Intentionslose Parteinahme : zum Verhältnis der Kunst und Literatur zur Gesellschaft im Bann der Naturbeherrschung und Rationalisierung bei Theodor W. Adorno 9783631444368, 3631444362

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Intentionslose Parteinahme : zum Verhältnis der Kunst und Literatur zur Gesellschaft im Bann der Naturbeherrschung und Rationalisierung bei Theodor W. Adorno
 9783631444368, 3631444362

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DESCRIPCIÓN DE GRECIA L IB R O S III-V I

INTRODUCCIÓN, TRADUCCIÓN Y NOTAS DE

MARÍA CRUZ HERRERO INGELMO

fk E D IT O R IA L

GREDOS

BIBLIOTECA CLÁSICA GREDOS, 197

A sesor p ara la secció n griega: C a r l o s GARCÍA GüAL. S egún las norm as de la B. C. G ., la trad u cció n de este v olum en ha sido rev isad a p o r FRANCISCO JAVIER GÓMEZ ESPELOSÍN.

© EDITORIAL GREDOS, S. A. Sánchez Pacheco, 81, Madrid, 1994.

Depósito Legal: M. 21178-1994.

ISB N 84-249-1650-6. O bra com pleta. ISB N 84-249-1656-5. Tom o II. Impreso en España. Printed in Spain. Gráficas Cóndor, S. A., Sánchez Pacheco, 81, Madrid, 1994. - 6662.

LIBRO IV

MESENIA

SIPNOSIS

1. Mesenia: el nombre de Mesene. Introducción en Mesenia de los Misterios. 2. Historia mítica de Mesenia. 3. Historia mítica de Mesenia. Los dorios en Mesenia. 4. Envío por primera vez a Apolo de Délos de un sacrificio y un coro de hombres. Comienza la Primera Guerra Mesenia. 5. Causas de la Prim era Guerra M esenia que aducen mesenios y lacedemonios. Primer ataque de los lacedemonios; toma de la ciudad de Anfea. 6. N ombre de la Guerra M esenia. Los escritores de esta guerra: Riano de Bene y Mirón de Priene. Asamblea de los mesenios ante la toma de Anfea. 7. Primera Guerra Mesenia. 8. Descripción de la batalla. 9. Los mesenios se refugian en el Itome. Envían a Tisis a Delfos a consultar el oráculo. Aristodemo ofrece a su hija y después la mata. 10. Los lacedemonios marchan contra el Itome. M uerte de Eufaes. Eligen rey a Aristodemo. 11. Batalla de Itome. 12. Oráculos. 13. M alos presagios. Fin de la Prim era Guerra Mesenia. 14. Parte de los mesenios emigra. Mesenia es sometida. Aristómenes incita a la rebeldía. 15. La Segunda Guerra Mesenia: fecha, batalla de Deras. Tirteo. Preparativos para la batalla del Túmulo del Jabalí.

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16. Sacrificios de los adivinos previos a la batalla del Túmulo del Jabalí. Hechos de Aristómenes en esta batalla. Su escudo. Saqueo de Faras. Incidente de las muchachas de Carias. 17. Incidente en el santuario de Deméter en Égila. Los lacedemonios sobornan al rey de los arcadios, Aristócrates, y después re­ ciben su castigo. Batalla de la Gran Fosa. Sitio de Hira. 18. Los m esenios del Hira saquean Lacedem onia y M esenia. Aristómenes es hecho prisionero y escapa. 19. Aristómenes cae de nuevo prisionero. 20. Último oráculo sobre la m ina de Mesenia. Un adulterio preci­ pita la toma del Hira. 21. Toma del Hira y fin de la Segunda Guerra Mesenia. 22. Los arcadios acogen en el monte Liceo a los mesenios que se retiran del Hira. Plan de Aristómenes para tomar Esparta. Trai­ ción de Aristócrates. 23. Una parte de los mesenios se convierten en hilotas, otros se van a Cilene, para desde aquí ir a fundar una colonia: M esene en Sicilia. Santuario de Heracles Manticlo. 24. M uerte de Aristómenes. Sublevación de los hilotas en el monte Itome. Salen del Itome por capitulación para habitar Naupacto. 25. Los mesenios de Naupacto luchan con los acamamos de Eniadas. 26. Los mesenios son expulsados hacia Regio y Libia. Restauración de Mesenia por Epaminondas. 27. La causa de la cólera de los Dioscuros contra Mesenia. Oráculo de Bacis. Los misterios son copiados. Reconstrucción de Mesene. 28. En la Guerra Focidia los mesenios son atacados de nuevo por los lacedemonios. Los mesenios se hacen aliados de Filipo. Con­ quistan Élide mediante un engaño parecido al de Homero. 29. Guerra de los mesenios con Demetrio de Macedonia. Los m e­ senios no entran a formar parte de la Liga Aquea. Los mesenios acogen a los arcadios huidos de Megalópolis. M esenia es so­ metida a la Liga Aquea. 30. Abia, Faras. Digresión sobre la diosa Tique. 31. B osque sagrado de A polo Carneo. T uria. Calam as. Limnas. Fuentes del Pamiso. Mesene: el Itome y el Eva, murallas, ágora, santuarios. Veneración de Ártemis Lafria y de Ártemis Efesia. Templo de Ilitía, mégaron de los Curetes. Santuarios de Deméter y de Asclepio. Templo de Mesene con pinturas.

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32. Las imágenes del hierotesio. Las imágenes del gimnasio. Tumbas de Elidas y de Aristómenes. Intervención de éste en Leuctra. 33. Mesene: cima del Itome, fuente Clepsidra. Zeus Itomatas. Herma en la puerta de M egalópolis. Río B alira y Tám iris. Llanura Esteniclaria. Bosque Carnasio. Ruinas de Andania. Policne. Ríos Electra y Ceo. Dorio. 34. El río Pamiso. Digresión sobre animales de río. Río Biante. Fuen­ te Platanistón. Corone: nombre y curiosidades; templos. Colónides. Asine: historia. 35. M otone: historia; templo de Atenea Anemótide, santuario de Ártemis. Digresión sobre fuentes maravillosas. 36. Promontorio de Corifasio, Pilo. Isla Esfacteria. Ciparisias. Aulón. Río Neda.

La frontera entre M esenia y la par­ te de ella adjudicada por el em pera­ dor a L aconia es, hacia G erenia, un valle llamado en nuestro tiempo Querio. D icen que esta región, que estaba desierta, la ocuparon lo s prim eros habitantes así: al m orir L é le g e, que era rey de la actual L aconia, en ton ces llam ada L e le g ia por él, M iles, que era el m ayor de lo s hijos, recibió el reino. P olicaón era el más joven y por ello una persona pri­ vada hasta que tom ó por mujer a M esene, hija de Tríopas, hi­ jo de Forbante, de A rgos. M esene, orgu llosa por causa de su padre, que estaba a la cabeza de los griegos de en tonces en categoría y poder, no consideraba ju sto que su marido fuese una persona privada. Reunieron fuerzas de Argos y de Lacedemón y vinieron a esta región, y todo el país tom ó el nombre de M esen e por la mujer de P olicaón. Fundaron entre otras ciu ­ dades aquella en la que fue construido el palacio, Andania. A ntes de la batalla que lo s tebanos sostuvieron contra los lacedem onios en Leuctra [371 a. C.] y la fundación de la M e­ sene de nuestro tiem po al pie del Itome, creo que ninguna ciu­ dad se llam ó antes M esene. Lo deduzco principalm ente por los versos de H om ero En efecto, en el C atálogo de los que fueron a Ilión cita a P ilo, a Arene y a otras, pero no llam a a ninguna ciudad M esene; y en la O d ise a 2 parece que los m e­ sem os eran una nación y no una ciudad por lo siguiente: Mesenia: e l nombre de Mesene, Introducción en M esenia de los Misterios

1 ¡liada II 591 ss. 2 O disea X X I 18.

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P u es h om bres m esem os se llevaron o v e ja s de íta c a . L o d ice todavía m ás claram ente a p rop ósito d el arco de ífito: E llos dos se reunieron en M esenia en casa de O rtíloco 3. Con la casa de Ortíloco quiere decir la ciudad de Feras en M ese­ nia, y él m ism o explicó esto en la visita de Pisístrato a M enelao: Fueron a Feras a casa de D iocles, hijo de O rtílo co 4. Los prim eros que reinaron en esta región fueron Policaón, hijo de L é le g e, y M esene, su mujer. A esta M esen e lleg ó de Eleusis Caucón, hijo de C eleno, hijo de F lío, trayendo los m is­ terios de las Grandes D iosas. Los atenienses dicen que el pro­ p io F lío era hijo de Gea; y con ello s está de acuerdo el himno de M useo a D em éter, com puesto para lo s Licóirtidas Pero los m isterios de las Grandes D io sa s L ic o 6, el hijo de Pandión, m uchos años después de C aucón, los lle v ó a m ayor dignidad; y todavía llaman Encinar de L ico al lugar donde pu­ rificó a los iniciados. Que en este país hay un encinar llam ado de L ico fue escrito por R iano de C reta-?: 3 O disea X X I 15 y 16, 4 O disea II I4 8 8-489. 5 Cf. I 22, 7. Los LicÓmidas eran una importante fam ilia ateniense de Flía que celebraba el culto de los m isterios. F lío es epónim o de Flía. Caucón es un personaje m ítico unido a Trifilia ( P a u s a n i a s , V 5, 5). Celeno parece una variante de Coleno (34, 5) y de Celeo ( 1 14, 2), padre de Triptólemo, que llev ó los m isterios al P eloponeso. 6 Hermano de E geo, sacerdote y adivino fam oso. Se le atribuye la fun­ dación del culto de Apolo Licio. Pausanias “eleusiniza” los ritos de Andania. 7 F G rH ist 265 F 45. Riano de Creta fue contemporáneo de Eratóstenes (275 a. C.). Com enzó su vida com o esclavo y supervisor de una escuela de lu­ cha, antes de convertirse en gramático y poeta, de gran im portancia y exten-

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Junto a l esca b ro so Eleo, p o r en cim a d e l en cin ar de Lico. Que este L ico era hijo de Pandión lo muestran los versos 7 que están en la estatua de Metapo, que hizo algunos cambios en los misterios. Metapo era ateniense de nacim iento, iniciador de los misterios y fundador de toda clase de ritos. Éste también es­ tableció los m isterios de los Cabiros entre los tebanos, y ofren­ dó en la cap illa de los L icóm idas una estatua-retrato con una in scr ip ció n 8, que entre otras cosas d ecía todo lo que contri­ buye a la credibilidad de mi relato: S a n tifiqu é las m o ra d a s de H erm es y lo s cam in os 8 de D e m é te r y de su p rim o g én ita C ore, don de dicen que M esene estableció p a ra las G randes D io sa s una fie sta d e l descendiente de Flío, d e l fa m o so vástago Cauconíades. H e a d m ira d o cóm o L ico, hijo d e P andión, to d o s lo s sa g ra d o s rito s de Á tica lo s in stitu yó en la p ru d en te A ndania. E sta inscripción m uestra que a M esen e vin o Caucón, que 9 era d escen d ien te de F lío, y m uestra tam bién con respecto a Lico, entre otras cosas, que los m isterios estaban antiguamente en A ndania. A m í m e parece verosím il que M esene estab le­ ciera lo s m isterios donde vivían ella y P olicaón y no en otra parte.

so influjo. Adem ás de hacer una edición de H om ero, escribió epigramas y poem as épicos: una H era k leia en catorce libros y los poem as Thessaliká, Achaiká, Eliaká y Messeniká, éste muy utilizado por Pausarías para este libro (cf. F r a z e r , III, págs. 411 s., y P a p a c h a t z is , III, págs. 7 -11). Hay que si­ tuarlo, pues, a finales del s. iii a. C. 8 P r e g e r , 155. Para los Cabiros de Tebas cf. IX 25, 5 ss.

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C om o q u ise enterarm e con gran afán de lo s h ijos que tuvo P olica ó n H istoria mítica de Mesenia de M esene, le í las llam adas Eeas y el poem a Naupactia, y además todas las g en ea lo g ía s de C in etón y A sió . Sin embargo, ellos no dicen nada respecto a esto, aunque sé que las Grandes Eeas dicen que P olicaón, hijo de B utes, se casó con E vecm e, hija de H ilo, hijo de H eracles, pero no hacen refe­ rencia al m arido de M esen e y a la propia M e se n e 9. A lgún tiem po después, cuando ya no viv ía ninguno de los d escen dientes de Policaón y habían transcurrido, en m i o p i­ n ión , no m ás de c in c o g en er a cio n e s, llam aron com o rey a P eñ eres, hijo de E olo. Fue a verle, según dicen los m esenios, M e la n eo , exp erto arquero y por esto co n sid er a d o h ijo de A polo. Perieres le asignó una parte de la región para que v i­ viera en ella: el Carnasio, llam ada en tonces E calia, nom bre que dicen lo tom ó la ciudad de la mujer de M elaneo. La m ayor parte de los asuntos de Grecia son objeto de dis­ puta. L os tesa lio s d icen que el E uritio, que es un lugar d e­ sierto en nuestro tiem po, era antiguam ente una ciudad y se llam aba Ecalia, pero C reófilo en su H e ra clea 10 está de acuer­ do con el relato de lo s de Eubea; y H ecateo de M ileto 11 e s ­ crib ió que E ca lia está en E scío , una parte d el territorio de 9 La epopeya Naupactia, de un tal Carcino de Naupacto, relataba diversos pormenores de la expedición de lo s Argonautas. Cinetón y A sió, poetas ar­ caicos, com pusieron epopeyas en tom o a H eracles y sabem os que eran ge­ n ea ló g ica s. Las E ea s so n historias de madres de héroes com p uestas por H esíodo. El fragmento al que aquí se alude es el 2 5 1 (b) de M e r k e l b a c h W e s t . El P olicaón , hijo de H ilo, que se casó con E vecm e, es distinto del Policaón esposo de M esene, hijo de Lélege. 10 Fr. 2 de K ín k el. Creófilo de Samos es un poeta épico del s. vm a. C., al que se le atribuye La Toma de Ecalia. H eraclea sería una variante del título, pues circulaban en esta época otros poem as sobre Heracles con el título de H eraclea, que tenían com o tema otros episodios de este héroe, por lo que no es extraña la confusión. H F G rH ist 1 F 28.

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Eretria. Los m esen ios parece que defienden en conjunto una versión m ás verosím il que aquélla, sobre todo a juzgar por lo de los h uesos de Éurito, y que expondré d e sp u é s12. Perieres tuvo de G orgófone, la hija de Perseo, a A fareo y Leucipo, y cuando murió Perieres, ello s heredaron e l reino de M esenia. Pero A fareo tuvo más poder. Cuando fue rey, fundó la ciudad de A rene, llam ada así por la hija de Ébalo, su mujer y al m ism o tiem po hermana de la m ism a madre, pues G orgó­ fone se había casado con Ébalo. He contado ya su historia en mi relato de la A rgólide y de L a c o n ia 13. A sí pues, Afareo fundó en M esenia la ciudad de Arene, y a N eleo, hijo de Creteo, hijo de Eolo, y llamado hijo de Posidón, que era prim o su yo y que huía de Y o lc o por P elias, lo reci­ b ió en su casa y le dio la zona costera de la región, en la que estaba, entre otras ciudades, Pilo, donde N eleo se estableció y fundó su palacio. A Arene llegó también Lico, hijo de Pandión, cuando también él huía de su hermano E geo de A tenas. E nseñó los ritos sagrados de las Grandes D io sa s a A fareo, a sus hijos y a su m ujer A rene. L o s trajo a A nd ania y se lo s en señ ó , porque C aucón aquí había iniciado a M esene. D e los hijos de Afareo el mayor y más valiente era Idas y el m ás jo v en L inceo, del que Píndaro dijo |4, si es que se puede creer, que su vista era tan penetrante que in clu so veía a tra­ v és del tronco de una encina. N o sabem os que naciera ningún hijo de L inceo, pero Idas tuvo de Marpesa una hija, llamada Cleopatra, que se casó con M eleagro.

12 IV 3 3 ,5 . 13 II 21, 7; III, 1 ,4 . 14 N em eas 10, 61. Idas y L in ceo participaron en la exp ed ición de los Argonautas, en la caza del Jabalí de Calidón y lucharon contra sus primos Castor y Pólux.

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El autor de los Cantos C ip rio s15 dice que la mujer de Protesila o , el que, cuando lo s grieg o s arribaron a Tróade, fu e el prim ero que se atrevió a desembarcar, se llam aba Polidora y era hija de M eleagro, hijo de E neo. S i esto es verdad, estas tres m ujeres, com en zan d o por M arpesa, se su icidaron a la muerte de sus maridos. C uando lo s hijos de A fareo libraH istoria mítica de ron una batalla por lo s bueyes contra Mesenia. los D ioscuros, que eran sus prim os, y Los dorios Polideuces dio muerte a L inceo e Idas en M esenia m urió herido por un rayo, la casa de Afareo se v io privada de toda la su cesión m asculina, y recayó en N éstor, hijo de N ele o , el gobierno sobre todos lo s m ese­ m os y lo s anteriores súbditos de Idas, excep to los que esta ­ ban som etid os a lo s hijos de A sclep io. E fectivam en te e llo s dicen que lo s h ijos de A sclep io que fueron a T roya eran m e se n io s , p u es A s c le p io era h ijo de A rsínoe, hija de L eucip o y no de Corónide,; y a un lugar en M esenia sin habitantes lo llaman Trica y citan unos versos de H o m e r o 16 en los que N éstor está cuidando afectuosam ente a M acaón, herido por una flech a. N o hubiera podido mostrar tanto afecto si no se tratara de un v ecin o y rey de un pueblo hermano. Pero la principal confirm ación para su relato de los A sclepíadas es que muestran un sepulcro de M acaón en Gerenia y el santuario de lo s hijos de M acaón en Feras. A l terminar la guerra contra Ilión y morir Néstor después de regresar a casa, la exp ed ición de los dorios y el retorno de los 15 Fr. 14 de K inkel. Los Cantos C iprios son una epopeya que relataba en once libros los acontecim ientos que preceden a la Ilíada. Como tantos otros fueron atribuidos a H om ero, y también a otros com o E stásino, H egesias y H egesino. 1« ¡Hada XI 517, XIV 3. En la / liada II 729-733, lo s hijos de A sclepio, Macaón y Podalirio, aparecen reinando sobre Ecalia, Trica e Itome, ciudades tesalias. Los m esenios pretenden que ellos eran tesalios y para ello, además de las ciudades llamadas Ecalia e Itome, que efectivamente poseen, tienen que ci­ tar una Trica sin habitantes.

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H eraclidas que tuvo lugar dos generaciones m ás tarde expul­ saron de M esenia a los d escendientes de N eleo . E stos su ce­ sos lo s he añadido ya a m i relato sobre Tisám eno 17, pero voy a d ecir to d a v ía lo sigu ien te: cu an do lo s d orios entregaron A rgos a T ém eno, C resfontes les reclam ó el país de M esenia, pues él era mayor que Aristodemo. Aristodemo ya había muerto, pero se op on ía fuertem ente a C resfon tes Teras, h ijo de Autesión, de origen tebano y quinto descendiente de Polinices, h ijo de E d ip o, y en este tiem p o era tutor de lo s h ijos de A ristodem o, ya que era su tío por parte de madre, pues se ha­ bía casado con una hija de A utesión llam ada Argea. C resfon­ tes, que quería a toda costa que la región de M esenia fu ese la parte suya de herencia, se la p idió a T ém eno, y habiéndoselo atraído h izo com o que confiaba la cu estión a ía suerte. Tém eno m etió en una hidria, en la que había agua, las suertes de los hijos de A ristodem o y de C resfontes, previo acuer­ do de que c o g ie se n una parte de la región en prim er lugar aq u ellos cu ya suerte sa lie se prim ero. T ém eno había h ech o ambas suertes, de barro se co al sol para los h ijos de A risto­ dem o y co cid o por el fu ego para C resfontes. La suerte de los hijos de Aristodem o se había disuelto, y Cresfontes, que ganó de está manera, e lig ió M esenia. El pueblo de los antiguos m esen ios no fue expulsado por los dorios, sino que accedieron a tener com o rey a Cresfontes y a repartir su tierra con lo s dorios. Se les ocurrió hacer e s ­ tas c o n c e sio n e s por so sp ec h a s h acia su s rey es, ya que los N elidas eran originariamente de Y olco. Cresfontes tom ó com o mujer a M érope, hija de C ípselo, rey entonces de los arcadios, de cu yos hijos el m ás jo v en era Épito. El palacio, en el que él m ism o y sus hijos iban a vivir, lo construyó en E sten icla ro 18. A ntiguam ente, los dem ás reyes y

17 I I 18, 6-8 y nota. 18 C f. 33, 4 . En è p o c a m ic è n ic a , en M esenia, hay un re in o c o n c a p ita i e n Pilo, q u e c o n sta d e d o s p ro v in c ia s, la o rie n ta i y la O ccidental (cf. J. C h a d w ic k ,

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Perieres vivían en Andania, pero cuando Afareo fundó Arene, él y sus hijos vivieron allí. En tiem po de N éstor y sus d e s­ cen d ien tes, el p alacio estaba en P ilo; pero C resfon tes esta­ b leció que el rey viviera en Esteniclaro. Y com o él gobernara en la m ayor parte de los asuntos para agradar al pueblo, los ricos se sublevaron y dieron muerte a Cresfontes y a sus hijos, excep to a Épito. Épito, que cuando era todavía niño fue criado por C ípselo, fue el único de la casa que sobrevivió, y cuando se h izo hom ­ bre, lo s arcadlos lo hicieron volver a M esen e. Contribuyeron a restablecerlo lo s restantes reyes de lo s dorios, lo s hijos de A ristodem o, e Istm io, hijo de Tém eno. Pero, cuando Épito fue rey, se vengó de los asesinos de su padre y de todos los que fueron cóm p lices de su asesinato. S e atrajo a lo s n obles m esenios con atenciones y a todos lo s del pueblo con regalos, y alcanzó tal con sid eración que sus d es­ cedien tes fueron llam ados Epítidas en lugar de H eraclidas. G lauco, hijo d e Épito, se contentó con im itar a su padre no só lo en los asuntos públicos, sino tam bién en su relación co n lo s p articu lares, pero fu e m ás p ia d o so . En e fe c to , e l recinto sagrado de Zeus que está en la cim a del Itom e J!>, con ­ sagrado por P olicaón y M esen e, no había goza d o hasta en ­ tonces de honores entre los dorios, y fue G lauco el que esta­ b leció este culto entre ellos y el primero que hizo sacrificios a M acaón, hijo de A sclep io, en Gerenia, y asignó a M esene, h i­ ja de Tríopas, lo s honores habituales a los héroes. Istm io, hijo de Glauco, construyó un santuario a Gorgaso y a N icóm aco que está en Faras. D e Istm io nació D otadas que construyó el puerto de M otone, aunque M esenia tenía ya otros.

“The T w o Provinces o f P y lo s”, M inos VII (1 9 6 1 ), 123-41). D espués de la conquista dórica, el centro político está en la parte oriental, en la fértil llanura del río P am iso, donde se sitúan las otras capitales: Andania, Esteniclaro, Arene, (aunque la ubicación de ésta es incierta), Ecalia. i» Cf. 33, 2. Sobre Gerenia cf. 26, 9.

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Sibotas, hijo de D otadas, estableció que el rey hiciera sacrifi­ cio s todos lo s años al río Pam iso e hiciera ofrendas al héroe Éurito, hijo de Melaneo, en Ecalia, antes de los misterios de las Grandes D iosas que todavía hoy se celebran en Andania. En tiem pos de Fintas, hijo de Si- 4 Envío p o r prim era vez botas, los m esen ios enviaron por pri­ a Apolo de D élos mera vez a D élos, en honor de Apolo, de un sacrificio y un coro un sacrificio y un coro de hombres. de hombres. Comienza El canto procesional en honor del dios la Prim era Guerra Mesenia se lo com puso Eum elo, y este poem a es el único que en verdad se co n sid er a que e s de E u m e lo 20. Tam bién tuvo lugar por primera vez en el reinado de Fintas una disputa con los lacedem onios. La verdadera causa es con­ trovertida, pero según cuentan su ced ió de este m odo. En las 2 fronteras de M esen ia hay un santuario de Á rtem is llam ada L im n á tid e21, y en él toman parte de lo s dorios solam ente los m esen io s y lo s laced em on ios. Los laced em on ios dicen que unos m esen ios violaron a unas m uchachas suyas que fueron a la fiesta y mataron a su rey que intentó impedirlo, a Teleclo, hi­ jo d e A rq u elao, h ijo d e A g e s ila o , h ijo d e D o riso , h ijo de Labotas, hijo de Equéstrato, hijo de A gis, y dicen, además de es­ to, que las muchachas violadas se suicidaron por vergüenza. Los m esen ios, por su parte, d icen que T éleclo tramó una 3 conspiración contra los de m ayor categoría en M esene, que habían ido al santuario, y que la causa era la ex celen cia de la región de M esenia, y que para su conspiración eligió a cuantos espartanos todavía no tenían barba, y que ataviando a éstos con vestidos y adornos de muchachas los introdujo entre los me20 F r. 1 de P a g e y cf. IV 33, 2, donde se citan dos versos de Eum elo. Para Eum elo cf. n. 1 al libro II. 25 En opinión de K ru se ( “L im natis” RE XIII, co l. 7 0 9 ), Lim nátide y Limnea, que aparecen en varios lugares del P eloponeso, son antiguas d ivi­ nidades locales que eran veneradas en ríos y pantanos y que más tarde fueron absorbidas por Ártemis, y permanecieron com o sobrenombres. Para el lugar del santuario cf. 31, 4.

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se n io s q ue d escan sab an , h a b ié n d o le s dado p u ñ ales; y lo s m esen ios al defenderse dieron muerte a lo s jó v en es im berbes y al propio T eleclo. Los lacedem onios -p u es su rey tom ó esta d ecisió n no sin el co n sen tim ien to u n á n im e - ten ien do co n ­ ciencia de que habían iniciado el agravio, no les exigieron sa­ tisfacción por el asesinato de T eleclo. Esto es lo que cuentan unos y otros, pero uno puede creer­ lo s de acuerdo con sus sentim ientos h acia unos u otros. U na gen eración d esp ués, cuando era rey en L acedem ón A lcám enes, hijo de T eleclo, y de la otra casa T eopom po, hijo de N ica n d ro, h ijo de C arilao, h ijo de P o lid e c te s, h ijo de É unom o, hijo de Prítanis, hijo de Euriponte, y de lo s m ese­ n ios A n tíoco y A ndrocles, hijos de F intas, estalló el m utuo od io de lo s lacedem onios y de los m esen ios. C om enzaron la guerra los laced em on ios, pues ten ien do ya una d isp o sició n hostil y habiendo decidido hacer la guerra de todas las m ane­ ras se les presentó un pretexto no só lo su ficiente, sin o plausi­ ble en el m ás alto grado, aunque se hubiera resuelto, con una d isp osición m ás pacífica, m ediante una d ecisión jud icial. Los sucesos fueron com o sigue. Policares, un m esenio dis­ tinguido en todos lo s aspectos, y que se había alzado con una victoria en las olim piadas - lo s eleo s celebraban la 4 .a o lim ­ piada [767 a. C.] y solam ente había una com p etición de ca­ rrera en el estadio, cuando venció P olica res-, este hombre te­ nía vacas y, com o no poseía tierra privada com o para disponer d e su fic ie n te p asto para las v a ca s, se la s d io al espartan o E vefn o para que las apacentara en su tierra y E vefn o tuviera una parte del fruto de las vacas. Pero E vefn o era de lo s que anteponen unas ganancias in­ justas a ser fiel, y adem ás ladino. V en dió a unos m ercaderes que atracaron en la tierra de L aconia las vacas de Policares y él m ism o fue a informar a P olicares; y, cuando lle g ó , le dijo que unos piratas habían desem barcado en su país y le habían obligado a darle com o botín las vacas y los pastores. Mientras él intentaba engañarle, uno de los pastores escapó de los mer-

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caderes y al volver encontró allí junto a su am o a E vefno y lo refutó en presencia de P olicares. C o g id o y no pudiendo negarlo su p licó m ucho al propio 7 Policares y mucho a su hijo para que le perdonaran, pues entre todas las dem ás cosas que hay en la naturaleza humana por las que nos vem os forzados a ser injustos, la avaricia tiene la fuerza más grande. D eclaró de palabra todo el dinero que ha­ bía recibido por las vacas, y p idió al hijo de P olicares que le acompañara para recogerlo. Pero cuando llegaron a Laconia* E vefno se atrevió a una acción más im pía que la anterior: ase­ sinó al hijo de Policares. Cuando Policares se enteró de que había sufrido esta des- 8 gracia, fue a Lacedemonia e importunó a los reyes y éforos, la­ m entándose mucho por su hijo, enumerando todo lo que había sufrido a manos de Evefno, al que él m ism o había hecho hués­ ped y en el que había confiado m ás que en cualquier otro lacedem onio. Com o no tuvo ninguna satisfacción a pesar de ir continuamente a las autoridades, Policares se volvió loco y, de­ jándose llevar por la cólera, com o ya no se importaba a sí m is­ m o, se atrevió a asesinar a todos lo s laced em onios que cogía. L os la c ed em o n io s d icen que hi- 5 cieron la guerra porque P olicares no Primera Guerra Mesenia les fue entregado por el asesinato de que aducen mesenios y lacedemonios. T eleclo, y porque todavía antes tenían P rim er ataque so sp ec h a s a ca u sa de la m ala fe de de los lacedemonios: C resfon tes en e l asunto de la su er­ toma de la ciudad de Anfea t e 22. Los m esen ios, por su parte, con respecto a T eleclo responden lo que ya he d ic h o 23, y señalan que los hijos de A ristodem o ayudaron a restaurar a Épito, hi­ jo de C resfontes, lo que ellos no hubieran hecho nunca si hu­ bieran estado en desacuerdo con C resfontes.

22 Cf. IV 3, 4 ss. 23 IV 4, 3.

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E llos dicen que no entregaron a Policares a los lacedem onios para que lo castigasen, porque éstos no les habían entre­ gado a E vefno, pero que querían som eterse a ju ic io ante los argivos, que eran parientes de ambos, en la A nfiction ía, y en­ com endarlo al tribunal de A tenas llam ado A reópago, porque este tribunal parecía que juzgaba desde antiguo los procesos por asesinato. D icen que éstos no eran los m otivos por los que lo s lacedem onios hicieron la guerra, sino que conspiraron contra su co ­ marca e hicieron otras cosas por am bición, alegando contra ello s los su cesos de los arcadios y también lo s de lo s argivos, pues nunca se habían visto satisfechos con sus continuas apro­ piaciones de la tierra de unos y otros; y cuando Creso les envió regalos, fueron lo s prim eros que se hicieron am igos del bár­ baro, después de que había esclavizado a los demás griegos de A sia y a todos los dorios que habitan en el continente ca rio 24. Y señalan tam bién que, cuando los gobernantes fo cid io s se apoderaron.del santuario de D elfo s, lo s reyes de Esparta y todas las personas de rango, privadamente, y la magistratura de lo s éforos y la Gerusía, públicam ente, recibieron parte de lo s bienes del dios. Pero, sobre todo, com o prueba de que los laced em on ios no vacilarían ante nada por causa de las ganan­ cias, les reprochan su alianza con A polodoro, el que fue tira­ no de Casandrea. La razón por la que lo s m esen ios con sid eran este repro­ che tan grave no m e es p osib le introducirla en el presente re­ lato. P ues, aunque el valor de lo s m esen ios y la duración del tiempo en el que ellos lucharon fueron distintos de la tiranía de A polodoro25, respecto a desgracias, lo que sufrieron los de Ca­ sandrea no fue m uy inferior. 24 Sobre las relaciones de los espartanos con Creso cf. H e r ó d o t o , 1 69 ss., y sobre el som etim iento de los griegos de A sia Menor, 1 26-28. 25 Tiranía m uy cru el durante la ép oca h elen ística , con la que acabó Antígono Gonatas. Casandrea era una ciudad helenística construida en e l si­ tio de Potidea, en la Península Calcídica.

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Estas son las causas de la guerra que aducen unos y otros. En este tiem po, lle g ó una em bajada de laced em o n io s para reclam ar a P olicares. L os reyes de lo s m ese n io s resp on d ie­ ron a lo s em bajadores que una vez que deliberaran co n el p u eb lo com u nicarían lo acordado a E sparta y, cu an do é s ­ tos se m archaron, con vocaron a una asam blea a lo s ciu d a ­ danos. L os pareceres eran m uy d iferentes: el de A nd rocles era que había que entregar a P olicares, porque había obrado de manera im pía e irreverente. A ntíoco dijo en contra entre otras cosas, que lo más lam entable de todo era el que Policares su­ friera ante lo s ojos de E vefn o, y enum eró cuántos y cu á les castigos debería sufrir. Finalmente, a tal punto llegaron los partidarios de Androcles y los de A ntíoco que incluso tomaron las armas. La lucha entre ello s no duró mu.cho, pues, siendo muy superiores en número lo s de A ntíoco, dieron muerte a A ndrocles y a los más im por­ tantes de los su yos. A ntíoco, siendo ya único rey, en vió m en­ sajeros a Esparta, porque quería som eter a lo s tribunales el asunto que y a he dicho. Pero dicen que los lacedem onios no dieron respuesta a los que habían llevado la carta. N o m uchos m eses después, a la muerte de A ntíoco, Eufaes, hijo de A n tíoco, heredó el trono. L os laced em on ios no enviaron un heraldo para anunciar la guerra a los m esenios ni que habían rechazado de antemano su am istad, sino que, después de haberse preparado a esco n ­ didas y lo m ás en secreto que pudieron, juraron primero que ni la duración de la guerra, que se pensaba que sería breve, ni las desgracias, aunque fueran grandes mientras com batieran, les disuadirían hasta que conquistaran por la fuerza de las armas la región de M esenia. D e sp u é s de hacer esto s ju ram en tos, atacaron de n och e Anfea, nombrando a A lcám enes, hijo de T eleclo, jefe del ejér­ cito. A n fea es una ciudad pequeña de M esenia, junto a L aco­ nia, pero que está sobre una colina elevada y tiene abundantes

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fuentes de agua. Les pareció que en general A nfea era una ba­ se de operaciones apropiada para toda la guerra. S e apoderaron de la ciudad cuando las puertas estaban abiertas y no había en ellas vigilancia, y asesinaron a los m e­ se m o s que cogieron dentro, a unos todavía en la cam a, y a otros en los santuarios de los d ioses y en lo s altares, en lo s que se habían refugiado com o suplicantes, cuando se dieron cuenta de lo que sucedía. Pocos fueron lo s que escaparon. Ésta fue la primera expedición que hicieron lo s lacedem onios contra los m esenios en el segundo año de la 10.a olim pia­ da [743 a. C.], en la que Jenódoco venció en el estadio. Todavía no existían en A tenas los arcontes anuales eleg id o s por sor­ teo, pues a los sucesores de M elanto, llam ados M edóntidas, el pueblo al principio le s privó de la m ayor parte de su poder y transformó la monarquía en una magistratura som etida a ren­ dición de cuentas, y después les pusieron un plazo de diez años en su mandato. En este tiempo, en la época de la toma de Anfea, era arconte E sím ides, hijo de E squilo, por quinto año. A ntes de escribir la historia de la Nombre de la Guerra Mesenia. ^ , j * • •j j j • L os escritores de es,a guerra: 8 lle " a * t o d o l o ? u e l a d m m d a d d lS Riano de Bene Puso que sufrieran e hicieran unos y >' Mirón de Priene. Asamblea de los mesenios ante la toma de Anfea

otros en ella, quiero em itir un ju ic io acerca d e la ép o ca d e un p ersonaje m esen io. E sta guerra que tuvo lugar

entre lo s la ced em o n io s y sus aliad os contra lo s m esen io s y sus partidarios fue llam ada no por los que atacaron, com o las Médicas o la del Peloponeso, sino M esenia por los sufrimientos de los que fueron atacados, de la m ism a m anera que la que hubo contra Ilión fue llamada troyana y no helénica. Esta gue­ rra de lo s m esen ios ha sido tratada en su ép ica por R iano el de B en e y por M irón de P rien e26, cuya historia está en prosa. 26 FG rH ist 265 F 42. Para Riano de B ene cf. su pra n. 7. Mirón hace his­ toria desde un punto de vista retórico. Su cronología es insegura. Podría ser del segundo cuarto del s. III (cf. R. L aq u eu r, “M yrón” núm. 6, RE, XVI, 1, cois. 1122-23).

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N inguno de los dos ha hecho una narración ininterrumpida d esd e el com ien zo hasta el final de la guerra, sino que cada uno la parte que le pareció bien. M irón ha narrado la toma de A nfea y los acontecim ientos siguientes, pero no más allá de la muerte de Aristodemo, mientras que Riano no trató en absoluto esta primera parte de la guerra. Él ha escrito lo que les sucedió a los m esenios cuando se sublevaron contra los lacedem onios, pero no todo, sino los su cesos posteriores a la batalla que li­ braron junto a la llam ada Gran Fosa. U n m esen io, a causa del cual he h ech o todo el relato de R iano y M irón, A ristóm enes, fue el prim ero y el que a mayor consideración elev ó el nombre de M esene. A éste lo introdu­ jo el de P riene en su historia, y en los versos de Riano es tan ilustre com o A q u iles en la Ilíada de H om ero. Hasta tal punto es d iferente lo que se ha d icho, que a m í m e queda aceptar uno u otro relato, pero no los dos juntos. Riano m e parece que escribe con más fiabilidad respecto a la ép oca de A ristóm e­ nes 27. Se puede ver que M irón en otros de sus trabajos no tuvo cuidado de si sus escritos parecían faltos de verdad e invero­ sím iles, y sobre todo en esta historia de M esenia, pues ha escri­ to que Aristóm enes mató a Teopom po, el rey de los lacedem o­ n ios p o co antes de la m uerte d e A ristodem o. Pero sabem os que T eopom po no m urió durante la batalla o de otra manera antes de que terminara la guerra. E ste T eopom p o es el que puso fin a la guerra. M e lo atestigua el dístico de Tirteo que di­ ce 28; A n u estro rey, qu erido a lo s dioses, Teopom po, p o r el que nos a p o d era m o s d e la ancha M e sen ia .

27 Mirón trata la Primera Guerra M esenia, Riano la Segunda y ambos tratan de Aristóm enes. Cf. una com paración entre ambos en M. M usti-M . T o r e l l i , P ausanias..., IV, págs. 215-216. 28 Fr. 4 D ie h l 2, 1-2. Para Tirteo cf. infra n. 42.

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A sí pues, A ristóm enes, en mi opinión, viv ió durante la se­ gunda guerra. Y su historia la contaré cuando llegu e a é s ta 29. Los m esenios, cuando escucharon lo s su cesos de A n fea a lo s que se salvaron de la toma, se reunieron en E steniclaro desde las diversas ciudades. Y , reunido el p ueblo en asam ­ blea, diversos magistrados y finalmente el Rey les exhortaron a no consternarse por el saqueo de A nfea, en la id ea de que toda la guerra estaba ya d ecidid a por éste, y a no tem er lo s preparativos de los laced em on ios com o superiores a lo s su­ yos, pues éstos tenían un entrenam iento en los asuntos de la guerra desde hacía m ucho tiem po, pero ello s tenían una n e­ cesidad más fuerte de ser hombres valientes y tendrían la m a­ yor b en ev o len cia de parte de lo s d io ses, pues d efen dían su propia tierra y no iniciaban la injusticia. Eufaes, tras haber hablado así, di­ solvió la reunión, y a partir de este moPrimera Guerra M esenia mentó tuvo ya a todos los m esenios en armas, obligando a los que no conocían las cosas de la guerra a aprenderlas, y a los que las conocían a ejercitarse más rigurosamente que antes. L os la ced em on ios hacían correrías en M esenia, pero no dañaban la región, porque la consideraban suya, ni cortaban los árboles ni derribaban las casas, pero se llevaban el botín que encontraban y arramblaban el trigo y otros productos. Aunque hicieron ataques contra ciudades, no se apoderaron de ninguna, porque estaban fortificadas con m urallas y cu i­ dadosam ente guarnecidas. Sufrieron pérdidas y se retiraron fracasados, y finalm ente ya no hicieron tentativas contra las ciudades. L os m esen ios también saquearon las region es c o s ­ teras de Laconia y todas las tierras de labor en torno al Taigeto. Tres días después de la tom a de A nfea, Eufaes, deseando vivam en te utilizar la cólera de lo s m esen ios que estaban en el colm o de su ira contra lo s laced em onios, y al m ism o tiem ­ 29 IV 14 ,7 -2 4 ,3 .

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po considerando que ya era su ficiente su entrenam iento, or­ denó una salida y mandó que les acom pañasen los escla v o s llevand o palos y todo lo que era útil para construir una em ­ palizada. Los lacedem onios se enteraron por la guarnición de A nfea de que los m esen ios estaban salien do en exp ed ició n . Y también ellos fueron a la guerra. Había un lugar en M esenia, por lo dem ás apropiado para un com bate, pero tenía delante de él una fosa profunda, y allí Eufaes dispuso en orden de batalla a los m esenios, nombrando estratego a Cleonis; a la caballería y a la infantería ligera, que su­ maban m enos de quinientos; las mandaban Pitarato y Antandro. Cuando los ejércitos se encontraron, a pesar de que los hop litas se lanzaban u nos contra otros sin m iram ientos y con una v io len cia surgida del odio, el foso, interponiéndose, no les perm itió llegar a las m anos. La caballería y la infantería ligera trabaron com bate más arriba d el foso, pero no se d ife­ renciaban ni en número ni en experiencia, y por esto la batalla entre ello s fu e equilibrada. M ientras ello s estuvieron luchando, E ufaes ordenó a los escla v o s proteger prim ero la parte de atrás del cam pam ento con estacas y después los dos costados; y cuando la noche se echó encim a y la batalla se terminó, entonces fortificaron tam­ bién la zona delantera del cam pam ento sobre el foso, de m o­ do que al hacerse de día los laced em on ios se dieron cuenta de la previsión de Eufaes y no tenían m edios de luchar contra lo s m ese n io s, a m en os que salieran de la em palizada, y re­ nunciaron a hacer un asedio, porque estaban sin preparación para ello en todos lo s aspectos por igual. En esta ocasión se retiraron a casa, pero un año después, cuando lo s ancianos les acusaron de cobardía y les reprocha­ ron su d esp recio del juram ento, hicieron una segunda ex p e­ dición abiertamente contra los m esenios. Los dos reyes iban a la cabeza, T eopom po, hijo de N icandro, y P olidoro, hijo de A lcám enes, pues éste y a no vivía. Frente a ello s acamparon los m esenios y, cuando los espartanos presentaron batalla, les

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8 salieron al encuentro. Polidoro mandaba el ala izquierda de lo s laced em onios, T eopom po la derecha, y el centro lo m an­ daba Eurileonte, un lacedem onio, pero descendiente de Cadmo de Tebas, cuarto d escen diente de E geo, hijo de E ó lico , hijo de Teras, hijo de A utesión. Por parte de los m esenios, en el ala derecha se oponían a los lacedem onios Antandro y Eufaes; el otro ala, de frente a P olidoro, la mandaba Pitarato, y C leonis el centro. 9 Cuando iban a trabar com bate, lo s reyes se adelantaron y exhortaron a los suyos. Teopom po hizo un breve llam am iento a lo s la c ed em o n io s, según la costum bre trad icional, reco r­ dándoles el juram ento contra los m esenios y qué herm osa era para ello s su ansia de honor, haber h ech o accion es m ás g lo ­ riosas que sus padres, que habían esclavizado a los periecos, y haber adquirido adem ás una región m ás rica. E u faes habló m ás largam ente que el espartano, pero no m ás de lo que v eía 10 que la o ca sió n perm itía. D eclaró que tendría lugar el co m ­ bate no só lo por la tierra y sus p o sesion es, sin o porque sabía bien lo que les sucedería si eran vencidos: sus hijos y sus muje­ res serían llevad os com o esclavos, y para lo s hombres adultos lo m as tolerable sería m orir sin ser ultrajados, sus santuarios serían d esp ojad os y sus hogares in cen d iad os. Y hablaba no por su posicion es, sino que era testim onio evidente para todos 11 la suerte de los que fueron capturados en A nfea. A ntes que ta­ m años m a le s, era una ven taja m orir h erm o sa m en te, y era m ucho m ás fácil para ellos, mientras no habían sido vencidos y estaban igualados en valor, superar a sus adversarios que en8 derezar sus fracasos, una v e z que hubieran perdido su ánim o. A sí habló E u faes. C uando lo s j e ­ fes dieron la señal a u nos y a otros, D escripción los m esenios fueron a la carrera contra de la batalla lo s la c ed em o n io s, sin cu id ado de s í m ism o s, co m o h om b res que d esean morir llevados por su cólera, cada uno de ellos afanándose en com enzar el prim ero la batalla. S alieron a su encuentro lo s

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lacedem onios, también ellos con celo, pero sin embargo ponían cuidado en no deshacer su form ación. C u an do estu v ie r o n cerca, p ro firiero n am en azas bland ien d o su s arm as y m irándose unos a otros terriblem ente. L legaron a lo s in su lto s, unos llam ando ya e sc la v o s su yos a los m esen ios y no más libres que los hilotas, los otros a ellos sa crileg o s por la em presa, ya que por am bición marchaban contra parientes, e im píos con todos lo s d ioses patrios de los dorios, sobre todo con H eracles. Y ya con lo s insultos se ha­ bía lleg a d o a la acción , enfrentándose grupos contra grupos, sobre todo por parte de los lacedem onios, y atacando hombre a hom bre. L os lacedem onios eran muy superiores en táctica militar y entrenam iento, y también en número, pues tenían com o súb­ ditos a lo s p eriecos, que les acom pañaban, y lo s dríopes de A sin e, que habían sid o exp u lsad os de su país por los argivos una generación antes y que habían llegado a Lacedem onia com o suplicantes, formaban parte de la exp ed ición a la fuer­ za 3°. Contra la infantería ligera de los m esen ios se procura­ ron arqueros cretenses a sueldo. A lo s m esen ios le s inflam aba por igual la desesperación y el buen ánim o ante la muerte, y todo lo que sufrían lo co n ­ sideraban necesario m ás que terrible para los que honran a su patria, y consideraban sus hazañas m ayores y lo que sucedía a lo s lacedem onios m ás penoso. A lgunos de ello s, saliendo fue­ ra de las filas, realizaron brillantes actos de valor; sin embar­ go, otros, heridos de muerte y respirando a duras penas, e s ­ taban totalm ente desesperados. Se exhortaban unos a otros, y los que vivían y todavía estaban ile so s anim aban a lo s heridos a que, antes de que les lle g a se el d estin o final, hicieran a su v e z lo que pudieran y aceptaran con agrado su hado. Por su parte, los heridos, cuan­

30 Cf. II 36, 5 y III 7, 4.

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do comprendían que sus fuerzas les abandonaban y no Ies que­ daba aliento, exhortaban a los ileso s a que no fueran m enos valientes que ellos y a que no dejaran sin utilidad para la patria su muerte. Los laced em onios no se exhortaban ni se rogaban unos a otros, y no estaban tan d ispuestos com o lo s m esen io s a h e­ chos extraordinarios de valor. Com o conocían ya desde niños lo relativo a la guerra, utilizaban una form ación m ás profunda y esperaban que los m esenios no resistirían el enfrentam iento tanto tiem po com o ellos ni aguantarían el cansancio de las ar­ mas o las heridas. Éstas son las particularidades de cada uno de lo s dos ejér­ citos respecto a las accion es y a lo s sentim ientos de los que luchaban, pero era común en ambos bandos que los que iban a morir no suplicaban ni prometían dinero, tal vez porque d e­ sistían de intentar persuadir a causa del od io, pero principal­ m ente porque no querían desm erecer de sus h ech os anterio­ res. Los que mataban se abstenían igualm ente de la jactancia y de los reproches, porque no consideraban todavía segura la esperanza de victoria. Lo más sorprendente era la muerte de los que intentaban despojar a alguno de lo s que yacían, pues al mostrar alguna parte de su cuerpo al descubierto eran alcan­ zados por los dardos y golpeados, al estar descuidados atentos a esta ocupación, o perecían a m anos de lo s que eran d esp o­ jados que todavía vivían. Lucharon también los reyes de m anera d igna d e m ención, y T eopom p o se lanzó muy violentam en te a matar a Eufaes. Éste, al ver que venía, le dijo a Antandro que no era en nada di­ feren te la au dacia de T eop om p o de la de su a n teceso r P o lin ices, pues P olin ices condujo d esd e A rgos a un ejército contra su propia patria, mató a su hermano con su propia m a­ no y murió a su vez a manos de éste, y Teopom po quería llevar a los hijos de los hijos de los Heraclidas a igual infam ia que los d escen d ien tes de L ayo y Edipo; sin em bargo no iba a salir bien parado de la batalla.

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D iciendo esto él también avanzó. Entonces, la batalla en su totalidad, a pesar de que estaban fatigados, alcanzó de nuevo su punto culm inante, se reavivaron sus fuerzas y la despreo­ cupación de unos y otros respecto a la muerte creció, de modo que se podría pensar que en este m om ento com enzaban la ba­ talla por primera vez. Finalmente, Eufaes y los suyos, estando en una extrem a desesperación cercana a la locura, con valor -p u e s todos los que estaban alrededor del R ey eran la elite de los m e se n io s- repelieron por la fuerza a sus en em igos, recha­ zaron al propio Teopom po, y pusieron en fuga a las tropas de los laced em on ios que se les oponían. Pero el otro ala de lo s m ese n io s estab a en d ificu lta d es, pues el estratego Pitarato había m uerto, y e llo s por falta de m ando estaban luchando en m ayor desorden y sin ánimo. A los que huían no lo s persiguieron, ni P olidoro a los m esenios, ni los hombres de Eufaes a los lacedem onios, pues a Eufaes y lo s su y o s le s p areció p referib le socorrer a lo s que estaban siendo vencidos -s in embargo, tam poco trabaron com bate con Polidoro y los suyos, pues ya estaba ob scu reciend o-, y el desco n o cim ien to de los lugares im pidió al m ism o tiem po a los lacedem onios seguir a los que se retiraban. D e todos modos, te­ nían por tradición hacer las p ersecu cion es m ás bien lentas, pues ponían m ás cuidado en no deshacer la form ación que en matar al que huía. En el centro, donde E urileonte mandaba a los laced em onios y C leonis a los m esenios, luchaban de ma­ nera igualada, pero la llegada de la noche los separó. El p eso de la batalla por ambos lados lo llev ó en exclu siva o principalm ente la infantería pesada. Los que iban a caballo eran pocos y no realizaron nada digno de m ención, pues los peloponesios entonces no eran buenos jinetes. La infantería ligera de los m esenios y los cretenses del lado de los lacedem onios no llegaron a las manos en absoluto, pues cada grupo fueron apos­ tados com o reserva de su infantería, al m odo todavía antiguo. A l día siguiente, ni uno ni otro pensaban com enzar batalla ni ser los primeros en levantar un trofeo, sino que al avanzar el

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día trataron por m edio de heraldos de la recogida de cadáveres, y, cuando estuvieron de acuerdo las dos partes, procedieron a enterrarlos. La situación de los m esen io s desLos mesem os se refugian en el Itome

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Pu^s ^ata^la com enzó a ser difíEnvían a Tisis a Delfos cil, pues estaban exhaustos por el gasa consultar el oráculo, to d el d inero que em p leab an en las Aristodem o ofrece a su hija g u arn icion es de las ciu d a d es, y sus y despues la mata esclavos se pasaban a lo s laced em onios. Se les presentó una enferm edad que les cau só gran pre­ o cu p a ción , porque pen saban que era una p este, aunque no afectó a todos. En tales circunstancias decidieron abandonar to­ das las numerosas ciudades del interior y refugiarse en el m on­ te Itom e. A qu í hubo una ciudad, no grande, que dicen que H om ero in clu ye en el “C atálogo” 31: e Itom e la esca lo n a d a A esta ciudad se fueron a vivir, extendiendo el antiguo recinto para que fuera una fortaleza, suficiente para todos ellos. Eí lugar era fuerte también en otros aspectos, pues el Itome no es de menor altura que ninguno de los m ontes que están en la zona de acá del Istmo, y por esta parte es de muy difícil ac­ ceso. D ecidieron tam bién enviar un em bajador a D elfo s. D e s­ pacharon a T isis, hijo de A lcis, de la m ás alta categoría, que era considerado m uy versado en la adivinación. A este T isis, cuando regresaba de D elfo s, unos laced em onios procedentes de la guarnición de A nfea le tendieron una em boscada, y - c o ­ m o no se dejó coger p rision ero-, m ientras se d efendía y re­

31 Ilfada II 729. La citada por Homero es la Itome tesalia, aunque el epí­ teto le con vien e a ambas. Su altura es sobrepasada por varios m ontes del Peloponeso.

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sistía con tesón, lo hirieron, hasta que surgió una voz de no se sabe donde: “deja libre al portador de oráculos”. T is is se p u so a sa lv o lo m ás rápidam ente p o sib le en el Itom e y refirió el oráculo al R ey, y no m ucho después murió a causa de sus heridas. Eufaes reunió a lo s m esenios y íes re­ v eló la respuesta del orá cu lo 32: a una d o n cella p u r a , en h o n o r de los d io se s infernales, d esig n a d a p o r su erte, de la san gre de los E pítidas, sa c rifica d la en sa c rificio s n octurnos. P ero si fracasáis, sacrificad entonces a una de otra sangre, si e l p a d r e la en trega p a r a el sa c rificio volun tariam en te. Cuando el dios reveló esto, al punto fueron sorteadas todas las doncellas de la fam ilia de los Epítidas y la suerte recayó en la hija de Licisco; pero el adivino Epébolo dijo que no se la de­ b ía sacrificar, pues no era hija de L icisco , sino que la mujer que estaba casada con L icisco, com o no podía tener hijos, ha­ bía hecho pasar a la m uchacha por suya. Mientras éste conta­ ba la historia de la m uchacha, L icisco se la llev ó y se pasó a Esparta. Los m esenios estaban desanim ados al darse cuenta de que L icisc o había escap ado. E n tonces A ristod em o, tam bién de la fam ilia d e los Epítidas, pero m ás ilustre en lo relativo a la guerra y todo lo dem ás, entregó a su hija voluntariamente pa­ ra que la sacrificasen. Pero el destino obscurece los asuntos de los hombres y sobre todo sus propósitos, de la m ism a manera q ue el lo d o de un río e s c o n d e lo s gu ijarros, p ues cuando A ristodem o se esforzab a por salvar M esenia, le surgió este im pedim ento: U n m esen io - c u y o nom bre no d ic e n - estaba enam orado de la hija de A ristodem o y en este tiem po iba ya a casarse con ella. Él, al principio, llegó a discutir con Aristodem o diciendo

32 D io d o r o , VIII fr. 6, 2; E u s e b io , P raeparatio Evangélica V 27, 3.

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que éste, al haberle prom etido com o esp osa a la m uchacha, ya no era dueño de ella, mientras que a quien había sido pro­ m etida la m uchacha ten ía m ás poder sobre e lla que aquél. D espués, com o vio que esto no tenía éxito, contó una historia desvergonzada: que se había acostado con la m uchacha y que estaba embarazada de él. Finalm ente, puso a A ristodem o en tal estado que, fuera de s í por la cólera, mató a su hija, después la abrió y m ostró que no tenía nada en su vientre. E pébolo, que estaba presente, or­ denó que algún otro entregara a su hija, pues la muerte de la hi­ ja de A ristod em o no era para e llo s de ninguna u tilidad , ya que la había m atado su padre y no la había sacrificado a lo s d io ses que la P itia había ordenado. Cuando el adivino dijo esto, la multitud de los m esenios se lanzó a matar al pretendiente de la m uchacha por haber atraí­ do una m ancha de sangre sin sentido sobre A ristodem o y ha­ ber h ech o dudosa la esperanza de salvación para e llo s. Pero este hombre era muy am igo de Eufaes. Entonces, Eufaes con ­ ven ció a lo s m esen ios de que el oráculo se había cu m plido con la muerte de la muchacha y lo que había hecho Aristodemo era su ficien te para ellos. Cuando habló así, afirmaron que decía la verdad todos los de la fa m ilia de lo s Epítidas, p ues cada uno de e llo s estaba ansioso por verse libre del temor que tenía por su hija. Ellos hi­ cieron ca so de la recom en d ación d el R ey y d iso lv ie r o n la asam blea, y d esd e ella se dirigieron a hacer sacrificios a lo s d io ses y a celebrar la fiesta. C uando lo s la c e d e m o n io s e s c u ­ dos lacedemonios charon el oráculo que le s había sid o marchan contra el ¡tome, dado a los m esenios, estaban desaniMuerte de Eufaes. mados tanto ello s com o lo s reyes, no Eligen rey a Aristodem o

atreviéndose en adelante a com enzar batalla. Pero cin co años después de la huida de L ic isc o del Itom e, lo s laced em on ios, com o lo s p resagios le s fueron fa ­ vorables, marcharon contra el Itom e. Los cretenses ya no e s-

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íaban con ellos. También faltaron los aliados de los m esenios, pues los espartanos sospechaban de otros peloponesios y sobre todo de lo s arcadios y de los argivos. Los argivos se d isp o­ nían a acudir a escondidas de los lacedem onios, por iniciativa particular más que por una d ecisión pública, mientras que la exp ed ición de lo s arcadios había sido anunciada abiertam en­ te, pero ni siquiera éstos se presentaron. La fe en el oráculo, en efecto, indujo a los m esenios a arriesgarse sin aliados. En la m ayoría de los asp ectos no hubo ninguna diferencia respecto a la primera batalla, y la luz del día también enton­ ces les abandonó cuando luchaban. Sin embargo, no recuerdan que ninguna de sus alas ni ningún batallón fuesen rotos v io ­ lentam ente, pues dicen que ni siquiera se m antuvieron las fi­ las com o las habían form ado al principio, sin o que los m ejo­ res de uno y otro lado llegaron a las m anos en el centro y allí tuvo lugar todo el com bate. Eufaes, que estaba más animoso de lo que era natural en un rey, atacó despreocupadamente a los hombres de Teopom po y recibió numerosas heridas mortales. Cuando perdió el sentido y ca y ó , pero todavía respiraba un poco, los lacedem onios hi­ cieron un esfuerzo por arrastrarlo hacia su cam po, pero el ca­ riño que tenían a Eufaes y los oprobios que iba a sufrir e x c i­ taron a los m esenios, y consideraron mejor entregar su vida y ser muertos por su rey que abandonar a éste salvándose alguno. L a caída de E ufaes p rolon gó la batalla e h izo aumentar los actos de audacia por am bos lados. M ás tarde se repuso y pudo ver que no habían tenido la peor parte de la acción , y no m uchos días después murió, tras reinar durante trece años sobre lo s m esen ios y haber h ech o la guerra contra los laced em onios durante todo el tiem po de su reinado. C om o Eufaes no tenía hijos dejó el reino para el que fuera elegid o por el pueblo. Cleonis y Dam is disputaron con Aristodem o, considerando q ue eran superiores tanto en los dem ás asp ectos com o en la guerra. Los en em igos habían matado a Antandro cuando arriesgaba su vida por Eufaes en la batalla.

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Las o p in ion es de lo s dos adivinos, E p éb olo y O fio n eo eran iguales, que no debían darse los honores de Épito y sus d es­ cendientes a un hombre m aldito, sobre el que pesaba la muer­ te de su hija. A pesar de ello, resultó eleg id o y se con virtió en rey A ristodem o. Este O fion eo, adivino de los m esen ios, que era cieg o de n acim iento, practicaba el sigu iente m étodo de adivinación: enterándose de lo que le había sucedido a cada uno en priva­ do y en público entonces anunciaba el futuro. Profetizaba de la m anera que he d icho. Cuando A ristodem o fue rey, m ostraba celo constantemente en hacer los favores razonables al pueblo, ten ía un gran resp eto por las autoridades y sob re todo por C leonis y D am is. Cuidaba también las relaciones con los alia­ dos, enviando regalos a lo s arcadios poderosos, a A rgos y a S ición . En el reinado de A ristodem o hacían la guerra m ediante con tinu as in cu rsion es en p eq u eñ os grupos y correrías en la ép o ca de la co sech a unos contra la región de lo s otros. Con lo s m ese n io s atacaron tdm bién la región de L acon ia h om ­ bres de A rcadia. L os argivos no con sid eraron co n v en ien te declarar de antem ano su od io h acia lo s la c ed em o n io s, pero cuando se produjo el com bate, se prepararon para tomar par­ te en él. En el q uin to año d el < re in a d o > de A ristod em o, se d ispu sieron a luchar en una batalla -p r e v ia declara­ c ió n -, pues estaban exh au stos por la duración de la guerra y su s g a sto s. E ntonces lo s aliados ayudaron a am bos, a los laced em onios solam ente los corintios de entre los p elop on esios, y a lo s m e. sen ios los arcadios con todo su ejército y tropas escogid as de lo s argivos y de los sicion ios. Los lacedem onios confiaron el centro a lo s corintios, a los hilotas y a todos lo s p eriecos que le s acom pañaban en la e x ­ p ed ición , m ientras que ello s y los reyes se colocaron en las Batalla de Itome

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alas en una form ación profunda y apretada com o no lo había sido antes. Las disposiciones para la batalla de Aristodem o y sus hombres fueron éstas. Para todos los arcadios o m esenios que eran de cuerpos robustos y espíritus valien tes y no tenían armas poderosas elig ió las armas más efectivas y com o la lucha era inminente, los colocó con los argivos y los sicionios; extendió más la lín ea de batalla para no ser rodeados por los en em i­ go s, tom ó precauciones para que estu viesen form ados con el m onte Itom e a sus espaldas y nombró je fe de éstos a C leonis. Él y D am is se quedaron atrás con la infantería ligera, unos p o co s honderos o arqueros, pero la m ayoría de las tropas e s­ taban preparadas físicam en te para lo s ataques repentinos y para las retiradas y ligeramente armados: cada uno tenía coraza o escu do, y lo s que carecían de esto se cubrían con p ieles de cabras y de ovejas y con otras pieles de anim ales salvajes, so­ bre todo los arcadios de las montañas que se cubrían con p ie­ les de lob os y de osos. Cada uno llevaba muchas jabalinas y algunas lanzas. Ellos estaban al acecho en un lugar del Itom e donde debían ser m e­ nos visibles. Los hoplitas de los m esenios y de sus aliados sostuvieron el primer ataque de lo s laced em onios, y tras éste se com por­ taron valientem ente también en lo dem ás. Eran inferiores en número a los en em igos, pero siendo tropas escogid as, lucha­ ban contra la m asa del pueblo y no contra tropas escogid as com o ello s, por lo cual les hicieron frente más fácilm ente du­ rante m ucho tiem po por su ardor y su experiencia. Entonces el ejército ligero de los m esenios, cuando les fue hecha la señal, marcharon a la carrera contra los laced em o­ n ios y, rod eán d olos, les lanzaron jabalinas a sus flan co s, y los que tenían mayor audacia corrían hacia ellos y los herían de cerca. L os la c ed em o n io s, v ien d o que se les p resentaba un s e ­ gundo e inesperado peligro al m ism o tiem po, sin em bargo no

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se inquietaron, y volvién d ose hacia la infantería ligera inten­ taron rechazarlos, pero com o escapaban sin dificultad a causa de su ligereza, provocaron $1 desconcierto de los lacedem onios, y com o con secu en cia de él también su rabia. Los hombres por naturaleza son especialm ente m uy v io ­ len to s frente a lo inm erecido. A sí en ton ces, lo s espartanos que habían recibido ya heridas y todos lo s que por haber caí­ do lo s más próxim os eran lo s prim eros frente al ataque de la infantería ligera, salían al encuentro de ésta, cuando veía que iba contra ello s, y, en su rabia, la perseguían a m ayor distan­ cia, cuando se retiraba. La infantería ligera de los m esenios, com o había em pezado al principio, cuando lo s en em igos per­ m anecían quietos en el lugar, hería y disparaba, y cuando la perseguían se adelantaba huyendo y atacaba de nuevo cuando intentaban retroceder. Esta táctica se llevaba a cabo en diferentes puntos de la form ación de lo s en em igos. Los h oplitas de lo s m esen io s y de sus aliados, entretanto, atacaban m ás fieram ente a los que les hacían frente. Finalm ente, los laced em on ios, d esfa lle ci­ d os por la duración del com b ate y las h eridas, y al m ism o tiem po confundidos por la infantería ligera m ás de lo a co s­ tumbrado, rom pieron las filas, y cuando se pusieron en fuga, las tropas ligeras les causaron m ales m ayores. C alcular el núm ero de lo s la c ed em o n io s m uertos en la batalla no fue p osible, pero yo estoy persuadido de que eran m uchos. La retirada a casa fue tranquila para los dem ás, pero para lo s corintios hubo de ser d ifícil, pues, ya intentasen p o ­ nerse a salvo por S ición o por A rgos, era igualm ente a través de un país enem igo.

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A lo s laced em o n io s les apenaba 12 la derrota que habían sufrido, pues Oráculos habían m uerto en batalla m uchos e im portantes hombres, y estaban d es­ anim ados respecto a toda esperanza sobre la guerra. Por esto enviaron em isarios a D elfos. Cuando éstos llegaron, la Pitia les dio esta p ro fec ía 33: Febo no solam ente ordena cu idar d e las accion es de lucha [con la mano, sino que p o se e la tierra de M esenia con engaño un pueblo, y con las m ism as a rte s con la s que com en zó será tom ada. A nte esta profecía, los reyes y los éforos se esforzaron por 2 inventar estratagem as, pero no pudieron. E llos, im itando las a cc io n es de O d iseo en I lió n 34, enviaron a cien hom bres al Itom e para enterarse de lo que estaban maquinando, pero apa­ rentem ente com o desertores. Su destierro había sido senten­ cia d o p úb licam ente. A l llegar é sto s, al punto los d esp id ió A ristodem o, diciendo que los crím enes de los lacedem onios eran recientes, pero sus artimañas antiguas. Los laced em on ios, al fracasar en la em presa, intentaron 3 por segunda v ez romper la alianza m esenia, pero al oponerse lo s are adiós -p u e s lo s em bajadores fueron antes a ver a é s ­ t o s - suspendieron su marcha a A rgos. A ristodem o, al enterarse de lo que estaban haciendo los lacedem onios, en vió em isarios a preguntar al dios, y la Pitia les vaticinó: Un dios te concede la gloria de la guerra: pero con los engaños 4 ten cuidado no sea que una engañosa y o diosa em boscada [ de E sparta esca le

33 Cf. D io d o r o , VIII fr. 13; 2 ; E u s e b io , P raep. Ev. V 2 7 , I. Se refiere al engaño de Tém eno (cf. IV 3, 5). 34 O disea IV 242-258.

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las bien ajustadas murallas -p u e s su A res es más p o d e ro so y la coron a de los coros ten drá am a rg o s h abita n tes cu a n do p o r alg u n a c irc u n sta n c ia d o s s a lg a n d e la em [b o sc a d a ocu lta. F inalm en te e l d ía sa g ra d o no ve rá este fin h a sta que e l d estin o a lc a n c e a lo s que han ca m b ia d o su [ n a tu ra le za 35. Entonces Aristodem o y los adivinos no sabían interpretar lo que se les decía, pero no muchos años después el dios había de mostrárselo y llevarlo a cumplimiento. Otras co sa s com o éstas su cedieron en este tiem p o a lo s m esenios: cuando L icisco estaba viviendo en Esparta, la muer­ te sorprendió a su hija, la que se había llevado con él al huir de M esene. C om o iba frecuentem ente a visitar el sepulcro de su hija, jin etes arcadios acechándole le capturaron. L levad o de nuevo a Itom e y conducido a la asam blea alegó en su defensa que no había traicionado a su patria m archándose, sino que había creído lo que había dicho el adivino resp ecto a su hija, que no era legítim a. A l hacer esta defensa no dio la im presión de que decía la verdad hasta que lle g ó al teatro la que entonces ejercía el sa­ cerd ocio de Hera. É sta co n fesó que era la m adre de la m u­ chacha, que se la había dado a la mujer de L icisco para que la hiciera pasar por suya. “A hora”, dijo, “ven go para revelar el secreto y para cesar en m i sacerdocio”. D ijo esto porque estaba estab lecid o en M esen ia que si uno de los hijos de una sacer­ d otisa o de un sacerdote m oría antes, el sacerdocio pasase a 35 La corona de los coros hace referencia a una superficie redonda para las danzas de los coros, los amargos habitantes serían los funestos trípodes y los dos que salen de la em boscada oculta serían los ojos del adivino O fioneo de los que habla el párrafo siguiente (cf. H it z ig -B l ü m n e r , II I, pág. 1 2 8). Para P a pa c h a tz is (III, pág. 6 1 ), la corona hay que entenderla com o el santuario de Zeus Itomatas, donde los m esenios coronados celebraban danzas en honor del dios.

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otro. A s í pues, considerando que la m ujer d ecía la verdad, eligieron a otra mujer que fuese sacerdotisa de la d iosa en lu­ gar de ella; y dijeron que lo que L icisco había hecho se p o­ día perdonar. D esp u és de esto -cu a n d o llegab a el año v ig é sim o de la 7 guerra- decidieron enviar de nuevo a D e lfo s a preguntar por la victoria. La P itia les respondió con este oráculo: A los p rim e ro s que en torno a l a lta r de Zeus Itom atas trí[p o d e s levan ten d o s ve ce s cinco decen a s le s con cede con g lo ria de g u erra un d io s la tie rra m esenia. P u es Z eus lo o rden ó así. Un engaño te p o n e delan te y el c a stig o está d e trá s, y no p o d ría s en gañ ar a un dios. A c tú a según el hado; el d e s a stre vien e s o b re unos hom[b re s a n tes que so b re otros. A l oír esto, creyeron que la p rofecía era en su favor y les 8 daba la victoria en la guerra; pues com o tenían dentro de la muralla el santuario de Zeus Itomatas, los laced em onios no podrían hacer ofrendas antes. Iban a construir trípodes de ma­ dera, pues no les quedaba dinero para hacerlos de bronce, p e­ ro uno de lo s d e lfio s d io a c o n o ce r e l orácu lo a Esparta. Cuando lo conocieron, no se les ocurrió ninguna estratagema en público. Pero Ébalo, que en los dem ás aspectos no estaba entre los 9 distingu id os, m ostró buen criterio haciendo cien trípodes de barro com o pudo y llevándolos escondidos en una alforj a ju n ­ tam ente con redes, com o si fuera un cazador. Com o era d es­ con ocido para la m ayoría de los laced em on ios, pasó más fá­ cilm ente desapercibido a lo s m esem os. U n ién d ose a cam p esin os penetró con e llo s en el Itom e, y tan pronto com o lle g ó la noche, ofrendó lo s trípodes de ba­ rro al d ios y regresó a Esparta para anunciarlo a lo s espar­ tanos.

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Los m esen ios, cuando los vieron, se inquietaron grande­ m ente y supusieron que procedían de lo s laced em on ios, c o ­ m o en realidad era. Sin em bargo, A ristod em o lo s apaciguó diciéndoles entre otras cosas lo que la ocasión pedía y co lo có lo s trípodes de m adera -q u e ya estaban h e c h o s - en el altar del Itomatas. S uced ió también que O fioneo, este adivino que era cieg o de nacim iento, recobró la vista de la m anera m ás sorprendente. En efecto, un fuerte dolor de cabeza se apoderó de él y d esd e ese m om ento recobró la vista. D esd e en to n c es - c o m o el d e sti­ no ten d ía ya a la co n q u ista d e lo s M alos presagios. Fin de m e s e m o s - el d io s le s a n u n ció m ela Primera Guerra Mesenia A ■

...

,

.,

diante p ro d ig io s lo que ib a a s u c e ­ der. En e fe c to , la im a g en d e Á rtem is, que era de bronce tanto ella com o sus armas, dejó caer el escu d o. Y cuando A ristodem o se d isp on ía a sacrificar las víctim as en honor de Zeus Itom atas, lo s carneros golpearon espon tán eam en te y con v io le n c ia sus cu ern os contra el a l­ tar y murieron del golpe. L es su cedió un tercer portento: lo s perros se reunieron y ladraron durante toda la n och e, y f i ­ n alm ente regresaron ju n tos al cam p am ento de lo s la c e d e ­ m on ios. Esto inquietó a A ristodem o y tuvo adem ás la siguiente v i­ sión de un sueño. Le pareció que, cuando se disponía a salir a la batalla armado, las entrañas de las víctim as estaban sobre una m esa, y que apareció su hija con un vestid o negro m o s­ trando el p ech o y el vientre abiertos y que ech ó abajo lo de la mesa, le quitó sus armas, y en lugar de éstas le puso una co­ rona de oro y lo v istió con un vestido blanco. Cuando A ristodem o estaba desanim ado y pensaba que el sueño le anunciaba el final de su vida, porque lo s m esen ios acostumbraban a enterrar a los ilustres con corona y vestidos con ropas blancas, alguien le lle v ó la n oticia de que O fioneo, el adivino, ya no veía y que de repente se había quedado c ie ­ go, com o lo estaba desde el principio. C om prendieron enton­

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ces respecto al oráculo que la Pitia se refería al hablar de los dos que salían de la emboscada y de nuevo volvían a su destino a los ojos de O fion eo. E ntonces A nstod em o reflexionando sobre sus asuntos en 4 el sentido de que se había convertido en asesino de su hija sin ningún provecho, y viendo que no le quedaba ya ninguna e s­ peranza de salvación a su patria, se suicidó sobre la tumba de su hija, después de haber intentado salvar a los mesenios con su ra­ zonamiento humano, pero la fortuna redujo a nada sus acciones y sus planes. Murió habiendo reinado seis años y pocos m eses. Los m esen ios estaban tan desesperados que estaban dis- 5 p u esto s a en viar a su plicar a lo s laced em on ios; tan fuerte­ m ente les había conm ovido la muerte de A ristodem o, pero su valor les im pidió hacerlo, y reuniéndose en asam blea, no eli­ gieron a ningún rey, sino a D am is com o estratego con plenos poderes. Éste, después de elegir a C leonis y a F ileo com o co le­ gas su yos, se preparó para entablar batalla in clu so tal com o estaban las cosas. Les obligaba, en efecto, el asedio y sobre to­ do el hambre, y com o con secu en cia de e llo el tem or de ser aniquilados por indigencia. L os m esen io s en valor y en audacia no se quedaron en- 6 tonces tam poco atrás, pero m urieron todos sus estrategos y los hom bres m ás notables. D espués de esto resistieron todavía cinco m eses, y cuando acababa el año, abandonaron el Itome, después de haber estado en guerra durante veinte años com pletos, com o Tirteo ha cantado: En el año vig ésim o ellos, deja n d o sus f é r tile s cam pos, esca p a ron de la s e lev a d a s m on tañ as d e l Ito m e 35bis. Esta guerra terminó en el año primero dé la 14.a olim piada 7 [724 a. C.J, en la que ven ció D asm ón el corintio en el esta­ d io, cuando lo s M edóntidas tenían todavía el arcontado de

35bis F r . 4 d e D i e h l 3, 7 -8 .

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d iez años en A tenas y se había cu m p lid o el cuarto año del mandato de H ipóm enes. 14 T od os lo s m e se n io s que ten ían Parte de los m esem os vín cu los de h ospitalidad con S ició n em g ro . Atesema es sometida, con A rgos y con algunos arcadios,

y

in cita a la 'reb eld ia

se retiraron a estas ciudades, mien-

tras que los pertenecientes a la fam ilia d e los sacerdotes, que celebraban los m isterios de las Grandes D io sa s, se marcharon a E leu sis. L a m ayoría del p ueblo llano se dispersó por sus antiguas patrias. 2 Los laced em on ios destruyeron en prim er lugar el Itom e hasta sus cim ientos, después atacaron las restantes ciudades y la s con q u istaron , y de lo s d esp o jo s ofreciero n tríp od es de bronce al A m ic le o 36. U na im agen de A frodita está en p ie ba­ jo el primer trípode, una de Á rtem is bajo el segun do, y una de Core, hija de D em éter, bajo el tercero. 3 Éstas fueron las ofrendas allí, y a los de A sin e que habían sido expulsados por los argivos, le s concedieron esta zona de M esen ia junto al mar, que todavía hoy habitan, y a los d es­ cend ientes de A ndrocles -p u e s A nd rocles tuvo una hija e hi­ jo s de su h ija, que h uyeron a la m uerte de A n d ro c les a E sparta- a éstos le s asignaron la llam ada H ia m ia 37. 4 En cuanto a lo s propios m esen ios, lo s laced em on io s lo s trataron de esta manera: en primer lugar, les im pusieron un juramento de que no se sublevarían jamás contra ellos ni harían ningún otro acto revolucionario. En segundo lugar, no les im ­ p u siero n n ingún tributo d eterm in ado, p ero se llev a ro n a Esparta la mitad de todos lo s productos agrícolas. Se les or­ denó tam bién que al entierro de lo s reyes y otros m agistra­ dos vinieran hom bres de M esenia y no m ujeres con vestido negro; y a los que no lo cum plían se les im ponía una multa.

36 Cf. III 1 8 ,7 . 37 Cf. 11 36, 4-5 y III 7, 4.

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En relación a los castigos que insolentem ente infligieron a 5 lo s m esen ios Tirteo com puso: com o bu rros a g o ta d o s con g ra n d es p e s o s lleva n do a su s du eñ os b ajo la fo r z o s a desven tu ra la m ita d d e todos lo s fr u to s que p ro d u c e la tierra. Y que también estaban ob ligad os a compartir su duelo, lo ha m ostrado en lo siguiente: A sus se ñ o re s llorando, ello s y su s esposas, cuando a alguno le lleg a b a el d estin o fu n esto d e la m uer[te 38. Los m esen ios, com o les sobrevinieron tales desgracias, y 6 al m ism o tiem po no viend o ningún rasgo de bondad en rela­ ció n al futuro por parte de los laced em on ios, consideraron que era preferible antes que su situ ación presente morir lu­ chando o abandonar totalm ente el P elop on eso, y decidieron sublevarse de todas maneras. L es incitaban a esto sobre todo los más jó ven es, que todavía no tenían experiencia en la gu e­ rra, pero que eran de n ob les sen tim ien tos y preferían morir en su patria libre, aunque en los dem ás aspectos pudiesen ser escla v o s felices. Los jóven es crecieron también en otras partes de M esenia, 7 pero los m ejores y m ás num erosos, en Andania, y entre ello s Aristóm enes, que incluso ahora recibe honores de héroe entre los m esenios. Consideran que también las circunstancias de su nacimiento fueron muy notables, pues dicen que con su madre N ic o te le a se unió un espíritu d ivin o o un d ios en form a de serpiente. C osas parecidas sé que dicen lo s m acedonios res­ pecto a Olimpíade y los sicionios respecto a A ristodam a39, pe-

38 Fr. 5 de D iehl3. 39 Olimpíade era la madre de Alejandro M agno y Aristodama la del gran p olítico helenístico Arato de Sición. P l u t a r c o , A lejan dro 2 , trata del naci­ m iento m ágico de Alejandro.

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8 ro hay esta diferencia. Los m esenios no hicieron a A ristóm enes hijo de H eracles o de Zeus, com o los m acedonios a A le ­ jandro hijo de Am ón y los sicion ios a Arato hijo de A sclepio. La m ayoría de los griegos dicen que el padre de A ristóm enes fue Pirro, pero sé que los m esenios en sus lib aciones invocan a Aristóm enes com o hijo de N icom edes. Pues bien, éste, cuan­ do estaba en la flor de la juventud y en la plenitud del valor, y otros de los principales lo s incitaron a la rebelión. E sto no se lle v ó a cab o a las claras en segu id a, sin o que a esco n d id a s mandaron recado a A rgos y a los arcadios de si querían ayu­ darles sin vacilar y no m enos enérgicam ente que en la gu e­ rra anterior. 15 C uando lo tenían todo dispu esto La Segunda Guerra para la guerra y la actitud de sus alia­ Mesenia: dos era más anim osa de lo que espefecha, batalla de Deras. Tirteo. Preparativos para raban -p u e s el odio de argivos y ar­ ia batalla d el Túmulo ca d io s h acia lo s la c e d e m o n io s se del Jabalí e n a r d e c ía - se rebelaron en el año treinta y nueve después de la toma del Itome, y en e l cuarto de la 2 3 .a olim p iad a [685 a. C .], en la que ícaro d e H ip eresia v en ció en el estadio. En A tenas, el arcontado era ya anual y T lesias era el arconte. 2 Tirteo no ha escrito los nombres de lo s que entonces eran reyes de L aced em onia, pero R iano d ijo en sus p oem as que Leotíquides era rey en el tiempo de esta guerra40. Pues bien, yo por mi parte de ninguna manera estaré de acuerdo con R iano en este punto. Pues se puede considerar que Tirteo lo ha dicho, aunque no lo haya h ech o ex p resa m en te, por lo sig u ie n te. E fectivam ente, tien e unos versos e leg ia c o s en relación con la primera guerra41:

40 F G rH ist 265 F 43. 41 F r. 4 d e D ie h l 3 4 -6 .

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En torno a él lucharon du ran te d iecin u eve años siem p re en carnizadam en te, con ánim o valien te, gu erreros, p a d re s d e n u estros p a d re s. Es evidente que los m esenios llevaron a cabo esta guerra d espués en la tercera generación, y la secu en cia del tiem po m uestra que entonces reinaba en Esparta Anaxandro, hijo de Eurícrates, hijo de Polidoro, y de la otra casa A naxidam o, hi­ jo de Zeuxidam o, hijo de Arquidam o, hijo de Teopom po. He lleg a d o hasta el tercer d escen d ien te de T eop om p o, porque A rquidam o, hijo de T eopom po, m urió antes que su padre y el poder de T eopom po recayó en Z euxidam o, que era su n ie­ to. En ca m b io, e s claro que L e o tíq u id es rein ó d esp u és de Dem arato, hijo de Aristón, y Aristón es el sexto descendiente de Teopom po. E ntonces lo s m esen ios entablaron com bate con los lacedem onios en el lugar llam ado Deras de M esenia, en el primer año después de la sublevación. A unos y otros les faltaron los aliados, y no hubo una victoria clara de unos ni de otros, pero dicen que A ristóm enes fue el que realizó m ás hazañas de lo que era natural para un so lo hom bre, hasta el punto de que lo eligieron rey después de la batalla -p u es era de la familia de los E p ítid as-, pero com o rehusó, lo nombraron estratego con p lenos poderes. A ristóm en es pensaba que cualquier hom bre estaría d ispuesto a morir en la guerra después de realizar actos dignos de recuerdo; pero consideraba que su propia tarea era antes que nada aparecer ya al com ienzo de la guerra infundiendo temor a los laced em on ios, y atem orizarlos todavía más en el futu­ ro. En esta disposición de ánimo fue de noche a Lacedem onia y ofrendó un escudo en el tem plo de la C alcieco con una in s­ cripción que decía que A ristóm enes lo donaba a la diosa ha­ b ién d oselo quitado a lo s espartanos. Los lacedem onios recibieron un oráculo de D elfos que decía que se procurasen al ateniense com o consejero. Por tanto

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mandaron enviados a los atenienses para anunciar el oráculo y para pedir un hom bre que les acon sejase lo que tenían que hacer. Los atenienses, que no querían ninguna de las dos cosas: ni que los lacedem onios conquistasen la mejor parte del P elop oneso sin grandes riesgos, ni ello s m ism os d esob ed ecer al d ios, tramaron una estratagem a para esto. H abía un tal Tirt e o 42, m aestro de escuela, que era tenido por m uy poco in te­ lig en te y era cojo de un pie. Lo enviaron a Esparta, y cuan­ do llegó, recitó, bien en privado a los nobles bien reuniendo a los que se encontraba, sus poem as elegiacos y sus anapestos. 7 U n año desp ués del com bate en D eras, cuando llegaron los aliados de ambos, se preparaban para entablar batalla en el llam ado Túm ulo del Jabalí. Los m esenios tenían a los eleo s y a lo s arcadios, y de A rgos y de S ición también les lle g ó ayu­ da. Se presentaron todos lo s m esen ios que antes habían ido al ex ilio voluntariam ente, y de E leu sis aquellos que tienen la tarea hereditaria de ejecutar los ritos de las Grandes D iosas, y los descendientes de A ndrocles. Éstos fueron los que les ayu8 daron con más celo. Los corintios vinieron para luchar al lado de lo s la ced em o n io s, y algunos le p r ea ta s43 por od io contra los eleo s. L os de A sin e tenían juram entos con unos y otros. E ste lugar, el T úm ulo d el Jabalí, está en E steniclaro de Mesenia, y allí dicen que Heracles prestó juramento sobre los tro­ zos de un jabalí a los hijos de N e le o 44 y los recibió de aquéllos.

42 Tirteo es el famoso poeta elegiaco espartano del s. vn a. C. Hoy es re­ chazada la leyenda de la patria ateniense que desde P l a t ó n (Leyes 629a) se le atribuía. Su origen probablemente está en la ayuda de los atenienses a los espartanos en la Tercera Guerra M esenia y en lo incomprensible que resultaba para los atenienses la existencia de un poeta espartano. 43 En e l sur de T r ifilia . C f. T u c íd id e s , V 312. 44 Heracles dirigió contra N eleo una expedición con el pretexto de que é s­ te se había negado a purificarlo por la muerte de ífito. En esta guerra cayeron once de los hijos de N eleo. Sólo Néstor se libró de la matanza por hallarse au­ sente.

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Los ad ivin os de unos y otros hi- 16 cieron sacrificios antes de la batalla; por parte de lo s laced em o n io s, H ecas, d esc en d ie n te y h om ón im o del Hecas que fue con los hijos de AristoSaqueo de Faros. Incidente (jem o a Esparta; y por la de los m eseSacrificios de los adivinos previos a la batalla d el Túmulo del Jabalí. H echos de Aristómenes en esta batalla. Su escudo.

de las muchachas de Carias

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m os, T eoclo. Este T eoclo era descen­ diente de Eumantis y a Eumantis, que era eleo de la fam ilia de ios Y ám idas45, Cresfontes lo había traído a M esene. Entonces, en p resen cia de lo s adivinos, unos y otros se animaron más para la lucha. T odos tenían e l ce lo propio de su edad y su fuerza, pero 2 m ás que ninguno Anaxandro, el rey de los laced em onios, y los espartanos que estaban con él. Por parte de los m esenios, lo s descendientes de Androcles, Fintas y Androcles y sus com ­ pañeros intentaban mostrarse com o hombres valerosos. Tirteo y los hierofantes de las Grandes D iosas no intervinieron en la acción , pero unos y otros animaban a la retaguardia de su resp ectivo ejército. En cuanto al propio Aristóm enes, tenía en torno a él ochen- 3 ta m esenios escogid os de su m ism a edad, y cada uno pensaba que era gran p riv ileg io haber sido considerado digno de e s­ tar con las tropas de Aristóm enes. Eran hábiles en percibir en poco tiempo cada uno los m ovim ientos de los otros, y sobre to­ do los de aquél, no sólo cuando comenzaba, sino incluso cuan­ do se disponía a hacer algo. A l principio, ello s y Aristóm enes tuvieron m ucho trabajo form ados frente a Anaxandro y los m ejores de lo s laced em on ios, pero com o recibieran heridas sin consideración y llegaran a una desesperación total, con el tiem p o y con su valor pusieron en fu ga a A naxandro y sus hombres. 45 Familia sacerdotal, descendientes de Yamo, un héroe de Olimpia, que había recibido de Apolo el don de comprender el lenguaje de las aves y de in­ terpretar los presagios proporcionados por las víctim as. Cf. I I I 11, 6; 12, 8, y H e r ó d o t o , IX 2 3.

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Cuando ellos huyeron, Aristóm enes ordenó a otra com pa­ ñía de m esem os perseguirlos, y él m ism o se lanzó contra los que más resistencia oponían, y después de que repelió tam ­ bién a éstos, se volvió contra otros; y rechazando rápidamen­ te tam bién a éstos, se lanzó ya m ás resueltam ente contra los qu e sostenían el ataque, hasta que desbarató toda la form a­ ción de los lacedem onios y de sus aliados. Y com o huyeran sin pudor y no quisieran ya esperarse unos a otros, lo s atacó in­ fun diénd oles más tem or que el que pueda inspirar la locura de un so lo hombre. A llí crecía un peral silvestre en un lugar de la llanura, más allá del cual el adivino T eoclo prohibió a A ristóm enes pasar, p ues d ecía que sobre el peral estaban sentados lo s D io sc u r o s 46. Pero A ristóm enes, dejándose llevar por su cólera y sin escuchar lo que el adivino decía, cuando estuvo junto al peral, perdió su escudo, y el error de A ristóm enes dio ocasión a que alg u n o s de lo s laced em on ios se salvaran en su huida, pues perdió e l tiem po intentando encontrar e l escudo. L os laced em on ios estaban d esesperad os después de este g o lp e y d ispu estos a poner fin a la guerra, pero Tirteo reci­ tando e le g ía s les h izo cam biar de op in ión y a listó para las com pañías en sustitución de los m uertos a hombres de los hilotas. Cuando A ristóm enes regresó a A ndania, las m ujeres le lanzaban cintas y flores frescas y cantaban una canción que to­ davía se canta entre nosotros: H asta el centro de la llanura d e E sten iclaro y h asta la t i ­ lm a d e l m onte se g u ía A ristó m en es a lo s lacedem on ios. Recuperó también aquel escudo yendo a D elfos, y bajando al santuario sagrado de T rofonio en L ebadea, com o la P itia 46 En las monedas de G itio aparece un árbol entre los D ioscuros. Widb, L akonische..., págs. 316 ss., lo interpreta com o recuerdo de los cultos anti­ quísim os en relación con el árbol.

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se lo ordenó. T iem po desp ués lle v ó el escu d o a L ebadea y lo ofrendó, y yo m ism o lo he visto allí con sagrad o47. Por cu­ bierta tien e un águ ila con sus alas extend idas a uno y otro lad o hasta el extrem o d el escu d o . E n ton ces A ristó m en es, cuando regresó de B e o cia habiendo encontrado y recogido el escudo en el santuario de Trofonio, con sigu ió hazañas ma­ yores. R eunió a algunos m esenios, y con tropas suyas escogid as 8 esperó a que pasara la tarde para ir a una ciudad de Laconia, cuyo antiguo nombre en el “C atálogo” de Homero era Faris48, pero que es llam ada por los espartanos y sus vecin os Faras. Cuando lle g ó a ésta, m ató a lo s que intentaban oponérsele y co g ien d o botín lo lle v ó a M esen e. C om o le atacaron por el cam ino los hoplitas lacedem onios y el rey Anaxandro, los pu­ so en fuga tam bién a ello s y se lanzó en persecución de A na­ xandro; y herido por una jab alin a en la nalga su spend ió la persecución, pero no perdió el botín que llevaba. D ejó pasar el tiem po para que se curase su herida y, cuan- 9 do hacía un ataque contra la m ism a Esparta de noche, se v ol­ v ió atrás por las apariciones de H elena y los D ioscuros, y al llegar el día, tendió una em boscada a las m uchachas que e s ­ taban ejecutando danzas en honor de Á rtem is en C arias49, y capturó a todas las que destacaban por sus riquezas y por el p restigio de sus padres. Las lle v ó a una aldea de M esenia y, mientras descansaba durante la noche, las confió a hombres de su com pañía para que las vigilaran. E ntonces los jó v en es, en m i opinión ebrios y no dueños 10 de sí, intentaron violar a las muchachas, y cuando Aristómenes intentó im pedir que realizasen accion es contrarias a las c o s­ tumbres de los griegos, no hicieron ningún caso, hasta el pun­

47 Para el escudo, cf, IX 3 9 ,1 4 , y 32, 5 ss. de este libro. 48 Iliada II 582. Para Faris cf. III 2, 6; 20, 2. 49 Para las danzas de m uchachas en honor de Ártemis Cariátide cf. III 10, 7 y nota.

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to de que se vio obligado a dar muerte a lo s que estaban más ebrios. Tom ando a las cautivas las liberó, a cam b io de m u­ chas riquezas, vírgen es com o cuando las capturó. En L aconia está É gila, donde se Incidente en el levanta un santuario sagrado de D e­ santuario m éter. A ristóm en es y su s hom bres, de D em éter en Égila. sabiendo que las m ujeres celebraban Los lacedemonios sobornan una fiesta allí las m ujeres fueron a l rey de los arcadios, Aristócrates, y inducidas a d efen d erse por in sp ira­ después reciben su castigo. ció n de la d iosa, y la m ayoría de los Batalla de la Gran Fosa. mesenios recibieron heridas con los cu­ Sitio de Hira ch illos con que las mujeres sacrifica­ ban a las víctim as y con lo s asadores que atravesaban las car­ nes para asarlas. Golpearon a Aristóm enes con las antorchas y lo cogieron vivo. Sin em bargo, aquella m ism a n och e se pu­ so a salvo en M esenia, y una sacerdotisa de Deméter, Arquidam ea, fu e acusada de haberle dejado marchar. L o dejó mar­ char no por dinero, sin o porque había estado enam orada de él ya antes, y alegó que Aristóm enes había quemado las cuer­ das y había escapado. En el tercer año de la guerra, cuando iba a tener lugar una batalla en la llam ada Gran F osa y lo s arcadios acudieron en ayuda de lo s m esen ios d esd e todas las ciudades, los lacedem onios compraron con dinero a A ristócrates de Trapezunte, hijo de H icetas, que era rey de lo s arcadios y estratego en ­ tonces. E fectivam en te, lo s laced em on ios fueron lo s prim e­ ros que sabem os que compraron a un enem igo, y lo s primeros que instituyeron que la v ictoria en las armas fuera venal. A ntes de que lo s laced em on ios obraran contra las le y e s en la guerra m esenia y en la traición de Aristócrates el arcadio, la batalla se decidía por el valor y por la suerte procedente de la divinidad. Pero es evidente que lo s laced em onios también d esp ués, cuando fondeaban frente a las naves aten ien ses en E gospótam os, compraron a A dim anto y a otros estrategos de los atenienses.

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Sin em bargo, con el tiem po tam bién los propios laced em o n io s sufrieron la llam ada ven gan za de N eo p tó lem o . En efecto, a N eop tólem o, hijo de A q u iles, le su ced ió que, d es­ pués de haber dado muerte a Príamo junto al hogar de Zeus H erceo50, él m ism o fue también muerto junto al altar de A polo en D elfo s. Y d esd e entonces a sufrir uno lo que ha hecho se llam a “v en gan za de N eop tólem o”. A sí, a los laced em onios, cuando estaban en su mayor esplendor y habían destruido la flota de los atenienses, y A gesilao había som etido la m ayor parte de A sia, no les fue p osible conquistar todo e l Im perio M edo, sino que el bárbaro los ga­ nó con su propio invento, enviando dinero a Corinto, a Argos, a A tenas y a T ebas, y por este dinero se entabló la llam ada Guerra Corintíaca, por lo que A gesilao se vio obligado a aban­ donar lo s asuntos de A sia. En cuanto a la trampa de los laced em onios respecto a los m esen io s, la divin idad ib a a m ostrarla com o una desgracia para ello s. Cuando A ristócrates recibió el dinero de Lacedem onia, al principio, ocu ltó a lo s arcadios lo que tramaba, p e­ ro cuando estaban a punto de llegar a las m anos ya, entonces lo s asustó d icién d oles que estaban aislados en terreno d esfa ­ vorable y que no sería p osib le para e llo s la retirada, si eran ven cid os, y afirm ó que lo s presagios no habían resultado fa­ vorables. Por tanto exhortó a todos a que, cuando él diera la se­ ñal, huyeran. A l com enzar la batalla, cuando lo s laced em on ios trababan co m b ate y lo s m e se n io s se habían v u elto h acia e llo s , A ristócrates retiró a los arcadios, y el ala derecha y central de los m esen ios quedó desierta, pues los arcadios ocupaban ambas, ya que estaban ausentes de la batalla los eleos, los argivos y los sicionios. Y Aristócrates hizo además otra cosa: re­ alizó la retirada a través d e los m esenios. Éstos estaban fuera 50 casa” .

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Hace referencia a la tapia del patio de la casa, de donde “protector de la

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de sí ante lo inesperado de su situación y, al m ism o tiempo, es­ taban confundidos por la marcha de los arcadios a través de ellos, hasta el punto de que c a si51 se olvidaron de lo que tenían entre m anos, pues, en lugar del ataque de los laced em on ios, miraban la retirada de los arcadios, unos su p licán d oles que perm anecieran junto a ellos, otros profiriendo in sultos co n ­ tra aquéllos com o contra hombres traidores y m alvados. L os la c e d e m o n io s rodearon fá c ilm e n te a lo s m ese n io s cuando se quedaron solos, y obtuvieron una victoria muy rá­ pida y sin ningún esfuerzo. A ristóm enes y los su yos resistie­ ron e intentaron hacer retroceder a lo s laced em onios que más les acosaban, pero com o eran p ocos, no ayudaron m ucho; y m urió tal cantidad de gente de los m esen ios que, mientras al principio consideraban que serían señores de lo s laced em o ­ nios en lugar de esclavos, entonces se vieron in clu so sin es­ peranza de salvación. Entre los principales que m urieron es­ taban A n d rocles, Fintas y Fanas, que lu ch ó de m anera m uy m em orable y que antes de esto ya había obtenido una victoria en O lim pia en la carrera larga. A ristóm enes, después de la batalla reunió a lo s m esen ios que habían escapado y convenció a la m ayoría para que aban­ donaran A ndania y todos lo s otros p ueblos del interior y se trasladaran a vivir al m onte H ir a 52. L os laced em o n io s a se ­ diaron a los que se habían congregado en e se lugar pensando que enseguida los aniquilarían; pero los m esen ios resistieron y, tras la derrota en la Fosa, se defendieron durante once años. Estos versos de R ian o53 respecto a los lacedem onios m ues­ tran cóm o la duración del asedio fue tan larga:

51 Seguim os aquí la lectura propuesta por H itzig-B lümner , oú tioXXov en lugar de o i rco M o í de los códices, aceptada por Rocha-Pereira. 52 El monte Hira, e l Tetrazi actual, está en el N .O . de M esenia, cerca de la frontera con Arcadia, en el curso superior del N eda, con restos de la for­ taleza. 53 F G rH ist 265 F 44.

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E n la s f a l d a s d e l m o n te b la n c o a c a m p a r o n v e in tid ó s in v ie r n o s e n te r o s y v e r d e s h ie r b a s .

Contó, en efecto, inviernos y veranos, queriendo decir con hierbas el trigo verde o un poco antes de la siega. Los mesenios, cuando se estableLos mesemos del Hira cieron54 en el Hira, abandonaron el saquean Lacedemoma y Mese nía, Aristomenes

restQ ^ ,

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regj¿nj saJV0 los püios y .

los motoneos, que mantuvieron para ellos las tierras costeras, y se dedica­ ban a saquear la región de Laconia y la suya, pues la consi­ deraban ya también enemiga. Otros se organizaban para hacer correrías como podían, y Aristómenes elevó el número de sus tropas escogidas a trescientos. Saqueaban las tierras de los lacedemonios y pillaban lo 2 que cada uno podía: cogían el trigo, el ganado y el vino y los consumían, y los muebles y los hombres los vendían, hasta el punto de que los lacedemonios, como cultivaban la tierra más para beneficio de los del Hira que para el suyo, tomaron la decisión de, mientras estuviesen en guerra, dejar sin sembrar Mesenia y la parte vecina de Laconia. Como consecuencia de esto hubo escasez de víveres en 3 Esparta y al mismo tiempo revolución; pues los que tenían posesiones allí no soportaban que quedaran estériles, y Tirteo intentaba acabar con las diferencias entre éstos; Aristómenes salió con sus tropas escogidas a la caída de la tarde y rápida­ mente recorrió el camino hasta Amidas, antes del amanecer, se apoderó del pueblo de Amidas, lo devastó y se retiró antes de que acudieran en su ayuda los de Esparta. Después, continuó haciendo correrías por el país, hasta 4 que en un combate con más de la mitad de los escuadrones es hecho prisionero y escapa

54 Adm itim os la conjetura de Schubart ávíoiK ÍoQ 'naav para la laguna que hay en el texto.

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de los lacedemonios y con ambos reyes, recibió, mientras se defendía, varias heridas, y herido en la cabeza por una pie­ dra se le nubló la vista. Cuando cayó, un grupo de lacedemo­ nios se lanzó sobre él, lo apresaron vivo e hicieron prisioneros a unos cincuenta de los suyos. Los lacedemonios decidieron arrojarlos a todos ellos al Céadas. Allí arrojan a los que son castigados por los mayores crímenes. Los otros mesenios al caer murieron inmediatamente, pe­ ro a Aristómenes uno de los dioses lo preservó también en­ tonces como en las otras ocasiones. Los que ensalzan la his­ toria de Aristómenes dicen que, cuando fue arrojado al Céadas, un águila voló bajo él y lo sostuvo con sus alas, hasta que lo llevó al fondo sin que ninguna parte de su cuerpo sufriera da­ ño y sin recibir ninguna herida. Incluso de aquí la divinidad iba a mostrarle una salida. Cuando llegó al fondo del abismo, quedó tendido, y cu­ briéndose él mismo con su clámide, esperaba la llegada de la muerte decretada sin duda por el destino. Pero dos días des­ pués, sintió un ruido, se descubrió -y a podía ver a través de la obscuridad- y vio una zorra que se comía los cadáve­ res; y sospechando que el animal tenía una entrada por al­ guna parte, esperó a que la zorra estuviera cerca de él, y en­ tonces la agarró. Con la otra mano, cada vez que se volvía hacia él, le echaba el manto para que lo mordiera. La ma­ yor parte de las veces corría a la par que la zorra, pero en los lugares más difíciles era arrastrado por ella. Por fin, vio un agujero suficiente para que lo atravesase la zorra y luz a través de él. Ella, cuando Aristómenes la dejó libre, debió de entrar en la madriguera, pero Aristómenes, como el agujero no era su­ ficientemente grande para que él lo atravesara, lo hizo más ancho con sus manos y se puso a salvo en su casa en el Hira, habiendo tenido una extraña suerte en su captura, pues su va­ lor y su atrevimiento eran tan grandes que no se hubiera es­ perado que Aristómenes fuese hecho prisionero, y su liberación

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del Céadas54bis era incluso más extraña todavía y, con toda evidencia, debida a la ayuda divina. Los lacedemonios se enteraron enseguida por unos desertores que ArisA nstom enes tómenes había regresado sano y salcae de nuevo prisionero r . , . , , , vo. Lo consideraron increíble, de la misma manera que si se hubiera di­ cho que un muerto había resucitado, pero Aristómenes dio la siguiente prueba. Los corintios enviaron una fuerza a los la­ cedemonios con intención de ayudar a conquistar Hira. Enterado Aristómenes por los espías de que su marcha era desordenada y en sus campamentos no tenían vigilancia, les atacó de noche; dio muerte a la mayoría mientras estaban dur­ miendo todavía y mató a los jefes Hiperménides, Acladeo, Lisístrato y Sidecto. Cuando saqueó la tienda del general, hi­ zo que los espartanos supieran a ciencia cierta que era Aristó­ menes y no otro mesenio el que había hecho esto. También hizo en honor de Zeus Itomatas el sacrificio que llaman h e c a t o n f o n i a 55. Éste está instituido desde muy antiguo, y acostumbraban a celebrarlo todos los mesenios que habían dado muerte a cien enemigos. Y a Aristómenes, que lo había ofrecido por primera vez cuando luchó junto al Túmulo del Jabalí, la matanza de los corintios en la noche le dio ocasión para hacer el sacrificio por segunda vez. D i­ cen que celebró un tercer sacrificio en sus posteriores in­ cursiones. Los lacedemonios, como se aproximaban las Jacintias36, hicieron una tregua con los del Hira por cuarenta días, y cuando regresaron a casa celebraron la fiesta, pero los arqueros cre­

54bis e i c é a d a s es un precip icio cerca de Mistra, en la ladera este del Taigeto, citado también por T u c í d i d e s , 1 134. 55 Sacrificio por cien muertos, por la muerte de cien enem igos. 56 Para las Jacintias cf. III 10, I . Durante estas fiestas no se podía llevar a cabo ninguna acción de guerra.

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tenses, que habían sido mandados llamar como mercenarios de Licto y de otras ciudades, anduvieron vagando por Mesenia; y entonces, como Aristómenes en virtud de la tregua estaba a alguna distancia del Hira y avanzaba más despreocupada­ mente, siete arqueros le tendieron una emboscada y lo apre­ saron y ataron con las cuerdas que tenían en las aljabas, pues la tarde estaba llegando. Dos de ellos fueron a Esparta y anun­ ciaron la buena noticia de que Aristómenes había sido apre­ sado. Los restantes se fueron a una granja en Mesenia. Allí vivía con su madre una joven muchacha huérfana de padre. La niña la noche anterior había tenido una visión. Unos lo­ bos les llevaron un león atado, sin garras, y ella lo libró de las ataduras y encontró y le dio sus garras, y pareció que los lo­ bos eran desgarrados por el león. Entonces, cuando los cretenses les llevaron a Aristómenes, la muchacha comprendió que se había hecho realidad el sue­ ño que había tenido por la noche y le preguntó a su madre quién era él. Al enterarse cobró ánimos y, cuando miró hacia él, comprendió lo que le ordenaba. Así pues, sirvió vino en abundancia a los cretenses y, cuando estuvieron ebrios, le quitó el puñal al que estaba más dormido. La muchacha cortó las ataduras de Aristómenes, y éste cogiendo la espada acabó . A esta mujer Gorgo, hijo de Aristómenes, la to­ mó por esposa. Aristómenes se lo concedió como recompen­ sa por salvar su vida, puesto que Gorgo todavía no tenía die­ ciocho años cuando se casó. En el año undécim o de asedio Último oráculo era ei destino que el Hira fuese tosobre la ruina de Mesenia. ma(j0 jos mesenios expulsados, y

y

Un adulterio precipita h toma d el Hira

,

el dlos cumplió un oráculo que había sido vaticinado a Aristómenes y a Teoclo. En efecto, cuando ellos fueron a Delfos, después del desastre junto a la Fosa, y preguntaron acerca de su sal­ vación, la Pitia les respondió lo siguiente:

,.

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C u a n d o un m a c h o c a b r ío b e b a e l a g u a d e c o r r ie n te s i[n u o sa d e l N eda, y a n o s a l v a r é a M e s e n ia . P u e s l a d e s t r u c c i ó n e s t a r á c e r c a .

Las fuentes del Neda están en el monte Liceo, y el río 2 avanza a través del país de los arcadios y se dirige de nuevo a Mesenia, haciendo frontera en la parte de la costa entre la tie­ rra de los mesenios y la de los eleos. En esa época ellos tenían miedo de que los machos cabríos bebieran del Neda, pero a lo que el dios se refería era lo siguiente: al árbol de la higue­ ra silvestre hay algunos griegos que lo llaman o l y n t h é , pero los mesenios t r á g o s 57. Pues bien, en aquella época, una higuera silvestre que ha­ bía brotado junto al Neda no había crecido derecha, sino que se volvía hacia la corriente y tocaba con sus hojas extremas el agua. Cuando el adivino Teoclo la vio, comprendió que el macho 3 cabrío que bebía del Neda que la Pitia había profetizado era es­ ta higuera silvestre y que ya había llegado el destino de los mesemos. Ante los demás lo mantuvo en secreto, pero llevó a Aristómenes hasta la higuera silvestre y le mostró que el tiem­ po de su salvación había pasado. Aristómenes creyó que era así y que no había dilación para ellos, y en esas circunstancias presentes tomó precauciones. Los mesenios, en efecto, tenían 4 una cosa en secreto58, que si era destruida, haría desaparecer Mesene para siempre, pero, si era conservada, los oráculos de Lico, hijo de Pandión, decían que los mesenios con el tiem­ po recuperarían su país. Aristómenes, como conocía los orá­ culos, se la llevó cuando llegó la noche. Fue a la parte más desierta del Itome, la enterró en el monte y pidió a Zeus, pro-

57 S ig n ifica también “m acho cabrío”. En latín se llam a caprificu s (ca­ brahigo) a este árbol. 58 El ritual de los misterios de las Grandes Diosas. Cf. infra 26, 8 y 33, 5. Para L ico cf. X 12, 11.

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tector del Itome, y a los dioses que habían salvado hasta en­ tonces a los mesenios que permanecieran guardianes del de­ pósito y que no pusiesen en manos de los lacedemonios la única esperanza del regreso de los mesenios. Después de esto, los mesenios, como antes los troyanos, co­ menzaron a sufrir males por un adulterio. Eran dueños del monte y del territorio de la parte del Hira hasta el Neda, y al­ gunos tenían sus viviendas fuera de las puertas. Ningún otro desertor se pasó a ellos de Laconia, excepto un esclavo de Empéramo, un pastor que conducía las vacas de su señor. Empéramo era un hombre de reputación en Esparta. Este pastor apacentaba sus rebaños no lejos del Neda, y vio que la esposa de uno de los mesenios que tenía su vivien­ da fuera de la muralla iba a por agua. Enamorado de ella, se atrevió a hablarle y, dándole regalos, se acostó con ella. Desde entonces, vigilaba a su marido cada vez que se marchaba al puesto de guardia. De vigilar la acrópolis se encargaban los mesenios por tumo, pues por este lado era por donde más te­ mían que los enemigos entrasen en la ciudad. Cuando él se marchaba, el pastor visitaba a la mujer. En cierta ocasión en que le tocó juntamente con otros la guardia de noche, sucedió que llovió mucho y los mesenios abandonaron la guarnición, pues el agua que caía incesante del cielo los obligó a ello, ya que no había construidas ni al­ menas ni torres por la prisa con que había sido hecha la mu­ ralla, y al mismo tiempo no esperaban que los lacedemonios se movieran en una noche' sin luna y tan invernal. Aristómenes, no muchos días antes, a un mercader de Cefalenia, huésped suyo, que llevaba a Hira todo lo que ne­ cesitaban, y que había sido apresado por los lacedemonios y los arqueros de ÁpteraS9 que mandaba el espartano Euríalo, a este cefalenio lo liberó y lo puso a salvo junto con todas las ri-

59 Ciudad en el oeste de Creta.

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quezas que traía, pero el propio Aristómenes resultó herido, y no podía visitar a los vigilantes como acostumbraba. Ésta fue la causa principal por la que la acrópolis fue abandonada. Todos abandonaron la guarnición y también el marido de 9 la mujer que cometía adulterio con el pastor. Ella entonces tenía al pastor dentro; se dio cuenta de que su marido se acer­ caba, y lo escondió lo más deprisa que pudo. Cuando entró su marido, lo recibió cariñosamente como no lo había hecho nunca antes, y le preguntó por qué motivo había venido. Él, no sabiendo que era adúltera ni que el pastor estaba dentro, le contó la verdad y dijo que él y todos los demás habían aban­ donado la guarnición por la violencia de la lluvia. El pastor escuchó lo que decía, y cuando se enteró de todos 10 los detalles, se pasó de nuevo de los mesenios a los lacedemonios. En ese momento, los reyes estaban ausentes del campa­ mento de los lacedemonios, y Empéramo, el amo del pastor, que entonces era polemarco, mandaba el cerco del Hira. Pues bien, al llegar ante éste, en primer lugar le suplicó que le per­ donara por la huida, y luego le indicó que en ese momento podría apoderarse de Hira, relatándole todo lo que sabía por el mesenio. Les pareció que era verdad lo que 21 decía y sirvió de guía a Empéramo y Toma del Hira y fin de [os espartanos. La marcha era difícil la Segunda Guerra Mesenia . , , , •, , . porque se hacía en la obscuridad y la lluvia no cesaba. Sin embargo, la lle­ varon a cabo con celo, y cuando estuvieron en la acrópolis del Hira la escalaron aplicando escalas y de cualquier otro modo que podían. Los mesenios se dieron cuenta del mal pre­ sente, entre otras cosas, principalmente porque los perros no la­ draban como solían, sino que sus ladridos eran más constantes y más fuertes. Entonces, comprendiendo que les había llega­ do el último y, al mismo tiempo, el más imperioso combate, no cogieron todas las armas, sino las que tenían más a mano y defendieron su patria, que era lo único que les quedaba de to­ da Mesenia.

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Los primeros que se dieron cuenta de que los enemigos estaban dentro y acudieron contra ellos fueron Gorgo, hijo de Aristómenes, el propio Aristómenes, Teoclo el adivino y Manticlo su hijo, y con ellos Evergétidas, reputado en Mesenia por otros motivos y que había alcanzado gran prestigio por causa de su mujer, pues estaba casado con Hagnágora, her­ mana de Aristómenes. Los demás, a pesar de que compren­ dían que estaban cogidos como en una red, guardaban alguna esperanza incluso en esa situación. Pero Aristómenes y el adivino sabían que ya no estaba le­ jos la ruina de los mesenios, porque conocían el oráculo que les había profetizado la Pitia referente a la higuera silvestre. Sin embargo, lo seguían ocultando y lo guardaban en secreto ante los demás. Recorrieron aprisa la ciudad dirigiéndose a todos: a los que encontraban, si se daban cuenta de que eran mesenios, les exhortaban a ser hombres valientes y llamaban a los que todavía quedaban en sus casas. Durante la noche ni unos ni otros hicieron nada digno de mención; pues a los espartanos el desconocimiento de los lu­ gares y la audacia de Aristómenes les hizo retrasarse, y a los mesenios el que no habían recibido con antelación ninguna contraseña de sus estrategos y que las antorchas o cualquier otra lámpara que encendiesen el dios las apagaba con la lluvia. Cuando fue de día y pudieron verse unos a otros, Aristó­ menes y Teoclo intentaron incitar a los mesenios a una resis­ tencia desesperada aleccionándoles de modo conveniente y recordándoles los actos de valor de los esmirneos, cómo, aun­ que eran un pueblo jonio, expulsaron con valor y ánimo a Giges, hijo de Dascilo, y a los lidios que ocupaban su ciudad 6°. Los mesenios, al oírlo, se llenaron de rabia y uniéndo­ se cada uno con los que tenía a mano atacaban a los lacedemonios. Se lanzaron también las mujeres a tirar tejas y lo que 60

L a g u e rra la c u e n ta H e r ó d o t o , 1 1 4 . G ig e s y A ris tó m e n e s e ra n c o n ­

te m p o rá n e o s .

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cada una podía a los enemigos. Pero como la violencia de la lluvia les impidió hacer esto y subirse a los tejados, entonces tuvieron el coraje de coger las armas e inflamaron más la au­ dacia de sus maridos, cuando veían que sus mujeres preferían morir juntamente con la patria que ser llevadas como esclavas a Lacedemonia, de modo que.habrían podido incluso escapar a su destino. Pero el dios trajo lluvia más incesante, con fuerte ruido 7 de truenos, y deslumbró sus ojos con los relámpagos adversos. A los lacedemonios, por el contrario, todo esto les infundió valor y afirmaban que el dios los ayudaba, y como efectiva­ mente relampagueaba a su derecha, el adivino Hecas decla­ ró que era favorable el presagio. A éste se le ocurrió la si- 8 guiente estratagema: los lacedemonios eran muy superiores en número, y como la batalla no se estaba produciendo en un espacio abierto ni organizadamente, sino que unos luchaban en una parte de la ciudad y otros en otra, los últimos de cada fila no tenían utilidad. A éstos les ordenó que se retiraran al cam­ pamento y tomaran comida y durmieran y de nuevo antes de la tarde fueran a relevar a los que soportaban el combate. Ellos, descansando y luchando alternativamente, resistí- 9 an más, mientras que los mesenios se veían abrumados por todos los lados, pues era ya el tercer día que luchaban los mis­ mos hombres de día y de noche sin interrupción. Cuando fue de día, la falta de sueño, la lluvia del cielo y el frío los acosa­ ban, y el hambre y la sed los abrumaban. Y, sobre todo, las mujeres estaban desfallecidas por no estar acostumbradas a la guerra y por lo continuo de su sufrimiento. Entonces, el adivino Teoclo acercándose a Aristómenes 10 le dijo: ¿Por qué mantienes en vano esta fatiga? Es el destino que Mesenia sea tomada de todas maneras, y hace tiempo la Pitia nos profetizó la desgracia que está ahora ante nuestros ojos, y nos mostró hace poco la higuera salvaje. En cuanto al dios, a mí me manda un fin común con el de mi patria, pero tú salva en la medida en que puedas a los mesenios y sálvate a ti

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mismo. Después de hablarle, corrió contra los enemigos y gri­ tó esto a los lacedemonios: “No siempre disfrutaréis con ale­ gría de la tierra de los mesenios”. Tras esto, cayendo sobre los que le hacían frente los mató y él mismo resultó herido, y después de saciar su cólera con la sangre de sus enemigos, exhaló su espíritu. Aristómenes, por su parte, llamó a los mesenios a la retira­ da de la batalla, excepto a los que combatían con valentía en las primeras filas60bis. A éstos los dejó que se quedaran en su pues­ to y a los demás les ordenó que con sus mujeres e hijos dentro de sus filas le siguiesen por donde él les procurase una salida. Puso al frente de la retaguardia como jefes a Gorgo y a Manticlo, y él mismo corriendo hasta los de la primera fila, con la señal de su cabeza y el movimiento de su lanza era evi­ dente que pedía una salida y que ya había decidido la retirada. A Empéramo y a los espartanos presentes les agradó que los mesenios pasaran a través de ellos y no exasperar más aún a unos hombres que estaban enfurecidos y que habían llegado al extremo de su desesperación. Y, además, Hecas el adivino les ordenó que así lo hicieran. Los arcadios se enteraron ense­ Los arcadios acogen guida de la toma del Hira y ensegui­ en el monte Liceo da exhortaron a Aristócrates a que los a los mesenios que se retiran del Hira. condujera o bien a salvar a los mese­ Plan de Aristómenes nios o a morir con ellos. Pero él, ha­ para tomar Esparta. biendo recibido regalos de LacedeTraición de Aristócrates monia, no quiso conducirlos y afirmó que no quedaba ningún mesenio a quien defender. Cuando se enteraron con más certeza de que había sobre­ vivientes y de que se habían visto obligados a abandonar el Hira, se dispusieron a recibirlos en el monte Liceo, después de preparar de antemano vestidos y comida y enviaron a al60bis Seguimos la conjetura de Camerarius Sylburg: aüxcov rcpoejiáXovro, en lugar del texto de Rocha-Pereira: atittp npooenáxovro.

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gunos de sus jefes a animar a los mesemos y al mismo tiempo a que fueran sus guías en la marcha. Cuando llegaron sanos y salvos al Liceo, los arcadios los agasajaron y les prodigaron amistosamente toda clase de cui­ dados, y quisieron distribuirlos entre sus ciudades y hacer un nuevo reparto de la tierra en su provecho. Pero el dolor de Aristómenes por el saqueo del Hira y su odio a los lacedemonios le sugirieron el siguiente plan. Separó de la multitud a quinientos mesenios que sabía que eran más sufridos y les preguntó al alcance del oído de los otros arcadios y de Aristócrates, porque no sabía que Aristócrates era un trai­ dor -efectivamente pensaba que él había huido de la batalla por falta de valor y por cobardía y no por ningún otro tipo de ma­ licia, de modo que preguntó en su presencia a los quinientos-, si para vengar a su patria querían morir con él. Cuando dijeron que sí querían, les reveló todo: que se disponía a toda costa a conducirlos la tarde siguiente a Esparta, pues ahora la mayoría de los lacedemonios estaban muy le­ jos, en el Hira, y otros saqueaban y pillaban el país de los me­ senios. “Y si somos capaces de apoderarnos de Esparta y ocu­ parla”, afirmó Aristómenes, “podemos nosotros devolverle a ios lacedemonios lo suyo y recuperar lo nuestro. Y si fraca­ samos, moriremos después de llevar a cabo acciones dignas de ser recordadas por la posteridad”. Cuando dijo esto, aproximadamente trescientos arcadios estuvieron dispuestos a tomar parte en su audaz empresa. Entonces suspendieron la salida, pues los presagios no resul­ taron favorables, pero al día siguiente se enteraron de que los lacedemonios habían averiguado su secreto y de que ellos ha­ bían sido traicionados por segunda vez por Aristócrates. En efecto, éste había escrito en seguida en una carta los planes de Aristómenes y dándosela al esclavo que sabía que era más fiel la había enviado a Anaxandro en Esparta. Cuando regresaba el esclavo, le tendieron una emboscada unos arcadios que ya antes estaban en desacuerdo con Aris-

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tócrates y que tenían alguna sospecha de él. Después de la emboscada lo llevaron de nuevo junto a los arcadlos y mos­ traron ante el pueblo la respuesta desde Lacedemón. Anaxandro le escribía diciéndole que su retirada anteriormente de la Gran Fosa no había quedado sin pagar por parte de los lacedemonios y que recibiría además una recompensa por las in­ dicaciones de ahora. Cuando fue dado a conocer esto a todos, los propios arcadios se pusieron a lanzar piedras contra Aristócrates y ani­ maban a hacer lo mismo a los m esenios. Éstos miraron a Aristómenes, pero él lloraba y miraba al suelo. Los arcadios, después de lapidar a Aristócrates, lo echaron fuera de las fron­ teras sin darle sepultura y ofrendaron una estela en el recinto sagrado del Liceo, que dice: C ie r ta m e n te e l tie m p o h a lló c a s tig o p a r a u n r e y in ju s to y h a lló a l tr a id o r d e M e s e n e c o n a y u d a d e Z e u s f á c ilm e n te ; p u e s e s d if íc il q u e a un d io s le p a s e d e s a p e r [c ib id o un p e r ju r o . S a l v e Z e u s s o b e r a n o , y s a l v a a A r c a d i a 61.

61 P r e g e r , 63. P o l ib io , IV 33, cita la m ism a estela con una variante: Meacrnvri en lugar de Meocnyvrj