Introduccion Al Lenguaje Y A La Linguistica

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Jo h n L yo n s P r o fe s o r d e L in g ü ís tic a U n iv e rs id a d d e Sussex

INTRODUCCIÓN AL LENGUAJE Y A LA LINGÜISTICA V e r s ió n esp a ñ o la R a m ó n Cerdá Ca te d rá tic o d e L en gu a E sp a ñ o la U n iv e rs id a d de B a rc e lo n a

EDITORIAL TEIDE - BARCELONA

T itu lo

original:

L A N G U A G E A N D LIN G U IS T IC S g ) C a m b r i d g e U n i v e r s i t y P r e s s 1981 IS B N :

D erechos

0 521 230 34 9 / 0 521 2 9 7 7 5 3

de

!a

versión

C) E d ito ria l T e id e , IS B N :

en

A.

len gu a

U niversitat,

Legal

B.

española:

- V ilad om at.

84-307-7446-7

G ráfiqu es D ipósit

S.

Printed S.

A.

15.395-84

291 in

- Barceln;i-29,

1984

S p a in

- Arqu im ed es.

3 - SANT

A D R IÁ

DEL

UESóS

Prólogo a la versión española

E n cuestión de pocos años, hem os pasado de una acuciante penuria en trata­ dos in tro d u c to rio s a la lingüística hasta una p rolife ra ció n que ronda p o r am­ bos lados los lím ite s del exceso. Afortunadam ente, los avances indiscutibles y los cam bios de perspectiva llevan una aceleración tal que p ro n to queda espacio disponible para nuevos manuates atentos a las novedades. Y no sólo eso. Pues los m ism os manuales que años atrás servían para uso de noveles e incluso iniciados universitarios ya se em plean en los niveles de la enseñan­ za media. Con lo que el espacio disponible tam bién ha aum entado m ucho en este sentido. E l presente lib ro no pretende, desde luego, desplazar a ninguno de sus m ú ltip les congéneres en esta carrera, aunque es raro que no lo haga. Com o todos ellos, aspira no sólo a c u b rir ese com etid o global que tan bien detalla su p ro p io a u tor en la in tro d u cción , sino tam bién a ser, al m ism o tiem po, un te stim o n io fie l sobre las actitudes del m om en to. Quizás, a este respecto, ha­ bría que repa rar en el tra ta m ien to más bien sum ario que recib e en él la sin­ taxis o en la om isió n de la llamada lingü ística del texto, que pugna con ím petu crecien te en tre algunos de nuestros estudiosos. Sin em bargo, tratándose de John Lyons, uno de los lingüistas más traducidos, citados y, cabe deducir, m e jo r con ocid os de todos los tiem pos en países de habla hispana, no sería de extrañar que este lib r o tam bién m arcase con más o m enos prem editación unas pautas y unos fo cos de atención inéditos para el fu tu ro inm ediato. Lugar no fa lta para ello : véase, si no, la extensa cob ertu ra tem ática que ofrece. D e n tro de la obra de Lyons, esta Introdu cción al lenguaje y a la lingüística no desplaza siquiera a su aparente antecesora, la m em orable y todavía bien vigente In trodu cción en la lingüística teórica (1971). Constituye, eso sí, un re­ llano más bajo, leve, holgado y, en consecuencia, cóm od o (de donde la p rep o­ sición ‘a’, en lugar de 'e n '). La relación entre ambos lib ros recuerda la que existe, d e n tro del á m b ito más red ucido de la semántica, entre otras dos obras del m ism o a u tor: Sem ántica (1980) y Lenguaje, significado y contexto (1983).

P o r lo que atañe al m arco h istórico, no tengo reparo en a firm a r que esta síntesis, p o r el talante de sus ob jetivos, la trabazón del con ten id o y la p e ri­ cia de la exposición para in cita r continuam ente al lector, sigue la trayec­ toria de los célebres tratados de F. de Saussure, L. B loo m field , Ch. H ock e tt o L. H jelm slev. Desde el punto de vista estricto de la traducción, apenas hay nada que consignar fuera del habitual y consabido em peño en fa cilita r al le c to r una plácida y fru ctífe ra com prensión. Las aclaraciones, las adaptaciones ilu stra ti­ vas o la traducción de los ejem plos, las actualizaciones y añadidos b ib lio g rá fi­ cos y todo lo demás se han encaminado a ello, y aun a la consecución de un estilo espontáneo que logre hacer olvidar, a la postre, que se trata de un tex­ to originariam ente urd id o en inglés. P o r este lado, sólo el le c to r m ism o tiene la palabra, en especial a la luz de cuanto se dice sobre la tra ducción en las secciones finales del lib ro. Las interpolaciones de alguna entidad aparecen siem pre en tre corchetes. Son más bien escasas, dado el tono generalizador de toda la obra. De vez en cuando, he recu rrid o a algunos signos de tra nscripción fonética, cuya p rin c i­ pal ju stifica ció n consiste en señalar más la existencia de diferencias de p r o ­ nunciación entre expresiones que la especificación precisa de dichas diferen­ cias. P o r ello, no m e ha parecido indispensable describirlos n i enum erarlos en una tabla especial. Tales signos están extraídos del A lfabeto F o n ético In ­ ternacional (A F I) y pueden consultarse en la inmensa m ayoría de tratados ac­ tuales de fonética o bien en los fo lle to s y opúsculos que edita la A sociación Fonética In tern a cion a l (véase B ibliografía). P o r lo demás, he de a d m itir que m e alienta la ín tim a esperanza de haber con trib u id o a la adaptación de una obra que ejercerá un im p orta n te benefi­ cio en el am biente lin g ü ís tico hispánico y aun será recla m o efectivo para cualquier m ente tocada p o r la curiosidad. R amón C erdA Barcelona, enero de 1984

Prefacio

E l presente lib ro está pensado para un curso del m ism o títu lo que m is cole­ gas y yo im p a rtim o s en la Universidad de Sussex a los alum nos de p r im e r año. M u y p ocos de estos estudiantes llegan a la Universidad con la in te n ción de especializarse en lingüística. Y aunque algunos, anim ados p o r el cu rso, se de­ cid en p o r ella y abandonan o tro s derroteros, la inm ensa m ayoría continúa en la especialidad p reviam ente elegida al fo rm a liz a r la in scrip ción . P o r ello, la fina lid ad del m encionado curso consiste en in tro d u c ir a los alum nos en los con cep tos teóricos más im p orta n te s y en los hallazgos em p írico s de la lin gü ística actual, en un nivel relativam ente no técnico, con el p ro p ó s ito de p o n e r de relieve las conexiones que existen én tre la lin gü ística y las num erosas disciplinas académ icas igualm ente interesadas, si bien con o b je tiv o s y pers­ pectivas diferentes, en el estudio del lenguaje. C o n fío en que este lib r ó resul­ tará tam bién prov ech o so para cursos sim ilares que so b re el lenguaje existen hoy díá en m uchas universidades y escuelas superiores p olité cn ica s y pedagó­ gicas ta nto en nuestro país c o m o en el extra n jero. Y aún espero que despierte asim ism o el interés d e l le c to r en general que desee aprender algo sob re la lin ­ gü ística m oderna. E l lib ro presenta un con ten id o más am plio, y m enos exigente en sus ca­ p ítu lo s centrales, que m i In trodu cción en la lingüística teórica (1971). Resulta, en consecuencia, m enos detallado en el tra ta m ien to de m uchos temas. E n cam ­ bio, he añadido a cada ca p ítu lo una lista de sugerencias b ib liográ fica s para un adecuado desa rrollo temático'. E n tie n d o que esto ha de' ser su ficie n te para que los lectores y profesores usuarios del lib ro hagan una selección de acuer­ do con. sus co n o cim ien tos sobre cada asunto y con sus p referencia s teóricas. Pueden incluso añadir a la lista de lib ro s una serie de im p orta n tes artícu los aparecidos en revistas especializadas cuya m ención yo he o m itid o p o r norm a a m enos que se hayan reeditado en publicaciones más accesibles. La B ib lio ­ grafía está en consonancia con las m encionadas sugerencias para una A m p lia ­ c ió n B ib lio g rá fica y viene a representar p rá ctica m en te todos los pu n tos de vista concurrentes. Pensando en los estudiantes que u tilic e n el lib r o sin o rie n ­

ta ció n especiatiz&da y en el le c to r general interesado en p rofu n d iza r sobre un determ in a d o tema, he señalado unos veinte manuales y algunas c o le c c io ­ nes de a rtícu lo s de la B ib lio g ra fía con un asterisco. Con ello he p rocu ra d o ha cer una selección representativa tanto de las distintas concepciones co m o de los niveles de exposición. Cada ca p ítu lo lleva una serie de Preguntas y E je rc icio s . E n algunos casos se tra ta de sencillas cuestiones de revisión que n o req u iere n ninguna lectu ra u lte rio r. E n o tro s — especialm ente cuando se refiere a citas de o tro s lib ro s de lin gü ística — el estudiante se verá obligado a considera r y evaluar o p in io ­ nes distintas a las que p resen to en el lib ro. Algunas de las preguntas son bien d ifíc ile s y n o espero que el a lu m n o las conteste sin ayuda, contand o sólo c o n un curso de lin gü ística de diez semanas. P o r o tr o lado, entiend o que es im p o rta n te que los estudiantes de estos cursos p ercib a n el talante de la lin ­ gü ística en sus niveles más avanzados, aunque n o necesariam ente más té cn i­ cos. ¡H ay que v e r lo que se consigue a veces con un p o c o de m anipulación so crá tica ! L o m is m o d iría con resp ecto a un p rob le m a que he in clu id o ( tras el capí­ tu lo de G ra m á tica ). L o in venté hace m uchos años cuando enseñaba en la U niversidad de Ind iana y se ha venido em pleando, p o r m í y p o r otros, co m o un e je rc ic io rela tiva m en te c o m p le jo en el análisis lin gü ís tico. ¡Q uien ap orte una s o lu ció n que satisfaga las exigencias de adecuación observacional y ex­ p lica tiv a en m enos de dos horas no necesita leer los ca p ítu los prin cip a les del lib r o ! A unque In trod u cción al lenguaje y a la lingüística resulta m uy d is tin to de m i In trodu cción en la lingüística teórica, ta m bién está in fo rm a d o p o r el m is m o sentid o de con tin u id a d en la teoría lingüística, desde las épocas p r im i­ tivas hasta la actualidad. N o he in clu id o ningún c a p ítu lo que tra te espe­ cia lm e n te sobre la h is to ria de la lingüística, p e ro d e n tro de los lím ite s dis­ p on ib le s he p ro cu ra d o situ a r los temas teóricos más im p orta n te s d e n tro de su c o n te x to h is tó ric o . H e redactado asim ism o un breve ca p ítu lo sobre estru ctu ­ ralism o, fu n cio n a lism o y g en era tivism o en lin gü ística p o rq u e las relaciones e n tre estos m ov im ie n to s apenas si reciben, a m i ju ic io , atención, o bien apa­ recen m al interpretad as en la m ayoría de m anuales al uso. E n p a rticu la r, la g ra m á tica generativa suele confund irse, p o r una parte, con un c ie rto tip o de gra m á tica tra n sform ativo-generativa form alizada p o r Chom sky y, p o r otra, con lo que yo lla m o aqu í 'gen era tivism o', igualm ente propagado p o r Chom sky so b re todo. E n la breve exp osición que hago sob re la gra m á tica generativa, lo m is m o que en m i lib r o Chom sky (1974) y en otras partes, in te n to m antener las necesarias distinciones. P ersonalm ente, estoy del to d o a fa v o r de los ob­ je tiv o s de quienes em plean las gram áticas generativas — p o r m otiv os te ó ri­ cos, más que p rá ctico s — c o m o m od elos para la d e scrip ció n de la estructura g ra m a tica l de las lenguas naturales.• C om o se p on d rá bien de m anifiesto a lo la rg o del lib ro , yo rechazo m uchos de los dogm as del generativism o, p o r no d e c ir todos. A pesar de ello, los p resento del m od o más im p a rcia l y o b je tiv o posible. M i p ro p ó s ito ha sido con ced er en todas las instancias una im p o rta n ­ cia idéntica a las bases ta nto cultura les c o m o b iológicas del lenguaje. L o digo

p o rq u e se observa una recien te tendencia a destacar las últim as en detrim en­ to de las prim eras. D ebo d ejar constancia de m i a p recio p o r la ayuda prestada al es crib ir el lib ro hacia m is colegas, el D r. R ic h a rd Coates y el D r. G erald Gazdar. Los dos han leíd o toda la ob ra en b o rra d o r y m e han hecho m uchos com entarios c rí­ ticos de gran utilidad, y m e han aconsejado, además, en cam pos que ellos dom inan m e jo r que yo. N i que d e cir tiene, no hay que considerarles responsa­ bles p o r ninguna de las op iniones sostenidas en la versión -final del lib ro, y más cuando — m e alegra decla ra rlo públicam ente— todavía discrepam os en una serie de asuntos teóricos. M e gustaría expresar asim ism o que m e siento deudor de m i esposa, no sólo p o r haberm e deparado el apoyo m ora l y el a m or necesarios m ientras escribía el lib ro, sino tam bién p o rq u e ha actuado co m o un m odelo de le c to r general en diversos capítulos y ha c o rre g id o la m ayoría de pruebas. Una vez más, he tenido la suerte de co n ta r con el con s ejo ed itorial experto y com p ren sivo del D r. Jerem y M y n o tt y de la Sra. Penny C árter de la Cam bridge U niversity Press, a quienes debo m i sin ce ro agradecim iento.

Falm er, Sussex E n ero de 1981

1. El lenguaje

1.1

¿Qué es el lenguaje?

L a lingüística es el estudio cien tífico del lenauaie. Se trata, al menos a prim e­ ra vista, de una definición bien sim ple que aparece en la m ayoría de manua­ les y de obras generales sobre e l tem a. Ahorá bien, ¿qué ha de entenderse exactam ente por ‘lenguaje’ y p o r ‘cien tífico’ ? Y , p o r o tro lado, ¿puede consi­ derarse que la lingüística, tal co m o se m anifiesta en la actualidad, constituye una ciencia? La pregunta sobre «¿q u é es eL len gu aje?» puede com pararse con otra — para algunos, mucho más profu n d a ren todo caso— com o «¿q u é es la, vida?», cuyas presuposiciones circunscriben y unifican las ciencias biológicas; Desde luego, «¿q u é es la vid a »? n o es el tip o de pregunta que los biólogos se plan­ tean constantem ente en sus tareas diarias. Presenta más bien un halo filosó­ fico, ciertam ente, y él biólogo, co m o los dem ás científicos, suele estar dem a­ siado inm erso en los detalles de algún que o tro problem a concreto para ponderar todo lo atingente a cuestiones tan generales com o éstas. N o obstan­ te, la presunta significación de una pregunta com o «¿qu é es la vid a »? — el su­ puesto de que todos los seres vivientes com parten alguna propiedad o con­ ju nto de propiedades que los distinguen de lo no viviente— establece los lí­ m ites del quehacer del biólogo y ju stifica la parcial autonomía de su disci­ plina. Áun cuándo puede decirse, en este sentido, que preguntar «¿q u é es la vid a ? » proporciona a la biología su verdadera razón de existir, lo que nutre las especulaciones y la investigación cotidiana del biólogo no es tanto la pre­ gunta misma com o la interpretación concreta que el biólogo le atribuye ju nto con el esclarecim iento de sus im plicaciones más detalladas en el m arco de alguna teoría aceptada por él. L o m ism o sucede con el lingüista con respecto a la cuestión de «¿qu é es el lenguaje?».

Lo prim ero que hay que distinguir acerca de esa cuestión es la posibilidad de entender un sentido más o menos general, esto es el sentido de una capa­ cidad para la com unicación o bien el de un sistem a concreto o lengua natural, fin inglés, por ejem pio, existe una sola expresión, ‘language’, para ambos sentidos, pero pueden distinguirse entre sí a base del artículo: cf. «W h a t is language?», «¿Qué es el len gu aje?», frente a «W h a t is a language?», «¿Q ué es una lengua?». Ciertas lenguas europeas disponen, com o en español, de dos palabras: cf. el francés ‘langage’ fren te a ‘langue’, el italiano ‘linguaggio’ frente a ‘lingua’, etc. Con la p rim era de estas expresiones se alude al sentido general y con la segunda al particular. Ocurre, entonces, que en inglés cabe la posi­ bilidad de decir, m ediante una sola palabra, que alguien no sólo posee una lengua (español, chino, m alayo, swahili, etc.), sino tam bién la capacidad del lenguaje. Los filósofos, psicólogos y lingüistas suelen insistir en que la pose­ sión del lenguaje es lo que más claram ente distingue el hom bre de los demás animales. En este capítulo exam inarem os más de cerca el contenido de esta afirm ación. Por de pronto, sólo quiero destacar el hecho evidente, pero im por­ tante, de que no cabe poseer (o u tilizar) el lenguaje natural sin poseer (o uti­ lizar) alguna lengua natural. Acabo de em plear los térm inos ‘lenguaje’ y ‘lengua natu ral’ y ello nos lleva a otro asunto. La Dalabra ‘lengua’ no sólo se aplica al español, chino, ma­ layo, swahili. etc. — es decir, a los sistemas propiam ente adm itidos com o len­ guas— , sino también a una diversidad de sistemas distintos de comunicación, acerca de los cuales hay opiniones bastante controvertidas. P o r ejem plo, los m atem áticos, lógicos y técnicos en inform ática construyen con frecuencia, y para usos determ inados, sistemas de notación que son artificiales y no natu­ rales, al m argen de que se les llam e correctam ente lenguas o no. L o m ism o sucede con el esperanto, inventado a finales del pasado siglo para fa cilita r la com unicación internacional, aun cuando se funde en lenguas naturales pre­ existentes y sea indudablem ente una lengua. Existen además otros sistemas de com unicación humanos y no humanos in con trovertiblem en te naturales y no artificiales, pero que no parecen lenguas en un sentido estricto del térm i­ no, aunque se aluda a ellos m ediante la palabra ‘len gu aje’. Recuérdense a este propósito frases com o ‘ lenguaje de las señales’, ‘lenguaje co rp o ra l’ o ‘lenguaje de las abejas’. La m ayoría de la gente diría seguram ente que se trata de un uso m eta fórico o figu rativo de la palabra ‘len gu aje’. Resulta bastante intere­ sante, al menos desde la perspectiva del inglés, que en todos estos casos las lenguas diferen ciadoras recurran a la form a que corresponde a ‘ lenguaje’ (cf. francés ‘langage’, italian o ‘lin gu aggio’, etc.). E llo se debe a que esta form a es más general que el o tro m iem bro de la oposición, esto es ‘ lengua’, pues se em plea para hacer referen cia no sólo a la capacidad com unicativa en ge­ neral, sino tam bién a los sistemas com unicativos naturales o artificiales, hu­ manos o no, a los que se aplica la palabra inglesa language’ en un sentido al parecer am pliado. E l lingüista se ocupa prim ordialm ente de las lenguas naturales. Así, las preguntas «¿Q u é es el len gu a je» o «¿Q ué es la lengua?» parten del supuesto de que los varios m illares de lenguas naturales que cabe distinguir en el

mundo son. en cada caso, una m uestra concreta de algo más general. E l lin­ güista, entonces, desea saber si todas esas lenguas naturales tienen algo en com ún que al propio tiem po n o esté presente en los demás sistemas de co­ municación. humanos o no, algo tan específico, que autorice la aplicación del térm ino ‘lengua’ en form a exclusiva, pretirien do asi los demás sistemas co­ municativos, salvo cuando, com o el esperanto, se basen en lenguas naturales preexistentes. De todo ello tratarem os en el nresente cauítuip.

1.2

Algunas definiciones de ‘lenguaje’ y ‘lengua’

N o es d ifíc il encontrar definiciones sobre el lenguaje y la lengua. Vam os a exam inar algunas. Las precisiones que siguen, tanto si se han hecho en form a de definición com o si no, establecen uno o más puntos de vista que más ade­ lante tom arem os en consideración. Todas ellas proceden de obras clásicas y de lingüistas de gran reputación. Tom adas conjuntam ente, nos servirán para establecer alguna indicación prelim in ar sobre las propiedades que los lin­ güistas tienden, al menos, a estim ar esenciales en el lenguaje.

(i) Según Sapir (1921: 8): « E l lenguaje es un m étodo puram ente humano y no instintivo para la com unicación de ideas, em ociones y deseos Dor m edio de sím bolos producidos vo lu n ta ria m e n te .» Esta definición adolece de diver­ sos defectos. Por m uy am plios que sean ios sentidos atribuidos a los térm i­ nos ‘ idea’, ‘ em oción’ y ‘ deseo’, parece evidente que mucho de lo que se comu­ nica p o r m edio d el lenguaje no queda cu bierto p er nin gu n o de ellos; sobre todo ‘idea’, que es esencialm ente im preciso. P o r otra parte, existen muchos siste­ mas de sím bolos voluntariam ente producidos que sólo consideraríam os len­ guajes en un sentido am pliado o m e ta fó rico del térm ino. P o r ejem plo, lo que h oy se entiende popularm ente p o r m edio de la expresión ‘lenguaje corporal’ — que recurre a gestos, posturas, miradas, etc.— parece satisfacer este aspecto de la definición de Sapir. Desde luego, queda en p ie la duda de si se trata de algo exclusivamente humano y no instintivo. Pero esto m ism o, com o verem os, puede preguntarse acerca de las lenguas propiam ente dichas. Es lo más im ­ portante que cabe destacar en la definición de Sapir.

(ii) En su O utline o f L in g u is tic Analysis Bloch v T ra g er escribieron (1942: 5): «L a lengua es un sistem a de sím bolos vocales arbitrarios p o r m edio del cual fcoopera un grupo social.» L o qu e sorprende en esta definición, en con­ traste con la de Sapir, es que no alude más que indirectam ente y p o r im ­ plicación a la función com unicativa del lenguaje. En cam bio, hace hincapié en su función social y con ello, com o verem os más adelante, presenta un as­ p ecto más bien reducido de la fu n ción que la lengua desem peña en la socie­

dad. La definición de B loch y Trager difiere de la de Sapir en que recoge la propiedad de la arbitrariedad y en que lim ita el lenguaje a la lengua hablada (con lo que convierte en contradictoria la frase ‘lengua escrita’). E l térm ino ‘arbitrariedad’ aparece em pleado aquí en un sentido un tanto especial, al que atenderem os en seguida. Tam bién volverem os a la relación que hay entre len­ guaje y habla. A qu í basta decir que, en lo atingente a las lenguas naturales, hay una relación estricta entre ambos. Lógicam ente, el habla presupone el lenguaje, ya que no puede hablarse sin utilizar algún lenguaje (esto es, sin hablar en una determ inada lengua), pero puede usarse un lenguaje sin nece­ sidad de hablar. Ahora bien, adm itiendo que el lenguaje es lógicam ente inde­ pendiente del habla, hay buenas razones para decir que, en todas las lenguas naturales, al menos tal com o las conocemos, el habla es históricam ente, y quizá biológicam ente, anterior a la escritura. La m ayoría de lingüistas acepta este punto de vista.

(iii) En su Essav on Language, H all (1968: 158), declara que el lenguaje es «la institución con que los humanos se comunican e intereactúan entre sí p or m edio de sím bolos arbitrarios orales, y auditivos de uso h abitual». De todo ello m erece destacarse, en p rim er lugar, que se m encion e tanto la comu­ nicación com o la interacción (esta últim a en un sentido más am plio y, por tanto, más adecuado que el de ‘ cooperación’) y, en segundo lugar, que el tér­ m ino ‘oral y au ditivo' puede tom arse com o si fuese más o menos equivalente a ‘ fó n ico ’, pues sólo se distingue de éste en que alude tanto al oyente com o al hablante (es decir, al recep tor y al em isor de las señales fónicas que iden tifi­ camos com o enunciados lingüísticos). H all, lo m ism o que Sapir, tra ta é l len­ guaje com o institución humana y nada más. A l propio tiem po, el térm ino institución' pone de m anifiesto que la lengua que em plea una determ inada sociedad form a parte de la cultura de esta misma sociedad. Y una vez más, se subraya la propiedad de la arbitrariedad. L o más notable de la definición de H all, sin em bargo, es el em pleo del térm ino ‘ de uso habitual’* para el que no faltan, por cierto, razones históricas. La lingüística y la psicología del lenguaje recibieron una intensa influencia, hace unos treinta años, especialm ente en Norteam érica, de teorías conductistas basadas en la correlación entre estím ulo y respuesta. En e l m arco teóri­ co del conductismo, el térm ino ‘hábito’ adquirió un sentido un tanto parti­ cular, pues se em pleaba con referencia a porciones de com portam iento identificables com o respuestas estadísticam ente predictibles ante determ inados estímulos. Y com o este térm ino acuñado p or los conductistas llegaba a com ­ prender muchas cosas que nunca atribuiríam os a la acción de ningún hábito, muchos manuales de lingüística adolecen de su em pleo más o menos, técnico, p or lo que muestran un com prom iso, al menos por im plicación, con una u otra versión de la teoría conductista del estímulo-respuesta transferida al uso y adquisición de la lengua. Actualm ente suele adm itirse que se trata de una teoría, si no totalm ente inservible, sí de aplicación muy restringida tanto a la lingüística com o a la psicología del lenguaje.

Cuando H a ll habla de ‘sím bolos’ lingüísticos seguramente se refiere a las señales fónicas efectivam ente transm itidas del em isor al receptor en el pro­ ceso com unicativo e interactivo. P ero es evid en te que en la actualidad carece de sentido em plear, técnicam ente o no, él térm ino ‘hábito’ com o si los enun­ ciados de la lengua fuesen hábitos en sí m ism os o consecuencia de algún hábito. Si p o r ‘ sím bolo’ se entiende, no los enunciados lingüísticos, sino las pa­ labras o frases de que se com ponen dichos eñunciadós, sería erróneo suponer qu e el hablante utiliza p o r sim ple h áb ito tal o cual palabra en tal o cual ocasión. Un rasgo fundam ental de la lengua consiste precisam ente en que, p o r lo co­ mún, no hay una conexión entre palabras y situaciones tal que pueda prede­ cirse situacionalm ente la aparición de una palabra dada del m ism o m odo que cabe p red ecir un com portam iento habitual a p a rtir de las situaciones mis­ mas. P o r ejem plo, no solem os p rod u cir un enunciado con la palabra ‘p á ja ro ’ cada vez que nos encontram os con un p ájaro; en rigor, no es m ayor la pro­ babilidad de usar la palabra ‘p á ja ro ’ en esos casos que en cualquier o tro tipo de situación. La lengua, com o verem os más adelante, es i n d e p e n d i e n t e del estímulo.

(iv ) Robins (1979a: 9-14), p o r su parte, no fa cilita ninguna definición fo r ­ m al de la lengua; al contrario, afirm a con razón que esas definiciones «tie n ­ den a ser triviales y carentes de in form ación, a menos que presupongan... alguna teoría general sobre la lengua v el análisis lingü ístico». L o que sí hace, en cam bio, es enum erar y exam inar una serie de hechos relevantes que «d e ­ ben ser tenidos en cuenta en toda teo ría d el lenguaje que se precie de seriedad». A lo largo de las sucesivas ediciones de su manual, precisa que las lenguas son «sistem as de sím bolos... basados casi p o r com pleto en una convención pura o a rb itra ria », y luego hace un especial hincapié en su flexibilidad y adap­ tabilidad.1 Tal vez no hay in com patibilidad lógica entre el punto de vista de que las lenguas son sistemas fundam entados en el hábito (entendiendo ‘há­ b ito ’ en un sentido particular) y la concepción de Robins. Después de todo, no hay dificultad en adm itir que un sistem a de hábitos cam bie a lo largo del tiem po en virtu d de las necesidades cam biantes de sus usuarios. N o obs­ tante, es infrecuente asociar el térm in o ‘h áb ito’ con el com portam iento adap­ table. Más adelante habrem os de exam inar un poco más de cerca la noción de extensibilidad infinita. Con ello verem os la necesidad de establecer una distinción entre extensibilidad y m odificabilidad de un sistem a y extensibili­ dad o m odificabilidad de los productos de este sistema. Conviene recon ocer asim ism o que, en lo que atañe al sistema, ciertos tipos de extensión y m odi­ ficación son teóricam ente más interesantes que otros. P o r ejem plo, la posibi­ lidad de que puedan entrar en el vocabu lario de una lengua nuevas palabras

1. En ediciones anteriores (1964: 14; 1971: 13), dice: «Las lenguas son infinitamente extensibles y modificables a partir de las necesidades y condiciones cambiantes de los hablantes.» En la última edición ‘adaptables’ sustituye a ‘infinitamente extensibles'.

en cualquier m om ento presenta un interés muy in ferio r a la posibilidad de que puedan aparecer, y realm ente aparezcan, nuevas construcciones gram ati­ cales a lo largo del tiem po. Uno de los temas centrales de la lingüística con­ siste en determ inar si hay lím ites en este últim o tipo de m odiñcabilidad y, en caso afirm ativo, en sentar cuáles son estos límites.

(v ) La últim a definición que vam os a aducir aquí pulsa una nota bien diferen te: «D e ahora en adelante consideraré que una lengua es un conjunto (fin ito o infinito) de oraciones, cada una de ellas finita en longitud y compues­ ta por un conjunto finito de elem en tos.» Esta definición procede de Syn tactic S tru ctu re s (1957: 13) de Chomsky, cuya publicación inauguró el m ovim iento denom inado gram ática tran sform ativa. En contraste con las demás definicio­ nes, trata de abarcar mucho más que las lenguas naturales. Ahora bien, según Chomsky, todas las lenguas naturales, en form a hablada o escrita, son lenguas en el sentido de su definición, puesto que (a ) toda lengua natural presenta una cantidad finita de sonidos (y una cantidad finita de letras, en el supuesto de que se escriba en un sistem a alfabético), y (b ) porque, si bien puede haber un núm ero infinito de oraciones en la lengua, cada oración puede represen­ tarse com o una secuencia finita de sonidos (o letras). La tarea del lingüista, p o r tanto, consiste en describir una lengua natural para determ inar, entre sus secuencias de elem entos, cuáles constituyen oraciones y cuáles no. A su vez, la tarea del lingüista teórico que interprete la pregunta «¿Q ué es la len­ gu a?» en el sentido de «¿Q u é es la lengua natural?» consiste en revelar, si puede, las propiedades estructurales, en caso de haberlas, que distinguen las lenguas naturales de lo que, en contraposición, cabe denom inar lenguas no naturales. Chomsky está persuadido — y ha acentuado esa postura en su obra más reciente— de que no sólo existen realm ente estas propiedades estructurales, sino que son tan abstractas, com plejas y específicas en su finalidad, que nin­ gún niño em peñado en la adquisición de la lengua nativa puede aprenderlas de la nada. Han de estar presentes en el conocim iento del niño, en algún sen­ tido, antes e independientem ente de que éste tenga experiencia alguna con una lengua natural, pues los ha de u tilizar en el proceso misjno de adquirirla. P o r este m otivo, Chomsky se considera racionalista y no em pirista. Más adelanre volverem os a esta cuestión (cf. 7.4). H em os citado con cierta am plitud la definición de Chomsky sobre ‘ lengua’ p o r el contraste que o frece con las demás definiciones, tanto en estilo com o en contenido. N ada m enciona sobre la función com unicativa de las lenguas, naturales o no. com o tam poco sobre la naturaleza sim bólica de sus elem entos o secuencias. En cambio, concentra su atención en las propiedades puram en­ te estructurales para p ropon er que deben investigarse desde un punto de vista m atem áticam ente preciso. Una de las principales contribuciones de Chomsky a la lingüística consiste en haber concedido una especial atención a lo que él m ism o llam a la d e p e n d e n c i a e s t r u c t u r a l de los procesos aue configuran las oraciones de las lenguas naturales y en haber form ulado uña

teoría general de la gram ática basada en una cierta definición de esta pro­ piedad (cf. 4.6). Las cinco definiciones de ‘ lengua’ que acabamos de citar y examinar bre­ vem ente han servido para introducir algunas propiedades que los lingüistas consideran rasgos esenciales de las lenguas tal com o las conocemos. La ma­ yoría estim a que las lenguas son sistemas de sím bolos diseñados, com o si dijéram os, para la comunicación. Tam bién nosotros adoptarem os este supues­ to más abajo, en el apartado titulado ‘ E l punto de vista sem iótico’ . Como verem os, la semiótica- es la disciplina o ram a de estudio que se ocupa de in­ vestigar el com portam iento sim bólico y com unicativo. Lo que p o r el m om ento nos interesa es saber si existe alguna propiedad o conjunto de propiedades, que distinga las lenguas naturales de otros sistemas s e m i ó t i c o s. Entre las ya mencionadas se cuentan la arbitrariedad, la flexibilidad y la modificabilidad, la libertad con respecto al control de estím ulo v la dependencia estructural. En su debido m om ento añadirem os otras. Y en 1.4 tratarem os sobre la relación entre lengua y habla.

1.3

Comportamiento lingüístico y sistemas lingüísticos

H a llegado el m om ento, sin em bargo, de sentar algunas distinciones de sen­ tido necesarias entre ‘ lenguaje’ y ‘lengua’ [d a d o que en algunas lenguas, com o en inglés, se confunden en un solo térm in o ]. Y a m e he referid o a la distin­ ción entre lenguaje en general y una determ inada lengua. E l a d jetivo ‘ lin­ gü ístico’, en consecuencia, es am biguo (pues se refiere al ‘ lenguaje’, a la ‘ len­ gua’ y aun a la ‘ lingüística’ ). P or ejem plo, la frase ‘com petencia lingüística’, que ha em pleado Chomsky y a partir de él otros para referirse al dom inio que una persona tiene de una determ inada lengua, se em plearía con no menos soltura en el inglés [ y otras lenguas] de todos los días para aludir a la ha­ bilidad o facilidad con que alguien adquiere o utiliza, no ya una lengua con­ creta, sino el lenguaje en general. (L o m ism o sucede con expresiones com o ‘ aprendizaje lingüístico' o ‘adquisición lingüística’ .) Casi siem pre el contexto basta para deshacer la ambigüedad, pero, en todo caso, conviene mantener aparte ambos sentidos. Usar una lengua y no otra equivale a com portarse de una m anera y no de otra. Tanto eT lenguaje en general com o las lenguas en concreto pueden concebirse com o un com portam iento o actividad, parte del cual, al menos, es observable y reconocible com o c o m p o r t a m i e n t o l i n g ü í s t i c o , no sólo por los propios interlocutores (esto es, hablantes y oyentes en el caso de la lengua hablada), sino también p o r los observadores no directam ente im plicados en ese com portam iento, típicam ente interactivo y com unicativo, en el m om ento de producirse. Por lo demás, aunque el com portam iento lin­ güístico sea casi siem pre, por no decir siem pre, esencialm ente com unicativo, cabe la posibilidad de que los observadores externos lo reconozcan aun en

caso de ignorar la lengua utilizada y de no poder interpretar, por tanto, los enunciados producidos por él. E l lenguaje o la lengua, entonces, puede considerarse legítim am ente desde el punto de vista del com portam iento o de la conducta (si bien no necesaria­ mente desde un punto de vista conductista), pero también desde otros dos más, por lo menos. Uno de ellos tiene que ver con la distinción term inológica de Chomsky entre ‘com petencia’ y ‘actuación’; el otro, con la distinción, un tanto distinta, que estableció Saussure en francés, a principios de siglo, entre ‘ langue’ y ‘p a ro le’. Cuando decimos que alguien habla español, querem os decir una de dos: o bien (a ) que de un m odo habitual u ocasional se entrega a un determ inado tipo de com portam iento, o bien (b ) que tiene la capacidad (tan to si la eiercitá com o si no) de em prender este particular tipo de com portam iento. S i aludi­ mos a lo prim ero mediante a c t u a c i ó n v a lo segundo mediante c o m p e ­ t e n c i a , podem os afirm ar que la actuación presupone la competencia, m ientras que la com petencia no presupone la actuación. Dicho así, la distinción entre com petencia y actuación no parece ofrecer dificultades, al igual que la acla­ ración u lterior de Chomsky de que, por muy holgadam ente que se entienda el térm ino ‘com petencia lingüística’, debe adm itirse que en el com portam iento lingüístico de la gente a menudo concurren muchos más factores de los que cabe atribuirle. En cambio, gran parte de la form ulación más detallada del propio Chomsky sobre la noción de com petencia lingüística resulta enorm e­ m ente controvertida. Pero no vamos a detenernos en ello por ahora (c f. 7.4). Aquí basta con notar que para Chomsky lo que realm ente hacen los lingüistas cuando describen una determ inada lengua no es describir la actuación m ism a (es decir, el com portam iento), sino la com petencia de sus hablantes (en lo que tiene de puram ente lingüístico) que subyace a la actuación y la hace p o­ sible. La com petencia lingüistica equivale, pues, al saber que se tiene acerca de una lengua. IT com o la lingüistica se ocupa de la identificación y el examen teóricam ente satisfactorio de los determinantes de la com petencia lingüística, debe clasificarse, según Chomsky, com o una ram a de la psicología del cono­ cimiento. A su vez. la distinción entre ‘langue’ y ‘ parole’, ta l com o la em itió o rig i­ nalm ente Saussure, encubre una serie de distinciones lógicam ente dependien­ tes. Las más im portantes se referían a la distinción entre lo potencial y lo actual, p o r una parte, v entre lo social y lo individual, p o r otra (cf. 7.2). Lo que Saussure llamaba ‘langue’ se refiere a la lengua comúnmente com partida por todos los m iem bros de una c o m u n i d a d l i n g ü í s t i c a dada (esto es p o r todos los hablantes reconocidos de la misma lengua). E i térm ino fran ­ cés ‘ langue’, que, com o vemos, no es más que la palabra que significa «len gu a», se deja sin traducir a menudo cuando se em plea técnicam ente en el sentido saussureano. N osotros em plearem os el térm ino 'sistema lingü ístico’ en lugar de aquél [o de ‘lengua’ ], y establecerem os un contraste con el de ‘com porta­ miento lingüístico’ [en lugar de ‘habla’ ], al menos al principio, tal com o Saus­ sure contrastaba ‘ langue’ y ‘ parole’. Un s i s t e m a l i n g ü í s t i c o es un fe­ nóm eno social, o una institución, puramente abstracta en sí misma, p o r cuanto

carece de existencia física. Dero aue se realiza ocasionalm ente en el c o mp o r t a m i e n t o l i n g ü í s t i c o de los miembxQ&_de la comunidad. Hasta cierto punto, lo que Chomsky denomina com petencia lingüística se identifica con bastante naturalidad, no con el sistem a lingüístico, sino con el conoci­ m iento que el hablante típico tiene de dicho sistema lingüístico. Y com o Saus­ sure hizo un especial hincapié en el carácter social o institucional de los sis­ temas lingüísticos, consideraba la lingüística más cerca de la sociología y de la psicología social que de la psicología del conocim iento. Muchos lingüistas han adoptado el m ism o punto de vista. Otros, en cam bio, han sostenido que los sistemas lingüísticos pueden y deben estudiarse independientem ente de sus im plicaciones psicológicas o sociológicas. V olverem os a ello en el capítulo 2. P o r el m om ento advirtam os tan sólo que cuando decim os que el lingüista se interesa p o r el lenguaje, querem os decir que se interesa, pn m ordialm ente, por la estructura de los sistemas lingüísticos.

1.4

Lengua y habla

Uno de los principios cardinales de la lingüística m oderna afirm a que la len­ gua hablada es más básica que la escrita. E sto n o significa, sin em bargo, que la lengua deba identificarse con el habla. P or ello, precisam ente, hay que es­ tablecer una distinción entre las señales lingüísticas y el m e d i o en que se manifiestan dichas señales. Así, es posible leer en voz alta un texto escrito y, viceversa, anotar lo que se dice. Los hablantes nativos ilustrados pueden decir, en general, si la transferencia de una señal lingüística de un m edio a o tro se ha llevado a cabo con corrección o no. Y en tanto que lengua es independiente del m edio en que discurren las señales lingüísticas, direm os que tiene la propiedad de la t r a n s f e r i b i l i d a d de m edio. Una propiedád de la m ayor im portancia, p o r cierto, aun cuando se le haya prestado una atención dem asiado exigua al analizar la naturaleza de la lengua, pues, com o verem os, depende de otras con las que contribuye a dar flexibilidad y adap­ tabilidad a los sistemas lingüísticos. ¿En qué sentido cabe entender, entonces, que la lengua hablada es más básica que la escrita? ¿ Y a qué se debe que tantos lingüistas tiendan a con­ siderar com o un rasgo definitorio de las lenguas naturales el de ser sistemas de señales fónicas? En p rim er lugar, los lingüistas parecen arrogarse la m isión de co rreg ir las desviaciones de la gram ática y la enseñanza tradicional de la lengua. Hasta hace poco, los gram áticos se han. ocupado casi exclusivam ente de la lengua literaria y apenas han atendido el habla coloquial. Y dem asiado a menudo han tratado el uso litera rio com o si fuese la norm a de corrección para la lengua y han condenado el uso coloquial, en la m edida en que difiere del li­ terario, com o a lgo no gram atical, descuidado e incluso ilógico. A lo largo del siglo pasado hubo un gran progreso en la investigación sobre la evolución

h istórica de las lenguas. Los estudiosos llegaron a com prender m e jo r que nunca que los cam bios producidos en la lengua de los textos escritos en dis­ tintos períodos — como, p o r ejem plo, aquellos que con los siglos transfor­ m aron el latín en francés, italiano, español, etc.— podían explicarse a base de cam bios ocurridos en la lengua hablada. La continuidad y la ubicuidad del cam bio lingüístico quedan considerablem ente oscurecidas en los textos es­ critos del pasado a causa del conservadurism o de las tradiciones ortográficas de muchas culturas y p or el uso secular, en documentos legales y religiosos y en la literatura, de un estilo de escritura cada vez más arcaico. En últim o térm ino, todas las grandes lenguas literarias del mundo derivan de la lengua hablada p o r una determ inada comunidad. Más aún, sólo por sim ple accidente h istórico el habla de una región o de una clase social se convierte en la base de una lengua literaria estándar para determ inadas comunidades y, en con­ secuencia, los dialectos de otras regiones o de otras clases sociales reciben frecu entem ente un trato discrim in atorio com o de variantes in feriores de aquella lengua. La fu erza de los preju icios tradicionales en fa v o r de la lengua estándar en su form a escrita es tan potente, que los lingüistas apenas pue­ den convencer a los profanos de que los dialectos no reconocidos resultan, p o r lo general, no menos regulares o sistem áticos que las lenguas literarias más encumbradas y que tienen sus propias normas de corrección inmanentes al uso de sus propios hablantes nativos. Una de las prim eras y más difíciles tareas que deben em prender los estudiantes de lingüística consiste en consi­ derar la lengua hablada en sus propios térm inos, com o si dijéram os, sin pensar que la pronunciación de una palabra o una frase esté, o deba estar, deter­ m inada p o r su form a ortográfica. E l deseo de co rregir el eq u ilib rio en fa vo r de la investigación sin pre­ ju icio s del habla y de la lengua hablada no justifica, p o r supuesto, que se adopte el prin cip io de que la lengua hablada es más básica — y no sim ple­ m ente no menos básica— que la escrita. Y a todo esto,, ¿qué significa, aquí, ‘básico’ ? La p r i o r i d a d h i s t ó r i c a del habla sobre la escritura no o fre ­ ce apenas dudas. N o existe ni ha existido en el pasado, qu e se sepa, ninguna sociedad humana conocida sin la capacidad de hablar. Y aunque las lenguas, tal com o las encontram os hoy en la m ayor parte del mundo, pueden ser es­ critas o habladas, la inmensa m ayoría de las sociedades, hasta hace bien poco, han sido total o casi totalm ente analfabetas. La p riorid a d histórica, no obs­ tante, es mucho menos im portan te que otros tipos de prioridad im plicados p o r el térm ino ‘básico’ en este contexto, pues alude a una presunta prioridad estructural, funcional y, al parecer, biológica. Podem os aclarar com o sigue la supuesta p r i o r i d a d e s t r u c t u r a l de la lengua hablada. Si om itim os, de m om ento, las diferencias de estilo que cabe en contrar entre lenguas escritas y habladas correspondientes y adopta­ mos el supuesto de que toda oración hablada aceptable puede transferirse a o tra oración escrita tam bién aceptable, y a la inversa, no hay m otivo para pensar que alguna de estas versiones haya de derivar de la otra, com o no sea p o r circunstancias puram ente históricas. L a estructura de las oraciones es­ critas depende de distinciones reconocibles de form a gráfica, m ientras que

la de las oraciones habladas se basa en distinciones reconocibles de sonido. En el caso, teóricam ente ideal, de que hubiese una correspondencia biunívoca entre las oraciones escritas y habladas de. una lengua, cada oración, escrita sería i s o m ó r f i c a (es decir, tendría la misma estructura interna) con la correspondiente oración hablada. Por ejem plo, si las oraciones escritas em­ plean un sistema de escritura alíabético, cada letra estará en correspondencia con un determ inado sonido, y las distintas combinaciones de letras se corres­ ponderán biunívocam ente, com o sílabas o palabras, con ciertas com binacio­ nes de sonidos. N o todas las com binaciones de letras son admisibles, com o tam poco todas las de sonidos. Pero hay una im portante diferencia, a este res­ pecto, entre letras y sonidos. La capacidad com binatoria de los sonidos u tili­ zados en una lengua depende, en parte, de las propiedades del m edio m ism o en que se manifiestan (hay com binaciones ae sonidos impronunciables o muy difíciles de pronunciar) y, en parte, de restricciones más concretas que valén sólo para la lengua en cuestión. A su vez. la capacidad de las letras para com ­ binarse entre sí resulta totalm ente im p redictib le a juzgar p or su aspecto ex­ terno. Sin em bargó, es mas o menos prealctíble en las lenguas que emplean un sistem a de escritura alfabético si se atiende a la asociación de las form as con los sonidos v a la capacidad com binatoria que presentan en el habla los propios sonidos. E n este aspecto^ por tanto, la lengua naDiada es estruc­ turalm ente más básica que la escrita^ aun cuando ambas pueden ser isomórficas, en un ideal teórico al m enost y en un plano de unidades superiores com o palabras v frases. H ay que tener en cuenta aquí que esto no cuenta para las lenguas qu e utilizan sistemas de escritura donde las form as no establecen una correspondencia con los sonidos, sino con las palabras enteras. N o sirve, por ejem plo, para el chino clásico, escrito en caracteres tradicionales, o para el antiguo egipcio, escrito en jeroglíficos. Y com o precisam ente, en general, no hay prioridad estructural de la lengua hablada sobre la escrita, al menos para el chino, una m ism a lengua escrita puede ponerse en correspondencia con dialectos hablados muy distintos entre sí y aun mutuamente incom pren­ sibles. La p r i o r i d a d f u n c i o n a l es más fácil de describir y de com pren­ der. Aun hoy, en la más culta de las sociedades industrializadas y burocratizadas, la lengua hablada se em plea para una serie de com etidos más extensa que la lengua escrita, m ientras que ésta sirve de sustituto funcional del habla sólo en situaciones que hacen im posible, poco fiable o ineficaz la comunica­ ción vocal-auditiva. Tam bién la invención del teléfono y del m agnetófono ha facilitado el uso de la lengua hablada en circunstancias en que antaño se hu­ biese em pleado la escrita. Las razones que dieron lugar a la invención de la escritura eran para asegurar la com unicación fidedigna a distancia y conservar docum entación im portan te de tipo legal, religioso o com ercial. Él hecho de que a lo largo de la historia se hayan em pleado textos escritos para esta clase de altos designios y de que sean más fidedignos y duraderos que los enuncia­ dos hablados (a l menos m ientras no se han instaurado m étodos m odernos para la grabación del sonido) ha contribu ido a conferir, en muchas culturas, una m ayor solem nidad y prestigio a la lengua escrita.

Con ello llegamos a la cuestión más controvertida de la p r i o r i d a d b i o j ó__g i c a. H ay muchos indicios que sugieren que los seres humanos es­ tán genéticam ente program ados no sólo para adqu irir el lenguaje, sino. tam-_ Sien, v com o parte del mismo proceso, para produ cir y reconocer sonidos de habla. A menudo se ha señalado que los llamados órganos del habla — pulm o­ nes, cuerdas vocales, dientes, lengua, etc.— cumplen ante todo una función biológicam ente más básica que la de produ cir señales fónicas. Y así es, en efecto: los pulmones se em plean para respirar, los dientes y muelas para m asticar la comida, y así sucesivamente. Y lo que no es menos im portante, todos los niños empiezan a barbotear cuando alcanzan los pocos meses de edad (a menos que sufran algún trastorno m ental o físico que se lo im pida); y el gorjeo, que com prende la producción de una gama más am plia de so­ nidos de lo que contiene el habla de quienes están en contacto con el niño, no puede explicarse satisfactoriam ente por la sim ple im itación de papagayo, por parte del niño, de los sonidos que oye a su alrededor. Además, ya se ha dem os­ trado experim entalm ente que los niños pequeños son capaces, a p a rtir de las prim eras semanas de vida, de distinguir sonidos de habla y que se hallan pre­ dispuestos, por así decirlo, para prestarles atención. Los más cercanos parientes del hom bre entre los prim ates superiores, aun poseyendo un aparato fisiológico muy sim ilar no muestran la misma predisposición para produ cir o distinguir los sonidos característicos del habla humana. Ésta puede ser la razón principal por la que han fracasado los intentos de enseñar la lengua hablada a chimpan­ cés, aun cuando se haya alcanzado un cierto éxito al enseñarles lenguas, o siste­ mas comunicativos, con señales que se producen manualmente y se in terpre­ tan visualmente. (H oy es sabido ya que los chimpancés, en su hábitat natural, se comunican entre sí mediante gestos acompañados de gritos, y que las señales gesticulares parecen estar mucho más copiosam ente diferenciadas que las llamadas vocales: cf. 1.7)» Finalmente, ocurre que los dos hem isferios del cerebro humano son funcionalmente asim étricos a partir de la niñez, pues cada uno de ellos se vuelve dominante con respecto a la ejecución de deter­ minadas operaciones. En la m ayoría de la gente dom ina el h em isferio iz­ quierdo, el cual lleva a cabo gran parte de la interpretación de señales lin­ güísticas. y responde m e jo r al tratam iento de los sonidos del habla, si bien no a otros tipos de sonido, que el hem isterio derecho (ct. 8.3). Este tipo de evidencia, aun sin ser concluyente, resulta m uy sugestiva. De acuerdo con una hipótesis plausible, el lenguaje humano se desarrolló, en un m om ento dado de la evolución de la especie, a partir de un sistem a com u­ nicativo gesticular y no vocal, y no faltan rabones para im aginar p o r qué habría ocu rrido así. Tan to si esta hipótesis es correcta com o si no, los datos aducidos en el párrafo anterior apuntan a la conclusión de que, para el hom ­ bre, en su actual estado de desarrollo evolutivo, el sonido, y más en concreto la gama fónica audible que pueden produ cir los órganos de fonación, es el medio natural o biológicam ente básico en que se realiza el lenguaje. Si es así ciertam ente, los lingüistas quedan justificados, no sólo para em plear el tér­ mino de ‘órganos del habla', sino también para postular una relación no con­ tingente entre las lenguas y el habla.

Queda en pie, sin em bargo, la diferen cia entre la prioridad biológica y la p rioridad lógica. Com o hemos subrayado ya, la lengua tiene, en grado sumo, la propiedad de la tran sferibilidad de m edio. En el curso norm al de las acon­ tecim ientos, los niños adquieren naturalm ente un dom inio de la lengua habla­ da (esto es, en virtu d de unas dotes biológicas y sin ninguna preparación especial), m ientras que la lectura y la escritura son habilidades especiales en las que los niños reciben una instrucción igualm ente especial basada en el conocim iento previo de la lengua hablada. A pesar de todo, no sólo los niños, sino tam bién los adultos, pueden aprender a leer y a escribir sin ex­ cesiva dificultad, y aun es posible, aunque no habitual, aprender una lengua escrita sin tener un dom inio p revio de la correspondiente lengua hablada. Cabe incluso la posibilidad de aprender sistemas gesticulares de com unica­ ción no basados en ninguna lengua escrita o hablada, com o sucede con algu­ nos sistemas em pleados p or los sordom udos. Si llegáram os a descubrir una sociedad con un sistem a de com unicación escrito o gesticular que tuviera las demás propiedades distintivas del lenguaje, pero que nunca se hubiese reali­ zado en el m edio hablado, seguramente nos referiríam os a este sistem a co­ m unicativo com o si se tratara de una lengua. N o hay que conceder, p o r con­ siguiente, dem asiado peso a la prioridad biológica del habla. P o r lo demás, en cuanto a la descripción de las lenguas, el lingüista tiene buenas razones para tratar las correspondientes m odalidades escritas y ha­ bladas com o si fuesen más o menos isomórficais, pero no totalm ente. Com o se ha dicho antes, el isom orfism o com pleto no es más que un ideal teórico. N o existe sistem a ortográfico (al m argen de los sistemas de transcripción que los fonetistas han diseñado para este p ropósito) capaz de representar todas Tas distinciones im portantes del habla. De ahí que, en general, haya diversas maneras de pronunciar una m ism a oración escrita, con diferencias de acento, entonación, etc. Los signos de puntuación y el em pleo de cursiva o mayúsculas cum plen el m ism o com etido en la lengua escrita aue el acento y la entonación én la lengua hablada, p ero los recursos gráneos nunca pueden representar adecuadarñente todas las diferencias fónicas significativas. H ay que prestar asim ism o el debido reconocim iento a í hecho de que siem pre hay diferencias tanto funcionales com o estructurales entre las correspondientes m odalidades escritas y habladas. La extensión de la diferen cia varía, p o r m o­ tivos históricos y cultúrales, de una a otra lengua. En árabe y en tam il, por ejem plo, la diferen cia de gram ática y de vocabulario es m uy considerable. Menos notable resulta en inglés. [ Y quizás aún menos en español.] P ero aun en español, hay palabras, frases y construcciones gram aticales que se consi­ deran dem asiado coloquiales para figurar en la lengua escrita (p. ej., ‘se la dio con queso’ ) o, a la inversa, dem asiado literarias para la lengua hablada (p. ej., ‘con el espíritu en abundancia de ínclitos designios’). Los térm inos ‘coloqu ial’ y ‘litera rio ’ son bien reveladores. En principio, hay que establecer una clara distinción entre ‘coloqu ial’ y ‘h ablado’, p o r una par­ te, y entre 'lite ra rio ' y ‘ escrito ’, por otra. Desde luego, es d ifíc il de m ante­ nerla en la práctica, pues en algunas lenguas la distinción entre diferencias de m edio ( ‘escrito ’ fren te a ‘hablado’) y diferencias de estilo ( ‘ coloqu ial' fren ­

te a ‘ litera rio ’ ) carecen casi de sentido. Lo m ism o sucede con la distinción entre diferencias de m edio y diferencias de dialecto ( ‘ estándar’ fren te a ‘ no estándar’, etc.). E l postulado teórico del isom orfism o entre lengua escrita y hablada form a parte de lo que más abajo denom inam os la ficción de la ho­ m ogeneidad (cf. 1.6).

1.5

E l punto de vista semiótico

Es corriente que la sem iótica reciba una diversidad de definiciones: com o ciencia de los signos, del com portam iento sim bólico o de los sistemas de comunicación. En su p ro p io cam po ha habido grandes polém icas sobre la di­ feren cia entre signos, sím bolos y señales, y aun sobre la am plitud del tér­ m ino ‘com unicación’. Para nuestro inm ediato propósito, atribu irem os a la sem iótica el estudio de los sistemas de comunicación, v darem os a ‘com uni­ cación’ un.sentído más bien extenso que no im pliqu e forzosam en te la i n t e n ­ c i ó n de in form ar. S ólo así puede hablarse de com unicación anim al sin levantar cuestiones filosóficas controvertidas. H ay conceptos que son pertinentes para la in vestigación de todos los sistemas com unicativos, humanos y no humanos, naturales y artificiales. Se transm ite una s e ñ a l de un e m i s o r a un r e c e p t o r (o grupo de re­ cep tores) por un c a n a l de comunicación. La señal tendrá una determ inada f o r m a y tran sm itirá un cierto s i g n i f i c a d o ( o m e n s a j e ) . La cone­ xión entre la form a y el significado de una señal vien e determ inada p or lo que (en un sentido más bien general del térm ino) suele denom inarse en se­ m iótica el c ó d i g o : el m ensaje es codificado p or el em isor y descodificado p o r el receptor. Desde este punto de vista, las lenguas naturales son códigos y admiten, p o r tanto, una com paración con otros códigos en todos los aspectos posibles: en cuanto al canal p o r el que se transmiten las señales, p o r la form a, o es­ tructura, de las señales, p o r el tipo o gam a de m ensajes codificables, y así sucesivamente. La dificultad radica en determ inar qué propiedades de los códigos, o de los sistem as com unicativos en que éstos operan, son im portan­ tes para establecer la com paración y qué otras son insignificantes o menos im portantes. E l problem a se agrava porque muchas de las propiedades que cabría considerar decisivas son graduales, p or lo que parece p referib le com ­ parar códigos p o r el grado en que se presenta o actúa una determ inada propiedad que no a base tan sólo de si tal o cual prop ied a d se halla o n o presente. A veces se han hecho com paraciones más bien absurdas, entre las lenguas y los sistemas de com unicación de determ inadas especies de pájaros y otros animales p o r eleg ir una propiedades en vez de otras y no prestar aten­ ción a su graduabilidad. Con respecto al canal de comunicación, poco hay que decir, salvo que, contra lo que ocu rre con los códigos utilizados p o r muchos animales, si no

por todos, la lengua tiene la propiedad, en muy alto grado, de la tran sferí bilidad de m edio. Y a hemos tratado este asunto en el apartado anterior. Las nociones de m edio y canal se hallan, desde luego, intrínsecam ente conecta­ das entre sí, pues las propiedades del m edio derivan de las que tiene norm al­ mente el canal de transmisión. Es im portante, a pesar de todo, distinguir ambas nociones con referencia a la lengua, ya que tanto la lengua escrita com o la hablada pueden transm itirse a través de una gran variedad de ca­ nales. Así, cuando em pleam os el térm ino ‘ m edio’ , en vez de ‘ canal’t no nos referim os a la transm isión real de señales en un m om ento dado, sino a las diferencias funcionales y estructurales sistemáticas entre lo típico de la es­ critura v lo típico del habla oral. P o r muy paradójico que parezca a prim era vista, el español escrito puede transm itirse p or un canal vocal-auditivo (es decir p o r m edio del habla) y, a su vez, el español hablado puede también transm itirse p or vía escrita (si bien no m uy satisfactoriamente, con la orto­ gra fía al uso). Tal vez la característica más destacada de la lengua en com paración con otros códigos o sistem as-com unicativos sea su flexibilidad y versatilidad. Po­ dem os u tilizar la lengua para desahogar nuestras emociones y sentimientos, para p ed ir ayuda a los com pañeros, para amenazar y prom eter, para dar ór­ denes, form u la r preguntas o em itir opiniones. Podem os referirnos al pasado, al presente o al futuro, a cosas muy rem otas del lugar de la enunciación e incluso a cosas que pueden no existir o que no pueden existir. Ningún otro sistema de comunicación, humano o no, parece contar con un grado compa­ rable de flexibilidad y versatilidad. E n tre las propiedades más específicas que contribuyen a dar flexibilidad y versatilidad a la lengua (esto es a, todos y a cada uno de los sistemas lingüísticos), a menudo se reservan cuatro para una m ensión detallada: la arbitrariedad, la dualidad, la discreción y la pro­ ductividad.

( i) Aquí, el térm ino ‘a rb itra rio ’ se utiliza, en un sentido un tanto espe­ cial, para significar que algo resulta «in explicable con relación a algún prin­ cipio más gen eral». É l caso más evidente de a r b i t r a r i e d a d en la len­ gua — y uno de los más socorridos, p o r cierto— se refiere al vínculo que hay entre form a y significado, entre la señal y el mensaje. En todas las lenguas existen casos esporádicos de lo que p or tradición se denomina onom atopeya: v. gr., la conexión no arbitraria que hay entre la form a y el significado de palabras onom atopéyicas com o ‘bisbiseo’, ‘ tartaja’, ‘ murmuración', en espa­ ñol. P ero la inmensa m ayoría de palabras en todas las lenguas no son ono­ m atopéyicas, p or lo que la conexión entre su form a y su significado es arbi­ traria, ya que, una vez dada la form a, es im posible predecir el significado y, viceversa, una vez dado el significado, es im posible predecir la form a. Es evidente aue la arbitrariedad, en este sentido, aumenta la flexibilidad y la versatilidad del sistem a com unicativo habida cuenta que la extensión del vocabu lario no se ve constreñida p o r la necesidad de em parejar form a y significado a p a rtir de algún prin cip io más general. P o r otra parte, el hecho

de que el vínculo entre form a y significado en el plano de las unidades de vocabulario del sistema lingüístico sea, por lo común, arbitrario da lugar a que la m em oria deba soportar una considerable carga en el proceso de la adquisición lingüística. La asociación de una form a y un significado dados debe aprenderse independientem ente para cada unidad de vocabulario. Desde un punto de vista sem iótico, entonces, este tipo de arbitrariedad presenta tanto ventajas com o inconvenientes, pues m ientras hace más flexible y adap­ table el sistema, tam bién lo hace más d ifícil y laborioso de aprender. Ocurre asim ism o que la arbitrariedad en un sistema sem iótico hace las señales más difíciles de in terpretar a quien las intercepta sin conocer el sistema. Tam ­ bién esto ofrece ventajas e inconvenientes para los usuarios norm ales del sis­ tema. Presum iblem ente, las ventajas habrán superado a los inconvenientes en el desarrollo de la lengua. En cambio, en la m ayoría de sistemas com uni­ cativos desanímales hay un vínculo no arbitrario entre la form a de una señal y sus significado. La arbitrariedad no se lim ita, en la lengua, a la asociación entre form a, y significado. Tam bién se presenta, y en un gra do considerab le , en gran parte de la estructura gram atical, en cuanto a que las lenguas difieren gram a­ ticalm ente entre sí. De o tro modo, sería mucho más fácil de lo que es apren­ der lenguas extranjeras. Más controvertida es aún la tesis de Chomsky de que buena parte de lo que es común a la estructura gram atical de todas las lenguas humanas, incluso un tipo m uy específico de dependencia estructural, es tam bién ar­ bitrario, en el sentido de que no puede explicarse ni predecirse a p a rtir de las funciones de la lengua, las condiciones ambientales en que se adquiere y usa, la naturaleza de los procesos cognoscitivos humanos en general o cual­ qu ier o tro fa cto r sem ejante. A ju icio de Chomsky, los seres humanos poseen genéticam ente el conocimientcT de lo£~principios generales supuestamente ar­ bitrarios que determ inan la estructura gram atical cle todas" las TengiiasHCcT único que cabe añadir aquí a esta hipótesis es que no todos los lingüistas aceptan qué tales principios generales, en tanto que puedan establecerse, sean arbitrarios en el sentido propuesto, y que muchas de las investigaciones actuales en lingüística teórica se dedican a probar que no lo son. V olverem os a este asunto én el capítulo 8.

(ii) Por d u a 1 i d a d_ se entiende la propiedad de tener d o s _ n i v e 1 e s de estructura tales que las u n i d a d e s L del nivel prim ario se com ponen de e l e m e n t o s del n ivel secundario, y que cada uno de dichos niveles tiene sus propios principios organizativos. N ótese que he introducido una distin­ ción term inológica entre ‘elem ento ’ y ‘ unidad’ no dem asiado habitual en la lingüística. N o obstante, com o es útil para la exposición, la m antendré en adelante a lo largo del libro. De momento, podem os considerar que los elem entos de la lengua habla­ da son sonidos (m ás exactamente, com o se precisará en el capítulo 3, fone­ mas). Los sonidos no tienen significado p or sí mismos. Su única función con-

siste en combinarse entre sí para configurar unidades que sí tienen, en gene­ ral, un cierto significado. La razón p o r la cual los elem entos se describen com o secundarios y las unidades com o prim arias estriba precisam ente en que aquéllos, siendo más pequeños y de un nivel inferior, carecen de significado, m ientras que éstas, m ayores y de un n ivel superior, suelen tener uño distinto e identificable. Todos los sistemas de com unicación contienen dichas unida­ des primarias, pero ellas no se com ponen necesariam ente de elem entos. Sólo cuando un sistema presenta al m ism o tiem po unidades y elem entos tiene, a su vez, la propiedad de la dualidad. La m ayoría de sistemas com unicativos en animales no la tienen, al parecer; y los que sí la tienen no utilizan las uni­ dades para com binarse entre sí tal com o hacen las palabras para fo rm a r fra­ ses y oraciones en todas las lenguas humanas. La ventaja de la dualidad es evidente: pueden form arse grandes canti­ dades de unidades distintas a p a rtir de un núm ero reducido de elem entos — muchos miles de palabras, p o r ejem plo, a base de vein ticin co o cuarenta elem entos— . Y si estas unidades prim arias pueden com binarse sistem ática­ m ente del m odo que sea, el núm ero de señales distintas transm itibles — y, en consecuencia, el n ú m eio de m ensajes distintos— aumenta enorm em ente. Como verem os en seguida, no hay lím ite para el núm ero de señales lingüísti­ cas distintas que cabe com poner en una lengua dada.

( iii) La d i s c F e c T ó n se opone a la continuidad o variación continua. En el casó de~la lengua, coñsütuye una propiedad de jos elem entos secun-_ daños. P ara ilustrarlo rápidam ente, digam os que ‘ cal’ y ‘co l’ difieren en fo r­ ma, tanto en la lengua escrita com o hablada. N o hay, p or lo demás, dificultad en produ cir un sonido vocálico que se encuentre a m itad de cam ino de las vocales que norm alm ente aparecen en la pronunciación de estas dos palabras [esto es, un sonido interm edio entre a y o ] . Ahora bien, si en el m ism o con­ texto sustituimos las vocales de ‘c a l’ y ‘ co l’ por este sonido vocálico interm e­ dio, no p or ello habrem os pronunciado una tercera palabra distinta de aque­ llas dos o que reúna las cualidades de ambas. En rigor, habrem os pronunciado algo que no puede reconocerse en absoluto com o una palabra o bien que cabe entender, a lo sumo, com o una mala pronunciación de cualquiera de aquellas otras dos. La identidad de la form a en la lengua es, en general, un asunto de todo o nada, no de más o menos. Aunque la discreción no depende lóeicam ente de la arbitrariedad, actúa conjuntam ente con ella para aum entar ía flexibilidad y la versatilidad de los sistemas lingüísticos. P or ejem plo, sería posible, en principio, que dos pa­ labras mínima, pero discretam ente, distintas en la form a fuesen asim ism o muy sim ilares en significado. P o r lo general, esto no sucede: ‘ cal’ y ‘c o l’ no se parecen más en significado que o tros pares de palabras tom ados al azar del vocabulario del español. E l hecho de que las palabras con diferencias mínimas de form a suelan distinguirse considerablem ente, y no tam bién m í­ nimamente, en el significado viene a intensificar la discreción de la diferen cia form al recíproca, pues en la m ayoría de contextos la aparición de una de

ellas será m uchísim o más probable que la aparición de la otra, lo que dis­ m inuye la posibilidad de que haya una m ala com prensión en condiciones de­ ficientes de transm isión de señal. En los sistemas de com unicación de anim a­ les la ausencia de discreción (esto es, la variación continua) suele relacionarse con la no arbitrariedad.

( iv )

La

productividad

de un sistem a com unicativo es la propie-

4a donde él pronuncia [y ], Cf. 6.5, nota 3.]

y a y o », etc. L o que no im plica, p o r supuesto, que todo hablante de inglés que diga betw een you and I, H e ío_íd you and I, etc., haya realizado la ope­ ración de aplicar bien y mal, al m ism o ^tiempo, la regla tradicional. Estas construcciones son tan comunes en el habla actual de la clase m edia y alta del inglés estándar de In gla terra que seguramerite^ las han aprendido con toda naturalidad la m ayoría de los que las utilizan. Y no hay duda, sin em ­ bargo, de que se origin aron en un proceso de ultracorrección. Desde luego, ni la lógica ni la gram ática del latín sirven de tribunal de­ cisorio para d ecid ir si algo es o no co rrecto en inglés. Tam p oco puede a p e­ larse a la autoridad incuestionable de la tradición p o r la tradición (« A s í m e los énséñáron a m i, a m is padres y a los padres de m is p a d res») o al uso de los escritores más reputados de la lengua. H ay una opinión am pliam ente adm itida en nuestra sociedad, al m enos hasta hace poco, según la cual el cam bio lin gü ístico supone necesariam ente un decaim iento o una corrupción de ia lengua, ü sta o p im ó ji no puede defenderse de ningún m odo. Todas Tas lenguas están sujetas al cam bio, no hay más que observarlo. De ahí que la tarea de la lingüística h istórica consista en investigar todos los detalles po­ sibles del cam bio lingüístico y, m ediante una teoría explicativa, contribu ir al con ocim ien to de la naturaleza del lenguaje. Los factores que determ inan el cam bio son com plejos y hasta ahora sólo parcialm ente com pren didos. Pero sé conocen suficientem ente ya — desde m itad del siglo pasado^— para que no quepa duda de que, si se m ira sin p reju icios el cam bio en la lengua, lo qu e en un m om ento se condena com o corrupción o decaim iento de criterios tra­ dicionales de uso puede siem pre ponerse en correlación con o tro cam bio an terior del m ism o tipo que dio origen al uso que los propios tradicionalistas consideran genuinam ente correcto. En cuanto al prin cip io de seguir los criterios de los escritores más con­ sagrados, tam bién es índeienaiDie, ai m enos por la form a en que suele aplicar­ se. N o nav razón para creer que un escritor, p o r m uy genial que sea, está in vestido de un don especial para el conocim iento seguro y certero de las reglas trascendentes de corrección p o r encim a de los demás hablantes. De ahí que la gram ática tradicional tenga un verdadero p reju icio litera rio en sus 'bases de com paración. E llo se debe a que en períodos im portantes del desarrollo cultural europeo — desde la escuela alejandrina en el siglo n a. C. hasta el hum anism o renacentista— la descripción gram atical, p rim ero del griego y luego del latín, estaba subordinada a la tarea práctica de hacer acce­ sible la literatu ra p rim itiva a los que no hablaban, o no podían hablar p o r el paso del tiem po, el dialecto del griego o del latín en que se basaba la len­ gua de los textos clásicos. E l p reju icio litera rio de la gram ática tradicional no sólo se explica por estos hechos históricos, sino que resulta aun, ju stifica­ ble, al m enos en lo que atañe a la descripción del griego y del latín. Pero carece de sentido en la descripción gram atical de las lenguas habladas m o­ dernam ente. N o hay, en la lengua, pautas absolutas de corrección. Podem os decir que un ex tra n jero ha com etido un e rro r si dice algo que viola las reglas inm a­ nentes al uso de los hablantes nativos. Podem os decir igualm ente, si nos

em peñam os en ello, que el hablante de un dialecto social o regional no es­ tán dar se ha expresado de una fo rm a no gram atical si su enunciación vu l­ nera las reglas inm anentes a lengua estándar. Pero al expresarnos así adop­ tam os, desde luego, el supuesto de que quería u tilizar la lengua estándar o de que, al menos, debía h aberlo qu erido. Y este supuesto requ iere justificación. Para evita r m alentendidos, hem os de subrayar que, al distin gu ir en tre descripción y prescripción, el lingüista no m ega el establecim ien to y la pres­ crip ció n de norm as de uso. E xisten evidentes ven tajas adm inistrativas y educacionales en el m undo m oderno si se estandariza un dialecto prin cip al para un determ in ado país o región. E ste proceso de estandarización ya ha tenido lu gar durante largos p eríod os en muchos países occidentales, con o sin la in terven ción d el gobierno. En la actualidad se está realizando a escala ace­ lerad a y den tro de la p olítica oficial en algunas naciones en vías de desarrollo de' Á fric a y Asia. E l problem a de seleccionar, estandarizar y p ro m o ve r una determ in aba lenguá o dialecto a expensas de ofras está lle na de difacultades p o líticas y sociales. ¡Forma parte efe lo que se ha ven ido en Uaínar " p í a ^ T IT íc a c i ó n l i n g ü í s t i c a , , un cam po im portan te de la soc iolingüística aplica3a. T a m p oco debe pensarse que, al negar que todo cam bio en la lengua sea para mal, el lingüista im pliqu e que deba ser necesariam ente para bien. E l lin gü ista se lim ita a poner en tela de ju icio la apelación irreflexiva a crite­ rios em píricam ente desacreditados. Concede que cabe la posibilidad, en prin­ cip io, de evalu ar los dialectos y las lenguas p o r su flexibilidad relativa, el ám b ito de expresión, la precisión y el potencial estético, y acepta ciertam en ­ te qu e el uso de un dialecto o lengua p o r cada hablante y escritor puede ser más o menos efectivo. N o obstante, y a ju zgá r p o r la obra cien tífica más recien te sobre el lenguaje y las lenguas, tam bién ha de a d m itir que la ma­ y o ría de estos ju icios son extrem adam ente subjetivos. C om o m iem bro de una com unidad de hablantes, el lingüista tendrá sus propios preju icios, es­ pontáneos o derivados de su origen social, cultural o geográfico, y puede ser con servador o progresista p o r tem peram ento. Sus actitudes hacia la propia lengua no serán menos subjetivas, a este respecto, que las del profan o. P o r ejem p lo , puede en contrar agradable o desagradable una determ inada p ro ­ nunciación o dialecto. Puede, incluso, c o rregir el habla de sus h ijos si los oye u tiliza r una pronunciación, una palabra o una construcción gram atical re­ probadas p o r los puristas. Ahora bien, al proced er así, si es consecuente con­ sigo m ism o, sabrá que co rrige algo n o inherentem ente in correcto, sino sólo en relación con un cierto m odelo que, p o r razones de p restigio social o p o r alguna ven ta ja educativa, desea que adopten sus hijos. „ E n cuanto a su actitud con respecto a la lengua literaria, el lingüista se lim ita a subrayar que la lengua se em plea para muchos propósitos y que estos em pleos no deben juzgarse a p a rtir de criterio s aplicables única o p ri­ m ord ialm en te a la lengua literaria. Esto no qu iere decir, en absoluto, que sea h ostil a la literatu ra o a su estudio en la escuela y la universidad. P o r e l con trario, m uchos lingüistas manifiestan un particu lar interés p o r la in­

vestigación de los usos litera rios a que se aplica la lengua y al m odo de cul­ m in ar dichos usos. E sto fo rm a parte — muv im portante, p o r cierto— de la r ama de la m acrolingüística conocida p o r e s t i l í s t i c a .

2.5

Prioridad de la descripción sincrónica

E l prin cip io de lá p riorid a d de la descripción sincrónica, característico, en su m ayor parte, de la teo ría lingüística del presente siglo, im plica 'que las con­ sideraciones históricas carecen de relevancia para investigar los diversos es­ tados tem porales de una lengua. A l com ienzo del capítulo (cf. 2.1). introdujim os los térm inos de 'sin cron ía y *diacronía’, debidos a Saussure. Aquí vam os a u tilizar una de las analo|ías utilizadas p o r este autor para ilustrar la prio­ rid ad de lo sincrónico sobre lo diacrónico. Com parem os el desarrollo h istórico de una lengua con una partida de a jedrez que se ju ega ante nosotros. La situación del tablero cam bia cons­ tantem ente a m edida que cada ju ga d o r realiza su m ovim iento. E llo no obs­ tante, en cada m om ento puede describirse sin residuos la situación de ju ego a p a rtir de las posiciones ocupadas p o r las piezas. (En realidad, no es exac­ tam ente así. P o r ejem p lo, el estado del ju ego queda afectado, por lo que se refiere a las posibilidades de enrocar, p o r haber m ovido el rey de su posi­ ción inicial, aunque luego vu elva a ella. Podem os pasar p o r alto estos deta­ lles m enores que in frin gen la analogía de Saussure.) N o im p orta por qué cam ino llegan los ju gadores a un determ inado estado de juego. A l m argen del núm ero, la naturaleza o el ord en de los m ovim ientos anteriores, puede describirse cada posición sin necesidad de hacer ninguna referencia a ellos. L o m ism o sucede^ según Saussure, con el desarrollo histórico de las lenguas. Todas cam bian constantem ente. P ero cada estado sucesivo de una lengua puede, y debe, describirse en sus p rop ios térm inos sin referencia a sus ante­ cedentes ni a sus probables consecuencias. T o d o esto acaso parezca dem asiado teórico y abstracto, pero contiene im plicaciones bien prácticas. L a prim era se refiere a lo que cabe llam ar fa 1 a c i a e t i m o l ó g i c a . La etim ología es el estudio del origen y evolución dé las" palabras. 5us m entes se encuentran, p or lo que concierne a la tradi­ ción gram atical de O ccidente, en las especulaciones de ciertos filósofos grie­ g o s del siglo v a. C. E l p rop io térm in o de ‘ etim ología’ es bien revelador, pues [es la versión latinizada de la palabra griega ‘étym os’, que significa «verd a ­ d e ro » o «r e a l». Según una escuela de filósofos griegos del siglo v, las pala­ bras se asocian por naturaleza, y no p o r convención, a sus significados. Esto quizá no resulta evid en te al profan o, estim aron; pero era dem ostrable por el filó so fo capaz de discern ir la realidad que subyace b a jo la apariencia de las cosas. P en etrar las apariencias a m enudo engañosas por m edio del aná­ lisis cuidadoso de los cam bios que habían tenido lugar en la evolución de la form a o del significado de una palabra, descubrir el origen de una palabra

y po r él su ver dadero significado equivalía a desvelar una verdad de la naturaleza. P or falacia etim ológica entiendo- ei ^upuesto 'de que la form a _y el significado o riginarios de una palabra son necesariarnenteT v en v irtud de ello, los únicos correctos. TaI.supuesto sé encuentra a m pila men te~dífun d i d o . Pién­ sese, si no, en la cantidad de veces que se aduce el argum ento de que com o tal o cual palabra procede del griego, el latín, el árabe u otra lengua cual­ quiera, el significado correcto de la misma ha de ser el que tenía en esa leni gua de origen. El argum ento es falaz porque carece de justificación e l su­ puesto im p lícito de que hay una correspondencia originalm ente verdadera o apropiada entre form a y significado. En el siglo x ix la e t i m o l o g í a adquirió un fundam ento mucho más sólido ^ ú ^ e n ~ ^ r ío 3 o s “ ánteríores71irai no es ju sto sostener, com o se atribuye a Voftaíre, que la etim ología es una ciencia en que las vocales no cuentan para nada y las consonantes para muy poco. Tal com o se practica en la ac­ tualidad, constituye una ram a bien respetable de la lingüística h istórica o diacrónica. Como verem os en el capítulo 6, dispone de sus propios princi­ pios, basados en la cualidad y cantidad de evidencias qu e ello s m ism os aportan. En los casos más favorables, la fiabilidad de la reconstrucción eti­ m ológica es ciertam ente muy grande. U n a s p e c to que descubrieron los etim ologistas del XIX y que los lingüis­ tas actuales dan" por sentado es que la m ayoría de las palabras del vocabu­ lario de una le^ no pueden rastrearse hasta su origen. Las palabraTcreadas deliberadam ente, tom ando en préstam o form as de otras lenguas o utilizan do algún o tro principio, no son típicas del vocabulario en general ni evidente­ m ente del vocabulario más básico y no especializado de una lengua. L o que hace el etim ologista actual es relacionar palabras de un estado sincrónica­ mente descriptible de una lengua con otras atestiguadas o reconstruidas de algún estado anterior de la misma o de alguna otra lengua. Ahora bien, las palabras de aquel estado anterior han evolucionado a su vez a p a rtir de otras también anteriores. La posibilidad de descubrir la form a o el significado de estas palabras anteriores con las técnicas etim ológicas depende de los datos que hayan sobrevivido. P o r ejem plo, podem os relacionar la palabra del in­ glés actual ‘ ten’, «d ie z », con la del antiguo inglés cuyas form as alternaban entre ten (con una vocal larga) o den. Y aun podem os relacionar esa palabra del antiguo inglés, a través de sucesivos estados hipotéticos, con una pala­ bra reconstruida del protoindoeuropeo, cuya form a sería *d ekm y que significa asim ism o «d ie z ». Pero ya no cabe retroceder más allá de este punto. Y , sin em bargo, la palabra del protoindoeuropeo *dekm — el asterisco precisa que se trata de una form a reconstruida y no documentada (cf. 6.3)— no es, evi­ dentemente, el origen de todas las palabras derivadas de ella en las lenguas que pertenecen a la fam ilia indoeuropea. Desde luego, ha de haber surgido a partir de otra palabra (que puede, o no, haber significado «d ie z » — no hay m odo de averiguarlo— ) perteneciente al vocabulario de otra lengua; y aquella palabra, a su vez, de alguna otra anterior de otra lengua, y así sucesivamente. En general, los etim ologistas no se preocupan en la actualidad p o r los o ríg e ­ nes más rem otos, y aun adm itirían que, en muchos casos (p . ei-, en la palabra

‘ ten’), no tiene sentido indagar el o rigen de una palabra. L o que el e tim o lo ­ g í a puede decir, con ;m as~o” m enos _en _eL_otro. En rigor, com o se ha señalado ya, el hecho de que los llamados dialectos del chino sean suficientem ente próxim os al isom orfism o sintáctico (aunque estén lejos del isom orfism o fo n o ló g ico ) explica que la misma lengua escrita no

alfabética pueda ponerse más o menos en correspondencia con cada uno de ellos. Cabe asimism o la posibilidad de que haya lenguas fonológicas, p erq no^ ^ ^ á c t ir a n w n t ^ js o m ó ^ c a s . Ésta posibilidad se encuentra más o menos cuan­ do un hablante de español habla un francés gram aticalm ente perfecto pero con un fu erte acento de su propia lengua. Más interesante aún es la in de­ pendencia de la sintaxis y la fonología que a menudo se pone gram atical­ mente de manifiesto en los procesos de criollización (cf. 9.3). Las lenguas naturales, por consiguiente^ presentan jdos niveles de estruc­ tura independientes, en el sentido de que, la estructura fon ológica , de una lengua no está determ inada p or su estructura sintáctica, del m ism o m odo qué la estructura sintáctica tam poco está determ inada p or Su estructura fo n o ­ lógica. És im probable, por no decir im posible, que existan dos lenguas natura­ les cuyas oraciones habladas o escritas en una puedan oírse o leerse, una a una, com o oraciones de la otra (con el m ism o significado o no). P ero sucede a menudo, debido a la independencia de la estructura fonológica y sintáctica, que la misma com binación de elem entos (sonidos en el habla, y letras en la escritura alfabética) realice no una, sino dos o más oraciones. Las oraciones, entonces, pueden distinguirse p o r m edio de la entonación o la puntuación, se­ gún sea el caso. Así, (1)

Piensa Juan que todo saldrá bien

se distingue de (2)

Piensa, Juan, que todo saldrá bien

en español escrito p or la puntuación, y en el hablado por la entonación. Pero, aun sin diferencias de este tipo, cabe la posibilidad de que una m ism a com ­ binación realice más de una oración. Por ejem plo, (3)

Ahí viene la lechuza de su suegra

pueden ser, al menos, dos oraciones'distintas en español, según que se afirm e que su suegra posee una lechuza o que es (co m o ) una lechuza en algún sen­ tido pertinente. Más adelante tratarem os más de cerca el análisis sintáctico de las oraciones. De m om ento, basta con haber establecido que las oraciones, tal com o se definen tradicionaim ente, no pueden- identificarse ni distinguirse e n t r e g a base dé los elém éntos fó ñ o ló g íc ó s jie que se com ponen. En realidad, com o hemos podido observar en (3), ni siquiera pueden identificarse a partir de las unidades sintácticas sin tener en cuenta otros aspestos. al menos. He la estructura sintáctica, entre ellos la asignación de unidades a lo que tradicio­ nalmente se denominan p a r t e s d e l d i s c u r s o (n om bre, y e rb o .a d je tivo, etc). Las unidades sintácticas que componen las oraciones, contra lo que ocu­ rre con los elem entos fonológicos, son muy num erosas. Ñ o obstante, com o los elem entos fonológicos, son finitas en número. Digam os que todo sistem a lin­ güístico supone la existencia de un i n v e n t a r i o finito de elem entos y 3e

un v o c a b u l a r i o finito de unidades ( sim ples) ju nto con un conjunto de re­ (acaso de d iversosjtipos) que in terrelacionan ambos niveles de estructura jr^recísaTriraue c o m ^ a c io r S s 'c íe unida3es‘"son"o r S i o nes del sistema lingüís­ tico v. po r implicación, si no explícitam ente, cuáles no lo son. Conviene notar, como verem os más adelante, que el vocabulario de una lengua natural es mu­ cho más que un conjunto de unidades sintácticas, pero ninguna de las m odi­ ficaciones o de los afinamientos term inológicos que introduciré en capítulos siguientes afecta sustancialmente lo que se ha dicho aquí. P o r el m om ento, las llamadas unidades sintácticas pueden considerarse f o r maTs, esto es, combinaciones de elem entos tales, que toda com binación distinguible constituye una form a distinta. Ahora bien, las form as en este se n tid o 'd eí' térm íñó^ienenTún significado y éste está lejos de ser independien­ te de su función sintáctica. Así aparece claram ente en el caso de form as com o sobre. La concepción tradicional establecería que hay (a l menos) dos pala­ bras diferentes en el vocabulario del español, representables (entre com illas sim ples) a base de ‘ sobre,’ y ‘ sobre2’ y que difieren tanto en significado com o en función sintáctica, aun cuando com partan la misma form a (v. gr.. Hay un sobre sobre la mesa). Más adelante precisarem os un poco m ejor esta distin­ ción tradicional entre una form a y la unidad de la cual es form a; con ello ad­ vertim os que el térm ino ‘ palabra’, tal com o lo utilizan los lingüistas y los pro­ fanos, es extrem adam ente am biguo (cf. 4.1). Toda oración está b i e n f o r m a d a por d e finición, tanto sintáctica com o fonológicam ente, en el sistema lingüístico del cual es oración. El térm ino ‘b ien form ad o’ es más am plio que el más tradicional ‘ gram atical . y lo incluye, mientras que este últim o es más am plio a su vez que ‘ sintácticam ente bien forg la s

m^o^r^^^^l^^m^[^^^Er^F^r^ap7uIIoT~ScaimñáremoslanauIraIeza y los"lím ites de la g'r a'm a tT ’c a 1 i d a d (esto es. la buena form ación gram a­ tical). Aquí basta con precisar que la buena fo rm ación (incluyendo la gra­ maticalidad) no de bir'ÍToñTum li r se~*con T a ~a c ep tab 111da d " poten cial ida d de uso y ni siquiera significabilidad. Existe un núm ero indefinidamente grande de oraciones en español y en cualquier otra lengua natural que, por diversas ra­ zones, no suelen aparecer. Pueden contener una serie inaceptable de palabras obscenas o blasfemas, resultar estilísticam ente forzadas o excesivam ente com ­ plejas desde un punto de vista psicológico, o bien resultar contradictorias, o aun describir situaciones que nunca se producen en el mundo habitado por la sociedad que utiliza la lengua en cuestión. Toda com binación de elem entos o unidades de una lengua dada., L, que no esté b ien formada..según. las rgglas, de L está m a l f o r m a d a con respecto a L. Las com binaciones mal fo r ­ madas de elem entos o unidades pueden caracterizarse com o tales por medio de un asterisco antepuesto.4 Así, (4)

'-Feliciano la dio un susto

4. E l uso de asteriscos para in dicar m a lfo rm a ció n no debe con fu n d irse con el em p leo tam bién com ún y más arraiga d o que se hace en ia lin gü ística h istó rica para cara cterizar form as recon stru idas [ o no docu m en tadas] (c f. 2.5). El c o n tex to aclarará, sin duda, a cuál nos referim o s.

está m al form ad a y, en rig o r, es no gram atical con respecto al español estándar. N o obstante, está gram aticalm en te bien form ad a en ciertos dialectos del es­ pañol. E ste e jem p lo ilu stra el p rin cip io más general de que pueden construirse lenguas distintas a p a rtir de los m ism os elem entos y unidades, y lo que está bien fo rm ad o en una lengua puede estar m al form ad o con respectó a qtra. Pese a que se ha ilu stra d o con dos dialectos de la m ism a lengua, el p rin cip io vale para lenguas d iferen tes. M ucho más podría decirse aún sobre la estruc­ tura de los sistem as lin gü ísticos, p ero es m e jo r d eja rlo para los capítulos de fon ología, gram ática y sem ántica, donde cabe presentar gradualm ente y e jem ­ p lificar con m a yor d eta lle las cuestiones generales.5 H em os em pezado este apartado asum iendo la definición de Chom sky sobre la lengua (es decir, el sistem a lin gü ístico) com o un conju n to de oraciones. Es p referib le, sin em bargo, con cebir el sistem a lingü ístico com puesto de un in ven tario de elem entos, un vocabu lario de unidades y unas reglas que deter­ m inan la buena fo rm a c ió n de las oraciones en ambos niveles. A ello vam os a atenernos en lo sucesivo. A l parecer, con una definición adecuada de ‘ o ra ció n ’ coinciden am bas fo rm a s de con ceb ir los sistemas lingüísticos.

A M P L IA C IÓ N

B IB L IO G R A F IC A (

En general, sirve la misma que para el capítulo 1. Además, Crystal (1971), capítu­ los 2-3; Lyons (1974). De los textos que en la bibliografía aparecen con asterisco, Robins (1979a) es el más comprehensivo y neutral en la presentación de temas controvertidos; Lyons (1968) subraya la continuidad entre la gramática tradicional y la lingüística mo­ derna, se circunscribe a la microlingüística sincrónica y se inclina en favor de una determinada versión (actualmente pasada de moda) de la gramática transforma­ tiva; Martinet (1960) se encuentra en la tradición del estructuralismo europeo; Gleason (1961), H ill (1958) y Hockett (1958), junto con Joos (1976), proporcionan una buena descripción desde la llamada lingüística postbloomfieldiana; Southworth & Daswani (1974) plantea magistralmente la relación de la lingüística con la sociolo­ gía y la antropología, y vale asimismo en la lingüística aplicada; lo mismo, aunque menos comprehensivo, resulta Falk (1973); Akmajian, Demers & Hamish (1979),

5. L o s lin gü istas b ritá n ic o s , en esp ecial, u tiliza n con fr e c u e n c ia los té rm in o s ‘ estru c­ tu ra ’ y ~ ‘ s istem a ’ en un s e n tid o e sp ecializad o : ‘ sistem a ' se ¿ p lica a todo_ con ju nto^ d e e le ­ m en tos o un idades q u e p u ed en a p a rec er é ñ ' uña m is m a "p o s ic íó n f^ e s tru c tu ra ’ alu d e a to d a ' c o m b in a c ió n de e lem e n to s y un id ad es qu é resu lta d e la selección adecu ád á én d eterm in a -" das p osicion es. D efin id os así, ‘ e stru c tu ra ’ y ‘ s istem a ’ son c o m p le m e n ta rio s y se p res u p o ­ nen re cíp ro c a m e n te . L o s sistem a s dan lu gar en d eterm in a d a s p osicion es a estru ctu ras, y las estru ctu ras se id en tific a n a b ase d e las seleccion es hechas a p a r tir de lo s sistem as (c f. B e rry , 1975). E n este lib ro , ‘ s istem a ’ y ‘ e stru c tu ra ’ tom an un sen tid o m ás gen era l.

& Rodman (1974) y Smith & Wilson (1979) se inspiran coherentemente en Chomsky y, por lo general, hacen hincapié en el lenguaje biológico más que en el cultural. Para las diversas corrientes y escuelas de la lingüistica moderna y refe­ rencias ulteriores, cf. el capítulo 7. [También Hágége (1981); López Morales (1974); Newmayer (1982); Sánchez de Zavala (1982).] En el capítulo 6 trataremos sobre la lingüística histórica (es decir, diacrónica) y en los capítulos 8-10, sobre otras ramas de la macrolingüística. Sobre la lingüística aplicada, cf. Corder (1973) y, para una presentación más detallada, Alien & Corder (1975a, b, c). F ro m k in

1. ¿E n qué sentido cabe considerar que la lingüística e s una cien cia ? ¿Im p lica esto que no form a parte de las hum anidades? 2. «com o todas las ram as del saber hacen uso del lenguaje, puede d e cirse que, en ciertos aspectos, la lingüística reside en el centro de todas ellas com o estudio de la herramienta que deben utilizar» (Robins, 1979a: 7). Com éntese. 3. «Las únicas generalizaciones útiles sobre la lengua so n las inductivas» (Bloom ­ field, 1935: 20). Com éntese. 4.

¿P o r qué los lingüistas tienden a criticar tanto la gram ática tradicional?

5. « A menudo los filó sofos y lingüistas tienen la im presión de que las intuiciones no so n ‘científicas' ni suscep tib les de una observación directa, y s í va ria b le s y poco dignas de crédito. A nosotros n o s parece una objeción no válida...» (Sm ith & W ilson, 1979: 40). Com éntese. 6. D isp ó n ga se un contexto adecuado para el enunciado en español estándar No he dicho algo (con la estructura prosódica pertinente). 7. ¿Q u é tiene de incorrecto, si es que tiene algo, la locución entre t¡ y m í? ¿Puede explicarse por m edio de la lógica o dá principios tradicionales b a sa d o s en el latín? 8. ¿Q u é diferencia hay entre la perspectiva d e s c r i p t i v a v a (o normativa) en, la 'in ve stig a ción de la lengua?

y prescripti­

9. Ejemplifíquese, a s e r posible a través de la propia experiencia, el fenóm eno de u l t r a c o r r e c c i ó n .

10. «La palabra ‘obviar’ su e le utilizarse incorrectam ente en la actualidad. Deriva de una palabra latina que significa «sa lir al encuentro» y, por tanto, no vale en el sentido corriente de «evitar, quitar de en medio». C om éntese. 11. Indíquese qué se entiende por prioridad del punto de vista sobre el d i a c r ó n i c o , en lingüística.

sincrónico

12. H á ga se un com entario crítico so bre la fam osa com paración de S a u ssu re entre la lengua y una partida de ajedrez. 13. Un concepto ingenuo so b re la traducción literal la entendería com o la su sti­ tución una a una de las fo rm a s de palabra de la lengua de que se traduce por las form as de palabra de la lengua a la que se traduce. ¿ E s esto lo que suele entenderse por ‘traducción lite ra l'? ¿P u e d e determ inarse por qué razones resulta poco realista esta concepción para las lenguas naturales? 14. «El sistem a lingüístico en s í ... e s una estructura puram ente abstracta» (p. 49). C o n sid é re se esta afirm ación con referencia al u so de c ó d ig o s y cifrados sim p le s basados en el principio de la su stitu ció n (a) letra a letra y (b) palabra a palabra en m ensajes escritos. E sta s té cn ica s criptográficas, ¿c o n se rv a n o destruyen, ne­ cesariam ente el i s o m o r f i s m o ? 15. ¿Pue de idearse un c ó d igo o cifrado sim ple que explote la independencia de ios d o s nive les estructurales del siste m a lingüístico y cam bie uno sin afectar por ello el otro?

3. Los sonidos de la lengua

3.1

E l m edio fónico

Aunque los sistemas lingüísticos son en gran m edida independientes del m e­ dio en que se manifiestan, el m edio natural o prim ario del lenguaje humano es el sonido. De ahí que el estudio del sonido haya adqu irido m ayor im portan­ cia en lingüística que el de la escritura, los gestos u o tro m edio lingüístico real o posible. A h ora'bien , al lingüista no le interesa ni el sonido com o tal ni toda la gam a de sus posibilidades. Sólo le interesan los sonidos en la medida en que desem peñan algún papel en la lengua. A esta gama lim itada de soni­ dos la llam arem os m e d i o f ó n i c o y a sus respectivos com ponentes, s on i d o s d e l h a b l a . Así, cabe definir la f o n é t i c a com o el estudio del m edio fónico. H ay que subrayar que la fonética no es la fonología, del m ism o m odo que los sonidos del habla tam poco deben confundirse con los elem entos fonológi­ cos a que nos hem os re ferid o en apartados anteriores. La fonología, com o he­ mos visto, fo rm a parte del estudio y la descripción de los sistemas lingüísticos ju nto con otras partes, com o la sintaxis y la semántica. Se funda en los ha­ llazgos de la fon ética y los aprovecha (aunque de un m odo diverso, según sus diferentes teorías), pero, contra lo que ocu rre con la fonética, no opera con el m edio fó n ico com o tal. Los tres prim eros apartados de este capítulo tratan, de la m anera más sim ple posible, de los conceptos y categorías básicas de la fonética, esenciales para la com prensión de ciertos aspectos presentados en otras partes del libro, y de su respectiva notación. N o pretendem os, por ello, hacer una introducción com pleta sobre una disciplina que en los últim os años se ha con vertido en una ram a muy extensa y sobre todo especializada de la lingüística. E l m edio fón ico puede estudiarse, al menos, desde tres puntos de vista: articulatorio, acústico y auditivo. La fonética articulatoria investiga y clasifica los sonidos del habla a p a rtir del m odo com o son producidos por los órganos de dicción; la fon ética acústica, a su vez, estudia las propiedades físicas de

las ondas sonoras generadas por la actividad de los órganos de fonación y propagadas por el aire; por fin, la fonética auditiva considera el ih ódo com o el oído y el cerebro del oyente percibe e identifica los sonidos dél habla. De estas tres ramas de la fonética, la que tiene más larga tradición y la más desarrollada hasta hace poco es la articulatoria. Por este m otivo, la m ayoría de términos que los lingüistas utilizan para aludir a los sonidos del habla tie­ nen origen articulatorio. También nosotros adoptarem os la perspectiva articu­ latoria en la siguiente exposición. Existen, no obstante, ciertos hechos descubiertos o confirm ados por la fonética acústica y auditiva — en especial la prim era, que ha experim entado un enorme progreso en los últimos veinticinco o treinta años— que nadie se­ riamente interesado por las lenguas puede perm itirse ignorar. E l más im p or­ tante, quizás, es que las repeticiones de lo que se oye com o un m ism o enun­ ciado sólo son idénticas por pura casualidad si es que lo son en absoluto, desde un punto desvista físico (esto es acústico). La identidad fonética (fren te a la fonológica, como veremos en el apartado siguiente) Constituye un ideal [ o una quim era] teórica; en la práctica, los sonidos de habla producidos p or los seres humanos — incluso por los fonetistas m e jo r preparados— no hacen más que aproximarse a este ideal en m ayor o m enor grado. De ahí que sea ía sim ilitud fonética, y no la identidad, el criterio con que se opera en el análisis fon oló­ gico de las lenguas. Y la sim ilitud fonética, desde un punto de vista articula­ torio, acústico o auditivo, es multidimensional. Dados tres sonidos de habla, x, y, z: x e y pueden ser máximamente sim ilares [o incluso idén ticos] en una dimensión, mientras que y y z pueden serlo en otra, y aun así m antenerse los tres distintos. La fonética acústica ha confirmado asim ism o algo ya establecido antes en la articulatoria, esto es que los enunciados hablados, considerados com o señales físicas transmitidas por el aire, no constituyen secuencias de sonidos separados. E l habla se compone de impulsiones continuas de sonido. N o sólo no hay intervalos entre los sonidos que com ponen las palabras; las mismas palabras no suelen quedar separadas p or pausas (excepto, naturalm ente, cuan­ do el. hablante duda momentáneamente o adopta un estilo especial para el dictado o algún otro propósito). El habla continua queda segm entada en se­ cuencias de sonidos mediante transiciones más o menos discernibles entre un estado relativam ente permanente de la señal y o tro estado a n terior o pos­ terior también relativam ente permanente. Más adelante ejem plificarem os esto desde el punto de vista articulatorio. Conviene advertir, sin em bargo, que la segmentación a partir de criterios puram ente acústicos o frec ería a menudo resultados bien distintos co n 'resp ecto a la stegmentación con criterios pura­ mente articulatorios (o auditivos). La integración de las tres ramas de la fonética no es tarea fácil. Uno de los principales y de mom ento más sorprendentes hallazgos de la fonética acús­ tica consiste en que no hay una correlación sim ple entre dim ensiones articula­ torias prom inentes del habla y parám etros acústicos tales com o la frecuencia y la am plitud de las ondas fónicas. Para decirlo más en general con respecto a las tres ramas de la fonética las categorías articulatorias, acústicas y audi­

tivas jno coinciden necesariam ente en tre sí. P o r ejem plo, las diferen cias arti­ culatorias y auditivas, en apariencia evidentes, entre diversos tipos de con­ sonantes, digam os p, t, o k, no aparecen com o un rasgo o conju n to de rasgos identificables en un análisis acústico de sus respectivas ^señales. Las dim en­ siones auditivas de tono y fu erza se corresponden con los parám etros acústi­ cos de frecuencia e intensidad, p ero la correspondencia en tre ton o y frecuen­ cia, p o r un lado, y entre fuerza e intensidad, p o r otro, no guarda üqa relación fija y válida para todos los sonidos de habla a lo largo de las dim ensiones pertinentes. Esto no significa que las categorías de una ram a fon ética sean más o m e­ nos verosím iles o intrínsecam ente científicas que las de cu alqu ier otra rama. Recuérdese que hablar y o ír no son actividades independientes. Cada una aprovecha la retroacción de la otra. L a observación com ún dem uestra clara­ m ente que cuando alguien se vu elve sordo, su habla tiende a d eteriorarse tam bién. E llo se debe a que n orm alm en te controlam os la produ cción del ha­ bla m ientras la producim os ya que introducim os, en gran parte inconscien­ tem ente, los reajustes necesarios en la posición del aparato a rticu la torio siem ­ p re que este proceso de con trol a d vierte al cereb ro que nó se cum plen las norm as auditivas. La señal acústica contien e tpda la in form ación lingüística­ m ente relevante, pero tam bién o tra gran cantidad de in form ación qjue no lo es. Adem ás, la in form ación acústica lingüísticam ente relevante deb$ ser in­ terpretada p o r los m ecanism os del hablante-oyente humano con trolados p o r el cerebro. Parece que el niño recién nacido está dotado de una predisposición para concentrarse sobre ciertos tipos de información acústica y soslayar otros. En la adquisición de la lengua perfeccion a la capacidad de p ro d u cir o iden­ tifica r los sonidos qué aparecen en el habla que o ye a su a lred ed o r y; m e jora su habilidad articu latoria y au ditiva verifican do las señales acústicas que él m ism o produce. En cierto m odo, p o r tanto, puede decirse qu e el niño en el proceso norm al de la adquisición lingüística, es, y debe ser, sin ayuda de ins­ trum entos científicos ni preparación especializada, y en un á m b ito?!im ita d o del m ed io fónico, un experto com petente en las tres ram as de la fonética, sobre todo, para in tegrar la in form ación tan disím il con que operan las tres. H asta ahora, los fonetistas sólo han descrito y explicado de un m o d o m uy in com pleto esa capacidad tan eficiente de integración que la vasta m ayoría de seres humanos adquiere en la niñez y practica a lo largo de su vida com o hablante.

3.2

Representación fonética y ortográfica

H acia finales del siglo pasado, cuando la fonética articu latoria re cib ió un auténtico im pulsó en O ccidente (gracias, justo es decirlo, a la secular tradi­ ción in dia), los estudiosos em pezaron a sen tir la necesidad de confeccionar un sistem a estándar e internacionalm ente aceptable de tran scripción foné­

tica. Aunque hubo y tod avía hay mucho que decir en fa v o r de los sistemas no a lfa b ético s de represen tación , en la actualidad el más u tilizado p o r los lin­ güistas, con m odificacion es más o menos im portantes, es el A lfa b eto Fonético In tern a cio n a l (A F I ), com pu esto e instaurado p o r la Asociación Fonética In ­ tern acion al en 1888. Se in spira en el prin cip io de disponer de una letra distin­ ta para cada sonido distin gu ible de habla. Com o en realidad no hay lím ite para el nú m ero de sonidos de habla distinguibles y capaces de ser producidos p o r los órgan os hum anos de habla (al menos, un lím ite su perior tipográfica­ m en te ra zo n a b le) este p rin cip io no puede aplicarse de un m odo coherente. P o r ello, el A F I p ro p o rc io n a al usuario un conju nto de d i a c r í t i c o s de d iverso s tipos que pueden añadirse a los s í m b o l o s a fin de establecer distin cion es más precisas de lo que perm itirían p o r sí solas las letras aisladas. Así, con un uso co rrecto y m oderado de diacríticos, el especialista puede re­ p resen tar con su ficiente plu critu d las distinciones necesarias a cada p rop ó­ sito. Desde luego, no alcanzará a describir con toda precisión los m is m íni­ m os detalles fo n éticos que distingue una enunciación concreta de otra, pero, p o r lo com ú n no hay razón para alcanzar este ideal. Para ciertos com etidos, basta una tra n scrip ción relativam en te a n c h a ; para otros, conviene una tra n scrip ción m ás o m enos e s t r e c h a . 1 E n lo sucesivo u tilizarem os el A F I para representar los sonidos del habla o form as tran scritas fonéticam en te. Respetarem os asim ism o la convención usual de co lo c a r las transcripciones fonéticas entre corchetes. Así, en lugar de re ferirn o s a un sonido p, un sonido k, etc., com o hemos hecho hasta aquí, n os re fe rire m o s a [ p ] y [ k j . (E lijo deliberadam ente sím bolos del A F I con el m ism o v a lo r fo n ético, al m enos con aproxim ación, que las letras p y k en los sistem as ortog rá fico s de la m ayoría de lenguas europeas.) La m ayoría de sím bolos d el A F I p roced en d el a lfabeto latino o griego. P ero com o sabe muy b ien qu ien habla y lee, pongam os, inglés, francés, italian o y español, las letras distan m ucho de ten er un va lo r fon ético igual en todas estas lenguas, pese a que em plean esencialm ente el m ism o alfabeto. En rigor, la m ism a letra no presenta n ecesariam en te un va lo r fo n ético constante ni aun en el sistem a or­ tográ fico de una sola lengua. A qu í reside una de las ven tajas de disponer de un a lfa b eto fo n é tic o estándar e internacionalm ente aceptado, ya que no hay qu e re la tiviza r la in terp retación de los sím bolos a una determ inada lengua o incluso a determ inadas palabras: «a com o en ita lian o», « u com o en el fran­ cés lu », etc. L a con trap artid a para tan considerable ven ta ja consiste en que los usuarios del A F I se ven obligados a renunciar a todo tip o de supuestos sobre la m anera com o habría de pronunciarse tal o cual sím bolo de letra. P o r ejem p lo , [ c ] es un sonido m uy distinto del que1representa la letra c en inglés, francés, italian o o español (cf. ch ico [c ík o ]). En lo que sigue, sólo in corp o ­

1. L a d ife re n c ia e n tre una tra n sc rip ció n an ch a y o tr a estrech a (q u e, p o r su n aturaleza es p u ra m en te re la tiv a y n o a b s o lu ta ) con siste en qu e la p rim e ra fa c ilita m en os d etalles que la segunda. L a tra n s c rip c ió n ancha, p o r lo dem ás, n o ha d e ser n ecesa riam en te fo n é m ic a (c f. 3.4).

rarem os una pequeña cantidad de sím bolos de letra y unos pocos diacríticos. Tras habernos agenciado, entonces, un sistema de transcripción fonética, disponemos de dos maneras de citar form as: (a ) en cursiva y escritura con­ vencional (o en transliteración) y sin corchetes, com o en el inglés led y lead; (b ) en transcripción ancha, entre corchetes, [le d ] y [ l i : d ] . 2 Aún podem os añadir o tro sistema: (c) en cursiva y entre paréntesis angulados, esto es < le d > y < le a d > . S ólo en casos excepcionales recurrirem os a (c). Ahora bien, todo ello perm ite distinguir las form as escritas, (c ), de las form as habladas foné­ ticam ente transcritas, (b ), y éstas de las form as cuya form a hablada o escrita no ofrece un interés inm ediato, (a). Tam bién nos perm ite afirm ar algo así com o lo siguiente: la form a escrita < le a d > corresponde a dos form as ha­ bladas, [ l i : d ] y [le d ]; y a la inversa, la form a hablada [le d ] corresponde a dos form as escritas, < le d > y < le a d > ? E ste tipo de correspondencias m últiples entre form as escritas y habla­ das se agrupa tradicionalm ente b a jo el nom bre de h o m o f o n í a («id e n ti­ dad de so n id o »): v. gr., rodé, «ca b a lgó », y road, «ca m in o», [ra u d ]; father, «p a ­ d re», y fa rth er, «m ás le jo s», [ fá:&-a]; co u rt, «p a tio », y caught, «a s id o », [k o :t ], en la llam ada R eceived Pronunciation (R P ) [o pronunciación fo rm a l] del in­ glés británico.4 En ciertas hablas escocesas, no hay hom ofonía en ninguno de estos pares de form as, pero m ientras fa th e r : fa rth e r y c o u rt : caught se dis­ tinguen, otros como, p o r ejem plo, caught y cot, «cu na», coinciden en muchas hablas del inglés am ericano, [k o t ]. Es im portante advertir, p o r tanto, que el inglés estándar se pronuncia de un m odo diferen te entre distintos grupos de hablantes y que los hom ófon os en la pronunciación de un grupo pueden no serlo en otro.5 E l fenóm eno inverso a la hom ofonía, al que los gram áticos tradicionales han prestado menos atención, es el de la h o m o g r a f í a («id e n ­

2. L o s d os puntos in dican un a la rga m ien to d el son id o exp resa d o p o r el s ím b o lo p re­ cedente. 3. [ N o hay, en esp añ ol, un e je m p lo eq u iva len te capaz de re fle ja r los m ism os cruces sim ultán eos: led., p ro n u n cia d o [ l e d ] , es la fo r m a de pasad o d el v e rb o ‘ le a d ’ , «g u ia r». Lead, en cam b io, tien e d os o p cio n es; c o m o fo r m a de presente (e n tre o tra s ) d el v e rb o ‘ le a d ’ se pronu n cia [ l i : d ], y c o m o fo r m a d el n o m b re ‘ le a d ’ , «p lo m o », [le d ], al igu al que led. R e­ léase, con esta in fo rm a c ió n , el ú ltim o p u n to d el te x to p rin cip al. E n esp añ ol, d on d e, en p rin c ip io , n o h a y m ás q u e una o p c ió n a p a r t ir d e ( c ) (e s to es, n o h ay h o m ó g ra fo s, com o se v e rá a c on tin u a c ió n ), p o d ría e je m p lific a rs e a base de (a ) b a sto y va sto, (b ) [b á s to ] y [b á s to ], y ( c ) < b a s t o > y < v a s í o > . ] 4. La p ro n u n cia ció n R P d el inglés, b asada o rig in a ria m e n te en el h ab la de la gente culta de L o n d re s y el sudeste d e l país, fu e con sid era d a durante e l x ix c o m o la ún ica p ro ­ nunciación soc ia lm en te a cep ta b le de las clases educadas inglesas. M ás en p a rticu la r, era la p ron u n cia ción d e lo s re cib id o s o a co gid os en la C orte. P ro p a ga d a p o r lo s c ole gio s p ri­ vados (d e p a g o ) y a d o p ta d a después de 1930 p o r la B B C p ara sus lo cu to res, en Ja actua­ lid ad tiene m enos filia c ió n re gio n a l que los dem ás acentos d el in glés d e cu a lq u ier parte del m undo, aunque ya no g o za d el m is m o p red ica m en to de antes, sob re to d o en tre la juventud. T o d a s las fo rm a s d e l in glés fo n é tic a m e n te transcritas en este lib r o tom an com o base la p ron u n cia ción con a cen to R P. 5. [L o m ism o sucede, en esp añ ol, e n tre casa y caza, que n o son h o m ó fo n a s en caste­ llano — [k á s a ] y [k á 0 a ], re sp e ctiva m en te — y sí en las hablas p en in su lares m erid ion a les (en zon a de ‘ c ec eo ’ , [k á O a ]), en Canarias y p rá ctica m en te tod a la A m éric a hispana: [k á s a ].]

tidad de escritu ra»): cf. los hom ógrafos im p o rtu «im p orta ción », im p o rt2, «im ­ porta r», cuyos correlatos hablados difieren con respecto a la posición del acen­ to [[ím p o :t ] y [im p ó :t ], respectivam ente.] A causa de la existencia, en inglés y en muchas otras lenguas con sistema ortográfico conservador, tanto de hom ófonos no hom ógrafos, por un lado, y de hom ógrafos no hom ófonos, p o r otro, la hom ofonía y la hom ografía exigen una atención especial al describir tales lenguas. Pero, com o verem os más ade­ lante, hay razones gram aticales o semánticas para distinguir form as idénticas tanto en el m edio fón ico com o en el gráfico. P o r ejem plo, found¡ (form a de pasado del verbo ‘fin d’, «e n c o n tra r») y found2 (una de las form as de presente del verbo ‘ found’, «fu n d a r ») son hom ófonos [fá u n d ], y también hom ógrafos, ya que las palabras de las cuales son form as, ‘ find’ y ‘ foü nd’, son homónimos (parciales).

3.3

Fonética articulatoria

Hem os señalado ya que los llam ados ó r g a n o s d e l h a b l a cumplen otras funciones sin conexión con el habla ni con la producción de sonido, y que estas otras funciones son biológicam ente primarias. Los pulmones proporcio­ nan oxígeno a la sangre; las cuerdas vocales (situadas en la laringe, o nuez) sirven, cuando se juntan, para cerrar la tráquea y evitar que entre alim ento en ella; la lengua y los dientes se em plean para com er y masticar, y así suce­ sivamente. N o obstante, los órganos del habla vienen a constituir una suerte de sistema biológico secundario, com o parecé probarlo al menos su adapta­ ción evolutiva para la producción del habla. En la fonética articulatoria los sonidos del habla se clasifican a p a rtir de los órganos que los producen y de la m anera com o se producen. La m ayoría de sonidos de habla de las lenguas se producen m odificando, de algún modo, la corriente de •aire em itida p or los pulmones, a través de la tráquea y la g l o t i s (e l espacio que hay entre las c u e r d a s v o c a l e s ) , a lo largo del c a n a l b u c a l. E l canal bucal discurre desde la laringe hasta los labios, p o r un lado, y las ventanas nasales, p o r el otro. Si se mantienen juntas y se hacen vibrar las cuerdas vocales m ientras el aire pasa p or la glotis, el sonido que así se produce es s o n o r o ; si, p o r e l con­ trario, el aire pasa sin vibración de las cuerdas.* vocales, el sonido resultante es s o r d o . Esto da lu gar a una de las principales variables articulatorias. La gran m ayoría de vocales en todas las lenguas, y entre ellas las del español (excepto en el habla cuchicheada), son sonoras. Ahora bien, las consonantes sonoras y sordas son comunes en todas las lenguas del mundo, aun cuando la distinción entre “sonoridad y sordez no siem pre sirva, com o sucede en es­ pañol, para diferenciarlas en el m edio fónico. E n tre las consonantes sordas más frecuentes se hallan [ p ] , [ t ] , [k ] , ’ [ s ], [ f ] , y entre las correspondientes sonoras, [b ], [d ] , [ g j , [ z ] , [ v ] . Cuando el A F I no proporcion a sím bolos dis­

tintos para a liid ir a sonidos sonoros y sordos, puede recu rrirse a diacríticos para sentar gráficam ente la distinción. E l diacrítico que indica sordez con­ siste en un pequeño círculo debajo del sím bolo correspondiente. P o r ejem ­ plo, el A F I establece que las vocales son sonoras a menos que se consigne explícitam ente su sordez, de m odo que [ a ], [ § ] , [ j ] , etc. son los correlatos sordos de las vocales sonoras [ a ], [ e ] , [ i ] , etc. Conviene n otar que, aunque se utilicen diacríticos en un caso y no en el otro, la relación fonética entre [ a ] y [ a ] o entre [ e ] y [ g ] es exactam ente la misma que hay entre [ b ] y [ p ] o entre [ d ] y [ t ] .

Figura 1. Los órganos del habla: 1, Labios. 2, Dientes. 3, Alvéolos. 4, Paladar duro. 5, Paladar blando (ve lo ). 6, Üvula. 7, Ápice de la lengua. 8, Dorso de la 'lengua. 9, Raíz de la lengua. 10, Faringe. 11, Epiglotis, 12, Esófago. 13, Cuerdas vocales.

La nasalidad es otra im portante variable articulatoria. Si el v e l o o pa­ ladar blando desciende hacia el fondo de la garganta y d eja abierto el canal que la conecta con las cavidades nasales, el aire puede escapar a través de la nariz al tiem po que sale tam bién p or la boca. Los sonidos de habla así producidos son n a s a l e s , en contraste con los n o n a s a l e s ( u o r a l e s ) , en cuya producción no hay em isión de aire p or la nariz. E n tre las posibles consonantes nasales cabe inclu ir [m ] [n ] y [p ], todas ellas presentes en es­ pañol (v. gr., cama [k á m a ], cana [k á n a ], caña fk á p a ]). N orm alm en te, las con­ sonantes nasales son sonoras, a menos que aparezcan marcadas com o sordas con el diacrítico apropiado: [m ], [n ], [ji], etc. D el m ism o m odo que [ b ] se halla en contraste con [p ] , y [m ] con [ m ] , en cuanto a la voz, tam bién [ m ]

se halla en contraste con [b ], y [ m ] con Qp], en cuanto a la nasalidad. De un m o d o análogo, puede establecerse [ d ] : [ t ] :: [n ] : [ jj]. Se considera que las vo­ cales son orales a m enos que aparezcan explícitam ente marcadas com o na­ sales p o r m ed io de una tild e [ ~ ] encim a del correspondiente sím bolo. Así, [ a ] , [ é ] , etc., son los correlatos nasales (son oros) de [ a ], [ e ] , etc. Una vez más, es necesario com pren der que [ b ] , [ p ] y [ m ]; [ d ] , [ t ] y [n ] presentan foné­ ticam en te una relación idéntica a la que existe en tre [ a ] [ a ] y [ a ] . Una tercera dim ensión articu latoria es la aspiración. Los sonidos a s p i ­ r a d o s se distinguen de los correspondientes n o a s p i r a d o s porque los prim eros se realizan con un pequeño soplo de aliento. (En rigor, es pre­ fe rib le tratar la aspiración com o un aspecto de la distinción entre sonoro y sordo que com o una varia b le totalm ente independiente, ya que, [so b re todo en algunas lenguas germ án icas], depende de la aparición o desaparición de sonoridad de otros procesos articu latorios simultáneos. N o vam os a entrar aqu í en otras articulaciones secundarias com o la glotalización, la palataliza­ ción, la labialización, la velarización , etc.) En muchas lenguas, entre ellas el inglés, existen consonantes aspiradas, generalm ente sordas, com o verem os más adelante. En lugar de u tiliza r el diacrítico del A F I para la aspiración, seguirem os la práctica actualm ente común de poner una pequeña hache ele­ vada después del sím bolo norm al. Así, [p h] es el co rrela to aspirado de [p ] . H asta aquí hem os ven id o utilizando los térm inos tradicionales de ‘conso­ n ante’ y ‘ voca l’ sin más explicaciones. P o r lo que respecta a la articulación, las c o n s o n a n t e s difieren de las v o c a l e s porqu e son producidas p o r obs­ trucciones o constricciones de la corriente de aire en su paso p o r la boca, m ientras que en la produ cción de vocales no hay obstru cción ni constricción. De hecho, la diferen cia fon ética entre consonantes y vocales no es absoluta, y no faltan sonidos del habla con entidad interm edia. En esta breve y sim ­ plificada exposición de los principales conceptos de la fonética articu latoria no cabe en trar en tales detalles. Las consonantes pueden su bdividirse en varios grupos según la naturaleza de la obstrucción de la co rrien te de aire. Si la obstrucción es total se produce una consonante o c l u s i v a ( o i n t e r r u p t a ) ; si es parcial y se form a con ello una fricció n audible, el sonido resultante se denom ina f r i c a t i v o ( o c o n t i n u o ) . E n tre las oclusivas más típicas se hallan [ p ] , [ t ] , [ k ] ; en­ tre las fricativas, [ f ] y [ s ] . Las consonantes tam bién se clasifican en virtu d de o tra dim ensión articu latoria, la del l u g a r d e a r t i c u l a c i ó n , según la zona de la boca en que se produce la obstrucción. Son innum erables los lugares, a lo largo del canal bucal, en que lo s,órga n os a r t i c u l a d o r e s pueden obstru ir la corrien te de aire: cuerdas vocales, lengua, dientes, labios, etcétera. Aun así, ninguna lengua utiliza más allá de un pequeño núm ero de ellos. Entre los lugares de articulación de que se valen el inglés y otras len­ guas fam iliares (con o sin articulaciones secundarias de diversos tipos) pue­ den citarse los siguientes: B i l a b i a l (o sim plem ente l a b i a l ) , p o r ejem plo, [p ] , [ b ] , [m ].

cuando los labios se juntan entre sí;

L a b i o d e n t a l , cuando el labio in ferio r toca los dientes superiores; por ejem plo, [ f ] , [ v ] . Ahora bien, m ientras [p ] , [b ], [m ] son oclusivas, [ f ] , [ v ] son fricativas. (Las fricativas bilabiales y' las oclusivas labiodentales, orales y nasales, son menos comunes, p ero también existen.) D e n t a l , cuando el ápice de la lengua se apoya en la parte posterior de los dientes superiores; p o r ejem plo, [ t ] , [d ] , [n ], [8 ], [5 ], A l v e o l a r , cuando el ápice de la lengua se pone en contacto con el alvéolo superior (la prom inencia situada inm ediatam ente detrás de los dientes supe­ riores); p o r ejem plo, [ t ] , [ d ] , [n ], [ s ] , [z ] . Conviene notar que, en caso de necesidad, pueden utilizarse los m ism os símbolos, en una transcripción an­ cha, para las oclusivas dentales y alveolares, aun cuando el A F I disponga de diacríticos para distinguir las dos clases. Las consonantes iniciales del inglés th ick [0 ik ] y this [S is ] son fricativas dentales, respectivam ente sorda y so­ nora, que se transcriben a base de [6 ] y [5 ], mientras que los sonidos [ t ] , [d ] y [n ] de la m ayoría de hablas en inglés (en casi todas las posiciones de la palabra) son alveolares (fre n te a los sonidos [ t ] , [ d ] y [n ] del ruso o [ t ] y [ d ] del francés, español e italiano, [q u e son den tales]). P a l a t a l , cuando el dorso de la lengua se aplica contra el paladar duro; por ejem plo, en las oclusivas [ c ] , [J ] y las fricativas [ q], [ j ] . V e l a r , cuando el dorso de la lengua se pone en contacto con el velo o pa­ ladar blando; por ejem plo, en las oclusivas [k ] , [ g ] y las fricativas [ x ] , [y ]La diferen cia entre palatales y velares, com o entre dentales y alveolares, es sim plem ente de grado (más que, p o r ejem plo, entre labiales y dentales o en­ tre dentales y palatales). Aunque las palatales en general no suelen aparecer en ciertas posiciones de palabra en español, la fricativa palatal sorda [ g ] se encuentra [en el español de C h ile], en muchos dialectos del alemán y aparece asim ism o com o una de las posibles pronunciaciones form ales dé la conso­ nante inicial en una fo rm a del inglés com o hue [h ju : ] (la letra < h > en in­ glés com prende una gam a de sonidos cuya cualidad queda m uy determ inada por la vocal que le acom paña). Los sonidos que en el sistem a ortográfico del inglés corresponden a las letras < k > y < c > son, en la m ayoría de contextos fonéticos, variedades de velares, pero en ciertas posiciones (igu al que en mu­ chas otras lenguas) se aproxim an a las palatales com o por ejem p lo en key [ k i : ] y cue [k ju :]. La frica tiv a vela r sorda [ x ] no aparece en la pronuncia­ ción form al del inglés, pero se encuentra com o consonante final en la pro­ nunciación escocesa de loch y es común en alemán y castellano.6 La fricativa velar sonora [ y ] es más rara en las lenguas indoeuropeas que su correlato

6. E n castellan o, sin e m b a rgo , suele pron u n ciarse com o fric a tiv o p ostvelar, o uvular, que en el A F I se tran scrib e c om o [X ] .

sordo, pero aparece en [español y ] griego m oderno (y en ciertos dialectos del ruso). G 1o t a 1, cuando las cuerdas vocales se juntan momentáneaménte; por ejem ­ plo en la oclusiva P ] y las fricativas [h ] y [fi] , respectivam ente, sorda y so­ nora. Como las cuerdas vocales no pueden vibrar cuando están com pletam en­ te cerradas, no hay oclusivas glotales sonoras, aunque sí fricativas glotales sordas o sonoras. Se percibe una oclusiva glotal com o variante socialmente estigm atizada del sonido [ t ] entre vocales en form as com o city, united, butter, en muchas pronunciaciones urbanas de Inglaterra y Escocia, entre otras de Londres (cockney) Manchester, Birm ingham y Glasgow (lo m ism o que en ciertos contextos fonéticos, en los que pasa inadvertida, incluso en la pronun­ ciación form al). Es im portante subrayar, pues, que, desde un cierto punto de vista fonético, se trata de una consonante perfectam ente adm isible e in­ dependiente que no debe confundirse con [ t ] y que se encuentra en diversas lenguas del mundo. Para la clasificación de las consonantes el A F I establece muchos otros lu­ gares de articulación, algunos innecesarios para una cabal descripción foné­ tica del inglés [ y de muchas otras lenguas]. P or lo demás, las consonantes presentadas bastan para ilustrar los principios generales de la clasificación

TABLA 1

Lugar de articulación bilabiales labiodentales dentales alveolares palatales velares glotales

Fricativas

Oclusivas

Modo de articulación

Nasales

Orales Sordas

Sonoras

Sonoras

Sordas

P

b b d d, J g

m "D n n «ji

V f e s ?

TZ

t t, c k

X

h

Sonoras 3

a

V

z j r

fi

Tabla 1. Algunas consonantes transcritas según el AFI. (N o se representa la aspi­ ración debido a que siempre se simboliza mediante diacríticos. Análogamente, los símbolos para las nasales sordas se forman añadiendo un diacrítico al correspon­ diente símbolo de letra.)

articulatoria. Los sím bolos utilizados (ju nto con algunos m ás) aparecen en la tabla 1. Adviértase que m ientras la dim ensión vertica l de la tabla repre­ senta una parám etro articu latorio único (s i om itim os la coarticulación y las articulaciones secundarias), no ocu rre así con la dim ensión horizontal. Hay una disposición jerárquica, p rim ero entre oclusivas y fricativas, luego las oclusivas se subdividen en orales y nasales, m ientras que oclusivas y fricativas se subclasifican aún com o sordas y sonoras. La m u ltidim ensionalidad del lla­ m ado m o d o d e a r t i c u l a c i ó n , en contraste con la unidimensionalidad esencial del lugar de articulación, resultaría todavía más evidente si lle­ váram os más lejos la clasificación consonántica (distinguiendo entre clases com o rehilantes, vibrantes, líquidas, etc.). N o lo olvidem os, en lo sucesivo. Volvam os ahora al análisis articu latorio de las vocales. Com o las vocales (en oposición a las consonantes) se caracterizan p o r la ausencia de obstruc­ ción en la corriente de aire a su paso p o r la boca, no presentan un lugar de articulación com o las consonantes. En cam bio, hay que considerar la confi­ guración entera de la cavidad oral, la cual varía de un m odo infinito en tres dim ensiones convencionales a base de cerradas : abiertas (o bien ja ita s : ba­ jas), anteriores : posteriores y labializadas : no labializadas. En las vocales c e r r a d a s ( o a l t a s ) las mandíbulas se m antiéhen juntas (porqu e la lengua se eleva en la boca); en contraste, la producciórí'-de las vo­ cales a b i e r t a s ( o b a j a s ) com porta la abertura de la boca (porqu e la lengua baja). Así, [ i ] y [u ] son cerradas (altas), [ a ] y [ a ] abiertas (bajas). Las vocales a n t e r i o r e s se em iten m anteniendo la lengua (más exacta­ mente, el punto más alto de la lengua, ya que su raíz está fija ) hacia la parte anterior de la boca; las vocales p o s t e r i o r e s com portan la refracción de la lengua. Así, [ i ] y [ a ] son anteriores, y [u ] y [a ] posteriores. Las vocales l a b i a l i z a d a s se pronuncian p o r el redondeam iento de los labios; lo que no ocurre en las vocales no labializadas. Así, [u ], [ o ] y [ o ] son labializadas; [ i ] , [ e ] , [ s ] y [ a ], no labializadas. La vocal cardinal núm ero 5, [a ], al ser m áxim am ente abierta, es no labializada. H agam os ahora unas breves precisiones sobre esta clasificación tridim en­ sional de las vocales. En p rim er lugar, com o cada dim ensión es continua, la diferencia entre dos vocales cualesquiera en virtu d de la abertura, la anterio­ ridad y la labialización siem pre se produce en m ayor o m enor grado. N o obstante, para estandarizar las referencias, los fonetistas recurren al sistema de v o c a l e s c a r d i n a l e s . Éstas no deben confundirse con las vocales de ninguna lengua real, pues constituyen sim plem ente puntos teóricos de refe­ rencia a p a rtir de los cuales el fonetista establece los sonidos vocales de las distintas lenguas. Gracias a ellas puede sentar hechos com o el siguiente: la vocal de la form a p ie del francés, que podem os tran scribir a base de [p i ] , se aproxim a más a la [ i ] cardinal que la prim era parte de la vocal en la pro­

nunciación fo rm al de la palabra pea del inglés, que tam bién cabe transcribir, aproxim adam ente, a base de [ p i ] o, con más estrecham iento (in dicando la aspiración de la consonante y la longitu d de la vocal, aunque no su cualidad dipton gal no u n iform e), a base de [ p hi : ] . Las ocho vocales cardinales prim a­ rias aparecen en la figura 2. D en tro de poco considerarem os las cardinales secundarias. O bsérvese que las cardinales 1, 4, 5 y 8 — esto es [ i ] , [ a ] , [ a ] , y [ u ] — constituyen los extrem os teóricos de las dim ensiones de abertura y an­ teriorid ad . E n tre [ i ] y [ a ] y en tre [u ] y [a ], en intervalos supuestamente iguales, se encuentran las vocales s e m i c e r r a d a s [ e ] ■y [ o ] y las s e m i a b i e r t a s [e ] y [o ].

Figura 2.

Las vocales cardinales primarias.

O tro aspecto que conviente precisar es que m ientras todas las vocales an­ teriores de la figura 2 son no labializadas, las correspondientes posteriores (salvo para la núm ero 5) son labializadas. Esto no significa que no aparezcan vocales anteriores labializadas o p osteriores sin labializar. En realidad, las hay, p ero se encuentran m ucho menos a menudo — especialm ente las poste­ riores no labializadas— en las lenguas europeas (la verdad es que el A F I y sus vocales cardinales tienen una cierta predisposición en fa vo r de las len­ guas europeas). Ahora bien,, cada vocal cardinal prim aria tiene su contrapar­ tida entre l^s v o c a l e s c a r d i n a l e s s e c u n d a r i a s (anteriores labiali­ zadas y posteriores no labializadas), enumeradas de 9 a 16. P or ejem plo, la equ ivalente secundaria de [ i ] es la núm ero 9, anterior labializada [ y ] , apro­ xim adam ente la vocal de la palabra tu del francés; la equivalente secundaria de [u ] es la núm ero 16, p o sterio r no labializada [u i], que aparece en ja ­ ponés. ■* Nótese, además, que las vocales de la figura 2 vienen dispuestas en un cu adrilátero con una base más estrecha que su parte superior. Este diagram a refleja esquem áticam ente el hecho de que, por razones fisiológicas, hay m e­ nos diferencia, tanto articu latoria com o auditiva, en la dim ensión de ante­ rio rid ad y posteriorid ad entre vocales abiertas que entre cerradas, esto es hay m enos diferencia, p o r ejem plo, entre [a ] y [ a ] que entre [ i ] y [u ]. L o m is­ ino sucede con respecto a la labialización. Así, [ i ] difiere de [u ] más que [a ] difiere de [£ ] en dos de las tres dim ensiones (pues la labialización es irrele-

van te en las vocales máxim am ente abiertas). N o es sorprendente, entonces, que las lenguas tiendan a form ar sistemas vocálicos asimétricos con menos distinciones entre vocales abiertas que entre cerradas. Finalm ente, hay que subrayar de nuevo que el cuadrilátero vocálico re­ presenta un continuo de tres dimensiones, dentro del cual, excepto en el ideal teórico, los sím bolos vocálicos del A F I indican zonas y no puntos. Por lo de­ más, hay zonas, especialm ente en el centro del continuo, más bien poco atendidas por el A F I y el sistema de vocales cardinales. Basta ya sobre la articulación de consonantes y vocales. Por lo dicho hasta aquí, pese al tratam iento selectivo del asunto, se habrá aclarado sobradam ente que las consonantes y las vocales, consideradas com o s e g m e n t o s de habla, constituyen haces de r a s g o s articulatorios, cada uno de ellos equi­ valente al va lo r de una variable en una determ inada dimensión. Por ejem plo, [m ] es oclusiva, sonora, bilateral, nasal: esto es, presenta el valor de [o clu ­ siva ] en la dim ensión de la oclusión u obstrucción, de [so n o ra ] en la de la voz, de [la b ia l] en la del lugar (p rim a rio ) de articulación y de [n asal] en la de nasalidad.

Segmentos fonéticos

n.

Rasgos articulatorios

\ \

P

s o n o ro



a s p ir a d o



nasal



p"

b



+

m

+



3

t

t"

d

n

e

5

k

kh g

+





+

+



+





+



+

in X

Y

+



+



0

0





0

0





0

0



+





+

0

0 — — —

+

0

0







0

0 0

o c lu s iv o

+



+

+

0

0

fr ic a tiv o

0

0

0

0

+

+

.

+

+

+

+

0

0

+

+

+

+

0

0

0

0

0

+

+

0

0

0

0

+

+

0

0

0

0

0

0

0

0

0

0

0

la b ia l

+

+

+

+

+

+

0

d e n ta l

0

0

0

0

0

0

+

+

+

+

+

+

0

0

0

0

0

0

v e la r

0

0

0

0

0

0

0

0

0

0

0

0

+

+

+

+

+

+

T a b la 2. A lg u n a s c o n s o n a n t e s a n a liz a d a s e n r a s g o s a r t ic u la t o r io s . (A p a r e c e n e je m ­ p lific a d a s la s o c lu s iv a s o r a le s s o rd a s a s p ira d a s , p e r o n o la s o c lu s iv a s s o n o ra s a s p i­ ra d a s , n a s a le s u o r a le s , c o m o t a m p o c o la s n a s a le s s o rd a s . A t í t u l o p u r a m e n t e ilu s ­ t r a t iv o , se l i m i t a n a tr e s lo s lu g a r e s d e a r t i c u l a c i ó n : la b ia l, d e n ta l y v e la r. L a ta b la p u e d e a m p lia r s e f á c i lm e n t e h a s ta i n c l u i r la s c o n s o n a n t e s de la ta b la 1 y sus c o ­ r r e la t o s a s p ir a d o s .)

Los corchetes que encierran los térm inos ‘oclusiva', ‘ labial’, etc., del pá­ rrafo anterior, indican que dichos térm inos funcionan com o rótulos de ras­ gos fonéticos. Las tablas 2 y 3 reclasifican ahora com o conjuntos de rasgos algunas de las consonantes y vocales ya presentadas. Obsérvese que estos ras­ gos son simultáneos y no secuenciales (en cualquier sentido pertinente del térm ino). Hay que apreciar asimismo que debe establecerse una distinción entre los rasgos independientem ente variables y los que no lo Son. Así, un sonido de habla no puede ser, en un mom ento dado, a la vez sonoro y sordo, o nasal y oral. Las tablas 2 y 3 utilizan signos de más y menos para reflejar este hecho: [s o n o ro ], [n a sa l], etc., han sido elegidos com o m iem bros posi­ tivos de los pares de rasgos en correlación, mientras que [s o rd o ] [o r a l], et­ cétera, aparecen com o m iem bros negativos. En cuanto al lugar de articulación de las consonantes, la situación es diferente. Desde luego, si una consonante es (prim ariam ente) labial no puede ser también (prim ariam en te) dental o ve­ lar. Sin em bargo, no cabe tratar los rasgos [d en ta l] o [v e la r ] com o si fueran negativos de [la b ia l]. Una vez establecido esto, si se m arca positivam ente una consonante en uno de los valores de la dimensión de lugar de articulación, aparece, en la tabla 2, com o neutra, y no negativa, en los demás valores. De un m odo sim ilar se procede con la distinción entre oclusiva y fricativa. La tabla 3 sólo representa las tres dimensiones de la clasificación articulatoria de las vocales a p a rtir de la configuración de la boca; no hay dificultad, enton­ ces, en in corporar a esta tabla la distinción entre sonoro y sordo y entre oral y nasal para las vocales. En futuras ocasiones las tablas 2 y 3 nos se­ rán útiles.

i

e

a

a

o

u

y

tu

abierta



0

+

+

0







posterior







+

+

+



+

labializada









+

+

+



Tabla 3. Algunas vocales analizadas en componentes. (N o se incluyen [s ] y [o ]. Así, al no tener que distinguir entre semiabiertas y semicerradas, [e ] y [o ] quedan tratadas com o si fuesen neutras.)

Conviene exam inar ah ora la segmentación en sí misma. ¿C óm o precisar que una porción dada de habla, analizada desde el punto de vista de la fo ­ nética articulatoria, consta de tales y tales segm entos secuencialm ente or­ denados? E l principio determ inante de la segmentación fonética es muy sim-

pie de establecer, pero m uy d ifíc il de aplicar sin tom ar una buena cantidad de decisiones más o menos arbitrarias en muchos casos. En general, estable­ cem os una fron tera entre segm entos (estableciendo así los segmentos m is­ m os) en los puntos en que se produ ce un cam bio de va lo r en una o más va­ riables articulatorias; por ejem plo, de [la b ia l] a [d e n ta l], de [s o n o ro ] a [s o r­ d o ], de [p o s te rio r] a [a n te rio r], de [n a s a l] a [o r a l]. E l prin cip io presenta a menudo dificultades de aplicación debido a que los cam bios de valor no son siem pre claros y a que los tram os de sonido entre cam bios sucesivos de va­ lo r no constituyen estados perfectam ente constantes.7 Además, ciertas tran­ siciones entre rasgos (p o r ejem plo, la aparición de voz o de aspiración en las consonantes) no se tendrían en cuenta norm alm ente si no hubiese razones fonológicas para ello (cf. 3.4). De ahí que la pregunta de cuántos sonidos de habla hay en uná form a dada — considerada sin referencia a la estructura fonológica del sistema lingüístico al que pertenece o a los sistemas lingüísti­ cos en general— no suele adm itir una respuesta precisa. Es im portante tener esto bien presente cuando se opera con datos lingüísticos transcritos foné­ ticamente. Desde luego, una desventaja de los sistemas alfabéticos de transcripción fonética consiste en que induce a los no especialistas a creer que el habla se com pone de sartas de sonidos separados. E l usuario de un alfabeto foné­ tico debe avezarse a desalfabetizar, p o r así decirlo, las sartas de sím bolos que representan enunciados hablados. P o r ejem plo, ante [tem a n ] no sólo ha de ser capaz de analizar [ t ] en los rasgos sim ultáneos que lo Componen, [s o r d o ], [d e n ta l], etc., lo m ism o que para los otros sonidos de habla repre­ sentados. Debe notar inm ediatam ente que el rasgo [s o rd o ] discurre p o r dos segmentos, que [s o n o ro ] y [n a s a l] afectan a tres segmentos, y así sucesiva­ mente. Estos rasgos no aparecen y desaparecen instantáneam enté1'entre [ t ] y [e ], o entre [ m ] y [ á ] y entre [ á ] y [n ]. Cuando dos o m ás'segm en tos com parten así un m ism o rasgo (especialm ente si es consonánticoj y relativo al .lu gar de articulación) se describen com o h o m o r g á n i c o s -'(«produci­ dos p or el m ism o ó rga n o»). Más en general, podem os decir que hay una ten­ dencia entre segmentos sucesivos (m ien tras sean distintos según el criterio de más arriba) a a s i m i l a r s e en tre sí en lugar de articulación, en m odo o en ambos. Ésto reviste una considerable im portancia en el análisis fo n o ­ ló gico de las lenguas. P o r todo lo dicho está bien claro que cualquier rasgo fon ético puede afec­ tar a segmentos sucesivos y ser, p o r tanto, en este sentido del térm ino, s up r a s e g m e n t a l . P or ejem plo, [s o n o ro ] es suprasegm ental en [a m b a ]; [n a­ sal] lo es en [m a n ], y así sucesivamente. N o obstante, suele restringirse el térm ino 'suprasegm ental' a aquellos rasgos que se clasifican, más bien fon o­ lógica que fonéticam ente, com o c a n t i d a d , t o n o y a c e n t o o i n t e n -

7. L o s d ip ton go s se d istingu en fo n é tic a m e n te d e las llarijadás vocales puras, o m onoptongos, p o r s e r son idos con estados varia b les. [E s t o n o obsta p ara que a m en u d o se in ­ terp reten c o m o secuencias de vocales p u ras.]

s i d a d. En un apartado p o sterio r volverem os a la noción de suprasegmentalidad en ambos sentidos. H ay que señalar, sin em bargo, que en este lib ro hacemos un tratam iento m uy selectivo tanto de los segm entos com o de los rasgos suprasegm entales. En cuanto a otros posibles segmentos, hay que recon ocer que hemos om itid o clases enteras de sonidos de habla: l í q u i d a s , g l i d e s , a f r i c a d a s , et­ cétera. Desde luego, no m e he propuesto o frecer una clasificación com pleta, ni siquiera en bosqu ejo, de las variables articulatorias, sino tan sólo ilustrar los principios generales.

3.4

Fonemas y alófonos

En lo sucesivo nos ocuparem os de la fonética (com o estudio del m edio fó n i­ co ) sólo en la m edida en que sea pertinente para el análisis f o n o l ó g i c o de los sistemas lingüísticos. Existen diversas teorías de la fon ología; ante tod o foném icas y no foném icas, según que utilicen o no los f o n e m a s com o elem entos básicos de análisis. De las distintas teorías foném icas, hay una, que cabe denom inar f o n é m i c a a m e r i c a n a c l á s i c a , y que, si bien ya la ha abandonado la m ayoría de lingüistas, o frec e una considerable im portan ­ cia para com pren der el desarrollo de las teorías más m odernas. Tiene, ade­ más, la ven taja pedagógica de ser conceptualm ente más sim ple qu e otras. De­ dicarem os, p o r tanto, este apartado a la exposición de las nociones claves de la foném ica am ericana clásica elaboradas en el períod o que siguió a la Se­ gunda Guerra Mundial. Y sólo atenderem os a nociones y térm inos que sean ú tiles en adelante. Pasarem os, en cam bio, p o r alto muchos otros detalles. En la teoría en cuestión, los fonem as se definen con arreglo a dos c rite­ rios principales: (a ) la s i m i l i t u d f o n é t i c a y ( b ) l a d i s t r i b u c i ó n (su jeto s a í crite rio p riorita rio, presente en todas las teorías fonológicas del c o n t r a s t e f u n c i o n a l : cf. más abajo). Com o hem os visto en el apar­ tado anterior, la sim ilitud fonética es una cuestión m ultidim ensional de grado. De ahí que un determ in ado sonido de habla pueda resultar sim ilar a o tro en una o más dim ensiones y al p rop io tiem po d ife rir de él y ser aun sim ilar a un tercer sonido tam bién en una o más dim ensiones diferentes. La consecuencia práctica de ello, en lo que atañe al análisis foném ico, es que el analista se en frenta a menudo con diversas alternativas a la^ hora de decidir qué sonidos de habla fonéticam ente sim ilares deben agruparse com o variantes, o más téc­ nicam ente a l ó f o n o s , de un m ism o fonema. A menudo se aplican criterios suplem entarios (qu e nosotros om itirem os). Pero, no obstante, quedan aún muchos cabos sueltos sobre el núm ero de fonem as y alófonos incluso después de invocar esos criterios suplem entarios. A l m argen de la im presión que o frecen muchos manuales de aquel período, es evidente que la foném ica am ericana clásica no llega a producir, un análisis único y universalm ente aceptable sobre la fon ología de muchas lenguas.

Exam inem os ahora a la noción de distribución, que, com o hemos visto a lo largo del libro, es pertinente no sólo en fonología, sino también en gra­ mática y semántica. En pocas palabras, la distribución de una entidad es el conjunto de contextos en que aparece, entre todas las oraciones de una len­ gua dada. H ay que tom ar el térm ino ‘en tidad’ en el sentido más general po­ sible. En el presente apartado incluye sonidos de habla y rasgos fonéticos, p o r un lado, y fonem as p or otro. La noción de distribución presupone a su vez la de buena form ación (cf. 2.6). Esto supone, para la fonología, operar no sólo con las form as reales del sistema lingüístico, sino con el conjunto de form as fonética y fonológicam ente bien form adas, reales o potenciales. En todas las lenguas naturales hay form as reales de uso más o menos común (don frecuencia prestadas de otras lenguas) que no se ajustan a los modelos fonológicos más generales y hay, al p rop io tiem po, muchas otras form as in existentes'qu e los hablantes de la lengua reconocerían com o potenciales de esta misma lengua, es decir, conformes, a los m odelos generales. Veám oslo con un ejem plo: [a b lá r] es form a de palabra potencial y real en español (en una transcripción fonética ancha), cf. hablar; [a b lé r ] es form a potencial pero no real. A su vez * [lb á r a ] no sólo constituye una form a de palabra irreal, sino que está fonológicam ente mal form ad a (de ahí el asterisco) ya que no existen form as bien form adas en español que em piecen con [Ib ]. En tanto que las lenguas son sistemas regulados, toda entidad lingüística sujeta a las reglas de un sistema presenta una distribución característica. Dos o más entidades tienen la misma distribución si, y sólo si, aparecen en una m ism a posición — esto es son sustituibles entre sí, o i n t e r s u s t i t u i b l e s— en todos los contextos (supeditados a la condición de buena form ación). Las entidades intersustituibles en algunos contextos p ero no en todos se i n t e r ­ s e c a n en distribución; la identidad distribucional, por tanto, puede consi­ derarse com o el caso lím ite de intersección distribucional y, si se entiende que «a lg ú n » incluye a «to d o », puede definirse en el ám bito de la ‘intersección’. En adelante la definirem os así. Las entidades no intersustituibles en ningún contexto se encuentran en d i s t r i b u c i ó n c o m p l e m e n t a r i a . Estam os ya en condiciones de aplicar estas nociones a la definición de los fonem as y sus alófonos. En p rim er lugar, hay que tener en cuenta que dos sonidos de habla no pueden hallarse en contraste funcional a menos que se intersequen en distribución, pues sin intersección distribucional no pueden cu m plir la función de distinguir una form a de otra. Por ejem plo, existen varios sonidos de [ d ] fonéticam en te distintos en la pronunciación norm al del español. En general pueden clasificarse en dos grupos, el de [d ] oclusiva y el de [5 ] frica tiva (den tro del m ism o lugar prim ario de articula­ ción). Estos grupos nunca aparecen en la misma posición en las form as de palabra: [ d ] oclusiva se encuentra en posición inicial absoluta de enuncia­ ción, tras [1] y nasal, mientras que [5 ] se encuentra, norm alm ente, en el resto de posiciones. En consecuencia, la sustitución de [S ] fricativa por [d ] oclusiva, pongam os p o r caso, en m oda ([m o d a ] en lugar de [m ó 5 a ]) no pue­ de dar lugar a otra form a (aunque sí produ cir un efecto extraño propio de un hablante extran jero sin filiación determ inada). De manera sim ilar, la

permutación de [ d ] por [5 ], digamos, en monda ([m ó n o a ] en vez de [m on ­ da]), aparte de su dificultad intrínseca, tampoco produciría otra form a de palabra real o potencial. En térm inos más generales, co m o todos los sonidos de [d ], oclusivos o fricativos, están en distribución com plem entaria, no se encuentran en contraste funcional. Satisfacen las dos condiciones definitorias mencionadas antes para dar lugar a la noción de fonem a: sim ilitud fonética y distribución complementaria. De ahí que quedan universalm ente asignadas como alófonos a un solo fonema, esto es variantes posicionales fonéticam en­ te distintas. Para' los elem entos fonológicos es esencial que se hallen en con­ traste funcional al menos en un lugar del sistema lingüístico. Los alófonos son subfonémicos. A pesar de todo, presentan una distri­ bución regular; a este respecto, pertenecen al sistema lingüístico en tanto que se r e a l i c e en el m edio fónico. Pero no constituyen elem entos del sistema lingüístico, pues esta condición sólo corresponde (según las teorías fonémicas) a los fonemas. Convencionalmente, los fonemas se representan a base del símbolo de letra (con o sin diacríticos) más apropiado para la transcripción ancha de uno de los alófonos fonéticam ente distinguibles y colocando dicho símbolo entre barras oblicuas. Por ejem plo, el fonem a del español /d/ pre­ senta como alófonos un conjunto de sonidos de habla fonéticam ente distin­ tos, entre ellos [ d ] y [S ], capaces de ser distinguidos, en caso de necesidad, en una transcripción estrecha. Así, disponemos de una nueva m anera de aludir a las formas: foném icam ente o, más en general, si generalizam os el uso de las barras oblicuas (lo que haremos en efecto), fonológicam ente. Es importante comprender, p o r tanto, com o seguramente se desprenderá de todo ello, que una representación foném ica no equivale a una transcripción foné­ tica ancha. Queda otro asunto p o r aclarar. Demasiado a menudo los manuales de lingüística ofrecen una form ulación imprecisa, por no decir carente de sen­ tido, del principio del contraste funcional. Llegan a insinuar, p o r ejem plo, que la sustitución de [ d ] oclusiva por [5 ] fricativa en m onda no cam bia el significado de monda, mientras que la sustitución por [ t ] sí lo cambia. Es­ trictamente hablando, esto no es así. Lo que hace la sustitución de [ d ] por [ t ] en monda es cam biar la form a y no el significado, ya que la form a m onda cambia en la form a m onta. En efecto, ‘ monda’ y ‘ m onta’ (es decir, las pala­ bras de las cuales m onda y m onta son form as), difieren en significado, de modo que los enunciados que las contengan tam bién d iferirán (generalm en te) en significado. N o m e m ueve una pedantería inm otivada al a d vertir sobre la formulación frecuentem ente im precisa del principio del contraste funcional. La diferencia de form a no garantiza una diferencia de significado (cf. el fe­ nómeno de la sinonimia). Tam poco es la diferencia de significado el único criterio por el que se establece una diferencia de form a. L a posibilidad de que haya diferencias .de form a sin correlación, en algún lugar del sistema lingüístico, con alguna diferencia de significado es un asunto controvertido, en parte dependiente de cóm o se define ‘ significado’ . P ero de lo que no cabe duda es que la form ulación del principio del contraste funcional afecta a la identidad y diferencia de form a, y no de significado.

La intersección distribucional constituye una condición necesaria, pero no suficiente, para el contraste funcional. Con frecuencia hay sonidos de ha­ bla fonéticam ente distintos e intersustituibles en un m ism o contexto y aun así pueden estar en v a r i a c i ó n l i b r e , es decir, no hallarse en contraste funcional. Por ejem plo, [ r ] y [ r ] , que se hallan en contraste en posición m edial intervocálica de palabra (cf. c a ro [k á r o ] : c a rro [k á r o ]), están en variación lib re en posición final (y aun im p losiva): m ar [m a r ] o bien [m a r ]. En este caso, la perm utación de [ r ] p o r [ r ] , o viceversa, nunca da lugar a una form a de palabra distinta. En rigor, el fenóm eno podría pasar bien inad­ vertido. En otros casos de variación libre, la elección de los hablantes en fa vo r de una pronunciación depende de factores estilísticos de diversos ti­ pos. En lo que concierne al análisis foném ico, puede entenderse que el ‘con­ traste fu ncional’ se lim ita a la f u n c i ó n d i s t i n t i v a , es decir, a la fun­ ción de distinguir una form a de otra. Es discutible que la descripción fonológica deba tom ar en consideración también la variación estilítica, com o propugnaban los fonólogos de la Escuela de Praga (c f. 7.3). Uno de los prim eros y más decisivos descubrim ientos de la fon ología consistió en a d vertir que los sonidos de habla que en una lengua, están en contraste funcional pueden estar en distribución com plem entaria o en va­ riación lib re en otra. P o r ejem plo, [3 ] y [ d ] se hallan en contraste fu ncio­ nal en inglés (cf. there, « a llí» fren te a daré, «a tre v e rs e »), p ero en distribución com plem entaria (con alguna posible variación estilística) en español (cf. hada fren te a anda). Los ejem plos podrían m ultiplicarse, pero lo im portan te es que las lenguas difieren considerablem ente con respecto a las distinciones foné­ ticas qu e ponen en ju ego, com o si dijéram os, al realizar (en el m ed io fó n ico) las form as de que se com ponen las oraciones. L a validez de esté' hecho es independiente de la teoría, fon ológica que lo form ule.

3.5

Rasgos distintivos y fonología suprasegmental

Según la teoría de la foném ica am ericana clásica a que hem os aludido en el apartado anterior, los fonem as son los elem entos fonológicos m ínim os de los sistemas lingüísticos. Trubetzkoy, uno de los m iem bros fundadores de la Es­ cuela Lingüística de Praga que desarrolló su propia versión del estructura­ lism o saussureano y ejerció una gran influencia, especialm ente en la fon ología y en la estilística, durante la década de 1930 a 1940 (cf. 7.3), adoptó un punto de vista muy distinto. La idea fundam ental de la escuela fon ológica de Praga es que los fonem as, aun cuando tam bién se consideren segm entos m ínim os de los sistemas lingüísticos, no son sus elem entos más pequeños, puesto que son haces (o conjuntos) de r a s g o s d i s t i n t i v o s sim ultáneos. Esta no­ ción, con algunas m odificaciones ulteriores, fue adoptada en 1960 y años subsiguientes p o r los partidarios de la g r a m á t i c a g e n e r a t i v a , al form aliza r una doctrina que vin o a sustituir las nociones características de

la fon ética clásica americana, origin alm en te asociadás a la p rop ia gram ática gen erativa a causa de su herencia post-bloom fieldiana (cf. 7.4). En todo caso, la presentación que aquí hacemos de la teoría de los rasgos distintivos no pretend e atender a las distintas fases históricas de su desarrollo. E l térm ino ‘ d istin tivo ’ se refiere a la parte del contraste funcional que en los sistemas lingüísticos tiene que ve r con la distinción mutua entre fo r­ mas (cf. 3.4); no obstante, los fon ólogos de la Escuela de Praga, prestaron asim ism o gran atención a otros tipos de función fon ológica que por ahora no nos interesan. E l térm ino ‘ rasgo’ nos es ya fa m ilia r desde el apartado que trataba de la fonética articu latoria (3.3). De ahí que podem os pasar a expo­ n er las ideas centrales de la teoría de los rasgos distintivos a p a rtir de lo dich o ya en los dos apartados anteriores. Los sonidos del habla pueden representarse com o conjuntos de rasgos fonéticos. Los rasgos fonéticos de más arriba eran articu latorios, pero igual­ m ente podían haber sido acústicos o incluso, en principio, auditivos. Lo m is­ m o vale con respecto a los rasgos fonológicos de la teoría de los rasgos dis­ tintivos, donde se han emjpleado ya rasgos tanto articu latorios com o acústi­ cos. Com o puede considerarse que, contra lo que ocu rre con la fonética, la fo n o lo gía no establece ningún com prom iso directo con el m edio fón ico (aun­ qu e los partidarios de la teoría de los rasgos distintivos tienden a soslayar esta concepción más bien abstracta de la fon ología), quizás habría que op era r con rasgos fonológicos ni articu latorios ni acústicos, si bien relacionables (d e una m anera un tanto co m p le ja ) con ambos tipos, e incluso con rasgos au ditivos cuando la fonética auditiva haya alcanzado un desarrollo m ayor del qu e tiene en la actualidad. Para sim plificar la exposición u tilizarem os deno­ m inaciones articulatorias. Y para distinguir los rasgos fon ológicos de los fo ­ néticos, pondrem os barras oblicuas y no corchetes alred ed or de los datos ar­ ticulatorios. (Aunque no constituye una práctica corriente, fa cilita la claridad conceptual y perm ite d eja r abiertas ciertas opciones teóricas.) Así, del m ism o m odo que el sonido [ p ] puede describirse a p a rtir de la tabla 2 de más arriba com o el conjunto { [ + la b ia l], [-(-o c lu s iv o ], [ — so n o ro ], [ — n a s a l]}, tam ­ bién el fonem a del español /p/, pongamos, es analizable a base del conjunto { / + labial/, / + oclusivo/, /— son oro/}. A prim era vista quizá parezca que no hemos hecho más que realizar un m ero truco notacional al sustituir los corchetes p o r barras oblicuas y llam ar fo n o ló gico en lugar de fon ético al resultado de dicha sustitución. Conviene advertir, sin em bargo, que ahora se han enum erado tres rasgos distintivos y no cuatro para el español /p/. Si el rasgo foném íco /— nasal/ no aparece en /p/ se debe a que la falta de nasalidad es predictible en español (aunque no en todas las lenguas) a p a rtir de la falta de sonoridad; en cam bio, /— nasal/ aparecería en /b/ para establecer su función distintiva en vano [b á n o ] fren ­ te a m ano [m á n o ]; lo b o [ló fio ] fren te a lo m o [ló m o ], etc. P o r otra parte, la descripción articulatoria de [ p ] es m uy incom pleta (a l lim itarse a los rasgos articu latorios de la tabla 2). Ahora bien, el conju nto de rasgos distintivos que defienen y caracterizan un fonem a será mucho más pequeño que el de rasgos fonéticos que caracterizan a cualquiera de sus alófonos. P o r ejem plo,

el fonem a /b/ del español presenta entre sus alófonos [0 ] (v. gr., lob o, más arriba) frica tivo, oral, bilabial, sonoro, cuya descripción articulatoria más com pleta habría de aludir no sólo a la fricación, sino tam bién a la fuerza es­ piratoria con que sale el aire tras la constricción labial, a la duración de la constricción, a la espiración y a otros rasgos más que lo hacen reconocible com o [3 ] p o r la posición en que aparece. Ahora bien, ninguno de estos otros rasgos fonéticos es distin tivo en español hasta el punto de cam biar la reali­ zación fonética de una form a en la de otra. En cuanto a los tres rasgos reconocidos antes en la com posición de /p/, / + labial/ (que corresponde a [ + la b ia l]) distingue (la pronunciación d e) paso de (la pronunciación d e) vaso, caso, etc.; / + oclusivo/ distingue pardo de ja rd o (com o en español no hay fricativas labiales ni oclusivas labiodentales, puede interpretarse que /f/ constituye el correlato / + fricativo/ de /p/) tapa de sapa (y zapa); /— sonoro/, según la concepción habitual, es el rasgo que distingue paño de baño; c o to de codo. Cabe sostener que el rasgo que distingue /p/, /t/, /k/, etc., de /b/, /d/, /g/, etc., en español no debe iden­ tificarse sólo con la sordez, sino con algo distinto con que serían concom i­ tantes la sordez o la fricación (o am bas). N o obstante, cualquiera que sea el punto de vista a este respecto, es o b vio que no son necesarios al m ism o tiem ­ po / + fricativo/ y /— sonoro/ en un análisis de los rasgos distintivos del es­ pañol. H e u tilizado el térm ino ‘a ló fa n o ’ al describir la relación entre los fone­ mas y los rasgos distintivos de que se componen. En realidad, la noción de variación alofón ica se considera de una m anera tan diferen te en la teoría de rasgos distintivos, que puede ponerse en duda la aplicabilidad del térm ino. L o crucial acerca del análisis en rasgos distintivos es que tod o fonem a difiera de los dem ás dentro del sistem a lingüístico p o r la presencia o ausencia de un rasgo al menos, en el conju nto de rasgos definitorios; y que el conjunto de rasgos definitorios de un fonem a perm anezca constante en todas sus posibles apariciones. L o que la fon ém ica am ericana clásica denom ina varia­ ción alofón ica aparece tratado en la teo ría de rasgos distintivos (especial­ m ente en la gram ática generativa) a base de reglas que (habiendo convertido en rasgos fonéticos el conju nto m ín im o de rasgos fonológicos suficientes para distin gu ir cada fonem a de los dem ás: / + labial/ —»■[ + la b ia l], / + so­ noro/ —» [ + so n o ro ],) añaden rasgos fonéticos no distintivos contextüalm ente adecuados a determ inadas posiciones de aparición. P o r ejem plo, el rasgo fon ético [ + o clu sivo ] se añadiría a la realización fonética del español /b/ en posición inicial absoluta de palabra (p o r ejem plo, en vaso o en -bolso), pero no cuando sigue a /l/ (p o r ejem p lo, en alba ca lvo), m ientras que el rasgo fon ético [ + so n o ro ] se añadiría en todas las posiciones. En el apartado a n terior hem os señalado que las lenguas difieren consi­ derablem ente en cuanto a la capacidad distintiva de los rasgos fonéticos que utilizan. Esto es válido al m argen de la teoría fon ológica que lo form ule. Después de todo, se da el caso de que un rasgo com o [ + aspirad o], pura­ m ente alofón ico en español, inglés y otras lenguas, es distin tivo en hindi y en chino m andarín, que las vocales del francés son al m ism o tiem po dis­

tintivam ente anteriores y labializadas, que en muchas lenguas australianas la nasalidad es tan distintiva, en lu gar de la sonoridad, que caracteriza más fonemas que en cualquier lengua europea, y así sucesivamente. Nótese, sin em bargo, que en estos ejem plos he utilizado térm inos — ‘ aspirado’, ‘a n terior’, ‘p osterior’, ‘nasal’— que tam bién se utilizan en la descripción de otros cien­ tos, p or no decir miles, de lenguas habladas. La teoría de los rasgos distin­ tivos com o tal no es incom patible con el supuesto de que hay un núm ero ilim itado de rasgos distintivos posibles de los cuales cada sistema lingüís­ tico hace su propia elección particular, com o si dijéram os, y los com bina en un núm ero im previsible de m odos para fo rm ar sus propios fonemas. Ahora bien, las form ulaciones recientes de la teoría de rasgos distintivos tien­ den a adm itir, a ju zgar p or ciertas evidencias favorables, que todas las lenguas naturales existentes son susceptibles de recibir una descripción fonológica satisfactoria a p a rtir de una lista de algo más de una docena dé rasgos v ir­ tualmente distintivos. Desde luego, hay muchos rasgos fonéticos que no son distintivos, por lo que sabemos, en ninguna lengua natural y muchas com bi­ naciones de rasgos fisiológicam ente posibles extrem adam ente raras o incluso inexistentes, al parecer. Chomsky ha sugerido que esto se debe a que la fonología de las lenguas naturales, lo m ism o que la sintaxis y la semántica, están fuertem ente lim itadas p o r una predisposición específicam ente humana a operar con ciertos tipos de distinción y no con otros (cf. 7.4). Una notable ven taja de la teoría de rasgos distintivos en com paración con la foném ica americana clásica consiste en que proporcion a una des­ cripción m otivada de los principios qu e determ inan la buena form ación de secuencias de fonem as en una am plia gama de casos. P or ejem plo, tras /t/ y /r/ iniciales dentro de la misma form a, en español, puede aparecer cual­ qu ier vocal, pero no una consonante (cf. trípode, tres, trampa, trozo, etc., fren te a */trp-/, */trs-/, */ tm -/, etc.). N o es más que uno de los muchos contextos en que alternan vocales entre sí con exclusión de las consonantes. Este aspecto distribücional de los dos grupos de fonem as puede tratarse (d e una m anera fonéticam ente m otivada o condicionada) p o r m edio de una regla que oponga / + vocal/ a /— vocal/ o a / + consonante/. Análogamente, la asim ilación de /n/ a /m/ y /p/ en posición im plosiva ante /p/ o /b/ y ante /c/, respectivam ente, puede atribuirse a la presencia, también respectiva­ m ente, de / + labial/ y / + palatal/ en el fonem a que condiciona la asim ila­ ción: en paz [ém pá0], un vasoy[úm bá so], un c h ic a ¿ík o ],)etc.8 (E n las com posiciones léxicas, la o rtogra fía registra a veces este fenóm eno: in + p o­ sible —» im p osib le; otras veces prevalece un criterio etim ologista: in + váli­ do —> inválido; cf. también form as com o mancha [m á p c a ].) Con frecuencia sucede, pues, que un determ inado rasgo, com o / + vocal/, / + labial/, / + na­ sal/ o / + sonoro/, puede interpretarse, en ciertos contextos, com o si fuese

8. [E s to s e jem p lo s, aducidos sólo a títu lo ilu strativo , p o d ría n re c ib ir una in te rp re ­ tación m uy d istin ta e n ' un á m b ito fo n o ló g ic o más a m p lio .]

s u p r a s e g m e n t a l , esto es com o si afectase a una secuencia de dos o más segmentos (foném icos). Ahora bien, ¿qué decir sobre la posibilidad de que un rasgo distintivo sólo sea supresegmental en un sistem a lingüístico dado? N o se trata de una m era posibilidad teórica. En muchas lenguas se encuentran rasgos suprasegmentales de este tipo. P o r ejem plo, lo que se conoce p or a r m o n í a v o c á ­ l i c a no es tan infrecuente. Tal co m o opera en turco, afecta a los rasgos con­ trastantes / + posterior/ fren te a /— posterior/ y /-(-labializado/ fren te a /— la­ bializado/.' D ejando de lado ciertas form as de palabra (en su m ayoría, prestadas de otras lenguas) que no se ajustan al m odelo general, podem os decir que en turco todas las vocales en las sucesivas posiciones de la palabra deben presentar el m ism o va lo r para el contraste J ± posterior/ y debido a una condición u lterior,*que excluye la com binación de /-(-labializado/ con el rasgo segmental / + abierto/ en las sílabas no iniciales, para el contraste / ± labializádo/. Independientem ente de la longitud de la palabra — y p o r su estructura gram atical el turco tiene muchas form as largas de palabra— , / ± posterior/ y / ± labializado/ son suprasegmentales en el sentido expuesto. Los rasgos distintivos suprasegm entales de este tipo són lo que la t e o ­ r í a p r o s ó d i c a de la fon ología denomina, en un sentido especializado del. térm ino, p r o s o d i a s . Esta teoría, característica de lo q u e se ha dado en llam ar la Escuela Lingüística de Londres, com parte muchos aspectos con la teoría de los rasgos distintivos en sus más recientes progresos. P o r des­ gracia, las diferencias term inológicas, para no m encionar las de perspec­ tiva teórica en asuntos más generales, tienden a oscurecer las sim ilitudes. La diferen cia principal entre la teoría de rasgos distintivos digam os o rto ­ doxa y la teoría prosódica reside en que la prim era es esencialm ente fonémica o segmental, com o la J on ém ica am ericana clásica. L a teoría prosódica, por su parte, adm ite tanto elem entos foném icos (segm entales) com o prosó­ dicos (suprasegm entales), a los qu e atribu ye una condición teórica idéntica, aunque com plem entaria, en los inventarios fonológicos de los sistem as lin­ güísticos. Adem ás, reconoce que, pese a la tendencia general (p o r m otivos fonéticos) de ciertos rasgos a hacerse segmentales y otros suprasegm entales, la noción de suprasegm entalidad depende, en principio, de cada sistema lingüístico. Conviene aclarar, ahora, que hemos utilizado el térm ino ‘ suprasegm ental’ en un sentido no corriente. L a m ayoría de lingüistas, cuando em plean el tér­ mino ‘ suprasegm ental’, se re fiere a elem entos com o el acento, el tono y la cantidad, que constituían un problem a para la foném ica am ericana clásica, cuyo supuesto básico consistía en describir totalm ente la estructura de las palabras y las oraciones por m edio de elem entos fonológicos ordenados en secuencia. La diferen cia acentual entre la form a de nom bre im p o rt [Im p o c t], «im ­ p ortación », y la form a de verbo ifn p o rt [im p o c t], «im p o rta r», en el inglés hablado no puede tratarse con naturalidad com o una diferen cia entre fone­ mas segmentales. [L o m ism o puede decirse del español; cf. depósito, deposito, depositó.'] Y hay dos razones parcialm ente independientes para ello: en

p rim er lugar, porque el acento constituye esencialm ente un fa ctor de m ayor prom inen cia de una sílaba con respecto a las demás sílabas dentro de la m ism a form a (o de las form as adyacentes); y en segundo lugar, porque no puede decirse que la realización fonética del acento, contra lo que ocurre con la de fonem as segmentales, preceda o siga en el tiem po a la de sus ele­ m entos fon ológicos adyacentes. Evidentem ente, en una representación foném ica cabe señalar la ^diferencia acentual entre form as poniendo más o menos arbitrariam en te el correspondiente fonem a acentual antes (o después) del fonem a vocálico nuclear de la sílaba tónica en la realización fonética; [c f. [d e ’p o sito ], [d e p o ’sito ], etc.]. L o im portante es que, si bien la segmentación siem pre puede llevarse a cabo en fonología, aunque sea al p re c io de tom ar decisiones arbitrarias, la arbitrariedad de las decisiones en casos com o éste denuncia la inadecuación teórica del m arco en que se lleva a cabo el p ro p io análisis. L o que acabamos de decir sobre el acento vale igualm ente para el tono, que en muchas lenguas (las llamadas tonales) sirve para distinguir form as de un m odo m uy análogo a com o lo hace el acento en español. En cuanto a la cantidad, puede haber consonantes largas, lo m ism o que vocales largas, en determ inadas lenguas; y puede haber incluso interdependencia entre la cantidad de ambos tipos de fonemas. Así, en inglés (en la pronunciación fo r­ m a l) la cantidad de las vocales varía según la cualidad de las consonantes que les siguen en la m ism a sílaba. Las vocales que la tradición y algunos fonólogos, aunque no todos, consideraban y analizaban com o largas, se realizan com o segm entos fonéticam ente acortados cuando van seguidas de oclusiva /— sonora/; así, el segmento vocálico de seat- [s ít ], «asien to », es fonéticam en te más co rto que el de seed [s í:d ], «s e m illa », o see [ s í : ] , « v e r ». E n rigor, su realización fon ética puede ser más corta que la vocal fonológica­ m ente corta de sit [s ít ], «esta r sentado». E sto viene a ilu strar no sólo la d iferen cia en tre cantidad fon ológica y duración fonética, sino también, más en general, la com p lejid a d de la relación entre el análisis fo n o ló gico y la transcripción fonética.

3.6

L a estructura fonológica

Se trata de un apartado dem asiado breve para un tem a inmenso. M e pro­ pongo tan sólo exponer lo que se entiende por ^estructura’ en este contexto y subrayar que los análisis fonológicos tienen una tarea m ucho más extensa que la de confeccionar inventarios de elem entos segm entales y suprasegmentales. Dado un inventario de elem entos fonológicos para una lengua, la estruc­ tura fonológica de la m ism a puede describirse a base de las relaciones entre los propios elem entos o bien de los diversos tipos de relación que hay entre conjuntos de elem entos fonológicos p o r un lado y com p lejos fonológicos m ayores, form as u otras unidades gram aticales, p o r otro.

Las relaciones entre los propios elementos son de dos tipos, denomi­ nadas, en la tradición saussureana, ‘ sintagmáticas’ y 'paradigmáticas'. El tér­ m ino ‘ sintagm ático1, etim ológicam ente relacionado con ‘sintáctico’, pero no confundible con él, no significa más que «com bin atorio». Como ‘ paradigm áti­ co ’, aunque es históricam ente explicable y muy difundido, induce eventual­ mente a engaño, lo cam biaré por ‘ sustitutivo’. Con ello, en adelante, a m e­ nos que nos refiramos específicam ente al estructuralismo saussureano, ha­ blaré de relaciones s i n t a g m á t i c a s y s u s t i t u t i v a s . Las primeras se refieren a relaciones entre elem entos combinados entre sí en sintagmas bien form ados; las últimas se refieren a relaciones entre conjuntos de elementos in­ tersustituibles en un determ inado lugar del sintagma. Uno de los principales logros de Saussure, com o verem os en la exposición sobre el estructuralismo, consistió en aclarar, a com ienzos del presente siglo, la interdependencia de las relaciones sintagmáticas y sustitutivas (cf. 7.2). Como hemos visto, los sistemas lingüísticos pueden d iferir fonológicam en­ te, no sólo con respecto al número de elementos fonológicos que aparecen en sus respectivos inventarios (y en su realización fonética), sino también en cuanto a las relaciones sintagmáticas que determinan la buena form ación fonológica de las com binaciones posibles, esto es los sintagmas fonológicos. Adm itiendo, pará sim plificar, que los sintagmas fonológicos pueden definirse satisfactoriam ente com o secuencias de fonemas, sabemos que no todos los fonemas pueden preceder o seguir a todos los demás. Existen limitaciones contextúales que prohíben la aparición de los m iembros de un conjunto de fonemas al lado de los m iem bros de o tro conjunto. Las reglas que determ i­ nan la buena form ación fonológica en cada lengua han de especificar cuáles son estas lim itaciones secuenciales y, más en general, qué elem entos pueden juntarse, y de qué manera, en los sintagmas bien formados. Pero esto no agota todo lo que cabe esperar de la descripción fonológica. El térm ino ‘ sintagm a’, que acabamos de em plear, contiene la im plicación de que hay entidades mayores, los propios sirltagmas, cuyos componentes son precisam ente los elem entos fonológicos. Y así ocurre, en efecto. Más contro­ vertido es averiguar si existen en todas las lenguas naturales o al menos en algunas sintagmas puram ente fonológicos com o las s í l a b a s (para no men­ cionar las frases' fonológicas) postulables para describir las estructuras fono­ lógicas de la lengua en cuestión y al m ism o tiempo definibles sin tener en cuenta la estructura sintáctica de la misma. Desde luego, es mucho más fácil form ular las lim itaciones secuenciales de las consonantes del español a par­ tir de su posición en la sílaba. Ahora bien, esto presupone una definición teóricam ente satisfactoria de las sílabas com o entidades fonológicas. Los lin­ güistas todavía discrepan en cuanto a la posibilidad y a la necesidad de pos­ tular sílabas y otros sintagmas puram ente fonológicos en la estructura de las lenguas. Puede suceder, por descontado, que ciertas lenguas presenten sintagmas puram ente fonológicos y otras no. En la actualidad hay mucha menos discusión, en cambio, sobre la nece­ sidad de recu rrir a unidades sintácticas en el análisis fonológico de las len­ guas o, para decirlo en térm inos más típicam ente modernos, sobre la integra­

ción de las reglas fonológicas con las reglas sintácticas en los sistemas lin­ güísticos. En muchas lenguas naturales, posiblem ente en todas, hay depen­ dencias entre n i v e l e s de diversos tipos que form an tanta parte de la len­ gua com o las relaciones puram ente fonológicas ó sintácticas. En realidad, ya hemos incorporado im plícitam ente esta noción de dependencia entre nive­ les en apartados anteriores. En efecto, no sólo hemos introducido el prin ci­ pio de la buena form ación fonológica en las form as (es decir en los sintag­ mas fonológicos que son asim ism o unidades sintácticas, b a jo los supuestos sim plificadores de 2.6), sino que tam bién nos hemos referid o con frecuencia a la posición de los fonem as — inicial, medial, final, etc.— en las palabras; y las palabras, en este sentido del térm ino ‘palabra’, constituyen una subclase de formas. La interdependencia de la sintaxis y la fonología es, no obstante, mucho más extensa de lo que seguramente hemos podido dar a entender. H ay fen ó­ menos de juntura, com o el que tradicionalm ente se denomina 1 i a i s o n en francés, cuya descripción debe apelar no sólo a las fronteras entre palabras, sino también a la relación sintáctica, si es que la hay, entre dichas fron teras: v. gr., la aparición de [ z ] en [lez|om] les homm es, «lo s h om bres», y [Jsslezevy] Je les ai vu, «L o s he visto», en contraste con su ausencia en [d|DnleamaRi] Donne-les á M arie, «D áselos a M aría». Muchos fenóm enos del com ponente no verbal de las lenguas habladas que hemos considerado prosódicos (c f. 1.5) — entre los que destacan el acento y la entonación— no pueden describirse idóneam ente a menos que se especifique su ám bito sintáctico; y aun así son fenóm enos fonológicos, pues afectan a los elem entos segmentales y suprasegmentales del sistema lingüístico. Com o hemos visto, en la m edida en que estos elem entos prosódicos no se manifiestan en la escritura, las correspon­ dientes lenguas escrita y hablada dejan de ser isomórficas. Y de ahí que si hay distinciones fonológicas sintácticam ente (y sem ánticam ente) relevantes no transferibles al m edio gráfico, las correspondientes lenguas escrita y ha­ blada diferirán necesariamente, hasta cierto punto, desde el punto de vista sintáctico (y sem ántico).

A M P L IA C IÓ N

B IB L IO G R Á F IC A

La mayoría- de obras generales que llevan asterisco en la bibliografía contienen capítulos sobre fonética y fonología. Entre los tratados introductorios útiles cabe citar Crystal (1971:167-87); Fudge (1970); Henderson (1971). Más amplios son: (a ) Para la fonética: Abercrombie (1966); Fry (1977); Ladefoged (1974, 1975);' Malmberg (1963); [Gili Gaya (1961)], y en un nivel más avanzado, Brosnahan & Malmberg (1970); Catford (1977) y Malmberg (1968), [junto con Garde (1972); Hála (1966) y Martínez Celdrán (1984).] (b ) Para la fonología: Fischer-J0rgensen (1975); Sommerstein (1977); [Alarcos (1971)].

Los siguientes libros representan aspectos de la teoría y práctica de la fonolo­ gía: Bolinger (1972); Fudge (1973); Jones & Laver (1973); Makkai (1972), y Pal­ mer (1970) [y Contreras & Lleó (1982)]. Para una selección de ejercicios de análisis fonológico, cf. Langacker (1972), capítulo 4 y Robinson (1975). Para la fonética acústica, cf. Fry (1979) y Ladefoged (1962). Sobre la fonética del inglés, especialmente de su pronunciación formal, cf. Brown (1977); Gimson (1970) y Jones (1975). [Y para la del español, cf. Guitart & Roy (1980); Harris, J. W. (1975); Navarro Tomás (1961, 1966, 1974); Quilis & Fernández (1982).] Para la fonología generativa consúltense las descripciones en Akmajian, Demers & Hamish (1979); Fromkin & Rodman (1974); Smith & Wilson (1979). Entre los más comprehensivos, cf. Hyman (1975); Kenstowic? & Kisseberth (1979) y Schane (1973). El libro clásico es Chomsky & Halle (1968). Para la fonología prosódica, cf. Lyons (1962); Palmer (1970) y Robins (1975a), apartado 4.4. Sobre la fonología de la Escuela de Praga la obra clásica es Trubetzkoy (1939); para los elementos y su ejemplificación, cf. Jakobson (1973); Vachek (1974, 1976). Próximo a la Escuela de Praga en muchos aspectos se encuentra Martinet (1960).

1. «Un medio [de com unicación] ... no constituye lengua por s í m ism o, sin o un vehículo para la lengua» (Abercrom bie, 1967: 2). Com éntese. 2.

En qué difiere la f o n é t i c a

de la f o n o l o g í a ?

3.

¿ C u á le s son las tres ram as principales de la fonética?

4. «El niño, en el proceso normal de la adquisición lingüística, es, y debe ser, ...u n experto com petente en las tres ram as de la fonética...» (p. 59). A c lá re se y com éntese. 5. Exponer y ejemplificar (utilizando form as distintas de las del texto y a partir de la propia experiencia en cualquier lengua) (a) la h o m o f o n í a y (b) la h o rn o g r a f í a. 6. «Lo que llam am os 'ó rg a n o s vo c a le s' u ‘órganos del habla’...no son de ningún m odo ó rgan os prim arios del habla» (O ’Connor, 1973: 22). Com éntese. 7. ¿E n qué difieren (a) las v o c a l e s de las c o n s o n a n t e s y (b) las o c l u s i v a s de las f r i c a t i v a s segú n una clasificación articulatoria de los so n id o s del habla? * 8. ¿Q u é rasgo articulatorio tienen en com ún los siguientes conjuntos de so n id o s del habla: (i) [p], [b ], [m ]; (ii) [p], [t], [k]; (iii) [0], [fj. [ s ], [8]; (iv) [m ], [n ], [ j i ] ? 9. ¿C u á le s so n las ocho v o c a l e s c a r d i n a l e s pósito se utiliza e ste sistem a clasificatorio?

prim a ria s? ¿ Y con qué pro­

10. Escrib ir con sím bolos del AFI: (a) vocal labializada anterior cerrada, (b) oclu­ siva nasal velar; (c) fricativa dental sonora; (d) oclusiva oral labial sorda. 11. H ágase la transcripción fonética ancha de la propia pronunciación de las palabras máscara, anguila, cocinar, cuñado, ribazo, coche, zapato, ropa, roba, hijos, ancho, circo, rodar, alhelí, peñasco, horchata, henchido, construir, droguería, exacto. 12. Extraer de las siguientes form as fonéticam ente transcritas (desalfabetizando las cadenas de sím bolos: c f. p. 71) todos los ra sgo s h o m o r g á n i c o s contiguos siguiend o la clasificación de consonantes y voca les del apartado 3.3 y especificar su ámbito de acción. (Por ejemplo, en [ám ba], el rasgo fonético [son orid ad] afecta a todos los segm entos, pero la [labialidad] só lo afecta a [m b].} (i) [in d i]; (ii) [m ánoji]; (iii) [patetp; (iv] [apti]; (v) [a g k a ra ].

4. La gramática

4.1

Sintaxis, flexión y morfología

H ay que a d vertir que en este capítulo y a lo largo del lib ró em plearem os el térm ino ‘gram ática’ (ex cep to en frases com o ‘gram ática tradicion al’ y ‘gra­ m ática generativa’) en un sentido relativam ente estricto, en contraste con ‘ fon ología ’, por un lado, y con ‘ sem ántica’, p or otro. Se trata ju stam ente de uno de sus sentidos tradicionales p róxim os a lo que se entiende corrientem en ­ te p o r ‘gram atical’. En la actualidad, muchos lingüistas incluyen la ‘ fo n o lo gía ’ , e incluso la ‘sem ántica’, en la ‘ gram ática’ y esto puede inducir a confusión. H asta aquí hemos a dm itido el supuesto de que las lenguas presentan dos niveles estructurales, uno fo n o ló gico y o tro sintáctico. En lo que sigue rechazarem os tal supuesto. P ero para e llo habrá que modificarlo^ a menos que aceptem os am pliar el concepto de fon ología o el térm ino ‘ sintaxis’ más allá de sus lím ites tradicionales. H em os visto ya que en algunas lenguas na­ turales, posiblem ente en todas, hay una dependencia entre niveles que im ­ pide la separación rígida de la estructura fonológica y la estructura sintác­ tica. A hora tendrem os ocasión de com prob ar que, en ciertas lenguas al m e­ nos, hay un vacío, com o si dijéram os, entre sintaxis (en el sentido tra d icion al) y fonología. En la gram ática tradicional, este espacio queda cu bierto p o r el térm ino ‘flexión ’.1

1. C o n tra riam en te a lo que dan a e n ten d er m uchos m anuales d e lin gü ística, lo que se o p o n e a la 'sin ta xis', en la gra m á tica tra d icio n a l, no es la ‘ m o r fo lo g ía ’, s in o la ‘ flex ió n '. E l té rm in o ‘ m o r fo lo g ía ’ no s ó lo es d e recien te creación , sino que, cu an d o c o n tra s ta con ‘ sin taxis’ — esp ecialm en te si se d efin e a p a r tir d el té rm in o aún más re c ie n te ‘ m o r fe m a ’— , im p lica una con cep ción nada tra d ic io n a l s o b re la estru ctu ra gra m a tica l d e las lenguas. A l m argen d e sus in discu tib les d eficien cias, la gra m á tica trad icio n al n o an d a fo rzo s a m e n te equ ivo ca d a a este resp ecto. S i se exp lican ad ecu adam en te y se fo rm u la n con p recisión , las con cep cion es trad icio n ales son al m en os tan sa tisfa cto ria s c om o cu alq u iera d e las rép licas qu e lo s lin gü istas han opu esto c o n el tiem p o.

Todos los diccion arios corrientes de las lenguas europeas antiguas y m o­ dernas establecen la distinción entre sintaxis y flexión. A sí se nos ha enseña­ do, p o r cierto, en la escuela. Y aun en caso de que los térm inos ‘sintaxis' y ‘flexión ’ no nos resulten fam iliares, en cierto m odo sabem os qué significan. Estam os habituados a op era r con el térm ino ‘palabra’ y u tilizarlo, com o en la gram ática tradicional, en dos sentidos bien distintos según lo que abarque, en la práctica, lo que se entiende p o r ‘flexión’. Em pecem os, pues, por la ‘palabra’. ¿Cuántas palabras hay en español? Se trata de una pregunta ambigua. En un sentido, canto, canta, cantam os, cantaría, cantado y cantar cuentan com o palabras diferen tes. En otro, se consideran f o r m a s distintas de úna mism a palabra, a saber ‘can tar’. En general, si nos preguntan cuántas pala­ bras contiene un diccion ario entendem os el térm ino ‘palabra’ en el segundo sentido. P o r o tro lado, si se nos pide que escribam os un artículo de dos m il palabras sobre un cierto tema, aplicam os el p rim er sentido y contam os cada aparición concreta de canto, cantas, cantado, etc,., com o elem entos aparte. Presentem os ahora otra term inología destinada, en caso de necesidad, a m antener separados los dos sentidos de ‘ palabra’. D irem os que canto, cantas, cantaría, etc., son f o r m a s d e p a l a b r a s (esto es, form as que son, a su vez, tam bién palabras), tal com o lo hemos sobreentendido ya en apartados anteriores. Y direm os que ‘cantar’ (nótese: ‘cantar’ y no ca n ta r) es un l e x e ­ ma , o una palabra de vocabulario, cuyas form as son canto, cantas, canta­ mos, etc., las cuales, en realidad, son lo que tradicioiíalm en te se denom ina­ ban f o r m a s f l e x i v a s . Ahora bien, cantar ocupa una cierta posición de p rivileg io entre las form as de ‘ cantar’ , ya que se trata de la f o r m a d e c i t a , m ientras qu e cant- sería, para muchos lingüistas, la f o r m a d e b a s e . Y aunque no hay dificultad en distinguir la fo rm a de cita de la fo rm a de base, es im p ortan te distin gu ir cada una de ellas con respecto al lexema. La fo rm a de cita d e l lexem a es la que se em plea para alu dir al lexem a y qu e aparece en el listado a lfa b ético de los diccionarios convencionales. L a form a de base es la form a, si la hay, de la que pueden d eriva r las demás p o r m e­ dio de las r e g l a s m o r f o l ó g i c a s de la lengua. En inglés, la fo rm a de cita de un lexem a puede co in cid ir con la form a de base (cf. ‘sing’, «ca n ta r», sing-, etc.) pero, en general, difieren entre sí en la m ayoría de lenguas euro­ peas m odernas lo m ism o que entre verbos y muchos nom bres y adjetivos en latín y griego. Al igual que podem os referirnos a los lexemas, podem os referirn os a cualquiera de sus form as. En rigor, así lo hemos hecho, y lo continuarem os haciendo, al u tiliza r la cursiva (sin corchetes: ¿f. 3.2) y en ocasiones la nota­ ción fonética o foném ica. Las form as mismas pueden va ria r en ciertos res­ pectos según el con texto en que aparecen — el grado y la naturaleza de su variación fon ética en la lengua hablada viene determ inada p o r las reglas fo ­ nológicas— . Aun así, tienen una form a de cita con que pueden ser aludidas; p o r lo demás, los lingüistas, y en especial los fonetistas, suelen u tilizar el tér­ m ino ‘ fo rm a de cita' só lo para las de form as fon éticam en te variables. P o r ejem plo, dirán que vienen o ven (fo rm a s del lexem a ‘ v e n ir’ ) se pronuncian

con una nasal alveolar [n ] en la posición final de sus form as de cita, pero pueden pronunciarse con nasal labiodental [n j]), ante una consonante labiodental com o [ f ] (cf. vienen fieras [bjénerrj fjé ra s ]). Este tipo de variación se llam a subfonémica, pues la distinción entre al­ veolar y labiodental no constituye contraste fonológicam ente distintivo entre las nasales del español, lo que no obsta para que ciertas variaciones contex­ túales com porten, según la foném ica americana clásica, la sustitución de un fonem a p or o tro (cf. 3.5, nota 8). En ambos casos, sobre todo en la fonología generativa, hoy se habla de derivar o generar todas las form as fonéticam en­ te variables a partir de una f o r m a s u b y a c e n t e común, que será idéntica a la form a de cita de la form a fonéticam ente variable en cuestión o sim plem ente más sim ilar a la form a de cita que a cualquiera de las demás variantes fonéticas. A p artir de la distinción entre el lexem a (o, más exactamente, lexema de palabra) y sus form as podem os form u lar com o sigue la distinción tradicio­ nal entre s i n t a x i s y f l e x i ó n . Tom adas a la vez, la sintaxis y la flexión son com plem entarias y constituyen la parte principal, si no total, de lo que denominamos gram ática. Conjuntamente, determinan la gram aticalidad (es decir la buena form ación gram atical) de las oraciones: la sintaxis especificandp cóm o se combinan los lexemas entre sí en las distintas c o n s t r u c c i o n e s ; las reglas de flexión (en la m edida en que la gram ática tradicional disponía de reglas, en lugar de paradigm as) estableciendo qué form as del lexem a de­ ben aparecer en tal y tal construcción. E ntre sintaxis y flexión hay un nivel? o subnivel, de descripción al que se alude con expresiones com o ‘la tercera persona del singular, (d e la form a de) presente (del lexem a) c a n t a r ’ ; ‘ (la fo r­ m a) singular (del lexem a) c h i c o ’ . Aquí he introducido deliberadam ente una notación distinta para los lexemas, utilizada en obras recientes; en todo caso, ‘cantar’ y c a n t a r son variantes notacionales que se refieren exactam ente a la misma entidad.2 La distinción m oderna (y, más en particular, post-bloom fieldiana) entre s i n t a x i s y m o r f o l o g í a , según la cual la sintaxis se ocupa de la distri­ bución de las palabras (esto es de las form as de palabra), mientras que la m or­ fología se ocupa de su estructura gram atical interna, resulta, a prim era vista, muy sim ilar a la distinción tradicional entre sintaxis y flexión. Pero difiere de ella en dos aspectos: (a ) la m o rfolo gía no sólo incluye la flexión, sino también la d e r i v a c i ó n ; (b ) trata la flexión y la derivación por m edio de reglas que operan sobre las mismas unidades básicas, a saber, los m orfem as. P or ejem ­ plo, así com o la form a flexiva cantar se com pone de las unidades más básicas (m o rfem a s) cant y ar, tam bién la form a derivacional cantante se com pone de

2. E strictam en te hablan do, no se trata de palabras c om o lexem as, n i siqu iera d e pa­ labras co m o form a s d e p a la b ra cuya d istrib u ció n qu eda especificada p o r las reglas sintác­ ticas de la gra m ática tra d icio n a l, s in o d e palabras en e l sen tido de estas entidades in ter­ m edias: p alabras m o rfo sin tá ctica s. Aún así, n o vam os a e n tra r aqu í en esta suerte de refin am ien tos te rm in o ló gic o s (c f. M atth ew s, 1974).

las dos unidades más básicas cant y ante. Además, en ambos casos se trata del m ism o proceso de a f i j a c i ó n, es decir de añadir un a f i j o a una form a de base. Desde este punto de vista, los m o r f e m a s — form as m íni­ mas— constituyen las unidades básicas de la estructura gram atical. De ahí que una buena parte de la m orfología puede entrar en la sintaxis si se des­ p oja la palabra de su antigua posición de privilegio en la teoría gramatical. Existen argumentos en fa vor y en contra de la gram ática m orfém ica o basada en los m orfem as. L o m ism o puede decirse de la gram ática más tra­ dicional basada en la palabra. El problem a consiste en conservar las ven­ tajas de cada una dentro de una teoría coherente y, en otros aspectos, bien asentada sobre la estructura gram atical de las lenguas humanas. E n -los úl­ tim os veinte años se ha alcanzado más progreso en esta dirección que en cualquier Otro período de la larga historia de la lingüística. La m ayor parte de este progreso puede atribuirse, directa o indirectam ente, a la form alización de una teoría de la sintaxis, en el m arco de la gram ática generativa, creada p o r Chomsky. Más adelante, volverem os con m ayor detalle sobre ello. Aquí basta con advertir que, si bien la teoría de la sintaxis de Chomsky se fun­ da en el m orfem a y no en la palabra, en su versión más reciente ha ter­ minado adoptando una concepción más tradicional sobre la com plem entaridad de la sintaxis y la flexión de lo que adm itía en versiones anteriores. En particular, la m orfología derivacional no depende ahora del com ponente sin­ táctico central de la gram ática, sino de la estructura del vocabulario (o 1 éx i c o ). Cualquiera que sea la teoría gram atical con que operem os, es evi­ dente que ya no podem os lim itarnos a decir, com o hacíam os en la form ulación anterior del principió de la dualidad, que las unidades del n ivel prim ario se componen de elem entos del nivel secundario (1.5). La relación entre los dos niveles es muchísim o más com pleja de lo que esta form ulación deja entrever. N o obstante, cabe la posibilidad de gobernar esta com plejidad p or m edio de reglas. Además, a pesar de las considerables diferencias de estructura gram a­ tical y fonológica que hay entre las lenguas humanas, se observan sim ilitu­ des, igualmente sorprendentes, que vienen a sugerir que al menos algunas de las reglas que determ inan o integran los dos niveles — y que los niños do­ minan en un período relativam ente corto durante la adquisición de la len­ gua— son comunes a todas las lenguas humanas.

4.2

Gram aticalidad, productividad y arbitrariedad

Las oraciones son, p o r definición, g r a m a t i c a l e s (es decir gram aticalm en­ te bien form adas: cf. 2.6). Para nuestros inm ediatos propósitos pueden consi­ derarse s a r t a s d e p a l a b r a s (esto es secuencias) bien form adas de form as de palabra, de tal m odo que, por ejem plo,

(1)

Esta mañana se levantó tarde

(2)

Se levantó tarde esta mañana

y

son, por definición, oraciones diferentes del español. Desde un punto de vista teóricam ente más general y tradicional, las oraciones pueden definirse com o clases de sartas de form as de palabra, donde cada m iem bro de la clase p re­ senta la misma estructura sintáctica. Esta definición nos perm ite, aunque no nos oblique a ello, tratar (1) y (2) com o si fuesen, no oraciones diferentes, sino versiones alternativas de una m ism a oración. H ay que recordar asim ism o que toda oración de la lengua hablada lleva superpuesto a la sarta de form as de palabra un cierto c o n t o r n o p r o s ó ­ d i c o (en especial, una determ inada pauta de entonación) sin el cual no sería oración. Los lingüistas no se ponen de acuerdo en establecer qué can­ tidad de estructura prosódica de los enunciados hablados ha de atribuirse a la estructura de las oraciones. L a m ayoría consideraría propia de la estruc­ tura oracional a l. menos la parte que distingue las afirm aciones de la§: pre­ guntas y las órdenes. N osotros aceptarem os en la práctica esta posturá, que deja abierta la posibilidad de que (1) y (2 ) se hallen en correspondencia, no con oraciones únicas, sino con conjuntos de oraciones diferentes d el español hablado. De ahí, y p o r lo dicho en el párra fo anterior, se sigue que si las diferencias en el orden de plabras y en el contorno prosódico reciben igual peso com o índices de estructura gram atical, la diferen cia entre dos versiones distintas en entonación tanto en (1) com o de (2) contará, en prin cip io, tanto com o la diferen cia entre (1 ) y (2). Conviene tener bien presente tod o esto aun cuando en muchas partes del lib ro hablemos com o si las oraciones que­ daran satisfactoriam ente representadas com o m eras sartas de palabras. ¿Qué diferen cia hay, entonces, entre una sarta de palabras gram atical y otra no gram atical? La respuesta es sim ple, aunque poco aclaratoria. Una sarta no gram atical de palabra es aquélla cuya form ación no respeta las re­ glas gram aticales del sistem a lingüístico. Este principio no sólo abarca ora­ ciones, sino tam bién frases: por ejem plo, *mañana esta, *se tarde levantó son no gram aticales (d é ahí el asterisco: cf. 2.6). Veam os qué im plica esto y — lo que no es menos im portan te— qué no im plica, en lo que atañe a las oraciones. Evidentem ente, no im plica ninguna actitud norm ativa o prescriptiva ha­ cia la lengua, pues nos interesam os por las reglas inmanentes que, al m argen de cualquier fa cto r in hibidor o distorsionante sin im portancia lingüística, aplican inconscientem ente los hablantes nativos de cada lengua. Tam p oco im plica ninguna conexión directa entre gram aticalidad y prob a b ilid ad de apa­ rición. Finalm ente, tam poco im plica la identificación entre gram aticalidad y significátividad; admite, en cam bio, una conexión estrecha y esencial entre, al menos, parte de la gram aticalidad de las oraciones y la significatividad de enunciados reales o potenciales.

En el capítulo 5 exam inarem os con más detalle cóm o se expresan los di­ versos tipos de significado en las lenguas naturales. L o único que nos inte­ resa señalar aquí es que, cualquiera que sea la conexión entre gram aticalidad y significatividad, hay que distinguirlas entre sí. E l ejem p lo ya clásico de Chomsky, (3)

Las verdes ideas incoloras duermen furiosam ente

es una oración perfectam ente bien form ada del español, aun cuando no pue­ da recib ir una in terpretación literal coherente. P o r el contrario, (4)

*T ard e se esta mañana levantó

es indudablem ente no gram atical, aun cuando presum iblem ente no resulte menos fá cil de in terp retar que (1 ) o (2), una vez establecidas las debidas con­ cesiones a la viola ción de las reglas sobre la posición relativa de las diversas clases de palabras en la oración. Podríam os aducir innum erables casos más com plicados de lo que ejem plifican (3) y (4 ); indudablem ente, existe una ex­ tensísim a interdependencia del m ayor interés teórico entre gram aticalidad y significatividad. N o obstante, hay que m antener separadas estas dos p rop ie­ dades de las oraciones. La gram ática tradicion al sólo o frecía una presentación m uy parcial y a menudo poco exp lícita de la gram aticalidad. A certó a establecer muchos prin­ cipios específicos todavía útiles a los lingüistas y, para ciertas lenguas bien estudiadas, cod ificó un gran núm ero de construcciones gram aticales y aun a d virtió un núm ero todavía m ayor de hechos diversos que, aunque sancio­ nados p o r el uso y, p o r tanto, gram aticales en cierto m odo, caían fu era de las reglas del sistem a lingüístico com o tal. L a m oderna teoría gram atical se ha propu esto ser explícita y com prehensiva, especialm ente en la form ulación de las reglas sintácticas, hasta un punto inim aginable para la gram ática tra­ dicional. Y ello porqu e, com o el latín y el g riego eran lenguas con abundante flexión y m ucho de lo que evidentem ente atañe a la gram aticalidad puede es­ tablecerse directa o indirectam ente a p a rtir de categorías flexivas (género, núm ero, caso, tiem p o verbal, m odo, etc.), la ‘gram ática’, en su in terpretación tradicional, era fu ertem en te p roclive al estudio de la flexión. De ahí la creen­ cia, bastante común, de que las lenguas no flexivas, com o el chino clásico, no tienen gram ática, y que una lengua com o el inglés, con una m orfología flexiva relativam en te m enor, tiene menos gram ática que el latín y el griego o incluso que el francés, el alem án [ y el esp añ ol]. La m oderna teoría gram a­ tical opera con una noción de ‘gram ática’ desprovista de sem ejantes p reju i­ cios en fa v o r de las lenguas flexivas. O tra razón de que la gram ática tradicional no proporcion ara — ni se p ro ­ pusiera tan sólo prop orcion a r— una exposición integral y totalm ente explí­ cita de la sintaxis de las lenguas que describió se debe a que gran parte de la sintaxis se consideraba explícita o im plícitam en te dependiente del sentido com ún o, para u tilizar un térm ino grandielocuente, de las leyes del pen­

samiento. E l hecho de que se diga Esta mañana se levantó tarde o bien Se levantó tarde esta mañana, en lugar de Tarde se esta mañana levantó, en es­ pañol, se suponía que no necesitaba más explicación que la de que el orden de las palabras refleja el orden del pensamiento. Esta concepción se vuelve más y más d ifíc il de sostener al investigar seriam ente una muestra suficien­ tem ente am plia y representativa de las lenguas del mundo. D entro de ciertos lím ites, en latín y en griego el orden de las palabras era en buena parte un asunto de variación estilística. Son muchas las lenguas, entre e lla s 'e l inglés, donde el papel estilístico que desempeña el orden de palabras es mucho me­ nor m ientras que se hace proporcionalm ente más im portante su función sin­ táctica. Desde luego, puede sostenerse en parte que el orden de palabras estilís­ ticam ente variable, com o se ejem plifica en (1 ) y (2), está determ inado por factores psicológicos y principios lógicos que cabe concebir groseram ente com o leyes del pensamiento. Pero, ¿cóm o explicar, por ejem plo, que en ora­ ciones declarativas estilísticam ente neutras del inglés el sujeto preceda al verbo, m ientras que en sus equivalentes del irlandés sea el verbo el que va antes? O bien, más aún, ¿cóm o explicar que en frases nominales el adjetivo preceda norm alm ente al nom bre en inglés (re d coát), m ientras que (para la m ayoría de a d jetivo s) se sigue el orden inverso en español (chaqueta roja )? Las explicaciones chauvinistas de que un orden dado de palabras está más en consonancia que o tro con las leyes del pensam iento y que la lengua de una nación resulta, en consecuencia, más lógica que la de o tra se desmoronan en seguida. L o m ism o ocu rre con la hipótesis, aún más arriesgada, de que cada nación tiene su lógica, tal vez distinta de la de otra nación, y que esta lógica es la que determ ina los principios del funcionam iento sintáctico del orden de palabras en la lengua correspondiente. S i se pide a un inglés y a un es­ pañol que describan una chaqueta roja, ¿acaso el p rim ero pensará ante todo que es ro jo y sólo entonces que se trata de una chaqueta, m ientras que el español realizará estas operaciones mentales en el orden inverso? Parece im ­ probable. E l orden sintáctico de las palabras no es más que uno de los muchos as­ pectos de la estructura gram atical hasta cierto punto a r b i t r a r i o s , en el sentido de que no pueden describirse a p a rtir de principios lógicos y psicoló­ gicos más generales (cf. 1.5). Y , aun así, el niño pequeño, en el curso norm al de la adquisición lingüís­ tica, consigue aprender, sin que nadie se las enseñe, la s reglas gram aticales de su lengua nativa. Y es todavía más sorprendente, habida cuenta que las lenguas naturales, en virtu d de su estructura gram atical, tienen tam bién la propiedad de la p r o d u c t i v i d a d (cf. 1.5). La tarea que em prende el niño durante el períod o de la adquisición lingüística consiste nada menos que en inferir, a p a rtir de una muestra abundante, pero finita, de enunciados, unos principios gram aticales en gran parte arbitrarios en virtu d de los cuales es gram atical un conju nto indefinidam ente grande, acaso infinito, de sartas de palabras, m ientras que resulta gram aticalm ente m al form ad o o tro conjunto, tal vez más grande aún, de sartas de palabras.

Chomsky fue, alrededor de 1955, el prim ero en apreciar el va lo r del do­ m inio que el niño ejerce sobre los determinantes sintácticos de la gram atica­ lidad. Y fue él tam bién quien presentó lo que luego se ha convertido en la más influyente teoría de la sintaxis de cualquier período, antiguo o m oderno, de la lingüística. La sintaxis chomskyana se form aliza en el m arco de la gra­ mática generativa y, sobre tod o en sus versiones más recientes, integra la sin­ taxis con la fonología y la sem ántica en una teoría com prensiva de la estruc­ tura de la lengua. E n un lib ro de esta naturaleza no podem os penetrar en los porm enores más técnicos de la gramática generativa. N o obstante, en un próxim o apartado expondrem os sucintamente los principios más im portantes de la g r a m á t i c a g e n e r a t i v a de Chomsky (4.6) y, en un capítulo pos­ terior, estudiaremos el llam ado g e n e r a t i v i s m o en su contexto histó­ rico (cf. 7.4). E l generativism o, en contraste con el estructuralismo, el funcionalism o, el historicism o, etc., es lo p rim ero que viene a las m ientes de quienes se re­ fieren, correctam ente, a la revolución chomskyana. Com o todas las revolucio­ nes, parte del pasado y deja intacto mucho más de lo que llegan a com prender los propios revolucionarios y la m ayoría de sus contem poráneos. Así com o no puede com prenderse la filosofía aristotélica al margen del platonism o ni Descartes sin la tradición escolástica contra la cual reaccionó y de la que aceptó indudablemente tanto com o rechazó, lo m ism o ocu rre con Chomsky y las ideas que le eran más fam iliares por su form ación en lingüística, psico­ logía y filosofía: el generativism o chomskyano está m uy condicionado por el contexto intelectual y cultural en que se desarrolló. Pero de m om ento de­ jarem os a un lado estos asuntos más generales.

4.3

Partes del discurso, clases de forma y categorías gramaticales

Lo que se denomina tradicionalm ente, de un m odo más bien engañoso, partes del discurso [o de la ora ció n ] — nombres, verbos, adjetivos, preposiciones, et­ cétera— desempeña un papel crucial en la form ulación de las reglas gram a­ ticales de las lenguas. Conviene advertir, sin em bargo, que la lista tradicional de más o menos diez partes del discurso es muy heterogénea en com posición y refleja en muchos detalles definitorios rasgos específicos de la estructura gramatical del griego y del latín que distan de ser universales. Además, las definiciones mismas resultan a menudo lógicam ente insuficientes. Muchas son verdaderos círculos viciosos y, en su mayoría, m ezclan criterios flexivos, sintácticos y semánticos que entran en conflicto tan pronto com o se aplican a una gama amplia de lenguas. En realidad, si se tom an al pie de la letra, ni siquiera funcionan .perfectam ente en griego o en latín. Com o la m ayoría de las definiciones de la gram ática tradicional, descansan sobre todo en el buen sentido y en la tolerancia de quienes las aplican y las interpretan. Es bien fácil encontrar deficiencias en las definiciones tradicionales: «E l

sustantivo es el nom bre de persona, lugar o cosa», « E l verb o es la palabra que denota acción», « E l a d jetivo m odifica al n om bre», « E l pron om bre susti­ tuye al n om bre», etc. A pesar de todo, muchos lingüistas todavía operan con los térm inos ‘n om bre’, ‘verb o ’, ‘a d je tiv o ’, etc., y los interpretan, explícita o im plícitam ente, de una m anera básicam ente tradicional. Y con razón, pues en la caracterización de la estructura de las lenguas naturales conviene que los lingüistas puedan hacer afirm aciones em píricam ente verificables para sentar que algunas lenguas presentan una distinción sintáctica entre a d jeti­ vos y verbos (español, inglés, francés, ruso, etc.), m ientras que otras (chino, malayo, japonés, etc.) no la hacen; que muchas lenguas distinguen sintác­ ticam ente entre nom bres y verbos (español, inglés, francés, ruso, chino, ma­ layo, japonés, turco, etc.), pero otras (notablem ente la lengua india de Am é­ rica denom inada nootka, tal com o la describió Sapir) al parecer no; qu e en algunas lenguas (español, latín, turco, etc.) los adjetivos son gram aticalm ente más afines a los nom bres que a los verbos y en otras no (inglés, chino, ja ­ ponés, etc.). Pero, en este punto, hem os de aclarar o tro aspecto de la teoría tradicio­ nal sobre las partes del discurso. L os térm inos ‘n om bre’, ‘verb o ’, ‘a d jetivo ', et­ cétera, se em plean en la gram ática tradicional con la misma am bigüedad que ‘palabra’, y esta am bigüedad ha p revalecido hasta algunos m odernos trata­ dos de sintaxis, en otros aspectos no tradicionales, que, prefieren h ablar de clases de palabra en lugar de partes d el discurso. Si optam os p o r restrin gir el térm ino ‘ parte del discurso’ a clases de lexemas, diciendo que ‘ch ico’ es un nom bre, ‘ven ir’ un verbo, etc., podem os d ecir que chico, chicos son f o r m a s d e n o m b r e , que vengo, vienes, venían, vendrán, son f o r m a s d e v e r ­ b o , y así sucesivamente. En tod o ello no hay un sim ple afán de coherencia term inológica. Una de­ bilidad de la teoría tradicional de las partes del discurso radica én que, al no establecer la distinción que acabamos de sentar, hubo de recon ocer que ciertas palabras (térm ino que aquí u tilizo equívocam ente de un m odo deli­ b erado) pertenecían al m ism o tiem po a dos partes del discurso. Esto se hace bien patente en los participios (cu ya denom inación refleja ya su doble con­ dición). Considerados desde el punto de vista de la m o rfo lo gía flexiva, son form as de verbo, p ero p o r su función sintáctica pueden ser adjetivos (c f. E l niño se ha desprendido; E l niño está desprendido; E l niñ o es (m u y ) despren­ did o). De un m odo análogo, en inglés los llam ados gerundios (o, de una m a­ nera más reveladora, hom bres verb a les) son form as de verb o cuya función sintáctica es típica de los nom bres (cf. dancing en shoes f o r dancing, «za p a ­ tos para b a ila r», y, en otra ordenación, c o m o nom bre u tilizado adjetivam en te en dancing shoes, «zapatos de b a ile »). Más interesante aún, aunque sólo sea porqu e no se reconoce dem asiado ni en la gram ática tradicional ni en la m oderna teoría, es que ciertas form as de nom bre son, desde una perspectiva sintáctica, típicam ente adjetivas o ad­ verbiales. P o r ejem plo, [en in glés] el posesivo bish op ’s, «d e l o b isp o », en the bishop’s m itre (construido com o «la m itra del tipo que llevan los o b isp o s») es sintácticam ente un adjetivo: cf. the episcopal m itre, «la m itra episcop al».

N o cabe establecer ju icios coherentes acerca de hechos así sin distinguir entre asignar un lexem a a una determ inada parte del discurso e iden tificar sus fun­ ciones sintácticas en los distintos contextos. Muchos tratados m odernos hablan de c l a s e s d e f o r m a en vez de partes del discurso. A l h aber reservado el térm ino ‘partes del discurso' para las clases de lexem a, no hay inconveniente en h ab ilitar el térm ino ‘clase de fo rm a ’ (en uno de sus sen tidos) para aquellas clases de fo rm a que tienen una m ism a función sintáctica. Podem os, entonces, dar una suerte de in terpreta­ ción distribucional a ‘fu n ción sintáctica’ : dos form as tienen una m ism a fun­ ción sintáctica si, y sólo si, tienen la misma distribución (es decir si son intersustituibles: cf. 3.4) en todas las oraciones gram aticales (aunque no necesa­ riam ente significativas) de la lengua. Este tipo de definición distribucional desem peñó un papel decisivo en el últim o períod o de la lingüística postbloom fieldiana y desbrozó el cam ino para la gram ática generativa chomskyana. En seguida observarem os que las diversas form as flexivas de un m ism o lexem a no presentan, en general, la m ism a distribución, y que p o r ello la sin­ taxis y la flexión constituyen partes com plem entarias de la gram ática. Por ejem p lo, c h ico y ch ico s difieren distribucionalm ente en diversos sentidos, pero en especial en que el prim ero, y no el segundo, puede aparecer en una serie de contextos, entre los cuales se halla (1)

E l --------- está aquí

m ientras que el ú ltim o, y n o el prim ero, puede aparecer en o tra serie de con­ textos, entre los que se halla (2 )

Los --------- están aquí.

En virtu d de la función sem ántica que distingue c h ico de ch icos en la m ayo­ ría de contextos, d irem os que c h ico es la fo rm a de singular y chicos la de plu ral de ‘ch ico’. Si esta diferen cia de significado no estuviese en correspon­ dencia con una d iferen cia de distribución (esto es si la fo rm a de singular y de plu ral de los lexem as pudieran sustituirse entre sí en todas las oraciones del español sin altera r otras partes de las mismas ora cion es) no habría ninguna regla sintáctica del español que gobernase aquella distinción. Pese a que hay una conexión intrínseca en tre el significado de las form as y su distribución, es la distribución en sí lo que interesa directam ente al gram ático. Quien quiera com pren der la m oderna teoría gramatical» en sus .m anifestaciones más peculiares e interesantes ha de ser capaz de con cebir la distribu ción de las form as independientem ente de su significado. Com o el térm ino ‘ fo rm a ’ es más am plio que el de ‘fo rm a de palabra’, y lo incluye, ‘clase de fo rm a ' resulta, en consecuencia, más am plio que ‘clase de p alabra’ o ‘parte del discurso’. Así, los m orfem as (esto es las form as m ínim as) pueden agruparse en dos clases de form as según el crite rio de la intersustituibilidad, del m ism o m odo qu e lo pueden hacer las frases com puestas de va­ rias palabras. En una gram ática m orfém ica el rótu lo de partes del discurso.

que hemos asignado a los lexemas, se atribu iría prim ordialm ente a lo que la tradición denominaba t e m a s , o incluso r a í c e s . (L a diferencia entre te­ mas y raíces consiste en que las raíces no, son analizables m orfológicam ente, m ientras que los temas pueden contener, además de su raíz, uno o más afijos derivacionales.) P o r ejem plo, [en in glés] la form a boy, «ch ic o », quedaría cla­ sificada com o nom bre por ser el tem a de un conjunto entero de form as flexionadas de palabra, boy, boys y b oy ’s. Sin embargo, es una pura casualidad de la estructura gram atical del inglés que los temas de nom bre, de verbo, de adjetivo, etc., sean siem pre form as de palabra (y aun de cita: cf. 4.1). Resulta igualm ente contingente que en inglés (lo m ism o que, digamos, en chino, pero no en español o tu rco) un gran núm ero de form as puedan servir com o temas de nom bre o de verbo (c f. walk, «p a seo »/ «p a sea r», turn, «v u e lta »/ «v o lv e r», man, «h o m b re »/ «d o ta r de h om bres», table, «m esa »/ «p on er sobre la m esa», et­ cétera). En este sentido, com o en el anterior, el inglés está lejo s de ser repre­ sentativo de las lenguas del mundo. Las versiones actuales de la gram ática generativa, al basarse en los m orfem as, operan con definiciones de ‘nom bre’, ‘verb o ’, ‘ a d jetivo ’, etc., que se aplican, en p rim er lugar, a temas de lexema y después a form as m ayores que los contengan o que sean sintácticam ente equivalentes. En la gram ática tradicional basada en la palabra, así com o la flexión es com plem entaria de la sintaxis, tam bién las c a t e g o r í a s flexivas o grama­ ticales lo son de las partes del discurso. P o r ejem plo, ‘singular’ y ‘plural’ son térm inos de la categoría de n ú m e r o ; ‘presente’, ‘p retérito ’ y ‘fu tu ro’, de la categoría de t i e m p o ; ‘ in d ica tivo’, ‘ subjuntivo’, ‘im p erativo’, etc., de la categoría de m o d o ; ‘ n om in ativo’, ‘ acusativo’, ‘ dativo’, ‘ gen itivo’, etc., de la categoría de c a s o, y así sucesivamente. Las expresiones tradicionales de tipo ‘ prim era persona d el singular del presente de in dicativo del verbo s e r ' ejem plifican aquella concepción que, expresada en los propios térm inos tradicionales, suponía que cada parte del discurso era flexionada en un de­ term inado conjunto de categorías gram aticales. Dos cuestiones más añadirem os en cuanto a las categorías flexivas de la gram ática tradicional. En p rim er lugar, que ninguna es universal en el sen­ tido de que se encuentre en todas las lenguas. H ay lenguas sin tiem p o gra­ m atical, otras sin caso, otras sin género, y así sucesivamente, sin o m itir nin­ guna de las categorías tradicionales. P o r el contrario, son muchas las catego­ rías no reconocidas p o r la gram ática tradicional y que existen en lenguas re­ cientem ente investigadas. E l segundo aspecto consiste en que ías antiguas categorías gram aticales en la gram ática m orfém ica serían tratadas p or lo común com o conjuntos de m o r f e m a s g r a m a t i c a l e s (fre n te a los m o r f e m a s l é x i c o s , que aparecen en el vocabulario com o temas nominales, verbales, etc.). Su distri­ bución, p o r lo demás, ven dría dada directam ente por m edio de reglas sintác­ ticas. Se trata, en esencia, del sistem a adoptado en las versiones actuales de la gram ática generativa.

4.4

Algunos conceptos gramaticales más

La función de las reglas gram aticales de una lengua consiste en especificar los respectivos determ inantes de la gram aticalidad (cf. 4.2). Com o verem os más adelante, la gram ática generativa los establece generando (en iin sentido que aclararem os) todas las oraciones de la lengua, y sólo ellas, y asignando a cada una, en el proceso m ism o de su generación, una d e s c r i p c i ó n e s ­ t r u c t u r a l . En este párrafo enumeraremos y aclararemos brevem ente una serie de nociones gram aticales que los lingüistas han elaborado al intentar form ular para lenguas concretas y para el lenguaje en general, los determ i­ nantes de la gram aticalidad y el tipo de inform ación indispensable en las des­ cripciones estructurales de las oraciones. Nunca se insistirá bastante en que el lingüista — al menos en la actuali­ dad— no siente el m enor interés p o r la clasificación y la taxonom ía a secas. Como vim os al com ienzo, le preocupa indagar «¿qu é es el len gu aje?» y, directa o indirectam ente, la capacidad del habíante nativo para produ cir y com pren­ der un núm ero indefinidam ente grande y virtualm ente infinito de enunciados distintos entre sí en form a y significado. A este propósito, es im prescindible contar con una explicación sobre el concepto de gram aticalidad que dé cuenta de esa capacidad del hablante nativo (y de su adquisición p o r parte del niño). Y es asim ism o fundam ental si se pretende responder de un m odo intelectual­ m ente satisfactorio a la cuestión de «¿qu é es el lenguaje?» La lista de conceptos gram aticales que presentam os a continuación, aun­ que bastante larga, no es, ni de lejos, exhaustiva. Muchos de estos conceptos tienen su origen en la gram ática tradicional; otros han aparecido más tarde. N o todos serán utilizados en apartados u lteriores del libro, en parte porqu e esta exposición sobre la estructura gram atical y la gram ática generativa será inevitablem ente muy elem ental y selecta en extrem o. Pero aún hay otra razón aún más im portante. En el presente estado de la teoría gram atical, no cabe precisar cuántas nociones lógicam ente independientes o prim itivas se nece­ sitan para especificar los determ inantes de la gram aticalidad en una lengua dada, por no decir en todas las lenguas. Si se considera p rim itivo un conjunto de nociones en este sentido lógico del térm ino, otras nociones pueden defi­ nirse a p a rtir de dicho conjunto. Sin em bargo, suele haber num erosas o p cio­ nes disponibles a la hora de decidir cuál es el conjunto p rim itivo y cuál el derivado. Las versiones actuales de la gram ática generativa, a m enudo p o r razones puram ente históricas, han optado p o r una cierta selección de ele­ mentos prim itivos. Tal vez no se trate de la selección más correcta. En todo caso, no puede considerarse concluida la cuestióh de si existe una selección correcta de datos — correcta, en el sentido de válida para todas las lenguas humanas— . N o im porta dem asiado que el lector no fam iliarizado con la siguiente lista de nociones gram aticales no llegue a retenerlas en su m ayor parte. Des­ de luego, cuando se"em prende el estudio de la lingüística en un cierto n ivel de especialización, no sólo hay que com prenderlas, sino tam bién ejem plificar­ las y, lo que no es menos im portante, poder aum entar la lista y m ostra r cóm o

noción dada presenta m atices comunes con otra o puede definirse a par­ tir de ella. La razón p o r la cual aduzco esta lista considerablem ente larga de conceptos gram aticales en un lib ro que se supone elem ental y muy básico sobre el lenguaje y la lingüística es que muchas obras com parables no esta­ blecen lo que hem os sentado en el p á rra fo anterior. Incluso un lib ro elem en­ tal ha de o frec er a sus lectores alguna idea sobre el ám bito y la com plejidad del tem a que expone. Ningún tratado de teoría gram atical debe d eja r de in­ dicar con claridad que, pese a los grandes progresos recientes, estam os to­ davía lejos de disponer de una teoría satisfactoria de la estructura gram a­ tical. Las oraciones pueden clasificarse (y así aparecen clasificadas en la gra­ mática tradicion al) a p a rtir de las dim ensiones im bricadas de (a ) estructura y (b ) función; luego, según (a ), entre s i m p l e s y no sim ples, y luego, las mxsim ples, en com plejas y c o m p u e s t a s ; según (b ), en d e c l a r a t i v a s , i n t e r r o g a t i v a s , i m p e r a t i v a s , etc. La oración sim ple consta de una sola c l á u s u l a (con el contorn o prosódico adecuado); la oración com p leja m ínim a consta de dos cláusulas, una subordinada a la otra; la oración com ­ puesta m ínim a consta de dos o más cláusulas coordinadas. (P a ra fa cilita r la exposición in troduciré aquí el térm in o (o ra ció n ) c o m b i n a d a para abar­ ca r al m ism o tiem po las com puestas y com plejas.) Las nociones m encionadas de subordinación y coordinación son, com o verem os, muy generales y aplica­ bles rio sólo a lá clasificación de oraciones, sino dentro de las oraciones mismas. En cuanto a la clasificación funcional de las oraciones hay que aclarar dos aspectos. En p rim er lugar, que si establecem os una distinción entre oraciones declarativas y aseveraciones, oraciones in terrogativas y preguntas, oraciones im perativas y órdenes, peticiones, etc., podem os decir que es oración decla­ rativa aquélla cuya estructura gram atical es la de las oraciones que suelen utilizarse, de un m odo característico, para hacer aseveraciones y así sucesi­ vamente. Esto nos perm ite m antener distintas, e interrelacionadas, la estruc­ tura gram atical de las oraciones y la función com unicativa de los enunciados (cf. 5.5). En el capítulo sobre sem ántica volverem os a esta distinción. E l se­ gundo aspecto se refiere a que ‘ im p era tivo ’, en contraste con ‘ declara tivo’ e ‘ in terroga tivo’, se em plea tradicionalm ente, ju n to con ‘ in d ica tivo’, ‘ subjunti­ vo', etc., para designar uno de los térm inos de la categoría gram atical de m odo. Conviene señalar este doble em pleo de ‘ im p erativo’ aunque no sea más que p or la confusión que ha causado en la m oderna teoría gram atical. En las oraciones, sim ples o no, existen diversos tipos de relación entre la parte y el todo: se trata de las relaciones de c o n s t i t u c i ó n . P o r ejem ­ plo, toda cláusula de oración com p leja o com puesta es c o n s t i t u y e n t e de la oración com o un todo; en una oración sim ple, todas las form as de pa­ labra (digám oslo así) son constituyentes; y los grupos de palabras pueden constituir, a su vez, f r a s e s , que son también constituyentes de la oración (d e m odo que las palabras son constituyentes de las frases y, p o r tanto, sólo indirectam ente de las oraciones de las cuales son constituyentes las frases). Com o verem os en los apartados siguientes, esta noción de constitución, ju nto una

con una versión algo más am plia del concepto tradicional de frase, constituye el núcleo m ism o de la form alización en la gram ática generativa chomskyana. O tro tipo de relación sintáctica — al que la gram ática tradicional atribuyó una im portancia particu lar— es la de d e p e n d e n c i a . Se trata de la re­ lación, asim étrica, que existe (p a ra u tilizar una term inología m oderna) entre un r e g e n t e y uno o más d e p e n d i e n t e s . Por ejem plo, se dice que el verbo r i g e su o b jeto (si lo tiene) de una determ inada m anera, com o el ver­ bo ‘v e r ’, que, al igual que todos los verbos transitivos del español, rige su o b je to en el ca so . tradicion alm en te llam ado acusativo (cf. T e v i a ti fren te a * V i a tú; pues la categoría del caso, tú fren te a ti, etc. constituye una catego­ ría flexiva de los pronom bres, aunque no de los nom bres, en español.) Más en general, podem os establecer una relación de dependencia, en una determ i­ nada ¡construcción, siem pre que la aparición de una unidad, el regente, sea precondición de la aparición, en la form a apropiada, de una o más unidades, sus dependientes. L o que tradicionalm ente se denominaba r é g i m e n , tal com o se ha ejem plificado antes, puede incorporarse a un concepto más am­ p lio de dependencia que no presuponga variación flexiva. E n tanto que la agrupación de un regente y sus dependientes establece im plícitam en te una relación de parte a todo entre cada una de las unidades y la agrupación m is­ ma, la constitución y la dependencia no son variables totalm ente independien­ tes entre sí. La gram ática generativa chom skyana ha optado p o r la constitu­ ción, siguiendo, a este respecto, a B loom field y sus sucesores. L a gram ática tradicional pone, en cam bio, más énfasis en la dependencia. En el apartado a n terior hem os aludido a los verbos transitivos. La dis­ tinción tradicional en tre verbos t r a n s i t i v o s e i n t r a n s i t i v o s puede generalizarse en dos sentidos: en p rim er lugar, incluyendo los verbos en la clase más am plia de p r e d i c a d o r e s y así subclasificar los predicadores según su v a 1 e n c i a, es decir p o r el núm ero y la naturaleza de sus unidades dependientes. Inclu yendo no sólo el o b jeto directo a indirecto, sino tam bién el sujeto, entre los dependientes, podem os d ecir que un verb o intransitivo com o ‘m o rir’ tiene valencia 1, un verb o tran sitivo com o ‘co m er’ tiene valencia 2, verbos com o ‘ dar’ o bien ‘ p o n er’ tienen valencia 3, y así sucesivamente. Esta noción de valencia, nótese bien, no presupone que lo s dependientes de un p redicador sean necesariam ente frases nominales. Lo que tradicional­ m ente se llam aban com plem entos adverbiales de lugar y de tiem po, etc., tam­ bién entran en la definición de valencia. H em os de adm itir asim ism o predi­ cadores con valencia 0. P o r ejem p lo, puede sostenerse que verbos com q ‘ llo­ v e r ’, ‘n evar’, etc., en español, pertenecen a este tipo, según se desprende de construcciones com o Llueve/E stá lloviendo, etc.'4 H asta hoy el térm ino ‘ valencia’ (tom ado de la qu ím ica) no se ha em pleado mucho en la b ib lio gra fía británica y am ericana sobre lingüística. P ero la no­ ción se encuentra latente en buena parte de la teoría gram atical, aunque no aparezca realm ente el térm ino. E l aspecto más con trovertido y novedoso de la noción de valencia, tal com o la acabamos de utilizar, consiste en que des­ virtúa, p or así decirlo, las distinciones tradicionales entre s u j e t o y p r e ­ d i c a d o (d e la cláusula), p or una parte, y entre s u j e t o y o b j e t o (d el

verbo), p o r otra. H ay que ad vertir que estas distinciones son lógicamente in­ dependientes, pues la prim era descansa en la división de la cláusula (en virtu d de supuestos tradicionales) en dos partes com plem entarias, lo que no sucede con la segunda. E l sujeto del verbo es la unidad que, aun siendo dependiente del verbo, al igual que el objeto, determ ina la form a de aquél en lo que suele denom inarse c o n c o r d a n c i a entre su jeto y verb o (cf. E l niño c o rre fren­ te a * E l n iñ o corre n , y Los niños c o rre n fren te a *L os niños c o rre ). Pueden aducirse, y de hecho se han aducido, otros criterios para hallar una noción más general de sujeto sintáctico aplicable a todas las lenguas. Pero la uni­ versalidad de algún tipo de sujeto sintáctico (o de alguna noción más general que los com prenda tod os) es tan con trovertid a ahora com o lo fue entre los lingüistas de finales del siglo pasado.

4.5

L a estructura de constituyentes

En este apartado atenderem os a los aspectos de la estructura gram atical que se deducen de la noción de constitución. O perarem os en el m arco de la gra­ mática m orfém ica siguiendo el punto de vista distribucionalista típico del úl­ tim o p erío d . de la lingüística postbloom fieldiana (cf. 7.4). A l adoptar esta perspectiva obtendrem os un doble beneficio, pues luego podrem os ilustrar la aplicación de nociones im portantes ya presentadas — asociadas a térm inos com o ‘ m o rfem a ’, ‘m o rfo lo gía ’, ‘flexión’, ‘ derivación ’, ‘clase de form a ’, ‘ distri­ bución’, para no m encionar la ‘ constitución’ m ism a— y así disponer el camino para el tratam ien to de la gram ática generativa en el apartado siguiente. Aunque el concepto bloom fieldiano de estructura de constituyentes viene a ser ante tod o sintáctico, podem os m ostrar cóm o se aplica a form as de pa­ labra. Es preciso recordar que en la lingüística postbloom fieldiana la gramá­ tica se d ivid ió en m o rfolo gía y sintaxis (c f. 4.1). L a m orfología estudiaba la estructura interna de las form as de palabra, m ientras que la sintaxis se ocu­ paba de la distribución de dichas form as en las oraciones bien form adas de la lengua o b je to de estudio. Ahora bien, la m o rfolo gía postbloom fieldiana era en sí m ism a un tipo de m o rfolo gía sintáctica, pues aplicaba los mismos prin­ cipios al análisis gram atical de las form as de palabra y al análisis sintáctico de unidades m ayores, com o frases y oraciones. En realidad, los lingüistas postbloom fieldianos, aunque no siem pre de un m odo coherente, term inaron por abandonar la distinción entre m o rfo lo gía y sintaxis al am pliar la defini­ ción de ‘ sintaxis’ . Así, la sintaxis se co n virtió en el estudio de la distribución de los m orfem as (y no de las form as de palabra), con lo que las form as de palabra se reconocían no com o unidades puram ente sintácticas, sino com o entidades que podían u tilizarse (con un adecuado contorno prosódico) para fo rm a r enunciados m ínim os y, en ciertas lenguas, com o ám bito de ciertos ras­ gos fon ológicos suprasegm entales (cf. 3.6). Este es, en esencia, el punto de vista que adoptó, com o parte de su herencia postbloom fieldiana, la gram ática generativa de Chomsky.

En este apartado y en el siguiente hay que tom ar el térm ino ‘palabra' con referencia a form as de palabra. En este sentido, las palabras pueden repre­ sentarse com o sartas de uno o más m orfem as siendo los m orfem as form as mínimas y las palabras, en la definición clásica (só lo parcialm ente satisfacto­ ria) de Bloom field, f o r m a s l i b r e s m í n i m a s (esto es form as que no constan de otras form as libres más pequeñas). Una form a l i b r e , en con­ traste con una form a l i g a d a , es la que puede aparecer, con un contorno prosódico adecuado, com o un enunciado (aunque n o necesariam ente com o una oración entera) en un contexto norm al de em pleo. N o todas las form as que la tradición ha reconocido com o palabras en español y que aparecen se­ paradas p o r espacios en el m edio escrito satisfacen esta definición. Aquí va­ mos a recu rrir sólo a ejem plos que sí la cumplen. Así, m al es ta n to 'm o rfem a (p o r ser form a m ín im a) com o palabra (p o r ser form a lib re); males no es m or­ fem a, ya que se com pone de dos form as mínimas, m al y es, pero es palabra (pues m al es form a libre, aunque es no lo sea); desenam oram iento es una pa­ labra com puesta de cuatro m orfem as, des-en-amor-amiento, de los cuales to­ dos, excepto a m o r, son form as ligadas. Las form as ligadas que aparecen com o constituyentes de palabra son afijos: prefijos si preceden a la form a básica a la cual se añaden o afijan, sufijos si la siguen. P ero aún cabe describir más en la estructura constitutiva de las palabras a partir de sus m orfem as componentes. Muchas palabras del español y de otras lenguas presentan una e s t r u c t u r a j e r á r q u i c a interna que cabe representar form alm en te p or m edio de la noción m atem ática de e s t r u c t u ­ ra p a r e n t é t i c a . P o r ejem plo, la estructura constitutiva de la palabra desenam oram iento puede representarse a base de (1 )

[d es [e n -[a m o r]-a m ie n to ]]

o, de un m o d o equivalente, a base de un diagrama arbóreo com o (2).

(2)

des

en

am or

am iento

Es preciso n otar que (1) y (2) son form alm ente equivalentes. Cada uno dice ni más n i m enos J o , siguiente: que los c o n s t i t u y e n t e s i n m e d i a ­ t o s (C I) de desenam oram ien to son des y enam oram iento; que los C I de en a m ora m ien to son en, a m o r y am iento, y, al no ser posible un nuevo análisis en el n ivel gram atical de descripción, que los c o n s t i t u y e n t e s t e r m i ­

n a l e s de tod o el sintagma son des, en, a m or y am iento. Procediendo de o tro modo, nos dicen tam bién que en, a m o r y am ien to pueden com binarse (en secuencia) para fo rm a r un constituyente inm ediato, enam oram iento, al cual puede p refija rse des- para produ cir d esenam oram iento y, con ello, dar lugar a toda la fo rm a de palabra. Los dos m étodos de representación (1) y (2) son neutros con respecto al análisis y a la síntesis de los sintagmas. N o m e propon go ju stificar con detalle la división parentética de desena­ m ora m ien to que asigno a (1) y (2). En prin cip io se basa (según los postulados del distribucionalism o postbloom fieldian o) en los criterios de sustituibilidad, o perm utabilidad y generalidad. La form a desenam oram iento pertenece a una clase de form a (es decir a un conjunto de form as intersustituibles) que de­ nom inaremos, utilizando una term inología tradicional, nom bres abstractos y que sim bolizarem os a base de N a. En español hay muchos nom bres abstrac­ tos form ados por la adición del sufijo -(a )m (i)e n to a form as verbales (más exactamente, a las form as básicas de verbos). De una m anera sim ilar, la p re­ fijación de des- a una form a verbal (V ) o nom inal ( N ) constituye un proceso m orfológico extraordinariam ente productivo. A su vez, los m orfem as consti­ tuyentes en y (a )m (i)e n to , aunque no necesariam ente solidarios (cf. entalla­ dura, d erram am iento, etc.), ño suelen ten er una productividad independiente, pues en la gran m ayoría de form as en que aparecen no ofrecen, p or lo común, otras opciones constitutivas (d e ahí que no haya, al menos en principio/ algo así com o a m o r a m iento o enam oradura). La ju stificación distribucional de la estructura de constituyentes asigna­ da a la fo rm a de palabra desenam oram iento es relativam ente sencilla. M uy peliaguda resulta, en cam bio, con respecto a muchas otras form as de palabra, y en especial si se pretende co n vertir los criterio s distribucionales en p roce­ dim ientos m ecánicos de descubrim iento (cf. 7.4). Pero aquí no nos interesa abogar p o r el distribucionalism o com o tal, sino tan sólo ilustrar lo que se entiende p o r estructura de constituyentes. L a cuestión es que si se da validez a un determ in ado análisis a base de criterios puram ente distribucionalés o no, el uso de un determ inado térm ino o sím bolo, pongamos, ‘ n om bre’ o N, para r o t j u l a r clases de form a im plica que los m iem bros de dicha clase son perm utables en todos los contextos sujetos a cualquier regla que u tilice el rótulo en cuestión. P o r ejem plo, asignem os arbitrariam ente el rótu lo N a al conjunto de form as que resulta de sufijar (a )m (i)e n to a los m iem bros de la clase de fo rm a V. Podem os, entonces, expresar lo que acabamos de decir p or m edio de las siguientes reglas: (3)

V -f- (a )m (i)e n to —» N a

o bien (4 )

en + V + (a jm (i)e n to

Na

Esto nos dice que, en la práctica, todas las form as de la clase V s o n perm u­ tables al m enos en el ám bito de los contextos com prendidos en (3) o (4). Im ­

plica, además, que todos los m iem bros d^ la subclase N a son intersustituibles en los contextos com prendidos en otra regla com o 1 (5)

des + N a —»• N a

E l hecho de que el distribucionalism o, tal com o fue desarrollado p or los lin­ güistas postbloom fieldianos, haya caído en descrédito no significa que la no­ ción m ism a de distribución haya perdido relevancia en el análisis gram ati­ cal. A l contrario, constituye la noción fundam ental en la form alización de la gram ática. Antes de continuar conviene reparar en algo más. L a regla (5), fren te a (3 ) y (4), es potencialnjiente r e c u r s i v a, en el sentido de que puede aplicar­ se a su propia salida ( N a) y fo rm a r así un núm ero in defin ido de sintagmas de com p lejid a d creciente: [ d es-enam oram iento], [d e s -[d e s -e n a m o ra m ie n to ]], [des[des-[d es-en a m or a m ie n t o ]]], etc.3 Com o presum iblem ente no nos convendrá considerar desdesenamorar^iiento, : y aun menos desdesdesenam oram iento, et­ cétera, gram aticalm ente bien form ados, la regla (5) resulta técnicam ente de­ fectuosa, pues en a m ora m ien to y 'desenam oram iento no ¡son m iem bros exac­ tam ente de la m ism a clase de form as. P o r o tro lado, posiblem en te en todas las lenguas naturales hay muchas construcciones sintácticas, si no m o rfo ló ­ gicas, totalm ente recursivas. A ello se debe que las oraciones de una lengua, aunque finitas en longitud, puedan ser infinitas en núm ero (c f. la definición que dio Chomsky de ‘ lengua’, citada en 1.2 y 2.6). Exactam ente la m ism a noción de estructura de constituyentes se aplica a las secuencias de palabras —-f r a s e s , tanto en el sentido tradicion al com o cotidiano del térm ino— (según la concepción bloom fieldiana y postbloom fiel­ diana de la m o rfolo gía ). P o r ejem plo, sobre la mesa m etálica es lo que tra­ dicionalm ente se denom ina f r a ^ e p r e p o s i c i o n a l , com puesta p o r una p r e p o s i c i ó n (so b re) y una f r a s e n o m i n a l (la mesa m etálica), que a su vez, se cém pone del a r t í c u l o d e f i n i d o (la ) y la frase mesa m e­ tálica, que se com pone, á su vez, de un nom bre (m esa) y un a d jetivo (m e tá li­ ca). T o d o ello puede expresarse, sin estos rótulos tradicionales, p o r m edio de (6)

[ sobre [la [ mesa m e t á lic a ]]]

o, de un m odo equivalente, por el diagram a arbóreo de (7).

(7) 3.

sobre

la

mesa

m etálica

[E n realid ad , su' a p lica ción se extien d e a m uchas m ás clases en tera s.]

Tanto (6 ) com o (7), al igual que (1 ) y (2), son representaciones n o r o ­ t u l a d a s de una estructura de constituyentes. N o obstante, lo habitual es op era r con la noción de representaciones r o t u l a d a s — donde los rótulos, com o hemos visto antes, se emplean para indicar la pertenencia a una determ inada clase de form a— . Vamos, pues, a convertir (6) y (7) en una e s t r u c t u r a p a r e n t é t i c a r o t u l a d a y e n un á r b o l r o t u l a d o , respectivam ente (8) y (9), utilizando sím bolos m nem otécnicos corrientes com o F N para ‘ frase nom inal', P para ‘ preposi­ ción’, FP para ‘ frase preposicional’, A para ‘a d jetivo ’, A rt para ‘artículo (de­ fin id o )’. Adviértase que (8) (8 )

[pptp-sobre] [ FN[ Artta ] ÍN t H ^ e s a ]

[ Am e fá //c a ]] ] ]

y (9) son form alm ente equivalentes. Com o las clisposiciones parentéticas ro­ tuladas, sijbien más compactas, son difíciles de leer, los lingüistas suelen uti­ lizar árboles rotulados. (9)

FP

P

FN

N

sobre

la

mesa

A

m etálica

Dos hechos generales hay que sentar en cuanto a (8) y (9). E l prim ero es que representan la frase mesa m etálica com o pertenecientes a la misma clase de form as que mesa (N ). Se trata de algo distribucionalm ente justificable. Más aún, pese a que determ inados principios precisan la secuencia relativa de nom bres y luego adjéítivos dentro de la misma frase en español, no hay lím ite para el núm ero de adjetivos que pueden aparecer en tal posición. N o obstan­ te, hay dudas razonables sobre la estructura interna de las sartas de adjetivos en dichas posiciones. El segundo aspecto se refiere a los térm inos ‘ frase nom inal’ y ‘ frase pre­ posicional’, tom ados de la gram ática tradicional. N o se basan en la noción de constitución, sino en la de dependencia (cf. 4.4). Una frase nominal, en la gram ática tradicional, es aquélla cuyo regente o c a b e c e r a es un nom ­ bre; y una frase preposicional, aquélla cuyo regente o cabecera es una pre­ posición. La representación de estructura de constituyentes en (8) y en (9) nada indica sobre la dependencia. A este respecto, los térm inos ‘ frase nom i­

nal’ y ‘frase preposicional’ son inmotivados. En cambio, si se adm ite que im ­ plican que las frases nom inales y las frases preposicionales tienen la misma distribución, respectivam ente, que los nom bres y las preposiciones resulta que no es así, al menos en lo que atañe a las fiases preposicionales. Parece, entonces, que el térm ino ‘frase nom inal’ resulta más apropiado desde este punto de vista. Y para ciertas lenguas sí lo es, en efecto; entre ellas, el latín y el ruso, que no tienen artículo definido y, frente a lo que sucede en español, pueden utilizar los llam ados nom bres comunes en singular sin artículo, de­ finido o indefinido, ni otro m iem bro de la clase de form as que Hoy se deno­ minan d e t e r m i n a d o r e s . Pero bastará una breve reflexión para advertir que aun cuando la mesa m etálica y la mesa tienen en general la m ism a dis­ tribución que los nom bres propios y los pronom bres, no la tienen igual, en cambio, que los nom bres comunes de tipo mesa. Los ejem plos que he aducido aquí para ilustrar la noción de estructura de constituyentes son bien sencillos y, al margen de algunos detalles, nada con­ trovertidos. Pero cuando se em prende el análisis de un conjunto represen­ tativo de oraciones en español y otras lenguas siguiendo el punto de vista adoptado en este apartado, sobreviene toda clase de problem as. En particular, es difícil integrar la estructura de constituyentes de las form as de palabra en la de sintagmas más am plios donde dichas form as aparecen com o cons­ tituyentes. Pocos lingüistas, si es qué los hay, creerían hoy en la posibilidád o en la utilidad de describir la sintaxis de una lengua en el m arco esbozado aquí sin invocar otras nociones adicionales, A l propio tiem po, es indiscutible que existe algo así com o una estructura de constituyentes, en algunas lenguas naturales, y presum iblem ente en todas. La sintaxis teórica ha experim entado un considerable avance gracias al esfuerzo de la lingüística postbloom fieldiana para form alizar la noción de estructura de constituyentes con criterios distribucionales. Para terminar, conviene mencionar, por un lado, lo que suele denom inar­ se (quizás inadecuadamente) c o n s t i t u y e n t e s d i s c o n t i n u o s y, p or otra, la cuestión del orden secuencial. Muchas lenguas presentan casos de cons­ tituyentes term inales o interm edios cuyas partes com ponentes aparecen se­ paradas p o r una sarta de una o más formas. P o r ejem plo, los participios de pasado de muchos verbos en alemán están form ados por la prefijación de gey la sufijación de -t o -en a la form a de base: ge-lob-t, «a m a d o », ge-sproch-en, «h a b la d o». La discontinuidad dentro de la palabra no es extraña en lenguas flexivas. En realidad, es m uy común en sintagmas extensos, p o r ejem plo, ha­ b ría...en contra d o en De haberlo buscado bien, lo habría tal vez en contra do; está...borracho en Está, sin la m en o r duda, b orrá ch o; o en inglés, looked...u p, «b u scó », en H e look the w ord up in the dictionary, «B u scó la palabra en el diccion ario». La discontinuidad viola el principio de la a d y a c e n c i a , según el cual las unidades (o las partes com ponentes de unidades) sintácticam ente conec­ tadas deben situarse juntas en las oraciones. En ciertas lenguas este principio no pasa de ser una m era tendencia estilística; en otras, la adyacencia misma se utiliza com o un m odo de probar la corrección sintáctica. P o r ejem plo, pa­

seando p o r el cam ino se atribuiría p or adyacencia o proxim idad a Juan y no a M aría tanto en Paseando p o r el cam ino, Juan en con tró a M aría com o en Juan, paseando p o r el cam ino, en co n tró a M aría (cuando se pronuncian con acento y entonación norm ales). Es preciso com prender que la noción de es­ tructura de constituyentes no im plica p o r sí misma la adyacencia de los coconstituy entes. Tam poco im plica que los co-constituyentes deban aparecer en un o r d e n s e c u e n c i a l fijo. Ocurre que muchas ordenaciones secuenciales de form as en español, aunque de ninguna manera todas, dependen de una regla grama­ tical más que de una tendencia estilística, pues ninguna form a de palabra de tipo *am or-en-des-am iento, *en-am iento-am or-des, etc., o bien frases com o * m etálica la mesa sobre, * sobre m etálica mesa la, etc., están bien form adas. N o cabe duda de que, en la m ayor p a n e de palabras de todas las lenguas na­ turales, el orden secuencial de los m orfem as constituyentes viene fija d o por reglas. P ero hay considerables diferencias entre las lenguas con respecto al uso que hacen del orden secuencial en sintagmas más extensos. Com o vere­ mos, la form alización de Chomsky para la estructura de constituyentes, y para la estructura gram atical en general, considera tanto la adyacencia com o el orden secuencial necesariamente dependientes de reglas.

4.6

L a gramática generativa

El térm ino ‘gram ática generativa’, introducido en la lingüística p o r Chomsky en la década de 1950 a 1960, se utiliza en la actualidad en dos sentidos un tanto diferentes. En su sentido original, más estricto y técnico, se refiere a conjuntos de reglas que defienen diversos tipos de sistemas lingüísticos. Así entenderem os en adelante la ‘gram ática generativa'. En su segundo sentido, más am plio — para el que utilizarem os el térm ino ‘generativism o’— , se refiere a un corpus com pleto de supuestos teóricos y m etodológicos sobre la estructura lingüística, cuya discusión posponem os para el capítulo 7. N o sólo fue Chomsky el iniciador de la versión más difun­ dida de la gram ática generativa en la lingüística, sino tam bién el principal in iciador del generativism o, y es en esta función donde se ha m ostrado más influyente tanto en la lingüística com o en otras disciplinas. P o r ello, nótese bien, aunque difícilm en te se puede ser generativista sin sentir interés p o r la gram ática generativa, en cambio, ’ es perfectam ente posible interesarse p or la gram ática generativa sin suscribir los preceptos teóricos y m etodológicos más característicos del generativism o. Una g r a m á t i c a g e n e r a t i v a es un conjunto de reglas que, ope­ rando sobre un vocabulario finito de unidades, g e n e r a un conjunto (fin ito o infinito) de sintagmas (cada uno com puesto de un núm ero fin ito de unida­ des) y define cada sintagma bien form ad o a partir de la lengua c a r a c t e ­ r i z a d a p o r la gramática. Las gram áticas generativas que ofrecen m ayor in­

terés para los lingüistas asignan además a cada sintagm a bien form ad o (y, en especial, a cada oración) una adecuada d e s c r i p c i ó n e s t r u c t u r a l . E sta definición de 'gram ática gen erativa’ es más general en un aspecto que la de Chomsky, pues u tiliza el térm ino ‘ sintagm a’ donde Chom sky utilizaría ‘ sarta’ o bien ‘ secuencia’. C om o hem os visto, un sintagm a es una com binación de unidades gram aticales (o, en fonología, de elem en tos) que no presentan necesariam ente un orden secuencial. Aun cuando Chom sky define las oracio­ nes y las frases com o sartas (estructuradas), es m uy razonable, y, en rigor, acorde con las concepciones tradicionales, pensar que se trata de sintagmas, esto es conjuntos de unidades reunidas en una determ inada construcción. L o que la gram ática tradicion al consideraba una diferen cia de construcción, en la gram ática generativa se identificará com o una diferen cia de descripción estructural. H ay que entender el térm ino ‘generar’, utilizado en la definición, en el sentido que tiene en m atem ática. Para ilustrarlo, veam os el siguiente ejem plo. D ado que x pueda tom ar com o va lo r cualquiera de los núm eros naturales {1 , 2, 3, ... }, la función x2 + x + 1 (considerada com o un conju n to de reglas u operacion es) genera el conju n to {3 , 7, 13, ...}. Es precisam ente en este sen­ tid o abstracto del térm in o com o se entiende que las reglas de una gram ática generativa generan las oraciones de una lengua. N o es necesario en trar más en porm enores m atem áticos. L o im portante es que ‘gen era r’, aquí, no guarda relación con ningún proceso de producción de oraciones llevado a cabo en la realidad p o r parte de hablantes (o máquinas). Una gram ática generativa con­ siste en una especificación m atem ática precisa de la estructura gram atical de las oraciones que ella m ism a genera. Esta definición no lim ita la aplicabilidad de la gram ática generativa a las lenguas naturales. De hecho, tam poco im plica que la gram ática generativa sea en absoluto pertinen te para describir lenguas naturales. Los conjuntos de sintagm as caracterizados com o lenguas por las gram áticas generativas son lo que los lógicos denom inan l e n g u a s f o r m a l e s . T o d o sintagm a posible está o no bien form ad o; no existen sintagmas en un estado in term edio o in­ deciso a este respecto. Adem ás, tod o sintagma bien fo rm ad o presenta una es­ tructura totalm ente determ inada, definida p o r la descripción estructural que le asigna la gram ática. N o está claro que las lenguas naturales sean form ales en este sentido del térm ino. Muchos lingüistas sostendrían que no lo son. P ero esto no significa que las lenguas form ales no puedan utilizarse com o m odelo de las lenguas naturales. Basta con que la propiedad de la gram atica­ lidad, aun cuando no quede totalm ente deterjninada, lo sea em píricam ente den tro de unos lím ites razonables, y tam bién que las dem ás propiedades es­ tructurales del m odelo puedan identificarse en la lengua natural a la que sirve de m odelo la lengua fo rm al en cuestión. A qu í em pleam os la palabra ‘ m o d elo ’ en el sentido en que un econom ista podría h ablar de un m odelo, di­ gam os, de com petencia im p erfecta; o un quím ico, de un m odelo de estruc­ tura m olecular. En todos los casos, la construcción del m odelo supone abs­ tracción e idealización. L o m ism o ocurre en lingüística. L a m icrolingüística sincrónica teórica; interesada p o r lo que se consideran las propiedades esen-

cíales de los sistemas lingüísticos, puede perm itirse la om isión de muchos detalles y aspectos indeterm inados que otras ramas de la lingüística deben tener en cuenta (cf. 2.1). Así, el hecho de que las lenguas naturales puedan no ser lenguas form ales no invalida p o r sí m ism o la aplicabilidad de la gra­ m ática generativa a la lingüística. O tro im portante aspecto que conviene subrayar sobre la definición ante­ rio r de gram ática generativa es que adm ite la existencia de muchos tipos di­ ferentes de gramáticas generativas. L a cuestión, para la lingüística teórica, debe plantearse com o sigue: dentro del núm ero ilim itado de tipos distintos de gram áticas generativas, ¿cuál de ellos, si es que hay alguno, serviría de un m odo óptim o para m odelar la estructura gram atical de las lenguas naturales? Planteada así, la cuestión presupone que todas las lenguas naturales son sus­ ceptibles de m odelación p or parte de gram áticas del m ism o tipo. E ste su­ puesto suele darse por sentado, actualm ente, en la lingüística teórica. Una ra­ zón p o r la cual los generativistas lo asumen es que todos los seres humanos son, en apariencia, capaces de aprender cualquier lengua natural. Y cabe, en principio, la posibilidad de que haya tipos muy distintos de gram ática gene­ rativa efectivam ente aptos para describir tipos diversos de lenguas natura­ les. P ero hasta hoy no hay m otivos para creer en ello. En su obra más prim itiva, Chom sky dem ostró que ciertos tipos de gram á­ tica generativa son intrínsecam ente más p o d e r o s o s que otros, ya que pueden generar todas las lenguas form ales que generan las gramáticas menos poderosas y aun otras que éstas no pueden generar. En particular, dem ostró que las g r a m á t i c a s d e e s t a d o s f i n i t o s son menos poderosas que las g r a m á t i c a s d e e s t r u c t u r a f r a s e a l (de diversos tipos) y que éstas son a su vez, menos poderosas que las g r a m á t i c a s t r a n s f o r m a ­ t i v a s . L a diferencia entre estos tres tipos de gramáticas generativas (q u e Chomsky, utilizando un sentido un tanto distinto de ‘ m odelo’, consideró com o tres m odelos de descripción lin gü ística) no requiere un análisis detallado aquí, ya que existen numerosas descripciones asequibles con diversos niveles de especialización. Lo único que m erece decirse sobre las gram áticas de esta­ dos finitos es que, en virtu d de ciertos supuestos razonables sobre la estructu­ ra sintáctica del inglés y otras lenguas, las lenguas form ales que generan re­ sultan, según dem ostró Chomsky, inapropiadas com o m odelo, al menos, de algunas lenguas naturales. En principio, las gramáticas de estados finitos no son suficientem ente poderosas, pero ello se debe, sobre todo, a que algunos de sus m odelos fueron confeccionados en la década de 1950 a 1960 por psicó­ logos conductistas, ante los cuales Chom sky tenía interés p o r evidenciar su inadecuación para describir la estructura gram atical de la lengua. P o r o tro lado, las gram áticas transform ativas son ciertam ente bastante poderosas, en principio, para servir de m odelos en la descripción gram atical de los sistemas lingüísticos naturales. Pero existen clases y más clases de gram áticas transform ativas. Y por m uy paradójico que pueda parecer a p ri­ mera vista, algunas — y aun quizá todas— son demasiado poderosas, pues perm iten la form ulación de reglas que nunca se necesitan, p or lo que sabe­ mos, en la descripción de una lengua natural. Idealm ente, y ello se encuentra

en la misma médula del generativism o, se necesita un tipo de gram ática ge­ nerativa cuyo poder llegue tan sólo hasta el punto de refleja r de un m odo directo y perspicuo las propiedades de la estructura gram atical de las len­ guas naturales que, en opinión de todos, son esenciales. Aun cuando un de­ term inado tipo de gram ática transform ativa, form alizada p o r Chomsky du­ rante los años siguientes a 1950, y modificada en diversas ocasiones desde entonces, haya dominado la sintaxis teórica durante los últim os veinte años, lo cierto es que la función de las propias reglas transform ativas se ha visto continuamente restringida. Y el futuro de la gram ática transform ativa com o tal (si bien no la gram ática generativa) está hoy por hoy en situación dudosa. A l principio, Chomsky prestó una especial atención a dos propiedades, del inglés y otras lenguas naturales, im prescindibles para investigar el tipo adecuado de gram ática generativa: la recursividad y la estructura de consti­ tuyentes (cf. 4.5). Ambas propiedades quedan reflejadas, de un m odo directo y eficaz, en una gram ática de estructura fraseal. (Quedan igualm ente refle­ jadas en una gram ática transform ativa chomskyana, pues puede describirse aproxim adam ente com o una gram ática de estructura fraseal con una am plia­ ción transform ativa). En realidad, las reglas (3) a (5) de 4.5 se han vertid o en el< fo rm ato de las reglas de estructura fraseal, cuya función consiste en ge­ n erar sartas de sím bolos y asignar a cada una una disposición parentética rotulada del tipo que ya hemos ilustrado: cf. (6) y (8 ), en 4.5. Estas disposi­ ciones parentéticas rotuladas se denominan m a r c a d o r e s f r a s e a l e s . Y com o las gramáticas de estructura fraseal se form alizan en el m arco más am plio de las g r a m á t i c a s d e c o n c a t e n a c i ó n (es decir gram áticas que generan s a r t a s de unidades), el m arcador fraseal representa no sólo la estructura de constituyentes del sintagma y la clase de form a de cada cons­ tituyente, sino también su ordenación secuencial relativa. Com o en un libro elem ental de esta naturaleza no vam os a en trar en las diferencias técnicas entre uno -y o tro tipo de gram ática generativa, d e jo aquí e l tratam iento del form alism o y el m odo com o operan las gram áticas de es­ tructura fraseal. Sí es preciso destacar, en cam bio, que un tipo de gram ática generativa puede presentar ventajas de que carece otro tipo, y que hasta ahora no puede precisarse cuál de ellos, si es que hay alguno, de los muchos construidos e investigados en la actualidad servirá m e jo r com o m odelo para la descripción gram atical de las lenguas naturales. P o r mucho que se haya sostenido durante años la opinión de que una versión de la gram ática trans­ fo rm a tiva serviría óptim am ente a este propósito (hasta el punto de que los térm inos ‘gram ática generativa' y ‘gram ática tran sform ativa' se han tratado con frecu encia com o sinónim os), la obra más reciente ha arroja d o serias dudas so b re los argum entos que llevaron a Chomsky y a otros a esta conclusión.

Además de los contenidos pertinentes de las introducciones generales enumeradas para los capítulos 1 y 2, Palmer (1971) resulta especialmente provechoso como pun­ to de partida, ya que ofrece las ventajas y desventajas de la imparcialidad teórica. La mayor parte de las obras más especializadas en la teoría gramatical pueden clasificarse a partir de las distintas escuelas o movimientos: generativistas, funcionalistas, sistémicas, etc. (cf. el capítulo 7). Allerton (1979) y Brown & M iller (1980) constituyen valiosas excepciones. Así, entre los manuales habituales sobre lingüís­ tica general se encuentra Robins (1979a), capítulos 5-6. Sobre la morfología (incluyendo la flexión), la m ejor exposición general ac­ tualmente disponible en inglés es Matthews (1974). También se recomienda, para quienes lean en alemán, Bergenholtz & Mugdan (1979), ya que está muy actualizado y presenta un abundante e ilustrativo material junto con ejercicios. Nida (1949) constituye la presentación clásica (con ejercicios) en el marco teórico post-bloomfieldiano. [Para algunos aspectos morfológicos del español, cf. Martínez Celdrán (1975).] En tom o a la sintaxis (que para muchos incluye asimismo la m orfología flexiva), en Matthews (1981) se halla una discusión crítica de los conceptos básicos con referencias completas. Householder (1972) contiene muchos artículos ya clási­ cos y presenta una buena introducción bibliográfica sobre el desarrollo histórico de la teoría sintáctica. Desde puntos de vista concretos: Sintaxis generativa: la mayoría de exposiciones de la sintaxis generativa de­ pende del generativismo o lo presupone (cf. 7.4). Existen en la actualidad muchos manuales fiables que se hacen inmediatamente anticuados en determinados temas (por ejemplo, en cuanto al estatuto de las estructuras profundas), pero que pro­ porcionan una buena introducción a los conceptos técnicos y al formalismo. Para una exposición relativamente no técnica, cf. Lyons (1970), capítulo 6, y (1977a). En­ tre las exposiciones, incluyanse asimismo Akmajian & Heny (1975); Bach (1974); Baker (1978); Culicover (1976); Huddleston (1976); Keyser & Postal (1976); Stockwell (1977). Muchos de ellos incluyen problemas y ejercicios. Especialmente útiles a este respecto son Koutsoudas (1966); Langacker (1972). Como libros de consulta, cf. Fodor & Katz (1964); Jacobs & Rosenbaum (1970); Reibel & Schane (1969). [Para el español, cf. D’Introno (1979); Hadlich (1973); Pilleux & Urrutia (1982).] Sintaxis funcional: Dik (1978); Martinet (1960, 1962). Gramática sistémica: Berry (1975, 1977); Halliday, McIntosh & Strevens (1964); Hudson (1971); Sinclair (1972). Gramática tagmémica: Cook (1969); Elson & Pickett (1962); Longacre (1964). Gramática estratificacional: Gleason (1965); Lockwood (1972); Makkai & Lockwood (1973). Estos rótulos alusivos a puntos de vista y concepciones, aunque útiles, pueden inducir a error, pues los propios puntos de vista que dan Jugar a dichos rótulos no son forzosamente incompatibles. Por ejemplo, la sintaxis funcional no es nece­ sariamente antigenerativa (cf. Dik, 1978); la gramática sistémica puede formularse, en principio, como un sistema generativo (cf. Hudson, 1976) y, en ciertos desa­ rrollos, se encuentra estrechamente asociada al funcionalismo (cf. Halliday, 1976). En determinados aspectos de detalle, la gramática sistémica tiene mucho en co­ mún con la gramática tagmémica, por un lado, y con la gramática estratificacio-

nal, por otro. Las diferencias de terminología y de notación oscurecen con frecuen­ cia estas similitudes. Gramática inglesa: entre las obras clásicas de referencia se encuentran Curme (1936); Jespersen (1909-49); Poutsma (1926-9). La obra reciente más comprehen­ siva para el inglés escrito y hablado (en términos exclusivamente sincrónicos) es Quirk, Greenbaum, Leech & Svartvik (1972), teóricamente ecléctica, pues se basa en contribuciones procedentes de la mayoría de escuelas actuales de lingüística, pero es fiable, en general, en todo el tratamiento. Muchas de las preguntas y ejer­ cicios de este capítulo en relación con la estructura gramatical del inglés pueden contestarse en parte aprovechando la información de Quirk, Greenbaum, Leech & Svartvik (1972). En cuanto al sistema verbal inglés, además de los tratamientos que recibe en las obras de más arriba con arreglo a cada punto de vista, véanse Leech (1976); Palmer (1974). Sobre la gramaticalidad en relación con la significación: añádanse Lyons (1977b), capítulo 10; Sampson (1975), capítulo 7. Sobre las palabras y los morfemas: Matthews (1974); Robins (1979a), capítu­ lo 5 —ambos con referencias muy completas a la bibliografía pertinente— . Sobre las partes del discurso y las clases de formas: completar con Lyons (1977b), capítulo 11. Sobre la perspectiva distribucional en el análisis gramatical, la obra clásica es Harris (1951). Fries (1952) ilustra esta perspectiva en una escala limitada con res­ pecto al inglés. Sobre las categorías gramaticales: Lyons (1968), capítulo 7. Sobre la gramática de dependencia y la noción de valencia, hay muchas más obras asequibles en francés (donde el libro clásico es Tesniére, 1959), alemán (v. gr., Helbig, 1971) y ruso (v. gr., Apresjan, 1974) que en inglés; véase, en todo caso, Fink (1977). La llamada gramática de los casos, a que se refieren muchos manuales recien­ tes é introducciones a la teoría gramatical, se fundamenta en la misma tradición de la gramática generativa chomskyana y se encuentra igualmente muy influida por ella. Para una exposición completa sobre la dependencia en relación con la consti­ tución, véase Matthews (1981).

1. ¿Q u é e s la g r a m á t i c a (a) en su sentido m ás am plio y (b) en el sentido en que se em plea en este libro? 2. ¿E n qué se distingue la s i n t a x i s fología?

(a) de la f l e x i ó n

3. D istin g u ir claram ente entre la f o r m a de un lexema.

de

y (b) de la m o r ­

b a s e y la f o r m a

de

cita

4.

Los m o r f e m a s se definen a v e c e s com o unidades significativas m ínim as. ¿E n qué difiere esta definición de la que dam os en el texto? 5. ¿Q u é distinción, si es que la hay, cabe establecer entre las p a r t e s d i s c u r s o y las c l a s e s d e f o r m a ?

del

6. «chico y chicos difieren distribucionalm ente en diversos sentidos...» (p. 96). B ú sq u e n se tantas diferencias d istríbuciona les com o se puedan (a) para las form as e scritas chico y chicos y (b) para las form as habladas [cíko ] y [c ík o s]. ¿Puede justificarse so b re una base d i s t r i b u c i o n a l el reconocim iento de tres form as distintas, hom ófonas y hom ográficas, sobre, sobre, sobre? 7. Las definiciones de oración c o m p l e j a y c o m p u e s t a de m ás arriba valen para las oraciones com binadas m ín im as (de dos cláu sulas), (a) Ejemplificar cada una de e sta s cla se s de oración en español, (b) C o n sid é re se si existen res­ tricciones sistem áticas en la correlación de cláu sulas declarativas, interrogativas e im perativas (esto es una declarativa con otra declarativa, una declarativa con una imperativa, etc.) en oraciones com binadas mínimas, (c) ¿C ó m o pueden am­ pliarse las definiciones para cubrir las oraciones com binadas no m ínim as (que contengan m ás de dos c lá u su la s?), (d) ¿C a b e la posibilidad de obtener que una cláusula com puesta actúe com o constituyente de una oración compleja y vice­

v e rsa ? ¿ O bien una cláusula com puesta/com pleja actúe com o constituyente de otra oración com puesta/com pleja? (e) ¿Puede trazar un diagram a con las distintas po sib ilid ad e s? [f) ¿Q u é im plicaciones presenta para la distinción entre cláu sulas y o racion e s? 8. «La gramática generativa chom skyana ha optado por la constitución... La gra­ mática tradicional pone, en cambio, m ás én fasis en la dependencia» (p. 100]. Ex­ póngase lo que se entiende por c o n s t i t u c i ó n y d e p e n d e n c i a en este contexto. 9. «Una form a libre que conste enteramente de dos o m ás form as m enos libres... e s una f r a s e . Una forma libre que no sea una frase e s una p a l a b r a . Una palabra, entonces, ... e s una f o r m a l i b r e m í n i m a » (Bloomfield, 1935: 178) (a) El térm ino ‘palabra’ es am biguo (cf. 4.1). ¿Q u é tipo de palabra trata de sa tis­ facer la definición de Bloom field? (b) ¿Existe n palabras tradicionalm ente recono­ cidas en español (en el sentido adecuado de ‘palabra’) que no satisfagan la defini­ ción de Bloom field? (g) ¿Q u é otros criterios se hallan in cu rso s en la definición de palab ras? 10. ¿Presentan todas oraciones?

las lenguas

(a)

palabras,

(b)

morfemas

y

(c)

11. C om poner una lista de cincuenta lexem as en español cu yas form as de base term inen en -ble (com o ‘aceptable’, ‘com estible’, etcétera), (a) Escrib ir una regla de form a X + ble -» Y (sustituyendo X e Y por rótulos adecuados de clase de form a) para generar tantas form as de base com o sea posible de las cincuenta pedidas al principio, (b) ¿Para cuántas form as de base de la lista anterior resulta la regla s e m á n t i c a m e n t e satisfactoria? 12. ¿E n qué difieren s i n t á c t i c a m e n t e los nom bres propios de los nom bres com unes y pronom bres en españ o l? ¿E n qué se distinguen sintácticam ente los nom bres cuantificables de los no cuantificables? 13. «Hay reglas de orden que gobiernan la aparición de las palabras com ponentes de la frase all the ten fine oíd stone houses, lit. «todas las diez fina vieja piedra casas», «las diez ca sa s de fina vieja piedra». A lg u n a s de esta s reglas so n a b so ­ lutas...» (Hill, 1958: 175). (a) ¿Q u é reglas de orden pertinentes a un ejemplo a sí so n absolutas [en e sp a ñ o l]? (b) ¿C u á n ta s fra se s diferentes podría construir sustituyendo otras form as de palabras en cada p o sic ió n ? (c) ¿Pue de am pliarse añadiendo otros adjetivos entre el artículo y el nom bre? (d) ¿C u á le s son, s i e s que los hay, los principios que determinan el orden de las su b c la se s distribucionalmente distintas de adjetivos? (cf. Crystal, 1971: 128-41). (e) ¿Q u é im portancia tiene el acento y la,, entonación para form ular e sto s p rincipio s? 14. Exponer lo que se entiende por g r a m á t i c a s u s objetivos principales?

g e n e r a t i v a . ¿C u á le s so n

15. ¿P ie n sa que las lenguas naturales so n l e n g u a s contestación.

formales?

Razone su

16. A partir de algunas de las lecturas recom endadas, expliqúese la diferencia que hay entre las/g r a m á t i c a s d e e s t a d o s f i n i t o s y las g r a m á t i ­ c a s de e s t r u c t u r a fraseal. 17. Una g r a m á t i c a transformativa «puede describirse aproxim ada­ mente com o una gram ática de estructura fraseal con una am pliación transform ati­ va» (p. 110). Com éntese. 18. En térm inos generales, toda o r a c i ó n d e c l a r a t i v a del español (v. gr., ‘C a rlo s está en casa', ‘S u hermano jugó al fútbol en el equipo nacional') puede ponerse en correspondencia con una oración interrogativa (‘¿E stá C a rlo s en c a sa ?', ‘¿Jugó su herm ano ai fútbol en el equipo na cio n a l?’) y viceversa. También puede em parejarse toda o r a c i ó n a f i r m a t i v a (v. gr., ‘Le gustan el pescado y las patatas’, ‘La chica del garaje le sonrió dulcem ente’, ‘¿Ju g ó su herm ano al fút­ bol en el equipo n acio n a l?’) con una correspondiente o r a c i ó n n e g a t i v a (‘No le gustan el pescado y las patatas,' ‘La chica del garaje no le sonrió dulce­ mente', ‘¿ N o jugó su herm ano al fútbol en el equipo n a cio n al?’) y viceversa. ¿P u e ­ de form ular una regla que ponga en correlación las oraciones declarativas con las interrogativas, y otra regla que haga lo m ism o entre afirm ativas y ne gativa s? ¿Q u é tienen en com ún am bas re g la s? ¿C u á l e s la correspondiente oración decla­ rativa de ‘¿L lam ó a lg u ie n ?’? ¿ Y la correspondiente oración afirmativa de ‘¿ N o vio a n a d ie ?'? La oración ‘Nadie llam ó’, ¿ e s afirmativa o negativa, a partir de su regla? 19. Dentro del com ponente de base de una gram ática transform ativa, s e ,h a n realizado d iv e rsa s propuestas para generar toda la gam a de form as ve rbales en inglés. El tratado, ya clásico, de C h o m sky (1957), levem ente modificado, incluía reglas com o las siguientes: Verbo — » A u x V A u x — ► Tiem po (M ) Tiem po {Presente, P asado } M —* { querer, poder, -deber} V { abrir, ver, venir, ... } En esta s reglas, ‘A u x ’ representa m nem otécnicam ente ‘(verbo) auxiliar’; ‘M ’ ‘ver­ bo m odal’ y ‘V ’, ‘verbo (léxico)'. Los paréntesis contienen datos opcionales. A su vez, las llaves com prenden conjuntos de datos de los cuales só lo uno será se le c­ cionado por las reglas de reescritura. (Para m ás detalles, cf. Lyons (1977a) o los m anuales corrientes.) (a) Enum érense cinco sartas generadas por las reglas de m ás arriba indi­ cando su m a r c a d o r fraseal. (b)

¿C u á n ta s sarta s diferentes generan las reglas para cada verbo léxico?

(c) ¿Q u é otras o pera cio n es se requieren para generar form as verbales como abrió, quiere ver, ha visto, podría haber abierto, quisiera haber venido, etc.? (d) ¿E x iste n o tro s ve rb o s auxiliares, en español, no com prendidos por las re­ g la s de m ás arriba? (e) j , A qué se debe que en las reglas no se hayan pre visto las distinciones de núm ero (singular/plural: v. gr., abre/abren, tengo/tenem os) y de voz (activa/ pasiva/refleja: v. gr., ab re /e s abierto/se abre)? 20. Expliqúese y ejem plifíquese la noción de a m b i g ü e d a d s i n t á c t i c a . Indíquese qué tipos de am bigüedad sintáctica pueden esta blece rse por m edio de una gram ática de estructura fraseal. 21. M u c h o s m anuales contienen problem as sobre el a n á lisis gram atical de len­ gu a s reales o hipotéticas. En su m ayoría utilizan só lo fragm entos aislados. La ve rsió n que sig u e de lo que llamo bongo-bongo se ha com puesto expresam ente para que los estudiantes tengan la oportunidad de m anejar una lengua hipotética cabal, distinta del in glé s [ y del españ o l] en m uchos aspectos, pero sim ilar a mu­ c h a s otras lenguas naturales en alguna que otra Característica estructural. Las 'oraciones aparecen en transcripción fonética ancha. H ay que em pezar por a sig ­ nar los valores fonem áticos pertinentes a los datos, aplicando el principio de la sim ilitud fonética y la distribución com plem entaria. Luego, hay que establecer en todo lo que s e pueda la estructura m orfológica y sintáctica, en especial las categorías de c a s o , g é n e r o , n ú m e r o y t i e m p o - a s p e c t o . Se g u ra ­ m ente será útil co n su lta r libros de lingüística general para la definición y aplica­ ción de e sto s térm inos. (La traducción al inglés [y al e sp a ñ o l] e s m ás bien libre.)

Bongo-bongo (In glés) [E sp a ñ o l]

iwam pí isulpin. (He beats h is w ife (regularly).) [(Él) suele vapulear a su mujer.]

tixaw am pixep? (H ave you fínished hitting m e?) [ ¿ H a s term inado de p e garm e ?]

jem tlw am pusu ivand? (W h y w ere you beating that drum ?) [ ¿P o r qué golpeabas aquel tam bor?]

pul ap tiwampi ¡sulpíO in? (Since w hen have you stopped beating your husband?) [¿D e s d e cuándo ya no vapule as a tu m arido?] 5 ap piwampi issulpifin. (W e do not beat our w ive s.) [N o vapuleam os a n ue stras e sp o sa s.] 6 iw am pusi isulpin. (She w a s beating her husband.) [(Ella) vapuleaba a su m arido.]

7 ioilpixet. (She is falling in love with you.) [(Ella) se enamora de ti.]

17 zgoldifini isurgo zalp. (Som e ot our friends are pipe-smokers.) [A lgu n o s am igos nuestros son fumadores pipa.]

8

ixaoilpusip. (They had fallen in love with us.) [S e han enamorado de nosotros.]

18 pirdí isurgexo zalp. (Fred is sm oking a pipe.) [Alfred o fuma (ahora) en pipa.]

9 ¡xaoilpixe. (They are in love with her.) [Están enam orados de ella.]

19 uholdifini ixayimkik. (That friend of mine is here now.) [Aquel amigo mío está aquí ahora.]

10 sp u rje io ilp u z je lt .

(Children love books.) [A los niños le s entusiasm an los libros.]

de

20 iharti ixayiyim kosi ¡zgoldín. (The farmer brought h is friends.) [El agricultor trajo a s u s am igos.]

21 11

pixaoilpixo ijelt. (We love this b o o k ) [N o s encanta este libro.]

12

ioungosu u/elt. (She w a s reading that book.) [(Ella) leía aquel libro.]

13 uflimbí ¡Sungexo jelt. (That girl is reading a book.) [Aquella chica lee (ahora) un libro.)

A izeltu uxaxarpik pu iSam p. (The books are on the table.) [L o s libros están sobre la m esa ]

IS ispurje ixaxarpus. (The children viere in bed.) [L o s niños estaban en cama ]

16 pixaxarpíxe ifurj. (I am putting baby to bed.) [A c u e sto al bebé.]

uOimbi ixajarcexe pird. (The girl over there is Fred’s fiancée.) [La chica de allí es la prometida de Alfredo.] 22 ixacengosu uwing usark. (Sh e w a s w earing that expensíve dress.) [(Ella) llevaba aquel vestido caro.] 23 icengo pirt sark. (Sh e alw ays d re sse s beautifully.) [(Ella) siem pre se viste maravillosamente.]

24 pul tixazim jek? (How long have you been up?) [¿C u á n to tiempo llevas levantado?] 25 uzgoldiQini bump bump ixazazimjexep. (Those friends of yours got me up very early.) [A q u e llo s am igos tuyos me hicieron levantar m uy temprano.] 26 uzgarti ihoncos: iharti ixahoncek. (Those farm ers w ere getting rich: this farmer is rich (already).) [A q u e llo s agricultores se hacían ricos: este agri­ cultor (ya) lo es.]

27 zdarbu ufirt: ¡Sarbu pirt uxafirtik. (R o se s are beautiful: this rose is really beautiful now.) [Las rosas so n herm osas: esta rosa e s bien bo­ nita (ahora).]

30 uwunt usturpi igantusi uhart isulpin. (Those

blind

mice you

se e

over there w ere

chasing that farm er's wife.) [Aquellos ratones ciegos que v e s allí perseguían a la e sp o sa de aquel agricultor.]

28 kansi ¡5¡3¡lp¡ stimb: korti ioanti pirt stimb. (H ans is a Jady-killer: Kurt is a woif.) [H an s é s un donjuán: Kurt e s un calavera.] 29 pinge iSanti skuld. (Ping is a fisherman.) [Ping e s pescador.]

31 ifirt istinribi iSilpi gonc zgart. (These pretty girls are alw ays falling in love w ith rich farm ers.); [E sta s chicas guapas siem pre s e enamoran de agricultores ricos.]

5. La semántica

5.1

L a diversidad del significado

La sem ántica es el estudio del significado. Ahora bien, ¿en qué consiste el significado? Hace más de dos m il años que los filósofos llevan discutiendo el asunto con especial referen cia al lenguaje y, sin em bargo, nadie ha em itido una respuesta satisfactoria. Quizá la pregunta, tal com o se plantea, no tenga contéstación posible, pues contiene dos presuposiciones com o m ínim o pro­ blem áticas: (a ) que lo que aludimos, en español, con la palabra ‘significado’ tiene algún tipo de existencia o realidad; (b ) que tod o cuanto se incluye en el significado es sim ilar o uniform e, si no idéntico, p o r naturaleza. Podem os denom inar a estas presuposiciones, respectivam ente, (a ) de existencia y (b ) de hom ogeneidad. N o pretendo decir que dichas presuposiciones sean falsas, sino únicam en­ te controvertidas desde él punto de vista filosófico. Son muchas las introduc­ ciones a la sem ántica qué pasan p o r alto este hecho. En lo que sigue trata­ remos con cuidado de no com prom eternos en ninguna de ellas. En especial, evitarem os decir, com o hacen algunos manuales de lingüística, que la lengua tiende un puente e n tre e l sonido y el significado. B ien es verdad que esta suerte de ju icios adm ite una interpretación más refinada de lo que parece a sim ple vista. Pero tom ada en su apariencia inm ediata resulta falaz y filosó­ ficam ente tendenciosa, pues induce a pensar que el significado, com o el so­ nido, existe independientem ente de la lengua y es hom ogéneo p o r naturaleza. Desde luego, lo tradicional es concebir así el significado. De acuerdo con una teoría am pliam ente aceptada sobre la semántica, los significados son ideas o conceptos qu e pueden transferirse desde la m ente del hablante a la del oyente encarnándose, com o si dijéram os, en las form as de una u otra lengua. La identificación entre significado y conceptos no ayuda a contestar la pregunta «¿q u é es el significado?» m ientras el térm ino ‘con cepto’ no quede claram ente definido. Tal com o se em plea habitualm ente resulta demasiado

vago, o general, para soportar el peso requerido por su función de piedra angular en la tradicional teoría conceptualista del significado. ¿Qué tienen en com ún los conceptos asociados a las siguientes palabras (traducidas de la prim era página de una lista de palabras más frecuentes en in glés): ‘ e l’, ‘ para’, ‘y o ’, ‘p rim ero ’, ‘año’, ‘pequ eñ o’, ‘escrib ir’, ‘ tres’, ‘ escuela’, ‘n iñ o’, ‘ desarrollo’, ‘ n om bre’, ‘a lgo’ ? En algunos casos, cabría decir razonablem ente que el con­ cepto asociado consiste en una cierta imagen visual. Peró, evidentem ente, no podríam os sostener esta idea con respecto a palabras com o ‘e l’, ‘ para’, ‘ algo’, e incluso ‘n om bre’. Aun en los casos en que parece verosím il concebir los conceptos com o im ágenes visuales, crea más problem as que no resuelve. Las imágenes mentales asociadas a una palabra, v. gr., ‘ escuela’, p o r distintas p er­ sonas son variables y llenas de recovecos. Muy a menudo, poco o nada hay en común entre estas im ágenes mentales tan com plejas y personales. Y , aun así, hemos de a d m itir que, en general, la gente utiliza palabras con un signi­ ficado más o menos idéntico. N o hay pruebas en fa vo r de que las imágenes visuales, que indudablem ente evocam os voluntaria o involuntariam ente en aso­ ciación con determ inadas palabras, form en parte esencial del significado de estas palabras o, en todo caso, parte necesaria para su em pleo cotidiano. En realidad, tam poco hay pruebas para pensar que los conceptos, en al­ gún sentido claram ente definido del térm ino ‘concepto’, sean pertinentes para la construcción de una teoría em píricam ente ju stificable de la sem ántica lin­ güística. E videntem ente tam poco se gana nada aprovechando la gran vague­ dad del térm ino ‘con cep to’, tal com o se interpreta ordinariam ente, para evitar la refutación de una teoría sem ántica basada en él. En nuestra discusión so­ bre el significado renunciarem os a toda referencia a los conceptos. En lugar de pregu ntar «¿q u é es el significado?», plantearem os la cuestión d e un m odo un tanto d iferen te: «¿cu ál es el significado de ‘ significado’ ?». Este cam bio de en foqu e que va de hablar del significado a h ablar del ‘ signifi­ ca d o ’, ofrece una serie de ventajas. En p rim er lugar, no nos com prom ete, en cuanto a las presuposiciones de existencia y hom ogeneidad, con respecto a lo que sea el ‘ significado’. Naturalm ente, sí nos com prom ete con respecto a la presuposición de existencia para la palabra ‘significado’ .en español, pero se trata de algo bien inocuo. O tra ventaja derivada del cam bio de perspectiva que va de hablar sobre las cosas a hablar sobre las palabras (s i acaso vale form u la r esa distinción un tanto toscamente entre palabras y cosas) es que previen e eficientem ente la posibilidad de que la palabra ‘ significado’ no tenga el m ism o ám bito de aplicación que cualquier otra palabra única en otras len­ guas. Y así es. Por ejem plo, hay contextos en que ‘significado’ puede tradu­ cirse al francés p or ‘ signification ’ o bien ‘ sens , y otros en que, p o r el con­ trario, no se puede. De un m odo sim ilar, la distinción ordin aria entre ‘ Bedeutung’ y ‘ Sinn’, en alemán, no coincide ni con la distinción del francés en tre ‘signification’ y ‘ sens’, del inglés entre ‘ meaning’ y ‘ sense’ [o del español en tre ‘ significado, ‘sen tido’ y ‘ significación’ ]. Cabe, al menos, la posibilidad de que al form u la r la pregunta «¿cu ál es el significado de ‘significado’ ?» en español, en lugar de hacerlo en otra lengua, estem os influyendo, siquiera le­ vem ente, en la construcción de una teoría semántica, desde el m om ento que.

com o hemos dicho, la semántica es el estudio del significado, esto es de lo que com prende la palabra ‘significado'. Desde luego, no hay m otivos para su­ poner que una palabra corriente com o ‘ significado’ se preste tal cual al uso científico m e jo r que cualquier otra, com o ‘fu erza’ o ‘energía’. H e sostenido que la pregunta «¿cu ál es el significado de ‘significado’»? no nos com prom ete en cuanto a la presuposición de hom ogeneidad. Una im­ portante particularidad de muchas palabras cotidianas consiste en que no presentan un significado único y nítido, ni siquiera un conjunto tal de signifi­ cados que cada uno pueda distinguirse claram ente de los demás. La propia palabra ‘ significado’ tam poco constituye una excepción. N ada tiene de sor­ prendente, por tanto, que haya tan poco acuerdo entre lingüistas y filósofos en cuanto a las fronteras de la semántica. Hay quienes adoptan una concep­ ción am plia, com o haré yo m ism o aquí, y otros que circunscriben mucho más el ám bito de aplicación. N o se trata de una m era cuestión de optar, o no, por una interpretación relativam ente am plia o estricta de ‘significado’. Como acabo de decir los sen­ tidos que cabe distinguir en la palabra ‘significado’ pueden considerarse m ez­ clados entre sí. T o d o el mundo aceptará que ciertos usos del térm ino ‘ signi­ ficado’ ofrecen más interés que otros para la semántica lingüística. P o r ejem ­ plo, que (1)

¿Cuál es el significado de ‘ la vid a ’ ?

ilustra un em pleo más básico de ‘significado’ que (2)

¿Cuál es el significado de la vida?

o bien que, desde el punto, de vista de la semántica, el uso del verb o ‘ signifi­ car’ que se encuentra en (3 )

La palabra francesa ‘ fen étre’ significa «ven tan a»

o en (4)

La palabra francesa ‘ fen étre’ significa lo m ism o que la palabra es­ pañola ‘ ventana’

es más básico que el que se encuentra en (5)

L e significó que el plazo había term inado.

El problem a es que hay usos interm edios tanto en ‘ significado’ com o en ‘significar’ sobre los cuales caben num erosos desacuerdos. Algunos filósofos han sostenido que los más obviam ente lingüísticos relativos al significado de palabras, oraciones y enunciados no pueden explicarse satisfactoriam ente

com o no sea derivándolos de otros anteriores aplicables no sólo a la lengua, sino también a otros tipos de com portam iento s e m i ó t i c o (cf. 1.5). N o voy a insistir más en ello en esta breve y selectiva introducción a la semántica lingüística. N o obstante, quien se interese p o r la estructura y las funciones de la lengua debe com prender que existe una rica y com pleja tra­ dición filosófica vinculada de diversas maneras con temas fundamentales so­ bre el estudio lingüístico del significado. En adelante, continuaré utilizando el térm ino ‘significado’ sin definición, como palabra no especializada del es­ pañol corriente. Pero voy a concentrar la atención sobre ciertos tipos de significado y algunos de sus aspectos a los que suele concederse una gran im portancia en la lingüística; introduciré asimismo algunos térm inos más técnicos para aludir a estos últimos siem pre y cuando la ocasión lo reclame. Una de estas distinciones evidentes se da entre el significado de las pa­ labras — o, más exactamente, de los lexemas— y el significado de las oracio­ nes, esto es entre el s i g n i f i c a d o l é x i c o y o r a c i o n a l . Hasta hace poco, los lingüistas han atendido mucho más al significado léxico que al ora­ cional. Pero actualm ente ya no es así. H oy se adm ite en general que no cabe describir uno sin hacer lo propio con el otro. El significado de una oración depende del de sus lexemas constituyentes (incluyendo los lexem as frasales, si los contiene: cf. 5.2), m ientras que el significado de algunos lexemas, por no decir de todos, depende del de las oraciones en que aparecen. Ahora bien, también la estructura gram atical de las oraciones, com o es intuitivam ente obvio y dem ostrarem os algo más abajo, es pertinente para determ inar su significado; de ahí que debemos apoyarnos asim ism o en el s i g n i f i c a d o g r a m a t i c a l com o com ponente u lterior del significado oracional (cf. 5.3). En tanto que la lingüística se ocupa prim ordialm ente de la descripción de sistemas lingüísticos (cf. 2.6), los significados léxico, gram atical y oracional entran claram ente en el ám bito de la semántica lingüística. A lgo más controvertida es la condición del s i g n i f i c a d o e n u n c i a ­ t i v o o del enunciado. Hasta ahora no hemos introducido ninguna distinción entre oraciones y enunciados, aun cuando se haya m encionado en el capítulo anterior (cf. 4.4). E l significado de un enunciado incluye y sobrepasa el de la oración que enuncia. Este sobrante significativo viene realizado por una se­ rie de factores que cabe denominar, con aproxim ación/contextúales. Muchos estudiosos sostendrían que el significado del enunciado queda fuera del do­ m inio de la semántica lingüística com o tal, pues com pete, en todo caso, a lo que se ha venido en llam ar p r a g m á t i c a (cf. 5.6). Sé trata de un tema controvertido, com o verem os más adelante, pues la noción de significado oracional parece depender, lógica y m etodológicam ente, de la noción de sig­ nificado enunciativo, por lo que no cabe dar una descripción com pleta del significado oracional sin relacionar, en principio, las oraciones con sus posi­ bles contextos de enunciación. Otro grupo dé-distinciones se refiere a la variedad de funciones sem ióti­ cas o comunicativas que, p o r su naturaleza, satisfacen las lenguas. N o todos adm itirían la propuesta de W ittgenstein, uno de los filósofos de la lengua más influyentes en' la actualidad, de que a menudo el significado de una pa­

labra o de un enunciado puede identificarse con su uso. Lo cierto es que hay, evidentem ente, algún tipo de conexión entre significado y uso. E l énfasis que puso W ittgenstein en esta conexión y en la m ultiplicidad de fines que desempeñan las lenguas tuvo el saludable efecto de anim ar tanto a filósofos com o lingüistas en las décadas de 1950 y 1960 a poner en duda, si no a aban­ donar, el supuesto tradicional de que la función básica de la lengua es co­ municar inform ación p r o p o s i c i o n a l o factual. Desde luego, es innega­ ble que las lenguas realizan efectivam en te una función que cabe considerar descriptiva. Puede suceder, incluso, que no quepa u tilizar de este m odo otros sistemas sem ióticos, esto es para em itir aseveraciones verdaderas o falsas según que la situación que vienen a describir tenga lugar o no. Pero las len­ guas realizan además, otras funciones sem ióticas. Algunas se relacionan sistem áticam ente con esa función de describir o em itir aseveraciones y, hasta cierto punto, están en correspondencia con ciertas diferencias estructurales de las oraciones. P o r ejem plo, com o se ha m encionado ya, la diferencia funcional entre aseveraciones, preguntas y ór­ denes se corresponde, en muchas lenguas, con la diferencia estructural que hay entre oraciones declarativas, in terrogativas e imperativas. Los filósofos y gram áticos lo han advertido desde hace mucho. N o obstante, hasta hace poco apenas se ha prestado atención a la naturaleza de esta correspondencia. Además, se ha caído en la cuenta de que las aseveraciones, las preguntas y las órdenes no son más que algunos de los muchos a c t o s d e h a b l a funcio­ nalm ente distinguibles y sistem áticam ente relacionados en una diversidad de modos. Una de las polém icas más animadas de los últim os años en la se­ m ántica filosófica y lingüística se ha centrado en la cuestión de si las aseve­ raciones no son más que una clase de actos de habla entre muchas, a la que no cabe conceder ningún tipo de prim acía lógica, o bien, p o r el contrario, si constituyen efectivam ente esta clase especial y lógicam ente básica a p a rtir de la cual pueden, en cierto sentido, derivarse todos los demás actos de habla. Un poco más adelante exam inarem os esta controversia todavía no resuelta (cf. 5.4, 5.6). Podem os, p o r tanto, sentar una distinción entre el s i g n i f i c a d o d e s ­ c r i p t i v o de las aseveraciones y el s i g n i f i c a d o n o d e s c r i p t i v o de otros tipos de actos d e habla. De m om ento, al menos, tam bién podem os identificar el significado descriptivo de un enunciado con la p r o p o s i c i ó n afirm ada en las aseveraciones, y que puede asim ism o presentarse, aunque no se afirm e, en otros actos de habla, especialm ente en las preguntas. P o r ejem ­ plo, los siguientes enunciados, interpretados, respectivam ente, com o una ase­ veración y una pregunta: (6)

Juan se levanta tarde

(7)

¿Se levanta tarde Juan?

puede considerarse que presentan o m antienen la misma proposición, aun cuando sólo (6 ) la afirm e y, p or tanto, sea la única que describe o trata de

describir una situación dada. La propiedad definitoria de las proposiciones es que tienen un v a l o r v e r i t a t i v o concreto, es decir son verdaderas o falsas. Existe, por tanto, una conexión intrínseca entre significado descrip­ tivo y verdad. Esta relación, com o verem os más adelante, constituye la pie­ dra angular de la sem ántica condicionada a la verdad o s e m á n t i c a v e ­ r i t a t i v a . En efecto, la sem ántica veritativa lim ita el ám bito del térm ino ‘ sem ántica’ hasta ocuparse tan sólo del significado descriptivo (cf. 5.6). De lo dicho se desprende que, al menos algunos enunciados, presentarán un significado d escriptivo y a la vez no descriptivo. En rigor, cabe sostener que la inmensa m ayoría de enunciados cotidianos, tanto si son . aseveraciones com o no, y, en caso de que no lo sean, tanto si tienen significado descripti­ vo com o no, transm iten aquel tipo de significado no descriptivo que suele denom inarse e x p r e s i v o . Las diferencias entre significado descriptivo y expresivo consisten en qu e el segundo, pero no el prim ero, no es proposicional en carácter y no puede ser tratado en función de la verdad. Por ejem plo, si alguien exclam a ¡válgam e D io s! con el acento y la entonación que indican sor­ presa, podem os decir, razonablem ente, que esta persona está sorprendida (o n o ) y, p o r tanto, que Juan está sorp rend id o (en el supuesto de que ‘Juan’ sea su n om bre) es una aseveración verdadera (o falsa). Sería absurdo sostener que ¡válgam e D io s! describe las em ociones o el estado m ental del hablante tal com o lo hace Juan está sorprendido. Proced er así sería incu rrir en lo que algunos filósofos llam an falacia naturalista o descriptivista. Desde luego, ¡vál­ gam e D io s! es un caso claro de lo que la gram ática tradicional reconocía com o exclam ación y trataba a menudo dentro de una clase de enunciados distinta de las aseveraciones, preguntas y órdenes. P o r lo demás, se trata de una exclam ación que no puede em parejarse con ninguna aseveración corres­ pondiente en significado descriptivo, contra lo que ocu rriría, pongamos, con ¡O h abuelita, qué c o lm illo s más grandes tienes! Sí cabe, en cam bio, la posi­ bilidad de form u la r aseveraciones exclam ativas, preguntas exclam ativas, ór­ denes exclam ativas, y así sucesivamente. De hecho, la exclam ación no es más que un m edio a disposición del hablante (o escritor) para e x p r e s a r s e o revela r sus sentim ientos, actitudes, creencias y su personalidad entera. En tanto que no podam os, en últim a instancia, establecer una distinción entre una persona y su personalidad, o sus sentim ientos, parece legítim o in terpre­ tar literalm ente el térm in o ‘au toexpresión’. E l significado expresivo se rela­ ciona con todo lo que entra en el ám bito de la ‘au toexpresión ’ y puede subdividirse, com o así se ha hecho con determ inados propósitos, de diversas ma­ neras. Un tipo de significado expresivo al qu$ han prestado particular aten­ ción críticos literarios y filósofos m oralistas es el significado e m o t i v o (o afectivo). A lgo distinto del significado expresivo — aunque, com o verem os, se im ­ brican entre sí y .pueden considerarse interdependientes— es el s i g n i f i c a ­ d o s o c i a l , que se encuentra en el uso de la lengua destinado a establecer y m antener funciones y relaciones sociales. Gran parte de nuestro discurso cotidiano presenta este princip al ob jetivo, que puede incluirse bajo el térm ino de c o m u n i ó n ' f á t i c a (esto es «com u nión p o r m edio del h ab la»). Esta

feliz expresión, acuñada p o r el antropólogo M alinow ski en la década de 1920 a 1930 y am pliam ente utilizada por los lingüistas a partir de entonces, subraya las nociones de com pañerism o y participación en los ritos sociales comuni­ tarios; de ahí ‘com unión’, en lugar de ‘com unicación’. Y no son sólo los enunciados más evidentem ente ritualizados — saludos, excusas, brindis, etc.— los que presentan la función prim aria de facilitar la relación social. Desde un cierto punto de vista, parece correcto considerar esto com o la función más básica de la lengua, a la cual se subordinan todas las demás — incluyendo la descriptiva— . E l com portam iento lingüístico suele ser intencional. Incluso las aseveraciones científicas, frías y desapasionadas, cuyo significado expresivo asociado es m ínim o, suelen contar entre sus finali­ dades la de captar adeptos e influir sobre, la gente. En general, tanto lo que se dice com o el m odo de decirse están determinados, especialm ente en la conversación diaria, pero tam bién en toda situación lingüística, por las rela­ ciones sociales de los interlocutores y sus propósitos sociales. En los capítu­ los 9 y 10, exam inarem os el significado social más en detalle. N o obstante, hay que tener* bien presente todo lo dicho para el resto del capítulo. Las len­ guas varían en cuanto al grado en que puede o debe expresarse el significado social en diversos tipos de oraciones. N o ha de pensarse, en consecuencia, en d ejar el significado social al com etido del sociolingüista p or no o frec er sufi­ ciente interés para el estudioso de la m icrolingüística, cuyos horizontes se circunscriben a la definición, deliberadam ente restringida, del sistema lingüís­ tico com o un conjunto de oraciones (cf. 2.6). Se han establecido, y pueden aun establecerse, muchos otros tipos de significado. Algunos los m encionarem os más adelante, en este m ism o capí­ tulo, p ero la tricotom ía entre significado descriptivo, expresivo y social bas­ tará por el mom ento. Queda p o r hacer un par de observaciones generales sobre ella. La prim era es que, com o el hom bre es un anim al social y la es­ tructura de la lengua la determ ina y m antiene su em pleo en la sociedad, la expresión en general, y la lingüística en particular, están m uy reguladas por normas socialm ente impuestas y reconocidas de com portam iento y categórización. La m ayoría de actitudes, sentim ientos y creencias — la m ayor parte de lo que consideram os la personalidad o el yo— son producto de nuestra socialización. En igual m edida depende el significado expresivo de relaciones y funciones sociales. Al m ism o tiem po lo que puede considerarse expresión sirve tam bién para establecer, m antener o m odificar estas funciones y rela­ ciones sociales. A esto m e refería cuando decía más arriba que el significado ex­ presivo y social son interdependientes. La segunda observación es que, m ientras el significado descriptivo puede ser exclusivo de la lengua, los significados expresivos y sociales evidentem en­ te no lo son. Se encuentran tam bién en otros sistemas sem íoticos naturales, tanto humanos com o no humanos. A este respecto, es útil rem itirnos a la exposición anterior sobre la estructura de la lengua desde un punto de vista sem iótico (cf. 1.5). A llí tuvim os ocasión de ver que el com ponente verbal de las señales lingüísticas es el rasgo que m e jo r las distingue de otros tipos de señales humanas y no humanas. Puede indicarse ahora que el significado ex­

presivo y social viene expresado de un m odo característico, si bien no ex­ clusivamente, en el com ponente no verbal de la lengua, en tanto que el des­ crip tivo se lim ita a este com ponente verbal. Ahora bien, las funciones de las lenguas se integran de una manera no menos estricta que sus com ponentes estructurales distinguibles. Esto refuerza lo que se decía al prin cip io sobre la relación entre lo que constituye o no la lengua: depende muchísim o del punto de vista personal o profesional de cada uno que se subrayen las sim i­ litudes o las diferencias. En este capítulo nos ocupamos de la sem ántica lin­ güística, esto es el estudio del significado en las lenguas naturales con las restricciones que ya van im plícitas en la propia postulación de sistem a lingüís­ tico (cf. 2.6). Cabría, evidentem ente, adoptar una concepción más amplia.

5.2

Significado léxico: homonimia, polisemia, sinonimia

Toda lengua contiene un vocabulario, o léxico, com plem entario a la gram áti­ ca, con el com etido no sólo de enumerar los lexemas de la lengua (p o r m e­ dio de sus form as de cita o de tem a o, en principio, de cualquier otra m a­ nera que distinga a los lexemas entre sí), sino de asociar a cada lexem a toda la inform ación requ erida por las reglas de la gramática. Esta in form ación gram atical es de dos tipos: (a ) sintáctica, y (b) m orfológica. P o r ejem plo, el lexema del español ‘i r ’ llevaría asociada a su e n t r a d a l é x i c a : (a ) in­ form ación de que pertenece a una o más subclases de verbos intransitivos, y (b ) la inform ación necesaria, incluyendo los temas, para seleccionar o cons­ truir todas sus form as (voy, vas, íbamos, fueron, yendo, ido, etc.). N o todos los lexemas lo son de palabra (es decir lexemas cuyas form as son form as de palabra). Muchos serán lexemas frasales (esto es, lexem as cu­ yas form as son frases en el sentido tradicional del térm ino). P o r ejem plo, en cualquier diccionario de español cabría esperar lexemas frasales com o ‘dar gato p o r lieb re’, ‘m eterse en camisa de once varas’, ‘a pies ju n tilla s’, ‘pon er verde', ‘cabeza de tu rco’, etc. Los lexemas frasales tienden a ser gram atical o sem ánticamente i d i o m á t i c o s , o bien ambas cosas a la vez, es decir su distribución en las oraciones de la lengua o su significado resulta im predictible a p a rtir de las propiedades sintácticas y semánticas de sus constituyen­ tes. Por lo común, com o queda ilustrado por ‘cabeza de turco’, ‘ dar gato p o r liebre’, ‘poner verd e’, etc., pero no p o r ‘a pies ju n tilla s’, los lexemas frasales se corresponden con expresiones frasales no idiom áticas (algunas o todas las expresiones cuyas form as son idénticas con las de los correspondientes lexe­ mas frasales). Estas expresiones frasales no idiom áticas no constituyen le­ xemas, pues no form an parte del vocabulario de la lengua. Cuando un lexem a frasal sem ánticamente idiom ático puede ponerse en correspondencia con una expresión frasal no idiom ática se dice tradicionalm ente que la últim a tiene un s i g n i f i c a d o l i t e r a l en contraste con el s i g n i f i c a d o f i g u r a d o, idiom ático o m etafórico del prim ero.

N o vam os a añadir ya más sobre los lexemas frasales com o tales ni sobre los diversos tipos y grados de idiom aticidad que cabe encontrar en la lengua. Pero más adelante volverem os a la distinción entre significado literal y figu­ rado, que a veces se establece en relación con los significados distinguibles de los lexemas de palabra, así com o a las frases correspondientes no lexém icas y lexémicas. H ay que subrayar aquí que, aunque hablem os con aproxim ación del vocabulario de una lengua en el sentido de que contiene las palabras (es decir los lexemas de palabra) de dicha lengua, los lexem as de palabra consti­ tuyen sólo parte del vocabu lario de toda lengua natural. H ay que in terpretar el térm ino ‘ significado léxico', que aparece en el epígrafe de este apartado, com o «sign ificado de los lexem as». H em os de m encionar tam bién aquí que, pese a la abundancia de lexem as frasales evidentes en toda lengua, es proba­ ble que haya al menos un núm ero igual de expresiones frasales cuya condi­ ción lexém ica o no lexém ica sea discutible. N o existe un crite rio generalm ente aceptado que nos perm ita sentar una distinción nítida entre lexemas frasa­ les, p o r un lado, y c l i c h é s o f r a s e s h e c h a s , por otro. N o es más que una de las razones p o r las cuales el vocabu lario de toda lengua natural, aunque finito, presente un tam año indeterm inado. O tra razón se refiere a la dificultad de distinguir entre h o m o n i m i a y p o l i s e m i a . Tradicion alm en te se dice que los hom ónim os son palabras (es decir lexem as) diferentes con una m ism a form a. Ahora bien, com o los le­ xemas pueden tener más de una form a, y es incluso habitual que varios lexe­ mas com partan una o más form as propias, aunque no todas (las form as com ­ partidas no necesitan in clu ir la' form a de cita o de base), la definición tradicional de hom onim ia requ iere evidentem ente m ayor depuración para p rever diversos tipos de h om on im ia parcial. Y aun con cualquier procedi­ miento, habrá de tenerse tam bién en cuenta la posibilidad de que no coinci­ dan las unidades de la lengua hablada y escrita, es decir de que haya hom ó­ fonos que no sean h om ógrafos y viceversa (cf. 3.2). Sin em bargo, no hay di­ ficultad en in trod u cir las correcciones necesarias en la definición tradicional de hom onim ia a raíz de lo dicho en capítulos anteriores; más aún, daré por sentado que el lecto r m ism o puede hacerlo y aun prop orcion a r los ejem plos adecuados, en español o en otra lengua, para ilustrar los diversos subtipos de hom onim ia absoluta y parcial. N o vam os a ocuparnos de este aspecto de la distinción entre hom onim ia y polisem ia. La polisem ia (o significado m ú ltiple) es una propiedad de los lexem as aislados, y esto es, precisam ente, lo que la diferencia, en principio, de la ho­ monimia. Por ejem plo, ‘banco,' y ‘banco2’ (co n el significado, respectivam ente, de «m u eble para sentarse» e «in stitu ción fin an ciera») se consideran n orm al­ mente hom ónim os, m ientras que el nom bre ‘cu ello' viene tratado en los dic­ cionarios corrientes de español com o un lexem a único con diversos significa­ dos distinguibles, es decir com o un p o l i s e m o . N o hay dificultad en captar esta distinción entre hom onim ia y polisem ia con nuestra notación convencio­ nal: cf. ‘banco,’ : ‘banco2’, a p a rtir de lo cual cada uno puede ser, de hecho, polisém ico; pero ‘cu ello’, cuyos significados son aproxim adam ente «c u e llo ,» = «p a rte del cu erpo», «cu ello 2» = «p a rte de la camisa u otra prenda de ves­

tir », «cu ello 3» = «p a rte de la b o tella », «cuello,,» = «p a rte de la viga en los m olin os de a ceite», etc. Todos los diccionarios corrientes respetan la distin­ ción entre hom onim ia y polisem ia. ¿Pero, cóm o trazan la divisoria entre am bas? U no de los criterios es e t i m o l ó g i c o . Por ejem plo, ‘canto/ con el sig­ nificado de «acción o efecto de can tar», y ‘ canto/, «extrem idad de una cosa», son tratados com o lexem as diferen tes en la m ayor parte de diccionarios prim ordíalm en te, si nó 'únicamente, porqu e derivan de lexemas o hom ónim os ya en latín tardío. P ero el crite rio etim o ló gico no es pertinente, com o hemos visto ya, en la lingüística sincrónica (cf. 2.5). En todo caso, aunque haya le­ x icógra fo s que se m uestran partidarios de que la diferen cia de origen constitu­ ya condición su ficiente para la hom onim ia, nunca se ha tom ado com o condi­ ció n necesaria, y ni siquiera principal, para distinguir la hom onim ia de la polisem ia. La consideración decisiva p rovien e de la relación de significados. Los di­ versos significados de un lexem a polisém ico único (v. gr., «c u ello j», «cu ello 2», «c u e llo 3», etc.), se consideran relacionados. Si no se cum ple esta condición, el lex icó gra fo procederá com o si se tratara de una hom onim ia, y no de p o­ lisem ia, y dispondrá diversas entradas léxicas en el diccionario ( ‘cuello/, ‘ cuello 2’, ‘cu ello3’, etc.). Existe una dim ensión histórica en la relación de significa­ dos, y esto es lo que com plica el asunto. P o r ejem plo, puede dem ostrarse que los significados de ‘pupila/ (« m u je r de la m a n ceb ía ») y ‘pupila2’ («ab ertu ra del iris en el o jo » ) tienen una conexión histórica, aunque se hayan separado con el tiem p o hasta el punto de que ningún hablante m edio de español pen­ saría que se hallan sincrónicam ente relacionadas. Y lo que buscamos es pre­ cisam ente la relación sincrónica. N o hay dificultad en v e r que m ientras la identidad de form a es una cues­ tión de sí o no, la relación de significado lo es de más o menos. Por este m o­ tivo, la distinción en tre hom onim ia y polisem ia, aunque .fácil de form ular, es d ifíc il de aplicar de un m odo coherente y fiable. Algunos tratados m odernos de sem ántica han abogado p or co rta r senci­ llam en te el nudo gordian o y postu lar hom onim ia, en lugar de polisem ia, en todos los casos. P o r m uy atractiva que parezca esta propuesta a sim ple vista, no resu elve de verdad los problem as cotidianos que afron ta el lexicógrafo. Más im p ortan te aún, ignora la cuestión teórica. Los lexem as no ofrecen un nú m ero determ in ado de significados distintos. L a discreción en la lengua cons­ tituye una propiedad de la form a y no del significado (cf. 1.5). P o r la esencia m ism a de las lenguas naturales, los significados-tléxicos se confunden entre sí y se hacen indefinidam ente extensibles. L a única m anera de resolver, o qui­ zá de evitar, el problem a tradicional de la hom onim ia y la polisem ia consiste en abandonar totalm ente los criterios sem ánticos en la definición del lexem a y basarse únicam ente en criterios sintácticos y m orfológicos. Esto daría com o resultado que «b a n c o ^ y «b a n co 2» se dividieran en dos significados (fácilm en ­ te distin gu ibles) de un m ism o lexem a sincrónicam ente polisém ico. La m ayoría de lingüistas no suscribiría una solución tan radical. Y , sin em bargo, es teó­ rica y prácticam en te más defen d ible que su alternativa. Acaso debam os re­

signarnos a pensar que la distinción entre hom onim ia y polisem ia es, en prin­ cipio, insoluble. El significado, com o vim os en el apartado anterior, puede ser descriptivo, expresivo y social; muchos lexemas presentan una combinación de dos de ellos, o incluso de los tres. Si se define la s i n o n i m i a com o identidad de significado, entonces puede decirse que los lexemas son c o m p l e t a m e n t e s i n ó n i m o s (en una cierta gama de contextos) si, y sólo si, tienen el m ism o significado descriptivo, expresivo y social (en la gama de contextos en cues­ tión). Pueden describirse com o a b s o l u t a m e n t e s i n ó n i m o s , si, y sólo si, tienen la misma distribución y son com pletam ente sinónimos en todos sus significados y en todos sus contextos de aparición. En general, se reconoce que la sinonimia com pleta de lexem as es relativam ente rara en las lenguas naturales y que la sinonimia absoluta, tal com o se ha definido aquí, apenas existe. En rigor, la sinonim ia absoluta se lim ita probablem ente al vo­ cabulario muy especializado y puram ente descriptivo. Un ejem plo posible es el de ‘a ltim etría ’ : ‘h ipsom etría’ (con el significado de «m edición de la altura top ográfica»). Ahora bien, ¿cuántos hablantes nativos de español utilizan con fam iliaridad estas dos palabras? Lo que tiende a ocu rrir en estos casos es que, aun cuando puedan coexistir, entre especialistas y durante un tiem po más bien corto, un par o un conjunto de térm inos, uno de ellos term ina por im ­ ponerse sobre el o tro para el significado en cuestión. E l térm ino o térm inos oponentes o bien desaparecen o bien desarrollan un nuevo significado. E l mis­ m o proceso puede observarse en la lengua cotidiana con respecto al vocabu­ lario creado para instituciones o inventos nuevos: ‘ coche’ ha elim inado casi por com pleto a ‘au tom óvil’, aunque coexistieron durante un tiem po com o fo r­ mas alternativas para muchos hablantes, ‘ a eródrom o’ (y ‘campo de aviación') y ‘aeropu erto’, por o tro lado, difieren actualm ente en significado descriptivo. Se observará que (con tra el proced er de la m ayoría de semantistas) he establecido una distinción entre sinonim ia absoluta y completa. En m i opi­ nión, se trata de una distinción im portante. La sinonimia contextualm ente restringida puede ser relativam ente rara, p ero ciertam ente existe. Por ejem ­ plo, ‘ fla co ’, ‘ delgado’ y ‘ fin o ’ no son absolutam ente sinónimos, ya que hay con­ textos en que suele utilizarse sólo uno de ellos, y su perm utación por otro, en caso de ser aceptable, podría dar lugar razonablem ente a alguna diferencia de significado (cf. Este es su p u n to flaco, L e duele el intestin o delgado, E l so­ nido de este in stru m en to es m uy fin o ). P ero hay también contextos en que parecen ser sinónimos al menos de dos én dos (cf. Se ha com p ra d o un p erro flaco/delgado, Ha dibujad o una línea delgada/fina sobre el papel). In vito al lector a que busque ejem plos sim ilares, en español o en otras lenguas, y a m editar sobre ellos. Tengo la im presión de que encontrará que, aun cuando existe indudablem ente una cierta diferen cia de significado, a menudo es muy d ifícil asegurar en qué consiste esta diferencia. Se dará cuenta, asimismo, de que no siem pre está claro cuándo hay o no una diferencia de significado, e incluso puede sentirse tentado, com o ocu rre con los semantistas y los autores

prescriptivistas sobre el uso correcto, a postular matices sutiles que diferen ­ cian las palabras entre sí.1 Estos descubrim ientos son saludables, ya que refuerzan lo dicho anterior­ m ente sobre la indeterm inación parcial del significado léxico. A l propio tiem ­ po, tam bién dem uestran que gran parte del conocim iento que se tiene de la lengua, en tanto que sistema lingüístico determ inado, va más allá de la intros­ pección fidedigna. Y lo m ism o que con las reglas gramaticales de una lengua sucede tam bién con las reglas o principios que determinan — en la m edida en que esté determ inado el significado léxico— el significado de palabras y frases. En cierto sentido, dem ostramos conocerlos por el propio uso que ha­ cemos de la lengua, pues se manifiestan en el com portam iento lingüístico y podem os, hasta un cierto punto de fiabilidad, reconocer las violaciones que se hacen contra ellos. En o tro sentido, evidentem ente no sabemos qué son estas reglas y principios, pues cuando se nos pide que los identifiquem os nos cuesta mucho trabajo y, p or lo común, lo hacemos incorrectam ente. El problem a se com plica por la evidente existencia de lo que popularm en­ te se denominan c o n n o t a c i o n e s de los lexemas. (E x iste también un em pleo más técnico de ‘connotación’ en semántica, que no nos interesa aquí.) E l em pleo frecuente de una palabra o frase en una gama de contextos en lu­ gar de otra tiende a crear ciertas asociaciones entre esta palabra o frase y cualquier elem ento distin tivo de sus contextos típicos de aparición. Por ejem ­ plo, hay ciertas diferencias de connotación, al margen del significado descrip­ tivo, entre ‘ señora’ y ‘ dam a’. A veces, la diferencia es relativam ente clara y una pregunta com o ¿E s una señora o una dama? se presta a una fá cil in ter­ pretación. Con frecuencia, sin embargo, lás connotaciones no se dejan iden­ tificar tan nítidam ente. Y , aun así, son bien reales, al menos para determ ina­ dos grupos de hablantes, e incluso bien explotadas, especialm ente p or ora­ dores y poetas, p ero tam bién por todos, a veces, cuando vam os en pos de nuestros propósitos cotidianos. E l supuesto de que las connotaciones contextualm ente determ inadas de un lexema form an parte de su significado depende en gran m edida de lo am plia que sea la interpretación que estamos dispuestos a asignar al térm ino ‘significado’. A menudo, aunque no siem pre, lo que se atribuye a las connotaciones de un lexema entraría en el cam po de su signi­ ficado expresivo o social. La sinonim ia incom pleta no es en m odo alguno rara. En particular — y éste es quizas el único caso de identidad de un tipo de significado, pero no de otros, clara y provechosam ente reconocible com o tal— , los lexemas pue­ den ser descriptivam ente sinónimos sin tener un m ism o significado expresivo o social. La sinonim ia d e s c r i p t i v a (habitualm ente denom inada c o g n i t i v a o r e f e r e n c i a l) es lo que muchos semantistas consideran sinoni­

1. [O a su p rim ir, incluso, d iferen cias eviden tes según las con d icion es con textú ales: piénsese, p o r e je m p lo , en la sinon im ia enunciativa (o p ra g m á tic a ) que puede p ro d u cirse en con d icion es ap rop iad as en tre p on d erativos com o ‘ e x tra o rd in a rio ’ , ‘ fa b u lo s o ’ , ‘ de m ie­ do', etc. (c f. 5.5.).]

m ia propiam ente dicha. E n tre los ejem plos de sinónimos descriptivos, en es­ pañol, se encuentran ‘padre’, ‘papá’, ‘p a p i’, ‘p a ’, etc.; ‘letrin as’, ‘ excusado’, ‘lavabo', 'servicios', etc, Am bos conjuntos de sinónimos descriptivos ilustran el hecho de que no todos los hablantes de una lengua utilizarán necesaria­ mente, pese a que puedan com prenderlos, todos los m iem bros de un conjunto sinoním ico; y el segundo ejem p lo dem uestra, con más claridad aún que el prim ero, que también puede haber t a b ú e s sociales, que operan de m odo que el em pleo de ciertas palabras indica la pertenencia a determ inados gru­ pos dentro de la comunidad. H ace algunos años la distinción entre el llam ado vocabulario ‘U ’ y el vocabulario ‘no-U’ (don d e ‘U ’ significa ‘upper-class’ «c la ­ se a lta ») era tema diario de conversación en la Gran Bretaña — gracias a la popularización, aunque no invención, de N ancy M itfo rd — .2 Era y continúa sien­ do un tem a candente (si bien los térm inos ‘ U ’ y ‘no-U’ han pasado ya de m oda) especialm ente entre m iem bros de las clases m edias acomodadas. La función que desempeñan los tabúes sociales en el com portam iento lin­ güístico entra en el terreno de la sociolingüística. Si lo m enciono aquí es p o r­ que afecta a los significados expresivos y sociales de los lexemas. En la actua­ lidad, ya no estamos tan expuestos a que nos echen en cara el uso de alguna palabra obscena; sin em bargo, existen todavía diferencias de significado so­ cial y expresivo que distinguen, pongamos, ‘p o lla ’ o ‘ca ra jo ’ con respecto a ‘peñ e’, o bien ‘tetas’ o ‘lim on es’ con respecto a ‘senos’ o ‘ pechos’ . Las investi­ gaciones diacrónicas del vocabu lario han revelado la enorm e im portancia del e u f e m i s m o — la evitación de palabras tabúes— en el cam bio del sign ifi­ cado descriptivo de las palabras. E llo im plica una interdependencia sincróni­ ca, durante algún tiem po, en tre el significado descriptivo y no descriptivo. En fin, algo hay que decir tam bién sobre la sinonim ia entre lexem as que pertenecen a lenguas diferentes. La sinonim ia descriptiva entre lenguas es aún mucho menos habitual, a excepción de las subpartes más o menos especiali­ zadas de los vocabularios, de lo que los diccionarios bilingües inducen a creer. Sería absurdo m antener que no existe algo así com o una sinonim ia in terlin ­ güística (o incluso in terdialectal). Y , p o r otra parte, hemos de recon ocer que la traducción palabra por p a la b ra es im posible, en general, entre dos lenguas naturales cualesquiera. L a im portan cia teórica de este hecho nos ocupará más adelante.

5.3

Significado léxico; sentido y denotación

En este apartado nos ocuparem os tan sólo del significado descriptivo, lo que im plica, al menos, la presencia de dos com ponentes distinguibles: sentido y

2. N a n c y M itfo r d fue una n o ta b le n o velista b ritá n ic a p ro ce d e n te de una fa m ilia a risto ­ crática que alcanzó c ierta n o to rie d a d p o lític a en vísp eras de la Segunda G u erra M u n dial.

denotación. Am bos térm inos provienen de la filo so fía y no de la lingüística. H asta hace poco, los lingüistas apenas han atendido a los temas filosóficos que han llevado al recon ocim ien to de las distinciones que vam os a exponer. Los filósofos, a su vez, no siem pre se han ocupado, com o han hecho los lin ­ güistas, p o r la gam a com pleta de lenguas humanas y p o r las diferen cias es­ tructurales entre ellas que son pertinentes para form u la r las distinciones en cuestión. H ay que recon ocer, asim ism o, que los térm inos ‘ sentido’ y ‘ denota­ ció n ’ se han ven id o utilizando en form a diversa p o r parte de lingüistas y f i ­ lósofos. N o voy a pen etrar en estas diferencias, sino que m e lim itaré a p re­ sentar m i propia concepción sobre el tema. Existe una serie de aspectos controvertidos. L o m ism o ocu rre con cada una de las alternativas — y son mu­ chas— propugnadas a lo largo de la h istoria de la sem ántica filosófica. Es evidente que algunos lexemas, si no todos, se relacionan, p o r un lado, con otros lexem as de la m ism a lengua (v. gr., ‘vaca' se relaciona con ‘an im al’, ‘ to r o ’, ‘ tern ero ’, etc.) y con entidades, propiedades, situaciones, relaciones, et­ cétera, del m undo ex terio r (v. gr., ‘vaca’ se relaciona con una cierta clase de anim ales). D irem os qu e un lexem a relacionado (d e m odo pertinen te) con otros lexem as presenta con ellos una relación de s e n t i d o ; y que un lexem a re­ lacionado (d e m odo p ertin en te) con el m undo ex terio r presenta una relación de d e n o t a c i ó n . P o r ejem p lo, ‘vaca’, ‘anim al', ‘ to r o ’, ‘ tern ero ’, etc.; ‘ r o jo ’, ‘v e rd e ’, ‘azul’, etc., y ‘ tom a r’, ‘o b ten er’, ‘co b ra r’, ‘co m p ra r’, ‘ro b a r’, etc., cons­ tituyen conjuntos de lexem as con diversos tipos de relaciones de sentido. Así, ‘va ca ’ denota una clase de entidades que es una subclase propia de la clase de entidades denotadas p o r ‘anim al’, la cual difiere de la clase de entidades denotada p o r ‘ to ro ' (o bien 'ca b a llo ' o 'á rb ol' o ‘ pu erta'), que está en in ter­ sección con la clase denotada p o r ‘ tern ero’, y así sucesivamente. Está claro que sentido y denotación son interdependientes, y que si la re­ lación entre palabras y cosas — o entre la lengua y el mundo— fuese tan d irecta y u n iform e com o a m enudo se ha im aginado, no habría dificultad en tom a r el sentido o la denotación com o elem entos básicos y definir cada uno a p a rtir del otro. P o r ejem p lo, podríam os adoptar el punto de vista de que la den otación es el elem en to básico, esto es de que las palabras son nom bres o rótu los para las clases de entidades (com o vacas o anim ales) que existen en el m undo extern o e independiente de la lengua, y que para aprender el significado d escrip tivo de los lexem as basta únicam ente ¿p ren der qu é rótu los hay que asignar a cada clase de entidades. Esta concepción se h izo explícita en la doctrin a realista tradicion al de los t i p o s n a t u r a l e s (esto es cla­ ses y sustancias naturales) y se encuentra im p lícita en gran parte de la m o­ derna sem ántica filosófica de inspiración em pirista. P o r o tro lado, cabría ad op tar el supuesto de que fuese el sentido el elem en to básico y con ello sos­ tener que, tanto si hay com o si no tipos naturales (es decir agrupaciones de entidades independientes de la lengua), la denotación de un lexem a vien e de­ term inada p o r su sentido y que, en prin cip io es posible saber el sentido de un lexem a sin saber su denotación. Tal concepción sería aceptable para un r a ­ c i o n a l i s t a — es decir para alguien que, en contraste con.el e m p i r i s t a , sostiene que la razón, y no la experiencia sensorial, es la fuente de con ocim ien to

(cf. 2.2)— . Filosóficam ente podría justificarse m ediante la identificación tra­ dicional entre el significado (es decir el sentido) de una palabra y la idea o el concepto m ental asociado (cf. 5.1). Lo único que debe decirse aquí es que cualquiera de las escuetas alter­ nativas presentadas en el p árrafo anterior conduce a dificultades filosóficas insuperables. H ay m edios más depurados para sostener la prioridad lógica o psicológica del sentido o la denotación, pero no nos ocuparem os de ellos aquí. En cambio, el lingüista debe hacer hincapié en los dos hechos siguientes: en p rim er lugar, que la gran m ayoría de lexemas, en las lenguas humanas, no denotan tipos naturales; y en segundo lugar, que las lenguas son, en una par­ te m uy considerable, léxicam ente no isom órficas (es decir difieren en estruc­ tura léxica) con respecto al sentido y a la denotación. Consideremos cada asunto p o r separado. Algunos lexemas en español y en otras lenguas denotan efectivam ente tipos naturales (v. gr., especies biológicas y sustancias físicas): 'vaca', ‘hom­ b re’, ‘o ro ’, ‘lim ón ’, etc., pero no la vasta m ayoría. Además, y esto es lo más crucial, los lexem as que denotan tipos naturales lo hacen de un m odo inci­ dental e indirecto, com o si dijéram os. P o r lo común son las distinciones cul­ turalm ente im portantes entre clases de entidades y acumulaciones más o menos hom ogéneas de m ateria, com o agua, roca u oro, lo que determ ina la estructura léxica de las lenguas, y, p or tanto, pueden o no coin cidir con lim i­ taciones naturales. P o r ejem plo, según B loom field, que adolecía de fuertes preju icios em piristas, la palabra ‘ sal’ suele denotar el cloru ro sódico (C IN a). A dm itien do que ésta sea su denotación, si no la totalidad de su significado, y que el cloru ro sódico es una sustancia naturalm ente existente, lo cierto es que si la palabra ‘ sal’ o frec e la denotación que efectivam ente tiene es sólo porqu e la sal desem peña una función distin tiva en nuestra cultura (p o r la cual tenem os ocasión de referirn os a ella con frecuencia). E l hecho de que ‘ sal’ denote una sustancia natural constituye una consideración lingüística­ m ente irrelevante. En cuanto a la falta de isom orfism o léxico, el examen más superficial de los vocabularios de las lenguas humanas revela de inm ediato que los lexemas de una lengua tienden a no presentar la m ism a denotación que los de otra. P o r ejem plo, la palabra latina ‘m us’ denota ratas y ratones (para no mencio­ nar otras especies de roed ores); la palabra ‘m on o’ y la palabra del francés ‘ singe’ denotan lo que el inglés distingue entre ‘apes’ y ‘m onkeys’, y así suce­ sivamente. Desde luego, existen muchos ejem plos de equivalencia denotativa entre las lenguas. Muchos provienen diacrónicam ente de la difusión cultural y otros se explican por la constancia, a través de las culturas, de ciertas ne­ cesidades e intereses humanos. R elativam ente pocos pueden atribuirse a la estructura del mundo físico com o tal. En el capítulo 10 volverem os a este tema. Muchos lingüistas se han sentido atraídos, en los últim os decenios, por el llam ado análisis com ponencial del sentido y, más en particular, por la con­ cepción de que lo s sentidos de todos los lexemas de todas las lenguas son com plejos de conceptos atóm icos universales com parables a los rasgos pre­

suntamente universales de la fonología (cf. 3.5). N o obstante, se ha podido comprobar que muy pocos de estos componentes de sentido com únm ente in­ vocados a este propósito son realm ente universales y, además, que relativa­ mente pocos lexemas son candidatos idóneos a figurar en el análisis componencial. A lo sumo, podem os representar algunos de estos sentidos lexemáticos a base de componentes tal vez universales de sentido. P o r ejem plo, en el supuesto razonable de que [ h u m a n o ] , [ h e m b r a ] y quizá tam bién [ a d u l ­ t o ] son componentes universales de sentido, «m u je r» puede analizarse cóm o el conjunto { [ h u m a n o ] , [ h e m b r a ] , [ a d u l t o ] } , «h o m b re» com o { [ h u m a n o ] , [ n o h e m b r a ] , [ a d u l t o ] } , «n iñ a » com o { [ h u m a n o ] , [ h e m b r a ] , [ n o a d u l t o ] } . Bastará una pequeña reflexión para com prender que este análisis deja sin aclarar que la relación entre «n iñ a » y «m u jer», en muchos contextos, difiere de la que hay entre «n iñ o » y «h o m b re». Antes, al tratar sobre la polisem ia, hemos señalado que la relación de sig­ nificado es una cuestión de grado. Esto es verdad con respecto a la parte del significado descriptivo que aquí llam am os sentido. P ero tam bién podem os reconqcer provechosamente distintos tipos de r e l a c i o n e s d e s e n t i d o en los vocabularios de todas las lenguas humanas. En concreto, em pecem os por lo que tradicionalm ente se llam aba a n t o n i m i a (o bien oposición de sentido) y que hoy suele denom inarse h i p o n i m i a . En realidad, existen diversos tipos distintos de oposición de sentido (cf. ‘ soltero’ : ‘ casado’, ‘bue­ no’ : ‘malo’, ‘m arido’ : ‘esposa’ , ‘encim a’ : ‘ debajo’ , etc.), ya q u e la ‘antonim ia’ admite una interpretación más o menos estrecha. Algunos autores la han am ­ pliado hasta cubrir todos los tipos de i n c o m p a t i b i l i d a d de sentido, diciendo, por ejem plo, que ‘ r o jo ’, ‘azul’, ‘blanco’, etc. son antónim os. Cualquie­ ra que sea la term inología que em pleem os y la am plitud o estrechez con que definamos ‘antonim ia’, lo teóricam ente im portante es que la incom patibilidad, y sobre todo la oposición de sentido, es una de las relaciones estructurales básicas de los vocabularios de las lenguas humanas. Igualm ente básica es la hiponimia (e l térm ino es reciente, pero ha sido bien acogido p o r lexicógrafos, lógicos y lingüistas), esto es la relación que hay entre un lexem a más especí­ fico y otro más general (en tre ‘ tulipán’, ‘ rosa’, etc. y ‘flo r’ ; en tre ‘honradez’, ‘castidad’, etc. y ‘virtu d’, y así sucesivamente). La antonimiá y la h iponim ia son relaciones sustitutivas [o paradigm áti­ cas] de sentido. N o menos im portantes son las numerosas relaciones sintag­ máticas entre lexemas (cf. 3.6), entre ‘com er’ y ‘com ida’, ‘ ru bio’ y ‘ p elo ’ , ‘ pa­ tada’ y ‘pie’, y así sucesivamente. Tom adas en conjunto, las relaciones de sen­ tido (de diversos tipos) sustitutivas y sintagmáticas^son las que confieren a los distintos c a m p o s l é x i c o s su particular estructura semántica. A menu­ do pueden identificarse campos léxicos a lo largo de lenguas diversas (v. gr., de color, parentesco, m obiliario, productos alimenticios, etc.), y dem ostrar que no son isomórficos. Una parte m uy considerable de la investigación sem ántica más reciente se rige por el prin cip io de que el sentido de un lexem a está determinado por la red de relaciones sustitutivas y sintagmáticas que existen entre el lexema en cuestión y sus vecinos en el mismo cam po léxico. Los pro­ nunciamientos teóricos de los adeptos al cam po léxico (co m o los de quienes

practican el análisis com ponencial) han resultado, con gran frecuencia, poco plausibles y filosóficam ente controvertidos. Ahora bien, los resultados em pí­ ricos obtenidos por ellos y sus seguidores han enriquecido inmensamente nues­ tra com prensión sobre la estructura léxica en general. E specialm ente im portante fu e su insistencia en conceder prioridad lógica a las relaciones estructurales en la determ inación del sentido de un lexema. En lugar de decir que dos lexemas son (descriptivam ente) sinónim os porque presentan tal o cual sentido y que, p o r tanto, resultan idénticos, dirían que la sinonim ia de los lexemas form a parte de su sentido. De un m odo análogo han procedido para la antonim ia y la hiponim ia y aun para todo el conjunto de relaciones sustitutivas y sintagmáticas relevantes. Conocer el sentido de un lexem a equivale a conocer cuáles son sus diversas relaciones de sentido. Esta afirm ación, com o verem os en apartados sucesivos, requ iere más ex­ plicación. N o sólo los lexemas pueden tener sentido, sino tam bién otras ex­ presiones más amplías compuestas de más de un lexema. Exactam ente las mismas relaciones sustitutivas y sintagm áticas caben entre un lexem a y una expresión más com pleja no lexem ática que entre dos expresiones más com ­ plejas o que entre lexemas. Parece, pues, razonable a d m itir que saber el sen­ tid o de un lexem a supone saber tam bién cóm o se relaciona con lasífexpresiones no lexem áticas pertinentes: saber, p o r ejem plo, que ‘ soltera’ tiene el m is­ m o sentido que ‘ m u jer no casada' (o, m e jo r aún, ‘m u jer que nunca/se ha ca­ sado’). Evidentem ente, no es posible adq u irir este conocim iento adicional sin saber asim ism o las reglas gram aticales de la lengua y su contribución, si es que la hay, en la form ación del sentido de expresiones sintácticam ente com ­ plejas. Una de las deficiencias de la investigación p rim itiva en sem ántica con­ sistía en que no sólo se lim itaba a la estructura léxica, sino qu e, olvidaba que el sentido de los lexemas no puede describirse adecuadam ente sin contar tam bién con las relaciones que se entablan en tre ellos y las expresiones más com plejas.

5.4

Semántica y gramática

E l significado de una oración es el produ cto del significado léxico y gram ati­ cal, esto es del significado de los lexemas constituyentes y de las construccio­ nes gram aticales que relacionan sintagm áticam ente los lexemas (cf. 5.1). Re­ cuérdese que utilizam os los térm inos ‘ gram ática' y 'gram atical' en sentido es­ tricto a lo largo del libro (cf. 4.1). (1 )

E l p erro m ordió al cartero

(2)

E l cartero m ordió al perro

Ambas oraciones difieren en significado. P ero esta diferen cia no puede atri­ buirse a ninguno de los lexemas constituyentes, com o sería el caso entre (1 ) y

(3)

E l perro m o rd ió al period ista

o en tre (2) y (4 )

E l cartero apaciguó al p erro

L a diferen cia sem ántica en tre (1) y (2) se describe tradicionalm ente diciendo qu e en (1 ) ‘el p erro ' es el s u j e t o y ‘ el ca rtero ’ el o b j e t o , m ientras que en (2) estas funciones gram aticales aparecen invertidas. L a diferen cia sem ántica entre (1) y (2) es de significado descriptivo, ya qu e puede establecerse, com o verem os después, a p a rtir de sus c o n d i c i o ­ n e s v e r i t a t i v a s (cf. 5.6). E l significado gram atical, sin em bargo, no es necesariam ente descriptivo. E n tre oraciones correspondientes declarativas e in terrogativas com o (1) y (5 )

¿M ordió el p erro al cartero?

p o d ría decirse razonablem ente que tienen el m ism o significado descriptivo, p ero que difieren entre sí en alguna otra dim ensión. En el apartado que de­ dicam os a la relación entre oraciones y enunciados (5.5), exam inarem os cuál es esta o tra dim ensión. H a y razones para incluirla dentro del significado ex­ p resivo y social. Y aun muchas otras diferencias gram aticales en tre oraciones se hallan en correlación con diferen cias de significado no descriptivo. P o r ejem plo, el orden de las palabras desem peña una función expresiva en muchas lenguas. Así ocu rre tam bién, en ciertas circunstancias, con el uso de un m o d o en oposición a o tro (v . gr., subjuntivo en vez de in dicativo en ciertas construcciones del español, francés y alem án). En cuanto al significa­ d o social, es bien sabido que muchas lenguas europeas, entre las cuales no se halla el inglés estándar, im ponen a los usuarios una distinción entre dos pron om bres de apelación (esp añ ol ‘ tú’ : ‘usted’; francés ‘ tu’ : ‘vou s’ ; alemán ‘ d u ’ : ‘ S ie’; ruso ‘ ty ’ : ‘v y ’, etc.), y que el uso de uno en lugar del o tr o está determ in ado, en parte, p o r funciones y relaciones sociales (cf. 10.4). E l em ­ p leo de estas form as, además, se halla en correspondencia con oposiciones d e n ú m e r o (singular o plu ral) o de p e r s o n a (segunda o tercera), de m o d o que sería quizá razonable pensar que estas diferencias gram aticales es lo único que distingue dos oraciones que tienen, p o r lo demás, un m ism o sig­ n ificado descriptivo. Existe, p o r o tro lado, el llam ado plural de prim era per­ sona m ayestático o de m odestia, en muchas lenguas. Así se ejem p lifica en español p o r m edio de (6 )

Nos, el Rey, así lo disponem os

o bien (7)

P o r nuestra parte, pensam os que los jóven es llevan razón en esto (en el sentido de « P o r m i parte, pienso q u e ...»)

En capítulos sucesivos añadiremos algo más sobre la m anifestación del signi­ ficado social y expresivo.3 Aquí m e basta con haber establecido el principio general de que la diferencia entre significado léxico y gram atical no coincide con la que hay entre significado descriptivo y no descriptivo. La diferen cia entre significado léxico y gram atical depende, en principio, de la diferen cia entre vocabulario (o léxico) y gramática. Hasta aquí hemos operado con el supuesto de que se trata de una diferencia palmaria. Y no es así. A veces los lingüistas establecen una distinción entre palabras plenas, pertenecientes a las partes m ayores del discurso (nom bres, verbos, adjetivos y adverbios) y las llamadas palabras funcionales de diversos tipos, entre las cuales cabe citar los artículos definidos (e l, la, ...), las preposiciones (de, en, para, ...) o las conjunciones (y, pero, ...) — para ilustrar la distinción a partir sólo del español— . Una característica de estas palabras funcionales es que pertenecen a clases de pocos m iem bros y que su distribución tiende a estar muy condicionada por las reglas sintácticas de la lengua. Y muy a menudo desempeñan la misma función que la variación flexiva en otras lenguas. Por ejem plo, los en los tres días, fren te a en ( o al cabo de) de en tres días es sem ánticam ente com parable al uso del caso acusativo frente al ablativo en latín (tre s dies : tribus diebus). En general, se adm ite que las palabras fun­ cionales son menos léxicas que los nom bres, los verbos, los adjetivos y la m ayoría de adverbios, y que, además, algunas palabras funcionales tienen un carácter más léxico que otras. En el caso extrem o donde una palabra funcional no tiene más rem edio que aparecer dentro de una construcción sin­ táctica dada, no presenta ningún significado léxico: cf. de en Va en com pañía de su am igo, o bien en al m argen de todo esto. Ahora bien, entre el caso lím i­ te de las palabras puram ente gram aticales sin significado léxico y los lexemas plenos del o tro extrem o, hay muchas subclases de palabras funcionales que, sin ser lexem as plenos, contribuyen en cierta m edida a configurar el signifi­

3.

[E n el o rigin a l, se alude al p lu ra l m a yes tá tic o d el inglés, e je m p lific a d o a base d e ] (6 )

W e h ave e n jo ye d o u rs e lf, « N o s h em os d iv e r tid o » [e n el sen tid o de « M e he d i­ v e r t id o » ]

que se d istin gu e en sign ificad o d e s c rip tiv o de (7 )

W e h ave e n jo ye d ou rselves, « N o s h em os d iv e rtid o » [e n su sen tid o p r o p io ]

y, c o m o la R ein a V ic to ria nos h izo sab er (c f. W e a re n ot am used, « N o nos ha hecho g ra c ia »), de (8 )

I have en joy e d m yself, « M e he d iv e r tid o » [e n su sen tido p ro p io ]

en s ig n ific a d o social o exp resivo. [L a referencia a la R ein a V ic to ria alude a c ie rta ocasión, en 1889, en que un m o zo de cuadra d e la corte, A le e Y o rk e , h izo una im ita c ió n burlesca de la p ro p ia R ein a sin ad­ v e rtir qu e ésta lo estaba o b serva n d o . E l c o m e n ta rio real con stituye, así, una reacción e je m p la r p o r e l fo r m a lis m o (Victoriano) m a n ten id o a toda costa en e l p lu ra l m a yestá tico .]

cado léxico de las oraciones en que aparecen. L o que aquí indicam os com o una diferen cia entre palabras plenas y palabras funcionales en una gram á­ tica m orfém ica se expresa com o una diferen cia entre m orfem as léxicos y gra­ maticales (cf. 4.3). Con relación a lo dicho sobre la dificultad de establecer una distinción tajante entre la gram ática y el vocabulario de una lengua, puede afirm arse, subrayando su trascendental im portancia teórica, que lo que en una lengua aparece l e x i c a l i z a d o en otra puede aparecer; g r a m a t i c a 1 i z a-d o. P o r ejem plo, la distinción léxica entre ‘m atar’ y ‘m o rir’ en español (q u e se corresponde también con una diferencia gram atical de valencia: cf. 4.4) en muchas otras lenguas equivale a una distinción gram atical entre un verbo c a u s a t i v o y un correlato no causativo. O bien lo que unas lenguas expre­ san p o r m edio de la categoría gram atical de tiem po (v. gr.( pasado o presente) otras, carentes de tiem po gram atical, deben expresarlo p or m edio de lexemas que signifiquen, pongamos por caso, «e n el pasado» o «ah o ra ». Estos dos ejem plos, no obstante, ilustran además o tro dato que caracteriza el prin cip io de que una misma distinción semántica puede lexicalizarse o gramaticalizarse. Com o hemos visto ya, el significado de los lexemas tiende a ser más o menos indeterm inado (c f. 5.2). Pero el significado relativo a distinciones entre categorías gramaticales, tales com o la causatividad, el tiem po, el m odo, et­ cétera, resulta aún más indeterm inado. En consecuencia, a menudo es m uy d ifícil precisar si una distinción léxica de una lengua es el equivalente se­ m ántico exacto de una distinción gram atical en otra lengua diferente. Las form as causativas del verbo turco ‘olm ek’, «m o rir», se utilizarían norm alm ente para traducir el verbo español ‘m atar’. P ero cabría sostener que no tiene exac­ tam ente el m ism o significado, y aun que la expresión española léxicam ente com pleja ‘causar la m uerte’ difere en significado del lexem a ‘m atar’ . En cuan­ to al tiem po verbal, es significativo que nadie haya conseguido todavía dar cuenta satisfactoria del significado de los tiem pos (tradicionalm ente id en tifi­ cados p o r m edio de térm inos com o ‘pasado’, ‘presente’, ‘fu tu ro’) ni en español ni en otra lengua bien estudiada. Y lo cierto es que el tiem po gram atical constituye, de todas las categorías tradicionales, la más fácilm ente definible, a prim era vista, desde una perspectiva semántica. Antes hemos indicado ya que hay una base indudablemente semántica en la distinción entre las partes del discurso y las categorías gram aticales (c f. 4.3). Al aceptarlo así hemos de reconocer asim ism o que la naturaleza de la correlación entre la estructura gram atical y hj estructura sem ántica es, a este respecto, extrem adam ente d ifícil de precisar. En general, cuanto más en profundidad se estudia una lengua, más com pleja parece esta correlación. Vale la pena tener esto bien presente, sobre todo a la vista de análisis sobre el significado de categorías gramaticales en lenguas menos estudiadas que la nuestra. Casi todas las denominaciones tradicionales para las categorías gra­ m aticales de las lenguas europeas más fam iliares son erróneam ente m eticu­ losas: el tiem po de pasado no se refiere necesariam ente al pasado; el singular se em plea mucho más am pliam ente de lo que da a entender el térm ino m is­

m o; el im perativo se em plea en muchas construcciones que nada tienen que ve r con dar órdenes, y así sucesivamente. Y no hay razón para creer que la situación sea distinta con respecto a las denominaciones que los lingüistas em plean en la descripción gram atical de otras lenguas. Volvam os ahora, brevem ente, a o tro aspecto de la relación entre semán­ tica y gram ática: la cuestión de la significatividad y la gram aticalidad. H e­ mos dicho ya que no deben confundirse estas dos propiedades de las oracio­ nes (cf. 4.2). Péro, com o ocurre a menudo, es mucho más fá cil proclam ar un principio general que aplicarlo. H ay diversos factores que com plican la si­ tuación. Uno de ellos es que no todo constituye m ateria de regla gram atical aunque lo parezca a prim era vista. Por ejem plo, el inglés, contrariam ente a lo que suele decirse, no dispone de la categoría gram atical de género. L o que se describe com o concordancia de género depende únicamente, en lo que atañe a los seres humanos adultos, del sexo que se adscribe al referen te o r e f e r i d o (esto es a la entidad a que se hace referencia: cf. 5.5) en el m o­ m ento en que el hablante em ite el enunciado. (E l sexo real del referid o es irre­ levante en principio. Si alguien confunde a una m u jer con un hom bre o vi­ ceversa y utiliza un pron om bre erróneo al referirse a ella o a él, no •por ello viola ninguna regla del inglés.) Una oración com o (8 )

M y b roth er had a pain in her stomach, lit. «M i herm ano tuvo un do lor en su [d e e lla ] estóm ago»

acaso parezca invalidar lo dicho sobre la llam ada concordancia de género. Pero (8) no es anómala ni sintáctica ni sem ánticamente. P o r ejem plo, si Y cree o considera (o, estrictam ente hablando, supone) que X es una m u jer que está actuando com o herm ano del propio Y en el escenario, sería per­ fectam ente aceptable que Y enunciase la oración (8). (Presum iblem ente, se­ ría distinta en significado a M y b ro th e r had a pain in his s t o m a c h lit. «M i herm ano tuvo un d o lor en su estóm ago [d e é l ] » , enunciada en circunstan­ cias similares. Pero esta es otra cuestión.) Quizá tam bién sería apropiado que Y enunciase (8) si X hubiese cam biado de sexo: consideraciones de cortesía, de aceptación del hecho p o r parte de Y , etc., seguram ente determ inarían la diversa adecuación o no adecuación de (8) en distintas personas. P o r o tro lado, 9)

H e had a pain in her stomach, lit. « [ É l ] tuvo un d o lor en su [d e ella ] estóm ago»

es indudablem ente anómala. Ahora bien, no viola ninguna de las reglas pura­ m ente sintácticas del inglés. En rigor, cabría sostener razonablem ente que se trata de una oración igualm ente bien form ada desde el punto de-vista se­ m ántico. Lo que resulta extraño en (9 ) es que, en el supuesto de que he, « é l», y her, «su [d e e lla ]», se refieran a la m ism a persona, su enunciación im p li­ caría incoherencia (o un cam bio de decisión en el curso de la propia enun­ ciación) por parte del hablante. Queda todavía el trascendental tem a sobre la diferen cia entre la buena form ación sem ántica y la adecuación contextual.

V o lverem o s a ello cuando expongam os la relación entre el significado ora­ cion al y el significado enunciativo. Aquí sólo hemos dado un ejem plo para ilu strar que las sartas de palabras a las que se suele atribu ir una violación de las reglas gram aticales de una lengua pueden ser, en realidad, oraciones gram atical y sem ánticam ente bien form adas. Podríam os aducir un núm ero en orm e de ejem plos, entre ellos algunos tom ados de las obras más recientes sobre sem ántica y gram ática, cuyos autores se han precipitado un tanto al asignar el rótu lo de ‘agram atical’ a ciertas sartas de palabras. O tro fa cto r que com plica los hechos se refiere al problem a de establecer si una determ inada c o l o c a c i ó n (es decir, una com binación gram atical­ m ente coherente de lexem as) es anóm ala en virtu d del significado de sus le­ xem as constituyentes y de la construcción gram atical que los reúne, o por alguna otra razón. P o r ejem plo, ‘la chica rubia’ y ‘la yegua baya' son colo­ caciones norm ales, m ientras que ‘la yegua ru bia’ y ‘la chica baya’ no lo son. ¿Acaso se debe al significado — o, más en particular, al sentido y denotación— de ‘bayo’ y ‘ ru bio’ ? Aunque el pelo de una persona tuviesé exactam ente el m ism o c o lo r dorado que el p e lo de una yegua, seguram ente no utilizaríam os el lexem a ‘b a yo ’ para describir el p elo de aquélla. Y , viceversa, si el pelo de una yegua coincidiese exactam ente con el co lor del pelo de una persona ru­ bia, seguram ente evitaríam os predicar el a d jetivo ‘ ru bio’ del caballo en cues­ tión. La cuestión es que hay m uchísim os lexemas en todas las lenguas cuyo significado no puede considerarse totalm ente independiente de las colocacio­ nes en que aparecen de un m odo m uy característico. En últim a instancia, no se puede sentar sin arbitrariedad la distinción entre una tendencia colocacional y una regla gram atical. Finalm ente, existe el problem a general, que recientem ente ha llam ado m ucho la atención de los lingüistas y ha desorientado a los filósofos durante m ucho tiem po, de establecer la fron tera entre los determ inantes lingüísticos y n o lingüísticos de la gram aticalidad. Este problem a aparece frecuentem ente fo rm u la d o p o r quienes suscriben los principios del generativism o a base de tra za r una divisoria entre el conocim iento de la lengua y el conocim iento del m undo o, incurriendo probablem ente en un em pleo erróneo, a base de la distin ción técnica entre c o.m p e t e n c i a y a c t u a c i ó n (cf. 7.4). P or ejem ­ plo, cabe suponer que la siguiente sarta de palabras (con un contorn o prosó­ d ico adecuado) (10)

H a transcurrido el presidente del gobierno A carecería de sentido para la gran m ayoría de hablantes de español. Ahora bien, ¿acaso está gram aticalm ente m al form ada? Si es así, su agram aticalidad puede explicarse fácilm ente a p a rtir de la valencia de ‘ tran scu rrir’. E l verb o ‘ tra n scu rrir’, podría decirse, pertenece a una subclase de verbos intransitivos cu yo su jeto ha de contener un n om bre perteneciente al conju nto { ‘ año’, ‘ m es’ , ‘ d ía ’, ‘ siglo’ ...}. Y aun así, si (10) vio la esta supuesta regla sintáctica y, p o r tanto, no constitu ye una oración gram atical del español,

(11)

Han transcurrido tres presidentes sin que haya sucedido nada

tam poco puede ser una oración. Ahora bien, (11), seguramente, no carece de interpretación. Desde luego, podría sostenerse que para interpretarla — o para darle sentido— hemos de entender o ‘presidente’ o ‘ transcurrir’ en algún sentido no litera l o traslaticio. La interpretación más evidente tal vez con­ siste en tom ar ‘presidente’ con el significado de «presiden cia» (cf. tres pre­ sidentes más tarde, etc.), lo que se consideraría com o una sinécdoque o una m etonim ia p o r el gram ático de talante tradicional. Estos térm inos raram ente se em plean en la actualidad; y el m arco elaborado de las llamadas f i g u r a s d e d i c c i ó n (co m o la clasificación tradicional de las partes del discurso) está abierto a tod o tipo de crítica de detalle. Lo im portante es que la inter­ pretación de (11) depende del conocim iento que tenemos sobre la interdepen­ dencia del significado de ‘ transcurrir’ y su valencia gramatical. N o es tanto cuestión de exactitud com o de decisión teórica o m etodológica que (10) y (11) sean gram aticales o no. Si decidim os considerarlas gramaticales, podem os explicar su anom alía, y aun la posibilidad de in terpretar (11) más fácilm ente que (10), p o r m edio de razonam ientos semánticos. E l m odo co m o la estructura gram atical de las lenguas y del lenguaje en general se relaciona con el mundo es una cuestión filosófica genuinamente enrevesada. V olverem os a ella en el capítulo 10. Si la hemos m encionado aquí es p o r las im plicaciones que o frece para la relación entre semántica y gra­ mática. En térm inos generales, los lingüistas últim am ente han venido a tratar con un cierto exceso de confianza la distinción entre el conocim iento lingüís­ tico y no lingüístico. Muchas de las sartas de palabras supuestamente no gram aticales presentan una situación, com o m ínim o, discutible. De otras, com o (10) y (11), se dice que carecen de significado literal y que son, quizás, tam bién agram aticales: se trata, p o r cierto, de los ejem plos teóricam ente más interesantes. En tod o caso, en artículos y tratados aparecen muchísimas sar­ tas de palabras que, al m argen de lo que dicen de ellas sus autores, están indudablem ente bien form adas gram atical y semánticamente. A l p rin cip io de este apartado decíam os que el significado de una oración es el produ cto del significado léxico y del gram atical. H em os tenido ocasión de ve r que pese a la evidente distinción entre ambos tipos de significado en ciertos casos, los lím ites respectivos no son siem pre tan fáciles de identificar com o quisiéram os. H em os visto también que la distinción entre la significatividad y la gram aticalidad de las oraciones dista mucho de ser clara por di­ versas razones. Exam inem os ahora más de cerca la noción de significado oracional.

5.5

Significado oracional y significado enunciativo

Ante todo hay que trazar una distinción entre el significado de las oraciones y el de los enunciados. Muchos lingüistas y lógicos, que proceden con una

interpretación más estricta de ‘ sem ántica’ de lo que es tradicional en lingüís­ tica y de lo que hemos adoptado en este libro, dirían que, mientras el signi­ ficado oracional entra en el ám bito de la semántica, la investigación del sig­ nificado enunciativo form a parte de la p r a g m á t i c a (cf. 5.6). Los generativistas chomskyanos tienden a identificar la distinción entre oración y enun­ ciado, y entre semántica y pragm ática, con la distinción entre com petencia y actuación, (cf. 7.4). Quienes distinguen oraciones de enunciados suelen estim ar que las p ri­ m eras son entidades abstractas independientes del contexto, p o r cuanto no tienen ningún vínculo con un tiem po y un lugar dados; son, en suma, unida­ des del sistema lingüístico al qué pertenecen. Esto, considerado así, es indis­ cutible. A su vez, 'enunciado' se refiere a una porción de com portam iento lin­ güístico o a la señal interpretable, producida por dicho com portam iento en un m om ento y lugar dados, que pasa del em isor al receptor a través de un canal de comunicación (c f. 1.5). N adie confundiría las oraciones con su enun­ ciación. N o obstante, es m uy fácil, inádvertidam ente o no, identificar las ora­ ciones con lo que se enuncia. En rigor, hay un sentido perfectam ente norm al dentro del térm ino ‘o ra ció n ’ que refleja esta con tu sión en las referencias co­ tidianas a la lengua. P o r ejem plo, cabría decir que el p rim er párra fo de este apartado se com pone de tres oraciones. En este sentido, las oraciones equi­ valen a enunciados (el térm ino ‘enunciado’ se em plea para la lengua tanto hablada com o escrita) o a partes conexas de un enunciado sim ple. Tam bién en este sentido — de que una oración es lo que se enuncia— , las oraciones son, evidentem ente, más o menos dependientes del contexto. P ero también son repetibles en distintos m om entos y lugares. La dependencia del contexto no im plica, por tanto, unicidad espacio-temporal, en tanto que la abstracción, entendida com o carencia de vínculo con un tiem po o un lugar dados, tam poco im plica com pleta independencia contextual. H ay que añadir tam bién que muchos enunciados, acaso la m ayoría, de la conversación diaria no constituyen oraciones enteras, sino q u e son, de una u otra manera, elípticos. P o r ejem plo, (1 )

El viernes que viene, si puedo

(2)

¿Y qué hay del de Pedro?

(3)

L o harás, ¿verdad?

son casos típicos de lo que muchos lingüistas, al igual que los gram áticos tradicionales, describirían com o oraciones incom pletas o elípticas. Sin em ­ bargo, su significado es el m ism o que el de las oraciones enteras de las cuales supuestamente decivan . en, determinadas condiciones de enunciación. N o vamos a entrar en los inconvenientes de relacionar las oraciones de un sistema lingüístico con enunciados reales y potenciales. Con el debido re­ conocim iento a las,com p lejidades mencionadas, podem os d ecir que el signi­ ficado enunciativo es el producto del significado oracional y del contexto. En

general, el significado de un enunciado será más cum plido que el de la ora­ ción (u oraciones) de que deriva. A l p rop io tiem po, conviene notar que los hablantes nativos de una lengua no tienen, por lo que sabemos, acceso al significado de las unidades descontextualizadas, o abstractas, del sistema lingüstico que el lingüista denomina oración. En realidad, las oraciones, en ese sentido del térm ino, tal vez carez­ can de validez psicológica; son constructos teóricos de los lingüistas y, más específicam ente, de la teoría general de la gramática. Cuando preguntam os a los hablantes nativos qué entienden por oraciones y examinam os sus reac­ ciones («¿ E s aceptable la siguiente oración?», «¿S ign ifica esta (o ra ció n ) lo m ism o que esta otra?», etc.), lo que hacemos, en realidad, es pedirles que em itan un ju icio intuitivo o razonado sobre enunciados potenciales. Pode­ mos, com o lingüistas, establecer una distinción entre el significado oracional y el significado enunciativo abstrayendo del p rim ero y atribuyendo a la parte no oracional del segundo todo cuanto tenga que ve r con contextos dados de enunciación: creencias y actitudes de las personas, referencia a entidades del m edio, convenciones de cortesía entre grupos, y así sucesivamente. P ero no hay razón para suponer que los hablantes de una lengua puedan realizar esto en virtu d de su com petencia lingüística. La com petencia lingüística —^en cual­ quiera de los dos sentidos: «com peten cia en una lengu a» y «com peten cia para la lengua»— siem pre está orientada hacia la actuación. H em os visto ya que ciertos tipos de oración guardan relación con ciertos tipos de enunciado: las oraciones declarativas con aseveraciones, las in terro­ gativas con preguntas, etc. H em os explicado la naturaleza de esta relación recu rriendo a la noción de u s o c a r a c t e r í s t i c o . H em os reconocido, com o es de rigor, que en cualquier ocasión un hablante puede usar una ora­ ción de un m odo no característico para indicar algo distinto o algo, que se da por añadidura a lo que característicam ente significa. Existe, no obstante, una conexión intrínseca entre el significado de una oración y su em pleo ca­ racterístico. P o r ejem plo,-pueden utilizarse oraciones declarativas, i n d ¡ r e c ­ t a m e n t e , para form u lar preguntas, em itir órdenes, hacer prom esas, expre­ sar los sentim ientos del hablante, etc., pero si los hablantes no considerasen que las oraciones dotadas de la estructura gram atical que llam am os declara­ tiva están asociadas con el acto de habla de hacer aseveraciones — habiéndose establecido y m antenido p o r el uso regu lar este vínculo asociativb entre fo r ­ ma gram atical y función com unicativa— tales oraciones no se llam arían de­ clarativas. Adem ás, p o r lo común, el uso no característico de una oración puede explicarse a p a rtir de su uso característico. Para tom ar un ejem p lo célebre, (4)

H ace fr ío aquí

tiene la form a gram atical de una oración declarativa, p ero podría m uy bien utilizarse, en circunstancias adecuadas, de un m odo no característico e indi­ recto, en lugar de (5)

¡Cierra la ventana (p o r fa v o r)!

para que el receptor haga algo, esto es com o una instrucción. E llo se debe a que (4) se em plea característicam ente para em itir una aseveración inter­ pretab le p o r el receptor, a p artir de la cual, y a la luz de los factores con­ textúales pertinentes, puede aquél obtener conclusiones sobre su posible uso, en su caso, de un m odo no característico o indirecto. H ay que poner de relieve que ‘característicam ente’ no significa «la m a­ y o r parte de las veces» y, además, que la noción de uso característico no se relaciona, en principio, con oraciones individuales, sino con clases enteras de oraciones con una m ism a estructura gram atical. Muchísimas oraciones se u tilizan de un m odo no característico e in directo con enorm e frecuencia en el com portam iento lingüístico cotidiano. Por ejem plo, (6)

¿Puede decirm e qué hora es?

es más probable que se enuncie com o petición que com o pregunta. Si el re­ cep to r respondiera diciendo S í sin cu m plim entar la petición y tratara de ex­ cusarse, ante el reproch e de rudeza o com portam iento poco solidario, soste­ niendo que ha contestado efectivam ente a la pregunta, podría razonablem ente ser acusado de l i t e r a l i s m o . H abría tom ado el enunciado inadecuada­ m ente en su significado literal, es decir en el significado determ inado p or el uso característico de oraciones con una cierta estructura gram atical (y por e llo definido com o in terrogativo). L a existencia m ism a del literalism o com o fenóm eno identificable (y so­ cialm ente reprobable) — ante el cual los lingüistas y filósofos se muestran corporativam en te proclives a él— justifica la postulación de las nociones, teó­ ricam en te definidas, de uso característico y no característico, p o r una parte, y de actos de habla directos e indirectos, por otra. P ero se trata de nociones teóricas. N o debe suponerse que en cada uso no característico, en este sen­ tido especializado del térm ino, de una oración, el recep tor deba realizar paso a paso la deducción del presunto significado in directo o no litera l a p a rtir del significado directo o literal. H ay grados diversos a este respecto: v. gr., (4) es más indirecta que (6 ) com o petición y requ eriría más apoyo contextual para ser tom ada así. Son muchas las oraciones que deben tom arsé conven­ cionalm ente, en parte o en todo, en su presunto significado indirecto. P or ejem p lo , ¿Puede usted...? y ¿Le m olesta qu e...? (en contraste con sinónimos más o 'm en o s exactos com o ¿Es usted capaz de...? y ¿ E n co n tra ría algún fas­ tid io e n ...? ) están m uy convencionalizados en su uso com o peticiones. Esta conexión intrínseca entre el significado .fie una oración y su em pleo característico en enunciados puede generalizarse aún más. A menudo se dis­ tingue entre el significado inherente de una expresión y lo que el hablante pretende decir al em plear dicha expresión. (D e hecho, son varias las distin­ ciones relativas a sentidos conexos entre sí, en el térm ino ‘ significado’ , que los filósofos han estudiado. Pero ésta bastará para nuestro propósito inm ediato.) En un m om ento dado, el hablante puede u tilizar una expresión para dar a entender algo diferen te del significado que dicha expresión tiene en virtu d de su significado léxico y gram atical. Pero no siem pre puede proceder así.

Tam poco es libre de usar una expresión con cualquier significado que se le ocurra atribuirle. A menos que establezca algún acuerdo previo con el recep­ tor sobre la m anera de in terpretar una expresión, lo que con ella quiera decir debe guardar relación con su significado inherente, el cual está determ inado precisam ente por el uso característico. Aun cuando podem os rechazar la sim­ ple identificación entre significado y uso p o r la misma razón que rechazamos la identificación entre significado oracional y significado enunciativo, tal vez convenga m antener que el significado de las expresiones y las oraciones está asegurado p o r su em pleo característico. Siendo esto así, la sem ántica en sen­ tido estricto no es lógicam ente anterior a la pragmática. Ambas son interdependientés. Para concluir este apartado, conviene decir algo sobre la r e f e r e n c i a , la d e i x i s y su contribución al significado enunciativo. La referencia, com o la denotación, es una relación que se entabla entre expresiones y entidades, pro­ piedades o situaciones del mundo externo (cf. 5.3). Pero hay una im portante distinción entre denotación y referencia: esta última, en contraste con la pri­ mera, está ligada al contexto de la enunciación. P or ejem plo, la expresión ‘aquella vaca' puede u tilizarse en el contexto apropiado para h a c e r r e f e ­ r e n c i a a una determ inada vaca, esto es a sú r e f e r i d o . Y puede utili­ zarse en distintos contextos para aludir a distintas vacas, ya que su referen ­ cia, en cada ocasión concreta, está determ inada en parte p or su significado inherente (qu e incluye la denotación de ‘vaca’) y en parte p or el contexto en que se enuncia. La inmensa m ayoría de e x p r e s i o n e s r e f e r e n c i a l e s en las lenguas naturales depende de una u otra manera del contexto. N i si­ quiera los nom bres propios tienen referencia única e independiente del con­ texto, lo que se olvid a dem asiado a menudo. La dependencia contextual de la m ayoría de expresiones referenciales tie­ ne com o secuela sem ánticam ente im portante que la proposición expresada p o r la oración enúnciada tiende a variar con el contexto de enunciación. Por ejem plo, (7)

M i am igo acaba de llegar

puede u tilizarse para em itir una aseveración sobre una cantidad indefinida de individuos distintos, según la referencia de ‘m i am igo’ en cada enuncia­ ción. Cuando hablam os de relaciones semánticas entre oraciones en función de su contenido p ro p o sicio n a f partim os del supuesto tácito o explícito de que la referen cia de todas las expresiones referenciales se mantiene constante. N o sólo puede una m ism a expresión referirse a distintas unidades en distintas ocasiones, sino que cabe aun la posibilidad de que distintas expre­ siones se refieran a la m ism a entidad. Así, pongamos p o r caso, el pronom bre ‘ é l’, el nom bre p rop io ‘C arlos’ y cualquiera de las innumerables frases des­ criptivas de tipo ‘el que tom a un re fres co ’, ‘eí lechero', ‘el m arido de Josefa’, etcétera, pueden tener la m ism a referencia entre sí, o que ‘m i a m igo’, en las circunstancias adecuadas. H a y que tener presente esto también. Hasta cierto punto, la referen cia potencial de las expresiones está deter­

minada no sólo por su significado inherente y por factores contextúales, com o los supuestos que com parten hablante y oyente, sino también por reglas gra­ maticales, de un lado, y convenciones y tendencias estilísticas, de otro, que operan en las oraciones y aun en porciones más extensas de texto o discur­ so. En particular, estas reglas o tendencias (n o está siem pre claro si es asunto de gram ática o de estilo) gobiernan lo que ha venido a llam arse c or r e f e r e n c i a , es decir la referencia a una misma entidad (o conjunto de entidades) por parte de expresiones diferentes o de diversas apariciones de una misma expresión. Por ejem plo, en (8)

M i am igo perdió su cartera

(9)

Como perdió su cartera, m i am igo está desesperado

y

la referencia de ‘ m i am igo’ y de ‘ su’ puede ser la misma, pero no necesa­ riamente. P o r su parte, en general no se tom arían com o correferenciales (a menos que hubiera rasgos prosódicos y paralingüísticos a fa v o r) en (10)

Perdió su cartera y mi am igo está desesperado

Suele decirse, acaso correctam ente, que esto es m ateria de regla gram atical, relativa a la diferencia entre coordinación y subordinación. Por o tro lado, no hay ninguna regla gram atical en español (aunque algunos lingüistas sosten­ gan lo contrario) que prohíba la construcción de oraciones com o (1)

Juan ama a Juan

Existe, a lo sumo, una tendencia estilística que favorece, bien (12)

Juan se ama a sí mismo

o bien (13)

Juan lo ama

según que el sujeto y el objeto sean correferenciales o no. El fenóm eno de la correferencialidad potencial ha sido o b jeto de extensos estudios en el m arco de la gram ática generativa durante los últim os años. La deixis es com o la referencia, con la cual se im brica, por su enlace con el contexto de aparición. Pero la deixis es, al propio tiem po, más am plia y más estrecha que la referencia. Ésta puede ser d e í c t i c a o no, mientras que, por su parte, la deixis no supone necesariam ente la referencia. La pro­ piedad esencial de la.deixis (el térm ino procede de la palabra griega que sig­ n ifica «señ alar» o «m o s tra r») es que determ ina la estructura y la interpretación de enunciados en relación con el tiem po y el lugar de su aparición, la iden­ tidad del hablante y el receptor, y los objetos y eventos de la situación real

de enunciación. P o r ejem plo, el referid o de ‘aquel hom bre de a llí’ no puede identificarse com o no sea de acuerdo con el uso de la expresión p o r alguien que esté en un determ inado lugar y mom ento. L o m ism o ocurre con ‘a yer’ y muchas otras e x p r e s i o n e s d e í c t i c a s . La deixis se encuentra gramaticalizada en muchas lenguas en las categorías de persona y tiem po gram ati­ cales; así, en español, la selección e interpretación (en este caso, la referen cia) de ‘y o ’ o ‘ tú’ depende de la adopción, p or parte del hablante, de la función de tal y de la asignación a o tro de la función de receptor; a su vez, el uso de un determ inado tiem po verbal está determ inado (digám oslo así, pues es mucho más com plicado) por el m om ento de enunciación. Los dem ostrativos ‘ este’, ‘ese’ y ‘ aquel’ y, al menos en algunos de sus usos, el artículo definido ‘ e l...’ son también deícticos. L o m ism o ocurre con adverbios tem porales y locativos com o ‘ahora’, ‘entonces’, ‘mañana’, ‘ ahí, ‘a llí’. N o son más que ejem plos espe­ cialm ente evidentes de categorías y lexemas deícticos. En realidad, la deixis es om nipresente en la gram ática y el vocabulario de las lenguas naturales.

5.6

Semántica formal

Aunque el térm ino ‘sem ántica fo rm a l’ pueda utilizarse en un sentido muy ge­ nérico para referirse a una nutrida serie de enfoques teóricos sobre, el signi­ ficado, se suele dar a una versión de la s e m á n t i c a v e r i t a t i v a , que se origin ó en el estudio de lenguas form ales especialm ente construidas p or los lógicos, y que se ha aplicado recientem ente a la investigación de las lenguas naturales. De esto ú ltim o nos ocuparem os aquí. En este sentido, la semántica form al viene a considerarse com plem entaria de la p r a g m á t i c a — definida ésta muy diversam ente com o estudio de los enunciados reales, del uso en vez del significado, de la parte no puram ente veritativa del significado, de la ac­ tuación y no de la com petencia, etc. Em pecem os distinguiendo el valor veritativo de una p r o p o s i c i ó n con respecto a las condiciones veritativas de una oración. L o único que debe decirse acerca de las proposiciones es que pueden afirm arse o negarse, cono­ cerse, ponerse en duda o creerse, mantenerse constantes a través de la pará­ frasis y la traducción y ser verdaderas o falsas. L a verdad o falsedad de una proposición constituye su va lo r veritativo, que es invariable. Podem os cam ­ biar nuestro parecer sobre la verdad de una proposición: p o r ejem plo, en un m om ento dado creyendo que la tierra es plana y más tarde, tanto si proce­ demos correctam ente com o si no, pensando que no lo es. P ero esto no im plica que una proposición anteriorm ente verdadera se haya vu elto falsa. Es im ­ portante com pren der a fond o esto.4

4. L o que se d ice aq u í acerca de las p ro p o sicio n es es un ta n to person al. A h o ra bien, otras defin icion es d e ‘ p ro p o s ic ió n ’ ta m p oco a fe cta ría n su stan cialm en te a nada de lo que se afirm a en este ap artad o.

La m ayoría de oraciones carecen, com o tales, de valor veritativo. Com o vim os en el apartado precedente, la proposición que expresan depende, p o r lo general, de la referen cia de las expresiones referenciales deícticas y no deícticas que contienen. P or ejem plo, la oración (1)

M i am igo acaba de llegar

puede utilizarse para afirm ar un núm ero indefinidam ente grande de proposi­ ciones verdaderas o falsas con arreglo a la referencia variable de ‘ m i am igo' (q u e incluye la expresión deíctica ‘ m i’) y al carácter deíctico de ‘ acabar d e’, así com o del tiem po gram atical. Pero las oraciones pueden tener c o n d i ­ c i o n e s v e r i t a t i v a s , es decir una exposición rigurosam ente especificable de las condiciones que determ inan el va lo r veritativo de las proposiciones expresadas p or ellas mismas cuando se em plean com o aseveraciones. Para u tiliza r el ejem p lo clásico (d eb id o al lógico de origen polaco Tarsk i): (2)

‘ La nieve es blanca’ es verdadera si, y sólo si, la nieve es blanca

L o que vem os en (2) es una aseveración hecha en español sobre el español, pero, en principio, podem os em plear cualquier lengua (una m e t a l en g u a) para decir algo de sí m ism a o bien de cualquier otra (la l e n g u a o b j e t o ) , siem pre y cuando la metalengua contenga el vocabulario teórico necesario, que incluya térm inos tales com o ‘verdadero’, ‘ significado’, etc. Lo que aparece en tre com illas sim ples en (2) es una oración declarativa del español; y (2) nos dice en qué condiciones esta oración de la lengua o b jeto puede u tilizarse para em itir una aseveración verdadera acerca del mundo — esto es qué con­ diciones debe satisfacer el mundo, com o si dijéram os, para que resulte ver­ dadera la proposición expresada p or ‘ la nieve es b la n ca — . L o que hace (2), o cualquier ejem p lo sim ilar, consiste en subrayar y explicitar la conexión in tu itivam ente obvia entre verdad y realidad. La sem ántica fo rm a l asume la existencia de esta conexión. Y asume asim ism o el principio de que conocer el significado de una oración equivale a conocer sus condiciones veritativas. Pero esto no nos lleva m uy lejos. Evidentem ente, para averiguar las con­ diciones veritativas de las oraciones no asociamos cadá oración con algún estado del mundo. Ante todo, hay que adm itir que tanto las oraciones de las lenguas naturales com o los estados del mundo constituyen conjuntos in defi­ nidam ente grandes y tal vez infinitos. Lo que hace, entonces, la sem ántica fo rm a l es describir el significado de los lexemas según la contribución que hacen a las condiciones veritativas de las oraciones, y p roporcion ar un proce­ dim iento preciso para com putar las condiciones veritativas de cualquier ora­ ción arbitraria a p a rtir del significado de sus lexemas constituyentes y de su estructura gram atical. De ello resulta que la sem ántica form al se asocia con especial naturalidad con una u otra versión de la gram ática generativa (cf. 7.4). N o cabe la m enor duda de que hay una conexión intrínseca entre signi­ ficado d escriptivo y verdad. Puede aceptarse asim ism o que, si una oración

tiene condiciones veritativas, saber su significado equivale a saber qué estado del mundo viene a describir (en el supuesto de que se em plee para em itir una aseveración). Pero de ahí no se sigue, de ninguna manera, que todas las ora­ ciones tengan condiciones veritativas y que su significado esté totalm ente con­ dicionado p o r la verdad. Com o tuvim os ocasión de ver en el apartado anterior, hay que establecer una distinción entre significado oracional y significado enunciativo — donde el prim ero viene determ inado, en últim o extrem o, por el segundo a partir de la noción de uso característico— . A prim era vista al menos, parece que sólo las oraciones declarativas presentan condiciones veritativas (en virtud de su uso característico para hacer aseveraciones descriptivas). Las oracio­ nes no declarativas de diversos tipos — especialm ente las im perativas o inte­ rrogativas— no presentan, com o uso característico, em itir aseveraciones. Y aun así, a menos que estem os dispuestos a aceptar una noción absurdamente estricta de significado, hemos de adm itir que son no menos significativas que las oraciones declarativas, y además que la diferencia de significado en­ tre oraciones declarativas y no declarativas correspondientes, siem pre que una correspondencia tal se dé (v. gr., entre ‘M i am igo acaba de llegar’ y ‘¿Aca­ ba de llegar m i am igo?'), es sistem ática y constante. En el m arco de la se­ mántica form al se han propuesto diversas soluciones para resolver este pro­ blema. Una de ellas com porta el tratam iento de las no declarativas com o si fue­ sen lógicam ente equivalentes a las declarativas del tipo, un tanto especial, que el filósofo J. L. Austin denom inó e j e c u t i v a s (o perform a tiva s) ex­ plícitas, esto es a oraciones com o (3)

Prom eto pagarte m i deuda

(4)

Llam o a este barco ‘M ary Jane’

cuya función prim aria no consiste en describir un evento externo e indepen­ diente, sino en ser un com ponente constitu tivo y efectivo de la acción en que se hallan insertas. La noción de Austin acerca de las ejecutivas representó el punto de partida para la teoría de los actos de habla (que hemos m encio­ nado, aunque no descrito, en 5.5). Con el supuesto de que las oraciones no declarativas han de recib ir el m ism o estatuto lógico que las ejecutivas ex­ plícitas, podríam os decir que ‘¿Está abierta la puerta?’ equivale lógicam ente (esto es, presenta las mismas condiciones veritativas) que (5)

Pregunto si la puerta está abierta

y que ‘A bre la puerta' equivale lógicam ente a (6)

T e orden o que abras la puerta

y así sucesivamente. Ahora bien, Austin afirm ó que las oraciones de tipo (3 ) y

(4) carecen de condiciones veritativas cuando se utilizan com o ejecutivas. (Evidentem ente, pueden utilizarse también para em itir enunciados simples descriptivos.) E l punto de vista de Austin ha sido criticado por una serie de semantistas form alistas. Sin embargo, tanto si decim os que tienen condicio­ nes veritativas com o si no, su estatuto todavía las distingue de lo que podría­ mos denominar, de una form a aproximada, declarativas ordinarias. Para muchos lingüistas y filósofos, es una mera contumacia el em peño de tratar (5) y (6) com o si fuesen más básicas que ‘ ¿Está abierta la puerta?’ y ‘A bre la puerta'. Las expresiones deícticas (tam bién llamadas i n d é x i c a s ) han plantea­ do asimismo otros problem as. Todas las oraciones declarativas del español (lo m ism o que muchas no declarativas) tienen tiem po gram atical, y muchas de ellas contienen expresiones contextualm ente dependientes de varios tipos, cuya referencia viene determ inada por la deixis. Incluso el ejem plo de Tarski, (2), es engañosamente sim ple a este respecto y aun muy poco representativo de las oraciones declarativas del español. Explota nuestros supuestos sobre la presunta interpretación tanto de la oración de la lengua o b je to ’ ‘ La nieve es blanca’, com o de la cláusula metalingüística ‘ si, y sólo si, la nieve es blan­ ca’. Pero en ambos casos puede haber una interpretación deíctica (« L a nieve es (eventualm ente) blanca en el mom ento y en el lugar de enunciación») o no deíctica (o genérica) (« L a nieve es (por naturaleza) siem pre y en todas partes b lan ca»), que es la que presum iblem ente trataba de u tilizar Tarski. La exis­ ten cia de la deixis — y su ubicuidad en las lenguas naturales— no invalida la aplicación de la teoría veritativa de la semántica a la lingüística. Pero in tro­ duce, ciertam ente, com plicaciones técnicas muy considerables. Lo m ism o ocurre con el hecho de que muchísimos lexemas de las lenguas naturales son, en m ayor o m enor medida, vagos o indeterm inados en signi­ ficado. P o r ejem plo, podríam os insistir en que, en un contexto dado de enun­ ciación, (1) expresa una proposición verdadera o falsa. Ahora bien, ¿cuán reciente ha de ser la llegada del referid o de ‘ mi am igo’ para que resulte ver­ dadero decir que acaba de llegar? Y la expresión ‘ acabar de’ no es, p or otra parte, nada atípica. Estos no son más que algunos de los problem as que vienen a com plicar, si es que, en últim a instancia, no invalidan, la aplicación de la teoría de la semántica form al al análisis del significado en las lenguas naturales. Y a he puesto de m anifiesto m i propia preferencia en fa v o r de una noción de sig­ nificado más com prehensiva y que no confiera al significado descriptivo un estatuto teórico más básico que el no descriptiva (c f. 5.1). Aun así, debo sub­ rayar que el intento m ism o de am pliar las nociones de la sem ántica form al hasta cubrir los datos de las lenguas naturales, a los que no parecen adap­ tarse bien, tanto si tiene éxito como si fracasa, no hace más que agudizar nuestra com prensión sobre los propios datos. Durante los últim os años así se ha dem ostrad© una y otra vez. Por lo demás, aun cuando concluyamos que en el significado hay más de lo que puede abarcar la semántica veritativa, ello no im pide, p o r supuesto, que el sentido y la denotación de las expresiones lexémicas y no lexém icas

pueda form alizarse a base de sus condiciones veritativas, una vez adm itida la indeterm inación de muchos lexem as (c f. 5.3). Si dos oraciones tienen las mismas condiciones veritativas (en todos los mundos posibles), es que tienen el m ism o significado descriptivo: cf. ‘ Carlos abrió la puerta' y ‘ La puerta fue abierta p o r Carlos’. Si dos expresiones son perm utables en oraciones que ten­ gan las mismas condiciones veritativas, las expresiones en cuestión son des­ criptivam ente sinónimas, esto es tienen el m ism o sentido. La sem ántica form al ha puntualizado mucho de lo que se había expresado con im precisión o se había tom ado sim plem ente p or sentado en las perspectivas más tradicionales del estudio sobre el significado. Y , lo que no es menos im portante, ha reali­ zado un serio intento para dar contenido a lo que se había establecido, un tanto program áticam ente, al prin cip io de uno de los apartados anteriores (5.4): el significado de una oración es el produ cto del significado léxico y gram atical. Y lo hace tratando de fo rm u la r con precisión el m odo com o interactúan ambos tipos de significado.

A M P L IA C IÓ N

B IB L IO G R Á F IC A

La gran mayoría de viejos manuales e introducciones a la lingüística son insuficien­ tes en semántica. Los tratados más recientes han mejorado a este respecto, pero resultan más bien superficiales en ía exposición de los temas teóricos y prestan demasiada atención a las cuestiones más actuales, y pasajeras, de la investigación. También difieren entre sí en cuanto al contenido atribuido a la ‘ semántica’ y a si establecen o no una distinción entre ‘ semántica’ y ‘pragmática’ (y aun, en caso afir­ mativo, en el modo de establecerla). De los muchos tratados dedicados exclusivamente a la semántica, recomiendo los siguientes: (a.) Elementales: Leech (1971), capítulos 1-7; Lyons (1981); Palmer (1976); Waldron (1979). De ellos, Palmer (1976) es el más extenso y ecléctico; Leech (1971), en sus últimos capítulos, abusa un tanto de una notación más bien particular; Lyons (1981) conecta muy directamente con la bibliografía actual y con el más com­ prehensivo Lyons (1977b). Ullmann (1962) no ha sido aún superado en el trata­ miento de la semántica léxica desde un punto de vista estructuralista tradicional y europeo. Dillon (1977) ofrece un bosquejo relativamente no técnico de la semán­ tica desde una perspectiva generativa. [Cf. también Fernández, Hervás & Báez (1977); Greimas (1970, 1973); Trujillo (1976).] (b ) Más avanzados: Fodor (1977); Kempson (1977); Levinson (1981); Lyons (1977b). De ellos, Kempson (1977) y Levinson (1981) resultan, por lo general, com­ plementarios (aunque difieran en determinados temas); Fodor (1977) presenta la m ejor y más asequible exposición sobre los estudios realizados en la gramática generativa chomskyana y contiene un espléndido capítulo general sobre semántica filosófica, pero da por sentado un conocimiento técnico de la gramática generativa y es de difícil comprensión sin este requisito; Lyons (1977b) constituye el tratado

más completo hasta ahora publicado, aun cuando precise el concurso, sobre todo para la semántica histórica, de obras enumeradas en Ullmann (1962) y presente concepciones abiertamente peculiares y un tanto controvertidas sobre determina­ dos temas. [Añádanse, además, Coseriu (1977b, 1979); Galmich'e (1975); Geckeler (1971); Heger (1973); Hierro (1980, 1983); Martín (1976); Pottier (1983).] Todos los tratados recomendados bajo el epígrafe de ‘Más avanzados’ contie­ nen referencias detalladas a los temas que estudian o simplemente mencionan. Así ocurre también en Leech (1976) y Ullmann (1962). En conjunto, proporcionan un extenso material para las preguntas y ejercicios que siguen. La mayoría de obras sobre semántica formal resultan demasiado técnicas para incluirlas aquí: Allwood, Anderson & Dahl (1977) presenta una exposición clara de los conceptos básicos y la notación. Para adquirir la base filosófica necesaria, cf. Olshewsky (1969) y Zabeeh, Klemke & Jacobson (1974).

1. C ítense y ejem plifíqudnse alguno s de los principales tipos de significado co­ dificados en las lenguas naturales. 2. «“Cuando uso una palabra”, dijo Hum pty Dum pty en un tono m ás bien d e s­ deñoso, “significa lo que quiero que signifique, ni m ás ni m enos” » (Lew is Carroll, Alicia a través del espejo: cf. Palmer, 1976: 4). El hablante, ¿quiere decir siem ­ pre y necesariam ente lo que quiere decir su enunciación? ¿S ie m p re y necesaria­ mente quiere decir lo que d ice ? Lo que dice, ¿ e s lo m ism o que lo que quiere decir su enunciación? N ótese que Hum pty Dum pty só lo parece preocuparse por el s ig ­ nificado de las palabras. ¿ A c a s o hay algo m á s? ¿ A c a s o Hum pty Dumpty, en esta ocasión, (a) dice lo que quiere decir y (b) quiere decir lo que dice (n. b. «en un tono m ás bien d e sd e ñ o so» )? (Cf. «El significado del hablante e s lo que el ha­ blante quiere decir al producir un enunciado. Ahora bien, si hablam os literalmen­ te y querem os decir lo que nu estras palabras quieren decir, no habrá ninguna diferencia importante entre el significado lingüístico y el significado del hablante. Pero si hablam os no literalmente, querem os decir algo distinto de lo que quieren decir nuestras palabras» (cf. Akm ajian, D em ers & Harnish, 1979: 230).) 3. Com éntese la conexión entre el significado proposicional de lo s enunciados y la función descriptiva de la lengua en relación con la noción de verdad. 4. «La distinción entre com petencia y actuación... implica específicam ente una distinción entre el significado de una oración y la interpretación de un enuncia­ do» (Smfth & W ilson, 1979: 148). Com éntese. 5. Expóngase y ejem plifíquese la distinción del texto entre h o m o n i m i a soluta y parcial. 6.

¿Q u é distinción cabe establecer, si e s que la hay, entre

polisemia?

homonimia

ab­

y

7. Sup on gam os que se propone el caso de ‘esco n der’ y ‘ocultar’ como ejemplo de s i n o n i m i a a b s o l u t a . ¿Puede usted confirmarlo (a) a partir de su uso coloquial cotidiano y (b) de un estilo elevado en el español estándar? Si no re­ sultan absolutam ente sinónim os, ¿lo son com pletam ente? ¿S o n descriptivam en­ te sin ó n im o s? 8. C on sid é re se el efecto producido, al m argen de la concordancia de género, con la permutación de (a) ‘bonito’ por ‘guapo’, y, independiente y separadamente, de (b) ‘mujer’, ‘m uchacho’ y ‘caballo’, en un contexto de tipo ‘Es un/a (b) muy (a). ¿S o n sin ó nim os ‘gu apo ’ y ‘bonito’ (cf. también Leech, 1971: 2 0 )? ¿ Y ‘m uchacho’ y ‘mozalbete’? 9. «Entre los ejem plos de sin ó n im o s descriptivos en español se encuentran ‘pa­ dre’, ‘papá’, ‘papi’, ‘pa’, etc.» p. 131). ¿Puede usted ampliar esta lista? Com ponga otra sim ilar que em piece con ‘m adre’. ¿C a b e reconocer algún factor expresivo o social que determ ine el em pleo de determ inadas expresiones en nosotros m is­ m os o en otros hablantes de e sp a ñ o l? ¿C o n stituye n el se xo y la clase social de los hablantes variables pertinentes? 10.

¿Q u é distinción haría, si la hace, entre s e n t i d o

11. Haga un inform e crítico sobre el a n á l i s i s denominado d e s c o m p o s i c i ó n l é x i c a ) .

y denotación?

componencial

(también

12. Razónese y ejem plifíquese (con c a so s distintos de los que se aducen en el texto) la a n t o n i m i a y la h i p o n I m i a. 13. Las proposicion es «X e s un tulipán/crisantem o», ¿ v i n c u l a n « X e s una flor»? Las proposicion es «X e s honrado/casto», ¿vinculan análogam ente «X es virtuoso»? S i no e s a sí o, de otro modo, si la segunda pregunta e s m ás difícil de contestar que la primera, ¿queda Invalidado lo que se dice en el texto (cf. p. 1 34)? 14. ¿L e ha sorprendido leer «com o la reina Victoria nos hizo saber...» (p. 137, nota 3) por pensar que e s una frase anóm ala? ¿C on tinú a pareciéndoselo? ¿Q u é efecto produce sustitu ir hizo por ha hecho con relación a la aceptabilidad y al significado? En el sup u esto de que ‘S ó cra te s’ aluda al fam oso filósofo griego del siglo V a. de C., ¿Q u é diferencias de significado y aceptabilidad aprecia, si es que las aprecia, entre: -t (1) (2) (3) (4)

Só crates dice que Só crate s dijo que Sócrates dijo que Sócrates h a -d ich o

nadie obra mal intencionadamente nadie obra mal intencionadamente nadie obraba mal intencionadamente que nadie obra mal intencionadamente

A l contestar a esta pregunta, ¿tom a la serie de (1) a (4) com o oraciones o com o enunciados?

15. ¿Puede usted contextualizar ‘[É l] tiene dolor en su [de ella] e stó m a go ’ [o bien, pongam os, ‘Este hom bre e s m ujer'] de modo que resulte factible el enunciado y no contradictoria la proposición que expresa (cf. p. 1 3 9 )? ¿ E s inevi­ table que [é l] y su [de ella] s e refieran a una m ism a p ersona? 16. Expóngase lo que se entiende por una oración.

condiciones

veritativas

de

17. S e ha dicho que ‘Eres la crem a de mi café’ e s «una oración necesariam ente falsa» (Kem pson, 1977: 71). ¿E stá usted de acuerdo con ello? Justifique su con­ testación con arreglo a (a) una cierta interpretación de ‘necesariam ente’; (b) el significado del sujeto implícito; (c) la distinción entre oraciones y enunciados; (d) la opinión del autor sobre la interdependencia de la condicionalidad véritativa y la interpretación literal de las oraciones. 18. Razónese la validez de la noción de u s o c a r a c t e r í s t i c o nencia para el aná lisis de los a c t o s d e h a b l a i n d i r e c t o s .

y su perti­

19. ¿Q u é distinción encuentra, si la encuentra efectivamente, entre cia y d en o t a c i ó n ?

referen­

20. «la deixis es om nipresente en la gram ática y el vocabulario de las lenguas naturales» (p. 147). Com éntese.

6. El cambio lingüístico

6.1

L a lingüística histórica

L o que hoy se denomina lingüística se form ó, al menos en sus líneas princi­ pales, a lo largo del siglo x ix (cf. 2.1). Los estudiosos se han percatado desde hace mucho de que las lenguas cambian con el tiem po. H an com prendido tam bién que muchas lenguas m o­ dernas de Europa descienden, en cierto m odo, de otras más antiguas. Por ejem plo, se sabe que el inglés se ha desarrollado a partir del anglosajón, y lo que llam am os ahora lenguas rom ánicas — francés, español, italiano, etcé­ tera— tiene su origen en el latín. N o obstante, m ientras no se establecieron los principios de la lingüística histórica, no llegó a com prenderse en general que el cam bio lingüístico es u n i v e r s a l , c o n t i n u o y, en muy conside­ rable m edida, r e g u l a r . Más adelante exam inarem os con m ayor detalle estos tres aspectos del cam bio lingüístico. Aquí, basta con a dvertir que su universalidad y continui­ dad — el hecho de que todas lenguas existentes estén sujetas a cam bio y que el proceso m ism o esté perm anentem ente en marcha— pasó inadvertido para la m ayoría de la gente a cailsa del conservadurism o de las lenguas literarias de Europa y el talante p rescrip tivo de la gram ática tradicional (cf. 2.4). La si­ tuación del latín es especialm ente im portante a este respecto, pues se ha utilizado durante siglos en la Europa occidental com o lengua de cultura, y para la adm inistración y la diplom acia internacional. A p a rtir del Renaci­ m iento fue dejando paso en estos com etidos a las nacientes lenguas románi­ cas, así com o a otras no derivadas del latín: inglés, alemán, holandés, sueco, danés, etc. Incluso en el siglo x ix , siendo ya lengua muerta, gozaba de un pres­ tigio que le preservó contra la m ayoría de las otras lenguas, lo que sucede aún para muchos gram áticos a la antigua usanza. L o im portante de la posi­ ción peculiar del latín, en el presente contexto, es que hasta bien transcurri­ do el R enacim iento los eruditos pensaban que había existido com o lengua viva más o menos sin cam bios durante unos dos m il años y que se había

quedado al margen de la corrupción, a lo largo de este período, gracias al uso de la gente culta y a las reglas y preceptos de los gram áticos. Com o he­ mos visto, no faltaron actitudes sim ilares con respecto a las m odernas len­ guas literarias de Europa cuando se form aron — o, más exactam ente, cuando se reconoció su aptitud para el uso literario— en el períod o post-renacentista. Las lenguas literarias recibieron una consideración m uy p o r encima de las no literarias y los dialectos. Muchas diferencias que los gram áticos perci­ bían entre la lengua literaria y la coloquial, o entre la lengua estándar y los dialectos no estándares, eran frecuentem ente rechazadas y atribuidas al poco cuidado o a falta de educación. Fueron pocos, si los hubo, los que com pren­ dieron debidamente que la transmisión de las lenguas literarias de Europa de generación en generación no tiene nada que ve r con el m odo com o la gente aprende durante la niñez la lengua nativa. Tam poco se prestó bastante aten­ ción al hecho de que en muchas lenguas modernas, especialm ente en inglés y en francés, el sistem a ortográfico respectivo, basado en la pronunciación de siglos atrás, enmascara muchos de los cambios fonéticos y fonológicos que han tenido lugar en ellas. Si sabemos leer en inglés o en francés no nos causará ninguna dificultad especialmente grande leer Shakespeare o Ronsard; encontraremos sus obras más o menos incom prensibles si las oím os recitar tal com o era n orm al para sus autores. Sólo tras un inm enso y minu­ cioso trabajo, realizado durante el siglo x ix , en lo que ahora denom inam os período clásico de la lingüística histórica, de 1820 a 1870 aproxim adam ente, los estudiosos pudieron com pren der algo m e jo r la relación entre las lenguas escritas y habladas, p o r un lado, y entre las lenguas estándares y no están­ dares, por otro. A p artir de esta escrupulosa investigación, y aplicando el llam ado m é ­ t o d o c o m p a r a t i v o (qu e-expon drem os en 6.3), se llegó a la certidum ­ bre de que todas las grandes lenguas literarias de Europa se habían originado com o dialectos hablados, y, más aún, que su origen y desarrollo sólo podía explicarse según los principios que determinan la adquisición y uso de la len­ gua hablada asociada. Es tal la fuerza de las actitudes tradicionales y los hábitos escolares, que a la m ayoría de nosotros aún nos cuesta pensar así sin una preparación consciente. A menudo nos resulta dificultoso, por ejem plo, com pren der plenam ente que, aun cuando una lengua puede extinguirse en un determ inado m om ento del tiempo, de m odo que, hablando m etafóricam ente, podem os considerarla lengua en estado agónico, no tiene sentido, en cambio, u tilizar la m ism a m e­ táfora orgánica o biológica para im aginar una lengua en estado de nacim ien­ to.1 Vale la pena sentar esta cuestión porque, com o verem os, la term inología de la lingüística h istórica resulta en buena parte m etafórica. Agrupam os las

1. P o d ría argüirse, a lo sum o, que los p idgin y crio llo s han n acid o d e la un ión d e una lengua m adre y. otra, d igam os, pad re, y que estas lenguas p ro gen itora s continú an exis­ tien d o al m argen de su p ro le (c f. 9.3). P e ro esta in terp retació n m e ta fó ric a m ás o m en os aceptab le de ‘ p a te rn id a d ’ y ‘ n acim ien to ’ n o viene a cuento aquí.

lenguas en f a m i l i a s , en virtu d de su d e s c e n d e n c i a común con res­ pecto a una l e n g u a m a d r e anterior, y decim os de las lenguas derivables de otra a n c e s t r a l (co m o las rom ánicas con respecto al la tín ) que tienen una r e l a c i ó n g e n é t i c a . Cuando, en el siglo x ix, se in trodujeron estos térm inos en la lingüística, recibieron con frecuencia una in terpretación más litera l — debido a la influencia del rom anticism o alemán, p o r una parte, y del evolucionism o darwinista, p o r otra— de lo que se aprecia en la actua­ lidad. Conviene observar que no existe ningún m om ento preciso en el que, digam os, el anglosajón se transform ase de pronto o diera lugar al inglés, com o tam poco existe ningún instante ¿n que el latín alum brase las lenguas rom ánicas m ientras continuaba existiendo com o lengua de cultura a lo largo de varios siglos. Y , sin em bargo, los legos conciben precisam ente así el origen de las lenguas. L o cierto es que la transform ación de una lengua en otra no es instantá­ nea, sino gradual. Sólo una m era convención y una decisión arbitraria nos lleva a divid ir, pongamos, la historia del inglés en tres períodos — antiguo in­ glés (o anglosajón), inglés m edio e inglés m oderno— y a considerar dichos períodos alternativam ente com o si se tratara de tres lenguas diferentes o, al m enos, d e tres estadios de una m ism a lengua. Existen razones lingüísticas y no lingüísticas para establecer de esta m anera la división. L o que actualm en­ te es el inglés estándar en los rasgos esenciales de su fonología y su gram á­ tica, y en gran parte del vocabulario, nó es más que un descendiente del dialecto de Londres que, habiéndose fo rm ad o cerca del lugar donde concu­ rrieron tres de los cuatro principales dialectos anglosajones — m erciano, sa­ jó n occidental y kentianp— , contiene rasgos de los tres. Contiene asim ism o algunos otros rasgos aisládos que derivan del cuarto dialecto principal, el nordum briano — en especial, las form as they, «ellos/as», their, «su/s (de ellos/ / a s)», them , «a ellos/as», y muchas de las palabras que contienen el grupo ini­ cial sfc- ( ‘ sk ill’, «destreza», ‘ sky’ , «c ie lo », ‘ skin’, «p ie l», ‘ skirt’, «fa ld a », etc.)— , fu ertem en te influido, desde el siglo ix, p o r la lengua de los vikingos. A proxim adam ente un siglo y m edio después de la conquista normanda, en 1066, la lengua de las clases dirigentes era él francés, al menos en la lite ­ ratura y la adm inistración; y cuando vo lvió a utilizarse el inglés com o lengua literaria, a principios del x m , habían aparecido ya muchas diferencias bien notorias con respecto al anglosajón del períod o anterior. A l m argen de otras evoluciones más, lo que ahora denom inam os inglés m edio había caído b a jo la influencia del francés normando, del que se vio profundam ente afectado en el vocabu lario y en la gramática. Chaucer, p o r ejem plo, escribió en el dialecto londinense del inglés m edio, el cual, en virtu d de la im portancia política y económ ica de la capital, em pezaba a em erger com o lengua nacional estándar. H acia el final de la guerra de los Cien Años, en el siglo xv, In glaterra había cobrado una gran conciencia de su identidad nacional y se había tra n sfor­ m ado de un estado feudal en un estado con una burguesía educada, próspera y cada vez más poderosa. Esto constituyó un fa cto r decisivo para la fo rm a ­ ción y creciente estandarización del inglés m edio literario. E l p eríod o del inglés m edio queda separado del m oderno p o r el Rena-

cim iento, que alcanzó In gla terra hacia finales del siglo xv. Una de las más destacadas consecuencias en la esfera educativa y cultural fue la reaparición' del latín com o lengua literaria. P ero se trató de un fenóm eno relativam ente efím ero. Aun cuando el latín continuaba gozando de un enorm e prestigio cultural hasta bien entrado el x ix , las principales obras literarias del período isabelino y postisabelino, incluyendo las de Shakespeare y el Paraíso P erd id o de M ilton, fueron escritas en inglés. M ientras tanto, la Gran Bretaña em pe­ zaba a ejercer una acción cada vez más im portante en los asuntos mundia­ les. En el siglo x v n se fundaron colonias de habla inglesa en Am érica del N o rte. Y ya en el x ix , el inglés era la lengua de la adm inistración, la educa­ ción superior y los negocios no sólo en los Estados Unidos, Canadá, Australia y N u eva Zelanda, donde era entonces la prim era lengua de la m ayoría de los colonos política y económ icam ente dominantes y sus descendientes, sino tam­ bién en la In dia y otros países asiáticos y africanos den tro del Im p erio B ri­ tánico. En el períod o post-renacentista, el inglés ya se ha convertido en una lengua mundial de un m odo m uy sem ejante a com o lo había hecho el latín (en el llam ado M undo Antiguo de Europa, Á frica del N o rte y parte de Asia) casi dos m il años atrás, y p o r razones tam bién muy sem ejantes. Pero el latín y el inglés no eran en su origen más que dialectos locales de pequeñas tribus, itálicas en un caso y germ ánicas en el otro, y no d ifería n en nigún detalle lingüísticam ente pertinente de los dialectos itálicos y germ ánicos de las tri­ bus vecinas. Esta breve y excesivam ente sim plificada sem blanza de la evolución y ex­ pansión del inglés pretende dem ostrar el principio general de que aun ha­ biendo buenas razones para d iv id ir la historia externa e interna de una len­ gua en períodos más o menos diferentes, el proceso del cam bio lingüístico es, en sí mismo, continuo. L o que produce la ilusión de discontinuidad, por ejem p lo, entre el anglosajón y el inglés m edio o, en m enor medida, entre el inglés m edio y el m oderno, es la coincidencia de diversos factores com o, por un lado, los huecos en la docum entación histórica entre diversos períodos y, p o r otro, la relativa estabilidad de las lenguas literarias al cabo de p orcio­ nes m uy largas de tiem po. Apenas disponem os de testim onios escritos sobre los diversos dialectos del anglosajón y el inglés m edio. P ero podem os estar seguros de dos cosas: en p rim er lugar, que desde los tiem pos más prim itivos los dialectos del inglés hablado eran m enos hom ogéneos y nienos nítidam en­ te separablés entre sí de lo que han dado a entender las exposiciones tradi­ cionales de la historia del inglés fundadas en la evidencia de los textos lite­ rarios; y, en segundo lugar, que si dispusiéramos (de un testim onio h istórico com pleto sobre cualquier dialecto hablado, de Londres o de una pequeña aldea en algún enclave rem o to del país, seríamos incapaces de identificar un trecho concreto de tiem po en el que el dialecto en cuestión cám biase repenti­ nam ente de uno a o tro período. Las lenguas cambian más de prisa en unos períodos que en otros. Incluso las lenguas literarias cam bian en el curso del tiem po; tanto es así, que las lenguas habladas que se adquieren en la niñez y se em plean a lo largo de la vida en una gran variedad de situaciones — las lenguas vivas, en el sentido más com pleto del térm ino— cam bian mucho más

que las lenguas literarias. P o r lo demás, ninguna lengua viva es com pleta­ mente uniform e (cf. 1.6), lo que, com o verem os más adelante, es crucial para explicar el cam bio lingüístico. En lo que sigue, em pezaré p o r exponer la lingüística histórica tal com o la hubiese practicado (salvo en ciertos detalles que se han aclarado más re­ cientemente o que se refieren a la actualidad) alguno de los llam ados neogramáticos o sus sucesores. Los neogram áticos (en alemán, Junggrammatiker) eran un grupo de estudiosos afincados en la universidad de L eipzig a fi­ nales del siglo pasado, en gran m edida responsables de la form ulación de los principios y m étodos de la lingüística histórica que desde entonces han pre­ valecido en la m ayoría de obras de la especialidad. Cuando proclam aron por prim era vez estos principios y m étodos se levantaron grandes polém icas; y hay que adm itir que gran parte de la crítica dirigida contra ellos nos resulta en la actualidad perfectam ente justificada. N o obstante, han im perado duran­ te casi un siglo y todavía se encuentran en muchos supuestos cotidianos que el lingüista acepta sobre el cam bio de las lenguas y aún form an parte de los criterios que inspiran el tratam iento habitual de las fam ilias lingüísticas en enciclopedias y obras de referencia. En los apartados postreros de este capí­ tulo, exam inarem os y reform u larem os, a la luz de la obra más reciente, uno o dos de los principios neogram áticos.

6.2

Las familias lingüísticas

D ecir que dos o más lenguas pertenecen a la misma fam ilia — esto es, que están genéticam ente relacionadas— equivale a reconocer que constituyen variantes divergentes o descendientes de una misma lengua ancestral común o protolengua. En la m ayoría de casos no tenem os noticia directa de la protolengua de la que descienden los m iem bros de una determ inada fam ilia o subfamilia. A este respecto, las lenguas rom ánicas son muy poco típicas, pues aunque el dialecto del latín del que derivan seguram ente habrá diferido, en muchos de­ talles de gram ática y vocabulario, con respecto al de los textos incluso colo­ quiales que nos han llegado, lo cierto es que disponemos de una idea mucho más cabal sobre la estructura del llam ado p r o t o r r o m a n c e que sobre mu­ chas otras protolenguas. En térm inos generales, las protolenguas son constructos hipotéticos, so­ bre cuya existencia no hay pruebas directas, pero que se postulan com o len­ guas de tal o cual estructura con el fin de ju stificar la relación genética entre dos o más lenguas documentadas. P o r ejem plo, se postula el p r o t o g e r m á n i c o com o antecesor de las lenguas germánicas (inglés, alemán, holandés, danés, islandés, noruego, sueco, etc.); y el p r o t o e s l a v o com o antecesor de las lenguas eslavas (ruso, polaco, checo, eslovaco, servo-croata, búlgaro, et­ cétera). En ambos casos disponem os de testim onios documentales en torno

a la historia anterior de la fam ilia. Para e l germánico, además de una serie de antiguas inscripciones fragm entarias, contamos con la traducción, del si­ glo iv, de la B iblia al gótico (hablado p or los visigodos que, p or aquel tiem po, se habían instalado en el curso b a jo del D anubio); hay textos literarios bien extensos en los distintos dialectos del anglosajón (o inglés antiguo) que cu­ bren el período que va del siglo v i al x i; los textos del antiguo islandés (o an­ tiguo noruego) sobre sagas del x n ; textos de antiguo alto alemán fechados a p artir de la segunda m itad del v m , y así sucesivamente. Para: el eslavo, el testim onio más p rim itivo se encuentra en los textos del siglo ix escritos en antiguo eslavón eclesiástico. Pero en ningún caso hay nada tan p róxim o a la protolengua ancestral postulada com o la de los textos latinos llegados hasta nosotros y escritos en lo que seguramente sería el dialecto más popu lar del latín (a menudo denom inado latín vulgar) que llam am os protorrom ance. A p a rtir de las pruebas disponibles y aplicando los principios elaborados, durante el siglo pasado, en sus datos esenciales por los neogram áticos, los especialistas pueden r e c o n s t r u i r , con razonable fiabilidad, casi tod o el sistema fónico y parte de la estructura gram atical del protogerm ánico y el protoeslavo. Pueden, incluso, reconstruir ciertos estados interm edios en la evolución de m iem bros atestiguados de una determ inada fam ilia lingüística a p artir de un supuesto antecesor común. P o r ejem plo, la figura 3 o frec e una representación esquem ática del desarrollo de las lenguas germ ánicas oficial­ m ente reconocidas y habladas hoy y del gótico, que em pezó a declinar a prin­ cipios de la Edad M edia hasta desaparecer (ante el em puje de algún que o tro dialecto eslavo) unos siglos más adelante. Se advertirá que el inglés, que, com o vim os en el apartado anterior, estaba ya dialectalm ente diferen ciado en la época de los más prim itivos testim onios conservados, aparece más direc­ tam ente relacionado con el frisio que con el holandés o el alemán y más con estos dos que con las lenguas escandinavas. E l frisio fue antes una lengua mucho más hablada que en la actualidad. Aunque no constituye lengua na­ cional en el m ism o sentido qué las demás lenguas germánicas m odernas goza de un estatuto oficial en la provin cia de Frisia, al n orte de los Países B ajos, donde ha sufrido una intensa influencia, al menos en el vocabulario, del holandés estándar. Tanto el inglés com o todas las demás lenguas m o ­ dernas de la figura se manifiestan \a base de ^diversos dialectos, p o r lo que muy a menudo la transición entre un dialecto y o tro no es brusca, sino gra­ dual. Com o verem os más adelante, el d i a g r a m a " ' a r b ó r e o de fam ilias lingüísticas sobre la relación entre las lenguas tiende a sim plificar convencio­ nalm ente los hechos, si es que no los distorsiona com pletam ente al o m itir p o r com pleto el fenóm eno de la convergencia y la difusión y representar la relación lingüística com o si fuese el resultado de una divergencia necesaria y continua. R etrocedien do más aún para abarcar una gama más am plia de pruebas, con las inscripciones hititas. del. Asia M en or (descifradas en 19Í5), las tablillas del griego m icénico (descifradas en 1952) y, para el sánscrito más p rim itivo , los him nos védicos —^sobre cuya datación cabe aventurar la m itad del segun­ do m ilenio antes de nuestra era— , podem os reconstruir parcialm ente la fo-

* protogermánico

Figura 3. Las lenguas germánicas. Las protolenguas reconstruidas llevan asterisco; las ya extinguidas van en cursiva. ( En el esquema se om iten muchos detalles. Así, por ejemplo, no se distingue entre alto y bajo alemán, y no aparecen los antece­ sores documentados de las lenguas modernas: anglosajón, antiguo alto alemán, etc.)

nología y algunas de las características gram aticales y de vocabu lario del p r o t o i n d o e u r o p e o, el h ipotético antecesor del protogerm ánico, protoeslavo, protocéltico, protoitálico, protoindoiran io, etc., y, en ú ltim o extrem o, de todas las lenguas indoeuropeas antiguas y m odernas. Podem os, incluso, localizar el protoindoeu ropeo, con bastante- verosim i­ litud, en el espacio y en el tiem po — en las llanuras del sur de Rusia, el cuarto m ilenio antes de nuestra era— , y, com binando datos lingüísticos y arqu eoló­ gicos, podem os aún d ecir algo sobre la cultura de sus hablantes. P o r ejem plo, muchas de las lenguas indoeuropeas más antiguam ente docum entadas tienen palabras que pueden rem ontarse a form as hipotéticas con el significado de «ca b a llo », «p e rr o », «v a c a », «o v e ja », etc. L a existencia en el vocabulario recons­ truido del protoindoeu ropeo de estas palabras, ju nto a otras que se refieren a hilar, tejer, arar y otras ocupaciones agrícolas y ganaderas, indica con cla­ ridad que sus hablantes llevaban una existencia relativam ente sedentaria. Las palabras que denotan flora y fauna, condiciones clim áticas, etc., perm iten iden­ tificar, dentro de ciertos lím ites, su hábitat geográfico, m ientras que el voca­ bulario común relativo a instituciones sociales y religiosas posibilita la in fe­ rencia de rasgos más abstractos de su cultura. Está bien claro, p o r ejem plo, que su sociedad era patriarcal y que adoraban un dios celestial y otros fenóm enos naturales divinizados. A su vez, los datos arqueológicos más re-

cientes sugieren que los hablantes protoindoeuropeos pertenecían a la llam a­ da cultura Kurgan, una cultura de la Edad de Bronce que se extendió hacia O ccidente desde el sur de Rusia en la prim era m itad del- cuarto m ilenio antes de nuestra era y hacia el Este en Irán algo más tarde. Esta hipótesis, qu izá la más plausible de cuantas se han em itido hasta ahora, n o es um ver­ salm ente aceptada, pues son muchos los estudiosos escépticos ante la posibi­ lidad de decir nada concreto, con las evidencias hoy disponibles sobre el há­ b ita t y la cultura de hablantes tan rem otos en el tiem po. L a razón por la que he m encionado tod o esto reside en que la fam ilia indoeuropea ocupa un lugar un tanto especial en la lingüística histórica. En parte se debe a que muchas de las lenguas indoeuropeas, cóm o hemos visto, presentan testim onios escritos qué se rem ontan a cientos, si no a miles, de años. Pese a que sin duda muchas de las delaciones entre las fam ilias indoeu­ ropeas pueden establecerse a p a rtir de las lenguas habladas m odernam ente, los detalles de estas relaciones — sin los cuales el protoindoeu ropeo no se habría podido reconstruir hasta el grado en que se ha reconstruido— requie­ ren la evidencia de los textos más antiguos. Ahora bien, afirm ar la posibilidad de agrupar muchas de las lenguas in­ doeuropeas m odernas, p o r no decir todas, en una sola fam ilia, aun cuando carezcam os de testim onios sobre sus estadios más prim itivos, equivale a pre­ suponer que la idea de agrupar lenguas en fam ilias se nos ha ocu rrid o ya y que, además, disponemos de un m étodo fiable para com pararlas y dem ostrar su relación genética. Esto nos lleva a la segunda razón para el lugar p rio ri­ ta rio que ocupa la fam ilia indoeuropea en la lingüística histórica: fu e precisa­ m ente la reconstrucción d el protoindoeu ropeo y de las protolenguas in ter­ m edias de las subfam ilias indoeuropeas (en especial, la germ ánica), lo que p rop orcion ó la m otivación y, en ú ltim o térm ino, la m etodología de la lingüís­ tica h istórica tal com o la conocem os ahora. Podría sostenerse que no sólo la lingüística histórica, sino la lingüística entera com o disciplina independien­ te y científica, se origin ó en lo que cabe describir, un tanto rom ánticam ente, com o la búsqueda del protoin doeu ropeo en el siglo xix. E l com ienzo de la erudición sobre el indoeuropeo se suele fechar en la declaración que en 1786 h izo S ir W illia m Jones (1746-94) sobre el sánscrito, la antigua lengua sagrada y litera ria de la India, y su relación con el griego, el latín y otras lenguas: « L a lengua sánscrita, cualquiera que sea su antigüedad, tiene una es­ tructura m aravillosa; más p erfecta que el griego, más copiosa que el latín y más exquisitam ente refinada que las dos y, sin em bargo, guarda con ambas una afinidad más fuerte, tanto en las raíces verbales com o en las form as gram aticales, de lo que posiblem en te podía haber sucedido p o r accidente; tan fuerte, en efecto, que ningún filó s o fo podría examinar las tres sin creer firm e­ m ente que han brotado de una fuente común que, acaso, yá no existe: por una razón sim ilar, aunque no tan vigorosa, es de suponer que tam bién el gó­ tic o y el céltico, aunque m ezclados con un idiom a muy diferente, tu vieron el m ism o origen que el sánscrito, y que el antiguo persa podría añadirse a la mism a fa m ilia .»

H ay diversos aspectos en esta fam osa cita que m erecen atención, desde luego. N o obstante, lo que más la m erece es que esta explicación, tan evidente para Jones a finales del siglo x v m , sobre la curiosa sim ilitud entre las len­ guas clásicas de Europa y el sánscrito — la hipótesis de su relación en una fam ilia— pudo no haber parecido tan evidente en otra época o incluso a otra persona con una form ación diferen te y unas concepciones menos liberales. Las ideas evolucionistas habían estado en v ig o r y se aplicaban a las lenguas desde m ediados del x v m por parte de estudiosos com o Condillac (1715-80), Rousseau (1712-78) y H erder (1744-1803), para no m encionar a James Burnett (1714-99), con el cual S ir W illia m Jones m antenía por entonces corresponden­ cia. H acia finales de siglo, y com o consecuencia de la expansión postrenacen­ tista de Europa, se supo muchísimo más sobre la diversidad de las lenguas del mundo. Y a no cabía la posibilidad de sostener, con el m ism o graao de verosim ilitu d que en generaciones anteriores de eruditos form ados al estilo clásico, que todas las lenguas deben ser sim ilares en estructura. Durante si­ glos, se habían dado p o r sentadas las sem ejanzas entre el griego y el latín, pero, den tro de lo que se sabía sobre la diversidad lingüística, la sorprendente sim ilitud del sánscrito con el griego y el latín requería una explicación, y esta explicación, que pareció tan natural a S ir W illia m Jones y a sus contem porá­ neos tan pron to com o éste la propuso, in ició uno de los m ovim ientos genera­ les del pensam iento europeo de la época. N o puede silenciarse, a este respecto, la im portancia del nuevo espíritu rom ántico, especialm ente fuerte en Alem ania, y su conexión con el naciona­ lism o. H erd er había afirm ado que existe una conexión íntim a entre la lengua y el carácter nacional. Esta idea arraigó profundam ente en Alem ania y con­ tribu yó al desarrollo de un estado de opinión en el cual el estudio de las eta­ pas más prim itivas de la lengua alem ana pasó a fo rm a r parte integral de la afirm ación y autenticación de la identidad nacional de los pueblos germanos. A este propósito, interesa subrayar la diferen cia entre lengua y raza. H ay térm inos, com o ‘ germ ánico' e ‘ in doeuropeo’, que se refieren, en p rim er lugar, a fam ilias lingüísticas. N o se aplican a lo que un antropologista físico podría considerar razas genéticam ente distintas, ya que no hay ni nunca ha habido algo así com o una raza germ ánica o indoeuropea. En tanto que el uso de ta­ les térm inos en lingüística histórica im p lica la existencia de una comunidad lingüística, que hablaba protogerm ánico o protoindoeu ropeo en algún m o­ m ento y en algún lugar del pasado, es razonable suponer que los m iem bros de estas comunidades podían considerarse pertenecientes a grupos culturales y étnicos idénticos. La posesión de una lengua com ún constituye — y, al pare­ cer, siem pre ha sido así— una im portan te m arca de identidad cultural y étni­ ca. Pero no hay más que una conexión parcial y episódica entre raza, genéti­ cam ente definida, y cultura o etnicidad. V a le la pena subrayarlo por dos razones. En p rim er lugar, porque los tér­ m inos com o ‘germ án ico’ e ‘ in doeuropeo’ — o bien ‘n órdico’ y ‘ a rio ’— han re­ cib id o a menudo una interpretación racial, e incluso racista. Al lingüista y al an tropólogo com pete co rregir la falsa concepción en que se basa este tipo particu lar de racismo. Carece de todo fundam ento pensar en la singularidad

racial de los hablantes de lenguas indoeuropeas, y aun menos ju stificar el uso que se hizo de la supuesta superioridad racial por parte de los apóstoles del nazismo en la década de 1930 a 1940. Lo mismo hay que decir con respecto a térm inos com o ‘céltico ’, ‘eslavo’ o ‘ inglés’ y a cualquier o tro que se aplique, en p rim er lugar, a fam ilias lingüísticas y a lenguas. La segunda razón en fa vo r del supuesto de que no existe ninguna cone­ xión intrínseca entre raza y lengua — y que refuerza la prim era razón— es que nos proporciona un m e jo r conocim iento de com o están form adas las fam ilias lingüísticas y, por tanto, sobre la naturaleza de la lengua. N o sabemos si algu­ na vez ha existido alguna protolengua única, a partir de la cual hayan deriva­ do todas las lenguas humanas, de la misma manera que lo han hecho las len­ guas germánicas con respecto al protogerm ánico y éste, a su vez, con respecto al protoindoeuropeo. N i siquiera podem os relacionar con certitud las len­ guas indoeuropeas con alguna de las otras grandes fam ilias lingüísticas esta­ blecidas hasta ahora. Cabe m uy bien la posibilidad de que todas las lenguas se rem onten en un pasado m iiy rem oto — quizá m edio m illón dé años— a una lengua única ancestral y que resulten así, en el sentido técnico del térm ino, m iem bros de la misma fam ilia lingüística. Por otro lado, las principales co­ rrespondencias estructurales entre las lenguas del mundo que a prim era vis­ ta vienen a apoyar la hipótesis de la monogénesis se explican con igual facili­ dad a p a rtir de la difusión y la convergencia (cf. 10.5). La transmisión de la lengua de una generación a la siguiente se debe, en parte, a la biología y, en parte, a la cultura. Tal vez estamos genéticam ente program ados, com o seres humanos, para adquirir el lenguaje, pero no para adqu irir una lengua determinada. De ahí que, en condiciones sociales y cultu­ rales idóneas, no sólo los individuos, sino las comunidades enteras pueden adqu irir una lengua o dialecto que difiere del que hablaban sus antepasados. Los grandes fundadores de la lingüística histórica del xix, a quienes debemos la noción de fam ilia lingüística con que todavía operamos, no concedieron la debida im portancia teórica a este hecho. Suponían dem asiado a menudo que la propagación de las lenguas por una región extensa im plicaba grandes mo­ vim ientos de gente. Y se trata, com o mínimo, de una asunción innecesaria. Más adelante verem os que la difusión y lá convergencia cultural no son m e­ nos im portantes, para explicar el cambio lingüístico, que la m igración de los pueblos y la divergencia. E l m odelo tradicional del árbol genealógico sobre las relaciones lingüísticas sólo prevé la divergencia continua de las lenguas a p a rtir de un antecesor común. La fam ilia indoeuropea no es más que una de las m últiples fam ilias lin­ güisticas descubiertas y reconocidas hasta el presente. Algunos estudiosos han propuesto una clasificación de las lenguas del mundo en unas treinta fam i­ lias principales, de las cuales algunas de las más conocidas constituirían sub­ fam ilias. P ero gran parte de esta clasificación y subclasificación genética tan com prehensiva es controvertible. Por ejem plo, en Á frica se hablan unas m il lenguas diferentes, lás cuales (a excepción del inglés, el francés, el español, el afrikaans, etc., que se incorporaron durante la colonización europea) han sido recientem ente agrupadas 'en cuatro grandes familias. Una de ellas, la c a m i -

t o - s e m í t i c a (o a fro a siá tica ), que com prende todas las lenguas indígenas habladas al norte del Sahara, contiene la fa m ilia s e m í t i c a , tradicional­ m ente reconocida, cuyos m iem bros más destacados son el árabe, el hebreo y el am árico. De un m odo análogo, las lenguas b a n t ú e s (que incluyen el swahili, e l xhosa, el zulú, etc.) sé consideran actualm ente y en general, si bien no universalm ente, una subfam ilia de la fam ilia n í g e r - c o n g o . Una si­ tuación básicam ente igual aparece con respecto a las lenguas habladas en otras partes del mundo. Se obtienen constantes progresos en la agrupación de un núm ero cada vez m ayor de subfam ilias en un núm ero cada vez m enor de lo que cabe llam ar superfam ilias (o glosofilias). Ahora bien, a menudo son com o m uy exiguos los datos para establecer agrupaciones m ayores, la clasifi­ cación genética resultante es, en consecuencia, hipotética y com o tal debe tra­ tarse. N o todas las fam ilias lingüísticas reconocidas y rotuladas p o r los lin­ güistas han sido igualm ente bien establecidas.

6.3

E l método comparativo

E l procedim ien to corriente para dem ostrar la relación genética de las lenguas consiste en recu rrir al llam ado m étodo com parativo, desarrollado y m ejorado, a p a rtir de su m anifestación prim itiva, en. e l p eríod o clásico de la lingüística histórica, esto es, entre 1820 y 1880 (cf. 6.1). E ste procedim ien to se basa en que muchas de las palabras más evidentem en te relacionadas entre las len­ guas pueden ponerse en correspondencia sistem ática tom ando su estructura fon ológica y m orfológica. H acia 1870, los estudiosos habían conseguido éxitos tan grandes en la aplicación del m étodo com parativo a los casos más claros de relación genética, que lo extendieron tem erariam ente sobre lenguas cuya relación distaba de ser evidente. E jem p lifica ré el prin cip io de la correspondencia sistem ática, de m om en­ to, a p a rtir de las lenguas románicas, pues tiene la ven taja no sólo de que su relación está fu era de duda, sino tam bién de que contam os con datos directos de la protolengu a de que derivan, el latín. N o obstante, com o verem os, no faltan casos de form as protorrom án icas que, aun perteneciendo a los m ism os rom ances y pudiéndose recon stru ir p o r el m étodo com parativo, difieren de las form as latinas atestiguadas. La tabla 4 allega diversos conjuntos de palabras evidentem ente relacio ­ nadas (en sus form as de cita ortográficas) d el latín y tres lenguas románicas, a saber el francés, el italiano y el español. L a tabla podría am pliarse h orizon ­ talm ente con las correspondencias de otras lenguas y dialectos rom ánicos (ru­ mano, portugués, catalán, sardo, ladino, etc.), y verticalm en te añadiendo más grupos de palabras en correspondencia. Pese a su lim itación, sirve para ilus­ trar el p rin cip io de la correspondencia sistem ática.

latín (l.)

francés (f r . )

italiano (it.)

español (esp.)

causa caput caballus cantare canis capra

chose chef cheval chanter chien chévre

cosa capo cavallo cantare cañe capra

cosa cabo caballo cantar cabra

(2)

planta cía vis pluvia

plante clef pluie

planta chiave pioggia

llanta llave lluvia

(3)

octo nox/noctis factum lacte

huit nuit fait lait

otto notte fatto latte

ocho noche hecho leche

(4)

filia formosus

filie

figlia

hija hermoso

(1)

Tabla 4. Algunas correspondencias sistemáticas de form a entre el latín y tres len­ guas románicas.

Ante tod o debe observarse que las palabras de cada línea se relacionan no sólo en su form a, en la que radica el principio de la correspondencia siste­ m ática, sino tam bién en el significado. Evidentem ente, las palabras pueden ca m b iar de significado en el curso del tiempo. P o r ejem plo, la palabra norm al del latín clásico para «c a b a llo » no era ‘caballus’, que tenía el significado más esp ecífico de «ca b a llo de ca rg a » y se utilizaba también, peyorativam ente, para sig n ifica r «r o c ín » o «ja m e lg o », sino ‘ equus’. Sin em bargo, ‘caballus’ y ‘equus’ guardan una evidente relación de significado, y es plausible suponer que ‘cab a llu s’ perdería su significado específico y los m atices peyorativos en el latín ta rd ío (es decir en el p roto rro m a n ce) y se convertiría en la palabra general y estilísticam ente neutra que ocupó el lugar de ‘ equus’. Y a la inversa, los descendientes de la palabra latina ‘caput’, «ca b eza », de la tábla han adquirido una serie de sentidos más estrechos o m etafóricqs: v. gr., fr. ‘c h e f’ significa « j e f e » , lo m ism o que el it. ‘ca p o ’ ; algo así ha ocu rrido tam bién con el español ‘ ca b o ’, etc. Ahora bien, tam bién aquí hay una conexión intu itivam ente obvia en tre el significado del latín ‘capu t’ y los significados de sus descendientes. Ninguna de las palabras de la tabla presenta inconvenientes en cuanto a su relación sem ántica, aun cuando quepa algún desacuerdo en determ inados casos sobre la naturaleza de esta relación. A menudo, sin em bargo, no queda c la ro — especialm ente en lenguas con menos datos disponibles que las ro­ m ánicas— si dos palabras tienen relación sem ántica o no. P o r esta razón pre­

cisamente, el m étodo com parativo concede prioridad a la relación de form as. Es preciso notar asimismo que las palabras no sólo pueden cam biar de sig­ nificado con el tiem po, sino tam bién caer en desuso y, por diversas razones, ser sustituidas. Esto explica los huecos de la tabla 4. Así, el español moderno', ha sustituido la palabra derivada del latín ‘canis’ p or ‘p erro ’, y ni el italiano ni el francés conservan en su vocabulario descendientes del latín ‘ form osus’ . Volvam os a las correspondencias form ales de la tabla. Las palabras apa­ recen en su form a de cita escrita. Conviene recordar, por tanto, que nos in­ teresam os en principio, no p o r las letras, sino p or los sonidos. En latín, es­ pañol e italiano hay una discrepancia relativam ente m enor entre la ortografía y la pronunciación. H ay que tener en cuenta que en el español m oderno no hay ningún fonem a que se corresponda con la letra < h > ; que en español e italiano la letra < c > se pronuncia de un m odo distinto en posiciones d ife­ rentes; que < c h > se pronuncia [ k ] en italiano, pero [tJp en español, y así sucesivamente. Pero se trata de discrepancias pequeñas y podem os proceder, sin fo rza r dem asiado los hechos, con el supuesto de que hay una correspon­ dencia biunívoca entre las letras (o, en ciertos casos, entre grupos de letras: sp. < l l > , < c h > ; it. < c h > , < g g i > ) y los fonem as. El francés presenta una si­ tuación m uy diferente. P o r ejem plo, no hay m odo de saber, a p a rtir de sus convenciones ortográficas, que c le f se pronuncia [k le ], p ero ch ef se pronun­ cia [jjE f]; o que hu.it suele pronunciarse con una [ t ] final, m ientras n u it y lait, no (excepto en ciertas expresiones fija s), y que hay pronunciaciones di­ versas para fait. N o obstante, en tanto que la norm a ortográfica del francés se basa en la pronunciación de siglos atrás (lo m ism o que el sistem a ortográ­ fico del inglés),, podem os tom ar sus form as escritas, para nuestros propósitos inm ediatos, tal com o aparecen directam ente. N o ha de inquietarnos que la fo rm a de cita latina de un lexem a ¡no sea la base de las form as diacrónicam ente relacionadas del francés, italiano y español, ya que casi siem pre es la fo rm a de acusativo del n om bre y adjetivo, y no de nom inativo, la que pro­ porciona el origen de las form as tem áticas románicas — canem, caballum , et­ cétera (donde [m ] fin al se perdió en latín tardío ó p rotorrom an ce)— . Com parando las palabras de la tabla 4 se observará que hay correspon­ dencias regulares entre form as em parentadas (es decir, entre las form as de lexem as em parentados). Estas correspondencias, a llí en negrita, las represen­ tam os ahora mediante sonidos, tom ando la o rtogra fía en su sentido literal, a base de (1)

1. [ k ] == fr. m

== it. [ k ] = esp. [ k ]

(2)

1. [p l], [k l] = fr. [ p l ] , [k l ] = it. [ p i L

(3)

1. [ k t ] := fr. [ i t ] = it. [ t t ] == esp. [ t j ]

(4)

1. [ f ] = fr. [ f ] = it. [ f ] = esp. [h ]

Tan to el francés < i t > com o el español < h > aparecen aquí con el va lo r foné­ tico correspondiente a períodos históricos anteriores: a esto m e refería al d ecir que tom aba la ortog ra fía en su sentido literal. H ubiéram os podido pro­

ceder igualmente con transcripciones fonéticas (o con representaciones fonológicas) de las form as habladas modernas. Desde luego, aun así podían esta­ blecerse las correspondencias sistemáticas, pero resultarían menos inm edia­ tamente evidentes. Se advertirá que, además de la serie de (1) a (4), cabe ex­ traer aún otras correspondencias más: (5)

1. [ b ] = fr. [ v ] = it. [ v ] = esp. [ b ]

(6)

1. [a ] = fr.

[ e]

=; it. [ a ] = esp. [a ]

y así sucesivamente. ¿Cómo explicar, entonces, todas estas correspondencias sistemáticas? La respuesta que dieron los forjadores del m étodo com parativo en el si­ glo x ix consistía en afirm ar que los cambios fónicos que tienen lugar en una lengua a lo largo de su historia son r e g u l a r e s . E l principio de la regula­ ridad del cam bio fónico no fue subrayado, sin embargo, hasta m ediados de 1870 a 1980, cuando los neogram áticos proclam aron, en su form a más rotunda e im penitente: «L o s cambios fónicos que podem os observar en la h istoria lin­ güística documentada proceden de acuerdo con leyes fijas que lio sufren nin­ gún trastorno com o no sea de acuerdo con otras leyes.» A prim era vista, la tesis de que las l e y e s f o n é t i c a s (co m o dieron en llam arse entonces) operaban sin excepción era falsa sin la m enor duda. H abía num erosos casos de palabras evidentem ente relacionadas que no presentaban las correspon­ dencias esperadas. Tom em os un célebre ejem plo — que no fue más que una excepción aparente, pues el problem a que planteaba fue brillan tem ente re­ suelto p or el danés K a rl V ern er en 1875— . En 1822, Jacob Grim m (uno de los dos hermanos más conocidos p o r sus estudios sobre el fo lk lo re germ ánico) señaló una correspondencia sistem ática entre las consonantes de las lenguas germánicas, por un lado, y de las demás lenguas indoeuropeas, p o r otro. N o fue él el prim ero en percatarse de esta correspondencia: el m érito de la prim era observación debe concederse al es­ tudioso danés Rasmus Rask. Pero la obra de Grim m, al estar escrita en ale­ mán, fue mucho más accesible a los científicos extranjeros, p o r lo que las leyes fonéticas postuladas para aquellas correspondencias suelen conocerse com o la l e y d e G r i m m . Esta ley, reform ada a base de la fon ética a rti­ culatoria m oderna (y sim plificada en determinados aspectos), precisa que: (a )

Las aspiradas sonoras protoindoeuropeias (pi-e.) [* b h, *d h, *g h] se ¡vuelven oclusivas sonoras [*b , *d, * g ] — o también fricativas sonoras [*(3, *5, * Y] — en protogerm ánico (pgm .);

(b )

Las oclusivas sonoras pi-e. [*b , *d, * g ] se vuelven oclusivas sordas [*p , *t, * k ] en pgm.;

(c )

Las oclusivas sordas pi-e. [*p , *t, * k ] se vuelven fricativas sordas [* f , *0, *h ] en pgm.

Los asteriscos, según la convención establecida desde hace mucho en lingüís­ tica histórica, indican que los sonidos en cuestión son reconstruidos y no d i­ rectam ente docum entados. Inm ediatam ente nos ocuparem os de la noción de reconstrucción. Tan to el protoindoeu ropeo com o el protogerm ánico son, des­ de luego, constructos hipotéticos (c f. 6.2). Bien, pues, la ley de Grim m , así form ulada, cubre un gran núm ero de correspondencias. P o r ejem plo, da cuenta de que el inglés (i.) tiene [ f ] donde el latín (1.), el griego (g r.), el sánscrito (sn.), etc., tienen [ p ] : cf. i. fa ther, 1. pater, gr. patér, sn. pitar--, i. fo o t, I. pes/pedis, gr. pous/podós, sn. pát/padas. Tam bién establece la correspondencia de las consonantes iniciales y m ediales del gó tico taíhun, 1. decem , gr. déka, sn. dasa — el i. ten ha perdido la con­ sonante m edial, p ero c f . el m oderno alem án zehn, o el antiguó alto alemán zehan y el antiguo sajón tehan (la [ t s] inicial del alemán, representado p o r la letra < z > en la o rtografía, resulta de la llam ada mutación fonética del alto alem án que probablem ente tuvo lugar hacia el siglo v i después de nuestra era )— . E l sonido [ [ ] del sn. dasa, aquí representado p o r < ¿ > , proviene de una palatalización del pi-e. [ * k ], que en época m uy p rim itiva afectó a muchas subfam ilias orientales, entre ellas el indo-iranio, las lenguas bálticas y esla­ vas, así com o el arm enio y el albanés: h ay ciertas dificultades para recons­ tru ir en pi-e. lo que, sim plificando, he considerado oclusivas velares [ * g h, *g, * k ], pero no se refieren a la form ulación general ni a la validez de la ley dé Grim m . A l m argen de la evolución subsiguiente en determ inadas lenguas, o en protolenguas interm edias, la ley de Grim m , tal com o se resume en el p á rra fo anterior, queda avalada por un núm ero m uy grande de correspon­ dencias sistemáticas. P ero tam bién aparecían numerosas excepciones. S obre algunas de ellas, el p rop io G rim m había com entado: «L a m utación fonética se cum ple en la m ayoría de casos, p ero nunca se realiza totalm ente en cada uno de ellos; al­ gunas palabras perm anecen en la form a que tenían en el períod o anterior; la corrien te de innovación las ha pasado p o r a lto.» P o r ejem plo, [ p ] del i. sp ii, «escu p ir», spew, «v o m ita r », corresponde a [ p ] en Otras lenguas, en aparente violación de la ley de G rifnm : 1. spuo, etc. De un m odo análogo ocurre para el gm. [ t ] = l. [ t ] , gr. [ t ] , sn. [ t ] : cf. i. stand: 1. sto/stare, etc. Aquí, efe cti­ vam ente, com o d ijo G rim m , la corrien te de innovación ha dejado inalteradas las consonantes germ ánicas. H ay que advertir, no obstante, que las oclusivas sordas [*p , *t, * k ], aparecen allí en segundo lugar dentro de grupos biconsonánticos. Se im pone, p o r tanto, m odificar la form ulación anterior de la ley de G rim m de m o d o que ño se aplique a las d e r i v a c i o n e s germ ánicas (esto es los descendientes) del pi-e. [*p , *t, * k ] en este contexto fon ético (o fo n o ló gico ). En efecto, decim os — para in trod u cir una term inología más m o­ derna— que la ley de G rim m establece un cam bio de sonidos f o n é t i c a ­ m e n t e c o n d i c i o n a d o . Form ándola así, la conservación de oclusiva sor­ da en palabras com o i. spit/spew, stand, eight, etc., puede considerarse re­ gular. Más interesante resulta otra clase de excepciones aparentes. Si tom am os las palabras que significan «p a d re » y «h erm a n o » en varias lenguas germ áni­

cas distintas del inglés, com prob am os que difieren con respecto a la conso­ n an te m edial: gó tico fa dar : brodar, g. V a te r : B ru d er, etc. Tam bién el antiguo in g lés presenta la m ism a d iferen cia : ant. i. faeder/: bro\por. E l hecho de que e l alem án, lo m ism o que su antecesor, el antiguo alto alem án ( fa te r : b ru o d a r), ten ga oclusiva sorda en la palabra qu e significa «p a d r e » y oclusiva sonora en la palabra para «h e rm a n o » pu ede explicarse, una vez más, p o r la m utación fo n é tic a del alto alem án. C oncedam os que si a p a rtir de los datos disponi­ b les reconstru im os com o origen protogerm án ico de las palabras en cuestión, *fa d e r- y *brbQ ar, lo que representa < d > es una oclusiva [ d ] o una frica tiva [S ], p ero en tod o caso sonora y, p o r tanto, diferen te de la frica tiv a sorda [0 ] de la palabra para «h erm a n o ». C om o las correspondientes palabras de las lengu as indoeuropeas no germ ánicas no presentan tal diferen cia (1. p a te r : fr a te r , sn. p ita r -: bhratar- e tc .) y, según la ley de G rim m , el pi-e. [ * t ] debía d a r pgm . [ * 0 ], la palabra para «p a d r e » resulta irregu la r en cuanto a la con­ sonan te m edial, si bien no en la inicial. E ste problem a fu e resu elto p o r V ern er, al dem ostrar que, si las palabras pi-e. para «p a d r e » y «h e rm a n o » eran distintas^ p o r el lugar del acento de pa­ la b ra , com o sucede en sánscrito (p ita r- : bhrá ta r-), la aparente excepción del p g m . *fa d e r podía explicarse satisfactoriam en te p o r la actualm ente llam ada l e y d e V e r n e r , según la cual las fricativas sordas intervocálicas, p. ej. [ 0 ] , se vu elven sonoras a m enos que vayan inm ediatam ente precedidas p o r e l acen to de palabra. T o d o e llo co m p o rta una secuencia de etapas com o sigue: (i)

pi-e.

* p 3 té r- : bhrater-

(ii)

*faQér- : *brÓOar-

(iii)

*fa b é r- : *b ro 8 a r-

(iv )

pgm .

*fád er- : *brÓ6ar-

T ra d icio n a lm en te se considera que la ley de G rim m establece la transición d e ( i ) a (ii), m ientras que la de V e rn e r vale para la de (ii) a (iii). Se considera a sim ism o que am bas leyes han actuado antes del p eríod o que identificam os c o m o p rotogerm á n ico, el cual se caracteriza p o r lleva r el acento de palabra a la sílaba inicial. Los cam bios fon éticos previstos conju ntam ente p o r las le y e s de G rim m y V ern er pueden explicarse en la^actualidad de un m o d o algo d istin to , p ero no tien e im p ortan cia en el presente contexto. L o im portan te es qu e V ern er d em ostró que una clase entera de presuntas excepciones a la le y de G rim m quedaban asim iladas con una generalización suplem entaria, e s to es con otra ley fonética. E n el m ism o p erío d o en que se em itió la ley de V ern er aparecieron otras de las llam adas leyes fonéticas. Consideradas en conjunto, dieron a los estu­ d io so s una idea más cabal sobre la cron ología relativa de la evolu ción de las d istin tas ram as de la fa m ilia indoeuropea. Más aún, consigu ieron que el fa ­

m oso p rin cip io neogram ático de la regu laridad absoluta del cam bio lingüístico pareciese m ucho más verosím il de lo que se habían figurado los filólogos historicistas de la generación anterior. Este priticip io suscitó grandes polémicas, en cuanto se enunció alrededor de 1875. Sin em bargo, pronto fue aceptado, p o r la m ayoría de los que estaban en la corrien te científica principal, com o la auténtica base no sólo del m étodo com parativo, sino de toda la lingüística histórica. Luego tendrem os ocasión de exam inar más críticam ente el princi­ p io de la regu laridad del cam bio fon ético y el uso que hicieron los neogramá­ ticos del térm ino ‘ley ’, a este propósito. Ahora bien, nada de lo que se diga sobre e llo debe tom arse en detrim en to de su im portancia m etodológica. Forzó a quienes lo suscribieron a establecer una distinción entre cam bio fonético cond icion ado y no condicionado y a fo rm u la r con la máxima precisión las condiciones en que debía tener lugar un cam bio fonético condicionado. Y dejó sobre ellos la responsabilidad de explicar las form as que no habían evolucio­ nado de acuerdo con las leyes fonéticas cuyas condiciones parecían satisfacer. A este respecto, los neogram áticos y sus partidarios apelaron a dos factores explicativos: la analogía y el préstam o (cf. 6.4). De m om ento nos ocuparem os de la técnica de reconstrucción histórica p o r el m éto d o com parativo. Conviene a d vertir al lector sobre las llamadas f o r m a s c o n a s t e r i s c o (es decir las form as hipotéticas prefijadas con asterisco: v. gr., pi-e. *patér- o bien pgm . *fa d e r-) que aparecen convencio­ nalm ente en la reconstrucción. N o deben confundirse con las form as reales del protoin doeu ropeo o de cualquier otra protolengua. Y ello por varias razones. En p rim er lugar, el m étodo com parativo tiende a exagerar el grado de regu laridad de un sistem a lingüístico reconstruido. Así se desprende p o r las diferen cias en tre ciertas form as latinas documentadas y los protorrom ances de las que supuestamente derivan las form as correspondientes en francés, italiano, español, etc. La palabra latina docum entada para «ca b eza » era caput en su fo rm a de cita, y capit- en su fo rm a tem ática. Ninguna lengua rom ánica conserva la m enor evidencia del tem a final [ t ] . Sugieren, en cam bio, que la fo rm a protorrom a n ce fue * c a p u (m ): véase la tabla 4 de más arriba. Bien, pues, es m uy probable que el nom bre irregu lar ‘ caput’ quedase regularizado en el latín tardío. P ero no disponem os de pruebas directas. Acaso se regula­ riza ría de m odo independiente, aunque en fecha relativam ente antigua, en las distintas ram as de la fam ilia rom ánica. L o im portante es que las irregu­ laridades tienden a desaparecer con el tiem p o y que, en térm inos generales, el m éto d o com parativo no es capaz de reconstruirlas. En segundo lugar, el m étodo com parativo parte del supuesto de que cada m iem b ro de una fa m ilia de lenguas em parentadas se encuentra en línea di­ recta tras la protolengua respectiva y que a lo largo del tiem po no ha man­ tenido ningún contacto con otras lenguas y dialectos análogos. Como mínimo, se trata de un supuesto irreal. Todas las lenguas se hallan, en m ayor o m enor grado, diferen ciadas dialectalm ente. N o hay razón para creer que el protoin ­ doeu ropeo, el protogerm ánico, el protoeslavo y las demás protolenguas pos­ tuladas com o o rigen de fam ilias y subfam ilias de lenguas documentadas es­

tuviesen indiferenciadas desde el punto de vista dialectal. Siem pre que pueda, el m étodo com parativo reconstruirá una sola p roto form a para todas las form as documentadas. De ahí que el sistema lingüístico reconstruido proba­ blem ente será, no sólo más regular desde el punto de vista m orfológico, sino también dialectalm ente más uniform e que ningún sistema lingüístico real. Además, no hay m odo de saber si todos los sonidos de una form a hipotética aparecieron en realidad al m ism o tiem po y en un m ism o dialecto de la p ro ­ tolengua. Por éstas y otras razones, las protolenguas reconstruidas han de consi­ derarse constructos hipotéticos cuya relación con las lenguas realm ente ha­ bladas del pasado es más bien indirecta. N o podem os penetrar más en los entresijos m etodológicos del tema ni en los diversos criterios que deban sopesarse en el proceso de reconstrucción. Para nuestro propósito, basta con haber señalado que toda reconstrucción histórica tiende a idealizar y a sim­ plificar los hechos. En cuanto a las form as hipotéticas con asterisco, hay partes de la reconstrucción con más fundam ento que otras; además, ninguna parte puede aportar más fundam ento que la propia evidencia que contiene, y esta evidencia es enorm em ente variable. Para concluir, hemos de m encionar tam bién que, aun cuando aquí nos hemos concentrado en la reconstrucción léxica, cabe la posibilidad, en casos favorables, de reconstruir rasgos de la estructura gram atical de las proto­ lenguas. Fueron precisam ente las correspondencias m orfológicas entre lenguas em parentadas lo que im presionó tanto a la prim era generación de filólogos historicistas, pues suponían que rasgos gram aticales com o las desinencias flexivas no podían pasar dé una a otra lengua p o r sim ple préstam o (cf. 6.4).

6.4

Analogía y préstamo

El concepto de a n a l o g í a se rem onta a la antigüedad. Procede de la pa­ labra griega ‘ analogía’, que significa «regu la rid a d » y, más en concreto, entre m atem áticos y gram áticos, «regu laridad p roporcion al». P o r ejem plo, la regu­ laridad proporcion al que hay entre 6 y 3, p or un lado, y entre 4 y 2, p o r otro, es una analogía en este sentido del térm ino, pues se trata de una relación de cuatro cantidades (6, 3, 4, 2) tales que la prim era dividida p or la segunda es igual a la tercera dividida p or la cuarta (6 : 3 = 4 : 2). E l razonam iento analógico fue profusam ente utilizado por Platón y A ristóteles, y sus seguido­ res, no sólo en m atem áticas, sino también en el desarrollo de otras ramas científicas y filosóficas, entre ellas ía gramática. A menos que se reconozca así, es im posible com pren der un principio tan básico de la gram ática tradi­ cional com o el d e l . p a r a d i g m a . Dado, p o r ejem plo, el paradigm a ju m p , jum ps, ju m p in g y ju m p ed (es decir las form as que com ponen la conjugación del verbo del inglés ‘ju m p ’, «sa lta r», tom ado aquí com o m odelo: el térm ino ‘ paradigm a’ procede precisam ente de la palabra griega que significaba «m o ­ d elo » o «e je m p lo »), podem os construir ecuaciones proporcionales com o la

siguiente: ju m p : ju m p s — help : x; ju m p : ju m p ed = help : y; etc. [a par­ tir de form as análogas del verb o ‘help', «ayu d a r», del in glés]. N o hay, pues, dificultad en resolver estas ecuaciones asignando a las incógnitas ( x , y, etc.) sus valores apropiados ( helps, helped, etc.). E sto es, en consecuencia, lo que se entiende p o r ‘ analogía’ en la gramá­ tica tradicional y, más en particular, en la controversia entre analogistas y anom alistas, suscitada en el siglo I I antes de nuestra era y prolongada, de uno u o tro m odo, hasta los tiem pos m odernos ejercien do siem pre tina pro­ funda influencia sobre el desarrollo de la teoría lingüística. En térm inos aproxim ados, podem os decir que los analogistas defendían la idea de que la relación entre la form a y el significado está gobernada p o r el prin cip io de la regu laridad proporcional, m ientras los anom alistás sostenían la opinión opuesta. N o es necesario en trar en los porm enores de esta polém ica, a veces confusa y desorientadora. Sí conviene com prender, en cam bio, que form a p a rte del fundam ento sobre el que los neogram áticos proyectaron su propia n oción de analogía y la función que ésta desem peña en la evolución histórica de las lenguas. T om em os un ejem plo. E l inglés, lo m ism o que el alemán, establece una distinción entre lo que p o r conveniencia se denominan verbos débiles y ver­ bos fuertes. Los prim eros, que constituyen m ayoría, form an el tiem po pasado añadiendo un sufijo a la raíz de presente (cf. i. jum p-s, «sa lta », jum p-ed, «sa l­ ta b a »; al. lieb-t, «a m a », lieb-te, «a m a b a »); los últim os, a su vez, presentan una diferen cia de uno u o tro tipo en las vocales de las correspondientes raí­ ces de presente y pasado y, p o r lo general, om iten el sufijo de pasado-, carac­ terístico de los verbos débiles (c f. i. ride-s, «ca b a lga », rodé, «cab a lga b a »; sing-s, «ca n ta », sang, «can ta b a »; al. reit-et, «ca b a lga », ritt, «cab a lga b a »; sing-t, «c a n ta », sang, «ca n ta b a »): Los verbos fu ertes se dividen en diversas subcla­ ses según la naturaleza de la alternancia vocálica que distingue las form as respectivas de presente y pasado. N orm a lm en te se consideran irregulares. Y són, efectivam ente, menos regulares que los débiles, los cuales han aumen­ tado durante siglos y se am oldan a lo que desde hace mucho se ha con vertido en regla sincrónicam ente productiva. L a prueba de la produ ctividad sincró­ nica de la regla en cuestión provien e en parte de la adquisición lingüística de los niños y en parte de la capacidad del hablante adulto para constru ir la fo rm a de pasado para verbos nuevos que encuentra por p rim era vez en fo rm a de presente (o de pa rticip io de presente; v. gr., ju m p in g ). En cuanto a la adquisición de la lengua, la evidencia de que el niño dom ina la regla para la form ación de las form as de pasado p o r sufijación viene corroborada p o r la produ cción no sólo de un gran núm ero de form as correctas (p. ej., jum p ed , «sa lta b a », walked, «cam in ab a», loved, «a m a b a »), sino tam bién de form as in­ correctas ocasionales com o rided [en lugar de rodé, «c a b a lg a b a »] o goed [en lu gar de went, «ib a », pasado de go, « i r » ] . En rigor, p o r muy paradójico que parezca a prim era vista, la produ cción de estas form as incorrectas, p or ana­ logía con algún m iem bro típico de la clase regular de verbos débiles ( ju m p : ju m p e d — rid e : x; luego, x = rid e d ), constituye una prueba más convincen­ te de que el niño aplica una regla que la m era producción de una cantidad

cu alqu iera de form as correctas de pasado que, en principio, podría haber m em o riza d o y record a d o com o datos no analizados (cf. 8.4). E n la h istoria d el inglés hay casos de verbos débiles convertidos en fu er­ tes p o r la presión de la analogía. P o r ejem plo, en algunos dialectos am eri­ canos la fo rm a de pasado para ‘ d iv e ’, «za m b u llirse», es dove en vez de dived, y, con trariam en te a lo que cabría suponer, dove es la fo rm a innovada. En la vasta m ayoría de casos, n o obstante, la analogía ha actuado en sentido in­ verso , aum entando el núm ero de verbos débiles a expensas de los fuertes: | p. ej., el inglés m edio h o lp (cf. g ot, «o b tu v o », [pasado de g e í] fu e sustituido! p o r el inglés m odern o helped, «a y u d ó ». Adviértase que d iv e d —y dove no es en m en o r m edida resu ltado de la presión analógica que h o lp —*■ helped. L a len gu a o fre c e dos pautas de fo rm ación y cualquiera de ellas sirve de para­ d ig m a para la am pliación analógica. V a le la pena observar, en este punto, que el hecho de que ciertos verbos evid en tem en te relacion ados del inglés y el alem án presenten el m ism o fen ó­ m en o de alternancia vocá lica constitu ye una baza particu larm ente notable en fa v o r de la h ipótesis de que estas dos lenguas están, en realidad, genéti­ cam en te em parentadas: cf. i. begin-s, began, begun : al. beginn-t, begann, b egon n-en «e m p e za r»; i. bring-s, b ro u g h t : al. b rin g t- brach-te, gebrach-t, « t r a e r » ; i. find-s, fo u n d : al. find -et, fand, ge-fund-en, «en c o n tra r»; i. give-s, gave, giv-en : al. gib-t, gab, ge-geb-en, «d a r ». (H e añadido la fo rm a de p a rti­ c ip io pasado, en alem án e inglés, cuando difiere de la fo rm a correspondiente d e pasado, com o casi siem pre sucede en alemán.) L a analogía ha actuado in­ d ep en d ien tem en te en inglés y en alem án durante siglos para red u cir la inci­ d en cia de la alternancia vocálica, de m odo que, p o r ejem plo, m ientras ‘h elp ’ es d éb il en inglés m oderno, el verb o equ ivalente del alemán, ‘h ilfe n ’, es fu erte (h ilf-t, half, ge-holf-ert). Los cam bios fon éticos que han tenido lugar indepen­ d ien tem en te en las distintas lenguas germ ánicas han produ cido tam bién su e fe c to , aum entando el núm ero de alternancias vocálicas y haciendo m enos sistem á tica la correspond en cia en tre las form as de ciertos verbos que en pe­ río d o s anteriores. Quedan, sin em bargo, docenas de verbos qu e presentan to d a v ía una alternancia vocálica sim ilar. L o m ism o ocu rre en holandés, el cual, co m o vim os an teriorm en te (c f. 6.2), se halla más cerca del alem án que d el inglés: begin-t, begon, begonn-en, «e m p e za r»; breng-t, brach-t, ge-brach-t, « t r a e r » ; vind-t, vond, ge-vond-en, «e n c o n tra r», etc. Incluso las lenguas ger­ m ánicas septentrion ales tienen verb os fuertes cuyas form as de pasado y de p a rtic ip io pasado pueden ponerse en conexión ccin las de presente m ediante altern an cias vocálicas más o m enos regulares: cf. sueco sk river, skrev, s k riv it «e s c r ib ir » ; kryper, k rop , k ru p it «a rra stra rse». En realidad, esta suerte de altern ancia vocálica se rem onta, en ú ltim o térm ino, al p eríod o protoind o eu ro p eo : cf. griego p eíth -o, pé-poith-a, é-pith-on,¡ «p ersu a d ir»; leíp-o, léloip -a , é-lip-on «ir s e », etc. C om o se indicaba al final del apartado anterior, este tip o de correspon d en cia — que S ir W illia m Jones calificó de «afin idad m ás fu erte, tanto en las raíces verbales com o en las form as gram aticales, de lo que posiblem en te podía h ab er sucedido p o r a ccid en te» (c f. 6.2)— fue

lo que tanto im presionó a los fundadores de la filosofía comparativa. Pero volvam os a la analogía para puntualizar un par de cuestiones más. Ante todo, una que recibió particular atención entre los neogramáticos: que la analogía a m enudo im p ide (o llega, incluso, a in vertir) cambios fó n i­ cos que de o tro m odo serían regulares. P o r ejem plo, tras la actuación de la ley de V ern er (c f. 6.3), pero antes de la aparición de los prim eros textos, [s ] in tervocálica se v o lv ió [ r ] en germ ánico. E ste cam bio fónico explica la letra < r > — todavía pronunciada com o [ r ] en algunos dialectos— en el plural del tiem p o pasado del verb o ‘ to b e ’, «s e r», en inglés, en contraste con lo que m uestra la antigua [s ] de la ortog ra fía para el singular: w ere : w as. E l h o­ landés presenta el m ism o contraste (p e ro sin alteración vocálica): ik was, « y o era », : w ij w aren, «n osotros éram os». E l alemán, a su vez, ha rem odelado la ra íz del singular p o r analogía con la del plural: ich w ar : w ir waren. En este caso, la [ s ] final históricam ente regular del singular ha quedado susti­ tuida p o r esta [ r ] históricam ente irregu lar. Curiosamente, también la [s ] in tervocálica del latín arcaico se con virtió en [ r ] , de donde se explica el contraste del latín clásico entre la form a de nom inativo singular, honos, «h o n o r», y las dem ás form as del m ism o n om bre: honorem , honoris, etc. (a p a rtir de *h onosem , *honosis, etc.). Luego, en el latín tardío, honos cedió ante h on or, p o r lo que h on or- quedó generalizado com o raíz de todas las form as flexivas. Tam b ién m erece la pena añadir que la analogía es la cau­ sante de que el verb o ‘ to b e’ sea el único verb o del inglés m oderno estándar con una d iferen cia entre la raíz de singular y la de plural para el tiem po pa­ sado. En el inglés m edio, muchos de los verbos fuertes presentaban una di­ feren cia sim ilar. Tam bién aquí la analogía ha generalizado una u otra raíz (o, en algunos casos, la form a de pa rticip io pasado), lo que explica la fluc­ tuación tan considerable que hay entre los dialectos del inglés y aun en el uso espontáneo de sus hablantes. La segunda cuestión sobre la analogía es que constituye un fa ctor más poderoso en la evolu ción lingüística de lo que llegaron a pensar los neogra­ m áticos. E n rigor, éstos sólo se inclinaban a in vocar la influencia de la ana­ logía para solven tar las excepciones m anifiestas a alguna de sus leyes foné­ ticas postuladas. Adem ás, algunos llegaron a sentar incluso una distinción entre el cam b io fó n ico com o proceso fisiológicam en te explicable y la analo­ gía com o resu ltado de la in terven ción esporádica e im predictible de la mente humana. Para quienes sostenían este punto de vista, las leyes fonéticas eran com parables a las llam adas leyes naturales. En la actualidad, se ha com pren­ dido más claram ente, en p rim er lugar, que no cabe una distinción tan tajante, en cuanto a la lengua, entre lo físico y lo psicológico, y en segundo lugar, que la analogía — en el supuesto de que se in terprete según el espíritu, y no según la letra, de la tradición — , actúa en el plano tanto fonológico com o gram atical de la estructura lingüística. Lo que tradicionalm ente se describía com o una regu laridad proporcion al puede inscribirse en el principio más general de la regu larización a p a rtir de m odelos previos de correspondencia e n tre fo rm a y significado. E n realidad, no sería descabellado identificar la no­ ción de estructura en Saussure y la n oción generativista de la creatividad re-

guiada con una versión debidam ente m odernizada del concepto tradicional de analogía. P ero esto es un asunto peliagudo y con trovertido (cf. 7.4). Otro fenóm eno al que recurrieron los néogram áticos para explicar algu­ nas de las excepciones manifiestas a las leyes fonéticas era el de p r é s t a m o . Por ejem plo, además de la palabra ‘ch ef’, « je fe » , que hemos consignado más arriba com o descendiente francés del latín ‘caput’, cuya form a de cita protorromance podía m uy bien haber sido * c a p u (m ) (véase la tabla 4), también se encuentra en francés m oderno la palabra ‘cap’ (c f. ‘de pied en cap', «d e pies a cabeza»). La form a cap viola claram ente las tres leyes fonéticas (apar­ te de la pérdida de la vocal fin al) que derivan ch ef a p a rtir de *capu. E llo se debe a que ‘cap- fue tom ada en préstam o (en época bastante p rim itiva ) del provenzal, al que no se aplicaban las leyes fonéticas en cuestión. Análoga­ mente, muchas de las pálabras del inglés que em piezan p o r sk- en su form a escrita (cf. sky, «c ie lo », skill, «habilidad», skirt, «fa ld a », etc.) y que cons­ tituyen excepciones a la ley fonética que cambia [s k ] en [ J ] ante vocales palatales en inglés (c f. shirt, «cam isa», ship, «b a rc o », shed, d e s p o ja r s e », et­ cétera), fueron tomadas en préstam o de alguno de los dialectos escandinavos llevados a In glaterra durante las invasiones vikingas y que tu vieron una con­ siderable influencia en el habla de la región de Danelag. (H asta hoy, buena parte del vocabulario de los dialectos locales del n orte de In glaterra y del sur de Escocia tiene un claro origen escandinavo, si bien lo que nos interesa son los préstamos al inglés estándar.) Los pares de palabras afines llegadás por vía norm al y de préstam o se denominan a menudo d o b l e t e s . N ótese que los dobletes léxicos m uy raram ente constituyen sinónim os descriptivos (cf. ‘ skirt’ : ‘sh irt’, ‘skip per’, «p a tró n » : ‘ shipper’ , «a rm a d o r», etc.).2, Lo m ism o que se ha dicho de la analogía puede decirse del préstam o: se trata de un fa cto r mucho más im portante en el cam bio lingüístico de lo que llegaron a suponer los néogram áticos (y muchos de sus sucesores). En particular, al igual que la analogía, no debe considerarse tan sólo com o un sim ple m edio para fa cilita r la explicación sobre excepciones a las leyes fo ­ néticas. Si se tom a el inglés sólo com o lengua germ ánica occidental — com o así se considera convencionalm ente (cf. 6.2)— , hemos de d ecir que, a lo largo de su historia, ha tom ado una enorm e cantidad de préstam os, no sólo en el vocabulario, sino tam bién en la gram ática y en la fonología, de otras lenguas y dialectos. Ahora bien ¿tiene algún sentido proceder com o si hubiese una distinción nítida entre form as nativas, [norm ales o heredadas] y no nativas? Desde hace mucho se sabe con certeza que los diagramas arbóreos convencionales para la clasificación evolutiva de las fam ilias lingüísticas pueden inducir a serios errores si se toman com o m odelos fidedignos de los procesos históricos. La

2. [E n español pueden citarse, a p a rtir de étim os latin os, g rie g o s o árab es, d ob letes com o 'ra d io ' y ‘ ra y o ’ , ‘ rá p id o ’ y ‘ ra u d o ’ , ‘ c a p ítu lo ’ y ‘ c a b ild o ’ , ‘ p la te a ’ y ‘ p la za ’, ‘ c á te d ra ’ y ‘ c ad era’, ‘ c íta ra ’ y ‘ gu ita rra ’ , etc. N o faltan incluso d erivacion es m ás extensas: cf. ‘ h os­ p ita l’, ‘ h ostal’ y ‘ h o te l’, -este ú ltim o to m a d o en p résta m o d el fra n c és .]

ob ra más recien te en dialectología y sociolingüística ha precisado la im p or­ tancia de la variedad sincrónica dialectal y estilística dentro de una com uni­ dad lingüística com o fa c to r eficaz de cam bio lingüístico. En condiciones de variación sincrónica — y, más en especial, de bilingüism o y diglosia (c f. 9.4)— , e l concepto tradicional de préstam o quizá resulte inaplicable. Sea com o sea, es evidente que los neogram áticos establecieron una dis­ tinción dem asiado firm e entre lo que podía tratarse m ediante leyes fonéticas y lo que requ ería una explicación a base de analogía y préstam o. A pesar de todo, la gran m ayoría de tratados sobre la evolución h istórica de las lenguas continúa a este respecto la tradición neogram ática.

6.5

L a s causas del cambio lingüístico

¿P o r qué cam bian las lenguas a lo largo del tiem po? N o hay una respuesta generalm en te aceptada sobre ello. Son varias las teorías propuestas, p ero ninguna tiene en cuenta todos los hechos. Aquí podem os m encionar y co­ m entar, a lo sumo, algunos de los principales factores que los lingüistas han argüido para explicar el cam bio lingüístico. En esta clase de discusión es costum bre sentar dos distinciones p o r se­ parado: (a ) entre cam bio fón ico, p o r un lado, y cam bios gram aticales y léxi­ cos, p o r o tro ; (b ) entre factores internos y externos. P ero no hay que lleva r dem asiado lejo s estas distinciones. C om o hemos visto, la concepción de los neogram áticos de que el cam bio fó n ico es radicalm ente d iferen te de ; otros tipos de cam bio lingüístico resulta, en el m e jo r de los casos, una veiídad a m edias. Incluso los procesos más o m enos fisiológicam ente explicables; com o la a s i m i l a c i ó n (p o r la cual diversos sonidos sucesivos se vu elvefí idén­ ticos o más parecidos en lu gar o m odo de articulación: cf. italian o o tto , n otte, etc., de la tabla 4 del apartado 6.3) o la h a p l o l o g í a (p érd id a de una de dos sílabas sucesivas fonéticam en te sim ilares: p. ej. ant. inglés *E nglaland, «p a ís de los anglos», > E ngla nd ; [ paralelepípedo > *p a ra lep íp ed o']), requ ieren el soporte de otros factores más generales, si es que producen cam­ bios perm anentes en el sistem a fón ico de una lengua. En cuanto a la distinción en tre factores externos e_ internos, dependiente de si se abstrae el sistem a lingü ístico, com o tal, del m arco cultural y social en que se desenvuelve, tam ­ p o co se sostiene, en últim o térm ino: la función com unicativa de la lengua, que relaciona fo rm a y significado en un sistem a lingüístico, tam bién relaciona el p rop io sistem a lingüístico con la cultura y la sociedad a cuyo servicio se encuentra. En el apartado a n terior hem os aludido ya a dos de los factores más ge­ nerales para el cam bio lingüístico: la analogía y el préstam o. Podem os ahora subrayar que mucho de lo que los neogram áticos atribuían a las leyes fo n é­ ticas puede explicarse por la acción conjunta de estos dos factores. Las leyes fonéticas no tienen por sí mismas va lo r explicativo, pues no son más que

ín dices de lo o cu rrid o en una determ inada región (m ás exactam ente, en una d eterm in a d a com u nidad lin gü ística) en tre dos puntos dados de tiem po. Con­ sid era d o retrosp ectiva y m acroscópicam ente, el cam bio produ cido puede re­ su lta r bastante regu lar (en el sentido que los neogram áticos y sus partidarios otorga b a n al p rin cip io de la regu laridad). N o obstante, la investigación de ca m b ios fó n icos que tienen lugar en el presente ha dem ostrado que pueden origin a rse en una o más palabras prestadas y propagarse por analogía a otras en un determ in a d o p eríod o de tiem po. U no de los in dicios de este proceso de cam bio lingü ístico es el que suele lla m a rse u l t r a c o r r e c c i ó n . Un ejem p lo de ello se encuentra en la ex­ ten sión analógica de la vocal de b u tter, «m a n teq u illa », en inglés m eridional a palabras com o b u tch er, «c a rn ic e ro », entre hablantes del n orte de In glaterra qu e han a d q u irid o (esto es, tom ado en p résta m o ) la pronunciación R P de a q u ella clase de palabras. Esta suerte de u ltra corrección fon ética no difiere, en cuanto a m otivación , de la u ltracorrección que determ in a que los hablan­ tes de la clase m edia, a m enudo educados, del inglés m eridion al estándar d igan betw een you and /, «e n tr e tú y y o », [en lu gar de betw een you and me, «e n tr e ti y m í» ] . Se apreciará sin duda que el p rim e r tip o de ultracorrección, y n o el segundo, p o d ría conducir al fin a un cam b io fó n ico m acroscópica y re tro s p ectiva m e n te regular.3 Con e llo no qu erem os decir, por supuesto, que tod o cam bio fón ico haya de explicarse así. H em os de a d m itir todavía la posibilidad de que con el tiem ­ p o se fo rm e una t e n d e n c i a f o n é t i c a gradual e im p ercep tib le en to­ das las palabras en qu e aparece un determ in ado sonido. L o que qu iero pun­ tu aliza r es sim plem en te que puede in terven ir una diversidad de factores determ in an tes para p rod u cir a la postre un m ism o resultado: algo de lo que suele considerarse cam b io fó n ico regular y, al m enos en la tradición neogram ática, contrapu esto a fenóm enos presuntam ente esporádicos, com o la ana­ lo g ía y el préstam o. Los lingüistas qu e destacan la distinción en tre factores internos y ex­ tern os — especialm en te los que suscriben los p receptos del estructuralism o y el fu n cion alism o (c f. 7.2, 7.3)— tienden a asignar tod o lo que pueden del ca m b io lin gü ístico a factores considerados internos, sobre todo a los conti­ nuos reaju stes que ejecu ta un sistem a lin gü ístico al pasar de un estado d e e q u ilib rio (o de qu asi-equilibrio) a otro. Uno de los defensores más p rom i­ nentes de este punto de vista ha sido el estudioso francés A ndré M artinet, qu ien trató de ex p lica r el cam bio lingüístico, y en especial el fón ico, a p a rtir d e su con cepción de que las lenguas son sistemas,, sem ióticos autorregulados, gobern ados p o r los principios com plem entarios del m ín im o esfuerzo y la cla rid a d com u nicativa. E l p rim er prin cip io (a l que pueden incorporarse fe­ n óm enos fisiológicam en te explicables com o la asim ilación y la haplología, in­ dicados más arriba, así com o la tendencia a a b revia r las form as de m ayor

3. [C f., a este p ro p ó s ito , 2.4, n ota 3. Una solu ción u ltra c o rre c ta q u e to m ó carta de n a tu ra lez a es la de 'M a llo r c a ' ( < M a j o r í c a ) en lu gar d e ‘ M a y o rc a ’ .]

p redictibilidad) dará lugar a la reducción del número de distinciones fono­ lógicas y a potenciar su función. Se verá, sin embargo, refrenado p o r la ne­ cesidad de m antener un núm ero suficiente de distinciones a fin de salvaguar­ dar enunciados que de o tro m odo podrían confundirse en las condiciones acústicas en que se utilizan las lenguas habladas. Se trata de una noción intuitivam ente atractiva que se ha aplicado con éxito a una serie de cambios fónicos. H asta ahora, sin em bargo, no se ha dem ostrado de manera convin­ cente todo el p o d er explicativo que sus partidarios le atribuyen. La contribución más destacada de los estructuralistas y funcionalistas a la lingüística histórica p rovien e de su insistencia en que cada cam bio pos­ tulado en un sistem a lingüístico debe evaluarse a p artir de las repercusiones que provoca en el sistem a entero. P o r ejem plo, han llegado a precisar que las distintas partes de la ley de G rim m (o de la gran mutación vocálica, que tuvo lu gar en la transición del inglés m edio al prim itivo inglés m oderno) deben considerarse conjuntam ente. Tam bién han suscitado interesantes plan­ team ientos en to m o a los tipos de r e a c c i ó n e n c a d e n a que parecen haberse produ cido a lo largo de diversos períodos en la evolución histórica de las lenguas. Volvien do, para ejem plificarlo, a la ley de Grim m , ¿acaso las aspiradas sonoras pi-e., [ * b h, *d h, *g h], al perder su aspiración, hicieron que las oclusivas sonoras no aspiradas pi-e., [*b , *d, * g ], perdieran su sonoridad para hacer que, a su vez, las oclusivas sordas pi-e., [*p , *t, * k ], se volviesen fricativas? ¿O fue más bien que las oclusivas sordas pi-e. iniciarían el proceso, atrayendo a las dem ás tras sí, com o si dijéram os, hacia los lugares que iban quedando vacíos? T a l vez no haya contestación para estas preguntas. P ero al m enos reconocen debidam ente que los distintos cambios enumerados en la ley de G rim m son susceptibles de re cib ir una conexión casual. L o que ahora se entiende p o r r e c o n s t r u c c i ó n i n t e r n a (en con­ traste con la reconstrucción p o r e l m étodo com parativo) puede colocarse tam bién en el haber del estructuralism o. Se funda en la convicción de que las regularidades parciales y las asim etrías sincrónicamente observables pue­ den explicarse con relación a lo que en un período anterior eran procesos productivos, totalm ente regulares. P o r ejem plo, pese a que no tuviéram os evidencia com parativa a que acudir ni testim onios de las etapas anteriores de la evolución del inglés, podríam os in fe rir que las regularidades parciales que aparecen en los verbos fu ertes de esta lengua (cf. drive : d rove : driven, «co n d u cir», ride : rodé : ridden, «ca b a lga r», sing : sang : sung, «ca n ta r», rin g : rang : rung, «so n a r», etc.), eran reliquias, por así decirlo, de un sistema flex ivo del verbo, antiguam ente m ucho más regular. La reconstrucción in ter­ na ya constituye, en la actualidad, una parte reconocida de la m etodología de la lingüística histórica tras haber m ostrado su valía en diversas ocasiones. Com o verem os más adelante, el generativism o nace de una cierta versión del estructuralism o y en parte la continúa. Una característica del generati­ vism o consiste en con ceb ir el cam bio lingüístico com o una adición, pérdida o reordenación de las reglas que determ inan la com petencia lingüística del hablante. En tanto que la distinción entre com petencia y actuación puede asi­

milarse a la de lengua y habla del estructuralism o saussureano (cf. 7.2), la contribución realizada a la teoría y a la m etodología de la lingüística histó­ rica por los generativistas puede considerarse com o una depuración y un desarrollo de la concepción estructuralista del cam bio lingüístico. En ambos casos se concede preferencia a los denominados factores internos. La noción estructuralista de autorregulación ha quedado aquí reem plazada por la de reestructuración de las reglas del sistema lingüístico y por una tendencia hacia la sim plificación. Es ciertam ente d ifícil apreciar diferencias fundamen­ tales entre ambas nociones. N o obstante, la distinción chomskyana de com petencia y actuación y la distinción saussureana de lengua y habla difieren en que la prim era se presta m e jo r que la segunda a una interpretación semántica. Como verem os, los generativistas, por diversas razones, se han preocupado mucho p o r el pro­ blem a de la adquisición lingüística en los niños. Han hecho hincapié en que el niño, en cuanto em pieza a adqu irir la lengua nativa, no tiene aprendidas las’ reglas del sistema subyacente, sino que debe inferirlas a p a rtir de las pautas de correspondencia entre form a y significado que descubre en las enun­ ciaciones que oye en torno suyo. Lo que tradicionalm ente se ha considerado falsa analogía (p. ej., la proclividad del niño a decir andó en vez de anduvo) se interpreta desde el generativism o com o parte del proceso más general de la adquisición de las reglas. Los generativistas no han sido los prim eros en buscar una explicación para el cam bio lingüístico en la transmisión de la lengua de uña a otra ge­ neración. Pero sí han exam inado más cuidadosamente que otros el proceso de la adquisición lingüística a ten or de la naturaleza de las reglas indispen­ sables en etapas concretas de este proceso. Además, han em pezado a inves­ tigar con detalle el cam bio sintáctico, ju nto con el fonológico y el m o rfo ló g i­ co, habida cuenta que hasta hace poco los aspectos sintácticos del cam bio apenas se han tratado, salvo de una manera ocasional y asistemática. L o más im portante, sin em bargo, es que el generativism o ha facilitado a la lingüística histórica una concepción más precisa sobre los u n i v e r s a l e s form ales y sustantivos, en relación con los cuales los cam bios postulados de etapas p re­ históricas o no documentadas de la lengua pueden evaluarse en una escala de m ayor o m enor probabilidad. Por el lado negativo, ni el estructuralism o ni el generativism o han llegado a prestar suficiente atención a la im portancia de la variedad sincrónica com o fa cto r del cam bio lingüístico. Al margen de cualquier otra consideración, esto ha dado lugar a pseudo-problemas com o los siguientes: E l cam bio lingüístico, ¿es gradual o repentino? ¿Se origina en la com petencia o en la actuación? En cuanto a la prim era pregunta, hace más de cien años que Johannes Schm idt impugnó el concepto de árbol genealógico! que los neogram áticos asumían para la filiación de las lenguas, y señaló que las innovaciones de to­ dos los tipos, y en especial las fónicas, pueden irradiarse a p a rtir de un cen­ tro de influencia, com o las olas de un estanque, perdiendo fu erza a m edida que se alejan más y más de él. En las décadas posteriores, los estudiosos, sobre todo los que trabajan en el campo de las lenguas románicas, de donde

se obtenían abundantes pruebas tanto sincrónicas com o diacrónicas, dem os­ traron que lo que ha dado en llam arse t e o r í a d e l a s o n d a s del cam­ b io lingüístico proporcion aba una explicación más satisfactoria de los hechos, al m enos en muchos casos, que la t e o r í a d e l á r b o l g e n e a l ó g i c o más ortodoxa, con sus supuestos inherentes sobre una divergencia repentina y luego continua entre dialectos em parentados. Los dialectólogos m ostraron tam bién que, lejo s de aplicarse sim ultáneam ente a todas las palabras a que eran aplicables, los cam bios fónicos podían iniciarse tan sólo en una o dos y luego extenderse a otras y aun, siguiendo las líneas de com unicación, a otras regiones. Siendo así p o r lo común, es evidente que la cuestión de si el cam bio fón ico es gradual o repentino p ierd e gran parte de su sentido. Y al igual que* los individuos pueden vacilar en el uso de una fo rm a más antigua o m oderna, lo m ism o ocu rre con la cuestión de si los cam bios lingüísticos se origin an en la com petencia o en la actuación. Más recientem ente, los Sociolingüistas han dem ostrado que cuanto se ha dicho para la difusión geográfica de variedades fonológicas, gram aticales o léxicas, sirve igualm ente para su difusión a través de las clases socialm ente distinguibles de una com unidad dada. En general, se ha com pren dido que los factores sociales (d e l tipo que exam inarem os en el capítulo 9) soní,.mucho más im portantes en el cam b io lingü ístico de lo que se había supuesto ante­ riorm en te. Después de todo, no son sólo las fron teras geográficas o -incluso políticas las que im ponen lím ites en el grado de intercom unicación entre la gente que vive en la m ism a región. Los dialectos sociales pueden d ife rir entre sí tanto com o los de base geográfica. P o r o tra parte, en condiciones sociales adecuadas (descom posición de una sociedad tradicionalm ente estratificada, im itación de form as o expresiones de la clase alta, etc.), un dialecto, social puede su frir m odificaciones p o r el contacto con otro. En realidad, hóy ya se acepta que el b i l i n g ü i s m o y la d i g l o s i a — y aun la p i d gi^n i z a c i ó n y la c r i o l l i z a c i ó n — pueden haber desem peñado una fu nción m u­ cho más am plia en la form ación de las fam ilias lingüísticas d el m undo de lo que se pensó en o tro m om ento (cf. 9.3, 9.4). „ H em os em pezado este apartado con la pregunta de p o r qué las lenguas cam bian a lo largo del tiem po. Podem os concluirlo repitien d o ló que se ha dicho en un capítulo a n terior (cf. 2.5): la ubicuidad y la continuidad del cam­ bio lingüístico resultan m enos enigm áticas en cuanto se com pren de que no hay lengua natural estable o u n iform e y que gran parte de lo que cabe des­ cribir, m acroscópicam ente, com o cam bio lingüístico es produ cto de una va­ riación sincrónica socialm ente condicionada. Esto no qu iere d ec ir que todo cam bio lingüístico haya de explicarse así, sino tan sólo que los factores so­ ciales son indudablem ente mucho más im portantes de lo que se había im agi­ nado en épocas pasadas.

A M P L IA C IÓ N

B IB L IO G R Á F IC A

La mayoría de manuales e introducciones a la lingüística contienen capítulos sobre el cambio lingüístico. En especial, Bloomfield (1935), capítulos 18-35, merece todavía una lectura para una visión esencialmente neogramática, con muchos ejemplos hoy clásicos del inglés y otras lenguas. Las introducciones más recientes a la lingüística histórica como tal compren­ den a Aitchison (1981); Bynon (1977); Lehmann (1973). Bynon (1977: 281-2) añade referencias bibliográficas, por temas, para todos los asuntos tratados en este ca­ pítulo; Aitchison (1981) pone de relieve :el papel de los factores sociales en 'el cambio lingüístico. [También Martinet (1974, 1983).] Sobre la historia del inglés (en diversos niveles de detalle y especialización), cf. Barber (1972); Baugh (1965); Francis (1967); Lass (1969); Potter (1950); Strang (1970); Traugott (1972). Sobre otras lenguas y familias lingüísticas, la Encyclopaedia Britannica, 15.* ed. (1974), es la obra más útil para cualquier referencia. [En español, pueden ser útiles Hjelm slev (1968) y W olff (1971). Para diversos aspectos externos de los pueblos indoeuropeos, Benveniste (1969), en francés, y V illar (1971). Para las lenguas románicas, Iordan (1967); Iordan & Manoliu (1972); Renzi (1982). Y para el español, Lapesa (1980).]

1. ¿S o b re qué b a se s cabe reconocer tres períodos diferentes en la historia del inglés: inglés antiguo (anglo -sajó n), inglés m edio e inglés m oderno? 2. A partir de la inform ación obtenida en enciclopedias u otras obras de refe­ rencia, enum érense los principales m iem bros existentes de la familia germánica, rom ánica y eslava. 3.

¿Q u é e s una p r o t o l e n g u a ?

4.

Expóngase el propósito de la r e c o n s t r u c c i ó n

en lingüística histórica.

5. S e dice que el español, com o el francés, el inglés, el ruso, el hindi, etc., es una lengua i n d o e u r o p e a . ¿Q u é quiere decir e s to ? ¿ E s así, realm ente? ¿ Y qué decir, entonces, del finés, el húngaro, el turco, el vascuence, el tam il? 6. ¿P o r qué concedía S i r W illiam Jo n es tanta importancia a lo que llamó «las raíces verbales» y las «form as gram aticales» (cf. p. 1 6 4 )? 7. «Una de las razones m á s firm es para adoptar el supuesto del cam bio fonético regular e s que la constitución de los vástagos... arroja mucha luz sobre el origen de nuevas form as» (Bloom field, 1935: 405). Com éntese. 8. H ágase un inform e so b re la l e y d e G r i m m (mediante ejem plos distin­ to s de los que se dan en el texto) y m uéstrese su relación con la l e y d e V e r n e r .

9. ¿Q u é se entiende por regularizacíón a n a l ó g i c a irre g u la re s?

de form as sincrónicam ente

10. ¿Q u é co n se cu e n cia s cabe extraer sobre la historia de una lengua a partir de la existencia de d o b l e t e s l é x i c o s ? C o m p ón gase una lista de diez do­

bletes en español. ¿Qué distinción establecería, en caso de reconocerla, entre dobletes léxicos y formas coexistentes y gramaticalmente equivalentes de un mismo lexema (freído : frito)? ¿C óm o clasificaría las alternancias de tipo hipermercado : supermercado según aquella distinción? 11. Hágase un comentario sobre las siguientes formas y construcciones m ás o menos fosilizadas: Descanse en paz. Bendito sea, Por ende, S o pena de, Yo me gusta (frente a A mí me gusta). ¿Qué indican sobre etapas ya superadas del español y sobre su s tendencias? 12. Hay expresiones hechas en español moderno, com o 'd e cabo a rabo’, 'ojo avizor’, ‘el día de autos', que conservan antiguos significados para algunos de s u s componentes. ¿Puede enum erar otros ejem plos sim ila re s? 13. Indíquese de qué manera puede el p r é s t a m o actuación regular de una ley fonética.

explicar excepciones a la

14. «El cam bio lingüístico, por tanto, ofrece pruebas importantes so bre la na­ turaleza del lenguaje humano, en el sentido de que está regulado» (Akmajian, D em ers & Harnish, 1979: 226). C om éntese lo dicho a propósito de la noción de los generativistas sobre la r e e s t r u c t u r a c i ó n . 15. «Tal vez la contribución m ás importante hacia la com prensión del m ecanis­ mo real del cam bio lingüístico proviene de la investigación detallada en so cio lin­ güística sobre com unidades lingüísticas vivientes» (Bynon, 1977: 198). Com éntese. 16.

Expóngase y ejemplifíquese la noción de

reconstrucción

interna.

17. Com párese y contrástese la t e o r í a d e l á r b o l g e n e a l ó g i c o y .la t e o r í a d e l a s o n d a s (W ellentheorie) para la evolución de las lenguas 18. Evalúese la contribución del estructuralismo y del generativismo a la teoría y metodología de la lingüística histórica. 19. ¿Q u é contribución han hecho a la lingüística histórica (a) la a d q u i s i c i ó n l i n g ü í s t i c a y (b) los p i d g i n s y las lenguas c r i o l l a s ? (Esta pregunta puede abordarse mejor tras la lectura de los capítulos 8 y 9).

7. Algunas escuelas y movimientos actuales

7.1

E l historicismo

En este capítulo exam inaré una serie de m ovim ientos lingüísticos del pre­ sente siglo que han configurado algunas de las actitudes y supuestos actuales. E l p rim ero, al que im pon dré la etiqu eta de h i s t o r i c i s m o , suele ser con­ siderado más bien p rop io del pensam iento lingü ístico anterior. Su principal interés a este propósito radica en qu e preparó el advenim iento del estruc­ turalism o. En 1922, el gran lingüista danés O tto Jespersen em pezaba una de sus más interesantes y controvertidas obras generales sobre el lenguaje con la siguien­ te declaración: « E l rasgo distin tivo de la ciencia del lenguaje tal com o se concibe en la actualidad consiste en su ca rácter h istoricista». Con ello Jes­ persen expresaba el m ism o punto de vista que H erm ann Paul en sus P rin zip ien d er S pra ch geschichte («P rin c ip io s de la h istoria d el len gu a ge»), cuya p rim era edición data de 1880 y cuyo conten ido constituía, para muchos, la biblia de la ortod oxia neogram ática. Se trataba de la idea (p a ra expresarla tal com o aparece en la quinta edición del lib ro de Paul, aparecida en 1920) de que «e n cuanto se sobrepasa la m era enunciación de los hechos individua­ les, en cuanto uno intenta escrutar su interconexión [d en Zusam m enhang] para co m pren der los fenóm enos [d ie Erscheinungen], se pen etra en el d o­ m in io de la historia, aunque quizá sin darse cuenta». Repárese en que tanto el lib ro de Jespersen com o la quinta edición de los P rin z ip ie n de Paul son posteriores en algunos años al postum o C ours de lin g u is tiq u e générale de Saussure, con el que se inauguró el m ovim ien to que hoy conocem os com o estructuralism o, y en que son sólo unos años anteriores a la fundación del Círculo Lin gü ístico de Praga, en el cual el estructuralism o se com bina con el fu ncionalism o y con algunas de las ideas q u e dieron origen al actual ge­ nerativism o. E l estructuralism o, el fu n cion alism o y el generativism o son las principales tendencias, o actitudes, de que nos ocuparem os en este capítulo.

Es conveniente observar, de paso, que B loom field, en Language (1935), m ientras reconocía los grandes m éritos de los P rin zip ien de Paul, lo critica­ ba, no sólo por su historicism o, sino tam bién p or su m entalism o y porqu e sustituía la generalización indu ctiva a p a rtir del «estu dio lingüístico descrip­ t iv o » p o r lo que dio en llam ar «pseudoexplicaciones filosóficas y psicológicas»; L o curioso del caso es que la rueda ha dado un giro com pleto, ya que, com o verem o s más adelante, el d e s c r i p t i v i s m o bloom fieldian o (que pode­ m os tom ar com o peculiar versión am ericana del estructu ralism o) propició el am biente en que nació, com o una reacción en contra, el generativism o chom skyano. En un lib ro de esta naturaleza es im posible hacer ju sticia a las co m p leja s relaciones que hay en tre las escuelas actuales de lingüística y a la influencia que cada una ha ejercid o sobre las demás. L o que sigue en este ca p ítu lo es muy selectivo e incluye, inevitablem ente, una cierta dosis de in­ terp reta ció n personal. Desde luego, es una perogrullada pensar que no puede alcanzarse una perspectiva genuinam ente histórica sobre las ideas y las acti­ tudes contem poráneas. ¡E l m ero hecho de in tentarlo puede constitu ir ya un tip o de historicism o! A hora bien, ¿qué es, en rigor, el historicism o, en el sentido en que em-_ pleam os aquí el térm ino? T a l com o lo expresó, con tanta contundencia, Paul en e l pasaje citado más arriba, es la idea de que la lingüística, en tanto„que_ es o intenta ser científica, presenta un carácter necesariam ente, h istórico. M ás en particular, el h istoricista adopta el supuesto de que el único tip o de esclarecim ien to vá lid o en lingüística es el que daría un historiador, en el sen tid o de que las lenguas son lo que son porqu e en el curso del tiem p o se han visto som etidas a una diversidad de fuerzas causales, internas y externas, d e l tip o que se describió en el ú ltim o apartado (6.5) del capítulo anterior. A l su scribir esta concepción, los grandes lingüistas del siglo pasado no hacían sin o reaccion ar contra las ideas de los filósofos del S iglo de las Luces francés y sus predecesores, quienes form ab an una larga tradición que se rem ontaba, en ú ltim o térm ino, a Platón, A ristóteles y los estoicos, y cuyo o b je tiv o con­ sistía en deducir las propiedades universales del lenguaje a p a rtir de p re­ suntas propiedades universales de la m ente humana. E l historicism o, tal com o se entiende aquí, no im p lica n ec esa ria m e n te e v o l u c i o n i s m o , esto es el supuesto de que existe direccionalidad en e l d esa rro llo h istóricofd e las lenguas. En rigor, el evolucionism o e je rc ió una g ra n influencia en la lingüística de finales del x ix ; el p rop io Jespersen, en e l lib r o aludido más arriba, defiende una determ inada versión del m ism o. L o s idealistas d e diversas escuelas han propuesto, asim ism o otras variantes, in clu so los marxistas, desde luego, en el m arco del m aterialism o dialéctico. N o obstante, es probablem en te legítim o decir que, con m uy pocas notables excepcion es, la m ayoría de lingüistas del siglo x ix ha rechazado el evolu cio­ n ism o (cf. 1.4). E l h istoricism o, com o verem os en el siguiente apartado, cons­ titu y e uno de los m ovim ientos al que se opuso el estructuralism o y en rela­ c ió n al cual puede definirse éste.

7.2

E l estructuralism o

L o que suele denom inarse e s t r u c t u r a l i s m o tiene, especialm ente en Europa, un origen múltiple. Existe la costum bre y aun, al parecer, la conve­ niencia de fech ar su nacim iento com o tendencia lingüística a^pajrtir de la publicación del Cours de lin gu istiq u e générale de Saussure, en\1916\ Muchas de las ideas que Saussure allegó en las clases que dio en la Urriversidad de G inebra entre 1907 y 1911 (en las que se basa el Cours) pueden rastrearse en el siglo x ix y aun antes. Algunas de las distinciones constitutivas del estructuralism o saussureano habían sido ya aducidas (aunque no siem pre con la misma term inología). Bastará recordarlas al lector y m ostrar su ensambladura. H abiendo presen­ tado ya los rasgos del historicism o, es natural em pezar con la distinción en­ tre el punto de vista sincrónico y diacrónico en el estudio de las lenguas (c f. 2.5). Com o hem os visto, los neogram áticos partían del supuesto de que la lingüística, en tanto que científica y explicativa, debe ser necesariam ente histórica. C ontra esta postura, Saussure sostenía que la descripción sincró­ nica de las lenguas podía ser igualm ente científica, y aun explicativa. La ex­ plicación sincrónica difiere de la diacrónica, o histórica, p o r ser e s t r u c ­ t u r a l y no causal, pues responde de una manera diferen te a la pregunta «¿ P o r qué son así las cosas?» En vez de rastrear la evolución histórica de las form as o los significados, dem uestra cóm o se interrelacionan estas form as y significados en un determ inado punto del tiem p o y en un sistem a lingüís­ tico dado. Es im portan te com pren der que, al oponerse al criterio neogram ático, Saussure no negaba la validez de la explicación histórica. É l m ism o había alcanzado una gran reputación, siendo todavía m uy joven, con una brillan te reconstrucción del sistem a vocálico protoindoeu ropeo y, en reali­ dad, nunca abandonó su interés p o r la lingüística histórica. L o que sostenía en sus clases de G inebra sobre lingüística general era que la perspectiva sincrónica y diacrónica de explicación son com plem entarias, y que la últim a es lógicam ente dependiente de la prim era. Es com o si se nos pidiera explicar p o r qué, pongamos p or caso, el m otor R olls R oyce de tal m odelo y año es de aquella manera determ inada. Cabría dar una explicación diacrónica, a p a rtir de los cam bios que hubiesen tenido lugar al cabo de los años en el diseño del carburador, el cigüeñal, etc., todo lo cual sería una contestación perfectam en te acorde a la pregunta. Pero, por o tro lado, tam bién cabría describir la función que desempeña cada com po­ nente en el sistem a sincrónico, con lo que se explicaría el ajuste del m otor y su funcionam iento. En este caso, se trataría de; una explicación no histó­ rica, estructural (y funcional) de los hechos. Ahora bien, com o las lenguas no han sido planeadas y, al menos en la concepción de Saussure, no evolu­ cionan en el tiem po con arreglo a ningún propósito externo o interno, hemos de tener cuidado en no tom ar esta analogía del m otor dem asiado al pie de la letra (co m o tam poco la del p rop io Saussure con el ju ego de ajedrez: cf. 2.5.). H acien do abstracción de la ausencia de diseñador y de la diferencia

entre una máquina y una institución social, podemos decir con legitim idad, aunque m etafóricam ente, que la descripción estructural de la lengua describe cóm o funcionan conjuntam ente todos sus componentes. H ay ciertos aspectos controvertidos, p o r no decir paradójicos, en la distinción de Saussure entre la visión diacrónica y sincrónica; en especial, el aserto de que el estructuralism o no tiene aplicación a la lingüística his­ tórica. Lo que es bien paradójico, a la vista de que la obra prim eriza del propio Saussure sobre el sistema vocálico del protoindoeuropeo, que data de sl87^) puede estimarse com o un preludio de lo que más adelante se denom i­ nara reconstrucción interna, m étodo que, com o hemos visto, fu e u lterior­ mente m ejorado y aun adoptado por estudiosos que se consideraban estructuralistas y que debían su inspiración al menos en parte, a Saussure (cf. 6.5). N o obstante, parece que el propio Saussure creía, con o sin razón, que todos los cambios tienen lugar al m argen del propio sistema lingüístico y que no sufren lo que más adelante se han llam ado presiones estructurales, que ope­ rarían dentro del sistema com o factores internos determinantes de cam bio lingüístico. N o es necesario añadir nada más, a este respecto. Poco hay que decir sobre la dicotom ía saussureana entre l e n g u a (lan ­ gu e) y h a b l a (parole), esto es entre el s i s t e m a l i n g ü í s t i c o , y el c o m p o r t a m i e n t o l i n g ü í s t i c o , respectivam ente (cf. 1.3, 2.6). Sí debe consignarse, en cambio, el carácter abstracto de la concepción de Saussure sobre el sistema lingüístico. La lengua, afirmaba, es form a, no sustancia. E l térm ino ‘fo rm a ’ ha arraigado, con este sentido, en la filosofía y guarda relación, p o r un lado, con la noción de W ilhelm von H um boldt sobre la form a in terior de una lengua (innere S prach form ) y, por otro, con la noción de los form alistas rusos sobre la form a, en oposición al contenido, en el análisis literario. Pero todo ello puede inducir a interpretaciones erróneas (cf. 3.6). N o violentam os el pensamiento de Saussure si decimos que una lengua es una e s t r u c t u r a y con ello entendemos que es independiente de la sus­ tancia física, o m edio, en que se realiza. Así, ‘estructura’ equivale más o m e­ nos a ‘ sistem a’, pues una lengua constituye un sistema de dos niveles de relaciones s i n t a g m á t i c a s y s u s t i t u t i v a s (o p a r a d i g m á t i ­ c a s ) (c f. 3.6). Es justam ente este sentido de ‘ estructura’ — por el que se o to r­ ga una im portancia especial a las relaciones com binatorias y contrastivas internas del sistema lingüístico— lo que propicia el térm ino ‘ estructuralism o’ para diversas escuelas del presente siglo, las cuales pueden variar entre sí en varios aspectos, entre ellos p o r el carácter abstracto de su concepción de sis­ tema lingüístico y su postura en cuanto a la ficción de la hom ogeneidad (cf. 1.6). Com o verem os más adelante, incluso el propio generativism o representa una cierta versión del estructuralismo, en este sentido tan general. Pero hay, además, otros rasgos más distintivos en el estructuralism o saussureano. Uno de ellos consiste en la afirm ación de que « e l único y ve r­ dadero o b jeto de la "lingüística es el sistema lingüístico [la langue], conside­ rado en sí m ism o y p or sí m ism o». En rigor, esta célebre frase dél ú ltim o pasaje del Cours quizá no refleje con precisión el punto de vista de Saussu­ re, ya que la expresión parece haber sido añadida por los editores al m argen

de las enseñanzas del maestro. Existe una cierta duda asim ism o en cuanto a lo qu e se entiende exactam ente p o r «e n sí m ism o y p o r sí m ism o » («ellem ém e et p ou r elle-m ém e»). En la tradición saussureana suele tom arse en el sentido de que todo sistema lingüístico constituye una estructura que pue­ de abstraerse, no sólo de las fuerzas históricas que la han producido, sino tam bién del m arco social en que actúa y de los procesos psicológicos p o r los que se adqu iere y se hace apta para el uso en el com portam iento lingüístico. Con esta interpretación, el lem a saussureano, tanto si se debe al p rop io m aestro com o si no, se ha utilizado a m enudo para ju stificar el prin cip io de la a u t o n o m í a de la lingüística (esto es su independencia de otras disci­ plinas) así com o una distinción m etodológica, del tip o que hemos estable­ cido en un capítulo anterior, entre m i c r o l i n g ü í s t i c a y m a c r o l i n g ü í s t i c a (cf. 2.1). Tam bién se ha identificado a veces con el lem a, un tanto diferen te, pero no menos típicam ente estructuralista, de que tod o sis­ tem a lingü ístico es único y ha de describirse en sus p ropios térm inos. Más adelante, volverem os a este asunto (10.2). Parece que hay un cierto conflicto en tre la concepción de Saussure (si es que realm ente la tu vo) de que el sistem a lingüístico ha de estudiarse al m argen de la sociedad en que actúa y la concepción (q u e ciertam ente sos­ tu vo) de que la lengua es un hecho social. E l conflicto sólo existe en apa­ riencia, ya que, si bien es un hecho social — en e l sentido en que em pleaba este térm in o el gran sociólogo francés É m ile D urkheim (1858-1917), contem ­ poráneo de Saussure— , tiene sus principios constitutivos propios y especí­ ficos. Com o hem os visto, no ha de confundirse el análisis estructural de un sistem a lingüístico con la exposición causal de cóm o éste ha llegado a ser com o es. A l d ecir que los sistemas lingüísticos son hechos sociales;. Saussure sostenía diversas cosas: que son diferen tes de los o b jetos materiales, aun cuando sean no menos reales que ellos; que son ajenos al individu o sobre el que ejercen su fuerza constrictiva; que son sistemas de valores m antenidos p o r convención social. Más en particular, adoptó el punto de vista de que son sistemas semióticos donde lo significado ( l e s i g n i f i é ) está arbitrariam en te asociado a lo que significa ( l e s i g n i f i a n t ) . Se trata del célebre prin cip io de Saus­ sure sobre la arbitrariedad del signo lingüístico (l’arb itraire du signe), que ya hem os considerado, independientem ente del estructuralism o saussureano, en un capítu lo anterior (cf. 1.5). Es preciso señalar, lo que es esencial para com pren der el estructuralism o saussureano, que el signo no constituye una fo rm a dotada de significado, sino una entidad com puesta que resulta de la im posición de una estructura sobre dos tipos de sustancia p o r las relaciones com binatorias y constrastivas del sistem a lingüístico. Los significados no pue­ den ex istir independientem ente de las form as a las que se asocian, y vice­ versa. N o hay que concebir la lengua com o una nom enclatura, afirm a Saus­ sure, es decir, com o un conjunto de nom bres o de rótu los para ciertos conceptos, o significados, preexistentes. E l significado de una palabra — o, m ejor, el aspecto de su significado que Saussure llam aba el ‘ signifié’ (aquel que es totalm ente interno al sistem a lingüístico, esto es su sentido, no su re­

feren cia o denotación: cf. 5.3)— es e l producto de las relaciones semánticas que entabla dicha palabra con las demás del m ism o sistem a lingüístico. In ­ vocand o la distinción filosófica tradicion al entre esencia y existencia, deriva n o sólo su esencia (lo que es), sino tam bién su existencia (e l hecho de1 que sea) de la estructura relacion al im puesta p or el sistema lingüístico sobre la sustancia de pensam iento, que, de o tro m odo, carece de estructura. Análo­ gam ente, lo que Saussure llam a el ‘ signifiant’ de una palabra — su aspecto fon ológico, com o si d ijéram os— deriva, en últim o térm ino, de la red de con­ trastes y equivalencias que im pone un determ inado sistem a lingüístico so­ b re el continuo fónico. N o es necesario p rofu n dizar ya más en el estructuralism o saussureano co m o tal. Cuanto se ha dicho hasta aquí resultará, sin duda, d ifíc il de com ­ p ren d er con la form u lación tan general que hemos em pleado. Seguram ente se hará más com prensible, en lo que atañe a la im posición de estructura sobre la sustancia fónica, si se recu rre a la distinción que hemos establecido antes en tre fonética y fon ología (cf. 3.5). Es, en cambio, dudoso que pueda hablarse con legitim id a d de im posición de estructuras sobre la sustancia del pensa­ m ien to, de una m anera análoga^ E l supuesto saussureano sobre la unicidad de los sistemas lingüísticos y la relación entre estructura y sustancia conduce con 'n a tu ra lid a d , aunque n o inevitablem ente, a la tesis de la r e l a t i v i d a d l i n g ü í s t i c a , esto es de que no existen propiedades universales para las lenguas humanas (distin ­ tas de propiedades sem ióticas tan generales com o la arbitrariedad, la pro­ du ctividad, la dualidad y la discreción: cf. 1.5) o de que toda lengua es, p o r así decirlo, una ley en cuanto a ella misma. T o d o m ovim ien to o actitud en lingü ística que acepte este punto de vista conviene con el r e l a t i v i s m o y se opon e al u n i v e r s a l i s m o . E l relativism o, en su form a más o m e­ nos radical, se ha asociado a la m ayoría de escuelas estructuralistas del p resen te siglo. En parte, puede considerarse com o una reacción m etod oló­ gicam en te sana contra la tendencia a describir las lenguas indígenas del N u e v o M undo a p a rtir de las categorías de la gram ática tradicional europea. A h o ra bien, el relativism o se ha defen d ido asimismo, ju n to con el estructu­ ra lism o, en el contexto más con trovertid o de la discusión de temas filosóficos tan tradicionales com o la relación en tre lengua y pensam iento, y la función qu e desem peña la lengua en la adqu isición y representación del conocim ien­ to (cf. 10.2). Tanto el relativism o filosófico com o el m etodológico han reci­ b id o el rechazo de Chom sky y sus seguidores, com o verem os, al fo rm u la r los p rin cip ios del generativism o (cf. 7.4). P ero también es preciso destacar que, aun cuando hay una conexión h istórica muy fu erte entre estructuralism o y relativism o, son muchos los estructuralistas — en especial Rom án Jakobson y o tro s m iem bros de la Escuela de Praga (cf. 7.3)— que nunca han aceptado las m anifestaciones más extrem as del relativism o. Y esto vale no sólo para la lin gü ística, sino tam bién para otras disciplinas, com o la an tropología social, en la que el estructuralism o ha ejercid o una im portan te influencia. N o vam os a pen etrar en la relación entre la lingüística estructural y el estru ctu ralism o en otros cam pos de investigación. Conviene notar, no obs­

tante, que el estructuralism o constituye, en gran parte, un m ovim iento inter­ disciplinario. E l estructuralism o saussuerano, en particular, se ha revelado com o una poderosa fuerza en el desarrollo de una aproxim ación típicam ente francesa a la sem iótica (o sem iología) y en su aplicación a la crítica literaria, p or una parte, y al análisis de la sociedad y la cultura, p o r otra. Tom ando el térm ino ‘ estructuralism o’ en un sentido más general, podem os decir, com o , el filósofo E rnst Cassirer en 1945: « E l estructuralism o no es un fenóm eno aislado; es, más bien, la expresión de una tendencia general del pensamiento que, en estas última's décadas, se ha vu elto cada vez más preem inente en casi todos los campos de la investigación científica.» Lo que caracteriza el estructuralism o, en este sentido más general, es una m ayor preocupación p or las relaciones entre entidades que p o r las entidades mismas. A este res­ pecto, hay una afinidad natural entre el estructuralism o y las m atem áticas; no en vano una de las críticas más comunes contra el estructuralism o sos­ tiene que exagera el sentido del orden, la elegancia y la generalidad de los m odelos relaciónales en los datos que investiga.

7.3

E l funcionalismo

Los térm inos ‘funcionalism o’ y ‘estructuralism o’ se em plean a menudo, en an tropología y en sociología, para referirse a teorías o m étodos de análisis diferentes. En lingüística, no obstante, el ^ u n c i o n a I i s m o se considera com o un cierto m ovim iento 'dentro del estructúraíismo. Y se caracteriza p o r él. supuesto~de qu e.la"estru ctu ra'''7qñoI3gícá, gram atical y sem ántica de_ las lenguas queda determ inada p o r las funciones que han de realizar en sus rejpectivas sociedades. Los representantes más famosos del funcionalism o, en este sentido del térm ino, son los m iem bros de la E s c u e l a de P r aga, que tuvo su origen en el Círculo Lingüístico de Praga, fundado en 1926, y e jerció una especial influencia en la lingüística europea durante el período a n terior a la segunda guerra mundial. Incidentalm ente, no todos los m iem ­ bros del Círculo Lingüístico de Praga estaban afincados en Praga, ni siquiera eran todos checos. Dos de sus m iem bros más influyentes, Rom án Jakobson y N ik ola i_T ru b etzk oy, eran exilados rusos, que enseñaban, respectivam ente, en B rno y Viena. Desde 1928, cuando se presentó el manifiesto de la Escuela de Praga (co m o cabe llam arlo) al p rim er Congreso Internacional de Lingüis­ tas, que tuvo lugar en la Haya, hubo estudiosos de muchos otros países europeos que em pezaron a adherirse más o menos al m ovim iento. Siem pre se ha recon ocido la deuda de la Escuela de Praga al estructuralism o saussureano aunque haya tendido a rechazar los puntos de vista de Saussure en ciertos asuntos, especialm ente en la n itidez de la distinción entre la lingüís­ tica sincrónica y diacrónica, y en la hom ogeneidad del sistema lingüístico. La Escuela de Praga detu vo su éxito más inm ediato en la fonología. En rigor, la noción de contraste funcional, que hemos invocado más arriba al

sentar la distinción entre fonética y fonología, se debe esencialm ente a Trubetzkoy, cuyo concepto de r a s g o d i s t i n t i v o , m odificado p o r Jakobson y más tarde p or H alle (en colaboración con Chomsky), se ha in corporado a la teoría de la fonología generativa (c f. 3.5). Ahora bien, la f u n c i ó n d i s ­ t i n t i v a de los rasgos fonéticos no es más que uno de los tipos lingüísti­ camente relevantes de función reconocidos por Trubetzkoy y sus partidarios. Conviene m encionar asimismo la f u n c i ó n d e m a r c a t i v a y la f u n ción expresiva. 'Muchos de~ los rasgos suprasegmentales aludido s más arriba — acento, tono, cantidad, etc. ( c f. 3,5)— presenfan una función dem arcativa, y no d is­ tintiva, en determ inados sistem as lingüísticos: son lo que Tru betzkoy llam aba señales dem arcativas (Grenzsignale). Ñ o sirven para distinguir form as entre sí, en la dim ensión sustítutiva (o , en térm inos saussureanos, paradigm ática) de"contras té r iiih o ^ ü e ^ e fu g r ^ n Iá~cohésioñ^f5laolo^ca~déTas~formas y " con­ tribuyen identificarlas sintagmáticam ente com o unidades, m arcando la frontera, entre una y otraHforma en el curso del habla. P o r ejem plo, en mu­ chas lenguas, entre ellas el inglés, no hay más que un acento prim ario en cada form a de palabra. Pero dado que la posición del acento prim ario en fo r­ mas de palabra del inglés sólo puede predecirse en parte, su incidencia sobre una sílaba y no otra no p erm ite identificar fronteras de palabra, com o ocurre en las lenguas (v. gr., polaco, checo o finés) con el llam ado acento fijo . A pe­ sar de todo, el acento de palabra realiza una im portante función dem arca­ tiva, en inglés, lo m ism o que la aparición de determinadas secuencias fonemáticas. P o r ejem plo, /h/ apenas aparece en inglés (salvo en nom bres propios) com o no sea al prin cip io de un m orfem a, m ientras que /r¡/ nunca aparece sin otra consonante detrás, excepto al final. P o r tanto, la aparición de estos fonem as sirve para indicar la existencia de fron tera entre m orfem as. Y no son sólo los rasgos prosódicos los que tienen función dem arcativa en el sistema lingüístico, cosa que los fonólogos a menudo han pasado por alto. El hecho de que no todas las secuencias fonem áticas constituyan form as po­ sibles de palabra en una lengua tiene su im portancia para la identificación de aquellas form as que aparecen efectivam ente en los enunciados. Por función expresiva de un rasgo fonológico se entiende J a indicación de los sentim ientos o actitudes del hablante. P o r ejem plo, el acento de pala­ bra no es 'd is tin tivo en francés ni realiza una función dem arcativa, com o sucede en muchas lenguas. Existe, no obstante, un cierto tipo de pronuncia­ ción enfática, al com ienzo de palabra, a la que se atribuye una fu nción ex­ presiva. Puede decirse con certeza que toda lengua^ pone un abundante arse­ nal de recursos fonológicos a disposición de sus usuarios para la expresión de sentimientos. A menos que lim item os la noción de significado lingüístico a lo que es pertinente para em itir enunciados verdaderos o falsos, probable­ mente es legítim o tratar la función expresiva de la lengua en pie de igualdad con su función descriptiva (c f. 5.1). Los m iem bros de la Escuela de Praga no sólo dem ostraron su funcio­ nalismo y, más en especial, su predisposición a em prender el análisis com ­ pleto de las funciones expresivas e interpersonales de la lengua en el cam po

de la fonología. Desde el principio, se opusieron decididam en te al historiéism o y al positivism o de la concepción neogram ática de la lengua, pero tam bién al intelectualism o de la tradición filosófica occiden tal a n terio r al x ix , según la cual la lengua es la exteriorización o expresión d el pensam iento (donde p o r ‘ pensam iento’ se entiende el pensam iento p rep osicion a l). E l intelectualism o, com o verem os, es uno de los com ponentes de este co m p le jo y h etero­ géneo m ovim iento de la lingüística m oderna al que asignam os el ró tu lo de ‘ generativism o’ (cf. 7.4). N o hay contradicción lógica en tre fu n cion alism o e intelectualism o. Después de todo, el intelectualista podría ad op tar e l supues­ to de que la función única o prim aria de la lengua es la expresión del pen­ samiento proposicional y, aun así, com o funcionalista, sostener qu e la es­ tructura de los sistemas lingüísticos está determ inada p o r su adaptación teleológica a aquella función única o prim aria. En la práctica, sin em bargo, no sólo los lingüistas de la Escuela de Praga, sino otros que tam bién se han con­ siderado funcionalistas, han ven ido a subrayar la m u l t i f u n c i o n a l i d a d de la lengua y la im portancia de sus funciones expresivas, sociales y volitivas (o conativas), en contraste con su función descriptiva o, sim plem ente, ade­ más de ella. U no de los em peños más duraderos de la Escuela de Praga e n jo jju e ^ a te ñ e a la estructura"girám aticaFcteTas lenguas, ha s i 3 ^ e L . d e j{.jLc-S-P.£,SLti.¿~a f u n c i o n a l de la o ra ción (p a ra u tilizar el..término^que_.des.taca..la-motiva-,. c ión funcionalista de la in vestigación sobre el tem a). Se ha señalado ¿n un capítulo a n terior que (1 )

Esta mañana se levan tó tarde

(2 )

Se levantó tarde esta mañana

y podrían considerarse versiones diferentes de la m ism a oración o, p o r el con­ trario, oraciones diferen tes (c f. 4.2). Cualquiera que sea e l punto de vista adoptado, dos hechos destacan con claridad: en p rim er lugar, que (1 ) y (2) son veritativam ente equivalentes y, p o r tanto, en una in terpretación estricta de ‘significado’, pueden considerarse idénticas (cf. 5.1); en segundo lugar, que los contextos en que se enunciaría (1) difieren sistem áticam ente de aquellos en que se enunciaría (2). En tanto que se considere m ateria de sin­ taxis el orden de las palabras, podem os decir que, al m enos en algunas len­ guas, la estructura sintáctica de los enunciados (o de las oraciones, en una definición de ‘oración ’ que im plicaría que (1 ) y (2) son oraciones diferen tes) está determ inada p or la disposición com unicativa de cada enunciado y, en particular, p or lo que se da p o r supuesto, consabido o d a d o com o in fo r­ m ación básica y lo que se presenta, fren te a esta inform ación básica, com o n u e v o para el oyente y, en consecuencia, genuinamente inform ativo. Por ello, al definir lo que han dado en llam ar la perspectiva funcional de la ora­ ción, los lingüistas de la Escuela de Praga han introducido consideraciones de este tipo. E xisten diferen cias term inológicas e interpretativas que dificul-

tan la com paración de los diversos tratam ientos funcionalistas sobre la dis­ posición com unicativa de los enunciados en un m arco teórico común. Pero todos ellos com parten el convencim iento de que la estructura de los enun­ ciados eirrá ~ g é té fm iñ ^ á ~ p o r"é l"u s o r para~el que se aducen y p o r el contexto com u n icativo en que aparecen. “ " E n general, podernos decir que, en lingüística, el funcionalism o se ha m ostrado p roclive a "en fatizar el 'ca rácter ~ m si_n ^ eñ tal de la lengua. N o es raro, pues, que haya una afinidad natural entre esta concepción y la del sociolin gü ista, cT'de' aq üeII5s~firósoCos de la lengua que situlTéT com portam iento lingüístico en la noción más am plia de la interacción social. En éste y otros respectos, el fu ncionalism o se opone firm em ente al gen eratrnsm o' (c f Y Á ~ A h ora bien, ¿acaso es verdad, com o afirm an los funcionalistas, que la estructura de las lenguas naturales está determ inada p o r las diversas fun­ ciones sem ióticas interdependientes — expresiva, social y descriptiva— que és­ tas realizan? Si así fuese, su estructura no resultaría arbitraria a este tenor; de hecho, en la m edida en que distintos sistemas lingüísticos realizaran unas m ism as funciones sem ióticas, cabría suponer que han de ser sim ilares, si no idénticos, en estructura. Es posible que los lingüistas hayan exagerado a veces la arbitrariedad de los procesos gram aticales y no hayan sabido valorar debidam en te las consideraciones funcionales, al describir determ inados fen ó­ m enos. Cabe asim ism o la posibilidad de que se encuentren, en ú ltim o térm i­ no, explicaciones funcionales para muchos hechos que, de m om ento, parecen bien arbitrarios: p o r ejem plo, que el a d jetivo preceda al nom bre en las fra­ ses nom inales del inglés, pero que norm alm ente siga al nom bre en español; qu e e l verb o se coloqu e al final de las cláusulas subordinadas en alemán, y así sucesivam ente. En ciertos casos se ha advertido que la presencia de una p rop ied a d aparentem ente a rb rtra rla ~ "eh ü n a leñ gua tiende a im p lic a r la pre­ sencia ó lá~ausencia de ~ot ra~pYopieHacf"aparentem ente arb itra ría tam bién. P ero, al menos h asta'ah ora, los ú á i~ATéTs a . l e s i m p T i c a t i v o s de este tip o no han recib id o aún "una explicación satisfactoria en térm inos funcio­ nales. Parece, más bien, que hay una buena dosis de arbitrariedad en los com pon entes no verbales de los sistemas lingüísticos, y más en particular, en su estructura gram atical (cf. 7.4), y que el fu ncionalism o, tal com o lo he­ m os definido antes, no puede sostenerse. De ahí no se sigue, desde luego, qu e tam bién sean insostenibles otras versiones m ás m oderadas del fu ncio­ n alism o según las cuales la estructura de los sistem as lingüísticos está de­ term inada, en parte, p ero no en todo, p o r la función. Y lo cierto es que mu­ chos lingüistas qu e se autodenom inan funcionalistas^ tienden a adoptar alguna de esas versiones más m oderadas.

7.4

E l generativismo

A qu í u tilizam os el térm in o ‘ gen erativism o’ para referirn os a la teoría de las lenguas desarrollada hace más de veinte años p o r Chom sky y sus partidarios.

En este sentido, ha ejercid o una enorm e influencia no sólo en la lingüística, sino también en la filosofía, la psicología y otras disciplinas que se ocupan del lenguaje. El generativism o proclam a la utilidad y viabilidad de describir las len­ guas humanas por m edio de gram áticas generativas de uno u o tro tipo. Pero tam bién contiene mucho más que esto. Com o se ha señalado ya, aunque la adopción de los preceptos del generativism o im plique necesariamente un in­ terés p or la gram ática generativa, lo contrario no es válido (cf. 4.6). En efec­ to, son relativam ente pocos los lingüistas atraídos por las ventajas técnicas y el valor heurístico del sistem a de Chomsky sobre la gram ática transformativo-generativa, cuando la adujo p or prim era vez hacia finales de la dé­ cada de 1950 a 1960, que estén explícitam ente adheridos a los supuestos y doctrinas que actualm ente se identifican con el nom bre de generativismo. M erece tam bién la pena subrayar que estos supuestos y doctrinas no guar­ dan, en su m ayor parte, una conexión lógica entre sí. Algunos, com o indicaré más abajo, son más aceptados que otros. N o obstante, la influencia del gene­ rativism o chom skyano en la m oderna teoría lingüística ha sido tan profunda y om nipresente, que incluso quienes rechazan alguno que o tro de sus aspec­ tos lo hacen precisam ente en los térm inos que el propio Chomsky ha pro­ porcionado. E l generativism o suele presentarse com o un m ovim iento iniciado contra la escuela anteriorm ente dom inante del llam ado descriptivism o americano post-bloom fieldiano, esto es una versión particular del estructuralismo. Hasta cierto punto, es justificado contem plar el origen del generativism o lingüís­ tico desde este ángulo. Pero, com o el. p ro pio Chom sky llegó a com prender más^ adelante., en. m u chos-aspectos el generativism o también constituye una vuelta a concepciones más antiguas y tra d i c ^ n a l l . 0 ^ r e 3 0 e i i g ú a . En otros aspectos, se lim ita a tom ar, sin la debida crítica, rasgos del estructuralism o post-bloom fieldiano que nunca han recibido dem asiado fa vo r en otras escue­ las lingüísticas. Es im posible tratar satisfactoriam ente las conexiones his­ tóricas entre el generativism o chom skyano y las concepciones de sus prede­ cesores en un lib ro com o éste. La verdad es que, para nuestros propósitos inm ediatos, tam poco es necesario intentarlo. M e lim itaré a escoger y a co­ m entar brevem ente los com ponentes más im portantes del generativism o ac­ tual propiam ente chom skyano. Com o he advertido en el capítulo 1, los sistemas lingüísticos son pro­ ductivos, en el sentido de que perm iten la construcción y com prensión de un núm ero indefinidam ente grande de enunciados que nunca se han presen­ tado anteriorm ente en la experiencia de los usuarios (c f. 1.5). En rigor, a p a rtir del supuesto de que las lenguas humanas tienen la propiedad de la r e c u r s i v i d a d — lo que parece un supuesto válido (cf. 4.5)— se sigue que el conjunto de posibles enunciados en una lengua dada es literalm ente infinito. En sus prim eros trabajos, Chom sky ya llam ó la atención sobre esto al criticar ia opinión, m uy extendida entonces, de que los niños aprenden la lengua nativa reprodu ciendo total o parcialm ente los enunciados de los ha­ blantes adultos. Evidentem ente, si los niños, a p a rtir de una edad bastante

temprana, son capaces de produ cir enunciados inéditos que un hablante com ­ petente de la lengua considera gram aticalm ente bien form ados, es necesario suponer que hay algo más que una mera im itación en tod o el proceso. De­ ben haber inferido, aprendido o adquirido de otro m odo las reglas grama­ ticales que garantizan esta buena form ación de sus enunciados. En un ca­ pítulo posterior volverem os a examinar la adquisición, lingüística (c f. 8.4). Aquí basta con a dvertir que, tanto si Chomsky tiene razón com o si no acerca de otros temas conexos, es evidente que los niños no aprenden los enuncia­ dos lingüísticos de m em oria para reproducirlos a continuación en respuesta a estímulos del m edio ambiente. H e utilizado deliberadam ente las palabras 'estím ulo' y 'respuesta’ en este contexto. Se trata de térm inos clave én la escuela de psicología conocida con el nom bre de c o n d u c t i s m o, muy influyente en A m érica antes y después de la segunda guerra mundial. Según los conductistas, todo lo que suele describirse com o un producto de la m ente humana — incluyendo la lengua— puede describirse satisfactoriam ente por el refu erzo y condiciona­ m iento de reflejos puram ente fisiológicos y, en últim o térm ino, por hábitos de e s t í m u l o - r e s p u e s t a del m ism o tipo que el condicionam iento con que los psicólogos experim entales enseñan a las ratas de laboratorio a cir­ cular por un laberinto. C om o el propio B loom field llegó a aceptar el conductism o y aun abogó explícitam ente por él com o base del estudio científico de la lengua en su manual clásico (1935), estos principios fueron am pliam en­ te aceptados en N orteam érica, no sólo por los psicólogos, sino tam bién por los lingüistas, durante el llam ado período post-bloom fieldiano. Chomsky ha contribu ido más que nadie a dem ostrar la esterilidad de la teoría conductista de la lengua. H a señalado que buena parte de su vocabu­ lario técnico ( ‘estím ulo’, ‘ respuesta’, ‘condicionam iento’, ‘refu erzo ’, etc.), si se tom a al pie de la letra, carece de pertinencia en la adquisición y uso del len­ guaje humano. H a m ostrado que el rechazo de los conductistas a adm itir la existencia de todo lo que no son objetos y procesos físicos y observables sé apoya en un p reju icio pseudocientífico ya superado. H a afirm ado — y a tenor de la evidencia disponible correctam ente— que la lengua es independiente del c o n t r o l d e e jsJ: í m u 1o. A esto se refiere, precisam ente, cuando ha­ bla de C r e a t i v i d a d>: el enunciado que alguien produce en una ocasión dada, es, en principio, im p redictib le y no puede describirse adecuadamente, en el sentido técnico de estos términos, com o respuesta a algún estím ulo identificable, lingüístico o no. A ju icio de Chomsky, la creatividad es un atributo peculiar del hom bre, p o r el que se distingue de las máquinas y, por lo que sabemos, de otros ani­ males. Pero se trata de una creatividad r e g u l a d a , gobernada por reglas. Y aquí es donde la gram ática generativa se justifica mas plenam ente. Los enunciados que producim os tienen una cierta estructura gram atical, esto es se adecúan a una reglas ^específicas de buena form ación. Bien, pues, en la m edida en que se consigue especificar estas reglas de buena form ación, o gram aticalidad, se proporcion a un análisis científicam ente satisfactorio de esta propiedad de la lengua — su productividad (cf. 1.5)— que posibilita el

ejercicio de la creatividad. Conviene ad vertir que la produ ctivid ad no debe confundirse con la creatividad, aun cuando haya una conexión intrínseca en­ tre ambas. La creatividad en el uso de la lengua — esto es la libertad con respecto al control de estím ulo— sé circunscribe a los lím ites que im pone la p rodu ctividad del sistem a lingüístico. Adem ás, en la concepción de Chomsky — lo que constituye, p o r cierto, un com ponente crucial del generativism o chom skyano— , las reglas que determ inan la produ ctividad de las lenguas deben sus propiedades form ales precisam ente a la estructura de la m ente humana. Esto nos lleva al m e n t a l i s m o . N o sólo los conductistas, sino tam ­ bién psicólogos, y filósoFoT“de"lIIversa" filiación, han rechazado la distinción que suele establecerse entre cuerpo y mente. Chom sky p a rte del supuesto de que se trata de una distinción válida (aun sin aceptar necesariam ente los térm inos en que se ha form u lado en el pasado). Y en su opinión la lingüísti­ ca tie n e 'u n im portante com etido que desem peñar en la investigación de la naturaleza de la mente. D entro de poco volverem os a ello (c f. 8.2). M ientras tanto, vale la pena a d vertir que hay mucha menos diferen cia de lo que ca­ b ría esperar entre las concepciones de B loom field y de C hom sky sobre la naturaleza y los objetivos de la lingüística. E l com prom iso de B lo o m field con el conductism o apenas e je rc ió un efe cto práctico sobre las técnicas de des­ cripción lingüística que tanto él com o sus discípulos desarrollaron; p o r su parte, el m entalism o de Chomsky, com o verem os, no es d el tip o que (para cita r a B loom field) «suponga que la variabilidad de la conducta humana se debe a la in terferen cia de algún fa cto r no físic o ». E l m entalism o de Chomsky trasciende la oposición, ya trasnochada, entre lo físico y lo n o físic o que invoca aquí Bloom field. Chomsky, no menos que B loom field, intenta estudiar el lenguaje en el m arco de conceptos y supuestos derivados de las ciencias naturales. A pesar de todo, hay diferencias im portantes entre el gen erativism o chomskyiano y el estructuralism o bloom fieldian o y post-bloom fieldiano. Una de ellas se refiere a las actitudes respectivas en cuanto a los u n i v e r s a l e s l i n ­ g ü í s t i c o s . B loom field y sus partidarios subrayaron la diversidad estruc­ tural de las lenguas (com o la m ayoría de estructuralistas post-saussureanos: cf. 7.2). Los generativistas, p o r el contrario, se sienten más interesados por lo que las lenguas tienen en común. A este respecto, el gen erativism o retorna a la antigua tradición de la gram ática universal — representada especialm en­ te p o r la gram ática de Port-Royal, de 1660, y un gran núm ero de tratados lingüísticos del siglo x v m — , que tanto B loom field com o Saussure condena­ ron p o r especulativa y no científica. P ero la posición de Chom sky es curio­ sam ente distinta de la de sus predecesores en la m ism a tradición . M ientras aquéllos tendían a deducir las propiedades esenciales de la lengua a p a rtir de lo que consideraban categorías universalm ente válidas de la lógica o la realidad, Chomsky se siénte mucho más atraído p o r aquellas propiedades universales de la lengua que no cabe describir así: en suma, p o r lo que es universal y a r b i t r a r i o (cf. 1.5). O tra diferen cia consiste en que concede más im portan cia a las propiedades form ales de las lenguas y a la naturaleza

de las reglas indispensables para su descripción que a las relaciones entre la lengua y el mundo. L a razón de este cam bio de atención se debe a que Chomsky busca evi­ dencias para apoyar su opinión de que la facultad lingüística del hom bre es i n n a t a y p r i v a t i v a d e l a e s p e c i e , esto es genéticam ente trans­ m itid a y única a la especie. Así, pues, puede descartarse de este punto de vista toda propiedad universal de la lengua que se ju stifiqu e por su utilidad fun­ cional o p o r refleja r la estructura del mundo físico o las categorías de la ló­ gica. Según Chomsky, hay propiedades form ales com plejas que se encuen­ tran en todas las lenguas y, aun así, son arbitrarias, en el sentido de que no sirven a ningún propósito conocido ni pueden deducirse com o no sea de lo que sabem os acerca de los seres humanos y del mundo en que viven. S i existen en efecto propiedades form ales universales en la lengua, del tip o que han postulado los generativistas, es aun im posible de determ inar. A h ora bien, su búsqueda y el em peño por construir una teoría general de la estructura lingüística que pudiera integrarlas ha dado lugar a obras de lo más interesante en la lingüística, tanto teórica com o descriptiva, de los últim os años. M uchos de los resultados obtenidos son valiosos incluso al m argen de si sustentan o no la hipótesis de Chomsky sobre el carácter innato y peculiar a la especie de la facultad lingüística. O tra diferen cia entre generativism o y estructuralism o bloom fieldian o y post-bloom fieldiano — aunque, a este respecto, el generativism o se encuentre 'más cerca del estructuralism o saussureano— se refiere a la distinción que C hom sky establece entre c o m p e t e n c i a y a c t u a c i ó n . La com peten­ cia lingüística del hablante consiste en la parte de su conocim iento — acerca del sistem a lingüístico— en virtu d de la cual es capaz de produ cir el conjunto indefinidam ente grande de oraciones que constituye su lengua (en la defini­ ción que hace Chom sky de lengua com o conjunto de oraciones: cf. 2.6). La realización, p o r o tro lado, es el com portam iento lingüístico, del que se dice que está determ in ado no sólo p o r la com petencia lingüística del hablante, sino tam bién p o r una diversidad de factores no lingüísticos entre los cuales se incluyen convenciones sociales, creencias acerca del mundo> actitudes em o­ cionales del hablante hacia lo que dice, suposiciones acerca de las actitudes d el in terlocu tor, etc., ju n to con los m ecanism os psicológicos y fisiológicos que in tervien en en la producción de enunciados. E sta distinción entre com petencia y actuación se encuentra en el m ism o m e o llo del generativism o. Tal com o se ha presentado en los últim os años, o fre c e la siguiente relación con el m entalism o y,,el universalism o. La com pe­ tencia lingüística consta de un conjunto de reglas que el hablante ha cons­ tru id o en su m ente al aplicar su capacidad innata para la adquisición de la lengua a los datos lingüísticos tom ados del entorno durante la niñez. Así, la gram ática que construye el lingüista sobre el sistem a en cuestión puede con cebirse com o un m odelo de la com petencia del hablante nativo. En la m e­ dida en que m odela con exactitud propiedades de la com petencia lingüística tales com o la capacidad de produ cir y com pren der un núm ero indefinidam en­ te grande de oraciones, sirve de m odelo de una facultad o potencia de la

mente. Y en la m edida en que la teoría de la gram ática generativa establece y construye un m odelo para aquella parte de la com petencia lingüística que, siendo universal (y arbitraria), se considera innata, puede adm itirse que se inscribe en la psicología cognoscitiva y aporta su peculiar contribución al es­ tudio del hom bre. Desde luego, es precisam ente este aspecto del generativis­ mo, con la reinterpretación y la revitalización del concepto tradicional de gram ática universal, lo que más ha excitado la atención de psicólogos y fi­ lósofos. La distinción entre com petencia y actuación, tal com o la establece Choms­ ky se parece a la de Saussure entre langue y parole. Ambas se basan en la posibilidad de separar lo lingüístico de lo no lingüístico y ambas suscriben la ficción de la hom ogeneidad del sistema lingüístico (cf. 1.6). En cuanto a las diferencias, cabe sostener que la distinción de Saussure tiene menos im ­ pronta psicológica que la de Chomsky, pues, si bien el propio Saussure dista de ser claro a este respecto, muchos de sus seguidores han concebido el sis­ tem a lingüístico com o una entidad muy abstracta y distinta del conocim iento que el hablante idealizado tiene de ella. O tra diferencia, más perceptible, se refiere a la función asignada a las reglas de la sintaxis. Saussure da la im pre­ sión de que las oraciones de una lengua son casos de p a r o l e ; tanto él com o sus seguidores hablan de la l a n g u e com o un sistema de relaciones y apenas dicen nada, si es que dicen, sobre las reglas indispensables para generar oraciones. Chomsky, por su parte, ha insistido desde el principio en que la capacidad de produ cir y com prender oraciones sintácticam ente bien form adas constituye una parte central — en rigor, la parte central— de la com petencia lingüística del hablante. A este respecto, el generativism o choms­ kyano constituye, sin duda, un paso adelante con respecto al estructuralism o saussureano. La distinción de Chomsky entre com petencia y realización ha provocado muy abundantes críticas. Algunas aluden a la validez de lo que he denominado la ficción de la hom ogeneidad; ahora bien; si la ‘validez' se interpreta según el provecho obtenido al describir y com parar lenguas, puede descartarse toda objeción. Con la m ism a salvedad podem os descontar tam bién la crítica de que Chomsky establece una distinción dem asiado tajante entre la com peten­ cia lingüística y otros tipos de conocim iento y capacidad cognoscitiva incursos en el uso de la lengua, concretam ente lo que atañe a la estructura gram a­ tical y fonológica: el análisis sem ántico es más problem ático (c f. 5.6, 8.6). Al p ropio tiem po, tam bién hay que reconocer que los térm inos ‘com petencia’ y ‘actuación’ son inapropiados y mendaces con respecto a la distinción entre lo lingüístico y lo no lingüístico. A dm itiendo que el com portam iento lingüís­ tico, en tanto que sistem ático, presupone diversas clases de capacidad cognos­ citiva, o com petencia, y que una de ellas es el saber del hablante acerca de las reglas y el vocabulario del sistema lingüístico, resulta, com o m ínim o, con­ fuso circu nscribir el térm ino ‘com petencia’, com o hacen los generativistas chomskyanos, al sistem a lingüístico, para am ontonar todo lo demás en el ca­ jó n de sastre de la ‘ actuación’ . H ubiese sido preferib le hablar de com petencia lingüística y no lingüística, p or un lado, y de actuación, o com portam iento lin­

güístico real, p o r o tro. De ahí que m erece la pena señalar que, en sus trabajos más recientes, el p rop io Chomsky distingue la com petencia gram atical de lo que llam a com petencia pragmática. Los aspectos más controvertidos del generativism o apuntan sobre todo a su conexión con el m entalism o y a la reafirm ación de la doctrina filosófica tradicional del saber innato (cf. 8.2). En cuanto a la parte más estrictam ente lingüística del generativism o (la m icrolingüística: cf. 2.1), tam bién sobran elem entos polém icos, Muchos los com parte, p o r cierto, con el estructuralism o post-bloom fieldiano, del que em ergió, o incluso con otras escuelas lingüísti­ cas, entre ellas el estructuralism o saussureano y la Escuela de Praga, 'con la que ha venido a asociarse actualm ente en diversos aspectos. P o r ejem plo, continúa la tradición de la sintaxis post-bloom fieldiana al partir del m orfem a com o unidad básica de análisis y conceder más im portancia a las relaciones de constitución que a las de dependencia (cf. 4.4). Su concepción sobre la autonom ía de la sintaxis (es decir, la idea de que cabe describir la estructura sintáctica de las lenguas sin recu rrir a consideraciones- semánticas) puede igualm ente adscribirse a la herencia post-bloom fieldiana, si bien muchos otros lingüistas, ajenos a la misma, han adoptado la misma postura. Com o hemos visto, el generativism o chomskyano está más próxim o al estructura­ lism o saussureano y post-saussureano p or el requ isito de trazar una distin­ ción entre el sistema lingüístico y el uso de este sistem a en un contexto dado de enunciación. Tam bién se encuentra más próxim o al estructuralism o saus­ sureano y a algunas de sus derivaciones europeas en su actitud hacia la se­ mántica. Y en fin, tam bién se ha inspirado decisivam ente en las nociones fonológicas de la Escuela de Praga, aun sin abrazar los principios del funcio­ nalismo. Demasiado a menudo vem os que el generativism o es presentado com o un todo integrado donde los detalles técnicos de la form alización se com bi­ nan con una serie de ideas lógicam ente inconexas sobre la lengua y la filosofía de la ciencia. Lo que, evidentem ente, exige una correcta discrim inación an­ tes de evaluar sus m éritos.

A M P L IA C IÓ N

B IB L IO G R Á F IC A

Sobre la historia reciente de la lingüística, cf. Ivic (1965); Leroy (1963); Malmberg (1964); Mohrmann, Sommerfelt & Whatmough (1961); Norman & Sommerfelt (1963); Robins (1979b); [Szemerényi (1979)]. En cuanto al estructuralismo saussureano y post-saussureano, añádanse Culler (1976); Ehmann (1970);- Hawkes (1977); Lañe (1970); Lepschy (1970). Para los lec­ tores de francés, Sanders (1979) proporciona una excelente introducción al Cours de Saussure y a las ediciones críticas y comentarios más especializados. [Para una edición crítica, cf. Mauro (1973). Cf. asimismo Comeille (1979); Koerher (1982); Mounin (1969).]

Sobre el estructuralismo y él funcionalismo de la Escuela de Praga, véanse también Garvín (1964); Jakobson (1973); Vachek (1964, 1966). Y además Halliday (1970, 1079) por su trátamiento en parte independiente. [Añádanse Fontaine (1980) y Tm ka et alii (1971).] Sobre el generativismo chomskyano, la bibliografía de divulgación y especiali­ zada se ha vuelto inmensa, y en su mayor parte también controvertida, errónea o sin actualizar. Lyons (1977a) es una sencilla introducción a las ideas y trabajos de Chomsky, con una bibliografía y sugerencias para profundizar en, los datos. A las obras enumeradas hasta aquí pueden añadirse: Matthews (1979), por su enérgica crítica a los preceptos centrales del generativismo; Piattelli-Palmarini (1980), que desarrolla y en parte modifica a Sampson (1975); Smith & Wilson (1979), con una presentación animosa y agradable de la lingüística desde un punto de vista choms­ kyano. Las publicaciones más recientes del propio Chomsky tienden cada vez hacia una mayor especialización, pero Chomsky (1979) contiene una actualización gene­ ral de su postura.

1. ¿Q u é e s el h i s t o r i c i s m o ? ¿E n qué difiere del e v o l u c i o n i s m o ? ¿Q u é influencia han ejercido am bos en la form ación de la lingüística del p resen­ te s ig lo ? 2. ¿ C u á le s son, a su juicio, lo s ra sg o s m ás im portantes del estructuralism o sa ussu re a n o ? 3. D istín g a se claram ente entre ‘estructuralism o’ en su sentido m ás en el sentido en que s e opone a ‘ge nera tivism o’.

general y

4. «el estructuralism o s e basa, ante todo, en com probar que si las acciones o producciones hum anas tienen un significado e s porque ha de haber un sistem a subyacente de co n ven cio n es que hagan posible éste significado» (Culler, 1973: 21-2). Com éntese. 5. Expóngase lo que se entiende por f u n c i o n a l i s m o en la lingüistica, en particular con relación a la obra de la Escuela de Praga. 6. « C h o m sk y ha contribuido m ás que nadie a dem ostrar la ría conductista de la lengua» (p. 198). Com éntese.

esterilidad de la teo­

*

7. «El térm ino ‘estructura profunda’ ha resultado ser, por desgracia, m uy enga­ ñoso. Ha inducido a m u ch o s a pensar que las estructuras profundas y s u s propie­ dades so n totalm ente ‘p ro fu n d a s’ en el sentido no técnico de la palabra, m ientras que el resto es superficial, carente de importancia, variable de una a otra lengua, y a s í sucesivam ente. Nunca qu ise decir tal cosa» (C hom sky, 1976: 82). ¿C ó m o estableció C h o m sk y la d istinción entre lo p r o f u n d o y lo s u p e r f i c i a l en A s p e c t s (1 9 6 5 )? ¿E n qué situación se encuentra hoy la obra del propio C h o m sky y de otros ge n e ra tivista s?

8. ¿P o r qué concede C h o m sk y tanta importancia a la noción de u n i v e r s a l e s formales? 9. «hay mucha m enos diferencia de lo que cabría esperar entre las concepcio­ nes de Bloomfield y de C h o m sky sobre la naturaleza y los objetivos de la lingüís­ tica» (p. 199). Com éntese. 10. «Tenem os bastante ya con atender a nuestros propios problemas. Ahora, si nos fijamos en aquéllos redescubrirem os las virtudes genuinas de la gramática generativa com o una técnica de descripción lingüística, especialm ente adecuada para la sintaxis, y no com o un m odelo.de la competencia» (Matthew s, 1979: 106). ¿ E s justo este com entario? Los argum entos aducidos, ¿justifican la co n clusió n?

8. Lenguaje y mente

8.1.

L a gramática universal y su pertinencia

Desde los tiem pos más prim itivos ha habido una estrecha conexión Centre la filosofía del lenguaje y otras ramas de la filosofía tradicionalm ente reconoci­ das, com o la lógica (el estudio del razonam iento) y la epistem ología (la teo­ ría del conocim iento). En cuanto a la lógica, el m ism o n om bre revela su re­ lación con lo que se ha convertido en una disciplina extraordinariam ente rigurosa y más o menos independiente: la palabra griega ‘lógos’ guarda rela­ ción con el verb o que significa «h a b la r» o «d e c ir » y puede traducirse, según el contexto, com o «ra zon a m ien to» o bien «discu rso». Desde luego, esta cone­ xión histórica no tiene nada de sorprendente. E l p rop io sentido com ún y la introspección apoyan el supuesto de que el pensam iento constituye una suer­ te de habla in terior, y no faltan versiones más refinadas de una id ea así a lo largo de siglos de filosofía. De hecho, al cabo de los 2000 años que ha do­ m inado en O ccidente lá gram ática tradicional a través de sus diversos cen­ tros institucionales, nunca se estableció, en un plano teórico, una diferen cia radical entre gram ática y lógica. En determ inados períodos — especialm ente en el siglo x m y, más adelante, en el x v m — se propusieron diversos siste­ mas de lo que vin o a llam arse la g r a m i t i c a universal, donde se hacía una conexión explícita entre lógica y gram ática al tiem po que se aducía una cierta ju stificación filosófica de tal proceder. En todos los casos, la gra­ m ática quedaba supeditada a la lógica b a jo el supuesto de que los principios lógicos habían de tener validez universal. P o r su parte, los lingüistas del siglo pasado se m ostraron más bien rea­ cios a aceptar una gram ática universal filosóficam ente fundamentada. Por un lado, se puso de m anifiesto que había mucha m ayor diversidad de estruc­ tura gram atical entre las lenguas del mundo de lo que habían supuesto los estudiosos de generaciones anteriores. P o r otro, el espíritu de la época y los logros solidísim os de la flam ante lingüística diacrónica favorecieron la des­ cripción histórica a expensas de la filosófica (cf. 7.1). H ubo quienes, incluso,

em pezaron a preguntarse si serían realm ente universales las categorías lógi­ cas, de inspiración aristotélica, de la lógica tradicional. H acia 1860, el clasicista y filó so fo alemán A. Trendelen bu rg (1820-72) em itió la idea de que si A ristóteles hubiese hablado chino o dakotano, y no griego, las categorías de la lógica aristotélica hubiesen sido radicalm ente diferentes. E ste punto de vis­ ta tenía m ucho que ver con los de H erd er (1744-1803) y de W ilh elm von H u m b o ld t (1762-1835), quienes habían ponderado tanto la diversidad de la estructura lingüística com o su influencia en la categorización del pensam iento y la experiencia. Más adelante volverem os a tratar este asunto en conexión con la llam ada hipótesis w horfiana (c f. 10.2). A qu í conviene quizá subrayar qu e tam bién el historicism o — para no m encionar el evolucionism o darwinista— d ejó su im pronta, a finales del siglo x ix, en las disciplinas nacientes de la an tropología y la psicología. N o sólo era habitual hablar de la evolución de la cultura desde un estadio de barbarie hasta el de la civilización, sino que algunos investigadores, com o Levy-Bruhl, estaban incluso dispuestos a sostener que la mente del llam ado salvaje funciona de un m odo distinto con respecto a la del hom bre civilizado. P o r diversas razones, pues, la gram ática universal, en el sentido tradi­ cional, p erd ió el fa vo r de los científicos a lo largo del siglo pasado. Ahora bien, durante los últim os vein te años ha sido resucitada, dentro de lo que he llam ado generativism o, p o r Chom sky y sus seguidores (c f. 7.4). La versión chom skyana de la gram ática universal establece el m ism o supuesto que las versiones prim itivas acerca de la universalidad de la lógica y la interdepen­ dencia en tre lengua y pensam iento. Sin em bargo, considera que el estudio em p írico de la lengua debe más a la filosofía de la m ente de lo que la lógica tradicion al y la filosofía del lenguaje deben a la lingüística. E llo introduce una diferen cia profunda en el m odo de argum entar — aun cuando el conte­ n ido sea evidentem ente tradicional— por ejem plo, si la facultad de la lengua es o no innata. La origin alidad de Chomsky a este respecto ha quedado clara­ m ente resum ida en una reciente introducción a su teoría del lenguaje y de la lingüística: «p robablem en te ha sido el p rim ero en sum inistrar argum entos detallados, desde la naturaleza del lenguaje hasta la naturaleza de la mente, en lugar de hacerlo viceversa» (S m ith & W ilson, 1979: 9). M ucho de lo que se consideraba dentro de la filosofía de la m ente — in­ clu ida la epistem ología— lo estudian hoy en día conjuntam ente, aunque a m enudo desde distintos puntos de vista, filósofos y psicólogos. En tanto que el o b je to de estudio es el propio lenguaje y no otra facultad o m odo opera­ tivo de la m ente humana, se ha desarrollado una subdisciplina enteram ente nueva durante los últim os años denom inada p s i c o l i n g ü í s t i c a . Com o el m ism o térm ino im plica, resulta de la intersección de la psicología y la lin­ güística y se apoya igualm ente en ambas, p ero tam bién radica, en sus as­ pectos más teóricos, en la obra desplegada en el cam po de la lógica y la filo so fía del lenguaje, con lo que se vincula, p or un extrem o, con la n e ur o l i n g ü í s t i c a (el estudio de las bases neurológicas del lenguaje) y la c i e n c i a d e l c o n o c i m i e n t o (cf. 8.6) y, p or el otro, con la s o c i o lingüística. EL cam po de investigación es vasto, y al m enos hasta el

presente no existe aún un m arco generalm ente aceptado de criterios a partir del cual pueda diseñarse un program a interdisciplinario y coherente para la investigación. A pesar de todo, se ha progresado en determinados aspectos, especialm ente en el estudio de la percepción del habla y de la adquisición de la lengua. En este capítulo trataré de hacer una breve exposición divulgativa sobre los principales temas teóricos en relación con el estudio del len­ guaje y de la m ente para introducir al lector en parte de la obra em pírica más actual llevada a cabo en la neurolingüística, la adquisición de la lengua y lo que ha venido a llam arse ciencia del conocim iento. Ante todo, un sim ple com entario sobre el uso de la palabra ‘m ente’. Se trata, desde luego, de una palabra corriente en español, pero, al m ism o tiem­ po, se em plea con profusión para aludir al o b jeto de una determ inada rama de la filosofía, por un lado, y de la psicología, p o r otro. En la lengua cotidia­ na, su sentido se ha vu elto más estricto — y próxim o al de ‘ in telecto’, ‘ razón’, ‘com prensión’ y ‘ju ic io ’— que el sentido más o menos técnico que tiene en la filosofía de la m ente y (para los psicólogos que utilizan el térm ino) la psico­ logía. En estas disciplinas com prende no sólo la facultad humana del razo­ nam iento, sino tam bién los sentimientos, la m em oria, las em ociones y la vo­ luntad. H ay que tener esto bien en cuenta, sobre todo porque, com o verem os, ha habido una tendencia en trabajos recientes sobre lingüística teórica y filo­ sofía del lenguaje a conceder una interpretación excesivam ente estricta a ‘m ente’ (y a ‘ m entalism o’ ). Vale la pena señalar tam bién que la existencia de la mente y su relación con el cuerpo en que habita, o con el que mantiene alguna asociación, cons­ tituye un problem a filosófico pertinaz y controvertido. De los distintos in­ tentos conocidos para form u la r y, en algún caso, resolver el llam ado pro­ blem a de la m ente y el cuerpo podem os m encionar los siguientes: el dualis­ mo, el m aterialism o, el idealism o y el monismo. Como doctrina filosófica, el d u a l i s m o se rem ite en especial a Platón y Descartes. Ahora bien, presum iblem ente a causa del apuntalamiento reli­ gioso qu e tiene en la tradición cristiana, constituye también el credo tácita e irreflexivam en te aceptado del hom bre de la calle europeo. E l dualista sos­ tiene no sólo la existencia de la mente, sino también que ésta difiere de la m ateria p o r su naturaleza no física. En la enseñanza cristiana tradicional suele describirse la m ente com o una potencia del alma. Para Platón y los griegos no se estableció, en cam bio, una distinción entre m ente y alma, pues la palabra ‘ p sy jé’ com prendía ambas cosas. Los dualistas han aducido diver­ sas teorías para dar cuenta de la interdependencia que parece existir entre los fenóm enos som áticos y corporales. E l m a t e r i a l i s m o , menos común en la actualidad que a finales del siglo pasado y com ienzos del presente, afirm a que no existe más que m ate­ ria, y que cuanto entra en los supuestos fenóm enos mentales se explica, en ú ltim o extrem o, p or m edio de propiedades puram ente físicas de los cuerpos m ateriales. Una versión especial del m aterialism o aparece en el c o n d u c t i s m o [o , a p a rtir del inglés, beh aviorism o], según el cual no existe algo así com o la m ente y que los térm inos mentalísticos com o ‘m ente’, ‘ pensa­

m iento’, ‘em oción’, ‘ voluntad’ y ‘ deseo’ han de interpretarse com o una alusión a determinados tipos de com portam iento o, en todo caso, a predisposiciones para com portarse de una determ inada manera. H em os señalado ya que el conductismo recibió un im portante im pulso no sólo en la psicología nortea­ mericana, sino también, y gracias a la exposición detallada que B loom field hizo de él, en la lingüística norteam ericana prechom skyana (cf. 7.4). En cam­ bio, nunca llegó a imponerse bien en la lingüística europea, aun cuando e je r­ ciese cierta influencia en la filosofía (cf. Ryle, 1949). Así com o el m aterialism o niega la existencia de la mente, el i d e a l i s m o niega la existencia de lá m ateria y sostiene que todo cuanto existe es m en­ tal. O tro térm ino utilizado en lugar de ‘ idealism o’ es el de ‘ m entalism o’. Sin em bargo, en los últimos años este ú ltim o ha venido a utilizarse, especialm en­ te entre lingüistas, con un sentido más bien confuso y no tradicional (cf. 8.2). En fin, el m o n i s m o , en contraste con el dualismo, proclam a la uni­ dad de lo real. Tanto el m aterialism o com o el idealism o pueden, por tanto, considerarse versiones distintas de monismo. N o obstante, lo más norm al es preservar el térm ino ‘m onism o’ para aludir a la concepción de que ni lo fí­ sico ni lo m ental constituyen la realidad última, sino tan sólo aspectos d ife­ rentes de algo más neutro y fundamental. Es evidentem ente im posible expresar todo el contenido de un térm ino filosófico p or m edio de una definición tan general. Pero, aun siendo inade­ cuadas desde el punto de vista filosófico, estas definiciones nos ayudarán a evaluar parte de los trabajos más recientes en lingüística, psicología y cien­ cia del conocim iento ligados a la investigación de lo que tradicionalm ente se conoce p o r el lenguaje y la m e n te.. ,

8.2

Mentalismo, racionalismo e innatismo

Chom sky y quienes con él suscriben los principios del generativism o han afirm ado que la lengua constituye una prueba en fa vo r del m e n t a l i s m o , esto es, de la existencia de la mente. En numerosas ocasiones se ha malinterp retado este principio, sobre todo al suponerse que ‘m entalism o’ equivale a ‘ idealism o’ o a ‘ dualism o’. Así lo utilizaba precisam ente B loom field (cf. 7.4). Pero Chomsky y sus partidarios no son, evidentem ente, idealistas ni tam poco, al menos necesariamente, dualistas. Lo que sostienen es que la adquisición y el uso de la lengua no pueden explicarse sin apelar a principios que en la actualidad están más allá de una explicación puram ente fisiológica de los seres humanos. Con ello tam poco se adhieren al supuesto de que la m ente sea una entidad no física distinta del cerebro u o tra parte del cuerpo. Y , p or o tro lado, rechazan los prejuicios m etodológicos de aquellos psicólogos, en especial conductistas, que insisten en que todo cuanto tradicionalm ente se describe com o mental “es m ero resultado de sim ples procesos físicos. E l m entalism o chomskyano contiene un aspecto negativo y o tro positivo, de los cuales el últim o es el más interesante y controvertido. E l aspecto ne-

gativo, o crítico, consiste en el antifisicalism o o antim aterialism o y, más en particular, dentro del contexto de la ideología previam ente dom inante en la lingüística y la psicología americanas, en su ánticonductism o. Com o hemos visto, el conductism o es tan sólo una versión particular del m aterialism o por la que se restringe el o b jeto de la psicología a la conducta humana y se in­ tenta explicar todos los tipos de conducta, entre ellos el híabla — pues el pen­ samiento se deñnía com o habla interiorizada— , a p artir de procesos psicoló­ gicos y biológicos determ inistas (cf. 7.4). Aunque a veces puede exagerarse la im portancia del conductism o en B loom field y en la lingüística post-bloomfieldiana, no cabe duda de que ha ejercid o una poderosa influencia en la psi­ cología americana, e incluso de que ha llegado a disuadir a muchos lingüistas de em prender una actividad seria en sem ántica y de colaborar con psicólogos y filósofos en el estudio de lo que tradicionalm ente cubría la rúbrica del lenguaje y la mente. Desde luego, no faltan versiones depuradas más o menos sostenibles. Pero el tip o de conductism o por el que abogó B loom field, junto con el que ha criticad o Chomsky en su fam osa recensión al lib ro V erb al B ehavior (1957) de B. F. Skinner, es, com o m ínim o, poco prom etedor. Y en ello el p rop io Chomsky puede atribuirse el m érito de haberle quitado gran parte del apoyo de que gozaba en lingüística y en psicología hace tan sólo una generación. -í . N o debe pasarse por alto ni subestimarse lo que acabo de presentar com o aspecto n egativo del m entalism o. Com o ya hemos visto en un. capítulo anterior, los lingüistas se han preocupado mucho, durante las prim eras dé­ cadas del presente siglo, p o r el estatuto de la lingüística com o ciencia (cf. 2.2). Muy a menudo han concluido que toda disciplina con pretensiones cien­ tíficas debía m odelarse necesariam ente a p artir de las ciencias más rigurosas, esto es, la física y la quím ica. Tal supuesto se em parejaba a veces, cóm o en B loom field, con la doctrina filosófica conocida p o r r e d u c c i o n i s m o , esto es, que hay ciencias más básicas que otras, en el sentido de que los,,conceptos teóricos de una ciencia m enos básica han de definirse, en ú ltim o extrem o, a partir de los conceptos teóricos de otra ciencia más básica. P o r ejem plo, dado que la física es más básica que la química, la quím ica más que la b io ­ logía, la biología más que la psicología, y así sucesivamente, el reduccionism o sostendría que los térm inos teóricos con que operan los psicólogos han de definirse, en últim a instancia, por la biología, que los térm inos teóricos de la biología deben encontrar su definición en la química, etc., etc. Seguram ente no hay dificultad en com prender cóm o puede asociarse esta concepción con el m aterialism o y con lo que hoy se considera, en general, una postura típicam ente decim onónica sobre las ciencias físicas. M uy pocos filósofos de la ciencia adm itirían en la actualidad la doctrina del reduccio­ nismo. A pesar de todo, son muchos los adeptos y teóricos de las ciencias sociales que todavía parecen pensar, erróneam ente, que la postulación de en­ tidades y procesos no descriptibles en térm inos físicos tienen algo de poco científico. Gracias en gran parte a Chomsky, esta actitud apenas se prodiga entre lingüistas, por lo que la lingüística ha ganado en riqueza de matices y en interés.

Basta ya, pues, sobre el aspecto negativo o crítico contenido en la rea­ firm ación del m entalism o en lingüística, psicología y filosofía p o r parte de Chom sky y de quienes han recibido su influencia. A su vez, las propuestas positivas constituyen lo más origin al y polém ico de lo que doy en llam ar m entalism o chom skyano. Uno de los problem as cruciales de la filosofía de la m ente se refiere a la adquisición del conocim iento y, más en particular, al papel que la mente, o la razón, desempeña en este proceso, p o r un lado, y la experiencia de los sentidos, por otro. Los que destacan el com etido de la razón, com o Platón o Descartes, son tradicionalm ente conocidos por r a c i o ­ n a l i s t a s , m ientras que quienes subrayan, com o Locke o Hum e, la im p or­ tancia p rim ord ia l de la experiencia, o de los datos sensoriales, son conocidos p o r e m p i r i s t a s . Chomsky se alinea entre los prim eros. Y , además, adop­ ta el punto de vista — com o muchos otros racionalistas— de que los princi­ pios p o r los cuales la m ente adquiere el conocim iento son i n n a t o s , esto es que la m ente no es una tabla rasa donde la experiencia im p rim e su ca­ rácter, sino que debe concebirse, siguiendo el sím il de Leibniz, com o un blo­ que de m árm ol que puede ser labrado de diversas form as, pero cuya estruc­ tura im pone restricciones a la creatividad del escultor. La adquisición de la lengua constituye un caso particular del proceso más general de adqu irir conocim iento. A l p rop io tiem po, aquel aspecto de la adquisición de la lengua nativa que consiste en aprender el significado de las palabras form a parte integral, en opinión de muchos, de la adquisi­ ción de los demás tipos de conocim iento. En efecto, adq u irir conocim iento, según la concepción tradicional, supone tom ar conciencia de conceptos pre­ viam en te ignorados, p o r lo que hay una clara conexión entre descubrir o fo r­ m ar conceptos nuevos (en el supuesto de que sea ello p o sib le) y aprender el significado de las palabras. Así, pues, la posesión de los conceptos apro­ piados, ¿constituye una precondición para adqu irir y usar, correctam ente el vocabu lario de la propia lengua nativa? Dicho de o tro m odo, la conexión en tre lengua y pensamiento, ¿es tal que no pueda establecerse siquiera una distin ción lógica entre estar en posesión de un determ inado concepto y co­ nocer el significado de alguna palabra que lo identifique y, p o r así decirlo, lo fije ? A la vista de tales consideraciones no tiene nada de sorprendente que la adquisición de la lengua haya desem peñado un papel tan señalado, a lo la rgo de los siglos, en los debates que se han produ cido entre racionalis­ tas y em piristas. Com o sus predecesores en la tradición racionalista, Chomsky adopta el supuesto de que las lenguas sirven para expresar el pensam iento, que los seres humanos están dotados de una m anera innata (es d ecir genética) de una capacidad para fo rm a r ciertos conceptos y no otros y que la form ación de conceptos es una precondición para adqu irir el significado de las pala­ bras. P ero el interés de Chomsky por la lengua difiere del que se desprende de sus predecesores ‘racionalistas en dos sentidos, lo que hace, p o r cierto, más origin al e im portante su contribución al examen filosófico del tema. En p rim er lugar, ha dejado sentado que aprender (o, para u tilizar un térm ino más neutro, a d q u irir) la estructura gram atical de la lengua nativa requiere

una explicación análoga a la del proceso de em parejar el significado de una palabra con su form a. De ahí también que su form alización de diversos ti­ pos de gram ática generativa haya alcanzado nuevas cotas de precisión para los que quieren evaluar la com plejidad estructural de las lenguas humanas en relación con otros sistemas com unicativos (cf. 1.5). En segundo lugar, ha puntualizado que la naturaleza de la lengua y el proceso de la adquisición lingüística son inexplicables sin postular la existencia de una facultad innata para dicha adquisición. Am bos aspectos están relacionados. Com o vim os anteriorm ente, Chomsky basa sü argum entación sobre el innatismo y la especificidad de la facultad lingüística en la universalidad de ciertas propiedades form ales arbitrarias de la estructura lingüística (cf. 7.4). Estas propiedades form ales suelen inscri­ birse b a jo el epígrafe más general de d e p e n d e n c i a e s t r u c t u r a l , cuya m anifestación más evidente se realiza en la sintaxis, pese a que puede encontrarse tam bién en la fonología y la m orfología. Cuando se dice de una regla, o de un principio, que es estructuralm ente dependiente quiere indi­ carse que el conjunto o secuencia de objetos a que se aplica posee una es­ tructura interna y que la regla o principio en cuestión hace una referencia esencial a dicha estructura com o condición de su aplicabilidad o com o de­ term inación sobre el m odo de aplicarse. P o r ejem plo, dado que las oraciones de una lengua tengan el tipo de estructura sintáctica que hoy los lingüistas describen m ediante la noción de constitución, aquéllas pueden generarse m ediante una gram ática de estructura fraseal, cuyas reglas sean estructural­ mente dependientes en el m odo requ erido (cf. 4.6). Además, las relaciones entre oraciones correspondientes de distintos tipos (p. ej., ‘Carlos escribió el lib ro ’ y ‘ ¿E scribió Carlos el lib ro?’ ; ‘Carlos escribió el lib ro ’ y ‘ ¿Fue es­ crito p o r Carlos el lib ro ?’, etc.), pueden precisarse, con relación a los m ar­ cadores fraseales que form alizan su estructura de frase (en un cierto nivel de descripción ), a base de reglas transform ativas, que son más poderosas que las reglas de estructura de frase e incluyen una noción más com pleja de dependencia estructural. Los detalles técnicos de la dependencia estructural y su form alización por m edio de algún tipo de gram ática generativa no nos interesan aquí. Lo im portante es que la positiva contribución de Chomsky a la filosofía de la mente, p or un lado, y a la psicología de la adquisición lingüística, por otro, se funda en el reconocim iento decisivo de la dependencia estructural com o propiedad aparentem ente universal de las lenguas humanas y de la necesidad de m ostrar cóm o llegan los niños a dom inar dicha propiedad en la adquisi­ ción y uso de la lengua. En la concepción de Chomsky, lo que llam am os men­ te adm ite una descripción óptim a a base de un conjunto de estructuras abs­ tractas cuyo soporte físico es todavía relativam ente desconocido, pero que se asem eja a ciertos órganos corporales com o el corazón o el hígado en que madura de acuerdo con un program a genéticam ente determ inado de desarrollo en interacción con el m edio en que se desenvuelve. L o que hemos venido llam ando facultad lingüística (en el sentido en que se em plea tradi­ cionalm ente el térm ino ‘ facu ltad’ ) es una de estas muchas estructuras men­

tales, cada una de las cuales está altam ente especializada con respecto a la función que desempeña. ¿Es todo esto correcto? La respuesta más inmediata, y totalm ente insa­ tisfactoria, es que puede que sí y puede que no. La evidencia más asequible — tom ada de indagaciones sobre la adquisición de la lengua, de casos prototípicos de alteraciones lingüísticas de diversas clases, de experim entos con otros prim ates, sobre todo chimpancés, de progresos alcanzados en la neurofisiología del cerebro y de otros campos diversos de investigación— no parece conclusiva. Conviene subrayar, no obstante, que la acumulación de eviden­ cias se halla en continuo crecim iento. Y no está fuera de lugar que cuanto se ha venido m anifestando a lo largo de los siglos com o un debate puram en­ te filosófico term ine por replantearse com o una investigación em pírica in­ terdisciplinaria. ¡Y recordem os, a este propósito, que ‘em p írico’ no presupone ningún com prom iso con el em pirism o! La particular versión de Chomsky sobre el m entalism o no es en absoluto la única, dentro del propio mentalismo, que se haya desarrollado e invocado últim am ente con respecto a la adquisición lingüística. Así, p o r ejem plo, la teoría del psicólogo suizo J. Piaget ha ejercido una influencia no menor. Se­ gún Piaget, existen cuatro etapas en el desarrollo de los procesos mentales del niño. Para la adquisición lingüística, en su opinión, es crucial el paso de la etapa s e n s o m o t r i z , que dura hasta la edad de unos dos años y en la que el niño experim enta con los objetos tangibles de su m edio, a la llamada etapa p r e o p e r a t i v a , que dura hasta alcanzar ,el período conocido por el uso de razón (hacia los siete años), durante la cual el niño llega a m anejar palabras y frases a p a rtir de su com prensión previa sobre el m odo com o pueden com pararse, manipularse y transform arse los o b jetos tangibles. Mu­ chos psicólogos encuentran que lo más atractivo del pensam iento de Piaget es su evidente conexión con el funcionalism o (c f. 7.3) e incluso su intento de describir la adquisición lingüística a partir de principios más generales de desarrollo mental. Ahora bien, com o hemos visto, Chomsky ha argüido que la evidencia no apoya a Piaget en esto, pues la estructura sintáctica en par­ ticular no puede describirse a base de térm inos funcionalistas, y la adquisi­ ción lingüística no parece verse afectada por las diferencias de capacidad intelectual en los niños. Es justo añadir, sin em bargo, que son muchos los lingüistas y psicólogos que sostendrían que dicha evidencia, en ambos res­ pectos, no es clara. La teoría de Piaget sobre el desarrollo m ental suele considerarse situada entre los extrem os tradicionales del racionalism o y el em pirism o. P or una parte, destaca la im portancia de la experiencia — especialm ente la senso­ m otriz— y por otra, tom a las distintas etapas del desarrollo cognoscitivo com o un proceso exclusivo de la especie y genéticam ente program ado (esto es, determ inado por lo que cabría llamar, en un sentido m oderno del p rim i­ tivo térm ino racionalista, ideas innatas). Tam bién de un m odo sem ejante, aunque el propio Chomsky se llam e racionalista, nunca ha negado el papel esencial que desempeña la experiencia en la adquisición del conocim iento, e incluso lo que identifica, no sin rego cijo (en térm inos más característicos

de la psicología em pirista e incluso conductista), com o procesos de desen­ cadenam iento y configuración. Quizás el com entario final más ju icioso para este apartado sería el de apuntar que el debate tradicional entre racionalistas y em piristas se ha transform ado mucho, gracias al progreso reciente en ge­ nética, neurofisiología y psicología, hasta el punto de que hoy ya no es po­ sible u tilizar ninguno de aquellos térm inos tradicionales sin añadir alguna otra cualificación que caracterice debidam ente cualquiera de las posiciones defendibles sobre los asuntos que enfrentan a ambos grupos de filósofos y psicólogos. Y hay que considerar esto com o un avance, pues im plica que la versión actual de una postura atribu ible p o r su p rop io au tor al em pirism o o al racionalism o ha de tom ar en consideración una serie de evidencias que no estaban al alcance de los grandes filósofos del pasado. Los temas, en un principio muy generales, que habían servido para etiquetar, digam os, a Des­ cartes com o racionalista y a L ocke com o em pirista se han escindido en una variedad de planteam ientos más concretos susceptibles de respuesta sólo a p a rtir de una investigación em pírica m ultidisciplinaria.

8.3

E l lenguaje y el cerebro

H o y p o r hoy nadie, cualquiera que sea su concepción sobre el celebrado pro­ blem a de la m ente y el cuerpo (c f. 8.1), negará probablem ente que, entre todos los órganos del cuerpo, es e l cerebro el que desem peña la función prim ordial en las operaciones que- solem os denom inar mentales. E l cerebro humano es m uy co m p lejo y sólo en parte se ha llegado a com pren der cóm o realiza sus diversas funciones. Ahora bien, durante los últim os años se ha obtenido un considerable progreso a este respecto, in­ cluso sobre detalles muy pertinentes para el tem a central de este capítulo. El c e r e b r o se divide en dos m itades, denominadas h e m i s f e r i o s , unidas (en condiciones norm ales) p o r el c o r p u s c a l l o s u m . L a parte externa de ambos hem isferios consta de m ateria gris — el c ó r t e x— que contiene unas 1010 de neuronas o células nerviosas, las cuales se hallan co­ nectadas entre sí p o r m edio de un conjunto igualm ente ingente de fibras en la m ateria blanca, que se encuentra b a jo el córtex. E l h em isferio de­ recho controla el lado izquierdo del cuerpo (a cuyas señales responde tam­ bién ), m ientras que el h em isferio izqu ierdo controla el lado derecho. P o r esta razón una herida o una em bolia en un h em isferio puede p rovo ca r la parálisis de los m iem bros del lado opuesto del cuerpo. Y las señales recibidas en una parte — táctiles, auditivas o visuales— deben ir al h em isferio apro­ piado antes de proceder a su in terpretación en el o tro a través del corpus callosum. Resulta que, si p or m edio de la cirugía se secciona el corpus ca­ llosum — técnica que se ha em pleado a veces, incluso recientem ente, para el tratam iento de la epilepsia hasta que se han revelado sus consecuencias negativas— , las señales del lado derecho del cuerpo sólo pueden ser tratadas p or el h em isferio izquierdo y viceversa.

Desde hace más de cien años se ha sabido que existe una relación espe­ cial (para todos los diestros y la gran m ayoría de zurdos, si bien no tod os) entre el lenguaje y el h em isferio izquierdo, hasta el punto que podem os de­ cir, en térm inos muy generales (y para la m ayoría de la gente), que la lengua está gobernada por este hem isferio. El proceso por el cual se especializa un h em isferio del cerebro para el desempeño de ciertas funciones se conoce p or el nom bre de l a t e r a l i z a c i ó n . (E n la escasa m inoría de casos res­ tantes, entre zurdos, $n los que el hem isferio izquierdo no. está especializado para el lenguaje, lo está el derecho, p or lo que aun así existe lateralización.) El proceso de lateralización es de naturaleza m adurativa, en el sentido de que está genéticam ente preprogram ado, aun cuando requ iere tiem po para su desarrollo. Hay, por supuesto, muchos procesos m adurativos de este tipo en el desarrollo b io lógico de todas las especies. Pero la lateralización parece exclusiva de los seres humanos. P o r lo común, se piensa que em pieza cuando el niño tiene unos dos años y se com pleta en algún período situado entre los cinco años y la aparición de la pubertad. Para la lengua, la lateralización no es el único tipo de especialización funcional que tiene lugar en los seres humanos al fa vo recer un determ inado hem isferio del cerebro a expensas del otro. Además, en general, se supone que constituye una précondición evolutiva para el desarrollo de una in teli­ gencia superior en el hom bre. Actualm ente tam bién suele adm itirse que la lateralización es una précondición (filogen ética y ontogen ética) para la ad­ quisición de la lengua. En apoyo de esta idea podem os alegar que la adqui­ sición lingüística em pieza más o menos con el proceso de lateralización y se com pleta, al menos en lo más esencial, cuando viene a acabarse dicho pro­ ceso. Tam bién parece corrob o ra rlo el hecho de que la adquisición de la len­ gua se vu elve cada vez más d ifíc il una vez sobrepasada la edad en que ter­ mina" la lateralización. Parece, en rigor, que hay algo ¡así com o una e d a d c r í t i c a para la adquisición de la lengua, en el sentido de que la lengua no será aprendida en absoluto, o sin un pleno dom in io de sus recursos, a m enos que el proceso se em prenda en el m om ento en qué el niño alcanza la edad en cuestión. Aunque no todo el mundo acepte el supuesto de que hay una edad crítica para la adquisición de la lengua, lo cierto es que tam bién se ve avalado por el caso im presionante y lam entable de la jo ven conocida en la bib liogra fía p o r Genie. En 1970, Genie fue descubierta en Los Ángeles por unos asistentes sociales, cuando tenía trece años. Durante este tiem po sus padres la habían m antenido en un total aislam iento frente a las,, personas, la golpeaban dura­ m ente cuando provocaba el m enor ruido y aun la hacían víctim a de toda clase de vejacion es em ocionales y físicas. Una de las consecuencias, desde luego, era que no sabía hablar. Som etida a un tratam iento b a jo el cuidado de psicólogos y lingüistas, em prendió el proceso de la adquisición de la len­ gua, en el que experim en tó un rápido progreso inicial. P o r lo demás, siguió las mismas etapas en la adquisición del inglés com o cualquier o tro niño norm al en la edad norm al. A prim era vista, parecía haberse refu tado la hipó­ tesis de la edad crítica. Sin em bargo, por lo que se inform a, aunque su me-

m oría de vocabulario es excelente y su desarrollo intelectual es globalm ente satisfactorio, encuentra dificultades salvo en los aspectos más simples de la estructura gram atical del inglés. Se ha afirm ado, en consecuencia, que el caso de Genie no sólo confirm a la hipótesis de la edad crítica, sino también la idea de ¿que la facultad para la adquisición lingüística depende de otras capacidades intelectuales. H asta hace poco se había pensado que, pese a los determinantes genéti­ cos de la lateralización, había, p o r así decirlo, suficiente plasticidad para que el o tro h em isferio asumiera las funciones aun sin su predisposición natural — p or ejem plo, en caso de que el cerebro sufriera algún daño o alguna ope­ ración quirúrgica— siem pre y cuando esta necesidad surgiera antes de ter­ m inarse el proceso de la lateralización. N o obstante, hoy se admite, tras el estudio más detenido del com portam iento lingüístico de quienes han perdido el h em isferio izqu ierdo durante la prim era niñez, que, aunque no se pone inm ediatam ente de m anifiesto, estas personas encuentran dificultades con ciertas construcciones gramaticales. H asta aquí hemos tratado la lateralización de la lengua desde una pers­ pectiva muy general. Debem os m encionar ahora — aun sin entrar en dema­ siados detalles— que determ inados aspectos del tratam iento lingüístico pa­ recen más característicos del h em isferio izquierdo que otros. P o r ejem plo, el h em isferio derecho puede in terpretar sin dificultad palabras aisladas que denoten entidades físicas, pero no es tan eficiente a la hora de interpretar frases gram aticalm ente com plejas. De un m odo análogo, aunque los sonidos no lingüísticos reciben un tratam iento directo y eficaz en el hem isferio de­ recho, los sonidos del habla suelen pasar al hem isferio izquierdo, más espe­ cializado para ellos. Parece tam bién significativo que, m ientras se considera el h em isferio izquierdo m e jo r dotado para el razonam iento asociativo y ana­ lítico, el derecho es más efectivo no sólo para el tratam iento de señales es­ pacio-visuales, sino tam bién para el reconocim iento de las pautas de la en­ tonación y, lo que es bastante interesante, para la interpretación de la mú­ sica. Esto sugiere que el com portam iento lingüístico integra diversos pro­ cesos neurofisiológicam ente distintos. En térm inos generales, podem os decir que lo que cabe considerar, con otros criterios, la parte más específicam ente lingüística de la lengua se asocia al hem isferio izquierdo (cf. 1.5). Es quizás éste el com ponente que debe adquirirse, si es que se adquiere, antes de al­ canzar la edad crítica y tam bién el que, digám oslo así, no llegan a adqu irir ,los chimpancés y otros prim ates. Cuanto hem os presentado en este apartado guarda una evidente cohe­ rencia con la hipótesis chom skyana de que la facultad lingüística es una capacidad únicam ente humana y genéticam ente transm itida que se distin­ gue de otras facultades m entales aun cuando coopere con ellas. H em os de subrayar, sin em bargo, que la evidencia neurofisiológica es relativam ente exigua hasta el presente (aunque aumente sin cesar) y está lejos de ofrecer respuestas conclusivas. De ahí que los psicólogos y los filósofos se encuen­ tren todavía divid idos en to m o a la cuestión de si existe o no una facultad lingüística genéticam ente transmitida.

8.4

L a adquisición del lenguaje

V o y a em pezar este apartado estableciendo una cuestión puram ente term i­ nológica. ¿A qué se debe que la m ayoría de psicólogos y lingüistas de hoy , prefieran hablar de a d q u i s i c i ó n de la lengua más que de aprendizaje? L a razón reside sencillam ente en que ‘adquisición’ es neutro con respecto a ciertas im plicaciones que han venido a asociarse al térm in o ‘apren dizaje’ en psicología. N o faltan, sin em bargo, quienes sostendrían que, aunque ‘ adqui­ sición ’ es más neutro que ‘ aprendizaje’ en los aspectos más relevantes, tam-, poco evita las malas interpretaciones, ya que supone llegar a poseer algo que antes no se tenía. Si la lengua es innata, no se adquiere: crece o faadura naturalm ente o, com o quizá diría Chomsky, orgánicamente. Ahora bien, com o ‘adqu isición ’ se ha convertido en un térm ino corriente, continuarem os ha­ cien do uso de él. Tam bién hay que insistir en o tro asunto no puramente term inológico. L o que suele aludirse con la adquisición del lenguaje se manifiesta, en con­ diciones norm ales, a través del conocim iento y el uso de lenguas concretas. A esto m e refería en el p rim er apartado de este libro cuando decía que no se puede poseer (o u tilizar) el lenguaje sin poseer (o utilizar) una lengua dada (cf. 1.1). Y aunque puede ponerse en duda esta afirm ación desde un punto de vista filosófico, ahora se ha reform u lado de un m odo (especialm ente al precisa r ‘en condiciones norm ales’) sin duda im pecable. E l térm ino ‘adquisi­ ción lin gü ística’ puede interpretarse tanto en el sentido de «la adquisición del len gu a je» com o en el de «la adquisición de una lengua». Aun cuando aceptem os que, en cierto m odo, el lenguaje (esto es, lo que Chomsky y otros han denom inado facultad lingü ística) no se adquiere, podem os suponer ra­ zon ablem ente que la m ayor parte de la estructura del español, el inglés, el francés, el ruso, etc. (p o r no decir toda ella) es adquirida (s i bien no nece­ sariam ente aprendida) p o r quienes han llegado a utilizarlas com o lenguas nativas. En general, el térm ino ‘adquisición lingüística' se em plea sin caracterizar en absolu to el proceso que da lugar al conocim iento de la lengua o las len­ guas nativas. Es concebible que la adquisición de una lengua extranjera, apren did a sistem áticam ente en la escuela o no, procede de un m odo muy distin to. E n realidad, com o hemos visto, la adquisición de la lengua nativa después de la presunta ‘edad crítica ’ puede diferir, p or razones neurofisiológicas, de la adquisición considerada norm al para la propia lengua nativa (c f. 8.3). Y hace poco se ha sugerido, a raíz de-observaciones clínicas sobre in dividu os bilingües con daños cerebrales, que la adquisición de una segunda lengua, siendo uno adulto o todavía niño, presenta consecuencias neurofisiológicas im portantes. H em os de ser cautos, p o r tanto, a la hora de extraer conclusiones generales a p a rtir de la adquisición que hace el niño monolingüe de su lengua na tiva en 'condiciones normales, y de aplicarlas al problem a de la enseñanza de lenguas extranjeras. Por ejem plo, quizás haya o no ar­ gu m entos en fa vo r del llam ado m étodo directo para la enseñanza de lenguas en la escuela, p e ro ' sí puede decirse que uno de los que suelen invocarse

— «ta l com o aprendió la lengua n ativa»— es claram ente falaz. En lo que sigue nos vamos a ocupar de la adquisición lingüística en su sentido normal. Em pecem os p or establecer unos hechos, algunos o b jeto de la observa­ ción cotidiana, y otros resultado de laboriosas investigaciones y experim en­ tos. Todos los niños normales adquieren la lengua que oyen hablar alrededor sin contar para ello con ninguna instrucción especial. Em piezan a hablar aproxim adam ente a la misma edad y discurren p o r las mismas etapas de desarrollo lingüístico. E l progreso que hacen es, al menos a veces, tan rápido que, com o suelen notar tanto padres com o m aestros, es d ifíc il registrarlo de un m odo com pleto y sistem ático. Adem ás, este progreso no se ve, en su conjunto, afectado p o r diferencias de inteligencia ni de procedencia social y cultural. Aunque acabo de decir que los niños em piezan a hablar aproxim adam en­ te a la m ism a edad, es im posible afirm ar cuándo un niño em pieza exacta­ m ente a hacerlo. En p rim er lugar, no están claros los criterios que deberían adoptarse: ¿será la capacidad del niño para em plear adecuadam ente palabras aisladas o bien para construir enunciados de dos palabras a p a rtir de alguna operación productiva y regular? Se trata tan sólo de dos criterios éntre muchos y, desde luego, no hay m otivos para p re fe rir uno sobre otro. Tam ­ bién ocu rre que la transición entre una y otra etapa identificable del desa­ rro llo lingüístico es gradual y no abrupta. Pese a que podam os recon ocer una secuencia relativam ente estable de etapas — en la adquisición de la fonología, la gram ática y el vocabulario de la lengua p o r parte del niño— no parece tener sentido suponer que pasa de pron to de una a otra etapa. H ay aun la com plicación adicional de que la producción del niño puede estar en desa­ cuerdo con su com prensión. En rigor, suele adm itirse que la com prensión siem pre precede a la producción en la secuencia evolutiva. De ahí que los enunciados espontáneos de un niño pueden no re fleja r directam ente el co­ nocim iento que va adquiriendo de la lengua. Es sabido actualm ente que los niños ya en los p rim eros días de su vida postnatal (si no antes) son sensibles no sólo a la vo z humana com o tal, sino ya a la diferen cia entre consonantes en correlación de sonoridad y sordez. Esto se ha tom ado a veces com o una prueba en fa v o r del conocim iento inna­ to del niño sobre los rasgos distintivos presuntam ente universales de la fo ­ nología (cf. 3.5). Sin em bargo, recientem ente se ha dem ostrado que los chim pancés m uy jóvenes tam bién son capaces de responder a la m ism a dis­ tinción acústica. Cabe pensar, en consecuencia, que com o los chimpancés no desarrollan el habla y los niños no aprovechan la distinción fonética de la sonoridad, ni en la com prensión ni en la producción, hasta llegar hacia el segundo año de vida, no se trata de una distinción fon ológica propia de la especie que, com o tal, sea innata. Más bien sería una capacidad com ún a los seres humanos y a los prim ates superiores, con la particu laridad de que sólo los seres humanos saben investirla de función distintiva en virtu d de su expe­ riencia con lenguas donde aquella distinción sea funcional. Una vez más, tam poco aquí es conclusiva la evidencia. P ero esto no significa que el inna-

tism o y la especificidad estén fuera del alcance de la investigación em pírica. Al contrario, las pruebas van acumulándose sin parar, y es posible que pueda darse pronto una respuesta definitiva. A los seis meses de vid a postnatal el niño suele pasar sucesivamente de los gritos y vagidos a los g o r j e o s y de los gorjeos al p a r l o t e o . N o cabe apenas duda de que esta secuencia evolutiva está determ inada de una m anera innata, ya que los sonidos que se em iten al gritar y gorjear, y en la prim era parte del p eríod o de parloteo, no dependen del m edio lingüístico en que se cría el niño y, p o r o tro lado, tam bién los niños sordos gritan, gor­ jean y, al menos de m om ento, parlotean igual que los niños oyentes. Particu­ larm ente interesante es que durante el períod o de parloteo (que dura hasta que el niño norm al tiene unos doce m eses) pueden em itirse muchos sonidos de habla que no se em plean en la lengua del m edio en que se desenvuelve y que luego incluso le crearían dificultades en caso de aprender una lengua extranjera que los contenga. H acia el final del períod o de parloteo, la m ayor parte de los niños habrán adqu irido algunas de las pautas de entonación de la lengua nativa. Sin em bargo, no hay pruebas de que las pautas de entona­ ción superpuestas a una enunciación parloteada tengan función com unica­ tiva distintiva (a pesar de que los adultos lo in terpreten así con frecuencia). Aunque es evidente que el parloteo en cierto m odo prepara el cam ino del habla, hay una polém ica sobre si esto debe considerarse com o su función b iológica prim aria. Cuando el niño alcanza unos nueve meses — no hay que o lvid a r que ha­ blam os del niño ordin ario, pues hay una considerable variación de edad en las distintas etapas de la secuencia evolutiva, si bien, p o r lo demás no hay razón para creer que esta variación repercuta sobre su fu tu ra com petencia lingüística o su capacidad intelectual— com ienza a dar pruebas de haber em pren dido la construcción del sistema fon ológico de su lengua nativa. En algunos casos, el p a rlo teo se m ezcla durante un tiem po considerable con el proceso de adqu irir y u tiliza r las distinciones fonológicas, p o r lo que la di­ feren cia entre parloteo y habla se hace entonces m uy evidente. L a m ayoría de estas distinciones fonológicas quedarán perfectam ente asim iladas cuando el niño tenga ya los cin co años. Pero algunas distinciones fonéticam en te más d ifíciles o, en el caso de la estructura prosódica, funcionalm ente más com ­ plejas pueden quedar sin una adquisición plena m ientras el niño no se hace m ucho m ayor. En cuanto a las distinciones segmentales, se cuenta ya con una secuencia bastante bien establecida (q u e confirm a en parte las predic­ ciones que Rom án Jakobson em itió hace casi euarenta años): p o r ejem plo, para las consonantes, las labiales preceden a las dentales/alveolares y velares; las oclusivas preceden a las fricativas; las oclusivas orales preceden a las na­ sales. Existen tam bién ciertas generalizaciones acerca de la dim ensión com ­ bin atoria o sintagm ática. E l habla inicial, al m argen de la lengua a que esté expuesto el niño, consta de palabras sin agrupaciones consonánticas que tien­ den a la reduplicación (p. ej., [d a d a ], [ k i k i]) o a ju n tar consonantes con el m ism o lugar (o m o d o ) de articulación (p. ej., [b a m a ], [g a g o ] en lu gar de cam a y ga to). H eñios de destacar, sin em bargo, que a m enudo el niño dis­

tingue palabras del habla adulta cuando las oye (p. ej., mal, sal y tal) taun cuando puede tratarlas com o hom ófonos en su propia habla. L o m ism o que de la fonología puede decirse de la gram ática: hay prue­ bas de que, al menos en las prim eras etapas, hay una secuencia evolutiva independiente de las estructuras de la lengua am biental en que se desenvuel­ ve el niño. P rim ero llega el llam ado p eríod o h o l o f r á s t i c o , durante el cual el niño produce lo que tradicionalm ente se han considerado oraciones de una sola palabra (de donde deriva el térm ino ‘h olofrástico’ ). Este período puede durar desde los nueve a los dieciocho meses aproximadamente, y da paso al períod o subsiguiente denom inado t e l e g r á f i c o , que se inicia con la producción de enunciados de dos palabras (o, quizás, habría que decir, más neutralm ente, dos unidades) E l térm ino ‘ telegráfico’ proviene de la observa­ ción de que el habla del niño a ló largo de este período carece de inflexiones y de las palabras llamadas funcionales (p. ej., preposiciones, determinantes y conjunciones), más o menos com o en el lenguaje telegráfico. A m edida que el niño pasa, durante el período telegráfico, de la etapa de dos palabras a etapas u lteriores caracterizadas por la producción de enunciados más largos, su habla se aproxim a más y más, con respecto al orden de palabras, etc., a la de los adultos. Si la lengua que adquiere tiene flexiones y palabras funcio­ nales, las irá utilizando cada vez más adecuadamente, de m odo que cuando llegue hacia los cuatro años su habla, si bien todavía deficiente en com para­ ción con la de los adultos, ya no puede describirse com o telegráfica. H em os de subrayar, sin em bargo, que el térm ino im presionista ‘ telegráfico’ tiene poco va lo r d escriptivo en relación con las lenguas llamadas aislantes (p. ej., el vietnam és), donde no hay variación m orfológica. H asta com ienzos de la década de 1960 a 1970 no hubo apenas investiga­ ciones sistem áticas sobre la adquisición de la estructura gram atical. L a si­ tuación cam bió radicalm ente cuando Chom sky dem ostró que las lenguas están som etidas a r e g u l a c i ó n (especialm ente en la gram ática) y cuando se com pren dió que las teorías existentes sobre el aprendizaje no eran capa­ ces de explicar adecuadamente la adquisición (y el uso creativo) de sistemas regulados dotados de la propiedad de la productividad. A lo largo de aquel decenio los psicolingüistas se interesaron casi exclusivam ente p or la gramá­ tica en sus estudios sobre el lenguaje infantil, pero el estado general de Ja opinión ha cam biado desde entonces en fa v o r de la idea de que es im posible estudiar aisladam ente la creciente com petencia gram atical del niño sin tener en cuenta su desarrollo cognoscitivo, em ocional y social. E l o b je tiv o de los estudios sobre el lenguaje infantil se ha am pliado re­ cientem ente para abarcar no sólo la fonología, la gram ática y el vocabulario, sino tam bién la estructura sem ántica de los enunciados, su papel en la in­ teracción social y su repercusión en las creencias del niño sobre el mundo. Tam bién se ha extendido longitudinalm ente, com o si dijéram os, en ambas direcciones. H o y existe un buen núm ero de investigaciones en torno a los determ inantes prelingüísticos de la adquisición de la gram ática en las etapas de los gritos, los gorjeos y el parloteo de la secuencia evolutiva. Y se ha lle­ gado a com pren der que gran parte de la estructura gram atical de la lengua

puede perm anecer sin un dom inio adecuado p o r parte del niño (incluso sus construcciones pueden ocultar los signos más evidentes de agram aticalidad) hasta que no alcanza la edad de diez años o más. E ste descubrim iento no invalida p or sí m ism o la hipótesis del innatismo y la especificidad, com o tam ­ poco la hipótesis adicional de que la facultad lingüística está separada de otras capacidades mentales del hom bre. L o que sí hace, en tod o caso, es com plicar la argum entación. A causa de sus im plicaciones en el estudio de la naturaleza del lenguaje en relación con la m ente humana es p o r lo que hemos exam inado en este capítulo la adquisición lingüística. Hay, por descontado, muchas otras razo­ nes prácticas que tam bién justifican este interés. Los trastornos de índole lingüística de los niños — y, en muchos casos, de los adultos— no pueden diagnosticarse ni tratarse idóneam ente p or los terapeutas del habla com o no sea a p a rtir de una m e jo r com prensión de la adquisición lingüística nor­ m al y anorm al. Los m ateriales didácticos para la escuela prim aria pueden asim ism o m e jo ra r si se ensamblan, no sólo p o r el vocabulario, sino tam bién p o r la gram ática, en la com petencia lingüística de los niños a los que van destinados. Adem ás, en .ta n to que la edad m ental del niño con que trabajan los educadores queda determ inada al menos en parte p or pruebas y cues­ tion a rios de tipo lingüístico, puede averiguarse si las pruebas en cuestión son vá lid a s y fidedignas. Es especialm ente im portante que los profesores y tod o el qu e se interesa p o r la educación de los niños nunca dejen, p o r un lado, d e c o m p ro b a r en el acto cualquier síntom a de sordera parcial ó de incipiente d isle x ia o bien, p o r o tro lado, de diagnosticar algún retraso m ental o déficit lin g ü ístico acaso in ad vertido p o r culpa de pruebas poco seguras. Los traba­ jo s m ás recien tes en el cam po de la adquisición lingüística han contribuido m u ch o a m e jo ra r la fiabilidad de la evidencia, aun cuando quizá no hayan lle g a d o a resolver, hasta el presente, ninguno de los temas profundos de la te o r ía qu e tienen planteados la lingüística o la psicología o aun la filosofía d e la m en te.

8.5

O tros campos de la psicolingüística

L a a d q u is ic ió n del lenguaje no constituye el único cam po de interés para la p s ic o lin g ü ís tic a . N i siquiera es el único que h^ experim entado una revolu ­ c ió n c o n el adven im ien to del generativism o chomskyano. C o m o hem os visto, la teoría general de Chomsky sobre el lenguaje se fu n d a en la distin ción entre c o m p e t e n c i a y a c t u a c i ó n (c f. 7.4). Es­ to s té r m in o s n o se habían utilizado antes de la aparición, a m ediados de la d é c a d a d e 1960 a 1970-, de la llamada teoría estándar de la gram ática trans­ fo r m a t iv a . N o obstante, la distinción entre el sistema lingüístico, entendido c o m o u n c o n ju n to de reglas conocido de los hablantes nativos, y el uso de d ic h a s re g la s en ur* com portam iento lingüístico concreto, aunque expresada

en otros térm inos, era suficientem ente clara desde mucho atrás. Su im portan­ cia, no sólo para la psicolingüística, sino tam bién para el estudio del com ­ portam iento humano en general, fue debidam ente reconocida, más o menos de inm ediato, p o r el em inente psicólogo am ericano G eorge M iller, quien p r o ­ pagó las ideas de Chomsky, las dio a conocer entre sus colegas (cf. M iller, Galanter & Pribram , 1960) e incluso colaboró con el propio Chomsky en al­ guna de las prim eras obras teóricas sobre m odelos de actuación. E l famosc> com entario de M ille r sobre el im pacto que le había producido el pensamien+ to de Chomsky a él y luego a muchos colegas suyos bien m erece una cita: «A h o ra estoy convencido de que la m ente es algo distinto de una palabrota de cinco le tr a s .»1 ' Gran parte de las investigaciones de los prim eros psicolingüistas inspi­ radas p o r el generativism o chom skyano se encam inaron al esclarecim iento del llam ado problem a de la r e a l i d a d p s i c o l ó g i c a . En rigor, se di­ vide en dos aspectos bien diferenciados según la distinción chomskyana en­ tre com petencia y actuación. (D ebe recordarse que la propia definición de Chomsky sobre la ‘actuación’, en el sentido de que incluye no sólo el com ­ portam iento real, sino tam bién el conocim iento no lingüístico, o com peten­ cia, que subyace a dicho com portam iento, ha provocado mucha confusión: cf. 7.4). ¿Tienen los hablantes nativos en sus mentes y, p o r consiguiente, al­ macenados neurofisiológicam ente en sus cerebros, conjuntos de reglas del tipo que form ulan los lingüistas en la m odelación generativa qu e hacen de los sistemas lingüísticos? Para decirlo de una m anera tosca (y aprovechando lo que el m ism o Chomsky considera una am bigüedad sistem ática, en virtu d de la cual podem os em plear el térm ino ‘gram ática’ para aludir tanto al m odelo com o a aquello dé lo cual es m odelo), ¿llevam os una gram ática generativa en la cabeza? Esta es la prim era cuestión. La segunda (q u e presupone una respuesta afirm ativa a la p rim era ) es com o sigue: ¿qué función desempeñan estas reglas, si es que desem peñan alguna, en la producción y com prensión de enunciados? r Una parte de la investigación psicolingüística p rim itiva influida p o r el generativism o chom skyano se orien tó hacia la segunda de estas cuestiones y se basaba en el supuesto (qu e Chomsky no había em itid o ) de que todas las reglas requeridas para generar una oración eran tam bién em pleadas por los usuarios de la lengua en su actuación — es decir, en la produ cción y com ­ prensión de enunciados-—. (A l m argen de todo ello, tam poco se apreciaba, en general, la distinción entre oraciones y enunciados: cf. 5.5.) P o r ejem plo, se dem ostró experim entalm ente que los hablantes nativos reaccionan más de prisa ante las oraciones activas que ante las pasivas y tam bién más de prisa ante las oraciones afirm ativas que ante las negativas, y, además, que

1. [En el original, ‘mente’, ‘mind’. es calificada de ‘four-letter word', esto es «p a la b ra de cuatro letras», expresión con que coloquialmente se alude en inglés a los términos obscenos o escatológicos, que, en muchos casos, tienen efectivamente esta particularidad ortográfica.]

la diferen cia entre los tiem pos de reacción para las oraciones afirm ativas activas y para las negativas pasivas podía deducirse com binando las d ife­ rencias para las oraciones activas y pasivas, p o r un lado, y para las oraciones positivas y negativas, p o r otro. A l prin cip io esto se in terpretó com o una con­ firm ación un tanto espectacular de la hipótesis de que el tratam iento m ental de las oraciones incluía reglas tales com o la de form ación pasiva y de inser­ ción negativa (form uladas com o reglas transform ativas en la prim itiva ve r­ sión de la gram ática generativa chom skyana). Más tarde se cayó en la cuenta de que concurrían otras variables potencialm ente pertinentes y que cuando éstas eran debidam ente introducidas, en la m edida de lo posible, los resul­ tados eran m enos nítidos. De hecho, a lo largo de la década de 1960 a 1970 se hizo evidente que, aunque llevam os efectivam en te una gram ática generativa de la lengua nativa en la cabeza, es probable que la estructura del m odelo que elabora el lin ­ gü ista para esta gram ática no re fleje las operaciones que se realizan e fe cti­ vam en te en el tratam ien to lingüístico. Y a que, en efecto, el lingüista om ite de un m odo deliberado todos aquellos factores que, aun estando evidente­ m ente vinculados al com portam iento lingü ístico (lim itaciones de la atención y la m em oria, m otivación e interés, conocim iento factual y preju icios ideo­ lógicos, etc.), no son expresam ente pertinentes para definir la buena form a ­ ción en las distintas lenguas ni para form u la r los hechos generales sobre la naturaleza del lenguaje. En el supuesto de que las gram áticas generativas sean psicológicam ente reales, esto es, de que tengamos sistemas de reglas n eu rofisiológicam en te alm acenados en el cerebro, es razonable suponer que, en la produ cción y com prensión de enunciados, se ponen en ju ego otras re­ glas o estrategias psicológicas que nos perm iten pasar p or alto algunas de las reglas gram aticales propiam ente dichas. En todo caso, está bien claro (p. ej., p o r el hecho, más bien trivial, de que tendem os a no notar erratas de im pren ta o descuidos en la d icción ) que la com prensión lingüística se basa en el m uestreo y no en el tratam iento com pleto de la señal de entrada. De un m odo sem ejante, y com o se desprende de la observación diaria y aún puede dem ostrarse experim entalm ente, em pezam os estableciendo predicciones sobre la estructura gram atical de los enunciados (para no m encionar la es­ tructura fon ológica y el significado) en cuanto nuestro in terlocu tor se pone a hablar. A m enos que estas predicciones queden invalidadas — de lo que no nos dam os cuenta a menos que entren en contradicción con otra in form a ­ ción contenida en la señal que hem os ido a escoger en el m uestreo— , no nos es im p rescindib le exam inar toda la estructura lingüística de un enun­ ciado para com pren derlo. P o r éstas y otras razones, la investigación del llam ado problem a de la realidad psicológica ha resultado ser m uchísim o más com p leja de lo que llegaron a en trever los psicólogos de hace dos decenios. H em os de consignar asim ism o que, aunque el p rop io Chom sky mantenga la postura de que hasta ahora los lingüistas deben continuar desestim ando todo lo que se sabe sobre m ecanism os y procesos psicológicos para configurar la com petencia lingüís­ tica, son bastantes ios gram áticos generativistas que discrepan de él. En la

actualidad, el m ovim iento en fa v o r de lo que se denomina la gram ática psi­ cológicam ente real parece ganar fuerza. Cualquiera que sea la posición adop­ tada en cuanto al problem a de la realidad psicológica — en sus dos interpre­ taciones— y en cuanto a su relevancia para la lingüística, no hay la m enor duda de que la investigación psicológica sobre el almacenamiento y el trata­ m iento lingüístico ha alcanzado un considerable progreso durante los últimos años gracias a la influencia del generativism o chomskyano. Muchos de los resultados experim entales, en relación con las estrategias perceptivas, la fun­ ción de la m em oria de corto alcance, la in terpretación de enunciados am bi­ guos, etc., conservan su validez, aun a pesar de que las diversas hipótesis que dieron lugar a los experim entos (p. ej., la de que los enunciados Son tratados en dos niveles de análisis, uno de estructura profunda y o tro de es­ tructura su perficial) hayan sido abandonadas. L o que hizo tan atractiva, para los psicólogos ante todo, la teoría de Chomsky sobre la estructura lingüística fue el hecho de que daba lugar a hipótesis experim entalm ente com probables. N i que decir tiene, la teoría m ism a no es en absoluto invulnerable desde un punto de vista lingüístico más estricto. Existen también razones filosóficas para poner en entredicho, si no rechazar, el em pleo chom skyano del térm ino ‘ conocim iento’ en relación con la com petencia lingüística. Se ha afirm ado que la com petencia (esto es, el saber que se manifiesta en form a de com ­ p o rta m ien to) es d iferen te del tipo de conocim iento que cabe describir com o convicción genuina. Más en general, puede afirm arse que la teoría de Chomsky sobre la m ente es intelectualista en demasía, pues, contra las concepciones tradicionales de la estructura de la mente, nada dice acerca de las facultades no cognoscitivas: las em ociones y la voluntad. E l p rop io Chomsky, en diver­ sas ocasiones, se ha defendido contra críticas filosóficas de esta clase. Aunque, la investigación psicolingüística esté fuertem ente influida por el generativism o durante los ú ltim os años, sería erróneo suponer que todos los psicólogos que trabajan sobre el lenguaje se han dejado im presionar por la validez de tal o cual m odelación generativa del sistem a lingüístico. La inves­ tigación ha continuado indagando muchos de los temas tradicionalm ente reconocidos en la psicología del lenguaje — lengua y pensamiento, lengua y m em oria, etc.— , en el m arco de teorías que no operan con la distinción de com petencia y actuación o que son indiferentes a su form ulación específica­ m ente chomskyana. En cuanto a la cuestión del lenguaje y el pensamiento, Chomsky, com o hemos visto, adopta la concepción tradicional, característica de los raciona­ listas del siglo x v n , de que la lengua sirve para expresar un pensamiento preexistente totalm ente articulado. E sta postura fue puesta en tela de ju icio en el siglo x v m p o r los filósofos franceses Condillac (1746) y Rousseau (1755) y algo más tarde, en su célebre tratado sobre el origen del lenguaje, por el estudioso alemán H erd er (1772). Este últim o, en particular, adoptó la idea de que la lengua y el pensam iento han evolucionado conjuntam ente, siendo por ello inseparables, y de que, en la m edida en que las lenguas nacionales de la humanidad difieren en vocabu lario y en estructura gram atical, deter­ minan y reflejan unos esquemas nacionales de pensamiento. Com o verem os

más adelante, hay un desarrollo lineal desde H erder hasta Sapir y W horf, quienes han popularizado unas tesis esencialmente iguales sobre la determ i­ nación y la relatividad lingüísticas en la Am érica del presente siglo (cf. 10.2). L o único que debe mencionarse de m om ento es que la llamada hipótesis whorfiana ha sido o b jeto de bastante investigación experim ental y que los resultados obtenidos están en concordancia con la versión más m oderada de la hipótesis, según la cual la lengua que se habla influye en el pensamien­ to, aunque no lo determina.

8.6

Ciencia cognoscitiva e inteligencia artificial

El m otivo principal que nos ha animado a tratar en un breve apartado espe­ cial la c i e n c i a c o g n o s c i t i v a y la i n t e l i g e n c i a a r t i f i c i a l radica en la necesidad de llam ar la atención sobre una disciplina evidente­ mente autónoma, y en plena expansión actualmente, que abarca la filosofía, la psicología y la lingüística, así com o la cibernética, si bien no puede clasi­ ficarse bajo ninguno de estos epígrafes. Los propios térm inos de ‘ciencia cognoscitiva’ e 'inteligencia artificial’ resultan un tanto engañosos, pues pa­ recen reducir el ám bito de estudio a aquellos procesos mentales que tradi­ cionalm ente se adscribían a la facultad de razonar; y, a su vez, ‘ciencia cog­ noscitiva’ no facilita ninguna indicación sobre el m odo peculiar de em pren­ der el estudio de la m ente y de los procesos mentales que se practica en esta disciplina. En el supuesto de que atribuyam os una interpretación sufi­ cientem ente am plia a ‘inteligencia’, podem os decir, siguiendo a M insky (1968: v ), un em inente teórico dentro de esta disciplina, que en ella nos ocupamos de «la ciencia que hace que unas máquinas hagan cosas [cu ya realización] requiere inteligencia si las hacen los hom bres». Y una de estas cosas, por descontado, es la producción y com prensión de lenguaje. Pero hagamos, ante todo, una advertencia. Aunque se llegara a conseguir que un orden ador hiciese todo lo que actualmente se adscribe a procesos mentales cuando lo hace el hom bre, ello no significaría que el hom bre no es más que una máquina. Sin program ación, un ordenador no puede hacer nada de algún interés al respecto. Es el program a (e l ‘ softw are’ ) y no la es­ tructura física (e l ‘hardw are’ ), lo que capacita al ordenador para im itar un com portam iento inteligente. N o faltan quienes sostendrían que el program a guarda casi la misma relación con el ordenador com o la m ente con el cere­ bro, y que concibiendo el cerebro humano vivo com o un orden ador especial­ mente program ado podem os salvar, si no resolver, el problem a tradicional de la mente y el cuerpo. En cualquier caso, hay que hacer hincapié en que la inteligencia artificial,.es neutra p o r sí misma con respecto a la oposición en­ tre el dualismo y el m onism o, por una parte, y entre el m aterialism o y el idea­ lism o, p o r otra. Y no se inmiscuye en la dignidad humana ni en el lib re al­ bedrío.

Una de las prim eras y más saludables lecciones que se extrae al intentar com poner aun el más sim ple program a de ordenador consiste en com pren­ der que hay muy pocas cosas simples en ello, si es que las hay, a la vista de que cada paso ha de ser especificado con tod o detalle. Y nos acom ete un m ayor respeto todavía p or la com plejidad, en gran parte oculta, de nuestros cotidianos procesos mentales, entre ellos los que intervienen en la producción y com prensión de enunciados lingüísticos. Más im portante aún, encontram os que nuestra atención atiende a factores que de otro m odo podríam os dar p o r sentados debido a que (para decirlo en lenguaje cibern ético) están co­ nectados al hardw are o preprogram ados com o subrutinas genéticam ente de­ term inadas [y pertenecen a la m em oria interna del ord en a d or]. H asta el presente, la sim ulación del tratam iento lingüístico por m edio de ordenadores no ha tenido un im pacto decisivo en el desarrollo de la teoría lingüística o psicolingüística. Pero ha ejercid o una notable influencia en el debate sobre el problem a de la realidad psicológica, a que hemos aludido en el apartado anterior, aportando al menos una cierta m edida de la com plejidad que o fre ­ cen distintas operaciones incursas en la elaboración lingüística y del tiem po que se requ iere para llevarlas a cabo. Gran parte de la im portancia que atribuim os a la ciencia cognoscitiva y a la inteligencia artificial depende de nuestra propia actitud sobre la capa­ cidad explicativa de la m odelación en las ciencias naturales y sociales. Un m odelo puede im itar con éxito el com portam iento de un sistema físico, un organism o o una institución social, en ciertos aspectos, sin tener necesaria­ m ente la estructura interna de la entidad de la cual es m odelo. P o r o tro lado, cuanto más co m p lejo es el com portam iento y más diversificados los puntos de contacto entre el m odelo y lo que se conoce de la entidad m odelada, más seguros podem os esta r de que se hallan en correspondencia estructural. P o r este criterio, cualquier logro en la sim ulación del tratam iento lingüístico a través de ordenador, a p a rtir de lo que la psicología puede allegar sobre la m em oria, las estrategias perceptivas, tiem pos de reacción, etc., y lo que la lingüística pueda decir sobre la estructura del lenguaje, está encam inado a acrecentar nuestra com prensión sobre el lenguaje y la mente. P ero está fuera de nuestro alcance saber si algún día el ordenador llegará a sim ular todos los procesos mentales que intervienen en la producción y com prensión del lenguaje.

A M P L IA C IO N

B IB L IO G R Á F IC A

P a r a la s b a s e s filo s ó fic a s , c f. E d w a r d s (1 9 6 7 ) s o b r e 'P r o b l e m a d e la m e n t e y e l c u e r ­ p o ', 'I d e a l i s m o ', 'M a t e r ia lis m o ', e tc . [ T a m b i é n F e r r a t e r (1 9 7 9 ).] P a r a la p s ic o lin g ü ís t ic a e n su s e n t id o e s c u e to , v é a n s e A it c h is o n (1 97 6); G r e e n e (1 9 7 2 ); S lo b in (1971), t o d o s e llo s i n t r o d u c t o r io s y a m e n u d o c o m p le m e n t a r io s e n ­

t r e sí. M á s e x t e n s o es C la r k & C la r k (1977). A ñ á d a n s e , a d e m á s , J a k o b o v its & M ir o n (1967); J o h n s o n -L a ird & W a s o n (1 97 7); O ld fie ld & M a r s h a ll (1968). [H ó r m a n n (1973, 1982); S c h a ff (1 9 6 7 ).] S o b r e le n g u a je y c e r e b r o , a fa s ia y n e u r o lin g ü ís tic a , v é a n s e A k m a jia n , D e m e r s & H a r n is h (1979), c a p ít u lo 13 y F r y (1 97 7), c a p ítu lo 9, p a r a u n a v is ió n d e c o n ju n t o e le m e n ta l. E n B la k e m o r e (1 9 7 7 ) s e e n c u e n tr a m u c h a in fo r m a c ió n p e r t in e n t e en f o r m a d iv u lg a t iv a . [T a m b i é n L e n n e b e r g (1975, 1982).] S o b r e la a d q u is ic ió n lin g ü ís tic a , p u e d e r e c o m e n d a r s e V illie r s & V illie r s (1979) c o m o in tr o d u c c ió n b r e v e , e c o n ó m ic a y s u g e s tiv a . V é a s e ta m b ié n D o n a ld s o n (1978). E n t r e lo s m a n u a le s (a d e m á s d e lo s tr a ta d o s m á s e x te n s o s s o b r e p s ic o lin g ü ís t ic a ) h a y q u e a ñ a d ir D a le (1 9 7 6 ); E l l i o t (1 98 1); M c N e ill (1970). C r y s t a l (1 9 7 6 ) d a u n a v is ió n n o té c n ic a d e lo s te m a s t e ó r ic o s y d e lo s p r in c ip a le s h a lla z g o s , c o n e s p e c ia l a t e n c ió n a la s n e c e s id a d e s d e p r o fe s o r e s y lin g u o -te ra p e u ta s . L a p a n o r á m ic a m á s c o m p le t a , c o m p e t e n t e y a c tu a liz a d a s o b r e la t e o r ía y la in v e s t ig a c ió n se e n c u e n ­ tr a e n F le t c h e r & G a r m a n (1 9 7 9 ). [F r a n c e s c a t o (1 9 7 1 ).] E n c u a n to a la in flu e n c ia d e C h o m s k y s o b r e la f ilo s o fía y la p s ic o lo g ía , c o n ­ s ú lte s e G r e e n e (1 97 2); L y o n s (1 97 7a ), c a p ítu lo s 9-10 y , j u n t o c o n la s o b r a s c ita d a s m á s a r r ib a p a r a la p s ic o lin g ü ís t ic a y e n e l c a p ítu lo 7 p a r a e l g e n e r a t iv is m o , H a c k in g (1 9 7 5 ); H a r m a n (1974); H o o k (1969). S o b r e C h o m s k y en r e la c ió n c o n P ia g e t, v é a s e P ia t t e lli- P a lm a r in i (1979). [ T a m b i é n A c e r o , B u s to s & Q u e s a d a (1 98 2); C h o m s k y (1971, 1977); C h o m s k y e t a lii (1 9 7 0 ); F o u c a u ld (1968); P ia g e t (1 9 6 6 ).] E n t o r n o a la c ie n c ia c o g n o s c it iv a y la in te lig e n c ia a r t ific ia l, c o n s ú lt e n s e B o b r o w & C o llin s (1975); B o d e n (1 97 7), 3.“ p a r t e ; C h a r n ia k & W ilk s (1 97 6); F o d o r (1975); M in s k y (1 96 8); R it c h ie (1 9 8 0 ); S lo m a n (1 97 8); W ilk s (1972); W in o g r a d (1972). [S in g h (1 9 7 2 ).]

1. «El conocim iento del lenguaje e s consecuencia de la correlación entre estruc­ turas inicialm ente dadas de la mente, p ro ce so s de m aduración y la interacción con el medio ambiente» (Chom sky, 1972b: 26). Com éntese. 2. ¿E n qué asp ecto s difiere el m e n t a l i s m o chom skyano de otras doctrinas m ás tradicionales a fas que se aplica el m ism o térm ino? 3. Expóngase lo que s e entiende por adquisición y tratamiento lingüísticos.

lateralización

con referencia a la

4. ¿Q u é evidencias hay en favor de la existencia de un p e r í o d o para la adquisición lin gü ística ?

crítico

5. ¿Q u é e s la a f a s i a ? H á ga se un inform e no técnico sobre los sín to m as de s u s tipos m ás com unes. ¿Q u é indican acerca de los fundam entos neuroanatómico s del habla y del lenguaje? 6. «El concepto de adquisición lingüística desem peña dos funciones en la teoría chom skyana: primero, da cuenta de las so rprendentes sim ilitudes que hay entre las lenguas hum anas, inclu so entre aquellas que, por lo que se sabe, carecen de relación histórica y geográfica... La segunda... sirve para explicar la rapidez, facilidad y regularidad con que lo s niños aprenden su prim era lengua...» (Sm ith & W ilson, 1979, 249-51). Com éntese. 7. ¿H a sta qué punto depende el desarrollo lingüístico del desarrollo cogn osciti­ v o ? C om párense, a este propósito, lo s puntos de vista de C h o m sk y y de Piaget. 8. Expliqúese por qué el aparente retroceso del niño al pasar de decir escrito, hubo, supo, etc., a decir escribido, habió, sabio, etc., debe considerarse, [p o r el contrario], com o prueba de p ro greso norm al en fa adquisición lingüística.

9. ¿Q u é función desempeña el refuerzo paterno por medio de prem ios y castigo s en la adquisición de la lengua por parte de los niños? 10. «... incluso en las sociedades no occidentales donde los herm anos m ayores asum en buena parte del cuidado de los niños, el niño pequeño recibe una e s­ timulación lingüística simplificada» (Villiers & Villiers, 1979: 99). Com éntese la función del llamado [en otras partes] m a t e r n é s [esto es, ‘lengua m aterna'] en la adquisición lingüística infantil. 11. ¿Puede usted facilitar una explicación plausible sobre el uso de la llamada h a b l a t e l e g r á f i c a por los niño s? 12. Los psicólogos hablan con frecuencia del l é x i c o - m e n t a l . refieren? ¿C ó m o se puede acometer su estudio?

¿ A qué se

13. ¿Q u é enseñanzas pueden extraerse sobre el almacenamiento y elaboración de la lengua a partir de la observación de los errores de habla? 14. C ítense y evalúense algunas de las pruebas experimentales que tengan re­ lación con la r e a l i d a d p s i c o l ó g i c a de las gram áticas generativas. 15. ¿Q u é pueden esperar aprender sobre el lenguaje el lingüista y el psicólogo de la investigación en la c i e n c i a c o g n o s c i t i v a y en la i n t e l i g e n c i a

artificial?

9. Lengua y sociedad

9.1

Sociolingüística, etnolingüística y psicolingüística

H asta el presente no existe un m arco teó rico generalm ente aceptado y den­ tro del cual quepa estudiar m acrolingüísticam ente la lengua desde puntos de vista distintos e igualm ente atractivos; com o el social, el-cultural, el psicoló­ gico, el b iológico, etc. (c f. 2.1). Más aún, hay m otivos incluso para dudar, com o m ínim o, de que pueda diseñarse nunca un m arco teórico así. M erece la pena no o lvid a r esto. En la actualidad pocos lingüistas suscribirían los principios positivistas del reduccionism o tal com o los propugnaron B loom field y sus seguidores hace m edio siglo en los Estados U nidos (c f. 2.2). P ero son muchos los que abogan p o r un tipo más m oderado de reduccionism o y conceden p riorid a d a un determ inado vínculo entre la lingüística y alguna de las diversas disci­ plinas que se ocupan de la lengua. Algunos, com o Chomsky y los gerierativistas, subrayarán los puntos de contacto entre la lingüística y la psicología cognoscitiva; o tros sostendrán que, com o la lengua es una institución que funciona y se m antiene en la sociedad, no cabe establecer, ¿n ú ltim o térm ino, ninguna distinción entre lingüística y sociología o antropología social.. Es na­ tural que un determ inado grupo de estudiosos adopte, p or polarización p ro ­ fesional, form ación u otros intereses más concretos, uno de estos dos puntos de vista con preferen cia sobre el otro. P ero hay que condenar, desde luego, la tendencia en que incurren quienes presentan una determ inada actitud com o si fuese la única científicam ente justificable. Actualm ente existen diversas ramas reconocidas de la m acrolingüística — psicolingüística, sociolingüística, etnolingiiística, etc.— , que son interdisciplinarias, ya que, tal com o se cu lti­ van en el presente, congregan el uso de técnicas y conceptos teóricos p roce­ dentes de dos o más disciplinas. Contra lo que se a firm a en los tratados más tendenciosos, la lingüística no guarda ninguna predilección ni proxim idad m etodológica intrínseca con una u otra de las disciplinas con que colabora en la investigación m acrolingüística.

N o sólo falta un m arco teórico generalm ente adm itido dentro del cual puedan interrelacionarse satisfactoriam ente todas las disciplinas que tienen qu e v e r con la lengua. Muchas de estas disciplinas se encuentran enzarzadas en conflictos de delim itación entre ellas y aun en controversias internas. Así, p o r ejem plo, cabe preguntarse cuál es la diferencia entre la sociología y la antropología. O cóm o se in tegra la psicología cognoscitiva en la psicología social. Las preguntas de este talante afectan inevitablem ente a la propia concepción sobre sectores interdisciplinarios com o la sociolingüística, la etnolingüística y la psicolingüística. N o debem os sorprendernos, pues, ante di­ feren cias de opinión sobre el m odo de definirse y deslindarse estos sectores y ante el hecho de que tales diferencias se reflejen en los manuales más corrientes. , Según la definición más am plia de s o c i o l i n g ü í s t i c a (q u e muchos especialistas rechazarían precisam ente por ser tan am plia), cabe d ecir que es « e l estudio de la lengua en relación con la sociedad» (cf. Hudson, 1980: 1). E n un plano sem ejante, puede definirse la e t n o l i n g ü í s t i c a com o el estu dio de la lengua en relación con la cultura, tom ando ‘cultura’ en el sen­ tid o en que lo em plea la an tropología y, más en general, las ciencias sociales (c f. 10.1). Ahora bien, la cultura, en este sentido, presupone la existencia de la sociedad, m ientras que la sociedad, a su vez, depende de la cultura. De ahí se sigue que, a p a rtir de las definiciones más am plias de ‘ sociolingüística’ y ‘ etnolingüística’, ambas ram as de la m acrolingüística se superponen en muy considerable m edida. Cada ram a se vuelve más estricta si se añade a su res­ p ectiva definición la condición de que la teoría y la in vestigación han de orien tarse prim ordialm en te hacia la lingüística y no tanto a la sociología, la antropología, la psicología, etc., y que, en consecuencia, deben circunscribirse ante todo a la pregunta de «¿Q u é es el len gu aje?» (cf. 1.1). Claro que esta con­ d ició n adicional tam poco reduce de un m odo significativo aquel grado de in­ tersección. P o r tod o ello, la división de contenido entre este capítulo y el siguiente resultará un tanto arbitraria. De cualquier m odo, ningún capítulo llega a a barcar tod o el ám bito tem ático a que se aplica. De ahí que m e lim ito a se­ leccion ar algunos de los temas o b je to de reciente tratam ien to e investigación y a tratarlos en virtu d de su relación más o menos inm ediata con la estruc­ tura de las sociedades o con sus creencias y costum bres. P o r su p rop ia natu­ raleza, esta distinción es inevitablem ente artificiosa a veces. Incluso la distinción en tre psicolingüística, p o r un lado, y sociolingüística o etnolingüística, p o r otro, puede crear d ificú lteles en especial si se define la p s i c o l i n g ü í s t i c a de un m odo lato com o el estudio de la lengua y la mente. M ucho de lo que hoy aparece en distintas ramas de la m acrolin­ güística se hubiese clasificado treinta años atrás com o o b je to de la psico­ lingüística. Com o en muchos otros campos, tam bién existen m odas pasajeras en estos asuntos. En la actualidad, por ejem plo, está en boga qu e la psicolin­ güística tenga más p redilección por lo universal y biológicam en te determ ina­ do que p or las variaciones derivadas de lo social y cultural. A su vez, la sociolingüística propende a ocuparse casi exclusivam ente de la variedad lin­

güística. Ahora bien, no hay que pensar tam poco que estas diferencias de actitud y predilección m etodológica sean cruciales en la definición de ‘psico­ lingüística’ o ‘ sociolingüística’. En principio, no hay m otivo para que la psi­ colingüística no se ocupe de la diversidad y variabilidad de las lenguas hu­ manas o, a la inversa, para que la sociolingüística no se interese por los universales lingüísticos y sociales. En el capítulo anterior sobre el lenguaje y la m ente apenas hemos dicho nada sobre los determinantes sociales y cul­ turales, claramente, no biológicos, de la estructura lingüística. Señalamos, sin em bargo, que se han realizado indagaciones a partir de la llam ada hipótesis de W h o rf o de Sapir-W horf (cf. 8.5). De ello nos ocuparemos con más dete­ nim iento en el capítulo 10 bajo la rúbrica de ‘Lengua y cultura’, aun cuando convendría igualmente bien bajo la de ‘Lenguaje y m ente’.

9.2.

Acento, dialecto e idiolecto

A nteriorm en te ya nos hemos referid o a la variedad lingüística en la escala lengua-dialecto-idiolecto a propósito de la ficción de la hom ogeneidad (cf. 1.6). Hem os presentado asim ism o la distinción entre acentos y dialectos. En este apartado tratarem os sobre la im portancia social de estos tipos de variedad lingüística. La diferen cia más evidente entre los térm inos ‘ acento’ y ‘ dialecto’ radica en que el p rim ero se aplica sólo a variedades de pronunciación, mientras que el segundo com prende tam bién diferencias de gram ática y vocabulario. Pero en el uso cotidiano se confunden a menudo. Por ejem plo, de todo el que hable un inglés estándar con algo propio de un cierto acento regional se dirá que habla en dialecto. A qu í em pleam os la frase ‘ en dia lecto’ en ün sentido vulgar para aludir a «un dialecto distinto del inglés estándar». Por su parte, la frase «con acen to» se utiliza análogamente en la Gran Bretaña, y especialm ente en Inglaterra, para referirse a «un acento distinto de la ‘Received Pronunciation’ » (cf. 3.2) o bien a «u n acento distinto al que yo tengo por habitu al».1 T od o el mundo habla en uno u o tro dialecto, del m ism o m odo que todo el mundo habla con uno u o tro acento. Y cabe aun la posibilidad de que distintas personas hablen un m ism o dialecto con acentos muy d ife­ renciados. Con gran frecuencia se em plean [en in glés] térm inos com o ‘ cockney’ [(e l habla suburbial de L o n d res)], ‘geord i’ (e l habla de N ew castle y Tyn eside) y ‘ scouse’ (el habla de L iverp o o l) para aludir a quienes, p o r su gram ática y vocabulario, em plean un dialecto que para todos los efectos prác­

1. [ A l d ec ir de N a v a rro T om á s (1961: 8), e l e q u iva len te d e la R P en e l esp añ ol pen in ­ sular se situ a ría en la p ron u n ciación «ca stella n a sin v u lga rism o y culta sin a fectación , es­ tu diada esp ecialm en te en e l am b ien te u n iv e rs ita rio m a d rile ñ o ».]

ticos vale clasificar com o inglés estándar.2 En seguida observarem os la sig­ nificación social que tiene actualmente la distinción entre dialectos estándares y no estándares (cf. 9.3). Aquí hemos de subrayar la im portancia de no confun­ dir, digamos, la R P con el ‘inglés estándar’ (tal com o suelen confundirse, en expresiones diarias, ‘The Queen’s English’, «e l inglés de la R ein a», y el ‘BBC English’ «e l inglés de la B B C ») cuando se describe el habla de los habitantes de la Gran Bretaña y, en especial, de Inglaterra. Conviene señalar asimismo que a menudo se emplean dem asiado vaga­ mente, incluso entre lingüistas, térm inos com o ‘inglés britán ico’ o ‘inglés ame­ ricano’ com o si se refirieran a dos dialectos relativam ente uniform es de una misma lengua. Desde luego, existen numerosas diferencias léxicas entre el habla del am ericano educado m edio y de su réplica de inglés, galés, escocés o irlandés: ‘elevator’, frente a ‘ lift ’, «ascen sor»; ‘gas’ frente a ‘p e tro l’, «ga so­ lina», etc. Ahora bien, en su m ayor parte, el vocabulario del inglés am ericano estándar y, en tanto que pueda hablarse de él, del inglés britán ico estándar es único. L o m ism o ocurre con la estructura gram atical, aun cuando haya construcciones o form as de palabras típicam ente americanas ( I t is im p o rta n t that you n o t com e [en lugar de I t is im p orta n t that you don ’t com e, «E s im portante que no v en g a s»]; g otten [en lugar de got, particip io pasado del verbo ‘g e t’, «ad qu irir, . .. » ]; etc.) o típicam ente británicas (in hospital [en vez de in the hospital, «en el h o sp ita l»]; between you and I [en vez de betw een you and me, «en tre tú y y o » ] m ove house [en vez de sólo m ove, «m udarse de c a s a »]; etc.). N o obstante, tales form as y construcciones no son num ero­ sas en los dialectos corrientes de ambos países y algunas ni siquiera se uti­ lizan en todas las regiones de Am érica y Gran Bretaña.3 Contra lo que ocurre con el térm ino ‘ inglés am ericano’ (o ‘ australiano’, ‘caribeño’ o ‘ de la In d ia ’ ), ‘inglés britán ico’ resulta engañoso en o tro respecto también. En general, p o r ‘inglés am ericano' se entiende «e l inglés estándar com o se habla (y se escribe) en los Estados U nidos». En cam bio, muchos de los autores que em plean el térm ino ‘inglés britán ico’ lim itan tácitam ente su sentido hasta considerarlo «e l inglés estándar com o se habla (y escribe) en la Gran B retaña». Y hay, desde luego, buenas razones sociopolíticas para p roce­ der así, ya que ésta fue la m odalidad de inglés estándar que sirvió para la adm inistración y la educación en todo el Im p erio Británico. Sin em bargo, el térm ino ‘ inglés britán ico’ pasa p o r alto que el inglés escocés y el inglés ir­

2. [C o n desigual ap roxim ación , cabe c ita r tam bién e f cheli y el lu n fa rd o , ju n to a l sayagués, p an och o, p ejin o , etc., en el ám b ito h isp án ico.] 3. [A lg o m u y an álogo puede decirse del llam ad o español de A m éric a con re sp e cto a l de E spaña (lo s cuales pueden a ltern a r con la den om in ación ‘ c astellan o ’ s igu ien d o pautas y trad icion es d e análisis p r o lijo ). D en tro de una evid en te unidad, son m u y num erosas las con stru ccion es y forjn a s léxicas discrepantes. Piénsese, p o r e je m p lo , en usos p ro n o ­ m in ales a ltern a tivo s c om o Vosotros salís pronto fren te a Ustedes salen pronto o in clu so Ustedes salís pronto, o bien Si vos te vas, iré con vos fre n te a Si tú te vas, iré contigo (c f. 10.4); o en térm in os co m o ‘ coch e’ y ‘ c a rro ’ , ‘ m e lo co tó n ’ y ‘ d u ra zn o’ , ‘ p a v o ’ y ‘ g u a jo ­ lo te ’ , ‘ c h ic o ’ y ‘ p ib e ’ , etc.]

landés guardan la m ism a relación con el inglés de In gla terra que el inglés am ericano. Y aquellos dos difieren del inglés británico, en este em pleo usual del térm ino, más que, p o r ejem plo, el inglés australiano o e l de la India. En rigor, sería más razonable clasificar el inglés australiano o de la In dia b a jo la denom inación de ‘inglés britán ico’ que hacer lo p rop io con el inglés esco­ cés e irlandés. Desde un punto de vista bastante general, pueden considerarse com o variantes ligeram ente distintas de un m ism o dialecto. Y com parado con muchas otras lenguas habladas en territorio s extensos, el inglés aparece muy estandarizado en cuanto a gram ática y vocabulario (9.3). Com o vim os antes, dos sistemas lingüísticos son iguales (al m argen del m edio en que se m anifiesten) si, y sólo si, son isom órficos (c f. 2.6). Precisa­ m ente p o r ello, porqu e dos o más sistemas lingüísticos fonológicam ente idén­ ticos pueden realizarse de un m odo diferen te en el m edio fónico, es p o r lo que cabe decir que un m ism o dialecto de una lengua se pronuncia con un determ inado acento (cf. 3.4), pues ‘acento’ abarca todos los tipos de variación fonética, incluido el subfoném ico, esto es, el que no alcanza el n ivel del con­ traste funcional, tal com o aplican esta noción los fonólogos. P o r ejem plo, la presencia o ausencia de distinción fonética entre los llam ados alófon os os­ curos (es decir velarizado: cf. 3.3) y claro (o no velarizado) del fonem a /l/ en inglés no es funcionalm ente pertinente en el sentido estricto de ‘funcio­ nal’.4 En cam bio, sí lo es para iden tificar el acento de alguien. L o m ism o sucede con la peculiar cualidad del alófon o en determ inadas posiciones: el grado de velarización, ju n to con otras diferencias fonéticas, sirve para dis­ tinguir el acento de B ristol y el sudoeste de In gla terra fren te al de muchas otras regiones (c f. Hughes & Tru d gill, 1979). Veam os o tro ejem plo. H a y un grado bien perceptible de nasalidad en la pronunciación de las vocales, en ciertas posiciones, en muchos acentos am ericanos, lo que constituye, p o r cier­ to, una de las diversas claves (ju n to con otras diferencias de tim bre vocá­ lico, para no m encionar otras de naturaleza prosódica: cf. 3.5) para distinguir el acento am ericano de muchos otros no americanos.5 Una vez más, se trata de un fenóm eno no funcional en el sentido estricto de la palabra. Por el contrario, existen diferencias de acento que pueden alterar efe cti­ vam ente la identificación de form as. P o r ejem plo, la distinción fon ém ica que aparece ejem plificada, en muchos acentos del inglés incluida la RP, en el con­ traste vo cá lico /to/ : / a / de p u t : p u tt, co u ld : cud, b u tch er : b u tter, etc., no existe en los acentos del n orte y el in terio r de Inglaterra. En consecuencia, hay form as — especialm ente infinitivo, presente sim ple y particip io presente de ‘put’, «p o n e r », y ‘pu tt’, «em p u ja r su avem ente» [d e donde ‘ patear’, entre gol­

4. [S e re fie re a dos m o d alid ad es a lo fó n ica s con d icion ad as p o r el c on tex to , d e m o d o que [1] c la ra ap arece an te vocales p alatales y [1] oscura en las dem ás posicion es. E n es­ p añol peninsular, en cam b io , un acento con [1] v ela riza d a den un ciaría, p o r ap ro x im a c ió n , el o rige n portu gu és o catalán del h ab lan te.] 5. [A lg o sem e ja n te sucede con la nasalid ad más gen era liza da de gran p a rte d e l esp a­ ñ ol ca rib eñ o .]

fis ta s ]— que se distinguen en la R P, pero no en la pronunciación de aquellas otras zonas. P o r supuesto que las diferencias de contexto (ju n to con las sin­ tácticas que separan ‘put' de ‘ pu tt’) suelen aclarar, incluso en la lengua escrita, si p u ttin g es form a de ‘put' o de ‘ pu tt’. A pesar de todo, se trata de una d ife­ rencia de acento en correspondencia con otra de dialecto, pues los sistemas lingüísticos subyacentes no son isom órficos en el plano fonológico.6 En consecuencia, los térm inos ‘acento’ y ‘dia lecto’ no son com plem entarios, co m o podría desprenderse de la exposición anterior sobre la posibilidad de h ablar un m ism o dialecto — y en particu lar el inglés estándar— con uno u o tro acento. En lo que atañe a la gram ática y al vocabulario, lo que consti­ tuye en esencia un dialecto u n iform e puede m anifestarse a base de sistemas fo n o ló gico s más o menos distintos. Esto es lo que ocurre con el inglés es­ tándar. P o r ejem plo, los sistemas vocálicos de los respectivos acentos del inglés escocés y del irlandés están lejo s del isom orfism o, según el crite rio d el contraste funcional, fren te a la R P o a cualquier o tro acento inglés. La especial im portancia sociolingüística que adquiere la noción de acen­ to, aun cuando queda parcialm en te solapada con la de dialecto, reside en qu e los m iem bros de una determ inada com unidad lingüística a m enudo reac­ cionan igual ante diferencias subfoném icas y foném icas de pronunciación que ante indicios de procedencia regional o social del hablante. Y en tanto que así sucede, conscientem ente o no, puede decirse que las llamadas diferencias subfoném icas resultan socialm ente, ya que no descriptivam ente, significati­ vas (c f. 5.1). Contra lo que han dicho muchos lingüistas, a los hablantes nati­ vos de una lengua no siem pre les pasan p o r alto las variedades puram ente alofónicas. P o r ejem plo, la pronunciación de una oclusiva glotal entre voca­ les co m o a lófon o de /t/, característica de muchos acentos urbanos de In gla­ terra y Escocia (en tre ellos los de Londres, M anchester y G lasgow ), es tan evid en te para la m ayoría de hablantes de inglés com o pueda serlo la supre­ sión de /h/ aspirada en el com ien zo de palabra. En cam bio, la aparición de oclu siva glotal en otras posiciones acaso no sea tan perceptible.7 La cuestión es que la sociedad puede estigm atizar ciertas diferencias fo ­ néticas entre acentos, tal com o sucede entre dialectos con ciertas d iferen ­ cias léxicas y gram aticales. A menudo, los padres y educadores procuran evi­ ta r tod o lo que denota condición social in fe rio r o regionalism o. Y aun cuando n o lo consigan, es evidente que desem peñan su parte en la perpetu ación de la creencia, dentro de la com unidad lingüística en general, de que tal o cual pronu nciación denuncia una cierta in ferio rid ad social o educacional, lo que con trib u ye a intensificar la sensibilización de la gente hacia ello. E n tre las num erosas diferencias de acento, ante las cuales la m ayoría de m iem bros de

6. [P ié n s e s e en la o p o s ició n en tre /s/ y /0/ {los a : lo z a ) d el esp añ ol p en in su lar sep­ te n trio n a l, casi in ex isten te en el resto d el d o m in io .] 7. [U n a in te rp reta c ió n an á log a p o d ría a trib u irse en esp añ ol p en in su lar a la a s im ila ­ ció n d e /r/ an te /I/: h a c e rlo [a 0 é l:o ]; la su p resión d e /d/ in te rv o c á lic a en d eterm in a d a s fo r m a s p a rticíp a le s: salvado [s a ljjá o ]; la a sp iració n d e /x/: m u je r [m u h é ], e tc .]

la comunidad responde de un m odo global, sin advertir a veces qué rasgos recusa exactam ente en el habla de los demás p or distinguirse de los propios, algunas son particularm ente im portantes y fáciles de identificar. En In glate­ rra entran dentro de esta categoría la falta de aspiración inicial en la pa­ labra y las oclusivas glotales intervocálicas, especialmente entre quienes aspiran a un nivel social superior al que consideran que de otro m odo les correspondería. La elim inación de [ r ] ante consonante en form as com o farm , fa rth er, etc., queda proscrita por razones sim ilares en Nueva Y ork , p ero no en Nueva Inglaterra, ni, desde luego, en Inglaterra, donde constituye preci­ samente un rasgo característico de la R P.8 T o d o esto ha quedado consignado hace ya mucho no sólo por lingüistas, sino incluso p o r cualquier lego observador e inteligente. Tam bién se ha ad­ vertid o que, en numerosos países, pero m uy especialmente en Inglaterra, se encuentra mucha más variedad regional en el habla de los estratos más bajos de la escala social que de los demás. Se ha estim ado que no más del 3 % de la población de In glaterra habla habitualm ente inglés con el acento propio de la RP, el cual suprime todo indicio sobre los orígenes regionales de los hablantes y constituye el producto, en muchos casos, de la educación esco­ lar. Un porcentaje muy superior de la población acusa un acento que se aproxim a a la R P en muchos aspectos fundamentales (la pronunciación de bath, etc.), pero contiene asim ism o indicios de algún origen regional. Los tra­ bajos sociolingüísticos más recientes han confirm ado estos extrem os, así com o tam bién que, en la inmensa m ayoría de casos, cuanto más b a jo es el nivel en la escala social (m ed id o a p a rtir de la educación, ingresos económ i­ cos, profesión, etc.), tanto más difiere el acento con respecto a la R P y más regionalizado aparece. N o obstante, se ha descubierto algo m uchísim o más im portante con las técnicas de seguim iento utilizadas ante todo por W illia m Labov en Am érica. Y es que el acento y el dialecto individuales varían sistem áticam ente con la form alid ad o in form alidad de la situación. P o r ejem plo, los neoyorquinos no pueden clasificarse sólo por si pronuncian o no [ r ] ante consonante en farm , fa rth er, etc. La m ayor parte de neoyorquinos de clase m edia ofrecen ambas pronunciaciones. En térm inos generales, cuanto más alto es el nivel social m ayor será la incidencia de form as con [ r ] preconsonántica en el ha­ bla poco cuidada y espontánea. Cuando se trata de situaciones digam os más solemnes, sin em bargo, se ha hallado que los hablantes de la clase m edia baja

8. [D e n tro de estas actitudes glob ales, a veces cam bian tes, pueden citarse en españ ol p en in su lar la p red ile cc ió n p o r el seseo (p o r el qu e masa y maza se pronuncian [m á s a ]), d elib era d a m en te gen era liza d o a veces e n tre can tantes y en d etrim en to d el ceceo, a m e­ n udo d en o stad o (p o r el que masa y m aza se pronu n cian [m á 0 a ]). De v ez en cuando, y ap aren tem en te p o r razon es de falso casticism o o d e in terés p ed agógico, b ro ta n d efen so res de la restau ración p ara < v > de [ v ] la b io d en ta l, desap arecida ya en el x vi. P o r el con ­ tra rio , la su p resión d e /d/ en p osición fin a l — v. gr., verdad [b e rS á ]— p arece gan ar adep­ tos y aun p re s tig io a costa de la solu ción [b e rg á B ], algo m ás defen d ida en o tros tie m p o s.]

presentan más incidencia de [ r ] preconsonántica que los de clase m edia su­ perior. Esto se ha interpretado plausiblem ente com o consecuencia de una m ayor sensibilización de los socialm ente menos seguros y más am biciosos. Otras conclusiones más o menos sim ilares aparecen tam bién en la investiga­ ción sociolingüística de acentos y dialectos en la Gran Bretaña (c f. Tru d gill, 1978). Especialm ente interesante resulta el descubrim iento de que, tanto en A m érica com o en Gran Bretaña, las m ujeres tienden a adoptar más que los hom bres el acento o dialecto que en general se considera p rop io de niveles sociales más altos. Existen diversas razones por las que las m ujeres resultarían más recep­ tivas a las normas y a los niveles sociales que los hom bres en las m odernas sociedades occidentales, desde el punto de vista lingüístico y aun en otros respectos. E ntre las propuestas, apoyadas p o r una cierta evidencia em pírica en lo que atañe a la R P en Inglaterra, hay que citar la de que, m ientras la conservación de un acento local confiere virilid ad y lealtad al grupo entre m uchos hom bres de las clases obreras del norte, el em pleo de la R P por par­ te de las m ujeres de la misma región les otorga una consideración más fa­ vo ra b le a los ojos de los demás en una serie de parám etros de evaluación, n orm alm en te asociados a la masculinidad algunos (com petencia profesional, dotes de persuasión, etc.) y otros a la fem inidad. Tanto si éste es o no el fa c to r determ inante en la diferenciación del habla de hom bres y m ujeres ante una m otivación de prestigio social en sentido lato, lo cierto es que el sexo es una de las principales variables sociolingüísticam ente pertinentes en todas las lenguas. H ay muchos casos bien documentados en la bib liogra fía especializada de diferencias dialectales debidas al sexo que no reflejan nece­ sariam ente las mismas actitudes hacia el n ivel o los com etidos sociales de h om bres y m ujeres, com o se ha apreciado eri la sociedad británica. La rela­ j ó n en tre la variedad lingüística y sus correlatos sociales es tal que su am­ p lia ció n a base de parám etros com o el sexo, la edad y la clase social da lugar, en determ in ados casos, a un conocim iento más detallado e interesante sobre la estructu ra de distintas sociedades y las actitudes (esto es la cultura) de sus m iem bros. P o r tod o lo dicho aquí es evidente que la noción de i d i o l e c t o resulta m enos provechosa de lo que tal vez parecía a prim era vista. N o sólo ocurre, co m o se ha indicado antes, que cada individuo es capaz de m odificar y am­ p lia r sus idiolectos a lo largo de su vida, si bien menos fácilm ente, desde luego, a m edida que se vuelve vie jo (cf. 1.6). Más im portan te resulta aún el hecho de que, com o acabamos de ver, un individuo puede disponer de un re­ p e r to r io de variantes dialectales y pasar de una a otra según la situación en que se encuentra. A l menos desde un punto de vista sociolingüístico, es mu­ ch o m ás ven ta joso im aginar un individuo que domina, en su com petencia lin gü ística, un conju nto de dialectos parcialm ente isom órficos y que com par­ te en cada caso con los m iem bros de un grupo social u otro, que no con­ c e b ir lo s llam ados dialectos com o conjuntos de idiolectos en intersección. L a va rie d a d lingüística en los individuos y en el seno de la com unidad cons­ titu ye las dos caras de una m ism a moneda.

T o d o ello reviste gran im portancia para lo que se ha dicho en torno al sig­ nificado expresivo y social en el capítulo dedicado a la semántica, esto es, que se funden y se hacen interdependientes (cf. 5.1). En tanto que m anifes­ tamos nuestra personalidad e individualidad a través del com portam iento lingüístico, lo hacemos a p a rtir de categorías sociales codificadas, com o si dijéram os, en la variedad lingüística de la comunidad a que pertenecemos. Además, el significado social asignado a las variables de acento y dialectos viene determ inado, en su m ayor parte, por los llam ados e s t e r e o t i p o s . Cabe asociar un cierto acento o dialecto — para no m encionar la cualidad de la voz, aun cuando sea un fenóm eno dependiente en parte de factores pura­ m ente anatómicos— con un determ inado rasgo de personalidad (p o r ejem plo, inteligencia, sim patía, v irilid a d ) y, en la m ayor parte de nuestro trato coti­ diano con la gente, ju zgarlo con referencia al estereotipo. Se ha dem ostrado que los m iem bros de un grupo social dado reaccionan positiva o negativam en­ te ante ciertos acentos o dialectos y, sin llegar a ver o conocer para nada al hablante, em iten ju icios sobre su personalidad a partir de la voz. Especial­ m ente interesante resulta que no siem pre se evalúe el acento o el dialecto característico del p rop io grupo social, en cuanto a las dim ensiones de la per­ sonalidad o el carácter, más favorablem ente que el de o tro grupo social re­ conocible. A l menos en ciertos casos, los m iem bros de un grupo social in fe­ rio r parecen adm itir la validez del estereotipo que les atribuyen los m iem ­ bros de grupos socialm ente m ás dominantes. Las im plicaciones que derivan de este p reju icio lingüístico — si cabe lla­ m arle así (cf. Hudson, 1980: 195)— para la educación y las perspectivas de fu tu ro profesional son bien evidentes. Más adelante volverem os a este as­ pecto del asunto (cf. 9.5). L o que aquí conviene subrayar, sin em bargo, es el hecho más general de que la personalidad resulta ser, al menos en parte, produ cto de la s o c i a l i z a c i ó n , esto es, del proceso p o r el cual nos con­ vertim os en m iem bros de una sociedad y partícipes de la cultura que la ca­ racteriza. Y lo que denom inam os expresión del yo no es más que la proyec­ ción de una u otra im agen socialm ente interpretable. De ahí que el significado expresivo y el social, tanto en la lengua com o en los demás tip os de com ­ portam ien to com unicativo, se confundan en últim o término. Com o hem os vis­ to en este m ism o apartado, las diferencias de acento y dialecto pueden desem­ peñ ar un im portante papel en la proyección de determ inadas imágenes sociales. Y aunque lo hemos ilustrado a través del inglés [ y el españ ol], todo ello es igualm ente válido para ám bitos más generales. Más abajo tendrem os ocasión de com probar que el inglés — en parte p o r su gran estandarización y en parte porque se habla com o lengua internacional prioritaria— resulta extrem adam ente raro, en muchos respectos, com o espécim en de lengua hu­ mana. La variedad dialectal en la India, por ejem plo, presenta un aspecto bien distinto (cf. Burling, 1970: 103 y ss.). N o obstante, al m argen de las di­ ferencias de estructura social (p o r ejem plo, la pertenencia a una casta en la sociedad india), lo que se ha dicho aquí sobre la im portancia social de las diferencias de dialecto sería vá lid o en la India y en todos los países donde existe alguna suerte de variedad dialectal apreciable.

9.3

Estándar y vernáculo

A l presentar la distinción entre lenguas y dialectos he afirm ado que, aun cuando desde un punto de vista histórico el dialecto estándar de una lengua (s i es que lo hay) no o frec e diferencias cualitativas con respecto a los demás dialectos no estándares, hay razones sociales y culturales para adoptar otra postura en la descripción sincrónica de las lenguas (Cf. 1.6). Ahora es el m o­ m ento oportuno para precisar la afirm ación de muchos lingüistas sobre la igualdad de todas las lenguas. Para nuestro propósito, u tilizaré el térm ino ‘ vernácu lo’ en el sentido cotidiano para aludir no sólo a los dialectos no es­ tándares de una lengua dada, sino tam bién a dialectos sin relación genética entre sí y que en ciertos países guardan la m ism a relación funcional con respecto al estándar com o la que en otros guardan los dialectos genética­ m ente em parentados. Algunos sociolingüistas han em pleado el térm ino ‘ve r­ náculo’ en un sentido más estricto y técnico. La estandarización de un determ inado dialecto en relación con uno o más vernáculos no es consecuencia forzosa de una acción p olítica prem ed i­ tada. P o r ejem plo, el inglés estándar em ergió com o tal a lo largo de los si­ glos en virtu d de la hegem onía política y cultural de Londres, m ientras que el francés h izo lo p rop io gracias a la preponderancia de París. En ambos casos, el estándar se basa en lo que al prin cip io constituyó el habla de las clases superiores de la corte o que vivían en la capital. E sto no significa que la estandarización del inglés y del francés no fuese, en parte, una acción deliberada. La Academ ia Francesa, fundada por el cardenal Richelieu en 1635, no era más que una de las corporaciones creadas en E u ropa al ca lo r del R en acim iento con la encom ienda de estandarizar la lengua literaria nacional m ediante la com pilación de gram áticas y diccionarios de autoridades; com e­ tid o que aún continúa vigente, p o r cierto. En los países de habla inglesa no existe un organism o com parable, p o r lo que la cuestión de si algo es o no p rop io del inglés estándar no puede dilucidarse tan fácilm ente. A pesar de todo, diversas instituciones, entre las que se cuentan escuelas, universidades y editoriales, influidas p o r los gram áticos preceptivistas del siglo x v m y sus sucesores, han desem peñado una función cuasi-oficial en la Gran Bretaña, Es­ tados Unidos y otras partes m uy sim ilar a la de las academ ias literarias de Francia y otros países europeos. Ahora bien, por razones de índole política, el francés y el inglés, com o lenguas escritas, se hallan en un estado de estan­ darización m ucho m a yor que algunas de las otras grandes lenguas de Euro­ pa. Así, p o r ejem p lo, com o la unificación política de Ita lia es relativam ente reciente, todavía existen diversos focos de prestigio cultural con un estándar litera rio más o m enos propio. En todos estos casos, nótese bien, la lengua escrita tiende a ser mucho más estandarizada que el habla correspondiente de quienes la utilizan. N o obstante, una vez dada la existencia de un estándar aceptado para la lengua escrita, ésta puede servir de m odelo de propiedad y corrección para el habla de la gente culta en toda sociedad donde dom inar dicha lengua escrita con­ fiere p restigio o posibilidad de prom oción. Las lenguas literarias de Europa,

que en muchos casos se originaron com o vernáculos con respecto al latín, han ejercid o durante siglos su propia influencia estandarizadora sobre los dialectos hablados de la gente educada, e indirectam ente sobre vernáculos de los cuales sirven de estándar. Esta influencia es tanto más poderosa cuan­ to más form ales son los estilos del habla. En consecuencia, cuando decimos que alguien habla inglés o francés estándar querem os decir que el dialec­ to que em plea en situaciones form ales es más o menos idéntico, en gram ática y vocabulario, al estándar escrito. En situaciones menos form ales, sin em ­ bargo, puede m uy bien recu rrir a un vernáculo más o menos local o social­ m ente más restringido. Com o verem os más adelante, la diferencia entre es­ tándar y vernáculo es tan nítida en muchas sociedades que su diferenciación funcional, tanto si son com o si no dialectos de una misma lengua, aparece clasificada com o un tipo distinto de bilingüism o en la más reciente bibliogra­ fía sociolingüística, esto es, com o d i g 1o s i a (cf. 9.4.). Desde luego, la estandarización de un dialecto dado para com etidos o fi­ ciales es ventajosa, especialm ente en un estado dem ocrático m oderno que se im ponga el ideal de la educación para todos. Como hemos visto, el inglés y el francés se estandarizaron al cabo de un largo período de tiem po me­ diante una suerte de proceso histórico que en buena parte podem os consi­ derar natural. M uy pocas lenguas del mundo han alcanzado así un estado análogo. N o obstante, algunos gobiernos se han esforzado por acelerar o acortar el proceso histórico escogiendo y estandarizando un determ inado vernáculo para la educación, la radiodifusión, las asambleas públicas, las publicaciones oficiales, etc. A las ventajas prácticas que supone contar con un solo estándar para tales m enesteres, hay que añadir la fuerza de la aso­ ciación histórica entre lengua y nacionalidad, y aun etnicidad. La desventaja en que se incurre al resolver el proceso de la estandarización por decreto oficial, si ello com porta opción en fa vo r de uno de los vernáculos ya en uso, es que sitúa a los hablantes de dicho vernáculo en una posición de favor, política y socialm ente, frente a los hablantes de los demás. A esto se debe que el inglés se em plee tan extensam ente en el ám bito nacional de la India. Aunque se haya designado oficialm ente el hindi com o lengua nacional (con algunas otras lenguas igualm ente reconocidas en diversas regiones), no está al alcance de muchos que se expresan en o tro vernáculo genéticam ente in­ conexo. Num erosas naciones recientem ente independizadas se hallan ante problem as sim ilares. Israel, p o r su parte, lo ha resuelto con la adopción del hebreo clásico. Evidentem ente, los térm inos ‘ lengua estándar’, ‘ lengua nacional’ y ‘ lengua oficial’ no son sinónimos. Su conexión reside en que la lengua que aceptan los hablantes com o sím bolo de nacionalidad (es decir, de identidad política y cultural) o queda designada p or el gobierno para el uso oficia l tenderá a estandarizarse, quiérase o no, com o condición previa o com o consecuencia del m ism o hecho. L o inverso, en cam bio, no se da. Existen lenguas extrem a­ damente estandarizadas que no son ni nacionales ni oficiales (si bien pueden h aberlo sido). Los casos más claros se encuentran en algunas de las grandes lenguas clásicas de Europa y Asia (cf. 10.1). En cuanto a la distinción entre

lenguas oficiales y nacionales, esta últim a categoría resulta, p o r su propia naturaleza, menos nítidam ente definida que la prim era. En ciertos casos, com o se dem ostró más arriba, un país designará oficialm ente una lengua dada com o lengua nacional, esto es, la lengua que vendrá a utilizarse en co­ m etidos oficiales dentro del ám bito nacional. Pero no tiene p o r qué tratarse de una lengua nacional en el sentido más profundo, y menos fácil de definir, del térm ino. Por ejem plo, Tanzania ha adoptado el sw ahili com o lengua o fi­ cial de la nación. Pero, al menos hasta el momento, ni sirve ni puede servir com o sím bolo de nacionalidad ni de identidad cultural para la gran m ayoría de ciudadanos del país p o r la sencilla razón de que éstos pertenecen a una enorm e variedad de grupos étnicos y lingüísticos distintos. Finalm ente, es preciso observar que las lenguas pueden convertirse en oficiales en un plano in ferio r al nacional o para una gama relativam ente estricta de com etidos oficiales, com o en el caso de la India. E l propósito de estas observaciones sobre la conexión entre lenguas es­ tándares, por un lado, y lenguas oficiales y nacionales, por o tro, era Uamar la atención sobre la com plejidad del asunto y sobre la diversidad que existe con respecto a los posibles estándares y vernáculos en la m ayor parte del ,mundo. Si somos hablantes nativos monolingües de una de las pocas lenguas del mundo muy estandarizadas y que sirven al m ism o tiem po com o lenguas nacionales y oficiales (inglés, francés, japonés, español, ruso, etc.), puede muy bien suceder que sostengamos ideas bien falaces sobre las dem ás lenguas y el papel que desempeñan en sus respectivas sociedades. En rigor, quizá no lleguemos a com prender qué relación existe entre el estándar y los diversos vernáculos en nuestras propias comunidades, o los sentim ientos de quienes hablan una lengua nacional (p o r ejem plo, el galés, el b retón o el vasco) que, tanto si ha recibido respaldo oficial com o si no, se siente en p eligro de ex­ tinción. N o sólo las naciones recientem ente independizadas han de afron tar el llam ado problem a de la lengua. La investigación sociolingüística no puede resolver por sí misma los problem as. Puede, en cambio, prop orcion a r a los gobiernos una inform ación pertinente para su solución (en la m edida en que sean políticam ente solubles). Más en general, y en un plano no político, pue­ de aumentar la com prensión de cada cual, inclusive la del lingüista teórico, acerca de la naturaleza de la lengua. Existe ya una buena parte de in form a­ ción de este tipo sobre diversos países. En conclusión, no podem os pasar por alto los p i d g i n s y los c r i o ­ l l o s , form ados com o vernáculos muy localizados de un cierto tipo, pero que en su condición de criollos son susceptible^ de alcanzar, en determ ina­ das circunstancias, el estatuto de estándares. Los pidgins más conocidos se han form ado por contacto entre pueblos con lenguas no comunes. P o r ejem ­ plo, en muchas partes del mundo existen pidgins basados en el inglés, en el sentido de que parte de su gram ática y vocabulario, cuando no su estructura fonológica, deriva del inglés utilizado por traficantes y m isioneros para co­ municarse con pueblos de lenguas que aquéllos ignoraban. C laro que afirm ar que se basan en el inglés puede resultar, quizás, engañoso. En realidad, gran parte de su estructura, acaso m ayoritaria, suele proceder de otras fuentes.

En general, podem os decir con más propiedad que se trata de lenguas m ez­ cladas o combinadas, aun cuando a m enudo es d ifíc il averiguar el origen y la proporción de los componentes. L o m ism o vale para otros pidgins basados en otras lenguas europeas. Ciertam ente, hay muchos aspectos co n troverti­ dos en la noción de p i d g i n i z a c i ó n. A l m argen de los detalles relativos a sus orígenes, parece que se em plean, al menos al principio, para una gama de com etidos muy restringida y eran, por tanto, igualm ente restringidos en vocabulario y gramática. Sin em bargo, algunos pidgins han llegado a u tili­ zarse en determ inadas comunidades para cubrir necesidades más am plias y se han desarrollado, gram atical y léxicam ente, hasta el punto de que es ya razonable describirlos com o sistemas lingüísticos plenos. Se conviene en que- cuando los niños aprenden un pidgin com o lengua nativa estam os ante un criollo. E n tre los ejem plos más notables puede men­ cionarse el crio llo de Jamaica, basado en el inglés, el de H aití, basado en el francés [o el papiam ento de Curasao, entre los de base española y negroportu gu esa]. E l pidgin de m elanesia ( ‘ tok pisin ’, «p id gin ta lk » es decir «h a ­ bla p id g in ») y el krio han alcanzado la oficialidad com o lenguas estándar en Nueva Guinea y Sierra Leona, respectivam ente. N o es raro que la diglosia se am plíe y que el cam bio de código aparezca en comunidades donde los criollos se em plean com o vernáculos ju n to con otras lenguas o dialectos de mucho m a yor prestigio (cf. 9.4). S ólo en la más reciente actualidad han em pezado a estudiarse los pidgins y criollos com o sistemas lingüísticos con entidad propia y no com o dialectos degenerados y reducidos de las lenguas europeas de las que se sabía o se suponía que derivaban. En consecuencia, ya no se conciben los procesos de pidginización y criollización com o factores más bien marginales en el desa­ rro llo de las lenguas y dialectos del mundo. H oy se acepta en general que el inglés de los negros — el dialecto vernácu lo de los negros de clases in fe­ riores urbanas en el norte de Estados Unidos— debe muchos de sus rasgos estructurales a los criollos hablados p o r los antepasados esclavos de sus usua­ rios. Siendo así, constituye ni más ni m enos lo m ism o que cualquiera de los demás dialectos sociales o regionales del inglés. Cuando aludim os a la pidgi­ nización y a la criollización (para no m encion ar la descriollización parcial tal com o se presenta en el inglés n egro de A m érica o en/los dialectos hablados p o r algunos inm igrantes de la In dia occidental en la Gran B retaña) en tér­ minos más generales, podem os apreciar que gran parte de la diferen ciación dialectal que tradicionalm ente se rem ite al m odelo del árbol genealógico para explicar la evolución lingüística en la lingüística histórica puede ser el resul­ tado de procesos esencialm ente idénticos. P o r ejem plo, ¿hay que considerar las lenguas románicas com o un producto' de la coexistencia, a lo la rgo de un p eríod o de tiem po, entre un latín estándar y diversos criollos basados en el p rop io latín? Planteando así la pregunta, aunque resulte en este caso menos pertinente que en otros, podem os ver que no hay nada en la pidgin i­ zación y en la criollización que nos induzca forzosam ente a asociarlas tan sólo con la llam ada expansión de Europa o el com ercio de esclavos.

9.4

Bilingüismo, cambio de código y diglosia

Algunos países son oficialm en te bilingües (o m ultilingües) en el sentido de que tienen dos (o m á s) lenguas nacionales o regionales oficialm ente recono­ cidas (c f. 9.3). Dos casos b ien conocidos de países oficialm ente bilingües son Canadá y Bélgica, donde han tenido lugar problem as lingüísticos del tipo a que nos hem os re fe rid o en el apartado anterior. O tro ejem p lo bien conocido de país oficialm en te m u ltilingüe, donde no se han planteado, en cam bio, pro­ blem as análogos, es Suiza. O tros países, si bien no oficialm ente bilingües (o m ultilingües), disponen de dos (o más) lenguas distintas habladas dentro de sus fronteras. L a m ayoría de los países del mundo pertenecen a esta últim a categoría. Adem ás, aunque no d erive de cuanto hem os dicho hasta aquí, la m ayor parte de países, tanto si son oficialm ente bilingües (o m ultilingües) com o si no, com pren den com unidades enteras bilingües (o m ultilingües) en el sentido de que sus m iem bros suelen u tilizar dos (o m ás) lenguas en la vida cotidiana. N o se trata, naturalm ente, de que todos los ciudadanos de un país oficialm ente bilin gü e (o m u ltilin gü e) utilicen, ni siquiera sepan, más de una lengua. En este apartado nos ocuparem os del bilingüism o en las com unida­ des, entendiendo en adelante que ‘bilingüism o’ incluye asim ism o el multilingüism o. E videntem ente, no puede considerarse bilingüe una com unidad a menos que haya un núm ero suficiente de m iem bros bilingües en ella. Ahora bien, ¿qué qu iere d ecir qu e un in dividu o sea bilingüe? Podem os adm itir, com o ideal teórico, la posibilidad de que exista un bilingüism o perfecto, definible com o una com petencia com pleta en dos lenguas tal com o se atribuye en una de ellas al hablante m onolingüe. E l bilingüism o perfecto, si existe, es extrem a­ dam ente raro, desde el m om ento en que apenas habrá individuos con capa­ cidad de u tilizar una lengua en una gama com pleta de situaciones y circuns­ tancias y adquiera así la com petencia indispensable. E llo no obstante, tam­ poco son raras las personas capaces de aproxim arse al bilingüism o perfecto con una com petencia igual en ambas lenguas para una gam a bastante exten­ sa de situaciones. En tales casos, según que hayan aprendido las dos lenguas sim ultáneam ente durante la niñez o en épocas diferentes, pueden clasificar­ se, desde el punto de vista psicolingüístico, com o bilingües c o m p u e s t o s o c o o r d i n a d o s , para cuando los dos sistemas lingüísticos se integren en uno, en un cierto nivel relativam ente profundo de organización psicológi­ ca, o bien, respectivam ente, se hayan asim ilado por separado. H asta el m o­ mento, no está claro si se trata de una dicotorrya genuina y, en caso de que lo sea efectivam ente, cuáles son sus im plicaciones neurofisiológicas (cf. 8.3). En los casos más alejados del bilingüism o perfecto, una de las lenguas será d o m i n a n t e y la otra s u b o r d i n a d a . Se ha sugerido incluso que el uso de la lengua subordinada com porta un proceso de traducción a partir de la lengua dom inante en un nivel relativam ente superficial, aunque no ne­ cesariam ente consciente, de la configuración psicológica de enunciados. Esta clasificación del bilingüism o puede fundarse o no en algún criterio p sicológico y neurofisiológico, pero hasta el presente ha servido de guía para

buena parte de la más reciente investigación. Y en últim o térm ino, vale para poner de manifiesto la existencia de muchos tipos de individuos bilingües. De un m odo sem ejante, existen muchos tipos de comunidades bilingües, que se caracterizan por si una lengua dom ina claram ente, o no, en la ma­ yoría de sus m iem bros; si una lengua dom ina en algunos m iem bros, pero no en otros; si algunos m iem bros se acercan, o no, al bilingüism o perfecto; si ambas lenguas se han adqu irido sim ultáneamente o no, y así sucesiva­ mente. Sin em bargo, al m argen de todas estas diferencias, una cosa tienen en común todas o casi todas las comunidades bilingües: una diferenciación funcional relativam ente nítida de las dos lenguas con respecto a lo que mu­ chos sociolingüistas llam an d o m i n i o s . Por ejem plo, uno de tales dom i­ nios es el hogar, definido no sólo co m o el lugar donde tiene lugar realm ente la conversación, sino tam bién los interlocutores, el tema de la conversación y otras variables pertinentes. Con ello una lengua puede ser la lengua 'del hogar, en el sentido de que siem pre se em pleará para hablar coloquialm ente con otros m iem bros de la fa m ilia en casa y sobre temas dom ésticos. Sin em ­ bargo, puede ocu rrir que se u tilice otra lengua fuera de casa, o incluso en la m ism a casa cuando se hallan presentes personas extrañas (q u e a su vez pueden ser también bilingües) o bien cuando el tema de conversación no es dom éstico. Esta noción de dom in io (que cabe concebir com o si aglutinase una serie de situaciones típicas y recu rrentes) resulta intuitivam ente atrac­ tiva. Y , en efecto, gran parte de la obra teórica y descriptiva realizada en el cam po de la sociolingüística e inspirada p o r Fishman (1965) se propone iden­ tificar para cada sociedad las variables que definen estos dom inios intuitiva­ m ente reconocibles. Una alteración situacional en el valor de una de las variables que definen un dom in io puede dar lugar a un c a m b i o d e c ó d i g o . P o r ejem plo, dos altos ejecutivos que discuten en inglés sobre negocios en Tanzania pue­ den cam biar de pronto al sw ahili o, si son m iem bros de un m ism o subgrupo étnico y lingüístico, a un vernáculo local, cuando el tema de conversación pasa de los negocios a otros asuntos más personales. En muchas otras co­ munidades se ha advertido e l m ism o tipo de cam bio de código: en la India, entre inglés e hindi/urdu, bengalí, tam il u otra de las muchas lenguas locales; en Paraguay, entre español y guaraní; en la comunidad portorriqu eñ a de Nu eva Y ork , en tre inglés y español, y así sucesivamente. Hasta aquí, en este apartado, hemos procedido com o si la diferencia entre una y otra lengua fuese siem pre tan tajante com o lo es entre el inglés y el francés, el español y el guaraní, hindi/urdu y tamil, etc. Y no es así. En p rim er lugar, la aplicación del térm ino ‘ lengua’ en relación con el de ‘ dialec­ to ’ está sujeta a una diversidad de consideraciones políticas y culturales. En segundo lugar, aun cuando la diferen cia entre dos estándares (lenguas o dia­ lectos, no im p orta ) sea suficientem ente clara, puede haber una serie entera de vernáculos interm edios social o geográficam ente determ inados que los vinculen, de m odo que resulte im posible establecer si están más íntim am ente relacionados con uno u o tro estándar. P or ejem plo, aunque aparecieran dos distintos estándares literarios, el hindi y el urdu, en la In dia durante la co-

Ionización británica en el siglo pasado (y se hayan diferenciado más desde la independencia de la India con la división política de la India y el Paquistán), la distinción entre hindi y urdu com o vernáculos, a p a rtir de su estruc­ tura, carece de sentido. Existen, p or lo demás, otros vernáculos interm edios entre el hindi/urdu y el bengalí o entre otros dos estándares regionales ge­ néticam ente em parentados y con una frontera común en el subcontinente indio. Lo m ism o sucede en muchas partes de Europa, con respecto al holan­ dés y el bajo alemán (Plattdeu tsch), el italiano y el francés (n o estándar), el inglés y el escocés, el noruego y el danés, y otros más. En gran parte de Europa, la educación y la alfabetización prácticam ente universal, la urbani­ zación, el aumento de m ovilidad y otros factores han dado lugar a la p ola ri­ zación de vernáculos adyacentes hacia los estándares nacionales o regionales con que las comunidades se asocian política o culturalmente. Y hay que re­ conocer que también aquí, una vez más, si am pliam os el térm ino ‘bilingüis­ m o ’ para incluir la com petencia en dos (o más) dialectos no estándares de la misma lengua, por un lado, o en un dialecto estándar y en o tro no estándar de la misma lengua, por otro se desvirtúa mucho la distinción entre monolingüism o y bilingüismo. En seguida volverem os a esta cuestión. Antes conviene atender a un cier­ to tipo de bilingüism o (en el sentido lato), que los lingüistas, a p a rtir de F er­ guson (1959), denominan actualm ente d i g l o s i a . Existen muchas com u­ nidades bilingües, cuyos m iem bros suelen u tilizar un dialecto en situaciones más bien públicas o solemnes y o tro en situaciones más in form ales y colo­ quiales. Dando por sentada la validez de la distinción entre lo fo rm al o so­ lem ne y lo coloquial (que puede definirse para cada sociedad a p a rtir de dom inios pertinentes), podem os distinguir un dialecto alto (A ) y un dialecto b a jo (B ) siguiendo este criterio puram ente funcional. A menudo el dialecto A será un estándar literario, y en algunos casos el tip o de estándar que llam a­ mos c l á s i c o , o un dialecto que se le acerque [en muchos o algunos respec­ to s ], mientras que el dialecto B será norm alm ente un vernáculo local. P o r ejem plo, el árabe clásico se relaciona funcionalm ente así, de A a B, con d i­ versos dialectos coloquiales en varios países de habla arábiga. E l alemán estándar se relaciona análogamente con el alemán suizo en Suiza; el francés estándar con el criollo francés en H aití; el katharevusa con el dem ótico (dhim o tik i) en Grecia, etc. Y , desde luego, en buena parte de la Europa prerrenacentista el latín era el dialecto A con respecto a las lenguas rom ances que iban em ergiendo poco a poco. En todos estos casos, hay que subrayar que la distinción entre dialec­ tos A y B no constituye una diferencia entre dialectos sociales. Puede suceder que en muchos casos sólo las clases educadas tengan plena com petencia en A y en B. En otros, por razones culturales, el dialecto A puede considerarse en cierto m odo com o una versión más correcta o pura de la lengua misma, tal com o se da en-el árabe clásico, la lengua sagrada del Islam . N o obstante, para los que tienen una com petencia suficiente en A y en B, el uso de uno u o tro está determ inado, no por la clase social de la persona misma (aunque esto depende de la sociedad en cuestión), sino por la situación en que sd

encuentra. Aquí, com o en el resto, p ierde mucha fu erza la distinción entre dialectos y estilos (c f. 9.6). Desde el punto de vista estructural (es decir, del grado de diferen cia fon ológica, gram atical, y léxica), A y B son dialectos; ahora bien, desde el punto de vista funcional, pueden considerarse m eros estilos. La m ayoría de casos considerados de diglosia se encuentra en com uni­ dades que, aunque satisfacen la definición am pliada de ‘bilin gü es’, suelen tra­ tarse com o m onolingües, esto es com o de habla arábiga, griega, etc. En otros casos, deb ido a la dificultad de d eterm in ar qué cuenta, política o cultural­ mente, com o lengua distinta, puede no haber un acuerdo definido, incluso en la propia com unidad, en cuanto a si sus m iem bros son m onolingües o no. P o r ejem p lo, hay quienes dirían que el alemán suizo es una lengua aparte relacionada, p ero en plano de igualdad, con el alem án estándar; otros, en cam bio, discreparían. Más im portan te es p a rtir de lo que tienen en común los diversos casos de diglosia que separarlos según que se den o no en lo que suele considerarse com unidades m onolingües. Y así llegam os a la conclusión final, quizá previsible: adem ás de las co­ munidades en que la diglosia existe evidentem en te y de aquéllas donde tam ­ bién evidentem en te no existe, son muchas las que se encuentran en una tierra de nadie en tre los dos extrem os. P o r ejem plo, a las com unidades de hábla francesa en Francia no se les suele atribu ir el fen óm en o de la diglosia. Sin em bargo, hay una distinción bastante nítida entre el dialecto A del fran ­ cés estándar que se enseña en la escuela y se em plea en las ocasiones so­ lem nes, especialm ente en el m edio escrito, y el dialecto B coloqu ial y c o ti­ diano. Las diferen cias no son sim plem ente léxicas, sino tam bién gram aticales y, para algunos hablantes al menos, fonológicas. Y aunque es el dia lecto A el que más se acerca al estándar litera rio , sería errón eo referirn o s al dia lecto B de los círculos educados parisienses com o si se tratase de un vernáculo no estándar. Si se aplica el concepto de diglosia a estos dos dialectos no vernáculos del francés, parece entqnces que no cabe aplicarlo al inglés, al m enos en la m ayor parte de lugares donde se habla esta lengua. Desde luego, hay que es­ tablecer una diferen cia entre el inglés estándar y los diversos dialectos re­ gionales y sociales. Y aun den tro del inglés estándar existen diferen cias lé­ xicas y gram aticales que están en correlación con diferencias funcionales dentro de la escala que va de lo fo rm a l a lo coloqu ial. A hora bien, la d ife ­ rencia entre fo rm a l y coloqu ial es menos tajan te para los hablantes de inglés estándar que para los de francés estándar. Y ninguno de los dialectos no es­ tándares (salvo, quizás, algunos criollo s basados en el inglés, si se clasifican den tro de los dialectos de esta len gu a) se halla respecto al inglés estándar en relación de A a B. A lo sumo, lo que sí se encuentra son individu os capa­ ces de cam biar del inglés estándar a un dialecto no estándar y viceversa en función de la com unidad en que se desenvuelven. N o es un caso infrecuente. Pero apenas cuenta com o diglosia, y ni siquiera com o bilingüism o, dado el grado en que los vernáculos no estándares, y en particu lar los dialectos re­ gionales, se han visto influidos p or el inglés estándar. Tam bién aquí las co­

m u n id a d es de habla inglesa resultan un tanto atípicas entre las com unidades lin gü ística s del m undo. L o qu e ocu rre — y e llo constituye la principal lección que se desprende h o y p o r h oy de la in vestigación sociolingüística— es que no existe algo así c o m o una com u n idad lin gü ística típica. En rigor, hay tanta diversidad entre las com u nidades lingüísticas de habla inglesa que debe procederse con sumo cu id a d o antes de hacer generalizaciones im prudentes sobre la fu nción que d esem p eñ a en inglés en las sociedades donde se em plea com o lengua única o p rin cip al.

9.5

Aplicaciones prácticas

U n a de las cu estiones tratadas antes a propósito de la distinción en tre lin­ g ü ís tic a te ó ric a y aplicada era la de que, aun cuando sea en p rin cip io muy d ife r e n te de la que existe en tre m icrolingüística y m acrolingüística, en mu­ ch o s tip os de lin gü ística aplicada, entre ellos la aplicación de los hallazgos d e la lin gü ística teó rica y d escriptiva a la enseñanza de las lenguas, es esen­ c ia l to m a r un pu n to de vista m acrolin gü ístico (c f. 2.1). La psicolingüística ayu d a m u cho a co m p ren d er có m o se adquieren las lenguas com o lenguas n a tiva s en la n iñez y com o segundas lenguas tras el p eríod o norm alm ente co n s id e ra d o c r ític o para el ap ren d iza je lingüístico (c f. 8.4). Tam bién hay que c o n ta r con la co n trib u ción de la sociolingüística, en la m edida en que su dis­ tin c ió n con la psicolin gü ística sea algo más que un m ero asunto de p referen ­ c ia m e to d o ló g ica y de m odas académ icas pasajeras (c f. 9,1). En particular, g r a n p a rte de lo qu e se ha dich o en este capítulo, si se observa desde Una p e rs p e c tiv a tanto psicolin gü ística com o sociolingüística, resulta bien p erti­ n en te p ara cam pos recon ocidos de la lingüística aplicada. Aduciendo en p ri­ m e r térm in o la enseñanza de lenguas extranjeras, aunque la situación en m u chas partes d el m undo está cam biando en la actualidad, todavía se tiende a enseñarlas sin p resta r la debida atención a la diferen cia en tre lengua ha­ b la d a y escrita, p o r una parte, y en tre estándares y vernáculos, p o r otra. La en señ anza d el inglés co m o lengua extra n jera ha experim en tado una gran m e­ j o r a en los ú ltim os años gracias a la preparación de especialistas en las con­ cep cion es y aptitudes apropiadas, así com o al em pleo de gram áticas de con­ su lta y m a teriales didácticos con inform ación^m ás precisa que antes sobre e l in glés están dar en su versión fo rm a l y coloqu ial. Tam bién ha m e jo ra d o la en señ anza de lenguas extran jeras en escuelas y u niversidades del m undo de h a b la inglesa, aunque no en igual medida. L a enseñanza de la lengua m aterna plantea problem as de un orden di­ v erso . P a rece bien p rob a d o que los profesores, lo m ism o que la m ayoría d e los m ie m b ros más cultos de la com unidad al m argen de sus p ropios o rí­ gen es sociales, alim en tan ciertos preju icios, en una variedad de form as, con­ t r a los d ia lecto s region ales y sociales no estándares. In clu so pueden llegar

inconscientem ente a ju zga r poco dotado un niño por el m ero hecho de que su dialecto (o aun su acento) esté menos extendido que el de sus compañe­ ros. N i el p rop io niño puede librarse de la influencia que ejerce sobre él esta suerte de ju icios negativos, con serio detrim en to para sus expectativas edu­ cacionales. En ú ltim o térm ino, por tanto, cabe la posibilidad de que una me­ jo r com prensión de la naturaleza de la relación entre estándares y vernácu­ los llegue a redu cir esa discrim inación e injusticia involuntarias. Pero hay otros asuntos más profundos que la teoría y la investigación sociolingüísticas pueden ilum inar, aun cuando, por su naturaleza, no puedan resolver. Son asuntos de un interés m uy actual y con una dim ensión clara­ m ente política. Se ha sostenido que los niños procedentes de las clases obre­ ras presentan un cierto d é f i c i t l i n g ü í s t i c o frente a los niños de las clases m edias y altas, debido a que: (a ) el dialecto no estándar que han apren­ dido es deficitario en com paración con el estándar, y (b ) hay menos disquisi­ ciones, y en general un em pleo de la lengua funcionalm ente más restringido, en los hogares típicos de las clases bajas fren te a los de las clases medias y altas. Una versión de la teoría del déficit lingüístico se apoya en la distin­ ción sentada p o r Bernstein (1971) entre el llam ado c ó d i g o r e s t r i n g i d o y el c ó d i g o e l a b o r a d o . La obra de Bernstein ha ejercid o una podero­ sa influencia en tre los pedagogos, pero resulta m uy controvertible desde un punto de vista sociolingüístico. Se afirm a que el código restringido es poco explícito y que depende del contexto (es decir, utiliza más expresiones elípti­ cas y pronom bres, que dan p o r sentado la capacidad del oyente para com ­ pensar la in form ación con textu al) en contraste con lo que caracteriza a un código elaborado. De acuerdo con esta teoría, el niño de clase obrera se en­ cuentra en clara desventaja dentro de la escuela, donde se supone que el có­ digo elaborado es indispensable, puesto que los m iem bros de la clase traba­ jadora, contra lo que sucede en las clases más altas, sólo em plean el código restringido. T a l co m o lo form u ló el p rop io Bernstein, aunque no siem pre repetido p or sus partidarios, la distinción entre código elaborado y restringido no se corresponde con la distinción entre dialectos estándares y no estándares. Pero, p o r o tro lado, está en consonancia con ella, pues en las situaciones en que se pone a prueba la com petencia de los niños el estándar elaborado se com para con el no estándar restringido. Com o es probable que los niños de clases obreras adopten una actitud defensiva cuando se enfrentan a in­ vestigadores predom inantem ente de clase media, cabe la posibilidad de que sus resultados sean poco fiables fren te a los que arrojan los niños de la§ clases su periores con más seguridad ante el código elaborado. Además, loá adversarios de la teoría han afirm ado que ha habido una confusión, si no en la práctica sí de principio, entre el código restrin gido y los dialectos no es­ tándares, pues los propios investigadores tienden a pasar por alto la com ­ p lejid ad estructural y el potencial com unicativo de un dialecto no estándar com o el cockn ey o el inglés de los negros. Quienes defienden que los dialec­ tos no estándares no son deficientes, sino tan sólo diferentes, y que el tipo de com petencia com unicativa que sus usuarios suelen m anifestar también

es diferen te del que supuestamente se exige de los niños en la escuela han esgrim ido argumentos bien sólidos contra la teoría del déficit lingüístico. N adie niega, sin em bargo, que, tal com o están ahora las cosas, los niños que llegan a la escuela hablando un dialecto demasiado distinto con respecto al estándar se enfrentan a un problem a que no tienen los que ya hablan di­ cho estándar. Gran parte del vocabulario y de la estructura gram atical de los m ateriales empleados para enseñarles a leer pueden resultarles extraños. Tal vez este problem a puede paliarse, siquiera hasta cierto punto, utilizando m ateriales cuidadosamente confeccionados con el fin de aprovechar lo que tienen en común el estándar y los dialectos no estándares regionales y so­ ciales. Claro que ello com porta com poner distintos m ateriales de lectura para determ inados subgrupos, lo que resulta im practicable en regiones donde hay una población m ovediza y mezclada. En la m ayoría de sociedades, sería ina­ ceptable, p or razones sociales y políticas, em plear un dialecto no estándar com o m edio de enseñanza, salvo quizás oralm ente y en un régim en muy li­ m itado en la escuela prim aria. P or o tro lado, cabe la posibilidad de aprove­ char la existencia, para ciertas lenguas al menos, de una gama aceptada y a veces inadvertida de variedades dentro del propio estándar. Así sucede, por lo que respecta al inglés, aun cuando sea una lengua altam ente estandarizada en com paración con muchas otras. Carecería de sentido, por ejem plo, que un p ro fe so r agudizara los problem as de aprendizaje de un hablante de un dia­ lecto no estándar de Edim burgo o Glasgow instándole a usar los verbos auxi­ liares tal com o lo haría un hablante de inglés estándar del sur de In glaterra (cf. Hughes & Trudgill, 1979: 20 y ss.). Los problem as se vuelven aún más graves para los hijos de inm igrantes y otras m inorías étnicas. Escindidos entre dos culturas, pueden llegar a ser bilingües im perfectos en dos dialectos no estándares. E l bilingüism o y el biculturism o presentan, evidentem ente, ventajas, ju nto con los inconvenientes, m ientras no se interpongan en el desarrollo educacional y social del niño. H o y se adm ite más abiertam ente que antes, en muchos países, que la lengua m aterna de las m inorías étnicas debe recib ir protección, y no obstáculos com o si fuese una barrera para la integración de sus hablantes a la com uni­ dad dom inante. L o que comúnmente se denomina m a n t e n i m i e n t o l i n ­ g ü í s t i c o constituye ya la política oficial de muchos países prácticam ente para todas sus lenguas m inoritarias, indígenas o incluso foráneas. Ahora bien, tam bién es cierto que es más fácil form ular los térm inos de esta ordenación, declarándola política y socialm ente beneficiosa, que llevarla a térm ino, o in­ cluso, en ciertos casos, que saber siquiera cóm o llevarla a térm ino. La sociolingüística — teórica, descriptiva y aplicada— ha realizado ya una m agnífica contribución para el conocim ento de las im plicaciones educaciona­ les, sociales y políticas de éste y otros aspectos de la p l a n i f i c a c i ó n l i n g ü í s t i c a , no sólo en los países en desarrollo, sino tam bién — y de un m odo creciente en los últim os años— para las necesidades de las m inorías étnicas y lingüísticas en las sociedades industrializadas. Es probable que esta contribución sea todavía m ayor en un futuro inm ediato, ya que los llam ados problem as lingüísticos form an parte del problem a mucho más am plio de la

discrim inación social y cultural. Y esto, p o r m otivos políticos, se ha vu elto más urgente que antes en num erosos países.

9.6

Variaciones estilísticas y estilística

La noción de v a r i a c i ó n e s t i l í s t i c a apareció ya en el capítu lo 1 en contraste, p o r un lado, con las diferencias de acento y dialecto y, p o r otro, con las de m edio (cf. 1.7, 1.4). Un m odo de abordar el fen óm en o de la variación estilística consiste en considerar que con frecuencia el sistem a lingüístico p roporcion a a sus usua­ rios diversos m edios altern ativos para d ecir una m ism a cosa. En lo que atañe a la opción entre lexemas, podem os h ablar de sinonimia. A hora bien, la sinoni­ mia, com o hem os visto, raras veces es com pleta y ni siquiera absoluta (c f. 5.2). Cabe la posibilidad de que dos palabras o frases sean descriptivam ente equi­ valentes y, no obstante, d ife r ir en cuanto a significado social y expresivo (cf. el caso de ‘ padre’ fren te a ‘ p a p i’). Podem os, así, decir que esta suerte de expresiones no com pletam ente sinónimas son v a r i a n t e s e s t i l í s t i c a s o, más exactam ente, variantes estilísticam ente no equivalentes. C laro que la decisión de si se trata o no de una equivalencia sem ántica o estilística de­ pende de si se adopta una definición más am plia o más estricta de ‘ significa­ d o ’ y de ‘ sem ántica’ (c f. 5.1). H em os de contar asim ism o con expresiones com pletas, p ero no absolu­ tam ente sinónimas, es decir, expresiones que (a ) son sem ánticam ente equiva­ lentes en algunos de sus significados, pero no en todos, o bien (b ) que difieren con respecto al ám bito de contextos en que pueden aparecer. D e-estos dos tipos de sinonim ia no absoluta el ú ltim o de ellos — el que depende d el con­ texto— es el más pertinente a todas luces para lo que concierne a la varia­ ción estilística. P o r descontado, si una de dos expresiones sinónim as n o puede aparecer en un determ inado contexto, la cuestión de si existe, en dich o con­ texto, una opción estilísticam ente significativa entre alternativas sim plem ente no se plantea. Sin em bargo, dado que dos o más expresiones sinónim as sí sean aceptables en un cierto contexto, aún caben dos posibilidades más que distinguir. O bien las expresiones en cuestión d iferirá n en cuanto al grado de aceptabilidad, adecuación o norm alidad, o bien no diferirá n . Si difieren efectivam en te, podem os hablar de nuevo de variación estilística. P ero si no difieren, la variación no es estilísticam ente significativa, con lo que se tra­ tará de un caso de v a r i a c i ó n c o m p l e t a m e n t e l i b r e . La variación com pletam ente libre, que incluye la sinonim ia com pleta, es relativam ente rara, sobre todo en la literatura, donde los determ inantes de la aceptabilidad contextual son más num erosos y más diversos de lo que ocu rre en el uso cotidiano e irreflex ivo de la lengua. C om o hem os visto ya, el térm ino ‘variación lib re’ suele em plearse en fon ología para designar lo que ahora cabe iden tificar com o un tipo particu lar de variación lib re incom pleta,

d o n d e la n oción de contraste funcional queda restrin gida a la función de d istin gu ir una fo rm a de o tra (c f. 3.4). Los lingüistas de la Escuela de Praga h an ten ido siem pre una concepción más am plia de contraste funcional, en conson ancia con su interés p o r la variación estilística de todos los tipos (c f. 7.3). Gran p a rte de lo que com pren de el térm ino ‘co n tex to ’, si no todo, es so­ cia l y en tra en el á m b ito de la noción sociolingüística definible com o d o m i ­ n i o de discurso (cf. 9.4). M uchos autores incluirían en el contexto de un enu nciado, no sólo las variables sociolingüísticas más evidentes (estado, edad, sexo de los in terlocu tores; ca rácter fo rm al o coloqu ial de la situación, etc.), sino tam bién los sentim ientos y las intenciones com unicativas del em isor. Y a h e apu ntado antes que, al m enos en parte, la personalidad es produ cto de la so cia lización y que su expresión es la proyección de una u otra im agen social­ m e n te in terp retab le (cf. 9.2). A h ora bien, esta sugerencia d eja en pie la po­ s ib ilid a d de qu e ciertos in dividu os resulten más capaces que otros de explotar o su p era r las lim itacion es sociales que com porta el uso de cada sistem a lin­ gü ístico. E x iste una in veterada polém ica entre críticos litera rio s y epecialistas en estética acerca del gra d o en que el uso claram ente crea tivo de la len­ gua p o r p a rte de los escritores queda constreñ ido p o r fa cto res sociales. Sin p r e ju ic io para la resolu ción de la polém ica, cabe in trod u cir la siguiente p re­ cisió n pu ram ente d efin ítoria: en tanto que la variación estilística está de­ term in a d a , o condicionada, p o r el contexto social, en tra en el ám bito del co n c ep to sociolin gü ístico de r e g i s t r o . En la b ib lio g ra fía actual pueden en co n tra rse otras definiciones de ‘ re g istro ’, pero la que utilizam os aquí es segu ram en te la más adm itida. L a va ria ció n estilística en general, y la de registro en particular, no cons­ titu yen una sim ple cuestión de escoger un vocabulario. A fecta n asim ism o a la gra m á tica y, en el caso de la lengua hablada, a la pronunciación. P o r eje m ­ p lo, los enunciados elíp tico s (¿D e com pras?, D e nuevo « g ra cia s» p o r la velada de ayer, e tc .) y las preguntas de recabam iento (¿ N o habrás vis to m i re lo j, eh?, N o s ve m o s mañana, ¿vale?, etc.), son más frecu entes en el español co ­ lo q u ia l qu e en el fo rm a l. Y en cuanto a la pronunciación, hay muchos más casos de asim ilación , de form as abreviadas, etc., en el habla coloqu ial es­ pon tán ea qu e en el estilo más cuidado. Conviene co m p ren d er que los regis­ tros más in form a les d el español y de otras lenguas están r e g u l a d o s de una m anera esencialm ente igual a com o lo están los registros más solemnes. E n su m a y o r parte, las reglas en cuestión son, en am bos casos, inm anentes y n o trascendentes. L a acción n ociva de la gram ática tradicion al prescriptiva, o n orm a tiva , ha ven id o a enm ascarar este hecho y ha p ro m o vid o la especie de qu e los usos in form a les son desordenados y a rb itrarios (c f. 2.4). Es m en ester igu alm en te no con fu n d ir los registros más in form ales de una len gu a dada con los dialectos no estándares de la m ism a lengua (cf. 9.3). Los h ab lan tes de español estándar em plearán el registro in form a l adecuado a una ga m a en tera de situaciones claram ente in form ales: en la charla con am igos o colegas, en la m esa con los dem ás m iem bros de la fam ilia, y así sucesiva­ m en te. Los dialectos no estándares pueden acaso carecer de una gam a sim ilar

de registros com o el dialecto estándar p o r la sencilla razón de que hay una serie de situaciones oficiales o sem ioficiales en que no suelen em plearse di­ chos dialectos no estándares. Com o hem os señalado más arriba, en las co­ m unidades lingüísticas donde hay d i g l o s i a , la distinción entre dialectos y estilos p ierde buena parte de su rig o r (cf. 9.4). A pesar de todo, conserva su validez, lo que no siem pre se ha recon ocido al tratar temas com o la d ife­ rencia en tre los llam ados códigos de la lengua socialm ente dependientes y códigos elaborados (c f. 9.5). T o d o lo dicho antes sobre la variación estilística en relación con diversos tipos de sinonim ia no absoluta vale igualm ente para las diferencias estilísti­ cam ente, significativas en gram ática y pronunciación. Por ejem plo, en inglés las preguntas pueden form ularse bien enunciando una oración interrogativa, (1 ), o bien enunciando una oración declarativa con una pauta de entonación característica de anticadencia, (2): (2) (1 )

I t ’s raining? Is it raining?

}

«¿ L lu eve? »

E l signo de in terrogación in corporado a (2 ) no es más que una representa­ ción convencional, en el inglés escrito, de su pauta distintiva de entonación. De ahí que los lingüistas puedan discrepar en cuanto a si (2 ) constituye una oración declarativa enunciada con el propósito de form ular una pregunta (c o m o y o he h ech o) o si constituye más bien una cierta clase de oración in­ terrogativa. Carece de im portancia este desacuerdo para lo que aquí inte­ resa. En realidad (1) y (2) difieren en sus respectivas estructuras gram atica­ les y, com o enunciados, si no com o oraciones, resultan parcial, pero no to­ talm ente, equivalentes. A l m argen de su función interrogativa, (2) presenta adem ás otra expresiva de indicar o revelar la sorpresa, la angustia, la indig­ nación, etc., del hablante, [a lg o así co m o «¿D e m odo que llu e v e ? »]. Desde luego, tam bién (1) puede tener una función expresiva adicional expresada p o r la superposición de una determ inada configuración prosódica. P o r sí mism a, no obstante, resulta estilísticam ente más neutra que (2). O tro tipo de variación contextualm ente condicionada puede ejem plificar­ se [e n esp añ ol] a base de (3 )

Querem os beber

en contraste con (4 )

L o que querem os es beber

De los dos ejem plos, (3) es estilísticam ente neutro, m ientras que (4), com o (2), y en contraste con (1), es estilísticam ente m a r c a d o (esto es no neu­ tro). En este caso, la diferen cia estilística entre la construcción m arcada y no m arcada, o neutra, no se consideraría p o r lo general que com porta va­ riación. Tien e que ve r más bien con lo que los lingüistas de la Escuela de

Praga han llam ado p e r s p e c t i v a funcional de la o r a c i ó n y otros han tratado com o una suerte de significado tem ático de los enunciados o de su estructura in form ativa (c f. 7.3). Aun cuando (3 ) y (4) son veritativam ente equivalentes y, en consecuencia, tienen el m ism o significado descriptivo o proposicional, no son equivalentes con respecto a los contextos en que nor­ malm ente aparecerían. Una razón por la cual (4) resulta más efectivo que (3) reside en que da por sentado, o im plícito en el contexto, que la persona o personas que enuncian (4) desean algo, en concreto algo de beber. Gran parte de la variación estilística que manejan los lingüistas m ediante la noción de perspectiva funcional de la oración o de significado tem ático consiste en va­ riar el orden de palabras u optar entre distintas construcciones gram atica­ les, ju nto con diferencias de acento y entonación, p o r lo que respecta a la lengua hablada. La capacidad del hablante para controlar las opciones significativas de registro y ajustar la estructura de los enunciados a cada contexto, a ten or de sus intenciones cqmunicativas, form a parte integral de su com petencia lingüística, es decir de su conocim iento acerca de una u otra lengua. P o r ejem plo, quien tenga en español una com petencia tal que pueda reconocer que tanto (5)

H e leído este libro

com o (6)

Este lib ro he leído

están bien form adas gram aticalm ente, pero ignore que (6 ) está estilística­ mente marcada y sea incapaz de contextualizarla debidam ente, será, a este respecto, menos com petente 'en español que otro capaz de u tilizar e in ter­ pretar (5 ) y (6 ) com o lo haría un hablante nativo. Los hablantes no nativos de una lengua suelen denunciar su condición por incu rrir en alguna i n c o n ­ g r u e n c i a e s t i l í s t i c a , por ejem plo, al yuxtaponer dos expresiones es­ tilísticam ente marcadas, una coloquial y la otra literaria. P o r o tro lado, los humoristas y los poetas vienen a sacar partido del m ism o fenóm eno. Claro que esta suerte de desviación de la norma no hace sino dem ostrar que existe ante todo una norma. La incongruencia estilística se reconoce com o tal y consigue sus efectos en relación con las normas de la congruencia estilística. La más reciente investigación ha mostrado* que las normas de la con­ gruencia estilística son, en su m ayor parte, de naturaleza estadística. P o r ejem plo, aunque quepa identificar ciertas expresiones o construcciones com o form ales o coloquiales, la diferencia entre lo form al, y lo coloqu ial en espa­ ñol no tiene que ver, generalm ente, con que lo uno contenga expresiones y construcciones qué lo o tro no contenga. Depende sobre todo dé la proporción entre alternativas más form ales o más coloquiales en cada texto y discurso. Los hablantes no cam bian entre registros discretos cuando pasan de un tipo de situación, o dom inio, a otro.

H ay que subrayar asimismo que lo que cuenta com o estilísticam ente marcado en relación con lo estilísticam ente neutro variará según el registro apropiado a cada contexto. Así, por ejem plo, se acostum bra a evitar en la redacción de trabajos científicos las oraciones con sujetos en prim era perso­ na del singular ( ‘H e decidido...’, ‘Quiero decir con esto ...’, etc.) y a sustituir­ las por sus correspondientes impersonales o con sujetos en prim era persona del plural ( ‘Se ha decidido...’, ‘Queremos decir con esto...', etc). Aunque las oraciones con sujeto en prim era persona del plural, fren te al singular, resul­ ten estilísticam ente marcadas, no sólo en el español de todos los días, sino también en muchos" otros registros form ales o no, sucede, en cam bio, lo con­ trario con respecto a lo que cabe identificar com o el español científico. T od o esto reviste la m ayor im portancia desde el m om ento en que el efecto que se consigue con el em pleo deliberado de una expresión o construcción estilís­ ticamente marcada depende de que lo sea precisamente para el registro del contexto en que aparece y no para el sistema lingüístico en su totalidad. Con ello llegam os a la e s t i l í s t i c a , una rama más o menos bien es­ tablecida de ia macrolingüística (cf. 2.1). Una de sus definiciones,..que mu­ chos suscribirían, podría discurrir así: la estilística es eílestu dio dé-v-laf^arier? dad de estilos en las lenguas y del m odo com o sacan partido de ella losíusuaí • rios. Se trata, desde luego, de una definición bien general, pues com pren de, todo lo que pueden alcanzar a desear quienes em plean :;dicho térm inos Bérót precisamente por ello es demasiado comprensiva. Según esta definición;‘ la* estilística quedaría totalm ente incorporada ai dom inio de la sociolingüística (en su sentido lato: cf. 9.1) y de la pragm ática (cf. 5.6). Algunos autores,-dicho sea de paso, quedarían bien com placidos con una interpretación así;| v ; Más habitualmente, no obstante, se lim ita el térm ino ‘estilística’ , icón «Mr sin otras cualificaciones, a la e s t i l í s t i c a l i t e r a r i a, esto es, al estu­ dio de la lengua que se em plea en los textos literarios. Pero, a su vez, tam­ bién los propios térm inos ‘litera rio ’ y ‘literatu ra1 pu edeii& ecibir una jinferpré^ tación más o menos amplia. La literatura, tal com o se entiende el| tétm in ó' en nuestros esquemas culturales, no es de ningún m odo universal ¿n la hu­ manidad. Hay, sin em bargo, una definición más general de ‘ literatu ra’, que no se circunscribe a la lengua escrita ni a las categorías y géneros de nuestra cultura. Como indicaba Bloom field (1935: 21-2): «L a literatura, tanto si se presenta en form a hablada o, com o es normal ya, p or escrito, consta de enun­ ciados bellos o notables por alguna otra razón.» Desde luego, podríam os buscar sutilezas en los térm inos ‘b ello ’ y ‘ notable’, y aún cabe pensar, incluso, que el térm ino ‘enunciado’ ha de entenderse en el sentido de que cubra to­ dos los textos y no sólo los productos de actos únicos de enunciación. A pesar de ello, la definición de Bloom field ofrece la ventaja de m ostrar que lo que solemos considerar literatura en nuestro marco cultural es una m era mani­ festación de algo que se encuentra en todas las culturas, esto es, el recono­ cim iento de que ciertos enunciados y textos son más dignos de conservación, repetición y com entario que otros, en virtud de sus propiedades estéticas o dramáticas. En este sentido, la literatura no sólo es culturalm ente univer­

sal, sin o qu e es tam bién una de las más im portantes características definitoria s de las culturas, capaces de distinguirlas entre sí. Lam en tablem en te, en los ú ltim os años parece que se ha abierto un va­ c ío en tre la lin gü ística y los estudios literarios. En buena m edida se debe a la in com pren sión y a los preju icios, p o r una parte, y a las pretensiones exageradas que han in trod u cido determ inados lingüistas y críticos literarios acerca de los o b je tiv o s y logros de sus respectivas disciplinas. Y aunque la in com p ren sió n y los p reju icios aún perduran en determ inados bastiones de am bos lados, tam bién es verdad que van reduciéndose paulatinamente. Los lin gü istas ya no ponen tanta en ergía en proclam ar la condición científica de su disciplin a (cf. 2.2), y andan con más cautela al form u lar el prin cip io de la p rio rid a d de la lengua hablada y en la crítica contra la obstinación literaria y p rescrip tivista de la gram ática tradicion al (cf. 1.4, 2.4). Y algunos críticos litera rio s, al m enos, son conscientes de que la insistencia del lingüista en qu e el uso de la lengua en la literatu ra no es el único, ni siquiera el más básico, no desvirtú a en absoluto su concepción de que las funciones literarias d e la lengua son especialm en te dignas de estudio. En realidád, hay muchos estu diosos qu e trabajan en el cam po de la estilística literaria cuyos intereses p rofesion a les com pren den la lengua y la literatu ra p o r igual, tal com o se in­ terp reta n p o r lo com ún estos térm inos en nuestras escuelas y universidades. E n este apartado nos hem os lim itado a hacer una referencia superficial a los p rop ó sito s de la estilística literaria. Es evidente, no obstante, que la de­ fin ició n general de ‘estilística ’ que hemos dado más arriba .— el estudio de la va ried a d de estilo en las lenguas y el m odo com o sacan partido de ella los usuarios— com p ren d e igualm ente la estilística literaria, al menos en prin­ cip io , puesto qu e el uso litera rio de las lenguas puede considerarse com o a q u el cuya explotación de recursos en todos los niveles de estructura es par­ ticu la rm en te e fe c tiv a y creativa. L a incongruencia estilística, la am bigüedad delib era d a , el em p leo audaz de m etáforas, p o r no m encionar la aliteración, la asonancia, el m etro, el ritm o, etc., que dependen en últim o extrem o de las p ropiedades d el m ed io fón ico, no son más que algunos de los recursos m ás ob via m en te lin gü ísticos que un poeta o un o ra d o r puede allegar en la p rod u cción de «enu n ciados bellos o notables por alguna otra razón». L a esti­ lís tic a litera ria acom ete la tarea de describir estos recursos. En las obras citadas en la am pliación bibliográfica se encontrarán abundantes ejem p lificaciones de tod o ello.

Además de los tratamientos que se encuentran en las obras más generales citadas en los capítulos 1 y 2, se recomiendan las siguientes como introducción a la sociolingüística: Bell (1976); Fishman (1970); Hudson (1980); Pride (1971); Trudgill (1974). Añádanse, además, Fishman (1968); Giglioli (1972); Giles (1977); Gumperz & Hymes (1972); Hymes (1964); Laver & Hutcheson (1972); Pride & Holmes (1972); [Alvar (1973, 1976); Beinhauer (1968, 1973); Granda (1978); Lope Blanch (1969)]. Entre los compendios de artículos influyentes escritos por distintos estudiosos se incluyen Emeneau (1980); Érvin-Tripp (1973); Ferguson (1971); Fishman (1972a); Greenberg (1971); Gumperz (1971); Haugen (1972) Hymes (1977); Labov (1972). Sobre acentos y dialectos, cf. además Bailey & Robinson (1973); Chambers & Trudgill (1980); Hughes & Trudgill (1979); Trudgill (1978). Para el inglés de los negros (en América), añadir Burling (1973); DeStefano (1973); Dillard (1972); Shuy & Fasold (1973). Sobre pidgins y criollos, además Hymes (1971); Todd (1974); Valdman (1977). Sobre bilingüismo y diglosia, Ferguson (1959); Bell (1976); capítulo 5. Un libro ya clásico es Weinreich (1953). Véanse también Vildomec (1963); Haugen (1973). Para algunas sugestivas precisiones sobre los aspectos neurofisiológicos del bilin­ güismo, cf. Albert & Obler (1978). Sobre la lengua y las clases sociales (con especial referencia a la noción de códigos restringidos y elaborados), añadir Bernstein (1971); Dittmar (1976); Édwards (1976); Lawton (1968); Robinson (1972); Rosen (1972). Sobre planificación lingüística, añadir Fishman, Ferguson & Das Gupta (1968); Rubin & Shuy (1973); [Marcos Marín (1979)]. Sobre lengua y nacionalismo, añadir Fishman (1972c); [Ninyoles (1975)]. Sobre variación estilística, además Bailey & Robinson (1973); Crystal & Davy (1969); Quirk (1968); Turaer (1973). Sobre estilística literaria, añadir Chatman & Levin (1967); Culler (1975); Fowler (1966); Freeman (1970); Halliday & Mclntosh (1966); Hough (1969); Leech (1969); Love & Payne (1969); Quirk (1968); Sebeok (1960); Ullmann (1964); Widdowson (1974). [Para la llamada ‘ lingüística del texto’, cf. Bernárdez (1982); Pécheux (1969); Petófi & García Berrio (1978); Talens et alii (1978).] En muchas de las obras enumeradas más arriba se consideran las implicacio­ nes educacionales y las aplicaciones prácticas de la sociolingüística y la estilística. Pero hay que hacer también referencia a las obras citadas en el capítulo 2 para la lingüística aplicada y aun a otras como Mackey (1965); Widdowson (1976, 1978); Wilkins (1972). Dos libros que tratan específicamente las implicaciones educacio­ nales de la lingüística, junto con la sociolingüística y la psicolingüística, son Cashdan & Grudgeon (1972); Johnson (1976).

1. C om é ntese la importancia social que tienen las diferencias de acento y dia­ le cto dentro de una com unidad lingüística. (¿C um p len un com etido generalm ente beneficioso o nocivo, teniendo en cuenta el punto de vista de (a) la sociedad y (b) el individuo?) 2.

Expóngase claram ente la diferencia que hay entre la RP y el in glé s estándar.

3.

A lg u n o s lingüistas y otros hablan indiscrim inadam ente de inglés británico, in­ g lé s americanó, inglés australiano, etc. ¿ S e refieren a dialectos relativam ente ho­ m ogén eos de la m ism a lengua? ¿E n qué consiste, en rigor, el in glé s británico, el inglés am ericano y el In g lé s australiano?

4.

« C ie rtos lingüistas británicos han observado, informalmente, ... [q u e ] un nú­ m ero creciente de hablantes utiliza construcciones como: He’s played for us last year, “Ha jugado para nosotros, el año pasado”, They've done that three years ago, “Lo han hecho hace tres a ñ o s” » (Trudgill, 1978: 13). ¿L e parecen e sto s u so s del perfecto (a) norm ales o bien (b) anóm alos para el in glé s está ndar? S i le pa­ recen, al m enos al principio, extraños, (a) ¿puede decir por qué?, y (b) ¿puede im aginar contextos que los harían perfectamente aceptables para u ste d ? ¿ E n ­ cuentra otros u so s de la o posición entre perfecto y pasado sim ple en inglés don­ de la variación sincrónica sea indicio de lo que cabe considerar un cam bio lin­ gü ístico desde el punto de vista diacrónico? Los estudiantes que sep an francés, alemán, italiano o griego m oderno pueden exam inar lo m ism o en relación con una o m ás de esta s lenguas. [ L o s estudiantes de lengua española pueden reali­ zar un ejercicio sim ilar com parando ejem plos de tipo Lo he visto hace un mo­ mento frente a Lo vi hace un momento.] 5. «La variedad lingüística en lo s individuos y en el seno de la com unidad c o n s­ tituye las dos caras de una m ism a moneda» (p. 238). Com éntese.

6. E xp ó ngase y ejem plifíquese la noción de e s t e r e o t i p o s m ente pertinentes.

so ciolin güística-

7. ¿E stá usted de acuerdo en que la personalidad, en cuanto que se m anifiesta en el com portam iento lingüístico, e s un fenóm eno so c ia l? 8. S e ha indicado que toda la lingüística es, o debe ser, so cio lin gü ística y aún que toda la lingüística es, o debe ser, psicolingüística. ¿Q u é p iensa usted de todo ello? 9.

¿ Q u é distinción trazaría, si e s que la ve, entre b i l i n g ü i s m o

10. Exponga lo que s e entiende por e s t a n d a r i z a c i ó n ¿C o n v ie n e prom overla? Y si e s así, ¿c ó m o ? 11.

¿E n qué difieren los

pidg ins

12. Indique lo que significa blantes m o n o lin g ü e s?

y diglosia? de las lenguas.

de los c r i o l l o s ?

cambio

de

código.

¿ S e da o no entre ha­

13. H aga una referencia crítica a la teoría de Bernstein so b re lo s c ó d i g o s r e s t r i n g i d o s y e l a b o r a d o s en conexión con la h ip ó te sis del d é f i c i t I i n g ü í s t i c o. 14. ¿Q u é e s la p l a n i f i c a c i ó n l i n g ü í s t i c a ? R esu m a lo s objetivos y descu b rim ien to s de uno o m ás de los c a s o s de estudio allegados en la am pliación bibliográfica. 15. « C o n o ce r las cond iciones en que sería adecuado recibir al Prim er M in istro con un am igo Wotcher no n o s parece m ás atingente a la lingüística qué cono­ cer las con dicione s en que se ría adecuado guiñarle el ojo» (Sm ith & W ilso n , 1979: 194). Com éntese. 16.

C o n sid é re n se las tres definiciones sig u ie n te s de estilística: (a) «La estilística... e s el estudio de la función social de la lengua, y constituye una rama de lo que se ha dado en llamar so cio lin gü ística » (Widdow son, 1974 : 202). (b) «La estilística e s la parte de la lingüística que s e ocupa de la va­ riedad en el uso de la lengua, a menudo, pero no exclusivam ente, con e s­ pecial atención a los u so s m ás co n scie n te s y com plejos de la lengua en la literatura» (Turner, 1973 : 7).

(c) «La estilística se ocupa de lo s valores exp re siv o s y evocativos de la lengua» (Ullm ann, 1962: 9). ¿ A c a s o definen las tres la m ism a gam a de fe n ó m e n o s? ¿C u á l prefiere usted, y por q u é ? ¿ Q u é d istinción establecería, s i e s que la halla, entre la estilística li­ teraria y no literaria?

10. Lengua y cultura \-----------------------------------------------------

10.1

¿Qué es (a cultura?

L a palabra ‘cultura’ (y sus equivalentes en otras lenguas europeas) contiene diversos sentidos afines, dos de los cuales conviene m encionar y distinguir aquí. H ay, en p rim er lugar, el sentido p o r el que ‘cultura’ resulta más o menos sinónim o de ‘civiliza ción ’ y, en una form ulación más antigua y radical del contraste, se opone a ‘b a rb arie’. Es el sentido que aparece, en español, cuando se dice de alguien que es persona ‘culta’ o ‘ cultivada’. Se funda, en ú ltim o extrem o, en la concepción clásica de la excelencia en el arte, en la li­ teratura, en las buenas maneras y en las instituciones sociales. Rem ozada p o r los humanistas del Renacim iento, esta concepción clásica fue subraya­ da por los pensadores de la Ilu stración, én el x v m , y asociada a su visión de la historia de la hum anidad com o progreso y desarrollo. Este concepto de historia, ju n to con Otros típicos de la Jlustración, re­ cib ió las críticas de H erder, quien d ijo del equivalente alemán de ‘ cultura’ : «n ada hay tan indeterm inado com o esta palabra, ni tan engañoso com o su aplicación a todas las naciones y p eríod os» (cf. W illiam s, 1976: 70). A rrem e­ tió especialm ente contra el supuesto de que la cultura europea del x v m , do­ m inada p o r el francés y p o r ideas francesas, representase el punto culmi­ nante del progreso humano. In teresa notar, a este propósito, que los erudi­ tos franceses suelen em plear la expresión ‘ langue de culture' [lo m ism o que, en español, su equ ivalente ‘lengua de cu ltu ra'] para distinguir lo que se con­ sidera una lengua cu lturalm ente más avanzada con respecto a otras más atrasadas. En alemán, tam bién ‘ Ku ltu rsprache’ se utiliza de un m odo simi­ lar. Y pese a que no existe un equ ivalente aceptado en inglés, la actitud sobre la que descansa el uso de tales expresiones no es menos habitual en las so­ ciedades anglohablantes. C om o vim os en un capítulo anterior, la m ayoría de lingüistas de la actualidad asumen el supuesto de que no existe algo así como lenguas prim itivas (cf. 1.7). N o obstante, m erece la pena que volvam os a exa­

m inar el asunto con especial referencia a esa concepción clásica de la cultura. Así lo haremos más adelante (cf. 10.5). En lo que sigue, interpretarem os la palabra ‘cultura’, no en el sentido clásico, sino en otro que cabe considerar más o'"menos antropológico, bn realidad, éste es el sentido que propuso' Herder, aun cuando hasta sólo unos ochenta años después no empezaran a adoptarlo los antropólogos que escri­ bían en inglés. Con esta interpretación, ‘cultura’ aparece sin im plicar nin­ guna suerte de progreso líüimaño u nilaterarén tre la barbarie y la civilización n fiiin g u n ju ició p re v í^ ^ ’e"\ ^ 6 r con respecto'ala~calfc(a"d’ esta c a o intelectual

dénáTfg7'rá"IiféfatuTá7 ÍS^ñsWí^ioneC"et(^_de^jañ^jdete£miiad^ soc^dad. Eñ~ éste sentido del térm ino,"qué deslíe^ la antropología se ha extendido a las demás ciencias sociales, cada sociedad tiene su p ropia cultura, de form a que los diversos subgrupos que com prende pueden tener,^a^su vez, otras subcülturas distintivas.' La^apoÍogía"3.é jfférder^‘eñ"*favor“3e la palaBra*, cultura'' así entendida estaba articulada con su tesis sobre la interdependencia del lenguaje y el pensamiento, por una parte, y, por otra, con la concepción de que la~Tengüá y~Ta ’cuítura de una nación son manifestaciones^de su espíritu o mentaliclaH espécíEcos. Muchos otros escritores del m ovim iento rom ántico sostuvieron Tdeas“ Tfm ilares a este respecto. Se trata, por cierto, de una de las m últiples derivaciones que componen el com plejo desarrollo histórico de la llamada hipótesis de Sapir-W horf, que ha concitado toda la discusión sobre la lengua y la cultura, y aun sobre el lenguaje y el pensamiento, de hace una generación (cf. 10.2). Pese a que actualmente en las ciencias sociales, y en especial p o r parte de los antropólogos, el térm ino ‘cultura’ se em plee en el sentido que acaba­ mos de precisar, lo cierto es que aún puede definirse, técnicamente, de varias maneras diferentes. En virtu d de la definición que adoptarem os en adelante, puede describirse com o el conocim iento socialmente adquirido, esto es. com o el conocim iento que uno tiene p or su condición de m iem bro de una determ i­ nada sociedad~TcfrH irdson. 19807T4T. Dos aspectos^hay que"señalar aquí acer­ ca de la palabra ‘conocim iento’. Ante todo, que debe entenderse en el sen­ tido de que abarca el conocim iento tanto práctico com o teorético, esto es tanto el saber hacer algo com o el saber* que algo es o no así. En segundo lugar, con respecto al conocim iento teorético o proposicional, lo que cuenta es la creencia de que algo es verdad, y no la verdad o falsedad real de ese algo. Además, en relación con la m ayoría de culturas, por no decir de todas, hemos de adm itir distintos tipos o niveles de verdad, de m odo que, p o r ejem ­ plo, la verdad de una determ inada opinión religiosa o m itológica se evalúa de un m odo diferen te a com o se evalúa la exposición de un m ero evento fac­ tual. Vista así, la misma ciencia form a parte de la cultura. Y en cuanto a la discusión sobre las relaciones entre lenguaje y cultura, no hay que conceder ninguna prioridad al conocim iento científico sobre el que deriva del sentido común y aun de la-superstición. Es costum bre trazar una distinción entre transmisión cultural y trans­ misión b iológica (es decir, ^H eticay.~ErrTo~que~coñcierne al len gu aje cabe muy bTerTTá posibilidad de qüe haya una facultad innata para íá adquisición

lingüística (cf. 8.4). Ahora bien, sea com o sea, no cabe duda de que el cono­ cim iento que se tiene de la p ro pia lengua nativa se transm ite p or vía cultural. esto es, se adquiere) aunque no necesariam ente se aprende, en virtu d de la pertenencia a una d é t e ir a a ^ d F s d a é d ^ r M á in E c liá ^ , aun cuando haya una c iéríá facultad lin ^ ís t íc a “ geneficaníeñte transm itida, no basta para dar lu­ g a r a la adquisición y al conocim iento de una lengua, a menos que la socie­ dad en que se desenvuelve el niño no proporcion e los datos sobre los que actúa dicha facultad y lo haga, presum iblem ente, en unas condiciones qu e no m enoscaben seriam ente el progreso cogn oscitivo y em ocional del niño. E llo supone que hay una interdependencia entre lo cultural y lo b io lóg ico en el len gu aje. En efecto, basta reflexion ar un poco para recon ocer que la com ­ petencia lingüística de cada uno, al m argen de su fundam ento biológico, entra en el ám bito de nuestra definición de cultura. Y puede suceder m uy bien que otros tipos de conocim iento socialm ente adquirido — incluyendo el m ito, las creencias religiosas, etc.— , tienen tanta base biológica exclusiva de cada especie co m o la misma lengua. Conviene recordar bien este hecho al consi­ derar la adquisición y la estructura de la lengua a p a rtir de la oposición entre lo b io lóg ico y lo cultural. Y desde luego, ya no cabe pensar en la dis­ tinción nítida entre naturaleza y crianza o educación.

10.2

L a hipótesis de S ap ir-W h orf

E l gran lingüista y a n tropólogo norteam ericano E dw ard Sapir (1844-1939) y su discípulo B enjam in Lee W h o rf (1897-1941) heredaron una tradición del pensam iento europeo (co n toda probabilidad, a través de Franz Boas: 18481942) que, com o hemos visto, desem peñó un im portante papel en el desarro­ llo del e s t r u c t u r a l i s m o (c f. 7.2). L a tradición se rem onta al m enos hasta H erd er y tuvo en W ilh elm von H u m boldt uno de sus p rim eros y más influyentes representantes (cf. 8.1). E l m ovim iento se caracteriza p o r la importancia que concede al va lo r positivo" de la diversidad cultural y lingüística y, en general, su adhesión a los principios del~ idealism o rom ántico! “ 'Aun siendo hostil al-clasicism o, al universalism o y ál iritelectüálism o ex­ cesivo de la Ilustración, la tradición de H erd er y H u m boldt no llevó su hos­ tilidad hasta el extrem o de negar la existencia de universales lingü ísticos y culturales. H u m b o ld t. al menos, subrayó tanto lo universal com o lo particu ­ la r en el lenguaje. C oncibió la diversidad estructural de las len g u a sJ su jfo rm a in terior ) com o consecuencia de una facultad u m versalm en te..operativa, y específicam ente humana de la mente. De ahí que Chomsky reconociese en H u m boldt (« q u e se encuentra en l a m ism a encrucijada del pensam iento ra­ cionalista y rom án tico y cuya obra constituye en muchos aspectos el punto culm inante y aun term inal de estos m ovim ien tos»; Chomsky, 1966: 2) los ini­ cios del generativism o y, más en particular, de su propia concepción sobre la creatividad (c f. 7.4). En cualquier caso, la versión del prin cip io de H erd er

y H u m boldt sobre la relación entre lenguaje y pensamiento, al que los lin­ güistas, antropólogos y psicólogos americanos agregaron en la década de 1950 a 1960 el rótu lo de ‘hipótesis de Sapir-W horf’, se relaciona habitual­ m ente con la tesis de la r e 1 a t i v T tT a ci i r ^ g ü T F r f c X ~ Y ^ u n q u e no sea forzosam en te c o ñ c o i^ t a ñ t e 'w ^ e T e s t r u c t u r a lis m o en sí, dicha tesis se alzó en uno de los rasgos más sobresalientes de sus versiones americanas, entre ellas, la de la escuela post-bloom fieldiana. C om o vim os anteriorm en te, H erd er enunció la interdependencia de la lengua con el pensam iento (c f. 8.1). H um boldt se acerca más al d e t e r m i n i s m o l i n g ü í s t i c o . La^ h ip ótesis de Sapir-W horf en su presentación más corrien te con cierta el determ in ism o lin gü ístico’ (