Introduccion Al Lenguaje
 9788490641422

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Introducciónal lenguaje Jesús Tuson Valls Esta obra ha sido publicada con la ayuda de la DIrección General del Libro, Archivos y Bibliotecas del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte Título original: Introducció al llenguatge Diseño del libro, de la portada y de la colección: Manel Andreu Primera edición en lengua castellana: noviembre 2003 © Fundació per a la Universitat Oberta de Catalunya © Jesús Tuson, del texto © Editorial UOC (Oberta UOC Publishing, SL), de esta edición Gran Via de les Corts Catalanes, 872, 3ª. planta, 08018 Barcelona www.editorialuoc.com] Realización digital: Oberta UOC Publishing, SL Impresión: Gráficas Rey, SL ISBN: 978-84-9064-142-2 Depósito legal: Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño general y la cubierta, puede ser copiada, reproducida, almacenada o transmitida de ninguna forma, ni por ningún medio,sea éste eléctrico, químico, mecánico, óptico, grabación, fotocopia, o cualquier otro, sin la previa autorización escrita de los titulares del copyright.

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Autor Jesús Tuson Valls Catedrático de Lingüística en la Universidad de Barcelona. Ha publicado varios manuales sobre la materia, entre los que cabe destacar Teorías gramaticales y análisis sintáctico, Aproximación a la Historia de la Lingüística, Introducció a la Lingüística y L’escriptura. También es autor de diversos libros de ensayo, como El luxe del llenguatge (traducción castellana: El lujo del lenguaje), Mal de llengües (traducción castellana: Los prejuicios lingüísticos), El llenguatge i el plaer e Històries naturals de la paraula.

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Prólogo La Lingüística se define de ordinario, y en pocas palabras, como la ciencia del lenguaje. Pero el lenguaje es un fenómeno humano de una magnitud tan impresionante que esta primera caracterización peca por su propia generalidad. En primer lugar, el lenguaje es el elemento más destacado de nuestra condición humana, la característica que mejor define a la especie Homo sapiens y que no se halla en ninguna otra especie del mundo animal. Por tanto, desde este punto de vista, los humanos podemos ser definidos como “los hablantes”. En segundo lugar, la concreción de esa facultad general en las diversas lenguas del mundo crea los grupos lingüísticos: las comunidades que intercambian fácilmente todo tipo de información porque coinciden en alguna de las, aproximadamente, seis mil lenguas que se estima que existen en nuestro planeta. Esta diversidad se encuentra en el origen mismo de nuestra condición social, que resulta inimaginable sin el fuerte vínculo que se puede establecer gracias a la intercomunicación lingüística. En tercer lugar, cada hablante es el propietario inalienable de su lengua. Es evidente que las lenguas no se realizan o concretan en un espacio abstracto, en una especie de almacén aislado, al margen del soporte que es cada persona: sin hablantes concretos no podemos imaginar una lengua, al menos no una lengua viva. Esa tercera característica introduce un punto de vista intrapersonal en el universo del lenguaje. Efectivamente, gracias a una lengua se construye la propia personalidad y es posible el diálogo interior con nosotros mismos. Estos factores (dimensión humana general, aspecto social y vertiente individual) contribuyen a concretar la primera 4

definición de nuestra facultad comunicativa. Estas tres características también podrían ser consideradas como los “poderes (o virtualidades) del lenguaje”, en un sentido muy general. Y estos poderes tienen en su base una arquitectura muy compleja que garantiza la comunicación de cualquier mensaje gracias a unas estructuras fonológicas, morfológicas y sintácticas, en parte propias de todas las lenguas del mundo y, también en parte, características de cada lengua particular. Así pues, el desarrollo de esta introducción considerará todo un conjunto de aspectos referentes a las características generales del lenguaje y de las lenguas, sin entrar directamente en territorios más particulares y especializados (fonética, fonología, morfología, sintaxis y semántica). En el primer capítulo, “Los orígenes del lenguaje”, se aborda la cuestión de cómo y por qué surgió esta facultad expresiva en el transcurso de la evolución. Además, se establece una clara distinción entre las características de nuestro sistema de comunicación y cualquiera otra forma de vehicular informaciones propia de los seres vivos no humanos. El segundo capítulo, “El modelo de la comunicación y los tipos de señales”, establece el marco general en el que se puede acomodar el lenguaje como sistema peculiar de comunicación, y estudia todos los factores (emisor, receptor, mensaje, etc.) que son absolutamente necesarios para que el viaje de las señales entre la fuente productora y el punto de destino se cumpla con garantías de éxito. Se prestará especial atención a las señales lingüísticas y a su dimensión predominantemente arbitraria o convencional. El tercer capítulo, “Las lenguas del mundo: diversidad y unidad”, ha sido concebido como una introducción cultural a la pluralidad lingüística, a los tipos de lenguas, a las familias en que se agrupan y a su localización geográfica. Paralelamente a esta diversidad, se observará que las diferencias son perfectamente compatibles con ciertos aspectos unitarios que hermanan a todas las lenguas del mundo, en la medida en que todas comparten unas características comunes. 5

El cuarto, “Las variedades lingüísticas y el cambio”, describe aspectos más particulares y en concreto trata de establecer delimitaciones conceptuales entre los términos lengua, dialecto e idiolecto (especialmente entre los dos primeros), que a menudo son usados con escasa precisión, pudiendo originar malentendidos. También se discute la cuestión de la evolución de las lenguas y de los factores que intervienen en los procesos de cambio y de sustitución. El quinto y último capítulo, “Historia de la Lingüística”, presenta un breve recorrido a través de las etapas más importantes del pensamiento lingüístico. Hay que decir que todas las ciencias actuales son el fruto de un proceso en ocasiones bimilenario, y que todos los científicos tienen una idea, al menos en síntesis, sobre los orígenes y el desarrollo de su disciplina: éste es un conocimiento necesario que sitúa los avances actuales en el marco de una prolongada historia. Jesús Tuson

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Capítulo I. Los orígenes del lenguaje La discusión sobre los orígenes del lenguaje es muy antigua y revela una constante preocupación por descubrir los propios fundamentos de la humanidad. El hecho del lenguaje es una característica exclusivamente humana, sorprendente en todo el reino animal, y la búsqueda de sus fuentes es también la investigación más pertinente sobre nosotros mismos y sobre nuestra condición de seres racionales. De hecho, todas las indagaciones sobre el lenguaje son, a la vez, una investigación sobre la estructura de la mente humana. Pero en tiempos antiguos el discurso sobre los orígenes del lenguaje se caracterizaba por su subjetivismo y por la ausencia de pruebas empíricas. Sobre todo, con mucha frecuencia se introdujeron en él ideas basadas en mitos o en teorías de índole religiosa que provocaron polémicas absurdas entre los filósofos, por ejemplo, sobre la donación divina del lenguaje. Actualmente, el problema de los orígenes se sitúa en el marco de las investigaciones sobre la evolución de los homínidos y en suposiciones razonables sobre las ventajas del sonido como vía óptima de comunicación: el sistema oral-auditivo permite un tipo de intercambio que, en general, es superior a otros sistemas, como el gestual o visual. El estudio de la comunicación humana, en contraste con la comunicación de otras especies animales, permite considerar las características específicas o peculiares de nuestro instrumento expresivo. Un instrumento que nos permite hablar del yo y de los otros; referirnos al presente, al pasado y al futuro; crear estructuras condicionales, concesivas y finales; construir 7

definiciones científicas e, incluso, concebir mundos ficticios con los procedimientos propios de la literatura.

La evolución y el lenguaje De los mitos al empirismo En tiempos antiguos, gran cantidad de pueblos y culturas consideraban que el lenguaje había sido un don o un regalo otorgado a los humanos por alguna divinidad. Así, los romanos creían que el dios Jano había inventado el lenguaje y se lo había entregado a los mortales. En la Biblia aparece Yahvé dando nombre a las realidades superiores (el cielo, el día, la noche y la tierra), mientras que Adán es el encargado de designar a los animales. Esta lengua única y originaria (durante bastantes siglos fue el hebreo en la mentalidad de muchos) se fragmentó después de Babel, con lo cual se produjo la dispersión de la humanidad. Esa concepción divinista sobre los orígenes del lenguaje entró en crisis en el Romanticismo, momento en que ciertos filósofos (especialmente Herder y Rousseau) empezaron a introducir la idea de un origen estrictamente humano, lo cual enfrentó en duras polémicas a los partidarios de ambas tesis. La dureza de los enfrentamientos entre los defensores del origen divino del lenguaje y los partidarios de un origen humano hizo que la Societé Linguistique de París prohibiese expresamente en sus estatutos de 1866 cualquier discusión sobre la cuestión de los orígenes del lenguaje. Por su parte, los lingüistas contemporáneos siempre han mostrado gran reticencia a la hora de referirse a este tema y, o bien lo mencionan de pasada diciendo que se trata de una cuestión oscura, o lo ignoran por completo. En general, dejan constancia en sus obras de algunas propuestas que hacen surgir el lenguaje de los gestos y gritos de los humanos primitivos, haciendo referencia a la teoría de la imitación (onomatopeyas) y 8

a la adquisición de una lengua por parte de los niños, aunque no muestran gran convicción en relación con estas teorías. De hecho, las imitaciones onomatopéyicas del tipo tic-tac, bub-bub, ding-ding, etc., son escasísimas en las lenguas, y no constituyen, ni de lejos, el capítulo central del léxico, que es absolutamente convencional y no imitativo. Además, las onomatopeyas solamente pueden funcionar si la realidad designada hace algún tipo de ruido, y por esta vía jamás habrían recibido un nombre la inmensa mayoría de los objetos que permanecen en el más absoluto silencio. En cuanto a la teoría del desarrollo del lenguaje infantil, tampoco puede ser una propuesta válida aplicable a los orígenes por la sencilla razón de que los niños crecen en un mundo de hablantes, situación que no podría darse en el momento inicial del lenguaje, en el que hay que suponer que no había ningún modelo adulto para imitar. Por otra parte, la dificultad de esa investigación (su práctica imposibilidad) venía determinada por el hecho de que las muestras más antiguas de actividad lingüística eran las conservadas por la escritura. Pero los primeros registros escritos datan de poco más de cinco mil años (las escrituras pictográficas y cuneiformes mesopotámicas), mientras que razonablemente cabe suponer que el Homo sapiens ya era un hablante de pleno derecho, lo cual sitúa los orígenes del lenguaje unos cien mil años atrás. Así pues, hubo un hueco de noventa y cinco mil años en el que la actividad del habla no podía ser investigada porque no había dejado restos fósiles ni había sido fijada por la escritura. Así pues, las investigaciones dominantes sobre el lenguaje (especialmente a partir del siglo XIX) se orientaron en dos direcciones mucho más concretas: por una parte, en el estudio comparativo e histórico sobre la base de los testimonios escritos más antiguos para reconstruir protolenguas (por ejemplo, la que dio origen a los idiomas indoeuropeos), y por otra, en el estudio de las lenguas vivas consideradas sistemas muy estructurados. Pero como escribió el lingüista británico Robert H. Robins, “El 9

origen del lenguaje, a pesar de que siempre ha estado fuera del alcance de una concepción lingüística, no ha dejado de fascinar a las personas con inquietudes lingüísticas y, de un modo u otro, este problema ha sido un centro de interés, según nos consta por la historia.” Estas palabras, escritas hace treinta años, pueden recibir una luz nueva si tenemos presentes los descubrimientos actuales sobre la evolución del género Homo.

La aparición del lenguaje oral La cuestión de los orígenes del lenguaje se sitúa, de un modo natural y verosímil, en el marco de la teoría evolutiva de las especies, especialmente en el esquema del desarrollo de los primates más avanzados. Este esquema (muy simplificado, porque no hemos incluido en él las especies Homo ergaster, heidelbergensis, neanderthaliensis, etc.) presenta la forma siguiente:

Este esquema evolutivo indica que la divergencia entre los primates no humanos más avanzados (los chimpancés, separados a su vez de los gorilas y de los orangutanes) y la línea que lleva al Homo sapiens se produjo hace unos seis millones de 10

años. Indica también que la línea de la derecha marca la aparición en el tiempo de especies sucesivas de homínidos (todas extinguidas, salvo la última) que, progresivamente, presentan una morfología cada vez más parecida a la del Homo sapiens. Si, por ejemplo, en esa línea evolutiva que lleva a la aparición del Homo sapiens solamente nos fijamos en el volumen del cerebro (figura 1), observaremos que su valor aumenta desde los 400-600 cm3 de las diferentes especies de Australopithecus hasta los 1.400 cm3 de media de Homo sapiens; el género Australopithecus oscila entre los 400 cm3 (en la especie afarensis) hasta los 600 cm3 (en la especie boilsei); Homo habilis llega hasta los 800 y Homo erectus, hasta los 1.000, mientras que Homo sapiens, desde su aparición hasta nuestros días, tiene un volumen cerebral de una media de 1.400 cm3. Figura 1. Volumen cerebral de los homínidos del cuaternario inferior.

Fuente: Joseph H. Reichholf (1994). La aparición del hombre (pág. 8283). Barcelona: Crítica.

Paralelamente a estas magnitudes cerebrales, los hallazgos arqueológicos también muestran una creciente complejidad en las técnicas y en lo que respecta al control del medio. Homo habilis realizaba herramientas de piedra y refugios de habitación; Homo erectus construía hachas y llegó a controlar el fuego; Homo sapiens está detrás de las primeras culturas humanas (auriñaciense, solutrense y magdaleniense) y de todos los avances espectaculares que llegan hasta nuestros días. Así pues, es preciso situar en este marco la emergencia del lenguaje 11

entendido como herramienta indispensable de socialización, como instrumento de la autoconciencia y como mecanismo para el control del mundo. Los planteamientos iniciales han de tener presente una cuestión básica: los chimpancés tienen a su disposición un centenar de señales vocales para designar cosas diversas como, por ejemplo, diferentes tipos de peligro, deseos, dominio del territorio, etc. En el otro extremo del esquema anterior, los humanos (hay que suponer que ya desde sus orígenes, unos cien mil años atrás) tenemos un sistema lingüístico extraordinariamente complejo que es correlativo con nuestra interacción social, con el refinamiento de nuestras actividades y producciones y con nuestro control del entorno. La adquisición de unas estructuras verbales tan versátiles probablemente se ha tenido que producir de forma escalonada en el transcurso de la evolución hacia Homo sapiens. Como argumento fundamental de esta tesis evolucionista cabe presentar también las denominadas “marcas endocraneales” de los centros del lenguaje (figura 2). Las circunvoluciones del cerebro y todos los pliegues del córtex dejan su impronta, en negativo, en la parte interior del cráneo. Por otro lado, en el cerebro hay dos áreas principalmente responsables del control del lenguaje: el área de Broca y la de Wernicke, ambas en el hemisferio izquierdo del cerebro. Pues bien, las marcas que estos dos centros han dejado en la parte interior del cráneo se manifiestan cada vez más complejas a medida que las especies de homínidos evolucionan. Existe, pues, una correlación entre el aumento del volumen del cerebro y la configuración de las marcas endocraneales responsables del control del habla. Además, hay que tener presente que según parece, a lo largo de la evolución, se ha producido una posición diferenciada de la glotis y de las cuerdas vocales: éstas se encuentran en una posición más alta en los primates no humanos. En cambio, nosotros las tenemos en una posición baja: a la altura de la nuez (cartílago tiroides), lo cual permite disponer de un espacio 12

resonador fundamental para la producción de los sonidos del habla. Más adelante veremos cómo este factor determinó un cambio de estrategia en las investigaciones sobre las posibilidades de que los chimpancés desarrollasen habilidades comunicativas humanas. Figura 2. Centros cerebrales del lenguaje.

Fuente: David Lambert (1988). Guía de Cambridge del hombre prehistórico (pág. 117). Madrid: Edaf.

El cuándo y el cómo de la emergencia del lenguaje son cuestiones difíciles de responder hoy por hoy. Pero existe un acuerdo prácticamente unánime entre los investigadores (tanto lingüistas como paleoantropólogos y neurólogos) en el sentido de que la aparición de la especie Homo sapiens es rigurosamente correlativa con la aparición del lenguaje. Los hallazgos arqueológicos que datan de hace cien mil años nos muestran fósiles con una morfología humana idéntica a la actual, incluyendo la capacidad craneana. Eso forzosamente significa que hace aproximadamente cien mil años las formas de comunicación verbal eran esencialmente como las nuestras. Esta forma de comunicación a la que denominamos lenguaje 13

ha sido definida con precisión por uno de los lingüistas más importantes de todos los tiempos, Edward Sapir, de la siguiente manera: “El lenguaje es un método puramente humano y no instintivo de comunicar ideas, emociones y deseos mediante un sistema de símbolos producidos voluntariamente. Estos símbolos son, en primer lugar, auditivos, y son elaborados por los denominados “órganos del habla”. No existe ninguna base instintiva apreciable del habla humana como tal, por mucho que las expresiones instintivas y el entorno natural puedan servir como estímulo para el desarrollo de determinados elementos del habla (...). La comunicación humana o animal, si se puede llamar “comunicación”, que resulta de los gritos involuntarios e instintivos no es de ninguna de las maneras lenguaje en el sentido que conocemos.”

Así pues, con la aparición de Homo sapiens también hizo acto de presencia un sistema de comunicación simbólico totalmente desarrollado, que estaba formado por los elementos esenciales del lenguaje; es decir, un léxico y un sistema de concatenación de los símbolos que denominamos sintaxis; un instrumento único en el reino animal. Un sistema tan excelente que siempre ha maravillado a los especialistas en paleoantropología. Como muestra, he aquí las palabras del famoso investigador Richard Leakey en su obra Origins Reconsidered. In Search of what Makes us Human (1992): “Cuando pensamos en nuestros orígenes, siempre nos situamos de manera automática en el lenguaje. Los cánones objetivos de nuestra unicidad como especie, por ejemplo el bipedismo y la gran capacidad cerebral, se pueden llegar a medir con facilidad. Pero en muchos sentidos, lo que nos hace sentir realmente humanos es el lenguaje. Nuestro mundo es un mundo de palabras. Nuestros pensamientos, nuestra imaginación, nuestra comunicación, nuestra riquísima cultura, todo, se configura gracias al lenguaje. Con el lenguaje podemos desvelar imágenes mentales, canalizar los sentimientos como la tristeza, la alegría, el amor, el odio. A través del lenguaje podemos expresar la individualidad o pedir lealtad colectiva. El lenguaje es nuestro caldo de cultivo: ni más, ni menos.”

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Las ventajas de la opción sonora Si examinamos cada una de las lenguas del mundo, veremos que todas, sin excepción, se realizan gracias al sonido; son sistemas que basan la transmisión de información en la emisión vocal y en la recepción auditiva. En ningún caso se ha encontrado un grupo humano que hablase mediante gestos. La dimensión sonora de las lenguas ha de significar que en los orígenes de la humanidad la vía vocal-auditiva se vio favorecida selectivamente como forma central de comunicación lingüística. Caso aparte son los sistemas de signos de los sordos, que suplen la carencia auditiva con un lenguaje gestual plenamente desarrollado y equivalente al oral. Así pues, hay que discutir racionalmente por qué se impuso la vía vocal-auditiva frente a otros mecanismos con los que también habría podido transmitirse la información. La enumeración de las ventajas del sonido será contrastada a continuación con la otra forma posible de comunicación lingüística: la comunicación gestual. En primer lugar, el sonido puede oírse tanto de día como de noche, mientras que los gestos requieren unas condiciones de luz determinadas para ser percibidos. Pensemos en las largas noches de nuestros antepasados remotos y no en las condiciones actuales, que nos permiten iluminar una habitación sin ningún esfuerzo. En esas circunstancias, un sistema de comunicación gestual habría representado un grave inconveniente durante una parte importante del día. Así pues, la voz era rentable en cualquier momento, independientemente de la luz. En segundo lugar, los gestos solamente pueden transmitir información si el receptor mira directamente a la persona que los hace. En cambio, el habla oral es perceptible sin la inmovilización de la mirada: podemos dirigir la vista en cualquier dirección, movernos e incluso tener cerrados los ojos, y la voz nos llega sin ninguna dificultad. Ello es posible porque el sonido se esparce en todas las direcciones del espacio tridimensional. Así pues, la voz, además de ser percibida en la oscuridad, también podía llegar a los receptores 15

independientemente de su posición en el espacio. En tercer lugar, la voz puede ser percibida a distancia: por ejemplo, a cien o doscientos metros. En cambio, las gesticulaciones se empequeñecen a medida que los interlocutores se separan: unos gestos hechos con los dedos resultan inútiles a partir de una determinada distancia. La potencia de la voz constituyó, pues, una tercera ventaja, sumada a las dos anteriores. En cuarto lugar, tenemos ocupadas las manos durante buena parte del día en todo tipo de tareas, en cambio la boca sólo lo está cuando comemos y bebemos. En consecuencia, la vía vocal permitía ocupar una parte de nuestro cuerpo (la boca) más disponible que otros órganos. Esa vía vocal representa, eso sí, una pequeña sobrecarga, ya que los denominados “órganos del habla” han de duplicar sus funciones: los pulmones, además de producir los movimientos regulares de la respiración, tienen que funcionar de manera forzada (inspiraciones rápidas y breves, y espiraciones largas) durante las emisiones lingüísticas. Por otro lado, la boca es la vía de entrada de los alimentos y la lengua interviene en el proceso digestivo; su doble función como “órgano de habla” nos obliga a realizar una serie de movimientos muy rápidos que posibilitan las articulaciones del sonido. A pesar de estos pequeños inconvenientes derivados del habla como segunda función de algunos órganos, el conjunto de las cuatro ventajas descritas anteriormente parece que contribuyó al triunfo del sonido como base de la comunicación lingüística. En términos evolutivos, esta opción sonora puede ser considerada óptima, ya que permitió mejores adaptaciones, sobre todo de tipo social, pues favorecía la interacción entre los miembros del grupo y suponía una reducción de los costes, y también una mayor efectividad comunicativa.

Los horizontes de la comunicación 16

Los poderes del lenguaje La definición que del lenguaje propuso Sapir (ver la página 21) puede ser completada con una variante como la siguiente: el lenguaje es un sistema de comunicación y de autoexpresión, de base vocal y auditiva, propio y exclusivo de los seres humanos. Este sistema consta de un léxico arbitrario o convencional y, además, de unas reglas combinatorias (sintaxis) que permiten la construcción de una cantidad de secuencias en principio infinitas. El lenguaje, como facultad única y común de la especie humana, se realiza en alguna de las, aproximadamente, seis mil lenguas que existen en el mundo. El carácter infinito del lenguaje puede ejemplificarse con relativa facilidad a partir de una serie de frases y textos como los que tenemos a continuación: (1) Hoy he llegado pronto. (2) Hoy he llegado más pronto que otros días. (3) Hoy he llegado más pronto que otros días, porque he terminado el trabajo antes de lo que pensaba. (4) Hoy, jueves, he llegado mucho más pronto que otros días laborables, porque he terminado el trabajo que me habían encargado mucho antes de lo que pensaba. Si te parece bien, podríamos ir al cine... Esta flexibilidad del lenguaje debe entenderse en relación con la flexibilidad del pensamiento. Hace un siglo y medio, Wilhelm von Humboldt (filósofo, lingüista y fundador de la Universidad de Berlín) avanzó la hipótesis de que si el pensamiento humano no tenía límites, el instrumento con el que lo expresamos, el lenguaje, también tenía que poseer esta condición ilimitada. Esta característica es central en toda definición del lenguaje, separándolo de modo evidente de otros sistemas de comunicación. Pero tal como veremos a continuación, las virtudes o los poderes del lenguaje se amplían a toda clase de dominios diferentes y lo convierten en un instrumento principal de construcción del “yo”, de autoexpresión, de comunicación y de nuestra ordenación del mundo. En primer lugar, el lenguaje es un instrumento básico para la 17

construcción del “yo” intrapersonal. Efectivamente, en todas las lenguas existe un sistema pronominal que contiene al menos dos formas: la que marca la persona que habla y la que designa al resto (con una, dos o más formas). De este modo, todo hablante dispone de un pronombre para referirse a sí mismo, lo cual a menudo se interpreta en el sentido de que ese pronombre de primera persona y singular consolida la autoconciencia, o al menos la expresa de manera precisa. En segundo lugar, el lenguaje es un instrumento para la autoexpresión libre. Al margen de los condicionamientos externos y de las posibles censuras e interdicciones procedentes del entorno, nuestro discurso interno se puede desarrollar sin obstáculos. Es útil añadir que tanto nuestros pensamientos como el diálogo silencioso que establecemos con nosotros mismos se realizan sobre la base del lenguaje: está demostrado que cuando pensamos en silencio la lengua realiza “movimientos subvocales” (los movimientos del habla, reducidos y sin llegar a la articulación sonora), lo cual es una prueba evidente de que nuestros pensamientos íntimos tienen como soporte el instrumento del lenguaje. En tercer lugar, el lenguaje es la herramienta privilegiada para la comunicación. Esta característica, que convierte al lenguaje en instrumento de información, aparece subrayada en muchas definiciones del lenguaje, por encima de los otros rasgos que estamos comentando. Resulta evidente que la comunicación desempeña aquí un papel central, pero no único. Esta dimensión comunicativa permite la socialización y la interacción entre los miembros del grupo de hablantes. El lenguaje ha sido considerado sobre todo como el elemento que posibilita la organización del trabajo, la distribución especializada de las diferentes tareas que realiza todo grupo humano. Finalmente, nuestra capacidad lingüística, el lenguaje, debe ser entendida como la herramienta con la que ordenamos el mundo. En nuestro entorno hay muchos objetos diferentes y también situaciones y acontecimientos singulares que se producen constantemente. Así, todo “accidente” (un suceso de 18

la realidad) es designado con la palabra accidente; toda “boda” es boda (y es evidente que los novios son diferentes como lo son el lugar y el tiempo de ese acto); toda “casa” es casa (independientemente de su situación, sus habitantes y el número de habitaciones); todo “viaje” es viaje (al margen del destino y del vehículo elegido). Ello significa que gracias al lenguaje clasificamos la realidad: los millones y millones de árboles del mundo pueden ser designados con la máxima simplicidad con la palabra árbol; de ese modo, los nombres comunes y los verbos actúan como símbolos (etiquetas clasificadoras que pueden aplicarse a una cantidad no finita de objetos diversos y de situaciones diversas). Hay que pensar que, sin la posesión de estas herramientas simbólicas, nuestra percepción del mundo y de cuanto éste contiene probablemente nos resultaría un auténtico caos. Este conjunto de virtudes o poderes del lenguaje configura un instrumento muy refinado y de un alcance extraordinario, muy alejado de las características comunicativas que hallamos en el mundo animal no humano. Pese a ello, cabe añadir que la comunicación en el marco de otras especies (que estudiaremos a continuación) no puede considerarse “inferior”. Esta palabra representaría un juicio de valor inaceptable, porque otras especies (las hormigas, las abejas y los chimpancés, por ejemplo) disponen de unos sistemas de comunicación perfectamente ajustados a las necesidades derivadas de su condición biológica y de las adaptaciones a su entorno. La comparación que comienza a continuación no pretende, pues, minusvalorar a las otras especies animales; sencillamente, es el modo de entender cuáles son las posibilidades del lenguaje humano en relación con otras formas de comunicación; comunicación “diferente”, no “inferior”.

La comunicación entre los animales Hay que iniciar este apartado con una distinción 19

fundamental, ya que a menudo la palabra lenguaje se usa de una manera muy laxa y, de forma poco técnica, hablamos del “lenguaje de los colores”, del “lenguaje de las flores” y también del “lenguaje de los animales”. Estas extensiones metafóricas son perfectamente permisibles en el uso diario, pero en sentido estricto reservaremos el término lenguaje para el tipo de comunicación verbal humana que ya hemos definido en dos ocasiones. Y en lo que respecta a cualquier otra forma de transmisión de informaciones, usaremos el término comunicación. Así pues, se puede hablar de “comunicación animal”, por un lado, y de “lenguaje (humano)” por otro. Es evidente que en el reino animal (dejando ahora de lado la especie humana) existen formas variadísimas de comunicación: los ultrasonidos de los delfines, los gritos de los chimpancés, el despliegue del plumaje del pavo real, el lomo arqueado de los gatos, los cantos de los pájaros, los ladridos de los perros, etc. son auténticas señales, interpretables por los miembros de cada especie y tienen consecuencias en el comportamiento de los demás animales. Las feromonas, sustancias que segregan algunos animales (por ejemplo, a través de la orina) y que influyen en el comportamiento de los otros individuos de la especie (en tanto que actúan como marcadores del territorio, etc.), constituyen una forma de comunicación de tipo químico. Buena parte de la comunicación animal depende de condiciones estrictamente genéticas: como decimos a menudo, hablando de los animales, “lo hacen por instinto”. Pero también es cierto que determinadas habilidades que dependen de la experiencia se aprenden gracias a ciertos comportamientos comunicativos. En estos casos, las crías, separadas de sus progenitores, no desarrollarían determinadas habilidades: por ejemplo, la forma en que algunos chimpancés separan el grano metiendo la palma de la mano en agua para que ésta se lleve la paja. O también la habilidad con que introducen una pequeña rama, previamente impregnada de saliva, en los agujeros de las termitas para que se queden pegadas a ella. Pero en general la comunicación animal está dominada por el instinto y las señales 20

emitidas hacen referencia a temas como, por ejemplo, la alimentación, la reproducción, el peligro, la amenaza, la defensa del territorio, etc. Así pues, la comunicación de los animales se circunscribe en cada caso al tipo de señal destinada a garantizar las necesidades de la propia especie. Dos ejemplos nos sirven para ilustrar algunas de las características de la comunicación animal: la “danza” de las abejas y las clases de gritos de los cercopitecos de cara negra (Cercopithecus aetiops) de Etiopía y Kenia. En ambos casos se trata de formas de comunicación determinadas genéticamente.

La “danza” de las abejas La “danza” de las abejas, que describimos a continuación, constituye un acto comunicativo que permite a una abeja exploradora informar a sus congéneres de la localización exacta de una fuente de néctar. Karl von Frisch, Premio Nobel de Medicina, describió meticulosamente esta danza en sus investigaciones. Según observó, cuando la abeja exploradora sale de la colmena, realiza un vuelo aleatorio hasta encontrar el néctar necesario para la producción de la miel. Inmediatamente vuelve a la colmena en línea recta y comienza a hacer una “danza” para informar a qué distancia y en qué dirección está la fuente productora de miel. La distancia está marcada por la velocidad del baile: si éste es rápido, ello significa que el néctar se encuentra cerca; pero si el baile es lento, la distancia es más larga. La información sobre la dirección es algo más complicada: la danza que ejecuta la abeja exploradora tiene la forma aproximada de un ocho (8) que puede tener diferentes orientaciones en el interior de la colmena, tomando la parte superior de ésta como punto de referencia de la posición del sol. Si al bailar, el segmento central del ocho se dirige hacia la parte superior, ello indica que hay que volar hacia el sol, pero si baila con este segmento en dirección contraria, será preciso volar de espaldas al sol. Además, tanto en un caso 21

como en otro, el vuelo de la parte central del ocho se puede inclinar para marcar el ángulo de la orientación respecto de la posición del sol. Ello indica con precisión la dirección que tendrá que tomar el enjambre, que, en cualquier caso, encontrará el néctar. Hay que decir que ni la abeja exploradora ni las demás han hecho estudios de geometría, y que por supuesto son incapaces de utilizar un transportador de ángulos. Esta comunicación tan precisa y efectiva solamente encuentra explicación como comportamiento codificado genéticamente. La “danza” de las abejas es un ejemplo de comunicación graduable: una mayor o menor velocidad al trazar la figura del ocho y diferentes grados de orientación respecto a la parte superior de la colmena. Pero en otros aspectos se trata de una comunicación cerrada: por ejemplo, la abeja exploradora no puede indicar cuál es la temperatura exterior, en qué especie de flores está el néctar o si convendría volar rápidamente (aunque la distancia sea larga) para llegar antes que otras abejas competidoras.

Gritos de peligro Los gritos de los cercopitecos de cara negra (Cercopithecus aetiops) son el segundo de los ejemplos anteriormente anunciados de comunicación animal determinada genéticamente. Estos animales tienen a su disposición unos treinta gritos diferentes, algunos de los cuales sirven para anunciar peligro y provocar un determinado comportamiento como respuesta. Entre estos gritos de advertencia destacan los tres siguientes: 1) xt: se acerca una serpiente 2) rraup: se acerca un águila 3) rrr: se acerca un león, un guepardo... De hecho, estos gritos constituyen un tipo de clasificación de las diferentes clases de peligro. El primero hace referencia a los depredadores terrestres reptiles; el segundo, a los depredadores aéreos; el tercero, a los depredadores terrestres que pueden correr y saltar. Los tres provocan inmediatamente las conductas 22

de defensa apropiadas: por ejemplo, al grito que avisa del águila, todos los cercopitecos de cara negra bajan de los árboles y se ocultan en tierra; en cambio, el grito que avisa de la presencia de leones obliga a todo el grupo a protegerse en lo alto de los árboles. Estas conductas siguen estrictamente el mecanismo de estímulo y respuesta, de manera que si un etólogo (especialista en comportamiento animal) provoca alguno de estos gritos sin que exista el peligro correspondiente, el grupo de cercopitecos reaccionará sin duda de la manera esperada. Además, cada grito constituye un todo inanalizable. El signo que comunica peligro por la presencia de águilas es rraup, y no puede ser descompuesto en rr + aup para significar, por ejemplo, “tres + águilas”. Si fuera así, los cercopitecos podrían hacer rrsht: “tres + serpientes”. En cambio, una expresión del lenguaje que avisa de un peligro es perfectamente analizable: vigila la serpiente consta al menos de tres unidades, cada una de las cuales es transportable a otro contexto: vigila la bicicleta, coge la cartera, no compres una serpiente, etc. Tanto el tipo de mecanismos de respuesta provocados por los gritos de advertencia como el carácter inanalizable de esos gritos indican que volvemos a encontrarnos ante un sistema cerrado que, como en el caso de las abejas, parece responder a patrones comunicativos biológicamente determinados. Por lo que respecta a estos ejemplos de comunicación animal (y con vistas a establecer, más adelante, las características específicas del lenguaje humano), hay que retener tres datos fundamentales: 1) la comunicación es cerrada. 2) los estímulos provocan necesariamente una reacción determinada. 3) las señales son un todo inanalizable. En cambio, en las lenguas hallamos que la comunicación es abierta (o ilimitada); los estímulos pueden provocar reacciones no previstas, y finalmente, las señales son articuladas y permiten una combinatoria muy rica.

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Primates en cautividad y comunicación “Un divulgador de la filosofía cartesiana –escribe Chomsky– se refirió a la opinión de algunos nativos de Oceanía en el sentido de que éstos creían que los primates podían hablar, pero que no lo hacían por miedo a que los humanos los pusieran a trabajar.” Al margen de esta curiosa anécdota, a partir de los años cuarenta se iniciaron en Estados Unidos una serie de experimentos con chimpancés para verificar hasta dónde podían llegar sus habilidades verbales. El primer experimento conocido (en los años cuarenta) tuvo como protagonista a Wiki, una chimpancé, que al cabo de tres años de adiestramiento llegó a pronunciar, de forma muy defectuosa, cuatro palabras: papa, mama, cup (taza) y up (arriba). Estos resultados tan insatisfactorios revelan una pista interesante: los chimpancés no están dotados genéticamente para adquirir el lenguaje humano. Además, la pronunciación defectuosa se debía a la elevada posición de la glotis, que hace que estos animales no dispongan de espacio para las resonancias bajas. Por ello, en investigaciones posteriores, las estrategias se orientaron en otras direcciones, como ahora veremos. Veinte años después, durante los años sesenta, un matrimonio de psicólogos, Alan y Beatrice Gardner, intentaron transmitir las habilidades del lenguaje a una chimpancé joven a la que llamaron Washoe. Para lograrlo, y dadas las dificultades fonadoras anteriormente mencionadas, los Gardner enseñaron a Washoe el lenguaje gestual propio de los sordos americanos. Por ejemplo, juntar los dedos de una mano y olerlos quería decir “flor”; frotar el dedo índice contra los dientes significaba “cepillo de dientes”; ponerse un dedo en la lengua quería decir “dulce”; juntar los dedos de las dos manos en paralelo significaba “más” (y añadir ese gesto al anterior representaba “más dulce”), etc. De ese modo, en ocho años de adiestramiento lograron que llegase a producir unos ciento cincuenta gestos. Pero hay que decir que los niños humanos en ese periodo de ocho años (e incluso en menos tiempo)... 24

1) llegan a poseer de forma madura un sistema lingüístico extraordinariamente complicado y rico, conociendo miles de palabras y dominando estructuras morfológicas y sintácticas muy complejas; 2) experimentan un proceso de adquisición de la lengua totalmente espontáneo, y las ocasionales indicaciones explícitas de los adultos a los niños (las correcciones) no representan ningún papel significativo en este proceso, que es muy natural, parecido (en muchos aspectos) al desarrollo de la visión, de la locomoción o de la precisión con la que llegan a usar los dedos. En el caso de Washoe, en cambio, el aprendizaje fue en todo momento guiado: fue explícito, de manera que los Gardner partían de una voluntad de transmitir un determinado tipo de lenguaje; 3) no siguen una estrategia de tipo conductista en lo que respecta a la adquisición del lenguaje. El adiestramiento de Washoe, en cambio, se realizó sobre una base estrictamente conductista; estímulo – respuesta – premio (en caso de que la respuesta fuera la deseada). Así pues, la comparación entre el aprendizaje de los chimpancés y la adquisición lingüística de nuestros niños pone de relieve de un modo muy evidente cuáles son las diferencias entre los primates más avanzados y los humanos en lo tocante al lenguaje. En tiempos más recientes se han realizado otros experimentos a base de usar piezas de plástico de colores y formas diferentes para que los chimpancés pidan cosas o para darles órdenes. Sobre todo se les enseña a pulsar las teclas de un ordenador para poder comunicarse con humanos. En todos los casos, y a pesar de la popularidad de algunas exhibiciones televisivas y del optimismo de los adiestradores, los resultados son extraordinariamente pobres si los comparamos con los que se observan en las criaturas humanas. De hecho, lo que se hace con estos chimpancés es condicionarlos en cautividad, en unas circunstancias que no les son naturales: por su cuenta, los chimpancés desarrollan el sistema de señales propio de su especie (gritos, gesticulaciones, 25

posturas corporales) y en ningún caso están en situación de pronunciar mamá o de agrupar piezas de plástico para designar una realidad de su entorno. Pese al entusiasmo de algunos psicólogos, lo que se logra con los chimpancés no es sustancialmente diferente de lo que puede conseguirse adiestrando a cabras bailarinas, a perros que caminan a dos patas o a elefantes que dan vueltas en el circo. La única diferencia es que el cerebro de los chimpancés está mucho más desarrollado y que al parecer estos animales tienen grandes capacidades imitativas. Y más si de su comportamiento dependen los premios y los castigos (y sobre todo la alimentación necesaria para sobrevivir). Como conclusión, vale la pena destacar las palabras de dos primatólogos, Sherwod Washburn y Ruth Moore: “Todos los primates son capaces de comunicar la sensación de miedo; pero sólo los humanos pueden decir que tienen miedo.”

Comunicación y lenguaje: rasgos comunes y rasgos específicos En 1958, el lingüista estadounidense Charles F. Hockett elaboró una lista con las características del lenguaje. Dicha lista ha sido contrastada y citada ampliamente desde entonces hasta nuestros días, y permite entender cuáles son los rasgos que el lenguaje humano comparte con otros sistemas de comunicación animal y cuáles son específicos, es decir, exclusivos del lenguaje. A continuación hacemos una selección de la lista de características de Hockett. 1) Canal vocal-auditivo. Como hemos visto más arriba, las lenguas tienen como base fundamental el sonido, el cual a su vez se fundamenta en el aparato vocal del emisor, mientras que su destino es el sistema auditivo del receptor, al que llega la voz gracias a la vibración de las partículas de aire que se encuentran entre ambos. Pero esta característica no es exclusiva del lenguaje humano: los delfines, las abejas y los simios también utilizan 26

sonidos con finalidades comunicativas. 2) Transmisión radial y recepción unidireccional. Esta característica deriva estrictamente de la anterior. Es propio del sonido esparcirse en todas las direcciones del espacio, lo cual lo convierte en una herramienta privilegiada para la transmisión de señales. Por su parte, cada receptor es impactado directamente por el sonido como si la emisión se hubiera realizado exclusivamente para él siguiendo una línea recta entre emisor y destinatario. Y hay que añadir que este rasgo tampoco es exclusivo del lenguaje humano, sino que es común con los sistemas de comunicación animal anteriormente mencionados (delfines, pájaros, etc.). 3) Evanescencia. Un gesto estático hecho con las manos se puede mantener durante un tiempo más corto o más largo, pero las emisiones sonoras se disipan una vez emitidas; es decir, “a las palabras se las lleva el viento”. Esta característica, la fugacidad, también es propia de todo sistema de transmisión de señales basado en la opción sonora y representa una ventaja notabilísima, ya que la emisión, una vez agotada, deja lugar a otras emisiones. Este rasgo es, precisamente, la condición que hace posible el habla dialogada entre los interlocutores. Hay que añadir que para contrarrestar la fugacidad del habla, los humanos inventaron la escritura, hace más de cinco mil años. Y es que, como decían los latinos, verba volant, scripta manent (“las palabras vuelan, los escritos permanecen”). 4) Semanticidad. Las señales lingüísticas tienen una doble dimensión: por un lado son realidades perceptibles sensorialmente, y por el otro transmiten significados. Son las dos caras del signo, que consta de significante y significado, tal como estableció Ferdinand de Saussure en su Curso de lingüística general (1916) siguiendo una tradición bimilenaria. En la medida en que las señales de los delfines o los gritos de los cercopitecos de cara negra repercuten en la conducta de los otros miembros de la especie, hay que decir que esta característica tampoco es exclusiva de las lenguas naturales de los humanos; más bien es propia y común a todos los sistemas de señales. 27

A diferencia de las cuatro anteriores, parece que las seis características que presentamos a continuación son exclusivas de las lenguas humanas, y se dan de forma universal. 5) Arbitrariedad o convencionalidad. Las señales lingüísticas (para entendernos y sin tecnicismos, las palabras) son independientes de la materialidad de los objetos que designan: la palabra casa no está hecha de piedra, ladrillos, madera, etc.; la palabra agua ni moja, ni apaga la sed; la palabra fuego no arde ni quema. Además, la sustancia “agua” en castellano es agua; en inglés, water; en swahili, maji; en vasco, ur. Todo ello significa que la vinculación entre las realidades y las palabras que usamos para designarlas es fruto de un pacto arbitrario o convencional; cada grupo de hablantes ha convenido unas formas verbales propias, en ningún caso surgidas por obligación a partir de las características de los objetos (excepto en el caso de las onomatopeyas). La arbitrariedad es un rasgo universal en todas las lenguas y es el origen del simbolismo: la palabra casa se puede aplicar a todas las casas que han existido, que existen y que existirán, sin ninguna limitación. La arbitrariedad de las señales lingüísticas se demuestra muy fácilmente si tomamos una realidad común a toda la humanidad, por ejemplo la cabeza, y comprobamos que las designaciones de esta realidad son diferentes en las distintas lenguas. head en inglés tête en francés cabeza en castellano buru en vasco cap en catalán kichwa en swahili tou en chino uskoli en cherokee 6) Desplazamiento o independencia temporal. Los cercopitecos de cara negra no pueden hablar del león que les amenazó la semana pasada; las abejas no pueden hacer una danza para referirse al néctar que irán a buscar pasado mañana; tampoco consta que los chimpancés puedan mantener una 28

conversación sobre las termitas que comerán en el futuro. En cambio, una característica típica y general de las lenguas del mundo es que en todas es posible superar los límites del momento presente; se puede recordar el pasado y se puede prever el futuro. Todas las lenguas tienen formas temporales, ya sea incorporadas a la morfología verbal (escribí – escribo – escribiré) o marcas especiales de tipo adverbial (ayer – ahora – mañana) añadidas a la descripción de las acciones. Hay que anotar que esta característica específica está en la propia base de las narraciones y que en especial hace posible la construcción de la historia personal y colectiva. 7) Dualidad o composicionalidad. Cuando nos hemos referido a los gritos de los cercopitecos de cara negra (página 28), hemos dicho que no son analizables, que no se pueden subdivididir en fragmentos menores. Las lenguas humanas, en cambio, constan principalmente y de manera universal de dos niveles estructurales: por un lado existen signos como por ejemplo vaso, gato, humo, hambre, etc., que transmiten información (un recipiente, un animal, un fenómeno y una sensación, respectivamente). Éstos son las unidades básicas de la significación, la moneda comunicativa. Pero esas piezas están construidas con elementos menores de otro nivel: v, a, s, o, h, u, m, o, en los ejemplos anteriores, de manera que cualquier palabra puede ser analizada en lo que respecta a los elementos sonoros que la configuran. Estos elementos básicos son realmente muy pocos (entre veinte y cuarenta, en la mayoría de los casos); pero con sus combinaciones se organiza todo el nivel léxico (y todos los elementos gramaticales), y éste puede llegar a decenas de miles de formas. 8) Productividad. La característica anterior, combinada con las posibilidades de las estructuras sintácticas y de las construcciones textuales, tiene como consecuencia que la cantidad de mensajes sea, en principio, infinita. De hecho, todo cuanto se dice y escribe en una lengua cualquiera está muy lejos de constituir un cuerpo cerrado: siempre es posible la creación de oraciones y textos nuevos, adaptados a las circunstancias 29

nuevas y a las capacidades del pensamiento en cada momento. La productividad de los sistemas lingüísticos está en los fundamentos mismos de las creaciones de las ciencias, de la filosofía y de la literatura, productos verbales que no tienen análogos en el mundo animal no humano. 9) Disimulación o falsificación. Las lenguas se usan habitualmente de acuerdo con unos principios éticos que nos llevan a decir la verdad, o lo que nos parece que es verdad. Sin embargo, esos mecanismos tan potentes también permiten la formulación de mentiras, y si alguien nos pregunta cómo ir a la estación de autobuses, podemos emitir un texto verbal que lo lleve a la estación del ferrocarril. En otro nivel, la disimulación está en la misma base de los enunciados irónicos: Es un pozo de ciencia, en determinados contextos y situaciones, puede ser equivalente a Es un burro, es un ignorante. La producción de metáforas es una forma atenuada de disimulación; así, cuando alguien dice, por ejemplo, María es un libro abierto, no pretende significar que es un determinado objeto, sino que su sabiduría se combina con la claridad de exposición. 10) Reflexividad. Las lenguas normalmente sirven para hablar de las personas, de los objetos, de las situaciones y de los acontecimientos del mundo real. Pero la potencia de las lenguas permite, sobre todo, que podamos hablar de las propias lenguas. “Antonio” es un nombre propio; “Hoy” es un adverbio y “de” es una preposición son enunciados reflexivos (también denominados “metalingüísticos”). Una gramática es una obra en la que se usa la lengua para hablar de las estructuras de la lengua; un diccionario es una obra en la que se emplean formas de una lengua para definir el significado de las entidades léxicas de la propia lengua. En realidad, este libro es una obra que explota el rasgo de la reflexividad del lenguaje, ya que utiliza la lengua para hablar de la lengua. Las diez características que configuran este apartado constituyen una definición de los rasgos esenciales del lenguaje como facultad humana y también se aplican a todas las lenguas del mundo (sin ninguna excepción) en las que se concreta esta 30

facultad. Especialmente las seis últimas características (más aún si las tomamos en conjunto) nos proporcionan una imagen del lenguaje como hecho único en el marco de la naturaleza porque ningún otro sistema de comunicación permite todo lo que las lenguas permiten: el despliegue del simbolismo, la flexibilidad temporal, la riqueza de la composicionalidad, la productividad sin límites, la disimulación y la reflexividad. Todo ello confirma, una vez más, la extraordinaria potencia y la versatilidad del sistema humano de comunicación y de expresión.

Resumen Este capítulo introductorio ha sido concebido como una presentación cultural y genérica del fenómeno del lenguaje. En primer lugar, se ha considerado que una visión científica sobre los orígenes de nuestra facultad expresiva ha de situar este problema en el marco de la evolución de los homínidos, y más concretamente en la aparición de la especie Homo sapiens en África oriental hace aproximadamente unos cien mil años. También hemos estudiado las ventajas del sonido como vía privilegiada para la transmisión de información. El sistema vocal-auditivo funciona en la oscuridad, abarca distancias considerables y además no requiere la visión directa. Estas características son, con toda probabilidad, las que hicieron de este sistema una forma de comunicación muy eficaz, que aprovechaba los sonidos y no los gestos, lo cual presentaba ventajas en cuanto a la adaptación de la nueva especie, sobre todo desde el punto de vista de la complejidad de la vida social. Para entender mejor cómo es nuestro lenguaje, lo hemos contrastado con otras formas de comunicación animal. Esta comparación ha permitido ver que, en líneas generales, la comunicación animal está determinada de manera innata, es bastante fija y se limita a una pequeña cantidad de información claramente relacionada con las condiciones de supervivencia. Finalmente, se han estudiado los rasgos específicos de las 31

lenguas y, de manera singular, seis características que sólo se encuentran en el habla humana. Entre estas seis hay que destacar la arbitrariedad de las señales, la posibilidad de hacer referencia al tiempo y la productividad (basada en la dualidad estructural).

Aplicaciones prácticas 1. El siguiente texto deja bien claras las diferencias entre la comunicación animal y el lenguaje (sus autores son especialistas en primatología): “La inmensa mayoría de la comunicación animal (dejando de lado los gritos de aviso y las vocalizaciones para marcar el territorio) es de tipo gestual, y por ello los animales tienen que verse unos a otros para comunicarse. Una limitación aún mayor supone el hecho de que la comunicación se refiere casi exclusivamente a la expresión de las emociones. Todos los primates pueden comunicar la sensación de miedo, pero sólo los humanos pueden decir que tienen miedo. Algunos simios emiten sonidos para indicar que el peligro viene de arriba o que viene de abajo, pero no pueden indicar de qué peligro se trata.” (Washburn & Moore, Del mono al hombre, 1986, pág. 217).

2. Observación de los movimientos subvocales. Leed el siguiente texto: “La dimensión sonora de las lenguas es tan fundamental que incluso cuando leemos en silencio (o cuando hablamos con nosotros mismos) hacemos los denominados “movimientos subvocales” y la lengua se mueve de manera atenuada, sin llegar a articular el sonido.”

Volved a leer este párrafo a gran velocidad, fijándoos en los movimientos subvocales (hay que concentrar la atención especialmente en la lengua). 3. Las ventajas de la opción auditiva. Enumerad y comentad brevemente cuáles son las ventajas de un sistema de comunicación oral-auditivo contrastándolas con la vía descartada de tipo gestual-visual. Una buena confirmación de 32

esta diferencia es pasar un fragmento de una película (¡o la película entera!) primero sin imágenes y después sin sonido. 4. Dos definiciones de lenguaje. Comparad la definición de lenguaje de Sapir (apartado 1.2) y la que aparece en el apartado 2.1. Es preciso comprobar sus similitudes y diferencias, tanto en lo que respecta a los componentes de ambas como en lo tocante a la presentación de la información y de los elementos constitutivos de cada definición. 5. Las expresiones onomatopéyicas no son una parte importante de las lenguas. Sin embargo, observad las siguientes, que hacen alusión al canto del gallo: en francés, cocorico; en inglés, cock-a-doodle-doo; en castellano, quiquiriquí; en catalán, quiquiriquic. Si los gallos cantan siempre igual, ¿por qué encontramos estas diferencias? Las diferencias están determinadas por dos factores. En primer lugar, por las convenciones de la escritura. Pero especialmente porque cada lengua es un sistema sonoro peculiar que reproduce el canto según las posibilidades contenidas en ese sistema. Por ejemplo, en catalán es posible el final en –quic; en cambio, en castellano es posible el final en –qui. 6. Las zonas del cerebro donde se hallan los dos centros principales del lenguaje son el área de Broca (en la tercera circunvolución del lóbulo frontal del hemisferio izquierdo del cerebro) y el área de Wernicke (en la primera circunvolución del lóbulo temporal, también en el hemisferio izquierdo del cerebro). Comprobad estas localizaciones en la figura núm. 2. 7. Observad las siguientes experiencias realizadas con un chimpancé: 1) Una adiestradora se acerca a la jaula: lleva un caramelo y dos vasos bocabajo. Lo deja todo en una mesita delante de la jaula y esconde el caramelo bajo el vaso de la derecha. 2) El chimpancé señala ese vaso; la adiestradora destapa el caramelo y se lo da. El experimento se repite en días sucesivos. 3) Pero un día aparece un adiestrador con el caramelo y los vasos. Hace las mismas operaciones y cuando el chimpancé señala el vaso correcto, el adiestrador descubre el caramelo y se lo come. 4) El chimpancé chilla y salta, enfadadísimo. 5) Al día siguiente, el adiestrador vuelve y esconde el caramelo en el vaso 33

de la derecha. 6) El chimpancé señala... el vaso de la izquierda. La pregunta es: ¿podía mentir ese chimpancé? ¿Era capaz de “disimulación”? Hay que decir que en circunstancias naturales, en la selva, parece que los chimpancés no son capaces de mentir, de dar información falsa. El caso del chimpancé enjaulado es muy diferente: fuera de su medio natural y en contacto con humanos que mienten o que no responden a sus expectativas, desarrolló la habilidad de la “disimulación”. 8) Las características más importantes de la comunicación animal son las cuatro siguientes: 1) el esquema estímulorespuesta, de manera que un determinado peligro provoca, por ejemplo, un mismo grito y una misma reacción en el grupo; 2) la comunicación cerrada, referida a las necesidades básicas (la alimentación, los peligros, la sexualidad, la defensa territorial, etc.); 3) las señales inanalizables, o que no se pueden dividir en unidades de un nivel inferior; 4) una cantidad relativamente pequeña de señales.

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Capítulo II. El modelo de la comunicación y los tipos de señales En el capítulo precedente se define el lenguaje humano por referencia a algunos sistemas de comunicación animal. Definir, en una de sus posibles acepciones, equivale a aislar (y establecer los límites de algo). Por eso hemos separado nuestra condición de hablantes de otras formas de comunicación. Ahora se trata de situar el lenguaje, de una manera explícita, en el marco global de la comunicación; especialmente en lo que respecta a las condiciones en las que se puede transmitir información desde una fuente emisora a un destino receptor. Así pues, habrá que estudiar los elementos que intervienen en un proceso de este tipo y las funciones y operaciones que se establecen en el mismo. Además, está claro que la vinculación entre la fuente y el destino no se puede producir sobre la base de la nada; el viaje de la información solamente podrá cumplirse si utilizamos como intermediarios unos elementos físicos denominados señales, que pueden ser de varios tipos. Hemos de centrar nuestra atención especialmente en las señales estrictamente convencionales, que son las características de la comunicación lingüística. También resulta evidente que las lenguas disponen de un repertorio extenso de señales denominado vocabulario. Pero sólo con este repertorio léxico las lenguas se verían profundamente limitadas y únicamente podríamos señalar los objetos del entorno y los acontecimientos puntuales. Por ello hay que centrar la atención muy especialmente en las posibilidades combinatorias de las señales lingüísticas como dimensión que 35

hace factible la producción de oraciones y textos, sin más limitaciones que las que derivan de la estructura propia del sistema expresivo.

La complejidad del acto comunicativo Los elementos del proceso de comunicación La comunicación es un proceso para la transmisión de señales entre una fuente emisora y un destino o receptor. Esta comunicación puede presentar formas muy diversas; la más simple es, por ejemplo, la orden verbal que una persona emite en un bar (del tipo Ponme un café), destinada a un camarero concreto, receptor de ese mensaje. Otra más compleja es la información que nos suministra un semáforo: las normas de circulación establecidas hacen que un servicio municipal instale unos mecanismos de señalización vertical con los que se dan las indicaciones oportunas a un número no determinado de personas (viandantes y conductores), que recibirán los mensajes y tendrán que atenerse a las indicaciones del semáforo. Además, el semáforo emite las señales independientemente de la presencia de vehículos y viandantes (es, pues, del todo insensible a los receptores). En cualquier proceso de comunicación hay que considerar la presencia, estrictamente necesaria, de seis elementos, que quedan esquematizados de la siguiente manera:

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Este esquema se interpreta de la siguiente manera: un emisor elabora un mensaje y lo convierte en una señal o conjunto de señales dirigidas a un receptor. Este mensaje hace alusión a alguna realidad (física o mental, externa al emisor o interna, etc.), es decir, tiene un referente. Además, el mensaje ha de viajar a través de un medio físico o canal de transmisión y, finalmente, tanto el emisor como el receptor tienen que poseer la clave o código que les permita, por un lado, la elaboración de la señal, y por el otro, su interpretación o descodificación. Por ejemplo, en una estación de ferrocarril oímos por megafonía el siguiente mensaje: El tren tranvía con destino a Tarragona, que tiene la salida a las 10.30, está situado en la vía número cuatro. El emisor es la compañía ferroviaria, por medio de uno de sus trabajadores. Los receptores son los viajeros. El mensaje es el texto verbal que se ha emitido. El referente es la información sobre el destino, la hora de salida y la situación del tren. El canal es, por un lado, la instalación de megafonía, y por el otro, el aire que está entre los altavoces y el aparato auditivo de los receptores. El código, finalmente, es la lengua castellana, conocida por el emisor y por los receptores. Un esquema como el que acabamos de presentar es válido para cualquier tipo de comunicación. Para la comunicación 37

lingüística y para la comunicación gestual, táctil y olfativa. También es válido, con pequeñas correcciones, para la comunicación no intencionada: las nubes no pretenden informar sobre la posibilidad de lluvia; pero de hecho, los humanos nos convertimos en receptores y extraemos información de ellas. Por esa razón hay muchos procesos comunicativos no intencionales que se producen a partir de la interpretación oportuna de los estados de la naturaleza. Hemos dicho antes que los seis elementos del esquema son absolutamente imprescindibles para que se cumpla el acto de comunicación. Efectivamente, sin emisor este acto falla por su propia base. Por otro lado, si una persona emite un mensaje y nadie lo recibe (por ejemplo, si habla sola en medio del desierto) tampoco se producirá un acto de comunicación. En otra situación, dos personas silenciosas que no emiten ningún mensaje (ni verbal, ni gestual, etc.) son dos personas yuxtapuestas y nada más. También falla la comunicación si una persona emite un mensaje y hay otra en actitud de recibirlo pero el canal está bloqueado o cerrado; esto impide la transmisión de la señal, de manera que ésta no llega al receptor (por ejemplo, si el canal telefónico está cortado en algún punto). Finalmente, si el emisor sólo sabe chino y el receptor sólo habla inglés, la comunicación es imposible porque esos hablantes no comparten el mismo código. Así pues, los seis elementos o ingredientes del esquema comunicativo son absolutamente imprescindibles. Cabe añadir que, según sean las características de los diferentes elementos del proceso de comunicación, un esquema como el que acabamos de describir admite muchas variantes. El emisor puede ser directo o bien interpuesto. En una conversación, cada participante es un emisor directo, pero en los casos de la información del tren y del semáforo anteriormente mencionados, existe una interposición (o más de una): la compañía informa a través de uno de sus empleados. En el polo receptor puede haber un destinatario o más de uno, y también una verdadera multitud. Igualmente, tal como los anuncios publicitarios ejemplifican, puede darse el caso de un 38

mensaje emitido de manera general que sólo se dirige a una parte específica de los receptores potenciales: parece evidente, por ejemplo, que un anuncio de productos de limpieza y un anuncio de un coche de lujo seleccionan automáticamente destinatarios diferentes. Los mensajes pueden ser verbales (muy sencillos, como una orden, o muy complejos, como un discurso o una clase) y también pueden ser visuales (como las vallas publicitarias, la información del código de circulación o la inmensa mayoría de las señales utilizadas en estaciones, aeropuertos, metro, etc.). Los referentes de los mensajes también pueden ser muy sencillos y muy complejos. En general son muy sencillos, por ejemplo, las informaciones (o referentes) visuales del semáforo y de los indicadores de dirección. En cambio, las informaciones del lenguaje admiten una gama de riqueza extraordinaria. Podemos hablar del estado del día (Hoy hace calor), de un objeto que nos llama la atención (Qué autobús más moderno), de nuestro estado físico (Ahora me duele el estómago), de una situación anímica (Me preocupan mis hijos), etc. Y también podemos matizar las opiniones (Lo que has dicho me parece bien; pero yo no lo diría de una manera tan contundente) e incluso elaborar discursos mucho más complejos. Todo ello gracias a que, en el caso del lenguaje, la complejidad de la información puede ser muy grande. Parece que los referentes de las lenguas no tienen más límites que los de nuestro pensamiento. En cuanto a las variantes referidas al código (hasta ahora hemos hablado de la diversidad de los cuatro primeros elementos del esquema de la comunicación), hay que decir que, con relación al lenguaje, existen tantos códigos como lenguas; unas seis mil en el momento actual. Además, cada lengua tiene subcódigos: principalmente los diferentes dialectos, los registros (elevado, popular...) y las jergas (profesionales, juveniles, de la delincuencia, etc.). Hay que tener presente que una lengua es un territorio amplio y rico donde cada hablante se puede situar con comodidad gracias a la modulación del código común, que admite todo tipo de variantes. 39

El último elemento del esquema, el canal, también admite diferentes configuraciones. El aire es el canal del habla ordinaria. El papel es el canal o soporte más frecuente de la comunicación escrita. El espacio visual entre emisor y receptor es la vía de la comunicación visual, etc. Muy a menudo, si se aplican a la comunicación medios tecnológicos interpuestos entre el emisor y el receptor, como el teléfono, la transmisión radiofónica, el fax o el correo electrónico, el canal se hace más complejo.

Las funciones de los elementos El gran lingüista ruso Roman Jakobson determinó los papeles asociados a los seis elementos que intervienen en cualquier proceso de comunicación. Estos papeles se denominan funciones del lenguaje. Cada uno de los elementos lleva asociada la posibilidad de que los mensajes queden caracterizados de una manera diferente, según la dominancia de uno de los elementos por encima de los demás.

1) Función expresiva. El emisor genera la “función expresiva”, o la posibilita. Ésta se pone de relieve en el uso de 40

las interjecciones y también en la construcción de mensajes en los que, además de lo que decimos, se manifiesta la actitud, la sensibilidad o el estado de ánimo de la persona que emite un mensaje. Una interjección como, por ejemplo, ¡ay! resulta poco informativa desde el punto de vista referencial: no sabemos si la persona que ha emitido esta señal se ha pinchado, se ha quemado, ha recibido un golpe, etc. En cambio, es muy informativa desde el punto de vista expresivo: sabemos que “le pasa algo”. Por otra parte, una misma expresión, plenamente informativa o referencial, como ¡Hoy hace calor! puede emitirse con satisfacción, con inquietud o en tono neutro; de modo que, además del significado de la expresión, el modo adoptado nos da indicios de cómo ve ese hecho el emisor. En este sentido, al hablar también suministramos información sobre nuestro estado de ánimo y nuestros puntos de vista, a menudo involuntariamente. Los actores y las actrices “dicen” los textos teatrales de modo que queda clara la actitud y los sentimientos de los personajes: aprovechan, pues, las posibilidades de la función expresiva (también denominada función emotiva). 2) Función conativa. El polo receptor genera la “función conativa”. Esta función se manifiesta especialmente en el uso de las formas verbales de imperativo. Una expresión como ¡Ocúpate de tu trabajo y déjame en paz! contiene poca información referencial (no nos referimos a un trabajo concreto, por ejemplo). En cambio, lo característico de este tipo de expresiones es el uso del lenguaje dirigido al receptor con la finalidad de que éste actúe o deje de actuar de una manera determinada. La función conativa (o coactiva) también se manifiesta con usos no estrictamente imperativos: Lo siento; pero ahora estoy muy ocupado, o bien: ¿Verdad que podrías dejarme solo unos minutos? 3) Función poética. La atención específica a los mensajes da lugar a la “función poética”. Por norma general, el uso del lenguaje es instrumental y cuando alguien habla no prestamos atención a la forma de su discurso; más bien nos ocupamos directamente de lo que dice, del significado de sus palabras. Sin 41

embargo, en ocasiones lo que nos sorprende son las propias palabras; es la organización del discurso, y no su contenido, lo que nos llama la atención de entrada. Comparemos estos dos ejemplos. (1) El pesado de Sinforoso... (2) El pegajoso de Sinforoso... El primer ejemplo es puramente informativo e instrumental; mientras que el segundo llama un poco la atención, en parte por la selección de las palabras, y en parte por la aliteración pegajoso – sinforoso. La “función poética”, estudiada especialmente por Jakobson, implica una elaboración de los mensajes y es típica no sólo de la poesía, sino también de la publicidad y de los eslóganes políticos. Se podría establecer un paralelismo entre el lenguaje ordinario y el poético, por un lado, y entre la visión a través de un cristal limpio y de una vidriera, por otro. Cuando miramos a través de una ventana, vemos lo que hay fuera (pero no el vidrio); en cambio, si queremos mirar a través de un vitral, es el propio vitral el que nos impone su presencia. 4) Función referencial. El referente da lugar a la “función referencial” o informativa, poniendo de manifiesto la característica que a menudo se asocia al lenguaje como dominante o central: la de ser un medio de comunicación. Volviendo a uno de los ejemplos anteriores, la expresión ¡Hoy hace calor! remite o hace referencia a un momento en el tiempo y a una temperatura elevada (al margen de las demás informaciones anteriormente mencionadas). Buena parte de las emisiones lingüísticas se caracterizan por basarse en referentes bastante claros: objetos de la naturaleza (Este árbol está un poco torcido), acontecimientos (Ahora mismo salimos de vacaciones), estados de ánimo (Hoy me encuentro muy ilusionado), etc. Algunos géneros periodísticos, como las noticias, crónicas y reportajes, se basan fundamentalmente en el referente, que se convierte en elemento predominante del esquema de comunicación, por encima de los demás. También en los textos científicos y técnicos destaca la función referencial. 42

5) Función metalingüística. El código puede generar, en algunas ocasiones, la “función metalingüística”. Ésta es la característica de algunos mensajes, cuyo objetivo es el propio código y que a menudo adquieren la forma de una petición de aclaración. Por ejemplo, ante la palabra pegajoso, alguien podría preguntarnos: ¿Qué quiere decir “pegajoso”? Esa pregunta significa que una persona determinada no ha comprendido un elemento del código y nos pregunta el significado. Nosotros podríamos responderle: “pegajoso” significa “lapa”. A su vez, podría volver a preguntarnos: ¿Qué quiere decir “lapa”?, y así sucesivamente. La función metalingüística es, pues, la dominante en los mensajes centrados en el código, de manera que usamos una lengua para hablar de la propia lengua. Las gramáticas, los diccionarios y los libros de lingüística son obras que no podrían escribirse si las lenguas no pusieran a nuestra disposición la “función metalingüística”, que, dicho de forma llana, permite que el pez se muerda la cola: en este caso, la lengua no se usa para hablar de las cosas, sino de sí misma. 6) Función fática. El canal está en el origen de la “función fática” o de contacto. En un diálogo, y más si éste se produce por teléfono, es muy frecuente que uno de los interlocutores dé señales de que está escuchando: sí... sí... mmm... claro... sí... ¡fíjate! ¡claro! En caso de que no lo hiciera, la persona que habla interrumpiría su exposición para asegurarse de que, efectivamente, el otro estaba escuchando y diría algo así como: ¿Me oyes? Esos mensajes de contacto desempeñan un papel fundamental: verificar si el canal continúa uniendo a los interlocutores; comprobar que el canal está abierto. Además, en el canal puede haber lo que técnicamente se conoce como “ruido”; es decir, elementos que pueden perturbar o dificultar el viaje de las señales. Por eso, los mensajes han de compensar la posibilidad de pérdidas a fuerza de introducir la “redundancia”: un exceso de señales que garantice la recepción de la información esencial. Por ejemplo, en la expresión Las abuelas espabiladas, las marcas de género y de número aparecen tres veces, lo cual dificulta la pérdida de información. Una 43

redundancia característica es la elevación del tono de la voz para compensar el ruido ambiental y la pérdida de información derivada de él. Las seis funciones estudiadas hasta aquí ofrecen un ejemplo más de la riqueza y versatilidad del lenguaje. Ello ha de agregarse a lo que ya sabemos sobre las ventajas de la vía sonora (página 22), sobre los poderes del lenguaje (página 23) y sobre los rasgos específicos que, en contraste con la comunicación animal, definen nuestra capacidad verbal (página 32).

Tipos de comunicación El modelo de la comunicación, sintetizado en el esquema de los seis elementos, admite una pluralidad de realizaciones que desarrollaremos a continuación, seleccionando solamente los polos emisor y receptor. 1) Comunicación unidireccional. La comunicación unidireccional es la que se produce si el emisor mantiene siempre su papel, mientras que el receptor actúa siempre como receptor. Esta modalidad admite una serie de variantes, como por ejemplo las siguientes: a) de uno a uno:

Este esquema corresponde al tipo de comunicación representado por la orden que una persona da a un subordinado, en unas condiciones en las que éste no tiene la opción de responder. b) de uno a muchos: 44

En este caso, el conjunto de situaciones en que un emisor se dirige a una pluralidad de receptores puede ser muy variado: una conferencia, una clase magistral, las emisiones de radio y de televisión, la prensa, los libros, etc. En todos estos casos, el emisor debe ser muy cuidadoso ante un público receptor heterogéneo, lo cual acarrea consecuencias importantes por lo que atañe a la elaboración de textos que deben ser autosuficientes, porque en la mayor parte de los casos los receptores no tendrán ninguna posibilidad de conectar con el emisor para solicitar aclaraciones. c) de muchos a uno:

En turnos sucesivos, evidentemente, ésta es la modalidad característica de algunas situaciones en las que un tribunal académico presenta sus opiniones ante una persona que lee su tesis doctoral o se presenta a unas oposiciones. La respuesta del candidato se ajusta al esquema anterior b), según el cual un E se dirige a una pluralidad de R. Si los emisores no respetan la sucesividad de turnos de palabra e intervienen todos a la vez, nos encontraremos ante un debate televisivo sin control, por ejemplo. 2) Comunicación bidireccional. La comunicación 45

bidireccional es una modalidad en la que emisor y receptor alternan sus papeles. Presentamos dos modelos de ésta: a) conversación o diálogo:

La conversación se caracteriza, típicamente, por la denominada “alternancia de los turnos de palabra”. Dicha alternancia tiene sus propias reglas, e incluso se marca expresamente: pausa realizada por el emisor que da lugar a la intervención de otro, preguntas, recuperación de un fragmento de la intervención anterior, gestos inquisitivos que favorecen la respuesta, peticiones de palabra, etc. b) debate:

El debate quizá sea la situación comunicativa más compleja; por ello suele requerir la presencia de un moderador que controle expresamente las intervenciones o los turnos de palabra. Este modelo de comunicación bidireccional puede aplicarse tanto a los debates habituales en los medios de comunicación, como a las clases participativas, a las mesas redondas y a las conferencias abiertas que se llevan a cabo gracias a las redes electrónicas. En el caso de un debate 46

televisivo, este esquema tendría el valor de un E global (múltiple) y la audiencia representaría un R también múltiple. Este conjunto de esquemas nos muestra, una vez más, la variabilidad de la comunicación verbal. Con todo, hay que decir que la conducta comunicativa más característica es el diálogo o conversación, que es, por otra parte, la modalidad gracias a la cual adquirimos la plena posesión del lenguaje.

El poder informativo de las señales Clasificación general de las señales Todos los procesos de comunicación se llevan a cabo a condición de que entre el emisor y el receptor exista el necesario vínculo de la señal física, y eso es válido para la comunicación visual, olfativa, táctil, etc. y, por supuesto, para la comunicación lingüística. Así pues, es ahora el momento de desplegar el panorama general de las señales para situar en él las que son propias del lenguaje. Inicialmente, hay que decir que vivimos en un mundo absolutamente dominado por señales de todo tipo: rótulos de dirección, semáforos, pictogramas de los deportes olímpicos, logotipos de diarios, revistas y televisiones, indicadores de estancos, de peluquerías, de farmacias. Las estaciones ferroviarias, los aeropuertos y los grandes almacenes son lugares ideales para comprender hasta qué punto son necesarias las señales, ya que sin ellas la desorientación de los usuarios sería total (como ejercicio recomendable, vale la pena elegir uno de esos espacios y acudir a él no en calidad de viajeros o compradores, sino como “perceptores de señales”, o bien dar un paseo por la calle para captar señales). Además, los humanos buscamos señales en la naturaleza (las nubes, los charcos, el humo, las huellas son interpretadas como señales); incluso los grupos culturales otorgan a ciertas realidades la condición de señales: un árbol singular, una 47

montaña, un río, el sol, la luna, etc. pueden llegar a ser vistos como una señal que identifica o representa a la colectividad. Una señal puede definirse como un elemento material, cuya percepción nos informa de la existencia de otra realidad. Hay que decir que en el mundo hay muchas clases de objetos naturales (árboles, ríos, valles, montañas, etc.) con una existencia independiente. Además, hay toda clase de objetos fabricados para ser útiles (martillos, platos, mesas, papeles, máquinas, etc.). Pero también existen unas realidades especiales, las señales, cuya existencia se caracteriza por la mediación: las percibimos y nos informan de otra realidad. Si miramos una montaña o un martillo, vemos una montaña o un martillo; pero si vemos el color verde de un semáforo, jamás pensamos: ¡Qué verde más bonito! Lo que pensamos es: Se puede pasar. Así pues, una señal es un elemento interpuesto entre nosotros y un tipo de información (o referente). Lo que a continuación tenemos que preguntarnos es por qué se da esta situación peculiar, e incluso insólita, de las señales que carecen de vida independiente y que nos llevan más allá de ellas mismas. Eso es posible porque entre la señal y lo señalado tiene que haber algún tipo de relación. Efectivamente, los tipos de relación pueden ser tres: de contacto, de semejanza y convencional. 1) Relación de contacto o de contigüidad. En este caso, la información funciona porque entre la señal y lo señalado existe un vínculo natural: el humo es producido por el fuego; las pisadas de una suela de zapato dependen del paso de una persona; la fiebre es un síntoma generado por una enfermedad; las canas son señal de una edad determinada; los charcos son consecuencia de una precipitación. Todos ellos son ejemplos de una relación de causa y efecto: el fuego (la causa) genera el humo (el efecto). Es esta vinculación estricta lo que justifica el poder informativo de estas señales: el efecto nos habla de la causa. Se trata de indicios o síntomas. 2) Relación de semejanza. Es el caso de las señales que nos informan de otra realidad porque la representan de manera 48

figurativa: por ejemplo, el dibujo de un animal bovino inscrito en un triángulo se parece al tipo de animal que puede cruzar la carretera. O las gafas gigantes en la fachada de un establecimiento comercial nos hablan de las gafas reales que podemos comprar en su interior. Este sistema informativo es el que podemos encontrar en las señales de los deportes olímpicos, las de las puertas de los lavabos, del código de la circulación, etc. En todos los casos, la señal se basa en la relación de semejanza. En las lenguas, las onomatopeyas también funcionan gracias a este tipo de relación entre la señal y lo señalado. Estas señales reciben el nombre de iconos o imágenes. 3) Relación convencional. Estas señales funcionan sobre la base de un pacto totalmente arbitrario. Los colores del semáforo, por ejemplo, indican las nociones de “pase” y “no pase” porque así se ha establecido: el símbolo lógico de “pertenencia” (∈) también es convencional, las notaciones musicales, los símbolos químicos y otros muchos funcionan gracias a este tipo de relación. La mayoría de las señales lingüísticas (las palabras, para entendernos) son convencionales: la palabra agua ni moja, ni ha sido originada por el agua, ni se asemeja al agua real. Por ello las diferentes lenguas denominan de formas diversas a una misma realidad. Estas señales se denominan símbolos o signos convencionales. Los diferentes tipos de señales y las relaciones que acabamos de ver aparecen a continuación en un diagrama de clasificación en el que se sigue la tripartición propuesta por el lógico y semiólogo estadounidense Charles S. Peirce:

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Los indicios básicos (humo, agua, temblor de las manos, arrugas de la cara, etc.) se interpretan a partir de la experiencia humana general. Algunos indicios especiales no se pueden interpretar a partir de la experiencia general, sino que requieren una preparación especial: por ejemplo, los estudios de Medicina preparan a unos expertos en la interpretación de unos indicios, que técnicamente se consideran “síntomas” de los estados del cuerpo. Los iconos, en cambio, funcionan dentro de un determinado marco cultural y a menudo han de ser interpretados a través de un consenso y de un aprendizaje (por ejemplo, las señales de circulación). Finalmente, los símbolos solamente son efectivos si el grupo que los usa conoce las convenciones adoptadas. Esto último se aplica especialmente a los sistemas simbólicos que son las lenguas: funcionan en la medida en que el grupo de hablantes posee el código convencional, es decir, las asociaciones entre la señal y lo señalado (que agua se refiere a un determinado líquido; o que water designa ese mismo líquido entre los hablantes de otro código o lengua).

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Las señales lingüísticas Una antigua tradición filosófica que se remonta a Aristóteles ha dejado bien establecida la condición arbitraria de las señales o signos lingüísticos. Pero fue Ferdinand de Saussure quien incorporó a la Lingüística la idea de la arbitrariedad del signo; y lo hizo en los momentos fundacionales de esta disciplina, a principios del siglo XX, en su Curso de lingüística general, publicado póstumamente en 1916. La arbitrariedad del signo tiene consecuencias importantes desde el punto de vista de la transmisión de información, porque desde el momento en que los signos ya no tienen un vínculo natural (indicios) o figurativo (iconos), permiten la expresión de cualquier tipo de idea, ya sea concreta o abstracta. Con signos podemos hablar tanto de cosas concretas: la “lluvia”, las “manzanas”, la “ropa”; como abstractas: la “libertad”, la “alegría”, la “corrupción” y la “honestidad”. Para Saussure, el signo lingüístico es una entidad que tiene dos caras indisociables: el significante y el significado. El significante es la forma (por ejemplo, la palabra árbol, entendida como secuencia fónica) y el significado es el equivalente del concepto (es decir, la idea o noción de “árbol”). Este autor subraya que el vínculo que une esas dos caras es arbitrario o convencional: se ha establecido de ese modo como podría haberse pactado de otra manera. Así pues, el emparejamiento entre el grupo de sonidos que configuran la palabra árbol y el significado de esa misma palabra es el fruto de una convención o pacto (y cada lengua pone de manifiesto un pacto diferente entre sus significantes y significados). Ahora bien, una característica básica de los signos lingüísticos es que no funcionan aislados. El humo, como señal de fuego, es una entidad aislada; las gafas gigantes en la fachada de un establecimiento también son una señal aislada. Pero los signos lingüísticos a menudo funcionan dentro de sistemas. Por eso suele hablarse de las lenguas como sistemas de signos. Un sistema se define como un tipo de estructura formado por dos o 51

más entidades que mantienen entre sí algún tipo de relación, generalmente de oposición. La efectividad de las señales arbitrarias es máxima cuando configuran sistemas, de manera que el significado de una señal queda delimitado por el significado de las demás: es el caso del semáforo. En ese sistema, las relaciones de oposición (en las que cada elemento se define por no ser el otro) se concretan de la siguiente manera: el verde significa “pase” por oposición al rojo, que significa “no pase”; y viceversa. En las lenguas son muy frecuentes las relaciones sistemáticas de oposición, que se dan en diferentes niveles: 1) En el léxico: El adjetivo bonito se opone a feo (lo mismo sucede con el resto de antónimos: alto / bajo, gordo / delgado, lleno / vacío, bueno / malo, etc.). El verbo abrir está en relación opuesta con cerrar (lo mismo puede decirse de subir / bajar, entrar / salir, vivir / morir, etc.). 2) En el nivel morfológico: Las formas doctor y doctora son entendidas como diferentes gracias a la ausencia / presencia de un elemento (o “cero”, o –a). Es decir, la ausencia de la marca de femenino nos informa del significado “masculino”, y la presencia de la forma –a nos indica el significado “femenino”. Se trata de un sistema de género basado en dos estados, en que uno de ellos resulta informativo por oposición al otro. La forma verbal canto está constituida por dos elementos: cant- y –o. El primer elemento nos remite a una actividad (“producir sonidos musicales mediante la voz”); el segundo elemento nos aporta varias informaciones o 52

significados: “primera persona” + “singular” + “presente”. Esta segunda forma es efectiva porque está en relación de oposición respecto a todo su paradigma verbal: el sistema del verbo cantar no contiene ninguna otra forma con el morfema –o, de modo que ésta, singularizada, puede asumir el conjunto de significados anteriormente descritos. 3) En el nivel de las unidades mínimas también encontramos sistemas de oposiciones: Las palabras baja y caja remiten a significaciones diferentes gracias a la oposición b / c. Lo mismo sucede con muchos “pares mínimos” como, por ejemplo, mar / bar, veo / leo, cama / casa, mal /sal, sabios / labios, etc. Este sistema de oposiciones es extraordinariamente económico, porque sólo con el cambio de una unidad (incluso de un rasgo articulatorio), se obtienen significados nuevos. Así pues, en conjunto se puede afirmar que una característica esencial de las lenguas es que son sistemas de signos (convencionales o arbitrarios) muy efectivos desde el punto de vista semiótico, en la medida en que aprovechan los mecanismos opositivos de forma generalizada para transmitir información. Sin embargo, las lenguas no son sistemas pactados expresamente, y por eso contienen ciertos “desajustes” que presentamos a continuación (las comillas de la palabra desajustes indican, como veremos, que estas anomalías sólo lo son a primera vista). En principio, parece que un buen sistema lingüístico sería aquel en el que cada señal o signo solamente tuviera un significado y un referente. Por ejemplo: Palabra

Significado Cosa

manzana “manzana” casa

“casa”

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realidad 1 realidad 2

coma

“coma”

realidad 3

bondad

“bondad”

realidad 4

De acuerdo con este cuadro, el léxico de una lengua estaría formado por signos o palabras, cada uno de los cuales nos remitiría de manera inequívoca a un significado asociado con una entidad real. De hecho, eso es lo que suele suceder en el vocabulario científico y técnico, caracterizado por un grado muy alto de precisión. Pero en el léxico común de las lenguas suele darse una estructura como la siguiente:

En este caso, tenemos tres palabras o expresiones que hacen referencia a una misma realidad: la persona que trata los ojos, su salud y sus enfermedades. Parece, pues, que nos encontramos ante un desajuste por exceso: tres signos en lugar de uno. En términos técnicos, se trata de la sinonimia. También puede darse el caso contrario, que estaría representado por el siguiente esquema:

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Aquí tenemos una misma forma que puede referirse a tres significados (y realidades) diferentes. De nuevo nos encontramos con un desajuste, pero en este caso por defecto: es, claramente, un caso de polisemia. Así pues, los casos de sinonimia y los de polisemia irían en contra del principio de correspondencia unívoca entre el signo, el significado y el referente, principio que queda representado idealmente en el cuadro anterior. Desde ese punto de vista, las lenguas serían sistemas mal organizados. Pero ya hemos dicho que hablar de desajustes era formular un juicio avanzado y precipitado. Palabras como oculista y oftalmólogo tienen un mismo referente; pero funcionan en ámbitos o registros de habla diferentes. Nosotros vamos al oculista, no al oftalmólogo. Pero nunca se celebran congresos de oculistas; se celebran congresos de oftalmólogos o de Oftalmología, lo cual significa que una de las formas es de uso cotidiano o popular, mientras que la otra es más especializada o culta. Así pues, ese desajuste de la sinonimia sólo es aparente. Más bien la existencia de varias palabras para designar una misma realidad es un beneficio o riqueza del lenguaje, que nos permite elegir la palabra adecuada para la situación adecuada y, además, hacer juegos de estilo y evitar la redundancia. Todo ello significa que la sinonimia absoluta (la identidad total de dos formas en lo que respecta al significado y 55

al uso) en realidad no existe. En cuanto a la polisemia, es del todo innegable que hay formas con significados diversos, como es el caso de coma (y también de palabras como bote, gato, banco, barra, operación, etc., como puede comprobarse en cualquier diccionario). Pero si quisiéramos eliminar la polisemia de repente, tendríamos que hallar palabras nuevas para cada significado distinto, lo cual significaría que el léxico de una lengua se encarecería extraordinariamente. Así pues, la existencia de formas polisémicas podría responder a la necesidad de mantener algún tipo de equilibrio. Por otro lado, como enseguida veremos, las palabras no van solas: se encuentran en contextos que matizan y precisan su significación. Además se usan en situaciones bien definidas temporal y espacialmente. Por ejemplo, coma tendrá un significado si se emite en un hospital, otro si la empleamos refiriéndonos a un escrito y un tercero si la encontramos en un libro antiguo sobre caballos. Por eso, los sistemas lingüísticos son tan efectivos y tan polivalentes; de manera que en el uso ordinario prácticamente no queda lugar para la confusión. Sin embargo, si ésta se produjese, el ámbito de la conversación es el marco idóneo en el que, gracias a mecanismos también lingüísticos, se puede solicitar cualquier aclaración, precisión y selección de la significación que se pretendía transmitir. La efectividad de los sistemas lingüísticos y su carácter polivalente hacen que la frase que dice “las lenguas son los instrumentos de la confusión” no sea más que una broma de mal gusto o una agudeza de factura dudosa.

La concatenación de las señales lingüísticas La posibilidad de construir oraciones y textos sin límites, que es uno de los poderes del lenguaje, deriva de dos propiedades que ya conocemos: la dualidad y la productividad. La ilimitación es, pues, una consecuencia de la capacidad de concatenación de 56

los sistemas lingüísticos que pueden producir series o cadenas de señales. Los indicios, como ya sabemos, son señales aisladas y parece muy difícil que un intérprete pueda hacer con ellos una lectura seriada: concatenar, por ejemplo, el humo, las huellas y la fiebre para obtener una oración (una construcción como A causa del fuego ha llovido, lo cual me ha producido un resfriado no parece que pueda ser deducida de la percepción seriada de los tres indicios anteriores). Por su parte, también parece difícil construir oraciones y textos solamente con iconos: esa posibilidad queda prácticamente limitada a los jeroglíficos que podemos encontrar en las páginas de pasatiempos de diarios y revistas. En cambio, tres símbolos como chico, chica y saludar pueden unirse en una construcción como La chica saluda al chico y, automáticamente, las reglas de la lengua asignan papeles sintácticos a esas unidades, de manera que entendemos que una persona (agente) hace algo (acción) a otra persona (objeto). Estas reglas permiten una considerable variedad de configuraciones sintácticas: de la frase más sencilla (Juan resbaló) a una de gran complejidad (Debido a la proliferación de instalaciones sin plantas depuradoras, los ríos llevan aguas contaminadas al mar, lo cual puede provocar una catástrofe ecológica que significaría la desaparición de la vida marina). No obstante, la variedad de las posibilidades combinatorias tiene algunas limitaciones. De hecho, podemos decir cualquier cosa, pero no de cualquier manera, porque los hablantes tenemos que someternos a las reglas sintácticas. Si todo fuese posible, ello significaría la destrucción de los patrones comunicativos. Por ejemplo, si alguien ordenase la segunda frase de manera arbitraria: depuradoras al provocar de causa instalaciones cual ecológica... La libertad (relativa) y la existencia de reglas constructivas se pueden comprobar mejor en el ejemplo siguiente. Podemos decir: (1) El sol se pone cada día. (2) El sol cada día se pone. 57

(3) Cada día se pone el sol. (4) Cada día el sol se pone. (5) Se pone el sol cada día. (6) Se pone cada día el sol. Pero de ningún modo podremos decir: (7) * El sol se cada día pone. Ello no es posible porque la oración consta de tres grupos (o sintagmas) cuyos elementos no se pueden desarticular. En este caso, los sintagmas son [el sol], [se pone] y [cada día] y la desmembración de cualquiera de ellos podría dar como resultado construcciones anómalas. Por ejemplo: (8) *1El se pone sol cada día. (9) *Cada el sol se pone día. etc. La concatenación de los signos lingüísticos está regulada por diferentes factores. De ellos, los más importantes son el orden de aparición de los elementos, las concordancias, las relaciones entre núcleo y complemento y los marcadores anafóricos (deixis). Con todos esos elementos, las oraciones y los textos son espacios seguros de comunicación y de autoexpresión; de modo que si, como hemos visto en el apartado anterior, uno de los elementos es polisémico, en la mayoría de los casos el contexto resuelve esa potencial ambigüedad. Sin embargo, hay estructuras sintácticas que en determinadas circunstancias se pueden descodificar de dos o más maneras y que, en consecuencia, implican ambigüedad estructural (o de ordenación de los elementos). Para ejemplificar esta anomalía estructural vamos a fijarnos en las siguientes oraciones, que contienen secuencias ambiguas: (1) La crítica de la televisión ha sido durísima. (2) El hijo del librero que vive en Manresa es muy joven. (3) Antonio y María se han comprado un libro. En el caso de la primera oración, la televisión puede ser quien critica (algo o a alguien) o también el elemento criticado por alguien. En la segunda oración no se sabe si el que vive en Manresa es el librero o su hijo. La tercera contiene una triple 58

ambigüedad: a) los dos se han comprado un solo libro; b) cada uno se ha comprado un libro (interpretación reflexiva); c) Antonio ha comprado un libro a María y ésta, a su vez, ha comprado un libro a Antonio (interpretación recíproca). Ante estructuras de este tipo, especialmente si el emisor es consciente de la ambigüedad, merece la pena elegir otros sistemas de construcción oracional permitidos por la propia lengua. Por ejemplo: (1, a) En la televisión han criticado el arbitraje con una dureza extraordinaria. (2, a) El librero que vive en Manresa tiene un hijo muy joven. (3, a) Antonio se ha comprado un libro y María también. (Si éstas son las interpretaciones deseadas). Pese a ello, la ambigüedad sintáctica es poco frecuente en la práctica porque las emisiones, además de estar contextualizadas, suelen funcionar en unas situaciones de habla que deshacen las posibles ambivalencias ya de entrada (por ejemplo, sabemos que nuestro interlocutor está enterado de que en cierto programa televisivo han criticado las actuaciones de un árbitro). Tal vez sea en la escritura donde haya más posibilidades de que puedan producirse confusiones, pero ya se sabe que el uso escrito es un doblaje arbitrario del habla y que se caracteriza por la ausencia de situación locutiva, razón por la cual es necesario controlar especialmente la expresión escrita.

Resumen En este segundo capítulo se ha situado el lenguaje dentro del marco general de la comunicación y se ha podido comprobar que la transmisión de información es un proceso complejo, que requiere la intervención de seis factores o elementos (consultad el esquema de la página 40), cada uno de los cuales da origen a una función (emotiva, referencial, conativa, etc., tal como se puede ver en el cuadro de la página 43). A base de aislar solamente los elementos extremos del 59

esquema (el emisor y el receptor) se ha hecho una introducción a las diversas formas que puede presentar el acto comunicativo, especialmente sintetizadas en los apartados de comunicación unidireccional y bidireccional. Todo proceso de comunicación se basa en la transmisión de señales. Por ello se ha realizado una breve introducción a la Semiótica o Teoría de los signos, siguiendo la propuesta de Peirce y su tripartición: indicios, iconos y símbolos, clasificados según el tipo de relación existente entre cada clase de señal y su referencia. Esta relación es de contacto, de semejanza o convencional, respectivamente. Una vez hecha la tripartición, ha quedado claro que los elementos de las lenguas (por ejemplo, las palabras) son símbolos o signos lingüísticos convencionales y que, además, existe una fuerte organización sistemática basada en oposiciones. Los sistemas lingüísticos, no obstante, no han sido pactados expresamente, y por eso a veces presentan desajustes, como la sinonimia y la polisemia. Pero esos desequilibrios pueden ser interpretados positivamente desde la perspectiva de la riqueza y la economía del lenguaje. Finalmente, se han introducido las características de la concatenación de los signos: las posibilidades de unión de los signos son extraordinarias, pero hay que tener presente que las lenguas contienen reglas que posibilitan el intercambio comunicativo entre los hablantes limitando las construcciones.

Aplicaciones prácticas El texto de Ferdinand de Saussure que presentamos a continuación, del Curso de lingüística general, trata de las onomatopeyas y se puede relacionar fácilmente con las explicaciones sobre los iconos (o imitaciones, que pueden ser gráficas y sonoras): “Alguien podría recurrir a las onomatopeyas para decir que la

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elección del significante no siempre es arbitraria. Pero las onomatopeyas no son nunca elementos orgánicos de un sistema lingüístico. Además, su cantidad es bastante menor de lo que pensamos. Palabras como fouet o glas pueden sorprender a ciertos oídos por una sonoridad sugestiva. Sin embargo, para ver que no tienen este carácter desde su origen basta con remontarnos a sus formas latinas (fouet deriva de fagus, “haya”; glas = classicum); la calidad de sus sonidos actuales o, mejor dicho, la que les atribuimos, es un resultado fortuito de la evolución fonética. En cuanto a las auténticas onomatopeyas (las del tipo gloc-gloc, tic-tac) no sólo son poco numerosas, sino que su elección ya es en cierta medida arbitraria, porque sólo son la imitación aproximativa y ya medio convencional de ciertos ruidos (comparad el francés ouaoua con el alemán wauwau) [y el castellano guau guau]. Además, una vez introducidas en la lengua, son arrastradas en mayor o menor medida por la evolución fonética, morfológica, etc. que experimentan las otras palabras (cf. pigeon, del latín vulgar pipio, derivado de una onomatopeya): prueba evidente de que han perdido algo de su carácter originario para revestir el del signo lingüístico en general, que es inmotivado.”

2. Tal como se ha recomendado en este capítulo, conviene dedicar un breve espacio (media hora o una hora, por ejemplo) a dar un paseo por la calle y desempeñar el papel de preceptores de señales con la intención de captar indicios, iconos y símbolos. Esta especie de trabajo de campo puede ayudar a comprender las ideas expuestas en este capítulo, proporcionando al lector ejemplos de cosecha propia. La lista de señales obtenida se puede clasificar siguiendo las ramas del diagrama arbóreo de la página 51. 3. Es útil hacer un fichero con anuncios publicitarios (de prensa, revistas o de vallas de la calle) para detectar en ellos las funciones del lenguaje, especialmente: a) la expresión de la emotividad, b) la presencia de mensajes conativos, c) el uso de la función referencial y d) la elaboración poética del lenguaje (en ocasiones, hay anuncios que son pequeños poemas). 4. En la siguiente dirección electrónica encontraréis onomatopeyas de animales de todo el mundo: 61

http://www.georgetown.edu/cball/animals/animals2.html. 5. Supongamos que estamos viajando en un autobús urbano y alguien realiza la acción de solicitar parada. ¿Cuáles son las características de este acto comunicativo? Analizándolo a partir del esquema de la comunicación integrado por seis factores, hallamos que 1) el emisor es el pasajero que pulsa el botón; 2) el receptor es el conductor del autobús; 3) el mensaje es un signo convencional o arbitrario (el sonido de una especie de campanilla); 4) el referente de ese mensaje es el conjunto de significados “quiero bajar del autobús en la próxima parada”; 5) el canal es la instalación eléctrica entre el botón y la campanilla, y el aire entre ésta y el conductor; 6) finalmente, el código es la convención establecida entre el sonido y el referente. 6. Cada una de las siguientes expresiones pone de relieve una de las seis funciones estudiadas en las páginas 43-46: a) ¡Qué asco! Es una expresión en la que predomina la función expresiva o emotiva. b) Los circunstanciales de tiempo son introducidos por diferentes preposiciones y locuciones prepositivas. El texto es de una gramática y tiene una función estrictamente metalingüística o de explicación sobre alguna característica del código. c) ¡Ponte los zapatos de una vez! Una orden, y más si se usa el imperativo, manifiesta la función conativa. d) En la mesa del comedor faltan la aceitera y la vinagrera. Describe una situación: función referencial (también podría ser interpretada como una sugerencia; en cuyo caso se manifestaría además la función conativa. e) ¿Qué dices? Función fática o de contacto. f) Las piquetas de los gallos / cavan buscando la aurora, / cuando por el monte oscuro / baja Soledad Montoya... Función poética: es un texto del Romancero Gitano, de Federico García Lorca. 7. Si observamos críticamente un debate televisado, podremos analizar (de acuerdo con los esquemas de la página 47) las clases de comunicación que en él se establecen. Así, hay que tener en cuenta factores como los siguientes: 62

a) Presentación de los invitados (el moderador informa a la audiencia) b) El moderador asigna los turnos de palabra. c) Intervenciones de los invitados, a veces dirigidas a la audiencia y a veces destinadas a los demás invitados o al moderador. d) Ruptura del turno de palabra por parte de uno de los asistentes o más. e) Intervenciones del público. f) Intervenciones descontroladas. g) Tentativas de control por parte del moderador, etc. 8. A continuación indicamos algunos ejemplos de realidades naturales y de cosas fabricadas que son interpretadas (o pueden ser interpretadas) como señales, o que tienen un determinado valor simbólico: la montaña de Montserrat, el río Ganges, el Fuji Yama, la Enciclopedia Británica, la estatua de la Libertad en Nueva York, etc. 9. Si deseamos clasificar (de acuerdo con el árbol de la página 51) las siguientes señales, podemos llegar a estas conclusiones: a) Un disco donde hay un cigarrillo humeante tachado. Este ejemplo contiene dos clases de señales: en primer lugar hay un icono (el dibujo del cigarrillo) y, además, la barra inclinada es un indicador puramente convencional que alude al significado “prohibición”. b) El triángulo invertido en cuyo interior está la palabra STOP. En este caso también tenemos dos informaciones, pero ambas son convencionales: el triángulo invertido como señal de “precaución” y la palabra STOP como señal lingüística para “deténgase”. c) Las tres piedras en un camino (primero la mayor, a continuación la mediana y por último la más pequeña) con las que los exploradores y otros excursionistas indican el camino correcto. Las tres piedras indican convencionalmente el buen camino; pero además son un indicio de que alguien las ha colocado de esa manera.

63

Capítulo III. Las lenguas del mundo: diversidad y unidad La facultad humana del lenguaje, propiedad única y distintiva de nuestra especie, no se manifiesta en abstracto, ni se corresponde con una lengua única. De hecho, ni siquiera existe una lengua particular y privilegiada que represente de manera fiel las características esenciales de la facultad lingüística. Más bien al contrario, cada una de las lenguas del mundo, sin prioridad alguna, debe ser entendida como una de las realizaciones posibles, o de las concreciones, de la predisposición general de los humanos al lenguaje. La multiplicidad de las lenguas del mundo, en torno a las seis mil, es un caso relativamente paralelo al de la variedad y diversidad de las especies de los mundos vegetal y animal, dignas de ser conservadas y potenciadas. Además, es muy frecuente que cada lengua se encuentre asociada a una cultura: cultura que deja sus huellas en el léxico de la lengua. Desde esta perspectiva, la defensa de la diversidad lingüística es indisociable de la reivindicación de la dignidad de los grupos humanos, ya que todos comparten, bajo formas diferentes, las mismas propiedades del lenguaje. Durante los dos últimos siglos, el panorama lingüístico del mundo ha sido objeto de estudio y de clasificación. Básicamente, las lenguas pueden agruparse conforme a dos criterios: el criterio genético, que establece familias de lenguas gracias al estudio de sus semejanzas y diferencias, y el criterio tipológico, que investiga las características internas de las lenguas en un ejercicio de comparación estructural. De este segundo método deriva de forma natural la 64

investigación sobre los universales lingüísticos o las propiedades comunes a todas las lenguas, las cuales, hipotéticamente, tendrán que ser asignadas a la facultad común del lenguaje: si las seis mil lenguas del mundo tienen, por ejemplo, verbos, hay que deducir en consecuencia que la posibilidad de hacer referencia a las acciones es un universal lingüístico y, por lo tanto, una propiedad de la condición humana.

Distribución y clasificación de las lenguas Principios de Geolingüística La Geolingüística es la disciplina científica que estudia las lenguas del mundo desde el punto de vista de su localización en el espacio; es decir, desde su adscripción territorial. Por ejemplo, muchas personas creen que la lengua de Francia es el francés y la de Italia, el italiano. Pero comparativamente pocas personas saben que en Francia hay zonas en las que se habla catalán, vasco, bretón, alsaciano, etc. Menos aún son los que tienen conocimiento de que en Italia hay hablantes de lenguas como el sardo, el catalán, el friulano, el alemán, el griego y otras. Una de las fuentes de información fundamentales de la Geolingüística son los censos de población que, promovidos por la Administración, a menudo incluyen preguntas sobre las condiciones lingüísticas de los ciudadanos referidas en especial a su primera lengua. Por ejemplo, un censo realizado en Australia en 1986 da como resultado el panorama lingüístico de la tabla 1. Tabla 1. Censo lingüístico de Australia (1986) Lengua

Número de hablantes

inglés

14.000.000 (aprox.)

italiano

415.765

griego

277.472

chino

139.100

árabe

119.187

65

alemán

111.276

castellano

73.961

polaco

68.638

catalán

zzzz64

lenguas aborígenes 40.790

Existen dificultades para establecer con precisión cuántas lenguas hay en el mundo. Según los autores, las cifras no suelen bajar de cuatro mil quinientas, y rara vez superan las seis mil. Este margen tan grande es explicable por causas diversas. En primer lugar, hay territorios aún poco estudiados e incluso difíciles de censar. Además, aún no existe una autoridad cultural internacional verdaderamente dispuesta a poner los medios necesarios para confeccionar el catálogo total de lenguas. Finalmente, hay que mencionar una dificultad intrínseca: no siempre resulta fácil decidir si una forma de habla es una lengua (diferente de las otras) o solamente la variedad dialectal de una lengua común, ya que a menudo el límite entre lengua y dialecto es impreciso (consultad el capítulo 4). Si tomamos como base una cifra entre media y baja, por ejemplo cinco mil lenguas, podremos realizar unas operaciones teóricas muy curiosas sobre la distribución de hablantes y de lenguas. En primer lugar, dividiendo la población del mundo (que se estima en unos seis mil millones de personas) entre la cantidad de lenguas, se obtiene una media absoluta de un millón doscientos mil hablantes por lengua: 6.000.000.000 : 5.000 = 1.200.000 Es evidente que esta media no se corresponde con los datos que puede aportar la Geolingüística: por un lado, existen unas pocas lenguas habladas por cientos de millones de personas y, por el otro, hay muchas lenguas que tienen unos centenares, e incluso pocas docenas, de hablantes. Así, según los datos de Voegelin (que trabajó con un total de poco más de cuatro mil quinientas lenguas), la distribución de las lenguas sería la que queda recogida en la tabla 2. Un estudio como éste revela que en el panorama lingüístico del mundo, la norma son las lenguas habladas por grupos 66

humanos más bien pequeños, y que las lenguas con una cantidad de hablantes que supera los cien millones son muy pocas (entre diez y doce, sobre un total de cinco mil). Según Moreno (1990), las lenguas más habladas del mundo son las que recoge la tabla 3. La segunda operación anteriormente anunciada consiste en dividir la cantidad de lenguas (cinco mil) entre la cantidad aproximada de estados que hay en el mundo, que es de doscientos. Esa operación da una media de 25 lenguas por estado, también en términos absolutos: 5.000 : 200 = 25 Tabla 2. Distribución de las lenguas según el número de hablantes Lenguas Cantidad de hablantes 138

más de un millón

258

entre 100.000 y 1 millón

597

entre 10.000 y 100.000

708

entre 1.000 y 10.000

409

entre 100 y 1.000

143

han muerto hace poco

2.269

sin datos

4.522

Total de lenguas estudiadas

Fuente: C.F. Voegelin y F.M. Voegelin (1977). Classification and Index of the World’s Languages. Nueva York. Tabla 3. Lenguas más habladas del mundo Lengua

Hablantes (en millones)

1. chino (mandarín) 778 2. inglés

440

3. hindi

294

4. español

254

5. bengalí

165

6. árabe

152

7. ruso

142

8. portugués

138

9. indonesio

125

67

10. japonés

120

11. alemán

106

Fuente: J.C. Moreno (1990). Lenguas del mundo (pág. 18). Madrid: Visor.

Sin embargo, la realidad es muy diferente: por un lado hay estados, como la India, con más de quinientas lenguas dentro de su territorio. También es normal encontrar más de cien lenguas en muchos estados de África y de Oceanía. En el extremo opuesto, son prácticamente excepcionales los países en los que se habla una lengua en todo el territorio: por ejemplo, Islandia, Uruguay y muy pocos más. La Geolingüística constata datos como los anteriores sin añadir juicios de valor: ésta es la realidad lingüística del mundo. En todo caso, hay que decir que el panorama de las cinco mil lenguas confrontado con la existencia de doscientos estados, muchos de los cuales tienden a priorizar una sola lengua a efectos oficiales, deja en una situación difícil a las lenguas y los hablantes que no coinciden con la oficial. Eso significa que si se pretendiese asignar una sola lengua a cada país, ¡habría que eliminar cuatro mil ochocientas lenguas! De hecho, la situación lingüística del mundo está atravesando un periodo de recesión acelerada. Algunos especialistas han llamado la atención sobre la extinción rápida de muchas lenguas. Se calcula que en el siglo XXI se producirá la desaparición de casi la mitad de las lenguas existentes, a no ser que se produzca una inversión de la tendencia. Eso es lo que se puede deducir de cifras como las de la tabla 4. Tabla 4 Lengua Número de hablantes nitinato 50 chinuco 30 tuana

10

eyaco

3

Un cuadro como éste (que se podría ampliar mucho) nos 68

presenta algunos ejemplos de lenguas prácticamente condenadas a la desaparición (en este caso se trata de lenguas habladas en la costa noroeste de Estados Unidos). En parte, por la escasa cantidad de hablantes, pero sobre todo porque las personas que aún conservan estas lenguas son ya muy mayores y con su muerte también se producirá, inevitablemente, la muerte de la lengua.

La clasificación genética y las familias de lenguas Se sabe con seguridad que lenguas como el castellano, el portugués, el catalán, el italiano, el rumano y otras más tienen su origen en el latín como consecuencia del proceso expansivo y colonizador de la antigua Roma. La vinculación entre estas lenguas y el latín suele presentarse gráficamente con un diagrama de tipo genealógico, tras el cual subyace la metáfora de la familia, siendo el latín la “madre” y las otras, las “hijas” (“hermanas” entre sí).

Esta dependencia genealógica se justifica, por un lado, con toda clase de evidencias históricas (presencia de arte romano, instituciones legales romanas, narraciones de historiadores, etc.); pero sobre todo está avalada por la existencia de un gran corpus de textos latinos y también por pruebas internas basadas en las similitudes estructurales y de vocabulario entre esas lenguas 69

“hermanas”, cosa que reclama un origen común. Lo mismo sucede, por ejemplo, con las lenguas germánicas, aunque éstas no disponen de textos escritos en una lengua antigua común. Pero la comparación de las estructuras y del vocabulario de lenguas como el inglés, el holandés, el noruego y otras permite establecer un árbol genealógico similar al anterior (a excepción de la interposición de dos áreas diferenciadas).

En este caso no existen testimonios ni de germánico antiguo, ni de las etapas intermedias (una lengua muerta como el gótico, de la rama germánica oriental, que ya no tiene representantes actuales, se alinearía con las lenguas de las ramas inferiores), pero en estos casos, la comparación estructural anteriormente mencionada lleva, de manera segura, a la confección de un diagrama como el propuesto. Estos dos ejemplos (con lenguas románicas y germánicas) nos permiten introducir algunos elementos esenciales de la clasificación genética de las lenguas del mundo. Éstas no constituyen una lista desordenada: al contrario, pueden reunirse en familias, grupos y subgrupos sobre una base bastante segura de semejanzas y diferencias. La tabla 5 recoge algunos ejemplos de estas semejanzas y diferencias (entre algunas lenguas 70

románicas y una lengua de filogenia desconocida). Tabla 5 Catalán Italiano Castellano Francés Vasco braç

braccio brazo

bras

beso

peu

piede

pie

pied

urriki

pare

padre

padre

père

aita

mare

madre

madre

mère

ama

quatre

quattro cuatro

quatre

aurgarren

Una comparación como ésta evidencia que las cuatro primeras lenguas mantienen semejanzas claras en lo que respecta al vocabulario y que pueden ser agrupadas en un árbol genealógico bajo el mismo nudo. En cambio, el vasco pertenece a una familia diferente, sin que hasta el momento se haya podido encontrar con seguridad un conjunto de lenguas hermanas. Además, en el cuadro se puede comprobar que las semejanzas entre las lenguas románicas se establecen sobre la base de palabras referidas a las partes del cuerpo (brazo, pie), a los nombres de parentesco (padre, madre) y a los numerales (cuatro). Estas palabras son muy estables y, como cambian poco a lo largo del tiempo, permiten establecer las relaciones de familia con gran seguridad. Desde el punto de vista de la clasificación genética, las comparaciones sobre la base de palabras estables, como las utilizadas en el cuadro anterior, facilitan la agrupación de las lenguas del mundo en familias; es decir, hacen posible el establecimiento de una taxonomía u ordenación de las lenguas sobre la base del parentesco. Por ejemplo, las lenguas románicas constituirían un grupo subordinado al latín –grupo que, interiormente, se divide en lenguas románicas occidentales (el castellano, por ejemplo) y lenguas románicas orientales (el rumano). Estas lenguas, junto con el griego y otras, se encontrarían en el nudo italogriego, que conectaría con el indoeuropeo siguiendo un esquema teórico de ramificación como el siguiente:

71

Un esquema como éste nos permite explicar metafóricamente las relaciones de parentesco: el francés, el italiano y el rumano, por ejemplo, son entre sí lenguas “hermanas”, ya que las tres son “hijas” del latín, el cual, a su vez, está “hermanado” con el griego y el celta, etc. (aunque en la práctica nunca se habla de lenguas “nietas”, “tías” o “abuelas”). Finalmente, el nudo superior representaría la lengua o lenguas indoeuropeas. Ese nudo, además, podría relacionarse con otras familias de lenguas, y así se llegaría, hipotéticamente y si las pruebas lo confirmasen, a constituir un árbol único con todas las lenguas del mundo, clasificadas desde el punto de vista genético. Los árboles genealógicos pueden llegar a ser muy complejos. Así, una de las familias más estudiadas es la austronésica, que incluye lenguas habladas en un ámbito geográfico muy extenso; en palabras de Carme Junyent (1989), lenguas que se extienden por “prácticamente todas las islas que existen desde Madagascar hasta la isla de Pascua y Hawai, y de Taiwán a Nueva Zelanda”. El árbol genealógico de esa familia, según dicha autora, sería el cuadro que presentamos a continuación. 72

Fuente: C. Junyent (1989). Les llengües del món (págs. 134-135). Barcelona: Empúries.

Así pues, esta clasificación nos dice, por ejemplo, que el tagalo pertenece al grupo occidental de la rama malayopolinesia de la familia austronésica, con lo cual la lengua queda definida en el marco de las relaciones genéticas. Según Ruhlen (1987), actualmente las lenguas del mundo están reunidas en diecinueve familias (agrupadas en diecisiete fílums), algunas de las cuales se presentan en la tabla 6 de forma muy simplificada y solamente con unos pocos ejemplos de las lenguas que las configuran. Esta síntesis de solamente ocho de las diecinueve familias de lenguas nos permite adquirir una idea aproximada (y por supuesto, reducida) del panorama lingüístico del mundo. Un panorama que se puede contemplar en el mapa 1, extraído de la obra de Ruhlen anteriormente citada. Este mapa incluye las diecinueve familias lingüísticas existentes. Por razones obvias de 73

distribución geográfica, aquí aparecen por separado el grupo daico y el grupo austronésico de la familia austro-tai. El mapa no incluye los territorios de colonización reciente; por ello en América, por ejemplo, no aparece ni el inglés, ni el francés, ni el portugués, ni el castellano. Además, están localizadas con números cinco lenguas que aún no han podido ser adscritas a ninguna de las diecinueve familias: se trata, pues, de lenguas “aisladas”, lo cual no significa que no formasen parte, en un pasado que desconocemos, de alguna familia extinguida de la que deben de ser las únicas supervivientes. Tabla 6. Algunas familias lingüísticas Familia

Lengua

Localización

indoeuropea (2.000.000.000 de hablantes)

griego persa hindi, guaraní francés, catalán, italiano, castellano, rumano irlandés, galés, gaélico ruso polaco

Grecia Irán India territorios respectivos Irlanda, Gales, Escocia Rusia Polonia

esquimoaleuta (85.000 hablantes)

esquimal, aleuta

Alaska, norte de Canadá

altaica (250.000.000 de hablantes)

turco coreano japonés ainu

Turquía Corea Japón Japón

sinotibetana (1.000.000.000 hablantes)

mandarín, cantonés tibetano

China Tibet

afroasiática (175.000.000 de hablantes)

tamazight (“berebere”) árabe hausa somalí

norte de África norte de África Nigeria, Níger, Chad... Somalia, Etiopía...

mandingo nigerokurdufaniana( suahelí 180.000.000 de chona hablantes) ibo

amerindia

Guinea, Gambia Tanzania... Zimbabwe Nigeria

yurok cheyén, dacota cuaquiú

74

norte de California centro de Estados Unidos suroeste de Canadá

hablantes)

cheroquí nahua quechua, aimara

na-dené (200.000 hablantes)

navajo, apache

este de Estados Unidos México suroeste de Hispanoamérica Alaska, oeste de Canadá Oregón, California

Fuente: M. Ruhlen (1987). A Guide to the World’s Languages. Londres: E. Arnold. Mapa 1. Distribución de las lenguas del mundo

Fuente: M. Ruhlen (1987). A Guide to the world’s Languages (pág. 284-285). Londres: E. Arnold.

La familia indoeuropea 75

La familia lingüística indoeuropea, denominada en ocasiones “indohitita” (y ya nunca más “indoaria”) es, quizá, el grupo mejor estudiado de todas las lenguas del mundo. Ello se debe principalmente a tres factores. En primer lugar, se trata de un grupo no excesivamente numeroso (unas cincuenta lenguas). Además, el nivel de semejanzas es notablemente alto y en muchos casos se puede comprobar con textos antiguos. Finalmente, esta familia ha llamado la atención de los lingüistas desde hace doscientos años, lo cual ha permitido una impresionante acumulación de estudios sobre el indoeuropeo. A modo de ejemplo, son miembros de la familia indoeuropea lenguas como: el sánscrito (la antigua lengua sagrada y literaria de la India), así como los actuales hindi, gujarati, bengalí, etc.; el persa, lengua de la antigua Persia y del actual Irán; el griego clásico, cuya versión hablada ha llegado hasta nuestros días como griego moderno; el latín, que aún perdura en las actuales lenguas románicas; el grupo céltico, representado en nuestros días por lenguas como el bretón, el galés y el irlandés; el grupo germánico, cuyo antecedente dejó testimonios escritos, que contiene lenguas como el inglés, el alemán, el holandés, el sueco, etc.; el grupo baltoeslavo: lituano, ruso, polaco, búlgaro, etc.; y algunas lenguas y grupos más, como puede comprobarse en el cuadro de la página 78. A primera vista parece un campo muy extenso. Más de uno incluso se sorprendería si le dijeran que la actual lengua bengalí 76

(en India) y la lengua sueca (en la península de Escandinavia) son miembros del mismo árbol genealógico. Pero la comparación de éstas y otras lenguas no deja lugar a duda, como a continuación veremos. De hecho, toda la historia de las investigaciones indoeuropeas se inició con un acto de sorpresa basado en la comparación. El juez británico Sir William Jones, un experto orientalista residente en la India, escribió en 1788 unas palabras que hoy día son consideradas con auténtica veneración: “La lengua sánscrita, sea cual sea su antigüedad, tiene una estructura admirable. Es más perfecta que el griego, más rica que el latín y más exquisita que ambas. Y presenta un parecido tan grande con las anteriores, tanto en lo que respecta a las raíces verbales como en lo tocante a las formas gramaticales, que no puede ser fruto del azar. Hasta tal punto es poderoso el parecido, que ningún filólogo podría investigar esas tres lenguas sin pensar que proceden de una fuente común que quizá ya no exista. Por la misma razón, pero no tan concluyente, el gótico y el celta, mezclados con alguna lengua muy diferente, podrían tener el mismo origen. Y también el antiguo persa podría asociarse a esa misma familia.” Sir William Jones (1788). “On the Hindus”. En: Asiatic Researches (vol. I, pág. 422).

La sorpresa y el tono admirativo del juez Jones tenían como base comparaciones entre palabras como las siguientes: 1) nombres de parentesco: “padre” es pater en latín y pitár en sánscrito “hijo” es son en inglés, sunus en gótico, syn en ruso y sunu en sánscrito “hija” es daughter en inglés, dukté en lituano y duhitar en sánscrito 2) nombres de los números: 77

“dos” es duo en latín, dyo en griego y duvá en sánscrito “siete” es séptem en latín, hepta en griego y saptá en sánscrito “diez” es decem en latín, déka en griego y dáça en sánscrito 3) nombres de objetos cotidianos “barco” es naus en latín, naus en griego y nau- en sánscrito “yugo” es iugum en latín, zygon en griego, juk en gótico, jungas en lituano y yugam en sánscrito Estas semejanzas (y muchas más) dejaban bien clara la pertenencia de una gran cantidad de lenguas a la misma familia indoeuropea (“indoeuropea” porque las lenguas que incluye abarcan el territorio que va desde la India hasta las costas de Europa occidental, tal como puede comprobarse en el mapa de la página 75). El conjunto de esas lenguas se suele clasificar en diez grupos, que presentamos de manera simplificada en el cuadro siguiente:

78

Cada uno de esos grupos se concreta en una lengua o más: la antigua lengua hitita es la única representante conocida del grupo anatólico, como lo son, por ejemplo, el griego respecto al grupo griego y el albanés en el grupo albanés. De otros grupos conocemos más lenguas. Así sucede con el céltico, que tiene cuatro: escocés, irlandés, galés y bretón. Los grupos más numerosos del árbol indoeuropeo son el germánico (se puede consultar el árbol de la página 71), el indoiraní, el baltoeslavo y el itálico. En cuanto al grupo itálico, la lista de lenguas que se situarían bajo la correspondiente rama, en una disposición aproximada desde las tierras más occidentales a las más orientales, es la siguiente: galaicoportugués, asturiano, castellano, aragonés, catalán, francés, occitano, francoprovenzal, sardo, italiano, friulano, dálmata (extinguida), rumano. El origen geográfico, la cultura temprana y los movimientos de expansión de los indoeuropeos son, desde hace tiempo, materia de estudio y debate. En cuanto a la localización inicial del pueblo indoeuropeo (mapa 2, página 79), la hipótesis más verosímil lo sitúa unos seis o siete mil años atrás, en las estepas rusas, en el entorno del curso inferior del río Volga, entre el mar Negro y el mar Caspio (aunque hay quien lo sitúa en la península de Anatolia, la actual Turquía). Otras hipótesis apuntan a que la 79

protopatria de ese pueblo fue Asia occidental, donde ya habrían compartido una lengua común hace entre 7.000 y 6.000 años. Lo cierto es que en el tercer milenio antes de Cristo ya había pueblos indoeuropeos establecidos en las estepas de Europa oriental. Mapa 2. Origen geográfico de los pueblos indoeuropeos

Fuente: F. Villar (1991). Los indoeuropeos y los orígenes de Europa (página 15). Madrid: Gredos.

En cuanto a la cultura original del pueblo indoeuropeo, no tenemos noticias directas de ella porque no nos ha llegado ni una sola línea escrita (lo cual no es el caso de los griegos y los latinos). Es más, los indoeuropeos eran analfabetos por necesidad, ya que la escritura se inició en Mesopotamia hacia el año 3.300 a.C.; es decir, dos mil años después de la época de la aparición de los pueblos indoeuropeos. Así pues, debe buscarse toda la información de su cultura en los hallazgos arqueológicos y especialmente en el estudio de las instituciones de los pueblos indoeuropeos (griegos, latinos, germánicos, etc.), así como en la comparación de su vocabulario. Así, anteriormente hemos visto que en algunas lenguas del grupo hay una palabra común para “yugo”, lo cual significa que una de las actividades de supervivencia era la agricultura. También consta una palabra 80

común para “moler”, cosa que nos pone sobre la pista sobre el cultivo predominante. En ese sentido, las investigaciones lingüísticas sobre el vocabulario comparado son muy apreciadas por prehistoriadores y arqueólogos. Con las pruebas arqueológicas y lingüísticas se ha llegado, pues, a trazar un cuadro cultural que, en síntesis, nos dice que se trataba de agricultores y ganaderos, que probablemente construían sus casas mezclando barro y paja, que conocían las técnicas del cobre y el bronce y que se valían de la rueda. También fabricaban cerámica adornada con marcas de cuerdas (“cerámica encordada”). Además, sabían navegar y tenían algunas armas (arcos y flechas, espadas y hachas). Su organización social era la familia, el clan y la tribu, en progresión ascendente; la figura del rey era más bien la de un árbitro que desempeñaba funciones de mediador en caso de conflicto. En cuanto a la religión, tenían un dios superior (o deus pater) y muchos dioses sectoriales, siendo el de los sacerdotes, el de los guerreros y el dios protector del trabajo agrícola las divinidades más destacadas. Con toda probabilidad, el tipo de religión era dualista, basada en las fuerzas del orden y del desorden. También practicaban el sacrificio de animales. Respecto a las expansiones de los indoeuropeos (mapa 3), queda claro que ya en tiempos antiguos llegaron por un lado hasta la India, y por el otro hasta las costas occidentales de Europa, tal como demuestran los hallazgos de unos enterramientos especiales denominados kurganos, o tumbas con túmulo, originarios del emplazamiento primitivo (ved el mapa 2). Por otra parte, no consta que los indoeuropeos se desplazasen como conquistadores de territorios extensos. Más bien se cree que ocupaban tierras de cultivo, abandonándolas cuando se agotaban los recursos para trasladarse a otras nuevas. Mapa 3. Expansión de los pueblos indoeuropeos

81

Fuente: J.P. Mallory (1989). Á la recherche des indo-européens (pág. 203). París: Seuil.

Finalmente, las fantasías sobre la “raza indoeuropea” (o “aria”) han quedado hoy día totalmente desprestigiadas por la ciencia. Por una parte, esa supuesta “raza” estaba formada por un conjunto de pueblos genéticamente mezclados y, por otra, su cultura de supervivencia los presenta como un grupo muy normal, comparable a otros pueblos en circunstancias similares con economía agrícola y ganadera.

La clasificación tipológica La clasificación genética, que toma en consideración las semejanzas entre las lenguas (justificadas por su origen común), no es la única manera de relacionar las lenguas del mundo. También existe la posibilidad de agrupar las lenguas sobre la base de similitudes estructurales, al margen de que estén o no emparentadas. En ese caso hablamos de clasificación tipológica, tomando como patrón clasificatorio el hecho de que encontramos semejanzas como, por ejemplo, una estructura verbal más o menos igual, un mismo sistema vocálico, una disposición de los elementos oracionales idéntica y, sobre todo, 82

una estructuración de la palabra idéntica o muy similar. Los estudios de tipología lingüística ofrecen un panorama extraordinariamente variado sobre las lenguas del mundo, pero al mismo tiempo permiten marcar los límites de las lenguas posibles, contribuyendo, pues, al establecimiento de las condiciones que restringen los productos de nuestra facultad verbal. Dicho de otro modo, parece que podemos hablar de cualquier tema, con muchas variantes sintácticas y estilísticas, pero no podemos hacerlo de cualquier manera, ni utilizando estructuras que no están previstas en las lenguas del mundo. En ese sentido, revisar el ejemplo de la página 58 puede ayudarnos, en el cual la frase El sol se pone cada día nos servía para explorar los límites o las restricciones de los productos de nuestra facultad verbal. En una línea paralela, ninguna lengua presenta, por ejemplo, estructuras silábicas en las que las consonantes (C) y las vocales (V) aparezcan como en la siguiente secuencia: CCCCVCCC (lmtbasdp). Tampoco hallamos lenguas que solamente tengan consonantes sordas del tipo p, t, k (y sin sonoras, como b, d, g). Ni lenguas en las que se puedan acumular subordinaciones de oraciones de la siguiente manera: (1) El niño ha salido. (2) El hombre conoce al niño. (1 + 2) El niño al que conoce el hombre ha salido. (3) El mecánico saludó al niño. (4) El mecánico nos arregla el coche. (3 + 4) El mecánico que nos arregla el coche saludó al niño. Hasta aquí, todo es posible y correcto. Pero observemos el resultado de realizar todas las subordinaciones: (1 + 2 + 3 + 4) El niño al que el hombre que el mecánico que nos arregla el coche saludó ha salido. En resumen, parece ser que nuestra capacidad de procesar información (o las condiciones de nuestro sistema cerebral de conocimiento y de expresión) no acepta estructuras anómalas como la del ejemplo anterior, la frase (1 + 2 + 3 + 4). En cierta medida, los estudios de tipología pueden contribuir a las investigaciones sobre la estructura de la mente humana, como se 83

ha dicho antes.

Estructuración de la palabra En cuanto a la estructuración de la palabra, es habitual considerar, desde el punto de vista tipológico, tres clases principales de lenguas: flexivas, aglutinantes y aislantes. Pero hay que entender que esas tres clases son tipos ideales, o puntos situados en una línea continua que va desde la síntesis máxima al análisis máximo. Observemos los siguientes tres ejemplos: cant- o: la forma –o es profundamente sintética, porque un solo elemento contiene la información de “tiempo” (presente), de “número” (singular) y de “persona” (primera). Estas tres indicaciones se integran (o sintetizan) en un único morfema y son características de las lenguas del primer tipo: flexivas. granj- er - a - ∅: esta palabra contiene cuatro informaciones, cada cual asignada a un fragmento: “casa de labranza y de cría de animales”, “persona o cosa relacionada con (el lugar anterior)”, “femenino” y “singular” (esto último por oposición a la forma granjeras). Así pues, en este caso los significados (léxico, derivativo y gramatical) se corresponden, uno por uno, con las unidades que integran la palabra. Configuraciones como ésta son típicas de las lenguas aglutinantes. rompe - cabezas: ahora estamos ante una palabra compleja (o compuesta), más o menos típica del procedimiento aislante, en la que se han unido dos términos independientes. Hemos pasado, pues, de una forma muy sintética (canto) a una muy analítica. Lo curioso del caso es que las tres palabras pertenecen a una 84

misma lengua. Por esta razón antes nos hemos referido a divisiones tipológicas ideales. En la realidad, la clasificación tipológica agrupa tendencias dominantes o características sobresalientes de las lenguas, pero éstas son compatibles con procedimientos diversos. Por ejemplo, la lengua castellana es más flexiva y aglutinante que el inglés (aunque también puede crear formas aislantes); el inglés, en cambio, tiene un componente flexivo reducido y una capacidad aglutinante y aislante notable. De todos modos, hay que tener en cuenta que se trata de procedimientos para la configuración de las palabras, y en ningún caso puede decirse que un sistema sea mejor o más práctico que otro. Son lenguas predominantemente flexivas el griego, el árabe, el sánscrito, el latín y, en menor medida, las lenguas románicas. Estas lenguas se caracterizan por tener flexiones nominales y adjetivas de caso, o bien por tener unos paradigmas verbales complejos, o bien por ambas cosas. Observemos, por ejemplo, un paradigma nominal del latín para la palabra pueblo, la cual en castellano solamente admite dos formas: pueblo y pueblos. Caso

Singular Plural

Nominativo populus populi Vocativo

popule

populi

Acusativo

populum populos

Genitivo

populi

populorum

Dativo

populo

populis

Ablativo

populo

populis

Las doce formas de este paradigma (con ocho bien diferenciadas) no sólo presentan marcas específicas para las nociones de singular y de plural; además, incluyen la información de género masculino porque populus requiere o se combina con adjetivos masculinos (populus bonus). Pero lo más importante es que incluyen marcas de caso, o relativas a la función que pueden desempeñar esas formas en el marco oracional. Por ejemplo, el significado del “agente” en la frase El pueblo grita obligaría a seleccionar la forma populus (nominativo singular); el significado de “objeto” en la frase Él engañó al pueblo 85

requeriría la forma populum (acusativo singular), etc. Las lenguas flexivas, como ésta, pueden favorecer un orden de los elementos en la oración más bien libre, pues las formas nominales ya indican, idealmente, la función de los elementos. Probablemente ésa sea la razón de que la lengua castellana, que carece de flexión nominal de caso, tenga un orden oracional fijo del tipo Sujeto – Verbo – Objeto: La piedra rompió el martillo. El martillo rompió la piedra. Son lenguas aglutinantes el turco, el vasco, algunas lenguas esquimales, la lengua yana (del norte de California) y otras. Observemos cómo funciona el procedimiento de aglutinación con un ejemplo de la lengua turca, a partir de cuatro elementos: ev significa “casa” ler significa “plural” i significa “suyo, suya” den significa “origen, procedencia” Así pues: ev = la casa evler = las casas evi = su casa evleri = sus casas evden = desde la casa evlerinden2 = desde sus casas

En las lenguas románicas hallamos un capítulo importante de aglutinación que se conoce con el nombre de “derivación”. Por ejemplo, una forma como reproducible se puede segmentar de la siguiente manera: re = repetición (hace su vida / rehace su vida) produce = hacer alguna cosa ble = posibilidad (y también “digno de” = amable) 86

Todo junto, “que se puede hacer otra vez”. Son lenguas aislantes el chino, el vietnamita, el tibetano, el birmano, etc. Todas ellas se caracterizan porque los elementos oracionales están configurados como unidades invariables, cada una de las cuales aporta una información independiente. Por ejemplo, como en la siguiente frase china: ta bu tai xiuan ni ella + no + mucho + querer + tú Ella no te quiere mucho En otras lenguas también encontramos estructuras aislantes similares a éstas: en castellano tiralíneas, y muchas más; en inglés teapot (tetera), seaflower (anémona), tramway (tranvía). Un caso especial es el de las lenguas denominadas “polisintéticas”, como por ejemplo la lengua chinook (del río Columbia), que presentan palabras equivalentes a una oración entera. La forma chinook acimlúda significa “Él te lo dará”, y se analiza de la siguiente manera: a = futuro c = él i = aquello m = tú l = el elemento anterior (m) es el beneficiario u = alejarse i de c (aquello de él) d = dar a = futuro Hay que tener presente que alguna de las marcas de las lenguas polisintéticas (que funcionan sin ningún problema y con garantías comunicativas plenas entre los hablantes del chinook) no son muy diferentes de las nuestras: a para marcar el femenino (gata), s para indicar plural (gatos), in como señal de negación o privación (inútil), etc.

Orden oracional La clasificación tipológica no sólo considera la estructura de 87

las palabras. También se aplica a la investigación del orden oracional. Algunas lenguas colocan los elementos siguiendo pautas diferentes para la colocación de los constituyentes Sujeto (S), Verbo (V), Objeto (O). Por ejemplo: S V O: castellano, inglés, árabe, finlandés, tai... S O V: japonés, turco, coreano... V S O: tagalo, galés... Desde la perspectiva de la lingüística moderna, está totalmente superada la vieja polémica acerca de las excelencias de la primera de esas tres ordenaciones por encima de las otras dos. Algunos autores antiguos, entre ellos Diderot, Beauzée o Condillac, creían que la secuencia natural del pensamiento era la de Sujeto – Verbo – Objeto (“Alguien hace algo”) y, en consecuencia, pensaban que lenguas como el francés, de estructura SVO, seguían fielmente el orden del pensamiento. Hoy día no existe evidencia científica que otorgue especial privilegio a ninguna ordenación. Además, parece que no podemos establecer con seguridad cuál es el orden de nuestras producciones mentales. En consecuencia, la vieja polémica es una controversia desprovista de contenido.

Sistemas fonológicos Finalmente, la distinción tipológica de las lenguas también considera los sistemas fonológicos, tanto el vocálico como el consonántico. Algunas lenguas tienen una estructura vocálica con tres elementos (i, a, u: árabe, aleuta, etc.); otras, de cinco (i, e, a, o, u: castellano, vasco, etc.) y otras tienen sistemas de siete vocales: catalán, albanés y otras (pero esas vocales no siempre se articulan con la misma configuración bucal).

Lenguas nuevas y lenguas artificiales La variedad lingüística del mundo incluye, entre otros, dos 88

casos especiales que serán presentados a continuación muy brevemente a título informativo. Por un lado, el problema de las lenguas artificiales creadas idealmente para superar la maldición mítica de la torre de Babel; por otro, la aparición de lenguas mixtas en determinadas situaciones de contacto lingüístico.

La creación de lenguas El ideal de luchar contra la dispersión y la multiplicidad de lenguas es muy antiguo. Así, a mediados del siglo XVII, uno de los fundadores de la Royal Society, John Wilkins, elaboró un sistema de escritura científica y filosófica con la intención de que los sabios pudieran comunicarse de manera universal y de que, además, no contuviera expresiones equívocas. Desde entonces se han elaborado diversas lenguas artificiales (tabla 7), a semejanza de las lenguas naturales. De todas ellas, la más conocida es el esperanto. Tabla 7. Algunas lenguas artificiales Año Nombre

Creador

1879 Volapük

Schleyer

1887 Esperanto

Zamenhof

1902 Idioma Neutral

Rosenberg

1904 Latino sine flexione Peano 1911 Simplo

Ferranti

1927 Novial

Jespersen

1935 Basic

Ogden

El esperanto vio la luz pública a finales del siglo XIX. Su diseñador, Ludwick Lejzer Zamenhof, se dejó llevar por la esperanza de que se convertiría en lengua internacional sin sustituir la lengua propia o primera lengua. El esperanto fue concebido como vínculo de unión para la humanidad, pero Zamenhof se basó, principalmente, en las raíces de las lenguas indoeuropeas, especialmente en el latín y el ruso. Algunas de las características estructurales del esperanto son las siguientes: 5 vocales y 23 consonantes; el acento siempre se 89

encuentra en la sílaba antepenúltima; solamente hay un artículo, sin formas de género y número; los nombres siempre terminan en –o y el plural nominal se forma con –j; los paradigmas verbales son totalmente regulares; no existe la doble negación; el léxico consta de raíces que pueden combinarse (composición) y que pueden ser modificadas gracias a un sistema de 9 prefijos y 38 sufijos, etc. Todo ello siguiendo las pautas de dieciséis reglas básicas. Veamos como ejemplo un texto en esperanto, extraído de Pierre Janton, L’espéranto (1997, págs. 53-54). “Cetere en la nuna tempo en la afero de lingvo internacia la rutino kaj spirita inercio komencas iom post iom cedadi al la sana prudento. Jam longe tie aù aliloke en diversaj gazetoj kaj rebujo aperas articoloj plenaj de aprobo por la ideo mem kaj por gial batalantoj.” “Por otra parte, hoy, en cuestiones de lengua internacional, la rutina y la inercia intelectuales comienzan a ceder poco a poco ante la sana sabiduría. Ya hace tiempo que, por todas partes, en periódicos y revistas diferentes, aparecen artículos llenos de aprobación a favor de esta idea [la difusión del esperanto] y de sus partidarios.”

El futuro del esperanto como lengua internacional es muy dudoso, en parte porque no ha sido reconocido por las instituciones mundiales y porque no cuenta con el apoyo de un país poderoso. En estos momentos no existen cifras fiables de hablantes, pero una estimación prudente situaría entre cinco y diez millones el número de personas que, desperdigadas por todo el mundo y agrupadas en organizaciones esperantistas, tienen algún dominio de esta lengua artificial. Como es bien sabido, actualmente el inglés está asumiendo el papel de lengua de intercambio de modo acaparador, muy por encima del francés, el castellano, el alemán y el ruso. El inglés domina en las relaciones políticas, comerciales, financieras, científicas, deportivas y turísticas, entre otros campos, lo cual lo convierte en una especie de esperanto, especialmente bajo la forma de Basic English. Esta variedad permite que muchas personas puedan comunicarse en unas circunstancias 90

determinadas, más bien formales, pero este inglés “reducido” no sería suficiente si sus usuarios se vieran obligados a mantener una conversación espontánea sobre cualquier tema (ya fuera en Londres o en San Francisco). De hecho, en la historia de la humanidad ha habido varias lenguas naturales que han asumido el papel que actualmente desempeña el inglés: el latín, el árabe, el castellano y el francés, entre otras. La diferencia es que estas cuatro lenguas facilitaron la comunicación en áreas restringidas, mientras que hoy día el inglés parece extenderse por todo el planeta (al menos en lo que respecta a los campos o dominios temáticos anteriormente mencionados). Sin embargo, la expansión del inglés no se ha producido a causa de alguna característica estructural de esta lengua que la hiciera más “fácil”, sino por el dominio político, científico, comercial y tecnológico de los países anglófonos en estos momentos. Ninguna lengua tiene privilegios estructurales como sistema lingüístico para convertirse en lengua de intercambio internacional: las causas de esa extensión son, en todos los casos, externas a las características de las lenguas.

El contacto lingüístico y las lenguas criollas En muchos lugares del mundo se ha dado, de forma acelerada, natural y espontánea, la construcción de una lengua nueva: un grupo de hablantes, en general iletrados, pueden edificar una lengua natural en el espacio de dos generaciones y este fenómeno ha sucedido por todas partes. En el caso que ahora examinamos, la construcción de una lengua nueva a partir de otras lenguas, pasa por un estado intermedio denominado pidgin, antes de convertirse en una lengua de pleno derecho que conocemos con el nombre de criolla. Imaginemos una situación de contacto lingüístico en la que muchas personas de origen diferente y con lengua diferentes han sido trasladadas (en general, convertidas en esclavos) a un territorio donde se habla la lengua dominante. El esquema de 91

esta situación es el siguiente: lengua A lengua X lengua B Supongamos que los hablantes de las lenguas A y B no pueden comunicarse entre ellos y que, además, están expuestos a la lengua X, que es la lengua de los dominadores. En estas circunstancias, aprender la lengua X significa dos cosas: que se entienden las órdenes de los dominadores y también que empleando la lengua X es posible la comunicación entre los hablantes de A y de B. Ahora bien, consideraremos que los que tienen como lenguas propias A y B son adultos, y que las circunstancias del aprendizaje de X no son, ni mucho menos, idóneas. Así pues, se convertirán en semihablantes de X, lengua que adquirirán partiendo de hábitos fonéticos, morfológicos, sintácticos y léxicos de sus respectivas lenguas: hablarán X con acento de A, por ejemplo, y moldearán las palabras de la lengua dominante en las estructuras sintácticas de la propia lengua. Eso es un pidgin: una mezcla forzada entre dos lenguas que se caracteriza, generalmente, por estar formada por el léxico de X más un sustrato de gramática elemental, con un escaso nivel de flexiones y de elementos funcionales. Supongamos también que los hablantes de A y de B tienen descendencia. ¿Qué lengua transmitirán a sus hijos? Muy a menudo, y pensando en un futuro mejor para ellos, les hablarán en la semilengua; es decir, en una especie de aproximación al habla de los dominadores. Pues bien, esos niños, comunicándose entre sí, desarrollarán en una generación todos los mecanismos gramaticales de una nueva lengua: la conocida con el nombre de criolla. Una lengua criolla es el resultado del aprendizaje de un pidgin por parte de la segunda generación de los que lo han creado (ved la definición más extensa que ofrece el glosario). Los criollos son consideradas hoy día como un ejemplo privilegiado de las aportaciones específicas de nuestro mecanismo de adquisición de lenguas: enfrentados a una semilengua (es decir, encontrando a su alrededor datos verbales 92

que no son los que espera la facultad humana de adquisición lingüística), los niños construyen una lengua normal que permite el desarrollo de todas las funciones expresivas. Esta construcción revela hasta qué punto llegamos al mundo dotados de una facultad que debe desarrollarse hasta alcanzar su madurez. En el mundo hay (o ha habido) más de un centenar de criollos, cuya base es alguna de las lenguas de los colonizadores: el castellano, el portugués, el francés y el inglés, principalmente. Por ejemplo, el papiamento, en la isla de Curaçao, donde confluyen tres lenguas europeas (castellano, portugués y holandés) con lenguas de África; el chabacano, mezcla de castellano y tagalo, en las Filipinas; el reunionés, de base francesa, en la isla de Reunión; el sabir australiano, mezcla del inglés y algunas lenguas de Australia y Nueva Guinea, etc. Veamos un ejemplo de lengua criolla, concretamente el inicio de una historia en papiamento, extraída del libro de David Cristal, Enciclopedia del Lenguaje. Madrid: Tauros (1994, pág. 335). “História di una máma ku jú. Un día taba tín un máma ku su jú, i nan taba ta masha póber. E táta taba ta piskadó, i tur día k’e bin fe lamán, e máma ta’a mand’e jú bái bende piská.” “Historia de una madre y su hijo. Había una vez una madre y su hijo, y eran muy pobres. El padre era pescador, y siempre que venía del mar, la madre enviaba al hijo a vender el pescado.”

Las lenguas criollas se encuentran, principalmente, en América Central y Sudamérica, en las costas de África y en zonas ribereñas del sudeste de Asia y de Oceanía. También hay casos similares a las lenguas criollas que se denominan lenguas francas, surgidas con finalidades comerciales y, en general, de contacto entre pueblos diferentes. La lengua suahelí, por ejemplo, es hablada en calidad de lengua materna por unos tres millones de personas, principalmente en Tanzania, pero se calcula que en África oriental pueden usarla entre treinta y cincuenta millones de hablantes como lengua franca. Parece 93

comprobado que en el Mediterráneo, en la época medieval, los marineros y comerciantes también usaban una lengua franca, formada con elementos de catalán, italiano (genovés) y árabe. Mapa 4. Distribución de las lenguas criollas

Fuente: Biosfera. Tundra i insularitat (1995) (vol. 9, pág. 401). Barcelona: Enciclopèdia Catalana.

El mapa 4 presenta la distribución mundial de las lenguas criollas, que se corresponde fielmente con la distribución de los territorios colonizados durante los últimos 500 años por los 94

europeos, fundamentalmente, y también con el comercio de esclavos desarrollado entre África occidental y el Caribe. En las costas de África oriental también se da algún caso de lengua criolla con base léxica árabe.

La comunidad del lenguaje y los universales lingüísticos A primera vista, la cantidad y variedad de lenguas del mundo parece apabullante. Algún observador podría tener la sensación de hallarse ante una serie de sistemas expresivos divergentes hasta el infinito; con lenguas que solamente serían equiparables en las ramas más bajas de los árboles genealógicos o allá donde se pudieran encontrar afinidades tipológicas claras. Sin embargo, parece comprobado por una práctica muy frecuente que un texto en chino puede traducirse al inglés y viceversa, lo cual nos pone sobre la pista de la profunda unidad existente entre las distintas lenguas. Además, existe otro factor sorprendente: cualquier recién nacido, con independencia de su origen geográfico y adscripción étnica (y al margen de la condición lingüística de sus progenitores) puede aprender cualquiera de las lenguas del mundo si la adquisición se produce en las circunstancias naturales en las que se aprende la primera lengua. Ese argumento corrobora el hecho, ya expresado en diversas ocasiones, de que venimos al mundo con una disposición específica para convertirnos en hablantes, y de que cualquier lengua activará los mecanismos de adquisición sin ninguna dificultad. Los dos argumentos expuestos (que las lenguas se puedan traducir y la facilidad de aprendizaje) son elementos reveladores de que existen rasgos comunes entre las diferentes lenguas del mundo: un conjunto de propiedades compartidas que se conocen con la expresión “universales lingüísticos”. Los universales lingüísticos, pues, serían los elementos comunes 95

entre las lenguas; las características que las hermanan y que marcan los límites de nuestra facultad comunicativa específica. Por ejemplo, en todas las lenguas hay construcciones en las que “Alguien + hace + algo”. Y cada lengua, respetando esa estructura básica, situará los elementos en un orden oracional determinado, establecerá (o no) concordancias, introducirá (o no) preposiciones, etc. Los universales, pues, son perfectamente compatibles con la variedad que presentan las diferentes lenguas. Los universales lingüísticos pueden ser de tipo general y de tipo estructural. Los universales lingüísticos de tipo general corresponden a los dos rasgos específicos del lenguaje ya indicados (ved la página 32), y en especial a la semanticidad, la arbitrariedad, el desplazamiento, la dualidad, la productividad, la disimulación y la reflexividad. Como veremos a continuación, a partir de enunciados sintéticos comentados de forma breve, los universales de tipo estructural afectan a los diferentes niveles de estudio: foneticofonológico, morfológico y sintáctico, semántico. a) En el nivel foneticofonológico: “En todas las lenguas, el sonido es articulado y lleva asociados los significados.” En las lenguas no encontramos ni bramidos, ni accesos de tos, ni silbidos. En todos los casos, la emisión del sonido pasa por articulaciones precisas con la intervención de determinados órganos (la lengua, los labios, etc.) que establecen los contactos y las aproximaciones necesarios para producir los sonidos. “Todas las lenguas tienen sonidos vocálicos y sonidos consonánticos.” No hay ninguna lengua solamente formada o bien por vocales, o bien por consonantes. Además, la cantidad de vocales siempre es inferior a la de consonantes. A partir de aquí, se produciría una tendencia general (no universal), que situaría la cantidad de vocales entre tres y doce; y la de consonantes entre doce y veinticinco en la mayoría de las lenguas. Por ejemplo, 96

observemos en la tabla 8 el número de vocales y consonantes de seis lenguas de familias muy diferentes. Tabla 8 Lengua Vocales Consonantes árabe

3

25

búlgaro 6

21

finés

8

17

turco

8

20

yoruba

7

17

japonés 5

13

b) En el nivel morfológico y sintáctico: “Todas las lenguas tienen pronombres personales.” Aunque sólo sean dos: el de primera persona, que señala al hablante, y otro. El caso más común en las lenguas es la estructura con tres pronombres, generalmente diferenciados en cuanto al número (singular y plural). “Todas las lenguas del mundo tienen dícticos.” Es decir, marcadores que denotan segmentos de tiempo (ayer, hoy, mañana) y localizaciones en el espacio (aquí, allí). Parece ser que esos marcadores son bastante generales, pero revelan hasta qué punto las lenguas tienen una textura situacional: mañana y aquí, en la expresión Mañana nos encontraremos aquí, son plenamente informativos si son emitidos un día determinado y en un lugar preciso. “Todas las lenguas tienen nombres y verbos”. Este universal reconoce que en todas las lenguas existen elementos para hablar de las cosas y las personas, y también de las acciones y acontecimientos. Son, como decía Edward Sapir, “la moneda natural de la comunicación.” Sin embargo, hay que decir que las lenguas presentan paradigmas nominales y verbales diferentes. En castellano, los nombres tienen variación de número y algunos también de género. En inglés no hay variación de género, mientras que en suahelí, los nombres 97

siempre llevan prefijos que indican el número y además, la clase semántica a la que pertenecen; y en chino los nombres son completamente invariables. En cuanto a los paradigmas verbales, algunas lenguas como las románicas tienen una gran variedad de formas; en cambio, el verbo inglés tiene una morfología más limitada, lo cual compensa con marcas modales y adverbiales. “Todas las lenguas tienen construcciones de núcleo + complemento.” Una vez establecida la existencia de nombre comunes de tipo general (silla, persona, árbol, etc.), las lenguas tienen a su disposición los mecanismos para indicar con precisión a qué objeto nos referimos: esta silla, la silla blanca, la silla de madera, etc. Sin embargo, es indiferente si los complementos se sitúan antes o después del nombre. “Todas las lenguas tienen caso”. Son típicas de todas las lenguas las estructuras oracionales en las que un verbo tiene en su entorno más de un nombre: por ejemplo, N V N N (Antonio ha regalado un pastel a su sobrino), o bien N V N (María lee una novela). Si esos nombres no llevasen una marca funcional que identificase el papel que desempeñan dentro de la frase, la confusión sería absoluta. Por ejemplo, imaginemos una lista de nombres como los siguientes, en el entorno del verbo hablar: Antonio María hablar el perro A partir de esta lista, no sabemos si Antonio habla a María del perro. María habla a Antonio del perro. Incluso podrían ser viables secuencias como: Antonio habla de María al perro.

98

El caso, pues, es un marcador necesario, y se puede expresar mediante el orden fijo de los elementos (inglés, catalán...) o bien con preposiciones (castellano), o con marcas afijales (latín). Dentro del nivel morfológico y sintáctico, otros universales son los siguientes: “Todas las lenguas tienen oraciones aseverativas y oraciones interrogativas.” “Todas las lenguas tienen construcciones afirmativas y construcciones negativas.” “Todas las lenguas tienen marcas temporales.” c) En el nivel semántico (o del significado): “Todas las lenguas tienen nombres comunes y nombres propios.” Esta distinción universal responde a la necesidad de constituir clases o grupos de entidades que son señaladas mediante los nombres de tipo general (comunes: por ejemplo, ciudad), y también a la necesidad de marcar de manera individualizada a personas y cosas con nombres específicos (propios: por ejemplo, Zaragoza). “Todas las lenguas tienen palabras de referente concreto y palabras de referente abstracto.” Es falso que las lenguas que algunos denominan “primitivas” tengan limitado su repertorio verbal a la designación de las realidades concretas y materiales. En todas las lenguas hay palabras para las ideas generales (bondad, maldad, etc.) y para las concepciones colectivas (familia, rebaño, bosque, etc.) que no se identifican con un objeto concreto y palpable. En suahelí, por ejemplo, incluso hay una clase de nombres morfológicamente marcados como abstractos con el prefijo u- (ubaya “maldad”, ubora “excelencia”, udadisi “curiosidad”, udhiliju “humillación, y muchos más). 99

“Todas las lenguas tienen construcciones predicativas.” Esto significa que, enunciada una realidad, existen las estructuras necesarias para precisar cómo es, qué le sucede, cómo se encuentra, etc. Los elementos de este complejo predicativo se denominan tema y tesis (por ejemplo, El museo + cierra el lunes). También en este nivel semántico se pueden enunciar otros rasgos universales: “Todas las lenguas tienen palabras polisémicas.” “Todas las lenguas tienen cuasisinónimos.” “Todas las lenguas tienen términos de parentesco.” “Todas las lenguas tienen términos de color.” La conclusión que se puede extraer de esa lista de universales (que no es exhaustiva) es que, a pesar de las diferencias evidentes entre las lenguas, todas tienen un conjunto de rasgos en común (los universales lingüísticos). Así pues, cuando alguien inicia la tarea de aprender una lengua nueva, nunca parte de cero. De algún modo, ya conoce gran parte de las estructuras que va a encontrar. La síntesis entre la identidad y la diversidad de las lenguas fue realizada de manera magistral por el filósofo medieval Roger Bacon con las siguientes palabras: “Grammatica una est et eadem, secundum substantiam, in omnibus linguis; licet accidentaliter varietur.” “La Gramática sólo es una, y es la misma, en todas las lenguas en lo que respecta a lo esencial, aunque pueda presentar diferencias accidentales.”

Resumen 100

El objetivo de este capítulo ha sido la presentación de temas diversos relacionados con la panorámica de las lenguas del mundo: una visión cultural necesaria para todos aquellos que se interesan por lo humano, porque el estudio de una o más lenguas se incluye de forma natural en el marco del fenómeno del lenguaje, diversificado en muchas lenguas. En primer lugar hay que considerar la perspectiva geolingüística: los censos, la asignación teórica de la cantidad de hablantes de cada lengua y la distribución de lenguas en cada país. Estos datos teóricos han sido confrontados con ejemplos reales y hemos podido comprobar que son pocas las lenguas que tienen millones de hablantes: la inmensa mayoría tiene menos de cien mil. Ha sido presentada la clasificación genética de las lenguas, que se basa en el parentesco. Excepción hecha de algunos casos aislados, las lenguas se adscriben a una familia, y esta relación se representa mediante un árbol genealógico. La clasificación genética se fundamenta en la semejanza que existe entre los elementos de las diversas lenguas; una semejanza que no es fruto del azar, sino de un origen común. Se han presentado también algunos ejemplos relativos a las familias lingüísticas, y concretamente a la familia indoeuropea (con la inclusión de unas notas sobre la cultura de ese pueblo). Además, las lenguas del mundo pueden clasificarse tipológicamente atendiendo a las características estructurales, y especialmente tomando en consideración cuál es la forma de palabra predominante. La clasificación tipológica suele ser tripartita, distinguiendo entre lenguas flexivas, aglutinantes y aislantes. También se ha visto un ejemplo de lengua polisintética. Entre las variantes lingüísticas del mundo, se ha abordado brevemente una lengua artificial (el esperanto), y también el caso de la formación de pidgins y criollos. Estas últimas permiten sustentar la hipótesis de una predisposición innata hacia el lenguaje. Finalmente, se han enumerado los universales lingüísticos, 101

que son las propiedades comunes a todas las lenguas. Estos universales son perfectamente compatibles con la realidad de la diversidad lingüística que encontramos en el mundo, y revelan la unidad profunda de todas las lenguas.

Aplicaciones prácticas 1. Puede ser útil observar las correspondencias entre los nombres de numerales en diferentes lenguas indoeuropeas, a partir de este cuadro de J.P. Mallory (1989).

Fuente: J.P. Mallory (1989). À la recherche des indo-européens (pág. 15). París: Seuil.

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2. También puede ser útil consultar las entradas “lengua” y “lenguaje” en alguna enciclopedia. A continuación, hay que dar un paso más: se pueden elegir unas cuantas lenguas (sánscrito, galés, finlandés, japonés, árabe, etc.) y acudir a sus correspondientes entradas para ver su adscripción genética, su localización y alguna de sus características estructurales. 3. Desde hace algunos años, los lingüistas expresan su preocupación por la vida y, especialmente, por la muerte de las lenguas como, por ejemplo, en el siguiente texto (Carme Junyent, Vida i mort de les llengües. Barcelona, Empúries, 1992, pág. 25): “... algunos autores equiparan los estadios terminales de las lenguas en proceso de extinción a los pidgins, y entre ellos, algunos postulan una especie de ciclo vital de las lenguas según el cual una lengua nace como pidgin, se desarrolla como criollo y muere como pidgin. De hecho, comparando el tipo de reducción que se da en el estado terminal de las lenguas, veremos que éstas son equiparables a los pidgins en el nivel morfofonológico y sintáctico (...). En cuanto a la reducción de opciones estilísticas, es obvio que el monoestilismo es una característica común de las lenguas en estado terminal y de los pidgins (...).”

4. Si comparáis las palabras correspondientes al concepto “estrella”, podemos hacer un árbol genealógico que agrupe las lenguas emparentadas y que, a la vez, separe las que no lo son de la familia románica: stella (italiano) é(s)toile (francés) nyota (suahelí) estrella (castellano) izar (vasco) estel (catalán)

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Las cuatro lenguas de la izquierda son de la familia románica y deben aparecer agrupadas bajo un mismo nudo (A). El suahelí pertenece a la familia nigerokordofaniana (B). El vasco, por su parte, es una lengua aislada (C). Hipotéticamente, todas las familias podrían tener un origen común (marcado con un interrogante). 5. Para obtener más información sobre las lenguas del mundo, consultad http://www.sil.org/ethnologhe/ y la http://www.june29.com/hlp/ 6. Es difícil calcular el número de lenguas que hay en el mundo, por diversas razones: 1) no siempre hay censos fiables, 2) algunos territorios están poco estudiados, 3) no existe un organismo internacional que investigue exhaustivamente la cuestión, 4) no siempre es fácil distinguir entre dos lenguas diferentes y dos dialectos de una misma lengua. 7. Consultando una enciclopedia (o bien las webs anteriormente anotadas) podemos hacer fichas lingüísticas para 104

las cinco lenguas siguientes: asturiano, aragonés, occitano, sardo y friulano. Las fichas pueden tener la siguiente forma: RUMANO Familia: indoeuropea Rama: románica (oriental) Cantidad de hablantes: 20 millones Lugar: Rumanía, donde es la lengua oficial (pero hay un territorio central de lengua húngara). Además, esta lengua se habla en algunas zonas de Yugoslavia y de Moldavia. 8. La palabra reprivatización está formada según una de las tres configuraciones comentadas en la página 82, y presenta las características morfológicas siguientes: 1) es típicamente aglutinante 2) consta de los cinco morfemas siguientes re + privat + iza + ción + ø 3) re = “volver a hacer, hacer de nuevo” (prefijo) privat = “perteneciente a un particular o grupo de particulares” (base léxica) iz(ar) = “hacer que, causar” (sufijo) ción = “acción, resultado” (sufijo) ø = “singular” (marcador gramatical) 4) “acción por la cual se hace que pase otra vez a manos privadas (una propiedad pública).” 9. En la página 91 se reproduce el inicio de un cuento en una lengua criolla (el papiamento). Aquí tenemos otro fragmento (David Cristal, Enciclopedia del Lenguaje. Madrid, Taurus, 1994): hay que hacer un pequeño esfuerzo para identificar la mayor cantidad posible de palabras, y si es posible, el significado del texto: “Un día e jú ta’a passa ku sa bák’i piská i el a tende un hénde jam’e. óra k’el a hisa su kara na lária, el a weta ku taba ta un laréina. e laréina taba tín mashá simpatía p’e mucha bendendi’i piská.” Traducción: “Un día, el chico iba con su cesta de pescado y oyó que una persona le gritaba. Cuando levantó la cabeza vio que era una reina. La reina se quedó prendada del vendedor de pescado.” (La historia continúa de la siguiente manera: la reina

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dice al muchacho que hable con sus padres, que un muchacho tan guapo y tan despierto no puede ir por la calle vendiendo pescado, y que se quiere casar con él. El chico vuelve a casa, cuenta ese encuentro a sus padres y éstos no vuelven a pedirle que trabaje de vendedor. La historia se cierra con una petición formal de mano.)

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Capítulo IV. Las variedades lingüísticas y el cambio Hasta ahora hemos hablado del lenguaje y de la panorámica de las lenguas desde perspectivas diversas. En el primer capítulo, el lenguaje ha sido definido como un sistema de comunicación y de expresión específicamente humano, y lo hemos comparado confrontado con la comunicación animal para comprobar sus características peculiares como forma única de comunicación. Además, en el segundo capítulo el lenguaje se ha situado en el marco general de la comunicación: dentro del esquema al que se ajusta cualquier transmisión de información. En esa perspectiva se ha otorgado especial importancia a las señales lingüísticas, y en especial a su carácter de arbitrarias. También se ha estudiado la condición sintáctica del sistema lingüístico (la concatenación de las señales del habla). El tercer capítulo ha representado una aplicación concreta: el fenómeno general del lenguaje se ha estudiado con relación a las lenguas en las que se actualiza o se realiza. Así pues, desplegando la panorámica de las lenguas del mundo, se ha visto cómo éstas se clasifican bien desde el punto de vista genético, o desde el tipológico. Hay que decir que la diversidad lingüística es totalmente compatible con la existencia de un haz de rasgos comunes a todas las lenguas: los universales lingüísticos. Ahora, en una segunda aplicación concreta, este capítulo se centra en la presentación de algunas nociones controvertidas referidas a una lengua cualquiera (nociones como “lengua” y “dialecto”, especialmente) y en el estudio de la variación, también dentro de una lengua. Sin embargo, esta variación se contrastará con las exigencias de un estándar como modalidad 107

general de comunicación. Finalmente, partiendo de la constatación de que las lenguas varían con el tiempo, echaremos un vistazo a los factores externos e internos que determinan el cambio de una lengua.

Del habla individual a la lengua La noción de “idiolecto” El camino que conecta los actos de habla recurrentes de una persona, es decir, su idiolecto, con el marco general de la lengua puede recorrerse en dos direcciones bien definidas. La primera sería la que representamos a continuación:

En este caso, partimos de un sistema general como conjunto de posibilidades expresivas en manos de los hablantes (lengua). A continuación, examinamos las diferentes realizaciones o variantes geográficas (dialectos). Finalmente, estudiamos cómo una persona concreta usa el repertorio verbal de forma individual (idiolecto). Este camino de tres etapas también se puede diseñar en términos espaciales.

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Diremos, pues, que la manera de hablar de un individuo se inscribe dentro de un dialecto (“B”) que pertenece a la lengua (“X”). El mismo esquema de inclusiones se puede seguir en otra dirección:

Ahora el punto de vista se ha invertido: primero observamos la manera de hablar de una persona y a continuación la referimos a una de las variantes dialectales de la lengua común. Pero para recorrer este camino debemos contar con alguna previsión, aunque sea informal, sobre la lengua en cuestión y sobre sus variantes dialectales. De ese modo podemos formular descripciones como, por ejemplo: “Marta utiliza un léxico muy culto y habla la variante tortosina de la lengua catalana”. En sucesivos apartados examinaremos las nociones de “lengua” y de “dialecto”. Ahora es el momento de definir el idiolecto como el conjunto de usos lingüísticos propios de cada persona. (Idiolecto significa “habla propia o peculiar”, de la misma manera que idiosincrasia quiere decir “temperamento propio o peculiar”). Una característica típica del idiolecto es la recurrencia de expresiones. Así, por ejemplo, el hablante A, cuando se maravilla ante algo, suele decir: ¡Es fantástico! En 109

cambio, el hablante B tiene preferencia por exclamar ¡Eso es grandioso! Otros ejemplos de recurrencia podrían ser: Hablante A: Hoy hace un tiempo muy bueno, Ese pastel es muy bueno, Esta película es muy buena. Hablante B: Hoy hace un tiempo impresionante, Ese pastel es impresionante, Esta película es impresionante. Cada uno de estos hablantes muestra preferencia por unas expresiones que tienen como característica la recurrencia (muy bueno en un caso; impresionante en el otro). La noción de idiolecto se puede asociar fácilmente con la noción general de estilo. Hablamos de estilo propio y característico de escritores y escritoras como Benito Pérez Galdós y Fernán Caballero; o del que define, respectivamente, las obras de Charles Dickens y Jane Austen. Pues bien, esta noción de estilo es perfectamente trasladable al habla cotidiana de cada persona bajo el nombre de idiolecto. Es como si en nuestra manera de expresarnos diésemos señales inequívocas de nuestra personalidad irrepetible: cuando hablamos estamos diciendo constantemente que somos nosotros quienes hablamos. La manera de hablar nos identifica como individuos pertenecientes a un área dialectal de una lengua, y como personas que tenemos preferencia por determinadas expresiones. El idiolecto es, pues, un elemento de nuestra identidad personal, como puedan serlo las huellas dactilares u otras señales de identificación. Normalmente el idiolecto afecta a casi todos los niveles lingüísticos: la pronunciación, la selección del léxico y la sintaxis. Pero todo eso se da dentro del marco de la pareja dialectolengua: el uso del idiolecto nunca puede significar que un hablante usará fonemas o estructuras silábicas no previstos por 110

la lengua, ni que empleará elementos derivativos inexistentes, ni que inventará estructuras oracionales personales e intransferibles. Si un hablante hiciera eso, es evidente que los demás hablantes no lo entenderían. El idiolecto, pues, es una modulación propia de los recursos contenidos en el dialectolengua, y está controlado por el espacio común de la intercomprensión comunicativa, que pone sus límites. La dimensión idiolectal es un indicio claro de que las lenguas son asumidas por personas concretas y de que no existen al margen de cada uno de nosotros, como individuos que somos. Es ilusorio pensar que una lengua pueda tener entidad propia al margen de sus hablantes, en una especie de región etérea o en unos libros denominados “Gramática” o “Diccionario”. Esas obras son modelos o representaciones (más o menos adecuados) de lo que hacemos al hablar. Y somos nosotros los que de verdad hemos interiorizado la gramática y el diccionario: las reglas de la combinatoria lingüística y el léxico de una lengua. Lo curioso del caso es que esta posesión individual, la construcción interna de una lengua, parece coincidir con las construcciones de los demás hablantes pertenecientes a un mismo dominio lingüístico: aunque sólo sea por el hecho de que nos comunicamos. Y eso nos lleva a la consideración de las nociones de “lengua” y de “dialecto”.

La noción de “dialecto”: variedad geohistórica Una vez cubierta la etapa del idiolecto considerado como modulación personal de la lengua, aún nos queda la parte más larga del camino. En su integridad, este camino puede esquematizarse tal como muestra el cuadro de la siguiente página. Hay dos acepciones principales de dialecto. Una es la que lo considera como lengua derivada de otra. Así, el francés es un dialecto del latín, el cual a su vez es un dialecto del indoeuropeo; 111

o bien el castellano, el catalán, el francés, el italiano, etc. son dialectos del latín, mientras que el latín, el griego, el persa, el sánscrito, etc. son dialectos del indoeuropeo. Esta acepción suele funcionar en el ámbito del historicismo y, por tanto, dialecto es un término técnico de la lingüística historicocomparativa. La otra acepción de la palabra lo define como variedad geográfica dentro de una misma lengua. Se concibe la globalidad de un territorio desde el punto de vista de la unidad de la lengua y se comprueba que, en el conjunto de ese espacio, existen diferencias en lo que respecta a ciertos aspectos de la pronunciación, del léxico, de los paradigmas nominales y verbales y de algunas construcciones sintácticas.

La variación dialectal puede tener diversas causas, entre las 112

que se encuentran: 1) el origen de los pobladores que, hablando la misma lengua, ya presentaban diferencias dialectales de origen; 2) la influencia de otra lengua sobre una parte del dominio lingüístico; y 3) la separación territorial que da lugar a evoluciones diferenciadas. Por todo ello, los dialectos han de ser entendidos como variantes geográficas condicionadas históricamente: la historia de los contactos lingüísticos es el factor que determina la diferenciación dialectal. Aun así, si estas variantes se siguen considerando dialectos de una misma lengua es porque de alguna manera se percibe que continúa existiendo un sistema común que vincula a los hablantes y que permite la intercomunicación. El esquema teórico de esta situación podría ser el siguiente:

Ahora bien, el concepto de intercomprensión no está nada claro, porque la comprensión mutua es una cuestión gradual: dos personas se podrán comunicar sin ninguna dificultad si utilizan el mismo dialecto, pero podrán tener problemas si emplean dialectos muy alejados. En este segundo caso (reflejado en el esquema mediante la línea que une el dialecto “A” con el “C”) será difícil determinar de manera taxativa si nos hallamos ante dos dialectos muy diferenciados o ante dos lenguas de la 113

misma familia. En esos casos hay que considerar una serie de factores como, por ejemplo, la modalidad lingüística que utilizan los medios de comunicación, la variedad que se enseña en las escuelas, la existencia y difusión del estándar (si hay uno), la voluntad política de mantener el vínculo lingüístico por encima de (o junto con) la diversificación dialectal, etc. Todos estos elementos pueden incidir en la tendencia hacia una convergencia dialectal o en la consagración de la diferencia. Por ejemplo, desde un punto de vista estrictamente lingüístico, las diferencias entre la manera de hablar en Lugo, en Oporto y en Río de Janeiro no parecen más notorias que las existentes entre el inglés del East End (en Londres), el de Melbourne (en Australia) y el de Texas (en Estados Unidos). Es evidente que en estos últimos tres casos todos dicen hablar la misma lengua, pero las cosas no están tan claras cuando se trata de lo que ahora denominamos “galaicoportugués”: en este caso algunos son partidarios de la unidad de la lengua, pero también hay quien piensa (ya sea desde posiciones extralingüísticas o en términos estrictamente lingüísticos) que se trata de realidades ya diferenciadas. Por un lado el gallego, por otro, el portugués. En casos como éste hay que referirse a los factores anteriormente mencionados (existencia de un estándar, variedad que se enseña en las escuelas, etc.) como elementos que dificultan la tarea de determinar si nos hallamos ante dos variantes dialectales o ante dos lenguas. Sobre esta cuestión pueden ser esclarecedoras las palabras del lingüista Charles F. Hockett, quien, refiriéndose a algunos territorios de África, explica que los hablantes hacen evaluaciones como las siguientes: “Ésta es una lengua de un día; ésta es de una semana; ésta, de un mes; ésta, de un año”. Una forma perfectamente gráfica de indicar la distancia lingüística entre los hablantes: en una “lengua de un día” cuesta muy poco entender a los otros; una “lengua de un año”, en cambio, es verdaderamente otra lengua. Y entre ambas existe una gradación infinita de posibilidades. 114

La Dialectología establece la cantidad y el alcance de las variantes de una lengua con herramientas precisas: las encuestas lingüísticas y la confección de mapas con los datos obtenidos, lo cual permite hacer generalizaciones que se marcan en los mapas mediante las líneas isoglosas. Mapa 5. Diferencias fonéticas y léxicas en mapas dialectológicos de la lengua catalana

Fuente: Atles lingüístic del domini català

Las encuestas lingüísticas empleadas en Dialectología nos permiten comprobar que, en lo tocante a la pronunciación, existen diferencias que comportan una delimitación: por ejemplo, en Margalef de Montsant pronuncian kanto, y en Cambrils, kantu (de cantar). Y respecto al léxico, también puede verificarse la existencia de las divergencias, por ejemplo entre Cambrils y l’Ametlla de Mar (uso de mirall y espill, respectivamente, para “espejo”). Las encuestas parten de un cuestionario (cuya finalidad consiste en obtener datos referentes a la pronunciación y al léxico, principalmente), de la elección de las localidades y de la selección de los informantes (de manera que éstos representen con la máxima fidelidad el habla del lugar elegido). En los mapas lingüísticos, las líneas con las que se marcan los espacios de las diferencias dialectales (en el mapa 5, en líneas segmentadas) se denominan líneas isoglosas o líneas dentro de 115

las cuales existe un habla homogénea (“isos” en griego significa igual: por ejemplo isósceles, isotérmico, isócrono, etc.). Si en un mapa general se marcan las realizaciones de rasgos diversos, seguramente obtendremos haces de isoglosas. Como conclusión de este apartado, hay que afirmar rotundamente que no tiene sentido plantearse si hay dialectos mejores y dialectos peores. Sobre todo hay que desterrar la posición de los que piensan que el término dialecto es peyorativo. Tal como ha escrito sintéticamente Joan Veny: “todo dialecto es lengua”, lo cual significa que cualquier dialecto es una concreción de la lengua junto a otras concreciones del mismo nivel. Del mismo nivel, y no de un nivel superior o inferior. Es evidente que todo lo que se puede expresar en una de estas variantes (sobre filosofía, física, botánica, etc.) también puede formularse en cualquier otra variante dialectal: en el inglés de Melbourne o en el de Boston, en el castellano de Sevilla o en el de Bogotá. Las actitudes y posiciones que llevan a menospreciar alguna de las variantes dialectales se fundamentan en criterios absolutamente ajenos a la Lingüística y a la Dialectología. Un dialecto puede ser más valorado por corresponder a zonas geográficamente más densas, o porque en ese lugar se encuentran las universidades y los centros financieros y comerciales, o porque allí está la corte y los centros gubernamentales, etc. Como se puede ver, todos estos factores son extralingüísticos y no afectan a las características internas de cada subsistema dialectal. Así pues, un dialecto es una realización plena de la lengua, diferenciada de otras realizaciones, igualmente plenas, de esa misma lengua. Mapa 6. Formas diferentes para el significado “muchacha” en el territorio inglés, a principios del siglo XX:

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Fuente: Peter Trudgill (1990). The Dialects in England. Oxford, Blackwell.

Los conceptos de “lengua”: como construcción internay como conjunto de variedades externas En diferentes momentos se ha sugerido que el concepto de lengua no tiene una delimitación clara ni fácil. Esta situación ha llevado a algunos lingüistas a afirmar irónicamente que “una lengua es algo que tiene detrás un ejército de tierra, mar y aire”; es decir: un estado que favorece una única lengua oficial. Ironías 117

al margen, en muchas situaciones es difícil y relativamente arbitrario establecer las diferencias entre lenguas, tal como hemos podido comprobar a la hora de determinar de manera precisa cuántas lenguas hay en el mundo. Por otra parte, el concepto de lengua admite dos definiciones bastante diferentes. La primera hace referencia a la construcción interna de cada hablante, en la medida en que posee la facultad lingüística propia concretada en un conjunto de recursos de expresión: simplificándolo mucho, un léxico y una sintaxis (o un “Diccionario” y una “Gramática”, como se ha dicho antes). Esta visión interna de la lengua coincidiría con el concepto de idiolecto y podría ser descrita con relativa precisión sobre la base de los datos suministrados por el hablante. Hay que decir que esta perspectiva individual es bastante plausible: las lenguas no se dan en una especie de estratosfera; existen dentro de cada persona y no fuera. Por eso podemos dar la siguiente definición de lengua: el conjunto de recursos verbales que encontramos en cada hablante. La segunda definición alude a la lengua como conjunto de recursos comunes a disposición del colectivo de los hablantes, y como marco dentro del cual es posible la intercomunicación (que, como ya se ha visto, es una cuestión gradual, de más o de menos). Hay que añadir que está muy extendida la idea de que existe una “lengua inglesa”, una “lengua italiana”, una “lengua rusa”, etc., de manera que la gente parece tener nociones intuitivas sobre las diferencias lingüísticas. No obstante, esas nociones “intuitivas” suelen estar inducidas por poderes unificadores y por la existencia de un estándar que se presenta como la lengua del colectivo (o lengua nacional), claramente diferenciada de las otras. Las diferencias entre las lenguas están del todo justificadas si un territorio presenta muestras claras de diversidad. Por ejemplo, entre la ciudad de Nancy y la de Estrasburgo (ambas en territorio francés) hay una delimitación taxativa entre el francés y el alemán. En cambio, hace ya tiempo se decía que era posible 118

viajar de París a Roma sin encontrar saltos lingüísticos repentinos; es decir: que había una continuidad lingüística. Sin embargo, es obvio que si tomamos los dos extremos de este continuum veremos claramente las diferencias. La solución provisional a este problema puede venir por dos vías: una vía débil –la intercomprensión– y una vía técnica –la opinión de los expertos que dictaminan sobre la relativa homogeneidad de un sistema, de manera que éste pueda ser considerado razonablemente común y diferenciado de los otros. La vía débil, la intercomprensión (absoluta o relativa), llevada a efecto por hablantes diferentes, daría indicios de la construcción de un “Diccionario” y una “Gramática” internos relativamente coincidentes a partir de los datos lingüísticos de sus entornos. Unos entornos que podrían concebirse como “conjuntos con una zona de intersección” lo suficientemente amplia como para justificar las similitudes responsables de la intercomunicación. Por ejemplo:

Idealmente, podríamos decir que esta zona común es el espacio lingüístico compartido, la “lengua X” como punto de coincidencia e intercomunicación. Una figura global mucho más compleja nos daría la “zona de intersección” de toda la comunidad de hablantes, la cual incluiría los elementos del sistema lingüístico que es compartido por un determinado conjunto de personas. 119

La descripción de este sistema y la valoración de su homogeneidad serían tareas de los expertos, que definirían la “lengua X” por la segunda de las vías anteriormente mencionadas. Por ejemplo, los lingüistas constatarían que existen pocas diferencias fonológicas, un mismo sistema pronominal, idéntica forma de marcar el género y el número, una arquitectura verbal muy parecida, un mismo sistema de preposiciones y conjunciones, idéntico orden de los elementos oracionales, etc. En cuanto al léxico, la parte más superficial del sistema, admitiría un grado de variación y diferenciación mayor que no afectaría sustancialmente a la homogeneidad global del sistema de la lengua. De acuerdo con estas dos vías, una definición provisional de lengua podría ser la siguiente: “sistema de recursos verbales (fonológicos, morfológicos, sintácticos y léxicos) sustancialmente homogéneos que, interiorizados por todos los miembros de una comunidad, permiten un grado razonable de intercomunicación lingüística.” Una definición como la que acabamos de dar permite hablar de “lengua inglesa” (en Texas, Melbourne y Londres), de “lengua francesa” (en París y Québec), de “lengua catalana” (en Figueres y Alcoi), admitiendo que se puedan dar ciertas diferencias, especialmente en los ámbitos fonético y léxico.

Del uso a la planificación de la lengua La noción de “registro”: variedad social Sabemos que, como hablantes, el conjunto de nuestras actuaciones verbales configura un idiolecto que puede considerarse como la representación lingüística del “yo” más personal. Por otra parte, el idiolecto se inserta de forma natural en el marco de una variedad dialectal: la propia del territorio donde hemos nacido y crecido (pero la adscripción dialectal 120

puede cambiar con los años si las circunstancias nos llevan a realizar desplazamientos). Finalmente, el dialecto se inscribe dentro del espacio común de la lengua, tal como ha sido definido hace un momento. Así pues, hay que entender la lengua como una abstracción con la que se unifica todo un conjunto de factores variables. Aún hay que dar un paso más, porque existen elementos de diferenciación que en principio no tienen una adscripción geográfica (como es el caso de los dialectos), sino que están determinados por causas de tipo social y que plantean la posibilidad de hacer “sonar” la lengua de acuerdo con distintos registros. La noción de “registro” puede comprenderse de manera intuitiva a partir del funcionamiento de un órgano. Este instrumento musical permite la interpretación de una misma melodía, ora con timbre de trompetas, ora con el de flautas, etc., gracias a unos mecanismos que modulan el sonido a conveniencia. Pues bien, una misma lengua también puede “sonar” de manera diferente si se adapta a las situaciones de uso, que pueden ser muy variadas: desde la conversación informal en familia o con los amigos, hasta el discurso solemne de inauguración de un curso universitario. Por supuesto, entre estas dos situaciones de uso cabe una gama muy amplia de variación, según las circunstancias. En consecuencia, los registros pueden definirse como las modulaciones sociales de la lengua adaptada a la realidad del uso, diferente en cada caso y pueden ser representadas simbólicamente de la siguiente manera:

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Tenemos, pues, un factor añadido de variación que no se ve afectado por la dimensión geográfica, sino que deriva de la realidad social del uso, de la proyección del habla hacia ámbitos diferenciados: la espontaneidad o la solemnidad, en los casos anteriormente mencionados. Hay que añadir que la variedad dialectal nos viene impuesta por las circunstancias y es totalmente natural: una persona nace y crece en Sevilla, en Burgos o en Tenerife o Santiago de Chile y, en consecuencia, llega a dominar el dialecto o el subdialecto de su territorio y no de otro. En cambio, algunos registros, especialmente los más solemnes, han de aprenderse a lo largo de la vida escolar. A pesar de ello, existe un margen de variación que nos resulta espontáneo: no hablamos del mismo modo si nos dirigimos a un niño, a nuestros padres, a un amigo de toda la vida, a un desconocido, etc. Por ello podemos decir que la variación entre el registro más formal y el más informal ya está prefigurada en las modulaciones que hacemos espontáneamente en los intercambios lingüísticos de cada día. Los registros formales (o “altos”) se emplean en situaciones de uso como las siguientes: la inauguración del periodo de sesiones de una asamblea, los debates parlamentarios, el discurso de apertura del curso académico, la docencia tradicional, las mesas redondas sobre temas especializados, las actuaciones judiciales o las entrevistas de trabajo. En ese tipo de circunstancias, la elección casi obligada del registro formal implica diferentes niveles lingüísticos: una 122

pronunciación más precisa (y una dicción clara), una selección del léxico más adecuado (sobre todo técnico), una construcción de periodos sintácticos más largos y también un conjunto de estrategias propias de la retórica: argumentación, ejemplos, alegorías, etc. Por ello se ha dicho antes que el dominio de este registro debe adquirirse a lo largo de la vida escolar (o en algún tipo de curso teórico y práctico específicamente organizado para desarrollar las habilidades propias del discurso formal). Los registros informales (o “bajos”), en cambio, son propios de otras situaciones de uso como por ejemplo: la conversación familiar o entre amigos, la compra diaria en el mercado del barrio o la tertulia en la que se comenta un partido de fútbol. En todos esos casos, el tono del intercambio verbal es relajado y las conversaciones a menudo se caracterizan por la rapidez de las emisiones, por las repeticiones, por los cambios abruptos de tema, por los sobreentendidos y las elisiones. Además, en las situaciones informales adquiere mucha importancia toda la información extraverbal: gestos de la cara y de las manos, posiciones del cuerpo, distancia entre los interlocutores, etc. La elección de un registro aparece determinada por diferentes factores; principalmente, el tema, el lugar y los participantes. En cuanto al tema, no es lo mismo hablar de “la reforma universitaria en el marco de la Unión Europea” que de “cómo han subido los precios en la tienda del barrio”. En lo tocante al lugar, la selección de registro será diferente según el marco de actuación verbal sea el aula magna de una universidad o la barra de un bar. Y respecto a los participantes, el tono varía si hablamos ante una reunión de expertos en Filología o si queremos explicar a una persona iletrada en qué consiste esta disciplina. Esos tres factores pueden interpretarse de la siguiente manera:

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Idealmente, cualquier actuación que sea adecuada desde el punto de vista del registro y que tenga en cuenta los tres factores principales (tema, lugar y participantes), se situará en algún punto del espacio interior de este cubo. Por ejemplo, una conferencia sobre anatomía humana (tema formal) en el aula magna de una universidad (lugar público) ante un centenar de médicos (participantes expertos) requerirá automáticamente que el orador se sitúe en la parte delantera superior izquierda del cubo, tal como señala el asterisco. Así pues, la variabilidad de los registros significa que las lenguas contienen los medios necesarios para hacer frente a las diferentes circunstancias del uso lingüístico o, dicho de otro modo, para adaptarse a los contextos reales y concretos. Todo ello dentro de una misma lengua. Sin embargo, existen situaciones en las que una lengua es elegida para los registros más formales y en cambio, otra lengua es arrinconada para los usos más informales. Esa división funcional se conoce con el nombre de “diglosia” y puede llevar a la lengua “baja” por los caminos de la decadencia hasta su desaparición. En esas circunstancias, la lengua que se halla en peligro sólo tiene una salida: recuperar progresivamente los espacios funcionales perdidos y hacerlo a partir de la construcción de un registro 124

formal (o variedad estándar) apta para expresar las funciones “elevadas”. Sin embargo, este proceso de recuperación no debería suponer otro tipo de diglosia: el que se podría producir entre la variedad estándar y las variedades dialectales. En principio no tendría que haber incompatibilidad entre estándar y dialecto, de manera que cada hablante, desde su propia variedad geográfica, podría asumir el estándar sin tener que renunciar a su modalidad. En esta línea, una posibilidad es que los grandes medios de comunicación den cabida a las variantes dialectales en confluencia con el estándar.

El estándar A partir de las nociones de “dialecto” y de “registro”, estamos en condiciones de tratar el concepto de “estándar” como supravariedad lingüística. Pero de entrada tiene que quedar bien claro que el estándar no es la lengua, en oposición a las variantes dialectales. El estándar es solamente una variedad (entre otras variedades), aunque se le hayan asignado dos papeles especiales. En primer lugar, el estándar puede ser la herramienta con la que se mantiene la cohesión lingüística (o la intercomprensión) entre dialectos diferenciados. Por ejemplo, si una lengua se extiende por un territorio muy grande y se ve que sus hablantes podrían llegar a perder la capacidad de comunicación. En este caso se puede considerar conveniente la convergencia de todos los locutores en una variante común (sin menospreciar la diversidad dialectal). Esta variedad actuará, pues, como elemento aglutinador. El segundo papel o función del estándar es de tipo terapéutico. Si se observan señales de que una lengua se encamina a la hibridación (o a la mezcla generalizada con otra lengua) y esa situación no es sino un primer anuncio de la desaparición; entonces, dotarla de un estándar es ponerla en vías 125

de recuperación y prepararla para asumir todo tipo de funciones, especialmente las “altas”. Los orígenes de un estándar también son diversos. Se puede construir un estándar sobre la base de un dialecto prestigiado, ya sea porque es el propio del territorio donde se encuentran la corte y las instituciones de gobierno, o porque allá se encuentran los centros académicos más reconocidos. La construcción del estándar a partir de un dialecto prestigioso sería aplicable a los casos del castellano de Toledo y Valladolid (antaño sedes de la corte) y al inglés de Oxford y Cambridge (con universidades importantes). En estos casos, unas variedades, que como sabemos, tienen el mismo estatus que las otras, serán promocionadas por causas extralingüísticas y llegarán a ser consideradas, incluso popularmente, como las formas de habla más elevadas, las que deben enseñarse en las escuelas y permitirán la promoción social y laboral de las personas. Otro posible origen del estándar se halla en el acto de voluntad con que algunas personas expertas en cuestiones gramaticales y léxicas desean dotar a la lengua de un instrumento de unificación y prestigio. En este segundo caso, el estándar resultante podrá coincidir con el dialecto de mayor peso demográfico, con la variedad más valorada desde el punto de vista académico o con la práctica más habitual de los escritores. También podría, al menos teóricamente, constituirse el estándar de manera compositiva; eligiendo las soluciones de diferentes variantes dialectales. Parece ser que Pompeu Fabra, en su obra normativa sobre la lengua catalana, tuvo en cuenta un conjunto complejo de factores como los que acabamos de mencionar. La constitución de un estándar no es más que una etapa en el proceso de recuperación y dignificación de una lengua. Este complejo proceso se ajusta a un esquema como el siguiente:

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La planificación del corpus es una operación compleja con la que se trata de construir la variedad estándar. Consiste en las actuaciones necesarias de depuración de los barbarismos (léxicos, morfológicos y sintácticos) y restitución de las formas genuinas; en la creación del léxico técnico y científico, en la propuesta de modelos de escritura, en la elaboración de normas fonéticas (estándar oral), etc. La planificación del corpus de una lengua se concreta en la publicación de una gramática y un diccionario normativos, obras avaladas por la comunidad científica y por las instituciones que velan por la lengua. La planificación del estatus contiene las propuestas y medidas necesarias para la extensión del estándar a toda la sociedad: escuela, universidad, medios de comunicación (prensa, radio, televisión, cine), administración, comercio, publicidad, etc. En esa tarea de extensión social, la tarea de los gramáticos suele quedar en segundo término, pues serán las instituciones y los poderes públicos los encargados de promover el estándar en todas las instancias que pertenecen a su ámbito de gobierno. Hay que añadir que en principio la configuración de un estándar no debe ir ni contra la diversidad dialectal ni contra la variedad de registros de uso. Normalmente se considera que esta modalidad suprafuncional es la más adecuada para determinadas situaciones más bien formales o, como se suele decir, para las “comunicaciones institucionalizadas”.

La evolución de las lenguas El cambio lingüístico: causas externas e internas Las lenguas se encuentran insertas en el tiempo, y esta 127

circunstancia hace que estén sometidas al cambio: fonológico, morfológico, sintáctico y léxico. El cambio lingüístico es fácilmente observable en el vocabulario (léxico), pero lo es mucho menos en los otros tres niveles, que son estructurales o sistemáticos. Por ejemplo, una palabra como tartana es hoy una palabra muerta porque este medio de locomoción prácticamente no se usa (aunque en un caso semejante siempre es posible mantener el arcaísmo en las metáforas: Ese coche es una tartana). Sobre todo palabras de uso ordinario ven modificado su significado: inteligente designaba hasta hace bien poco una cualidad sobresaliente de las personas, pero hoy existen casas inteligentes, coches inteligentes e incluso aparcamientos de coches inteligentes. En cambio, es imposible determinar con precisión en qué momento el sistema vocálico latino se convirtió en el sistema del castellano. A buen seguro los hablantes no advirtieron que se estaba produciendo un cambio en el vocalismo. Por eso se ha afirmado a menudo que los cambios vocálicos son “ciegos” y que se producen sin que los hablantes sean conscientes de ellos. La mejor manera de comprobar el cambio lingüístico es observar conjuntos de textos separados temporalmente por unos cuantos siglos. Y también registrar las diferencias de habla entre dos generaciones. O recurrir a obras en las que se comparan las formas antiguas y las actuales. El Appendix Probi constituye un caso bien ilustrativo de una de esas obras comparativas. Se trata de una lista confeccionada en el monasterio italiano de Bobbio, de la época del Bajo Imperio Romano, en la que alguien recogió parejas de palabras: en primer lugar, las latinas (consideradas correctas) y a continuación las formas incorrectas: vetulus non veclus (“viejo”), formica non furmica (“hormiga”), vinea non vinia (“viña”), oculus non oclus (“ojo”). Pero no se sabe exactamente por qué cambian las lenguas. Eso sí, a diferencia de lo que sucedía en tiempos pasados, hoy día nadie considera que puedan intervenir factores como el clima y, en otro sentido, es bastante improbable que actúe una 128

especie de “ley del mínimo esfuerzo” en la evolución de las lenguas. Por ejemplo, en latín se decía audiveram donde nosotros decimos yo había oído, lo cual va claramente en contra de esa ley. Más bien hay que considerar otros factores, externos a la lengua y también internos, que nos den una respuesta, siquiera provisional, al enigma del cambio lingüístico. Entre las causas externas del cambio lingüístico, cabe considerar que una lengua está expuesta a las circunstancias del entorno, y parece que éste puede modificarla en más de un sentido. Entre las circunstancias del entorno, la más importante como causa de cambio es la presencia de otra lengua, sea en el mismo territorio o en un territorio vecino. El contacto de lenguas es, pues, uno de los factores cabales que pueden producir la modificación de cualquier lengua. Ésa es la causa de que en castellano, además del vocabulario de origen latino, encontremos germanismos (guardia, yelmo, rico), arabismos (acequia, jarabe, alcohol), galicismos (homenaje, chófer, reportaje), catalanismos (hacienda, casar, rumiar....), etc. En este sentido, está claro que una lengua refleja su historia; concretamente, el léxico es revelador de los contactos que un pueblo ha tenido con los otros pueblos. Las influencias culturales de un pueblo sobre otros pueden determinar el préstamo de muchas palabras. Las técnicas árabes en la construcción o en otros muchos campos introdujeron en la lengua castellana muchas palabras nuevas: atalaya, alcázar, jácena, aljibe y muchas más. Este préstamo de palabras no suele cambiar sustancialmente la estructura de una lengua, especialmente si aún funcionan los mecanismos de asimilación: por ejemplo, una palabra inglesa como football ha llegado a convertirse en fútbol. Es decir, se han producido cambios vocálicos, de modo que la palabra se ha adaptado a los patrones fónicos de la lengua. No obstante, el problema se plantea si esas intromisiones o “barbarismos” son solamente un aspecto de una invasión generalizada que afecta también a los niveles fónico, morfológico y sintáctico. Si tal es el caso, una lengua puede entrar en una dinámica de hibridación, 129

previa a la desaparición. En este último sentido, un caso especial y radical de cambio es el que se puede dar entre dos lenguas cuando una de ellas llega a sustituir completamente a la otra (y no parcialmente, como en el caso anterior, donde solamente se producen préstamos de palabras). En esta situación es totalmente normal que la lengua sustituida deje algunas marcas en la lengua resultante, y ello se debe al hecho de que los hablantes de la primera han hecho suya la segunda desde sus hábitos lingüísticos, desde sus posibilidades articulatorias, desde su “sustrato”. Aquí residiría una de las principales causas del cambio externo. Por ejemplo, en caso de que la lengua inglesa sustituyera a la castellana, probablemente se produciría un cambio fonético importante, entre otros muchos: palabras inglesas como stop, spoon, smile llegarían a pronunciarse estop, espun y esmail, pues los hablantes difícilmente podrían asimilar las dos consonantes iniciales de manera generalizada. Es, pues, del todo probable que los hablantes prerromanos de la península Ibérica empleasen un latín repleto de iberismos, vasquismos o celtismos (según los territorios), lo cual sin duda determinó la aparición de lenguas románicas diferenciadas por la influencia de ese factor que se denomina “sustrato”. Además de los cambios inducidos por influencias externas, existen otros que pueden ser atribuidos a la dinámica interna de las lenguas. Éstas son sistemas que no se encuentran en una situación de equilibrio perfecto y permanente. Por eso existe la posibilidad de que se produzcan desplazamientos y reequilibrios. Por ejemplo, el lingüista Edward Sapir destacó hace tiempo el caso de los pronombres personales interrogativos ingleses who y whom (nominativo y acusativo, respectivamente), en expresiones como Who saw that film? (¿Quién vio esa película?) [nominativo = agente]; Whom did you see? (“¿A quién viste?”) [acusativo = objeto]. Pero esa oposición de caso ya se había perdido, y la gente decía Who did you see? sin utilizar la forma Whom, considerada correcta en el entorno académico. Pues bien, la 130

explicación de Sapir era que esta pareja se encontraba aislada y en posición de desequilibrio, en contraste con otras formas únicas, como which (¿cuál?) y what (¿qué?). Dentro de esta línea de cambios internos, hay que plantear la acción del fenómeno conocido con el nombre de analogía o proporción, que explica la tendencia de algunas formas de la lengua a la uniformización por semejanza. Los niños dicen sabo en lugar de sé, por analogía o por semejanza con las formas de primera persona del presente terminadas en –o. También tienen tendencia a comenzar diciendo Habían muchas casas, porque es general la concordancia entre el verbo y uno de los nombres de la oración. Un ejemplo clásico lo tenemos en los días de la semana, entre el latín y el castellano. Latín Castellano dies lunae (de la Luna) lunes dies martis (del dios Marte) martes dies mercurii (del dios Mercurio) miércoles dies iovis (del dios Júpiter) jueves dies veneris (de la diosa Venus) viernes Tres de esos días de la semana (el segundo y los dos últimos) acaban con s en latín; en cambio, en castellano todos tienen esa consonante final. La única explicación posible es la analogía: lunes y miércoles han tomado la consonante final de los otros tres, y de ese modo el sistema de esa serie de nombres se ha reequilibrado. Pero además de los cambios provocados por la analogía, existen otros sin explicación. Como hemos dicho, el proceso por el que se producen los cambios fonéticos es difícilmente observable. En muchos casos sólo se pueden constatar, pero no es posible explicar por qué se produjeron. Por ejemplo, en inglés antiguo había muchas palabras en las que se pronunciaba una e larga, que aparece reflejada hoy día en la escritura: geese (“ocas”), teeth (“dientes”), green (“verde”), y muchísimas más. Y se produjo un cambio, de manera que hoy día se pronuncian con una i larga, sin que nadie sepa por qué. 131

Algunas lenguas románicas también nos ofrecen un ejemplo similar: el mantenimiento o el cambio de las consonantes sordas oclusivas intervocálicas p, t, k del latín. Así: Latín Italiano Castellano ripa ripa ribera vita vita vida securo sicuro seguro Aquí vemos que el italiano ha mantenido las consonantes originales, mientras que el castellano las ha sonorizado: p > b; t > d; k(c) > g. Tampoco en este caso se sabe por qué razón se produjo el cambio fonético desde las consonantes sordas originales a las sonoras (acaso por influencia del sustrato). El estudio del cambio lingüístico, iniciado a principios del siglo XIX con las investigaciones sobre el indoeuropeo, normalmente prescinde de la consideración de las causas y sencillamente constata toda una serie de mutaciones regulares (ver la página 77). En síntesis, parece razonable atribuir la evolución de las lenguas a factores diversos: el sustrato, o lengua sustituida (las lenguas ibérica, celta, etc. como sustrato del latín); el adstrato o lengua vecina que deja elementos en una lengua que no desaparece (el árabe, en el caso de la lengua castellana); y la analogía como factor de reequilibrio. Pero existen muchos aspectos del cambio que aún no tienen explicación. Y parece difícil que podamos llegar algún día a encontrar sus causas, entre otras cosas porque no existe ninguna posibilidad de obtener registros de la evolución fonética.

La muerte de las lenguas Tras considerar los factores que determinan el cambio lingüístico, hay que estudiar una forma radical de cambio: el que lleva a la desaparición total de una lengua. Se dice a menudo que el latín es una lengua “muerta”, lo cual no es del todo cierto, pues la lengua latina no fue borrada del 132

mapa en un momento determinado de la historia. Jamás existió tal cosa como el “último hablante del latín”, como sabemos que existió el último hablante de la lengua dálmata, Antonio Udina, fallecido en 1898. La realidad es que el latín evolucionó sin solución de continuidad hacia muchas lenguas que son sus herederas. Muy distinto es el caso de las lenguas que en un momento determinado del tiempo han cerrado su trayectoria, ya sea porque sus últimos hablantes han muerto físicamente o porque una colectividad ha abandonado la lengua propia para pasar a hablar la lengua mayoritaria, o la que se considera que tiene más prestigio y puede abrir las puertas del ascenso social. En casos como el anterior, el punto clave de inflexión se da cuando una generación de hablantes deja de transmitir la lengua propia a la generación siguiente. Supongamos que tenemos dos lenguas, A y B, y que la primera de ellas va a desaparecer y va a ser sustituida por la segunda. Supongamos además que tenemos tres generaciones: 1 (los abuelos), 2 (los padres) y 3 (los nietos). El esquema del proceso de extinción es el siguiente:

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Este esquema generacional es una representación del proceso que lleva a la desaparición de una lengua a través de la interrupción del mecanismo natural de transmisión. Dicho proceso puede afectar a la lengua en todo su ámbito territorial o dominio lingüístico, o solamente en una parte de éste. La desaparición total de una lengua puede ilustrarse con el ejemplo del dálmata, y también con la lengua ona de la Tierra de Fuego, muerta hace pocos años, así como con otras muchas lenguas amerindias. Con las colonizaciones europeas, las lenguas indias americanas han visto dramáticamente reducido su espacio y su número de hablantes. En muchos casos, esas lenguas se encuentran en camino de la extinción y solamente son habladas por las personas de más edad. Se ha roto el camino natural de la transmisión intergeneracional. En lo que respecta a la reducción territorial, contamos con muestras muy cercanas: el occitano y el catalán en Francia, por ejemplo. El esquema anterior muestra las líneas generales del proceso de extinción. Pero ahora es preciso considerar las causas de la desaparición de una lengua. La pérdida de prestigio de una lengua frente a otra puede ser la causa principal de su 134

desaparición. Esa pérdida de prestigio tiene como trasfondo una situación de diglosia en la que la segunda domina en todas las funciones “elevadas” (administración, medios de comunicación, relaciones laborales, escuela, etc.). Además, la lengua recesiva carece de normativización, lo cual la sitúa en una posición de inferioridad respecto a la otra. Así pues, la producción escrita, en especial la literaria, se dará en la lengua formal, que sí está normativizada. Otro factor que puede llevar a la extinción es la fragmentación dialectal extrema de una lengua. Esta fragmentación dificultaría la intercomunicación entre los hablantes de la lengua propia que, con un dominio aceptable de otra lengua, cambiarían de código habitualmente en sus actuaciones verbales. Una situación de ese tipo deriva también de la pérdida de prestigio. Según esto, las lenguas en contacto (o en conflicto) podrían caracterizarse como muestra la tabla 9, según lo que propone Carme Junyent. Tabla 9 Lenguas con poco prestigio

Lenguas con mucho prestigio

1. Habladas en zonas rurales

Habladas en zonas urbanas

2. Estatus de minoría

Estatus de mayoría

3. Asociadas a un tipo de economía “inferior”

Asociadas a un tipo de economía “superior”

4. Asociadas a un estatus político subordinado

Asociadas a la dominación política

5. Asociadas a religiones tradicionales

Asociadas a religiones universales

6. Asociadas a tipos de vida tradicionales

Asociadas a tipos de vida modernos

7. Poco o nada utilizadas en la enseñanza formal

Importantes medios de enseñanza

8. Asociadas a actividades económicas pasadas de moda

Asociadas a actividades económicas novedosasy “modernas”

Fuente: C. Junyent (1992). Vida i mort de les llengües (pág. 7980). Barcelona: Empúries.

Así pues, una lengua que pueda definirse con las características de la primera columna tiene pocas posibilidades 135

de supervivencia, y más si en su territorio hace acto de presencia otra lengua que lleva asociada los rasgos de la segunda columna. Si, además, la primera no está normativizada y la segunda sí, el proceso de extinción ya se ha iniciado. Y sólo se podrá volver atrás invirtiendo los términos y haciendo todo lo posible para que la lengua recesiva pase de la primera columna a la segunda y cumpla el proceso del prestigio.

Resumen En este capítulo se ha llevado a cabo una progresión desde el concepto de lengua interna como posesión individual de cada hablante, hasta la lengua externa como vínculo común. En un estadio intermedio se ha considerado la noción de dialecto. El idiolecto ha sido definido como el conjunto de recursos verbales propios del individuo que lo caracterizan como hablante peculiar, de modo que manifiesta en su actuación la preferencia por determinadas palabras y giros, coloquialismos o cultismos, ritmos de emisión, etc. El idiolecto se inscribe ordinariamente en un dialecto, pero también puede considerarse inserto en un registro determinado (por ejemplo, en el estándar). Se han examinado dos acepciones de dialecto. La primera está relacionada con la dimensión histórica y la segunda con la geográfica. Este segundo sentido, que es el más habitual, nos ha llevado a estudiar la “intercomprensión” y la “distancia lingüística”. Obviamente, estos dos conceptos son graduales y la decisión de si nos hallamos ante variedades dialectales de una misma lengua o ante lenguas diferentes depende de los estudios y trabajos de dialectólogos y lingüistas. La noción externa de “lengua” debe entenderse como el espacio común que contiene todas las variedades: las idiolectales, las dialectales y las de los registros (formales e informales). La lengua, pues, puede ser considerada como un sistema relativamente homogéneo, cuya posesión explicaría que el colectivo de hablantes pueda llegar a niveles satisfactorios de 136

intercomunicación lingüística. Una vez establecida la noción de “lengua”, se ha visto cómo ésta, al margen de las consideraciones dialectales, puede ser empleada de manera flexible (registros formales e informales) de acuerdo con las circunstancias de uso. La selección del registro más apropiado está determinada, principalmente, por el tema, el lugar y los participantes. Se ha estudiado el estándar como supravariedad con la que se mantiene la cohesión lingüística y se consigue que la lengua desarrolle las funciones propias de las situaciones formales. El estándar es el fruto de la planificación lingüística del corpus y se proyecta en la planificación del estatus de la lengua. También se han introducido breves consideraciones sobre la evolución y la muerte de las lenguas. El cambio lingüístico es ocasionado por factores como el sustrato y el adstrato, pero también por los reajustes del sistema (aunque en este último caso es imposible establecer las causas). Finalmente, la extinción de una lengua ha sido estudiada desde la perspectiva de la falta de transmisión intergeneracional, como consecuencia de la pérdida de prestigio.

Aplicaciones prácticas 1. Con tanta discreción y delicadeza como sea posible, es instructivo dedicar algún tiempo a observar el idiolecto de dos personas. Podemos anotar los resultados de esta actuación en tres columnas o ficheros: a) Rasgos propios del idiolecto de NN-1. b) Rasgos propios del idiolecto de NN-2. c) Rasgos comunes. Se pueden analizar, por ejemplo, elementos como los de la siguiente plantilla: NN-1 NN-2 Rasgos comunes preferenciasde adjetivación longitud de las frases

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parataxis versus hipotaxis (*) entonación NN-1 NN-2 Rasgos comunes abundancia o ausencia de preguntas abundancia o ausencia de palabrotas estilo directoo indirecto (*) parataxis: producción de oraciones coordinadas (y... y... y...) hipotaxis: producción de oraciones subordinadas (... que... que... que)

2. Hay que retener los elementos fundamentales de este texto de Joan Veny (Introducció a la dialectología catalana. Barcelona: Enciclopedia Catalana, 1985, pág. 11-12) sobre los orígenes y significados de la palabra dialecto. “El término “dialecto”, al igual que sus congéneres románicos (francés, italiano, etc.) y extrarrománicos (ruso, albanés, etc.) es una adaptación del latín Dialectus, procedente del griego διαèλεκτος [dialektos], que primeramente significaba “manera de hablar, conversación, coloquio” (en relación con el verbo διαλεèγομαι [dialegomai], hablar dos personas), así como “disputa, discusión”, para después pasar a designar “lengua” y “variedad de lengua”. El vocablo aparece documentado en épocas diferentes, según las lenguas: en francés, dialecte, en 1550 (Ronsard); en castellano, dialecto, en 1610 (Covarrubias); en italiano, dialetto, en 1724; en catalán, bajo la variante aparentemente castellanizada, dialecto, a principios del siglo XVIII (Ullastra) y con un original intento de adaptación, dialect, en 1802 (Sanelo).”

3. El siguiente texto (Mila Segarra, “Història de la normativa y dels models lingüístics de la llengua catalana”. En: Joan Martí (ed.). Processos de normalització lingüística. Barcelona: Columna, 1991, pág. 179-188) sintetiza las diferentes fases del proceso de planificación lingüística: “En la actualidad sabemos que una lengua estándar es el resultado de una planificación lingüística que consta de dos partes relacionadas entre sí: la planificación del corpus y la planificación del estatus. La planificación del corpus consiste en elegir una variedad de la lengua (o un conjunto de formas de diversas variedades) a fin de que sirva para todas las funciones

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sociales de la lengua, para elaborar la gramática y la fijación grafica y para establecer el vocabulario, entre otras cosas. Selección y codificación (o normativización), en una palabra. La planificación del estatus, en cambio, son todas aquellas medidas que se adoptan para cambiar el estatus social de una lengua o variedad. Los pasos para conseguirlo son la articulación del corpus elegido y codificado, que comporta su elaboración y cultivo, o sea, la utilización de éste para todas las funciones asociadas con la escritura (en todos los géneros literarios y en toda clase de escritos) y la aceptación de ese corpus por parte de los miembros de la sociedad. Entonces la lengua aceptada actúa como lengua común (facilita la comunicación entre los miembros de la sociedad), como elemento unificador de la nación y como símbolo de independencia en relación con otras naciones (función simbólica).”

El texto de Mila Segarra se puede esquematizar y resumir de la siguiente manera:

4. Si nos situamos en dos puntos alejados del cubo de los registros (pág. 117) podemos elaborar dos notas diferentes sobre 139

la cuestión de la diversidad lingüística en el marco de la integración europea: uno de los textos tendría que publicarse en la sección de “Cartas al director” de algún periódico, el otro no debería sorprender a nadie si fuera la expresión de nuestra opinión en una reunión entre amigos. 5. Sobre planificación y política lingüísticas y, en general, sobre la diversidad y variedad de las lenguas, se puede encontrar información de gran interés en la dirección electrónica http://www.uquebec.ca/diverscite 6. En lo que respecta a la cuestión de la vida y muerte de las lenguas, un pidgin representa, por una parte, la desaparición de una lengua en una sola generación: la lengua propia, en tierras extrañas, no tiene ni prestigio ni viabilidad intercomunicativa. Por otra parte, el pidgin es un paso previo que dará origen a una nueva lengua en la siguiente generación. Así pues, el pidgin ocupa una posición a la vez inicial y final. 7. En la página 116 se enumeran seis situaciones que requieren el uso del registro formal. Hay que añadir algunas más (tanto en el uso oral como en el escrito), como por ejemplo: una conferencia sobre temas económicos la inauguración del año judicial las sesiones de una junta de facultad las actas escritas de dichas sesiones los manuales universitarios etc. 8. Pueden concretarse algunas de las medidas de planificación del estatus de una lengua estándar. Además de las medidas generales sobre el uso del estándar en la administración, en la enseñanza y en los medios de comunicación, hay que 140

especificar otros campos, como los siguientes: comercio: publicidad y etiquetado de productos, normas de instrucción y uso de los aparatos, etc. rotulación urbana: calles y plazas, señales de centros de interés (parques, museos, hospitales, etc.) documentos de todo tipo, como por ejemplo, contratos de compra y venta, actas notariales, formularios e instancias, etc.

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Capítulo V. Historia de la Lingüística Hasta aquí se ha recogido información básica sobre el lenguaje y las lenguas: el tipo de comunicación específica propia de los seres humanos (claramente diferenciada de la comunicación animal); las características de las señales lingüísticas y sus posibilidades de concatenación; la panorámica de las lenguas del mundo (familias y tipos); la unidad de las lenguas sobre la base de los universales; los conceptos de idiolecto, dialecto y lengua; la variación social intralingüística (registros); el valor del estándar; los problemas del cambio lingüístico y las causas que llevan a las lenguas a la desaparición. Ahora es el momento apropiado para ver cómo se han ido planteando estas cuestiones en el pasado (o al menos, algunas de ellas), para adquirir una perspectiva histórica que, relacionada con el presente y proyectada hacia el futuro nos diga dónde estamos. Una perspectiva que nos haga entender que las investigaciones actuales sobre el lenguaje se encuentran en un estadio provisional, tal como sucede en todas las disciplinas científicas, que en el futuro tendrá que ser superado cuando aparezcan nuevos datos. Las lecciones de la historia nos presentan errores en los que no debemos caer de nuevo, pero también avances auténticos y consolidados. Entre los primeros está, por ejemplo, la creencia de que los distintos climas eran responsables de la diversidad lingüística: las “lenguas del norte”, aptas para la filosofía y la ciencia; las “lenguas del sur”, aptas para el teatro y para decir mentiras, tal como lo planteó Diderot en el siglo XVIII. Y entre los auténticos avances destaca la confección de gramáticas 142

(aunque a veces hayan sido realizadas con metodologías discutibles), el descubrimiento de la comunidad de lenguas indoeuropeas y el reconocimiento de los universales lingüísticos, por poner unos pocos ejemplos. La visión histórica que vamos a ofrecer es forzosamente muy sintética, y presenta solamente algunas muestras de reflexión lingüística para conseguir una cultura relativa a nuestro pasado. Esta visión es especialmente breve en lo que respecta a las primeras etapas (la Antigüedad grecolatina, la época medieval, el Renacimiento y la Ilustración) y más “reposada” en la presentación de los dos últimos siglos, que configuran el marco temporal y temático de la Lingüística de nuestros días.

Las reflexiones sobre el lenguaje hasta el Renacimiento La Antigüedad grecolatina Las primeras reflexiones sobre el lenguaje deben situarse en el ámbito cultural y filosófico de la Grecia clásica, al menos en lo que respecta al mundo occidental. Más concretamente, en el marco de una polémica de gran trascendencia que hacía referencia a la organización de la vida política; una polémica que podemos sintetizar con las siguientes preguntas: ¿Cuál era el estatuto de las leyes que ordenaban la vida de la comunidad? ¿Tenían su origen en el Legislador Supremo? ¿O más bien eran el resultado de un pacto entre los ciudadanos? Si la respuesta se decantaba hacia el Legislador, la consecuencia era que las leyes eran inmutables, porque procedían de la divinidad que mejor conocía la naturaleza humana y le había otorgado las leyes más adecuadas. Esta posición, conocida como fysis (o propia de la “naturaleza”) implicaba que las leyes no se podían cambiar de ningún modo. Como alternativa, si las leyes eran el resultado de un pacto entre 143

humanos, éstos podían rehacerlo en cualquier momento. Era la concepción que llevaba el nombre de thesis (o fruto de la “convención”) y que dejaba la puerta abierta al cambio de las leyes, a voluntad del pueblo. He aquí la gran polémica, base de la democracia de Atenas, polémica que incidió en el pensamiento sobre el lenguaje. Platón (428-348 aC) reflejó este problema en el diálogo Cratilo, al preguntarse si la investigación sobre la forma y el significado de las palabras podía constituir una vía en el camino del conocimiento. Y, paralelamente al caso de las leyes, se planteó si las palabras eran también el regalo del Dador de los Nombres, que otorgaba las designaciones más adecuadas para las cosas (y, en este caso, los nombres eran inmutables), o si las palabras habían surgido de un pacto entre hablantes. En el Cratilo, Platón introdujo por primera vez en la historia el método etimológico, aunque demasiado intuitivo, e intentó hallar una correspondencia entre los sonidos de las palabras y su significado: las palabras con sonidos “suaves” harían referencia a significados “suaves”, mientras que las palabras con sonidos “ásperos” aludían a significados igualmente “ásperos”, etc. Pero Platón tuvo que renunciar a ello porque, según dice en ese diálogo, los poetas con sus extravagancias y el pueblo con su descuido habían roto el vínculo original y, en consecuencia, las palabras ya no podían constituirse como vía del conocimiento. Pero el camino había quedado abierto para que su discípulo Aristóteles (384-322 a.C.) introdujese la idea de que el signo lingüístico era arbitrario y no la herencia de una divinidad. Otra controversia griega planteó un problema interesante sobre la irregularidad (“caos”) o la regularidad (“cosmos”) de la lengua: un problema que incidió en la constitución de las gramáticas y en la configuración de las partes de la oración. En los siglos III y II a.C., los centros culturales de Pérgamo y de Alejandría acogieron, respectivamente, a los filósofos estoicos (Crisipo y Crates) y a los filólogos alejandrinos (Aristarco y Dionisio de Tracia). Los primeros eran partidarios de lo que se conoce como “anomalismo” o irregularidad de la lengua, y los 144

segundos, del “analogismo” o regularidad. Históricamente se consolidó la segunda posición, proyectándose en la constitución de las primeras gramáticas y en la presentación explícita de los paradigmas nominales, adjetivales y verbales tal como han llegado hasta nuestros días. La primera gramática occidental se atribuye a Dionisio de Tracia y se conoce como Téchne) gramatiké, o “arte gramatical”. Es una obra muy breve (de apenas quince páginas) y ofrece información esquemática sobre las partes de la oración, que quedaron establecidas en ocho: un número que variaría poco a lo largo de toda la tradición gramatical debido al prestigio griego. Hay que añadir que algunas de las definiciones de estas partes de la oración han llegado hasta nuestros días prácticamente inalteradas, como veremos a continuación. Para Dionisio de Tracia, la Gramática era “el estudio práctico de los usos de poetas y prosistas”, y constaba de diferentes partes o capítulos: 1) valor y pronunciación de las letras, 2) analogía (o estudio de las partes de la oración), 3) explicación de las figuras, 4) exposición de la fraseología, 5) conocimiento de las etimologías, y 6) crítica de los poemas. De hecho, esta obra, de la que solamente nos han llegado las dos primeras partes, se inscribe en el proyecto filológico de los alejandrinos, cuya meta era el estudio y la restitución de los textos de Homero, alterados por una tradición de cinco siglos. Para la posteridad, es evidente la influencia de esta gramática, por ejemplo en la división y definición de las partes de la oración. Las ocho partes fijadas por Dionisio de Tracia (nombre, verbo, participio, artículo, pronombre, preposición, adverbio y conjunción) son prácticamente las mismas que reconocen las gramáticas tradicionales de nuestros días. Lo mismo puede afirmarse de las definiciones de la Téchne), que son como las siguientes: la oración es “la unión de palabras que tiene un sentido completo”; el nombre, además de tener caso, “designa una cosa o acción”; el verbo, que tiene tiempo, “denota o bien acción o bien pasión”; el pronombre “designa a personas determinadas”, etc. 145

Hay que recordar que una propuesta como la de Dionisio de Tracia fue realmente original en su momento, porque representó el paso de los textos reales, no analizados, a la sistematización de la lengua en unas pocas clases de palabras: una tarea taxonómica verdaderamente espectacular. Pero el peso del prestigio griego determinó una larga tradición de copias miméticas (con excepciones destacadas, como es el caso de Varrón, notable erudito y escritor latino de los siglos II-I a.C.), y la metodología gramatical quedó estancada durante casi dos milenios, hasta que la Lingüística moderna rompió con el sistema tradicional de descripción gramatical. La herencia griega fue decisiva en los trabajos de los gramáticos romanos, especialmente de Donato (siglo IV) y de Prisciano (siglos V-VI), autores que se constituyeron en autoridad gramatical durante toda la época medieval. El primero escribió una obra breve titulada De octo partibus orationes ars minor (“Tratado elemental de las ocho partes de la oración”), que configuró el fundamento del Trivium o primer nivel de los estudios medievales. Donato presenta y define cada parte de la oración y ofrece ejemplos de los paradigmas nominales y verbales, aproximadamente como hacen hoy día las gramáticas latinas: Caso Ejemplo nominativo magister genitivo dativo acusativo

magistri magistro magistrum

ablativo magistro vocativo magister A caballo entre los siglos V y VI, la obra de Prisciano, Institutiones Grammaticae (“Fundamentos de Gramática”) significó un paso notable en la presentación de la gramática latina. El autor dividió la obra en tres grandes secciones dedicadas a: 1) las letras y las sílabas, 2) las partes de la oración y sus accidentes, 3) 146

la concatenación de estas partes, o sintaxis. Pero la gran aportación de Prisciano consistió en el hecho de que ofreció constantemente ejemplos de textos de los escritores latinos más importantes: Virgilio, Terencio, Cicerón, Horacio, Lucano, Juvenal, Ovidio, etc. De este modo, los estudiantes de Gramática de los siglos siguientes pudieron pasar del esquematismo de Donato al estudio y la lectura de textos literariamente excepcionales. La constitución de la gramática grecolatina tuvo en Occidente un papel cultural de primerísima magnitud, un papel que comprenderemos si nos planteamos por qué hubo un Renacimiento grecolatino y nunca existió un Renacimiento egipcio. En el caso de Egipto, el último jeroglífico data de finales del siglo IV. A partir de ese momento, la práctica de esa escritura quedó olvidada y se perdió cualquier posibilidad de lectura e interpretación de los textos, de manera que la vida y cultura de los antiguos egipcios se convirtió en un misterio indescifrable hasta el siglo XIX, cuando Champollion (17901832), un conocido egiptólogo francés, encontró la clave que descifraba el sentido de los jeroglíficos. En cambio, en lo que respecta al Renacimiento europeo, nunca se rompió el hilo que permitía la explicación de los textos griegos y, sobre todo, latinos. Esta continuidad fue posible gracias a que las gramáticas de Donato y Prisciano siempre mantuvieron abiertas las puertas para la comprensión de unas obras en las que quedaba patente una filosofía de la vida y una interpretación del mundo. Así pues, la cultura grecolatina nunca necesitó un descifrador que recuperase el sentido de los textos.

La época medieval Como hemos apuntado, las Institutiones de Prisciano se proyectaron sobre la época medieval y permitieron la continuidad del conocimiento de la lengua latina. En la práctica, las bibliotecas de muchas catedrales y monasterios disponían de 147

copias manuscritas de esta obra que, según el historiador Robert H. Robins, desempeñó el papel de un auténtico bestseller medieval, junto con la Biblia. Pero además, la gramática de Prisciano fue una pieza capital en el nacimiento de la reflexión medieval sobre el lenguaje, en armonía con la obra filosófica de Aristóteles. Efectivamente, durante los siglos XIII y XIV se escribieron docenas de tratados donde el pensamiento aristotélico, y en especial las elaboraciones sobre las categorías, se proyectaron sobre la gramática de Prisciano. Estas obras se titulaban casi invariablemente De modis significandi (“Sobre las maneras de significar”) y algunos de sus autores más importantes fueron Thomas d’Erfurt, Siger de Courtrai y Martín de Dacia, conocidos con el nombre de modistae. La preocupación fundamental de los modistae consistió en establecer una correspondencia estricta entre el mundo real (las cosas), el mundo mental (los conceptos) y el mundo del lenguaje (las palabras), en busca de simetrías propias del pensamiento escolástico. Por ejemplo, si en el mundo real había objetos (sustancias) y características de los objetos (accidentes), los modistae postulaban, en el mundo mental, la distinción entre conceptos sustanciales y conceptos accidentales. Correlativamente, en el lenguaje también había palabras para designar a cada una de esas construcciones mentales: sustantivos y adjetivos, respectivamente, tal como muestra la tabla 9. Tabla 9 Mundo real Mundo mental

Mundo del lenguaje

sustancias

conceptos sustanciales sustantivos

accidentes

conceptos accidentales adjetivos

La obra de los modistae, además, nos ofrece testimonio de las primeras posiciones sobre los universales lingüísticos. Ese grupo de autores seguía las propuestas del filósofo Roger Bacon (121494), y muy especialmente la idea de que “la gramática es la misma, en lo que respecta a los aspectos esenciales, para todas las lenguas; aunque en las cuestiones accidentales las lenguas 148

manifiesten variaciones” (“Gramática una est et eadem, secundum substantiam, in omnibus linguis; licet accidentaliter varietur). Las posiciones filosóficas y universalistas de los modistae deben ser consideradas, con toda justicia, como las primeras investigaciones sobre teoría del lenguaje. Coexistiendo, durante muchos siglos, con las tareas prácticas de enseñanza de la lengua latina. Estos dos aspectos (teórico y práctico) constituyen dos dimensiones de la orientación lingüística que han llegado hasta nuestros días y que pueden coincidir, salvando las distancias, con las actuales investigaciones sobre la facultad del lenguaje y los universales lingüísticos, por un lado, y con las aplicaciones de la Lingüística a la enseñanza de lenguas, por el otro. También dentro de la época medieval es interesante destacar dos obras aisladas, que hoy día resultan sorprendentes: la primera, un breve tratado de reforma ortográfica escrito en Islandia en el siglo XII; la segunda, un escrito inacabado de Dante que data de inicios del siglo XIV, y en el que este autor trata de justificar la escritura literaria en lengua vulgar. La primera de estas dos obras es de mediados del siglo XII. Se trata de un manuscrito que, en las historias de la Lingüística, se conoce como el Anónimo islandés: una obra muy breve cuyo autor probablemente fuera un copista preocupado por adaptar el alfabeto latino a la escritura de la lengua islandesa. Hay que tener presente que en la época medieval se generalizó la adopción del alfabeto latino a muchas lenguas diferentes, y que aparecieron las denominadas “escrituras nacionales”; longobarda, irlandesa, merovingia, carolina, etc. La preocupación fundamental del autor del Anónimo era que el latín solamente tenía cinco grafías vocálicas (a, e, i, o, u), mientras que él consideraba que en islandés había treinta y seis vocales diferentes. Por tanto, se trataba de idear un sistema que aprovechase las cinco grafías latinas, creando cuatro más y complementándolas con un sistema de diacríticos para marcar otras distinciones. Las nueve grafías básicas fueron las siguientes: a–Q–e–ê–i–o–ø–u–y Además, como esas vocales podían ser breves o largas, el 149

autor del Anónimo decidió marcar la duración con un acento situado sobre la vocal correspondiente (‘). Y como todas podían ser orales o nasales, señaló esa característica con un punto sobre la vocal. Así pues, una obra como el Anónimo es un caso privilegiado, y muy explícito, en donde se puede comprobar la conciencia ortográfica existente ya en tiempos muy antiguos, y unos cuantos siglos antes de las preocupaciones renacentistas por esos problemas. Pero además, la metodología empleada para justificar esas innovaciones fue del todo revolucionaria y anticipó los trabajos de la fonología del siglo XX, porque introdujo un sistema de verificación a base de “pares mínimos”. Por ejemplo, uno de los mecanismos actuales para comprobar si una determinada unidad fónica tiene valor fonológico distintivo es cambiarla dentro de un contexto: en castellano, una a puede ser más breve o más larga (¡Es pesado!, ¡Es pesaaado!), pero este factor no modifica el significado de la palabra. En cambio, en francés la e modifica el significado de la palabra según sea abierta o cerrada. La inteligencia del autor del Anónimo lo llevó por esta línea innovadora de contrastar “pares mínimos” ocho siglos antes del nacimiento de la fonología. Lo veremos con sus propias palabras: “Ahora tomaré estas letras y las pondré, una detrás de otra, entre las mismas consonantes. Y con esos ejemplos demostraré cómo cada vocal, cuando se encuentra sostenida por las mismas consonantes produce un significado diferente. De ese modo daré ejemplos de las diferencias sutiles que existen entre las letras: sar, s r; ser, sør; sor, sør; sur, syr...” Solamente hubo un problema: ese tratado ortográfico quedó totalmente olvidado hasta que fue descubierto y publicado a principios del siglo XX. La segunda muestra a la que hemos hecho referencia anteriormente es la obra de Dante: un libro inacabado que se titula De vulgari eloquentia (“Sobre la elocuencia en [lengua] vulgar”), de principios del siglo XIV, probablemente escrito con la intención de justificar la decisión de escribir la Divina comedia en italiano y no en latín. De vulgari eloquentia comienza alabando 150

las lenguas vulgares porque son las naturales y espontáneas, las que recibimos “de la nodriza”; muy diferentes de la “lengua gramatical”, el latín, que es secundaria y fruto del aprendizaje escolar. La obsesión de Dante consistía en encontrar “la lengua vulgar ilustre” en la que pudieran tratarse los temas más nobles de la literatura: el valor, el amor y la virtud (hoy diríamos que buscaba una variedad estándar). Lo interesante de esa preocupación es el camino recorrido, que llevó a su autor desde los orígenes, la dispersión babélica de las lenguas, hasta el presente de su territorio: la evaluación de las variedades vulgares de la península Itálica. Una evaluación llena de prejuicios, pero que puso de manifiesto la necesidad de una elección. Dante quería una lengua ilustre, cardinal, áulica y curial. “Ilustre”, porque ilumina; “cardinal”, porque es el punto de confluencia de todos los dialectos; “áulica” o adecuada para una corte real; “curial” por ser justa y ponderada. Sin embargo, el autor se inclinó por la variedad que él consideraba más noble: la propia, la toscana, y puso en práctica el ideal de la lengua literaria en la confección de la Divina comedia. Dante se consideraba a sí mismo como el primero en preocuparse por el estudio de la lengua vulgar. Y en las historias de la Lingüística es habitual confirmar esta apreciación personal del ilustre literato. Pero hay que tener en cuenta que un siglo antes (a principios del XIII), Ramón Vidal de Besalú escribió Las rasós de trobar, obra que incluye una breve gramática de la lengua occitana, en la línea del latino Donato. Otros autores, como Jofre de Foixà (Regles de Trobar) o Uc Faidit (Donatz Proensals) también escribieron tratados de reglas orientadas a la composición de poesía, con todo tipo de observaciones gramaticales sobre la lengua de los trovadores. Por otra parte, los merecidos elogios a la obra de Dante como pionero de la construcción de una lengua literaria no han de ignorar que, con la misma justicia, debe considerarse la obra igualmente pionera de Ramón Llull en lo que respecta a la prosa catalana en el siglo XIII. 151

Obras como todas éstas ponen de relieve una preocupación por el cultivo de las lenguas vulgares (o lenguas del pueblo) que halla su continuidad, de manera natural, en la tarea de los gramáticos del Renacimiento. Al menos desde el punto de vista lingüístico, la sensibilidad innovadora que de manera sistemática se atribuye a los gramáticos del renacimiento, ya se encuentra presente en unos tratados gramaticales en los que la lengua objeto de estudio no es la latina.

El Renacimiento Del Renacimiento, y de su continuidad lingüística en el siglo XVII, destacaremos brevemente dos líneas de trabajo que representan, respectivamente, muestras de la actividad práctica y de la orientación teórica en Lingüística: la proyección de la gramática latina en la descripción de las lenguas modernas y la producción de gramáticas filosóficas o racionales. En 1444, el humanista italiano Laurentius Valla reivindicó el retorno al latín clásico, el latín de Cicerón, en una obra titulada Elegantiae latini sermonis (“Sobre la elegancia del discurso latino”). Dicho retorno era una reacción contra los usos funcionales del latín medieval, bastante alejado del estilo de los grandes escritores del pasado. La obra de Valla tuvo repercusiones inmediatas en las casi ochenta gramáticas latinas que se publicaron en poco más de un siglo, entre éstas la de Nebrija (1480), Despauterius (1512), Erasmo (1511 y 1528), Melanchton (1526) y muchos más. El rasgo más característico de la época humanista y renacentista fue la aplicación de la metodología de la gramática latina al tratamiento de las lenguas vulgares (ya prefigurada, como sabemos, por las gramáticas del occitano de los siglos XIII y XIV). En el Renacimiento se consideraba que la lengua latina gozaba de gran prestigio porque había merecido la atención de los gramáticos. Así pues, la dignidad de las lenguas vulgares, reivindicación típica en esa época, también tenía que 152

pasar por el rasero del arte gramatical, por la descripción mediante el modelo de la gramática latina. Esta empresa se concretó, según datos de Kukenheim, en la confección de setenta y dos gramáticas para la lengua italiana, cincuenta y cinco para la francesa y treinta y siete para la castellana. Todo ello en el siglo XVI, excepto la gramática castellana de Nebrija, de 1492. La estructura de esas obras gramaticales es la previsible a partir del patrón latino: 1) estudio de las letras y de la pronunciación (ortografía y prosodia); 2) las partes de la oración (analogía o morfología); 3) la sintaxis. Pero además, las gramáticas renacentistas a menudo incluyen una cuarta parte: el tratamiento de los barbarismos y de las construcciones incorrectas. También es típica de estas gramáticas la presentación o prólogo en donde se habla de la necesidad de la obra, con la finalidad de dignificar la lengua y justificar su triple utilidad: garantizar la pervivencia de la lengua, facilitar el dominio de la gramática latina a partir del conocimiento de la gramática vulgar, y finalmente constituirse en manual para extranjeros. El segundo aspecto de la actividad lingüística durante el Renacimiento, como ya hemos dicho, fue la proliferación de las gramáticas filosóficas o racionales durante los siglos XVI y XVII. Con éstas ya no se pretendía introducir a los estudiantes en el conocimiento práctico de una lengua (el latín o las vulgares); ahora se trataba de tomar la lengua latina como base de una reflexión sobre algunas de las estructuras del lenguaje, en continuidad con la obra de los modistae, aunque sólo fuera en lo relativo a las finalidades de la investigación. Algunos de los autores más destacados que llevaron a cabo esta línea de investigación teórica fueron Julio César Escalígero (De causis linguae latinae, de 1540), Francisco Sánchez de las Brozas, “El Brocense” (Minerva, de 1587) y Petrus Ramus (Scholae in liberales artes, de 1559). En todos los casos, la preocupación fundamental de los autores que siguieron esta línea fue rechazar los argumentos de autoridad y buscar las razones profundas de los usos lingüísticos: el porqué de las partes de la oración, el análisis 153

de las elipsis, el papel de las conjunciones como elementos que, de hecho, unían oraciones y no solamente palabras, etc. Por esta razón los autores que optaron por las cuestiones filosóficas se consideran hoy en día como los antecesores de la Lingüística teórica. La insistencia en una actitud reflexiva y universalista ante el lenguaje alcanzó su punto culminante en la obra de Claude Lancelot (gramático) y Antoine Arnauld (lógico) titulada Grammaire générale et raisonnée, de 1660, publicada en la abadía de Port Royal. Al igual que en el caso de los modistae (que proyectaron la filosofía aristotélica sobre la gramática de Prisciano), también ahora se dio una confluencia muy productiva: la gramática fue examinada a la luz y con la metodología de la lógica, y también se insistió en la búsqueda de patrones lingüísticos universales. La proyección de la lógica se manifiesta en la observación inicial realizada por Lancelot y Arnauld: “hablar es expresar los juicios”. Esas construcciones predicativas se articulan sobre la base de dos palabras representativas de conceptos y, además, de una señal de afirmación mediante la cual una de las palabras es afirmada o negada en relación con la otra. El ejemplo de la Grammaire: La tierra es redonda, puede esquematizarse de la siguiente manera:

154

A partir de estas observaciones, la Grammaire articula el estudio de las partes de la oración según sea que expresen conceptos o afirmaciones, siendo los nombres y los verbos, respectivamente, las partes más importantes o representativas de la estructura del juicio. El universalismo de esta obra se manifiesta en diferentes ocasiones. Primeramente, en el uso de siete lenguas a la hora de ofrecer ejemplos, pero también, y muy explícitamente, cuando los gramáticos afirman, en más de un momento y de manera generalizadora, cosas como “se ha inventado el nombre”, o bien “los humanos han tenido la necesidad de tipos de nombres diferentes...” (refiriéndose a la existencia de nombres comunes y propios). Pero el hallazgo más moderno de la Grammaire es la metodología con la que se diferencian las estructuras que, tres siglos más tarde, serían denominadas “profunda y superficial”. Ante una oración en apariencia simple, como Dios invisible ha creado el mundo visible, Lancelot y Arnauld establecieron que había tres operaciones predicativas o tres juicios. (1) Dios ha creado el mundo. (2) Dios es invisible. (3) El mundo es visible. 155

Además, afirmaron que las oraciones (2) y (3) eran estructuras incidentes en la oración (1), y que esta incidencia se podía demostrar recuperando la estructura relativa explícita: Dios, que es invisible, ha creado el mundo, que es visible. La idea de la Grammaire de que “las proposiciones incidentes a menudo están presentes en nuestro espíritu, aunque a veces no se expresan con palabras” ha sido recogida por Noam Chomsky, el creador de la Gramática generativa. Chomsky ha asociado esta idea de la Grammaire con su propuesta sobre la estructura profunda y la estructura superficial de las oraciones: la primera como “aspecto mental interno”; la segunda como “forma física externa” de la oración. Aquí tenemos, pues, otro ejemplo privilegiado de continuidad que nos permite comprobar la existencia de investigaciones y hallazgos recurrentes en el transcurso de la historia.

Las ideas lingüísticas de la Ilustración y del Romanticismo Las actividades lingüísticas dominantes del Renacimiento se desplegaron en torno a la elaboración de gramáticas (latinas y vulgares) y en la especulación sobre los fundamentos filosóficos del lenguaje, como ya hemos visto. Las preocupaciones de la Ilustración y del Romanticismo, en cambio, se diversificaron en una serie de temas variados: desde las especulaciones sobre los orígenes del lenguaje hasta las relaciones entre lenguas y culturas. Una característica de este nuevo período es la abundancia de tratados de tono ensayístico, escritos principalmente por filósofos, en los que se expresan opiniones que no siempre están lo suficientemente contrastadas con los datos de las lenguas y los hablantes. Algunos de los autores fundamentales de esta época son John Locke (An Essay Concerning Human Understanding, 1690), Étienne Bonnot de Condillac (Essai sur l’origine des connaissances humaines, 1746), Denis Diderot (Lettre sur les sourds et muets, 1751) 156

y Jean-Jacques Rousseau (Essai sur l’origine des langues, 1756). También cabe destacar una obra capital de la época que ejerció una excepcional influencia en la historia del pensamiento: la Encyclopédie francesa dirigida por Diderot y D’Alembert, que comenzó a publicarse en 1751 y fue terminada en 1765 (a excepción de la parte gráfica y de los índices). Los temas que aquí presentamos de manera sintética son tres: 1) la discusión sobre los orígenes del lenguaje; 2) los trabajos de compilación de lenguas y 3) la relación entre lenguas, pueblos y culturas. El primero de estos temas tiene actualmente una versión nueva (y marcada por las precauciones científicas) en las investigaciones de la Paleoantropología moderna. El segundo forma parte de los antecedentes del método comparatista y de las investigaciones sobre el indoeuropeo. Finalmente, el tercero representa una reflexión precursora de los trabajos actuales de Sociolingüística y de Antropología. Una larga tradición, ligada a planteamientos bíblicos, proclamaba los orígenes divinos del lenguaje y mantenía que el hebreo era la lengua de Adán y Eva. Esta concepción religiosa entró en crisis en la época de la Ilustración, y comenzó a abrirse paso tímidamente la tesis del origen humano del lenguaje sobre la base de los gritos y los gestos. Así, Rousseau consideraba que “las necesidades [físicas] dictaron los primeros gestos; las pasiones [morales], las primeras voces”. El lenguaje es, pues, hijo de los impulsos morales, de la pasión. En esta línea impresionista y especulativa, Condillac incluso dictaminó el orden de aparición de las partes de la oración: los humanos primero señalaron lingüísticamente el objeto, después el verbo y finalmente el sujeto (carne; comer carne; yo comer carne). Otro autor, Giambattista Vico, llegó a proponer que los humanos se comunicaron en primer lugar mediante la pintura y el dibujo y que sólo después lo hicieron a través de la palabra. La ausencia de empirismo que caracteriza todas estas posiciones, y la confrontación entre las teorías divinistas y las que postulaban el origen humano del lenguaje llegaron muy lejos y, de hecho, la Societé Linguistique de París prohibió en sus estatutos de 1866 157

cualquier discusión sobre estas cuestiones a fin de evitar polémicas estériles. Las tareas de compilación de lenguas se iniciaron en el siglo XVI con la publicación de la obra de Gesner Mithridates (Mithridates era el nombre de un rey del Ponto, en Asia Menor, considerado políglota), donde aparecía el Padrenuestro en veintidós lenguas diferentes. Este tipo de compilaciones normalmente era fruto de la obra de viajeros y, especialmente, de misioneros. La culminación de este género se produjo durante el Romanticismo. Vale la pena destacar tres de esas obras: el Catálogo de las lenguas de las naciones conocidas, de Lorenzo Hervás, publicado entre 1800 y 1804, donde se da noticia de unas trescientas lenguas de Europa, América y Asia; el Mithridates de Johann Adelung, de 1806-17, que contiene referencias a quinientas lenguas de todo el mundo, y el Linguarum totius orbis vocabularia comparative (“Vocabulario comparado de las lenguas de todo el mundo”), publicado en el año 1786 por Peter S. Pallas, con una lista de casi trescientas palabras en doscientas lenguas (la segunda edición, de 1790, ampliaba la compilación hasta llegar a las doscientas setenta y dos lenguas). Los catálogos de lenguas tienen hoy día su continuidad en obras monumentales como, por ejemplo, el Compendium of the World’s Languages, de George L. Campbell (1991) y el The World’s Major Languages, de Bernard Comrie (1987). La controversia en torno a la relación entre lenguas diferentes y pueblos y culturas también diferentes es uno de los temas dominantes de este periodo. Aunque hoy día nos parezca un verdadero disparate, muchos autores consideraron que el clima era responsable directo de la naturaleza de los pueblos y que ésta, a su vez, determinaba el tipo de lengua.

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Las palabras de Condillac (1746) constituyen un ejemplo de este tipo de consideraciones: “Dos cosas determinan la formación del carácter de los pueblos: el clima y el gobierno. El clima les aporta o bien vivacidad, o bien más flema, y por eso predispone o a un tipo de gobierno, o a otro. [...] El gobierno, a su vez, influye sobre el carácter de los pueblos, y el carácter de los pueblos influye sobre las lenguas.” (Étienne Bonnot de Condillac, Essai sur l’origine des connaissances humaines, 1746). Esta idea general se concretó en la tesis de que los climas fríos generaban lenguas aptas para la racionalidad y la ciencia, mientras que los climas cálidos daban lugar a lenguas aptas “para el teatro y las mentiras” (tal como manifestó Diderot). De este modo se produjo una discriminación entre las denominadas “lenguas del norte” y las “lenguas del sur”. Pero además surgió la creencia de que algunos pueblos europeos habían llegado a una perfección lingüística, mientras que “los pueblos salvajes” sólo tenían a su alcance lenguas rudimentarias, con articulaciones ásperas. La discriminación lingüística también se intentó fundamentar en supuestas características internas de las lenguas. Algunos autores constataron el hecho de que algunas, como el francés, tenían un orden oracional fijo y, en concreto, del tipo “Sujeto – Verbo – Objeto”. En cambio, otras lenguas podían ordenar esos elementos de formas diversas. Así pues, sentenciaron que las primeras eran lenguas en las que se expresaba fielmente la secuencia del pensamiento, lo cual no sucedía con las segundas, por lo que lenguas como el francés se consideraron ajustadas al “orden natural” y, en consecuencia, más perfectas. Por ello Beauzée, uno de los autores de la Encyclopédie, reivindicó en 1765: “Si alguna vez una lengua distinta de la latina llega a ser idioma común de los sabios de Europa, la lengua francesa deberá tener los honores de la preferencia.” (Nicolás Beauzée, “Langue”. En: Encyclopédie, 1765). Actualmente, la Lingüística plantea la relación entre lenguas y pueblos en términos bien alejados de esas fantasías especulativas. Nunca se ha podido comprobar que los distintos 159

climas y los gobiernos puedan ejercer influencia alguna en la estructura de las lenguas. En todo caso, las lenguas reflejan en su vocabulario las necesidades y los intereses culturales de los pueblos, por el hecho de que los expresan. Ello es aplicable a todos los pueblos, con independencia de las características de su tecnología. Hemos observado, pues, algunos ejemplos (relativos al origen del lenguaje y a la filosofía de la división lingüística) que nos muestran la utilidad del conocimiento histórico; al menos para no volver a caer en ciertos errores memorables.

La metodología lingüística del siglo XIX El tratamiento de la actividad lingüística del siglo XIX tiene una doble dimensión en este apartado. Por una parte, haremos la presentación de los elementos básicos de la historia de ese período; pero, además, ofreceremos una introducción al método comparativo, gracias al cual pudieron relacionarse muchas lenguas (en especial las indoeuropeas), y veremos, también, las técnicas de reconstrucción que permitieron el nacimiento de la Lingüística histórica. Esta dimensión metodológicas reviste gran importancia en lo que respecta a los estudios de Gramática histórica. El siglo XIX es una época apasionante desde el punto de vista de los avances científicos, tal como puede verse en la lista de la tabla 10, que no es, ni mucho menos, exhaustiva. Tabla 10 Año Avance científico 1803 Dalton formula la teoría atómica 1808 Fulton inventa el barco de vapor 1812 Cuvier establece la paleontología de los vertebrados 1814 Stevenson inventa la locomotora 1846 Hoe construye la rotativa 1859 Darwin publica El origen de las especies

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1865 Mendel descubre las leyes de la herencia 1869 Mendeleiev elabora la tabla periódica de los elementos 1880 Ramón y Cajal descubre la estructura discontinua de las neuronas 1885 Benz inventa el automóvil 1898 Curie descubre el radium

En un ambiente de euforia científica, dominado por la filosofía positivista, los lingüistas abandonan las especulaciones típicas del siglo anterior y comienzan a realizar un trabajo empírico de observación de los datos. Este trabajo tendrá una orientación característica: el acopio de palabras de lenguas como el griego, el latín, el sánscrito, el persa antiguo, el alemán antiguo, las lenguas célticas (bretón, galés, irlandés), etc. y la comparación de estas formas para retroceder a su antepasado común, la lengua indoeuropea, que se hablaba hace siete u ocho mil años. Esta actividad comparatista fue iniciada por William Jones, un funcionario inglés que ejercía en la India y que, además, era un experto orientalista. Jones expresó su admiración por el sánscrito en un artículo de 1788 (ver la página 77), donde también constataba las semejanzas existentes entre esa lengua y otras. Sus observaciones fueron recogidas por muchos estudiosos que pudieron comprobar la existencia de sorprendentes similitudes en el vocabulario de lenguas muy alejadas en el tiempo y en el espacio, como el latín y el sánscrito. Además, estas similitudes se daban en tres campos léxicos que eran especialmente resistentes al cambio, razón por la cual la semejanza no podía atribuirse ni al azar ni al préstamo. Las comparaciones léxicas entre el sánscrito, el latín, el griego y otras lenguas indoeuropeas se realizaron sobre la base de palabras de los campos del parentesco, los numerales y ciertas realidades básicas (ver la página 77). Ello permitió inferir que había existido una etapa común a todas esas lenguas, previa a la dispersión de los pueblos indoeuropeos hacia Asia, por un lado, y hacia las costas del Atlántico, por otro. También permitía extraer algunas conclusiones sobre la prehistoria, gracias a la existencia de palabras originarias relacionadas con la actividad 161

agrícola y el cultivo de algún cereal. Efectivamente, una de las grandes sorpresas de los investigadores del siglo XIX fue constatar que existía una familia lingüística, la indoeuropea, que se extendía desde las costas del Atlántico hasta la India. Mapa 7. Extensión de la familia lingüística indoeuropea

Los investigadores, que utilizaban el método comparativo (Rasmus Rask, Franz Bopp, Jacob Grimm y muchos más), observaron, pues, las similitudes entre el vocabulario de las lenguas indoeuropeas, pero también pudieron comprobar diferencias sorprendentes, como por ejemplo: “pie”: griego podos; alemán antiguo vuoz “diente”: latín dent-; alemán antiguo zand Ante casos como estos, los comparatistas podían haber 162

elegido la vía del conformismo, ya que estas diferencias podían haber sido fruto de la casualidad, o de las influencias de otras lenguas. En cambio, Jacob Grimm (un gran lingüista que, además, recopiló los Cuentos de niños y del hogar) pudo comprobar que esas diferencias no eran aleatorias; al contrario, sistemáticas y regulares. Dicho de otro modo: existía una regularidad en las diferencias. Las investigaciones de Grimm le llevaron, en 1822, a elaborar una tabla, denominada impropiamente “ley de Grimm”, donde aparecen las correspondencias sistemáticas entre las consonantes oclusivas, comparando el griego, el gótico y el antiguo alto alemán (a.a.a.). Es la siguiente: Tabla 11

Dentales

Labiales

Velares

griego P

B F T

D

TH

K G

CH

gótico F

P B TH

T

D

H K

G

Z

T

G CH K

a.a.a. B,V F P D

La tabla de Grimm recogía las consonantes previsibles en cada una de las tres lenguas. Por ejemplo, si la palabra griega tiene una p (podos), el gótico presenta una f (fotus) y el antiguo alemán, una b o una v (vuoz). Lo mismo se puede observar en esas tres palabras en lo que respecta a la segunda consonante: dt-z. La “ley” de Grimm expresa la “rotación consonántica”: un paso entre el griego, que mantiene el consonantismo europeo, y el gótico; dos pasos entre el griego y el antiguo alto alemán. Hay que insistir en que estas “mutaciones” eran sistemáticas; como lo son, por ejemplo, las que afectan a la f- (inicial) latina, que en catalán se conserva y en castellano se pierde: Latín Catalán Castellano ficufiga higo facere fer hacer ferruferro hierro Un cambio regular de esas características es el indicio de que la lengua original (trátese del indoeuropeo o del latín) fue 163

adaptada de manera diferente por los distintos grupos de hablantes, que o bien conservaron las consonantes, o las cambiaron. Dichos cambios probablemente fueran una de las consecuencias del sustrato. El método introducido por Grimm constituyó un paso revolucionario: no sólo las semejanzas evidentes eran una prueba del origen común, ahora también lo eran las discrepancias o diferencias cuando presentaban regularidad. Veamos algunos ejemplos más en las lenguas románicas. La identidad entre palabras como freddo (italiano), froid (francés), fred (catalán) y frío (castellano) revela claramente un origen común: la palabra latina frigidus. Lo mismo sucede con giovane (italiano), jeune (francés), jove (catalán) y joven (castellano). Pero también hay diferencias ciertamente llamativas, como la que encontramos entre el catalán ull y el castellano ojo. Ante un caso como este cabría la posibilidad de postular un origen diferente para cada una de estas dos palabras. Pero siguiendo el ejemplo de Grimm, buscaríamos correspondencias sistemáticas como las que presentamos a continuación: Latín Catalán Castellano oculuull ojo vermiculunovaculacuniculu-

vermell navalla conill

bermejo navaja conejo

lenticulallentia lenteja auriculaorella oreja Tenemos, pues, que el grupo latino –cul- perdió la –uinterconsonántica y se convirtió en –cl- en un primer estadio, tal como podemos comprobar por los testimonios antiguos, en los que aparece escrita la palabra auricla. Posteriormente, cada una de estas dos lenguas realizó una adaptación diferente del grupo consonántico, eso sí, totalmente regular. Ya conocemos otro ejemplo de adaptación regular: la de las series regulares p, t, k, ya sea conservadas en italiano, o cambiadas en castellano (ver la 164

página 124). El método de comparación que hemos presentado fue afinado progresivamente con la ley de Karl Verner el año 1875, y con la consideración de la analogía. De ese modo, la aportación de Grimm se erigió en herramienta imprescindible para la construcción de las gramáticas históricas de las lenguas, para el reconocimiento de las familias lingüísticas y para la confección de árboles genealógicos como el que ya conocemos (página 70).

La Lingüística contemporánea (siglo XX) El siglo XX ha sido considerado como el periodo histórico en que se desarrollan las investigaciones lingüísticas más ambiciosas y más diversificadas. La Lingüística contemporánea incluso ha exportado su metodología a algunas ciencias humanas, como la Antropología, la Filosofía y, en cierta medida, el Psicoanálisis. A su vez, las ciencias del lenguaje han establecido muchos puentes interdisciplinarios con la Psicología, la Sociología, la Filosofía del lenguaje y la Antropología. En los momentos actuales se están produciendo vinculaciones con algunas de las ciencias naturales, especialmente con la Biología, en cuanto hace referencia a los aspectos innatos de nuestra facultad verbal, a las características del proceso de adquisición y a los postulados sobre los universales lingüísticos. Todo ello configura un panorama muy complejo, del que solamente podemos destacar esquemáticamente algunas líneas de trabajo, que presentamos en los siguientes apartados.

El nacimiento de la Lingüística estructural en Europa Si deseamos saber la fecha de nacimiento de la Lingüística como disciplina científica, hay que remontarse al año 1916, 165

fecha en que se publica el Curso de lingüística general. Esta obra es la compilación del pensamiento de Ferdinand de Saussure (fallecido tres años antes), y se realizó sobre la base de los apuntes de clase de unos cuantos discípulos suyos. El Curso está considerado por una parte como punto de partida del estructuralismo y, además, como una obra de gran riqueza y rigor metodológicos. Saussure trató de delimitar con precisión el campo u objeto de estudio de la Lingüística, principalmente centrada en el estudio histórico. Al plantearse este problema, dio un giro considerable a la ciencia del lenguaje, porque tuvo que postular que era prioritario el estudio de la lengua como sistema, con lo cual orientó las investigaciones hacia la sincronía. En síntesis, las posiciones sistematistas (o estructuralistas) derivadas del Curso de Saussure pueden concretarse de la siguiente manera: 1) Una lengua, desde el punto de vista sincrónico (es decir, considerada en un momento de su decurso y haciendo abstracción de la dimensión temporal) es una totalidad que se puede estudiar bajo la forma de un sistema u “organismo”. 2) Esa totalidad es contemplada como una realidad constante y homogénea: desde el punto de vista del lingüista no está sometida a las variabilidades ocasionales del uso. 3) El sistema está formado por diferentes niveles: fonológico, morfológico, sintáctico y léxico. Cada uno de estos niveles agrupa sus propias unidades: fonemas, morfemas, sintagmas y palabras, respectivamente. 4) Dentro de cada nivel, las unidades contraen entre ellas dos tipos de relaciones: las relaciones paradigmáticas, que asocian cada unidad con las de su propia clase (por ejemplo, un artículo con el conjunto de los artículos; una forma verbal con las restantes de su paradigma, etc.); y las relaciones sintagmáticas, que describen las combinaciones posibles (el orden de los elementos y las concordancias, principalmente). 5) Las relaciones típicas entre los elementos de un paradigma son relaciones de oposición o de diferencia: cada unidad se caracteriza por ser lo que las otras unidades no son. Por 166

ejemplo, un artículo definido, singular y femenino (la) tiene su valor en la medida en que es diferente de los otros artículos; una palabra como mediano define su significado por referencia a alto y bajo, etc. Un conjunto de postulados como los anteriores implicaba una serie de operaciones abstractivas muy fuertes (y bastante alejadas de algunas posiciones actuales que centran sus objetivos en el estudio del uso real). La distinción de que partía Saussure dejaba bien claro que una cosa era el “habla” (parole, en francés) y otra la “lengua” (langue). Los hechos del habla eran imprevisibles, personales e irrepetibles, y eso imposibilitaba su estudio científico. En cambio, los hechos de la lengua (como sistema y como conjunto de signos constantes) sí que podían ser materia de estudio. Una concepción de este tipo está, por ejemplo, en la base de la distinción entre fonética y fonología: la primera estudia el sonido real (una i más o menos larga, más o menos intensa, según las circunstancias de uso); la segunda, en cambio, estudia las características invariables del elemento y su valor distintivo (piso / paso). Paralelamente, una expresión como Hoy hace frío debería analizarse teniendo en cuenta los elementos constitutivos y las relaciones paradigmáticas y sintagmáticas entre éstos, y no el tono de voz de la persona concreta que habría emitido esa expresión o sus intenciones irónicas (si lo dice, por ejemplo, en un día especialmente caluroso). El programa de investigación propuesto por Saussure fue asumido, especialmente en Europa, por un nutrido grupo de investigadores de gran relevancia: Nicolas S. Troubetzkoy, Louis Hjelmslev, Roman Jakobson, Émile Benveniste, André Marinet y muchos más. En especial, Roman Jakobson, gracias a su gran capacidad dinamizadora, fue el responsable de la proyección de la metodología estructuralista en campos diversos, como la Filosofía (Althusser), el Psicoanálisis (Lacan) y la Antropología (Lévi-Strauss). También contribuyó decisivamente al estudio lingüístico de la poesía, considerada formalmente como una actividad de elaboración verbal basada en las similitudes 167

paradigmáticas que se proyectan sobre el sintagma o decurso textual (ritmo, rima, reiteración de estructuras, etc.).

La consolidación del descriptivismo en Estados Unidos En Estados Unidos, los planteamientos nuevos de la Lingüística contemporánea se concretaron en la metodología descriptivista (o “distribucionalista”) establecida por Leonard Bloomfield (Language, 1933). Bloomfield, un gran lingüista, edificó su obra sobre el estudio de las “formas lingüísticas identificables”; es decir, los datos que se podían controlar empíricamente. Por ejemplo, no se puede afirmar que una lengua tenga la categoría de género (masculino, femenino y eventualmente, neutro) si no existen formas que la actualicen. En ese sentido, Bloomfield rechazó cualquier concepción mentalista (el mentalismo ingenuo de esos momentos, y no el actual) y optó por basar la Lingüística en la Psicología mecanicista y conductista. La Psicología conductista dominó la Lingüística norteamericana durante un cuarto de siglo y, en síntesis, se consideró que los actos verbales no eran nada más que un tipo de respuesta controlada por los estímulos incidentes en el hablante, según el siguiente esquema:

Desde el punto de vista de Bloomfield, esto significaba que un conjunto de estímulos (1) determinaba la respuesta del hablante (2). Esa emisión verbal se convertía, a su vez, en un estímulo lingüístico (3) dirigido al oyente, el cual realizaba un conjunto de acciones de respuesta (4). Una visión de ese tipo se 168

halla hoy día completamente superada; entre otras razones, porque no tiene en cuenta el estado del organismo que recibe los estímulos. Además, cada persona puede reaccionar (o responder) de manera diferente ante los estímulos procedentes del entorno. Al margen de esas posiciones filosóficas y psicológicas, la metodología del descriptivismo introdujo un nuevo sistema para la clasificación de las unidades de una lengua (fonemas, morfemas, partes de la oración...). El sistema taxonómico del descriptivismo se basó en la sensibilidad contextual de las unidades, de manera que dos o más de éstas se consideraban de la misma clase si tenían idénticas posibilidades operativas, en un contexto dado. Por ejemplo, un elemento pertenece a la clase artículo si puede ocupar la posición marcada ( ___ ) en la serie siguiente: ___ nombre, adjetivo, verbo O bien, una palabra será de la clase nombre si encaja en esta otra serie: artículo ___ adjetivo, verbo Además, y como criterio paralelo, los descriptivistas tomaron en consideración la semejanza formal de las unidades a la hora de establecer las clases de palabras. Evidentemente, rechazaron el mentalismo de las definiciones tradicionales del estilo “el nombre es la parte de la oración que designa personas, animales y cosas” (una definición no pertinente desde el punto de vista de la Lingüística). En cambio, determinaron que la clase nombre, la clase verbo, etc. quedaban definidas, por una parte, por sus posibilidades contextuales, y por otra, por su morfología diferenciada, en cada caso. El formalismo y el funcionalismo, con versiones diferentes, están presentes hoy en la metodología lingüística. Estos “ismos” significan que los estudiosos de una lengua, en el momento de hacer sus clasificaciones, han de tomar en consideración las formas y funciones de los elementos. Por ejemplo, a la hora de determinar si chaqueta y americana pertenecen a la misma clase de palabras (o parte de la oración), el criterio formal, en un primer 169

paso, nos dice que sí, porque flexionan de la misma manera: chaqueta, chaquetas; americana, americanas. En cambio, el criterio funcional permite comprobar que chaqueta es un nombre, mientras que americana puede ser un nombre o un adjetivo, según los contextos de aparición: (1) Se ha comprado una americana (nombre). (2) Se ha casado con una chica americana (adjetivo). El descriptivismo fue la metodología habitual a partir de Bloomfield y fue adoptado por muchos estudiosos, entre los cuales hay que destacar a Charles F. Hockett (A Cours in Modern Linguistics, 1958) y Zellig S. Harris (Structural Linguistics, 1960) profesor de Noam A. Chomsky. Esta metodología formal y funcional se aplicó de manera generalizada a la descripción de muchas lenguas autóctonas americanas. Paralelamente a esta última actividad descriptivista norteamericana, también aumentó el interés por el conocimiento de las relaciones entre lenguas y culturas. Los investigadores más relevantes en este campo fueron Franz Boas (Handbook of American Indian Languages, 1911), Edward Sapir (Language, 1921) y Benjamín L. Whorf (Language, Thought and Reality, 1956). Lo más característico de la Lingüística antropológica es, por un lado, la lucha contra los prejuicios que evaluaban las lenguas en términos de mejores o peores, evolucionadas o primitivas, etc. En ese sentido, Edward Sapir dejó bien claro que cualquier lengua es un “sistema esencialmente perfecto” en el que se concreta la facultad general del lenguaje. Por otra parte, en el marco de esta orientación antropológica surgió la discusión sobre la relación entre lenguas y culturas. En especial, Whorf postuló que las lenguas diferentes nos imponían visiones del mundo también diferentes; como si las lenguas fuesen filtros, de colores y tramas variados, que condicionaban nuestra percepción de la realidad. Pero en estos momentos, y gracias a la ponderación de Sapir, es evidente que las lenguas no son sistemas que determinen las diferencias culturales: éstas parecen depender del entorno, del tipo de educación, de las tradiciones, de las condiciones económicas, etc., más que de las 170

estructuras de las lenguas. Eso sí, a partir de esa discusión ha quedado muy claro que el léxico de cada lengua expresa y conserva las señales de los intereses de cada pueblo, tal como se ha podido constatar al hablar de la cultura indoeuropea.

Los orígenes y el desarrollo de la Gramática generativay transformacional La publicación de Syntactic Structures, de Noam A. Chomsky, en 1957, supuso un cambio radical en los planteamientos de la Lingüística contemporánea. Incluso hay lingüistas que consideran ese año como el punto que marca el nacimiento de la Lingüística como disciplina científica o, al menos, el punto culminante de su desarrollo. El cambio radical se produce porque el centro de atención deja de ser la formulación de la gramática externa: la que se puede deducir de los textos, orales o escritos, de una lengua y que lleva a la clasificación de las unidades. Ahora los objetivos se desplazan hacia el estudio de la gramática interna: el conjunto de conocimientos que tenemos los hablantes y que se manifiestan en el uso competente de la lengua. La lingüística chomskiana (o “Gramática generativa y transformacional”) se basa en dos ideas fundamentales de tipo mentalista: el carácter innato de la facultad del lenguaje y la competencia lingüística del hablante. En cuanto al carácter innato de la facultad del lenguaje, la Gramática generativa considera que una lengua a) es un mecanismo de comunicación y de autoexpresión extraordinariamente complejo; b) se adquiere con mucha rapidez en una época en la que el hablante parece poco consciente de lo que hace; c) se adquiere de manera relativamente independiente de los datos externos (o de los materiales lingüísticos con que cuentan los niños). Si a todo ello sumamos el hecho de que la adquisición atraviesa las mismas etapas en todas las lenguas y además, no olvidamos la existencia 171

de los universales lingüísticos, la consecuencia sólo parece ser una: los humanos llegamos al mundo genéticamente preparados para realizar la impresionante tarea de la adquisición de la lengua o lenguas que encontramos en nuestro entorno. Por tanto, la hipótesis innatista presupone que los hablantes tenemos a nuestra disposición un mecanismo muy rico, ya de entrada, sin el cual no se puede explicar la construcción de una lengua por parte de los niños. Nos hallamos, pues, muy lejos del mecanicismo conductista típico de la generación anterior a Chomsky; a mucha distancia de los que consideraban a los niños como una especie de tabula rasa u hoja en blanco y que postulaban que la adquisición lingüística dependía exclusivamente de los estímulos externos. En cuanto a la segunda idea fundamental, la competencia lingüística del hablante, el conjunto de todo lo que sabe relativo a la lengua y que se manifiesta en el uso creativo de ésta, la Gramática generativa postula que tanto si tiene noticias sobre la existencia de una disciplina denominada “Gramática” como si no, el hablante ha llegado a construirse la gramática interna de la propia lengua. Es el hablante, en primera instancia, quien dispone de las unidades (de diversos niveles) y de las reglas de combinación. Es el hablante, también quien sabe cuáles son las secuencias posibles de la lengua y cuáles son las imposibles, y por tanto quien dictamina sobre la gramaticalidad o agramaticalidad de las expresiones. Por ejemplo, ante las tres secuencias siguientes, el hablante sabe que la primera es la única posible, mientras que las otras dos no están formadas de acuerdo con las reglas que rigen la gramática interna: (1) Los coches nuevos están adornados con lazos rojos. (2) *Los gorjeos hexagonales están engrasados con folios cónicos. (3) *Coches están los adornados nuevos rojos lazos con. La segunda no está bien organizada desde el punto de vista de la convivencia semántica, aunque han sido respetados el orden de los elementos y las concordancias. La tercera está desestructurada en cuanto al orden, aunque los elementos sean 172

los mismos que los de la primera. Todo esto significa que los hablantes sabemos lo que es posible y lo que es imposible y, en consecuencia, la posesión de una lengua no es el dominio de un conjunto cualquiera de elementos que se pueden combinar según la voluntad y el gusto individuales. Al contrario, una lengua es un marco de posibilidades sometidas a reglas muy estrictas: lo podemos decir todo, pero no de cualquier manera. En otras palabras, los sistemas de las lenguas permiten la creatividad, a condición de que se respeten las reglas combinatorias. Así, recuperando un ejemplo ya visto en el capítulo 2, son posibles oraciones como estas cuatro: (1) El sol se pone cada día. (2) Cada día se pone el sol. (3) El sol, cada día, se pone. (4) Cada día, el sol se pone. Pero no es posible: (5) *El sol se cada día pone. En este caso, hemos roto el sintagma se pone, intercalando entre sus elementos otro sintagma, cada día, cosa que va contra las reglas combinatorias del sistema. La Gramática generativa y transformacional, especialmente a partir de Aspects of the Theory of the Syntax, obra que Chomsky publicó en 1965, se plantea como objetivo central la descripción de la competencia lingüística de los hablantes (el diseño de la gramática interna) y, en posteriores formulaciones, estudia el sistema de principios subyacentes a toda lengua (universales); principios que cada lengua modula de acuerdo con sus estructuras (particulares).

La Gramática del discurso y la Etnografía de la comunicación La noción de “competencia”, formulada en el marco de la Gramática generativa, ha sido adoptada por otras líneas de 173

investigación recientes y hoy decimos que los hablantes también tienen “competencia textual” y “competencia comunicativa”. Estas dos extensiones han sido formuladas, respectivamente, por la Gramática del texto o del discurso y por la Etnografía de la comunicación. La Gramática del texto tiene como objetivo principal el estudio de las estructuras supraoracionales denominadas “texto” o “discurso”, tanto en su versión oral como escrita. Estas estructuras estarán formadas, al menos, por dos oraciones; pero pueden llegar a configurarse como textos de considerable longitud. Dentro de este marco, se establece que un texto es la unidad básica de la comunicación y que está caracterizado por su coherencia temática y por su cohesión formal. La coherencia viene dada por la unidad de contenido, mientras que la cohesión depende de las marcas sintácticas que articulan las subunidades del texto. Por ejemplo, en las cuatro muestras que presentamos a continuación, sólo las dos primeras pueden considerarse como textos bien formados, porque en ellas se respetan las condiciones relativas a la coherencia y a la cohesión: (1) El jarrón se ha roto porque se ha caído al suelo. (2) El jarrón se ha roto. Ha caído al suelo. (3) *El jarrón se ha roto porque el teléfono no para de sonar. (4) *El jarrón se ha roto. El teléfono no para de sonar. La primera está bien formada porque entre las dos oraciones constitutivas del texto se ha introducido un conector causal. La segunda también lo está, porque a pesar de la ausencia de una marca explícita, la yuxtaposición de las oraciones permite reconstruir el nexo causal. Pero las dos últimas no pueden admitirse como textos, porque es imposible establecer una conexión entre los contenidos de ambas oraciones. Otra cosa sería si reformulásemos el tercer ejemplo de la siguiente manera: (3 bis) El jarrón se ha roto porque el teléfono no paraba de sonar y me he puesto tan nervioso cuando lo cambiaba de sitio que se me ha caído al suelo. La Gramática del texto toma en especial consideración todo 174

el sistema de marcas de cohesión, como por ejemplo la función de las conjunciones (condicionales, consecutivas, causales, finales...), el papel que tienen en ellas los dícticos (adjetivos demostrativos, pronombres, adverbios...) y también el uso de los artículos definidos e indefinidos. Todos esos elementos son algunas de las herramientas con las que se articulan los textos bien formados. Observemos, por ejemplo, las dos muestras siguientes referidas al uso de artículos: (1) Un hombre salió a la calle. El hombre compró los periódicos en el quiosco de la esquina. (2) El hombre salió a la calle. Un hombre compró los periódicos en el quiosco de la esquina. Solamente con el juego de la determinación y la indeterminación (un... el, en el primer caso; el... un, en el segundo) se ha logrado que el primer texto nos hable de una sola persona, mientras que el segundo se refiera a dos. Una de las consecuencias de la Gramática del texto incide en la producción práctica de los escritos. Hay que tener muy presente que el uso oral de la lengua está ligado a la situación locutiva y que quienes participan en una conversación lo hacen en un lugar determinado, en un tiempo concreto. Por otro lado, es habitual que los hablantes sepan muchas cosas los unos de los otros. Este conjunto de circunstancias hace que la comunicación oral sea muy efectiva y, además, siempre existe la posibilidad de solicitar aclaraciones a los interlocutores en caso de que no se haya entendido algo. En cambio, los textos escritos están privados de situación y presentan, entre otras características, el hecho de que se pueden leer en cualquier lugar y momento; que el emisor y el receptor generalmente son desconocidos y que no existe la posibilidad de preguntar qué significa lo que estamos leyendo. Por todo ello, los textos deben ser perfectamente autosuficientes y al construirlos hemos de tener mucho cuidado para que sean entendidos por los destinatarios de acuerdo con las intenciones con las que han sido elaborados. La Etnografía de la comunicación centra básicamente sus 175

objetivos en el análisis de la conversación. Hay que decir que durante muchos siglos, los estudios lingüísticos y gramaticales habían considerado el texto escrito como el banco de pruebas de sus investigaciones. Fue la Lingüística moderna (y en especial la Dialectología) la que reorientó el objeto de estudio y consideró que la oralidad era la dimensión prioritaria de las lenguas. En esta línea, la Etnografía parte de la hipótesis de que los hablantes tienen competencia comunicativa y que ésta se manifiesta en la práctica de la conversación contextualizada; es decir, en el uso real de la lengua ligado a las circunstancias, también reales, de la vida cotidiana. La competencia comunicativa de los hablantes se concreta en la posesión de un repertorio o conjunto de recursos expresivos con que los hablantes pueden hacer frente a la diversidad de situaciones: desde el discurso formal al informal, gracias a la habilidad para cambiar de registros y de temas (pero los recursos propios de los usos más formales habrán de ser adquiridos expresamente en los ámbitos educativos). El análisis de la conversación demuestra que nuestros intercambios verbales que, aparentemente, parecen espontáneos están sometidos también a regulaciones. Hay maneras de ceder la palabra y formas de tomarla. Hay intervenciones pertinentes y no pertinentes. Hay, además, muchos componentes no verbales en las conversaciones que regulan la distancia entre los hablantes, la posición del cuerpo, la oportunidad de los silencios, etc. Los estudios de Etnografía de la comunicación referidos a las conversaciones investigan en particular las implicaciones de lo que dicen los interlocutores, y cómo lo dicen. Por ejemplo, una expresión como Hoy hace buen día se puede entender sencillamente como una afirmación; pero en determinadas circunstancias puede tener el valor de una petición (o el de la manifestación de un deseo) y será equivalente a Vamos a pasear. En ese sentido, parece que los hablantes no se limitan a hacer afirmaciones o a plantear preguntas; sino que quieren hacer cosas con las palabras: sugerir, pedir, convencer, ordenar, etc. 176

Respecto a la segunda cuestión (cómo se dicen las cosas), una petición de dinero podrá adoptar formas distintas, como por ejemplo: (1) Déjame treinta mil pesetas. (2) No sé si llegaré a fin de mes. (3) ¿Me podrías dejar treinta mil pesetas? (4) Últimamente ando algo justo de dinero. Etc. Como puede comprobarse, existen formas más directas y explícitas y otras más indirectas, pero todas ellas van en la misma dirección, si tenemos en cuenta las intenciones del emisor. Parece que actualmente las investigaciones sobre el lenguaje hacen justicia a la complejidad de su objeto de estudio y se orientan en muchas direcciones. Por un lado, se toma en consideración la unidad de la facultad humana y se elaboran teorías del lenguaje y de los universales lingüísticos que tal vez sean confirmadas en el futuro por las neurociencias. Por otro, aumentan las investigaciones sobre la diversidad lingüística por parte de la Gramática del texto y de la Etnografía de la comunicación; pero también de la Psicolingüística y de la Sociolingüística. Todo ello configura un campo de estudio apasionante y variado sobre la forma humana de comunicación más distintiva: el lenguaje.

Resumen Este último capítulo está dedicado a hacer un breve recorrido por la historia de las ideas y métodos de la Lingüística. Esta dimensión histórica forma parte del bagaje cultural que ha de acompañar a los estudiantes de Letras, y permite lograr la perspectiva necesaria de una rama de las ciencias: la que se ocupa de las investigaciones sobre el lenguaje. En tiempos antiguos encontramos reflexiones sobre las características de las palabras y, sobre todo, sobre los inicios de 177

la construcción gramatical; una actividad que se originó en Grecia y que ha llegado hasta nuestros días. Incluso cabe pensar que dicha actividad gramatical desempeñó un importante papel en los momentos en que se recuperó el espíritu de Grecia y Roma, en el Renacimiento. De la época medieval se ha considerado el nacimiento de las gramáticas filosóficas, y también un par de ejemplos particulares, como el Anónimo islandés, referido a la adaptación de la escritura latina a una lengua no románica, y el tratado de Dante, donde intenta hallar una especie de lengua estándar digna de la actividad literaria. En el Renacimiento se ha visto la proliferación de gramáticas que se ocupaban de las lenguas consideradas “vulgares” y, paralelamente, la existencia de obras en las que se plantean reflexiones sobre los fundamentos del lenguaje. La Ilustración y el Romanticismo nos han permitido destacar un conjunto de obras, a caballo entre la filosofía y el estudio del lenguaje, en las que destacan temas como el origen del habla, las diferencias entre las lenguas y las relaciones entre pueblos, lenguas y culturas. El siglo XIX es la época en que destacan claramente los estudios relativos a la comparación de lenguas (especialmente las indoeuropeas). Es el momento de la elaboración de metodologías que permiten hermanar lenguas alejadas en el tiempo y en el espacio, pero especialmente es la época en la que se construye el método que ha hecho posible la confección de las gramáticas históricas. Finalmente, la Lingüística contemporánea se puede caracterizar por los estudios referentes al sistema de la lengua y por la apertura interdisciplinaria que vincula a la Lingüística con una serie de disciplinas científicas. Esta nueva dimensión ha quedado justificada por las características del lenguaje: un mecanismo de comunicación y autoexpresión extraordinariamente complejo y potente, cuyo estudio requiere la concurrencia de muchas disciplinas.

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Aplicaciones prácticas 1. A continuación tenemos algunas definiciones de las partes de la oración, tal como aparecen en la Téchne# de Dionisio de Tracia, de hace más de dos milenios. Es interesante compararlas con las definiciones que aprendimos en el colegio: nombre: “es una parte de la oración, con terminaciones de caso, que designa una cosa, por ejemplo, piedra, o una acción, por ejemplo, educación, y que se usa en sentido general (hombre, caballo) y también en sentido particular (Sócrates).” verbo: “es una parte de la oración sin caso, que puede expresar tiempo, persona, número, acción o pasión.” pronombre: “es una parte de la oración que se usa en lugar del nombre y designa a personas determinadas.” conjunción: “es una parte de la oración que une los pensamientos en un orden determinado y rellena los huecos del discurso.” 2. A lo largo del capítulo se ha dicho que el escrito de Dante, De vulgari eloquentia, contiene muchas afirmaciones llenas de prejuicios. He aquí algunas opiniones referidas a las hablas de la Romaña: “... en la Romaña hemos encontrado dos vulgares que se contraponen por algunos rasgos de signo contrario que las caracterizan: una de ellas puede considerarse un vulgar afeminado –por la suavidad de las palabras y de la pronunciación– hasta el punto de hacer que un hombre, por muy masculina que tenga la voz, pueda ser confundido con una mujer. (...) Aún hay otro vulgar, tosco y basto de vocabulario y de pronunciación, tan ordinario y zafio que no sólo desnaturaliza a la mujer que la habla, sino que tú mismo, lector, dudarías de si lo que oyes es o no es humano.”

Como se puede comprobar, los prejuicios se enlazan unos con otros como las cerezas. Hoy día, la Lingüística ha suprimido de su discurso este tipo de apreciaciones sobre las lenguas y los dialectos. 3. Sobre el problema de si las lenguas nos imponen una 179

visión del mundo, puede ser útil comparar los siguientes textos. El primero, de Wilhelm von Humboldt, Introducción al Kavi (lengua de la isla de Java), publicado póstumamente en 1836; el segundo, de Edward Sapir (Language, 1921): “Cualquier lengua proyecta una visión particular del mundo (...) y los hombres se rodean de un universo de sonidos para recoger y elaborar en su interior el mundo de los objetos. Estas relaciones que los humanos mantienen con los objetos (...) están delimitadas exclusivamente por la manera como las transmite el lenguaje. Y, en un acto único, construimos el tejido de la lengua y ésta nos construye a nosotros. De este modo dibujamos con la lengua un círculo del que no se puede salir si no es para entrar en otro círculo. Así pues, el aprendizaje de una lengua extranjera debería ser considerado como la conquista de una nueva perspectiva y la reformulación de una visión del mundo que ya teníamos.” “Nos vemos forzados a admitir (puede que a regañadientes) que el entorno se refleja solamente en el vocabulario y que no afecta a ningún otro nivel de la lengua (...). Los cambios culturales proceden, al menos en gran parte, de procesos conscientes. Por el contrario, los cambios lingüísticos se explican por la acción imperceptible de factores psicológicos que escapan a la voluntad y a la reflexión. En estos casos tenemos que deducir que los cambios culturales y los cambios lingüísticos no siguen un mismo ritmo y, en consecuencia, no debemos buscar ninguna relación causal que los vincule.”

4. Con la tabla de Grimm a la vista (ved la página 150), relacionad los siguientes numerales y constatad los cambios regulares que se han producido en éstos. Numerales Griego Inglés dos dúo two tres treis three cinco pente five Suponiendo que el griego mantiene el consonantismo del indoeuropeo y que el inglés da un paso en la rotación consonántica, los cambios son los siguientes: dos: d t 180

tres: t th cinco: p f En todos los casos se trata de cambios regulares, ajustados a la tabla de Grimm. 5. A continuación aparece una serie de palabras latinas con sus correspondencias en catalán y en castellano. Detectad los cambios producidos y relacionadlos con un ejemplo ya conocido (ved la página 151): Latín Catalán Castellano alliu all ajo folia fulla hoja tripaliu treball trabajo cilia cella ceja muliere muller mujer Nos encontramos ante un cambio absolutamente regular, donde un grupo interior latino –li- cambia en catalán a “l” palatal (gráficamente, -ll-) y en castellano a fricativa velar (gráficamente, -j-). Este ejemplo es similar al presentado en el apartado sobre la metodología lingüística en el siglo XIX. 6. De acuerdo con la metodología estructuralista, el conjunto de los artículos (definidos e indefinidos) puede configurarse como un sistema de oposiciones (más que como una lista). Una presentación esquemática del sistema de los artículos es la siguiente (las líneas marcan la oposición):

Eso significa que el y la, ambos singulares, se oponen en lo que respecta al género, tal como sucede con el resto de las 181

parejas en sentido horizontal. A su vez, el conjunto el-la mantiene relación de oposición con el conjunto los-las en cuanto al número (la misma relación opositiva que caracteriza a los grupos de los artículos indefinidos, a la derecha). Finalmente, ambos bloques se oponen en lo que respecta al rasgo “definido / indefinido”. Se trata, pues, de un sistema perfectamente equilibrado. 7. Desde el punto de vista funcionalista, que toma en consideración la capacidad operativa de las unidades lingüísticas y los contextos en que ésta pueden aparecer, las palabras niño y pequeño no se comportan del mismo modo. Las diferencias operativas entre niño y pequeño se pueden comprobar muy fácilmente: (1) La clase de los pequeños tiene mucha luz. (2) La clase de los niños tiene mucha luz. (3) Tiene un perro pequeño. (4) *Tiene un perro niño. Pequeño, según los contextos, será nombre o adjetivo. En cambio, niño sólo es nombre. En consecuencia, tenemos posibilidades de aparición distintas. 8. La agramaticalidad (o las anomalías) de la frase siguiente, *El gorjeo hexagonal está engrasado con folios cónicos se explica, en primer lugar, porque el nombre gorjeo puede admitir adjetivos como bonito o largo, pero en ningún caso hexagonal, porque el canto de un pájaro no tiene “lados”. En segundo lugar, solamente podemos engrasar objetos tangibles, como la pieza de una máquina. Los sonidos y los ruidos son perceptibles, pero no “engrasables”. Finalmente, los folios son bidimensionales y, en cambio, los conos son tridimensionales. Así pues, la frase está mal formada semánticamente, y también lo está desde la perspectiva de nuestro conocimiento de la realidad.

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Glosario adstrato m Lengua que influye en otra y que determina en ésta una serie de cambios, sin llegar a sustituirla. Se manifiesta, en primer lugar, en el léxico mediante los préstamos, y puede llegar a modificar la lengua en otros niveles. El inglés tiene como adstrato principal el francés; el castellano, el árabe y también el francés, entre otras lenguas. arbitrariedad f Característica de las señales que no mantienen ninguna relación natural o necesaria con lo que designan y que, por lo tanto, son el fruto de un pacto o convención. El humo no es arbitrario o independiente respecto al fuego. Unas huellas de zapato en el barro tampoco son arbitrarias como señal de que alguien ha pasado. En cambio, la señal de dirección prohibida es arbitraria o convencional, como lo son las palabras de las lenguas (salvo las onomatopeyas). árbol genealógico m Diagrama que representa las relaciones entre las lenguas de la misma familia; es decir, las que tienen un mismo origen como, por ejemplo, las lenguas indoeuropeas. Estos árboles (invertidos) comienzan en el nivel más bajo (por ejemplo, el de las lenguas románicas vinculadas al latín) y las ramas van subiendo, nudos arriba, hasta las superiores (la rama italogrecocéltica, la rama germánica, la rama indoiraní, etc.), llegando por fin al tronco común a toda la familia (el indoeuropeo). área de Broca f La que se localiza en la parte posterior de la tercera circunvolución del lóbulo frontal del hemisferio izquierdo del cerebro. También denominada área motriz, su papel es esencial en el control de las emisiones lingüísticas. A lo largo de la evolución de los homínidos, parece que ha dejado en el endocráneo marcas cada vez más perceptibles. 188

área de Wernicke f Se encuentra en la parte posterior de la primera circunvolución del lóbulo temporal del hemisferio izquierdo del cerebro. Es el “área sensorial”, responsable principal de la comprensión de las expresiones verbales. autoexpresión f Rasgo constitutivo de la definición del lenguaje que subraya el papel de éste para el individuo, en la medida en que le permite mantener un libre diálogo consigo mismo. Este rasgo se combina y complementa con las otras características, que destacan la dimensión comunicativa o informativa del lenguaje. canal m Vía por la que se transmiten las señales. Puede ser relativamente simple, como es el caso de la comunicación lingüística cara a cara, donde el aire canaliza las señales, o bien ser más complejo y con mecanismos interpuestos (por ejemplo, la comunicación telefónica, por fax o por correo electrónico). cambio m Proceso de evolución de una lengua que puede afectar a diferentes partes del sistema; concretamente, a los niveles fonológico, morfológico, sintáctico y léxico. Las causas del cambio no siempre están claras; pero parece que ciertos factores externos ejercen su influencia. Ejemplo de ello son la lengua que actúa como sustrato en los procesos de substitución lingüística y la presencia de un adstrato. Una de las más destacadas causas internas del cambio podría ser que, en cierta medida, los sistemas lingüísticos se autoregularan. clasificación genética f Ordenación taxonómica de las lenguas que las agrupa según las relaciones de parentesco. Esta relación se representa mediante los árboles genealógicos, donde cada lengua ocupa un punto al lado de las lenguas “hermanas” y debajo del nudo de la lengua “madre”, etc. clasificación tipológica f Ordenación taxonómica que, sin entrar en las relaciones de parentesco, agrupa a las lenguas a partir de determinadas similitudes estructurales como, por ejemplo, la formación de palabras, el tipo de sistema vocálico o el orden de los constituyentes de la oración. Tradicionalmente se distinguen tres tipos: flexivas, aglutinantes y aislantes. código m Dispositivo de traducción o de transferencia, por 189

ejemplo, desde las operaciones mentales del emisor a las palabras de una determinada lengua; desde una lengua al sistema morse o también desde una lengua a las señales cifradas de una escritura secreta. Las lenguas humanas son códigos y contienen los elementos que permiten fijar la información y dejarla preparada para la transmisión. Esta transmisión se realizará con éxito si el elemento receptor también posee ese código, que actúa como clave interpretativa. coherencia f Noción propia de la gramática del texto que plantea la exigencia de una continuidad temática (o de contenido) en las unidades básicas de comunicación llamadas textos. La ruptura de la coherencia produce saltos temáticos no marcados que pueden constituir anomalías desde el punto de vista comunicativo. cohesión f En el marco de la gramática del texto, término que alude a la condición de buena formación de los textos. Una vez garantizada la coherencia temática, la cohesión textual depende del conjunto de elementos formales (conjunciones, deixis, referentes pronominales, etc.) con que se manifiesta y marca la unidad de un texto. competencia f Para la gramática generativa, conjunto de habilidades de los hablantes para producir y entender las oraciones gramaticales de una lengua y para dictaminar qué expresiones no pertenecen a ésta (técnicamente marcadas con un asterisco). La noción de competencia se ha extendido a otros ámbitos de estudio y también hablamos de “competencia textual” y “competencia comunicativa”. comunicación f Proceso de transmisión de información entre una fuente emisora y un destino o receptor. Estos dos elementos se ponen en contacto gracias a las señales físicas que viajan por el canal. El proceso de comunicación se completa en el momento en que las señales han sido descodificadas por el receptor. conductismo m Doctrina psicológica y lingüística que considera al hablante como una tabula rasa (u hoja en blanco), que tendrá que aprender una lengua exclusivamente por 190

referencia a los datos de su entorno lingüístico. El conductismo basa su metodología en el estudio de estímulos y respuestas empíricamente observables y no acepta hipótesis de tipo mentalista o innatista. criollo m Lengua que es el resultado del aprendizaje de un pidgin (ver más abajo) en la segunda generación de hablantes; es decir, entre los hijos de los creadores del pidgin. La constitución de un criollo revela los dinamismos innatos en lo referente a la adquisición de una lengua plena o madura, con todos los elementos y estructuras aptos para la comunicación y la autoexpresión. cuerdas vocales f pl Bandas musculosas que se encuentran a la altura de la nuez. El aire procedente de los pulmones las hace vibrar, produciendo el tono de la voz. En los primates no humanos se encuentran en una zona muy alta, lo cual les priva de un espacio resonador esencial para la producción de la voz. “danza” de las abejas f Sistema de comunicación, determinado genéticamente, con el que una abeja exploradora informa a las demás abejas de la colmena sobre la distancia y la dirección en que se encuentra el néctar, trazando la figura de un ocho (8). La distancia está marcada por la velocidad del baile, y la dirección, por dos factores: 1) el sentido que adopta el vuelo en la zona central del ocho y 2) el grado de inclinación de este segmento en referencia a la parte superior de la colmena. descriptivismo m Metodología lingüística, elaborada sobre todo en Estados Unidos, que estudia las lenguas desde una perspectiva formal y funcional. Desde el punto de vista del descriptivismo, las clases de palabras se delimitan por referencia a los tipos de flexiones de los elementos (flexiones de número, de tiempo, etc.), sobre todo atendiendo a las posibilidades operacionales de éstos. Pertenecen, pues, a la misma clase todos los elementos que puedan colocarse en un mismo lugar de una oración. desplazamiento m Rasgo fundamental del lenguaje que se caracteriza por la posibilidad universal de superar el presente y de hacer alusión al pasado y al futuro. 191

dialecto m Variedad de una lengua adscrita a un territorio, junto a otras variedades también geográficas (y sin ninguna preeminencia entre éstas). Los dialectos pueden haber sido originados históricamente por una diversificación inicial de la lengua, pero la separación geográfica también puede ser la causa de una diferenciación dialectal proyectada en el tiempo. dialectología f Disciplina que estudia los dialectos, su dominio territorial y sus características lingüísticas. La tarea de la dialectología se inicia con la elaboración de encuestas para obtener los datos de la pronunciación y del léxico (principalmente), continúa con los trabajos de campo en los que se pide información a hablantes genuinos y finaliza con la elaboración de mapas dialectales en los que se fijan los datos. diálogo m Tipo de comunicación en el que se alternan las posiciones de emisor y receptor. La conversación o diálogo puede ser bilateral y multilateral (en este caso, con más de dos participantes) y, bajo una apariencia de naturalidad y espontaneidad, se halla regulada mediante indicadores de turnos de palabra, peticiones de intervenciones, señales que indican el mantenimiento del uso de la palabra, invitaciones para que el interlocutor participe, etc. diglosia f Situación de separación funcional que se produce cuando dos variedades de una lengua, o dos lenguas diferentes, se utilizan en ámbitos claramente diversificados. En estos casos, a una de las variedades (o lenguas) se le atribuyen las funciones altas y a la otra, las bajas. Las situaciones de diglosia pueden ser un paso previo que lleve a la lengua “baja” hacia la desaparición. disimulación f Propiedad característica del lenguaje que revela el amplio marco de posibilidades de uso como un instrumento comunicativo muy potente. Las lenguas se pueden utilizar para distorsionar la realidad (la mentira), para decir lo contrario de lo que dicen literalmente las palabras (la ironía) y para crear mundos ficticios. distancia lingüística f Noción con la que se reconocen los diferentes grados de similitud y diferencia entre las lenguas. Por ejemplo, las lenguas románicas se encuentran en una situación 192

más próxima entre sí. En cambio, habría más distancia entre este conjunto de lenguas y las germánicas y más aún entre las románicas y las eslavas. La distancia sería máxima si la comparación se estableciera con las lenguas sinotibetanas o las australianas. dualidad f Característica del lenguaje según la cual todas las lenguas del mundo están organizadas en dos niveles: el nivel del sonido y el nivel del sentido. Cada uno de esos niveles contiene unidades propias, de manera que con las del primero (carentes de significación) se construyen las del segundo (los morfemas y las palabras, que sí la tienen). Esa dualidad está en la base de la productividad lingüística. emisor m y f Persona o mecanismo que codifica y envía un mensaje a un eventual receptor. La emisión, según los diferentes tipos, puede ser de uno a uno, de uno a muchos, de muchos (sucesivamente) a uno, etc. endocráneo m Zona interior del cráneo en la que se reproduce, en negativo, el relieve de la corteza cerebral. En la evolución de los homínidos, estas marcas dejan constancia de la complejidad del cerebro y, en lo referente al lenguaje, de la complejidad de las áreas implicadas en la producción verbal (Broca y Wernicke). estándar m Variedad seleccionada para desempeñar las funciones propias del registro común y culto de una lengua. Se puede obtener a partir de un dialecto prestigioso (por motivos extralingüísticos), aunque también puede ser de tipo compositivo. En este segundo caso, los gramáticos y los lingüistas eligen diferentes soluciones interdialectales, tomando en consideración los usos de, por ejemplo, las instituciones académicas y los escritores. estructuralismo m Metodología lingüística que surge con el Curso de lingüística general, de Saussure, y que postula el carácter sistemático de la lengua. Las unidades de ésta no son nada por sí mismas; más bien se encuentran en redes de relaciones y se definen gracias a un sistema de oposiciones. etnografía de la comunicación f Campo de la lingüística 193

que toma en consideración todos los factores referentes al uso verbal contextualizado (o ligado a las situaciones reales del habla). Dentro de este marco de investigación, el objeto central de la búsqueda se centra en el análisis de la conversación. evanescencia f Rasgo característico de todos los sistemas de comunicación que utilizan la emisión del sonido. Contrasta con las posibilidades de unas emisiones más estables basadas en los gestos estáticos o en la producción de marcas (escritura). La evanescencia o fugacidad presenta ventajas en la medida en que deja el canal libre para la emisión de nuevos mensajes; por eso es un rasgo esencial, que posibilita las conversaciones o los diálogos. familia lingüística f Conjunto de lenguas (agrupables en diferentes ramas) que se consideran relacionadas por su origen común. Es habitual que las lenguas de una misma familia presenten características comunes en el vocabulario básico (numerales, términos de parentesco y nombres de los objetos cotidianos). También es posible que compartan una morfología parecida y estructuras oracionales comparables. formalismo m Metodología de investigación lingüística que, rechazando implícitamente el nocionalismo, concede especial importancia al estudio de las formas de las unidades de una lengua. Gracias al método formal, las clases de palabras (o “partes de la oración”) se pueden organizar atendiendo a semejanzas comprobables; así, el nombre no será la “parte de la oración que designa animales, personas y cosas” (nocionalismo), sino que la clase de “nombre común” estará constituida por todas las unidades de la lengua que tengan flexiones de número y género y que puedan ir precedidas de un artículo. funcionalismo m Metodología lingüística que organiza las clases de palabras atendiendo a las posibilidades operativas de las unidades en el marco oracional. Para el funcionalismo, pertenecen a una misma clase todas las unidades que se comportan de la misma manera; es decir, las que pueden ocupar una posición marcada (AB__DE). función conativa f Función del lenguaje que se centra en el 194

receptor de un mensaje y que prototípicamente está representada por los imperativos como señales con las que se quiere provocar una reacción o conducta. Esta función también se pone de relieve en el uso de expresiones educadas e incluso indirectas. función expresiva f Función del lenguaje que se centra en el emisor de un mensaje y pone de relieve su actitud respecto a lo que dice. Las interjecciones son los elementos característicos con que se manifiesta esta función; aunque, de hecho, cualquier mensaje (incluso los referenciales) da indicios de la expresividad o emotividad del emisor. función fática f Función del lenguaje que se manifiesta en los mensajes cuya finalidad es comprobar si las señales llegan en buenas condiciones al receptor. Con los mensajes fáticos se intenta comprobar si el canal de transmisión continúa funcionando correctamente. función metalingüística f Función reflexiva en virtud de la cual el objetivo de la comunicación se centra en el código mismo, en lugar de hacer alusión a un referente externo. Los mensajes típicos en que se manifiesta esta función se refieren a aspectos gramaticales y a la interpretación del sentido de las palabras. Las gramáticas, los diccionarios, las obras de lingüística, etc., son de tipo metalingüístico. función poética f Función del lenguaje que se centra en la elaboración cuidada de los mensajes que, en primera instancia, llaman la atención por sí mismos, impidiendo de ese modo una conexión rápida con la referencia. Se manifiesta sobre todo en el discurso literario, pero también está presente en los eslóganes de la publicidad, en algunos titulares de prensa y en dichos populares y refranes (por ejemplo, en los que tienen formas versificadas: rimas y ritmos). función referencial f Función estrictamente informativa del lenguaje. Se manifiesta cuando a una señal le corresponde inmediatamente un significado, prácticamente sin interferencias de las otras funciones. geolingüística f Disciplina que estudia la adscripción 195

territorial de las lenguas y de los dialectos del mundo y que también considera las estadísticas sobre el número de hablantes. Estas estadísticas se basan en los datos de los censos. gramática del texto f Campo de la lingüística que considera muy estrecho el marco oracional y lo ensancha hacia unidades de un alcance mayor: los textos o discursos, como entidades sobre las que se basa la comunicación. Dos características fundamentales de los textos bien formados es que se ajustan a las condiciones de coherencia y cohesión. gramática generativa y transformacional f Teoría lingüística que parte de la hipótesis innatista (según la cual los hablantes llegan al mundo preparados para la adquisición de una lengua) y que postula la unidad del lenguaje sobre la base de la investigación de los universales. Considera la gramática interna de los hablantes como un sistema de reglas muy restrictivo que permite la creatividad, es decir, la producción de un número no finito de expresiones. icono m Tipo de señal que basa su capacidad informativa en la semejanza. Entre la señal y lo señalado (la referencia) hay, pues, una relación imitativa. Los iconos pueden ser visuales y también sonoros (en las lenguas, es el caso de las onomatopeyas). idiolecto m Dentro del marco de una lengua, y de un dialecto de ésta, conjunto peculiar de los usos verbales de un hablante concreto que muestra preferencias recurrentes con relación a ciertas expresiones (refranes, dichos populares, clichés, etc.), y también en lo referente a determinadas elecciones de vocabulario, tipos de estructuras sintácticas, entonación, discurso directo o indirecto, etc. indicio m Tipo de señal que basa su capacidad informativa en una relación de causa y efecto, en el sentido de que éste segundo da noticia de la primera. Los indicios son muy potentes desde el punto de vista de la comunicación, pero carecen de utilidad para formar secuencias de señales. Un tipo especial de indicios de gran importancia en la práctica médica son los llamados síntomas. 196

innatismo m Teoría que defiende la predisposición genética de los humanos en lo referente a la adquisición del lenguaje. La hipótesis innatista basa sus argumentos en la celeridad con que los niños llegan a dominar un sistema expresivo muy complejo, hecho que no puede explicarse por la simple exposición a los datos. intercomprensión f Capacidad de comunicación fluida entre diferentes hablantes. Es uno de los factores determinantes que sirven para evaluar si dos formas de habla se pueden considerar pertenecientes a la misma lengua. Pero este factor es de tipo gradual, de manera que la intercomprensión es una cuestión de más y de menos. isoglosa f Línea con la que se marcan en los mapas dialectales las diferencias lingüísticas entre dos territorios consecutivos. Las diferencias pueden afectar a la pronunciación y al léxico, principalmente. Dentro del espacio marcado por una isoglosa, hay identidad de los rasgos estudiados. lengua f Sistema de recursos verbales (fonológicos, morfológicos, sintácticos y léxicos) sustancialmente homogéneos que, interiorizados por todos los miembros de una comunidad, permiten un grado razonable de intercomunicación lingüística. lengua aglutinante f Tipo de lengua en la que cada morfema, constitutivo de la palabra, tiene un significado específico. En las lenguas románicas, el sistema de afijación (prefijos y sufijos) es de tipo aglutinante (reprivatización). lengua aislada f La que no se puede incluir en un árbol genealógico porque no se conocen otras lenguas de la misma familia. El vasco es una de ellas. No obstante, este aislamiento no significa que no tuviera lenguas hermanas en el pasado (o puede que incluso en el presente, pero desconocidas). Lo que ocurre es que estas lenguas aisladas pueden ser el último representante vivo de una familia extinguida. lengua aislante f La que presenta los constituyentes de la oración como elementos independientes y sin morfemas flexivos. El chino es el ejemplo clásico de este tipo de lenguas. 197

lengua flexiva f La que integra diferentes informaciones morfológicas en una misma forma que ya no se puede segmentar (en contraste con las lenguas aglutinantes, donde cada información se asigna a una sola forma). El sánscrito, el griego y el latín son lenguas flexivas. lengua franca f Generalmente, lengua de contacto entre personas o grupos de habla diferentes que desempeña la función de interlengua, o de vehículo de comunicación, especialmente a efectos comerciales. Esta lengua se suele construir con materiales de otras lenguas, en un proceso de convergencia. Extensivamente, hablamos de lengua franca para referirnos a una lengua, por ejemplo el inglés, que de hecho desempeña esta función de interlengua. lenguaje m Sistema de comunicación y de autoexpresión, de base vocal-auditiva, propio y exclusivo de los seres humanos. Este sistema consta de un léxico arbitrario o convencional y, además, de unas reglas combinatorias (sintaxis) que permiten la construcción de una cantidad de secuencias en principio infinita. El lenguaje, como facultad única y común a la especie humana, se concreta en alguna de las aproximadamente seis mil lenguas que hay en el mundo. lugar m Uno de los tres factores principales (junto con los participantes y el tema) que determinan la selección del registro apropiado a las circunstancias del uso lingüístico. Las diferencias en lo referente al lugar (público o privado) condicionan al hablante a la hora de elegir o bien una variedad elevada o solemne (aulas universitarias, salas de juicios, etc.) o bien una variedad baja, popular o coloquial. mapa dialectal m Mapa en el que se marcan las diferencias lingüísticas referentes a la pronunciación y al léxico. En este tipo de documento se numeran las localidades, incluyendo junto a cada número las formas propias del lugar. Esta tarea es anterior a la determinación de las isoglosas con las que se señalan los espacios de cada dialecto. mapa lingüístico m Representación simbólica de la adscripción territorial de las lenguas y de los dialectos. Los 198

mapas lingüísticos pueden abarcar todo el mundo, si lo que se pretende es presentar una panorámica general de las lenguas; pero también se pueden circunscribir a áreas menores (un continente, un estado) e incluso representar una zona dialectal concreta. método historicocomparativo m Conjunto de técnicas con las que se comparan lenguas para establecer sus relaciones genealógicas y organizar, de esta manera, las familias lingüísticas del mundo. El método incluye la consideración de las leyes fonéticas que regulan el cambio, la acción de la analogía y también los factores de interferencia entre lenguas. mensaje m Conjunto de señales que vinculan al emisor y al receptor, si ambos coinciden en el mismo código. El mensaje es un complejo informativo que tiene que viajar por el canal y afectar a alguno de los centros sensoriales del receptor: la visión, el oído, el olfato, etc. Los mensajes lingüísticos son básicamente de tipo oral-auditivo; secundariamente también son visuales, como sucede con la escritura. onomatopeya f Sonido o serie de sonidos con los que se quiere hacer referencia a algunas realidades reproduciendo sus ruidos (quiquiriquí, tic-tac, guau-guau). Son los únicos signos icónicos o imitativos de las lenguas y, en todos los casos, se adaptan a las posibilidades del sistema sonoro de cada una; por ello varían de lengua a lengua. paleoantropología f Campo de investigación multidisciplinar (reúne a arqueólogos, biólogos, antropólogos, químicos, etc.) que estudia los orígenes y la evolución de los homínidos a partir de restos fósiles. participantes m pl Uno de los factores fundamentales (junto con el lugar y el tema) que influyen en la selección del registro adaptado a las condiciones de los oyentes. Pueden ser o bien expertos en la materia, o bien legos, lo cual lleva al hablante a escoger una variedad más o menos formal y más o menos didáctica, respectivamente. pidgin m Semilengua resultante de un contacto lingüístico en el que hablantes de diferentes lenguas se ven obligados a hablar 199

la propia de los pueblos colonizadores. Esta lengua presenta las características típicas de una mezcla: léxico de la segunda lengua y fonética, elementos de relación y estructuras sintácticas de la primera. planificación lingüística f Conjunto de medidas que se toman para constituir una modalidad estándar y difundirla. La planificación consta de dos etapas: la primera es la planificación del corpus o de tipo de lengua que se tendrá que proponer como variedad común, apta para desarrollar las funciones altas. Esta primera etapa se suele concretar en la confección de una gramática y un diccionario normativos. La segunda fase implica la toma de medidas que fomenten la generalización del uso social en todos los ámbitos; principalmente, la administración, la enseñanza, las actividades económicas y los medios de comunicación. productividad f Rasgo esencial que destaca la ausencia de límites en lo referente a la producción de mensajes. La dualidad, combinada con las posibilidades que ofrece la sintaxis, abre las vías de la elaboración de secuencias lingüísticas siempre nuevas en relación con cualquier necesidad expresiva. receptor m Destinatario (persona o mecanismo) de un mensaje. Es el punto de llegada en el que se realiza la descodificación o interpretación de la señal o conjunto de señales. referente m En algunos casos, información que suministra el mensaje: el significado o complejo de significados articulados por las señales. También se suele hablar de referente para hacer alusión a las cosas o sucesos del mundo real que se designan gracias a un mensaje determinado. reflexividad f Característica definitoria del lenguaje que hace alusión a la posibilidad de utilizar una lengua para hablar de la misma lengua. Las gramáticas y los diccionarios se basan en la capacidad metalingüística de las lenguas. registro m Variedad social de una lengua, que representa una adaptación del sistema a las circunstancias reales del uso y, concretamente, que está determinada por factores como el tema, 200

los participantes y el lugar. Puede ser formal o informal, en función de las características de los actos comunicativos. relación paradigmática f Vínculo que se establece entre las unidades de una misma clase y que son mútuamente sustituibles. En el nivel fonológico, /p/ y /b/ mantienen relaciones paradigmáticas porque se pueden sustituir en palabras como pata y bata. En el nivel léxico, alto y bajo también pertenecen al mismo paradigma: Es muy alto y Es muy bajo. Dentro de un paradigma, la relación entre las unidades es de oposición, tal como establece el estructuralismo. relación sintagmática f Vínculo existente entre las unidades del discurso o texto. Ordinariamente, las unidades que contraen este tipo de relación pertenecen a paradigmas diferentes y no mantienen relaciones de oposición, sino de convivencia: artículo + nombre + adjetivo + verbo intransitivo. Esta cadena sintagmática se puede rellenar respetando las concordancias y el orden de los elementos. Por ejemplo: El coche rojo derrapa. semanticidad f Rasgo característico de todos los sistemas de comunicación en los que cada señal física lleva una carga informativa. Se utiliza especialmente para hacer referencia a la propiedad de aquellos sistemas que tienen una dimensión conceptual, de manera que un “significante” está asociado con un “significado” estable. señal f Elemento físico (y perceptible por los sentidos) que no nos habla de sí mismo, sino de otra realidad sobre la que informa. Una señal es, pues, un elemento mediador que tiene que ser sobrepasado, y es así como desarrolla su misión. Las señales se clasifican de manera tripartita: indicios, iconos y símbolos (este último grupo incluye las señales o signos lingüísticos). signo lingüístico m Entidad que tiene dos caras: el significante, o forma, y el significado, o contenido. La relación de estas dos dimensiones es arbitraria o convencional y por eso los signos lingüísticos se clasifican dentro de los símbolos. El carácter convencional del signo lingüístico permite la alusión a las realidades y hechos del mundo físico y también a las 201

construcciones puramente mentales o abstracciones. símbolo m En la tripartición de Pierce, tipo de señal cuya capacidad informativa se basa en una pura convención, de manera que entre la señal y su referencia no hay ninguna vinculación causal (indicios) o de parecido (iconos), sino estrictamente arbitraria y fruto de un pacto, tanto si éste es explícito (símbolos de la lógica) como tácito (palabras de las lenguas). sintaxis f Nivel lingüístico que hace posible la concatenación de los signos gracias a factores como, por ejemplo, la regulación del orden de aparición de los elementos, las concordancias, etc. En las lenguas, la sintaxis es un elemento capital en la dimensión informativa porque suministra las pautas mediante las cuales se puede organizar la secuencia de las señales. De esta manera la sintaxis regula las construcciones ajustadas a las características del código gramatical, común al emisor y al receptor de los mensajes. sistema m Conjunto de elementos (dos como mínimo) que mantienen entre sí relaciones de oposición. Los sistemas no son, pues, listas de entidades desordenadas, sino complejos de unidades que configuran una red orgánica. Dentro de un sistema, cada elemento se define por la posición que ocupa en relación con los otros elementos (y al margen de estas relaciones no es nada). sustitución f Fase final de un proceso de diglosia, en la que una lengua llega a imponerse a otra hasta hacerla desaparecer. En este caso, la sustitución implica que los hablantes de una lengua la han dejado de utilizar y no la han transmitido a la generación siguiente. Una situación como ésta va precedida de unas etapas en las que la lengua superviviente habrá ocupado paulatinamente todas las funciones de la lengua que desaparece, conquistando así la condición de lengua de prestigio. sustrato m Conjunto de elementos lingüísticos (fonéticos, morfológicos, sintácticos y léxicos) que la lengua desaparecida ha dejado en la lengua resultante una vez finalizado un proceso de sustitución. Parece que el sustrato es uno de los 202

determinantes del cambio lingüístico. tema m Uno de los factores fundamentales (junto con el lugar y los participantes) que determinan la elección del registro apropiado a las condiciones reales de uso de una lengua. El tema puede condicionar la elección de un registro formal o informal, según el caso. Son ejemplos de ello la disertación culta sobre temas científicos y la conversación popular sobre temas deportivos, respectivamente. transmisión radial f Propiedad del sonido de expandirse en todas las direcciones del espacio. Esta característica hace que los sistemas de comunicación basados en la producción de sonidos sean especialmente eficaces, porque no necesitan que el receptor se encuentre en un punto determinado del espacio (lo cual no sucede con los sistemas gestuales). universal lingüístico m Propiedad común a todas las lenguas del mundo que, teóricamente, delimita las fronteras dentro de las cuales se insertan las lenguas posibles. Los universales pueden ser generales (dualidad, productividad, etc.) o estructurales. Éstos presentan la forma siguiente: “Todas las lenguas tienen la propiedad X”. Un conjunto de universales puede ser concebido como una serie de afirmaciones que pueden estar en correlación con las estructuras de la mente. vía vocal-auditiva f Circuito propio de la comunicación oral (y especialmente, de la comunicación lingüística). Se inicia con la emisión de la voz (posterior a la elaboración mental de los mensajes) y finaliza con la audición (y posterior comprensión mental).

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Notas [1] Por convención, las construcciones agramaticales (7), (8) y (9) van precedidas de un asterisco como marca de anomalía. [2] La unión de los elementos ev / ler / i / den da la forma everlinden, que incorpora una n (tras la i), consonante que se añade habitualmente al posesivo de tercera persona.

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