José Raúl Capablanca
 9788488155269, 8488155263

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COLECC/ON AJEDREZ

Reyes ele/ ajeclrez

(

D. Bielica

Traducción: Zoritza Stamencic Portada: Manuel Abia Ouijano

© 1993, by Zugarto Ediciones, S. A. Pablo Aranda, 3 - 28006 Madrid, España Tel. 4 1 1 42 64 - FAX 562 26 77 l.S.B. N.: 84-881 55-26-3 Depósito Legal: M-7210-1994 Impreso en España - Printed in Spain Gráficas Muriel, S. A. Buhígas, s/n - Getafe (Madrid)

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Prólogo

"¡Perdiste chambón!". Esta fue la expresión del niño José Raúl Capablanca y Graupera, dando una voltereta en el suelo, cuando a los cinco años batió a uno de los amigos de su padre, que acudían regular­ mente a su casa a jugar al ajedrez. Así me lo contó su hermana Aida, en

1951, cuando participé en un torneo que se disputó en La Habana, en conmemoración del treinta aniversario de la conquista del título mun­ dial por este genial jugador. También me contó con entusiasmo cómo su hermano había aprendido a jugar simplemente observando las par­ tidas que jugaba su padre y cómo le advirtió a éste de un error cometido. Fue la primera de un larga lista de ocasiones en que asombró a todos los aficionados y profesionales. A los once años ganó el campeonato de Cuba, al vencer a Juan Corzo y fue espectacular su carrera en Estados Unidos, que culminó con su victoria sobre el gran maestro Marshall. Este triunfo le abrió práctica­ mente las puertas de las grandes competiciones europeas, de las cuales su debut fue en el gran torneo de San Sebastián,

1911. Algunos de los

grandes maestros invitados protestaron por la inclusión de un "mucha­ cho inexperto". Marshall fue su valedor más firme: "quien me gana en la forma que hizo Capablanca, puede jugar contra cualquiera". "Capa", como era llamado cariñosamente por sus amigos, se ''iustificó" ganan­ do el certamen. Diez años tardó, sin embargo, en lograr medirse con "el gran Lasker", como siempre llamó a su predecesor. Su rotunda victoria le convirtió en el tercer campeón del mundo, título que retuvo hasta 1927, en que cayó derrotado frente a Alekhine.

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Una derrota que causó general sorpresa, pero que no fue más que una lógica consecuencia de Ja facilidad con que jugaba y ganaba. Hasta tal punto, que se le consideraba invencible. Capablanca no se preparaba para los torneos-era un gran intuitivo­ Y orientaba su estrategia hacia Jos finales, en los que brillaba a gran

altura. Su perfecta compresión del juego posicional, con una excelente habilidad para la simplificación de las posiciones, completaban las ca­ racterísticas de uno de los más grandes talentos que ha dado el ajedrez. Pero fue víctima de su facilidad en el juego. Junto con su gran rival Alekhine, quien rehuyó el match-revancha, sus partidas han sido fuente de inspiración y enseñanza a los mejores talentos de Jos últimos años. Fischer fue un compendio de ambos y en la misma línea están Karpov, con inclinación hacia el estilo de Capa blanca, y Kasparov, más parecido a Alekhine. Por este motivo, la selección de sus mejores partidas, realizada por el que también fue campeón del mundo, "Misha" Tahl, ha de ser de gran utilidad al aficio­ nado, tanto para deleitarse con el juego de Capablanca, como para aprender su maravillosa técnica. Dimitrie Bjelica realiza un exacto retrato de la arrolladora persona­ lidad de este excepcional jugador, con su biografía eminentemente periodística e incluyendo interesantes anécdotas.

Román Torán

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Cronología y acontecimientos

José Raúl Capablanca 1888 Nació en La Habana el 1 9 de noviembre. 1892 Aprendió a jugar al ajedrez observando como jugaba su padre,

que era oficial de la Armada Española.

1901

Ganó a Corso, campeón de Cuba, (4 : 2, y seis tablas).

1904 Viajó a Estados Unidos para aprender el inglés. 1906 Se matriculó en Química Ind ustrial, en la U n iversidad de

Columbia, pero más tarde abandonó los estudios.

1913 Se convirtió en funcionario honorífico del Min isterio de Asun-

tos Exteriores de Cuba.

1914 Se casó con una compatriota suya. 1921

Se proclamó campeón del mundo después de ganar a Lasker.

1927 Perdió el título de campeón después del match contra Alekhi ne. 1938 Se casó en segundas nupcias con Oiga Choubaroff. 1942 Murió en Nueva York el ocho de marzo, a las 5.30, en el hospital

Sinai, el mismo en el que había muerto Lasker.

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1. El favorito de los dioses. La ciudad en la que vivió.

La Habana, 1966. Era una cálida noche de noviembre. Robert Fischer y yo estábamos paseando por las amplias avenidas de esa bonita ciudad cubana. En la calle de la Infanta, en las inmediaciones de la orilla del Atlántico, la gente se inclinaba sobre los tableros en un pequeño club de ajedrez. Bobby me explicó: -"Con trece años, jugué doce partidas simultáneas en este club que l leva el nombre de Capa blanca. Conseguí diez victorias y dos tablas. Esa fue mi primera actuación en el extranjero". Varios jóvenes que estaban jugando nos vieron a través de la ventana y empezaron a exclamar el nombre del joven gran maestro que me acompañaba y que ganaba con la misma facilidad con que lo hacía en sus tiempos Capablanca, con quien muchos le comparaban. En la puerta vimos una pequeña placa conmemorativa en la que se leía que el club había sido inaugurado el veintiséis de junio de 1947. Entramos para ver ese lugar dedicado a la memoria de Capa blanca, uno de los ajedrecistas más famosos de todos los tiempos. Las paredes estaban cubiertas de fotografías amarillentas. En las estanterías había cientos de libros de ajedrez, difíciles de encontrar en otras bibliotecas. En la pared, a la izquierda, un gran retrato de Capablanca y un poco más lejos otro, de Reuben Fine, hecho en La Habana en 1942. También había allí una fotografía que recordaba una partida simul­ tánea que Capablanca jugó en 1941. Se le veía en ella paseando entre las mesas en las que jugaban sus compatriotas. Otra foto mostraba al viejo Emmanuel Lasker cuando acababa de llegar en barco a esa "Isla verde ", para despedirse, después de veintisiete años, del título de campeón en el duelo contra Capablanca. Una fotografía del joven Reshevsky. La Habana, 1921 . ¡Cómo se nota

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El Club Capablanca en La Habana.

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el paso del tiempo! ¿Será posible que ese joven sea ahora el viejo gran maestro americano? También estaba allí una foto del eternamente sonriente Miguel Najdorf, y un enorme retrato de Paul Morphy. Fischer se quedó observándolo durante largo rato, porque para él Morphy era uno de los mejores jugadores de la historia. Debajo del retrato había unos múmeros apenas visibles: 1837 - 1884, y una dedicatoria en español decía: "Un saludo para los ajedrecistas de La Habana, ocho de noviembre de 1860". Desde otras fotografías nos miraban las caras jóvenes de Tahl y Spassky. Toda la historia del ajedrez estaba recogida en las paredes de ese viejo edificio de la calle de la Infanta, número 52. Fue en ese club donde empecé a escribir sobre el gran campeón José Raúl. -José Raúl Capablanca-se presentó un hombre de mediana edad en el vestíbulo del hotel "La Habana Libre". En un primer momento no podía creérmelo. El hijo del gran campeón, que tenía el mismo nombre que su padre, actuaba como árbitro en la Olimpiada de ajedrez. ( Ya a primera vista se veía que se parecía a su padre. José hijo era abogado y hablaba bien el inglés. Nos sentamos y pasamos mucho tiempo conversando, mientras a nuestro lado pasaban los famosos grandes maestros de todo el mundo. Le pregunté si fue su padre quien le había enseñado a jugar al ajedrez. -No, lo aprendí yo solo, pero siempre he deseado jugar alguna partida con él. Mi padre quería que yo estudiase, y no que me dedicase al ajedrez. Vivía en la Calle 68, en la mansión "Gloria". Pude ir a ver su casa, que fue edificada en 1921. Le dieron el nombre de Gloria por mi madre. El hijo del gran Capa blanca nació en 1923. Dos años más tarde nació su hermana. Le pregunté si jugaba actualmente al ajedrez. -No, no tengo tiempo suficiente. De vez en cuando juego alguna partida libre... ¿Qué es lo que podría decirle sobre mi padre? Nos quería mucho, pero no podía dedicarnos mucho tiempo. El ajedrez, como también sus estudios y su carrera diplomática, le apartaba de nosotros. Hay que aclarar que Capa blanca estuvo destinado como diplomático en París y en San Petersburgo. Luego me interesé en si recordaba algún match de su padre. -Me hablaron mucho. de su duelo contra Lasker. Después de ese match hizo edificar su casa. Entre los años 1927 y 1930 vivimos en París. Por aquella época viajé con él al torneo de Carlsbad. El hijo de Capablanca siguió hablando de su famoso padre. Dijo que le gustaban mucho los deportes, y que destacaba especialmente en el béisbol y en el billar. 13

El hijo de Capa­ blanca y D. Bjelica, La Habana, 1966.

-Tenemos en casa un trofeo que le dieron por sus méritos en el juego del bridge. Le atraían todos los deportes, pero estaba particularmente dotado para el ajedrez. No le interesaba estudiar la teoría, y a mí siempre me sorprendía lo poco que le preocupaba este deporte. Ni siquiera quería hablar de él. La verdad es que tenía poco tiempo libre, pero yo creía que un campeón del mundo tenía que dedicarse más a su Juego. Para terminar mi conversación le pregunté sobre la muerte de su padre. -Yo tenía diecinueve años. Estaba estudiando aquí, en La Habana. El ocho de marzo de 1942 nos llegó la terrible noticia desde Nueva York. El día anterior mi padre había estado en el club de Man hattan y sobre las diez de la noche se encontró mal y le l levaron al hospital Sinai. Creo que se trata del mismo hospital en el que murió Lasker. Más tarde trasladaron su cuerpo en barco desde Nueva York a La Habana. Le enterraron en el Cementerio Nacional, donde se había congregado mucha gente. Mientras José me estaba explicando la manera más fácil de llegar al cementerio, le pregunté por qué le dieron el mismo nombre que a su padre. •

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-Así lo quiso él. Aquí es costumbre que el hijo mayor lleve el nombre de su padre. Dí las gracias a mi interlocutor, que por unos momentos había revivido los gl oriosos días del gran José Raúl Capablanca. Me fui al cementerio para ver dónde estaba enterrado el campeón de quien Reti escribió que su lengua materna fue el ajedrez. El coche me dejó delante de un gran camposanto en el barrio Vedado. Se trataba del Cementerio Colón, al que dieron ese nombre en honor al descubridor de América. Me puse a caminar entre los panteones de mármol blanco. Todo all' í estaba muy limpio y ordenado, y reinaba u n silencio sepulcral. Un poco más lejos, en la primera calle a la izquierda, se encontraba un gran panteón en el que estaba grabada sólo una palabra: Capablanca. Esa sola palabra decía mucho. Decía que allí estaba enterrado el gran hombre que había traído la gloria a su pequeño país, al ganar el título de campeón de mundo. Fue un jugador del que todos decían que era una máquina pensante, al que todos admiraban por su facilidad de Juego. En la tumba que se encontraba a la izquierda de la suya, podía leer: 11fomás Anai y familia, 1921 ". Ese mismo año, en el que enterraron a ese cubano desconocido, el país glorificaba a Capa blanca, que se proclama­ ba campeón del mundo, y el viejo Lasker abandonaba el match con gran pesar y exclamaba: " ¡Tres veces hurra por el nuevo campeón ! " •

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CAPABLANC

la tumba de Capablanca, en la Habana. 15

El gran genio del ajedrez, José Raúl Capablanca, diplomático y viajero cosmopolita, sufrió un derrame cerebral y murió a las 5.30 de la madrugada del ocho de marzo de 1942. Su ciudad natal, profundamente afligida por su muerte y envuelta en la tristeza, dio sepultura al ajedrecista al que todo el mundo quería. Abandoné el cementerio sumido en los pensamientos sobre la vida y la muerte del gran campeón, y sobre la verdad que se escondía detrás de su mito. Empecé a buscar la mansión "Gloria" donde antaño había vivido Capablanca. -Sí, éste es el número 29 b de la calle 68-me dijo una ·muchacha rubia al abrir la puerta. Me miraba muy sorprendida-. Es cierto, todos dicen que aquí vivió José Raúl. Era u n campeón del mundo ... Ahora sólo quedaban los recuerdos y la casa de Capablanca. Tam­ bién unas pequeñas escaleras que llevaban al primer piso. El campeón del mundo subía por ellas todos los días y, sin embargo, los actuales moradores de la casa casi se habían olvidado de que allí había vivido el hombre que había traído gloria a Cuba. La carrera de un genio.

Quizás la historia sobre el gran rey del ajedrez habría que comenzarla por aquel día en que, siendo un niño de cuatro años, estaba viendo a su padre jugar al ajedrez con un amigo, coronel del ejército, y enseguida comprendió ese mágico juego. Le intrigaron esos extraños juguetes en forma de figuras de ajedrez y al día siguiente siguió observando sin decir nada. El tercer día empezó a reír cuando su padre hizo una jugada imposible: intentó desplazar su caballo de una casilla blanca a otra del mismo color. Al padre le extrañó que su hijo hubiese podido aprender el ajedrez con sólo observar jugar unas partidas. Le pidió que colocase las piezas en la posición inicial y el niño no sólo lo hizo, sino que también jugó su primera partida, ganando al padre. Unos días más tarde se fueron los dos a un club de ajedrez donde el niño jugó una partida que quedó fotografiada para la posteridad. U n ajedrecista le dio la ventaja de la reina, pero perdió la partida. Los padres no permitieron que su hijo dedicase demasiado tiempo al ajedrez, ya que no se olvidaban de que el gran Paul Morphy había acabado en un psiquiátrico, y recordaban también el triste final del reinado de Steinitz. U nicamente le permitían jugar los domingos, pero a pesar de ello, a los once años se convirtió en el mejor jugador nacional, después de ganar al campeón de Cuba Juan Corzo. Con quince años terminó el bachillerato y sus padres le enviaron a Nueva York a estudiar el inglés. '

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José Raúl jugando con su padre, La Habana 1892.

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Allí empezó a frecuentar el club de ajedrez Manhattan. Se trataba del mismo club en el que inició su carrera Robert Fischer. José Raúl ganó holgadamente el primer puesto en un torneo de partidas rápidas en el que participaron treinta y dos jugadores, a pesar de que uno de ellos fuese el campeón del mundo Lasker. Ese resultado contribuyó a que Capablanca se encontrase pronto entre los mejores jugadores americanos. Tenía dieciséis años y ante él se esbozaba una carrera excelente. En el año 1906 se matriculó en la Universidad de Colombia en Ingen iería Química, pero después de dos años compren­ dió que no tenía tiempo suficiente para poder seguir con sus estudios. Deseaba conseguir el título de campeón del mundo. En sus recuerdos Capablanca rememoraba su primer encuentro con Lasker: "Fue en un club de ajedrez. U n hombre, no muy alto, estaba mostrando unas jugadas a los demás ajedrecistas, pero yo no estaba de acuerdo con él. Quería llamarle la atención, pero, como de costumbre, me quedé callado. Más tarde, cuando me dijeron que se trataba de Lasker y nos presentaron, me alegré de no haberle hecho ninguna objeción." El célebre Lasker no podía ni imaginarse que ese joven cubano le iba a quitar el título de campeón del mundo y de que su relación no iba a ser muy amistosa. "Capa", como le llamaban cariñosamente, estaba seguro de sí mismo, era bien parecido y elegante. Era un "favorito de los dioses", tenía los ojos grandes y u n atractivo latino. Sus giras por Estados Unidos y las victorias en las partidas simultáneas, sin sufrir una 17

sola derrota, provocaban admiración. Cuando en 1909 ganó a Marshall con ocho victorias a una, y catorce tablas, muchos entendidos del ajedrez no podían creer que ese fuese el primer encuentro de Capablanca con el maestro y que hubiese jugado sin tener conocimientos teóricos. Los cinco años que paso en Estados Unidos transcurrieron muy deprisa, después de lo cual volvió a su Cuba natal. Pero a l l í se abu rría sin jugar al ajedrez. No era capaz de permanecer durante mucho tiempo en La Habana, igual que le había ocurrido a Napoleón con su Córcega natal. En San Sebastián, una sensacional revelación.

San Sebastián, maravillosa ciudad a orillas del Golfo de Vizcaya, se hizo famosa por el gran torneo que se celebró a l l í en 1911. Para promocionar la ciudad, se había decidido celebrar allí un gran torneo con la participación de grandes maestros de todo el mundo. De Rusia acudieron Rubinstein, N imzovitch y Bernstein, de Francia, Janowski. También estuvieron el yugoslavo Vid mar, el n orteamericano Marshall y otros. Bernstein y Nimzovitch llegaron a protestar cuando se enteraron de que entre los invitados se encontraba también Capablanca. Decían: " No tiene suficiente categoría para jugar en una competición tan fuerte." Su protesta fue rechazada. El joven cubano fue incluido en la lista de participa ntes y ya en las primeras rondas se vengó. Incluso obtuvo el premio a la partida más bella por su victoria contra Bernstein. Más tarde estuvo observando a sus competidores y haciendo comentarios sobre su juego. Eso le hizo enfadar a Nimzovitch, pero Capa blanca le retó más tarde a jugar algunas partidas. Las ganó todas. Al final, el joven cubano ganó el primer puesto, quedando por delante de Vidmar y Rubinstein, a pesar de que algunos habían dicho que no se merecía participar en el torneo. Esa competición se celebró en la sala del Casino y la mayoría de los maestros desearon probar su suerte en la ruleta. Cuando le preguntaron a Capablanca por qué no lo intentaba él también, contestó con franqueza: " N o lo necesito, voy a ganar el primer premio." Después de su gran éxito en San Sebastián Capablanca siguió viajando y ganando. Primero visitó América del Sur, luego Europa y después regresó a Cuba. El campeón del mundo Laskerya dijo en 1909, cuando jugaba en San Petersburgo: " Pronto tendré que enfrenta rme a Capablanca." Dos años más tarde recibió una invitación para jugar en La Habana. Capa blanca desafiaba al gran campeón. Lasker decía de su

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juego que tenía la profundidad de un matemático, y no de un poeta, y que Capablanca tenía el alma de un romano, y no de un griego. Lasker aceptó la invitación, pero impuso unas extrañas condiciones. Pidió que se considerase empate y que él mantuviese el título si el candidato no consiguiese obtener más de dos puntos de diferencia a su favor. Al enterarse de esa exi­ gencia, Capablanca escribió a Lasker una carta áspera y llena de reproches. "El campeón del mundo tiene la obligación de jugar bajo las mis­ mas condiciones que cuando ganó título", le escribió Capablanca. " S u petición no es correcta." La carta estaba escrita en inglés y como la palabra que utilizó -fair play- tenía varias acepciones y se podía entender que Capablanca quería decir que Lasker no jugaba Campeón de ajedrez y diplomático. limpio, provocó la ira del campeón y las negociaciones se interrump1eron. El mundo del ajedrez se puso de parte del joven aspirante, pero el match no llegó a celebrarse. En 1914 Capablanca participó en el torneo internacional de San Petersburgo. En esa ciudad se encontraba no sólo como participante en el torneo, sino también como diplomático. Un año antes había conseguido un puesto en el Ministerio de Asuntos Exterio­ res de Cuba y su primer destino en el extranjero había sido San Petersburgo, y este trabajo como diplomático le sirvió para asegurarse la subsistencia. El torneo de San Petersburgo le proporcionó una victoria más al viejo Lasker. Capablanca y Alekhine quedaron detrás de él en la clasificación. Con ese torneo terminó también el período de trabajo de Capablanca en San Petersburgo. Los años pasaban y Capablanca seguía esperando pacientemente, confiando que en algún momento tendría que celebrarse el match entre Lasker y él. Llegó el año 1918 y el torneo de Nueva York, en el que ganó con facilidad el primer puesto. El

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segundo fue el yugoslavo Sora Kostic, que consiguió empatar dos partidas con Capablanca. Esa fue la razón de que el club de ajedrez de La Habana le ofreciese jugar un match contra Capablanca. Kostic perdió las cinco primeras partidas de ese duelo, y ahí terminó todo. La pequeña y tranquila ciudad inglesa de Hastings siempre había estado reuniendo nombres famosos del mundo del ajedrez. Lo mismo ocurrió en 1919. Ahí estaban Laskery Capablanca, pero faltaba Alekhine, que se encontraba en algún lugar de Rusia. Se rumoreaba incluso que había perdido la vida en la guerra. Esos fueron los años del reinado de Capa blanca, en los que cosechaba triunfos y cobraba primas extra más altas que Lasker. El match Capablanca-Lasker.

Capablanca y Lasker mantuvieron contactos en 1920 para negociar las condiciones de su match. En esa ocasión, Capablanca escribió que esperaba que el match se celebrarse lo antes posible porque él no "quería jugar contra un viejo, sino contra un maestro en su pleno apogeo". "Cuando desafié a Lasker hace ocho años, me rechazó, y no es mi culpa el que ese match no se haya celebrado", escribió Capablanca. Otro pretendiente al trono del ajedrez en aquella época era Akiba Rubinstein. Por aquel entonces había toda una pléyade de grandes ajedrecistas. Sin embargo, Emanuel Lasker evitaba las negociaciones y rehuía toda posibilidad de un match para el título, que llevaba ostentan­ do durante más tiempo que ningún otro campeón. Capa blanca ya había intentado en vano en 1909 jugar el match contra Lasker. Laskersiempre encontraba alguna excusa para rechazarlo. Imponía unas condiciones que Capablanca consideraba deshonrosas. Lasker se defendía de esas acusaciones diciendo que Capablanca le había ofendido. En una oca­ sión publicó la siguiente carta: "El esfuerzo de Capa blanca es inútil. El es un hombre joven, con una carrera corta. Se ha sobrevalorado a sí mismo. Todo lo que ha hecho hasta ahora es ganar un match y un primer premio. Por otro lado, yo l levo veinte años dando la cara en el mundo del ajedrez. He ganado muchos matches y he conseguido muchos primeros premios. Capablanca debería comportarse con más moderación. Tengo la obli­ gación de aceptar todos los desafíos, pero también tengo ciertos derechos que me amparan. Capablanca no ha tenido en cuenta esos derechos y debe dejar libre el camino que había usurpado a otros dignos pretendientes al trono ajedrecístico ... " Los expertos sabían que Rubinstein ya no era el de antes y que Capablanca quedaba como único rival de Lasker. Eso también lo sabía •

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el mismo Lasker, que consiguió demorar durante dos años las negocia­ ciones sobre el match con Capa blanca. Pero el tiempo trabajaba a favor del cubano. El match era inevitable. En 1920, después de muchas polém icas, Lasker recibió una carta de La Habana y decidió aceptar el desafío. Los organizadores propusieron que el match se celebrase en la primavera del 21 y que se jugasen veinticuatro partidas. El New York Times escribió: " Lasker y Capablanca son de los mejores ajedrecistas del mundo. Han de luchar y repartir los ocho mil dólares en premios, suma por la que los boxeadores Carpentier y Dempsey ni siquiera moverían el puño." Pronto estalló una noticia como si fuese una bomba. El mismo periódico informaba el 26 de junio de 1920 que Lasker había entregado, sin jugar, el título a Capablanca. Decían que le había enviado una carta en la que exponía unas razones poco convincentes. "Diversos factores me han llevado a la conclusión de que las condiciones de nuestro acuerdo no están bien vistas en el ámbito ajedrecístico. No puedo jugar ese match sabiendo que sus normas son tan impopulares, así que le entrego el título de campeón del mundo. Usted se merece este titulo, no de un modo formal, por el hecho de ser aspirante, sino por su brillante juego. Le deseo mucho éxito en su carrera." Capa blanca estaba más que sorprendido por esa carta. Declaró que iba a viajar a Amsterdam para encontrarse con Lasker y hablar con él sobre el match, porque no quería convertirse en campeón sin haber jugado. También quería decirle que los aficionados de La Habana

Capablanca- Lasker, Moscú 1925 21

habían reunido 20.000 dólares, lo que representaba el fondo de premios para el campeonato del mundo más alto hasta aquel momento. Era normal que a Lasker le preocupase un jugador como Capablanca. Sabía, en el fondo, que no iba a tener ninguna oportunidad contra el genio cubano. Las condiciones del match se publicaron en agosto de 1920 ...

Lasker y su esposa embarcaron para La Habana el quince de febrero de 1921. Llegaron a principios de marzo, en la calurosa primavera cubana. El match se inició el dieciséis de marzo, pero, a causa de su estado psicológico, Lasker perdió prácticamente la batalla antes de hacer la primera jugada. No obstante, las primeras tres partidas no dieron la victoria a ninguno de los dos y terminaron en tablas. La cuarta partida terminó igualmente en empate. En la quinta, Capablanca jugó arriesga­ damente y Lasker sufrió la primera derrota. Los corresponsales infor­ maron que el viejo campeón, que tenía cincuenta y dos años, se justificaba por el sol abrasador de Cuba. Capa contestó que la partida se había jugado por la noche, cuando no había sol. Siguieron cuatro partidas más que terminaron en tablas. Después de nueve partidas, el resultado era de una victoria y ocho tablas, a favor de Capablanca. Éste también ganó la décima partida, jugando con las negras, y ese fue el principio del fin. Ya podía intuirse que el legendario Lasker iba a bajarse del trono de campeón después de veintisiete años de reinado. El reconoció después de esa partida que Capablanca había jugado espléndidamente y que él mismo tenía la culpa de su derrota. En la partida once Lasker volvió a perder. El resultado ya era de 3: O, a favor de Capablanca. Luego siguieron dos tablas más. La partida catorce supuso la cuarta derrota para Lasker. Los años no perdonaban. Decidió abandonar el match, argumentando que estaba enfermo. No obstante, luego reconoció con galantería que no era capaz de ganar a Capa blanca y que se encontraba bien de salud. Después del match confesó a un amigo que Capa era un ajedrecista excepcional. " N u nca había encon­ trado otro jugador capaz de mantener durante tanto tiempo el delicado equilibrio de la posición como él, avanzar paulatinamente, casi sin darse cuenta, recuperar una ventaja exigua y luego realizarla. Capablanca no soportaba a Lasker, y viceversa. Pero Capa era tan honesto como para reconocer el mérito de Lasker. En 1937 declaró que Lasker era ya demasiado viejo para jugar el match, pero que todavía era el jugador más peligroso del mundo en partidas aisladas. Después de abandonar el match, Lasker emprendió una gira por Europa. Fue la primera vez que un campeón del mundo no consiguió ni una sola victoria en un match, y también la primera vez que Lasker no 22

saboreó ni una victoria en catorce partidas. En la última carta que escribió desde La Habana, Lasker escribió: "El juego de Capablanca me ha colocado ante grandes tareas. Sus movimientos son claros, lógicos y fuertes. En ellos no hay secretos... Lasker declaró más tarde que Capablanca era grande, pero que no era un genio como lo eran, por ejemplo, Aristóteles, Shakespeare o Miguel Angel ... " "

El protocolo de Londres. Todos los grandes ajedrecistas, con la excepción de Lasker, volvie­ ron a reunirse en 1922 en el gran torneo de Londres. Lasker se dio cuenta de que Capablanca había empezado a desplazarle y de que cada vez ganaba una mayor publicidad. Cumpliendo con las leyes de la historia, todos glorificaban al ganador, mientras que los vencidos caían paula­ tinamente en el olvido. Alekhine, que había abandonado su patria, Rusia, acudió también al torneo de Londres, al igual que Rubinstein, Vit:lmar y el joven Euwe. Por aquella época estaba viva la leyenda sobre la invencibilidad de Capablanca. Muchos decían que era el mejor campeón de todos los tiempos y pueblos. Capablanca justificaba en aquel momento esa fama y volvió a quedar el primero en el torneo. Ganó con once victorias y cuatro tablas, sin sufrir ni una sóla derrota. Alekhine, que empató su partida con Capablanca, ocupó el segundo puesto. Durante ese torneo, Capablanca organizó una reunión con los cinco maestros que más posibilidades tenían de convertirse en candidatos a título de campeón del mundo. Fueron Alekhine, Bogoljubov, Vidmar, Rubinstein y Euwe. Ese fue el primer intento de crear un reglamento que rigiese el campeonato del mundo. Cuando actualmente se miran las condiciones del "Protocolo de Londres", se ve que no se diferencian mucho del protocolo propuesto por Fischer para el match contra Karpov de 1 975, que no se jugó al no aceptarse las condiciones del entonces campeón. Según el protocolo de Londres había que conseguir seis victorias, sin contabilizar las tablas. (De ese modo se jugó en 1978, 1981 y 1984 y se cumplieron los deseos de Fischer de cambiar la normativa.) El protocolo de Londres también preveía que se jugase durante seis días de una semana y que el ritmo de juego fuese, igualmente como ahora, de dos horas y media por cuarenta jugadas. Cada jugadortenía derecho a tres días libres durante el match. Se estableció que el campeón del mundo tenía que defender el título en un plazo máximo de un año, contando desde el momento en que recibía el desafío. Sin embargo, no tenía la obligación de defender el título si no se aseguraba un fondo de 23

premios de diez mil dólares. En caso de que el campeón aceptase el desafío, el aspirante tenía la obligación de aportar enseguida un depósito de quinientos dólares. Ese protocolo constaba de dieciocho "puntos" y lo firmaron los cinco maestros convocados porCapablanca.

Invencible Capablanca. En aquellos años se llegó a la conclusión de que organizar un match contra Capablanca hubiera sido tirar el dinero, porque por aquel entonces él era invencible. Hubiera sido necesario reunir diez mil dólares para jugar contra un campeón que raramente perdía partidas y que estaba convencido de su superioridad. Para demostrar esa superio­ ridad, Capablanca jugaba unas partidas simultáneas impresionantes, en más de cien tableros. Así, en 1922, jugó en Cleveland en 103tableros, consiguiendo 102 victorias y un empate.

"la máquina de jugar" en acción. 24

Un año más tarde Alekhine escribió una carta a Capablanca desde Canadá, en l a que le decía que iba a viajar a Estados Unidos para organizar la financiación de su match. Sin embargo, nadie se atrevió a invertir tanto dinero en un duelo cuyo resultado final era previsible. Lo que se organizó fue el gran torneo de Nueva York, en 1924, en el q u e participaron tres grandes ajedrecistas: Capablanca, Lasker y Alekhine. Muchos entendidos en ajedrez consideran que ellos son los mejores jugadores de todos los tiempos. Ese torneo trajo una curiosa novedad: en la partida contra Reti, Capablanca perdió por primera vez en ocho años. Ganó Lasker con dieciséis puntos. Capablanca obtuvo catorce puntos y medio, y Alekhine doce. No obstante, esa clasificación n o le vino mal a Capabl anca, porque el fracaso de Alekhine suponía que el match entre ellos se aplazaba por tres años. En tretanto prosiguieron las luchas en los torneos. En 1925 Lasker volvió a quedar por delante de Capablanca en el gran torneo de Moscú. E l primero fue Bogoljubov, el segundo Lasker y el tercero Capablanca. M ientras se celebraba el torneo, Capablanca se fue a Leningrado, donde j"gó contra treinta jugadores de primera categoría. En esas sim ultáneas brilló una nueva estrella, el joven Mihail Botvinnik y después d e perder una partida contra él, Capablanca dijo: "Ese joven llegará m u y lejos." Dos años más tarde Nueva York volvió a ser la sede de u n gran torneo. Pero en esa ocasión no invitaron a Lasker, que por dos veces había obtenido mejor resultado que Capablanca. Naturalmente, Lasker se enfadó. Comentando sus relaciones con él Capablanca dijo: "He tenido que defenderme de las acusaciones de Lasker en dos ocasiones. Me obligó a dejar de hablarle durante varios años. A l final le perdoné, porque es un gran ajedrecista. " Alekhine escribió más tarde en sus memorias que a ese torneo no fue invitado nadie que pudiese poner en peligro a Capablanca. No estuvie­ ron a l l í ni Rubinstein, el único que tenía resultado positivo con Capablanca, ni Reti, que le había ganado en Nueva York en 1924, ni Lasker, que en varias ocasiones había quedado mejor clasificado en los torneos que Capablanca. Capablanca ganó en aquella ocasión el primer puesto, con dos puntos y medio más que Alekhine. Esa fue la razón de que un noventa y cinco por ciento de expertos en ajedrez dijese que en el match para el título de campeón apenas iba a haber algo de lucha. Incluso algunos pronosticaron que Alekhine no iba a ganar ni una sola partida. El duelo entre Capablanca y Alekhine era inevitable y ese match se convirtió en el tema de conversación obligado en el á mbito del ajedrez. Todos estaban convencidos d e que iba a ganar Capablanca, que hasta aquel momento no había perdido n i una sola partida contra Alekhine. •

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Este inició unos preparativos exhaustivos cuatro meses antes del comienzo del match. Dejó el tabaco y la bebida. Vivía sólo para ese día y ese duelo. Ya estaba acostumbrado a ganar y la derrota más insigni­ ficante le disgustaba profundamente. Fine anotó en una ocasión: "Siempre que perdía alguna partida de ping-pong, Alekhine destrozaba la pelotita. Igua lmente, me exigía que nos enfrentásemos en un match de verdad, cada vez que yo conseguía tablas en unas partidas libres que jugábamos en Nueva York." Excesiva confianza y derrota ante Alekhine.

Alekhine decía que se estaba preparando para enfrentarse a Capa blanca ya desde la época en la que el campeón era Lasker, porque sabía que ellos dos tendrían que enfrentarse en un match para el campeonato del mundo. Finalmente, el quince de septiembre de 1927, se inauguró en Buenos Aires uno de los duelos más famosos de la historia del ajedrez. El sabio indio que inventó ese juego seguramente no podía ni imaginarse que algún día iban a aparecer dos grandes maestros tan magníficos como esos dos, que acababan de sentarse ante el tablero con un único deseo, ganar. Alexander Alekhine, un ruso alto y rubio, y José Raúl Capablanca, "Valentino de 64 casillas", uno de los ajedrecistas más atractivos que el mundo había conocido. Sus ojos de color verde-grisáceo y el rostro parecido al de un actor de cine eran la meta constante de los fotógrafos. ¿Quién ganaría? Para Capablanca, hacerse esa pregunta era absur­ do. Una vez, en la cima de su popularidad, llegó incluso a decir públicamente: "No entiendo cómo podría perder una partida de aje­ drez." Alekhine estaba sentado enfrente de Capa blanca, ávido de fama y de victorias. En lo más hondo de su alma tenía la esperanza de ganar. Y así comenzó u n o de los duelos más célebres de todos los tiempos. En una pequeña habitación, separada del público por paneles de cristal, el árbitro del match, señor Cuarencio, puso los relojes en funcionamiento. Durante el match Petrosian - Fischer, que se celebró en Buenos Aires a finales de 1971, los organizadores me enseñaron la sala en la que había tenido lugar el inolvidable duelo. No vi allí inscripción alguna que recordase al famoso match. La mesa que se había utilizado en aquella ocasión se trasladó posteriormente al "Club de Ajedrez Argentino", en la calle Paraguay. Actualmente la tienen en una sala de ese club como un pequeño monumento y una placa conmemorativa avisa que se trata de la mesa en la que habían jugado Capablanca y Alekhine en 1927. Se

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CAMPEONATO MUNDIAL DE AJEDREZ =---

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Planilla de Capablanca de la partida 32 del match contra Alekhine, 1927. 27

utiliza únicamente en las partidas más i m portantes de los grandes maestros de ese club. La mesa se encuentra en muy buen estado y hubo propuestas de que se util izase en el encuentro Petrosian - Fischer, pero los organizadores argentinos prefirieron encargar una nueva para ese acontecimiento. De ese modo ahora tienen dos piezas de museo. La primera partida del duelo Capablanca - Alekhine se interrumpió después de cinco horas de juego. El mundo del ajedrez recibió una noticia casi sensacional. E l campeón del mundo Capablanca tenía pocas posibilidades de salvar la partida. Esa fue su primera derrota con Alekhine. Después de unos breves análisis los grandes maestros se fueron a dormir. Así Alekhine consiguió una de las victorias más queridas de su carrera. Pero su alegría no duró mucho tiempo. E l resultado se igualó ya después de la tercera partida, cuando Alekhine cometió un error en la apertura. Sigu ieron tres tablas más. En la séptima partida Capablanca consiguió una gran victoria. ¿Sería eso el final? En la pequeña sala en la que estaban sentados los dos grandes maestros cabían, aparte de ellos, solamente los árbitros. Había cerca un pequeño balcón en el que los jugadores podían asomarse a una ruidosa calle de Buenos Aires y olvidarse por unos momentos del tablero. La esposa de Alekhine permaneció sentada durante cinco horas, a la espera de lo que pudiese ocurrir. A Alekhine siempre le pareció que ella podía serle más útil que sus ayudantes, a pesar de que no conociese los complicados matices de la teoría del ajedrez. Ella podía adivinar por la expresión de la cara de su Sacha qué era lo que ocurría en el tablero. Le dolía que él tuviese que pasarlo mal ante las piezas de ajedrez. A Alekhine le habían extraído varias muelas, pero siguió jugando y tenía fe en sí mismo. Siempre pensaba que iba a ganar, como si un extraño optimismo le llevase en sus alas. La décima partida parecía perdida para Alekhine, pero consiguió salvarse g racias a una maniobra preciosa. A Capablanca eso le sacó un poco de quicio. Pidió que el público abandonase la sala. En esos momentos, cuando en el reloj reglamentario se consumen los minutos implacablemente y cuando el resultado del duelo depende de cada jugada, los jugadores se inquietan y les molesta cualquier ruido en la sala. En las partidas once y doce llegaron momentos difíciles para Capablanca. En ambas partidas se libraron grandes luchas con muchas complicaciones, pero las dos terminaron con la victoria de Alekhine. Así cambió la relación de partidas ganadas. Ahora ganaba Alekhine por 3:2. El mundo volvió a sorprenderse. El duelo se jugaba a seis victorias, sin contar las tablas, y Alekhine ya había conseguido la mitad. Después de ese resultado inesperado, los reporteros recordaron una 28

declaración que Alekhine hizo cuando partía para Argentina: "No veo cómo podría ganar seis partidas a Capablanca, pero todavía menos veo cómo Capablanca podría ganar seis partidas contra mí." Capablanca ya estaba tocado y Alekhine consideraba que ese era el momento adecuado para rematar al "león herido". Pero el juego no se podía forzar. Ante todo, se tenía que jugar con sumo cuidado e intentar conseguir ventaja cuando se jugaba con las blancas, mientras que con las negras bastaban las tablas. Y así se sucedieron varias tablas, hasta la partida veinte, cuando Cabablanca ganó la calidad. Eso, quizás, hubiera podido llevar a un empate, pero el gran Alekhine consiguió encontrar una salida secreta: parecía que todo eso irritaba al campeón. En la partida siguiente se lanzó con todas sus fuerzas y jugó arriesga­ damente, ya que pasó al contraataque y ganó. Capablanca escribió un informe triste para el periódico "lzvestia": "Alekhine ha jugado extraor­ dinariamente. Desde el principio yo jugaba a ganar, pero me encontré en peor posición." Ahora para Alexander Alexandrevitch ya resultaba más fácil jugar. En la partida veintidós sacrificó con éxito un caballo y entró en mejor fin �I, pero Capablanca consiguió salvarse. Después de varias tablas se produjó una nueva sorpresa. ¿Quién iba a creer que el campeón herido iba a volver a levantarse y que en la partida veintisiete iba a empezar a jugar en su mejor estilo y conseguir la posición ganada? Faltaban sólo unas jugadas para que Alekhine abandonase. Lo único que podía hacer antes de sucumbir era dar unos cuantos jaques, y todo iba a terminar. En la cara de Capa blanca ya se adivinaba la alegría por la victoria y por ese juego tan perfecto. Pero Capablanca, el gran Capablanca, cometió un error incomprensible: ante un jaque insignificante trasladó el rey a una casilla equivocada. Alekhine continuó atacando a su rey y consiguió tablas por jaque continuo. "Esa partida fue crucial para mí", escribía el campeón afligido. Pero, siguiendo el principio de que en el ajedrez todo se repite, como lo había dicho Paul Keres, en la partida veintinueve ocurrió lo mismo a Alekhine. Se equivocó en una posición de tablas y perdió. Su ventaja disminuyó a 4 : 3. Eso dio una nueva esperanza al campeón, que ya había empezado a desmoralizarse. La partida treinta y dos demostró que el final ya estaba cerca. Alekhine jugó con un gran estilo y muchos consideran esa partida la mejor del match. Esa fue la quinta derrota de Capa blanca. Ahora todo parecía terminado. Ya se estaban haciendo los preparativos para la proclamación de un nuevo campeón. La partida treinta y tres, en la que le tocaba a Alekhine jugar con las blancas, terminó en tablas después de sólo dieciocho jugadas. Más tarde, recordando esa partida, Alekhine

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escribió: "La expresión de la cara de mi rival me decía claramente que el final estaba cerca." Y llegó la partida treinta y cuatro, la última del match. Los jugadores recordaban a unos boxeadores cansados por el combate, en el que los dos estaban asestando golpes. La partida se interru mpió y así se demoró la resolución de quien iba a ser campeón. Alekhine ya contaba con cinco victorias y tenía un peón de más. Si ganaba la partida, se convertiría en campeón, después de dos meses de un combate agotador. Capablanca pidió un nuevo aplazamiento. Esa iba a ser una noche muy larga para Alekhine. Había estado aguardando durante años ese embriagador momento de gloria de convertirse en un nuevo rey del ajedrez, cuando, según como manda la tradición, el destronado rey del ajedrez exclama: "-Bravo por el nuevo campeón I" Así había exclamado Steinitz cuando perdió contra Lasker, y Lasker cuando abandonó el match jugando contra Capablanca. A esa última reanudación acudió mucha gente, pero no por ver la partida, puesto que todos ya sabían que el campeón del mundo no tenía salvación. Todos querían saludar al nuevo campeón, el cuarto, apretar­ le la mano y oír decir a Capablanca: "¡Bravo por Alekhinel" Los minutos pasaban y Capablanca no aparecía en la sala. Se había quedado sólo en su habitación del hotel. El ajedrez que le había proporcionado tantos momentos maravillosos y tantas alegrías, ahora le golpeaba como un extraño látigo del destino. U n hombre entró en la sala y se abrió camino entre la masa de gente. Llevaba una carta dirigida a Alekhine, que leyó el mensaje del campeón: "Abandono la partida y le deseo suerte como campeón del mundo. Mis felicitaciones a su esposa." Alekhine ganó con seis victorias, tres derrotas y veinticinco tablas. Una agencia estadounidense publicó lo siguiente: "Un día después de la ceremonia de proclamación del ganador, Capablanca y Alekhine entraron en la sala y el público les saludó con grandes ovaciones. Se acercaron a la mesa donde habían jugado y, tal como se esperaba, Capablanca se dirigió al público, diciendo que había abandonado la última partida y que proclamaba a Alekhine nuevo campeón del mundo. Después de esas palabras los dos adversarios se dieron un cordial apretón de manos." ¿Realmente ocurrió así? Parece que no, porque Alekhine declaró más tarde que Capablanca ni siquiera se había presentado en la ceremonia de proclamación del nuevo campeón. "Estoy feliz por haber realizado el sueño de mi vida", dijo Alekhine. Así terminó uno de los matches más grandes del mundo. Más tarde Alekhine en varias ocasiones hizo comentarios sobre ese match, preguntándose sobre los motivos del fracaso de Capablanca.

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