entonces el de la articulación entre estas diferentes categorías de relaciones-acciones. La conjunción y podrá “ ac­ tuar” en contextos señalados de manera diferente. De la misma manera, la negación, bajo formas idénticas, funcionará de muchas maneras. Sobre todo: estas operaciones en el lenguaje no estarán separadas de la clase de los proce­ sos. Es decir que las acciones del discurso corresponderán primeramente a las operaciones fundamentales de tipo cognitivo, las unas espaciotemporales, que señalan la topología y la cronología, las otras que expresan procesos-acciones propiamente dichos, lo cual implica, por lo tanto, agentes, pacientes y formas de acción, de existencia, o de posesión. Los tipos de representación que el discurso introducirá, se referirán a la vez, a los universos espaciotemporales, a los predicados de propiedades y a las relaciones lógicas de composición entre elementos. A un nivel superior, el hablante utilizará, finalmente, los vínculos de tipo analógicos, comparaciones, metáforas. Así, el análisis semántico se hará en términos de funciones y de sus relaciones con los sistemas de marcas, las cuales corresponderán eventualmente a rasgos semánticos. Por funciones entenderé sistemas de operadores que pro­ ducen acciones. El objetivo es por lo tanto investigar las operaciones funda­ mentales y cóm o ellas son indicadas en la superficie. En la medida en que el discurso es representación de representación, se planteará entonces el problema de los modos de proyección de estos operadores, es decir que en general a un cierto número de acciones a señalar corresponderá un número más restringido de marcas de superficie. La gramática, ciertamente, debe permitir explicar ciertas descomposiciones de funciones pero ello implica la elaboración de un sistema de jerarquía de reglas. Como ejemplos de funciones que implican diver­ sas modalidades de acciones citaré primeramente las funciones de tipo lógico: analógicas, anafóricas (se habla de la misma cosa), pronominales (se trata de lo mismo), metafóricas (hay dos niveles) o aún metalingúísticas (aplicación de funciones). Luego las funciones de tip o relacional (entre m í y los otros) que implican modalidades de existencia o de relación de una cosa con quien afir­ ma y de éste con las cosas. Estas funciones se traducen en esquemas proyectivos a través de las accio­ nes del discurso, es decir, de los modos de composición establecidos por el hablante entre los objetos de los que habla y los tipos de relaciones que cons­ truye entre sus representaciones (juicios, proposiciones, sus vinculaciones, sus consecuencias). En otros términos lo que el locutor comunica es algo acerca de las relaciones entre los objetos de los que habla o aún acerca de las acciones a hacer, lo que constituye un m odo de relación. Existen en resumen, en el dis­ curso, dos familias de relaciones, las que se refieren a las composiciones de pro­ piedades que constituyen las representaciones de objetos (cualidades o caracte­

rísticas agente-paciente) y las que introducen acciones acerca de las cosas bajo una forma lógica (interpretación, orden en las cosas, coordinación, etc.). El problema es delimitar, a partir del discurso considerado com o producto, las diferentes marcas en superficie de la construcción de estas relaciones.

7.2. ¿Cómo habla el discurso argumentativo?

L o s elementos léxicos Este primer nivel es el de las palabras en el sentido común de la denomina­ ción. La dificultad aquí es que el lingüista no dispone actualmente de ninguna teoría semántica acabada para describir la significación de las unidades léxicas. Las propiedades semánticas de un elemento son entonces necesariamente inferidas a partir de sus características formales. El sentido de las palabras empleadas por el hablante puede ayudar ciertamente a comprender de qué habla el discurso, así com o a precisar el campo de actividad o disciplinario en el cual éste se sitúa (em pleo de cierto vocabulario). Pero lo importante no son las palabras en sí mismas sino más bien las categorías semánticas a las cuales pueden remitir sus propiedades formales y sus ubicaciones en el orden estruc­ tural de la oración. Es así com o a través de su entorno son constituidos los es­ quemas de representación significativos del discurso.

Las fuentes del discurso Distinguiré primeramente la determinación de quien habla: animado-inanimado, personas, animales, objetos. El hablante puede asumir completamente su ubicación en el discurso o tratarla en forma referida. La enunciación según los casos se hará de un m odo directo o indirecto. Habrá presencia o no de citas y esto dependerá de que se dé o no se dé la palabra a otro, en cu yo caso este último ocupará entonces el lugar de la autoridad exterior de referencia. Estas fuentes van a determinar o aún a coincidir con los temas de información; se trata de delimitar quién habla de qué. Importa aquí subrayar que el aporte de informaciones por parte del discurso no se vincula siempre de manera unívoca con las fuentes a las cuales pueden ser atribuidas estas informaciones. La in for­ mación en sí misma puede componerse o ser modificada por otras inform acio­ nes. Los asuntos o los temas elegidos por el hablante son ciertamente una característica importante del discurso ya que determinan sus estrategias de construcción según se trate de hechos, de hipótesis o de juicios. Los modos de composición entre lo hipotético y lo fáctico van así, por una parte a realizar este acuerdo del que habla F. Gonseth entre “ un real inacabado y un espíritu en devenir” y por otra parte, llevar a diferentes tipos de estructuración en las representaciones del discurso. Lo “ materialmente posible” , para retomar la term inología de J. Piaget52, se distinguirá así de lo “ estructuralmente posible” 5 2.

D e la logique de l'enfant á la logique de l ’adolescent, Paris, P .U .F ., 1970, p. 228.

según los niveles de compromiso del enunciador respecto de la situación de enunciación descripta (discurso directo, discurso indirecto).

Las form as de enunciación En el nivel de la oración pueden ser diferenciados ahora diversos fenóm e­ nos según los tipos de relaciones establecidas entre los elementos. Las fonnas de predicación, en primer lugar, definen los modos de construcción de los obje­ tos del discurso (calificativos, procesos, agente, paciente). La presentación por parte del hablante de las relaciones entre los elementos puede igualmente variar: afirmación, interrogación, exhortación. Entre estas últimas, podremos distinguir las que presentan los objetos o las situaciones como verdaderos o a título de hipótesis. A s í no es indiferente determinar lo que es verdaderamen­ te asertado (eso existe) o probable o posible. Las formas de interrogación pueden igualmente modular los niveles de certidumbre, pero también las descripciones de la argumentación en elementos fraccionados. Las estrategias serán delim ita­ das a partir especialmente de los modos de construcción de lo posible, según los tipos de estmcturaciones de lo real utilizados y los procedimientos hipotético-deductivos empleados por el hablante.

L os tipos de operadores Los primeros operadores a considerar son sin duda los de la identidad (aserción) y de la negación: establecen o rechazan la información (hipótesis o hechos). Los operadores de modalidad permitirán a continuación que el hablan­ te matice los valores de verdad o m odifique las relaciones entre los elementos. Estas operaciones pueden ser realizadas por verbos modales; se distinguirán las modalidades siguientes: posible, probable, necesario, autorizado, capacidad, deber. Las formas de modulación intervienen, en un nivel superior propiamente retórico.

L os procesos Es conveniente distinguir los modos de las diferentes formas de enuncia­ ción: indicativo, subjuntivo, condicional, etc. La voz (activa-pasiva) permite determinar las ubicaciones del agente y del paciente. Pero la investigación de la oposición activo-pasivo sólo debe ser considerada para determinar las ubica­ ciones de los agentes y de los pacientes u objetos del proceso. N o existe, por otra parte, un tipo único de relación agente-objeto sino otras formas de rela­ ciones: pertenencia, localización, anterioridad, etc. Es preciso mencionar igual­ mente la distinción entre los verbos de estado y de proceso propiamente dichos, Los tiempos de estos verbos son importantes, importantes en la medida en que permiten reconocer un primer nivel de los aspectos. Un señalamiento temporal simple distinguirá así la formas del perfecto y del im perfecto, de lo

concluido y de lo no concluido (compuesto, simple). Las modalizaciones inter­ vendrán a continuación para definir en qué medida se hace cargo el sujeto del proceso o del objeto de ese proceso, si lo hace en forma completa, parcial o negativa. Se distinguirán así: para el verbo, modalidades de la acción; para el sujeto, modalidades del agente o del origen de la acción; para el objeto del verbo, modalidades de los alcances de la acción. Si, por otra parte, se considera al verbo com o predicado le serán vinculados cierto número de lugares correspondientes a los argumentos, que determinarán el tipo de relación que tiene el verbo con ellos. Como ejemplos de estas relacio­ nes indicaré las que dan al verbo 53 la función de introducir informaciones (h e ­ chos, acontecimientos), de atribuir una propiedad (ser, parecer), de situar un elem ento (circulantes), de definir un elemento por medio de otro, o aún la de señalar la pertenencia de un elemento o de varios elementos a una clase. En otros términos, eso quiere decir que en el nivel semántico se reconocerán las funciones agente (determinado o impersonal), objeto (activo o pasivo) y ciicunstancia (lugar, causa, tiempo, m odo). Los modos de composición, entre los procesos y los actantes* que le son asociados, van así a desempeñarse al nivel de la estructuración general del discurso para determinar las estrategias locales de construcción de las situaciones (relaciones entre lo hipotético y lo fáctico) y de las configuraciones generales que traducen modos de representación. Se considerarán así los modos de progresión del discurso, bajo la forma del orden de los elementos, tipo de recortes, suspensiones, blancos, en fin, los modos de relación en la interacción entre los elementos.

L o s encadenamientos Se trata de lo que se puede definir com o las relaciones interproposicionaíes o interoracionales. Calificaré com o lógicas a estas relaciones y designaré por ellas a los encadenamientos entre elementos del tipo configuraciones de proce­ sos, incluyendo sus agentes y sus pacientes. Estas relaciones van a introducir modos de composición de las acciones, completándose las unas, oponiéndose las otras, encadenándose otras bajo el m odo ya sea sucesivo o implicativo, y otras por fin apoyándose en un m odo explicativo. Distinguiremos así relaciones del tipo exclusión, acompañamiento, complementación, coordinación, subor­ dinación, cantidad, calidad, también relaciones de simultaneidad, de anteriori-

5 3.

Cf. F. Bugniet, “ Vers une analyse linguistique du discours” , Cahiers Science et Pedagogie, Centre de recherches sémiologiques, Neuchátel, Suiza, 1971, n° 7. El término actant es un neologismo introducido por Tesniére y retomado entre otros por Greimas. En efecto, Tesniére considera que la oración representa una especie de drama en el que el predicado representa la acción (en el sentido teatral) o el proceso. Los principales elementos de esta acción dependen del predicado y son de dos tipos: los actantes y los circunstantes ( “ circonstants” !- Los primeros designan a los persona­ jes y los segundos a la situación. Los actantes pueden ser el sujeto, el objeto de los verbos activos o el agente de la voz pasiva y el beneficiario. (N . de los T .)

dad, de posterioridad, en otros términos de cronología, y por fin las relaciones de causa, consecuencia, finalidad y oposición. Tal tipología de las operaciones discursivas está por cierto inspirada en la lingüística. Su comodidad determina su pertinencia, a pesar de que la puesta al día de articulaciones verdaderas no tenga nada de evidente desde el punto de vista m etodológico. Todavía una vez más se trata de acceder a los funciona­ mientos de sentido característicos del pensamiento de un sujeto y sobre todo de restituir lo que denomino la representación discursiva. La finalidad es, por lo tanto, construir una representación posible de esta representación construida por el sujeto y para hacerlo, constituir un m odelo semántico m ínim o de las es­ trategias reconocidas en el discurso.

“ ¿Puede existir una región de la sabiduría en la que el lógico esté desterrado?. . . ” (F . Nietzche. La Naissance de la tragédie, París, Gouthier, Mediatons, 1964, p. 95).

1. L A T E A T R A L ID A D D E L DISCURSO A R G U M E N T A T IV O El em pleo de la palabra representación no es accidental. He desarrolla­ do precedentemente este punto refiriéndome a lo que implica desde el punto de vista de la actividad lingüística. Querría añadir ahora que esto implica tam­ bién tener en cuenta la naturaleza, el rol y las funciones del discurso argumen­ tativo en el intercambio social. Resumiendo anticipadamente, diré que es im­ portante concebir el discurso como siempre algo más que discurso. En conse­ cuencia, es negar esta realidad propia del discurso redescubrir simplemente en las huellas discursivas lo que el análisis sociohistórico-político ha podido pro­ veer por otra parte en otros documentos. N o es cuestión tampoco de definir, a partir de la investigación de las diferencias estilísticas o racionales entre textos, los planos de fractura históricos, ni de seguir ese procedimiento a menudo observado que consiste en rencontrar en los dichos del sujeto lo que sabemos por otra parte de sus posiciones social e histórica. De interés será sin embargo examinar cómo, a partir solamente de los tex­ tos y de los contem poráneos se puede determinar la representación de un uni­ verso o de un funcionamiento socio-cognitivo del cual se sabe que remite a algo exterior y comparar a continuación los dos tipos de análisis: el del texto y el de las circunstancias de producción. Es evidente, en particular, que el análisis úni­ camente textual ignora un cierto número de parámetros tales como los gestos, las actitudes, los tonos, los lugares, las presencias, que un análisis circunstancial permitiría englobar para alcanzar una unidad de conjunto necesaria ya que la argumentación es teatralidad. Querría insistir con ello en el hecho de que el texto no es únicamente reflejo o máscara de los pensamientos del autor sino también producto de circunstancias exteriores como las de lugar que suscita el énfasis y la selección de las ideas a partir de la interacción orador-auditorio, aún

las que provienen del texto mismo, cuyo funcionamiento propio tiene objetivos de elegancia, de redundancia y de musicalidad. EJ discurso argumentativo debe así siempre ser considerado como “ puesta en escena” , para otros. En consecuencia, la investigación de esos giros, de esas ondulaciones, de esas composiciones del texto será, en el nivel de lo escrito, constitutivo del análisis. Ello implica ciertamente concebir al texto, no únicamente como “ concep­ tual” , sino además como efecto de una voluntad de representación ofrecida por el autor a su público. Es preciso añadir que esta representación tiene sus leyes fundamentales y su propia unidad espacio temporal: es ella misma una función. Esto está ligado a la vez a la especificiadad del discurso y del fenómeno argu­ mentativo y también a la naturaleza propia del lenguaje. En lo que concierne primeramente a la argumentación es preciso insistir en el hecho de que la argu­ mentación es habla [parole] bajo su forma privilegiada y que ésta es un opera­ dor activo de la historia y de la viéa social: la argumentación sirve para operar y el sujeto opera en y por la argumentación. Ello quiere decir entre otras cosas, en lo que se refiere a la relación con la ideología (problema sobre el cual volve­ ré), que el hablante no es solamente “ reflejo” de la ideología sino también creador. Como escriben C.Fuchs y M .Pecheux1, “ las formaciones discursivas están fundamentalmente ligadas a las superestructuras a la vez como efectos y como causas” . El sujeto así no está únicamente habitado por la ideología, está en relación con ella. Esta representación por otra parte es también ella misma función y lo es porque se basa en el lenguaje. Es ilusorio soñar con disociar en la observación del lenguaje-producto lo que sería de naturaleza retórica y lo que no lo sería2. A lo sumo podemos esperar definir sus manifestaciones fundamentales. La cuestión de la verdad es así una mala cuestión aunque sea históricamente el en­ foque tradicional de las relaciones entre el pensamiento y el lenguaje. No más que la retórica, en efecto, el lenguaje no se relaciona con la verdad, con la esen­ cia de las cosas: no quiere verdaderamente instruir sino transmitir a otros una representación que es subjetividad. Y ello es así porque, para retomar los térmi­ nos de F. Nietzsche 3 a los cuales no suscribiré literalmente, “ el hombre que fo r­ ma el lenguaje (der sprachbildende Mensch) no capta cosas o acontecimientos sino excitaciones (R e iz ), y no restituye sensaciones (E m pfindung) sino única­ mente copias (Abbildung) de sensaciones. La sensación que se suscita por una excitación nerviosa, no capta a la cosa en sí misma: esta sensación es figurada 1. 2.

Consideraciones teóricas a propósito del tratamiento formal del lenguaje, Docum ents de lingiiistique quantitative, Fac. Sciences, París, n° 7, p. 14. “ N o hay en absoluto una ‘naturalidad’ no retórica del lenguaje a la que pudiéramos apelar: el lenguaje mismo es el resultado de artes puramente retóricas. La fuerza (K ra ft) que Aristóteles denomina retórica es la fuerza de distinguir, de hacer valo­ rar, para cada cosa lo que es eficaz e impresiona, esta fuerza es al mismo tiempo la esencia del lenguaje.” (F . Nietzsche, “ Rhétorique et langage” , Poérique, 1971, 5, p.

111.) 3.

Ibid. , p. 112.

en el exterior por una imagen” . Y si Niestzsche se basa en el carácter intrínseca­ mente ajeno del medio (sonido o escritura) es preciso añadir que la esencia de las cosas captada o no captada es además una cuestión “ fuera de lugar” . El dis­ curso en tanto lenguaje no es otra cosa que nuestra relación con lo observado y nuestra manera de operar sobre esa relación. Nietzsche añade: “ Nuestras e x ­ presiones verbales (Lautáusserung) no esperan jamás que nuestra percepción y nuestra experiencia nos hayan procurado acerca de las cosas un conocimiento exhaustivo y, en cierta medida, respetable. Ellas se producen tan pronto como se siente la excitación. En el lugar de la cosa, la sensación no capta más que una marca (M erkm al).” A q u í lo importante no es discutir para saber si hay simple excitación o no, sino subrayar la pertinencia de la noción de marca. Es así com o es preciso su­ brayar la relación del lenguaje con el exterior como extracción de característi­ cas, elección de criterios y de manifestaciones. El discurso no expresa jamás algo en su integridad sino únicamente lo que parece destacado a quien lo pro­ nuncia. Y eso es así porque efectivamente es el discurso de un sujeto a la vez actor y espectador, inscripto necesariamente en una perspectiva, un punto de vista frente a las representaciones . 4 El discurso debe entonces ser concebido a la vez como acto del sujeto, intervención y representación construida y por lo tanto devenida operante, que otros pueden desarrollar o restringir en y fren­ te a un campo de relaciones, es decir jugar sobre las aperturas y las clausuras de estas relaciones . 5 Y es así como nos aproximamos a la especificidad del discur­ so. Brecht ha escrito que el espectáculo organizado sin el espectador como par­ ticipante activo no es más que un semiespectáculo. La argumentación participa de la misma función espectacular. El discurso no solamente se ofrece sino que se construye como una repre­ sentación cuya vocación es asociar a quien lo recibe con el lugar de quien lo enuncia. La teatralidad de la argumentación no está únicamente en el intercam­ bio en el que interviene sino en su funcionamiento propio y en aquello que ella sirve a enmascarar tanto como a privilegiar . 6 Este funcionamiento no es acci­ dental, se inscribe en toda nuestra tradición logocéntrica, calificada como retó­ rica, y no constituye más que una sola cosa con el contenido, al punto dc¡

4.

5.

6.

“ Pues toda vida descansa en la apariencia, el arte, la ilusión, la relatividad del punto de vista, la necesidad de una perspectiva que fatalmente conlleva errores.” (F . Nietzsche, La Naissance de la tragédie, París, Gonthier, Médiations, 1961, p. 173.) “ N o podem os quedar satisfechos con un teatro que se limita a darnos sensaciones, ideas o impulsos limitados por el campo de las relaciones humanas en que se desarro­ lla la acción de sus piezas; tenemos necesidad de un teatro que adopte y haga nacer sentimientos capaces de intervenir en la transformación de ese campo de relaciones.” (B . Brecht, Ecrits sur le théátre, París, L ’Arche, p. 187.) “ T oda la vida de las sociedades en las cuales reinan las condiciones modernas de pro­ ducción se anuncia com o una inmensa acumulación de espectáculos. T o d o lo que era vivido directamente se ha alejado en una representación.” (G . D ebord, La Société du spectacle, París, Buchet-Chastel, 1967, p. 9.)

identificarse con éste . 7 Ello mismo se manifiesta en nuestros juicios cotidianos acerca del discurso social cuya pertinencia es menos la de informar que la de confirmar, de estabilizar lo aparente y lo percibido, en una palabra, restituir las condiciones de una familiaridad a sutiles niveles socioculturales. 8 El intercam­ bio discursivo es así ese proceso que vincula en la representación familiar. Es­ pectáculo necesario “ se presenta a la vez como la sociedad misma, como una parte de la sociedad y com o instrumento de unificación ” . 9 Su propósito no es por lo tanto el de constituir la representación fiel de una realidad sino asegurar por el contrario la permanencia de una cierta representación . 10 Y es debido a que el discurso, tal com o la imagen, se ha vuelto médium de nuestros procesos de intercam bio 11 que nos parece tan natural como necesario e inevitable. Es fundamento pedagógico. Es también la manifestación cultural por excelencia. Es aún el m odo de ser de nuestras instituciones. Por ello, la discursividad con­ cebida com o espectacular se convierte en el sentido de la práctica de toda fo r­ mación económico-social que expresa. Esto no tiene nada de asombroso en la medida en que el discurso manifestado como teatralidad es ese “ discurso inin­ terrumpido que el orden presente mantiene acerca de sí mismo, su m onólogo elogioso ” . 12 No se trata por otra parte aquí de hablar en términos de instrumentalidad, evocando así la manifestación característica de lo que denominamos medios de comunicación de masas. He allí el aspecto puramente superficial. Si hay instru­ mentación la hay en el plano social de la discursividad, del tipo “ automovimiento ” , 13 es decir que su funcionamiento vuelve a acumúlar los medios que permiten al sistema social que se perpetúe. Y en este sentido la argumentación es teatralidad al mismo tiem po que resulta necesaria. Su espectacularidad no se origina únicamente en el lenguaje común de una tradición retórica sino en el hecho de que la representación implica separación . 14 Lo que relaciona enton­

7. 8.

9. 10.

11.

12. 13. 14.

“ La form a de una representación sólo puede ser buena si es la forma del contenido.” (B. Brecht, op. cit., p. 237.) Hay toda una “ gama” del discurso social en el que se inscribe la libertad del sujeto, mayor o menor respecto de modelos socialmente codificados de la retórica discur­ siva. G. D ebord, op. cit., p. 10. “ N o pensamos que la vida social sea representable en sí misma o que valga la pena correr riesgos en este sentido.” (A . Artaud, OEuvres completes, París, Gallimard, II, p. 23.) “ Y sin duda nuestra época prefiere la imagen a la cosa, la copia al original, la repre­ sentación a la realidad, la apariencia al ser. . . le resulta sagrado sólo la ilusión, y pro­ fano, la verdad. Mejor, lo sagrado se engrandece a sus ojos en la medida en que decre­ ce la verdad y que la ilusión crece, si bien elcolm o de lailusión es también para él el colmo de lo sagrado.” (Feuerbach, Prefacio a lasegunda edición deLE ssen ce du christianisme.) G. D ebord, op. cit., p. 18. G. D ebord, op. cit., p. 19. “ En el espectáculo una parte del m undo se representa en el mundo y es superior a él.” {Ibid., p. 22.)

ces a los espectadores-oyentes con el orador es una misma relación con el dis­ curso basada en las funciones institucionales de éste y estampada en su forma. Entonces com o subraya F.Nietzsche , 15 “ el placer obtenido de un discurso bello se da su propio dominio en el cual nada tiene que ver la necesidad” . El discurso debe hacer olvidar que la representación podría ser sustitución. Hay así en la herencia retórica el m odelo de una “ imitación de la natura­ leza” com o medio capital para persuadir: solamente cuando quien habla y su lenguaje son adecuados el uno al otro el oyente cree en la seriedad y en la ver­ dad de lo que oye. Como enfatiza también Nietzsche , 16 “ el secreto propio del arte retórico es entonces la relación juiciosa de dos elementos que se deben tomar en consideración: la sinceridad y el artificio” . Es ciertamente un juego en el lím ite de la estética teatral y de la moralidad: todo desequilibrio anula el efecto deseado . 17 Paradójicamente, a casi dos milenios de distancia, encontra­ mos en Cicerón y en A.Artaud alegorías biológicas semejantes, acerca de la función expresiva. El prim ero 18 considera que “ al discurso le ocurre lo mismo que al cuerpo humano: no es bello más que cuando las venas no son salientes y cuando no podemos contar los huesos. Y todavía más cuando una sangre buena y sana ocupa sus miembros, diseña los músculos bien rellenos, infunde un bello rubor a través de los nervios y dispone todo en belleza” . A .A rta u d 19 es aún más exigente: “ El teatro, escribe, debe devenir una fu n c ió n : algo tan lo ­ calizado y tan preciso com o la circulación de la sangre en las arterias o el desa­ rrollo caótico en apariencia de las imágenes del sueño en el cerebro” . La mención del sueño es importante y no es únicamente la toma en consi­ deración de fenómenos originales inconscientes sino más bien, me arriesgaré a proponer aquí, la apertura a lo posible: el sueño es así lo que no es pero puede ser, otras formas de representación ,20 lo presupuesto y aún lo presupuesto no siempre im plicado .21 El discurso argumentativo se inscribe así en un espacio de posibles por tod o un funcionamiento de permutaciones sobre las conbinaciones de tiempo y de personas. Constituye además por su funcionamiento un espacio de tres di­

15. 16. 17.

18. 19. 20.

21.

Poétique, 1971, 5, p. 131. Ibid., p. 118. “ A quel que al mismo tiempo se modela, en la medida en que la dignidad de las causas y de las personas lo requieren, merece el elogio debido a una exposición convenien­ te.” (Cicerón, D e Oratore, III, 14, 52.) D e Oratore, III, 25, 98. OEuvres complétes, IV , p. 18. “ El hom bre dotado de sentido artístico se com porta respecto de la realidad del sueño com o el filósofo respecto de la realidad de la existencia, le gusta considerarla y con­ siderarla exactamente: sus imágenes le sirven para interpretar la vida, a través de esos acontecimientos se prepara para la vida.” (F . Nietzsche, La Naissance de la tragédie, p. 19.) “ El actor representa de manera que en cada pasaje importante sea posible descubrir, definir, sentir todo lo que él no hace. Es decir que procede de tal manera que se per­ cibe claramente la alternativa: su representación no es más que una variante y deja presentir todas las otras.” (Brecht, Ecrits su le théátre, p. 149.)

mensiones: el sujeto, el auditorio y el texto en ju ego que los relaciona. Podría­ mos decir aún para retomar la term inología lingüística, que hay siempre una instancia de paradigma (eje de las asociaciones) que se traduce en el sintagma (eje de las continuidades sucesivas). Es preciso ver sobre todo que ese juego tea­ tral sobre los espacios de representación, creador de campos argumentativos es lo que manifiesta la libertad del sujeto tanto com o su ideología, su comunidad de representación con el auditorio. Querría explicarme acerca de este punto. En lo que concierne primeramente a la libertad del sujeto, ella va a serla de intentar y poder ritualizar cierto número de hechos de la vida social e ideológica afirmándolos en el m odo de lo espectacular. En otros términos, esta puesta en forma en “ sentido fuerte” va a apuntar a consagrar el intercambio de los individuos, asegurar la permanencia de los acontecimientos, aumentar las funciones, crear por fin lo existente allí donde no hay más que discurso. El proceso del sujeto es el de apropiarse a la vez de las situaciones de lo posible y de las del referente social existente, proyectando una sobre la otra. Está en juego aquí esta función simbólica que Piaget sitúa en el origen de las conceptualizaciones de los códigos y del lenguaje y por lo tanto de la inter­ vención sobre las operaciones de la vida social. Todos los procesos son en efec­ to posibles: la apertura a las funciones y a los lugares en una dialéctica hipóte­ sis-realidad, tanto como la clausura frente a las representaciones concebidas co­ mo limitativas o amenazantes. El resultado nos es dado como producto de las estrategias de la situación en las que lo explícito se combina con lo im plícito. Lo espectacular está todavía presente pues el discurso del sujeto es metadiscurso acerca de los discursos posibles de otro y también acerca de los discursos de otros posibles que pueden componerse. Es un discurso acerca de un existente cuyos límites podemos desplazar y por tanto, necesariamente, metadiscurso acerca de los discursos habitualmente clausurados. La función teatral es también esto: esta posibilidad denominada juego — ¿pero es juego?— de desplazar las barreras que impondría una representación “ prestada” , y si las situaciones son definidas por sus actores y estos por sus pro­ piedades entonces es sobre estas últimas que operará el juego. El poder del su­ jeto tanto como su libertad será el escapar a la linealidad del discurso por me­ dio de la construcción y la deconstrucción de las relaciones entre los acontecinúentos introducidos progresivamente. El juego discursivo permite este poder del sujeto al mismo tiempo que lo disimula en nombre de las exigencias propias de la retórica institucionalizada. La función teatral del discurso introduce lo posible al mismo tiempo que relativiza lo existente. Eso quiere decir que el sujeto está en su metadiscurso al mis­ mo tiempo que no lo está y es preciso, por tanto, tener cuidado de hacer del lenguaje ese transparente demasiado cóm odo para el proyecto del análisis y, a la inversa, de considerarlo com o máscara de pulsiones y de deseos cuyas mani­ festaciones ocultas hay que descubrir y, en consecuencia, establecer los fun­ cionamientos simbólicos de superficie. Es preciso ver que el sujeto sólo enun­ cia a partir de una ubicación y que esta ubicación es circunstancial pero tam­ bién ideológica. En un espacio de tres dimensiones, después de las relaciones

del sujeto con su discurso, está la ligazón del sujeto con el auditorio y de éste con el discurso. L.Althusser ha escrito paradójicamente que la id eo lo gía 22 “ tiene horror al vacío” . Y Thomas Herbert distingue entre ideologías del tipo A (productos de­ rivados de la práctica técnica empírica, que tienden a hacerse pasar por ciencia) e ideologías del tipo B (condiciones de una práctica política que desempeña el rol de cemento en la estructura de una formación social) . 23 Es probable que el discurso argumentativo tenga sobre todo que ver con las ideologías tipo B, pero eso no significa que se le niegue el pasaje a las ideologías del tipo A dadas com o meta. También es cierto que éste es casi siempre el caso, por el hecho mismo de sus funcionamientos marcados por la práctica estética retórica. Hay así muchos espacios de representaciones cuya composición la teatralidad del discurso tiene por vocación asegurar. Pero la función teatral es más que rela­ cionar estos espacios: al hacerlo se vuelve productora del sentido. Las ligazones entre sujeto, discurso y auditorio poseen su lógica cuya per­ manencia inter-discurso lo ideológico asegura. Esta lógica podemos decir con E .Verón 24 “ es el trabajo mismo de la ideología sobre las materias significan­ tes” . Es el fundamento de las operaciones de atribución de sentido a los obje­ tos y a los comportamientos y, en consecuencia, de “ la constitución del com­ portamiento de la identidad ” . 25 Eso no debe significar, como dije precedente­ mente, el recurso a las leyes del inconsciente ni tampoco a la relación directa con lo que sabemos por otros de los comportamientos sociales o de los tipos de intercambios. No existe por otra parte en el momento actual ninguna teoría satisfactoria de los modos de expresión de estos intercambios. Es preciso reco­ nocer sin embargo, y esto va al encuentro de toda una problemática anterior, que “ las redes del comportamiento social son un semillero relativamente autó­ nom o de la producción del sentido ” .26 Y esto está ligado a la discursividad pro­ pia sobre la cual pienso haber insistido. El verdadero problema es entonces m e­ tod ológico . 27 ¿Cómo comprender el discurso? ¿Cómo interpretarlo? ¿Cómo poner de manifiesto una representación?

22.

23. 24. 25. 26. 27.

L. Althusser define la ideología com o “ sistema (que posee su lógica y su rigor pro ­ pios) de representaciones (imágenes, mitos, ideas o conceptos según los casos) dota­ dos de una existencia y de un rol histórico en el seno de una sociedad dada. . . La ideología. . . se distingue de la ciencia en que la función práctico social predomina sobre la función teórica (o función de conocim iento)” . ( Puur M a rx . París, Maspéro, 1966, p. 238.) “ Pour une théorie générale des idéologies” , Cahiers pour l'analyse, 1968, n° 9. Communications, 1973, n° 20, p. 276. Ibid., p. 276. L. Althusser en “ Ideologíe et appareüs idéologiques d ’Etat” , La Pensce, junio de 1970, ha señalado esta relación entre la ideología y la identidad del sujeto. Ibid., p. 227. “ El verdadero problema es el de la naturaleza de los modelos profundos (o subyacen­ tes) y de sus relaciones con la superficie, que es siempre ya discursiva. La construc­ ción misma de los modelos ‘profundos’ o ‘subyacentes’ supone la puesta en funcio­ namiento de una competencia discursiva.” (E . V erón, op. cit., p. 258-259.)

La consideración de su función teatral permite ya definir a nivel discursivo eso que podemos entender por representación. Por representación, y hablo aquí en términos de discurso y no de acto de lenguaje, no se trata de considerar alguna actividad del sujeto que apunte a representar, en el primer sentido de la palabra, “ otra cosa” . Las intervenciones del sujeto que construye su discurso y le da la forma de espectáculo retórico, tienen por primer objetivo elaborar, rea­ lizar, animar algo que se basta a sí mismo en la medida en que es enunciado, producido aquí y ahora. En consecuencia, el análisis de ese discurso debe en primer lugar basarse en lo que es dado y dado literalmente por un texto, es de­ cir, en un juego discursivo. Pero no serviría de nada evocar la teatralidad del discurso e intentar explicitarla si nos contentamos con concluir que el discurso es una representación que nos es dada y que es legítim o analizar como producto. Es evidente que, com o miembros de una comunidad cultural, nos beneficiamos por este hecho de las connivencias de la lengua y de los mismos reservorios retóricos y socioculturales. El análisis textual puede entonces ser concebido com o legítim o si apunta a describir y a definir la representación construida por el autor o más bien los diferentes espacios de representación que él hace jugar, en particular bajo el aspecto de un reconocimiento de las relaciones planteadas o sugeridas. Es preciso considerar en efecto que el discurso es, com o ya lo he dicho, siem­ pre metadiscurso pues hace intervenir un exterior bajo la forma de “ préstamos” de contenidos y un interior bajo las formas de representaciones del sujeto seña­ ladas en la enunciación. La consideración de los “ préstamos” exteriores —¿a qué remite el discur­ so?, ¿a qué tipo de referente?, ¿de representación?— introduce la cuestión de las razones de elección de tal tipo de contenido, de representación, de significa­ do. T od o eso puede resumirse en: ¿por qué éste discurso? y, ¿cuál es la rela­ ción entre esta representación y el sujeto que introduce el juego discursivo? Es aquí donde es preciso nuevamente tomar en consideración la teatralidad propia del discurso y concebir que ella conlleva una concepción de los funcionamien­ tos del sentido más particular que la simple traducción de los pensamientos o la relación directa con un referente exterior. Esta espectacularidad del discur­ so tal como las restricciones propias de la discursividad argumentativa implican en el sujeto la aptitud necesaria de ese “ atezorador lógico” del que habla C. Levi-Strauss: 28 “ sin tregua anuda sus hilos, recoge incansablemente en ellos todos los aspectos de lo real sean estos físicos, sociales o mentales. Nosotros traficamos con nuestras ideas: él hace con ellas un tesoro” . Y Levi-Strauss añade: “ el pensamiento salvaje pone en práctica una filosofía de la finitud” . La argumetación es así ese dominio salvaje de lo retórico cuyo propósito es para su autor crear los campos específicos de la representación, del saber, de la razón y enmascarar en ellos el formalismo retórico bajo el aspecto de la nece­ sidad lógica. Y se trata de necesidad pues la importancia de un discurso argu­

28.

La Pensée sauvage, París, Plon, 1962, p. 353.

mentativo no está en io que se dice sino en lo que él “ hace hacer ” : * 9 alcance que no siempre podemos evaluar en ausencia de una medida adecuada. Dicho de otro m odo esta importancia reside en el espacio de lo espectacular que vin­ cula sujeto, discurso y auditorio, com o susceptible de crear la existencia sufi­ ciente de una representación que responde a un proyecto que la funda y que va del sujeto al auditorio.

2. L A C O N STR U C C IO N D IS C U R S IV A D E L SENTID O Esta puesta en escena de la representación implica considerar la construc­ ción del sentido como configuración form al de la discursividad más bien que composición de unidades significativas. Hay que precisar aquí que será necesa­ rio disociar las operaciones de sentido de las operaciones de significación. En una perspectiva de análisis me parece m etodológico separar lo que corresponde a lo no lingüístico (el sentido) de lo que es vehiCulizado por lo lingüístico (la significación). Hago la analogía con esos procesos primarios y secundarios que Freud distingue com o respectivamente no lingüísticos y lingüístico en La in ter­ pretación de los sueños o en el artículo E l inconsciente. Y Freud da aquí ilus­ traciones de lo que puede ser el proceso de deconstrucción 30 que modifica y socava un orden instituido utilizando operadores que no son de naturaleza lingüística y que por lo tanto no dependen de la escritura. Una vez más, no es sin una reserva mental analógica con mi concepto de teatralidad, operador de la representación discursiva, que citaré aquí: “ El traba­ jo del sueño no piensa ni calcula; de una manera más general, no juzga, se con­ tenta con transformar. Le hemos dado una descripción completa cuando hemos reunido y analizado las condiciones a las cuales debe satisfacer su producto. Es­ te producto, el sueño, debe antes que nada ser sustraído a la censura.31 Para ello el trabajo del sueño se sirve del desplazamiento de las intensidades psíqui­ cas que pueden ir hasta un ‘trastocamiento de todos los valores’ psíquicos. D e­ be, en segundo lugar, tranzar con pensamientos, únicamente o sobre todo con la ayuda de trazos mnémicos, visuales o auditivos. Esta obligación le impone la

29.

30. 31.

“ Ellos (esos textos) dicen lo que dicen. Ello no implica que las significaciones afloren con evidencia y que un golpe de vista las pueda captar. Las metáforas de captura son tramposas. Ellas imponen la imagen de una presa que sería la significación, de una búsqueda que sería una cosa o una encuesta, de un éxito que sería la apropiación o la posesión. T odo este grueso bloque de figuras retóricas obstruye la nada que ocupa y nos impide sacudir la autoridad abusiva de la significación. La importancia de un texto no es su significación, lo que quiere decir, sino lo que hace y hace hacer. Lo que hace: la carga en afectos que detenta y comunica; lo que hace hacer: las m etam orfo­ sis de esta energía potencial en otras cosas.” (J.-F. Lyotard, Dérive a partir de Marx et Freud, París, Union genérale d ’éditions, 1973, p. 6.) L ’interprétation des réves, París, P.U.F., 1967, p. 432. Freud define la función de censura en las limitaciones y lasomisiones del contenido del sueño, pero también en las adjunciones y los acrecentamientos. (Ibid., p. 4 17.)

toma en consideración de la figurabilidad, lo que acarrea nuevos desplazamien­ tos. Es preciso además, parece, que produzca intensidades más fuertes que las que encuentra durante la noche en los pensamientos del sueño. Procede para esto a una condensación que recoge y concentra los pensamientos dispersos del sueño. Se interesa poco por sus relaciones lógicas: cuando consciente en fi­ gurarlas, es de modo disimulado, por particularidades deform a. ” El discurso nos es dado así en su forma, en su superficie de jeroglíficos. Es preciso interpretar y luego traducir las relaciones entre los signos y el sentido. Todo es signo posible de una representación, de una existencia discursiva cuyo referente es preciso comprender. La existencia misma del sistema del lenguaje llega aún a complicam os .32 Por cierto que si el pensamiento tiene el poder de analizar, de explicar el signo y de desarrollarlo en un concepto, en una idea, “ es porque la idea ya está en el signo, envuelta y enrollada en el estado oscuro de lo que fuerza a pensar” .33 Pero la pluralidad de los universos posibles de re­ presentación hace que todos estos signos discursivos no sean del mismo género, que no todos estén ligados de la misma manera según los sistemas de objetos, de personas o de materias a las que responden y que no tengan por tanto una relación idéntica con su sentido. No todos están afectados por las mismas di­ mensiones espaciotemporales imbricándose completamente unos sobre los otros según leyes discursivas que remiten a otras leyes del sentido. Es preciso así, si pueden permitirme la expresión, entrar en el discurso, “ aprenderlo ” 34 para analizarlo. La primera reacción es siempre en efecto la de relacionar un signo al objeto que puede o parece corresponderle, y por tanto atribuir este objeto a ese signo. Esa es la primera concepción de la representa­ ción. Com o lo subraya G.Deleuze nuestra inteligencia “ tiene el gusto de la obje­ tividad, com o la percepción, el gusto del objeto ” .35 Lo que la inteligencia olvi­ da entonces es que al objetivar, pasa a un nivel superior, el de los conceptos o de las esencias para ordenarlos en leyes. El sentido no se reduce así a los esta­ dos de la subjetividad ni a las propiedades de los objetos. El signo tampoco es reductible al objeto que se le atribuye, de la misma manera que el sujeto enun­

32.

“ La biología tenía razón, se sabía que los cuerpos en sí mismos ya son lenguaje. Los lingüistas tendrían razón si supieran que el lenguaje es siempre el de los cuerpos. T o d o síntoma es una palabra, pero primeramente todas las palabras son síntomas.” (G . Deleuze, Marcel Proust et les signes, París, P.U F., 1 964, p. 83.)

33. 34.

G. Deleuze, op. cit., p. 87. “ Aprender concierne esencialmente a los signos. Los signos son el objeto de un apren­ dizaje temporal, no de un saber abstracto. Aprender es en primer lugar considerar una materia, un objeto, un ser com o si emitiera signos para ser descifrados, para ser interpretados, no hay aprendiz que no sea ‘el egiptólogo de algo’. Sólo se deviene carpintero haciendo sensible a los ojos los signos de la madera, o médico sensible a los signos de la enfermedad. . . T o do aquello que nos enseña algo emite signos, todo acto de aprender es una interpretación de signos o de jeroglíficos.” {Ibid , P- 2.) “ Pues la percepción cree que la realidad debe ser vista, observada, pero la inteligencia cree que la verdad debe ser dicha y formulada.” {Ib id ., p. 25.)

35.

ciante no es reductible al discurso que ha producido. Esta no reductividad pro­ viene en particular del hecho de que la serie significante organiza una totalidad previa, mientras que la serie significada coordina totalidades producidas. Como lo recuerda C.Levi-Strauss ,36 “ el universo ha significado mucho antes de que comenzáramos a saber que significaba. . . El hombre dispone desde su origen de una integralidad de significantes a los cuales debe, con bastante dificultad asig­ nar un significado, dado como tal sin ser por tanto conocido. Siempre hay una inadecuación entre ambos” . Esto no deja de evocar el concepto Saussuriano de arbitrario o de inmotivación del signo lingüístico :37 éste se opone al otro com o lo que está “ institui­ do” a lo que es “ natural” o lo que es “ inmotivado” a lo que es “ m otivado” . Sea lo que fuere aquello de lo que hablamos y sea lo que fuere la forma del enunciado, toda palabra, todo discurso habla de algo. Es un rasgo esencial del lenguaje que realice siempre una función de referencia 38 y es a ese rasgo que corresponde la noción saussuriana de arbitrario. Ese algo del discurso está silen­ ciado por el acto mismo del discurso y ese algo, al no estar lo no lingüístico en el enunciado, constituye la apertura del discurso. J.-F. Lyotard 39 tiene razón en ­ tonces al señalar que a partir de allí, “ parece excluido que el orden del discurso pueda ser concebido según el m odelo de un sistema cerrado; la lengua es cierta­ mente una organización de este género, pero el uso que el sujeto hace en el acto de habla de los ‘signos’ que ésta le provee es un em pleo de referencia donde la evocación y la ordenación de estos ‘ signos’ están motivados desde el exterior por una suerte de golpe de vista del ob jeto” . Pero si es el sentido únicamente lo que nos impresiona, “ esto se debe a que pertenece al significante lingüístico ha­ cerse olvidar completamente en beneficio de lo significado ” .40 Por cierto que el sentido se engendra en el orden de los significantes y que recíprocamente la significación de cada uno de ellos es aprehendida de su en­ torno léxico. Pero no tenemos que construir en nuestra lengua las significa­ ciones a partir de los significantes comprendidos: la relación significante-significado es directa e infalible y lo arbitrario aquí no tiene ningún sentido. La inmotivación del signo no corresponde a nada en el dominio que el sujeto tiene de su lengua materna. La distinción significante-significado en sí misma debe ser considerada com o teórica, incluso metodológica para el lingüista. El significante no es algo que tiene un contenido en sí. Por su parte la relación del signo con el objeto que él 36.

Introducción a Sociologie et Anthropologie de Marcel Mauss, París, P.U.F., 1950, p. 48-49.

37. 38.

Cours de linguistique générale, p. 32-35. Ninguna denegación “ puede abolir la propiedad fundamental del lenguaje que es la de implicar que algo corresponde a lo que se ha enunciado, alguna cosa y no ‘nada’ ” . E. Benveniste, Problém es de linguistique genérate, París, Gallimard, 1966, V II. Discours, Figure, Pris, Klincksieck, París, 1981, p. 74. Ib id ., p. 79. J.-F. Lyotard, op. cit., p. 82.

39. 40. 41.

puede designar no implica una dirección que va del objeto a la palabra que lo representaría. Las palabras no son signos, sino por el contrario, desde que hay una palabra, el objeto que puede ser entonces designado deviene signo. Eso quiere decir que está afectado simbólica y lingüísticamente por un contenido a partir de la representación así creada. A sí, la palabra confiere a todo objeto un cierto espesor. De la misma manera que todo acto lingüístico implica una fun­ ción referencial, podemos decir recíprocamente que el mundo es una función del lenguaje. La representación extrae al objeto su sentido inmediato y m ulti­ plica las dimensiones, crea posibles. Con el discurso, el sentido entonces, en su organización de puntos singula­ res, de cuestiones, de series y de desplazamientos, es doblemente generador: en­ gendra la lógica en dimensiones determinadas (designación, manifestación, signi­ ficación ) 42 y la ontología bajo la forma de los correlatos objetivos de las pro­ posiciones (designada, manifestada, significada). El conjunto de las superficies discursivas constituye la organización calificada como secundaria, que define la representación verbal. Esta debe ser distinguida de la representación del obje­ to en la medida en que, incorpórea, no asociada directamente a los contenidos, encierra a la expresión. Representa al acontecimiento discursivo com o expresa­ do, existente y lo hace existir en las manifestaciones del lenguaje. Inversamente ellas adquieren un valor expresivo, una función de representante que no po­ seían en sí mismas.43 Lo que cuenta en la generalización del sentido es la orga­ nización fundadora del discurso: ese juego de las superficies en las que se des­ pliega el estado discursivo teatral y que señala el grafism o 44 con todas sus im-

4 2.

Designación: es la relación de la proposición con un estado de cosas exterior (da tu ni). Manifestación: se trata de la relación de la proposición con el sujeto que habla y que se expresa. Significación: es la relación de la palabra con los conceptos generales o universales y las vinculaciones sintácticas con implicaciones de los conceptos. 4 3. “Que las cosas tales com o las distinguimos, reconocemos —y tales como las quere­ m o s - que los fenómenos del m undo físico, del m undo denom inado exterior sean ya palabras: para m í de eso no cabe ninguna duda.” “ En este momento, si queremos las cosas es que las reconocem os a la vez com o respondiendo (de manera conm ovedora) a sus nombres —y sin embargo com o tan diferentes de esos nombres, como tan otras, más vivas y más ricas que sus nom bres (qu e las palabras que las designan). Sin embar­ go sólo las conocemos gracias a esos nombres (y son asimismo, de hecho, esos nom ­ bres los que nos permiten conocerlas com o distintas, com o más vivas.” (F . Ponge, La fabrique du pré, Ginebra, Skira, 1971, p. 22-25.) 44. “ Si por consiguiente el arte está íntimamente ligado a la religión, es porque la expre­ sión gráfica restituye al lenguaje la dimensión de lo inexpresable, la posibilidad de multiplicar las dimensiones del hecho en sím bolos visuales instantáneamente accesi­ bles.” (A . Leroi-Gourhan, L e Geste et la parole, París, A lbin Michel, 1964, I, p. 275.) Quisiera subrayar además que el em pleo del término “ grafismo” no es puramente alegórico. Entiendo que se trata de esas articulaciones y ese desarrollo del discurso cuyo recorrido se ha podido trazar sobre la hoja que se ha tomado para anotarlas. Pero se trata también de esas representaciones-cuadros grabados por el sujeto y que serán para nosotros especies de esquemas-diagramas de la representación sucesiva. Este último punto me parece conceptualmente el más característico de la actividad de representación. En tanto tales, son verdaderos signos y no semisignos com o cree

plicaciones de sentido y de sinsentido, de posible, de construcciones represen­ tativas y de proyectos del sujeto. Pues la finalidad del discurso y de la argumen­ tación no es únicamente expresable por medio de sus determinaciones exterio­ res en términos de ubicaciones y de referentes sino además por los proyectos representativos del sujeto enunciador fundados en la organización estética de esta teatralidad del discurso.

3. E L P R O Y E C T O D E L SUJETO La definición del espacio retórico y teatral fundado en un proyecto del su­ je to introduce la cuestión m etodológica de los medios de acceder a tal proyecto. Es evidente que esta comprensión deberá atravesar y tener en cuenta los juegos sobre los significantes en sus implicaciones retóricas. La relación entre estos significantes y los significados constitutivos posibles de un sentido es toda la dificultad del análisis. La dificultad es además determinar los elementos suscep­ tibles de constituir una lógica del sujeto. En primer lugar porque los dominios de la lingüística y de la lógica conocen avances desiguales, pero también por ra­ zones históricas, que he intentado mostrar, y por finalidades teóricas diferen­ tes. La complejidad del análisis aumenta cuando se trata de separar lo que de­ pende de lo extralingüístico de lo que, por lo contrario, es la marca del sujeto enunciador. Es preciso por tanto considerar muchos tipos de fenómenos al nivel del texto discursivo 45 y retener aquellos que parecen los más estabilizados en los modos de la aserción, de la permanencia, de la insistencia y de la oposición. Las intersecciones, los cruzamientos, las comparaciones de estos fenómenos permitirán al analista componer un metadiscurso acerca del discurso conside­ rado. Pero éste, he intentado mostrar, ya es metadiscurso acerca del discurso de las representaciones posibles en el seno de un espacio teatral. La cuestión es entonces la relación entre estos dos metadiscursos y sobre todo los grados según los cuales se puede basar el metadiscurso del analista en el metadiscur­ so del sujeto. La solución pasa sin duda por la investigación constante de aquello en lo que se apoya el metadiscurso del sujeto, en otros términos lo

45.

reconocerlo cierto semiólogo que reintroduce inhábilmente la cuestión filosófica de las esencias. El análisis textual puede tornarse legítim o si apunta a desear y definir la representa­ ción construida por el autor o más bien los diferentes espacios de representación que hace “ju gar” . “ El trabajo semiótico realizado en Francia desde hace unos quince años ha pues­ to en primer plano una noción nueva que es preciso que sustituya poco a poco a la noción de obra: es el Texto. . . el T exto está ante todo. . . esta larga operación a través de la cual un autor (un sujeto enunciador) descubre (o hace descubrir al lec­ tor) la irreparabilidad de su palabra y consigue sustituir el esto habla por el y o ha­ b l o ." (R . Barthes, Communications, 1972, n° 19, 1-5.)

que denomino los proyectos de juego representativos señalados sucesivamente para construir con ellos la cartografía discursiva. El discurso provee así los reflejos de las representaciones que son todavía entrecruzamientos de esquemas de pensamiento y relaciones de signos. Pero para construir a partir de ellos el sistema de los espacios argumentados, no es­ tamos en posición más desfavorable que quien cotidianamente tiene necesidad de comprender a o tro .46 El relevamiento de los proyectos del sujeto permiti­ rá elaborar una problemática de los roles y de las funciones del discurso, del espacio argumentativo considerado y quizá de los referentes socioculturales puestos en cuestión. Un cierto número de puntos m etodológicos deben por tanto ser subrayados, a título de componentes de la lectura del analista. Entre los tipos de fenómenos textuales a observar citaré: 1. L os objetos o temas discursivos: — la dinámica de construcción discursiva: contenidos y modos de encade­ namiento de las secuencias sucesivas. — los actores del discurso ya sean individuos, objetos o propiedades con­ ceptual izadas. La observación de estos diferentes tipos de fenómenos debe servir para apuntalar el análisis del proyecto, en el sujeto, de constitución de un universo específico de representación determinado entre otros por un dominio de exis­ tencias. 2. Los com portam ientos y las propiedades de los actores y los objetos del discurso: — las situaciones definidas com o particularidades de esos objetos o acto­ res, — sus propiedades determinadas en los contrastes que las diferencian, las oponen, las complementan, — los roles y las funciones implicadas por el encadenamiento de propieda­ des. Esta última categoría de fenómenos viene a completar el análisis de la pri­ mera. Es preciso advertir en efecto que la dinámica discursiva será una dinámica de los actores (individuos u objetos) cuyos modos de existencia construirán el yatercambio argumentativo y que esta dinámica de los actores será una dinámi­

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“ El burgués es un hom bre solitario, su universo es un mundo abstracto de maquina­ rias, de relaciones económicas, jurídicas y morales. N o hay contacto con los objetos reales. N o hay relaciones directas con los hombres. Su propiedad es abstracta. Está lejos de los acontecimientos. Está en su escritorio, en su cama, con la pequeña cuadri­ lla de objetos de su consumo: su mujer, su lecho, su mesa, sus papeles, sus libros. T o do cierra bien. Los acontecimientos lo alcanzan de lejos, deformados, pulidos, simbolizados. Percibe solamente sombras. N o está en situación de recibir directa­ mente los conflictos del mundo. Toda su civilización está compuesta por pantallas, por amortiguadores. Por un entrecruzamiento de esquemas intelectuales. Por un in­ tercambio de signos. Vive en medio de reflejos.” (Paul Nizan, Les Chiens de garde.)

ca de sus propiedades. El proyecto del sujeto será un proyecto de apropiaciones confrontado con las exclusiones. Una tercera etapa consistirá en sintetizar las observaciones precedentes de manera de determinar las intersecciones de ambos tipos de proyectos. Será im­ portante observar entonces las situaciones de origen y de clausuras en el discur­ so, las formas de enfrentamiento y de relaciones entre los actores y las situa­ ciones, los procesos de identificación y de determinación de estos, y finalmente sus modalidades de existencia. En otros términos, se trata aquí de elaborar una representación del proyecto global que ha podido ser el del sujeto enunciador. La confrontación del proyecto de constitución de un universo argumentado con los diferentes proyectos de apropiación y de exclusión puede permitir aproximarse al proyecto de los juegos del sujeto, formalmente articulados en sus estrategias metadiscursivas aplicadas sobre universos de existencia represen­ tados. Una cuarta etapa consistirá entonces en analizar los tipos de ritualizaciones47 observados que pueden organizarse en funcionamientos simbólicos al ni­ vel de los personajes, de los objetos, de los tipos de situaciones y de los tipos de recorridos afectados de propiedades. El universo de representación construido por el sujeto es además un universo de signos cuya connotación social va a per­ m itir a este sujeto activar los juegos sobre los significantes haciendo variar la relación posible o presupuesta significante-significado. El metadiscurso acerca de los significantes será la apertura hacia otros posibles, percibidos o presupues­ tos en la combinación de los significados. La función teatral del discurso se despliega aquí porcom pleto pues, como lo dije, es la articulación de los significantes la generadora del sentido y no la yuxtaposición de las significaciones confrontadas por el análisis. La responsabi­ lidad del analista es la de combinar un metadiscurso coherente con los resulta­ dos de los análisis cuya convergencia importa fundamentar. De la constitución de este metadiscurso dependen las hipótesis acerca del metadiscurso del sujeto señalado de manera diferente en proyectos de juegos. Esto lleva a la cuestión de los medios de la argumentación. En todo lo que precede, no he hablado más que de texto, y es el medio al cual tenemos el acceso más fácil, habida cuenta de su persistencia en tanto producto. He men­ cionado también las dificultades del análisis de los elementos físicos de la si­ tuación, resumiendo en ello todo lo que el psicólogo social podría reprochar­ nos ignorar. Eso no quiere decir que desprecie, en el marco de las investiga­ ciones acerca del sujeto argumentante, el examen de todos estos métodos que, en las situaciones de venta o de publicidad, integran elementos verbales y físi­ cos de la persuasión. Eso no significa tampoco ignorar los procedimientos co ti­ dianos tales com o la imagen, el afiche, el cine. Pero la elección de un material textual no se hace únicamente por razones de comodidad. Está ligado a la especificidad de la investigación: analizar los ti­

47.

Tam bién denomino ritualizaciones a todos los tipos de estabilización sobre roles y funciones.

pos de transformaciones sobre el referente utilizadas por el autor y los modos de articulación que componen estas transformaciones en un sistema propuesto por el sujeto. En términos concretos, esto equivale entre otras coas a preguntar­ se a qué tipo de conclusión conduce un camino semejante, qué forma de repre­ sentación puede ser asociada a tal otra, cuáles son, en fin, las estrategias posi­ bles de una argumentación (orden, composición, etc.).

4. LOS RO LES Y LA S E SPEC IFIC ID AD E S DE U N A N A L IS IS D E L DISCURSO A R G U M E N T A T IV O El marco lingüístico es por lo tanto indispensable y me vuelvo a encontrar aquí con R.Jakobson cuando escribe que el rol del lenguaje es “ el de una infra­ estructura, de un substrato, de un vehículo universal” .48 La mayor parte de las formas de comunicación manifiestan en efecto un rol fundamental del lenguaje. Ya antropólogos y economistas, para no citar más que a ellos, han mostrado los múltiples puntos comunes que existen entre el intercambio verbal y los otros sistemas de comunicación. En el conjunto de las ciencias humanas, el lenguaje es así medio privilegiado de análisis. La cuestión primaria es por lo tanto, como he subrayado intensamente, saber cóm o acceder al sentido y cómo definir pre­ viamente sus manifestaciones. N o es cuestión ciertamente de representar el plano del contenido en térmi­ nos de elementos discretos. Hago alusión aquí a los trabajos de análisis componencial de las significaciones. Estas investigaciones parten de una representa­ ción de la significación de las palabras com o si fueran un simple agregado de elementos de sentido, o aún el producto lógico de “ factores” . Dicho de otra manera, transponemos en semántica la idea de rasgos distintivos tomados en préstamo de la fonología. Asimismo, importan poco las distinciones teóricas entre sintaxis y semán­ tica aunque ellas presentarían un valor heurístico en ciertos casos. Parece para­ dójico sostener que sólo la estructura profunda puede recibir una interpreta­ ción semántica. N o es preciso olvidar, com o lo subraya A.Culioli 49 “ que apre­ hendemos los universales solamente a través de las variaciones de superficie” y que aún “ nada permite reducir la semántica de las lenguas naturales a la semán­ tica interpretativa de los sistemas formales” . Mi propósito no es tampoco el de apuntar a la elaboración de un m odelo, incluso restringido, de la ejecución en el que definiríamos las relaciones de superficie com o traduciendo operaciones de sentido en profundidad. Una problemática de este género no evitaría las d ifi­ cultades taxonómicas que dan lugar a una crítica de los métodos estructuralistas. En efecto, es peligroso basarse en una teoría de los niveles; ello conduce a definir al enunciado como combinación de elementos y al código com o una

48. 49.

Essais de linguistique genérale, París, Ed. Minuit, 1973, II, p. 35. “ Considerations théoriques a propos du traitement formel du langage” , Docum ents de linguistique quantitative, n° 7, p. 7-8.

serie de rangos jerárquicos en los que cada unidad estaría determinada por sus combinaciones en el rango superior. Debemos ser concientes de que a partir de los “ performances” , en el sentido chomskiano del término, construimos inducti­ vamente no un m odelo del emisor sino siempre un m odelo del receptor. ¿Cómo analizar entonces lo que separa el enunciado del acto de enunciación?, y si em ­ pleo adrede el término “ acto” , ¿qué es lo que esto puede significar en el plano cognítivo del sujeto? En una hipótesis relativista com o la de Sapir-Whorf, si el pensamiento está determinado por el sistema de la lengua en la cual pensamos, el sistema de la lengua, por otra parte, es la cristalización y el índice de las adquisiciones histó­ ricas del pensamiento humano, captada en la escala social. Así, por lo tanto, el lenguaje es en un sentido el factor y, en otro sentido la condición e incluso el determinante del pensamiento. Eso quiere decir concebir al léxico de una lengua com o conteniendo entre otras cosas una concepción y una clasificación de los fenómenos de la realidad pero además admitir que la sintaxis constituye un cierto “ reflejo” del mundo. N o retomaré la crítica de estas concepciones aunque es preciso subrayar que esta crítica jamás ha podido verdaderamente resolver los difíciles problemas de la sociología del conocim iento. ¿Cómo defi­ nir en efecto lo que una argumentación deja especialmente entender cuando emplea los términos “ verdad” y “ objetividad” ? Algunos lo han intentado y ello resulta apenas concluyente. Así, para A .S ch a ff :50 “ La relación de objetividad en los procesos del conocim iento no implica que el conocim iento sea verdadero” . Y sin embargo en toda argumen­ tación, el sujeto afirma y generalmente lo hace en nombre de lo verdadero en oposición a lo falso. Esto pone en evidencia el hecho de que ese sujeto jamás es un elem ento pasivo en el conocim iento sino que desempeña siempre un rol activo. Como escribí , 51 el discurso habla de acciones y construye las acciones cuyos resultados serán denominados conceptos o aún representaciones. Para nuestra desgracia, ello no se hace jamás de manera simple. S.Fisher y E.Veró n 52 han mostrado así el sistema extremadamente complejo puesto en juego para construir un silogismo publicitario falso. Pero escribían como conclusión que una “ sistematización de los conocimientos, concernientes a la naturaleza del ( o al tipo de) discurso implicado en un caso particular, puede ayudar en gran medida a la localización de las operaciones” . En consecuencia se trata de imitar este procedimiento, firmemente ilustrado por A.Leroi-G ourhan , 53 proce­ dim iento que apunta a pasar “ del suelo m ovedizo de los hechos al terreno en apariencia sólido de la construcción lógica de las tendencias” . Ello implica el re­ chazo a considerar al sujeto como “ habla” individual y a prolongarlos modelos subjetivistas de la acción que hasta el presente se encuentran en la base de la

50. 51. 52. 5 3.

Inform ations sur les sciences sociales, 1968, V il , n° 2, p. 117. Communications, 1973, n° 20, p. 101-159. Communications, 1973, n° 20, p. 160-181. L 'H o m m e et la Matiére, París, Albín Michel, 1971, p. 35.

teoría de los actos de lenguaje. En efecto, sería una laguna grave dejar de lado los fenómenos ideológicos de los que el discurso es una manifestación privile­ giada. Recordaré la posición formulada por E .V erón : 54 “ El discurso es con ple­ no derecho, un fenómeno social y constituye uno de los ‘ lugares’ más im por­ tantes de producción de sentidos en el seno de una sociedad” . Dicho de otro m odo es preciso restituir tentativas de aproximación de esta pragmática que sigue estando, hasta nuestros días, poco abordada. Y a que el sujeto enuncia­ dor es además prod u cto r de discursos, se tom a necesario analizar las operacio­ nes localizables a través de la materia significante del lenguaje y de inferir acer­ ca de las relaciones lógicas y retóricas que ellas pueden desplegar. Ello quiere decir interrogarse acerca de los tipos de intervención del sujeto, acerca de las re­ presentaciones que puede construir contra o con las representaciones existentes a las cuales se refiere y por fin acerca de los modos de produción de los efectos de sentido. Entonces, para retomar a A.Culioli , 55 “ todo signo puede ser utili­ zado como sím bolo y los operadores sintácticos no escapan a esta regla, todo cambio sintáctico acarrea un cambio semántico (sea cual fuere la acepción de este adjetivo: regulación interindividual por una comunidad, pragmática, retó­ rica, etc.)” . Sin duda será preciso distinguir aún el sentido del acto del sentido propia­ mente dicho. En la utilización hecha del concepto de representación en tanto operación del sujeto es preciso ver algo análogo a lo que formula E.Husserl: 56 “ Estas esencias conceptuales no son más bien, para cada caso, nada más que el sentido que llena lo que es ‘dado’ , las significaciones de las palabras (más exac­ tamente las intenciones de significación de las palabras) que conducen a las re­ presentaciones simplemente intuitivas correspondientes y a ciertas elaboracio­ nes o estructuraciones intelectuales” . Las categorías construidas, a las cuales accedemos, o preconstruidas, que nos son dadas, jamás son entonces otra cosa que medios para “ significar la significación” . En las lógicas que es preciso cons­ truir, importa por tanto subrayar que “ el hecho de la relación es más esencial que la naturaleza de las relaciones ” . 57 ¿Qué tipo de análisis semántico debemos entonces visualizar, que nos haga acceder a las representaciones construidas por el sujeto y además, a sus construcciones, a sus proyectos de juego? Creemos saber, gracias a M.Foucault ,S8 que a partir del siglo X V II el len­ guaje constituye nuevas relaciones con las cosas y que los signos que formaban parte de las cosas devienen en ese momento modos de la representación, una designación de lo visible. Hay, advierte Foucault una estructura común al aná­ lisis de las riquezas, a la gramática general y a la historia natural. Luego el saber

54. 55. 56.

57. 58.

Communications, 1973, n° 20, p. 276. Op. cit., p. 7. El lógico y filósofo E. Husserl (1859-1938) efectuó una profunda crítica al psicologismo en lógica. Muestra que no se puede fundar una teoría del conocimiento sobre un análisis empírico del conocimiento. C. Lévi-Strauss, La Pensée sauvage, París, Plon, 1962, p. 88. Les M o ts ct les Choses, París, Galliinard, 1966.

ya no se situará al nivel de la representación y de lo visible sino en una dimen­ sión nueva de lo real, la de su estructura oculta. Foucault nos habla con virtuo­ sismo de las estratificaciones sucesivas del saber pero no dice lo esencial, es de­ cir, cóm o se pasa de una a la otra, cóm o se explica ese pasaje. Y su oposición entre el espíritu del renacimiento y la racionalidad científica moderna es una trampa en la cual C.Levi-Strauss, enfrentado a una problemática similar, ha sabido no caer: “ El pensamiento salvaje es lógico en el mismo sentido y de la misma manera que el nuestro, pero lo es solamente como el nuestro cuando se aplica al conocim iento de un universo cuyas propiedades físicas y semánticas reconoce de manera simultánea ” . 59 Así, com o lo resumía F.Bresson ,60 el lenguaje debe funcionar como una representación de representación, a la vez com o forma antropocéntrica (rela­ ciones referidas al hablante) y bajo el aspecto de funciones relaciónales entre él y las otras cosas (relaciones y modalidades de existencia). Es una forma de pensamiento pero ello no implica que sea el pensamiento: lo que comunicamos es algo acerca de las relaciones entre los objetos o entre las acciones a ejecutar. Para que las cosas sean funcionales es preciso que surjan de la actividad del su­ je to y esta funcionalidad ya está en un nivel semántico. Es todo este juego de funcionamientos lógicos y de relaciones entre invariante y variaciones lo que permite a R.Jakobson 61 observar en particular que “ cada constituyente aislado de cualquier sistema lingüístico descansa sobre una oposición entre dos contra­ dicciones: la presencia de un atributo (m arcado) en oposición a su ausencia (n o marcado). Toda la red del lenguaje presenta una disposición jerárquica que, a cada nivel de! sistema, sigue el mismo principio dicotóm ico de los términos marcados superpuestos a los términos no marcados correspondientes” . Cada unidad no puede ser tratada entonces aisladamente sino únicamente en rela­ ción con todas las otras unidades. La significación puede ser considerada de manera operacional com o la invariante de muchos tipos de transformaciones. Algunos ven en ella una jerarquía de inscripciones léxicas y sintácticas. Cierta­ mente eso sólo da cuenta imperfectamente de los tipos de estrategias que ha podido emplear el sujeto y resulta insuficiente para aproximarse aúna modelización del dominio manifestado por ese sujeto en las relaciones semánticas que él adopta de la lengua. La cuestión sigue siendo en particular la de los puntos comunes que otros sistemas o niveles de comunicación pueden presentar con el intercambio ver­ bal. C. Levi-Strauss expone una concepción ternaria según la cual, en toda so­ ciedad, la comunicación opera a tres niveles: la comunicación de mensajes, la comunicación de las utilidades (bienes y servicios) y la comunicación de mujeres. Todos estos niveles de comunicación asignan un rol fundamental al lenguaje. Mis propias observaciones acerca del discurso, en particular cuan­

59. 60. 61.

La Pensée sauvage, p. 355. Seminario, Escuela Práctica de Altos Estudios, V I sección, París, 1973. Essais de linguistique genérale, París, Minuit, 1973, II, p. 82.

do la argumentación consiste en desplazarse en un campo que queremos cer­ car de tal manera que sus reglas parezcan buenas al adversario, permiten su­ poner el funcionamiento de cuatro espacios de relaciones que no dejan de evo ­ car aquellas definidas por C. Levi-Strauss. Los valores en primer lugar (u tili­ dad, alcance, precio, importancia, frecuencia, rareza) van a referir al sistema de las diferencias manipuladas por el sujeto y van a aplicarse a los objetos, a los símbolos o a los sistemas de símbolos. A continuación las caracterizacio­ nes de las propiedades de los objetos (refutación, poder, influencia, estabili­ dad, libertad, dependencia, inestabilidad) van a reforzar las configuraciones precedentes y a vincular el sistema de los poderes con el sistema de las d ife ­ rencias, tanto para las situaciones com o para los objetos que van a com poner esas situaciones. Un tercer espacio, más precisamente topológico y temporal, los acontecimientos, las historias, va a permitir precisar los comportamientos y los modos de acción en el interior de cada situación y en las relaciones entre todas las situaciones (procesos de objetos y de agentes). Por fin el espacio de las normas va a establecer las reglas que fundamentan los valores y los modos de legitimidad de los poderes (creencias universales o culturales, ne­ cesidades fundamentales propias a una comunidad dada). Estos dominios no deben ser considerados com o una jerarquía de operaciones sino com o referencias posibles de la diversidad de las estrategias semánticas. Es preciso concebir en efecto que el significante de un sistema puede ocu­ par el lugar de un significado en otro sistema. Por ejem plo, la definición de una situación o de un acontecim iento puede hacerse por la vía de las propie­ dades de los objetos, tanto com o por la de los actores de la historia. El valor, para tomar otro ejem plo, puede así intervenir bajo la forma saturante de las propiedades al determinar el punto de vista de ciertos aspectos; inversamen­ te, las propiedades pueden intervenir bajo la forma de “ composiciones espectométricas” del valor. D icho de otro m odo, la relación entre el dominio de los valores y el de las propiedades es una composición de funciones que se apli­ can a las operaciones a partir de propiedades sobre los símbolos. Paralelamente, en el interior de los sistemas, vamos a volver a encontrar a las funciones, de identificación, de representación y de nomenclatura. Una operación consistirá así en hacer admitir a un fenóm eno com o pertenecien­ te a una clasificación, lo que llevará consigo entonces ciertos tipos de jerar­ quías y de orden. Tendremos un procedimiento inverso cuando se trate de hacerlo salir de una clasificación. Las operaciones de constitución o de destruc­ ción podrán concernir a las relaciones de género, de especie en un género o aún de variación de especie. Podremos volver a encontrar aún los fenómenos de oposición nomenclatura-taxonomía (elección del término y lugar del térmi­ no). Estos pocos ejemplos se explican por el hecho de que sus funcionamien­ tos no se traducirán invariablemente en términos de las relaciones de inclu­ sión en clases ordenadas, sino más bien según las relaciones entre las comuni­ dades de propiedades, de actividades, de influencias que van a interferir y ju ­ gar com o condiciones necesarias, algunas veces suficientes de la prueba. El ensayo de categorización que va a seguir responde a una preocupación

de clasificación, incluso de simple selección, a los fines de clarificar los tipos de operaciones que parece necesario tomar en consideración. Una vez más, no se trata de afirmar que ciertas operaciones son todas las que el autor ha practicado efectivamente en su producción discursiva y mucho menos que haya seguido ese orden de composición. El interés es definir y tener en cuenta todo lo que puede intervenir en el funcionamiento de un tex­ to considerado primeramente como representación que se basta a sí misma. Es de la confrontación de todos estos análisis de la construcción discursiva donde podrán salir a continuación las hipótesis que conciernen a los procedi­ mientos semánticos y a las estrategias lógicas del sujeto. Sería absurdo pre­ tender directamente un análisis del sujeto en términos psicológicos. Si en­ trar en los lugares comunes de su inserción sociológica es preciso subrayar que rencontramos a través de todas las configuraciones discursivas, por ra­ zones socioculturales y de adquisición del sujeto, un “ stock” de base cons­ tituido por estos procedimientos argumentativos que son el objeto de la in­ vestigación. Im porta enumerarlos, autentificarlos por el estudio de sus funcio­ namientos lingüísticos y semánticos y por ello mismo precisar su rol, antes de analizarlos psicocognitivamente en tanto actividades del sujeto. Mi hipótesis es por tanto que hay muchos tipos de operaciones que el suje­ to va a hacer intervenir sobre el referente. Estas operaciones no son simplemen­ te las que el lenguaje lleva en sí en tanto sistema de representación específico sino además las que el sujeto va a practicar sobre el lenguaje mismo (elección de los elementos, composiciones de las elecciones, etc.). Entre los tipos de operaciones semánticas, según los dominios en los que van a aplicarse, proce­ deré a los siguientes agrupamientos:

5. L A S O PE R A C IO N E S D IS C U R S IV A S D E L SUJETO 5.1. Dom inio léxico

Operaciones de selección El vocabulario empleado por el sujeto debe ser considerado como el resul­ tado de la elección en un “ diccionario” que le es propio y que es común a la vez a las formaciones sociales de referencia. Estas selecciones manifiestan una se­ mántica de los términos que podremos clarificar considerando las institucio­ nes y las prácticas socioculturales. Pero no se trata de renovarla problemática de las investigaciones acerca de los vocabularios propios a ciertas formaciones sociales. En nuestros días no es posible abordar el estudio de los funcionamien­ tos de sentido desde una perspectiva únicamente lexicológica cuando son bien conocidos los “ deslizamientos” del vocabulario en los distintos grupos socia­ les. En efecto, no tenemos ninguna razón para postular una estnicturación isomórfica entre la expresión y el contenido. De hecho, en un primer análisis no se trata de referir las palabras a un

extralingüístico que otro documento permitiría contornear. L o que me inte­ resa es anotar [n o te r] esas palabras (sustantivos, procesos, calificaciones) cuya repetición, énfasis, precisión por parte del autor marca en él ciertos desplazamientos a través de los trazos del lenguaje. En el andamiaje de los discursos hay así repeticiones inevitables comprendidas bajo la forma sino­ nímica pero que son pertinentes en la medida en que marcan cada vez, en el contexto de la escritura una frontera local del sentido, el pasaje a otro momen­ to discursivo, seguido de una noción que se modifica.

Operaciones de denotación Estas operaciones van de fa cto a concernir a un número restringuido de términos y ello casi no es asombroso teniendo en cuenta el dominio al que se circunscribe la investigación. El discurso argumentado lógicamente incluso cotidiano si no científico participa más o menos de la tradición retórica. Aun­ que su plan ya no sea más aquel de los retóricos, va a articularse alrededor y a partir de una proposición que expone su tema. Los términos relativos a/y que componen esta proposición constituirán entonces, por su valor semán­ tico y su rol funcional, una especie de filtro según el orden de importancia en el conjunto léxico del discurso. Las estrategias del autor, que apuntan a cercar el campo de su demostración a partir de un número restringido de ele­ mentos de la proposición, van a aplicarse al funcionamiento del sentido de esos elementos, a afirmar su naturaleza y sus modos de existencia. Se trata por lo tanto aquí de la naturaleza de las operaciones requeridas para afirmar que las condiciones de la denotación se han cumplido para un término. T o d o transcurre com o si la pertinencia de estas condiciones de deno­ tación estuviera establecida por el autor no debido a su exhaustividad sino a la manera de “ todo o nada” : su ausencia no permitiría emplear el término en cuestión en el discurso. En cuanto a los funcionamientos de estas operaciones de denotación podrán ser de muchos tipos: a) m étodo de los sinónimos: consiste en presentar a la palabra como sig­ nificando lo mismo que otra palabra; b) m étodo analítico y sintético: el término se establece conceptualmen­ te a partir de composiciones que van a constituirlo como producto; inversamente, sus formas de descomposición podrán permitir autenti­ ficarlo a través de sus elementos c) m étodo demostrativo: se producirán ejemplos concretos en apoyo de su existencia y de su naturaleza; d) m étodo por implicación contextual: se define un contexto dentro del cual sólo ese término puede aparecer; e) m étodo que ofrece una regla: se establece una regla de em pleo del término no va a partir del contexto sino según el hablante considera­ do y su lugar.

Operaciones de restricción Aludo aquí en particular a estas restricciones de forma que presentan Jas lenguas naturales y de las cuales nos ha hecho tomar conciencia la lin­ güística transformacional. Estas restricciones son las que hay que tener en cuenta al examinar todas las operaciones que determinan los modos de com ­ posición del léxico, por ejemplo, las yuxtaposiciones de los términos, las o p o ­ siciones locales, las coordinaciones, aún las relaciones asociativas entre las nociones. Ya estamos aquí en el dominio de la sintaxis pero importa no des­ cuidar, en la consideración de los elementos léxicos, todos esos fenómenos de dependencia que la gramática transformacional ha descripto. Sería inge­ nuo suponer que tal tipo de adjetivo o adverbio corresponde a una elección voluntaria del sujeto enunciador. M. Gross 62 ha enumerado así de manera pertinente los pasos en los que se puede observar por ejem plo una dependen­ cia entre el artículo y el adjetivo que excluye la presencia de un adverbio o aún los casos de adjetivos que autorizan o por el contrario no autorizan la presencia del artículo teniendo en cuenta especialmente las posiciones del adjetivo en relación al sustantivo. El conocim iento de tales tipos de reglas será importante aun cuando vayamos a dedicarnos a determinar los tipos de operaciones que intervienen en el dominio sintáctico, es decir en el nivel de la constmcción discursiva.

5.2. Dominio sintáctico

Operaciones de orden Teniendo en cuenta lo precedente, aquí deberán considerarse los tipos de orden de los elementos en las proposiciones del sujeto. Estas proposiciones no corresponden necesariamente a un contenido semántico delimitado entre dos puntos. Entenderé por eUo preferentemente unidades que correspondan a par­ tes del texto, ya sea que estén determinadas por puntos y aparte establecidos por el autor, ya sea que ellas se delúniten por los momentos en los que el sujeto va a desarrollar otro punto argumentativo (pero, p o r otra parte, p o r o tro lacio, en lo que concierne). Hay por lo tanto un orden de las proposiciones pero tam­ bién un orden sintáctico que expresará las relaciones según las sucesiones, ubi­ caciones y posiciones de los elementos comprendidos en la oración (tematización, énfasis, complementaciones). En otros términos, se trata de observar cuáles son las sucesiones de relaciones que componen el texto y según qué tipo de orden. Naturalmente, estas operaciones deben ser definidas según los tipos

62.

M. Gross, “ Gram m aue transformationneLle et enseignement du franeuve par l ’erymologie, París, Ed. Minuit, 1953, p. 119. Las operaciones de denotación, de selección y de restricción apuntan y sirven para determinar los objetos del discurso, sus calificaciones y sus modos de existencia fun­ dados en la propiedad. Son por tanto los procesos constitutivos de la representación que permiten así estabilizar el espacio necesario para la constitución de un universo discursivo específico. Las operaciones lógicas y de orden al relacionar los objetos del discurso entre sí van a componer los espacios argumentativos mediante todas las relaciones de diferencia y vecindad creadas. Los objetos discursivos sólo tienen entonces existencia inmediata en función de otros objetos cuya naturaleza introduce la controversia acerca de su naturaleza propia. La representación es por ello “ animada” y toma vida en la puesta en escena de una argumentación global.

3. Gramática de las ideas:61 procedimientos de orden, de sucesión, de re­ corridos impuestos sobre las relaciones precedentes, que implican caminos operatorios bien precisos. A quien ha elegido com o objeto estudiar la argumentación la prudencia impone ciertamente observar aún numerosos textos y verificar experimental­ mente las hipótesis concebidas. He intentado en lo precedente definir qué ti­ po de análisis del sentido concebir y utilizar. Agregaré que es por tanto más “ natural” estudiar la organización externa de los textos que es el medio más seguro de. acceso a su organización interna y esto en la meuda en que el senti­ do de un discurso es generado por esta organización. En particular un texto jamás está construido de manera tal que ningu­ na de sus significaciones elementales sea representada por una proposición. Si consideramos por el contrario al texto en su conjunto como una estructura de sentido coherente se sigue que todas sus proposiciones están más que vin­ culadas entre sí. Estas ligazones, estas imbricaciones, estos giros son las mar­ cas de las funciones. Es por fin en este trayecto de todos los accesos a sus fun­ ciones que podrán ser definidos los proyectos de juego discursivos del sujeto y construida la representación de lo que él ha intentado representarse a sí mis­ mo en este cuadro espaciotemporal que he denominado teatralidad del discur­ so. N o me ha parecido pertinente, en lo que sigue, repetir la literatura que hoy en día los lingüistas nos proveen de manera abundante. Las definiciones de las operaciones de selección, de restricción y de denotación deben así mucho a los trabajos convergentes de los lexicólogos, de los semánticos y de los gramáticos transformacionales. Y o querría simplemente insistir ahora, siempre con una preocupación lógica, sobre algunas de estas funciones que me parecen más específicas del razonamiento discursivo y cuyas operaciones marcan la presencia de este campo a definir, calificado com o lógica y com o retórica.

67.

Las operaciones lógicas presentan para el analista el grafismo de un razonamiento que sigue itinerarios precisos sobre los objetos del discurso. Se trata de itinerarios del pensamiento a los cuales nos permiten acceder nuestras ideologías culturales y nuestras lógicas cotidianas. E l espacio limitativo del discurso fija por tanto sus oríge­ nes (axiom as-punto de partida) y sus desarrollos de tipo consecuencia, implicación o incluso conclusión.

LAS OPERACIONES LOGICAS. EL DISCURSO DEL RAZONAMIENTO Y EL RAZONAMIENTO DISCURSIVO: LA LOGICA Y LA RETORICA

“Q uien encuentra al lenguaje interesante en sí es otro que aquel que sólo reconoce en él el medio de pensamientos interesantes.” (F . N ietzch e,P oétiqu e, 1971, 5, p. 134.)

La definición de una conducta propia al discurso de un sujeto no incita solamente a verificar la separación entre este pensamiento y lo que la lógica clásica formaliza, sino además a interrogarse acerca de la naturaleza misma de lo que estamos tentados de calificar com o inferencias. Ello proviene de que el razonamiento natural es frecuentemente asimilado al silogismo y de que con este propósito la definición aristotélica está presente en todos los espíritus . 1 La cuestión así resumida es la de saber si la deducción de los lógicos se inscribe com o un caso particular de los razonamientos inferenciales en general.

1. LOS MODOS DE L A IN F E R E N C IA Una primera observación debe hacerse a propósito del lazo lógico que puede vincular a la vieja dupla premisas-conclusión. Primeramente, aunque la lógica lo ignore, este lazo puede ser el del hábito o de la asociación afectiva entre nociones, hechos, acontecimientos. Y aún cuando evocara algo familiar­ mente lógico, ese lazo puede ser más o menos riguroso y simplemente esta­ blecer una relación de probabilidad entre las premisas y la conclusión. Por lo tanto es preciso tener reservas acerca de lo que entendemos ordinariamente por consecuencia lógica.

1.

“ Un discurso tal que si se plantean algunas cosas, alguna otra cosa resulta necesaria­ mente de ellas solamente porque las primeras han sido planteadas.” (Primeros Analí­ ticos. )

La cuestión de la necesidad muy a menudo asociada a la de verdad intro­ duce una segunda observación. La proposición que aparece com o conclusión de un razonamiento discursivo no es siempre la consecuencia lógica de las proposiciones que han sido tomadas com o premisas. Un caso frecuente es así el de la inversión de esta dependencia lógica. Afirm ar será, por otra parte, para el sujeto el medio de plantear y de plantear com o verdadero. Finalmente, el razonamiento puede asimismo originarse en premisas reconocidas com o falsas tal com o en la refutación por el absurdo. La validez lógica de un razonamiento será así, com o lo subraya alguna vez el lógico, independiente de la verdad de las proposiciones que lo constituyen. Vuelvo ahora a la cuestión de las superposiciones posibles entre el razo­ namiento y la inferencia. Es necesario subrayar primeramente que lo que se califica de inferencia inmediata 2 ignora al término medio constitutivo de todo razonamiento comprendido bajo esta forma elemental que es el silogismo. Podemos también preguntar si todo razonamiento se reduce a hacer una in fe­ rencia: algunos autores com o Lalande querrían identificar la inferencia sólo a los razonamientos cuyas proposiciones son planteadas com o verdaderas o falsas.3 Pero esta manera de hacer depender la inferencia de la verdad material de las premisas está poco de acuerdo con la concepción actual de los lógicos. Está claro que las premisas pueden ser incluso falsas o absurdas y que la demos­ tración debe poder leerse com o una inferencia y que aún todo razonamiento mantiene una relación necesaria con la inferencia, por el hecho mismo de que hay una relación de principio a consecuencia. Razonar es, por tanto, elaborar una inferencia o inferencias. Ciertamente es preciso distinguir entre inferir y dar razones. Com o lo enfatiza Perelman: “ Una razón no es una inferencia: las razones son argumentos que se presentan a favor o en contra de una tesis, mientras que una inferencia es la aplicación de una regla” 4 Podernos así disertar acerca de la inferencia correcta o incorrec­ ta, el argumento fuerte o débil pero la justeza de una inferencia o la corrección de un razonamiento se fúnda, bien lo sabemos, en la forma y no en el conteni­ do. Debemos disociar las premisas de un razonamiento y las razones que se tienen para utilizar tales premisas, en otros términos, evitar confundir el len­ guaje con el metalenguaje. T o d o razonamiento puede así ser traducido en un esquema de inferencia del tipo de aquel que conocían los lógicos: todo A es B y todo C es A, por lo tanto, todo C es B. Persiste aquí el problema de determ i­ nar lo que garantiza la validez de una inferencia así esquematizad^. En la lógica moderna ello se hace por m edio de leyes que justifican una variedad de in fe­

2. 3.

4.

A partir de “ ningún X es Y ” concluyo que “ ningún Y es X ” . “ Esta palabra no se emplea cuando se trata de una simple implicación lógica, extraída de toda aserción acerca de la verdad o de la falsedad de proposiciones que se impli­ can; sólo se dice del pasaje de proposiciones dadas como verdaderas o falsas a la ver­ dad o falsedad de las que dependen de ellas.” (Lalande, Vocabulaire technique et critique de la philosophie, París, Alean, 1932. Véase: Razonam iento.) Logiaue et Analyse. mayo-iunio 1970, p., 25.

rencias y esas leyes se derivan de un pequeño número de leyes fundamentales que, postuladas com o axiomas, permiten entonces el reagrupamiento de todas las otras en un sistema. Es paradójico constatar que la lógica sirve siempre de referencia y de garantía al arte de razonar en el momento mismo en que habiendo cesado de ser reflexión acerca de los razonamientos concretos, apunta a ser una ciencia próxima a las matemáticas. La cuestión de la verdad de las leyes lógicas se tom a entonces paradójica en la medida en que las nociones de verdad y de falsedad se desdibujan en beneficio de una legitimidad y de una consistencia fundada en los sistemas construidos por los lógicos. Pocos de ellos continúan pensando com o Frege 5 que las leyes lógicas son absoluta e in tem ­ poralmente verdaderas, com o lo son las leyes matemáticas a las cuales sirven de fundamento. La concepción actual es así más bien próxima a la de Wittgenstein que consideraba a las leyes lógicas, reducidas a su expresión simbólica, com o tautologías, formas vacías de contenido y desprovistas de sentido. La cuestión de su verdad se resuelve entonces calificándolas com o “ siempre ver­ daderas” . Es evidente que ése es un m odo de expresión propio del lógico: no es la proposición lógica la que es verdadera sino todas las proposiciones con ­ cretas que ella podrá representar. Es por lo tanto, com o enfatiza R. Blanché6, “ potencialmente verdadera, puesto que es apta para devenir verdadera y que devendrá verdadera efectivamente todas las veces que se concretice al relle­ narse con un contenido” . Estas observaciones acerca de las leyes lógicas llevan por lo tanto a distin­ guir entre el acto de inferencia y lo que puede autorizarlo y , por ello mismo, ser calificado com o ley. Los objetivos de un razonamiento son independien­ tes, todos lo sabemos, de las modalidades de corrección de su forma. Hay así una m etodología del silogismo pero también un arte de orientarlo. Como enfatiza con pertinencia R. Blanché7 el reconocimiento de las reglas de juego basta para el árbitro pero no para el jugador. Una distinción análoga diferencia las reglas de la lógica y las operaciones propias a la estrategia de un sujeto. Un buen razonamiento no es así otra cosa que aquel que alcanza su objetivo. El encadenamiento de las proposiciones que lo constituyen descansa en la relación fundamental que vincula la consecuencia al principio y permite in fe­ rir del uno la otra .8 La verdad de una proposición conlleva la verdad de su con ­ secuencia. En el caso de una proposición considerada verdadera, la inferencia es por tanto legítim a si introduce la verdad de su consecuencia. Pero la falsedad de la consecuencia deja presuponer la del principio y permite por tanto la refu­ tación, ya que lo falso no puede derivarse de lo verdadero .9 Estos dos princi­ 5. 6. 7. 8.

9.

Cf. Bochenski, Fórmale Logik, Fribourg y Munich, 1956. Le Raisonnement, París, P.U.F., 1973, p. 21. Ibid., p. 23. C. S. Peirce califica esta relación com o ilativa. Cf. Collected Papers, Cambridge, Mass., Harvard Univ. Press, 1931-1935, III, 162, 440. Esta relación es transitiva pero no si­ métrica. Se trata por cierto de lo que el lógico denomina: m odus ppnens y modus tollens. p D q . p: D q ' y p O q . ~ q : D ~ p.

pios de verdad y de falsedad en la relación premisa-consecuencia pertenecen a los orígenes de la lógica. Son aún el criterio importante de toda inferencia argumentativa. Com o escribe Aristóteles en los T ó p ico s: “ Si queremos estable­ cer la tesis, buscaremos una proposición cuya verdad implique la suya (pues si mostramos que esta proposición es verdadera al mismo tiempo habremos de­ mostrado la tesis); y si queremos refutarla buscaremos una proposición que sea verdadera si elia es verdadera (pues si mostramos que una consecuencia de la tesis no es verdadera, habremos al mismo tiempo refutado la tesis) ” .10 Sin embargo es preciso subrayar la necesidad de distinguir entre la relación principio-consecuencia, común a la m ayor parte de los razonamientos y la rela­ ción de implicación lógica entre dos proposiciones. L o segundo es más bien del tipo de la yuxtaposición asertórica. El problema lógico no es sólo que una consecuencia sea implicada por un principio sino que esta relación sea “ ajustada” [“ serreé” ] al punto de justificar la inferencia. Esta es la razón por la cual Lewis ha concebido la implicación “ estricta” tal que “ p implica ¿7 ” sea sinónimo de “ q es deducible de p ” . Entonces, según Lew is12, estamos p ró ­ ximos a lo que pasa en un razonamiento, pues la implicación estricta expresa “ esta relación que juega cuando la deducción válida es posible, y que no juega cuando no es posible” . La dificultad es que en el sistema de Lewis reaparecen lo que se denominan “ las paradojas de la implicación” : lo falso implica todo y todo implica lo verdadero; lo imposible implica todo y lo necesario es im pli­ cado por todo. En resumen, la implicación y la relación de consecuencia deben ser situa­ das en dos universos distintos. El prim ero, preocupado por la sintaxis del dis­ curso, es puramente formal y en la medida en que los contenidos no inter­ vienen más que poco o nada, ello explica lo que nos parecen paradojas. A la inversa, la relación de principio a consecuencia hace intervenir la cuestión del sentido. La ambigüedad está marcada en particular en la apropiación por parte de los lógicos de los términos im plicar e im plicación de los que conocemos por otra parte un uso abundante y diferentemente aceptado en el razonamiento cotidiano. R. Blanché 13 propone así distinguir entre la implicación estricta y una implicación calificada com o inferencial o ilativa [illa tiv e] para preser­ var la especificidad y la extensión más natural de esta última. Aunque el acer­ camiento de las dos puede inducir el peligro de olvidar que, en la práctica, ünplicar no es solamente establecer una relación de pryjcipio a consecuencia sino además y sobre todo construir una relación de premisas a conclusión. L o

10. 11. 12.

Topiques, París, Budé, 1967, p. 44 (II, 4, III, b 17-23). p implica q significa que no podem os tener a la vez p verdadera y q falsa; q no es solamente verdadera, es necesariamente verdadera. Lewis y Langford, Simbolic L o g ic, N e w York, Appleton Century Crofts, 1932, p.

122

.

13. Op. cit., p. 29.

mismo ocurre aún cuando a la inversa vamos de la consecuencia al origen.1'’ Esta relación está por lo tanto determinada por una orientación y este orden se reencuentra en el lenguaje a menudo bajo un m odo temporal. Es preciso distinguir entonces entre la consecuencia (se sigue) y la consecución (viene después), es decir entre lo condicional y lo temporal. El análisis de las estra­ tegias posibles del sujeto aparece com o necesario para aproximar las “ leyes naturales” que le permiten construir las redes de relaciones entre los seres y los acontecimientos en el plano de la sucesión y de la necesidad. Ello significa situarse más del lado de las investigaciones de tipo piagetiano que dentro de las problemáticas específicamente lógicas. Los modos de la inferencia no se reducen así a cuestiones sintácticas de escritura sino, que al ser la marca de una actividad inferencial de un sujeto, introducen la cuestión de las condiciones operatorias de esta actividad .15 Ello conduce en particular a adoptar una acti­ tud diferente de la del lógico clásico para quien existen buenos razonamientos frente a malos razonamientos, razonamientos falaces, cuando se sabe sin em bar­ go que un mismo sujeto puede producir unos y otros.

2. R A Z O N A M IE N T O S BUENOS Y M A L O S Es sintomático comprobar que los lógicos contemporáneos han olvidado el ejem plo de sus predecesores medioevales y que los tratados modernos ya no son ni siquiera parcialmente consagrados al estudio de algunos razonamientos juzgados defectuosos. Ahora bien, por tanto, com o lo recuerda R. Blanché16, el estudio de estos últimos está en el origen de la reflexión constitutiva de una lógica: en Aristóteles, las Refutaciones de los Sofism as 17 han precedido la constitución de los A n alíticos. Luego, a pesar del nivel cien tífico elevado alcan­ zado por los trabajos lógicos, la teoría de los sofismas continuó siendo casi idéntica a la de Aristóteles. Bochenski subraya así que “ ni Aristóteles mismo, ni ninguna persona hasta hoy, ha conseguido, desde el punto de vista de la lógica formal, reemplazar verosímilmente la doctrina primitiva de las R efu ta ­ ciones de los S o f i s m a s Aristóteles distingue dos tipos de sofisma propios del lenguaje, dejando de lado aquellos que se deben a la ignorancia por parte de

14. 15.

16. 1 7.

Ejemplos: la obtención de un pasaporte implica la ciudadanía. Vuestros bienes impli­ can ciertos ingresos. Tener una cuñada implica que se tiene un cuñado. “ Una operación racional no es una acción psicológica cualquiera: es una acción -exteriorizad a en movimientos o interiorizada en pensamientos, eso poco im porta— susceptible de reversibilidad completa en su mecanismo formal. . . La aparición de operaciones reversibles u operaciones racionales es característica de la inteligencia.” (J. Piaget, Classe, Relations, Nom bres, París, Vrin, 1942, p. 13-14.) A sí, en los razonamientos más simples hay una complementariedad de lo verdadero y de lo falso, de la afirmación y de la negación y la relación de inferencia puede ser recorrida en am bos sentidos. Op. cit., p. 242. Fórmale Logik, p. 64.

un sujeto de la cuestión debatida. En un primer caso, tenemos la anfíbolia^la ambigüedad, la combinación de las palabras. En el segundo, la confusión que consiste en tomar por acordado lo que se discute o ver una causa allí donde no la hay. En verdad, allí se trata de faltas del lenguaje más bien que de lógica. La distinción, la reconozco, es especiosa ya que el origen lingüístico de las dificultades que encontraba ha conducido a la lógica a constituirse en lenguaje artificial, conforme a sus objetivos. La noción de error lógico tiene por otra parte hoy en día una acepción casi enteramente sintáctica. Otras precisiones deben matizar el uso variable que se hace de términos com o sofisma y paralo­ gismo . 18 Un sofisma sería un razonamiento especioso que apunta a engañar a otro, “ válido en apariencia, pero en realidad no concluyente, que e x p o ­ nemos para ilusionar a otros, o en el que nos pagamos de nosotros mismos bajo la influencia del amor propio, del interés o de la pasión ” .19 El paralo­ gismo sería un razonamiento vicioso que, al darse una apariencia de correc­ ción, pasa sin embargo al lado de la lógica, es decir sería ilógico. Algunos, yendo más lejos, incluyen al sofisma dentro del paralogismo. Ello es relacio­ nar dos fenómenos diferentes con un mismo denominador lógico; es desde­ ñar lo que hay de dialéctica y retórica en el sofisma, que apunta bien a un auditorio. En otros términos, un razonamiento de captura, que tiene por destino hacer admitir una conclusión y para el cual todos los procedimientos lógicos o de apariencia seudológica son buenos, no es necesariamente un razo­ namiento defectuoso sino objetivamente en el nivel del discurso que estudia la lógica. Un procedim iento, lo recuerda R. Blanché20, consiste en “ hacer pri­ meramente pasar una proposición en apariencia inocente, a la cual el oyente poco atento puede aceptar suscribir, para extraer a continuación por razona­ miento una conclusión que el otro no había ni previsto ni deseado” . N o es necesario entonces por parte del sujeto que lo compone situar su estrategia discursiva fuera de un plan lógico, por el contrario: los argumentos, las razo­ nes, los principios, sus consecuencias, muy ajustados, clausuran así el campo dejado al adversario para razonar y objetar. Por cierto que la regla de juego consiste en utilizar las imprecisiones, las incompletitudes y lo arbitrario de ciertos límites, pero se trata allí de problemas de sentido y no de cuestiones formales. La actitud a adoptar en relación a esto es sin duda próxima a la de los autores de Port Royal cuando precisan: “ N o nos hemos detenido a distin­ guir los juicios falsos de los razonamientos malos; e indiferentemente hemos buscado las causas tanto de unos com o de otros ” .21 El control formal de la cualidad de un razonamiento es así relativamente incapaz de dar cuenta de la existencia de los paralogismos, ya que lo que está en cuestión es la verdad material de las proposiciones. Constnrir por lo tanto una teoría formal de los

18. 19. 20. 21.

Am bos se encuentran empleados en sentidos muy próximos por parte de los autores de la Lógica cíe Port-Royal. Lalande, op. cit. Op. cit., p. 246. III, X X , p. 260.

razonamientos falaces no tiene mucho sentido. A lo sumo podemos catalogar algunos tipos de faltas, al menos las de aquellos que no respetan las leyes lógicas reconocidas com o clásicas. Restan todos los que, aunque respetan apa­ rentemente estas leyes, plantean un problema al analista desde el m om ento en que él atribuye un contenido a las proposiciones que observa. Es por ello, creo, que una teoría lógica limitada a sí misma es de poca ayuda para una teoría de la argumentación por la razón de que una se explica y debe explicarse por lo que la otra ha elegido borrar: la presencia de un sujeto que actúa. Al hacerlo, volvemos a encontrar la razón por la que Aristóteles englobaba a los razona­ mientos falaces en la categoría general de erísticos. L o que la Edad Media y más tarde Lewis Carroll22 trataban bajo la forma de juegos, de piezas lógicas se insertaba en el marco de los procedimientos de conflicto, de luchas de argu­ mentos. La historia nos ha dejado así ejemplos desconcertantes. Los paralo­ gismos voluntarios de quienes apuntan a construir a partir de proposiciones reconocidas com o verdaderas y por un razonamiento de apariencia irreprocha­ ble una conclusión paradójica, incluso absurda, muy a menudo conforme a los objetivos de su autor son una pieza fundamental de juego de la argumentación. El problema planteado es difícil: la sintaxis de un sofisma se conformara' de buen grado a lo que de él exige un lógico. A lo sumo podrán asombrar las con ­ clusiones contradictorias o las consecuencias análogas a una trampa del esp í­ ritu. Por cierto que la solución está en otra parte, no solamente en el examen de la elección de los axiomas utilizados sino además en el análisis de los proce­ dimientos argumentativos, es decir en el estudio minucioso de las funciones y del uso práctico del discurso razonado considerado.

3. FU N CIO N ES Y USOS D E L R A Z O N A M IE N T O No es cuestión de querer resumir, si pudiera hacerse, todas las contribu­ ciones de una historia del pensamiento que reflexiona acerca de su propio fun­ cionamiento. A lo sumo y o debería recordar algunos principios que me pare­ cen directrices de una preocupación por los fenómenos argumentativos. Es así com o la primera función del razonamiento es la de ser un m odo de prueba. Ello es fundamental para toda argumentación. Ciertamente hay otros tipos de prue­ bas además del razonamiento. Aún puede plantearse la pregunta de la relación necesaria o no entre el razonamiento y el establecimiento de la verdad. Paradojalmente, en efecto, pero es un poco el propósito del punto prece­ dente, el rigor y la persuasión de un razonamiento pueden ser independientes de la verdad de las proposiciones que lo constituyen. El lógico lo sabe: una conclusión puede ser lógicamente válida, aunque los principios que están en el origen de la deducción sean falsos. Por otra parte esto no es en absoluto para­ doja! para el cien tífico que después de mucho tiempo ha bautizado com o h ip o ­ tético deductivo a! proceso que consiste en someter a prueba observacional 22.

Logique sans peine, París, Hermann, 1966.

razonada Jo que no es al com ienzo más que conjetura o hipótesis generalmente dudosas. R. Blanché tiene razón al subrayar que hoy en día: “ el matemático no demuestra más sus teoremas, simplemente los deriva ” .23 La demostración del matemático no apunta más a trasmitir a los teoremas el carácter de nece­ sidad evidente de los axiomas sino solamente a mostrar que derivan lógica­ mente de ellos. Aún podríam os precisar para más veracidad que no se trata de proposiciones sino de formas proposicionales vacías de contenido y cuya ver­ dad sólo tiene sentido en la relación construida entre ellas. El razonamiento, m odo de prueba, puede así, yendo más lejos en esta dirección, apuntar a establecer lo falso. Ello será, dado el caso, una etapa, un rodeo para construir indirectamente la verdad. Citaré nuevamente a los m ate­ máticos cuya demostración por el absurdo es bien conocida. Pero los filósofos saben también, después de Zenón de Ele a que existen razonamientos denom i­ nados apagógicos que proceden por reducción al absurdo, a lo imposible, a lo falso. En consecuencia, tanto la refutación com o la prueba son funciones fun­ damentales del razonamiento y su existencia no es verdadera en particular más que en un contexto argumentativo cuyas tesis se oponen. La cuestión de una función de invención, de descubrimiento posible es más delicada. Se ha hablado mucho en la historia de las ideas de la intuición y de la iluminación .24 Pero muchos siguen pensando, luego de Descartes y de Leibniz que el razonamiento es el instrumento suficiente y necesario para conducir al descubrimiento. Karl Popper, cuya Lógica del descubrim iento c ie n tífic o 25 ha sido traducida recientemente al francés, escribe esto a propósito de lo que él tacha de psicologismo: “ La cuestión acerca de cóm o se le ocurre una idea nueva a una persona —ya sea un tema musical, un conflicto dramático o una teoría cien tífica— puede ser de gran interés para la psicología em pírica, pero carece de importancia para el análisis lógico del conocim iento cien tífico. Este no se interesa por cuestiones de hecho (el quid fa cti? de K an t) sino únicamente por cuestiones de justificación o validez (el quid juris? de Kant). Sus preguntas son del siguiente tipo: ¿puede justificarse un enunciado? En caso afirm ativo, ¿de qué manera? ¿Podemos someterlo a prueba? ¿Depende lógicamente de otros enunciados?, o también ¿está en contradicción con ellos? Para que un enunciado pueda ser examinado lógicamente de esta forma tiene que habér­ senos propuesto antes. Alguien debe haberlo formulado y entregado a nosotros para su examen lógico ” .26 23. 24.

25. 26.

O p .c it., p. 50. “ La intuición es el instrumento de la invención.” (H . Poincaré, Science et M éthode, París, Flam m arion, 1908, p. 5 3.) C. Bernard, por su parte, piensa que la idea nueva se produce por el sentimiento, y el razonamiento deduce de ella a continuación las consecuencias para verificarlas expe­ rimentalmente: “ N o podría haber método para hacer descubrimientos, y los temas filosóficos no pueden dar el sentimiento inventivo a aquellos que no lo poseen así como tampoco el conocimiento de teorías ópticas puede dar una buena visión a quie­ nes naturalmente están privados de ella” . París, Payot, 197 3. Ibid . . 27.

Las últimas palabras citadas aquí son doblemente interesantes: primero porque introducen nuevamente la necesidad de definir lo que debemos enten­ der por lógica de un razonamiento, a fo r tio r i de una argum entación,y luego en la medida en que, para quien ha elegido estudiar el discurso argumentado, e v o ­ can la dificultad de zanjar la cuestión de saber si ese discurso extiende o reduce el campo en debate a partir de sus primeras proposiciones. En respuesta a la primera pregunta no retomaré lo que he dicho en otra parte acerca de los problemas planteados por una definición lógica de la argu­ mentación. Nada impide a p rio ri denominar razonamiento al encadenamiento riguroso de inferencias que derivan unas de otras, o por el contrario un p roce­ dim iento en “ saltos de pulga” cuyas etapas más o menos ligadas se parecen a un proceso de razonamiento. T o d o responde en definitiva a lo que se ha e le ­ gido com o axioma y allí está la ambigüedad del concepto de invención: ¿hemos descubierto una consecuencia o hemos añadido algo? L o que se ha in ­ ventado, ¿estaba o no determinado previamente? Creo que es preciso hacer aquí una distinción y separar el descubrimiento en el sentido en que lo enten­ dería un experimentalista, del camino del pensamiento que ha podido conducir a él. Aún es preciso examinar de cerca el razonamiento considerado y verificar el agotamiento de todo su alcance lógico. Como escribía Cl. Bemard27: “ Un descubrimiento es en general una relación imprevista que no se encuentra c o m ­ prendida en la teoría, pues si no ella sería prevista” . Esta es la razón por la que Cl. Bernard preconizaba a menudo “ la experiencia para ver” en la medida en que, decía, “ si uno cree demasiado, el espíritu se encuentra ligado y cons­ treñido por las consecuencias de su propio razonamiento ” .28 Es decir, por una parte, que todo razonamiento tiene un objeto, que ese objeto es extradiscursivo y que si hay un descubrimiento su función es despejar conceptualmente todos los elementos lógicos de un análisis de ese objeto. He allí probablemente la respuesta a la doble pregunta planteada. Por cierto que el razonamiento inicial del físico acerca de un hecho o de un matemático acerca de una h ip ó te­ sis no presentará de golpe la coherencia lógica que tendrá, más tarde, su term i­ nación. Pero, en cualquier etapa que nos encontremos, el discurso interviene fundamentalmente y en vez de la intervención, elegiría denominar construcción a estos tanteos acerca de un hecho, de una idea en los que se ensayan la prueba y la refutación. Es allí probablemente donde una lógica de la argumentación puede parecer la más explícita en la exploración métodica de un dominio y la puesta al día de los elementos que importa analizar. La lógica en cuestión ya no es más la de la aserción [assertation], aunque se da com o tal en el resultado. La marcha del descubrimiento, para retomar la expresión de algunos científicos es entonces análoga a la de nuestras operacio­ nes cotidianas. Sería paradójico descuidar, en provecho de las funciones de elaboración teórica precedentes, la función práctica fundamental del razona­ m iento. Ya se trate de una decisión personal, de una conclusión jurídica, o de 27. 28.

Introduction de la médecine expérimentale, París, Flammarion, rééd. 1966 p 71 Ibid.

una elección política toda argumentación se apoya en un razonamiento. T o d a ­ vía han de desarrollarse las lógicas para tratar así lapiueba (deóntica, categóri­ ca, valores) o la investigación (objetivo fijo o n o) en el uso práctico del razo­ namiento. Este es el caso cuando aplicamos una regla del tipo del valor en una si­ tuación de hecho ,29 ya sea consecuencia o premisa. También es el caso cuan­ do de la intersección de muchos imperativos extraemos uno nuevo .30 Sería muy simple por otra parte considerar que las operaciones lógicas en cuestión conciernen esencialmente a los fenómenos de tipo deóntico. Ello sería des­ preciar la extrema abundancia de las recetas, de las técnicas de sugestión empírica, y de los consejos inspirados en las creencias, en las costumbres, en las prácticas y en las experiencias locales que intervienen en muchos fenómenos discursivos. Ello puede ser ex p lícito pero también —y ésta es la dificultad sociolingüística— im plícito. La perplejidad del lógico es comprensible entonces, delante de un razonamiento que, por ejem plo, se dará la apariencia de una deducción a partir de una premisa tan paradójica como las consecuencias que podremos extraer de ella. Algunas veces incluso, será difícil determinar si la conclusión es verdaderamente impuesta por las premisas: ¿cómo calificar el rol desempeñado por algunos exclamativos o exhortativos, por ejemplo? El razonamiento más cotidiano tiene también el mérito de ser breve. El problema se tom a más com plejo cuando se trata de examinar las justificacio­ nes aportadas a posteriori por un juez para su sentencia y lo que ha podido motivar lógicamente su elección. Es tal artículo del código el que, por ejem ­ plo, recibirá una interpretación o un valor particular de manera de asegurar una coherencia al conjunto, de servir de referencia, de ser a la vez premisa y consecuencia para la aplicación de una pena .31 A la inversa, quien elabora la legislación apuntará, a partir de principios, a asegurar la consistencia y la completitud de su sistema. G. Kalinowski de quien ya hemos hablado, ha elaborado así una teoría formal de las proposicio­ nes normativas, observando los razonamientos jurídicos para extraer de ellos 29. 30. 31.

“ He tenido la ocasión de ser generoso ya que. . “ Si esto se produjera, y o sería valiente.” “ Tengo derecho de conducir pero debo poseer una visión normal; ahora bien, soy miope, por lo tanto. . “ El juicio dice con respecto a esto: Los autores de un libro, al usar un tono polémico o incluso panfletario para decir una cosa esencialmente verdadera en vista de la defen­ sa del patrimonio biológico y estético de la nación, mientras que los poderes públicos y los representantes elegidos como defensores naturales de la población guardan si­ lencio o parecen contentarse con explicaciones platónicas, han actuado de buena fe y con un objetivo benéfico de inform ación del público y de la administración un momento abusada. Es por tanto mediante un vicio fundamental del razonamiento que los promotores, llevados de la desmesura a la mesura por los últimos textos ad­ ministrativos, querrían volverse contra los valientes iniciadores de una campaña de protesta tachada no hace mucho de quijotería ridicula ante el doble muro de horm i­ gón y de plata, y hoy en día de deshonestidad intelectual, ya que han debido elevar la voz para hacerse entender alto y lejos.” ( L e M ond e, 23 de marzo de 1974.)

la estructura lógica. Esta tentativa reciente, com o la de V on Wright para la lógica deóntica, conmueve un poco los antiguos hábitos de adaptarlos razona­ mientos al m odelo clásico de la lógica. El interés proviene de que éste es el primer caso de una lógica inspirada en el estudio de los fenómenos concretos que se esfuerza por dar su representación formalizada. La lógica deóntica considera a las proposiciones que enuncian obligacio­ nes, pennisiones o proliibiciones. Tenemos así un m odelo de tipo triangular que forma un sistema com pleto de contrarios: un término excluye a los otros dos y recíprocamente. Las proposiciones son, por otra parte, jerarquizadas según tres niveles: los juicios de valor traducidos bajo la forma de proposicio­ nes estimativas o axiológicas, los deberes indicados por las proposiciones nor­ mativas o deónticas, y por fin, las órdenes expresadas por las proposiciones imperativas. El valor da así garantías al deber, justificando él mismo la orden: “ Esto está bien, en consecuencia, es preciso hacerlo, por lo tanto, ¡hagámos­ lo !” . El lector podrá asombrarse de la brevedad y de la simplicidad de tales proposiciones pero la lógica deóntica no tiene que considerar a las modalida­ des del lenguaje de las que hablaré más adelante a la luz de las operaciones retóricas. Tiene, ella también, la necesidad de reemplazar al lenguaje ordinario por un lenguaje simbólico al mismo tiem po que la dificultad de concebir un lenguaje simbólico conveniente para su propósito. Es que una de las dificultades de la lógica, después de Aristóteles, es la de determinar si el lenguaje de la acción es tan formalizable com o el de la razón y de la misma manera. Sobre todo: las leyes lógicas, ¿son las mismas en ambos casos? La primera respuesta es negativa pues se trata aparentemente de un universo con objetivos diferentes y con léxicos sin una relación cierta. Por lo tanto, para la observación más atenta no se trata de una oposición ni de d ife­ rencias fundamentales; diríamos más bien que los niveles de complejidad son de importancia desigual, por supuesto que en detrimento de la lógica clásica. Toda lógica de la acción es necesariamente más rica en la medida en que pro­ longa y amplifica al tiempo que concretiza otras lógicas ya elaboradas. Esto es menos asombroso si consideramos que el pensamiento es también acción. La elaboración de una lógica “ práctica” significa concebir una sistematización posible de las reglas del razonamiento y de la inferencia con todas las conse­ cuencias deontológicas visualizables respecto del ejercicio del pensamiento. Puede tratarse entonces de un nuevo cuestionamiento parcial de las modali­ dades y de los objetivos de la lógica que conocemos: ¿ciencia o práctica? N o podem os dejar de pensar aquí en la teorización de los silogismos hecha por Aristóteles desde los A n a líticos hasta los Tópicos. Tanto que la idea de una lógica, concebida com o conjunto de los modos de regulación del discurso, evoca a menudo la necesidad de una m etodología normativa de los modos de pensar. ¿Es preciso visualizarla bajo la fonna de una extensión de las tenta­ tivas modernas de constitución de una lógica deóntica? La cuestión difícil es diferenciar lo que va a surgir de una metalengua de tratamiento y lo que,

por el contrario, pertenecerá a la lengua propiamente dicha de los valores, de las obligaciones y de las reglas .32 Un buen número de estas expresiones, hoy familiares a la lógica clásica, retoman toda su ambigüedad cuando se trata, com o lo advierte R. Blanché33, de reintroducirlas en una sistematización del lenguaje práctico. Este es el caso de la palabra ley que puede indicar tanto la necesidad com o la obligación. A l perder el rigor de los análisis formales el discurso del razonamiento, al mismo tiempo que se extiende a las proposiciones distintas de las declarativas, conoce las dificultades de una lengua cuya metalengua todavía es un esbozo. El lógico debe aquí desdoblarse en un lingüista, y si no lo es, debe arriesgarse a asumirlo. Su trabajo es un inventario y después de todo está bien que así pueda nombrar modestamente la necesidad de clasificar las formas prácticas de razonamiento observado con miras a su sistematización. Podemos entonces hacer un cierto número de observaciones cuyo interés es sobre tod o el de introducir a la reflexión acerca de las condiciones prácticas de ejercicio del razonamiento. Podemos globalmente distinguir dos cursos gene­ rales de pensamiento que la literatura ha estado de acuerdo hasta aquí en califi­ car de progresivo al uno y de regresivo al otro. El razonamiento progresivo o aún directo es el de la síntesis deductiva. No me basaré aquí más que en las observaciones ya efectuadas por la lógica deóntica, reservando el ejemplo de otros razonamientos prácticos para la ilustración, más adelante, de las operaciones lógicas principales. El razonamiento deductivo puede así aparecer com o hom ogéneo, limitado a normas generales o todavía practicar una especie de metábasis [métabase], que va de lo universal a lo singular, aplicando la norma al caso concreto .34 Asimismo, siempre hom ogé­ neo, el razonamiento puede quedarse en el dominio exclusivo de la norma, examinando deductivamente todas las consecuencias de ésta, del género a las especies. Es la noción de orden natural cara al legislador que anhela constituir el sistema detallado de las reglas y de sus composiciones sucesivas. Todo código está orientado por los principios generales que le han sido elegidos com o fun­ damento. Pero los silogismos prácticos de los que hablaba Aristóteles y que examina hoy en día G. Kalinowski revelan un funcionamiento análogo cuyo caso típico es el de una premisa m ayor representada por la norma general aplicada a la menor, caso concreto, para extraer la conclusión normativa .35 Este tipo de

32. 33. 34.

35.

V on Wright considera así a la lógica deóntica com o lógica de las proposiciones nor­ mativas más bien que de las normas en sí mismas. Op. cit. , 209. “ Luego llega incluso a afirmar que se puede ‘ir un poco más lejos que la jurispruden­ cia’, inculpando a M. Michel Melé, secretario de la sección socialista de Puteaux, en el vehículo del cual no se ha encontrado nada: ‘Pero él era el jefe de un grupo de vehículos en el que estaban depositadas las armas’.” (F . Cornu, Le M on d e, 23 de mar­ zo de 1 974.) “ Según el filósofo, este silogismo es una inferencia efectuada por el hombre que está

razonamiento no es por otra parte exclusivo de la práctica del jurista. La encon­ tramos frecuentemente en medios pedagógicos, en la prensa, etc., y por supues­ to en nuestras deliberaciones cotidianas. Tengo así mis propias reglas de con­ ducción que son normas para la acción, fundadas en valores a los cuales me adhiero y es en función de ello que construyo el examen de las circunstancias que preceden mi decisión de actuar. El análisis de tales razonamientos impone naturalmente diferenciar con esmero lo que surge de la ética y, en cuanto tai, pertenece a la lengua del razonamiento y lo que, por el contrario, al nivel de las operaciones lógicas propiamente dichas, constituye el metalenguaje. En otros términos, sistematizar un cierto número de operaciones normativas no implica que ellas vendrán a añadirse en el mismo plano de las que aseguran el funcio­ namiento lógico y regulan el discurso. Sus funciones no son las mismas: unas son operaciones de sentido, las otras procedimientos necesarios para el pensa­ m iento que se expresa y actúa, por lo tanto para la construcción lógico-retó­ rica del discurso. El otro curso general del pensamiento, calificado com o regresivo, engloba todos los razonamientos del tipo inverso. Algunos, com o las deducciones que he evocado precedentemente, permanecen en el dominio de la normatividad, y van de una regla particular a una regla más general. Otras constituyen lo que se denomina anábasis [atiabases], inferencias que producen una norma univer­ sal a partir de casos concretos singulares. La debilidad de estos razonamientos, com o advierte R. Blanché36, es que sólo permiten en general conclusiones acer­ ca del m odo probable, en la medida en que éstos desbordan a menudo, tanto en extensión como en intensión, lo que las premisas empleadas permiten, estas dificultades son por otra parte subrayadas por algunos juristas, a propósito jus­ tamente del razonamiento regresivo que adopta el juez, cuando más allá de los hechos, ambiciona llegar hasta el “ espíritu de la ley” com o principio para fundar la interpretación de los hechos en cuestión .37 Procedimientos similares se vuelven a encontrar en los escritos de los filó ­ sofos moralistas por ejem plo. Unos prescriben nuevos principios y apuntan así a m odificar los valores admitidos, otros intentan simplemente unificar en un

36. 37.

determinando su comportamiento inmediato. Esta inferencia está compuesta por dos premisas. La mayor es una norma general, universal, ya sea de lado del agente o del lado de la acción. La menor es un juicio teórico singular. La conclusión es en conse­ cuencia una norma singular del lado del agente o del lado de la acción, según el caso. . . La norma singular, conclusión del silogismo práctico, funda directamente cl orden que el sujeto de acción se demanda de alguna manera a sí mismo a fin de pasar a la acción. Esta orden —* ¡Haz esto!’ o ‘N o hagas esto’— puede por tanto ser denom inada por metonimia, por supuesto, la conclusión del silogismo práctico.” (G . Kalinowski, op. cit., p. 35.) Op. cit., p. 215. “ Si hay violencias, depredaciones, no dudar: la evacuación será com o antes ordenada inmediatamente. Pero si la ocupación —que no podríam os asimilar sin artificios a una violación de dom icilio— es pacífica, siempre ocurre lo mismo: nuevas jurispru­ dencias se constituyen aq u í y allá especialmente en la región parisina.” (J.-J. D u peyrou x, Le M on d e, 19 de marzo de 1974.)

sistema estos mismos valores existentes. Aquellos están más próximos al em­ pleo del razonamiento indirecto. Las otras dos formas características de éste se manifiestan cuando se llega a una regla general a partir de imperativos particulares concretos y cuando el pasaje se hace no solamente de lo singular a lo general sino también de la obser­ vación a la norma. En el primer caso la jurisprudencia se enriquece al asegurar la síntesis de las decisiones singulares tomadas con anterioridad en situaciones próximas. El segundo caso es más complejo y ello es comprensible en la medida en que interfiere con la reflexión del científico acerca de su propia marcha desde los datos experimentales hacia la ley que puede vincularlos. Este proce­ dimiento inductivo que a menudo se ha asimilado a un salto del espíritu, está suficientemente difundido en la historia misma de las ciencias y no ha dejado de suscitar según los autores reservas en cuanto a su naturaleza susceptible de riesgos tales como la incertidumbre, la probabilidad o la incompletitud. Sin embargo es así como razonamos cuando, a partir de elementos de su escri­ tura, inferimos el carácter de una persona, es decir los principios que pueden regular su conducta .38 Aún están por desarrollarse los estudios acerca del pro­ cedimiento conceptual propio del psicólogo o del psicoanalista. Las cosas no son por otra parte jamás tan claras como acabo de presentar­ las. Ya sea que se trate del jurista, del estratega militar, del investigador cien­ tífico o también y sobre todo el interlocutor de un diálogo, los procedimientos razonados precedentes se complementan, incluso se interpenetran. El conjunto toma a menudo el aspecto de lo que se califica como discurso hipotético-deductivo y que, según las axiomáticas normativas y asertivas, recubre la catego­ ría más extensa de las argumentaciones. Las operaciones del sujeto deben ser, como lo he dicho, según su naturaleza, su lengua, su finalidad, cuidadosamente diferenciadas. Operaciones del sentido propiamente dichas, remiten a un análi­ sis que al beneficiarse con el esclarecimiento lingüístico, debe coordinar y sis­ tematizar los fenómenos observados en superficie para extraer las relaciones susceptibles de constituirse en representación discursiva. La multiplicidad de los hechos de lengua tom a imposible la constitución de un modelo previo de todas las relaciones posibles. Ello en tanto la problemática no es hacer un análisis en términos de superficie ni siquiera remitir a un nivel profundo hipo­ tético sino más bien aproximamos a una representación posible del universo de significación que se organiza en una teatralidad discursiva. Rem ito a lo que dije antes acerca de este tema. Esta teatralidad discursiva no puede sin embargo ser asegurada sin poner en ju ego operaciones de tipo lógico-retórico. Las opera­ ciones retóricas son todavía el objeto de ensayos de profundización en la inves­ tigación lingüística contemporánea. Más adelante hablaré de ellas. Las operacio­

38.

“ Hay dos Chaban: el que durante tres años en Matignon tiene en cuenta las realida­ des sociales evidentes y adapta a ellas inteligentemente su política, a menudo contra la voluntad de su m ayoría; y aquél que hoy en día tiene necesidad de ésta para impo­ nerse como un candidato creíble y sólido.” (P. Tesson, L e Quotidien de Paris, 8 de abril de 1974.)

nes lógicas se benefician para su definición con la herencia de los trabajos clási­ cos y de esta permanencia verificada como atestigua lo poco que he podido decir a propósito del razonamiento y de su manifestación discursiva. Hay así un número limitado de esquemas de inferencia cuya regularidad es constitutiva de toda argumentación. No hablaré más que de los principales: la deducción, la inducción, la analogía y la retrospécción.

4. L A DEDUCCION Durante mucho tiempo el silogismo ha sido considerado como la forma perfecta y más difundida de la deducción. Es así como la forma deductiva del discurso matemático era asimilada a una sucesión de silogismos. Y esta idea per­ sistirá mucho tiempo ya que Euler, a quien R. Blanché39 cita, consideraba que “ todos los razonamientos por los cuales se demuestran tantas verdades en la geometría se dejan reducir a los silogismos formales” . Recién en el siglo X IX se opondrá la diversidad y el rigor del razonamiento matemático a la pobreza mecánica del silogismo. Es verdad que éste ha sido mal descripto y represen­ tado, al punto de ser reducido a una combinatoria gratuita. Esto es dejar de lado el hecho de que un silogismo no es un simple meca­ nismo formal. Como lo subraya aún R. Blanché40 “ en realidad, esta diferencia de las figuras corresponde a una diferencia de las funciones, que puede ocultar pero no abolir la reductibilidad mutua de las figuras” . Además, un silogismo puede recibir dos interpretaciones, tanto en exten­ sión como en intensión. Dos razonamientos son posibles a este respecto: uno de tipo asertivo, el otro modal .41 Ello explica que Aristóteles haya constituido también una teoría de los silogismos modales, con el fin de analizar los casos de combinación entre premisas modalizadas y entre premisas modal y asertórica. Es preciso agregar todavía la introducción por parte de los lógicos me­ dioevales de las proposiciones singulares en la teoría del silogismo. Ello ha permitido considerar los tipos de razonamiento que van del hecho al hecho 42 Más tarde, Ramus distinguirá las proposiciones singulares de las proposiciones universales, hasta ese momento confundidas. Estas proposiciones singulares recibirán el nombre de propias y serán disociadas igualmente de las proposicio­ nes generales y particulares. Los m odi ramistorum han devenido así familiares al pensamiento medioeval: los silogismos especiales con una premisa singular y los silogismos propios con ambas premisas singulares. Pero la consideración

39. 40. 41.

4 2.

Op. cit., p. 137. Ibid., p. 138. Se pueden combinar incluso ambas interpretaciones extensiva e intensiva y obtener así un tercer tipo de razonamiento que infiere, por ejemplo, de una ley un hecho por medio de otro hecho. Antonio es el padre de Juan; este hombre es el padre de Juan; por lo tanto, este hom­ bre es Antonio.

de la singular como universal va a ser retomada por la Lógica de P o rt R oy a l y adoptada hasta los trabajos lógicos modernos. Es preciso hablar ahora del silogismo hipotético cuya teoría se agrega en Aristóteles a la del silogismo categórico. El silogismo hipotético es aquél cuya mayor al menos es una proposición hipotética. Hay dos especies, según la tra­ dición que se remonta a Teofrasto y a los estoicos: las analógicas, cuyas propo­ siciones son todas de forma hipotética comparable y las que, partiendo de una premisa hipotética, contienen una segunda premisa que afirma o niega una de las proposiciones de la primera premisa, de manera de concluir en la afirma­ ción o la negación de la premisa. Estas dos especies se reunirán en la teoría de los silogismos hipotéticos hacia el fin de la antigüedad. Es que las distinciones según las escuelas han desempeñado un rol im por­ tante y no podemos dejar de impresionamos por la profundidad de estos estu­ dios acerca de la inferencia deductiva, antes incluso de nuestra época lógica. Teofrasto primeramente, discípulo de Aristóteles, repartía a los silogismos hipotéticos en tres figuras, según la ubicación ocupada por el término medio en las premisas. En verdad, la definición del silogismo hipotético está calcada aquí de la del silogismo categórico y desatiende el hecho de que los términos sean en realidad proposiciones. No es el caso de los estoicos que tienen en cuenta las variables proposicionales y, en consecuencia, modifican la ubicación lógica que Aristóteles había acordado a los silogismos. Este, para ellos, conlleva únicamente dos términos, y no es otra cosa que una inferencia discursiva sin necesidad de ningún término m edio .43 La proposición hipotética verdadera corresponde a dos figuras clásicas, el modus ponens y el modus tollens. Una tercera figura es posible con la negación de una conjunción ,44 y otras dos figuras por fin luego de la alternativa constituida a partir de una disyunción exclusiva 45 Estos son los silogismos que la Lógica de P o r t R oy a l denominará compuestos o conjuntivos, según tres especies: condicionales, copulativos y disyuntivos 46 Todos por otra parte, responden globalmente al rótulo de hipo­ téticos. La verdadera cuestión es más bien determinar lo que separa a los estoi­ cos de Aristóteles. Probablemente la^respuesta se dará en términos filosóficos. La lógica de Aristóteles está fundada en la existencia de las sustancias, a las cuales se les puede predicar esencias. Los estoicos por el contrario son nomi­ nalistas y tratan hechos temporales. Para Aristóteles lo que cuenta es el ser; para los estoicos, el acontecim iento. Una vez hechas estas distinciones, tenninaremos sin embargo, com o lo subraya R. Blanché47, “ por percatarnos de que, si bien los silogismos aristotélicos son de apariencia categórica, deben más bien

43.

44. 45. 46. 47.

“ Si el primero, entonces el segundo; ahora bien el primero, por tanto el segundo.” En otros términos se enuncia un lazo entre dos acontecimientos de tal manera que la afirmación o la negación de uno implica la afirmación o la negación del otro. “ N o pueden darse a la vez el primero y el segundo.” “ O el primero o el segundo.” III, XII. Op. cit., p. 143.

interpretarse como silogismos hipotéticos” . Las proposiciones de Aristóteles conciernen en efecto a las relaciones entre los conceptos, es decir acerca de los predicados posibles para las sustancias que tienen una existencia individual. Los verdaderos sujetos son individuos y las únicas proposiciones categóricas verdaderas son las proposiciones singulares. Por lo tanto, las proposiciones universales son de hecho hipotéticas, tanto extensiva como intensivamente. La verdadera diferencia entonces entre la teoría aristotélica y la concepción •estoica es que la primera trata de las cualidades de las sustancias mientras que la segunda se vincula a los hechos, a los acontecimientos .49 Pero ello es inde­ pendiente de la forma del razonamiento 50 e incluso de su función que es la de aplicar una regla a un caso singular. Los dos sentidos de asertórico y de modal pueden producirse como sigue: Si p, entonces q expresa una constancia temporal, por lo tanto, en: Si p, entonces siempre q , la proposición y el silo­ gismo en el que intervienen siguen siendo asertóricos. Por el contrario, si p, entonces necesariamente q pertenece a lo modal pues indica una conexión ideal. Los silogismos hipotéticos totales son por lo tanto homogéneos y tradu­ cen una relación de hecho a hecho o de ley a ley. Los silogismos hipotéticocategóricos conducen a una conclusión fáctica ya sea por medio de una ley necesaria o por un conjunto de observaciones .51 De hecho, encontramos aquí lo que dije antes a propósito de los tipos de deducción normativa. La teoría de la deducción deviene sin embargo más que una silogística, a partir del momento en que no se trata únicamente de considerar las variables proposicionales en términos atributivos sino también en términos de rela­ ció n .52 Ello quiere decir que no vamos a considerar más la cualidad que puede ser atribuida a un sujeto sino sobre todo la relación que puede ser establecida entre dos sujetos. Entonces, la relación de atribución no es más que una pro­ piedad formal entre otras. Las posibilidades del razonamiento aumentan en riqueza, del hecho de la utilización como cópulas de relación diversas que pueden ellas mismas combinarse entre sí. Como lo enfatiza entonces R. Blan-

48.

49.

50.

“ Para todo x, si x es A entonces es B .” Un existencial es del siguiente tipo: “ (Existe al menos un x tal que) x es a la vez A y B ” . Sólo existen los individuos que componen clases en tanto elementos. Decir categóricamente que la clase A está incluida en la clase B, equivale a decir hipotéticamente que “ (para todo x ), si x pertenece a la clase A , pertenece a la clase B ” . Las verdaderas proposiciones categóricas son las proposiciones singulares pues éstas no pertenecen a la silogística aristotéüca. Por lo tanto, sólo hay silogismos verdadera mente categóricos en el caso en que éstos incluyan sólo proposiciones singulares. En notación moderna: (x ) : fx D gx fa g»

51. 52.

“ Si hay sol, es de día” y “ Si una persona padece un cáncer grave, no podrá ser cu­ rada” . R. Blanché dice que: “ De Morgan se asombraba de que de una proposición tal como un caballo es un animal, la lógica aristotélica no permite inferir formalmente que la cabeza de un caballo es la cabeza de un animal” .

che'53, la oposición 54 entre esta lógica de las relaciones identificada con el razo­ namiento matemático y la lógica tradicional reducida al silogismo, oposición frecuentemente reiterada alrededor de 1900, es en realidad falsa. Kant consi­ deraba al silogismo com o puramente analítico y al razonamiento matemático como sintético. Poincaré55, por su parte, luego de haber constatado que el ra­ zonamiento matemático es deducción y que se reduce al silogismo, pensaba poder escapar a la esterilidad atribuida a este último, atribuyendo al pensa­ miento matemático la propiedad inductiva de la recurrencia. G oblot56, por fin distinguía la deducción formal del tipo del silogismo y la deducción cons­ tructiva propia de los matemáticos. Está claro sin embargo que una oposición tal es discutible por la razón de que compara una fórmula de razonamiento con un tipo de discurso sus­ ceptible de componer muchas especies de razonamientos. Pero, a decir verdad, en el momento mismo en el que Poincaré y otros producían tales desarrollos, los progresos de la lógica matemática tomaban caducas sus discriminaciones. La situación ya no era más la de una exclusión sino la de una integración de las leyes silogísticas en el marco más general de la lógica form al .57 Así, en todo razonamiento deductivo riguroso, sólo cuenta el lazo lógico que garantiza y asegura la verdad de una consecuencia a condición de que las premisas sean verdaderas sin que, por tanto, sea necesario invocar alguna relación de inclu­ sión o de identidad. Por ello mismo la deducción silogística se beneficia con el esclarecimiento cartesiano: la conclusión depende de las premisas pero no está contenida en ellas. La función de este lazo lógico del que acabo de hablar es entonces establecer una conexión tal que admitidas ciertas proposiciones, el espíritu sea conducido a admitir otras. La dificultad es por cierto que la rela­ ción así limitada al dominio sintáctico puede permitir algunos de los razona­ mientos falaces que habíamos mencionado. La impotencia, históricamente comprobada, de basar el rigor lógico en una cierta pureza del lenguaje es uno de sus orígenes. Está claro también que el silogismo, si sigue siendo empleado no es más que un mecanismo luego de la desaparición de las restricciones liga­ das al hecho o a la sustancia. Sabemos, por otra parte, que el razonamiento matemático, como el mismo Poincaré ha reconocido, conserva frecuentemente una estructura silogística. H oy en día, distinguimos entre la interpretación cate­ górica y la interpretación hipotética de los sistemas deductivos, según los prin­ cipios iniciales sean afirmados categóricamente o simplemente planteados .58 El

5 3. 54. 55. 56. 57.

Op. cit., p. 147. Ya existía en Descartes y en Kant, por ejemplo. La Science et L ’IIypothése, París, Flammarion, 1902, I. Traite de ¡o giqu e,X l. Ejemplos: el silogismo en Barbara: (x ): fx D gx. hx D fx D. hx D gx o la forma m odusponens: p O q. p: D q.

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La diferencia lingüística es del tipo: 1) categórica: “ ya que A es verdadera, B que es

razonamiento, por cierto, conserva la misma estructura pero las utilizaciones son diferentes. La deducción categórica que parte de principios ciertos, apunta a transfe­ rir esta certeza a las consecuencias: se demuestra. Lo que se obtiene es verda­ dero formalmente, en razón del lazo premisas-consecuencia y materialmente pues los principios ya son reconocidos como verdaderos. Este empleo demos­ trativo de la deducción es el más antiguo, tal como testimonian los escritos de Aristóteles y más tarde los de Descartes.59 La concepción de un modelo dog­ mático de las matemáticas va asi a mantenerse hasta el siglo X I X .60 Recién en los alrededores del 1900 aparece la noción de sistema hipotético-deductivo en la que no nos interrogamos acerca del valor de verdad de las proposiciones sino acerca de lo que, al ser ellas planteadas, pueden implicar. La utilización del m étodo experimental en ciencia es muy importante en esta introducción aun­ que la antigüedad conocía ya el razonamiento dialéctico .61 Pero sobre todo la ciencia matemática pierde algo de su dogmatismo y toma conciencia de lo ar­ bitrario de sus postulados. Peano y Hilbert, cada uno por su lado, van así a axiomatizar los sistemas hipotético-deductivos de la aritmética y de la geome­ tría. Los axiomas no son más proposiciones verdaderas, ni siquiera verdaderas proposiciones sino más bien funciones proposicionales. Para que sean propo­ siciones susceptibles de valores de verdad es preciso reemplazar las variables por constantes, pero entonces abandonaremos el sistema axiomático por el dominio de la interpretación. Finalmente las fórmulas deducidas a partir de los axiomas ya no son demostradas sino derivadas. Comprendemos que Wittgenstein considere entonces que las proposiciones de la lógica no son más que tautologías desprovistas de contenido y por lo tanto de sentido. Camap respondió pertinentemente que este carácter tauto­ lógico depende del sistema de referencia de la proposición, por lo tanto todo debe ser explicitado, y hoy en día esas reglas que emplea el lógico y que antaño

59. 60.

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la consecuencia es verdadera” ; 2) hipotética: “ Si A es verdadera, entonces B será ver­ dadera” . Las “ cadenas de la razón” en Descartes tienen por función transmitir las evidencias intuitivas que están situadas en el origen del razonamiento. A l comparar al matemático con el naturalista G au de Bernard escribe: “ Cuando par­ ten de un principio, el matemático y el naturalista emplean, tanto uno como el otro, la deducción. Am bos razonan haciendo un silogismo; sólo para el naturalista, es un silogismo cuya conclusión sigue siendo dubitativa y demanda verificación, ya que su principio es inconsciente. He allí el razonamiento experimental o dubitativo, el único que se puede emplear cuando se razona acerca de fenómenos naturales” . “ En las cien­ cias experimentales nuestro principio debe siempre permanecer como provisional, ya que jamás tenemos la certeza de que sólo encierra los hechos y las condiciones que conocemos. . . Un experimentador jamás puede, pues, encontrarse en el caso de los matemáticos, precisamente porque el razonamiento experimental permanece por su naturaleza siempre dubitativo.” ( Introduction a ¡ ’étudc de la médecine expérimentale, París, Garnier-Flammarion, 1966, p. 81-83.) Para la refutación de una proposición falsa Aristóteles recomendaba utilizarla como principio y mostrar la falsedad de sus consecuencias.

eran evidentes deben ser separadas y formuladas con claridad. Podemos así comparar los sistemas de reglas de un razonamiento con otro y verificar si las que se aplican son las que fueron planteadas al comienzo. Toda axiomática puede justificar una coherencia interna, a condición ciertamente de conside­ rarla como relativa al sistema lógico en el que está situada. Quien ha elegido estudiar la argumentación puede tener la impresión de “ perder el rumbo” . Es verdad que abandona aparentemente el universo del razonamiento por el de un cálculo puro, arbitrariamente arreglado. Pero la situación no debe ser considerada a partir de la sola observación de los fenómenos de sintaxis y de escritura. Creo que es muy importante examinar los diferentes tipos de form a­ lismo sin prejuzgar acerca de su heterogeneidad en relación con el razona­ miento natural. Para el observador del discurso cotidiano existe entre éste y aquéllos un punto común fundamental que es esta noción misma de relatividad introducida por la axiomática moderna desplazando los antiguos dogmatismos. Quien argumenta en efecto es quien, bajo la apariencia de lo verdadero, de lo cierto, de lo universal construye sistemas locales específicos cuya axiomática así relativizada le permite a continuación controlar lo que se dará como silo­ gística deductiva, e incluso inductiva. 5. L A IN D UC CIO N La teoría de la inducción debe, también ella, mucho a Aristóteles. Conti­ núa siendo definida habitualmente como el pasaje de lo particular a lo general, a lo universal. Esto último por supuesto es lo que proveerá la explicación del hecho inicial: es, en cierta medida, su ley. Los Primeros A n a líticos62 de Aris­ tóteles ofrecen el ejemplo de la inferencia obtenida a partir de dos hechos de observación: el hombre, la muía y el caballo no tienen hiel y viven mucho tiempo. Podemos por tanto inferir que los otros que carecen de hiel viven mu­ cho tiempo. Aristóteles añade que es necesario que la enumeración de los ani­ males dotados de la primera propiedad sea completa y que todos estos animales sean también aquellos enumerados a propósito del segundo hecho de observa­ ción. En efecto, como él mismo lo denomina se trata de un “ silogismo por inducción” , en otros términos de un silogismo invertido. Ello quiere decir que la inducción, calificada por esta razón como completa o totalizante, no aporta más que el universo de conocimientos que ya se posee. Como el silogismo, ade­ más, compone proposiciones relativas a especies y no a individuos. Existe sin embargo la posibilidad de extender esto: la inducción se dirá que es amplificadora si justamente la enumeración dada en sus premisas es maiúfiestamente incompleta. Ello equivale a generalizar, a operar una inferen­ cia inmediata a partir de algunos hechos, de algunos individuos. El resultado no puede ser más que dudoso. Sobre todo cuando, como acabo de escribir, el punto de partida sean individuos y no especies, en la situación en que el re­ cuento completo de estos individuos sea imposible o esté fuera de los límites.

El caso no es excepcional: toda inducción está basada en el reconocimien­ to de las propiedades compartidas por un cierto número de individuos. Un buen número de nuestros razonamientos cotidianos son entonces inducciones espontáneas. El dominio de lo científico no ignora tampoco la inducción. Es la induc­ ción matemática primeramente la que puede ser concluyente con rigor, aunque no sea totalizante. Y es en esta inducción donde Poincaré veía la fecundidad de las matemáticas.63 Es preciso decir que este tipo de razonamiento se mani­ fiesta sobre todo en la axiomática de la aritmética, como ha demostrado Pean o .64 La inducción matemática no es sin embargo extraña a la generalización, a pesar de la reputación de rigor de los matemáticos. Podemos así formular la hipótesis de una proposición, fundada en un cierto número de ejemplos. La historia del desarrollo del pensamiento científico ha mostrado que ello 110 tiene nada de paradójico .65 La introducción de la m etodología experimental moderna constituye así, podría decirse, un hecho inductivo importante. Bacon es especialmente responsable, y Galileo un poco después, de esta concepción metodológica novedosa que va a hacer de las ciencias de la naturaleza, ciencias inductivas.66 Por cierto que no habrá nunca una verdadera adecuación entre la práctica científica y lo que la tradición continúa denominando inducción: lo atestiguan buen número de escritos epistemológicos .67 Resulta claro así, y Cl. Bernard ha insistido suficientemente en ello, que el m étodo experimental conlleva mucho más que procesos inductivos, por lo menos la observación de los hechos, la concepción de la ley y la deducción de las consecuencias de esta ley. Se trata entonces de no confundir la induc­ ción con la hipótesis. Comparto la opinión de R . Blanché cuando escribe: “ La historia de las ciencias inductivas muestra de manera superabundante que los grandes descubrimientos que han asegurado su progreso se deben a hipótesis audaces, mientras que la generalización inductiva sólo ha desempeñado un rol accesorio ” .68 Es verdad que el problema es delicado en la medida en que la in ­ ducción, durante mucho tiempo asimilada al proceso del descubrimiento, puede ciertamente ser ese surgimiento de la idea explicativa del que hemos hablado, pero también el razonamiento que ofrece el análisis de la experiencia. Aunque no sea jamás un razonamiento completo. En efecto, la única cuestión,

63.

64.

65. 66. 67. 68.

“ Se establece primeramente un teorema para n = 1; se muestra a continuación que si es verdadero de n — 1 es verdadero de n, y se concluye que es verdadero para todos los números enteros.” (La Science el l'H ypothése, I, IV .) “ Sea S una clase, supongamos que cero pertenece a esa clase y que todas las voces que un individuo pertenece a esa clase, su sucesivo también pertenece a ella; entonces todos los números pertenecen a esta clase.” (Citado en el Vocabulaire de Lalande; véase: Inducción.) Cf. R Blanché, op. cií., p. 166. Cf. Histoire de la Science, París, Gallimard, Encyclopcdie de la Pléiade, p. 563. Cf. Lalande, Les Théories de l'induction el de l'expcrimentation, París, Boivin, 1929. Jean Ullmo, La Pensée scien tifique m oderne, París, Flammarion, 1958. Op. cit., p. 170.

que puede ser formulada con respecto al valor lógico de una operación induc­ tiva, es la de preguntarse si su resultado es justo, teniendo en cuenta lo que la ha precedido. El razonamiento que la circunda y la vehiculiza es, por cierto, siempre compuesto ya que la idea inductiva, si es preciso denominar así al ori­ gen, necesita confirmaciones experimentales ellas mismas razonadas, y el con­ junto de los hechos inductivamente observados es objeto de racionalizaciones locales deductivamente organizadas hasta una conclusión. Ello sobre todo por­ que la relación entre dos fenómenos experimentales es hoy en día generalmente de tipo matemático, vinculando dos dimensiones o dos rasgos, ulteriormente constitutivos de un modelo. El trabajo inductivo reside entonces en la extrac­ ción de estas características a partir de la observación y la razón, elemento tras elemento y tendrá por tarea justificar la pertinencia de su elección. La ley buscada, que puede vincular estos fenómenos, no tiene más, por cierto, la acep­ ción que se le daba en un marco aristotélico. Esta ley es hoy en día generalmente de tipo extensivo, que se mantiene en el plano de los hechos, y la inducción es inducción para algo. En consecuencia, el objetivo del proceso es conducir al principio que pueda asegurar la relación entre esos hechos.69 R. Blanché70 tiene razón en compararla al “ desciframien­ to de una criptograma” . Por lo tanto pueden distinguirse globalmente dos tipos de procedimientos razonados. Uno sólo afirma lo que ha sido experimentalmente controlado y lo reúne. El otro intenta elaborar proposiciones susceptibles de proveer el prin­ cipio explicativo de las observaciones. De hecho, ambos funcionan de manera complementaria. El riesgo lógico, como hemos enfatizado, es por cierto más grande en el segundo caso donde interviene la modalidad. A decir verdad, el problema del fundamento de la inducción sólo ha atormentado generalmente a los filósofos. Para el científico la existencia de un fenómeno hace de él necesariamente un objeto y un lugar de relaciones. En consecuencia, éstos se organizan dentro de una ley. Es preciso entonces, como lo escribe F. Jacob decidir “ entre la necesidad de los fenómenos y la contingencia de los acontecimientos ” . 71 Esta lev, verificada y argumentada, devendrá a continuación un hecho científico, percibido como necesario en relación a los fenómenos que apunta a gobernar. El razonamiento, que va entonces de ley a ley, se acerca al dominio de lo deductivo. En apariencia ya no hay riesgos lógicos en la inducción. Y sin em­ bargo el resultado no debe hacer olvidar todos los procedimientos inductivos o analógicos que lo han precedido antes de ser argumentativamente organi­ zados.

69.

70. 71.

“ Una cosa sigue siendo curiosa, el disco luminoso no se reflejaba en el estanque si­ tuado al pie de la colina. ¿Estaba fuera del dominio de reflexión en relación a la cá­ mara? Evidentemente es imposible saberlo.” (L e M onde, 1 de abril de 1974.) Op. cit. , p. ] 74. La Logique du vivant. París, Gallimard, 1970, p. 27.

Parecerá menos sorprendente evocar aquí la analogía si sabemos que hasta el siglo X IX , ella constituía con la deducción y la inducción, una especie de trilogía de los modos de razonamiento. Este ya no es el caso hoy en día. Lo justificamos distinguiendo tres cursos: de lo particular a lo general (inducción), de lo general a lo particular (deducción) y de lo particular a lo particular (ana­ logía). Por cierto que esta división es discutible, aunque más no sea por la natu­ raleza de las oposiciones en las que se basa. La única idea común que se vuelve a encontrar es esta progresión, de la que ya hemos intentado hablar, que va ya sea del principio a la consecuencia, ya sea en sentido inverso o que permanece en un mismo plano. Este último caso sería quizás el del razonamiento por ana­ logía si se considera que su camino va de un hecho a otro hecho. Pero M. Dorolle7- advierte que es imposible definir al razonamiento ana­ lógico en el plano de la lógica cuantitativa. Más verosímil y conforme sería analizar el sistema de relaciones que permite al sujeto la utilización de las semejanzas. “ Continuando con el tema de las semejanzas, escribe Dorolle73, concluimos de lo particular a lo particular —de la Tierra, por ejemplo, a Marte— o también de un género a otro —de los bromuros, por ejemplo, a los ioduros en tanto sujetos que se descomponen por la luz—; o aún, de una clase de hechos o de seres se pasa a la idea de una clase más extendida, gracias a la asimilación a la primera de una clase que le parecía hasta ese momento extraña; así ocurre cuando Van’ t H o ff pasa por analogías de lo físico a lo químico y establece la noción general de los equilibrios.” Es preciso decir que la misma palabra analogía deja a la interpretación una variedad de acepciones. En Aristóteles es la igualdad de relaciones, 74 co­ mo en la proporción matemática. Luego, el sentido de la palabra ha conocido en el uso cotidiano una cierta extensión. H oy en día se habla de analogía desde que se percibe una cierta similitud entre los hechos, los seres, los objetos sean cuales fueren las diferencias entre sus otras características. Esa imprecisión ha permitido, como lo indica R. Blanché75, la aparición de todo tipo de ana­ logías bautizadas unas y otras de afectivas, de subjetivas, de místicas, de poé­ ticas, etc. Ello proviene del hecho de que la noción de semejanza está ella misma, por cierto, muy vagamente definida .76 La analogía en consecuencia sigue siendo un proceso que muy frecuentemente es metafórico.

72. 73. 74.

75. 76.

Le Raisonnement par analogie, París, P.U.F., 1949. Ibid., p. 48. A es a B como C es a D. Et. N ic., E, 6. Cf. también Tópicos: “ Es preciso exami­ nar la semejanza también en las cosas que pertenecen a géneros diferentes, buscar cómo la relación de una cosa con una segunda se reencuentra en otra, en relación también a otra, por ejemplo la relación de la ciencia con lo que se sabe, en la relación de la sensación a lo sensible” . (Cf. M. Dorolle, ibid. , p. 15.) Op. cit., p. 178. R. Blanché, siempre, da el ejemplo paradójico de un chino clásico que “ sentía afinida-

En el dominio científico, la analogía juega sin embargo un rol conside­ rable. Es ese tipo de proporción matemática de la que hablé, en física espe­ cialmente, en que se trata hoy en día de elaborar estructuras teóricas. En biología es una relación menos precisa, algunas veces una simple compara­ ción. En este último dominio podemos considerarla como uno de los princi­ pales procedimientos de investigación luego de que en particular, a principios del siglo X IX , se desarrollara la anatomía comparada, con la analogía de los órganos y de sus funciones. Podríamos citar aún las numerosas analogías en­ contradas en la jurisprudencia, basadas así en la comparación entre los casos juzgados semejantes. Es preciso decir a propósito de esto que el razonamiento cotidiano usa tanto el juicio de analogía como la relación razonada del mismo nombre. La distinción puede parecer especiosa ya que construir una relación de analogía entre dos fenómenos es también emitir un juicio acerca de dos fenómenos . 77 Pero podemos considerar que este juicio constituye la mayor de una inferen­ cia que va a consistir a continuación en extender al segundo fenómeno las propiedades atribuidas al primero. Una vez más volverán a aparecer todas las reservas relativas a la ambigüedad del estatus de la analogía y de su interferen­ cia con la noción de inducción. Recuerdo que Kant 78 veía en ellas las dos fo r­ mas de razonamiento que adopta el juicio reflexivo, cuya calificación indica el valor subjetivo y no el lógico. La distinción entre ambos no resulta menos dis­ cutible. Decir así que “ la inducción extiende las cualidades de una cosa a un número mayor de cosas, la analogía las extiende a un número mayor de cuali­ dades de la misma cosa, ya que estas cualidades se encuentran reunidas en otra cosa” 79 no hace avanzar más las explicaciones. Las interpretaciones en términos extensivos o intensivos de los procesos analógicos o inductivos se oponen así sin ser jamás düucidados. Si se retoma la concepción kantiana se dirá que ambos tipos de proceso van a prolongar la experiencia: uno (la inducción) a propósito de los individuos, el otro (la ana­ logía) en lo que concierne a los predicados. Desde un punto de vista intensivo, por el contrario, la diferencia ya no existe más: se trata de un mismo procedi­ miento global de la razón que apunta a determinar los fundamentos necesarios de las operaciones sobre los predicados y los hechos .80

des entre el sur, el rojo, lo amargo, el trigo, el cordero, una cierta nota de la gama, el número 8, los animales con escamas, la rata y algunas otras cosas también” , ejemplo tomado de Etiemble, Confucio, París, Club du Livre, 1956, p. 29. 77.

78. 79. 80.

“ A sí como la crisis política puede ser considerada como un 'acontecimiento econó­ mico’, el arreglo del acuerdo en Fiat ha sido un ‘acontecimiento político’.” (M. Salvatorelli, L e M o n d e, 2 de abril de 1974.) Logique, 81-84. R. Blanché. comenta aq u í la concepción kantiana. “ F.s tiempo de salir de nuestras provincias, quiero decir de nuestras naciones.” La fra­ se es de M. Michel Dcbré, ¡aquél de 1950! Se agregará: ‘es tiempo de salir de nues­ tros viejos lenguajes políticos, quiero decir de nuestros dialectos’. (P. Uri, L e M onde, 2 de abril de 1974.)

La cuestión es por otra parte saber si pueden existir otros tipos de razona­ miento además de los que consisten, uno en ir de un principio a su o sus conse­ cuencias, el otro en remontarse desde sus consecuencias hacia los principios que pueden fundarla. Mirando de cerca lo que se da como verdadera analogía —la relación entre dos proporciones tal que conociendo esta relación y tres de sus términos podemos concluir el cuarto término— es preciso reconocer que ésta se parece tanto a la deducción com o a lo que se denomina inducción. Los ejemplos de estos juicios de analogías, de estas comparaciones que el biólogo utiliza y el jurista emplea se conforman así a lo que esperamos de una deduc­ ción, con la excepción de que esta última intervendrá localmente y según nive­ les de rigor más o menos satisfactorios para el ló gico .81 Para quien se dispone a considerar las operaciones racionales que participan en la construcción dis­ cursiva las clasificaciones tradicionales del razonamiento importan poco. La inclusión misma, antaño noción primitiva de la lógica, no es más que rela­ tiva a un conjunto de procesos cuyo valor ya no se basa en sí mismo sino que está determinado por las elecciones operacionales de un sujeto. Ello no quiere decir que se rechace la herencia lógica, y en lo anterior he intentado mostrar la importancia que es necesario seguir otorgándole. Nuestras tradiciones retó­ ricas, las pedagógicas en particular, aseguran su permanencia. Pero Aristóteles estaba más cerca que nosotros de los formalistas cuando reducía, en los A na­ lítico s, las dos formas fundamentales del razonamiento a la deducción silogís­ tica y a su inversa, la inducción. Cuando se sabe que el sujeto del discurso apunta a asegurar su rigor al mismo tiempo que determina él mismo los crite­ rios y las fronteras de éste, es evidente que juzgar este rigor en relación a las exigencias de una sintaxis lógica pura resulta paradójico. El verdadero proble­ ma consiste más bien en indicar las operaciones puestas enjuego y los tipos de anclaje (individuos, hechos, nociones, situaciones, procesos) que constituyen su justificación. Las operaciones lógicas precedentes han tenido que ver por cierto. Las propiedades formales de estas relaciones no son todas las mismas, en conse­ cuencia sus posibilidades de inferencia y las condiciones de sus inferencias deben ser examinadas desde un punto de vista intensional más que extensional. Ya sea que el sujeto razone de hecho a hecho, de propiedad a propiedad o vincule indiferentemente hechos y propiedades, está claro que las restricciones de pasaje de lo general a lo singular o a la inversa no serán simplemente lingüís­ ticas. Asimismo, en ausencia de una teoría general de las operaciones intelec­

81.

“ Alain Corneau, anticipa no solamente por deducción sino por comparación. Pone en paraleló lo que ha pasado con el alcohol en América (la prohibición ha desatado ca­ tástrofes, una de las cuales es el gansterismo) y lo que pasa hoy en día con la droga (prohibición más gansterismo). Sólo hay que imaginar (siempre lógicamente) que lo que pasa hoy en día con el alcohol va a pasar con la droga: liberalización, comercia­ lización y tasación, por lo tanto dominio del estado (com o paia el tabaco) y desenca­ denamiento de la publicidad. Ello, junto al desarrollo lógico de la libertad sexual, da la imagen de una anticipación alegremente desenfrenada pero que no corresponde en ningún momento a lo fantástico.” (J.-L. Bory, L e N ou vel Observateur, 1 de abril de 1974.)

tuales referidas a un sistema cosmológico, como era posible en la época de Aristóteles, sólo podemos aproximarnos localmente a los tipos de realidad susceptibles de fundar la representación discursiva. Esta modestia necesaria puede ser un nuevo deber: después de todo la posición formalista tradicional no está exenta de paradoja en la medida en que ha llevado a ignorar o a recha­ zar, por la ausencia de rigor, buen número de razonamientos prácticos coti­ dianos. En realidad la cuestión no es la de saber si, por ejemplo, tenemos dere­ cho de razonar acerca de lo singular sin pasar por lo general sino más bien de determinar qué, en tal o cual caso permite justamente razonar de causa a efec­ to y, en particular, según qué tipo de causalidad.82 Un cierto número de nues­ tros razonamientos no implican en absoluto la consideración de niveles de sustancialidad o de generalidad, por lo menos en el sentido en que lo entendían los antiguos. La sintaxis de los mismos igualmente parece conforme a un cierto número de operaciones lógicas, en particular a las que acabo de exponer. Sin embargo esto no es así por razones formalistas sino porque las operaciones en cuestión están próximas a las operaciones naturales del razonamiento. Este está a la vez sometido a las restricciones de un universo de valores y a las determi­ naciones de las situaciones y de los hechos, pero además enriquecido por toda la combinatoria posible de las condiciones precedentes. El pensamiento natural no funciona entonces, como podría suponerse, directamente a partir de entida­ des existentes sino a partir de las representaciones de estas entidades, de sus índices para emplear una terminología próxima a la de Pierce. Ello explica que sea posible utilizar com o argumento sólo una propiedad, una característica, una parte y que se confiera a ello el poder de representar al todo. Los estoicos están así más próximos de lo verdaderamente cotidiano que Aristóteles, si queremos admitir que ya estaba en ellos este enfoque que hoy en día resume la Semiología. ¿Por qué entonces el razonamiento del jurista, del policía, de nosotros mismos va a dar a ciertos hechos el valor de índices? Asimismo, el diagnóstico médico presenta el ejemplo de una reconstrucción de signos, de símbolos en representación. Podríamos multiplicar los ejemplos, evocando al historiador, al arqueólogo y a otros. Todas estas operaciones que no se rebajan sin embargo al epíteto de ló ­ gicas, imponen, a causa de este mismo adjetivo, la necesidad de concebirlas y de definirlas en otras condiciones que aquellas de los sistemas sometidos sólo a condiciones de escritura. Siempre hay aquí un sujeto en una ubicación deter­ minada y en una situación ya sea presente o referida, de la que hay que dar una representación para una cierta finalidad. Es aquí donde habrá que articular las operaciones lógicas con las operaciones retóricas. Por cierto que no tengo la pretensión de poder racionalizar enteramente esta vinculación. La hipótesis que expondré es que esta cuestión podrá encontrar al menos una solución par­

82.

“ Pero considerandos particularmente circunstanciados se ordenan a partir de una pro­ posición clave: ‘Para apreciar si hay lugar para expulsar a los ocupantes conviene pre­ viamente examinar si el empleador no hace un uso abusivo de su derecho' ". (J.-J. Dupeyroux, Le M ond e, 19 de marzo de 1974.)

cial en la profundización de esas modalidades problemas al lingüista, pues se trata del sentido, en que estos juegos surgen de un sujeto. Pero relación tanto tiempo buscada entre la lógica y la

cuyos juegos plantean tanto como al lógico, en la medida aquí se ubica, me parece, la retórica.

7. LA S O PERAC IO N ES M ODALES La cuestión de las modalidades es muy anterior a las preocupaciones re­ cientes de los lingüistas. Ya Aristóteles había compuesto una teoría de los silogismos modales. La lógica modal ha sido también a menudo tomada en con­ sideración por los lógicos medioevales. En la época moderna es preciso esperar su reintroducción por parte de Lewis. Con posterioridad a él no ha dejado de desarrollarse. Este desarrollo sin embargo parece permanecer localizado en su dominio específico. La lógica formal continúa evitando la introducción de las nociones modales en sus cálculos y cuando esto ocurre, esas nociones son traspuestas en un plano asertórico y extensivo. Ello se justifica generalmente con el argumen­ to de que la lógica tiene por obligación hacer abstracción del contenido o del sentido de las proposiciones. He aquí el problema lógico sobre el cual volveré de manera más extensa, teniendo en cuenta los desarrollos precedentes. Se puede admitir que las exigencias del cálculo están antes que las de la inteligibi­ lidad. Pero, ¿ello no quiere decir calcar la forma lógica sobre la forma gramati­ cal ? 83 La consideración de formas lógicas diferentes, por otra parte, ¿no im pli­ ca que se tenga en cuenta al menos parcialmente el sentido? Quiero decir que hay al menos una obligación para el lógico, la de considerar en un primer aná­ lisis que el pensamiento ya va a funcionar según dos tipos de registros: los indi­ viduos o los universales, en otros términos, los existentes o las conceptualizaciones de tipo esencia. Es evidente que en el caso de la existencia, permanece­ mos al nivel de la aserción simple, sin modalidades. Russell tiene razón cuando subraya entonces que entre dos proposiciones singulares no hay un lazo lógico pues “ cada cosa particular que existe en el mundo no tiene ninguna especie de dependencia lógica respecto de otra cualquiera” .M Por el contrario, entre las ideas, de tipo generalidades o esencias, van a manifestarse las relaciones lógi­ cas de dependencia, de oposición y de composibilidad. Por ejemplo la propo­

83.

84.

La lógica clásica no distinguía las proposiciones individuales de las proposiciones uni­ versales. Las proposiciones “ Sócrates es mortal” y “ El hombre es mortal” , tienen de esta manera la misma forma lógica. En la lógica contemporánea por el contrario la distinción existe, y en la universal, a diferencia de la singular, el sujeto gramatical no es considerado como un verdadero sujeto, es decir un sujeto lógico, sino como un predicado, exactamente como el estado mortal y el sujeto de ese predicado sigue siendo indeterminado. Logic and Knowledge, Londres, Alien and Unwin, 1956, p. 202. Citado por R. Blan­ ché, op. cit. , p. 126.

sición universal aporta la ley, la proposición particular confirmará su posibili­ dad, bajo la forma de problemática localizada. El primer tipo de modalidad es por tanto el de la necesidad, por el hecho mismo del carácter normativo de la proposición universal. A sí la proposición que afirma que todo A es B implica que cualquier A es necesariamente B. La necesidad funda la universalidad; ella no concierne a la cantidad sino a la esencialidad. Por cierto, se trata de un tipo de universal considerado en compren­ sión. El universal considerado en extensión es familiar al cálculo de clases y a la lógica de predicados ,85 pero sólo tiene la apariencia de lo apodíctico. Esto sólo es verdadero con lo universal considerado en comprensión. En este último caso, la proposición particular no concierne más a la cantidad sino que deviene una problemática, un accidente para retomar la expresión de Aristóteles, y es por lo tanto una negación de lo apodíctico. Para resumir esto y retomar la conceptualización precedente acerca de los dos registros del pensamiento, la alternativa entre ambos modos de pensamien­ to significa que en un caso éste se ubica al nivel de la aserción, en el otro caso el sujeto va a jugar sobre lo que R. Blanché86, denomina “ desnivelaciones modales” . Pienso por otra parte que esta apelación remite aquí más a la noción de huellas discursivas o de desgloses del universo más o menos imbricados o en ruptura, y es por ello que preferiré adoptar la denominación de operaciones modales, que implican en mayor grado la preocupación por las actividades del sujeto. En el plano de la escritura de estos dos tipos de pensamiento podemos considerar que una única y misma sintaxis será suficiente. Este es el punto de vista de Carnap87 cuando estima reductibles a un mismo enunciado dos enunciados, uno en términos de clases y el otro concerniente a propiedades: por parte del lógico hay una identificación voluntaria de los sentidos fundada en la extensión de los argumentos. Quine88, por su lado, aunque no es parti­ dario de una lógica intensiva que trate con conceptos, admite su posibilidad a condición, ciertamente, de que excluya de su tratamiento a los individuos y a las clases. Naturalmente el punto de vista de los lógicos está inspirado en preocupa­ ciones metodológicas que necesitan la participación de dos modos de pensa­ miento en dos sistemas diferentes. Sin entrar en consideraciones acerca de la pertinencia de las distinciones forma-fondo y sintaxis-contenido, es preciso ver sin embargo que la discriminación sólo es teórica: en la práctica, nuestro pensamiento trata tanto con conceptos como con la forma que ellos toman en los hechos. Esto es explicable en la medida en que una actividad esencial

85.

86. 87. 88.

“ T odo A es B ” significa que cualquiera sea el individuo x, si x posee el atributo A entonces posee también el atributo B. La implicación es aquí una simple implica­ ción material, es decir una conjunción de hecho. Op. cit., p. 128. Einfuhmng in die simbolische Logik, Vienne, Springer, 1954, p. 96. From a logical point o f view, Cambridge, Mass., Harvard Univ. Press, 1953, p. 156.

del razonamiento cotidiano es la de verificar si las situaciones traducen bien las ideas generales que tenemos, e inversamente si ciertas concepciones pueden remitir a ciertos hechos. Es esta actividad del espíritu la que G. Bachelard calificaba de “ racionalismo aplicado ” .89 Por lo tanto no hay verdaderamente pensamiento en pura extensión y razonamiento solamente en comprensión. En el primer caso, a lo' sumo, pode­ mos citar ciertos desarrollos acerca de los conjuntos de objetos o de indi­ viduos. A l considerar a los objetos com o atributos afectados a sujetos singula­ res, todo puede ser tratado en extensión .90 En oposición, un razonamiento que no funciona más que en comprensión, es decir que no se preocupa por los individuos o los existentes particulares, conocerá la dificultad de no poder tratar a las proposiciones singulares. Pode­ mos por cierto resucitar al platonismo y manipular las esencias como indivi­ duos. En la práctica será paradójico razonar así y está claro que nuestro pensa­ miento cotidiano raramente se mantiene encerrado en un universo de abstrac­ ciones puras. Por lo tanto es preciso tener en cuenta, en particular en las referencias a los sistemas de los lógicos, el dualismo de los modos de funcionamiento de nuestro pensamiento: Es preciso ver también que hablar de dualismo presu­ pone una dicotom ía bien zanjada entre un universo que sería el de los conteni­ dos y otro que concerniría a las formas, los conjuntos, las numeraciones. No creo que las cosas sean tan simples; al menos, no es necesario asumir entera­ mente la herencia de una tradición metodológica. Parece más importante en efecto volver a enumerar y analizar los tipos de pasaje, los fenómenos de asi­ milación y de interacción entre forma y contenido que permiten a uno identi­ ficarse o asegurar la existencia del otro y a este último justificar al primero. R. Blanché91 habla de “ razonamientos homogéneos” y de “ razonamientos heterogéneos” y esto es muy cóm odo ya que al incluir los pasajes del uno al otro podemos constituir un cuadro de los razonamientos en cuatro casillas. No obstante no me resulta fácil creer que el análisis del razonamiento consis­ te simplemente en determinar si él procede de la generalidad, de las leyes a los hechos, o lo hace en sentido inverso. Sobre todo ello significa hacer desapa­ recer el problema de las modalidades en provecho de una taxonomía cuyo único interés es el de ser simple. La observación de los procedimientos cuyo objeto es justamente el de comparar los hechos con las leyes —me refiero a los razonamientos de los ju ­ ristas por ejem plo - 92 muestra que no podemos reducir las estrategias em­

89. 90. 91. 92.

L A ctiviíé rationaliste de la physique contemporaine, París, P.U.F., 195 1, p. 9. Esto está en el espíritu del Systéme de logique de S. Mili, citado por R. Blanchc: op. cit., p. 130: “ La clase no es otra cosa más que los objetos que contiene” . Op. cit., p. 131. “ En suma, el juez de Bobigny ha intentado, a través de la relación del perito previa­ mente empleado, determinar si el empleador ha abusado o no de sus derechos, si la acusación tiene o no tiene un motivo válido: ¿quién tiene razón, quién tiene la cul­

pleadas a simples relaciones de pasajes de lo general a lo particular, relaciones que serían de hecho simples aplicaciones. Todo el problema consiste en reali­ dad en constituir un universo de existencia donde el razonamiento pueda des­ plegarse. Este universo no podrá existir sin la delimitación de otros universos acerca del modo de la alternativa ya sea del tipo de exclusión, sea aún simple­ mente en la ignorancia de estos otros universos. Eso quiere decir que si no estoy en, o si no puedo establecer la existencia de la situación 1 (véase el es­ quema siguiente) ello implica o no la situación 2 e inversamente. Está claro que la construcción discursiva de una situación está determinada por el lugar ocupado por el sujeto y las finalidades propias que se originan en este lugar. Este último término puede remitir a tomar en consideración los determinantes sociales de una situación específica del sujeto pero también, más generalmente, a un funcionamiento ideológico global, si entendemos por ello la existencia y la referencia a un cierto número de representaciones cuya resultante es la re­ presentación discursiva. En otros términos, por situación es preciso entender universos de situaciones cuyo reagrupamiento bajo un cierto modo sólo es po­ sible en función de características del tipo hechos y propiedades. Estas auten­ tifican la situación al tiempo que contribuyen a su construcción en tanto repre­ sentación. Hay entre ellas relaciones de implicación tanto como de determi­ nación: los hechos son definidos por sus propiedades, e implican ciertas pro­ piedades, éstas determinan la presencia de ciertos hechos .93 El razonamiento discursivo podrá entonces proceder de la puesta en evidencia de propiedades para establecer la existencia de hechos o inversamente, desarrollar e insistir en las propiedades ligadas a la presencia de los hechos. El recorrido de las m o­ dalidades de razonamiento está en el orden: existencia, necesidad, probabili­ dad, posibilidad, no necesidad, imposibilidad, improbabilidad, no existencia. Ello por la razón que expuse antes, a saber que la construcción de una situa­ ción sobre los modos de la necesidad o de la posibilidad, implica como contra­ partida que un conjunto de hechos o de propiedades relativas al universo de situaciones 2 será afectado por el sujeto de las modalidades de la no necesi­ dad, de la imposibilidad o de la no existencia. Ello puede funcionar de manera implicativa en el sentido lógico del término, pero también, en el razonamiento cotidiano según los procedimientos conocidos de la forma: ha de considerarse

93.

pa? ¡Problemática que no tiene absolutamente nada que ver con el respeto intangi­ ble, automático, inmediato, del derecho de propiedad!” (J.-J. Dupeyroux, L e M o n d e, 19 de marzo de 1974 .) “ El hecho de que M. Rémy esté afligido por una miopía muy fuerte, y que, al decir del abogado y de los testigos, es en realidad M. Marcel Dorwling-Carte, sustituto gene­ ral en la corte de apelación de Douai, quien dirige las reconstituciones, es, en apa­ riencia, anecdótico. Hay algo más grave: la reconstitución del 3 de abril —como la del 1 de marzo— se desarrolló a pleno día, mientras que la muerte de Brigitte Dewevre tuvo lugar a una hora indeterminada, a partir de las 19 horas 45’ y que el esclareci­ miento de los lugares juega también un rol no despreciable.” (M. Castaing, Le M on d e , 3 de abril de 1974.)

la situación A y no B, la situación A existe y no existe la situación B, es A lo que nos interesa, si es A entonces ella se opone a B, A va a definirse en rela­ ción a B. El recorrido de las modalidades traduce entonces la libertad del suje­ to para construir los hechos y las propiedades necesarias para la constitución de una situación-finalidad de su discurso. Esta libertad no es por cierto la que sena definida por un arbitrario. Es preciso que él tenga en cuenta la existencia concreta y las representaciones en el auditorio y fuera de él. La construcción de un hecho —como lo atestigua la reflexión especializada en la lógica ju rí­ dica— es siempre una posición tomada, una decisión de ocultar ciertos elemen­ tos y de acentuar en cambio algunos otros .94 El riesgo voluntariamente acep­ tado, en el uso es el de la deformación, de la exclusión. Esto no siempre es cóm odo y es preciso que haya discursos95 pues el establecimiento de las pro­ posiciones deseadas necesita un camino de razonamiento. Es un poco como si en cada etapa se tratara de sopesar lo que tenemos derecho de dejar de lado y lo que debemos conservar. Así se explica que haya elegido una representa­ ción en bucles del funcionamiento de las modalidades del tipo deber-poder. La clausura está en el “ ser” , sin juego de palabras metafísico, es decir que el esta­ blecimiento de la existencia de A equivale a tratar a B como un no existente y, en el caso contrario, la imposibilidad de establecer A equivale a constituir la existencia de la alternativa B. En cada nivel de afectación de una modalidad sobre A corresponde así su oposición modalizada en B y si la modalidad A no puede ser establecida es necesario el pasaje a una modalidad siguiente o el reem­ plazo en el universo B. He intentado hacer figurar, en los esquemas siguientes, algunas de estas progresiones de tipo pasaje; está claro, como lo he dicho antes, que la flecha implicativa no tiene en el razonamiento usual la fuerza que le atribuye clásicamente el razonamiento del lógico. Considerémosla más bien como el índice de una relación de sucesión, de pasaje, me atrevería a decir de entrenamiento en el curso del razonamiento. Es preciso añadir que algunos lugares pueden o no ser ocupados o alcanzados en las etapas del razonamiento cotidiano. El grafismo que encontrarán a continuación tiene entonces un valor tanto subjetivo como ilustrativo. Por otra parte me ha parecido necesario dis­ tinguir algunos funcionamientos específicos en el establecimiento de las pro­ piedades y algunos otros en la construcción de los hechos.

94.

95.

“ Extrañamente, no habla de ciertos testimonios o de ciertos hechos que habían sin embargo debatido largamente durante las audiencias previas. A sí parece ignorar que la bala tirada por M. Debrossard sobre uno de sus adversarios podía ser mortaJ." (F . Cornu, L e M ond e, 23 de marzo de 1974.) El lector podrá considerar a esta aserción como una exclamación.

[Oposición]

X I Universo de situaciones 1

------- ^ -------------►

Situación 1

Universo de situaciones 2

Situación 2

Referencias

Oposición Recorrido de las modalidades de razonamiento Implicación/determinación Predicación Oposición que implica una alternativa

Referencias

Hechos

E = existencia N = necesidad

N,

N N = no necesidad IM P = imposibilidad-improbabilidad P = posibilidad-probabilidad N E = no existencia 1 = situación 1 2 = situación 2 H = hecho PP = propiedad

N N H2

Propiedades

P 1H

PP1

i N 1H

V, IM P P P 2 -M M P H2 N N PP2 N E PP2

N N H2

N E H2 y del mismo tipo: N PP1 -♦•N H ,

Por supuesto que lo anterior no es más que un comienzo de contribución al problema de las modalidades. El lingüista ha intentado aportar su solución al mismo tiempo que se trata para él de participar en la construcción de una teoría semántica. El lógico, como dije, sigue siendo un poco prisionero de la teoría de los silogismos modales y más orientado hacia los razonamientos nor­ mativos, y no ha abordado hasta el momento más que las modalidades de la obligación-necesidad y de la permisión-posibilidad. La especificidad de las operaciones argumentativas y sobre todo discursivas sigue siendo todavía poco explorada y ello da testimonio de los inconvenientes de decidir entre la lógica y la retórica. Es que en efecto es difícil definir y delimitar lo que constituye la fuerza de un razonamiento. Lamento creer que el rigor en el sentido del lógico no basta para resumir esta fuerza .96 Es evidente además que un razonamiento del tipo de las reglas del cálculo lógico supone para ser efectivo, desde su origen, la aceptación de las reglas de ese cálculo por parte del lector y del autor. Y aun cuando se tratara del rigor, el humor, los chistes muestran de manera suficiente que un razonamiento puede darse como evidente, convincente, irre­ futable: los defectos están afuera y no en la progresión. Podemos discutir las premisas, los principios y eso remite a un análisis de los modos de la presupo­ sición análogo al practicado por los lingüistas. Podemos aún decir que el rigor sólo es aparente y que se trata de llevarlo hasta el extremo. La posición es entonces contradictoria con lo anterior: ¿Qué hacer de los presupuestos o, en otros términos, del fenómeno de la referencia esencial al funcionamiento del lenguaje? R. Blanché insiste en la resistencia comúnmente difundida: “ En convencer hay vencer, y no nos gusta ser vencidos ” .97 Evoca entonces la necesidad de “ saber hacerse escuchar” , de captar la atención y de, al hacerlo, reencontrar la tradición retórica concretizada por los consejos reagrupados entonces en la etiqueta de captatio benevolentiae. ¿El verdadero problema es entonces el de determinar las maneras de obtener el asentimiento ? 98 No se trata en verdad de reconocer que cierto número de situaciones tanto como de procedimien­ tos escapan a cierto ideal de lógica, por la misma razón de que están inscriptos en un contexto que torna inevitable la teatralidad discursiva. En otros térmi­ nos, se trata de considerar la existencia de las operaciones retóricas específicas

96.

R. Blanché, op. cir., p. 254 cita a E. Meyerson: “ Ninguna demostración fuerza al asentimiento” . (D u chemirxement de la pcnsée, p. 545.) 97. Op. cir., p. 259. 98. “ Sea quien fuere el que queremos persuadir, es preciso considerar a la persona y, por lo tanto, es preciso conocer el espíritu y el corazón, con qué principios está de acuer­ do, qué cosas desea; y a continuación distinguir en la cosa de la que se trate, qué rela­ ciones tiene con los principios aprobados o con los objetos deliciosos por los encantos que uno le atribuye. De manera que el arte de persuadir consiste tanto en el de agra­ dar como en el de convencer, ya que los hombres se gobiernan más por el capricho que por la razón.” (Pascal, Fragment de l'esprit géom étriquc, París, Gallimard, Encyclopédie de la Pléatde, p. 378.)

que no vuelven a poner en cuestión las operaciones lógicas precedentes sino que vienen tanto a completarlas como a englobarlas. Los lógicos de Port-Royal han opuesto así las reglas de la conversación a las del razonamiento formal y escriben a propósito de la supresión de ciertas proposiciones, características en el entimema: “ Esta supresión halaga la vanidad de aquellos a quienes habla­ mos, al recurrir a su inteligencia, y al compendiar el discurso ella lo hace más fuerte y más vivo. . . Pues el espíritu va más rápido que la lengua. . . Así, para fonnar a los hombres en una elocuencia juiciosa y sólida sería más útil que aprendieran a callarse que a hablar, es decir a suprimir y a cercenar los pensa­ mientos bajos, comunes y falsos” .99 Todas estas citas no tienen por objetivo resucitar la concepción retórica: creo haberme explicado anteriormente. Es esencial simplemente subrayar que la progresión rigurosa del lógico no se presta casi a lo que necesita la práctica cotidiana: pasar a silencio algunas cosas para poner otras en evidencia, apartar ciertas etapas para insistir en los hechos, aislarlos, modalizar así el razonamiento, descontruirlo y recomponerlo ya que la construcción discursiva de las situaciones propicias al orador necesita el silen­ cio acerca de otras situaciones. 100 Hay así operaciones retóricas locales en la superficie del discurso que están en interacción y algunas veces son asimiladas a las operaciones lógicas. Hay una en todo caso importante, esencial al fenóme­ no de la discursividad: es la operación de orden.

99. III, X IV y X V II, p. 226-227, 237. 100. “ Sus discursos alinean sabiamente proposiciones matemáticas simples-, al escucharlo cada francés ha podido creerse Ministro de Econom ía por un momento.” (P. Guilbert, Le Quotidien de París, 9 de abril de 1974.)

LAS OPERACIONES RETORICAS: EL ORDEN DE LOS ARGUMENTOS “ La verdadera cuestión no es saber si, al buscar comprender, ganamos el sentido o lo perdemos, sino si el sentido que preservamos vale más que aqué^ al cual hemos tenido la sabiduría de renun­ ciar.” (C. Lévi-Strauss, La Plon, 1962, p. 335.)

Pensée

sauvage,

París,

1. LA S E S TR A TE G IA S DE O RD EN Los procedimientos de orden —orden de las cuestiones a tratar, orden de los argumentos a desarrollar— han suscitado siempre la clásica preocupación de los retóricos. Basta con ver la frecuencia de las referencias a nociones tales como exposición, disposición y método. Todos los tratados inventariados abordan regularmente, luego de exponer los medios correspondientes a la invención de los argumentos, la cuestión de la disposición de esos argumentos en todo discurso. Clásicamente,Ja.disposición es la parte de Ja-retórica que. consiste. ..en poner en un orden conveniente los medios para persuadir o emocionar provistos por la invención. Su objeto es por lo tanto: I o las partes del discurso y e] orden en el cual ellas deben ser puestas; 2° las cualidades necesarias en el plano del discurso. Todas estas obras1 dan testimonio de una verdadera obsesión por la clasi­ ficación, aplicándose ésta a todos los tipos de feñómenos discursivos: géneros, estilos, partes, reglas, elementos. Más aún: el orden, la clasificación es elia misma objeto de discurso. Cuando el orador enuncia su plan desde el exordio, su proyecto es a menudo un cuestionamiento de las composiciones adoptadas por sus adversarios o sus predecesores acerca del mismo tema. El lector m oder­ no podrá ver en estas disputas abundantes sobre los modos de composición dis­ cursivos alguna querella del pasado hoy en día sin objeto (si es cierto que ha 1.

Uno de los últimos “ clásicos” es el Cours de rhétorique, publicado por M.Vuillaurrie en Epinal (Im p. Saint-Michel) en 1938.

representado algo más que una moda escolástica en su contexto histórico). Pero éste sería un juicio apresurado. Clasificar implica siempre un cierto tipo de compromiso, una opción definida al mismo tiempo que una concepción del lenguaje en tanto sistema de representación. La razón es concebida entonces como lo que traza la marcha que debe seguir el discurso. El orador debe prime­ ramente asegurarse de las disposiciones de su auditorio, ya sea para aprovechar­ las si le son favorables o ya sea para modificarlas si le son contrarias. Es ésa la función del exordio. Es oportuno a continuación exponer claramente el tema que vamos a tratar y las circunstancias propias de ese tema. A esta intención corresponden las partes denominadas disposición y narración. Por cierto que debemos apoyarnos en las pruebas y además destruir los argumentos del adver­ sario, de allí la presencia, luego de la narración, de la confirm ación y de la re­ futación. Por fin, la conclusión de todo discurso persuasivo vendrá con \a pero­ ración. Estas etiquetas evocan hoy en día principios en desuso. Sin embargo no es inútil extendernos 2 en lo que ellos simbolizan en tanto exigencias para el funcionamiento discursivo, ni es superfluo compararlos con esas restricciones socioculturales que siguen pesando sobre nuestra retórica cotidiana o institu­ cional.

2. EL O RD EN R E TO R IC O El exordio es el comienzo y el anuncio del discurso. Tiene por objetivo preparar brevemente a los oyentes o a los lectores para el conocimiento del tema y provocar al mismo tiempo su atención o su “ benevolencia” . El exordio sólo comienza verdaderamente en el momento en que se descubre el objeto y la meta del discurso. Por lo tanto es preciso, según las reglas, que sea extraído del corazón mismo del tema. Se distingue el exordio simple que consiste en la exposición breve y neta de este tema y el exordio insinuante que, en lugar de presentar al público el objeto que se propone, elige exponer otro, susceptible de ser mejor recibido pero cuyas relaciones con el primero llevarían insensi­ blemente al auditorio a ver a éste de manera más favorable. El exordio ¡tomposo, por fin, conveniente en circunstancias solemnes del tipo panegírico, discurso académico u oración fúnebre. Nuestros recuerdos escolares asocian de buen grado a Bossuet a este último caso y ello no es sorprendente teniendo en cuenta el lugar que han ocupado las elocuencias sagradas y fúnebres en nuestras tradiciones retóricas desde el fin del siglo X V I. Por regla general y acerca de este punto Valerio 3 constituye una referencia importante, el exordio “ sólo debe contener lo que apunta al tema que vamos a tratar y que debemos enunciar de una manera clara y fácil” . En efecto: “ Nada

2. 3.

Retomaré parcialmente lo que expuse con el fin de ser más explícito en lo que se re­ fiere a las consecuencias teóricas y metodológicas. Valerio (Cardenal Agostino), Libri tres de rhetorica ecclesiastica, París, Th.Brumennius, 1575. Cit.Abate Migne, col.l 107.

es más agradable que un predicador que habla con claridad y precisión, evita por ese medio toda sospecha de vanidad” . En resumen, y siempre según el mismo autor los exordios deben ser “ extraídos de la naturaleza del tema, del tiempo, del lugar, de los prejuicios, de las circunstancias, de las simili­ tudes, de alguna oración de las Escrituras, de las figuras del Antiguo Testa­ mento, de las personas que escuchan” . La proposición que sigue al exordio es la exposición clara y precisa del tema. Tiene por meta determinar el estado del problema: “ los ejemplos de los príncipes y de los grandes giran alrededor de esta alternativa inevitable: ellos no pueden perderse ni salvarse solos. Verdad capital que será el tema de ese dis­ curso ” .4 Simples, son las proposiciones que no encierran más que un único objeto a probar, compuestas, aquellas en las que muchos objetos demandan cada uno su prueba aparte. Hay división toda vez que la proposición es compuesta o que siendo simple debe ser probada primero por tal medio, luego por tal otro. Consiste por lo tanto en la partición del tema en muchos puntos que deben ser tratados unos después de otros en el orden marcado por el autor del discur­ so. Estos puntos pueden ellos mismos probarse de muchas maneras; pueden en consecuencia subdividirse; de allí las subdivisiones. La proposición con las divi­ siones y las subdivisiones forman lo que se denomina el plan del discurso: proposición, división, confirmación, refutación, peroración! Los tratados de retórica sin embargo acuerdan generalmente dos tipos de significación a la división; ella es tanto la partición en diversos puntos de un discurso (el plan) cuanto la parte del exordio que tiene por meta señalar esta partición (el anuncio del plan). “ El predicador, dice V alerios, se sirve de la división para hacer metódico su discurso, pero debe también servirle para hacerlo más inteligible y para ali­ viar la memoria.” Agrega: “ Que sea entera, es decir que los miembros de la di­ visión se opongan de alguna manera entre sí, pero que sin embargo estén al mismo tiempo ligados como partiendo del mismo principio y tendiendo al mis­ m o objetivo” . El abate Carrier6 precisa esto insistiendo en la necesidad de que la división sea natural, que concierna a una sola proposición, progresiva„es decir qusjpada elemento introduzca al siguiente, que se haga por proposición más que por e p í­ teto y que no tenga más de tres partes. Y Valerio añade que la división se extrae de la naturaleza del tema, de sus causas, de sus efectos, de las circuns­ tancias, de la enumeración de las partes, de las similitudes y de las compara­ ciones. Para que un plan sea bueno debe por tanto reunir nitidez, simplicidad, fecundidad, unidad y proporción. La reunión de tantas cualidades no se en­ cuentra en un mismo grado en todos los géneros. El abogado algunas veces se

4. 5. 6.

Massillon, sermón acerca de Les Exemples des grands, París, Firmin Didot, 1843. Op. cit. J.B.Carrier, La Rhétorique des ecclésiasñques, Marsella, 1820.

ve molestado por los incidentes por los que atraviesa su causa. El orador p o lí­ tico no siempre tiene oportunidad de ordenar un plan regular; su interés puede asimismo conducirlo a eludir su estrategia para arribar de manera más segura a su meta. La fragmentación quizás excesiva de la división puede así conducir a algunos a una división bajo forma de enumeración de las propiedades de una situación o de las virtudes de un personaje. Los esfuerzos por volver a centrar el plan pueden entonces llevar al orador a adoptar fórmulas mixtas de planes cronológicos y lógicos o a privilegiar una propiedad en relación a otras, eligien­ do ya sea un orden dinámico ascendente o descendente o la introducción de los desarrollos más generales con vistas a una significación global. La preocupación general es en efecto la del plano lógico que respetará “ la sucesión natural de las ideas” . Así, según Estoile, la oración fúnebre de Coeffeteau 7 “ fue alabada y estimada. . . por la bella disposición y sucesión que se advirtió, acompañada de elegancia y de modestia” . Coeffeteau, en efecto, iba a lo esencial e impactaba así a su auditorio; supo igualmente establecer una pro­ gresión entre las tres partes de su discurso, en fin, consiguió variar sus estrate­ gias de exposición o de prueba: si se parte de la valentía de David para mostrar la de Enrique IV , se admira la clemencia de Enrique IV para sólo volver a la de David al fin del desarrollo. La confirm ación ocupa en efecto un lugar importante en el discurso: debe conducir la prueba de lo que se ha expuesto en la proposición. La primera regla del arte de persuadir, se dice com o precepto, es la de dar a lo que se afirma y de quitar a lo que se niega el carácter de verdad, de certidumbre o de verosimi­ litud. Las estrategias son entonces de dos tipos. Cuando tenemos pruebas débiles pero creemos útil servirnos de ellas es preciso reunirías, amontonarlas para que se presten “ un socorro mutuo” y que suplan la fuerza por el número. Las grandes pruebas por el contrario, las pruebas fuertes y convincentes, deben ser mostradas separadamente para que no sean confundidas y deben ser desarrolladas aparte para que no pierdan nada de su valor. La am plificación es así una manera fuerte de apoyarse en lo que se ha dicho, y de llegar por la em o­ ción de los espíritus a la persuasión. La refutación, su corolario, consiste en destruir los medios contrarios a los del orador, en particular en combatir los sofismas, es decir esos razonamientos engañosos cuya falsedad sentimos aunque puede ser embarazoso mostrarla. Las estrategias aconsejadas entonces en los manuales son las de observar si en cada una de las premisas el término medio o la premisa menor guarda una significación idéntica y si en la consecuencia algún término no es tomado en un sentido más extendido que en las premisas. Y los retóricos insisten a propósito de esto en el hecho de que jamás el adver­ sario más temible lo es tanto como lo son los prejuicios, los errores y las pasio­ nes. La victoria entonces será sancionada por la peroración.

7.

Nicolás Coeffeteau, Harangue funébre prononcce á París, en l'église de Saint-Benoít, au service fair pour le repos de lam e de Henri IV , París, F.Habry, 1610.

La peroración es la conclusión del discurso, tanto más importante cuanto que ofrece el último impulso a los espíritus y decide la inclinación del audito­ rio. Responde a dos objetivos: I o alcanzar a convencer por la recapitulación o el resumen de las principales pruebas; 2 o alcanzar la persuasión o emocionar por el empleo de movimientos oratorios. El resumen de las principales pruebas debe ser rápido y corto. Para volver en ese momento patético y vivido al discurso, el orador debe suprimir las liga­ zones y las transiciones. La relación entre forma discursiva y auditorio es con ­ cebida entonces como la de un discurso impetuoso y condensado que acosa a los otros con tanta más actividad. La peroración debe, según los tratados, tener una parte panegírica y una parte didáctica: debe desde allí conmover las pasiones de los oyentes y ganar su adhesión. Se trata en efecto, antes que nada de emocionar. “ La peroración o la conclusión del discurso, dice Valerio, debe encerrar todo lo sublime de la elocuencia, es en esta parte donde se reconoce a quien es verdaderamente un orador, pues sabe reunir todo lo que hay de más digno para conmover las pa­ siones y ganar el corazón” . Es por éllo que el orador sagrado, por ejemplo, casi siempre en la peroración, se aflige o se horroriza por aquellos a quienes quiere recordar las verdades religiosas y entonces los intereses divinos de los que se considera procurador dan libre curso a movimientos sublimes o conmovedores. “ He allí el fruto que debéis extraer de este discurso: vivid aparte, pensad sin cesar que la mayoría se condena. . . y recordad que los santos han sido en todos los siglos hombres singulares. Es así com o luego de que seáis distinguidos de los pecadores sobre la tierra, seréis separados gloriosamente en la eterni­ dad .” 8 Esta última cita podría conducir a concebir a la retórica clásica como abierta enteramente al lirismo y a la sensibilidad. No lo es: la tradición se manifiesta,en la mayor parte, en una estética de la litote y una voluntad de rigor en el plan y los caminos del razonamiento, que no excluye sin embargo la flexibilidad de las articulaciones y las ligazones. La originalidad proviene en­ tonces de que el acontecimiento, los actores, las circunstancias conducen al orador a elegir, en el conjunto de los temas y de los sentimientos, y así crear una forma conveniente para esas elecciones, una disposición pertinente. Sen­ timos que está allí el aspecto crucial de todas las controversias retóricas.

3. L A IM P O R T A N C IA DEL O RD EN La retórica según Aristóteles 9 y sus continuadores está fundada en la techné, poder de crear lo que puede ser o no ser. Esta techné rhetoriké se mani­ fiesta según cuatro tipos de operaciones que son ellas mismas partes del arte: inventio (establecimiento de las pruebas), dispositio o taxis (puesta en orden 8. 9.

Massillon, sermón acerca de Le Petit N o m b re des élus. G.Vignaux, L'Argumentación antique: Aristote, op.cit.

de las pruebas), elocu tio o lexis (la puesta en forma verbal de los argumentos) y, por fin, actio o hypocrisis (puesta en escena por parte del orador-come­ diante). La estructuración del discurso es indiscutiblemente entonces la ope­ ración fundamental, en particular bajo el aspecto pragmático del orador. En Cicerón, por el contrario, la doctrina dicendi corresponde a un saber orientado hacia fines prácticos. El contenido, la quaesrio va entonces a deter­ minar los géneros del discurso y la obra en tanto producto es de una importan­ cia más grande que su práctica oratoria. Quintiliano ocupa una posición rela­ tivamente intermedia; es pedagogo más bien que teórico. En consecuencia, las posiciones de los retóricos van a alinearse alrededor de un eje central, esta demarcación que ocupa la noción de plan, bajo el doble aspecto de rol y de función. O bien, esta disposición de las partes del discurso es simplemente una ordenación que va a crear estructuración y relaciones y por consecuencia el discurso mismo; o bien no es más que un plan-esquema prestablecido, una especie de red estereotipada. Y esta distinción se tomará oposición a lo largo del desarrollo de la retórica. Ramus10, por ejemplo, en el siglo X V I, insistirá en la necesidad de no confundir inventio y dispositio: el orden no de­ pende del descubrimiento de los argumentos; el reagrupamiento de ellos, el m étodo, sólo viene luego de su búsqueda. El siglo X V I confirmará esta orienta­ ción especulativa: Descartes insiste en la coincidencia de la invención y del orden y Pascal atribuye al orden un verdadero valor creativo de descubrimien­ to: “ Que no se diga que no he dicho nada nuevo: la disposición de las mate­ rias es nueva” . Se pone el acento más y más en la operación de producción más que en el producto y la relación entre orden de invención y orden de dis­ posición toma un valor teórico, a tres niveles: la oración, la parte y el discurso entero. En la antigüedad, el orden de exposición está sometido a la única restric­ ción metodológica de que el encadenamiento de los hechos sea verosímil. Más tarde, frente a este “ orden natural” van a imponerse las concepciones de un “ orden artificial” , ya sea que se parta, como algunos sugieren “ no desde el comienzo de lo que ha pasado sino desde el medio” o que impongamos a los hechos un recorte arbitrario o restrictivo. Ello implica en este último caso una operatividad fuerte del sujeto cuyo producto-discurso será representación de representación. Al mismo tiempo ello significa dejar de lado los tabúes de la institución retórica: al ya no ser más el orden aquel de los cánones clásicos (exordio, proposición, división, etc.) se vuelve una creación original fundada en las circunstancias y en la dinámica misma del discurso. Los recortes son entonces variables; su interpretación también, según el tipo de unidad sintag­ mática que se va a considerar. El discurso entero puede así formar una unidad frente a otros discursos (problemas de género y de estilo), componerse según las divisiones tradicionales que conocemos, ser disociado en trozos o en partes, 10.

Ramus (Pie.rre de la Ramee, denominado Petrus), La Dialectique amenizado con un pequeño tratado de ejercicio y práctica no sólo de lógica sino además de otras artes y ciencias, París, G.Auvray, 1577, in-8°.

en unidades del tipo etapas de desarrollo, o finalmente en períodos que corres­ ponden a oraciones estructuradas según un ritmo creciente-decreciente. Estas formas de división se inscriben en una concepción global que asegura la síntesis con estos géneros que se denominaban entonces figuras del tema. decir lo que queremos decir (directa), utilizar un procedimiento disfrazado (indirecta), elegir la ironía, la broma, la antífrasis (contraria). Que el lector no se engañe: estas indicaciones que se ofrecen sin cesar en la tradición como manual práctico del orador, traducen verdaderamente esta p a s ió n " taxonóm i­ ca que ha sido la de toda la retórica. Las figuras del tema forman así un corw junto con los tropos, las figuras del pensamiento y las figuras de palabras. Loj dicho está así siempre necesariamente en relación compuesta' lo que se dice, quien lo dice y a quien se lo dice. La variable de partida es por cierto siempre el contenido del que se trata de argumentar (la quaestio). Este referencial puede tomar dos formas: la tesis de tipo general, incluso abstracta, es decir una noción, una opinión común, un prejuicio extendido; la hipótesis, más par­ ticular y que en consecuencia relata hechos, personas, circunstancias. Pero la hipótesis es también la causa, dir/amos hoy en día la problemática con sus restricciones, sus virtualidades y sus tiempos. Tendremos así tres tipos de causa definidas por el pasado, el presente o el futuro y que corresponderán entonces a uno u otro de los tres géneros oratorios: deliberativo, judicial y epid íctico. R. Barthes12 ha trazado así el cuadro de los atributos propios a estos tres géneros. Lo reproducimos aquí:

Géneros

Auditorio

Finalidad

O bjeto

Tiempo

Razona­ miento (a)

Lugares comunes

1 Delibera­ tivo

miembros de una asamblea

aconsejar/ desacon­ sejar

útil/ perjudicial

futuro

exempla (a)

posible/ imposible

2 Judicial

jueces

acusar/ defender

justo/ injusto

pasado

entimemas

real/ no real

3 Epidictico

especta­ dores, público

alabar/ reprobar

bello/ feo

presente

compara­ ción ampli­ ficante (b )

más/ menos

(a) Se trata de una dominante. (b ) Es una variedad de inducción, un exemplum orientado hacia la exaltación de la persona a quien se alaba (mediante comparaciones implfcitas).

11. 12.

La expresión es de R.Barthes, Communications, 1970, n° 16, 172-223 Communications, 1970, n° 16, p. 210.

El esfuerzo retórico aparece desde esta óptica como una vasta empresa de codificación del habla, eligiendo la construcción de una red de maneras de hablar. La ambición era global, como lo testimonia la tradición aristotélica: proveer a todo el lenguaje una trama analítica compleja. El orden del discurso es el enseñado por el maestro y, si no existe el caso, hay que intentar encontrar disposición en los hechos, buscando no lo verdadero sino lo verosímil que determina todas las argumentaciones. A sí todas las figuras existen, se cree, en la naturaleza; es preciso volver a encontrarlas. La marca del buen orador es la de este redescubrimiento, de esta dificultad siempre renovada: ¿cómo volver a encontrar el orden pertinente?

4. EL O RD EN Y E L PE N SA M IE N TO “ Lo último que se encuentra al hacer una obra, dice Pascal, es saber lo ¿gue es preciso poner en primer lugar.” Alguna cosa debe en efecto vincular el fin al comienzo: es preciso que encontremos la relación de causa a conse­ cuencia, el orden de una sucesión. N o aceptamos, o raramente lo hacemos, la sucesión azarosa. Es por eso que desde temprano el orden matemático ha fasci­ nado por su rigor y el absoluto encadenamiento de sus conceptualizaciones. Ha aparecido tanto más com o modelo en la medida en que se instalaba fuera del tiempo y parecía contener su propio comienzo. De teorema en teorema el camino es claro. Una familiaridad puede incluso instaurarse: “ Mantened una entrevista con M. Hermite. . . percibiréis enseguida que las entidades más abstractas son para él como criaturas vivientes .” 13 Se explica así la intrusión de Descartes. Hacia el fin de la Edad Media Ja filosofía escolástica heredera de Aristóteles se presentaba como suma del Uni­ verso y de todas las verdades. Ello era así tanto más sensible cuanto la reflexión iba de la naturaleza de las cosas a las ideas. La verdad de los conceptos era entonces garantizada por su adecuación a las formas sustanciales. “ Esta filoso­ fía del concepto y de la forma sustancial concordaba con la lógica del lenguaje y con una visión jerárquica del universo. Respondía por otra parte a una ciencia verbal cualitativa, finalista, que tenía por meta la clasificación. . . Desde antes de Descartes la necesidad de otra cosa comenzaba a hacerse sentir. . . Cuando Kepler formula sus famosas leyes y reglas del movimiento de Marte basándose en la necesidad intrínseca de la elipse, cuando Galileo utiliza el principio de inercia y proclama que las matemáticas son la lengua en las que está escrito e l universo, piensan como pensará Descartes.” 14 Por tanto, en el origen del pensamiento cartesiano es preciso ubicar la se­ ducción por las matemáticas, la idea de un plano de verdad superior al hecho de la evidencia intelectual, la idea también de un método. Este método, es el 13. 14.

E.T.Bell, Les Grands Mathématiciens, Payot, 1939, p 478. A.Bridoux, GEuvres el Lettres de Descartes, Introduction, París, Gallimard, La Pléiade, 1953, p. 15.

orden a respetar en la conducta de nuestros pensamientos, el orden mismo de la inteligencia aplicada a la geometría, en otros términos, este orden del enten­ dimiento que establece una analogía entre el orden de las razones matemáticas y el orden de los electos de la naturaleza. Había allí sin embargo materia para la crítica, como lo subraya Hegel, pues, en Descartes “ sólo mediante la expe­ riencia el pensamiento adquiere un contenido concreto ” . 15 Hegel pone de re­ lieve el principio de un engendramiento progresivo de los conocimientos más elevados a partir de la experiencia, según una dialéctica temporal. Así se cons­ tituye una filosofía del devenir pero la dificultad de definir el comienzo sub­ siste. Ello explica la supervivencia contemporánea del método cartesiano, aunque el orden geométrico sólo sea satisfactorio a medias. “ El verdadero orden, dice Pascal, consistirá en definir todo y en probar todo. Ciertamente, este orden será bello; pero es absolutamente imposible: pues es evidente que los primeros términos que querríamos definir supondrían términos precedentes para servir a su explicación, y que asimismo las primeras proposiciones que que­ rríamos probar supondrían otras que las precediesen, y así está claro que jamás arribaríamos a las primeras. . . De donde parece que los hombres poseen una impotencia natural e inmutable para tratar alguna ciencia que esté en un orden absolutamente acabado ” .16 Descartes se lim itó a la certidumbre. Pascal quería que esta certidumbre fuese convincente. Las matemáticas, subraya, sólo descansan de hecho en las definiciones primitivas, en los axiomas. Ahora bien, el proceso mismo de la denominación está naturalmente sujeto a error, a incompletitud. La interroga­ ción acerca del lenguaje es así de nuevo introducida con la cuestión de la eti­ m ología, tal como se da en Hegel. En efecto para Hegel todo objeto de pensamiento debe ser considerado como un producto de nuestra actividad y , acerca de este punto, su concepción es diferente, se opone incluso a la de Descartes, ya que para él “ la existencia de los objetos matemáticos es independiente de nuestros medios de alcanzar­ los” . N o querría resumir aquí el problema técnico del fundamento de las mate­ máticas. Pascal por otra parte lo ha definido como un problema esencialmente lingüístico, el de los términos primitivos, y situado por tanto fuera de la técnica matemática. Sabemos hoy en día que nuestro lenguaje no expresa fielmente la realidad del mundo en que vivimos. Sin embargo, sería simple que a esta rea­ lidad le correspondiesen los axiomas primeros y que así las matemáticas estu­ viesen sólidamente fundadas. Pero Hegel ha destmido esta confianza al instituir el desafasaje hoy en día aceptado entre pensamiento y expresión. El resultado, y la historia lo ha mostrado, es que ha sido preciso y es preciso aún limitarse a investigar en el lenguaje las formaciones de la objetividad. Poco a poco, nos hemos ido habituando a considerar al lenguaje como exterior a nosotros: un objeto de análisis tanto como otros, a quien ya tenemos costumbre de acordar el estatus de producto. Desde ese momento, el libro, la inscripción, el discurso 15. 16.

Vorlesungen über die Geschichte der Philosnphie, III, 363-64. D e l ’esprit géometrique.

han comenzado a ser considerados en su singularidad y su situación. Quiero decir que la historia de la lingüística ha comenzado con quien ha soñado refle­ xionar acerca de las funciones y el rol del lenguaje, pero también cuando se percibió que el orden de las instituciones, comenzando por la institución del pensamiento, tenía algo que ver con el orden del discurso.

5 . EL ORDEN D EL DISCURSO: EL NU CLEO R E TO R IC O DE L A T E A T R A L ID A D D ISCU RSIV A Bajo esta denominación clasificaré muchos tipos de fenómenos: el orden de composición del discurso, el orden de las cuestiones a tratar, el orden de los argumentos a desarrollar. Todos, tarde o temprano, se relacionan con lo que la antigua retórica clasificaba bajo las nociones de eícposición, disposición o mé­ todo. Teniendo en cuenta esto, hablar del orden de los argumentos puede pare­ cer trivial: es evidente para cada uno, desde el aprendizaje escolar, que el pen­ samiento seguirá siempre un cierto camino para expresarse. Pero esta familia­ ridad me parece ser el índice de una generalidad que asegura la importancia del fenómeno. El orden discursivo me parece marcar la presencia de una operación retó­ rica fundamental, característica de la discursividad. 1 7 Con fundamental, quiero subrayar su carácter general y global, en la escala del discurso.JLa operación primordial de orden traduce así la intervención de una libertad del sujeto en la composición de su decir y por lo tanto, en la construcción de las representa­ ciones que desea im ponerjE s sobre todo el lugar de expresión y de realización de esta teatralidad por la cual la articulación discursiva va a jugar sobre las restricciones de la secuencialidad propias de la lengua. Pero antes de llegar allí querría exponer un cierto número de caracterizaciones de los fenómenos de orden discursivo. En primer lugar es evidente que en una argumentación el orden jamás es indiferente ya que interviene, está compuesto por el orador en función de las modificaciones del auditorio al que apunta. En otros términos podrá tratarse de conducir progresivamente la aceptación de ciertas premisas, de tener en cuenta ciertas etapas anteriores, y aún, de manera más frecuente, de modular un condicionamiento de este auditorio a través de las reacciones que puede manifestar, justamente, al percibir un cierto orden de importancia de los argu­ mentos presentados. Por lo tanto no podemos decir, como escribe Ch. Perelman18, que toda argumentación, a diferencia de una demostración, tiene la libertad de componer su orden. Por cierto que las premisas de una argumenta­

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18.

Quisiera recordar que la consideración de un discurso debe implicar para el analista tomar en cuenta necesariamente las operaciones y las propiedades lingüísticas que no son sólo la extensión de las propiedades definidas por el lingüista a propósito de la oración: el discurso es el producto de operaciones que le son específicas. Traité, p. 651.

ción no son una axiomática rigurosa y que el propósito del orador va a ser el de enriquecerlas, afirmarlas progresivamente, jugar a su antojo, aparentemente, sobre ciertos elementos más que sobre otros. Ch. Perelman ofrece el ejemplo concreto de los debates que rodean el establecimiento de los planes de nego­ ciación cuando se trata de fijar el orden del día en un cuerpo colegiado. Esta libertad de la argumentación, comparada con las restricciones de la demos­ tración aparentemente no tendría límites, salvo los de la libre elección del hablante. No es así: ya se ha dicho pero insistiré otra vez en el hecho de que toda argumentación se construye en un espacio discursivo ya determinado al menos acerca de un cierto número de acontecimientos y de propiedades. Ello quiere decir que todo suietojjiscursivo.se inscribe en una situación de la que no es enteramente dueño. Su libertad es sin embargo considerable: puede elegir sus cuestiones y el orden en el cual va a instituirlas, puede ir, bajo el pretexto de esclarecer, al lugar que ocupa el interlocutor en el debate y expresarse desde ese lugar para sugerir la respuesta.19 El orden permite por lo tanto los despla­ zamientos del sujeto al mismo tiempo que la clausura de los campos en los que puede convencer más. Es una vieja técnica de los tratados de retórica aquella que consiste en dis­ frazar el mayor tiempo posible, por el orden de las cuestiones, la relación entre los acuerdos parciales que podemos establecer y el desacuerdo fundamental. En otros términos, se trata de introducir su posición bajo la forma de una direc­ ción sugerida y de llevar progresivamente al auditorio a juzgarla satisfactoria 20

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Pienso en esa figura que Quintiliano denominaba subyección (vol. III, cap. IX ), es de­ cir “ la interrogación menos viva” por la cual el orador se dirige a su interlocutor en cargándose él mismo de responder por aquel. Hay dos tipos de figuras: la subyección propia que consiste para el hablante en inte­ rrogar a los otros con el fin de responder por ellos y la racionalización en la que finge dialogar con él mismo. Esta última técnica puede asimismo permitir la sofisticación de interrogarse, de responderse a sí mismo pero de proveerse una respuesta que no es más que una hipótesis, eventualmente de otros, de manera que pueda ser rechazada. Véase su reconsideración en un manual moderno: “ La argumentación del superior tiene probabilidades de ser si no aceptada, al menos respetada, si en todo momento y también en las relaciones de trabajo del año entero, éste se muestra leal. Si durante el intervalo ha mostrado que hacía lo posible por ponerse en el lugar del otro puede solicitar que éste intente ponerse en su lugar, del que él, el superior, es represen­ tante. . . En el curso de esta argumentación el empleo juicioso de las preguntas permite llevar a la gente a darse cuenta de ciertas situaciones que anteriormente juzgaba de manera simplista. A sí el superior dirá: 'M e dice que un dirigente puede, él. . . Pero, ¿qué es exactamente un dirigente para ud?’ Con ejemplos concretos llevará a ver que un diri­ gente no es sólo quien desempeña funciones más importantes que un contramaestre, sino que debe haber un estado del espíritu y cualidades que le permitan enfrentar un conjunto de problemas, etc. Así le hará reconocer que él posiblemente no posee éstas características” . (R.Bellanger, Techique et Pratique de Targumentation, París, Dunód, 1971). 20. Es útil no tomar en su orden propio las proposiciones requeridas para la formación de los silogismos, sino tomar alternativamente las que conducen a una conclusión y las que conducen a otra: pues si aquellas que son apropiadas a cada conclusión, se plan­

Las recetas en este sentido abundan, incluso en ciertos manuales modernos: presentar las cuestiones del debate sin orden aparente luego de proponer una conclusión, dejando de lado la manera en que ha podido obtenerlo, introducir las nociones inútiles para la demostración, mezclar muchos puntos de manera de hacer difícil la evaluación de sus importancias respectivas. El orden en la argumentación traduce por lo tanto en primer lugar la selecjción de lo que el orador-sujeto desea que tome en consideración el interlocutorauditorio. Sin embargo no es preciso considerar que esta intención de sugestión estará limitada a lo que se dice explícitamente: puede haber toda una gama m o­ dulada de “ juegos” acerca de los presupuestos, traducido bajo la forma de “ al­ cances” progresivos de las nociones sucesivamente introducidas y por lo tanto de sus consecuencias.21 Las necesidades de encadenamiento y de conexión imponen por otra parte, para que ciertos argumentos sean comprendidos, que hayan sido precedidos por otros argumentos. El discurso mismo puede ser ente­ ramente un argumento constituido por este orden. Las categorías argumenta­ tivas de la dirección, gradación y am plificación manifiestan así la pertinencia del orden en tanto estrategia del sujeto. El argumento de la dirección en particular responde a la preocupación de no librar inmediatamente la extensión del razonamiento. Se va a dividir el intervalo que separa las premisas de la conclusión del discurso, en jalones, en etapas intermedias y en conclusiones parciales, localizadas ,22 conclusiones de

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tean unas después de las otras, la conclusión que resultará de ellas será más evidente” . (Aristóteles, Tópicos). “ Están por estrenarse dos films: ‘Soylent Green’ de Richard Fleisher y ‘France, societé anonyme’, de Alain Corneau; la primera culmina en lo trágico alucinante; la se­ gunda es socarronamente humorística. En una y otra el mecanismo de anticipación funciona de una manera mucho más convincente que en la muy decepcionante ‘Zardoz’. Ejemplo: consecuencia lógica del crecimiento demográfico, de la aglomeración urbana en N ew York, teniendo en cuenta los 40 millones de habitantes; consecuencia lógica de la superpoblación, la población que está paralizada por su propio pulular; consecuencia lógica de ésta parálisis hormigueante, disminución del espacio, exaspera­ ción de la polución, enrarecimiento, y por lo tanto racionamiento draconiano del agua potable, del aire respirable, del movimiento y de los alimentos, agotamiento de las fuentes energéticas; consecuencia lógica de este agotamiento, la uniformización en la decrepitud, la universalización de la ruina, el comunismo de la nada; consecuencia lógica de todas estas consecuencias lógicas el espectáculo de una N ew York que re­ cuerda a Tokio y Calcuta, donde el perpetuo smog color puré de guisantes, muche­ dumbres, uniformemente vestidas con ropa funcional ínfima, especie de delantal de campo de concentración completado con una gorra, se estancan o circulan con es­ fuerzo o se agitan en el lugar en frenéticas huelgas de hambre - entonces, nos ‘libera­ mos’ a fuerza de monumentales excavaciones y de monstruosos cestos recolectores de basura. Lógico” . (J.L.B o ry , L e N ou vel Observateur, I o de abril, 1974). “ Los más fuertes renuncian a su carrera, a su medio, a su familia y desean enseñar, cuidar, ayudar a los más desfavorecidos de los ‘excluidos’. O , con más coraje aún, se adaptan a su condición. Los menos sólidos, los más débiles, llegan al extremo del re­ chazo raramente conciente, a menudo informulado pero sentido. Para estos está la prisión o el asilo psiquiátrico, la droga o la mendicidad. Los otros permanecen en un

las que podemos, estar seguros que no provocarán oposición definitiva. En los tratados corresponde al ejemplo del exordio insinuante que consiste en presen­ tar en lugar de lo que puede contrariar al auditorio otra proposición susceptible de interesarlo, de ser aceptada y de la cual se mostrará luego la relación con la que se trata de hacer pasar.23 En otros términos, el pasaje no se efectuará de A a C sino de A a B de donde podrá aparecer C desde otra perspectiva. Este argumento de la dirección corrientemente se traduce bajo la forma de una puesta en guardia: si cedes esta vez deberás ceder más la próxima vez. En efec­ to, la manera en que operará el jalonamiento depende de la opinión acerca de la facilidad más o menos grande para superar tales etapas determinadas. El orden jamás es gratuito ni indiferente: es evidente que cada paso construirá una nueva configuración de la situación discursiva, susceptible de influir en la actitud final del auditorio, sobre todo si en cada momento se solicita una decisión que el orador sabe que será componente de la decisión definitiva. La estrategia p o lí­ tica conoce así lo que se denomina la maniobra dilatoria: presentar una medida como una etapa hacia una dirección, en el momento mismo en el que justamen­ te se resuelve no desarrollar esa dirección. El procedimiento puede consistir todavía en dividir esta medida en el tiempo y aplicación de manera de hacerla inoperante. La controversia consistirá entonces en argüir que se trata de un todo inseparable y que toda etapa es solidaria con los desarrollos ulteriores que es posible visualizar.24 Se desordenarán entonces las proposiciones que se

equilibrio inestable en el filo de la navaja, inclinándose a un lado o al otro, cayendo y de vez en cuando levantándose para hacer todavía un trozo más de camino sobre la noria hasta la próxima caída. Los menos heridos se sienten mal en su pellejo, mal con la comodidad y son considerados ‘raros’, en el mejor de los casos como ‘origina­ les’ y en el peor como locos” . (P. Vianson-Ponté, Le M onde, 10 de marzo de 1974). 23. Cf. el alegato en favor de Luis X V I de M.Deséze: “ ¡Representantes de la nación! por fin ha llegado el momento en que Luis, acusado en nombre del pueblo francés, pueda hacerse escuchar por su propio pueblo! Ha llegado el momento en que, rodeado por los consejos que la humanidad y la ley le han dado, pueda presentar a la nación una defensa que su corazón aprueba, y desarrollar delante de ella las intenciones que siem­ pre lo han animado. La calma que me circunda me advierte ya que el día de la justicia ha sucedido a los días de cólera y de prevención; que este acto solemne no es una for­ ma vana; que el tiempo de la libertad es también el de la imparcialidad que ordena la ley; y que el hombre, sea cual fuere, que se encuentra reducido a la humillante condi­ ción de acusado está siempre seguro de llamar sobre sí la atención y el interés de aquellos que lo hostigan. Digo el hombre sea éste cual fuere; pues en efecto, Luis no es más que un hombre. N o ejerce más prestigios; no puede nada más; ya no puede in­ fundir temor, no puede ofrecer esperanzas: por tanto éste es el momento en que le debéis no sólo la mayor de las justicias sino, me atrevería a decir, el mayor de los favores” . 24. “ La medicina experimental con animales admitía que para utilidad de la medicina hu­ mana se pudiese sacrificar al animal. Pronto surgió la idea de que para utilidad del conjunto de la humanidad se podían sacrificar algunos seres humanos. Por cierto que en el comienzo esta idea sublevaba defensas internas pero todo termina por tornarse habitual. Se comienza por admitir la idea de la experimentación con condenados a muerte, luego surgió la idea de la experimentación con prisioneros comunes y por fin, se concibió la idea de experimentar con. los enemigos! Como se ve, la marcha de las

ofrecen como conciliatorias .25 Se exigirá saber “ adonde vamos” , es decir que el fraccionamiento podrá ser rechazado en tanto portador de ambigüedades. Otra función del argumento de dirección será permitir al orador plantear que existe entre tal etapa en discusión y las que razonablemente le siguen, dife­ rencias cualitativas que hacen necesaria la distinción. Una respuesta posible consistirá en decir que es necesario detenerse en tal etapa, representativa de un cierto equilibrio de los puntos en discusión o aún, que continuar significa­ ría salir al encuentro de un cierto número de consecuencias que es preferible evitar .26 Podríamos citar otras manifestaciones del argumento de dirección: la p ro ­ pagación o el contagio, lo que equivale a subrayar la extensión inevitable de ciertos fenómenos. Si se los admite, entonces, por la vía misma de los meca­ nismos naturales o sociales, tenderán a transmitirse, a multiplicarse. Es la argu­ mentación de todas las estrategias políticas de bloqueo, de “ cordón sanita­ rio ” .27 Está además el argumento de la consolidación que es el de poner en guardia contra toda repetición susceptible de reforzar o de estabilizar lo que, desde el comienzo, sólo era un esbozo, algo provisional.28 Todos estos desarrollos muestran que un argumento, insertado en una construcción discursiva dinámica, recibe, por ese hecho mismo, una significa­ ción diferente de la que hubiera tomado en aislamiento y que esta significación variará según ^ rol y la ubicación atribuidas al argumento en las secuencias discursivas.29 (_No existe casi ninguna modificación del orden que no sea al

ideas es extremadamente temible y al mismo tiempo muy insidiosa” . (H . Baruk, “ Le psychiatre dans la societé” , La Semaine des hópitaux de Paris. 25° année, n° 74, p. 3046-47). 25. “ La argumentación debe ser conducida atestiguando siempre consideración por el contramaestre, sin experimentar impaciencia si él vuelve a actuar por obstinación o el rechazo del sentimiento de inferioridad que experimenta al estar delante de un je fe ” . (R.Bellanger, op.cit.). 26. “ Si los lacedemonios toman Megalópolis, Mecenas estará en peligro. Si toman tam­ bién Mecenas nos aliaremos con los Tebanos. Entonces no es más ventajoso y honora­ ble acoger espontáneamente a los aliados de Tebas y no prestamos a las codicias de los lacedemonios que vacilar en salvar a un pueblo, pues es aliado de los tebanos, y sa­ crificarlo” . (Demóstenes, Harangues, t. I, 20-21). 27. “ Si un país como Vietnan del Norte, masivamente ayudado por dos superpotencias comunistas pudiera apoderarse de otro país, ésto se repetiría en el Medio Oriente y en Europa. Lo que está en juego no es solamente la paz de Vietnan sino también la paz de Medio Oriente y Europa y no solamente para el futuro inmediato sino quizá para un largo período de tiempo (Discurso del presidente de los E E .U U ., R.Nixon, citado en L e Monde, 30 de abril de 1972). 28. “ Cada concesión hecha al enemigo y al espíritu de facilidad lleva a otra concesión. Esta no es más grave que la primera pero ambas, una después de la otra conforman una cobardía. Dos cobardías unidas constituyen un deshonor” . (A . Camus, Actuelles, París, Gallimard, 1950, p. 57). 29. Toda la marcha totalitaria, observa J-P.Faye, consiste en proponer por medio del dis­ curso la síntesis de elementos inconciliables al eliminar, en los hechos, uno de los tér­ minos, siempre el mismo. (J-P.Faye, Langages totalitaires, París, Hermann, 1972).

mismo tiempo una modificación de los argumentos a los que concierne o la creación de argumentos nuevos. En otros términos, la operación de orden jamás es una simple formulación, es el lugar de estrategias precisas cuya exis­ tencia está fundada sobre la relación sujeto-auditorio o lectores. Para el pri­ mero, sobre todo, se tratará de dirigir hacia la aceptación del discurso, de gra­ duar esta aceptación, de amplificarla, por fin, hasta la desaparición de toda controversia u oposición. En general, se trata de asegurar premisas suficiente­ mente firmes y la mayor parte de las memorias científicas eligen así dispo­ ner, al comienzo de una tesis, los principios susceptibles de beneficiarse con el acuerdo más grande de la comunidad de lectores a que apunta. En cierta m e­ dida, los argumentos pueden ser considerados como proposiciones distintas cuya consecución se hará bajo la forma de la interacción y es esta interacción la que el sujeto tiene libertad de exponer, en las restricciones determinadas por su ubicación y la situación de producción discursiva. Será dueño, por ejem plo de agrupar para acentuar el efecto de convergencia, de generaliza­ ción, o de dispersar para, por el contrario atenuar, debilitar. Es por ello que se introduce esta teatralidad discursiva cuya finalidad es instaurar una repre­ sentación cuya manifestación asegura la presencia de un sujeto. La observación de todo orden discursivo es por lo tanto una clave para el análisis de lo que el discurso apunta a “ darse com o” al mismo tiempo que puede permitir al analista aproximarse al lugar discursivo en el que opera el reencuentro de una repre­ sentación propia ai sujeto y la que ha podido atribuir a su auditorio, a sus lec­ tores, como segundo polo de la alternativa argumentativa. El orden es por lo tanto marco de una presencia fundamental en toda ar­ gumentación: la de un auditorio, la de una comunidad de lectores. No es sin razón que la tradición retórica ha insistido en el exordio, la introducción del discurso que tiene por objetivo “ captar” de entrada el interés del auditorio. Es en ese momento discursivo cuando el sujeto intentará crear, por ejemplo, la comunidad de valores que compartiría y desearía con el auditorio ,30 o en que insistirá aun en su competencia, su imparcialidad, su honestidad, su buena vo luntad .31 El exordio ofrecerá la oportunidad de precisar la pertinencia del discurso, la importancia del propósito, su justeza .32 Es preciso añadir que los antiguos admitían incluso la posibilidad de exordios sucesivos delante de cada una de las partes. Ello porque su preocupación se fundaba esencialmente en la gradación de las fuerzas respectivas de los argumentos. Se sugerían así tres tipos

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“ Si vuestro presidente permite el dominio de los comunistas en Vietnan del Sur, los E E .U U . perderán el respeto del mundo. N o dejaré que eso se produzca” (Discurso de R.Nixon, 30 de abril de 1972). “ He adherido al partido comunista Rumano en agosto de 1968 pues en agosto de 1968 el partido me habló por la voz de Nicolás Ceausescu. Porque yo he creído en N i­ colás Ceausescu. Quiero continuar creyendo en el partido y Nicolás Ceausescu” . (Carta del escritor rumano Goma, L e Monde, 30 de abril de 1972). Cf. Logique de Pori Royai. “ no hay nada que sea más estimable que el buen sentido y la justeza del espíritu en el discermmiento de lo verdadero y de lo falso” ( Premier Discours, op. cit., p. 15).

de orden: el orden de fuerza decreciente, el orden de fuerza creciente y la más recomendada que había recibido la apelación de orden nestoriano 33 E) incon­ veniente señalado del orden creciente 34 era que los argumentos mediocres ubi­ cados al comienzo podían indisponer de entrada al auditorio y recíprocamente ubicado al fin podían dejar a ese mismo oyente con una última impresión des­ favorable. De allí el interés del orden nestoriano: encuadrar el discurso, al prin­ cipio y al fin, con los argumentos más sólidos. Estas consideraciones dejan suponer que la fuerza de los argumentos sigue siendo la misma sea cual fuere su ubicación en el discurso. Implican además que podemos establecer in abstracto categorías o géneros de argumentos según sus pesos respectivos. En realidad no hay fuerza “ intrínseca” de un argumento sino aquella asimilable a un poder de convicción que depende enteramente de la construcción del discurso en la que toma lugar; de la ubicación del sujeto que lo enuncia y de la situación que hace posible su uso. Es por lo tanto efectiva­ mente el orden de composición el que le conferirá una fuerza que sólo tiene significación de manera global en la interacción y por ello también una plausibilidad .35 El orden discursivo implica además la necesidad de estrategias detenninadas cuando se trata para el auditorio de refutar un punto particular,-o más frecuentemente cuando el orador mismo anticipa una refutación posible. Así, en ciertos casos no esperaremos que se formule la acusación: la refutaremos an­ ticipadamente .36 El inconveniente consiste en enunciar él mismo la acusación y de sugerir al adversario ideas que quizá no eran suyas.37 Es por tanto un uso discursivo frecuente defenderse por adelantado de haber despreciado un hecho o un valor .38 Podríamos señalar aún que clásicamente, es al fin del discurso donde se ha aconsejado ubicar la descalificación del adversario y eso en razón de las tradi­ ciones jurídicas que están en el origen de la retórica.

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Denominado así por Néstor, general del que habla Homero (íliada, cap. 4, v. 297), quien había ubicado en medio de sus tropas aquellas que consideraba menos seguras. “ Para que se transforme la condición de los obreros especializados es preciso que de­ crezca su alienación y que para ello participen más activamente en la organización de su trabajo, de sus ritmos y de sus cadencias, en la definición de su estatus en la em­ presa” (G.Friedm an, L e M onde, 22 de marzo de 1974).

“ . . . Es preciso comenzar por mostrar que la religión no es en absoluto contraria a la razón, venerable, darle respeto; hacerla a continuación amable, hacer desear a los buenos que sea verdadera y mostrar luego que es verdadera” (Pascal, Pensées, 1, 27). 36. “ Esta historia es insoportable. He sido durante seis años primer Ministro y jamás he encontrado a un truán a quien haya remitido una credencial de policía” (Discurso de G.Pom pidou, Le M onde, 11 de junio de 1969). 37. Cuando se hace asimismo una objeción, esa figura está catalogada en los tratados de retórica con el nombre de prolcpsis. 38. “ Si el Ministro del Interior encubriera policías paralelos, y fuera el presidente de la República, bien, les aseguro que no esperaría un mes y medio para despedirlo” (G. Pompidou, 11 de junio de 1969).

Todas estas reflexiones, estos consejos acerca de la estrategia de orden dan testimonio de la evidencia de que, en una problemática al menos clásica, la táctica de construcción utilizada por el orador variará en definitiva según las características del auditorio .39 Es así como al examinar aún hoy en día los manuales especializados en técnicas de expresión y persuasión podemos leer: deben favorecerse las condiciones necesarias para despertar emotivamente a los oyentes. Es preciso, acerca de este tema, remitir a todos los estudios psicosociológicos que le han sido consagrados. Desearía en lo que me concierne volver al análisis del orden como fen ó­ meno m etodológico y específico de toda situación discursiva, es decir insistir acerca de su manifestación en tanto teatralidad 40 de la interacción auditorioorador y como presencia de un sujeto autor de una representación discursiA vamente construida. Es significativo, para este propósito, comprobar que el orden puede ser incluso materia de reflexión para el sujeto o el oyente o para los dos y por esa vía, influir explícitamente en la comprensión y el resultado de la argumentación. La conjunción del discurso y de la razón, conforme a nuestras tradiciones culturales, impone a menudo a quien habla el ofrecer el orden de su exposición como inmediatamente captable: orden cronológico 41 orden de los principios y sus consecuencias, orden de las razones que convergen. En el plano de la teatralidad, una razón convergente con esta expresión del orden será la búsqueda del efecto de ritmo: algunos argumentos son efectiva­ mente aprehendidos en función d eí ritmo que han sugerido, los primeros esla­ bones indican a los siguientes como elementos sucesivos de un mismo reco­ rrido .42 Estos argumentos son comprendidos gracias a la ubicación que ocupan 39. 40.

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Aristóteles señalaba por ejemplo que algunos oyentes dan testimonio más de sentido crítico en el fin que al comienzo de un debate, y a otros les ocurre a la inversa. “ El lugar de las grandes explicaciones, jamás es indiferente. Ha sido preciso que la dis­ cusión de nuestras viejas desgracias nacionales rematara en un teatro de sombras dora­ das, bajo las estatuas de algunos de nuestros más célebres representantes políticos en­ tre los cuales está el canciller de l'Hospital cuya verborragia ya parecía imposible para los hombres de nuestro tiempo. Ese Senado es despiadado: los duelos televisivos a los que nos hemos habituado han enseñado a los oradores a ceñir su discurso, a esmerarse en la eficacia de su actitud. Desde que se los ha soltado en la escena, sobre todo si tie­ nen la impresión de estar considerando una causa o cosa importante, aparecen simple­ mente irrisorios” (P.Guilbert, Le Quotidien de Paris, 14 de noviembre de 1974). “ En 1968, habíamos experimentado la fragilidad de un estado que se encarnaba ente­ ramente en un hombre aunque fuese tan prestigioso como el Gral. De Gaulle. En 1974, se siente con mucha agudeza la incertidumbre que pesa sobre el futuro del régi­ men y de un país por el único hecho de la salud del presidente de la república” (J. Fauvet, L e Monde, 23 de marzo de 1974). “ Que L e Canard haya sido víctima de un ataque caracterizado y desvengonzado a sus libertades y a sus derechos, eso ya es enorme. Que ese delito haya sido cometido por funcionarios franceses del estado es aún más enorme. Pero que estos funcionarios se hayan comportado como agentes de un poder extranjero efectuando “ horas extra” (la expresión es suya ¿no es cierto Primer Ministro?) a cuenta de la C.I.A, eso sería aún más que enorme. Esto, con todas las pruebas debe ser aclarado, afirmado categó­ ricamente o desmentido categóricamente” (Le Monde, 28 de febrero de 1974).

en la sucesión ordenada. La vinculación, la gradación, la repetición de ciertos términos sugieren el orden de importancia y el acrecentamiento de la intensi­ dad .43 La relación entre el discurso y una serie construida como exterior a él puede aún ser reforzada cuando se lo da como vinculación con lo real. Es el argumento de la “ doble jerarquía” cuyo esquema es del tipo: “ Si A es absolutamente mejor que B, la mejor de las cosas contenidas en A es mejor que la mejor de las contenidas en B: por ejemplo si el hombre es mejor que el caballo el mejor hombre será también mejor que el mejor ca­ ballo.” Finalmente hay una ventaja en que el discurso indique el orden que entien­ de seguir o el que le sirve de modelo, y es la de facilitar entonces en el lector o en el oyente la constitución de un esquema de referencia : 44 anuncio de las par­ tes a tratar, puntos en debate, pruebas que serán aportadas. Pero la ventaja no está Unicamente del lado de la comprensión. El orador podrá también utilizar la ruptura del orden esperado y atribuir a esa ruptura un valor de índice o de sig­ no: deseos de confundir las ideas del auditorio, hacer resaltar un argumento considerado fuerte, necesidad de silenciar ciertas cuestiones. Además, con este esquema de progresión del discurso percibido como exterior a él, el orden adoptado podrá ser ofrecido por el orador como un orden natural, conforme al pensamiento, y por lo tanto, verdadero : 45 cronológico, fundado en hechos o incluso en la exaltación creciente de su autor. En los pensadores clásicos, este orden natural o “ método de la naturaleza” se presenta como modelo objetivo de las leyes del pensamiento y,en consecuencia, del mundo, ya que se considera que el método encarna el m ovim iento , 46 las operaciones de un espíritu que se adapta a lo real. He dicho antes que la creencia en una concordancia semejante es aún cotidiana en los retóricos modernos que componen tratados de diserta­ ción escolar. Esta adhesión a una metodología universal del pensamiento, ex­

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“ Dejad decir, dejad que os censuren, condenen, aprisionen, dejaos prender; pero pu­ blicad vuestro pensamiento. Eso no es un derecho, es un deber incluso una obliga­ ción de cualquiera que tenga un pensamiento mostrarlo para el bien común” (P-L. Courier, Le Pamphet des pamphlets, París, Gallimard, Encyclopédie de la Pléiade, 1940, p. 214). M. Maurice Papón (C her), redactor general de la comisión de finanzas, interroga al Primer Ministro acerca del plan interino. Pide que se lo saque “ del orden de las apuestas” para llevarlo “ hacia el orden de las previsiones” y que se dirija contra la inflación “ una acción a corto término con perspectivas a mediano y largo plazo” . (L e Monde, 19 de marzo de 1974). “ Es verdad que una campaña electoral tiene sus leyes. También es verdad que la U .D. R. jamás ha demostrado una imaginación particular en la definición de sus te­ mas tácticos. Y es verdad por fin que el problema de las übertades sigue siendo el talón de Aquiles de la alianza social-comunista” . (P.Tesson, L e Quotidien de París. 8 de abril de 1974). “ Por otra parte, como se ha elegido este punto de vista, luego de la enseñanza supe­ rior, luego de la enseñanza técnica, la lógica del movimiento implica que se legisle ahora para la enseñanza secundaria” (La Enseignement public, n° 7, marzo de 1974. p. 2).

presión de lo real y que gobierna lo real está por cierto fundada en una admi­ ración algunas veces ingenua por el espíritu científico. En ese sentido, pode­ mos considerar que Descartes no ha muerto porque su propósito ya era ofrecer a este orden natural el aspecto constructivo de las matemáticas. Toda una lite­ ratura acerca de la cual no hablaré, ha buscado precisar lo que serían las estrate­ gias más naturales para el discurso. Retomando un camino conceptual inaugu­ rado por Ramus47 se ha hablado así del método dialéctico natural, conforme a la naturaleza de las cosas y para confirmar esta conformidad el discurso ha sido definido como análogo a un organismo. Esta analogía ha permitido la separa­ ción del contenido y de la forma atribuyendo a éste un orden estructurado que le es propio, en consecuencia, la comparación está limitada a la afirmación de una relación entre las partes, sin que sea precisada la naturaleza de esta rela­ ción. M.Foucault ha rastreado, como lo dije en el capítulo 3 (3.5.), lo histórico de este camino analógico, “ a principios del siglo X V II, escribe48 en este perío­ do que con o sin razón denominamos barroco, el pensamiento deja de moverse en el elemento de la semejanza. La similitud no es más la forma del saber sino más bien la ocasión del error, el peligro a que nos exponemos cuando no anali­ zamos el lugar mal esclarecido de las confusiones. . . Si Descartes rechaza la se­ mejanza no lo hace excluyendo del pensamiento racional el acto de compara­ ción ni buscando limitarlo sino, por el contrario, universalizándolo y dándole por ello su forma más pura. En efecto, es por la comparación que reencontra­ mos ‘la figura, la extensión, el movimiento y otras parecidas’ —es decir las natu­ ralezas simples- en todos los sujetos en los que pueden estar presentes. Y por otra parte, es una deducción del tipo ‘ todo A es B, todo B es C, por lo tanto to ­ do A es C’ está claro que el espíritu compara entre ellos el término buscado y el término dado, saber A y C, bajo esa relación según la cual uno y el otro son B\ En consecuencia si ponemos aparte la intuición de una cosa aislada, podemos decir que todo conocimiento ‘ se obtiene por comparación de dos o más cosas entre sí ’ .49 Ahora bien, sólo hay conocimiento verdadero por medio de la intui­ ción, es decir por un acto singular de inteligencia pura y atenta y por la deduc­ ción que liga entre sí a las pruebas. La comparación, que se requiere para casi todos los conocimientos y que por definición no es una evidencia aislada ni una deducción, ¿cómo puede autorizar un pensamiento verdadero? Casi todo el tra­ bajo de la razón humana consiste sin duda en hacer posible esta operación” . “ Existen dos formas de comparación y sólo dos: la comparación de la me­ dida y la del orden. Podemos medir dimensiones y multiplicidades, es decir las dimensiones continuas o discontinuas; pero, en un caso tanto como el otro la operación de medida supone que a diferencia de la cuenta, que va de los ele­ 47. 48. 49.

Dialecticae Libri Dúo, 1560. Ramus ha transferido los problemas de exposición, de orden y de método, de la retórica a la dialéctica. Les M ots et les Choses, París, Gallimard, 1966, p. 65. “ Los hombres acostumbran, cada vez que descubren una semejanza entre dos cosas, atribuirles a una y otra, e incluso en lo que las distingue, lo que han reconocido como verdadero de una de ellas” . (Descartes, Regles pour la direction de l'esprit, París, G a­ llimard, 1963, Encyclopédie de la Pléiade, p. 37).

mentos hacia la totalidad, se considera primero el todo y se lo divide en partes. . . Así la comparación efectuada por medio de la medida se vuelve a encontrar en todos los casos, en las relaciones aritméticas de igualdad y de desi­ gualdad. La medida permite así analizar los semejantes según la forma calcula­ ble de la identidad y de la diferencia” . “ En cuanto al orden, se establece sin referencia a una unidad exterior: ‘ R e­ conozco en efecto cuál es el orden entre A y B, sin considerar otra cosa que es­ tos dos términos extremos’ . No podemos conocer el orden de las cosas en su ‘aislamiento natural’ sino descubriendo la que es más simple, y luego la que está más próxima a ella para que podamos acceder necesariamente a partir de esto hasta las cosas más complejas. De allí que la comparación por medida exige pri­ meramente una división, luego la aplicación de una unidad común, y así com­ parar y ordenar no son más que una y la misma cosa: la comparación por el or­ den es un acto simple que permite pasar de un término a otro, luego a un ter­ cero, por un movimiento ‘absolutamente ininterrumpido’ . A sí se establecen series, en las que el primer término es una naturaleza de la que podemos tener intuición independientemente de toda otra; y donde los otros términos se esta­ blecen según diferencias crecientes” . M.Foucault subraya además la importancia de esto en el desarrollo del pen­ samiento occidental: la comparación, relacionada con el orden, ya no tiene más por función revelar la disposición del mundo; se hace según el orden del pensa­ miento, es decir de lo simple a lo complejo. Esta actividad del pensamiento ya no va a ser la de asegurar la aproximación de las cosas entre sí, sino la de esta­ blecer las identidades y lo que permite el pasaje de estas identidades a todos los niveles. 50 Ello va a influir de manera considerable en el lenguaje, cuyos elemen­ tos principales, verbo y nombre, van a recibir funciones muy precisas. A sí el verbo ser [étre], al afirmar la identidad, será el primer invariante de la proposi­ ción y el más fundamental. El verbo sobre todo representará en general el enunciado universal de la atribución. El nombre estará orientado hacia la repre­ sentación. Su funcionamiento en la oración será muy preciso: permitirá la atri­ bución si el atributo designa al elemento común a muchas representaciones. La generalidad del nombre será por tanto tan necesaria al discurso como la desig­ nación del ser a la forma de la proposición. Esta generalidad, precisa además M.Foucault, podrá ser obtenida de dos maneras: ya sea por una articulación ho­ rizontal que agrupa a los individuos entre sí según ciertas identidades y forma así una generalización sucesiva de grupos cada vez más extendidos, o por una articulación vertical que va a distinguir “ las cosas que subsisten por sí mismas” , las sustancias y las que “ no podemos encontrar jamás en estado independien­ te” , las cualidades. 50.

“ Se observa en todas las disciplinas igualmente ciertas tendencias explicativas que consisten en no buscar la clave de la inteligibilidad ni en estructuras dadas, ni en una reducción de lo complejo a lo simple, sino en una construcción progresiva de estruc­ turas” . (J.Piaget, Logique et Connaissance scientifique, París, Gallimard, 1967, Encyclopédie de la Pléiade, p. 1228).

Esta concepción general del lenguaje no es para nada independiente de lo que se ha dicho antes acerca de las problemáticas del orden. El discurso debe así permitir el orden comparativo, susceptible de clasificación ulterior. Si vehiculiza y permite la representación es natural y necesario que los adjetivos desig­ nen “ todo lo que no puede subsistir por sí” . La articulación del discurso se ha­ ce por lo tanto en el cruce de lo que va, por una parte, de lo singular a lo gene­ ral y, por otra parte, de la sustancia a la cualidad. Así hemos conservado la de­ nominación de sustantivos para las palabras que tienen una existencia “ propia” en el discurso y continuamos denomiando adjetivo a lo que tiene por función ser adjuntado. Si hoy en día el lenguaje no tiene más esta propiedad de adecua­ ción a lo real, luego de Port R oyal , 51 sabemos sin embargo que la proposición es una representación que, sin ser idéntica a lo que representa, tiene el poder de articularse sobre los mismos modos de lo que quiere representar y el poder, además, de articular esa representación en discurso. Es una representación que remite a otra que la funda y que la constituye. En esta relación está la libertad del sujeto al mismo tiempo que el desfasaje motivado por las restricciones de la lengua y de la discursividad. Hay toda una serie de condiciones lingüísticas necesarias para la represen­ tación, ellas se articulan según una red de relaciones complejas: sucesión, conse­ cuencia, subordinación, complementación. Hay fundamentos conceptuales in­ dispensables de la representación y luego, todos esos términos, palabras, prepo­ siciones, conjunciones que, al circular alrededor de ellos, van a asegurarla dis­ cursividad pero también a constituir lo que Port Royal denominaba “ ideas ac­ cesorias” , es decir, propiedades suficientes para la construcción representativa. Su orden expresa el orden de la representación que se da el sujeto y traduce además el orden de la presencia que él acuerda a su auditorio o que éste le im ­ pone . 52 Ello implica la necesidad de analizar todos los fenómenos discursivos susceptibles de manifestar estas presencias del sujeto y del auditorio y al mismo tiempo de permitir el enfoque de las representaciones implicadas. La cuestión teórica de un análisis del discurso remite por tanto a muchos dominios m etodo­ lógicos: los tipos de argumentos o de razonamientos de los que se apropia el su­ jeto o los que remite a otros, las relaciones entre los contenidos construidos, la inscripción del discurso en uno o varios conjuntos de prácticas discursivas, los modos de progresión de ese discurso en una situación de interacción, y por fin, los encadenamientos lógicos que permiten este orden. Estos encadenamientos van a contribuir a la localización de la ubicación o de las ubicaciones ocupadas

51. 5 2.

Logique, la. parte, cap. IV. “ He aquí la hipótesis que quisiera exponer, esta vez para fijar el lugar —o quizá cl tea­ tro p ro viso rio - del trabajo que hago: supongo que en toda sociedad la producción del discurso está a la vez controlada, seleccionada, organizada y redistribuida por un cierto número de procedimientos que tienen como rol conjurar los poderes y los peli­ gros, dominar el acontecimiento aleatorio, esquivar la pesada y temible materialidad’’ (M.Foucault, L ’Ordre du discours, París, Gallimard, 1971, p. 10).

camino, al construir una nueva actitud frente a los discursos que no son los de nuestra sociedad. Luego, se abrieron otros campos, consagrándose al análisis de esos discursos que contribuyen a fundar o a caracterizar sistemas o universos específicos: la locura, la enfermedad, la justicia, la ciencia. Parece así que cada vez más se ha definido y atribuido al lenguaje un nuevo estatus. Volveré sobre esta cuestión. Precisemos que la importancia acordada hoy en día a los estudios lingüísticos no debe ser calificada únicamente en tér­ minos de moda o de capricho; asimismo, la reflexión sobre un poder autónomo de las palabras no debe ser juzgado tan idealista como parece. Lo que la investi­ gación contemporánea intenta constituir es una nueva relación entre las pala­ bras y las cosas. Por cierto que ésta es una cuestión vieja enriquecida sin embar­ go por una problemática nueva: la del estatus del lenguaje en la ideología. La preocupación por definir esta última motiva las controversias que observamos entre las diferentes epistemes. Esta situación particular de la reflexión acerca del lenguaje conduce al lin­ güista a ocupar un lugar que hasta el presente, se estaba de acuerdo, siguiendo a Nietszche, en atribuir al filósofo: la de aquel cuyo rol es comentar. El proceso no es tan peyorativo como algunos usos dejarían suponer. Quiero subrayar sin embargo que en algunos de esos estudios que deben decidir los modos de rela­ ción entre el lenguaje y el pensamiento existe un peligro. Este peligro es el que M .Foucault 2 señala: “ A dm itir por definición que hay un exceso de significado sobre el significante, un resto necesariamente no formulado del pensamiento, que el lenguaje ha dejado en la sombra, residuo que es la esencia misma, expul­ sada fuera de su secreto; pero comentar supone también que lo no hablado duerme en la palabra y que por una sobreabundancia propia al significado, al interrogarlo, podemos hacer hablar a un contenido que no estaba significado de manera explícita. . . En breve, descansa sobre una interpretación psicologista del lenguaje que indica el estigma de su origen histórico: la exégesis” . Aun con riesgo de irritar, diré que cierto número de trabajos tienen este as­ pecto exegético en la medida en que descansan sobre lo que me parecen ser ma­ lentendidos metodológicos. No los juzgaré suponiendo la existencia de un mé­ todo mejor o “ universal” : este método no existe; incluso es preciso reconocer y refutar ese prestigio extendido de la metodología confundida con una tecnolo­ gía. Un ejemplo frecuente es el del estatus acordado a la lingüística en tanto modelo y panacea, testimonio de la cientificidad. La situación de algunos análisis textuales es así paradójica: apuntan a ela­ borar redes de especificación de los modos de significacación inherentes a dife­ rentes categorías de discursos y para hacerlo se apoyan en una metodología lin­ güística orientada más hacia la sintaxis que hacia la semántica y generalmente limitada al estudio de la oración. Esta paradoja no siempre pasa desapercibida; la alternativa se define entonces como: — contribuir a contruir un cuerpo de procedimientos lógico-semánticos en el marco mismo de la teoría lingüística; 2.

Naissance de la clinique, P.U.F., p. XII, XIII.

— o bien reconocer que existen tantas metodologías para el análisis del discurso como objetos específicos, como categorías de textos (o incluso de géneros) a los cuales se los aplicamos (véase III.2.). Esta doble cuestión me parece una falsa cuestión. Las formas de análisis examinables para el discurso son las que, según entiendo, toman en préstamo de la lingüística los instrumentos que ésta ha podido elaborar sobre todo a pro­ pósito del texto en tanto fenómeno de lengua. Sin embargo, diré que es secun­ dario anticiparnos al futuro prediciendo la constitución de una ciencia universal del discurso o, por el contrario, la multiplicación de disciplinas textuales parti­ culares. Y , para volver al problema del prestigio de la técnica, compartiré la opi­ nión de J.C.Gardin , 3 según la cual “ vale más una exégesis probada, pero de la que no vemos bien por medio de qué operaciones lógico-lingüísticas ha sido in­ ducida de los textos, que una interpretación rigurosamente deducida, pero que no da ningún punto de apoyo para el conocimiento experimental de ellos. Con­ cretamente esto significa que es necesario volver a considerar los enfoques refe­ ridos a las situaciones y a las problemáticas del análisis. Los análisis del discurso deben —¿es preciso recordarlo?— tanto a la contri­ bución de los documentalistas o de los psicosociólogos como a la de los lingüis­ tas o aún a la de los lógicos. Vayamos un poco más lejos; un discurso literario no es un discurso científico; tiene poco sentido querer aplicarles un mismo “ m olde” . En una palabra, como en la ciencia, lo esencial es la verificación. La validación de un análisis del discurso está determinado por la prueba de los re­ sultados que su aplicación permite obtener. Ello impone una delimitación rigu­ rosa de los objetivos que tenemos derecho de plantearnos, teniendo en cuenta el objeto de estudio y la “ potencia” de los instrumentos de análisis. Lo que es pertinente para el documentalista no lo es necesariamente para el historiador. La pureza de los métodos importa menos que su pertinencia y la lucidez frente a lo que ellos hacen intervenir, en particular la actitud del analista frente a la lengua o a un texto. La preocupación por la clasificación y por la lógica es muy vivaz y respetable como para maltratarla. Los análisis del discurso están así en la misma situación que la semiótica en la que algunas veces se inspiran: tienen, como lo ha resumido U .Eco , 4 “ necesidad de hacer un largo viaje a través de la lógica form al-y de las lógicas de los lenguajes naturales” , añadiendo “ para qui­ zá destruirlas” . Alcancé en algunos pasajes precedentes a indicar rechazos, es decir eleccio­ nes (véase III.3.). Estas alternativas no tendrían interés si se contentaran con ser subjetivas. En realidad explicitarlas es un pretexto para precisar las condiciones de una lucidez necesaria. Esta clarividencia me parece que debe fundarse en un principio fundamental e indispensable: estar en todo momento del análisis en condiciones de poder decir lo que se hace y las implicaciones de esta práctica.

3. 4.

Les Analyses de discours. Neuchátel, Delachaux ct Niestlé, 1974, p. 56. L e M onde, 1 marzo de 1973.

2. U N A D IS T A N C IA N E C E S A R IA Pero esta distancia no es suficiente: todo analista puede justificar las etapas de su “ exégesis” . Hay “ buenas y malas razones” ; ninguna moral metodológica permite la selección. La lógica misma ya no es un referente y con respecto a ella no podemos tener más que nostalgias. Esta distancia se inscribe entonces en lo que ella puede, pero lo que puede aunque aparentemente sea poco es mu­ cho, pues es la historia. H oy en día la historia de los decursos con objetivo científico es calificada como epistemología. Pero si, entonces, hay distancia epistemológica, ésta no se reduce simplemente al conocimiento necesario de los procedimientos empleados por quienes, anteriormente, han querido ensayar el análisis del discurso. Las cosas no son tan simples. Lo que querría subrayar es que es difícil seguir siendo “ inocente” en la práctica de los estudios acerca del lenguaje. Primeramente, porque la reflexión acerca de los hechos de la lengua hereda una cierta tradición de los estudios lin­ güísticos y es difícil no solamente ignorar sino evitar esta tradición. La historia de la lingüística y de las consideraciones filosóficas acerca del lenguaje mterfiere con las intenciones “ prácticas” de los sociólogos, de los psicólogos o aún de los publicistas. Y en segundo lugar, porque el discurso es un fenómeno demasia­ do complejo y cotidiano para ser tratado de manera unívoca. La distancia críti­ ca de la que hablo es entonces necesariamente doble: implica, por una parte, cerciorarse concretamente de las manifestaciones heterogéneas de la discursividad y de los tipos de universo que su presencia en situación puede manifestar, y, por otra parte, profundizar las concepciones del lenguaje y del sujeto que discurre que toda práctica de análisis hace intervenir. Para usar una metáfora, diré que es difícil caminar en este mapa de problemas, parcelado en territorios hoy en día reivmdicados por lingüistas, sociolingüistas o psicolingüistas. Es por lo tanto una exigencia irritante que equivale a solicitar a quien ha elegido la co­ modidad de considerar al lenguaje como un transparente de las ideas o a la in­ versa como una máscara del pensamiento, de reflexionar acerca de las concep­ ciones de la lengua y del sujeto que va así a “ manipular” implícitamente. Esta exigencia me parece estar justificada por varias razones, siendo la más simple que todo empleo de las palabras refiere a una estrategia consciente o no, debi­ do a las características propias del lenguaje. Una primera característica del len­ guaje es la de perm itir al sujeto decir cosas acerca del mundo y al hacerlo, p or los universos que él determina, participar de “una construcción del m u n d o" Una segunda característica del lenguaje, complementaria de la primera, es p or lo tanto la de ser el lugar de las producciones de sentido y favorecer así los jue gas del sujeto sobre la significación. Trataré de desarrollar esto último. En lo inmediato, precisaré que al hablar de producción del sentido, quiero señalar que toda manifestación semántica es el producto de un sujeto, origen del discurso. Quiero reafirmar también lo que dije antes, que el lenguaje es acción y que su relación con el mundo es la de la constitución de las representaciones (véase III.7.1.). Y para ello es el medio pri­ vilegiado. Es una relación cuya complejidad se manifiesta por el hecho mismo

de que las cuestiones del estatus de la ideología en el discurso y sobre todo de las problemáticas de la relación entre el pensamiento y el lenguaje siguen siendo interrogaciones abiertas. La historia de las ideas conduce a reformularlas cada vez. Pero se sabe también que esta evolución de las ideas se relaciona con las transformaciones de las civilizaciones, de las culturas y de las sociedades. El es­ bozo de una epistemología, es decir de una reflexión un poco más profunda so­ bre los conceptos puestos enjuego, debe así realizarse regularmente. Hablar en­ tonces de las condiciones objetivas del nacimiento de las ideas no es solamente vincular las ideas con la organización socioeconómica de las sociedades en las que han nacido. Es también investigar las condiciones objetivas de producción de las teorías expuestas. Tratar de ser lógico con respecto a este propósito sig­ nifica rastrear los axiomas necesarios de estas concepciones, axiomas que fre­ cuentemente están ocultos por el discurso de la justificación. Ahora bien, nada está justificado cuando no se ha claramente precisado, desde el origen, cuáles son las alternativas que han permitido el nacimiento de tales conclusiones. La historia de las ideas acerca del lenguaje es tributaria de las dificultades de todos aquellos que, al actuar por medio del discurso sobre la organización social, se inquietaban por una distancia respecto de ese discurso ya que era éste el ve­ hículo de su teorización. Quiero decir que el principal peligro de una teoría es el de creer que acabamos de completar una concepción cuando no hacemos más que generalizar “ un estado de ánimo” . Debemos tomar entonces múltiples precauciones, aunque más no sea en el juego mismo de la escritura. Ello es todo y más que esta distancia necesaria de la que hablaba. Es preciso añadir que la perspectiva de la comparación es en la práctica de nuestras metodologías demasiado seductora para protegernos de relaciones fá­ ciles entre el lenguaje y los “ productores” . N o existe aún una “ ciencia” que permita definir cuáles son las condiciones objetivas que aseguran la producción de un discurso. Sin embargo hay esfuerzos, aquí y allá, por proponer enfoques de formulación de las mismas. H oy en día se torna difícil razonar en términos de materia, es decir de sustancia según la denominación clásica de la filosofía. El sujeto ha devenido un dato de la historia. La dificultad sigue siendo separar lo individual de lo colectivo. Comenzamos a interrogamos acerca de las opera­ ciones constitutivas de lo que, usualmente, es dado como fáctico y que sabe­ mos filtrado por un acto discursivo, creador de sentido.

3. E L SUJETO PRO D U C TO R DE SENTIDO Debemos a todos aquello que alrededor nuestro y antes que nosotros han abordado la cuestión del sentido, el haber expuesto la explicación de los roles y la importancia del sujeto. Hago alusión en particular a la contribución abun­ dante de los psicoanalistas. Esta reintroducción del sujeto en el lenguaje que ríos confía ha tenido como consecuencia permitir ponernos en guardia frente a un cierto número de actitudes que calificaría de tradicionales: — El sentido no es lo que un diccionario ofrece. A lo sumo, al utilizar este

último, imitaremos lo que hacen los documentalistas o los que se dedican a la información en función de objetivos específicos y restringidos: constituir léxi­ cos especializados que sólo tienen por objetivo favorecer la clasificación. — El sentido no es ese misterio que se revela tras una lenta y paciente exégesis. Los comentarios de los lingüistas tienen un objetivo: determinar los nive­ les de aceptabilidad de una oración, por ejemplo, en la lengua. Las interpreta­ ciones de los sociopsicólogos tienen otra finalidad: constituir clases de conteni­ dos representativos. Quiere decir que la existencia del comentario en un cierto número de prácticas disciplinarias debe comprenderse no como un método ge­ neralizaba instituido gracias al ejemplo de esas prácticas y por lo tanto válido para todos aquellos que en ciencias humanas se relacionan con un texto, sino como un esfuerzo propio de cada una de estas disciplinas con miras a definir un enfoque que le sea específico frente a los textos que conciernen a su obje­ to. En lo que se refiere a la lingüística el comentario se inscribe por cierto en una estrategia de apertura por parte del lingüista a otros posibles hechos lin­ güísticos, estrategia que es la de la paráfrasis. En cuanto a esas interpretaciones que el sociólogo elabora a partir de los textos que ha recogido, el purista puede negarse a acordarles el estatus de análisis del discurso: efectivamemte, el objeti­ vo de la m etodología es otro, ya que se trata de recoger los rasgos de contenido susceptibles de ser inicadores de comportamientos o de categorías. La relación entre las circunstancias de producción y el lenguaje puede ser juzgada simple y aceptada como tal. El riesgo consiste en inferir a partir de lo que es producido, hipótesis demasiado fuertes acerca del productor de esos dis­ cursos. La dificultad esencial es, en efecto, la de alcanzar a constituir un mode­ lo suficientemente comprobado de la relación entre los acontecimientos y los actores. Es entonces cuando aparece la complejidad de situar a un sujeto a la vez fuera y dentro del discurso. ¿Cómo conciliar este exterior que el interés del especialista en ciencias sociales apunta a explicitar bajo la forma de leyes y este interior —si así podemos llamarlo— que sería la intervención propiamente dicha del sujeto sobre ese exterior? La elección se da aquí entre muchas trayectorias metodológicas que no creo que sean indiferentes. Todo descansa, en efecto, en la manera de considerar esta configuración de interacciones y de reacciones constituida por la situación discursiva, el sujeto actuante en esta situación y los productos mismos, es decir, los discursos. — Se la puede considerar como esencialmente individual: esta concepción es la de una cierta tradición en los estudios literarios clásicos (el autor, su vida, su pensamiento). — Se puede sostener por el contrario que todo discurso se inscribe dentro de una coalición social de la que ya no es más que reflejo o expresión: esto es remitir las problemáticas lingüísticas a un “ anexionismo sociológico” ; esta acti­ tud sociologizante pone en evidencia la dificultad histórica para resolver los problemas de la referenciación (véase I I I . l .). — Se puede admitir que el texto traduce los pensamientos del sujeto y que

la significación de este texto puede alcanzarse al menos en un plano general, in­ cluso “ profundo” para hablar como algunos manuales escolares. El sentido es entonces lo que se encuentra al cabo de una lectura paciente. Pero, ¿cómo sa­ ber lo que surge de las operaciones del sujeto, a condición de que podamos de­ finirlas, y cómo determinar los tipos de referentes sobre los cuales se aplican es­ tas operaciones? — Se puede rechazar, por último, una significación inmediata, para investi­ gar en la combinatoria discursiva lo que está en condiciones de manifestar los juegos de un sujeto sobre la cadena de los significantes. Hay así cierto número de actitudes metodológicas que se perdonará que resuma de manera grosera. Mi proyecto era insistir sobre su rcagrupamiento alrededor de algunas cuestiones fundamentales: — ¿Cuáles son las operaciones constitutivas de lo que designamos general­ mente con el término sentido? — ¿Cómo definir entre esas operaciones las que surgen de la intervención de un sujeto y en qué medida ese sujeto está en el discurso? —

¿Qué relaciones mantienen esas operaciones, —actividadesdeunsuje­ to — con una ideología en el sentido de construcción conceptual en el interior del discurso? Y , ¿qué relación es susceptible de establecerse en­ tre esta ideología y lo individual y lo colectivo?

Las respuestas a estas preguntas no son ni inmediatas ni susceptiblesde un verdadero orden de exposición. Estas respuestas están necesariamente imbrica­ das tal como las preguntas que las exigen. La cuestión del sujeto depende así de problemáticas acerca del sentido, ellas mismas determinadas a su vez por la ma­ nera en que se concibe que el sujeto interviene en la construcción del sentido. La posibilidad de definir y de analizar los tipos de intervención del sujeto de­ pende entonces de las metodologías concretamente consideradas: quiero decir, de las alternativas de análisis del discurso. En resumen, privilegiar uno de los tres factores, sujeto, situación o texto equivale a despreciar necesariamente a los otros dos. Como mi proyecto es insistir en la presencia del discurso en tanto fenómeno específico no examino entonces la constitución de una pro­ blemática del sujeto tal como ella se inscribe en el campo definido por el psi­ coanalista. Sin embargo la manera en que éste determina la existencia discursi­ va del sujeto no debe despreciarse por diversas razones. Estas razones me pa­ recen fundamentales para explicitar algo previo a toda práctica de análisis. Ellas se resumen en la necesidad de tomar posición en lo que concierne a la forma de inscripción del sujeto en el discurso y esto a partir de una práctica fundada so­ bre ese discurso. El empleo de la palabra “ necesidad” remite al aspecto m eto­ dológico del problema: cómo acceder a formas de análisis del sentido que el analista pueda controlar y que dan cuenta de manera satisfactoria de las inter­ venciones operatorias del sujeto. Este estatuto de la ideología en el discurso es lo que querría al menos abordar al retomar desde el punto de vista “ psico-lógi-

co” 5 mis proposiciones anteriores acerca de la construcción discursiva de las re­ presentaciones por parte del sujeto. Las interrogaciones sobre la noción de sujeto y del rol discursivo de éste no puede ignorar —ya lo he dicho— las profundizaciones de los psicoanalistas. Ha­ blaré brevemente de lo que Lacan ha escrito a este propósito: “ El lenguaje dice , 6 no es inmaterial, es un cuerpo sutil, pero es cuerpo. Las palabras son to­ madas en todas las imágenes corporales que cautivan al sujeto” . Por consiguien­ te, el significante que Saussure ha puesto en relación con el significado, una relación cuya pertinencia no discutiré inmediatamente, no tiene como señala Lacan que significar ese significado, que justificar la existencia de una signifi­ cación. Por otra parte, el hecho, siempre según Lacan, de que el significante pueda “ componerse según las leyes de un orden cerrado” mientras que el sig­ nificado no es localizable tiene como consecuencia que significante, y signifi­ cado sufran una separación “ resistente a la significación” y que, só,bre todo “ el significante represente al sujeto para otro significante” . Ello no quiere decir que es imposible acceder al sentido, tampoco que la exégesis 7 es el único pro­ cedimiento que podamos pretender. Lo que es preciso retener es que las opera­ ciones constitutivas de la significación no son la mecánica que todavía se suele ver. (véase IV.2.).

4. LA S ACEPCIONES D E L SENTID O Esta actitud es por otra parte tradicional en nuestras reflexiones históricas acerca del lenguaje y en nuestra herencia pedagógica. Continuamos así, en nues­ tras enseñanzas secundarias preconizando la investigación del “ sentido profun­ do” y al mismo tiempo fijando la atención sobre las articulaciones “ lógicas” de la oración y del discurso. Y sin embargo un cierto número de autores 8 ya han insistido en el hecho de que los conectivos lógicos no representan gran cosa en las lenguas. Además, parece discutible restringir las “ articulaciones lógicas” de un discurso a las únicas categorías de las preposiciones, conjunciones, adver­ bios, y pronombres. Lo discutible es primeramente que se definan estas articu­ laciones como expresando relaciones entre las unidades de contenido, a las que, sin embargo, no se sabe cómo aislar si no es a partir de lo que está dado en su­ perficie. Además, a menudo es la intución del analista lo que es necesario, cuando la paráfrasis ya no es posible, para diferenciar por ejemplo una o dos es­

5. 6. 7.

8.

Que traduciré por lógicas operaciones conceptuales de las que es posible extraer una esquematización a través de las leyes constitutivas del discurso. Ecrits, París, Le Seuil, 1966. También en el sentido en que la define M. Foucault: “ Exégesis, que escucha a través de lo prohibido, los símbolos, las imágenes sensibles, a través de todo el aparato de la Revelación, delVerbo divino, siempre secreto, siempre más allá de sí mismo” . Cf. por ejemplo: R. Thom , “ Les mathématiques modernes: une erreur pédadogique et philosophiquc?” , L ’A ge de la science, 1970, III, n° 3, 224-42.

pecies de si. Finalmente, el concepto de articulación lógica no es de origen lin­ güístico sino de inspiración lógica. Esto acarrea muchas observaciones. La primera, es que hoy en día se reco­ noce que la lógica simbólica no puede proveer un modelo a la lingüística. La se­ gunda, es que la categoría de las formas reagrupadas bajo la denominación de articulaciones corresponden en líneas generales a lo que los lingüistas denominan también conectores, es decir generalmente las conjunciones. Ahora bien, a pe­ sar de esas similitudes de forma, las articulaciones lógicas son concebidas corno functores que actúan a todos los niveles mientras que las conjunciones sólo pueden ser definidas restrictivamente a partir de enunciados o de oraciones. Es decir que hay una dificultad incluso entre los lingüistas para ponerse de acuer­ do acerca de los criterios de acepción semántica de esos hechos que podemos sin embargo seguir calificando de lógico-semánticos. Personalmente, adelan­ taría que la razón de estas dificultades está en una actitud comúnmente expan­ dida y practicada frente a todo fenómeno textual. Esta actitud es corolario, incluso consecuencia, de una concepción de la significación donde la esencia y la sustancia continúan siendo esas unidades de aparición del sentido que la sintaxis vincula. Dicho de otro modo, un gran nú­ mero de análisis del discurso o de textos no son otra cosa que análisis documen­ tales, al menos aquellos que tienen por objeto referir los conceptos contenidos en los documentos y las relaciones entre estos conceptos. La m etodología prac­ ticada es así del más clásico análisis gramatical pero después de todo, ¿quién puede considerarse al abrigo de la reminiscencia escolar? Así el análisis por medio de constituyentes es el análisis clásico aprendido en la escuela primaria y que ha retomado, grosso m odo la lingüística estructural. En este último caso se acostumbra a representar la estrucutra de las oraciones bajo una forma arborescente. La oración, nudo superior, se subdivide en sujeto y predicado, ellos mismos subdivididos en sintagmas y así se continúa hasta los elementos terminales, es decir las palabras o los morfemas de la oración. En el análisis documental una consulta al diccionario es la que ofrecerá las categorías gramaticales, las funciones sintácticas y las clases semánticas de las palabras. Se­ rán categorías del tipo movimiento, alcance, necesidad, posibilidad, etc. Es pre­ ciso, en efecto, para que este análisis gramatical sea correcto en el caso de un programa documental, por ejemplo, añadir todo un conjunto de indicaciones semánticas que serán necesariamente ad hoc desde el punto de vista del sentido, es decir dependientes del material examinado. El análisis por cadenas o string analysis consistirá en desglosar la oración en sintagmas, según se los considere como centro de la oración o elementos adjun­ tos a ese centro. Es la distinción lingüística entre enunciado mínimo y expan­ sión. N.Sager 9 ha elaborado así un programa que tiene por objetivo resolver el problema de las categorizaciones semánticas y de las limitaciones de empleo:

9.

Report on the String Analysis Programs, Univ. Pennsylvania, 1966. Cf. M. Coyaud, Linguistique et Documentation, París, Larousse, 1972, p. 141.

por el enunciador, en particular por.la puesta en evidencia de la progresión de esas ubicaciones en la sucesión discursiva. Creo que ha llegado el momento de esbozar un enfoque del sistema posible de las leyes discursivas y exponer algunas sugerencias provisionales acerca de las estrategias de análisis aplicables a un texto dado como discurso.

EL ESQUEMA DISCURSIVO Y LA ESQUEMATIZACION DEL SUJETO “ Decir que significa hacer. Y que significa, por tanto, ser. Nuestra manera de ser es practicar la lengua fran­ cesa. Nuestro poder de formular original y comunicativa­ mente en esta lengua, tal es nuestro modo de ser, nuestro único medio de vida, nuestra manera de de­ mostrarnos a nosotros mismos nuestra existencia particular, y por así decirlo, de realizarnos” . (F.Ponge, Pour un Malherbe, París, Gallimard, 1965, p. 78).

Solicitaré al lector que considere lo que sigue como un esclarecimiento, más que un resumen, como una profundización con miras a jalonar las fronte­ ras de una problemática. Sin duda que es necesario además unificar lo que he podido revelar de manera dispersa. No diré que ha llegado el momento de com ­ prometerse pues ya creo haberlo hecho. Simplemente es necesaria una clarifica­ ción, tanto más necesaria cuanto la preocupación por los fenómenos discursivos se ha tornado considerable. Los efectos de esta conyuntura son resumidos algu­ nas veces en la fórmula “ el poder de las palabras” . 1

1. EL PODER DE LA S P A L A B R A S Y LOS A N A L IS IS D E L DISCURSO La expresión designa tal vez el nacimiento de una mitología incluso no im­ porta demasiado que algunos confírmen esto eligiendo una datación histórica: la “ Revolución de Mayo” o la “ toma de la palabra” etc. Ningún mito es por cierto una construcción arbitraria, apartada de los acontecimientos cotidianos. Bajo la presión de los mismos las ciencias humanas han sido llevadas a consi­ derar discursos distintos de aquellos habitualmente filtrados por la “ razón” : los de los niños, los de los enfermos mentales. La antropología había mostrado el

1.

C.-B. Clément, L e pouvoir des mots, París, Mame, 1973.

es necesario tener una clasificación semántica bastante detallada y que tenga en cuenta las excepciones o las particularidades de los empleos de las palabras. La computadora analiza entonces a la oración como una cadena de sustituciones contenidas en las definiciones y a cada definición se asocia una lista que contie­ ne las restricciones de empleo para una cadena dada. De hecho, ello equivale a constituir una gramática de las categorizaciones semánticas susceptible de ser aplicada en redes a corpus más y más extensos. El análisis transformacional es el tercer tipo de análisis. Se trata en realidad de toda una corriente de análisis que tiene en común estar inspirada en los aná­ lisis de Z.Harris o de N.Chomsky. La definición de las transformaciones, cuan­ do se sabe lo que separa a estos dos autores, está por lo tanto lejos de ser hom o­ génea. Generalmente el análisis consistirá en descomponer a las oraciones en núcleos, considerados como elementos esenciales y en elementos secundarios susceptibles de ser descartados. Se establece así un orden entre las diferentes variaciones que pueden existir alrededor de la forma simple nuclear. Es cierto que esta posibilidad de descomponer las oraciones no tiene nada de evidente, mucho menos de objetivo. Quiere decir que continúa siendo tributaria de los procedimientos de codificación y decodificación elegidos por el analista, (véa­ se III .3.). N o nos extrañaremos por tanto de que estas metodologías vuelvan a en­ contrar en la práctica dificultades considerables. En el mejor de los casos, la cuestión semántica se resuelve bajo la forma de traducción de los textos en una representación constituida por descriptores. Estos son por cierto elegidos en función de los objetivos que interesan, es decir, según la documentación consi­ derada o a los rasgos de contenidos que se tienen como significativos. El análi­ sis gramatical del que hablé viene entonces a completar esta filtración semánti­ ca al permitir el establecimiento de las relaciones entre los descriptores. Pero, para determinar las relaciones sintácticas internas de toda oración es preciso fi­ jar la categoría gramatical de cada palabra y como los únicos medios de hacerlo son la naturaleza semántica se ve que nos volvemos a encontrar así en el punto de partida: practicar un análisis gramatical clásico. En otros términos la con­ cepción de análisis del sentido subyacente coincide con la tradicción enseñada. Sólo cuando la composición de las diversas partes de un discurso considerado como texto y la manera como ellas se articulan hayan sido minuciosamente analizados y disecados se reconstituirá entonces la unidad del texto para co­ mentar su valor global. Ello significa además una comprensión de la superficie discursiva como la de un todo descomponible en unidades que mantienen rela­ ciones de integración con el conjunto para asegurar su coherencia pero son tam­ bién aislables como bloques de significación sucesivamente alineados. Me atre­ vería a decir que los funcionamientos del sentido en la mayor parte de las prác­ ticas observadas son concebidos de manera “ atomista” y que la consecuencia es considerar al discurso como una jerarquía de encajes: de la parte al todo y del todo a la parte. El texto es visto como no teniendo otra unidad que la que sus elementos le aseguran; se piensa generalmente que es preciso en primer lugar etiquetar estos

elementos y que a continuación los auxilios de la gramática permitirán determi­ nar las relaciones que éstos constituyen entre sí: digamos sin embargo, en des­ cargo de los analistas, que ellos siguen siendo tributarios de los avances de la lingüística y que para su desgracia, ésta está hasta el presente principalmente consagrada al análisis de los enunciados. N o querría por lo tanto detenerme en las debilidades o en las ingenuidades metodológicas encontradas. Por otra parte, el investigador en ciencias sociales, el sociólogo, el historiador o aún el lector, todos quienes a la corta o a la larga están interesados en los discursos, no pueden ni deben ser agrupados en una tecnología única de análisis. Y ello por una razón práctica fundamental: todas estas aproximaciones conciernen a corpus diferentes, cuyas dimensiones y caracteres constituyen otras tantas especialidades. N o pretendo que haya tantos métodos como categorías de dis­ cursos: las taxonomías no tienen otro interés que el de traducir los estados del mundo. L o que es preciso subrayar son las consecuencias que la elección previa de un corpus ocasiona a todo análisis. No es lo mismo que el corpus haya sido tomado de una situación social particular o que resulte de una investigación o de una experimentación que induce a su constitución. La reflexión del ana­ lista es a menudo insuficiente en lo que a esto se refiere. La manifestación de esta insuficiencia está marcada en el olvido mismo de lo que está en el origen de la producción y de la presencia de un discurso en una situación dada: el o los proyectos de un sujeto. No quiero decir olvidada en el sentido de ignoran­ cia sino simplemente que ésta cuetión se evacúa en provecho del único análi­ sis de las condiciones exteriores susceptibles de habler presidido el nacimien­ to del discurso. Vuelvo aquí sobre esta actitud sociologizante que me parece muy a menudo parcial. Conduce de este modo a tratar al discurso como “ re­ flejo del mundo” . Las concepciones leninistas acerca de este tema son mate­ ria de exégesis. N o podemos ignorar por otra parte lo que la lingüística con­ temporánea ha puesto al día acerca del sistema de la lengua y de su funciona miento propio. La tendencia actual es por tanto considerar al discurso no ya como reflejo directo sino como reflejo de esta actividad lingüística, ella mis­ ma reflejo del mundo . 10 Mi propósito no es ni rechazar esta actitud ni ironi­ zaría. Creo que sus concepciones tienen su pertinencia metodológica. Adelan­ taré únicamente que me parece necesario ir más lejos en la marcha esbozada. Es importante en efecto restituir la intervención operatoria del sujeto so­ bre el mundo, intervención mediatizada en esta actividad fundamental qüe e.s el lenguaje y que es el origen privilegiado de las representaciones. Es indiscu­ tible así que la lengua participa de la construcción del mundo y que es una libertad del sujeto que opera sobre el exterior . 11 Es indiscutible además que este sujeto puede ser colectivo o detentar un cierto poder y que la historia del

10. 1 1.

Cf. J.-B. Marcellesi et B. Gardin, Introduction a la sociolinguistique, París, Larousse, 1974, p. 250. Por ese hecho, es instrumento de conocim iento y conocimiento en el sentido propio de! término. (Véase: III.7.1.)

pensamiento es también la historia de los códigos sucesivamente aplicados so­ bre la lengua y el mundo. No querría, carente de la competencia suficiente, re­ tomar aquí la génesis de esas categorías fundadas sobre la gramática y de esta gramática fundada sobre esas categorías. Mi propósito es solamente llevar la atención a cierto tratamiento de las significaciones que sigue estando motivado por la gramática histórica. El proyeeto de muchos tipos de análisis sigue siendo en efecto idéntico a lo que era el proyecto de la metafísica: descubrir la sustancia. Me explicaré: se va así a “ tratar” a los corpus para referirlos a un autor, casi siempre colectivo, es decir que no tiene más existencia que la de una situación sociohistórica. Se compararán las muestras de los conjuntos discursivos para asegurar su relación bajo la forma de rasgos de los contenidos juzgados “ pertinentes” pero seleccio­ nados previamente por el analista según su propia concepción de las significa­ ciones producidas. Se confrontarán, además, los predicados, vinculados a la si­ tuación o a sus factores para “ bosquejar” una imagen del autor, a partir de sus elecciones lexicológicas, y por otra parte esas elecciones serán el soporte de la hipótesis fuerte de ser portadores de un estatus ideológico. Por fin, y ésto es lo más frecuente, se dislocará al contenido en unidades calificadas como signifi­ cantes, denominadas a veces “ bloques semánticos” cuya cartografía se trazará por medio de conectivos denominados “ lógicos” , operadores de relación que manifiestan así el prestigio todavía vivaz de las concepciones de Port Royal. En resumen, este tipo de procedimiento equivale a no distinguir m etodoló­ gicamente los tipos y los niveles de los modelos construidos y puestos en juego. Por otra parte, jamás se subraya la distancia que existe entre el modelo semán­ tico del analista y los funcionamientos del sentido específicos del discurso, es decir las leyes constitutivas de las significaciones construidas en el interior de éste. Las operaciones así elegidas por el investigador establecen una represen­ tación del texto. Las razones de la elección de estas operaciones y su operatividad propiamente dicha, es decir lo que ellas permiten inferir, decir acerca del texto, todo ello raramente es explicitado. Se preocupan más por desarrollar su pertinencia, por fundar lo que ellas permiten “ descubrir” , sin ocuparse mucho de las restricciones por encima y por debajo de estos descubrimientos. La con­ secuencia es favorecer la tolerancia de una asimilación entre esta semántica del analista y la del discurso. No quiero decir solamente que se olvida al texto en provecho del comentario. Más grave me parece la estabilización de una práctica frente a la lengua, práctica que por deslizamiento llega a existir como teoría. Aludo a la concepción del lenguaje com o objeto. N o niego que este postulado presenta una ventaja metodológica al menos en las etapas preliminares del análisis. Después de todo, la marcha científica consiste en aislar una estructura o un fenómeno y tratarlos como objetos esta­ bles. Esta actitud tiene virtudes operatorias evidentes. El matiz, en relación a los tratamientos del lenguaje, es que el científico, a partir de los análisis de estado operados, apuntará a continuación a la definición de los procesos de evolución de esos estados susceptibles entonces de componerse en modelos de funcionamiento. Por fin, siempre en ciencia, se vacila en sostener hoy en día

concepciones puramente mecanicistas. Ahora bien, es una ideología de este tipo la que revelan las elecciones prácticas de tratar al lenguaje como objeto y ello tanto más cuanto que los resultados observados no exceden generalmente la deconstrucción, el desmenuzamiento operado por el análisis. He hablado de esta atomística que reproduce la gramática al hacer del discurso el aglomerado de los nudos significativos locales que coinciden con el grupo sujeto-verbo y al tener en cuenta sus adjunciones del tipo complementos y determinantes. De es­ ta actitud mecanicista por la cual el lenguaje simple ob jeto de estudio se con­ vierte en un verdadero objeto abstracto cuya combinatoria se va a estudiar sin inquietarse ni por sus orígenes ni por sus objetivos, me parece que la reducción más significativa es la limitación del funcionamiento lingüístico a operaciones sintácticas que juegan sobre las “ categorías” del sentido. Esta observación vuel­ ve a encontrar el paralelismo que establecía precedentemente entre cierta lin­ güística y la historia de la metafísica.

5. EL SENTIDO, L A V E R D A D Y L A CO H ERENC IA J.P.Sartre definía al sentido como el “ lugar de lo universal” singular o con creto , 12 e introducía a propósito de esto la verdadera pregunta: ¿cuáles son las condiciones suficientes y a fo r tio r i necesarias para que haya comprensión y por lo tanto comunicación entre quien escribe y su lector? N o hablo dé las especifi­ cidades de la situación de intercambio oral en las que intervienen factores fun­ damentales tales como el tono, los silencios, y los énfasis. A esta verdadera pre­ gunta, en cierto número de casos literarios, se le hace sufrir un desvío. Este universal, lugar del sentido, se identifica entonces con las categorías del mundo cuya permanencia, evidentemente, es más cómodo postular. Es todavía más có­ modo fundar esta permanencia en las categorías del lenguaje. Este es un pro­ yecto cuyo origen se confunde con el de las reflexiones acerca de la lengua. Pa­ ra que haya peremnidad de las representaciones es preciso por tanto que el lenguaje sea ese objeto en el que la estabilidad de los principios de funciona­ miento permite asegurar una estabilidad de las divisiones del sentido, estando éste último en correspondencia expresiva con las descomposiciones explicativas del mundo. El sentido es así reproducción. Como en metafísica entonces —y el instrumento de la metafísica es tam­ bién el lenguaje así como el lenguaje puede ser metafísica— ello sólo es posible con dos condiciones: rechazar lo irracional en lo dado y buscar la sustancia de eso dado. A sí algunas operaciones analíticas del discurso rechazan como inesen-

12.

“ El lugar de la palabra en la oración le da un lugar de presentificación al que denomi­ naré su sentido. Desde entonces, si usted piensa que en el fondo es para el lector que hace eso, para proveerle la presentificación en came y hueso del significado, está obli­ gado a su tum o a tomar las palabras con toda la carga histórica personal de las que son portadoras para usted, así como en los diversos sentidos alterados que ellas manifies­ tan.” (J.-P. Sartre, “ L ’Ecrivain et sa langue” , Revued'esthétique, 1965, n° 3-4, p. 316.)

ciaJ lo que les parece “ sin razón” pero también conservan en los hechos contin­ gentes (propiedad, circunstancia, etc.) todo índice susceptible de señalar la ra­ zón, es decir un funcionamiento del lenguaje conforme a las acepciones tradi­ cionales. Asimismo la investigación de la sustancia, dicho de otro modo de las identidades permanentes del sentido, no tiene otro método más que el de mostrar, de apelar a la evidencia. En otros términos, la búsqueda del “ criterio de verdad” conduce necesariamente a la investigación de una realidad discur­ siva que, a costa de esfuerzo, está al alcance del analista ya que él posee lo que es conveniente para aprehenderlo: la participación en las identidades del len­ guaje y por lo tanto del mundo. En definitiva, elegir hacer del lenguaje un obje­ to es decidir que él es el medio de ver lo que es. Es rechazar toda interrogación embarazosa acerca de los funcionamientos del sentido, los roles y razones de la presencia discursiva, las funciones y las necesidades del lenguaje. Diré que en consecuencia es negar toda existencia del sujeto, reducir la presencia de las si­ tuaciones discursivas al simple eco de las definiciones del mundo presente, igno­ rar las construcciones del sentido excepto bajo la forma de un diccionario ontológico de correspondencias con realidades juzgadas como dadas. A sí para tener la certidumbre de una coherencia del discurso, es preciso “ descubrir” el univer­ so de las esencias. La paradoja definitiva es aquí la que conduce a legitimar ai objeto-discurso en el discurso-objeto construido por el analista. Como la meta­ física el análisis del discurso difícilm ente evita ser opinión. En efecto la situación es “ truncada” . Si es legítim o considerar m etodológi­ camente al discurso como objeto-en-sí, ello sólo se concibe en tanto medio privüegiado para acceder a las circunstancias —el producto— de una situación de enunciación. Ello no justifica hacer economía en el modelo, de los factores mis­ mos de la situación. Quiero decir que la lingüística no es sólo una ciencia del texto sino también el proyecto de analizar todo conjunto de hechos ligados ca­ racterístico de la situación de producción del lenguaje. K . Bühler 13 atribuía a la reflexión del lmgüista cuatro campos que resumía en el siguiente es­ quema:

Los fenómenos de la lengua pueden entonces analizarse según dos clasifi­ caciones y quizá a partir de dos alternativas metodológicas: las que definiremos

13.

Teoría del lenguaje, trad. española, Madrid, Revista de Occidente, 1 967, p. 97.

como referidas al sujeto y las que por el contrario serán distinguidas como sepa­ radas del sujeto. Dicho de otro modo, en un caso, nos consagraremos más a analizar los tipos de acciones que cualquier sujeto ha podido ser conducido a hacer cuando se trataba para él de producir un discurso. Este último será consi­ derado como la huella lingüística de operaciones cognitivas. En el otro caso, nos interesaremos sobre todo por la forma misma que toman estos actos, es de­ cir las restricciones específicas en el ejercicio de la lengua y las leyes propias del sistema que ella constituye. Ello significa esforzarse por alcanzar un modelo de las restricciones sintácticas sobre los funcionamientos del sentido. En otros tér­ minos, equivale a intentar encontrar algunas respuestas a esas preguntas funda­ mentales que podemos pensar como previas a todo acto de discurso: — ¿Qué términos elegir para decirlo?, o ¿cómo decirlo para hacerlo com ­ prender? — L o que elijo decir, ¿corresponde a lo que pienso? — L o que pienso, ¿puede decirse? N o llegaré a proponer funcionamientos autónomos del sentido. Sin embar­ go de hecho la relación pensamiento-lenguaje no tiene nada de unívoca y un texto puede tener muchos tipos de eco o de aceptación según lo que sus lecto­ res compartan. En consecuencia, propondré que la reflexión acerca de los pro­ blemas del sentido parte de dos orígenes: el discurso-texto y el sujeto. En cuan­ to al discurso se trata de preguntarse lo que es en tanto producto y cómo desde el momento en que es producido, adquiere una existencia propia. Ello no es in­ diferente a los enfoques del analista. En lo que se refiere al sujeto, elegiré como cuestión la de sus operaciones lógico-lingüísticas y la de sus intervenciones so­ bre los referentes. Para el analista eso significa también determinar cuáles son los- tipos de razonamiento que el discurso traduce bajo la forma argumentativa y cómo procede el sujeto para argumentar diciendo; por fin cuáles son los m o­ dos necesarios para conseguir las representaciones que elige construir ex p líci­ tamente.

6 . S IN T A X IS Y S E M A N TIC A : LOS C R ITE R IO S

Volvamos al primer punto: el sujeto que discurre. Mi marcha estará inspi­ rada al menos parcialmente en observaciones psicolingüísticas. Creo que es pre­ ciso distinguir lo que se da en la superficie del discurso y las operaciones genera­ les que esta superficie puede dejar sugerir. Una dificultad extendida es aquella que introduce la no distinción en la interpretación de los enunciados entre pro­ ducción y reconocimiento. Por cierto que ello es así porque el problema esen­ cial es el de la significación y esta última se traduce en un conjunto de relacio­ nes complejas entre textos, discursos, situaciones de enunciación y sujetos que producen esos discursos, es decir que construyen objetos lingüísticos que son por lo tanto intervenciones sobre los referentes. En superficie, tendremos en­

tonces una aparente simplicidad combinatoria y léxica al mismo tiempo que una pluralidad semántica posible. Un enunciado es siempre la imbricación de muchas interpretaciones, es decir de muchos puntos de partida a partir de o rí­ genes diferentes. Estas interpretaciones son ellas mismas moduladas por los su­ jetos que enuncian y no por el sujeto únicamente, ya que hay siempre otros en el discurso. En otros términos, la dificultad metodológica no está limitada al análisis de las combinatorias de los sistemas sujeto-situación-lengua; también es­ tá en esos juegos sobre las formas y sobre las significaciones. Por lo tanto inten­ taré proponer algunos procedimientos de selección. Distinguiré primeramente las relaciones que reúne el discurso terminado y las operaciones que estas relaciones suponen (véase IV .5.2.). En lo que concierne a las operaciones, es decir a los procedimientos nece­ sarios para “ hacer” el lenguaje, adelantaré que dos estrategias me parecen fun­ damentales y comunes al conjunto de los actos de enunciación: \z nominalizcid ó n y la predicación. A l hacerlo, me ubico en el lado cognitivo del sujeto, a menos que la axiomática en cuestión se origine en la observación del lenguaje ya construido, y por tanto, portador de las complejidades que señalaba antes. Un cierto número de experimentaciones psicolingüísticas han contribuido sin embargo a la reflexión. Por nominalización entiendo, según el sentido clásico de los lingüistas, to ­ da construcción de un sintagma nominal. De acuerdo con la lingüística transformacional un cierto número de estas construcciones surgirían de las reglas de encaje. La idea es que una estructura encajada es la transformada de una su­ cesión que habría podido constituir la estructura subyacente de una oración completa pero que interviene como constituyente en otra oración. En otros términos, es una oración dentro de una oración. Hay muchos tipos de expre­ siones nominales. Las más simples son las expresiones nominales sustantivas, es decir, las que generalmente, designan en nuestro lenguaje lo que juzgamos como entidades del mundo: personas, animales, cosas, lugares. Estas expre­ siones pueden por tanto ser identificadas con los nombres y ser clasificadas en/o extraídas de un diccionario. Las expresiones nominales más complejas no ofrecen la facilidad de denotar “ sustancias” . Conciernen más bien a los acontecimientos localizados en el tiempo y en el espacio. Concretamente, en el primer caso, encontraremos expresiones de la fo r­ ma: X (entidad) { ser, existir, d a d o } predicado. En el segundo caso, serán más bien expresiones del tipo: Y (acontecim iento) { tener lugar, producirse } loca­ lizador. Es preciso añadir que la nominalización es uno de los procedimientos más importantes de la lengua para la expresión del énfasis. Esta enfatización puede concernir al objeto, al sujeto o aún a la circunstancia. Entonces si hemos elegi­ do una oración “ neutra” tal como: “ Pedro ha tomado la sopa esta noche” ten­ dremos los casos de las siguientes figuras sucesivas: — “ Es sopa lo que Pedro ha tomado esta noche” . — “ Es Pedro quien ha tomado la sopa esta noche” .

— “ Es esta noche que Pedro ha tomado la sopa” . Las formas del énfasis o de la nominalización son además estrategias de la determinación: determinamos quién, qué y dónde. En francés, en particular, estos tipos de determinaciones presentan a menudo la construcción relativa: c ’est luí qui, c ’est ca qui, c ’est le lieu que [es él quien, es eso lo que, es el lugar donde]. En resumen, la nominalización corresponde a ese procedimiento que consiste en enfatizar una parte de la oración, al extraer de ella un elemento no­ minal y ponerlo en contraste con el resto de la oración: es Pedro quien ha c o ­ m ido la sopa esta noche. Esta puesta en evidencia tiene como resultado poner de manifiesto un tema: aquello de lo que se habla o de lo que se va a hablar, lo que se quiere especificar. Comprendemos que un cierto número de autores hayan hablado de tematización, o de tóp ico y comentario. C .F.H ockett 14 defi­ ne a estos últimos términos de la siguiente manera: “ Los términos tópico y com entario sugieren la caracterización más general de las construcciones pre­ dicativas. . . : el hablante anuncia un tópico, luego dice algo: así Juan/huyó; ese nuevo libro de Thomas Guernesey¡todavía no lo leí. En inglés y en las lenguas europeas más conocidas los tópicos son también generalmente los su­ jetos y los comentarios son los predicados” . De cierta manera volvemos a en­ contrar aquí el principio fundamental de la gramática tradicional, según el cual toda oración declarativa simple está compuesta por dos constituyentes princi­ pales obligatorios: un sujeto y un predicado eventualmente con sus com ple­ mentos de lugar, de tiempo o de modo. Es ese punto de vista el que Sapir 15 re­ toma cuando dice: “ Hay necesariamente alguna cosa de la que se habla y algo que se dice a propósito de ese sujeto del discurso ( . . . ) el sujeto del discurso es un nombre” . Ello equivale a definir al tópico como ese elemento que es dado en la situa­ ción; el comentario por consiguiente es lo que vendrá a añadir algo a la defini­ ción y a la naturaleza de ese elemento de manera de modificarlo: propiedad, modo de existencia, etc. En la práctica estas definiciones son extremadamente vagas y poco eficaces. ¿Cómo distinguir, aunque sólo sea en un enunciado par­ ticular, cuál es el tópico y cuál es el comentario? N o es asombroso que la ma­ yo r parte de los analistas del contenido continúen fundándose en el orden suje­ to-verbo-complemento. Algunos lógicos, por su parte, han intentado volver a la doctrina aristotéli­ ca de las categorías de la predicación. Se han distinguido así dos tipos de uni­ versales: los genéricos que agrupan a los individuos en clases y los caracterizan­ tes (com o los particulares de Aristóteles) que determinan las propiedades, los estados y los procesos. Sólo se ha podido entonces volver a encontrar la tradi­ ción y enunciar así que únicamente los términos particulares pueden encon­ trarse en posición de sujeto. Al hacerlo, volvemos a caer en la tentación meta­

14. 15.

A Course in M o d e m Linguistics, Nueva York, MacMillan, 1958. Citado por J. Lyons, Linguistique générale, París, Larousse, 1970, p. 256.

física de la que hablé antes: admitir que la percepción del mundo sólo es el re­ conocimiento de las entidades permanentes (los animales, las cosas y las perso­ nas) y del conjunto de cualidades, de situaciones y de acciones que pueden o deben ser asociadas a estas entidades. El empleo de estas nociones no es por otra paite tan paradojal, ya que en un número suficiente de casos, puede apli­ carse con éxito a la estructura léxico-sintáctica de las lenguas. No se muestra inmediatamente que hay confusión entre los criterios nocionales y los crite­ rios formales. Esta confusión es por otra parte mayor: una vez más practicar la adecuación entre la sintaxis y la semántica es ignorar la lengua, al sentido y los modos de representación propios del sujeto del discurso (véase IV .3.). En lo que concierne a la lengua esta confusión se explica: los nombres más familiares y los más típicos son los que designan a las personas o a las cosas individuales; están efectivamente en la posición de sujeto en las opera­ ciones sintácticamente “ normales” . Por otra parte no discutiré la cuestión de saber en qué medida la concepción aristotélica que hace del mundo un con­ junto poblado de animales, de cosas, de personas autoras o que padecen pro­ cesos, estados y situaciones, está determinada por la estructura gramati­ cal de las lenguas. Recordaré sólo las principales contradicciones. Hay así primeramente, otras lenguas, fuera de la familia indoeuropea, donde no son pertinentes los criterios tradicionales para identificar al sujeto de las oracio­ nes activas con verbo transitivo . 16 Por consiguiente, para validar las nociones sintácticas de sujeto y de predicado, es preciso también que las categorías de la gramática y las de la lógica sean definidas como coincidentes ya que estas nociones sintácticas son también definiciones de función semántica. Ahora bien, la simple dicotom ía sujeto gramatical, sujeto lógico no basta para rendir cuenta de todas las distinciones, incluso aunque se agregue una nueva especi­ ficidad que sería la del sujeto “ psicológico” . Hablar de actante y de objetivo para el sujeto y el objeto es salir al encuentro de dificultades de análisis con­ siderables cuando se trata de examinar oraciones complejas. Por ejemplo, en francés, las oraciones intransitivas tanto como las oraciones transitivas pueden responder a la pregunta que se planteará de manera implícita: “ Que fait S?” ( “ ¿Qué hace S?” ). No podemos basarnos enteramente en un paralelismo gra­ matical entre nombre y sujeto de una oración intransitiva y por otra parte en­ tre proceso de la misma oración y predicado. Incluso si generalmente los verbos transitivos tienen un nombre animado como sujeto y uno inanimado como objeto que puede ser también el sujeto de un verbo intransitivo. Los criterios de, actante y de objetivo están además en conflicto con otros criterios gramaticales para definir al sujeto en las oraciones pasivas. Por ejem­ plo, el nombre-objetivo de una oración pasiva puede ser identificado con el actante-sujeto de una oración activa. El objeto, más bien que cl agente es el sujeto de las oraciones pasivas. Es posible entonces que en definitiva las nocio­ nes de tópico y de comentario estén limitadas por la referencia a la distinción

aristotélica sustancia/accidente. Por otra parte, los criterios de selección utili­ zados habitualmente siguen estando determinados por la elección de marcas esencialmente sintácticas como los casos, las concordancias y las coordinacio­ nes. Es esta práctica la que he cuestionado y que me parece imponer otra vía de investigación. Y a algunas experiencias expuestas en el dominio de la psicolingüística han mostrado en los procesos de adquisición del lenguaje que se puede más bien buscar una solución por el lado de los mecanismos subyacentes a la predicación. En otros términos, me parece que lo importante —y es la ra­ zón de mi insistencia en los procesos de nominalización identificados con la tematización en tanto estrategia del sujeto— es considerar esos procedim ientos de construcción que todo sujeto detertnim . Para ello necesita a la vez dar cuenta del mundo y decir acerca de ese mundo, es decir manipular los referentes y construir las representaciones. El va a constituir por lo tanto a los objetos del discurso (animados o inanimados) en el momento mismo en que los tematizará. en el sentido de poner en evidencia y constituir existencias de esos objetos li­ gándolos por una interacción propiedades-situaciones, induciendo las primeras a las segundas, e implicando ellas las otras. El propósito mismo del proyecto discursivo será entonces establecer lo indiscutible, lo verdadero en el sentido de la realidad que es preciso admitir porque es. A sí aparecerán las entidades que preocupaban a la historia del pensamiento. Pero he hablado sólo del sujeto; es preciso recordar que está en el origen del discurso, en confrontación con la lengua y el exterior (para resumir toda si­ tuación de producción discursiva). Si mi proyecto es esbozar los sistemas pues­ tos en juego en esta acción en la que tenemos solamente el producto-discurso, ello me impone ser lector a la vez archivista y antropólogo. Quiero decir que es necesario recolectar las informaciones contenidas en ese hecho de lengua a par­ tir de muchas “ entradas” en el discurso y que al mismo tiempo se trata de pre­ guntarse y de formular lüpótesis acerca de lo que la lengua, la del discurso en !a ocasión, significa en tanto " operaciones sobre el m und o”. Creo haber mostrado por lo precedente que la verdadera cuestión es la cuestión del sentido y que ningún enfoque del mismo puede ser definido sola­ mente en términos sintáctico-gramaticales. Y ello por la razón de que ningún signo es aislable por anticipado en el ordenamiento lingüístico. Saussure escribió ya que la lengua es “ una masa indistinta en la que sólo la atención y el hábito pueden hacernos encontrar elementos particulares” y añadía que una unidad material “ sólo existe por el sentido, la función de que está revestida” . No pien­ so capturar su pensamiento concluyendo que el análisis del sentido no debe sola­ mente limitarse a razonar en términos de categorías sino además multiplicar la prudencia ante todo fraccionamiento de los complejos lingüísticos. E l dis­ curso debe ser considerado com o un todo, en consecuencia: es preciso anali­ zar al discurso con los materiales del discurso. Hablaba de la necesidad de “ aprender” el discurso (véase IV .2.). Mi proyecto no es en efecto conducir al lector a la revelación de un m étodo “ universal” de análisis del discurso sino sugerir la posibilidad de existencia de “ niveles” de métodos según los procesos de análisis y las especificidades de los materiales elegidos.

Ello parece evidente si se piensa en la profusión de discursos en nuestra cotidianeidad y en la diversidad de proyectos tanto como de caracteres. Mu­ chas de estas fuentes discursivas no tienen, por otra parte, aparentemente más que esta función de teatralidad que señalé, si queremos acordar aquí a la palabra función el sentido de rol, de justificación de existencia. El modo de ser de estos discursos es tributario por lo tanto de esta teatralidad (véase cap. IV ). Así, la televisión y los medios de comunicación de masas les asegu ran una audiencia mucho más considerable,que antes.'Estamos de acuerdo en reconocer que la vida política ha cambiado después de que mirar televisión es también preparar su boleta de voto. La naturaleza misma de esos medios técnicos que canalizan el discurso no deja de influir sobre un auditorio de ahora en más incrementado. Las clasificaciones que instituyen, los géneros que reproducen, todo ello concurre a tipologías de la información y del dis­ curso, cuyas proposiciones tanto como los sujetos aparecen entonces sin vin­ culación. Pero el proyecto mismo de esa teatralidad está marcado por su fraccionamiento.

7. EL DISCURSO Y L A E X P R E S IV ID A D Expondré en consecuencia una explicación diferente de la de Henri Lefebre cuando habla de “ fracaso de los referenciales ” . 17 Ya que él define a estos referenciales “ de hace cien años, alrededor de la palabra y del discurso” , fun­ dándolos en “ el buen sentido o el sentido común” ; lo que explícita también por la referencia a un espacio que era entonces concebido como euclidiano. Y o creo, por el contrario, que la discursividad cotidiana no está caracterizada por la ausencia de referenciales: el mundo sigue siendo mundo en tanto el sujeto está en condiciones de apropiarse de él. Es preciso hablar más bien de juegos de los sujetos sobre los referenciales, si entendemos por estos últimos la utilización en el discurso de referencias a universos precisos y delimitados. Dicho de otro modo: los universos de referencia del discurso son en prim er lugar los universos construidos p o r el sujeto (véase IV .3.). Esto acarrea diferentes consecuencias frente a lo que podemos concebir del discurso y de su funcionamiento. Sugeriré así muchos tipos de explicaciones y de reglas. En este último caso, se tratará de formulaciones que apuntan a preci­ sar generalidades de com portam iento del sujeto discursivo. Es decir que es ne­ cesario considerar los fenómenos a partir de dos puntos de vista: uno concierne a las operaciones del sujeto y otro, “ en el extremo de la cadena” , el discursotexto medio privilegiado por el analista para hacer hipótesis acerca de un mode­ lo de estas acciones del sujeto. De estas últimas, adelantaré aquí algunas características generales, las que me parecen manifestaciones de lo que se denomina algunas veces “ la vida del

17.

La Vie quotidienne dans le monde moderne, París, Galimard-Idées, 1968, p. 211.

lenguaje” . Dos o tres tipos de fenómenos pueden ilustrar estas “ vidas” . En pri­ mer lugar, “ la necesidad de expresividad” como lo califica H .Frei . 18 Si quere­ mos recordar que, después de Saussure, el lenguaje está constituido a través de marcas por sistemas de oposiciones, es decir de diferencias, la necesidad de e x ­ presividad en su práctica puede interpretarse entonces como tendencia constan­ te a reemplazar las oposiciones usuales que han devenido automáticas por o p o ­ siciones nuevas. Es el efecto de la sorpresa, querida por el sujeto para suscitar la atención de otros. Hay así en el arte del discurso todo un registro de ataques para “ secuestrar” al oyente y sobre todo para crear condiciones tales que éste tenga la impresión no solamente de comprender sino sobre todo de ser com­ prendido. Estas oposiciones nuevas pueden concernir también tanto a la forma como a la significación. En otros términos, la expresividad del lenguaje se funda en un conjunto de operaciones como dislocación, desestructuración, reestructu­ ración que el sujeto se toma la libertad de hacer seguir al sistema de la lengua. Sin embargo no todo es posible: estas intervenciones lingüísticas tienen también sus propias restricciones, y ello en razón de la necesidad de hacerse comprender y de proveer los índices suficientes para que otro pueda “ entrar en el juego” . La expresividad se define así como juego sobre y con la norma tanto semántica com o form al, es decir en distancia respecto de la red de con­ venciones que la lógica, arte del razonamiento, la gramática, arte del buen hablar, y el uso han establecido (véase cap. V I). Las figuras, los chistes y los juegos de palabras son ejemplo de ello. H.Frei distinguía entre la figura y la transposición semántica. “ En la figura, escribía , 19 dos valores semánticos, el sentido propio y el sentido figurado, es­ tán asociados uno al otro, y de una manera más o menos implícita. La simple transposición semántica postula por el contrario el olvido (o en el caso de la “ figura falsa” , el rechazo) del primer sentido” . Un ejemplo de transposición semántica es el empleo del pronombre on en “Nous on aime le vin ’’ o “ C ’est bon, on y va” donde aparece como pronombre intercambiable de una persona a la otra y así transponible. La transposición es una comodidad en el interior de la lengua. H.Frei la define como “ un instrumento al servicio del automatismo gramatical” . Las figuras por el contrario, la transfiguración, son la expresión misma del proyecto del sujeto de suscitar la atención, de crear sorpresa. Hay en la lengua hablada una actividad y una espontaneidad considerable si queremos tomar en cuenta todas las imágenes que no dejan de manifestarse y de crearse. Es así co­ mo, al menos en parte, el argot se constituye sin cesar, luego de ser considerado durante mucho tiempo por parte de algunos lingüistas como una suerte de “ francés de vanguardia” cuyo éxito embaraza regularmente a los autores de los diccionarios. Toda una serie de procedimientos retóricos se manifiestan en él: designar un objeto por una de sus cualidades exteriores (el vino blanco: el blan-

1 8. 19.

La Grammaire des fautes, Ginebra, Kundig, 1929. Op. c it.,p . 238.

qu ito [le p etit blanc], hacer alusión al color (el café: el negro [le n o ir]), jugar con las cualidades morales o psíquicas sustituyendo, comparando (es un mal bicho, un pajarraco [ c ’est un chameau, un oiseau]), etc. Es larga la lista de esos procedimientos cuya expresividad estará fundada sobre el contraste en relación al empleo habitual, la oposición, la evocación de otro universo, la comparación por fin con el valor de semejanza de las identidades. La vida del lenguaje parece, en consecuencia, poder resumirse en dos orien­ taciones principales de los comportamientos colectivos: una tendencia expre­ siva cuya fecundidad es actuar sobre lo concreto, hacer intervenir los registros afectivos y suscitar la creación de construcciones y de palabras; una tendencia que C.Bally 20 califica como “ intelectual” por lo que ella implica de analítica y de próxima a la clásica “ necesidad de econom ía” lingüística, en el sentido de que ella tiene por función (resultante de las operaciones) condensar, reunir ios signos lingüísticos en beneficio de la idea. Esta realidad del lenguaje sigue siendo olvidada, si no disfrazada, en provecho de estudios hoy en día extendi­ dos acerca de las restricciones que la lengua normativa enseñada impone y los fundamentos socioeconómicos de esta lengua (apropiación de la lengua por parte de una elite). Bally subraya por cierto “ para que una innovación cons­ ciente penetre en la sintaxis, la m orfología o la pronunciación, es preciso la complicidad de una elite ” . 21 Pero haríamos mal en exagerar la importancia de la escuela en la asimilación del lenguaje tanto como en la potencia de las medi­ das administrativas y académicas en la corrección de la lengua. La “ moda” , la imitación de las formas juzgadas elegantes o prestigiosas no es menos influyen­ te. La dificultad de discriminar para ordenar los pesos de los diferentes factores de evolución proviene del hecho, de evidencia banal, de que la lengua está pro­ fundamente inscripta en la vida social y que es aún imposible elaborar un mo­ delo suficientemente detallado de las interacciones del lenguaje y la sociedad. No profundizaré por lo tanto esta cuestión aunque la búsqueda de las leyes que definen las intervenciones d^ un sujeto del discurso difícilm ente pueda dejar de lado las motivaciones y las restricciones sociales que están en el origen de los proyectos de ese sujeto. Una solución metodológica que propondré es la que consiste en considerar al otro presente en el discurso y a adoptar como regla que todo discurso es al mismo tiem po discurso de un sujeto y discurso de otro, pero el discurso de este o tro es siempre el discurso que de él da el sujeto. Quiero decir que lo importante no es comparar al texto observado con lo que realmente ha podido “ decir o pensar” otro sino consignar y condensar al o tro presente en el discurso. Eso retoma lo que dije en otra parte acerca del discurso y de su referencia propia y de las funciones de teatralidad en la discursividad (véase IV .3.). este propósito de las operaciones lógicas de las que la lengua es soporte (véase cap. V ) y de lo que significa la “ necesidad de expresividad” en tanto manipu­ laciones concretas de la lengua. Sería necesario añadir que el pensamiento o la 20. 21.

Le langage et la Vie, Ginebra, Droz, 1965. Op. cit., p. 118.

inteligencia en el lenguaje “ supera nuestra lógica de formas geométricas” . 22 En consecuencia no basta con abandonar este respeto, esta modestia y por lo tanto esta impotencia que caracterizan a buen número de los préstamos actua­ les a la lógica. Es preciso concebir también, en el proyecto de delinear a un su­ jeto discursivo, el embrión de una “ nueva empresa retórica” a condición de que, al dejar de mirar del lado de “ las sustancias” y de las categorías, nos consa­ gremos a delimitar las operaciones fundamentales de ese sujeto: sus actividades al principio y en el discurso. El lenguaje se interpreta en relación con este pensamiento que la vida so­ cial y las operaciones concretas del sujeto con su medio físico van moldeando. Las observaciones genéticas muestran el desarrollo intelectual y la adquisición lingüística basados sobre la acción. Por ello mismo el lenguaje es también ac­ ción del sujeto sobre su universo. Por otra parte, en tanto expresión de una co­ munidad lingüística sus operaciones suponen “ una inteligencia colectiva ” . 23 Ello quiere decir simplemente la necesidad de modos comunes en la asociación y la combinación lingüísticas. Estas últimas deben tanto a las ideas cuanto a la imaginación y a la afectividad de los sujetos. Ya se trate del estilo, de la expre­ sividad o simplemente de la descripción, todos los elementos del discurso son así fundados, imbricados por un juego incesante de aproximaciones, de oposi­ ciones, de comparaciones y de equivalencias. Se puede decir entonces que en el discurso está a la vez lo lógico y lo “no ló g ic o ”. 24 Lo lógico porque intelectual­ mente el sujeto opera con las categorías lógicas que nos hemos acostumbrado a considerar como aquellas con las cuales la mente clasifica las ideas. Lo no ló gi­ co también porque la característica del juego expresivo del sujeto es manipular, cambial- estas categorías de manera frecuentemente poco recomendada por la lógica. Hay así asociaciones por el significado que son figuras: tomar la causa por el efecto, el continente por el contenido, presentar como animado algo inani­ mado, designar una cosa por su contrario, preguntar cuando queremos afirmar. Hay además asociaciones por el significante: marcar en una antítesis el contras­ te de dos ideas por medio de palabras idénticas o análogas, transponer en lo au­ ditivo lo visual por medio de sonidos o de onomatopeyas. Como lo subraya también C.Bally “ el espíritu no se deja engañar (ello ya se lia dicho pero es muy señalable) por la intervención de las categorías que el signo expresivo crea; pues si realmente hubiera confusión, la expresividad desaparecería” . 25 Estos juegos expresivos son en consecuencia juegos sobre la lógica y sobre las construcciones usuales, dicho de o tro m odo sobre el sentido. No creo con relación a esto que sea necesario ubicarlas en las categorías de los implícitos, a menos que continuemos acordándoles el estatus de explícito únicamente a las combinaciones sintácticas clásicas y a los conectivos denominados lógicos.

22. 23. 24. 25.

C. Bally.op. cit., p. 23. C. Bally, op. cit., p. 24. En el sentido usual de los manuales de lógica. O p .cit., p. 93.

A decir verdad, la denominación de implícito sigue siendo ese pudor disfrazado ante los problemas del sentido cuando estos se apartan de la convención arbi­ traria y de las enseñanzas tradicionales de una lógica de la lengua. Para el analis­ ta confrontado con la necesidad de representar con coherencia esos funciona­ mientos del sentido, la cuestión no es extraña al problema del valor semántico que es desde hace largo tiempo el de los lingüistas. Saussure, a este respecto, constituye una referencia por haber afirmado que: “ la lengua es un sistema cuyos términos son solidarios y donde el valor de uno sólo resulta por la pre­ sencia simultánea de los otros ” . 26 A sí los juegos del sujeto sobre la lógica y el sentido son sometidos a algunos principios generales: se trata siempre de cons­ trucciones de semejanzas o de analogías que permiten el vinculo entre los ele­ mentos discursivos, o de construcciones de diferencias que favorecen la oposi­ ción o la delimitación entre esos mismos elementos. Operatoriamente ello significará que es posible o necesario asociar x a y, encadenar x e y, compararlos simplemente o, también, que es preciso distin­ guirlos, oponerlos y que todas estas operaciones implican ciertas consecuencias de x sobre y o de y sobre x. Por ello mismo se construyen las existencias, las identidades, las “ naturalezas” de los objetos considerados. Al nivel m etodológi­ co que es mi propósito, lo interpretaré como yendo en la misma orientación que Z.S.Harris quien escribe al introducir sus Structures mathématiques de language: 27 “ Ya que la determinación de la estructura no apela ni a las propieda­ des físicas ni a las significaciones de los sonidos ni de las palabras, las significa­ ciones lingüísticas transmitidas por la estructura no pueden deberse más que a las relaciones en las cuales intervienen los elementos de la estructura” . Con la diferencia sin embargo de que una representación cartográfica de estas relacio­ nes es irrisoria si sólo desemboca en una mecánica del lenguaje. Su justificación tanto como su interés residen en que permiten el acceso a un cuerpo de hipóte­ sis acerca de las acciones del sujeto.

8. L A O R G A N IZ A C IO N D E L SENTIDO Metodológicamente entonces la cuestión no es saber si el sentido corres­ ponde a alguna cosa (identidad, combinación de estructura) sino si se refiere y de qué manera a alguna cosa (form a, representación) gracias a su organización. En el discurso hay primeramente una relación de designación y p o r ello de esta­ blecim iento de un estado de cosas. Lingüísticamente, las palabras elegidas (actantes, procesos, predicados) tendrán por función representar este estado de cosas con el auxilio de los indicadores espaciotemporales del tipo “ esto, aque­ llo, aquí, ahora” . La segunda relación im portante es la del discurso con su suje­ to enunciador, relación que la retórica designaba como manifestación de los de­

26. 27.

Cours de linguistique, p. 159. Aunque ha sido declarada en un contexto diferente. I’arís, Dunod, 1971, p. 2.

seos y creencias del sujeto correspondiente a la proposición de su discurso. Tra­ dicionalmente se ha considerado una relación de inferencia causal entre las dos relaciones, de la manifestación a la designación, una permitiendo y la otra creando. Pero esta relación es también una expresión de lo lógico apropiado por parte del sujeto. Esto es lo que Descartes quiere decir cuando intenta de­ mostrar que el “ y o ” manifestado en el cogito es el fundamento del juicio de designación que identifica al trozo de cera y no a la sustancia contenida en ese trozo en sí mismo. La tercera relación interna al discurso, relación que es también dimensión de la proposición, es la significación, es decir la relación de las palabras con los conceptos, las nociones, las ideas. La característica fundamental de esa relación es la implicación: toda proposición de una argumentación de un discurso desti­ nado a otros sólo interviene en tanto elemento de una demostración, es decir en una relación con otras proposiciones en la que ella es siempre ya sea premisa ya sea conclusión; en otros términos que ella introduce o que la introducen. Si se ha podido hablar entonces del valor lógico de una proposición no se lo ha­ ce en términos de verdad en el sentido de correspondencia con una realidad, con un “ sentido” , sino bajo la forma de condiciones de verdad, conjunto de condiciones propias e internas a la demostración discursiva que tornan acepta­ ble a una proposición, teniendo en cuenta lo que la precede y lo que la sigue. La cuestión del orden de estas tres relaciones esenciales al discurso ha sus­ citado numerosos desarrollos y un mayor número de páginas. Al punto de que uno se pregunta si no es necesario introducir una cuarta dimensión que sería el sentido. ¿Por qué no identificar entonces ese sentido, como lo hace B.Russell, a la creencia de aquel que expresa la proposición o a una carencia posible ? 28 De cierta manera volvemos a encontrar al Humpty Dumpty de Lewis Carroll: “ Cuando empleo una palabra, ella significa lo que yo quiero que signifique, ni más ni menos. . . ” . Verificación circular perfecta, y las formas de posibilidad de una proposición pueden ser muy numerosas: sintáctica, lógica, algebraica, física, etc. Una posición interesante en lo que concierne al sentido, cuarta dimensión de la proposición, es la de los estoicos: el sentido es lo expresado p o r la propo­ sición, el acontecim iento que insiste o subsiste en la proposición. Como escribe G.Deleuze : 29 “ La pregunta es la siguiente: ¿hay alguna cosa,aliquid, que no se confunde ni con la proposición o los términos de la proposición, ni con el obje­ to o el estado de cosas que él designa, ni con lo vivido, la representación o la actividad mental de quien se expresa en la proposición, ni con los conceptos o incluso con las esencias significadas?” Los estoicos han postulado la no reductibilidad de ese sentido a las palabras, a los cuerpos, a las representaciones sen­ sibles o mcluso racionales. 30 ¿Cuál puede ser entonces la utilidad de esta di­ mensión suplementaria? Cada época ha polemizado acerca de esto; somos con­ 28. 29. 30.

Signification el Vérité, París, Flammarion, réed., 1969, p. 213. Logique du sens, París, Ed. Minuit, 1969, p. 31. Cf. E. Bréhier, La Théorie des incorporéis dans l ’ancien stoi'cisnie. París, Vrin, 1928.

temporáneos todavía de las discusiones acerca del sentido y de la referenciación (Frege, Russell, Brentano, etc.). De la misma manera Husserl vuelve a unir­ se a los estoicos al hablar de expresión: el sentido es lo expresado, distinto del objeto físico, de la vivencia psicológica, de las representaciones mentales y de los conceptos lógicos. Ello quiere decir que el sentido no existe fuera de aquello que lo expresa, proposición o discurso. Pero al mismo tiempo, no se confunde con este o aquél. El sentido entonces no se confunde con el predicado,' atributo de la proposi­ ción: es atributo de la cosa pero se atribuye al sujeto de la proposición. AJ ser lo expresado de la proposición no se confunde sin embargo con la proposición ni con el estado de cosas o las propiedades que ella designa. Es acontecim iento a condición de distinguir este acontecimiento de las características espaciotemporales que ayudan habitualmente a definirlo. Como lo señala también G.Deleuze: 31 “ El acontecimiento pertenece esencialmente al lenguaje, está en una relación esencial con el lenguaje; pero el lenguaje es lo que se dice de las cosas” . Para ilustrar esto de manera concreta es preciso señalar que toda la lógica se refiere a problemas de significación y no de sentido. La manifestación más evi­ dente de los funcionamientos de éste es probablemente la ficción donde la re­ ferencia es puramente interior, al mismo tiempo que son interiores a ella las condiciones de utilización del lenguaje. Por lo tanto la cuestión del sentido no está resuelta: la tradición nos ha legado una herencia de reflexión que a menudo tiende más a oscurecer que a es­ clarecer la problemática. Así el acontecimiento pertenece al lenguaje pero per­ manece no obstante el equívoco de que ese lenguaje construye proposiciones acerca de las cosas. Tenemos por lo tanto, por una parte, en las proposiciones nombres que designan cosas y verbos que expresan acontecimientos o relacio­ nes lógicas, y en las cosas, por otra parte, propiedades constitutivas y relaciones físicas marcadas en las fronteras de la acción. El sentido aparece entonces como una especie de línea de encuentro entre los dos universos: el físicosocial y el sociodiscursivo. Así, la tradición constituye una dualidad entre las cosas y las expresiones, el mundo y el lenguaje, pero también dentro de éste entre los sustantivos de de­ signación y los procesos de expresión. Esta “ intervención” del lenguaje la prac­ tico cotidianamente ya que al designar algo supongo siempre que seré compren­ dido, que esto tendrá un sentido para otro. Se ha podido decir que el sentido está siempre presupuesto desde que comienzo a decir. El análisis de los presu­ puestos, de los implícitos, de los preconstruidos, con todos los matices que se pueden constituir, es un problema temible y sobre todo infinito. Ello por la ra­ zón esencial al lenguaje de que no puedo decir al mismo tiempo lo que digo y el sentido de lo que digo. La consecuencia es este extraordinario poder del len­ guaje de hablar acerca de las palabras. Por cierto que podemos siempre tomar el sentido de una proposición como designado por otra proposición. Si el lengua­

je debe contener un nombre para el sentido de cada uno de sus nombres se llega sin embargo muy rápido a la paiadoja de una proliferación infinita señalada por Frege . 32 Podemos siempre decidir entonces estabilizar la proposición y extraer de ella el sentido en tanto expresado que subsiste en la proposición. La lógica estoica distingue ya entre los cuerpos que actúan o sufren acciones y los incor­ póreos que son simplemente resultado de estas acciones. Por lo tanto la alter­ nativa es: comentar hasta el infinito o desdoblar para cosificar el sentido. ¿Qué hacer en consecuencia con la afirmación, la negación, las propiedades, las mo­ dalidades? ¿Qué relación establecer entre el “ sentido” y las construcciones por parte de los sujetos de los objetos discursivos? Adelantaré como respuesta que la solución está probablemente en el examen de lo que, hablando propiamente, funda el sentido: la actividad operatoria del sujeto, constitutiva del discurso (véase IV .2 .). Examinemos la distinción clásica entre significante y significado. El prime­ ro designa habitualmente todo término que vehiculiza algún sentido. L 1 segun­ do, el significado, es entonces lo que se define en correlación con este aspecto del sentido, más generalmente bajo la forma de contenido concreto. Dicho de otro modo, el significado es presentado como concepto, definición de una cosa o de un estado de cosas. Ello no tiene nada que ver con el sentido. En cuanto al significante aparece primeramente en el contexto de la propo­ sición, contexto de designación, de manifestación del sujeto, de significación. Es la dimensión de expresión y la construcción lógica de un estado de cosas. Hay así series articuladas de significantes y series articuladas de significados. La correspondencia jamás es biunívoca, y mucho menos homogénea. J.Lacan 33 ha puesto en evidencia la paradoja de la coexistencia de estas series. Levi-Strauss34 también ha subrayado la antinomia de las series significante y significado, rela­ ción marcada entre ellas de desplazamiento, de desequilibrio en provecho de la serie significante. El interés de esta representación en series es el de permitir conjeturas no solamente acerca de los lugares vacíos, como escribe Levi-Strauss ( “ Pues lo que está en exceso en la serie significante es literalmente una casilla vacía, un lugar sin ocupantes que se desplaza siempre” ), sino acerca de los modos de distribu­ ción de los elementos dentro de estas series y de sus presencias de una serie a la otra. Aparecen así fenómenos de singularidad y sobre todo convergencias: de una repartición de presencias singulares a otra podemos operar redistribuciones en función de las trayectorias discursivas y de las composiciones de las series, por un lado, el significante a través de su organización construye el significado y conduce al analista a una representación significada; por otro lado ese signifi­ cado local y global, por el desequilibrio mismo de su reducción frente al exce­ dente del significante, permite una precisión creciente para definir las significa­ 32. 33. 34.

Uber Sinn und Bedeutung, 1892. Cf. también R. Carnap, Mcaning and Necessity, Chicago, 1947, p. 130. Ecrits, París, Le Seuil, 1966, “ Le séminaire sur la lettre volée” . Introducción a Sociologie et A nthropologie, de M. Mauss, París, P.U.F., 1950, p. 48.

ciones en juego. Las progresiones de éstas, las etapas del discurso, la compara­ ción de ambos tipos de fenómenos y sobre todo las observaciones convergentes permiten así enfocar el sentido en tanto acontecimiento textual intemporal, producto de un proyecto temporal del sujeto. El sentido no se reduce a la significación elaborada en cada momento dis­ cursivo, en el desarrollo de la serie significante. Al mismo tiempo, sin embargo, depende de estas significaciones sucesivas, pues en tanto acontecimiento es la condición suficiente de este acontecimiento que es el discurso y, en tanto pro­ ducto, traducido como movimiento significante de series significadas en esta construcción localmente acabada que es el discurso, es condición necesaria de ese discurso. Hay así, por parte del sujeto que es su origen y que determina en él el ori­ gen, una problemática del sentido que se identifica con la problemática del dis­ curso al menos en lo que se refiere al hecho de que desde que hay discurso, hay sentido y que toda construcción del sentido implica discurso. La relación dis­ curso-sentido es por lo tanto más que dialéctica: es esta problemática que hace al acontecimiento, siendo él mismo una problemática. La elección de este últi­ mo término no es accidental: quiero decir que todo discurso es análogo al p ro­ cedimiento del enunciado y a la marcha de un problema (véase I.6 .). Las “ no­ ciones” que éste hace intervenir remiten por supuesto a un cierto cuerpo de la ciencia y se las puede definir por esta referencia, yendo a buscar su “ verdade­ ra” definición. Después de todo muchos analistas del discurso proceden así. Pero estas nociones, en la construcción, adquieren, por el hecho mismo de esta construcción, significaciones locales sucesivas (véase V I.5.). El conjunto de estas composiciones va a crear sentido, va a justificar que un problema sea planteada. í:l discurso es problema, a fo r tio r i cuando responde al proyecto de argumentar, de exponer, de demostrar. Remito aquí a lo que dije al comienzo de esta obra a propósito de una definición operatoria y de la noción de problema ( I . 6 .). El discurso en tanto acontecimiento introduce en efecto una problemática específica, la de su aparición, la de una proposición de su sujeto. Dicho de otro modo, los acontecimientos del lenguaje que conducen al discurso son también los puntos singulares del problema que él va a plantear de manera doble al cons­ truirlo localmente y al situarlo en un universo problemático determinado. Así, el discurso no es solamente una cuestión para el analista. Esta “ posibilidad de aportar a los problemas de los argumentos en los dos sentidos” que Aristóteles definía como la función fundamental de una argumentación se traduce enton­ ces en esta propiedad común a los discursos que emergen de ella, a saber, que las soluciones aportadas o contra-aportadas no suprimen ni el enunciado ni la existencia del problema. N o hay argumentación potente al punto de suprimir to ­ talmente a otra sino que toda argumentación es condición de existencia de otra. A l sistema de los discursos constitutivos de un campo de argumentación les corresponde el sistema de los argumentos que se responden para la construc­ ción de un discurso (véase III.5.). En tanto problema, el sentido es así generado por los puntos singulares sucesivos que conducen a la cuestión que él representa. Pero en tanto expresión

del proyecto de un sujeto, es también generador de cuestiones y de problemas, bajo el aspecto doble de la proposición con sus funciones de designación, mani­ festación y significación, y de lo propuesto, es decir de lo designado, manifes­ tado, significado. Y entonces, las problemáticas de la verdad que introducían la reflexión clásica acerca de la referenciación ya no tienen porqué ser expues­ tas en este lugar: la presencia del sentido hace las veces de verdad. Ello parecerá menos paradójico si estamos dispuestos a considerar las implicaciones de lo que representa el discurso definido en tanto acontecimiento constitutivo de su pro­ pio sentido. Este acontecimiento en tanto problema expuesto por el sujeto no tiene que ser juzgado como un estado subjetivo y provisorio del conocimiento o del mundo. El discurso es un movimiento propio en el que el sujeto funda a la vez un conocimiento y un conocido, un conjunto de proposiciones y las pro­ piedades que les son afectadas determinándolo. Por consiguiente, lo esencial de la verdad construida p o r el discurso está en esta relación entre el problema que él constituye y las condiciones de verosimilitud de ese problema en tanto tal. Es esta relación la que funda el sentido. En la medida misma en que el discurso responde a un proyecto de produc­ tividad (plantear, establecer nociones, hacer admitir, llevar a otro a sus posicio­ nes) se puede considerar la presencia en el discurso de muchos espacios de auto­ determinación: el del dominio elegido, el de las singularidades seleccionadas para la caracterización de ese dominio, el de las progresiones que conducen a la determinación temporal del acontecimiento. Todo ello no es operado de ma­ nera proyectiva a partir de un sujeto que elegiría, en un diccionario que le im­ pone el mundo, las representaciones de las que el discurso sólo puede ser re­ flejo. Es por un proceso propio que el discurso se constituye en el tiempo y en el espacio y que determina así los problemas y las soluciones, es decir los espacios dentro de los cuales él subsiste (en un sentido más fuerte que existir). Ello por­ que el discurso —el que pretende darse como racional y convincente — 35 es aná­ logo a ese círculo cuyas propiedades asombran a Aristóteles en Mechanica3b por lo que ellos permiten a la ingeniosidad humana: “ Al unir en sí por su curva­ tura continua y cerrada sobre ella misma muchos contrarios, al hacerlos nacer el uno del otro, el círculo aparece como la cosa o mundo más extraño, la más desconcertante, thaumasiotation, que posee un poder que desconcierta a la ló­ gica ordinaria ” . 37 Y con razón, ya que ésta, incluso si se finge tomarla como modelo, no es la única lógica implicada en el discurso. Están en efecto todos esos rodeos [détours] del lenguaje y las operaciones racionales que podemos cla­ sificar bajo la antigua denominación griega de la métis [mezcla]: “ Un conjunto

35.

36. 37.

Sería preciso determinar con esmero las especificidades de procedimiento que carac­ terizarían a los equilibrios entre los discursos “ racionales” , “ patológicos” y “ coti­ dianos” . 847 a 22 sig. M. Detienne et J.-P. Vernant, Les Ruses de L'intelligence, París, Flammarion, 1974, p. 55.

complejo pero muy coherente de actitudes mentales, comportamientos intelec­ tuales que combinan el olfato, la sagacidad, la previsión, la flexibilidad espiri­ tual, la ficción, la habilidad, la atención vigilante, el sentido de la oportunidad, habilidades diversas, una experiencia largamente adquirida; ello se aplica a rea­ lidades fugaces, en movimiento, desconcertantes y ambiguas, que no se prestan ni a la medición precisa, ni al cálculo exacto ni al razonamiento riguroso ” . 38 Es así un juego de báscula del sujeto, el ir y venir constante entre polos opuestos, la inversión regular entre términos y la manipulación de las oposicio­ nes. Esta libertad del sujeto se torna posible por el hecho mismo de que los objetos del discurso jamás son conceptos estables y delimitados, exclusivos los unos de los otros y que una fu nción del discurso es entonces la de afrontar­ los. No hay más alusión que ésta en el empleo que he podido hacer de la expre­ sión “ campos cerrados del sujeto argumentante” : como en la m étis 39 también, intercambio circular entre lo que liga y lo que está ligado. Las respuestas expues­ tas trazan la delimitación del problema y los enunciados del problema definen las soluciones. El movimiento del discurso es el de un juego lógico, como lo evocaba C.Bally, que implica toda una estrategia, toda una política de sus pasos: discurso del sujeto que rodea al discurso de otro, desciframiento y expli­ cación de los signos que, de lo visible y de lo hipotético, construirán el adve­ nimiento de sentido y su espacio discursivo.

9. EL DISCURSO Y L A R E F E R E N C IA C IO N El empleo del término “ acontecimiento” apunta también a traducir ese doble fenómeno del que el discurso es portador: a la vez es atributo afectado a las cosas y al mundo, y expresión de ese atributo que sólo existe en efecto por la proposición. La misma entidad —expresión, oración, parágrafo— es aconte­ cimiento surgido del sujeto y volcado a las cosas, y gracias al lenguaje es aconte­ cimiento que proviene del sentido enlazando las significaciones. Como lo re­ cuerda G.Deleuze 40 dos grandes sistemas antiguos, epicureismo y estoicismo, “ han intentado señalar en las cosas lo que hace posible al lenguaje” . El primero ha adherido a un modelo que era la declinación del átomo, el segundo la conju­ gación de los acontecimientos . 41 La atención de los epicúreos ha concernido entonces a los nombres y a los adjetivos, siendo los nombres considerados como átomos componibles por medio de la declinación. El modelo estoico se funda en los verbos y en su conjugación en relación con acontecimientos que no tienen el estatus de cuerpo. La historia de las reflexiones acerca del lenguaje, luego, ha oscilado más o menos entre estas dos actitudes: alrededor de la cues­ tión de saber quién, si el verbo o el nombre, es primero en el lenguaje. A decir

38. 39. 40. 41.

M. Detienne y J.-P. Vernant, op. cit., p. 9. Op. cit. , p. 290. Op. cit. , p. 214. Em pleo aq u í las expresiones elegidas por G. Deleuze.

verdad, es el verbo el que sobre todo ha constituido el pivote de numerosos análisis, que desembocan en los problemas de la referenciación. Se ha hecho así del verbo el representante de la acción traducida en la pro­ posición y, sin embargo, no hace más que construir un acontecimiento de sen­ tido y de discurso. No es por lo tanto la imagen de una acción exterior sino un proceso de la dinámica de construcción discursiva. Que sea considerado com o núcleo de la proposición no tiene nada de asombroso ya que su función más vi­ sible es la de hacer volver la significación a la designación del acontecimiento considerado (existencia, acción que sitúa un estado de cosas), es decir a lo expresado, y ya que así se encuentra enmascarada su otra función de expresante [exprim ant] que traduce una temporalidad interna a la lengua. Hecho posible por el lenguaje, él hace posible el acontecimiento: el discurso se confunde con lo que lo permite. No quiero expresar otra cosa, en particular, que la paradoja de esta situación del discurso que a la vez se da como traduciendo la combina­ toria de los espacios de existencia y de reflexión posibles y al mismo tiempo crea esta combinatoria. Los filósofos dicen algunas veces que el lenguaje valori­ za las cosas; ellas sólo tienen en efecto existencia social cuando son nombradas, designadas en este universo de representación que es el discursivo. Quiero decir que la referenciación no puede ser en ningún caso una correspondencia ingenua con el mundo. Un error expandido es el de constituir categorías de pensamien­ to para el análisis. Es preciso reconocer que las circunstancias algunas veces se prestan a ello: pienso en esas categorías de exposiciones estereotipadas de las que habla H. Lefebvre 42 a propósito de los modos de determinación por parte del habitat en la representación cotidiana. Se puede considerar ingenuamente que “ cada término remite al otro en una relación transparente. El reposo se opone al trabajo e inversamente. La cotidianeidad se opone a las vacaciones y recíprocamente” . Lefebvre tiene razón en subrayar entonces que “ si dejamos de fijar al pensamiento en sus propias categorías, una vez más, nos percatamos de que de hecho en la práctica, cada término provee una coartada a los otros y que estas categorías estáticas son el escollo de una ideología estructuralista” . 43 Sin embargo es evidente que el discurso “ permite hacer y apunta a hacer lo cotidiano” , pero nuestra relación con el lenguaje no es esta univocidad simple de un sujeto “ que habla” , aunque las cosas aparezcan así. No sé si el lenguaje es este “ conjunto práctico-inerte” del que habla J.-P. Sartre pero lo que sé es que “ estoy constantemente en relación con él no en la medida en que hablo sino precisamente en la medida en que es, en primer lugar, para mí un objeto que me envuelve y en el cual puedo tomar cosas y, luego recién descubro su función de comunicación ” . 44 Dicho de otro modo, la relación entre el lenguaje y lo cotidiano, jamás es directa sino siempre mediatizada. Por una parte, el discurso, continúa ejercien­

4 2. 4 3. 44.

La Vie quotidienne dans le monde moderne, p. 232. Ib id. Revue d'esthétique, 1965, n° 3-4, p. 306.

do su rol de instrumento de análisis práctico de lo cotidiano (físico y social) y denota así, designa, califica las situaciones. Pero por otra parte no puede ser reducido a esta función sin riesgo de empobrecimiento. Así se ejercen en y a través del lenguaje las modulaciones de lo cotidiano, constitutivas de subsiste­ mas de la representación: “ El discurso, a la vez vela y devela, dice aquello que él no dice ” . 45 Esto sólo puede ser así por las modalidades que el sujeto impone al discurso o que la lengua le impone. La consecuencia para el analista es la de sentir nuevamente una especie de conflicto entre las funciones referencial del lenguaje y metalingü ística del discurso: la disminución de una contribuye al crecimiento de la otra. A medida que el mensaje social se torna discurso acer­ ca del discurso, con sus funcionamientos propios, esta lógica y este lenguaje culminan por ser el cambio y el valor de cambio, el encadenamiento de cosas y de significaciones definido por Marx al comienzo del Capital. La contradic­ ción entonces es que sólo puedo analizar este universo de la mercancía opo­ niéndole las fronteras que excluirán la relación con todos los universos de re­ presentación, para privilegiar únicamente algunos funcionamientos simbólicos. Constituyo, en tanto sujeto de un discurso, un discurso de metalenguaje, y no puedo conducir a éste más que confiriéndole las propiedades mismas del lenguaje, en particular la de poder referir. El discurso, vuelto mediación y jui­ cio de los otros discursos, es producido en segundo grado si estamos de acuer­ do en considerar como primer grado la existencia de situaciones fisicosociales precisamente designadas y referidas. La estrategia del sujeto es entonces la que mencionaba antes: el orden de los significantes del discurso constituye el primer referente de las significacio­ nes de elección y de las combinaciones de esos significantes. Los objetos discur­ sivos son “ presentificados” por parte del sujeto que los da en tanto signos pero como ausentes. Son objetos y al mismo tiempo productos para apuntar a otra cosa que ellos mismos. Por cierto, las palabras y las oraciones que las reúnen tienen una especie de valor funcional en sí (el remitir a un diccionario de sím­ bolos y de representaciones) pero su ubicación en el discurso construye toda su capacidad de presentificación o, dicho de otro modo, de sentido. Una conse­ cuencia para el analista es la necesidad de fundar el orden de su modelo en el mismo orden expuesto por el sujeto. Una segunda consecuencia es la obliga­ ción en su metalenguaje descriptivo de velar por tener en cuenta el metalengua­ je del sujeto. Esta no es una lengua de trabajo análoga a la que utilizaría un lingüista para hablar del objeto que estudia. Se trata de hecho, de la distancia doblemente necesaria que quien ha elegido pronunciar un discurso impone a ese discurso, en particular respecto de la ubicación que se considera que ocupa en alguna configuración social y que podría ser llevado a dejar traslucir en lo que dice. Doblemente necesaria ya que debe por una parte crear sentido con los significantes que son también las formas de muchas otras comunicaciones posi­ bles y, por otra parte, asegurar por medio de las combinaciones de esos signifi­

cantes los juegos necesarios para el dominio de los sentidos que él desearía ver compartidos por otros. “ Es preciso, escribe pertinentemente J.P.Sartre, que su relación con el lector, a través de las significaciones puras y simples que le da, le devele a usted los sentidos que están en el interior, que le han llegado a usted a través de su historia y le permita jugar con ellos, es decir, servirse de estos sen­ tidos no para apropiarse de ellos sino, por el contrario, para que el lector se los ip rop ie ” . 46 Esta teatralidad del discurso de la que hablé precedentemente es así a la vez la manifestación de un espectáculo necesario, ya que toda organización so­ cial asegura su coherencia y sus funcionamientos a través del discurso, y la mar­ ca de muchos tipos de proyectos del sujeto: crear esas imágenes que son la fo r­ ma y la expresión de nuestra vida cotidiana (publicidad, mass media, política), dicho de otro modo, responder a esa necesidad social de expresividad de la que hablaba C.Bally; estabilizar los universos discursivos necesarios para la construc­ ción de las representaciones que van a fundar el sentido; marcar su dominio por los posibles trazos en recorridos sobre los significantes presentados como signos de referentes posibles. T od o ello, y este último punto en particular, se explícita si queremos admi­ tir que el discurso es siempre un conjunto de juicios sostenidos p o r un sujeto. En consecuencia, en el plano operatorio, es una manifestación privilegiada de este pensamiento formal que J.Piaget define como “ esencialmente hipotéticodeductivo” . J.Piaget retoma en cierta medida las proposiciones de Aristóteles relativas al proceso argumentativo cuando añade que “ es esa inversión de senti­ do entre lo posible y lo real que, más que toda otra propiedad subsecuente, ca­ racteriza al pensamiento formal: en lugar de introducir sin más un comienzo de necesidad en lo real, como es el caso de las inferencias concretas, efectúa desde la partida la síntesis de lo posible y de lo necesario, deduciendo con rigor las conclusiones de las premisas cuya verdad no es admitida primeramente más que como hipótesis, y depende así de lo posible antes de alcanzar lo real” . 47 Toda contradicición, todo conflicto del pensamiento que argumenta, sólo se resuelve entonces fuera del campo en el que fue definido en términos que instituyen el bloqueo. Ningún discurso tendría objeto si el sujeto no pudiera asegurarse el dom inio de los referentes. Ello significa que todas las operaciones de referenciación que el analista podrá imputar al sujeto van a concernir a un “ real” ya construido por ese suje­ to. Quiero volver a decir aquí que la reflexión acerca de los términos del discur­ so y las nociones que son susceptibles de representarlo deben evitar los criterios clásicos de existencia en el sentido de “ realidades del mundo” y de verdad en el sentido de objetividad, siendo ésta definida como lo que es conforme a la reali­ dad. Por cierto que los orígenes del lenguaje (los modos de su adquisición en re­ lación con la acción sobre los objetos) hacen que sea portador de marcas referenciales que suponen la existencia, pero sus propiedades mismas (lo que dije 46. 47.

Op. cit. , p. 317. D e la logique de 1‘enfant á la logique de l'adolescent, París, P.U.F., 1970, p. 220.

anteriormente acerca de la “ plasticidad” combinatoria de los significantes) van a permitir al sujeto un uso independiente de sus funciones iniciales. En la cons­ trucción de los posibles por parte del discurso se opera de un mismo golpe una puesta en ficción del discurso. La estrategia del sujeto es así la de asegurar al discurso las condiciones de su propia referenciación refiriendo a un exterior que motiva el discurso (otro discurso, situación, acontecimiento): en el lengua­ je liay marcas de las condiciones de señalamiento [repérage] para la utilización de la referencia (hablo acerca de alguna cosa) pero estas condiciones no consti­ tuyen la referencia. En otros términos, las condiciones de forma del discurso juegan el rol de condiciones suficientes para la utilización de este discurso por parte de otro. De allí el empleo que hago de la calificación de ficción: el discur­ so argumentado cotidiano, si intenta cerrar toda confrontación, debe apuntar a construir sus propios objetos, sus propios universos cuyas homogeneidades le procurarán entonces las condiciones de seguridad necesarias para su desarrollo y para que no vuelva a ser puesto en cuestión. Todo discurso llena un vacio e intenta darse com o rellenando un vacio, una laguna. Ese vacío, lo que va a re­ llenar es una cierta representación que todo discurso proyecta instituir. Esta re­ presentación participa de leyes propias y de las condiciones de existencia del discurso que son su soporte, pero es al mismo tiempo discurso acerca de otras representaciones discursivas y en consecuencia es ideología. Hay muchas maneras de definir la ideología, sin duda tantas como desa­ rrollos contemporáneos acerca de lo que puede significar el concepto. Me con­ tentaré por lo tanto no con proponer una nueva acepción de ella sino con in­ tentar realizar un esbozo en términos de actividad de un sujeto discursivo y en relación con lo que dije del discurso-representación. La paradoja de la ideología es que ella sólo nos es dada en sus manifestaciones. La reflexión por lo tanto sólo puede ser regresiva a propósito de sus modos de formación. La mayor par­ te de estas manifestaciones (imágenes, señales, objetos) se inscriben en cam­ pos definidos en términos de instituciones (políticas o socioeconómicas). 1ja tentación sociologizante es entonces inmediata: apuntar a la constitución de una sociología de los modos de representación juzgados como más caracterís­ ticos de una clase, de una situación, de una institución. La m etodología sigue siendo en general descriptiva; a lo sumo se esfuerzan por establecer correspon­ dencias entre las leyes de funcionamiento de las instituciones y las reglas de constitución de estos sistemas de representación (véase III.2.). Me parece que esto es el trayecto que propone cierta antropología, en ella me inspiraré al postular que existe una correspondencia de organización y de estructuración entre los sistemas del mundo necesarios para la cohesión de una sociedad y los sistemas de representación indispensables para todo sujeto que quiera asegurar la coherencia de un proyecto discursivo. La consecuencia es que otra vez la paradoja histórica se encuentra puesta al día: la lógica no es un referencial de las prácticas discursivas. Sabemos que puede servir para “ de­ mostrar” todo. Sin embargo, la coherencia, calificada como “ lógica” , sigue siendo el referencial de las prácticas discursivas. Otra consecuencia es que el su­ jeto participa tanto a la construcción de las ideologías como es habitado por

ellas, más que simple “ reflejo” . En otros términos se trata de reemplazar la no­ ción de ideología concebida como ilusión o aún como teoría de lo imaginario social por la de ideo-lógica en el sentido que le da M .Augé , 48 de “ coherencia virtual de las representaciones” .

10. L A ID EO -LO G ICA COMO S IS TE M A TIC A D E L DISCURSO Esta coherencia es aquella necesaria al sujeto de todo discurso para el o r­ den mismo de los pensamientos de ese discurso, pero es también la cohe­ rencia del sistema discursivo que ese'sujeto construye y el precio necesario para que el discurso sea comunicado y aceptado. Plantearé entonces como definición de la ideo-lógica la de una operatoria social que designa todas las intervenciones sistematizadas de un sujeto que opera en vista de y sobre una representación del mundo. Se trata entonces de creación verdadera. Esta ideo-lógica tiene poco que ver con la acepción que le acuerdan los filósofos, en particular L. Althusser, cuyas tesis J. Ranciére resume de la si­ guiente manera: “ 1) La ideología tiene en toda sociedad —dividida o no en clases— una primera función común: asegurar la cohesión del todo social re­ glando la relación de los individuos con sus tareas; 2) La ideología es lo con­ trario de la ciencia ” .4 '1 Para Althusser la ideología es una representación falsa de lo real cuyo objetivo es dar a los hombres una representación mistificada de ese sistema social para mantenerlos en su “ lugar” en el sistema de la explo­ tación de clases.50 Vemos que la ideología está definida aquí como un con­ junto de representaciones impuestas por algunos y sufridas por otros. No querría entrar en este punto en el análisis del proceso de alienación y de los modos de establecimiento de ese proceso en los términos de dominación de clase. Este no es mi propósito. Querría subrayar el aspecto restrictivo de esta definición de la ideología, al menos desde el punto de vista que me interesa. Según Althusser, en efecto, sólo una parte de los hombres fabrica la ideo­ logía. Se relega así a los otros al rango de víctimas o al menos de mudos. Eso me parece tanto más paradojal si se considera la ideología como lugar necesario de los enfrentamientos, ningún grupo ni siquiera ningún sujeto puede ser consi­ derado como reflejo pasivo de alguna representación que asegura la cohesión de algún grupo social. Ello en la medida en que todo sujeto participa activa­ mente en la constitución y en la existencia de esta representación y que ella está fundada y se funda en la interacción de las adhesiones que aseguran su coherencia. Dicho de otro modo, lo ideológico es asociable a una comunidad de pro­ yectos y L. Althusser mismo lo reconoce: “ Desde las sociedades primitivas en

48. 49. 50.

La Construction du monde, París, Maspcro, 1974. La Legón d Althusser, París, Gallimard, 1974, p. 229. Théorie, pratique théorique et formation théorique. Idéolopie el lutte idéoloxique, texto ininieografiado, p. 29. Citado por J. Ranciére.

las que las clases no existen, se constata ya la existencia de ese vínculo, y no es casual que hayamos podido ver en la primera forma general de la ideología, la religión, la realidad de ese vínculo ” .51 Ese vínculo, que responde a un cri­ terio de coherencia en la representación tanto com o de cohesión en la comu­ nidad social, no es ni sistema de conocimiento, ni de ilusiones, ni menos aún “ una totalidad unificada en relación a su referente (el todo social)” . La ilusión tanto como el conocimiento suponen la existencia en alguna parte de identida­ des dotadas de un estatus en sí de verdad: ello me parece una ilusión aún más grande. En cuanto a la totalidad ya no es más un dato del mundo y de las con­ figuraciones sociales. Hay por el contrario efectivamente, en el origen de este fenómeno que es todo discurso, el proyecto totalizante de un sujeto: el de ase­ gurar la coherencia y la completitud de una representación. Para hacerlo no hay mejor procedimiento que asegurar discursivamente el bloqueo de las propieda­ des y de las situaciones en las que se basa esta representación, dicho de otro m odo, la clausura del campo que estatuye su existencia; algunos dirían la esta­ bilización de sus referentes. Esta captura es doble en el plano del objetivo: no hay otro discurso po­ sible que aquel que el sujeto pronuncia y ese discurso debe asegurar el encie­ rro del otro bajo la forma de adhesión (rellenar un vacío, asociar a un lu­ gar). La alternativa evocada por J. Ranciére 52 me parece por lo tanto insu­ ficiente: los discursos no son simplemente “ prácticas articuladas sobre otras prácticas sociales” o aún “ representaciones de las condiciones existentes” . El discurso es e'l mismo representación específica en tanto lugar de producción del sentido; es en consecuencia condición de existencia de otras representacio­ nes. Por otra parte, com o manifestación operatoria de un sujeto, es una prácti­ ca original entre otras, que él está en condiciones de poder determinar sin ser necesariamente el eco de ellas. De allí la importancia de las estrategias de con­ ducción del discurso pues, en el lenguaje como en otra parte y más que en otra parte, como lo escribe M. Augé53, “ todo orden es simultáneamente organiza­ ción concreta y representación” . Además si la ideo-lógica se asegura bien sobre la coherencia virtual de la representación es necesario entonces examinar el sen­ tido mismo de esta coherencia considerada como clave de las producciones del sentido. Sería banal evocar aquí este acuerdo tradicional que es la distinción entre discurso de la razón organizada y discurso de la sinrazón, frontera que nuestras sociedades confirman en la clasificación cotidiana entre lo normal y lo pato­ lógico. Esta racionalidad del orden depende de las codificaciones que la historia ha dado por función fijar a la gramática en tanto ritual del pensamiento en el lenguaje. Se olvida que esta racionalidad está siempre a disposición de un sujeto y que ese sujeto es por ese hecho el legislador de su propio discurso. Dicho de

51. 52. 53.

Op. cit. O p .c it., p. 178. Op. cit., p. 5.

otro m odo, todo orden tiene por función representarse a sí mismo y, por ello, situarse en las mejores condiciones para ser representación. Queda así por desarrollar una sistemática del discurso que permitiría defi­ nir la naturaleza de la relación entre algunos tipos de discursos y las representa­ ciones a las cuales ellos dan lugar. De cierta manera, ello equivaldría a consti­ tuir una especie de “ fantasmática de las relaciones sociales” para retomar una idea próxima a la de M. Godelier54, es decir, dejar a un lado la m etodología arbitraria que consiste en considerar a las configuraciones sociales corno las únicas pertinentes y examinar la relación entre esas configuraciones y otros sectores de la construcción intelectual y representativa (las personas, los pode­ res, la familia, los rituales). Hay probablemente toda una serie de configuracio­ nes de los órdenes del mundo mediatizados en el orden discursivo. El discurso ocupa en efecto la posición privilegiada de ser ese sistema con su lógica propia integrado a todos los otros sistemas que explica y justifica a la vez. Porque es lo espectacular de esos otros sistemas y, al mismo tiempo, esfuerzo por com ­ prender el mundo, ofrece los medios para actuar sobre ese mundo. Hablar de coherencia significa entonces que el discurso se presenta como la expresión de una representación y como la condición de conocim iento de ésta .5 5 El proyecto del sujeto coincide con el de condensar localmente la lógica de conjunto de las representaciones de una situación, de un estado de cosas dado. Esta lógica de las representaciones debe ser considerada como parte inte­ grante y no independiente de la lógica bruta que coordina las actividades opera­ torias de un sujeto que discurre. El discurso, nudo de representaciones, asegura el pasaje lógico de la situación concernida a otras situaciones del dominio de lo hipotético en las que el proyecto del sujeto es ofrecer la ejemplificación con­ creta. He hablado de lógica bruta, ello significa al nivel discursivo local la necesi­ dad para el discurso de parecer un conjunto coherente, sistema ordenado de referencias internas para la comprensión del acontecimiento. Las condicio­ nes de existencia de este acontecimiento son para el sujeto que construye las proposiciones, a la vez técnicas, interpretativas y normativas: comprender, de­ signar, imponer. La teatralidad de este acontecimiento tiene como razón de ser la obligación de que el discurso tiene que presentarse como respuesta a toda cuestión efectiva o hipotética: para convencer no puede haber “ desarreglo” en el sentido de ausencia de control. La actividad ideo-lógica del sujeto equi­ vale a una toma del poder sobre toda palabra pasada o futura. Es la última función de la teatralidad del acontecimiento discursivo, pues el verdadero proy e cto de todo sujeto es inducir a las reproducciones de su discurso. El discurso se presenta en efecto como significado del mundo, cuyas mani­ festaciones constitutivas son necesariamente del orden del significante. Lo que otro (el lector o el oyente) aprehende, es una realidad de una realidad, dividida, truncada, reconstruida pero cuya coherencia está fundada en el modo de lo 54. 55.

Horizon, trajets marxistes en anthropologie, París, Maspéro, 1973. A la vez para el sujeto y el otro del discurso.

espectacular traducido en el exceso significante. El sistema del discurso es siempre explicación interpretativa del mundo. De manera análoga, M. Auge escribe a propósito de otro sistema de representación: “ el sistema de la hechi­ cería se presenta com o la explicación del mundo real, no como su reflejo; lo interpreta; en el lím ite, es lo real en sí mismo lo que habría que presentar corno el teatro de sombras cuya verdad está en otra parte” . Una vez más, no quiero decir que el discurso es el reflejo de una verdad que se encuentra en otra parte. Simplemente —y la consecuencia metodológica es fundamental— la organización paradigmática de la representación (teatrali­ dad del sentido) dependerá del orden sintagmático del discurso (sentido de la teatralidad). El discurso no invierte el orden de lo “ real” : éste se piensa y se ordena en relación a la manifestación del discurso. Para el analista por lo tanto, el conjunto de las necesidades sintagmáticas que construyen la significación corresponde a la suma de posibilidades de interpretación del acontecimiento discursivo dado. El sistema del discurso posee así su propia lógica. Que ésta sea diferente de la lógica de los lógicos, creo haber expuesto algu­ nas razones suficientes para admitirlo. Ello no implica la imposibilidad de pre­ tender un modelo lógico del funcionamiento discursivo. Incluso es preciso ponerse de, acuerdo sobre la noción de modelo. Como escribe A. Régnier56: “ No hacemos un m odelo para representar todas las propiedades de un fenó­ meno, todas las relaciones que los seres tienen entre sí, todos los aspectos del hecho concreto” . El modelo que intento enfocar es el de las intervenciones operatorias de un sujeto que discurre y de lo que pueden significar estas inter­ venciones en el plano de la lógica interna al acto discursivo. Esta lógica bruta no presentará jamás las garantías que se da el lógico por un cierto número de restricciones formales. Citaré otra vez a A. Régnier: “ La lógica es formal, ella prueba al hacer reinar una necesidad en la sintaxis del discurso, mientras que nuestros razonamientos usuales crean una evidencia por el sentido del discur­ so” . La lógica del discurso es una lógica del sentido y de sus condiciones de existencia. Es decir que nuestros razonamientos, nuestras argumentaciones se fundan generalmente en lo que algunos denominan presupuestos, pero que son relacio­ nes entre hechos concretos, dados o hipotéticos. Que estas relaciones no sean siempre marcadas de manera explícita y que haya así un funcionamiento de lo im plícito que preocupa a los lingüistas, ello proviene seguramente de que el razonamiento natural tiene otras reglas implícitas que las reglas de la lógica. Estas reglas son las que provienen de la naturaleza misma de los hechos con­ cernientes a toda situación discursiva. Estos hechos reenvían necesariamente a conjuntos de representaciones que aseguran los fundamentos de este uni­ verso físicosocial que es el referente global del discurso. El juego del sujeto va a estar en la disposición de estas compatibilidades, imposibilidades o necesida­

56.

“ Mathémaliser les scicnces de l’homme” , R evu e fran^aise de sociologie, 1968. IX, 307-319.

des comúnmente aceptadas como reglas que conciernen a la existencia y la coexistencia de los hechos. La disposición de estos hechos sólo puede estaren el interior de situaciones, de cuyas representaciones el sujeto generalmente tiene el dominio. Hay así si se razona en términos de marcas de superficie y de conectivos denominados lógicos, una construcción discursiva de las relaciones “ im plí­ citas” entre hechos, propiedades y situaciones. Y es verdad que la polisemia lleva a desear la detección de los presupuestos que “ explicitarían el sentido” de algunos términos del discurso y, en consecuencia, de las construcciones en las que éstos figuran. Se puede entonces apelar al diccionario o a los modos de la paráfrasis pero ello supone siempre una lectura “ comprensiva” del discurso. El analista construye en efecto él mismo esas relaciones que juzga no explicitadas en el discurso y al hacerlo se diferencia muy poco de lo que todo hijo de vecino hace para traducir lo que ha comprendido de una comunicación oral o escrita. Esta posibilidad de “ lectura” proviene de que no hay nada im plícito que el discurso no diga en un momento u otro. Esto puede parecer un poco paradójico. No lo creo, por muchas razones que dentro de unos instantes intentaré ilustrar metodológicamente. La primera es que todo discurso debe respetar las condiciones que el sujeto juzga suficientes para su comprensión por parte de otros, y de allí, estos giros, estos bucles, estas redundancias, estas repeticiones que precisan al.mismo tiem­ po que esclarecen las significaciones elegidas. La segunda, es que las pruebas intuitivas comunes a las comprensiones del analista y del simple lector-oyente son también las evidencias comunes a las representaciones compartidas por el sujeto y el auditorio al que está destinado. Hay así muchos peldaños de “ ubica­ ciones” del sujeto, y el primero es sin duda el de ser miembro de determinada comunidad en un cierto universo. La tercera razón es una consecuencia de ésta: por una parte, no es necesario explicitar todo lo que se comparte, por otra, el hecho mismo de no explicitar los lazos entre los hechos, lo que equivaldría a bloquear una relación, permite el juego, es decir, las aperturas de las interpreta­ ciones posibles. Este último procedimiento es el más general de las estrategias que permiten al sujeto la construcción de las representaciones. Las leyes de composición de éstas son los modos de reunión entre hechos, luego, los juicios referidos a estos hechos cuya forma más simple es la afecta­ ción de propiedades, por fin, “ las condiciones de empleo” de estos hechos, es decir, su determinación espaciotemporal. En consecuencia, el simple juego de presencias de nociones y de procesos es un tejido de relaciones discursivas, el simple hecho de la vinculación, de tipo distancia o proximidad es determinante para la naturaleza de la vinculación. Las formas de existencia de estos hechos discursivos (tipos de situaciones elegidas, determinaciones, calificacio­ nes), significados de significados son otro conjunto de relaciones. Finalmente, para más precaución, el sujeto va a precisar los juicios necesarios sobre estos representantes, y aquellas relaciones son las que hemos tomado el hábito de leer (consecuencia, oposición, incompatibilidad, etc.). La tradición ha ubicado frecuentemente en lo im plícito toda conexión no

marcada a través de los indicadores clásicos (preposiciones, conjunciones, rela­ tores). Así, se ha privilegiado un aspecto del problema de la sintagmática del sentido y se ha clasificado al resto en las dificultades paradigmáticas de la refe­ renciación. Un corte entre forma y fondo ha llegado a hipotecar y paralizar de cierta manera los estudios semánticos. Y es por ello que querría exponer aquí que la cuestión de las lecturas de un discurso está próxima al problema de un reconocim iento de las formas. Todo reconocimiento de las formas es una acción virtual: reconocer es tomar virtualmente. Y ello porque en la oración discursiva está el objeto-noción pero también su destino: propiedad, situación de existencia y de empleo, juicio de alcance. En consecuencia, la manera en que el sujeto introduce, rodea y desplaza esta forma es explícitam ente reveladora de su proyecto de sentido. La manera en que, com o analista, elijo conservar esta forma y vincular otra es naturalmente ilustrativa de mi proyecto de modelo del discurso en cuestión. 11. E L DISCURSO E S Q U E M A TIZ A N TE Y L A E S Q U E M A TIZ A C IO N D EL DISCURSO Dos tipos de codificaciones están entonces en juego: las que son elegidas por el sujeto y las que son posibles para el analista. Del lado del sujeto, la co­ dificación discursiva de una forma puede definirse como la totalidad de las estrategias que él juzga necesarias para la captación de esta forma. Del lado del analista, la codificación de las formas discursivas puede ser concebida com o el conjunto de las clasificaciones de las relaciones aptas para enfocar una sistema­ tización de las operaciones del sujeto. Para ello, el analista debe fundarse en las orientaciones discursivas que puede también ubicar en el abanico de los posi­ bles, en tanto susceptibles de indicar los ejes del proyecto del sujeto. Pero no puede ignorar la presencia de éste; las sistematizaciones que podrá elaborar, al no poder limitarse únicamente a la deducción de un formalismo a partir de la sintaxis, tendrá poco que ver con las que caracterizan los sistemas formales del lógico. Consideremos el siguiente esquema: Sistematización (sistema form al) restricciones

relaciones lógicas

transformaciones

cálculos, combinaciones

clases de relaciones

representaciones

fenómenos discursivos

sistematizaciones semánticas

Ello significa, del lado del analista, que a partir de los fenómenos lingüís­ ticos observados en el espacio cerrado del discurso, hay una selección por siste­ matización o interpretación semántica (encadenamiento de las significaciones) de algunas clases de relaciones. Sus representaciones bajo la forma de transfor­ maciones contribuyen a “ definir” los pasajes que conducen de una a otra y las configuraciones susceptibles de organizarías en proyecto de sentido. A lo sumo se podrá, a partir del esbozo de estos proyectos, proponer un cierto número de combinaciones de estas relaciones sin que por tanto sea verdaderamente posible estructurarlas en un cálculo. Es decir que es ilusorio pretender ir más allá del nivel 3 del esquema: la representación de los fenómenos lingüísticos sólo puede hacerse de manera restringida y al precio de un empobrecimiento considerable de los juegos de la significación. Ahora bien, solamente a través de un procedimiento de este género será posible elaborar un verdadero sistema lógico formal. Las ambiciones del lógico que ha elegido dirigir su atención al lenguaje se encuentran en consecuencia muy reducidas. Ello no excluye la posibilidad de alcanzar a constituir una esquematización de los procesos discursivos. Parece que la solución está de este lado. Si la esquematización apunta entonces a constituirse en modelo, las exi­ gencias fundamentales persisten por cierto: responder de manera simplificada a todas las cuestiones del campo, sólo utilizar términos rigurosamente definidos y hacer depender estas definiciones de las funciones que representan los conceptos, poder deducir lógicamente a partir de estas definiciones y ,p o r fin, distinguir con esmero lo que surge del modelo y lo que por el contrario sería la actividad práctica de él. He aquí un cierto número de actitudes y de ejemplos para meditar y modos a evitar: creer que la construcción de los modelos es una actividad cien­ tífica superior, querer a todo precio matematizar las epistemes que surgen del campo de las ciencias del hombre, identificar por fin a la lógica con la verdad y a ésta con la realidad. A. Régnier57 advierte así con pertinencia que “ la física se mofa de la lógica al ofrecer, en su discurso teórico, consecuencias lógicas falsas o absurdas en cuanto a lo real a proposiciones verdaderas que con­ ciernen a lo real” . Y agrega: “ Siempre sería mejor tener una teoría sin modelo edificada sobre buenos conceptos que una teoría axiomatizada que descansa en nociones superficiales” . Deseo entonces que mis bosquejos teóricos transmitan algunos “ buenos conceptos” . Esta esperanza, juntamente con lo que he dicho antes acerca de las posibilidades de una lógica para el discurso, me hacen volver a la noción de esquematización. Lo que seguirá se debe a J.B.Grize y a través de él a F.Gonseth. Se trata de reflexiones comunes que nacieron en el Centro de Investigaciones Semiológicas de la Universidad de Neuchátel, como lo he anun­ ciado en el prólogo de esta obra. “ El término esquematización, en primer lugar, remite simultáneamente a

una acción (esquematizar) y a un resultado (esquema ) ” . 58 Es decir que del lado del sujeto el problema es el de las operaciones que implica la actividad discursi­ va, y del lado del producto —el discurso-texto— se trata del resultado, de la composición ordenada de estas operaciones, dicho de otro modo, de la repre­ sentación construida por el sujeto. Por cierto, hay universos de discursos pero todo discurso es un universo propio, una representación que se basta a sí mis­ ma. Lo importante sobre todo es que el empleo del término esquematización apunta a traducir aquello a lo que todo discurso responde: un proyecto del sujeto. La referencia a F.Gonseth se debe a que los caracteres que este autor reco­ noce a la actividad esquematizante ofrecen un cierto número de similitudes con lo que he intentado desarrollar a propósito de la actividad discursiva. Con una reserva sin embargo: F.Gonseth se propone dar cuenta del procedimiento cien­ tífico y no de la producción del discurso. No obstante las analogías son nota­ bles, si nos ubicamos en la óptica del sujeto que opera. En primer lugar, la no­ ción de esquema responde a la idea de construcción simplificada elaborada por el sujeto y es verdad que el discurso, para llegar a su proyecto de sentido que es su fin, procede de una simplificación de los elementos (actores, procesos, situa­ ciones) suficientes para la representación necesaria. La esquematización, preci­ sa F.Gonseth 59 “ podría ser completada” pero yo agregaría: no lo es voluntaria­ mente. Así, los juegos del sujeto que manifiesta el exceso de los significantes son traducidos en el rango de los posibles para otro que querría estabilizar la relación interpretante-interpretado. F.Gonseth habla también de “ estructura propia, intrínseca” y ello me parece también propio de la especificidad discur­ siva: todo discurso es primeramente lo espectacular de una estructuración ope­ rada por su sujeto. No pienso aquí en términos de análisis de los componentes de ese discurso. Se trata por cierto de intervenciones necesarias de un sujeto pa­ ra constituir su discurso: invención, proposición, disposición, articulación. Pero además todo discurso no es jamás monólogo ni está replegado sobre sí. Aunque pueda ser considerado como representación propia, sin necesitar inmediatamen­ te apelar a una referencia exterior, el discurso es diálogo de un sujeto y de otro, y sobre todo, como lugar del sentido, es una de las formas privilegiadas de acción sobre lo exterior: es una acción virtual (en el sentido de introducir vir­ tualidades de acción). A partir de la noción de idoneismo que designa a todo conjunto de visiones localizadas sobre nuestra capacidad de conocer el mundo y de conocernos a no­ sotros mismos, F.Gonseth introduce los principios de lo que denomina la estra­ tegia de fundamento 60 [stratégie de fo n d e m en t]. Estos principios son cuatro: concebir bien las modalidades de una puesta en relación de los aspectos; asegu-

58. 59. 60.

J.-B. Grize, “ Argumentation, schématisation, logique naturelle” , Revuc européenne des sciences sociales, 1974, n° 32, 183-200. Les Mathématiques et la Réalité, París, Alean, 1936. Stratégie de fondement et stratégie d ’engagement, Dialéctica, 1968, 22, n° 3-4, 171-186.

el derecho de proceder a reinterpretaciones, revisiones, mutaciones; preservar lo adquirido y los inalienables; estar en condiciones de franquear los umbrales de precisión y los umbrales de interpretación que permiten apelar a nuevos me­ dios. Si se añade que la construcción esquematizante no es simplemente reducible a la idea de una representación simplificadora de tal o cual “ realidad” sino que, por el contrario, es la forma elegida para un conocimiento apropiado de aquello a lo que se apunta, el discurso parece beneficiarse de las mismas circuns­ tancias de intención de un sujeto. En primer lugar, se trata para ese sujeto de asegurarse el dominio absoluto de una progresión, generalmente a través de una determinación progresiva. J.B.Grize 61 escribe así: “ La esquematización deter­ mina progresivamente su microuniverso, lo que significa que lo que sirve de pre­ misa no es necesariamente provisto desde el comienzo, que los objetos de dis­ curso no tienen las mismas propiedades al principio y al fin, y que el orden de las presentaciones (la disposición) es un aspecto que se debe tener en cuenta de la misma manera que los otros” . En segundo lugar, las significaciones que el discurso transmite deben ser imaginadas y percibidas en estado de incompletitud, como lo es un esquema. Ello porque el discurso, para comprometer a otro debe darse como una bús­ queda y porque, si para ese otro el abanico de los posibles es fundamental para entrar en el discurso, para el sujeto, lo importante es mantener una labilidad de estas significaciones necesarias a su evolución y a su convergencia.dentro de un proyecto de sentido. La dualidad de las interacciones determinativas de los he­ chos con sus propiedades y las situaciones de existencia de estos hechos es el contexto activo de la búsqueda discursiva y la condición necesaria para que el sujeto domine el sentido. El proyecto global del discurso es el del compro­ miso del sujeto y de otro en una búsqueda común. La estrategia discursiva consiste en despejar una situación que sólo conlle­ va conocimientos definitivamente seguros bajo la forma de juicios susceptibles de asegurar una situación que infiere la adhesión, la decisión. Tanto para el sujeto como para el analista el interés no es recurrir a un formalismo, sino por el contrario utilizar un esquematismo eficaz. La coherencia del esquema discursivo asegura entonces una coinpletitud interna que contrabalancea la incompletitud de la que hablaba precedentemen­ te, y esta coherencia es esquema para otro de tal manera que podrá introducir a llí los elementos que le parecen aún necesarios para la representación así cons­ tituida. La estrategia del discurso es, en consecuencia, la de parecer no sola­ mente esquema sino campo de actividad para otro. Los filósofos dirían que la comunicación implica aperturas para la participación de otro. Y o precisaría esto diciendo que se trata para el sujeto de dejar entrar a otro en el discurso asegurándose las modalidades de esta entrada.

12. U N A “ LO G IC A N A T U R A L ” Todo esto —observaciones, nociones, hipótesis sobre una operatoria— in­ troducen inevitablemente en nuestro espíritu y en el del lector la cuestión de los modos de un pensamiento natural. Después de todo, el estudio de éste no es privilegio ni de los lógicos ni de los psicólogos. Hablé precedentemente de las tentativas por definir una lógica natural y de las observaciones de J.B.Grize a propósito de esto. Es evidente que las analogías que acaban de ser evocadas en­ tre la actividad esquematizante definida por F.Gonseth y las operaciones dis­ cursivas de un sujeto “ natural” deben ser consideradas con prudencia. El dom i­ nio es aún muy vasto y susceptible de enfoques muy diferentes como para per­ mitir exponer algo más que hipótesis mesuradas en lo que concierne a las estra­ tegias de un sujeto que discurre. Metodológicamente, J.B.Grize 62 tiene razón en subrayar la necesidad de distinguir en la actividad discursiva al menos tres tipos de fenómenos: los que se refieren a la posición de los objetos, y los que se relacionan con la disposición de estos objetos, y por fin los que traducen el encadenamiento de los elementos en el conjunto. Pero he allí “ clases de resulta­ dos” cuya disociación responde a preocupaciones de lectura del discurso. Si, por el contrario, se consideran las cosas no solamente desde el punto de vista de las acciones del sujeto sino además en el plano de la progresión discursiva, nada justifica aislar las operaciones según que vayan a afectar a una noción o a los procesos que esta noción mantenga con otra noción. Por el contrario, si el discurso es medio de “ exponer” objetos, lo es sólo al precio de una construcción en la que participan tanto la organización discursiva de esos objetos como los modos de articulación establecidos entre ellos. Quiero decir que la única manera de construir los existentes discursivos es introducir progresivamente las propiedades, los estados, los procesos que van a fundarlos y que este orden de introducción es determinante para el tipo de existente que se producirá. Asimismo los procesos que van a vincular estos existentes serán tam­ bién un medio de alcanzar la determinación proyectada. En consecuencia el problema del analista será el de explicitar los pesos respectivos de las diferentes operaciones que concurren en la representación. No podrá evitar haber recorri­ do previamente todos los laberintos que a la vez fundan el estatus de las opera­ ciones puestas en juego y conducen el orden de este discurso, para él texto-producto. Vemos nuevamente que el acceso m etodológico pertinente es este mis­ mo orden. El discurso entonces, si es representación, no debe ser considerado en el sentido débil que el uso acuerda a esta palabra: imagen o sucesión de imáge­ nes. La noción de representación discursiva implica la idea de un recorrido orientado. Esta lectura es propuesta por el sujeto. A lo sumo, se podrá admi­ tir efectivamente la existencia local en el texto de imágenes, es decir de des­ cripciones dadas como tales por el sujeto, definidas por él como préstamos,

como “ realidad objetiva” . Pero la definición es uno de los modos de la argu­ mentación, de hecho, se trata siempre de elementos de la construcción. Su particularidad es la de ser lugar sutil en que el discurso se da como reflejo y donde, interpretado de interpretado, pretende no ser más interpretado. Se puede pensar que hay allí un caso ejemplar de los funcionamientos de lo im­ plícito. Por cierto que para el analista habrá presencia de lo implícito si se da por tarea la de determinar las fuentes de obtención de estas imágenes: oríge­ nes, contextos, inscripciones sociales. Creo que en este caso sólo cumple las funciones de una paráfrasis, o en el peor de los casos, de comentario: la exégesis es una práctica difícil. Además de acuerdo con lo que expuse, es rebajar el discurso al rango de simple rompecabezas considerar la o las presencias en su desarrollo de imáge­ nes concebidas como bloques de significación prestados: más allá de las apa­ riencias jamás hay significación local que no esté marcada por la apropiación, por parte del sujeto, de un discurso. Para cerrar esta reflexión diré que hay dos maneras de considerar las significaciones de un texto: una, es ver en ellas aspec­ tos de realidad necesariamente parciales y fragmentarios, siendo lo importante determinar entonces lo que implícitamente vendrá a precisarlos, la completitud exterior que ellos presuponen; la otra es atenerse al discurso, es decir a una realidad propia que no remite obligatoriamente a objetos exteriores, por el he­ cho de que construye, en el verdadero sentido del término, a estos objetos. En otras palabras, de estas dos maneras de concebir la significación, una consistirá en desconfiar y en buscar en otra parte los presupuestos que permitirán la explicitación de lo que el discurso “ no quiere decir” ; la otra, a la inversa, va a buscar en el orden discursivo todos los índices susceptibles de concurrir para su definición, comprendiendo en ello también el movimiento mismo del texto. Es este último procedimiento el que heelegido,en tanto condición suficiente para alcanzar el sentido de un discurso y aquello que funda este sentido: el proyecto de un sujeto. Para volver a la cuestión de una esquematización del pensamiento natural, habida cuenta de los formalismos a nuestra disposición, parece ilusorio pensar, al menos en lo inmediato, en la constitución posible de un modelo general de los procedimientos seguidos por este pensamiento aunque sólo fuera discursiva­ mente. Se trata sin embargo de comprometer tantos puntos de vista como enfo­ ques susceptibles de converger en ello sean necesarios. La obligación del investi­ gador es por lo tanto determinar las fronteras de lo que ha elegido estudiar y lo que puede decir de ello, abstraerlo, teorizarlo, habida cuenta de las característi­ cas propias de su dominio. Ya nos hemos resignado a la idea de poder utilizar sólo accidentalmente las lógicas existentes. Siguen siendo tentativas ejemplares en vista a sistematizar ciertos aspectos del razonamiento y después de todo, son también esas leyes de la razón que la antigüedad ya había definido. La dificultad es que siempre estamos en presencia de un pensamiento en situación y que el sujeto de este pensamiento es siempre a la vez actor y obra de la situación. ¿Cómo delimitar entonces lo que emerge de una lógica natural y lo que es propiamente argumentativo y conjetural, sin que una pueda recurrir

al otro? ¿Cómo distinguir lo accidental y lo general, las estrategias oportunas y la operatoria en el sentido de los tipos generales de intervención de un sujeto sobre el mundo? ¿Cómo definir por fin, la interacción entre el sistema de la lengua y los modos universales del pensamiento? No estoy en condiciones de responder a todas estas preguntas. Al menos algunas de ellas son objeto de los esfuerzos de los lingüistas y de los psicólogos. Intentaré por el contrario precisar en qué perspectiva deseo ubicarme: así, considerar al término del análisis de un discurso la constitución de una gramáti­ ca de las ideas es investigar el sistema operatorio puesto en funcionamiento por el sujeto que ha pronunciado ese discurso. Con otras palabras, la orientación de la metodología tiene dos orígenes: la actividad del sujeto y el producto de esa actividad que nos es dado. Ese producto se ha de considerar sin embargo en tér­ minos de fenómenos representativos, es decir de construcciones de sentido que se bastan localmente y cuyo propósito es el de ser significadas remitiendo a otros significados. Las referencias a estos otros significados son entonces pos­ tuladas como dadas intradiscursivamente. El anaÜsta debe “ remontar” hacia el origen de las relaciones que descubre o bosqueja de acuerdo al texto y a par­ tir de estas relaciones marcadas y de las orientaciones que también puede atri­ buir, tiene que construir y verificar sus hipótesis acerca de las operaciones ne­ cesarias por parte del sujeto para la producción de las relaciones. En resumen, es preciso como he dicho, elegir numerosos recorridos de la significación y de­ cidir los caminos de sentido convergentes y suficientes para objetivar una repre­ sentación o representaciones de ella, queridas por un sujeto en lo que sería una ficción localizada denominada discurso. A las distancias del sujeto que manifiestan su libertad, a sus juegos que per­ miten la entrada de otro, corresponden entonces las prudencias del analista que debe ser, al mismo tiempo, el conjunto de los auditorios que han podido des­ pertar el proyecto de habla. Esta ambición no tiene nada de quimérica. A sí como postulo la explicitación del discurso a través de sus rodeos y de los bucles de lo que localmente podría ser considerado como im plícito, formulo la hipó­ tesis no paradójica, de que estos giros, estos recorridos, este orden son el lugar de acceso a la escala de posibles definida por el sujeto. Remito así a lo que dije de la interacción discursiva entre una coherencia necesaria y una incompletitud suficiente. Estos juegos del sujeto son modalidades pero no creo que entren todas en el catálogo producido por los lógicos y retomado por los lingüistas. Sobre todo, una vez más es necesario asegurar la distinción entre lo que es marcado, lo que el analista del discurso conserva como relación y lo que ello puede significar en el plano p s ic o ló g ic o del sujeto. Es probable así que las modalidades operatorias fuentes de las relaciones modales marcadas sean inferiores en número a éstas. Es cierto además que su “ perfil” no puede ser del tipo de las modalidades de re de la lógica, sino que se parecen más bien a las modalidades de d icto sobre las que disertaron los medioevales. Su carácter restringido —el hecho de que las operaciones del sujeto en las que pienso sean verosímilmente ejes, prmcipios

operatorios cuya fragmentación tenemos en superficie— explica la percepción en el discurso de lo que será juzgado como funcionamiento implícito. De he­ cho, los signos de lo explícito están siempre presentes en el discurso pero no es­ tán explicitados, si puedo permitirme esta paradoja. Apuntar a constituir un modelo del sistema operatorio de un sujeto tiene, entre otras, por consecuencia, como advierte J.B.Grize , 63 que “ no solamente las premisas pueden ser reducidas a simples signos por el sujeto que discurre sino que puede ocurrir lo mismo para los encadenamientos” . El discurso, yo lo he dicho, debe ser considerado como fenómeno específico. Y es porque las espe­ ranzas de préstamo están necesariamente limitadas, tanto del lado de una lin­ güística que es aún la del enunciado como del lado de los lógicos incluso “ so­ cializados” como algunos lógicos modales y deónticos. Si un día se alcanza una metodología completa, pienso, habida cuenta de las características de esta ope­ ración global que es el discurso, ella se aproximará más a lo que intentan hoy sistematizar cierto número de semióticos. En lo que concierne a las lógicas deónticas, J.B.Grize 64 tiene razón en su­ brayar que su pertinencia está limitada cuando se trata de aplicarlas al discur­ so práctico. La finalidad misma de su construcción (dar cuenta de los discursos tecnológicos o jurídicos) tornan imposible su aplicación desde que uno se en­ cuentra en presencia de producciones discursivas que no se benefician con un marco de producción normado. Nada permite afirmar por otra parte que el pensamiento adulto es el que se doblega a un marco semejante y ello por mu­ chas razones. La primera es la incompletitud de estas lógicas tanto como la fijeza de las categorías de entrada: es preciso que el analista se contente con una trayecto­ ria sin transición entre lo imposible, posible y necesario e introduzca eventual­ mente sin poder precisar su ubicación exacta, modalidades del tipo contingen­ te, posiblemente necesario o aún absolutamente necesario. La segunda razón es que la expresión lingüística de estas modalidades es problemática por el hecho mismo de las ambigüedades del empleo, en francés por ejemplo, de estos ver­ bos-pivotes como son devoir [deber] y pou voir [poder]. Por fin, la última razón es que estas modalidades sólo traducen de manera imperfecta las diferencias de significación constituidas por el sujeto y a fo r tio r i esos fenómenos denomina­ dos de metalenguaje que son los juegos de este sujeto sobre el discurso expresa­ do. Para J.B.Grize 65 entonces, partiendo de razones similares, “ es preciso re­ nunciar provisoriamente a una formalización estricta de los fenómenos discur­ sivos, sin contentarse empero con descripciones que sean totalmente exte­ riores” . El imperativo m etodológico es por lo tanto doble: respetar los despliegues de la superficie discursiva que son indicativos de los juegos de la significación

63. 64. 65.

Op. cit., p. 195. Communications, 1973, 20, 92-100. Ibid., p. 97.

necesarios para la construcción del sentido y sin embargo codificar, condensar esos despliegues en términos de relaciones marcadas. La escritura de las relacio­ nes permitirá representar al discurso como conjunto de operaciones para la re­ presentación de un proyecto, los despliegues discursivos serán entonces las es­ trategias del sujeto que ordena estas operaciones. Esta empresa metodológica puede ser considerada esquemáticamente como situada en muchos niveles, pero este último término traducirá más bien la sucesión en el tiempo de los intentos de descomposición y recomposición por parte del analista. Asimismo, en lo que concierne al sujeto, el “ principio de los niveles variables” impuesto por J.B.Grize , 66 según el cual “ el sujeto enunciador puede siempre elevar un enun­ ciado dado en un nivel” me parece ser más bien la traducción del punto de vista del analista de cierto tipo de relaciones que son la marca de muchas operacio­ nes posibles: tematización, clausura de un campo de propiedades, distanciación que expresa un juicio. Ello pone por otra parte en evidencia que es pre­ ciso siempre interrogarse acerca de la pertinencia de algunas distinciones que ca­ lificaré como “ excesos analíticos” . G. Le Bonniec y J. B. Grize 67 han observa­ do que en los discursos cotidianos las proposiciones contrarias y contradictorias del lógico son ambas enunciadas como contradicciones. Osaría decir que ello no me asombra, habida cuenta de lo que intentaba decir antes, a saber, que to ­ do discurso responde al menos a un único proyecto de sentido cuya constitu­ ción significa por parte del sujeto un cierto número de deconstrucciones de las representaciones posibles de ese sujeto y de reconstrucciones de los elementos así extraídos, “ desnaturalizados” , en virtud de tornarlos conformes al orden fundador de ese sentido. Con otras palabras, las estrategias del sujeto serán las de suprimir las opo­ siciones y de constituir otras, de ofrecer como similares objetos anteriormente diferenciados y de establecer equivalencias allí donde había relaciones de alteridad, o al menos de complementariedad. No hay nada asombroso entonces en que “ la lógica natural no distinga el lenguaje y el metalenguaje” . 68 Esta confu­ sión aparente es necesaria para la progresión operatoria: las únicas “ distancias” introducidas por el sujeto son las reglas de lectura que él intenta dar a otros, y que además no se trata de metalenguaje que exprese la opinión de ese sujeto acerca de lo que ha dicho y de su decir, ya que una estrategia fundamental es la que consiste en aglomerar en la construcción de los hechos discursivos las exis­ tencias elegidas y los juicios que han de hacerse compartir. ¿Es preciso disociar los tipos de operaciones o reagruparlos? ¿Deben ellas respetar la arquitectura de las relaciones marcadas? En resumen: el orden de las lecturas, ¿coincide con el orden del discurso? La dificultad principal del análisis reside en esta imbricación de los actos del sujeto cuya heterogeneidad sólo podemos postular a partir de un resultado

66. 67. 68.

Ibid., p. 96. Ibid., p. 100. J.-B. Grize, Revue européenne des sciences sociales, 1974, n° 32, p. 197.

(el discurso) que se ofrece como homogéneo o al menos como coherente. Es por ello que se ha subrayado que no podemos formalizar ni las estructuras de superficie, ni los datos ingenuos. En consecuencia, o bien es preciso renunciar a toda sistematización del discurso ya que la formalización es imposible y que sólo ella es respetable o bien es preciso admitir el uso de métodos más o menos intuitivos para elaborar el primer cuerpo de hipótesis susceptibles de aportar alguna generalización teórica. El hecho práctico de este intento es también su origen, ya que todo lo que ha podido decirse precedentemente ha nacido de la observación de un cierto número de categorías de discurso. En cuanto al esta­ tus de la intuición, muchos autores han explicitado suficientemente su necesi­ dad y su importancia en el descubrimiento como para que yo me considere dispensado de hacerlo aquí. Diré al menos que el curso a seguir apenas difiere del del lingüista que apoya su intuición en la intervención de diversos instrumentos lógicos y grama­ ticales. No compartiré por tanto la opinión de aquellos que al volver a poner en cuestión las categorías de la gramática tradicional, no han dejado jamás sin embargo de recurrir a ella al menos parcialmente en sus prácticas. Por el con­ trario, me parece siempre fundamental explicitar la elección de estos instru­ mentos. El silencio acerca de este punto de algunas metodologías es a menudo significativo de un empirismo que motiva el deseo de ser el primero en propo­ ner una verdadera teoría completa. Es difícil aceptar que su trabajo sea una contribución modesta. Sin embargo, sabemos que nos beneficiamos contraba­ jos cuyo mérito es haber mostrado las limitaciones de algunas direcciones de análisis de los fenómenos lingüísticos y discursivos: cuantificadores, conectivos o predicados.

13. LOS LIM ITE S DE UN METODO Me Caw ley 69 ha expuesto por ejemplo en 1969 la hipótesis de que en la se­ mántica de las lenguas naturales la cuestión esencial es la de la cuantificación restrictiva. Efectivamente, si tomamos los indefinidos, ningún pronombre de este tipo es totalmente indefinido: hay una restricción de qui [que] y n ’im porte q u i [quienquiera] a lo animado y de q u o i [que] y de quelque chose [algo] a lo no animado. Pero como lo señala R.Zuber 70 “ la situación parece ser mucho más complicada de lo que Me Cawley dice ya que en particular podemos imagi­ nar una restricción de las variables dentro de un universo ya restringido y pode­ mos por lo tanto tener necesidad de dos tipos de cuantificadores, la equivalen­ cia lógica entre estos dos cuantificadores no corresponde a la realidad lingüísti­ ca” . Se vuelve así a una lógica del sujeto que se manifiesta como liberada, al menos parcialmente, de las categorías lógicas. El problema de los conectivos es familiar a quienes después de mucho 69. 70.

“ Semantic Representation” , en Cognition and Artificial Intelligence, Garvin, 197J. “ Quelques problémes de logique et langage” , Langages, 1973, n° 30, p. 16.

tiempo se han inclinado por los estudios de textos. Su origen está en la mirada logizante [logifiant] puesta en las articulaciones de un texto. De hecho el em­ pleo de estos conectivos está demasiado inscripto en la historia de nuestras prácticas de escritura como para que su rol sea ilusorio. Michel Pecheux da de ellos una lista bastante completa en su Manuel p ou r l ’utilisation de la m éthode d ’analyse automatique du discours 71 pero subraya con pertinencia que se trata de procedimientos de construcción que remiten a tipos de conexión que a me­ nudo son muy diferentes: determinación, orientación, coordinación, subordina­ ción. De hecho el vocablo conectivo recubre un conjunto de fenómenos semántico-lógicos. A l hablar de la diferencia entre articulaciones lógicas y “ abridores” [ouvreurs] M .Coyaud 72 escribe: “ el concepto de articulación lógica no es lin­ güístico, y deriva de una reflexión de inspiración lógica (distinción entre fun­ ciones y argumentos) aplicada a los datos lingüísticos. Por el contrario el con­ cepto de “ abridor” es delimitado a partir de pruebas lingüísticas cuyo criterio es la respuesta del oyente a la pregunta: la secuencia que está oyendo, ¿es com­ pleta o no?” Y , al considerar un dominio restringido que es el del lenguaje científico, el mismo autor señala que “ es posible establecer listas de aproxima­ damente doscientos elementos extremadamente frecuentes” de los cuales sólo se emplea un pequeño número en “ un campó común al lenguaje cien tífico” . Es­ ta abundancia se explica si se percibe que de hecho están ubicadas “ en un mis­ mo cajón” las conjunciones, las marcas de destinación, las menciones y los re­ cuerdos, y esquemas locales o modos de razonamiento que llegan a englobar modalidades y formas aspectuales tales como lo hipotético. La pertinencia de una terminología pierde así todo su sentido. Sobre todo en lo que me parece que debe conservarse del examen del problema y de las maneras inventariadas de abordarlo: en primer lugar, la ausencia de distinción entre el objeto material texto y las operaciones de sentido, a fo r tio r i del suje­ to. En casi todos los autores, la laxitud de la referencia lógica lleva a la cons­ titución de categorías en las que se mezclan lo explícito y lo implícito. Quiero decir que unas veces se hace apelación a las conjunciones de la gramática lógica, y otras veces la extrapolación de los fenómenos de contenido proposicional permitirá la extracción de categorías de relaciones que van más allá de las sim­ ples marcas de dependencia interproposicional. . . Es verdad que la dificultad consiste en definir lo que diferencia la relación intraproposicional de la relación interoracional. Frecuentemente esta última toma el aspecto de una jerarquía de proposiciones que no sabemos si se inspira en la sucesión que impone la supperficie discursiva o si proviene de una relectura del texto por parte del ana­ lista. Sin embargo, no adelantaré como consecuencia la obligación de condenar estas tentativas; ellas tienen su virtud, su justificación. La primera es la de con­ tribuir a desbrozar el problema; la segunda es la de corresponder a algo efectivo en el funcionamiento de la lengua y en la composición intelectual del discurso. 71. 72.

T. A. Informations, 1972, n° 1, p. 54. Les articulationes logiques du frangais. Les langues de spécialité, Aidela, Strasbourg 1970, 157-179.

Creo sin embargo que su principal defecto es reducir este último tipo de funcio­ namiento a una cartografía de “ aislados semánticos” cuyas vinculaciones mar­ cadas o no, importa entonces encontrar. De allí las dificultades de estos análisis para separar lo im plícito de lo explícito, dificultades de las que sólo nos desem­ barazamos para caer en otras que reciben como nombre presuposición, referen­ cia o preconstruido. La razón principal me parece ser la ausencia de una distinción m etodoló­ gica entre el texto que es entonces pretexto 73 y su sujeto que será reducido tanto a lo individual (com entario) como a lo universal (elemento de una form a­ ción discursiva más vasta) considerado entonces como reflejo de ideología, raramente actor. Desde mi punto de vista es a la vez negar la importancia del discurso y exagerar su importancia. Exagerar porque la significatividad del dis­ curso en el plano de lo social puede ser de importancia muy variable, incluso accidental, e implicar más que la formación social considerada. Quiere decir que el sujeto puede ser considerado como elemento de una socialidad que discurre pero también es más que un simple “ agente social” . Negar porque el discurso no es una superficie de “ relleno” cuyos elementos que serán juzgados portado­ res del sentido es preciso decantar. Por el contrario, en el discurso todo es he­ cho de relación y por consiguiente constitutivo de sentido. Además es impor­ tante diferenciar las lecturas de todas las relaciones que orientan hacia un sen­ tido, y cómo, una vez definido éste, habrá una reintervención del sentido, en la acepción de significaciones sucesivamente ordenadas. En fin, para precisar lo que acabo de decir, señalaré que hablar de interven­ ción del sujeto no significa postular el idealismo de un “ efectosujeto” ni negar la intervención del discurso considerado como representación de un conjunto más vasto de representaciones, significativo entonces de un cierto funciona­ miento ideológico. Pienso haberme explicado acerca de una cierta elección cuyo enfoque metodológico he intentado esbozar: el sujeto psicológico del dis­ curso. Ello significa restringir el objeto de estudio a la determinación de las condiciones suficientes para construir tod o discurso razonado, tales com o ellas pueden aparecer en ese discurso. Ello implica considerar el texto de ese dis­ curso no com o un pretexto para el análisis de las circunstancias que le son exteriores sino com o conjunto localizado de condiciones lingüisticas necesa­ rias para la expresión de un proyecto de representación. De allí mi insistencia en la relación de ese texto, cuyo productor no po­ demos hacer desaparecer, con las lecturas que un analista elige hacer de él, sien­ do éstas siempre sospechosas de abstracciones y por lo tanto de incompletitud a propósito del decir (cuantificadores, articulaciones, conectivos). La superficie del discurso es así regularmente tratada en términos ya sea de lógica de las pro­ posiciones (relaciones interproposicionales e interoracionales) ya sea de lógica de los predicados (fracciones y argumentos de las proposiciones). La seducción de esta última ha sido y sigue siendo considerable en los estudios lingüísticos. 73.

Quiero decir que es tratado como pretexto y no como pre-texto al discurso del ana­ lista.

Es verdad que la tradición gramatical lia sido la de la dupla proposicional argu­ mento-predicado. Los que intentaron así la adecuación lógica-lenguaje han terminado sin embargo por percatarse de que las posibilidades del segundo no coinciden con las exigencias de la primera. De allí un cierto número de estu­ dios, que han vuelto a la modestia, y que se dan como objetivo modelizar los hechos lingüísticos aislados sobre la lógica de predicados. A l hacerlo, el investi­ gador sólo podía distorsionar los fenómenos de la lengua para adaptarlos a las propiedades de la escritura lógica. Después de todo se trataba de una represen­ tación del lenguaje entre otras. Las condiciones esenciales de ese intento han sido resumidas por J.B.Gnze; lo citaré: “ 1 ) se conoce la categoría de las proposiciones y existe un algoritmo para decidir si una expresión dada es o no es una proposición. 2 ) una proposición está compuesta por objetos distinguibles.

3) se conoce la categoría a la que pertenecen algunos objetos. 4) existe un orden canónico para escribir una proposición ” . 74 Ello implica tornar discretos los elementos lingüísticos; al menos, tratarlos como objetos aislables y ponerse de acuerdo con respecto al agrupamiento de esos objetos, al menos en lo que se denominará oración. Habrá por lo tanto ca­ tegorías primitivas: oración, nombre, verbo y funciones predicativas (atribu­ ción de propiedades) que permitirán la clasificación de tal o cual término en una categoría determinada. Se podrán distinguir predicados monódicos [prédicats unaires] (propiedades) y predicados diádicos [prédicats bina iré s] (relacio­ nes). Pero si en principio es la predicación la que va a conllevar la afectación a una categoría, diré que para el analista-lógico el camino es el inverso: para afir­ mar de un objeto que tiene tal o cual propiedad es necesario conocer la noción correspondiente a este objeto o incluso fijarla de manera arbitraria. En consecuencia, así como la “ comprensión” de un objeto sólo permitirá interrogarse acerca de algunos tipos de propiedades, los objetos que podrán ser clasificados en “ el espacio” de una noción serán solamente aquellos cuyo senti­ do se elegüá como correspondiente a la significación de esta noción. Entonces el único medio para determinar un objeto es ubicarlo bajo una noción-etiqueta y determinar esta etiqueta fijándole un sentido-propiedad. Es decir que el fun­ cionamiento general del análisis dependerá de 3a estabilización de una cierta “ realidad” del mundo: seres, nociones, propiedades, situaciones, campos de existencia y de posibilidades de la predicación. En cuanto al espacio que define el campo de aplicación de una relación, no se tratará de otra cosa que de la cla­ se que determina el sentido de esta relación, ya sea en términos de categorías aristotélicas, ya sea aún, como en ciertos trabajos, mediante el recurso a los cuantificadores de existencia o a los realizativos. 74.

‘‘Queiques problemes logico-linguistiques” , Mathéniatiques et Sciences humaines, 1971, n° 35, 43-50.

Frecuentemente entonces el cálculo lógico de los predicados equivale a preservar las concepciones gramaticales y lingüísticas clásicas. No es que la predicación sea una visión simplista del funcionamiento, por el contrario. Pe­ ro sin embargo ella no es más que una parte del problema de una lógica inhe­ rente a la construcción discursiva. La mayor dificultad que representa el esbo­ zo de una lógica semejante concierne efectivamente, como lo resume B.Grize, a que ella (la lógica natural) “ quiere tener en cuenta a la vez las operaciones y el sentido” . Es preciso, en consecuencia, por parte del analista practicar dos tipos de tratamientos determinados, uno concerniente a las formas, el otro al contenido, sin omitir considerar que la relación forma-contenido es una estra­ tegia global del sujeto y sobre todo si ese analista proyecta definir las opera­ ciones lógicas como operaciones psicológicas de un sujeto, necesitará reglar previamente la cuestión del sentido. Creo haber insistido ya en la necesaria distinción entre las lecturas de las significaciones de un texto y las hipótesis que esta lectura puede permitir en relación a las representaciones construidas y por lo tanto, a las operaciones de sentido que han podido conducir a la constitución de estas representacio­ nes. No propongo una m etodología que ambicione alcanzar el “ verdadero sentido” o el “ sentido profundo” . No pienso por otra parte que este sentido exista. He dicho suficientemente que todo discurso puede ser considerado co­ mo una representación localmente clausurada tanto más cuanto es ilusorio apun­ tar a controlar el sentido de un único discurso recurriendo a la referencia de “ al­ guna realidad” externa y que, por el contrario, la determinación de ese senti­ do en tanto manifestación ideológica sólo puede hacerse a nivel de un corpus extendido y a condición de que el investigador haya podido verificar con es­ mero la comunidad de sus condiciones de producción. En este último caso el análisis será del tipo procedimiento de selección, puesta en evidencia, y construcción de relaciones (entre “ dominios semánticos” ) susceptibles de caracterizar una lógica de los mundos sociales. Tanto como decir que se trata de poner en evidencia los rasgos generales y esenciales de un intercambio dis­ cursivo, supuesta manifestación de una ideología. Mi propósito es otro y lo he definido: las operaciones suficientes de un sujeto para constituir ese producto que es el discurso. Si el término lógica na­ tural se retoma entonces en este caso, las operaciones lógico-lingüísticas de ese sujeto están por cierto, en primer lugar, dadas y se presentan como operacio­ nes de sentido, pero el objeto de la investigación no es el de definir lo que se­ ría el sentido sino lo que progresivamente por parte del sujeto es determinado como sentido y cómo se lo hace. Como escribe J.B.Grize: 75 “ Así como la ló­ gica formal no tiene como tarea separar lo verdadero y lo falso, asimismo la ló ­ gica natural no tiene que separar el sentido. Su estudio debe determinar las reglas que permiten proceder a la esquematización” . Entonces la analogía es grande —Grize lo subraya— con lo que F.Gonseth escribía ya acerca de la lógi­

75.

Revue européenne des sciertces sociales, p. 1 96.

ca, 76 técnica que “ opera con la ayuda de representaciones sumariamente ade­ cuadas a las realidades más primitivas y construye con ellas analogías esque­ máticas prácticamente eficaces” . Sin embargo la diferencia es que una lógica natural que se apoya en mecanismos discursivos tiene necesariamente el alcan­ ce de explicitación de los funcionamientos de la esquematización representati­ va en términos de estrategias del lenguaje. Cómo evitarla ya que el discurso mis­ mo es ese lugar en que el sujeto se da como tarea propagar ideas y enseñar los procedimientos que llevan a un fin que él desea ver compartido, preocupación permanente al punto de que “ una información sea siempre acompañada por su regla de empleo ” 77 dentro del discurso. En consecuencia, el analista se ve así favorecido en su lectura por esa “ sobremarcación” de las relaciones que le per­ mitirán inferir las intenciones operatorias del sujeto. Querría ahora resumir algunos principios metodológicos relativos a la con­ sideración de este tipo de acciones que significa un discurso. Propondré a con­ tinuación algunas hipótesis suplementarias acerca de la naturaleza de las relacio­ nes puestas en juego y de su abstracción. Culminaré por fin con un ejemplo de enfoque del discurso. Partiré entonces de lo que me he fijado como objetivo: las acciones del su­ jeto que discurre y argumenta. Ellas me parecen ser de tres tipos sin que por tanto su distinción signifique una disociación verdadera en el interior del texto. 1) E l sujeto esquematiza: -descripción-construcción de situaciones y de hechos; —elaboración de conceptos y de representaciones asociadas a los con­ ceptos; —constitución de imágenes y de esquemas. 2 ) E l sujeto dice-escribe: —Las construcciones específicas del lenguaje (reglas sintácticas y lógicas) y la intención de plegar este lenguaje a la traducción de un proyecto dejando al mismo tiempo un juego suficiente al equívoco, conducirán al sujeto a “ traba­ jar” lingüísticamente este pensamiento, a precisarlo, a fragmentarlo, a detallar­ lo y a tejer las relaciones conceptuales. Pero los clichés, las asociaciones inter­ vendrán, generando otras palabras, otras oraciones. Las “ incertiduinbres” del lenguaje facilitarán además la marcha bosquejante necesaria para la esquemati­ zación. La fuente de convicción será por fin marcada en las repeticiones sucesi­ vamente introducidas hasta el fin del discurso. El pensamiento comandará la es­ critura y la escritura orientará al pensamiento.

76. 77.

Q u " est-ce que la logique?, p. 90. M.-J. Borel, “ Raisons et situation d’interlocution. Introduction á une étude de l’argumentation” , Revue européennc des sciences sociales, 1974, 12, n° 32, p. 82.

3 ) E l sujeto juzga-distancia: —el intento completo del sujeto consistirá en suponer, tantear las reaccio­ nes del lector o del oyente. Puede haber una imagen de éste pero es preferible para él construir esta imagen y llevar al otro a colocarse en ella. Para eso le es preciso dominar el conjunto de los hipotéticos otros. De allí los procedimientos permanentes de explicación, de definición, y de modalidades que permiten la distancia en relación a lo dicho al mismo tiempo que lo espectacular que se da como apariencia de la introducción, de tomar en cuenta a los otros. Así el discurso argumentativo es un conjunto de relaciones que permiten la construcción de un tejido conceptual cuya resultante-representación es tanto producto de un sujeto cuanto de otro. Y ello por todo el juego de clausuras (hechos, situaciones, propiedades), de las marcadas o no marcadas (personas, determinaciones) y de los deslizamientos aspectuales entre lo hipotético y lo necesario que permiten la distancia del sujeto y la entrada de este otro. La de­ finición de esta relación es por tanto fundamental para modelizar las operacio­ nes concernientes. La preocupación por dar cuenta de ellas en términos de acciones me conducirá a diferenciar dos aspectos operatorios: lo construido y lo operante. En lo que seguirá consignaré el problema de las relaciones como el de las configuraciones textuales que al significar operaciones del pensamiento, van a reenviar así a acciones localizadas, a proyectos restringidos de represen­ tación (véanse III.7 .1 . y III.5.2.).

14. LO CO N STRU ID O Y LO O PE R A N TE La distinción entre lo construido y lo operante pretende tener en cuenta una doble referenciación del discurso: a sí mismo y al sujeto. En el plano del texto remite al menos a dos categorías lógicas primitivas: la de los objetos y la de las proposiciones. Discurrir significa, en efecto, cons­ truir objetos y hacerlo por medio de juicios que van a estabilizar a esos objetos. Por consiguiente otras dos categorías lógicas serán derivadas de las primeras: la de los predicados y la de las relaciones. Pero no intento reconstituir una esque­ matización parcial inspirada en la lógica proposicional y de predicados. La uti­ lización de un vocabulario lógico es aquí más bien metafórica: se trata de esbo­ zar una esquematización lógico-semántica de las relaciones que se dan como lin­ güísticas y conceptuales. La categoría de los objetos concierne a la construcción operatoria de las nociones pero estas nociones no son ni realidades del mundo ni conceptos da­ dos, aunque el sujeto ha elegido presentarlo así. Estas nociones van a ser es­ quemas de representación que apuntan a fijar un hecho, una situación, una pro­ piedad, pero siempre de manera orientada. Ninguna construcción discursiva es gratuita. Quiero decir que en el discurso hay “ un autoritarismo” cuyo propósi­ to es el de liberar a los argumentos de todo control, control del presente en el sentido de la historicidad de los hechos, control de los otros en el sentido de in-

completitud y posibilidad de discutir lo que se ha propuesto. He hablado de re­ dundancias, de bucles, de giros que permiten la determinación progresiva de los objetos. Pero la importancia de esta repetición proviene sobretodo de que ella convence a los otros de la coherencia en el tiem po de la discursividad. Al hablar de la propaganda totalitaria Hannah A rendt 78 escribe: “ Lo que las masas se re­ húsan a reconocer es el carácter fortuito en que está inmersa la realidad. Están predispuestas a todas las ideologías porque éstas explican los hechos como si fueran simples ejemplos de leyes ( . . . ) La propaganda totalitaria florece en esta evasión de la realidad hacia la ficción, de la coincidencia hacia la coherencia” . Puede afirmarse que esta coherencia no sólo debe asegurar la continuidad interna y “ lógica” del discurso sino además prevenirse de lo contingente del momento y de los otros: por lo tanto es preciso que el sujeto separe a los argu­ mentos que ha elegido del c o n tro l del presente. Los esquemas de representa­ ción de los que hablo deben permanecer bajo su control. Y es por eso que el punto de vista operatorio debe estar por encima en el análisis de éstos, siendo el camino del analista el que vuelve a encontrar la huella discursiva de esos com­ portamientos. En el discurso hay dos mecanismos fundamentales que desbordan la sim­ ple tipología de las operaciones puesto que las han suscitado. Uno remite a una especie de deontología en el sentido de garantía social del discurso (dice algo acerca de algo), el otro impone la necesidad para ese discurso de ofrecerse co­ mo coherente (articulaciones, topografía, gestualidad del discurso). Por lo tan­ to, la concepción del analista no puede ser instantaneísta-(toda la información está en el discurso) ni instrumental (el discurso es índice, pretexto de una re­ presentación exterior a él). Por cierto que para analizar un discurso, tanto co­ mo para pronunciarlo, es preciso un conjunto de hipótesis que conciernen a algo exterior a ese discurso: es acontecimiento de acontecimientos. Pero las operaciones de referenciación suficientes se refieren al referente-real ya cons­ tituido por el sujeto. Es lo que denomino lo construido del discurso. La difi­ cultad del analista es generalmente la de distinguir entre los sentidos ya produ­ cidos y el sentido que se está produciendo. Para despejarlo, me parece necesa­ rio admitir que toda argumentación intenta salir de las significaciones anterio­ res para crear el sentido. Es eso lo que entendía por la sugestión de un punto de vista operatorio en el discurso analítico. Dicho de otro modo, la referenciación del discurso ya es controlada por el sujeto quien provee a los demás el “ cami­ no” de lectura, camino tanto más circunscripto ya que el otro sólo se encuen­ tra en el discurso ya delimitado, representado, construido. Este construido sólo lo es al precio de trayectorias a la vez lingüísticas y lógicas, con lo que ello puede significar de imbricaciones: la lingüística jamás es puramente léxica ni sintáctica sino además conceptual; raramente es sólo fo r­ ma lización sino que es además combinatoria de significaciones. La lógica bruta del discurso es inseparable de una gramática de las ideas. En otros términos, lo construido, tal como aparece en el discurso jamás es un dato o un planteo sino 78.

Le Systéme totalitaire, París, Le Seuil, 1972, p. 78.

que proviene de esas operaciones a las que el lingüista agrupa bajo el rótulo de tematización. Asimismo, la materia léxica a la cual van a referirse las opera­ ciones no es en ningún caso un diccionario de las “ ideas recibidas” (aunque una estrategia será hacer considerar como intangibles a ciertas ideas “ recibi­ das” ). Esta materia léxica es un conjunto resultante de relaciones primitivas que dependen tanto de operaciones selectivas del sujeto (elección de los rótu­ los y juegos sobre las fronteras de la significación) como de las restricciones combinatorias propias de la lengua (sistema que construye el üngüista para ana­ lizar la inserción de lo léxico en el discurso fundándose en las restricciones se­ mánticas específicas del empleo de ese léxico: tipos de representaciones con­ notadas por los empleos). Esas elecciones léxicas se explican entonces en las oposiciones y las diferencias marcadas por el sujeto. Así, como escribe S. Fisher, 79 “ la tematización aparece al nivel de la superficie como consecuencia de la operación de enunciación” . Por consiguiente, la constitución de las nociones discursivas no es sepa-, rabie de las propiedades que van a llevar a constituirlas, para el sujeto y para aquél a quien se dirije. Es decir que, inspirándose aún en S.Fisher, la tematiza­ ción está ligada a la enunciación (actos y estrategias del sujeto) y a las opera­ ciones que dependen de ella como las imágenes (esquemas de representación, configuraciones lógicas locales) y las modalidades (distancias y proyectos que bosquejan una ubicación del sujeto). En consecuencia, lo construido del dis­ curso está enteramente determinado p o r lo operante de ese discurso. Toda la problemática del analista descansa entonces en la explicitación de las relacio­ nes así puestas en juego. De esta explicitación surgirán las hipótesis acerca de las estrategias del sujeto y el proyecto de sentido que ellas apuntan a constituir. El estudio de esas relaciones necesita tomar en cuenta al menos tres aspectos: su naturaleza (tipologías), sus funcionamientos (combinatorias) y su alcance (campos delimitativos). Esbozaré un enfoque en este orden. En lo que concierne primeramente a esta “ naturaleza” de las relaciones, la problemática aislada en este punto toma el aspecto de una constitución de categorías. No se trata sin embargo de reproducir a Aristóteles o incluso a cier­ tas antropologías al describir los sistemas de entidades del mundo. De hecho, la marcha anticipa aquí los modos constructivos de la combinatoria de las rela­ ciones: “ ¿Qué es necesario plantear para que haya vinculación y por lo tanto, consecuencia de un vínculo?” Me parece útil distinguir así, incluso dentro de la relación que se da como expresión de un construido, lo que esta relación deter­ mina y lo que la determina. En toda propiedad afectada hay una característica, la afectación atribuida y también el parámetro “ separable” que permite esta afectación y que puede por lo tanto recibir una codificación en términos cognitivos: extensión, peso, color. Dicho de otro modo, las relaciones de lo construido pueden, desde un pun­ to de vista analítico, ser primeramente repartidas en dos categorías: las que sur­ 79.

Documento mimeografiado, Centre d ’étude des processus cognitifs et du langage, París, E.H.E.S.S., 1972.

gen del proceso o del estado y cuya marca en superficie es entonces del tipo re­ sultante o resultado (hacer, ser) y las que hacen intervenir la propiedad, el cons­ tituyente (tener). Por cierto que está claro que estas categorizaciones no tienen para el analista más que la virtud de la clasificación. El interés de éste es tender a profundizar no la imbricación de estas relaciones —con respecto a esta mate­ ria no podemos más que hipotetizar— sino sus manifestaciones externas e inter­ nas. Eso aún es expresarse en términos de un modelo restringido. Es probable, por tanto, que la categoría estado reciba diferentes tipos de “ flechaje” [fléchage] de la categoría proceso, siendo el término “ flechaje” una etiqueta tomada de A.Culioli que quiere designar una orientación de determina­ ción marcada en la trayectoria discursiva, eventualmente bajo la forma espaciotemporal. Toda relación l(ser, existencia) puede así ser considerada, bajo el án­ gulo de la determinación progresiva de los objetos discursivos, como resultado de una relación 2(hacer, actuar) y asimismo toda relación 3(tener, poseer, ser caracterizado por) podrá ser explicitado como producto de una relación 1 de existencia. A l lector que se asombre del semantismo “ bruto” de estas maneras de hacer, responderé que el empleo de la noción de relación apunta aquí, sin matices, a explicitar a la vez las operaciones expuestas por el sujeto del discur­ so y lo que el analista recibe de él, bajo la forma de utilizaciones léxico-semán­ ticas y de construcciones discursivas leídas. Por lo demás, esta lectura no puede ser más que regresiva y las hipótesis que lleva a formular no tienen otra verificación que su coherencia. El objetivo de ésta es lo que vincula al analista con el proyecto espectacular del sujeto. De éste poseemos sin embargo “ lo auxiliar al decir” lo que significa que lo cons­ truido en los orígenes de la representación discursiva es siempre explicitado a través de las articulaciones y de esta repetición del discurso de la que hablo. Por otra parte, la distinción de las categorías que acabo de hacer van además a ser explicitadas por los dominios de acción y de alcance de existencia que les atribuye el sujeto. Aludo a las nociones de espacio y de campo de un objetorepresentante discursivo. Estas nociones vienen así en segundo lugar a diversificar las categorías precedentes de lo construido; introducen lo operante por esta “ externahdad” que evoqué y que son esos criterios exteriores fijados en cada etapa por el su­ jeto. Así, todo objeto del discurso es definido en un espacio que determina por extensión sus propiedades y en un campo que las precisa por comprensión. Esta pertenencia manifiesta el control por parte del sujeto de todas las referenciaciones suficientes que tiene la intención de manejar en vista de la representación necesaria. Pero este señalamiento es también indispensable para la definición de las relaciones que cada objeto va a mantener con uno o muchos otros objetos. Naturalmente, me coloco aquí en el punto de vista del analista, y desde ese punto de vista, si bien es posible delimitar el espacio de un objeto por la enu­ meración de las propiedades que le son afectadas, sin embargo, casi no hay otro medio para determinar el campo de ese objeto que mediante la precisión de las fronteras de su espacio con otros espacios. Ai utilizar un simbolismo primitivo ello se traduciría:

Es (O ): espacio de un objeto Ca (O ): campo de un objeto x, y y z son variables que designan propiedades r es la relación 80 entre dos o más propiedades: r (x , y, z ) r x y -*■ r y x -*■ r xz -*■ r zx -*■ r zy -*■ r yz -> r xyz Hay muchos órdenes de composición de las propiedades constitutivas de una relación. Cada uno de estos órdenes define una lectura de un o b je to , determi­ nada por una trayectoria de sus características-propiedades. Si el discurso se resume, por ejemplo, como ese fenómeno compuesto por un sujeto, una situa­ ción y un texto, para definirlo tendremos los siguientes órdenes posibles: D,

situación

sujeto

texto

D 2 sujeto

texto

situación

d 3 situación

texto

sujeto

d 4 situación

sujeto

texto, etc.

dicho de otra manera: r xyz e O Es (O )

r xyz

r xy

Es ( 0 0

r yx

Es ( O 'i )

r yz

Es ( 0 2)

r zy

Es ( 0 ' 2)

Las propiedades constitutivas de un objeto definen un espacio y sólo uno de ese objeto. Los órdenes de composición de esas propiedades determinan un número finito de modos de lectura de ese espacio. Es ( O , )

r xyz

r abe

Es ( 0 2) **■ r abe

r xyz

( r = no relación entre)

El espacio de un objeto es aún definido por la no relación con algunas propie­ dades cuya ausencia es complementaria de la presencia de las atribuidas ai ob­ jeto . Esas propiedades complementarias que el espacio de un objeto O) excluye van a constituir, por el hecho de esta exclusión, el espacio de otro objeto 0 2. Es ( O j ) ** r xyz -+ ra b Es (O a) ** r xya -+ r b z Es ( 0 3) **■ r xyb -+ r a z 80.

En término de marcas de lo dado discursivo, esta relación que se ofrece como simple puede ser el resultado de relaciones con dos o más lugares (polivalencia en la re­ lación).

La intersección de las propiedades entre los diferentes tipos de objetos deter­ mina una intersección de los espacios definidos por los órdenes respectivos de esas propiedades. Hay así una familia de espacios inducida por las familias de propiedades y por lo tanto, de relaciones de composición y exclusión de pro­ piedades. Es (O j ) n Es ( 0 2) n Es ( 0 3) **■ r xyz n r zya O r xyb Es (C*!) ** r xyz ~+ T axyz -*■ r bxyz -* r abxyz -*■? ab Es ( 0 2) *+ r xya -*■ r zxya -*■ r bxya -*■ r zbxya -+ r z b Es ( 0 3) +»• r xyb -*■ T zx y b -*■ 7 axyb -*■ r zaxyb ~+rza ( U = unión; n = intersección) Estas formulaciones tienen una finalidad ilustrativa. Su escritura no compren­ de, por lo tanto, el conjunto de relaciones de los espacios de los objetos con­ siderados, teniendo en cuenta que todos los órdenes posibles de propiedades componen y definen esas relaciones. El lector podrá completarla. Vemos, sin embargo, que los juegos del sujeto en las construcciones de los objetos de su discurso van a consistir no solamente en la marcación de ciertas propiedades que han excluido otras sino además en la representación consti­ tuida com o relación entre estas propiedades (orden de composición de las pro­ piedades) y por fin, en las intersecciones que pueden así ser determinadas entre relaciones de propiedades y, por lo tanto, entre espacios de objetos (propieda­ des comunes y 110 comunes, acercamientos en los órdenes de composición). En consecuencia, si las propiedades de un objeto permiten estabilizar un espacio de este objeto (si se trata del resultado de una construcción), los modos de composición de esas propiedades (las relaciones marcadas son las huellas de las operaciones del sujeto) van a favorecer el acercamiento y el juego sobre otros espacios posibles. Ello por el sesgo de las aproximaciones entre los diversos modos de relación entre: órdenes, números, analogías, exclusiones, inclusio­ nes de propiedades constituyentes. Así:

Entonces, todo objeto discursivo será afectado por un espacio de cons­ trucción y por un campo, definido éste por las relaciones y las interferencias con otros espacios que determinan otros objetos. El campo de un objeto es así el conjunto de las relaciones que ese objeto mantiene con los otros objetos del discurso.

Es (O í ) -*■ ( r x y z ) u (r a b ) Es ( 0 2) -*■ (r x y a ) u ( r zb) Es ( 0 3)

-*■ ( r x y b ) u

(r z a )

Ca (Ojt)

-►Es (O í) n

Es ( 0 2) n

Es ( 0 3)

Ca ( 0 2)

-* Es ( 0 2) n

Es ( 0 0 n

Es ( 0 3)

Ca ( 0 3)

-*• Es ( 0 3) n

Es ( O í ) n

Es ( 0 2)

La definición del espacio de un objeto, por la integración en relaciones de algunas propiedades y la exclusión de otras, significa que un objeto discursivo jamás se construye solamente dando algunas características sino además por la precisión de “ lo que no es” , dicho de otro modo, la precisión de las propieda­ des que el sujeto le niega o no le reconoce. Todo objeto sólo se define así en comparación o intercambio con otros objetos. En consecuencia, el campo de un objeto estará determinado, como lo he dicho, por esos puntos de inter­ sección en los que se opera la coincidencia con los espacios de todos los otros objetos del discurso. Así, el discurso se constituye como el todo de una repre­ sentación. Quisiera aportar aquí algunas precisiones suplementarias para el analista en lo que concierne a la mirada puesta en los hechos lingüísticos, en particular para la determinación de los tipos de propiedades de un objeto. Es verdad que las notaciones simbólicas que he empleado no tienen más valor que el que con­ viene acordar a todo simbolismo: el de resumir la sugestión y favorecer así el pensamiento simplificándolo. Mi propósito no es, sin embargo, reproducir las categorías simplificadas de algunas lógicas que pretenden revelar una imagen realizativa de la lengua. El interés de las notaciones presentes es el de procurar al razonamiento puntos de referencia útiles para la fijación de las hipótesis, con la condición de que estas últimas no sean hipótesis acerca de la “ naturale­ za” de los puntos de referencia sino acerca de los juegos operatorios del sujeto en lugares precisos de un modelo de la “ trama” discursiva. A sí precisamente, en lo que concierne al señalamiento lingüístico de las propiedades de los objetos, no se trata de restituir las formas tradicionales sujeto-predicado. A estos fines recordaré que para caracterizar sus “ funciones proposicionales” el lenguaje utiliza tres formas gramaticales: verbo, adjetivos o sustantivos, para emplear una terminología clásica. El lógico habla así de funciones de una o de muchas variables: x es azul, x com e. Para marcar esas “ variables” el lenguaje tiene diversos empleos del sustantivo, caracterizados ya sea por los sufijos, ya sea por las preposiciones. Ello se manifiesta además a través de los diferentes órdenes de las palabras dentro de una oración; hay así

una libertad del sujeto en la elección de las flexiones. Sin embargo, estos medios de expresión no pueden ser traducidos a la escritura lógica. En la reali­ dad lingüística, el objeto y el sujeto pueden ser concebidos como desempeñan­ do, en relación al verbo, una función simétrica y diferenciándose lógicamente unos de otros por sus ubicaciones en tanto variables. El verbo juega el papel de una verdadera función, y es en consecuencia de un tipo lógico diferente al del sujeto y al del complemento. Un error gramatical es así el que consiste en considerar al objeto como pró­ ximo al verbo, incluso soldado a él, y en oponerle el sujeto. El lenguaje no trata de la misma manera al objeto y al sujeto y, en un número bastante grande de lenguas, se caracteriza la diferencia de ubicación por medio de la declina­ ción. Es por ello que paradojalmente podríamos afirmar que la lengua está en un nivel superior al de la lógica. Si por comodidad simbólica intentamos no obstante dar una descripción en términos de operadores, siempre es posible entonces, decidir la distinción de tres categorías de términos en el funcionamiento lingüístico. Los primeros, que continuaremos denominando argumentos pueden ser identificados con los nombres y los pronombres .81 La segunda categoría está formada por los tér­ minos de fu nción. El analista podrá subdividirla en términos independientes y en términos a los que H. Reichenbach 82 califica como restrictivos. Los primeros corresponderán a los sustantivos, adjetivos y verbos cuya función es tanto determinar como predicar. Los términos restrictivos reagruparán a su lado dos tipos generales de operadores del lenguaje: los com plem en­ tos funcionales (adverbios, adjetivos calificativos) y los indicadores espaciotemporales (adverbios, tiempos de verbos). De cierta manera entonces, una de­ marcación separa en el interior de los adjetivos (predicados), los términos inde­ pendientes y los términos restrictivos, y esta separación no se basa en los ad­ verbios. Por otro lado las indicaciones espacio-temporales son expresadas en parte por los adverbios (lugares) pero también por ese sistema de sufijos de verbos conocido con el nombre de tiem po verbal. La tercera categoría de términos puede recibir la denominación de térm i­ nos lógicos' términos estructurales como las conjunciones, los indefinidos, las preposiciones (signos que indican la ubicación de las variables); indicaciones modales (adverbios, modalidades de proceso); indicaciones volitivas (marcas destinadas a los demás: imperativo, subjuntivo). Quisiera volver aquí al proble­ ma de las modalidades. T od o acto de enunciación supone una actitud tomada con respecto a la relación que contiene la proposición. Como escribe A. Cu-

81.

82.

El pronombre puede ser el sustituto anafórico de un objeto de la realidad extralingüistica, localizado en una situación dada. Puede ser también el sustituto complejo que resulta de dos operaciones sobre la relación cantidad/cualidad en el interior de una clase (a todos les gusta el agua, a algunos sólo les gusta el mar). Por fin el pro­ nombre puede representar un lugar en el esquema sintáctico (sujeto, complemento). Introduction á la logistique, París, Hermann, 1939.

lio li83: “ Toda enunciación supone un hacerse cargo del enunciado por parte de un enunciador. Ello implica que en todo enunciado existe un conjunto de términos (por ejemplo, Pablo, torta, com er), de relaciones entre ellos, un es­ quema que los dispone según reglas ellas mismas ordenadas de manera com ­ pleja” . Culioli agrega: “ La modalidad puede ser indicada por un verbo {poder, deber), un adverbio {necesariamente, bien en él razorrn bien), un adverbio {posible). Es significativo que los marcadores de modalidad no tengan común­ mente imperativo ni pasivo. Las modalidades pueden combinarse según reglas que todavía no son bien conocidas” . Pero las modalidades no son las únicas que intervienen com o operadores “ lógicos” del proceso de enunciación: es preciso agregar la importante categoría de aspectos que A. Culioli define como ese “ término empleado en lingüística para designar un conjunto complejo de fenómenos que conciernen en su totalidad a la manera en que el proceso, es decir la acción en sentido amplio {proceso, estado) es expresada por un verbo (o de manera más general por un predicado). El aspecto se distingue así del tiem po que sitúa al proceso en relación a un indicador cronológico (el momen­ to de la enunciación, es decir el momento en que se pronuncia la oración); de la voz que orienta el proceso; de la modalidad que afecta la aserción con un valor modal (. . .). Advertiremos sin embargo que existe una red de rela­ ciones entre el aspecto, el tiempo, la voz y la modalidad ” .84 En espera de una explicitación de esa red, explicitación que no puede hacer solo, el analista debe contentarse con definir categorías de operaciones y clasificar las relaciones indicadoras de superficie. Desde este punto de vista, del lado de los aspectos, podemos oponer los procesos que hacen pasar de un estado a otro y los estados que no tienen ningún desarrollo y cuyos límites sólo pueden ser definidos por medio de procesos exteriores. Es decir que un proceso podrá ser presentado como cum­ plido o no cumplido ya sea desde el punto de vista de la enunciación o desde el punto de vista del enunciado. Ademas podremos distinguir los procesos resultativos terminativos y no terminativos .85 Por el lado de las modalidades siempre es cóm odo aceptar metodológica­ mente un catálogo: — categorías de la aserción (afirmación, negación, interrogación); — categorías de lo seguro (n o seguro, probable, necesario, posible, contin­ gente); — apreciativo {es feliz, extraño que. . .); — valores complejos que dependen de relaciones entre los sujetos (en el sentido de sujetos que operan, por ejemplo en los causativos: Pedro lo hizo ejecutar p o r medio de Juan). 83. 84. 85.

Définition de “ modalité” en Alpha Encyclopédie, París, Grange Bateliere. Definición de “ aspecto” , Ib id ., p. 458. Cf. A.-M. Leonard, Etude de certains phénoménes aspecCuels de Tangíais, aspeets et processus. Tesis III, ciclo, Universidad de París, V II, 1973.

Todo lo que acabo de exponer es fuente de realización de lo operante y por lo tanto, de lo construido en la medida en que el primero determina al segundo. La dificultad de explicitar la complejidad de sus relaciones impone al analista etapas y compartimentaciones en el relevamiento del discurso antes de poder vincular sus estadios de manera de representar esos proyectos del sujeto cuya presencia discursiva es susceptible de localización. Es así como distinguiré en los “ estadios” de lo operante, sucesivamente los modos de determinación de espacios y de campos de objetos de los que hablé, las funciones operatorias constitutivas de las propiedades de estos objetos (véase IV .5.2) y esas operaciones lógico-retóricas que imponen al discurso el orden del sujeto. En lo que concierne a las primeras relaciones (espacios y campos de los objetos) creo que se trata de dos tipos principales de operaciones discursivas y argumentativas: las que consisten para el sujeto en la creación de proximida­ des en la manipulación de los objetos (fuentes de comparación, de oposición, de analogía) y en atribuir a esas proximidades, para limitarlas mejor, campos de ejercicio que remiten a dominios de existencia de los objetos y, por lo tanto, de la posibilidad del acontecimiento-problema argumentativo, condición ade­ más de la puesta en escena discursiva. Se trata de lógica si por ello entendemos que las fronteras son fijadas por el sujeto y por lo tanto, por el juego de valores axiomáticos puestos en cues­ tión, pero en la medida en que esos axiomas están bajo la égida lingüística del discurso y ajenos, por esta razón, al analista, todo se torna para él un juego de presencias. Por ello querría anticipar aquí el interés del sistema de las moda­ lidades relativas de Von Wright86 para explicitar un primer enfoque de lo ope­ rante. Este sistema puede representar un esbozo lógico de los tipos de relacio­ nes posibles. “ La lógica modal, escribe Von Wright, desde Aristóteles hasta nuestros días ha considerado siempre a la modalidad (necesidad, posibilidad, imposibili­ dad) como un predicado monádico de ‘propiedad’ de las proposiciones. El sis­ tema presentado aquí difiere de los sistemas tradicionales de lógica modal por el hecho de que estudia las diversas modalidades como predicados diádicos de ‘relaciones’ entre proposiciones.” G. H. Von Wright distingue entonces la posibilidad relativa de una pro­ posición: M (p/q) que puede ser leída como “ p es posible si se da q, en pre­ sencia de q , relativamente a q " y la posibilidad absoluta: M (p/t) que significa la existencia de una posibilidad según algunas condiciones posibles de manera absoluta. En consecuencia, la imposibilidad absoluta quiere decir que no hay posi­ bilidad bajo ninguna condición posible absoluta y la necesidad absoluta traduce la necesidad bajo todas las condiciones posibles (bajo el modo absoluto). Es preciso añadir, como subraya Von Wright, que la letra “ M ” y la barra 86.

“ A N ew System o f M odal Logic” en: G. H. V on Wright, Logical Studies, Londres, Routledge and Kegan Paul, 1967, pp. 89-126.

no deben ser consideradas como dos constantes lógicas ya que la posibili­ dad relativa es en ese sistema el único concepto modal indefinible. Es preciso subrayar sin embargo que la utilización de la barra constituye una de las origi­ nalidades del sistema. La noción de posibilidad relativa no debe ser confundida con la noción de coposibilidad 87 de los sistemas clásicos. El sentido de la expresión “ M (p/q) ” no es por tanto el mismo que el de la forma “ O (p & q ) ” empleada por Lewis. La expresión “ O (p & q ) ” es asi falsa, es decir que p y q no son posibles al mis­ mo tiempo (coposibles), desde que una de ambas proposiciones, digamos q , es falsa ~ 0 q -*■ ~ 0 (p & q ): no posible q implica la no posibilidad de (p & q ) es así una ley de la lógica modal “ clásica” . Pero M (p/q) puede ser verdadera aún cuando q es imposible y ~ M ( q/t) -*■ ~ M (p/q) que significaría que la im ­ posibilidad absoluta de q conlleva la imposibilidad de p en presencia de q, no es una ley del sistema aquí considerado. Es necesario distinguir entre la coposibilidad de dos (o más) proposiciones y la compatibilidad o consistencia de una proposición con otra proposición. Diremos que “ M (p & q/r) ” expresa la coposibilidad de p y q según condicio­ nes r, y que M (p & q/t) traduce la absoluta coposibilidad de p y q. Diremos por otra parte que “ M (p/q) “ expresa la compatibilidad o consis­ tencia de p con q. La relación de compatibilidad, como veremos, no es simétri­ ca de manera no restrictiva. Es preciso por fin, distinguir entre la posibilidad absoluta y la autocompatibilidad o autoconsistencia de una proposición. La posibilidad absoluta de p es expresada por “ M (p / t)” y la autocompatibilidad (o autoconsistencia) de p es expresada por “ M (p/p) ” . Ambas nociones no son equivalentes: la primera es más fuerte que la segunda. Todas las proposiciones posibles en el modo absoluto son autoconsistentes pero todas las proposiciones autoconsistentes no son posibles de manera absoluta. Según Von Wright, es una insuficiencia de los sistemas tradicionales el que no podamos distinguir entre las proposiciones que son “ simplemente” imposibles y las proposiciones que son autoinconsistentes. Las segundas son una subclase de las primeras. El sistema M que Von Wright construye es presentado por él como el nú­ cleo de la “ lógica modal diádica” . Los axiomas son tres: A !.

M (p/p)

A2.

M (p/q) v M ( ~ p/q)

~ M ( ~ p/p)

A3.

M (p & q/r) **■ M (p/r) & M (q/r & p )

Comentarios. A , declara que si una proposición es autoconsistente, entonces su negación es inconsistente con ella. Si utilizamos el sím bolo “ N ” podemos escri­ bir además: M (p/p) ~+ N (p/p). El símbolo N expresa la necesidad (relativa): una proposición autoconsistente es autonecesaria. 87.

Emplearé aquí el término inglés coposibilidad que Von Wright utiliza en el sentido de posibilidad simultánea de dos proposiciones.

A 2 dice que toda proposición p , ya sea bajo la forma positiva o bajo la forma negativa, es compatible con alguna proposición q. Podemos escribir: ~ M ( ~ p/q) -*■ M (p/q) o: N (p/q) -*■ M (p/q). En otros términos, si una proposición es relativamente necesaña a otra, entonces ella es también relativamente posible a esta proposición. (L a nece­ sidad implica la posibilidad.) A 3 es un análogo en la lógica de las modalidades relativas al principio de multi­ plicación, tal como se lo denomina en la teoría de la probabilidad. Podemos citar así- entre los teoremas del sistema M a los siguientes: Teorema 9 M (q/ t) & M ( ~ q/t) -* [M (p/t) ** M (p/q) v M (p/~ q ) ] Teorema 10 M (q/ t) & M ( ~ q/ t) -*• [N (p/t) «♦ N (p/q) & N (p/~ q ) ] Teorema 11 M (q/ t) & M ( ~ q/ t) -* [ ~ M (p/t) **■ ~ M (p/q) & ~ M (p/~ q ) ] La posibilidad absoluta de una proposición es su posibilidad según algunas circunstancias posibles, es decir según algunas alternativas (al menos una) en cualquier conjunto arbitrario de condiciones posibles mutuamente exclusivas y conjuntamente exhaustivas de manera absoluta. La necesidad absoluta de una proposición es su necesidad según todas las condiciones posibles, es decir según todas las alternativas en cualquier conjunto arbitrario de condiciones posibles mutuamente exclusivas y conjuntamente exhaustivas. Por fin, la imposibilidad absoluta de una proposición significa que la proposición no es posible en nin­ guna circunstancia posible, es decir que la proposición no es posible en alguna alternativa que pertenezca a cualquier conjunto de condiciones posibles mutua­ mente exclusivas y conjuntamente exhaustivas. A partir del axioma A 3 pueden obtenerse otros teoremas. Teorema 12 M (q / t) -> [N (p/t) -*■ N (p / q)] Teorema 13 M (q/t) -*■ [ ~ M (p / t) -* ~ M (p / q)) En otros términos, una proposición absolutamente necesaria es necesaria relativamente a cualquier proposición posible (absolutamente). Una propo­ sición absolutamente imposible es imposible relativamente a cualquier propo­ sición posible (absolutamente). Teorema 14 M (p/t) -►M (p/p)

Demostración: (1 )

M (p & p/t) ■** M (p/t) & M (p/p) (ya que t & p es equivalente a p )

(2 )

M (p / t) -+ M (p/p)

Si una proposición es absolutamente posible entonces es autoconsistente. L o inverso no es verdadero: una proposición puede ser autoconsistente sin ser absolutamente posible. La clase de las proposiciones autoinconsistentes es, en otros términos, una subclase de las proposiciones absolutamente imposibles. Ejemplos de proposiciones autoinconsistentes serían: “ Ese cuadrado es redon­ d o ” o “ hay un hermano de sexo femenino” . Teorema 21 N O/— p ) -*■ N (p/t) Demostración: (1 )

~ M (~ p ) ^ ~ M ( ~ p/t) (según el teorema 14 por contraposición)

(2 )

N (p/~ p ) -*■ N (p/t)

Si una proposición es relativamente necesaria a su propia negación, enton­ ces es absolutamente necesaria. Teorema 22 M (p/p) v M ( ~ p/~ p ) Demostración: ( 1) (2 ) (3 ) (4 ) (5 )

M M M M M

(p / t) -* M (p/p) (T 14) ( ~ p/t) -*■ M ( ~ p/~ p ) (p/t) v M ( ~ p/t) -+ M (p/p) v M ( ~ p/~ p ) (p/t) v M ( ~ p/t) ( A 2) (p/p) v M ( ~ p/~ p )

Toda proposición dada es así ya sea autoconsistente o posee una negación que es autoconsistente. En lo que concierne ahora a la compatibilidad es preciso subrayar que: M (p/q) M (q/p) no es un teorema de la lógica modal de Von Wright. La compatibilidad no es simétrica: q puede ser compatible con p y sin embargo p no ser compatible con q\ la noción de compatibilidad puede, empero, según Von Wright, ser simétrica en ciertas condiciones. Teorema 23 M (p/t) & M (q / t) -*■ [M (p/q) «*■ M (q/ p )] (1 ) (2 )

M (p/t) & M (q/p) M (q/ t) & M (p/q) M (p/t) & M (q/ t) -*• [M (p/q) q/t) El teorema 34 dice que si una proposición es absolutamente imposible entonces cualquier implicación material de la que ella es antecedente es abso­ lutamente necesaria. El teorema 35 dice que si una proposición es absoluta­ mente necesaria entonces cualquier implicación material de la que ella es consecuencia es absolutamente necesaria. Por supuesto que estos teoremas sólo son “ paradojales” en la medida en que se requiera que la implicación material absolutamente necesaria y la consecuencia sean una sola y la misma cosa. No hay paradojas correspondientes en lo que concierne a la noción de necesidad relativa. Ello porque ni siquiera es el caso que una proposición cualquiera sea necesaria relativamente a una proposición absolutamente imposible, ni que una proposición cualquiera absolutamente necesaria sea necesaria relativamente a cualquier otra proposición. El interés de este sistema cuyos desarrollos acabo de exponer de manera parcial, es el de evocar la posibilidad de modelizar en lo sucesivo los desliza­ mientos discursivos que pueden conducir de lo posible a lo necesario, y las modalidades que autorizan estos deslizamientos. A sí operará el sujeto que al intervenir en una eventualidad como hipotético discursivo va a esforzarse por extraer y establecer una aserción de hecho que implica un juicio necesario. Podrá hacerse eso mediante un juego de clausura de los campos sucesivos que conducen al objeto conforme al proyecto. Estas estrategias de clausura sólo son posibles por medio de otro juego que delimita y define dualidades y alter­ nativas, habida cuenta de las situaciones reales o posibles (condiciones r de Von Wright). Estas estrategias manifiestan otra vez las condiciones generales del discur­ so, acontecimiento que describe acontecimientos, y del cual sería una formula­ ción simple, en la medida en que todo discurso es para los demás, es decir que no se describe al otro lo que el o tro hace sino lo que se quiere que piense hacer. El juego de los posibles y de los poderes remite así a un conjunto de estrate­ gias de sugestión que son encadenamientos compuestos en una dirección, algo diferido que clausurará el discurso. A estas reglas de clausura del discurso el analista va a esforzarse por hacer corresponder sus propias reglas de clausura, a través de la delimitación de los operadores que elige definir. Para él el proble­ ma es en efecto el de estudiar la manera cuya disposición sintáctica (acom oda­ mientos semánticos de la lengua) ha podido conservar la huella de operaciones anteriores. Así, la distinción metodológica entre un construido y un operante

apunta a considerar a esos dos momentos que son la toma en consideración por parte del sujeto de los acontecimientos argumentativos y su resolución discursiva: momentos cuya cronología no siempre está marcada. Ello porque, com o lo he subrayado, la resolución de un acontecimiento-objeto (determina­ ción-construcción) conlleva con frecuencia la toma en consideración de otro objeto (operación sobre). Dicho de otro modo, lo operante interviene sobre lo construido, porque la construcción del espacio de un objeto significa necesaria­ mente la relación entre las propiedades definitorias de ese espacio y que, ade­ más, la determinación del campo de ese objeto implica la intersección de su espacio con otros espacios. En el proyecto de un estudio acerca de las relacio­ nes, Jean-Blaise Grize 88 utilizaba las expresiones d om inio y codom inio de una relación. Mi objetivo analítico es del mismo tipo. Si retomo las escrituras prece­ dentes de Von Wright, tendremos así: D o m .r

= d f {(y / x ) r }

Es (O )

= df(rxy) = d f D o m . r U Codom. r

Ca (O )

= d f Es (O ) n Es (O ')

Codom. r

= d f {(x / y ) r } r = dfiryx)

Es ( O " )

Dicho de otro modo, el dominio de una relación r está definido por la p o ­ sibilidad de existencia de una propiedad .y en presencia de la propiedad x ; por consiguiente, el codominio de la relación r es esta posibilidad de x al darse y . El espacio del objeto O determinado por esta relación r constituyente está entonces formado por la unión del dominio y el codominio de r. En cuanto a su campo, como dije, está formado por la intersección de esos espacios con otros espacios que corresponden a otros objetos O', O ", etc. El juego del sujeto va a consistir entonces en el deslizamiento de estas posibilidades a las necesidades (véanse el axioma 2 y los teoremas 12, 13, 14 del sistema de Von Wright). Aún podemos asimilar la construcción de estos espacios de propiedades al de los valores que afectan al objeto, excepto apro­ ximadamente cuando esos valores estén fundados en aspectos situacionales (parámetros de hechos, circunstancias de localización de los procesos) y no en la simple disposición sintáctica (determinación semántica por parte de la cons­ trucción). Hay así todo un juego de lo operante bajo la forma de proposiciones que conciernen a los objetos. Ese “ juego” no es gratuito. He intentado mostrar que el primer nivel de lo operante está constituido por las modalidades relativas “ en presencia de” las que, al reunir las propiedades cuyas relaciones definen dominios, permiten la constitución de espacios con miras a limitar los objetos discursivos. Pero estas relaciones sólo son posibles por medio de la constitu­ ción proposicional sobre esos objetos. Distinguir así un segundo nivel de lo operante sólo tiene sentido metodológico: de hecho las existencias de los obje­ tos a través de sus propiedades predicadas y las relaciones que ellas establecen entre sí sólo son posibles en las construcciones proposicionales que el sujeto

88.

Documento mimeografiado, Centro de investigaciones semiológicas, Neuchátel, 1972.

asegura. Las proposiciones del discurso son la sucesión de las representaciones locales cuyas intersecciones y cuya composición fundarán los “ argumentos” de un universo localmente cerrado de objetos; a propósito de esto se pueden diferenciar los tipos de relaciones que es susceptible de vehiculizar la propo­ sición y los puntos de aplicación de esas relaciones: categorías de predicados, de estados, de procesos (cf. relaciones 1, 2, 3 precedentes: ser, actuar, tener). Dicho de otro modo, el análisis puede ser el de las composiciones de los crite­ rios que fundamentan el argumento (objetos, propiedades, situaciones) o aún la de los tipos de operaciones que permiten la aplicación de lo que el analista podría enumerar como funciones operatorias. Sin embargo, no creo que un relevamiento exhaustivo de las “ constelaciones argumentativas” sea visualizable en este momento: me dedicaré a determinar algunos de los principales operadores cuya intervención me parece susceptible de fundamentar los órde­ nes lógico y retórico del discurso (e l sujeto del sentido y el sentido del sujeto). Con otras palabras, ninguna relación discursiva es analizable sin tomar en cuenta al menos un operador de esta relación y por lo tanto, no es definible sin la presencia de un sujeto que la afirme. L o construido del discurso no es así un contenido objetivable en el sentido de abstracción planteada sino precisa­ mente la sistematización progresiva de las operaciones de un sujeto a través de relaciones indicadas. Todo hecho de relación es entonces la puesta en evi­ dencia de esta sistematización. La particularidad de esta sistematización del análisis es que debe permanecer abierto, habida cuenta de estos juegos del sujeto sobre los posibles en la obertura de las representaciones. Toda figuración del análisis sólo es, por lo tanto, local y si la categoría de los operadores puede remitir a un léxico lógico-lingüístico delimitado, el de las relaciones observadas no reconoce como clausura más que la definición por parte del analista de uno o de muchos proyectos de sentidos atribuibles al discurso considerado. Por lo tanto, podremos considerar como hace J.-B. Grize89 los operadores unitarios, binarios o temarios pero es preciso ver que en realidad nos vemos conducidos nuevamente a definir las categorías primitivas con todos los peli­ gros de las rotulaciones. Tentativas como las de J.-B. Grize no deben por tanto llevar a confusión. Tomar en cuenta tales categorías (oraciones, nombres, ver­ bos, operadores verbales, determinantes) no apunta a reintroducir la gramá­ tica; tiene por virtud incitar al enfoque de modelizaciones de las maneras en que el sujeto pone en relación todos los elementos. Dicho de otro modo, el procedimiento no es aquí el del lingüista que, por ejemplo, del vocablo com e deducirá el operador binario com er y el predicado binario ser comedor, ser com estible. No se trata de constituir un léxico semántico de las compatibili­ dades y de las incompatibilidades. El orden del discurso ünpone, por el con­ trario, consagrarse a definir las orientaciones de com posición entre los rasgos de los objetos y las proposiciones del sujeto acerca de esos objetos. Creo que estas composiciones pueden ser denominadas argumentos y que son la eviden­

89.

Mathématiques et Sciences humaines, 1971, 35,43-50.

cia de estrategias. El empleo de la palabra estrategia alude a la utilización por parte del sujeto de reglas de elección entre las acciones discursivas posibles habida cuenta de su proyecto. Estas alternativas dependen de muchas especies de restricciones pertinentes en cada momento en el discurso considerado: o b ­ jetos, propiedades, situaciones, ubicación del sujeto, ubicación de los demás. La lógica del discurso está vinculada así a problemas de existencia y de posibi­ lidad; la del sujeto es manifestada por la manipulación de las modalidades y las orientaciones de lo posible. Toda estrategia del sujeto va a apuntar a determinar las posibilidades en el campo discursivo de los argumentos. El proyecto analítico consiste en explicitar estos mecanismos estratégicos del discurso en relación con los efectos que está aparentemente destinado a producir. Es por tanto necesario tomar en cuenta todo lo que es susceptible de manifestar una semántica de los dom inios de objeto (elección de ciertas palabras, grupos de palabras, orden y encadenamiento de las ideas) y de com ­ poner esto con las modulaciones retórica y estilística. La primera de estas modulaciones designa todas las intervenciones operantes sobre los constmidos (vinculaciones de tipos deductivo e inferencia!, lógica de lo posible y de lo necesario, del comparativo y del superlativo, modalidades de la aserción, de la negación, de lo cierto, de lo probable, de lo necesario). La segunda concierne a todas las manipulaciones por parte del sujeto de este operado (hacerse cargo del discurso: ponderación de los elementos, manipulaciones analógicas). Se ve que el problema de esta coherencia de que hablé y que constituye la represen­ tación necesaria del discurso está fundada entonces en un conjunto de valores. Estos sólo son valores de verdad dentro de un sistema definido: el discurso del sujeto considerado. Los valores son esta sistematización operatoria del suje­ to que va a repartir los argumentos en clases semánticas tales que algunos enca­ denamientos serán posibles o imposibles. Las relaciones fundamentales de construcción-operación serán por tanto las que apuntan a construir la identificación de los objetos discursivos. Por ejemplo: las inclusiones o las exclusiones de propiedades, los causativos que permiten identificar mediante haceres. Por consiguiente distinguiremos dos operadores fundamentales: los identificadores y los causativos. Podemos, utilizando una comparación matemá­ tica, describir al operador como un morfismo que va a hacer corresponder a un elemento discursivo una dupla (propiedad incluida, propiedad excluida, por ejem plo). Sea xpy el constmido de una relación orientada entre las propiedades x e y por lo tanto marcada por su dominio y su codominio: la posibilidad de existencia de cada propiedad está fundada así en la posibilidad de existencia de otra propiedad. Más exactamente, para que cada una sea posible es necesa­ rio que exista otra (véase más arriba y el teorema 12 de Von Wright). Esta relación de dependencia puede ser considerada como una invariancia profunda. “ La orientación primitiva (de la fuente hacia el objetivo) dependerá de las pro­ piedades de [x, y, p ] (animado/inanimado; determinado/indeterminado; único/ múltiple; interior/exterior; proceso/estado, etc.) o de las modulaciones retó-

ricas que dependen de la situación de enunciación, de los presupuestos de los enunciadores, para sólo citar estos casos. Lo importante es advertir que toda relación está orientada.” 90

xpy

/'

rv~

x j ( 0 )R y

c

y Rx

y ± x R ( O)

y_e (O ) R x

x & y R (O )

La intervención de los operadores de identificación I (determinación, cons­ trucción) y causativo C permitirá por una parte la instanciación de la propiedad definida entonces como constitutiva de una relación (x e x R .y ) y por otra parte la restricción de la relación a condicionas precisas y orientadas que estruc­ turan de este modo dominios. Por este hecho los objetos O concernientes serán estabilizados en existencia tanto en el plano de las propiedades características (atributos, estados) como sobre el modo de su alcance (proceso, complemen­ tos). Los operadores I y C se reducen al punto de vista de la relación marcada por este operador e tomado de A. Culioli, operador especular^ y que permite la selección del término de partida de la relación. Un objeto puede ser cons­ truido así según una trayectoria tematizada a partir de tal propiedad, de tal estado, de tal proceso que implicarán una lectura determinada del objeto en cuestión, por restricción y clausura de su espacio de existencia. Dicho de otro modo, el operador e deberá interpretarse en términos de identificación, de pertenencia, de inclusión y en consecuencia, de exclusión, de no pertenencia. En el plano de la relación marcada, ello se traducirá de manera todavía “ condensada” : asociación, composición interna, implicación. En efecto, el pro­ yecto del sujeto es ofrecer a otros el objeto discursivo como esquema hom o­ géneo y enteramente significativo. Ello sólo es posible al precio de una restric­ ción de los elementos que componen las relaciones de las que acabo de hablar y sobre todo de una imbricación de esos elementos. Esta composición estrecha es asegurada en cada dato proposicional del discurso. La proposición es así el 90.

A. Culioli, “ A propos d ’opérations intervenant dans le traitement formel des langues naturelles” , Mathématiques et Sciences humaines, 1971, n° 34, p. 9.

lazo en que se opera la determinación de lo construido por parte de lo operan­ te al mismo tiempo que el juicio del sujeto acerca de esta representación, juicio que permite la introducción progresiva del proyecto de sentido destinado a otro. El objetivo es llevar a este otro a considerar que existe una realidad y a operar en él una transformación de su sistema de coordenadas. La estrategia va a consistir por tanto en jugar sobre las propiedades-predicados atribuidas a los objetos y sobre la composición proposicional de estas propiedades en relación a otros objetos.

Propiedades Proposiciones

Objetos O

Relaciones Objetos O'

Tipos de relaciones: R t : lazo-estado = x es .y, x está en la relación R con y R 2: distinción-alcance = x no es>\ él es /y es R 3: proceso-acción = x hace, actúa sobre y En la orientación de la relación x podrá ser por lo tanto: R x: objeto-beneficiario (B ) R 2: sujeto del proceso (S ) R 3: agente del proceso (A ) Se pueden distinguir aún relaciones internas ( I ) y externas (E ) según se trate de definir los modos de composición o de ubicación, de las posiciones en una transformación orientada. Siempre se puede, entonces, retomar los escritos y los esquemas preceden­ tes de manera de dar cuenta de los diferentes tipos de fenómenos que serán dados en la superficie como comprensión de un objeto (algunas propiedades exclusivamente), jerarquía de propiedades (proximidades y distancias de los predicados) y sentido de las relaciones (antecedentes y consecuentes cons­ truidos como necesarios). Por ejemplo:

x e {B , S, A } x Ry e ? (proposición)

La relación entre x e y va a dar estructura a la proposición P. La orienta­ ción de la relación (véanse precedentemente las trayectorias posibles) permi­ tirá diferentes modos de tematización y por consiguiente la puesta en función (sujeto, proceso, objeto, propiedad) en ubicaciones de agente, de estado, de proceso. Todo ello no es más que esbozo local en la composición de fenómenos cuya complejidad tom a difícil la modelización general. En particular, toda proposición constituye un proceso establecido por el sujeto sobre procesos de acontecimientos. El funcionamiento de ese proceso puede ser llevado al menos parcialmente a la conjugación de un problema de lím ites (abierto/ce­ rrado) y de un juego de valores (rasgos situacionales intradiscursivos) según los modos de clausura que el sujeto impondrá al objeto discursivo de tal o cual proposición. Ello significa que las conceptualizaciones precedentes en cuanto al juego de las composiciones proposicionales sólo toman sentido en función de las intenciones del sujeto que les atribuye orientaciones. A. 'Culioli91 distingue entonces diferentes tipos de sujetos, interpretando desde un punto de vista las relaciones marcadas en el enunciado: S~*\ S*, S1" que explícita como sigue: S"* = S es el origen del proceso, lo que implica modalidades tales como “ querer, ser capaz de, poder, desear” , = otro S actúa sobre S (causación y pasivación): modalidades “ deber, tener el permiso de, dejar” ; S*

= este “ operador” tiene por función dar cuenta de las relaciones entre S-* y -+S y por lo tanto de la ambigüedad de algunas modalidades. Ejemplo: “ deber” implica tanto un juicio de probabilidad que ata­ ñe a un estado como un juicio de restricción acerca de un proceso;

S1" = reagrupa todos los casos que difieren de los tres precedentes. Ejemplos: “ puedes venir” puede significar: S- * = “ tienes la capacidad de venir” ; = “ tienes permiso para venir” ; S*

= “ puedes venir” = “ ven ya que tienes permiso” ;

Sw = “ es posible que vengas” . Estos ejemplos y todo lo que he podido decir anteriormente dan testimonio de que en el discurso muchos empleos cón valores múltiples se encuentran fil­ trados, a través de la construcción misma, de manera de poder tener sólo un valor, el que es deseable ver aceptado por parte de otro. Esta reducción en superficie de operaciones que no me atrevo a calificar como subyacentes sim­ plifica y complica a la vez la tarea del analista. Las pocas migajas que he podido ofrecer de una representación de la lógica discursiva participan por tanto de 91.

Expuesto en el Centro de Investigaciones Semiológicas, Ñeuchátel, 27 febrero de 1971.

esta situación paradójica que nos conduce a esquematizar mejor aún esta activi­ dad esquematizante que es el discurso. Casi no es posible entonces en el análisis evitar esta precaución contra el riesgo del comentario confuso, precaución que el analista concretizará por medio de la distinción de etapas que traducen en “ niveles” la composición de relaciones. El esquema tipo de lectura de una estra­ tegia puede ser resumida entonces, tal como figura en esta página.

Operadores fundamentales

Funciones operatonas -----

+

identificadores causativos

Í

Objetos.,

» Argumentos del discurso

proceso/estado Reí. lógicas

Relaciones de determinación

propiedades

construcción “ en presencia de".

aserción negación inclusión exclusión implicación compleinentación analogía

Existencia/posesión/acción

criterios

espacio campo, dominio codominio espacio-temporal fáctico hipotético conceptual

Referencia de las flechas de relación

Relaciones retóricas Modalidades del sujeto acerca de su ubicación y acerca de los juicios del discurso orden del discurso

pos. neces. apreciativos

------- ►composicion — i—►transformación — —►producción

Volveré sobre esta distinción de niveles operatorios. Quisiera ahora resumir además algunos puntos relativos al análisis.

“ La lógica es el medio de expresión.” ( Les murs ont la parole, París, Tchou, 1968.)

1. CO NSID ERACIO NES PR E L IM IN A R E S Analizar un discurso es poner en funcionamiento una cierta práctica que debe responder a intenciones muy precisas. En muchas oportunidades he habla­ do de mis motivaciones. La estrategia personal se aclara así y sólo adquiere valor en función de las metas que la explicitan y de la práctica precisa que uno mismo puede desarrollar acerca de las problemáticas que suponen y que permi­ ten determinar sus límites y su alcance. He dicho que un discurso es la operación global de un sujeto que constru­ ye una representación. Esta es analizable de dos maneras de las que no se puede decir aún hoy si una es el codominio del dominio de la otra o si su intersección es delimitable operatoriamente. Una consiste en volver a insertar al discurso en el conjunto de las producciones discursivas a las que parece pertenecer o aparenta hacerlo por razones sociológicas o ideológicas, y por lo tanto, a reen­ contrar este conjunto de producciones para efectuar hipótesis acerca de los criterios que le aseguran una cohesión. La otra se limita en apariencia a consi­ derar al discurso como producto y, en tanto tal, representación dada con sus leyes propias, cuyo propósito no es tanto remitir a un exterior, según los pun­ tos de vista propios del sujeto. En el primer caso, se tratará de conformar un cierto número de rasgos discursivos a la observación del comportamiento, de manera de tornarlos significativos de las posiciones sociales cuya explicación se realizará en términos de inscripciones dentro del proceso socioeconómico. El rol del discurso es por lo tanto el del pretexto, de la concordancia con una visión economista de la relación social. Lo ideológico sólo es concebido enton­ ces como discursivo en tanto permite argumentar una visión de las cosas con­ forme a la ideología del analista. La situación metodológica aparece así para­ dójica cuando se quiere recordar las necesidades lingüísticas de la conceptualización y del intercambio en nuestras sociedades. En otros términos, el poder del lenguaje es remitido aquí a la oportunidad de una traducción.

En el segundo caso, me parece por el contrario que el rol propio de lo ideo-lógico es preservado en tanto actividad de representación del mundo. El discurso es considerado como producto pero también como fenómeno espe­ cífico: un lugar de producción de sentido al menos tan activo como la expre­ sión de los comportamientos y la determinación económica que, tanto una como otra, se organizan en dinámica de fuerzas y de movimientos sociales. Además, como estos dos dominios, la actividad discursiva posee sus leyes propias que aseguran su funcionamiento y su resultado social. Será necesario entonces en el futuro desarrollar investigaciones acerca de las ubicaciones respectivas del discurso y de las condiciones que lo motivan así como también de los efectos que él suscita en la configuración social. En lo inmediato, es preciso retener que todo discurso es una práctica de un sujeto tan informativa de las concepciones y posiciones de ese sujeto como lo que sabemos por otra parte del lugar que él ocupa. Ello porque ese discurso es representación y huella de operaciones de representar.1 Elegiré entonces analizar eso y, al ocupar este lugar de analista, decir lo que un análisis semejante representa. La modestia es en efecto necesaria en tanto el estudio de lo discursivo no haya recibido la con­ tribución del lingüista y del psicosociólogo según otras modalidades que las hasta ahora conocidas.

2. E S TU D IA R L A S O PER AC IO N ES D ISCU RSIVAS La calificación previa del discurso como fenómeno y actividad de repre­ sentación me lleva a definir un primer objetivo personal: estudiar las opera­ ciones discursivas que engendran la esquematización tal com o el sujeto desea verla recibida p o r el lecto r o el oyente. En consecuencia, para quien se da la tarea de analizar lógicamente estas operaciones, el uso de la lógica consistirá en remontarse a las actividades logificantes tales como parecen implicadas en un texto y a especificarlas de otra manera. Ello significa constituir la represen­ tación de una representación dada pero en términos tales esta vez que, desem­ barazada de las retóricas de la expresión, la misma precise y legisle el juego de las correspondencias entre el sujeto, la situación y el auditorio enfocado. Concretamente, ello significa admitir el postulado según el cual un texto reali­ za cierto número de operaciones sobre los objetos,2 con miras a determinarlos

1.

“ Un principio de especificidad: no resolver el discurso en un juego de significaciones previas, no imaginarse que el mundo gira hacia nosotros un rostro legible que sólo tenemos que descifrar; no es cómplice de nuestro conocimiento; no hay providencia prediscursiva que lo disponga a nuestro favor —es preciso concebir al discurso como una violencia que efectuamos a las cosas, en todo caso como una práctica que noso­ tros les imponemos; y es en esta práctica donde los acontecimientos del discurso encuentan el principio de su regularidad.” (M. Foucault. L ’Ordre du discours, op. cit.

2.

“ La parte genealógica del análisis concierne por el contrario a la serie de la formación

P-55.)

y que es preciso justificar estas determinaciones articulándolas. Explicitar eso equivale a atribuir al discurso un cierto número de leyes que propondré como primitivas: —El discurso concierne a objetos y construye las existencias de esos obje­ tos. Pueden asi ser tratados discursivamente como objetos, conjuntos de obje­ tos o clases de objetos.3 —El discurso determina los modos de existencia de esos objetos. Hay así muchos tipos de operaciones de predicación: definición, descripción, propie­ dad, comportamiento, acción. —La puesta en juego de estas operaciones dependerá del estatus de los o b ­ jetos construidos: animados o inanimados, personas (y o , tú, los otros) o no personas (cosas, nociones). Habrá así actores y actuados, hechos, aconteci­ mientos, principios. —Las operaciones de predicación serán de naturaleza diferente según deter­ minen un predicado (localización espaciotemporal, cuantificación), una vincu­ lación entre el objeto y el predicado (proceso, modalidades) o una relación entre enunciados (aspecto). —El sujeto deberá justificar las determinaciones de su discurso, ya sea apropiándose de ellas o imputándoselas a otro. —Habrá entonces muchos tipos de señalamiento de la relación enunciadosituación:4 justificación, hacerse cargo por parte del sujeto, atribuirlo a un in ­ terlocutor designado, imputarlo a uno extem o, sujeto colectivo o impersonal,

efectiva del discurso: ella intenta captarlo en su poder de afirmación y no entiendo por ello un poder que se oponga al de negar, sino el poder de constituir dominios de objetos, a propósito de los cuales se podrán afirmar o negar suposiciones verdaderas o falsas.” (M. Foucault, ibid., p. 71.) 3. Cf. el concepto de clase colectiva o clase mereológica en Lesniewski, que sería un todo en el que convendrá introducir una relación de parte a todo, en relación al con­ cepto de clase conjuntista o distributiva que es la extensión de un concepto. Para la clase colectiva Lesniewski distingue las siguientes relaciones: es parte de, es elemento de, es ingrediente. La relación de parte a todo no coincide sin embargo con la rela­ ción de inclusión. En: J.-B. Grize, “ Notes sur l’ontologie et la méréologie de Les­ niewski” , Travaux du Centre de recherches sémiologiques, Neuchátel, 1972, n° 12. 4. Com o hace observar A . Culioli (Seminario de Lingüística, Escuela Normal Superior, París), todo término del discurso está en relación y está en una relación, hay siempre un término que sirve de referencia. El enunciado está entonces form ado por un con­ junto de relaciones que aseguran su referencia en relación a una situación. El proble­ ma es entonces saber cuáles son las condiciones que fundan el estatus de referencia: ¿hay una referencia privilegiada en la composición del enunciado? En otro tiempo, el sujeto lógico gramatical fue designado como siendo esa referencia; pero hoy en día ya no tiene ese estatus privilegiado, en particular ya no es posible considerar que existiría una separación entre por un lado, una agencia sintáctica y por el otro una interpreta­ ción semántica. Ilay más bien una interferencia de muchos tipos de fenómenos: el sintáctico-semántico, el pragmático, el metafórico y la referencia a lo extralingüístico.

autoridad. La noción de justificación, por otra parte, no remite necesariamente a situaciones de debate o de controversia: se trata también de procedimientos suficientes para asegurar la existencia de objetos discursivos. —El discurso compone y articula sus determinaciones. La lógica de esta articulación se funda en los operadores de tipo sintagmático5 y en los relatores nocionales y predicativos. —Los operadores serán aquellos que es posible atribuir a una “ lógica na­ tural” : consecuencia, inferencia, desarrollo, complementación y sus opuestos. —Los relatores intervendrán entre los actores, los objetos, las propiedades y las situaciones: calificación, atribución, oposición, conjunción, coordinación. —Por lo tanto, todo discurso puede ser definido como un conjunto de estrategias de un sujeto cuyo producto será una construcción caracterizada por los actores, los objetos, las propiedades y los acontecimientos. La puesta en situación de todos estos elementos sólo será posible en función de opera­ ciones modales y lógicas. —Estas estrategias son organizadas en sistema lógico cuya primera espe­ cificidad está determinada por el discurso en cuestión, es decir el sujeto que se considera que lo ha producido, la situación de referencia y la elección de las nociones construidas. —Las operaciones y las relaciones serán así compuestas y se compondrán en configuraciones lógicas6 cuyo formalismo habrá podido tener que ver con el del lógico. Dicho de otro modo, tanto la definición como el análisis de estas configuraciones pasa por la consideración de los elementos que los motivan: ubicación del sujeto, objetos en cuestión, propiedades concernientes, resulta­ dos del desarrollo de la situación local en función de la situación general. Por fin, su articulación interna tanto como su composición general en discurso dependen intensamente de las restricciones que proceden de la secuencialidad lingüística, familiar al usuario de la lengua. —La sucesión de estas configuraciones lógicas define un orden propio a todo discurso, orden que es marca del sujeto tanto como de las necesidades de composición del razonamiento. En consecuencia, la delimitación tanto como el análisis de estas configu­

5.

6.

Habida cuenta de lo anterior me parece que no es necesario utilizar la distinción entre los ejes paradigmático y sintagmático tal como la ha practicado J.-B. Grize ( Coloquio sobre la argumentación, Universidad de París, V II, U.E.R. de Didactique des discipli­ nes, 16 de marzo de 1974) para separar los operadores de los relatores. La separación de lo sintagmático y de lo paradigmático sólo tiene valor metodológico y asimismo en ese plano sólo ofrece una ventaja relativa. En otra oportunidad las denominé argumentemos y J.-B. Grize las denomina hoy en día estratagemas. N o conservaré aqu í ninguno de los dos términos; el primero me parece que depende de una cierta tradición vinculada a la taxonomía de los argumen­ tos y el segundo puede ser considerado paradójico.

raciones no será accesible de acuerdo con criterios clásicos: sintaxis y luego semántica marcada en superficie. Por cierto que será al nivel de la superficie donde se encontrarán las primeras referencias que permiten construir las rela­ ciones, y las nociones gramaticales tradicionales, en este sentido, siguen siendo útiles. Pero se trata más, de marca a marca, de lo sintáctico a lo nocional, de determinar las operaciones que expresan una lógica del sujeto, en términos discursivos y no confinadas a los límites del enunciado: el discurso es más y es distinto de la yuxtaposición de enunciados sucesivos. Estas relaciones y este orden de las operaciones deben ser reproducidas fuera del discurso, respetando su cartografía. De esta cartografía se'tratarán de despejar los señalamientos de las interrelaciones y los diferentes tipos de operaciones: — operaciones cronológicas, de dependencia, de sucesión, lógicas; — operaciones de construcción o de atribución de propiedades; — operaciones temáticas:7 nudos o cruzamientos de relaciones sobre los elementos, los objetos a los que se atribuyen ciertas propiedades. La composición de estas operaciones en configuraciones es la razón de estos bucles y giros aparentes del discurso: todo un camino que no evita las repeticiones es necesario al sujeto, para construir y afinar estrategias cuya resul­ tante será conforme a su proyecto. Es deseable que ese proyecto no sea libe­ rado ni visible inmediatamente, y de allí la puesta en escena de todo un juego teatral discursivo del que participan el énfasis, las figuras y el silencio. La tradi­ ción elocutoria en la que se inscribe el sujeto —la nuestra— explica además la teatralidad retórica estabilizada, conservada por las instituciones y los rituales.8 Todo ello beneficia al analista pues el rédito es una paráfrasis provista por el sujeto, y el mantenimiento de una tradición oratoria significa el beneficio de los tratados de análisis legados por esta tradición. Pero la complejidad del do­ minio de investigación es temible. El analista del discurso argumentativo d ifí­ cilmente puede pretender esta pureza metodológica que es la preocupación de

7. 8.

Entiendo por “ temáticas” a aquellas que corresponden en particular a una óptica de construcción de sentido en el sujeto. “ El intercambio y la comunicación son figuras positivas que juegan dentro de siste­ mas complejos de restricciones; sin duda no podrían funcionar independientemente de aquéllas. La forma más superficial y la más visible de estos sistemas de restricción está constituida por lo que podríamos agrupar bajo el nombre de ritual; el ritual de­ fine la calificación que deben poseer los individuos que hablan. . . los gestos, los comportamientos, las circunstancias y todo el conjunto de signos que deben acom­ pañar al discurso; él fija por fin, la eficacia supuesta o impuesta de las palabras, su efecto sobre aquellos a los cuales están destinadas, y los límites de su valor restric­ tivo. Los discursos religiosos, judiciales, terapéuticos y por una parte también los políticos casi no son disociables de esta puesta en funcionamiento de un ritual que determina para los sujetos que hablan a la vez propiedades singulares y roles conve­ nidos.” (M. Foucault, ibid. , p. 41.)

muchos lingüistas: le es preciso integrar al análisis del discurso propiamente dicho la presencia de un sujeto enunciador, el proyecto de este sujeto y la situación de la producción y de los destinatarios. La hipótesis fuerte, pero no absurda, es que todo ello existe en el discurso y que se trata, para el análisis, de asegurar una representación. Entonces el problema es el de las relaciones de este modelo con el texto. Lo esencial es no crear nada al precio de una des­ trucción del texto original como fuera practicado por los análisis precedentes. En particular, tomar en cuenta una teatralidad propia al discurso impone no hacer depender el m odelo de la naturaleza secuencial de la escritura. La carto­ grafía de las operaciones impone recorrer el conjunto de las estrategias posibles y compatibles con el asunto, el proyecto, la situación.9 Querría abordar ahora más en detalle estas operaciones que fundan la estrategia discursiva. El lector podrá considerar lo que sigue como un catálogo de los operadores cuya pre­ sencia en la construcción discursiva importa inventariar ya que son necesarios a esta construcción. Las relaciones así despejadas permitirán al analista esbozar una representación de la representación constituida por el sujeto. Precisaré antes que el orden de enumeración de estas operaciones no es necesariamente el de su aparición en el discurso y tampoco el orden eventual que respetarán sus procedimientos de composición. La red argumentativa es suficientemente compleja y está ligada en su especificidad a la complejidad aún mayor de las situaciones de enunciación para tornar difícil, si no imposible, la constitución de una tipología de los discursos según las formas de las operaciones que los constituyen. Si es posible una clasificación de las argumentaciones, se situará a un nivel que no es el de la interacción entre los contenidos, las situaciones de referencia y las ubicaciones de los sujetos. A este nivel permitirá acceder a una puesta al día de las modalidades operatorias de la construcción argumentativa. Metodológicamente considero necesario entonces examinar:

3. OPERAD O RES D ISCU RSIVO S E IN TE R V E N C IO N E S D EL SUJETO 1) Los objetos del discurso', se podrá decir que todo discurso se refiere al menos a un asunto: este “ objeto” no es lo que hasta ahora se acostumbraba denominar “ tema” del discurso. Este, conforme al mantenimiento de una tradición retórica, sigue coincidiendo frecuentemente con la “ proposición” del discurso: el resumen breve, generalmente en una oración, de lo que el hablante entiende demostrar, y generalmente situado en la primera parte, si no en el encabezamiento del discurso. El tema de un discurso, en el sentido clásico, es más que el objeto, lo define y lo califica al reunir las propiedades

9-

“ Las nociones fundamentales que se imponen ahora ya no son aquellas de la con­ ciencia y de la continuidad (con los problemas relativos de la libertad y de la causa­ lidad), tampoco son los del signo y de la estructura, son los del acontecimiento y de la serie, con el juego de las nociones que están ligadas a éstos: regularidad, azar, dis­ continuidad, dependencia, transformación.” (M. Foucault, ib id. , p. 58.)

que la construcción discursiva pretende establecer. Por tanto, la definición de este objeto llevará al analista a la determinación de subobjetos que funciona­ rán como elementos del dominio de representación considerado. En conse­ cuencia, no hay tema y subtemas en el sentido en que lo entienden los análisis aún recientes, sino un conjunto de objetos que la predicación constituirá pro­ gresivamente: actores o nociones en situación. Los subobjetos serán los ele­ mentos de la composición, ya sea que se trate de partes constitutivas y necesa­ rias a una determinación del objeto complejo (situación de los actores o de los objetos, nociones compuestas), o sea aún que los subobjetos representen las manifestaciones de una colección (acciones, nociones, objetos) que funda el objeto global y al mismo tiempo lo construye. Los jalonamientos constructivos del discurso serán así marcados por el analista, en lo que concierne a los obje­ tos, sobre los modos de la repetición, de la redundancia, del énfasis y, sobre todo, por cierto número de relaciones. 2) Las relaciones entre los objetos serán de tipo aproximación, yuxtaposición, proximidad, composición. Cada una de estas relaciones, al menos entre dos objetos, será susceptible, por cierto, de volverlos a vincular más, lo que nece­ sariamente será el caso, ya que su composición discursiva tomará la forma de una red. Ellas utilizarán operaciones tales como la analogía, la oposición, la complementación, así como la inclusión. Estas operaciones no concernirán únicamente a los objetos: es preciso considerar además la relación objetopredicado que fundará las formas de existencia de los objetos, sus determina­ ciones y permitirá así establecer los modos de interacción.

3) Las determinaciones constituirán por lo tanto, el conjunto de los procesos más inmediatos para la construcción de los objetos. Se tratará de relaciones de calificación que asignan propiedades a los objetos (adjetivos, adverbios, determinantes) y construyendo de este modo representaciones específicas. Estas representaciones podrán concernir a familias de objetos o de conjuntos del tipo dominio o colección, tal como lo dije. Estas calificaciones funcionarán también por intermedio de procesos. Estos ilustrarán los recorridos de exis­ tencia al poner en relación las determinaciones y los aspectos sucesivos de la representación, progresivamente modulada. 4 ) Las modalidades: los recorridos de existencia de los que acabo de hablar serán posibles discursivamente gracias a las modalidades que intervendrán sobre los procesos y sobre las determinaciones. Es preciso mencionar en primer lugar a las modalidades temporales, bajo la forma gramatical clásica de los tiempos, pero también bajo la de los aspectos: perfecto, imperfecto, con todas las modalidades intermedias entre estos dos polos, de lo pasado a lo predecible. Las modalidades a considerar además son las de lo seguro, de lo probable, de lo posible y sus negaciones. Por fin, el examen de los aspectos, de su com po­ sición con las modalidades de lo seguro o de lo posible permitirá determinar

los juegos del sujeto sobre lo fáctico y lo hipotético, es decir al nivel discursivo de los procesos y de los objetos, sobre las formas de existencia de la represen­ tación (aserción de hecho o juicio hipotético). Con otras palabras, el sujeto va a decir cosas y, a decir lo que de ellas podemos decir y cómo lo podemos decir. Estas enunciaciones serán dadas como remitiendo a una realidad extralingüística pero esta realidad sólo tendrá una existencia referencial y exterior al dis­ curso. Me explico: ella funda y motiva el discurso (aquello de lo que el sujeto habla) pero es pretexto y el sujeto no trata de modificarla a ella sino a las re­ presentaciones que se refieren o pueden referirse a ella. Naturalmente, el cono­ cimiento de esta realidad externa y de las leyes que la constituyen, de la cual el discurso aparenta ser la traducción en términos de leyes discursivas razona­ das, será importante para quien desea precisar la frontera entre lo explícito y lo no explícito y, en consecuencia, la ubicación del sujeto en relación al sistema de las ideologías que subtiende esta realidad de referencia. Pero esta ubicación del sujeto no es analizable en términos de opiniones cuya presencia verificamos en relación a los sistemas de actitudes conocidas. Toda realidad sólo existe por un dominio de representaciones que le corresponden; el discurso es ..:i lugar privilegiado para el acto constitutivo de estas representaciones. Todas las ope­ raciones de intervención del sujeto sobre estas representaciones serán marcadas así bajo el aspecto de referenciación discursiva a lo intralingüístico. El sistema de los pronombres, de los determinantes es así uno de los elementos de análisis intralingüístico de esta referenciación. Hay otros además que acabo de citar: los predicados de propiedades y de procesos, los aspectos, las modalidades. Por fin, cuando hablo de los modos de existencia de los objetos discursivos ello significa que los elementos precedentes van a situar efectivamente estos objetos en una trayectoria pasado-presente-futuro, con identidades afectadas por estatus de hecho o hipotético. Estas identidades serán delimitadas por propiedades que quieren predicarles una especificidad en un cierto campo de la representación y un alcance en un espacio que va de lo seguro a lo posible. Todas estas relaciones no serán construibles sin ciertos tipos de operaciones lógicas. 5) Las operaciones lógicas: podemos dividirlas en dos tipos generales. Las pri­ meras son constitutivas e implícitamente10 formuladas en los procedimientos de calificación o de determinación, asociados a los objetos discursivos. Las segundas intervienen aún de manera más clásica, en la ocasión de los procesos que afirman los modos de existencia de los objetos pero para compararlos, oponerlos y asociarlos bajo la forma de operaciones del tipo de la implicación, la inclusión o la consecuencia. Construyen así relaciones lógicas que pueden imbricarse hasta el nivel de la superficie discursiva completa. Ello debe expli­ carse por el hecho de que toda relación lógica, si podemos atribuirle una sig10.

Quiero decir que el hecho de que estas operaciones no siempre contienen a los conec­ tivos clásicos no las excluye del dominio de las operaciones lógicas en el sentido de operaciones del pensamiento que razona.

nificación determinada, sólo adquiere, no obstante, alcance y sentido discursivo por las connivencias y los recuerdos que mantiene con otras relaciones del discurso, en la relación global que éste constituye. Eso quiere decir que el aná­ lisis de las composiciones de estas relaciones y de su orden es fundamental para el enfoque del sentido del discurso. 6) L os procedim ientos de orden: estos procedimientos intervendrán, como acabo de decirlo sobre la composición de estas operaciones lógicas que se refieren a un mismo objeto discursivo, pero sobre todo permitirán componer la relación entre muchos objetos diferentes. Su aplicación sobre las calificacio­ nes o determinaciones, bajo la forma de producción modulada, permitirá al sujeto jerarquizar algunas de estas determinaciones y destruir algunas otras. El orden del discurso tendrá por función, en particular, constituir operaciones lógicas globales relativas a/y alrededor de un objeto (individuo, noción, situa­ ción), sobre el modo predicativo, es decir que los encadenamientos de las de­ terminaciones construirán una calificación general que será como un predicado definido atribuido al objeto (X es . . .). Pero ello seria demasiado limitativo: naturalmente los procedimientos de orden son estrategias sobre muchos modos posibles de la cadena de opera­ ciones (oposición, explicación, analogía, metáfora). En otros términos, este orden será el arbitraje del sujeto para especificar los pesos respectivos de las nociones o los actores principales del discurso, por un juego progresivo que componen los seguros, los posibles y los necesarios y construye también las de­ terminaciones principales. Citaré por ejemplo las que sirven para constituir el afi­ namiento de un juicio que se da como objetivo, a propósito de un hecho. Las estrategias de orden jugarán además sobre lo fáctico y sobre lo hipotético, pudiendo esto último conducir a lo fáctico según los modos lógicos que serán percibidos como seleccionando y generalizando una relación entre ambos extremos de la cadena de operaciones lógicas del discurso. Se trata de proce­ dimientos por medio de los cuales el orador cierra el dominio al que quiere restringir su argumentación según una progresión cuyas modalidades espaciotemporales también tiene que fijar. Las necesidades mismas de esa progresión inducen al desglose del discurso que será dado con parágrafos, pausas, blancos, todos ellos jalonamientos que corresponderán ya sea a la construcción de subobjetos sucesivos o a momentos de la representación de los objetos discursivos, momentos situados en el espacio y en el tiempo. Este aspecto progresivo de la construcción gramatical del discurso es una oportunidad para el analista que debe pasar por toda una serie de etapas m eto­ dológicas, distinguiendo los fenómenos, antes de poder constituir una red de ellos. El esquema que esbozaré para traducir la composición posible de estas operaciones está por lo tanto más próximo a una proposición de análisis y de discriminación que a una realidad “ objetiva” de las operaciones discursivas, de las que hasta aquí no sabemos gran cosa. El lector podrá inquietarse por la complejidad de un esquema semejante. De hecho, se trata de considerarlo como un modelo que refleja una voluntad de explicación de todas las relaciones que

Esquema de las relaciones y de

las operaciones discursivas

Extralingüístico de referencias: objetos “ reales” en una si­ tuación de la cual el discurso va a presentarse como “ repre­ sentación-espejo” .

Discurso ( superficie)

Relaciones discursivos

entre

objetos

Operaciones de relaciones en una familia de objetos o un espacio de objetos dados alrededor de un o b­ jeto principal (individuos, aconte­ cimientos, nociones)

Relaciones de calificación y de determinación referidas por el sujeto a cada objeto pero también interobjetos

Construcción de califica­ ciones y relaciones entre calificaciones

Operaciones de relaciones en un conjunto calificado

Construcción de o"bjetos bajo la form a de operaciones de califica­ ción y de determinación que se > dan com o determinaciones objeti­ vas, conformes a lo extralingüís­ tico o que conciernen a este ex­ tralingüístico

O' está en relación con O dado en la construcción discursiva en referencia con lo extralingüístico pero también con O ',, 0 '2 y 0 , , 0 , Relaciones entre procesosoperaciones lógicas entre objetos fundados sobre los procesos^

Construcción de modos de exis> tencia de los objetos a través de los procesos elegidos y empleados

Operaciones lógicas entre objetos por el sesgo de modalidades de calificación y de la determinación por los procesos O ” ' está en relación con O " (proceso) y con O' (califica­ ción) en una configuración lógica Construcción de representaciones de objetos que integran calificaciones, determinaciones, modalizaciones y operacio­ nes lógicas entre objetos Relaciones entre representaciones constituidas por el juego discursivo

pueden intervenir en la construcción, habida cuenta de las operaciones posibles o realmente puestas en juego por el sujeto. Este, por cierto, no realiza en sus discursos todos los recorridos previstos por el modelo, pero sus estrategias explicitarán algunas de ellas para enmascarar otras. La presencia de unas y la ausencia de otras, tal como su ignorancia, serán también significativas para el análisis. Para éste, sin embargo, el conocimiento de los recorridos posibles me parece fundamental, aunque sólo fuese a los fines de discernir lo explícito de lo im plícito. Los juegos del sujeto de los que hablaba remiten por cierto a lo que he podido y he intentado decir respecto de la teatralidad del discurso. Es decir: este lugar de los fenómenos que concentra las selecciones del sujeto, sus inten­ ciones de representación y los efectos posibles del discurso. Hay sobre estos puntos inevitablemente cierto número de convergencias con lo que es toda­ vía usual denominar: proposiciones del sujeto, finalidades del discurso e im­ pacto de ese discurso. Se pueden distinguir así muchos tipos de juegos, unos con aspectos metonímicos que intervendrán sobre el léxico, los otros próximos a lo metafórico que operarán sobre la construcción sintáctica. Pero éstos son también juegos sobre una lógica del sentido necesaria para toda representación discursiva. Los presupuestos, en este marco, no son, como lo he dicho, la referenciación a un extralingúístico en la medida en que una vez más el discur­ so es representación dada como suficiente, existe para todo discurso una refe­ renciación intralingüística no depreciable cuya consecuencia es la de remitir a clases de presupuestos generales. Corresponderá a quien analiza la situación de enunciación realizar elecciones dentro de estas clases de presupuestos posi­ bles. Distinguiré así cuatro universos de juegos posibles según las estrategias que el sujeto se dará con miras a constituir tal tipo de representación. Es preci­ so agregar que la perspectiva del analista es análoga a la de quien oye el discur­ so o lo lee y que, por tanto, el problema consiste en preguntarse cómo es o podrá ser recibida tal estrategia del sujeto. Es así como es preciso concebir el marco de la hipótesis que sigue, cuya brevedad responde a la necesidad de dejar al lector el cuidado por desarrollar lo que le parece que corresponde a tal análisis específico. Limitaré mi propósito a los juegos que puedan concer­ nir a una oración simple, la proposición enunciada: “ soy pobre” . Esta elec­ ción no está motivada por razones de economía ni de simplicidad.11 La con­ sidero, por el contrario, más ilustrativa ya que es más complejo elegir una oración que difícilmente se pronuncia. Ello significa que, independientemente de su construcción sintáctica correcta esta oración constituye un enunciado mal form ado.12 Para que sea aceptable ron necesarias en efecto condiciones semánticas y situacionales. El discurso p»oveerá estas condiciones en un lado o en otro. Lo que sigue será por lo tanto simplemente sugestivo: ¿qué discurso hace posible esta oración y cuáles son los discursos que tornan posible esta 11. 12.

Personales y metodológicas. En el sentido del lingüista que se preocupa por cuestiones de construcción del sen­ tido.

oración? Los juegos del sujeto intervendrán sobre los lugares, sobre la rela­ ción con otros, sobre los objetivos y sobre los universos. Hay por cierto inter­ acción entre estos cuatro dominios de intervención:

1) L os juegos sobre los lugares'.

objetividad y/o disimulo:

Soy pobre, lo soy realmente, pero lo dejo a usted juez de la escala de valores

(juegos sobre los pre­ dicados)

estética: la condición de pobre ofrece cierta ele­ gancia, comodidad:

se lo compadece no se es envidiado se escapa a las sospechas

seducción: soy como usted, menos queusted, no lo aplasto

astucia: considere la cuestión así, relativice

(juegos sobre los pre­ dicados) (juegos sobre los procesos y las modalida­ des) (juego sobre las opera­ ciones lógicas permiti­ das)

2) L os juegos sobre la relación con otros:

al menos igual: soy más pobre que usted, como usted diferente: estoy aparte, no puedo dominarlo próximo: ¿me comprende ?, nos podemos com­ prender

Argumentos'. (comparación) (dualidad)

(comunidad)

3) Los juegos sobre los objetos:

carencia: no tengo esto, no puedo tener aquello

A rgum entos: (diferencia)

comprobación: mis bienes son, mi situación es, no poseo más que

(estado)

poder: mis poderes son, no puedo tener más que

(alcance)

4 ) Los juegos sobre los universos: delimitación: pertenezco a tal categoría, a tal mun­ do

(juegos sobre las con­ secuencias: determina­ ción de operaciones)

bloqueo: sólo puedo hablar de, sólo puedo hacer

(juego sobre los pode­ res: procesos)

extensión: vivo así, sé de lo que se trata

(juegos sobre los posi­ bles: predicados)

Toda estrategia estará compuesta por la interferencia de los juegos prece­ dentes. Su determinación pasa por el análisis de las operaciones relevadas en el discurso, operaciones cuyas tipologías he ofrecido anteriormente. Querría ilustrar esto mediante el examen detallado de un discurso cuyo interés consiste en que fue escrito y por lo tanto compuesto para su publicación, sin las inter­ ferencias de la presencia física de un auditorio. Espero que este análisis provee­ rá alguna claridad acerca de mis esfuerzos y mis concepciones metodológicas.

4. UN A N A L IS IS DE UN DISCURSO A R G U M E N TA D O

4.1. El texto: “ La lógica” escrito por G. Vedel {Le M onde, 6-10-71) “ Si existen dos mayorías, la mayoría parlamentaria pasa necesariamente a un segundo plano, ya que el presidente y sus electores ocupan necesariamente el primero. En último término, en un futuro relativamente cercano —y salvo ruptura institucional— volveremos a encontrar la verdad del régimen presiden­ cial; que no existe, al menos como mecanismo esencial, una mayoría parla­ mentaria.

Si del hecho de sus estructuras partidarias y de opinión, un país puede hacer surgir de las urnas una mayoría organizada, coherente e indefectible, ese país no necesita de un jefe de estado elegido por sufragio universal. El poder del partido mayoritario, el control de la oposición, el arbitraje perió­ dico de los electores bastan para proveer todos los centros de decisión y de controversia. De la carencia de tales estructuras fue que, mucho antes de 1962, los par­ tidarios de la elección del jefe de estado por sufragio universal directo extra­ jeron sus mejores argumentos. El escrutinio presidencial debía obligar a las fuerzas políticas francesas a reagrupamientos de tipo dualista que representa­ rían el mínimo necesario para un sistema de decisión política. De estos reagru pamientos únicamente podían surgir partidos a la americana, es decir, confe­ deraciones centradas en la persona del candidato y las grandes opciones. No era indispensable ni posible que el “ partido presidencial” ostentara las carac­ terísticas de una mayoría a la inglesa. Era lógico atenerse a prácticas bien cono­ cidas por los Estados Unidos: la concertación flexible del presidente y de las cámaras, con lo que ello puede suponer de compromiso; el acuerdo acerca de las líneas esenciales que dan su imagen a la mayoría presidencial; la apelación a las mayorías de recambio con respecto a otros puntos. Hasta aquí estos efectos, aunque previsibles, no se han producido y ello, por tres razones. La primera atañe a nuestra constitución. La elección del jefe del estado por sufragio universal fue incorporada en una especie de monarquía parlamentaria a la Luis Felipe. El presidente de la república no necesita la confianza de la Asamblea Nacional, pero su estado mayor sí la necesita. Y esto no deja de presentar ciertas ventajas: la cuestión de confianza para hacer votar las leyes, la amenaza de disolución. En segundo lugar, al general de Gaulle, un virtuoso de las apuestas políti­ cas, le gustaba el agrupamiento, es decir la unanimidad. Precisaba que en todo momento y acerca de cada punto el gobierno, el parlamento y el cuerpo elec­ toral estuviesen de acuerdo con él. Toda disidencia, aunque fuese pequeña o inoperante, le chocaba. Paradojalmente, para él, la legitimidad debía acumular las reglas del juego parlamentario, del juego presidencial y del juego plebis­ citario. Por último, y quizá lo más importante, la fracción dominante, en el siste­ ma bipolar ocasionado por el escrutinio presidencial tenía y tiene interés en que la mayoría presidencial fuera de tipo unitario y no confedera!. Ni la U.D.R. ni el partido comunista pueden ver con buenos ojos a su izquierda y a su dere­ cha, formaciones menos poderosas pero más móviles que puedan practicar alianzas flexibles y ocasionales delante de los electores y del parlamento: el centrismo es su pesadilla común.

Y sin embargo hay que seguir viviendo. . . El futuro de nuestras institucio­ nes no puede ser supeditado a los avatares de concepciones jurídicas contradic­ torias, al recuerdo de una personalidad inimitable ni a las comodidades de los partidos. El presidente de la república ha tenido razón en disociar la mayoría presi­ dencial de la mayoría parlamentaria. El mandato nacional que ha recibido le ha sido conferido sobre un conjunto de opciones de las cuales es símbolo y garantía, pero que no se identifican con un partido ni con una configuración precisa del Hemiciclo. O entonces es preciso admitir que las elecciones legisla­ tivas son el tribunal de apelación de la elección presidencial. Por otra parte no se ve por qué, sobre todos estos problemas, la mayoría estaría formada por los mismos hombres y las mismas ideas. Lo esencia) es mantener el rumbo. Pero el porvenir francés no está supeditado a que las fuer­ zas políticas que han concurrido a la elección del jefe de estado estén soldadas incondicionalmente para tratar acerca de la píldora, el régimen de asociaciones y los exámenes universitarios. Esto puede ser lógico en el régimen parlamenta­ rio donde el poder pierde su legitimidad cuando la mayoría se divide. Es una restricción que no tiene sentido cuando el jefe del estado es elegido directa­ mente por la nación. Finalmente, la condición de parlamentario y el rol del Parlamento deben tener un sentido. En el régimen parlamentario, si se impone la indefectibilidad de la mayoría y si el diputado toma la figura de un infante de la mayoría, ello es la contrapartida del hecho de que las responsabilidades más importantes retornan al partido, sobre el cual, en tanto militante y en tanto cuadro, el dipu­ tado ejerce su influencia. En un régimen en que existen decisiones personales —las del jefe del estado investido de un mandato directo— el parlamentario y el Parlamento deben tener más comodidades puesto que no se trata de lo esencial. En una antigua película americana se ve a un atleta tan poderoso que cuan­ do levanta la pesa y la vuelve a tirar a tierra no sólo bate el record de levanta­ miento de pesas sino también el de lanzamiento. Desempeños semejantes no han tenido lugar en el mundo político: ninguna persona —y como ha pro­ bado la experiencia ni siquiera el general de Gaulle— puede acumular todos los rigores de los diferentes regímenes políticos cuando es difícil tener éxito con las reglas de un solo juego.

Es verdad que nuestra Constitución sólo permite al jefe de Estado dirigir la política nacional por medio de un gobierno responsable delante de la Asam­ blea nacional. Este es un hecho que es preciso tener en cuenta. Puede hacérsele justicia mediante una concepción de la fidelidad parla­ mentaria menos restrictiva. El presidente de la república y el Primer Ministro deberían normalmente —estando salvaguardado el pacto presidencial conclui­

do ante los electores— acrecentar en gran medida la práctica de las “ cuestiones libres” que no impongan al diputado los puntos de vista del gobierno ni los de la mayoría de la mayoría. Esta libertad debería reencontrarse en el juego electoral. Más aún, es preciso admitir que el presidente de la República francesa —yendo más lejos que el de los Estados Unidos— no pone su título en juego en las elecciones legislativas. No se trata —salvo desaprobación explosiva— de renunciar a las alternativas fundamentales que han comandado su elección, sino de buscar su realización con un personal y medios más flexibles. Sin duda sería más simple que, al desarrollar todas las implicaciones de la revisión constitucional de 1962, que ha fundado un régimen político nuevo, se renuncie a los elementos del régimen parlamentario heredados del texto de 1958 y especialmente a la responsabilidad del gobierno frente a la Asamblea nacional. Contrariamente a lo que parece, esta reforma restituiría su estatura a la representación parlamentaria. N o disimulamos que esta reforma no es para mañana: tropieza rápidamente con prejuicios, hábitos y comodidades. Pero, de una u otra forma, ella constituye a largo plazo la única alternativa alrededor de una elección presidencial por sufragio restringido. Su complemento normal estaría en la coincidencia de las elecciones legislativas y de la elección presi­ dencial. Se acostumbra a decir que la vida política no obedece a la lógica. Sin duda, si se ve en la lógica un encadenamiento de teoremas. Pero, para estar al día, digamos que la política conoce leyes ecológicas que no permiten cualquier combinación institucional. Hablemos —para elevar este propósito hasta un nivel cien tífico— hasta de vinculaciones estructurales. De todas maneras la experien­ cia crucial está hecha: no se juega al rugby con las reglas del basket-ball. Esto es lo que quiere decir la distinción entre la mayoría presidencial y la mayoría parlamentaria.” Georges Vedel

4.2. Las etapas del análisis El análisis de las variaciones semánticas de una proposición a otra, en par­ ticular en las repeticiones del discurso permitirá determinar, por el juego de las diferencias, las operaciones que conciernen a la marca del sujeto enunciador. Estas operaciones son ciertamente referidas a través de algunas clases de varia­ ciones sintácticas. Sus finalidades permiten reagruparlas en categorías poco numerosas. Se trata primeramente para el sujeto de afianzar su proposición de tal manera que los elementos semánticos de la oración sean compatibles entre sí, en otros términos, de componer estos argumentos según un procedimiento que metodológicamente no traicionaré si lo describo según un modelo tema-

predicado .13 Ello supone también algunas operaciones del tipo de las que A. Culioli define con las denominaciones de extracción y de flechaje , 14 que van a ser aplicadas sobre estos temas y sobre estos predicados. Estos últimos, de hecho, jamás tendrán en el discurso una presencia que podamos considerar como préstamo extradiscursivo. Si se deja de lado por cierto la cuestión difícil de las manifestaciones léxicas, la sintaxis de todo discurso “ en situación” será la de los modos de hacerse cargo por parte del sujeto que habla de estos enun­ ciados cuya composición será dada como producto discursivo. En otros térmi­ nos, tendremos así sucesivamente, ya que el discurso está restringido a una linealidad, las trazas de estas relaciones que el sujeto establece o construye con cada uno de estos acontecimientos que ha juzgado necesario enunciar. Para retomar el vocabulario del lingüista, las operaciones que intervienen, tomarán la forma de modalidades del sujeto (hacerse cargo por parte del sujeto del acontecimiento de la situación según la asuma o no), de modalidades de la situación en lo que ella pueda tener de exterior o no para el sujeto, y por fin de modulaciones que marcarán el hacerse cargo de lo que dice. Está claro que las operaciones lógicas de la argumentación se com pon­ drán así de diferentes modalizaciones. Los argumentos (tema-prédicado ) 1 5 pre­ sentarán localmente analogías y diferencias de estructura y de funcionamiento determinadas por las finalidades de empleo que le serán propias: hay, esto es, esto proviene de, esto da com o resultado, esto se transforma en y según sus condiciones de aceptabilidad espaciotemporales. Ello estará determinado espe­ cialmente con la distinción operada por el sujeto entre los tiempos de enuncia­ ción y los tiempos del enunciado. ¿Sobre qué elementos en particular va a actuar la “ operatividad” del sujeto que argumenta? V eo tres tipos principales: los procesos, los conectivos y los procedimientos de orden. En lo que concierne a los procesos aludo a esta lógi­ ca-proceso cuyas bases teóricas J.-B. Grize ha intentado plantear. Se trata para el sujeto de orientar los juegos sucesivos de los procesos de manera tal que el lector o el oyente sea llevado progresivamente al reconocimiento de campos cerrados, delimitados en el espacio y en el tiempo, donde es más fácil hacer aceptar el argumento y, en consecuencia, obtener la adhesión. Los procedi­ mientos podrán racionalizarse entonces en términos de esquematización, de explicación o de justificación con objetivos probatorios. Los conectivos, por su parte, serán lo que permite, y al mismo tiempo precisa y estabiliza la rela­

13.

14.

15.

Habida cuenta de las reservas que he podido manifestar antes frente a ciertos abusos simplificativos de ese modelo, hago alusión aquí a todo lo que he intentado explicitar a propósito de los m odos de la construcción de los objetos tal como aparecen en lo construido discursivo (V II. 13). La flecha es un operador que “ distingue un elemento, un individuo o una porción: el gato del vecino, éste, mi, etc.” . El extractor “ extrae un individuo de una clase” : hay un perro que ladra. Véase también ( V I I . 13): las definiciones de las composiciones de criterio que fundan al argumento.

ción bajo la forma de composiciones modelizadas y ordenadas. Tendremos entonces tanto shifters que permiten señalar al enunciado en relación al refe­ rente o a la situación de enunciación cuanto cópulas lógicas que establecen la vinculación entre proposiciones sucesivas. El orden de estas últimas no será indiferente y este orden determinará al mismo tiempo que motivará, los tipos de em pleo de los conectivos lógicos. Las estrategias de orden manifestarán así las presencias del sujeto bajo muchas formas: rol de los argumentos, orden de las calificaciones o juicios, orden de los procesos, orden de las operaciones lógicas.

4.3. Preliminares metodológicas He aquí un discurso que se podrá calificar como clásico, ya que fue com ­ puesto para la escritura y la disertación sobre un tema. Su título no es extraño al hecho de que yo lo haya elegido. Su finalidad, el lugar de su publicación y la persona que lo escribió convergen para reforzar la hipótesis de que se trata de un caso de argumentación institucional. Algunos objetarán entonces que ello puede ser una forma demasiado especifica de argumentación, en particular por su tema. Responderé, por el contrario, que tales discursos, por la razón misma de su ejemplaridad cultural y de su función en el debate sociopolítico (rol y ubicación), parecen representar manifestaciones características de esta argu­ mentación social cuyos universales quiero esbozar. Es sintomático, en efecto, que una lectura rápida baste ya para informar al lector de las finalidades del autor. Lo que los antiguos retóricos denomina­ ban proposición, es decir, lo expuesto neto y preciso del tema se encuentra así formulado en la primera y en la última fase del discurso. Sintomático además es que ese texto funcione según un desglose en partes cuidadosamente delimitadas que corresponden cada una, parece, a momentos de la argumen­ tación. La separación en parágrafos refuerza entonces la voluntad, marcada por el autor, de orden y claridad en la expresión del pensamiento, según los objetivos incluso asignados tradicionalmente a la puntuación . 1 6 Se torna mani­ fiesto así que el camino de las ideas recorre reagrupamientos superiores al simple contenido frástico y que un análisis “ semántico” del texto no podría limitarse a la yuxtaposición de todos los contenidos proposicionales circuns­ criptos entre dos puntos. El sentido del discurso debe ser considerado como lo que orienta las oraciones, su encadenamiento, su sucesión. Hay además un orden del discurso que no coincide con el orden gramatical ni con el orden lógico: el discurso se organiza. Así, partes constituidas por una oración o muchas oraciones se suceden, se superponen o dejan huecos entre sí. La segmentación del discurso según las reglas formales de ordenamiento retórico ya no coincide más con las formas del significado. Este sólo será construido por sucesiones y

16.

E. Le Gal, Apprenons á ponctuer, París. Delagrave, 1933.

giros de los significantes, según una topología aplicada sobre los dominios de lo virtual y de lo actual. Hay, por tanto, estructuras en el discurso (proposiciones, parágrafos) pero el sentido no se reduce a estas estructuraciones o a estos nive­ les de articulación; él los utiliza como herramientas: quiero tratar de mostrarlo. Por otra parte, las oraciones sólo pueden encadenarse retomando lo adquirido, volviendo a decir. El discurso funciona así a la vez de manera retrospectiva y de manera prospectiva. El sentido se marca por este movimiento mismo. La dimensión pragmática, para retomar la terminología de C. W. Morris, es más que la función referencial: ella comprende no solamente a lo “ real” sino tam­ bién lo posible y la exploración del campo de los posibles. El lenguaje mismo debe ser considerado en este caso como más esencial que un extralingúístico de referencia: él utiliza su propia referencia (un término remite a otro, cons­ truye de él otro, etc.). En lo que concierne al presente texto, la proposición expuesta por el autor deja suponer aquí que las estrategias discursivas van a articularse alrededor de definiciones y de determinaciones de dos tipos de mayorías (presidencial y parlamentaria) que conducen a oposiciones de naturaleza y de funcionamiento. El vocabulario va, por otra parte, a reagruparse alrededor de estos dos tipos de conceptos bajo la forma de predicaciones o aún de calificaciones. Formularé la hipótesis de que las estrategias utilizadas serán globalmente de tres tipos: conceptuales y semánticas (definición, aserción), lógicas (implicaciones) y ar­ gumentativas (relaciones). Por cierto que una hipótesis semejante sólo tiene un interés metodológico. Otros procedimientos parecen deber retener en mayor medida la atención. Citaré algunos. ¿Qué recorrido, por ejemplo, impone el autor a los elementos de su argumentación?, dicho de otro modo, para retomar un vocabulario anti­ guo, ¿procederá desarrollando al discurso de lo particular a lo general o a la inversa? ¿Define por etapas los conceptos que quiere delimitar y establece en cada etapa estrategias exclusivas de oposición? ¿Estamos así en presencia de la construcción progresiva de dos determinaciones conceptuales con sus implica­ ciones y sus incompatibilidades específicas? Se podrá objetar que es riesgoso definir la generalidad de operaciones argumentativas a partir de un solo texto. Sería deseable comparar este texto con otros consagrados al mismo propósito, producidos por el mismo autor y por autores diferentes. Creo haber respon­ dido precedentemente a esa objeción. Quiero intentar ilustrar aquí una con­ cepción de las lecturas de un discurso considerado como conjunto de estra­ tegias. Se trata de definir los constituyentes de un m etatexto bajo la forma de recorridos orientados en diferentes espacios. Las operaciones reconocidas co­ rresponden a varios dominios según los modelos de funcionamiento que ellas implican y los fenómenos que imponen conservar y componer. Definiré primera­ mente como estrategias conceptuales y semánticas a las que toman prestado a la observación las operaciones léxicas y sintácticas que en el vocabulario y en el ordenamiento proposicional del discurso permitirán constituir representacio­ nes de lo que el autor dice y de la manera en»que lo construye. La definición de las estrategias lógicas plantea a continuación menos problemas: ella remite

en efecto a los modos de composición de estos esquemas u operaciones locales que describe la lógica clásica y que la lógica “ cotidiana” , algunos dirían aristo­ télica, utiliza ignorando sin embargo las construcciones de los sistemas forma­ les. La columna derecha del cuadro de síntesis ofrece un inventario sucesivo de esto. Se trata de operaciones conocidas por todos. El último tipo de estrate­ gias, las que nos permitiremos calificar como argumentativas, concierne a las relaciones que se pueden construir entre, por ejemplo, tal forma de aserción y tal modo de implicación observadas sobre un mismo concepto o entre modali­ dades sucesivas a propósito de una misma proposición. Estas estrategias argu­ mentativas están por lo tanto compuestas a la vez por estrategias previas y constituidas por sus operaciones imbricadas. Ellas funcionarán a título de esque­ leto y de comentario del metatexto constituido y como enfoque diversificado del fenómeno argumentativo. Quiero decir por ello que serán representaciones, entre todas las posibles, de las estrategias y procedimientos que el acto de producir un discurso implica, al formular la hipótesis de que la sucesión orde­ nada de los enunciados permitirá al analista señalar las marcas evidentes o no evidentes de estas estrategias. 17 Quiero por tanto intentar una interpretación de ellas.

4.4. Las estratificaciones del análisis He elegido el término “ estratificación” a propósito, no existe mejor ima­ gen que la geológica para designar los resultados sucesivamente depositados de los análisis. Cada lectura de un texto discursivo es en efecto a la vez “ autosuficiente” y abierto sobre otras lecturas posibles: autosuficiente porque deter­ mina en su trayectoria a partir de una estrategia unívoca del analista, estra­ tegia que será el modelo local de ios elementos discursivos que él investiga: abierta porque aún cada lectura orientada sólo es posible en referencia im plí­ cita a otros elementos que aquellos que se tienen en el momento. En otros términos, se trata de abordar el texto de una manera que no sea impresionista (se establece un código de lectura a posteriori) ni de tipo análisis de contenido (se selecciona según los cuadros de un modelo prestado a lo extralingúístico). Para palear entonces la dificultad de no inspirarse en un plano de análisis pre­ establecido es necesario multiplicar las lecturas al tiempo que imponerse la mayor modestia en los tipos de paráfrasis que nos vemos llevados a producir en la necesidad de condensar el texto. Decir sin embargo que no existe ningún modelo de esto§ análisis sería abusivo y contradictorio con lo que afirmaba anteriormente acerca de la inves­ tigación de los universales de la argumentación social. Las filiaciones culturales

17.

Denominaré en definitiva estrategia a todo m odo específico de composición de las operaciones que el análisis podrá conservar sin ambigüedad de juicio y cuya descrip­ ción atestiguará la presencia posible de una red discursiva determinada.

que mantiene la argumentación social con toda nuestra argumentación retórica imponen retener lo que serán partes y modos de las estrategias, de los fenó­ menos del tipo: ¿cuáles son los argumentos empleados, de qué forma y sobre qué esencialmente? ¿Cuáles son las estructuras lógicas del razonamiento ya que se trata de constituir una lógica de la argumentación? ¿Cuáles son, por fin, los modos de composición de estos argumentos susceptibles de recibir la deno­ minación de estrategias argumentativas? Si hay un modelo es el que definía anteriormente: reconocim iento de los argumentos, establecimiento de una Ic'jgica bruta de la composición del discurso, gramática de los argumentos. La primera etapa consiste entonces en la lectura atenta de las proposiciones del texto a los fines de disponer cartográficamente la actividad significante del sujeto enunciador. Este se funda en ordenamientos, ya sea producidos o dados como sistema, con cierto número de marcadores. Cada enunciado se presenta como una sucesión con cierto número de propiedades y ciertamente se supone que el analista posee la competencia de señalamiento de las marcas. Mi objetivo consiste en ver si algunas regularidades del discurso pueden com po­ nerse en sistema que desempeñará el rol de una representación posible de los funcionamientos del discurso. Ello sólo puede obtenerse evidentemente me­ diante las manipulaciones del texto, empero, con la prudencia precedentemente mencionada. Esta prudencia está lejos de ser inútil dada la ausencia actual de una teoría semántica completa. Por tanto, la significación será, para retomar la definición de A. Culioli, el conjunto de los valores referenciales que el enun­ ciador ha asignado mediante una construcción al enunciado. Estos valores refe­ renciales serán los valores relacionados con un sistema de localizaciones que permitirán situar el enunciado respecto de una situación de enunciación del tipo acontecimientos actuales, pasados o futuros. El análisis del sentido va a ser entonces la consideración de las propiedades que representarán una noción o una propiedad léxica y que permitirán establecer la relación entre estas no­ ciones y estas propiedades léxicas. Podemos considerar en efecto, después de Marx, Freud o Cantor, que los términos están en relación con otros y extraen su valor de estas relaciones. El sentido será definido a partir de las propiedades atribuidas a estas nociones y/o los términos léxicos, y que permiten establecer estas relaciones. Estas relaciones serán además el producto de las propiedades compuestas a partir de proposiciones yuxtapuestas, opuestas o implicadas. Es decir que la competencia del lector —en tanto él mismo locutor y lógico en la medida de lo posible— es necesaria para el señalamiento de estas operaciones que constituyen nuestra lógica cotidiana después de la época en que ya Aristó­ teles se esforzaba por enumerar los “ topos” o lugares de la retórica social. La argumentación se hace así, y ya el estagirita intentaba incorporarla a su Organon, de estas composiciones del sentido con alcance lógico cuyo orden sin embargo ni indiferente ni monótono implica la necesidad de reconocer las estrategias. A partir de los caminos discursivos que ellas pueden constituir intentaré la representación en gramática de los argumentos empleados por el sujeto enunciador. En resumen, un texto jamás es algo que la escritura debe llevar a consi­

derar como fijo: es a la vez un texto y todas las operaciones que se pueden asociar a este texto. Estas operaciones se constituirán en sistema relativamente complejo de representaciones, de las cuales se deberán extraer las estrategias esenciales del sujeto. Desde el texto se opera entonces a partir de una lengua dada en la cual se marcan cierto número de fenómenos (género, tiempo, aspecto, etc.). El análisis no apunta solamente entonces al desglose en constituyentes inmediatos sino también, y sobre todo, a la determinación de todos los tipos de asociaciones que pueden existir entre los enunciados, de manera de señalar las variaciones semánticas precisas. La actividad del analista puede entonces calificarse de epilingúi'stica, según la fórmula de A. Culioli, es decir, que con­ sistirá en investigar los tipos de categorización y de conceptualización mani­ puladas por el autor. Las lecturas respetadas del discurso serán asi la sucesión de los procedimientos necesarios de manera de poder refutar o aceptar tal tipo de relación puesta a la luz, en comparación con otras relaciones posibles. En otros términos, se trata de conciliar la necesidad de exhaustividad y de respeto por los fenómenos discursivos, con la elaboración progresiva de los procedi­ mientos de manera tal que se evite el peligro de adherir al discurso esquemas de generalización a priori. Si existen en el discurso, como es el caso en política según G. Vedel, “ combinaciones” o “ vinculaciones estructurales” , es preciso visualizarlas bajo la forma de un juego de correspondencias entre, por un lado, un conjunto de marcas morfosintácticas, y por el otro, un sistema de operacio­ nes y un sistema clasificatorio.

4.5. Lectura analítica y global del discurso El término lectura no es accidental: se trata en un primer momento de leer atentamente el discurso, respetando la sucesión de los parágrafos y de Jas proposiciones. El objetivo es poner en evidencia los elementos léxicos o sintác­ ticos significativos, limitando al mismo tiempo las manipulaciones parafrásti­ cas. Cada proposición recibe así, a la derecha del cuadro de lectura una catego­ rización en términos lógicos a! mismo tiempo que una clasificación aspectual completada con un comentario cuya función es la de plantear relaciones entre cada proposición y lo que la precede en el discurso, y, en consecuencia, las ope­ raciones sucesivas puestas enjuego por el sujeto. La exposición de este cuadro no apunta de ninguna manera a instituirse como un imperativo metodológico que yo desearía ver adoptado por el lector analista. Me parece solamente pertinente explicitar en detalle y escribir lo que hubiera podido ser una lectura “ silenciosa” y previa del discurso. He querido mostrar lo que puede ser concretamente la selección en los hechos de la lengua de los elementos que había expuesto como pertinentes para la definición de las estrategias de representación y de construcción: objetos, procesos, determinan­ tes, relaciones aspectuales y lógicas.

1. Si

mayoría presidencial

V mayoría parlamentaria ya que el presidente y sus electores

necesariamente necesariamente

2. En el limite reencontraremos la verdad del régimen presidencial: no de la mayoría parlamentaria.

2

3. Si por el hecho de sus estructuras un país 4 una mayoría organizada, coherente, indefectible

i no necesita del jefe de estado mediante el sufragio universal. 4. El poder del partido mayoritario: todos los centros de decisión.

3

5. Es de la carencia de tales estructuras', razones para la elección del jefe de estado mediante sufragio universal, antes de 1962. 6. El escrutinio presidencial debía: reagrupamientos de tipo dualista representan el mínimo necesario en un sistema de decisión política. 7. Estos reagrupamientos sólo podían engendrar: partidos a la americana es decir: confederaciones con eje en el candidato y en las grandes opciones. 8. N o era indispensable ni posible: el partido presidencial presenta las característi­ cas de una mayoría parlamentaria a la inglesa. 9. Era lógico atenerse a i prácticas que los Estados Unidos conocen: la concertación flexible del presidente y de las cámaras

J

4 el acuerdo acerca de las líneas esenciales que dan su imagen a la mayoría pre­ sidencial.

Jerarquía: doble jerarquía afirmada en el plano de la necesi­ dad.

Conceptual:

Fáctico:

Jerarquía: Hipotético:

Conceptual: Implicación:

hipotético anticipado al futuro en el modo de la implicación a partir de la naturaleza del régimen presidencial y en un plano exclusivo: la verdad.

Conceptual:

Implicación doble:

a partir de las estructuras de un país y de la defi­ nición de lo que una mayoría parlamentaria es o debe ser.

Conceptual:

Jerarquía:

constituye el desarrollo de la implicación prece­ dente: la naturaleza de la mayoría parlamentaria implica cierto tipo de funcionamiento.

Fáctico:

Explicación:

bajo el modo de lo pasado, a partir de la explicación de los orígenes de la situación actual, la expectativa de un sistema de decisión como consecuencia del escrutinio presidencial.

Hipotético:

Hipotético:

Im plicación: Analogía: Exclusión: A nalogía: Hipotético: Im plicación: Analogía-

} aserción bajo el modo de lo pasado \revolu\, que J fija los orígenes de la situación actual.

I

bajo el modo de lo pasado, inelectable. Am bos hipotéticos como desarrollos de la explicación 5.

funcionan

en el marco de lo hipotético, la definición de losreagrupamientos es a la vez analógica (a la americana) e implicativa: naturaleza y fun­ cionamiento. bajo el modo de lo pasado, excluye la necesidad y lo posible, la de­ finición de la mayoría presidencial se da como excluyendo al ejemplo inglés. siempre bajo el modo de lo pasado. La analogía precedente es reto­ mada de manera impücativa: permite reiterar la definición en la natu­ raleza y el funcionamiento de la mayoría presidencial (grandes opcio­ nes, las líneas esenciales, la concertación flexible).

4 10.

Hasta aquí' estos efectos previsibles no producidos: tres razones.

5 11.

La primera". nuestra constitución.

12. Incorporada en una especie de monarquía parlamentaria a la Luis Felipe.

13. El presidente no pero su estado mayor

T



L

I}

confianza de la Asamblea Nacional

6 14.

Y esto no deja de presentar ventajas

7 15.

En segundo lugar al general de Gaulle le gustaba el agrupamicnto, es decir la una­ nimidad.

16.

Precisaba Parlamento, gobierno y cuerpo electoral de acuerdo con él.

1 7.

18.

8 19.

Toda disidencia le chocaba aunque fuese pequeña

Paradojalrnente, juego parlamentario juego presidencial juego plebiscitario

j s.

legitimidad para de GaulJe

A

Por último y quizá lo más importante: la fracción dominante tenía y tiene interés en una mayoría presidencial de tipo unitario.

20. d partido comunista

}

alianzas nexiblcs y ocasionales

Fáctico:

el constatativo introduce aquí un corte que permitirá mostrar el desfasaje entre la situación presente y los hipotéticos previos que corres­ ponderían a anticipaciones de situaciones lógicamente esperadas.

Fáctico:

entramos en el desarrollo de las causas de la situación actual. La pri­ mera causa introduce el aspecto jurídico cuya consecuencia es defi­ nida peyorativamente: m onarquía parlamentaria.

Fáctico: Analogía: OposiciónContradicción:

Fáctico: Fáctico:

explicación de la contradicción constitucional y al mismo tiempo de la analogía previa.

las ventajas del régimen actual: comodidades bajo un modo pasado. Hemos heredado una obligación que funcio­ na como necesidad y que está ligada a un personaje histórico. A l mis­ mo tiempo eso invalida las obligaciones jurídicas de la situación ac­ tual. Defendemos también los caprichos de una personalidad cuyo gusto por la unanimidad era llevado al extremo.

OposiciónContradicción:

(toda disidencia, aunque fuese pequeña) las contradicciones de fu n­ cionamiento (juego) de la situación presente provienen de allí.

Fáctico:

la tercera razón es quizá la principal, habida cuenta de su actualiza­ ción. Ella refuerza la idea de que las contradicciones actuales son, quizá, más humanas que institucionales. N o se trata sólo de supervi­ vencias sino también de intereses.

OposiciónContradicción.

es a este nivel de intereses de personas y de grupos donde debe situar­ se la contradicción, y el rechazo de la definición del régimen presi­ dencial; alianzas flexibles y ocasionales (ver más arriba: compro­ miso, grandes opciones, líneas esenciales).

Jerarquía:

las supervivencias del pasado: (1 9 ) el interés de una mayoría de tipo unitario V (1 1 ) nuestra constitución

V (15 ) el general de Gaulle.

9

21 . Y sin embargo hay que seguir viviendo. . . 22. E l futuro de nuestras instituciones no puede ser supeditado a y - avatares de concepciones jurídicas contradictorias ¿ — recuerdo de una personalidad inimitable A — comodidades de los partidos.

10

23. El presidente ha tenido razón en disociar: — mayoría presidencial — m ayoría parlamentaria.

X

24. El mandato del presidente sobre un conjunto de opciones no se identifican con un partido ni con una configuración del Hemiciclo

25. las elecciones legislativas son la corte de apelación de la elección presidencial

11

26. Por otra parte, no se ve por qué: en todos los planos la mayoría estaría formada por los mismos hombres y las mismas ideas. 27. Lo esencial es mantener el rumbo.

28. Pero el porvenir francés no está supeditado a fuerzas políticas incondicionalmente soldadas para tratar acerca de la pildora, del régimen de asociaciones y los exáme­ nes universitarios.

29. Esto puede ser lógico en el régimen parlamentario: fuerzas políticas soldadas V legitimidad del poder 30. Es una restricción que no tiene sentido en el régimen presidencial jefe de estado elegido por la nación fuerzas políticas soldadas o no.

12 31. Finalmente, parlamentario y Parlamento deben tener un sentido.

Fáctico:

en el modo de la necesidad: debemos tratar con lo que existe,

OposiciónContradicción:

pero no depender de supervivencias del pasado con factores de contra­ dicción, de intereses o humanos, que ellas siguen vehiculizando.La necesidad de progresar impone el juicio acerca de esos elementos heterogéneos que no tienen un carácter inevitable.

Fáctico:

ya disponemos de una actitud de razón: la del presidente, que va en el mismo sentido que la proposición inicial del discurso. Es un hecho establecido, aunque esté sometido a controversia.

Conceptual:

la contradicción de los hechos actuales es subrayada además sobre un plano conceptual, por la repetición de la naturaleza de la mayo­ ría presidencial (un conjunto de opciones, grandes opciones, líneas esenciales) que nada tienen que ver con un partido o con un grupo de la asamblea.

Oposición: Implicación:

sino que las elecciones legislativas son los únicos jueces de la legiti­ midad del presidente.

Conceptual:

no existe, de hecho ni de derecho, razón para la existencia de bloques de tipo partido en el régimen presidencial.

Metáfora:

debemos tratar con lo que existe (véase 21) pero también debemos orientarnos.

Fáctico:

precisamente nuestro futuro no puede (véase 22) estar supeditarlo ni está supeditado.

Hipotético:

en el modo anticipado. En el futuro la naturaleza del régimen presi­ dencial (véase más arriba) no implica la permanencia de tales bloques. Eso es tanto más ridículo cuanto que se trata de considerar temas de importancia desigual ( ¡la píldora! y no el control de la natalidad).

Jerarqu (a. Conceptual:

repetición de la definición de la naturaleza y funcionamiento del régimen parlamentario dada en la oración 3. El objetivo es al mismo tiempo repetir, habida cuenta de lo precedente, las diferencias de necesidades según los dos tipos de regímenes.

Jerarqu ia:

el régimen presidencial, en efecto, por su naturaleza (su sentido) des­ cansa en otro tipo de fundamento de autoridad, de jerarquía. El sentido aparece así como coexistiendo con la lógica de las institu­ ciones y de las situaciones: impone necesidades.

: Conceptual:

1 en el modo de la necesidad. Las contradicciones precedentes no tienen J sentido, no son lógicas.

32. En el régimen parlamentario, las responsabilidades más importantes vuelven al partido i V la indefectibilidad de la mayoría se impone

i V el diputado es un infante de la mayoría. 33. El régimen presidencial,

el jefe de estado investido directamente i decisiones personales

V

Parlamento no esencial entonces

V

1

13 34. Un atleta de una película americana tan poderoso que. . . bate el record de levantamiento y de lanzamiento de pesas.

35. Desempeños semejantes no han tenido lugar en el mundo político. Es difícil tener éxito con las reglas de un solo juego ninguna persona puede acumular diferentes regímenes políticos con sus I rigores.

14 36. Es verdad que nuestra constitución sólo permite al jefe de Estado: dirigir por medio de un gobierno responsable delante de la Asamblea,

i 37. Este es un hecho que es preciso tener en cuenta.

La dirección actual de los asuntos políticos: la Asamblea Nacional

V gobierno responsable delante de V el jefe de Estado debe pasar por

15 38. puede hacérsele justicia mediante: concepción de la fidelidad parlamentaria menos restrictiva. 39. El pacto presidencial concluye ante los electores al ser salvaguardado: aumentar la práctica de las “ cuestiones libres” que no impongan al diputado los puntos de vista del gobierno ni los de la mayoría.

40. Esta libertad debería reencontrarse en el juego electoral.

16 41. Más aún, es preciso admitir que el presidente conserva su título como el de los Estados Unidos V elecciones legislativas.

ImplicaciónJe rarquia'.

repetición de la definición del régimen parlamentario y de lo que constituye su naturaleza, su esencia. Esto remite a lo conceptual defi­ nido con anterioridad (3 ) y a las supervivencias actuales (8 ): mayoría organizada, indefectible, unitaria.

ImplicaciónJerarquía:

de la misma manera, repetición de la definición del régimen presiden­ cial: mandato directo que permite decisiones personales. El carácter secundario del Parlamento es de facto institucional.

AnalogíaMetáfora:

la metáfora de la paradoja deportiva tomada del cinc remite a las contradicciones subrayadas con anterioridad en el marco de las su­ pervivencias del pasado (véanse las frases 18 y 21).

Implicación:

la metáfora deportiva elegida como ejemplo permite establecer una implicación conceptual.

F áctico:

epetición de la razón constitucional de nuestra situación actual.

Implicación:

esta obligación constitucional implica un hecho al que se trata de aco­ modar (hay que seguir viviendo. . .).

Jerarquía:

ese hecho se traduce en una cierta jerarquía de poderes que no pueden ser ignorados, aunque conceptualmente, como vimos antes, mezcla “ los rigores de diferentes regímenes políticos” .

Hipotético:

en un plano propiamente jurídico, habida cuenta de los aspectos constitucionales de la situación actual.

Hipotético:

existe un medio concreto para delimitar la obligación jurídica. Ese medio concreto paradójicamente conduciría a la situación de un dipu­ tado con mayor libertad frente a las obligaciones actuales de los par­ tidos y del gobierno.

H ipotético:

AnalogíaJe rarqu i a :

1a consecuencia se reflejaría quizá en las elecciones.

el desarrollo de las consideraciones anteriores se traduce en necesi­ dad. La analogía-compaiación con los Estados Unidos se busca y si nos inspiramos en el régimen americano, es importante aceptar una jerarquía de los poderes que ubica al presidente en la cúspide. Lo hipotético es así prolongado hasta su conclusión lógica.

4

17

2. N o se trata de renunciar a las alternativas fundamentales de la elección sino de buscar su realización con personal y medios flexibles.

43. Sin duda seria más simple que al desarrollar las implicaciones de la revisión constitucional de 1962 se renuncie a los elementos heredados del texto de 1958.

44. Contrariamente a lo que parece, esta reforma restituiría su estatura a la represen­ tación parlamentaria. 45. N o disimulamos que esta reforma no es para mañana, tropieza rápidamente con prejuicios, hábitos, comodidades. 46. Sino renunciar a las herencias parlamentarias de 1958 volver a la elección presidencial por sufragio restringido

Y A

47. se renuncia a los elementos heredados del texto de 1958 (43, 46) normalmente, coincidencia de las elecciones legislativa y presidencial.

18

48. Se acostumbra decir que la vida política no obedece a la lógica. 49. Sin duda, si la lógica es un encadenamiento de teoremas. 50. Pero la política conoce leyes que implican combinaciones precisas.

5

1. Hablemos hasta de vinculaciones estructurales.

52. es preciso distinguir al rugby del basquet-ball J es preciso distinguir la mayoría presidencial y la mayoría parlamentaria.)

OposiciónContradicción:

la negación de esta contradicción aparente permite la reiteración de la definición del régimen presidencial: alternativas fundamentales, personal y medios flexibles.

HipotéticoIm plicación:

la solución concreta propuesta previamente puede evitar también todo problema de orden jurídico si se consiente en desembarazarse de lo que funciona entre nosotros como supervivencias del pasado. Además, una solución semejante está contenida en nuestros propios textos, por poco que desarrollemos sus “ implicaciones” . La paradoja sería entonces una situación parlamentaria que no sólo fuera libre sino que tuviera un sentido (véase 31).

F áctico:

la consideración de la situación actual debe atemperar las impacien­ cias: supervivencias e intereses (véanse las frases 14 a 20).

Conceptual.

OposiciónContradicción'.

la alternativa es de tipo “ todo o nada” . Si no se suprimen estos textos no hay razón para no volver a la elección por sufragio restringido, es decir al régimen parlamentario cuyas supervivencias llegan hasta no­ sotros.

Im plicación:

si por el contrario, se renuncia, la situación constitucional será más clara en el plano electoral.

Conceptual'.

este conceptual remite a un fáctico que es la opinión comúnmente admitida según la cual la política constituye un universo específico con leyes propias que no tienen nada que ver con la lógica. Sin duda, si se restringe esta última a una mecánica de teoremas. ¿Cómo expli­ car entonces esas leyes que exige la política y que implican deter­ minadas combinaciones institucionales con sus rigores (véase 35).

ExplicaciónRestricción'. OposiciónContradicción: Explicación:

AnalogíaImplicación:

estas combinaciones precisas, el político y el jurista las comprenden mejor si se habla de vinculaciones de estructura (véanse las frases 2 y 3). Pero éstas son también reglas de un juego muy particular (véanse las frases 18 y 35) y la metáfora permite repetir las impli­ caciones que esto supone. La política posee, pues, un funcionamiento lógico análogo a toda actividad deportiva necesariamente reglada des­ de el comienzo.

4.6. Reconocimiento de argumentos: los objetos del discurso y sus propiedades

La construcción predicativa A q u í el procedimiento consiste en recolectar las proposiciones del discurso según los reagrupamientos que definen los objetos a los cuales ellas se refieren. Es evidente que la pertinencia de la elección de estos objetos por parte del ana­ lista proviene de la observación de las formas de insistencia y de redundancia. Los objetos extraídos son para todo discurso relativamente poco numerosos y el interés del procedimiento consiste en precisar, mediante ese reagrupamiento, sus modos de determinación y de calificación. Por razones de espacio sólo daré aquí la lista exhaustiva de las proposiciones que conciernen a un único objeto. De los otros objetos del discurso sólo proveeré el resumen de las determinacio­ nes recogidas. En otra oportunidad 1 8 he insistido en la importancia de la técni­ ca del resumen preliminar de todo análisis. Recordaré simplemente que la ela­ boración de tales resúmenes debe ser concebida respetando los empleos léxicos y sintácticos del discurso. Por lo tanto no hay interpretación por parte del analista sino concentración que respeta el orden progresivo de las determina­ ciones. Los principaJes objetos del discurso son: la mayoría parlamentaria, la mayoría presidencial, el jefe de estado en relación a ambas mayorías y la política. Un cierto número de subobjetos son complementarios y componentes de estos objetos: citaré la constitución, el rol del parlamentario, la noción de mayoría, etc. Finalmente una vez más, estos objetos se extraen por la frecuen­ cia y la persistencia de sus presencias en el discurso.

1 . La mayoría parlamentaria 1.1.

Su naturaleza; los modos de su existencia

(L o s números entre paréntesis remiten a la clasificación de las proposicio­ nes en el orden del discurso.) — Organizado, coherente, indefectible (3 ) (entonces eLla es suficiente) — Una especie de monarquía parlamentaria a la Luis Felipe (1 2 ) (la mayoría actual) — El estado mayor del presidente tiene necesidad de la confianza de la Asamblea Nacional (1 3 ) (la mayoría actual) — Esto no deja de presentar ciertas ventajas (14): — la unanimidad (1 5) — tipo unitario y no confederal

18.

(la mayoría actual) (la mayoría actual)

L'argumentation et le resume, Travaux du Centre de recherchcs scmiologiques, Neucliátcl. 1971, n° 10.

— Las ventajas de los partidos (2 2 ) (las supervivencias de un pasado ligado a las mayorías parlamentarias) (Q ue) las fuerzas políticas estén incondicionalmente soldadas. . . Esto puede ser lógico en el régimen parlamentario donde el poder pier­ de su legitimidad cuando la mayoría se divide (2 9 ) (en teoría). 1 .2. Sus roles y funcionam iento

— El poder del partido inayoritario, el control de la oposición, el arbitraje periódico de los electores bastan para proveer a todos los centros de de­ cisión y de controversia. (4 ) (en teoría). — (El mandato del presidente le ha sido confiado sobre un conjunto de opciones que no se identifican con un partido) o entonces es preciso admitir que las elecciones legislativas son la corte de apelación de la elección presidencial (25). — En el régimen parlamentario, si se impone la indefectibilidad de la ma­ yoría y si el diputado toma la figura de un infante de la mayoría, ello es la contrapartida del hecho de que las responsabilidades más im por­ tantes retoman al partido, sobre el cual, en tanto militante y en tanto cuadro, el diputado ejerce su influencia (32). Resumen: la mayoría parlamentaria, sus modos de predicación Organizada, coherente, unitaria, de una indefectibilidad militar (3 , 15, 32); con sus fuerzas incondicionalmente soldadas, ella representa el poder y la legi­ timidad del poder ya que de ella depende la elección presidencial (13, 24, 28). Ella provee todos les centros de decisión. Las elecciones legislativas son (p o r tanto) la corte de apelación de la elección presidencial y el poder pierde su legitimidad cuando la mayoría se divide (4, 25).

2. La mayoría presidencial: resumen de las de terminaciones 2.1 .Su naturaleza. Reagrupamientos de tipo dualista. “ Partido presidencial” , éste no presenta necesariamente las características de una mayoría parlamentaria a la inglesa. Las opciones que mandan al presi­ dente no se identifican con un partido ni con una configuración de la Asamblea y la mayoría no debe estar formada, para todos los problemas, por los mismos hombres y las mismas ideas. El porvenir no está por tanto supeditado a un par* tido presidencial, presidencial bajo el aspecto de fuerzas incondicionalmente soldadas ( 6 , 8 , 23, 25. 27). 2.2. Su funcionam iento. Concertación flexible del presidente y de las Cá­ maras, compromiso, acuerdo acerca de los lincamientos esenciales, sobre un conjunto de opciones. El jefe de estado al ser elegido directamente por la na­ ción ya no tiene necesidad de fuerzas políticas incondicionalmente soldadas y el gobierno no impone sus puntos de vista al diputado. La fidelidad parla­

mentaría es por lo tanto menos restrictiva que en el régimen parlamentario: un personal y medios flexibles para la realización las elecciones fundamen­ tales del presidente que no pone en juego su título en el momento de las elec­ ciones legislativas (9 , 23, 29, 32. 37, 38, 40, 41).

3. El je fe de estado en relación a las dos mayorías: la definición de su estatus y las propiedades de su ubicación Elegido por sufragio universal, directamente por la nación, no tiene nece­ sidad de la Asamblea nacional. Símbolo y garantía de un conjunto de opciones que son un pacto presidencial concluido delante de los electores, no pone en juego su título en el momento de las elecciones legislativas. Investido por tanto de un mandato directo, toma decisiones personales y no necesita la confianza de la Asamblea nacional (pero su estado mayor sí)- No se trata, en efecto, de renunciar con un personal y los medios más flexibles (3 , 5, 12, 13, 22, 23, 29, 32, 35, 4 0 ,4 1 ).

4. La política: sus reglas, su lógica Hay reglas de juego parlamentario, de juego presidencial y de juego plebis­ citario y ninguna persona puede acumular los rigores de los diferentes regím e­ nes políticos. La política conoce vinculaciones estructurales, es decir, leyes ecológicas que no permiten cualquier combinación institucional. No se juega al mgby con las reglas del basket-ball: esto es lo que quiere decir la distinción entre la mayoría presidencial y la mayoría parlamentaria. Se acostumbra a decir que la vida política no obedece a la lógica, pero. . . (18, 34, 47, 49, 50, 51, 52).

5. El esquema de las construcciones predicativas Por lo tanto, los objetos del discurso pueden ser reagrupados de un modo comparativo en un cuadro que agrupa las construcciones predicativas. La cons­ titución discursiva puede ser así esquematizada en una representación fundada en la articulación entre sí de 23 tipos de argumentos (los objetos-nociones prin­ cipales del discurso, sus propiedades, sus estados y sus procesos de existencia, de implicación y de alcance). Cada argumento se identifica con una definición predicada de la existencia o del proceso de un objeto en el discurso. Distingui­ ré, a este nivel de representación-esquema, dos clases de relaciones entre los argumentos: las que identifican una oposición (+*) y las causativas-implicativas (-*■). El objetivo de un esquema semejante consiste en dar cuenta de los múltiples giros, reanudaciones y bucles que constituyen la trama discursiva.

)

Entonces, el orden proposicional no es más que uno de los órdenes del dis­ curso, el más próximo a las restricciones impuestas por la lengua, en relación a estos órdenes “ cognitivo-lógicos” necesarios para la constmcción progresiva de los objetos discursivos y cuya resultante puede ser considerada como un orden general impuesto p or el sujeto a la representación de un universo espe­ cífico. En consecuencia, en esta etapa, el hecho de relación es más importante que la naturaleza de la relación: se trata de representar las operaciones esque­ matizantes a nivel del discurso-producto. Puede delinearse en esta etapa un análisis cuyo proyecto es esclarecer los “ contenidos temáticos” y sus vincula­ ciones constructivas que fundan un esquema de opinión.

c u a d r o de

1 organizada, M A Y O R IA PARLA­ M E N T A R IA

I nstrucciones p r e d ic a t iv a s

2

coherente, (3 ) (1 5 )

unitaria

indefectibilidad militar, fuerzas incondicionalmente soldadas (32 )

la elección

presidencial

depende

de

ella

recurre

a

todos

los

centros

de

decisión

(4 )

(25) 5 elecciones legislativas = tribunal de apelación de la elección presidencial (25)

7

el poder pierde su legitimidad cuando la ma­ yoría se divide (29)

8 ,

reagrupamientos dualista (6 )

M A Y O R IA P R E S ID E N ­ C IA L

de

tipo

opciones que mandan al presidente no iden­ tificadas a un partido o a una configuración de la Asamblea (2 4 )

11

12

concertación flexible del presidente y de las Camaras (9 )

siendo el jefe de estado elegido por la nación: más necesidad de fuerzas in­ condicionalmente soldadas (30)

15

16

elegido por sufragio universal directo sin necesidad de Asam ­ blea Nacional (33 )

conjunto de opciones = pacto presidencial concertado ante los electores (37 )

la mayoría no debe estar formada por los mismos hombres y las mismas ideas (26 )

el porvenir no supeditado a un partido pre­ sidencial bajo el aspecto de fuerzas incondi­ cionalmente soldadas(2 8 )

13

14

fidelidad menos restrictiva que en el régimen parlamentario (3 8 )

17 18

JEFE DE ESTADO

no pone en juego su títuno necesita la confianza de la Asamblea Nalo en el momento de las elecciones legislativas ' cional (4 1 )

20

21

ninguna persona puede acaparar los rigores de los diferentes regímenes políticos (3 5 )

la política conoce vinculaciones es­ tructurales = leyes ecológicas que no permiten cualquier combinación ins­ titucional (50) (51 )

v P O L IT IC A