Islas De Historia

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ISLAS DE HISTORIA

La muerte del capitán Cook Metáfora, antropología e historia por M arshall Sahlins

Título del original inglés: lslands of Hislory © byThe University of Chicago, Chicago, 1985

Traducción: Beatriz López

Revisión técnica: lie. Carlos Reynoso

Diseño de cubierta: Marc Valls

Tercera edición, junio de 1997, Barcelona

Derechos reservados para todas las ediciones en castellano © by Editorial Gedisa, S.A. Muntaner, 460, entio., 1.‘ Tel. 201 60 00 08006 - Barcelona, España

ISBN: S4-7432-288-X Depósito legal: B-26.148/1997

Impreso en Limpergraf c/ de) Río, 17, Ripollet - Barcelona

Impreso en España Printed in Spain

INDICE

I n t r o d u c c ió n ..................................................................................................

9

S u p le m e n to A l V ia je De C o o k Le Calcul sauvage ......................

21

I. II. m.

21 28 42

1.

2.

Venus observada: la historia................................................... Venus de nuevo observada: la etnografía del am or............... Estructuras performativas.......................................................

O t r o s Tiempos, O t r a s C ostum bres: La antropología

de la historia................................................................................ La historia heroica............................................................................ Mito-praxis....................................................................................... Una antropología histórica, estructural............................................

47 49 64 78

3.

E l R e y E x t r a n je r o

80

4.

E l C apitán J a m e s C o o k

o

D u m é z il o

entre

L o s F d ia n o s ...................

E l D io s M o r ib u n d o ........................... 105

I.

"Una cadena de sucesos que no podía preverse ni

n. Iü .

Nana i ke Kumu: Mira a la fuente.......................................... La historia o la mito-praxis.....................................................

evitarse"................................................................................... 105

5.

E st ru c t u ra

109 118

H i s t o r ia ......................................................................

129

Fenomenología de la vida simbólica...............................................

134

e

B ib l io g r a f í a ................................................................................................... 145 I n d ic e T e m á t ic o ............................................................................................

157

Introducción La historia es ordenada por la cultura, de diferentes maneras en diferentes sociedades, de acuerdo con esquemas significativos de las cosas. Lo contrario también es cierto: los esquemas culturales son ordenados por la historia, pues­ to que en mayor o menor grado los significados se revalorizan a medida que van realizándose en la práctica. La síntesis de estos contrarios se desarrolla en la actividad creativa de los sujetos históricos, los individuos en cuestión. Pues, por una pane, la gente organiza sus proyectos y da significación a sus objetos a partir de los conocimientos existentes sobre el orden cultural. En esa medida, la cultura se reproduce históricamente en la acción. Más adelante cito la observación de Clifford Geertz según la cual el acontecimiento es una actua­ lización única de un fenómeno general, una realización contingente del modelo cultural; observación que puede ser una buena caracterización de la historia lout coun. Por otra parte, entonces, como las circunstancias contingentes de la acción no tienen por qué coincidir con la significación que algún grupo po­ dría asignarles, los individuos reexaminan creativamente sus sistemas conven­ cionales. Y en esa medida, la cultura se ve históricamente alterada en la ac­ ción. Podemos hablar incluso de “transformación estructural”, puesto que la al­ teración de algunos significados modifica las relaciones posicionales entre las categorías culturales, produciendo por consiguiente un “cambio del sistema”. Las expuestas son las ideas generales de los ensayos que integran este li­ bro. Pueden sintetizarse en la afirmación siguiente: lo que los antropólogos llaman “estructura” — las relaciones simbólicas del orden cultural— es un ob­ jeto histórico. En esa afirmación se deja de lado explícitamente la oposición teórica, siempre presente en las ciencias humanas, entre “estructura” e “historia”. He visto que los teóricos del “sistema mundial”, por ejemplo, postulan que como las sociedades marginales habitualmente estudiadas por los antropólogos están abiertas a un cambio radical, impuesto desde afuera por la expansión capitalis­ ta occidental, no puede sostenerse el supuesto de que esas sociedades funcionan según una lógica cultural autónoma. En esto hay una confusión entre lo que es un sistema abierto y lo que es la falta de sistema. Y nos deja sin poder ex­ plicar la diversidad de las reacciones locales ante el sistema mundial, insistien­ do, además, en su efecto. La propia teoría del sistema mundial prevé la conser­ vación de culturas-satélite, como medios dentro del orden europeo dominante. Pero si es así, desde el punto de vista del llamado pueblo dominado, la riqueza europea está ligada a la reproducción e incluso a la transformación creativa de su propio orden cultural.

Menciono esto porque mi libro trata en gran medida de cncucniros leja­ nos, de incidentes del sistema mundial registrados en los Mares del Sur. A ve­ ces parecerá que la autonomía de la cultura indígena se prueba únicamente por los enigmas de la reacción histórica. Considérese, por ejemplo, la resistencia mítico-práctica del héroe maorí, Hone Heke. En 1845, Hone Heke desplegó sus tropas para asaltar — e involuntariamente arrollar— el asentamiento colo­ nial más importante de Nueva Zelandia, como táctica diversionista: es decir, a fin de realizar la hazaña que Heke consideró siempre más decisiva, que llevó a cabo en cuatro oportunidades diferentes, y que consisu'a en derribar determina­ do mástil que los ingleses habían erigido sobre la ciudad. “Luchemos”, dijo, “sólo por el mástil". Puesto que será necesario, para poder dccodificar la preo­ cupación de Heke por el másiil, remontarse al origen del universo, dejaré otros detalles de la historia para el Capítulo 2. Empero, esos detalles respaldarán la posición que asumo aquí: las cuestiones históricas no son tan exóticas como podrían sugerirlo incidentes como el mencionado. El mismo tipo de cambio cultural, inducido desde el exterior pero con una orquestación autóctona, se ha venido produciendo durante milenios. No simplemente porque las denominadas sociedades primitivas no han estado nun­ ca tan aisladas como le placía suponer a una antropología temprana, obsesiona­ da por una preocupación evolucionista hacia lo prístino (véase W olf, 1982). Los elementos dinámicos en juego — entre ellos, el enfrentamiento con un mundo externo que experimenta sus propias intenciones estrechas— siempre están presentes en la experiencia humana. La historia se hace de la misma ma­ nera general, tamo en el seno de una sociedad dada como en la imerrelación de distintas sociedades. La cuestión más importante, según yo la veo en estos ensayos, es la existencia dual y la interacción del orden cultural instituido en la sociedad y el vivido por los individuos: la estructura según la convención y según la ac­ ción, como potencia y como acto. En sus proyectos prácticos y en su organi­ zación social, estructurados por los significados admitidos de las personas y las cosas, los individuos someten estas categorías culturales a riesgos empíri­ cos. En la medida en que lo simbólico es de este modo, lo pragmático, el siste­ ma es una síntesis en el tiempo de la reproducción y la variación. Si bien la cultura es, como afirman los antropólogos, un orden significa­ tivo, en la acción los significados siempre corren un riesgo. Lo corren, por ejemplo, con respecto a las cosas (es decir, en extensión). Las cosas no sólo tienen su propia raison d'étre\ al margen de lo que la gente haga de ellas, son inevitablemente desproporcionadas frente al sentido de los signos por los cua­ les son aprehendidas. Las cosas son contextualmente más particulares que los signos y potencialmente más generales. Son más particulares por cuanto los signos son clases significativas, no ligados como los conceptos a referente de­ terminado alguno (o “sin estímulos”). Por consiguiente, las cosas se relacio­ nan con sus signos como los símbolos empíricos con los tipos culturales. Sin embargo, las cosas son más generales que los signos en la medida en que presentan más propiedades (más “realidad”) que las distinciones y los valores marcados por los signos. En consecuencia, la cultura es un juego desarrollado

con la naturaleza en el transcurso del cual, voluntaria o involuntariamente — parafraseo a Marc Bloch— los viejos nombres que están todavía en los la­ bios de todos adquieren connotaciones que se encuentran lejos de su significa­ do original. Este es uno délos procesos históricos que denominaré “ la revalora­ ción funcional de las categorías”. Hay aquí otro proceso semejante, que depende de lo que Hilary Putnian (1975) llama “la división del trabajo lingüístico”. Esto trae de nuevo a cola­ ción ciertas diferencias entre sentido y referencia, entre la intensión y la exten­ sión del signo. El sentido de un signo (el concepto de “valor” en Saussure) es determinado por sus relaciones contrastivas con otros signos del sistema. Por consiguiente, es completo y sistemático sólo en la sociedad (o comunidad de hablantes) como conjunto. Todo uso real del signo de referencia por determina­ da persona o grupo implica sólo una parte, una pequeña fracción, del sentido colectivo. Al margen de las influencias del contexto, esta división del trabajo significativo es, en términos generales, una función de las diferencias de expe­ riencias sociales e intereses existentes entre los individuos. Lo que para mí es un “pájaro (de alguna especie) que revolotea”, es un “gavilán enfermo” para us­ ted (un ornitólogo) y, tal vez, un “pobre pajarito” para otros (miembros de la Sociedad Protectora de Animales; Stem, 1968). El capitán Cook les parece un dios ancestral a los sacerdotes hawaianos, un guerrero divino, más bien, a los jefes y, evidentemente, cualquier otra cosa a los hombres y mujeres corrientes (Capítulo 4). Al actuar desde perspectivas diferentes, y con diferentes poderes sociales para objetivar sus respectivas interpretaciones, los individuos llegan a diferentes conclusiones y las sociedades elaboran consensos diferentes. La co­ municación social constituye tanto un riesgo empírico como una referencia al mundo. Los efectos de esos riesgos pueden ser innovaciones radicales. Pues, en definitiva, en los encuentros contradictorios entre personas y cosas, los signos son susceptibles de ser reclamados por los poderes originales de su creación: la conciencia simbólica humana. Ahora, nada es tabú, por principio intelectual, ni siquiera el concepto de “tabú”, como nos enseña la historia hawaiana (en los capítulos 1 y 5). La metáfora, la analogía, la abstracción, la especialización: todos los tipos de improvisaciones semánticas son inherentes a la actua­ lización cotidiana de la cultura, con la posibilidad de hacerse generales o unáni­ mes por su aceptación sociológica en el orden vigente. Los significados son fi­ nalmente sometidos a riesgos subjetivos, en la medida en que los individuos, al ser capacitados socialmente, dejan de ser los esclavos de sus conceptos y se convierten en los amos. ‘"El problema es — dijo Alicia— determinar si puedes hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes'. 'El problema es — di­ jo Humpty Dumpty— determinar en qué consiste ser amo; eso es iodo'.’’* Ahora bien, como en otro famoso diálogo sobre las relaciones entre amo y esclavo, esta dominación implica cierta servidumbre. No se tiene la li­ bertad de nombrar las cosas “exactamente como son", como hizo Adán: “Pare­ cía un león, y rugía como un león; de modo que lo llamé ’león"’. Las impro­ visaciones (revaloraciones funcionales) dependen de las posibilidades de sicnil'i* Del libro de L. Carroll, Alicia en el País de las Maravillas. [T.J

cación admitidas, aunque sólo sea porque de oirá manera resultan ininteligibles e incomunicables. De ahí que lo empírico no se conoce simplemente como tal sino como una significación importante desde el punto de vista de la cultura, y el viejo sistema se proyecta hacia el futuro en sus nuevas formas. Asimis­ mo se deduce que diferentes órdenes culturales tienen sus modos distintivos, propios, de producción histórica. Diferentes culturas, diferentes historicidades. Este es el punto principal del segundo capítulo, en el que comparo las historias heroicas de las monar­ quías de origen divino con la “nueva historia” de la administración populista, “la historia desde abajo” . Intento demostrar porqué, para sociedades de cierto ti­ po, las historias de reyes y batallas son justificadamente privilegiadas por la historiografía. La explicación es una estructura que generaliza la acción del rey como forma y destino de la sociedad. En el mismo ensayo, la mitopraxis de los pueblos polinesios es comparada con el utilitarismo desencantado de nues­ tra propia conciencia histórica. O , a su vez, el primer capítulo, sobre la efica­ cia histórica del amor en Hawai, es otro ejercicio de relatividad, con un subtexto sobre estructuras “funcionales” y “prescriptivas” que tal vez merezca un co­ mentario más extenso. Se trata de una distinción ideal-típica sobre las formas en que se realizan las estructuras en el orden cultural y en el devenir histórico. En algunos aspec­ tos, la diferencia entre las estructuras funcionales y las prescriptivas equivale al contraste entre los modelos mecánicos y los estadísticos de Lévi-Strauss (1963). El problema se centra en las relaciones entre las formas sociales y los actos adecuados. Planteo la posibilidad, que rara vez parece tenerse en cuenta, de que esas relaciones sean reversibles: que los tipos de actos habituales pue­ dan precipitar formas sociales y viceversa. Puesto que por lo general en las ciencias sociales damos prioridad a las formas institucionales frente a sus prác­ ticas conexas, en este sentido únicamente la conducta de las partes involucra­ das nace de una relación preexistente. La amistad genera ayuda material: la rela­ ción, normalmente (y normativamente), prescribe un modo de interacción ade­ cuado. No obstante, si los amigos hacen regalos, los regalos también hacen amigos; o bien, como dicen los esquimales, “los regalos hacen esclavos, tal como los látigos hacen perros”. La forma cultural (o la morfología social) pue­ de producirse a la inversa: el acto crea una relación adecuada, performativamenic, como en cienos famosos actos de habla: “Los declaro marido y mujer”. De este modo, en Hawaii se puede llegar a ser “nativo”, mediante la ac­ ción adecuada. Después de haber residido cierto tiempo en la comunidad, inclu­ so los extranjeros se convienen en “hijos de la tierra” ([kama'aina), vocablo que no se reserva exclusivamente a los que han nacido en el lugar. Este ejem­ plo me permite sostener que la intercambiabilidad entre el ser y la práctica mis­ ma depende de las comunidades de significado; por consiguiente, la determina­ ción en cualquiera de los dos sentidos está motivada estructuralmente. Un acto de un tipo dado puede significar un status dado, puesto que los dos tienen el mismo sentido final. Para los hawaianos, por el hecho de vivir en una tierra determinada y alimentarse de sus productos, una persona es de la misma sus­ tancia que la tierra, en el mismo sentido en que se dice que un niño está hecho

de la sustancia de sus padres (en Hawaii, por nacimiento y por crianza). Un ex­ tranjero es metamorfoseado así en hijo de la tierra con el mismo derecho que los individuos “nacidos en” ella (como también podríamos decir). De ello se deriva que las sociedades como la hawaiana — o la esquimal, o la nuestra— en las que muchas relaciones se construyen por elección, desee é interés, y por medios tan aleatorios como el amor, no carecen por todo eso de estructura, ni están “vagamente estructuradas”. Los efectos son sistemáticos, tanto si los me­ canismos institucionales son creados “estadísticamente” por la acción adecua­ da, como si la acción está presupuesta “mecánicamente” por la forma No obstante, las estructuras funcionales y las prescriptivas tendrán dife­ rentes historicidades. Podríamos decir que están “abiertas” a la historia de di­ ferente manera. Los órdenes performativos tienden a asimilarse a circuntancias contingentes, mientras que los prescriptivos asimilan, en cambio, las circuns­ tancias a sí mismos, mediante una especie de negación de su carácter contin­ gente o circunstancial. Pienso en un contraste ideal entre Hawaii — donde la monarquía, el rango, los derechos de propiedad y la filiación local son suscepti­ bles de negociación— y la estructura social media estándar de RadcliffeBrown, compuesta de grupos asociados de descendencia, status adscritos y nor­ mas preventivas de matrimonio (por ejemplo, lo aborígenes australianos). En el caso hawaiano, los acontecimientos circunstanciales suelen marcarse y valo­ rarse por su diferencia, por su divergencia de la organización existente, pues los individuos pueden influir en esa organización para reconstruir sus condicio­ nes sociales. Al organizarse la sociedad a sí misma de esta manera, toma conciencia de sí como forma institucional de los acontecimientos,históricos. Pero en lo que se refiere al aspecto prescriptivo, nada es nuevo o, por lo menos, los suce­ sos se valoran por su similitud con el sistema constituido. Lo que acontece, entonces, es la proyección del orden existente, aun cuando lo que acontece no tenga precedentes, y ya sea que la interpretación recuperadora resulte lograda o no. Aquí todo es ejecución y repetición, como en el pensée sauvage clásico. En comparación, el orden hawaiano es históricamente más activo, de una do­ ble manera. En respuesta a las condiciones cambiantes de su existencia — co­ mo, por ejemplo, las de producción, población o poder— el orden cultural se reproduce a sí mismo en el cambio y como cambio. Su estabilidad es una his­ toria fluctuante de las fortunas cambiantes de personas y grupos. Pero enton­ ces, es más probable que cambie al reproducirse a sí misma. Y ello porque, pa­ ra decirlo en términos más generales, el sistema simbólico es sumamente em­ pírico. Somete sin cesar las categorías reconocidas a los riesgos mundanos, a las inevitables desproporciones entre los signos y las cosas; mientras que, a la vez, permite a los sujetos históricos, singularmente a la aristocracia heroica, construir creativa y pragmáticamente los valores vigentes. Una vez más, en términos de Lévi-Strauss, la temperatura histórica es relativamente “caliente”. Como he dicho, las estructuras performativas y las prescriptivas son ti­ pos ideales. Ambas pueden encontrarse en la misma sociedad, en diversas áreas locales del orden global. Esto implica, además, que una sociedad dada tendrá ciertos emplazamientos estratégicos de acción histórica, zonas “calientes” de

acontecimientos, y otras relativamente cerradas. En los presentes ensayos, no seguiré adelante en el desarrollo de esa idea. Empero, tal vez ya esté dicho lo suficiente para plantear la idea de que, a diferentes culturas, corresponden dife­ rentes historicidades. Afirmo además que los acontecimientos rrjismos llevan rúbricas cultura­ les distintivas. El capitán Cook fue víctima del juego de las categorías hawaia­ nas o, más exactamente, de la interacción de ellas con sus propias categorías, lo cual lo llevó inadvertidamente a peligrosos “nesgos de referencia”. De mo­ do que podría leerse el Capítulo 4, “El capitán James Cook o el dios mori­ bundo”, donde el famoso navegante encuentra s i fin por haber transgredido el status ritual que los hawaianos le habían confeiido. En ese ensayo, difundido originalmente en la Conferencia Frazer (de 1982), se presta suma atención a la teoría hawaiana de la monarquía de origen divino que, sumado a la práctica bri­ tánica del imperialismo, produjo este “impacto f ital”. ¿Es posible brindar, aun­ que más no sea con un mínimo de seguridad, u la solución estructural al anti­ guo misterio de quién lo hizo? La identidad del atacante de Cook es deducible, al estilo de Sherlock Holmes, a partir de las ca:egorías elementales. En estos diversos aspectos, lo que interesa al ensayo es ejl controvertido problema de la relación entre estructura y acontecimiento. Considero las nociones habituales de accijdente y orden en esta relación: la contingencia de los sucesos, la recurrencia de las estructuras. Cualquiera de las dos sería insuficiente por sí sola. No basta saber que Cook era la “instanciación” de ciertas categorías culturales, como tampoco que sufría de parásitos intestinales, que es el diagnósdeo histórico presentado recientemente por un eminente médico inglés. Ahora bien, trato de irjmás allá de la vaga idea de una dialéctica entre las palabras y las lombrices mediante un enfoque teórico doble. En primer lugar, insisto en que un acontecimiento no es simplemente un suce­ so fenoménico, aun cuando como fenómeno tenga razones y fuerzas propias, aparte de cualquier esquema simbólico dado. Un acontecimiento llega a serlo al ser interpretado: sólo cuando se lo hace propio a través del esquema cultural adquiere una significación histórica. No hay una adecuación explicativa entre el accidente sufrido por el palo de trinquete del Resoluiion que hizo regresar a Cook a Hawaii, por una parte, y la perspectiva siniestra de los isleños respec­ to de todo esto, por la otra, excepto desde el punto de vista de la cultura ha­ waiana. El acontecimiento es una relación entrp un suceso y una estructura (o varias estructuras): un englobamiento del fenópieno en sí mismo como valor significativo, del que se deduce su eficacia histórica específica. (Retomo este punto en el análisis general de! último capítulo.) El otro enfoque, tal vez más original, consiste en interponer un tercer térmijio entre la estructura y el acon­ tecimiento: la síntesis siluacional de los dos en una “estructura de la coyun­ tura”. Por “estructura de la coyuntura” entiendo la realización práctica de las categorías culturales en un contexto histórico aspecífico, como se expresa en la acción interesada de los agentes históricos, incluida la microsociología de su interacción. (Mi idea de una estructura de co yuntura difiere en consecuencia de la de Braudel en puntos importantes, aunqu ; tiene reminiscencias de la dis-

tinción que señala Raymond Firth en una “organización social” de i acto y la “estructura social” de jure o subyacente [véase la nota 11 del Capítulo 4, y Firth, 1959].) Evita además el peligro, implícito en nuestra ingenua fenome­ nología de la acción simbólica (véase más arriba), de considerar el proceso sim­ bólico simplemente como una versión imaginaria de la vieja oposición entre individuo y sociedad. En el presente caso, la estructura coyuntural de los con­ tactos británico-ha waianos manifiesta más complejidades de ¡as que se admiten en estudios anteriores (por ejemplo, Sahlins, 1981), y parece hacer más com ­ prensible el destino de Cook. No obstante, más allá del análisis de aconteci­ mientos inusuales como el expuesto, esta noción de praxis como una sociolo:gía situacional del significado puede aplicarse a la comprensión general do! cambio cultural. Como descripción del despliegue social — y de la revaIorar ción funcional— de los significados en términos de acción, no tiene que resr tringirse a circunstancias de contacto intercultural. La estructura de. coyuntura como concepto tiene un valor estratégico en la determinación de los riesgos simbólicos (por ejemplo, de referencia) y en las reificaciones selectivas (|xu ejemplo, por parte de las autoridades). La teoría polinesia sobre la monarquía de origen divino o, lo que es lo mismo, la teoría polinesia de la vida, cósmica y social, se examina con mayor profundidad en el ensayo “El rey extranjero” (Capítulo 3). En esc capítulo des­ taco el sistema hawaiano y otros sistemas, especialmente el de Fiji, mediante una comparación con concepciones indoeuropeas de la realeza, mencionando los celebrados estudios de Dumézil, Frazer y Hocart. Desde luego, la compara­ ción es tipológica (y no genética) y aparentemente rebuscada, y no me habría atrevido a enunciarla si no la hubiese sugerido explícitamente Dumczil, muy probablemente a partir de su lectura de Hocart. Por otra parte, la digresión car­ tesiana — quiero decir Ho-cartesiana, por supuesto— por la importancia que asigna a la política ritual como sistema “dador de vida”, aporta una interesante observación sobre el carácter temporal de la estructura (diacronía). Si bien Hocart fue un estructuralista avant-la-lettre, su idea de la estruc ­ tura (según mi lectura) es diferente de la de Saussure. Lo notable es que una desviación del principio saussureano de sistema, según el cual éste es un estar do puramente sincrónico, un conjunto de relaciones entre signos en el plano de la simultaneidad que contrasten entre sí y, en consecuencia, que se definen mutuamente. Pues en su representación más abstracta, que es la cosmología, las categorías se ponen en movimiento; se despliegan en el transcurso tlcl tiempo en un esquema global generador de vida o de reproducción cultural y naL tural. La estructura tiene una diacronía interna que consiste en las fluctuantes relaciones existentes entre las categorías generales o, como digo yo, una “vida cultural de las formas elementales”. En este desarrollo generativo, común a los sistemas polinesio e indoeuropeo, los conceptos básicos pasan por sucesi­ vas etapas de combinación y recombinación, produciendo en ese proceso térm ínos originales y sintéticos. Así, en la constitución de la realeza y el orden cul­ tural, los héroes dinásticos, inicialmente masculinos e invasores extranjeros, son neutralizados y “feminizados” por la población indígena. En este proceso, la población, que representa originariamente los poderes reproductores femeni:

nos y de la tierra, es transformada en una fuerza masculina periférica y protec­ tora. Las transformaciones son facilitadas por el sometimiento de una princesa nativa al príncipe inmigrante, que es también el matrimonio fecundo del ex­ tranjero con la tierra; de ello se sigue la neutralización de sus sucesores dinásti­ cos como descendencia, por línea femenina, de la población nativa. Y así, el desarrollo ulterior de las categorías se completa en el Capítulo 4. Mi sugeren­ cia es que debemos incorporar asimismo la diacronía interna en nuestras nocio­ nes de ‘'estructura” , para evitar así ciertas dificultades lógicas del punto de vis­ ta de Saussure, al menos en la forma en que este último es adaptado general­ mente a los estudios antropológicos. Una sincronía saussureana estricta nos enreda en las famosas “inestabili­ dades lógicas” de las categorías culturales. El rey de Fiji aparece como masculi­ no y como femenino; su naturaleza ritual y política es dual, o bien una o la otra, según el contexto. Si se considera como una descripción sincrónica y em­ pírica, hay poco más que decir: parece una “ambigüedad permanente” o una "contradicción inherente” de! sistema. Sin embargo, desde el punto de vista de una estructura diacrónica, es un efecto derivativo, basado tanto en los princi­ pios como en la lógica. Existe una noción más general de estructura, necesaria­ mente temporal, con la cual la contradicción al mismo tiempo se resuelve y se hacc inteligible. Podríamos haber supuesto lo mismo, de todos modos, so­ bre bases lógicas, pues si existe una ambigüedad recurrente, debe haber un mo­ do cohercnLe, no contradictorio de enunciarla. La estructura en sí no es contra­ dictoria, aunque reproduce repetidamente esos efectos empíricos. Asimismo podemos eliminar el problema del corolario que se plantea en las formulaciones corrientes de la “estructura” como listas significativas de pa­ res de contrarios o simetrías saussureanas. Me refiero a los cuadros que dicen: lo masculino es a lo femenino como el rey a la población, la cultura a la natu­ raleza, la vida a la muerte, etcétera; estructuralismo yin-yang, sin un Libro de los Caminos. Estas comparaciones son además lógicamente inestables y pasibles de contradicción. Desde otra perspectiva, el rey es femenino y no mas­ culino, y naturaleza (feroz intruso) más que cultura. Las alternativas se re­ ducen a esto. Podemos tratar de desarrollar la estructura a partir del conjunto in­ definido de permutaciones contextúales (o como si la estructura fuese dicho conjunto); en ciertos contextos especificables, el rey es masculino, en otros fe­ menino: no sólo se trata de una solución poco elegante, sino probablemente inútil. O bien, en lugar de este empeño aporético, podemos concebir la estruc­ tura tal como es en los esquemas cósmicos abstractos. La última solución es, al menos, más poderosa lógicamente, puesto que puede explicarse la génesis de las contradicciones precisamente como perspecti­ vas parciales o situacionales del orden general, considerado desde un punto de vista interesado (ya sea por el etnógrafo o la población). Es evidente que toda comparación dada (A : B : : C : D) es un enunciado parcial e interesado de la estructura. En ella se da por supuesto un determinado espectador o sujeto en una determinada relación con la totalidad cultural. Pero la estructura se refiere propiamente a esa totalidad: es en sí el sistema de relaciones entre categorías, sin un sujeto dado (si no es el famoso transcendental). Tampoco carece esta

concepción de importancia histórica. Pues si nos ponemos nosotros en el lu­ gar intelectual divino del sujeto transcendental, es decir, fuera del sistema co­ mo comentadores, podemos ver la historia haciendo penetrar la selección inte­ resada de los agentes sociales entre las numerosas posibilidades lógicas — in­ cluidas las posibilidí ides contradictorias— que se presentan en todo orden cultu­ ral. Así, por ejempb, volvamos al ensayo sobre Cook (Capítulo 4). Para los sacerdotes hawaianos, Cook seguía siendo siempre el antiguo dios Lono, aun cuando hubiera vue to inesperadamente; en tanto que parael rey, el dios que aparece fuera de esu ción se convierte en un peligroso rival ..Los dos grupos ha­ waianos, a partir de sus propias creencias, concibieron relaciones diferentes y proporcionales del nism o acontecimiento, de ahí su propio conflicto en la es­ tructura de la coyun ura, cuyo resultado fue la muerte de Cook. Las expuestas son algunas de las ideas generales de los ensayos que inte­ gran este libro. En